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Full text of "General nurses main register"

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^^Iw^^lP^^PWWWiW^WimB 


SALS3C52.\.3 


HARVARD  COLLEGE  LIBRARY 

SOUTH  AMERICAN  COLLECTION 


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LOS  SECRETOS  DEL  PUEBLO. 


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LOS 


SECRETOS  DEt  f  HEBLO 


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NeVELA  SOCIAL  Y  DEeCNTllMBIlEft  A 


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M^RTIlSr     I>-6.t.MA., 


TOMO  IV. 


VALFABAISO: 

tMPRENTA     DEL     MEROXTRIO 

OE   RECAREOO   S.   TORNERO. 

1870. 


5AL5lC>X.\»^ 


HmnmM  pc!lei^  Ubrary 

C;ft  df 

Archib«'ci  Crrv  Coolidge 

aid 

Clarence  Leonard  Hay 

April  7»  1909^ 


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LOS  SECRETD$  DEL 


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LA  POLITICA  INTERIOR  DE  CHILE. 


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La  5ocie^a4  4e,l^,  Jgfuald^j  J^l  i2fO  ,de  A}t\1 


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lia  ^poea  en  (jae  figni^Ti  naestrp^  p«f donajeSy  \%  parte 

que  torn aron  en  I03  acontectiiiientos  poHfcioos  y  miffistros 

prop6sito9  asi  como  nuestras  ideas,  nos  obligan  a  escribir 

nnas  cuantas  lineas  Bobre  ^e  asqnto,  Ifoeas  qae  natural- 

>. 

mente  se  ligan  con  nuestra  hi.^toria,  y  qae,  si  no  record4- 
semos  o  si  dejiaemos  en  Blanco,  nos  .enlcontrai^amos  obliga- 
dos  a  trnncarla,  rompiendo  asi  la  saoesibn  de  los  heck^s; 
nms,  por  fortnna,  las  pasiones*  de  loa  partidos  no iiWs^inti- 
midan,  sn  espfritu  n6  tios  anie(ft*enta,  pbt^qie'  tenetebs  la 
'  vista  on  poco  fiia^  alta  qn6  esa  atmtSifera  de  espe^hlaciOn 
mezqnina,  de  egoismo  estreieho' y  ide  igAoi*«th^ia  pfet&lieio- 
sa,  porqne  deseaniids  vjtrel  Hefgfealfirf^&'cfatablefeefse  la  veraa- 
dera  repilbRca  y'la  verdadera^femocracla  y  porqEe'Afe  otra 
taianera  nos  vei  fames  iiiiposibi^Ktaddi  j^tira  ^egaii  cboiio  lo  be- 
ttios 'dicho, el  hilb  clfe  nnestrtthiStyrta;  fVaes <}&s acOAtedi ittfcto- 


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to8  que  van  a  aocederse  estin  f  ntimameiite  ligadp8  con<  el  que 
encabeza  el  primer  eplgrafe  de  nnestro  coarto  voldmen. 

Dada  esta  especie  de  satisfaccion  esplicativa,  entraremos 
en  materiAXoa  la  independeDcia^  cgn  I03  pi'opdsitos  y  con 
I08  bii^nos  deseo^  de  siempre,  porqae  antes  que  los  indivi- 
daos,  que  los  cfrculos,  que  los  partidos,  mt&n  las  ideas,  est  an 
los  principios,  e&t&  la  rejeneracion  del  pneblo,  est4  el  bien 
del  pais,  al  que  estd  intimamente  vinculado  el  bien  de  nues- 
trcs  hijos.  .— r 

Lo  confesamos:  cuando  uno  trabaja  con  esos  fines  y  con 
esa  libcrtad,  cuando  no-iietre -en'  vista  el  lucre  del  servilis- 
mo  ni  lo  amedrenta  el  que  diran^  cuando  no  solieita  empleos 
ni  teme  c^rceles,  los  horizontes  se  estiendeo,  la  conciencia 
seengrandeceyJa  voluutadBe  ensanaha,.el  entendiquento  se 
aclara  y  tiene  uno'  anirhcry  adquiefef  enerjia-y  toma  faerzas 
para  lanzarso  en  la  lucha  contra  los  abusos,  contra  los  des- 
potismos,  contra  los  privilejios,  contra  las  desigualdades 
sociales,  contrc^  todas  esas  Uagas  de  que  adoleee  la  especie 
y  que  degradando  a  la  humanidad  la  avasallan  impidiendo- 
le  ereeer  «n  ci^erpo  y  en.  espfr^tu  segun  h,  lei,  4®  j^-^V^^^' 
le»i,  Begun  la  voluntad  de  ,Dio&  .  *  ,. 


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Eoiique  Lopez,  9I  j6ven  ebanjsta,  habia  aido  miembrq  de 
£ft  Socwtaddela  Igualdffdij  era  uno  de  sus  parti  dario^  mas 
ardieatee,  mas  debididos  y  talvez  mas  ihstr^dosi  ^,, 

Xios  principips  .de  esa  sociedad  no  eran  poUticos  sino  hu- 
manitarioi^  sw  tendencias  se  dirijian  al  bien  social  y  no  al 
ei^grandecimiento.  o  al  predominio  de  este  o  del  otro  parti- 
4o,  y  si  esa  institQcion  hubiera  sida  ^.prptejida  en  vez  de 
0er  ffhqgada,  si  la  hubieran  fomentado  en  Jlugar  de  estin- 
guirla^.si  le,  tiendea  uqa  miano  amiga,  en  vez  d^l  gf^rqte 
,  eO^migo  y  si.Qjpaawva  ipc6|4ui6a  sua  ideas  tan  progresistas 
come  pacf ficas,  en ,  lugar  de  echarse  en  la  arena,  siempre 


!» 


abrasi^do^ft  y.  siempr^  .asji^cil  fle  lapditica  d,e  cfrcul^o,  de 
esa  polltica  de  miras  p^rson,^^^  y  .no  p^rioticas,  q3  induda- 
hle.qae  J$Lrep6blicar;presjantaTia  ahora  lin'  aspecto.distinto; 
(^8  maa  que  probable  qi^e^. no  haorlamos  tenido  sangrientas 
lacb^,  gu^  ,^1  |)^e^blp^  tendria  <^^^  conocena  bus 

,  deJT.echps  y  estaria  pn^ppjsesion  de  ellos,  que  seria  libr^^'fjor- 


te  de  1^  dfempcracia,  que.  es  la  limca  que  epejraaiece  a  las 
Bacioues^  porqpe-  es  la  que .  nivela  a  las  bompres,  porque  esj 
111  quie  forma  la  .3oberaniaria(Iividual,  que  es  ef  lilticbo  esca- 
Ion  de  la  per/ipctibilidg^d  aocial  j  polfjtica. 
-  Pejj^c^rjue^tros  mandatario^  liaa  otradO^  y^obrdti  de^^distm- 
to,  modo..  i^uQfitrps  mandatarios  luch^u  contra  los  pueblos 

,  ea  lugai:  de  guiarlos,  Ips  escjavizai^  en  v^delibertarlos,  les 
imponen  gobernaates  en  lagar  de  aceptar  los  qqe  ellos  eli- 
j^d;^  de  e^ta^ppresiQn,  de  esta  esclavi'tud  llevadaa  sistema 

,^y  ^ceptada  couio  sistema,  de,esias  absiurdas  e  intrusas  can- 
41d^^Qr$ks  oficial^s,  es  de  dohde  nacen.  los  distatbios^  los 
odios  enqarni^ados,  las  tuchas  sahgrieatas,  el  att'aso  de  to- 
doe;  Tras.  la  candidatura  oficM  proclamada  por  don  Manuel 
Bulne».  vino  la  revolucion  del  20  de  abril  de  iSSl  y  todaS 
.  las  otras  que  continuaroft  nasta  1859.  Ahora,  tras  lascandi- 
datur^a,  oficiales  que .  proclamara  *  don'  Jos^  Joaquin  Perez, 
jcu^le^  serdn  Jos  i|ia1es  que  sobreVehgan?  Asi  es  com6  los 
gobernantes  provocan,  a  los  ^ pueblos,  porque  no  fespetan  la 
vpluntad  de  los  pueblos^  y  asi  e^'como  lasnacione^'dfeda^n, 
como  el  vicio  cunde,  cbmo  los  hombres  se''  prostituyiBu'^  y 

envilecan,  c^ma  el-e^piritvi  psibUco  ^jei.esti,^igti^X^®  /VP^S^i 
dejando.en  sU  logar'  fe  h^ed|oHda«pj5ftw»a  d^^  darFillsmo  y»ide 

:1a  adula(jiojqi»  Tpar^  quC.  tT.h,4Mi5  J9? ..p.*^4'^^*^p[il?^^^^^^        j^^ 

'    espe'cal£ido]*«s  de^aneouiras,  ltw&f<&ed:riedor«J8  de  propiaias^y^de 

';  emnleosi  los  aiiotistas' de  I^-bardifa  g^lbria:  "f riste^s,  deciBlo, 

j^ro  yaa^ndjiaftflaf  ^l^iftismo  s^ti^jot^i,  ^y^i^s^t^^.se^^^^^ 

plant^adoj  jy  el  Qon^rfead  de  1870,  ser^^ea  >stt  graq^  nanypria 


'  '    ■  »    '  ^  '  i    ''        I       '    '  '       .  V 

hec&ora  del  ejecativb,  contrafiando  la  Tolntitad  y  las1ii>jitl* 
mas  aspiraciones  del  pais.  (1) 

Nos  hemos  desviado  uiji  poco  del  hilo  die  naestra  hiatbria, 
pero  contmaemos.  Jj^  Sooiedad  4^  ta  Igiwldad  a  que,  como 
hemos  dieho,  pertenecia  Eariqae/trabajaba  por  destruir  los 
abnsosy  por  inocalar  las  bdenas  ideas,  por  Ue^ar  alterreho 
d^  1a  pr^cvtica  los  sanos  priacipips;  j  no  por  revolacionair  al 
pais,  como  afirmaban  sns  d^tractores,  y  no  pot  ambictosbs 
fines  delacro  o  da  mi^ndo,  como  lo  ban  qaerido  liacercre^r; 
,y  en  prnebj^  de  fello  podemos  citar  sus  principios  fuiidamea- 
tales,  paes  para  pertenecer  a  ella  nece$^ital)a  el  individoo 
ser  p^rtidario  o  profesar  Ik  jBigaientp  doctrina:     • 

'^^Reconocerldindependenctade  la  razoh  comodtcfortJad 
de  autoridadef:  pro/eaar  el  principio  de  la  sober anid  del 
pueblo  como  base  de  ioda  politica,  y  el  debei'  y  el  amo)r  dela 
/raternidad  ^n^ver3alcomo  vida  moraV^      /  > 'o  .m 

> .  Estas  pocas  liaeas  demuestran  las  tendenbias  j  el  ^pirUa 
de  aq^uella  estioguida  socied^d  y'sa^  actos  posteriorbs^lo 
confirman,  pnes  desde  luego  sus  vlust^^dqs  mieinbrbs^'tirkta* 
ron  de  abrir  escaelas  para  qae  se  educase  el  paeblo  y  se  6s- 
tableciera  cdtedras  de  histoina  sagrada,  hist oria  de  Chile, 
dibnjo  lineal,  frances,  ingles,  m^sica,  independiente  de  los 
de  la  leetara,  escritarai  primeras  operaciones.  de  aritm(^tfca 
y  elementos  degram^tica  castellana  y  jieograQa,  etc; 

Ahora  bien,  }no  se  divisa  aqql  cfaramehte  .nn  fio  sodtal 

jQjx  vez  de  nn  fin  politico^  I  si  la  politica  es  S^ta,  no  hai  duda 

i^lgnna  que  es  la  verdadera,  la  mas  liti!,  la  mas  hermcsa, 


'    (I)  NnMtttii'  opMfdaei  Veipeeto  *  U'de|>^«FkbU  pr^etlei  iA  1m  eatfdtd»tiinif  «^i&- 

'  le|.Aoffe«  ]ktd\Uat  tolnmonte  |i.iiApi9af  ^i^  son  nn  rjdio,-  un  al^aso  j  un  m«l  cnyos  per- 

tuelQ90i,  M<e<yto^  son  d^gran  trasoeixlencia  para  Jos  gobernantes  y  para,  los  gubtrnados, 

.  sine  que  van  todavia  iejos,  lutacho  tolas  leJ(is;poes  notolo  tio  cr^ewtos  «d  la  Icjilimidad 

^d^drta^  eaodidftiiras,  no  solo  Ui  isontidirtinios  dfs^v^ri^s^de  tod^fit|torl^Uid,  ^inp.qna 

jllfTsn  la  d^shoDra  ^I  indjifidapi  q^etl^  ^lE^pJ^a  porque  son  una.  prueb^  de  6c^vin^mo  y 

de  esclftTitud,  nna  pmeba  de  ^oca  eleracW  en  el  ear&cter'y  de  ipoctt_€i9vivii(m  ed  las 

ideas,  maiitfeitando'peqmfierfln  Wprlniero  y-estPcAAex^mlo'dMgMn^  m\  Bition;4iHi  di> 

|m%MU»Jd4*  de  sttr  n^ii^sieoV^  honioi^b?^  cuiiodo  el  i^dividnp  que.lo  ,o<su^  no  h|t  .sldo 

ooloeado  alli  por  el  libre  y  espontineo  sufrajlo  de  lot  pneblos. 


siebdo  091  ooiM  la  aceptaoiM  j^^omo  la  qaarcmm:  la  poll* 

tica  del  progreao  es  la  qae  d^be  llamarse  politica;  la.  poU- 
tica  del  eDga&o^  del  abuto  y  del  solo  deseo  de  oiedrar^  no 
69  polftica  i^ino  retpoceso,  dicaraqtismo^  p^rdida  para  todos. 

En  una  de  lasactas  de  W StmBdad d^l(i IgiicMad^  leemos 
log  di^nientes  acaerdos: 

^l."^  Nos  reatii*iios  en  sociedad  ^ando  del  derecho^  que 
fien^Q  lo3  hombres  libres  paraasociar^  para  todo  objeto 
que  no  este  probibiJo  por  las  leyes. 

2.*  Nos  renmmos  para  formar  laconciencna  p&bltca,  es 
decir,  para  ilustrarno^  ^n  los  DiflRKOHJS  que  nos  conoeden  Cus 
leyes  y  en  fos  deiierks  que  nos  imponen. 

3.®  Nos  reuniiHos  6on  el  objto  de  conaiderar  nnestrasittfa- 
cion  especial  y  hacerla  presente^a  las  autoridades  legalman- 
te  constitaida?,  indicando  los  medios  que  ereemoa  puedau 
hacer  desaparecer  el  n[ial,  usaado  en '  esto  del  derecho  que 
nos  concede  el  cap.  6.^  art.  6.*  de  la  coastitucion  y  coafor- 
me  a  las  disposioionea  jener^les  de  ^sta. 

Eatos^^ft  nae.^tro3  &aic03  m'jdlo-,  nuestro^  Aiico?  fines. 

Los  trastornos;  el  ernpleo  de  la  fuerza  solo  sirv^en  para 
dar  glorias  inutilesal  que-triaifa:  querenaos  la  pas,  la  tran- 
qu^rrdAd,  pOivfiie  tie  clLis-solus.poieiJias  eij>erar  la  prospe- 
ridad  dti.  li  repiiblica.  ,  . 

lle-^petnmbfs  todas  las  opiniones  como.  queremos  ver  res- 
pf'ti  las  Jas  nuestras. 

Qaeremos  c*>a veneer,  bo  qneremovimpdner  aue^tras  ideas. 
Lt  santii  palabra  isOalijad  es  la  quo  nos  nirve  de  batidwra. 
Btichar.ahios  tod*!  opre^ion,  tola  tirania,  la  tiraqia  del  ca- 
pricho  popular,  como  la  tirania  del  raandatariij  apoyadaien 
la  fuerza, 

PuMicamos  esta  acta  solera ne  de  naestra  aoeiedad  para 
quesepari  nues£ros^adiaclarla?Jos  nueatrasintenciohes,  para 
que  veflgtiH  a  iSngrosar  nuestraa  fllas.  bs  ijjrxEJioa.PATBioTAS.'' 

"Pregtintaniio^  ahorfi:  gpnedericonsideyarsecomp  pertnrba* 
dores-d^l'did^n  publico  los  que  tieaen  esta&  ideas,  I6»;^ue 


Itteen  piblieaa  estas.  leoctoBap^  ]m  que  baUan  este  lea- 
gsaje? 

For  otra  parte,  ^qaienes  faeroa  los  que  encabezaroo  wa 
SDciedad?  Ekitre  machos  jo^enea  di:^tiogaido3  por  an  capaci- 
dad^  por  so  fortaoa  y  por  sa  faoiiUa,  eotre  algauos  artistas 
de  primera  nota  y  muchos  artesanos  Uboriosos  y  honrados^ 
ae  eQCoentran  algonod-de'uacstros  primeros  y  mas'  famosos 
literatoflL  Ahi  estaba^  ae  paede  decir,  a  la  cabeza  de  eaa  ao- 
ciedad  y  siendo  el  alma  de  ella,  Fran  jisco  Bilbao,  el  escri- 
tor  y  el  pf-ofeta,  el  hojabre  de  ideas  y  el  hombre  de  fe,  el 
hombre  de  seotimiento«  huusaitarioa,  de  peasainieDtx)s  ele- 
vados,  de  intuicioa  verdadera,  el  hombre  desprendido  que 
no  qaeria  mas  qoe  el  bien  del  pueblo  y  que  \lev6  su  abne- 
gacion  haata  sacrificar^e  por  eae  mismo  puebla,  a  quieu  tuvo 
el  dolor  de  no  ver  una  sola  vez  antes  que  terminara  su  cor- 
^  laborioga,  honrada  y  talvez  penible  existencia. 

AUi  se  hallaba  Eu^ebio  Lillo,  nuestro  poeta  favorito,  el 
*  ppeta  melodioso  y  tierno,  sencillo  y  elevado,  cuy as  estro- 
fas  cadendosaay  dulces  se  deslizau  suavemente,  despertando 
nuestra  fantasia,  abriendo  nuestro  corazon  a  gratas  emocio- 
D08,  embriagdndonos  cou  esa  annonia  misteriosa  y  simpdtica 
de  que  i^stdn  empapadas  sus  pocas  pero  brillantes  composi- 
cion^s;  Busebio  Lillo,  de  uu  caracter  afectuoso  y  enerjico, 
lleno  de  ternura  y  Ueno  de  fuego,  lleno  de  bondad  y  lleno 
de  altivez,  que  no  se  ha  abatido  en  la  desgracia  y  sabe  ser 
jeneroso  ^eu  la  prosperidad,  quo  no  ha  encorvado  su  frente 
ante  los  hombres  de  poder  ni  trafix^do  con  sus  opiniones; 
en  una  palabra,  que  ha  sabido  conservar  su  dignidad  en  las 
luchas  politicas  y  en  las  luchaa  pri^adas  como  escritor  y 
como  particular,  como  ciadadano  y  como  hombre,  en  la  pla- 
za y  en  el  hogar.    ' 

Vttfase  tambien  alU  el  j6ven  ^^njanain  Vlcufia  Mackenna, 
j6ven  Ueno  deporvenir.y  Ueno  de  esperanzas,  y  que  no  ha 
deimdntido  ni  eae  porv^ir  tii  lesase^peranza^^pues  ha  He- 
gado.a  cer  el  mas  fecundo  escritoi;  Qhileno,  y  sin  temor  de 


tM  twrnnoB  vn.  mnaa/t. 


n 


equivocarnos/podemos  afirniar,  el  mas  fecundo  e«6ritor  de 
America.  La  briliaute  pluma  de  Vicuna  Mackfennn  se  ha  es- 
teadido  a  todo,  io  ha  recorrido  casi  todo;  pero  de  16  que 
principalrneate  se  ha  ocupado  ha  side  de  la  historia,  y  parti- 
cularmente  de  la  historia  contempurdaea,  porque  puede  de-  ' 
cirsp  bieu  que  Chile  no  tiene  todavia  otra,  granjeAndose  en 
estf,  terxeno  muchas  aninjosidades  con  la  mejor  intencion  y 
la  mejor  bceaa  f6  de  estc  mundo.  B.  Vicuila  Mackenna,  por 
lo  que  conocemos  de  sus  escritos  y  un  poco  de  su  perSotia, 
tienfe  au  alma  sincera,  afectuosa  y  honrada,  incapai:  de'Ha- 
cer  el  mal  sine  por  oierta  lijereza,  y  esto  quizS  es  li'(|iie^lo 
ha  perjudicado;  ^pero  qu^  escritor  no  esperimenta  sinsabo- 
res?  (?Qui5  hombre  publico  no  estS  eapuesto  a  la  critica  'mas 
o  menos  justa,  mas  o  menos  seyeraP^La  fraoqueza  del  histb- 
riador  Vicuna  Mackenna  ha  ido,  es  cierto,  hasta  la  temeri- 
dad:  tiene  Ips-  defeptos  de  su  virtud.  Empero,  jcudnta  labo- 
riosidad,  cuanto*  talento,'cuAnta  contraccion,  cuanto  estudk), 
cuinta  profuadidad  y  elevacion,  en  medio  de  algunos  de- 
feqtos,  no  encierran  sus  infi'aitas'y  variadas  pajibas!  La  li- 
teratura  n^cional  debe  considerar  como  su  primer  campeon 
ali^enor  Vicuna  Mackgnna,  porque  es  el  que  mas  la  ha  en- 
riquecido.  .       , 

No  es  nuestro  proposito  hacer  unabiografia  ni  el  andTisis 
de  las  obras  de  este  escritor,  sino  que,  ^rindi^ndolela  justi- 
cia  que  merece,  hacemos  linicamente  mencion  de  su  m^rito 
para  prober  h^sta  la  evidencia  los  de  la  Seciedad  de  lalgiiixh 
dad  que  un  esCrecho  despotismo  corto  en  flor  antes  que  jer- 
minara:  fan^sta  maniobra  que  nos  ha  traido  muchos  males, 
dejando  de  producir  muchos  biedes  (1). 

Enrique,  con  su  alma  ardiente,  amiga  de  la  libertad,  de- 
seosa  4el  progreso,  entusiasta  por  todo  lo  bello  y  por  todo  , 


'* 


(1)  £d  l{i'aQtua1idad  se  forma  una  Afiftmhlea  electoral  en  Santiago  encabezada  por  los 
hombresmas  distingddns  de  nucstra  sociedad;  ^^^legard  a  tener  el  mi&mo  ^JSiit  qoe  la 
SoMedadde  la  Igualdad?  E^perainod  qner  no,  a  pesar  de  laa  tendencias  que  se  manl- 
lieetan  y  de  las  arbitrariedades  que  se  eometeo. 


il2 


Jo  grande,  no  babia  mirado  con  indifarencia  los  finesi  hama- 
nit;iFip8  que  se  proponian  segair  aqaellos  j6venes  y  qtie  oa- 
taban  en  completa  armonia  con  sas  tendencias  y  con  las 
.l^ccionea  que  habia  recibido  de  so  maestro;  jy  c6mo,  por 
otra  parte,  no  ser  arrastrado  por  esa  elocuencia  viril  y  sim- 
.pa.tica,  parab6lica  y  llena  de  im^jenes  de  Francisco  Bilbao? 
4C6(QO  uo  segQir  el  mismo  camino  por  donde  marcbaba  Re* 
cabirren,  Lillo,  Vicuiia,  Mario,  Bello,  Arcos  y  tantos  otros 
en  condiciones  distintasi,  pero  undaimes  en  el  pensamiento 
y  co^formes  en  el  propdsito?  Era  uec^sario  ser  uno  de  loa 
eampcones  de  la  libertad  y  de  la  democracia  nacientes,  y  61 
acepto  el  cargo  con  gusto  y  con  decision. 

Cuando  Eariqne  se  vio  completamente  libre  de  la^*  preo- 
^enpaciones  de  la  familia,  cuando  habia  castfgado  a  Guiller- 
xnQ  y  DO  tenia  ya  teraiDres  por  la  salud  dd  Mercedes,  se  en- 
tregd  en  cderpo  y  alma,  se  puede  decir  asi,  pero  sin  faltar 
jamas  a  sua  deberes,  a  llev^ar  adelante  aqaella  crnzada  qne 
fie  dirijia  resuelta  contra  los  despotismos,  contra  las  preocn- 
paciones  de  todo  jeaero,  para  p'antear  sobre  sus  escombros 
^  el  estandarte  de  la  razon;  el  pendon  sacrosanto  de  la  frater* 
nidad. 

Tal7cz  habia  algan  e'^oisnao  en  el  sentimiento  revolncio- 

nario  que  esperinaentaba  y  seguia  Earique.  Talvez  no  era 

solo  la  libertad  y  progreso  del  pueblo  el  m6\ril  esclusivo  de 

3ns  acciones.'  TwhIv^z  eutraba  por  mucho^  eu  la  decision  y 

^  eperjj^  con  que  habia  abrazado  la  causa  democr^tica,  sn 

propio  estado,  el  deseo  de  elevarse,  de  adquirir  una  posi- 

cion  social  que  lo  acercaae  a  Luisa,  de  sefialarse  con  nn  he- 

cho  digno  de  la  mmer  a  quien  amaba,  con  una  accion  no- 

blQ,  jenerosa  y  valiente  que  lo  realzara  a  sus  ojos  y  que  lo 

asimilara  en  algo  a  aquella  divinidad  a  quien  rendia  el  cul- 

to  mas  tierno,  mas  respetuoso  y  mas  sagrado.   Pero  esta 

^,  en;iu]acion  ^es  acaso  un  mal?  ^es  acaso  un  psHgrcr?  jes  acaso  i 

i '  Qpa  falta  o  un  vibiu?  Nq:  para  nosotras  es  nn  m^rito,  quizds 

Tina  virtud,  porque  de  allf  nasen  los  grandes  despreadi- 


uw  nciuRoa  oci.  romUAt, 


19 


H. 


^ientos,  los  grandes  sacrificios,  los  grandes  hechost'de  ^VS 
nacen  los  hSro^s  y  de  alH  nacen  los  8aDto9,  y  Enrique  qnenik 
ser  lo  nnoy  lo  otro;  sin  embargo,  en  la  fogo^ridad  dela'jn- 
ventad,  en  esa  vehemencia  con  qup  6e  siente  y  ton  qritf  rt' 
piensa  en  los  primeros  aflos  de  la  vida,  podia'  mUi  bien 
equivocarse  en  la  adopcion  de  los  medios  para  alcansar 
el  prop6dit(^  y  c;pmo  ^i  no  veia  mas  que  lasanidaddel 
fin  y  estaba^resnelto  a  correr  todos  los  peligros,  era  uno 
de  los  mas  ardientes  miembros  de  aqnella  estihgaida  aso* 
ciacion,  que,  una  vez  disnelta,  tovo  que  riiafchar  cybuIU 
y  entrar  en  la  senda  tortaosa  de  1^  revolaclon  armada^ 
pero  si  el  solitario,  si  el  antiguo  coronel  don  Tbribio  At 
Guzman  se  hubiese  encoDtrado  en  esos  mom^ntos  en  Santia- 
go, es  seguro  que,  sin  combatir  las  ideas  de  Enrique,  sin  ir 
en  contra  de  sus  prop6sito9,  lo  habria  desviado  de  aqtt^l 
camino  peligroso  y  est^ril  que  da  pretesto  a  los  despotfai- 
mos  y  solo  trae  desgracias  sin  Jiaber  coriseguido  otra  bosi 
que  afianzar  la  tirania  eternizdodola;  esta  es  la  leccion  que 
no8  aconseja  seguir  el  juicio  y  la  que  hemoS  recojldo  cbn 
una  dolorosa  esperiencia;  y  ojald  este  ella  bastante  grabaidi 
en'el  pecho  de  nuestros  coneiudadano)  p^ra  que  jamais  "noil 
espongamos  a  los  azares  de  la  guerra  crvil,  manchando  eon 
Mugre  de  hermanos  el  suelo  de  nuestra.querida  patria. 


Ill 

A\  mismo  tiempq  que  Enrique  formaba  eh  las  filas  de  las 
defensores  de  los  derecbos  del  pueblo  y  de  los  sosteneldorei 
del  principio  de  la  igualdad  humana,  es  decir,  de  la  destrutf- 
cioil  completa  de  los  privilejios  y  de  las  demat'cacioneft  de 
razas,  otro  j6ven  no^menos  ardiente  y  no  menos  dec?dido, 
porque  sentia  en  su  pecho  ^l  luego  de  \k  desesperatnon,  tb- 
xnaba  cartas  en  el  partido  contrario  parli  sostenet  las  ^r^rcl- 
gativas  de  familia,'para  que  continaara  si^mpre  et  pars  tmjb 
el  pi^  del  antiguo  coloniHJei  pari  ahogar  idn  |>nue}^S>s  rih 


.1 


; 


M  ioii  Mmtumm  DiL  pvBttAi 


pnblicanoa,  quedAodo  sabsistente  la  especie  de  oligarqnia 
qiie  nos  habia  rejido  liasta  entooc^  y  que  por  desgracia  , 
DOS  ri)e  tbdavia  en  parte:  este  j6v^en  era  Gailleroio;  pero 
antes  de  verlo  figarar  en  politica,  sig^moslo  por  nn  mom^n- 
^  desde  aqnel  dia  en  que,  reconociendo  a  3Iercedes  y  d5a- 
dole  4sta  el  perdon,  cayera  dosmayado  sobre  sn  propio 
lecho. 

XJn  soe&o  profqndo  y  reparador  habia  Seguido  a  ese  acci- 
dent^ afortanado,  y  todos  lo8  doctores  en  consul ta  dijeron 
qqexasi  eataba  faera  de  peligro,  que  la?  probabilidade^  en' 
an  fgivor  eran  mayores,  lo  qne  confirmaba  la  opinion  emitida 
recientemente  por  el  doctor  Sazie. 

La  madre  de  Gnillerma  8igai6  al  pi^  de  la  letra  las  pres- 
cripciones  de  este  c^lebre  facultativo,  adornando  el  retrato 
de3iercedies,  retirando  los  otros  que  existian  aLrededor  del 
IjEM^ho  y  espiando  en  silencio  y  sin  ser  vista  todos  los  mori- 
mient08.de  an  hijo. 

.  Guillermo,  al  despertar,  miro  por  todo  el  cnarto,  fijdn- 
doae  en  cada  nno  de  los  objetos;  despues  cerro  los  ojos  y 
qiied63e  por  an  momento  como  si  hubiera  vurlto  a  dormir- 
ge  o  coino  si  reflexionara;  pero  aquellos  ojos  estaban  mag 
seyenos,'  no  tenian  la  dura  espresion  del  delirio  ni  la  vague- 
dad  de  la  demencia:  dona  Porfira  contuvo  los  latiJos  de  stl 
corazon,  al  que  hacia  palpitar  la  esperanza. 

La  fisonomia  de  Guillermo,  aun  en  medio  de  su  inaccion 
aparente,  se  trasformaba  por  instantes  y  parecia  que  una 
revblucicm  favorable  se  operaba  en  su  interior,  y  era  asl  en 
*efecto:  habia  recordado  el  perdon  de  Mercedes  y  se  corapla- 
cia  en  ^1,  figurdndose  sin  duda  que  el  perdon  de  aquel  in- 
jel  endolzaba  sus  dolores  o  borraba  su  afrenta. 

Pasado  un  instante,  abri6  otra  vez  sus  ojos  y  los  diriji6 
h^cia  el  lado  de  su  cama,  donde  estaban  antes  colgados  to- 
doa  lot  trofeos.  de  sus  conquistas,  y  no  viendo  mas  que  la, 
.miniatura  de  Mercedes  adornada  de  flores  frescas  y  hermo- 
yis,  9^,jS|Qori6  dulceqiente,  lo  desprendi6  del  clavo^locoa- 


tempI6iih  largo  rate,  movi6  «as  labios  coma  si  ci>n7drsara 
COD  ^,  J  al  fin  lo  acerc^  a  la  bo<»  y  lo  be86:  pero  apenaa- 
habia  heeho  esto,  cuan^o  ge  contrajeron  eus  faccio!|ea  ^  loi 
arroj6  a  ua  kdo:  tctlvez  el  recaerdo  ^el  crimen'  q«e  habia 
cometido  oon  aqnella  herinosa  criatara  y  el  castigo  qne  habia^ 
recibido,  se  presentaron  simultdneamente  a  so  imajiDacion. 

Ppco  a  poco  s^  tranquilizo,  y  recojiendo  el  retrato  que 
habia  lansMido,  lo  pnso  en  su  lugar  y  rompid  en  sollosos. 

La  madre  miraba  siempre  a  su  hijo,  sigaiendo  nn6  a  una 
tbdos  BUS  movimientos  e  interpretando  por  elloa  lo  qw-^pa- 
saba  eil  aqnella  aln^a  angnstiada  y  arrepentida.  ^ 

'  Estas  observaciones  fueron  coinuQfoadas  al  doctor  Saziet 
tati  Inego  eotSo  hizo  sti '  yisita,  y  di6.  a  la  sefiora  n^a^ores 
esperanzas,  aconsej&ndola  codtinaase  elniifmo  sidtetiia. 

,  A  los  ^dos  o  tres  dias,  cuand©  el  fot6graFo  bubo  itraida  el 
gran  cnadro  adornado  de  un  bermoao  mareo,  que  la  madre 
de€rufllerriiO  circdnd6d^  hermosas  flores,  e^peroel  momento 
en  qne'se  qtiedase  profundamente  doreaido  para  sostituirlgl 
al pequeno,  y  volvi6,  como siempre,  a ponerse  enacecho.    . 

Cuando  Guillermo  desperto,  fiu  primera  mirada  fu4  pai^ 
Mercedes;  y  al  ver  aquella  trasformacion  se  sorprendi6  de 
tal  n^anera,  que  36  incorpor6  completaitiente,  se  hin€6  eot 
seguida  y  le  prpgunt6  si  lo  amaba.  • 

Despueis  dej6se  caqr  como  abatido,  diciendo:  .i 

-^No,  no -me  ama,  no  pusde  amarme;  me  aborreee,  paep 
to  que  me  ha  hecho  castigar  tan  cruelmente... 

La  madre  se  estif'eiileci6  al'oir  estas  pal&bras  de  su  hijo. 
^De  qu^  castigo  qtieria;hablat?gQueera  loquehabiti  hachoi) 
se  preguhto  a  si  friisraa,  para  que  el  pesarfwrtflan  ptofan- 
do  que  llegara  al  pun  to  de  trast^rnarje  el  jajcro?  Una  idea 
confusa  al  principio,  terrible  ^  ^aida^fe  pres©nt6  aAa 
imajinacioD,  llegando  a  adquirir  ixn  grado  tal  de  eerti^um- 
bre,  que  dijo:  *  '  .  •         •  :  ^  '     ^  e 

**- Ya  «^,  v.y a  ^:  -  han  imposibilitadd  para  sterftpr*  a  tnf  hi jdl 
ya  no  %%  hombrel., .  ;  *-  .    . 


J 


\i\ 


Ml>«etntakM  int.»B«niOw 


T  aiistQ>pen9«m]eQt6  dolorosQ,.  qpd  e^baba^pQl*  ti^rra  itori 
dot 6Q8. planes. desde tan  brgoti^iopo copibinado^^ bo  p ado, 
resistip  y.Bt  vi6  obligada  a  aentarsedn  el  mas prdicI^QisUloD* 

Uq  nujevo  ruido  ea  el  dormitqrio  de  QuilkroiQ  L  volviiSi- 
en  %\  y  tuvo  el  valor  aaficieate  par^  eolocarad  .iw  90  poftto. 
de  observaoiom 

^oillermo  habia  deacolgado  el  jfetratoj  pu^atolo  ^obre  ?U8 
rodUlas^  j  mir&ddolocoii  ttoa eapresioa de  iadecible  CarilIo,[ 
lediecda:  ,  J 

tt-J^Qy  BO  pnedes  aborrecerme,  de^de  qn^  has  vetiido  aqmj^ 
pQrqoe  yo  te  he  visfco;  desde  que  me  has  perdonadQ,  porqQ^ 
JO  te  he  oido  y  te  oigo  todavia,  pues  tas  paUbras.  y  tii.esr 
presioos^  y  tu  aceoto^y  tu  mlrada,  y  tu  p^lidezh^a  ^uedado 
indeleliles  aqoi,  aqiii  en'  mi  corazon.. . 

¥!  Gaillermo  se  p6so  la  maao  en  el  pecbo^>  oonjtiniaaQdo, 
enseguida:  *>  .1 

•^-nN^a  paedes  aborrecerme^  estQi  ^^garo,  4&  ^^  p^rqnq 
\k  eres  la  que  me  has  mandado  tn  retrato.  ^Q  \h  otra^se  >pb: 
dia  ooQpatida  esto?  Tii  eres  y  me  ama$  todavia;  pera..*; 
fpero!...  yo  te  aborrescco  y  yo  me  vengar^. . . 

T  GniUeriiio,  como  en  Ic^  dias  anteriores,  af  rojo  l^ejos  de 
ti  el  retr^to;  pero.tamisiodalo  al  poco  tiennpo  y  coloc^odol(} 
en  sd  logar  del  mismo  modo  qae  lo,  habia  hecbo  en  Ips  dias 
anteriores  con  la  miniatQra».con  la  sola  difer^ncia  q^e  ahora 
ae  failbia  moatrado  maa  MH^iblef  >ma9  tierno  y  tai^Eibieu  mas 
irrit  ido. 

DoOa  Porfira,  pnede  decirse  asi  qae  ps^rtieip^.de  Ia9 jpia- 
^niis  impresiones  d^  sn  hijo,  porqae  es<?Iam6  a  sa  y<?2:    . 

--^jHa  veoitdo  aqul!  lo  ha  perdoBado!  Pero ..  pe?o  yotam- 
l»eii  me  vengar^I...  jPobre  hijo  tDio!  jVemr  aquf!  jPerdOr 
nad  Giiaodo  tii  eres  el  qae  en  reaUdad  debieras  perdona^ 
porque  eres  el  que  ha  n^cibido  Ija  mayor  afrenta^  el  que  ha 
sufrido  el  mayor  agravio,  al  qne  han  imposi  bib tado  para 
iienpriel  i^to^  eis  horforofiQl  Esito  i4er<s(;e  na  ejftmplfir  xas- 
tigo-oy  losufrirdiU  r  ui    a 


jM  iioltifeoB  i>tt  raauK  17 

No  habift  acabado  de  proferir  estaa  palabras,  cnando  sin- 
ti6  ks  herradaras  del  caballo  de  paso  qae  regalarmente 
moQtaba  el  doQtor,  vi^adose  obligada  a  abandonar  sa  panto 
de  observacion,  donde  no  necesitaba  estar  ya,  porqne  je- 
neralmente  darmia  profandamente  Guillermo  despaes  de 
&QS  embciones. 

La  Be&ora,  preoenpada  de  aqnella  idea,  que  la  atormenta- 
ba  sobremanera,  tan  loego  como  vi6  al  medico  le  eomnnic6 
sns  temores.  El  doctor  Sazie  se  phso  k  reflezionar,  y  dijo, 
pensando  en  la  conversacion  qae  habia  tenido  dos  o  tres 
dias  antes  con  el  padre  y  el  hermano  de  Mercedes: 

— ^Talvez  tiene  usted  razon,  sefiora. ; 

— No  tan  solo  razon,  sefior,  sino  qne  creo  tener  la  sega- 
ridad. 

— F^cil  es  averiguarlo. 

— iC6mo? 
-  — Nada  mas  sencillo:  esperando  que  se  daerma  profan. 
damente. 

*La  SBfiora  hizo  como  que  se  ruborizaba. 
•  — No  tenga  usted  cuida^o,  sefiora,  ptosigai6  el  doctor; 
yo  me  encargo  de  la  investigacion. 

— Ustedes  est^n  tan  acostambrados... 

— A  todo,  sefiora;  ese  es  naestro  oficio,  y  no  nos  asusta- 
mos  de  nada,  ni  ^e  hacemos  caso  a  nada. 

— Si,  doctor,  se  lb  confieso:  qaisiera  salir  de  esta  incerti- 
dnmbre,  aunqae  para  mi  no  lo  es  casi;  pero  me  gasta  cono* 
cer  toda  la  gravedad  del  mal  para  arrostrar  el  peligro  de 
frente  y  para  saber  a  qa^  atenerme,  porque  en  ese  caso  yo 
sabr6  vengarme. 

J)l  doctor  Sazie  franci6  el  entrecefio  yTespondi6  con  an 
tono  de  s^fia  admiraoion: 

— jVengarsel  ^De  qu6,  sefiqra? 

— gDe  qa6?  jDel  ultrajel  jLe  parece  a  usted  poco  lo  qti* 
le  he  dicho  si  en  realidad  ha  sucedido  lo  que  pienso  y  lo 
que  creo? 

1%  "  V  ^ 


9''       t 


18  u»  fBosuEfgi  vmL  puttbo* 

'—Me  parece  lo  josto,  aenora,  y  nada  mas. 

La  respuesta  del  doctor  Sazie  no  tenia  replica.  jQne  se  le 
podia  objetar,  conociendo  la  criminal  felonia  der  Gaillermo? 
Sin  embargo,  la  senora  penaaba  que  la  ofensa  que  se  habia 
heobo  a  una  pobre  costnrera,  aunque  faera  de  esa  natnraleza, 
no  merecia  tanto  castigo  y  no  merecla  tampoco  el  aire  dea-' 
preciativo  con  que  la  liabia  tratado  el  juez  del  crimen  el 
dia  anterior,  porque  ella  podria  indemnizar  con  plata4afal- 
ta  de  sa  hijo,  resarciendo  el  mal  caasado  con  magn&nima 
largaeza;  j  esto  lo-pensaba  a  pesar  del  desprendimiento  de 
Mercedes,  saponi^ndolo  abora  falso,  paes  como  sabia  el  ea- 
tado  en  que  se  encontraba  Guillermo,  no  habia  por  este 
motivo  qnerido  aceptar  sa  mano,  mano  qae  ella  a  sn  vez  le 
habia  ofreqido  hipocritamente,  pero  que  en  vista  del  dea- 
prendimiento  que  manifesto,  le  habria  cedido;  mientras  que 
ahora,  que  todo  se  habia  descabierto,  merecia  an  castigo 
ejemplar  la  astuta  hipocresia  de  los  manejos  de  Mercedes. 
Asi  pensaba  dofia  Porfira,  y  aunque  juata  la  contestacion 
del  medico,  no  le  habia  agradado  nada,  vi^dose,.  sin  em- 
bargo, obligad^  a  guardar  silencio  por  la  situacion  en  que  se 
encontraba,  porque  en  otras  circunstancias  laaltanera  matro- 
na  habria  sabido  tomar  esos  aires  de  superioridad  desdefiosa 
que  emplean  a  las  mil  maravillas  las  copetonas  santiaguinas. 

Habiendo  pasad6  un  rato  en  que  el  doctor  habia  guarda- . 
do  un  profando  silencio,  dona  Porfir^  le  dijo: 

— ^Talvez  ya  seria  tiempo,  doctor. 

— Dejemos  pasar  unos  minutos  mas,  porque  si  sn  hijo  no  ' 
estuviera  bien  dprmido  y  recibiera  una  sorpresa,  podria  ser 
de  malas  consecuencias. 

— E?td  bien,  doctor;  pero,  francamente,  guo  encuentra 
usted  que  seria  una  desgracia  irreparable  y  un  atreyimien- 
to  sin  ejemplo?     '   . 

— En  cuanto  a  qi^e  la  desgracia  seria  irreparable,  lo  con- 
fieso,  pues  no  habria  remedi9;  pero  en  cuanto  al  atrevimien- 
to,  me  parece  mui  lejltimo.  .    ' 


Loi  tMmoft  ML  nmsLOk  Id 

— [Doetor!  Hdgase  listed  cargo  de  la  diferendia  de  clases 
y  de  posicionei. 

— SeSora,  eontest6  Sazie  con  seriedad:  el  cricneQ  es  erf. 
men  j  no  reconoce  otras  jerarquias  qae  las  del  miptno  erf- 
men. 

Dofia  Porfifa  no  se  atrevi6  a  replicar.  el  majistrado  le 
habia  dado  una  leccion  j  el  medico  le  daba  otra;  pero  en  su 
orgBlIo  aristocr&tico  creia  que  ni  nao  ni  otro  tenian  razon: 
tal  es  la  vanidad  ridfcula  y  las  pretensiones  absurdas  de 
nna  sociedad  que  participa  tanto.  de  las  ideas  del  h^roe  de 
Cervantes. 

El  doctor  se  par6  para  ir  a  praeticar  la  curiosa  investi- 
gaeion. 

Un  minuto  despues  estaba  de  vuelta  con  la  sonrisa  en  los 
labios.  '        ' 

Dofia  Porfiraclav6  en  61  una  mirada  investigadpra  y  llena 
de  ansiedad,  porque  le  era  imposible  desclfrar  qu^  era  lo 
que  significaba  aquella  sonrisa  del  medico. 

El  doctor,  que  no  profesaba  mucho  afecto  a  dona  Porflra, 
se  sent6  sin  decir  palabra. 

La  madre  de  Guillermo  no  pudo  contenerse  y  dijo: 

— iQn6  es  lo  que  hai,  senor?  Sdiqueme  usted  inmediata- 
mente  de  cuidados  o  hdgame  conocer  la  verdad,  porque 
prefiero  las  situaciones  claras. 

— El  hijo  de  usted  est^  como  el  dia  en  que  naci6,  seSora. 

— jEs  posible,  doctor!  jMe  dice  usted  la  verdad?  jNo  me 
engana? 

— Yo  jamas  miento,  seSora;  y  si  usted  pusiera  en  duda  lo 
que  digo,  me  parece  que  seria  mui  fiicil  que  se  cerciorase 
porsf  misma 

— Lo  creo,  doctor:  basta  que  usted  rue  lo  dign,  re8pondi6 
dofia  Porfira  con  marcado  alborozo. 

Ahora  debe  usted  compr^nder  que  las  virtudes  y  que  el 
desprc^ndimiento  de  la  seBorita  Lopez  no  eran  finjidos,  si  no 
fealee  y  positivos.   .  ^ 


\  • 


— Tlene  Qsted  rnxefu^  dcctot^  eia  iiiSa  es  admirable^ 

— Y  IBM  qoe  admirable,  sefiora,  esa  niSa  cs  cad  divini^ 

—^Eatoi  dispoesta  a  hacer  por  el!a  coanto  qoi^a^ 

— Las  disposiciones  de  nsted  ton  boe&aSy  pero  me  panes 

que  le  isldr&n  barataa,  contesto  el  doctor  coo  ironia. 
— iPor  qo6? 
— Vor  la  aeodllA  raaon  de  qoe  ella  iiada  exije  ni  mida. 

qaiere. 
— Yo  no  habia  encontrado  on  desinteres  igoal  en  A 

muhdo. 

— £9  verdad,  senora;  ;y  decir  qoe  hai  tantaa  qoe  ae  aa- 

erifican  por  el  interes,  tantaa  qoe  cometeo  Ji>a]ezaa  7  qoe  co- 

meten  crimeoea  horribles,  como  loa  de  esa  infernal  vieja  de 

la  tia  Anastasia! 

■ 

El  doctor  Sazie,  ain  aaberlo,  habia  dado  en  el  ponto  mas 
sensible  de  la  herida.  Habia  pneato  so  escalpelo  en  la  llaga 
recientemente  abierta  y  qoe  todavia  estaba  manando  aan- 
gre;  asi  es  qoe  la  madre  de  Gallermo  bajo  la  vista,  agack6 
la  cabeza  j  no  respondio  palabra,  porqoe  temia  qoe  Sazie, 
conoccd'or  de  tantos  secretos,  no  habiera  descobierto  el 
soyo^  qoe  el  dia  antes  habia  sido  revelado  al  majistrado  por 
el  libro  de  memoiias  de  la  matrona  examiaada,  sin  embar- 
go qoe  tenia  plena  f6  en  la  integridad  y  en  la  reserva  del 
joez,  que,  por  otra  parte,  no  poseia  proebas  sino  sospechas 
nacidas  de  apontes  no  menos  sospechosos. 

El  doctor  Sazie,  viendo  la  tristeza  de  la  madre  de  Goi- 
Uermo,  le  dijo  con  tpno  afable:        "• 

— Ustedes  las  sefioraa,  que  jeneralmente  solo.ejercen  ac- 
tos  de  caridad,  no  creen  que  puede  existir  tal  corrupcion 
en  el  mundo;  y  u&tej,  parti  cularmente,  estdabismada  Aesdet ' 
que  ha  palpado  ayer  lo  contrario;  pero  sepa  usted,  sefiora, 
que  si  el  i uteres  ha  invadido  e  invade  la  sociedad,  esa  mo- 
jer  es  una  escepcion,  pues  no  ae  presentan  muchos  c^sps 
igualos. 

DoIIa  Porftra  comprendid  en  el  acto  qoe  el  doctor  estabar 


SI 

4 

\ 

ignorante  de  todo  7  que  no  habia  dicho  sino  una  de  esas 
jeceralidades  tan  frecaei^tes  en  la  conversacion,  sin  qne  se 
refieran  a  nadie;  de  manera  que  Ievant6  la  oabeza,  hizo  un 
Bigno  de  aprobacion  y  dijo  al  medico: 

— Me  ha  deacargado  usted  de  un  peso  enorme. 

— Peso,  sefiora,  qu6  usted  se  habia  eobado  sobre  si  miflma 
poreu  exaltacion,  pero  qae  en  rfealldad  era  mui  inveroslmil, 
porqae  estos  casos  se  ven  raramente,  y  desde  Abelardo 
hASta  naestros  dias  no  se  cuentan  muchos  ejemplos. 

— ^Tiene  u«ted  razon,  doctor;  pero  usted  comprendt^^  que 
oyendo  tales  espresiones  y  no  pudiendo  averiguar  a  punto 
fijo  la  fara  enfermedad  de.  Guillerno,  porqae  esta  envuelto 
sn  orijen  en  el  mas  impenetFable  misterio,  usted  compren- 
de,  repito,  que  mis  sospechas  o  mis  temores  no  dejaban  de 
tener  algun  fundamento. 

— Soi  de  iu  opinion,  senora,  y  basta  yo  mismo  lo  crel  asi 
por  un  momento;  pero  afortunadamente  no  tiene  usted  nada 
que  tcmer,  y  4\  todiavia  menos... 

El  doctor  Sazie,  diciendo  esto.  se  despidi6,  acompaiiando 
sa  salodo  de  ana  maliciosa  sonrisa. 


IV. 


La  convalesc^ncia  de  Guillermo  seguia  a  pasos  ajiganta- 
doa,  pero  »u  carActer  habiai  cambiado  completamente:  ya  no 
era  aquel  j6ven  vivo,  alegre,  de  maneras  lijeras  pero  Ueno 
de  chiste,  de  agasajos  fiiciles  y  *graciosos,  de  esa  espansion 
sentimental,  franca  al  parecer,  y.  por  lo  inismo  mas  seduc: 
tora.  No  era  ya  ese  j6ven  que  imponia,  cuyo  d^splante  y 
cuya  audacia  avasallaban  encantaddo;  no:  abora  sd  habia 
vuelto  grave,  t6trico,  tacitutno,  pesado  si  se  quiere;  ya  no 
tenia  esa  amabilidad  suave  qu6  halaga  y  cautiva.a  la  vez, 
sino  que,  conservando  la  mas  esqaisita  politica,  aparecia  en 
sociedad  con  esa  circudspeccion,  con  e.^e  frio  del  hombre 
maduro  a  quien  ha  marchitado  la  esperienci^  y  el  desen^a- 


HOy  safriendo  de  tiempo  en  tiempo  distraceiones  imperdo- 
nables  en  el  individao  de  baen  tono  y  qae  tiene  qae  tratar 
con  personas  que  ocapan  el  mismo  rango  y  cuya  suacepti- 
bilidad  o  gazmoSeria  se  enfada  al  menor  descaido,  al  menor 
viso  de  neglijencia;  por  esta  razin  deeian  macbos  de  sas 
amigos  y  los  apoyaban  las  sefioritas  j6veQe3,  no  menos  ad- 

.  miradas  de  trasformacion  tan  s^bita:  ''Guillermo  es  ahora 
lo  mismo  qae  todos  los  bombres;  paso  de  mola  instanta- 
neamente;  ya  no  se  divierte  sino  qae  ambiciona;  qaiere  sin 
duda  ser  dipatado  o  ministro;  de  la  noche  a  la  manana  se 
ha  hecbo  el  mas  ardiente  partidario  jie  don  Mannel  Montt; 
ya  Jio  viene  a  las  tertalias,  no  se  junta  con  nosotros,  sino 
que  busca  los  bombres  de  peso,  los  horabres  graves,  y  pa- 
rece  que  este  nuevo  papel  le  sienta  major  que  lo  que  le  iria 
actualmente  el  de  calavera,  porque  ha  envejecido  consi- 
derablemente  de  pocos  dias  a  esta  parte.^'  E^tas  eran  las 
conversaciones  de  los  amigosde  Guillermo,  que  apoyaban  la 
mayoria  de  las  senoritas  santiaguinas,  diciendo  muchas  de 
ellas:  *'Talvez  estard  pensando  ya  en  casarse,"  lo  que  no  lea 
desagradaba  en  realidad,  y  alentaba  sns  esperanzas;  pero  si 
hubieran  sabido  el  orijen  de  su  mal  y  lo  que  pasaba  por  ^1, 
ningun^  habria  aceptado  la  mano  del  arist6crata  joven. 

La  existencia  de  Guillermo  era  todavia  mas  triste  que  lo 
que  aparecia  en  sociedad,  donde  estaba'  obligado  a  compo- 
ner  su  semblante;  pero  alld  en  el  interior  de  su  alma  sentia 
una  negra  desesperacion,  desesperacion  que  ^1  combatia,  tra- 
tando  de  aturdirse,  por  cuya  razon  habia  tomado  los  asun- 
tos  pollticos  con  febril  ardpr,  creyendo  que  en  esa  vorSjine 
de  pasiones  opuestas  y  de  intereses  encontrados,  hallaria, 
si  no  k  calma,  al  menos  el  olvido  de  lo  que  mas  lb  atormen- 
taba;  porque,  si  bien  Guillermo  habia  recuperado  el  juicio, 

'  no  habia  podido  arrancar  el  remordi miento  ni  borrar  de  su 
memoria  la  afrenta,  sino  que  por  el  contrario  y  a  medida 
que  trascurria  el  tiempo,  estas  dos  heridas  se  ahondaban  y 
ee  hagian  ma^  dolorosas. 


.   4 


IM  ISOBIfOS  VML  mttUK 


23 


Guillermo  queria  y  aborrecia  a  Mercedes.  Esa  alma  pnra 
habia  llegado  a  lioradar  el  vicio,  habia  penetrado  hasta  aqoel 
corazon  de  mdrmol,  habia'deshecho  el  hielo  de  esa  montafia 
cubierta  de  las  eternas  nieves  de  la  indiferencia;  y  el  Love- 
lace que  ae  burlaba  y  reia  de  todas  las  mujeres,  sin  que  lo 
conmovieran  ni  sas  caricias  ni  sns  Idgrimas,  estaba  vencido: 
amaba;  pero  a  ese  amor  sucediase  el  odip,  el  odio  por  el  cas- 
tigo  que  habia  recibido,  por  la  ijideleble  afrenta  que  le  ha- 
bia hecho;  pero  no  podia  conciliar  aquella  venganza  y  aquel 
amor  de  parte  de  Mercedes;  pues  estaba  intimamente  per- 
'  suadido,  a  pesar  de  lo  que  le  habian  dicho,  que  la  terrible  * 
escena  de  la  quinta  de  Yuugai  se  llev6  a  cabo  a  instigacio- 
nes  de  ella";  y  sin  embargo,  habia  venido  a  su  casa,  lo  habia 
perdonadOj  lo  habia  sanado  y  le  habia  mand'ado^u  retratol 
Esta  contradiccion  no  la  comprendia,  produciendo  en  ^1 
tambien  sentimientos  opuestos  y  contradictorios.  Guiller- 
mo,  como  hemes  dicho,  amaba  y  aborrecia  a  Mercisdes;  ^hu- 
biera  esperimentado  una  delicia  inmensa  con  su  posesion,  y 
acto  contlouo  la  habria  muerto,  y  en  ambas  cosas  habria 
sentido  placer:  anomalia  que  no  es  mui  dificil  hallar  en  el 
mundo  y  en  las  pasiones  de  los  hombres;  pero  afortunada- 
mente  ni  el  uno  ni  el  otro  deseo  llegaria  a  efectuarae.  por- 
qae  la  imSjen  de  Guillermo  habiase  borrado  por  completo 
en  el  pecho  de  Mercedes  y  ni  siquiera  quedaban  cenizas 
apagadas  de  aquel  fuego,  pues  las  habia  av^entado  lejos  el 
soplo  de  un  eterno  olvido. 

Esta  lucha  tenaz  que  se  veia  obligado  a  soportar  hora  a 
hora  habia  sido  la  causa,  como  lo  hemos  referido,  de  afiliar- 
ge  en  uno  de  los  partidos,  y  como  despreciaba  todo  lo  que 
era  pueblo  y  ahora  tenia  motives  para  aborrecerlo,  eliji6  el 
bando  de  los  pelucones,  es  decir,  de  los  conservadores,  de 
todo  lo  que  hai  de  retr6grado  y  de  vetusto,  tanto  en  relijion 
como  en  politica,  y  la  casa  de  Guillermo  se  habia  trasfor- 
mado  en  club,  donde  tenian  logar  las  reuniones  y  los  conci- 
li^bulos  de  los^  principales  miembros  de  aqudi  bando  que  to« 


» 

davia  peaa  de  una  manera  tan  fanesta  aobre  los  destinoa  del 
pais,  porque  es  el  sostenedor  decidido  de  las  preocupacionea 
mas  aljsardas,  emanadas  de  su  brgullo  7  de  su  ig'norancia. 

Gaillermo,  aanque  jdven,*  habia  llegado  a  ser  el  miembro 
mas  8(ctiyo,  mab  poderoso,  mas  deeidido  de  aquel  circalo;  y 
con  escepcion  del  candidato  para  la  presidencia,  era  consi- 
4erado  como  el  mas  inflayente  y  principal  de  los  candillos, 
hasta  el  pnnto  de  saponer  que  ocnparia  nh  lugar  en  el  nue- 
Yo  gabinete,  que  se  formaria  sin  dada  algona  a  la  instala- 
cion  del  naevo  jeCe  del  estado.  Esta  creencia  jeneral  tenia 
'bus  justos  motivos  en  que  fundarse,  porque  este  j6ven  esta- 
ba  en  todas  partes,.prodigaba  el  dinero  con  profusion  y  con 
cordura  a  la  vez,  sabiendo  sacar  el  major  partido  de  los 
hombres  y  de  las  circunstaucias,  dici^ndose  ademas  que  po- 
seia  toda  la  confianza  del  sefior  Montt,  el  que,  en  e'aso  de 
Uegar  al  codiciado  puesto,  no  podia  menos  de  premiar  tan- 
tos  y  tan  pportunos  servicios;  pero  como  Guillermo  era  hom- 
bre  de  fortuna,  se  suponia  que  seria  colocado  en  uno  de  los 
mas  elevados  pnestos,  en  uno  de  esos  empleos  honorlficos 
que  se  dan  y  se  aceptan  por  vanidad,  no  entrando  sino  por 
mui  poco  el  lucro. 

Todo  el  partido  pelucon  trabajaba  con  /empefib:  jaga^a 
una  partida  decisiva  de  vida  o  de  muerte,  y  cada  uno  de  sns 
miembros  ponia  su  continjente  de  fuerzas  para'  alcanzar  la 
victoria. 

Otro  tanto  hacia  el  partido  liberal  al*  que  estaba  afiliado 
Enrique;  y  el  j67en  obrero  no  desplegaba  menos  eneijia  y 
menos  actividad  que  su  enemigo  el  j6ven  patricio,  con  la 
diferencia  que  Enrique  no  odiaba  a  nadie,  no  tenia  animo- 
sidades  de  ningun  j^nero  y  solo  anhelaba  el  triunfo  de  ' 
8US  ideas,  combatiendo  los  obst^culos  y  nada  mas,  tratanda 
de  salvar  las  barreras  que  se  le  oponian  por  todos  los  me- 
dios  posibles,  pero  sin  pendamiento  de  haeer  mal;  y  sin  em- 
bargo, a  medida  que  se  acereaba  el  tiempo  de  la  eleceion 
del  sefior  Montt  y  que  el  mayor  niiniiero  de  probabilidades 


HM 


IS 


€dtabit  por  el  triunfo  del  caadidato  oficial,  hmm  m  ezaltaba 
Eariqme  j  mas  deddido  estaba  para  entrar  en  accion. 


V. 


<. 


p- 


No  es  naestro  inimo  relatar  la  historia  de  estos  aoonteei-  , 
mientoaf  politicos,  sino  que  nos  vemoa  obligados'  a  haoer  re- 
ferenda d^  ellos  Y  ^^^  espfrita  qae  jeneralmente  aniniaba 
a  los  bandos,  por  la  parte  de  acdon  que  let  cnpo  en  ellbs  a 
nnestros  personiijes. 

IBariqae  asistia  a  todas  las  reuniones  j  deliberaciones  de 
los  liberales,  salvo  aqaella^  doade  estaba  el  elemento  oons- 
pirador  y  revoladonario,  a  las  que  tenian  entrada  mai  po- 
cos,  pero  de  donde  salia  la  voz  de  mando,  porqu^  ahi  era 
donde  se  reunian  todos  los  hilos  de  aquella  inmensa  opbsi- 
don. 

Enriqne  no  se  escondia  de  sa  padre  ni  para  obrar,  ni 
para  hablar,  ni  para  pensar;  al  contrario,x  ib^in  machfiB  oca- 
siones  los  dos  juntos  a  presenciar  las  deliberadones  de  los  . 
j6venes,  a  ver  las  medidas  que  tomaban  j  a  oir  loa  patri6- 
ticos  discursos  que  se  pronundaban,  tomando  de  Tea  en 
cnando  la  palabra  Enrique  con  ese  reposo,  con  esa  sereni- 
dad  del  hombre  pensador  y  en^rjico,  del  hombre  de  acdon 
y  del  hombre  de  ideas,  de  aquel  que  no  habla  con  el  fln  de 
brillar  sino  con  el  fin  \de  ser  4til;  de  manera  q;ue  jeneral- 
mente cuando  el  j67eix  obrero  tomaba  la  palabra  la  asam- 
blea  entera  guardaba  unprofundo  silencio,  siendoarhistra^ 
da  por  aquella  elocuencia  natural  y  sin  pretension  alguiia 
que  casi  siempre  impone  y  convence, . 

El  veterano  de  la  independencia,  el  padre  de  Enrique, 
que  no  era,  como  hemos  dicbo,  estrano  a  estas  reuniones,  se 
encontraba  mui  arsus  anchas  y  mui  satisfecho  en  medio  de 
aquella  juventud  que  lo  festejaba  a  porfia,  tanto  por  el  m^- 
rito  de  su  hijo  cuanto  por  el  suya  propio;  pero  cuando  oia 
hablar  a  Enrique^  cuando  eri  tesjkigo  d^  sus  triunfos,  cuatdo 


3ff  IM  iUXUflNNl  tMi  WnXfQ. 

{>reBeBdaba  la*  consideracicktt  que  tenian  por  61  los  miembros 
mas  caracterixados  y  mas  inflayentes  del  partido,  entonces 
le  costaba  al  viejo  soldado  contener  sua  Wgrimas,  la  satis- 
faccion  rebosaba  en  su  pecho  y  tenia  que  hacer  esfuerzos 
inauditos  para  no  mostrar  aquella  debilidad  de  qae  tnlvez 
no  babria  dejado  de  reirse  algun  mozalvete;  pero  cuando 
llegaba  a  su  cdsa  se  indemntzaba  de  la  reaerva  que  se  habia 
vistQ  obligado  a  guardar,  contando  a  Marta  y  a  su  hija  lo  que 
habia  visto  y  oido  y  cuanto  le  habia  heeho  gozar  Enrique. 
^  Marta  y  Mercedes  participaban  del  entu^iasmo  del  padre, 
sin  estar  acordes  con  sua  opiniones,  porque  temian  que  En- 
rique fuera  a,  cbmprometerse. 

— Y  aun  cuando  se  comprometiera,  r^spondi6  el  Vetera- 
no;  lacaso  log  hombres  se  han  hecho  i&nicamente  para  estar 
en  la  caaa?  Todos  estamos  obligados  a  defender  nuestra  pa- 
tria  y  a  trabajar  por  su  prosperidad:  yo  apruebo  en  todo  la 
conducta  de  rpi  hijo  y  en  -su  lugar  yo  haria  lo  mismo.  Y 
tambien  lo  he  hecho,  senora,  agregaba  el  militar  con  cierto 
orguUo;  tambien  lo  he  hecho  y  he  espuesto  mi  pellejo  en 
muchas  ocasiones,  sin  qae  me  arrepintiera  entonces  y  sin  que 
me  arrdpienta  ahora,  pues  lejos  de  arrepentirme  me  agra- 
daba  y  me  agrada. 

— ^T6.  eras  militar,  amj^o  mio,  y  tenias  que  obedecer. 

— Enrique  tambien  es  ciudadano  y  debe  .trabajar  por  el 
bien  de  su  pais. 

— No  digo  "yo  que  no  trabaje;  jpero  t^i  sabes  lo  que  son 
las  revoluciones! 

— Las  revolueiones  cuando  son  necesarias  hacen  bien; 
jquieres  tii  que  nos  golnerne  un  tirano? 

Y  el  riejo  militar  seguia  hablando  con  mayor  calor  y  se 
enfer^orizaba  mucho  mc^s  a  tuedida  que  seguia  la  discusion: 
el  pobre  hombre  habia  sufcido  la  influencia  de  los  j6vene8 
oradores  de  la  libertad,  y  aplaudia  a  su  hijo  y  le  encontraba 
razon  en  todo,  sia  pensar  en  los  compromises  que  podia 
contraer  y  en  los  peligroa  que  podia  correr. 


I   « 


Ldn  fiMfiiiTni  mL  rtmtiift  ^ 

« 

Eariqijie  era  todo  f aego,  .era  todo:  eeperftOBas,  y  la  pasioa  ^ 
secreta  qae  lo  animaba  ceQtapHcaba  sua  faer^as;  j  en  1m 
pocoS  mpmentos  que  le  dejab&n  8U»  ocupacioBes,  porqne 
por  conviccion  no  habia  querido  abaiHlonar  sa  trabajo  a. 
pesar  de  poderlo  hacer  sin  detritnento  plgiiino,.piiea  ya  cson- 
taba  coa  un  peqneSo  ahorro,  en  esoe  poaos  momentoc^  de^ 
cimos,  efectuaba.  prodijioe,  de  lo^que  quf^dabao  sorpreodi* 
dos  sas  compaSeros,  gratijearidose  cada  dU  mas  la  eoofinQsa 
y  la  estimacioa  d^  loa  jefes  del  partida 

Un  dia  fue  Uamado  Enrique  por  uno  4e  los  miembros 
principales  y  fa^  introdacido  a  la  sala  de  las  deliberacionjaa 
donde  se  encontraban  reunidas  un  gran  n4niero  de  perso^^ 
nas  y  entre  ellas  muclias  a  quien  no  habia  visto  f iquiera  en 
las  reuniones  publicas.  Alii  mo  por  primera  vea  militai^es. 
de  alta  graduacion  que  sin  duda  no  se  atrevian  a  presentar* 
se  en  publico.  Habia  tafnbie.n  graves  personajes  eqrolados     " 
con  los  j<Jvenes;  p^ro  entre   unos  y  otros*  reinaba  la  mayor 
circunspeociouj  diferencidudose  mu^ho  aquella  sesiffn.por  la 
seriedad  iraponente,  de  las  que  solian  tenerse  en  publico  p    .    } 
en  privado  entre  los  mas  caracterizados  del  partido, 

Reinalja  un  profundo  silencio  cuando  eutr6  Enrique,  y 
un  militar,  ;que  bacia  1^  yeces  de  presidente  q  que  lo  era  en 
realidad,,dijo  al  jdven  con  pa^iaado  tpno:  -t 

— Tenga  usted  la  bondad  de  sentarscs 

Enrique  obedecio  sin  decir  palabra. 

Todas  las  jtniradas  e^ban  iijaa  en  61;  pero  el  j6yeB  sin 
intimidarse  pase6  su  mirada  tranquila  por  toda  aquella  asam* . 
blea  en  la  que. reconocio  a  muchos  camaradas  copiq  Bilbao 
y  otros. 

La  hermosa  presencia  de  Enrique;  su  actitad  tranquila 
que  demo^traba  a  las  claras  valor  e  inteHjencia,  la  distin- 
cion  de  sns  modales,  los  informes  que  sin  duda  alguna  teni^ 
de  el  aquella .  reunion,  todo  cpntribuyxS  a  granjearle.inme- , 
diatamente  la  yoluntad  de  las  personas  qne  no  lo  cpnpcian, . 
pues  ya  se  habia  adquirido  la  de  los  otros;  asi  es  qi|e  el  jefe  ^ 


•de  kfiociedad,  despa^i  de  nti  momeato  de  silencio,  dmji6  U 
palabra  6l  j6reti  6fQ  estos  t^itninos: 

-T-RicoBocemoGl  a  usted  cdmo  uno  de  los  miembrot  mas 
iictiros,  mas  Utiles  y  mas  deoididos  de  la  estingaida  Sode- 
dad  de  la  Igualdad;  j  como,  a  pesar  de  las  arbitrariedades 
del  poder,  esta  sooiedad  snbsiste  siempre,  porqne  los  bas-^ 
nos- priiHHpios  ban  de  prevalecer,  la  jaota  directiva  de  ella/ 
(fvte  ahora  se  ve  oblt^ada  a  trabajar  en  secreio,  ha  decidi- 
do  Uamar  a  usted  parar  qne  tome  parte  en  sas  trabajos,  en 
sets  peligros,  en  sas  esperanzas  f  en  sas  remaneraciones.  No 
'  •xijimos  otra'  eosa  qae  la  volantad,  qnedando  de  constgaien- 
td  usted  libre  para  aceptar  o  no  aceptar  nuestras  proposi* 
ciones  con  la  condicion  linica  de  que,  como  bombre  de  ho- 
nor, en  caso  de  una  negativa  de  su  parte,  no  revelar^  usted 
jamas  ni  la  ezisteocia,  ni  los  fines,  ni  los  miembros  que  com* 
ponen  o  que  est&D  presentes  en  esta  reunion. 

^^Sendr,  contest6  Enrique  con  su  calma  de  siempre:  yo 
he  venido  voluntariameate,  he  obrado  volantariamente  y  si 
los  prop6sitos  son  los  mismos  que  los  auunciados  antes,  soi 
eon  ustedes  voluntariamente  y  pueden  desde  luego  contar 
conmigo  en  iodo  y  para  todo:  ahora  respecto  a  no  revelar 
los  secretos,  ya  sea  de  los  fines,  ya  sea  de  las  personas  que 
tratan  de  alcanzarlos  y  cuyo  principal  n^mero  se  me  dice 
que  estd  aquf,  doi  tambien  mi  palabra  de  honor  que  jamas 
ser&n  revelados. 

-tNo  esperibamos  menos  de  usted,  j6ren,  porq\ie  han 
sido*tair  satisfactorios  los  informes  que  hemos  recibido  res- 
pecto ft  ust^d,  que  no  Tacilamos  un  momento  en  aceptarlo, 
llamarlo  y  confiarle  nuestros  secretos. 

— ^Doi  a  usted  las  gracias,  seSor,  y  tratar^  de  hacerme 
acreedor  a  la  confianza  que  se  han  dignado  acordarme  sin 
merecerlo.  '        • 

— Sabrd  usted,^  prosiguid  el  presidente  de  aquella  iniste- ' 
riosa  reunion,  que  tcnemos  relacion  con  toda  la  repAblica  y  ' 
<jue'no  haa  pueblo,  por  insignificante  que  sea,  que  no  est< 


eoDiDoyido,  que  no^estd  re9]aelt<>'a  saorifiaarfie  por  obtexi«r 
la  libertad  de  qae  no  hemos  gosado  tpd^Tia. 

— No  lo  dado,  seffor.    x  '  '  ■ 

— ContamoiB,  pues^  prosiguid  el  presidente,  con  todoa  loa 
elementos  para  trianf^r.  Desde  Concepcion  faasta  Ataoiuna^ 
el  pais,  en  an  gran  jrnayoria,  es  con  nosotnoB*  Teqemos  bp^- 
no9  candillos,  brayos  y  viejos  militarea  entre  lo3  qn^estiel 
ilnstre  jeneral  Croz,  jefe  aguerrido^  pradente,  sabio  j  moi 
repablicano,  qua  no  racilari  o  diremos  mas  bien^^  que,  eatA 
resnelto  a  ponerje  a  la  cabeza  de  nue^troa  batallobes^en'caso 
qne  faese  necesario  entrar  ea  lacha;  pero  quereiQo^  e^itar 
el  vernos  obligados  a  11  agar  a  edte  eatre  mo,  queretnos  ahd* 
rrar  la  sangre  de  naestros  enemigos  y  la  nneetra,  porqnte  la 
gnerra  caai  eiempre  es  an  mat;  ^ia  embargo,  si  naestros. ad- 
versarios  nbs  compelen  a  eUa  pOr  sa  tenacidad  j  stis  pre* 
tensiones,  estamos  resuellbos  a  aceptarla,*  porque  no  qaere> 
mos  que  se  hoUen  por  mas  tiempo  las  prerogati^as  de  los 
pneblos,  que  se  barlen  de  naestros  derechos  oomo  kamb^es 
y  como  ciadadanos  y  qae  no  tengamos  jamas  libdrtadL 

— Nada  mas  jnsto,  senor. '  ; 

— Asi  es,  amigo  mio;  pero  antes  de  echar  m$no  de  m^ 
.  dios  vlolentos,  es  preciso  hacer  nso  de  los  medios  mas  paci* 
ficos:  esta  es  mi  opinion.  , 

Todos,  los  concarrehtes  agacharon  la  c&bessa  ttn^dflal  de 
afirmacioD,  incluso  Enriqae. 

— Un  atrevido  golpe  nos  dar&  el  trianfo  sin  qtte  corra 
ana  sola  gota  de  sangre. 

— ^He  dicho,  sefior,  qae  se  paede  disponer  de  inf. 

— Caento  con  ello  y  a  cada  nno  de  nosotros  nos  tocar& 
nnestra  parte  de  accion:  el  plan  es  sencilio  y  c6nsistesok«» 
mente  en  apoderarse  de  las  personas  qae  confponen  el  ga* 
binete  y  ^e  anos  ocbo  o  diez  indiyidaos  delos  masrinfla* 
yentea  en  el  partida  DaeSos  ana  res  d^  estas  peatsoiiasy  el 
pais  Qa  noestro,  el  trianfo  de  la  libertad  es  segdro,  porqat' 
nu  ^IjmimQ  dia  se  formari  on  gobimno  provisorio^  al  ^uf  ^ 


obedecer&n  en  el  acto  todos  los  intendentes  y  gobernado- 
reB  de  provincia^  y  jjue  subswtir^  Anicamente  hasta  qqe  el 
pneblo,  independiente  y  libre,  emita  sa  sufrajio  con  concien- 
cia,  y  81  nneatros  enemigos  salen  electos,  los  acataremos, 
porque  serdn  el  resaltado  manifiesto  de  la  voluntad  iiacio- 
nal'que  ha  estado  constantemente  anulada,  pero  que  es  in- 
dispensable qne  subsista  algaha  vez  tanto  por  ponernos  en 
armonla  con  la  lei  qne  nos  rije  y  qoennnca  se  ha  paesto  en 
planta,  caanto  porqne  de  alii  depende  el  enjgfrandecimiento 
de  la  nacion  y  el  bien  de  naestros  coi^cindadanoB. 

Palabras  de  nndhime  aprobacion  se  hicieron  oi#*en  toda 
la  aeamblea.  -  * 

El  orador  continn6: 

-^La  dificnltad  consiste  Anicamente  en  poner  de  nuestra 
patte  a  los  cnerpos  de  If nea  acantonados  en  Santiiigo  y  eato 
estA  casfi'hecho,  casi  convenido,  al  menos  yorespondo  com- 
pletamente  del  batallon  mas  agaerrido  y  mas  temible,  el 
Valdivi'a.  Con  este  solo  batallon  seria  suficiente  para  ven- 
eer; pero  he  dicho  que  se  debe  evitarel  qae  corra  sangre' 
y  estoi  ca^i  segurq  que  segandar^n  el  raovimiento  los  de- 
mas  ctif rpos,  al  menos  tengo  mucho3  dato3  para  creorlo  asf; 
ma«,  aun  dado  caso  de  qae  faltase  algano,  ^ste  seria  arrolla- 
do  por  los  demas'y  se  rendiria  sin  disparar  un  tiro. 

-*^Bl^n,  bien,  dijeron  mu  chos. 

— El  6xito  es  seguro,  pero  se  necesita  la  cooperacion  de 
todo»  para  que  cada  cnal  ponga  en  juego  sos  inflaencias  y 
la  accion  sea  tan  nndnime,  tan  simnlt^nea,  qne  no  deje  la 
menor  probabilidad  de  defensa  a  naestros  ^nemigos,  vi^n- 
dose  obligados  a  someterse  por  completo.  Ahora,  mi  j6ven 
amigo,  contina6  el  presidente,  qaeremos  que  el  pueblo  tome 
la  parte  que  le  corresponde,  y  aun  cuando  pudi^ramos  obrar 
ain  ^l  y  conseguir  el  resnltado  que  esperamos  apoydndonos 
^n  ]m  faerzai  sin  embargo,  como  trabajamos  por  el  trinnfo  del 
las  bnenas  ideas,  eomo  nnestro  fin  es  establecer  los  princi- 
piDS  demoordticos  y  repAblicat&os,  queremoa  que  ^1  pueblo 


I 


\ 
'  i 


iM  Biciuaos  QiQi  vtmo. 


il 


« 

decida  y  ejecute,  que  entre.  de  uaa  viez  ea  el  ejercicio  de 
sas  derechos;  y  como  no  igaoramoa  la  iaflaencia  que  nsted 
ejerce  entre  los  artesanos,  lo  hemo3  Uamado  a  uated  para 
que  se  ponga  a  la  cabezi  de.  eIlo$  y  se  TC^a  claramente  que 
el  golpe  de  mauo  que  estamos  dispueatos  a  ^slt,  m)  ea  an 
simple  motin  militar,  sino  el  resultado  de  la  volantad ,  na- 
clonal,  el  resaltado  de  la  opinion  jenemlmente  pronnnciada 
contra  la  tirania  que  nos  rije,  contra  el  deipotisoaoqae  nos 
gobierna,  y  qpe  tratan  de  perpetaar.  Ahora,  amigo  mio,  i 
^quiere  usted  ser  con  nosotros?.  Nos  hemes  abierto  complle- 
tamente;  usted  sabe  nuestro  plan  y  nuedtros  propdsitos  y 
estd  usted  libre  de  aceptarlo  o  de  rechazarlo.  Si  acaao  no  es 
conforme  con  sus  ideas,  o  si  tiene  que  hacer  algnnas  obaer- 
vaciones,  las  oiremos  con  gusto. 

-  -Estoi,  seftor,  en  todo  punto  de  acuerdo  con  sus  opinip- 
nee,  con  sus  prop6sitos,  ^o  mismo  que  con  la  adop^^ion  del 
plan;  pero  agradeciendo  la  confianza  que  depositan  en  mi, 
es  de  mi  deber  manifgstar  que  ustedes  se  han  formado  una 
idea  masalta^de  mi  influencia  para  con  mis  companeros  de 
trabajo,  y  que,  aun  estando  decidido  a  emplear  todas  mis 
fuerzas,  saiga,  sin  embargo,  frustradas  sus  esperanzasl 

— Nos  basta  su  promesa,  es  lo  linico  que  exijimos;  puea 
dado  caso  que  usted  no  arrastrase  a  ningano  de  sus  com- 
paneros, estamos  mui  pontentos  de  poder  tener  a  usted  en 
nuestras  filas,'  y  yo,  a  nombre  de  la  soeiedad,  ledoi  las  gra- 
cias  por  su  decision,  ddndonos  a  todos  un  ejemplo  de  pa* 
triotismo,     ,  . 

— Sefior,  creo  no  merecer  elojios,  porque  no  hago  ni  he 
hecho  nada  de  estraordinario:  cumplo  dolo  con  mi  deber, 

— El  que  cum  pie  con  su  deber  es  un  buen  citidadano  f 
ejsto  basta.  Ahora  lo  que  necesi tamos  es  obrar  pronto  y  ac- 
tivamente  porque  si  llegaran  nuestros*  enemigos  a  tener 
sospechas  siquiera  de  nuestros^  pensamientos,  frtlsfrariian 
nuestros  planes  anti<;ipdndo8enos,  es  deeir,  dfindonbs  a  no^ 
sotros  el  golpe  que  nos  hemos  propuesto  darle  a  ellos;  de 


oonftigaiehte,  cada  tino  de  los  individaos  que  noa  encontra- 
mov  presentes  tieoe  hoi  y  mafiana  Bolamente  para  obrar  en 
ga  f sfera  de  accion  j-  pasado  maSana  en  la  noche  del  die2 
J  naeye  al  reiate  estar^  decidido  el  destino  del  pais.  Es 
iir^til  qne  lea  recomiajide  a  todos  j  a  cada  nno  en  particu- 
lar el  mayor  sijilo  y  la  mayor  prndencia,  porqne  de  ahi  de- 
pende  el  ^zito;  de  lo  contrario,  nnestra  desgraeia  es  segara, 
correremoB  grandes  peligros  y  lo  qae  es  peor,  perderemos 
la  mas  J)ella  oportanidad  de  hacer  la  felicidad  de  la  rep&- 
blica.  Con  que,  hasta  pasado  mafiana  en  la  noche.  £l  pnnto 
de  reonion  ser^  la  plaza  de  Armas  y  el  santo:  Digs  y  Li- 

Losoonjoradoftse  dispersaron...  Enrique  era  ya  un  cons- 
pirador. 

VL 

Al  dia  siguiente  nuestro  jdv^n  obrero  se  puso  en  cam 
pafia  y  fui  a  verse  con  todos  sus  amigos  habUndoIes  con  la 
mayor  reserva  y  la  mayor  prudencia,  no  reveUndoles  sino 
lo  que  convenia,  para,  en  caso  que  se  frustrase  la  tentati« 
va,  no  causar  a  la  sociedad  el  menor  compromiso,  ni  el  me- 
por  peligro  a  ningun  miembro  de  ella,  reservando  comple- 
tamente  los  nonxbres  de  las  personas  que  lo  compoaian  y  a 
quienids  conocia  en  no  pequefio  n^mero.  .  ' 

Ese  dia,  como  es  de  presumirlo,  no  asisti6  Enrique  a  la 
f&briea^  sino  que  f u^  solo  un  momento  para  hablar  a  algu- 
nos  de  sus  compaDeros  y  enseguida  se  diriji6  a  variosotros 
tstablecimientos  donde  tenia  relaciones.  La  actividad  que 
de8pl^6  y  Isl^  slmpatias  con  que  contaba,  facilitaron  de  tal 
manara  la  operaeion  que,  en  la  tarde  del  diezinneve,  antes 
de  la  caida  del  sol,  ya  contaba  con  mas  de  cien  individuos, 
ndmero  que  una  \rez  comprometido,  arrastraria  a  la  totali- 
dad  de  Ips  artesanos  cuando  paseasen  su  l^andera  por  las 
calles  de  Santiago  al  grito  de  jTiva  el  pueblo!  viva  la  liber* 
tftd!  nra  la  repiblioal 


A  la  hora  acostumbrada,  pero  habiendo  practicado  ya 
todas  8US  dilijenciai,  lleg6  Enrique  a  8a  caia  mas  contento 
que  de  costumbrt,  mauife^itAndose  mui  cariQo3o  con  8u  ma- 
dre  y  hermana^  como  para  diaculpir^e  de  la  falta  que  co- 
raetia,  no  reveUndolw  el  secreto  qut  le  habian  confiado  y 
el  compromiao  qut  habia  contraido. 

Durante  la  cena  el  reterano  se  entretuvo  en  Kablar  con 
Enrique  sobre  polftica  basta  cerca  de  las  once  de  la  noche, 
hora  en  "qu«  Marta  y  Mercedes  se  faeron  a  recojer  dejando 
al  padre  y  al  hijo  de  sobremesa,  yeado  el  priixiero  a  buscar 
otra  botella  de  vin6  para  prolongar  aquella  conversacion 
que  le  agradaba. 

Enrique  habia  pensado  cotnunicarle  el  corapromiso  en 
que  eataba,  pero  al  mismo  tiempo  vacilaba,  previendo  que 
su  padre  se  opohdria  per  el  teoior  que  le  sucediese  algo; 
sin  embargo,  le  parecia  indispensable  obrar  con  su  consen- 
timieiito,  ya  que  no  se  atrevia  a  pedirselo  a  la-madre,  ea- 
tando  segaro  de  una  terminante  negativa  que  lo  habiera 
pueato  en  el  grave^  conflicto  o  de  faltar  a  su  palabra  o  de 
desobedecer  a  Marta  que  era  lo  qae  mas  reapetaba  en  el 
mundo. 

Caanio  Enrique  dijo  a  su  palre  el  compromiso  en  que 
se  encontraba,  el  viejo  milifcar  se  pa=io  pensativo:  aquello 
era  ya  d^emasialo  ssrio  y  podia  traer  fatales  coa^ecuencias; 
pero  al  fin  8ali6  de  su  meditacion,  diciendo: 

— Has  obrado  mal,  Enrique,  en  no  ponerte  de  acuerdo 
con  tu  padre  antes  de  ernpeSar  tu  palabra:  eeto  era  deber 
y  cordara;  deber,  en  caanto  por  tii  edad  no  est^s  todavia 
emancipado  de  la  autoridadpaterna  y  no  lo  estar^s  mieu- 
tras  nosotros  vivamos,  porque  nos  liga  una  lei  superior  a 
todas  lasjeyes/  la  del  afe^ito  que  nos  une;  y  cordura,  en 
cnanto  yo  tengo  mas  esperiencia  en'estos  asutitos,  pucs  he 
visto.machas  cosas  y  desgraciadamente  he  hecho  algunas 
campaflas  a  causa  de  elks, 

— jEutonces  usted  deaaprueb«kl 


— Yo  no  apraebo  ni  desapruebo  estas  cosas,  porque  no 
n6  de  qa6  lado  eaU  la  razon,  ni  cu^l  sea  en  realidad  ]a  ga- 
nancia;  pero  lo  que  no  me  Hgra.ia  es  tu  determinacion;  sin 
embargo,  si  estds  comproraetido,  es  preciso  marchar:  a  un 
hombre  no  le  es  dado  en  ningan  caso  faltar  a  su  palabra; 
pero  al  menbs  desearia  yo  acompanarte. 

— i  Acompanarme! 

— SI,  hijo  mio,  para  protejerte  y  en  caso  de  de?gracia 
mofir  juntos. 

— [Moi-ir  juntos!  jQu^estd  usted  diciendo,  padre  mio? 
Me  han  asegurado  que  no  habrfi  el  menor  peligro. 

— Eso  se  dice  y  muchas  veces  se  cree  de  buena  f^,  pero 
jeneralmente  sucede  lo  contrario. 

— Motivo  de  mas  para  que  usted  no  vaya. 

—  iC6mo! 

— Sf,  sefior,  motivo  de  mas;  porque  suponiendo  que  algo 
aconteciera  de  grave,  ^qui^u  consolaria  a  mi  madre  y  a  mi 
hermana? 

— |Y  crees  t^  que  alguien  las  consuele  si  te  sucede  algu- 
na  desgracia? 

—  Creo  que  me  sentirian  muchisimo;  pero  si  los  dos... 
— ^Te  entiendo,  te  entiendo,  hijo  mio...  v^  pues,  y  yo  'seri 

el  que  realmente  se  sacrificar^C. 

— Gracias,  padre  mio:  usted  tiene  el  alma  resignada  y 
fuerte  de  un  santo,  y  el  corazon  leal  y  atrevido  de  un  va- 
liente. 

«  ■v 

— Ahora,  hijo  mio,  te  encargo  la  prudencia,  no  por  tl, 
sino  por  nosotros-  piensa  en  tu  madre,  en  tu  hermana,  y  no 
Divides  a  tu  padre. 

Yel  veteranode  la  independencia  le  ech6  losbrazos  a  su 
hijo  ■  rompiendo  en  sollozos  y  dici^ndole*  al  mismo  tiempo: 

— Yft  e»  hora,  Enrique,  ve  a  cumplir  tu  palabra  y  ojal^ 
airvas  a  tu  patria. 

Y  el  j6ven  mui  conmovido  lo  abraz6  tambi#n  besiadolo 
con  ternura. 


w  j» 


LOB  fifiOEKroS  DSL  rotttx).  35 

£1  militar  se  sereDO  «uiuo  de  improviso  y  desprendi^n- 
dose  de  los  brazos  de  Earique,  1%  dijo  do  aaa  maaera  re- 
snelta: 

—  Cuando  ea  llegado  el  momento,  el  hombre  debe  Ber 
hombre.  Delaate  del  peligro  no  se  Uora  sino  que  se  chorea; 
y  voto  al  diablo,  que  asi  lo  he  hecho  yo  mochas  veces  con 
el  mejor  resultado;  sigae  mi  ejemplo,  a  Dlos... 

Y  el  veterano  cmpuj6  a  Enrique  con  brusquedad. 
Coando  desapareci6  el  j67ett,  cuando  se   cerrd  la  puerta 

tras  de  ^1  y  dej6  d8  oir  sus  pasos,  el  viejo  militar  cruz6  bus 
robustos  brazo3  sobre  el  pecho  y  un  raudal  de  lagrimaa 
brot6  de  bus  ojos... 

Asi  permaneci6  durante  mucho  tiempo  como  esperando 
que  8u  bijo  volviera,  hasta  que  al  fin  se  sent6  en  una  silla, 
apoy6  su  frente  en  una  de  bub  manos  y  dijo: 

— Ya  no  viene,  ya  estara  mui  lejos:  jn  no  lo  vol  viese  a  ver! 
y  este  pensamiento  lo  h'zo  estremecerse,  estando  a  punto 
de  tomar  su  gorra  y  segair  tras  de  ^1;.  pero,  ^d6ade  encon^ 
trarlo  ya?  Ademas,  ^1  se  habia  comprometido  a  quedarse 
en  casa  para  el  cuidado  y  para  ^l  consaelo  de  su  mujer  y 
de  su  hija:  era  necesario  obbdecer,  era  necesario  resig- 
naise— 

— ^Yo  me  alarmo  quiza  sin  motivo,  e3clam6  iuteriormen- 
te  el  alferez  Lopez,  porque  Eorique  me  ha  dicho  que  no 
habia  lugar  a  temer.  Por  otra  parte,  auii  cuando  hubiera 
nn  encuentro,  aun  cuando  se  diera  una  bat.illa,  c^toi  seguro 
de  voider  a  ver  a  mi  hijo,  porque  Dios  no  piede  permitir 
que  me  lo  quiten  y  que  se  lo  quiten  a  su  madre  y  a  su  her- 
mana,  porque  su  raadre  cb  una  santa  y  su  hermana  ea  un 
Anjel.  SI,  tengo  segilridad  de  que  vivird:  hii  alg )  aqui  en 
el  interior  que  me  lo  dice  y  que  me  lo  promete,.,  Esperemos. 

Y  el  yiejo  militar  se  dirijid  hdcia  su  cama:  era  ya  mas 
)  las  cuatro  de  la  maQana...  Marta  y  Mercedes  dormian 
anqnilas  como  duertnen  la  virtud  y  la  inoeencia,  descan- 
ndo  de  sua  emociones  pasadas,  creyeudo  que  ya  hablau 


t^  LOS  SSeSXTOS  DXL  FVIffiXA 

desapar^cido  los  peligros  y  que  al  dia  sigaiente  no  tendrinn 
nada  qat  sufrir.  jConfianza  del  hjmbre!  El  no  sabe,  no 
pnede  iaber  lo  qae  sncederd  an  minuto  mas  alld  de  sa  pre- 
sent e!  J  sin  embargo,  afirma  y  conSa,  aacgara  y  decide!  Y 
casi  siampre  viene  el  deaeng^So  iamediato  a  echar  per  tit- 
rra  sns  cdlcalo.%  a  frustrar  sas  combinacioaes,  a  trastbrnar 
808  esperanxas.  ;Pobre  Marta,  pobre  Marcedea,  ellas  igno- 
rabaa  lo  que  todavia  tenian  que  sufrir!.,. 

Mientras  tanto,  Enrique  habia  llegado  al  punto  de  reu- 
nion dohde  estaba  sobre  las  arfnas  y  en  son  de  eombate  el 
batallon  Valdiria.  Alii  encontr6  a  muchos  de  sns  compa- 
fieros,  y  varlos  otroi  que  iban  llegando  se  plegaron  a  el. 
Enrique  se  acerco  con  su  grupo  a  la  persona  qae  habia  he- 
cho  de  presidente  dos  noches  antes  en  la  sesion  secrets,  y 
le  dijo: 

— Sefior,  aqui  estdn  mis  companeros  y  yo,  dispuestos 
todos  a  defender  la  santa  cau^ja  de  la  liber  tad  que  es  la 
causa  del  pueblo;  ordene  listed  lo  que  debe  hacerse  y  obe- 
deceremofi. 

^  Todos  los  artesanos  aprobaron  las  palabras  de  sn  impro- 
risado  jefe,  gritando:  "Si,  seHor,  aqui  estamos  y  qbedecere- 
mos."  Viva  Enrique!  dijeron'  a  una  los  cu&tro  carpinteros 
que  hribian  trabajado  coa  ^l  en  la  hacienda  de  San  Jorjey 
que  pocos  dias  antes  habian  llegado.  El  grito  de  jviva  En- 
rique! fu^  repetido  por  los  deraas  obreros;  pero  Enrique 
conmovido  por  aqueUa  pdblica  manifestacion  de  aprecio  y 
de  condanza  que  le  hacian,  les  di6  las  gracias,  y  quitdndose 
en  seguida  la  gorra  y  pardndose  sobre  uno  de  los  bordes  de 
la  pila,  dijo  a  sus  companeros: 

— Habeis  venido  a  trabajar  por  la  libdrtaJ;  formando  una 
parte  del  pueblo,  vivemos,  pues,  por  la  libertad  y  vivemos 
por  el  pueblo.  Ahora  lo  que  queremos  son  obras  y  no  pa- 
labras; ^estais  decididos  a  derramar  yuestra  sangre,  en  ca«o 
que  sea  necesario,  ,para  sostener  vuestros  derechos  y  para 
conqui8tarlos  dQ  U  tirania  que  los  tiene  usnrpados? 


> 

Un  sf  prolongailo,  iamen^o,  el  al  cle  una  multitad  entu- 
Biasta,  dej63e  oir  en  el  acto;  j  Earique  fu^  leyantado  en 
palmas  de  manos. 

Un  joven  a  lo3  veinte  o  veintiaa  afios,  por  mui  maduro 
que  t^Dga  el  jaicio,  por  inuclio  que  haya  reflexionado  en  bu 
vida,  no  es  jama^  indif^rente  a  las  emocionea  vi^ras  aunque 
transitorias  que  hace  nacer  el  aura  popular...  Eorique  ea- 
periment6  esa  especie  de  fascinacion  y  hubo  un  momento  en 
que  se  crej6  llainado  a  desempeQar  un  gran  rol,  sobre  todo 
cuandc^  se  encontro  acariciado  y  rodeado  d^  I03  j6vene9 
ma3  prominentes  dela  Sociedad  de  la  Igualdady  que  el  ocul- 
to  presidentede  eilale  dijo:  "Usted  ea  uno  de  nuestros  prin- 
cipales  miembros;  de  hoi  en  adelante  su  lugar  e«tar^  entre 
I08  primeros,  y  no  dudamos  que  usted  llegue  a  los  mas  ele- 
vados  pue8to=i  del  pais  si  conseguimoa  reformarlo,  obtenien- 
do  ahora  el  ?rianfo  de  nuestroa  principios,  porque  eatoncca 
gobernard  el  merito  y  no  el  favor,  gobernari  el  pueblo  y 
no  la  aristocracia  y  habr^  una  esperauza  para-todas  las  con- 
dicionea  sociales,  pues  estard  abierto  el  camino  para  todoa 
y  podremoa  decir  en  Cliile  a  cada  uao  de  nuestroa  eonciu- 
dadanos  lo  que  decia  Napoleon  a  aua  ej^rcitos:  "Cada  aol- 
dado  francea  lleva  en  su  cartachera  el  Uaaton  de  raarigoal." 
Por  el  momento,  mi  qu^rido  j6Ten,  ea  preciso  esperar: 
agaardamos  que  se  noa  reunan  laa  demaa  fuerza^  para  obrar. 

Enrique  eria  joven,  deraasiado  j6ven,  y  qued6  samamente 

complacido  de  aqae  la  aprobacion  y  de  aqael  elojio,  no  por 

vanidad,  no  por  orgallo,  sino  porqae  iba  directanaente  al 

lleno  de  aus  aspiracionea,  porque  le  era  perraitido  esteuder 

mas   alld  su  vista  y  mirar  mas  arriba.  La  imd.jen  de  Luisa 

habia  cruzado  por  su  mente;  y  en  medio  de  aquel  aparato 

de  guerra,  de  la  munica  marcial,  de  loa  gritos  de  entusias- 

no  febril,  en  medio  de  todo  aqael  laberinto  que  precede  a 

an  combate^  en  medio  de  las  impaciencias,  de  los  farore^, 

le  las  imprecaciones,  del  licor  que  se  daba  a  la  tropa,  en 

aedio  de  todo  esto  el  alma  de  Enrique  habia  volado  a  otra 


39  UM  noEisos  pn  nnu^ 

rejion  y  casi  no  oia  ni  veia  lo  qne  pa^aba  a  sa  alrededof. 
lEnajenacion  pura  y  sublime  del  amor,  que  de<?prendi^ado- 
noa  de  la  tierra  no3  trasporta  h^ciu  un  edea  douda  todo  es 
nectar,  donde  todo  ea  goce,  donde  todo  es  luz!. . . 

Durante  algunaa  boras  quedo  inactivo  el  batallon  Valdi- 
via  en  la  plaza  de  arma^,  esperando  su  jefe,  el  valiente  co- 
ronel  Urriola,  que  se  reuniera  alguna  otra  fuerza;  pero 
viendo  aparecer  el  dia  sin  que  se  notara  el  menor  movi- 
miento  y  que  algunos  emisarios  no  volvian,  se  crey6  sin 
duda  traicionado;  pero  confiando  en  la  pericia  y  bravura  de 
su  batallon,  se  decidio  a  obrar  con  61,  distribuyendo  algunaa 
armas  al  paisanaje,  y  so  dirijieron  al  cuartel  de  artilleria 
que  creian  les  abriria  en  el  acto  sus  puerta^;  pero  en  vez  de 
esto  encontr6  ya  una  tenaz  resistencia,  que  trat6  en  vano 
de  veneer,  replegdndose  con  sus  viejos  y  temibles  soldados 
en  la  calle  inmediata  al  cuartel  para  tratar  de  apoderarse  de 
^1  por  el  interior  llamando  la  atencion  al  frente. 

Pero  ya  los  hombres  del  gobierno,  advertidos  a  tiempo, 
se  habian  puesto  en  movimiento.  Se  tocaba  jenerala  en  todos 
los  cuarteles,  se  ponian  sobre  las  armas  lo3  otros  batallones 
de  linea  al  mismo|  tiempo  que  los  milicianos*,  se  colocaron 
piezas  de  artilleria  en  el  palacio,  y  los  granaderos  a  caballo 
estaban  ya  montados:  la  revolucion  del  20  ^de  abril  de  1851 
habia  fraca&ado  y  no  habia  la  menor  esperanza  de  ^xito;  sin 
embargo,  la  juventud  y  la  tropa  luchaba  para  tomarse  la 
artilleria,  porque  alU  estaban  todas  las  muuiciones,  y  una 
vez  duenos  de  ellas,  el  aspecto  de  las  cosas  cambiaba  com- 
pletamente;  asi  es^que  se  trajeron  materias  inflamables  para 
incendiar  los  techos  y  las  puertas  y  tomarla  al  asalto;  pero 
ya  era  tarde:  aquel  pufiado  de  valientes  era  imposible  que 
resistiese  al  niimero  que  lo  asediabA  por  diferentes  partes, 
sobre  todo  cuando  una  bala  vino  a  dar  fin  con  el  arrojado 
jefe  que  los  mandaba. 

La  alameda  era  la  que  haoia  frente  al  cuartel:  estaba  sem- 
brada  de  cad&veres,  y  el  Valdivia  tambien  habia  sufrido 


Ml  tenam  na  nrnas,  39 

algunas  bajas;  pero  como  ciierpo  discipliaado  y  agaerrido^ 
permanecia  siempre  en  sa  paesto,  hasta  que  a1  fiu  viose  obli* 
gado  a  capitalar, 

Enrique  habia  mostrado  an  valor  ind6mito,  siendo  el 
primero  en  el  asalto  j  esponi^ndose,  a  pesar  de  la  recomen- 
dacion  de  sa  padre,  a  todos  los  peligros;  pero  no  quiso  ja^- 
mas  tomar  la  tea  de  incendiario;  y  cuando  vi6  la  pperacion, 
Bin  reprobar  ni  aceptar  la  maniobra,  se  hizo  a  nn  lado:  era 
el  instinto  del  deber,  el  instinto  de  la  verdadera  valentia  el 
qne  obraba  en  ^I. 

Al  mismo  tiempo  que  Eurique  corriatodos  los  peligros^ 
habia  otro  j67en  que  los  buscaba  con  ansia,  vi^ndosele  apa- 
recer  el  primero  en  las  filai  y  el  primero  que  march6  al  lado 
del  presidente  Bulnes  cuando  fad  a  inspeccionar  la  posicion 
y  fuerza  del  enemigo:  este  j6ven  era  Gaillermo  de. .  • 

En  uno  de  esos  encuentros  en  que  61  marchaba  con  un 
arrojo  inaudito  delante  de  los  mllicianos  que  lo  seguian^ 
porqu6  el  valor  impone  y  se  hace  simp&tico,  en  uno  de  esos 
encuentros  ae  hall6  cara  a  cara  con  Enrique,  qae  lo  miraba 
fijamente  como  a  nn  hombre  cuya  fisonomia  se  ha  olvidado, 
pero  que  se  recuerda;  sin  embargo  que  Enrique  lejos  de  re- 
cordarla  la  tenia  mui  presente,  y  por  eso  habia  clavado  en 
^1  su  faerte  mirada;  pero  Gaillermo  tan  luego  como  lo  aper- 
cibi6,  di6  un  paso  atras,  poni^ndose  en  seguida  en  ver- 
goDzosa  foga,  fuga  que  imitaron  los  soldados;  pues  no 
eomprendiendo  la  causa,  creyeron  que  acontecia  algo  de  es- 
trao'rdinario  y  de  terrible,  puesto  que  abandonaba  el  campo 
un  j6ven  que  habia  mostrado  un  valor  ind6mito  y  hasta 
temerario. 

Gaillermo,  al  encontrar  a  Enrique,  al  encontrar  aquella 
mirada  fija,  fria  y  amenazante  en.su  desden,  esperiment6 
una  de  esas  sensaciones  que  producen  ese  p^nico  involunta* 
rio  de  que  una  vez  apoderado  el  hombre  nada  puede  ven- 
eer; asi  es  que  todo  el  pensamiento  de  .nuestro  arist6crata 
fni  solo  escapar.  Estas  contradicciones,  dirdmoslo  asi,  de  la 


^  um  BieftanM  oil  v^jrsxub. 

nfttnraleza  humana,  son  mni  frecuentes  y  no  pueden  fioil- 
mente  esplicarse;  ^por  qu6  razon  Guillermo,  que  buscaba  la 
,  muerte,  que  era  el  primero  en  las  filas,  que  poco  antes  mira- 
ba  impasible  el  peligro,  huia  ahora  despavorido  a  la  vista 
de  un  solo  borabre?  Pero  este  era  el  hecho;  y  a  no  ser  apo- 
yada  per  nuevas  fuerzas  que  venian  a  retaguardia,  la  com- 
pania  qte  mandaba  Guillermo  se  habria  deshecho  comple- 
taraente;  pero  volvi6  al  ataque,  auaque  sin  su  valiente  jcfe, 
que  fu^  recojido  sin  sentido  pero  sin  lesion  alguna,  traspor- 
t^ndolo  inmediatamente  a  su  casa;  sia  embargo,  aquel  ata- 
que no  fue  de  lai  ga  duracion,  pero  hizo  todavia  mas  mi- 
s^ntropo  su  caricter,  a  peaar  de  lo3  cuidados  de  la  madre, 
de-  los  halagos,  alabanzas  y  promesas  de  todo  un  partido 
que  veia  en  ^1  a  uno  de  sus  principals  raiembrog. 

Todo  el  mundo  sabe  como  terraino  aquel  descabellaclo 
motin,  del  que  hemes  tornado  alguaos  iacidentes  a  causa  de 
la  parte  que  cupo  en  ^1  a  algunos  de  nuestros  personajes, 
pues  en  tanto  que  Guillermo  era  conducido  a  su  casa  rodea- 
do  de  respetojj  y  cousideraciones,  Enrique  era  Uevado  a  la 
penitenciaria  en  medio  de  insultos  y  humillficiones  de  todo 
j^nero:  al  primero  le  aguardaba  la  gloria  del  poder;  al  se- 
gundo  talvez  la  ignominia  dv.1  patibulo:  asi  ei  en  mucbas 
ocasiones  la  justicia  bumana. 

VII. 

«.  • 

Mientras  tenian  lugar  estos  acontecimientos,  pasaba  una 

escena  triste  en  el  conventillo  de  la  calle  de  San  Pablo.  La 

vieja  Marta,  que  se  levantaba  temprano,  viendo  que  no  apa- 

recia  Enrique  a  la  bora  de  costumbre,  fa^  al  cuartito  del 

j6ven  y  qued6  sorprendida  al  ver  qua  su  cama  no  estaba 

deshecha,  lo  que  probaba  evidentemente  que  Enrique  no 

habia  pasado  la  noche  allf,  cosa  que  nunca  habia  sucedido. 

Alarmada  por  la  ausencia  de  su  hijo,  fueae  inmediatamente 

a  despertar  a  su  marido  para  comunicarle  un  hecho  tan  es- 


b08  aicBatos  jmbl  tm^su^  H 

traordinario.  El  viejo'  mllitar  se  iacorpor6  en  la  cama  a  la 
voz  de  8u  mujer,  restregiCadose  los  ojos  como  para  sacadir  la 
pesantez  de  sus  p^rpados,  que  no  hacia  macho  tiempo  86 
habian  cerrado,  preocupado  con  la  suerte  que  correria  su 
querido  Enrique;  pero  apenas  contestaba  a  las  preguatas  da 
Marta  cuando  su  oido  de  soldado  crey6  apereibir  la  deto- 
nacion  de  una  descarga  de  fasileria,  y  e8clam6  asustado: 

— ^Has  oido,  Marta! 

— iQurf  cosa? 

— Espera  un  momento.  T  flj6  el  oido,  absorbiendo  toda 
8U  alraa  en  solo  est®  sentido. 

•  Un  ruido  imperceptible  para  cualquier  otro,  pero  mui 
distinfo  y  muiconocido  para  el  viejo  militar,  lo.hizo  saltar 
de  la  cama  con  la  ajilidad  de  un  niflo  y  vestirse  precipita- 
damente,  caai  sin  hacer  caso  de  au  querida  compafiera,  que  lo 
miraba  con  estraSeza  y  suato  a  la  vez  y  que  no  pudo  menos 
de  pr«guritar]e: 

— (iQue  es  lo  que  Rai,  Domingo! 

— ^^o  has  oido! 

— Sentl  como  un  golpelrjano. 

— Si,  se  est&n  batiendo;  estoi  seguro  de  ello:  esa  ha  sido 
una  descarga  de  una  mitad  y  ahi  debe  estar  Enrique!... 

— ^Q"^  ^^  ^^  ^^®  dices! 

— Que  tenemos  revolucion.  Dame  mis  pistolas  y  mi  sable: 
despdchate. 

Marta  no  se  aiovi6:  eslaba  casi  fuera  de  ti. 

— Te  he  dicho  que  me  d^s  mis  pistolas,  repiti6  el  militar 
con  tono  resnelto;  y  yendo  61  mi«mo  a  tomar  el  sable,  se  lo 
puso  a  la  cintura. 

— iPero  ddnde  vas! 

-^jQu^  preguntal  Vdi  a  ponerme  al  lado  de  Enriqqe;  jque 
no  sabes  que  esti  comprometido? 

—No!-: 

— ^Pues  y o  tampoco  sabia  nada,  sine  que  anoche  solamen- 
te  me  lo  dijo  6h 


\ 


^i  CM  ncaonoi  ml  wutaUK 

' — (?Y  lo  dejaste  partir? 

— Qu^  querias  que  hiciera!  Tenia  comprometida  sq  pala- 
bra;  pero  ahora  no  es  el  momento  de  esplicaciones:  dame 
mis  pistolas. 

— No;  no  vayas,  Domingo...  ta  mujer  U  lo  pide.. . 

— ^iPero  y  nuestro  hijo? 

— Es  verdad,  es  verdad!  jAhl  si  yo  habiera  sabido! 

— Marta!  todavia  puedo  llegar  a  tiempo;  d^jame  in  Sin 
el  encargo  de  ^1,  yo  estaria  ahora  a  su  ladd* 

— ^C6mo  sin  el  encargo  de  61? 

— Arioche  me  dijo  que  era  necesario  qu^  yo  me  quedara 
para... 

— ^Para  quit 

— Para  que  ustedes  no  se  asustaran...  jV  yo  me  dej^  per- 
suadir!... 

Se  oy6  en  ese  momento  una  descarga  mas  faerte,  que . 
hizo  estremecer  a  Marta  y  que  decidi6  al  veterano  a  mar- 
charse...  En  ese  misrao  inatante  eatraba  Mercedes  acompa- 
fiada  de  Santiago^  que  decia: 

— jRevolucion,  revolucion!  Se  estda  batiendo  en  la  Ala- 
meda! 

— Y  Enrique  estd  ahi,  repuso  Domingo  con  tono  resuel- 
to;  jquieres  acompafiarme,  Santiago? 

,  — jEnrique  se  ha  metido  en  la  revolucion!  Paes  bien, 
sefiot,  vamos,  repuso  etzapatero,  y  lo  sialvaremos  o  morire- 
mos  con  ^1.  .  . 

— No  hables  de  morir,  replic6  el  veterano,  viendo  el 
efecto  que  estas  palabra^.  producian  en  su  mujer  y  en  su 
hija,  pnes  es  seguro  que  volreremos  todos  sanos  y  salvos: 
yo  me  entiendo  en  este  asanto;  quddense  ustedes  tranquil^s. 

— rAnda,  Domingo,  pero  sin  armas:  ts  pidoeste  favor... 

— ]Sin  armasi  En  un  caso  como  ^ste!  cuando  se  est&n  ba- 
tiendo! ^EstAs  loca,  Marta?  No  es  la  primera  vez  que  me  he 
puesto  en  campa&a,  y  nunca  se  te  ha  ocurrido  dejarme  par- 
tir sin  mi  espada!... 


tM  SHBIBM  tmu  fCMMJOk  43 


— Pero  akora  te  lo  suplico,  Domingo,  ya  que  no  siga^ 
d  coDsejo  de'  nuestro  hijo. 

El  veterano  se  qued6  pensativo,  y  sin  decir  palabra  qui- 
t6se  el  sable  qne  tenia  ya  pue^^to  a  la  cintara,  toai6  sa  go- 
rra  de  galon,  como  simple  insignia  de  sa  grado,  y  par|;i6, 
recomendando  antes  a  sa  majer  y  a  sa  hija  qae  no  salieran 
de  casa  ni  cometierad  la  menor  impradencia,  paes,  en  su 
conoepto,  no  habia  macho  que  temer. 

La  primera  cosa  qao  hicieron  la  madre*  y  la  hlja,  cuando 
se  qaedaron  solas,  fa^  prosternarse  ante  las  im^jenes  de  sa 
culto  para  pedir  a  Dioa  por  la  conservacion  de  los  seres  a 
quienea  mas  amaban. 

Domingo  Lepez  y  Santiago  el  zapatero,  en  caanto  estuvie^ 
ron  en  la  calle,  prendieron  la  carrera  con  direccion  a  la  Ala-. 
meda,  que  era  el  punto  en  donde  se  batian,  segua  lo  habia 
j^ido  decir  el  6.ltimo;  piero  una  nueva  descarga  le  hizo  decir 
al  veterano,  que  por  el  ruido  calcalaba  la  distancia,  como 
acostumbrado  su  oido  a  medir  el  espacio  por  el.sonido: 
.  — 8i  el  tiroteo  es  en  la  Alameda,  es  mui  arriba,  aWd  por 
la  jglesia  de  San  Francisco;  tenemos  que  correr  mucho.  Y 
marc6  el  paso,  haciendo  a  su  compafiero  la  observacion  si- 
guiente,  sia  dejar  de  andar:  tomemos  el  trote,  amigo  mio, 
porque  como  vamos  no  alcanzariamos  a  llegar,  paes  talvez 
nos  caeriamos  muertos  de  cansancio;  vamos  solamente.  al 
paso  de  carga,  que  es  mas  liviano,  aunque  no  tan  rdpido, 
pero  con  el  cual  se  sal va  sin  fatiga  una  gran  distancia:  yo 
conozco  estas  cosas. 

Caando  desembocaron  a  la  Alameda  vieron  mucha  jente 
que  corria  en  tropel  hAcia  arriba,  y  a  pesar  de  ser  bastante 
temprano,  el  n&mero  de  personas  de  todo  sexo  y  de  toda 
edad  era  considerable. 

£1  aK^rez  Lopez  y  Santiago  seguian  su  marcha  sin  dete- 
nerse,  pero  oyendo  de  paso  lo  que  decian  unos  y  otros. 

£1  fuego  de  fusileria  habia  cesado  lo  que.  probaba  que 
uno  u  otro  partido  habia  triunfado;^  sin  embargo,  el  vetara- 


^ 


44  tm  uKnsxos  ]» 

no  Hiarchaba  siempre;  pero  habiendo  ericontrado  algtinas 
compafiias  de  milicianos  que  volviao,  pregant6  a  un  oficial 
qn6  era  lo  que  habia. 

— Est^  todo  conclaido,  ami  go,  contesto  el  oficial,  miran- 
do  al  viejo  alferez  de  arriba  abaj©,  corao  para  reconocer  a 
qu6  bando  pertenecia;  y  laego  aBadi6:  el  coronel  Urriola 
ha  muerto  y  el  Valdivia  ha  capitulado;  tenemos  muchos 
prisioneros;  la  laortaudad  ha  sido  considerable,  parti cular- 
mente  en  el  paisanaje;  pero  por  fortuna  todo  ha  terminado 
bien  y  ha  vencido  la  buena  causa,  la  causa  del  6rden,  la 
causa  del  gobierno. 

Al  oir  Domingo  Lopez  el  anuncio  de  que  habian  muerto 
machos  paisanoa,  una  palidez  mortal  se  pint6  en  su  sem- 
blante;  pero  guard6  silencio,  sin  continuar  interrogando  al 
oficial,  porque'  conoci6  que  pertenecia  al  bando  opuesto  al 
que  seguia  su  hijo. 

—Santiago,  amigo  mio,  me  siento  desfallecer,  dijo  el  ve- 
terano  al  j6ven  zapatero,  appyftndose  en  su  brazo. 

---Animo,  sefior,  Ariimo,  pueda  s«r  que  no  haya  sucedido 
nada  y  que  se  haya  escapado  o  se  ejQcuentre  entre  los  pri- 
sioneros. 

—Enrique  no  es  hombre  de  escaparse,  Santiago;  la  Anica 
esperanza  es  que  lo  hayan  hecho  prisionero;  pero  si  hubiera 
mu»rto!  jDios  mio!  yo  no  podria  vivir!.,.  jY  que  seria  de  mi 
mujer  y  de  mi  hija! 

— ^No  crea,  sefior,  que  Enrique  ha  muerto;  es  imposible. 
Ustedes  ion  tan  buenoa  y  tan  virtuosos,  que  Nuestro  Sefior, 
lejos  de  castigarlos,  los  ha  de  premiar. 

— Santiago,  tus  palabras  me  dan  finimo,  porque  Me  dan 
esperanza;  vamos  adelante. 

No  habian  andado  una  enadra  cuando  diviSaron  nn  gru- 
po  inmenso  de  jente  que  se  encarainaba  hdcia  ellos.  En  me- 
dio de  aquel  grapo  distinguiansis  las  bayonetas  de  los 
infantes  y  nn  escuadron  de  caballeria  que  los  rodeaba.  In- 
mediatamente  dijo  Domingo  Lope^a  su  compafiero: 


— ^Mira,  Santiago,  alii  en  el  centrp  vienen  los  pritioneros: 
ojaU  se  eacoentre  Enrique  entre  eUo3,  porque  eatopcn  ha- 
bria  e^^peranzas... 

— Vamos  a  cerciorarnoa. 

— La  dificaltad  serd  penetrar;  pero  haremot  todo  em- 
pefio. 

Y  el  antiguo  sarjento  de  granailero^t  a  caballo  o  el  mo- 
derno  alf^rez  se  encamiQ6  reiaelto  h4cia  la  Tpaehedambre, 
abri^ndose  paso  con  sua  po.lerosos  hocnbrot  hasta  qnecon- 
8igai6  llegar  casi  al  mismo  ceatro,  donde  fa^  detenido  por 
la  tropa;  pero  siendo  do  elerada  estatura,  lo  miimo  que 
EDriqne,  consigui6  verlo  a  la  distancia,  y  con  au  vo«  pode- 
rosa,  sobreponiSndose  al  balllcio  de  la  jente  y  al  ruido  de 
las  armas,  lo  llamd. 

Enriqne  conoci6  aquella  voz,  yolvi6  la  vista  hdoia  el  lado 
de  donde  venia  y  tavo  la  felioidad  de  ver  a  sa  padre,  ealch 
d&odole  con  la  cabeza  y  con  la  mas  carifiosa  sonrisa,  porqae 
no  podia  levantar  sns  brazos,  paes  estaban  faertemente  U* 
gadoa  por  la  espalda. 

El  veterano  esperiment6  una  felicldad  indecible:  aquella 
felioidad  que  se  siente  a  la  riita  de  un-  ser  amado  cuando  se 
ha  creido  no  verle  mas  y  se  le  encuentra  inopinadamente. 
'  La  mari^ha  de  la  tropa  y  de  los  prisioneros  era  lentm  por 
el  inuomerable  jentio  que  ob^traia  las  calles,  y  Domingo 
Lopez  pudo  segair  en  Hnea  paralela  con  su  hijo,  annque  a 
una  distancia  en  que  no  podian  hablarse  pero  que  nada  lea 
impedia  de  verse  y  esto  era  ya  una  eatisfaocion  mui  grande 
para  ambos. 

Los  prisioneros  no  faeron  couduoidos  inmediatamente  a 
la  p>eDitenciaria,  donde  sin  duda  serian  dettinados,  aino  que 
los  llevaron  a  la  cdrcel  para  tomar  sus  declaraeionee  y  ob^ 
guir  con  toda  lijereza  la  causa  a  eada  uno  de  elloa,  para  Be- 
gun el  grado  de  culpabilidad  que  taviesen,  apUcarlee  la 
pec  a.  . 

I^a  viet^  de  Domingo  Lopea  ttaaquiliod  sobriflaanera  a 


Enriqae,  paes  ann  caando  no  temia  por  s{»  comprendia  la 
angastia  de  sa  familiaal  igoorar  sa-paradero,  mlentras  qne 
ahora  sabi^adolo,  si  bien-se  aftijirian,  al  menos  no  sufririan 
las  penas  de  la  incertidambre,  figardndose  an  fin  mas  des- 
graciado. 

Alentrara  la  prision  el  veterano  tendi6  lo3  brazoi  a 
Enrique,  diciendole: 

— Hijo  mio,  yo  te  salvar^. 

El  j6ren  de3apareci6  tras  las  grueaas  puertas  de  la  cdreel, 
qnege  cerraron  en  el  acto  de  haber  entrado  en  sa  seao  tp- 
do8  Ids  prisioneros. 

VIII. 

Domingo  y  Santiago  volvieron  al  hogar  domdstico  tan 
aatisfechos  como  si  faeran  portadores  de  la  mas  feliz  nneva; 
per^  como  tenian  la  certidumbre  que  Enrique  vivia  y  como 
habian  sido  atormentados  por  el  temor  de  su  muerte,  con- 
sidei-aban  su  prision  como  una  dicha  verdadera. 

En  cuanto  los  apercibieron  Marta  y  Mercedes,  que  se  en- 
contraban  en  compania  de  Eloisa  y  de  Teresa,  que  habian 
venido  a  consolarlas,  les  salieron  al  eueuentro,  y  la  interro- 
gadora  y  perspicaz  mirada  de  Marta  conoci6  en  el  acto  que* 
nada  habia  sucedido  de  grave;  sin  embargo,  ella  y  Merce- 
des hicieron  simult4neamente  la  misma  pregunta: 

— ^Y  Enrique?  D6nde  estfi  Enrique? 

— No  hai  por  qu^  asustarse  oontest6  el  veterano,  pues 
Enrique  estd  bneno  y  sano.  ^ 

— jPor  qu6  no  ha  venido  entonces  con  ustedes? 

— jPor  qu^l  Por  qu^  ha  de  ser!  (Te  parece  a  ti  que  en 
esta  clase  de  jaegos  no  arriesga  uno  nada? 

— lY  qni  es  lo  que  ha  sucedido? 

— Lo  major  que  podia  acontecer* 

— jPero  qu^  es  lo  mejor! 

«<^];40  m«jorbabiera  sidoMeapatse  iadadablemente;  pero 


urn  iidbsii^  ml  Hwsuk  47 

Enrique  no  es  de  los  que  huyen,  (y  el  veterano  se  rctorci6 
su  bigote  gris  con  sati^faccion)  asf  e3,  senora,  qae  ahora 
nneBtro  hijo  se  encacntra  prisionero  de  gaerra. 

— {Enriqae  estd  presol 

— THi  mas  ni  menos,  amiga  mia;  pero  no  hai  cuidado,  yo 
lo  salvar^.  Yo  ir^  en  persona  a  verme  con  S.  K  el  presi- 
dente  de  la  rep&blica,  y  estoi  seguro  que  conseguire  su  per- 
don. 

El  viejo  alferez  ignoraba  lo  que  son  los  partidos  y  la 
politiea  de  circulo:  ^1  creia,  como  le  habia  sucedido  muchaa 
yeces  en  sus  numerosas  campanas,  que  despaes  de  la  bat&lla 
ya  no  habia  enemigos,  siendo  el  pHsionero  tratado  como 
an  camarada  a  quien  solo  se  le  exijia  el  no  volver  a  tomar 
las  armas. 

De  todas  las  personas  q.ue  habian  oido  la  narracion  de 
Domingo  Lopez,  una  de  las  que  mas  se  habia  afectado,  es- 
ceptuando  a  Marta  y  Mercedes,  habia  sido  la  j6ven  Eloisa, 
que  pdlida  y  silenciosa  escuchaba  cuanto  decia  el  viejo  al- 
ferez, sin  revelar  la  emocion  interior  que  esperimentaba  y 
sin  pronunciar  una  palabra  sobre  la  resolucion  interior  que 
formara,  .pues  habia  concebido  instantdneamente  el  proyecto 
de  libertar  a  Enrique  devolvi^ndolo  a  su  familia,  cualquiera 
que  fuese  el  saci  ificio  que  le  costase  la  realizacion  de  aque- 
lla  atrevida  empresa,  y  la  sola  idea  del  ^xito,  el  solo  pensa- 
miento  de  completar'la  obra  que  habia  comenzado,  la  entu* 
siasm6  a  tal  punto,  que  casi  lleg6  a  considerar  como  un 
acontecimiento  feliz  la  prision  de  Enrique,  porque  le  pro- 
poreionaba  la  ocasion  de  ser  todavia  iitil,  pues  ella  no  se 
confesaba  a  si  misma  que  obraba  quiza  en  su  interior  otro 
sentimiento  que  no  faera  el  deseo  o  la  esperanza  de  rehabi* 
litarse  con  sus  buenas  acciones. 

El  eambio  repentino  de  Eloisa,  su  aire  casi  festiro  y  esa 
tranquilidad  de  espfritu  que  se  esperimenta  y  que  se  comu- 
nica  a  los  demas,  contribuy6  mucho  a  calmar  los  temores 
de  Marta  y  de  Mercedes^  temores  que  el  viejo  militar  no 


eflperimentaba,  porque  tenia  eneasqaetada^la  idea  que  solo 
le  bastaria  presentar^e  ante  el  jeneral  B dines,  que  ann  no 
babia  dejado  el  mando,  para  obtener  en  el  acto  la  libertad 
de  811  hijo. 

Al  dia  sigoiente  el  veterano  de  la  independencia  se  pnso 
en  marcba  hiicia  el  palacio  de  la  Moueda,  vestide  con  an 
traje  militar,  cubierto  el  pecho  con  sus  condecoraciones  ga- 
nadas  en  los  campos  de  honor  y  con  an  nueva  insignia  de 
al£§rez  qne  bacia  poco  tiempo  recibiera. 

A  pesar  de  la  marcid  f^onomia  de  Domingo  Lopez,  lo 
bajo  de  lu  grado  militar  hizo  que  no  lo  consideraran  eomo 
lo  merecia  en  realidad,  en  las  antesalas  del  presidente,  cnan- 
do  se  pre8ent5  a  solicitar  tina  audiencia,  pues  el  edecan  di6 
la  preferencia  a  mnch>)s  otras  personas  que  habian  llegado 
despaes  de  £1;  pero  el  viejo  alferez  agaard6  con  pacienciai 
consiguiendo  al  fin  serintrodacido,  * 

E  jeneral  Biilnes  mii6  al  pobre  militar  con  esos  ojos  es- 
cndriQadorea  qne  tratan  de  averiguar  en  el  semblante  lo  que 
desea  el  individuo  antes  que  abra  sus  labios,  y  le  dijo  con 
tono  afal)le,  al  ver  las  condecoraciones  del  \reterano,  sena- 
Idndole  a  la  vez  un  asiento: 

— jEn  qu^  puedo  servir  a  usted,  amigo  mio? 

Domingo  Lopez  permaneci6  de  pi^,  sin  aceptar  el  asiento 
que  tan  cortesmente  le  ofrecia  el  presidente  de  la  repiiblica, 
T  contest6,  Uevfindose  su  mano  a  la  freate  en  conformidad 
al  salodo  militar  que  jeneralmente  emplea  el  soldado  al  ha- 
blar  con  sus  jefes  y  como  hacia  poco  tiempo  que  Jiabia  sa- 
lido  de  esa  esfera  para  pasar  a  la  de  oficial,  conservaba  to- 
davia  aquellos  bdbitos. 

-T-Vengo,  mi  jeneral,  o  mi  presidente,  quiero  decir,  aso- 
lieitar  una  gracia  de  S«  E. 

'- — Hable  usted. 

— Solicito  la  libertad  de  mi  hijo. 

— jDe  su  hijo!  jQu^  es  lo  que  ha  hecho  su  hijo? 

— Nada  de  malo,  mi  jeneral;  una  calaverada  de  muchacho 


— lGu&\  es  esa  calaveradat 

— Se  meti6  en  la  revolacioa  de  ayer  y  ha  sido  hecho  pri- 
8ionero;  pero  como  yo  pnedo  salir  garatnte  a  S.  E.  de  las 
bueoas  intenciones  del  muchacho,  vengo  a  pedir  sa  li- 
bertad. 

— {Boenas  intenciones  llama  nsted  las  de  hacer  nnarevo- 
lucion,  las  depertnrbar  el  6rden,  las  de  tratar  de  derribara 
an  gobierno  lejltimamente  constitaido! 

— Sf^aenor;  yo  aseguro  a  S.  E.  qae  mi  hijo  ha  tenido 
baenas  intenciones,  y  salgo  desde  laego  de  sa  fiador,  porqae 
lo  conozco. 

-iEs  decir  que  usted  tiene  tatnbien  esaa  mismas  buenaa 
intenciones,  desde  el  momento  que  lo  apoya? 

— jComo  n6,  escelentisimo  sefiorl 

El  jeneral  Biilnelt  no  pado  menos  de  reirse  de  la  sencilles 
del  veterano,  conociendo  por  este  misrao  hecho  sa  ninguna 
culpabilidad. 

— ^Y  c6mo  se  llama  el  hijo  de  nsted?  pregant6  con  aire 
carifioso  el  presidente. 

— Enriqne  Lopez,  un  servidor  de  S.  E. 

— jBaen  servidor!  escelente!  con  servidores  de  esa  nata- 
raleza  estaria  yo  despachado  hace  macho  tiempo  &1  otro. 
mundo. 

T  la  hilaridad  deljeneral  era  mayor. 

—No  cree  S.  E.!  mi  hijo  es  an  bnen  ciadadano. 

— Voi  a  ven  ten  go  aqni  ana  lista  de  los  conjurados. 

y  don  Manuel  BAlnes  se  puso  a  leer  aquel  papel  que  te- 
nia sobre  sa  escritorio  y  que  estaba  lleno  de  anotaciones. 
Caando  hubo  coucluido  mir6  otra  vez  con  fijeza  al  Vetera? 
no  y  le  dijo: 

— Imposible,  -amigo  mio;  sa  hijo  es  lo  que  hai  de  mas 
atrevido  y  pernicioso:  ^1  ha  sido  uno  de  los  mas  exaltadoa 
y  Talientes  de  la  revolacion,  y  con  veinte  hombres  como 
ese,  no  habria  en  el  pais  gobierno  posible.  .      . 

-*— Sefior,  aseguro  a  S«  E.  que  calumnian  a  Enriqae. 


to  tof  ncftstos  Did  itx^itsgu^ 

— iC6mo  que  lo  calamnianl  Los  datos  que  hai  sobre  rfl 
son  fidedigQos.  Los  informes  que  tengo  a  la  vista  vienen  de 
personas  que  han  presenciado  los  hecho?.  Su  hijo  de  usted 
no  solo  es  lino  de  los  principales  conspiradores,  uqo  de  los 
jefes  del  baudo  opuesto,  uno  de  los  cabecillas  mas  activos  y 
mas  encarnizados,  sino  que  ha  sido  el  mas  resuelto  y  el  mas 
valiente  en  la  lucha,  pues  sin  ^1  no  habria  corrLdo  tanta 
sangre  ni  habria  sido  necesario  tauto  sacrificio;  de  consi- 
guiente,  por  mas  buena  voluntad  que  tenga  h&cia  usted,  no 
quedaiS  ^1  sin  el  merecido  castigo,  pue^  es  preciso  que  se 
liagan  algunos  ejemplos  para  que  no  sucedan  con  tanta 
frecuencia  escdndalos  como  i^i%  para  que  cesen  de  una  vez 
estas  revoluciones  que  atrasan,  denigrau  y  ensangrientan  al 
p»i?. 

El  pobre  ^adre  estaba  aterrado,  y  el  intr^pido  militar 
temblaba  qomo  un  niQo:  aquel  hombre  qae  habia  desafiado 
los  peligros  en  tantas  ocasiones,  se  encontraba  ahora  sin 
inimo  y  no  tenia  casi  valor  para  responder  una  palabra. 

El  jeneral  Bulnes  tuvo  compasion,  y  le  dijo  con  dalzura: 

— No  soi  yo,  amigo  mio,  el  que  debe  jazgar  a  su  hijo,  y 
per  desgracia  es  uao  de  los  mas  coraprometidos,  pero  yo 
har^  de  modo  que  se  minore  el  castigc:  vaya  usted  tran- 
quilo. 

; — ^IMi  jeneral,  yo  he  conocido  a  S.  E.  niQo  en  las  glorio- 
sas  luchas  de  la  independencia;  y  por  eaa  especie  de  frater- 
nidad  del  soldado,  la  fraternidad  del  peligro,  ruega  a  S.  E. 
perdone  a  mi  hijo.  • .  lo  imploro  de  rodilla*'*,  mi  jeneral. 

Y  el  veteraoo  se  hinc6  delante  del  presidente. 

Don  Manuel  Bfi.lnes,  conmovido  de  ver  a  su^pi^s  aqueL 
viejo  militar,  cuyas  varoniles  fdccioaes  demostrab m  a  pri- 
mera  vista  al  iQd6mito  guerrero,  puso  su  mauo  sobre  el  hom- 
fero  del  alf^rez  dici^ndole: 

— Le  doi  a  usted  mi  palabra  que  har^  lo  que  pueda  por 
salvar  a  su  hijo,  atenuando  en  cuauto  estd  en  mi  mano  el 
fallo  de  los  jueces;  pero  me  es  imposible  en  el  momento 


■y 


I 
\ 


tot  masssos  xttL  tuttauK  11 

• 
darlo  en  libertad;  con  todo,  yo  le  respondo  de  sa  Tida. 

— Q facias,  mi  jeneral:  yo  hi  por  csperiencia  qne  los  ralien- 
tes  son  siempre  compasiroa,  y  nsted  ha  side  bastanta  lo  pri- 
mero  desde  que  naci6  para  que  deje  de  ser  ahora  lo  segundo. 

Esta  alabanza,  dicha  con  toda  nataralidad  por  el  vetera- 
no  de  la  independencia,  lisoDJe6  el  amor  propio  de  don  Ma- 
nuel Bdlnes,  que,  despues  de  levantar  a  Domingo  Lopez,  lo 
hizo  sentarse,  para  convenar  familiarmente  con  ^1,  pregun- 
tdndole  por  todas  las  campallas  que  habia  hecho  y  los  corn- 
bates  en  que  habia  figurado, 

—  jY  usted  es  solo  alferez?  dijo  el  presidente  cuando  hubcJ 
escuchado  la  verldica  narracion  del  militar. 

— Hace  poco,  sefior,  y  solo  por  la  gracia  de  S.  E. 

— Ahora  recuerdo ...  SI,  me  hablaron  sobre  el  sarjento 
Domingo  Lopez.  Bi^n,  amigo  raio,  vaya  usted  tranquilo. . . 

Y  el  presidente  de  la  repdblica  tendi6  la  mano  al  pobre 
militar,  mano  que  dtte  llev6  a  sus  labios,  cousiderandola 
come  la  protectora  y  salsradora  de  su  hijo. 

Al  dia  sigaiente  de  esta  entrevista,  entr6  ua  ordenanza 
al  conv^entillo  en  busca  del  alferez  don  Domingo  Lopez;  y 
asi  conio  pocos  meses  antes  habia  ua  soldado  de  la  escolta 
llevddole  los  despachos  de  alferez,  asi  ahora  le  entregaban 
nn  papel  que  contenia  su:  promocion  a  teniente.  Esta  ele- 
vacion  rdpida  e  inesperada  prodiijo  un  biien  efecto  en  la 
familia  Lopez,  np  por  el  honor  y  aumeftto  de  saeldo,  sino 
porque  esie  hecho  era  la  masevidente  prueba  de  que  el 
presidente  de  la  rep^blica  se  interesaba  en  la  suerte  de 
Enrique,  pues  no  concobia  c6mo  podia  premiar  al  padre  cas* 
tigando  al  hijo. 

IX. 

El  proceso  contra  los  revolucionarioa  se  seguia  con  acti* 
vidad.  Enrique  habia  sufridb  varios  iaterrog*itorio9,  pero 
m  todos  ellos  habia  re?ipuesto  terminantemeute  que,  si  bien 
dra  verdad  qne  conooid  a  muchas  personas  que  habiau  to* 


N 


^ 


B2  urn  noufofl  dxe.  YtmsLo. 

mado  parte  en  aquel  movimiento,  no  reyelaria  jamas  sns 
nombTes.  En  vano  le  habian  amenazado  con  el  mas  rigoroso 
castigo  y  ana  con  la  maerte  misma,  o  le  habiam  ofrecido  el 
indnlto  y  hasta  la  libertad  por  tal  qae  vendiese  a  bus  corre- 
lijionarios  pollticos,  porque  tanto  lo  uno  como  lo  otro  ha- 
bia  producido  el  mismo  efecto,  no  cambiando  an  noble 
determinacion  ni  la  esperanza  de  la  libertad  ni  el  temor  del 
castigo;  y  esta  tenacid^d  del  j6ven^  a  mas  de  lo  comprome- 
tido  qae  estaba  por  si  mismo,  a  mas  de  los  cargos  qne  pesa- 
ban  ya  sobre  61,  habia  irritado  estraordinariamente  a  los 
'jaeces,  a  tal'grado  que,  a  pesar  de  las  recomendaciones  del 
presidente,  fa6  condenado  a  mt^erte. 

Don  Manuel  Bulnes,  qae  no  qneria  faltar  a  su  palabra, 
pero  que,  por  otra  parte,  no  qneria  tampoco  desagradar  a 
BUS  amigos,  hizo  llamar  a  Domingo  Lopez  y  le  manife8t6  el 
compromiso  en  qae  se  encontraba,  aconsejAndole  que  disaa- 
diese  a  su  hijo  de  una  tenacidad  que  lo  perdia  indudable- 
mente,  hasta  el  punto  que  ^1  casi  no  podia  hacer  nada  en 
su  favor,  pues  todos  estaban  en  su  contra. 

— Yo  he  hecho,  anadi6,  todo  imposible,  y  lo  &nico  que 
he  conseguido  es  un  salvo-conducto  para  que  nsted  lo  vea 
y  le  diga  que  su  declaracion  es  de  mera  f6rmula,  porque  ya 
se  conocen  todas  la^  personas:  asf  es  que  se  sacrifica  ibiltil- 
mente. 

Domingo  Lop^z  partio  con  el  salvo-conducto,  pero  con 
el  corazon  tr&pasado:  iba  a  tener  el  triste  placer  de  yer  a 
su  hijo,  pues  llevaba  la  seguridad  de  que  Enrique  rehusa- 
ria  hacer  la  menor  revelacion,  porque  ^1  en  un  caso  igual 
habria  obrado  delmismo  modo  que  obraba  su  hijo. 

Presentado  el  salvo-conduoto,  fu6  inmediatamente  intro- 
ducido  al  solitario  calabozo  de  su  hijo,  retirdndose  al  cent!- 
nela  por  6rden  del  oficial  de  goardia  a  una  distaccia  conve- 
niehte  para  vijilar  al  reo  sin  oir  lo  que  hablaban. 

Padre  e  hijo  se  abrazaron  sin  proferir  palabra«..  Dado 
este  primer  desahogo  a  la  afeccion  y  a  la  naturaleza,  Enri* 


I 

/ 


uu  mum  MBi  fusBbOw  *  5<S 

que  86  informd  de  todo  caanto  se  relacionaba  con  ^1,  sin 
olvidar  la  mas  peqaefia  particolaridad  y  hasta  Io£i  menores 
sentimientoa  qae  habian  esperimeDtado  en  su  familia.  Sa- 
^tisfecbas  estas  exijencias  naturales  del  carifio,  pen36  en  si  y 
en  su  sitnacion  y  pregant6  a  sn  padre  c6mo  habia  consegoi- 
do  penetrar  hasta  dh  El  teniente  de  hacia  pocos  dias,  le 
conto  todo  caanto  le  habia  sacedido  y  el  encargo  con  que 
venia. 

Enrique  mir6  a  sa  padre  y  le  dijo  estas  solas  palabras: 

— En  nn  caso  igaal  al  mio,  jharia  nsted  lo  que  me  aeon- 
seja? 

— No,  hijo  mio;  pero...  pero  piensa  en  tu  madre  y  en  tu 
hermana;  piensa  en  mf  tambien... 

— Yo  he  pensado  en  todo,  mi  querido  padre;  he  llegado 
hasta  arrepentirme  de  mi  temeridad.  Oonozco  que  he  obra- 
do  mal  al  comprometerme  sin  su  consentimiento,  y  me 
parece  que  lo  que  estoi  sufriendo  es  un  castigo  merecido  por 
mi  presuncion.  Yo  he  pensado  todavia  en  ma*?,  en  mas,  pa- 
dre mio...  ipero  seria  justo  que,  porlibertar  a  ustedes  de  un 
sufrimiento  y  a  mi  de  la  -muerte,  faera  a  llevar  el  luto  y  la 
desolacion  a  muchas  otras  familias?  No,  padre  mio;  do  que* 
rria  yo  vivir  a  ese  precio,  ni  creo  que  ustedes  querrian  con- 
servarme  as!!...  Una  mancha  de  esta  naturaleza  me  mataria 
mas  pronto  que  el  hacSa  del  verdugo,  y  sobre  todo  una  man- 
cha asl,  me  impediria  pensar  en...  en  vos  y  en  mf...  porque 
me  consideraria  degradado,  porque  no  podria  ser  hom- 
bre... 

— ^Tienes  razon,  hijo  mio;  yo  no  te  aconsejar^  jamas  que 

obres  mal;  sufre  la  pena,  cualquiera  que  ella  sea,  pero  no 

faltes  jamas  a  la  humanidad;  porque,  como  tu  mismo  dices 

con  mucha  justicia,  Uevaria  ta  declaracion  el  luto  y  el  espan- 

*o  a  otras  familias;  y  al  honor,  porque  la  palabra  dada, 

»uando  esta  palabra  no  ^implica  un  crimen,  debe  siempre 

espetarse...  Yo  estoi  seguro  que  tu  madre  y  hermana,  a 

pe&ar  de  su  dolor,  aprobardin  tu  conducta,  prefiriendo  que 


saerifiqnes  ta  vida  j  la  de  ellaa,  con  tal  de  qae  cocaenret  Im 
de  los  dema^. 

Pero,  hijo  mio,  re  me  ocnrre  nn  medio  sencillo  qne  pnede 
obyiar  en  paite  las  dificultadea,  ca  decir,  qae  paede  salrar^ 
te  sin  comprometer  a  nadie. 

— ^Codl,  padre  mid 

— Mira,  piensa  nn  momento,  no  to  alarmes  de  lo  qne  Toi 
a  proponerte,  sino  qae  te  pido  linicamente  que  reflexiones; 
y  si  la  proposicion  qae  voi  a  hacerte  la  encuentra^  razona- 
ble,  como  lo  es  en  efecto,  no  la  deseches  per  cscrfipulos  o 
per  una  sorioibilidai  que  iria  mas  aM  de  Ips  limites  de  la 
verdadera  prudencia. 

Ve,  Enii-jue:  yo  soi  viejo:  pocoa  afi03  mas  me  quedardn 
de  vida;  mi  muerte,  en  case  que  llegara  a  snceder,  lo  que 
no  e^rp^ro,  no  causaria  el  menor  traatorno,  conserv^dote^. 

— Basta,  padie  mio:  ya  s^  donde  usted  quiere  venir  a 
parar. 

— iD6nde? 

—  En  que  usted  ocnpant  mi  puesto  y  yo  el  auyc.  En  que 
usted  encontrard  mediosde  hacerme  evadir,  quedandoseen 
mi  lugar. 

— Es  la  verdad;  pero  no  te  alarmes:  refieziona  que  esta 
supercheria  produciria  nn  bien  eiu  sombra  de  mal,  porque 
debes  suponer  que  no  babria  juez  en  el  mnndo  que  me  con* 
denase:  primero,  porque  yo  no  era  el  verdadero  culpable; 
segundo,  porque  un  padre  que  salva  a  su  hijo  es  mas  bien 
digno  de  alabanza  que  de  castigo;  y  tercero,  porque  conta- 
ria  con  el  apoyo  del  presidente  de  la  rep^blica,  que  se  ha 
mostrado  tan  bueno  conmigo. 

— No  acepto,  padre  mio,  no  acepto:  me  daria  verguenza 
libertarme  a  co8ta  del  menor  sacriftcio  suyo,  lo  creeria  co- 
bardia,  y  usted  rae  ha  ensefiado  a  no  ser  cobarde;  lo  creeria 
bajeza,  y  usted  mehadicbo  de  ser  siempre  digno. 

— Pero,  hijo  mio,  ^no  ves  que  de  la  otra  manera  rae  sa- 
crificas  mas?  ^No  comprondes  que  mi  sn&iaiiento  ser^  ma- 


JOT  vi^ndote  &  ti  espnesto  a  la  mnertef  qcie  el  que  yo  pae- 
do  esperimentar  con  algunos  lijeros  contratiempos  que  me 
orijinaria  la  medida  que  te  aconsejo  adoptart  Y  por  otra 
parte,  ^d6Dde  estaria  tn  cobardia,  d6nde  ta  bajeza,  caaodo 
no  era  todo  ello  otra  cosa  qae  secundar  an  plan  mio,  conce* 
bido  por  mi  cariQo  y  mandado  ejecatar  por  mi  autoridad? 

— Usted  puede  con  veneer  me,  padre  mio,  pero  no  persaa« 
dirme;  usted  puede  Uaoer  emuudecer  mis  labios,  pero  no 
acallar  el  ^rito  dc  mi  conciencia,  que  me  dice:  no,  no,  mil 
veces  no.  Un  sofi^ma,  senor,  puede  desviar  la  intelijencia  y 
hacer  que  adopte  nn  aistema  distinto  al  que  antes  se  tenia; 
pero  el  corazon  es  mas  leal,  mas  verdadero,  y  cuesta  mucho 
para  que  se  le  engaQe,  y  ese  corazon  me  dice  a  gritos  de 
desecbar,  de  no  dar  oido  a  sus  palabras,  de  no  aceptar  sus 
proposiciones. 

— jCon  que  no  hai  medio  de  convencerte!  |Con  que  no 
hai  medio  de  argumentar  contlgo! 

—Usted  sabe  mui  bien,^  padre  mio,  que  lo  hai  y  que  ese 
jnedio  existe,  pero  cuando  es  justo  y  razonable.  Mia  no  es 
la  culpa,  senor,  si  pienso  asi,  porque  mi  santa  madre  ha  for- 
mado  mi  corazon,  usted  mi  juicio.y  el  seflor  don  Toribio 
de  Guzman  ha  venido  a  completar  la  obra  que  ustedes  ha- 
bian  comenzado;  jc6mo  quiere,  pues,  que  yo  reniegue  ahora 
de  mi  orfjen,  que  yo  vaya  en  eonfcra  de  tan  nobles  ten- 
dencias?   , 

El  teniente  volvi6  a  echar  losbrazois  a  su  hijo:  mientraa 
mas  descubria  el  m^rito  de  aquel  j6ven,  mas  sentia  el  per- 
derlo,  y  su  angustia  crecia  en  proporcion  a  su  carifio  y  a  la 
admiracion  que,  sin  pretenderlo,  le  arrancaba. 

Viendo  al  fin  que  todo  empefio  de  su  parte  seria  inutil 
para  hacer  bambolear  aquella  alma  tan  fuertemento  aferra- 
da  a  sus  convicciones,  se  despidi6  tristemente,  pero  no  sin 
haber  perdido  la  eeperanza  de  salvarlo,  o  de  que,  por  lo 
menos,  se  le  conmutara  la  pena  en  algiin  destierro,  a  donde 
^1  y  su  familia  lo  seguiria. 


s< 

Be  Tnelta  a  la  Moneda  hiso  presoite  a  don  ICaniiel  BM- 
nes  lo  qoe  le  liabia  pasado  y  las  reflexiones  jnstas  que  la 
habia  hecbo  na  bijo  y  qae  A  mismo,  oomo  padre,  le  habia 
apoyado,  no  ocnltdcdole  al  jeneral  ni  la  propaesta  de  eva- 
sion que  le  biciera,  las  raaones  en  que  la  babia  apoyado  y 
la  teoaz  resisteDcia  que  encontrtra. 

Esta  franqneza  elevada  de  parte  del  militar,  esta  magna- 
nimidad  de  parte  del  j5ven  agrad6  al  jeneral,  annqne  con- 
trariaba  de  todo  panto  a  las  miras  de  sn  politica  y  a  1<» 
intereses  del  partido  qae  se  babia  propnesto  defender;  sin 
embargo,  dijo  al  nnevo  teniente: 

— ^Ya  le  be  dado  a  nsted  mi  palabra  de  qoe  baria  todo 
empefio  por  salvar  a  sn  bijo,  y  en  efecto  lo  be  becbo,  aan* 
qae  con  poco  ^xito;  pero  abora  le  empeno  de  naevo  esa 
misma  palabra  de  qae  la  sentencia  de  maerte  qae  pesa  so- 
bre  sa  bijo  no  se  Uevark  a  cabo,  ca^teme  lo  qae  me  caeste. 

Esta  afirmacion  resnelta  del  jefe  del  estado  traDqailiz6  al 
veterano,  paes  estaba  segaro  qae  an  militar  de  bonor  no 
fialtaria  nnnca  a  sas  compromiaos,  y  se  despidio  del  presi- 
dente,  si  no  satisfecbo,  al  menos  tranqnilo  sobre  la  existen- 
da  de  sa  bijo,  exijiSndole  ademas  el  permiso  de  qae  lo 
padiese  ver  sa  &milia  darante  los  dias  qae  demorara  en 
apareeer  la  sentencia  del  tribnnal  donde  debia  ir  en  apela- 
cion  el  daro  fallo  de  la^corte  marcial  qae  jazgaba  a  los  reos, 
lo  caal  le  fae  concedido  por  ana  vez  al  dia  bajo  la  palabra 
de  honor  del  veterano  de  no  bascar  medio  algano  para  qae 
se  evadiese  el  reo,  respondiendo  ^1  don  sn  cabeza:  proposicion 
qae  bizo  sonreir  al  viejo  teniente,  porqae  no  tenia  el  menor 
fandamento,  paes  ^1  volantariameate  babria  dado  en  el 
acto  sa  vida  por  salvar  la  de  sa  bijo. 

Iniitil  es  pintar  el  gasto  mezclado  de  pesar  qae  esperi- 
mentaria  la  familia  Lopez  caando  penetr6  en  el  calabozo  de 
Enriqne,  qaien  la  recibi6  eon  mnestras  del  mayor  regocijo, 
ni  mas  ni  menos  eomo  si  la  yiera  en  sn  tranqnilo  hogar  y 
se  encontrara  61  libre  de  toda  preocnpacion  de  espfrito,  de 


toda  amenaza  sobre  8q  persona,  de  todo  amag^o  sobre  sa 
existencia. 

Eloisa  86  habia  introdacido  tambien  tf  tnidamente  en  la 
comitiva,  y  Marta  y  Mercedes  la  dejaron  que  las  acorn  pa- 
fiase  con  gasto,  al  ver  de  cn&ntos  peligros  aqnella  baena 
amiga  los  habia  libertado  sin  extjir  la  menor  remnnera- 
cion  y  esponi^ndose  ella  a  mayores,  paes  la  venganza  de  la 
tia  Anastasia  debia  ser  mas  temible  que  una  sentoncia  de 
muerte,  porque  una  amenaza  de  esta  mujer  era  lo  mismo 
que  vivir  moriendo* 

Eloisa,  al  ver  a  Enrique  esperiment6  una  impresion  de 
dolor  que  se  vi6  obligada  a  ocultar,  porque  ella  no  tenia, 
pnede  decirse  asi,  ni  siquiera  el  derecho  de  llorar  sobre  la 
suertede  un  individuo  completamente.  estraHo  y  a  quien 
debia  considerar  con  la  mayor  indiferencia  por  convenci- 
miento  propio;  porque,  en  realidad,  jqu^  contacto,  qu6  rela- 
cion  podia  existir  entre  61  y  ella,  a  no  ser  el  de  la  mera  ur- 
banidad  o  el  del  favor  que  dias  antes  les  prestara?  Eloisa 
quedose,  puea,  retirada,  dando  lugar  a  que  Marta,  Domingo 
y  Mercedes  lo  estrechasen  contra  su  corazonj  pero  Enrique, 
sin  dei^asirse  de  los  brazos . que  tan  dalcemente  lo  oprimiad, 
estendi6  su  mano  a  Eloisa,  dici^ndole:  'Tambien  usted  ha 
querido  venir  a  ver  a  un  prisienero:  es  un  placer  bien  triste.^ 

— Sf,  mui  triste,  pero  que.  no  cambiara  por  todas  las  fe- 
Hcidades  de  este  mundo. 

— Usted  tiene  mui  bnen  corazon,  Eloisa,  re8pondi6  En* 
riqtfe,  sin  soltar  la  mano  de  la  j6ven;  usted  nos  ha  salvado 
la  vida  y  es  natural  que  se  interese  por  la  suerte  de  aque- 
llos  que  le  deben  la  existencia  de  que  gozan:  conczco  la 
delicadeza  de  este  sentimiento  y  b6  de  donde  proviene:  en 
jeneral,  lo  Ijue  nos  cuesta  mayores  sacrificios  es  lo  que  mas 
80  estima,  y  en  muchas  ocasiones  llega  a  ser  lo  que  mas  se 
quiere. 

— Asi  es,  en  efecto. 

— ^Gracias,  Eloisa,  gracias;^  Dios  le  dar^  la  merecida  re- 


cotopensa,  ja  qne  a  nosotros  no  nog  e3  dado  ir  mas  lejos  que 
noestra  gratitud;  pero  cuente  u'-ted  que  ella  seid  eterna. 

— SeSor,  dijo  la  arri^pentiila  joven,  sollozando,  yo  soi  la 
qne  reciboel  fivor.  jSi  u-tedessupieran  cudato  birn  mekan 
hetho,  cc&ulo  ine  baccn  y  co^tito  rae  haidn  todayia! 

— Xosoiras,  bija!  dijo  Marta  iiiterviuiendo;  nosotras  te  lo 
deberaoa  todo  y  tu  no  nos  dcbes  nada. 

— No  est&  lejojs,  se5«>ra,  el  dia  en  que  ustedes  lo  sepan,  y 
entonces  lo  comprenderfin  y  rae  hardn  jasticia. 

— Bueno^  bueno;  ya  Vifrerao^,  dijo  Domingo  Lopez,  con 
en  sonrisa  triste  y  amable;  pero  raientra^  tauto,  aproveche- 
mo8  el  liempo  que  nos  qnoda  para  ponernos  de  acaerdo  y 
ver  el  modo  de  ealvar  a  este  calavera,  porqne  en  cuanto  a 
hacerlp  fagar  ea  imposible,  pues  yo  he  empenado  mi  pala" 
bra  y  no  falto  jamas  a  ella.  Puede  ser  mui  bien  que  esta 
sea  la  primera  y  la  ultima  entrevista  que  tengamosi,  y  es 
necesario  ver  los  reenrsos  con  que  contamos  papra  abrir  la 
campaSa  que  yo  ya  he  inicia«lo  no  con  tan  mal  ^xito,  ppr- 
que  al  fin  es  algo  conseguir  cuando  se  ha  obtenido  la  segu- 
ridad  de  que  se  re?petar^  el  pellejo^  y  el  permiso  de  poder 
visitar  a  tan  temible  revolucionario;  pero  nos  qaeda  todavia 
que  hacer  mucho;  piies,  segnn  me  parece,  no  saldrd  este  ca- 
ballero  tan  intacto  de  sn  primera  escaramnza. 

— Seria  conveniente,  dijo  Mercedes,  escribiral  sefior  don 
Tdribio  de  Gazman  y  a  la  senora  dona  Juana,  como  tambien 
a  Luisa,  porque  son  personas  mui  inflayentes.  Al  primero 
puede  dirijirse  Enrique  y  a  las  segundas  me  dirijire  yo: 

— Bien  pensado,  hija  mia,  y  es  preciso  ponerdesde  laego 
manos  a  la  obra  y  que  manana  mismo  partan  las  cartas, 
porqne  si  llegan  antes  de  la  sentencia,  pueden  influir  ea  la 
deliberacion;  y  si  despues,  que  no  sea  tan  escesiv^o  el  rigor 
de  ella. 

Mui  ta  dijo  que  no  tenia  mas  patronos  y  protectores  que 
BUS  Santos,  pero  que  en  ellos  tenia  mas  conftanza  qne  en  to- 
das  las  potestades  del  mundo,   porque  lo  que  no  se  obtenia 


■la  interirencion  do  D'loa  no  se  consegaia  eon  los  hom- 
s. 

Juto  E'oisa  no  pronunci6  nna  sola  palabra;  y  sin  embar- 
mientraa  los  otros  hablaban,  rerolvia  en  so  oabesa 
cb(<iimos  plane.?,  nin  pararse  todavia  en  niagano,  pero 
ii'ddndolos  para  madorjirlos  raejor. 

Jna  semana  duraron,  poco  roas  o  menoa,  las  visitas  qne 
riamentd  y  dnrnnte  ana  bora  bacia  la  f^milia  Lopez  a 
riqne,  acompail4inL>Ia  constanteruente  Klnisa  y  algunas 
ea  Teresa,  hista  que  el  e^timo  tlia  el  ofluial  de  guardia 
>  que  ya  no  se  podit  ver  mas  nl  reo,  porque  estaba  sen- 
ciado  y  liabia  marchad  >  a  camplir  su  condena. 
— jY  cnal  ba  sido  la  sentencia?  pregiint6  el  viejo  tenien- 
)1  j6ven  cnpitan  que  on  eae  momento  le  babtaba. 
—La  ignoro,  seilop,  todavia;  pero  todos  I03  reoa  ban  mar- 
ido  a  la  peiiitenciaria  y  enWe  ellos  creo  que  hai  algnnOB 
idenados  a  mcerte. 

Ijto  liltimo  alarm6  ei^traordinananieDte  a  Marta  y  a  Bler- 
e?,  sin  contar  a  Eloisa,  que  siempre  ocultaba  sas  im- 
sionep;  pero  Domingo  sa  vi6  obligado  a  tranqnilizarlas 
ivaroeote,  dici^ndoles  qae  un  railitar  como  el  jenerai 
IneS  no  faltaba  ^amas  a  lo  qne  babia  prometido,  porque, 
ependiente  de  gu  sagradn  pakbra  do  Boldado,  debia  te- 
la de  rei,  qne,'  nna  vezdadu,  podia  sin  temor  coatarse 
.  ella;  y  como  en  nna  repiiblica  el  presidente  no  era  ctra 
a  que  el  rei  en  nna  monarquia,  estaban  todos  en  la  obli- 
ion  de  prestarle  entero  erudite,  y  que  ^l  estaba  tan  per- 
dido  de  lo  que  decia,  que  iba  inmediatamente  a  palacio, 
nro  de  qne  Enrique  no  babia  sido  de  aquellos  sobra 
enes  cayera  la  Ultima  d>^  las  sentencsias. 
'j&  seguridad  del  viiy'o  soldado,  legandadqae  di6  6nimo 
)do9,  calm6  en  parte  la  mala  impresion  prodncida  por  la 
icia  qne  ac^tbaban  de  recibir,  retiraDdose  a  su  casa  mas 
iqnita!),  mientras  que  Domingo  Lopez  se  encatninaba  a 
norada  presidencial. 


80 

» 

Ea  esta  ocasion  no  ta^o  mucho  tiempo  qne  perder^  por- 
que  no  le  hicieron  hacer  nna  larga  antesala,  introdnci^ndolo 
al  salon  de  recibo  ordinario,  tasi  tan  laego  como  fa^  anun- 
dado. 

£1  jeneral  B&lnes  estaba  aentado  frenta  a  nna  gran  mesa 
cnbierta  de  papeles,  mesa  qae  existe  todavia  y  en  la  qne 
ban  despachado  ya  grandes  negocios  tres  presidentet. 

Al  momento  de  presentarse  el  nnevo  teniente,  annqne 
Tiejo  campeon  de  la  patria,  el  jeneral,  sefialdndole  nn  asien- 
to,  le  dijo  qne  agnardara  nn  instante  y  signi6  bojeando  aign- 
nos  papeles.  Terminada  la  operacion  se  diriji6  a  Domingo 
Lopez,  haci^ndole  observer  qne,  a  pesar  de  sns  esfnerzos  y 
de  sns  bnenos  deseos,  no  habia  consegnido  minorar  el  casti* 
go;  pero  la  pena  de  mnerte  a  qne  habia  sido  condenadp 
desde  nn  principio  habia  sido  conmntada  en  cinco  afios  de 
penitenciaria. 

— Ahora,  ami  go  mio,  agreg6  el  presidente,  es  preciso 
resignarse;  pero  esta  resignacion  serd  corta,  porqne  pnede 
mni  bien  existir  nn  indalto  caando  ocnpe  la  silla  el  nnevo 
majistrado  qne  en  poco  tiempo  mas  debe  rejir  los  destinos 
de  la  rep4blica,  y  no  ser^  yo  nno  de  los  qae  menos-se  empe- 
fie  en  consegnirlo;  y  asi  como  he  cnmplido  a  nsted  mi  pa- 
labra  anterior,  a  pesar  de  la  oposicion  qne  me  he  visto  obli- 
gado  a  veneer,  cumplit^  la  otra  qne  le  doi  ahora;  pero  por 
el  momento  me  es  imposible  ir  mas  alM. 

No  se  podia  hacer  la  menor  objecion  a  las  palabras  del 
jeneral,  porqne  se  conocia  qne  era  ya  nn  partido  resuelto: 
asi  es  qne  el  sensible  padre  se  vi6  precisado  a  retirarse  con 
el  pecho  oprimido  de  angnstia,  pnes  el  tiempo  le  parecia 
mni  largo  y  la  c^rcel.mni  dura  y  mni  impropia  para  nn  j6- 
ven  como  Earique  cnya  moralidad  y  pureza  de  costumbres, 
cnya  elevacion  y  cnyos  hdbitos  no  teniari  nada  de  semejan- 
tes  con  los  qne  tienen  regnlarmente  las  personas  qne  por  sns 
crlmenes  ocnpan  aqnel  lugar  donde  rebosa  el  vicio  y  del 
qne  ha  hecho  la  maldad  sn  asiento  favorite;  sin  embargo, 


uM  noistoa  du  rvtBUt,  II 

Dtigao  Teterano  di6  las  gracias  al  preaidente,  march&n- 
9  en  segDida. 

'81(16  algan  tiempo  Domingo  Lopez  en  regresar  a  sa 
I,  porqae  presentia  el  pesar  qne  semejante  nueva  caasa- 
i  la  familia:  con  todo,  era  preciBO  qne  al  fin  lo  snpiesea 
m6  sn  reaolncioo;  pero  Marta  y  Mercedes  estaban  y& 
renidas  por  Elolsn,  la  qne'les  babia  dicho  que  si  no  lo 
lenaban  a  muerte  ella  se  encargaba  de  sn  libertad,  sal- 
lolo  deJa  prision,  cnalqaiera  qne  fuese  el  tiempo  a  qno 
iera  side  destiaado,  as!  es  que  la  mala  noticia  que  train 
ete'rano  no  prodnjo  el  efecto  tan  temido  qae  creia.iba 
nsar,  sabiendo  en  seguida  el  motiro  porque  su  majer 
:  bija  no  se  asQstaban,  participaodo  ^[  miamo  de  igaal 
ianza,  pnea  tenia  la  esperiencia  de  1o3  prodijios  heohoa 
Eloisa,  a  la  que  consideraba  como  el  dajel  tutelar  dela 
.  que  desde  algun  tiempo  velaba  por  ella. 


Cambio  de  domicilio. 


El  estado  en  qne  se  encontraba  Mercedes  caai  no  podia 
ya  ocoltarse;  y  sin  embargo,  la  inocente  nifia  contiDoaba 
ignoiftadolo,  habiendo  solo  comanicado  a  so  madre  aqnella 
rara  enfermedad  que  cada  dia  parecia  amnentarse  sin  saber 
el  motivo. 

La  pobre  Marta^  perpleja  y  sin  saber  tampoco  c6mo  re* 
Telar  a  sa  hija  el  mal  de  qne  adolecia,  tavo  qne  niuir-de  los 
medlos  mas  iojeniosos  para  dejar  intacta  aqaella  flor  de  pn- 
reza,  haci^odole  a  la  vez  conocer  las  circa nstancias  crfticas 
en  qne  se  encontraba;  jpero  qn^  es  lo  qne  no  paede,  lo  qne 
no  inventa  y  lo  qne  no  alcanza  el  carino  de  madrel 

La  sorpresade  Mercedes  fa6  inmeasa,  y  de  t:il  natural eza, 
qne  era  nna  mezcla  de  sentimientos  contradictories,  nna 
amalgama  de,  dolor  y  de  placer,  de  dese^peracion  y  de  63* 
peraoza,  de  anga:<>tia  y  de  alegria.  Ella  hahria  dado  sn  vida 
por  no  eocontrarse  asi;  y  si  algaien  habiera  qnerido  liber* 
tarla  de  aqael  estado,  tambien  la  habria  dado  por  conser- 
varla:  principiaba  en  ella  la  mistc^riosa  elaboracion  de  la 
maternidad,  esa  lei  eterna,  manantial  inagotable  de  ana 
constante  creacion,  mezcla  de  la  mayor  delicia  y  del  mayor 
dolor,  y  a  la  qne  est&n  snjetos  todos  los  seres  del  orbe  co- 
nocidu  y  talvez  de  los  orbes  desconocidos.  {La  maternidad, 
este  arcano  impenetrable  por  el  qne  se  revelan  en  parte  I03 
ocnltoa  designios  de  Dios;  este  eslabonamiento  sacc^ivo  y 
Qonstante  por  el  caal  se  saceden  las  jenernK^idaes  unas  a 


otras  en  sub  distintas  espeeit's;  estelazo  que  una  a  la  hama- 
nidad  en  jeneral  haciendo  desaparecer  o  confandiendo  todaa 
las  razas;  este  vfncalo  que  no  solo  uos  liga  a  nuestroa  pa- 
dres, si  no  que  vieqe  abraz&ndonos  con  ens  filamentos  ocul- 
tos,  desde  el  primer  hombre  hasta  nosotros,  j  desde  noso- 
tros  hasta  el  fin  de  I03  tiempos,  si  es  qae  llega  ese  fin 
incomprensible  para  naestra  mente,  porqae  no  alcanzamoa 
a  concebir  el  aniquilamiento  absoluto;  este  fen6meno,  de- 
cimos,  del  caal  dependen  todos,  est^  rodeado  para  la  jdven 
madre,  qne  lleva  en  sa  seno  la  fatara  y  pasada  simiente,  de 
dnlces  cnidados,  de  desvelos  incesantes  pero  deliciosos,  de 
solicitad  tierna,  de  esperanzas  embriagadorap,  de  amor  poro, 
delicado,  anjelical;  y  Mercedes,  asi  como  las  demas  criata- 
ras,  estaba  sujeta  a  esa  lei  eterna  de  la  Providencia  infinita; 
de  saerte  que  prineipiaba  a  sentir  las  mismas  emociones 
qne,  con  mas  o  menoa  faerza,  en  jconformidad  a  sa  organiza- 
cion  respect! va,  e^perimenta  cada  ano  de  I03  seres!. .  • 

Marta,  viendo  qae  eraimposible  ya  disimular  p or  mas 
tieinpo  a  los  ojos  de  los  demas  cl  estado  de  sa  hija,  y  qae- 
riendo  que  se  ignorase  siempre  la  desgracia  que  le  habia 
cabido,  porque  no  basta  para  el  honor  de  una  mojer  el  te- 
.ner  para  y  yirjen  el  alma,  sino  qne  es  necesario  que  tarn- 
bien  aparezca  el  ciierpo  sin  mancha,  pues  de  lo  contrario  la 
virtud  mas  acrisolada  est^  espuesta  a  la  sospecha  vergon* 
Z(  sa,  a  la  <»fensa  injusta  y  talvez  al  sarcasm o  cruel;  Marta, 
decim  >s,  llam6  a  su  marido  para  conferenciar  con  ^l  y  pro*, 
ponerle  un  medio  de  escapar  a  la  diflcil  y  embarazosa  sitaa- 
cion  en  que  se  hallaban. 

— Ea  iudispensable,  Domingo,  dijo  la  prudente  Marta, 
qne  aband  ine>mos  estos  s  tioa  en  que  hemos  p^:8ado  nuestra 
juventud,  donde  han  nacldo  nue>tros  hij  »s  y  on  los  cualea 
Lemos  tenidi>  dias  tan  serenos  y  felices  asi  como  moj:«jto8 
de  la  mas  terrible  angustia. 

-^^R>r  qQ6,  qaerida  Mrtrta,  deseas  abandonar  estoa  laga* 
res  ^oe  t4  m'*t:ma  aientj^a  d<gar? 


If. 


'*4 

— ^No  vee,  atnigo  mio,  que  el  [embarazo  de  Mercedes  se 
hace  cada  dia  mas  perceptible. 

— ^Y  bien!  jTiene  ella  acasa  la  culpa! 

— Sin  doda  qae  no,  pero  es  preciso  ocultarlo  a  losjndife- 
rentes  o  a  los  estra&os.  Td  comprender&s  bien  a  cu&ntoa  co- 
rcentarios;  a  cudntas  suposiciones,  mas  o  menos  errdnoas, 
mas  o  menos  calumniosas,  a  cu^ntos  chismes  mas  o  menos 
ofensivos,  no  estailamos  espuesto?,  tanto  ella  como  nosotros. 

— ^Tienes  razon,  Maria,  siempre  tienes  razon.  Soi,  pues, 
de  tu  mismo  parecer. 

— Entonces  es  preciso  cambiarcuan to  ant^s  de  domicilio, 
escojiendo  un  barrio  apartado  y  si  es  posible  que  todo  el 
mundo  ignore  el  lugar  de  nuestra  reaidencia  para  no  vernos 
espuestos  a  encuentros  desagradables.  Las  &nicas  personas 
a  quienes  podemos  dar  parte  porque  estdn  en  el  secreto, 
porque  Bon  bnenas,  porque  nos  son  adictas  y  porque  les  de- 
bemos  y  nos  deben  servicios,  no  teniendo  por  consiguiente 
nada  que  temer  de  su  parte,  las  ^nicas  personas,  repito,  en 
que  podemos  tener  confianza,  son  Eloisa  y  Teresa,  a  quienes 
confiaremos  nuestro  secreto. 

— Est&  bien,  jquieres  que  ahora  mismo  '^raya  a  buscar 
una  pieza  o  una  casita  en  un  barrio  apartado? 

— Prefiero  una  casita,  Domiago,  ya  que  tenemos  los  me- 
dics de  hacer  algun  gasto  mayor,  y  la  prefiero,  no  por  va- 
nidad  de  ocupar  un  alojamiento  mas  vasto  o  mas  c6modo, 
sino  por  la  soledad,  por  el  sijilo,  por  el  misterio  de  que 
debe  rodearse  durante  algunos  meses  a  nuestra  querida  hija. 

—  La  dificultad  de  encontrar  una  casa  como  la  que  nece- 
sitamos  no  me  parece  tan  grande;  jpero  c6mo  haremos  para 
que  nosepan  nuestra  mudanzalos  inqailinos  del  conventillo, 
teniendo  como  tenemos  que  sacar  nuestros  mnebles? 

— ^Te  encuentro  razon,  amigo  mio;  esta  es  una  dificultad 
porque,  por  afeccion,  ya  que  no  por  otro  mdvil,  pueden  se- 
guirnos  y  averiguar  donde  nos  hemos  mudado,  y  entonces 
nuestro  plan  fracasa  ifrustr&ndose  nuestra  combinacion* 


/ 


61 


— jQud  hacer,  pnes?  -  [ 

— Lo  pensaremos  y  ja  encontrar^moi  el  medio;  mie9t;re8 
tanto  voi  a  Uamar  a  Eloisa  y  a  Teresa  para  coiaouicMles 
noestro  proyecto  y  poede  ser  mui  bieu  <j[ue  la  prime ra  dea* 
cabra  algan  espediente  injenloao  que  allane  la  dificaU^d^ 
yo  tengo  macha  confiaaza  en  el  taleato  y  penetraoien  de 
esa  nina,  asi  como  en  su  bondad. 

Maria,  sin  rodeos,  y  <^n  esa  sencilles  elerada  qne  laliacia 
tan  re»petable  y  tan  simpdtica,  c.omnnic6  a  laa^dos  amigas 
de  sn  hija  el  proyecto  en  que  estaba  y  el  fin  pon  que  k>  hacia^ 

Las  dos  j6vene3  Uoraban  en  silencie  al  escuchar  la  pala: 
bra  conmovida  de  la  vieja  Marta  cuf^ndo  lea  espUca))a  el 
objeto  de  sn  mudanza.  Habia  en  aqaella  confesion  doloroai^ 
tanta  grandeza,  tanta  hamildad,  tanta  r^^gnacion  j  tanta 
virtud  al  mismo  tiempo  qae  tanto  senti mien tp,,  que  los  aor^ 
llozos  de  ambas  j6venea  crecian  en  proporcion  qne  Martf^ 
eon  sn  melancolico  y  tierno  acento  continjuaba  sa .  penosa 
narracion,  sacedlSndose  nn  silencio  profondo  cnando  ^nbQ 
conclaido  la  iafeliz  madre:  este  silencio  era  efecto  de  la  re- 
ckon centracion  e  intensidad  del  dolor. 

Eloisa  faS  la  primera  en  interrnmpirlo  diciendo: 

— Sefiora,  antes  de  responderle  y  antes  de  eapUcarme, 
voi  a  pedir  una  gracia  qne  solicito  de  nsted  como  fl  m^a 
grande  favor  qne  reconoceri  toda  mi  yida  y  que  satiafar^ 
con  nna  gratitud  eterna. 

— Hable  nsted,  hija  mia,  y  tenga  la  seguridad  de  qne  si 
depende  da  mf  conseguir4  nsted  lo  que  soliclta^  prop^rcio- 
ndndome  con  ello  una  satisfaccion  verdadera,  puea  le  pro 
bar^  que  yo  tampoco  soi  indiferente  a  los  beoeficios.q^e^ 
nsted  ha  hecho  a  todos  nosotros.  ,  * 

— Yacreo  haber  contestado  a  este  pun  to  para  no  insistir 
en  ^1  nmevamente.  Lo  que  solicit9  de  usted,  seQpra,  ea  que 
no  me  abandoned  es  que  me  Ueve  en  su  compa&ia,  porqpe^ 
en  ella  encuentro  la  paz  del  almai  el  reposo  de  mi  co^pie i\^|^ 
y  la  alegria  de  mi  corazon. 


€6  iioi  numfot  ssl  trnuuk 


<i 


— Yen,  hija  mia,  rec<poDdi6  Marta  con  efasiou;  ren  a  mis 
brazos  y  ten  la  segnridad  de  que  nuDca  nos  separaremos  de 
if,  portjue  nosotras  encioDtraraos  eh  tu  amistad  un  placer  y 
etr,^ii  cotifianza  un  alivi6*j  um.  felicidad. 

— -Gracias/diefiora:  osted  sabrd  algan  dia  el  bien  que  me 
hkhecho. 

-^Yo  tambifen,  edc1am6  Teresa,  quiero  acompafiarlos;  yo 
tambien  qaiero  que  no  me  dejen  sola  mis  protectores. 
*  — TA  tienes  tu  mando,  querida  Teresa,  y  puede  ser  que 
no  le  convenga  para  sus  negocios  vivir  con  nosotros;  de  lo 
contrarro,  taitibien  tendriamos  mucho  gusto  en  estar  en  tu 
compafiia. 

— ^Y  si  Santiago  c6nsiente,  ^nos  Uerardn  nstedes  con- 
sigo? 

'  — ^No  pbedes  dudarlo,  Teresa,  en  caso  que  ^1  no  se  perju- 
dSqne  y  que  solo  d^  su  consentimiento  por  no  desagra- 
darte. 

— Bstoi  segura,  sefiora,  que  estard  complacido  y  que  ve- 
ria  con  dolor  que  nstedes  nos  dejaban. 

— ^Puea  bien,  amigas  mias,  asl  estaremos  todas  reunidas  y 
el  aislamiento  para  Mercedes  no  serd  tan  penoso,  porque  ya 
no  estard  sola. 

^  — Yo  habia  pensadp,  seSora,  dijo  E^oisa,  proponerle  a 
utited  lo  mismo  que  usted  nos  ha  propuesto;  pero  por  un 
inotivo  distinto,  que  viene,  sin  embargo,  a  rela'cionarae  o  a 
completarse  en  sus  buenos  resultados  con  el  suyo. 
"  — |Cnrfl  era  tu  pensarriiento? '     ' 

'— ^Cotno  ya  he  dicho  a  nstedes,  yo  me  comprometo  a  sal- 
var  de  su  prision  a  don  Eorique,  sin  poder  fijar  el  tierapo, 
p6rque  todavia  no  he  formado  mi  plan  ni  sS  los  medios  de 
que  pueda  valerrae;  sin  embargo,  tengo  ]a  s^guridad  y  com- 
prometo mi  palabra,  y  si  se  quiere  mi  vida,  de  que  conse* 
gnirS  ni  intento;  pero  una  vez  conseguido,  neeesitaba  que 
nstedes  no  vlfiesen  mas  en  el  conventillo,  porque  salvado 
don  Enriquei  seri  indudablemente  perseguido  y  lo  eneon- 


^ 


trarian  con  mfnolia  facilidad  en  la  faabitacion  de  nstedes, 
dond«  l^^  policia  8abria  que  iria  infaliblemente  a  par^r.  Pbr 
otra  parte,  en  caso  que  no  se  descnbfie^'e,  nstedes  qqedai  ian 
espaestos  a  soportar  mil  disgustos,  i&iendo  vijilados  mm  de 
cerca  y  con  mucbo  mbterio;  de  maneraqne  una  v^^z  n  otra, 
por  mtrcfaas  qne  faeran  las  precauciones  que  se  tomaran, 
podia  caer  en  mnnos  de  sns  persegnidores  y  en  ese  caso 
todo  estaba  perdido  o  la  esperansa  de  salvarlo  se  hacia  mui 
remota,  porque  se  centuplicarian  las  dificnltadesi 

Alarta  ccntemplaba  con  carifio  a  Eloisa,  admir^ndbse  de 
aqoella  prevision  tan  rara  en  nna  j6ven  de  sn  edad;  asi  ea 
que  lodijo: 

— Parece,  hija  mia,  que  efituvieras  mui  acoatambrada  a 
lances  de  ebta  naturaleza  o  que  en  tus  pocos  afios  hubieras 
vi«to  mucho  mundo,  adquiriendo  una  grande  espei  iencia. 

— En  otra  ocasion  hablaremos  detenidamente  sobre  esto, 
pues  no  quiero  tener  para  usted  secretos;  pero  por  ahora  lo 
qne  necesito  saber  es  si  encuentra  o  no  razonables  mis  ad- 
vertencias.  , 

• — ^Las  hallo  mui  prndentes  y  de  una  prevision  admi* 
rat>le. 

— Pues  bien,  seflora,  yo  me  enCargo  de  btiscarlil  casa  y 
de  prepararlo  todo  con  el  mayor  sijilo  y  con  el  mayor  mis- 
terio,  de  tal  modo  qii^  quede  todo  el  mundo  desorientado 
y  que  nadie  sepa  su  nuevo  domicilio.'  ' 

— Nos  entregambs  a  tf  oon  enteria  confiinzi;  jperb  c6mo 

V 

Laremos  para  sacar  los  muebles  sin  que  nadie  lo  note?  Esta 
-era  la  dificultaid  con  que  tropezdbamos  Doihiftgo  y^y'o  hace 
'  nn  momento.  j       .       : 

— E<a  dificultad  desaparece  ficihuerite:  tist^db^  dejan  Ips 
mumbles  en  las  mismas  plezas  sacando  aqoeVlo  mas  neceaa- 
ria,  delo  feual  yo  me  encargo,  y  hacer  correr  laVoz  de  que 
van  al  carapo  por  algun  tiempo  para  restablecer  comple'M- 
mente  la  salmi  de^  lasefibfita  Merc6de5,*y  no  habrA*  udosolp 
^0  no  loi^rea,  tanio  mm  si  nstedes  l^a  deiM  «f  ^nij^r^bde 


Tijflar  pof  8U  cflMi.  La  misma  fSlbiila  se  le  cnenta  al  pro- 
pietario^  dejtodole  pagado  el  arrieado  por  aas  a  ocho  m^ 
868:  de  eata  suerte^  cnando  se  hay;i  fagado  don  Eariqne  7 
Uegoe  la  polida  al  eonTentiUo,  no  encontrarin  m  rastro  j 
habr^n  perdido  completamente  la  pista, 

Ahora,  por  lo  que  respecta  a  Teresa  y  a  mi^  noa  moda- 
remos  a  la  l«z  del  dia  7  a  la  vista  de  todos,  lleyando  naea- 
tro6  muebles  a  una  casa  que  tendr^  lista  de  antemano,  7  de 
alii  los  sacaremoe  al  dia  sigoiente  para  trasportarlos  aca  con 
otroj  carretones. 

— Todo  est^  admirablemente  combinado,  hija  mia. 

— Si,  tengo  esperanza  de  que  la  empresa  la  UevaremoB  a 
eabo  sin  el  mencn*  tropiezo,  pero  es  necesario  la  mas  grande 
reserva  7  el  misterio  mas  impenetrable,  hasta  que  no  lia7a- 
mos  puesto  en  completa  seguridad  a  don  Enrique  7  hasta 
que  la  sefiorita  Mereedes. . . 

— Asi  es,  Eloisa;  7  para  ello  seguiremoB  en  todo  tus  con- 
sejos. 

— D^jenme  obrar  a  mi  sin  admirarse  de  mi  metamdrfosis. 
Fuede  ser  que  algunas  veces  me  aparezca  de  gran  dama, 
otras  de  mendiga,  otras  en  mi  estado  propio,  otras  de  mu- 
chacha,  7  asi  sucesivamente.  Fuede  ser  tambien  que  ll^ue 
algunas  ocasiones  tarde  de  la  noche,  que  otras  no  me  recoja 
a  casa  7  que  ann  se  pasen  algunos  dias  sin  verme;  no  hai, 
paeSy  que  estranarse  dfi  nada,  porque  todos  estos  cambios 
pueden  ser  necesarios  7  Utiles  para  la  consecucion  del  pro- 

■ 

7ectQ. 

— Vuelvo  a  r^petirtelo,  Eloisa,  haremos  lo  que  nos  digaa 
que  deb^mos  hacer. 

— ^Ahora  70  me  encargo  de  buscar  la  casa.  Cono2co  la 
ciudad  de  Santiago  vkSA  que  a  mis  propias  manos  7  %i  cab- 
les pueden  ser  los  Ipgares  mas  a  prop6sito  para  nuestro 
asunto, 

— ^Te  damos  .carta  blanca,  hij^  mil^  pero  ea  la  nueva  hn- 
bitadon  tenen^oa  neoesidad  de  alguuoa  mueblesi  aunqne 


6» 

sekii  fdlsi  inM  mdiepetskbTes,  *de^e  el  momento  qae  nos  ve- 
mos  obligados  a  dejar  los  nnestros. 

— ^Esto  no  efi  tampoco  tina  dificnltad;  solamente  ya  le  he 
dicho  que  no  se  admire  de  nada,  ni  me  averigfte  cosa  alguna 
hasta  qne  yo  misma  espliqne  mi  condocta,  lo  qae  no  dnde 
nated  qne  lo  har6  eea  hoi  sea  maSana,  porque  me  pesa 
tener  para  nstedes  la  menor  reserva;  sin  embargo,  estoi 
obligada  a  ello  por  ciertos  motivos  qne  por  el  momento  no 
me  es  dado  esplicar,  perd  qtie  a  sn  debido  tiempo  sabrin 
nttedes;  mientras  tanto,  voi  a  salir  en  bnsca  de  lo  que  nece- 
tito  primero  antes  de  cmprender  lo  segnndo. 

— iQnieres  algan  dinero  Eloisa? 

— No,  senora;  lo  dnico  que  qaiero  es  que  me  dtje  obrar 
libremente,  segura  de  que  si  alguna  vez  necesito  algo  se  lo 
pedird. 

IL 

Dicho  y  hecho.  Eloisa  se  de8pidi6  de  Maria  y  de  Teresa, 
tom6  sn  manto  y  parti6. 

La  primera  dilijenciaque  hizo fue dirijirse  a  su casa  para 
vcr  a  sns  sirvientes  y  tranquilizarlas  por  su  prolon^ada  au- 
cencia.  Alll  cambi6  de  traje  y  se  visHd  con  el  mayor  lujo, 
haci^ndose  cuanto  mas  in teresante- podia.  En  seguida  Inan- 
d6  que  le  trajeran  el  mejor  coehe  que  se  eucontrara  en  la 
plaza,  lo  tom6  por  horas,  puso  algunas  monedas  de  oro  en 
su  bolsa  y  se  ech6  a  andar  por  todas  las  calles  de  Santiago, 
dando  la  preferencia  a  los  suburbios,  donde  orden6  que  la 
condujeran  primero. 

A  medida  que  Bloisa  enofontraba  una  casa  que  le  parecia 
adecuada  para  su  objeto,  abria  su  cartera  y  la  apuntaba, 
anotando  pbco  mas  o  menps  la  clase-  de  habitaciones  que  se 
encontraban  a  su  alrededol*,  porque  esto  ^ra  para  ella  una 
cireunstancia  de  mucha  consideracion,  pues  talvez  de  alii 
dependia  el  ^xito,  que  tenia  por  base  el  cooservar  siempre 
el  inc6gnito  y  si  era  posible  el  no  Uamar  jamas  la  attocion 


de  joa  ve^Qoa,  pasando  cuanto  mas  ae  patera  ignorada  de 
todo  el  mando. 

£ra  ya  la  caida  del  sol  cnando  orden6  al  oochero  dirijir- 
69  tras  del  cerro  de  Santa  Luciai  barrio  entonces  casi  com- 
pletamente  abandonado  y  doode  solo  vivian  alguaas  fami- 
lies pobres  y  como  apartadas  del  baUicio  de  la  poblacion, 
aunqne  en  disi^ocia  no  es  macha  del  eentro  de  la  hoi  mag- 
n^ca  ciudad  de  Santiago, 

£n  la  calle  de  Breton,  arrabal  entoncea  completamente 
abandonado,  encontr6  Eloisa  ana  casa  aislada  y  de  mni  mo- 
destas  apariencias,  qne  tenia  en  sa  vieja  paerta  an  papel 
que  decia:  *Esta  casa  se  alquila."  Inmediatamente  la  anolo 
en  sa  cartera,  hacidndole  ana  se&al  para  distingnirla  de  las 
otra?  qne  dntes  habiar  marcado,  orient^ndose  de  la  sitnacion 
en  qne  se  encontraba  asi  como  del  nombre  de  la  caller  mni 
poco  conoeido  para  los  habitantes  del  centro. 

Hechas  estas  dilijencias  se  diriji6  a  sa  primitiva  casa  de 
babitucion)  orden6  a  sns  criadas  de  abrir  ]a  poerta  4e  calle 
y  de  recibir  a  los  j6renes  que  vinieran  a  verla. 

Fuera  capriGho,  faara  casaalidad,  faura  que  desde  algan 
tiempo  ron  jase  constantemente  la  ca^a  de  Etoisa,  lo  cierto 
del  casQ  es  que  la  primera  persona  que  se  pre^ento  fu^  aquel 
mismo  Emilio  a  quien  Bloisa  habia,  por  decirlo  asi,  despe- 
didOf.  recibiendp  en  consecaencia  de  parte  de  ^1  el  mas 
grapde  de  los  insnltos. 

Eloisa  Ittia  o  se  bacia  que  leia  en  an  libro  caando  Emilio 
entr6. 

El  j6ven  dej6  sn  sombrero  sobre  una  silla,  se  acerco  a  la 
mnchacha,  y  poni^ndole  la  mano  en  el  hombro,  le  dijo  fanii- 
liarmente: 

, — {Todavia  est^  tnojada  conmigo? 

. — To  no  tengo  el  derecho  de  enojarme  con  nadie,  caba* 
Hero. 

•r-Sin  embargo,  lo  hioiste. 

^N<>  recperda 


Tl 

w 

■  •  *  ■ 

— 1)6Qd6  has  estado  tanto  tiempo,  qoB  no  he  podido  en- 
oontrarte  a  pesar  que  te  he  boscado  diariamente! 

— He  estado  ocopada. 

— Sin  dnda  con  aquel  penllan^  criado  de  Gaillermo,  a. 
qnien  de  baena  gana  habiera  d^do  de  patadas  en. .« 

-  ^^Ha  venido  asted  para  insultarrae  nuevamente? 

— No;  pero  tango  rabia  aun  de  que  me  pospuaieras  a  un 
miserable  airviente. 

— No  me  gnata  dar  esplicaciones  a  qoien  no  sabe  apre- 
ciarme;  pero  le  dir£  a  uated  francamehte  qaenada  teoiaque 
ver,  en  el  senlido  qoe  nsted  piensa,  con  ese  hombre. ' 

— jPor  qu^  me  hablas  de  asted  y  node  tfi,  como  lohacias 

antes? 

I* 

— Porqne  ni  nsted  es  el  mismo  para  mf  ni  yo  para  nsted. 

— iQo6!  jTJna  exaltacion  moment&nea  baatante  escusable 
ha  aido  lo  soficiente  para  cortar  nuestras  baenas  y  antiguaa 
relaciones? 

— La  jentede  nnestro  jaez,  qne,  aegun  nstedes,  no  tiene 
el  derecho  de  enojarse  ni  de  ser  ddeQa  de  6asa,  no  paede 
romper  relacionea  ni  aceptar?a^,  si  no  momentdneamente, 
puea  se  le  prohibe  el  derecho  de  ser  daeflo  de  si  misma:  esto 
€8  lo  qae  nsted  qniso  decirme:  al  menos  asi  lo  he  compren- 
dido. 

— D^jate,  hermosa  Eloisa,  de  esas  cosas;  si  qnierea  te  pTdo 
perdon  de  rodillas;  vamos,  ya  estoi  a  tus  plantas. 

Y  el  aristdcrata  j6ven  se  hinc6  delante  de  ella,  dibuj&ndo- 
se  sobre  sus  labios  una  sonrisa  entre  afable  y  barlona,  ana 
de  esas  sonrisas  qae  marcan  las  distancias  que  hai  de  tina 
a  otra  persona^  a  pesar  de  la  Intima  familiaridad  del  mo* 
mento. 

■ 

Eloisacomprendid  aqnel  mndo  lengnaje,  y  con  tono  digno 
pero  hnniilde,  dijo  a  Emilio: 

— Ese  reodimiento  aparente,  seflor,  es  todavia  la  conti* 
nnacion  de  la  misma  ofensa  anterior;  afiadiendo  ahora  la  re- 
chifla.  Sea  como  asted  qoiera,  ofi^ndame  como  se  le  antoje, 


72 

m 

estoi  dispnesU  a  soportarlo  todo,  porqne  no  qmero  m  debo 
exaltarme. 

— Te  descoDozco  completamente,  Eloisa,  dijo  el  jdran, 
abandpnando  la  postara  qae  habia  tornado  j  dando  aga  sem- 
blan'te  on  aire  de  seriedad;  iqni  es  lo  que  pasa  por  tf? 
lC6mo  has  cambiado  tanto  en  tan  poco  tiempof 

—O^dlA  hnbiera  cambiado  mas;  pero  nosotras,  en  nuestra 
degradante  condicion,  nO  podemos  ir  max  lejos,  porqne  aan 
cnando  mademos  por  completo  de  eziateQcia  y  de  ideas, 
fliempfe  ara^traremos  el  desprecio  esterior,  llevando  en  no- 
iotras  nno  todavia  mas  doloroso:  el  desprecio  propio. 

-^No  te  comprendo.  Jamas  te  habia  oido  hablar  aaL  4N0 
me  qnieres  ya? 

— jPuede  una  querer?  jY  qn6  aacaria  con  ello? 
,  — Hace  poco  tiempo  no  tenias  conmigo  este  lengaaje, 
sino  q^e  por  el  contrario  me  declas  que  me  amabaa  7  que 
eatabaa  aatisfecha  con  mi  carino. 
^  — ^Ea  verdad,  pero  me  engafiaba  a  mf  miama. 

— EntoAces  no  me  qnieres? 

—No  es  precisamente  eso  lo  que  quiero  signiflear. 
.  — dOu^  es,  pues? 

— Que  no  aoi  la  misma. 

— ^Has  mudado  de  vida! 

— ^Por  qu^^est^  entonces  tan  compuesta,  tan  seductora^ 
pj^ciendo  maa  hermoaa  gue  nunca. 

— Porqne  todavia  no  he  mndado  de  condicion  7  quiero 
agradar. 

—{A  qm6n? 

— A  usted  7  a  todos  loa  que  puedan  serme  Utiles. 

— jA  ,mi  7  a  todos!  |No  sabes  que  quiero  siempre  aer 
esclusiyo,  porqne  no  me  gusta  confundirme  eoi^  los  de- 
maa! 

— \Ex(Qersxaonm  de  la  vanidad!  {Pretensiones  del  amor 


— Sea  lo  qae  8e  foese:  ese.  es  mi  deaeo  y  mi  txijdncut, 
porqne  ea  mi  voluntad. 

— Est^  bien:  esto  puede  saceder  segan  sea  A  t^rvioi^  > 

^r— ^Te  he  rehusado  algana  vez  algo,  Eloisat 

—No;  usted  me  ha  dado  todo  el  dinero  que  Id  he  pedido. 

— Y  estoi  siempre  dispaesto  a  dArtelo. 

— Yo  no  quiero  dinero,  sino  aervicios  de  otro  j4nerck 

— jServicios!'  iQa^  clase  de  aervicios  exijea  de  ml?  DiloA, 
porqne  si  estin  en  mi  mano  no  te  loi  rehnsare;  pero  es  pre- 
ciso  qne  me  hables  con  la  familiaridad  antigna,  que  me  di- 
gas  tu,  qne  me  llames  por  mi  nombre. 

— Sea;  ^tienes  a^gnna  inflnencia  con  loa  hombres  de.  f^ 
bierno! 

— Si;  estoi  en  buena  armonia  con  todos  loa  mand^tarioa. 
Soi  nno  de  los  decididos  partidarios  de  la  administrcion  ac- 
tnal  y  de  la  candidatura  fntnra,  y  en  el  gabinete  se  encaea* 
tra  nn  tio  mio. 

-iTienes  un  tio  ministro? 

— Jastamente. 

— Paes  bien,  Emilio,  neceaifo  de  todo  ta  influjo  para  ob- 
tener  el  perdon  y  la  libertad  de  un  j6ven  que. . . 

— jDe  nn  j6ven!  jTalvez  de  un  rival  miol  Imipoaible: 
jc6mo  quieres  que  me  preste  a  ello? 

— ^^Puedo  asegurarte,  Emilio,  que  no  ea  tu  rival. 

— lQxi6  en  entonces. 

— Es...  es...  un  her  mano  mio.  , 

— Nunca  te  habia  oido  decir  que  tenias  hermano. 

— Habia,  estado  mucho  tiempo  ausente. 

— T  bien;  ^qu^  es  lo  que  ha  hecho  tu  hermano? 

— Se  meti6  en  la  revolucion  y  ha  sido  condenado  a  cinco 
anos  de  penitenciaria* 

— jRevoluoionarioI  Si  hubiera  sido  criminal,  «i  hnbier* 
aido  un  ladron  o  un  ^esino,  podia  deade  luego  a^Qgurartd 
que  obtendria  su  libertad  y  su  perdon;  jpero  revolucio^arip 
es  distinto!  En  la  actualidad,  Eloiaa,  ea  preciso  .moatrarse 


fi  10$  saoBiMr  iliR.  ftnouA 

B&t'&tb^^  «SK)s"  seffores,  porqtie  de  alH  depende  la  tranqni- 
lidad  presente  y  la  tranquilidad  futura  del  pais,  y  loa  mx-' 
nistrfes  asi  conto  el  presidertte  estdn  tan  convencidos  de  esta 
verdad,  que  8of>re  e^te  pnntoson  in^xorables  y  no  traneijen 
pop  na^a  ni  con  n«idle.  Hh»  cri  la  actualidad  jd^enes  de  las 
primeras  familias,  mni  influyentes  por  sas  relaciones,  erapa- 
rentados  coti  todo  el  mundo,  y  que  a  pesar  de  esaa  ventajas 
D^  ptieden  conseguir  doblegar  la  en^rjica  decision  de  los 
inandatario8,  porqae  estda  convencidos,  y  con  mucha  jnsti- 
cia,  que^iendo  induljentes  no  se  conseguiria  otra  cosa  que 
abrir  de  par  en  par  las  puertas  a  la  anarqaia;  y  esa  tirania, 
catQo  la  llaman  los  opositores,  no  es  otra  cosa  que  pruJen- 
cia:  lo  contrario  Feria  una  debi lidad  i m perdonable.  Ya  ve?^ 
pues,  Eloisa,  que  me  pides  no  imposible. 

— ^Ei  m^rito  es  mayor  mientras  mas  dificil  es  la  em- 
presa. 

— Indudablemente;  pero  exijir  lo  que  no  se  puede  alcan- 
zar  es  temeridad. 

— Sin  embargo,  tan  tea  la  cosa,  mientras  yo  toco  otros 
resorles,  porque  no  dejnr^  piedra  por  mover  con  tal  de  li- 
bertar  a  mi  hermano,  hasta  el  pun  to  que  yo  me  quedaria 
goatosa  «!  8U  lagar. 

— jEl  cambio  no  era  malo!  Si  lo  cbnsigues,  te  prometo 
desde  luego  que  me  constituyo  tambien  en  prisionero  por 
el  piacor  de  hacerte  compaQia,  porqae  eres  capaz  con  tu 
sola  presencia  de  trasformar  la  penitenciaria  en  un  paraiso 
terrenal. 

Eloisa,  a  pesar  de  los  sentimientos  que  la  agoviaban,  no 
pudo  menos  de  reirse  de  la  galante  ocorrencia  de  Emilio,  y 
dijo  al  j6v6n,  tendi^ndole  sn  delicada  mano: 

— Eres  siempre,  querido  Emilio,  el  mejor  j6ven  que  lie 
conocido,  y  eispero  qne  no  dfesmientas  ni  tu  cardctor  ni  el 
coneepto  que  me  he  formado.  Por  ahora  hazrae  el  favor  de 
rfetiratte,  pues  tengo  que  6alir;  pero  tendr^  el  gusto  de  verte 
maflana  aeata  misma  hofa,  y  Sste  serd  mayor  si  me  traes  al- 


gnna  ntreTa  favorable,  porqne  tne  pr6bar&  qne  baa  pensado 
en  mi  y  te  has  ocnpado  de  ml. 

--|Tan  luego  me  despided! 

«-^No  et  por  mala  voluDtad,  sine  que  es  oecesario.  Adtos, 
Emilio,  hasta  maiiana. 

-i-Dime  al  roenos  que  ya  no  me  conserras  ningun  rencor. 

* 

— Nunca  te  lo  he  tenido,  Emilio,  y  ahora  meDd»,  puesto 
que  pongo  a  proeba  tu  bondad  pidi^ndote  un  gran  servrcio. 

— ^^Qoe  si  dependiera  de  mi  ya  lo  habvias  cjcnsegaido;  pero 
te  prometo  hacer  ini  posible. 

Tan  loetfo  como  se  desaparecid  el  j6ven,  Eloisa  oambi6 
de  traje  y  se  dirij6  a  la  caile  de  San  Pablo,  donde  era  espe- 
rada  con  an&iedad. 

Ill 

A  pesar  de  la  confianza  que  tenian  en  Eloisa,  la  familia 
Lopez  no  podia  menoa  de  estar  tristemente  preocupada,  por- 
que  podia  mai  bien  suceder  qne  los  esfuerzos  de  la  j6ven 
fracasasen,  tropezando  con  dificultadesinstiperables,  porque 
el  boen  Domingo  Lopez  haV)ia  visto  a  alguoas  personam  y 
becho  dilijencias  corapletamente  iniitiles,  que  solo  prodnje- 
ron  en  61  cierto  desaliento,  desaliento  que  se  habia  corauni- 
cado  en  parte  al  resto  de  la  casa,  es  decir,  de  las  personas 
que  se  hallaban  alll  reunidas,  pues  se  encontraba  Santiago 
y  8u  e^posa  Teresa,  que  poseyendo  todos  los  secretos  de  la 
fii^milia  estaban  dispuestos  a  ayndarla  y  a  correr  la  misma 
suerte  que  ella,  cualquiera  que  fuese  la  situacion  en  que  se 
enooDtrase. 

La  mesa,  para  la  oena  estaba  puesta  y  solo  agnardaban  la 
Ilegada  de  Eloisa  para  dar  principio,  cnando  ^sta  apareoi6 
risuefia  y  fiatisfeeha,  animando  con  su  presencia  a  todos  los 
que  estaban  alll. 

— ParecQy  hija  mia,  que  nos  traes  budnas  nuevas,  le  dijo 
Marta  con  caiuiio,  sentindola  a  su  lado. 

~-Todavia  no  he  hecho  mucho,  setiora;  pero  estoi  en  ca- 


7ft 

miao  J  h#  pf  acticado  alganM  <dmijeBcias,  de  In  que  cspero 
consegair  algo.  For  el  momento  ya  tengo  Tista  la  caaa,  j 
mafiana  sin  falta  correri  por  mi  caenta.  La  sitoacion  es  mag- 
nifica^'est^  ea  la  -caUe  de  Breton,  detras  del  cemto  de  Saeta 
Lncia,  j  a  sns  alrededores  hai  poco  yeeindario. 

— ^PoeB  a  mi  me  ha  ido  m^l  por  todas  partea,  repoao  Do- 
mingo Lopez  eon  voz  triste. 

— ^No  importa,  gefior;  es  pi'einfto  no  deamajar. 

— ^En  caanto  a  eso,  paede  nsted  estar  segara,  Eloiaa,  por- 
qne  o  el  diablo  me  Ueva  o  yo  salvo  a  Enriqne. 

— ^La  eaerjia  en  la  accion  es  la  primera  condicion  de  baen 
6x^0. 

Los  cdlcnlos,  las  probabilidades,  las  personas  qoe  debian 
verse,  las  inflnencias  que  era  necesario  emplear,  etc.,  todo 
fa^  discntido  en  esa  nocbe;  pero  sin  qne  nada  pndiera  re- 
solrerse  y  sin  'saber  positivamente  cnales  serian  los  medios 
qne  mas  convendria  emplear;  porqne  Eloisa,  sin'qne  dejara 
de  amitir  sn  opinion,  gnardaba  cierta  reserva  respecto  a  sa 
accion,  no  faltando  por  esto  a  la  franqaeza;  porqne  era  a 
nn  mismo  tiempo  callada  y  locuaz,  reflexiva  y  atolondrada, 
amiga  de  proceder  por  si  misma,  sin  qne  por  esto  desechara 
la  opinion-  ajena;  pero  le  gustaba,  sobre  todo,  tener  la  segn- 
ridad  de  llevar  a  cabo  nn  proyecto  antes  de  comnnicarlo, 
ante£(  >de  decir:  aqui  est^  el  resnltado. 

El  dia  signiente,  Eloisa  se  levant6  temprano,  sa  pnso  su 
sf  ncillo  vestido  de  iglesia  y  se  encamino  directamente  a  la 
solitaria  calle  de  Breton  a  pregnntar  por  los  propietarios  da 
la  casa,  los  qne  eran  unos  pobres  viejos,  qne  al  ver  a  Eloi- 
sa,' a  pesar  de  la  modiestia  de  sn  traje,  goardaron  eon  ella 
toda  especie  de  consideraciones,  pnes  les  parecia  mni  snpe- 
rioi*  a  i(0das  las  personas  qne,  desde  algnn  tiempo  atras,  ha- 
bian  tenido  como  locatarios. 

Eloisa,  introdn^ida  en  aqoellas  pieras  bajas  y  su^as,  cnyas 
mnrallas,  ennegrecidas  por  el  himo,  indieaban  la  pobresa 
deJasrpel^^PQaaqneJaaliabiaa  habitado  y  sna  costnm^res 


■ii 

eseneialmente  ckilenas,  m  decir,  que  los  importa  tnnl  pocto 
el  oonfortable  j  el  aseo  con  tal  de  aparecer  aparentemente 
lajosas,  vi6  en  el  acto  los  inconvenientes,  pero  a  la  y6z  ob^ 
terv6  qoe  eraa  mni  fi&ciles  de  refiwrar,  y  pi*^^t^  a  l6r|>ro- 
pietarioe  por  el  preoio« 

— Diez  pesos,  sefiorita,  contestaron  a  nn  liiitmo  tiempio 
marido  y  mnjer,  afiadiendo,  pira  halagar  a  la  nneva  sAqnila- 
dora;  ya  ve  usted  qne  tiene  machos  ;&rbolea  fratalesr,  an  pa- 
rroncito,  dos  higneras,  alganos  tanales  a  orillas  d^  la  pared 
y  tambien  sas  tinas  de  greda  para  si  se  quiere  mcar  alm?- 
don,  aunqoe  ahora  se  nos  ha  prohibido  esta  indostria';  perb 
laa  alqailadoras  anteriores  aiempre  lo  bacian  y  mni  bien  qne 
ganaban  sn  sabaistencia,  porqae  el  barrio  es  apartado,  hdi 
poco9  vecinos  y  a  nadie  incomoda  el  olor,  poes  estamos 
acoBtnmbradoa  a  6i  desde  hace  muchos  afios. 

— ^{Oon  que  los  41timos  locatarios  tenian  la  fabricacion 
del  almidon? 

— Sf,  eefiorita;  ptro  mari6  el  marido  y  se  acabo'  el  hom- 
bre  de  la  casa  y  con  ^1  la  Indastria,  hasta  el  panto  qne  mi 
mnjer  y  yo  nos  vimos  obligadoe  a  pedirles  el  sitio,  porqae 
hacia  tiempo  que  no  nos  pagaban:  y  nosotros,  como  nsted 
pnede  figardrselo,  vivimos  de  naestros  arrienditos. 

— Indadablemente,  nstedes  estaban  en  sa  derecho  y  te- 
nian mncha  razoo;  pero  el  precio  me  parece  an  pbco  caro. 

Eata  parsimonia  aparente  de  Eloisa  era  6nicamente  con 
el  fin  da  no  levantar  la  menor  sdspecha. 

El  viejo  ooni6st6: 

— ^No.es  caro,  sefiorita,  porqae  aqui  pnede  hacerse  otm 
indastria,  en  la  qne  tampoco  le  iba  mal  al  antigao  locatario 
y  se  empleaban  la  mnjer  y  los  nifios  de  41,  y  esa  indas(txia 
eonsistia  en  torcer  c^fian^O)  fal)rie&ndolo  tan  bien,  que  fo 
venian  a  buscar  de  todas  parted  para  las  estrellas;  las  ISolas, 
lo6  barriletes,  los  volantines,  ^tc.f  a  tal  panto,  qub  sietnpre 
se  encontraba  eon  pedidos  qne  no  podia  satis&cei';  a^'  cs 
que  gaittban  mocha  pklia;  pero  ya  nsted  deb6  sabeV  que 


76  urn  sMUiof  MKi  trattuOb 

cpi^ido  el  jefe  de  Ta  familin  se  mnere,  todo  vien# -al  snela  y 
,  todo  86  hace  sal  y  agaa,  y  eato  fu^  lo  qua  le  suoedid  a*  esa 
pobre  jente. 

— Puesto  qae  ustedea  me  dicen  que  se  paeden  e^tableeer 
esas  dos  indastrias,  no  teago  el  meaor  iaconv^aiente  etx 
arrendarles  la  casa. 

— Y  hace  usted  oioi  bien,  porque  exiaten  todavia  algnnos 
Utiles  para  la  almidooeria,  como  son  esas  tinajas  que  listed 
tiene  a  la  vista  y  para  la  hilaaderia  hni  ba^itante  espacio  y 
esos  drboles  y  ^as,  estaca^  qae  les  serrian  a  la  vez  para  mi* 
dir,  es  decir,  la  can^Jia  y  para  torcer  el  c^fiamo. 

— listed  me  da  magulflcas  esplicacioaes  que  yx>  y  mis 
compafieroB  trataremos  de  aprovechar  poni^ndolas  eti 
plaata. 

— Har^Q  ustedes  mui  bien,  pues  a^i  ganar^a  plata. 

—Para  asegarar  tan  provechoso  arriendo,  me  permito 
adelantar  a  ustedes  seis  mesesi,  y  Eloisa  8ac6  de  su  porta- 
monedas  los  aeseuta  pesos,  que  puso  en  mauos  del  propie- 
taria 

Admirado  ^ste  de  tanta  jenerosidad,  que  jamas  habla  vis* 
to  practicar  eu  sa  yida,  prometi6  a  Eloisa  que  .la  serviria 
en  cuanto  fuera  necesario  y  que  si  tenia  afgunas  dilijt^ncias 
que  pr^eticar,  estaria  61  mui  dispaesto  a  reemplaa^rla  eu 
caso  que  no  qqisiera  abandonar  sas  tareas. 
,,  Eloisa  se  iuformd  de  todos  los  vecinos  y  de  sua  eostum- 
bres  para  ver  lo  qae  podia  esperar  o  temer  de  laa  personas 
que  la  rodeaban,  y  las  respuestas  y  observaeiones  del  viejo 
propietario  la  satisfacieron^  tomando  deSde  aquel  mismotlia 
las  Haves,    •  •  l    : . 

Practicada  esta  dtlijenoia,  se  dinji6,  eon  su.aotividAd^de 
oostnmbre,  a  uua.f^lbnoa  de  carpinteria  para  linc€rr  las  fe- 
fc'cciones  necesarias  en  el  interior,  dicieudo  al  maestro  que 
corriese  con  todo  el  trabajo'y  que  lo  biciera  con  br&:<Kedftd, 
cualquiera  que  fuera  su  costo,  comprando  a  la  vez  loarmoe- 
blesy4tiles  iudispenaables  paraqoA  ia  faaili* 'Wtuyi^ca 


con  comodidad  j  decencia,  encargaQdo  solamente  qaa.no 
hicieran  niogana  refaccion  en  el  esterior,  dejandp  ]a  paerta 
depalle  con  toda  sus  vetustas  y  modestaa  apariencias. 

En  aquel  solo  dia  dej6  Eloisa  preparado  caanto  era  pre- 
ciso  paraqnelafamilia  Lopez  encontrase  comodidades,  aseo 
y  hasta  confortable  en  sa  nueva  moradd,  paea  mand6  einpa* 
pelar  los  cnartos,  componer  los  pisoa,  pintar  y  madar  pner^ 
tas  e  improvisar  nnevos  departamentos,  ordenando  a  los  que 
dirijian  aqueros  trabajo3  que  ta^ie^a  coastantemente  la 
puerta  de  calle  cerrada,  para  que,  si  era  posible,  no  8^ 
apercibiese  nadie,  ni  aun  el  mismo  propietario,  d^  la  traa* 
formacion  qne  se  operaba  en  el  interior;  y  como  el  dinero 
todo  lo  pnede,  segan  lo  piensa  la  jeneralidad,  laa  6rdene8 
de  Eloisa  faeron  fielmente  camplidas  y  sus  deseos  satisfe- 
chos  completamente. 

Libre  ya  de  estas  ocapaciones,  que  eran  indispensables 
para  la  realizacion  de  sas  proyectos,  qtiiso  jozgar  por  si 
misma  de  la  sitaaeion  en  qae  se  encontraba  la  prisiou  de 
Enrique,  es  deeir,  la  penitenciaria,  y  orden6  al  cochero  d^ 
dirijirse  al  campo  de  Marte. 

Esta  f  imosa  prision,  ocupada  jeneralmente  por  los  maa 

grandes  criminale^  se  encuentra  a  algana  distancia  hftcia 

el  6ur  del  lugar  donde  evolucionan  las  tropas,  y  es  una  es- 

pecie  de  fortaleza  y  de  cdrcel,  di>nde  se  ban  tornado  todas 

las  precaaciones  para  h^cer  imposible  la  evasion  delas  per- 

sonas  que  estdn  condenadas  a  pamr  mas  o  cnenos  tiempo,  y 

algunas  toda  la  vida,  (^q  aquel  espantoso  reeinto  cnya  sola 

vista  inspira  terror. 

Eloisa  queria,  como  hemos  dicho,  darse  cuenta  del  lugar 

en  que  se  encontraba  Enrique,  como  si  fuera  un  matemdt^ 

eoque  pudiese  valorar  las  mas  o  raenbs  probabilidades  qne 

ofreciei^en  sus  espcsas  murallas  para  una  evasioi}  pero  sa 

ardiente  deseo  de  salvar  al  j6ven  saplia  en  parte  su  falt^i 

de  conocimientos  especiales,  y  ciiando  bubo  dado  una  vuel* 

Uk  gircttlar  por  el  lado  de  afuiera,  crey6  que  no  era  impoai* 


6o  iKw  mmMDOB  ML  Mtaijo. 

Wcf  evadirst,  teniendo  faerzas,  ajilidad  y  arrojo;  y  como 
t&bia  que  Enriqae  poseia  estas  caalidades,  coDcibi6  alganas 
esperanzas,  pero  prefiriendo  sn  diplomacia  a  verse  redardda 
a  adoptar  esta  estrema  y  Ultima  medida. 

Dado  este  paseo  de  iavestigacion,  volvi6  a  su  casa;  y  asi 
como  la  noche  anterior,  se  adoni6  con  gran  coqueteria, 
realzando  con  la  compostura  sua  natarales  atractivos  con  el 
fin  de  agradar  mas  a  Emilio,  pero  nada  mas  que  con  el  fin 
de  agradarlo  para  gobernarlo  mejor  y  obligarlo  a  hacer,  si 
era  neeesarib,  nn  imposible:  las  maj[ere8,  por  naturaleza,  po- 
8een  este  arte  y  lo  emplean  a  las  mil  mara villas  y  casi  siem- 
pre  con  un  feliz  ^xlto. 

IV. 

Apenas  habia  dejado  Eloisa  sn  tocador  cnando  apareci6 
Emilio,  qne  a  su  vez  parecia  haberse  tambien  ocupado  de  su 
traje  mas  que  lo  de  costumbre,  puiss  venia  vestido  de  una 
tnanera  irreprochable. 

— jSabes,  Eloisa,  que  estfe  encantadora?  dijo  el  jSven,  sen- 
tfindose  en  el  mismo  sofd  y  tomdndole  suavemente  una 
mano,  que  ella  no  retir6. 

'  — ^Te  lo  confieso,   Emilio;  me  coinplazco  en  parecerte 
bien. 

— '^Te  has  adornado  para  ml  4nicamente? 

-—Nada  mas  que  para  ti. 

— jDe  veras?  Mira  que  soi  capaz  de  hacer  cualquier  lo- 
cura  poi:  complacerte  y  darte  gusto  en  todo. 

—-Asi  es  como  me  agradan  los  amantes.  Talvez  por  lo 
d^bil  que  es  la  mujer,  desea  y  se  envanece  de  ejercer  ese 
imperio:  jes  tan  agradable  ver  a  nuestras  plantas  a  los  que 
goblernan  los  destinos  humanos!  Te  lo  confieso,  Emilio:  e^-, 
taria  orgullosa  de  tener  arrodillado  ante  mi  a  un  ministro.^ 

— jQu^  capricho!  Eres  la  muchacha  mas  estravagante  y 
mm  hechicera  que  he  conocido  en  mi  yida. 


LOS  nOEBTOS  DSL  PUIBLO.  $1 

— Nolo  creas,  Emilio;  todas  las  mujeres  somos  mas  o 
menoi^  asi:  nos  complace  dominar  la  fherza,  atifi  cnando  tme^- 
tro  imperio  sea  el  de  an  instante  j  sea,  en  realidad  el  mas 
efimero;  pero  esa  es  naestra  tendencia  y  estar^  sin  dada  en 
nnestra  naturaleza.  ' 

— Amiga  mia,  ya  que  no  tienes  a  tu  planta  a  un  ifaims- 
tro,  puedes  vanagloriarle  de  tener  a  tin  fatoro  dipntado, 
pnes  estoi  propuesto  como  candidate  del  gobierno,  y  estas 
candidataras  son  segaras,  jamas  fracasan,  porqoe  soii  las  qne 
tienen  en  su  favor  la  luerza. 

— ^Me  alegro  por  tl;  pero  dime:  ^qu^  edad  tiene  tn  tio  el 
sefior  ministro? 

—Mi  tio  es  j6ven  todavia:  tendr^  cnando  mas  euarenta  o 
coarenta  y  cinco  afios.  "'  \ 

— Hermosa  edad!  la  edad  de  la  reflexion,  en  qne  el  jnicio 
est^  madnro  y  el  corazon  no  ha  cesado  de  latir.  ^Es  casado 
el  sefior  ministro? 

— Casado;  pero...  pero...  no  est4  mni  bien,  qne  digamos, 
consn  mojer;  sin  embargo,  las  apariencias,  porlo  qne  bace 
a  la  opinion  piiblica,  se  sal  van. 

— Te  entiendo,  te  entiendo... 

— Por  otra  parte,  ya  qne  deseas,  segnn  estoi  viendo,  al- 
gunos  ioformes  sobre  ^1,  talvez  con  el  objeto  de  salvar^  a  tn 
hermano,  debo  prevenirte  qne  mi  tio  el  ministro,  es  mni 
beato. 

— jBeato!  Tanto  mejon  estos  son  por  lo  jeneral  los  maSM. 

— ^Los  mas  qn^? 

-^lios  mas  enamora..  los  mas  liip6critas  qneria  dedr.  ^No 
sabes  aquel  adajio  antigno  que  dice:  pillalas  a  tienio  y  urn-' 
tolas  callando.  Y  que  se  aplica  jenefalmente  a  los  tc^tujbsf 

— ^Pero  mi  >tio  es  de  una  virtud  s61ida;  va  a  misa  todos 
los  dias;  estd  en  mni  bnenas  relaciones  con  el  arzobispo;'rj^ 
cibe  con^tatttemente  visitas  de  cldrigos  y...  y  se  confiesamm. 
vez  cada  mes;  debie^do  sn  elevacion  a  solo  su  virtud;  ]^t» 
qne  mi  tio  no  es  de  mncho  talento,  pnes  hace  poco  tiQm^' 


3;3  urn  OGBxiofl  dxl  fumbs^k 


wa  polnre  abogado  sin  clientela;  pero  sa  apego  a  la  igle- 
d  yerlo  siempre  ea  las  procesiones  con  sn  vela  y  sn  ca- 
pinua,  el  ser  miembro  de  algnnas  cofradias,  le  procnr6 
primero  los  sindicatos  de  monjas;  y  sn  bnena  administra- 
don ,  porqne  es  nn  escelente  finansista,  le  di6  plata^  y  se  ha 
hecho  tan  notable,  qne  esnno  delosmas  importantes  miem- 
broB  qne  componen  el  gabinete. 

— ^En  la  descripcion  que  me  haces  de  tu  honorable  tio, 
me  lo  recomiendas  estraordinari&mente:  es  el  hombre  qne 
necesito. 

T— (Como  el  hombre  qne  necesitas!  Te  eqnivocas,  Eloisa' 
mi  tio  es  hombre  de  6rden,  es  conservador,  es  jesnita,  y  nn 
conservador  y  nn  jesnita  no  abogan  jamas  por  los  revoln- 
oionarios,  y  en  prneba  de  ello,  no  he  podido  obtener,  no  dir£ 
la  libertad,  pero  ni  siqniera  sacar  nna  peqne&a  yentaja  en 
favor  de  tn  hermano;  pnes  se  me  ha  negado  redondamente, 
a  pesar  qne  soi  el  sobrino  mas  qnerido. 

— iD6nde  vive  tn  santo  tio? 

— En  la  calle  de  los  Hu^rfanos;  y  te  ser&  £&cil  hallarlo, 
porque,  por  sn  poaicion,  es  mni  conocido  en  el  barrio. 

— ^T  nada  has  consegnido  de  61? 

^-*Ya  te  lo  he  dieho. 

-^^Talves  no  te  has  empefiado? 

— He  pnesto  en  jnego  toda  mi  ciencia;  pero  respecto  a  la 
politka  mi  tio  es  intolerable.  Mi  tio  es  de  aqnellos  qne  di- 
cen:  yo  soi  y  debo  ser  gobiernista,  porqne  es  de  ^1  de  qnien 
rocdba  la  pitanza,  pn^  soi  sn  empleado;  y  castigaril  siempre 
y  mirar&  de  mal  ojo  a  todo  aqael  qne  no  tenga  las  mismas 
ideaa  Ahora^  si  hnbiera  sido  por  ^1,  es  decir,  si  hnbiera  pre- 
valeoido  sn  opinion,  y  casi  estnvo  a  pnnto  de  qne  sncedie- 
88^  ya  no  existiria  tn  hermano,  porqne  ^1  qneria  qne  fnesen 
oeodenados  a  mnerte  todos  los  revolncionario^  sin  esceptnar 
ningnao.  Ta  ves,  Eloisa,  qne  no  hai  nada  qne  esperar  por 
qrte  lado« 

~2Me  dioes  qne  tn  tio  estd  mal  con  su  mnjer? 


LOf  8BCBITO0  DIL  PITKndb.  83' 

— Sf;  hace  tiempo. 

— gSabes  la  causa? 

— Me  parece  que  el  viejo,  a  pesar  de  so  santidad,  es  algo' 
aficionado  al  bello  sexo,  en  lo  qoe  no  hace  m^l,  j  de  allf 
provienen  los  disgustos. 

— Basta,  Emilio;  ^a  qu4  horas  estA  visible  tu  tio?  ^ 

— Antes  de  hse  al  ministerio, 

— ^Y  a  qu^  horas  se  va  al  ministerio? 

— A  las  doce. 

— Bueno,  amigo  mio;  mafiana  har6  una  visita  a  tu  queri- 
do  tio. 

— Te  deseo  buen  ^xito;  pero  deja  que  exija  de  tl  una 
condicion. 

— ^Cudl?  Soi  poco  aficionada  a  las  condiciones;  pero  en 
fin,  dllas. 

—  Eogatuza,  si  puedes,  a  mi  tio;  pero  cuidado!.,, 

— gCuidado  de  qud? 

— Cuidado  de  que  ^l  no  te  engatuze  a  ti, 

— Sobre  este  punto  yive  confiado. 

— Todavia  desearia  mas. 

— ^Qu6  otra  cosa? 

— Que  no  vayas  a  hacer  concesion  por  cdncesion. 

— Veo  que  te  estds  poniehdo  celoso. 

— De  veras,  porque  te  quiero  mas  que  nunca. 
.  — Pues,  amigo,  yo  te  confieso  que  has  Uegado  a  destieni* 
po  para  que  me  envanezoan  tus  piropos  y  continiie  acep- 
tando  tus  galanteos. 

— jComo!  Has  resu^lto.. . 

— He  resuelto  vivir  honestamente;  asi  es  que  puedes  estar 
tranquilo  sobre  las  conseeuencias  de  mis  visitas  al  sefior  mi- 
nistro. 

— No  quisiera  que  tu  virtud  fuera  tan  rljida  y  no  hubte- 
sen  algunas  escepciones. 

— El  tiempo  lo  dird,  amigo  mio;  mientraa  tanto,  desearia 
que  te  retirases.  \ 


84  Um  nOBKBOB  d«l  fubsuk 

--'Me  cnesta  obedecerte;  qnisiera... 

— Imposible,  amigo  mio;  lo  mejor  es  lo  que  te  he  dicho: 
dejar  que  obre  el  tiempo. 

— jPerp,  Eloisa!... 

— No  hai  peros  ni  peros;  mi  volnatad  es  de  fierro  y  solo 
pueden  derretirla  los  servicios;  y  aun  asi... 

— Pues  bien,  Eloisa;  para  probarte  lo  que  te  estimo,  obe- 
dezco. 

Y  el  j6ven  tom6  su  sombrero. 

Elois^  le  teudid  la  mano,  que  Emilio  be36  con  carifio. 

— Eicelente  j6ven,  esclam6  Eloisa  cuaudo  bubo  partido; 
pero  hai  todavia  de  parte  de  Enrique  una  snperioridad  ia- 
mensa.  Y  la  hermosa  muchacha,  trLste  y  meditabunda,  se 
recost6  en  un  sofA,  cerr6  los  ojos  y  qued6  por  algunos  me- 
mentos en  un  estado  como  de  completa  inaccion.  jQu^  pen- 
samientos  la  dominaban?  ^Qu^  ideas  ocupaban  la  mente  de 
aquella  mujer  degradada,  de  aquella  alma  abatida  por  el 
vicio,  pero  que,  sin  embargo,  trataba  de  rejenerarse?  ^Era 
acaso  el  remordi  miento?  ^Era  el  alba  de  un  nnevo  afecto  que 
venia  a  alumbrar  aquellas  tinieblas,  que  venia  a  hacer  latir 
aquel  corazon,  apagado  ya  por  el  deleite  impuro,  que  venia 
a  dar  calor  al  caddver  de  una  inmunda  prostitucion?  jQui^n 
sabe!  Hai  en  el  alma  arcanos  impenetrables...  Hai  en  las  pa- 
siones  humanas  tal  enerjia,  tal  vigor,  tal  fnego,  qub  muchas 
ve9QS  se  depura,  como  en  un  crisol,  todo  lo  que  no  estS  en 
armonia  con  el  sentimiento  dominante;  y  cuando  este  senti- 
miento  adquiere  esa  forma  esclusiva  y  absoluta,  disipa  en 
imperceptibles  gooes  las  partes  heteroj^neas  de  que  antes 
s^  componia,  para  quedar  solo,  puro,  liquido,  como  uno  de 
esQS  elementos  primitives  que  entran  en  la  composicion  de 
la  materia  y  que  aun  no  hemes  podido  analizar. 

Eloisa  8Ali6  al  fin  de  su  profunda  meditacion  y  dijo  estas 
pocas  palabras,  cuyo  sentido  cada  cual  puede  interpretar  a 
su  manera:  ^'Aun  cuando  pudiera,  aun  cuando  llegara  a  rea- 
lizarse,  no  debo  consentir,  no  lo  aceptaria  jamas;  yo  sopor* 


*  •». — 


LOS  Bxcntnos  vtL  vxndojb*  85 

tarS  mi  ignominia,  pero  a  nadla  asociar^  a  elta;  a  nactiB  lSkt4 

cnbrirse  la  cara  ni  qne  derrame  una  soWl4grima.*.'^  '  *  '  ' 

La  pobre  j6ren  llam6  a  sns  sirtientes,  Ite  di6  sns  6rde- 

nes,  tom6  otra  vez  su  modesto  traje  de  iglesia  y  se  d!ri}i6 

presorosa  y  como  atraida  por  nn  irresistible  iman  a  la  (iaoa 

de  Enrique. 

.  •  •• 
'V. 

» 

Es  indadable  que  en  cada  uno  de  los  seres  bumanos  bai 
unft  dosis  mayor  o  menor  de  atraccion.  jPor  qu^  nos  senti- 
mos  inclinados  a  querer  a  esta  o  aquella  persona?  iQxi&  lei 
oculta,  lei  a  la  que  obedecemos  sin  conocerla,  nos  afrastra? 
jQui^n  ba  podido  darse  cuenta,  qui6n  ba  analizado  este  sen- 
timiento  interior  que  denotninamos  simpatia?  {Hai  iilamen- 
tos,  bai  lazos,  bai  vinculos  ignorados  entre  rin  individuo  y 
otro  individuo  a  quien  nunca  se  ba  visto  y  al  que  sin  em- 
bargo amamos  casi  al  primer  instante,  casi  al  primer  encueh- 
tro?  ^Y  por  qu^  en  las  diferencias  infinitas  de  seres '  de  bfia 
misma  espeoie,  en  sus  categonas  distintas,  (bablatho^  de  Jas 
establecidas  por  la  naturaleza)  en  sus  gastos  veriados,  eh 
sus  tendencias  opuestas,  se  encaentra  ese  mismo  fluidb  que 
produce  la  amalgaraacion  de  uhos  y  de  otros,  que  establece 
la  union  en  los  contrastes,  y  de  la  union  en  los  contrastes  na- 
ciendo  el  6rden,  la  armonia,  la  belleza,  el  perfeccionAmiento, 
el  amor,  la  creacion  entera,  en  una  palabra? 

Abora  bien:  si  este  fen6meno  lo  vemos  realizarse  en  todos 
los  lugares  y  en  todos  los  tiempos,  ^por  qu^  bemos  de  es- 
trafiar  la  simpatia  de  Eloisa  bacia  la  familia  Lopez  y*  de  14 
familia  Lopez  bdcia  Eloisa?  El  punto  en  que  estaban  colo- 
cados  las  unas  y  la  otra  jes  acaso  una  bar r era  que  no  puede 
salvarse?  Ya  vemos  que  no;  porque  si  Kfoisa  se  sebtia  atrai- 
da b&cia  la  familia  Lopez,  la  familia  Lopez  se  sentia  tarn- 
bien  atraida  b&cia  ESoisa;  de  mtoera  que  cuandbia  tieron 
Uegar  fu^  un  motivo  de  regocijo  pafa  todos.  ' 

— Algo  se  ba  becbo,  algo  se  ba  adelantado,  dijo  Eloisa 


^  jWM  wdwm  Mil  nruDO. 

coi^  feft^ivo  ioAO,  porque  esperimentaba  ansi  alegria  interior 
cnando,  despae^  -del  cansancio  que  trae  la  lacha  con  el  man- 
do,  86  encuentra  el  hombre  en  an  circalo  de  paz  y  donde 
todo  respira  inocencia  y  afeccion. 

— jQu^  tenemos  de  nuevo?  le  pregunt6  Domingo. 

— No  mucho  todavia,  seflor,  pero  ya  tenemos  asegnrada 
la  casa,  y  en  una  semana,  a  mas  tardar,  estard  lista  y  po* 
dr^n  nstedes  mndarse. 

— ^No  deja  de  ser,  sefiorita,  no  deja  de  sen 

— Talvez  ma&ana  tenga  qnizd  una  entrevista  con  uno  de 
los  m^nistroSy  y  puede  ser  que  por  este  lado  saque  tambiep 
algujna  ventaja. 

— Lo  dado  mucho,  porque  usted  re  que  yo  no  he  podido 
obtener  gran  cosa  de  S.  E  el  presidente,  salvo  el  que  se 
cambiase  la  pena;  pero  de  todas  maneras,  no  deja  ^sta  de 
ser  dura,  y  sin  embargo,  mi  jeneral  se  ha  moatrado  inflexi- 
.bli^,  dici^ndopcie  t^rminantemente  que  ao  podia  ni  disminui^- 
^a.pi  modificark.  ;Cineo  afios  de  penitenci^rLa!  Esto  es  bar- 
barp^  esto  c|s  horrible!  jQu^  va  a  hacer  Enrique  en  cinco 
fi^o^i  Perderd  su  juventud,  su  fuerza,  st^  instruccion  y  hasta 
.9na  sentimientos  en  ese  en^ambre  de  criminales  donde  el  mas 
.malvadp,  el  mas  vicioso  y  el  mas  cinico  e^  el  que  pbtiene  Ifi 
sijpremacia,  es  al  que  consideran  y  respetan. 

—No  permanecerA  su  hijo  los  cinco  anos:  le  respondo 
con  toda  seguri^ad^  pues  tengo  mucha  confis^nza  en  mi  mis- 
ip§,  lo  que  en  realidad  es  un  defecto,  pero  un  defecto  de 
^e  IK)  h^,  podido  oararme.  Su  hijo  no  estarden  la  peniten- 
^oia^a^as  de  cinco  meses, 

— jC6mo  lo  sabe  usted?  jPor  qu6  lo  afirma? 
^1 .— No  lo  s^:  perp  s£  lo  afirmo,  porque  hai  un  presenti- 
mieuto, .  hai  ana  rpz  secreta  que  me  lo  dice  en  el  inte- 

— -^to  se  ptU'ecQ^  a.  los  c&loalos  qae  h^ce  7  a  las  probabi< 
lidades  con  que  cnenta  Marts;  pero  en  todas  ocasiones  no 
^eestpcierto.. 


TM  noEnos  DiL  vmauK  87 

— ^Yo  si  que  tengo  fe  en  lo  que  dice  Eloisa,  contest<S  Mar- 
ta,  porqne  hai  de  esos  avisos  que  naoca^ngaBan. 

— Y  yo  tambien,  aaadi6  Mereedes,  p<>rque  todo  caanto 
ha  pcnsado  mi  madre  ha  salido  cierto,  y  Eloisa  se  le  parece 
en  esto. 

— Paes  nosotros  creemos  lo  mismo,  |no  es  rerdad  Santia- 
go? agreg6  Teresa  interrogando  a  sa  marido. 

— Sin  dnda  alguna,  respondi6  el  jdven  zapatero;  basta 
que  la  sefiora  Marta  lo  piense  asi. 

— Hasta  a  mf  me  van  faaciendo  que  lo  crea,  dijo  el  tenien< 
te,  sin  embargo  que  yo  sigo  la  doctrina  de  Santo  Tomas: 
"ver  y  creer." 

Al  dia  signiente  Eloisa  salid  temprano,  como  de  cqstam- 
bre,  y  fa^se  directamente  a  vestir  a  sn  propia  casa.  Jamas 
esta  elegante  muchacha  habia  pnesto  mas  esmero  en  nn  to* 
cado.  El  dormitorio  estaba  sembrado  de  trajes,  de  cintas,  de 
sombreros  y  de  encajes  qne  habia  ensayadq  y  d^sechado 
alternativamente  hasta  qaedar  completamente  a  su  gas- 
to,  es  decir,  que  ella  estaba  eomplaoida  de  sa  propia 
persona;  y  como  si  dudase  todavia  del  efeoba  que  produci- 
rian  sus  atractivos,  llam6  a  las  sirvientes  para  pr^gnatarles 
ctSmo  la  encontraban. 

Las  do3  machachas,  en  su  admiracion  inj^ooa,  le  dijeron 
que  estaba  divina  y  que  jamas  la  habian  visto  tan  intere- 
sante, 

— Es  que  voi  a  hacer  una  eonqui«ta,,las  dijo  li^dose.  ■ 

— De  seguro,  seQoriia,  que  no  habrA  un  solo  j^ven  que 
no  se  enamore.  jSi  la  viera  don  Emilio! 

— No  es  a  un  j<5ven  el  que  voi  a  ver  siao  a  un  viejo. 

~jA  un  viejo!  Par*  qu^  ^irveii  kjis  viejoSj  sdaorital 

—Son  los  mejores. 

— Para  un  viejo  no  faecesitaba  de  tanta  dOmpodtura« 

—Esto  es  lo  que  a  Ustedes  les  par6ce;  pern  yo  «^  por  es- 
periencia  que  los  riejos  son  los  tnM  difidiles,  los  ttfas  Vdgo- 
deones. 


8S  UM  llQUSOt  Mft  PinBUW 

—{No  faltaba  maa! 

~-Pa68  es  aBi,  amigaB  miaa. 

. — Pero  asted  qo  paede  qaerer  a  an  viejo  teniendo  jdy^- 
nes  a  pafiados  y  macho  mas  teniendo  a  don  Emilio, 

— Ysk  no  necesito  de  los  Jdvenes  para  aada;  ni  los  qaiero, 
ni  me  sirven. 

— jPiensa  asted  en  casarse,  seflorita!  En  ese  caso  no  me 
parece  mal. 

— ;En  casarpie!  ^est^n  locas?  Yo  no  me  casarS  nanca. 

Y  una  sonrisa  dolorosa  vag6  por  los  nacarados  labios  de 
la  jovcn. 

— {Nnncal  ^Y  por  qo^  paes,  sefiorita,  caando  todos  la 
qnieren  y  la  qaerrian  macho  mas  caando  conocieraa  lo  bae- 
na  qae  es2 

.  — Dejemos  esta  conversacion:  yo  las  he  llamado  4uica- 
mente  para  qae  me  digan  si  no  hai  en  mi  traje  algan  de- 
feoto, 

— Ya  le  hemos  contestado,  se&orita, 

— ^Est^  bien;  pero  antes  de  partir  tomaria  ana  taza  de  t^, 
ai  hai  agaa  caliente. 

— En  el  acto,  seSorita;  el  agaa  caliente  no  nos  falta,  por- 
qae  ya  sabe  qae  nosotras  tomamos  mate  en  cuanto  nos  le- 
vantamos. 

— Vaya  ana  a  bnscarme  el  mejor  coche  de  la  plaza  mien- 
tras  la  otra  me  prepara  lo  qae  he  pedido. 

Caando  lleg6  el  coche  Eloisa,  estaba  lista  y  dijo  al  con- 
dactor. 

— Calle  de  los  Ha^rfanos,  n4m...  Me  hard  asted  el  favor  de 
esperarse  a  la  paerta  para  volverme  a  traer  o  para  hacer 
otras  dilijencias. 

El  cochero  abri6  la  portezaela  presuroso,  porqae  cono* 
cies^do  la  clase  4e  persona  con  qaien  trataba  le  convenia 
aparecer  solicito  y  complacieatey  paes  sabia  por  esperiencia 
qae  aqaella  categoria  de  jentes,  caando  se  hall  a  en  bae^a 
posicion,  es  la  mejor  pagadora,  no  regateando  jamas. 


urn  nrauROB  i>il  wmbsjx  89 

'  Caando  Eloisa  lleg6  ^  la  pnerta  de  la  casa  del  mifiiairo 
ordeii6  a»l  coeUero  pregantara  por  el  setlor  tal  y  de  decir- 
le  que  si  podrU  verlo  una  aefiorita  que  agnardaba  eo  la 
pnerta. 

El  machacho  voIvi6  inmediatamente  con  la  reepueBtft  de 
que  podia  pasar  adelante. 

Eipisa  era  jeneralmeate  tnai  daeQa  de  si  misma  7  muoho 
ma3  ab.ora  qne  estaba  completamente  serena,  pues  el  trato 
d0  mnndo  y  de  los  j6veues  de  la  mas  alta  sociedad,  le  babia 
becho  perder  ese  eacajimiento  primitivo;  pero  no  por  esto 
era  desoooada  y  pet^ulante,  sino  que  tenia  facilidad  en  sua 
maneraa,  pero  no  arroganqia,  asi  es  qae  a  peaar  de  aa  oon- 
dicion  degradante  imponia  cierto  respeto  y  mucbo  mas  a 
las  pei*8aBaa  qqe  no  conocian  sua  antecedentes;  asi  es  que 
penetr6  en  las  babitaciones  del  se&or  ministro  sin  temor,  sa- 
ludAndolo  con  digna  deferencia. 

El  ministro  en  aquel  momento  se  ballaba  sentado  de- 
lante  de  sa  escritorio  atestado  de  papeles,  aparentando  sin 
dnda  alguna  que  estaba  ocapadisimo  para  darse  asi  mayor 
importancia:  este  espediante  es  mai  comun  a  las  nalidades, 
!pero  solo  sirve  para  embanc^r  a  los  necios  o  a  los  inocen- 
tea  que  est^a  persuadidos  qae  esos  hombres  de  estada,  json 
seres  (Bscepcipnales,  privUejiados  por  Dios  con  infasa  ciencia, 
siq  comprender  que  por  lo  jeneral  no  son  otra  cosa  qae  ip- 
trigantes  que  surjen  por  medio  de  cdbalas  y  rara  vez  por  el 
m6rito,  pues  &te  es  comunmente  modesto,  y  para  subir  al 
poder  se  pecesita  espetarse  y  aparentar  cualidades  que  no 
sa  tieiieni  porqae  si  en  realidad  existieran  no  se  baria  de 
ellas  an  vano  alarde. 

El  ministro,  al  ver  aquella  encantadora  y  elegante  j6von, 
dio  a  sa  semblante  la  espresion  mas  amable,  tratandb  al 
mismo  tiempo  de  hacerse  valer  con  an  aire  de  gravedad  y 
de  importancia  que  estaviese  en  relacion  con  sa  alto  paesto, 
y  dirijiendo  la  palabra  a  Eloisa,  le  pregant6: 

— Sefiorita:  jen  qu^  paedo  serle  a  asted  dtil? 


90  IM  iMRHOS  BIL  VWUiA. 

• 

— Voi  a  manifestarlo,  seSor;  pero  antes  tendra  osted  la 
bdfidad  de  aceptar  las  esonsas  qae  motivan  mi  atreTimieiito, 

£1  nHnistre  baj6  la  cabeza  como  para  convenir  «n  lo  que 
acababa  de  deeir  la  niSa;  y  la  levant6  ea  segnida,  como 
para  significar  qoe  estaba  dispuesta  a  escacharla. 
'    Eloisa  coDtinn6: 

— La  jasta  y  merecida  fama  de  sa  piedad  ciistiana  y  de 
811  hnmanitario  corazon  me  ha  hecho  tomar  el  partido  de 
venirlo  a  ver,  de  pref«rencia  a  caalqoier  otro  miembro  del 
gabinete,  paes  q4  ademas  que  asted  es  el  alma  del  gobienio 
y  que  se  siguen  al  pi6  de  la  letra  sus  consejos. 

— Yo  no  hago  mas  que  mi  deber,  sefiorita,  como  cristia- 
no  y  como  ciudadano,  pues  toda  mi  ambicion  es  tratar  de 
agradar  a  Dios  y  ser  litil  al  pais. 

— Dos  nobles  prop6sito8,  sefior,  que  est&n  demostrando 
elevacion  e  intelijencia  y  que  sin  duda  algana  debou  estar 
acompaBados  de  la  caridad. 

A  e^ta  palabra  caridad,  jel  miiiistro  fij<S  su  vista  en  Eloi- 
m  como  para  invrcstigar  qu6  era  loque  podia  necesita)*'aqne< 
Ua  elegante  j6veD,  coUtesWndole  al  mismo  tiempo: 

-^La  catidad,  seSorita/  fes  la  primera  de  todas  las  virtu- 
3^8,  dela  que  naceri  todas  y  la  que  lleva  al  corazon  mas  pu- 
ras  y  dulces  satisfticciones.  * 

—No  me  habian  engafiado,  sefior,  y  ya  yo  me  lo  habia 
figurado,  porque  sus  palabras  lo  revelan  a  usted  por  com- 
plete: he  encontrado  en  usted  la  peraona  que  necesitaba. 

— jEn  ml! 

— En  nsted,  que  Ueno  de  candid  no  puede  menos  de  ser 
sensible  a  la  desgracia  y  de  tener  compasion  por  les  des^- 
ciados. 

*  — SeBorita,  espHquese  usted  con  confianza;  mi  voluntad  es 
poder  ser  iitil,  particularmente  a. .. 

— A  los  aflijidos:  16  comprendo,  sefior.  Pues  bien,  yo  ven- 
go  a  pedir  gracia  e  iiiduljeneia  por  un  hermano. 

— ^Qu^  ha  hecho  sn  hermano?  pregunt6  el  ministro  con 


Ml  mcienot  dk.  tnstA.  91 

tono  mas  cariQoso,  paes  reia  que  se  trataba  de  un  lijero  ser- 
vicio,  como  es  poaer  ea  libertad  a  ua  calavera,  y  que  eate 
servicio  podia  haaerlo  valer  mucho  ea  el  concepto  de  aqae- 
Ua  j6yeo,  que  le  agradaba  mas  mientraa  maa  la  miraba  y 
que  iba  per  grados  exaltando  sa  temperamento. 

— Nada  de  malo,  sefior,  a  no  ser  una  lijereza,  una  locura. 

— Ya  me  lo  figuraba  yo.  ^Cual  es  la  graoia  de  usted,  se- 
norita? 

— Eloisa  MendizAbal. 

— jMendiz4bal!  E^e  apellido  no  me  es  eatrafio,  pertenece 
a  una  familia  distinguida  del  Peru. 

—En  efecto,  sefior,  mi  padre  era  peruano. 

—  Disp^nseme  usted,  seBorita,  una  preganta  indiscreta: 
^es  usted  casada  o  soltera? 

— Soi  viuda,  senor, 

— jViada!  jtan  j6ven  y  tan  intereaante!  jqud  Idstima!  La 
compadezoo,  senorita. 

— ^Gracias,  senor,  por  su  bondad. 

y  Eloisa  8ac6  su  paQaelo  de^batista  y  lo  llev6  a  sus  ojog, 

— No  se  entristezca  usted.  No  he  teullo  la  menor  inten- 
cioudeaumeDtarsus-penas.    , 

— Soi  sola:  se  puede  decir,  hu^rfaaa,  sefior;  no  tengo  mas 
que  a  mi  hermano  en  el  mundo  y  por  esto  he  venido  a  su- 
plicar  y . .  * 

— Lo  comprendo;  ^c6mo  se  llama  su  hermano? 

— Enrique  Lopez. 

— ^^rique  Lopez,  dice  usted? 

— ^Si,  senor;  somos  hermanos  por  parte  de  madre. 

— jEnrique  Lopez!  Enrique  Lopez!  Pero  este  es  uno  de 
los  revolucionarios  apresados  y  el  mas  temible,  asi  copao  el 
mas  tenaz  y  el  mas  enearnizado  de  todos  ellos. 

—Mi  hermano  es,  por  el  contrario,  sefior,  mui  suave  y 
mui  manso,  y  aolo  instigado  y  estraviado  por  otros  j6venea, 
ha  podido  cometer  ese  acto  de  locura. 

— Usted  lo  clasifica  bien,  sefiorita,  pero  siento  no  poderla 


93  tM  BiOEirai  on  fctiblo. 

servir  como  lo  desearia  en  realidad.  Cualquiera  otra  que  hu* 
biera  side  su  falta  habiera  habido  remedio;  pero  ^sta. . . 

— Compasion!  piedad!  misericordia! . . .  No  me  abandone 
listed!  no  me  niegue  lo  que  le  pido  de  rodillas. . , 

Y  la  linda  muchacha,  tan  hermosa  como  hdbil  comedian- 
te,  se  ech6  a  los  pi6s  del  ministro,  tom6  una  de  sus  manos 
levant6  hdcia  61  sus  ojos,  arrasados  en  Idgrimas  perd  brillan- 
tes  y  seductores,  entreabri6  sus  labios  de  rosa,  dejando  ver 
sus  finos  dientes,  de  una  blancura  y  de  un  esmalte  superior 
al  de  las  perlas  y  en  seguida  cerr6  sus  pdrpados,  mostrando 
la  languidezdeldesfalleclmiento  con  tanta  naturalidad,  que 
el  ministro  se  vi6  obligado  a  agacharse  y  sostenerla  entre 
sus  brazes. 

El  hombre  estaba  para  siempre  cautivo.  Su  corazoti  latia 
con  una  violencia  inusitada,  Los  encantadores  hechizos  de 
aquella  mujer,  hechizos  velados,  pero  alparecer  manifiestos, 
pues  ^1  los  devoraba  y  los  adivinaba  con  su  ardiente  y  pe- 
netrante  mirada;  ese  estado  entre  la  vida  y  la  muerte,  esta- 
do  Ueno  4e  abandono  y  por  lo  mismo  lleno  de  irresistible 
atractivo,  languidez  que  d&  mas  que  la  vida,  pues  hace  na- 
cer  a  torrentes  el  faego  de  la  pasion,  acabaron  de  fascinar 
por  complete  al  ministro  que,  fuera  de  sf,  ibaaimprimir  un 
beso  en  los  frescos  y  entreabiertos  labios  de  Eloisa,  cuando 
6sta,  volviendo  de  su  letargo  aparente,  lo  apart6  con  suavi- 
dad,  dici^ndole,  sin  abandonar  todavia  su  actitud  suplicante: 

— Piedad,  senor,  piedad  para  mi  hermano! 

— SeBorita,  respondi6  el  ministro,  levantando  a  Eloisa  y 
llevAndola  hd-cia  un  sofa,  al  que  se  dej6  conducir  neglijen- 
temente,  como  si  todavia  esperimentara  los  efectos  de  su 
reciente  desmayo;  ya  veremos,  seBorita,  aun  cuando  lo  que 
usted  solidta  es  casi  un  imposible,,. 

— Para  un  ministry,  y  un  ministro  omnipotente  como 
me  ban  dicbo  que  lo  es  usted,  no  hai,  no  pueden  haber  im- 
posibles. 

El  galan  diplomdtico,  sentado  en  el  mismo  sofi£  al  lado 


LOi  fttOREtOS  DSL  FtTtBLO.  9S 

de  Eloisa,  eonservaba  entre  sus  manos  una  de  las  de  la  nifia, 
que  le  habia  abandonado  como  por  descaido  y  cuyo  gaan- 
te  se  empenaba  el  miaistro  ea  arraucar,  a  la  vez  que  fijaba 
en  ella  sus  ojos,  llenos  de  esa  electricidad  producida  por  un 
vehemente  deseo. 

La  h^bil  actriz  baj6  sus  pdrpados  y  retir6  su  manp,  sig- 
nificando  que  habia  compreadido  la  intencioa  del  hombre 
que  abusaba  asi  de  la  posiciou  en  que  se  encontraba. 

— Dice  usted  que  no  hai  imposibles  para  mf,  contesto  al 
fin  el  ministro,  un  tanto  moderado  por  aquella  leccion;  pero 
puedo  asegurarle,  sefiorita,  que  en  este  caso  nada  puedo 
prometer. 

— Un  alma  tan  caritativa  como  la  suya  quizi  encuentre 
el  medio:  al  menos  a  mi  me  alimenta  esta  esperanza. 

— Puede  usted  qonfiar  en  que  har^  cuanto  pueda,  cuanto 
est^  de  mi  parte. 

Eloisa  trat6  de  despedii*se  d^ndole  las  gracias. 

El  ministro  la  detuvo  con  ademan  suplicante,  dioi^n- 
dole: 

— Tenga  usted  la  bondad  de  esperarse  pn  momento  para 
hablar  sobre  el  particular. 

— ^Me  tiene  usted  compasion,  senor? 

'  — Mucha^  mucbisima;  me  he  interesado  por  usted  desde 
el  mismo  instante  de  verla.  jEs  usted  tan  simpatica! 

— El  buen  corazon  de  usted,  sefior,  es  el  que  obra  y  no 
m6ritos  de  que  carezco. 

— ^No  diga  usted  eso;  yo  no  he  encontrado  jamas  una  per- 
sona mas  Uena  de  atractivos  y  de  gracia  seductora. 

— jSefior!  no  seburle  o  me  averguence  usted...  y  Eloisa 
lley6  el  paJSuelo  a  la  cara  como  para  ocultar  el  rubor  que 
subia  a  sus  mejillas,  siendp  que  lo  hacia  para  ahogar  laVisa. 

El  miniatro  dijo  para  si:  "jQu^  candor,  qu^  inocencia! 
C6mo  se  pone  colorada  por  una  pequena  alabanza!  Ei^te  es 
un  verdadero  hallazgo*  Soi  el  hombre  mas  feliz!"  Y  luego 
prosiguid: 


-  -'■  »'r    «■■ 


94  LOft  BIOBXTOB  DlL  PUXBLO. 

— Lo  que  ho  dicho  no  es  por  ofender  su  escesiva  modes- 
tia,  que  aprecio  en  lo  que  vale,  sino  que  viene  de  la  admi- 
racion  que  usted  ha  hecho  nacer  en  mf  casi  iDstantdnea- 
mente. 

— No  veo  el  motivo,  sefior. 

— Usted  no  lo  ve,  pero  yo  sf.  A  usted  se  lo  oculta  su  hu- 
mildad  hechicera,  pero  no  por  eso  se  escapa  a  la  penetra- 
cion  de  un  hombre  como  yo,  que  estd  acostumbrado  a  leer 
en  el  corazon  humano  y  a  descifrar  y  a  analizar  las  emocio- 
nes. 

— Bien  me  lo  habian  dicho,  senor,  que  usted  reunia  la 
bondad  a  la  ciencia,  la  virtud  al  talento. 

— Mi  dnica  virtad  es  saber  distinguir,  y  por  consiguien- 
te,  apreciar  el  m^rito;  y  el  ministro  vol\ri6  a  apoderarse  de 
la  mano  de  la  joven,  anadiendo:  siento  por  usted  un  carino 
de  padre. 

— jCudn  feliz  soi,  senor!  Asi  esperimentard  el  mismo  sen- 
timiento  por  mi  hermano  y  al  fin  lo  libertard  usted. 

Esto  no  agrad6  mucho  al  diplomdtico,  pero  disimul6  su 
disgusto,  aparentando  el  mayor  iateres. 

— Tratar6  de  hacer  en  su  obsequio  mas  de  lo  que  est^  en 
mis  facultades;  pero  este  asunto  no  podrd  arreglarse  de  un 
dia  a  otro  y  tendr^  que  verla  a  usted  con  frecuencia  para 
darle  cuenta  de  la  marcha. 

—En  tal  caso  espero  que  usted  tenga  la  amabilidad  de 
concederme  algunos  momentos  de  entre vista,  sin  perjudicar 
a  BUS  ocupaciones;  que  yo  vendr6  cuando  usted  me  lo  diga. 

— Pueden  ser  cosas  que  necesitara  comunicarle  inmedia- 
tamente,  y  seria  preferible  que  yo  faera  a  verla  a  su  casa... 

— jLlegaria  hasta  ese  punto  su  bondad!  ^Tria  usted  a  ver 
en  su  pobre  albergue  a  uaa  infeliz  y  solitaria  mujer  que 
vive  estrafia  casi  completamente  al  mundo! 

— jC6mo  no!  Para  mi  seria  un  placer  en  distraer  en  par- 
te esa  soledad,  buseando  ambos  el  medio  de  que  no  sea  tan 
rigorosa,  pues  ya  (fxe  yo  participo  de  oierto  poder,  usted 


LOB  Biourros  del  pvsblo.  95 

puede  darme  alganas  ideas  para  sal  var  a  sa  hermano^  y.  de 
este  XDodo  quedaria  usted  satisfacha. 

— ^No  teogo  el  menor  inconveniente,  sefior:  vivo  en  la 
calle  del  Peamo,  n^oi...  pero  en  verdad,  no  soi  dignade 
tanto  honor. 

— Usted,  sefiorita,  merece  mucho  mas;  y  en  prueba  de 
ello  tendr^  esta  noche  mismo  el  gasto  de  pasar  a  sa  casa 
para  darle  caenta  de  las  dilijencias  que  haya  practicado  en 
el  dia 

— Gracias,  sefior;  confio  en  su  palabra.  T  Eloisa  present6> 
BU  delicada  mano  al  n^inistro,  que  salid  a  acompaSarIa  hasta 
la  puerta  de  sos  habitaciones,  que  daban  al  primer  patio. 

VI. 

La  j6ven  rebosaba  de  alegria  y  se  hizo  conducir  a  sa  casa^ 
donde  cambi6  completamente  el  6rden  de  sa  salon  y  dor- 
mitorio,  sacando  varios  caadros,  qae  confind  a  los  ^Itimos 
departamentos  para  qae,  sin  qaitar  la  elegancia  y  riqaeza 
de  los  maebles,  tavieran  aqaellas  habitaciones  an  aire  seve- 
ro,  como  correspondia  a  ana  mnjer  de  sa  estado  pero  qae 
vivia  en  ventajosas  condiciones  de  fortana,  porque  siempre 
infande  mas  respeto  y  obtiene  mayores  yentajas  la  persona 
qae  no  necesita  de  nadie  para  yivir  qae  aqaella  qae  necesita 
de  todo  el  mando:  esta  es  ana  manera  de  obrar  qae,  aan 
caando  parezca  estrafia  y  contradictoria,  la  vemos  siempre. 
confirmada  por  la  prdctica  constante,  no  solo  entre  npsotros, 
sino  en  todos  los  paises;  no  solo  entre  los  individoos,  sino 
aan  entre  las  naoiones;  porqae  lo  qae  hasta  ahora  gobierna 
al  hombre,  no  es  el  sentimiento  de  hamanidad  compasiva, 
sino  el  sentimiento  de  interes  y  de  faerza,  en  cayas  aras  se 
sacrifica  la  conmiseracion  para  el  desvalido  y  la  jnsticia 
para  el  pobre. 

Eloisa  no  era  majer.  qae  perdiera  an  solo  momento  de 
tiempo;  asi  es  qae  atia  vez  dadas  sas  6rdenes,  se  fa^  a  ins- 
peccionar  los  trabajos  de  la  casa  qae  habia  tomado  en  arrieib 


H  urn 

do  en  la  calle  de  Breton;  pnes  aan  siendo  I03  contratistas 
bien  pagadoe,  temia  qae  no  le  entregasen  la  casa  con  toda 
breredad,  tanto  mas  coanto  creia  en  ese  momento  pr6xima 
la  libertad  de  Enrique,  porqne  no  dadaba  ser  en  pocos  dias 
ifcrUtra  abeolnta  de  la  volantad  7  del  poder  del  sefior  mi- 
nistro. 

Gnando  lleg6  a  la  casa  de  Domingo  Lopez,  despnes  de 
baber  cambiado  de  traje  como  de  costnmbre,  pnes  hnbiera 
dado  mncho  qne  pensar  presentandose  tan  ricamente  ata- 
viada,  lea  dijo,  con  an  natural  alegria,  mas  manifiesta  ahora 
qne  en  mnchas  otras  ocasiones: 

— ^Ayer  tenia  casi  la  certidnmbre  de  llbertar  a  don  Enri- 
que; pero  hoi  la  poseo  por  eompleto,  y  es  mas  que  probable 
qne  esta  nocbe  misma  veuga  a  dar  a  ustedes  tan  feliz  nueva. 

— ^Quiere  usted  decirnos  algo  de  su  combinacion?  dijo 
Marta. 

— Snplico  a  usted,  sefiora,  de  no  interrogarme  todavia, 
advirti^ndole  que  no  guardo  el  secreto  porque  tenga  el  te- 
mor  de  que  se  divulgue,  sino  porque  me  concieme  a  mi  per- 
sonalmente  y  tambien  a  otros;  pero  viva  en  la  seguridad 
de  que  a  su  tiempo  debido  no  habr^  un  solo  misterio,  un 
solo  secreto  de  que  usted  y  todas  las  personas  de  esta  casa 
no  sean  depdsitarias. 

— No  es  la  curiosidad,  bija  mia,  la  que  me  domina;  asi  es 
que  esperar^  el  resultado  sin  impaciencia,  salvo  la  que  tengo 
en  ver  a  mi  hijo, 

— Esa  impaciencia  es  mas  natural  en  usted  y  en  su  fami* 
Ha,  puesto  que  hasta  nosotros  la  espertmentamos. 

— Dime,  Eloisa,  ^vas  a  salir  nuevamente? 

—Como  a  las  oraciones,  (1)  es  decir,  antes  que  se  oscu* 
rezca. 


(1)  Para  Iob  qne  lean  esta  obra  y  sean  estrafios  a  iinesiras  costambres,  serd  necesarid 
a4tfrtlr  qne  en  Ohlle^  y  partioalarmente  en  Santiago,  a  la  bora  de  poilefse  el  aol  ee 
tooaxi  las  eampanas  de  las  iglesiaa  para  que  los  fieles  bagan  su  pequefia  oracipn,  y  todo 
fl  mundo  se  saca  el  sombrero  y  se  detiene  en  sn  camino. 


BM  fMUMB  tUMOb 


9t 


— ^Te  esperaremos  a  cenar. 

--^No  hugan  tistedes  tal;  paede  ser  qtie  me  demore  mai 
de  lo  necesario;  puede  ser  talyes  qua  &o  me  reocga. 

. — ^T  d6Qde  pasarAs  la  noclie? 

— ^DoDde  una  amiga  iDtima  qae  tengo. 

-rHai  lo  que  qnieras;  pero  trata  de  venirte,  porqae  noa 
liaces  ftlta  y  efitaremos  eon  caidado:  queda,  pues^  reattelto 
que  -to.  esperaremos  kaata  las  dies  de  la  noche. 

— ^No  quiero  el  mehor  sacrificio;  si  Uego,  bien^  o  si  no,  lo 
mismo. 

— Pero  es  que  nosotros  tenemos  gusto  de  estar  en  to  coh^ 
pafiia. 

— Yo  esperimento  el  mismo  y  har^  lo  que  pueda;  pero  en 
el  caso  contrario,  no  terigan  el  menor  cuidado. 

Eloisa  volvi6  a  salir  y  vol7i6  a  ataviarse  con  mas  gvaeia 
y  con  mas  lujo,  si  era  posible,  qae  por  la  maOana  caando 
habia  ido  a  ver  al  ministro,  a  quien  esperaba  ahora. 

Tan  Inego  como  se  oseQreci6  lo  bastante  para  no  ser  via* 
to,  se  preseDt6  el  diplom^tico,  golpeando  la  puerta  ^  la 
ealle  can  cierta  mesura  misteriosa  que  por  malicia  conoci^ 
inmediatamente  Eloisa,  mandando  abrir  en  el  acto  la  puert& 

Debemos  advertir  que  ese  dia  el  ministro  casi  no  habia 
atendido  a  sua  ocnpaciones,  poseido  completamente  de  la 
im&jen  de  aqaella  aparicion  verdaderamente  embriagadora 
que  se  le  kabia  presentado  por  la  mafiana;  pero  por  el  mis- 
mo keeho  de  estar  tan  preooupado  de  ella  habia  resuelt^ 
M&  en  sus  adeotros  no  empefiar  tan  luego  sns  inflaenoias 
para  dar  libertad  a  Earique,  porque  se  decia  qae  el  ]6r^ 
hiArikiano  iba  a'aer  un  impedimento  para  la  conseeacion  de 
sus  planes  amorosos,  paes  habia  concebido  ana  de  aquellaa 
{Misicines  que  nos  dominan  por  complete  y  que  particular- 
mente  ejercen  un  imperia  mas  absolato  en  los  hdmbres  que 
han  llegado  a  cierta  edad,  porqae  en  alios  ya  no  ezistep  esos 
eambios  cepentiiios  de  h  juTentud,  cambioa  lijeroa  y  pro- 
fundos  a  la  veZ|  que  bacea  ^  ^ooaaAo  j  la  deoMf  evaoiM  de 


torn  If  % 


7 


*^....t»>>!i.. 


9S  MftMOSnOllHA  >VM&lft 


esa  epoca  de  la  vida  tan  llena.de  variadas  emociones  7  en 
laiqq^  pcvrece^iksliz^rsQ  la-^istencia  eomo  en  an  lecho  ro- 
deado  d«  iperfumadaa  flores^ 

Eloisa,  caando  entr6  el  ministro,  estaba  eomo  alMorta 
leyendo  an  libro  que.  tenia  en  la  mesa  redonda:  pero  al  ver 
la"yi«to«se  par6  de  sn  asieote,  dio  la  mano  al  gra^e  per- 
eMeje,  a^alarxdold  el  wfi  7  tomando  dila  ana  wUeta  frente 
a  frente  de  6\  calcnkndo  de  tal  modo  el  sitio,  (preparado 
qtiifi&i  de  auteanaQo)  qae  la  laz  de  la  l^mpara  diera  de  Ueno 
al  ministro,  mientras  qae  ella  qaedaba  en  ana  media  cla- 

ridad.   .  . 

El  diplom^tico  estendi6  sa  vista  por  el  salon,  sin  dnda 
pava.  jdzgar  .por  loa  mnebles  lo  que  podia  ser  la  propieta- 
ria  de  ellos,  en  lo  caal  no  96  equivdcaba,  porque  el  aderezo 
deiUnahabitacion  detnaesfcra  por  lo  regalar  7  casi  con 
akaetitnd  las  tendencias  de  la  persona  que  habita  aqael 
recinto;  pero,  cotno  nada  vi6  de  chocante,  paes  alii  reiuaba 
el  luQO  sencillo  7  la  simplicidad  elegante  7  por  lo  mismo 
marfjco$to6a^  fbrm6  nna  opinion  favorable  de  Eloisa,  7  des- 
ptaea  de  esos  camplimientoa  de  estiloqne  sirven  paraentrar 
eOiBftMeria,  dijo  a  laij6ved: 

— Yo  crfeo  yenirla  a  interrumpir;  nsted  estaba  le7endo 
gh'^^W.monkenbo^  7  no  qaisiera  que  por  mi  se  privara  dean 
entre^Diimiento  tan  inatirnptivo  eomo  agradable. 
-  — Bs.ivccd^d,  seuor,  qne  leia,  y  se  lo  confesar^,  leia  con 
^xtf'umddi^^  porque  ha  tornado. an  libro  que  jamas  ba  qneri- 
id^^permtirme  mi.Ji^ermano  7  qae  sin  embargo  encaentro 

-;.-^^Podiia  sab€b*8e  fia^  libra teS' el  qae  a  osted  tanto  inte^ 

,*-^]S8iki  Julif  orU  naeva  Eloisay  se&or,  7  oomo  70  tengo 
el  jmi^miditxidmbreiqiieella;  xx»  {^osta. 

«r-r{Iia'Joli&e  la  tiaera  Eloisa^  sa  hermano  liace  bien  ea 
qoi^rui^ted  no  lea  aese-j  abator,  porqaees  de  lo  mas  male  7 
idelomea^m&ibioiaqiieexiste.  L 


* 


— ^I  en  qu6  <5onstete  la  maldad!  ' 

,-r^fi  muchas  cofiasres  nn  veneno  sutil  que  se  infiltra  eb 
las  venas  cod  delicia;  pero  sin  embargo,  esta  no  es  de  Ia!s 
peCHrea  <^ras  de  J»  G^  RoDsseaOi  porqne  casi  ^  circuosdribe 
^mcameotea  los  seotimientos  del  eorgson;  y  paedo  asegcL- 
rar  a  usted,  senorita,  que  yo  mistno  1a  he  encontrado  mag- 
Difico  en  mia  primeroe  afios,  pero  despneB  he  sabido  eMon- 
trar  ^1  veaeBo. 

. ,  — Pero  ei  xxn  veneno  delicioso;  es  an  veneno  qde  tiene 
:tpdo  el  aroma  de  la  virtud.  v      .  > 

— Parec^  qqe  usted  es  algo  rom^nticaf  ^Qcrisiera  nste^ 
imitar  a  Julia?  .     ' 

— Ojal4  fuera  yo  como  ella,  sefior!  ^Qnd  significa  una  fiilta 
'^m]:H*i^adora,  niicida  de  tanta  lacha,  proyenida  de  tanta 
4pt$lijeAci3;  escoaada  por  tanta  elevacion,  rodeada  de  tin. 
divine  afacto  jllevada.-haata  la  idealidad  del  maa  abnegadl) 
curiae?  C^r  como  Jalia,  no  me  atrevo  a  afirmarlo,  pero  me 
pitfeoe  qw  no  es  caer. 

rrYo  tumbien  soi  de  sn  imisma  opinion,  repaso  el  minia^ 
tro  despues  de  an  momento  de  reflexion.  j 

— {Tambien  nated!  jQuerria  ocupar  el  Ingar  de  Saint 
Prgux? 

— Estaria  orgulloso  de  ello  y  aun  me  creo  con  fuerza  para 
UQgar  alii. 

— ^Seria  usted  capaz  de  amar  de  onn  tnanera  tan  pnra, 
.t4%  <^esint^08ada,  tan.conatant^  y  tan  ideal  a  la  veet 

— Segun  el  objeto  que  la  inspirase.  -  • 

— Es  claro  que,  en  au  mayor  parte,  provieae  ese  aenti- 
miento  noble  y  esclusivo  de  la  grandest  de  la  majer;  pero 
no  es  menoB  cierto.  que.  se  neieesita.  encontarar  al  hombre;'no 
es  menos  ciecto  que  debe  darae  ana  dnalidad,  dirdlp  asi} 
ajibli^e^  poirque  de  otra  manera  el-  brillanta  queda  sin  pu- 
lir,  queda  con  todo  su  valor  intrinseco,  pero  sin  q&e  lo 
apreciauit;  pi&;qA9  iQeelimw^^sio  que  lo  ensalcen.  ^Par^^qu^ 
aerviria^  aefior,  on  tesoro,  cuando  el  qw  lo  eoMmti^ba  por 


.100  MB  matoBios  im  mnEttO. 

casualidad  no  conocia  su  importancia?  El  ore  de  America 
DO  tavo  valor  hasta  que  .lo?  espHfioles  se  mostraton  tan 
^vapoa  7  codioioeoa  die  61;  lo  iDi$mo  sooede,  pnes,  a  la 
mujer:  se  pietde  su  perfujine)  se  volatiliza  en  el  enpaei^  si 
»o  eacQQntdTO  unhomfaro  qae  ftdmire  y  ealtive  esa  fior,  qae 
sep^  a£(pirax  ese  a^ oma  delioioso*- 

.  .  M  miiiatro  <^taba  at6mto:  jamas  habia  hallado  nna  nifia 
que  se  espresara  asi,  con  tanta  franqaeza,  con  tanta  fionra 
A  la  ve^  que  con  tanta  modestia,  porqne  Eloisa  habia  sabido 
dar  a  sa  lengaaje  cierto  candor  provocatiro,  cierta  senciHsiz 
^sian^nte  que  revelaba  deseos  y  sajeeion,  aspiraciones  ha- 
cia  nn  fin  j  temor  de  Uegar  a  61.  •  • 

Bl  diplomfitico  reBpondi6: 

— Se&arita,^  nsted  eslablece  una  teoria  que  encanta  j  qtiie 
a1  mismo  tiempo  de  eboantar  convence  j  atrae:  tiene 
usted  mttcha .  raaon  en  afirmar  qae  nn  tesoro  escondido  d^ 
nada  sir^e;  pero  cato  £erlus  no  hace  al  que  lo  halla  y  de 
eu&nta  utilidad  no  es  para  todosi  Ah!  No  s^  por  que  me  pai- 
vtee  que  yo  me  eneuieatco  abora  en  una  situacion  iden- 
tical 

' :  — Sefior,  eoiitest6  Ebisa,  aparentando  rubor  y  modestia; 
supongo  que  nsted  no  quiere  burlarae  de  mi;  yo  estoi  mui 
4iiltan:t«  de  ser  esa^ >joya. 

— No,  nsted  no  esti  lejos,  sino  que  lo  es  en  efecto;  y  ya, 
yo  .I4  ftdjmirOf  yo  la  har6 ;  •• . 

— lY^igS  SI,  sefior;  astied  puede  bacarme  mui  feliz,  dando 
la  libertad  a  mi  hermano. 
.    — ^-3u  hermano  saldrl  libre;  pero. . . 

T— jCJ^SmoI  i^iu^Qdo,  sefior?'       .»  o  ^  • 

.-^No  puedo  aun.  designar  el  tiempo  y  el  dia;  pero  sute- 
deff4;  intertanto,  hablemos  de  tiosotros  mitrnds.  ' 

r^ Ah,  seDorl  es  que '  mi  hermano  kaqe  mi  4nieia  fe- 
iicidad. 
.  tr-^Sn^Qica  felimdad]  |Nq  tidti^ uAted  ofro afeotof    ' 


XM.  tPfpfmfii  jmidmiBMu  loi 


•» »      t '  tf 


--^No!  Esta  negadou  me '^/grada  y  me  entniitece. 

— Porqn^?  :.    •! 

— PorquB  ella  me  da  y  me^qita  la  eaperaaza;  ell4  me 
alegra  a  la  ve?  qne  me  a^torpieata. 

—No  veo  9I  motiro.     ^ 

— Voi  a  aer  fraocO)  sefloritai  fiaplio&ndola  a  neted  que  nea 
indnljente:  al  decir  xisted  q^ie  ao  tiene  <>tra  afeeto  que  el  de 
SQ  hermano,  me  ha  llenailode.aati6fai9e|ioa:,  porqi^  yeo  ^e 
sa  ^orazon  est6  lijbrej^p^ro  eaa  misoEia  libertad  me  est^  prcH 
bandoqne  yono  puedo  ifspirar  a'^1;  ijMn  ^mbargo^  siraa. 
tan  dichoso  91  ocapara  una.peqaefiii  parte!. .  •  ,1 

-*-^Qae  asted  tiene  adqairida,'  si»ik>r,  7  adquitida  con  jita*  t 
ticia. 

— jE%  yerdad,  sefiorita! 

—jMe  cree  nsted  acaso  ingrata?  Uq  servicio  que  se  hace 
y  que  se  recibe  ^no  es  ya  un  vlncala?.  U&ted  ha  teftido  oom-^ 
pasion  de  mi,  se  ba  eondolido  d^.-mia  aufHmiedtos,  se  ^m** 
pefia  por  aliviarlos:  ^puedo  despues  de  eBto  permaueeer  id* . 
diferepte}  ,  '   i 

— (Ah,  seSorita!  pero  ese  seutlmieato  ea  tan  t^nue!  yo  ; 
desearia. .  • 

— Todo  tiene  su  principio,  selloar. 

— Sin  embargo,  por  atrevido  que  pare^oa  al  hablar  asi,  - 
para  mi  no  ha  habido  prineipio. ,  <  la  W  ^preciado  a  bs^fcedi 
6p  todo  su  valor,  he  reconocido  todo  su  m^rito  dead^  el' 
memento  de  verla,  y  desde  ese  .laomento  la  be  amad<».  .f  •      [ 

T  el  ministro,  al  haaer  esta  ided^^ien,  que  ^l  oreiA!  de 
un  efecto  irresistible,  tanto  mas  cuanto  queeeu  realidad  te  - 
hallaba  impresionado^  bbi  e#h6  a.los  pi4s  de'  EMsa  apode^'  - 
r&ndose  de  una  Ae  las  p^fumadas  jn^€^  de  la  nifif^  mailo  . 
que  no  retir6  en  "un  principi9y  ^<$omo  si  la  sprp!re9a  la  hu- 
biera  obli^ado  a  abfindonarla^  parQ  qiue-ea-  a^guida  4erfUa6  : 
suavemente,  mirandx)  al  m^^'istFiado  con  tines  ajea  ifAidoiy 
Uenos  de  un  amoroso  yeproche,  quft  ^queria  decir,i>'^a  pesar  «* 
de  tu  teqieridad  que  ha  pasado  de  los  debidos  limitea^  ie*' 


y 


lot  YOU  taownM  ml  ytmiibL 

amo,  y  eatoi  d>putsta  a  perdonartela  ofensa;^'  sin  embargo, 
Eloisa  respondi6: 

•;— No  me  creo  digna,  seflor,  del  afecto  que  nsted  me  ma- 
nifiesta,  ni  paedo  participar  de  61  por  el  momento;  porque 
jc6mo  puede  amar,  como  puede  dar  cabida '^1:  cornfedn  a  un 
sentimiento  como  6ste  caando  estS  desgarrado  por  el  dolor? 
Yb,  lo  confieso  tambien,  me  biento  arrastrada  por  cierto 
simpatia,  pero  elk  proviene,  sin  dada  algana,  del  iriteres 
que  nsted  me  ha  demostrado,  de  la  parte  que  usted  ha  to- 
rnado en  mi  afliccion  y  del  deseo  que  tiene  de  aliviarla;  con 
todo,  me  parece  que  mientraa  no  hayan  cesado  mis  inqiiie-- 
tildes,  que  mientras  no  vea  libre  a  mi  hermano,  no  podrd 
mi  alma  ser  sensible  a  afectos  de  naturaleza  distinta. 
,    — jMe  da  nsted  al  menos  alguna  esperanza?  -  - 

— ^Seilor,  creo  haberme  espresado  demasiado.  Yo'ttO  ptie- 
do  ser  indiferente  a  la  bondad,  y  toda  accion  jenerosa  me 
enternece;  sin  embargo,  en  este  instante  me  es  inaposible 
afirmar  o  negar  nada« 

— Basta.  Yo  me  abrir^  camino  hdcia  su  corazon  y  nsted 
r0\3Onbc0r^  por  mis  actos  do  lo  que  soi  capaz  y  todo  t5l  as- 
cendiente  que  nsted  ejerce  en  mi.  Manana  volrer^;  y  sin- 
ocultar  a  nsted  que  hai  dificnltades  casi  insuperables  para 
satiifaeer  plenamente  a  sus  deseos,  es  decir,  para  dar  desde 
loegolibertad  a  su  hermano,  har^  cuanto  est^  die  mi  parte,' 
lisonjefindome  que  mi  intervencion  dedidida  no  habri4  sidb  ' 
instil  y  que  ser6  portador  de  alguna  nu^va  favorable. 

Elministro  se  despidi6  en  seguida,  y  Eloisa,  si  uo  del 
todo  tatisfecha,  porque  se  habia  figarado  que  desde  el  pr?* 
mer  asalto  rendiria  la  fortaleza,  se  diriji6  donde  sus  nuevot 
amigos  para  comunicarl^s  que  el  asunto  iftardhaba  bieo, 
pero  q*e  todavia  se  encontraba  en  los  preliminares  que  in- 
dndablem^nte  la  llevarian  a  un  resultado  favorable. 

El  ministro  no  se  hizo  esperar  tampoco  al  dta  siguiente, 
aino  que  se  presentd  media  hora  mas  temprano  que  el  an- 
tenor,  porqae  do  podUdominar  sa  impadeacia  de  ver  a  la 


lOS 

jdren  e  idteresante  viddlta^  qiie  lo  faibia  caitliFado  h&sta.&I 
panto  de  do  pensar  en  otrar  oosa  ni  oeiif)ars0  ;des  Dada^  nuA 
qne  en  agr&dar  a  aqaeUs  nrajer^  para  b  oAal  (fhahia.euBJnedi 
lidad  interppasto  sa  influjo^'  ho  pbra.libeitana  Eknaqne^vpauqi 
talvez  no  lo  habria  (xwse^hido  y  {ampocor^lrlbldeskaba'po]: 
el  momento,  sico  para  ohtieni^  ^un^salvq  conducto  {iacaqno 
foera  a  v^erlo  ra  bermana,.  en  presenciay.  se  entiende^ida^  Iob 
gnttrdianes  de  laipenit<»icbira,.pcm][ae  aqaelj^irea  esa  itiiQ 
de  los  reoB  sobre  qoien  debia  ejercerse  mayor  itijilaucial  ;  ; 

Facil  ek  eohcebir  la  saftisfacoion'  de  £k>isa  cnandp  el  ml^ 
nistro  le  eotrego  aqueila  dvAbuf  qae  }e  abria  Us  paertes  de 
la  pr&ion,  ddodole  la  segnridad  de  rer  a  EnriqaeiunviTez 
por  semana,  porque  as!  e»taba>concebida'el  penmso;  pdifo 
esto  era  mncho  obtener,  Itsonjedtdose,  po^  este  pripaer  paafa^ 
Uegar  al  Ultimo  en  poco  ^^empo;  y  ran^  co^ndo^  dado  bisd 
que  no  consigniera  lo  41iiQio  por  los  medios'  leg^efi,  1^  aU 
canzaria  de  otra  manera;  paes  una  vez  establedida  laoop^u* 
nicacion,  no  faltaria  uu  espediente  ^de  que  v&Jerse^o  una 
circdnttancra  cualquiera  que  poder'  aproYeehar,  tanior^masi 
cuanto  que  ella  no  carecia  de  inventiva^  '    :^    .  ' 

Aquelia  noche,'se  concibe,  Eioisa  se  portd  mucfao -xobs 
amable  con  su  seloria,  pero  sin  permitir  la  'menor  fkmilia- 
ridad,  salvo  aquellas  manif^taciones-  qae  se  hermsxi^Q  oon 
el  decoro  eia  es(^luir  la  pasion,  pueslBloisa  habta  toanodbiila 
resqlacion  firme,  el  prop6sito  decidido  de  abarndonar  ^mra 
siempre  la  oarrera  que  habia  hasta  entonces  seguido;  y  comd 
entraba  en  sus  planes  el  aparecer  a  los  ojoa  del  :mmistiid 
como  una  mujer  virtuosa,  no  solo  tratd  de  manteicecio  ;a 
cierta  distancia,  sino  que  se  propixaa  mudar  de! Tesid>ttii:e!a 
al  dia  sigaiente,  porque  podia^er  mni  bien  que  tbrnase^aquel 
hombre  en  la  vecindad  a)giin<!is  inforaiesfiobret  <eilaa:qQq 
por  otro  accidente  natural,  y  ai^que.estaba  eapuieMaivS^mni 
do  en  nn  barrio  donde  era  eon^dda,  Het^e  a  SBlfaer  )m'c^^ 
a  que  pertenecia,  y  en  e^e  caso '  ^^barataifse  para-  eifioxpro 
toda  sa  h&bil  conabinacion,  porqtte.el  mmbtm^ioi^fiid^ 


m 

barlado,  fomttia  sn  desqnite,  esponi^ndose  ella  al  ramrtl-^ 
miento  de  una  persona  poderosa  e  influyeBte,  oomprome* 
tiendo  a  nn  mismo  tiempo  el  pOTvenir  de  Enriqtte;  asi  es 
que  en  esa  misma  noche  adyirtid  a  an  sefioria  que  al  dia  Bi« 
goiente  tendria  el  gnsto  de  recibirlo  en  otra  casa  y  que  ella 
mandaria  o  iria  en  persona  a  decirle  el  barrio  j  el  ^nixmevo 
de  sn  nneva  morada.  £1  diplom^tioo,  <»da  vez  mas  enamo* 
rado,  cada  instante  mas  satisfecho  de  haber  tenido  la  fortn- 
na  de  eLcontrar  en  sn  camino  a  una  mnjer  tan  interesai^te, 
sentiase  j6ven  y  alegre,  eomo  u  reuaciese  al  calor  de  sa 
nnera  pasion,  hasta  el  panto  de  creer  que  jamas  habia  es« 
perimentado^nna  afeccion  mas  intima,  pnes  le  habia  tiecho 
olyidar  completamente  relaciones  que  databan  desde  ma* 
cho  tiempo  atras  y  qae  ni  las  consideraciones  de  faimilia  le 
habian  hecho  que  rompiese,  como  estaba  ahora  dispnestOi 
sin  qne  habiese  mediado  para  ello  la  mas  lijera  insinaacion 
de  parte  de  Eloisa,  que,  ann  caando  tenia  interes  en  agra* 
darlo  y  en  dominarlo  completamente,  al  menos  por  algnn 
tiempo,  no  habia  pensado  an  momento  en  qne  cambiase  sns 
h&bitos;  pero  el  carifio  ejerce  tal  poderio  por  si  mismo,  que 
sin  pensarlo  y  sin  qnererlo  trasforma  al  hombre. 

Impaciente  Eloisa  de  llevar  tan  feliz  nueva  a  la  angaa^ 
tiada  familia  Lopez,  no  veia  la  hora  de  qae  se  despidiese  el 
niinistio;  pero  tnvo  bastante  poder  sobre  si  misma  para  no 
darle  a  conocer  el  desagrado  qae  esperimentaba  con  ia.'picoT 
longaoion  de  sn  Tisita,  sino  que  sostavo  por  todo  el  tiamp6 
la  mas  animada  conversacion,  deacabriendo  en  :^la  la  fian-i 
ra  de  sa  injenio,  la  gracia  esqaisita  de  sns  modales  y  hasta  la 
eleracion  de  sos  ideas;  de  manera  qae  aqoel  hombre  a  cada 
fiase  y  a  cada  movimiento  de  la  encantadora  machacha,  esr 
perimentaba  ana  sorpresa  agradable  y  un  place  i  desconooidq 
por  a  hasta  eae  momento,  pnes  Eloisa  ponid  en  jaegotado 
sn  arte,  toda  sn  esperiencia  y  t<)do  aqael  conpoimiento  de 
mnndo  que  adqaieren  en  poco  tiempo  las.jmpjeires  qae  lie- 
Tan  aemejante  yida,  porqae  el  contaoto  en  qae  se  enci^eo*' 


lOf 

tibft^^oipdiferttteBqjidirsdDaa  de  idistintps  caraMeres  j  4^i- 
versas  condiciones  sociales,  asi  como  la  lucha  q^^  esMa 
obiigadds.B  'iseD^teoer  para  no  bw;  vlctimafi  del  eogaiie  de 
este  y  de  aquel,  despiertan  en  ellas  y  agusan  de.tal  manei^a 
eee  in9tiiito*d^& fiammaKeia  ds qaeestd natnralmfente dotada 
la]iHi§€r^qix0  6Qib]2eTi^.86bacdQ  tan  astutas  y  distoifiladas 
qne  ki«j^.  penetrah  las  intenciones,  qae  laego  ae  aperciji^en 
de  los  defectos  y  de  las  caalidades  de  las  parsonas  que.tra* 
tami'iiio  reveUhndoae  jamas  a  si  miamas  y  jagando  coa  ven- 
taja  todos  los  roles  de  la  comedia  hamaoa. 

Gomo  hfioios  dichp,  Eloisa  estaba  impaciente;  y  tan  laego 
como  hubo  salvado  el  nmbral  de  la  puerta  el  sellor  minis-' 
tiro,  tQm6  ella  el  oaouno  opuesto,  dejando  a  sds  sirvientes 
las  mismas  recomendaciones  qae les habiahecho otras  veces.' 

Erav  yft  como  las  doce  de  la  noche  cuando  lleg6  al  cola* 
ventillo,  y  la  familia  Lopez  ya  no  estaba  en  pi^  para  comnr 
nicarle  la  faosta  bolicia  de  qoe  era  portadora,  gnarddndola 
pare  el  dia  aigniente,  a  ptsar  de  los  deseos  que  tenia  de  de» 
clrsela,  porque  estaba  segara  que  con  ella  serian  felloes; 
pero,  sin  embargo,  no  se  atrevio  a  llamar  a  la  pnerta,  sino 
^6  86  faj§,a  ia.apHtario  oaarto  llena  del  contento  qne  iba  a 
dar  y  del  qae  esperi.mentaba  ella  misma  con  la  segnridad  que 
tenia  de  t^er  al  dia  sigaiente  a  Enriqae,  goz&ndose  de  apte- 
poano  ^nlaaorpresa  que  esperimentaria  el  joven  prision^o, 

No  habia  aun  de^nntddo  el  dia  cuando  Eloisa  se  leT^nt6, 
jpo  pudi^odo  domi^arsa  por  mas  tiempo,  faS  a  golpear  a 
}ais  l^abitaeiones  de  I>on^ingo  Lopez,  gritando  desde  afuera; 
'^Soi  yoy  traigo.  biienas  noticias."  > 

f(  Mai?|aiTQconpci6  la  joz  de  Eloisa,  oy6  lo  qne  decia  y  se 

ii  li9^)m^B^hBL^  cop  esa  expansion  qpe  produce  e^l  coQtentOi 

4]>r4?9^a  1^  madi:e  do  £nrique,  di<^i^ii4olQ:  ;«. 

-^ffl^pf^f  toj  lo  vejT^,  hoi  lo  :ver^4^ 
i.T^«jA.iq,^i^p,  hija  piia? 

— lA  qui^n  quiere  que  sea! 


IM 

-^'^  pofvible,  mi  qtierida  Elaiaa!  ^Oomo  hn  conaeguido 
mDej%nte  favor! 

~-El  e6mo  es  todavia-  cm  misterio,  seBora;  oontSntese  par 
el  mom^nto  con  el  becho. 
'  — Si,  es  lo  principal)  hija  mia;  pero  cm^tame  algix 

En  ese  intervalo  se  habia  levaiitado  Domingo  y  Merce- 
des^ que.  faeron  tambien  a  abrazar  a  Eloisa,  sabiendo  ya  la 
baeim  noticia. 

-^La  concesioh  que  he  alcahzado  es  de  la  mayor  impor* 
tancia;  pero  no  hai  motivo  todavta  para  que  ustedes  se  ale^ 
greo  tantr>,  porque  no  son  ustedes  los  qde  tendria  el  gusto 
de  ver  a  don  Enrique,  sino  solanaente  yo. 

Y  Eloisa  le  present6  el  salvo'couducto  que  le  liabian  dado 
la  noche  anterioi*. 

'-—Pero  por  que  te  dan  a  ti  el  permiso,  hija  mia,  y  no  a 
nosotras?  dijo  Mafta  tristemente. 

'  — No  se  ha  podido  de  otra  manera.  Yo  he  tenido  que  de- 
cir  que  era  hermana  de  don  Enrique,  y  solo  a  mi  y  no  a  otro 
alguno  lo  habrian  otorgado. 

— jEs  raro! 

— ^8f,  seSora;  pero  tenga  un  poco  de  paciencia,  que  al 
fin  todo  se  descubrird.  Por  otra  parte,  si  esta  concesion 
no  les  proporciona  el  placer  del  momento,  les  da  la  seguri* 
dad^e  aloanzarlo  al  fiu,  ya  sea  de  una  manera  o  ya  de  otra, 
ya  isea  con  el  permiso  de  las  autoridades  o  ya  sea  sin  ^1,  por 
fnedio  dS  ttna  evasion  que  deja  de  ser  imposible  estando  en 
contaoto,  puede  decirse,  directo  con  ustedes,  pues  yo  ser^  la 
que  Ueve  y  traiga  las  comunicaeiones;  y  si  se  necesita  de 
ml  paf^  con^eguir'la  fuga,  ed  caso  que  no  venga  el  perdon 
legal,  que  es  lo  que  tratare  de  alcanzar  de  preferencfti,^  pue*- 
d4ti  ttfbilbien  diaponer  como  quieran,  pues  estoi  decidida  a 
todo,  cualesquiera  qse  sean  los  peligros  que  m*e  vea  obliga* 
da  a  arrostrar,  aun  cuando  httbiera  de  sucumbir  en  ^llos; 
porque  con  tal  de  libertarlo  a  ^l  jqli^  importa  que^  fo  pe- 
rezca!...  ^  '^ 


■^Ko  babies  asi,"  Eloisa;  rio8otro9  no  consentiri&mos  ja«' 
ihas,  dijeron  todos,  rii  lo  querriamos  que  td  te  sacriftcases 
hasta  e?e  punto  por  obtener  la  libertad  de  Enrique. 

— Ojala  sucediera  esto,  que  seria  rlii  inajoi^  dicta,  rfespon- 
d}6  Eloisai  festemente,  porque  talrez  en  aqnel  momento 
hacia  alusion  schn  miserable'e*  ignominioso  estado.    '     ' 

— ^Es^ero  eti"Dlo3  que  todo  ha  de  aali'rme  bien,'  sin  tiece- 
sidad  de  qtfe  iladie  feufra;  de  todas  maneras,  hija  mia/iiosd- 
fros  te  agrad^c^ttids  en  el  alma  lo  que  has  beclid,  lo  que" 
haoesy'lo  que  estSs  dispuesta  a  hacer.  jSin  ti  qu6  hubieta* 
sido  (ie  nosotro&T  Qli6  seria  aliora  de  Enrique! 

— No  liaVenios  de  estb,  sefiora,  porque  ya  he  dicho  a  us-* 
tedes  que  soi  yo  la  que  debo  estarles  agiadeicida;  pasemos, 
pues,  a  otra  cosa:  ^que  debo  decirle  a  don  Enriqae!  gPor  qa« 
no  le  escriben?  fil  tendria  tanto  gusto...      '  [ 

. — Dices  bien,  Eloisa;  para  Enrique  seria  iiii  alivio  y  para 
liosotros  un  consuelo  en  saber  que  ^1  tendrdi  al  m^nbs  cse 
gpce  entre  tantas  privaciones  y  sufrimientos.' 

— ^Hol  t^ngo  que  trabajar  muchlsimo,  sefiora,  y  me  veo' 
obligada'a  retirarme;'  vo'ver^  en   algunas  horas  y  entonces^ 
ya  u^tedes  tendrdn  sus  cartas  preparadas  y  yo  e^tarS  en  dig*  • 
posicion  de  ir  a  hacer  la  visita,  que  verdaderamente  quisiera 
que  ustedes  hiciesen  6n  mi  logar,  no  porque  no  esperjmetite 
gtisto  enello,  sinb  porque  seria  mayor  si  ese  gasto  qtie'les 
corresp^nde  de  derech6  lo  sintiefeen  ustedes. 

' — Gracias,  querida  Eloisa;  de  tod 6^  mddos  quedamos'sa- 
tisftchds,  porque  hai  cc  nseguido  lo  que  no  t'erjiamos  e^pe- 
ranza  de  obtener  tan  luego  y  qn\i&  de  no  obtener  nunca. 

"  Eloisa  que,  en  busca  del  nne  rd  domicilio  pafa  lafamilia 
de  Lopez,  habid  recorrido  pocoa  dias  antes  casi  todo  San- 
tiago, le'fu^  ficil  i*ecordar  las  cdsas  que  tenian  pspel  de 
arriendo  y  se  fu^  directamente  a  la  calle  de  Santo  D  orningo, 
dondi3  labia' visto  una  de  regular  apariencia,  la  que  convino' 
a  Eloisa,  tomdadol&des'Ie'aqjuelmi&mo  dia,  obViando'todcfjT 
l03  iticobvehientes  del  pt-opietario  con  el  sencillo  espediente 


10&  um  nxtafoi  vwu  vvvlou 

de  darle  tres  mcses  adelante'ios  y  de  no  pedirle  reba|a  al- 
gana  porel  a^quiler,  hacieaio  que  trasporta^a  sus  maebles 
en  el  mUm'>  dia,  cuyo  eocargo  dejo  a  sus  sirvientes,  previ- 
ni^ndoles  qae  todo  debia  estar  arreglado  para  antes  del 
anochecer,  coalqaiera  qae  faera  el  gasto  qae  orijinase  la 
mudanza  con  tal  de  ser  servida  pnntoalmente. 

Fracticadas  estas  dilijencias,  indispensablea  para  la  conse- 
cucion  de  sas  fines,  faeae  nneramente  al  c3n7entillo  para 
tomar  las  cartas,  diriji^ndose  sin  p^rdida  de  tiempo  a  la  pe« 
nitenciaria,  donde  presento  al  snperintendente  la  6rden  qae 
llevaba  consigo  j  qae  ^ste  exaniin6  con  no  poca  sorpresa, 
pnes  las  instrncciones  del  gobierno  respecto  a  loa  reoe 
polfticos  eran  precisas  y  terminantes,  exiji^adole  la  mayor 
▼ijilancia  sobre  ellos;  sin  embargo,  el  papel  qae  le  presenta- 
ban  era  ant^ntico  y  no  podia  desobedecer  a  lo  qae  oriena- 
ba  el  ministro,  cuya  firma  y  letra  le  era  mai  coaociila,  cal- 
cnlando  por  esto  qae  la  persoaa  qae  tenia  presente  seria 
mni  inflayente  en  el  gabinete,  pnes  de  otra  manera  no  con- 
cebia  qae  se  diera  an  permiso  qae  contrariaba  las  disposi- 
clones  acordadas;  asi  es  qae  tavo  con  Eloisa  las  mayores 
.consideraciones,  ordenando  en  el  acto  qae  compareci^se. 
don  Eariqae  Lopez,  qae  era  el  individao  designado. 

A  pocos  mementos  aparoci6  el  joven  revolncionario,  eon 
nn  semblante  triste  pero  qae  denotabala  serenidad  interior 
de  qae  realmente  gozaba  aqael  hombre  de  on  temple  sape- 
rior  y  qae  no  habiendo  4^linquido  jamas  conservaba  toda 
sn  enerjia,  sintiendo  solamente  el  Terse  aasente  de  sn  fami- 
lia,  sin  qae  lo  atemorizasen  las  incertidambres  del  por^enir. 

8a  sorpresa  fu^  gr^nde  al  encontrarse  tan  inopinadamen* 
te  con  Eloiaa,  pnes  creia  qae  seria  llamado  para  las  investi- 
gaciones  politicas  a  qae  se  veian  sojetps  tanto  ^l  como  ana 
oXros  compafieros  de  prision,  a  pesar  qae  habia  respaesto 
siempre  del  mismo,  modo  sin  qae  le  biciesen  dar  nn  paso 
mas  all&  de  lo  qne  ha^ia  dicho  al  principio. 

Eloisa/  comprendiendo  qne  Eariqne  podia  descnbrir  la 


tos  siRsstos  ntL  nwBU^  109 

verdad,  es  decir,  hacer  saber  que  no  era  su  hetmana^  se  laS- 
s6  hicia  ^1  con  los  brazos  abiertos,  dioiendo: 

— lEnriqne,  mi  querido  hertnanol 

El  jdren  qnedo  mail  sorprendido  ann  al  oirse  Ilamar  fki 
7  que  lo  trataban  con  la  familiaridad  de  tal;  pero  Eloisa  A 
mismo  tiempo  que  lo  abrazaba,  le  dijo  con  voz  impercepti- 
ble: "Es  precise  finjir,  de  ello  depende  su  libertad."  Intrd- 
dnci^ndole  a  la  vez,  sia  qne  lo  notase  el  snperinteDdente,  lai 
cartas  de  que  era  portadora. 

Enriqae  comprendi6  que  todo  aqnello  encerraba  el  secre- 
to  de  algona  intriga  tramada  en  su  favor,  y  en  consecuendk 
tom6  la  mano  de  Eloisa  con  ese  cariQo  natural  que  eztstfe 
entre  personas  a  quienes  une  el  lazo  de  la  fraternidad,  sin 
hacerse  en  ello  la  menor  violencia,  po'rque  en  realidad,  aun 
'  cuando  hacia  poco  tiempo  que  conocia  a  Eloisa,  8inti6  po^ 

« 

ella  la  tierna  y  desinteresada  afeccion  de  nn  hermano,  ja 
faera  ^ta  el  resultado  de  los  servicios  que  il  j  su  familia 
debian  a  aquella  nifia,  o  ya  esa  simpatia  innata  que  esperi- 
mentamos  por  algunos  seres. 

La  presencia  del  superintendente  hizo  que  la  conversai* 
cion  de  ambos  j6veneB  se  limitara  solamente  a  ciertas  je^ 
neralidades,  teniendo  el  cuidado  Eloisa  de  decirle  que  sien- 
do  ellos  solos  en  el  mundo,  habia  implorado  de  tal  modo  al 
sefiior  ministro,  que,  comp<tdecido  de  su  horfandad,  le  habik 
acordado  siqniera  una  vez  por  semana  el  gusto  de  vorlo,  lo 
que  no  es  poca  bondad  de  parte  de  su  sefioria,  agreg6  la 
j6ven  con  acento  de  profunda,  gratitud  para  que  lb  notai^a 
el  superintendente  y  se  lo  comunicara  al  ministro  en'  caso 
necesario,  como  8ucedi6  en  e&eto  pocos  dias  despues  y  cuatif- 
do  fu4  Uamado  por  ^ste  e  interrogaldo  sobre  k  j6verkaqui6h 
habia  dado  permiso  para  ver  a  su  hermano.  '  V 

Enrique,  sin  saber  los  medics  de  que  se  habia  valido 
Eloisa  para  llegar  hasta  61,  iri6  que  era  un  gran  pasO  dado 
a  maa  de  la  dieba  que  le  prdporoionaba  el  saber  <ie  su  fi- 
milia  ciuyos  mi^^mbrod  n(y  nobbraban,  pero  que  EIoisi^  &dl« 


uo 

vi^ando  ga  peoiamieoia  le  baeia  eomprender  todo'coanto 
pasaba  de  la  rasBera  tliaainjeniosa  y  sin  despertar  la  menor 
sospecba  en  el  Argas  qde  ieoiaa  presente  j  qae  bo  loa  per- 
d^a  de  vista,  eRpiando  no  solo  las  palabrasqaese  deciAo  sino 
ba^ta  las  miradas  qae  se  daban;  pero  Ebna  era  tnai  astuta 
7  Enrique  mui  prudente  para  comprontieterse  etk  una  sitaa- 
eion  tan  crftica. 

Alfiasede8pidieronambo3J6venes,  j  como  eraneoe^ario 
abrazarse,  Enrique  fa^  el  primero  en  baeerlo,  porque  Eloi- 
aa  en  e^ta  ocasion  e8periaient6  cierta  perplejidad,  Bintiendo 
que  le  subian  los  colore^  al  rostfo  y  qae  su  cocazon  latia^con 
violencia;  pero  el  pri?ionero,  sin  eomprenJer  la  emociofade 
.^n  libertadora,  la  e6treeh<S  en  saa  brazoa  natnral  y  afeotuo- 
fiameAte  como  a  una  bermaoa  o  a  una  amiga  sobre  la  qu6 
no  se  tienen  las  menores  pretensiones.  \    « 

La }6ven  aubiii  alcocbe.sin  nairar  por  la  illtima  veza 
Eorique,  qae  8e  quedo  un  momento  pavado,  8igai<^ndola  |C09 
la  vista  por  la  veutana  para  ver  si  le  hacia'la  Mtima  BeSa 
de  clespedida;  pero  Eloisa,  auncuando  conocia  que  la:mirft- 
ban,  porque  se  lo  deda  iq1  corazon,  no  volviQ  la  eabesa  sino 
que  se  iutrodujo  en  el  cocbe,  diciendo  al  podtillon: 

— ,De,  carrera  a  la  calle  de  San  Pssiblo. 
>  Cuando.se  vi6  sola,  Elois^a  bajo  su  manto  y  $ac6  un  pa- 
Suelo  para  enjagar  las  l^grimas  que  corrian  por-sup  teraas 
piejillas  en  grande  abundanci.a,  murmurando'ensaintierioF: 
*^I;q[iposibleI  irappsible.  Es  preciso  vencerse.  Ei^te  sentiweAto 
que  ba.nacido  con  fueza  es.  preciso  ^Jiogarlo,  y  lo  a^iogarfi 
^uu  cuando  sea  necesario  morir. . .  La  sola  idea  nae  parepe 
UjU  cripien  y  lo  es  en  efeoto,.*  yo  no  pue^o,  nldebo,  ni  quiq- 
{fo  mancharlo,.  y  aal  suceder4,  cae&te  lo  que  cueate,.su^a^9 
quesafra.''  .  .      ; 

^  Eanaedio  de  estos  tristes  pensataie^tos  y  formada  csta 
,re89]li>cion  ^eroipa,  resoluciou  propia  dg  ijna  alijaa  virtuqsa 
yieleva(Jfli,  pero[  que  requeria-el  nofas  graft;  sacrificip,  Uctg/^ 
]^loi^  a  la  puertai  deljiouvti^ltiUq  ;  an  fiipp^r^ia  ao  cas^l^^ 


UM  tlOBXrOS  DVL  PtVBia  111 

instanUneamente  sin  hacerse  violencia,  porque  sentia  real- 
mente  on  verdadero  placer  al  pensar  la  satisfaccion  que 
iban  a  tener  los  padres  y  la  hermana  de  Enriqae. 

No  Darraremos  aqui  todas  las  pregantas  qae  casi  a  un 
misino  tiempo  y  8ia  esperar  r^pue^ta  bi:^xa.J^loisa  cada 
nno  de  los  miembros  de  aqnella  familia;  pero  ella  satisfizo 
a  todos,  contdndoles  no  solo  la  conversacioa  que  habian  te- 
nidosino,  hasta  las  miraias  y  la  actitad  de  Eariqae,  a&i 
como  los  pensamientos  que  ho  se  atrevia  a  revelarle  por  te- 
mor  de  descubrirse,  pero  que  ella  habia  leido  en  bus  ojos. 
Ahora,  dijo  al  fin  Eloisa  despoes  de  este  largo  interro^a- 
torio^  es  ya  necesario  decidirse  a  cambiar  lo  mas  pronto  de 
dotnicilio.  Un  dia  G  otro  puede  presentarse  ona  ocasion  fa^ 
vorable  que  no  debemos  dejar  escapar  y  es  preeiso  quiel  el 
Ingar  donde  se  refajie  don  Enrique  sea  ignorado  de  todo  el 
mnndo,  para  que  ^1  pueda  contar  con  algpnos  momentos  de 
tranquilidad,  porque  yo  estoi  persaadida  que  dificilmente 
se  obtendri  su  libertad  con  el  benepl^cito  del  gobierno,-  sin 
qae  por  esto  nos  desanimemos,  pues  trabaja  en  edc(  eentido; 
pero  estoi  segura  ^obteuerb  por'e^tro.  '  - 

Todos  convinieron  en  la  exactitud  de  las  reflexiones  de 
Eloisa,  y  cinco  dias  despaes  se  encontraba  la  familia  Lopez 
en  compafiia  de  Santiago  y  Teresa  en  lai  apartada  calle  de 
Breton,  sin  que  ninguno  de  lo«  habitantes  del  conrentillo 
sbpifuie  el  lugarde  sa  residencia,  sino  que  todos,  inelaso  el 
propietario,  .qnedaron  conv«ncidos  que  se  habian  ido  por 
algan<  tiempo  al  cam po,  mneho  mas  cuando  lesconstaba  que 
habian  dejado  en  la  casa  todos  sus  muebles  o  que  probaba 

que  volverian  al  fin  de  algana  corta  temporad^  i 

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La  enfermedad  de  doHa  Juana. 


Inter  se  van  desarrollaiido  los  aeontecioiientoB  en  Soottir 
go,  ^echemos  una  mirada  sobre  peraonalw  qae  ocnpan  on 
logar  principal  en  nnestra  hiatoria  y  qne  kemos  dejado  pot 
algnn  tieinpo  casi  olvidados. 

Becordard  el  lector  qne  la  seftora  doSt  Jaana  habia  par- 
tido  de  Santiago  para  8a  hacienda  de  San  Joije  ep  bosca 
de  salad  j  por  consejos  del  m^ico. 

Los  primeros  me«^ea  de  sn  residencia  en  el  eampo  no  ie 
habian  sido  adversos  aanqae  tampoeo  favorables^  pnes  no 
habia  sentido  declinar  an  enfermedad  sino  qae  se  mantenia 
gin  agravarse,  lo  que  fae  considerado  por  an  baen  sfntoiha; 
p6ro  en  los  41tiffl08  tiempos  sentiase  agravar  dia  n  dia  de 
ana  manera  lenta  pero  sacesiva  hasta  el  pnnto  de  alarmav 
a  Lnisa  y  de  alarmarse  ella  misma. 

M  solitario  tampoco  estaba  tan  traaqailo,  pnea  a  pesair  de 
SOS  constantes  caidados  y  de  sn  ciencia  adqnipida  no  habia 
podido  cqiiitener  el  mal,  sino  que  ^te  tomaba  enerfK)  visi^ 
blemente. 

Uno  de  espg  dias,  y  aprovecbando  la  aQSeneia  momentib 
nea  de  Lnisa,  dijo  dona  Jaana  a  sa  amigo: 

— Sabe  asted,  mi  querido  Gczman,  que  me  siento  peor  de 
lo  qae  ea  realidad  J4>arezco,-poea  me  veo  obligada  a  hacer 
esfaerzos  para  no  sobresaltar  a  Laisa  mas  de  lo  qae  lo  esti 
ya,  paes  mi  hija  me  estadia  y  me  examina  constantemente, 
J  si  no  faera  porqne  le  ocalto  caanto  me  es  poaible  la  pir- 


LO0  SIOi^XTOB  DSL  tVt&lXK  113 

dida  de  inis  faerzas  y  el  abatimiento  de  mi  espiritu,  la  veria 
Bofrir  mas  y  esto  contribuiria  auu  a  empeorarme;  pero  me 
parece  que  es  necesario  ya  tomar  una  resolucion  definitiva: 
creo  que  me  convendria  ir  a  Santiago  tanto  para  consultar 
con  los  medicos,  cuanto  porque  en  caso  contrario,  es  decir 
que  la  opinion  de '  los  facultativos  no  faese  favorable,  ten- 
go  que  arreglar  asuntos  de  mucha  importancia  y  de  los 
cuales  depende  el  porvenir  de  mi  hija...  jde  mi  hija,  Guz- 
man, a  quien  amo  tanto  y  a  quien  no  me  resuelvo  a  dejar 
sola  en  el  mundo! ..  y  las  Idgrimas  corrian  silenciosas  por 
las  palidas  mejillas  de  la  aristocratica  dama...  y  esas  Idgri* 
mas  de  madre,  lagrimas  en  que  va  envuelta  tanta  afeccion 
y  c]^ue  son  tambien  una  plegaria  dirijida  a  Dios  para  que 
proteja  al  hijo  amado  a  quien  se  va  a  abandonar,  esas  Idgii- 
mas,  decimos,  cayeron  sobre  el  corazon  del  solitario  enter- 
nec^'^ndolo  hasta  el  punto  de  no  poder  contener  las  suya?; 
sin  embargo,  dijo  a  dona  Juana  serenando  su  voz,  tr^mula 
por  la  emocion,  cuanto  le  fu^  posible: 

— Esas  ideas  triste^,  amiga  mia,  agravar&n  su  enfermedad 
y  quizd  son  la  principal  causa  de  ella;  yo  no  veo  todavia 
ningun  peligro,  porque  si  lo  conociera  habria  sido  el  pri- 
mero  en  manifestarselp  a  uated;  pero  no  por  esto  desaprue- 
bo  su  viaje  a  Santiago,  porque  he  visto  qne  su  estrana  en- 
fermedad, y  digo  estrafia,  porque  usted  afirma  que  no 
esperimenta  dolencia  alguna,  se  aumenta,  sin  que  por  esto 
conciba  todavia  riesgo  el  que  menor. 

— ^Yo  si  que  lo  siento,  y  ademas  me  lo  dice  el  corazon. 

— Es  precise  desechar  esas  ideas  tristes, 

— Tristes  por  una  parte,  amigo  mio,  consoladoras  por 
otra:  es  verdad  que  sufro  infinito  con  la  idea  de  separarme 
de  Luisa;  pero  tambien  deseo  no  menos  unirme  a  mi 
Eduardo...  Lo  creerd  usted,  Guzman:  he  sobrevi\ido  a  mi 
marido  durante  muchos  afios,  pero  su  recuerdo  no  me  ha 
abandonado  un  solo  di  a,  talyez  un  solo  instantei  y  mo  pare- 
ce sentir  ahora  que  me  llama  a  ^L 

vim  iY«  ( 


\ 


114  t08  SSCB]fi1H)S  DXL  Ptrlt^LO. 

— Ilusiones  del  carifio,  amiga  mia,  que  prueban  la  exe- 
lencia  del  alma  del  que  las  es  peri  men  ta,  pero  qae  por  lo 
mismo  son  joneralmente  fane-tas. 

— No  quiero  discutir,  Guzman,  porque  no  cabe  diacusion 
donde  hai  evideucia:  lo  que  uno  siente  ^no  es  acaso  una 
realidad?  Puede  per  falso  y  quim^rico  para  otro  lo  que  para 
mi  es  real  y  verdadero,  ^qu^  re^ponder  a  esto. 

— Pero,  seiiora,  es  indispensable  que  usted  d^  otro  jiro  a 
9u  espiritu. 

Dona  Juana  se  sonri6  con  bondad  y  tomdndole  una  rnano 
al  solitario  le  dijo  sefialando  con  la  otra  el  cielo: 

— Hai  otra  vida,  amigo  mio,  wna  vida  de  amor  y  de  luz, 
donde  los  afectos  son  eternos;  y  yo  no  tengo  miedo  de  ir 
alii  donde  esta  mi  Eduardo,  sino  que  al  contrario  lo  de« 
seo.  •  • 

— rjY  Luisa,  sefiora,  y  Luisal 

— jAi!  Guzman,  tiene  usted  razon:  no  puedo,  no  quiero 
separarrae  de  ella. 

— ^Asi  es  como  usted  debe  pensar,  senora  porque  Luisa 
es  la  hija  de  Eduardo  y  viviendo  para  ella  vive  para  ^1, 
porque  vive  con  ella  y  con  dl. 

— Se  lo  prometo,  amigo  mio,  si  la  existencia  depende  de 
mi  volunta ),  la  conservar^... 

—La  existencia,  bajo  la  forma  en  que  estamos  tiene  su 
t6rmino,  pero  muchas  veces  depende  de  noaotros  el  acer- 
carlo  a  alejarlo. 

— ^Y  qu(^  debo  hacer  para  conseguir  lo  Ultimo? 

* 

— Combatir  esos  pensamientos. 

— Imposible,  pprque  me  vienen,  apeparmio,  persigui^n- 
dome  en  el  dia  y  en  la  nocht^,  en  la  vijilia  y  en  el  sueiio. 

— Comprendo:  esa  manera  de  ser  se  ha  hecho  en  usted 
cr6nica.  Al  principio  acirici6  usted  esas  ideas,  la  acompa- 
fiaban  en  su  dolor,  y  ahora  no  la  abandonan;  esa  es  una  lei 
de  la  naturaleza. 

— jNo  hai,  pues,  remedio?  .^ 


iKm  iicnitos  bn  hraxxK  11& 

— Deegraciadameute  tengo  que  decir  a  usted  que  cuan- 
do  los  hdbitos  Ikgan  a  cierto  grado  ya  es  mui  dificil  cam* 
biarlos;  pero  quizA  se  puede  ir  modificdndolos  poco  a  poco. 
—  Ifo  estoi  dispuesta  a  seguir  ea  todo  sus  consejos* 
— Lo  ^iaico  que  sieato,  sefiora,  es  que  no  sean  bastante 
eficaces.  Si  antes  hubiera  tenido  conocimiento  de  las  dispo- 
siciones  de  su  espiritu,  talvez  habria  vencido  o  habria  re- 

»  *  • 

tardado  el  efecto;  pero  ya  es  algo  tarde... 

— jNo  hai  esperanza,  Guzman?  Eso  era  lo  mismo  que  yo 
le  decia.  No  .tema  ser  franco  conmigo:  ya  usted  sabe  que 
no  soi  cobarde  y  que,  a  Dios  gracias,  tengo  mj  conciencia 
pure  y  tranquila.  ^ 

— Ese  es  un  gran  bien,  seSora,  y  suele  ser  un  eficaz  xe- 
medio.  No  hai  porque  desesperar  todavia. 

— Yo  no  desespero  nunca,  amigo.mio,  sino  que  poV  el 
contrario,  los  fallos  del  Altisimo  me  encontrardn  siempre 
reslgnada  en  mi  dolor,  serena  en  mi  afliccion,  no  siendome 
dado  ir  mas  alld,  porque  no  puedo  dejar  de  ser  lo  que  soi. 

— EsO  es  todo  cuanto  puede  ofrecer  la  humana  e&pecie  y 
usted  ha  llegado  al  t^rmino.  ^ 

Y  el  solitario  dijo  entre  si  mismo: 

— Me  he  equivocadp;  he  mirado  demasiado  al  cuerpo  sin 
investigar  el  alma  que  era  donde  realmente  estaba  el  mal: 
nunca  tiene  uno  deqaasiada  esperiencia. 

-—En  fin,  {quS  es  lo  que  me  aconseja  el  ami  go  de 
Eduardo? 

— Creo,  sefiora.,  conveniente  su  viaje  a  Santiago  donde 
tendr^  el  giisto  de  acompafiarla. 

-— jUstedl  cuanto  le  agradezco  su  oferta!  con  cu&nto  gus- 
to la  aceptaria!  Pero  no  es  posible!  Santiago  en  la  actuali* 
dad  e^ii  revuelto  y  usted  podia  correr  algun  peligro: ,  las 
pasiones  politicas  parece  que  est&n  ahora  mas  .vivas 'que 
nunca  y  los  odios  mas  encarnizados. 

— Yo  he  muerto,  hace  macho  tiempo,  para  la  aociedad 
y  nada  tenga  que  esper^t  o  temer  de  ellfu 


iH  UM  9aCEXHM  DSL  rUXEtiK 

I* 

— No,  Gazman,  nsted  es  demasiado  conocido.  Uatcd  lia 
jngado  on.  rol  importante,  j  aunqua  haya  desaparecido  de 
la  eficena,  poeden  Tenir  las  persecusionea,  porque  todavia 
.  viven  muchos  de  aqnellos  liombr«>;  preferiria  que  se  que- 
dara,  con  la  segoiidad  de  que  le  hare  llamar  en  caso  ncce- 
sariO)  porque  deseo  que  el  hombre  quo  acompafio  a  Eduar- 
do  hasta  bus  ^Itimos  momento9,  est^  presente  aloa  mios: 
seria  feliz  en  cerrar  mU  parpados  miraDdo  al  objeto  que  ^1 
tuvo  a  la  vista  cuando  se  cerraron  loa  snyoa.-. 

— Senora,  querida  amiga  mia^suplico  austedde  no  tener 
esas  idea0... 

— ^Ya  he  dicho  a  usted  que  nada  temo*  quicro  saber  so- 
lamente  si  usted  est^  dispuesto  a  satisfacer  mi  tUtimo  ca- 
pricho... 

—  jPuede  usted  dudarlo! 

— ^No,  Guzman,  no  be  dudado  nn  momento  de  usted  en 
tantos  aSos  de  amistad.  iC6mo  vendria  a  dudar  en  pocos 
dias!  Pero  alU  estd  Luiga;  es  preciso  disitnular...  le  dejo  a 
usted  el  encargo  de  prepararla. 


IL 

Dona  Juana  recibi6  a  su  hija  con  la  mas  afable  sonrisa, 
aparentando  una  alegria  que  estaba  lejus  de  tener. 

La  j6ven  mir6  alternativamente  a  su  madre  j  al  solita- 
riQ,  como  querieado  descubrir  por  sus  fisonomiaa  lo  que 
interiormente  sentian,  y  en  segaida  les  preguntq: 

-7-;De  qu^  se  ban  ocupado  ustedes  durante  ml  ausencia? 

— De  nada,  hija  mia,  uo  nos  hemos  nv>yido  de  aqui. 

— No  preganto,  mamita,  lo^que  ban  hecho  sino  lo  que 
ban  dicho. 

~Ya  que  quieres  saperlo,  ei  mui  fdcil:  nos  bemos  ocOpa- 

misma?  Por  qu^  no  trata  de  ^istraerae  un  'poco,  mamita; 


um  MWEnoti  vwL  ramow  117 

meparece  qne.esto  le  aprovecharia;  |qo  es  verdad,  sefior? 

— Asi  es^  ^uerida  tiiisfe/y  es^lfli^tnb  '1*  aconfe^iba  J6 
hac6  nn  motoento.  ''^^  •  '^'^^'^^'    '     '     •  ^^-      '     •-'••'  * 

— j^Crees,  Luisa,  que  pensar  en  ti  no  es  pensai* enmf tttia*  • 
ma?  j<jy 'cosa'd'e?  ihaSa'^i^lfet'^'^^^^^  mf  en  rf'tenbdo? 

iC6mo  puedes  imajinarte'it^ii^  ifae  cliViertSah'frivdlid^dis?"  * 

— No  es  mi  ^mmb,"  'mamfi^i^  pf Sbarl^  que  yo  debri  sei*W ' 
indiferente,  pdrqae  ebtd  rio  ^o  quenifir/pbrqoe  ekto  mar  ha- 
ria  sufiir  mticBo;  pero  una"  idea*^4' deb^-ser  rilatadora:  dt- 
cen  que  la  locura  proVieniB  *de  acjtif. "'     .  ^ 

— Pdes  yd  dme^q  set  I61*rt,  fiijk  mia,,  ah  tea  qtie  turfed  6b!i- ' 
gasen  a  no' pensar  eil  ti.  ^^        • 

— Usted  tlene  la  mononiatiik  dfel  cariflo;  la  mondnidnk' 
de  la  benevolencia;  pero  hai  unl^riirino  para'todo,  y  lakJis* 
tracion  no  quita'ni  destrriyti'erafecto,  sino'Vjue  nlaa  bien  io 
cbrobora  y  fortifica. 

— Hace  poco  le  decia  a  mi  amigo  Guzraati  que  no  queria 
entrar  en  discusiones  y  ahora  me  veo  obl'gada  a  hacerte  la 
misma  observacion. 

— Sin  embargo,  es  preciso,  maniita,  n6  entrar  en  discu- 
siones, pero  si  aprovechar  de  los  consejos  del  sefior  Guzman 
porque  siempre  son  favorables:  yo  estoi  viendo  que  no  fie 
mejora  y  que  cada  dia... 

— Cada  dia,  si  no  me  encuentro  mejor,  me  hallo  poco  mas 
0  menod  lo  mismo:  la  diferenda  no  es  tan  grinde. 

— Yo  noto  algana,  mamita,  y  c'reo,  puesto  que  no  se  da 
en  el  campo  una  rhejoria  notable,  es  conveniente  regresar  a 
Santiago  donde  hai  recursos  y  inicho^'facuttativos  que  con-' 
sultar  y  que  podrian  curarla  radical  men te 'en  poco  tiempo.    . 

— ^Yo  tambien  habia  pensadb  lo  mismoy  pero  'como  no' 
me  encuentro  tan  mal  como  tfi.  te  flguras,  tenia'  hecha  laf 
resolucioh  de  no  partit  tan  luega.   *' '  '      ;-      - 

Conjo  se  ve,  dona  Jaana,  ni'entia  8on^l  fin 'de  IrancJtiiliJ 
zar  a  su  nija.  ,  ,  ' 

— SiempriB  vale  fnis  pri?caver  el 'mal  que  combatirlo,  ina- 


lit 

t 

imtfl;y  ja  que  lo  habia  peusado,  seria  preferible  efectuarlo 
desde  laego,  haciendo  desde  maftana,  desde  hoi  mismo,  los 
preparativoa. 

— ^Te  das  demasiada  prisa,  hija  mia;  parece  que  tovieras 
temores  de  qae  jo  no  participo  bajo  ningan  aspecto,  y  ad- . 
vi^rte  qae  yo,  que  soi  la  paciente,  debo  juzgar  mejor. 

— CoDcedo  qae  no  eziste  el  menor  peligro;  pero  no  es 
meoos  cierto  que  osted  no  ae  mejora  y  h^ce  ya  como  cua- 
tro  meses  o  mas  que  nos  encontramos  en  el  camqo  sin  que 
usted  esperimente  el  menor  alivio,  sino  qae,  por  el  contra- 
rio,  se  encnentra  mas  d^bil  y  mas  abatida  qae  al  principio. 
For  otra  parte,  como  he  dicho  anteriormente:  mas  vale  pre-, 
caver  el  mal  que  combatirlo. 

— Ya  que  te  empenas,  hija  mia,  obra  como  te  parezca;  me 
pongo  por  completo  a  tu  disposicion  y  har6  en  todo  ta  vo- 
luntad  con  la  condicion  que  te  s:^metas,  <;aando  sea  necesa- 
rio  a  la  mia« 

— Su  voluntad,  mamita,  nunca  pnede  dejar  de  ser  la  vo- 
luntad  de  su  hija:  ordene  nsted  no  mas,  con  la  segaridad 
de  que  serd  obedecida  sin  dilacion,  sin  sacriiicio,  o  mas  bicn 
dicho,  con  placer,  porque  la  obediencia  b^cia  sns  padres  es 
un  deber  que  a  todo  hijo  debe  causar  delicia  cumplir. 

— rNo  es  esto  lo  que  sucede  siempre,  Laisa;  muchas  veces 
la  voluntad  del  padre  contraria  la  volantad  del  hijo. 

— Creo  que  nunca  acontecer^  en  mi  una  cosa  igual;  al 
menos  tengo  la  esperiencia  de  toda  mi  vida  pasada  para  po- 
der  responder  de  mi  vida  futura. 

— Es  verdad,  hija  mia,  porque  a  pesar  de  la  libertad  en 
que  has  vivido  y  en  que  yo  te  he  dejado,  has  sido  siempre 
k  criatura  mas  sumisa. 

— No  me  he  hecho  en  ello  la.  menor  violencia,  porque  en 
lugfir  de  esforzarme  ipe  ha  gustado.         ^ 

— Bien,  hija  mia,  mui  bien;  esperimento  una  satisfaccipn 
ver4adera  en  que  me  hables  asi;  ahora  dispon  nuestro  viaje 
Quando  quieras  y  para  cuando  quieras. 


urn  SBOUROB  DIL  fWOUK  119 

Darante  esta  conversacion  entre  1«|  madre  y  la  hija,  el  so- 
lit  ario  habia  pei  manecido  fcilemioso  pero  aiento.  Aquel 
hombre  que  veia,  se  puede  decir,  en  el  porvenir,  crey6  en- 
contrar  en  la  palabra  ded(  fia  Jiiana  algnn  proyecto,  aTggna 
combinacion  premeditada  de  antemano;  ponjue,  ^I'lue  btra 
cofa  podia  significar  aquella,  exijencia,  cuando  sabia  que' 
Luisa  no  la  habia  contrariaJo  nunca?  El  sabio  anciano  com- 
prcndia  que  un  dia  u  otro  sucederia  algo  de  grave,  algo  de: 
estraordlnario,  pero  con  esa  moderacion  que  lo  caracteriza- 
ba  no  interrog6  nada  sobre  ua  punto  que  no  le  habian  con-' 
fiado,  no  moviendo  sus  labios  como  hombre  prudente  que 
no  pretende  jamaa  introducirse  ni  penetrar  en  el  interior 
ajenOy  a  no  ser  cuando  cs  precise  evitar  el  mal  o  hacer  el 
bien;  y  como  nada  tenia  quo  terher  en  el  caso  presente,  por- 
que  conocia  a  fondo  el  cardcter  noble  y  las  virtudes  de  todo 
j^nero  que  adornaban  tanto  a  la  madre  como  a  la  hija,  que- 
d63e  tranquilo  en  su  reserva  esperando  solo  que  los  aconte- 
cimientoa  se  sucediesen. 

IIL 

Luisa,  con  la  autorizacion  de  su  madfe,  principi6  desde 
aquel  mismo  dia  los  preparativos,  pues  tenia  mas  temores 
que  los  que  habia  demostrado,  porque  a  ella  no  se  le  ocul- 
taban  los  esfuerzos  que  hacia  dofia  Juana  para  aparentar  en 
su  presencia  un  estado  de  salud  mejor  que  en  el  que  en  rea- 
lidad  se  encontraba,  no  quejdndose  tampoco  nunca  de  esa 
languidez  que  paso  a  paso  la  lie  vaba  al  sepiiloro  y  que  Luisa 
veia  aumentarse  dia  a  dia. 

El  solitario,  por  su  parte,  mas  conocedor  que  Luisa  da 
los  sintomas  de  aquella  enfermedad  y  del  punto  a  que  ha- 
bia llegado  comprendia  qu3  no  habia  mas  que  una  remota 
esperanza;  pero  ocultando  a  la  j6ven  su  pensamiento  se  pro- 
ponia  prepararla  para  el  caso  de  liha  desgracia  minorando 
asi  en  parte  la  violencia  que  lleva  coosigo  un  golpe  inespe^ 
rado  y  de  tanto  mas  terrible  efecto  cuanto  mayor  era  la  eg- 


ISO 

qoisita  senfiibilidad  de  Lnisa  y  el  tierno  oaritlo  qae  profesa- 
ba  a  sa  madre. 

Kl  anciano  bnscaba,  pnes,  la  ocasioD  de  hablar  a  solas  con 
Luisa,  ocasioQ  que  le  fu^  f^cil  encontrar,  habitando  la  mis- 
ma  case,  y  le  dijo: 

— ^Temes  algo,  mi  querida  Luisa,  que  te  apresuras  tanto, 
para  la  marcha? 

— Con  usted  puedo  ser  franca,  senor;  sf,  temo. ..  mi  ma- 
mita  me  oculta  sus  males  por  no  entristecerme: 

Ylaj6^ensesent6enun  soffi  derramando  copiosas  U- 
grimas. 

El  solitario  le  torn 6  una  de  sus  manog. 

— Til  tambien,  hija  mia,  le  ocultas  a  ella  lo  que  sientes  y 
lo  que  piensas  para  no  alarmarla. 

— Es  verdad,  senor. 

— De  manera  que  ambas  quieren  enganarse  sin  conse- 
guirlo. 

-r-Tambien  es  cierto,  al  menos  por  lo  que  respecta  a  mi. 

— Y  ella  se  encuentra  en  el  mismo  caso;  pero  en  mi  opi- 
nion esta  algo  distsmte  la  desgracia.  Por  otra  parte,  los  me- 
dicos de  Santiago  pueden  con  sus  conocimientos  detener  el 
mal. 

— ^Cree  usted  en  la  posibilidad  de  una  mejoria! 

— Diffcil,  es  pero  no  imposible. 

— Su  respuesta  me  desanima  todavia  mas. 

— Yo  no  puedo,  hija  mia,  ni  afirmar  ni  negar  nada;  jqu^ 
sacaria  con  darte  esperanzas  que  habrian  de  salir  frustradas 
aumentando  mas  tu  dolor?  jY  qu6  sacaria  con  afirmar  un 
aeon  teci  mien  to  que  puede  mui  bien  no  suceder?  Ei  ambos 
cases  obraria  mal;  sin  embargo,  debo  prevenirte  que  tengas 
tu  dnimo  preparado,  sin  por  esto  desanimarte  ni  abatirte. 

— Senor,  sefior,  yo  no  podr6  sobrevivir  a  tamafia  des- 
gracia. 

Y  la  nifla  rompi6  en  soUozos. 

'— Yo  no  quiero  hija  mia,  combatir  tu  dolpr;  61  es  justo  y 


es  nataral.  Una  madre  no  se  reemplaza  nunca.  Ese  afecto  con 
que  hemos  nacido  y  coa  que  hemos  vivido,  eaa  ternura  de 
todos  los  iastantes  que  nos  ha  protejido  ea  todas  las  ^pocaa 
de  la  vida,  deja  uq  vacio  inmenso  y  un  reciierdo  indeleble 
cuando  nos  abandona...  pero  en  fin,  todo  tiene  su  t^pmino, 
todo...  y  todo  tambien  renace  a  la  eaperanza,  qarzd.  a  una 
realidad  mayor,  porque  Dio3  nos  prepara,  sin  duda  algana, 
algo  de  menos  transitorio,  algo  de  mas  eatable .. .  [Qai^n 
puede  darse  cuenta  de  las  trasformacioaes  de  los  nciuados-  y 
de  las  que  esperimente  la  hamanidad!  Ah!  si  muri^semos 
cuando  desaparecen  laspersonas  qae  araaaios  ^a  que?  queda- 
lia  reducida  la  cadena  que  sostiene  y  liga  a  la  especie?  No 
habria  existido  mas  que  el  primer  eslabon,  sin  que  hubieran 
podido  sucederse  uaos  tras  otros  los  anillos  que  vienen  for- 
mando  las  jeaeraciones  que  se  haa  desarroUado  y  que  se 
desarroUaran  en  la  inmensidad  de  los  tiempos.  El  dolor, 
hija  mia,  se  borra  al  fin  para  ser  reemplazada  por  el  .re- 
cuerdo,  y  talvez  tras  del  recuerdo  venga  la  union  del  infini- 
to,  la  union  de  lo  inconmensurable,  la  union  de  la  eter- 
nidad. 

— Oh!  Dios  mio!  Dios  mio!  ^.Qu6  va  a  ser  de  ml? 

— Luisa!  hija  mia!  aun  no  hai  motivo  por  que  abatirse.., 
Puede  suceder. ..  gPara  qu^  desesperarse  y  sentir  antes  de 
tiempo?  ^Iniiairia  acaso  en  la  mejoria  de  tu  madre  tu  dolor 
acturJ?  Estoi  seguro  que  si  dofia  Juana  te  viera  en  ese  esta- 
do,  sufriria  infinito,  abreviando  talvez  sus  dias.  Ten  mas  es- 
peranza,  Luisa,  ten  mas  serenidad,  serenidad  que  nacer6  de 
esa  misma  esperanza,  y  estoi  seguro  que  si  no  se  mejora  por 
corapleto  tu  mamit?i!,  al  menos  se  aliviard,  proviniendo  de 
aqul  la  prolongacion  de  su  precio&a  existencia. 

— ^Entoncfs  usted  cree  que  hai  algunas  probabilidades 
de  salvarla? 

— jComo  no!  Yo  seria  un  temerario  y  un  insensato  si  afir- 
mase  lo  contrario. 

— Pero  la  ciencia  no  ve,  no  descubre,  no  cuenta  acaso 


in  um  noBisos  meu  rrawx    - 

ccm  todan  Ias  sf garidades  para  decir  lo  qae  iDfuIiblemente 
ha  desaceder? 

^rrNo  bai  nada  de  infalible  a  no  ser  la  mncrte;  y  para  esto 
no  se  rtecesita  de  ciencia,  pues  e^abemos  que  ha  de  saceder, 
pero  en  cuaDto  a  deteimioar  el  tiempo,  es  mai  dificil  aan- 
qoe  no  es  imposible:  on  medi  ioa  no  se  ha  dicho  y  est&  mai 
lejos  toila  ia  de  decirse  la  iiltima  pa-abra. 

—listed  me  cousuela  y  me  desalienta. 

— Yo  no  quiero  ni  lo  uno  ni  lo  otro,  deseo  linicamente 
que  tengas  la  calma  posible. 

— [La  calma  posible!  gPaede  darse  en  el  mas  agudo  de 
lossiifrimientos? 

— Tambien  te  he  dicho  que  no  es  mi  animo  combatir  tu 
justo  d'  lor  pero  que  uno  debe  estar  preparado  a  todo. 

-T  Ah!  pefi(T;  si  yo  tuviera  su  edad,  su  esperiencia  y  su 
£losofi«;  si  yano  exislieran  para  mi  viuculos;  si  hubiera  visto, 
como  usted,  desaparecer  uno  a  uno  los  seres  que  me  rodeaban; 
si  estuviera  sola  en  el  mundo  viviendo  en  la  ciencia,  en  la 
abstraccion,  en  Dios;  si  ya  no  desease  mas  que  unirme  en  el 
infinito,  como  usted  dice,  a  las  personas  que  uno  ha  amado, 
jcudn  fAcW  no  seria  esa  resignacion,  esa  conformidad  filos6fica! 
jPero  romper  los  vfoculos  mas  queridos  y  mas  sagrados,  sen- 
tir  que  la  dejan  a  uno  en  el  vacio,  esperimentar.  esa  soledad 
de  afectos,  acosturabrarse  a  no  ver  ya  lo  que  se  ha  adorado 
en  la  tierra,  es  mui  dificil  y  para  algunas  almas  debe  sei*  im- 
posible. 

— Y  sin  embargo,  hija  mia,  todo  esto  ha  de  suceder  mas 
tarda  o  mas  temprano;  per  esta  razon  nos  aconseja  el  Evan- 
jelio  de  no  estar  tan  pegados  a  los  bienes  transitorios  del 
mundo,  eualquiera  que  sea  la  naturaleza  de  ellos. 

— Convecgo,  senor,  en  cuanto  usted  me  dice;  veo  la  jus- 
ticia  y  exactitud  de  sus  reflexiones,  pero  no  md  resigno. .. 

— La  lei  de  la  necesidad  es  la  mas  imperiosa  de  las  leyes: 
uno  se  somete  o  sucumbe,  ese  es  el  dilema;  y  sesomete,  por- 
que  la  sensibilidad  del  que  esperimenta  el  pesar  es  menos 


UNI  BlOinta  DIL  FIJlBli'>.  ISS  ' 

delicacla,  o  mnere  ctiando  ed  escesiva:  esto  entra  en  la  nAtu-  • 
raieza  4e,lo8  seres  y  es  tamWen  nna  lei  a  que  estdn  sujetos 
todos  segun  su  organifemo  respectivo. 

— jAi!  qu^  analisis  tan  descarnado  hace  usted  del  do'or! 
Pero  dej^raonos,  sefior  fil6sofo,  de  esas  cuestlones;  yoquiero 
saber  ^Qicamente  cudi  es  la  eofermedad  de  mi  mamita  y  si 
hai  |)robabili  Jades  de  sanarla. 

— Las  prob^bilidades  siempre  exiaten;  abora  por  lo  que 
respecta  a  la  enferraedad,  es  raas  moral  que  fisica;  ella  me 
lo  ha  dicho  y  yo  siento  no  haberlo  sabido  antes. 

— Eijtonces  sf  que  concibo  esperanzas,  porque  los  actia- 

ques  del  espiritu  son  mas  ftlciles  de  curar  que  los  del 
cuerpo. 

,  -r-Te  equi vocast,  bija  mia,  te  equivocaa,  y  t^  eres  como  tu 
madre,  una  de  esas  naturalezas  que  sufren  mas  por  el  alma 
que  por  el  organismo:  a  ti  te  matara  una  afeccion  y  no  te 
matard  un  dolor;  por  esto  es  que  quiero  prevenir  el  sufri- 
miento  ti  atando  a  la  vez  de  familiarizarte  con  ^1  para  que 
te  enclurezcas.  *  "'^: 

— ^Pero  que  es  lo  que  puede  abatir  tanto  a  mi  mamita? 
^Que  pesar  agudo,  qu^  sentimiento  profundo  mina  su  exis- 
tencia? 

—  Cada  alma  tiene  sus  secretos...  Cada  hombre  sufre  a  su 
manera. 

—  Sin  embargo,  es  preciso  un  motivo,  una  causa,  y  yo  no 
le  conozco  ninguno  de  aquellos  incidentes  que  pueden  in* 
flair  tan  bondamente  en  su'animo. 

— Puede  ser  que  exlsta  esa  causa  desde  algun  tiempo  mui 
rembto  de  que  tu  no  tengas  conocimiento,  pero  que  haya 
venido  paulatina  y  lentamente  min^ndola  hasta  el  punto  de 
haberse  apoderado  de  todo  su  ser  y  ser  diffeil  escaparse  a 
su  inflaencia. 

— jPero  que  debo  hacerl 

' — Mira,  querida  Luisa:  independiente  de  las  pres<!?ripcio- 
nes  de*los  medicos,  que  esnecesario  cumplir,  trata  cuantb 


124  tM  BBoitsTos  rmti  rmaiUK 

pae^AS  Ae  distraei^la,  emp^jtte  por  jirrancarla  a  sus  penaa-. 
mientop,  no  la  dejes.  jamas  sola,  mu(^strate  alegre  y  compla- 
cida,  y  talvez  consigas  hf^cer  un  mila^ro,  adviiti^ndote'que 
le-iinloa  peraona.que  puede  pperj^rlo  eres  tu;  sin  este  espd- 
diente  yo  d-'sconfio  mucho  de  sa  restablecimiento,  sin  creer 
por  .esto  el  caso  desesperadp. 

— ^Oh!  senor!   Usted  me  ha  dado  un  remedio  ficil  y  que  , 
es^de  mi.paayojr  agrado:  copipiacer  a  mi  n^adre,  distraeHa, 
divertirl^a^  cuente  usted  conello,  estoi  disp^esta,  dispueati- 
sima  a  ello.  r    , 

—rPara  esto  mjamo  ^s  preqiso  tener  su  tdctica.  Si  la  lle- 
vas  a  b^ailes,  a  sociedades  ruidosag,  a  teatros,  creyendo  dis- 
traerla,  puede  ser  que  te  suceda  un  efecto  contrario  de  lo 
que  esperas:  esta  clase  de  re^iedios  dependen  mas  de  la  in- 
telijenoia,  de  la  sensibilidad,  dd  carino,  de  las  maneras  del 
individuo  que  lo  emplea,  pues  d^  otro  mode  es  matarla.  Voi 
a  darte  otro  consejo  mas,  Luisa,  por  el  conocimiento  que 
tengo  del  car^cter  de  tu  santa  madre;  practica  primero  esta 
dilijencia:  haz  de  raanera  que  vaya  a  socorrer  a  los  pobrea, 
que  e8t6  siempre  ocupada  de  ellos,  mira  que  la  caridad  en- 
cierra  consuelos  infinitos,  en  un  balsamo  que  distruye  toda 
especie  de  miasmas,  que  prepara  el  corazon  a  dulces  emo- 
ciones,  que  posee  un  tinte  de  tristeza  que  se  hermanan  con 
las  otras  tristezas,  hasta  que  las  dulcifica  y  las  absorbe  por 
cempleto,  dejanio  en  el  alma  esa  melancolia  dulce,  serena, 
inefabje  que^e  asimila  a  la  impasibilidad  de  los  bienaven- 
turados  que  estdn  en  los  cielos,  Yo  no  soi  medico,  Luisa^  t4 
lo  aaba^;  pero  tengo  la  esperienci^  del  corazon  y  la  conozco 
a  ella  camo  te  conozco  a  ti.para  poder  ju»gar  lo  que  mas 
conviene  a  sus  uaturalezas. 

— Soi  en  todo  de  su  misu^a  opinion,  y  sin  desechar  laa 

prescripciones  de  los  medicos  del  cuerpo,  no  olvidar^  la  re- 

111' 

ceta  del  medico  del  alma. . . 

-rr-AUora^  hija.mia,  es  preciso,  que  te-  haga  otra  adver- 
tencia.  La  sanora  dona  Juana  no  ha  queridp  aoeptar  1%  pro 


LOS  SEOEEf 03  DEL  PU&LO.  l2i> 

posicion  quo  le  hice  de  acompaSarla;  pero  si  algo  se  ofrece, 
si  en  la  cosa  mas  insignificante  puedo  yo  series  iitil,  no 
tengas  el  menor  erabarazo  en  hacerme  llamar  en  el  acta.  Yo 
te  lo-asegtiro,  prefer! ria  ir  desde  luego,  jpero  mi  amiga^se 
ha.re8istido  y  no  quiero  contrariar  su  voluntad;  y  ya  que 
hablamos  de  voluntad,  debo  tambieri  advertirte  que  es  mui 
conyeniente  que  no  encuentre  el.  menor  obstdculo  a  sus  de- 
seos:  cualquiera  oposicion  agravaria  el  malde  que  adolece, 
porque,  independiente  de  sua  sufrimientos  paorales,.hai  una 
surescitacion  escesiva  en  su  sistema  nervioso,  proyenida  tal- 
veK  de  la  fijeza  de  sus  ideas  y  de  otras  causas  que  no  me  es 
dado  con  ocen 

— Si  supiera  usted,  genor,  cuanto  le  agradezco  sus  con- 
sejos. 

— En^re  nosotros,  mi  querida  Lui^a,  no  debe  haber  agra- 
decimiento;  somos  una  misma  cosa,  una  misma  familia. 

— Dice  usted  bien,  senor:  su  apreclacion  es  mas  justa,  maa 

lejltiina.^  ,  .  -.; 

— ^Quieres  ahora  que  te  ayude  en  tus  preparativoa? 
— Deseo  mas  bien  que  haga  corapania  a  mi  mamita. , 

Eloisa  y  Ceforina,  acompanacLas  de  las  sirvientes^  rid  pa- 
raron  ,nn  solo  instante',  quedandd  todo  arreglado  eh  'ese 

^  misnao  dia;  asi  es  que  al  siguieute  el  cocbe  estaba  Hsto  para 
marchar  y  los  caballos  de  refreaco  apostadog  en  distancias 
convenientes'para  hacer  el  viaje  sin  dilacion,  y  que  no  fa- 

,.'  tigase  tanto  a  la  enferma,  jpuea  larapidez  en  la  marcha 
hace  menos  pesado  ua  larm  camiho,  siendo  las  doce  de  la 
noche  cuando  el  coche  de  dofia  Juana,  acompanado  de  dos 
inquilinosj.  se  par-aba  en  la  puerta  de  la  casa  calle  de  la'Ca- 
tedral,  siguj indole  de  atras  otro  grande  y  pesado  carruaje 
en  que  yenian  las  jsirvientes  v  los  equipajes  y  el  cual  no 
llQg6  sino  sd  VQnirel  ^ia.        .  .  ^        ^  .   i  ,  t 

Esa  misnia  noche  Luisa  install  su  cama"  en^  el  Quarto  de 


126  um  ncBSStiM  dxl  mttLO. 

sn  madre,  do  qneriendo  por  an  momento  dejaria  sola^  paes 
de  e^ta  manera  podia  seguir  cod  mas  escrnpalosidad  el  priD- 
eipal  coDsejo  del  solitario,  qoe  coDsistia  en  distraeria  cods- 
tantenieDte  y  do  dejaria,  si  era  posible,  entregarae  jamas  a 
8D  pensaniiento  favorito. 

Al  dia  signieate,  casi  antes  qne  Dios  ecb«!ra  sas  laces, 
Laisa  estaba  ya  ea  pi^,  yendo  en  pantillas  al  lecho  de  sn 
madre  para  ver  si  dormia,  solicitad  tierna  de  que  partici- 
pan  los  hijos  realmente  amantes  y  qne  es  ana  especie  de  in- 
demnizacion  de  aqaella  que  ban  tenido  por  ellos  las  madres 
desde  el  momento  de  venir  al  mnndo. 

SalUfecha  Lnisa  de  la  serenidad  con  qne  dormia  doBa 
Jnana,  baj6  al  jardin  y  entr6  en  su  pabellon.  Apenas  en'el, 
se  le  present6  la  imSjen  de  Mercedes,  no  olvidada,  pero  que 
hasta  cierto  panto  no  habia  ocupado  su  corazon  con  esa 
fijeza  con  que  pensaba  en  ella  al  principio*  a  cansa'de  la 
preocupacion  constante  en  qae  la  tenia  la  enfermedad  de  su 
querida  madre. 

Los  recuerdo?,  por  lo  jeneral,  no  vienen  por  si  misikos, 
sino  que  nos  lo  traen  las  cosas  anteriores,  esplic^adose  asi 

» » 

el  fen^meno  de  qoe  a  la  vista  de  an  muebte,  de  an  color, 
de  an  sonido  y  hasta  de  un  perfume,  traemos  a  la  memoria 
la  persona,  las  circunstancias  que  se  ban  sncedido,  los  acon- 
teciMiientos  que  ban  tenido  lagan  b^  aquf  la  6ausa  porque 
hai  ciertos  muebles  que  nos  son  tan  queridos,  pues  ellos  for- 
man  parte  de  nuestra  existencia,  evocando  recuerdos  qoe 
DOS  ban  ^ido  gratos.  ^Qui^n  no  ba  esperimentado  estas  sen- 
saciones?  Qui^n?  Talvez  no  bai  on  ger  en  el  inundo  que  no 
baya  sido  afejtado  asi.  Talvez  no  exists  un  solo  animal  qoe 
DO  participe  de  iguales  sentimientbs. '  El  pajirillo  debe  re- 
CODOcer  sin  duda  el  drbol  en  que  bizo  su  nido  y  que  f.;6  el 
teatro  de  sus  a  mores,  cuyo  frato  deposit6  en  ^,  y  a  sd  kola 
vista  traerd  a  la  memoria  la  alegre  e  inocente  histbria  de  la 
pasada  primavera,  y  asi  como  ^1,  tbdos  los  seres  en  quo  se 
denotaoi'lM  ef(9wtjB  de  la  volantad  en  major  o  menor  escr 


LOl  taCBXSOB  ML  tXJt6U>.  127 

la.  \Qxx6  de  estraflar  era,  pues,  que  Luisa  recordara  a  sa  ami- 
ga  y  se  entristeciera  con  solo  este  recaerdu!  No  estaba  dis- 
tante  la  ^poca  en  que  habia  cantado  con  ellp,  cosido  con 
ella,  jngado  con  ella. . .  ^Y  qu^  seria  ahora  de  esa  pobre 
amiga?  H^  aqui  la  reflexion  primera  que  se  le  present6  a 
Luisa,  e  hizo  el  prop68ito  de  iriformarse  de  Mercedes  en 
aquel  mismo  dia.  De  Mercedes  a  quien  amaba  tanto,  com- 
padecia  tanto,  admiraba  tanto...  ^Y  por  qu^  no  uecirlo?  ^La 
idea  de  ver  a  Enrique  no  era  la  que  raenos  influia  en  el  ^ni- 
mo  de  Luisa,  y  una  especie  de  a'egria  triste  hacia  latir  'su 
corazon  de  vfijen.  La  e^^peranza  de  que  en  pocas  boras  esta- 
ria  en  xntima  relacion  con  su  amiga  y  en  pr.  sencia  de  su 
amante,  la  sorpresa  agradable  para  una  y  profonda  para  el 
otro  que  se  lisonjeaba  causar  con  su  vista,  esa  delicia  que 
lleva  consigo  un  acontecimiento  inesperado  cuando  es  fmis- 
to,  el  pensamiento  de  que  en  esos  instantes  se  encdntraba 
en  la  misma  ciudad  y  respirando  el  mismo  ambient^  que 
respiraba  Enrique,  todo,  todo,  vino  en  aquel  momonto  adi- 
sipar  en  no  pequefia  parte  las  penas  que  hacia  tiempo  la 
consumian,  los  temores  que  no  la  abandonaban  desde  que 
lleg6  a  percibirse  de  la  lenta  pero  progresiva  decadencia 
de  su  idolatrada  madre;  porque  el  amor,  a  mas  de  ser  el 
manantial  de  los  mas  deliciosos  y  puros  goces,  a  mas  de  ser 
el  verdadero  y  solo  nectar  con  que  es  capaz  de  embriagarse 
el  alma,  hace  las  veces  de  un  narc6tico  para  el  dolor;  y 
cuando  no  consigue  desterrarlo  del  todo,  ca^ndo  no  lo  con- 
vierte  en  dicha,  ze  asbcia  con  61  y  lo  suaviza  o  dulciflca,  de 
tal  modo,  que  en  el  mismo  sufrimiento  encontram  s  alivio, 
y  una  melancolia  que  no  carece  de  encanto  se  apodera  de 
nosotros,  sin  dada  porque  sabimos  que  hai  otro  ser  a  nuea- 
tro  lado,  o  diremos  mejor,  otro  yo  que  ve,  que  siente,  que 
piensa  lo  mismo  que  nosotros*  vemop,  sentimos  y  pertsamos; 
asi  es  que  cuando  Luisa  volvi6  al  Ldo  de  su  madre  no  pudo 
^ftta  menos  de  notar  el  cambio,  dici^udule: 
— iComo  me  gusta,  hija  mia,  verte  4sil  Sabes  qxd  tu  ale* 


128  Um  81GE»08  DZL  V^JtAUK 

gria  68  el  remedio  mas  eficaz  para  mi  alivio:  ten  siempre 
cnidado  de  tentr  el  mismo  semblante  y  te  prometo  sanar  en 
breve,  pero  no  vengas  a  finjir,  conte3t6,  porque  yo  conozco 
perfectamente  cuando  ea  postizo. 

En  segnida  hizo  sentar  a  sn  bija  a  su  lade,  le  tom6  nna 
mano,  y  contempl^ndola  con  tierno  carifio,  le  dijo: 

— Eres  mui  hermoaa.  jComo  envidio  la  felicidad  del  hom- 
bre  a  quien  acompafies  en  sa  carrera! 

— Los  ojos  de  una  madre  no  son  los  mas  imparcialas  jue- 
ces  y  SU9  fallos  no  merecen  entero  cr^dito. 

— jAh,  Luisa,  yo  te  conozco,  hija  mia;  s^  cuanto  vales! 

— jOh,  mamita!  jQaiere  usted  hacerme  fatua? 

Y  la  hecbicera  j6ven  abrazo  a  sa  madre  colocando  su  her- 
mesa  cabeza  en  aquel  seno  que  la  habia  alimentado  y  que 
todavia  la  alimentaba  con  su  ternura. 

Dona  Juana  lloraba  en  silencio. 

^— jMamita,  esclamo  Luisa,  apercibi^ndose  de  las  Idgrimas 
de  Bu  madre,  yo  sol  una  imprudente  que  en  vez  de  alegrarla 
la  entristezcol 

— OJald  todas  la?  penas  faeran  asi,  que  entonces  solo  ha- 
bria  dichas. 

— Pero  estas  emociones  no  convienen  quizi  al  estado  de 
fiu  salud. 

— El  placer  nunca  dafla,  hija  mia;  y  esto  es  tan  cierto  que 
quisiera  dar  un  paseo  despues  de  almuerzo;  me  gustaria  rev 
la  alameda  que  ha  sido  siempre  mi  lugar  favorito. 

— Nada  mas  facil,  dijo  Luisa  con  alegria,  y  voi  a  dar  mis 
6rdenes  para  que  todo  est4  listo  y  no  haya  que  esperar,  ni 
lugar  a  arrepentirse. 

Ann  cuando  la  hora  no  era  de  aquellas  en  que  se  acos- 
tumbra  pasearse  en  la  alameda,  do&a  Juana  vi6  con  gusto 
aqael  hermosisimo  sitio  de-  la  populosa  ciudad  de  Santiago 
donde  concurre  diariamente  lo  que  hai  de  mas  elegante)  de 
mas  rico  y  de  mas  aristocr^tico  en  nuestra  sociedad. 

J)«  vuelta  del  paseo,  Luisa  dijo  a  su  madre  queaeria  con* 


veniente,  aun  cnando  se  liatiera  mejor,  hacer  venir  alganoa 
medicos  para  que  la  examinas^,  j  dofia  Jaana  accedi6  nada 
mas  que  por  complacer  a  sa  hija,  pae3  ella  estaba  persna- 
didft^qne'tddo  midicamentO' seria  iaeficas.  :  ^  ^  ^^ 
^  La  JQnta  se  hiso  en  aqael  mitmo  dia  y  la  discnsidti  Ae  Ibd* 
fketiHattvoSy  despaes  del  ez&men,  fa^  mai  larga,  3^  no'  p^r/ 
mit^erett  qae  algoien  asistiera  a  see  deliberaoioiies,'io  qttf 
dejaba  edponer  que  la  enfermedad  era  grave  y  comfdi<Mldiai,^ 
qaedando  dos  medicos  de  cabecera,  nno  notnbraido  pt)^  l$t 
JQBta  f  otro  al  gtifito  de  la  enferma. 

Dofia  Jnana,  a  pesar  de  este  aparato  de  loa  hJjos  d^  Si^ 
p6cratas^  ettaba  tranqtnla;  y  el  baen  hamor  com  qae  babift^ 
priacifpiado  aqoel  primer  dia  de  so  residencia  eti  il^niiaf^Of ' 
no  se  altera  eo  lo  menor.  '  .    » .: 

Loisa,  despoes  de  haber  atendido  a  todo,  y  viendo-  qt^ 
sa  madre  se  preparaba  para  dormir  la  siesta,  le  dijo  qu^" 
peosaba  ansentarse  por  on  momeato  para  ir  a  Ter  a  Mdr^? 
cedes  en  eompallia  de  Ceferina.  \ ' 

•^Por  qn4  no  me  lo  proTinistes  antes,  mi  qnerida  Ltdsa^ 
qne  hnbi^ramos  ido  juntas:  teogo  tambien  mnohos  deseos 
de  ver  a  esal  pobre  nifla. 

— Come  usted  queria  ir  a  la  alameda,  no  me  atrevl  a  pre^ 
poh^mlo.         \ 

— Has  hecbo  mal,  pero  ea  nn  mal  f^il  de  repianir  ^^ktfi 
y^dola.    » 

— ^Me  lo  permite  nsted? 

-~Np  solo  ie  to'^rtttito  sinoqae  te  lo  orden^,  «n  caso 
que  no  haya  incon veniente  de  su  parte.'  ^  ^        '^'^ 

—{Oiidn  felia?  ine  kace  usted,  mamita!    ' 

— Es  decir  que  yo  tambien  lo  soi,  por  que  tu  ^elieldaid  4Si 
la  mia;  ve,  hija  querida.  "  i 

Loisa  ab  c(e  kiao  repelir  ta  6t4M,  y  beiMtedd  ft  la  on- 

dre,  parti6  en  compa&iade  Ceferina.       -        *         -^^^  ^^^ 

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En  ese  momento^  6l  aorasoB  da  la  j6v6a  rebbsaba  de  fe* 
UeidiA.  }Ca£a  deirc^a  no^^aba,  €ira:aiabargo,  del  desengafio 
yide  la  deBgvaciat  As!  es  la  yida  hamana:  alll  doade  cree- 
moa  eQCidcitraFla  dioha,  ballamosel  suf  imientx),  y  la  espe- 
i;aiMai  cisuefia-  se  /transforqia  ea  uda  r^aUdad  eruel  y  tanto 
m^&  p^Qosa  euantp  mas  iaesperada. 

Laisa  se  presento  al  coQvedtillo  kn  compa&ia  d^  sa  ama 
dci  leeliLe.  Sa  prim^^  mir ada  se  diriji6  al  foado  die  la  an- 
g09ta;ca}l6.  Las  puertas,  corr^spoDdieates  a  las  habitaciones 
de  la  faiailia  Lopez  estaban  cerradas^  y  esto  solo^  sin  otro 
antecedente,  le  cau86  una  impresioa  de  susto  y  de  doloK  te- 
una  qae  habiera  aacedido  algana  desgraeia,  y  baj6  del  co- 
<^e  con;  precipUaioiaQ  para  cereiorarse  ^or  si  misma,  pre* 
g%§|fD^o  43011;  apsi^dad  ppr  M4i!!e^Sj&iag»:>pcimwaptt*aaiw 
que  encontro  en  su  camino.  pr,  *  o'>  >a  .'  <::t:  *:    '       l;: 

j3drSaieiBii^'^ii^na|W^,fifi^  q»e.'aaf:hfti^ri(la'Bl  caJapo? 
90FmQ(m^.  i^P  linn  yia  ^^      -:  ^  /  ^^ .    t  . 

— Volverdn  luego,  senorita,  porque^haavdejadatodos^iia 

— ^Ha  sucedido  algunas  desgracia?  For  qu^  ban  abando* 
nA^9»^jpasa?  .}    I.-".  -.^-y'   ••-■      • 

— ^Ninguna  otra  eosa  ha  pasado,  senorita,  salvo  la  pr&iaa 
de  don  Enrique.  ^h^<  ,r  -^l.^^    ?  , 

ipr-jIjA  p^isi^a  di3  Enrique,  dio^Iiiate^Jo^L^iw  perdid 
completamente  el  colore       -j  ■  .    «      rr    ;        ;         '     r    •  . 

— ^Si,  seSorita,  se  endueutrdaj^ra  i^  pobre  J6ydn  en  la 
pienita)[ijbiHria..  ;    ti       :  .: 

— [En  la  penitenciaria!  ^C6mo?  Poi^.^a^?.    ..^  . 

srrrPei  (|n^  4>^ jB^eti5  Qftfocrtt<%tMib(w  driit'2ft^  d#  ftbril  y 
ftt^  hecho  prisionero.      •^'^h*   ,0  ol  f  if.  a^tjo.:  i:    ^  •  ^ 

— jEs  posible! 

-~Es  una  l^tima  mui  grande,  sefiorita,  porque  el  pobre 


joven  era  mui  baeno  j  mui  qaerido  da  todo  el  mupdo.«. 
Desde  que  se  fa6  de  aqol  la  familia  del  sefior  Lopez  estamof 
padeciendo...    listed  no  pnede  figararse  la  falta  qm  nos 

liape. 

— Lo  comprendo;  {pero  se  sabe  la  senteDcia  que  ha  re- 
caido  sobre  don  Enrique  7  el  lugar  d6nde  eati  an  familia? 

-^Si^  senprita,  la  sentencia  ha  aido  dura,  mui  dura:  cia.eo 
afios  de  penitenciaria,- 

— jCinco  afiosi 

— Y  eato  se  obtuvo  por  empeQo  del  padre  que  fu6  a  Ter- 
se con  el  presidente,  quo  a  la  vez  de  conmutar  la  pena  a 
don  Enrique,  porque  habia  sido  condenado  a  muerte,  le 
di6  a  61  el  grado  de  teniente. 

— ^iQinco  afiosi  volvi6  a  repetir  Lui^  con  desaliento, 
(Cineo  afios!  esto  es  una  eternidad!... 

— F^ero  mas  rale  esto  qae  lo  otro;  asf  ea  que  he  vift^  a 
toda  esa  buena  jente  algo  resignada, 

—iY^  en  d6nde  eajtdn  ahora? 

—En  cl  cam|)9,  - 

— jPero  en  qu^  campo!  ^ 

,  — Nadle  lo  sabe,  aefiorita,  porque  partieron  dici^tidonoa 
Bolamente  adioa.  {Oh,  aefiorita,  loa  habitantea  del  convea- 
tillo  lloraron  y  cada  dia  loa  echan  maa  de  menoa. 

— |Ninguno  tendrd  maa  noticiaa  que  uatedt 

— Asi  lo  creo,  porque  jo  he  hablado  con  todos  7  nadie 
ha  aabido  darme  razon. 

— Voi  70  a  informarme  personalmente  en  cada  uao  de 
los  cuartoa. 

Y  la  aristocr&tica  j6ven  ae  dirijid  de  puerta  ea  puerta 
para  indagar  la  verdad,  pero  todos  le  decian  lo  miamo  que 
ella  sabia  por  indicaciones  de  la  persona  con  quien  habia 
estado  hablando. 

Ooando  vi6  que  toda  dilijencia  era  in&til,  aubid  al  coch^e 
llena  de  un  mortal  desalieuto. 

Apenas  vi6  a  su  hija  dofla  Joana  que  coaoei6  en  el  acV^ 


'132  ■)Loi'^iSa!Ao»  mix,  raiatak 

■qde  k  habia  snced^do  algo  de  grkv«  y  de  pendsd,'  pregun- 
tindole  c6a  pkcipitaciori.  •     '■''--.-■      • 
^   '-•YtWei^'Lfiisari'qudiiaf'tle'SQdror    '    ' 

La  j6ven  por  toda  respnesta  rompi6  en  soUozos  sin  poder 
dorfiftiarsfe.  ■      '■'•''•'  "•■"  ■     •   " 

'''tftitsL  Jatoa^que'  'C6ii6(3rd  a  rfu  hija,  ^ne  rfabia  por  espe- 
^eudia'^e,  ai/)egdt  d^'^u  6s'quisita  senslbifidad,  rara&ente 
lloraba,  se  alarm6  sobremanera  j  volvi6  a  preguntarle: 
— Pero  dime,  hija  mia,  ^qu^  ea  lo  que  ha  sucedido? 

''Xitisa  coat6  entofid^s  a  sa  ihadre  ^todo  caanto  I9  habian 

'*'  —Ed  verdad  qne  e8  hna  desgracialo  que  ha  pasado;  pero 
Ho  69  irreparable,  Ser^nate,  hija  inia,  que  talrez  en  poco^a 
^ffiw  eirtatiS  Enrlqiie  6fi  libertad,  pufea  yo'aoi  bastante  ainiga 
de  Biilnea  y  de  otrasmtichgus  peraonaa' ibfluyenteaj  y  no 
^ttfto'que  cbiiftigttirS  su' jierdon,  porque  at  cabb  ese  j6Ven 
no  ha  cometido  ningnh  delito. ' 

— ^Ninguno,  mamita,  ninguiidj  p'era'^dicea  Ique  M  pri- 
meto^oondenado  a  muerte,  lo  que  prueba  que  debe  haber- 
Be  oompropietido  demasiado.  .  '.       ' 

»o.  J^T^lvez;  p6Vb  efatjre  hosotraa  lo  ha6e  tbdo  el  inflajo,  y  yo 
ll!ue'6re6  coh'bastaitte'pbder  para  alcanzur  un  favor  que,  no 
conaidero  i&ema^aab  grange;  ni^naaa  inismo  bare  "^sta  dili- 
jencia.  ^  .  ' 

'' Liisa  Be'trikdiialll26  M'tanio  po^^in^ 
era  mui  cpnaiderada  en  todo  Santiago.'  [        -i^    - 
"'*  Al  dia  sigiii^nxe  a'pesar  del*e3tado  de  langui'dfez'en^que 
se  encontraba  y  a  peaar  d^  la  prohibicion  de  loa  in^dicoa 
'quele  filibiari  prescrlko  el'  nia^br'Teposo,   dona  Jdana  se 
^A5rij\tf 'i  palarflo;  ddnde  fa^  Inmediatamepte  recibida,  (^eto 
^d^^doiid^  no'Bat56  otrk  c<isa  qiie  vagas  promeaaa  que,  por  su 
incertidumbre)  aigmficaban  maa^bien  una  hegatiVa  disfraza- 
^aa  coif  btlenaa  paWbras.'    * 

Esto  no  desalent6  a  la  se&6ra,\8inQ  que  se  diri]i6  a  lias 
^toa'  ^fe'dtre^'^erab^jfesf 'Mdyei^^^^^       tkmjfocb 'obitener 


inejor  resaltado,  hnsta  qne  fatigada  por  tanto8  viajes  y  mas 
todavia  por  el  mal  ^xito,  cosfb^ne  no  se  habia  imajinado, 
Be  diriji6  a  sa  domicilio  abatiaa  ffsica  j  moralmente. 

tro  i9terrog^d9)ia,oojQ  ^^Tfi^ta  y,po,Q  J^,pjjla^,ca.J^  ,  _   ['. 

Dofla  Jpapa  se  soani  ti^temente'y.  le  Sijo:     ,    :     , 
.    — Hai  e8per9nzaa,:bj^ft  f^ia.  Enrigae  debe  h^berse  codIt 
prometido  denjasidp,  por  cuya  razop  no  he  ;obtepido  on'.'re- 
snltado  inmediato,  f per^  me  ban  hecho  prome^p  y  Id  que 
DO  ?e  ha  coqs^o^dp  hoi  ^^^  (^IcaM!8r440Jap,ana.  ,      " ' 

Dofia  Joan^,  ^cpmp^^e  y.%.  ocaltaba  a  Jjuiaa  el  mal  ^xito  de 
808:  dilijeoc;^  ,porqae  qn^ria  aborrarle  ese  pesar,  ffuardADj 
dolo^gar^  sijE^^m^jpn^  gQ,le  ^ra^jqdiferente  lapripi9n  ae 
Ii5nriq9,e;,ain  ppi|b^i;g^,  jqij^^'fe''*?''*'''*.^^  ipt§^^3  *9^r8  d  m 
ffk^dte  y  ^\Ae  jflL-hija!,  ^  dona  Jifan^  ^ijbip^  cojarabrftdo 
Ip. ,qfte  pasj^ba  en ,el .a^m^jd 6.^91^3^ Jialjiera _5^d,o  u ti"  ,§plfge 
(Sp-^mnerte  para  ella,  taoto  por  laMesjgaaldad  de  l{i3  perao- 
nasj  cnftnto  porqi^e  h^rii^  ponj^rc^dido,  la  intensidad  del 
dolor  de.pu  hija;  p^o  afortans^dameDte  sns  arraigadas  pred- 
cnpacioD^  po^iai^  ,apa.  Q9pesa|venda  sobre  fins  ojes,  pues 
habria  dsd^do  lia&t^  Ae  It^.^vi^dQaqEv-misnia  ea  caJso  que  la 
hubieara'corikocido  o  yisto.  ,, ,.    .  ,  ^  ^",   .      .. 

Al  dia  flignie^te  4offa  J.aan^  ^Pf??^f;f§  ^^ 
«1  anterior,  fo  [habipndo 'P^r  .e^tej^gtjiYO  p 
practicar  nnevw:  ^iluenciaa  par^i'cpi^egpir.  U 
Eni^qae,  y  ambaso^s^  haJ4w.^^Tfti'''.^-^°h 
4e  wmja  tri^teza,  trt^gz^  qui^  ^pe.ip^as  tenU  ,^ij 
■imalar  deJftDt«desq;nywJrfl,!j,  .    ^i    ■.. 

IHtiempq  qqrBa.ain  etpbsrgo^sip.qBe  ,doBfi  Jaan^  c6n- 
pigweaejcdtmenQi-aliyio;  y.fi^,  cuie,^.i;a7ie3e  la  (neppr.n,oti- 
pia  d«  Enrique  y  de.|sn,  fijipiilia,  ^  P^aar  detodaa  lap  pea- 
qnia^J^edi^  eacrupi^lafliente.pOT  .Cefei;in(^  ^qe  Vtiia  i;ec(- 
-bi^oja  6i;dea  ]de  ,Jj«isa y, qije  ejla  misi^a.pr^tica'bajCqb 
•amai^tereBf ,         -v,;.-!,;       ■'  .;,..,■    _  .,' 


199  91011109  Mil  fvilM 


VL 

Los  medicos  asiBtian  a  la  enferma  diariamente  7  hacian 
jnntaa  ood  frecuencia,  pero  sin  resaltado  algano:  los  sfnto- 
mas  de  la  eafermedad  eran  cada  vez  mas  alartnantes  y  per- 
dian  la  esperanza  de  sanarla,  pnes  habiati  ensayado  dife- 
rentes  procedimientos  y  todos  ellos  i&fractaosamente  hasta 
que  do8a  Jaaoa  dijo  a  los  facaltativos  de  cabacera: 

— H^blenme  con  verdad,  sefiores,  y  sin  el  menor  temor, 
pues  bace  tiempo  que  yo  estoi  persaadida  que  mi  mal  no 
tiene  remedio  y  qne  sns  desrelos  son  del  tbdo  perdidds; 
sin  embargo,  yo  accedf  a  llamar  a  ustedes  por  ciompkcier  a 
mi  bija  solamente  y  no  porqae  alimentara  H  menor  espe^ 
ranza;  pero  el  tiempo  ae  acorta  cada  vez  mas  y  yo  neeesito 
de  descanso;  neeesito  de  todas  las  boras  qne  astedes  me 
arrebatan  con  sus  medicinas,  fatig&ndome  indtilmente,  y  lo 
que  es  peer,  aburridndome,  porqne  esa  misma  fatiga  me 
esten^a.  Lo  que  qaiero  saber  ^nicameate  y  lo  qne  agrade- 
cer^  a  astedes  serd  que  me  digan  cu&nto  tiempo  me  qneda, 
poco  mas  o  menos,  dejando  obrar  a  la  naturaleza  qne  es  la 
mejor  facnltativa;  pnes  les  prevengo  a  astedes  que  estoi  re- 
suelta  a  no  tomar  una  sola  cncharada  de  ningun  mediea- 
mento,  pues  be  becbo  el  prop6sito  de  defender  mis  uHimas 
boras  gozando  al  menos  de  algun  alivio  fisico. 

Los  dos  medicos  se  miraron  el  ono  al  otro,  sorprendidos 
de  aquella  serenidad,  de  aquella  apreciacion  justa  y  de 
aqnella  decision  enSrjica;  y  uno  de  ellos  conte3t6: 

— Con  personas  de  sn  temple  se  debe  tomar  un  cainino 
distinto  del  que  seguimos  con  la  jeneralidad.  Pues  bien, 
sefiora,  no  nos  es  dado  a  nosotros  afirmar  como  usted  que 
la  enfermedad  de  que  padece  no  tiene  remedio,  pero  la  ver- 
dad  es  que  no  lo  bemos  podido  encontrar.  Usted  tiene  ma- 
cba  razon  en  dejar  obrar  la  naturaleza:  hai  varios  casos  en 
que  nosotros  ecbamos  mano  del  mismo  espediente  y  siem- 


} 


— Est4  bien,  sefiora:  ^sta  serd  naeatra  6.1tina4.  visStJu  u    « 

— Y  talrea  ^a  iriaa  :p]lo7e(ihosay  'puesto  .que,.i?Qeibird.  de 
Bstedes  tm  aviso  da  maobia  interespam  nu;  {oaintoa^^iAP, 
Aifiores^  me  qued^t'iiii  d^jndft?/       • 

Lo8  m^diooai  volviertyaa  wfw^?©  y  ggard^r9n  ^Ueqqio.. 

— Vamos,  contiaa6  dona  Jaana,  no  hai  po^rrqu^  9i^fi8<(fir49; 
este  es  el  linico  favor  quffil^  pldo,  poxj  cayaraz^n  heidicho 
y  oreo  eu  realidftd  qdeao^it  a^r4  la  mat  provQCrho^as  4a^a3 

— ^Sellora,  a  esta  clase  de  pregaotas  no  acoatqmb]!dm(sp 
responder,  tan  to  porque  pQdemo9  eqaivocarnos  f4cilmente, 
ctianto  porque  hai  mucbo  peligro  en  bacer  semejaui^e^'^i^ 
fidenoiasy  &an  Quando las  solicite  el.enfe^mp*  >  .^  ^  .;.  -tui 

— Yo  no  exija  la  certidumbi!^  absplu^^  Mix(k  IW'firpbftW- 
lidades;  y  si  ustedes  se  equivocan,  ^^nfce,  qu»i6i3^(jadrwa  Te*- 
ponsables!  Ahora  por.lo  que  haQe  aI  peUgrx)|  yo  no  1q:  Veo; 
paescomo  les  he  dicho  a^nteri^rj^ente,  ^aMa^  quQ  pdi  ix^l 
era  inoarable  y  estaba  confer  me  y  resigbad^  cproa  1ft  estoi 
ahora,  de  manera  que  bajo  este  panto  d^.-  m%  UQ  -tlenen 
ustedes razoa  en  negarme  el  favor  que  les  pidp.     ;.,./,  */ 

— Aecederemos  a,su  vol  Bin  tad,  sefiora,  pero  ppriiittaRss 
nsted  de  deliberar  un  momento  entire  qq^^os,     * 

— Poeden  pasar  iistedea  a  la  pibza  ipmediata. 

JjoB  dos  facnltativos  se  dirijierbn  en  sil^ncio  al  <?oart;D  dp- 
Bignado  donde  conferenciaron  compjun  fcufcrto  de  boi-aiy 
euando  volvieron  aldormitoria^ijo a  dona  JiiajOA.^l  laispio 
medico  que  habia  hablado  antes:  ,^     t  ;    ,  ;   -  ,,^ 

— ^H^mos  prevenldft;  a  uaM-,  seaDra,  qijbe :  pi^iM^s  ?qui- 
viocar&DS,  y  ojal6  lo  qiuera  Dioa;  pei!p  d^.  n^efttr^p^qlgiftt?^- 
cioi|e8.dedaoimos  que  pnedie  prolongarse  S'U  yi4a^dei  !^  a 
tres  xfiussesi  si  no  esf^rimdnta.en  este  tiedipo  eonti^ai^ift^^d^s 


HiM'hwnBa  se  faAllan  48ipawtM  a  bb  alaqive  repMlsio  y  fil- 
nesto  y  con  mas  razon  las  enfermas^  especialmente  aqmHaa 
qae  tienen  afectado  el  oonaon  y  enyo  aistcma  iiemoso  es 
mai4elicado. 

-^Gracias,  aefior^s,  tespondid  dclhi  Jaana  coii':iiba  cienri- 
•M  que  revelaba  ana  gran  «aiis&ocioii  interior.  {Das  o  tMi 
miases!  Tengo  tiempo  de  sobra:  eate  ea  el  major  madioamflBi- 
ta'^ae  nstedes  me  han  dado;  pero  todavia  solicito  deostcides 
tA  nn^to  permiso. 

-  ^^Estamos  a  sn  diaposicion,  sefiora. 

— ^Deseo  que  mi  hija  ignore  compl^Umente  A  fiila  de 
nstedes,  gnardando  sobre  esto  el  mayor  secrete  y  ano  A  ea 
^odible  diEndole  esperanzas. 

/  ^^Oampliremos  con  lo  primero,  sefiora;  porqne  ti^l^cz 
il^gado  el  caso,  la  perjndicaria  a  ella  mas  qae  lo'  aegundfo, 
porqae  una  cosa  que  no  se  espera  impresiona  mm:  de^moa- 
la  al  menos  en  esa  especie  de  dnda  terrible,  en  vetdad,  pero 
que  Sotftiene  la  esperanza. 

Dotia  Jaana  fa^  de  la  misma  opinion  de  los  medicos  qn^ 
'se  retiraron  admirados  de  la  presencia  de  dnimo  de  aqnel^Ei 
sefiora  que  todavia  j6ven  y  rica  podia  exasperarse  por  la 
prd^midad  de  su  fin. 

Gnando  hnbieron  de^aparecido  los  facnltativos,  defia  Jna- 
'  na  llatn6,  como  de  costnmbre,  a  sn  hija  qne  la  encoQ(a:6  mas 
alegre  y  satisfecha  qne  antes,  poni^ndose  a  conv^?sar  con 
ella  sobre  sn  enfermedad  y  las  probaUlidades  de  combatir- 
la,  llegando  hasta  el  grado  de  persaadirla  qne  no  le  conve- 
nid  la  Tkite  de  loe  medicos  y  que  seria  mejor  despedirl*, 
l^ntd  faia»  cnanto  qne  de^de  qne  la  visitaban  no  habik  reoD- 
nocido  el  menor  alivio. 

s 

'    Lnisa  conrino  :en  las  observaciones  de  sn  n^adr^a  y  no^^on- 

<A\A6  la tsienoi*  sospecha  del  motiro  qne  baoiarQliBatisaios 

^  m^i^;^'  lidonje^ndose  en  qme  tailvea  sin  medioiiLas'iiodia 

'  satiWfite;' ^ue&  h^ia  visto  qne  las  difi^ntes  difogaaiqoeile 


'UkaA^fulMit  las  <tdiHiib«  aitepn-'oon  Tepn^oHwriahftta^* 
"Ibtg^^.-'      ■  ■•  •  •  '      ■   "•-••.■■.•■      1   •■'■:.  •r,-.-- 

lA'  ^Madbn  evf  (\m  M  eQcofitrabA'  >  Jjoum  im  mm  trmtp: 

Enriqae  poF  otrsi  y^U  f^ndraiMia  eiunpIatimebBe'JaTmdoii- 

'cia-4e  Mei^oe^es  'lablam  abKtido  ^e  'ial  madera  sa  espfrita 

qae  ktibSa  Ilegadb  tbtiibi^to  k  fMtntirw  6a  oaerpoj-peta itenia 

particular  cuidado  de  ocaltarle  a  dofia  Jaana  lo  que  €0pei$ 

mefbUba^^y  era  tan  di^st/a  y  tan  floa  en  apaFeotn^ttlcon-. 

tento  qM  iid>  dentia  que  la  engafiad^  madre  le  regodjaba 

f^te^ormeate  de  ser  ella  qpiea:  eilgafit^ba  a  aa^  hijai'  suitoa 

'  liipoeri^firias  qae^  proporeionatban  a  aqoellaa  dbs  almaa  idia 

espe^  de  satififaocion  ^n  medio  de  sob  aBga^^iaa^  *  . ) 

LaB  oofiifidenoiae  de  Lqisa  eras  ooa.Ceferittfi.«  Eaeljoailio 

4^  e6tai  segtmda  madre  dtBsahogaba hi nilift Bu'dolf r<par(Icii- 

p^dbW  SUB' teixM>res  y  si  iia>  bYbtera  traid<^  este,  petjneKo 

alivio,  sa^'peaaB  babrlan  sido  maa  inteBbas  Uev6iidQla;q^izi 

hasta  la  d^des^etafmdti^  peni^  Oeferina-^endiBlzabatfnt  (feBfet- 

rea  hacienda  r&v'um.  bus  e&p^iinsaB,  ya  fdemreepectOra.la 

enfermedad  de  dofia  Jaana,  a  la^  ansdnoia  de'>Mieirxte(l6B:i  joa 

la  priBion  de  Enriqne,  Bobie  oaya  libentad  no^^ehal^iattipo- 

'  dido  hacer  nnevas  diltjenmii^a  caneadid  la  maj^br^Ostdriic^^ 

en  qnie  haiUa  eaidp  lasafiiQita  desde  el  dra*  ef^  qtt€rTi»|l^fM^r  ' 

primera  ves,  no/akij&viidndbse  LniBa rdelMle^ ent^n^e» #i)sol^i- 

tar  de  sa^madure  nh  SB«ri£?eit>Tde  esta  mtwaJi^Ba^^eA^lifiinifr 

Ingar,  porqae  aun  cuand^  aaloxhubi^ea:  ptop9e9t<^li9(>9)lil^- 

neamente^  ellataiarfkanlolo  iiabH«(  ae0p||ido;  y-^B^gsndo 

fperqnei  habria  8idbr£lbBlliiiBetKHnpIeti(i«ei|tQ|4^  ^a 

£impresion  pvofunday  aamaiOiBiifte  ^opw  iqiie.^iit^lgd^  ^* 

bria  Bbr^Tiadc»TOa> Aiasv^  ipaf que]  LiiiBa^QftPQiat  liaata  ftl  (ftP^- 

'tto  ebcagirado  a  que  ]rl»^abi|n  las  44eat^:  -aciMofOi^iaBB  ,d# ,  la 

•onadr^'';'  r"w  .'•>*••-[•  -  !\t  ;c\.;)'Tf  Tfi  f'fji.i  ./  •.  I  ,.    -  ...  ; 

I    Gomd  feaoda  ^  preanmiirlai  poiroiaa  taft^etm^)  i^i»ejioBes  4e 

-ucbaa^ Jfloanaiy^ j^»  xsMiaidearada^^i^a^biiKk  ^j^riiA^f^  Mp^e- 

oigbBAfd^&mtm^:  dw^t^hei4e[^  br]^  BOtlle^adii  yl.«ll«^r- 


ISS 

inedad,  redfaia  «oii8taQtemw(e  ^risitaa  o  reqados  de  todibi 
partes  mand&ndose  informar  porsa  salad;  pero  laapwaonia 
que  renian  diariamente  y  a  qoiea  doSa  Jaana  recibia  de 
preferencia  eran  dofia  Po^ra  jr  sa  hijo^  coq  qoifAiea  solia 
encerrarse  en  an  gabinete  dorante  largaa  boras. 

Gaillermo  hacia  de  rez  en  caando  compafiia  a  L^isa 
mientras  ambas  madres  se  antr^teaian  en  sqs  con veraaciones 
intimaa. 

Idiisa,  oomo  debe  presnmirlo  el  lector,  no  aabia  nada  de 
los  acontecimientM  pasados  en  Santiago  durante  an  perma- 
nenoia  en  el  oampo,  tanto  porque  alii  se  babia  ocnpado  escla- 
sivamente  de  sn  madre,  caanto  porqne  la  desaparicion  de  la 
familia  Lopez  qne  habiera  podido  informarla  de  lo  aacedi- 
do  no  se  lo  permitia;  de  manera  que  no  tenia  conocimiento 
algano,  ya  faera  de  la  intriga  con  Mercedes  qne  ella  no  ig- 
noraba  pero  que  atribnia  al  artista  denominado  Victor,  ya 
del  proceso  s^aido  contra  la  tia  Anastasia  a  quien  jamas 
habia  oido  nombrar;  asi  es  que  recibia  a  Gaillermo  con  la 
misma  politica  de  siempre  sin  faltar  jamas  a  las  considera- 
ciones  debidas  a  la  dase  qae  ambos  ooapaban,  pero  sin  per- 
mitir  per  esto  la  menor  insinaacion  que  traspasara  en  lo 
menor  los  Hmites  de  esa  galanteria  natnral  que  exije  el 
baen  t6no  y  qne  no  significa  otra  cosa  qae  esas  complacen- 
cias  finas  y  f&oiles  de  nna  sociedad  cnlta  y  elegante  y  qae 
aeaeeptan  sin  acarrear  compromisos  de  ningana  especie 
sino  qne  se  reciben  asi  como  s^  dan. 

Sin  embargo,  Laisa  habia  notado  qne  Gaillermo  no  era 
fi  mismo  j^ven  qne  babia  oonooido  desde  tiempo  atras,  en- 
contr&ndolo  casi  completamente  cambiado,  pnes  lo  hallaba 
ahora  tacitnmo  en  rez  de  petnlante  y  desprendido,  dir^moi- 
lo  asi,  de  esas  fri volidades  -  en  qae  baeen  consistir  los  hom- 
bres  a  la  moda  todo  sa  mSrito;  pnes  ahora  veia  qae  se  en- 
tregaba  y  se  entregaba  eon  vehemenoia  a  las  caestiones  de 
la  polltiea,  formando  per  e^te  motive  ana  opinion  mas  ayen- 
tajada  de  H^  sin  que  por  ello  desapareciese  el  alejamiento 


fnftH^tiVo  qtteliftbia  tenido  siempire  por  «9te  snjeto  qiAs  ha- 
efalas  d€Si6ia8  de  la  soeiedad  femenina de Santiago  f  taWez 
su  orgullo,  pues  no  habia  niOa  que  no  se  pasease  aatkfeeha 
ctir  la'alaidjeda  coando  61  le  daba  el  bra^o  haciendo  ^ostenta- 
cion  de  ieste  trianfo  ante  sns  rirale8. 

Dofia  Porfira,  por  sa  parte,  prodigaba  a  Luisa  laa  mas 
lisoDJeras  alabanzas,  rodedndola  de  las  atenciones  mas  tier- 
Das  y  mas  esquisitas;  pero  la  j6ven  patricia  estaba  mui  lejos 
de  dar  nna  importancia  mayor  a  todas  esas  muestras  de 
prefereocia  con  qne  qaeria  la  madre  de  Gaillermo  atraerla, 
pnes  dominaba  ea  ella,  sin  saberlo,  nn  instinto  de  repnlsion 
que  trataba  de  reDcer,  pero  qne  le  era  imposible  alejar  a 
pesar  de  todos  sos  esfaerzos,  porqae  se  creia  iojasta  al  es- 
perimentar  nn  seDtimiento  qae  no  tenia  manera  de  ser  ni 
motivo  jnstificable  para  que  ezistiera. 

Hacia  ya  mas  de  dos  meses,  desde  el  liltimatum  de  los 
medicos,  ultimatum  coDocido  ^nicamente  por  dofia  Juana, 
que  la  visitas  de  dona  Porfira  y  de  Gnillermo  se  repetian 
cada  dia  con  mas  frecuencia,  pues  solian  venir  por  la  ma- 
fiana  y  por  la  noche,  prolongdndose  cada  vez  mas  las  oon- 
yersaciones  privadas  que  a  yeces  tenia  la  madre  y  a  veces 
el  hijo  con  la  sefiora  dofia  Jnana,  lo  cual  no  podia  dejar  de 
estrafiar  mucho  a  Luisa,  porque  habia  ocasiones  que  se  veia 
privada  de  ver  a  su  madre,  ddndole  esta  maniobra  mucho 
que  pensar,  sin  que  por  esto  pudiera  descifrar  el  enigma, 
que  es  lo  que  sucede  jeneralmente  en  aquellos  individuos 
francos  por  naturaleza  y  que  son  incapaces  de  adivinar  una 
intriga,  porque  carecen  de  malicia,  aun  cuando  les  sobra  la 
intelijencia;  pues  por  lo  regular  la  astueia  acompafia  a  la 
mediocridad  y  la  franqueza  al  talento:  especie  de  compen- 
sacion  que  talvez  estd  en  el  6rden  de  las  cosas  para  equili- 
brar  las  fuerzas  de  los  unos  y  de  los  otros  en  este  mundo 
de  sempiterna  lucha;  mas  lo  cierto  del  caso  es  que  nosotros 
y  con  nosotros  el  mundo  entero  prefiere  la  intelijencia  sen- 
cilia,  que  puede  ser  engafiada,  pero  que  ea  inmeneamente 


i^?fi^  9116  jifA  €p  an^drciilo  estrecho  y  qiie  niuiQa  pip- 
<dliiM,iM|jda^qiia  po  se  xecoopQptre  al  rededor  del  ser  Apoca- 
do^'PCiroflspecoUdor  a:qai6Xi  dinje  y  de  ^[aiea  ^sn  cmf^ 
dad  favorita,  pero  una  cp9li4Ad  eaeDcialmeatene^tira^     ^ 


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Dofia  iTiiaDa  esperabsi  Coq  tranqtillidad  bu  iiltitiib^Mtftiiftf- 
to,  cafti  pndiera  decirse'  cod  alegrik^  pbi^^de'  nii^^ntraii/'faiai 
sd  acercaba  el  t^rmino^  mas  contenta  s4  matiiFestlibl^  i^ii  d'e^ 
jar  de  €8perimentar  por  6Sto  motnenids^de  t^tttda  tne!an- 
colia,  8obre  todo  cnando  pensaba  eh'sb'll^,'y'el^'|)^tisal'^ 
miento  la  ocapaba  ooDstantemehte...'     *  ,     )  i 

Kingana  otra  preocmpacion  mortillcaba  in  Qgpirfiit|  poi^- 
^M  habia  poestd  SUB  astintdi  eoolpleiatiiei&to  6&*Mj^a'^ 
byit*  lo  ^fimo  qae  la  a]fcorna[eataBa 'qae  era  A*  p^retttir  tb 
fn  hija  habia  desaparecidb  ^ii  '^^rte^  por^ii^  Areii'lttftMf 
asegnrado  sn  tortana  j  con  cfHa  sv'felicldadj^'sfnCiencfe'fttil^ 
camente  el  teiier  que  separarse  de  lina  niflk  ;a^''^tti6ti  atiiabtl 
tanto;  pero  en  cambjoleuia  Ids' ponsdelba  de  la  ^V^fbn,' liS 
esperanza  de  la  vida  ef erna  y  con  ellk  liL  feltcidad  d6'  oiihrse 
all&  en  loil  clelbs  eon  s^  queii'dfo' espok^V  creencla  consblaft^^ 
ra  qbe  iiei  liga  con  &a«btroa  kf^cfcos  de  la  tierra;  qd'e  ^oi 
abre  nn  horizon te  de  amor,  que  hace  en  algnnos  hasta  agra- 
IJabt*  el  terribte  triiasito  de  la  mtierte,  qae  ofrede^  conrae- 
los  inefables  a  1&  desgracfa,  ^uia  niVela  lai  lerarqtiias  Klf- 
manas  en  el  seno  de  Dios,  qae  prodtace  la  i^esigoacipn' eh 
naestrbd  infbrtanios,  el  alivio  ett  tinesti'as  miserias,  el  con-^ 
suelo  en  nnestrosadVersidades,  el  irifid'e\)bnaniapa^^^ 
borrascosa  exSitencia...  Creeneia  is&blinie  qne  seestienclea 
todos  Ion  piiebloa,  que  abafca  a  t6das  las  castto,  q&e  If^ga 
a  todas  las  j^nera^idnes;  qtie  de  enkeftot^sbbi^'lo^tS^pfod^^ 


U2  kM  neiunoi  hitL  m&k 

que  vire  en  la  eternidad  de  lot  siglos,  que  reina  sobre  las 
intelijencias,  qae  lleva  el  peadon  de  la  iamortalidad  huma- 
na  tan  alto  para  qae  no  haya  ser  qae  no  lo  divise  y  para 
que  no  haya  hombre  que  no  lo  siga,  caalquiera  qae  sea  su 
fd,  sa  relijion,  su  creencia)  en  todas  e%%B  jerarquias,  en  to- 
doa  esos  escaloaes  en  qn^*^  pbr  la  dirltta  e  inescratable  pro- 
videncia  nos  hallamos,  sin  darnos  caenta  de  la  caaaa,  o  lo 
qae  es  lo  miamo,  de  los  designios  del  Altfsimo... 

Ya  lo  hemos  dicho,  esa  confianza  en  la  eternidad  de  la 
yida  hacia  qae  dofia  Jaana  taviese  valor,  y  como  solo  le 
qil^Qba  por  arreglar  iin  asantp  &q|co,  el  mas  i;|a^ortante 
sin^dada^  quiso  desde  l^egp  abordar  e3ta  cueat^n  antep^  q^,e 
U  foltjtrft  el  tiempp;  y  aun  ca^ndp  np.  le .  ffustabit.  entrftr'  Sjp 
en  el^  razQ^  per  lo  qae  habia  preferido  dejarla  para  Ip 
Ultimo,  ya  8^  hftcifi  indiapen^able  espl^faj;8^  y,un  dif^  porU 


5j9J9(ien|^paf a  pisar  rpgiambralea  de,  1%  et«f pi^^4-*^^^  P^^ 
jjg^,A  la  Yea  de  parifi^ara^,  queria .  dar  tod^  j^  ^jgray^ftl, 
to4ii  la  ^ol€a;npidad  poaible  a  la  Ultima  e  importante  bon- 

Yeraai^HMK  que  iba  a  tener  con  sa  amada  hija.  ^ 

JLiusaentrfS  al  dormitorio  d^  sa  madre  at  miamo  tiempo 
qup  ^, coijfesor  salia;  y  eate  en6aentjr9,..p^e8ftjio  f^riebro;  de 
fui^  prpjita.e  meyitable  ^pparacwo,  ja  QOQnjpyii^p^o^a^d^iir 

^®?    •         «      ■  '    •.     ■     .-'■'  '  '•  ''  '  ''rod  u'y  'r.'i 

Pofia  Jnana  couocio  en  el  aqto  la  ingfM'eaipo.qii?..  hmv^ 

reeibidp  sa  hija  y  atray^adola  a  91  coq  cariSo^  la  dijo  qoq 

1^1^  serenidad  dalce  y  amoroaa. 

— No  te  asastes,  bija  iiiia,  paes  ahora  me.  encaentro  flifgjor 
gue  nonca  y  cisi  teoj^p  esperanza  d9  aliviar.. 

.7  en  efecto,^  doGa  .  Ja^oa,  tenia  efx  eae  niojjiento  on  9pW^ 
blante  alegre  j  qaai  riapefip;  j  saja  m^illa|  on  tant9  ftn\am- 
dw  po?  on  l^^ro  canaiui  p^reciiinproaajiar  la  yaelta  a  la 


mk  mmatm  mu  mnmuL  I4i 


salud,  el  prindpio  de  una  falk  eonvtlMoeQcia  qaa  prometia 
una  proloDgacion  de  vida:  tal  es  el  efecio  que  eama  jrae* 
ralmente  la  sati^oion  inttrior,  la  tranqailidad  de  la  cdn- 
cienciai  el  gooe  del  alma. 

Loisa  al  cootemplaria  vi6  que  aa  madre  deeia  ¥wdad  j 
le  tranquiliz6,  dici^ndola: 

— Lo  confieso,  madre  mia,  la  vista  de  to  confeeor  me  biso 
temblar,  porqae  creia... 

— Que  habia  Uegado  el  4Itimo  momento,  {qo  es  ver- 
dad!  Paes  bien,  hija  mia,  ya  yes  oamo  te  has  equivocado, 
ya  ves  como  me  eneaentro  major  y  yo  tambien  lo  sieato 
asl  , 

— Entonces,  ^para  qui  el  sacerdote  caya  14gabre  prasen- 
eia  oprime  el  corazon  angarando  la  desgraciaS 

— ^No  babies  asf,  hrja  mia;  ese  lengaaje  solo  puede  eaca- 
sarlo  la  impremeditacion  qae  ocasiooa  el  iaataatAaao  tiifri* 
mientOy  pues  si  t4  bobieras  rsA^jiioQado,  te*  ac^re8arta^,<d#^ 
otra  manera;  porque  el  sacerdote^  parsi  tia  cat6Uoo^  l«|)0S'4t 
fKT  un  Bvotivo  de  espaatOi  lo  es  de  oal»a;  l^j.os  4f  tf atr  ]m 
oonstemaeioii,  traa  el  aoiis»elo;  lejos  de  itt<HrtifiaaniQS$  atiTtaf 
y  ano  se  transforma,  direlo  asf ,  con  la  ancion  de  sa  satta 
palabra.  For  otra  parte,  nanca  debe  esperar  el  cristiafto  los 
postreros  momentos  de  la  yida  para  camplir  con  loe  pre-, 
ceptos  de  nuestra  sagrada  ralijioo;  asi  es,  qae  no  porque 
hayas  visto  salir  de  mi  caarto  a  xm  saoairdota,  me  eaaoen: 
tro  ya  en  el  41timo  estremo;  no,  hija  xaiB^  no  he  aguaYdado 
yo  ni  agnardar^  nnnca  esos  iostantes  Uenos  de  ansiedad' 
para  dedicarlos  al  Griador,'  poes  me  gusta  mas  go^sarme  en 
la  esperansa  de  nna  vida  eteitia  qae  temerla,  prepari&ndome 
de  antemano  para  entrar  en  ella  sin  qoe  nada  deje  en  pes 
de  mi..  H6  aqai  la  aaasa,  hija  mia,  porqoe  me  he  bafEado^ 
hoi  en  las  agaas  cristalinas  y  parificadoraa  del  Santp  Saera*, 
mmto  de  la  penitencia,  ocap4adol»e  a  la  ye%  de  lo  qne 
mas  amo  en  el  iftnndo,.as  d«<4fi  4e t^  pefoepn  esa  HMfii- 
dad  qae  axiata  en  los  cielQ8^  ow^  eie  ddspreadiim^o^  ^e|it 


t#  A$'PitolaMB,Jci(m  MftVdiMMad  ^M-Mlb qiqeni'd[  bio^flu: 

riA /tidily  bfjJi  mil ,  e»  niiii'itmikaiovifif  widai  ilbga&.«  eL 
Urmino  de  ella  es  lo  que  liai  de  po9ttii^6,  Hclqveliittf^^cier'*' 
t#,  y^  ti6'|»od«oiotf  esoosatlD  tti*  debediDs  aetttirlo,  pocqae'.es 
una  verdad,  porqae  es  naa  fatalidad  qae^a  veoido-al  mnoti 
do  ctofr  ndsotroB,  <jQe  68ti  ^il  fiosotroftj  yi^qoe- por  ma^  que 
hagacDos  no  se  apartar^  de  nosotros...  I^Mtm  d»iAjm  diaa 
h)  mismo  que  dentrd  de  dies  mesesi  o  dentro  de'diez  afies, 
j^  debe  morir;  ^qAd  ioiporton  $1g«m9  a{>ari€ioiie8  mas  d; 
mteo»  iMnnetotrs  del  sol  en  QQ^rtrot  hemisferiorf  £ffh>iia 
altera  el  tiempo,  esto  no  alcanza  a  ser  on  panto  en  la  inn 
cOonMstmible'^teroidfld,  esta  es  todavia  menos  qdenn 
peqnefio  grano  de  arena  en  la  inmensidad  delos  maresp 
ipot'qwi  entonces  abatirnot?  For  qnd'  ecliar  tantO'de  me- 
nbs  ese  fttgas  reMmpago  que  se  llama  rida?  Es  predso,  iuja- 
slaf^ae  el  esplrita  domiii«!«  ia  materia;  es  iodispeosabloi 
fit  not  aoostambmnfM  K  iiiir«  de  frsnta.  a  wiBstra  wlret^' 
mrki  hi  iniiOTte,  qw  qnisA  es  nnestra  m^or  amiga^  pnoK 
tiWea  «i  la  tnnsttoion  de  la  impei^BcAibilidad  a  la  perfecti*> 
WSMad^  de  la^  tierra  lil  cielo.    •  .    . 

Ldn^a  escnckaba  en  silen^o  aqndlas  palabras  n'dcidas  del 
coav^noimiento  relijioso,  aqaellas  paiabras  qae  .desgarr&n-; 
dole  el  al^a  lacoMolirbaa,  aqneilas  palabras  que  mostrdLn- 
dola  la  lladi^  le  sefialaban  el  todo^  io  eterno,  lo  inftavto««. 

•  -^Vi^lfBy  hijn}  mia^  ptosigdid  dofla  Joana^  espwo  qaer 
tefl^M-Tfftlor.^..  To  be  est^o  taalM>  t{eiix{>o  bontigo  y:  separ/ 
mda  de'tii  padre  j  separada  de  mi  Edaardo^a«;  es  necteaidoi 
qtie  al  fin  n^e-tina  a  S^  sin  ;por'es()a  abandonacte,  aino  qnei 
atabos  ^areinee  sobre  tn  destiao  enJsitieiifa;  hasta  que  to) 
ttnas  taiibien  eoti^  •nosotrM%i'  \o4  ^o^t..  |Hai«n^to  moti-' 
▼0  pafft^eiBftristecejra^t  **'?..! 

•  «r«-Mad#e  lAia,  escla^  Lniss^  siendo  la'  primera  vea  qn^ 
le  daba  tasr  dnleey  tier^o  noMbre,  porqae- i4empro  si^iita-" 
4«  1ft  c^Mttunbirf  maderna;  ft*  lubtA  dioho^  ittafiftita^  .td^^ 


\ 


I 

■ 

I 


dre  iniit  no  ifbeiAfcAAdooeatiuUi.  to^         ea  mai  laeg<^... 

—rS[^  pa  l4>.  qaieFQ^.  hij A  mia,  per  mas  qoa  dteaa  rer  a  mi 
Ednardo,  {pero.qjji^a  paede  .fijar  el  t^rmioo?  Qai^a  paede 
afifo^i*  qxie  hQi  0  maSaaa  no  noa  s&pararenios  ?. ..  Fero, 
Laisa^  qq  hablemoia ;  mas  de  cosas  tristos  j  entremos  desde 
luego  en  otro  6rdeii  de  ideas;  edtremoa  a  examinar  el  asan* 
to  pria<^pal  para  que  te  he  Uamado. 

-^Par^.mf  no  h^  otro  negocio  prinoipal  que  el  restable^ 
cimiep^fao  4^.  sa  salad^,qaa  la  prolojigaoiod  de  su.vida... 

-nTa  creo,  LQJsa,  y  n)^  agrada  que  asl  pieDses;  pero  nna 
madre  tiene  del>era$  qtie.  camplir,  tieiie  oUigaciones  quel 
llenar.aqtes  de  abandonar  an  rol...  Noaotras,  tal  caal  lo  ae- 
rh  td  en  algan  di^  que  no  creo  lejano,  no  debemos  Umitar 
Dueatra  accioa  a  la  edocacion  de  naestos  hijos;  es  preciao 
tambien  que  vijilemoa  per  sa  por^enir  y  qae  caando  Dios 
DOS  llame,  tengamos,  si  ea  posible,  asegurada  la  felicidad  da 
Ids  seres  que  nos  ha  confiado  para  que  ellos  a  au  vez  ase-^ 
guren  la  de  los  que  se  les  confien:  la  maternidad,  hija  mia, 
es  el  mas  grande  de  los  sacerdocios,  es  una  especie  de  aao* 
ciacioQ  con  Dios  para  segundar  sus  designios*.. 

T^,  ^Puisa,  no  hace  mucho  tiempo  que  me  dijistes  que  mi 
voluntad  era  la  tuya,  que  estabas  decidida  a  camplir  mia 
6rdenes,  que  tu  deseo  era  complacerme;  ^te  encueotras  aho- 
ra  en  la  misma  dispoaicion  de  entonces? 

— jEstrano  mucho  que  uated  me  haga  semejante  pregun* 
tal  jHe  variado  acaso  en  mi  conducta?  La  he  dejado  de 
respetar  y  de  amar  menos?  No,  madre  mia,  yo  s^  que  usted 
no  puede  qaerer  otra  cosa  que  mi  felicidad;  p^ro  aun  cuan- 
do  (ne  ordenase  el  Bacrificio,  aup  euando  me  impnsiera  la 
desgracia,  la  aceptaria,  poilqae  ai^upre  me  coosideraria  di< 
chosa  obedeci^ndola,  e  infeliz  en  medio  de  todjs  los  goces, 
contraridndola...  Solo  hai  uu  caso,  caao  qua  no  UegarA  nnu« 
ca,.en  el  onal  me  pondria  de  frente  y^o  sesgaria  jamas: 
este  caao  es  el  crimen  y  qjie  sated  me  ordene  com^erio? 
porque  ante  el  mandato  de  los  oadr^  estd  el  mandate  de 


l4^  L0«  SMBlXOt  ]>tL  NnLQ. 

Dios,  ante  U^obediencia  a  los  que  nos  \mti  da^  el  ser,  eslA 
la  obedtieocia  al  qae  ba  dadto  el  Ber  a  todoB  log  s^ecT,  al  que 
ba  dado  leyes  inma tables 'a  toda  li  orea^ioiii^ 

— Yen  a  inia  brazos^  mi  adorada  hija,  ven;  fd  Uenaa  de 
una  celestial  delicia  mis  liltiinos  dia8..«  Dtos  te  beddiga  lo 
mismo  qae  ta  madre  te  bendieel...  '■  -    '    • 

Y  do&a  Jaana  incorporiadose  es  nU  lecb!D,  pi»o  sua  ma- 
nos  sobre  la  hermosa  cabers  de  Ltiisa,  y  levantaado  los  ojos^ 
al  cielo,  inToc6  al  Btepno  Padre  cofi  ese  leo^uaje  que  debe 
traspasar  el  empirio  y  Weg^Lfeomo  una  aroma  hasta  el  tro- 
d6  de  Dio9,  cnalquiera  que  sean  los  labiod  qae  lo  proDun- 
cieQ  y  el  rito  o  la  relijioQ  a  que  pertedeaca  el  que  lo  iavoca; 
porqae  la  plegaria  es  universal,  pfertenece  a  tbdos  los  cultos, 
es  esa  a^iracioQ  del  alma  que  tfo  admite  distinciones  de 
ningiffla  especie,  rivalidades  de  niBgunj^aero,  preferencias 
de  nihgana  liataraleza;  pues  las  jerarquia^  y  privilejios  ha- 
manos  d^a|)afecen  ante  aqaella  atm6sfera  de  laz  qae  a  to- 
doS  alunibra,  que  a  todos  anima  y  donde  solo  alcaazan  los 
defetellofe  dela  virtifd  que  son  los  eflarios  emauadoa  del  Al- 

T 

tisimo  y  que  vaelveu'aleentro,  al  hogar,  al  fdco  de  dowde 
pdttieron  y  de'iond^'ttacieron...'  Por  eso  es  que  la  4irtud 
lio  r6cOiroi3^  secta,  isiuo  que  es  el  patrimouio  de  todos  los 
hombrcs,  pt^iendo  pafrtiei^asr  de  ella  el  pag*ano,  el  id61a- 
tra,  el  judio,  el  cat61ico,  el  piotedtante,  el  incrddulo,  el  ado- 
rador  de  Buda xdmo^l  adorador  dfe  Ciisto 


I  / 


• 

Lmsa  en  sndolor-se  effoontfaba  contenta.  Aquellas  pala- 
bras  y  aqaella  bendioion  baibian^  ^'t>$s^'es  |tQrmitido  hablar 
as^  aumentiado  sil  afliccioBV  ^consoldadolaq  ya  la  vez  que  se 
abondaba  mas  la  berida^seespama  sobre  ella  con  mai  pro- 
fusion el  bdlsamo  que  la  dcatrizabt;  y  dijo  a  su  madre  con 
esa  aerena  tristezd  que  naiie  de  uap  resoiadon  en^rjica,  de* 
cidida  y  prafonda:  . ..        ;       •     ' 


-     \ 


Uk  BSCKTfCM  DSL  YxnUxA.  147 

— Ordiene  usted... 

'-^Ya  esperaba,  mi  querida  Luisa,  una  obediencia  serae- 
ja*ite;  'snbia  (ie  antemano  ta  sumision  filial  y  s^  tambien  que 
&ta  no  se  desmentird  nunca. 

— Ese  es  mi  deber,  que  se  armoniza  con  mi  voluntad. 

— No  tengo  necesidad  de  decirte  que  quiero  tu  bien  y 
que  'me  empiefio  per  tu  bien. 

*— Predmbulo  iniitil,  mamita. 

"^ — Noes  mi  dnimo,  querida  bija  mia,  entristecerte;  \^%x6 
sientb'qu«  Dioa  me  llama:  yo  debo  morir  luego^ 

^N*o,  mamita,  imposible; 

^— Dej^moftos  de  eso  y  mi'remos  las  .cosas  de  frente  tal  cual     - 
sou,  tal  6ual  ban  de  snceder. 

*^5Per6  trsted'iiie  ba  dicho  que  se  encuentra  mejor. 

^Talo  creb!  y  en  efecto  no  be  mentido,  porque  en  rea- 
liifadf  l6  espierimento.  ' 

—[Para  que  entonces  estbs  ]ireludios! 

'^P6i^qne  esmucho  mejor  vivir  prevenidos,  6obio  lo  acoh- 

seja  el  EVanjcirb.  Abora  bien,  hija  inia,  despues  de  mis  dias^ 

ya  sean  maa  cortos  o  mas  largos,  tddebea  quedar  sola,  bu^t* 

faha,  sin  apbyo  ninguno  y  espuesta  talvez  a  ser  reducida  a 

"la  miseria. .  • 

-^Mamita,  dado  caso  que  sucediera  tal  desgracia,^  me  que- 
da 'tiiT  in^estro/ 

-— S^  que  don  Toribio  de  Gazman,  que  el  sincero  amigo 
de  milEduardo,  tio  te  abandonaria  jamas;  pero  ^1  est&  al 
borde  del  sepulcro  y  su  frdjil  bdculo  no  podria  sostenerte: 
he  decididb,  por  consiguiente,  otra  cosa. 

— jCu6ir"''^   ''       •   --^  ' 

-^Oyeme  atentameate  sin  infcerrumpirme. 

Y  ddbi  Juana  pas6  on  pafiuelo  sobre  su  frente  para  secar  ; 
el  "sudoi*  que  le  borria  en  abundancia,  continuando  en  se- 
gulda:  \    ' 

— ^Tengo  sfecretoa  que  no  me  es  dado  revejarte,  aun  en 
mi  teeho  de  tnufeile,  ^r^ue  no  \^  perteuecen;  pero  elloa 


148  LOB  SlOBBtOS  DSL  P17XBL0. 

me  obligan  para  preservarte  a  ti  de  la  de^racia,  para  sal- 
var  el  honor  de  mi  familia,  a  ordenarte,  y,  si  es  necenrio, 
la  suplicarte  qu^  te  cases  antes  qui?  yo  haya  desaparecido  de 
este  mundo.  '  ■  - 

Lnisa  qued6  petrificada  sin  saber  que  responder. 

Dona  Juana  continu6: 

— Creo  que  por  el  moniento  serA  para  ti  un  sacrificio  el 
matrimonio,  porque  no  tienes  una  voluntad  decidida;  pero 
ella  vendrA  poco  a  poco:  muchas  veces  los  enlaces  que  no 
cuentan  con  los  ardores  de  la  pasion,  sou  los  mas  serenes, 
los  mas  darables,  porque  impera  en  ellos  linicamente  la  ra* 
zon,  sin  escluir  el  afecto  que  viene  mas  tarde,  que  se  desa- 
rrolla  eon  el  vinculo  y  que  lo  trae  al  fin  la  familia.  Si  esto 
que  te  pido,  Luisa,  es  un  sacrificio,  porque  no  estis  sufiden- 
temente  preparada,  llegar^  el  dia  en  que  no  lo  sea,  y  sobre 
todo,  cumpliendo  mi  voluntad,  bajar^  serena  a  la  tumba:  esta 
serd^  la  linica  recompensa  de  mis  cuidados,  de  mis  desvelos, 
de  mi  carino,  fundada  en  esos  mismos  desvelos  y  en  ese 
mismo  carino,  porque  al  separarme  de  tf  te  considerar^  ya 
feliz. 

— Y  81  por  hacer  mi  felicidad  faera  usted  a  elaborar  mi 
desgracia  ^no  lo  sentiria,  madre  mia? 

— Mucho,  muchisimo;  pero  en  el  caso  presente  lo  he  con- 
sultado  todo,  tanto  por  lo  que  respecta  al  individuo,  euanto . 
por  las  relaciones  que  existen  desde  mucho  tiempo  -  entre 
ambas  familias,  relaciones  que  conviene  conservar  para 
nuestra  tranquilidad  y  para  nuestra  fortuna,  porque  una  vez 
turbadas,  nos  traerian  el  descr^dito,  la  desconaideraciou  so- 
cial  y  quizdila  miseria;  y  una  familia  como  la  nueatra  debe 
impedir  a  todo  trance  lo  uno  y  lo  otro:  yo  no  puedo  dejar 
que  se  tome  jamas  en  boca  el  nombre  ilustre  de  mis  ante- 
pasados  y  de  los  de  Eduardo,  y  tii,  hija  mia,  debes  tener  la 
misma  opinion  y  conservar  el  mismo  respeto  y  la  misma  dig- 
nidad  por  ellos,  por  ml  y  por  tl  propia. 

La  angustia  de  Luisa  era  infiaita.  .Cop  su  cabeza  eucor- 


vada  y  sin  decir  nna  sola  palabra,  escuchaba  a  sti  madre, 
no  teniendo  el  menor  pensamiento  de  contrariarla,  pero  su- 
friendo  tanto,  tanto  como  era  inipoaible  qne  se  lo  figarase 
dofia  Jaana,  porque  si  htibiera  s&bido  el  martirio  que  su 
hija  esperimentaba,  es  mfas  que  probable  que  se  habria  re- 
tractado  de  sus  exijenciasf,  dejAndola  en  completa  libertad 
de  obrar,  pero  c6ino  arrancar  aquellas  ideas  que  habian 
madarado  los  alios!  C6tno  destrair  sas  combinaciones  basa- 
das  en  la  fortanai  y  en  la  honra!  Habiera  sido  necesario  re* 
formarla  y  ya  no  era  tiempo! 

La  obediente  hija  se  conteQt6  con  decirle: 

— jY  cufil  88  la  persona,  madre  mia,  que  usted  se  ha  ser- 
vido  dedicarme? 

— Un  j6ven  que  por  su  famiha  es  tu  igual;  que  por  su 
ilnstracion  te  se  asemeja,  esto  es  si  no  te  aventaja;  que  por 
sn  f(M*tuDa  te  encuentras  th  ligada  a  el  y  ^1  ligada  a  tf;  que 
por  su.reputacion  es  acariciado  en  todos  los  clrculos  de  la 
sociedad  y  aun  en  los  circulos  del  gobierno;  que  por  sn  va- 
lor ha  Uegado  a  conseguir  uua  inflnencia  de  primer  6rden 
en  todas  las  deliberaciones  de  los  hombras  prominentee  que 
dirijen  al  pais,  hasta  el  panto  que  no  serA  estraflo,  y  real 
mente  lo  merece,  que  sea  en  breve  nombrado  diputado  por 
el  gobierno  (1)  y  en  mui  poco  tiempo  mas,  ministro;  pues 


(1)  Etta  frase  que  nos  yenros  obligados  a  emplear  de  diputados  por  elgohiemOy  a  pe- 
sar  de  lo«  b&bitos  constantes  de  nuestro  pais  7  de  muchos  otroe,  dos  da  pena;  y  lo  dire- 
mos  con  mas  franqueza:  nos  da  asco,  mal  que  les  pese  a  los  iodividoos  que  ban  ocapado 
esos  paestos  en  todas  nuestras  administraciones,  a  los  que  los  ocupan  actualmente  y  a 
los  qae  los  oonpardn  en  seguida  eA  yii*tud  del  ben^ldcito  del  ejecutivo.  Lo  hemos  dicho 
UD.  poco  yelado>  pero  lo  repetixnos  abora  bastante.  esplicito:  los  que  se  sientan  en  los 
bancos  de  la  representacion  nacional  conducidos  de  la  mano  por  medio  de  la  com- 
presioD,  del  fayor,  de  la  cabala,  de  la  intriga  gabernatiya,  no  son  diputados,  debie- 
ran  no  ner  G&qniera  ciudadanos,  porque  no  poaeen  la  dignidad  necesaria:  el  hombre 
digno,  el  hombre  que  se  respeta  a  si  mismo,  el  hombre  que  sabe  apreciar  la  altura 
en  que  ya  a  ser  colocado,  el  hombre  que  tiene  conclencia  de  sus  deberes,  el  bom- 
ber que  ya  a  l^iilar  sobre  los  pueblos.  £n  esto  no  hai  discusion,  no  hai  oontroyersia  de 
nlngan  j^nero,  porque  hasta  los  paniaguados  mismos  lo  confiesan'  y  tienen  yerguenza 
de  decir  que  han  subido  por  elfayor,  y  ojaU  la  tnyieran  mas  hasta  el  panto  de  rehusar 
esa  eleyacion  efimera,  injusta  y  yergonzosa  que  en  yez  de  honrar,  denigra  al  que  la 


posee  todas  las  condiciooes  para  Uegar  a  esaa  alias  digw- 
dade& 

— Mamita,  permftame  qae  le  diga  que  no  ambiciono  ^i 
esa  fortuoa,  ni  esa  gloria,  ni  esa  elerada  poiBcioD,  {Kirqne  eoi 
modesta  y  ^6  conteDtarme  con  caalquior  cosa^  piies  lo  i&nico 
que  prefiero  es  el  afecto  que  estoi  dispuesta  a  dar  y  que 
exijo  me  tengan. 

— Jostamente;  te  tienen  ese  afecto  y  es  precbo  que  iA 
obedezcas  a  la  lei  de  la  reciproctdad. 

— El  car! So,  madre  mia,  no  se  exije,  sino  que  ae  siente; 
no  se  manda,  sino  que  nace;  porque  no  proviene  de  la  obe< 
dieneia  pasiva,  sino  de  la  libre  espontaneid^d:  el  carino  es 
la  conformidad  de  los  instintos,  es  la  lei  oculta  por  la  cual 
Dios  puebla  a  los  mundos  y  que  no  debetnos  infrinjir  bajo 
ningona  con&ideracion  ni  bajo  ningun  pretesto.  ^Q'l^diria 
ustfd  81  fihora  la  obligasen  o  si  la  habieian  obligado^  cuui- 
do  Difia,  a  querer  a  otro que  ami  padre?  ^No  ea  verdad  que 
u^ted  hubiera  resistido?  gNo  ea  veidad  que  usted  habiera 
desobedecido? 

— iBegi&tido  gj;  desobedecido  jamas.  .• 

— Acepto  8u  manera  de  pensar  y  poresta  ration  me  fio- 
meto;  acato  y  reverencio  su  aatoridad,  y  por  lo  tanto  cum- 
plir^  el  sacrificio. 

— Pero  no  es,  hija  mia,  un  sacrificio  el  que  trato  de  im- 
ponerte,  sino  que  es  una .  conveniencia  para  la  familia,  tal- 
vez  un  gusto  para  ti. 

— ^Hasta  ahora  no  pnedo  decidir,  porqae  todavia  estoi  a 
oscurai^;  porque  todavia  no  me  ha  nombrado  usted  al  indi- 
vidno  y  talvez  quizd  no  lo  conozco;  de  manera  qae  el  raejor 
partido  que  paedo  adoptar  es  el  dejar  suspenao  mi  jaicio, 
aunqne  desde  laego  quede  comprometida  mi  palabra,  paea 
.estoi  dispuesta  a  la  obediencia. , 

acepta  peijndicando  a  la  democracia  y  a  la  repabliea,  enya  exktencia  haoen  impotible 
roaUndola  antes  de  Dacer.  ojaU  eatas  Ifneas  hlcieran  enbir  el  rubor  a  las  mejiU^a  de  los 
qne  ocupan  y  de  los  qae  preienden  candidaturas  oficiales;  oja}&  se  avergonzaran  de 
aceptarlas,  que  ganarian  ellos  en  oonrideracion  j  el  pais  en  libertadt 


— iQuieres  que  te  lo  nombre!       ^      . 

— Nada  mas  pKtaral^.fiadre  mia,  pero  debe  6dr  bneno,  y 
no  pongo  objeciones  desde  el  momento  que  asited  la  ha  ele- 
jido ;  deade  que  conooi^adolo  ]o  aprecia,  y  aprecUndolo 
me  lo  destiDa. 

Habia  tan  pnDzante  dolor  ea  Aqci^Ia  obediem^la,  qae  dofia 
Jaana  miBma  lo  not6,  porque  la  fisonomia  de  Luiaa  estaba 
alterada  y  parecia  prontp  a  desmayarae. 

— Dejemos  ebta  conversacion,  dijo  la  noble  matrona^  qne 
por  lo  inesperada  ain  dada  te  ha  asixstado;  pero  ya  te  fami- 
liarizar^  con  la  idea  y  te  sorprender^s  cada  dia  menoa  has- 
ta  qua  llegaes  a  familiarizarte  por  completo. 

— Ncrnca. 

— Eisto  te  parece  ahora,  hija  mia,  pero  despaes  verfis. 

— Madre  mia!  madre  mia!  no  me  exija  tau  gran  sacrificio! 

— Hija  querida!  hija  de  mi  coraajinl  yo  lo  hago  por  ta 
bien;  81  me  faera  posible  reyelarte  uu  secreto,  comprende- 
riaa  que  trabajo  fiDicamente  por  ta  felicidad  y  pon.,  Deje- 
mos esta  conversacion,  Luisa,  me  sieuto.  an  poQo  fati- 
gada. 

— Una  sola  palabra,  mamita:  jme  permite  U9ted  oomuni- 
car  esto  a  mi  maestro  y  pedirle  su  consejo? 

— jQaieres  escribirle  a  Guzman? 

— SL 

Dofla  Juana  reflexion6  un  momento  y  luego  anadi6: 

-^-Hazlo,  hija  mia,  y  dile  de  mi  parte  que  se  apresure  a 
venir,  porque  ya  se  aceir'ca  el  tiempo  en  que  debe  cumplir- 
me  el  favor  que  le  pedi  en  diaa  pasados  antes  de  partir  de 
la  h^enda.  ,        .  . 

Xuisa  saliendo  del  dormitorip,  C9rri6  donde  su  npdrissa  y 
desheeha  en  Ifigrimasi;  ae  e6h6  en.  ^ua  brazos  dn  proferir  una 
sola  palabra. 

Geferiaa  se.  sobresaltd  muchlsimo,  y  spstemendo  a  Iiuisa, 
}e  dijo: 

•~iQu^  iiienes?  ^Qu6  ha  pasado?  i^t&  mui  mala  la  seSora? 


— No,  ama  mia,  no... 

— lQxx4  ha  sncedido  entonces,  Dios  mio,  que  viene  en  tan 
deplorable  estado? 

Luisa,  BolIozandOi  refin6  a  su  nodriza  cnanto  le  habia  di* 
cho  su  madre. 

— Eero  esto  no  es  motivo  para  alarmarse  tan  to,  hija-  mia. 
Comprendo  que  te  hayas  sorprendido,  pero  no  hai  razon 
para  que  te  aflijas  y  desesperas  asi;  porque  un  dia  u  otro 
dober^  casarte,  y  un  esposo  elejido  por  la  seflora  debe  in- 
dudablemente  ser  el  que  mas  te  conveinga  y  el  que  mas  feliz 
te  haga. 

Luba,  sin  responder,  ocult6  la  cara  entre  sus  manos,  se 
desprendio  de  su  nodriza  y  se  encerro  en  su  cuarto,  dando 
libre  curso  a  su  afliccion  o  mas  bien  dicho  h.  su  desesperar 
cion. 

Ceferina  no  se  atrevi6  a  s^guirla  comprendiendo  que  hai 
momentos,  qne  hai  sitnaciones  en  la  vida  en  que  toda  com- 
pania  es  importuna,  en  que  no  se  esoucha  ninguna  observa- 
cion,  prefiriendo  el  individuo  estar  solo  consigo  mismo,  re- 
concertrarse  en  su  dolor  y  apurar  hasta  las  iiltimas  heces  de 
la  amargura  sin  testigo  alguno  que  presencie  el  estado  de- 
plorable de  esa  alma  acongojada. 

HI. 

Luisa,  de  un  carficter  en^rjico  a  la  vez  que  sensible,  su- 
raiso  pero  resistente,  altivo  al  mismo  tiempo  que  suave  y 
humilde,  habia  tomado,  en  ese  corto  espa6io  de  tiempo  en 
que  sonde6  todo  el  abismo  de  su  desgracia,  la  -mas  rara  y 
al  parecer  contradictoria  resolucion,  pues  habf a 'pfrdmetido 
interiormente  y  se  consideraba  eon  fuerzad  suiicientes  para 
cumplir  su  promesa:  que  obedeceria  a  su  madre  sin  traicio- 
nar' ft  Enrique:  y  este  pensamiento  que  iarnionf  zkba^  su  deber 
con  su  afecto,  la  tranquiliz6  casi  instautdneamente;  iddndo- 
le  ^nimo  para  afrontar  la  tempoistad  j  evitar  el  naufrajio;  y 


tos  vacaamm  dsl  pitibm.  153 

duandp  volvl6  a  pte^entarae  ahtesu  madre,  tentayasu  sem- 
blante^  como  su  dtiimo,  sereno,  tranquilo,  casi  risuefio,  lo  que 
admird  a  Ceferina,  pues  no  hacia  mucho  que  habia  visto  su 
profunda  desesperacion. 

Poi*  la  noche  y  caando  dofia  Jaana  desoansaba,   escri- 
bi6  Lnisa  al  solitario  estas  pocas  llneas: 
"Querido  maestro  mio:  . 

''La  enfermedad  de  mi  mamita,  lejos  de  declinar,  se  agra- 
va  y  hoi  me  ha  encargado  que  escriba  a  ustad  para  decirle 
que  se  apresare  a  Tenir,  porque  es  llegado  el  tiempo  de 
cutnplirle  con  el  favor  que  le  pidi6  en  dias  pasadog  en  la 
hacienda.  Estas  son  sus'  palabras  testuales  que  copio  fiel- 
mente,  y  que,  sin  saber  la  causa  ni  lo  que  significari,  me 
infunden  miedo,  pareci^odome  que  envuelven  nn  funesto 
presajio.  •  jAi!  mi  querido  maestro.  jA  cu^ntos  sufrimientos 
no  estjimos  espnestds!  Por  qu^  mementos  de  angustia  y  de 
tristeza  tenemoa  que  pasar  en  la^  vida!  Antes  de  esperimen- 
ts,t  ciirtos  dolores'mas  v.^ldria  morir!,..  Venga,  venga  pron- 
to: usted  ha  sido  siempre  nneatro  dnjel  tutelar;  sdlvenos 
ahora  como  nos  ha  salvado  otras  veces... 

"Tamblen  para  ml  reclam6  su  proteccion  y  su  consejo. 
Hoi  me  ha  hecho  mi  mamita  una  proposicion  que  me  ha 
espantado,  que  casi  ha  arrastrado  con  la  poca  razon  que  me 
dejan  mis  pesares.  jCuAn  frftjil  es  el  hombre!  Cuin  ilusoria 
su  felicidad!  |Y  yo  que  me  crel  tan  dichosa!...  jQaiere  que 
me  case,  maestro  mio!  ^Debo  y  podr^  yo  hacerlo?  Usted 
que  conOefe*mi  cora^on  resolverft  el  problema.  Yo  estoi  re- 
sueltat  a  sacrificarme  por  obededer  a  mi  madre,  pot  no  con- 
trariaF'su  voluntad,  por  complaeerla  en  estos  dias  de  dolor 
y  de  sufrfmieuto. 

''Todo  cuanto  nae  rod^a^s  Mgubire  y  todo  cuanto  ha  su- 
cedido  y  sucede  desde  algan  tiempo  a  esta  parte  parece 
que  bnbiiera  sido  calculftdo  para  atormentarme,  pues  inde- 
ptndiente  de  la  enfermedad  de  ini  madre,  qu6  tanto  me 
haceBofrir  y  que  me  caxisa  tantos  temoises,  Mercedes  y  sus 


■\ 


154  um  fluuBot  14K  nam^ 

padres  ban  desaparepido  de  Santiago  y  no  se  aabe^donda 
estdn:  uated  comprenderd .  cadato  me  ha  mortificado  y  me 
mortifica  esta  ausencia;  con  mi  amiga  toda  se  me  habria  he- 
cho  mas  llevadero,  porque  ella  habria  compartido  sus  pe^a* 
res  conmigo  y  yo  los  mio3  con  ella.  Pero  lo  que  a  ustod  va 
a  atormentarle,  lo  que  va  a  estrafiarle  sobremanera,  es  qae 
Enrique,  su  j6ven  y  qnerido  disci pulo,  so  encaentra  desde 
bace  ya  alganos  meses  efi  la  peniteDciarial  Yq  s^  que  esta 
noticia  va/a  serle  mui  dolorosa,  pero  al  menos  tenga  usted 
el  consuelo  que  la  prisioa  de  Enrique  no  proviene  de  erf- 
men  alguno;  ^1  es  un  reo  politico;  se  meti6  en  la  revolocion 
del  20  de  abril,  fa6  hecho  prisionejo  con  las  armaa  en  la 
mano;  y  per  macho  favor  ha  sido  conmutada  la  sentencia 
de  muerte  que  le  habia  cabido  en  jcinco  afios  de  penitencia- 
ria!  {Que  caatigo,  Dios  mio,  por  una  falta  que,  si  lo  es, 
t^ene  sa  escusa  en  la  uobleza  misma  del  sentimiento  que  ha 
impulsado  a  cometerla!  \Y  atreverse  los  hombres  a  bablar 
de  equidad  y  de  justicia!  Esto  espanta;  pero  es  preciso  no 
anonadarse  y  haCer  algo  por  salvarlo...  La  enfermedad  de 
mi  mamita  nos  ha  impedido  obrar;  ella  fu^  una  vez  a  ver  al 
presidente  y  a  algunas  otras  perdonas  y  me  dijo  que  le  ha- 
bian  dado  esperanaas;  pero  desde  e^e  dia  no  pudo  ya  vol- 
ver  a  salir,  y  yo,  \qu6  podia  hacer  yo!  He  tratado  de  tomar 
informes,  pero  iniitilfnente;  nador  ha  podido  saberse  hi  de 
Enriqae  ni  de  su  familia.  Ceferinaha  corrido  por  todas  par- 
tea,  y  en  todas  partes  la  misma  respuesta,  la  misma  igno- 
rancia,  el  '^no  s6'^  .desgarrador...  Esta  situacion  es  horrible, 
horrible,  maestro  mio,  y  si  dura  mas  tiempo,  crop  que  no 
podr^  soportarla.  Yenga,  pues,  aeflor;  su  amiga,  su  hija  su- 
cumbe  si  usted  no  llega.  Se  lo  saplico:  venga  a  sostenerme. 
Yo  nunca  habia  esperimentado.la  desgraoia,  no  sabia  que 
eramos  ^usceptibles  de  tantps  dolotres  y  que  eramoa  capa« 
ces  de  tanta  resistencia;  pero  es«.o  debe  teoer  su  t^mino... 
Yenga  antes,  antes  que  e^e  t^rmino  llegne.,.  Morir  en  la 
inaccion  es  mas  que  morir..   Guaiodo  uno  sucumbe  en  la  lu* 


UA  ttMMCQi  Mb  nnw^  168 

cha,  debe  seatir  meiioS}  poi*qa6  la  sarescitacion  del  comba- 
te  da  enerjia  y  se  cae  casi  de  improviso... 

^'  V^ea  usted,  eefior,  cuantos  motivoa  hai  para  que  aoceda 
a  la  8i&plica  de  mi  madre  y  a  la  mia.  Estoi,  poes,  seguraque 
no  DOS  abandooar^...  Hasta  la  viata,  hasta  luego,  querido 
maestro  mio;  paes  codAo  que  en  pocos  dias  mas  teadrd  el 
gusto  de  abrazarlo 

"Su  LUISA."       . 


IV, 

Esta  carta  mandada  esa  misma  noche  por  un  propio,  a 
quien  se  le  habia  ordenado  de  matar  los  caballos  porque 
Uegara  cuanto^nteaa  su  destino,  la  recibio  el  solitario  como 
a  las  siete  de  la  noche  del  dia  sigaiente;  y  a  pesar  del  mal 
tiempo,  pues  llovia  a  torreatea,  a  pesar  de  la  oscuridad  de 
la  ncche,  a  pesar  de  las  observaciones  que  le  bacia  don  Pe- 
dro Murna,  el  adrainistrador  de  la  bacienda  de  Saa  Jorje, 
a  pesar  de  las  sdplicas  daTorcuato,  ordeud  que  se  dispusie- 
ra  inmediatamente  el  coche  de  viaje,  y  a  las  diez  meuos 
cuarto  se  puso  ea  camino  sin  mas  provisiones  que  un  pao, 
un  pedazQ  de  charqui  y  una  botella  de  vino  y  sin  mas  ar- 
mas  que  su  grueso  baston. 

A  las  mismas  hor.as  del  dia  siguiente  entraba  el  coche  en 
el  espacloso  patio  de  la  casa  de  dofla  Juana. 

La  aparioi^n  repentina  del  solitario  caus6  una  gran  sor- 
presa  y  una  grande  alegria  a  Luisa  y  a  su  madre,  pues 
estaban  mui  lejos  de  esperarlo  tan  luego. 

La  primera  4ilijejncia  de  don  Tpribio  de  Guzman  £ai  ver 
a  la  enfermfi,  y4^amando  un  asiento  al  lado  de  la  cabecera 
de  la  enferma^  le  dijo  con  tono  Ueuo  d^^l  mayor  iuteres. 

— Sefiora  antes  del  amigo  estd  el  medico;  deme  usted  el 
pulso^ 

— ^Yo  no  e^  ahora  por  cu4l  decidirme,  pero  le  asegnro 
que  necesito  mas  del  primero  que  del  segundo. 


156  I4M  fmiKM>m  ml  nrmbOk, 

'    — Sea  como  qniera:  aqnf  tien6  nsted  a  ambos. 
— y  a  CDal  de  los  dos  mejor. 

El  anciano  no  respondid  sino  que  gaard6  silencio  sia  sol- 
tar  la  mano  de  dofia  Jaaoa.  En  segaida  la  hizo  recostarse, 
paso  el  oido  en  el  peeho  de  la  enferma  y  permaneci6  asi  por 
algnn  tiempo. 

— ^.C6mQ  me  encuentro,  Gazman?  pregnnt6  la  sefiora  con 
tal  serenidad  como  si  hablase  de  una  persona  indiferente. 

^ — La  enfermedad  ha  hecho  mas  progresos  de  los  que  yo 
creia,  dijp  el  anciano. 

— Asi  me  lo  habia  figarado  yo:  tantos  medicamentos  me 
ban  hecbo  mas  mal  que  bien;  pero  era  indispensable  pagar 
su  tribute  a  la  ciencia.  Por  fortnna,  ya  los  he  despedido, 

— Ha  obrado  usted  mui  cuerdamente,  amiga  mia;  y  lue- 
go  diriji^ndose  a  Luisa  le  dijo:  "Oonservas  por  casualidad 
todas  las  ordenanzas  que  han  recetado  desde  que  principio 
la  curacion.- 

Luisa  se  par6  y  trajo  una  porcion  de  papeles  que  exami- 
n6  uno  a  uno  meneando  de  vez  en  cnando  la  cabeza,  pero 
sin  proferir  palabra.  Concluido  el  exdmen,  dijo  a  la  se- 
fiora: 

— Los  facultativos  no  han  hecho  al  principio  otra  cosa 
que  esperiencias;  solo  al  fin  han  venido  a  conocer  en  parte 
la  enfermedad  fisica  que  a  usted  la  aqueja,  porque  en  cuan- 
to  a  la  moral  solo  usted  y  yo  la  teabemps.  Pero  {c6mo  ha 
podido  Uegar  usted  a  tener  conocimiento  del  estado  de  gra- 
vedad  en  que  se  encontraba  para  hacerme  Uamar,  aunque 
yo  no  me  de^espero  todavia. 

Luisa  se  habia  retirado  por  6rden  de  su  madre  que  que- 
ria  hablar  con  el  solitario  francamente  y  eia  rodeos. 

— No  trate  usted  de  hacerme  concebir-  esperanzas  que  no 
tengo,  porque  perderia  su  tiempo.  He  sabido,  amigo  mio, 
que  Ui i  fin  se  acercaba  y  por  esto  lo  he  mandado  llamar. 

— jPero  c6mo  lo  ha  sabido  usted?  es  lo  que  desearia 
conocer. 


LOB  iacnxtos  DKr  nmui.  11^7 

— Independi^Qte  de  lo  que  jo  sabia  por  mi  misma,  se  lo 
pregudt^  a  1oei  m^icoa 

— ^Y  ellos  80  lo  dijerqn?. 

— ^A  foerza  d^  instanciias  y  de  d^pllcaa  lo  consegai  y  el 
t^rmino  maa  largo  qae  me  dieroo  ^sta  por  coficluir&e;  pero 
he  aprovechado  imi  tiempo,  paes  no  dejar^  nada  atraa,  puea 
todo  lo  tengo  ya  en  regla,  salvo  uo  asanto  del  qne  conver- 
saremos  mafiaoa  o  pasado,  porqiie  ahora  es  indispensable 
que  usted  se  vaya  a  descansarj  y  a  pesar  de  las  protestas 
del  solitario  de  que  no  sentia  la  menor  fatiga^  le  faS  precise 
ceder,  porque  dofia  Juana  no  quiso  transijir  eh  este  panto; 
pero  antes  de  retirarse  sac6  de  sus  bolsillos  un  frasquito  que 
jamas  lo  abandonaba  y  que  era  un  elixir  inventado  y  fabri- 
cado  por  ^1,  y  vaci6  unas  dos  o  tres  gotas  en  una  copa  de 
flgua,  diciendo  a  dofia  Juana  que  tomase  aquello  antes  de 
dormir. 

A  pesar  de  la  r&pida  marcha  de  la  noche  anterior  y  de 
no  haber  cerrado  sus  pilrpados,  el  anciaao  vel6  hasta  mui 
tarde,  porque  estaba  realmente  preocupado  con  la  enferme* 
dad  de  do&a  Jutoa;,  cuyo  estado  era  peor  de  lo  que  ella  mis- 
ma  lo  creia,  qued&ndole  en  su  concepto  pocos  dias  de  vida; 
sin  embargo,  41  se  lisonjeaba  prolongarlos  algunos  mas  eon 
sus  cuidados  y  con  aus  eonocimientos.  Tambien  lo  preoeu- 
paba  sobromanera  la  prision  de  Enrique  y  recorria  bu  su 
imajinacion  todos  lod  medios  de  que  podia  hacer  uso  para 
conseguir  su  libertad;  pero  desgraciadamente  no  encontra- 
ba  ninguno  gue  contase  con  la  seguridad  de  un  buen  Sxito, 
ni  aun  siquiera  eon  buenas  probabilidades.  Habia  tambien, 
y  no  entraba  por  poco  en  el  desvelo  del  solitario,  la  situa- 
cion  en  que  jse  enoontraba  Luisa,  no  ignor^ndo  ^1  la  pasion 
que  sentia  por  Enrique,  la  finura  de  sus  seutimiento^,  la  de* 
licada  altivez  desu  eardeter,  todo  lo  cual  debia  contribuir 
a  atormentarla  y  a  hacerla  insoportable  su  estado,  coloc&n- 
dola  en  la  dura  alternativa  de  que  si  cedia  se  haoia  ella  y 
}xacia  a  Enrique  para  siempre  infeliz;  y  m.  no  cedia  abre7ia< 


-■••■< 


15%  I4W  msftMhi  i>CL  FuikLo. 

ba  irremediablemente  Iob  ya  cbntados  dias  d^  sa  madre; 
pero  el  anciano  se  lisonjeaba  de  disaadir  a'doir  dofia  Jaaoa 
de  8U  precoDcebida  determinacioa  sin  contfm-iiirla  per 'CNrto, 
siflio  atraerla  poco  a  poco  de  manera  d6mx>  qire  c^iese  a  sa 
propia  reflexion  ein  qne  creyese  que  obrabapor  injestio- 
nes  de  sadie.  Estos  peneamientos,  cada  coal  cfe  t^Bto  i^te- 
res,  lo  ocaparon  toda  la  noche  y  solo  pddo  coneiliar  el  saeSo 
coand  ya  venia  el  dia;  asi  es  que  se  levaatd  sobreealtado 
cofliido  al  despertac  vid  el  sol  qtie  eatraba  pot*  sa  ^entaoa, 
coeaqvie  nd  le  babia  socedido  hacia  mnchos  aflos,  pnea  ha- 
bia^adqfiirido  la  costambre  de  lerantarse  ed  tocl0  tiempo 
un  poco  antes  del  cresp^scolo  de  la  maSaoa. 

El  cordial  qne  al  despedirse  diera  el  solitarid  a  dofi%  Jaa"- 
na  habia  producido  en  ella  mai  baen  eft3Cto,<paeSf  co^  qtie 
no  le  socedia  desde  mncho  tiempo,  d(irmi6  tranqaitiameate 
toda  la  noche,  encontrdndose  al  despertar-maa  reanimada. 

Loisa  que,  desde  an  regrosd  a  Santiago,  s^  habia  io'sta- 
lado  en  la  pieza  inmediata  al  dormiiioHO'de  sn  m^dre  para 
estar  pronta  a  servirla  en  caanto  pndieraofred6^e^e,  enti^, 
come  de  oostumbrd,  mai  temprano  para  ver  m.  dorthia,  por- 
qaa  por  la  mafiana  eran  casi  losaolos  momeatos/en  qtie'^a- 
dia  eoBciliar  el  poco  y  fatigoso  sne&o  de  que  'gozaba/qt»e* 
dando  mai  sorprendida  al  encontrar  ya  a  la  s^Qora  i^^tada 
enk  sama.  ^  .; 

•^Mamita,  le  dijo  Luisa,  al  trerla,  {Ha  paiado  nsted  la 
noche  en  Tela. 

*— ^Al  contrario,  hija  mia,  he  dormido  profanijam^nte  y 
mesiento  mejor,  efecto  sin  dada  del  cordial  qne  me  di6 
Gnaman.  ••  .    .'    'ni    -. 

**-Asi  debe  ser;  ^1  es  tan  buoii  medico  qufe  jeiaefaln^ente 
Sana  a  todos  los  enfermos  de  la  hacibnda:  nno  de  ;los  n!K0ti' 
yos,  comonsted  sabe,  porqae  aqaella  sencilla  jeiite' lo  tiene 
por  brujo.  1      ^ 

-^{Ha3  hablado,  hija  mia,  algo  con  Gaascnan  fes^eeto  a  lo 
(][iie  te  dije  en  dUs  pteadost 


p 


— ^Ko,  mamita,  le  escribi  solamente;  y  anoche  no  tave 
lugar  de  conversar  tton  ^1  ni  hizo  la  menorinsinnacion  sobre 
este  asnnto  secondario,  consagr&adose  al  piiDcipal,  a  su  en- 
fermedad.' 

— jPobrc  Gnzman!  El  era  el  amigo  iatimo '  de  tu  padre, 
de  mi  qaerida  Edaardo,  y  yo  debo  tser  pafa  6\  su  hermana, 
aai  coma  lo  es  61  para  mi;  (con  cn&tita  dilijencia  ha  venido! 
Un  j6ven  no  se  habria  atrevido  a  hacer  uq  viaje  tan  preci- 
pitado  y  con  t&n  mal  tiempo!  Esto  prneba  el  macho  in  teres 
qne'se  tomist'por  nosotraa  y  id  no'debes  decir  hi  pensar  que 
to  asnnto,  como  lo  Hamad,  (y  dofia  Jaana  se  80ilri6)  sea  para- 
fl  secandario;  pero  ya  que  abordamos  esta  cuestion,  conti- 
nu^mosla  en  el  punto  que  la  dejamds. 

— ^Siempre  piensa  ustcd  eu  lo'mismo,  mamita?   • 

Y  Lnisa  mir6  a  su  madre  con  unos  ojos  eu  que  se  reve- 
laba  la  tetnuraiy  la  sApKca,  con  unos  que  pareciani  decir: 
"Tecga  Bsted  compiaiion  de  su  hija.**  •  .        : 

— ^No  me 'mires  asri,  Luiaa,  porque  eres  capaz  de  echar 
por  tierra  mi  resolucion;  y.siu  embargo,  ella  es  neeesaria, 
indispensable,  y  6uceder&...  Una^ebilidad  de  mi  p«lrteseria  ' 
nn  crimen  imperd66able,  seria  tu  p6rdida,  ^6ria  una  ofensa 
hecha  a  mi  hermatla,  seria  un  borreii  y  una  mancha  a  su  re- 
putacion  y  a  su  raemoria;  seria  un  ultraje  a  la  honorabiliaad 
no  desmentida  de  nuestros  antepasados  y  a  la  de  nosotros 
mismos;  con  que  asi,  hija  mia,  venoe  en  mi  obseq^uio  esa 
repugnancia  que  no  ti^ne  gran  fundamento  y  que  me  lison- 
jeo  desaparezca  en  breve  cuando  te  haya  dicho  el  nom-  * 
bre  del  j6ven  que  ie  destino.  Tu  dolor,  Luiea,  no  hard  mas 
que  aumentar  el  mio;  sin  que  me  sesl  dado  canibiar  de  r^o^ 

— Querida^Miadre  mia,  no  sufra  usted,  se  lo  suplico..;  Yo 
esloi  resuelta,  estcd  decidida  -a  obedeceifla,  Eacuse  usted-  una 
debilidadde  nifia...  me  someto  gustosa...  cumplir  con  su  vo^ 
lontad  es  toda  mi  dieha...  toda...' 

YL^isa^n  an  dolofi  en  su  dedesparacion,  decia  lo  que 


1^0  LOS  BftOEilffOi  Dflb  tUMffJO. 

sentia,  decia  la  verdad:  jamas  esta  uiM^  esta  hija  tMi  tierna 
como  amante,  habia  aceptado  el  placer,  ^Igace^.el  d^eite, 
el  amor  con  tbda  so  ambrosia,  la  gloria  con  todps^  ,aii8eAT 
cantos,  el  cielo  con  todos  sus  resplandores  si  hubiei:^  P'^^*^?'. 
do  contra  la  vokntad  de  sa  madre;  porque  en;gl  seaamij- 
mo  de  la  mas  embriagadora  existencia  habriar  encontrado 
un  tormento  horrible,  un  remordimiento  inoeaaute  que  hu^ 
biera  acibarado  todos  sas  gooes;  mientras  qao  ^n  la  angaa-  ^ 
tia,  en  la  congoja,  en  el  masgrande  infortanio,  en,  el  iafierno 
mismo,  habria  encontrado  placer;  j  la  satisfacpioif  de  h^ber 
camplido  con  sa  obligacion;  de  no  haber  hecho  sufrir  a  sa 
madre,  de  haber  obedecido  a  sa  voluntad,  era  una  e^pecie  . 
de  compcnsacion  en  sus  dolores,  disminuy^ndolos,  suaviz^n- 
dolos,  dulcific^ndolos,  hasta  el  punto   de  Ijiac^rsele  agrada- 
bles;  porque  el  que  se  saorifica  por  abnegacion,  por  deber, 
por  virtud,  halla  en  el  mismo  sacrificiosu  digna  y  inerecida  - 
recompensa.  El  unico  caso  en  que  Luisa  hubiera  dejado  da 
obedecer  a  su  madre,  como  ya  lo  hemos  dicho^.era  en  el 
que  le  orJenase  obrar  mal,  porque  all!  no  habria  obedien- 
cia  sino  debilidad,  y  Luisa  era  fuerte;  porque  alii  habia  de- 
gradacion,  y  Luisa  tenia  dignidad;  porque  alii  se  le  decia 
de  faltar  a  Dios,  y  Luisa  lo  amaba  y  reverenciaba  sobre  to- 
das  las  cosas.  . 

Sabemos  que  ese  ssntimiento  de  respeto  y  de  amor  por 
los  padres  se  .ha  debilitado  muchisimo  en  nueetra  preten- 
dida  civiliaacion.  Ahora  se  haoe  alarde  de  independepcia  y 
es  considerada  la  desobediencia  como  una  prueb^  de  ener- 
jia,  de  cardcter,  de  voluntad;  la.  sumision  es  bajeza,  es  co- 
bardia,  es  debilidad;  hacer  su  gusto,  he  aqui  la  reglja,  h^ 
aqui  e}  derecho,  h^  aqui  la  manera  de  obrar;  el  amor  pqor^ 
loa  que  pos  han  dado  el  ser,  es  una  cosa  de  antal^o,  vieja, 
pasada  de  moda,  ridioula,  propia  de  idiotaa,  que  solo  puede 
soportarse  en  los  primeros  anos  cuando- se  neoesita  de  sua 
cuidados  y  de  su  proteccion,  pero  que  una  ve2  venida  la 
juventud,  ya  se  sacude  e^a  carga  iQ4tiVpdsada,iemb4r^fofBt 


i^ue,.i^/icle  a.contrairiaf  naestros  placeres,  que  no  se  armo- 
;.j^i:i^  :^H  n^edtros  gocea  Permanecer  al  lado  de  sus  padres, 
rodearlos  de  duleea  consideraciones,  tener  placer  ea  servir- 
left,  hajlar  satiafaccioa  en  obedecerles  ;qu^  ridicolos!  Para 
qn^  sirven  los  viejosi  ;Qai^a  se  divierte  con  ellos!  Son  tras- 
toB  ia^tiles  que  solo  sirren  de  estorbo  y  de  los  que  convie- 
ne  deshacerse!  Asi  se  p^'ensa,  asi  se  discurre  y  asi  se  obw 
ahora.  Pero  este  es  el  motivo  porque  es  muiraio  encontrar 
seutimientos  nobles  y  elevados,  almas  virtiiosas,  faertes, 
en^rjicas,  talentos  sdlidos  y  profundos,  convicciones  since- 
ras,  costumbres  puras,  caracteres  Integros,  firmes,  decididos, 
pues  ya  no  se  siente  y  casi  no  se  concibe  la  abnegacion,  el 
sacrificio,  lagrandeza  en  las  ideas  y  en  las  acciones.  |Y  c6mul 
Cuando  esa  falta  de  amor  y  de  respeto  por  los  padres  em- 
pequenece  el  alma,  la  vicia,  la  degrada,  la  apoca  de  tal  modo 
que  ya  lees  jmposible  conocer  lo  verdadero,  lo  6til,  lo  real- 
mente  provechoso,  agradable,  tierno;  porque  el  individuo 
eptura^decido  y  raqaltico  de  espirita,  es  incapaz  de  esns 
afecciones  durables  que  acompanan  hasta  el  sepilcro  des- 
.  pues  de  baber  hecho  los  encantos  de  la  existencia. 

J6vene3:  ^quereis  una  eaposa  ordenada,  aniante,  que  se 
consagre  a  ^u  interior,  que  participe  de  vaestroa  gooes,  que 
OS  ayade  en  yuestras  adversidades,  que  no  os  abandone  en 
Jla,  desgracia,  que  contribuya  a  vuestr^i  fortuna  por  medio 
de  la  economia  y  del  trabajo,  que  no  sea  ni  disipada  ni  va- 
nido8a,^que  eduqaea  vuestros  hijos  en  el  6rden  y  ea  la  mo- 
^ralidad,  que  los  haga  aptos  para  todo  y  buenos  para  todo? 
ijuo  quereis?  Pues  bien,  buscadla  ^n  aquella«i  qae  ban  r^s- 
petadp  y,  amado  a  sus  padres  y  eetad  seguros  que  no  oa 
eg^ui  vocals. 

Lomismo  sucede  con  las  niflas  respecto  de  los  hombreip; 
el  companero  fiel,  aquel  qae  ser^  buen  marido  y  buen  pa- 
dre, aquel.que  las  rodeard  de  consideraciones,  que  las  bara 
, respetaj>le^  por  su  posicion  y  por su  nombre,  aquel  queserd 
un  yerda^^f^^  j^f<^^^  J^  familia  Dor  ^u  ilu$tracion,  por  aw 


U2 

a&etO0  J  par  sa  monlidad,  es  pfeeim  irlo  abweareiitrolos 
que  hao  amada  y  servido  a  sa§  paJve^  de  lo  oootmio^  es 
maa  que  probable  que  aeriln  de^raciadaa. 

YX  qae  hocra  a  sa?  padres,  dijo  J^acristo,  teodrt  boga 
Tida  7  Fer&  feiiz  en  la  tierra  j  ea  el  cielo. 

Delia  Joana  conmonda  y  gozosa  de  encontrar  en  sa  bija 
tanta  virtad,  la  dijo: 

— ^No  cambiaria  este  momente  por  todo  on  sglo  entero 
de  yida;  me  hag  hecho  esperimeDtar  de  antemano  la  dicha 
qne  debe  poseer^e  en  la  gloria:  t&  ser&  feliZ|  mni  feKxi  hija 
mia^  no  lo  dudes. 

— Lo  soi  ya,  mamita,  al  ver  que  nsted  lo  es. 

— ^T  yo  morir^  tranqaila,  morir^  dichosa...  Gracias,  Dies 
mio,  gracias. 

— ^Para  qn^  hablar  de  morir  enando... 

— Tieoes  razon;  do  bai  necesidad  de  ocnparse  de  esto,  ello 
rendr^  cuando  Dios  quiera.  Ocnp^moDos  de  lo  que  mas  me 
iDteresa,  ocapSmonos  de  nosotras...  Todavia  do  te  be  dicbo 
el  nombre  del  j6veii  que  debe  tener  la  dicha  de  ser  ta  espo- 
80,  pero  te  asegaro  que  goza  de  las  mismas  condiciones: 
familia^  fortuna,  rango,  talento  y  hasta  hermosura,  en  todo 
te  es  igual;  pues  e^  Gaillermo  de...,  a  quien  tft  conoces  y  a 
quien  has  visto  casi  desde  to  mas  tierna  infaucia. 

— {Gaillermo  de...  esc1am6  Luisa  con  un  tono  de  despre- 
cio  que  Ho  pudo  disimular. 

— 8f,  hija  mia:  jqu^  tienes  que  decir  de  61! 

— ^Nada,  mamita,  qne  sea  una  cosa  grave  y  un  motivo  para 
que  lo  rechace,  pero  hubiera  prteferido  a  cualquier  otrp:  teu- 
go  por  Gaillermo  una  especie  de  alojamiento  invencible. 

— ^Talvez  habrds  oido  algana  de  sus  aventuras  galantes, 
pero  esto,  sin  disculparlo  pasa,  y  los  j6venea  se  transforman 
sobre  todo  caando  ban  tenido '  li!i.  fortuna  de  conseguir  niSa 
como  tL 

— ^Yo  no  he  oido  nada  de  &\  mamita;  86  scdamente  que 
esunj6?6n  a  la  mclda,  que  16  encuentran  mui  espirituali 


iqtkb  tocUis  tratan  de  agradarlo,  y  68to  porqne  yb  misma  lo 
he  proseoelado  bn  las  tertnliaa  en  que  noa  hemos  eneontra- 
da  cast  siempre;  pero  le  asagora,  sin  que  por  esto  me  obli- 
gae  a  camfoiar  de  determinaeioD,  Gnillermo,  en  el  caso  dado, 
es  el  tiltimo  de  loa  j6vme3  que  habria  aeeptado,  sin  qne 
-  desconozca  por  ello  sn  talento,  an  flnnra^  an  distincion,  an 
elegaocia  y  sn  hermosura  ei  ae  qniere;  pero  hai  en  mi  an 
saithniento  iostintiro  de  repulsion  de  qne  nunca  he  podidp 
darme  cnenta,  tanto  mas  cnanto  ha  nacido  en  mi  sin  moti^ 
vo;  sin  embargo,  en  estos  ultimos  tiempos  lo  he  visto  mni 
cambiado  a  tal  panto  que  lo  he  desconocido  completamen'^ 
te,  y  este  cambio  le  es  favorable. 

— Ya  ves,  hija  mia,  ya  ves:  todo  es  susceptible  de  modifi- 
carse  y  de  mejorarse;  no  dado  que  en  poco  tienipo  te  dir^ 
a  ti  misma  una  cosa  distinta  de  la  que  hoi  piensas. 

— Puede  ser,  mamita,  puede  ser,  de  todos  modes  nsted 
pnede  estar  segara  de  mi  obediencia,  porque  mi  obediencia 
es  mi  voluntad. 

Luisa  hizo  esta  afirmacion  absoluta  con  an  tone  casi  sere- 
no,  porque  era  fuerte  por  el  plan  que  habia  combinado  in- 
teriormente:  ^'de  complacer  con  su  madre  y  de  no  traicionar 
a  Enrique;"  de  otro  modo  no  habria  tenido  valor,  talvez 
hubier^  sucumbido  en  la  prueba. 

— ^Yo  desearia  que  eneontraras  placer. 

— Yia  lo  he  repetido  muchas  vecea  que  siento  ese  placer 

porque  cumplo  con  mi  deber  obedeciendo  a  su  mandate; 

•  •  • 

Ho  ffirer  exija  udted  mas,  madre  mia;  ir  mas  all^  seria  contra- 
riar  a  la  naturaleza,  seria  mentirme  a  mf  misma  y  mentirle 
a  ust^d;  y  asi  como  no  puedo  dominar  aquella  porque  est^ 
^fSsL'efB,  de  ffii  alcance,  Ho  me  es-  dado  hacer  lo  segundo  por- 
que  cometeria  una  falta  y  deseo  estar  pura  hasta  del  mas  in- 
•'sigriificiBliite  desliz. 

— ^E¥«3  to  todo  un  dechado,  hija  querida.  |Qui6n  puede 
l^ei*  Ciapais  d^  no  amarte?  }Qui6n  te  negard  una  justa  y  me- 
tec^a  adtziiracioil?  ]Oudn  pequefio  eneuentro  a  Guillermo 


1<4 

e<Mnparaiidolo  eontigo;  pero  es  necesario...  y  cod  di€ciilted 
liabr&  tempooo  en  Santiago  major  partidol  E3  preciao  que 
deeiendaa  no  poco,  Lniaa,  porqne  no  bai  injeles  en  U  tiem. 

Loiaa  baj6  la  cabeza  01  n  decir  palabra,  por  que,  ana  coan- 
do  habia  formado  nn  prop6sito  qne  U  sostenia,  aiempre  a- 
perioientaba  nn  dolor  agado,  aiempre  tenia  el  preaajio  de 
nna  lacha  terrible  en  lo  que  eataba  resaelta  a  jngar  an  vida 
por  coDsegair  la  victoria;  pero  alcanzindola,  el  trinnfo  de- 
bia  serie  mni  costoso  \y  qaiSn  sabe  si  lo  cons^uiria! 

Despoes  de  nn  corto  sileocio,  darante  el  cnal  contempl6 
dofia  Joana  a  Laisa  con  nnos  ojo3  en  qne  se  revelaba  aatia- 
faccion  y  snfrimiento,  admiracion  y  angnstia,  le  dijo: 

— Guzman  debe  ya  estar  en  pi^,  hija  mia;  anda  ve  lo  qne 
necesita,  conferencia  eon  ^1  y  dlie  qne  en  nna  hora  maa  de- 
searia  hablarle. 

Lnisa  parti6,  y  do&a  Jaana  mQrmnr6  entre  dientes: 

— fininto  me  cnesta  el  sacrificio  que  le*  impongo  a  este 
ADJe];  p  ro  es  necesario,  es  precise,  es  indispensable,  porqne 
de  otra  man^a  seria  iafeliz  y  porqne  existen  motivos  tan 
poderosos... 

V. 

El  solitario,  acostambrado  al  campo,  habia  ido  a  respirar 
el  aire  de  las  plantas  en  el  jardincito  de  Lnisa  mieiitras  le 
ananciaban  que  podia  presentarse  en  el  cuarto  de  doSa  Jua- 
na  a  quien  hubiera  deseado  ver  inmediatameute,  porqnp  el 
estado  en  que  la  habia  encontrado  y  la  habia  dejadb.  la  npcha 
anterior  era,  en  su  concepts  alarma^te. 

£1  noble  anciano  se  habia  sentado  en  nn  banco.  Su  im- 
ponente  fisoaomia  revelaba  a  aa  mismo  tiempo  meditaci^ 
y  tristeza;  se  asemejaba  al  yiajero,fil6sofo  que  conteniplan- 
do  los  antiguos  monumentos  recorre  en  su  memp^ia  los 
acon^ecimientos  de  las  jeueraciones  "pasadas,  admirando  sua 
grandezas  y  compadeci^odose  de  sus  miserias;  sin  embargO) 
aqucl  hopibre  no  hacia  en  ese  memento  ek  eatndio  de  la 


m 

hi!A$»\6^  siiio  qnd  pemsf^ba  en  U  eufer^iedad  4^  doSa 
Jaana,  en  la  oonversacionqde  habia  teoido  con  ellaen  la 
hacienda  de  San  iorje^  en  eea,  especie  de  enajenacion  men- 
tal|  sentida  y  ratonada,  a  q^^n  el  vulgo  llama  monoma- 
nia y  que,  Bin  embargo,  es  talvez  una  manera  de  ser  ma^ 
perfecta  de  naebtro  espMtn,  porque  esti  mas  desprendida 
de  la  vida  real,  porque  casi  ise  admila  a  e^  otra  vida  qae 
se  dei^omin'a  del  alma,  y  que,  ai  exi&te«  ocupa  ana  rejion  dia- 
tpta  de  la  nostra,  pero  todavia  en  relacion  con  ella. 

No  ocnpaba  menoa  cl  pensamiento  del  solitario  las  cir- 
c{in&t9.ncias  en  que  del^ia  encoatra^se  la  familia  XiOpez,  la 
familia  de  ese  hombre  animosQ  y  Ueno  de  jenerosidad  qae 
le  babia  salvado  la  vida  con'  riesgo  d^  la  say&  y  sin  qae 
nnnca  hubiera  revelado  el  secreto  de  uaa  aocion  qae  lo  real 
zaba  altamente  ya  que  no  habia  pensado  siqaiera  en  la  in- 
demnizacioD  pecaniaria. 

Absorto.en  estos  tristes  pensamientos,  Laisa  lleg6  hasta 
donde  ^1  eataba  sia  qae  la  apercibiera;  y  sola  cuaado  le 
pnso  la  mano  en  ^1  homb^o,  volvid  U  cabeza  y  se  sonrid 
trigtemente,  dici^nd(4^: 

— Me  has  sorprendido,  hija  mia,  en  an  triste  estado;  paesf . 
a  decirte  verdad,  pocas  veces  me  he  encoatrado  tan  aba  ti- 
de como  ahora;  pero  ya  se  ve:  pocas  veces  he  teaido  moti- 
vo$  QMS  poderosos  como  al  preseote,  porqa^  veo  el  horizonte 
cargado  de  nubarrones,  presajio  de  aaa  tempestad  desecha; 
y  no  es  para  menos,  hija  mia,  desde  qae  mi  amigs^  dona 
Joana  se  encaeQtra  en  peligro,  d^sde  qae  tii  vas  a  ca^arte, 
desde  qoe  Enriqae  se  halla  condeoado  a  soportar  .todo  caan- 
to  le  sobrev^nga  sin  teaer  qoien  le  ayade^  ni  qaien  lo  pro- 
t^a  y  desde  qne  lahoarada  familia  de  mi  libertador  ha 
desaparecido. 

— De  veras,  sefior,  qae  todas  estas  desgracias  juntas,  es 
una  carga  demasiado  pasada,  casi  superior  a  las  fuerzas  hu- 
manas 

T  la  hermosa  nifia  levantd  ins^iatiyafaente  I09  0J09  al 


ctelooomo  pam  pedir  a  Dies  fortalea  y  miMricar^ 
— Yalor,  hi ja  mia,  respondid  el  anciano,  vdor,  porqae  el 
abatimiento  es  el  peor  de  los  mal^;  y  snoqae  yo,  como 
todo  hombre,  no  estoi  exento  de  ^1,  sin  embargo,  ee  pred-' 
BO  tener  faerza  y  sobreponerse  a  ans  pesar^:  eBto  es  lo  que 
nos  dice  la  prodencia,  paes  solo  osi  podemos  »lir  trianfon- 
tes  en  la  lucha.  To  s^,  hija  mia,  qae  sobre  ti  peda  lo  mas 
agudo  y  lo  mas  iiolento  del  dolor,  y  por  esta  misma  razon 
neceeitas  tener  mas  conformidad,  mas  redgnacion^  m8» 
enerjia. 

— Lo  ebmprendo,  ^ero  es  acaso  nna  daefia  de  bos  senti- 
mientos?  Paede  modificarlos  a  sn  antojo? 

— ^Hasta  cierto  panto,  hija  mia.  Hai,  es  verdad,  cosas  qne 
no  dependen  de  nosotros,  qne  obran  sobre  nosotros  sin  por' 
esto  damos  cnenta  de  ello;  pero  no  es  menos  cierto  qoe  te* 
nemos  facoltades  poderosas,  que  tenemos  la  razon,  el  jnicio, 
la  volnntad  qne  oponerles  y  de  esta  manera  debilitar  o  nen* 
tralizar  los  efectds:  asf  es  como  el  hombre  lacha  con  la  ma- 
teria  y  trinnfa  de  ella;  lacha  con  sns  pasiones  y  tambien 
consigae  avasallarlas  caando  no  se  han  apoderado  todavia 

•  •  • 

de  ^  caando  no  lo  han  dominado  pen*  completo. 

— ^To  qaisiera  tener  esa  resistencia  y  ese  poder. 

— Lo  tienes,  hija  mia,  porqne  lo  veo  y  lo  s4:  tu  posees  el 
cardcter  mas  sensible  qae  he  conocido;  pero  tampo<^  he 
encontrado  nna  alma  mas  faerte,  y  en  ti  la  debilidad  no  es- 
claye  la  enerjia:  este  es  nn  fen6meno  raro,  perd  iq[ue  ee  da 
y  qae  exiRte,  an  fen6meno  qae  se  realiza  to  ti  y  de  donde 
proviene  tn  saperioridad  y  ta  perfeccion.  ' 

— Seflor,  se  lo  confieso,  no  estoi  para  oir  ^labanza. 

— ^Yo  no  alabo,  sine  qne  establezco  los  hechos;  no  digo  li- 
sonjas,  sino  qae  jasgo;  no  me  empefio  en  adormecerte,  sino  en 
prepararte,  porqne  todavia  tendr&s  mucho  mas  que  dtifrir; 
pero  yo  estar6  a  ta  lado,  hija  mia,  pBxk  qae '  cohfondatmois 
naestros  dolores,  paes  no  se  lacha  de  frente  contra  la  afli^ 
ciop,  lino  qne  es  precise  segair  sus  a^aadj  el  ^hico  consae- 


lo  del  safrimiento  es  el  suffjUarento  mi^oiio;  .querer  dUtraer 
las  pen&§  opoDi^Qdoles.iEtl  placer,  qs  aumentarlos;  esa  tran- 
sioioQ  DO  est^  en  la  nataroilez^a  y  qu  ser  senBible  la  r^chasa: 
las  Wgrimas  se  endolzan  c<;^  las  %rima8  y  no  coA^las  risas, 
y  yo  tratar^  de  aliviarte  comp^deoieadote,'  es  decir,  unien- 
do  Dcestros  pesares. 

— Abl  -^Ci6m9;  .conocd  ust^d.  el  cprwon,  maestro  mio,  y 
c6ii^o  sabe.  sondear  sus  beri^as  para  corarlas. 

— Algp  ha  de  dar,  hija,  mia^  el  haber  vivido,  el  haber 
sentido,  el  haber  pensadQ^*.  Pero  hableraos  eobre  uno  de 
los.  capitulos  de  ta  carta  qxie  me  iatereaa  sobre  manera, 
ya  que  estda  satisfechos  jos  deseoa  espreaados  ea  el  otro, 
poes  eatoi  al  lado  de  tu  madre  y  al.lado  tuyo.  Dime  ahora, 
{es  verdad  que  dona  Juana^se  empena  en  qae  te  cases? 

— Estd  decidida,  esta  reauelta... 

— ^Y  t« 

— Yo  tambien  lo  estoi* 

— {Aqu^? 

— A  obedeeerla. 

— Es  verdad  lo  que  pae  has  escrito? 

— Usted  sabe  qae  yo  no  mi^nto  nuaca,  maestro  mio.^ 

-^Lo  s^;  pero  me  estrana  una  condesendencia  tan  fi^cil. 

— 'J^&oill  {F^cille  pareoei  Ahl.Tistod  no  sabe  caanto  he 
safrido  y  c^jdnto  snfro, 

.  — Pera  un  poco:de  resistenoia  podia  b^ber  vencldo  a  tu 
cariQosa  madre^  que  no  ha  teuidoi  oti^  peo^aqaiento  en  la 
vida  que  el  hacer  tu  f elieidad  • 

— rBste  ea  el  mismo  deseo  qne  le  ha  hecho  decirme  que, 
mi  enlace  era  necesario,  indispensable* 
•  r^Pero  si  til  le  hubieras  espuestoalgunas  reflexiones... 
,; —jReflexione3  contra  su  dolor!  Imposible!, 
,  — Talvez  me  he  equivocado  y  me  j  alegraria  de  ello. 

.  — |G6mol  jEn  que? »    .       .     ' 
.  —•Greia^  otra  cosa./ 

— j^tt6  ptra  waa?  ,  : 


i-      '         ,•:>.■;.     ,   v> 


169  UM  noMrai  ML  mauk 

— Creia  qae  traias  otro  afeeto... 

Lciisa  llev6  ana  mano  a  sa  corazon  y  ecli6  al  cndio  del 
anciano  bq  otro  brazo,  esclam&ndo: 

— Es  rerdad,  padre  mio,  yo  amo...  Amo  con  delirioysin 
esperanza!...  Fig^rese  asted  ahora  codl  pnede  ser  mi  do-' 
lor. . . 

— Lo  comprendo,  hija  mia,  lo  aiento  tamtnen..^  y  \91s\k' 
grimas  corrian  en  abnndancia  por  los  sarcos  de  las  mejiUiBM  - 
del  solitario,  yendo  a  hamedecer  sas  nevadas  bai*bas. 

— jSi  podiera  verlo  una  sola  vez!  Si  pudiera  esplicarle 
mi  conducta!  Si  conociera  mi  sacrificio!  Si  eiqtiiera  lo  scf- 
piera  librel...  Tendria  algun  consuelo,  algan  alivio!  El  me 
perdonaria!...  Moririamos  juntos!...  Seriamos  un  moment©, 
felices!...  jFelices!  si^  feiices,  porque  41  me  ama  lo  misitti 
que  yo  lo  amo!... 

— jHablas  de  Enrique? 

— jEstrana  preguata!  jA  qui^n  quiere  nsted  que  me  re- 
fiera  sine  es  a  4i? 

— Ya  lo  sabia;  jpero  c6mo  puedes  tii  afirmar  que^^l  te 
ama?  ^Te  lo  ha  dicbo  en  alguna  ocasion? 

— Jamas;  pero  estoi  segura,  segurfsima  de  ello.  jSe  ue- 
cesita  acaso  del  ajente  de  la  palabra  para  que  se  nos  revele 
el  afecto?  ^Podria  yo  sentir  como  siento  y  amar  comp  amo 
si  el  no  sintiera  y  amase  de  la  misma  manera?  gNo  exUte^ 
una  lei  misteriosa  pero  real  y  positiva  que  n6s  revela  el 
pensamiento?  ^Podria  yo  haber  derramado  mis  ligrimug 
sobre  sus  mejillas,  cuando  lo  tuve  moribundo  entre  mis  bra- 
zos/sin  que  esas  Ugrimas  hubiesen  llegado  a  su  corazon? 
Habria  yo  confandido  mi  aliento  con  su  alieuto,  pnesto  mW 
labios  sobre  sus  labios  ante  la  presencia  de  Dies  que  iroi^ 
contemplaba  y  que  sin  duda  alguna  aprobaba  mi  adcton, 
puesto  que  no  me  arrepiento  sino  que  me  regocijo  de  eUa, 
sin  que  nuestras  almas  se  hubieran  reclprocamaute  iqeen- 
diado  con  la  divina  llama  del  amor?  {Y  decir,  padre^mfoy 
y  pensar  que  debo  renunciar  para  siem^re  a  ^1  -  ^Gab^  oste 


ridad  de  que  se  hard!  *^  irKui 

ahora  me  dijeran:  contrariando  la  voWtiftlft  tte  ^A  iksd^fe^f^ 

que  tanto  amas,  rehusaria  y  rehasaria  sin   vacilar...  EsKtf,^ 
pues,  decidida  a  no  ver  mas  a  BWMja'fe?;«pfel4%a'?fcfei???S(^ 
M<!l4^^«eS|)ertiM;  aHi>^^^^  a 

mi  madre,  jm^^  ^  ff6  t*  fefe^^eftfrfc  'ik-^KkM?  om'Vi*'^ 

l(»^b^e«,  i|leV4ti^1a'c{>tmiei]ic$a'*  c^gft^\)dd  ^|^  (^^OMtt?- 
Mientras  qne-  ^Q- tfli^clia  id«^'-|t3£( m^  ^^mI^ fi#t2i^Mtid,^^dC 
qde  ittO  '•t*(M-k-^q^bl«i  0bt««^i}ar4i^  ift^os 

prt^akJaidii*b*4T^  dfe^xligtidtO'^^liof  y  l<o  qqe^iei^ik^'pat&afll) 
m«S' WiilJle  -toda^ii^^pj^va^Ja  dei^  af!>f^tDr&ilf  jlf«ai]^re^tt: 
q«ded'a&o,<  ^it/adi''de  :«ar;  oitriAo'^  pMqwtiide  4iikpi^lM(iti^> 
to  fei»toj  q«e  ahoiPa  pffftifA  4f\  y^fai^rirrf*  yo^'')»bHrA  ^l^y  iiid^ 
rir^  j^o;'p)gr(y  "bh 'H^^trn  "desgpaieii)  tfe^dr^oidsr^iddttad^^ 
de»  Imter |>€trtiiaBeqtdo'>  d{^i&os ''el  aho'fdelrotro^U^iUifQ^do  ^idt 
sefndiBfd  la  ind^ble  iiich|i  'da:  iktaberaoi  ^afcohtrado''  ^a'et 
mancd^  dp  Ix^berabs"  aai^dd  j^  de  .^uontlmiaF  m«iidfiKft6Di(>B.a8iii 

'-^Hijatm!a!/ADJql  xiiiol  iqm^Ti  ep^ek^a^  qqe  Aoche !tea1d)i[> 
en  isii.izidftiii&ini^mcrptar  de^magror^d^lBJip  yiddcimryer  laq^ 
gustia!  Ta  dolor  aumenta  ml  adcmraoioftv  f^xmniSMAaommi 
aamenta  mi  dolor:  porqae  n^iantras  mas  desgraciada  eres, 
mas  hermosa  y  grande  te  veo,  creci^ndo  en  proporcion  la 
iriktod  ooal  el  fiuMmi^iitD^lry:  el  anfrioiieifto  CiOiii.Uirviit^ 
Hs|a (mia^ •  es  bnqpodLMerqne ,no BA^ 
tiempQ,7aov]Bndr4.i^Ea|>Qfa'J'.vi\r^ioc^  ,:••:•:.  :'^»    3 


diqhoM,  3ipQ4o  privad|9.;  dc  mk  aBpirfcione^i  impodble. 
f^T^Yfi  jeremoi^  Ltiisa;  puede  ser  'que  todo  paada  armor 
nisarse. 

— Si,  sefior,  ya  yo  tenga  formadp  mi  plam  obedeoeri  a 
mi  madra,  y  jamiu^  U0|  jamas  tnucionard  a  Euriqoe;  ler^ 
aiempre  £e}  ^  eu  amor/   . 

— ^No  86  G6mo  pnede9  f^aarto  oon  use  y  ooneerTarte  para 

otro. 

fT^-Ufilfed  lo  BabrA  mat  taerde^ 

^^Esverdad,  ya  e&tiea^o:  abaadooariia  el  vfnoolo  delr 
coerpo,  conserv^ndo  iatactx^  el  vfDcalo  d^l  alma, 

— No,  seOor,  yo  no  hago  ^aaas  abstraeoionesi  yo  no  en-, 
tiendo  de  ^sas  sntilezas;  o.me  c^i  toda  eotera  o  qo  medio 
nunca:  el  que  ha  de  poeeer  mi  co^rpo^  poaeeri  mi  espfritn;^ 
y  el  qoe  poaea  mi  e0pirit%.  poteefi  mi  cqerpo... 

Eaia  caatidad.lleDa  de  ftauqMiata,  esta  yirjimdad  llena  de 
atrevimiento  probaba  la  pimzA  y  la  eleradion  de  esa  alma 
doade  no  halna  panetrado  la  aombra  de Hn  peniamiento  oar* 
nal...  Gaalqufiera  otra  en  igdal  caao  hubiera  uaado  de  rodeoSi 
4j9  mtioencias,  demediaa  palabraa,  poniendo  de  manifiesto  an 
malicia  por  el  faecbo  miamo  de  ooaltarla;  pero  Lniaa,  poaeida^ 
dil  aentimiento  de  digiiidad  qae  le  era  pecaliar  y  con  nn  co- 
liaeontan  pnro  como  el  de  nn  iojel)  comprendi6  en  el  acto 
tiodalaTabaardidad  de  eae  aofiama  que  el  mni^o  acepta  como 
una^rtiid,  oomo  nn  aacrifi(»o  del  qne  ae  haee  gala;  pero  en. 
la  delicadeza  de  Lnisa,  la  idea  de  qnerer  a  udo.  y  aer  de: 
ottroi  era.'una  p^atitnokMi  qae  no  aceptaifia  jamaayqne 
apenaa  ooncebia  qne  phdtera  darse  y  qne  hnbiera  nna;  «ola 
pevamiaKcapaa  de  efectaark.  t.        . 

!f  SI  aoliUrio,  cada  vez  maaiadmiFada^  ann  onando  conoda 
IbBi'feekLttmientoa.de  aqnell&ji^en,  marrebaba  comode'encin- 
to  en  encanto,  porqne  tanta  virtnd,  i}adtaa;bnegaeion,  tanto 
amorj  tai}t9'di^nidad'y  taii<  eipiritQal  delieadeaa  ck-eia  qne 


umfunmtmpm  iwnmuk  .     ITl 


no  podian  existir  rennidaa,  j  en  nn  grado  tan  promineBte, 
en  ttQfiolb  sen  pern  ibdra  no  podia  negarse  a  k  evidtoeia 
de  8H8  ojos  y  tenia  que  confesar  y  confesaba  con  gofito  qae 
jamat  habia  visto  en  el  mnndo  mnjer  mas  oamplida  y  que 
si  hnbiera  algana que  fnese  capaz  de  haoer  la  feUoidaddot 
nn  hombre  en  la  tierra,  ella  era  la  4nica.  » 

iQa^  edniacion,  qu^  temparamento,  qni  circunttanciaa 
tan  raras  y  ^escepcionales,  decia  entre  si  miamo,  deben  haber 
contiibuido,  deben  haberse  armonizado  para  formar  esta  no 
meno3  rara  escepeionlY  el  anciano  mientras  mas  pehsaba 
en  ello,  mas  sensible  le  era  que  e?ta  flor  faera  a  rnarohi- 
tarsa,  qae  estednjel  tayiera  que  pasar  por-todas  las  amar-^ 
garas  qae  aflijen  a  los  demas  y  qae  estas  faesen  todavia- 
para  ella  mas,  macho  mas,  cien  mil  veces  mas  acerbas, 
porque  a  medida  qae  la  senaibilidad  es  mayor  y  mas  eeqtii-> 
sita  y  refinada,  asi  son  las  impresiones;  y  era  faera  de  doda 
que  Luisa  safria  estraordinariamentei  snfria  oomo  nadi.e  po* 
diasufiiF. 

Lleno  de^estas  ideas^  hizo  tambien  el  firme  propiSsito  de 
salv^rla,  de  impedir-  ese  matrimonio,  de  poner  en  aceion 
toda  su  iDflaencia  de  amigo,  todo  su  prestijio  desabio,  toda 
sa  nscendientd  como  inseparable  compafiero  de  Eduardo,  de 
ed$  hombre  ai  qnien:  adoraba  dofia  Jaana,  por  quien  qiteria 
separarse  dehmondo  yjqu'e  era  el  padre  de  Luisa;  y  el  ian* 
ciano  dijo  a  ia  j67en  !qne  tenia  a  su  lado: 

— Recomendarte  el  valor,  es  iniitil:  lo  tienes  dema8iado;> 
loiini(^'i]uete  faltjEt  es  la  esperai^a  y  yo  te  la  doi:  yo  me 
toi  a  pofferen  Iach|i>  contra  lo  que  t&oonsideras  el  imposLt 
ble;  pero  dime  antes  el  nombre  del  marido^  qae  te  dani. 

— Creoen  8u  volantad,  conozeo  la  fuerza  de  su  persua- 
cion,  s4  el  poder  que  tiene  su  palabra  sobre  mi  mamita,-  s^ 
tambien ^cx^mo 'ella  obedeoe  y  sigue  ciegamente  kuQ  oonse- 
jos;  pero  en  este  caso  es  de  todo  panto  imposible;  ella  me 
ha  visto  desfallecer  y  n6  ha  cedido^  jcalcmle  usted;8i  poede 


n:^^<U!iafiii;^ltca  antes  deiobfan  nala'hagft  listed  dbrnmar 
xmx^iBoin.  Ugrima;  no  le*  manifi^ste  mi  e&ttdo;  qn%  no  sepa 
<m£(Btp  snfit),  porqnc'eatoi[sena.darld  an  goipe  de  mnerte 
dlpkisair  en  la'  dadgrkm  da  sa  hija;  ;y  f^lla  debe  vivir  aAu 
cuando  yo  perezca!  Ella  me  faa  dicho  que  tiene  comproaii- 
Eft^^de  kiSqoe  depende  mi.fortima  y  que  has^  la  honra  de 
ttkf|ldt^^ado3>  coma  lo^  de  etta  propia,  comola-de  mia  per- 
soaa  ii'^uieo  amamucho'eii  elmnndo,  dbpende  de  ffste  enlace^ 
*  l^jY  te  ha  esplicado  la  eansa  de  todo  eato? 
''  -^No;  me  ha  dicho  qae  es  na  imiatierio  que  no  debo  saber 
y queojaU  no  sapiiera.  nuoca;  y  osted  eoneibe  que  no  he 
insistido  sobre  eate  paato-  y^qae  nd^quiere  insisiir  jamas. 
.  .<^4^jBdro^andl  es  e\.  nombre  cje  esa  persona  a  quien  eat&' 
ligi^do  tanto  misterio?  De  ese  eeposo  a  quien  te  dedtcan? 
ItlHt-Grolfermo  de.... 
•  rf-ql^nillermo  deL;;^jGrtnllermo  de...  has  dicho? 

Y  la  fisonomia  del  anciano  se  descompnso  dandoalgunos 
pdsas^ffllLmsopaio  si  aqael'  nombre  tu^iera  algo.dre  terrible, 
aigb  deie^pantoso,  oomo  si  aquel  nombre  eroxsaraun  espec- 
tm^4^^^  ^^^^^^^  apareoido  repeatinameBte, 
-  •  jGuiilerino  de...  GoiUermo  de...  repilii6  por  tres  veceseon 
TOiptemblorosa;  y  acerc^ndoso  ndeTaniente  a  Luisa,  le  dijo 
mni  bajp;como  para  ser:oido  de  ella  solamente: 

— jlmposible! ,.  Te  han  engaftlEido.  J  iGuillermo  de.^  no 
ezistb. 

:  -r-^jNd  exiate!  volvi6.a  decir  Laisa.  ^Y  c6mo  es.que  no 
exisle^  baando  solo  anoche  he  estado  ooi);^l  y  oon.an  ^di)9^ 
poco.imtesique  ustedUegara. 

^*-^]Con  WL  madre!  ^Y  como  se  jlama  su  madrel 

-T^Dofia  Porfira  de...    ' 

{DonajPorfifai.fil  inisnio nomi:)re,  dijo  eL anciAiio ihablan- 
doi  ccMsigd  misipo  y  1  a^o  afiadidc 
:)i>€^*i|YiqB/6  edaditiene  ese  hombife? 

— Es  mni  joven  aun,  tendrd  nnos  vinticuafcrA^o  iFfin,^^* 


/ 


Mft.  fVVKD.  •  ITS 


que  00  exintfil  .  '     '*  :•       -^       ..')   al      jp  »••**»{ 

— ^No  k)  coQ09do^  yja  mta,  r^spoddi^  tristeoMD^ensl 'Soli- 
tario;  la  semejansi  4e  nombres^ma  ^Dga£E6.      ^  -r    v: 

T  el  anciaao  baj6  la  cabesb  y  oetv6  lis  ojas  eohio  im 
hombre  que  odeclita  profaadamente,  haciendo  abstraccion 
de  cqaato  le'rodea.  Laego  volvi^dose  bdroia  Lnisa,  1^  piifS- 
guBt6:  •  •    •'  / 

-^Han  ex^stido  Biempte  relacioiiea  de  amisCad  eoftre  dofia 
Jaana  7  esa  eeQora? 

— Antes  se  veian  mai  de  tarde  ea  tarde,  pero  se  eooori- 
traban  oasi  eieoo^pre  en  las  tertoiias' trat&Qdt)3e  con  urbaai- 
dad;  y  hace  coidI>  dos  afios  a  esta  parte  que  se  haa  yisitado 
con  mas  frecuenoia  y  al  parecer  con  mail  iotimidad,  'lia^fa 

que  Mtimamente,  dtiraute  la  enferm^edad  de  ^i  mamitai^esti 
viniendo  diarian^ente  con  sa  bijo,  tenienda  de  ai»^fydo  en 
coando  largas  conferencias  a  solas.  .         •} 

—  jY  has  hablado  eti  algunas  ocasiones  con  esjeiijc^W^B? 

— Machfsimas  y  en  la  aetnalidad  todas  laanoches^gfie-ha* 
ee  compania  papticularmentie  caandomi  toamita  ae  eflttcetie* 
ne  con  la  de  ^1.  '.  r  ;  i  .  ;io'> 

— ^Qq^  cjase  de  j6ven  es  ese?  iCa^les  son  9Qft  dostum]^Qe^ 

— Las  ignore;  jamas  me  l^e  ocppado  de  avetrignar  m  ftdd. 
£1  es  mai  amable  en  sociedad,  de  modales  diaiingaidos)  pa- 
rece  que  es  el  dandy  mas  a  ]^  p^da,  peFp,3roibe^pfe(runen- 
tado  por  ese  joven  no  ^6  q\x6  eapecie  de  a«Utipatia  Clft  que  HO 
be  podido  darme  cnenta^  porq^ie  nonoa  me  h^*  filll^dp  en  lo 
menor.  '•',(,•  •  'v! 

El  aides  misterioBOS,  leyes  ocujitas,  riiagnetiaiaasllbconi- 
prensibles,:  gaces  de  las  alo^i^  que^^abrenbdAn  jfti^iT'en  la 
tierra  [c6mo  vemas  palpabWmentQ  sn^  efeele^I;  «Hi]?ittiir4iti 
anciano  entre  dieutessin  que  Laisa  pndiepa  CQn)pr6fi4e^^ 
que  decia  ni  adiyiQar  Ip  qne  ppr  .Bi;i  m^nt^  plsa^a«  .  ] — 

£1  solitario  se  referia  sin  dada  algana  aLe^Qtivnfgpti&id^ 

repulsion .  gm  Lwm  ^^p^^p^w^sS^^^j^ 


174 

nitnto  innato)  sentimiento  itmoiiVado  p6P'ptMi  d^t^j^'v^, 
pero  que  sin  dada  provenia  de  esas  leyes  ^idfiscB/dfe'^ste 
emabaeioiitt  o  gaces  de  ias  almieis  qvt^  BOhteU&Asai  mh.  tie- 
rra  aun  despoes  de  haber  desaparecido  ios  cae^pod  ia  qoie- 
nes  ellas  aBimaban,  segna  decia  el  anckno,'^  paes't^ii&s^po- 
drdnegarqae  los  afectoa- y  las  pasione^  sobrevivfen  a  Ids 
que  las  ban-  esperimentado,  asi  como  s^bre^iy^n  las  ideas 
que  se  estienden  por  los  continentes  y  que  se  infiltt*an  en 
cada  existeucia,  siguiendo  la  marcha  progresiVA  de  las  jene- 
raciones,  sin  jamas  estinguirse!  QaizA  de  aqut  ^rovierien  I013 
ifiBtintos  que  son  tambien  un  impenetrable  mistef  16,  como  lo 
9a  cuanto  nos  rodea  y  hasta  nosotros  pata  nosotros'mistnos. 

— Si  esa  sefiora  y  ese  joveuj  continud  el  anciano  despues 
de  su  pequefia  pausa,  vienen  hoi  y  por  casualidad  me  en- 
cnentro  con  ellos,  no  me  llames  por  mi  propio  notnbre. 

-*^^Oonoce  usted  a  esas  personas?  repiti6  Luisa  eon'  insis- 
tencia. 

— 8f^  hija  mia,  a  una  de  ellas. 

_  •  » 

— ^Y  ellas  lo  conocen  a  usted? 

— -Talvez  la  madr^  puede  conservar  algun  recuerdo;  pero 
como  th  sabes,  ya  yo  he  dejado  de  existir  para  la  sooiedad, 
ya  yo  eatoi  muerto  para  el  mundo,  y  el  cotonel  Toribio  de 
•6azman  estd  hace  mucho  tiempo  cubiert6  -con  el  polvo  del 
eterno  ol  vido. 

-*-^abe  usted,  seftor,  que  me  ha  estrafiado  mucho  su  sii- 
bita  mndanza!  Aqui  hai  algun  misterio. 

•i-Lo  hai,  Luisa;  pero  ya  que  it  madre  Ho  quJete' revel  St^- 
telo,  yo  estoi  en  el  deber  de  callar. 

-^Y  yo  respeto  los  escrlipulos  de  ambos.  * 

-  i-^Ptiedo  decirte  uita  dosa,  y  es  que  el  enlace  ptoyectado 
tt^  desagrada  ahora  mas  que  nunca  y  si  est^  en  mi  podet 
^pi^darjkm  nada. 

— Pero  ya  he  anticiipado  a  usted  la  condicibri: '  sin  dis^us- 
tar  a  mi  madra  ■■       '^  • 

'  j^Acepto  con  gusto  dsta  eondidon,  f^htb  rtsd  cuanto  tj^ue 


Ml  ttOBMSai  »IL  WUMBUk 


ih 


do  otra  manera  oorreria  pellgro;  ana  oontradiccion  coal- 
qaiera,  sa  pesar,  la  idea  de  hacerte  desgraciada,  la  lucha 
qae  se  estableceria  entre  sa  carino  y  lo  que  ella  considera 
8a  obligacion,  podria  tener  fatales  consecaencias:  ya  yes 
qae  tengQ  necesid^d/df^^^i^^td^QJto; j{^;q  sin  hacerme  esa 
prevencioQ  yo  estaba  rteaeho  a  segair  el  mismo  sistema. 

En  esos  momentos  vino  Ceferina  a  interrampirlos,  dicien- 
do  qae  la  sefiora  llamaba  al  sefior  de  Guzoian. 

— Eat^  biea;  vol  en  el  acto,  pero  repito  mi  eneargo:  qae 
no  se  me  Uame  por  mi  n  ombre  delante  de  nadie,  partica- 
larmente  en  presencia  de  las  personas  qae  hemes  mencio- 


nado. 


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J. 


Mafpiinonio  jpro^ectado. 


I. 


1    * 


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Dofia  Jaana  tenia  necesidad  de  hablar  con  el  solitado, 
queria  confiarle  sas  proyectos  y  qae  faeran  sancionados  con 
sn  aprobacioD,  porqne  si  biea  ella  estaba  persaadida  qne 
obraba  del  modo  mas  conveniente  para  lo3  iatereses  de  Lai- 
sa  y  de  so  fatniliai  le  era  mai  agradable  qae  el  anciaoo  fae- 
ra  de  sn  misma  opinion,  porqne  esto  era  nna  prneba  ine- 
qnivoca  de  qne  todo  marcharia  con  aclerto,  y  asi  abri6  la 
conyersacion  dici^ndole: 

— listed  sabe,  mi  ;!preciado  amigo,  qne  nosotros  no  tene- 
mo3  ni  hemos  tenido  jamas  secreto  para  nsted,  a  tal  pnnto 
qne  nsted  es  poseedor  mas  qne  ningano,  mas  qne  yo  misma 
talvez,  de  todos  los  acontecimientos  sacedidos  en  nnestra 
casa  qne  ha  sido  la  snya  y  continnard  siendolo  toda  la  vida. 

EI  solitario  hizo  nna  sefial  de  asentimiento  y  agnardo  qne 
la  sefiora  contionara. 

— ^Ya  dije  a  nsted  anoche  la  opinion  de  los  medicos  res- 
pecto  a  mi,  opinion  qne  estd  en  conformidad  con  lo  qne  yo 
pienso  y  qne  talvez  no  difiere  de  la  snya.  En  esta  estremada 
eitnacion  es  mni  natnral  qne  piense  en  el  establecimiento 
de  mi  hija  y  ann  lo  habia  pensado  ya  de  antemano  por 
motivos  qne  le  revelard  a  nsted  mas  tarde  y  de  los  cnales 
tiene  nsted  algan  conocimiento* 

£1  anciano  volvid  a  hacer  nn  movimiento  igaal  al  ante- 
rior y  dofia  J  nana  pro6igni6: 


— Pl^nso,  pnes,  casar  a  mi  hija,  ly  con  qaiin  cree  toteS 

— Ya  roe  lo  habia  dtcho  Lnisa, 

— T»nto  mejor  que  se  haya  anticipado^porque  me  alfoitk 
algnn  trab^^ja  Ahora  bien,  amfgo  mlo;  nada  me  estra&arili 
que  u-ted  desjipiobase  e6te  Enlace. 

-*-Tiene  usted  an  jasto  motivo  parapensar  asi  ** 

— No  se  me  ocultaba,  Grazman,  que  uated  se  op6ndria:erfi 
lo8  horabt'es'  lo3  resentimientos  nunoa  se  borran;  pefo  creo 
que  una  vez  que  yo  le  €spouga  n^is  motivOs,  serd  usted  d6 
mi  misma  opinion. 

— Sin  contrariarla  y  deseando  verdaderamente  que  ^std- 
mos  en  todo  de  acuerdo,  dudo  mucho  que  usted  me  prft- 
suada.  '    !' 

— Si  us^ted  Fe  digna  oirme,  lo  espero.  '    » 

— Ejsciicho  con  mucha  atencion,  pues  tengo  en  "ello  mti- 
cho  interes.  ' ' 

— Usted  sabe  que  mi  hermana  la  mpnja  dej6  uri  testA- 
mento  en  favor  dfl  padre  del'j6ven  que  se  casari  con  Luida 
y  que  la  fort  una  que  poseemos  es  puramente  usufructuafia, 
salvo  algiinas  cosas  que  he  podido  adquirir  con  mis  econof- 
mia?.        '  /.  .     \-  I  u 

— S6,  ^eflora,  que  bai  algo  de  eso;  pero  me  parece  'qtt& 
una  cuestion  de  iuteres  pecuniario'  no  es  un  motrvo  de'b^- 
tante  e.^cusa  para  dar  ^1  paso  que  usted  piensa.;  ' '  '* 

■^No  es,  amigo,  mio,  simplemente  una  cuestion  de  inte'^ 
res  pecuniario  1  i  que  me  obliga,  sino  una  cuestion  de  ho- 
nor personal  sobre  la  que  le  hablar^  en  deguida;  ;^ue^  yi 
que  trataraos  de  la  fortuna,  debo  advertirle  que  no  entfa 
por  poco  en  inis  cdlculos,  pOifque  hoi  dia  no  se  mira  corni 
una  cosa  de  seguriia  6rden,  sino  de  vida  o  muerte,  de  uri 
iritere^  i^eattnente"  capital;  pero  dado  caso  que  no  fueri  este 
m6vil  el  que  me  hlciese'obrar  (y  se  lo  puedo  asegurarque 
no  eritra  del  todo  en  mis  desigaios,  sino  que  en  realidacl, 
me  es  mui  secundario)  siempre  debo  tener  en .  vista'  que 
Xuisa  est£  adostuoibrada'a  la  riqUeza  y  ^ue  su^hdbitos,  su 

fOKO  IT,  1% 


nuwa  de  ser,,  s\i9  teodeacias  uo  se  amoldarian  jamas  a  nn 
eatado  de  mediocridad  j  iqeaos  de  pobreza,  paes  anfriria 
j)v(>Frf^lemei\te;  y  ^sto,  mdepeDdiente  que  por  el  rapgo  en 
que  ha-  Dacido,  qi^e  por.  la  spcia^ad  a  qae  pertenece,  que 
por  el  papel  que  est^  llamada  a  representar  en  el  gran  mun- 
do,  necesita  de  todp  ese  desahogo,  de  todas  esaa  comodida- 
des  que  son  indispensables  para  mantenerse  en  su  puesto, 
y  mas  in  dispensable  4  todavia  a  una  ni&a  como  Luisa,  que 
.tienjpi  gustos  tan  refiaados  y  una  especie  de  sibaritismo  en 
el  goce,  que  ama  la  hermosura,  a  quien  le  agrada  rodearde 
de  ^bj^tos  de  arte  j  todo  cuanto  hai  de  bello  j  de  delicado 
en  las  obraa  de  la  qatnraleza  y  en  las  obras  del  hoinbre, 
que  ama  lo  que  es  eseocialmente  portico  como  lo  es  ella, 
que  no  puede  vivir  aino  en  medio  de  cierta  atmdsfera  mis- 
teriosa  y  di^f^a^  perfumada  y  a^rea  como  lo  es  sn  cuerpo, 
como  lo  es  su  alma,  coino  lo  son  sas  inclinacione?,  como  lo 
son  sus  afectos,  como  >Dios  ,1a  ha  hecho,  en  una  palabra;  y 
usted  camprender^,  querido  Guzman,  qwe  para  conservarle 
todo  esta,  que  para  qae  conserve  esta  existencia,  que  para 
que  i^o  se  pierda  el  aroma  de  esta  bella  flor,  se  necesita  de 
la  riqueza  que  da  iodependencia,  que  da  consideraciones, 
que  prpporciona  goces  de  todo  j^nero,  que  permite  ejercer 
|a  can 4^  que  ensahcba  ej  poder  de  nuestra  voluntad,  que 
maritiene  la  enerjia-  en  el  cardcter,  que  aleja  la  timidez,  la 
,eortedad,  el  apocamiento  del  espiritu,  que  realza  las  cuali- 
dades  y  en^pubre  loa  defectoSf-qne  nos  idealiza,  en  una  pala- 
bra; en  tantp,  mi  querido  araigo,  que  la  pcbreza  destruiria 
todo  ese  encanto,,  privaria  a  Luisa  de  ese  perfume  que  ella 
necesita  aspirar,  barreria  couesa  aureola  en  que  ella  nece* 
sita  vivir,  la  privaria  de  la  independeocia  sin  la  que  el  a  no 
puede  estar,^  desterraria  la  belleza,  la  poesia,  la  caridad  que 
constituyen  la  esencia  de  su  ser  y  que  sou  su  principal  ocu- 
pacion,  su  principal  goce,  su  principal  enoanto,  y  materia* 
lizdndola  asf^  la  mataria;  porque  la  pobreza  apoca  el  espiri- 
tu!  auoQC^dft  laa  facultades,  reatrioje  la  iatelijencia,  avasalU 


IM  ttMttifos  %A  prainib,  ltd 

el  car&cter,  limita  las  aspiraciones,  embota  lo3  sentidos;  y 
as!  como  Uega  hasta  el  panto  do  afeary  de  degradar  al  alma, 
degrada  y  afea  tambien  el  caerpo.  Y  yo  deseo  que  mi  Lai- 
sa  no  Ilegae  jamas  a  ase  estado. 

— Veo,  seQora,  re8pondi6  con  calma  el  solitario  y  medio 
sonri^ndose,  que  asted  da  mas  importancia  a  la  fortana  qae 
lo  qae  acababa  de  decirme,  porqae  me  ha  pintado  todos  los 
goces,  todas  las  comodidades  qae  ella  proporciona  con  pin- 
cekdas  llenas  de  an  brillante  colorido  y  dignas  del  mismo 
Epicuro.  jPero  a  qa6  estado  tan  triste  y  tan  degradante 
deja  nsted  redacida  a  la  gran  mayoria  de  la  especiet  Si  solo 
sp  padiera  peosar,  elevarse,  gozar,  ser  libre,  vivir  por  la 
riqueza,  jqu^  seria  del  resto  de  la  hnmanidad!  QaS  seria  de 
los  pobreb!  ^Confiese  al  menos^  seQora,  qae  esas  ideas,  bala- 
guefias  para  los  podero^os,  son  mni  desconsoladoras  para  los 
desvalidos  y  mai  injasta  para  la  Provideacia  Divioa;  pero 
afortanadamente  no  son  mas  qae  opiniones  estraviada^  pro- 
venidas  de  oaestras  peqaefieces,  de  nuestras  preQcapacioaes 
y  de  naestras  misems,  qae  no  pueden  perturbar  el  eqaili-* 
brio  del  mando,  qae  no  paedea  desmeatir  la  misericordia, 
<  jastiQia  y  sabidaria  de  Dios  qae  ha  formado  el  hombre  para 
qae  goce  de  sua  beneficios  y  se  eleve  hasta  El,  caalqaiera 
que  sea  sa  condicioD,  sa  estado,  sa  fortana;  porqae  el  pen- 
samieato,  la  intelijencia,  la  virtad,  la  poesia,  el  jenio,  el  pla- 
ce(*,  el  goce,  la  dicha,  no  son  el  patrimonio  de  nads,  sino  el 
patrimouio  de  todos:  el  hombre  paede  ser  feliz,  grande,  ele- 
vi^do,  espi ritual,  portico,  sablime,  si  se  qaiere,  en  la  pobreza, 
porqae  esos  dones  del  Altlsimo  vienen  desde  mai  arriba  y 
no  Son  la  propiedad  de  tales  o  caales  individabs,  ni  el  pri* 
Vilejio  esclasivo  de  la  fortana,  si  bien  en  naestro  actaal  es* 
tadp  de  cosas,  ella  en  parte  los  facilita;  pero  dejando 
estas  jeneralidades  para  concretarme  a  Laisi,  vol  a  permitir* 
ipe  rebatir  sas  opiniones  por  el  inheres  qae  tengo  en  la  fe-^ 
licidad  de  usted  y  de  su  adorable  hija. 

~  •--Xalvez  me  eij^aivooo,  Quztaan,  pero  oq  he  t^nido  la 


160  WB  fOCKOSOB  DIL  PUXBLO» 

menor  intencion,  se  lo  aseguro,  eri  ofender.a  Dios  6on  mis 
ideas  y  en  querer  dafiar  a  mi  pi6jimo, 

— Conozco  8u  corazon,  amlga  mia;  s^  que  e3  nil  tesoro  de 
bondad,  de  l^exiefixjencia,  do  amor;  b4  la  pureza  de  sus  costnrn- 
bres,  B61a  fanlidhd  desu  \)da,  larelijirisidad  de  sus  pensa* 
mientos  para  qiie  llegase  algun'a  vez^a  figufarme,  ni  agn  por 
nn  instante,  que  hubiera  pasado'por  su  mente  un  mal  prop6- 
sito.  Loque  veo  solaojente  e3  uti  p:»queao  estravip,  un  pe- 
quefio  error  que  nace  no  de  usted,  sine  de  la  soeiedad  en 
que  ha  vivido  y  que  no  es  vituperable,  porque  tiene  un 
buen  fin.  ;  ' 

.  -T-AcouMjenae,  guieme,  Guzman,  esto  es  lo  que  necesitb, 
Bobre  todo  en  mia  61tinao3  dias  en  lo3  que  debo  purificarme 
cuanto  me  spa, post ble  para  comparecer  ante  Dios  y  juntair-, 
me  con  mi.  Eduardo. 

IL 

.  DoBa  Juana  esperfmentd  una  especie  de  fatiga  al  coil- 
cluir  sa  frase.  La  cohversacion  se  habia  prolongado  dema- 
siado  y  solo  tuvo  dnirao  para  decir: 

— Me  sieuto  debil,  Guzman;  icomo  no  sea  esto  lo  tlltimo! 
En  todo  caso  usted  es  mi  albacea  y  dispondri  de...  Un  des- 
yacecimiento  momentfiheo  de  cabrza  le  cort6  la  palabra^ 

El  8  Jitario  se.  al  rm6,  pero  no  toc6  la  campanilla  para 
que  viniese  jente,  por  temor  de  asustar  a  Luisa,  lo  que  coti- 
fiideraba  mui  peligroso,  sirio  que  la  socorri6  solo  y  tomin- 
dole  el  puiso  conoci6  que  no  era  otra  cosa  que  un  lijero  des- 
;inayo,  precursor,  sin  duJa  del  desmayo  eterrio,  pero  de 
nitJguna  consecuencia  por  el  momento,  pues  haoi6ndole  oler 
jun  poco  de  sales  la  volvio  eh  sf  en  el  acto  y  volvi6ndole  a 
dar  esas  crotas  de  &u  elixir  la  entoh6  considerablemente. 

— Hacen  bien  1  s  inguilinos  de  la  hacienda,  mi  querido 
amigo,  continu6  doBa  Juana,  con  to  no  alegre,  una  vez  re- 
cuperada,  en  llaraarlo  a  usted  brujo,  porque  U3ted  obra  pro- 
dijibs  en  el  cuerpo  y-  en  el  espfritu:  ayer  con  esas  gotaa  he 


llOB  01GESIO8  DIL  FUULO.  181 

.»  ■  I  .  •     . 

ppsf^do  la  mejor  noche  y  ahora  me  vaelven  a  la  vida  y  me 
dan  fuerza  como  por  eocaato.  jHa  encontrado  ustod  pbr 
casuaUdad  aquella  redoma  mfsteriosa  que  coDteaia  el  Ifqai* 
do  que  preaervaba  de  la  muerte,  deque  tantas  veces  liabiA 
nsted  como  yo  oido  hablar  en  eaos  cuentos  que  hacen  las 
deliciaa  de  lea  niSos? 

—  OjaU,  stCora,  la  Lubiera  encontrado;  y  no  crea  usted 
qae  be  dejado  de  ba^'carla,  lisonjeandome  con  la  quimera 
d<^  hallarla  algun  dia,  porque  tenia  a  la  vista  este  misterio- 
so  Hquido  coyos  efectoa  son  real  men  te  proJijiosos,  pero  que 
alcanzan  tan  alld  en  sua  felices  reaultadQa  oomo  loa  de  la 
encantada  redoma. 

— Pero  en  fin,  uated  ha  descubierto  un  remodio  porteii- 
toso. 

— Yo  lo  he  hallado,  sefiora,  no  lo  he  descubierto;  y  por 
mas  que  lo  he  sometido  a  un  prolijo  andlisis  q-.i.inico  des- 
componidndolo,  me  ha  sido  imposiblo  conibinar  las  sustan* 
cias  p  hallar  los  irgredientes  de  que  se  forma:  es  uno  de 
aquellos  secretes  que  han  desaparecido  con  el  individuoque 
lo  poseia  quedanHo  envueltos  en  el  qaisterio. 

— Sabe  usted,  Guzman,  que  a  pesar  del  intere^  que  ten- 
go  en  continuar  nnestra.conversacion  interrumpida  por  ese 
lijero  accidente,'ha  picado  mi  curibsidad.  lo  que  usted  me 
dice,  a  tal  punto  que  desearfa  saber  c^mo  ha  llegado  a  sua 
manos  esc  tesoro:  usted  es  el  homl^re  de  los  prodijios,  Guz- 
man, y  qnien  sabe  si  usted  .mismo  net  lo  eg;  estoi  y^'.por 
adherirme  a  \\  opiqion  de  nuesthos  sencillos  campesinos. 

— 'Satibfar^  sti  curiosidad  brevemerite.  Itecuerda  usted 
que  no  hace  mucho  tiempo,  en  un  paseo  qu.e  hicimos  con 
Luisa  y  Enrique  al.volcan  estinguido  que  e.std  en  imp  de 
los  pas  elevados  picos  de  una  de  las  mqnta&asde  la  hacien- 
da, recuerda  usted  qu,3  se  habl6  de  i^na  m6mU  qile  aVH 
cxistia  y  que  usted  queria  ver?  * 

— Perfectameute. 
—Plies  bien,  seSora,  yo,liabia  descubierto  esa  m6mia  ha- 


183  um  srauHNM  job,  nwoM. 

cia  mncbos  afios  y  mi  admiracion  y  mi  cariosidad  me  inda- 
jeron  a  rejistrar  todo  cuanto  alii  existia  y  a  exarainar  pro- 
lijameDte  aqnel  caddver  discecado,  encontrando  pendiente 
colgado  a  su  caello  este  mismo  frasco  que  yo  Ue.o  siempre 
conmigo  del  mUmo  modo  que  lo  llevaba  la  m6mia,  y  que 
oontenia  este  licor  en  mas  cantidad  que  abora,  porque  he 
becho  algun  uso  de  6\  en  mis  esperimento^  y  en  algunos 
casos  estremos  en  que  me  be]  visto  obligado  a  emplearlo, 
pues  lo  economizo  como  mi  mas  granile  tesoro,  porque  la 
esperiencia  me  ba  demostrado  que  prolonga  la  vida  basta 
donde  lo  permite  la  naturaleza^  baciendo  que  muera  el  en- 
fermo  sin  angustia,  casi  sin  agonia. 

— jEs  posible! 

— Si,  seBora,  y  vine  a  conocer  su  efecto  por  esperiphcia 
propia,  del  modo  siguiente:  Creyendo  que  este  licor  sefia 
alguna  bebida  embriagadora  del  uso  del  indio,  jla  destap^ 
y  oli  con  precaucion,  en  segnida  la  acerqu^  a  mis  labios  y 
puse  en  mi  lengua  una  pequeQa  ddsia,  como  la  de  una  cu- 
cbaradita  de  t^,  que  tomd  sin  repngnancia,  porque  no  tenia.. 
mal  gusto.  Poco  rato  despues  sentl  una  fuerte  traspiracron 
en  todo  mi  cuerpo  y  una  especie  de  embriaguez  que  sin  ha- 
cerme  perder  la  razon  me  adormecia  dulcemente,  casi  po- 
dria  decirlo,  deliciosamente.  A  pe^ar  de  este  sopor,  que  no 
perturbaba  mis  sentidos,  conoci  que  no  era  ya  un  licor  el 
que  babia  bebido  sino  algun  bre7aje  que  talvez  me  iba  a 
dar  la  inuerte  dejdudome  en  el  mismo  estido  que  la  momia, 
y  le  conSeso  a  usted  la  verdad,  tuve  miedo;  peco  el  adorme- 
cimiento  seguia  gradualmeate  basta  que  ya  no  tuve  concien- 
cia  de  mi  ser.  Yo  nosS  cudnto  tiempa  pernoianeceria  en  es^ 
estado,  pero  lo  cierto  del  caso  es  que  fui  dispertando  poco 
a  poco  y  que  al  fin  desaparecid  cooap-etameute  aquet  ador- 
mecimiento  y  pude  levantarme  con  la  cabeza  tan  fresca  y 
tan  Serena,  con  la  imajinacion  tan  viva  como  si  no  bubiera 
becho  otra  cosa  que  dormir  el  mas  apacible  sueQo,  qpn  la 
diferencia  que  caando  tom6  aquellas  gotas  eran  las  doce  del 


IM  nOUHMI  BB  PinBUV  IBS 

dia,  paes  acababa  de  dar  cuerda  a  mi  relojf  y  cuando  dis^ 
pert^  estaba  ya  el  sol  en  su  oca^o,  lo  qae  hie  hizo  presumir 
al  principio  qae  mi  letargp  habia  darado  como  anas  seit 
horag;  pero  cnando  ech^  mano  a  mi  reloj;  para  oemorarme 
con  exactitud  del  tiempo  transcurrido  vi  con  sorpresa  qu^ 
86  hallaba  parado,  16  cnal  me  hizo  presumir  que  e^  suefio 
habia  side  mas  prolongado,  y  para  ceroior^i»me  di  nueva- 
mente  caerda  al  reloj  viendoque  no  se  habia  parado  pQr:Un. 
accidente  o  por  defecto  de  la  mA'pina  sino  porque  estab?i^ 
realmente  en  otro  dia,  conveocrdudooieeQaipletadieiite  por 
pregnnta  que  hi<?e  a  loa  campesinos. 

De^^de  ese  moraento,  seftora^  gaardd  este  eU^cir  oomo  un 
verdadero  tesoro  y  por  el  ensayo  que  hice  despues  eo  anir 
males  y  aun  en  hombre^,  he  aprendido  a  aplioarlo  86gun  el 
caso,  oonsistiendo  la  diferencia  de  sus  efeotos  en  la  cantidad 
Buministrada:  h^  aquf,  seQora,  la  hiatoria  natural  y  sencilla 
de  este  milagroso  remerlio^  en  cuyo  deScnbrimlento  he  gas- 
tado  gran  parte  de  mis  Altimos  afioa  sin  pod^^r  fdibricar  uno 
igual;  y  e^sta  contracoion  constante  me  ha  hechp  adquiriri 
prdctica  y  oientificaraetite  algunoi  eouocimiftfttos  en  qaf  mi- 
ca, en  flsica,  en  bo  tunica,  en  ineralojia,  hasta  el  pun  to  que* 
he  llegado  a  obtener  resultados  desconocidos  tpdavia  y  que 
acopio  prolijamente  para  que  sirvan  a  mis  semejantes. 

— Lo  que  usted.  me  dice  es  pro  lijiaso;  es  como  unp  d^ 
esos  caentos  de  Laa  mil  y  una  nochea^ 

— Y  sin  embargo,  seflora,  uste.d  ha  visto  los  ^tensilioa 
que  usaba  ese  salraje  cieatifico,  asa  iadio  cat6Ueo^  puesto 
que  tenia  en  su  grata  la  Imito^cwi  d^,  VrUtQt,^  ese  guerrjera 
ind6mito,  pueato  que  conservaba  su  carcas,  su  arco,  sns  fle- 
chas,  a  la  vez  que  una  hermwa  y  cortante  espada  toledana.  > 

— De  veras,  Guzman,  y  tambien  Luisa  y  Sariqujs  han  vis- 
to y  admirado  esa  m6mia.  . 

— A  qaien  yo  respeto  y  reverencio,  sefioraj  ..pprqueej 
esplritu  que  ocup6  ese  cuerpo  debio  aer  un  grande  esplritu, 
pues  61  me  ha  proporcioaado  y  m?  ba  k^oho  adqpirir,  por 


el  esto^o  que  me  lie  risto  obligado  a  enaprender  para  lie- 
g«r  hasta  donde  ^1,  los  medios  de  aliviar  y  de  ser  ixiXl  ^n 
parte  a  mia  semejaDteei. 

— De  manera,  amigo  mio,  que  nsted  va  a  gastar  conmigo 
una  parte  de  ea  tesoro. 

— Todo  &i  es  necesario,  sefiora;  pues  dando  can  ^usto  mi 
vida  por  saUarla,  ]c6mo  no  habia  de  dar  mi  redoma!  Y  sia 
embargo,  cada  gota  de  ella  tiene  para  mi  mas  valor  que  el- 
mas  grueso  brillante. 

—  Gracia^f  Oazman,  eepero  que  uated  no  laconsuma  com- 
pletamente;  y  dofia  Juana  con  esa  familiaridad  noble,  sen- 
Ua  y  digna  que  distingue  a  la  gran  s^fiora.  ae  npoderd  de 
una  de  las  manos  del  solitario  que  e9trecb6  entre  las  suyas 
sUavetncnte,  de  la  misma  manera  quese  hublera  ftpodera:do 
de  la  mano  de  su  qnerido  Eduardo,  dici^ndole  en  seguivSa: 
'  ^-*^Pero  a  peear  de  lo  milagroso  de  su  medieamento,  ^1 
no  puede  dar  la  vida? 

<  — Xo  hai  nada;  seflora,  que  pueda  contrariar  las  leyes  de 
la  naturah'za.  La  vida,  como  la  muerte  son  mi^terio!S  impe- 
netrable^t,  proeeden  de  causas  desconocdas  y  nosalKJinossi 
lo  l3no  es  lo  otro  o  si  ambas  no  son  mas  que  una  uiisma  e 
id^Dtica  cosa. 

— Lo  que  quiere  decir  que  usted  no  sabe  si  la  vida  es: 
muerte  o  la  muerte  es  vida. 

— Jastamente,  sefiora:  yo  veo  en  todo  y  por  tado  una 
ti^ailsfbrAiacion  constante. 

'  — jLos  fil68ofob!  Los  fildsofosl  No  tienen  mas  que  Ja  duda^ 
H  itifiertidumbre,  el  caos,  la  nada. 

9 

.  ■■  .        ;  III. 

m 

m 

Un  gblpe  suave  en  la  puerta  del  dorrai tori o  se  dej6  oiry 
la  sefiora  dijo,  coruode  co&tumbre:  2qu($hai?«^Qaiea^8i  Tase 
fasted  adelante. 

Dofia  Juana  suponia  que  debian  ser  personam  de  confiahza« 
Polla  Porfira  apareoi6  acompafiada  de  Bu  hijo. 


tot  maxim  ix^  ?9Xn.o.  \8S 


El  solitario  recoBoci6  en  el  acto  a  la  esposa  dd  hombre 
que  habia  causado  la  desgracia  de  EJaardo  y  aqaua  61 
babia  nauerto  eu  leal  combate;  porque  dofia  Purfirata  pesar 
del  trascur$o  de  los  aflos,  conser^ab.^  aua  pierta  frescora  eo, 
BUS  atractiyos  de  otro  tierapo,  atractivo^  que  por  medio  del 
cuidado  y  de  las  comodidades  dc  la  yidai  nose  habian  mar* 
chitado  en  t\  grado  que  debia  esperarse.  Pof  otra  parte,  la 
fisonomia  del  hijo,  su  estatura,  sus  modaleSt  etp./erao  qom* 
pletamente  id^oticoa  a  los  del  padre;  asi  es  que  era  ic^rpoai- 
ble  equivocaise. 

El  aojitario,  con  esa  galanteria  del  hombre  de  soqi^dad 
que  jamas  se  olvida,  aun  cuando  se  haya  perraaneoido  por 
mucho  tiempo  ajeno  a  ella,  con  esa  galant-^ria,  decimos,  se 
pai  6  para  recibirlos,  pero  antes  dijo  a  dofia  Jaana  de  ma^ 
nera  a  i.o  ser  oido: 

— No  roe  llame  u«ted  por  mi  nombre. 

Este  incidente  Labia  ioterrumpido  la  convejsacion  que 
tenian  p*  cob  mementos  antes  y  que  el  ancianoe^perahaJle 
var  arim  deseulape  feliz,  porque  suponiaque  el  principio  de 
elia  aoguraba  baen  ^xito,  de  manera  que  qaed6  sumamenta 
desfjgradndo  con  las  visitas. 

Doila  Juana  pre8ent6  al  solitario  a  doBa  Porfira  j  a  su 
hijo  nomhrdndolo  nada  mas  qae  con jpUitulo  de  un  aotigi^o 
amfgo  soyo. 

El  coronel  se  inclin6  con  cortesania,  pero  sin  ir.  mas  ade- 
lante,  hacieodose  deseotendido  del  moviinieoto  qae  habia 
hechq  dofia  Porfira  paradarleJa  luano,  porque  talvez  en.su 
franqueziiL  la  habria  rehusa  lo  si  se  la  habieran  presentado 
de  una  .ro^nera  mas  ostensible, 

D(»n  T<»jibio  de  Guzman  examin6  d^tenidamente  .a  la 
madre  y  al  hijo  y  crey6f  eacootrar  e?i  el  Altirno  el  qai^imo 
hom)>rG  que  habia  visto  en  aqaella.misma  casa  hacia  diez  7 
Bejs.o  dieziocho  aQo^.  Respecto  a  dofia  P^>rfira  ya  hemoif 
dioho  que  habi|(  mudado  ti^n  ppco  qui^la  habria  reconocidQ 
en  el  acto. ,. 


Darante  los  primeros  momentos  de  conversacion,  el  soli- 
tario  no  tom6  la  menor  parte,  sin  siquiera  abri6  ana  labios; 
pero  ae  qued6  en  sa  Ingar  esperaado  solamente  el  tiempo 
fxijido  por  la  etiqneta  para  retirarse;  asi  es  que  caando 
crey6  que  no  faltaba  a  la  poHtica,  se  despidid  dando  sola- 
mente la  mano  a  la  dueSo  de  casa. 

— ^Qo^  hombre  este  tan  adusto,  amiga  mia?  dijo  dofla 
Perfira  a  dofla  Jnana  cnando  lo  vi6  partir. 

—lYAte  he  dicho  que  es  un  antiguo  aniigo  mio. 
•  — Parece  on  misintropo:  jqu^  nombre  tienel 

— Ha  llegado  hace  poco,  ayer  no  mas  y  quiere  guardar 
el  inc6gnito. 

-^jQae  es  algun  jefe  de  partido,  algun  aspirante,  algun 
revolneionario? 

— No  se  ocupa  de  polftica. 

' — ^Es  acaso  algan  fil6sofo?  Al  menos  tiene  las  apariencias. 

■*— Has  acertado. 

— ^;Fi!6sofo  en  estos  tiempos!  Mas  valiera  ser  saltimban- 
que;  porque  la  filosofii  no  da  plata  ni  a  nada  conduce;  mien- 
tras  que  lo  otro  es  ona  prefesion  que  en  ocasiones  es  mni 
Incrativa. 

A  doQa  Jaana  le  incomod6  esta  reflexion,  pero  tuvo  la 
prudencia  de  no  contestar. 

DoDa  Poifira  in8i3ti6  en  sa  observacion  diciendo: 

— Me  parece  que  a  ti  te  agrada  la  profesion  de  filosofia, 
porque  lo  recibes  con  intimidad  y  familiarmente. 

— ©i  un  hombre  a  quied  debemos  muchfsimos  favores. 

— 0  que  ^1  te  los  debe  a  tf,  porqtie  esta  clase  de  pdjaros 
jamas  tienen  un  centavo,  y  se  allegan  y.  adalan  a  las  perso- 
nas  ricas  para  aleanzaf  nn  plato  con  que  matar  su  hambre  o 
alguna  pequefia  propina  que  les  d^  io  suficiente  para  vivir 
coal  bestias  saivajes  en  un  apartado  rincon,  asi  como  Di6je« 
nes  en  su  tinaja;  y  estos  son  los  mas  moderados  o  que  al 
menos  ocoltan  el  desmesurado  orgollo  que  los  roe  interior- 
mente;  poes  hai  otros  mocho  mas  perniciosos  y  mas  majade- . 


< 


UM  iiMMfoi  biL'^JhnilaDO^'  187 

ros,  qnaliablan  mncWsimo  c6n  tono  majistral;  qiie  86  injie- 

ren  en  la  poUtica,  que  awdaa  por  las  calles  y 'paseos  c^n  \ 

•una  marcha  mesarada  y  uti  aire  grave^  como  dictendo  aqtrf 

estoi  yo,  aqut  va  el  Mnsias;  qtie  encuebtrad  tedo  malo^  me- 

nos  lo  que  elloa  dicen,  lo  que  ellos  pieffai^an,  lo  que  ellos  e«- 

criben/que  no  haUan  nadie  que  los  c6mpreiida  y  qJien  los 

admire  lo  ba^^t^ante,  porque  toda  admiracion  es  poea  paia 

ellos;  que  miran  desd^  fa  tripode  que  se  han  forjado  alMen 

8u  caletre,  de  alto  a  baj6  a  todos  loshombres;  que  se  creen 

profundos  e  infalibes  en  relijion,  en  politica,  en  litefatdra, 

en  artes,  en  ciencias  y  en  qn^  se  yo  qad;  en  fin,  que  no  quie- 

ren  a  nadie,  que  no  hacen  bien  a  nadie  y  que  solo  se  ocu- 

pan  en  *contemplar^e  a  si  mismos,  en  hablar  de  si  miamos,  en 

estasi'arse  desl  inismos. 

Dofia  Jaana  no  pudo  raeno^i  de  reirse  y  de  reirse  con  ga- 
nas  al  oir  la  critica  mordaz  de  dofla  Porfira,  y  le  dijo: 

» — Parece  que  no  eres  mai  partidaria  de  los  fil6.^6fo8, 

— jPartidaria!  Huyo  de  ellos  como  de  la  peSte. 

— -Plies,  arniga  mia,  yo  fcfengo  una  opinion  contraria,  por- 
que el  iimco  que  he  conocido,  el  caballero  que  acaba  de 
salir,  es  todo  lo  opuesto  al  cuadro  que  id  has  trazado;  por- 
que ^1  lo  sabe  todo,  y  jamas  dice  nada;  6\  no  habla  de  bI 
mismo,  sino  de  los  otros;  ^1  no  se  engrandece,  sinb  que  en- 
grandece  a  los  demas;  ^1  cree  que  nada  sabe,  y  donde  en- 
cnentt^a  el  lalento  lo  admira  y  elojia;  61  ighora  sfu  tn^rito, 
para  reconocer  el  mSrito  de  los  otros;  ^  se  olvnda  sfeinpre 
de  su  yo  para  tener  eu  la  meraoria  los  yoes'ajeiiq-';  61  s*  cree 
talvez  el  dltimo  delbs  hombres,  pues  sirve,  considera,  esti- 
ma,  aliria,  f ivorece  al  que  se  le  presenta;  ^l  compadece  at 
criminal,  disculpa  las' flaquezas  humanas,  tiene  iddul!encia 
pbr  las  debilidades  del  pr6jimo,  perdona  a  sua  enemigos, 
habla  bien  de  todos  y  soloes  severo  eonsigo  mismo.  \ 

— Th  me  pintas  un  sauto  y  no  un  fil6sofo. 

— Ml  amigo  es  las  dos  cosas  a  la  vez. 

.  — Sin  embai'go,  su  ficionomia  ref  ela  dureza* 


>*— Si,  eMtA  wjeto  ei;i  ajgupas  ocaBioiijes,  pero  esto  sncede 
con  mucba  rareza,  a  espeuxuentar  cierta  amftrgora  que  apa- 
rece  ^d  6.08  facciones,  peio  loego  jc^mbia  y.ue  domina. 

— A  pesi|r  de  lo  quo.  mq  dices,  no  \o  he  enoontrado  aim* 
pittico  apriroera  vista. . 

«— Talvea;  no  todoa.  tenemoe  la  misma  manera  de  ver  j 
de  pexm^r. 

^  X'doQa  Joana,  j^ortando  asi  la  conrerwcion,  dijo  en  su 
iateripr:  ^^Oebe  e:ri8tir  algo  en  loe  hombrea  quese  rev^Ia  a 
.  an  pesar  La  repul&iop  instintiva  debe  provenir  de  que  cuan- 
do  ae  eqcoentran  el  bien  cqq  el  mal,  se  rechazan,  no  pudien- 
do  per  SOS  natviralezoB  distintas:  asimilarse  ni  ponerse  en 
cpptacto.  '         r    r 

Efita  era  la  verdad,  y  el  raciocinio  de  dofia  Jaaua  era.  ver- 
dadero.  ,      .       .  , 

La  uKidre  de  jSrttillermo  <ii6  la  ultima  tnano  al  proyeeta- 
do  enlace,  aFrt^glando  d.efiuitivamente  todas  las  condipiones 
pa  a  que  no  hul;)iera  l«^ar,  ni  por  una  ni  porotpa  parte,  a 
ii^icjar  uu  juicio,  auii  e.a  ca^o  que  hubiera,  marchaado  el 
tiempo,  alguna  di^cordia  autre  los  e^posos,  quedaudo  por 
m^tao  cbDvenio  separala  y  reconocida  la  fortuna  de  cada 
unOy/de  la  eual,  podian  di^fi  utar  libremeute  sin  intervencion 
de  parte  del  inarido^  sin  que  pudiera  cotnprometerta,  usa- 
fruct,uarl%  u\  ennjenarU  bajo  ningim  a^^pecto.    . 

PoQa  Porfira  y  Guill^rnjp,  hat^ian  accodido,  porque  en 
realidM  temian  laa  consecu^ncias  de  un  pleito  que  I04  pri- 
vara  por  Qomplt^to  de  larfortuna;  mieatras  queasi,  auu  cuan- 
do  babiaa  hecho  CQOcecioues  de  alg-uua  pirte  de  loi  bienes 
d)p  que  ellod  estab'^u  actv(ala[ieQte  en  poae^sion,  sju  embargo, 
f^e^qraban  el  restp;  y  yaii^^  dqle^s  para  cHqs,  aparept4n\Io  je- 
'  neroMidad  y  despreudiuiieuto,  quf)dac  segucos  y  ser  lejiti- 
mamenite  doeQoa  de  Ip  qu^,  lea  dajaban,  que  era  mui  canai-; 
derable. 

Dofia  Juana,  fatigadc^  qpn  estalarga  converaacton.sobre 
intereseSi  converaacion  qu^  le  era  penoaa  y  que  aolo  la  so- 


llamar*  aHoIitarib  7  k  so  Tiija/tatiluego  6ariib^^'de8(>idi6 
/doQa:  Poili'rit;  para  ^olazarse  fifi^  tAntb  toory^aqa^llas  dba  fyt»^- 
a^tias  que  1(8  efrrfti  tah  ^aeridas  '^peviai^dddlfes  qufe  no'le 
tratiria  en  ese  diadd  nidgan  asalbCa' matritaociitil),  pdr^^Ia 
ilia  misma  le  de^^gfadaba.         '  I  ^. 

La  conversacion  pi4n'ci|iial  iiiitt^  laqti^nas  fre*  peraimMy 
rod6  eritodced  sobre  un  asuoto  que  -les  iritisreatfba  vivamen- 
te  a  todds  <illo9,  salVa  cferto3  gr^adoi,  €8  iietjir,  ^fei'tsis  ^Ittftifts 
fte  intere&,  pues  se  bcnparoii  ca^iaf-idtt^Waoletfte  de!la  fodfi- 
lia  LdpezJ  de  W^fiaion  de  Enrique  y  de  loa  'niedios  de  (jfte 
podria  rcixai^e  taatib  ]>ara  palva^         -  -■ 

El  sblitario  ipi'ovechb  esUa  bpbrtenidad  para  ha<5er  valer 
ante  Ib^  ojoa  de  la  seQora  las  «obre>^a'ieQte3  cualidadeft-'de 

iirique  y  aun  se  aventur6  a  decir  qae  hariallifi  ft^licidad  de 
cnalduier  sefSorita.        ^  ^  ^  ;  .<    :'      -'      *  :o ' 

'  Dofia  Jaana,  Jgin  disminnir  en  na,da  Iks  pteodas  dfe!*J(5t^6n 

ob'refo  y  por  el  bontrarlo  encomend^ridolas  mdchljrfmo/ife 

limii6  a  decir:     ' 

— iQdi  Mstima  qtte  Enrique  lia  pert€jne«ca(  a  la  aliSto- 
cracia!'      1     •  »  -      t       .  .   .    .,    w 

Eata  efeclatnacion  ponia  de  manifiesto  stt  bbirdad,  sn  afec* 

'  to  por  el  hei;mattb  de  'Mercedes^  pero  al  t&israb-ttettipa  i$da 

ifittan^ijiblesridea^  de  wM^     que  er^limpdsfbtelobrtibatil', 

'particulafraenfe  6ti  aquellos'  ii6m^tos  en  ijfte  pat'etce  ^4^ 

erindi'tidtib  isre  af^rra  tiiad  que  nunea  a:»us^€fetoclas■  co*. 

le^^ilera  qn^i'sean  ellas,  pbrqde  son  e^os  41tkftOj  lAomentos 

•fle  la  vWalos«que  se  asimilan  mas  con  hi  edu^aolon  reeibidS, 

aucediendo  muchas  veces  que,  a  pesar  de  haber  adbptado 

otraiideks^'dorante  latniyor  partb  d^  nuefstra  e^ist(»cia,  vol- 

remos  a  nriestrbs  pritoitivos  i^incipft*^;  VdlVemos^  tt '1i  infi^- 

Afa^'en  lo^  pbsftrerbs^nbmefitodde'tltt^istriittiansitoriaoatTeta.  ' 

Per  eita  Itiiioii  ^1  soKtario  gttiiivlA  dilencio,^ff^ntfari4r 
en  lo  metoi*  ^1  p^nsafmit^nto  "ixiaiiifeetildk)  >pbr  la'^fettii^, 
pero  tambien  sin  aj^yiirloi  •      ^     '  -  ■■'' 


■J  -i  ■'. ,.  i.'. 


190  AM  (woasoi  An  nwBu^ 

,  ,  Stgal69e  a  edifa  conversacion  nn  peqoefio  ^ilenc^o^  porqiie 
efuia  uBo^  estaba  impresioDado,  a  &u  manera^  j  taAto  el  ^aa- 
((iaiio  como  I^aisa  DQ  qoeriaQ  dar  el  menor  moti^odet  db* 
.gqAto<a  la  nobid  pacieBte;  ]c6mo  podna  ^91?^^^  ^?  ¥ii^' 
{c^uio  podria  hacerlo  9a  amigOi  casi  &q^  hermano!        . 

Era  ya  ud  poco  entrada  la  noche.  Dofia  Joana  mai^ifesljd 
el  4e9eo  de  recojerge,  dioiendo  al  soUtario; 

*~I>6ime  Tisted  anas  cuaatas  de  sua  milagrosas  gotaa  para 
domir  trftoqaila  y  tener  mafiana  una  larga  coaferQncia  ^ 
Ijat^d,  paea  hoi  hemps  aido  iaterrampidos;  y  para  quei  po 
ai^ceda  lo  miamo;eapero  que  uated  teags^  la  boi^dad  dq  pre- 
sentarae  a  primera  hora,  ea  decir,  tan  laego  coi?io  despiertfe. 

Elaolitario  ae.  retir6,  qnadaodo  Laiaa  i^.aolaa  copdoSa 
.  Jaaqa  para  ayadarla  a  de^und^rse  y  para.recibir  Jap  4Itimaa 
caficiaa  ,de  aqoelta  tierna  madre,  cariciaa  que  le  Servian  de 
consoelo  en  aua  aufrimientos,  aiend  i  el  ^aico  placer  de  f^Q 
go^baiea  la  vida^  porqae  la  afeccioa,  ptjrqie  el  amor,  Qual- 
.quieraqne  aea  sa  natnraleza,  todo  lo.entjlalza/todo  lo  alia- 
na  y  todo  la  ennoblece;  razon,  ain  dada,  por  la  qae  d^c^a 
Jfaacriato^  cuandp  le  pregaqtaban  ana  diacfpalos;  ^'en.qa^ 
recoDoceremos  a  loa  naestros?— Ea  que  ae  amen  los  unoa  a 
Joa  otroa.'.'  Laipcion  4e  pnalcanca  social  iofiaito,  p.o|rque  en 
pocaa.pa^fibraa  eatacomprea^ido  t^do el  perfeQcionamiento 
^niQanpf^yaaea  cpa  relacioa  a  la  familda,  ya  al  eatado  6  ya 
a  la  especid  ea  jeneral,  p)|0a  loa.qne  ae  anxan  no  ae.  perjadi- 
f^VL  aioo  que  ae.  ayudan;  no  ae  tieaeh  envidi^  .^pio  quje  ae 
tienen  oaridi^d,  y  aua  relacionea  son  nobles,  ainceraa,  de^lfi- 
t^reaadas,  fecandas  siempre  en  paz,  en  regocijoi  en  acmon^, 
^^felic^dad.  ,  ;  ,. 

ALaiguiepte  dia,  deapaeade  \^  i^atinal  vjdta  d^Loiaa, 
qUiei  $9:enoontraba\CQ9fitant9meAt^  pr6$eate  al  d^pert^r -  de 
ja  .madre^  fu^  introdueido; .  el  aplitario  >  a1  caarto  de,  ,d(^ 
•Joftaa^quQ  lo  r.ecibi6  aan.aqnel:plaeejp  que  aa^qdel  ^fifio 
yq[a^.|^$r^ei«aiMt,f)ir^itfq#]ba^^  la  eaperan^  de.re9ibir  on 
Qonauelo  en  loa  trances  de  angaatji^  y  ^  1?.  di jo;    . .        , .  ^ 


um  noBXTOB  dil  puxblo^  101 

— Sentf  injSaito,  mi  qaerido  Gazman,  que  ajer  fa^emop 
interrumpidos,  porqae,  habldadole  a  usted  <^a  fraoqaeUi 
xne  siento  cada  iustante  mas  d^bil  y  creo  qae  ha  llegado  el 
tiempo  de  no  perder  I09  cortos  momentoa  qae  uoa  coDced^ 
la  Provideocia.  Eq  trea  dias  mas,  Gazman,  es  el  ani^ersario 
de  la  muerte  de  Eduardo;  y  an  presentimieoto.  iBterioir, 
presentimlento  que  llega  al  grado  de  aaa  fiQavicciQii  abso- 
lota,  me  dice  que  ese  tambiea  es  mi  t^rmino,..  . 

— SeQora,  es  preciso  no  dar  entero  cr^dito  a^saa  ideas 
fanUsticas  de  una  imajinacion  exalt ada. 

— No,  amigo  o^io;  el  alma  suele  tener  sua  anuucios/sus 
profecias  inCilibles:  hai  casos  en  que  el  e3pirita  llega  a  an 
grado  tal  de  lacidez^  que  penatra  en  .I09  arcanos  del  porve- 
nir  y  que  ve  mas  alU  de  lo  que  le  es  dado  ver  al  homi>re. 
jNo  tiene  usted,  Gazfuau,  qonocimieatp  de  este  raf o  fen6- 
meno?  {No  ha  pre^^enciado,  no  ha  sentido  usted  mismo,  en 
algunas  ocasiones,  este  poder  del  alma?  Las  protecias  de 
algunos  hombres,  y  particularmente  de  los  pidres  de  pues- 
tra  reHjion,  deben  sin  duda  tener  suorijen  en  esa  dilatacion 
del  espiritu,  si  es  percpitido  espresarnos  asf,  que  tras- 
pasa  los  tiempos  y  el  espacio  y  para  la  que  no  ezisten  ni 
fechas  ni  lugares,  sioo  qae  estd  presente  ^n  las  pasada^ 
como  en  las  futuras  edades^  sino  que  ve  todas  las.  ^poca^ 
en  un  soloinstante,  el  pasado  y  el  porvenir  en  un  salo  mp- 
mento. 

£I  solitario  mir6  con  asombro  a  dofia  Juana  y  guards  si- 
lencio.  ,  , 

— No  se  asuste  usted,  Gazman,  dijo  la  noble  matrona  coa 
una  sonrisa  de  benevolencia;  tenemos  muehisimo  tiempo. 
En  tres  dias  puede  hacerse  mucho,  y  todo  se  har^ 

— jPero  no  es  posible,  sefioral 

— Qa6!  ^El  fil6sQfo  es  el  que  se  muestra  cobarde  eu.el 
tlltimo  trance?  ^Cudnto  mas  vale  entonces  la  relijioa  qUjB  la 
ciencia?  Yo  estoi  serena,  amigo  raio,  porque  .tengo  coLfiai;^- 
sa  en  la  bondad  y  miaericordia  de  Dios;  porque  q&  ^ue  y<4 


t^2  UM  iOGUtOf  ML  PITfelLix 

la  teQBirme  a  ml  Edaardo/y  porqae  dejo  asegurado  el  por- 
•Yenir^e  mi  hija. 

— Aycr,  «eaoi*a,  hablabamos  sobre  este  {iltimo  panto  y 
iieirto  decirle  que  diferimos  en  Buestro  modo  de  ver. 

•^Poede  isef/Gazman,  pero  espero  que  al  fia  qaedaremos 
de  acn^rdo. 

— ^Usted  daba,  sefiora,  'demasiada  importancia  a  la  fortu^ 
na,  haeiendo  casi  consibtir  en  ella  la  felicidad. 
'  •  ^^Ni  tanto  ni  tarapoco,  amigo  raio;  pero  la  creo  uecesa- 
ria,  casi  indispensable  per  la  raanera  de  eer  de  Laisa. 

'♦-^Y  sin  embargo,  nsted  se  eqaivroca:  Luisi  es  una  de  e^as 
almafi^iie  viven  en  una  esfera  mucho  maselevada.  La  vida 
de  Ltaiiga  cobsiste  ;&riicaniente  en  los  afectos  y  en  las  ideas: 
^1  coraston  yla  ihtelijencia  son  su  tolo.  Para  las  almas  vul- 
gjiris,  para  lai  que  nacen,  crecen  y  mueren  en  los  gocesde 
la  materia,  para  las  quo  solo  existen  por  la  vanidad,  por  la 
b6tentacion,  por  el  qu^  dirin,  para  las  que  brillan  por  el 
lajo,  para  las  que  acatan  y  temen  la  opinion  sin  temer  ni 
aeatftr  los  clamores  de  su  onciencia,  para  las  que  piensau 
"en  festines,  en  saraos,  en  bailes,  en  paseos,  en  tertalia?i,  para 
las  que  solo  contemplan  su  est6:nagoy  se  fijan  en  la  magni- 
'^cenciA  del  ti'aje,  en  la  suntuosidad  de  los  edifipios,  eh  el 
'ddra<Io'de  los  mumbles*,  en  el  brillo  de  los  equipajes,  en  lo 
'ftltillido  del  lecho,  en  lo  que  deleita  16s  sentidos  y  agrada 
al  cuerpo,  para  todas  estas,  cqnfieso  con  usted,  es  indispen- 
sable la  fbrtiinB)  pues  sin  ella  la  vida  es  un  tormehto  con- 
tinuado,  un  infierno  verdadero;  pero  Luisa  puede  vivir  sin 
ellko  con  ella;  le  es  indiferente,  porque  ser^  graride,  podti- 
ca^  iletada,  ideal,  vaporosa,  diftiPana,  coiiio  usted  dice,  en  un 
palacio  o*  en 'tna  choza,  en  medio  del  refinatniehto  del  lajo 
o  en  la  desnudez  de  la  pobreza;  no  proviniendb'su  mSrito 
dePik  mayor  o  menor  porcion  de  fortuna  que  posea,  sino  de 
lit '^scelencia  de  sus  cualidades,  de  la  nobleza  de  sus  pensa- 
'ibi(h:itoB,  de  la  satttidad  de  sus  actos.  Luisa,  sefiora,  es  inde- 
J^ndimte,  no-pbt-  el  hecho  de  tenet  fortuity,  siuo  porque 


#  • 


KOl  BiCBiMNMI  DIL  nULO;  19S 

DO  la  uecesita;  sn  liberiad  de  accion  no  consiste  en  la  ma- 
yor  6  menor  cantidad  de  peeoB  con  que  caente,  8ino  en  e\ 
desprendimiento  absolato  de  sn  esplritd.  Ahora  por  16  que 
respecta  a  la  caridad  que  constitaye  so  mayor  goce»  nsted ' 
est^  mni  equivocada,  sefiora,  en  creer  que  es  solo  J  a  for  tuna 
quien  la  da  y  que  solo  con  ella  se  ejerce;  la  caridad,  amiga 
mia,  est^  en  el  alma  y  no  en  los  talegos  y  puede  practicar-' 
se  en  todas  las  condiciones  del  individuo,  pues  no  se  nece- 
cita  del  dinero  paral  satisfacer  plenamente  esta  aspiracion 
santa.  Ya  usted  ve,  pues,  que  la  riqueza  no  es  para  su  bija 
un  elemento  sin  el  cual  pierda  el  brilto  de  sas  cualidades^ 
el  perfume  sus  virtudes.  Luisa  sera  ideal,  vaporoaa,  po^Lica, 
cnalquiera  que  sea  la  esfera  en  que  se  halle  colocada,  porque 
es  virtuosa  y  la  virtud  no  es  el  obligado  patrimonio  de  la 
fortuna,  sino  que  la  puedea  poseer  sin  escepcion  algnna  to- 
dos  ]os  seres,  y  el  tiempo  llegari  en  que  vivamos  todos  en 
esa  atm6sfera  de  lu2^  en  que  respiremos  todos  ese  aikbiente 
delicioso,  siempre  nuevo,  siempre  fresco,  siempre  agrada- 
ble. . . 

— Usted  me  complace  a  la  vez  que  me  persaale,  Guz- 
man. Yo  comprendo  que  bai  seres  tan  elevados  que  lleguen 
a  ser  superiores  a  esos  accidentes  de  la  fortnna  y  tan  to  mas 
\p  comprendo  cuanto  que  lo  veo  y  lo  palpo,  porque  asi  es 
usted  y  asi  babrd^n  sido  y  ser&n  los  santos;  pero  yo  no  he 
lleg^do  a  ese  grado  de  desprendimiento,  querido  Guzman, 
se  lo  confieso  no  podria  resolrerme  a  vivir  en  la  po« 
breza. 

J. 

— Asi  le  parece  a  usted,  sefiora,  pero  Uegado  el  caso  tis* 
ted  seria  feliz  en  esa  condicion  humildecomo  lo  ba  sido  en 
la  opulencia.  Talvez  serd  necesario  ro'mpei"  con  alganosliil- 
bitos  y  ^tp  es  inas  o  menps  doloroso,  pero  al  fin  uno  se  ba- 
biti^a  y  la  calmiEi  se  restablace,  cuando  se  tiene  como  n!3ted 
bondad  y  nobleza  en  las  ideas  y  en  los  sentimientos;  pero 
cuslndo  nuesira  existencia  se  bace  consistir  dnicamentie  en 
la  vanidad,  eii  el  lujp,  eu  el  deleite  escluaivo  del  cuerpO| 


194  £08  BCOBJttOS  DSL  FtTHBtiO. 

entonces  si  que  es  insoportaWe  la  poT)reza;  pero  esto  depen- 
de,  como  U8t«d  misma  debe  j  azgarlo,  de  falta  de  ele vacion 
6Q  el  alma  del  indlvidab. 

— Asi  es,  Cruzman,  asi  es;  ,y  yo  sol  la  equivocada;  yo  lie 
dado  mas  unportancia  a.  la  riqaeza  de  la  (][ae  en  realidad 
merece;  pero,  como  le  lie  dicho  antes,  no  es  esto  solo  lo  que 
me  ha  determinado  a  llev^r  a.  cabo  el  matrimonio  de  Luisa 
con  Guillermo,  sino  consideraciones  de  un  orden  supe- 
rior, 

— Vamos,  amiga  mia:  pues  yo,  por  mi  parte  no  alcanzo  a 
penet^rar  ese  misterio,  sino  que  por  el  contrario,  hallo  en  lo 
sucedido  motivos  para  que  nunca  llegara  a  realizarse  tal 
union;  porque  usted  no  ignora  los  males  que  esa  familia  ha 
ocasionado  a  k  suya. 

— ^si  es,  Guzman:  aunque  a  decir  a  usted  verdad,  Eduar- 
do.siempre  fa^  reservado  cbnmigo  sobre  este  particular. 

— jPobre  amigo  mio!  esclam6.el  solitario  vertiendo  1^ 
grimas,  pues  comprendi6  la  magnanimidad  de  aquel  hom- 
bi^!^  qae^,  sin  duda  por  no  darle  may  ores  penas  a  su  esposa, 
Qcqlto  tpda  la  amargura  de  su  corazon,  llevindos'e  al  sepul- 
cro  si^s  secretos. 

— Hace  usted  bien  de  Uorarlo,  Guzman,  pue3  a  pesar  del 
tr^Sjcprso  del  tiempo,  no  ha  pasado  casi  un  solo  dia  de  mi 
Vjid^  c^ucj  yo  no  lo\haya  recordado  con  igaal  sentimiento. 
jQu^  almj?!  iC6i?io  me  ggrada  el  haber  sido  su  esposa!  C6mo 
me  deleita  el  pensamlento  que  dentro .  de  tres  dias  estar6 
tinida  a  ^1!...  PeTo  continuemos  nuestra  con versacion  sobre 
Luisa,' jj[UQ  es  el  primerb  y  el  illtlrpio,  el  mas  agradable  y  el 
njas  n^q^.  f^^^PtQ  spbre  el,cual  gebo  ocuparme.       .      ' 

. — Si,  DTosigamos  para  tomar  una  deliberacion  justa,  ra- 
«Qflad^.j[,  que , prepare  la  :felicidad  de  esa  inimitable  nifia. 

rr-rEchando  a  un  lado  las  consideraciones  de  fortuna,  ten- 
go  que  toinar  eii  ^cvienta  las  consideraciones  de  honra  por 
mi  g^uerida  hermana,  por  mi  re^petable  familia,  que  ha  goza- 
do,  y  ^on  justieia,  de  la  consideracion  universal,  porque 


LM  Bicnurros  dxl  PimLo.  195 

niAgaoQ  de  nuestros  antepasados^  se  ha  mapchado  ^on  una 
lalta,    .  , 

— Nada  mas  justo  que  conaervar  inc61ume  el  nombrt  de 
naestrc^padre.  ;,;     ,.  /  ;.       .;,:■„;,    .^    : 

— Pues  bien,  amigo  mio,  si  no  ae  hace  e\  inatrimonioque 
.  tepgo  decidido,  la  reputacipn  de  mi  hermana  8ufri;*d,  y^con 
ella  la-  reputacion  de  toda  mi  familia  incluso  Luisa.'   '     , 

— Yc6mo?  ,  •'  .    ^  ' 

— Usted  no  ignora,  Guzihan;  usted  que  quiso  a  mi;  her- 
mana; usted  po  ignora,  pues,  una.historia  anl^gua  eii  la  que 
ha  tornado,  usted  tapibien  un  rbl  nada  secimdario. 

, — Coinprendo,  senorai.  Y  el.solitario  se  pasd  la  manp  por 
su  anoha  ffente  para  secar  el  sudor  que  brotaba  d,e  elU  al 
evocar  aqaello8  recnerdos;  ' 

Dona  Juana  continud:  •      *  t  r  . 

— Hubo.una  especie.  de  testamento,  una  coucesioh  o  una 
donacion,  como  quiera  Uamarse,  que  mi  hermana  hizo  en  fa- 
vor del  padre  de  Guillermo,  de  los  bienes  que  poseia,  de- 
jdndonos  a  nosotros  una  parte  como  usiifructiiarios'solatn^n- 
te;  y  aun  cuando  no  sea  este  interes  ej  m6vil  de  mis  acciones, 
debo  evitar  todo  aquello  que  puada  herir  o  manchar  en  lo 
mas  mfnimo  la  reputacion  de  la  monja;  y  como  es  natural 
que  la  Porfira  o  su  hijo,  jpara  apoderarse  de  la  totalidad  de 
la  fortuna,  establezcan  un  pleito  contra  Luisa;  y  feomb  ^en 
ese  pleito  deben  recitarse.los  hechqs,  deseo  que'se  guafde 
completo  silencio,  silencio  que  no  se  romper^  con  este  enla- 
ce, del  que  he  sacado  condiciones  tan  favorables  para  mi 
hija»  como  no  me  habia  lisonjeado  de  obtenerlas. 

— jPero  c6mo  puede  usted  empenarse  por  'unir  a  Luisa 
con  el  hijo  de  un  hombre  que  ha  esplotado  en  su  favor  el 
erroy,  con  el  hijo  de  una  persona  que  los  ha  perjudicado 
atrozmente!  ^Quiere  usted  acaso  premiar  al  vicio  y  sancio- 
nar  con  su  aqu^escencia  eLcrimen  cometido? 

— jPor  qu^  han  de  responder  los  hijos  de  1^3  acciones  de 
los  padres?  jQud  culpla  tiene  el  j6ven  Gdillerrao  do  lo  (jue 


196 

Mzo  el  autor  de  dtis  dias?  For  otra  parte,  {c6mo  piensa  lis- 
ted que  yo  deje  espnesto  el  honor  de  mi  hermana?  ^Me  acon- 
aejaria  nsted  que  cometiese  tal  faltaf  (So  seria  nsted  mismo 
capaz  de  bacer  no  sacrificio  por  salvar  9a  repatacion,  la  mia, 
la  de  toda  ana  familia?  Re8p6Qdame,  Gazman« 

—  Sf,  senora;  seria  capaz  de  hacer  hasta  tm  imposible  por 
tal  de  qae  qnedase  siempre  intacta  la  repntacion  de  uste- 
deSj  7  ▼GO  ahora  la  heroicidad  del  sacrificio.  ^Pero  no  se 
podria  eyitar  todo  esto? 

'  — No;  70  lo  lie  pensado  mnclio,  mncMdimo  y  no  he  en- 
contrado  otra  salida,  asi  es  que  he  resaelto.  Y^  nsted  ve, 
amigo  mio,  qne  no  es  el  interes  del  dinero  el  que  me  gaia, 
sino  el  deseo  y  el  deber  en  qne  estoi  de  salvar  el  honor  a 
mi  infortnnada  hermana. 

— ^Qn^  desgracia!  qn^  abismo  de  males! 

— 2l^6nde  los  ve  nsted,  Guzman?  Comprendo  que  a  nsted 
le  disguste  este  enlace,  como  me  sucedia  a  mf;  pero,  ^deja 
por  esto  de  ser  indispensable?  ^No  se  evitan  con  ^1  mayores 
desgracias?  Ademas,  Guzman,  {no  debemos  acaso  perdonar? 
^Seria  propio  en  el  alma  de  un  cristiano  que  conservtise  el 
rencor  hasta  su  muerte?  Yo  he  perdonado,  Guzman,  para  que 
Dios  me  perdone  y  para  que  lo  perdone  a  usted  mismo; 
pues  uswed  cort6  mui  temprano  la  ex*utencia  de  aquel  hom- 
bre;  y  si  su  accion  puede  ser  aprobada  por  el  mundo,  si 
hasta  yo  esperiment^  en  acjuellos  tiempos  gratitud  hdcia  us- 
ted, gratitud  que  conservo  toda  via,  sin  embargo,  jestd  usted 
seguro  de  la  aprobacion  de  Dios,  que  es  la  que  debemos  biis- 
qar?  Usted  ha  muerto  al  padre,  Guzman;  ^n  >  le  parece  pre- 
cise, necesario,  indispensable  indemnizar  de  algun  modo  al 
hijo?. 

£1  solifario  agach6  su  cabeza  como  agoviadp  por  el  ^6so 
de  SOS  reflfxion*  s  y  al  ftn  contest6: 

— La  prueba  mas  evidente  de  que  he  obrado  ma],  es  que 
nuT^ca  nie  ba  abandonado  un  amargo  recuetdo  aM  en  el 
fondo  de  mi  conciencia  y  que  no  ha  bastado  el  tiempo  ti^as- 


SM  aaounoB  mk  fvbilo.  ;  197 

'  cnnido  pttra  borraria  per  completio;  pero^  se&or»,''iyo  soiel 
qne^e  cometido  el  deliifco  y  yo  el  qae  debo  pag^lo;  y-  se* 
'  ria  tiH'  nnevo  crimen^  y  talvez  tm  crfjueQ  mayors  si  cionsiD- 
ti^ra  en  que  una  paloma  iomaoalada  se  aaerifiease,  cnal  ioo- 
ceate  vfotitna,  en  aras  de  mi  falta.  Yo  no  pnedo  ^01  debo 
permitit  qne  Lniaa  consiime  *  el  sacrificia;  que  se  haga  pbra 
siempre  desgraciada,  qoe  se  inmole  en  proveoho  mid:  eatio, 
kjos  de  disminair  mis  remordimientos^  los  agravaria.  nuts, 
mtichb  mas.  ! 

-^Basta,  Gazman,  basta.  En  oaso  qne  ese  acto  der  su.yida, 
de  qne  nsted  se  arrepiente  todavia  fuese  malo,  nosotros  te 
nemoe  en  61  la  mayor  parte,  porqne  fa^  por ,  nosotj^os  qne 
nsted  lo  cometi6;  de  oonaigaieote,  estamoa  mas  que  nafced 
obligadas  a  repararla  de  algan  modo. 

— Yo  lo  reparare  por  mi  mismo,  seflora.  Yo  ir6  donde  el 
bijo  y  donde  la  esposa  a  decirles:  ^^Aqul  teneis  al  qne  os 
arrebatd  al  ser  qne  mas  qaeriais;  vengo  a  pagar  mi  deada, 
haced  de  mi  lo  qne  os  parezca;  pero  no  sacrifiqoeia  al  que 
no  debe  ser  sacrificado,  no  inmoleis  a  Laisa/' 

^— No,  Guzman^  no  le  permito  a  nsted  dar  este  paso,  ppr- 
qne  a  nada  condnciria,  pnes  el  matrimonio  se  llevaria  a  ef6c- 
to  de  todas  maneras,  porqne  he  resaelto^  amigo  mio,  salvar 
a*  toda  costa  el  honor  de  mi  hermana,  qae  ea  el  mio,  que  ea 
el  de  mis  padres,  el  de  mi  marido,  el  de  mi  hija;  y  si  he  re- 
cordado  an  accion  no  ha  sido  con  el  fin  de  renovar  an  dolor, 
porqne  eato  aeria  renorar  tambien  el  mio,  slnO  par^  que, 
compadeoi&idose del  hijo  por  la  espiacion  del  padie,  ae^p- 
taaenated  oon  mej  or  volnntadeate  enlace. 

— Pero,  sefiora,  yo  a(»i  el  que  debo  aer  castigado  y  jio 
Lniaa. 

-^{Cotnaidera  nsted  acaao'el  matrimonio  proyeotadO/oopio 

nn  mal?  Y  en  caao  qne  lo  fuera,  el  aentiasniento  f  aer  la.  jno- 

mefift^neo  y  de  ningnna  matt$i?a  equi^aleatera la^d^sgraQias 

qne  ae  orijinarian  no  haci^adolo.  Ahora,  por  lo  .qu^  haiftf  al 

^daati^de sa faita,  coma  uat^d Is^Uama^ np esil^^aia  vie- 


198  KM  ttcawei  »sb  tmoLOk 

tima  espiatoria,  porque  habriamos  veoido  a  pamr  al  mismo 
resaltadoy  aanqae  usted  no  se  habiera  batido  coo*  el :  padre 
de  Gaillermo.  For  otra  parte,  ana  vida  como  la  ^aja^  con- 
sagrada  eiclasivamente  al  bien  de  sns  aemej antes,  llena  de 
abnegacion  y  de  sacrificio,  debiera  haber  borrado  hasta  el 
Ultimo  vestijio  d6  nna  accion  que  no  habrla  taWez  un  aolo 
hombre  qae  en  bo  misoio.  Ingar  no  habiera  cometido^  Us- 
ted, ml  qaerido  amigo,  ha  recihido  ya  machas  praebas  de 
la  Providencia,  qae  le  han  demostrado  claramente  el  per- 
don,  agaard&ndole  mas  tarde  la  gloria  reser^ad^a  al  jasto;  y 
BO  tenga  usted  de  ello  la  menor  duda,  porqae  yo:  lo  «iedto 
y  se  lo  digo,  y  usted  aabe  que  eoando  se  esti  ya  en  los  um* 
brales  de  la  etemidad  uno  ve  mnoho  mas  lejos  en  la  man* 
sion  de  los  espfritus  y  en  los  fallos  de  Dioe. 

La  voz  de  dona  Juana^tenia  algo  de  profi^tioo,  algo  de  so- 
brenatural,  y  el  solitario  sentia  como  un  respeto  relijioso  por 
aquella  amiga  que  lo  consolaba  y  por  cuyos  labios  .reoibia 
quieA  el  perdon  de  Dios«  Otro  sentimiento  obraba  tambien 
en  ^1  para  no .  contrariar  la  voluntad  decidlda  de  la  noble 
enferma,  y  era  el  encargo  de  Luisa,  qae  le  habia  dicho  que 
bajo  ningun  pretesto  revelasea  su  madre  el  estado  dolojrido 
de  su  alma,  porque  esto  seria  caus^rle  sentimientos  de  que 
qneria  ahorrarla,  cualesquiera  que  faeraa  las  desgracias  que 
le  sobreviniesen  a  ella,  de  manera  que  el  anciano  guardaba 
silencio,  derramando  abundantes  l^grimas  al  pensar  en  el 
sacrificio  infinito,  superior  casi  a  la  nataraleza  humana,  que 
se  habia  impnesto  Luisa  y  ouya  magnitud  solo  ^1  conocia, 
porque  solo  61  sabia  el  amor  tan  inmenso  como  invariable 
qne  aquella  niSa  albergafoa  en  su  corazon. 

Do&a  Juana,  equivocada  sobre  la  causa  que  motivaba  las 
l^grimas  del  solitario  y  erey^ndolas  que  faesen  eLresoltado 
del  pesar  que  le  caasara  la  proximidad  de  su  muerte,  le 
tom6  una  mano,  dici^ndole  con  acento  carifioso  aunqoe  me- 
lane61i(io. 

r— Valor,  amigo  mio^  nadc^  tiene  4q  terrible  &i^  lance 


LCMt  ncBMos  DA  rtnsuK  m 

cnando  nada  extste  en  nnestro  interior  que  nos  haga  temer 
la  presencia  de  Dios,  sino  que  por  el  contrario,  todo  nos  dice 
qne  seremos  recibidos  benignamente. 

— ^Veo  con  placer,  amiga  mla,  que  ya  usted  ha  entrado  al 
reino  de  los  delos,  porque  trata  de  consolar  a  los  que  esta* 
mos  todavia  en  la  tierra. 

— Ann  tengo  que  pedirle  otro  favor  antes  que  nos  sepa- 
remos. 

— Ordene  usted  con  la  seguridad  de  que  en  todo  ser4 
puntualmente  obedecida. 

—-Lo  8^,  Grumman,  j  aunque  mi  encargo  serfi  doloroao  lo 
cutnplirii  usted.  Ya  es  tiempo,  amigo  mio,  que  Luisa  no 
mantenga  por  mas  tiempo  la  ilusion  de  que  puede  salvarme 
o  que  mi  fin  no  estd  tan  cercano.  Yo  misma  he  contribuido 
a  mantenerla  en  esta  duda  para  irla  acostumbrando  poco  a 
poco  al  dolor;  pero  engafiarla  ya,  seria  hacerle  mas  sensible 
mi  separacion;  asi  es,  Guzman,  que  le  recomiendo  a  usted 
el  que  la  prepare  al  trance  para  que  no  le  tome  de  impro- 
vise; y  como  esta  es  una  cuestion  delicada  y  que  yo  no  ten^ 
dria  fuerzas  para  abordarla,  es  precise  que  usted  me  desem- 
peSe  y  que  emplee  todo  su  tacto,  toda  la  finura  de  su  espiri- 
tu  y  de  su  cariQo  para  con  mi  adorada  hija  ;que  Dies  sabe 
cuAnto  me  cuesta  dejar!... 

Y  como  si  dofia  Juana  tuviera  necesidad  de  apelar  a  un 
recurso  divino  para  amortiguar  su  dolor  humane,  tom6  en- 
tre  stis  mauds  un  pequeSo  crucifijo  de  marfll  con  incrusta- 
cicmes  de  oro  que  tenia  a  su  cabecera  y  lo  besd  repetidaa 
vecesi..  y  aquella  im&jen  ique  viene  consolando  a  la  huma- 
nidad  hace  ya  diezinueve  siglos,  que  alivia  todos  los  sufri!- 
mientos,  que  trasforma  en  placer  todos  los  dolores,  que 
convierte  en  alegria  todas  las  angustias  cuando  se  le  llama 
0  se  le  invoca,  aquella  imdjen  fu^  el  mejor  y  mas  eficaz  re- 
medio  para  ddfia  JuauB,  porque  despues  de  un  memento  de 
meditacion  o  de  silenciosa  plegaria,  volvi6  la  cara  risuefia 
y  satisfecha  h&cia  su  amigo,  dici^ndole: 


206.  USB  fliajkssofl  dil  Firitto. 

f 

.,-T^l^a  tto.pufrp,  Gjazmau;  mi?  peaiare3  devhace  aa ,^piqiej)i,v 
tp  I93  ba  jdisipado  el  Sefior,  lleoando  mi  alma  dQ  c^l^stUl. 
coQsuelo...  {Qa^  dicha  tan  iuefable  da  lacreencia  en.Dio^, 
la  persaasioaabsolata  de  qae  estamos  con  El;  qne  viTyimos 
por  £^,  qae  Tamos  Hcia  El!  j06mo  puede  haber  ^oin^rea 
qae  pongan  en  dada  la  ezistencia  de  ua  Ser  Supremo,- pri-. 
ydodose  de  la.  dicha  mayor,  del  alivio  mas  eficas^  que  paeda 
sentirse  en  los  vaivenea  y  tormentas  de  la  vida,  en  la  bo- 
rrasca ,  tenebrosa  de  la  mnerte! . .  • 

— Asi  eSj  hija  mia,  asi  es:  la  creencia  en  Dios^  la  ef  peran-. 
ZBi  en  Dies,  la  fe  en  Dios,  hace  que  naestro  pensamiento 
tome  un  vuelo  infinito,  que  se  levante  hasta  las  r^jiones  in-^ 
conmensurables  de  la  eternidad,  que  se  desprenda  de  la. 
vida  terrestre  para  subir  hasta  los  cielos,  qae  se  engolfe  en^ 
los  mares  de  la  contemplacion  y  de  la  plegaria,  que  se  arro- 
be  en  la  abstraccion^  que  penetre  en  los  misterios  de  todo 
<;uanto  nos  rodea,  aun  euando  no  lo  vea,  aun  cuapdo  no  los 
defina:  especie  de  iotuicion  que  nos  concede  Dios  por  el  h^- 
cho  solo  de  creer  en  Dios  y  que  es  mas  o  menos  lummosa^ 
mas  o  menos  clara  segun  esa  nuestra  f(§,  mayor  o  menor 
segun  idealicemos  o  materialicemos  al  Hacedor,  segun  le 
rindamos  un  culto  mas  o  menos  espiritual,  mas  0  menos  con- 
forme  a  su  divina  esencia. 

— jGazman!  iQ\x6  bien  hizo  usted  en  venir,  amigo  mio! 
;C6mp  me  siento  fuerte  y  f^liz  a  su  lado!  C6mo  su  conver-. 
aacion  me.  alivia  y  me  encanta!  ^Quiere  que  le  diga  ft  usted 
^yt^u  cosa?  Usted  es  para  mi  mas  que  un  sacerdote,  mas  que 
up  copfesor,  mas  que.uu  Aiyel,  porque  reune  todo  eato^ 
porque  ?jerce  conmigo  todas  estas  funciones,  siendo  a  la  vez 
mi  p^fdrfiii^mi  beripano,  mi  amigo,  mi  m^dica..  jAh!  Cpj^ntp 
^abj^ia  fl^^p  que  ;mi.Luisa  se  hubiera  encontrado  presen- 
ts, a^nije^^acQ^versacion  para  que  oyendo  sus  palabras  hu: 
^ie^aaij^  te^tigo  de  mi.  serenidad!  Asiella  sufriria  mep.oa. 

-tYo  ipe  epc^fgp  de  referlrselo,  sefiora,  y,  este  ser6 .  el 
mejor  medio  de  prepa^arla«     .  . 


aw 

— Usted  me  ha  yencido.  ,h'?-.  * 

n-4j^4lflgi^.«ialg0^me afegropor  6lla^  por  «ited, |>or 

.  ]^lMli(^«Hot  Ott)^  A  jrpptie^r,  pdro  ae  contaya*  tdiiia  ^1  eouf- 
p|;ofi^  eK>lt«iit6  /cle  qq  cfrntrariar  los  deseod  de  la  sefiori^ 
4^  i|Q.C6^€|}w  el  madilHo  por  que  paaf^ba^Loisa/  j  m  rediirA 
^  ^vmitgorio  4ieleado  qnQ  m  iba  a  oonf^noiar  con  elhl 
Xioi^liMia  ti^mpoyifift'efecto,  qme:  la  ^apeniba  eon  tria^ 
l^i^'Fl^P^ft  ml^^^ad)  7  oattudo  lo  Ti6  apartcar,  oom6  fiieia 
^^pF^upt^tedQl^  pHmcsTQ  por  laaalod  de  aa  madr^  antai 
que  averigoar  lo  que  se  habia  resaelto  reap^cto  a  dla. 


I 
I 


VI. 


JSI  ancianp,  sin  esfaerzo  algnno,  tom6  el  aire  graye  y  dalr 
ce  qiie  reclamaban  las  circaQstaDcias,  es  decir,  la  aoleo^ui- 
dad  que  acompa&a  a  la  prozimidad  de  la  maerte  y  a  la 
prbxlmidt^  del  inatrimpnio  que  en  muchaa  ocasiones  ea 
mas  terrible  7  causa  mas  desesperacion  que  ese  Ultimo  tran- 
ce, por  el  que  tenemos  todos  que  pasar  algnn  dia,  e  hizo 
pre^ente  a  Lmaa  todo  el  abismo  de  sa  desgracia;  pero  sa 
palabra  revelaba  tanto  aentimiento  como  consuelo,  tanta 
resigitacion,  tanta  filosofla,  tanta  moral  relijiosa  7  aqblime, 
qua  liuiaa,  en  lo  profando  de  su  angoatia,  esperimentaba, 
algun  aliviOy  parecT^ndole  oir  la  voz  de  un  santo,  la  yoz  4f?; 
un  profeta,  la  voz  de  Dios..  •  ,    v  , 

titiiaa  drjo'al  solitario:  ^^Acompdfieme  usted:  qujero  rer  a. 
mi  madre,  quiero  ahog^arma  en  el  dolor  para  sacar  £a^rzas 
del  dolor  mismo,  pu^s  me  parece  que  eu  la  afliccion  hallo 
mi  consueld  Vamos... 

T  LuiEia .  tom6  de  la  mano  al  solitario  y  se  encami  oiS,  al 
parecer  serena,  at  cuarto  de  au  madre.  Quien  la  nubiera  vis- : 
to  en  ese  momento  la  habria  tornado  por  UOA  aparlcion: 


S02 


tal  era  eiflnobatiiiiillo^^iieie  iMiaHMlMM  •&  9itpt4\  sem- 

blante.  (i  i 

^.Vpemtrer  ett  el  d^mnitofM,  doOa  JaMa 'd^^mpretidieii- 
do  lo  que  pasaba  en  el  alma  de  sa  hija,  le  abri6  los  braaoe 
para  ealMoharla  en  an  seno^  Lqisa^  ain  pr#olpitacioii,  gki  pro- 
jumoiar  utia  sola  palabra,  11^  doode  m,  vtodre-  (|m  Isolo 
halMa  twido  fiierza0jpar|b  ha(9er  e$a  demmtracieft  fftc^'para 
kablar,  y  las  dos  permaBederon  tmidairalB  )laiiiaFS«  p6r  SM 
ndmbrea^  sin  siqutera  i  aoaariciarse:  teoian  at&baa  tolnflioti^ 
tidad  y  la  blaacaca  del  m^rmol.  La  intensidad  d^l  dok>rieB' 
halia  priTadode la  aockm  misitta  del •  ddlor: ^i^ el  pttraaiB' 
mo  de  lacDDgo^a. 

Lnisa,  haciendo  talvez  un  esfaerzo  sobrehamano,  se  des- 
prendi6  de  los  brazos  de  su  madre,  sentdse  a  sa  lado  j  le 
dijo  con  resignado  acento: 

— Si  Dios  quiere  qae  nos  separemosi,  debemos  acatar  sa 
volnntad  ehcontrando  en  ella  an  leniiivo  para  la  desgracia, 
en  vez  de  martirizarnos  con  ana  dosesperacion  impoteqte. 

— Tienes  razon,  hija  mia,  y  me  agrada  tantpcomo  me 
Consaela  yerte  faerte  y  resignada..  Ya  IlegardL  el  dia  en  qae 
nbs  jantemos  todoi  para  no  separarnos  nanca. 

El  sofitario,  con  sua  brazos  crazados  sobre  el  pecbo,  j>er- 
manecia'a  la  distancia  contemplando  aqael  caadro  qa^  re-; 
velaba  valor  y  ternura,  abnegacion  y  angastia.^ 

— Ahora,  Laisa,  dime  iqxxi  es  lo  quepiebsas  sol^re  el  pro* 

Vectado  matrimohio?    Te  res^elvea  a  ciinplir  con  mi  vo- 

.1  ..■.••,  -* .       • .  •  '    •    .      • 

luiit^'d? '  '  . :     ■ 

— ^No  tan  solo  me  resaelvo^  nia.dre  pyiia^  siuo  que  teUgo 
garto  en  cailnplirla.     .  .   , 

— P'ero  no  haceft  nihgan  sacrificio? 
'  — id6mo  pdede  haber  sacrificio  cuando  se  U^na  el  mas  sa- 

*'-^x6  s^  que  en  la  obediencia  encaentras  ta  dicba;  pero ; 
lo'qtie  deseo  saber  es  si  no  le  bace  safrir.este  enlace. 
— Al  coititrario,  A  me'lxace  gozar. 


'"'i- 


^rifiii  di9  $ii.«iaoriftii0t  ^noontrdbfii^l  «MjFor  it^iri^iyj^^. 

la  hacia  feli^  tales  son  siempre  los  efectos  de  la  virtud,  ^    / 

.^-r-l^t^N^  liij»  m^K^eWi d^ronkW^istQpflm  10141^^ 

]n^9<^rxi»0-9«iero  pomft^  Ikpda  entem  mieDi^raft  jo  yiva.i   . 

— El  mismo  deseo  teogo  7o;]ih^|al4^d^.^iadD  ae  perp^ 

— Dichoso  ^1,  madre.JttJAf  3(.diel»dto.psta4(.^t^^     jO;la<a«i- 

Offemqa  annfifiip ^eni  ese  momenta- qoBi^dofia  Porfiiu.x  Mti 
hijo  des^alMu  i^W  a  to  safim'a;  y  dofti  Jaana.dididrdenyiDO 
sill  ^li^gnsto,  4f^  que  ^paaasen  add^anie,  poifqae  habieua  pre- 
fm^m^moi9cw  aiaok^  con:  bq  -hija  7  con^  sh  amiga  -  . 

La  madre  de  Gaillermo,  conociendo  la  gratedad^en/qne 
s^^M^l^ti^lp^.  dofia  Jsanb  7  para.m^i&ata^e  todoicIJnte- 
res  que  tomaba  por  ella,  le  propuso  que  desde  ese  dia  »: 
q^^da,Jifi^  eUiGdB^  pf^j^K^wmxpnf^^  7  acoqipafiarfa.IlEHsa, 
P^i^l¥^«^wriea>6tU:c»^gQ..  u  '     ^.  .  V     . 'V 

Dofia  Jaana  le  di6  las  gracias  sin  aceptar  la  ofertat:diS' 
ci6jsd<^  <lp»  w>  ^maodOwya  ifnadicaPMntoSfi  iieteditii^^e 
mm  p^ga,  af^t^DOia^  jbaat^t^do]^  L wa  jtr « Qeferitkii .  f 

— Pero  esta  pobca  imS^^  coataatil^  ddfid  Forfira^  de  niaiih 
r^]e^  taa  di^Hoada^ipMde  eDfermaxte:  cok  tcinta  ipala  bo- 
che^.  miel^traa  que-  (^fnedftndome  70  nos  alteniariampi^  7 
mir6  a  Laisa  ^on  un^aii:^  de  bondadolaa  aolkajlnd  eomd  di-  \ 
cij^ja^ol^ ^^Ya Jrjefli  cnmbs>  me  xnteresiE)  por  li'V    ;  [iir^ 

La acoDgc^adft  mfia  seapoiadiiSi  oonesa «alma triste ipie < 
nl«Difief|tA^toa r^acflnfiion iavadabloa :  .  ,    /'. 

—rSfirjfa  OR  $ii<^ifido  io^il/seftomy  ptiea  ea  lpgBT;de,in0r» 
t^^am^e^  ^qtelitfiwt^  tm  pla«|»r:'i»  estar.  el  itaaxavit6toi{K»  > 
puiiiible  ,QMk  vai  mlamitapa^i  ekiiqae iai  n»  priiram  ite  adgnoao 
QlomwtMk  ne  taasaiia  ml  enl^zdd^bae^taarbisp.  '^/ji^^ 


304 

*  **No  qoiwo  iawtir,  porqve  cMiprMdo  j  uprddo  fl  0en- 
tituiento  qae  te  goia;  pero  al  manas  aeria  eonveniisiita  qua 
fla  qnadara  Guillermo  {mva  lo  qua  paada  gocedar  da  iiipra- 
vigo. 

•^TanpDco,  a^onh  pai^qaa  todo  ast^  praviato  j  iria 
maifo;  7  ai  algo  de  aatraordiaaiio  ancadiera,  ta^emda  t^kMm 
nrrientaa  da  que  adiar  nkrH>l 

— ^Nanca,  hija  mia,  loa  criadoa  desemp^dbfa^tan  biaii  to* 
que  ae  laa  aacarga  oomd  una  ptmotia  ii}terfesadis  odUici  una 
persona  de  la  familia;  o  de  no,  qae  lo  diga  mi  amiga:  q^EMfe^ 
rea,  Joanita,  que  se  qoeda  GuiUwino? 

— ^No  hai  necesidad)  ain%a  mia^  te  lo  aaegoto;  iitt  airtio 
aeaptaria,  aan  cuando  soi  enemiga  da  qae  pM*  mi  Ise  into- 
moden  en  lo  manor  o  hagan  el  maa  li|drd  tacrifkao. 

-^Td  oomprendea  qna  entre  noao^oa  no  ptrede  haber  ni 
incomodidad  ni  samficio  y  qae  Gkdllarmo*  tandria  moeho 
goato  enter  i&tiL 

--«Aai  lo  creo,  peix)  ya  ta  lie  djoho  qae  aeria  petididnarse 
m  vano. 

-^Lo  qne  ea  pennon  parami,  sellora,  dijo  Onillermoj  td^ 
mando  parte  en  la  conversacion,  ea  qui  no  se  me^  MWp(i  €fn 
aada»  *   -    •.  :    o  'T«  v,.r  I 

^^Da  todaa  maneras  se  lo  agredesdo,  eenMst6  dc«[a  J^a- 
na;  pero  hablamoa  de  otra  o<>aa  qne  creo  infiereeaiA'  iiiafi  a 
nated:  mi  hija  ha  dado  sa  consentimiento^        :       * 

«^|Ei  poaible  sefioral  Si  la  sefioirite  iLttisa  hUrao^&edidb  a 
nuadpliea  ainqne  haya  intervenido  el  mandattf  de  nsted, 
paedo'decir  qae  Mi  el  mas  feliz  de  k>8  homlnraa.  ^v  '.     ^ 

T  Onillermo  diriji^  a  la  j6ven  ana  mitada  td^r&dl  f  ivi- 
plicante  qne  revalaba  esperanaa,  gratitad  y  amoiv^ 

Luisa,  blanca  como  nn  lirio^  a  caasa  de  la  paUctes  de  an 
roatea,  inro  qna  apoytirsa  en  el/braao  del  aoUtaflo^pafano 
caer  desmayada;  pero  sobreprai^iidoia  a 'ab4tdor)>fk)i»>^ 
esfiasijih.  sobaraiio  da  volnnta^,  propiat^diii  aqm^^^tdar 
en^rjica,  qna  aaoaisa  ^hbr  >:del  imcri4<Aa^/sa'  feMi|)«»^%ffi«^ 


xkWWHMM  MTMIMk  20S 


ftiftd  y  mir6  nih  rUnid^  "-titfti  ^tiefable  tdrBnra  y  d(m  tiM  «e^ 

rin^a^  taJl,  qde'^pfetreda  qtfe  lli  delennitiaeioii  ^otftfati'  ^tti* 

l^e  ien  p^fecto  iMtioiiia  <Mm  Io&  d^oM  4^  bu  c^^Mizob.    '  ' 

]%fia*^ifft,  ifiterpretandd  faVOMtfolem^bte  la  tnljhlda'dd 

'  ^^-Li^^^bMb,  aintgd  nfb,  tiWfdato  ni  pf^fifon  d^  mi 
parte,  flifi<y  wri«(fe|6.  ' 

-^^ShtA  tsi  Id  que  haoe  tt)i  dieba,  y  yo  tratar^  d«ti6r  acre^ 
d6r  aella.         • 

— £mp6&e8e  asted  en  hacerla  feliz  j  yo-  m  h  agt^etetS 
d«§t]«  el  dieK>. 

*^0M  Isefibnir^l'  encargo  es  mm  dulce  y  el  cnmpliuiiehto 
mai  eroave  y  agi^dable. 

^  Dofia  Po^fit^  se  par6  de  ra  a^ietito,  y  coloc^odose  al  lado 
de  Liiiito,  le  tom6  ana  de  aus  manos,  atray^ndolahftda  sf 
para  abraisarla. 

'  Loisa  :dej^e  ttcaHciar,  sin  correaponder  los  oariDos,  pero 
sifi  deseeharios.  Gasi  no  podia  darse  caenta  de  1^  que  paia- 
b&  ^^or  elia;  y  sin  embargo  eataba  ea  plena  poseBion  de  sub 
facaltades,  quizd  estaban  iBias  ahora  mas  ^Was  que  latiaca, 
pero  vivaa  pan*  el  dolot:  jtriBte  condicloti  -de  aquella/  trfrjen 
qtie  por  tantos'  tiiulos  meteoia  ser  felizt  •  • .  '^  *   \' 

^^OofDpreiide,  htja  mia,  dijb  dona  Povfira  a  Lnisa,  man- 
tenfi^ad^^lUBieiBpre  abraeada;  eomprendro  tq  timides  y  cmios- 
cdtddna  eBBsdelitAd^aa  delpodor:  s^  que  ^n  H  iilo^eii* 
cia  de  niQa,  ann  lo  que  se  desea  se  teme:  asi  me  sacedid  a 
ml,  asi  les  sncede  a  todas;  p^^ro  esta  impresion  de  un  mo- 
mento  es  mui  pasajera  y  aan  snele  encontrarse  en  ella  cier- 
ta  delibta*  lo  desconocidd  tiene  tambien  stt  MtftetiW/  N^e- 
Tos  laikoB,' hi^  tnia,  crian  ttxMv^  afec(^:  tetfdrAatiB  esposd' 
y ^Uf  midre qne  te hftieci  y  aqiiien  th  {(mar&s: esde  e^ tm 
entotlbke  dt^l  eoraeoB,  p«es  cono^r^atidid  kid  atrtig^oB  cari* 
fiM  8e  ad^ntei^  <]$roB.  GhiiUeriffio^  kari^^fStAbs^  elt^  aegarlf  ? 
d«  ^fe;  'porq«»  ^tt'  W6  ^  iijet^^ti^  aatoB,'  f  «lft  pkAht 
n«dl^4^lnilto>^e^^je«aHd«deB;ct|a  ftdqQ{l^o^ci«M#3)^^^ 


206 

Im  £rij^)i4»dQi9  d^)  phm^r  f!^90  ^w  bb  h»  .consagrado  euU* 
raine%(e  |k^  polftiieay  4Mrce]lBi.«^ria  qqe  o^rece  up  rmaeiif|% 
pgryi^mryqae  U  Abfe;<Wreaiiipo*varto  ft-sw  jast^4ia|)i- 
raciones.  Ya  verds,  hija  qnerida,  conoio  en  mni  pocQ  tiampa 
TepUBBj^i^  el.  priilifar,.pap6l  en^^  las  afftorap  deSaotia- 
go.  Serfia  la  mas  hermosa,  la  mas  rica,  la.rmaa  iofljayente^  Ur 
maa  .^odi^At^  T^  e^eri^  im  poffireair  Ue^o  d<^^aeia|tos.^ 
Entras  en  el  mnndo  bajo  los  mas  favorables  aasp|ok>8e  vaa 
aser  Wpidichoaa..,  :     :.  i 

Luisa  gaardaba  el  mas  profando  silencio.  Aqnallaa  i^^ 
labraaja  oiip^ian  y  aqtiellaa  caricias  la  dieaagf^adaban.  Pa- 
reciale  mni  impropio  qne  le  hablaran>  d^  ^V}^  y  4e  Mx- 
oi^ndea  en  e^os  momentoe:  er^  ana  eapeeie.  de  prdfanacipn 
del  |qg0r^  nxt  aarcas^io  dirijido  al  dolor,  casi  nna  cn]te!ld9d.,4 . 
Pero  no  replic6,  no  hizo  el  mas  lijero  ademap  4^  •  ajffQj)a- 
<4Qn  -o  de^aprobddon,  porqne  so  madre:  la  ^^in^ba  y  ted|ia 
cpBtcariarla^  temia  qae^rasloje^e^lloi  qne  pa^uba  jB^  #g.  i^lo^a^.* 
ena  nj$c9Wtio  qne  apurase  lia^ta  las  Ultimas  hecea  .'de  aqnel 
c41ia<a4EQargo.«^  que  ae  eonsumaaa  el  8a(^fi(Ho,.. 

La  viailba  de  d<^a  Por6ra  se  prolongd  aq^^  dia  mas  4$. 
lo  ordinario;  pero  al  fin  parti6^  y  Luisa  fa6  a  reffijiarse  al 
sono.de  su  madro,  de  sa  iftadre^  eaoaa  idvoluntaria^  dia  an 
nuyor  deagraciai  pero  en  la  que  eaoontraba  todo  an  c&nliti^* 
lo,  eala  q^ie  hallaba  la  6nica  d.^lanpa  qde  pudiera  aliviarla* 

'  VII.: 

Los  dos  diaa  qi^  precedieron  ^Imtip^dfido  ppr  dpfla  Jida^ 
na,  ea  de^if y  al  ani7e139arid.de  li^pHfierto  de  sQ  n^arido^:  Lii^iffa  ^ 
y  ^  iK>Utaida  no  ae  apartar<Hi]^ti9  aolo^nommt^  4^.  la  w1pi9-^ 
cera  da  la  4ftfermis  qbei  ^oaedida  jque.ae  aeefeaba^la  b^rai 
parecii^  niaa^iseifena,  eomftniiSAiidOiiEl  tranq^iMdad  a  I^P-  qu9 
la  rodefibftm  wa  la  iiraobaiQiQB  djB  h  virtpdj^cALyoa  r^Sf^om 
se  ep«ie&dett'y;p6flet]lui  pot  toim  partes,  comunioaado  a 


Mil  ildiaibii  ok.  publo.  iOf 

Idtf  details  el  rslot  qae  en  ^I  encterra:  infltieiicia  divi|ia  que 
obrando  tobre  el  aMa  de  la  morlbunda  obraba  tambien  ea 
la  desu  hija  y  eA la  de  6u  amigo,  a  tal  jpunto^  que  eu  au 
inmenso  dolor  sentiaji  la  calma  de  los  bienaventarados,  la 
iinj)erturbable  tranquilidad  de  los  justbs^ 

£1  fatal  dia,  el  dia  ananciado  lleg6  al  fin,  y  do&a  Jfiiana 
se  hizo  ve^tir  por  su  hija  con  el  mayor  esmero,  como  3!  fae- 
ra  a  predentarse  en  sociedad  o  hacer  la  mas  agradable  yisita, 
ordenando  que  le  trajesen  bqs  joyas,  de  las  cnales  tom6  aqne; 
Has  que  le  habian  servido  el  dia  de  sn  matrimonio^  coloc^n- 
dos^  en  nno.de  sns  dedos  el  anillo  de  brillapies  que  Edaardq 
le  diera  en  iaqael  anirereariq  de  tan  feliz  memoria. 

£<aisa,  llorosa  pero  valiente,  Ibabia  terminado  sa  tarea;  y 
abrazando  tiernamente  a  sn  madre.le  dno  con  nn  acWto 
Ue'no  ff0  paelanc61ica  ternura:  -         / 

'— jPor  qn^  no  estoi  yo  en  sn  lugar?  Comprendo  ahora 
qne  151  iriuerte  pnede  llegar  a  ser  una  felicidad:  ir,a  unirsei 
con  lo  que  s6  ba  amado  es  el  colmo  de.la  dicha.  , 

'  — ^He  envidiias,  picaroha?  rues  bien,  .prefiero  que  ihe  eu;^ 
vidies  a  que  te  entristezcas,  pprque  asi  no  te  serd  tan  sensi-. 
ble  nuestra  separacion  moQient^hea.  Ya  te  Itegat^  tambien 
atittt  turno  y.  esperimentards  lo,que  .yo  esperimento,  y 
ser^s  tan  feliz  como  yo  soi.       ,  ,  / 

— Sij  feli?!.„  cuando  vaya  a  reunirme  en  la  mansion  eter-; 
na'cpn  u^te^  y  mi  padre!...  ,    '  ,      "        ,,  r     ,    .. 

— ^Tambien  babrds  amado  a  otros,  y  ellos  .te  se  rennir&n 
a  tl  y  t&  te  reunirAs  a  ellos  y  a  nosotrps;  porque  td  ,y  los 
que  Bas  amado  formaremos  una  sola  familia,  naremos  quizd' 
nn  solo  grupo. 

-V-Dios.  lo  quiera!  T  la  imajmpcio^  deLuisa,vold  a  nna 
parte  distinta  de  aquella  en^^que  se  babia  fljado  la  de  dofia.| 
Juana:  ^sta  pensaba  en  GuillermO|  la  otra  ,pensaba'en  En-,, 
rique.  ,       .      ,  , 

--^bijia  mia,  ya  que'^bemos  conaeguidQ  td  y  yo  serenar 
nuestro  espiritn  'en  medio  de  nnestra  afliccion;  ya  que  ha 


S98  UM  sitexroB  i>kL 


•>w^;*!    *>;:  i-^'-*  .•:  ^S  > 


beneficio  de  la  resigMcionj  yei^^u?  Ppd^nppP  TO^^T^^^  fwnW 
el  t^npfno,  demos  la  liltima  mano  a  1^  obra,  aejecaos  coip-t 
pletamente  concluida  nuestra  tarea  y  liabrS  consegQido  IJe^ 
nar  mi  mision  en  la,  tierra^  . 

T-to  que  usted  ordene,  madre  mia,  se  cuipplird.      ,  . 

— Biqr^  hiija  mia;  hoi  se  efectuarA  ta  matrimopio. 

Luiga  baj6  la  cabeza  en  senal  de  obediencia  yrtambi^ra 
para  pcultar  su  turbacion.   "  ,  . 

Conv^nido  ya  el  matrlmdnio  para  es^  dia,  ^legarQu'a  la 
bora  fijada  dona  Porfira  y  Gaillermo  y  fueron  intrpdocndoa 
al  dormitorio  de  do&a  Juana,  donde  se  hallaba  ya  un  saeer- 
dote,  Luisa  y  el  solitario. 

tias  espesas  cortinas  de  las  puertas  y  de  las  ventan^,  im^ 
pidienda  qne  penetrase  la  claridad  aamortigndndo^.  con- 
siderabiemente,  daban  a  ac^aella  pieza  un  aspecto  aeyero  y 
triste,  a  lo  qae  contribnia  no  poco  la  antigued|ad  de  los  mne- 
bles,  (^ne,  coino  ya  sabemos,  l\9bian  perteneoido  a  stia  ante- 
pasados  y  que  ella  babia  conservado  como  up  respetooso, 
recnerdo,  pues  lo  6mco  moderno  qne  habia  en  aqnel  de- 
partamento  era  nna  c6moda  poltrona  en  la  qae  regulfor- 
mente  descansaba  do&a  Jaana  y  rezaba  sus  de vociones.  Xos 
cnadros  que  adornaban  aquel  dormitorio  y  que,  como  ya  lo 
hemos  dicbo,  representaban  a  los  abnelos  de  Luisa,  al  pri-, 
mer  arzobispo  de  Santiago  don  Manuel  Yicnfia  y  s,  uni^  her- 
maua  de  dofia  Juana  en  traje  de  mpnja,  infundiau  re^eto 
y  daban/si  se  ^os  perqiite  espresarnos  asi,^  qie^ta  grayedad 
solemne  a  aquella  r  ca  y  antigua  habitacion,  llena  de  recaer-, 
dos  para  la  aristoqr&tica  damay  que^  iba.  a  servi^  de  altar 
para  el  liimeneo  y  de,  ataud  para  el  aiepulcro:  ^antitesis  bu-, 
manas  que  suceden  con  poiayor  frecu^hcia  de  16  que  jene— ' 
ralmente  se  creel 

Dofia  Juana,  (j^ueriepdo  solemnizar  pias  aquel  acto,  para 
que  se  grabase  en  gl  alina  de  los  j6venes  esposda  con  carac- 


imperecederp.ifielie^do,'  Imbiai  maiadtQ,  tntea  da.efooliiw.fl 

Jdrih«B^  reeibiir  ia  comtoioB; /aii  CAi^tie  « .^oa  ioojraroepti- 

b^  Ataftal,  .ei  aacttdote  ae  dic^MMO  para  dark  ^  iriilii(K>«  ^ 

'  /  QlbdoB  sa:^prQ8teniarptt  ani(e  faqpiil  ettbUola  j9ilgrado  dtl 

lOflttoJidiQmo^.Tjiie  ea  pant  lo§  e^yetttes^al  ousteric^  maa  gt^- 

cde'  qjQe  ^ckbrafbl  ocdio'  a  411*  Aofa  Jiuina  f  todos  los  tit* 

omutaDtes,  efceptiumdd  eliaolitaiii)^  pertehebian;  e^  embat*- 

go,  ^ste  hizo  la  misma  ceremonia  que  los  otros  y  da7<^.  aa 

akpaal  dqlocoa  mas  fervor,  oca  mas  £4  €on  tiias  untion 

Iqae.algoims  de  loa  que ser  emxnutnibah  presented:  tal  es  U 

rtdijioni^sieppiritv,  ajeha  a  las  f^roralas;  la  relijiooid^l  pern- 

saoiieBtQ,  ajeoa.  air  rito;  Jla  rel^iofL  de  la  vc^a^tad,  ifidepen- 

diente  de  las  pr^cticas  con  que  adornan  a  Dios  U  gran  lai- 

yoria  de;  los  hontl»res  4e  oorazoii>  y  -die  ktelije&cia/ y  el 

wflitario^  evftimio  de  esos  liooxbres  ijae  tieneii  ^n  U  j  qve 

^sesp^tan  iiodas  las  ereendas^  p<>xqiie  veta  ea  ella  nna  sola 

dreencio^  JDios;  ana  sola  moral:  Isa  leyes  inhefentes  a  la  ha- 

mana  mbtjoaraleaa. . 

iSdnoliiida  la  angcisti|  ebrtoioaia,  dbfia  Jaana:  se  smti^ 
^apBTUliiaadJb  yidijo^  saeerdote: 
•  Ar^pooeda  klftora  a  la  ilmo|i  4e  mis  hijosl 
>  £1  inisis&io.del  altaar^  sf  a  qnitars^  las  Vestidnras  con  qup 
habia  dado  la  comnnion,  hisb  pararse  a'antbos  jdvenea  j 
4ar8e  la  mano  el  uao  al  otrou  • 

Beinaba  jon  pxoftuido  nlenoio  y  0OIO  se  sentia  4a  i^spi- 
racion  ajitada  de  la  enferma. 

Gnillermo  soni^  a  Lokla  darifiofaadieiite;  pero  la  j6^en, 
iaamiiril  y  ibianea  eodto  tina  est&tad,  tenia  sos  ojos  oUvadds 
oit  ^1  snekh  3^  pal*eeia  cvA  ajenk  a^nanto  alii  pasaba,  pare- 
alamo  tenatoeoaoiendade  lo  que  iba  a  haeer  ni  ide  lo  qnt 
sncedia...  i  '  . 

La  TOE  tdel  nacerdote  se  hkm  bir...  ^Dodo  onaiito  l^  dma 
eitt  graw! yisotoame^  sdle«nne>y  ^Mte  eooko  el  acto,  icbmo 
In  eir^nitfubciMs;  OODS^  <€ft  Itgaf  en  qm  te  rnqontrabaji. 

TOMO  IY«  li 


|>MiiiaMS6  on  #£  WDoro  qtie  fa6  oido  de  todML 

gado  a  Mpetir  k  afianiy  ptegauta*  por  trea  yboo,  hula  que 
lOB  deteoloridot  lalHo&de  la  j6vea  pmranciaiQB  wi  aiiioaa 
pitflido  que  n  vaatro,  mts  d^il  qoe  so  caerpo^  poea  tan 
'httgo  oomo  ei  mtaistro  ikij^^tar  letedid  la  bead^ioB, 
Li^  oayo  exfcnioie  ep.  d  misno  Ingar  en  qae  ae  aooim- 
iraba 

El  €aCTificio  «staba  oonsamadD,  y  todala  caerjia  de  aqua- 

'  Ha  j6r^n  fo6  insaficdeate  pass  represeatar  kaata  el  fin  el 

papel  qae  se  habia  propaeste,  as  decir,  para  qae  aa  auidre 

no  le  aperciUese  de  m  mmenao  dolor  y  de  an  graade  y 

iier6iea  abnegaeion^ 

C(m  esoepcdOQ  del  aplitarioE,  nadie  oomprendia  la  angoafcia 
de  aqaella  j^^o,  y  sa  desmayo  fa6  atribaidor/a  aaa  timidea 
natural  qne  esperimenta  toda  ntHa  en  seoiejante  acto,  a  eae 
esceso  de  pador  prop^o  de  una  aefiorita  qne  lia  conaerFado 
iatacta  su  inocencia  virjinal;  sin  embargo,  a  dolia  Jnana  le 
pa86  por  la  imajiaacion  nna  dnda  y  eoncibid  algnn  teoior 
sobre  la  decision  de  su  hija^e  iastantiLaeamente  interrag6 
con  su  mirada  al  solitario,  qae,  aaateniendo  a  Lnisa,  ayndado 
pqr  Gnillermo  y  dola  Perfim,  sa  prepacaba  a  daila.  algdnas 
gotas  de  9u  predijbso  eordidki 

El  anciano  conocid  en  el  acto.  lo  qne  aignificaba  la  Biira^ 
da  de  la  madre  y  r^ponduS  lac^icaaiente.esta  frasec 

— No  hai  cuidado.  ?   ' 

,  La  ambignedad-de  la  oonteatacion  podia  hacar  creer  a 
do&t  Jnana  qne  se  trataba  sobre  el  estado  moral  de  Jjooul^ 
ann  cuando  el  solitario  ae  xeferia  ^faucamente  al  estado  fisi-* 
oo;  pero  habia  respnesto  aai  premeditadaisente  yoon  la 
intencion  de  tranquilizarla,  lo  que  consigui6. 

Becobrada  Luisa  de  sn  desmaye,  reenper6  sik  tfiarjfa  lias- 
ta  el  pitnto  de  aer  baatante  daefia'de  si  numa  pata  oenliar 
ans  peaarea  y  moiEArarae  aolo-aftdada  por  d  deplorable 


IM  OBBtaaSM  DXL  WMBM.  211 

^  taao  de  sa  madre;  y  en  realidad  qn%  bq  hecesitaba  finjir 
muQricj,  ^orqne  en  aqaellos  instantes  no  la  ocapaba  casi  otro 
sentimlento  que  ver  tan  postrada  a  la  antora  de  sus  dias  y 

tiempd  el  fatal  vaticinio. 

Dona  PorfirA  J  Guillermo  pretendieron  qnedarse  acom- 

''  pafiando  a  la  enferma;  pero  ^ta  manifest6  el  deseo  de  per- 

manecer  sola  con  sa  confesor,  con  sa  hija  j  con  sn  amigo; 

da  modo  que  aun  liaciendo  ya  ana  parte  integrante  de  la 

casa  y  perteneciendo  a  la  misma  familia,  se  vieron  obliga* 

dosj  a  retirarse;  pero  partieron  satisfechos,  porque  estaba 

arre^Iado  y  hecho  lo  principal,  incluso  el  testamento  y  los 

'  demas  conventos  con  todos  los  requisites  legales;  de  mane- 

^ra  que  desde  ese  momento  se  consideraban  lejitimos  posee*" 

'dore^  de  aquella  inmensa  fortuna  de  que  habian  disfrutado 

siii^erec^6,  pero  que  ahora  lespertenecialejitimameute. 

No  seamo^  tan  severos  para  juzgar  a  do&a  Porfira  y  a 

*  Uuilleritio,  porque  estas  combinaciones  y  estos  cdlculoa  se 

""veh  diariamente  en  la  sociedad  y  son  aceptados  por  todo  el 

mundo.  jTriste  condicion,  en  verdad,  del  degradante  esta*^ 

do  en  que  nos  encontramos  y  de  la  sed  inestinguible  de 

oro  que  sentimos  y  que  perturba  todas  las  nocionea  de 

equidad,  de  justicia  y  de  honor  verdaderol  Empero,  el 

liombrej^^conociendo  al  fin  que  la  dicha  y  la  grandeza  con- 

sisten  en  nunca  hacer  el  mal,  conseguirA  volver  sobre  spa 

pasos  y.seguir  sus  naturales  instintos,  que  est^n  en  armonia 

coil' las  ley es  eternas  del  Creador. 

.  La  muerte  del  jasto  debiera  presentarse  siempre  a  la  vis- 
ta  ae  los  bombres,  poi*que  no  hai  en  ella  nada  de  t^trico, 
nada  de  espantoso:  es  un  cuadro  halagiieflo  y  consolador  mas 
bien  que  aterrante,  y  esparce  la  dulzura  y  la  calma  en  lugar 
de  la  desesperacion  y  del  miedo. 

'  %B.  Ultima  bora  de  dofLa  Juana  se  acercaba,  pero  nada  en 
su  ^Irededor  mostreibft  esif  ansiedad  que  precede  a  la  mue^ 
ie  y  que  se  apodera  del  enfermo  y  de  lo3  (jue  lo  acompa* 


212  um  jtaMUfoi  Ml  MntA. 

fian,  paes  aanqoe  eoa  dificalt-ad,  dirijia  la  palabra  y/t  al 
nno  ya  al  otro,  prodigSndoIe  tiernas  caricias  a  sa  )iija|  a 
qaien  se  empefiaba  en  consolar  v  peiiaaadir  que  aqaella  se- 
paraciou  era  quiza  un  bien  de  la  J^rovidencia  en  ve»  de  un 
mal,  y  qae  conformandonos  con  sas  oc.altos  dosignios  obra- 
mo3  caerdamente,  tanto  porqae  es  imposible  qponerse  a 
ellos,  cnanio  porque  todo  debe  al  fin  redandar^en  provecho 
del  bombre. 

Caalqniera  que  hubiera  oido  aquellas  conrersacionea  o 
que  hubiera  yisto  aquel  interesante  cnadro,  no  se  habria 
imajinado  jamas  que  estaba  tan  cercana  la  muerte:  tal  era 
la  serenidad  que  aparecia  en  los  semblantes,  a  pesar  de  es* 
tar  la  tristeza  en  los  corazones,  perp  esa  tristeza  resignada 
y  dulce  que  se  hermana  con  la  conformidad  relijiosa  y  qM 
estd  mui  lejos  de  la  indiferencia  y  del  olvido,  sino  que  per 
el  contrario,  conserva  siemprp  frescos  y  palpitantei  los  re- 
cuerdos. 

— Querido  amigo,  dijo  dbfia  •  Juana  al  solitario,  con  ?oz 
temblorosa  y  entrecortada;  me  siento  algo  fatiga^dav  {Me 
faarian  bien  sns  gotas? 

— Sf,  sefiora,  y  voi  a  pi^epardrselas/ 

— Luisa,  hija  mia...,  quiero  que  no  sufraa.,  yo  no  siento 
riada...  estoi  alegre...  ya  me  ves. 

-^Y  yo,  madre  mia,  al  yerla  tan  ,tranquila,  esperioiento 
casi  lo  mismo.  Pero  las  l&grimas  qce  no  podia  contener^  dea- 
mentian  sas  palabras. 

— No  Itores:  este  el^  tin  ih^tante,  vas  a  ser  felis^  el  C9razdn 
me  lo  annncia...  y  los  moribunaos  ven...  ^ 

El  solit'ario  le  di6  las  gotas  en  fmias  faerte  d6si8y  y  dofia 
Juana  se  reanimd.  '       .' 

— Esto  es  prodijioso^  Guzman...  es  un  milagro:  usted  me 
resucita:  siento  ens'aftcharse  mi  corazdn... 

El  anciano  guard6  silencio,  pot*qae-  pabia  bien  que  aque* 
Ha  animaeioD  era  fictici.a  y  que  ya  no  habia  remedio  algo* 
no  para  arrancark  de  lois  bmzo3  de  1^  ihaerte;  pero  tambien 


Lob  gBOMBTOB  DXL  PUSBLO*  213 

.    *  .    -  •         .  •     - 

sabia  qne  aqnel  cordial  ta  haria  morir  sin  snfrlmiento,  lo 
que  es  de  nn  bien  incalculable  en  aquellos  dolorosos  y  an- 
gnstiados  initantes. 

»  El4iacerdotef  conocedor,  tambien.  de  la  proximidad  de  la 
bora,  80  babia  arrodillado  delante  de.un  crucifijo  y  oraba 
en  silencjo,  encomehdahdo  sin  duda  a  la  boudad  iniiQita  de 
Dio3  aqn^lla  alma,  qne  estaba  pronta  a  entrar  a]  seno  de  lo 
inlltiito.. 

OBI  calor  6  la  animacion  prodacida  por  el  remodioj  iba 
declinando  por  grados,  y  dofia  Jaana,  comprendiendo  que  se 
aCercaba  el  t^rmino,  esteudi6  su  naano  al  solitariocomo  para 
despedirte  de  ^I,  y  atrajo  a  bu  hija  hdcia  sf .  como  pai*a  no 
separarse  de,e|la  y  volar  juntas  a  la  mansion  de  Dios,..    . 

El  8kcefdote^**c6tin^ovido  con  aqiieV  pat^tico  y  tierno  eg- 
pecttfculo,^  se  acerc6  lloroso  ^\  lectjo  de  la  moribund^,  y  pre- 
sentAndoie  el  crucifijo  esclamd  con  dqlce  y  triste  acento: 

— Hfi  aquf,  senora/uuestro  ultimo  consueloy  nuestrasola 
cg(peranza,..  Jeisus  tiene  sus  brazos  abiertoa  para  recibirla. 

DoSia  Juana  desprendi6  su  mano  de  la  del  solitario,  t6m6 
ei''ct*uctfi|oi  lo  acerc6  a  sus  labibi,  y  bes^nddlo  por  tres  vo- 
ces, se  lo  paio  aV  confesor,  dicieodole:  .        .  <. 

— ^E^tbi'pefdonada  y  hoi  me  recibird  en  su  gloria.,. 

El  sacerdote  se  hinc6  .de  nuevo,  nmrmurando  sin  .duda 
alguna  plegaria,  y.di6  su  «a*nta  absolucion.  a  la  enferma,'  que 
en  esa  mismo'  momento'se  estiriguia... 

^  8olit|trio  toinft  el  pulso a  dona^uana  y.a  Luisa,  que  ha- 
bi4'  pfei^didb  el  conocimiento,  quedS!ndose  como  dormida  en 
el  seno  de  su  madre,  mene6  la  cabezay  dijo  al  confesor  de 
pasarle  nn  cuchara  y  un  vaso  de  aghal  '. 

El  sateef dote*,  temiendd  una  doble  desgracia,  pfegunt6*con 
angustia: 

-iOn^wr  '   '       '    •  •  •  ■■'  ^^  '■. 

— Nada  de  estraordinario.  Ha  suc§dido  lo  que  yo  temia, 
lo  due  iia  ^ddia  mehos  de  bdfeeder.,. 
-^Pero,  ^qu6  es  lo  que  tai? 


r  >■ 


1 


• 

— Si  yo  no  me  enoontran  preseote,  talvw^ 

— {Por  Diofi!  espliquese  ustecL. 

— ^Talyez  no  habria  habido  8eparadon« 

— {Es  dedr!*^ 

— Que  hnbi^ramoe  tenido  nna  doble  de^grada*.. 

— jAi!  q\x6  p^rdida!  qn6  Uatuna  habria  sido! 

— Y  qnien  sabe  n  no  habiera  sido  ana  felicidad! 

T  el  solitario,  sin  mas  esplicacion,  j  dejando  al  sacerdQ*, 
te  en  la  incertidambre  por  la  Tagaedad  de  sns  palabn^ 
abri6  los  labios  a  dofia  Jaana  7  vaci6  en  la  boca  casi  nna 
cncharada  entera  de  sn  elixir,  j  la  misma  operacipn  practi- 
c6  con  Loisa,  aunqne  d^ndole  mncho  menos  cantidad  del- 
misterioso  liqnido. 

La  madre  j  la  hija,  con  no  pooo  asombro  4^1  sacerdote, 
volvieron  casi  a  nn  mismo  tiempo  en  sL 

DoSa  Jnana  mir6  a  sn  alrededor  como  qnien  sale  de  nn 
letargo  7  no  sabe  donde  se  encni^atra;  7  clavando  sns  ojos 
en  el  solitario,  lo  salnd6  con  nna  sonrisa,  besando  en  segnida  , 
a  sn  hija. 

— ^Madre  mia,  madre  mia,  jann  vivimos!  esplamd  Lmsa;  j-. 
70  qne  creia  haber  volado  al  cielo  con  nstedl 

— Yo  bajo  de  61  para  decirte  nna  palabra...  para  pedirte 
perdon... 

— jPerdon!  perdon!  ^De  qn^,  madre  mia? 

— Yo  te  he...  hecho ..  desgraciada...  Perdon!... 

— {Desgraciada!  es  verdad;  pero  70  no  pnedo  evitar  nnefi- 
tra  separacion;  ella  viene  de  Dios  7  nsted  me  ha  diqho  d^. 
respetar  sns  fallos. 

— No  es  esto,  hija  mia,  no  es  esto... 

— ^La  Anica  desgracia  es  qne  nsted  mo  dcge...  yiya  7  se?^ 
feliz. 

— jVivir!  7a  no  es  posiblel...  Perdon!...  me  ha  eqnivoca- 
do...  perdon!...  ^-/ 

— Madre  mia!  no  me  hable  asi^  qne  me  dosgarr^,  pi  i^q^...  . 

— Ai!  Yo  snfro  infinito...  Eate  casamiento,..  perdon^;  T^ 


UMLmmnmvm9mfm4k\  2ii 


te !  kis  saorifiQadiO^  jo^.  na:  f i4iM^  pevo  ahoFa  comprendoi .. 
Aboiia  TMil^  ifos^aoiad^  :q«e^  t^  he  h«Qhp.M  perdanL;. 

-TfNo  hai  isaeHfioip  oniiado.  se  cpmple  con  sa  deben..  To  . 
soi  J  sev6  dichosa  porqae  he  llenado  el  mio. 

-•T^Pero.**  yo  mo  ha  equwooado*..  Gailleirmo...  jahl  deaes- 
pcraoioD...  perddaame.M 

•  «r-*£o  le  doi  las  graciaa  por  todo  el  bieo  que  me  ha  hecho  . 
doraate  mi  yida^  par  Wtia  1^  felicidi^d  qne  he  gozado  a  sa  . 
lado,  podr.al  ^jenlplo  qpe  .me  ha  dado  y  por  la  virtad  qne  , 
me  ha  ensefiado..   .  .)     ^      .  .     '    ; 

Y  la  j6vei},  Ueoa  deflaota  .unoioQ^  ae  arrodill(^,  dici^ndole; 
*^Sb  oaied,  madre  mla^  %^!^  d^e  perdonarme  y  beadecir? 
me;,  y  aai  aer6  dioh^i^a  ahorn  ;^y  fiiempre^  asi  aoportari^  con. . 
mm  reaigaaoioa'  el  ah^ndonoea.  qae^^^d  oie  d^iL..'' 

/^^Te  beodigo^  hija  mia^  con^«%0  d^Sa  JaaQa.con  voz  caai 
apagada;  y  espero  en  D1os.m  <|tie  tdM<  Imi  de.*  preqaiar,,/' . 

La  moribniida  cerr6  4SQ8  ojo0yfe.qiied6  como  ea  uu  ^'  , 
tasis;  pero  se  AOAocia  qoe  viyift.aa^.  >     . 

.  Famd^  nn  ratp,  8ali6  de  pst^a  letarg o,  mpstripdose  ea  fu 
fiio|ie4iia  an  c$mbio,.e8ti:^d>fl«Vip)  .paes  ea  yez  de  aagos-:, 
tia  manifesUb^k  la  BOf^.  grange.  aJ^ia, .  ,  u 

iQ^  habitf .pfaaado^por  iagjvwl, V.orpo prp^itf) ai^pagaw y 
por  aqadl  eaplrita  4i#pQeeto.^  A  i^ol^^  a  qtraa  rejipoea?  Qa* 
bia  tdoidiQ  eaa  iutotckm  ^vs^  al^oaajB  veces  ncs  ooa^de  IMo^ 
habia  penelirado  ep  e}  oapapiOf  h^a  l0ido  ea  el/pprvfenir 
con  Job  iacorp^^^  ^goa  ^1,  aliftg;  y^l^aibia  virto  If^  dLesgr^i-.. 
cia  de  ^^,  hija  j.W  f^ioidft§  dftw  hmij  por . wt#,  ,rw(m  le  . 
diji^.a)  volvv  pp^^temenrtpj^l  eflrt^49\i^9rQP4f i  d?  la  Impjia- . 
na.e»at*»cifl..,.,  -1;  -..  i/:  1:.  ,»  -  >   -'.:::..*    [*-i. : 

— Te  he  he«feoiifpgR^8ii^...rp^j5ft(fg!tfs  icUcJiq5iR.^..Ahpri^. 
veo  mi  error  y  comprendo  ta  sufrimiento:  jamabas!  y  te  he 
dado  a  Gnillermo!  ;Ai!  no  lo  sabia!...  Enriqae!  Enriqae!  es- 
pera...  espera...  en  tn  madM^y..r-e&  Dies... 

Y  dofia  Jaana^  estrechando  a  su  hija  contra  sn  corazon, 
espird 


316  Uft 

13  solrtario  tnro  que  sdstefidr  niievanDute  a  Ldim,  pbr^ 
que  volTi6  a  desmayarse,  en  teoto^  que  d  aaieeidote^  dedi- 
cado  escltnivamente  al  bien  de  las  almas,  se  limits  a  radtar 
la  plegaria  de  loe  mnertoe. 

ITn  sileocio  sepnloral  reinaba  en  aqnel  eapaakna  doKmi- 
torio.  No  se  oia  una  sola  toz  ni  tampooo  nn  soUoao  o  mi 
qtiejido;  pero  este  mismo  silencio,  esta  falta  del  eoo  hnm«M> 
era  conmovedon  no  hai  nada  mas  solemne  y  mas  doioroso 
que  esa  inmoyilidad  de  las  personas  que  rodean  a  un  ^adi* 
ver.  Cnando  se  oyen  algunos  ayes,  cuando  se  aenten  alga* 
nos  suspiros  o  sollozos  ahogados,  cuando  se  ven  ccftrev  si- 
gunas  Ugrimas,  se  esperimenta  algoa  ali^io  en  la.  trlrteaa; 
pero  cuando  se  ven  cjos.enjutoa  en  semblantee  descompnes* 
tos,  cuando  reina  esa  inaccion,  ese  mudismo  en  d^nsedor  de- 
un  muerto,  se  puede  asegurar  que  existe  alU  una  de  estas 
dos  cosas:  o  una  tndiferenda  glacial  y  absoltito^  o  on  seqlH 
miento  tan  profundo  que  va  mas  all^  de  las  afKeblinie»  co- 
munes,  Uegando  a  los  ^Itimos  grades  del  dolon 

£1  solitario  re«ost6  a  Luisa  en  un  sofa,  le  aplic6  el  rMtedlio 
de  costnmbre  y  se  fu^  a  hinear  eon  el  eon£esor  «  uno  <ie^  Ids 
costados  de  la  cama  en  que  yada'la  anvante  madre. 

CuandoXaisa  Volrid  en  sf,  mir6  a  su  alrededor  y  r^.^a 
su  maestro  y  al  sacerdote  orlindo;  entoiices  ^llii.s^  to\rant6' 
sin  dedr  palabra,  ysin  decir  palabta  se  puso  %n  1«  mUikxfa 
actitud' al  lado  de  aquellbs  dos  VeneraUes  anclanos,  qtie,  de 
er^encias  distintas,  s^  eonftindian  en  una  sob  ereent^ia,  Dies, 
Uegando  iambos  al  mismo  tSrmino  por  di^ersos  cKmfnoi, 
pero  que  sieinpre  Ilevan  al  bombre  a  un  pamtd  dado:  el  Ha* 
cedor  de  todas  las  cosas,  el  Padre  de  todos  los  bbnitMres,  el 
l^befano  Juez  que  (fitpone  de  fauidstroa  destines/*    -    ^ 


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U  monja. 


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,  Lii«l9,  i^WiMit^  OB :!»%':  ertHYO  eBtraJia  ¥ida  y  la  ajp^r^te? 
7f  A  4afi>i9<u(^  ppar'la  v^ilia  i«hc0$aptei  I09  ti^aps  quidftdos  7  loa  i 
rottia^imidQlifi^lltano,  habrii^^mai  lo^ego  aeompaiQadp  a'  ra 
qi^md&midfe.       .   '.  ^  : 

'  ;DaSa;  Ppi^fifta  7  Qr AiUer«io.  80  rhabian  iastaUdo  desydis  e^t^ 
iQiMM'^faa  k  en^a  ^^efd^fM  Jiofi^ai  ab^d^nando  la  ftpya 
de  la  calle  de  las  Monjitas:  nada  mas  natural  qoie  esta^  4^4^ ^ 
qiHsE.&tUUtfiii^rwarfil  mftFid^krde  Loiea  7  qqe<  Aebi^  cnidfir 
d^Wr«ail«dc7.  tembtea  da  09  ifortaija- 

•  Tanto  a4fi!ittadi!e.ooiiiaal  hijp  w>  Jes  agradabft  laf^r0^> 
saft^adel.^iitiajriQ;  p^rp.tetaiaja  que  oonteiQpQriza)::  cw  41. 
pqr^Jpii^U  qi^ em jporqlte ];«uiaft iH> file AFCinia con n^sguiia 
oteit  |^9i6ii»^  91.  habia  qi^erido  ta^n^pooo  i^xoAr  k>tro  mi^dic^o; 
a^parar /de  Us  r^^i4a9*anataiicU9  de  GtvHermo  7  dQ  d<>Sii  ^ 
Pi$)f^m.(|ii9  8efni^te(fQ9  nui  aoUcU^  d^routie  toda  la  €tn< 
fermedad*  i   .  . 

Li^hriif  A  pelar  da  U  jreppgniinciainsitiAtiyA  <|iie  eent^U  ppr 
supQiandaiyjpprM  afn^gra.^  nobi^biA.pQ^dQ'  m«»09  4^  /i^^ 
comoer  ite  iti^idade^qfie  hubim  ii^liid^  eoa  eUa  7  el  f^tef «^' 
qui^nmaQi^iatelMQ:  por  .««.  saJud|,(  rep;coah^«dpae  i^^twipr- 
mentor  eriB  dlejiiinMiito  AavefUBibW  que  la  aepMtfb^  de  e][lo9. . 
A%Bpfto;TMii3Jbftbk  fM3ialqtt)M      »L  solitariO[Jo  quelle  ^ii-^. 
cedb;:ip«)oJste^iiarda^lt49U€ffteb  0  eliad(a,}a  mefttion^  ppih^^ 
que^  no  queria  ni  fomentar  aqqeUa  nfiinm]  l^pt^SQ  .ni;> 


218  LM  aK,»lilTOi  DIL  FraSLDw 

tampoco  combatirla,  dici^ndose  all^  en  sos  adentros:  "De* 
jemos  que  obre  la  naturaleza,  porqae  ella  es  el  mejor  gtiia 
y  el  mas  sabio  maestro.'* 

La  convalescencia  de  Lnisa  era  lenta  pero  progresiva;  7 
aunque  tan  j6veD,  no  po4i^  nd^prarse  con  la  rapidez  propia 
de  sa  edad,  porqae  la  agoVia^an  tantps  pesares,  siendo  sa 
i&nica  y  favorita  distraccion  pensar  en  ellos  y  hablar  de 
ellos  con  sa  qaerido  maestro,  qaedl^ndose  jeneralmente  has* 
ta  mai  avanzada  la  noche  ocapados  ambos  de  sqs  tristes 
recaerdos  en  qae  no  tenian  niia  peqaefia  parte  Enriqae  y 
sa  familia.  Machas  vecea  Laisa  pregantaba  al  anciano  sobre 
cniX  habia  sido  la  caMia  db  la  trasfotittaoion  s^bita  de  ^a 
madr^'^n  el  Ultimo  memento  y  el  por  qti^  habia  tenido  la  ' 
SQS  jabios  el  nombre  de  finrique;  y  el  aolitarib,  por  toda* 
contestacioD,  le  decia  lo  mismo  qae  habia  dicho  dofiA  JaacMU: ' 
^^Espera...''  siendo  esta  Mia  ptilabra  el  4iiico  goce^  el  ttnito 
rayo  dd  la^  que  veia  tiuisa  en  la  lobregaez  de^n  presente  ' 
y  ihtnrat  exi&tencia.  ' 

Dofia  Porfira  y  sa  h^o  estaban  ciaida  dia  mam  fastidisfdcM 
de  la  presencia  del  misteriosb  anoiano  onyo  nombre  ignora^  * 
ban  y  feoya  infldeftcia  tetnian;  asi  esqae  a  medida  que  Lniea 
r^a^erabii  sas  fuerzas  era  m^yor  la  frialdid  oon  •que  tM-^ 
taban  al  'cor<ynel  don  Torlbl6  d<e  GaMian,  llegatido  en^oca* 
siottes  hasta  el  grad6  de  ser impolfticos  con  41  cnaodo  no  es^ 
taban  en  presencia  de  Luisa,  porqne  temifta  di^odlarit, 
conbciendola  deferencia  y  el  earifio  regpetoMO  y  tMrnoque 
ella  le  tenia. 

£1  bolitario  conocia  mtii  bien  que  wa  nn  hooped  impor- 
tanb  to  casa  de  G  tiillernift]^,  pero  totno  estaba  reqn^lto  a  qile^ 
daHd,  al  menoB  mientras  dnralH  la  convalescenda  Ak  EidiM, 
gaAvdaba  silencio;  y  pasaba-  por  alto  tdda  ki  tnaleiPi^kNieia 
qae  I#  laiafiifedtaban,  ni  i»»m  iH^tda  ootto^-fii  no  tacdifo- 
ciifi^  o'^mo'si'^nt^llegaM  hakfa^lrto^  qcievm  vwdad^^piiea 
no<«lfi|  (^n<iiM  eh  16  mas  minimolato  maff(»as  de»c«|twte 
de  d«»*!P(tf(lra  y  di'ta  hija  •  '     ^ 


A       T^4        ■  ^.         .       .       ..  •  ••  ^•.  *-•'*«*- 


la  del  solitario  en  concepto  de  .  lopi jl9€|j9^  4e  c^mj  <QDIAO  • 
V^MkV^^^fk  d^  HrY|f0>t«'iif>'^.QreiaD,jo^lig»d69;ta  guar- 
dar  loB  mismos  miramientoa  con  ^lW,l»i  p^fer^  .fflwer  ae>., 
v4B*H|ja#^.MwJ«  Miat#ptp,  .JpiiJflal.la  knm  ^ufyir^.mnchiai- 
mo;  pec9tlt»lft^Afij|0  eagfi^  tfto*o  pai^  ap  4^^?.  m^riw  »  ' 
qmiiftidiipi4i«f«  Q«»p^#teB»eB^.  lo;  .q^*  hobier*,  Mdo  an 

sa  hijita,  como  ellallamaba  a  Laisa,  7..see,$f!a#ft  defAA;^^;;. 

grado,  porqae  consideraba  a  Gaillermp  igaal  en  raogo,  em 
foftxum^nim  !(pn#U«Mfis,  wp^nutAtf.  de  estfi^  <sDoj«n^!4e 
cvfiaaat^jMiw  ^y<iMab)^!la  major  felicidad  ,|i^a  it^i^lH)^ 
paiQ^abiot^'  )pK^lpiabata  creep  ,^oe  ia^ven  fie  babia  ^ngii^i^i 
do  7  qae  lo  (]^el|#<{)«p«ab9(qii«  .^er^.w^  bii«%>^«bi9rft  T<n  . 
nid9f «'9er,  «a  verd^D  « irreppfUable  mal    .   .  ^   ,      ; 

q«ef|o>mlin,:  jw^aousntei  fabre  el ;  carifio  qo^  le  prglmaJlMi,. .. 
Cf£NiiM't]b  ^«ta>i^r!(iBdea :  q^oftdpmi^^     a  aqpella  fOfO^  a -, 
qnien  no  consideraba  como  a  ana  sirmnte  dipio  Qomo^^ii^o 
8egixi4l^ifB»(lt:%:3f^{)^rJaia4e  4oSa  ^aanaiiabia  teuido  fiem• 
p^fff^l»d%ia«)^c^ft|^  .c()flfli4ww?^^^      ^96  ^ia^ .  dapim^,^Be 

presentd  C6feri^ik;i^B?gi4«  ^  ifi^^VO^f^if  ech4ii€U>ie.a,lpB  ^ 
pi&  de  Lnisa,  le  dijo:  .       ,     /     » 

-^iQ/f^if^t^m^Qfiffmi  I  *?<»  ."q«^^,  dQai.^a  la,  "ha  d^pei^i^Piy 

a  OSted?  .j.   i-'    j;,.   .    .'.•,  -UC*'  '■■■■:        .  <'..Lfi  y.  ,  .     .  ▼    .    '-.Jl  •: 

fT«r$iA94#»  ^r,|0  l/MbNj)iitt$^rtf4ifcCba4}--  p<WO^  «4.  .9««4i|rio: 
tengo  que  obedecer,  7  no-jlieF-cf  odj^.  pvtjr  ein.  tded^iitQ. . 

-ntf4-#)l%«@|)^%(|rf»:  ,«K!^an9p4pibl0o$a|^flaj«fae.  algpn*! 
dia  de  ta  lado;  pero  no  hai  remedio,  es  an  hecho:  mdiiffiip' 


2^' 

■^Jd  Dtf  qtifiei^Mr  el  orffiifi  d6 '  ^ilrt)iMt «»  ttM  tfltfy  ^ 
nfeaiaieii  nil  taatrifAo^ioj  'J*^  •  -"  ■         •    =  ^-        •    '-- 

— jEnfonbies  hs  IflOi^  ffii  in^ido  d  qae  fe  hs  ibaA&  ii  •ttM8 
s^&](^aiit«  drciear  Y  liniu  «^  adt^^'doMlefidnliiAAtt.^ 

Gfoillermo  jiMsifiMra  ;a<flM  VbifiAt  deltan  tM*  naont  y« 
saMiii^-nBdedriMd^!;^.  -        '^  '■  "  .  ■■  j  .■ 

d^-brazo.'-         •  ■'    •    ■:••••  •'  '• 
'El '^trtiki  Ma»  am  c^e#«ittbiBid6a.  diMrtemaT id  «»li«im,  y 

Ptfi#i1ile eckd  IM  brii»!«  «n U^ana  cfti«<ift  pottfe fCdferiftiTfld 

Loisa  tratd  d4  deteo^^a 'dou'b  v4«U;'  {^i^  «d  'etfosi^  ■ 
gtfftfnflol^,  le  dHjode  iM  ifiddt^^lkhlali^iMte  •*^QoMies«  lulefl, 
aaiA  flfria,  >  Ife  ^iieeento;" ' y -  la«go  <^fijii^d«to  tt  iOdiUiEmbo,'' }« • 

etftfefttw cii^nstandaA:     f"*  ->« '  <;'  j  ■■      J      ' 

•t^iL8  litt  hedlio  a'uJitfeA  al^'idfttmlatgbiidi^ifiadh*' 
—Mil,  D(>'pifecisatt6Q«6/'^i>t*^i'%^-'trfb«lm  dtMSiiM^ 

eHalflfidf  pai«qaefa«««''dil]^Mkae^tfi6l#."        OV. 
— iYentonces!  ••  ^  '"  *'  .-    •  •    ••      - 

'^li  qae,  itafehti^^' i<m'96l^ne^^m a»iiidU'4-ee- 

ner  la  misma  atitbrfdad'qeeitt«iB<M^''jF  iK]PqMi<d<A)Je^^^Aritii-  "^ 

vientes,  j  asi  es  impoaible  gobernar  bien  sa  casa.       ^i      '■ 
•^Ji»-4«Aota,  (MMtot^il^ltfV'ewidij^ifd/lM  «ii'8kiti«n- 

td,  tifte-qae  es  lin  aegBfeyta^tiaf^e'."  X  ,^'    •  r    '•;'-'; 

— ^Yo  he  reparado  qae  las  criadas  la  tratan  como  si  f«<dM  " 

lo:qs6in»|MdrAi'i]aelibi<4<;«kftiBiif>,  %iStf«i^v|(n»^0f4ito- 

lefftUfj"!    '■-  •'  1''     •   •'•''  ■'■'•-•■  '■' •'  ^'  '••:•■•  '•  ''•  •••'  ■ 
— Mi  madre  y  jOj  sefiora,  se  lo  habiamot  ordenacR^'  ^  ^ 


»i 


\     > 


JBILIiaBiBOi  OdiLL, fSddlLOL  2^i 

n^ri  J*(l  W»'   "JJ!i'*"l!ir  .  'JT^ 

jowdr?:  if  9  .^fe^iflxps  il  a  ns^d :  W ;  mucho. 

(fe  »  8M^IRP*fl^iW  l98,«|U»  aw :T\^e;^a  ji^,  c^a^  por 
llfli^i3Rcipf^<yi€^i*f)i;<«lj^cs  pw  gUje  pfrojEa»,y 

que  86  le  profesa,  ha llegacb.a p^p  jA^mmhw  de  la gji^i^a 

7-:il[o.fi^,mi.4i^i5W^  aeftojra,  pqatijarUr,  Ja  n^^M*  ^e  yer 
de  ii^djQS^^y.por  la  fxiii9ma  r^^oa .  e9|>era  qi^  t^|)pcope 
iH>oti:fH7^e^la.iaiM:Q{^rii^  spptifar^.de  <miila(|[pi  pero 

para  evitar  a  ustedes  todo  niQ^vp  4e  dUgait^  qaeda.  ^e^de 
ahora,  y  oomo  lo  ha  estado  siempr^,  a  mi  ;9prYiciQ  privado 
sin  qne  ,^i^e  ^ng4^qJlaint;p|'v^n|f  .Coii,^ila  ni.  ^IJa  co^  nadie. 

— Pero  no  concibo  c6mo  se  paede  hapdr  tol  rseparacipn 
ejx%r»  ^pa^^  J  mojer  j.queios  siri^ien^.del  uno  nq'Jio  8e4n 
del  otro*  ,,         ,     ^  • 

-^EsperOf  sefiora,  que  mi  e;i0^.^er4  bfsJt^te,  amable 
paiifi  cgi^,p^derme  ^(i9^,capri9ho^.,n()^p^^^^  ab- 

soluta  dependencia. 

.  TLnisn  mir6  a  Gaille^nxo  cpjd-tal.d^^oidad  y.refi^lucion 
que  4^tB  baj^  9a  vjata  9,bl|g&pdQlo  a  ijoa^ife^tarse  contra  la 
Tolantad  de  sa  madre,  diciendo: 

.  .— Pg^dep  :<^^T^.  <?<>Da9  f?«*tiea5i[7  ya  qpe,  te.,agriNEla  esta 
mnjer,  cone^rv/^l^j  pi^o  cr(?o.  .^ue^-,8|^r|a  mas  c^erdd  segnir  el 
consejp  de  mi  xnadre,  ^.ft^j^pn  appya  ^a  justicia.        > 

— ^No  niego  que  ujgi  ^^ido  ^eba.^r.Qpmplaqiente  con  fta 
mnjer;  peroee,dei^  twbien^eyjtjp^el.p^^  (je,  c6ftfundir 
la  condescendeUda  con  la  debiUdad, 

.Canclnyendo  esta  obaep yaQion,  dpf  a  Porfira  ae.pard  nn 
tan^to  despechada  p<^r,po  haliQ?pe  h^<?ho  ai^  yolantad* ' 

Darante  toda  €&t&  cdnversaciQ^,  p\  s(^litario  no  desole|e6 
sps  Ubios  hasta  ^l^^ ,  (JijiJ^r^g,  j<j|ij^\iiabia  flej Ado  .|).artir  a 

mas  afabU  modo:  '     i 


-^2% 


.\  • 


^j 


jamas  Hie  ha  satisfectid  LifiA,  ii'p^ttr^^  M6tt]<H9Vft«ol^ 
1  j_Crea,  tefior,  qne  cuando  so  esposa^s^^ta^^MA  i  dMi- 
placeilo,  mas  valiera  do  mrisfir;'  iott  'td^o^  tf  iJi^  es^^MR^e 
•  a^arle  a  nsted  ese  gusto;  lb  hard        *  *     •    *•  '  i  ^  ' ''  '   / 

— Todayia,  senor,  conte8t6  GniUermo  8on]i^Q3d0i^,~'tio 
iahgO'lk  confiaiusa  necesaria  con  mi  mii}ef ,  pties  ittfn  cuando 
hace  cerca  de  dos  meses  qne  estimds  tmidos  ^f  la  igtea^i 
sin  embargo. ..  como  ha  estado  enfertna  jrcomc^a*  lie  visto 
tan  tAste,  he  redpetado  esa  enfermedad  f  da  .tf&ftezf£/      ' 

— ^Ha  hecho  nsted  mni  bien;  yla  sefiontk  Lofiu'  aprecia^ 
eh  sn  Justo  valor  esa  condncta.  '  ^  '  '  *  *  ^"^  '"''  1 

— jEs  verdad,  Lnisa?  '  •  -      >  v  x  ^ 

— Desde  el  momento  que'  mi  mi^stto  lb  itfirnU^  mo  hai 
por  qoedndarlo.  . »  •  :     i    i 

— fTn  ma^trof  Ko  lb  conocia  yoj  y  sin  dmbargtJ  Hem^ 
crecido  casi  JDntoe.  ' '  •  **^ 

*— Pero  nohemds  vivido.  •  »:^;  .;— 

-^Ya  lo  8^'  con  todo,  creia  qoeiib '^abias tbnfdb  direc- 
tores. 

— £k  justamente  lo  ^nico  con  c[ue(  he  contado,  lbs'  4hicos 
'apoyos  qu6  me^han  sostenido  y  dlrijido:  mi  niadrey  ttii 
maestro.  ;  .    ..  .  t 

-^jY  por  qn6  no  me  has  dicho  sn  nombr^  para  hohrarlo? 
jPor  qu^  me  has  obligado  a  pregant^tselo  ia  Jit  '       " 

— ^No  lo  s^;  pero  en  We  caso  obedezco  a  qnieii  tespeib, 
desde  que  mi  madreha  hecho' loih!^'o?*/     '-"^^^  *   "~ 

—No  pretenda  nstefl,  amigo,  in  terra  in'pi6  el  Holifeanp, 
conocer  cosas  que  habr&  motivo  paria  ocultarlas!'  ,^     .1'  "' 

— jEjitofices  nsted  tambien  rehosa  dfecirme  sn  nombre! 

r-Hai  ciertas  circunstancias.. .,  pefo  quizis  no  est4  Iej6s 
el  dia  en  que  nsted  lo  sepaL  *  *,'!!* 

— jlfis  sin  embargo  mai  rai-o  qne  viva  bajo  un  mjsino'^ 
chb  una  persona  a  qnietf  tto'W  (Xlbbc'e,  iioa  peiisgna  euyo 
nombre  seignora!  '  *   * '  ^^^^^'"  '-^^^^ 


wtedilbQ-Jii  ^apontrcido  ^iie6(ta  caaa  Sanckokoi  jdec£ter|di*gios 
afios  conocido;  pero  no  pasard  qaia^mobliD^ieoipo  sia  goe 
Im  (siriottdad  qvcdq  aatisfeoha.  <    *      ;^  < .  >  . 

r^Ustedi  seOor^  ddbeioompfandeir  qae  en  laa<cijreiiiifatan- 
cias  en  qne  nos  encontramos  no  es  mera  ontlosidad  la  mi*. 

itnAsllci  y€O.y:.l0''0aQ<fie8O;'  r  '..1   [ 

— T  si  Qiited  lo  ¥e  y  lo  confieaa  {a.qu^  viejia  ua  misterk) 
qne  tra^pasa  IO0  liqptitei  de  las;  coarenieiiciiai  sooialaflT 

— ^Jamaa;  cada  paede  ir.mas  alU  de  las  rerdaderas  cm- 
Teqimcias  soeiales^  dijo  hmuk  con  sev^eridad^  oaando  lo  hsk 
apojrado  mi  madra  y  oaando  70  lo  sosteago;  Boseo  la  eon- 
ciencia  de  mis  actos;  s^  de  qudmanera  be  obctado,  m  cbrai^ 
loal)  7  por'consigiiiente,  lo  que  iiago  es.en  virtdd  de  cr«l)rlo 
lejitimo.  >        , 

..  — Paede  bbt  rerdadero  lo  que  dices,  pero  ^0  luf  estoi 
ien  mi  caaa  o  soi  en  ella  nn  4sero?  ^  ^ 

-^tQai^a  pone  esto  en  dnda?  * 

•^{G6mo!  jPretendes  que  no  estoi  en  mi  oasao*  qoesQi 
peor  que  el  Ultimo  sirviente)  ^ 

-f-He  dioho  todo  lo  cotntrario.  -     ' 

— T  enitonces  ^eomo  es  que  vire  aqni  en  iotimas  i^ela- 
^Clones  con  mi  .esposa,  relacionea  cien  mil  reoeA  mas  f otimas 
qae  las  mias^  ana  peiapna  qne  no  qeaoiseo,  7  no  solo^  qaa 
no  conozco,  sino  qae  kasta  0070  nombre  igaoro,  no  pndieq- 
do  ann  llamarlo  si  se  ofrece?  Coofiesa  al  mepos  que  esto  es 
iDAi  aiagnlar,.  y  qne  hago  ea  mi  casa  nn  pkpel  mni  ridi^ 
ftnlo.*    5      ,    i 

:  -^No  liaga  usted  escenag  a  sa  esposa;  me  ir&.;!.  Pero  ad- 
yierta  aeted  qne  mi  edad  7  el  nombre  que  Itero  bastarAn 
fiaita  ale|ar  de  ni^ted,  tbda  sospecha. 

^-^h,  paiire  niio^  nose  incomodej-no se  vaya;  lestoi'tbA 
ddvia  nlai  d^bil^imtii  tmte..;  lie  moriria...  OdUerttto^  coti^ 
tinQ6  Lnisa,.<iiir^idQdoBO(>aw  mi^ridQ,  si  supieras  qttii^p  es^ 
81 8«.pi0ras  ciitfnto  le  ban  del»Ul(i  *  mis  pailres  a  «8tt  eaballe- 


as4 

;io«  enibta  Id  debo  fo  miamai  te  «rrodlUiUriM  di^te'-de  M 
J  le  pe£tiriaa  de^  imQ  Teees  perdbfi  de  io  q«e  lotf  dicka;  fe 
'^^fpUco  qae  ho  haUes  Mi 

— £[abr&  hecho  mneho  por  usieddi,  ptaom  otttiftoji  ttf, 
so  bs  reicoBocido  «n  mi  vida  nlngofr  btue&ctoF)  Bt^U-deb) 
aervidiOB  a  aadia 

Laisa,  al  oir  esto,  cambi6  iartantAQeatifeate  de  aeiiittd  7 
da  tono,  j  dijo  a  sa  marido  coo  noble  mfl^estadf 

— ^Adnerta  tambien  listed,  caballero,  qde  Mba  ^ra  la  p|i- 
BieraT€fes  que  saplicaba  y  seni  la  4Uipia..«  Sla^or,  mi 
;  jDiaestra  7  Begando  padre,  7  Lnisa  desigriuS  al  eoKtatio,  no 
abaQdonar^  la  casa  de  su  hija,  siao  oaando  ifl  qniera  dpjjmv' 
me;  Yo  lo  Humdo  7  ie  oomplir^.. 

La  ¥0£,  el  aceato,  reirelaD  taiito  el  carficftory  la  vohiiitid 
mas  o  menos  decidida  de  las  personas,  que  inmediatametite 
te  ^BOBOce  la  eikeijia  del  imiivcdao;  7  Oailbrrao  odmpKiidi6 
sin  qae  se  lo  dijeran,  qae  tendria  qae  hab^raelaa  ooq  nam 
de  esas  natnralezas  que  jamas  ae  doblegwi,  jsiiiq  pbr  la  raaon, 
por  el conTenciiniento o  por  el  oajriftej  de;  modo  que  pfe76 
mas  prudente  ceder,  porqae  ad  ganaria  aa  cbnetpta  d^ 
Lnisa,  mientras  que  de  otra  manera  estaba  ^eapaesto  a  no 
edmegttir  jamas  nada;  7^  en  copseonenida  res^Modad:  < 

-^Gfedo  a  ta  voltintad  7  eedo  con  gnsto^  amiga  mia;  pero 
al  mebos  reconoeer^  qne  estaba  7  qae'^toi«a-mi  deieehp, 
'  portjaq  on  eeposo  ea  dempre  nn  espoakiu 

3S1  aolitario  perniiaiieeia  impadble,  7  sin  embaigo  tenia 
niLinteres  tital  pn  aqaidla  di0ensi^;'no  popque  8§  Crataim 
de  ^1,  duo  porqne  esa  conversacion  afectaba  a  Lnisa,  7  eca^ 
ae  pnede  dedr  aai^  el  prelioiinar  de  las'relaeiones^ae'se  sn- 
cedieran  maa  tarde  entre  l6s  espoaos;  7  comoen  esto  eonr- 
sistia  el  porvenir,  la  feliddad  o  la  indejieaidencia  de  la  hqa 
da  lia  amigo,  qneria  saber  la  faensade  Tdlnnjtad  de  <](Qe^o- 
dia()iiQ)oiier  Lnisa  ea  ^nn  ditoo  diado  71011'  ^etdadieatabb 
pompladdo  dd  lii  eaeijiia  que  habiadekplegado.  ^    i ' 

.  Gdittiim^  ae  eetaddetebft diatrbtadd;  |ieo6  an-  a« ita^aiOB 


LOS  dXCfftXTOB  DIL  PXTIBLO.  225 

no  era  esta  concesion  de  trascedental  importancia^  sino  que 
al  haceria  habia  formado  su  c&lculo:  queria  ganar  terreno, 
deseaba  conquistar  a:  Ltiisa,  se  habia  propuesto,  en-una  pa- 
labra,  rendirla;  porque  el  vfaculo  de  la  iglesia  significaba 
bien  poco  en  su  concepto,  si  no  conseguia  el  vinculo  de  la 
naturaleza,  qu6  es  el ;  mas  lejitimo,  el  mas  indisdluble  y  el 
mas  fuerte,  y  ese  vinculo  no  existia,  y  era  preciso  llegar  a 
el;  pero  como  la  violencia  es  el  peor  de  los  medios,  se  pro- 
puso  emplear  la  dulzura  y  la  mansedumbre,  y  dijo  a  Luisa: 

— Querida  mia,  yo  no  quiero  tener  mas  voluntad  que  la 
tuya,  y  desde  ahora  puedes  obrar  en  [conformidad  a  tus 
gustos,  pues  me  he  propuesto  no  contrariarte  nunca,  sino 
que  por  el  contrario,  deseo  que  tu  voluntad  se  armonice  con 
la  mia  sin  que  haya,  si  es  posible,  la  menor  diverjencia  de 
opiniones:  ^encuentras  pues  que  no  me  conduzco  como  debo? 

— Aprecio  esa  noble  manera  de  ser  y  la  estimo  en  lo  que 
vale. 

Y  Luisa  tendi6  la  mano  a  su  marido  con  esa  dignidad 
ben^vola  que  realza  la  acciou  mas  insignificante. 

Guillermo  se  despidid  dejdndola  en  coafidencia  intima 
con  el  solitario  y  con  Ceferina  que,  hasta  ese  momento,  ha- 
bia permanecido  como  ajena  a  la  conversacion,  aun  cuando 
tomaba  en  ella  el  mayor  interes,  porque  todo  lo  que  se  re- 
lacionaba  con  Luisa  lo  oonsideraba  de  1ft  mayor  importancia, 
pues  su  existencia  dependia  de  la  elxistencia  de  ella. 

Don  Toribio  de  Guzman,  hombre  de  esperieacia,  hombre 
de  mundo,  y  sobre  todo  hombre  pensador  que  penetra  en 
^l  corazon  adivinando  las  pasiones  hamanas  y  los  mdviles 
que  las  determinan,  habia  leido  como  en  un  libro  abierto 
en  el  alma  de  Guillermo  no"  teniendo  por  el  iadividuo  las 
consideraciones  que  le  habia  manifestado  Luisa,  creyendolo 
verldico  y  caballeresco;  pues  ^1  sabia  deantemano  quetoda 
esa  benevolenoia  no  era  otra  cosa  que  cdilculo  para  adorme- 
cerla;  pero  ^1  se  encontraba  afortunadamente  ahi  para  si  era 
necedario  cru^ar  sus  planes^ 

lOMO  XT,  U 


32S  1^00  KBOOBtOB  ML  FUBLO. 

IL 

« 

Pasado  nn  momento  despaes  de  haber  qaedado  solos, 
Luisa  dijo  al  8olitario: 

Es  preciso  confeaar  que  mi  marido  no  se  cojnporta  mal, 
pues,  en  resumidas  cuentaa,  tenia  y  tiene  razon  de  averi* 
guar  coal  es  el  nombre  de  las  personas  a  quienes  cobijan 
las  murallas  de  su  casa. 

— Lo  s6,  hija  mi  a,  y  he  estado  casi  al  panto  de  decfrselo; 
sin  embargo,  consideracionea  de  otroj^nero  y  que  talrez  tu 
ignoraSf  me  ban  impedido  hacerlo. 

— No  pretendo  entrar  en  sus  secretos;  pero  sea  de  ello  lo 
que  faera,  yo  tengo  el  deber  de  P'^r  justa  y  no  le  negar^  a 
Guillermo  que  se  haportado  de  una  manera  digna  y  propia 
de  uu  caballero. 

— No  te  dejes  seducir  por  las  apariencias,  hija  mia.  Mu- 
cha9  veces  se  concede  algo  para  pedir  mas. 

— jY  qu^  mas  puede  exijir? 

— Ya  lo  veremos. 

— Si  contin&a  como  ahora,  bien  poco  hai  que  temer. 

— Ojali;  pero  la  exijencia  actual  prueba  sus  pretensiones. 
]Echarnos  a  Geferina  y  a  mf,  nada  menos  que  eso  era  lo  que 
deseaba!.. . 

— Dona  Porfira,  pero  no  Guillermo. 

— Madre  e  hijo,  Luisa,  no  tengas  la  menor  duda. 

— Pero  no  lo  conseguirdn  jamas. 

— Lo  conseguir^n,  lo  conseguirdn,  hija  mia,  e3clam6  Ge- 
ferina llorosa,  porque  ^l  es  tu  marido,  y  tarde  o  temprano 
tendrds  que  cederle  y  conformarte  con  su  voluntad. 

Luisa  se  sonri6  y  dijo: 

— No  tema,  ama  mia,^no  tema. .  ♦  Usted  no  se  separard 
nunca  de  mi  lado. 

— ^Yo  no  quiero  ser  causa  de  disgustoa,  ni  introducir  la 
desunion  entre  los  esposos* 

— No  lo  crea.  Yo  se  como  debo  de  obrar  y  hasta  donde 


t  w 


XiOB  BMsftnoB  mOi  fuiblol  127 

paedo  conceder.  Abora  desearia  que  di^ramos  un  paseo  en 
carrnaje.  {Nos  acompafiaria,  usted,  sefior? 

— Con  el  mayor  gusto,  contestd  el  solitario,  que  veia  que 
mientras  mas  se  distrajese  Luisa,  la  convalesceDcia  seria  mas 
pronta. 

— ^Ddnde  iremos?  pregunto  el  anciano  a  Luisi^  cuando 
entraron  en  el  coche. 

— A  la  calle  de  San  Pablo. 

' — Buena  idea.  Paeda  ser  que  sepamos  algo  de  nuestros 
amigos. 

— Ayer  no  mas,  se&or,  he  estado  yo  ahi,  y  aun  no  han 
Tuelto,  contestd  Ceferina. 

— De  todos  modos,  quiero  por  lo.  menos  ver  esos  lugare«, 
dijo  Luisa. 

El  coche  se  detuvo  en  la  puerta  del  conventillo  y  las  trei 
personas  que  iban  en  dl^bajaron. 

Luisa  se  apoyaba  en  el  brazo  del  solitario;  sentiase  d^bil 
por  la  emocion.  Aquellos  sitios  le  traian  dukes  y  conraove- 
dores  recaerdos;  jqu^  cambio  en  tan  poco  tiempo!  Parecfale 
triste,  mui  triste  aqiiel  conventillo  en  que  tanto  habia  go- 
zado  con  su  amiga  Mercedes,  haciendo  obras  de  caridad 
entre  aquellas  pobres  jentes;  y  ahora  pareciale  encontrarlo 
solo,  pues  faltaba  lo  que  le  daba  animacion  y  vida. 

Luisa,  despues  de  haber  permanecido  un  largo  rato  in- 
m6vil  frente  a  las  puerta  cerradas  que  daban  a  las  habita- 
clones  abora  solitarias  de  la  familia  Lopez,  se  diriji6  hdeia 
la  pieza  de  la  pobre  viuda  a  qnien  babia  socorrido  una  vez 
y  a  quien  babia  dicho  que  mandase  a  sa^casa  cuando  turie* 
se  necesidad  de  algun  ausilio. 

La  mujer  que  continuaba  postrada  en  la  misma  oama  en 
que  la  babia  visto  como  siete  meses  antes,  reconoci6  a  Luisa 
en  el  momento  y  rompi6  en  lianto  diciendo  con  toz  conmo- 
vida. 

— ^iQa6  consuelo!  La  vista  de  usted,  seSorita,  me  prueba 
que  han  de  volver  laego..«  {Ah!  Si  «Bted  iapiera  cu&uto 


228  LOB   8i&OB£Tu»    Di!ih   PI3  IfiBlA/. 

bien  me  hacia  Mercedita  y  la  senora  Marta!  Desde  que  ellos 
partieroQ  todo  se  acab6. . . 

— Lo  comprendo,  contest 6  Lnisa  enternecida;  ^pero  por 
qn^  no  ha  mandado  usted  a  casa? 

— No  he  podido  moverme,  y  mis  hijitos  son  tan  peqne- 
fios;  sin  embargo,  lo  que  uated  me  dej6  me  ha  servido  mn- 
chisimo,  asi  tambien  como  lo  qae  me  di6  la  sefiora  Marta 
antes  de  partir;  sin  esto,  ya  uo  existiria. .  • 

— jNo  haberlo  sabido  yo!  esclamd  Luisa;  pero  ya  reme- 
diaremos  el  mal  y  a  usted  no  le  faltarA  en  adelante  lo  nece- 
sario. 

— Gracias,  senorita;  Dios  premiard  su  caridad. 

— ^Ya  principio  a  recibir  la  recompensa,  dijo  Luisa  al  so- 
litario,  porque  me  siento  casi  alegre  con  la  idea  de  socorrer 
a  esta  infeliz  a  quien  protejian  liXercedesi  y  su  madre  y  a 
quien  contin4an  protejiendo  por  mi  conducto;  y  luego  diri- 
jiSndose  a  la  enferma,  anadi6: 

— Lo  que  yo  haga,  senora,  agrad^zcaselo  de  preferencia 
a  Marta  y  Mercedes,  pues  es  sin  duda  alguna  el  espiritu  de 
ellas  el  que  me  ha  traido  aquf  y  el  que  ahora  me  anima. 

—Si,  seeorlta,  asi  debe.  ser;  pero  no  por  eso  dejar^  de 
rogar  a  Pios  por  usted. 

— Hdgalo,  h^galp  siempre,  qt^e  bastante  lo  necesito;  y 
yo  aer^  qaien  deba  estarle  recoaocida, 
.    — Ha  sabido  usted,  sefiorita,  de  mis  bienheohoras?  ^Ven- 
drin  luego?  \Qa&  gusto  tendria  d,e  verlos! 

— Yo  nada  he  sabido;  pero  pid^selo  usted  al  Sefior  y  lo 
conseguir&. 

--^Es  lo  que  hago  todoa  los  d\w* « •  es  lo  que  hago  a  todo 
momento,  pero  mis  santos  no  me  oyen;  yo  ser^  tan  mala. .  • 

—Continue  usted  sin  desmayar,  y  al  fin  lo  conseguird. 

— jY  pensar  que  esa  virtuosa  familia  debe  sufrir  muchi- 
Bimo?  Porque,  sefiorita,  ha  de  s^b^r  usted  que  el  j6ven  En- 
rique, hermano  de  Merceditas,  est^  en  la  Penitenciaria,  no 
por  crimen  alguno,  se&orita,  porque  toda  esa  familia  es 


XiOS  8SCSXT0S  DSL  PUXBLO,  229 

Santa,  sino  porque  se  meti6  en  la  revolacion;  y  poco  tiempo 
despues  desaparecieron  todos,  sin  saber  donde,  sin  que  ha- 
yan  vuelto  una  sola  vez,  sin  tener  la  menor  noticia  del  lu- 
gar  donde  se  encuentran. 

— ^Y  no  ha  visto  usted  a  ninguno  de  sus  conocidos? 

— A  ninguno,  sefiorita. 

— Es  raro,  mui  raro. 

— Asi  lo  dicen  todos,  \j  jdL  hace  como  cinco  o  seis  meses 
que  se  ausentaron!  Pero  es  imposible  que  no  vuelvan,  por- 
que es  probable  que  no  dejen  perder  sus  trastos  que  estdn 
guardados  en  las  piezas. 

— Esperemos;  y  si  usted  tiene  alguna  noticia,  hdgamela 
saber  en  el  acto. 

Luisa  se  despidi6  de  la  enferma  dejdindole  para  mientras 
algun  dinero,  yendo  en  seguida  a  visitar  a  cada  uno  de  los 
pobres  habitantes  del  conventillo  y  esparciendo  sobre  todos 
ellos  sus  dones  en  conformidad  a  sus  necesidades,  saliendo 
de  aquella  miserable  morada  mas  contenta  que  del  mas  sun- 
tuoso  palacio,  porque  habia  sido  colmada  de  bendiciones. 

— Desde  la  muerte  de  mi  mamita,  dijo  Luisa  al  solitario 
euando  estuvieron  solos  en  el  coche,  este  es  el  dia  en  que 
lie  sentido  en  mi  corazon  algun  alivio.  jQu^  placeres  tan 
inmensos  produce  la  caridad! 

— Asi  es,  hija  mia;  no  hai  goce  mayor  en  este  mundo  que 
el  bacer  el  bien. 

— jY  tan  pocos  que  lo  practican!  j06mo  es  que  los  hom- 
bres  anteponen  los  efimeros  pasatiempos  de  la  vanidad  a  las 
delicias  puras,  daraderas  y  provechosas  de  la  caridad?  Estoi 
por  creer  que  no  saben  ser  felices  por  ignorancia. 

— De  todo  hai  en  el  mundo,  hija  mia,  de  todo;  pues  no 
falta  la  maldad,  y  el  egoismo  es  un  sentimiento  mui  jeueral. 

— Por  egoismo  debiera  uno  ser  humane. 

— Soi  de  tu  misma  opinion;  pero  mientras  no  se  conciba, 
mientras  no  penetre  en  nuestros  corazones  el  esplritu  ver- 
dadero  de  la  moral  cristiana,  no  habrd  esperanjsas  dQ  refor- 


ma,  7  loB  que  practican  la  caridad  continaanCD,  como  haata 
aqai,  siendo  uDaescepcioD. 

Efita  agradable  plitica  86  internimpi6  con  la  Uegada  del 
coclie  a  la  casa  de  Laisa. 

Goillerino  estaba  en  la  pnerta  de  calle  y  abri6  la  porte- 
suela  del  carru«;je,  presentando  cortesmente  la  mano  a  sa 
esposa  para  qae  b&jase,  y  dici^ndole  con  aire  de  nn  tierno 
reproche: 

— ^or  qu^  DO  me  dijiates  qae  pensabas  salir?  l^e  habria 
acompafiado  con  macho  gasto.  Esta  es  la  primera  vez  qae 
das  an  paseo  y  habiera  sido  conveniente  hacerlo  jantos. 

— Creia  qae  no  te  seria  agradable,  porqae  he  ido  a  casa 
de  pobres, 

GaiRermo  tembl6  iavolantariamente,  paes  crey6  qae  Lai- 
sa habiera  ido  a  ver  a  Mercedes;  pero  sabiendo  qae  se  ha- 
bian  aasentado  desde  macho  tiempo  y  qae  el  hermano  es- 
taba en  la  Peaitenciaria,  se  seren6;  sin  embargo,  siempre 
tenia  sus  te  mores,  y  para  cerciorarse  de  lo  qae  habia  sace- 
dido,  le  dijo: 

— ^Y  por  qa^  sapones  qae  no  me  habria  sido  agradable 
ir  a  ver  a  pobres? 

— Porqae  los  desprecias. 

— ^Ya  s6  a  lo  qae  te  refieres;  pero  nno  se  modifica. 

— Ojald;  lo  deseo  por  ta  propio  bien. 

— ^Me  prometes  entonces  convidarme  en  otra  ocasion? 

— ^Te  lo  propondr^,  y  si  qfoieres,  lo  aceptar&s. 

— Qaerrd,  aan  caando  no  faera  mas  qoe  por  darte  gasto. 

— Caando  las  cosas  son  forzadas,  no  volaatarias,  salen  mal. 

— Pero  en  mi  serA  volantario,  porqae  qaiero  agradarte, 
qaiero  qae  me  ames  como  yo  te  amo. 

Y  esto  fa^  dicho  en  voz  mai  baja  y  acompafiando  a  la 
palabra  an  snave  apreton  de  manos. 

Laisa  mir6  a  Gaillermo  con  ese  aire  de  dada  y  de  sor- 
presa  qae  caasa  an  acontecimiento  inesperado. 

— No  te  asastes,  qaerida  mia,  contina6  en  el  mismo  tono 


1 

/ 


tM  8SCBST0S  BXL  linoM.  231 

Gaillermo.  To  he  respetado  tu  dolor  y  por  esto  no  te  he 
dicho  mi  pasion,  pero  todo  tiene  su  t^rmino  j  ya  seria  en 
ml  una  degoortesia  el  no  decirte  el  cariSo  que  siempre  me 
lias  inspirado  j  que  ahora  mas  que  nunca  siento  efl  mi. 

— ^La  herida  estd  mui  fresca,  ml  dolor  ea  mui  profando 
para  que  pueda  sentir  y  apreciar  emocionea  distintas;  de 
consiguiente,  te  agradecer^  el  qae  demos  punto  final  a  esta 
conversacion, 

Y  diciendo  e«to,  se  desprendid  del  brazo  de  Guillermo, 
corri6  a  su  pabellon  y  se  encerr6  en  ^1. 

El  marido  quedo  sorprendido,  porque  habia  sido  tan  rft- 
pido  aquel  movimiento  y  tambien  tan  inesperado  que  ni 
siquiera  pens6  en  detenerla,  queddndose  de  piS  en  el  mismo 
sitio  durante  un  largo  rato. 

Cuando  volvi6  de  su  estupefaccion,  dijose  a  si  mismo:  "Es 
estraordinario  lo  que  a  ml  me  pasa:  hace  como  dos  meses 
que  estoi  casado  con  mi  mnjer  y  aun  no  le  he  dicho  "te 
quiero;'*  y  ahora  que  apenas  he  Uegado  a  pronunciarlo,  no 
9olo  no  me  escucha  sino  que  haye".  •. 

Un  pensamiento  r&pido  y  terrible  pas6  sin  dada  por  eu 
imajinacion  en  aquel  instante,  porque  mad6  de  color  repe- 
tidas  veces,  llevdadose  la  mano  a  la  frente  y  sacudiendo 
foertemente  la  cabeza. 

— jlmposible!  dijo  entre  dientes;  si  hubiera  sabido,  no  se 
b/ibria  casado  conraigo. ..  Ya  veremos  quien  vence. 

Y  Guillermo  se  diriji6  a  las  habitaciones  de  su  madre. 
Intertanto  Luisa  habia  encontrado   sobre  su  costurero 

unagruesa  carta  dirijida  a  ella,  lacrada  de  negro  con  un  se- 
Ho  estraflo  que  le  era  cotnpletamente  desconocido  y  que  se 
asemejaba  a  es)8  pedacitos  de  trapo  bordados  denominados 
oscapularios  que  se  colgiban  antiguameate  al  cuello  todas  las 
mujeres  de  nuestro  pai^,  y  aun  los  hombres,  coaservdadolos 
todavia  nuestras  madreay  hasta  no  pocas  persoQas  de  las  nue- 
ras  jeneraciones,  pero  cayo  u?o  se  pierde  dia  a  dia;  sin  em- 
bargo, las  monjas  santiaguinas  fabrican  aan  jaguetes  de  una 


■ 

I 


288 

ignorftnte  rapeisticion  a  Iob  que  atribayen  grandes  yirtades 
tirnendo  como  amnletos  para  preeervar  al  que  los  carga  da 
mnchos  males  y  de  machos  peligros,  y  los  regalan  a  sos  co- 
nocidos  ereyendo  qne  les  hacen  an  graade  obseqaio.  Hai 
alganos  de  estos  escapalarios  qae  son  realmente  valiosos, 
porqae  a  mas  del  trabajo,  est^n  bordados  con  hilo  de  oro  y 
con  perlas  o  piedras  preciosas,  sobre  todo  coando  la  monja 
los  dedica  a  algan  obispo,  a  an  ministro  de  estado  o  a  an 
presideate  qae  talvez  no  se  desdefia  en  Uevarlos  al  cnello 
debajo  de  la  camisa  y  de  la  banda  tricolor. 

Lnisa  daba,  pues,  vaelta  a  aqael  gnieso  paqaete,  miraba 
aqael  sello  estraordinario  y  no  se  atrevia  a  romperlo;  temia 
encontrar  algnn  terrible  misterio,  pero  vencida  al  fin  por 
esa  cnriosidad  qae  despierta  lo  desconocido  y  qne  crece 
mientras  mayor  es  el  temor  qae  caosa,  hizo  saltar  el  negro 
lacre,  apareciendo  an  peqnefio  retrato  de  sa  tia  en  traje  de 
monja  y  de  fecha  reciente;  pnes  repr^entaba  a  ana  mnjer 
de  edad  y  qae  revelaba  en  sas  facciones  an  largo  sofrimien- 
to  por  sa  mirada  triste  y  dalce  y  sa  cara  descarnada  y 
palida. 

Antes  de  principiar  a  leer  aqael  largo  escrito,  coni)empl<S 
Lnisa  detenidamente  el  retrato  de  sa  tia  darante  macho 
tiempo,  como  si  pretendiese  descnbrir  en  aqaellas  facciones 
lo  qne  debia  haber  sentido  y  haber  pensado  aqnella  akna 
en  sa  prolongado  cantiverio.  En  segaida  llevo  a  sas  labios 
aqaella  imdjen  besdndola  con  ternnra  y  derramando  sobre 
ella  an  torrente  de  Mgrimas,  l^grimas  qae  la  aliviaron  en 
parte  de  sas  dolores  pasados  y  de  sas  dolores  presentes  qae 
eran,  se  paede  decir  asi,  nnos  mismos,  porqae  las  impresio-, 
nes  no  se  aislan  sino  qne  se  encadenan  y  la  reminiscencia 
del  snfrimiento  de  ayer  nos  hace  snfrir  hoi  y  nos  har4  sa-; 
frir  ma&ana  hasta  qae  el  tiempo  la  debilite  sin  por  esto  es 
tmgnirla.  j 

I 

•1 

I 

! 

I 
\ 


XM  noiunOB  ml  mm/K  233 


m. 


En  el  graeso  paqnete  que  Laisa  conservaba  entre  sas 
manos,  habia  varios  papeles  independienteB  los  qdos  de  los 
otros,  como  docamentos  o  piezas  justificativas  de  alguna 
causa,  paes  Dot&banse  drstintas  escritaras  que  paso  aparte, 
disponiSadose  para  leer  lo  que  decia  el  mas  voluminoso  de 
ellos  y  que  iba  todo  escrito  de  pufio  y  letra  de  su  tia. 

Pero  apenas  habia  trascurrido  las  primeras  lineas  cuando 
Luisa  di6  un  fuerte  grito,  cayendo  desniayada,  pero  que 
afortunadamente  oy6  Ceferina  que  corri6  presurosa  donde 
ella  prestdndole  los  primeros  ausilios,  yendo  en  seguida  a 
Uamar  al  solitario  y  a  Guillermo,  diriji^ndose  primero  don- 
de aquel,  ya  fuese  porsimpatia  o  ya  porque  supiese  que  po- 
dia serle  mas  litil  por  sus  conocimientos;  de  consiguiente, 
f u^  61  el  primero  que  penetr6  en|,el  cuarto  de  Luisa,  pudiendo 
ver  el  retrato  de  la  monja  a  quien  reconoci6  en  el  acto  a 
pesar  de  los  ano3  trascurridos  y  del  cambio  natural  opera- 
do  por  el  tiempo, 

Los  papeles  que  habian  motivado  el  desmayo  de  Luisa 
estaban  en  el  suelo,  y  el  solitario  los  recoji6  y  guard*  por 
prudencia  figurdndose  que  aquellos  papeles  debian  contener 
talrez  cosa  que  convenia  que  ignorase  el  marido  que  no 
tardaria  en  Uegar,  como  sucedi6  en  efecto,  pero  habiendo 
ya  hecho  desaparecer  los  documentos  que  ocult6  en  sus  in- 
.mensos  bolsillos  sin  leer  una  sola  linea. 

Luisa,  vuelta  en  si,  nada  mas  que  con  la  impresion  del 
agua  fria  con  que  le  habia  rociado  la  cara,  se  encontr6  ro- 
.deada,  sin  darse  cuenta  de  ello,  del  solitario  que  le  tenia 
una  mano  tomsindole  el  pulso,  de  su  marido,  su  suegra  y 
Ceferina  que  le  preguntaron  tan  luego  como  abri6  los  ojos 
qu^  era  lo  que  le  habia  pasado. 

Luisa  mir6  al  principio  a  todas  aquellas  personas  con 
cierta  estraneza  como  quien  dice:  ^%Qii6  significa  esto?  Pero 


m  iM  Bsasnos  vn.  rxnesuK 

laego  se  le  vino  a  la  memoria  la  carta  y  la  baso6  con  la 
vista  per  todas  pai:te8  pregontdndose  a  si  misma,  %i  lo  que 
acababa  de  sucederle  seria  o  no  un  suefio,  y  para  cerciorar- 
86  de  ello  dijo: 

— iD6nde  esti  la  carta  que  acabo  de  tener  y  que  princi- 
piaba  a  leer? 

— lQ\x6  carta?  respondierpn  todos  mir&ndose  unos  a  otros. 

— La  carta  que  encontr^  ea  el  velador,  la  carta  de  mi 
tia. ..  de  mi  pobre  tia  que  ha  muerto! . .. 

— jLa  carta  de  tu  tia!  ^Dd  tu  tia  la  monja?  e8clara6  dofia 
Porfira  sobresaltada,  ^Has  reoibido  una  carta  de  ella  y  dices 
que  ha  muerto? 

— La  he  encontrado  sobre  mi  velador  cuando  volvf.  La 
he  tenido  largo  jato  en  mis  manos  sin  iabrirla,  porque  tenia 
temor:  su  lacre  negro  y  au  eello  me  infundian  miedo,  y  con 
razon;  pues,  lo  primero  que  vi  fa^  su  retrato,  y  lo  primero 
que  lef  su  muerte .  •  •  jPero  d6nde  est^  la  carta?  Yo  quiero 
leerla  hasta  el  fin,  porque  no  pude  continuar  hace  poco, 
pero  ahora  tengo  fuerzas,  estoi  decidida. 

— Pero  si  no  hai  ninguna  carta,  Luisa,  querida  Luisa, 
contest6  Guillermo:  debe  ser  una  ilusion,  taWez  un  sueno. 

El  solitario  permanecia  impasible  y  mudo.  Sabedor  ^1  de 
todo  cuanto  habia  acontecido  entre  la  tia  de  Luisa  a  quien 
habia  amado  ea  sa  javeatad,  y  el  padre  de  Gnillermo  a 
quien  habia  muerto,  pre3umi6  que  aquella  carta  contenia 
revelaciones  de  importancia  y  que  solo  debia  ver  Luisa  a 
quien  la  entregariaen  tiempo  oportuno  y  aparent6  la  misma 
fiorpresa  que  los  demas  agregando  para  quitar  toda  sospecha: 

— Yo  no  creo  que  sea  suefio  o  ilusion,  sino  que  lo  qu8 
Luisa  ha  sabido,  es  real  y  positive:  la  tia  monja  debe  haber 
muerto  y  ella  lo  ha  adivinado,  talvei  lo  ha  visto  con  los 
ojos  del  alma.  Yo  he  presenciado  muchos  casos  de  estos,  y 
sin  comprender  ni  poder  esplicarme  ese  sonambulismo  de 
los  espiritus,  he  sido  testigo  de  algunos  de  estos  prodijios  y 
aun  en  la  historia  se  refieren  muchos. 


Urn  BSOttRoi  tm  wnauK  SW 

T  como  si  se  hubiera  combinado  de  antemano  nn  plan 
para  engaHar  a  Guillermo  y  a  dofia  Porfira,  entr6  en  esa 
momento  an  criado  que  les  hizo  ana  sefia  misterioia  para 
Uamarlos  h&cia  afuera,  dici^ndoles  que  en  la  matlana  de  ese 
mismo  dia  habia  mnerto  en  el  monasterio  de . . .  la  madre 
abadesa,  tia  de  la  sefiorita  Luisa. 

Dofla  Porfira  y  Guillermo  quedaron  asombradoa  e  hi- 
cieron  a  su  vez  seQas  al  solitario  para  comunicarle  la  noti- 
cia  que  venia  a  apoyar  lo  que  ^1  acababa  de  decir,  preguU' 
trfndole  en  seguida: 

— jQu6  haremoa?  jQufi  partido  tomar!  jDebemos  disuadir 
a  Luisa  o  decirle  la  verdad! 

— Es  preciso  obrar  con  prudencia,  contest6  el  Bolitario. 
El  estado  en  que  se  encuentra  esta  nifia  es  mui  delicado,  y 
no  tdmando  precaucionee,  puede  suceder  una  deegracia;  pero 
si  ustedes  quieren,  si  ustedes  tienen  confianza  en  ml,  yo  me 
encargo  de  hacer  el  golpe  raenos  sensible.  Conozco  a  Luisa 
y  s^  la  manera  como  debo  de  tratarla. 

— Le  dejamos  a  usted  toda  libertad,  seHor,  conte8t6  Gui- 
llermo, quedindonos  solameute  el  gentimiento  de  ignorar  el 
nombre  de  la  .persona  a  quien  debemos  ya  tantos  favores. 

El  solitario  vi6  en  el  acto  bajo  aquella  apariencia  de  in- 
teres  y  de  gratitud,  toda  la  malicia  que  encerraba  la  pre- 
gunta,  y  re8pondi6: 

— Cuando  hago  algun  servicio,  sanor,  y  lo  actual  estd  mui 
lejos  de  serlo,  porque  yo  debo  desde  tiempo  atras  muchos 
beneiicios  a  la  familia  de  Luisa  y  a  Luisa  misma,  cuan- 
do hago  algan  servicio,  repito,  trato  de  no  aparecer,  si  es 
posible,  por  cuya  ra«on  le  suplico'  que  ma  escuse  si  no  le 
digo  mi  nombre  por  ahora. 

— Veo  que  es  un  partido  tomado  y  no  quiero  contrariar 
su  voluntad,  dijo  Guillermo  con  cierto  tono  de  despeoho 
que  en  vano  trat6  de  dominar. 

— En  cstas  circunstancias  no  deben  despreciarse  los  ins- 
tantes,  repuso  el  solitario,  refiri6ndose  al  estado  de  Luisa,  y 


236 

coa  la  aatorizacion  de  ostedcs  me  ocnpar^  de  la  enferma. 

Y  todos  tres  entraron  naevamente  al  cnarto  de  Lnisa 
que  se  habia  qaedado  sola  con  Ceferina,  estraOando  la  de- 
8aparicioQ  repentina  de  aquellas  personas  que  le  eran  tan 
inmediatas. 

DoOa  Porfira,  como  siempre,  Ueno  de  caricias  a  Lnisa, 
maaifestdndole  el  mayor  interes,  dici^ndole  los  mas  gran- 
des  elojios  7  afiadiendo  todos  esos  consnelos  vnlgares  qne 
los  indiferentes  prodigan  con  profusion  y  que  saben  de  me- 
moria,  pronunci^ndoloa  de  corrido  y  easi  sin  pensar  en  ellos, 
pero  con  la  seguridad  de  haber  sido  elocuentes  y  persnasi- 
vos. 

Satisfeclia,  pnes,  dona  Po  fira  con  sn  manera  de  condncir- 
se  y  convencida  que  habian  prodacido  nn  grande  efecto  sns 
palabras,  ge  retir6  con  sa  hijo  para  dar  lugar  a  qne  el  soli- 
tario  le  corannicase  la  infausta  noticia  que  acababan  de  re- 
cibir  y  a  lo  que  ella  se  habia  referido  de  nn  modo  indirecto. 

Cuando  el  anciano  se  vi6  a  solas  con  Luisa,  le  dijo  qne 
no  habia  sido  mera  ilusion  la  lectura  de  la  carta,  sino  qne 
era  efectiva,  pero  que  61  la  habia  guardado  tenieado  moti- 
ves para  ello,  motives  que  talvez  le  serian  revelados  en  la 
misma  carta  que  le  entregaba,  suplicdndole  solamente  que 
ya  que  no  podia  menos  de  sentir  esta  nueva  desgracia,  esta- 
ba  en  el  deber  de  conservarse,  no  entregdndose  del  todo  a 
la  tristeza,  pues  UiBcesitaba  de  su  cooperacion  para  buscar 
el  medio  de  salvar  a  Enrique. 

El  hdbil  anciano  sabia  el  poder  que  ejercia  en  Lnisa  este 
solo  nombre  y  de  cuanto  era  capaz  de  obrar  con  la  sola  idea 
de  poder  ser  siquiera  litil  a  aquel  j6ven  a  quien  ya  le  era 
prohibido  ver,  al  que  estaba  obligado  a  renunciar  para 
faiempre. 

La  recomendacion  produjo,  pues,  el  deseado  efecto,  por- 
qne  Luiisa  dijo  al  solitario. 

— ^Tiene  usted  esperanza? 

— Nunca  la  he  perdido,  y  todavia  no  hemes  dado  ningun 


L08  8SCEKT0S  VHh  FUHBLU.  237 

paso  con  este  fin.  La  enfermedad  de  tu  mamita  y  la  tuya 
DOS  lo  ha  impedido;  y  ahora  que  pensaba  que  habia  Uegado 
ya  el  tiempo  de  obrar,  esta  nuev^  desgracia  quizd  nos  lo 
impida. 

— No,  maestro  mio,  no;  yo  tendrfi  fuerzas  para  lachar,  no 
me  dejar6  abatir  y  la  esperanza  me  sostendrdi  triunfando  de 
mis  pesares  o  haci^ndome  superior  a  ellos. 

— Si,  hija  mia,  necesitas  de  toda  tu  euerjia:  en  esto  esti 
el  m6rito  y  qnizd  en  esto  consiste  el  triunfo.  Ahora  seguro 
que  mantendrAs  tu  espiritu  tan  tranquilo  como  te  sea  posi- 
ble,  voi  a  dejarte  el  tiempo  necesario  para  leer  la  carta  de 
tu  tia. 

— Para  nsted  no  tengo  secretos,  senor,  y  podrfamos  leer- 
la  juntos. 

^  — Tu  hablas  por  ti;  pero  piensa  que  aquf  pueden  haber 
secretos  de  otroa  Ten  animo,  hija  raia,  para  soportarlo  todo 
y  pnedas  en  seguida  cumplir  tu  mision. 

El  anciano  se  retir6,  y  Luisa  qued6  sola  contemplando 
aqnella  carta  que  al  fin  se  deter  mi  n6  a  abrir  nuevamente,  y 
ley 6  el  contenido  que  era  el  siguiente: 


IV. 


^^Monasterio  de  las...  julio  20  d6  1861. 

"Mi  querida  sobrina: 

"Cuando  esta  carta  llegue  atus  manos  ya  habr^  desapa- 
recido  de  este  mundo:  tal  ha  sido  la  liltima  6rden  que  he 
dado  y  que  s6  se  cumplir^  puntuaimente. 

"No  me  sientas,  no  me  llores,  mi  querida  Luisa;  al6grate 
mas  bien  de  mi  muerte  porque  ella  me  libra  del  tormento 
de  la  vida:  ella  me  liberta  de  mis  pesares  y  hasta  de  mis 
remordimientos,  pues  los  he  sentido  ahora  mas  que  nunca 
al  saber  que  mi  hermana  te  ha  sacrificado  a  una  quimera. 
jAh!  jPor  qu6  no  me  lo  prevendria  antes,  que  yo  hubiera 


838 

evitado  ta  desgracia  y  no  tendria  ahora  tanto  de  qoe  arre* 
pentirme!  Pero  no  la  cnlpes,  sa  £alta  tiene  an  noble  orfjen  j 
hai  errores  qoe  emanan  de  la  yirtad  o  qae  son  la  yirtnd 
miama  como  te  lo  probarii  la  lectara  de  esta  carta. 

T6  debes  ignorar,  hija  mia,  lo  qae  ha  sido  mi  vida  j 
ojal£  la  confesion  de  mis  faltas  eneaentre  en  ti  algana  in- 
doljencia:  necesito  ta  perdon,  Laisa,  para  ir  al  fin  a  nnirme 
a  lo9  seres  a  qnienes  he  amado  tanto  j  a  qaienes  he  hecho 
tan  desgraciados,  7  contando  con  ^1  es  qae  moero  en  paz, 
porqae  creo  haber  espiado  bastante  mis  estravios  para  qae 
Dios  no  me  haya  acordado  el  snyo. 

Dtspnes  de  este  pirrafo  segaia  la  relacion  minnciosa  de 
SOS  amores  con  Gnillermo  de...;  de  c6mo  habia  conocido  sa 
engaSo  caando  ya  no  habia  remedio;  del  dolor  que  habia 
sentido  al  saber  la  maerte  de  Edaardo,  habi^ndose  persaa- 
dido  qae  ella  era  la  principal  cansa  de  aqaella  lamentable 
p^rdida,  p^rdida  qae  habia  llorado  hasta  el  Ultimo  momen- 
to  de  sa  vida;  de  las  relaciones  qae  habia  tenido  con  el  co- 
ronel  don  Toribio  de  Gazman,  cayo  aprecio  se  habia  con- 
servado  intscto  por  largos  afios,  recorddndolo  siempre  con 
gasto,  y  ^Itimamente,  de  los  naevos  acontecimientos  y  de  la 
carta  qae  habia  recibido  de  sa  hermana  al  otro  dia  de  sa 
ffilldcimieato,  etc. 

"Despaes  de  esta  descripcion,  hija  mia,  continaaba  la  car- 
ta,  voi  a  entrar  a  hablarte  de  cosas  qae  te  coaciernen;  y 
aan  caando  ya  el  mal  estd  hecho  y  no  hai  comb  volver  atras, 
sin  embargo  paede  ser  qae  te  sirvaa  de  algo,  al  menos  por 
lo  que  respecta  a  la  fortaaa  de  que  te  constituyo  iiaica  he- 
tedera,  preservdndote  esta  circunataacia  de  muchas  inco- 
modidas  a  que  podria  verte  espuesta,  para  lo  cual  te  acorn- 
pafio  todos  los  papeles  que  anulan  la  donacion  que  hice  a 
Gaillermo  de  muchos  de  mis  bienea  y  en  favor  de  ua  hijo 
que  tuve  de  61  y  del  que  se  encarg6,  por  la  interveacioa  de 
una  criada  llamada  Anastasia  Fincheira,  una  mujer  de  la 
tilla  de  San  Bernardo  y  cayo  nombre  era  Mariana  Pqqq0« 


tM  vmmatMB  dkl  puxsLa 


fiM 


Esa  mnjer,  muerta  haca  alganos  a&os,  habia  remitido  la  U 
del  failed miento  de  mi  hijo  a  la  tal  Anastasia  Pincheira  de 
quien  recibiera  el  nifio,  y  ^dta  me  trajo  a  mf  el  docameDto 
con  mucha  reserva  hace  solo  nnos  caantos  meses,  de  mane- 
ra  que  ese  acto  de  donacion  qaeda  nulo  volviendo  esos  bie- 
nes  que  la  familia  de  Gaillermo  ha  retenido  usurpadot  du- 
rante mochos  afios,  a  mi  poder,  o,  lo  que  es  lo  miimo,  al 
tuyo. 

"Macho,  muchidimo  me  caesta  hacerte  estas  revelaciones; 
pero  tengo  que  obedecer  al  mandate  de  ta  madre  que  hace 
pocas  noches  se  me  aparecid  entre  suenos  dici^ndome  so- 
ilemnemente:  ^*To  he  cometido  un  error,  hermana  mia,  al 
unir  a  mi  hija  con  Guillermo  de...  y  es  precise  que  tt  veu- 
zas  tu  verguenza  en  bien  de  mi  Luisa,  haci^ndole  una  re- 
lacion  de  tu  vida  para  preservarla  de  otras  de&gracias  que 
podrian  solDrevenirle  ignordndola;"  y  la  vision  deiapareci6| 
qued^ndome  tan  grabada  la  imijen  de  mi  hermana  y  sus 
palabras,  que  no  he  podido  olvidar  ni  a  la  una  ni  a  las  otras; 
y  desde  ese  momento  bice  el  prop6sito  de  re^relarte  toda 
mi  existencia  con  sus  faltas,  con  sus  dolores,  con  su  espia- 
cion:  mi  promesa  la  estoi  cumpliendo;  quiera  Dios  que  pro- 
dazca  los  efectos  deseados. 

"Pero  no  me  limitar^  ^aicamente  a  hablarte  de  mis  es- 
travios,  si  no  que  quiero  ir  mas  lejos,  poniendo  ante  tu  vista 
la  larga  y  dolorida  existencia  que  he  pasado  en  esta  inmen- 
sa  tumba  donde  el  vulgo  cree  que  se  cobija  la  virtud  y 
donde  solo  existe  el  fastidio,  la  desesperacion,  y  en  algunoi 
casos;  la  demencia  y  la  cstupidez. 

"Ta  eres  j6ven,  querida  hija  mia,  y  talvez  en  un  momento 
de  abnegacioD,  de  aburrimiento  o  de  delirio,  te  sacrifiques, 
creyendo  encontrar  aquf  la  paz,  creyendo  que  los  claustros 
dan  al  espfritu  la  tranquilidad  necesaria  para  no  pensar  en 
otra  cosa  que  en  Dios;  pues  bien,  Luisa,  yo  te  hablo  con  la 
esperiencia  de  mi  vida,  con  el  convencimiento  de  mi  razon, 
y  te  aconsejo  que  jamas  adoptes  una  existencia  contraria  a 


240 

1m  lejtB  de  la  oatonleza,  eantraria  al  orgaQismo,  eontnriA 
al  entendimiento,  eontraria  a  la  Tolantad,  coDtraria  a  loi 
instintof,  eontraria  a  todo  lo  que  nos  ha  dado  Dios  de  no- 
ble, de  afeetooso,  de  grande. 

^o  crei  en  on  prindpiOy  sobrina  querida,  espiar  mis  fal- 
taa  entregindome  esclasiTamente  a  llorar  aobre  ella^  peio 
en  eetoB  clanstros  donde  no  se  respira  el  amor,  donde  no  ee 
encoentra  otra  cosa  qoe  la  desolacion,  porqae  sas  lieladas 
paredes  enfrian  todo  afecto,  y  las  momias  silenciosas  qne 
]o8  habitan  reapiran  tan  glacial  indiferencia  qae  entnmecen 
el  corazon,  j  el  bielo  penetra  hasta  los  hnesos. 

^m  afio  de  mi  noviciado,  Luisa,  estave  bien,  moi  bien* 
estove  en  eonformidad  con  mis  g^tos,  con  mia  ideas  y  con 
mia  aapiraciones;  me  encontraba  rodeada  de  peqnenos  coi- 
dados;  me  parecia  baber  hallado,  en  Ingar  de  una  hermana, 
macbos  bermanaa,  porqae  creia  qne  me  amaban:  las  moojaa 
tienen  tambien  sa  polftica,  sos  atnbiciones,  sns  dLicalos  y 
eaben  finjir  en  este  estrecbo  recinto,  tanto  o  qniz&  mas  qne 
lo  que  flnjen  los  diplom&ticos  en  sa  grande  esfera  de  accion. 

'^La  abadesa  era  una  pariente  de  Gaillermo,  de  Gruillermo 
a  qnien  todavia  yo  amaba,  annque  babia  rennnciado  a  el; 
paes  por  sus  mentidos  consejos  me  resolvi  a  to  mar  el  ba- 
bito,  dicidndome  que  alii  aqnietaria  mi  concieneia  tarbada 
por  el  remordioiientOy  y  qne  de  esa  manera  salvaba  las  apa- 
riencias  conservando  intacto  el  honor  de  la  famiiia  y  nn 
eterno  y  espiritaal  amor  a  6\.  La  abadesa  8egand6  sos  pla- 
nes; me  hizo,  en  el  inter^alo  del  nonciado,  saave  y  feliz  la 
Tida,  y  pronancid  mis  yotos;  pnes  independiente  de  las  su- 
jestiones  de  Gaillermo^  tenia  la  abadesa  nn  interes  particn- 
lar  en  que  tomase  el  velo,  porque  hacen  gala  los  eonventos 
de  qne  adopte  la  vida  monistica  una  nifia  j6ven,  rica,  de 
las  principales  familias  y  particnlarmeate  si  es  hermosa;  y 
lo  era  yo  en  realidad. 

'^Este  c&lcalo  de  estas  infelices  mnjeres  es  una  especie  de 
renganxa  contra  la  sociedad  y  sos  encantos  de  qne  ya  no 


^< 


turn  iidkiiM  biL  pubbu>.  S41 

les  ei  permitido  partioipan  ui  •8,que^  ^^ieanatt  qTi$i  tpd^t 
se  sometiesfu  al  peaosajogo  que  pesa  lobre  ellas^.pjies  yo 
no  be  visto  jamas  seres  mas enTidioiifop  j.deajma^  cMt*  f^po- 
cadas  qae  las  moDJas:  resnltadct  a  qae  lafi\conc[ucei^  1^. 
pr^cticas  insignificaajtes  a  que  e^t&a  sqmetida^^  $1  OQio  4U 
que  yiven  y  las  pocas  emocioqes  que  aienteOtr  esceptuandor 
las  de  sus'  odios  SQrdos  y  tenaces,  de  aus  rei^iUas  solapftdas, 
de  BUS  matiejos  tenebrosos  y  de  sus  vengauasas  mezq^vlnas  y 
terribles.  .  +  . 

"Lleg6  al  fin  el  dia  de  vf^i  profesioji^.  Habian  tenidq  el 
eaidado  de  presentarme  la  vida  del  clanstro  dulce.  y  midtc;-: 
riosa,  suave  y  apasionada,  aspirando  solo  al  perfecciona- 
miento  del  espiritu  para  estar  eiempre  en  tiernos  icploquioa 
con  un  Bios  lleno  de  boadad^  .de  i9isencordia  y  de  amor»r 
Yo  tenia  esa  e;saltacion  de  las  ajjcaaa  sensibles  y,elevadais.. 
que  ban  cometido  una  fi^ltat  y  qp^  parf  borrafja.qui^ren  . 
llegar  al  perfeccionami^nto,  y  me  ^esprendia  sin  dojor^  c^si 
podr6  decir  con  d^licia,  de  todo  <manto.  amaba  e4  el  munr  4 
do,  incluso  el  bombre  por  ^uien  tqe  sacrififiaba  y  a  cuya^ 
vista  queria  aparecer  Qon  esa  aureola  de  vif  tud  .sublime , 
para  qqe  jamas  me  plvidase,  ya  que  .no  podiaoji^s  qniroof;.  . 
porque,  como  te  lo  he  dicbo,  Guillerqpo  era  casad,^; .  de  ma* 
nera  que  buscaba  linieamente  el  consiorcio ,  d^  nostras  al^  . 
mas  purificadas  por  el  sacrificio,  para  conteDpLpl^raoi>i^  libreii 
de  remordimientos,  all&  en  los  cielos,  y  que,  Ubrestapibien 
de  inipuros  y  terrenales  afectps,  nps  posfigemos, ,  por  paedi^c 
de  nuestro  pensamiento,  en  el  seno  de  Dies. 

^'Ese  dia  en  que  una  se  presenta  por  ^Itiqui  veil  al.n^undo^r 
y  en  que  ea  ataviada  de  todas  las  grandezas  hpmi^^as  par% 
deepreciarlas  en  presencia  de  todos,  es  jeperalmente  un  dia.  . 
hermosisimo  para  la  j6ven  nbvicia,  es  th  dia  df)  triunfo,  f/^ 
el  orgullo  humano  disfri^zado  con  el  manto  relijiqso^  le 
persuade  ,que  es  qua  heroina,  que  sale  fuera^  4e  M^  e^fera  > 
comun,  que  degpreciarlQ  que  los  otros  acati^n,,  quo  w|r9f 
con  soberano  desdOu  lo  que  los  demas  buscan  con  iosia, 

TOMO  It.  Ift 


■:v 


342  KM  ncounoi  dsl  fobm» 

que  es  grande  sobre  los  grander;  j  triunfante  j  Uena  de 
maj^stad,  se  de^poja  de  ems  vestiduras,  ee  despide  de  eaa 
padres,  se  dirije  al  altar,  totna  su  hdbito,  pronuncia  el  ja- 
ramentb  con  voz  vibrkiite  de  relijioso  entusiasmo  y  se  cu- 
bre  "el  rpstro  con  el  espeso  velo:  jaquella  alrha  desde  ese 
moitieDto  qneda  trasformada  en  cadaver!  [aqnella  fisonomia 
no  Brillard  ya  con  ningun  afecto  tierno  y  apasionado!  {aquel 
coraKoti  ba  dejado  de  latir  para  slempre,  a  no  ser  que  es- 
periihente  las  con^ulsiones  viotentas  de  la  desesperacion  y 
mas  tarde  la  agonia  del  fastidio! 
'Y^  cndntas  reflei^ones,  hija  querida,  lio  se  presta  este 

'  .  ' 

absordo  ^stadol  ;A.il  Las  leyes  de  la  nataraleza  no  se  barlan, 
no  se1[^mbaten  impun^tnente,  no;  las  personas  que  las  con- 
traiian  son  Irlctimas  de  sd  esttavio  y  sofren  las  consecnen- 
ciasi  ;Y  qu^  cofisecaencias,  Dios  mio!  (Mas  valiera  no  baber 
nacido,  mas  v>liera  baber  mnertol...  jVotos  eternos  para 
nn  sisr,  eomo  el  hombrV,  qae  bambia  de  ideas,  de  pasiones, 
de  volthitad,  de  afectos,  a  cada  afio,  a  cadia  dia,  ^  tada* 
instante!  jA  quS  abismo  nos  ban  condacido  nueitras  preo- 
cnpaciones!  Bdte  ba  sido^iino  de  los  delirios  bamanos  que 
ba  inmolado  en  el  altar  del  fanatismo  namerosas  e  inocen- 
Ms  vlcftimad!  No,  Lukid,  cnalesquiera  que  sean  tus  snfri- 
mientos/tas  dolor^s,  ins  desengafios,  no  adoptes  el  partido 
que  yt)  adopts,  no  sigas  el  catiiino  que  yo  segui,  porque  te 
encontrarias  en  ^1  cien  itnirveoes  mas  desgraciada,  y  muerta 
para  siempre  a  toda  esperanza. 

''Bejo  a  UD  lado  tnis  refleiione^  iristes  pata  continaar 
mi  no  menos  triste  narracion. 

"Ei  dia  del  monjio  yo  estaba  en  el  colmo  de  la  felicidad, 
estaba' poseida  del  mismo  vertigo  que  todos  esperimentan 
en  aqtiellos.  momentos,  y  me  parecia  que  las  pnertas  de  los 
cieloi  se  babi'an  abierto  para  recibirme,  entreyieudo  ya  la 
gloria  del  SeQor.  ;C6ino  pintarte,  Luisa,  aquel  estado  de 
mfstica  exaltacibn,  aquel  arrobamiento  delicioso  que  pro- 
ducia  to  mi  todo  cuanto  me  rodeabal  f mposible;  pero  lo 


que  pnedo  deciHe  ei  que  me  crei  divina  6  ptimio  a  serlo. 

"Las  moDJas^  me  rodeaban,  me  acariciaban,  me  prodiga- 
ban  alabaozas,  me  entonaban  salmos,  estaban  de  fiesta,  es- 
taban  realmente  alegres,  estaban  trianfantes:  jiba  a  se^  como 
ellas,  y  esperimentaban  ya  la  alegria  del  diablo!...  jQu^  re- 
gocijo  mayor  que  bacer  un  desgraciado!  {Dicha  de  Satan^! 
al  menos  yo  no  te  lie  sentido  nunea!... 

^'La  iglesia  estaba  perfamada,  Uena  de  laces,  Uena  de  flo* 
res,  Uena  de  incienso,  y  ocupaba  la  espaciosa  nave  un  jentfo 
inmenso. 

''A  tni  aparicion  se  dej6  sentir  un  murmullo  jeneral  y 
Uegaron  hasta  mis  oidos  las  esclamaciones  de  admiracion 
que  mi  preseiicia  arrancaba  a  los  espectadores. 

"Qu6  j6venl  jQa^  hermosa!  IQo^  encanta^doral  decian  al- 
gunos  jQu^  dioha!  \Q\xi  gloria!  jQu^  felicidad  para  sus  pa- 
dres! decian  otros.  jDigna  esposa  de  Jesucristol  repetian 
mucbos!  Y  unos ,  pocps,  pero  mui  pocos  y  en  voz  mui  baja 
esclamaron:  "I'^a^  16stima!  jQu^  desgracia!'^  jAi  Luisal  Estos 
Mtimos  eran  los  que  estaban  en  posesion  dela  verdad;a  los 
otros  les  cegaba  el  fanatismo .  • . 

''Yo  diriji  mi  vista  serena  por  toda  aquella  concurrencia, 
y  distingui  a  Guillermo  en  el  mismo  lugar  apartado  en  que 
tenia  costumbre  de  colocarse  cuando  venia  a  orar.  Toda  mi 
alma,  estaria  sin  duda  en  aquella  mirada^ « •  Le  dirij{  una 
Ultima  sonrisa  y  levantS  mi  vista  al  cielo,  como  quien  dice: 
^^all^  nos  uniremos;'^  y  eiste  era  en  realidad  mi  pensamiento, 
mezcla  de  misticimo  y  de  pasion,  de  amor  divino  y  de  amor 
humano .  •  •  i^n  ese  instante  fui  dichosa  como  no  lo  serd 
nadie!... 

"Misegunda  mirada  fu6  para  mi  hermana  y  xsu  marida 
Me  habian  dicho  de  antemano  el  lugar  en  que  estaban  colo 
cados,  porque  tenia  que  despedirme  de  ellos  como  los  m 
cos  miembros  de  mi  familia,  y  me  fu^  f&cil  ballarlos.  Mi 
bermana  tenia  un  panuelo  en  sus  ojos  y  tu  padre  estaba  mui 
cambiadx),  mui  flaco,  mui  triste!  Sent!  en  esQ  ttomento  ua 


dolor  agndo  y  Ilev^  la  mano  a  mi  corazon,  pnes  comprendf 
todo  el  mal  que,  le  babia  hecho.  jPobre  Edoardo!  Yo  lo  He- 
v^  a  la  tumba! . ..  Pero  ^1  me  ha  perdoaado  j  t4  tambien  me 
perdonar^  ^o  es  verdad,  Laisa? 

"Esta  especie  de  remordimiento  que  me  a8alt6  en  medio 
de  mi  ^stasis,  lo  amortiga6  la  idea  de  qae  iba  a  purificarme, 
de  qae  estaba  ya  parificada;  proponii^ndome,  sin  embargo, 
hacer  la  felicidad  de  nstedes  como  una  escusa  mas  que  me 
daba  a  ml  misma  para  borrar  en  mi  conciencia  hasta  el  mas 
pequefio  vesUjio  de  mi  falta.  ^Promeaa  vana!  jEsperanza  que 
nunca  debia  realizarsel...  Al  dia  siguiente  era  presa  de  mi 
remordimiento  y  lo  be  sido  casi  toda  mi  vida,  porque  al 
dia  siguiente  debia  caer  la  venda  que  cubria  mis  ojos.  Pero 
cada  cosa  vendr^  a  su  tiempo  con  la  continuaclon  de  mi 
bistoriii. 

"Jamas  se  ban  borrado  de  mi  memoria  aquellas  boras  en 
que  faf  tan  feliz;  pero  la  reaccion  ha  sido  terrible  y  esa  fe- 
licidad ha  causado  mi  tormento  mas  cruel,  mi  tormento  in- 
cesante. 

'To  estaba  ataviada  con  el  mayor  gusto.  Llena  de  pedre- 
rias,  debia  parecer  una  divinidad,  pues  cuando  me  mir^  al 
espejo  me  sorprendi  yo  misma.  Tenia  conciencia  d^l  efecto 
que  produciria  en  los  espectadores,  porque  lo  sentia  en  mt 
A  las  esclamaciones  de  admiracion  sucedieron  los  soUozos  y 
las  Idgrimas  de  un  gran  n^mero  de  person  as  que  sin  duda 
simpatizaban  cofi  mi  juventud,  y  puedo  decirlo  abora  sin 
vanidad.  con  mi  belleza« 

''£sas  Idgrimas,  resultado  en  unos  de  la  compasion  y  en 
otros  de  la  alegria,  eran  para  mi  el  mas  rico  incienso  y  me 
gozaba  en  ellas,  creyendo  que  a  medida  que  se  aumentaban 
por  ^e  contajio  del. dolor,  me  desprendia  mas  y  mas  del 
mundo,  alzdndome  envuelta  en  vaporosas  nubes  bdcia  las 
rejiones  et^reas:  crefame  ya  en  los  cielos  y  desde  aquella  al- 
tura  miraba  con  pi^dad  a  los  (uiseros  mortalea  que  dejaba 
en  la  tiera. 


t08  flCmXTOS  DXIr  PUXBLOr  24S 

''Uespues  se  di6  principio  al  sermon.  El  orador  ^agrado, 
lleno  da  uncion,  hizo  el  pauejirico  de  Ja  virjea  que  se  con- 
sagra  a  Dioa.  Lo  confiesQ,  yo  me  rab6ric6  un  taiito,  empero 
creia  mi  contraccion  tan  para,  mi  U  tan  sincera,  mi  pensa- 
ittiento  tan  elevado,  mi  desprendimiento  tan  sublime,  mi 
abnegacion  y  mi  sacrificio  tan  incomparable,  que  me  juz- 
gaba  sttficientemente  ^antificada  y  sufiQientemente  digna 
para  aspirar  al  titulo  de  esp9?a  de  Jesucristo.  ^Estaba  yo 
engaSada?  Sin  duda  alguna,  coinio  mis  sufrimientos  poste- 
rior^s  lo  prueban. 

"El  sacerdote  continu6  el  sermon,  realzo  mis  prendas  per- 
sonales,  mi  estirpe,  mis  riquezas,  mis  triunfos'en  la  socie* 
dad,  mis  esperanzas  halagueSas  y  justificadas  que  me  abrian 
de  par  en  par  las  puertas  de  todos  los  encantos,  de  todos. 
logf  atractivos,  de  todas  las  glorias  del  mundo;  y  que  sin  em- 
bargo preferia  la  vida  austera,  el  manto  burdo  y  humilde 
de  la  monja,  el  duro  lecho  de  una  tarima  que  se  asemejaba 
mas  bien  a  la  fria  losa  de  un  sepulcro,  agregdudose  a  esto 
la  soledad  del  claustro,  la  privacion  de  todo  goce  que  no 
fuera  el  amor  de  Dio3,na  oracioh  constante,.el  silencio,  los 
silicios,  la  maceracion  santa,  la  obediencia  pasiv^a,  la  pres- 
cindencia  de  todo  afecto,  de  todo  lazo,  de  toda  relacion  es« 
terior:  perd  que  en  cambio  iba  a  toner  la  dicha  inme^sa,  la 
dicha  infinita,  la  dicha  que  no  tenia  ni  precio  ni  compara; 
cion,  la  dicha  inimitable  y  augusta  de  ser  una  delas  esposas 
de  Jesus...,  una  de  las  virjenes  que  rodean  el  Bagrario  y 
cuyos  asientos  est&n  juntos,  son  los  n\as  inmediatos  altrono 
deDios. 

•'fista-peroracion,  adornada  con  todas  las  galas  de  la  elo- 
euencia,  con  toda  esa  poesia  mistica  del  culto,  con  ese  so- 
lemne  aparato  del  rito,  conmovi6  tan  profundamente  al  au- 
di torio  que  solo  se  oian  sollozos,  no  habiendo  quizA  en  el 
sagrado  recintb,  una  sola  persona,  salvo  Guillernb,  que  no 
vertiese  Ugrimas;  y  yo  misma  estaba  tan  fuertemente  im- 
presionada  que  hubo  Txtt  momento  en  que  cref  perder  el  cch 


346  US  ncsitos  bb.  ramuk 

nocimiento:  pero  sin  dada,  esperando  este  resaltado,  tinian 
la  vista  fija  en  mi,  7  fof  inmediatamente  socorrida. 

^^Sn.  segaida  el  orador  se  diriji6  a  ml  para  ezliortarme 
en  el  camplimiento  de  missagrados  deberes,  para  que  no 
desfalleciera,  sigaiendo  eon  constancia  el  camino  del  perfec- 
cionamiento  que  habia  abrazado,  no  tei^iendo  ya  nada  que 
hacer  ni  con  el  mundo  ni  con  I03  hombres,  pnes  valia  mas 
que  todo  el  mundo  7  los  hombres  juntos  con  el  solo  hecho 
de  tener  el  tltulo  7  de  ser  en  realidad  una  de  las  sagradas 
esposas  de  Jesucristo. 

"Mi  eipiritu  habia  llegado  a  tal  grado  de  exaltacion  que 
si  me  hubiera  dicho  el  sacerdote  qhe  estaba  7a  gozaudo  de 
la  gloria  de  Dios,  lo  habria  creido  sin  vacilar,  pues  a  mi  mis- 
ma  me  lo  parecia  7a,  o  al  menos  me  figuraba  que  por  un 
milagro  del  Sefior  me  habia  dejado  entrever  la  morada  de 
loscielos;  pero  sali  de  esta  deliciosa  absorcion  mental  para 
entrar  a  la  vida  positiva,  caando  me  dijeron  que  7a  era 
tiempo  de  dar  el  ultimo  abrazo,  el  Mtimo  adios,  la  despedi- 
da  i&ltima  al  mundo  7  a  mi  fanliilia.  ' 

"Abrac^,  pues,  a  mi  querida  Juana  7  a  mi  querido  Eduar- 
do.  La  fisonomia  de  ambos  no  se  me  ha  borrado  jamas,  es- 
pecialmente  la  de  tu  padre.... Por  sus  pallidas  mejillas  co- 
man  dos  gruesas  l&grimas,  las  iinieas  que  habia  derramado, 
7  una  de  ellas  que,  al  abrazarlo,  ca76  por  casual!  dad  en  mis 
labios,  era  amarga,  mui  amarga...  tan  amarga  que  me  pare- 
ce  sentirla  aun,  cual  si  me  hubiera  horadado  el  paladar...  En 
seguida  me  dijo  estas  solas  palabras: 

-— Dios  quiera  que  seas  feliz;  70  rogar6  a  ^1  por  tf-.. 

"Despojada  una  vez  de  mis  espMndidas  vestiduras  7  pues- 
to  el  hibito  de  monja,  se  apagaron  las  luces  7  entr^  en  las  ti- 
niebl^s. ..  Las  decoraciones  se  habian  cambiado...  La  tran- 
|i(pioA  futf  r^pida  7  terrible...  Del  cielo  baj6  a  los  infiernos... 


W9  MVKJITMW  J>«L  rUJUUM.  247 


V. 

^'Apenas  se  cerraron  tras  de  mi  las  pnertas  eternas  del 
cU astro,  y  coando  todavia  resooaban  en  la  iglesia  las  pisa- 
das  de  las  personas  que  la  abandouaban,  caando  aan  los 
4Uimos  soaldos  del  drgano  no  se  habian  estlngaido  y 
caando  las  mondtoaas  salmadios  de  li^  monjas  no  se  ha- 
bian apagado  todavia  en  mis  oidos,  la  abadesa,  cambian- 
do  oomo  por  encanto  la  alegria  7  suavidad  de  sa  semblan- 
te  en  un  cefio  airado,  me  dijb  con  an  tono  severo  que  me 
hel6  e!  corazon:  - 

— Scr  Ursula,  dentro  de  una  hora  pres^ntes^  nsted  a  mi 
eelda^  pues  tengo  que  hablar  en  priv^do  con  r^ste^ 

"Fu^  tal  la  turbaclon  y  el  espanto,  que  me  causaton  aque- 
Uas  pocfs  palabras  qile  no  pude  contestar^  y  solo  esclam^: 
"[Madre!?  Y  me  puse  de  rodillas  cruzando  mis  brazos  sobre 
el  pecho 

^La  al'Anera  abadesa  me  mir6  de  arriba  abajo  de  una 
maners  tan  glacial  que  qued^  pelrificada.  jEln  seguida  me 
repi^'6: 

—Dentro  de  unahora,  sor  Ursula,  y  sajid  sin  anadir  mas. 

Xas  demas  monjas  la  siguieron  y.yo  qued^  ^olft,  comple- 

tanente  sola  en  el  coro,  es  decir,  en  aquel  recinto,en  que 

pcos  mementos  antes  me  habian  manifeatado  tanta  bondad 

y  \nto  carifio,  en  que  pocos  mocaentos .  antes .  n^e  habian 

dico  que  jo  estaba  llam^d^  &  ser  una  de  las  lumbreras 

de  i  comunidad  y  que  desde  novicia  se  (jontf^ba  conmigo 

para<ne  hiciese  florecer  el  monasterioj  sij^  dp^a  porque 

tpdax  no  tenian  asegarada  la  vlctima,  iporciue .  aun  me 

qued^i  tiempo  para  retractarm^e  t9.piendo4a.posiluli,(Ja;d  de 

aband^nrlos  en  ese  supremo  instante  en  que  ypjnisma  po- 

seia  la  ^,al tad.de  d^cidir  de^  mi  8jji,frte;  ,pero  tpdp  esto  lo 

vine  a  ^oprender  mucho  despues,  cuando  ya  no-^i^l;>ia  es- 

peranza,^3,Q(jo  no  habia  posibilidad,  cuando  eat&ba  pbli- 


346  tm  twaomNi  na  nnnut 

gada  a  tascar  el  fireno  sin  qae  me  f aera  posible  arrancarlo  o 
destrozarlo. 

''No  8^,  hija  mia,  cudntd  tiempo  permanecf  alii  completa- 
mente  anonadada,  completamente  abatida  j  sin  darme  caen- 
ta  de  lo  que  pasaba  ni  aun  siqaiera  de  la  6rdeQ  de  la  aba- 
desa,  de  esa  6rdeQ  que  tauto  me  habia  impresionado  y  que 
•ra  la  causa  del  estado  en  que  me  encontraba. 

''Ea  probable  que  la  abadesa  me  mandase  buscar  viendo 
que  trascurria  mas  del  tiempo  que  me  habia  fijadb  para 
eomparecer  a  su  presencia,  pues  sali  de  mi  estapor  cuando 
una  monja  remeciSndome  suavemente  como  quien  dtspierta 
a  una  ^persona  dormida,  me  dijo: 

.  — Herihana:  {qu^  hace  usted  aquf^  La  madre  (badesa  me 
manda  a  buscarla. 

— ^La  madre  abadesa!  escIamS,  ni  mas  ni  menos  que  si  vol- 
yiera  de  un  letargo  o  saliera  de  un  profando  suefio,  ipars^ 
qu^  me  quieren? 

— ^No  lo  s^  hermana. 

— Ahl  ya  recuerdo:  ella  me  dijo  de  fr  a  su  celda  dentro 
de  una  bora,  jliabrd  pa^ado  mas  tiempo?  Voi  en  el  acto.  Y 
me  puse  de  pi^. 

— Es  probable  que  Asi  haya  sucedido.  jCuindo  1e  di6  a 
usted  la  6rden! 

— Tan  luego  como  se  concluy6  el  monjlo.,.  Tan  luego 
como  entraba  de  lii  iglesia  al  coro.  No  soi  yo  acaso  latbvi-. 
cia  que  ha  profesado  hoi? 

''La  monja  me  mir6  asustada,  temiendo  sin  duda  c^e  hu- 
biera  perdido  el  juicio,  y  en '  verdad  que  easi  teni/fazon; 
en  seguida  nie  dijo:  / 

•■^Lamisma.  / 

— Pkies'bien,  vatnos  donde  la  abadesa.  jSabe  s/materni- 
'    dad  para  qu6  me  necesita?  '/ 

;  ;  -^No-.    ••'•••• 

— jCi^e^' usted,  hermaua,  qtie  haya  pasado  i^^  de  una 


UM  iKflmoi  M&  vtnttLdw 


i4d 


— Si  sn  reyerencU  me  dice  qae  la  madre  abadesa  le  di6 
la  6rden  de  comparecer  a  su  preseneia  cnando  concIuy6  la 
funcion,  es  claroque  ha  trascurrido  mucho  mas  tiempo,'  y 
esto  es.  motivo  sin  doda  porqae  me  ha  mandado  a  buscarla. 

— jQq^  iri  a  sncederme? 

— StipoDgo  qae  nada  si  acaso  es'ua  olvido  involuntario: 
la  madre  abadesa  es  mai  buena  y  bondadosa. 

— jBondadosa!  No  lo  creo. 

— ^No  diga  usted  eso,  me  contest6  la  monja*  asastada  y 
volvienda  la  cara  para  todos  lados  como  para  cerciorarse  de 
que  no  habia  sido  oida;  y  laego  aQadi6:  es  an  peoado  gra- 
ve para  nosotras  hablar  mat  de  sas  superioras,  y  yo  estoi  en 
el  deber  de  comnnicarle  lo  qae  se  habla:  esta  es  la  regla. , 
:  — Ah!  hermana,  disp^nseme,.-,  yo  no  he  qieridp  hablar 
mal  de  sa  reverencia...  Esto  no  es  otra  cosa  qne  el  resalta- 
do  del  estado  en  qae  me  encaentro;  disciilpeme,  hermana. 

— La  6nica  qae  paede  perdonar  es  la  madre  abadesa, 
pero^  repito,  cnente  asted  desde  laego  con  sa  indaljencia; 
porqa^  sabe  perdonarlo  todo/y  discalparlo  todo.  En  lo  iini- 
co  qae  es  rljida  y  con  lo  caal  no  transije,  es  caando  se  falta 
a  la  regla  o  caando  no  se  someten'^al  precepto  de  Santa  obe* 
dt&ncta;  porqae  esto  es  lo  esencial,  y  sin  ello  no  podrfamos 
existir  ni  tan  tranqailas  ni  tan  ordenadas  y  florecientes  como 
lo  hemes  estado  hasta  hoi,  y  como  espero  en  Dios  qae  lo  es* 
taremos  siempre. 

T^Pero  yo  no  he  desobedecido;  y  si  he  faltado  ha  sido 
contra  mi  volantad. 

— Ya  16  veo,  hermana  y  se  lo  har^  presente  a  sa  reve- 
rencia, la  madre  abadesa. 

V-Est^  bien,  vamos. 

"Y  me  dirijf  cpn  pasos  vacilantes  ,al  cUastro  en  qae  estd 
la  celda  de  la  saperiora  de  mi  convento,  en  compafiia  de  la 
otra  her^piana,  qne  me  dej6  en  la  pieza  qae  servia  como  de 
antesala,  dici^ndome  qae  iba  a  prevenir  a  la  madre  aba- 
desa de  mi  Uegada. 


260  »>•  BIOKITOS  DIL  FirnEO. 

'Tasado  nn  instante,  vol7i6  la  misma  monja  7  m^  hizo 
sella  de  segnirla. 

"La  madre  abadesa  estaba  sentada  delante  de  una  mesa 
en  que  habia  gran  niimero  de  papeles,  un  cracifijo  de  bulto 
y  de  nn  tamafio  considerable,  algunos  libros  al  pareoer  de 
devocion  j  nn  manojo  de  Taves. 

"Aqnel  cnarto  era  espacioso,  y  dos  ventanas  de  vidrio  da* 
ban  a  nn  peqnefio  patio,  donde  se  veian  alganas  macetas 
de  flores  y  mnchas  janlas  con  pdja^os,  a  los  que  era  mni 
afecta  la  abadesa.  Las  murallas  de  ^qnella  habitaeion  estii- 
ban  casi  cnbiertas  de  grandes  cnadros  de  santos,  entre  ellos 
algnnos  de  bastante  m^iito. 

'^El  sillpn  que  ocnpaba  la  abadesa  era  de  snela  y  tacho- 
nado  con  clavos  amarillos,  y  en  el  resto  del  cnarto  habia 
algnnos  sillones  do  paja  y  nnos  cnantos  tabnretes.  A  los.piAs 
de  sn  reverencia  roncaba  nn  enorme  y  rollizo  gato  color  de 
tigre  y  de  vista  fosforespente. 

'Xa  monja  que  me  acompafiaba  hizo  una  profunda  reve* 
rencia  al  entrar  al  cnarto.  Yo  la  iinit^. 

'Termane<;imos  paradas  sin  tomar  asiento  y  sin  que  la 
abadesa  nos  invitase.  ^ 

'^Me  contempl6,  sin  proferir  palabra,  por  un  largo  rato, 
con  esa  mirada  escrutadora,  fria  y  penetrante  que  caracte- 
riza  al  juez  y  que  por  lo  regular  fascina  al  reo,  haciSndole 
temblar  con  el  hecho  solo  de  claVarle  la  vista. 

"Despnes  de  este  .exdmen  me  dijo  con  tono  mas  dulce: 

— jPor  qu^  no  ha  venido  usted,  sor  Ursula? 

— No  ha  sido  por  faltar  a  la  obediencia,  le  contest^,  sine 
porque  tantas  emociones  turbaron  mi  memoria,  y  a  no  ser 
por  la  madre,  que  su  reverencia  se  sirvi6  mandar  en  mi  bus- 
ca,  aun  permanece.ia  en  el  coro  yen  el  mismo  li^gar  en  que 
nsted  me  dej6. 

''No  B&  lo  que  pasaria  por  la  imajinacipn  de  la  supcriora 
en  ese  momento;  pero  continu6  mir&ndome  fijamente,  y  deah 
pues  de  este  exdmen  me  dijo: 


v<   .. 


— Talvei  echa  nsted  de  menos  el  mundo  y  B^8  pompas; 
pero  ya  es  tarde:  nsted  ha  tenido  todo  el  tiempo  necesario 
para  resolverse.  Ningana  sujestion  ha  obrado  sobre  usted. 
Sus  votos  han  sido  libres  y  sq  juramento  con  pleno  conoci* 
mien  to  de  cansa.  Siento,  pues,  qne  se  haya  arrepentido  de- 
masiado  tarde  para  no  poder  salir  *y  demasiado  temprano 
para  principiar  naestra  santa  vida,  cnyas  dulznras  no  conoce 
nsted  ann. 

''Al  pronunciar  la  palabra  dnlznra,  me  pareci6  notar 
nna  amarga  e  imperceptible  sonrisa  en  los  delgados  labios. 

— Paedo  asegurar  a  su  reverenoia,  contest^  humilde  y  ti- 
midamente,  pnes  la  mirada  de  aquella  mujer  ejercia  sobre 
mi  la  fascinacion  del  miedo,  esa  fascinacion  qae  paraliza  y 
cntumedece  los  movimientos;  pnedo  asegurar  a  su  reveren- 
cia^repetf,  que  he  pronanciado  mis  votos  libremente,  que 
no  tengo  todavia  motivos  para  arrepentirme  de  la  santa 
vida  rehjiosa  que  he  abrazado  con  gasto  y  ann  podria  decir 
con  entosiasmo,  y  que  seguir^,  espero  en  Dios,  con  todo  el 
fervor  y  toda  la  humildad  necesaria  hasta  llegar  a  ser  una 
digna  esposa  del  Sefior, 

— Sor  Ursula,  lo  que  usted  dice  estd  bien:  asi  es  oomo 
debe  obrar  siempre  una  esposa  de  Jesus.  Tome  el  ejemplo 
de  mis  otras  hijas,  sns  otras  tantas  hermanas,  y  marchari 
usted  por  bnen  camino,  siguiendo  sin  apartarse  jamas  de  la 
regla  de  nuestra  santa  fundadora;  pero  desgraciamente  ten^ 
go  algunos  motivos  para  creer  qup  sa  vocacion  no  ha  sido 
tan  verdadera  y  tan  espont&nea  como  lo  afirma  ahora,  sino 
que  motivos  puramente  hamanos  han  inflaido  en  su  deter- 
minacion;  y  ojaU  tne  hnbieran  sido  conocidos  antes  para 
haber  reparado  el  mal;  pero  solo  me  faeron  descubiertos  a 
iltima  hora,  cuando  ya  no  habia  remedio,  sino  cometiendo 
un  escSndalo  que  no  existe  igual  en  los  anales  de  nuestra 
comunidad  y  que  la  hubiera  perj  adicado  a  usted  altamente 
en  el  cbncepto  publico.  Estas  dos  causas  tan  poderosas:  el 
honor  de  la  6rden  y  la  reputacion  de  una  se&orita^^  me  oblir 


352  LM  UOBlfOi  DEL  FUllLdw 

garon  por  deber  y  por  can  dad  a  no  interrampir  la  ceremo* 
Dia.  jDios  qniera  qae  haya  acertado  en  mi  determinacion  y 
que  sea  ella  de  sa  agrado!  Pero  para  impetrar  el  poder  del 
Altlsimo  en  caso  qne  haya  obrado  mal,  voi  a  hacer  tacar  a 
comuntdad  (1)  para  que  se  pongan  mis  amadas  hijas  ea 
oracioD. 

— iVero  qxx4  es  lo  que  yo  he  hecho,  madre  mia?  esclam^ 
llena  de  tarbacion.  ' 

— Voi  a  dejar  a  sor  Ursala  el  tiempp  saficiente  para  que 
recapacite  bien  lo  que  ha  hecho  y  me  con  teste  ma&ana:  hoi 
queda  sor  IJrsala  libre  del  cumplifnieato  de  las  obligacio- 
nes  de  la  regia;  mientros  nosotras  todas  iremos  a  postrarnos 
humildemente  a  los  pi^s  del  SeSor  para  suplicarle  que  me 
perdone  a  mf  por  si  he  delinquido,  por  si  no  he  tenido  el 
cuidado  necesario  por  el  bien  y  prosperidad  de  este  santo 
rebafio  que  me  ha  sido  confiado  y  del  cual  tendr^  que  dar 
estrecha  cuenta'ante  el  trono  del  Sefior. 

"Y  la  abadesa  hizo  ademan  para  que  me  retirase,  orde- 
nando  a  la  otra  hermana  que  me  condujera  a  la  celda  que 
se  me  habia  destinado. 

"Yo  estaba  aterrada  y  me  dej^  guiar  sin  pronunciar  pa- 
labra,  casi  nin  ver  nada. 

''Llegamos  al  fin  a  un  corredor  angosfco  y  h^medo,  a  cuyo 
estremo  habia  una  puerta  que  la  monja  abri6,  dici6ndome 
solamente: 

— Esta  es  la  celda  de  sor  Ursula. 

"Yo^ome  di  cuenta  al  principio  de  la  habitacion  que 
me  habia  sido  destinada  desde  aquel  dia  que  entraba  a  for- 
mar  parte  de  la  comunidad  y  que  habia  llegado  al  alto  y 
codiciado  grado  de  ser  madre  o  monja  de  velo  negro y  sine 
que  viendo  un  crucifijo  sobre  una  mesa,  me  hinqu^  ante  ^1 


(I)  T^rmino  que  UBanlasmoDJas  cnando  ton  convocadas  para  deliberar  sobre  on 
caso  grave;  y  el  sonido  partieitlar  qae  M  da  a  la  campank  cuando  «8to  sneed*  eansa 
una  seasaoioa  profhadft  y  es  on  magn^  aoonteoimieiito  qoe  pone  a  laa  monjas.  ea  ranto 
moTimiento. 


V 


LOi  nOEiTOS  DIL  TUMSIAk  10S 

y  Uor^  muehfsimo  sin  decide  nada,  sin  pedirle  iiada  j  tal- 
Tez  sin  pensar  en  nada,  siendo  qrxiz&  aqaello  un  simple  de* 
sahogo  de  la  naturaleza  que  se  ania  a  mi  devocion  j  a  mi«. 
creencias.. 

'Todo  ese  dia  lo  pas6  encerrada  y  sola  en  mi  celda  sin 
tomar  el  menor  alimento  y  atnrdida  a  tal  panto  que  me  pa- 
recia  qae  no  era  la  misma  mnjer  o  que  habian  trascurrido 
muohda  a&os  desde  los  momentos  aates  qae  me  enGonti*aba 
en  la  iglesia,  brillante  de  hermosnra  y  llena  de  an  celestial 
regocijo.  (Ai!  impD^iblC)  I^aisa,  qqe  t4  comprendas  tan  b&« 
bito  cambio,  tan  repentina  trasformacion  y  que  yo  paeda 
esplic&rtelo;  lo  linico  que  me  es  dado  decirte  es  que  casi  no 
tenia  conciencia  de  mi  ser^  es  decir,  si  existia  o  no. 

^'Mui  tarde  de  la  noche  me  di6  fiueSo,  porqne  la  natnrale- 
za  siempre  vijila  por  Iq.  con'^ervacion,  y  busqui^  mi  cama 
para  acostarme.  El  mollido  lecho  consistia  en  ana  tarima  y 
una  vieja  frazada;  pero  no  tave  tiempa  de  pensar  en  esto, 
que  era  en  realidad  mai  insignificante  «omparado  con  lo 
.^  demas  que  me  sncedia;  y  me  dormf  profandamente; 

''No  8^  la  bora  que  seria  caando  despertS^  pae»  el  sol  no 
penetrab^  en  el  angosto  corredor  sino  avlas  doce  del  dia  y 
por  un  corto  espacio  de  tiempo:  era  sin  dada  el  lugar  en 
que  me  encontraba  una  especi^  de  calabozo,  pero  muclio 
menos  terrible  que  el  que  tuve  ocasion  de  conocer  des* 
paes  (1),  que,  si  ng  me  engaflo,  existe  en  todos  eitos  santos 


(1)  Poeo  tiempo  liace  que  todps  loa  diorios  ebilenos  pablicaron  las  atrocidades.  coma- 
tidaa  en  no  convento  de  monjas  de  Cracovia;  de  eonsSgniente,  do  bo  crea  ezajerado  lo 
que  declmos  sobre  las  nnestras,  porque  esta  es  la  natural  conseoueDcia  de  esos  yotos 
perpetuos  que,  eontrariando  las  leyes  de  Dios^  perturban  las  tendencias  del  hombre  j 
lo  desfiguran  de  tal^anera  que  esQS  reclusos  llegan  a  formar  casl  una  espeeie  distlnta 
dn  relacion  eon  el  resto  de  la  humanidady  y  no  pocas  veces  en  lucba  eon  ella.  Si  «• 
revelaran  los  mieteriosy  los  dolores,  las  deseeperaciones,  los  erimencs  talyez  que  encie* 
Iran  esos  claustros  y  que  durante  siglos  no  ban  traspas^do  la  espesura  de  9Us  morallas, 
qnedando  .sepultados  en  esos  Idbregos  reeintos,  nos  pasmariamos  quizft  a  pesar  de  la 
corrupcion  del  siglo.  Pero  es  natural  que  as!  suceda^  euando  se  coneulcan  j  se  empefiam 
en  anular  lai  leyes  eteruas  de  la  creaelou  que,  a  despeobo  de  los  esfuerzos  del  hombre, 
renocer^  siempre  continuando  la  obra  infinita  que  admiramoa  sin  comprender.  Ko  ei| 


S54 


asilos  en  que  se  albergan  las  personas  que  sa  consagrati  es- 
cla^ivamente  al  servicio  del  altar  y  a  la  pr^dica  por  el 
ejemplo,  por  la  accion  y  por  la  palabra,  de  las  virtudes  que 
se  Hainan  tolerancia,  mansedombre,  hamildad  y  conformi- 
dad,  paes  recuerdo  que  algunos  afios  mas  tarde,  echando 


nnestro  dnimo  negar  que  en  esos  claustros  hayan  ezistido  j  existan  santos  yarones  j 
MDtaB  vlijenes;  pero  bI  fuera  poaible  establecer  una  estadistica  exacta,  [quS  reducido 
leria  talvez  sa  ntimerol  T  tan  convencidas  van  estando  las  sociedades  de  la  verdad  do 
\o  que  decimofi  que  en  muchos  paises  no  se  admiten  ya  loa  votos  perpetuos.  Se  ha  dicho 
que  en  esta  medida  se  ataca  la  libertad  individual;  j  nosotros  somos  de  opinion  que  se 
conserva,  porque  no  es  atacaf  la  libertad  individual  el  detener  el  brazo  del  suicida.  La 
reatriccion  temporal  del  voto  no  quita  la  perpetuidad  del  voto,  porque  el  indlviduo 
que  quiere  pasar  encerrado  para  siempre  en  uu  clau8tro  puede  hacerlo  al  amparo  de  la 
misma  lei,  renorando  sub  votoB  peri^dicamente.  Por  otra  parte,  en  nuestro  siglo  eeme- 
jantes  instituciones  son  ya  incomprensibles  anaeronlsmoe:  talvez  sirvieronen  laspasftp 
das  edades,  (lo  que  dudamos  mucho  a  pesar  de  lo  que  tifirman  alsfu&os  b^toriadores 
si  ponemos  en  la  balanza  los  males  que  ban  producido  y .  la  ignorancia  y  supersticion 
que  ban  fomentado)  pero  que  eran  iniitiles  yperjudicialet  en  los'tiempos  presentes;  sin 
embargo*  d^jeseles  que  existan  en  buena  bora,  pero  ponlendo  a  las  mismais  personas 
que  tienen  esas  tendenci^  al  amparo  de  la  lei  prerisora,  para  que  no  aean  toda  su  vida 
Tictimas  de  un  momento  de  exaltacion  o  de  delirio;  y  de  eata  man  era  los  claustros 
podrian  ser  vijilados  por  la  autoridad  civil  para  amparar  a  muobos  desgraciados  cuyos 
lamentos  se  abogan  muriendo  en  la  desesperacion.  T  de  esta  manera«  volvemos  a  deciri 
las  leyeB  que  erijen  a  todo  un  pais,  penetrardn  al  interior  de  esos  recintos  misteriosos, 
llevando  el  dncora  de  salvacion  a  mucbos  desgraciados  sin  dejair  alslados  esos  pnntos  k 
donde  no  alcanza  abora  a  penetrar  su  inftuencia,  parapetdddose  en  privil^ips.e  imnu^ 
nidadfs  que  yano  se  pueden  acordar,  que  ya  no  deben  existir  y  menos  tolerarae. 

KoBotros  hablamos  bajo  el  punt^  de  vista  social  y  bajo  el  punto  de  viata  bumanitario 
sin  tomar  en  cuenta  el  punto  de  viata  retijloso;  pero  si  para  los  dos  primeros  es  indis- 
pensable la  aboUcion  de  los  votos  perpetuos,  lo  creemos  tambien  mul  txM  para  el  aegon- 
do,  porque  destruir  los  abusos  no  es  destruir  la  relijion  si  no  que  es  purificarla  y  eon- 
■ervarla,  pues  con  lo  primero  se  consigue  lo  iiltimo.  Ctiando  el  catolicismo  haya 
lacudido  toda  la  carcoma  que  las  pas^ones  y  las  ambieiones  degas  y  erroneas  que  los 
hombres  ban  afiadido  al  tronco,  cuando  bayan  desaparecido  las  temporalidadea  de  los 
Papas  y  de  los  sacerdotea,  cuando  bayan  desterrado  del  culto  todo  el  paganismo  de 
que  lo  rodean  actualmente  materializdndolo  y  ridiculiz&ndolo,  cuando  se  destierren  del 
•antuario  las  aspiraciones  esencialmente  mundanas  en  que  vivenlosUamados  a  comba- 
tirlas,  cuando  se  presente  y  se  ensefie  la  moral  en  su  fortna  pura,  en  su  forma  elevada 
y  ajena  de  pr&cticas  insignificantes,  cuabdo  la  humildad  y  la  ca^idad  eean  el  sfmbolo  y 
la  doctrina  de  los  Uv'Uas  difundlda  por  medio  de  la  accion  para  que  los  demas  hombres 
los  sigan  con  el  acto,  entonces  si  que  el  catolicismo,  disipando  las  tinieblas,  conaeguird 
la  universalidad  que  se  ha  decretado,  pero  que  estd  mui  lejos  de  poseer;  porque  entonces 
estHWin  en  reiaoion  intima,  en  completa  artnonla  la  creencia  con  la  civilizacion,  la  fd 
con  la  ciencia,  la  relijion  con  el  progreso,  la  obra  con  la  idea;  mientraa  que  abora  nos 
TWO*  obligados  It  teohauu:  1a  creenolj^  que  ise  noi  jimpon^  iX  Meptainos  1«  olyilu»9lon 


IM  nouvos  DiL  rmnLO.  315 

abajo  UQ  caerpo  de  edifieio,  se  encontraron  dos  mnrallas 
casi  unidas  7  alganas  osamentas:  este  sin  dada  habia  sido 
nn  lugar  da  castigo  obnlto^  cnya  existencia  no  se  conocia, 
habiendo  estado  reiervado  a  mai  pocas  personas,  por  caja 
razon  habia  desaparecido  de  la  memoria  de  todas  las  mon- 
jas  que  formaban  la  comQnidad,  quedando  solamente  cier. 
tas  tradiciones  que  se  contaban  las  unas  a  las  otras  como 
esas  tistorias  antiguas  hechas exprcfeso para producir  t^tri- 
cas  impresiones  en  la  imajiaacion  ardiente.  7  jeneralmeDte 
fantdstica  de  la  jnventud,  que  se  complace  7  prefiere  todas 
aqnellas  cosas  qae  las  conmaeve  faertemente;  sin  embargo, 
se  citaban  alganos  nombres  particalares  de  los  verdagos  j> 
de  las  vfctimas,  entre  ca7as  fant^ticas  relaciones  se  daba  la 
Iprefereneia  al  de  una  abadesa  Uamada  la  madre  Encarna- 
cion  Valdiyia,  que  habia  hecho  morir  en  nn  sdtano  y  empa- 
lada  a  una  pobre  monja  que  tenia  por  nombre  sor  Ursula 
Urrutia;  pero  que  al  dizt  siguieute  del  fallecimiento  de  dicha 
monja  prinoipi6  la  abadesa  a  sentirse  mala,  hasta  que,  no 
pndiendo  soportar  7a  lo  que  le  pasaba,  se  yi6  obligada  a 
consultar  el  caso  al  confesor;  7  era  que  sor  Ursula  se  le  apa- 
recia  todas  las  noches  a  las  doce  en  pnnto  7  se  acostaba  con 
ella  en  la  cama,  empal&ndola  lo  mismo  que  la  habia  empa- 
lado  a  ella  en  vida,  sin  que  hubiera  oraciones  ni  escapula- 
rios  que  le  yalieran  para  libertarse  de  aquella  terrible  apa- 
ricion,  7  que  habi^ndole  aconsejado  el  confesor  que  durmie- 
ra  con  dos  crucifijos,  uno  en  cada  costado,  se  le  habian 
retirado  ^stos,  habiendo  venido  en  su  lugar  dos  diablos  en 
compaSia  de  sor  Ursula,  que  se  habia  condenado  por  haber 
muerto  detesperada,  Uevdndose  a  la  abadesa  a  los  infiernos 
en  cuerpo  7  alma,  pues  al  dia  siguiente  se  encontr6  la  celda 


que  Bttrje,  y  &  Ifenfgar  de  la  f!S  eu  cado  de  dat  cr^dlto  a  la  cienoia,  f orque  en  el  eitado 
actnal  de  cosaa  eea  creencia,  esa  fd  y  eta  relijion  eBt&n  plagados  de  cosas  que  chocan 
el  eDtettdimiento,  qae  repagHan  a  la  raion  y  qile  no  acepta  el  buen  sentido;  y  eite  ea 
el  motivo  porqne  cnnde  el  escepticismo  que  ea  tanto  o  ooaa  pero&clQto  que  elfanatiamo 
de»de  que  noi  Uera  al  indlferentismo,  que  ea  el  emblema^de  la  inereia  moral* 


S5< 

yacia,  nn  fiierte  olor  a  aznfre  j  la  cama  chamnseada  coino 
por  llamas  j  qud  los  dos  crucifijos  habian  vaelto  la  eapalda 
a  la  abadesa  para  no  ver  que  se  la  Uevaban  los  diablos,  lo 
cual  era  evidente,  porqae  los  habian  encontrado  con  la  cara 
hdcia  la  pared. 

"Yo  me  habia  reido  mncbas  veces  de  este  cnento  7  de  la 
crednlidad  de  lai  novicias,  donde  se  referia  como  on  hecho; 
pero  ese  dia  se  me  vino  a  la  imajinacion  a  cansa  de  la  coin- 
cidencia  de  tener  el  mismo  nombre,  como  tambien  de  en- 
contrarme  en  nn  caarto  qae  se  asemejaba  a  an  calabozo  y 
lo  dora  qne  se  habia  mostrado  conmigo  la  abadesa  el  dia 
anterior. 

"Estaba  snmida  en  esta  reflexion  penosa,  caando  se  me 
present6  la  misma  monja  a  llamarme  de  parte  de  la  snpe- 
riora  qne  me  estaba  esperando.  Al  oir  esta  6rden  esperi- 
ment^  nn  terror  p&nico,  qne,  paralizando  sin  dnda  la  circa- 
lacion  de  la  sangre,  me  oprimi6  de  tal  manera  el  corazon, ' 
qne  qned^  faelada  j  exdnime  por  algnnos  minntos,  bafiando 
todo  nii  cuerpo  on  sador  frio*  '       ^ 

^La  monja  me  miraba  sin^decirme  palabra;  y  viendo  qne 
no  me  movia,  me  repiti6  la  6rden. 

^£ntonce8  me  pard  como  pade  y  march^  con  ella.  Mis . 

pasos  eran  vacilantes  como  los  de  an  beodo  y  no  podia  en 

mi  cabeia  coordinar  doi  ideas:  tal  era  mi  tnrbacion,  tal 
mi  miedo..; 

VI. 

''La  madre  abadesa  estaba  sentada  en  el  mismo  logar  en 
qne  la  babia  visto  el  dia  antes,  y  me  recibi6  con  an  tono 
de  glacial  ceremonia,  dici^ndome: 

— Sirvase,  sor  Ursula,  tomar  asiento,  pnes  tenemos  que 
hablar  bastante  largo. 

"La  abadesa  debi6  conocer  nii  estado,  qae,  por  otra  par- 
te, estaba  visible,  pnes  aSadi6: 

-— Ser^neae  ustednntes  de  tbdo.  ' 


urn  andaftoB  vel  nnooA.  257 

— ^T  en  segaida  hizo  una  sefial  a  la  monja  para  que  se  re- 
tirase. 

''Qaedamos  solas. 

''Despaes  de  un  rate  pasado  en  on  silencio  profando,  rato 
que  ella  aprovecharia  en  examinarme,  pnes  70  no  me  atre- 
via  a  levantar  los  ojos,  me  dijo: 

— Ayer  ha  tenido,  madre,  todo  el  dia  pftra  reflexionar 
bastiinte,  y  Qste*d  debe  haber  comprendido,  por  lo  que  le 
dije,  la  materia  de  qae  se  trataba  o  el  panto  delicado  a  que 
alndia;  y  por  esa  miama  razon  acord4  a  nsted  ese  perento* 
rio  plazo,  ezimi^ndola  a  la  vez  de  todas  sns  obligacionea 
como  monja,  paea  el  artfculo  tal  de  naestra  regla  me  da 
esta  autorizacion. 

— No  £^  a  lo  qae  sn  reverencia  se  refiere;  7  si  he  de  con- 
fesar  a  sn  reverencia  la  verdad,  no  he  tenido  ocasion  de  re« 
flexion  ar. 

— ^Y  qa^  ha  hecho  nsted  todo  este  tiempo? 

— Nada...  He  sufrido,  he  llorado:  esto  es  todo* 

— Pero  no  se  sufre  ui  se  llora  sin  motive;  y  segan  las 
apariencias,  sa  residencia  en  el  convento  le  ha  sido  agrada* 
ble;  ayer  no  mas  estaba  nsted  brillante  de  alegria;  iqni 
paede  haber  motivado  trastorno  tan  grande  en  tan  pocas 
horas? 

— Sn  reverencia  lo  sabe. 

— k^i;  pero  yo  s^  qae  el  mismo  motivo  tenia  la  sefiorita 
antes  que  el  qae  tiene  ahora  la  monja,  y  qae  antes  estaba 
mai  sati^fechay  ahora  la  veo  mai  abatida;  ^c6mo  nna  misma 
causa  pnede  producir  dos  efeotos  distintos? 

— No  lo  ocultar^:  el  ^nico  motivo  que  me  ha  paesto  en 
este  estado  ha  sido  el  que  apenas  habia  yo  pasado  de  la 
iglesia  al  coro,  caando  sa  reverencia  me  ha  mirado  y  habla- 
do  con  ana  severidad...  inmerecida... 

— jlnmerecidal  {Sor  Ursula!  me  contest6  la  abadesa  le- 
vant^dose  de  su  asiento  y  mii^d<Nne  con  cefio  airado. 
^06mo  se  atreve  nsted, a  calificar  de  inmerecido  ese  peqne- 

Wf^  IT*  1) 


S08 

to  acto  de  sereridad,  qae  praeba  toda  mi  inda^jenciay  sa- 
biendo,  cotno  sabe  usted,  de  donde  pruvienet 

— Lo  ignore. 

— jLo  igoora!  Bista  de  bipocresia,  sor  Ursala,  porqne 
tengo  Bobre  mi  me 4a  docameotos  caja  autenticiiad  oo  se 
atreveri  n^^ted  a  negarme. 

— Paedo  asegorar  a  sa  reverenc'a  que  ignore  el  motivo; 
qne  estoi  completamente  inocente. 

— Can  menus  tenacidad,  mi  indaljencia  babri^  side  ma- 
yor«  y  el  arrepentimiento  de  su  filta  habria  traido  tra«  de 
fel  el  perdon;  pero  sa  persistenci.i  en  continnar  en  ^a  negativa 
me  praeba  sa  pertinacia  en  el  mal,  y  sa  pertinacia  en  el 
mal  me  oblige,  con  mnjho  d'HgiHta  mio,  a  toner  qae  em- 
plr'ar  el  castigo  como  iinico  correctivo. 

'^Estas  amenazadoras  palabraR,  mi  qaerida  sobrina,  vol* 
vieron  a  traerme  el  recoerdo  de  la  iavero>iinil  histoiia  de 
la  abadesa  Bncarnaciija  Valiivia  y  de  la  autigaa  sor  Ursa- 
la,  y  temblS  de  naevo,  lo  cnal  visto  por  la  madre,  contina6 
dici^ndome: 

— A  lo  qne  se  debe  temer  es  a  la  calpa  y  no  al  castigo, 
porqae  aqaella  mancha  mientras  que  i^ta,  parifica;  pero  yo 
qniero  que  asted  minima  sea  su  joez. 

Sor  Ursula,  8greg6  la  abadesa  con  tono  solemne,  crnzan- 
do  los  brazos  sobre  el  pech(3  y  levantando  los  ojos  al  cielo; 
nsted  se  ha  presenta  lo  a  [ui  como  una  vfrjen  para  y  casta,  y 
sin  embargo,  habia  llevado  en  el  mundo  una  vida  licenciosa. 
i  '^Un  rayo  no  me  habria  hecho  tanto  efecto  como.estas 
palabras.  Yo  habia  caido,  es  verdad,  pero  no  habia  dejado 
de  ser  digna:  mi  calpa  era  el  resultado  de  una  pasion  estra- 
viada,  pero  no  del  viclo;  y  la  prueba  mejor  de  mi  delicade- 
za  era  qae  lo  habia  sacrificado  todo,  quj  habia  sacrificado 
hasta  a  mi  mismo  amante,  porqae  en  eae  momento  lo  creia 
toda  via  con  el  alma  mas  noble,  por  tal  de  conservar  el  ho- 
nor, de  recuperar  la  pureza  obligdndome  a  pasar  por  el 
crisol  del  saorificio;  de  manera  que  caaado  oi  la  palabra 


UM  nCBIKW  DSL  fUlBE^  >99 

licencioaa^  me  irritS  y  dije  resaeltamente  &  la  nbadesa: 

— Mienten  y  miente. 

''La  superiora  Be  poso  Ifyida  de  c61era,  pero  se  contuvo^ 
dominfin  lose  hasta  el  puQto  da  decirme  con  dalsBura: 

— Yo  desearia,  hija  mia,  qae  se  habieaea  engafiado  y  en 
engaflarme  yo  raisma,  paes  con  tal  de  que  una  de  mis  mon- 
jaa  saliera  triaafiate  de  caalqaier  impatacioD,  daria  con 
gasto  mi  vid^i,  por<]ae  lo  qae  mas  estimo  y  lo  que  mas  amo 
es  sa  virtad;  y  ojald^  sor  Ursala,  padiera  usted  combatir, 
anolar,  de^trair  los  docameotos  que  tengo  aqaf  presentes 
y  que  le  mo^trarS  en  segaida,  para  hincdrmele  de  rodillas  en 
"presencia  de  la  comuniJad  y  pedirle  p4blicamente  perdon 
do  haberia  juzgado  mal. 

'^Se  habia  obrado  en  mi,  con  aquel  grosero  insulto,  una 
reaccion  prodijiosa:  me  volvi6  toda  mi  antigua  altivez,  y 
mirando  de  f rente  a  la  vieja  monja,  le  dije: 

— No  ea  necesario  que  su  reverencia  me  pida  perdon, 
porque  desprecio  un  io^ulto,  tan  impropio  en  baca  de  una 
relijiosB,  como  ealumnioso. 

'Habia,  pin  duda,  en  mi  actitud,  en  mi  mirada,  en  mi 
acento,  tal  fuerza  de  oonviccion  y  tal  enerjia,  que  la  abade* 
sa,  aunqae  cdrdena  de  rabia,  baj6  la  vista,  no  pudiendo 
sostener  el  brillo'  de  mis  ojos  o  el  grito  de  su  conciencia 
manchada;  pero  rebacidndose  en  seguida,  me  contest6  con 
finjida  mansedumbre. 

— Sor  Ui-sula,  la  soberbia  es  un  gran  pecado,  y  usted  se 
ha  propuesto  sin  duda  hacerme  perder  la  paciencia;  pero 
abi  est&  nuestro  SaQor  a  quien  le  dijeron  tantidmo  sin  con* 
seguir  alterarlo,  y  yo  auoque  d^bil  trato  deseguir  ese  ejem- 
plo.  U«ted  no  solo  no  respeta  a  su  superiora,  sino  que  la 
provoc?!  y  ^a  in^ulta;  pero  yo  la  perdono,  sor  Ursula,  asi  como 
Jesus  nuestro  divino  esposo  perdon6  a  los  que  lo  de^^iono- 
cian  e  injuriabai;  sin  embargo,  tengo  que  vijilar  por  el  ho- 
nor y  digui  lad  de  este  sauto  retirp,  de  este  convento  qae 
tiempre  ha  aido  un  modelo  por  la  virtad  ejemplar  d^  laa 


virjenes  que  han  abrazado  nuestra  sagrada  6rden;  aaf  es 
qne  me  reo  en  la  necesi dad  de  correjir  en  listed  qq  mal  que, 
ffl  una  ves  ha  socedido,  no  debe  repetirse  nnnca. 

He  nsado  de  la  palabra  licenciosa^  prosigai6  la  abadesa, 
porqae  nsted,  antes  de  venir  al  co&yento  ha  estado  en  rela- 
ciones  ilicitas  con  nn  j6v'en  casado,  y  hace  mni  pocos  dias 
qae  listed  me  pidid  la  autorizacion  para  hacer  nna  donacion 
de  caantiosos  bienes  qne  poseia  en  favor  de  nn  nifio,  y 
este  nifio  era  nn  hijo  snjo,  sor  Ursula,  frato  de  nn  trato 
tanto  mas  pecaminoso  cnanto  qae  el  padre  de  esa  infeliz 
criatnra  es  un  hombre  casado,  siendo  de  consigniente  el 
orijen  de  la  discordia  de  nna  familia  y  de  mnchas  otras  dea- 
gracias  qne  pneden  snceder;  y  nsted  ha  yenido  sor  Ursa- 
la,  a  sorprender  la  inocencia  mia  y  la  inocencia  de  mis  San- 
tas hijas,  engaQ&ndonos  con  una  finjida  virtud  para  asociarse 
a  las  castas  esposas  de  Jesucristo,  tomando  el  mismo  velo 
sagrado  que  las  cubre  a  ella^^  \\  ellas  mas  pnras  que  el  dia 
en  que  nacieron  y  emblanquecidas  ahora  por  el  bautismo 
de  la  penitencia!  jCdmo,  puef»,  sor  Ursula,  pretender  que 
yo  no  defienda  la  pureza  de  mis  santas  hermanas!  Yo  no 
puedOy  sor  Ursula,  en  conciencia,  dejarlas  en  contacto  con 
nsted;  y  ya  que  me  es  vedado  arrojarla  del  claustro,  porque 
desgraciadamente  para  nosotras  y  para  nsted  misma,  esti 
ya  consagrada,  ver6  modo  de  aislarla,  lo  que  servir^  de 
precaucion  para  ellas  y  de  eastigo  para  nsted. 

Ahora,  continn6,  sin  permitirme  qne  hablase,  poniSndo- 
se  ella  el  dedo  indice  sobre  sus  delgados  y  pdlidos  Ubios, 
no  es  calumnioso  lo  que  estoi  diciendo,  pues  aquf  tiene  ns- 
ted sus  propias  cartas  desde  larga  fecha  y  algunas  de  ellas 
datadas  desde  esta  santa  c  tsa.  ^Negara  usted,  pues,  la  evi- 
dencia?  Negard  nsted  su  propia  letra,  su  propia  firma?  Ne- 
gar&  usted  ese  instrumeQto  publico  para  el  cual  usted  me 
pidi6  permiso  engafi^ndome? 

'^La  abaddsa  hizo  una  pausa  y  me  mir6  con  ironia,  aO^'^ 
di6ndo: 


LOS  BKOBITOB  DSL  PUSBLOb  261 

— Responda,  jconfiesa  o  niega,  sor  Ursula,  el  hechoJ 
"Y6  conoel  mis  cartas  y  se  me  revel6  en  el  acto  toda  la 
negra  perfidia  de  Guillermo  y  aquella  maquinacion  infer- 
nal qne  se  habia  tramado  para  apoderarse  de  mi  fortuna. 
Habia  caido  en  un  lazo  tendido  de  antemano  eon  mucha 
premeditacion  y  consumado  ahora  con  la  mayor  infamia  y 
con  la  mayor  crueldad.  El  esceso  de  mi  indignacion  aliog6 
mi  verguenza,  haciendo  desaparecer  tambien  mis  temores, 
y  contest^  resueltamente: 

— La  sefloiita  de.....  confiesa  el  hecho;  la  monja  lo 
niega. 

— No  comprendo  esas  distinciones;  y  me  parece  que  la 
seflorita  de..  •  es  la  misma  persona  qne  sor  Ursula. 

— Sor  Ursula  no  ha  delioquidcJ  jamas;  y  el  crimen  mas 
grande  que  ha  cometido  la  senorita  de. . .  no  es  haber  sido 
seducida,  sino  el  no  haber  cionocido  a  un  infame... 

—  ^Es  este  su  arrepentimiento?  me  dijo  la  abadesa,  enfu- 
recida.  jEs  esta  la  escusa  que  da  iiated  al  eogaflo  que  ha 
cometido  apoderdndose  indebidamente  del  santO  hdlbito  que 
la  cubre. 

— Yo  no  he  enganado  a  nadie,  sino  que  se  me.  ha  enga- 
fiado  a  mf,  y  su  reverencia  es  c6mplice  tambien  de  ese  en- 
gano.  Yo  he  tomado  el  hdbito,  yo  he  renunciado  a  todo, 
porque  cref  en  la'virtud  de  un  malvado,  primo  de  su  reve- 
rencia, y  porque  tenia  y  tengo  ahora  mas  que  nunca,  fe  y 
confianzaen  la  bondad  y  misericorJia  de  Dios,  a  quien  bus- 
caba,  a  quien  busco  y  a  quien  buscar^  con  mas  ahinco,  por- 
que comprendo  que  es  el  unico  consuelo,  el  iinico  amparo, 
el  linico  refujio  que  me  queda  en  la  vida  y  que  nadie  me 
puede  arrebitar,  nadie...  aun  cuando  me  sepulten  viva... 
'^Estas  palabras  creo  que  impresionaron  algun  tanto  a  la 
abadesa.  En  seguida  continu^: 

— Cuando  tom6  la  resolucfon  de  hacerme  monja,  dije  al 
confesor  mi  estado,  le  descubri  mi  vida"y  le  descubri  mi  al- 
ma por  completo,  y  61  me  perdond  y  ^1  aprob6  mi  resofa- 


sea 

clon  7  ^  me  dijo  qae  Dies  me  recibiria  gnstoso  en  sns  bra- 
Z09  y  cref  lo  que  el  confesor  me  dijo  entoaces  y  lo  creo  ann 
comolo  creer^  siempre... 

Pero  todavia  hai  mas,  se&ora,  prosegaf:  ayer  raismo,  an* 
tea  de  recibir  el  \  elo  SAgrado,  y  por  con^iguiente,  antes  de 
recibir  al  seSor  en  el  Sacramento,  hice  con  el  mismo  sacer- 
dote,  qne  es  el  4irector  del  convento,  mi  confedion  jeoeral, 
y  volvi  a  pregantarle  con  toda  la  hamildad  de  mi  corazon 
y  bafiada  en  Mgrimas;  si  seria  d'gna  de  ser  la  esposa  del 
•  Sefior;  y  ^  me  respondi6  por  trea  veces:  bi,  bf,  si;  y  eo  se- 
guida  me  di6  sn  santa  absolncion.  Hi  atjai  el  motivoen  qne 
me  fandaba  poco  h&  para  decir  a  sn  reverencia:  la  se&ori- 
ta  de...  confiesa  el  hecho,  pero  la  monja  lo  niega;  porqne 
si  he  sido  criminal  en  el  siglo,  he  sido  virtnosa  y  verldica 
en  el  clanstro...  Ahora  espero  qne  sn  revereDcia  me  diga 
si  he  cometido  o  no  nn  sacrilejio,  segan  parece  qae  consi- 
dera  sn  reverencia  el  acto  de  mi  profesion. 

— Hip6crita,  esclam6  la  abadesa,  no  sabiendo  qn6  contes* 
tarme.  Sor  Ursnla,  nsted  no  me  engafia  con  sns  (^ofismas. 
Usted  ha  bnrlado  la  confianza  de  tolo  el  mnndo.  Us^ted  ha 
prostitnido  nnestra  santa  6rden.  U^ted  ha  manchado  el  ta- 
bera^cnlo.  Udted  ha  desconocido  y  ajado  mi  aatoridad.  lis- 
ted no  se  somete  a  la  santa  obediencia  qae  le  es  preacrita 
por  la  regla.  listed  serd  castigada,  y  caj^tigida  de  ana  ma- 
nera  ejemplar...  listed  qneda  desde  ahora  c  ndena<la  a  mo- 
rir  en  el  in  pace  reservado  a  lasr^prubas,  a  las  coiitumaces 
y  alas  sacriiegas. 

"y  la  abadesa  se  sent6  en  sn  sillon,  porqne  no  podia  sos- 
tenerse. 

— listed,  sn  reverencia,  le  contest^,  qneda  desde  ahora 
tambien  citada  por  mi  ante  el  tribnnal  de  Dios...  Su  reve- 
rencia, qne  ocapa  el  lugar  y  qaiz4  hasta  el  mismo  apos^^nto 
de  la  antigaa  prioradel  conv^fnto,  Eacarnacion  VaKlivia,  y 
yo  qne  hago  el  mismo  papel  de  sor  Lfrsala  y  a  qaieii  n.e 
(U3imiIo  por  el  casti^o  qae  me  preparan  iojastamente  y  has- 


V 


IM  nOBIVOS  DIL  P0XBLO»  26S 

ta  por  el  nombre,  a  usted  j  a  mi  nos  correrA  la  misma  suer* 
te—  Prepdrese. 

"Eete  reto,  este  llamamiento  a  la  presencia  de  Dios,  este 
cdso  prdctico  que  le  presentaba  y  que  ella  talvez  creia,  la 
entonacioQ  vig«3rosa  y  prof^tica  de  mi  voz,  todo  sin  dada, 
C0Dtribaj6  a  atemorizirla  de  tal  mode,  qae  despues  de  an 
instante  reposo  con  voz  balbuciente: 

— No  quiero  qae  se  diga  qae  llevo  el  rigor  hasta  cse 
pnnto.  Quiero  nsar  con  nsted  de  mas  mansedambre  para 
ver  si  a?f  conoce  sus  estravios  y  se  arrepiente  de  ellos.  Gon- 
tinde  nsted  ocnp»udo  la  misma  celda,  sometida  a  Codas  las 
pr&cticas  qne  ordena  la  regU,  y  con  la  espresa  prohibicion 
de  bablar  con  nadie.  E  i  el  coro  y  en  el  refectorio  se  senta- 
ri  tambien  en  an  lug^r  aparte  y  qae  le  ser^  designado  aho* 
ra.  mismo.  Vaya  Uited  en  paz  y  piiale  al  SeQor  qae  la  per- 
done. 

— Rogar^  a  sa  Majestad  qae  nos  perdone  a  ambas,  le  con- 
tent ^. 

^Y  salf  de  la  celda  de  la  abadesa  sin  qne  ella  se  aperci- 
biera  que  la  enerjia  que  me  habia  sostenido  an  momento 
iba  decayendo... 

vir. 

'Tantas  emociones  en  tan  poco  tiempo  no  solo  babian  in- 
flaido  sobre  mi  espirita^siuo  que  habian.  hecho  fliqaear  mi 
cnerpo;  me  sentia  dSbil,  me  sentia  con  fiebre,  pero  me  pa- 
recia  qne  me  habia  rdjenerado  en  parte,  aunqne  escesiva* 
mente  abatida. 

''Cnandi*  llegu6  a  mi  celda  no  pensd  en  otra  cosa  que 
echarme  a  los  pi^  del  Sefior,  y  peiturbada  como  estaba  mi 
alma  por  tantas  tiibulaciones,  tom^  en  mis  manos  el  Santo 
Cristo  qne  se  encontraba  sobre  la  mesa,  y  arrodillada  y  Ho- 
rosa  cnal  otra  Magda-ena,  no  tuve  mas  aliento  qne  para  de* 
cirle  como  el  profeta  rei:  ^^JPeque^  aenor^  tened  'fnisericordta^ 
de  mir 


%iii  doda  por  efecto  del  sacadimiento  o  de  la  violeDcU 
oon  que  tomaria  oon  mis  manoa  crispadas  el  crocifijo,  se 
desprendid  sa  brazo  derecho  del  peqaefio  clavo  qne  lo  soa- 
tenia,  enrediindose  entre  mis  cabellos,  ni  mas  ni  menoB 
coma  s  hobiera  querido  abrazarme.  En  ese  instante  sentf 
como  xuk  cboqae  el&^trico,  pero  dalce  a  la  veE  qoe  profan- 
do:  me  paied6  que  Dice  me  habia  perdooado,  que  me  acep- 
taba  por  su  sieira  j  por  so  esposa:  Jgrata  ilusiou  de  un  cere- 
bro  trastomado,  pero  no  por  eso  menos  eficaz  y  menos  dulce! 
pues  he  couservado  esa  impresiou  durante  largos  alios,  ^r- 
Yi^ndome  de  lenitiro  en  mis  pesares,  de  amparo  en  mis  tri- 
bulaciones,  de  soeten  y  de  gaia  en  mi  creencia  y  en  mi  f^ 
y  Altimamente  de  consoladcHa  esperanza  en  mi  natural  tSr- 
mico:  en  mi  muerte .  • . 

"Es  probable  qne  permaneceria  algunas  horas  en  on  le- 
targo  absolute,  pues  cuando  recoper^  mis  sentidop,  qoe  ^n 
mi  conciencia  no  habia  perdido,  me  halM  rodeada  de  varias 
monjas  que  se  empefiaban  en  lerantarme  y  qui  tar  de  mis 
manos  el  crucifijo  que  yo  tenia  asido  con  tat  faerza,  que  era 
impoable  arrancdrmelo  sin  romperlo,  resolviendo  por  esta 
razon  dej&rmelo  o  talrez  no  atrevi6ndo$«e  a  despojarme  de 
A  violentamente  por  derte  respete  relijioso. 

"Una  fiebre  violenta  se  apodero  de  mf,  y  pasaria,  segun 
me  dijeroB  despnes,  eomo  quince  diss  entre  la  vida  y  la 
muerte,  pero  en  todo  ese  tiempo  no  me  desprendl  del  cru- 
cifijo, no  teniendo  otra  conciencia  de  mi  ni  dando  otra 
sefUd  de  mi  vida  que  el  retener  faertemente  la  sagrada  im£- 
jen  del  Salvador  cuando  pretendian  despojarme  de  ella. 

^Ia  juyentud  me  saly6  y  mi  restablecimieoto  fa6  rdpido, 
porque  a  esa  edad  se  convalece  lijero;  asi  es  que  tan  laego 
como  eatuve  en  estado  de  salir,  se  me  orden6  de  parte  de 
la  soperiora  qoe  asistiese  al  coro  a  todas  las  distribociooes 
y  a  los  demas  deberes  qoe  prescribia  la  regla. 

^o  obedeci  en  el  acto,  y  la  primera  rtz  que  asistf  a  la 
hora  de  prima  se  me  8efial6  lugar  separado  para  hacer  mis 


tot  iBourof  ML  nnniiQ.  ifi$ 

praoiones  y  completamente  aparte  del  resto  de  la  comuDi* 
dad.  Yo  conoci  que  este  era  uu  vej^men,  pero  me  resign^ 
eni  silencio.  Tenia  ademas  la  drden  de  qae  yo  faera  la  &  ti- 
ma  moDJa  que  me  retirara  del  coro,  estando  obligada  a 
quedarme  alii   hasta  que  hubieran  desaparecido  todas. 

"Pero  lo  que  me  estraQd  sobremanera  fu6  que  ese  dia  y 
asi  sucesivameute  todos  los  otros  y  en  cada  distribucion  ve- 
nian  las  monjas  una  a  una  donde  yo  estaba  prosternada,  y 
ddndome  con  el  rosario  en  la  cabeza,  me  decian  estas  pa* 
labras: 

— Arrepi^ntete  de  tu  pecado. 

"Cambiando  de  espresion  una  sola  de  ellas,  que  con  voz 
dulce  y  compasiva  pero  mui  baja,  casi  imperceptible,  como 
para  no  ser  oida,  me  dijo: 

— Paciencia  y  esperanza  en  Dios. 

"Te  lo  confieso,  Luisa;  en  el  primer  momento  me  di6  un 
sentimiento  de  indignacion  esta  prActica  cayo  significado 
ignoro  y  que  supongo  fu^  invencion  de  la  abadesa,  a  tal 
punto,  que  estave  por  pararme  e  injuriar  a  la  superiora  de- 
lante  de  toda  la  comunidad;  p^ro  afortnnadamente  me  con- 
tnve;  y  cuando  of  el  consejo  que  me  daba  aquella  voz  dulce 
que  me  era  deaconocida,  me  seren^  y  me  resign^,  infl  ay  en- 
do  de  tal  manera  en  mi  aquellas  palabras  de  ^^paciencia  y 
esperanza  en  DIos,"  que  bastaron  por  si  solas  para  darme 
aliento  y  aliviar  mi  amargura. 

"Pas^  asi  algun  tiempo  sin  hablar  con  nadie  y  recibiendo 
diariamente  el  mismo  castigo,  pero  oyendo  tambien  el  mis- 
mo  consuelo,  hasta  que  un  dia  vino  a  mi  calda  la  monja  que 
ya  te  he  mencionado,  y  que  sin  duda  era  la  confidents  de 
la  abadesa,  a  decirme  que  6sta  me  llamaba  porque  tenia 
cosas  de  familia  que  comnnicarme. 

"Para  mi  habia  pasado  todo  temor,  porque  estaba  resuel- 
ta  a  todo;  asi  es  que  me  pare  en  el  acto  sin  vacilar  y  segui 
a  la  monja  sin  desplegar  mis  labios,  aun  cuando  ella  trataba 
de  darme  conversacion,  porque  yo  me  habia  propuesto  obe- 


it9  iM 

decer  estrictamente  el  mandate,  j  por  otra  parte,  sitodome 
ftcil  comprender  de  d6ude  progenia  U  locaacidad  de  aqoe- 
11a  mad  re  que  en  otras  ocasiones  no  habia  qnerido  contes- 
tar  a  mis  pregontas,  me  resolvi  a  guardar  el  mas  absolato 
silencio. 

^La  abadesa,  en  cnanto  me  present^,  ee  inform6  de  mi 
salad,  afiadiendo  que  e^peraba  me  resolviese  a  no  permane- 
cer  contumaz  para  de  est  a  manera  *ohtener  el  perdon,  poes 
el  eastigo  qae  se  habia  visto  obligada  a  imponerme  diami- 
nniria  considerablemente  y  era  para  ella  el  mayor  sacrificio 
verse  compelida  a  nsarlo  siempre. 

— Tengo  la  conciencia  tranquila  y  no  s^  lo  que  su  rove- 
rencia  encaentra  en  rui  de  pertiaaz,  le  cootest^. 

—  Hal  mncba  sobetbia  en  usted,  sor  Ursula,  prosiguid  la 
abadesa. 

— Poede  ser  mui  bien;  no  pretendo  ser  perfecta,  y  todos 
los  dias  me  empefio  en  coiiejirme  y  le  pido  a  Dies  su  gracia. 

— Lo  que  usted  m*^  contesta  lo  est^  probando  claramente: 
adema^,  siempre  permaiiece  sin  pedirme  perdon. 

— iDe  qnd  fulu?  Sj  revereucia  sabe  mejor  quenadie  que 
sor  Ureula  es  inoceute. 

— I&to  es  lo  mismo  que  decirme  que  yo  soi  la  culpable! 
No  apure  usted  mi  paciencia,  sor  Ursula,  y  me  vea  obligada 
a  salir  de  la  modfracion  que  me  he  impuesto. 

To  gtiarde  silencio  y  la  aba  le^a  continu6: 

—  Susobeibia  esid  de  manifiesto  y  Dios  la  castiga,  no 
mateiialmente  como  lo  hace  la  saperiora,sinohiri^ndola€n 
6US  afeceiones,  que  k6  que  usteJ  conserva  siempre  por  las 
personasque  viven  en  eU'glo,  auu  cuando  debiera  haberlas 
completamente  olvidado. 

^Yo  mil  6  a  la  abadesa  para  saber  lo  que  queria  decir,  y  la 
cruel  UJOiija  se  sonr  6,  agregan  lo: 

—  No  le  demorar^  la  noticia,  sor  Ursula,  para  que  cuanto 
antes  ruegue  Ubted  a  Dios  por  su  hermano  politico  don 
Eduardo,  que  ha  fallecido  ayer. 


tm  noufoi  OIL  wntM.  Hf 

-^{Edaardo!  esclam6  faera  de  mi  por  %l  dolor  que  me  ha« 
bia  caasado  aqaella  noticia;  (Edaardo,  70  be  sido  quien  te 
hamueitol 

-^{Con  qne  usted  lo  ha  muerto  y  lo  confiesa  como  si  no 
faera  nada? 

—  Sa  reverencia  es  cruel. 

— No  soi  croel  si  no  que  soi  jasta,  y  en  prueba  de  ello  la 
creoinocente  del  crimen  de  qne  usted  seacusa  ahora,  porque 
tengo  la  seguridad  de  que  la  muerte  de  don  Eduardo  no  ha 
sido  cadsada  por  usted  sino  ordenada  por  Dios,  porque  todo 
este  tiempo  no  se  ha  movido  usted  del  claustro;  vaya  usted 
en  paz. 

'^AquelTa  maligna  ironia  encerraba  tanta  animosidad,  tan- 
to  dtseo  de  mortificarme,  que  produjo  en  mi  un  efecto  con- 
tra rio  y  tnve  compasionide  aquella  al  na  tan  llena  de  pon* 
zofl),  y  le  dije  con  conviccion  bumilde. 

— Regard  a  Dies  por  mi  hermano  y  por  su  reverencia  para 
que  los  perdone,  pues  por  mi  parte  ya  yo  he  perdonado  a 
su  reverencia.  Tambien  rogar^  al  Sefior  que  me  perdone  a 
mi  por  el  mal  que  he  hecho  al  primero. 

^Yo  conoci  que  mi  respuesta  la  habia  herido  en  lo  mas 
vivo  a  la  abadesa,  porque  la  vi  mudar  de  color;  pero  no  me 
dijo  nada  y  sali. 

"Tu  comprenderds,  querida  hija  mia,  cuAnto  sentimiento 
no  me  causaria  la  inesperada  muerte  de  tu  p.^dre  y  cudnto 
remordimiento  a  la  vez,  pues  yo  estaba  persuadida  y  lo  es* 
toi  toda  *  ia  que  yo  he  sido  la  causa  de  e^ta  desgracia;  pero 
tergo  la  seguiidad  de  que  ya  61  me  ha  perdonado  y  no 
dudo  un  raomento  que  t&  imites  a  tu  padre. 

^Continuar^  mi  peno^a  relacion,  que  ojal^  hubieraya  con- 
cluiclo,  porque  el  reffifrtela  aviva  mis  dulores. 

'"iWos  dias  trflBcurrieron  cnando  fui  nuevamente  Ha- 
mada  por  la  abadesa,  a  quien  encontr^  mui  ajitada  pre« 
gunifindome  sin  entrar  en  preliminares,  como  era  su  cos- 
tumbre. 


368 

— Sor  Unob^  fponoee  luted  al  eoronel  doa  ToritHO  de 
Gozouid} 

— Si,  madre,  le  contes^^:  he  tenido  ^e  honor  y  conservo 
per  &  gratos  recnerdos  y  graode  estimacioiL 

— iGratoa  recaerdos  y  graode  ^timacion  por  no  asenno! 
Solo  nsted,  sor  Ursala,  es  cap^z  de  esperimeotar  tan  tiemos 
aentimientoa  por  an  malvadu!  Un  alma  bien  paesta  se  Ik>- 
rrorizaria. 

— I  El  eoronel  don  Toribio  de  Gozman  asesino!  La  habrin 
engafiado  a  so  rev^erencia. 

— ;Engafiado!  caando  todos  I03  diarios  lo  dicen  y  cnando 
63  la  misma  bennaoa  de  sor  Urdala  la  qae  le  comnnica  tan 
fonesta  noeva! 

— {Mi  herroana!  |TaDto  tiempo  que  no  b6  de  ella!  esclam^ 
involanianaroeote. 

— 2"^  sabe  nsted  a  qoien  ha  asesinado?  prosigoid  la  abade- 
•a  enfarecida. 

— Lo  ignoro* 

— Poea  bien,  s^palo:  ha  asesinado  a  Gnillermo  de.«.an 
antigno  amante,  el  padre  de  sn  hijo. 

— jA  Gnillermo! 

— Al  mismo:  ya  ve  como  Dios  la  castiga,  sor  Ursula,  jy 
todavia  no  se  eDmiendii! 

— Lloro  mis  cu1p2»,  madre,  y  confieao  que  estas  calamidar 
des  nacen  de  ellas,  pero  la  justicia  de  Dios  debe  cum- 
plirse. 

— Si,  debe  cumplirse;  pero  el  medio  mas  seguro  de  que 
no  caiga  con  todo  su  rigor  es  pedir  perdon. 

— Ta  he  dicho  a  su  reverencia  que  sor  Urania  no  se  cre% 
calpable  en  su  calidad  de  monja,  que  es  en  lo  que  su  reve- 
rencia puede  y  debe  juzgarme. 

— i5oberbia,  soberbia  iuiiaita:  est&  usted  esperimentando 
el  ca^tigo  de  Dios  y  no  se  convence. 

"En  seguida,  tomando  su  cinto,  me  peg6  con  61,  diciSn- 
dome: 


1.00  BIGBXTOS  DSL  PVKBLQ.  SM 

— Besaparezca  Qsted  de  mi  presencia  antes  que  me  vea 
obligada  a  emplear  mi  jasta  ira! 

''Yo  me  fui  a  la  celda  a  echarme  como  de  costnmbre  a 
los  piSs  del  Redentor:  era  solo  alli  donde  encontraba  con* 
saelo  7  era  el  ^nico  con  qoien  podia  hablar,  a  quien  podia 
y  me  gostaba  dirijirme,  paed  toda  comunicacion  con  las 
otras  monjas  me  era  prohibida,  y  del  esterior  no  sabia  nada, 
ignorando  completamente  si  habrias  venido  tii  y  mi  her- 
mana  alganas  voces  a  verme  o  si  me  habian  escrito;  en  una 
palabra,  qa6  era  lo  que  sucedia  en  el  recinto  de  mi  escasa 
pero  querida  familia;  y  salvo  los  dolorosos  aeon teci mien tos 
que  me  habia  r^velado  la  abadesa,  sin  duda  con  laintencion 
de  hacer  mas  penosa  mi  vida,  todo  lo  demas  lo  ignoraba^ 
porque  la  superiora  habia  ordenado  que  duaudo  viniesen  a 
bnscarme  de  cualquier  parte  que  fueseo,  les  respondiese  siem- 
pre  que  no  pudiendo  hablar  conmigo,  dejasea  el  recado,  el 
cual  se  le  comunicaba  inmediatamente  a  la  abadesa  lo  mismo 
que  cuauto  me  escribian;  de  manera  que  mi  hermana  ignch 
r6  hastaep  estos  iiltimos  tiempos  si  existia  o  no,  suponien* 
do  talvez  que  la  habia  completamente  olvidadp,  peroyo  me 
habia  propuesto  denpues  guardar  completa  reserva  con  ella, 
asi  es  que  nunca  le  comuuiqu^  nada  de  lo  sacedido,  y  estos 
secretes  no  habrian  salido  del  recinto  de  nue^tros  claustros 
a  no  ser  que  me  lo  ofdeno  ella  terminantemente  cuandb  se 
me  apareci6  en  suenos;  y  como  yo  creo  firmemente  ea  la 
existencia  de  los  espiritus  y  que  estos  se  nos  revelan  en  al- 
gunas  ocasiones,  he  tenido  que  cumplir  su  6rden  y  la  cum- 
plo  con  gusto,  porque,  como  ella  me  dijo,  puede  salvarte 
de  muchos  peligros  en  la  vida. 

"Desde  esa  liltima  vez  no  me  volvi6  a  Uamar  la  abadesa 

« 

durante  muchos  anos,  pero  sierapre  pesaban  sobre  mi  loa 
castigos  que  me  habia  impuesto  y  que  yo  recibia  con  resig- 
nacion  y  al  Ultimo  con  placer,  porque  me  llegaron  a  ser 
agradables  las  penosas  y  humillantes  obligaciones  con  que 
m^  habiaa  sobrecargadb;  de  manera  que  los  c^lculoa  dd  la 


S70 

abadesa  le  salieron  mal,  poea  en  lagw  de  racrificarme  ma 
roboatecia  caJa  rez  mas  ea  el  ejercicio  de  la  haaiildai, 
eneontrando  en  ella  ona  satidfaccion  interior  de  qae  antes 
no  tenia  idea,  j  a  aie«lid  %  qae  eran  m  h  degrad^ntes  Kia  aer- 
Ticioa  qae  me  imponiao,  mi  contento  era  mijor,  te  nien  lo 
ao!o  qae  adivinasen  esta  aati^fdcdon  de  mi  alina  pjmi  qae 
no  me  privasen  de  ella. 

VIIL 

''Pero  aacedia  en  mi  an  fen6meno  raro:  a  medida  qae  an- 
mentaba  mi  piedad  dismtoaia  mi  devocion;  y  a  medida  qae 
tenia  mas  cotifiaaz  i  en  Dios,  a  medida  qoe  lo  amaba  mas  j 
qae  lo  ve'a  mas  grande,  mas  poderoso,  mas  iofioito,  podr^ 
decirlo  asi,  las  innamerables  y  mondtonas  pr&cticas  de  la 
regia  me  disgastaban,  pareciSadome  qae  eataban  destioadas 
esclosivameate  para  formar  aat6matas  y  no  seres  pensa- 
doreS|  y  qae  empeqaefiecian  a  Dios  en  vez  de  eogran- 
decerlo,  qae  desterraban  el  Terdadero  calto  del  alma  para 
no  tener  mas  qae  el  colto  del  caerpo;  asi  es  qae  de  to* 
das  las  distribuciones  o  de  todas  las  horas  qae  se  eroplea- 
ban  en  estas  ceremonias,  la  4nica  qae  me  agradaba  era  la 
de  la  oracion  mental,  porqae  era  hecha  para  recojer  el  es- 
pirita  y  elevarlo  a  Dios;  porqae  la  oracion  mental  no  tiene 
formas  si  no  qae  es  la  inspiracion  de  cada  ser,  el  sentimiento 
intimo  espresado  solo  por  el  alma  sin  la  ayada  del  lengaa- 
je,  de  la  ceremonia,  de  la  jenoflexion. 

^Todas  esas  salmodias  gangosas  qae  hieren  el  if mpano, 
todos  esos  reisos  de  tabla  en  an  idioma  qae  apenas  t* ntien- 
den,  me  parecian  otras  tantas  pacrilidades  ridicnlas  para  el 
bombre,  y  por  consigniepte,  macho  mas  ridfcalas  para  Dies. 
Qa^!  {Le  ser&  mas  grato  al  Ser  Sapremo  qae  le  dirijan  sas 
preces  en  latin  en  lugar  del  espafioi,  del  frances,  del  griego 
d  del  chino?  {Y  saben  acaso  las  monjas  lo  qae  dicen,  coando 
•1  poco  latin  qae  aprenden  es  on  verdadero  latin  de  cocinat 


iM  noBixog  VEL  nrauK  S71 

^Tnfiayen  mat  en  nuestra  piente  y  en  nnestro  corazon  las  pa* 
labra")  dichaft  en  an  idioma  estranjero,  en  on  idiorna  maerto, 
cajo  sigaificMdo  apen^s  conocemoa^  qae  la^  espresadas  en 
el  nueatro?  Yo  creo  qae  no,  Luisa,  y  creo  mas:  creo  que  asi 
8e  acostambran  las  monjns  y  los  frailes  a  mover  luaquioal* 
ttiente  r^as  labios  en  lugar  de  levantar  el  lorazon  a  Dios, 
trasforroando  la  oracion  en  hdbito  grosero  y  el  pensamiento 
qae  la  dirije  y  qae  1^5  da  a'as  en  pidotica^  iiisignificantes 
qae  a  nadiie  aprovechan  y  qae  en  vez  de  aprovechar  perja« 
dican. 

^Aai  Upga^  con  el  tiempo  a  desprmderrae  completamente 
de  todas  esas  fraslerias  del  rito,  guardando  siempre  las  apa* 
riencias,  en  primer  lugaji*  poi  que  podia  equivocarme  y  no 
qneria  indncir  a  otras  en  error;  en  segando,  pi»rqae  podia 
dar  motivo'a  nuevos  per^egniinieDtos;  y  p'»r ^timo,  porqae 
convenia  mas  a  la  relijiosidad  de  mi^^eiitimiento^^  paes  asi, 
en  medio  de  e>a8  jenuflexiones  y  distintas  aberraciones  de 
los  claastron,  me  qaedaba  mas  tiempo  para  adorar  a  Dius, 
porqae  me  habian  sobrecargadti  da  tal  maaera  de  trabajo, 
que  Solo  tenia  aqaellos  momentos  consagrados  al  ritaal  para 
poder  pensar,  para  poder  orar. 

'^Una  noche,  debia  ser  mni  tarde,  porqae  yo  estaba  pro-* 
fondamente  dormida,  macho  mas  tarde  qae  la  bora  de  que- 
da,^  sentf  que  golpeaban  saavemente  a  mi  poerta  y  me  le- 
vant^ algo  alarmada  pregantando:  *  ^Qutdn  e>i"  DeograttM^ 
me  contestaron;  y  respond!  segun  cobtumbre:  per  semper^ 
apareciendo  en  segoida  ana  monja  alia  y  pdlida  qae  he  di« 
riji6  a  mi  dici^ndome,  como  para  darse  a  conocer,  las  iinv 
cas  palabras  de  benevolcncia  que  yo  oia  diariamente  en  el 
core:  'Taciencia  y  confianza  en  Dio8^\  y  en  seguida  se  ech6 
en  mis  brazos.  To  la  recibi  como  ana  amiga  que  Dios  md 
mandaba  para  acompafiaroae  en  mi  soledad  y  abandono,  y 
aenti  por  ella  ana  simpatia  instintiva:  era  mi  primer  vlnca* 
lo,  era  mi  pnmer  afecto,  era  el  primer  iazo  qae  me  unia  % 
•er  hamano  desde  el  dia  de  mi  profeslon. 


Vti  ZM  ncnuBiros  dbl  rvxBLa 

"Oh,  Lnisal  no  hai  mMca  mas  dalce,  no  hai  armonia  mas 
deliciosa  que  la  palabra  de  una  amiga  cuando  se  ha  dejado  de 
oir  por  mucho  tiempo.  Te  aseguro  que  esperimentfi  un  pla- 
cer indecible  al  escachar  lo  que  me  decia  aquella  hermana, 
aquella  compafiera  del  desierto. 

'*Me  dijo  que  hacia  mucho  tiempo  que  deseaba  hablarme, 
pero  que  no  lo  habia  hecho  por  temor  de  comprometerme 
mas  y  agravar  mis  sufrimientos;  que  se  tenia  sobre  mi  una 
vijilancia  mui  severa  que  le  habia  impedido  acercarse;  pero 
que  ahora  esa  vijilancia  habia  cesado,  sin  duda  porque  nun- 
ca  habia  dado  el  menor  motivo  de  sospecha;  que  ella  habia 
presenciado  mi  profesion  y  habia  Uorado  amargamente  ese 
dia  bajo  su  espeso  velo,  que  rara  vez  acostumbraba  levantar 
por  motivos  que  me  revel6,  circunstancia,  afiadi6,  porque 
la  abadesa  y  demas  monjas  me  creen  loea  y  me  dejan  en 
paz;  y  luego  dijo:  "La  locura  es  en  los  claustros  una  enfer- 
medad  tan  comun  como  el  idiotismo;  al  fin  se  Ilega  allf.^' 

^Yo  teml  por  un  momento  que  no  fuera  en  realidad  a 
adolecer  de  este  triste  mal;  poro  no  tardd  mucho  tiempo  en 
desengafiarme,  pues  encontr6  en  sor  Nicolasa,  que  este  era  su 
nombre,  la  mujer  mas  instruida,  mas  induljente  y  mas  real- 
inente  cristiana  que  jamas  hubiera  conocido;  pero  sus  ideas, 
ya  fuera  por  su  instruccion,  por  lo  mucho  que  habia  leido 
o  por  lo  mucho  que  habia  pensado,  iban  mas  lejos  que  las 
mias,  pues  ella  despreciaba  no  solo  las  pr&cticas  de  la  6rden 
y  todo  ese  ceremonial  que  constitoye  el  rito,  sino  que  era 
deista  en  toda  la  estension  de  la  palabra;  y  cuando  yo  le 
hacia  algunas  reflexiones,  porque  desde  ese  dia  seguimos 
yisit&ndonos  todas  las  noches,  sobre  lo  descarnado  de  su 
creencia,  ella  me  contestaba:  *^Sigue  tus  convicciones,  ami- 
ga mia;  yo  nunca  tratar^  de  combatirlas,  porque  introdaci- 
ria  en  tu  espfritu  la  perturbacion  y  este  seria  un  mal  De- 
bemos  siempre  poner  acordes  la  prdctica  con  la  ensefianza, 
la  conviccion  con  el  hdbito;  porque  si  la  razon  nos  dice  una 
cosa  y  la  costambre  otra,  hai  dos  faerzas  que  se  ponea  en 


LOf  SIOBKOS  DIL  FUlBLOk  S78 

lacha,  y  una  na  llega  a  6er  ni  buena  relijiosa  ni  baetia  £16- 
Bofa,  no  llega  nunca  a  tener  esa  seguridad  en  la  idea  para 
vivir  traDqnila  en  su  creencia;  con  que  asi,  amiga  mia,  no 
hablemos  sobre  esto:  Dioa  es  nuestro  padre  comnn  y  para 
^1  no  pueden  haber  ni  castas  ni  cultos  privilejiados,  porque 
sa  lei  manifiesta  es  la  armonia,  y  la  armonia  en  el  6rden 
moral,  es  la  tolerancia,  es  la  fraternidad,  es  el  amor.** 

''iQa^  dalces  momentos,  mi  querida  sobrina,  he  pasado  al 
lado  de  esta  amiga,  de  esta  hermana!  Las  boras  mas  felices 
de  mi  vida  se  las  debo  a  ellal  Todas  nuestras  conversacio- 
nes  eran  jeneralmente  sobre  Dios:  en  ese  panto  estaban  en 
perfecta  armonia  nuestras  ideas;  estdbamos  de  acuerdo  en 
esa  contenjplacion  infiuita  y  nos  estasi^bamos  en  ella.  En  lo 
avanzado  de  la  noehe,  cuando  nos  reuniaoios,  nos  sentdba-* 
mos  juntas  a  mirar  al  cielo  y  principiaban  nuestras  misticas 
a  la  vez  que  fi]os6ficas  conversaciones,  y  adordbamos  a  Dios^ 
y  lo  amdbamos,  y  nos  hincdbamos  asidas  de  la  mano^  Uenas 
de  admiracion  y  llenas  de  gratitud  por  ese  se^  infinite  que 
se  nos  revela  en  sus  obras  y  que  sin  embargo  nos  es  impo- 
sible  comprender:  yo  tambien  me  iba  haciendo  deista  in- 
sensiblemente. 

"Una  nocbe  snpe,  por  conducto  de  mi  amiga,  que  la  ma- 
dre  abadesa  habia  caido  repentinamente  enferma  y  que  la 
comunidad  estaba  mui  alarmada,  pues  era  la  monja  que, 
independiente  de  su  cargo,  cargo  que  habia  ejercido  muchaa 
veces,  gozaba  de  grandes  consideraciones  y  no  se  hacia  nada 
sin  su  anuencia,  motivo  por  el  cual  yo  habia  continuado 
siempre  lo  mismo  bajo  el  mando  de  otras  superioras,  por- 
que no  habia  ninguna  que  se  hubiera  atrevido  a  remover 
lo  establecido  por  ella. 

" Yo  no  conservaba  ya,  te  lo  confieso,  Luisa,  ningun  resen- 

timiento  por  esta  mujer,  sino  que  me  compadecia  de  su  es- 

travio  y  deseaba  vivamente  que  se  arrepintiese  y  se  recon- 

ciliase  con  Dios,  no  porque  se  suspendieran  mis  trabajos  y 

ihis  humillaciones,  sino  porque  queria  su  salyacion,  y  en 
tfm  n«  18 


t74  tM  noEnoB  wkl  ruMBux 

coDsecueBcia  dije  a  mi  amiga:  ^llogaemos  a  Dios  por  la  aba* 
desa.''  Sor  Nicolasa  me  abraz6  faertemente,  dici^ndome: 
"No  me  he  cngaSado:  erea  como  yo  creia."  Y  se  puso  coa* 
migo  de  rodillas  delante  de  mi  cracifijo,  a  pesar  de  sa  filo- 
lofia,  permaneciendo  en  ese  estado  macho  mas  tiempo  que 
yo,  como  en  ona  especie  de  completa  abaorcioa  mental.  Al 
fin  se  levantd,  descobrid  sa  rostro,  que  estaba  bafiado  en  U- 
grimas,  me  atrajo  hdcia  si,  y  me  dijo:  '^Ursala,  me  has  ven- 
cido:  creo  en  Jesncristo  y  lo  adoro/'  Y  en  segnida  se  pros- 
terD6  nnevamente  y  lo  bes6  mil  y  mil  veces,  e^lamando  en 
varias  oca$)iones:  ^^Soi  feliz,  mui  feliz..^'  Iba  a  venir  el  dia 
y  nos  separamos  mas  satibfechas,  mas  contentas,  mas  ami- 
gas  qne  nnncu. 

'^Al  dia  sigoiente  todo  estaba  trastornado  en  el  convento, 
las  moDJas  corrian  presarosas  de  un  lado  a  otro  y  cuchi- 
cheaban  coando  se  encontraban,  alcanzmdo  a  percibir  yo 
algo  de  lo  quo  deeian,  y  eatre  otras  cosa^:  ^'Q  le  el  cara  era 
grave  y  que  se  hacia  indispensable  Hamar  a  lo3  medicos.'' 

"Como  de  costumbre,  me  fui  al  coro  y  me  arrodill^  en  el 
mismo  lugar  que  habia  ocupado  por  tantos  afios,  en  ese  la- 
gar  separado  y  donde  veuian  las^monjas  a  azotarme  con  sa 
rosario;  pero  apenas  me  habia  hincado  cuando  vino  la  priora 
y  me  dijo:  "Sor  Ursula,  usted  queda  desde  hoi,  por  6rden 
de  la  madre  abadesa,  exenta  de  todo  castigo  y  completa- 
mente  reintegrada  en  todos  sus  privilejios  de  madre,  oca- 
pando  el  mismo  lugar  que  nosotras.  La  madre  abadesa, 
haciendo  justicia  a  la  humildad  y  a  la  paciencia  con  que 
ha  sobrellevado  por  tanto  tiempo  las  pen  as  que,  con  dulor 
de  su  coraz'^n,  se  vi6  obligada  a  imponerle,  reconoce  en  sor 
Ursula  una  de  las  n  as  dignas  siervas  del  Sefior." 

*'Yo,  sin  re."^ ponder  una  palabra,  p  )rque  la  turbacion  em- 
bargaba  mi  lengua,  abandon^  aquel  lugar  que  habia  Uegado 
a  serme  querido;  y  a  una  senal  de  la  priora,  la  seguf,  de* 
signfiodome  una  colocacion  a  su  lado. 

"Caando  salimos  del  coro,  las  monjas  vinieron  donde  yo  es- 


£08  nOElTOf  VML  PITISLO.  178 

taba  a  hab'arme  cou  el  mayor  cariflo;  y  la  priora,  caminan* 
do  a  mi  lado,  me  ]lev6  liasta  ana  nneva  oelda,  diciSndome: 
^^Esta  63  la  habitacioQ  que  ha  ordenado  la  abadesa  se  le  d^ 
a  sor  Ursula:  qaeda  usted  en  su  celda." 

"La  celda  que  hie  habian  dado  era  espaciosa,  ventilada, 
alegre,  y  tenia  todo  el  confortable  que  le  era  permitido  a 
una  monja  de  las  de  mayor  categoria  del  coavento;  pero  yo 
ecb^  de  menos  mi  hamilde  y  16brego  calabozo  y  me  entris- 
teci  pensando  que  no  veria  quizd  a  mi  amiga. 

"Lo  primero  qae  rair^  fu^  la  mesa  para  ver  si  estaba  en 
ella  mi  viejo  cracifijo  con  su  brazo  derecho  desclavado,  y 
no  encontrdndolo,  porque  me  habian  puesto  uno  nuevo  y 
hermoso,  me  dirijl  a  mi  antigua  celda,  donde  permaneci  al* 
^un  tiempo  despidi^adome  de  aquella  triste  morada  en  la 
que  habia  pasar^o  dias  tan  araargos  y  tan  felices,  y  donde, 
por  decirlo  asi,  habia  aprendido  a  conocer  y  a  amar  la  ver- 
dadera  doctrina  de  Oristo.  En  seguida  tom^  mi  crucifijo  y 
lo  llev6  con  el  mayor  cuidadt)  y  con  el  mayor  respeto  a  mi 
nueva  habitacion,  y  sin  desalojar  al  que  estaba  sobre  la 
inesa,  puse  el  otro  al  lado  de  mi  cabecera,  quedando  con- 
tentfsima  al  tenerlo  tan  cerca  de  mi. 

'^Estaba  haciendo  mispequefios  arreglos,  como  es  natural 
en  una  mulanza  de  habitacion,  porque  no  por  ser  monjas 
dejamos  de  ser  mujeres,  cuaudo  senti  que  golpeaban  sua- 
vemente  a  mi  puerta,  y  creyendo  que  faera  sor  Nicolasa, 
vol6  a  abrirle,  encontrdndome  de  frente  con  la  antigua  con- 
fidente  o  secretaria  de  la  abadesa,  que  me  dijo  de  una 
manera  afable  y  re^^petuosa:  ^^La  madre  abadesa  supUca  a 
sor  TJr-iula  se  sirva  pasar  a  su  celda,  pues  quiere  hablarla." 

"Por  ixmca  respuesta  tom^  mi  ve'o  y  sali  en  el  acto,  acorn- 
pafi&ndorae  de  la  secretaria.  Durante  el  corto  caminp  me 
inform^  de  la  enfermedad  de  la  abadesa,  a  lo  que  me  eon- 
te8t6:  'No  hni  esperanzis;  los  medicos,  que  aoabari  de  salir, 
la  ban  desahuciado." 

'Xa  monja  me  mir6  para  ver  el  efecto  que  producia  en  ml 


tn  urn 

esta  noticia,  sabedora  sin  dada  de  que  mi  largo  Mstigo  no 
era  tan  merecido  y  esperando  encontrar  en  mi  semblante 
algnn  signo  de  satii^&ccion  interior,  paes  me  parecia  qne  se 
sorprendia  al  verme  derramar  algonas  Istgrimaa 

''En  cnanto  me  vio  laabadesa,  trat6  de  inoorporarse  para 
recibirme;  pero  yo,  conociendo  la  cansa  de  aqael  raovimien- 
to,  porqne  lei  en  an  semblante  sa  dolor  y  an  conatemacion, 
corri  hdcia  ella,  y  echiadole  loa  brazoa  al  caello,  la  contnve,  ^ 
dici^odole  al  miamo  tiempo:  "Madre  mia,  perd6neme,  por* 
qne  mi  ofenaa  no  ha  aido  intencionaL" 

^LoL  abadea.1,  aorprendida,  me  m'r6  nn  momento,  dndando 
qniz^  de  lo  que  le  decia;  pero  convenci^adoae  por  mi  aem- 
blante  de  la  aioceridad  de  mis  palabras,  me  conte8t6: 

— Sor  Urania,  nated  ea  maa  qne  nna  majer,  ea  maa  qne 
nn  anjel,  ea  la  verdadera  eapoaa  del  Senor,  y  ^1  le  recom- 
penaard  en  el  cielo  lo  qne  yo  le  he  hecho  aafrir  en  la  tierra; 
mientraa  que  a  mi  me  caatigari,  debe  caatigarme  y  quiero 
qne  me  caatigne. 

— Eae  micmo  deaeo,  madre,  praeba  qne  an  reverencia 
eatd  en  poaeaion  de  la  gracia  de  Dioa. 

— Sor  Urania,  yo  aoi  mai  pecadora.^  Yo  la  he  ofendido 
mncho,  la  he  martirizado  mncho  y  de  la  manera  maa  injna* 
ta;  perdon*.. 

— Dioa  como  yo,  madre,  ae  lo  tiene  mncho  tiempo  acor- 
dado. 

— Uated  me  cit6  para  el  tribunal  de  Dios,  donde  teogo 
Inego  que  comparecer. 

— T  en  el  tribunal  de  Dioa  eucontrard  an  reverencia  mi- 
aericordia:  El  ha  dicho  que  un  momento  de  verdadero  arre* 
pentimiento  basta  para  que  el  maa  grande  pecador  obtenga 
el  reino  de  loa  cieloa. 

— Sor  Ursula,  ic6mo  ea  posible  que  aquella  a  quien  yo 
tanto  he  ofendido  sea  la  qne  me  consuele  y  me  alivie!  Pocoa 
son  los  momentos  que  me  quedan  de  vida;  ^querria  nated 
teoer  la  caridad  de  ayudarme  en  el  trdnaito? 


Ml  SIOBKOB  DSL  vxnsBUk  27T 

— Sa  revereDcia  no  paeda  darme  ni  reoompeDsa  ni  ale*- 
gria  mayor. 

— ^Su8  virtudes,  sor  UrsuU,  aumentan  mi  remordimiiento; 
pero  en  algo  reparar^  el  mal,  haciendo  p4blica  coDfesioa  de 
mi  pecado. 

— Yo  talvez  he  sido  la  que  he  delinquido,  no  su  reveren- 
cia;  pero  en  todo  caso,  Dios  y  yo  la  hemos  perdonado. 

— No  es  lo  baatante,  no;  es  preciso  dar  un  bnen  ejemplo 
siqniera,  ya  qae  se  han  dado  tantos  malos. 

''En  seguida  llam6  a  una  monja  y  le  dijo  dos  palabras  al 
oido;  y  despues,  tomdndome  ana  mano,  que  llevd  a  su8  la- 
bios,  a  pesar  de  mi  resistencia,  me  preguQt6: 

— jNo  me  sucederd  a  ml  lo  que  a  mi  antecesora  sor  En- 
carnacion  Valdivia  con  la  monja  que  llevaba  su  mismo 
Qombre? 

• — No,  madre,  no,  jamas,  le  contest^. 

—Dios  te  oiga  y  Dioss  te  premie,  hija  mia. 

''Esta  familiaridad  con  que  me  hablaba  me  enternecid  y 
la  abrac6  con  respeto  y  carino. 

"En  ese  momento  se  oy6  el  toque  conocido  para  llamar  a 
eomunidad. 

"Poco  a  poco  fueron  compareciendo  las  monjas  hasta  que 
se  completo  el  niimero. 

"fo  reconoci  fdcilmente  a  mi  amigaNicolasa.  La  abadesa 
tambien  la  reconoci6,  y  llamdndola,  la  hizo  colocarse  a  mi 
lado,  como  si  hubiera  sabido  el  lazo  que  nos  unia. 

"En  seguida,  haciendo  un  grande  esfaerzo  y  pidiendo  su 
b&culo,  se  hinc6  eh  la  cama,  y  bafiada  en  Idgrimas  pidi6 
perdon  a  la  eomunidad  por  el  mal  ejemplo  que  le  habia 
dado,  confesando  todo  el  mal  que  me  habia  hecho,  y  pas^n- 
dome  el  b^culo,  cual  si  quisiera  darme  su  autoridad,  cayo 
desmayada. 

"Todas  las  monjas  se  habian  arrodillado  tambien;  y  con- 
movidas  por  aquel  triste  e  imponente  espectdculo,  Ubraban; 
y  cada  una  de  ellas  vino  doude  yo  estaba  a  pedirm^  a  su 


I7t  WMi  Mmaaofm  im 

ves  perdon,  a  pesar  de  qae  yo  les  decia  que  no  me  babian 
ofendido. 

'^Vaelta  en  sf  la  abadesa,  dijo  qae  le  trajeran  a  su  confe- 
6or,  y  qned&Ddose  an  momento  con  61,  sin  permitir  qae  na- 
die  saliera  de  la  celda,  recibi6  la  comanioa  y  la  eatremaun* 
cion. 

'Tocos  minntos  despaea  e8pir6,  teniendo  el  crucifijo  con 
nna  mano  y  a  ml  con  la  otra. 

''El  sacerdote,  antes  de  partir,  me  entreg6  ana  cartera  con 
papeles. 

"Yo  y  mi  amiga  qaedamos  vel&ndola. 

IX 

"Despnea  de  llenadaa  todas  las  prdcticas  qae  se  acostam- 
bran  segan  la  regla  en  casos  andlogos,  se  reuni6  la  comani- 
dad  para  nombrar  a  la  nneva  abadesa  y  fai  elejida  casi  por 
nnanimidad,  paes  solo  habo  an  voto  en  contra,  que  fu^  el  de 
mi  amiga,  sor  Nicolasa,  qaedando  admiradas  todas  las  mon- 
jas  y  aun  yo  misma  de  qae  fue^e  ella  qaien  se  oponia,  lo 
qae  me  di6  macho  qae  pensar,  bastando  este  solo  motive 
para  proponer  a  la  conlanidad  qae  me  permitiera  reflexio- 
nar  tres  dias  para  decidirme. 

"Esa  misma  noche,  y  a  la  hora  de  costambre,  vino  mi  ami- 
ga  a  mi  celda  y  me  dijo: 

— ^Yo  he  votado  en  contra  taya  porqae,  si  bien  eres  la 
mat  meritoria  de  todas  las  monjas,  no  eres  la  mas  a  prop6- 
sito  para  el  cargo,  paes  tas  ideas  estda  en  pagna  con  las 
prdcticas  de  la  regla,  y  te  verias  obliga  la  a  destrair  la  <3r« 
den  o  a  someterte  a  ella,  a  ser  hip6crita  o  a  obrar  en  contra 
de  tas  principios,  y  ni  .lo  primero  ni  lo  segando  debes 
hacer. 

" Yo  vf  qae  tenia  razon  mi  amiga  y  sa  parecer  estaba  ade- 
mas  conforme  con  mis  deseos,  paes  lejos  de  ambicionar  el 
paestQ,  lo  tamia,  lo  caal  sacede  rara  vex  en  loa  cl&astiros, 


porqtie  eotre  e^as  personag  que  se  dicen  fuera  del  mnndo  y 
de  SDS  poropas  existen  tambien  las  misinas  pasiones  qneen 
la  sociedad  y  quiz^  mas  surescitadas,  pueRla  falta  de  impre- 
Biones,  la  falta  de  diHtraccion,  la  mon  )tonia  de  la  vida  qae 
llevaD,  recoDcentra  sns  aspiracioneR,  de  cual(]nier  natarateza 
que  sean,  adqairiendo  por  esto  mismo  mayor  fuerzay  mayor 
vehertiencia;  y  la  praeba  mas  e video te  de  lo  quo  te  digo  es 
la  historia  por  demas  eseandalosa  de  todos  los  capltulos  de 
naestros  conventos,  y  los  cas^tigos,  y  las  injiiaticias,  y  las 
veoganzas  qne  se  ejefeen  despnes  coq  los  caidos  o  con  los 
que  ban  salido  de  capltulo  errarlo,  segun  la  espresion  vulgar 
que  ba  llegado  a  pasar  a  proverbio. 

''Yo,  pues,  estaba  decididaanoaceptar,  mucbo  mas  cuan- 
do  era  un  coDsejo  de  mi  amiga;  pero  en  la  noche  sofi^  de 
que  mi  santocristo,  el  del  brazo  despren dido,  me  bablaba 
mui  dfspacio  al  oido  y  me  decia:— "Sacriffcate  y  no  eacu- 
cbes  los  consejos  del  egoismo;  acepta  el  cargo  y  trata  de 
bacer  el  bien  y  asi  habras  cumplido  con  el  mandato  de  Dies 
que  e8t&  en  los  cielos." 

^Cuando  despert^  me  pareci6  que  todavia  resonaban  en 
mis  oidos  las  mismas  palabras  y  mir4  al  crucifijo  que  tenia  a 
mi  cabeeera,  creyendo  que  veria  el  movimiento  de  sus  labtos, 
pero  me  engafi^:  la  im&jen  estaba,  como  sierapre,  impasible. 

'Tor  una  de  esas  aberraciones  del  esplritu  que  son  mas 
comunes  de  lo  que  se  cree,  a  pesar  de  haber  sacudido  mu- 
chas  preocupaciones,  a  pesar  de  ser  medio  fil6sofa  o  medio 
racionalista,  como  se  dice  hoi  dia,  estaba  sujeta  a  ciertas 
supersticiones;  y  asi  como  pens^,  cuando  casualmente  se 
desprendi6  el  brazo  derecho  de  mi  crucifijo,  que  el  seflor 
me  aceptaba  por  su  esposa,  usi  ahora  pens^  tambien  que 
era  cierto  lo  que  Labia  RoQado  y  me  determine  a  aceptar 
el  cargo,  pr^vio  el  consentimiento  de  mi  director,  asi  como 
me  he  determinado  a  revelarte  mi  vida  y  mis  faltas  par  la 
aparicion  en  aueflos  de  mi  hermana  cjue  me  aconsejd  ba^ 
carlo, 


•^ 


}I0 

^an  Inego,  pues,  como  amaneci6,  mand^  decir  a  mi  di- 
rector espiritaal  qne  lo  necesitaba  urjentemente.  Este  santo 
saeerdote  tenia  por  mi  cierta  predileccion,  que  sin  demos- 
tr^rmela,  yo  reconocia  en  mnchas  de  esad  insignificancias 
que  no  son  nada  bien  consideradas,  pero  que  revelan  afecto; 
y  aun  cuando  era  yo  la  monja  que  menos  frecuentaba  el  Sa- 
cramento de  la  penitencia  y  que  en  muchas  ocasionea  le  ha- 
bia  manifestado,  no  mis  escr^pulos  como  mis  demas  herma- 
nas,  sino  mis  dudas,  siempre  habia  sido  mui  induljente, 
aprobando  cuanto  h^ia  o  cuanto  pensaba,  de  manera  que 
tenia  ona  f6  ciega  en  lo  que  ^1  me  decia,  porque  sua  ideas 
se  hermanaban  con  las  mias  a  tal  punto,  que  jamas  me  or- 
denaba  rezar  tal  o  cual  oracion,  ayunar  tal  o  cual  dia,  morti- 
ficar  mi  cuerpo  de  tal  o  cual  manera,  sino  que  me  exborta- 
ba  a  ser  humilde  y  caritativa,  reduci^ndose  a  esto  toda  su 
doctrina,  toda  su  ensefianza  y  toda  lu  moral. 

''Cuando  le  dije  que  habiajsido  nombrada  abadesa  casi  por 
unanimidad,  se  sorprendi6;  pero  luego,  refiezionando  un 
poco,  me  dijo: 

— No  me  admira. 

''Sin  embargo  anadi6: 

— Desearia  saber  cu^l  ha  sido  el  voto  de  sor  Nicolasa. 

— El  voto  de  sor  Nicolasa  es  el  dnico  que  he  tenido  en 
contra,  le  contest^. 

— Ta  me  lo  habia  figurado,  dijo. 

— iConoce  usted  a  sor  Nicolasa? 

— Sf,  hija  mia,  y  hemos  hablado  muchas  veces  de  sor 
Ursula. 

— jDe  mi? 

— Si,  madre,  de  usted,  y  por  ella  s^  muchas  cosas. 

"To  le  iba  a  preguntar  a  mi  director  si  sor  Nicolasa  se 
confesaba,  conociendo  como  conocia  las  ideas  de  esta  monja; 
pero  crel  imprudente  en  mi  semejante  pregunta  y  talvez 
mui  embarazosa  para  el  saeerdote  la  respuesta,  y  guards  si- 
lencio. 


JM  BMBnOB  Pn  tVMBUk  S81 

^'Bespues  k  espnse  mis  dada«  y  mis  temores,  las  ideas  que 
yo  tenia  respecto  de  las  pr^cticas  y  sobre  las  que  ya  le  ha- 
bia  hablado,  pero  que  creia  ahora  necesario  repetirle,  pues 
ya  no  tenia  que  dar  cuenta  de  mi  misma  linicamente,  sino 
de  ]as  demas,  y  que  talvez  sin  saberlo  podia  hacer  un  mal. 

"£l  sacerdote  se  qued6  pensativo  por  un  largo  rato,  y  en 
seguida  me  dijo:  **Nuestro  primer  deber  es  hacer  el  bien. 
Lo  que  quieras  para  ti  quiere  para  los  otros,  dice  el  Evan- 
jelio.  No  choque  usted  de  pronto  con  los  habitos  de  las 
'  demas;  pero  trate  de  modificarlos:  querer  enderezar  violen- 
tamente  una  rama  torcida,  es  quebrarla:  pero  poco  a  poco 
se  puede  ir  levantando  hasta  enderezarla  del  todo.  Nuestra 
manera  de  ser  relijiosa,  no  en  cuanto  a  la  esencia,  sino  en 
cuanto  a  los  accidentes,  necesita  reformarse:  hai  muchas  nu- 
bes  que  embarazan  la  luz  del  sol:  hai  muchos  errores  que 
interceptan  la  luz  de  la  verdad;  trabajemos  con  duimo  y  no 
abandonemos  el  campo  por  estar  lleno  de  maleza;  si  nadie 
se  resolviera  a  cultivarlo  por  temor  del  trabajo,  jdonde  ha- 
Uarfamos  nuestro  alimento?  Si  tuvi6ramos  miedo  de  com- 
batir  las  preocupaciones  por  temor  de  perecer  en  ellas, 
jc6mo  descubrirlamos  la  verdad?  El  sacrificio  de  Jesus  hizo 
el  triunfo  de  su  relijion,  y  la  sangre  de  los  mdrtires  ha  vivi- 
ficado  la  creencia.  Pero  si  no  se  tiene  el  vigor  suficiente  para 
concluir  la  obra  y  si  se  ha  de  desfallecer  en  el  camino,  mas 
vale  no  comenzarla;  porque  una  obra  sin  concluir  cae  luego 
en  ruinas,  y  las  ruinas  pueden  sepultar  al  mismo  que  ha 
emprendido  el  trabajo. 

'^Esta  parab61ica  manera  de  espresarse  me  dejaba  siempre 
en  la  incertidumbre,  al  menos  si  me  atenia  al  sentido  mate- 
rial de  sus  Ultimas  frases,  y  me  deoidi  a  contarle  lo  que  me 
habia  dicho  sor  Nicolasa,  que  se  armonizaba  con  mis  deseos, 
y  en  seguida  lo  que  habia  sonado  la  noche  anterior;  y  en- 
tonces  el  viejo  y  santo  sacerdote  pie  conte8t6: 

— El  espiritu  de  Dios  tiene  muchos  medios  para  llegar 
hasta  nosotros,  y  es  precise  no  desatender  sus  avisos. 


— jCree  nftted,  paes,  sefior,  que  deba  j  qae  paeda  ac«p- 
tar  el  cargo? 

—  Jj%  voz  de  Dios  tieoe  macho  mas  poder  qae  la  voi  de 
Bor  Ur^ala,  y  ha  oido  la  primera. 

'^Alentada  c  'ii  estas  palabraB  y  mas  aan  con  las  qae  creia 
yenir  de  boca  del  mi^mo  Dios,  me  present^  a  la  comanidad 
el  dia  designado  y  acept^  el  bdcalo  deabadesa,  nombrando 
de  priora,  coq  no  poca  admiraoion  del  convento,  a  la  mon- 
ja  )<>ca,  sor  Nicolapa. 

''Iii^til  seiA  qae  te  h^ble  de  mi  administracion:  esto  no  te 
toca  ni  te  intere^a;  pero  eegundada  por  mi  amiga,  hicimoa 
caanto  bien  y  caaota  reforma  nos  parecia  provechosa,  te- 
niendo  siempre  el  eaidado  de  consaltar  la  opinion  de  las 
df  mas  mouja?9,  obrando  de  manera  qae  Ilegasen  a  persna- 
dirse  qae  ellas  eran  las  ioiciadoras  de  la  idea,  porqne  de 
este  modo  es  como  se  aceptan  y  se  oonsolidan  las  innova- 
eiones. 

'Tero  si  no  me  detengo  en  este  panto,  voi  a  comnnicarte 
noa  de  mis  grandes  aflicciones,  qae,  aanqae  esencialmente 
personal,  paeda  tatvez  ioflair  en  ta  manera  de  jazgar  res* 
pecto  a  la  espiritaali  lad  qae  daba  tener  con  el  tiempo  la 
relijion;  y  a  pesar  de  que  yo  no  participo  de  los  mismos 
priocipios,  porqae  no  he  qaerido  abandonar  del  todo  aqae- 
llos  en  qae  he  sido  criadi  y  en  qae  he  vivido;  sin  embargo^ 
no  me  atrevo  a  jazgar  y  macho  menos  a  condenar  los  ajenos 
y  menos  todavia  cnando  la  persona  qae  los  ha  segaido  era 
an  ejemplar  de  hamildad  y  de  cari^ad,  reaniendo  como 
complemento  la  ciencia  y  la  sabidaria,  porqae  aqael  espf- 
rita  era  caanto  he  conocido  de  mas  profando  y  de  mas  ele- 
vado;  me  refiero,  Laisa,  a  la  priora  del  monasterio,  es  decir, 
a  la  monja  loca,  sor  Nicolasa,  mi  amiga  y  consejera,  qae 
me  servia  de  provechoso  ejemplo  por  sas  virtades,  de  in- 
com|»aral>le  maedtro  por  sa  ensefianza  y  a  qnien  perdi  en 
el  mejor  tiempo. 


noil  tMHBeoi  wfc  womAL  ttt 

X 

*'Sor  Nirolasa  padecia  de  un  dolor  al  pecho  que  la  coii» 
enraia  leatamente  y  sobre  el  que  ella  decia  con  macha 
calofm: 

— Me  guftta  osta  enfermedad,  porqne  no  me  hace  snfrir 
XDQcho  y  s6  que  me  libertarA  laego  dn  eAte  mundo,  d^odo- 
me  mi  pasaporte  para  la  eternidad;  y  como  me  ga:4t^  ma^ 
cho  viajar,  y  viajar  alU  en  lo  deaconocido  y  en  lo  inflnito, 
la  acaricio  con  cierta  satisfaccion. 

— Pero  este  es  on  snicidio  disfrazado,  le  dije  yo  nna 
vez. 

— No  63  nn  snicidio,  porqne  no  estd  en  mi  mano  cTitar 
el  mal  y  lo  combato  diariamente;  sin  esto  hace  tiempo  qne 
estaria  bajo  el  eepnlcro. 

— {Pero  c6mo  ae  poede  combatir  la  mnerte  y  desear  la 
mnerte,  llamarla  y  hacerla  qne  se  aleje? 

— ^Te  acnerdas  de  las  egpresiones^  de  Santa  Teresa  en  sn 
deseo  de  nnirse  al  Sefior;  te  acnerdas  de  lo  qne  decia  al  fin 
de  cada  nna  de  ens  eatrofas:  ^'qae  maero  porqne  no  mne- 
ro?^'  Y  sin  embargo,  la  doctora  del  catolicismo  no  hacia 
nida  por  qnitarse  la  vida,  y  si  hnbiera  tenido  naa  enferme- 
dad la  habria  combatido,  porqne  este  era  sn  deber  asl  como 
lo  es  el  mio. 

'^Eta  respnesta  me  conyenci6  y  no  le  habU  mas  sobre  el 
particolar. 

"Un  dia  not^  qne  sor  Nicolasa  no  babia  ido  a  vfsperas, 
y  como  nunca  faltaba  a  las  prdcticas  de  la  6rden,  a  pesar 
de  no  creer  en  ella^,  me  estrafiS  mncbisimo  y  me  levant^ 
antes  de  tiempo  de  mi  asiento  para  ir  a  la  celda  dela 
priora,  a  qnien  encontr^  en  cama  y  con  nna  escnpidera  en  la 
mano  Hena  de  sangre. 

"Al  vercpe  me  dijo  con  voz  dnlce: 

— Me  alegro  qne  hayas  venido,  porqne  tu  amiga  se  ir& 


2Si  idf  iiiwfMS  mL  nmiLo. 


dentro  de  pocas  horas  y  no  me  resolvia  a  partir  sin  verte. 

— Pero  63  imposible,  amiga  mia,  le  contest^  asostada;  voi 
a  hacer  Uamar  a  on  m^ico. 

— Bs  instil,  no  ten  go  remedio,  [cre4melo...  y  le  vino  otra 
bocanada  de  sangre. 

"Yo  la  sostave,  colocindola  de  manera  qne  no  se  ahogase, 
J  en  segnidasalf  corriendo  e  hice  que  faeran  inmediatamente 
a  bnscar  el  primer  mddico  que  encontrasen,  volviendo  a  la 
cabecera  de  mi  amiga. 

— No  te  alarme«,  Ursula,  me  dijo;  el  caso  estaba  previsto 
de  antemano  y  no  me  toma  de  nuevo;  th  tambien  lo  sabifts. 

— jPero  tan  pronto! 

— Yo  no  me  qnejo,  hija  mia,  porqne  Dioa  me  ha  conce- 
dido  una  felicidad  qae  no  es^peraba:  el  tener  ana  amiga  con 
qaien  estar  hasta  el  filtimo  momento  y  qae  al  fin  cierre  mis 
pdrpados. 

'To  no  pnde  contener  mis  Mgrimas,  y  ella  me  dijo  con 
tono  festivo. 

— jEstds  loca!  Me  pones  en  un  duro  aprieto:  el  tener  que 
consolarte.  jCrees  que  no  es  bastante  lo  que  me  queda  por 
hacer?  jTodavia  recargas  mi  tarea?  Esto  no  es  justo,  sefiora 
abadesa,  y  no  porque  usted  est^  investida  de  ^  gran  autori- 
dad  deja  de  haber  an  tribunal  superior  a  quien  pueda  que- 
jarme  y  que  est^  mas  dispuesto  a  hacerme  justicia. 

^En  ese  momento  se  sinti6  la  campanilla  que  se  toca  en 
los  claustros  cuando  es  introducido,  por  algun  accidente, 
nn  hombre,  con  objeto  de  que  las  monjaa  se  cubran  o  evi- 
ten  su  vista. 

"Sor  Nicolasa  al  oir  el  toque  me  mir6,  dici^ndome: 

— iNo  te  habia  dicho  que  era  irnitil? 

— Pero  hacer  lo  que  nada  cuesta,  no  es  macho  hacer. 

-^— Sin  embargo.. . 

— Ha  sido  mi  voluntad,  sor  Nicolasa. 

— Ubedezco,  sefiora  abadesa.  Y  mi  amigase  inclind  para 
demostrarme  que  reconocia  a  su  superiora. 


UM  8B0EXC08  »XL  FUmiO.  181 

''EI  medico  ezamiD6  a  la  enferma  con  el  mayor  esmero;  y 
Uam&ndome  aparte  me  dijo: 

— No  hai  rem^dio:  talvez  no  llegue  a  la  noche,  pero  con 
segaridad  no  pasardL  de  ella;  de  consigaiente,  todo  medica- 
mehto  es  instil:  d6le  usted  este  calmante,  que  es  cuanto  se 
pnede  bacer,  no  para  que  viva,  sino  para  que  sufra  menos. 
Es  indispensable  que  si  tiene  algp  que  disponer,  lo  haga 
cnanto  iintes;  no  hai  tiempo  que  perder. 

''C  nan  do  volvi  a  la  cabecera,  mi  amiga  me  pregunt6  con 
voz  d^bil: 

— iQa^  es  lo  que  te  ha  dicho  el  medico? 

— Lo  mismo  que  tii  creias,  le  contest^;  porque  me  pare** 
ci6  instil  y  talvez,  pernicioso  el  querer  engafiar  a  aquella 
alma  fuerte. 

— {CudLndo  es  el  t^rmino  probable?  me  volvi6  a  pregun- 
tar, 

— Esta  noche. 

— Se  engafia:  morir^  mafiana  a  las  doce  del  dia,  me  con- 
test6. 

— ^C6mo  lo  sabes? 

— ^Tedgo  un  presentimiento4 

— {Las  fil68ofas  creen  tambien  en  los  presentimientost 

— Los  afectos  tienen  su  lei. 

— jQq^  relacion  tienen  los  afectos  con  la  muerte! 

—He  amado. .  •  y  el  objeto  de  mi  carifio  muri6  a  las  doce 
del  dia  veinticuatro. . .  y  mafiana  es  esta  fecha. 

— jHas  amado?  le  pregunt^  con  interes, 

— Esa  es  otra  lei  a  la  que  nadie  se  escapa. . .  de  una  ma- 
nera  o  de  otra. 

— ^Y  c6mo  no  me  lo  habias  dicho? 

— ^Para  qu^? 

'-•^Para  haberte  acompafiado  a  llorar  y  a  querer  al  objeto 
de  tu  carino. 

— Gracias,  amiga  mia,  y  me  mir6,  sor  Ursula,  con  una 
gratitud  y  una  ternura  indeoible. 


''£sa  mirada  me  re vel6  ca&nta  habia  amado  7  cndnto  ama- 
ba  aan. 

— Ya  que  tomas  tanto  interes,  me  dijo,  espero  qne  me 
hagas  un  servicio;  y  voi  a  hablarte  largo  sobre  ^1,  porqae 
en  e-te  momento  me  siento  faerte. 

— No  hai  servicios  entre  nosotros,  sino  deberes;  pideme 
lo  qae  quieras. 

— Alii  en  aqnella  viejamaleta,  rae  dijo  consa  voz  entera 
como  811  e^tuviera  baen%  hai  nnos  papelea  y  un  retrato: 
guarda  I08  primeros  y  leelos  una  vez  que  yo  haya  muerto; 
pero  despues  te  encargo  de  hacer  abrir  mi  fosa  y  colocar 
unos  y  otro  al  lado  de  mi  corazon,  para  que  se  sepulte  con* 
migo  todo  cuanto  he  amado,  y  que  solo  quede  un  recuerdo 
en  la  muerte  de  la  amiga  a  quien  mas  he  querido,  para  qqe, 
Guando  pienses  en  Dios  y  eu  nil,  pienses  tambfen  en  ^1. 

— Si,  lo  har^,  te  lo  prometo;  jno  tienes  otra  cosa  que  pe- 
dirme?  i^o  tienes  otra  cosa  que  hacer  antes  de  pasar  a  la 
eteroidad? 

— Te  comprendo,  jquieres  que  me  coiifiese? 

— Degearia. 

— Es  in&til,  amiga  mia.  No  son  estos  los  momentos  de 
prepararse  para  la  otra  vida.  Es  preciso  haberse  anticipado: 
este  es  el  instante  en  que  la  obra  debe  entregarse  concluida 
y  no  principiar  en  ella.  Yo  no  soi  partidaria  de  esos  arre- 
peutimientos  tardios.  No  nie;^o  la  bondad  infinita  de  Dios, 
pero  rae  parece  mui  poco  un  moraento  de  dolor  para  repa- 
rar  una  vida  llena  de  crimehes.  Soi  de  opinion  de  vivir 
bien  y  morir  a  mi  gusto:  jl)e  qu^  pueden  valer  estos  61  ti- 
mes momentos?  QuS  m^rito  pueden  tener  para  el  Sefior 
estos  inbtautes  de  lucha  y  de  dolor  fisico?  No  es  ahora  cuan* 
do  debe  comenzarse  la  cuenta,  sino  que  debe  tenerse  ya  he- 
cha,  y  yo  la  he  prpparado  desde  mucho  tiempo  atra^  para 
no  pensar  en  ella  ahora  que  me  aqueja  la  agonia.  Ya  que 
DO  soi  buena  para  nada,  ni  6til  para  nadie,  quiero  disponer 
a  mi  antujo  de  estas  cortas  horas.  He  cerrado  mis  libroS| 


p      ' 


VML  PinBLO.  fir 

estA  heoho  mi  balance;  tengo  el  derecho  de  descansar  ya  no 
es  tiempo  de  abrir  caenta  naeva.  Cod  que  ani,  Ursula,  no  te 
empefies  en  llamarme  un  confesor;  converaemoti. 

^'Yo  estaba  at6nita.  Esta  era  para  mi  una  doctrina  nneva; 
7  lo  que  es  mas,  una  doctrina  qua  me  agradaba  y  que  me 
oonvenia,  sin  que  por  esto  dejara  de  e»tar  perpleja,  lo  cual 
sin  duda  conoci6  Nicolasa.  porque  me  dijo: 

— ^Tienes  tus  escr^pulos;  no  los  estraflo,  querida  amiga; 
en  tu  Ingar  talvez  haria  yo  lo  misrno;  de  conaigaiente,  haz 
venir  al  confesor  para  que  no  digas  que  alguna  vez  he  de- 
jado  de  ser  complaciente. 

— Pero  si  esto  te  mortifica,  no  lo  har^,  le  contest^, 

— Me  agrada  verte  asi,  me  respondi6,  porque  es  una  prue- 
ba  de  que  en  tu  pecho  no  se  abrigan  temores  ni  re^pecto  a 
mi  ni  respecto  a  ti:  la  conHanza  es  la  major  prueba  de  la 
tranquilidad  de  la  conciencia.  Pero  ya  que  habUmos  del 
confesor,  hazlo  venir,  es  el  tuyo  y  el  mio;  teadr^  mucho  gus- 
to en  despedirme  de  e^te  antiguo  y  buen  amigo. 

"Di  6rden  de  hacer  llamar  a  mi  confesor  y  orden4  tambien 
que  las  monjas  se  pasieran  en  oracion. 

"No  rard6  en  Uegar  el  anciano  sacerdote  y  en  cuanto  lo 
yi6  sor  Nicolasa,  le  tendi6~  familiarmente  la  mano,  dici^n- 
dole: 

— Creia  no  haborlo  visto  mas,  pero  le  debo  a  mi  amiga 
la  sefiora  abadesa  este  servicio: 

-—{Me  llama  usted  comp  confesor  o  como  amigo?  pregun* 
t6  con  agrado  el  digno  presbitero. 

— [Inted  sabe  que  nuuca  he  ocupado  el  primero  y  si  mn* 
chas  veces  al  segundo. 

— Asi  es,  hlja  mia;  pero  podias  quiz^  haber  cambiado  de 
ideas,  y  en  ese  caso  • . . 

— No  es  este  el  momento  de  cambiar  de  ideas,  porque 
para  esto  se  necesitan  argumentos  y  usted  cone  be  que  la 
raz  m  no  puede  estar  mui  despejada  ahora;  pero  he  queri* 
do  oomplacer  a  mi  amiga. 


To  ertaba  ftdminida^  son  aumdo  conoda  las  ideas  de  sor 
Nioolaaa,  qae  el  director  aoeptare  tan  C&dlmente  tales  opi- 
nionea  y  que  nnaca  le  hubiera  hablado  de  confesioa. 

^Fero  el  saoto  sacerdote,  como  respondieado  a  lo  qae  pa- 
aaba  por  mi  imajinacioii^  dijo: 

—La  Tirtad  no  necesifca  de  esta  o  de  la  otra  pr&ctica  re- 
lijiosa,  pnes  es  ana  misma  en  todas  las  creencias  y  en  coal- 
quiera  de  ellas  tendrd  sn  premio. 

— Pero  Ursala  me  ha  hecho  dar  nn  g^n  paso,  senor,  rea- 
pondi6  Nicolasa  y  voi  a  morir  acompanada  de  la  imajen  del 
Bedeotor. 

— Haces  bien,  bija  mia,  porqne  la  imajen  del  Redentor 
perteoece  ya  a  mochas  relijiones  y  con  el  tiempo  las  com- 
preaderd  todas  onificdndolas,  pnea  al  fin  no  habrd  mas  qne 
nna  sola  (6  y  una  sola  creencia:  el  amor  al  pr6jimo  y  la  ado- 
racion  a  Dios  por  el  espirita. 

'-^jQa^  hermoso  colto!  esclam6  la  moribnnda.  jCdmo  se 
hermana  con  el  corazon  y  con  la  intelijencia! 

— ^Los  hombres  se  ban  apartado  de  ^1;  pero  al  fin  lo  re- 
coperar^o;  y  en  pmeba  de  ello,  sor  Nicolasa,  nsted  ha  Ue- 
gado  casi  al  pindcalo:  caando  se  tiene  a  Dios,  no  hai  neeesi- 
dad  del  sacerdote. 

— Le  doi  las  gracias,  sefior,  por  haberme  confortado  en  el 
41timo  momento.  La  mision  del  sacerdote  est^  complida, 
ahora  mis  Mtimos  mementos  son  para  mi  amiga  y  para  mis 
recuerdos  • . .  Adios. 

^Y  sor  Nicolasa  estendi6  tn  descamada  mano  a  la  arrnga- 
da  del  anciano,  ni  mas  ni  menot  como  qnien  se  dice:  Hasta 
laego. 

''Mi  director  espiritual,  con  los  ojos  arrasados  por  sns  es- 
casas  Idgrimas,  se  hiQc6  ante  el  lecho,  leyant6  sn  vista  hdcia 
el  cielo  y  le  ech6  sn  bendicion  al  mismo  tiempo  qne  mar- 
muraba  las  palabras  de  perdon  y  de  misericordia  con  qne 
el  confesor  absaelve  a  sns  penitentes;  deslig&ndose  en  se- 
gaida  casi  imperceptiblemente,  pues  yo  apenas  not4  qae  se 


urn  HomoB  in  vuwtM.  tSi 

habia  marchado:  tal  era  la  absorcion  de  mi  espfrita  con  la 
Boblimidad  de  aqael  acto. 

— Ahora,  amiga  mia,  me  dijo  sor  Nicolasa,  ya  qae  to  he 
dado  gasto  sali^ndote  con  ta  capricho,  ea  el  que  me  has 
proporcionado  un  placer,  paes  me  he  despedido  de  ese  dig* 
no  padre  a  qaien  he  debido  en  macha  parte  la  sanidad  de 
mis  principios,  porqoe  ^1  sabe  adaptarse  a  todas  las  opinio* 
nes  sacando  el  posible  provecho  de  ellas,  reservemos  para 
nosotras  los  pocos  minatos  qae  me  quedan  que  estar  contigo 
en  la  tierra,  paes  mas  tarde,  y  no  serd  en  macho  tiempo^ 
nos  aniremos  en  el  cielo. 

"Acabando  de  decirme  esto  le  vino  otro  v6mito  de  sangre) 
y  caando  el  accidente  habo  patoado,  me  dijo: 

-^Gracias  a  Dios,  creia  qae^ra  lo  Altimd  y  lo  sentia  ver- 
daderameate,  pon|ae  desea^  ocaparme  de  ^l  contigo.  Saca 
los  papeles  y  sa  retrato,  a£Ladi6,  qaiero  morir  vi^ndolo  y 
hablando  de  ^1.  ^  '   ^ 

Trdeme  tambien  ta  crucifijb  milagroso:  Jesucristo  ha  side 
todo  amor  y  no  se  opone  al  amor,  qae  es  sa  lei,  porqne  41 
fa6  el  verdadero  int6rprete  de  la  lei  de  DioB. 

''Yo  obedeci  e  hice  cuanto  me  dijo. 

"Sor  Kicolasa  be86  al  Siefior  repetidas  veces  y  lo  dej6  al 
lado  de  sa  cabecera.  Ea  segaida  hssd  el  retratx)  de  sa  aman- 
te  o  de  sa  marido,  pues  yo  no  sabia  si  era  lo  uno  a  lootro, 
y  me  lo  pas6  a  m(  para  qae  hiciera  lo  mismo,  dici6ndome: 

— B<38a  a  ta  hermano  en  Jesacristo  y  a  ta  amigo,  desde 
qae  eres  mi  amiga;  y  ambos  te  bendeciremos  desde  el  cielo^ 
porque  ^1  ya  no  pertenece  a  este  mando... 

"£dto9  recaerdos  de  an  ser  amado,  esta  consagracion  a  ^1 
en  los  postreros  instantes  de  la  vida,  este  desprendimiento 
absoloto  de  toda  otra  idea  qae  no  faera  su  afecto,  esta  soli* 
daridad  qae  establecia  entre  sa  amor  a  Dios  y  sa  amor  a  nn 
hombre,  parecerdn  profanes  a  la  jeneralidad,  pero  yo  no  he 
sentido  jamas  una  impresion  mas  grande^  mas  sabliane^  mat 
relijios^  y  mas  solemne.,  • 


Toda  la  noche  pas^  a  su  ladoconvewando  familiarmeate 
y  dici^ndome  lo  mas  (ntim j  d-i  s\x^  peaHamieotos  sia  oca- 
parse  ya  de  la  eternidad,  siao  ea  lo  que  tenia  relacion  con 
BU  maoera  de  ser  actual. 

"Cuando  lleg6  el  dia  me  dijo: 

-^Cumple  con  tus  deberes;  pero  no  te  olvides  de  vcnir 
antes  de  las  doce:  quiero  morir  vi^ndote  y  darte  mi  dltima 

despedida. 

'"Talvez  jamas,  ni  aun  en  mi  postrer  trance,  he  orado  con 
mas  fervor  y  con  mas  satisfacciou  que  en  ese  dia;  y  sin  pre- 
pararme  de  otra  manera  que  con  la  oracion  qae  acababa  de 
hacer,  me  crei  digoa  para  acercarme  a  la  Santa  Mesa  y  ofre- 
cer  a  mi  amiga  el  espirita  d§t  pios. 

'^Oaando  volvf«a  la  ctslda^  9on  ^icolasa  me  dijo: 

— Estoi  mai  fatigada,  pero  Jtni  pensamiento  no  me  aban- 
dons: dame  agua. 

^'Yo  record^  el  calmante  del  doctor  y  se  lo  di  mezclado. 

"Qaed6se  en  noa  especie  d,e  letargo  y  cnando  vol  vi6  en  si, 
me  tom6  de  nna  mano  y  me  atrajo  hdcia  ella,  diciSndome: 

— Ya  apenas  te  veo;  acSrcate,  cample  con  mis  encargos, 
toma  el  retrato  y  los  papeles,  haz  lo  qae  te  he  dicho...  dame 
tn  dltimo  abrazo...  y  pon  el  craci^jo  en  mi  pecho...  ya  veo 
el  cielo.  •  •  Adios. . . 

»Y  an  lijero  estremecimiento  del  caerpo  me  anuaoi6  que 
habia  dejado  de  existir. 

"  Yo  me  arrodill^  ante  sa  lecho  teniendo  ana  de  sas  manes 
entre  las  mias;  y  sin  dada  me  desmay^,  paes  caando  volvi 
en  mi  me  encontr^  en  mi  celda  rodeada  de  la  mayor  parte 
de  la  comnnidad,  la  qae  estaba  moi  afectada  con  mi  acci^ 
dente,  pues  me  habia  granjeado  el  poco  cariSo  que,  por  lo 
regular,  son  capaces  de  sentir  las  monjas,  paes  no  hai  nada 
de  mas  egoista  y  de  mas  ^rido  que  las  personas  que  han 
pasado  la  mayor  parte  de  su  vida  encerradas  en  an  cl&ns^ 
tro:  esta  ea  ana  observacion  hecha  por  machos  y  confirma* 
da  por  ml 


"He  cumplido,  mi  querida  sobrina,  con  el  encargo  de  mi 
hermana  y  bajo  a  la  tamba  tranqaila,  a  pesar  de  mis  faltas, 
que  ya  Dios  debe,  sin  dada,  haberme  perdonado  desde  el 
momento  que  me  da  tanta  serenidad  en  el  espfrita  Ojald 
esta  relacion  de  mi  vida,  escrita  eeclasivamente  para  tf,  te 
sea  provechosa  y  te  salve  de  los  peligros  y  de  las  acechan- 
zas  del  mundo. 

"Yo  no  poedo  decirte  de  qn^  manera  debes  obrar  en  la 
situacion  en  que  te  encuentraa  y  en  que  por  nn  error,  pero 
un  error  lleno  de  nobleza  y  lleno  de  caridad,  te  coloc6  mi 
querida  Juana.  Ya  sabes  lo  que  fu^  conmigo  el  padre  de  tu 
marido  y  rara  vez  desmienten  los  hijos  de  sn  orfjen;  pero 
esto  no  es  un  imposible  y  te  toca  a  ti  el  juzgarlo,  pero  juz* 
garlo  sin  preveociones,  porque  no  tienes  nada  que  bacer  con 
la  ^xistencia  pasada  de  un  hombre  a  quien  yo  he  perdona- 
do desde  bace  mucbo  tiempo  y  vuelvo  a  perdonar  en  mis 
liltimos  momeatos;  pues  si  be  rasgado  el  velo  que  cubria 
mi  vida,  no  ha  sido  para  bacer  recriminaciones,  ni  para  sus* 
citar  odios  y  menos  aun  para  poner  una  barrera  entre  per- 
sonas  ouidas  ya  eon  el  vinculo  sagrado  del  matrimonio,  sino 
dnicamente  para  preservarte,  segun  el  deseo  de  mi  hermana, 
que  es  la  que  te  alumbrari  y  te  inspirar^  desde  los  cieloa 

"Por  lo  que  a  ml  respecta,  te  bago  una  sola  siiplica  ddn- 

dote  este  solo  consejo:  'Terd  )ua,  hija  mia,  cualquiera  que 

sea  el  mal  que  te  hayan  hecho;  no  tengas  rencor  ni  ejerzas 

la  menor  venganza,  y  asi  obrat  ds  como  ha  obrado  el  Sefior, 

y.  tu  moribunda  tia  te  bendecirfi  desde  lo  alto  asi  como  te 

beadice  en  la  tierra. 

Son  Ursula. 

^*Te  cohistituyo  heredera  de  mi  mayor  tesoro,  mi  viejo 
crucifijo.  No  lo  hagas  componer,  d6jalo  en  la  misma  actitud 
en  que  se  encuentra;  en  ^1  depo^ito  mi  Ultimo  aliento,  y  mi 
41tima  siiplica  es  de  que  te  sirva  de  protector  en  la  vida." 


Marido  J  mnjer. 


La  lectnra  de  esta  carta  hizo  nna  profanda  impresion  en 
Loisa.  Todos  aqaellos  secretos  que  se  le  habian  reservado 
durante  tanto  tiempo,  estaban  descabiertos  en  un  solo  ins- 
tante,  y  conocia  ahora  perfectam^^nte  la  razon  qae  habia  de* 
terminado  a  sa  madre  para  aoirla  a  Gaillermo,  qnedando 
para  siempre  iotacta  la  repatacion  de  so  hennana,  cnyas 
fa]t&8,  de  otra  manera,  era  mas  que  probable  qoe  se  hobie- 
ran  hecho  pdblicas;  porqae,  ya  qaiaiera  anmentar  la  for* 
tana  o  ya  conservar  la  qae  tenia  dona  Porfira,  tanto  en 
nno  como  en  otro  caso,  habria  entablado  nn  jnicio,  encon* 
trdndose  Laisa  sola  e  ignorante  de  las  cosas  y  sin  nadie  que 
la  gaiase,  estando  asi  sin  remedio  perdida,  circanstancia 
que  habria  aprovechado  la  madre  de  Gaillermo,  que  cono- 
cia el  asunto  y  se  hallaba  en  poseuon  de  alganos  papeles 
qne  lejitimaban  los  derechos  del  heredero  de  la  difahta 
monja  que  ella  habia  sapnesto,  y  a  quien  mantenia  ocnlta- 
mente,  bajo  el  mismo  nombre  del  nino  mnerto,  creyendo  en 
realidad  el  sostituto  que  era  hijo  de  an  caballero  y  de  nna 
monja  y  que  llegaria  a  ser  poseedor  de  nna  fortuna  consi- 
derable. 

Esta  combinacioD,  llevada  a  cabo  por  el  marido  de  doff  a 
Porfira,  la  habia  contiDuado  olla,  sobornando  a  la  dicha  Ma- 
riana PoDce  para  la  sostitucion  de  an  niQo  por  otro;  de  ma- 
nera  que  la  monja  ignoro  hasta  macho  tiempo  lo  socedido; 
7  solo  vino  a  saber  la  verdad,  caando  recibi6  de  la  tia  Anas- 


'I 
< 


urn  nKmxros  sil  ruwmjx  I9S 

tasia  los  papeles  jastificativos  de  la  mnerte  de  sn  hijo,  loa 
que  le  faeron  entregados,  no  con  el  objeto  de  favorecerla  a 
ella  o  a  8Q  familia,  sino  con  el  fin  de  perder  a  Oaillermo,  a 
quien  odiaba  la  vieja  matrona  y  de  qoien  qaeria  a  toda 
costa  vengarse;  y  como  este  era  uu  medio  casi  inf»lible  de 
despojarlo  de  la  fortana  que  tenia  usurpada,  lo  habia  em- 
pleado  como  un  mes  antes  de  su  proceso,  para  que  en  vista 
de  este  documento  y  de  otros,  reivindicasen  sns  derechoa 
los  lejftimos  herederos;  pero  aor  Ursula,  apreciando  en  su 
justo  valor  la  importancia  de  aqnellos  papeles,  aunque  no 
los  habia  trasmitido  a  su  hermaaa  ni  la  habia  hablado  una 
palabra  sobre  el  particular  por  cierta  delicadeza  de  sentU 
mientos,  los  conservaba  cuidadosamente  para  hac^rselos  en* 
tregar  despues  de  sus  dias,  y  que  entonces  pudiesen  enta- 
blar  el  juicio  sin  consideracion  a  ella.  Este  cdlculo  de  sor 
Ursula  habia  quedado  frustrado  por  la  muerte  anticipada 
de  dofia  Juana  y  el  casamiento  proyectado  con  Gaillermo, 
por  lo  cnal  habia  determinado  destruir  aquellos  documen- 
tos  antes  de  su  muerte;  pero  la  aparicion  en  sueQos  de  doQa 
Juana  y  lo  que  le  habia  dicho,  obIig6  a  la  monja,  no  solo  a 
remitir  a  su  sobrina  los  papeles,  sino  tambien  a  hacer'e  una 
relacion  de  su  vida,  cuya  veracidad  confirmaban  los  docu* 
mentos. 

IL 

Bien  poca  importancia  daba  Luisa  a  todas  estas  cuestio- 
lies  de  interes;  pero  ellas  le  reveUbanlos  m^)vile3  que  habian 
obrado  sobre  los  iudividuos  con  quienes  estaba  en  relacioo; 
y  aun  cuando  creia  a  Gaillermo  tan  inocente  como  ella  de 
todas  estas  intrigas,  no  podia  menos  de  esperimentar  por  il 
cierto  desapego  o  cierta  repugnancia  que  le  era  imposible 
dominar,  y  que,  mal  de  su  grado,  reaacia  constantemente, 
a  pesar  de  las  delicadas  atenciones  de  su  maiido. 

Sumamente  preocupada  por  la  dificil  sitnacion  en  que  se 
•ncontraba,  y  abatida  ademas  por  las  pSrdidas  que  habia 


eeperimentado,  estaba  indecisa  eobre  1o  que  debia  hacer  en 
el  futaro,  que  ae  le  preaeotaba  ooo  na  aspecto  oscaro,  ame- 
nazador  y  siniestro;  y  como  uo  ooDtaba  oon  otro  consejero 
que  sn  maestro,  toc6  la  campaoilla,  maDd&ndole  decir  qae 
deaeaba  bablarle. 

No  tard6  en  aparecer  el  anciano,  qae  mir6  a  Lnisa  fija- 
mcnte  antes  qne  le  hab!ara  para  conocer  lo  que  pa^ba  en 
ella,  descobriendo  en  el  semb!aDte  lo  qne  no  le  dijeron  las 
palabras. 

— Padre  mio,  esclam6  LiUa  al  verlo,  {c6mo  adivina  nsted 
las  cosas?  ^como  sabia  nsted  el  coKteoido  de  estn  carta  para 
haberla  gaardado?  Si  habie:<e  caido  en  manos  de  ellos  jqa^ 
desgracia!  &  mas  qae  probable  que  no  me  la  habrian  en- 
tregado,  qne  nnnca  hahiera  coaocido  la  grande  alma  de  mi 
tia!  Pero  aqaf  hai  aecretos  e^pantosoa,  qaerido  maestro  mio; 
yo  no  tenia  idea  de  qne  exi^tiese  tanta  mildad  y  de  qne 
ann  miserables  interests  hnmanos  fnesen  capaces  de  indncir 
a  los  hombres  a  tanta  perfidia,  a  tan  to  horror! 

— ^T&  miras  al  mando  con  los  ojos  de  ta  alma  sin  mancba 
y  al  traves  del  mas  dorado  prisma;  pero  la  esperiencia  del 
mal  te  har6  conocer  la  escelencia  del  bien.  Tu  aprecias  y 
admiras  la  virtnd  por  instinto;  pero  para  e^stimarla  en  sa 
jnsto  valor  es  necesario  profandizar  hasta  en  los  negros  an- 
tros  del  vicio:  las  tioieblas  nos  hacen  conocer  el  meiito^le 
la  laz;  si  siempre  vivi^ramos  en  la  claridad.  no  tendrta  &ta 
para  nosotros  precio  algnno:  las  difereocias  o  los  contrasbis 
realzan  las  cosa?,  y  de  la  comparacion  es  de  donde  nace  la 
exactitnd  del  jnicio.  T&  has  podido  jozgar  do  la  grandeza 
de  alma  de  ta  tia,  porqae  has  visto  la  peqaeflez  de  otros; 
pero  yo  sabia  cnanto  ella  valia,  antes,  mncho  antes  qne  tii... 

— Eila  tambien,  maestro  mio,  hace  en  estas  memorias  ana 
reminif'.aencia  honrosa  de  nsted. 

— jPobre  yfctima!  jCu^nto  la  he  amado  y  cn&nto  la  he 
compadecidol 

— jUsted  am6  a  mi  tial 


tM  aCMMVOB  DIL  FUXSLO,  '205 

—Si,  bija  mia,  si;  pero  yo  no  era  digno* 

—  jTJ^ted  no  ser  dignc!..  Y  ese  infaine... 

— No  prosigae;  no  hablen  a^-i  de  los  muertoi  Yo  no  tengo 
motivos  para  qaejarrae  de  ella,  sino  para  apreciarla.  Yo  no 
debo^tampoco  hablar  de  ^1:  bastante  mal  le  be  hecho. 

— Lo  8^. 

— Si  lo  sabes  no  me  lo  repitas;  ya  vendri  sobre  mi  el 
cast]  go. 

— Pero  nsted  no  lo  ase8iQ6. 

— ^Qa6  otra  cosa  es  un  homicidio? 

-Hai  gran  diferencia. 

— ^La  conozco;  pero  esto  no  impide  qae  he  privado  a  un 
hombre  de  ver  la  luz  del  dia,  cuando  todo  le  presajiaba  ona 
larga  existencia. 

— Ese  seria  su  destino. 

— Yo  no  soi  fatalista,  Laisa. 

— Entonces  ese  seria  su  castigo. 

— jQui^n  sabe!  Pero  lo  cierto  es  que  mi  conciencia  no  ha 
estado  tan  tranqnila. 

— Puede  ser  qufe  la  lectura  de  esta  carta  le  quite  a  usted, 
no  digo  el  remordimiento,  pero  hasta  el  peaar  de  haber  co- 
metido  esa  accion  que  lo  perturba  y  que  lo  entristece:  jes 
acaso  un  crimen  el  matar  a  una  viboi  a?  Lea  usted,  sefior. 

£1  solitario  tuvo  la  carta  eutre  sus  manos  y  principi6 
aqut^Ua  lectara  que  corQeDz6  a  interes^rle  desde  la  primera 
pdjina;  y  a  medida  que  proseguia,  ?nas  se  animaba  su  fiso- 
nomia,  hasta  que  no  pudiendo  contenerse,  se  le  rodaron  las 
Idgrimas,  jias  Idgrimas  siempre  escasas  de  un  auciano  y  que 
no  brotan  sino  en  faerza  de  un  sentimiento  prv»fundot  (Esas 
Idgrimas  condensadas  per  el  frio  de  los  afiosi 

Luisa  lo  conteraplaba  y  lloraba  tambien,  porque  recorria 
en  su  imaj^nacion  los  parajes  que  ella  habia  leido,  signiendo 
con  la  vista  la  parte  en  que  se  encontraba  el  anciano,  para 
calcolar  si  el  efecto  era  an^logo  al  que  ella  babis^  esperi'^ 
mentado. 


£i3ta  observacion  es  natural:  ^eu&ntafl  veces  no  le  habr^ 
rocedido  igoal  cosa  a  naestros  lectores?  {Cointas  veces  no 
habrdn  segoido  con  la  vista  a  la  persona  qae  estd  leyendo 
la  carta  qae  a  ellos  lea  ha  impresiooado?  Uno  qoiere  cono- 
cer,  quiere  oomparar,  qoiere  ver  si  el  efecto  que  ha  produ- 
cido  en  ^1  es  igQal|al  que  le  prodnce  al  otro,  y  de  aqof  es  de 
donde  nace  la  coriosidad  con  que  se  ezamina  la  fisonomia 
ajena. 

Caando  el  solitario  conclay6  sn  lectnra,  qTted6se  doloro- 
samente  pensativo,  porqae  el  aspecto  de  sa  semb^aDte  re- 
velaba  nna  reflexion  triste:  qnizi  pensaba  en  el  tesoro  qae 
•6  habia  perdido  en  el  clauatro,  y  en  los  sufrimientoa  de 
aqnellas  nataralezas  privilejiadas  que  estaban  llamadas  para 
hacer  en  el  mando  sn  propia  felicidad  y  la  ajeua,  y  qae  po- 
dian  haber  sido  fecondas  en  so  dicha,  mientras  que  habian 
eido  est^riles  en  sn  sofrimienio. 

Luisa  lo  interrumpi6  en  sua  refleziones,  dici^udole: 

— {Tengo  yo  razoUy  maestro  mio?  La  carta  que  acaba  de 
leer  {oo  ha  disipado  sus  temores?  juo  ha  destruido  sus  re- 
mordimientos?  ^no  le  ha  dado  la  seguriiad  de  que  obr6 
bien? 

— Si,  hija  mia,  hai  macho  en  eata  carta  que  justifica  mi 
accion;  empero,  mis  priocipios  actuates,  los  priocipios  naci- 
dos  de  mi  reflexion,  y  mas  que  de  mi  reflexion,  del  Evanjelio 
7  de  la  moral  de  Cristo,  siempre  me  condenan;  y  la  carta 
misma  me  esti  probando  que  he  obrado  mal,  porque  no  he 
perdonado  como  debiera  perdonar,  como  sor  Ursula  per* 
don6. 

— ^Tampoco  tengo  yo  hiel  en  el  alma  ni  quiero  vengansas; 
pero,  {no  se  debe  acaso  destruir  el  mal? 

-— Destruir  el  mal  no  es  lo  mismo  que  destruir  a  los  hom- 
bres:  para  lo  primero  estamos  autorizados  y  es  nuestro  de? 
ber,  pero  para  'lo  segundo,  cuando  se  han  traspasado  los 
limites,  aun  cuando  se  quiera  volver  atras,  no  se  puede,  pues 
ya  estfi  el  acto  c9n8amado,  j  contra  an  acto  consumado  no 


urn  noBiiros  db  nriBU,  ItT 

hai  Incba,  no  hai  argnmento,  no  hai  lei:  es  preciso  soportar 
las  consecnencias  de  la  accion  cometida. 

El  solitario  entreg6  la  carta  a  Luisa;  7  despaes  de  haber 
contecnplado  detenidamente  el  retrato,  esdamd: 

— jPobre  mujer!  jCudnto  debe  haber  sufrido  y  de  CQ&ntos 
modon!  Traicionada  per  sn  amante  de  una  man  era  tan  iufa« 
me!  arrancadas  de  raiz  sas  esperanzas!  burlado  su  idealismo! 
trastornadas  8Q9  ideas  de  virtud!  vejada  en  sa  diguidadi 
nltiajada  en  sa  honor!  persegaida  y  castigada!  y  sin  cansa! 
I  Ah!  para  haber  llegado  al  grado  de  perfeccionamiento  mo- 
ral a  que  pudo  alcanzar,  so  necesita  una  alma  tan  fuerte  7 
recta  como  la  suya  y  un  amor  infinito  a  Dios!  Esto  es  lo  que 
la  ha  salvado,  esto  es  lo  que  al  fin  tra8form6  sus  dolores  en 
dichas,  bus  vej^menea  en  triunfos,  sua  humillaciones  en  glo* 
rias...  Ya  ves,  Luisa,  c6mo  esta  mujer  fu^  superior  a  sus 
deegracias  y  venci6  a  sus  enemigos,  llegando  a  ser  mas  felis 
que  lo  que  hubiera  sido  en  el  mundo.  {Y  ih,  hija  mia,  des- 
falleces  cuando  tus  sufrimientos,  si  bien  triste^  no  tienen 
Ufida  deaerhu!  Auimo,  Loisa,  £nimo;  no  e8t&  lejana  la  bo- 
nanza: tra3  la  tempestad  viene  la  calma  y  no  dudes  que  al 
fia  &p}:rect)^  para  ti  el  iris  de  la  felicidad. 

— Esa  carta,  entristeci^ndome,  me  ha  fortalecido,  sefion 
y  ahora  estoi  mas  dispuesta  que  antes  para  la  lucha. 

— Asi  me  agrada  verte,  asi  me  gusta  que  pienses. 

-^{Q^^^^^  nsted  que  vayamos  al  convento  a  reclamar  el 
tesoro  qae  mi  tia  me  dej6  en  herencia? 

— Con  el  mayor  gusto,  Luisa;  estoi  a  tus  6rdenef. 

IlL 

La  nave  de  la  iglesia  estaba  completamente  enlutada  7  el 
caddver  de  la  abadesa,  colocado  en  el  feretro,  alcanzdbase  a 
percibir  tras  las  rejas  del  coro.  Algunas  monjas  estaban  arro- 
dilladas  a  su  alrededor  7  otras  cantaban  salmos.  Un  jentio 
inmenso  salia  y  entraba  a  la  nave  para  ir  a  contemplar  los 


&ft8  LM  nOKROS  DIL  PVOLOu 

despojos  de  la  madre  abadesa  qne  habia  mnerto  en  olor  de 
santidad. 

Luisa  se  arrodill6  lo  roismo  qne  todos  y  ord  largn  rato, 
DO  apartaodo  sn  vista  on  solo  momeoto  de  aque  la  fi^ono- 
mia  pdlida  y  serena  qoe,  aanque  inanimada,  parecia  rtfiejar 
la  gloria  de  que  gozaba  ya. 

De  esta  coutemplacion  llena  de  triste  encanto,  fa^  arran- 
cada  Luisa  por  el  contacto  de  ana  mano  qne  le  toc6  soave- 
mente  el  hombro;  volvi63e  la  j6ven  y  se  encontr6  con  un 
anciano  sacerdote  de  cara  dolce  y  melanc6Iica,  que  le  dijo 
con  una  voz  casi  imperceptible:  ^'Sigame."  Lnisa  obedeci6 
sin  reflexionar  y  atraves6  la  nave  entrando  en  la  sacristia. 
Gaando  estuvieron  solos  se  volvi6  h^cia  ella  el  ministro  del 
altar,  y  tomandole  una  mano,  le  dijo  con  dalzara: 

— S^  que  usted  es  la  sobrina  y  la  heredera  6nica  de  la 
madre  abadesa. 

— Sf,  sefior;  y  yo  p6  que  usted  fu^  su  confesor. 

— Su  amigo,  sefiorita,  mas  bien  que  su  confesor,  p^rque 
era  alma  tan  paracomo  el  cielo;  no  tenia  culpa. 

— Conozco  su  bistoria. 

T—Ya  lo  8^,  porqae  yo  mi^mo  fui  el  portador  de  esosplie- 
gos,  cuyo  contenido  no  ignoro. 

— ^Corao  es,  sefior,  que  los  encontr^  a  mi  vuelta  sobre  mi 
velador,  sin  que  los  hubiera  visto  nadie? 

— No  halldiDdola-a  usted,  a  quien  hubiera  deseado  ver,  y 
sabiendo  que  estos  papeles  le  debian  ser  entregados  hoi 
misuio,  segun  s&plica  de  la  abadesa,  me  valf  de  una  anti* 
gna  sirviente  de  la  casa  que  posee  toda  mi  confianza,  pues 
era  mi  coufesada  desde  muchos  afios. 

— jLa  Anita? 

— 8f,  la  vieja  Anita,  que  ha  tenido  el  talento  de  perma- 
necer  oculta,  haciendo  que  nadie  se  fije  en  ella,  y  escon- 
dlendo  su  virtud  coino  f^u  mas  rico  tesoro. 

— jEs  posible!  Todos  la  hemes  tenido  por  medio  idiota,  y 
aun  cuando  todos  la  quieren,  nadie  le  hacia  caso. 


— Pues  bien:  ya  sabe  usted,  hija  mia,  que  tiene  una  alha- 
ja  en  esa  idiota  qne  le  ha  servido  ahora  para  ocultar  estos 
papeles  y  ponerlos  solo  a  su  vista. 

— No  lo  olvidard 

— Ahora  la  he  liamado,  hija  mia,  porque  he  conaegaido 
que  le  acuerden  el  raro  privilejio  de  penetrar  hasta  el  core 
y  que  pueda  usted  abrazar  a  su  tia. 

— jSefior!  Qu^  felicidad!  Cudnto  se  lo  agradezco!.. . 

— Ya  me  lo  'figuraba.  Tiene  usted  tambien  que  cobrar 
una  herencia,  ^no  es  verdad? 

— SI,  el  crucifijoque  la  acorapan6  en  ?us  6ltimos  momen- 
tos  y  en  el  que  deposit6  su  postrer  aliento. 

--El  mismo,  hija  mia. 

Una  puerta  se  abfi6,  apareciendo  una  monja  que  pre- 
gunt6: 

— ^Usted  es  la  sefiorita  Luisa  Valdes? 

— Si,  madre. 

— ^Le  ha  dicho  el  seilor...  el  especial  favor  que  le  ha  side 
acordado? 

— Lo  s^,  madre,  y  lo  agradezco. 

— Pase  usted  para  dentro. 

Luisa  penetr6  en  aquellos  sitios  que  estaban  llenos  de  la 
presencia  de  su  tia,  en  aquellos  corredores  que  tantas  ve- 
063  habria  ella  hollado  con  susplantas.  Aquel  era  el  mismo 
aire  que  ella  habia  respirado,  las  misraas  flofes  que  habia 
visto,  los  mismos  objetos  que  poco  antes  habria  contempla- 
do;  y  todo  esto  hablaba  al  corazon  y  al  entendiiiiiento  de 
Luisa  el  triste  lenguaje  del  recuerdo,  la  melanc6lica  con- 
templacion  de  lo  fujitivo  de  la  vida  huniana... 

Luisa  penetr6  al  fin  al  coro,  siendo  recibida  por  la  prio- 
ra  que  la  condujo  hasta  el  feretro,-  donde  se  arrodill6,  per- 
maneciendo  asi  durante  mucho  tierapo  con  una  de  las  ma- 
Dos  de  la  abadesa  entre  las  suyas. . . 

Las  monjas  miraban  cob  interes  aquel  cdadro.  La  bermo- 
8ura  de  Luisa  y  la  sem^janisa  que  tenia  con  su  tia,  asi  como 


Ia  altiTes  sencilla  de  sn  porte  y  la  tranquilidad  reflenTE  y 
triste  de  tns  faccione?,  cansaban  respeto,  admiracion  y  ca- 
riOo. 

Loifa  Be  leTaBt6  ein  decir  palabra,  sin  deiramar  una  sola 
Ugrima  y  sin  ezhalar  nn  eclo  sospiro,  imprimi6  un  prolon- 
gado  beeo  en  la  mann6rea  f frente  del  cadArer,  saliendo  en 
segnida. 

La  priora  Yolvi6  a  acompafiarla  y  la  Il6v6  a  la  aolitaria 
celda  de  la  abadesa  para  poner  en  sua  manos  el  crncifijo. 

Todo  en  aqnella  pieza  intereeaba  a  la  j6ven.  £1  lecho  en 
qae  habia  dormido  y  en  qae  habia  recientemente  eapirado, 
Ids  Utiles  de  qne  se  babia  servido,  an  libro  de  oracionea,  los 
trajea  que  habia  upado,  la  ailla  en  qne  ae  aentaba  de  prefe- 
rencia;  en  noa  palabra,  cnanto  eziatia  en  aqnel  dormitorio, 
cnanto  ella  babia  tocado  con  ana  manoa  o  mifado  con  ana 
ojoa,  la  atraia,  baciendo  mil  y  mil  pregnntas  a  la  priora  ao- 
bre  laa  particolaridadea  de  la  vida  de  an  tia,  aobre  ana  h&- 
bitoa,  ana  costumbres,  ana  ideas,  ana  palabraa,  y  per  tUtimo, 
rogindole  le  concediera  todoa  aqnellos  objetoa  de  ningan 
valor  monetario,  pero  de  mncho  valor  moral  para  ella. 

La  moDJa  le  conte8t6: 

— No  crea  nsted,  aefiorita,  qne  eataa  coaas  careeen  de 
precio  para  noaotraa,  aiDO  qne  lo  tienen  realmente  en  el  mia- 
mo  aentido  que  osted  las  estima:  cada  nno  de  estos  objetos 
es  nn  recoerdo  para  laa  monjas  a  la  vez  qne  una  reliqnia: 
porqne  la  sefiora  abadesa,  digna  prelada  de  nneatro  monaa- 
terio,  era  maa  qne  nra  simple  mnjer,  pnes  era  nna  verdade- 
ra  santa,  y  noaotraa  tenemoa  en  mncha  valfa  lo  qne  a  ella 
ha  pertenecido;  y  ann  cnando  deseamos  satisfacer  y  agradar 
a  nsted,  sin  embargo,  debe  considerar  que  se  ha  llevado  la 
parte  principal,  el  crncifijo,  al  qae  afiadiri  gnatoba  nn  libro 
de  oracionea  de  an  reverencia;|  pero  ^o  demaa  pertenece  al 
conveato. 

T  la  moDJa  pnao  en  manos  de  Lnisa  aqnella  otra  reliqnia. 

— Comprendoi  dijo  ^sta,  asi  como  aprecio  debidamente 


SOI 

lo8  JQBtos  motivos  qae  nstedei  tienen  para  no  desprendeno 
por  completo  de  las  cosas  que  pertenecieron  a  sa  santa  pre- 
lada,  y  de  consigaiente,  no  insisto  en  mi  solicitad;  pero  ja 
que  no  me  ea  posible  obtener  esto,  espero  de^a  reverencia, 
ai  no  ea  importano  o  contrario  a  las  reglas  derdaastro,  que 
me  permita  visitar  la  antigaa  celda  qae  ocap6  mi  tia. 

La  moDJa  mir6  a  Laisa,  reflexion6  an  instante,  y  no  sin 
cierta  vacilacion  contest6  accedietido  a  lo  que  le  pedia  la 
•obrina  y  heredera  de  la  abadesa. 

Despaes  de  machas  vaeltas  por  aqaellos  eapaciosos  y  so* 
litarios  claastros,  en  los  qae  se  veiaa  alguno^  antigao^  caa 
dros  de  santos  de  mai  poco  m^rito,  penetraron  en  el  angosto 
y  h&medo  pasadizo  que  conducia  a  la  celda  qae  durante  lar- 
gos afios  habia  ocupado  sor  Ursula. 

Cuando  la  aristocr^tica  nifia,  acostumbrada  desde  su  in- 
fancia  a  todas  las  comodidades  de  la  vida,  vi6  aqaella  po- 
cilga  en  que  le  parecia  que  nunca  habiera  podido  albergarse 
un  ser  humauo,  se  entristeci6  profandamente;  pero  a  la  tria- 
teza  8ucedi6i3e  luego  la  admiracion  y  ese  entnsiasmo  que 
produce  la  virtud  y  que  nos  hacen  esperimentar  los  heclioa 
Iier6ico9.  Al  lado  de  la  cabecera,  es  decir,  al  lado  de  aque- 
Has  tablas  que  habian  sido  su  duro  lecho  por  un  largo  espa- 
do  de  tiempo,  lefaae  un  letrero,  ya  casi  borrado,  en  la  hd- 
meda  y  ennegrecida  pared,  que  decia:  ^Taciencia  y  confianza 
en  Dios^^;  y  Luisa  record6  en  el  acto  que  esas  palabras 
eran  las  que  le  habia  dicho  sor  Nicolasa  a  su  tia  desde  el 
primer  dia  en  que  principi6  su  proloogado  martirio,  y  que 
sin  duda  sor  Ursula  habia  grabado  en  la  pared  en  esa  mis* 
ma  fecha  para  tenerlas  siempre  presente  y  que  le  sirvieran 
de  consuelo  en  sus  penas  y  tribulaciones. 

Luisa  habia  permanecido  mas  de  dos  horas  en  el  interior 
del  convento,  pareci^ndole  que  hacia  pocos  minutos  que 
acababa  de  Uegar,  a  tal  punto  le  habia  agradado  o  habia 
absorbido  sus  facultades  aquella  peregrinacion. 

Cuando  yolvi6  a  la  nave  de  la  iglesia,  encontr6  al  aolita* 


SOS  S4M  MUBAUI  DSL  mtBiUK 

no  en  compafiia  del  anciaop  sacerdote  oonVersando  fami- 
liarmente,  ni  mas  ni  menos  que  si  habieran  aide  antigaoa 
camaradas. 

Ambos  anc^anos  estaban  aentados  en  el  ditimo  escafio  y 
tambien  para  alios  se  habia  deslizado  el  tiempo  con  mocha 
rapidez  ^Qa^  era  lo  que  se  habian  dicho,  qu^  revelaciones  se 
habian  hecho  en  voz  baja  y  en  el  interior  del  temple?  jQai^n 
podia  saberlo!  Sin  embargo,  la  aDimacion  de  sus  rostros  de- 
notaba  lo  importante  de  la  conversacion  que  tenian;  pero 
al  ver  aparecer  a  Luisa,  se  pararon,  como  quien  dice:  ''Esta- 
mos  li*«to&;^'  y  la  sigaieron  hasta  la  paerta  de  la  iglesia,  don- 
de  se  par6  el  sacerdote,  demostrando  que  estaba  obligado 
a  quedarse. 

Luisa,  al  despedirae,  le  dijo:  '^Espwo,  senor^  que  el  que 
ha  side  director  de  la  madre  lo  sea  tambien  de  la  hij^i  y 
que  en  lo  sucesivo  nos  favorezca  nsted  con  su  presencia.'' 

— Sefiorita^  contestd  el  hnmilde  sacerdote;  naestro  deber 
es  ir  donde  nos  llaman  y  prestar  ansilio  al  que  nos  lo  pide; 
pero  me  temo  mucho  que  no  sea  yo  el  que  reciba  el  benefi- 
cio;  mas,  ya  sea  en  un  caso  o  en  el  otro,  tendrS  siempre  uii 
placer  verdadero  en  proloogar  con  la  sobrina  la  amistad 
respetuosa  y  cristiana  que  tuve  con  la  tia. 

El  solitario  y  el  sacerdote  se  abrazaron  sin  decirse  pa- 
labra. 

— ;Este  si  que  es  un  verdadero  minintro  de  Dios!  esclam6 
Lul^a,  cuaudo  el  sacerdote  hubo  entrado  nuevauiente  al 
templo. 

— Asi  es,  hija  mia,  asi  es,  conte8t6  el  solitario,  guardando 
en  seguida  un  profan Jo  silencio  hasta  que  llegarou  a  la  casa, 
silencio  que  Luisa  tampoco  estaba  dispueata  a  iuterruoipir, 
porque  ella  misma  Uevabasu  espiritu  lleno  de  las  suaves  y 
recientes  impresiones  que  acababa  de  esperimentan 


um  WMWtQB  0tt  n7ian.a  SOS 


IV. 


GQillermo  estperaba  a  8U  espo^a  caando  la  vi6  Uegar  en 
compafiia  del  solitario,  trayendo  entre  sas  brazos  aa  gran 
bulto  envaelto  en  un  pafio  negro,  16  que  le  hizo  decir: 

— ^Tienen  algo  de'fdaebre  laa  compras  que  haa  hecho. 

— No  68  una  compra,  sino  una  herencia,  lo  que  traigo 
aquf. 

— jUna  herencia!  Pero  una  herencia  que  se  trasporta  tan 
f&cilmente,  no  debe  ser  de  mucho  valor. 

— Para  mf  lo  tiene;  y  tal  es  su  valor,  que  no  la  daria  por 
cuanto  poseo. 

— jCa^pita,  hijita!  En  tal  caso  es  preciso  que  scan  algunos 
ricos  brillanted,  porque  la  fortuna  de  nosotroa  es  mui  consi- 
derable para  cambiarla  asl  no  mas.  Por  otra  parte,  si  es  una 
joya  de  precio  tan  fenomenal,  ^p^^^  4^^  traeria  en  un  paSo 
negro  que  indudablemente  apagar&  su  briilo  y  dismianir& 
8n  valor? 

— Dej^monos  de  chanzas  y  de  palabras  equf  vocas,  res- 
pondi6  Luisa  con  meIanc6Iico  acento:  lo  que  traigo  es  el 
crucifijo  que  ha  ac  »nipafiado  a  mi  tia  durante  su  vida  y  du- 
rante su  muerte,  y  del  que  me  ha  hecho  una  donacion 
formal. 

— Ya  comprendo.  ^Has  estado  en  el  monaeterio? 

—Si. 

— {Mucha  jente  habia? 

— Muchidima. 

-iPor  qu^  no  me  prevenistes,  que  yo  te  habria  acompa^ 
fiado? 

£n  ese  momento  se  reunia  a  ellos,  en  medio  del  espacioso 
patio,  dufia  Porfira,  que  vi^ndolos  llegar,  les  8ali6  al  encuen- 
tro  con  esa  curiosidad  de  mnjer  que  no  las  abandona  ni  aun 
en  la  vejez.  > 

— Crel,  dijo  Luisa^  tespondiendo  a  la  pregunta  de  su  ma* 
ridO|  que  no  te  serta  agradable  semejaute  visita. 


^^Jkm30  hm  ido,  Irijft  aua^  mtermoiptd  dirfia  Porfira. 

— Al  DUMiMterio  de*.  • 

La  ouidre  de  GmllenDO  te  inoiiitA;  p«fo  disinmlando  n 
tarbaeiao,  dija: 

— *  j^AllbD  poerto  A  cuerpo  de  U  abadfln  m  U  ap«cte- 
don  p4blica? 

^^U  sefiors;  ae  distiogtiia  datde  h  reja  del  oorou 

—-To  hobiera  ido  a  rer  en  noredad  para  mf,  pnea  nan* 
ca  la  be  presenciado. 

— fie  habria  oated  atrerido,  eeSonf 

Dulla  Porfira  mir6  a  Latea  con  eetratteza  j  oomo  qneriendo 
descnbrir  el  sentido  verdadero  de  aqnella  interrogacioo,  j 
en  ti'giiida  replied: 

— ^Y  por  qni  no? 

«— »Nada  maa,  aefiora,  que  porqae  son  espeeticoloa  trittea 
qne^  si^giin  creo,  no  9on  de  ra  agrado. 

— ^Tienea  razoo,  repodo  dofia  Porfira,  tranqnilizada  por  la 
f eapneata  o  interpretacion  de  Luiaa;  no  aoi  partidaria  de  laa 
eoaaa  triatea* 

-^T  aobre  todo  de  aqnellaa  qae  traen  dertoa  recnerdoa 
penoaoa 

'^iQai  qnierea  decir  eon  eaot  eaclamd  doSa  Porfira  real- 
mente  alarmada,  alarma  que  se  habia  comanicado  al  miamo 
Gaillermo;  paea,  como  ae  aabe,  no  era  igaorante  de  mnchoa 
bechoa  paaadoa. 

«— Qatero  decir,  aeDora,  contest6  Luiaa  con  aerenidad  y 
de  nna  manera  casi  iodiferente,  ni  maa  ni  menos  qoe  ai  es- 
toviera  hablando  de  coaas  que  no  afectaban  en  lo  menor  a 
niDgono  de  los  circanstantea;  qoiero  decir,  qae  eaos  eapec- 
ticnioa  noa  hacen  penaar  en  naeatro  porvenir,  moatrdLndonoa 
que  a  an  vf  z  llegard  tambien  nueatra  bora. 

Dofia  Porfira  y  Gaillermo  respiraron  viendo  qae  Luiaa 
ae  ocapaba  de  eaaa  jeueralea  refleziones  que  todo  el  maudo 
dice,  que  todo  el  maado  pienaa,  pero  que  a  mui  pocoa  afi^cta. 

----T  en  fio,  replied  dofia  Porfira  con  amabilidad  y  ya  li* 


I 


£08  saoBifeot  too,  FOttiAi  sol) 

bre  de  la  preocupacion  que  la  alarmaba;  {te  fa^  bien?  {et- 
taba  mui  cambiada  la  sefiora  abadesa?  ^habia  macha  jente! 
Dicen  que  ha  maerto  con  los  honores  de  saata  y  laa  beatas 
con  en  presurosas  para^ver  si  les  toca  algan  pedacito  del 
hdbito. 

— Y  yo  entre  ellas,  sefiora,  re8pondi6  con  severidad  Lui- 
ssr;  yo  entre  ellas  me  hubiese  considerado  afortanada  en  te^ 
ner  algan  recuerdo  de  nna  persona  qae  ha  llenado  sn  mision 
sobre  la  tierra  digaamente,  noblemente,  santamente. 

Dona  Porfira  conoci6  que  habia  ido  demaaiado  lejos;  pero 
habia  hablado  asi  por  agradar  a  sa  naera  sabiSndola  ezenta 
de  preocnpaciones. 

Pero  Gaillermo,  mas  astnto  que  sa  madre,  dijo  a  ^sta  en 
tono  de  reproche: 

—  La  sefiora  abadesa,  tia  de  Luisa,  era  mui  consideradai 
y  con  jnsticia,  de  todo  el  mundo^  Las  virtudes  que  la  ador- 
naban  habian  traspasado,  a  pesar  de  su  escesiva  modestia, 
las  paredes  del  claustro,  y  por  todas  partes  no  se  oia  otra 
cosa  que  alabanzas;  asi  es  que  si  la  sociedad  de  Santiago  ha 
ido  en  tropel  a  ver  aus  restos  mortales,  no  ha  sido  inducida 
por  la  mera  curiosidad,  sino  por  la  admiracion  que  arran- 
caba  a  todo  el  mundo,  y  nada  mas  justo  que  lo  que  dice  mi 
esposa:  que  se  habria  considerado  afortunada  en  [)oseer  al- 
gan recaerdo  de  una  persona  que  ha  jlenado,  de  una  mane- 
ra  ejemplarmente  evanj^lica,  su  mision  en  el  mundo;  pero 
en  esto,  madre  mia,  Luisa  no  ha  sido  sincefa,  porque  a  ella 
le  ha  tocado  la  major  prenda,  heredando  el  mismo  St^fior 
que  la  acompafi6  a  la  sefiora  abadesa  tanto  en  rida  como  en 
muerte. 

Luisa  mir6  afectuosamente  a  su  esposo,  agradeci^ndole 
que  hubiese  sabido  interpretar  sus  sentimientos  fielmente, 
honrando  a  la  vez  la  memoria  de  su  respetada  tia. 

Dofia  Porfira  di6  tambien  la  razon  a  su  hijo,  escusdndose 
con  su  cardcte^  lijero  e  inclinado  a  la  mordacidad;  pero  que 
en  el  fondo  decia  elki  era  lo  mas  humana  y  Qompasi  /a,  si 

fOKO  IT.  %% 


S06  fiof  natanoB  dsl  puxblo. 

bien  Dn  si  es  no  es  fil6^ofa;  y  agrej(f6  osto  con  la  intencion 
drf  atraersH  al  ^olitano  y  de  cipurv-j  Ii  c>'ifiin/5\  Je  Luisa 
que  hasta  eritonces  se  lubia  comp  Ttada  con  ella  de  una 
ma;nera  politica  pero  circunspecta,  irr.^prochable  en  cuanto 
a  las  exijencias  del  buen  t  uio  pero  glacial,  como  \o  es  este, 
qne  por  lo  regular  careee  da  esa  franqueza  y  de  esa  expan- 
sion de  sentimientos  que  atrae,  farmando  ei  encanto  de  las 
relaciones  entre  nnos  y  otros. 

La  couversacion  de  qne  acabamos  de  dar  cuenta  al  lector, 
principiada  en  el  patio,  se  habla  continnado  en  el  pabellon 
de  Luisa,  pabellon  qne  no  habia  abandonado  y  qne  conser- 
vaba  como  en  los  tienapos  que  conocemo-^,  si  bien  con  cierto 
pequefio  abandono  que  indicaban  las  s^rias  preocapaciones 
del  espiritn  de  la  j6ven, 

V. 

Gnillermo,  qne  habia  formado  sn  plan  de  antemano  para 
dar  el  nltimo  golpe  a  Luisa  a  qaien  consideraba,  sino  ren- 
dida,  al  menos  mui  pronta  a  serlo,  tuvo  que  demorar  la  eje- 
cucion  por  algunos  dias  a  causa  de  la  mnerte  de  la  tia  qne, 
como  era  natural,  debia  sentir,  reavivando  el  dolor  qne  le 
cansara  la  muerte  de  la  madre. 

Gnillermo  era,  como  se  sabe,  nn  j6ven  perfectamente 
edncado  y  de  un  tacto  fino,  diremos  mas  bien,  esquisito  para 
comprender  y  apreciar  los  diferentes  caractere^^,  las  dife- 
rentes  tendencias,  los  deseos  y  las  aspiraciones  distintas,  en 
una  palabra,  las  variadas  delicadezas  de  la  mnjer;  asi  es  qne 
habia  dejado  pasar  el  tiempo  del  dolor,  qne  habia  tratado 
de  compatizar  con  ^1,  que  se  habia  mostrado  hasta  entonces 
con  su  mnjer  atento,  obsequioso,  afable,  rendido,  pero  ja- 
mas exijente;  sin  embargo,  no  dejaba  de  haber  hecho  sns 
insinuaciones  veladas;  y  ya  creia  que  era  llegado  el  tiempo 
de  obrar,  porqne  de  otro  modo  podia  caer  en  el  peligro 
opuesto,  es  decir,  podia  su  mujersuponer  la  indiferencia;  y 
en  ese  caso  todo  estaba  perdiio  en  una  nataraleza  escesiva* 


m'iDte  sensible,  po^tica  y  apasionada  como  la  de  Laisa;  de 
jnanera  que  Gaillermo  habia  seguido  el  mejor  camiao  que 
se  podia  adoptar  para  triunfar  de  una  majer  de  la  delica« 
deza  de  ideas  y  de  la  delicadeza  de  sentimientos  de  sa  63* 
posa;  pero  ya  temia  haberse  preseatado  mas  indiferente  de 
lo  que  dcbiera;  de  modo  que  estaba  resnelto  a  hacer  efecti- 
vos  de  una  vez  los  derechos  de  marido. 

Era  uua  noche  de  luna,  una  de  esas  noches  que  propia- 
mente  pueden  llamarse  chilenas  y  esclnsivamente  santia- 
guinas,  porque  Duestro  apacible  satSlite  brillaba  coq  todo 
6u  c'^pleudor,  como  brillau  en  nuestro  dififauo  cielo  las  es- 
trellas  que  pareceu  dcsprendidas  de  sa  azulado  asiento  y  que 
por  su  hermosura  invitan  a  la  meditacion  filos6fica  y  relijio- 
sa,  a  esa  meditacion  indefinida  que  no  se  comprende,  que 
no  se  analiza,  ni  a  la  que  tampoco  se  aspira,  pero  que  sin 
embargo  se  siente,  porque  es  un  pensamiento  vago,  silen* 
cioso,  superficial  y  profundo,  suave  y  ardiente,  apasionado 
y  tranquilo:  es  como  esa  luz  que  nos  alumbra,  en  que  se  en- 
vuelven  y  en  quese  confunden  las  inspiraciones  vaporosas 
a  la  vez  que  entusiastas  del  poeta,  los  elevados  pensamien- 
tos  del  filosofo,  el  ascetismo  del  creyente,  la  esperanza  de  los 
apasionados,  la  luna  de  miel  de  los  esposos  que  ban  contrail 
do  un  recieute  y  por  esto  agradable  vfnculo. 

Nosotros  preguntamos,  a  pesar  del  materialismo  que  nos 
invade,  a  pesar  de  esa  consagracion  constante  hdcia  la  for* 
tuna  que  es  toda  la  aspiracion  del  presente  siglo,  nosotros 
preguntamos:  jcudl  es  el  j6ven  que  no  se  ha  sentido  impre- 
sionado  en  algunos  momentos  de  soledad  y  de  reconcentra- 
cion  sobre  si  mismo  cuando  el  p^lido  astro  recorre  los  es- 
pacios  del  firmamento?  jQai^n  no  ha  sido  influenciado  por 
aquella  luz?  ^Qui^n  no  ha  pensado  en  su  amante?  ^Qui^n  no 
ha  record  ado  los  seres  a  quienes  ha  querido?  jQui^n  no  ha 
fijado  su  vUtsi  en  los  sepulcros?  iQiiia  no  ha  ido  recorrien- 
do  las  horas  de  su  ya  pasada  existencia?  jQaiSn  no  piensa 
en  el  pasado  y  eu  el  porvenir?  jQai^a  no  e^hoi  una  miraijla 


S#8  fioi  noiiMi  ML  tvtUMk 

a  la  eternidad,  al  infinito?  ^Qai^n  no  se  arroba  en  la  vagne- 
dad  inmeDsa  y  oscnra  de  este  todo  qne  nos  es  dado  contem- 
plar  sin  jamas  definir  caando  se  mira  al  cielo  y  ve  ala  lana 
recorrer  con  veloz  carrera  el  campo  espacioso  del  firma- 
mento. 

Era,  paes,  una  de  esas  nocbes  de  Inna,  decimos,  que  Lni- 
sa,  entregada  a  sns  pensamientos  y  completamente  absor- 
bida  por  sas  ideas,  no  habia  visto  a  Gaillermo,  que  se  habia 
detenido  a  corta  distancia  y  a  la  sombra  de  an  drbol  que 
ocultdndolo  le  permitia  contemplar  aqaella  hermosfsima 
mnjer,  cuyas  gracias  y  cnya  tristeza  realzaban  los  p&lidos 
rayos  de  la  Inna. 

En  efecto,  no  parecia  Lnisa  an  ser  de  este  mundo:  era 
mas  bien  una  aparicion  bellisima,  una  hada  misteriosa  j 
simpdtica,  la  hurl  invisible  y  ehcantadora  de  aquel  solitario 
paraiso  donde  ella  yivia  y  a  quien  ella  animaba  con  su  pre- 
sencia;  y  a  tal  punto  producia  aquella  ilusion,  que  Guiller- 
mo  mismo  creia  encontrar  mas  monumental  el  elegante  y 
sencillo  pabellon,  mas  fragantes  las  Acres  que  lo  rodeaban, 
mas  suave  y  delicioso  el  aire  que  banaba  aquel  recinto. 

Luisa,  sentada  en  una  de  esas  poltronas  de  junco  que  nos 

vienen  de  la  India,  y  vestida  completamente  de  negro,  te- 

'  nia  su  cabeza  neglijentemente  reclinada  en  el  respaldo  de 

la  silla,  siguiendo  sas  grandes  y  rasgados  ojos  medio  vela- 

dos  por  sus  largas  pestanas,  el  rdpido  curso  de  la  luna. 

Guillermo  estaba  absorto...  era  feliz ..  y  se  gozaba  en  su 
dicha  al  considerarse  ^nico  daefio  de  aquel  finjel,  y  lo  que 
es  mas  que  un  ^ojel,  de  una  inojer  realmente'divina.  Yo  soi 
8u  esposo,  decia  entre  si  mismo;  ella  me  pertenece  comple- 
tamente; no  hai  nada  en  el  mundo  que  pueda  separarnos. 
Ella  con  sus  caricias  me  hard  olvidar...  jOlvidar!  Y  al  pro- 
nunciar  esta  palahra,  un  pensamiento  desgarrador  debi6 
cruzar  por  su  imajinacion,  porque  su  semblante  se  alter6 
considerablemente,  y  esa  contraccion  nerviosa  de  sus  faccio- 
nes  represeut6  a  la  vez  el  miedo  y  el  odio,  la  deaesperacioii 


IM  890BIT08  DKL  FUXBLO;  309 

7  la  esperanza  que  sin  duda  sentia  Gaillermo  en  sa  in- 
terior. 

Lnisa,  dejando  en  ese  mismo  instante  sn  asiento,  86  arro* 
dill6, 7  con  sus  manos  puestas  sobre  el  pecho,  como  en  acti* 
tnd  de  orar,  esclaai6  con  trUte  acento: 

— Dios  mio,  protejedio,  salvadlo,  hacedlo  dichoso,  7a  qne 
70  no  pnedo  serlo! 

Gaillermo  cre76  que  aqaella  esclamacion  Re  referia  a  ^I, 
qne  aqutj'lla  siplica  ^  era  por  ^I,  7  corri6  Mcia  Luisa,  di- 
ci^ndole: 

— S  >i  dichoso,  mni  dichosd,  alma  mia!  jC6mo  pnede  ser 
desgraciado  an  hombre  a  ta  lado?  jY  qn^  penas  no  eres  t& 
sola  capaz  de  borrar  por  completo?  Yo  tengo  mis  pesares, 
es  verdad,  pero  t&  los  destrairds,  t4  los  cambiards  al  fin  en 
alegrias...  Si,  Lnisa,  tii  7  Dios  me  sanardn! 

La  sorpresa  impidi6  a  Laisa  el  contestar,  le  impidi6  has- 
ta  el  moverse  7  permanecer  por  algun  tiempo  en  la  misma 
actitad  en  que  se  encontraba,  teniendo  a  su  lado  a  Gailler- 
mo, qne  se  habia  arrodillado  como  ella,  apoder&ndose  de 
una  de  sus  manos. 

— ^Pensabas  en  mi,  qnerida  Lniaa,  ^no  es  verdad?  dijo  el 
apasionado  marido,  llevando  a  sus  labios  la  mano  que  tenia 
entre  las  8n7as. 

Luisa  la  retir6  como  asnstada,  mir&ndolo  con  estrafieza. 

Guillermo  atribu76  este  movimiento  a  ese  pudor  instinti- 
vo  de  la  mnjer  a  quien  los  primeros  halagos  le  son  hasta 
cierto  pnnto  penosos;  por  otra  parte,  ^1  creia,  como  7a  he- 
mes dicho,  que  habia  dejado  pasar  demasiado  tiempo  sin 
exijir  el  cumplimiento  de  las  obligaciones  de  esposa,  de 
manera  que  podia' esperimentar  algun  despecho  al  ver  su 
indiferencia;  pero  como  habia  resuelto  probarle  7a  de  que, 
lejos  de  indiferencia  sentia  amor,  sentia  no  solo  el  carifio 
del  alma,  no  solo  el  aprecio  7  la  admiracion,  no  solo  el  en- 
tusiasroo  por  su  belieza  moral,  sino  tambien  el  ardor  de  los 
aentidoB,  el  vebemente  deseo  del  goce,  la  delicia  de  la  pose- 


$10  Ml  mcKmm  dil  wmuk 

sioD,  que  viene  a  completarse  pop  el  raatrimonio,  trat6  de 
mostrarse  galante  y  de  pedir  rendido  los  iiltimos  favorea. 

La  persuasion  de  Gaillermo,  como  es  facil  de  concebirlo, 
no  la  habia  ni  aun  siquiera  imajinado  Luisa,  y  ajena  por 
completo  de  los  sentimientos  qoe  dominabaa  a  su  marido, 
lo  dejaba  decir,  ni  mas  ni  menos  como  si  no  compreadiera 
la  significacion  de  las  palabras;  y  asi  era  en  efecto,  pues 
Lnisa  oia  un  murmullo  que  no  descifraba,  voces  cuya  sig- 
nificacion no  estaban  a  su  alcance;  sin  embargo,  no  le  agra- 
daban  aquellas  espresiones  y  se  esquivaba  por  instinto  de 
aquellos  halagos  que  no  eran  del  todo  exijentes  pero  que 
cualquiera  otra  habria  comprendido,  porque  revelaban  en 
parte  una  intencion  determinada,  porqae  a  pesar  del  velo 
con  que  iban  envaeltos,  manifeataban  un  propdsito,  un  fin 
dcterminadb. 

Luisa,  que  no  queria  sin  duda  profanar  aqnel  sitio  en  que 
habia  evocado  a  sus  padres  y  a  su  tia,  rogando  talvez  por 
su  amante,  dijo  a  su  marido: 

— En  este  lagar  solo  me  encuentro  bien  cnando  estoi  ais- 
lada,  cuando  no  me  ve  nadie,  cuando  me  recojo  en  mi  inte- 
rior para  pensar  en  los  demas  y  pedirle  a  Dios  por  los  seres 
que  he  amado  y  que  continAo  amando. 

— ^Y  no  es  verdad  que  yo  no  era  indiferente  a  tu  ora- 
cion? 

— Te  lo  confieso:  no  he  pensado  en  ti. 

— jY  por  qui^n  decias  entonces  que  lo  protejiera  y  que 
lo  sal  vara  Dios? 

— Por  los  de?graciados,  por  los  que  padecen... 

— jPero  yo  lo  sot,  Luisa!  |Si  supieras  cu&nto  he  tenido 
que  sufrir  y  cuanto  sufro!  Si  conocierai^  mi  vida  desde  hace 
algun  tiempo,  estoi  seguro  que  me  compndecerias! 

— Yo  tengo  compasion,  amigo  mio,  dijo  Luisa  a'go  enter- 
necida,fporque  el  acento  de  Gaillerrao  era  depg^uradqr;  yo 
tengo  siempre  compasion  por  todos  los  que  sutVen,  pero  en 
tl  no  veo  motives  para  ese  sufrimiento.  T^i  eres  rico,  eres 


urn  ascnuBTot  mo.  FUXBLOii  31;L  , 

conaiderado,  ocnpas  nn  Ingar  distingaido,  tienes  satisfecliaa 
todas  tus  uecesidade^,  estds  libre,  completaraente  libre,  y 
puedes  aspirar  a  las  diguidades  y  a  los  honore-;  imientraB 
que  otros! ..  Pero  ya  te  he  dicho:  dejemos  este  lugar,  que  no 
quiero  profanar  con  conversaciones  estranas  a  mis  senti- 
mientos,  porque  es  aqui  el  sitio  donde  consagro  a  mis. re* 
cuerdos  toda  mi  alma. 

Y  Luisa  se  p3r6  y  entr6  en  su  pabellon,  a  donde  lasigui6 
Guillermo,  sentaudoae  en  el  mismo  sofa  que  ella. 

El  j6ven  continu6: 

— Si  tienes  compasion  de  los  que  padecen,  debes  tenerla 
por  mf. 

— Pero  id  posees  cuanto  puede  apetecer  el  hombre  mas 
exijente  de  este  mundo. 

— Sin  embargo,  no  tengo  tu  afecto,  mi  adorada  esposa,  y 
este  es  mi  supremo  bien! 

Guillermo  creia  lo  contrario,  pero  se  hacia  el  inocente  para 
que  Luisa  le  dijera:  'Te  amo,  amigo  mio." 

Luisa,  sin  embargo,  gaard6  silencio. 

— jNo  me  respondes?  continuo  Guillermo.  Te  he  ofendido 
acaso?  Dimelo  y  te  pedir6  perdon  de  rodillas. 

— Creo  que  no  me  has  ofendido  nunca;  pero  aun  cuando 
sucediera,  no  me  costaria  mucho  perdonarte... 

Habia  tal  naturalidad  en  la  palabra  y  en  la  espresion  de 
la  fisonomia  de  Luisa,  al  mismo  tiempo  que  tan  fria  indife- 
rencia,  que  Guillermo  la  mir6  sorprendido  y  le  pregunto: 

— ^Me  habr^  equivocado? 

— Yo  no  6^  sobre  qu^  punto,  amigo  mio;  creo  que  hasta 
ahora  no  hemos  discutido  ninguno. 

— jQu^!  iNo  hablaraos  de  nuestras  relaciones?  El  vinculo 
que  nos  una  es  acnso  insignificafite? 

— Segun  la  manera  como  se  consider^. 

— jLuisa!  ]\Ii  qneridn  Luis-j!  esclamo  Giiillermo,  ('^lerapre 
con  la  |)er8nasion  de  cjue  sa  demora  en  declararse  lo  habia 
perjudicado,  y  que  era  ol  rc^entimieato  el  que  obraba  en  e^a 


majer,  reflentimiento  tanto  mayor  c  lanto  que  ella  dehia 
coDfriilpiaree  hermosa,  y  por  oin^^ioraieiit*?  <li^fia  de  todc»8 
los  arata  mien  tog  y  acree«lora  a  todsLs  las  maiiife«tacioDe«<,} 
yo  U-  amo,  amiga  mta,  y  no  sido  de  ahom,  siiio  desde  ma-, 
cho  tiempo,  desde  machos  a&u^,  desle  la  primera  vvz  que 
tc  vf . .. 

—  Lo  qne  no  teha  impedido  querer  a  raacba«,  rj«pondi6 
Laisa  con  neglijencia. 

— Ah!  mi  adtirada  espo^a,  esos  han  sido  meros  pasatiem- 
poa,  lijeros  desearrios  de  la  juventad. 

—  Yo  creia  y  creo  todaria  qae  las  afecciones  no  son  ana 
coaa  con  qoe  se  jaeg»;  qae  el  amor  es  an  sentimiento  santo 
y  qae  ana  vez  qae  ae  ha  apoderado  de  nosotras  debe  Uenar 
entera  y  esclnsiyamente  naeetra  existenda. 

— ^Asi  es,  Laisa,  y  asi  me  sacede:  yo  no  pienso  mas  qae 
en  tf,  no  vivo  sino  en  t{  y  por  tf.. . 

T  Gailiermo,  arrodillado  delante  de  sa  majer  en  ana  ac- 
titad  saplicante  y  apasionada,  la  miraba  con  ojos  Uenos  de 
faego,  con  ojos  qae  obligaron  a  Laisa  a  bajar  los  sayos. 

El  marido  se  crey6  vencedor,  pn^  el  hecho  de  desviar 
la  vista  era  ana  prneba  ineqafvoca  de  sa  trianfo;  al  menos 
este  era  an  signo  infalible  en  concepto  del  Lovelace  santia- 
gnino,  y  sa  ciencia  de  sedactor,  y  de  sedactor  feliz,  no  po- 
dia engafiarse;  asi  es  qae  se  abalanz6  hdcia  ella  en  la  fotima 
persaasion  de  qae  estaba  ganada  la  victoria,  y  trato  de  darla 
an  beso.  » 

Laisa  de8vi6  sa  cara,  y  pardndose  de  sa  asiento,  dijo  a  sa 
marido: 

— Caballero,  yo  creia  qae  se  debiera  tener  con  ana  setlo- 
rita  mayor  respeto  y  mayores  consideraciones. 

— ^Pero  en  qa^  te  he  faltado,  injel  mio?  iPiensas  qae  an 
beso  es  de  tanta  trascendencia  entre  esposos?  Pero  ya  se  ve: 
como  este  es  el  primero,  es  mai  nataral  que  te  escases. 

— {El  primerol  No  existir^  ni  el  primero  ni  el  Ultimo, 
por<]lue  no  existirft  niogano. 


LOS  tmmmoM  i^wl  vwjom.  SIS 

— jN'rignno!  jninguno!  dijo  Gaillermo,  abaadonando  la 
poMcion  ijae  t^Dia  y  ruui  sorprendido  de  las  palabras  qae 
h^bia  protiuiiciado  so  mujer.  iNingaao!  repitid.  jC6mo  es 
esto,  IrJH  mia? 

—  jCoin'*!  Como  usted  lo  ha  oido,  caballero. 

Y  la  voz,  y  el  semblante  y  el  adenaaa  de  Luisa  erareanel- 
to,  iinperativo,  absoluto:  se  conocia  una  voluntad  en^rjica, 
dtndidf*,  invariable. 

La  sorpresa  de  Gaillermo  fu^  inmensa:  caia  desde  los 
cielos  a  la  tierra,  del  coLveocimieato  al  desengailo,  de  la 
persuasion  intima  y  deliciosamente  embriagadora  de  eer 
amado,  al  desconsuelo,  al  abismo  doloroso  de  no  serlo,  y  el 
de8pecho  y  la  desesperacion  se  apoderaron  de  ^1,  hasta  el 
,  punto  de  no  encontrar  nada  que  decir,  nada  que  replicar,  y 
cay6  en  tierra  como  herido  de  un  rayo:  el  rayo  agudo,  te- 
rrible y  esterminador  del  remordimiento. 

En  efecto,  Guillermo,  en  aquel  mismo  momento,  habia  re- 
cordado,  a  Mercedes. ..  Las  dos  linicas  mujeres  a  quienea 
habia  anaado  en  Ja  vida  lo  despreciaban,  y  se  habia  visto 
obligado,  para  entrar  en  posesion  de  ambas,  a  hacer  el  mal; 
a  la  una  le  habia  dado  un  narc6tico  para  conseguir  una 
.  victoria  que  era  mas  bien  una  derrota;  y  una  derrota  espan- 
tosa  por  8U8  consecuencias  fanestas;  a  la  otra  le  habia  dado 
su  mano,  la  habia  Uevado  al  altar,  era  su  esposa  delante  de 
los  hombrea  y  talvez  delante  de  Dios,  ;y  lo  repudiaba!  j Y 
tenia  solo  el  tftulo  de  marido  sin  tener  la  posesion,  sin  te* 
ner  el  goce,  sin  siquiera  alcanzar  la  piedad  que  se  debe  a 
los  desgraciados! 

Pero  Guillermo,  lamentdndose  de  su  suerte,  no  considera- 
ba  su  culpa.  Lloraba  su  desgracia,  como  le  sucede  a  todo 
ser  egoista,  sin  contemplar  demasiado  su  orijen,  y  creia  que 
debia  tenerselt  compasion  por  bus  sofrimientos,  cuando  61 
era  el  que  habia  sacrificado  la  inocencia.  Sin  embargo,  el 
remordimiento  habia  hecho  en  61  surcos  es  pantosos  y  con- 
tinuaba  deegarrando  su  alma,  y  cada  vez  que  recibia  uno 


de  estoft  deseogafios,  sa  herida,  rq  profaoda,  sa  incurable 
herida^  vertiasangre  como  en  el  primer  dia^  como  en  el  mo* 
mento  fatal  en  que  la  habia  recibido. . . 

VI. 

Laisa,  ignoranio  de  lo  que  pasaba  en  el  interior  de  an 
marido,  porqae  no  coaocia  sas  acto3,  t^ivo  compasion  y  se 
acerc6  a  ^l  pira  leraatarlo,  repreadi^adose  a  si  mianna  de 
sn  dareza,  ana  caaado  tenia  el  prop6dito  de  no  transijir  ja- 
mas, de  no  contrariar  naoca  la  determinacion  qne  se  habia 
formado  desde  ua'principio;  es  decir,  qne  obddeciendo  asa 
madre  no  seria  iafiel  a  sa  amor,  no  traicionaria  a  Enriqne, 
J  e&ta  idea,  concebida  en  an  principio,  U  consolid6  la  carta 
de  sa  tia,  con  la  revelacion  de  ana  vida  tan  Uena  de  dolo* 
res,  cau-^ados  principaltnente  por  el  padre  de  nn  hombre  a 
qniea  ella  se  en.K>ntraba  fdtalmente  nnida  de  an  modo  irre- 
mediable. 

Ynelto  en  si  Gaillermo,  encontr6  a  Lnisa  a  sn  lado,  qne  lo 
miraba  con  compasion  prodig^ndole  sas  caidados,  y  le  dijo 
con  despecho: 

— Valiera  mas  qae  me  abandonases  a  mi  snerte;  soi  des- 
graciado. .,  moi  desgraciado. 

— Ese  es  an  titalo  para  mi,  Gaillermo,  y  este  hecho  s61o 
basta  para  qae  yo  no  te  deje. 

— ^Entonces  eres  mia? 

— ^No  estamos  liga<los  por  un  vlncnlo?  Yo  debo  cnmplir 
la  volantad  de  mi  madre  y  creo  an  deber  mio  no  abandonar 
a  mi  esposo. 

— Lui^h!  Luisa!  no  me  bagas  concebir  esperanzas.  •• 

— jE^peranzih!  jDeqae? 

—  jDe  qu^!  jY  me  lo  pregantas!  4N0  sabes  qne  te  adore) 
— l^uede  feer. 

—  jCon  qn^  indiferencia  dices  ese  pvede  aerl 

«"-Yo  no  sol  dui^&a,  amigo  mio,  de  los  sentimientos  de  los 


L08  mCBROB'  DBZi  WWBUK  SIS 

demas,  sido  de  los  mios;  pero  dime:  ^por  qui  padeces?  jPor 
qxii  sufr^s? 

— jPor  qu6  padezco!  ^Lo  ignoras? 

— Corapletamente. 

— Ah!  Padezco  por...  padezco  porqne  veo  que  no  me 
amrs! 

'  Y  Gaillcrrao  volvio  a  apoderarse  de  ana  mano  de  Lnisa, 
que  6sta  le  abandon6  sin  oponer  resistencia. 

— iTienes  algo  que  te  isttormente  a  mals  de  lo  Ultimo? 

Guillerroo  mir6  a  su  mujer  como  espantado  y  queriendo 
leer  en  la  fisonomia  de  Luisa  el  pensamiento  que  la  ocupa- 
ba;  pero  se  tranquilizo  al  ver  aquella  cara  inj^nua  que  no 
revelaba  ni  la  sombra  de  una  sospecba,  y  le  conte8t6: 

— Nada,  nada  mas  que  lo  liltimo. 

— Yo  no  qaiero,  Guillermo,  exaaperarte;  pero  creo  de  mi 
deber  ser  franc^^,  completamente  franca. 

— jQue  delicia,  Luisa!  La  fracqueza  entre  marido  y  mu- 
jer es  el  lazo  mas  fuerte  que  el  vinculo,  es  la  prueba  mas 
evidente  del  carino;  con  que  agi,  hija  mia,  habla:  toda  mi 
vida  esta  pendiente  de  tus  hermosos  labios. 

Luisa  volvi6  a  mirarlo  con  compasion  y  le  apret6  lijera- 
mente  la  mano. 

Guillermo,  sintiendo  esta  insinuacion,  que,  segun^l,  era 
una  manifestacion  t^cita  de  carifio,  repiti6: 

— Hibia,  mi  adorada,  Luisa,  y  haz  para  siempre  feliz  a 
un  desgraciado. 

— OjfilA  pildiera,  amigo  mio. 

— ^Ten  la  segtiridad,  tenia,  Luisa,  de  que  me  hards  di- 
choso,  para  sieltopre  dichoso. 

— Sabea,  Guillermo,  que  me  haces  sufiir? 

—  jYo  h  icerte  sufrir!  ^Por  qu^?  jMo  es-bastante  mi  amor? 
^,Q  lieres  (]ue  te  idolatre?  Pues  bien:  iii  eres  mi  delicia,  mi 
D\o?y  mi  todo. 

La  ilusion  de  Ber  amado  liabia  vuelto  loco  a  Gui- 
llermo. 


316 

Laisa  se  contavo;  temi6  herir  de  maerte  aqnel  corazon  y 
66  call6. 

— Prosigae,  prosigae,  hija  mia;  ten  confianza  en  tn  mari- 
do,  en  tn  amante;  prosigae  como  habias  principiado;  dime 
con  franqaeza  lo  que  sientes:  dimelo,  porqne  de  otra  mane- 
ra  sofrir^  lo  que  \ii  no  poedes  imajinarte:  teodrd  dndaa. 

— La  dnda,  la  incertidambre  vale  en  algonaa  ocMionea 
mad  qae  la  realidad. 

— Nanca,  nanca,  Lnisa;  70  prefiero  a  todo  ana  sitnacion 
conocida,  franca,  aan  cnando  sea  penosa. 

— Yo  tambien  aoi  de  la  misma  opinion. 

— |Y  entonces! 

— Es  que. . . 

— Hazme  de  una  vez  feliz  o  deagraciado. 

— Ni  lo  nno  ni  lo  otro,  amigo  mio;  pero  podemos  gosar 
de  tranqnilidad,  de  paz,  de  armonia;  es  dedr  qae  podemos 
ser  hasta  cierto  panto  dichosos. 

— Lo  seremos  por  complete,  no  lo  dudes. 

— jPor  complete!  Yo  no  lo  ser^  nunca. 

— Lo  eer^s  7  mi  gloria  7  mi  dicha  entera  dependerin  de 
la  tu7a;  porque  70  no  podria  ser  feliz  siendo  tk  desgraciada. 

— ]¥  sin  embargo  asi  ser^!  Pero  tendr^  al  menos  la  sa- 
tisfaccion  de  no  haber  contribuido  en  lo  menor  a  la  desgra- 
cia  ajena. 

— Vamos,  Luisa,  esplicate  de  [una  ve^  7a  eonoces  mis 
sentimientos,  habla. 

— Son  esos  mismos  sentimientos  los  que  me  hacen  cidlar. 

— lC6mo!  jMi  amor,  mi  adoracion  te  imponen  silencio? 

— ^Esa  es  la  verdad;  ^quieres  Gaillermo  que  seamos  ami« 
gos  7  amigos  para  siempre? 

— |Lo  dudas,  hija  mia! 

— Pues  bien;  no  me  ames. 

— jNo  amarte!  ]No  amar  a  mi  esposal  )Qn4  as  lo  que  me 
pides? 

— Lo  que  07es, 


XM  iSaMBOS  DlL  MliLOb  Sl7 

— Pero  esto  es  nn  imposible;  e^to  e^ti  en  contra  de  la  na. 
taraleza,  en  contra  de  mis  afectos,  en  contra  de  mi  deber. 
iC6mo  qniel*e8  qne  obre? 

— -Dejemos  esta  conversacion,  G-aillermo;  dej^mosla  para 
otro  dia.  Ahora  te  encaentras  demasiado  exaltado,  y  temo... 
temo  hacerte.mal... 

— ^No;  qniero  vivir  o  qniero^  morir  en  este  momento:  es 
indispensable  que  me  digas  lo  que  sientes,  pnes  estoi  resnel- 
to  a  hacer  efectivos  hoi  mismo  mis  derechos  de  esposo. 

Laisa  compreadid  lo  qae  significaban  aqaellas  palabras, 
7  se  estremeci6;  pero  sa  resolacion  estaba  tomada,  y  dijo  a 
Gaillermo: 

—Jamas.., 

— {JamasI  {Entonces  no  me  amas? 

—No. 

— jY  por  qn6  te  nniste  a  mi? 

— Por  obediencia;  pero  aun  podemos,  si  no  vivir  feliceSi 
al  menos  vivir  tranqailos,  Gnillermo:  te  he  ofrecido  mi 
amistad;  ^la  aceptas? 

— jTa  amistad!  ^Piensas  qae  yo  estoi  soHando?  jCrees  quo 
estoi  loco?  {Te  figuras  que  soi  un  babieca?  {Me  tomas  por 
nno  de  esos  maridos  fiiciles  qne  se  prestan  a  todo?  No;  yo  u6 
lo  que  me  corresponde;  yo  s^  como  debo  de  obrar. . . 

— Obra  como  quieras,  contest6  Luisa  con  calma;  yo  tam- 
bien  tengo  mi  determinacion  y  nadie  me  hard  variar  de 
el  la. 

— jNadiel  Advierte  que  soi  el  dueflo^  que  soi  el  amo,  que 
me  debes  obediencia,  que  puedo  dispoaer  de  ti  como  se  me 
antoje,  porque  la  relijion,  porque  la  iglesia,  porque  la  socie- 
dad,  porque  las  leyes  divinas  y  humanas  me  autorizan,  me 
dan  la  facultad  de  obrar  y  de  obrar  a  mi  antojo,  de  dispo- 
ner,  en  una  palabra,  de  mi  propiedad,  pues  la  mujer  esja 
esclava  del  marido. 

— No  hai  mas  poder  que  la  voluntad,  respondi6  Luisa 
Bonri^ndose  tristemente;  y  en  seguida  afiadid:  pero,  Guiller^ 


mo,  DO  te  cz^Ues,  no  te  estravie-i,  sigae  mi  coasejo  y  vivi- 
remos  tranquilos. 

— iK^  rimi  carioso  lo  que  td  me  propones!  jA.  qn4  ^i^ne 
a  qnedar  redaciJa  entonces  laaatoridad  del  miridol  Yo  no 
transijo:  ea  pr^H^Iso  qae  obedezcas,  y  obedecei^s. 

vn. 

En  ese  mismo  inatante,  y  acabando  Gaillermo  de  pronnn- 
ciar  esaa  palabra^,  qae  sin  dada  Uegaron  hasta  d(>na  Por&ra, 
apareci6  ^sta  en  la  babitacion  de  Laisa,  con  aire  majestnoso 
y  severe:  era  la  diosa  de  la  justicia,  qae  sin  dada  iba  a  pro- 
nnnciar  el  liltimo  fallo. 

— Me  gasta  verloa  a  nstedes  en  rqlaciones  tan  intimas, 
hijosmios.  jSer^  yo  acaso  importana?  dijo  dofia  Porfira  con- 
snltando  el  semblante  de  los  dos  esposos;  y  en  segaida,  como 
si  hnbiera  comprendido  de  lo  qae  se  trataba,  como  si  ba- 
biera  adivinado  la  sitnacion  en  qae  se  encontraba  sn  hijo, 
afiadi6: 

— ^Me  parece  qae  soi  necesaria.  Ustedes  deben  tener  al- 
gnnas  dificnltades  y  no  hai  como  las  madres  para  resolver- 
lasi,  porqae  nnestra  esperiencia  y  nnestro  cari&o  todo  lo 
allanan. 

— Hai  cosas,  sin  embargo,  sefiora,  contest6  Laisa,  en  qae 
la  intervencion  es  ineficaz,  iniitil  y  qaizd  perniciosa. 

DoBa  Porfira  francio  el  entrecefio  y  Gaillermo  respondi6: 

— Mi  madre  tiene  razon,  y  dobJemente  razon  cnando  nos 
ocapamos  de  nn  asonto  qae,  aan  concerni^ndonos  a  noso- 
tros,  le  afecta  tambien  a  ella. 

Y  Gaillermo  esplic6  a  dona  Porfira  el  estado  de  la  dvsca* 
sion  caando  ella  llegaba. 

DoSa  Porfira  refiexion6,  mirando  alternativamente  a  sn 
hijo  y  a  sa  naera,  y  en  segaida  dijo: 

— jCaestion  de  jovenes!  Laego  se  allanard.  No  te  apures, 
Gaillermo:  las  cosas  vendr&n  por  si  mismas. 


fM  tl0inO6  DSL  FUBLO.  S19 

El  carrain  del  rubor,  y  talvez  ua  sentimiento  mas  fuerte, 
sc  pint6  instantAneam^nte  en  el  semblaate  de  la  pura  y  de- 
licada  nifia,  que  contest6  en  el  acto: 

— He  dicho,  sefiora,  que  jamas^  y  vuelvo  a  repetir  lo 
mismo. 

— Yo  conozco,  hija  mia,  el  corazon  humano,  agreg6  doQa 
Porfira,  y  s^  por  esperiencia  a  lo  que  se  reducea  esos  pro* 
p6sitos. 

— Usted  conocerd,  seBora,  el  corazon  humano;  pero  pue- 
do  asegurarle  que  no  conoce  el  mio,  porque  bo  equivoca 
completamente. 

Dona  Porfira  se  sonri6,  respondiendo  estas  dos  palabras: 

— Ya  veremos.  Si  tu  marido  sabe  conducirse.,. 

— Yo  le  he  ofrecido,  senora,  mi  amistad,  y  vuelvo  nueva- 
mente  a  hacerle  la  misma  propnesta;  de  consiguiente,  estoi 
persuadida  que  la  falta  estd  en  ^1  y  no  en  ml. 

— Mi  hijo  hace  mal  en  no  aceptar*tu  proposicion,  porque 
lo  otro  vendr^  mas  tarde...  Pero  yo  no  he  visto  seres  mas 
tontos  que  los  enamorados;  y  Gaillermo,  como  todos,  paga 
sn  tributo;  mas  al  fin  conseguir^  todo  lo  que  quiera  y  todo 
aquello  a  que  estd  lejftimamente  autorizado« 

— Creia,  sefiora,  que  usted  seria  de  mi  opinion,  porque 
entre  las  mujeres  me  parece  que  debe  existir  cierta  afinidad 
de  sentimientos,  defandiendo  una  misma  causa,  cualesquiera 
que  sean  los  accidentes  que  obran  en  nosotros. 

— Yo  no  conozco  mas  que  una  sola  lei:  la  obediencia  pa- 
siva  a  la  voluntad  del  marido,  pues  a  ella  me  he  sometido 
siempre  y  a  el'a  creo  que  deben  someterse  las  personas  que 
quieran  obrar  con  cordnra. 

— {Y  cuando  el  marido  no  tiene  razon  tambien  estamos 
obligadas  a  obedecer  lo  que  &.  manda,  a  acatar  lo  que  ^i  dice? 

— Una  no  debe  juzgar,  porque  es  mas  fficil  que  nosotras 
nos  equivoquemos  que  los  bombres. 

-^Puede  ser,  sefiora^  pero  habrd  veces  en  que  ellos  seau 
los  engafiados. 


MO 

— Sf,  pero  el  major  partido  es  Iiaeer  lo  qoe  le  dicen,  por- 
qne  asi  se  liberta  do  error. 

— *To  no  abdicard  jamas  de  mi  rason. 

— Te  preparas  entonces  a  machos  sinsabores;  porque, 
contrariando  al  marido,  te  contrarias  a  U  misma,  7  es  mas 
prndente  ceder  voluotariameote  que  ceder  por  la  faerza, 
poes  el  marido  tiene  la  autoridad,  es  el  qae  manda  7  de  una 
manera  o  de  otra  hai  que  obedecerle. 

— Segno  esto,  sefiora,  el  matrimonio  es  la  esclavitnd,  7  70 
no  he  nacido  para  ser  sierva. 

— ^Una  es  siempre  esclava  de  sos  deberes,  de  sns  obliga- 
clones,  hija  mia,  7  es  preciso  soportar  el  7ngo:  este  es  el  rol 
de  la  majer,  esta  es  la  condicion  en  qne  nos  ha  colocado 
Dios. 

— Bien  triste  es,  senora,  pero  70  no  la  acepto,  o  dird  mas 
bien,  no  creo  qne  Dios  nos  ha7a  dado  ese  destine. 

— Y  no  tan  solo  Dios,  sino  los  hombres  qae  han  inter- 
pretado  sn  voluntad,  estableciendo  Ie7e8  en  conformidad  a 
las  prescripciones  del  Sefior. 

— {Las  prescripciones  del  Sefior!  ^Ha  ordenado  Dios  qne 
la  mnjer  no  sea  digna?  ^Ha  qnerido  qae  sea  solo  an  instrn- 
mento,  un  antdmata,  an  jagaete  en  manos  del  hombre?  No, 
sefiora;  70  tengo  ana  creencia  mai  distinta  respecto  al  rol 
de  la  mnjer:  la  qae  esti  Uamada  para  formar  el  corazon  del 
hombre,  debe  ser  digna;  la  qae  lo  condaee  en  los  primeros 
pasos  de  la  vida,  debe  ser  libre;  la  qae  lo  acompafia  en  toda 
sa  carrera,  debe  ser  faerte;  la  qae  es  &rbitra  de  sos  goces, 
debe  ser  indepeodieote;  la  que  mitiga  7  eodolza  sos  sofri- 
mieotos,  debe  teoer  volaotad  propia,  accioo  pVopia,  r^zon 
propia:  el  matrimonio  no  es  la  esclavitad,  sioo  la  asociacion; 
no  es  la  dependencia,  sino  la  onion  saota  7  feconda  de  dos 
intelijencias  para  formar  ona  sola  intelijencia,  de  dos  afectos 
para  formar  on  solo  afecto,  de  dos  seres  distintos  que  ^e  com- 
pletan  a  si  mismos  para  marcbar  a  on  solo  destino,  a  no  solo 
fin,  al  fin  7  al  destino  para  qae  han  sido  creados:  asi  es  como 


I 

70  concibo  el  matrimonio  y  asi  me  parece  comb  Dios  debe 
haberlo  establecido. 

*— jMui  bien  mareharia  el  mundo  con  esas  teoriae!  Qa^ 
union,  qu^  6rden,  qu^  armonia  existiria  en  el  hogar  si  la 
mujer  fuera  indepeodiente  y  libre,  si  tuviera,  como  tii  di- 
ces, volnntad  propia,  razon  propia!  ^No  coinprendes,  no  vea 
que  de  esta  saerte  seria  imposible  la  exiatencia  de  la  fami- 
lia  y  aiiQ  la  existencia  de  la  sociedad  que  se  forma  de  ella? 

— a1  contrario,  seSora,  yo  no  paedo  concebir  6rden,  be- 
lleza,  m oralidad,  iotelijencia,  dicha,  goce,  armonia,  sin  la 
libertad  de  la  mujer;  si  le  quita  usted  esa  independencia, 
todo  cae  y  el  matrimonio  se  convierte  en  una  prostitucion 
indigna  que  degrada  al  hombre,  qae  llegaria  hasta  degra- 
dar  la  especie. 

— Dej^monos  de  teprias  y  vamos  a  la  prdlctica,  dijo  Gui- 
llermo,  porque  este  ea  el  mnjor  modo  de  cortar  la  cuestion: 
hace  mas  de  dos  meses,  senora,  qae  somos  casados  y  me 
parece  un  tiempo  sobrado.. . 

— Bien  dicho,  bien  dicho,  esclam6  do5a  Porfira,  y  me  ei- 
trafia*  macho  que  no  hayas  obrado  como  debieras. 

Luisa  mir6  a  la  madre  y  al  hijo  con  sorpreaa,  con  horror 
y  hasta  con  repugnancia;  pero  dominandose,  dijo  con  un 
aire  de  dignidad  qae  impuso  a  Guillermo: 

— Te  he  ofrecido  mi  amistad,  Gaillermo;  es  lo  iinico  que 
puedo  darte;  ac^ptala  por  tu  bien  propio,  pero  no  quieras 
ir  mas  adelante. 

— jTu  amistad!  Estd  bien;  ipero  qui^n  me  impedir&  lo 
demas? 

-— T6  mismo,  amigo  mio;  ta  propia  dignidad  te  retendrd^ 

—  jMi  diguidad!  ^Y  pierdo  acaso  mi  dignidad  por  exijir 
lo  que  u^e  pertenece  de  derecho? 

— ^Qa^  es  lo  que  te  pertenece  de  derecho? 

— jLo  ignorab!  Pa^s  sdbelo  de  una  vez:  lo  que  me  perte- 
nece de  derecho  eres  til. 

r-Y  no  tan  solo  es  un  derecho,  interrumpid  dofia  Porfira, 


322  um  iMnuROi  pil  fumbx/}. 

sine  an  precepto,  hija  mia,  nn  precepto  de  cuestra  santa 
relijioD,  que  lo  ordeua  terminaDtemente  a  los  esposos. 

Luisa  casi  no  daba  crSdito  a  lo  qne  oia,  y  tan  ruborizada 
como  escandalizada,  se  ocnlt6  el  rostro. 

— Constltalo  cuando  qui  eras,  amiga  mia,  con  tu  confe- 
8or,  y  ver^s  que  lo  qne  te  digo  es  la  verdad,  afiadi6  dofia 
Porfira. 

— Paes  yo,  repuso  Luisa  con  enerjia,  no  acordarS  nnnca 
tal  derecho  ni  creer^  jamas  en  tal  precepto. 

— Pues  harias  mal,  porque  sin  que  t&  lo  acordases  pnede 
y  debe  tu  marido  tomarlo,  y  pecarias  mortalmente  faltando 
a  un  mandato  de  la  Iglesia. 

— Yo  creo,  Guillermo,  replied  Luisa,  sin  mirar  siquiera  a 
dofia  Porfira,  porque  le  habia  causado  horror;  yo  creo  que 
t&  no  participards  de  tales  opiniones,  a  pesar  de  lo  que  has 
dicho,  pues  no  puedo  suponer  que  al  menos  no  seas  caballe- 
ro;  y  un  caballero  nujica  obra  en  contra  de  la  voluntad  de 
una  mujer,  nunca  la  considera  y  se  considera  tan  indigno, 
nunca  la  degrada  y  se  degrada  hasta  ese  punto,  porque  esa 
es  uua  exijencia  que  envuelve  la  corrupcion  mas  espantosa, 
la  prostitucion,  y  no  puedes  td  haber  Uegado  alii,  ni  puedes 
pensar  ni  exijir  que  yo  llegue. 

Habia  tanta  dignidad,  tanta  entereza,  tanta  justicia  en  lo 
que  decia  Luisa,  que  Guillermo  no  reapondid  palabra;  pero 
dofia  Porfira  tom6  su  defensa  y  atac6  a  su  nuera  con  vehe- 
mencia,  reprochando  a  su  hijo  su  pusil^nime  condescen- 
dencia. 

Alentado  Guillermo  con  la  peroracion  de  su  madre  y  cre- 
yendo  a  su  mujer  vencida,  porque  no  habia  contestado,  se 
atrevi6  a  decir: 

— Cede,  Luisa,  cede  a  la  razon...  cede  a  mi  carifio...  Yo 
no  querria  violentarte...  Al  fin  ver&s  como  llegas  a  que- 
rerme ... 

---Jamas,  porque  amo  a  otro  y  me  conservarS  para  el 
que  amo  tan  pura  de  cuerpo  como  pura  de  espiritu^ 


Gaillermo  y  dofia  Porfira  quedaron  aterrados;  aqnella 
franqaeza  de  la  vlrjen  manifestaba  la  castidad  y  la  fuerza  de 
un  alma  superior,  de  un  alma  indomable. 

Pasado  esta  primera  impresion,  vino  el  faror.  Los  ojos  de 
Gaillermo  se  inyectaron  de  sangre  y  esclam6  con  una  voz 
de  traeno: 

— ]Me  has  engaSadoI  {For  qui  te  casaste  conmig6  si  ama- 
bas  a  otro?  Pero  yo  te  har<$  sufrir  inmensamente;  est^  en 
mi  poder ...  No  le  Uevar^  a  ta  amante  esa  pureza,  no;  yo 
te  har^  ceder ...  y  si  no  cedes . . .  har^  nso  de  la  violencia... 
estoi  en  mi  derecho ...  me  perteneces. 

— Y  yo,  dijo  a  su  turno  dofia  Porfira,  te  despojar^  de 
toda  la  fortuna. ..,  s&betelo:  yo  soi  la  &nica  daefia. ..  yo. . « 
No  desmientes  de  ta  orijen,  picarona. ..  ta  tia  la  monja,  la 
Santa  abadesa... 

— Basta  de  infamias,  basta...  Ahora  mismo  saldreis  de 
esta  casa,  raza  de  viboras . . .  ahora  mismo . . .  esclam6  Laisa 
Uena  de  justa  indigoaeion. 

Dofia  Porfira  se  8onri6  desdefiosamente. 

Gaillermo  se  abalanz6  hdcia  Laisa  poseido  de  an  vertigo 
espantoso:  era  ana  furia  en  vez  de  an  hombre. 

£1  solitario,  apareciendo  repentinamente  en  el  caarto,  con. 
tnvo  a  Gaillermo  con  an  brazo  vigoroso,  y  empaj&ndolo 
con  violencia,  le  dijo: 

— Eres  tan  miserable  y  tan  infame  como  tas  padres. 

Gaillermo  fa^  a  caer  a  caatro  pasos  de  diatancia,  perma- 
neciendo  alii  sin  levantarse. 

— jHas  maerto  a  mi  hijo!  esclamo  dofia  Porfira  faera  de 
si,  tratando  de  levantar  a  Gaillermo. 

- — Qui^n  sabe,  contest6  el  solitario  con  ana  serenidad  im^ 
ponente:  el  qne  mat6  al  padre  talvez  ha  sido  conservado 
para  matar  al  hijo. 

Dofia  Porfira  abri6  sds  ojos  desmesuradamente  como  qaien 
ve  a  an  espectro,  y  apenas  pronnncid  esta  4nica  espresion; 

— jUsted! 


324 

— ^Yo  mismo,  seSora:  yo  el  antigao  ooronel  don  Toribio 
de  Gozmao,  el  amigo  de  Eduardo,  del  padre  de  Lnisa  a 
qnien  nstedes  asesioaroD,  pretendieodo  ahora  haoer  lo  mis- 
ISO  con  la  bija.  To  conozco  todas  las  infainiascometidas  en- 
tonced  y  no  permitire  ni  permitira  Lai^a  que  se  repitan,  ya 
que  ba  tenido  la  magnanimiiad  de  no  decirles  a  nstedes 
nada;  pero  e^pan'o  de  ana  vez:  Luisa  estA  en  po9e>ion  de 
todos  los  d6CQmento3  qaejastifican  qae  es  ella  la  finica  y 
lejitima  beredera  de  toia  la  fortnaa  por  cnyo  interes  ban 
cometidu  nstedes  tantas  infamias;  y  para  que  nsted  se  con- 
venza  de  la  verdad,  pnede  abora  mismo  leer  la  carta  de  sor 
Ursnla  recibida  bace  pocos  dias  y  escrita  en  los  41timos 
momentos  de  esa  santa  mnjer,  sacrificada  por  nstedes. 

El  solitario  dej6  de  bablar,  pero  sin  apartar  sn  vista  de 
aqnel  cnadro  repagnante,  paes  las  desco  ipaestas  facciones 
de  Gaillermo  no  inspiraban  compasion  sino  nn  sentimiento 
distinto. 

Dofia  Porfira,  aunqae  no  babia  perdido  el  sentido,  estaba 
tanto  o  mas  aterrada  que  sn  bijo,  y  bnbiera  preferido  eien 
mil  veces  encontrarse  en  sn  estado  a  tener  qne  mirar  a 
aqnel  anciano  qae  se  le  aparecia  repentinamente  como  nn 
testigo  de  sns  .  faltas,  como  nn  jnez  Uamado  para  casti- 
garlas. 

Lnisa  dijo  al  solitario: 

— Tonga  nsted  compasion  de  ese  bombre  y  soc6rralo. 

Don  Toribio  de  Guzman  obedeci6  y  se  acerc6  pansada- 
mente  al  I  agar  en  que  se  encontraba  Gaillermo. 

Do&a  Poifira,  talvezinstintivamente,  tral6  de  cnbrir  asu 
bijo  con  sa  caerpo,  temi^ndo  que  el  qoe  babia  muerto  a  sn 
padre  no  hiciera  otro  tanto  con  el  de^icendiente. 

Pero  el  solitario,  comprendiendo  los  temofes  de  la  ma- 
dre,  le  dijo: 

— Talvez  valdria  mas  que  muriera;  pero  me  mandan  sal- 
varlo  y  lo  salvar^. 

Y  sin  esperar  respuesta  tom6  el  pnlso  al  jdven,  y  aacando 


X08  SIOABSFOB  DKL  FUtBUk  S2& 

de  sxx^  grandes  bolsillos  una  especie  de  cartera  llena  de  pe- 
que5(  8  instrume^ntos,  llam6  a  Luisa  dici^ndole: 

— Tiene  una  conjestioa  cerebral:  talvez  moriria  si  no  se 
sangrase;  este  es  el  unico  y  eficaz  remedio. 

Dona  Porfira  volvi6  a  m^rar  al  solitario,  raui  sorprendida 
de  la  calma  y  de  la  seguridad  con  que  hablaba  el  anciano, 
en  cuyas  faccionns  crey6  encontrar  alguna  sernejanza  con  el 
hombre  que  habia  conocido  en  otra  ^poca  y  en  aqnella  mis- 
ma  casa.  El  eentimiento  de  madre  se  sobrepnso  a  todo;  y  a 
pesar  de  su  temor  y  de  su  vergiienza,  dijo  al  solitario: 
— Sdlvelo  usted,  senor. 

— ^Talvez  hago  un  mal;  pero  yo  no  puedo  ni  debo  dejar 
morir  a  nadie  si  estd  en  mi  mano  evitarlo«  La  jasticia  de 
Dies  obrarfi  a  su  tiempo;  ;y  quien  sabe  si  este  no  es  su  prin- 
cipio,  porque  la  vida  suele  en  algunas  ocasiones  ser  mas  pa- 
nosa  que  la  muerte! 

E!  anciano  sangr6  a  Gaillermo,  que  no  tard6  mucbo  en 
volver  en  si,  mirando  a  su  alrededor  con  esa  curiosidad  del 
que  despierta  de  un  profundo  sueno  y  que  trata  de  recono- 
cer  el  lugar  donde  se  encuentra;  pero  apenas  se  dio  cuenta 
de  lo  sucedido,  apenas  le  vino  el  recuerdo  de  lo  que  habia 
hecho  y  dicho,  que  volvi6  a  cerrar  los  ojos  para  no  ver,  sin 
duda,  a  las  persooas  con  quienes  se  encontraba. 

El  solitario  contemplaba  a  Gaillermo  y  a  su  madre  sin 
decir  palabra.  La  fisonomia  de  este  hombre  era  grave.  Aque- 
lla  tranquilidad  en  la  mirada  r^velaba  la  tranquila  resolu- 
cion  de  su  espiritu:  era  una  de  esas  naturalezas  que  no  va- 
cilan  para  decidirse,  sino  que  conciben  y  ejecutan  con  la 
certidumbre  del  que  tiene  conciencia  de  sus  actos. 

Un  silencio  profundo  reinaba  en  aquel  salon  y  todo  era 
alii  imponente.  A  la  serenidad  del  anciano  agreg&base  la  in- 
mobilidad  de  la  madre  y  del  hijo,  y  la  actitud  triste  y  re- 
fleziva  de  Luisa. 

El  solitario  dijo  ftl  fin,  diriji^ndose  a  Guillermo  y  a  doSa 
Porfira; 


m 

— ^Ustedes  tienen  en  sa  presencia  al  que  d\6  muerte  al 
marido  j  al  padre;  pneden  la  esposa  y  el  bijo  yengarse,  con 
la  segnridad  de  que  no  har^  nada  para  defenderme,  sino  que 
dejar^  que  se  cumpla  en  mf  lo  qne  dice  el  Evanjelio.  "Quien 
a  cnchillo  mata  a  cnchillo  muere'^;  pero  no  permitirS  jamas 
qne  se  violente  la  volnntad  de  la  hija  de  mi  amigo  Ednar- 
do,  y  qne  se  consume  un  matrimonio  qne  la  natnraleza  re- 
chaza  y  qne  seria  casi  un  crimen. . . 

— Hayamos,  hnyamos  de  aquf,  dijo  GuiUermo  a  sn  madre 
en  voz  baja  y  con  tono  snplicante;  hnyamos,  tengo  miedo  a 
este  hombre,  tengo  miedo  a  todo. . . 

Dofia  Forfira  no  se  encontraba  tampoco  bien;  sentfase, 
como  nunca,  d^bil  y  apocada:  esperimentaba  vac^os  temo- 
res:  no  era  la  mnjer  en^rjica  de  otras  veces;  pero  respon- 
diendo  en  Ingar  de  sn  hijo  a  la  especie  de  reto  qne  le  habia 
dirijido  el  anciano,  esclamo: 

— Mi  hijo  no  es  un  asesino  y  no  es  este  el  memento  a  pro- 
p68ito  para  tomar  una  determinacion;  por  otra  parte,  usted 
le  acaba  de  salvar  la  vida.  Hablaremos  en  otra  ocasion. 

— Caando  usted  qniera,  seflora;  pero  debo  advertirle  qne 
ya  tampoco  he  sido  asesino;  y  en  cuanto  a  la  vida  de  su 
hijo,  no  es  a  mi  a  quien  tiene  que  agradecerla,  sino  a  Luisa, 
IB,  Luisa  a  quien  ustedes  han  querido  sacrificar,  pero  a  quien 
no  tocar^n  uno  solo  de  sus  cabellos,  a  quien  ya  no  har^n  mal 
alguno! 

— ^No  ha  sido  nuestro  ^nimo  sacrificarla,  sefior,  sino^  qne 
fnera  feliz;  asi  lo  pensd  tambien  su  madre  que  contribuy6 
por  mucho  a  este  enlace. 

— Ya  no  es  tiempo  de  engafios...  La  mdscara  ha  caido... 
Todo  se  sabe...  Basta...  Aqnl  tiene  usted  la  carta  de  sor  Ur- 
sula; ISala  en  reposo  y  no  dude  que  sacaremos  todos  algun 
provecho,  porque  se  convenceri  usted  misma  que  sus  exi- 
jencias  son  absurdas  y  no  espondrdn  a  Luisa,  por  conve- 
niencia  propia,  a  nuevos  sinsabores  y  quiz&s  a  nuevas  cat-^- 
trofes. 


urn.  WBOElTOi  DIL  FOSBLO^  327 

Dofia  Forfira  no  replic6,  sino.  qae  hizo  una  reverencia  y 
8a1i6  con  su  hijo. 

Coando  quedaron  solos,  Lnisa  dijoal  anciano: 

— Estas  son  demasiadas  emociones  para  ml.  Me  siento  des* 
fallecer;  y  sin  embargo,  es  preciso  que  conserve  toda  mi 
enerjia  para  la  lacha,  porqne  no  ceder^  jaraas. 

— Haces  bien,  hija  mia;  pero  no  creo  que  tengan  ya  pre- 
tensiones  de  ningun  j6nero,  porque  lo  perderian  todo. 

— Pero  pueden  entablar  un  pleito;  y  si  mi  madre  me  sa- 
crific6  por  conservar  intacto  el  honor  de  su  hermana,  yo 
estoi  dispuesta  a  hacer  otro  tanto. 

— Si  tu  madre  hubiera  tenido  conocimiento  de  todo,  no 
lo  habria  hecho,  estoi  seguro  de  ello;  de  consigAiente,  sacri- 
fic&ndote  td  ahora,  contrariarias,  en  vez  de  seguir,  su  vo- 
luntad. 

— No  me  he  espresado  bien:  el  sacrificio  de  que  hablo  no 
es  absoluto,  porque  ninguna  consideracion  ni  ningun  interes 
me  har&  mudar  de  la  resolucion  que  tengo  formada  y  que 
Uevar^  a  cabo;  pero  como  la  fortuna  es  el  m6vil  Unico 
que  los  ha  hecho  obrar,  les  dejar^  el  goce  de  esa  misma  for- 
tuna que  poseen  y'por  la  que  han  cometido  tantos  erf  menes, 
para  que  se  retiren  en  paz  y  guarden  un  secreto  que  a  ellos 
les  conviene  no  revelar,  porque  de  otra  manera  se  perde- 
rian a  si  mismos. 

— ^Tu  plan  me  parece  bien;  jpero  c6mo  tendr^  lugar  se- 
mejante  separacion  sin  que  se  aperciba  de  ella  la  sociedad, 
quedando  espuestos  a  mil  comentarios? 

— ^No  s6,  pero  estoi  resuelta  a  arrostrarlo  todo  antes  que 
ceder  a  sus  exijencias,  antes  que  vivir  bajo  el  mismo  techo 
con  jente  como  esta;  y  no  crea,  senor,  que  esperimento  odio, 
no;  pero  es  una  cosa  mas  invencible  que  el  odio  la  que 
siento. 

— ^Qu6  cosa,  hija  mia? 

— llepugnancia,  sefior;  y  lo  peor  es  que  no  puedo  ven- 
cerme,  que  nace  y  est^  en  mi  a  despecho  de  mi  voluntad;  y 


* 

reo  qae  esta  diiiposieion  en  qae  me  encaentro  se  annienta- 
ria  si  permaneciefleo  aqof,  no  pndiendo  prefer  hsRta  donde 
Uegnria*  Por  otra  parte,  ^recnerda  nsted  lo  qne  le  dije  on 
dia  de  qae  obedeciendo  a  mi  madre  eetia  fiel  a  Enriqae? 

— Perfectacnente  y  lo  oomprendo  \o  mismo. 

— Ya  he  camplido  con  lo  primero,  me  faUa  ahora  liacer 
efectivo  lo  eegando;  j  para  con^gair  esto,  es  indispensable 
nna  separacion  aV>solota;  porqne  tengo  miedo  de  esta  jfote, 
y  no  8^  por  ({oS  cau^  se  me  viene  siempre  a  la  memoria  la 
desgracia  de  Mercedes. 

— 'fienes  razon,  dijo  el  solitario,  despaes  de  haber  refle- 
xionado  nn  rato. 

— ^Y  es  p^scisp  qne  esto  se  haga  ahora  mismo. 

— lY  de  qu&  medida  piensas  valerte? 

— Voi  a  escribirle,  sefior;  y  si  esto  no  produce  bnen  efecs- 
to^  bnscaremos  otro  espediente.  Gnando  haya  terminado  mi 
carta  se  la  leer^  a  nsted. 

Y  Luisa  se  sentd  en  sn  escritorio  y  redact6  la  signiente 
nota. 

VUL 

"^eDora  dofia  Porfira  de.  •  • 

Sefiora: 

La  lectnra  qne  debe  nsted  haber  hecho  de  la  carta  de  mi 
tia,  los  secretoa  qao  encierra  esa  carta,  lo  acontecido  en  nna 
^poca  remota  y  lo  sacedido  hoi,  los  sentimientos  de  sn  hijo 
y  los  mios,  los  inconvenientes  con  qne  tendriamos  que  tro- 
pezar,  los  graves  hechos  que  ponen  entre  nosotros  nna  ba- 
rrera  iosnperable,  todo,  todo  esto  creo  que  debe  de  haberla 
inducido  a  pensar  qae  la  union  entre  Guillermo  y  yo  ea 
completamenle  imposible. 

A  cualquiera  otra  persona,  sefiora,  le  hubiera  hecho  salir 
de  los  Ifmites  de  la  moderacion  el  conocimiento  de  tanta 
maldad  y  de  tanta  perfidia,  y  habria  roto  sns  relaciones  de 


una  manera  estrepitosa,  talvez  de  una  raanera  crdel;  pero 
mi  tia  ha  perdonado  a  8Q  raarido,  la  ha  perdona^lo  a  usted; 
y  yo  tanibien  debo  perdonar  y  perdono;  pero  esto  mi^mo 
je  probHift  qae  nn  determinacion  es  invariable  y  que  nada 
en  el  raundo  me  pnede  hacer  cambiar  de  propdsito,  porqne 
cuando  decide  )a  refl  xion  y  no  k  pasion,  paede  conhide- 
rai*se  el  paso  daiio  como  una  cosa  resnelta  y  del  que  es  im- 
poflible  volveratras. 

No  qniero  bacer  inonlpaciones  de  ningnn  j^aero,  y  si 
pndieraolvidar  enanto  he  sabido,  lo  haria  con  guato;  pero 
este  mismo  deseo  me  obliga  a  escribirle  para  qae  n^ted  re 
flexione  mas  de  lo  qne  debe  haber  reflexionado;  y  si  la  vida 
de  mi  tia  no  le  ha  snjerido  la  idea  de  ana  separacion,  espe* 
ro  qne  se  la  sujiera  mi  carta,  hasta  el  pnnto  de  no  atreverse 
nsted  ni  sn  hijo  ^  presentarse  mas  a  mi  vista. 

£1  iinico  mdvil  de  todas  sos  acciones,  seSora,  desde  sd 
marido  hasta  nsted  y  desde  nsted  hasta  su  hijo,  ha  sido  el 
deseo  de  posesionarse  de  la  fortnna  de  mi  fdmilia,  y  este 
deseo,  satisfecho  en  parte  por  medio  de  crimenes,  pnede 
realizarse  ahora  por  medio  de  nna  concesion  lejitima  y  has- 
ta de  bnena  volnntad  y  con  pleno  conocimiento  de  cansa. 

listed  no  ignora  qne  pneda  entrar  en  el  acto  en  posesion 
de  todos  mis  bienes;  que  tengo  en  mi  mano  todos  los  docd- 
mentos  qne  comprneban  la  lejitimidad  de  mis  derechos; 
qne  la  volnntad  de  mi  tia  es  tan  esplfcita  como  manifiesta; 
que  me  seria  fi&cil  y  qniz^  provechoso  para  mis  intereses  el 
hacer  p4hlicas  las  infamias  cometidas;  qne  pnedoen  nn  caso 
dado  annlar  an  matrimonio  realizado  solamente  por  com- 
placer  la  volnntad  de  una  moribanda  qne  estaba  tambien 
eugafiada,  no  habiendo  tenido  otra  sancion  qne  la  del  sacer- 
dote,  pnes  Uegaria  el  caso  qne  me  veria  oblig^ida  a  re  velar 
qae  ningana  lei  es  superior  a  mi  volantad,  ni  nadie  seria  ca- 
paz  de  forzarmea  vivir  con  el  hijo  de  losasesinosde  mi  padre 
y  de  los  defrandadore&i  por  no  usar  de  otra  espresion,  de  mi 
fortnna;  pnedo,  pnes  sefiora,  hacer  valer  (odo  esto,  y  ua  em* 


390  lot 

bargo,  me  he  propuesto  no  hacer  nada  de  ello  en  easo  qne 
nsted  acceda  a  lo  qne  Toi  a  proponerle. 

Primeramente  dejo  en  poder  de  nsted  y  de  an  hijo  todoa 
lo8  bienes  de  qne  estiln  actnalmente  en  posesion  por  el  tdr- 
mino  de  sna  dias. 

Segnndo:  nstedes  se  comprometen  a  gnardar  el  mayor  si- 
lencio  aobre  los  aconteclmientos  pasados  y  presentes,  po- 
niendo  en  mis  manos  todas  aqnellas  piezaa  qne  pndieran, 
annqne  de  nna  manera  ilegal^  hacer  aparecer  en  jnicio  con 
algnna  verosimilitnd  de  derecho. 

Tercero:  el  matrimonio  legal  y  relijioso  qne  me  nne  apa* 
rentemente  a  sn  hijo,  pero  qne  nnnea  me  nnird  en  realidad, 
qneda  completa  annqne  idcitamente  disnelto,  sin  qne  jamas 
jestionen  sobre  A. 

Cnarto:  qne  no  intentardn  hacer  el  menor  mal  a  mi  maes* 
tro  y  proteetor,  el  coronel  don  Toribio  de  Gnzman,  cnales* 
qniera  qne  sean  los  acontecimientos  qne  p.aedan  sobrevenir 
en  el  fntnro. 

T  qninto:  qne  si  nstedes  faltaren  a  nna  sola  de  estas  esti- 
pnlaciones,  la  concesion  qne  les  hago  de  tan  considerable 
parte  de  mi  fortnna,  qnedaria  por  completo  annlada. 

Ta  ve  nsted,  sefiora,  qne  todo  lo  que  exijo  entra,  pecn- 

niariament.e  hablando,  en  sos  intereses  y  no  en  los  mios; 

pero  pnedo  decirle  a  nsted  qne  en  esto  no  hago  nn  gran  sa- 

crificio,  porqne  la  fortnna  para  mi  tiene  menos  valor  qne  la 

honra;  sin  embargo,  no  dejo  de  considerar  qne  la  jeneralidad 

de  las  persojias  la  anteponen,  oblig^ndome  esto  mismo  a 

creer  qne  nsted  no  vacilar^  en  aceptar  mis  condiciones. 

Sin  mas 

LuiSA  Valpbs  ." 

Esta  carta  sees,  qne  era  mas  bien  nn  reproche  que  nn 
convenio,  nna  acusacion  que  nn  contrato,  obtuvo  la  aproba- 
cion  del  solitario  y  fa^  en  el  acto  mandada  a  su  destine. 

La  contestacion  no  se  dej6  esperar  mncho  tiempo  y  yenia 
concebida  en  estos  t^rminos: 


^^SeOora  dofia  Luisa  Yaldes. 

Sefiora : 

Sa  nota  me  ha  Uenado  de  sentimiento,  pero  veo  en  alia  la 
justicia. 

Usted,  sin  embargo,  ha  hecho  responsables  a  nnoa  de  las 
falta3  de  otros:  yo  y  mi  hijo  somos  inocentes,  pero  nsted 
tiene  hasta  cierto  pnnto  razon  en  snponernos  partfcipes  de 
los  actos  de  mi  esposo;  las  apariencias  nos  condenan,  pero 
mi  hijo  y  yo  pedimos  perdon  de  nnestras  faltas;  y  asi  como 
nos  han  perdonado  los  muertos,  espero  qne  nos  perdonen 
los  vivos,  por  cnya  razon  aceptamos  con  gratitud  la  bene* 
voleocia  qne  nos  manifiesta. 

Si  no  faera  por  ciertas  consideraciones  sociales,  nos  ha* 
briamos  despojado  en  el  acto  de  nna  fortnna  qne  he  venido 
a  convencerme  de  qne  no  nos  pertecece;  pero  el  haberla  po« 
seido  por  tan  largos  a&os,  el  ser  nsted  eaposa  de  mi  hijo 
ante  la  sodedad,  y  el  no  vernos,  tanto  nsted  como  nosotros, 
espnestos  a  las  interpretaciones  de  distinto  j^nero  y  no  po- 
cas  veces  calumniosas  de  esa  misma  sociedad,  me  obligan  a 
aceptarla  tanto  a  nombre  mio  como  al  de  mi  hijo,  pndiendo 
nsted  estar  segara  qne  gnardaremos  relijiosamente  las  con- 
diciones  qne  nsted  nos  impone. 

Comprendo  la  delicadeza  de  sentimientos  qne  la  animan, 
y  veo  qne  talvez  la  hemes  ofendido  por  esceso  de  carifio, 
por  deseo  de  qne  nnestras  relaciones  faeran  mas  Intimas; 
pero  tambien  comprendo  ahora  los  inconvenientes  qne  se 
oponen,  yno  pnedo  menos  de  reconocer  lot  jnstos  motivos 
qne  obran  sobre  nsted  para  no  aceptar  una  nnion  qne,  ann- 
qne  lejitima,  social  y  relijiosamente  hablando,  no  lo  es,  sin 
embargo,  por  el  hecho;  pero  tengo  la  esperanza,  y  la  alimen- 
to  con  gnsto  de  mi  corazon,  qne  algnna  vez  llegne  a  reali- 
zarse  o  lleguen  a  desaparecer  los  inconvenientes  qne  nos  se- 
paran,  haci^ndome  nn  deber  de  empefiarme  por  medio  de 
mis  acciones  fntnras,  en  borrar  las  cansas  y  los  efectos  que 


sss 

han  motirado  7  que  influyen  de  una  manera  inevitable  en 
esta  Ri>paracion  que  lamento  pero  qne  no  paedo  roenos  de 
considerar  indiiipensable  por  las  mismas  razones  qne  nsted 
la  considera,  an  n  qne  estas  sean  desdoroeas  para  mi  y  hono- 
raU^s  para  nsted. 

Sieoto  verme  obligada  a  hablarle  oon  eata  politica,  ajena 
de  mi  cnrifio;  pero  oecesaria  en  el  estado  de  nnestras  re'a- 
cioRpfi,  pnes  ya  no  me  es  dado  poderle  dar  el  titalo  qaerido 
de  hija  qne  tanto  agradaba  a  mi  corazon  y  qne  hnbiera  he« 
cho  mi  delicia  y  mi  orgnllo;  pero  paede  ser  que  liegne  un 
tiempo  en  qne  me  sea  dado  tener  esta  satisfaccion  inmensa; 
y  mientras  llega  tan  deseada  ^poca,  sfrvase  nsted  aceptar 
las  consideraciones  y  la  gratitnd  eterna  de  sn  mni  atenta  y 
agradecida  servidora, 

FOSFIBA  DS.  .." 

Habiendo  Lnisa  leido  la  contestacion  de  la  madre  de  sn 
marido,  se  la  pa86  al  anciano  con  cierto  aire  de  desden,  qne 
significaba  sin  dnda  o  qne  no  creia  en  el  contenido  o  qne 
despreciaba  tanta  bajeza,  tanta  hnmillacion  por  conservar 
la  fortnna  como  manifestaba  aqnel  escrito,  en  qne  la  codicia 
no  era  velada  siqniera  por  el  arte. 

£1  solitario  recorri6  a  sn  tnrno  aquellas  pdjinas,  y  nna 
sonrisa  de  incrednlidad  mezclada  de  barlona  indiferencia 
apareci6  en  sns  labios,  diciendo  en  segnida: 

*^La  vibora  no  se  atreverd  a  morder. 

— ^Tiene  nsted  entonces  segnridad  ^de  lo  qne  dice  esta 
carta? 

— S^  qne  la  fortnna  pnede  mncho  en  esas  almas,  y  ten- 
drin  miedo  de  esponerse  a  perderla. 

— Si  es  asi  no  es  caro  el  precio  a  qne  nno  compra  sa 
tranqnilidad  y  pone  nn  freno  a  la  maledicencia.  jSabe,  maes- 
tro mio,  qne  siento  nna  delicia  inmensa? 

— ^Por  qn6j  hija  qnerida,  cnando  todo  lo  qne  te  sncede 
estriste? 


/' 


tM  nOBSfOS  DBL  FU1BL0»  SS8 

— Porqne  me  creo  Hbre;  porque  puedo  pensar  en  41...  por- 
qne  me  parece  qae  mi  condacta  la  apruehan  desde  el  cielo 
mis  padros  y  mi  tia;  porqae  trabajaremoi^  desde  hoi  mismo 
en  libertar  a  Enrique...  y  ponjoe  usted,  y  esto  es  nno  de  los 
princi pales  motives,  qneda  exento  de  todo  peligro,  tal  vez 
de  todo  pesar  interior. 

— Tienes  razon,  Lnisa,  y  creo  qne  las  Ultimas  palabras  de 
tn  madre  se  realizar&D:  '^espera/'  dijo  ella  en  e^^e  snpremo 
momento  en  que  sin  duda  ya  veia  con  los  ojos  del  alma. 

— Yo  tambien  tengo  f(^,  sefior,  y  siento  que  renace  en  ml 
la  esperanza. 

Mientras  Lnisa  y  el  solitario  se  entretenian  agradable- 
mente  convefsando  y  combinando  sus  planes  para  salvar  a 
Enrique,  Guillermo  y  dofia  Porfira,  Ilenos  de  despecho  y  do 
impotente  rabia,  salian  de  aquella  casa  qae  habian  creido 
apropiarse,  para  no  volver  a  entrar  nanca  en  ella. 


tmm^i^mmmmmmmmmmmmmmmmmifm 


if: 


La  fuga. 


I 


La  vida  hnmana  ea  ana  traDsicioa  coastante  y  sucesiva 
de  nn  seDtimiento  a  otro  sentimiento,  de  an  afecto  a  otro 
afecto,  de  una  idea  a  otra  idea,  de  na  hecho  a  otro  hecho, 
eslabondndose  asi  el  pensamiento  de  ayer  con  el  peDsa- 
miento  de  hoi  para  enjendrar  el  pensamiento  de  mafiana: 
y  este  mismo  encadenamiento  que  existe  en  el  6rden  moral 
existe  tambien  en  el  6rden  ffsica  Todo  se  sacede,  todo  se 
trasforma,  todo  varia  para  llenar  el  fin  de  la  creacion,  qne 
es  la  armonia,  la  vida  el  progreso. 

Luisa  habia,  lo  mismo  qne  los  demas  seres,  esperimenta- 
do  y  pasado  de  una  impresion  a  otra  impresion.  Despues 
de  los  deliciosos  dias  de  San  Jorje  al  lado  de  su  amante, 
mas  deliciosos  todaria  por  la  incerttdumbre  que  lleva  con- 
sigo  el  divino  estimulante  de  la  esperanza,  se  habian  suce- 
dido  la  caida  de  Mercedes,  la  separaeion  instant^nea  de 
Enrique,  su  casamiento  con  Gaillermo,  la  violeocia  que  ha- 
bia  tenido  que  hacerse  a  si  misma,  la  muerte  de  su  madre 
y  de  su  tia,  la  declaracion  insultante  de  su  marido  y  de  su 
suegra,  que  la  habian  ofendido  en  su  delicadeza  de  mujer, 
en  su  elevacion  de  pensadora,  en  su  espiritualidad  de  vlrjen. 
Despues  de  tantos  dolores  para  tan  pocas  alegrias,  yolvia 
otra  vez  a  despejarse  el  horizonte,  y  aunque  lleno  todavia 
de  tinieblas,  distinguia  en  lontananza  una  d^bil  luz  que  la 
alumbraria  en  el  camino,  que  la  guiaria  en  la  marcha:  esta 


d^il  las  ore  el  pensamiento  de  salvar  a  Enrique,  pensa- 
miento  que  embriagaba  todo  sn  ser,  que  la  trasportaba 
al  Eden  misterioso  de  un  porvenir  desconocido,  pero  lleno 
del  perfume  de  la  virtud  y  de  las  dolces  emociones  que  es- 
perimentaria  Enrique  al  saber  que  era  ella  quien  se  habia 
ocnpado  de  su  vida,  quien  le  habia  dado  su  libertad...  y  esas 
emociones  las  sentia  ahora  Luisa,  gozando  anticipadameute 
de  lo  que  debia  gozar  Enrique,  porque  ella  estaba  resuelta 
a  confesarle  su  amor,  a  decirle  que  solo  habia  cedido  al  im* 
perio  del  deber,  pero  que  siempre  habia  sido  digna  de  61  y 
que  el  sacrifido  mismo  que  se  habia  visto  obligada  a  prac- 
ticar  era  una  prueba  incontestable  de  aquel  desprendi- 
miento,  de  aquella  heroicidad  que  necesitan  los  grandes 
afectos,  las  grandes  pasiones,  las  grandes  virtudes. 

Y  Luisa  se  decia  a  &i  misma:  ^^Es  imposible  que  ^1  no 
comprecda  esto,  que  ^1  no  aprecie  esto,  y  que  no  me  ame 
de  la  misma  manera  que  yo  le  amo." 

Mecida  la  imajinacion  de  la  j6ven  patriciacon  tan  seduc- 
toras  ilusiones,  se  dispuso  en  compafiia  del  solitario  a  obrar 
inmediatamente,  y  al  otro  dia  se  diriji6  a  casa  de  sus 
princi pales  conocidos,  quedando  de  juntarse  con  su  maestro 
a  la  hora  de  la  comida  para  comunicarse  lo  que  hubieran 
obtenido  de  favorable,  ponidndose  asi  de  acuerdo  para 
obrar  en  lo  sucesivo. 

Don  Tori  bio  de  Guzman,  empero,  no  tenia  ya  amigos; 
pues,  o  habian  bajado  al  sepulcro,  o  sin  duda  lo  habrian  ol- 
vidado  los  pocos  que  aun  podian  existir  de  esa  ^poca,  de 
manera  que  no  sabia  a  quidn  ni  d6nde  dirijirse,  siendo  un 
estranjero  en  Santiago,  antiguo  lugar  de  su  residencia  y  en 
el  que  habia  brillado  en  otras  ocasiones. 

Por  otra  parte,  su  condenacion  a  muerte  debia  subsistir 
siempre,  agravando  la  pena  la  faga  de  la  capilla,  que  habia 
burlado  el  fallo  de  sus  jueces;  de  manera  que  no  solo  care- 
cia  de  inflaeacias  que  poner  en  juego,  sino  que  corria  el 
riesgo  de  perder  hasta  su  libertad,  y  por  consiguiente  dt 


SSS  iM  Mcauwog  ML  nnBBAi 

poder  servir  de  apoyo  a  Luisa  en  las  crfticas  circaiistanciat 
en  que  se  encontraba,  teniSndolo  eamamente  preocnpado 
estaB  cavilaciones  de  sn  e8]:<irita. 

De  repente  pas6  por  an  imajinacion  nna  idea  fajitiva, 
pero  qne  pooo  a  poco  (a4  tomando  for  mas,  hasta  que  se  de* 
cidi6  a  adoptarla  y  convertirla  en  proy-tcto,  e  inmediata- 
njente  se  fu^  a  aoa  sastreria,  coaipr6  uti  traje  negro,  afeit6 
an  blaoca  barba,  que  lo  habia  acomp^fiado  durante  tantos 
a&os,  ddadole  el  aspecto  mas  venerable,  a^^pecto  que  habia 
contribuido  tambieri  no  poco  a  su  reputacion  de  brujo  y 
al  respeto  supersticioso  de  que  gozaba  entre  los  campesinos 
de  la  hacieuda  de  San  Jorje;  pero  si  lo  privaba  de  las  pre- 
rogativas  de  la  aocianidad,  habia  esta  sola  operaciun  reja- 
veoeciJolo  de  veinte  afios,  quedando  ^l  mismo  sorpren- 
dido,  despues  de  concluido  sa  tooado,  de  encontrarse  tan 
mozo. 

Por  mucho  tiempo  que  nn  hombre  de  mundo  haya  pasa- 
do  en  el  campo  y  Uevado  esa  vida  ruda  y  salvaje  del  de- 
aierto,  nunca  pierde  sns  buenos  modales,  ese  no  si  qvA  de 
buen  tono,  que,  a  despecho  del  traje,  se  distingue,  y  que 
jamas  o  rara  voz  adquiere  nn  parvenu;  ese  no  si  qui,  deci- 
moB,  del  hombre  que  ha  rolado  siempre  en  la  aha  sociedad, 
no  habia  abandonado  al  solitario,  a  pesar  de  su  larga  sepa- 
l*acion  del  mundo,  no  encontrfindose  embarazado  con  su 
nuevo  y  elegante  aunque  serero  traje. 

La  idea  nueva  que  habia  crnzado  por  la  imajinacion  de 
aquel  hombre  era  por  demas  sencilla.  Don  Toribio  de  Guz- 
man pen^6  que  el  j6ven  que  acababa  de  subir  al  primer 
puesto  de  la  nacion,  debia,  por  cAlcuIo  y  por  sentimiento 
propio,  estar  dispuesto  a  ejecutar  actos  jenerosos  que  le 
graiijearan  buen  nombre  entre  sns  conciudadano:?,  y  a  mas 
la  aatisfaccion  interior  de  poder  ser  y  de  seren  efecto,  mag. 
nAuimo;  y  en  consecuencia  se  encanun6  al  palacio  de  la  mo- 
ne da  a  presentarse  ante  don  Manuel  Montt,  que  hacia  jjocos 
4as  habia  escalade  el  paeato  que  mas  tarde  debiera  costar* 


\e  tantas  amargaraa  7  a  la  uacioa  tanta  sangre  y  tantos  sa- 
crificios  (1). 

El  j6veQ  presidente  estaba  sentado  en  sa  despacho,  en  el 
mismo  salon  qiie  habia  sarvido  a  su  antecesor  el  jeneral 
Balnes,  cuando  se  hizo  ananciar  don  Toribio  de  Guzman  con 
8Q  nombre  y  con  su  titulo. 

El  presidente  Montt,  cuya  vida  no  habia  sido  estr^^fia  a 
los  aconteciiiiientos  poHticos,  aunque  no  hubieran  figurado 
en  an  ^poca^  record6  en  el  acto  toda^  las  circunstancias  de 
aquel  ruidoso  proceso  y  de  aquella  ruidosa  faga,  que  habia 
ocnpado  per  mucho  tiempo  a  la  sociedad  entera  de  Santia- 
go, con  mas,  la  particalaridad  de  que  no  se  habia  vuelto  a 
aaber  nada  del  paradero  del  coronel;  asi  es  que  tanto  por 
curiosidad  corao  porque  creia  importante  aquella  visita,  or- 
den6  de  hacerlo  introducir  en  el  acto. 

La  mirada  sagaz  y  penetrante  del  j6ven  presidente,  esa 
mirada  acoatumbradaadescifrar  los  secretos  del  corazon  por 
los  rapgos  de  la  fisonomia,  se  clav6  serena  y  al  parecer  im- 
pasible  en  las  varoniles  facciones  del  antiguo  guerrero  y  en 
su  porte  noble  y  desenvuelto,  que  anunciaba  resolucion, 
franqueza  e  hidalguia  a  la  vez,  y  no  pudo  menos  de  sentirse 
impresionado  favorablemente  por  aquel  hombre,  de  manera 
que  lo  recibi6  con  agrado  aunque  con  cierta  reserva  pecu* 
liar  a  su  car&cter  y  propia  en  aquellas  circunstancias  y  con 
aquel  personaje  estrano,  que  aparecia  de  un  improvise  des- 
pues  de  una  ausencia  tan  larga. 

El  presidente,  ofreci^ndble  una  silla  para  que  se  sentarA, 
le  dijo  con  esa  amabilidad  un  poco  terca  que  lo  caracteriza 
todavia  y  que  ha  tenido  quiza  siempre. 

— Creia  que  el  seHor  coronel  don  Toribio  de  Guzman  ya 
no  existia. 

(1)  iDlos  qmera  que  no  se  repitan  en  nuestro  pale  eseenas  como  esta!  Que  no  haya 
tin  hombre  que  ftuba  al  poder  en  medio  de  la  sangre!  Que  se  avergiieneen  de  las  can* 
didaturas  oficiales  y  no  las  aoepten  jamast  Que  sepan  imitar  el  ejemplo  del  seflor  don 
Antonio  Varas,  por  honra  propia,  por  deooro  propio,  por  elevacioa  propia,  asi  como 
por  el  engrandeclmiento,  por  el  progreso  y  por  la  llbertad  del  pais! 


— Su  escelencia  no  paede  haber  conocido  al  coronel 
GozmaD. 

— No  personalmente,  ea  verdad,  pero  los  h^roe^  de  la  in- 
dependencia  nanca  se  olvidan  en  el  corason  de  an  chileno. 
Por  otra  parte,  usted  tuvo  un  proceso  rnidoso  a  congecaen- 
cia  del  cual  fa^  usted  borrado  del  escalafon  del  ej^rcito. 

— No  es  esto  solo,  sino  que  8.  E.  no  debe  tampoco  igno- 
rar  que  ful  sentenciado  a  muerte  y  que  el  fallo  de  mis  jue- 
ces  no  se  cumpli6. 

— Es  verdad;  usted  se  fag6  de  capilla,  lo  qua  tambien 
hizo  mucho  ruido.  Recuerdo  haber  leido  todo  esto  en  los  pe- 
ri6dicos  de  aquel  tiempo;  pero  ^qu^  es  lo  que  usted  solicit  a, 
senor? 

— Vengo  a  cumpUr  mi  sentencia  de  entonces  y  a  pedir 
un  favor  por  mis  servicios. 

— No  comprendo,  senor. 

— S.  E.  ha  tenido  a  bien  recordar  que  he  sido  uno  de  los 
41timo3  soldados,  no  de  log  primeros,  como  8.  B.  supone, 
que  ha  derramado  su  sangre  en  favor  de  la  independencia 
de  nueetro  pais,  y  en  virtud  de  esta  accion,  si  es  que  exist© 
algun  m^rito  en  cumplir  con  su  deber  de  ciudadano  y  de 
militar,  vengo  a  implorar  de  S.  E.  una  gracia. 

— ^La  de  su  vida,  la  de  su  perdon,  la  de  sa  grado?  Todo 
lo  tiene  usted,  senor  coronel,  concedido  en  el  acto. 

Don  Toribio  de  Guzman  hizo  una  jenuflexion  y  di6  las 
giacias  al  presidente,  afiadiendo: 

— Nada  de  esto,  senor,  es  lo  que  solicito,  porque  estoi 
dispuesto  a  que  se  ejecute  la  antigua  sentencia;  que  por  lo 
que  hace  a  mi  grado,  ya  he  renunciado  a  ^l  desde  muchos 
aSo5). 

— iPero  qu6  cosa  de  mayor  interes  que  la  vida,  que  los 
honores  y  que  la  fortuna  desea  usted?  Porqoe,  cr^amelo, 
sefior  Guzman,  yo  estoi  dispuesto,  no  dir^  a  concederle  lo 
primero,  pue3  usted  lo  obtendria  ahora  fficilmente  y  no  ha- 
bria  un  solo  tribunal  que  se  atreviese  a  poner  en  ejecucion 


aqaella  gentencia,  sino  que  le  acaerdo  desde  laego  lo  se- 
gundo  y  todo  el  tiempo  trascurrido  le  serd  a  usted  de  abo- 
no,  lo  que,  como  he  dicho  antes,  importa  una  fortuna,  y  una 
fortuna  considerable. 

— He  dicho  a  S.  E.  que  he  renunciado  desde  mucho  tiem- 
po atras  a  todas  esas  consideraciones  que  tanto  influyen  ao- 
bre  la  jeneralidad  de  los  hombres;  pero  en  cambio  de  todo 
cuanto  S.  E.  ine  ofrece  y  en  cambio  de  los  servicioa  que  he 
prestado  a  mi  pais,  quiero  quo  S.  E.  acceda  a  una  s^plica. 
— ^Cudl  es  esa  s^plica? 

—Que  S.  E.  d^  la  libertad  a  un  j6ven.  y 

— iPor  que  falta  o  por  qu^  crimen  estA  detenida  la  per- 
sona por  quien  usted  se  interesa,  seflor  de  Oazman?  Pues 
aun  cuando  no  tengo  nada  que  hacer,  como  usted  debe  sa- 
berlo,  en  el  poder  judicial,  sin  embargo,  prometo  a  usted 
interponer  en  su  favor  mi  influencia. 

—No  hai  crimen  ninguno  y  quizi  no  hai  falta,  seflor,  en 
el  acto  coraetido  por  el  individuo,  pnes  es  un  simple  reo  po- 
litico. 

— jReo  politicul 

— Si,  senor;  es  ua  j6ven  que  tom6  cartas  en  el  complot 
del  veinte  de  abril. 

— jUn  revolucionario!  jMe  admira,  senor  de  Guzman,  que 
siendo  usted  un  hombre  de  esperiencia,  que  debe  estar  siem- 
pre  de  parte  de  la  autoridad;  que  sabiendo  ademas  cu&ntaa 
desgracias  y  cxiinta  perturbacion  en  el  pais  no  acarrem  esos 
motines,  se  atreva  usted  a  pedirme  la  libertad  de  uno  dt 
esos  conspiradores!  Yo  faltaria  a  mis  deberes,  seBor,  si  acce- 
diese  a  su  siiplica,  y  creo  que  usted  por  si  mismo  no-me  exi- 
jird  tal  cosa. 

— Seiior,  yo  conozco  al  individuo  y  s^  que  es  incapaz  de 
faltar  y  menos  aun  de  cometer  un  crimen. 

— No  pretendo  hablar  de  criaaenes,  senor  de  Guzman,  y 
paede  la  persona  de  que  usted  me  habia  ser  mui  honorable: 
perarazones  de  estado,  razones  que  me  es  imposible  desa-** 


94#  XM  ocmxtos  dil  ipviftijo. 

tender  en  mi  calidad  de  jefe  de  la  nacion,  me  obligan,  a 
despecho  de  mi  volnntad,  a  no  complacer  a  nsted  como 
en  realidad  lo  deseo. 

— Paedo  asegarar  a  8.  E.  que  el  joven  por  quien  impe- 
tro  la  magnanimidad  de  S.  E.  debe  haber  sido  alucinado  j 
engafiado. 

— jY  qui^n  me  asegara  que  no  continuari  si^ndolo?  lis- 
ted concibe  que  yo  no  puedo  prestar  armas  en  contra  de 
mi  mismo.  Esta  consideracion  no  me  importaria  mucho 
81  se  tratase  linicamente  de  mi  persona;  pero  estoi  obligado 
a  velar  por  la  tranqoilidad  del  pais^  j  en  este  caso  &nico, 
dispense  usted  que  no  ti;{tnsija. 

— Sefior,  desde  luego  me  ofrezco  a  S.  E.  en  garantiia,  ase- 
gunCndole  que  no  se  meterA  mas  en  polftica. 

— Su  garantia,  sefior  de  Guzman,  vendria  a  ser  ilusoria; 
porque  ^qui^n  se  atreveria  a  hacer  efectiva  la  responsabili- 
dad  con  un  hombre  de  sus  m^ritos  y  de  sus  antecedentea! 
Pero  veamos:  jcudl  es  el  nombre  de  la  persona? 

— Enrique  Lopez. 

— jEnrique  Lopez!  jAve  Maria,  sefior  de  Guzman!  jEn- 
rique  Lopez!  Nuestro  mas  encarnizado,  sagaz  y  valiente 
enemigo! 

— jC6mo,  sefior! 

— Lo  que  usted  oye,  sefior  de  Guzman. 

— Debe  haber  un  equivoco,  Excmo.  sefior. 

— ^No  hai  equivoco  ninguno;  y  ahora  recuerdo:  este  j6ven 
debe  gozar  de  grande  influencia,  pues,  independiente  de  su 
empefio,  ha  contado  ya  con  padrinos  poderosos  con  los  cua- 
les  he  tenido  que  luchar,  pues  he  tenido  empefios  haata  de 
mis  propios  ministros. 

— y  sin  embargo,  sefior,  no  es  otra  cosa  que  un  simple 
artesano  y  completamente  bueno  e  inofensivo  como  su 
padre. 

— En  fin,  sefior  coronel,  yo  ver^  la  cosa,  y  sin  dar  a  usted 
una  seguridad  absoluta^  le  dar4  esperanzas;  pero  deje  nsted 


LM  UMnunos  dil  fitxblo.  3il 

al  menos  qne  se  aqnieten  un  poco  los  etpiritns.  listed  com* 
prenderd  qne  ea  el  .estado  de  efervescencia  en  que  86 
encaentra  el  pais,  seria  impradencia  de  mi  parte  el  propor- 
cionar  elementos  a  la  combustion. 

Ea  balde  don  Toribio  de  Guzman  iDsi8ti6  en  dar  seguri- 
dades  al  presidente  sobre  la  eonducta  posterior  de  Enrique, 
pues  6&te  permaneci6  inflexible  en  su  determinacion,  limi- 
tdndose  a  decir: 

— Deje  usted  que  tome  mas  informes  y  me  ponga  al  cabo 
de  ciertos  pormenores,  asegurdndole  desde  luego  mi  buena 
disposicion  y  el  deseo  que  tengo  de  servirlo. 

El  coronel  no  tenia  que  replicar  y  se  despidid. 

Sc  E.  le  alarg6  la  mano,  llevando  la  amabilidad  hasta 
acompafiarlo  al  fin  del  salon,  donde  le  hizo  el  Ultimo  saludo. 

Don  Toribio  de  Guzman,  aunque  no  tenia  la  seguridad 
de  libertar  a  Enrique,  sail 6  del  palacio  de  la  moneda  encan- 
tado  de  la  acojida  de  don  Manuel  Montt  y  de  su  trato  s^rio, 
afable  y  al  pareccr  sencillo,  que  atraia  sin  intimidad  y  daba 
confianza  con  respeto,  particularidad  de  este  c^lebre  y  emi- 
nente  personaje  chileno,  que  ha  sido  reconocido  por  todos 
y  hasta  por  sua  mas  encarnizados  enemigos,  de  los  cuales 
mnchos  te  han  trasformado  en  sus  decididos  partidarios, 
solo  con  el  hecho  de  haberlo  tratado  unas  cuantas  veces. 

II. 

Don  Toribio  de  Guzman  lleg6  a  su  casa,  o  lo  que  es  lo 
mismo,  a  casa  de  Luisa,  en  el  momento  que  63ta  ya  venia 
de  vuelta  de  sus  dilijencias. 

Luisa  quedd  sorprendida  al  ver  al  coronel,  y  al  principio 
no  lo  reoonoci6;  pero  cuando  se  cercior6  que  era  bien  ^1,  le 
ech6  los  brazos  al  cuello,  dici^ndole: 

— iQu<  significa  esta  metamdrfosis,  querido  maestro  mio? 
jPosee  usted  acaso  el  secreto  de  rejuvenecerse  asi  como  ha 
descubierto  la  misteriosa  redoma  que  contiene  el  licor  de  la 


H%  um  aKaanoi  ml  wtnauK 

vida?  jSabe  nsted,  sefior,  que  con  lo  prlmaro  le  baataria  a 
nsted  para  hacerse  millonario  en  mai  poco  tiempo  si  ambi- 
cionase  usted  la  fortnna? 

— Oja16,  mi  qnerida  hija,  faera  poseedor  do  esos  secretes, 
no  para  adquirir  riqnezas,  que  al  menos  para  mf  son  de  poco 
valor  y  de  poco  nso,  sino  para  hacer  el  bien  a  mis  semejan- 
tet;  pero  la  metamorfosis  qae  th  crees  encontrar  b6  la  debo 
Anicamente  al  barbero  y  al  sastre,  asi  como  la  redoma,  cien 
mil  veces  de  mas  valor,  porqne  al  menos  mitiga  los  dolores 
y  sostiene  un  tanto  el  vigor  de  la  naturaleza  feaando  esta 
desfallcce  por  algun  accidente,  se  la  debo  a  mi  qaerida  y 
reppetada  momia.  Ya  ves,  Loisa,  que  no  poseo  ni  una  ni 
otra  cosa;  pero  el  arte  de  conservarse,  el  arte  de'ser  por  ma- 
cho tiempo  joven  y  que  mantenga  al  cuerpo  y  al  espfritu 
Fu  lozania,  a  pesar  de  los  anos,  es  mui  conocido  de  todos 
aunque  poco  practieado;  paes  consiste  uaicamente  en  ser 
frugal,  ya  sea  en  los  alimentos,  ya  en  el  saefio,  ya  en  la  be- 
bida,  ya  en  los  placeres,  ya  en  los  trabajos,  y  si  es  posible 
hasta  en  el  peneamiento;  por  esta  razon,  aunque  viejo  por 
la  edad,  conservo  todavia  cierta  fuerza  que  se  ve  en  parte 
tan  luego  como  la  navaja  ha  hecho  desaparecsr  de  mi  cara 
las  insignias  de  la  ancianidad;  pero  no  ha  sido  por  acicalar- 
me  ni  parecer  j6vcn  que  he  mudado  de  traje  y  cortado  mi 
blanca  y  larga  barba,  sino  para  practicar  algunas  dilijencias 
en  favor  de  Enrique;  y  como  no  era  posible  que  me  pre- 
sentase  cual  un  ermitano  de  la  Tebaida  sin  llamar  sobre  mi 
la  atencion  del  publico,  me  he  visto  obligado  a  hacer  esta 
trasformacion  que,  te  lo  confieso,  no  es  de  mi  agrado. 

— ^Y  qu6  resnltado  ha  obtenido  usted,  maestro  mio? 

— ^No  completamente  satisfactorio,  pero  me  han  dado  es- 
peranzas  y  puedes  ebtar  segura  que  no  dejar^  dormir  el 
asunto. 

— ^Al  qniin  se  ha  dirijido  usted,  senorf 

— Me  he  dirijido  al  primer  jefe  del  estado,  a  don  Manuel 
Montt, 


f 


tM  BB0IUBTO8  bSL  TmOSUk  343 

Y  el  solitario  refiri6  a  Laisa  sa  larga  entreviata  con  el 
presidente  de  la  repiiblica  y  sus  resriltados. 

— Uated  ha  consegaido  mas  que  yo,  agreg6  Luisa,  por- 
qae  yo  he  obtenido  solaraente  esas  promesas  banales  que  se 
hacen  a  todo  el  mundo  y  que  por  no  decir  francamente  no, 
88  dice:  *^Veremo9;  har6  mi  posible;  pierda  usted  caidado." 

• — Pero  yo  tampoco  he  conseguido  mas  qae  eso,  hija  mia. 

— Sin  embargo,  la  palabra  de  on  presidente  y  el  modo 
tan  lleno  de  benevolencia  con  que  ha  sido  nsted  recibido 
hacen  jnzgar  favorablemente. 

— Asi  lo  creo  tambien^ 

— No  por  lo  que  me  ha  sncedido  hoi  desmayar6,  sino  que 
principiar^  de  nuevo  maQana,  continuando  hasta  que  consi- 
ga  mi  objeto. 

— Ese  tambien  es  mi  prop6sito. 

Tres  dias  apenas  habian  trascurrido  desde  la  entrevista 
del  solitario  con  don  Manuel  Montt,  tres  dias  empleados 
con  constancia  en  trabajar  por  la  libertad  de  Enrique,  cuan- 
do  se  present6  en  casa  de  Luisa  un  oficial  del  ministerio  de 
la  gnerra  que  era  portador  de  un  grueso  pliego  dirijido  al 
coronel  don  Toribio  de  Guzman,  el  que  contenia  la  absolu- 
cioh  de  la  sentencia  de  muerte  promulgada  muchos  aQos 
atras,  la  reintegracion  de  su  grado  y  a  mas  el  goce  completo 
de  todos  BUS  sueldos  desde  el  mismo  dia  en  que  fu^  dado 
de  baja  durante  el  gobierno  de  don  Jos6  Joaquin  Prieto 
hasta  esta  ^poca;  de  manera  que  el  solitario,  para  quien  te- 
nian  tan  poco  valor  la  plata  y  los  honored,  se  veia  de  un  mo- 
mento  a  otro  rico  y  ocupando  un  elevado  puesto  en  la 
sociedad;  pero,  preciso  es  decirlo,  no  era  esto  lo  que  hala- 
gaba  al  fi  6sofo,  desprendido  completamente  de  las  vanida- 
des  humanas,  sino  que  eata  prueba  de  consideracion  le  pre* 
sajiaba  la  pronta  libert  id  de  su  querido  discfpulo,  porque 
snponia  una  gran  dosis  de  bondad  y  de  jnsticia  en  el  pre*- 
sidente  de  la  repiiblica;  pero  el  coronel  no  conocia  la  terca 
se  vend  ad  de  principios  y  de  cardcter  del  seflor  don  Man  q  el 


-.H_A.  fL-    ^ ft    . 


Montt|  sereridad  Uena  de  manaedambre,  terqoedad  Uwa 
de  jenerosidad  y  tal^es  por  lo  mismo  inflexible  en  la  perse- 
cncion  de  una  idea,  en  la  realizacion  de  nn  acto;  asi  es  que 
estaba  completamenie  eqoivocado  respecto  a  la  inmediata 
libertad  de  Enrique. 

Al  dia  siguiente  don  Toribio  de  Gazman  Yolvi6  a  pre- 
sentarse  en  palacio  para  dar  las  gracias  a  S.  K  y  fu6  nue- 
vamente  recibido  con  las  mismas  o  mayores  demostraciones 
de  afecto  que  la  vez  anterior,  sin  por  eato  darle  mas  espe- 
ranzas  siibre  el  asunto  que  el  solitario  consideraba  como 
principal;  pero  alentado  por  la  confianza  y  carilio  que  le 
manifestaba  el  presidente,  insistid  con  mas  ardor  que  antes; 
pero  todo  en  vano,  pues  sus  argumentos  y  sua  palabras  fne- 
ron  a  estrellarso  con  la  fria  impasibilidad  del  politico,  para 
el  cual  est&  ante  todo  la  razou  de  estado,  sin  dar  cabida  a 
las  afecciones,  a  los  sentimientos  del  corazon,  a  las  espan- 
sionea  del  alma,  a  esos  arranques  de  jeneroso  desprendi- 
miento  o  de  jeneroso  entusiasmo  que  forman  los  heroes  y 
que  no  alcanzan  a  comprender  ni  apreciar  los  hombres  que 
no  ban  tenido  mas  norma  que  la  lei^^  mas  gnia  que  los  c6- 
digos  humanos,  mas  vida  que  los  negocios  ptLblicos,  nas  as- 
piracion  que  conservar,  que  dominar,  que  gobernar. 

IIL 

Pero  no  era  solo  Luisa  Valdes  y  el  solitario  quienes  que- 
rian,  quienes  se  empefiaban,  quienes  hacian  mayores  e&faer^ 
zos  por  libertar  a  Enrique,  sino  que^  como  ya  lo  sabemos, 
Eloisa  Mendizabal  trabajaba  por  su  parte  con  mejor  acierto, 
pnesto  que  habia  consegaido  tener  el  gusto  de  ver  una  vez 
por  semana  a  su  supuesto  hermano;  pero  esta  concesion,  que 
habia  obtenido  desde  nn  principio,  no  habia  pasado  adelan- 
te  y  hacia  tiempo  que  estaba  estacionaria,  sin  poder  conse- 
guir  una  franquicia  mayor,  sin  poder  alcanzar  la  libertad 
que  ambicionaba  y  que  dia  a  dia  pedia  a  su  seOoria  el  mi- 
pistro. 


UM  ncflunKM  01&  mftuib  34S 

Como  tres  meses  habian  trascurrido  recibiendo  la  visita 
diaria  del  grave  personaje,  sin  qne  ni  ella  ni  ^1  cediesen  un 
^pice  en  el  punto  principal  da  sua  aspiracionet  respectiras; 
porque  ni  el  ministro  habia  concedido  la  libertad  del  her- 
mano,  ni  Eloisa  habia  acordado  el  raenor  favor,  galvo  aqne- 
llos  indispensables  para  mantener  en  sub  redes  al  prisionero, 
y  que,  alitnentando  las  esperanzas,  no  traspasaran  los  Hmi- 
tes  de  la  mas  estricta  honorabilidad;  a  tal  punto,  que  el  mi- 
nistro, cada  dia  mas  lisonjeado  en  su  amor  propio,  se  figu- 
raba  haber  emprendido  una  eonquista  difieil,  pero*  de  la 
que  lo  relevante  de  su  merito,  triunfaria  al  fin. 

Eloisa,  por  su  parte,  sin  abandonar  tampoco  la  esperanza 
de  burlar  al  diplomitico,  po  se  dejaba  adormeeer  de  ella, 
sino  que  oianiobraba  continua  y  sordamente  de  manera  a 
tener  dos  vias  de  salvacion:  la  una  por  el  engaflo  y  la  otra 
por  la  concesion  lejitima,  prefiriendo,  como  era  natural,  esta 
liltima,  porque  la  otra  estaba  rodeada  de  peligrot;  empero, 
era  necesario  adoptarla  en  caso  de  no  tener  efecto  la  mas 
regular  y  la  mas  conveniente. 

Durante  este  tiempo  Eloisa  habia  mantenido  tanto  en  En- 
rique como  en  su  familia  la  esperanza  de  que  el  momento 
menos  pensado  obtendria  la  libertad,  y  esta  esperanza  habia 
contribuido  mucho  a  tranquilizar  los  esplritus;  pero  como 
traseurria  ya  tanto  tiempo,  Enrique,  combindndose  eon 
Eloisa,  habian  ideado  un  plan  de  fnga,  proporcion^ndole  la 
ultima  los  medios  de  evadirse  que  consistian  iinicamente  en 
una  fuerte  cuerda  y  dos  grandes  clavos.  Esta  cuerda,  que 
habia  sido  llevada  poco  a  poco  para  no  ser  vista  por  el  su- 
perintendente  o  cualquier  otro  empleado  de  la  penitencia- 
ria,  tenia  muchas  varas  de  largo  y  gruesos  nudos  de  trecho 
en  trecho  trabaj ados  por  Enrique  durante  las  horas  de  des- 
canso  y  con  las  mayores  precauciones  para  que  no  malicia- 
sen  su  intent6,  el  que  hubieran  adivinado  inoiediatamente 
que  alguno  se  hubiese  apercibido  de  la  existencia  de  aquella 
especie  de  escala. 


9i6  tot  nMunofi  dbl  fodm/x. 

Boriqae  habia  dicho  a  Eloisa  que  a  distaocia  de  treinta 
o  CQarenta  metros  de  ]a  muralla  habia  en  nno  de  los  patioi 
de  la  peDitenciaria  an  elevadlsimo  palo,  imposible  de  esca- 
lar  para  cualquiera  que  no  tuviera  naucha  ajilidad  y  fuersa, 
pero  qne  61  ya  se  habia  ensayado  en  varias  ocasiones  du- 
rante la  nocbe,  habiendo  consieguido  al  fin  llegar  al  tope, 
donde  pensaba  amarrar  faertemente  la  cuerda,  lanzando  la 
otra  punta  con  una  gruesa  piedra  h^cia  el  otro  lado  del 
murOy  desde  donde  la  amarrarian  por  el  esterior,  dindole  la 
mayor  tirantez  posible  para  que  ^1  pudiera  hacer  la  descen- 
cion. 

Este  plan  era  eencillo  y  era  seguro,  debiendo  esperarlo 
de  la  parte  de  afuera  su  padre  y  Santiago;  pero  no  lo  ha- 
bian  Uevado  a  efecto,  tanto  porque  era  preciso  fabricar  la 
cuerda,  y  para  esto  se  necesitaba  macho  tiempo,  paesto  que 
Eloisa  solo  podia  lle^arle  una  pequeQa  parte  de  cuerda  cada 
semana,  cuanto  porque  le  habia  dicho  a  Enrique  y  lo  creia 
en  realidad  que  el  dia  menos  pensado  saldria  de  su  prision 
legal  men  te  y  sin  necesidad  de  echar  mano  de  medios  de 
por  si  peligrosos,  yi^ndose  despues  obligado  a  salir  del  pais 
por  el  temor  de  ser  nuevamente  capturado;  pero  como  ya 
habia  trascurrido  tanto  tiempo  y  la  paciencia  de  Eorique 
estaba  para  agotarse,  resolvi6  emprender  la  fuga  y  abando- 
nar  aquel  lugar,  que  se  le  habia  hecho  insoportable  por  la 
clase  de  moradores  con  quienes  estaba  obligado  a  yivir. 

Durante  los  tres  o  cuatro  meses  que  habia  permanecido 
Enrique  en  la  penitenciaria  habia  adquirido  una  grandfsi- 
ma  e^periencia  de  la  vida,  habia  visto  cosas  que  jamas  se 
babria  imajinado,  crfmenes  de  los  que  no  tenia  la  menor 
idea;  habia  visto  a  la  humanidad  bajo  una  forma  diametral- 
mente  opuesta,  como  se  la  habia  figurado;  habia  presenciado 
todo  cuanto  hai  de  bajo,  de  inmundo,  de  soez,  de  cruel,  de 
e&pautoso,  de  malvado  sobre  la  tierra;  habia  sido  testigo  de 
escenas  sucias  y  horripilantes  por  la  andacia,  por  la  vana  ) 

gloria  del  crimen;  habia  conocido  a  esos  heroes  del  vicio 


\ 


MIL  Hnuuk  347 

que  hacian  alarde  de  sa  ferocidad,  que  se  pavoneaban  con 
8US  maldades  y  qae  mientras  mas  criminales  eran  o  apare- 
cian  se  consid^raban  saperiores,  siendo  no  objeto  de  respe- 
to  y  hasta  de  envidia  para  sus  consocios. 

Aqael  que  Labia  hecho  mas  robos,  que  habia  cometido 
mas  «?sesinatos,  que  se  habia  mostrado  mas  feroz,  que  habia 
derramado  mas  sangre  y  bebidola  en  el  cr&aeo  de  bus  vie- 
timas,  era  considerado  el  rei  de  aquel  gremio,  el  Pluton  de 
aquel  Averno* 

Al  principio  Earique  trat6  de  mejorar  aquella  jente,  pero 
le  volvieron  la  espalda  y  se  burlaron  de  ^1. 

Entonces  Enrique  us6  de  un  mStodo  distinto:  el  no  ha- 
blar,  el  no  mirar,  el  no  ver,  no  tardando  por  esto  mismo  en 
acarrearse  la  animosidad  de  todos,  y  no  perdian  ocasion  al- 
guna  pf^ra  mo  rtificarlo,  ya  fuese  de  una  manera  o  de  otra; 
pero  el  desprecio  profundo  de  Enrique  lo  salvaba:  ninguno 
de  aquellos  hombres  era  capaz  de  ofenderlo,  capaz  de  he- 
rirlo;  sin  embargo,  el  deseo  de  salir  de  aquel  lugar  era  en 
el  cada  dia  mas  vehemente. 

La  indiferencia,  la  impasibilidad,  la  mansedumbre  de  En- 
rique, lejos  de  calmar  a  aquellas  farias,  las  habia  exaltf^do 
a  tal  punto,  que  un  dia  se  propusieron  asesinarlo;  pero  un 
guardian  oy6  el  complot  y  lo  evit6,  castigando  a  los  princi- 
pales  autores  del  crimen,  entre  los  que  se  contaba  en  prime- 
ra  linea  un  hombre  alto  y  grueso  al  que  llamaban  el  jigante 
Goliat  por  su  portentosa  fuerza;  pero  este  hombre  era  mui 
necesario  para  uno  de  los  talleres,  pues  ^1  solo  hacia  mover 
una  mdquina,  de  manera  que  pronto  sali6  de  su  condena, 
guardando  mayor  resentimiento  contra  Enrique  a  causa  de 
no  haberle  poJido  hacer  mal,  y  esperando  que  se  le  presen- 
tase  una  oportunidad  para  castigarlo,  segtin  ^1  decia;  pero 
Earique  estaba  prevenido,  pues  el  guardian  le  habia  conta- 
do  el  suceso,  dici^ndole  que  se  precav^iera  y  designaadole 
el  individuo  que  queria  hacerle  mal.  Ei  j67en  obrero  hizo 
poco  caso,  confiado  en  su  ajilidad|  en  su  fuerza  y  en  su  dea- 


34a 

treza,  sin  eanfiane  pv  esto  del  individno^  porqne  A  oaoocut 
jft  denuKiado  los  in^tintos  feroces  de  la  jenendidad  de  aqiie- 
Ilos  hombres  qae  la  eoctedad  pretende  moralizar  con  aqoe- 
lla  circel,  donde  se  trabijan  alganos  artes,  pera  que  no  con- 
higae  sm  propositoi,  paes  los  iodividao?,  casi  sin  e6eepci<m 
algaoa^  pnede  asegurarse  que  salen  mas  ooirompidoe,  mas 
ridoBOB  J  maa  crinuLales  qae  coando  entraron  al  priQcipio, 
porqoe  la  maldad  tiene  sa  atmosfera  j  ejerce  aa  prenon, 
contamioando  con  aoa  miaamaa  a  todos  los  qae  habitan  en 
el  mUmo  recinto. 

Gomo  hemos  dicho,  el  jigante  Goliat  espiaba  nna  ocaaton 
J  &ta  no  tard6  macho  en  present^UBcIe.  Un  dia  qae  ae  en- 
eoDtraba  solo  Enriqae  en  an  lagar  apartado,  donde  solia 
retirarse  en  las  horaa  de  descanso  para  leer  o  meditar,  fa6 
advertido  Gx>liat  por  809  otros  compafieroe  y  ae  dirij6  en  el 
acto  bicia  el  j6ven. 

Lo9  presidiarioa  se  hicieron  aparentemente  deaentendidos 
para  eagafiaf  a  sns  gaardianes  y  dar  tiempo  a  qae  aa  cama- 
rada  conclnyese  la  operacion,  sin  qae  por  esta  distraccion 
hibilmente  ejecntada,  dejasen  de  estar  atentos  a  lo  qae  iba 
a  pasar,  oo  dadando  por  an  momento  cadi  seria  el  resaltado. 

Enriqae  yio  venir  al  jigante,  y  caal  otro  Daidd,  tom6  dos 
peqaefiaa  piedras  en  sas  maoos;  pero  ea  lagar  de  lanzarlaa 
con  la  honda  como  el  profeta  rei,  paso  ana  en  cada  mano  y 
cerr6  los  pofios:  no  podia  evadir  el  combate  y  era  neceaa- 
rio  trinnfar  o  perecer. 

Goliat  se  acerc6  paasadamente,  mir6  h&cia  atras  para 
cerciorarse  de  si  lo  veian  sas  compafieros,  se  sonri6  sain- 
ddndolos,  y  volViendose  en  segaida  donde  Bnriqae,  le  dijo 
con  voz  gataral,  ni  mas  ni  menos  qae  el  rojido  espantoso  y 
amenasador  del  tigre: 

— Ahora  no  me  escapards,  y  se  lanzd  de  an  salto  sobre 
Ecrique,  del  mismo  modo  qae  lo  habiera  hecho  el  terrible 
animal  qae  acabamos  de  nombrar. 

El  j6yen.  aon  ana  lijereza  prodijiosa,  hizo  a  an  lado  el 


x^  iMulrai  DKL  nmash.  349 

caerpo,  evadiendo  el  golpe,  j  la  masa  enorme  del  jigante 
pas6  adelante  sin  encontrar  resistencia,  estrell^ndose  con  el 
mnro  inmediato. 

Goliat,  con  el  faerte  choqae  dado  en  la  pared,  se  le  ha- 
bian  dedoUado  y  ensangrentado  sas  manos,  j  se  volvi6  fa- 
rioso  contra  Enrique,  que  ya  se  hallaba  a  algnnos  pasos  de 
61  y  que  hubiera  podido  emprender  la  fuga,  libertindose 
del  peligro;  pero  eata  maniobra  no  se  le  ocurri6  a  Enrique, 
porque  no  estaba  en  su  carficter. 

Goliat  se  lans6  nuevamente  y  (ai  burlado  por  la  miama 
maniobra  del  j6ven,  recibiendo  ademas  un  faerte  puntapi^ 
en  el  abd6men  que  lo  hizo  retroceder. 

La  rabia  del  jigante  aument6  considerabletnente  con  este 
otro  ataque  frustrado,  y  la  bilaridad  de  los  espectadores  con* 
tribtty6  no  poco  al  acrecentamiento  de  su  furor. 

Una  feliz  idea  se  le  ocurri6  a  Enrique  y  la  puso  inmedia* 
tamente  en  planta.  A  poca  distancia  habia  un  gran  monton 
de  ceniza  y  tom6  un  grueso  pufiado  antes  que  Goliat  lo  em* 
bistiera  por  tercera  vez.  Este  no  se  fij6  en  la  maniobra  y  lo 
atac6  sin  vacilar,  viendo  que  Eurique  lo  esperaba  de  firme; 
pero  antes  que  descargase  el  terrible  golpe,  nuestro  j6ven 
obrero,  que  no  habia  perdido  un  dpice  de  su  saugre  fria,  le 
lanz6  el  pufiado  de  ceniza  a  la  cara,  coq  tal  acierto,  que  lo 
ceg6  en  el  aeto,  Uen^ndole  a  la  vez  la  boca,  que  la  tenia 
entreabierta  por  la  e61era  que  lo  dominaba. 

Goliat  llev6  sus  dos  manos  a  los  ojos  con  ese  movimiento 
natural  del  que  ciega  iustantdneameute,  quedando  por  com- 
plete a  merced  de  su  enemigo,  que  supo  aprovechar  de  la 
ocasion  para  descargar  dos  fuertes  pufietazos  en  el  ancho 
pecho  del  jigante,  que  cay6  de  espaldas  sin  pronunciar  pa- 
labra  y  vomitando  sangre  mezclada  de  ceniza. 

La  estupefaccion  de  los  presidiarios  que  presenciaban  el 
combate  fu6  suma,  tanto  mas  cuanto  que  Earique,  aunque 
de  elevada  estatura,  era  mui  delgado,  y  su  hermosa  fisono- 
mia  no  anunciaba  fuerza  tan  herc41ea. 


3$A  tdn  nftStsiMi  SSL  ttstaiUK 

EI  j6ven  mir6  nn  momento  con  aire  de  deaprecio  al  ji- 
gante  y  ee  diriji6  sileDcioso  j  sereup  hdcia  el  patio  donde 
se  encontraban  I09  espectadores,  que  le  abrieron  paso  al  acer- 
carse  a  elios,  porqae  les  habia  iDfandido  respeto  aqael  acto 
qne  probaba  sn  estraordioario  vigor,  pnei  la  fuerza  brnta 
68  lo  ^Qico  qae  impone  a  jente  de  ese  jaez. 

Advertido  el  gaardian  de  lo  sucedido,  fa6,  en  compania 
de  todos  I08  presidiarios  qae  se  encontraban  presentes,  a  le- 
yantar  al  jigante,  qne  continuaba  echando  sangre,  sin  poder 
todavia  abrir  los  ojos  ni  decir  nada,  pero  lachando  por  po- 
nerse  de  pi6  sin  consegnirlo. 

— Cdspital  e8clam6  uno  de  los  presos;  |quien  hnbiera 
creido  qne  ese  mnneco  derribase  al  jigante  de  nn  solo 
golpel 

— Lo  cnrioso  seria  qne  lo  hnbiese  mnerto,  dijo  otro. 

— En  ese  caso  merecia  qne  lo  proclamdsemos  por  naestro 
rei,  repugo  nn  tercero. 

— jValiente  mnehacho!  agreg6  nn  cuarto;  jqa^  Idstima 
qne  no  sea  de  los  nnestrosl 

Nosotros  saprimimos  todas  las  interjecciones  de  qne  iban 
acompafiados  los  dichos  de  cada  nno  de  los  presidiarios,  dl- 
.chos  qne  mortificaban  estraordinariamente  la  vanidad  del 
gran  bandido  qne  yacia  en  el  suelo. 

Al  fin,  el  jigante  fn^  puesto  de  pi6,  escapi6  sangre  y  ce- 
niza,  se  lav6  los  ojos  y  consiguid  ver  y  hablar. 

La  espresion  de  aqnella  fisonomia  era  espantosa;  volvien- 
do  y  revolviendo  sns  ojos  en  todas  direcciones  parecia  qne 
qneria  devorarlos  a  caantos  se  encontraban  presentes,  paes 
habia  oido  sus  risas  y  sarcasmos. 

— Ya  me  las  pagareis,  amigos,  esclani6;  pero  decidme, 
mientras  tanto,  donde  est&  el  maricon  de  la  ceniza. 

— jEl  maricon!  jGaramba  con  el  maricon!  asi  qnisieras  ser 
tii  como  ^H  contest6  nn  viejo  d^bil,  chico,  y  al  parecer  en- 
fermizo,  pero  qne  era  mas  temido  qne  Goliat. 

--*-AhI  pap^  alaoraa,  repnso  el  jigante;  solo  a  nated  se  le 


pneden  perdonar  esas  chanzasi  Si  otro  me  lo  habiera  dicho^ 
ya  veriamos..  • 

El  viejo  chico  a  quien  llamaban  alacran,  se  sonri6,  mos- 
trando  udos  dientes  pequeSos,  amarillos  y  al  parecer  mui 
afilados;  pero  aqaella  sonrisa  tenia  la  particalaridad  de  cau- 
sal* mas  temor  qne  la  bronca  y  col^rica  voz  del  jigante,  por- 
qne  el  papd  alacran  era  el  director,  el  jefe,  el  alma  de  Io8 
bandidos,  probando  con  sa  incontrastable  saperioridad  que 
la  intelijencia  se  sobrepone  siempre  a  la  faerza,  o  mejor  di- 
cho,  es  la  mayor  de  todas  las  faerzas,  pues  es  la  &nica  qne 
pnede  veneer  todas  las  resistencias. 

El  guardian  impnso  sileocio  y  orden6  a  Goliat  de  segair- 
lo,  sin  duda  para  qne  otro  empleado  superior  juzgase  del 
hecho;  pero  a  Enrique  no  le  hicieron  la  menor  observacion 
ni  le  impusieron  el  menor  castigo. 

El  jigante  habia  tenido  que  pasar  a  la  enfermeria,  porque 
los  dos  golpes  de  Enrique,  ayudados  de  la  pequefia  piedra 
que  habia  puesta  en  cada  una  de  sus  manos,  fueron  tan  rd- 
cios,  que  le  fracturaron  dos  costillas  del  pecho  al  c^lebre  y 
temido  Goliat  la  m&quina  a  quien  ^1  servia  de  motor  tuvo 
que  quedar  parada  por  mucho  tiempo. 

IV. 

Exasperado  Enrique,  como  ya  lo  hemos  dicho,  de  hallar- 
66  en  contacto  por  tanto  tiempo  con  aquella  jente,  decldi6 
al  fin  no  esperar  mas  8U  libertad  sino  tomarla,  corriendo 
todos  los  riesgos  de  una  evasion  peligrosa  bajo  todos  aspec- 
tos  y  especial  men  te  si  era  descubierto;  pero  estaba  resuelto 
a  no  permanecer  un  solo  dia  mas  en  la  penitenciaria,  prefi- 
riendo  morir  en  la  lucha  o  quedarse,  y  solo  esper6  la  visita 
de  Eloisa  para  ponerse  definitivamente  de  acuerdo  en  todo 
lo  que  debia  hacerse  en  la  noche  siguiente,  que  era  la  fijada 
por  Enrique. 

Como  si  la  Providencia  hubieae  querido  protejer  la  tva* 


%i2 

4 

tioQ  del  joren  y  honrado  aitesano,  la  noche  senalada  par 
isbe  era  tenebrosa  j  fria  cotno  en  lo  mas  riguroso  del  ia- 
Tierao,  y  llovia  a  torrentea. 

Toda  la  £imifia  de  Eariqae  eat^iba  aobreaaltada,  eon  ese 
temor  mezclado  de  esperaoza  que  precede  a  nn  aoonteci- 
miento  del  cual  depende  la  felicidad  o  jlesgracia  de  naestra 
trida. 

La  vieja  Marta,  Merced^  y  Teresa  m  pasiemn  en  ora- 
don;  80I0  Eloisa  andaba  de  nn  lado  a  otro  haciendo  algn- 
naa  dilijencias,  talvez  con  el  fin  de  ocnltar  sn  tnrbacion 
interior,  tnrbacion  qae  podia  conocerse  facilmente  por  la 
palidez  de  sn  rostro.  Domingo  Lopez  miraba  en  silencio  el 
grnpo  que  formaban  sa  mnjer  y  sn  hija  arrodiiladas  delante 
de  las  im&jenes  de  sn  devocioo,  sin  dejar  de  fijarse  en  Eloisa 
qne  entraba  de  tiempo  en  tiempo  bajo  cnalqnier  pretesto  y 
volvia  a  salir  sin  decir  palabra,  pero  sonri^adole  iristemente 
al  viejo  militar  como  dos  indiyidnos  qne  estdn  de  acnerdo 
en  la  ejecncion  de  algnn  proyecto  que  los  demas  igno- 
raban. 

Domingo  Lopez  habia  pedido  el  cocbe  para  las  diez  de 
la  noche:  era  el  mismo  qne  le  habia  servido  seis  o  siete  me- 
sea  antes  para  condncir  a  Gnillermo  a  la  quinta  de  Tnogai, 
y  ahora  como  eatonces,  habia  sido  servido  con  pnntualidad. 

£1  viejo  militar  se  sent6  en  el  pescaote  para  conducir  los 
caballos,  y  en  el  interior  se  coloc6  Santiago  y  Eloisa,  qne 
qniso  ser  a  toda  costa  de  la  partida.  Tambien  pnsieron  nna 
cantidad  de  cueros  de  cordero  cortados  de  cierto  modo  y 
con  amarras  por  dentro  con  el  objeto  de  forrar  las  ruedas 
del  coche  tan  Inego  como  hnbieran  llegado  al  campo  de 
Marte,  para  dirijirse  en  segnida  a  la  penitenciaria  y  no  ser 
descubiertos  por  los  centinelas. 

Eran  las  diez  tres  cuartos  cnando  se  pnsieron  en  marcha. 
Llovia  a  torrentes  y  no  se  distingnian  los  objetos  a  dos  va- 
ras  de  diatancia* 

Bl  coehe  se  deslizaba  rdlpidamente  por  las  calles  de  San- 


DM  notftsroi  tnof  miLo^  ,    i^i 

tiagp,  alumbradaa  entouces  por  las  opacas  Umparas  de  ac^eitd 
colooadas  de  trecho  en  trecho. 

Ningun  otro  carraaje  veiase  en  ese  momento,  y  los  aerenos 
se  distingaian  con  dificaltad,  acarracados  en  lo8  ingiilos  de 
las  esquinas  para  gaarecerse  de  la  llavia,  sabiendo  que  exis- 
tian  casi  4nicamente  por  el  sllbido  prolongado  7  notorio 
del  pito  de  hueso  que  llevan  siempre  consigo,  y  con  el  qtte 
hacen  sus  sefiales  convencionales  segan  sea  lo  que  ise  led 
ofrezca. 

El  cocbe  atraves6  la  alameda,  mas  8olitat*ia  aan  qne  todo 
el  resto  de  la  poblacion,  porque  este  barrio  y  particular- 
mente  en  aqaella  ^poca,  pasadas  ciertas  boras  de  la  noche^ 
e3  el  mas  triste  y  16brego  de  Santiago.  Un  peqnefio  farol 
colocado  en  uno  de  los  dos  lados  del  pescante  alambraba  el 
camino.  La  llavia  azotaba  la  cara  del  veterano^  qae  estaba, 
como  se  dice  vulgarmente,  mojado  como  sopa.  Santiago  y 
Eloisa,  que  iban  en  el  interior,  no  decian  palabra,  pero  esta- 
ban  inqnietos.  Santiago  llevaba,  para  mas  precaacion  deba- 
jo  de  la  manta,  nna  linterna  sorda. 

Antes  de  enfrentar  la  calle  del  Diezioclio,  qne  paede  de- 
cirse  estaba  entonces  apenas  delineada^  Domingo  Lopez 
mir6  sn  reloj  a  la  laz  del  farol  y  dijo:  ''Las  once  y  cuarto* 
tenemos  tiempo  de  sobra."  Y  tom6  en  seguida  la  direccion 
de  la  penitenciaria. 

Cuando  lleg6  el  carraaje  al  campo  de  Marte,  Domingo 
Lopez  contnvo  los  caballos  y  apag6  la  vela,  diciendo  en  voz 
baja:  ''Ya  es  tiempo  de  praqticar  la  operacion." 

Eloisa  y  Santiago  descendieron  del  coche  y  sacaron  los 
cneros  de  cordero  qae]^traian,  principiando  a  forrar  laa 
rnedas. 

La  llavia  continaaba  siempre  con  la  misma  fuerza,  y  la 
oscaridad  qae  los  rodeaba  €^ra  espantosa. 

Trabajaban  sin  verse  y  sin  hablarse,  pero  trabajabau  sin 
hacer  case  de  la  llavia  ni  del  barro,  que  les  llegaba  a  media 
pierna.  La  pobre  Eloisa  estaba  completamente  empapada^ 


Bi  en  ^tu^  momeiito  U  Imbien  rist^  el  iiiiiiHlit>,  mo  ksbiia 
e<MOCt<lo  en  aqo^lla  jd^en  a  U  e!ega]ite  Tiiidita  de  Im  eaDe 
de  Kaato  Domingo^  a  qaien  reui  diarutmeiite  j  q«e  le  p«re- 
da  toa  delica  Ja  qae  no  seria  eap^  da  aaportar  la  menar 
intemperie. 

Conelaida  la  operacion,  volvid  Domingo  Lopes  al  pe»- 
eante  y  eontinuaron  la  mareha.  £i  coehe  no  hada  d  menor 
roido. 

Caando  llegaron  como  a  la  mitad  del  espeso  mnro  que 
drcanirala  la  pentteaciaria  y  en  direccion  al  pnnto  indica- 
do  por  Eoriqne,  se  pararon,  bajando  otra  Fez  del  carmaje 
J  sacando  doB  gaochos  de  fierro  y  nn  pesado  martillo  para 
introdncirloa  en  la  pared.  LiiS  gaochos  7  el  martillo  estaban 
forrader  para  amortigaar  el  aonido.  Eran  en  ese  momento 
las  once  j  tres  caartoi*,  porqae  el  viejo  militar  8ac6  so  reloj 
qne  v^i6  con  precaudon  a  la  laz  de  la  linterna  sorda  qne 
Hatitiago  traia  deb^jo  de  la  manta. 

Aqucllos  quince  minutes  de  espera  les  parecieron  nn  si- 
glOf  a  tal  punto  que  el  veterano  mir6  repetidas  veces  sn 
reloj,  porqae  temia  eogaiiarse. 

Eran  ya  las  docs  y  ciaco  minutos  y  principiaba  a  apode- 
rarso  de  ellos  el  sobresalto,  caando  oyeron  nn  prolongado 
ailbido,  setlal  couvenida  entre  Eariqae  y  los  de  afaera. 

La  seQal  fu^  contestada  de  la  misma  manera,  lo  que  que- 
ria  decir  quo  estaban  prevenidos. 

Focos  momentos  despaes  siutidse  6aer  a  corta  distancia 
nn  cuerpo  pesado  sobre  el  barro.  Santiago  sac6  la  linterna 
sorda,  acomoddadola  de  manora  que  la  refraccion  de  la  luz 
dlera  {inicameate  en  el  suelo  para  buscar  la  cuerda  y  no 
ser  visto  a  la  distancia,  quedando  ^1  y  los  demas  a  la  som- 
bra,  es  decir,  envueltos  en  la  oscuridad. 

A  poco  andar  y  guiados  por  el  ruido,  encontraron  la  pie- 
dra  a  que  ostaba  atada  la  cuerda  y  fijaron  6sta  fuertemente 
a  la  pared  en  los  gruesos  ganchos  que  habian  traido  y  he- 
oho  trabi\jar  espresamente  con  ese  objeto. 


BM  tiOftiMk  DiL  fmiH.  356 

Eariqne  C0Q0ci6,  por  la  tension  de  la  caerda,  que  ya  la 
liabian  fijado;  pero  esper6  un  memento  por  precancion. 
Caando  crey6  que  ya  no  habria  el  menor  riesgo,  princapi6 
8u  descencion,  ni  mas  ni  menos  qne  un  consamado  acr6bata. 

Pocos  minutos  fueron  necesarios  para  recorrer  aquel  corto 
espacio  y  se  encontro  sobre  el  muro  donde  se  acost6  por 
esceso  de  precancion,  pnes  era  imposible  que  lo  distinguie- 
ran  aun  a  corta  distancia  en  medio  de  aquella  oscnridad. 

Domingo  Lopez,  Santiago  y  Eloisa  estaban  al  pi^'  del 
muro  y  conocieron  por  el  movimiento  de  la  cuerda  que  En- 
rique habia  llegado  y  que  bajaba. 

La  ansiedad  era  grande,  y  aquellos  tres  corazones  palpi- 
taban  en  fuerza  de  la  emocion  que  sentian;  pero  n^  podian 
verse  los  individuos,  de  manera  que  era  imposible  conbeer 
cudl  de  ellos  era  el  que  estaba  mas  impresionado;  mas  iloso- 
tro8,  que  tenemos  el  privilejio  de  leer  en  las  intenciones  y 
qne  sabemos  de  anteraano  el  interior  de  los  personaje^i  que 
figuran  en  nufstia  historia,  podemos  asegurar  que  de  las 
tres  personas  que  aguardaban  a  Enrique,  la  que  espei  imen* 
taba  una  aensacion  mas  viva  y  mas  profunda  era  Eloisa,  y  a 
tal  grado,  que  si  el  j6ven  hubiese  sido  sorprendido,  como 
era  probable,  ella  habria  escalado  el  muro  y  perecido  en  la 
demanda  por  sostenerlo. 

Pero  este  estado  de  suprema  angustia  dur6  solo  un  mO'^ 
mento,  porque  Enrique  se  encontr6  en  unos  cuantos  segun* 
dos  en  brazos  de  su  padre,  que  lo  tuvo  por  largo  rato  cdntra 
Bu  pecho. 

Un  d^bil  suspiro  hizo  conocer  a  Enrique  que  Eloilra  es- 
taba presente,  y  preguntd  con  voz  mui  baja:  '*gD6nde  estA 
mi  hermana  para  abrazarla?"  E  inmediatamente  dos  tof  nea- 
dos  brazos  se  le  echaron  al  cuello,  sin  presentar  por  esto  la 
cara,  que  Enrique  buscaba  para  besarla;  pero  Eloisa,  pre- 
viendo  esto  y  talVez  por  no  ceder  a  una  tentacion  dulce,  se 
esquiv6,  diciendo  al  j6ven:  "AquI  tiene  nsted  tambieh  un 
buea  amigo^';  y  lepreaantd  a  Santiago,  escapdndose  el'a* 


3S6  kM  aaoixtod  dil  puttui. 

El  veterano  dijo  entonces:  ^^Bejeraonos  de  camplimlentoi 
por  ahora,  que  dentro  de  an  rato  nos  abrazaremos  de  naevo 
J  mas  largOy  porqae  es  preciso  peosar  que  no  debemos 
perder  tiempo," 

T  diciendo  j  haciendo,  el  soldado  de  la  independencia 
arraac6  lo8  garfios  c'avados  a  la  mnralla,  cort6  el  cordel 
para  no  dejar  rastro  de  c6mo  habiasido  la  escarsion,  oblig6 
a  entrar  al  coche  a  las  tres  persooas  qae  lo  acompanaban  y 
le  di6  el  trote  a  sas  caballos,  sabi^adose  ^1  al  pescante  sin 
decirle  ni  nna  palabra  mas  a  sa  hijo. 

Poco  mas  o  menos  en  el  mismo  sitio  donde  habia  forra- 
do  las  ruedas  del  coche  se  detuvo  y  practic6  la  operacion 
contraria,  en  la  qae  paso  mai  poco  tiempo,  paes  no  hizo 
otra  cosa  qae  cortar  las  amarras. 

Intertanto  Enriqae  habia  tornado  ana  de  las  manos  de 
Eloisa,  haci^ndole  mil  pregantas,  a  las  que  apenas  contesta- 
ba  la  j6veD,  vencida  por  la  emocion. 

El  carraaje  lleg6  al  fin  con  toda  felicidad,  deteni^ndose 
en  la  calle  de  Breton  frente  a  la  puerta  de  la  nueva  habita- 
cion  de  la  familia  Lopez. 

V. 

Pintar  la  recepeion  de  Enrique,  retratar  todas  aquellas 
emociones,  todas  aquellas  alegrias  distintas  pero  a  cual  mas 
deliciosa  y  a  cadi  mas  profunda,  es  una  tarea  mui  dificil, 
aaperior  a  nuestras  faerzas,  y  que  sin  embargo  estdn  al  al- 
cance  de  cada  lector  y  eada  uno  puede  figardrselas  y  apre- 
ciarlas  segun  el  grado  de  sensibilidad  de  qae  est^  dotado. 
En  la  jerarqufa  infinita  de  los  seres  y  de  los  sentimientos, 
es  imposible  clasificar,  es  imposible  designar  con  palabras 
la  escala,  el  diapason  de  cada  uno  de  ellos,  y  no  hai  voces 
ni  lenguaje  algano  qae  represente  con  propiedad  todas  esas 
modulaciones  del  corazon,  qae  no  tienen  nombre,  ni  balan- 
sas  bastante  finas  para  designar  la  t^nue  gravedad  de  laa 


SOS  SIGSnoi  DIL  VUEBUX  357 

Benpaciones;  y  esta  es  la  razon  porque  un  mismo  aconteci- 
miento  se  repercute  de  diversas  maneras  en  cada  uno  de  los 
seres,  y  este  es  e^motivo  tambien  porque  dejimos  a  la  con- 
sideracion  de  cada  cual  que  juzgue  del  contento  de  Mar- 
ta,  dd  Mercedes,  de  Domingo,  de  Eloisa  y  de  los  demas  in- 
dividuos  que  hacian  parte  mas  o  menos  integrante  de  aque* 
11a  honorable  familia. 

Como  es  de  presumirlo,  la  primera  dilijencia  de  Marta 
fa^  de  que  cambiaran  toda  su  ropa  que  venia  empapada,  y 
aderoas,  Enrique  estaba  descalzo;  pues  no  hubiera  podido 
hacer  la  ascencion  al  alto  palo  ni  la  descencion  por  el  cor- 
del  si  hubiese  tenido  zapatos. 

El  antiguo  sarjento  Lopez,  y  decimos  sarjento,  aunque 
habia  llegado  ya  a  ser  teniente,  porque  n09  es  simpdtico  el 
grado  con  que  lo  conocimosal  principio;  el  antiguo  sarjento 
Lopez,  repetimos,  estaba  de  pUcemes,  no  cabia  de  satisfac^ 
cion,  y  no  ceaaba  de  mirar  y  remirar  a  Eirique  y  de  hacer- 
le  mil  preguntas,  cuyas  respuestas  no  esperaba,  y  de  decirle 
mil  estravagancias  sin  que  se  apercibiese  de  ellas. 

— Vamos,  Marta,  esclaraaba  algunas  veces:  ya  ves  que 
estamos  transidos  de  frio;  ea  preciso  darno3  un  poco  de 
vino;  anda,  pues,  que  no  te  has  de  encontrar  en  otra;  saca 
ademas  todos  los  fiambres  y  haznos  un  buen  valdiviano  con 
harta  ceboUa,  harto  aj{  y  bastante  agrio  de  naranja.  Ya 
veras,  Enrique,  anadi6,  que  asi  no  nos  costipamos,  porque 
tu  madre  sabe  hacer  estas  cosas  divinamente. 

Y  el  buen  sarjento,  sin  esperar  la  cena,  se  echaba  un 
buen  vaso  al  cnerpo,  diciendo: 

—Este  ha  sido  mi  r^jimen  en  campafia,  y  nunca  me  ha 
salido  mal;  siemprfe  he  estado  firme  como  un  peraly  bneno 
y  robusto  como  un  fraile  o  como  un  can6nigo;  lo  que  no  es 
poco  decir,  porque  esos  cabaJleros  se  pasan  la  vida  mas  re* 
galada  de  este  mundo. 

Y  la  alegria  del  veterano  subia  de  punto. 

Marta  no  estaba  menos  contenta  que  su  marido,  pero  qq 


)59 

dioha  era  distinta:  era,  se  puede  deoir  asi,  reservada  y  sl- 
lencioAa,  j  no  meDOS  o  talvez  mas  prof  an  da  que  la  de  Do- 
mingo Lopez,  pero  tenia  otra  nataraleza  y  obraba  en  con- 
for  mi  dad  a  ella. 

Enrique,  sin  dejar  de  sentir  una  satisfaccion  inmensa,  uno 
de  aquellos  pocos  goces  que  se  esperimentan  tambien  pocas 
veces  en  la  vida,  estaba  sin  embargo,  pan^iativo,  maa  pensa- 
tivo  que  lo  que  requerian  las  circunstancias,  de  lo  que  exijia 
el  placer  de  verse  despues  de  tantos  sufrimientc>8  y  despues 
de.una  tan  larga  ausencia. 

lQ,\x4  pasaba  en  ese  momento  por  la  imajinacion  del  j6- 
vep?  Preciso  es  decirlo:  recordaba  a  Luisa  y  veia  a  Merce- 
des. ..  Luisa  habia  desaparecido  para  61,  no  tenia  de  ella  la 
menor  noticia,  talvez  lo  habia  olvidado,  y  esto  lo  entriste- 
cia,  esto  casi  lo  desesperaba.  Nunca  se  habia  atrevido  a 
preguutarle  a  Eloisa  por  Luisa;  jpodia  hacerlo?  ^La  conocia 
acaso?  Asi  es  que  ignoraba  completamente  qu6  era  de  ella, 
si  permaneceria  en  San  Jorje  o  habria  vuelto  a  Santiago  y 
si  tendria  alguna  noticia  de  su  pri^ion.  Todo  esto  lo  preo- 
cupaba,  a  pesar  del  placer  de  sentir^e  libre,  a  pesar  de  la 
delicia  que  esperimentaba  al  ver  a  su  familia. 

Por  otra  parte,  el  estado  en  que  encoutraba  a  Mercedes, 
aunque  previsto  de  antemano,  aonque  era  natural  e  infa- 
lible,  no  dejaba  tambien  de  hacerlo  rt-flexionar  bastante;  y 
estos  dos  pensamientos:  el  no  saber  de  sii  querida  y  el  saber 
lo  que  iba  a  sucederle  a  su  hermana,  entristecian,  dir^moslo 
asi,  su  alegria. 

, Mercedes,  por  su  parte,  gozaba  infinite  al  ver  a  su  her- 
mano,  pero  se  mostraba  timida,  recelosa, tcasi  avergonzada 
y  no  tenia  ya  la  espontaneidad  de  afectos  de  otra  ^poca, 
sia  que  por  esto  dejasen  de  ser  tan  tiernos  como  antes:  pero 
la  conciencia  de  su  estado,  lo  que  ya  esperimentaba  desde 
algunos  dias,  el  no  ser  lo  que  era  acibaraba  el  goce  iofinito 
de  tener  a  su  lado  a  su  6nico  hermano,  en  quien  tenia  toda 
6U  confinnza,  en  quien  habia  depositado  tantas  veces  sus  vir- 


toi  aaonxos  ma,  fiheua  895 

•  ■ 

jinales  impreeiones  y  los  aotos  todos  de  sa  corta  carrera  en 
el  mnndo. 

Eloisa,  pAlida  de  emocion  pero  sonri^ndose  con  delicia 
inefable,  satisfecha  de  sn  trionfo,  contenta  con  haber  vuelto 
al  8eno  de  aquella  virtaosa  familia  el  miembro  mas  qneri- 
do,  orgallosa  de  que  le  debiera  Enrique  su  libertad,  jEari- 
que  a  qoien  adoraba  en  secrete  y  por  quien  hubiera  dado 
cien  mil  veces  la  vida!  esperimeutaba  una  felicidad  indeci- 
ble,  una  de  aqaellas  dichaa  que  apenas  soporta  el  corazon, 
una  de  aquellas  emocione<3  dulces,  tiernas,  apasionadas  y 
profundas  que  se  reconcentran  en  el  alma  de  tal  modo,  que 
casi  no  las  manifiesta  el  semblante;  y  menos,  mucho  menos 
aun  la  palabra;  asi  es  que  solo  podia  eonocerse  el  divino 
Stasis  de  Eloisa  por  el  brillo  de  sus  ojos,  que  se  dirijian  al- 
ternativamente  ya  a  la  madre,  ya  al  padre,  ya  a  la  herniana, 
y  al  hijoj  repercuti^ndose  en  su  pecbo  las  deliciosas  impre- 
siones  de  cada  uno  de  ellos,  viaiendo  a  formar  en  segaida  una 
sola  impresion,  del  mismo  modo  que  en  una  orqueata  com- 
puesta  de  diferentes  instrumentos  prodacen  un  solo  e  impo- 
nente  sonido,  sonido  que  comprende  todos  los  ecos  en  un 
soloeco,  todas  las  melodias  en  una  sola  melodia. 

Santiago  y  Teresa,  naturalezas  buenas ,  pero  no  naturale- 
zas  po6tica8,  estaban  tambien  coatentos,  alegres,  satisfeohos; 
sentian  cuanto  podian  sentir,  gozaban  cuanto  podian  goza^, 
participando  a  su  manera  del  goce  comun,  y  aumentfindolo, 
si  posible  era,  con  sus  esclamaciones  inj^nuas,  Uenas  de  na« 
tural  benevolencia  y  de  sincero  placer. 

Oomo  es  de  presumirlo,  ninguuo  se  acost6  aquella  noche: 
jqu^  suefio  podrian  tener!  Cuando  ae  vive  por  el  alma,  el 
imperio  del  cuerpo  desaparece,  y  los  sentidos  acbmpafian  y 
velan  tambien  con  el  espiritu  que  los  dirije. 

Pero  el  tiempo  pasa,  las  horas  se  suceden  las  unas  a  las 
otras  sin  interropcion,  y  tan  to  para  los  felices  como  para 
los  desgraciados,  sin  poderlos  detener  los  primeros  y  sin 
precipitarlos  los  segundos,  sin  que  aquellos  las  fijen  y  dn 


3«0 

qae  estos  las  hagan  correr,  aino  qoe  se  deslisan  de  la  misma 
manera  para  todoa  en  el  camino  iaconmenaiirable  de  la  eter- 
nidady  donde  van  a  perderse  todos  los  acontecimientoSy  to- 
daa  las  glorias,  todas  las  dichas,  todos  los  dolores  del 
miiiido.  • 

£1  sol  alambraba  ya  al  nnevo  dia,  caando  Marta,  notan- 
do  cierto  cambio  en  Mercedes,  dijo  a  los  demas  que  era  ne- 
cesario  reparar  con  algunas  horas  de  descanso  las  fatigas  de 
aquella  noche  tan  llena  de  trabajos,  de  peligros  y  de  emo- 
clones* 

EI  sarjento  Lopez  aprob6  la  indicacion  de  sa  esposa  j  se 
lley6  coDsigo  a  Enrique.  Santiago  j  Teresa  hicieron  lo  mis- 
mo,  y  se  qnedaron  solas  la  madre,  la  hija  y  Eloisa,  a  qnien 
Marta  habia  hecho  nna  imperceptible  sena  para  que  per- 
maneciese,  y  acerc^ndose  a  ella,  le  dijo  en  voz  baja: 

-~Creo  que  va  a  llegar  el  momento:  es  indispensable  que 
me  acompafies,  hija  mia. 

Eloisa  mene6  la  cabeza  afirmativamente  y  mir6  a  Merce- 
des con  ojos  compasivos  y  llenos  de  solfcito  interes. 

Las  mejillas  de  la  hermana  de  Enrique  habian  paeado 
del  mas  vivo  encarnado  a  una  estremada  palidez,  y  sas  la- 
bios  blancos  articularon  estas  solas  palabras: 

— (Madre  mia,  s6c6rrame,  me  muero! 

Marta  y  Eloisa  levantaron  a  Mercedes  y  la  Ilevaron  hasta 
sn  cama. 

— Hazme  el  favor,  Eloisa,  de  ir  en  busca  de  una  matrona, 
68clam6  Marta  con  angustia. 

— En  el  acto,  sefiora;  pero  desnud^mosla  primero. 

-^Yo  lo  hard  sola:  el  caso  urje. 

Eloisa  no  respondid,  sino  que  sa1i6  precipitadaraente,  y 
sin  pensar  en  matrona  alguna,  se  fad  directamente  donde  el 
doctor  Sazie,  a  quien  encontro  por  fortuna. 

El  doctor  la  reconocid  en  el  acto,  y  al  verla  despavorida, 
le  pregant6  sin  saludarla: 

— jQu^  sucede? 


MM  ooiioi  vtL  rmuidi^  S61 

— La  sefiorita  Mercedes  Lopez. . . 

— Ya  eomprendo^  y  voi  en  el  acto. 

•--*No  viven  en  la  misma  caaa,  sefior. 

— Es  verdad.  Ea  ve%  pasada  fai  a  hacerle  ana  visita  y  no 
encontr^  a  nadie,  ni  nadie  sapo  darme  uoticia.  jDdnde  vi- 
ven entonces? 

— En  la  calle  de  Breton.  Iremos  jantos,  seBor,  si  asted  no 
lo  tiene  a  mal. 

— Al  contrario,  hija  mia^  asi  llegar^  mas  Inego  y  no  ten- 
dr^  que  andar  pregjintando;  pero  ^el  caso  es  nrjente? 

— Asi  me  lo  dijo  la  sefiora  Marta. 

— Vamos,  jpobre  nina!  esclamd  el  compasivo  doctor,  to- 
mando  en  el  acto  sn  sombrero;  jpero  como  haremos?  aQadi6: 
a  mi  me  es  ya  casi  imposible  andar  a  pi^. 

— Monte  usted  a  caballo,  seQor,  y  yo  lo  segaird,  segura 
de  que  no  me  llevard  muoha  ventaja.  Y  la  djil  nifia  corri6 
adelante  con  encantadora  gracia. 

£1  doctor  la  dej6  ir,  marchando  en  aeguida  sin  perderla 
de  vista. 

Al  golpe  conocido  dado  por  Eloisa  en  la  puerta  de  calle, 
^sta  se  abri6  instant^neamente  y  el  medico  fa^  iotroducido. 

— SeQor!  esclamd  Marta  al  verlo;  usted  es  nuestro  dnjel 
de  guarda. 

— OjalA,  seJElora;  pero  por  de^gracia  no  soi  otra  cosa  que 
el  facultativo;  sin  embargo,  ^qu^  es  lo  que  se  ofrece? 

— Mercedes. . . 

-Veamos... 

Y  el  doctor,  acompaOado  de  Marta  y  de  Eloisa,  fud  con- 
dncido  al  dormitorio. 

Pocos  momentos  despues,  el  lloro  de  un  niSo  anunciaba 
la  existencia  de  un  nuevo  ser  que  venia  a  ocupar  su  paesto 
en  el  mundo. 

Fasado  el  dolor  fisico,  entra  a  ocupar  el  puesto  el  senti- 
miento  moral,  sentimiento  instilitivo  y  que  es  sin  duda  una 
de  las  grandes  leyes  de  la  naturaleza,  uno  de  los  grandes 


362 

migterios  de  la  creacion,  y  la  madre  reelama  a  sa  htjo,  qnie- 
re  verlo,  qaiere  hablarlo,  qoiere  desde  laego  alimentarlo  con 
el  delicioso  nectar  de  sa  seno,  que  encierra  todo  on  porve- 
nir  Y  <\^^  ^  el  arcane  incomprensible  de  todo  nn  mando, 
talvez  de  todo  nn  nniverso. 

Mercedes  pidi6  a  sn  hi  jo;  j  bes^ndolo  con  temnra,  be- 
s^ndolo  con  esa  delicia  qae  solo  nna  madre  siente^  concibe 
y  aprecia,  se  lo  pas6  a  Marta,  dicidndole: 

— Qui^ralo  como  yo  lo  qniero,  imelo  como  yo  lo  amo: 
hijo  de  la  desgracia  pero  no  del  crimen,  merece  per  ese  solo 
titnlo  msyor  carifio. 

— Sf,  alma  mia,  ef;  lo  qaerr4  tanto  como  a  ti,  mas  que  a  tL*. 

Y  Marta  llorosa,  Uorosa  de  felicidad,  tom6  la  criatnra  y 
la  acar]ci6  lo  mismo  que  la  hibia  ac&riciado  Mercedes. 

La  hija  rec9mpen86  a  la  madre  mir&ndola  con  esa  grati- 
tad  llena  de  amor  y  de  entnsiasmo  qae  se  esperimenta  per 
los  seres  que  amamos  y  qae  nos  favorecen,  dici^ndole  a  la 
vez:  ^€oi  feliz  en  mi  desgracia  y  nsted  no  paede  menos  de 
serlo  tambien  en  la  snya.'^ - 

Al  despertar  el  saijento  Lopez  y  sn  hijo,  fo^  Marta  en 
persona  a  ananciarles  la  naeva  noticia,  y  el  viejo  Domingo 
per  toda  respnesta  le  ech6  los  brazes  a  sa  majer,  sabiendo 
qae  estaba  ya  faera  de  peligro  sa  qaerida  hija. 

Enriqae  Uoraba  en  silencio  sin  proferir  palabra. 

Marta  lo  examinaba,  y  acerc&ndose  a  ^1,  talvez  porqae 
adivinaba  los  pensamientos  qae  ocapaban  en  ese  instante  la 
imajinacion  del  j6ven,  le  dijo,  tomindole  carifiosamente  ana 
mano: 

— ^Ta  padre  no  ha  pensado  en  otra  cosa  qae  en  la  salva- 
cion  de  Mercedes;  y  yo,  a  mas  de  esto,  qaiero  al  hijo  de 
Mercedes  como  los  quiero  a  astedes,  y  el  mismo  afecto  qae 
^o  esperimento  deseo  qae  astedes  lo  tengan. 

Naestra  hija,  y  Marta  mir6  a  Domingo;  ta  hermana,  y 
se  diriji6  a  £nriqae,  est^  inoc^nte,  como  astedes  lo  saben; 


Ml  fIGElMl  MBL  nWOOA.  863 

esti  pura,  como  lo  ha  sido  toda  an  vida;  pero  mas  inocente 
y  paro  es  el  Aojel  nacido  de  sua  entraflas,  y  debemos  amar- 
lo  como  la  amamos  a  ella;  porqae  si  Mercedes  viera  indife- 
rencia  en  ustedes,  la  heririan  de  mnerte  y  habrian  cometido 
la  mas  grave  injusticia  por  no  decir  el  mas  feo  crimen.  Ella 
misma  me  ha  recomendado  a  esa  criatara  con  estas  espre- 
siohes^  que  manifiestan  toda  su  ternura  de  madre:  ^'Hijo  de 
la  desgracia,  merece  por  este  solo  tltalo  mayor  carifio." 

— No  tengas  cuidado,  lo  querremos,  esclamd  el  veterano. 

— SI,  madre  mia,  lo  querremos,  repitio  Enrique;  y  lo  que- 
rremos tanto  como  la  queremos  a  ella. 

— Asi  me  gusta  verte,  hijo  de  mi  corazon;  no  esperaba 
menos  de  tf. .  • 

Y  la  madre  abraz6  a  Enrique,  y  sus  Idgrimas  se  confon- 
dieron. . . 

jAi!  jcuftn  dulce,  poderoso  y  benevolo  es  el  imperio  de  la 
mnjer!  iC6mo  sabe  en  caalquier  edad,  en  cualquier  t'iempo, 
desviar  del  mJil  camino  las  pasiones  del  hombre!  \C6mo  nos 
gaia  sip  autoridad!  jComo  nos  condace  sin  mandato!  jC6mo 
la  obedecemos  sin  humiltacion!  Infiuencia  dichosa,  inflaencia 
casi  divina,  ella  es  la  que  gobierna  al  mundo  sin  apercibir- 
nos;  y  gin  embargo,  jca&atas  veces  la  calumniamos!  cuanto 
mal  no  tratamos  de  hacerle!  cu&nto  no  la  oprimimos!  Pero 
ella  se  venga  a  faerza  de  dulzura,  a  fuerza  de  abnegacion,  a 
fuerza  de  gracia,  a  faerza  de  cariSo,  y,  salvo  escepciones,  al 
fin  nos  vence,  no  solo  individaal,  sino  colectivamente;  pues 
se  sobrepone  a  los  c6dig03  formados  por  nosotros  para  ava- 
sallarla.  Este  poder,  acordado  por  la  Providencia,  no  lo  des- 
truiremos  jamas;  y  si  hemos  Uegado  a  combatirlo  por  igno- 
rancia,  ha  sido  a  costa  de  nuestra  felicidad,  ha  sido  para 
establecer  nuestra  desgracia.  Caando  la  mujer  sea  coir ple- 
tamente  libre,  el  hombre  habr&  llegado  a  su  perfecciona- 
miento  moral;  porque  la  esclavitud  de  la  mujer  ha  probado 
y  estd  probando  toda  via  que  seguimos  el  sendero  opuesto 
al  verdadero  progreso  humano,  pues  a  medida  que  ella  ha 


364  iM  noKKrot  dil  twuA, 

ido  adqairiendo  iDdependeDcia  ha  adquirido  tambien  dig- 
nidad;  j  a  medida  que  ha  adquirido  dignidad,  el  hombre  ha 
sido  mas  poderoso,  mas  intelijente,  mas  en^rjico,  mas  suave, 
mas  humanitario,  mas  feliz;  cons^iltese  la  historia  y  ella  nos 
dar4  lecciones  elocuentes;  comp&rense  los  paises  doude  exis- 
te  mas  libertad  para  la  mujer  con  aquellos  donde  son  escla- 
vos  J  se  ver^  la  diferencia 

El  sarjento  Lopez  y  su  hijo,  despues  de  la  peroracion  de 
Marta,  se  dirijieron  al  dormitorio  de  Mercedes,  prodig^n- 
dole  toda  clase  de  carifios,  toda  clase  de  consuelos  delicadoa 
y  de  dulces  satisfacciones,  porque  le  hablaron  con  el  len- 
guaje  inimitable  del  afecto  verdadero,  que  nace  de  la  since- 
ridad  del  corazon,  dici^ndole  que  su  hijo  era  tambien  el  de 
tod  OS  ell  08. 

Para  esa  misma  noche  se  decidi6  el  bautismo,  debiendo 
ser  los  padrinos  del  recien  nacido  Enrique  y  Eloisa,  por  pe- 
dido  de  Mercedes. 

jCadl  no  fu^  la  alegria  de  la  libertadora  del  prisionero! 
Este  era  una  especie  de  lazo,  uua  especie  de  consorcio  entre 
ellos!  Y  Eloisa  estaba  agradecida  de  esta  preferencia,  ha- 
ci^ndola  mui  dichosa;  preferencia  acordada  por  Mercedes 
para  que  aquel  dia  sirviera  de  conmemoracion  de  la  liber- 
tad de  su  hermano,  a  la  que  habia  contribuido  Eloisa,  unien- 
do  este  acontecimiento  al  nacimiento  de  su  hijo. 


I 


Desolacion. 


I. 

Eloisa  era  la  4nica  persona  qne  salia  de  la  casa,  era  la 
que  estaba  Uamada  a  hacer  todas  las  dilijencias;  y  sin  em- 
bargo, nadie  podia  decir  que  alii  existia,  porque  caando  no 
entraba  tarde  tomaba  mochas  precaaciones  para  no  ser  ni 
conocida  ni  vista;  y  ese  dia,  mas  que  los  otros,  tenia  que 
andar  por  todas  partes,  pues  estaba  obligada  a  procurars© 
los  medios  de  allanar  las  dificultades  para  que  se  le  posiese 
8gua  y  oleo  al  nino  en  la  misma  casa;  pero  como  a  fuerza  de 
dinero  todo  se  vence,  accedi6  gustoso  el  pdrroco  de^  San 
Isidro  a  hacer  lo  que  las  drdenes  de  sus  superiores  le  impe* 
dian,  pero  que  la  codicia  le  aconsejaba  desobedecer,  porque 
Eloisa  habia  puesto  en  sus  manos  tres  onzas  de  oro,  y  un 
cura  de  nuestros  tiempos  y  de  nuestro  pais,  no  se  resiste  ja« 
mas  a  tal  aliciente. 

Salvada  esta  dificultad,  Eloisa  pens6  que  era  mas  que 
probable  que  la  policia,  advertida  de  la  fuga  de  Enrique, 
auduviese  en  su  busca,  y  tom6  un  coche  para  dar  algunos 
paseos  por  la  calle  de  San  Pablo;  y  en  conformidad  a  lo  que 
habia  preristo  entonces  y  pensado  ahora,  era  ya  el  conven- 
tillo  el  lugar  donde  se  dirijian  los  ajentes  de  la  autoridad| 
pues  habia  muchos  de  ellos  en  la  puerta  y  un  gran  alboroto 
en  la  calle. 

Eloisa  hizo  parar  el  coche  y  pregunt6  a  uno  de  los  espec- 
tadores  qud  era  aquello. 

— Dicen,  senorita,  contest6  el  individuo  a  quien  ae  habia 


S6i  UM  ucui^ui  tftL  fMikfli 

dirijidOy  qne  bascan  a  nn  preso  de  la  penitenciaria  qne  se 
fag6  anoche. 

— jUn  preso  de  la  penitenciaria!  {Seri  algan  c^ebre  ase- 
Bino? 

— Es  mas  qne  probable,  sefiorita,  porqne  ha  entrado  al 
interior  del  conventillo  bastante  faerza  j  hai  soidados  apos- 
tados  en  las  cnatro  cnadras. 

— ^Al  rededor  de  toda  la  manzana? 

— -Sf,  sefiorita. 

— jY  sabe  nsted  el  nombre  del  preso? 

— Dicen  qne  es  nn  j6ven  carpintero,  sefiorita,  llamado 
Enriqne. 

— Ah!  jBaeno  8er&  ^1! 

— £1  mi&mo  diablo,  segnn  asegnran  los  soldados,  7  por 
eso  han  vehido  en  tan  crecido  numero. 

Durante  esta  conversacion  el  oiicial  qne  mandaba  la  par- 
tita habia  hecho  derribar  las  paertan  del  teniente  Lopez 
para  ver  si  encontrabaii  al  hi  jo,  y  si  haliaban  alganos  pa- 
peles  de  qne  tenian  6rden  espresa  de  apoderarse. 

Independiente  de  esto  se  habian  tornado  declaraciones  a 
machos  de  los  alquila  lores  del  conventillo  j  por  pradencia 
o  por  averigaar  la  verdad  se  habian  tambien  apoderado  de 
algnnos  que  tavo  a  bien  el  oficial  considerar  como  sospe- 
chosos. 

Las  investigaciones  no  podian  ser  sino  io^tiles  y  Eloisa 
tnvo  el  placer  de  coogratnlarse  por  sn  prevision;  y  tapdn- 
dose  el  rostro  a  tiempo  que  salia  la  tropa  para  no  ser  cono- 
cida  por  algnno  de  los  inq^ilinos  del  conventillo  que  podian 
cometer  una  imprndencia,  esper6  nn  momento  para  ver  si 
conocia  al  oficial  qne  mandada  la  partida  y  tomar  informes 
mas  circunstanciados  de  ^1,  aun  cnando  ya  sabia  lo  qne  ne- 
cesitaba,  es  decir  que  Enrique  era  activamente  perseguido. 

No  tard6  mucho  en  presentarse  a  la  cabeza  de  la  faerza 
nn  oficial  llamado  GoDzalezJdvei:  alegre  y  deno  menosale- 
gres  aventuras,  y  que  era  intimo  amigo  de  una  de  las  anti« 


MB  ticntnos  DKi  vwauK  S67 

gtias  ami  gas  de  Eloisa;  asi  es  que  en  cuaato  lo  recoDoci6,  for- 
m6  sa  plan  y  orden6  al  cochero  de  Uevarla  .  a  la  calle  de 
Santo  Domingo,  es  decir,  a  sa  domicilio  natural  o  fiojidOf 
como  quiera  Uamarse,  pero  en  el  cual  recibia  diariamente 
las  Tisitas  del  sefior  ministro. 

Llegando  a  sn  casa,  escribi6  una  sencilla  esqaela  conce- 
bida  en  estos  t^rmiDos; 

^^Mi  qnerido  Gonzalez: 

Si  sns  ocnpaciones  no  se  lo  impiden,  deseo  verlo.  Hace 

tanto  tiempo  qne  no  tengo  este  gnsto  que  es  mni  escnsable 

mi  capricho.  Espero  que  usted  tenga  la  amabilidad  de  com- 

placer  a  en  antignaamiga 

Eloisa  Msndizabal. 

Vivo  en  la  calle  de  Santo  Domingo,  niim.  .•  y  lo  agnardo 
a  las  dod  de  la  tarde." 

Escrita  la  esquela,  mand6  a  una  de  sns  sirvientes  para 
que  faese  en  el  acto  al  cuartel  de  policia  y  tratase  de  ha- 
blar  personalmente  con  el  capitan  Gonzalez,  entreg&ndole  a 
^1  la  carta. 

El  oficial  fu^  mas  que  puntual,  porque  antes  del  tiempo 
indicado  se  encontraba  ya  en  casa  de  Etoisa  que,  despues 
de  los  saludo9  y  zaiamerias  de  estilo,  le  dijo: 

— ^Lo  he  incomodado?  jHa  estado  usted  mui  ocupado? 
jLo  hago  faltar  a  sus  obligaciones?  ^C6mo  est^  su  amiga? 

— j/L  quien  paede  incomodar  usted,  Eloisa!  Hace  tanto 
tiempo  que  no  la  veia,  que  su  esquela  me  ha  sorprendido  y 
me  ha  encantado.  {Tiene  usted  neceddad  de  mi?  Estoi 
pronto  para  servirla. 

— Nada  de  eso,  amigo  mio;  tenia  ganas  de  verlo,  y  esto 
es  todo. 

-^{Usted  es  mui  amable,  Eloisa!  Jamas  la  habia  visto  a 
usted  tan  carillosa  como  ahora. 

— ^Qu^  quiere  usted?  nosotras  tenemos  nueatroa  capri- 
chos?  jHa  estado  usted  mui  ocupado  este  dia? 

— Algunas  horas  he  estado  ocupadisimo. 


368 

— lY  no  es  com  que  ahora  le  pertfirbe  o  dbtraifa  da  bus 
deberesf 

— ^Nada  de  eso,  amiga  mia;  me  encargarou  ir  a  prender 
a  un  reo  politico  que  se  fug6  anoche  de  la  peniteneiaria,  7 
nada  mas;  pero  mi  tarea  eati  conduida. 

— {A  UQ  reo  politico!  |3abe  nsted  que  me  gnstau  esaa 
historias,  y  que  yo  simpatizo  con  los  reos  politicos! 

— ^Nada  lo  estraflo  porque  usted  es  tambien  una  rerolu- 
douaria  de  corasones. 

— Dej^monos  de  lisonjas  y  cutfuteme  lo  sucedido  mien- 
tras  DOS  sirven  uuas  once  para  las  que  lo  he  hecho  llamar. 

— Estoi  mui  farorecido  porque  con  los  pobres  pacas  na- 
die  guarda  esas  eonsideraciones. 

— Los  pacos  son  hombres  como  todos  los  demas,  y  cuan- 
do  son  cabal  leros  como  U8ted,  merecen  toda  espede  de 
coDBideraciones;  pero  vamos  al  asunto^ 

— ^Ya  le  he  dicho  que  anoche  se  fogo  de  la  penitenciaria, 
y  no  80  sabe  c6mo,  un  reo  politico  y  nos  han  lauzado  en  su 
pei-seguimieuto:  pero  hasta  ahora  no  hemos  sabido  nada; 
sin  embargo,  se  supone  que  no  ha  salido  de  Santiac^. 

— ^Y  ese  reo  es  de  alguna  importancia!  lEs  algun  grave 
e  inflayente  personaje? 

— ^Nada  de  eso:  es  un  simple  artesano. 

''— ^T  para  un  simple  artesano  se  toman  ustedes  tanto  tra- 
bajo!  Yo  lo  dejaria  escapar. 

—Tambien  soi  yo  de  la  misma  opiuion,  pero  estoi  obliga- 
do  a  cumplir  mis  6rdenes« 

— jY  esas  6rdene8  son  perentorias? 

— ^Tanto  qne  todo  el  cuerpo  esti  en  campana. 

— jPero  usted  se  ilusiona,  amigo  mio!  Para  un  hombre 
tan  insignificante  no  se  tiene  tanto  caidado  ni  tanta  vijilan- 
cia. 

— Usted  hubiera  dicho  mejor:  no  se  debtera^  pero  sea  de 
ello  lo  que  fuere,  uno  se  ve  siempre  obligado  a  obedecer  su 
consigns. 


— |Ea  verdad  que  no  comprendo  que  un  simple  artesano, 
por  mas  importancia  que  se  le  d^  o  que  se  le  supouga,  me- 
rezca  los  honorea  de  ser  persegnido  de  esta  manera. 

— Y  lo  que  le  he  dicho  a  usted  no  es  nada:  se  ban  maudado 
requisitorias  ai  todos  los  puntos  de  la  rep^blica  para  que  sea 
aprehendido. 

— jEs  posible!  Y  Eloiia,  a  pesar  de  su  afectada  indiferen- 
cia,  palideci6. 

— Y  6rdenes  terminantes  de  tomarlo  vivo  o  mnerto. 

— jTanta  severidad!  Tanta  vijilancial 

— Yo  mismo  he  sido  encargado  para  allanar  su  casa  y 
apoderarme  de  todos  sus  papeles. 

— jY  qu^  ha  encontrado  usted? 

— iQu^  quiere  usted  que  encuentre  en  casa  de  una  per- 
sona tan  insignificantel 

— ^Tiene  usted  mucha  razon. 

— Pero  es  preciso  cumplir^y  lo  he  hecho. 

— jY  nada  ha  podido  encontrar  de  grave? 

— jAbsolutamente!  Y  asi  me  lo  presumia  y  asi  se  lo  dije 
al  comandante;  pero  ^1  tenia  6rdened  superiores, 

— jY  cudl  es  el  nombre  del  individuo? 

—Enrique  Lopez,  carpinter>  o  ebanista  de  profesion, 
edad  de  veinte  a  veintidos  anos,  alto,  buen  mozo,  etc.,  etc* 

— El  gobierno  debe  estar  loco  o  creer  en  duendes;  pero 
en  fiu,  ^no  hai  nada  mas  sobre  el  particular? 

— Lo  que  le  he  dicho  a  lasted  es  cuanto  s^;  pero  creo  que 
en  las  altas  rejiones  del  poder  se  empefian  mucho  por  to- 
marlo. 

— Dios  quiera  que  no  lo  consigan. 

— Para  mi  es  indiferente. 

— Yo  me  intereso  siempre  por  los  perseguidos  por  la  jus- 
ticia:  sigo  en  este  pun  to  y  estoi  completamente  conforme 
con  las  bienaventuranzas. 

-— Ahora,  amigo  mio,  dijo  Eloisa,  pardndose  de  la  mesa 
en  que  se  habian  servido  las  once,  he  tenido  el  gusto  de 


no  Lot  Bmota/Km  dxl  ruBftLO. 

▼erio  y  solo  me  resta  decirle  que  ponga  en  mi  nombre  a  la 
disposicioQ  de  sq  simpdtica  amiga  este  terno  de  oro,  qae  se 
lo  obseqnio  como  an  agradable  recuerdo,  paes  quiz^  no 
tendr^  ya  el  gasto  de  verla  a  ella  y  a  usted. 

— jE3  posible! 

— Si,  amigo  mio:  ya  no  me  verdn  mas;  me  voL 

— ^Para  d6nde? 

— No  lo  s^  todavia;  pero  le  aseguro  que  esta  seri  naestra 
Ultima  entrevista. 

— ;Vamos!  dijo  alegrementc  el  policial;  justed  ha  encon- 
trado  algan  millonario  y  ha  obtenido  una  colocacion  hon- 
rosa  y  lucrativa? 

— Colocacion  honrosa  para  nosotros  no  existe;  y  en  cuanto 
a  lucrativa,  nada  me  importa;  con  que  asi,  usted  se  ha  equi- 
yocado  sobre  ambos  puntos;  pero  no  quiero  entrar  mas  a 
profandizar  la  cuestion,  recomendandole  solamente  que  se 
comporte  bien  con  mi  amiga.  Adios;  tengo  que  hacer  mu- 
chas  dilijencias  antes  de  mi  partida. 

Y  Eloisa  estendi6  afectuosamente  la  mano  al  capitan  Gon- 
zalez que  se  retir6  tristemente,  porque  afeccionaba  a  Eloisa, 
apreci&ndola  por  su  caricter  jeneroso  y  franco,  desprendido 
y  alegre. 

Tan  luego  como  parti6  el  oficial  de  policia,  se  diriji6 
Eloisa  a  la  calle  de  Breton  para  prevenir  a  Enrique  qae  no 
saliera  bajo  ningun  pretesto,  lo  que  contrari6  sobremanera 
al  j6ven  prisionero,  porque  tenia  la  idea  de  salir  a  la  calle 
para  tomar  informes  sobre  Luisa;  y  aun  cuando  su  intencion 
era  linicamente  de  pasar  por  la  casa  de  doSa  Juana  para  ver 
si  habitaban  o  no  Santiago,  sin  embargo,  se  resolvi6  a  obe- 
decer  a  Eloisa,  y  mas  que  a  Eloisa,  a  las  s&plicas  de  toda  la 
fainilia,  inclusa  Teresa  y  Santiago,  que  tomaban  parte  en  su 
destine  y  que  querian  la  tranquilidad  absoluta  de  sus  bien- 
hechores. 


Um  BlOBlTOt  D«L  FUttUdw  371 


II. 


Mientras  teniiui  lagftr  los  acontecimientos  qne  acabamoa 
de  referir,  una  escena  casi  parecida  pasaba  en  las  altas  re 
jianes  del  poder;  porque  la  faga  de  Eariqae  no  solo  los  ha- 
bia  sorprendido,  siiio  qae  lo  temiao,  y  con  mui  jasta  razon^ 
Begun  los  informes  pasados  de  la  penitenciaria,  en  qae  ha- 
ciendo  referenda  al  caso  sacedido  con  el  c^lebre  jigante' 
Goliat,  a&adiendo  mil  Dtros  comentarios  qne  hacian  apare- 
eer  al  j6ven  Enrique  como  el  mas  insigne  revolucionario  y 
como  un  hombre  de  accion,  de  enerjia,  de  volnntad,  de  in- 
telijencia,  siendo  por  sf  solo  capaz  de  p^nerse  a  la  cabeza  de 
sus  correlijionarios  poUticos,  UevanJo  nn  enorme  contin- 
jente  de  faerza  por  la  grande  inflaencia  qdi  se  habia  sabido 
ejercia  en  las  masas,  pues  ^1  habia  sido  el  que  las  habia 
arrastrado  al  combate  el  20  de  abriL 

Informadp,  pues,  don  Manuel  Montt  de  la  faga  de  Enri* 
que,  orden6  que  se  practicaran  las  mas  prolijas  dilijencias 
para  prenderlo,  y  en  conformidid  a  estas  6rdenes  superio- 
res,  se  hacian  las  pesquisas  de  que  hemes  sido  testigos.  Pero 
recordando  el  grande  interes  que  habia  manifestado  por  la 
suerte  de  este  j6ven  el  coronel  Gazman,  crey6  que  6ste  ha* 
bria  tornado  parte  en  el  asunto  y  mand6  a  liamarlo. 

No  tard6  mucho  en  presentarse  en  palacio  el  antiguo  y 
moderno  jefe,  y  decimos  moderno,  porque  hacia  pocos  dias 
que  habia  entrado  en  el  goce  de  su  grado.  Don  Manuel 
Montt  lo  esperaba,  decidido  a  arrancarle  el  secrete,  ya  faera 
por  la  astucia  o  ya  por  la  amenaza,  juzgdndolo  como  los  de« 
mas  hombres  en  quienes  obra  el  halago  o  el  temor. 

Don  Manuel  Montt  mir6  de  una  manera  fria  e  investiga- 
dora  al  noble  anciano,  cuya  fisonomia  inalterable  revelaba 
la  tranquilidad  interior,  y  le  dijo  con  afable  severidad^  sin 
quitarle  la  vista; 

-*-|Sabe  Qsted,  sefior  coronet^  la  grande  noeya  4^1  4ia? 


St8  1^  iOKttinKMi  ina  lixriS^. 

— No  s^  nada,  sefior. 

«-lG6moI  caando  es  una  cosa  que  a  nsted  le  interesa! 

—{Que  a  mi  me  interesa,  seilor!  Bien  pocas  cosas  me  li- 
gan  al  mnndo. 

-*-Pero  esta  es  una  de  ellas,  paesto  qae  nsted  no  hace 
muchos  dias  me  habl6  a  mi  mismo  de  ella. 

— iQaerrd  S.  E.  referirse  a  mi  s4plica? 

— Justamente. 

— ;T  bien,  se&or!  ^Ha  tenido  S.  E.  la  jenerosidad  de  con- 
cederme  tan  laego  lo  que  le  pedia? 

Y  los  ojos  del  coronel  brillaron  de  alegria. 

Don  Manuel  Montt  dijo  entre  si  mismo:  o  este  es  mas  hi- 
bil  que  yo  para  disimular,  o  no  ha  tomado  parte  alguna,  e 
inmediatament^  oontest6: 

— ^Yo  no  he  tenido  la  jenerosidad,  seSor,  sino  que  se  la 
han  tomado. 

— jSe  la  han  tomado!  No  s^  lo  que  S,  E.  quiere  decir. 

— ^Lo  que  quiero  decir  y  lo  que  usted  debe  saber,  es  que 
el  reyolucionario  Enrique  Lopez  se  ha  fugado. 

— jSe  ha  fagado!  jEstA  Enrique  libre!  No  podia  S.  E. 
darme  una  noticia  mas  satisfactoria. 

Habia  en  esta  sorpresa  y  en  este  contento  'tal  naturali- 
dad,  tal  espresion  de  verdad,  que  al  presidente  no  le  cupo 
duda  de  que  el  coronel  no  habia  tomado  parte  en  la  fuga  de 
Enrique;  y  le  hizo  tanta  gracia  aquella  manifestacion  •  de 
franca  alegria,  que  le  dijo  ri^ndose  afectuosamente: 

— ^Parece,  senor,  que  le  agrada  a  usted  mucho  el  mal 
del  estado? 

— No  el  mal  del  estado,  senor;  pero  si  el  bien  de  mi  que- 
rido  discipulo,  de  mi  querido  hijo. . . 

— {Relaciones  tan  intimas  tenia  usted  con  ese  joven? 

— Si,  senor;  y  mas  todavia:  porque  fu^  el  padre  de  ^1 
quien  me  libert6  de  capilla. 

— Comprendo,  sefior,  y  aprecio  sus  sentimientos;  pero  el 
liombre  de  estado  tiene  que  ser  distinto* 


tM  tlOnRMI  WKL  F9SBM.  373 

— No  86  lo  que  es  un  hombre  de  estado;  pero  s6  lo  que 
es  un  hombre  de  bien. 

— De  mauera,  sefior,  que  si  ese  temible  revolucionario  se 
le  preseutase,  como  es  de.  esperarlo,  ^no  lo  entregaria  usted 
a  la  justicia? 

El  coronel  don  Toribio  de  Guzman  mir6  fijamente  al  pre- 
sidente,  dici^ndole  con  entereza: 

— Creia  no  haber  dado  a  S.  E.  motivo  alguno  para  que 
me  dirijiese  tales  palabras.  Y  si  es  por  el  grado  en  que  me 
ha  restablecido  S.  E.,  grado  que  be  conquistado  en  los  cam- 
po8  de  batalla  defendiendo  a  ml  patria  y  del  que  nadie 
puede  privarme,  t6melo  de  nuevo  S.  E ,  qulteme  en  bora 
buena  el  titulo  y  todo  lo  demas  anexo  a  ^1,  que  en  cuanto  al 
honor,  lo  he  adquirido,  lo  ten  go  y  no  esttC  en  manos  de  na- 
die arrebatdrmelo;  pero  no  me  haga  S.  E.  proposiciones  que 
envuelven  un  insulto,  porque  envuelven  una  bajeza  y  Tori- 
bio  de  Guzman  es  incapaz  de  cometerla« 

— No  hai  motivo  para  exaltarae,  coronel.  Usted  debe  con* 
cebir  que  el  bien  de  la  patria  vale  mas  que  el  bien  de  un 
individuo  y  que  no  por  evitar  un  pequeno  mal  se  permitan 
mayores. 

— S.  E.  obrard  como  lo  crea  conveniente,  pero  yo  tam- 
bien  8^  c6mo  debo  de  conducirme;  y  para  terminar  dirS  a 
S.  E.  que  hoi  mismo  voi  a  tratar  de  buscar  a  Enrique,  y  que 
si  lo  encuentro,  como  me  lisonjeo,  no  solo  no  lo  entregar6 
a  la  justicia,  sino  que  lo  ocultar^,  y  no  solo  lo  ocultar^,  sino 
que  lo  defender^  y  antes  de  tomarlo  pasar^n  sobre  mi  ca- 
daver. 

Don  Manuel  Montt,  -  sensible  a  todo  acto  de  magnanimi* 
dad,  y  apreciando  la  franqueza  sin  tenerla,  estendi6  la  mano 
al  coronel,  dici^ndol^  al^mismo  tiempo: 

— ^Si  me  dejara  Uevar  por  mis  sentimientos  de  hombre, 
daria  en  el  acto  libertad  a  su  discipulo,  pues  me  agrada  la 
manera  de  ser  del  maestro;  pero  ya  creo  haberle  repetido 
otras  voces  que  me  veo  en  la  precision,  en  U  necesidad,  en 


37i  Ml  nouMi  ML  vnu^ 

el  deber,  de  contrariarme  a  mi  mismo  para  satisfaoer  las 
extjencias  de  mi  puesto,  para  Ilenar  las  obligaciones  que  he 
contraido  con  la  nacion;  asi  es,  seftor,  que  ea  el  caso  pre- 
sente  vamos  a  entrar  en  pngna,  pero  en  pngna  franca,  pnes 
yo  har^  cnanto  paeda  per  apoderarme  de  ese  peligroso  j6- 
ven  y  asted  harS  cnanto  pneda  tambien  por  defenderlo; 
pero  cnalquiera  de  los  do^  que  gane  la  partita,  seremos 
eiempre  amigos.  Y  el  preddente  estendi6  otra  vez  la  mano 
al  coronel,  significindole  asi  que  no  deseaba  le  replicase. 

Mas  djil  que  en  los  aQos  de  su  juventud,  porqne  la  ale- 
gria  da  alas,  se  diriji6  el  solitario  a  casa  de  Lnisa,  que  lo 
estaba  esperando,  porque  tenia  el  presentimiento  de  que  el 
llamado  del  presidente  seria  favorable. 

— ^Ya  8^,  ya  s^,  seilor,  la  nuera  que  nsted  trae,  esclam6 
Luisa,  al  ver  al  anciano. 

— Imposible,  imposible,  hija  mia;  es  demasiado  grande^ 
demasiado  buena... 

-^jEnrique  estd  libre! 

— 4C6mo.lo  has  adivinado? 

— Lo  he  leido  en  su  cara. 

— Sf,  cstd  libre;  pero  est^  perseguido. 

^jPerseguido!  ij  por  qni^n? 

—Por  la  autoridad. 

-^{Que  no  ha  sido  perdonado? 

—No;  se  ha  fagado. 

— jFugado!  Paes  bien,  sea;  lo  salvaremos* 

— Sf,  espero  ganar  la  partida  que  tengo  entablada  con  el 
presidente. 

Y  el  coronel  'cbnt6  a  Luisa  todos  los  incidentes  de  esta 
liltima  entrevista. 

Hacia  tiempo,  mncho  tiempo  que  Luisa  no  habia  esperi- 
mentado  una  alegria  igual;  le  parecia  que  vol  via  a  la  vida^ 
que  era  una  ezistencia  nueva,  una  6rbita  distinta  que  re- 
corria...  La  idea  de  ver  a  Enrique,  de  encontrarse  en  su 
presencia,  talvez  de  un  niomento  a  otro,  le  causaba  una  tur- 


1M  ilQBlTOa  ML  PUBBLO.  375 

bacion  delicio8a  que  no  babria  cambiado  por  ningnna  for- 
tnna. 

jQa^  iba  a  decirle  despnes  de  -tan  larga  ansencia!  G6mo 
estaria  despnes  ds  tan  to  sufrimiento!  Qa^  cambio  habria  es- 
perimentado  en  sua  ideas!  jTendria  ahora  valor  para  decirU 
que  la  amaba?  Y  ella!  y  ella  ^c6mo  debia  recibir  esta  decla- 
racion  en  el  estado  en  que  se  encontraba?  Por  otra  parte, 
icuil  seria  la  opinion  de  Eorique?  ^  Apreciaria  su  accion?  ^La 
disculparia?  ^La  haria  responsable  de  su  condescendencia? 
{Seria  capaz  de  apreciar  su  saerificio?  ^Entraria  en  todos  los 
pormenores  que  la  habian  obligado?  jDebia  ella  esplicirse- 
los?  iG6mo  obraria  en  lo  sucesivo?  ^Q^e  caminb  seguiria  41 
J  cudl  era  el  que  a  ella  le  correspendia?  En  fin,  jque  nue- 
vos  sentimientos,  qu^  nuevas  ideas,  qa5  nuevo  r^jimen  seria 
preciso  adopter?  Y  toda  esta  preocjupacion  la  ocupaba,  la 
embarazaba,  la  aliviaba,  la  abatia  y  la  soatenia,  la  hacia  sn- 
frir  y  la  hacia  gozar;  en  una  palabra,  llenaba  su  existencia, 
haciendo  subir  la  savia,  haciendo  latir  el  corazon,  trayeado 
esa  superabundancia  de  vida  que  es  el  patriotismo  de  la 
juventud,  el  faego  sagrado  del  alma  que  se  alinaenta  con  lo 
mismo  que  al  parecer  lo  estinguiera. 

El  solitario,  por  su  parte,  aunque  ya  en  el  ocaso  de  la 
vida,  cuando  los  seniimientos  se  ban  amortiguado,  cuando 
las  impresiones  son  tenaces,  cuando  todo  se  apaga  a  nuestro 
alrededor^  el  solitatio,  decimos,  Se  sentia  rejuvenecer,  nacer 
a  la  esperanza,  entrar  en  la  actividad  de  los  afectos,  porque 
preveia  que  de  la  libertad  de  Enrique  dependia  la  felicidad 
de  Luisa,  y  talvez  la  felicidad  de  todos,  incluso  la  de  ^1  mis- 
mo; y  presumia,  como  presumia  Luisa,  que  de  un  dia  a  otro, 
que  talvez  en  unas  cuantas  boras  tendria  el  gusto  de  estre- 
charlo  entre  sus  brazes,  pues  era  fuera  de  duda  que  trataria 
de  bnscarlo  o  de  buscar  a  su  amada,  a  Luisa,  a  quien  ado- 
raba  y  de  quien  no  debia  tener  noticia,  encerrado  en  una 
prision  y  ausente  su  familia,  de  quien  podria  haber  sabido 
algo  si  acaso  se  hubiese  encontrado  en  Santiago  y  que  I^ui^a 


L 


37(  um  iiouam  vml  maux 

la  bxibiese  visto  en  nna  de  las  ocasiones  qne  habia  ido  a 
iDformarse  al  conventillo. 

TeoemoB  que.advertir  tambien  que  la  j6ven  patricia,  in- 
dependiente  de  bus  visitas  al  conventillo  y  otras  mnchas  di- 
lijeneias  que  habia  hecho,  se  habia  tambien  presentado  en 
diferentes  ocasiones  a  la  quinta  de  Yungai,  encontracdo 
siempre  los  mismos  moradores,  pero  sin  que  supiesen  el  pa« 
radero  de  ninguno  de  los  tniembros  de  la  familia  Lopez  y 
bastante  alarmados  por  tan  prolongada  ausencia. 

Luisa  y  el  solitario  decidieron  desde  ese  momento  no  sa- 
lir  de  casa  para  esperar  a  Enrique,  contando  con  la  segnri- 
dad  de  qne  vendria  tan  luego  como  le  fuera  posible,  tan 
prpnto  como  se  lo  permitieran  las  circnnstancias  haeerlo  sin 
riesgo;  y  en  conaecuencia,  se  dieron  las  6rdenes  necesarias 
a  los  siiTientes  con  este  objeto,  sin  despertar  en  ellos  esa 
curiosidad  peculiar  a  lo?  ^riados  y  que  por  impradencia  po- 
dia poner  en  peligro  a  Enrique. 

III 

Eloisa,  precavida  siempre  e  interesada  sobremanera  en 
tomar  todas  las  precauciones  necesarias  para  que  no  exis- 
tieran  ni  siqniera  probabilidades  de  mal  ^zito  en  la  irdua 
empresa  de  poner  en  seguridad  eompleta  a  Enrique,  se  ha- 
bia decidido  esa  noche  a  esperar  al  galante  ministro  por 
precaucion,  es  decir,  eon  el  mismo  fin  con  que  habia  hecho 
Uamar  al  oficial  de  policia;  y  como  no  dudaba  que  el  diplo- 
matico  vendria  infaliblemente  por  su  ausencia  de  la  noche 
anterior  y  por  la  fuga  del  prisionero,  hizo  prevenir  al  cura 
de  San  Isidro  que  el  bautismo  y  61eo  de  la  criatura  no  ten- 
dria  lugar  sino  a  las  diez  u  once  de  la  noche,  para  lo  cual 
se  le  pondria  un  carruaje;  y  ells,  por  segunda  vez,  se  fu^  a 
la  calle  de  Breton  con  el  objeto  de  hacer  todas  las  preven- 
ciones  necesarias  y  quiz&  tambien  eon  objeto  de  ver  a  En- 
rique. (Qoi^n  es  el  que  se  sacia  de  mirar  a  la  persona  ama- 


i^M 


ton  aOMSTOS  DIL  FUSSLd.  377 

da!  iQui^n  no  encaentra  sa  mayor  delicia  en  contemplarla, 
aun  cuando  no  aea  mas  que  por  un  naomento! 

De  vuelta  a  su  casa  en  la  calle  de  Satnto  Domingo,  se 
vistid  con  la  mayor  elegancia,  ni  mas  ni  menos  como  si  qui- 
siera  sedacir,  trianfar,  avasallar  pjira  siempre  a  an  hombre: 
esta  era  la  hdbil  maniobra  que  ya  habia  empleado  con  el 
ministro  y  que  le  habia  dado  buenoa  reaultados;  de  consi- 
guiente,  se  valio  de  todo  su  arte  en  el  peinado,  hizo  ugo  de 
lus  mejores  perfumes,  se  puso  sua  mas  rican  galas,  se  mir6 
cien  mil  veces  al  espejo,  estudid  su  fisonoraia,  calcul6  las 
posturas  mas  naturales  y  mas  atractivas,  trat6,  en  una  pala- 
bra,  de  aparecer  interesante,  y  mas  que  interesante,  encan- 
tadora. 

Esa  noche,  y  en  conformidad  a  la  prevision  de  Eloisa,  el 
ministro  no  esper6  la  hora  acostumbrada  de  su  visita,  sine 
que  se  present6  mucho  mas  temprano. 

El  salon  se  encontraba  perfectamente  iluminado,  y  Eloi- 
sa, nn  tanto  reclinada  sobre  un  sof4,  habia  adoptado  una 
actitud  que  realzaba  todas  sus  gracias  naturales,  que  dejaba 
.dM  Jtodo,  so,  hechi^os;  j  coa  una  co^u.  Ja  1  J.  d. 
sencillez,  pero  por  esta  razon  cien  mil  veces  mas  peligrosa, 
habia  colocado  medio  a  medio  de  su  divino  seno  un  boton 
de  rosa  blanca  eon  dos  hojas  verdes  que  demarcaban  la  se- 
paraeion  deliciosa  de  encantadoras  formas,  misteriosas  a 
la  vez  que  di^fanas  al  traves  de  los  encajes  que  las  cu- 
brian. 

El  ministro  apareci6,  y  ella  aparent6  no  verlo  para  que 
la  mirase  un  instante  en  esa  especie  de  irreflexion  y  esta- 
diado  abandono:  el  objeto  que  se  habia  propuesto  estaba 
conseguido;  el  ministro  estaba  mas  que  nunca  cautivo. 

— Sefiora!  e8clam6  el  diplomitico;  venia  a  pelear  con  us- 
ted  y  veo  que  estoi  vencido  antes  de  entrar  en  combate. 

— jA  pelear  eonmigo!  Yo  creia  no  haberle  dado  motive 
alguno,  sino  que  por  el  contrario. . . 

— Si,  usted  ha  sido  mui  sagaz,  mui  engafiadora. 


378  XM 

— ^Yo  soi  siempre  inj^noa  on  mis  afeccioncs,  sefior,  y  ja- 
mas las  traicioDO. 

— No  es  precisamente  de  una  traicion  de  la  qne  qniero 
hablar;  pero  nsted  ha  aprovechado  de  mi  concesion  para 
bnrlar  la  Tijilancia  lejitima  del  gobierno. 

— jYa  8^  d6ode  qaiere  nsted  venir  a  parar!  Y  Eloisa  son- 
ri6  carifiosamente  al  ministro,  mostrdndole  esa  cavidad  en- 
cantadora  adornada  de  fiaos  y  blancos  dientes  con  labios 
de  D&can  paraiso  lleno  de  delicias  que  convida  a  beber  la 
copa  del  di vino  nectar  con  el  cnal  se  embriagaban  los  dioses 
del  Oiimpo. 

El  ministro  estaba  lelo  y  no  sabia  casi  lo  qne  pasaba  por 
^1:  tal  era  el  predominio  qne  habia  tornado  Eloisa  y  qne  en 
ese  momento  ejercia  con  mas  faerza. 

—  Sf,  amiga  mia,  coDtest6  al  fin  el  diplbmdtico,  sent^n- 
dose  al  lado  de  Eloisa  y  tomdndole  sn  snave  y  perfnmada 
mano;  nsted  se  ha  valido  del  permiso  qne  yo  le  habia  acor- 
dado  o  qne  habia  consegoido,  para  hacer  evadirse  a  sn  her- 
mano. 

— Le  asegnro  a  nsted  que  soi  inocente  y  qne  me  trae  la 
mas  bnena  noticia,  hacidadome  esperimentar  la  mas  agra- 
dable  sorpresa:  jcon  que  Enrique  se  ha  escapado! 

— listed  lo  sabe  major  que  yo,  sefiora. 

— iCadnto  me  alegro,  amigo  mio!  Y  el  ingrato  ann  no  ha 
venido  a  verme! 

— Vamos,  d6jese  nsted  de  disimnlos,  y  digame  franca- 
mente  ddnde  lo  tiene  escoixdido;  desearia  verlo,  desearia  co- 
nocerlo  para  decirle  cuanto  ha  hecho  nsted  por  61. 

— ;E1  picaron  lo  sabe  bien!  Y  sin  embargo  no  se  ha  pre- 
sentado  a  mi  vista!  ^Cudndo  se  fng6? 

— Anoche;  pero  yo  soi  nn  zonzo  en  darle  esplicaciones 
sobre  nn  hecho  en  que  nsted  ha  tomado  parte. 

—  ^Y  qud  mal  habria  obrado  snponiendo  que  fnera  cierto? 
— Ninguno  respecto  a  nsted;  mucho  respecto  al  gobierno 

de  qne  yo  hago  parte. 


urn  ncnavM  vml  mnjb.  379 

— jY  qu6  falta,  qu6  mal  le  hace  al  gobierno  un  preso  mas 
o  menos? 

— jC6ino  86  Gonoce  qoe  listed  no  sabe  nada  de  adminish 
tracionl 

— jYa  lo  creo!  ni  me  ocupo  ni  me  ocupar^  nanea  de  ella; 
perO)  les  verdad  lo  que  nsted  me  dice? 

— ]Io&iste  nsted  todavia  en  engafiarme! 

— jOjaU  faera  cierto  qne  lo  engaSabal 

— jDe  veras!  jUsted  no  sabe  nada? 

— jY  qn^  quiere  nsted  que  yosepa! 

— jNo  ha  visto  usted  a  su  hermano?  §No  ha  veoido  to- 
davia? 

— Sefior,  espero  al  menos  que  usted  no  se  chancee  con 
mis  afectos  ni  se  burle  de  mb  esperanzas:  ya  me  ha  repeti- 
do  esto  mismo  ahora  poco. 

— Paes,  amiga  mia,  lo  que  le  digo  es  la  verdad:  su  her- 
mano se  ha  escapado  anoche. 

— jAnoche! 

— Si,  anoche. 

— jY  de  qu^  raanera? 

— No  se  sabe.  El  Anico  vestijio  que  se  ha  encontrado  ha 
sido  una  larga  cuerda  llena  de  nudos  y  que  estaba  asida  al 
tope  de  un  alto  palo  que  habia  en  uno  de  los  patios;  pero 
es  preciso  que  su  hermano  sea  el  diablo  para  que  se  haya 
volado  de  esa  manera. 

Eloisa  se  sonri6  sin  interrumpir  al  ministro,  que  conti- 
nu6: 

-7-Sf,  es  preciso  ser  el  mismo  demonio;  de  otro  modo  no 
se  concibe  su  evasion. 

— jY  lo  persiguen? 

— Es  indadable;  y  creo  que.  aun  cuando  se  esconda  como 
un  alfiler,  no  escapard:  las  medidas  est^n  bien  tomadas. 

— Pero,  senor,  usted  que  es  un  hombre  de  tanta  inteli- 
jencia  como  corazon  y  que  posee  mi  carino,  ^no  se  apiada- 
ria  de  ^1?  jno  se  apiadaria  de  mi  hermano? 


380  L08  SB0BXT08  DK.  P0XBJM)b 

— jSu  carifio!  Esto  vale  mas  que  una  razoa  de  estado: 
cnente  usted  conmigo. 

— Esto  68  lo  mismo  que  contar  con  el  gobierno, 

— No  lo  crea  usted:  don  Manuel  Montt,  qne  es  el  presi- 
dente  de  la  repiiblica,  no  es  lo  mismo  que  yo  que  me  ena- 
moro  de  unos  bellos  ojos  que  pueden  obligarlo  a  uno  a  ha- 
cer  las  mas  grander  locuras:  don  Manuel  Montt  es  la  lei,  es 
el  c6digo,  es  la  justicia,  es  el  6rden,  es  la  est^tua  de  Miner- 
va, que  no  ve  otra  cosa  que  la  razon  y  la  conveniencia  del 
pais;  y  ^1,  a  quien  estamos  y  debemos  estar  sometidos  en 
cuerpo  y  alma,  no  transijird  nunca,  porque  ^1  no  tiene  otra 
conciencia  que  el  bien  del  pais. 

— Pues  si  ese  nuevo  Minos  no  tiene  corazon,  no  faltard 
quien  lo  tenga. 

— Es  decir,  que  usted  cuenta  conmigo. 

— Indudablemente:  seria  un  insulto  para  usted  y  una  de- 
ctpcion  para  ml  el  no  juzgarlo  asi, 

— De  manera  que  no  es  a  61  a  quien  debo  obedecer,  sino 
a  usted. 

— Y  advierta  que  yo  exijo  una  ob^diencia  pasiva,  ciega, 
inalterable. 

-— jLa  obediencia  del  perro? 

— Ni  mas  ni  meiios. 

— Si  usted  lo  exije,  si  usted  lo  ordena,  la  tendr^. 

— Quiero  que  usted  me  d6  un  salvo-con  due  to  para  Enri- 
que, y  puesto  que  el  presidente  es  inflexible,  serd  necesario 
que  nsemos  del  subterfujio.  Por  otra  parte,  esto  entra  tarn- 
bien  en  la  politica.  Usted  le  hard  un  servicio  al  senor  Montt, 
porque  lo  libertard  de  un  enemigo  tan  temible  como  mi 
hermano. 

— Pero  esto  es  comprometerse  demasiado. 

— jY  yo  no  me  comprometo? 

— jPuedo  aspirar,  Eloisa?. . . 

— I A  qu^  no  se  puede  aspirar? 

— {Me  ha  hecho  usted  penar  por  tanto  tiempo! 


fibi  ta0kvsoB  dxl  puiblo.  3tl 

— Vo  qaitro,  amigo  mio,  contestd  Gloisaf  apretando  ana- 
ve  7  sigQificatiramente  la  maao  del  ministro;  no  qniero  siiio 
hacer  concesiones  volantarias.  Poner  prejsio  al  favor  es  des- 
trairlo,  y  a  mi  me  gasta  la  espoutaneidad  en  todo;  sin  eato 
no  paede  existir  el  goce,  no  puede  existir  nada;  y  yo  soi 
en  este  panto  de  ana  estricte^s  de  principios  incontrastable. 
^Qa^  me  importaria  ana  concedion  por  otra  concesion?  Esto 
no  seria  otra  cosa  qae  an  trafico,  y  con  el  corason  y  con  los 
afectoa  no  se  paeden,  no  se  deben  establecer  mercados:  todo 
negocio  en  ese  sentido  es  una  degradacion,  y  yo  no  quiero , 
degradarme^  ni  asted  aceptaria  con  gasto  eata  degradacion, 
porqne  lo  sapongo  maa  elevado  y  mas  digno,  siendo  en  este 
sentido  qae  me  es  dado  apreciarlo  y  qae  me  sea  dado  qae- 
rerlo. 

— ^De  veraa,  Eloiaa? 

— ^Dada  asted  de  mi  verdad?  jNo  re  asted  mismo '  qae 
en  mi  franqaeza  hai  algo  mas  qae  solicitar  ana  gracia? 

— Firmar^,  amiga  mia^  el  salvo-condaoto  para  sa  her-* 
mano. 

— r^Sin  exijencia  algana? 

--Sin  exijencia* 

— Ah!  lajenerosidades  la  mejorarma  para  veneer.  {Qai^n 
no  admira  an  acto  desinteresado?  jQai^n  no  se  some^je  at 
imperio  de  la  magnanimidad?  Le  agradezco  sa  accion  por 
usted  y  por  mi:  por  asted,  porqae  me  lo  ha  hecho  conocer 
a  fondo;  por  mi,  porqae  paedo  apreciarlo  y. . . 

— Deme  asted  papel  y  plama,  Yo  jaego  mi  cartera  de 
ministro  contra  anos  belloa  ojos.  Este  serd  an  disparate  para 
los  hombres  de  estado  y  yo  mismo  lo  habria  conaiderado 
como  tal  hace  mai  poco  tiempo;  pero  asted  me  ha  traafor- 
mado  completamente. 

— Me  es  imposible,  sefior,  aceptar  tanto  sacrificio.  Rehaso 
desde  luego  y  me  aometo  al  destine  sin  eaperar  algo  del 
favor,  ;E1  pais  perderia  tantp  con  sa  aalida  del  ministeriO| 
qae  vale  maa  qae  se  sacrifiqae  mi  hermanol 


— Pero  TJc^m^  €gc?mni6  spMOoadamente  d  diploniitieo; 
wted  cs  dcmawJido  devadu  j  eaki  pomda  de  iden  Uenitt 
de^  P»o  jamM  eooKiitir^  en  m  Mccifido. 

— Yo  DO  aeepto,  teftor;  porque  si  jo  puedo  aurificanne, 
mo  debo  aaerifiev  a  otroa. 

'^I>g^iiioiiaa  de  aigam^itactoaea.  Ha  deddido  ladYar  a 
sa  bCTmano  j  ae  aalrar^  aoceda  lo  qae  soeeda. 

Un  feUUnpago  de  feliddad  paa6  por  I09  ojos  de  Eloiaa;  j 
pai&odoae  eon  gneiMj  eoloe6  d  tintero  j  el  papd  oerca  del 
miotstro,  que  eseribid  una  carta  privada  al  inteadente  de 
Yalparauo  para  que  dejan  paaar  a  Enriqae  si  sadia  del  pais 
o  DO  lo  captarase  en  caso  qae  fuera  a  residir  en  aqaella 
dndad* 

— ^Yaestii  hecho  eoanto  osted  deaeaba,  amiga  mia,  y 
tengo  ana  verdadera  satisfuscton  en  haberia  servi Jo  en  algo, 
rin  intern  y  &0I0  por  Tolnntad^  y  solo  por  carifio. 

— >£i  hac^  bien  nnnca  se  inerde,  sefior. 

— Ojali  sea  asL 

— Ho  ]o  dnde  osted:  Dies  recompensa  siempre  las  bnenas 
acciones. 

— {Dies!  La  cosa  es  algo  lejana.  Mas  bien  qnisiera. .  • 

Eloisa  solt5  ona  carcajada^  y  conteniSndose,  afladio: 

— He  habian  dicho  qne  osted  era  moi  piadoao,  y  nonca  lo 
be  poesto  en  doda. 

— lY  en  qo^  he  fidtado  a  la  piodadf 

— ^Em  de  dedr  qae  Dios  es  ona  coaa  mai  lejana. 

-^Disc^lpeme  nsted,  sefiora,  el  entosiasmo  nos  hace  ha- 
blar  lo  qae  no  debemos. 

—En  fin,  sea  de  ello  lo  qae  faere,  yo  no  paedo  menos  de 
estarle  sgradecida  y  desde  ahora  caente  osted  con  mi  reoo- 
nocimieoto. 

— Desearia  mas  bien  contar  con  so  carifio. 

— Del  ono  es  fiicil  y  natural  pasarse  al  otro. 

Eloisa,  sin  prosegnir  mas  en  ana  conversacion  que  moi 
pooo  la  inter^aba,  trat6  de  qne  se  faera  el  ministro;  pero 


LOB  SIOUVOB  DEL  P0JBBLO.  883 

para  despedirlo  eontento,  8ac6  el  lindisimo  bo  ton  de  rosa 
que  tenia  en  8u  seno,  y  presentdndoselo,  le  dijo: 

— Slrvase  usted  aceptar  esta  flor  como  un  recuerdo,  como 
una  praeba  de  mi  cari. . . 

Y  Eloisa,  sin  acabar  de  pronunciar  la  palabra,  afiadi6: 
de  mi  gratitad.  Y  baj6  los  ojos  con  ana  hipocresia  encan- 
tadora  como  para  decir  que  habia  ido  mas  alia. 

— Eloisa,  Eloisa,  e3clam6  el  diplomatico  arrodilldndose; 
prosiga  usted,  coucluya,  diga  francamente:  "De  mi  carifio, 
de  mi  amor.^' 

— {Y  bien!  contest6  Eloisa,  como  si  la  pasion  la  arrastra- 
se:  "de  mi  amor.. ." 

— jAi!  qu^  dicha!  qu^  felicidadi  Al  fin.. . 

— Sf,  al  fin  seremos  felices  en  pocos  dias  mas. 

— ^Me  lo  prometes,  Eloisa?  Y  el  ministro  le  hablaba  de 
tu  por  la  primera  vez  con  esa  deliciosa  familiaridad  del  ca- 
rifio. 

— jC6mo  no  he  de  prometer  lo  que  quiero,  lo  que  deseo! 
pero  sepa  usted  esperar ..  Adios,  amigo  mio,  taWez  ma&ana 
no  tenga  el  gusto  de  verlo,  pero  despues. . . 

— jCruell  ;Por  qu^  privarme  un  dia  de  esa  felicidad,  de 
la  dicha  de  estar  a  tu  lado! 

— Privarnos,  diga  usted  mejor. 

— jPrivarnos!  Tienes  razon,  querida  mia;  pero  por  lo 
mismo. . . 

— Tengo  mis  secretos:  espere. 

— ^Me  resignar^. 

— Nos  resignaremos,  amigo  mio;  pero  despues...  Adios, 
d^jeme  usted,  d^jeme  usted. . . 

Y  Eloisa  corri6  hacia  su  dormitorio  como  si  se  temiera  a 
fil  misma;  y  cerrando  la  puerta  con  Have,  dej6  plantado  al 
diplomatico  medio  a  medio  del  salon  y  de  rodillas  como  se 
habia  puesto. 

En  seguida  mir6  por  el  agujero  de  la  Have  y  lley6  el  pa- 
fiaelo  a  su  boca  para  ahogar  la  risa:  el  ministro  conservaba 


SS4  UNI  BioAwoa  vUl  ftnono. 

la  misma  acfcitad  j  Uoraba  j  reia  mirando  el  boton  de  rota 
que  a  cada  instante  Ilevaba  a  sos  labios. 
Al  fiu  tom6  sa  sombrero  y  partid. 

IV. 

Desembarazada  de  la  presea«ia  del  miniatro,  volvi6  a 
vestirse  Eloiga  con  sa  sencillo  y  modesto  traje  de  iglesia, 
hiao  venir  un  cocbe  y  se  dirijid  donde  el  cura  de  San  Isi- 
dro  para  condacirlo  a  la  calle  de  Breton. 

El  santo  cara  se  coloc6  al  lado  de  la  encantadora  mncha- 
cba,  que  sin  dnda  le  hizo  eaperimentar  nna  de  aquellas  sen* 
saciones  inesplicables  que  nos  cansa  el  contacto  de  la  mnjer, 
cnya  saave  y  perfamada  atai63fera  atrae,  prodnciendo  en 
nosotros  ana  especie  de  escalofrio  qae  nos  estremece  deli- 
ciosamente,  paes  al  poeo  rato  principi6  a  rezar  en  latin,  sin 
dnda  para  desecbar  la  tentacion  del  espiritn  malo,  a  quien 
en  ese  momento  tenia  el  bonor  de  representar  Eloisa,  qne, 
en  concepto  del  baen  presbitero,  debia  ser  la  forma  qne  ha- 
bia  adoptado  el  diablo  para  hacerle  perder  sa  alma;  asi  es 
qne  impert^rrito  en  sa  santa  y  her6ica  lacha,  sali6  al  fin 
vencedor,  paes  no  desplego  sas  labios  hasta  qne  el  coche 
paro  frente  a  ana  paerta  de  calle  de  mas  qae  modesta  apa- 
riencia,  y  que  no  estaba  por  consigniente  en  relacion  con 
los  faeries  derecbos  qae  le  habia  volantariamente  pagado 
aqnella  senorita,  por  el  solo  hecho  de  poner  el  dleo  faera  de 
la  parroqaia,  haci^ndole  presamir  qae  aqaello  cncerraba  al- 
gnn  misterio;  pero  como  sa  mision  era  mni  limitada  y  cj- 
nocida,  no  tenia  para  qu^  investigar  asantos  qae  no  eran 
de  sa  resorte. 

El  cara  baj6  primero  del  carraaje  y  no  tavo  siqaiera  la 
amabilidad  de  ofrecer  la  mano  a  Eloisa  para  qne  descen- 
diese  a  sa  vez,  sIqo  qae  por  el  contrario  mir6  h^cia  otro 
lado  para  no  rer  aqael  pi6  encantador  qae  se  descabrid  has- 
ta an  poco  mas  arriba  del  tob^lo  al  tiempo  de  sentarlo  en 
el  estribo. 


/ 


La  j6ven  fi6  sonri6  con  disimulo,  porque,  por  una  de  csas 
afinidades  misteriosas  de  la  naturalezd,  por  nno  de  esoB  flai- 
dos  magn^ticos  que  se  comanican,  se  infiltran  o  se  reper* 
cnten,  sin  saber  c6mo,  dejin  ser  a  otro  ser,  ella  habia  cono- 
cido,  habia  adivinado,  diremos  mejor,  lo  que  pasabft  por  el 
buen  sacerdote;  y  si  se  hubiera  ballado  en  otras  circunstan- 
cias  y  con  otras  ideas,  talvez  le  habria  agradado  segandar 
el  plan  del  demonio,  conquistdndole,  annqae  faera  por  mero 
pasatiempo,  aquella  alma  para  sa  popnloso  imperio. 

Como  ea  de  presamirlo,  todo  estaba  preparado  en  la  casa, 
y  la  ceremonia  relijiosa  se  llev6  a  efecto,  sirviendo  de  pa- 
drinos  a  la  criatnra  las  dos  personas  que  hemos  indicado  ya 
y  que  creemos  no  habr&  tan  laego  olvidado  el  lector. 

Esa  nophe  se  pa86  en  deliciosa  platica  y  nada  vino. a  tur* 
bar  aqnella  sencilla  alegria  con  que  se  celebrab^  el  baatismo 
del  ni&o;  solo  Enrique,  sin  dejar  de  estar  contento,  tenia  una 
preocupacion  que  no  podia,  que  no  queria  tampoco  dese- 
char. 

Durante  el  dia  y  en  algunos  momentos  que  habia  pasado 
,  a  solas  con  Mercedes,  le  habia  preguntado  si  no  habia  teni- 
do  alguna  noticia  de  su  amiga,  a  lo  que  le  habia  contestado 
su  hermana,  que  no  saliendo  a  la  calle  ninguno  de  ellos, 
salvo  Eloisa  y  Santiago,  que  iba  a  su  taller,  no  habian  podi- 
do  tener  la  menor  noticia,  siendo  esta  una  de  las  cosas  que 
mas  la  entristecia,  y  que,  aun  cuando  habia  preguntado  a 
Eloisa  y  dddole  las  se&as  de  la  casa  para  que  se  informase, 
nunca  le  habia  dicho  nada,  lo  que  le  hacia  suponer  que  es^ 
tarian  todavia  en  el  campo. 

Enrique  estaba,  pues,  mui  contrariado  con  esta  ignoran- 
cia  absoluta  sobre  Luisa  y  su  maestro,  y  resolvi6  hablar  con 
Eloisa  al  dia  siguiente  para  combinar  algun  plan  por  el  cual 
pudiese  llegar  al  conocimiento  de  aquello  que  tanto  le  inte- 
resaba  saber. 

Aun  no  amanecia  cuando  ya  Enrique,  que  no  habia  pe- 
gado  sus  ojos  durante  la  noche,  se  paseaba  por  el  patio,  sin 


dacU  para  refirescar  aa  ardiente  cabesa  y  hablar  con  Eloisa 
antee  que  aalieee  a  la  calle. 

No  tairo  naestro  j6Fen  amigo  macho  que  esperar,  por- 
que  la  poerta  del  cnarto  de  Eloia^  se  abri6,  apareciendo  ella 
reatida  ja  como  para  salir. 

— Mi  qaerida  hermaaa,  dijo  Eorique  a  Eloisa,  yeado  don- 
de  ella  estaba  y  tom&ndole  ona  de  sns  manos  con  esa  £Aini- 
liaridad  pora  del  sentimiento  de  la  fraternidad.  T  como  se 
habia  acostnmbrado  a  Uamarla  siempre  asi  y  a  tener  con 
ella  la  confianza  de  tal,  Eloisa  no  se  estran6,  sino  qne  lo  mir6 
carinosamente,  pregnntdndole:  "^Qa^  qnieres?^ 

Debemoa  tambien  advertir  qne  con  el  largo  trato  y  con 
la  familiaridad  con  qne  estaban  obligados  a  hablarse  en  la 
penitenciaria  delante  de  la  persona  qne  los  vijilaba  durante 
sn  entrevista  semanal,  se  habian  acostnrnbrado  de  tal  modo 
a  tratarse,  qoe  ya  lo  hacian  por  hibito,  sin  poder  volver 
atras,  lo  qne  bnbiera  sido  mni  doloroso  para  Eloisa^  porqne 
esta  confianza  era  nna  de  las  cosas  qne  mas  le  agradaban  y 
qne  mas  la  hacian  gozar. 

Enriqne  cont^t6  a  la  pregnnta  de  sn  hermana  adoptiva, 
con  esta  otra  interrogacion: 

— ^Por  qn^  te  has  levantado  tan  temprano? 

— No  tanto  como  tii^  Enrique,  paes  hard  como  media  hora 
qne  oigo  tns  pasos  en  el  patio. 

— Es  verdad,  tenia  calor,  estaba  medio  sofocado. 

— {'^e  sientes  mal?  T  Eloisa  mir6  al  joven  con  interes  y 
como  para  ayerignar  si  Enrique  sufria  algo. 

— No  precifamente,  hermana,  pero  iii  comprender^  que 
despuea  de  tantos  acontecimientos  no  se  puede  e^tar  mui 
tranqnilo. 

— jPero,  Ennque,  ahora  eslas  con  tu  familia  y  est^  libre! 

— Itespecto  a  lo  primero,  te  concedo:  tengo  mucbo  gnsto, 
mucbi^imo  y  xii  no  eiitras  por  poco  eu  mi  sati&faccion.  Y  el 
j6ven  apret6  c^rinosameDte  la  mano  de  su  hermana  que 
conservaba  aun  eutre  las  soyas. 


not  nounos  nm  rwas^  38T 

Eloisa  se  estremecid  y  mir6  a  Enrique  de  una  manera 
rara;  tan  rara,  que  ^ste  no  comprendi6. 

— ^Te  decia,  pue^,  prosigui6  el  j6ven,  que  es  para  mi  una 
gran  felicidad  el  estar  con  ustedes;  pero  respecto  a  Hbertad, 
no  he  heclio  mas  que  mudar  de  c&rcel. 

— jMudar  de  cArcel!  ^Llamas  t<i  mudar  de  cdrcel  el  estar 
en  tu  casa,  el  vivir  con  las  personas  a  quienes  amas  y  que 
te  amau? 

— Tienes  razon,  hermana  mia;  he  sido  un  bdrbaro  en  ka> 
War  asi;  pero  queria  decir  iinicamente  que  me  es  prohibido 
salir,  que  no  puedo  ir  a  ver  a  mis  amigos,  que* . .   . 

— No  seas  ppco  agradecido  a  Dios,  Enrique, 

— Dices  bien,  Eloisa. 

— Mira:  si  quieres  salir,  si  qaierea  irte,  puedes  hacerlo  hoi 
mismo. 

— jQu4  es  lo  que  dices? 

— Lo  que  oyes. 

— ^^Has  conseguido  mi  libertad  completa? 

— No  precisamente;  pero  puedes  ir  al  punto  que  quieras. 

— iC6mo? 

— Tengo  en  mi  poder  un  salvo  conducto  para  tu  persona 
y  que  va  dirijido  al  intendente  de  Valparaiso. 

— ^Qa^  tengo  yo  que  hacer  en  Valparaiso? 

— ^Te  encuentras  persegnido,  amigo  raio,  y  un  dia  u  otro 
pueden  prenderte;  mientras  que  saliendo  del  pais  por  algun 
tiempo,  puedes  volver  despaes  cuando  se  hayan  olvidado 
los  acontecimientos  y  amortiguado  un  tanto  las  pasionea 
polfticas. 

— Yo  no  qniero  dejar  a  Chile,  hermana  mia,  no. 

—Compreudo  que  no  quieras  abandonar  tu  pais  y  menbt 
tu  familia;  pero  esta  es  la  manera  4nica  de  salvarse,  amigo 
mio;  cr^emelo:  ahora  hablaremos  sobre  este  punto  con  tus 
padres  y  con  tu  hermana.  y  te  convencer^s.         ' 

— No  necesito  de  conrencimiento  alguno,  pero  no  qniero 
abandonar  a  Chile. 


$88 

Eldua  ae  figar6  an  momento  que  talrea  ella  seria  la  causa 
de  la  tenacidad  del  j676a  ea  no  dejar  an  pais,  7  le  dijo: 

— jT  ai  te  lo  pidieran  por  favor,  Earique,  Iob  mismoa  que 
estdn  maa  interesadoa  qne  tu  en  que  no  te  alejed? 

Enrique,  a  su  turno,  mir6  a  Eioiaa,  pensando  que  hacia 
referenda  a  Lnisa  y  que  talvez  con  8u  penetracion  habria 
Uegado  a  descubrir  algo  de  su  secreto,  sabiendo  quiz&  algu* 
na  coaa  que  le  ocnltaba. 

— En  eae  caso,  contest6  el  j6ven,  iria  con  gusto. 

— ^Pnea  bien,  ya  veremos. . . 

T  a  an  vez  Eloisa  apret6  la  mano  de  Enrique,  que  tarn- 
bien  ae  tnrb6  y  ae  e3tremeci6  a  su  turno,  creyendo  que  no 
tardaria  en  hablarle  de  Luisa. 

La  conversacion  continu6  por  largo  rato  sobre  las  proba- 
bilidades  de  faga,  sobre  el  disfraz  mas  conveniente,  sobre 
el  lugar  donde  seria  preferible  dirijirse,  sobre  riesgoa,  etc.; 
pero  nada  referente  a  Luisa,  que  era  lo  qne  el  esclusiva- 
mente  deseaba,  haata  que  ae  resolvi6  abordar  la  auestion 
con  mana  para  no  comprometerse  ni  comprometer  a  an  ama- 
da,  porque  ya  eataba  convencido  que  Eloisa  no  sabia  nada 
de  sua  relaciones,  o  diremos  major,  de  sus  pensamientoa 
ocultoa,  pensamientos  que  a  nadie  habia  revelado  escepto  a 
an  hermana  y  al  solitario,  y  qne  por  consiguiente  debia  ig* 
norarloa  Eloisa  por  mucba  (jue  fuera  su  penetracion. 

V. 

Enrique,  antes  de  atreverse  a  hablar  sobre  Luisa  y  a  pro- 
nunciar  an  nombre,  consul t6  su  interior,  trat6  de  criar  faer- 
saa,  ae  empe06  por  componer  au  semblante,  por  aparentar 
la  mayor  indiferencia;  y  cuando  (»*ey6  qne  estaba  bien  pre- 
parado,  que  era  impenetrable,  que  nadie  podria  leer  en  su 
corazon,  aun  los  que  eatuviesen  mas  familiarizados  a  cono- 
eer  o  a  adivinar  sua  impreaiones,  dijo  a  Luiaa: 

— )Te  ha  preguntado  algunas  veces  Meroedes  por  una 


3M 

sefiorita  amiga  suya  y  que  se  llama  dofia  Laisa  Valdesf 

— Machf&imas. 

— Y  le  has  dado  alganas  notiicias  de  ella?  porqae  sd  qa« 
esto  le  seria  mni  agradable  a  mi  hermana. 

— lY  por  qui  n6  desagradablc?    . 

— Porque  ella  la  quiere  machisimo. 

— Paede  ser  mui  bien  qoe  por  la  misma  raeon  de  qoerer^ 
la  machisimo  le  fuera  mad  desagradable. 

-J-No  si  lo  que  quieres  decir. 

— Yo  si  qae  l<>  b6  j  th  tambien  lo  aabr^,  pere  nadie  mas. 

— ^Conoces  a  esa  sellorita? 

Y  Enriqaa  apenas  pudo  disimolar  sa  sobresalto. 

— ^De  vista. 

— jLa  has  visto? 

—En  machas  ocasiones,  y  siempre  procuro  verla,  porqae 
me  intereaa,  tanto  por  el  afecto  qae  s^  que  le  ttene  Merce* 
des,  cuanto  por  ella  misma,  porqae  jamas  he  encontrado  una 
sefiorita  mas  hermosa,  mas  po^tica,  mas  encantadora;  jamas 
he  visto  a  nadie  qae  llene  tanto  ml  gasto  como  ella.  Si  fae* 
ra  hom^re  y  monarca  habria  puesto  cien  mil  veces  a  sas 
piSs  mi  corona.  Una  sola  mujer  hai  que  se  le  asemeje,  aun- 
que  de  formas  distintas  y  talvez  de  caracteres,  y  esa  mujer 
es  tu  hermana.      ^ 

Enrique  oia  con  delicia  todo  cuanto  decia  Eloisa,  que 
continu6  su  conversacion,  afiadiendo: 

-— Y  esa  mujer  es  tu  hermana;  pero  en  el  mundo  no  hai 
dos  tipos  mas  perfectos  y  me  parece  que  dos  almas  mas  pu* 
ras  y  sublimes.  Por  esta  razon  he  comprendido  el  grande 
afecto  de  Mercedes  por  esa  sefiorita  y  el  que  debe  tenerle 
esa  sefiorita  a  Mercedes.  Por  esta  raz  ju  he  comprendido  la 
amistad  que  debe  unirlas,  a  pesar  de  la  grandisima  diferen- 
cia  de  ambas  posiciones,  ya  sea  en  familia,  ya  sea  en  fortu- 
na,  porque  la  seSorita  Valdes  pertene(se  a  la  mas  alta  socie^^ 
dad  y  es  una  de  las  mas  ricas  personas  de  Santiago. 

— Y  bien,  Eloisa;  {por  qu^  si  conoces  a  la  sefiorita  Luisa, 


por  qwi  m  la  lisi  Tirto  ao  te  lo  Ini  OMBaiado  a  an  het 


y 


— Fufqae  le  liabris  cwmIo  mi  gnve  sal  j  bo  lie  q  wri- 
do  atonneatafUL  He  prefiEnido  cdlanae,  be  prefierido  dadir 
SOS  projeetoe  7  so  decirle  qae  eit4  ea  Siai«iagD  deade  aui- 
dio  tieapo. 

— {Pefo  eail  ea  la  caoMl 

— ^Aoa  a  ti  miai&o  no  qaM^a  dedrtda^ 

— ^jPor  qo^ 

— ^Talres  por  lo  qae  se  reladona  eoa  ta  hennaaa 

— jEb  algao  secTeto! 

— Para  oatedesy  sf;  para  d  resto  del  maadoy  bol 

— ^^V  por  qo^  DO  si^odolo  pan  todos  lo  es  para  aoaotrosl 

— ^Porqne  ea  realidad  no  es  on  secreto,  sino  simplemente 
ana  coaa  qae  ostedea  ignoran* 

Enriqne  eaperiment6  ana  aensadon  dolorosa;  tovo  miedo. 
Un  yago  preaentinuento  le  deda  qae  lo  que  le  iban  a  reye- 
lar  OTa  algo  de  terrible;  pero,  domioindoee,  reposoc 

— VamoSy  d^jate  de  rodeos  y  dime  de  una  vex  lo  qoe  sn* 
cede*  T&  aabea  que  todo  lo  de  mi  hermana  me  interesa. 

--'Joatamente  eate  es  el  nusmo  motive  que  me  obliga  a 
detenerme,  temiendo  que  tengas  t£i  tambien  qne  sofirir. 

— No  tengas  miedo;  yo  eatoi  ya  algo  acostnmbrado  a  la 
deagraeia  y  mi  alma  ae  ha  endoreddo  lo  bastante  para  no 
alarmarme  tan  fddlmente. 

— hsi  lo  creo;  y  eomo  por  otra  parte  lo  has  de  saber  tu 
mismo/  maa  hoi,  mas  mafiUmay  poco  importa  qne  te  lo  revele 
deade  In^o;  pero  ereo  mni  convenirate  que  se  lo  ocnltes  a 
tn  hermana,  al  menos  mientras  est^  tan  delicada  por  sn  re- 
cieote  enfermedad,  pnes  una  impresion  faerte  y  dolorosa 
como  debe  cansarle  esta  notida  cuando  U^ue  a  saberla^  po- 
dia ser  en  la  actualidad  de  mui  fatales  consecuencias. 

— {Es  una  cosa  mui  grave? 

— ^Para  elia^  si;  para  los  otros,  es  mui  comun. 

-—No  me  exasperes  por  mas  tiempo;  dime  de  una  vez  qu^ 


JUMI  MCBXfOa  SXL  FOXS&O.  391 

es  lo  que  ha  pasado  que  tanto  puede  afectar  a  mi  hcrmana, 
liasta  el  punto  de  temer  dedrraelo  a  tnf. 

— ^Creo  que  no  habras  olvidado  a  Gaillermo  de?.. . 

— Ilai  acoatecimientod  fdtalos  en  la  vida  que  jam&s  se  ol- 
vidan^ 

— Ei  que  Gaillermo  de..,  se  ha  casado. 

— jCasado!  ^Y  qui6n  \ix  side  la  miserable  para  aceptar  a 
636  infame? 

— Tienes  mucha  razon  en  exaltarte,  y  por  ti  mismo  pue- 
des  juzgar  de  la  impre^ion  que  e:^ta  noticia  habria  producido 
en  tu  hermana;  porque^  de  cualqniera  manera  que  sea,  es  •! 
padre  de  8u  hijo. 

— jEl  padre  de  an  hijo! 

— Si,  amigo  mio,  el  padre  de  su  hijo,  el  padre  de  nueatro 
ahijado,  de  esa  inocente  criatura  que  igaora  que  ha  venido 
al  mundo  por  medio  del  crimen,  y  a  quien  nosotros  hemos 
jurado  protejer  y  a  quien  protejeremos;  ^no  ea  verdad,  En- 
rique? 

— Y  bien,  iqu6  importa  que  se  haya  caaadol  Acaso  mi 
hermana  lo  habria  aceptado  jamas? 

— Sin  embargo,  id  sabes;  el  porvenir  de  au  hijo  deaapa- 
rece  con  eate  enlace. 

— Mercedea  no  habria  recibido  jamaa  de  ese  hombre  uo- 
solo  centavo,  y  nosotroa  no  lo  habriamos  permitido  tampoco 
y  no  permitiremoa  que  reconozca  en  ningun  tiempo  al  autor 
de  sua  diaa:  este  es  mi  penaamiento.  Pero.  eato  nada  impor- 
ta, Eioisa;  vamoa  al  aaunto  de  que  habldbamos,  que  es  el 
principal. 

— ^Ea tamos  en  ^1. 

— [Como  eatamos  en  61! 

— Juatamente,  amigo  mio,  porque  Guillermo  de...  «8  el 
marido  de  la  aefiorita  Luiaa  Valdes,  con  quien. .  • 

Enrique  no  la  dej6  concluir.  Un  grito  eapantoao,  grito 
salraje,  grito  aterrador,  grito  sin  nombre,  artieulacion  lien  a 
de  anguatia,  de  furor,  de  de^sesperacion,  vos  sin  aignifica* 


don  propia^  pero  qae  hs  tenia  todai,  se  e8eap6  del  peeho  del 
j6veD,  que  cay6  al  aaelo  sin  oonodmiento. 

Otro  grito  menos  terrible  pero  no  menos  dcdoroso  se  dejo 
oin  era  el  de  Eloisa,  qae  al  preeijHterae  sobre  Enrique  para 
levantarlo,  habia  eaclamado:  iDioa  mio!  lo  he  maertoL.  Pero 
no  le  aobrevivir^!. . . 

El  cnerpo  de  Enrique  tembid:  ana  oonyulfflon  Tiolento  se 
apoder6  de  todos  sos  miembroSy  y  ae  par6  tieso  7  Mvido  como 
un  cad&rer  a  quien  ban  aplicado  una  poderoaa  miquina  gal- 
y^ica,  un  gran  cheque  de  electricidad  antes  qae  se  haya 
apagado  del  todo  el  calor  vital  que  lo  alimenteba  y  que  se 
demora  en  estiogairse. 

De  repente,  sin  ver  a  Eloisa,  que  estaba  postrada  a  sos 
pite  y  qae  le  tenia  con  sas  brassos  asidas  las  rodillas,  se  laa- 
z6  hicia  la  puerto,  sacudiendo  con  violencia  el  estorbo  que 
lo  detenia^  yendo  Eloisa  a  rodar  a  alganos  paaos  de  dis- 
tencia. 

Ne  encontrando  la  llave  para  abrir  la  puerte,  y  aan  si  la 
hubiera  hallado,  talvez  no  la  habria  visto,  le  di6  un  empu- 
jon  ten  violento,  que  saltaron  varias  astillas  de  las  groesas 
teblas,  rompi^ndose  la  vieja  y  fir  me  cerradara;  pero  en  ese 
momento  apareci6  Domingo  Lopez,  que,  oyendo  aqael  grito 
«pantoso  de  su  hijo,  se  habia  medio  vestido  precipitada- 
mente. 

— ^DeMngalo,  sefior,  det^Dgalo,  grit6  Eloisa  desde  el  saelo. 

T  el  vigoroso  veterano  to16  donde  su  hijo  sin  darse  cuen- 
to  de  nada  de  lo  sucedido  y  lo  tom6  faertemente  per  la 
espalda. 

Enriqae  V0M6  la  cara  con  cefio  airado  y  dijo  con  voz  de 
trueno:  ^^D^jeme  usted,  seSor;  yo  lo  mater^  a  61,  la  matar^ 
a  ella;  pero  qaiero  ser  yo  solo  quien  lo  haga...  y  despaes 
me  maliar^  a  mi  mismo." 

— {Qai  es  lo  que  dices? 

— ^Digo  que  no  qaiero  toner  aynda  de  nadie,  qoe  no  qaie- 
ro que  me  acompafie  nadie. 


-*-Calma,  calma,  hijo  mip;  jqu<  e»  lo  que  ha  sucedido? 

— jNo  lo  8abe  usted?  Es  verdad,  no  lo  sabe...  que  se  lo 
caente  Eloisa;  mientras  tanto,  dSjeme  libra,  tengo  qae  ir;  les 
preciso  qne  vaya. .  • 

— ^A  d6nde,  hijo  mio? 

— Donde  los  novios;  ^d6nde  quiere  que  sea? 

— lQu6  novios? 

— D^jeme  en  paz  con  sua  preguntas:  Bloisa  se  lo  dir^ 

Y  Enrique  di6  un  fuerte  sacudon  para  desasirse  de  los 
brazos  del  veterano;  j  aunque  lo  hizo  vaoilar,  no  lo  solt6, 
sin  embargo. 

En  ese  momento  lleg6  Majrta  desolada  7  sin  saber  tampo- 
CO  qa^  era  lo  que  sucedia;  pero  las  fisonomias  le  decian  qne 
pasaba  algo  de  grave,  algo  de  estraordinario,  y  corri6  al 
Ingar  en  que  se  encontraba  luchando  el  hijo  con  el  padre. 

— jPor  Dioe!  Enrique,  iqvii  es  esto?  iqni  es  lo  que  pa$a? 
jqu^  es  lo  que  quieresS  esclam6  Marta  asustada  7  llorosa. 

— Lo  que  pasa  es  la  mayor  iufamia  y  lo  que  quiero  es  la 
mayor  venganza. ..  d^jenme  salir. 

— Tu  madre,  mi  querido  hijo,  to  lo  pide  de  rodillas.  No 
saigas. 

Y  Marta  sehinc6  y  bes6  las  manos  del  desgraciado  j6ven. 
Enrique  la  mir6  un  momento,  y  luego  agach^ndose  la 

levant6  y  la  estrech6  entre  sus  brazos,  dici^ndole: 

— ISoi  mui  infeliz. 

— Pero  qu6  te  ha  sucedido,  hijo  de  mis  entrafias? 

— ^Yo  no  puedo  decirselo  porque  si  lo  dijeran  mis  labios, 
talvez  no  tendria  faerzas,  talvez  me  moriria;  y  no  quiero 
morirme  antes. ..  no  quiero. ..  necesito  vengarme,  aunque 
despues  me  caiga  todo  el  mundo  encima...  aun  cuando 
vuelva  a  la  penitenciaria,  aun  cuando  me  maten. 

— jPor  Dios,  hijo  mio,  espera  un  momento! 

— Esperar!  ah!  madre  mia;  si  usted  tuviera  el  corazon 
como  yo,  no  me  lo  diria. 

— El  corazon  de  una  madre  participa  de  todos  los  dplo- 


394 

res  qne  epperimenta  e^  del  hijt>.  Cmfiite  a  61,  hazme  cufrir 
como  tu  feufre^  Enriqae,  vacia  en  mi  pecho  toda  to  amar- 
gnra  y  veri^  qne  mi  fifliccioa  sobrepnja  a  la  taya,  que  mi 
dolor  eg  superior  a  to  dolor. 

— ^Y  qu6  sacaria  con  esto? 

— Que  moriria  asi  como  tn  quieres  morir. .. 

—  jMorir,  madre  mia;  y  yo  matarlh!  N.»,  no,  c3o;  todavia 
me  qneda  nna  cnerda  8en:»ible,  una  cuerdk  que  n  j  se  ha  roto: 
el  amor  a  mis  pndre^. 

—  Poes  bien,  hijo  qnerido,  continuo  Marta  con  esa  »olici- 
tud  tierna,  con  ese  acento  inimitable  qne  solo  brota  del  pe- 
cho de  nna  madre;  si  no  quieres  qne  mnramos,  vive. 

— Vive,  Enrique,  vive  para  tus  padres  y  para  tu  her- 
mana. 

Y  el  viejosoldado  lloroso  y  temblando,  se  hinc6  asi  como 
lo  habia  hecho  Marta,  abrazando  las  rodillas  de  su  hijo. 

La  desesperacion  de  Enrique  estaba  vencida,  pero  no  au 
dolor. 

A  la  fogosidad  impetnosa  de  la  primera  impresiou  se  su- 
cedi5  el  abatimiento  de  la  desolacion. 

Enrique  era  un  nino  sin  fnerza,  sin  accion,  sin  mo vi mien- 
to,  casi  sin  vida.  Sns  ojos  se  apagaron,  perdieron  su  brillo  y 
no  vertierbn  nna  l^grima. 

El  j6ven  dejdse  conducir  sin  proferir  palabra  y  su  andar 
vacilante  demostraba  qne  apenas  existia,  que  ni  siquiera  te- 
nia conciencia  de  ^u  estado. 

Colocado  en  su  cama,  exhalo  un  suspiro  doloroso  y  cerr6 
sns  pdrpados.  Un  copioso  sndor  brot6  por  todos  los  poros 
de  sn  cuerpo.  Muchas  voces  la  suprema  angnstia,  cuando  no 
la  alivian  las  Ugrimas,  halla  esa  salida.  Se  dice  qne  Jesns  no 
llord  sino  que  8nd6  sangre  en  la  oracion  del  huerto  cnando 
se  presentaron  a  su  vista  todos  los  males  por  que  habia  de 
pabar  la  hnmanidad,  y  lo  cruento  del  sacrificio  que  al  si- 
guiente  dia  tendria  que  esperimentar 


El  suicide. 


I 

Eloisa,  ocultando  sa  acongojado  rostro  entre  sns  crispadas 
manos,  permanecia  en  el  mismo  sitio  a  donde  la  arrojara  el 
violento  sacudon  de  Eariqae,  no  habia  hecho  el  menor  mo- 
vimiento  y  la  Anica  palabra  que  habia  proferido  fu^  el  "de- 
t^Dgalo,  det^Dgalo"  qae  drrijiera  al  padre  al  tiempo  de  ver- 
lo,  Gon  el  fia  de  que  soeorriera  al  bijo. 

Las  pasiones  tieueu  un  leuguaje  inimitable,  un  lengnaje 
espresivo  y  elocuente  sobre  el  cnal  nadie  ae  engafia,  pues 
todo  el  mundo  en  el  acto,  sobre  l6  que  significan  esos  arran- 
ques,  midiendo  por  ellos  la  iutensidad  del  sentimiento  que 
esperimenta  el  individuo,  sin  necesidad  de  que  lo  esprese 
con  la  palabra;  y  Eloisa  habia  conocido  en  el  acto  la  esten- 
sion  inmenaa  del  amor  de  Enrique  y  la  herida  profunda  y 
talrez  incurable  que  debia  de  haberle  causado  con  la  reve- 
lacion  repentina  del  casamiento  de  Luisa. 

— Yo  lo  he  salvado  para  matarlo  en  seguida,  se  decia 
Eloisa  a  si  misma.  iQa6  horrorl  Yo  merezco  cien  mil  veces 
la  muerte,  yo . . . 

Y  la  pobre  mujer  se  desgarraba  el  pecho  en  su  deaespe- 
racion  muda. 

Domingo  y  Marta  ae  acercaron  donde  ella  y  la  levanta- 
ron;  estaba  bafiada  en  sangre,  pero  no  habia  perdido  el  co- 
nocimiento,  sino  que  conservaba  toda  su  razon. 

— iQxxi  ha  sucedido,  hija  mia?  Cu^ntanos  lo  sucedido,  dijo 
con  dulzura  Marta,  abrazando  a  Eloisa. 


396 

— To  no  merezco  compasion,  sefiora;  jo  soi  la  causa  de 
todo  el  mal;  debea  astedes  botarme  7  maldecirme. 

— jTu  cauda  del  mal  de  Earique!  To,  que  lo  has  libertado 
J  qae  nos  lo  has  devaelto!  No  lo  ereo,  hija  mia,  te  engafias: 
estoi  segara  qoe  te  engaSas. 

— Yo  lo  he  maerto,  senora,  nadie  sino  yo  ha  sido. 

— '{Th  lo  has  mnerto?  Pero  mi  hijo  vive:  eo  hables  asi, 
Eloisa. 

— jAi!  Dios  lo  qniera! 

— Y  lo  querri,  Eloisa;  tengo  la  segaridad  que  da  la  f(5, 
que  da  la  esperanza  en  la  bondad  del  sefior;  pero  espUcate, 
iqn^  ha  sncedido? 

— ^Vive  Earique? 

— Si;  tiene  un  lijero  desmayo,  7  nada  mas. 

Marta  no  estaba  tan  tranquila  como  aparentaba,  pero  de- 
seaba  serenar  a  Eloisa. 

— Ai,  senora,  desconfie  usted  de  esa  tranquilidad;  la  he« 
rida  que  le  he  hecho  e3  mui  profunda  7  por  consiguiente 
incurable:  70  lo  siento  por  mi  misma. 

— Pero  por  Dios,  dilo  de  una  vez. 

— ^Yo  no  sabia  que  Earique  amaba  a  la  senorita  Luisa 
Valdes. 

— ^Que  Enrique  ama  a  la  seflorita  Luisa?  lEstis  loca,  hija 
mia? 

— jY  ese  amor  es  infinito,  selSiora,  infinite!...  Yo  lo  he  re- 
conocido«...  70  s^  lo  que  eg.  •. 

— ^Pero  qui^n  te  lo  ha  dicho?  ^Ci^mo  lo  has  sabido? 
^C6mo.  •. 

— Nadie  me  ha  revelado  ese  secreto,  pero  70  s^-...  70  s^ 
lo  que  digo;  70  s^  que  lo  he  muerto. 

—Pero  aun  dado  caso  que  esto  fuera  cierto,  jpor  qu^  tan- 
ta  desesperacion? 

— Porque  la  sefiorita  Luisa  Valdes  esti  easada  7  se  lo 
dije  a  Eaiique. 

— jCaeadal 


— Sf,  seQora,  casada,  7  casada  oon  Gaillermo  de. .. 

— jQa^  es  esto,  Dios  mio,  qu^  es  esto? 

-r-La  verdad,  sefiora. 

— jPero  c6mo?  jDesde  caindo?  jPor  qu^  no  nos  lo  habiaa 
dicho,  hija  mia? 

— El  c6mo,  no  lo  s^,  seBora;  el  cu&ndo,  no  podria  sefialar 
el  dia,  pero  hace  ya  bastante  tiempo;  y  mi  silencio  ha  pro- 
yenido  de  que  no  queria  aucnentar  mas  los  ya  grandes  pe* 
Bares  de  ustedes,  de^cubri^ndoles  un  acontecimiento  que, 
de  una  manera  o  de  otra,  las  aflijiria  macMtiimo  o  les  quita* 
ria  la  poca  tranquilidad  de  que  disfrutaban  despues  de  tan 
terriblea  sucesos. 

— Comprendo,  Eloisa,  comprendo  tn  delicadeza. 

— ^Pero  la  senorita  Luisa,  esclam6  Domingo  Lopes,  que 
basta  ese  momento  habia  guardado  sileacio;  la  seQorita  Lui- 
sa  no  sabria  que  ni  la  maa  infeliz  criatura,  que  ni  la  mujer 
mas  vil  se  habria  casado  con  ese  hombre. 

— Es  mas  que  probable  que  lo  ignorase,  que  no  haya  sabi- 
do  nunca  el  crimen  cometido  con  nuestra  hija,  repuso  Marta. 

— Pero  es  que  el  crimen  cometido  con  nuestra  hija  noes 
nada,  no  mancharia  tanto  a  ese  hombre  como  la  marca  de 
infamia  que  yo  he  puesto  sobre  sus  espaldas. 

— jLa  marca  de  infamia,  dices! 

.^^i,  8|;  la  marca  de  infamia  con  un  fierro  ardi^ndo. . . 
marca  que  nadie  puede  arrancar  y  que  estarA  alU  mientras 
^1  viva. 

-r-Ah!  ignoraba  eso!...  Tehasvengado,..  y  deaqui  vienen, 
sin  duda,  de  aqui  ban  nacido  nuestros  nuevos  pesareal... 
Que  la  voluntad  de  Dios  se  cumplat 

— No  nos  hemes. vengado  sino  que  hemes  castigado:  as! 
lo  ha  pensado  y  lo  ha  dicho  mi  hijp,  asi  lo  ha  juzgado  mi 
coronel,  asi  lo  he  creido  tambien  yo. 

— Y  asi  no  mas  es,  repuso  Eloisa  con  convencido  acento* 

— Dejemos  esta  friolera  a  un  lado,  dijo  el  veterano  y  va* 
moa  a  lo  principal. 


39t  um  noxKros  dil  nmbo. 

— Enrique,  sefior,  me  inst6  tanto  para  que  le  diera  algu- 
nas  noticias  de  la  sefiorita  Luisa,  y  como  el  casamiento  es 
coDocido  de  todo  el  mundo,  se  lo  comuniquS  como  una  cosa 
que  debia  saberse  mas  hoi,  mas  mafiana,  y  que  talvez  seria 
conveniente  que  ^1  fuera  preparando  a  Mercedes  antes  que 
recibiera  el  golpe  repentind.mente.  jPero  si  yo  hubiera  sa- 
bido  el  mal  que  iba  a  hacer!  Ah!  jPor  qu^  no  lo  he  conoci- 
do?  jPor  qu^  no  lo  he  previsto?  InfelizI  y  ya  no  hai  reme- 
dio! . . 

— No  desesperemos,  Eloisa,  ni  tii  desesperes,  porque  no 
has  obrado  mal,  porque  es  una  fatalidad  la  que  pesa  sobre 
nosotros  y  nada  mas.  Ahora  es  preciso  que  socorramos  a 
Enrique  y  que  lo  ignore  todo  Mercedes:  es  preciso  distraer- 
lo,  es  preciso  aliviarlo,  y  yo  cuento  contigo,  ya  habia  pen- 
sado  en  ello,  Eloisa. 

— Sefiora:  mi  vida  es  suya  y  puede  disponer  de  el  la. 

— Ah!  si  Dies  me  oyera!  aun  podrfamos  ser  felices!  Yo 
me  lisonjeaba  en  que  fueses  su  esposa.  •.  y  todavia  no  pier- 
do  la  esperanza:  la  imposibilidad  amortigua  el  deseo;  nadie 
se  desespera  porque  no  alcanza  a  la  luna;  y  Enrique  se  cal- 
msvi  al  fin  en  presencia  de  lo  insuperable,  ^no  ores  de  mi 
opinion? 

Eloisa  tembl6;  aquella  proposition  tan  inesperada  la  tur- 
b6.1ia  pobre  j6ven  sentia  a  un  mismo  tiempo  un  placer  y 
un  dolor  indecible.  L^  que  le  decia  Marta  era  halaguefio, 
era  seductor;  pero  era  inverosimil,  era  imposible;  no  suce- 
deria  jamaa!  Ella  tenia  conciencia  de  la  pasion  de  Enrique 
por  la  suya  propia,  y  poseia  bastante  dignidad  para  no 
querer  manchar  a  nadie  y  menos  al  ser  a  qnien  ella  amaba 
mas  en  el  mundo:  conserraba  orgullo  en  su  degradacion  y 
grandeza  de  alma  en  la  bajeza  de  su  estado;  era  una  mujer 
caida,  pero  no  prostituidi...  El  huracan  del  siglo  habia  pa- 
sado  sobre  ella,  le  habia  tronchado  el  tallo  delicado  de  la 
pureza;  pero  la  planta  conserraba  todo  su  vigor  y  renacia 
4e  su  tronco  matilado  el  cactus  brillante  de  la  virtad|  siu 


um  nounoB  dxl  puxblo»  3f  9 

qne  el  atractivo  del  placer  habiera  Uegado  a  marchitarlo; 
y  asi  conte8t6  hnmilde,  pero  resueltamente: 

— Lo  que  usted  me  dice,  seno  ra,  me  honra  y  me  tompla- 
ce,  pero  no  lo  merezco;  no  soi  digna  de  ese  honor,  ni  acree- 
dora  a  tanta  felicidad. 

— ;C6mo!  T^  que  nos  has  salvado  a  todos  de  tantos  pe- 
ligros;  que  lo  has  salvado  a  ^1,  y  que  ahora  ademas  lo 
libertas! 

— Es  verdad  que  he  hecho  todo  esto,  pero  haci^ndolo, 
mas  bien  me  he  favorecido  a  mi  misma  que  a  ustedes;  pues 
no  estd  lejano  el  dia  en  que  descubra  a  usted  mis  secretes, 
y  entonces  verd  usted  que  tengo  mucha  razon  en  proeeder 
como  procedo. 

For  otra  parte,  sefiora,  no  se  ilusione  usted:  Enrique  es- 
perimenta  una  de  aquellas  pasiones  invariables,  que  no  ce- 
den  jamas,  que  son  4nicas  en  la  vida  y  de  que  el  hombre  no 
se  desprende  sino  hasta  la  muerte  y  que  quiz^  lo  acompa- 
nan  mas  alld. . .  Todo  me  induce  a  creerlo  asf,  sefiora  Mar- 
ta:  el  cardcter  de  su  hijo,  la  elevacion  de  sus  ideas,  la  pure- 
za  de  sus  costumbres  y  mas  que  todo,  el  imperio,  la  fascina- 
cion  prodijiosa  que  debe  ejercer  una  senorita  como  dofia 
Luisa  Yaldes,  pues  con  solo  el  hecho  de  verla  se  la  ama, 
porque  parece  dotada  de  una  atmosfera  de  atraccion  pro- 
dijiosa, sin  que  sea  posible  desprenderse  o  sustraerse  a  ella 
cuando  se  ha  entrado  en  el  radio  de  su  inflaencia  magu^- 
tica. 

Marta  oia  a  Eloisa  con  complacencia  a  pesar  de  los  senti- 
mieutos  que  la  agobiaban;  y  no  podia  menos  de  admirar 
itquella  frauqueza,  aquella  humiidad  y  aquelia  elevacion  a 
la  vcz,  que  a  medida  que  preteadia  aparecer  mas  pequefia 
y  menos  acreedora  a  uada,  se  realziba  sin  quererlo  y  bin 
peushrlo,  se  realzaba  mas  traCaoUu  de  apjcarse:  tal  es  el 
efecto  que  [)roduce  siempre  la  verJadera  humiidad  cuaudu 
no  la  acompaua  la  afeclaciou  hip6crita,  que  en  pur  lo  re^a- 
lar  tan  menuda  como  vana,  pero  que  afui  luuadameutt^  rara 


400  um  ncaanoB  dil  ruisnow 

rez  consigne  engafiar,  porque  de  algan  modo  se  traslnce  el 
orgnllo  del  que  aparenta  la  hutnildad. 

IL 

Enrique,  vnelto  en  si,  se  levant6  de  sa  cama  instantanea- 
mente  como  ahogado  por  el  dolor;  pero  no  mostraba  nin- 
gnn  arranqae  de  desesperacion,  sino  per  el  contrario,  mir6 
a  808  padres  con  carifio  y  dijo  a  Eloisa  con  afectnoso  tone. 

— Me  has  hecho  una  revelacion  que  me  ha  trastornado 
por  nn  momento  el  juicio;  pero  ya  ves,  la  calma  ha  sucedi- 
do  a  la  tormenta  y  creo  que  estar^  sereno  por  mucho  tiem- 
po;  sin  embargo,  quidiera  saber  algunos  pormenores  de  tan 
inesperado  acontecimiento. 

Eloisa  mir6  fijamente  a  Enrique:  aquella  serenidad  la 
asustaba. 

Enrique  sostuvo  la  mirada  sin  inmutarse  y  con  la  mayor 
sangre  fria  dijo  otra  vez  a  Eloisa: 

— Vamos,  hermana  mia,  prosigue. 

— D^jate  de  investigaciones  in^tiles,  repuso  Marta. 

— Es  por  mera  curiosidad,  madre  mia;  no  tenga  usted 
cuidado;  no  me  ve:  jtodavia  me  quiere  mas  sereno? 

— Lo  6nico  que  puedo  decirte,  querido  hijo  mio,  es  que 
me  sorprendes,  que  no  s^  que  pensar. 

—Enrique  es  hombre,  sefiora,  y  sabe  vencerse  y  veneer 
cnanto  se  le  presenta,  contest6  Domingo,  diriji^ndose  a  su 
mujer  y  mirando  al  j6ven  con  carifio  y  con  satisfaccion, 
pues  creia  haber  dicho  una  gran  verdad,  dado  un  buen  con- 
sejo  y  apoyado  una  her6ica  resolucion. 

— Ya  ve  usted  lo  que  dice  ,mi  padre,  querida  madre:  los 
hombres  tenemos  una  naturaleza  distinta. 

Y  Enrique  al  decir  ^sto  se  sonri6  de  una  manera  imper- 
ceptible, pero  que  para  un  observador  revelaba  una  tristeza 
inmensa. 

JEloisa  pareci6  conocer  cuanto  sufria  el  j6ven^  y  cuanta 


amargura  ocultaba  en  su  corazon,  y  tembl6,  porque  se  le 
ocurri6  un  pensamiento  siniestro. 

— Enrique,  contest6  Marta,  no  le  engafia  tan  fi&cilmente 
a  una  made:  t^  sofres. . . 

— Para  qu^  ocultarlo!  pero  este  sufrimiento,  lo  mismo  que 
todas.las  cosas,  tendrd  su  t^rmino.. .  vamos,  Eloisa,  cu^nta- 
me  lo  que  sepas  del  matrimonio. 

— Si  me  lo  e^jes.. . 

— Indudablemente  lo  deseo;  pero  si  te  cuesta  mucho  sa- 
crificio,  no  lo  exijo. 

— Est6  bien,  amigo  mio,  ser^  breve  y  referir^  lo  que  s^ 
en  presencia  de  todos,  puesto  que  a  todos  interesa  mas  o 
menos  mi  relacion.  Como  ustedes  pueden  figurarse,  yo,  des- 
pues  de  los  acontecimientos  que  ustedes  conocen  y  en  los 
que  ban  tornado  tan  gran  parte,  no  podia  ser  indiferente  a 
lo  que  podia  pasar  en  casa  dt  Gnillermo  y  de  cuando  en 
cuando  me  informaba  sobre  lo  que  sucedia  en  aquel  inte- 
rior, y  en  una  de  esas  ocasiones  me  dijeron  que  el  patron 
ya  no  viyia  en  su  casa  sino  en  la  de  su  mujer,  pues  se  habia 
casado  recientemente.  Pregunt^  con  quien,  y  me  contesta- 
ron  que  con  la  senorita  Luisa  Valdes,  lo  cual  me  sorpren- 
di6  sobremanera,  pues  habia  oido  a  ustedes,  y  especialmea- 
te  a  Mercedes,  hablar  tanto  y  tan  favorablemente  de  esta 
seSorita,  que  no  podia  comprender  que  una  persona  de  tan- 
to  m^rito  pudiese  casarse  con  un  hombre  como  Guillermo 
de. . .  Pero  al  mismo  tiempo  que  me  dieron  la  noticia  del 
enlace  me  dijieron  tambien  que  habia  muerto  la  madre  de 
la  novia  en  el  mismo  dia. 

— jHa  muerto  dona  Juana!  esclam6  Enrique,  con  sefiales 
de  verdadero  sentimiento. 

— Si,  amigo  mio,  poco  despues  de  que  se  echaron  las  ben- 
diciones, 

— jPobre  senora!  dijeron  a  un  tiempo  Domingo  y  Marta. 

— Dichosa  ella  que  ya  no  sufre,  murmuro  Enrique,  entre 
dientes. 

9«1«0  XT,  It 


iO^  MM  SXGBBT08  DSL  FITSBLOb 

— Esta  circunstancia,  agreg6  Eloisa,  llam6  mncho  mi  cu- 
riosidad  y  ea  el  misino  dia  trat6  de  ver  a  la  seQorita  Luisa, 
pero  en  vano,  porque,  segun  me  dijeron,  no  salia  a  ninguna 
parte  ni  recibia  a  nadi  e;  hasta  que  por  casualidad  como  un 
mes  despues  la  vi  montar  en  coche  con  un  anciano  y  la  re- 
conoci  en  el  acto,  aun  cuando  no  la  habia  visto  jamas;  pero 
imposible  que  me  equivocara  por  el  retrato  que  tant'as  ve- 
ces  me  habia  hecho  de  ella  Mercedes. 

— jCon  un  anciano!  dices. 

— Sf,  justamente,  con  un  venerable  anciano  de  barbas 
tan  blancas  como  la  nieve. 

— jMi  maestro  tambien  estd  aqul!  jY  61  ha  consentido! 
Por  Dies!  ^C6mo  es  esto? 

— ;Mi  coronel!  esclam6  a  su  vez  Domingo,  entonces  ten- 
go  esperanzas  de  verlo.       ♦ 

Eloisa  pro8igui6: 

— Jamas  he  visto  una  senorita  mas  hermosa  y  mas  sim- 
pdtica,  pero  tampoco  jamas  he  visto  una  fisonomia  mas 
triste. 

— jTriste!  dices;  ;y  recien  casada!  te  habrds  equivocado... 

— Era  imposible  equivocarse,  Enrique,  imposible.. . 

— Contini&a. 

— Esto  me  di6  mucho  que  pensar,  y  trat^  de  averiguar  la 
causa,  pero  no  fu6  posible  saber  nada,  sino  que  los  novios 
vivian  separados,  aunque  en  la  misma  casa,  continuando  la 
seSorita  Luisa  en  un  pabellon  que  dicen  tiene  en  el  inte- 
rior. 

— Asi  es,  yo  he  estado  alii,  dijo  Domingo  Lopez,  aque- 
lloB  eran  otros  tiempos,  los  tiempos  felicesl 

— ^Tambien  esta  circunstancia  me  hizo  reflexionar,  sin 
que  por  ^sta  pudiera  deducir  consecuencia  alguna,  a  pesar 
que  comprendia  que  aquel  matrimonio  no  era  feliz,  no  era 
unido  y  debia  existir  un  misterio  en  todo  esto;  jpero  c6mo 
saberlo?  Imposible;  yo  no  podia  ir  a  la  casa,  porque  habria 
sido  reconocida  en  el  acto  por  doSa  Porfira  y  don  Guiller- 


urn  tiKdofitoB  DtL  vuuM^  40^ 

mo,  asi  como  por  Tomas  que,  segun  parece,  habia  vuelto  a 
ocnpar  el  pnesto  de  secretario  y  «0Qfidente  ea  casa  de  sa 
antiguo  amo,  de  manera  que  estaba  reducida  a  lo  que  pu- 
diera  saber  por  mi  misma,  y  con  este  objeto  rondaba  con 
frecuencia  la  casa,  particularmente  de  noche  antes  de  venir- 
me  aquf,  pero  sin  mayor  resultado. 

La  liltima  vez  que  la  he  visto,  siempre  acompaSada  del 
venerable  anciano  y  jamas  de  su  marido,  fu6  en  la  muerte 
de  la  abadesa  del  monasterio  de. .  •  y  eatoncea  tambien  es 
taba  mui  triste. . .  Me  di6  icompasion  y  me  figar^  que  seria 
mui  desgraciada.   jY  qui6n  sabe  si  no  lo  esl 

—  jPobre  senorita!  esclara6  Marta,  jpobre  seBorita  tan 
buena,  tan  caritativa,  tan  humilde,  tan  suave,  tan  hermosal 
;Qu^  lastima  que  haya  tenido  esa  suertel  Yo  la  considero 
mas  hifeliz  que  a  mi  misma  hija! 

— Tienes  razon,  Marta,  repuso  Domingo,  debe  aer  mzs 
desgraciada  que  Mercedes. 

— jT  cu^n  dignas  ambas  de  ser  dichosas,  afiadi6  Eloisa! 

La  tristeza  de  Luisa  pareci6  consolar  algun  tanto  a  Enri* 
que,  sin  duda  porque  se  figur6  lo  mismo  que  su  amiga,  que 
habia  un  misterio  en  aquel  matrimonio,  pues  de  otra  mane- 
ra HO  se  comprendia  esa  pesar  que  se  revelaba  tan  patente- 
mente  en  el  rostro  de  la  novia;  pero  al  reflexionar  que  Lui- 
sa pertenecia  a  otro,  la  mas  negra  melancolia  se  apoderd 
nuevamente  de  aquel  corazen  destrozado  ya  por  indecible 
angustia;  sin  embargo,  permaneci6  al  parecer  impasible; 
pero  esa  serenidad  espantosa  ator  men  taba  a  Eloisa  muchq 
mas  que  la  desesperacion. 

Enrique  lleg6  hasta  el  punto  de  chancearse  con  su  her- 
mana  adoptiva  y  de  sonreirse  con  sus  padres;  pero  aquellas 
chanzas  y  aquellas  sonrisas  la  entristecian,  casi  la  desespera- 
ban,  causando  en  ella  el  efecto  contrario  que  sin  duda  se  ha« 
bia  propuesto  producir  Enrique. 

Caando  dc»pert6  Mercedes,  quiao  el  j6ven  ver  a  su  her* 
inana  j  se  dirijieron  todos  al  dormitorio  deU  nueva  madre^ 


401  '  SM  nasnoB  dbl  pitshlo. 

qae  tenia  entre  sus  brazos  al  tierno  frato  de  sas  entrafias. 

Enrique  la  mir6  en  ^ilencio  por  nn  corto  rato,  le  pidi6 
al  nifio  7  lo  be86  repetidas  veces,  pasdndoselo  en  segaida  a 
Eloisa  J  a  sas  padres,  sin  dada  para  que  hicieran  lo  mismo 
que  lo  que  ^l  habia  heeho,  devoWi^ndolo  otra  vez  a  Merce- 
des sin  proferir  palabra;  pero  esta  pantomima  deliciosa  fu6 
de  mui  corta  duracion,  pues  en  seguida  se  puso  a  conversar 
con  8U  hermana  tan  alegremente  como  lo  habian  visto  en 
pocas  ocasiones,  como  rara  vez  le  sucedia,  porque  Enrique 
era  de  una  de  esas  naturalezas  reservadas  que  prodigan 
poco  las  palabras. 

Domingo  y  Marta  se  habian  al  fin  serenado  al  ver  la  cal- 
ma  de  su  hijo,  j  aun  cuando  creian  que  debia  sufrir  y  que 
hacia  eifaerzos  para  vencerse,  pensaban  que  su  tristeza  en- 
contraria  un  pronto  remedio  por  la  poca  violencia  coo  que 
^  se  hacia  sentir  tan  al  principio;  pero  Eloisa  no  tenia  la  mis- 
ma  confianza,  y  su  ojo  atento  espiaba  hasta  los  mas  imper- 
ceptibles  movimientos  de  Enrique,  fijdndose,  no  tanto  en  lo 
que  ^1  decia,  no  tanto  en  sus  palabras,  cuanto  en  aquellos 
arranques  insignifieantes  que  no  llaman  la  atencion  de  na- 
die,  pero  que  revelan,  a  pesar  siiyo,  el  interior  del  que  quie- 
re  ocultar  los  sentimientos  que  lo  devoran  deseando  que 
nadie  los  conozca. 

Enrique  habia  tomado  una  determinacion,  se  habia  pro- 
puesto  un  plan  y  la  seguridad  de  Ue7arIo  a  cabo  le  daba 
esa  tranquilidad. 

Eloisa  creia  ver  en  esto  mismo  al  suicida,  y  temia  y  tem- 
blaba  y  no  se  apartaba  de  Enrique,  sigui^ndolo  como  su 
Bombra. 

IIL 

lC6mo  coraprender  y  c6mo  esplicar  esos  terribles  huraca- 
nes  del  espiritu  movido  por  la  lava  ardiente  de  las  pasio- 
nesl 

La  mente  de  un  suicida,  antes  de  cometer  el  acto,  debe 


LO0  gXOSKfOB  DIL  PTTKBLO^  405 

eer  nn  volcan. . .  jQu^  de  temores,  qu^  de  iacertidumbres, 
qu^  de  contradicciones,  qu^  de  dolores,  qu^  de  angustiag 
distintas,  qu<  de  ideas  opuestas  y  cndnta  desesperacion  no 
debe  encerrar  esa  cabeza  y  hacer  latir  ese  corazon,  antes 
que  el  brazo,  con  sa  iltimo  y  fatal  inovimiento,  haya  lleva- 
do  a  los  labios  la  envenenada  copa,  hecho  jugar  el  gatillo 
de  una  arma  de  faego  o  acariciado  la  homicida  y  cortante 
dagal  jPobre  loco!  Pero  ese  loco  a  causa  de  una  angustia 
superior  a  sus  foerzas  es  mas  bien  digno  de  Mstima  que  de 
vituporio!  Compadezc&moslo  en  vez  de  condenarlo!  Ten- 
gamos  piedad  de  ese'  hombre  d^bil  y  en^rjico  al  mismo 
tiempo,  pero  indudablemente  desgraciado,  pues  ha  preferi- 
do  el  aniquilamiento  de  su  ser  porque  todo  era  tinieblas, 
porqut  sin  duda  no  brillaba  ya  para  ^1  la  mas  leve  esperan- 
za  y  ni  un  solo  rayo  de  esa  luz  divina  lo  animaba,  aoste- 
niendo  la  angustiada  ezistencia  del  que  estiC  resuelto  a  dar 
fin  a  sus  dias. 

Enrique  se  encontraba  en  esta  situacion  espantosa.  Po- 
seido  de  un  amor  Anico,  absoluto,  vebemente,  en  el  que 
hacia  consistir  toda  su  felicidad,  toda  su  gloria,  toda  su  vida, 
diremdslo  asf,  jy  verse  privado  repentinamente  de  ^1,  y  ver 
que  su  mayor  enemigo,  el  hombre  que  mas  lo  habia  ofen- 
dido,  el  que  habia  manchado  a  su  hermana,  era  el  que  se 
lo  arrebataba!. . .  Considerar  a  Luisa  en  brazos  de  Guiller- 
mo,  pensarque  aquella  mujer  divina  era  de  otro,  amabaa 
otro,  acariciaba  a  otro,  era  un  dolor  tan  agudo,  que  no  com- 
prendia  ^1  mismo  c6mo  lo  soportaba,  c6mo  vivia  aun,  c6mo 
no  habia  muerto  en  el  momento  de  reoibir  tan  fatal  y  tan 
inesperada  noticia;  pero  estaba  segaro,  estaba  intimamente 
convencido  que  no  podria  resistir,  que  le  seria  imposible 
prolongar  una  vida  que  ya  no  tenia  para  el  el  menor  atrac- 
tiro,  el  menor  estimulo,  ni  fin,  ni  propdsito  alguno*  iQ,xx6 
hacer  con  una  existencia  tronchada,  inservible,  iniitil?  ^A 
qui^n  aprovecharia  cuando  ^l  tenia  conciencia  que  no  seria 
bueno  para  nada,  apto  para  nada?  ^Y  para  qu^  una  vida 


iW  urn  aMauBm  dk  rtnmuk 

Bin  deeeanso,  sin  solaz  j  consagrada  solo  al  dolor?  Tivir 
para  padecer  jes  vivir?  Prolongar  los  dias  para  prolongar 
el  fiufrimiento  ^es  cordara?  Estas  reflexiones  S6  habia  hecho 
interiormeiite  EDriqae,  y  pei*saadido  de  ea  exactitodi  con- 
vencido  de  su  justicia,  viendo  que  no  habia  remedio  para 
sn  mal,  habia  tornado  una  resolucion  estrema. . .  invariable: 
habia  pensado  suicidarse,  y  esta  fatal  determinacion,  lejos 
de  perturbar  sua  ideas,  le  habia  traido  la  tranquilidad  a  sa 
espiritu  y  podia  contemplar  el  abismo  de  su  desgracia  sin 
inmutarse  y  tan  sereno  o  mas  sereno  que  si  se  tratara  de 
una  persona  estrana:  h^  aqui  el  secreto  de  su  faerza  y  de 
esa  sangre  fria  que  tanto  admiraba  al  padre  y  que  habia 
Uegado  hasta  enganar  la  solfcita  perspicacia  de  la  madre, 
pero  no  de  la  amante^  porque  Eloisa  vi6  claro  cu&l  era  la 
determinacion  tomada  por  Enrique,  ayuddndola  en  este  des- 
cubrimiento  su  situacion  propia,  es  decir,  el  dolor  que  ella 
misma  esperimentaba,  porque,  jquiSn  sino  el  que  ama  pue- 
de  compreader  el  sufrimiento  acerbo  que  encierra  nn  amor 
desgraciado?  jQuiSn  es  capaz  de  medir  ese  abismo  sin  limi- 
tea  de  una  desesperacioil  no  menos  infinita  que  se  apodera 
del  alma  en  casos  andlogos,  a  no  hallarse  impresionado  de 
la  misma  manera?  Cuando  uno  llega,  con  el  frio  que  traen 
los  anos,  a  esa  edad  que  se  denomina  de  la  razon,  ya  es  in- 
capaz  de  apreciar,  porque  es  incapaz  de  sentir  el  fuego  in- 
tenso  del  amor  y  mide  la  sensacion  ajena  por  la  sensacion 
propia,  enga&dndose  en  sus  apreciaciones,  y  esto  era  lo  mis- 
mo  que  habia  sucedido  a  los  padres  de  Enrique.  For  otra 
parte,  la  pasion  es  mas  poderosa  mientras  mayor  es  la  per- 
fectibilidad  de  los  individuos,  y  el  amor  estd  en  relacion, 
no  solo  de  la  sensibilidad,  sino  tambien  de  la  intelijencia,  y 
cuando  6sta  ha  tomado  un  gran  desarrollo,  el  otro  sigue  el 
mismo  curso,  pues  a  medida  que  el  entendimiento  crece,  el 
carifio  se  aumenta,  se  perfecciona,  se  sublimiza,  y  su  dulce 
imperio,  su  deliciosa  tirania  se  apodera  casi  por  completo 
del  hombre:  de  aqui  viene  la  inolvidable  historia  de  Eloisa 


\ 


tOB  BIGBITOS  DIL  FUIBLO.  407 

y  Abelardo,  cayos  amores,  desafiando  los  siglos,  han  llegado 
hasta  las  jeneraciones  presentes  y  alcanzarda  a  las  venide- 
ras,  porque  la  perfeccion  de  las  personas  es  lo  que  hace  la 
faerza  y  perficcioa  de  los  afectos.  Al  que  ama  macho,  dice 
Jesus,  mucho  le  ser^  perdonado,  porque  el  amor  es  una  es- 
pecie  de  fuego  que  todo  lo  purifica,  pero  cuya  mayor  o  me- 
nor  intensidad  estdi  ea  relation  con  la  mayor  o  meaor  cul- 
tura  del  sujeto,  hasta  el  grade  de  poder  medir  la  capacidad 
de  un  individuo  por  la  faerza  misma  de  bus  afecciones;  de 
consiguiente,  la  perfectibilidad  del  ser  se  eacueatra  en  re- 
lacion  directa  con  la  facultad  de  amar  que  encierra  en  sf 
ese  mismo  ser:  el  que  no  ama  a  nadie  es  un  m6nstruo  que 
mas  valiera  que  no  hubiese  nacido,  porque  tampoco  sera 
amado  de  nadie.  Si  hai  algo  que  esplique  el  fea6tneno  de 
lo  que  Uamamos  simpatia  y  antipatia,  es  la  lei  de  los  afec- 
tos: las  personas  que  mas  quieren  son  siempre  las  mas  sim- 
p^ticas  y  las  egoistas  las  mas  repulsivas,  y  en  no  pocas  oca- 
nones  las  mas  ignorantes. 

Eata  digresion  nos  sirve  para  poder  calcular,  tanto  el  afec- 
t>  como  la  desesperacion  de  Enrique,  pudiendo  nuestros 
Itctores  darse  cuenta  del  martirio  de  esa  alma  delicada,  sen- 
sible, pura,  entusiasta,  intelijente,  en^rjica. 

Eloisa  vijilaba,  pues,  a  Enrique,  porque,  como  hemos  di- 
feo,  habia  comprendido  su  fanesta  determinaeion  y  estaba 
Bgura  de  que  la  llevaria  a  efecto  si  no  se  oponia  a  tiempo;' 
ipro  c6mo  obrar?  c6mo  impedirlo?  Esta  era  su  cavilacion, 
suidea  fija,  su  pensamiento  esclusivo. 

Inrique  por  su  parte  hacia  esfaerzos  por  desorientar  asus 
paces,  y  lo  habia  conseguido,  de  manera  que  a  este  i  especto 
estea  tranquilo  y  todo  su  pesar  consistia  en  verse  obligado 
a  d^rlos;  pero  ^1  se  decia  a  si  mismo:  ''Ya  no  puedo  ser- 
virl(;  en  lo  sucesivo  ser^  una  carga,  les  causar^  un  sufri- 
mien)  diario  que  vendri  a  terminar  con  lo  mismo  de  aho- 
ra,  Oi  mi  muerte;  ^no  vale  mas  ahorrar  amarguras  y 
abr«\r  el  camino?  Si  he  de  morir  de  todas  maneras,  pues 


4M 

etiboi  tegariBino  de  ello,  {por  qo^  no  anticipttr  nnos  di«tf 
Yo  no  puedo  decir  jn:  essto,  porqae  respir&r  no  es  yiwir; 
}qn^  importa  entonees  apagar  este  aliento  de  la  materia? 
To  ereo  Iiaeer  nn  bien  a  mu  padres  en  vez  de  nn  mal;  per- 
que  en  enanto  a  mf^  estoi  segoro  que  obro  como  debo;  ^po- 
dria  hacerlo  de  otra  manera?  {Me  convieae  bajo  algnn  panto 
de  mta?  No;  por  mas  que  qnisiera  alncinarme,  no  lo  con- 
tegmnB:  no  eziste  para  mi  ni  la  mas  remota  esperanxa,  es 
predso  aeabar  con  esto,  j  todo  liabr&  terminado...  nnas 
cnantaa  horas  j  descansar^  en  paz. . ." 

Y  Enriqne  continnaba  afectaoio  con  sos  padres,  Ueno  de 
temura  para  con  Mercedes  j  amable  con  los  demaa. 

Antes  de  la  oradon,  dijo  el  j67en  a  Domingo  j  a  Marta 
qne  deseaba  retirarse  a  sa  cnarto,  porqae  tenia  neeeaidad 
de  descanso,  j  agregd: 

— Porqne  estoi  tambien  triste  j  es  preciao  apagar  en  el 
snefio  lag  penas  del  espirita,  pnet  nstedes  comprenderdn 
qne  safro  algo. 

— ^Asi  es,  hijo  mio,  contestaron  los  confiados  padres,  en- 
'  cargdndole  solamente  qne  si  le  era  posible  yiniese  al  tiempo 
de  la  cena. 

Eloisa  mir6  tristemente  a  Enriqae  y  lo  dej6  partin  ella 
tambien  habia  formado  sn  prop6sito  en  caso  qae  le  foera 
dado  libertarlo. 

Enriqae,  libre  de  la  presencia  de  los  otros,  se  cambi6 
completamente  al  enoontrarse  solo,  cayendo  al  instante  la 
mdseara  qae  ocaltaba  sas  sentimientos  y  dejando  ver  en  sr 
semblante  la  melancolia  inmensa,  la  desesperacion  sin  igoa' 
qae  lo  deroraba  interiormente. 

Eloisa  miraba  por  el  agajero  de  la  Have  lo  qae  hacia  Et- 
riqae,  tratando  de  adivinar  en  sas  descompaestas  faccions, 
no  ya  lo  qae  iba  a  ejecatar,  paes  no  tenia  de  ello  la  meiOr 
dnda,  sino  la  bora  en  qne  lo  efectaaria^  es  decir,  si  s#ia 
aqaella  noche  o  al  dia  sigaiente,  porqae  tambien  creia  ine 
no  demoraria  macho  aqaella  solacion  desgraciada. 


Enrique  se  paaeaba  en  el  cuarto,  y  crey^ndose  solo,  o 
que  nadie  lo  veia',  se  par6  delante  de  sa  maleta  y  sac6  una 
pistola  de  graeso  tealibre,  que  contempl6  detenidamente/ 
colocandola  en  una  mesa  con  carpeta  verde  que  tenia  en 
su  cuarto,  pero  teniendo  el  cuidado  de  cubrirla  con  la  mis- 
ma  carpeta. 

En  seguida  mir6  con  enternecimiento  un  retrato  que  col- 
gaba  de  an  pecho,  aplic6  a  61  sus  descoloridos  l&bios  repeti- 
das  yeces  y  lo  dej6  tambien  sobre  la  mesa;  este  retrato  era 
el  de  Luisa  que  le  regalara  Mercedes  el  mismo  dia  en  que 
^1  partia  para  la  hacienda  de  San  Jorje,  donde,  sin  pensar- 
lo,  encontr6  el  orijinal. 

Despues  volvi6  a  pasearse  por  el  cuarto  con  aire  mas  me- 
ditabundo  pero  que  no  representaba  a  la  desesperacion, 
sino  a  la  melancolia  resignada  y  profunda,  a  esa  melaneolia 
incurable  que  proviene  de  una  gran  desgracia  que  no  se 
puede  separar,  que  no  esti  ya  en  manos  de  los  hombres 
evitarla. 

Al  fin  detAvose,  tom6  un  asiento  y  se  puso  a  escribir. 

Eioisa  no  podia  leer  aquellos  caract^res,  pero  adivinaba 
a  qui^nes  podian  ir  dirijidos,  y  seguia  con  la  vista,  ya  la 
fisonomia  o  ya  la  manb  d®  Earique,  que  a  cada  momento 
se  detenia,  como  quien  vacila  o  no  est^  satisfecho  de  los 
conceptos  que  escribe  por  no  representar  las  ideas;  y  asi 
debia  suceder,  porque  el  j6yen  ponia  a  un  lado  el  papel 
donde  habia  trazado  algunas  palabras  y  tomaba  otro  en 
bianco  para  comenzar  de  nuevo,  hasta  que  parecia  mas  sa- 
tisfecho, pues  principi6  a  leer  en  voz  baja,  haciendo  a  la 
vez  algunas  correcciones,  ya  aumentando  o  ya  borrando 
Ifneas. 

Las  cartas  que  habia  escrito,  y  que  se  puso  en  seguida  a 
sacar  en  limpio  eran  las  siguientes: 


410  urn  tsoBSTOfl  vtSL  ffraDu.0. 


IV. 


"A  la  seilorita  Luisa  Valdes: 

"Senorita: 

"Todo  se  le  perdona  al  que  ha  dejado  de  existir,  y  mi 
muerte  justifica  mi  temeridad;  porque,  cuando  usted  reciba 
estas  lineas,  estara  yerta  la  mano  que  las  ha  trazado  y  no 
tendrfi.  usted  contra  quien  enfadarse. 

"No  pretendo  que  usted  me  compadezca,  porque  esa 
compasion  me  haria  mal,  y  tampoco  la  necesito,  pues  mue- 
ro  dichoso:  muero  am^ndola. . . 

"Usted  no  me  ha  hecho  agravio  alguno  y  menos  la  mas 
leve  ofensa;  y  sin  embargo,  padezco,  padezco  como  nadie  ha 
padecido  en  este  mundo. 

"Yo  soi  todo  una  contradiccion:  habia  escrito  que  moria 
dichoso  y  ahora  digo  que  sufro  y  que  sufro  horriblemente; 
pero  es  asi,  porque  esperimento  ambas  cosas  a  la  vez, . . 

"Luisa,  d^jame  hablarte  de  esta  manera  en  mi  liltima 
hora. . .  mi  amor  no  puede  ya  ofenderte,  y  mas  alld  de  la 
vida  no  hai  jerarquias:  todos  somos  iguales  e  hijos  de  un 
mismo  padre. . . 

"Yo  soi  el  unico  culpable,  el  4nico. . .  jPor  qu^  he  tenido 
la  pretension  de  fijarme  en  tf,  de  pensar  en  ti,  de  no  amar 
sino  a  ti?  ^Por  qu^?  No  sabria  decirlo;  pero  este  amor  ha 
sido  superior  a  mf  y  ha  entrado  en  mi  corazon  sin  saberlo; 
de  consiguiente,  soi  desgraciado,  pero  no  criminal.  • .  no  me 
condenes;  compad^ceme. .  • 

"jOompasion!  ya  he  dicho  que  no  la  necesito,  he  dicho 
tambien  que  la  rechazo  y  lo  repito  ahora...  No  quiero  tu 
compasion. . .  jLa  compasion  del  verdugo  mas  vale  no  te- 
neiia! 

" Yo  deliro. .  •  lo  s6;  pero  dSjame  delirar,  d^jame  amar- 
te...  jpiedad  por  el  dolor!... 


um  iMBiSBM  vwL  rawoj^.  ill 

''Ah!  Si  snpieras,  Lnisa,  cq^Cq  feliz  era!  Si  sapieras  la  di- 
cha  inmensa  en  qae  reboaaba!...  jSi  lo  sapieras,  comprende- 
rias  mi  martirio!...  Dios  castiga  mi  pretenciosa  soberbia; 
p«ro  creo  que  el  oastigo  es  demasiado  inhamano,  demasia- 
do  cruel!.,, 

"Craz6  una  j%z  por  mi  imajinacion  la  esperanza;  |pero 
cndn  caro  me  cuesta  el  desengafio!  ;Qa^  espantosa  reali- 
dad! 

jPero  tengo  acaso  el  derecho  de  quejarme?  No;  ni  aun 
este  alivio  se  me  ha  concedido!  Ni  aun  puede  servirme  de 
desahogo  el  faror!  Estoi  condenado  al  mayor  de  los  sufri- 
mientos:  a  morir  siempre  amando!...  El  aborrecimiento  si- 
qniera  es  ana  v&lvula  para  el  dolor;  {si  me  faera  dado  al 
menos  aborrecerte!... 

"jAborrecerte!  Ya  te  he  dicho  que  estoi  iasensato!  i  Abo- 
rrecerte! Preferiria  mil  veces  lo  que  ahora  esperimento  an] 
tes  que  Uegar  hasta  alii!  ;  Aborrecerte!  j Y  por  qu^?  ^Por  los 
favores  que  me  has  hecho?  jPor  los  beneficios  que  he  reci- 
bido?  ^Por  la  dicha  de  que  he  disfrutado? 

''Mira,  Luisa,  mira:  t^  no  sabes  los  bieues  inmensos  que 
he  obtenido  de  ti,  que  me  han  venido  de  ti...  y  sin  embar- 
go, no  hai  nada  de  mas  real,  de  mas  positive  que  ellos!  T^ 
no  sabes  las  nobles  aspiraciones  que  me  has  hecho  crear, 
c6mo  se  habia  modificado  mi  cardcter,  c6mo  se  habia  des- 
pejado  mi  entendimieuto,  c6mo  se  habia  remontado  mi  alma 
a  las  rejiones  de  lo  bello,  de  lo  ideal,  de  lo  grande,  c6mo 
me  habias  hecho  amar  la  virtud!  Til  no  lo  sabes,  Luisa; 
pero  esta  es  la  pura  verdad;  un  moribundo  jamas  miente... 
Graeias,  pues,  adorable  mnjer,  gracias!... 

"Ah!  qu^  mementos  he  pasado  en  la  vida  pensando  en  ti, 
ocup&ndome  de  ti,  no  teniendo  mas  horizonte,  mas  guia, 
mas  estfmulo,  mas  aspiracion  que  ti!  iQa^  momentos!  No 
los  cambiaria  por  un  mundo:  he  sido  el  m'ortal  mas  feliz... 
talvez  al  hombre  no  le  es  dado  ir  mas  alld!...  Gracias,  Luisa, 
y  la  gracia  del  Sefior  sea  siempre  contig^. 


412  tM  McniiroB  ma  fvsbui. 

"iC6mo  recuerdo  las  lecciones  que  me  daba  mi  maestro! 
Con  qu^  delicia  traigo  ahora  a  la  memoria  los  oonocimien- 
tos  que  ^1  me  hizo  adqoirir;  porque,  a  medidii  que  ^l  ilus- 
traba  mi  espfritu,  mi  corazon  se  ensauchaba,  mi  pasion  to- 
maba  mayor  vuelo,  pues  la  idea  adquirida  hacia  brotar  una 
nueva  esperanza,  sentia  que  salvaba  las  borrascas,  que  daba 
un  paso  adelante,  que  me  acercaba  a  Dios  y  a  tl!.,. 

"Y  bien,  Luisa,  gcomo  has  podido  ignorar  tanto  afecto? 
^C6mo  mi  amor  no  se  ha  revelado  por  mi  mismo  sin  nece- 
sidad  de  que  lo  dijeran  los  labios?  Y  si  lo  has  reconocido, 
si  lo  has  adivinado,  ^por  qu6  lo  has  destrozado  con  tanta 
crueldad?  Me  parece  que  este  procedar  es  alevoso. .  es  mas 
que  alevoso  es...  me  callar^;  pero  mi  alma  siente  lo  que  mi 
pluma  no  escribe ... 

"Yo  si  que  me  he  engafiado. . .  \  A.i!  Hubo  un  momento 
en  que  crei  ver  el  cielo. ..  en  que  crei  que  me  araabas!!. . . 
jPor  qu^no  mori  en  ese  instante?  ^Qu^  crimen  he  cometi- 
do  jDios  mio!  para  que  me  reiervaras  tan  grande  martirio? 

"iC6mo,  Luisa!  t6,  tan  humana  y  compasiva  con  todos, 
jno  has  tenido  piedad  de  este  infeliz? . . ,  ^Qu^  te  he  hecho 
para  prepararme  este  tormento?  jSi  th  supieras  lo  que  su- 
jfro!...  Pero  ojald  siempre  lo  ignores!.  •.  Yo  no  desearia 
para  mi  mayor  enemigo  que  esperimentara  el  menor  de 
mis  padecimientos,  que  viviera  una  hora  de  esta»  horas 
que  han  precedido  a  mi  muerte  y  un  minuto  de  eitos  lil- 
timos  minutos  que  me  quedan  y  que  los  consagro  a  ti,  a  mi 
maestro,  a  mis  padres,  a  mi  hermana .  • .  jY  sin  embargo, 
sdbelo,  Luiia,  para  que  no  quede  en  tu  pecho  el  mas  lijero 
pesar,  el  mas  lijero  remordimiento:  siento  en  esta  suprema 
congoja,  en  esta  desgarradora  agonia,  una  dicha  infinita, 
una  dicha  que  me  estasia,  la  inmensa  dicha  de  decirte:  te 
amo!. ..  Si,  te  amo  como  nadie  ha  amado,  como  nadie  qui- 
zd  aaiari,  porque  no  hai  ni  pueden  haber  dos  Luisas  en  el 
mundo! . . .  jY  yo  soi  el  que  ha  tenido  la  felicidad  y  la  des- 
gracia  de  encontrarte!   jCielo  e  infierno,  yo  he  atravesado 


V.- 


V 


LOS  fflKmitOB  DXIi  ralEBLO.  iM 

por  ambos  lagaresl  Me  han  destrozado  los  tormentos  del 
Ultimo,  pero  he  gozado  las  delicias  del  primero!  Me  qaejo 
y  me  complazco,  sin  saber  ni  poder  decidir  si  mi  infortunio 
es  inferior  o  superior  a  mi  dicha! 

''jTe  acuerdas  de  aquella  flor  que  me  diste  cuando  estaba 
enfermo  en  el  rancho  de  mi  maestro,  despues  del  feliz  en- 
cuentro  del  leon?  ^Te  acuerdas?  Pues  bien,  mi  adorada 
Luisa,  esa  flor  ha  sido  mi  talisman  y  mi  consuelo  en  las  ma- 
yores  angustias  de  mi  vida,  y  ahora  mismo  la  Uevo  a  mis 
labios  en  compania  de  tu  imdjen  para  besarlas  por  la  lilti- 
ma  vez!  • . .  jSi  hubiera  podido  regarlas  con  mis  Idgrimas! 
Pero  mis  ojos  no  las  vierten  ya. , .  mi  corazon  carece  de 
este  alivio!.. . 

"jPobre  Luisa!  jSabes  que  te  compadezco?  Perder  un  amor 
como  el  mio  es  mucho  perder!  No  hai  nada  en  este  mundo 
que  reemplace  ai  carifio,  nada;  y  yo  te  habria  adorado!. . . 

"jPobre  Luisa!  Has  per  dido  a  tu  madre,  lo  u6;  jqu^  dolor, 
qui  angastia  debes  haber  esperimentado!  ;y  no  haber  esta- 
do  yo  alii  para  consolarte!  jNo  haber  podido  recojer  tus  16- 
grimas!  jTus  Ugrimas,  a  quienes  hubiera  abierto  mi  corazon, 
como  el  Anico  santuario  digno  de  recibirlas,  digao  de  con- 

ser  varlas! ... 

"Pero  dime  ^por  qu^  te  has  casado!  ^Amabas  a  es«  hom- 
bre?  jAh!  si  es  asi,  si  fuera  asi,  estaba  yo  curado  para  siem- 
pre,  no  privaria  a  mis  padres  de  su  hijo  y  a  mi  hermana  de 
su  hermano;  mi  sufrimiento  cesaria  en  el  acto  y  echaria  lejos 
de  mi  un  ampr  indigno,  saA  como  se  arroja  del  cuerpo  a  un 
animal  venenoso  o  inmundo!...  Pero  el  hecho  mismo  de  su- 
frir  me  prueba  que  debo  amarte;  y  mi  desesperacion  tam- 
bien  me  dice  que  ya  no  hai  remedio! . . . 

"Luisa,  ^es  preeiso  que  yo  muera  para  que  td  seas  feliz? 
Ya  est&  hecho,  ya  no  tienes  nada  que  desear...,  empero, 
jtraer6  mi  inuerte  tu  tranquilidad?  Si  tuviera  esta  esperanZia 
llevaria  a  la  eternidad  siquiera  este  consuelo ... 

"P^rdona  a  un  moribundo,  Luisa;  perdona  la  declaracioa 


414 

A%  anos  labiof  qae  no  lian  de  voider  a  pronunciar  tn  nom- 
bre,  qae  me  era  tan  qaerido!  Perdon... 

^^jPerdon!  ij  de  qo^?  Yo  jamas  te  he  ofendido,  mientras 
que  th  erea  la  qae  ha  destrozado  mi  corazon,  la  qne  priva  a 
mis  padres  de  sn  Enriqae!  de  sa  Eariqae  a  qnien  ellos 
amaban!  {Yo  debiera  aborrecerte  y  maldecirte,  j  no  paedo 
ni  lo  ano  ni  lo  otro!...  solo  me  es  dado  morin  hd  aqal  mi 
Aniea,  mi  sola  Tenganza! 

"Otra  vez  se  apodera  de  mf  la  desesperacion  y  creo  qae 
no  podr^  acabar  mi  vida  en  paz...  Otra  vez  viene  el  odio  a 
invadir  mi  pecho,  porqae  el  faror  de  los  celos  me  qaita 
toda  la  tranqnila  magnanimidad  qae  me  habia  impaesto... 
Yo  aborrezco  a  ese  hombre  y  lo  mataria  sin  piedad...  Afor- 
tanadamente  no  paedo  salir,  no  debo  salir,  no  qaiero  salir. 
La  majer  qae  lo  ha  aceptado  es  todavia  mas  ^miserable  qae 
&;  y  jamas,  ni  aan  para  pisarlos  con  el  pi^,  me  pondrS  en 
contacto  con  seres  tan  inmnndos... 

"Continue  nsted,  sefiora,  su  hermosa  carrera;  viva  osted 
en  medio  de  la  riqaeza  a  qae  sin  dnda  se  ha  vendido;  com- 
pldzcase  en  haber  Uevado  el  dolor  al  seno  de  ana  familia; 
b&rlese  de  haber  caasado  la  maerte  de  an  pobre  y  oscaro 
artesano:  estos  son  trofeos  dignos  de  sa  noble  alcnrnia;  pero 
yo,  si  bien  d^bil  hasta  el  panto  de  snicidarme,  no  cometer^ 
la  villania  de  amargar  sns  placeres,  de  empanar  sas  glorias 
dici^ndole  qnien  es  sn  marido...  Mi  manera  de  vengarme  es 
dtvolviendo  el  bien  por  el  mal  qae  me  han  hecho;  y  asi  ser6 
infeliz,  pero  no  miserable . ..  Adios « 

'^[Ai,  Lnisal...  No  paedo  termiaar  esta  carta  con  el  insal- 
to!...  No  qaiero  ir  al  otro  mundo  aborreci^ndote,  no;  deseo 
morir  amdndete;  y  ya  qae  es  imposible  tenerte  presente, 
qaiero  besar  ta  imdjen,  ta  bella  im^jen!...  Y  la  flor  qae  me 
diste  pasard  a  hacer  parte  de  mi  inanimado  cnerpo,  porqae 
desaparecenl  conmigo...  serd  mi  cemanion,  mi  Eacaristia, 
mi  Diosl... 


>w 


V 


LOB  MOUtOi  DIL  ratBM.  415 

''Ten  eompasion  de  an  loco...  Nadie  se  enoja  con  ellog  on 
•1  mando...  Piensa  que  este  loco  era  poco  antes  un  j6ven 
cnerdo,  honrado,  trabajador,  amante  de  sas  padres  y  qne  no 
le  habia  htcho  mal  a  nadiel  Piensa  que  es  tu  hechura,  que 
el  ettado  en  que  se  encuentra  te  lo  debe  a  tf,  j  tendr^  lis- 
tima  de  ^I,  j  talvez  viertas  una  pequeCa  l&grima  sobre  mi 
solitaria  j  abandonada  tumba... 

"{Mi  tumba!  Mi  tumba  es  mi  reposo!  Pues,  sibete,  adora- 
da  Luisa,  que  acaricio  la  muerte,  que  la  veo  Uegar  con  sa- 
tisfaceion,  que  me  complazco  en  que  est^  en  mi  mano,  en 
que  deptnda  de  ml,  en  que  nadie  tenga  el  poder  de  impe- 
dir  que  Uegue,  porque  yo  he  puesto  mi  brazo  sobre  ella  y 
la  he  detenido  un  momento  para  que  se  Ueve  consigo  a  una 
vfctima  con  quien  no  contaba  todavia!... 

"Tendr^  miedo  del  suicida,  Luisa?  ^Me  condenards  como 
todo  el  mundo?  Me  arrojards  de  tu  memoria  como  arroja- 
r&n  mi  cuerpo  del  bendito  sepulcro?  ^No  tendr^  cabida  en 
tu  corazon,  asi  como  no  tendr^  cabida  en  el  polvo  que  cu- 
bre  a  las  jeneraciones  de  los  hombres  que  mueren  en  su  le- 
cho?  jHasta  ahi  llegarS  mi  desgracia?  No  lo  creo;  th  me 
recordards,..  Yo  te  he  salvado  la  vida  en  dos  ocasioues,  ^por 
qu^,  pues,  habria  de  serte  tan  indiferente  mi  muerte? 

"No  tengo  el  derecho  de  lisonjearme  de  tu  amor:  esto  seria 
demasiado;  \y  con  todo,  han  existido  ocasiones  en  que  he 
creido  en  61!  jCu^n  dichoso  fai  entonces!  Pero  al  menoa 
creo  que  me  has  ofreeido  tu  amistad,  la  has  tenido  tambien 
por  mi  hermana,  jpor  qu^  negarme  un  recuerdo? 

''Si  alguna  vez  te  encuentras  desgraciada,  si  en  alguna 
oeasion  tus  infortunios  te  obligan  a  levantar  tu  vista  al  cie- 
lo  para  pedir  clemencia,  piensa  que  yo  estar6  alll  para  vi- 
jilar  sobre  tu  destino,  para  implorar  por  tu  felicidad... 

"Comprendo  que  deliro;  jpero  por  qui6n?  jPor  qu^  cau- 
sa! jA  qui^n  se  lo  debo?  ^Soi  yo  responsable  de  lo  que 
no  puedo  e?itar,  de  lo  que  nace  en  mi  y  a  despeaho 
demi? 


4lC  LM  SXOBBTOS  DSL  TtUlOSI/). 

"Ta  es  bastante...  Mi  estravajancia  se  limita  a  suplicarte 

que  tengas  compasion  por  an  desgraciado.- 

"Adios  para  siempre. 

"Enmque  Lopez." 

A  peiar  de  la  locura  que  se  manifiesta  en  esta  carta,  Eari- 
que,  en  medio  de  sus  contradicciones,  en  medio  de  sua  sen- 
timientog  opueatos,  no  habia  olvidado  la  honradez  de  sus 
principios,  la  hidalguia  de  sus  pensamientos,  la  jenerosidad 
de  su  corazon,  pues  no  habia  querido  decir  a  Luisa  lo  que 
era  su  marido,  no  habia  querido  revelarle  lo  que  habia  ^1 
mismo  hecho  con  Guillermo  y  el  estado  en  que  se  encon- 
traba,  nada  mas  que  por  no  martirizarla,  nada  mas  que 
por  no  herirla  en  su  amor  propio  y  ofenderla  en  su  dignidad 
de  mujer  y  de  esposa. . .  Cualquier  otro  hubiera  recurrido 
a  este  espediente;  cualquier  otro  habria  creido  esta  ven- 
ganza  natural  y  lejitima;  cualquier  otro  hubiera  dicho:  yo 
te  har^  sufrir  mas  de  lo  que  tii  me  haces  sufrir;  pero  este 
cAlculo  no  entraba  en  una  alma  tan  elevada  como  la  de  En- 
rique, en  una  pasion  Uevada  hasta  el  idealismo  como  la  suya; 
porque  el  verdadero  amor  comprende  y  ejecuta  el  sacrifi- 
cio  Bin  comprender  y  ejecutar  jamas  la  venganza:  las  ideas 
bajas  y  rastreras  no  son  jamas  propias  de  ^!,  sino  que  per- 
tenecen  a  una  esfera  mui  inferior,  a  la  esfera  comun,  y  En- 
rique habia  salido  de  ella,  o  mas  bien  dicho,  no  habia  en- 
trado  nunca  en  ella. 

Despues  de  esta  reflexion  sigamos  el  hilo  de  los  pensa- 
mientos del  suicida,  trazados  en  sus  cartas. 

La  segunda  estaba  dirijida  a  sks  padres,  y  se  espresaba 
asf: 

^*Mis  amados  padres: 

"No  pueden  ustedes  sentir  mas  que  yo  el  pesar  que  voi  a 
darles,  porque  antes  que  ustedes  lo  esperimenten,  me  lo  re- 
presento  en  mi  imajinacion;  jy  yo  mismo  me  espanto  de  ser 
la  causa  de  tanto  dolor,  y  ese  dolor  se  representa  en  mi  de 
antemano! 


y 


iim  ncdunoji  ml  rtnauK  417 

''jAh!  Me  parece  verlos  en  presencia  de  mi  cadaver. 
iCodnta  desesperacion!  jPobre  veterano  de  la  iDdependen- 
cia!  iC6mo  vas  a  caer  con  mayor  faerza  que  si  habieses      ' 
sido  herido  por  la  mas  mortffera  bala  enemiga!  jPobre  ma-  • 
dre!  iC6mo  va  a  desaparecer  ta  resignacion  en  vista  del 
caerpo  inaQimado  de  ta  hijo!  jPobre  hermana!  C\i&\  ser&  ta  j 

pesar  caando  tambien  ta  presencies  la  maerte  del  hermano! 
Tii  qae  has  safrido  tanto,  dnjel  del  cielo;  jy  qae  yo  tenga 
todavia  la  craeldad  de  aumentar  taa  machos  padecimientos 
con  este  qae  es  el  mayor  de  todoss! 

"Es  preciso,  lo  confieso,  que  yo  tenga  an  corazon  de  fiera; 
sin  ese  corazon  ^c6mo  seria  capaz  de  consumar  este  actol 
Yo  mismo  no  lo  comprendo,  jy  sin  embargo,  estoi  reaaelto 
a  hacerlo!  Empero,  ea  defensa  mia,  debo  agregar,  qaeridoa 
padres  y  qaerida  hermana,  qae  la  consideracion  de  sas  sa- 
frimientos  me  ha  hecho  vacilar  de  mis  determinacionea  to* 
madas  y  examinadas  con  la  frialdad  del  joicio,  con  la  ba- 
lanza  de  la  razon,  con  la  paata  o  la  regia  del  racioci- 
nio;  y  solo  despaes  de  haber  colocado  en  el  debe  y  en  el 
haber  de  mi  desgracia  todos  estos  considerandos,  es  qae  he 
formado  mi  resolacion,  sin  jamas  abandonar  mi  respeto  y 
mi  amor  hacia  nstedes;  porqae  es  en  consecaencia  de  mi  ca- 
rifio  y  de  mi  dolor  propios  qae  he  determinado  morir,  y 
morir^... 

"Yeamos,  padres  mios,  las  razonesqae  me  he  dado  y  xm- 
tedes  por  si  propios  fallardn  y  me  hardn  jasticia,  y  ver^n 
qae  he  obrado  como  debia,  .como  no  podia  menos  de 
obrar. 

"Ya  estdn  en  posesion  de  mi  secrete...  ya  conocen  mi 

amor  por  la  sefiorita  Laisa;  pero  lo  qae  ignoran,  lo  qae  qai« 

z&  no  paeden  comprender,  es  qae  ese  amor  era  mi  vida,  ml 

vida  entera,  esclasiva,  absolata,  mi  vida  de  todos  los  ins- 

tantes,  la  vida  de  mi  alma  y  sin  la  caal  no  podia  ezistir,  no 

podia  estar  ya  en  la  tierra. 

I  "Ahora  bien:  caando  todo  esto  ha  deaaparQcido,  caando 

[  MMo  IT.  ^         at 


I 


418  tOB  alBCRS)*OB  DSL  PtTtBLO. 

ya  no  me  calieata  ese  faego,  cuando  he  perdido  la  ma^  puria 
esencia  de  mi  ser,  ic6mo  vivir!  jY  puede  acaso  llamarse 
vida  esa  somnolencia  de  una  alma'  desfallecida?  Pensar  y 
querer,  ^ao  son  I03  atributos  del  espiritu?  jY  c6mo  pueden 
'  ustedes  figurarse  que  y  o  tuviera  en  lo  sucesivo  ideas  y  vo- 
luntad,  cuando  me  faltaba  el  elemento  primordial  el  pode- 
roso  motor  que  las  impulsaba,  el  fiaico  ajente  que  las  ponia 
en  actividad  cuando  me  faltaba  Luisa?... 

"Yo  he  querido  ahorrarles  pesares  constantes;  porque 
iqa€  es  lo  que  ustedes  habri an  hecho  con  un  tronco  sin  mo- 
vimiento  propio,  o  con  un  idiota  sin  voluntad  y  sin  accion? 
jNo  es  verdad  que  habrian  sufrido  mas  y  de  una  menera 
constante?  iCu&nto  mejor  entonces  no  es  arrancar  el  mal 
con  tiempo!  Cudnto  mejor  no  es  precaver  mayores  desgra- 
ciasl  Cudnto  mas  vale  apresurar  el  tiempo  del  dolor  que 
estacionarse  para  siempre  en  ^1! 

"jNo  es  esto  prudencia,  pridres  mios?  jNo  son  ustedes  ^e 
mi  misma  opinion?  jHabrian  preferido  el  ver  a  su  hijo  en  ese 
estado  lamentable  por  largos  afios,  a  tener  que  Uorarlo  en 
un  dia?  Ustedes  mismos  en  mi  lugar,  jnp  harian  otro  tanto? 

"Ustedes,  sin  dejar  de  comprender  la  pasion,  ya  no  la 
esperimentan,  y  se  engafian  por  consiguiente  sobro  su  in- 
tensidad  en  una  ^poca  dada  de  la  vida;  ]c6mo  asi,  pues,  ser 
imparciales  j  ueces. 

"Si  yo  no  supiera,  queridos  padres  inios,  que  me  era  impo- 
Bibk  ir  mas  alM,  jamas  habria  atentado  contra  mi  vida;  pero 
cuando  tengo  la  seguridad  de  que  habria  de  morir  luego  en 
fuerza  de  mi  sufrimiento,  ^.qu^  importa  adelantar  de  unaa 
cuantas  horas  el  t^rmino?  Ademas,  jseria  vida  la  que  yo 
hubiese  obtenido  en  esos  dias,  dado  caso  de  haberlos  dejado 
dorrer?  Yo  no  he  hecho  otra  cosa  que  ahorrarles  y  ahorrar* 
me  mayores  angustias,  he  hecho  un  c^lculo  matemdtico  y 
nada  mas;  mi  acto  no  es  entonces  el  resultado  de  la  locura, 
sino  de  la  premeditacion:  he  querido  andar  el  camino  mai 
Qorto;  estoes  todo« 


"Esplicada  mi  condacta  r^stame  ahora  hablarles  de  mi 
afecto  y  de  mi  reBpecto  hdcia  ustedes,  asi  como  de  mi  cari- 
fio  y  admiraci  on  por  mi  infortunada  hermana; 

"Muero,  queridos  padres^  con  on  gran  consuelo,  con  una 
gran  satisfaceio  n,  porque  Biempre  los  he  amado  y  porque 
jamas  les  he  hecho  sufrir  en  la  vida,  salvo  en  esta  {Jtima 
ocasion  que  no  ha  estado  en  mi  mano  evitarlo,  que  he  sido 
herido  por  el  destino  y  arrastrado  por  la  fatalidad.., 

"Ahora,  echando  una  mirada  retrospectiva  sobre  mi  pa- 
pasado,  siento  mi  corazon  henchirse  de  una  gratitud  ifinita, 
de  un  amor  tan  suave,  tan  puro,  tan  deleitable,  que  por  si 
solo,  si  no  ezistiera  aquel,  llenaria  de  felicidad  toda  mi 
vida. 

"iQa6  cuidados,  qu^  lecciones,  qu6  ejemplo  no  he  recibi- 
do  de  ustedes!  G6mo  han  corrido  los  afios  de  mi  nifiez  y 
corrian  los  de  mi  juventnd  por  el  sendero  del  placer  y  de 
la  virtnd!  Ustedes  me  han  hecho  bueno  sin  sacrificio,  y  han 
tenido  el  raro  talento  de  apartarme  del  mal  y  del  vicio  casi 
sin  sefialdrmelo,  encamindndome  a  la  moralidad  sin  hacer- 
me  perder  mi  inocencia,  de  modo  a  conservar  siempre  esa 
sencillez  deliciosa  que  abre  tanto  al  corazon  h^cia  los  ma9 
puros  deleitesi  » 

'^Recordar  tantas  horas  pasadasa  sa  lado  en  compafiia  de 
mi  hermana,  recordar  sus  caricias  en  que  brillaba  ese  afecto 
que  nos  ha  aoompafiado  sin  abandonarnos  jamas,  recordar 
nuestroB  juegos  infantiles  en  que  ustedes  tomaban  parte^ 
recordar  esas  historietas  contadas  pot  ustedes  con  tanta  gra* 
cia  y  que  hacian  nuestra  delicia,  que  nos  Servian  de  recom- 
pensa,  y  que  sin  apercibirnos  de  ello  ilustraban  nuestro 
esplritu  a  la  vez  que  lo  guiaban  h&eia  el  bien,  recordar  nues* 
tros  trabajos,  nuestras  oeupaciones  que  ustedes  tenian  el 
talento  de  convertir  en  otras  tantas  diversiones,  recordar 
esa  armonia  no  interrumpida,  esa  tranquilidad,  ese  6rden, 
esa  paz,  esa  dicha  que  reinaba  en  nuestro  modesto  alber- 
gue,  todo  esto^  queridos  padres  mio8;|  se  me  repreaenta  aho- 


420  tM  moBXtoB  taiL  fM^lo, 

ra  con  colores  tan  vivos,  con  tintes  tan  frescos  que  me 
hacen  gozar  como  gozaba  entonces,  Uenando  mi  alma  de  gra* 
titad  7  de  regocijo,  Uendndola  de  la  im^jen  de  nstedes,  del 
amor  de  nstedes... 

"Perdon^  padres  mios,  por  el  gran  pesarqne  les  preparo, 
perdon.. .  y  no  acusen  a  su  hijo  de  inhamano  y  de  egoista, 
no;  si  yo  no  supiera  que  les  iba  a  hacer  sufrir  mas  quedan- 
do  con  vida,  no  me  atreveria  a  troncharla  y  soportaria  coh 
resignacion  mi  dolor  en  obsequio  de  su  carino;  soportaria, 
si  fuese  posible,  mil  muertes  por  evitar  un  solo  pesar,  esto 
les  probard  lo  fundado  de  mi  conviccion,  lo  inalterable  de" 
mi  prop6sito;  y  tanto  es  esto,  queridos. padres  mios,  que  si 
no  tuviera  la  seguridad  de  morir  pronto,  no  tendria  esta 
tranquilidad  de  espiritu,  esta  Iqcidez  de  ideas,  esta  delica- 
deza  de  afectos  que  proviene  4nica  y  esclusivamente  de  mi 
resolucioD;  pues  tan  luego  como  Ssta  desapareciera  caeria 
como  un  tronco  muerto  o  no  seria  mas  que  una  pobre  bestia! 
jMe  querrian  ustedes  ver  reducido  a  este  estado?  Lo  que- 
^  rria  yo?  No;  todavi^  tengo  bastante  enerjia  para  obrar  y 
bastante  razon  para  seguir  el  buen  camino... 

Me  es  imposible  decirles  que  no  sufran.  jC6mo  no  me  ha- 
bian  de  sentirl  C6mo  no  ban  de  llorar  mi  desgracia  cuando 
yo  Uoro  la  de  ustedes!  Pero  es  necesario  tener  valor,  tener 
resignacion  para  soportar  el  mal,  baci^ndole  frente  cuanto 
mejor  se  pueda  cuando  este  es  inevitable,  inevitable  como 
el  presente!...  Preg^ntenselo  a  Mercedes  y  ella  los  conven- 
cerdi,  ella  les  dir&  que  mi  muerte  es  precisa^  necesaria,  infa- 
lible,  porque  ella  era  mi  confi^^i^ta,  porque  ella  estaba  en 
posesion  de  mi  secreto,  ella  conocia  toda  la  fuerza  e  inten- 
sidad  de  mi  amor  y  ella  sabe  que  es  imposible  que  yo  viva 
faltdndome  ^ste. 

^'jPobr9  madre  mial  no  es  tan  solo  la  muerte  del  hijo  la 
que  ella  va  a  sufrir,  sino  la  perdicion  del  hijo:  ella  conside- 
rar&  que  un  suicida  no  puede  ir  al  cielo  y  esta  idea  la  ator* 
mentard  horriblemente.  jOondeniarse  su  Enriquel  (Qa^  pen- 


Bamiento  tan  triste!  Qa^  reouerdo  tan  f&nebpe!  Pero,  que- 
rida  madre  mia,  tenga  ccmfianza  en  la  misericordia  infinita 
de  Dios...  Yo  he  sido  bueno  toda  mi  vida,  ningun  vicio  ni 
ningan  crimen  me  arrastra  a  la  tumba.  Una  pasion  pnra^ 
olevada,  podria  decir,  sublime,  es  la  que  me  mata;  ^por  qu^ 
me  castigaria  el  Sefior  por  nn  sentimiento  que  ^1  ha  hecho 
nacer  en  mi  corazon,  del  que  me  glorio  en  vez  de  avergon- 
zarme,  y.que  lo  ha  enjendrado  la  virtud  y  nada  mas  que  la 
virtud?  Los  santos  que  usted  tanto  venera,  madre  mia,  jno 
son  unos  verdaderos  suicidas?  ^No  me  ha  dicho  usted  que 
ellos  se  mortifican  de  distintos  modos,  que  ellos  maceran 
sus  carnes,  se  privan  del  alimento,  cargan  cilicios,  hacen 
penitencias,  y  que  mientras  mayores  son  sus  sufrimientos, 
mayores  son  tambien  sus  m^ritos,  mayor  es  la  gloria  que 
Dios  les  prepara?  Esto  se  lo  he  oido  a  usted  muchas  ve- 
ces,  esto  me  lo  ha  ensefiado;  y  bien,  jno  son  ellos  otros 
tantos  suicidas  del  amor?  Si  todos  esos  martirios  acortan 
los  dias  que  la  naturaleza  les  acordara,  ^qu6  diferencia  hai 
de  ellos  a  mi?  Una  pasion  los  domina  y  a  edta  pasion  se  sa- 
crifican,  ^no  es  tambien  lo  que  yo  hago?  No  es  tambien 
el  m6vil  que  me  determina?  jPor»qu6  entonces  se  salva- 
rian  ellos  y  me  condenaria  yo?  ^Por  qu^  ser  abre  para  ellos 
el  cielo  y  para  mi  el  infierno?  Pero  aun  hai  mas,  qaerida 
madre  mia:  esos  santos  varones  se  suicidan  por  egoismo, 
porque  se  suicidan  por  gozar  mas  luego  de  la  felicidad 
que  les  espera;  mientras  que  yo  me  suieido  por  evitar  la 
desgracia  que  me  mata;  ellos  podian  evitar  la  muerte  y  se 
la  dan,  ningan  dolor  los  atormenta  y  concluyen  consigo- 
mismos;  en  tanto  que  yo  padezco  y  mi  padeciraiento  es  eV 
que  me  precipita  al  sepulcro...  Ahora  bien,  si  los  que  se 
suicidan  se  condenan,  jno  son  ellos  mas  suicidas  que  yot 
^Por  qu6  habiamos,  pues,  de  tener  una  suerte  distinta?  No, 
madre  mia,  no  tenga  usted  el  menor  temor:  yo  me  salvair^ 
como  usted  se  salvardy  cotno  todos  los  buenoa  deben  sal-' 
varse... 


Hi  AM  naufloi  Mb  mno. 

'^Dos  palabraa  mas  antes  de  darles  mi  Ultimo  adios:  Eloiaa 
es  mi  hermana,  mi  hermana  de  adopcion;  'ella  ha  sido  naes- 
tro  ^Djel  tatelar  y  ncMi  qaiere  7  86  de  qae  sentir^  mi  muer- 
te;  sean  ustedes,  si  es  posible,  mas  faertes  qae  ella  para  con- 
solaria,  porqae,  por  an  presentimiento  rare,  me  parece  qae 
sa  dolor  tiene  algo  de  semejanteal  mio,  qae  hai  cierta  afi- 
nidad  entre  lo  qae  yo  siento.y  lo  qae  ella  esperimenta:  hai 
areanos  qae  se  revelan  solo  a  loa  moribandos  y  yo  eoi  ano 
,de  ellos,  desde  qae  solo  me  qaedan  anoa  caantos  mmatos 
de  vida:  el  tiempo  necesario  para  despedirme  de  mi  qaeri- 
do  maestro,  el  coronel  don  Toribio  de  Gazman,  el  amigo  de 
mi  padre,  el  amigo  del  padre  de  mi  amada,  el  director  de 
Laisa,  {de  Lnisa  por  qaien  he  goasado  como  an  injel,  por 
qaien  safro  como  an  condenadol  De  Laisa  qae  me  ha  hecho 
vivir  y  qae  me  mata! 

No  por  esto,  mis  qaeridos  padres,  tengan  por  ella  el  me- 
nor  resentimiento,  no;  ella  ed  digna  de  toda  su  veneracion, 
de  todo  sa  amor,  y  mi  deseo  ea  qae  sa  imdjen  reemplace  la 
mia  y  qae  ocape  en  sas  corazones  el  mismo  logar  qae  yo 
tenia,  sin  por  esto  pedirles  qae  me  olviden,  lo  qae  s6  qae  es 
del  todo  imposible. 

^'Adios  padrea,  adioa  hermana,  adios  £loisa:  esta  es  la 
transitoria  despedida  del  hombre,  pero  conservad  la  espe- 
ranza  de  qae  nos  encontraremos  en  breve. 

"Todo  tiene  an  t^rmino  y  tras  la  desolacion  yiene  la  es- 
peranza  y  al  fin  renace  el  goce .  *  •  Adios ... 

"Sa  amante  hijo 

Enrique." 

^ 

Terminada  esta  carta,  el  j6ven  di6  anos  caantos  paaeos 
.  por  el  caarto  y  laego  se  sent6  otra  vez  a  la  mesa;  sa  tarea 
no  estaba  terminada  y  era  necesario  conclairla. 

Enriqae  yolvi6  a  tomar  la  plama  y  escribi6: 


\ 


urn  SBOUROB  biL  FprXBU).  iH 

*'A1  sefior  coronel  don  Toribio  de  Guzman. 
"Mi  querido  y  r^spetado  maestro: 

"jCurfn  poco  he  aprovechado  de  sus  sabias  lecciones!  Us- 
ted  qniso  fortalecer  mi  espirita  contra  lo8  accidentes  de  la 
vida,  contra  la  desgraci^:  pero  estos  accidentes  y  esta  des- 
gracia  han  hecko  trizas  al  primer  cheque  su  ensefianza,  mis 
prop6sitos  y  mi  ser! 

''No  ea  nn  reproche,  mi  qnerido  maestro,  el  que  yo  le 
hago.  Su  doctrina  tiene  todos  los  caracteres  de  la  verdad. 
Yo  la  admiraba  y  qneria  seguirla;  empero  mi  flaqueza  no 
resistid,  el  golpe  ha  sido  demasiado  violento  para  mi  debi- 
lidad;  y  he  sucnmbido... 

''Si,  maestro  mio;  creo  que  no  se  obtiene  la  serenidad  del 
espfritu  cuando  las  pasionea  bullen  en  el  interior  del  pecho. 

''La  jnventud  no  escala  tan  fdcilmente  el  templo  de  la 
sabiduria  para  alcanzar  de  un  brinco  la  triunfante  impasi- 
bilidad  del  hombre  que  ha  corrido  la  vida  safrieudo  por 
grados  sus  decepciones,  hasta  llegar  al  poato  en  que  nada 
lo  altera,  en  que  nada  lo  inmuta...  jY  qui^n  sabe  todavia 
si  ese  punto  existe  y  si  alguna  vez  se  alcanza!  jQai^n  sabe 
aun  si  se  debiera  considerar  como  un  perfeccionamien- 
to  o  como  nn  vicio!  Sin  embargo,  no  entrar^  a  aualizar  el 
hecho:  tengo  demasiado  ulcerada  el  alma  para  ocuparme  de 
filosoiSa,  a  no  ser  la  filosofia  del  dolor,  la  filosofia  de  la  re- 
signacion  para  llegar  con  frente  serena  al  t^rmino  de  la  ea- 


rrera... 


Qu^  felicidad  es  morlr,  querido  maestro  mio,  cuando  ya 
no  se  abriga  ninguna  esperanza!  ^De  qn^  sirve  la  vida  sia 
que  siquiera  la  colore  el  arrebol  de  la  ilusion?  Este  era  el 
que  me  alimentaba,  el  que  me  sostenia,  el  que  me  alumbra- 
ba  antes,  jpero  ha  desaparecido  quedando  yo  en  completas 
tinieblas!...  jOu^n  triste  es  la  oscuridad,  seQor,  y  mucho  mas 
triste  la  oscuridad  del  alma!,..  Cuando  el  esplritu  no  ve 
nada,  todo  se  ha  perdido:  jya  no  hai  reraedio  para  ^1!... 
"Yo  le  hablo  a  usted  como  fil6sofo,  y  puedo  a^iegurarle 


Hi 

que  no  60  la  deseBpencion  la  qne  me  mata^  mno  la  refleccioii 
impaable,  madara^  kija  de  on  acto  de  mi  joicio  y  no  de  la 
impremeditaeion  ni  del  capricho.  To  he  visto  qne  debia 
morir  sin  remedio  y  solo  he  anticipado  el  minoto.  |Dira 
nated  qae  no  he  tenido  la  snfidente  enerjia  para  resistir  al 
dolor?  Poede  ser,  seiior;  pero  es  de  advertir  tambien  qn^ 
hai  dolores  de  dolores;  iqmin  es  capaz  de  medir  bh  faerza? 
Hai  temblores  de  tierra,  caya  yiolenda  es  mas  o  menos 
grande  y  a  la  qne  resisten  mas  o  menos  los  edifidos,  pero 
tambien  se  dan  cataclismos  qne  todo  lo  destrnyen  hadendo 
desaparecer  los  continentea  jCrifdcarfamos  por  esto  de  debil 
a  esa  pordon  de  tierra  qne  se  ha  snmerjido  en  el  abismo?  lis- 
ted, maestro  mio,  sabe  mejor  qne  sn  pobre  dlsdpnlo,  qne  se 
rompe  el  eqnilibrio  cnando  dos  fherzas  encontradas  se  cho- 
can  y  la  nna  es  superior  a  la  otra,  jpor  qn^  entdnces  cnl- 
parme?  Si  el  golpe  ha  si  do  de  mnerte,  si  me  ban  traspasado 
el  corazon  de  nna  parte  a  otra,  ^qni^n  es  capaz  de  criticar 
el  qne  haya  sncnmbido?  ^Soi  yo,  por  ventura,  drbitro  com- 
plete de  mi  ser?  Y  ann  caando  lo  faera,  ^c^mo  impedir  que 
nna  mano  aleve  me  clave  nn  pnSal  por  la  espalda? 

"No  qniero  discalparme  a  sn  vista,  qnerido  maestro  mio; 
digo  ^nicamente  lo  que  siento  sin  pretension  de  aparecer 
faerte,  sin  qnerer  tampoco  discnlpar  mi  debilidad,  sino  pre- 
sentarme  tal  cnal  soi  para  qne  nsted  me  jazgne;  pero  sn  joi- 
cio no  lo  esperare,  ^l  llegard  despues  del  fallo  de  Dios,  por- 
qne  cuando  lea  estas  lineas,  ya  habrd  desaparecido  del 
mnndo;  pero  estoi  seguro  que,  criminal  o  no,  no  perder^  sn 
afecto  ni  desaparecen^  de  su  memoria...  ^no  es  verdad,  pa- 
dre mio? 

"Usted  ve  qne  todavia  raciocino:  el  dolor  no  me  ha  qui- 
tado  el  juicio;  pero  este  jaicio  se  conserva  linicainente  por- 
que  tengo  la  seguiidad  de  morir  ea  breve,  tan  breve  como 
cuando  haya  puesto  el  punto  final  a  esta  carta! 

^'Aun  no  he  dicho  a  usted,  padre  mio,  la  causa  de  mi 
mnerte;  jpero  con  qn^  fin  decirla  cnando  usted  la  sabe,  cuan- 


.X 


\ 
1 

1 


Slip  noguRKMi  WKU  mnttdl  ii9 

do  asted  la  comprende,  caado  hace  tiempo  debe  haberla 
previsto  y  adivinado?  ^C6mo  se  le  podia  ocultar  el  resalta- 
do  conoci6ndome  a  ml,  conoei^ndola  a  ella?  Sin  duda  que 
el  mal  no  ha  eido  posible  evitarlo  caando  ha  sucedido,  y  no 
me  es  dado  criticar  actos  que  no  conozco  y  menos  aan  actos 
que  usted  ha  aprobado,  y  que  segun  entiendo  se  ban  lleva- 
do  a  cabo  en  su  presencia  y  talvez  con  su  anuencia.  (Ai! 
jqu^  terrible  es  esto!  Y  sin  embargo  no  entra  en  mi  la  me- 
nor  sospecha,  porque  siempre  lo  considero  digno,  justo, 
grande...  y  que  conserva  en  su  corazon  el  mismo  afeeto  por 
8u  Enrique,  por  su  discipulo,.  por  el  hijo  del  viejo  y  hono- 
rable soldado  Doiningo  Lopez...  Usted  no  pnede  haberme 
clavado  el  pufial!  Usted  no  puede  haberme  traicionado!  Im- 
posible!  tan  imposible  como  que  Dies  sea  el  autor  del  mal!... 

"A  pesar  que  mi  determinacion  prueba  que  no  he  segui- 
do  o  que  han  sido  ineficaces  bus  mfizimas;  sin  embargo,  en 
mi  {iltimo  trance  me  queda  mucho  de  ellas,  me  queda  la 
serenidad,  me  queda  el  valor,  me  queda  la  resignacion,  la 
justicia,  el  aprecio  de  las  personas,  la.  gratitud  por  los  be- 
neficios,  mi  amistad  por  Eloisa  que  desde  ahora  se  la  reco- 
miendo,  mi  respeto  y  carifio  por  mis  padres  lo  mismo  que 
por  mi  maestro,  mi  afeeto  y  admiracion  por  mi  hermana, 
cuyo  hijo  lo  pongo  bajo  su  proteccion,  y  mi  amor,  mi  in- 
menso  amor  por  Luisa  que  no  ha  llegiido  a  destruir  su  ma- 
trimonio  con  un . . .  hombre,  que,  por  mui  rico  que  sea,  no 
poseer^  los  tesoros  de  afeeto  que  esa  mujer  neeesita  para 
vivir  y  que  yo  le  reservaba  en  lo  interior  de  mi  corazon; 
y  con  todo  le  deseo  que  sea  feliz,  y  mi  liltima  s^plica  a  la 
Divinidad,  se  lo  aseguro,  maestro  mio,  va  a  ser  por  ella,  asi 
como  el  nombre  adorado  de  Luisa  ser^  tambien  mi  Ultima 
palabra. 

"Adios,  padre  y  director  mio;  corta  ha  lido  la  carrera  de 
sa  discipulo,  ningun  fruto  ha  podido  usted  recojer  de  sus 
sabias  lecciones,  Dies  no  le  ha*  permitido  ver  su  obra,  pero 
ha  sabido  grab^r  de  tal  manera  el  carifio  y  la  gratitud  en 


4SC 

mi  alnm  que  Imjsri  al  sepulcro  Ueno  de  sa  memoria  j  abra- 

fltndolo  en  espfrito* 

''AdkMy  y  no  <dfide  jamas  a  sii 

''Ekriqus. 

^P.  D« — ^^No  68  yerdad  qae  muero  en  mi  raaon?  ^Podria 
nn  loco  haber  escrito  esta  carta  con  tanta  sangre  firia?  Pero 
la  qne  ha  dtrijido  a  Loisa  manifiesta  el  delirio;  deaengftSela, 
maestro  mio,  j  dfgale  que  haata  el  Ultimo  he  conservado 
mi  jnicio  con  el  fin  esclnmyo  de  amaria  liasta  el  Mtimo.'' 


Cnando  el  snicida  hnbo  terminado  de  escribir,  volyi6  a 
pasearse  per  el  caarto.  En  segnida  se  par6  otra  yez  delante 
de  la  mesa,  eeli6  nna  Ultima  ojeada  sobre  sns  manoscritos, 
los  cerr6  cnidadosamente  y  se  diriji6  h&cia  la  pnerta,  dete- 
ni^ndose  easi  a  cada  paso,  como  qnien  reflexiona,  como  qnien 
madnra  nn  pensamiento  o  estd  a  pnnto  de  resolver  an  pro- 
blema;  pnes  se  pnso  el  dedo  fndice  sobre  sn  ancha  y  despe- 
jada  frente* 

Eloisa  continnaba  mirando  siempre  por  el  agnjero  de  la 
Have  y  sn  corazon  latia  con  violencia^  parecia  qae  se  le 
arrancaba  del  pecho  y  lo  sostenia  con  sns  dos  manos  apre- 
tAndolo  faertemente:  ella  veia  qae  el  tr&jico  desenlace  lle- 
gaba  a  sn  t^rmino  y  no  se  resolvia  a  obrar,  paes  no  sabia 
c6mo  debia  condacirse,  porqae  talvez  ana  impradencia 
podria  precipitar  el  acto  y  hacer  ilasorio  todo  medio  de  sal- 
vacion. 

De  repente  se  di6  vnelta  la  Have,  pero  Bloisa  tavo  el 
tiempo  saficiente  de  ocaltarse  y  Eariqne  apareci6  en  el  dia- 
tel  de  la  paerta  y  respir6  con  faerza,  como  si  necesitaran 
sns  pnlmoDes  an  aire  nnevo  y  abandante. 

La  mirada  de  Enrique  era  triste  pero  serena  y  se  encami- 
n6  a  la  habitacion  de  sns  padres  con  paso  firme  aunqne  aa 
tanto  pansado.  Se  detavo  an  momento  en  el  patio  y  mir6 


tvmubk  427 

a1  oielo,  qned&ndosa  en  esa  actitnd  contemplativa  por  algu- 
1108  segnndos.  Lnego  entr6  en  la  habitaoion  con  la  sonrisa 
en  la  booa,  pero  a  traves  de  ella  se  notaba  una  profunda 
melaneolia. 

Eloisa  pen86:  ^^Enriqne  no  se  ha  resnelto  a  morir  sin  ver 
por  Ultima  vez  a  sns  padres;  quiere  despodirse  tdcitamente 
de  ellos,  sin  dada  desea  abrazarlos  y  despnes  llevar  a  cabo 
sn  pensamiento.'' 

La  j6 ven  no  se  habia  engafiado.  iDos  propdsitos  llevaba 
Enriqae:  el  nno  era  el  mismo  que  habia  adivinado;  el  otro 
consistia  en  que  deseaba  hablar  con  ella;  asi  es  que  en  cuau. 
to  entr6  en  las  habitaciones,  pregunt6  con  interes: 

— iQxxe  ha  salido  Eloisa? 

Su  madre  le  respondi6  que  no  sabia,  pero  que  iba  a  bus- 
carla. 

Eloisa  habia  oido  la  pregunta  de  Earique  y  la  respuesta 
de  Marta,  y  finjW  eetar  mai  ocupada  caaado  se  presentd. 

— Enrique  te  necesita,  mi  querida  Eloisa,  dijo  Marta;  por- 
que  ha  pfeguntado  por  ti  con  mucho  interes;  hazme  el  fa- 
vor de  ir,  ya  sabes  que  estd  mui  triste  /  convendria  dis- 
traerlo.  Ven,  hija  mia,  que  talvez  se  consiga  lo  que  yo  he 
pensado,  lo  que  me  haria  tan  feliz... 

— Voi  en  el  acto,  sefiora,  contest6  Eloisa,  aunque  eatoi 
persuadida  que  ya  le  ser6  Atil  en  bien  poco. 

— No  hables  asl,  no  me  quites  mi  esperanza... 

— Sefiora,  yo  daria  gustosa  mi  vida  por  Earique,  pero  en 
cuanto  a  lo  que  usted  se  figura  es  un  imposible...  yo  misma 
no  consentiria... 

— jTu!  jY  por  qu^?  ^^C6mo  dices  ent6nces  que  darias  por 
^1  tu  vida? 

— Y  no  tan  solo  una  vida  sino  cien  vidas  si  las  tuviera; 
pero  hai  eosas  que  no  se  pueden  revelar  todavia  porque  no 
hallegado  eltiempode  descubrirlas;  pero  41  vendr^... 

— jPiensas  que  esa  descabellada  pasion  es  incurable?  ^No 
ves  til  misma  los  inconvenientes?  iQ\i6  esperanza  puede  ya 


4a% 

A  abrigar?  T  ri  tuTo  la  inaensatez  de  fijane  en  la  sefiorita 
Lnisa  Valdes,  ya  debe  ester  saficientemeiite  deaengaiiado, 
ya  debe  haber  viato  que  hai  ona  barren  insaperable  7  qae 
no  es  cordara  pretender  lo  imposible. 

— Es  yerdad,  sefiora^  qne  ^1  debe  eater  deaengafiado;  pero 
no  ea  menos  cierto  qne  su  paeion  es  incnrabi^  eomo  nsted 
dice.  Cnando  se  ha  conocido  a  nna  mnjer  como  la  sefiorite 
Lnisa  Yaldes,  no  hai  remedio:  se  la  ama  aiempre  o  se  mnere. 

— Ezaltociones  de  la  jnventnd,  ilasionea  de  la  primera 
edad  qne  mai  laego  disipa  el  tiempo. 

— Se  eqnivoca,  sefiora;  7  tel^ez  no  pase  nn  dia  sin  qne 
nated  reconozca  7  confieae  qne  estoi  en  la  verdad. 

— *^Qq^  es  entonces  lo  qae  te  figaras? 

— Lo  qne  he  dicho  a  nsted. 

— Pero  esto  no  pnede  ser,  es  preciso  qne  no  sea. 

— Uno  no  es  dnefio,  sefiora,  de  los  acontecimientos. 

— Si  no  es  daefio  de  ellos^  al  menos  toma  mncha  parte, 
7  en  no  pocas  ocasiones  los  dirije  a  an  antojo,  como  creo 
qne  snceder^  ahora. 

— 0}M  faera  asi;  pero  no  pasar^  nn  momento  qne  nsted 
misma  teoga  el  desengafio. 

— Eloisa^  no  me  hables  con  reticencias;  desearia  qne  te 
esplicaras  claramente. 

— Con  mas  claridad  se  esplicardn  los  hechos. 

— iQa6  es  lo  que  hai  entonces?  pregnnt6  Marto  nn  tanto 
alarmada. 

— No  pnedo  descnbrirlo  ann,  porqne  lo  perjndicaria  a  A 
7  a  nstedes. 

— Habla,  Eloisa,  dime  Inego  lo  qne  piensas. 

— Ya  he  dicho  que  si  revelara  lo  que  exiate,  produciria 
un  malisimo  resultado,  7  entonces  el  mal  talvez  no  tendria 
el  menor  remedio. 

— EstA  bien,  Eloisa;  conozco  por  esperiencia  tu  sagacidad, 
asi  es  que  no  tengo  el  menor  inconveniente  en  dejar  todo  a 
tn  prudencia;  vamos. 


uli  MkskinM  dil  Finnic.  42^^ 

— ^Estoi  a  ens  6rdeDes,  sefiora.  Y  se  dispaso  en  el  acto  a 
acompafiar  a  Marta. 

Eloisa  habia  gaardado  el  terrible  secreto  previendo  la 
alarma  de  toda  la  fainilia  y  lo  que  diriau  a  Eariqae  para 
hacerle  abandonar  el  proyecto,  obligdndolo  asi.  a  que  se  afe- 
rrase  mas  en  su  idea  o  a  qne  sucumbiese  de  inanicion  y  de 
melancolia.  No  era  por  esto  el  ^aimo  de  Eloisa  el  no  reve- 
larles  lo  qne  iba  a  snceder,  sino  que  buscaba  la  ocasion.  Ella 
sabia  por  instinto,  aunque  no  por  esperiencia,  que  un  aeon- 
tecimiento  imprevisto  tiene  masr  fuerza,  se  apodera  instan- 
tdneamente  del  individuo,  y  desvia,  si  nos  es  permitido  de- 
cirlo  su  pensamiento,  cambiando  de,  curso  sus  ideas,  mien- 
tras  que  el  raciocinio  en  esos  lances  escepcionales  de  la 
vida  no  tiene  dominio  alguno,  y  podia  mui  bien  Enrique 
Uevar  a  cabo  su  proyecto  de  una  manera  mas  £&cil  e  impo- 
sible  de  evitar  aparentando  que  cedia  a  las  reflexiones  de 
la  madre  y  de  la  familia;  en  tan  to  que  si  lo  sorprendian  en 
el  acto  mismo  de  Cometer  el  atentado,  se  turt>aria  y  esta  tur- 
bacion  haria  una  reaccion  violenta  sobre  su  ser  y  no  pudien* 
do  ya  disimular  ni  finjir  tendria  que  confesarlo  todo;  y  en 
estos  desahogos  de  la  pasion,  unidos  a  la  revolucion  que 
operaria  el  carifio  de  sus  padres,  esperaba  Eloisa,  si  no  ha- 
ll ar  un  remedio  absolute,  al  menos  un  lenitive  que  calmase 
la  irritacion  del  momento,  lo  cual  podria  traer  quiz&  poco  a 
poco  la  reflexion  y  con  ella  se  conseguiria  ganar  tiempo 
para  que  se  disefiasen  Ids  acontecimientos;  pues  por  lo  que 
habia  visto  en  Enrique  y  por  lo  que  ella  misma  sentia,  es- 
taba  persuadida  que  la  sefiorita  Luisa  Valdes  no  podia  ba- 
ber  sido  indiferente  a  las  relevantes  prendas  del  j6ven  una 
vez  conocidas,  deduciendo  de  aqui  y  de  la  tristeza  que  ha- 
bia observado  ^en  Luisa,  que  existia  un  misterio  quid  era 
necesario  averiguar  y  el  que  talvez  redundaria  en  favor  de 
Enrique,  ofreci^ndole  algun  alivio,  de  modo  que  lo  iimco 
que  queria  alcanzar  Eloisa,  era  evitar  aquella  ooche  la  ca- 
tdstrofei  hadendo  vivir  a  Enrique  tino  o  dos  dias  mas,  que 


4S0 

durante  erte  intetralo  ella  ae  proponia  obnr  de  manera  a 
aalvarlo. 

Coando  apared6  Marta  con  so  j6ven  amiga  a  la  pien  en 
qne  se  encontraba  an  hijo  y  la  demaa  f<unilia,  es  decir,  Do- 
mingo 7  Mercedea  acompafiados  de  Santiago  y  Teresa,  qne 
desde  algnn  tiempo  kacian  parte  de  la  misma  casa  oonaide- 
randoloa  tambien  como  miembroe  de  la  miama  &milia,  En- 
rique se  par6  para  recibir  a  Qoisa,  y  no  oontento  con  edten- 
derle  la  mano,  la  abraz6y  aun  cuando  hada  pocas  horaa  qne 
babia  estado  conversando  con  ella^  y  le  dijo,  mirindola 
fijamente. 

— ^Algo  de  estraordinario  pasa  por  H,  querida  hermana 
mia,  pnes  be  sentido  los  latidos  de  tu  corazon. 

— Es  una  cosa  natural  en  mi,  contest6  Eloisa  rnbonzada 
y  torbada  a  nn  mismo  tiempo,  pnes  padezco  de  esta  enfer- 
medad  desde  algnnos  afios,  y  los  aconte^imientos  de  boi  no 
ban  sido  los  mas  a  propdsito  para  calmarla. 

— Tienes  razon;  pero  al  fin  ll^;ard  el  dia  en  que  estemos 
todos  tranquilos. 

Eloisa  mir6  a  sn  vez  a  Enrique  con  la  misma  fijeza  con 
que  ^ste  la  babia  mirado  a  ella,  y  el  j6yen  baj6  su  vista 
como  avergonzado,  porque  conoci6  que  su  bermana  adopti- 
va  babia  descubierto  que  mentia. 

— ^Hablemos  mas  bien  de  tus  pesares,  amigo  mio,  y  no 
afectes  una  serenidad  que  no  tienes,  ni  quieras  damos  una 
esperanza  de  que  t^  menos  qne  nadie,  participas. 

— ^Es  imposible  disimular  contigo,  querida  Eloisa,  y  ten- 
dr^  que  ceder  a  tu  deseos,  pero  quiero  bacerlo  de  una  ma- 
nera privada,  quiero  eonfiarme  esclusivamente  a  ti  y  be 
yenido  para  suplicarte  que  me  acompafies  un  momento  a 
mi  cuarto,  porque  necesito  bablarte  a  solas. 

— Hola,  caballerito,  esclam6  el  sarjento,  con  tono  de  afec- 
tooso  reprocbe,  (con  que  ya  usted  no  tiene  confianza  en 
nosotros? 

;;---Iumensa|  padre  mio;  inmensa.  • .  pero  ea  un  aervicio  el 


que  tengo  que  pedir  a  Eloisa,  y  solo  ella  puede  hac^r- 
melo. 

— Tienes  razon,  dijo  Marta,  tomando  una  de  las  manosde 
8U  hijo  y  otra  de  las  de  Eloisa;  tienes  razon  en  depositar 
tod  a  tu  con£anza  en  mi  hija  (y  Marta  inir6  con  ternura  a  la 
hechicera  niSa)  pues  siempre  nos  han  salido  bien  sos  conse- 
jos,  si^odole  a  mas  deudora  de  mucbos  e  importantes  ser- 
vicios,  de  manera  que  no  dudo  est^  dispuesta  a  hacer  cnan- 
to  de  ella  exijas. 

— Todo,  conte  st6  Eloisa,  con  una  entonacion  de  voz  par- 
ticular y  que  significaba:  ^^basta  el  imposible  " 
— ^Gracias,  hermana  mia:  lo  esperaba  de  tf. 
— ^Pero  qu^  es  lo  que  sufres,  querido  Enrique?  pregunt6 
Mercedes  que,  como  sabemos,  estaba  ignorante  de  lo  suce- 
dido;  ^qu6  es  lo  que  sufres,  bermano  mio,  afiiadi6,  que  no  se 
lo  bas  comunicado  a  tu  hermana?  Yo  creia  tener  toda  tu 
confianza;  jte  babr^  dado  algun  motivo  para  perderla? 

— ^No,  Mercedes,  no;  pero...  disciilpame  por  ahora..«  otro 
dia. .  •  lo  que  siento  es  insighificante. .  • 

— Imposible,  imposible,  Enrique;  te  conozco  demasiado 
para  que  me  engafies,  t4  sufres...  t^  padeces  mucbo. 

— Sf ,  Mercedes,  te  lo  confieso,  tengo  pesares...  pero  afaora 
no  es  tiempo,  tu  estado  me  impide  bablarte,  en  pocos  dias 
mas  lo  sabrds  todo...  y  me  consolar^... 

— Dios  lo  quiera,  no  me  gusta  ser  ezijente.  Dale  an  be^* 
sito  a  mi  bijo* 

— Al  bijo  y  a  la  madre,  contest6  Enrique,  acariciando  al 
recien  nacido,  y  abrazando  tiernamente  a  Mercedes. 

En  seguida  Enrique  abraz6  tamUen  a  sus  padres  con  mas 
amor  que  nunca,  pues  se  qued6  por  mucbo  tiempo  apretin^ 
dolos  contra  su  corazon... 

Eloisa  lloraba  sin  poder  contenerse.  Aquella  escena  muda 
era  cuanto  babia  de  mas  pat^tico  para  quien  estat)a  en  el 
aecreto.  Aquel  adios  silencioso  y  Ueno  de  amor  y  lleno  de 
anguatia  y  lleno  del  remordimtieufto  del  auicida,  era  tan  cou- 


43^  urn  IMUM  DIL  »0kBLO. 

movedor,  que  Eloisa  casi  est  a  vo  a  p  unto  de  descubrir  i 
Enriqile  y  de  decir  a  sus  padres: 

— Det^nganla,  det^nganlo  que  va  a  suicidarse;  pero  afor- 
tunadamente  se  venci6^  porque  de  lo  contrario*  jqui^n  sabe 
lo  que  hubiera  sucedido!.. 

El  j6ven  se  de8pidi6  afectuosamente  de  Teresa  y  de  San- 
tiago, y  dijo  a  Eloisa: 

— Yamos,  hermana  mia. 

Los  dos  salieron,  y  cuando  hubieron  desaparecido,  Mer- 
cedes pregunt6  con  angustia  a  sus  padres: 

— ^Qui^  significa  todo  esto?  Yo  tengo  miedo.  Enrique  me 
ha  parecido  mui  estrafto...  Algo  de  terrible  debe  haber  pa- 
sado  o  va  a  suceder... 

— Tranquilizate,  hija  mia,  repuso  Marta,  ya  luego  sabrds, 
como  telo  ha  prometido  ^1. 

— jLuego!  Luego!  pero  quizd  hai  algo  de  mas  inmediato 
que  ese  litego,.. 

— Confia  en  mi,  Mercedes,  esclam6  Marta,  dirijiShdose  a 
la  cama,  y  ten  cuidado  de  este  pobre  anjelito.  Y  le  setlal6 
a  la  criatura  que  en  ese  momento  se  puso  a  llorar,  como  si 
hubiera  comprendido  la  afliccion  de  su  madre. 

Mercedes  lo  estrech6  entre  bus  brazos,  lo  bes6  y  gnard6 
silencio. 

Intertanto  vamos  a  ver  lo  que  pasaba  entre  Enrique  y 
Eloisa. 

VL 

Llegados  al  solitario  cuarto  que  era  uno  de  los  mas  apar- 
tados  de  la  casa,  y  seguro  Enrique  de  encontrarse  sin  tes- 
tigos  con  Eloisa,  poi'que  sabia  que  sils  padres  no  habian  de 
espiarlos,  le  dijo,  sentdndola  a  su  lado  y  tomdndole  fami- 
liarmente  una  de  sus  manos: 

*— {Has  amado  alguna  vez,  Eloisa? 

La  nifia  se  estremecid...  Aqnella  pregunta  no  la  esperaba; 


^_^i 


t68  SlCdtitOS  DXL  P^iEBLO.  43S 

« 

iqui  era  lo  que  queria  saber?  qu^  sigu^fioaba  esta  rara  in- 
troduccion? 

Enrique,  viendo  la  turbacion  de  su  amiga,  continu6: 

— No  te  alarmes,  Eloisa,  te  he  hecho  esta  pregunta  {mi^ 
camente  para  ver  si  sabes  lo  que  es  un  amor  sin  espe-*^ 
raiQza. 

— Lo  s4.  ^ 

— Ed  ese  caso  somos  hermanoa  por  el  dolor,  y  esta  union 
es  una'de  las  mas  fii^rtes  que  existen,  63  uuo  de  los  vfncu* 
los  sagrados  que  ligan  a  los  hombres. 

— ^No  necesito  de  el  para  servirte. 

— Lo  s6;  pero  esto  te  hara  comprender  lo  que  sufro, 

— Lo  he'  comprendido. 

— Quizd  no  del  todo,  porque  deben  existir  muchos  gra- 
dos  en  el  dolor;  sin  embargo,  tendrds  poco  mas  o  menos  la 
medida  de  mi  sufrimiento. 

— :Puede  ser  que  no  llegue  yo  hasta  donde  tu  Uegas;  pero 
de  todos  modos,  si  no  alcanzo  hasta  ese  punto,  me  aproxi- 
mar6  a  ^1. 

— Pues  bien,  Eloisa,  yo  guardaba  un  secreto  que  tA  sin 
pensarlo,  has  descubierto.  Yo  amaba,  y  th  me  has  desen- 
ganado,  o  mas  bien  dicho:  tii  me  has  muerto;  pero  no  temas^ 
prosigui6  Enrique,  arrepentido  de  su  dltima  palabra;  todo 
tiene  remedio^ 

— iQa^  puedo  hacer  para  indemnizarte  del  mal  que  te  he 
causado? 

— El  mal  no  viene  de  ti,  hija  mia;  el  mal  viene  de  otra 
parte;  porque  si  tii  nada  me  hubieras  dicho,  de  todos  mo- 
dos yo  lo  habria  sabido. 

— Pero  si  todo  estd  ya  descubierto,  ^pa^a  q^^  me  has  11a- 
mado? 

— ^Te  he  llamado  para  que  comprendiendo  mi  dolor,  me 
haga^  un  gran  serviciq.  s 

— ^Tampoco  ixecesitaba  comprender  tu  dolor  para  que  dis- 
pongaa  de  mi  como  quieras. 


\ 


434  £08  sKmsToB  T>tL  ptmnuiO. 

— ^Eloisa,  perd6name,  perd6namo;  yo  creo  que  te  lie  he* 
cho  mucho  mal,  que  te  lo  hago  todavia, 

— Hai  males  iavoluntarios  de  que  uno  no  pnede  ser  cul- 
pable, y  talvez  el  que  yo  siento  como  el  que  tu  has  recibi- 
do,  SQQ  de  la  misma  naturaleza,  tieuen  poco' mas  o  menoa 
un  mismo  orijen. 

— jQu^  eg  lo  que  dices?  jMira  que  tus  palabras  siguifican 
mas  de  lo  que  td  pien^as! 

— Puede  ser;  pero  esa  es  la  verdad. 

— jCreea  de  que  la  desgrabia  de  que  soi  vlctima  puede 
8^  involuntaria? 

— Talvez. 

— Imposible,  Eloisa:  ua]|matrimonio  no  se  hace  sin  el  con- 
sentimiento  espreso  y  declaraio  de  los  c6nyujes. 

— Es  verdad* 

— ^Y  entonces?  ^C6mo  puede  haberse  casado  la  seCorita 
Valdes  sia  voluntad  de  liacerlo? 

— Yo  la  he  visto  despues  de  su  matrimonio  escesivatnente 
triste;  esto  es  todo  cuanto  puedo  decirte. 

—  Seri^  la  muerte  reciente  de  la  seQora  dona  Juana  la 
que  la  traia  asf. 

— No  sabre  contestarte. 

— jQui6ri  puede  negar  la  realidad,  Eloisa!  El  hecho  es 
citrto  y  tambien  lo  es.  * .  tambien  lo  serA  mi  dolor. 

— Distrdete,  amigo  mio;  las  nuevas  impresiones  van  bo* 
rrando  tas  huellas  de  las  pasadas,  hasta  que  desaparezcan 
del  todo. . . 

— jDistraersel  Habia  creido  que  tenias  una  alma  de  otro 
temple  y  que  podias  comprender  la  pasion! . . 

— jEorique!  Pero  todos  los  sufrimientos  tienen  su  t^rmi- 
no,  til  mismo  lo  has  dicho;  y.yo  agrego:  que  todos  los  do- 
lores  pasan. . . 

— ^Tii  no  puedes  saber  a  cuantos  matan. 

— Escepciones,  si  es  en  realidad  que  existen, 

-—No  wtrar^,  Eloisa,  en  una  discusion  est^ril.  Las  cir* 


I 


v* 


LOS  eMUttm  DlL  PtattjO. 


435 


CQOstancias  son  demasiado  graves:  cada  ser  siente  a  an  ma- 
nera,  y  70  no  puedo  obrar  sine  en  conformidad  de  la  mia. 

—  No  *tengo  nada  qne  contestar,  respondi6  Eloisa.  Y  la 
pobre  niSa,  qae  tenia  qne  ocaltar  el  interior  de  sa  corazon 
y  que  a  la  vez  estaba  obligada  a  espiar  el  de  Enrique,  cay6 
en  una  especie  de  laxitud  o  de  abatimiento  pirofundo. 

— Poco  tiempo  hace  que  me  pareci6,..  que  14  tambien  su- 
frias. 

— jCoSl  esla  persona  que  no  ha  padecido  o  qne  no  pade* 
ce!  Pero  dime,  Jpara  qu^  me  has  llamado?  Esto  es  cuanto 
necesito  saber. 

— Voi  a  decirtelo.  Y  Enrique  perdi6  el  color. 

— jTan  grave  es  lo  que  exijes  de  ml  que  tanto  te  inmu- 
tasl 

— ^Me  he  inmutado?  Pues  bien,  te  lo  confieso^  temo..* 

— Habla,  ordena,  y  yo  sabr^  cumplir... 

— Le  he  escrito  una  carta  a  la  seQorita  Luisa  Valdes  y 
otra  a  mi  maestro;  y  desearia  que  se  la  Uevase*?... 

— ^Nada  mas  qae  esto?  En  el  instante. 

— Siempre  eres  jenerosa  y  magnfinima;  ^por  qu^  no  tuve 
la  dicha  de  conocerte  la  primera? 

— jEsa  si  que  hubiera  sido  una  desgracia!  Pero  no  ha* 
blemos  sobre  ml;  jqu^  mas  necesitas? 

— Ninguna  otra  cosa,  sino  que  me  abraces  y  me  perdo^ 
nes... 

— Abrazarte,  si;  perdonarte/'jde  que? 

— De  un  mal  involuntario  que  yo  he  creido  entrever... 

— jCosas  imajinarias!  Tii  no  me  has  hecho  mal  alguno  ni« 
voluntaria  ni  involuntariamente. 

— jMe  habr6  engafiado!  Me  alegro:  es  un  pesar  de  me- 
no9.  •  • 

— Ya  te  he  dicho  que  no  te  ocapes  de  ml,  ^D*ib3  entre* 
gar  la  carta  a  la  seSorita  Luisa  en  persona! 

—  SI,  a  ella  misma. 

-— ^Y  la  de  tu  maestro? 


436 


£08  naOBXMi  DHL  PVXBCiQi 


-rPaedes  dejarla  tambien  a  la  misma. 

— ^Espero  la  respuesta? 

Enrique  tembl6  de  pi^s  a  cabeza,  y  luego  dijo: 

— Es  iniitil;  puedes  venirte. 

— ^No  espero  la  respuesta?  volvi6  a  repetir  Eloi^a,  insis- 
tiendo  en  esta  pregunta,  porque  ella  sigaificaba  mddio:  sig- 
nificaba  nada  menos  que  un  pronto  suicidio,  pues  si  Enri- 
que le  hubiera  contestado  que  aguardara,,  habia  alguna 
esperanza;  pero  decirle  que  no,  era  lo  mismo  que  anunciarle, 
que  a  la  vuelta  no  lo  encontraria  ya  con  vida.  En  este  con- 
flicto,  Eloisa,  replic6: 

— Si  no  vas  a  salir,  es  claro  que  puedes  esperar. 

— No  voi  a  salir,  hermana  mia,   pero  es  inoficioso   que 
aguardes  la  respuesta. 

— No  desesperes,  ami  go  mio,  quiz&  puede  ser  fa  voi  able. 

— Nada  tengo  que  aguardar^  querida  Eloisa:  los  hechos 
consumados  no  tienen  remedio. 

— jPor  que  escribes  entonces? 

—Para  despedirme. 

— Pero  |d6iide  vas? 

— ^No  sabes  que  me  es  imposible  permanecer  en  San- 
tiago? 

— Lo  s^;  mas  esto  no  impide  que  aguardes  la  contesta- 
cion  para  tra^rtela  a  tf,  desde  el  momento  que  no  has  de 
partir  esta  noche... 

— jQui^n  te  lo  ha  dicho? 

— Ann  conservo  en  mi  poder  el  salvo  condacto;  y  sin  ^1, 
te  espones  a  caer  en  manos  de  la  policia. 

— Basta  de  objeciones,  Eloisa;  ^quieres  hacerme  o  no  el 
servicio  que  he  solicitado  de  ti? 

— Lo  quiero. 

— Pues  haz  entonces  lo  que  te  digo. 

— Desearia  verte  a  mi  vuelta. 

— Me  ver^s... 

' — ^Me  lo  prometes? 


^ 


tM  BIOUROS  DSL  PlteliA.  437 

— Sin  duda  alguna. 

Eloisa  no  se  engan6  sobre  lo  que  significaba  aquella  con- 
cesion  acordada  tan  fdcilmente,  y  palideci6;  pero  dominan- 
do  su  turbacion,  dijo  a  Enrique,  con  yo^  solemne  y  acen- 
tuando  su?  palabras. 

— Enrique,  yo  no  te  debo  un  solo  servicio  y  eg  indispen- 
sable que  me  hagas  uno  en  recompensa  de  los  que  yo  te  he 
hecho;  de  otra  manera  tengo  el  derecho  de  calificarte  de 
mal  agradecido. 

— Ordena,  Eloisa,  y  serds  servida,  y  servida  con  gusto... 
— Bien,  lo  ^inico  que  te  exijo  es  que  no  hagas  nada,  que 
no  tomes  ninguna  determinacion  antes  de  cuarenta  minutos; 
^me  parece  que  no  es  mucho  pedir? 

Enrique  mir6  a  Eloisa  con  estraneza.  Temia  que  hubiera 
penetrado  en  su  interior  y  hubiera  adivinado  lo  que  iba  a 
hacer;  pero  reflexion6  un  mom  en  to  y  se  dijo  para  si  mismo: 
— Ella  piensa  estar  de  vuelta  en  ese  tiempo  y  teme  que 
me  fague  antes;  y  convencido  que  habia  acertado  con  la 
verdad,  le  contestd: 
— Concedido,  amiga  mia,  anda  sin  cuidado.  . 
— Pongamos  nuestros  dos  relojes  acordes,  porque  a  mi 
me  gusta  la  puntualidad  inglesa. 

—Tengo  las  nueve  y  veinte], minutos. 
.    — Exactamente;  lo  mismo  marca  mi  reloj;  con  que  enton- 
ces  no  hai  que.faltarfel  trato  es  trato. 
— Convenido. 

Eloisa  tendi6  la  mano  a  Enrique;  pero  ^ste  le  dijo: 
— No  es  bastante...  dame  un  abrazo  mas  para  despedir- 
nos  como  buenos  a-migos... 

La  palabra  despedirnos  la  proi;unci6  el  j6ven  de  una  ma- 
nera tan  triste,  que  hizo  un  momento  vacilar  a  Eloisa,  que 
sabia  lo  que  aquella  voz  significaba;  pero  ya  ella  habia  com- 
binado  su  plan  y  tenia  confianza  en  que  le  saliera  bien  como 
le  habia  salido  todo  hasta  el  presente,  y  en  coasecuenci^ 
abraz6  a  Enrique.  \ 


\ 


438 


Vtt 


Tao  laego  eomo  naestra  iateresante  nifia  se  deapiii6  de 
Bnnqoe,  86  fa^  directameate  doade  Domingo  y  Mar ta,  j 
llam^odolos  eparte  para  no  alarmir  a  Merced^,  les  dijo: 

— Tengo  qoe  comaoicarlea a  i^tede?  ana  cosa  mni  impor- 
tante  de  la  cnal  depende  nada  menos  qae  la  salTadon  de 
Enrique* 

—  {La  salvacionde  Enriqne!  jPaes  qne  ea  \o  qae  hai  de 
nnevo?  esclamd  Marta,  aobresaltada. 

— En  ningnn  caso  mas  qae  en  este  se  necesita  de  mayor 
sangre  fria,  se&ora;  el  peligro  mismo  qae  corre  el  hijo  de 
nstedes  lo  aconseja. 

— lQ,ni  peligro?  ^Han  sabido  qne  vive  aqni?  gLo  persi- 
gnen?  ^Tratan  de  prenderlo? 

— Todo  eso  seria  nada. 

— ]Nada!  jentonces? 

— No  bai  qne  intimidarse;  nstedes  tienen  la  posibilidad 
de  Balvarlo* 

— jSalvarlo  de  qn^? 

— ^De  ^1  mismo. . . 

— {C6mo  de  ^1  mismo? 

— Ya  babia  dieho  a  nsted  de  qne  a  ana  persona  como  la 
sefiorita  Lnisa  Valdes  no  se  olvida... 

—lY  bien? 

— La  herida  de  Enriqne  es  profunda,  incurable. 

— Ann  caando  asi  faera,  jqaS  paede  suceder  de  tan  alar- 
mante? 

— Enriqne  ha  resnelto  snicidarse... 

— jSnicidarse! 

Y  Marta  asi  como  Domingo  Lopez  se  sorprendieron  de 
tal  mancra,  que  snslabios  no  articalaron  palabra;  no  8ali6 
de  ellos  mas  que  ana  especie  de  marmallo  inintelijible, 
vitfndose  la  honorable  esposa  del  reterano  obligada  a  sen< 
tarse,  porque  sus  piernas  flaquearon* 


t09  iXCKITOS  OK.  PUBBLO.  459 

— Senora,  lo  que  se  necesita  ea  el  momento  es  enerjia; 
de  lo  contrario  todo  estdj  perdido. 

— ^Y  c6mo*  lo  has  sabido?  gTe  lo  ha  dicho  ^1?  jQu^  es  pre- 
ciso  hacer?         .  c 

— Yo  he  visto  desde  on  principio  lo  que  astedes  no  han 
visto.  He  comprendido  lo  que  ustedes  no  han  comprendido 
y  he  obrado  del  modo  siguiente: 

Y  Eloisa  cont6  a  los  padres  de  Earique  todo  lo  que  ha* 
bia  visto,  la  coaversaoion  que  habia-  teuido  y  liltimamente 
la  promesa  que  le  habia  hecho. 

— Eatonces  es  preciso  ir  en  el  acto  donde  ^1...  jPor  qu^ 
no  nos  lo  habias  prevenido  con  tiempo?  Nosotros  lo  hubie- 
ramos  disuadido.. 

— No  lo  he  creido  conveniente  ni  creo  que  todavia  ha 
llegada  el  momento  de  obrar  con  buen  exito. 

— lC6mo.no  ha  llegado  la  hora,  cuando  dices  que  dentro 
de  cuarenta  minutos...! 

— SI,  dentro  de  cuarenta  minutes  Enrique  debe  suicidar* 
se;  pero  es  preciso  tener  el  valor  y  la  serenidad  impertur- 
bable de  aguardar  hasta  el  ultimo  instance... 

— jEloisa!  iC6mo  se  conoce  que  Enrique  no  es  ni  tu  hijo 
ni  tu  hermano!  porque  si  lo  fuera,  ya  habrias  volado  donde 
el,  ya  le  hubieras  dicho:  "Conossco  tu  inteucion  y  la;  reprue- 
bo  y  no  la  cometerds." 

— jSeflora!  esclam6  Eloisa  fuera  de  si  y  dominada  por 
una  escitacion  febril:  Enrique  es  mas  que  mi  hermano,  es 
mas  que  mi  hijo:  jes  mi  amante!...  quiero  decir  que  yo  lo 
amo...  y  lo  amo  tanto,  que  daria  ciea  mil  vidas  por^l. .. 
'  pero  por  la  misma  razon  que  Iq  amo  y  que  no  quiero  per- 
derlo,  y  que  trato  a  toda  costa  de  protejer  su  existencia,  no 
he  seguido  el  camino  que.ustedes  hubierati  seguido. 

Domingo  y  Marta  al  oir  esta'confesion  abrazaron  a  la  j6- 
ven  simult^neamente,  dici^ndole  cada  uno  a  la  vce: 

— iHija  mia!  mi  querida  hija!  ser^s  la  esposa  de  Enrique 
y  tendremos  una  honra  y  una  dicha  inmensa... 


m 


UM  BBoauRNis  i^Mt  wnmuk 


\ 


— ^Ya  he  dicho  a  usted,  seffora,  que  jamas,  oontest6  triste' 
mente  Eloisa  diriji^iidose  a  Marta;  y  en  segaida  agrego:  no 
nos  ooupemos  de  eate  asunto,  sino  qne  debemos  hablar  de 
lo  mas  urjente,  pues  yo  ten  go  que  partir  en  el  acto  para 
cnmplir  con  el  encargo  de  Enrique. 

— ^Piensas  dejarnos? 

— Sf,  es  indispensable. 

— ^Y  en  estas  circnnstancias?  jQu^  haremos  nosotros 
Bin  tl?  > 

— Ustedes  eon  bastantes  para  impedir  el  snicidio,  si  si- 
gnen  mi  coisejo. 

— Di!o,  bija  querida,  dilo  y  lo  cumpliremos  al  pi^  de  la 
letra. 

— Tienen  ustedes  treinta  minutos  todavia;  porqne  yo  es- 
toi  segara  que  Enrique  me  cumple  su  palabra;  y  lo  que 
debe  hacerse  es  lo  siguiente:  se  podrd.n  ustedes  en  aeecho 
en  la  puerta  de  su  cuarto,  del  mismo  modo  que  yo  lobe  he- 
cho,  y  desde  alii  podrdn  ver  lo  que  pasa  en  el  interior,  pero 
sin  precipitarse  por  nada  antes  de  Uegado  el  tiempo. 

— jQu6  ansieiad!  jque  tortura!  ;qu6  d^sesperacion! 

— ^Tortura,  ansiedad,  desesperacion  que  es  preciso  saber 
Boportar  para  dar  el  golpe  certero. 

— Y  bien,  ^cudl  es  ese  tiempo  dado? 

— El  idltimo  minuto,  y  si  es  posible  cuando  61  haya  to- 
rnado la  pistola  en  sus  manos. 

— ^Y  si  se  adelantal 

— No  se  adelantarS;  pero  en  todo  case  ustedes  estdn  alii 
para  observar  sus  movimientos  y  apro.vechar  el  momento 
oportnno.  En  esto  consiste  el  bueh  ^xito.  Esa  impresion  que 
lecausar^  la  sorpresa  en  aqi:iel  lance,  e3tremo,  les  dard  a  us- 
tedes la  victoria. 
.    — jSi  al  menos  estuvieras  con  nosotros! 

— Seria  peligroso,  comprenderia  que  lo  habia  traiciona- 
do,  y  esto  era  lo  bastante  para  que  todo  se  perdiese, 
*   — Trataremos  de  tener  valor. 


^  — Mas  que  el  valor  es  indispensable  la  calma.  Les  dejo  mi 
reloj,  que  he  confrontado  con  el  de  ^1  y  andan  acordes; 
conqueasi,  hasta  eliiltinio  minuto,  saWo  algunaocurrencia 
imprevista  de  la  que  ustedes  juzgarin  porsl  mismos,  siendo 
mui  diflcil  que  se  equivoquen,  sobre  todo  en  una  cosa  de 
tanto  interes. 

Eloisa  parti6  como  una  flecha,  y  ^Domingo  y  Marta  dea- 
pues  de  un  instante  de  perplejidad  se  fueron  a  ocupar  su 
puesto  o  lo  que  es  lo  mismo  a  espiar  todos  los  movimientos 
y  acciones  de  su  hijo:  el  observatorio  ya  era  conocido. 

Marta  mir6  la  primera  por  el  agujero  de  la  llavQ  y  luego 
Domiogo,  que  se  puso  el  dedo  Indice  sobre  sus  labios  para 
recomendar  que  no  hablara,  con  el  fin  de  poder  observar 
major  y  de  no  llamar  la  atencion  del  suicida  con  el  menor 
ruido.  ' 

Enrique  se  pa3e6  como  diez  minutos  todo  lo  largo  del 
cuarto,  mir6  el  reloj  y  dijo  perceptiblemente:  "El  tiempo 
se  acerca. ..  todavia  diez  minutos. ..  jQaeridoa  padres,  que- 
rida  hermana!  ^qu6  va  a  ser  de  vosotros?  jQu^  golpe  tan  te- 
rribleK  ..  Soi  mui  cruel!  ^Pero  c6liio  puedo  obrar,  Dios  mio? 
jDe  todos  modos  es  preciso  que  muera!...  No  hai  remedio! 

Y  Enrique  mir6  al  cielo,  se  hinc6  delante  de  la  mesa, 
cruz6  los  brazos  sobre  el  pecho  y  permaneci6  conao  en  ora- 
cion. 

Domingo  y  Marta,  que  miraban  desde  afuera,  temblaban 
sin  poderse  contetaer,  sus  dientes  se  chocaban  los  unos  con 
los  otros,  sus  corazones  Jatian  con  violencia,  sus  ojos  desen- 
cajados  parecia  que  iban  a  reventar  o  salir  de  sas  6rbitas; 
.  quien  los  hubiera  visto  en  ese  estado  no  los  habria  conoci- 
do: a  tal  punto  se  hallaban  desfigurados  y  descompuestas 
BUS  facciones. 

Pero  Domingo  jnir6  el  reloj:  faltaban  aun  cinco  minutos 
y  acercAndose  al  oido  de  Marta,  le  dijo: 

— No  puedo  contenerme  mas,.,  vox  a  bacer  sal  tar  la 
puerta. 


La  no  menos  angustiada  maclre  se  puso  a  mlrar  por  el 
agajero  de  la  Have  conteitiendo  con  la  mano  a  su  esposo. 

Enrique  tom6  de  la  mesa  el  retrato  d^  Eloisa,  lo  bes6  re- 
petidas  veces,  volviendolo  a  colocar  en  sa  lugar. 

Faltaban  do3  minatos,  y  el  suicida  mir6  hdcia  la  puerta 
como(  para  ver  si  no  se  presentaba  alguno:  sin  duda  espera- 
ba  a  Eioisa;  pero  viendo  que  no  aparecia,  se  8onri6  y  estird 
su  br^zo  levaotando  la  carpeta. 

La  fis  nomia  de  Enrique  era  triste  y  serena.  ..estababe- 
llfsimo:  era  1:4  imajen  del  dolor  resignado  que  ve  llegar  el 
momeuto  de  su  delibranza. 

i  — En  tus  manoSy  Senor^  encomiendo  mi  alma!  esclam6  el 
suicida  con  melanc61ico  pero  tranquilo  acento. 
'   Y  sac6  la  pistola  que  tenia  debajo  de  la  carpeta...  El  re- 
flejo  del  ncerado  y  pulido  cafion  {a6  a  herir  la  pupila  del 
de^encajado  ojo  del  viejo  soldado  que  estaba  en  aceclio. 

En  ese  mismo  momento  en  que  et  infortunado  joven  di- 
rijia  la  arma  homicida  contra  su  corazon,  volo  la  puerta  del 
cuarto  hecha  mil  pedazos  haciendo  uu  ruido  espantoso. 

Enrique  se  detuvo  involuntariamente.   La  prevision  de  ^^'> 

Eioisa  se  Labia  realizado.  Et  padre  y  la  madre  penetraron 
en  el  interior  al  mismo  tiempo  que  los  pedazos  de  madera, 
esclamando: 

— Hijo  mio!  mi  querido  hijo! 

Y  se  apoderaron  de  Enrique,  que  no  opuso  la  menor  re- 
sistencia,  sinti^ndose  desfallecer,  pues  aquella  sorpresa  lo  ha- 
bia  trastornado  c6mpletamente. 

Aquel  ruido  estraordinario  que  habia  causado  la  fractura 
de  la  puerta,  sobresalt6  sobremanera  a  Mercedes,  que,  no 
pudiendo  contenerse,  se  levant6  del  lecho,  t6m6  al  reciea 
nacido  entre  sus  brazos  y  sali6  al  patio.  En  ese  mismo  mo- 
mento pasaban  Santiago  y  Teresa  atraidos  por  igual  moti- 
voj  y  al  ver  a  Mercedes,  le  dijeron: 

— ;Qu^  imprudencia!.  •.  salir  asi!...  ^Qa6  es  16  qae  ha  < 

sucedrdo? 


IM  8SCRII0S  DHL  PCniBLd. 


443 


"  — |Lo  8^  yo  acaso?  ;Debe  Ber  algo  de  terrible!  jD6nde 
est^a  mis  padres?  ^D6nde  estd  Enrique? 

— El  ruido  ha  sido  en  el  cuarto  de  ^1,  respoiidi6  Santia- 
go, y  cref  oir  las  voces  de  don  Domingo  y  de  la  sefiora. 

— Si,  ellos  son. ..  (jQu6  es  lo  que  ha  pasado?  Vamos. 

Y  Mercedes  march6  la  priraera  sin  oir  las  advertencias 
Buplicantes  de  Ttrepa  que  le  decia  de  volverse  a  su  cama. 

Caando  Mercedes  vi6  aquel  cuadro  tan  tierno  y  tan  te- 
rrible, dio  un  grito  de  dolor  tan  profando  y  tan  agudo,  que 
Enrique  se  e8tremeci6,  abri6  sus  ojos  y  estendi6  su»  brazos 
pronunciando  este  »olo  nombre:  j  Mercedes!...  Y  Mercedes 
sin  proferir  palabra  se  ech6  en  los  abiertos  brazos  del  her* 
mano. ..  ambos  se  habian  desmayado. 

Santiago  vol6  en  busca  de  un  m6dico,  y  Teresa  fu6  a 
componer  los  remedios  que  Marta  le  indicara. 

Enrique  no  se  habia  suicidado;  gpero  quien  podia  respon- 
der  ^e  su  vida?  El  mismo  habia  dicho  que  no  tenia  remedio 
y  Eloisa  lo  habia  confirmado.  ..La  agonia  seria  mas  larga: 
•sto  era  cuanto  se  habia  ganado 


'• 


_  f 

La  promesa  j  la  recompensa. 


L 

Eloisa,  al  despedirse  de  los  padres  de  Earique  para  cum- 
plir  con  los  encargos  que  ^ste  le  habia  hecho,  se  diriji6 
precipitadamente  a  la  calle  de  la  Catedral,  donde,  como  se 
sabe,  residia  Luisa. 

El  portero  estaba  prevenido  para  dejar  pasar  en  el  acto 
a  cualquier  persona  que  se  presentase,  ya'sea  a  preguntar 
por  don-  Toribio  de  Guzman  o  por  la  dueno  de  casa,  porque 
se  esperaba  que  de  un  momento  a  otro  apareciese  Earique 
o  algun  emisario  de  ^l;  de  consigaiente  cuando  pregunt6 
Eloisapor  la  senorila  doiia  Luisa  Valdes,  la  dejaron  pasar 
en  el  acto,  dici^ndole  que  estaba  en  sus  habitaciones. 

En  las  casas  grandes  de  Santiago  hai  que  recorrer  pri- 
mero  un  estenso  patio  antes  de  llegar  a  la  antesala,  donde 
jeneralmente  se  pregunta  si  estd  o  no  la  persona  a  quien 
se  busca  en  la  casa;  j  Eloisa,  aun  cuando  la  habia  dejado 
pasar  el  portero,  tuvo  que  golpear  aquella  otra  pieza  para 
ver  si  podia  ser  introducida  a  las  habitaciones  o  al  salon  de 
la  senorita  Luisa  Valdes/ 

En  ese  mismo  momento  el  solitario  leia  un  peri6dico  en 
la  mesa  redonda  que  se  encontraba  medio  a  medio  del  pri- 
mer salon,  alumbrando  aquella  gran  pieza  una  Idmpara  solar 
de  r'ceite  de  ballena  o  de  nabo  como  se  usaba  en  aquella 
^poca. 

A  los  primeros  golpea,  el  coronel  don  Toribio  de  Guzman . 
se  par6  preguntando: 


V.  ^ 


/I 


%i/ 


LOB  BiBCiEtfeTOS  DBL  PmCBLO.  445 

— ^Qui6n  68? 

— Basco  a  la  sefiorita  dona  Luisa  Valde^,  respondi6  Eloi- 
sa  con  su  voz  dulce  y  arjentina.  ' 

'  r— jDe  d6nde  la  busca?  contesto  el  solitario. 

— Desearia  hablar  particularmente  con  ella,  senor,  porque 
traigo  Unas  cartas  urjentisimas  para  ella  y  para  el  senor  de 
Guzman, 

Cuando  el  viejo  coronel  oy6  que  les  llevaban  cartas  diri- 
jidas  a  ambos,  presumio  en  el  acto  que  debian  ser  de  En- 
rique, y  se  diriji6  apresuradamente  hacia  la  puerta  donde 
se  encontraba  la  emisaria. 

Eloisa  reconoci6  al  solitario  por  la  pintura^que  le  habian 
hecho  de  ^l  y  le  entreg6  las  cartas. 

En  el  mismo  instante  el  coronel  Guzman  reconoci6  la  le- 
tra  de  su  discipulo,  y  sin  reparar  en  la  portadora,  corri6 
como  un  nino  'hdcra  el  interior  de  la  casa,  gritando: 

— Luisa,  Luisa,  ven  inmediatamente.  ^ 

El  crujimiento  de  un  vestido  de  seda  de  una  persona  que 
caminaba  con  precipitacion  se  dej6  oir,  y  Luisa  apareci6 
casi  instant^neamente. 

— jCartas  de  Enrique!  esclam6  el  solitario. 

— jDe  Enrique,  Dios  mio!  jQui^n  las  ha  traido? 

— Yo,  sefiorita,  contest6  Eloisa;  pero  debo  advertir  a 
ustedes  que  no  hai  tiempo  de  leerlas,  porque  no  hai  tiempo» 
que  perder. 

--^iQui  es  lo  que  dice  usted?  replic6  Luisa  asustada. 

— Conozco  que  usted  es  la  sefiorita  Luisa  Valdes;  pues 
bien,  sefiorita,  si  usted  no  socorre  pronto  a  Enrique,  mue- 
re . .  •  Por  caridad,  ya  que  no  por  carifio,  se  lo  suplico  a 
usted  de  rodillas... 

Y  Eloisa  desolada  se  ecli6  a  los  pi^s  de  Luisa. 

—\Se  muere,  se  muere! 

— ^;Y  por  qu^?  contest6  laaristocrdticaj6vendespavQridt, 
sin  saber  casi  lo  que  decia. 

— Porque  no  hai  tiempo  de  entrar  en  esplicaciones  • .  • 


446 


Um  BBOBltOS  DBL  tWBUK 


vamos  a  salvarlo  si  aun  es  posible,  y  si  usted  quiere . .  • 
— ;A  salvarlo! . .  •  Pero  dlgame  al  menos  ^qu^  es  lo  que 

pasa? 

-7-Se  iba  a  suicidar...  talvez  lo  ha  hecho.  •.  y  llegaemos 
demasiado  tarde  si  a  osted  no  le  es  indiferente  la  muerte  de 
un  hombre. 

— ;A  suicidarsel...  jlndiferente  la  maorte  de  Enrique!.. . 
Vamos.,. 

Pero  la  emocion  era  demasiado  violenta,  la  impresion' de- 
masiado viva  y  demasiado  repentina;  asi  es  que  al  pronan- 
ciar  la  pakbra  de  vamos  csij 6  exdnirae. 

El  solitario,  mas  dueno  de  si  mismo  a  pesar  de  la  terri- 
ble sorpresa,  tom6  a  Lu'sa  en  sus  brazos  acompanandola 
Eloisa  para  levantarla  y  la  coloc6  sobre  un  sofa  ddtadole  in- 
mediatamente  su  maravilloso  elixir  que  le  hizo**  volver  en  el 
mismo  instante. 

— Vamos,  vamos,  maestro  mio^  fa^  la  primera  palabra 
que  dijo  Luisa;  y  sin  atender  a  su  pelnado  algo  descom- 
puesto  ni  a  tomar  una  manteleta  de  abrigo,  corri6  hdcia  el 
patio  llevando  de.una  mano  al  solitario  y  de  la  otra  a  Eloi- 
sa y  pidiendo  a  gritos  el  coche. 

Afortunadamente,  por  una  prevision  del  solitario  habia  or- 
denado  que  permaneciese  siempre  el  coche  enganchado  has- 
ta  la  una  de  la  manana,  y  esta  6rden  la  habia  dado  el  dia 
anterior  desde  que  supo  la  faga  de  Enrique,  previendo  que 
podia  ser  mui  necesaria  esta  medida  en  un  caso  urjente. 

El  coche  parti6  a  escape;  pero  durante  los  pocos  minu- 
tes que  tat»d6  en  llegar  de3de  la  calle  de  la  Catedral  a  la  de 
Breton,  Luisa  y  el  solitario  pudieron  informarse  defies  prin- 
cipales  incidentes,  tanto  de  la  fuga  de  Earique,  cuanto  de 
lo  que  habia  motivadod  deseo  d^  suicidarse;  y  Eloisa  dijo 
con  exactitud  todo  lo  ocurrido,  causando  con  su  animada 
narracion  una  profunda  emocion  en  Luisa,  emocion  varia  y 
casi  indefinible,  porque  participaba  de  sentimientos  distin- 
to9)  puea  habia  en  ella  una  mezcla  de  amor,  de  entaaiasmO| 


m 


I      J 


V  / 


UOB  8S0BSf6B  DMt  PtnSKLOw 


44? 


de  miedo,  de  desesperacion,  de  ternura,  de'abatimientp;  ha- 
ciendo,  comb  hemos  dicbo,  una  sensacion  verdaderamente 
incalificable  pero  grande  y  poderosa  en  el  conjunto,  una 
de  esas  sensaciones  que  absorben  por  corapleto  todo  nues- 
tro  ser,  haci^ndonos  gozar  y  sufrir  a  la  vez  de  la  manera 
mas  intensa;  pero  Luisa,  llena  de  una  ansiedad  dolorosa,  a 
pesar  de  la  prueba  inequivoca  de  la  pasion  de  Enrique,  de 
esa  pasion  con  que  ella  queria  y  necesitaba  ser  amada,  llena, 
decimos  de  angustia,  le  parecia  que  el  coche  tardaba  un 
siglo  en  llegar  y  que  la  distancii  se  prolongaba  indefinida- 
mente. 

El  carruaje  se  paro  al  fin  a  una  sefial  de  Eloisa  que  hizo 
coraprender  al  cochero  que  debia  detenerse; 

Sin  hacer  caso  de  la  etiqueta  (porque  no  es  comprensible 
en  esos  momentos  de  un  supremo  apremio)  byj6  primero 
Eloisa,  pero  esper6  a  que  descendiese  en  seguida  Luisa  y 
el  solitario  y  golpe6  la  puerta  de  calle  de  la  manera  eonve- 
nida,  pero  con  muclia  mas  precipitacion  o  violencia  que  de 
costumbre.  ' 

Luisa  se  'apoy6  en  el  brazo  del  anciano,  porque  se  sentia 
desfallecer;  y  si  la  nueva  de  la  muerte  de  Enrique  hubiera 
llegado  a  sus  oidos  habria  ella  sucumbido  en  el  acto,  pero 
alimentaba  alguna  esperanza  por  la  relacion  qu«  le  La- 
bia hecho  Eloisa,,  teniendo  casi  la  persuasion  que  los  padres 
de  Enrique  habrian  evitado  la  catdstrofe. 

Serd  neces3.rio  decir  pr^viamente  que  durante  el  inter- 
valo^transcurrido  entre  la  partida  de  Eloisa  y  su  Uegada, 
habia  habido  un  pequeno  cambio  en  el  modo  de  ser  de 
Enrique;  pues,  como  lo  sabemos  ya,  al  dolorido  grito  de 
Mercedes  y  al  abrirle  sus  brazos  y  precipitarse  ella,  ambos 
habian  quedado  sin  sentido:  estado  delicioso  para  Enrique 
si  acaso  puede  darse  algun  goce  en  el  anonadamiento; 
pues  lo  privaba  del  terrible  martirio  de  su  irreparable  des- 
gracia-,  sin  embargo  los'cuidado.3  de  Marta  y  los  remedies 
que  les  habia  apUcadO|  a  sus  dos  queridoa  hijos,  los  habiaa 


448  X08  BSoiuEttos  DSL  PtneftLo. 

forzado  a  volver  a  la  vida,  ja  Ja  vida  que  es  el  mayor  tor- 
mento  en  circunstancias  como  eatas!  Triste  obseqnio  que  se 
empenan  en  darnos  siempre  las  personas  que  nos  afeccio- 
nan,  sin  averiguar  que  muchas  veces  vale  mas  un  letargo 
absolute  y  eterno.        , 

Cuando  Enrique  y  Mercedes  volvieron  en  si  y  se  encon- 
traron  el  uno  en  brazos  del  otro,  se  contemplaron  por  un 
momento  sin  hablarse,  y  la  reminiscencia  de  lo  que  Labia 
precedido  vino  a  Enrique  de  un  golpe  y  un  raudal  de  M- 
grilnas  se  desprendi6  de  sus  ojos.  Esas  lAgrimas  debieron  de 
aliviar  un  tanto  su  corazon,  porque  dijo: 

— Padres  mios,  hermana  mia,  perd6nenme!...  ahora  veo 
que  no  disponia  yo  de  mi  vida  sino  que  tambien  disponia 
de  la  de  ustedes  que  me  es  mas  cara,  cien  mil  veces  mas 
cara*(» 

Casi  en  ese  mismo  instante  se  sinti6  el  fuerte  golpfe  que 
daba  Eloisa  en  la  puerta  de  calle,  y  Enrique  se  par6  di  - 
ciendo: 

— Eaa  es  mi  otra  hermana...  estoi  seguro  de  ello....  ^Qu^ 
noticias  traer^? 

Teresa  fu^  corriendo  a  abrir,  y  al  instante  se  oy6  el  ruido 
de  varias  personas  qtie  corrian  atravesando  el  angosto  pero 
largo  patio. 

Luisa  se  present6  la  primera  en  el  umbral  de  la  puerta 
y  ahl  se  detuvo  un  instante  sin  movimiento,  ni  mas  ni  me- 
no8.que  como  una  aparicion...  como  un  dnjel  que  baja  del 
cielo  y  que  reposa  un  momento  a  la  vista  de  los  mor- 
tales. 

Enrique  la  reconoci6  en  el  acto  y  se  prostern6  de  rodi- 
UaS)  ni  masni  menos  como  si  se  le  hubiera  presentado  una 
divinidad. 

.  Luisa  entonces,  sin  saludar  a  nadie,  talvez  sin  ver  a  nadie 
corri6  donde  61  y  lo  estrech6  en  sus  brazos,  dici^ndole: 

— Vive...  te  amo...  soi  tuya...  lo  he  sido,  lo  ser^  siempre 
y  nunca  he  dejado  de  serlo... 


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I 

I 

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urn  «taMt(M  I0to  ^triBLo.  44d 

Enrique  pronunGi6  unas  cuantas  palabras  lainteHjibles  y 
volvi6  a  desmayarse  de  nuevo... 

Luisa  lo  retuvo  en  sas  brazos  y  mir6  al  solitario  oomo  para 
decirle:  "jSoc6rralol..^ 

Al  aproximarse  don  Toribio  de  Gazman,  el  sarjento  Lo- 
pez, a  pesar  del  trascarso  de  los  aSos,  lo  reconoci6. 
,  — ;Mi  coronel,  mi  coronel!  esclam6. 

Y  los  dos  viejos  soldados  8e  abrazaron,  sin  tener  en  cnen- 
ta  la  gran  diferencia  de  posicion,  de  rango  y  de  fortuna  que 
existia  entre  ambos,  con  esa  fraternidad  de  companeros  de 
armas,  fraternidad  realizada  por  el  m^rito  del  uno  y  del 
otro,  por  la  sinceridad  de  los  afectos^  por  los'  servicios  reel- 
procos  y  las  gratitudes  reapectivas,  pues  si  Domingo  Lopez 
habia  salvado  la  vida  al  coronel,  el  coronel  habia  instruido 
a  Enrique,  ddndole  la  vida  del  esplritu  que  es  superior  a 
todo* 

EI  solitario,  que  habia  oido  la  eselamacion  de  Luisa^  se 
desprendi6  del  sarjento  para  ir  en  socorro  de  Enrique  que 
no  tard6  en  volver  en  si.  jQui^n  es  el  que  muere  de  feliei- 
dad!  jV^rtigos  de  la  dicha,  que  si  nos  anonadan  por  un  mo* 
mento,  llevan  siempre  consigo  el  aliento  de  Dios  para  rea« 
nimamos  y  su  esplritu  in  mortal  que  ^epura  los  afecto^^  que 
idealiza  el'  goce  y  que  nos  trasporta  por  algunos  instantes  a 
la  mansion  infioita  donde  El  reina  alumbr&ndonos  con  su 
gloria  I 

|Qu^  de  sentimientos  y  qu6  fuerza,  qu6  de  emociones  y 
qu^delicta  no  reinaba  en  aquellos  corazones,  no  brillaba  en. 
aquelloB  semblautes!  jQui^n  se  creeria  capaz  de  describirlos 
traduci^nddlos  con  palabras! 

jEnrique,.  pooo  aateV  en  brazes  de  la  muerte,  y  vuelto  alfo- 
ra  a  la  vida!  ^Y  a  qu6  vida?  A  la  vida  llena  de  e&peranzas, 
llena  de  promesas,  llena  de^recompensas,  pues  Luisa  le  ha-* 
bia  dicho  que  lo  amaba,  que  era  suya,  que  lo  habia  side 
Biem|)i?d  iQu^  mayor  felicidad!  iQad  mayor  triuLfo!  La 
transicion  no  podia  aer  ni  mas  grande  ni  igix^%  fayorable:  era 


t 


4B5  tM  tKJBStdft  DXt.  TVtBiJO. 

mns  que  renacer,  era  pasar  de  la  desolacion  mas  espantosa 
fil  cotitento  mas  puro,  del  abi^roo  si\  parai80,  del  infierno  al 
cielo!  ;Y  todo  esto  caai  a  nn,  mismo  tiempo!  casl  sia  dar  lu* 
gar  a  que  desapareciesea  par  oomplejto  las  amargoras  del 
dolor,  las  tinieblas  de  la  desesperacifia!. ..  1 

jY  Luisa,  Luisa,  que  habisl  soportado  tantas  acgustiaa,  que 
habia  hecho  t»ntos  sacrifioios,  s^  veia  ahora  recompensada 
en  un  solo  in&tante!  Lui^a,  que  consideraba  perdido  a  Eari- 
que,  la  babla  al  fta  hallado!  Luisa,  que  habia  volado  en  alas 
de  la  angustia  temiendo  encontrar  a  su  amante  convertido 
^p  cadaver,  lo  vda  sano  y  saWo,  lleno  de  la  misma  embria* 
gupz  que  seutia  ella,  de  esa  embriaguez  sin  nombre,  em- 
briaguez  talvez  superior  a  la  que  gozan  los  dujeles! .  •  Luisa, 
por  Qtra  parts,  volvia  a  ver  a  Mercedes,  a  Mercedes,  a 
quien  amaba  eomo  hermana  y  quizd^s  mas  que  a  hermana, 
porque  comprendia  do^  afectos  o'dos  motives  para  tener  uo. 
solo  y  grande  afocto:  g1  carino  que  inspiraba  por  fci  y  el  ca* 
rifio  que  iospiraba  por  estar  en  posesion  del  de  Enrique:  era 
pues  doblemente  hermana,  doblemente  qiierida! 

jY  la  infeliz  Mercedes  gozdsa  y  avergonzada  a  la  vez!  Go- 
ijosa  de  ser  madre  y  avergonzada  de^  serlol  Gozosa  de  ha- 
ber  visto  a  Luisa  y  avergonzada  de  que  Luisa  la  viera!  Go- 
zosa de  ver  gozosa  a  E.urique,  a  sus  padres  y  a  todos  cxiantos 
le  rodeaban,  iaclusor  el  coronel  don  Toribio  de  Guzman,  a 
quien  miraba  con.coriosidad,  con  respeto  y  con  carifio  y 
avergonzada  tambien  de  todos  cllos  y  hasta  de  si  misma! 
Eero  felizj.feliz,  porque  todos  er*n  felicesi 
..jY  qu6  decir  de  la  alegria  de  las  padres!  Guando  el  amor^ 
filial  se^ha  couservado  intacto  y  que  ha  crecido  en  lugar  de 
disminuirse  con  la  edad,  cuando.  se  recoje  ya  el  frato  de 
ti^nto .  d^svelo,  de  tantos  y  tan  ti^rnos  cuidadoe,  cuando  el 
niSo  que  simbpliza  la  promQsa  ha^llegado  a  la  jayeotud  de 
lacual  se  espera  la  recompensa;  ;qii^  de  martirios  no  caoaa 
BU  pdrdidal  jquS  de  dicbas  no  produce  su  salvaeionl  Y  esto 
CQiiisideradci  icudl  no  9eria  el  goce  de  Domingo  y  Marta  al 


>*. 


fibs  idMBiftoi  i^iL  JNifeBt»k  4ki 

ver  a  sa  Earique  libre  ya  de  sus  penas!  al  ver  vivo  a  qnien 
creian  muerto!  al  ver  dicboso  a  qaien  creian  desgraciado! 

Y  Eloisa,  la  abnegada  Eloisa,  jqu6  sensacion  eeperimen- 
taria?  Si  descorremo3  uu  tanto  el  velo  de  ese  corazon  jqn6 
descubriremos  en  el?  Eloisa  era  de  las  peraonas  maS  felices 
4ae  all!  se  encontrabao,  pero  era  tambien  la  lioica  desgra- 
ciada .  •  El  pecho  de  Eloisa  se  henchia  de  placer  al  conside* 
rarse  qqe  era  ella  la  que  habia  salvado  a  toda  aquella  vir-' 
taosa  familia  que  sin  sa  intervencion  habria  perecido  sia 
remedio;  que  era  ella  quiou  habia  libertado  a  Enrique  de  la 
peuitenciaria,  de  donde  talvez  no  habria  salido  nuncao  ha- 
bria salido  despues  de  muchos  afios!  'One  era  ella  la  que  su- 
jetanc|o  el  br^zo  al  Buicida,  habia  ido  en  busca  de  su  con- 
Buelo  uoico,  del  solo  alivio  que  podia  salvarlo,  de  su  amadal 
Porque  sin  ella  no  se  encontraria  alii  Luisa!  No  se  encon- 
traria  el  f;Abio  maestro!  No  se  encontrarian  sue  padres  sine 
para  Uorar  sobre  el  frio  caddver  de  su  hijo!  Y  la  rerainis- 
cencia  de  sus  actos  la  realzaba  a  sus  propios  ojos,  le  haeia 
olvidar  sus  fdltas,  y  el  recuerdo  amargo  de  su  vi  da  pas  ad  a' 
se  perdia  en  el  mar  encantado  y  siempre  bonancible,  llevada 
al  terreno  de  la  prdctica,  de  la  virtud!  Pero  esa  alma  esta^ 
ba  herida  de  muerte!  Estaba  para  siempre  destrozada  y  la 
esperanza  no  la  reanimarla  jamas!  Ella  amaba  y  amaba  con* 
la  seguriJad  de  no  serlo  nuncal  Qu^  tormento  para  una 
mujer,  y  para  una  mujer  de  ese  temple!  Ella  amaba,  y  sin. 
embargo  habia  ido  en  busca  de  su  rival!  Qu6  jenerosidad! 
Ella  amaba,  y  a  pesar  de  esdr  afeccion  santa,  o  mas  bien  dt* 
cho,  a  causa  de  ella,  habia  tenido  el  valor  de  poner  a  la  una> 
en  briizoa  dcjl.otrol  Ella  amaba,  y  eate  amor  no  le  impedia' 
reconocer  el  m^rito  de  Luisa,  sus  grandes  virtudes,  su  gran*' 
de  talentP,  su  sorprendcDte  .belleza!  ' 

Y  lo  qui^  .es  jinas,  naugho  mas,  amaba  a  Luisa  pbrque  efa' 
amada  de  Enrique!  jEUa  amaba,  y  si  le  htbieran  propuesto' 
unirae  al  ser  por  quien  vivia,  no  !o  habria  aceptado  jamas! 
Tenia  la  conciencia  de  su  infwioridad  y  deseal^a  uite  todo 


m 


SOB  noftifOB  vMt  rctBiJo. 


y  iobro  todo  la  dicha  de  Eariqae* . .  Bloisa  era  grando  en 
fiu.  bajeza,  era  her6ica  isn  an  abyeccion,  y  en  nuestro  con- 
c^pto  estaba  ya  depurada  de  su  falta,  estaba  maa  que  de- 
purada:  era  una  verdadera  santa;  porqae  el  amor  sincero, 
el  amor  profando,  el  amor  abnegado,  el  amor  que  solo  se  ali- 
menta  de  amior,  tiene  eata  cualidad:  su  fuego  divino  evapo- 
ra  cuanto  hai  de  impuro  en  el  hombre  y  deja  linicamente 
la  eseucia  del  bien,  la  e^jencia  de  que  nos  ha  formado  DiosI 
Por  e&to  es  que  la3  palabras  de  Jesucristo,  que  nos  compla- 
pemos  eu  voWer  arepetir,  tieneu  una  signrficaoion  tan  in- 
n^ensa  como  jasta  y  verdadera:  ^'al  que  ama  muelio,  muclio 
le  ser&  perdonado! . ." 

Todos  los  tesoros  del  mundo  los  habria  desechado  Eloisa 
ppr  no  turbar  aquella  felicidad,  por  no  echar  u!na  sombra 
en.aquel.  cielo;  por  no  manchar  el  amor  puro  y  virjinal 
de  aquellos  dos  seres  puros  y  virjenas.  Ella  tenia  ahora  la 
aeguridad  de  morir:  su  herida  era  incurable,  asi  como  lo 
era  poeo  autesla  de  Enrique;  y  no  habia  para  ellala  menor 
evperana^a,  asf  como  no  la  habia  para  ^1!  Eloisa  se  sentia 
desfallec^r,  ee  sentia  morir,  ;pero  con  una  delicia  que  le  hu- 
biera  sido  imposible  eucontrar  en  vida!  Con  una  delicia 
que.  en«sa  opinion  no  t^perimentaria  jamas  en  el  gode  mis- 
mo,  dado  caso  que  le  fuera  dado  obtenerlo! 

H4  aqui  groseramente  pintados  los  sentimientos  de  las 
pocas  personaa(](ue  Torpiaban  aquel  grupo,  que  es  uno  de  los 
prinx^ipajea  de  nuestra  historia,  pues  los  personajes  que  se 
encozjtraban  en  el  cuarto  de  Enrique,  y  Enrique  mismo,  son, 
ppdremos  decirlo  asi,  los  mas  in&portantes  de' una  novela 
como  laindestra,  que  earece  de  esa  Variedad  de  incidentes 
quetanto  agradan  a  la  jenefalidad,  pero  que  en  cambio 
creemos  que  tiene  el  juego  de  Ms  pasiones,  esos  movimien- 
tea  ne  m.enos<  variados  del  coraxod^  que  sqq  }os  que  const!- 
tuyeor  la  rida  d«l  kombre. 


I  • 


>*: 


It    : 

Luisa,  desprendida  ana  yez  de  Eariqae,  se  ech6  en  brm< 
SOS  de  Mercedes,  que  no  ceeaba  i& lloiar,  acai ici^ndola. 

Aquel  cuadro  era  tau  conmovedor  como  tierno,  y  los  fe- 
lices  espectadores  de  6\  teaian,  coma  se^lice  jeneraloiente, 
sn  aliento  snspendido,  y  el  alma  de  ellos  habia  pasada  a  sh 
vista,  paes  no  les  era  dado  siqaiera  articular  ana  pala^ 
l)ra;  ^no  ea  acasoverdad  que  caando  se  presoncia  ono 
de  estos  raros  espect^culos,  todo  nuestro  ser  pa^a  a  naes- 
tra  mirada?  jNo  as  cierto  que  nuestra  ?ida  .  $0  recnje 
en  un  solo  sentido  y  que  Ips  demas  qnedan  .como  paraliza- 
do8?  Pues  bien,  este  mismo  fea6meno  sucedia  en  aquel  me- 
mento y  solo  se  sentiau  los  sollozos  de  Mercedes  y  las  me- 
dias  palabraa  carifiosas  de  Luisa,  dichas  casi  al  oido  de  su 
amiga,  como  para  no  pertarbar  el  silenoio  profando  que 
reinaba  en  aqnel  recinto;  porque  es  de  advertir  ^que  las 
gtandes  alegrias,  que  el  contento  real  y  verdadero,  que  la 
felicidad,  en  una  palabra,  no  es  nunca  bulliciosa,  sino  que 
es  solemne.  No  digais  por  una  persona  que  rie:  ^'hi  aqui  un. 
hombre  feliz;"  decidlo  si  por  una  persona  que  piensa:  la 
risa  acompana  si^mpre  al  placer,  pero  jamas  se  asocia  con 
la  dicha;  la  primera  es  frivola,  la  (^tra  es  SfSria;  la  risa  pue- 
de  producirla  el  sarcasmo  y  no  pocas  veces  va  en  union  del 
vieio  y  hasta  del  crimen,  mientras  que  la  dicha  es  insepara- 
ble de  la  virtud;  la  una  buscael  raundo,  no  puede  estar  sino 
en  compafiia  de  muchos,  le  esimposible  vivir  sola;  mientras 
que  esta  se  com  place  en  el  retiro,  existe  por  si  misma,  y 
mientras  mas  se  esconde,  mientras  mas  se  oculta  de  profa- : 
nas  miradas,  naas  grande  es  y  solose  re  vela  en  el  ^.emblante,  i 
porque  no  alcanza  a  espresarla  la  palabra;  y  rfste  era  justa- 
mente  el  sentimiento  que  se  habia  apoderado  de  todos. 

Pero  Luisa  no  debia  limitar  sus  caricias  a  Enrique  y  a  su 
heimana,  sino  que  tambien  hizo  participes^de  ellaa  a  todo9  > 


m 


UNI  IKflUBOi  vtt  rvwUi* 


los  que  se  enc^ODtraban  alii,  segan  el  grade  qae  ocupaba 
cada  cual  en  su  corazoc;  j  como  Eloisa  le  era  desconociday 
fu^  mas  afectuoaa  con  Teresa  y  su  mari  do;  pero  Enrique, 
pari&ndose  j  tomando  de  la  mano  a  la  joven,  dijo  a  Luiea: 

— SeBorita,  hi  aq^i  It  mi  seganda  hermana,  hermana  de 
adopcion,  es  verdad,  pero  no  por  esto  menos  digna  de  nues- 
tro  carifio  y  menos  acreedora,  no  solo  a  noestra  considera- 
oion  y  a  nuestro  afecto,  sino  tambien  a  nnestra  mas  grande 
gratitnd,  poes  le  debemos  mnchos  servicios  que  no  tendre- 
mos  jamas  con  que  pagarle,  a  no  ser  con  nuestro  carifio. 

— Que  es  lo  que  mas  quiero;  que  es  lo  linico  que  quiero, 
contest 6  Eloisa  bajando  la  cabeza. 

— ]Ah!  sf,  repuso  Luisa;  y  aun  cuando  no  faera  n^as  que 
el  haberme  ido  a  Uamar,  seria  suficiente,  porque  este  es  un 
doble  servicio;  pues  no  tan  solo  se  lo  ha  lecho  a  ustedes 
sino  a  ml  tambien,  y  un  favor  de  esta  naturaleza  ni  se  olvi- 
da  nitie\je  precio. 

Y  Lnisa  abraz6  con  verdadera  efusion  a  aquella  mnjer 
que  la  jeneralidad  consideraria  como  la  hez  del  pueblo  y  a 
quien  nadie  hubiera  tendido  la  mano  ni  siquiera  saludado 
en  publico, 

Se  pensard  quizd  que  si  Luisa  hubiera  sabido  la  existen- 
cia  pasada  de  esa  nina,  no  habria  usado  con  elk  de  tan 
afectuosa  familiaridad;  pero  si  al  tener  fconocimiento  de 
aquellos  malps  antecedentes  hubiera  tambien  tenido  de 
los  buenos,  no  habria  vacilado  en  aceptarla;  porqu0  Luisa 
era  de  esas  almas  para  quienes  el  arrepentimiento  es  una 
virtud  que  necesita  sostenerla  y  empujarla;  y  si  hubiera  po- 
dido  adivinar  \p  que  pasaba  en  el  interior  de  Eloisa,  si 
hubiera  sabido  de  cu&nta  abnegacion  era  susceptible  aquella 
mujer,  la  habria  amado,  y  amado  muchisimo,  pues  aun  a^f 
la  atraia,  sintiendo  desde  luego  por  ella  una  simpatia  irre- 
sistible: iman  misterioso  de  la  virtud,  que  se  inflltra  en  las 
almas  verdaderamente  grandes  y  jenerosas,  sobre  las  que  no 
ban  pasado  esas  mezquindades,  esas  pasiones  insignificantes 


,«  •»    * 


toe  SJECBSVOK.DXL  PITBBLO.     «  455 

o  rastreras  que  ea  la  atm6sf<$ra  que  noa  allaienta  y  en  que 
vivimos,  y  de  doade  naoe  nuestra  laanera  de  ser  pequeSa 
y  miserable. 

No3otro3  np3  hemos  demorado  mucho  paradescribir  mal, 
con  naesfcrk  pdlida  narracion,  esos  momentos  que  realmen* 
te  no  pueden  trascribirae  al  papel,  eaos  instantes  en  que 
Bolo  hablan  las  fisonomias,  no  habiendo  lengaaJQ  hamano 
que  pinte  I03  reUmpagos  del  gentiiniento,  reldmpagoa  que 
se  suceden  los  unos  a  log  otros,  pasando  con  una  rapidez 
casi  vertijinosa,  ' 

De  consiguiente^  renunciamos  a  daguerrotipar  aqnella 
eacena,  limitdndonea  a  narrar  lo  que  8uoedi6  eo  aeguida. 

III. 

Cnando  Luisa  pas6  de  loa  brazos  de  Enrique  a  los  de 
Mercedes  y  asi  sucesivamente  ha^ta  que  lleg6  donde  la  po- 
bre  Eloisaj^que  fae  la  ultima,  nada  mas  qiae  por  la  circuns- 
tancia  de  no  conocerla  bastante,  pero  que  despues  ocup6su 
debido  puesto  con  lo  que  habia  dicho  el  feliz  mancebo, 
cuando  hubo  concluido,  decimos;  y  llena  siempre  de  la  mas 
tierna  emocion,  pues  era  tan  dichosa  como  no  lo  habia  sido 
en  su  vida,  tom6  una  de  las  manos  de  Enrique,  con  una  ila- 
turalidad  inimitable,  con  un  abandono  sencillo  y  casto,  pero 
a  la  vez  Ueno  de  majestad,  y  diriji^ndose  al  ancianojcoronel 
y  a  los  padres  de  su  amante,  les  dijo: 

— Bendecid  nuestra  union.., 

Y  Luisa  se  arrodillo  allado  de*  Enrique,  qde  imit6  en  el 
acto  el  ejemplo,  pero  de  una  manera  casi  raaquinal,  porque 
no  cabia  en  i^l  ianta  y.taa  inesperada  feliciilad. 

Todos  se  quedaron  sorprericjidos^  porque  todos,  ccm  escep- 
cion  de  Mercedes,  sabian  ya  que  Luisa  era  casada. 

Por  un  memento  reino  un  profando  silencio. 

Luisa  y  Enrique,  con  la  cabeza  inclinada,  esperaban  la 
bendicion  sin  decir  palabra. 

Mercedes  se  binc6  tambien  al  lado  de  su  amiga,  y  mirad- 


456  um  gBomos  obl  wfijimuk 

do  al  coronel  y  a  eas  padres,  les  dijo  oon  tono  saplicante  y 
dulce  en  que  se  revelaba  an  goce  inmenso: 

— Sf,  bendecidlos  ahora,  que  maflana  los  bendeoiri  el  sa- 
cerdote.  • . 

Domingo  j  Marta  yacilaban,  y  p^lidos  como  estdtnas  de 
bianco  mfirmol,  permaneoian  sin  movimiento,  asi  como  sua 
tabids  sin  voz. 

£1  coronel  don  Toribio  de  Gnzman  ievant6  entonces  an 
viata  al  cielo,  esteadi6  sa  mano  sobre  la  cabeza  de  los  dos 
jdvenes,  y  con  acento  tembloroso  por  la  emocion,  pero  pro- 
fdticq  y  lleno  del  espirita  de  Dios,  esclam6: 

— Yo  bendigo  vuestra  anion  en  el  nombre  del  Sefior  qae 
08  reoompensa  y  en  el  de  vnestros  padres  para  qne  se  cam- 
pla  sa  promesa;  paes  dn  «a  lecho  de  maerte  os  dijo  hace 
poco  tiempo  la  espo&la  de  mi  amigo  Eduardo:  "Me  he  enga- 
fiado. .  •  es  Enriqae. . .  Espera.  J'  Y  esas  liltimas  palabras 
me  ilaminan,  y  esa  promssa  se  reali^a,  y  yo  creo  camplir 
con  mi  deber  bendiciSndoos. . . 

Y  el  viejo  coronel,  sin  dar  importancia  a  la  forma,  hizo 
el  mismo  ademan  qae  hacen  los  sacerdotes,  porqne  para  ^1 
el  matrimonio  era  solo  la  volantad,  y  ^I  conocia  qoe  esa 
volnntad  era  espon tinea  y  libre; . .  porqne  para  ^1  el  ma- 
trimonio era  la  nnion^del  pensamiento,  la  anion  de  la  vir« 
tad,  mas  qae  la  anion  de  la  carne,  y  no  tenia  miedo'  en  apro- 
bar  y  sati^facer  vfncnlos  contraidos  de  una;  manera  mas 
indisolnble  qae  la  inventada  por  los  hombres,  porqne  ese 
es  el  vinculo  do  Dios. . . 

Los  padres  de  Enriqae,  arrastradoa  y  conmovidos  por 
aquel  ejeinplo,  por  aqaella  uncion  del  viejo  militar,  por 
aquella  segaridad  y  decision  del  sabio,  hicieron  otro  tanto 
y  abrasaron  tiernamente  a  sus  hijos,*  sin  per  esto  compren- 
der  c6mo  padiera  realizarse  aquel  matrimonio  cuando  esta- 
ba  de  pot  medio  la  ceremonia  relijiosa  celebrada  con  otro 
hombre  y  que  era  la  {laica,  segan  ellos,  que  po^ia  lejitimar 
la  union,  qae  formaba  el  verdadero  vinculo. 


^-'-. 


/ 


tM  UMBBaoNm  PEL  rnxUK  457 

Mercedes  no  cabia  de  contento,  no  tenia  Toces  con  que 
Bignificar  so  alegria,  y  pasaba  a  bu  hijo,  ya  a  Luisa,  ya  a 
Enrique,  ya  a  loa  demas,  hasta  el  panto  de  ponerlo  en  ma- 
no9  del  solitario,  que  lo  mir6  con  ternura,  derramando  so- 
bre  aquella  criatura  inocente  pero  hija  del  crimen,  dcs  grue- 
sas  I6grimas  que  talvez  fueron'a  servirle  comfo  un  bautismo: 
afii  al  menos  lo  con8ider6  la  pobre  Mercedes,  que  mir6  al 
coronel  con  unos  ojos  de  madre,  Uenos  de  tan  tierna  gratitud, 
porque  una  madre  es  siempre  mas  sensible  al  cariflo  que 
manifiestan  por  su  hijo  que  al  que  le  demuestran  a  ella 
misma.       < 

El  solitario  adivin6  lo  que  pasaba  por  la  j6Ten,  y  po- 
ni^ndole  una  mano  en  el  hombro  con  la  familiaridad  afec- 
tuosa  de  un  padre,  le  dijo: 

— Pobre  hija  mia!  jCu^nto  debes  haber  sufrido  para  lie- 
gar  a  tener  este  consuelo  que  Dioi!  envia  casi  siempre  abrien- 
do  el  corazon  a  un  nuero  afecto  y  a  un  afecto  tan  puro  y 
delicado  que  se  apodera  casi  por  completo  de  la  mujerl 

— Sf,  sefior,  he  sufrido  inmensamente! 

— Pero  al  fin  parece  que  ha  llegado  ya  el  tiempo  de  la 
recompensa.  Lo  sncedido  en  este  momento  te  demostrar^ 
que  la  Providencia  viene  en  nuestro  soccrro. 

— En  efecto,  lo  sucedido  ahora  es  un  milagro,  pero  es  un 
milagro  hecho  por  Luisa,  y  Mercejies  la  abraz6  nueva- 
mente. 

— No  seas  injusta,  contestd  Luisa,  mirando  a  Eloisa,  cuya 
tristeza  se  sobreponia  a  su  voluntad,  pues  aparecia  riiui 
meditabunda.  No  seas  injusta,  Mercedes,  cuahdo  td  mas 
que  nadie  sabes  que  fa^  la  sefiorita  la  que  ha  hecho  el  ver- 
dadero  milagro. 

— Yo  no  he  sido  mas  que  el  instrumento,  sefiorita,  por 
•1  que  se  ha  cumplido  la  voluntad  de  Dios,  contest6  Eloisa 
humildemente  y  haciendo  referenda  al  caso  actual. 

— En  verdad,  Luisa,  que  tienes  razon:  riuestra  hermana 
Eloisa  etf  la  que  ha  hecho  la   mayor  parte;  pero  &in  embar- 


go,  es  precifio  confesar  que  si  tu  no  hubieras^renido,  mi 
hermano  taropoco  ee  habria  salvado. 

— jEs  verdad  lo  que  dices,  Mercedes?  preguDt6  Luisa  a 
Enrique  con  un  tono  lleno  de  ese  dalce  abaudono  qae  da 
la  certidumbre  de  ser  amada. 

— ^Verdad,  sefiorita,  verdad;  perc, . 

-^Debo  hacerte  una  advertencia,  Enrique,  y  una  sola 
para  que  no  me  vea  obligada  a  r>epetirla:  de  hoi  en  adelante 
me.  llamards  simplemen^  Luisa. 

'     — Luisa!  Luisa!  jqud  dicha!  ^Es  realidad  lo  que  sucede? 
jNo  estoi  soQando,  no? 

Y  Enrique  mir6  por  todas  partes  7  a  todos  los  que  esta- 
ban  presentes  para  cerciorarse  sin  duda  que  no  se  engafiA- 
ban  sus  sentidos. 

— Acabamos  de  ser  bendecidos  por  nuestros.  padres  y 
unidos  ante  Dios,  amigo  mio;  no  hai,  pues,  ya  incertidum- 
bres  ni  motivos  de  desconfiauza.  Cont^stame  ahora  a  mi 
pregunta,  dijo  Luisa  volviendo  a  apoderarse  de  la  mano  de 
Enrique. 
— jProvidencia  divina!  esclam6  el  j6ven  como  en  mfstico 
«  arrobamiento  y  sin  responder  a  la  ioterrogacion  que  le  ha- 
cian;  jqu^  es  lo  que  he  hecho  para  merecer  t^nto?  iqn6  vir- 
tud  para  tan^ran  recompensa? 

Y  Enrique^eeprosterno  para  orar:  asi  es  como  el  amor 
verdadero  del  hombre  se  confande  con  el  amor  -de  DIos  y 
establece  el  verdadero  culto,  la  sola  relijion  grande  y  su- 
blime que  existird  en  el  mundo  y  que  dard  en  tierra  con 
las  preocupaciones  y  los  groseros  idolos  a  quienes  veneramos 
hoi  dia. 

— lEarique,  mi  querido  Enrique!  esclam6  Luisa  llena  del 
mismo  entusiasmo  relijioso  que  6\\  tienes  razon,  no  hemes 
hecho /Uada;  pero  esta  no  es  una  recompensa,  sino  un  favor 
dc  Dios;  es  preciso  que  trabajemos  por  ser  dignos  de  ^1. 

— Si,  Luisa,  si,  no  lo  dudes;  yo  har6  cuanto  de  mi  depen- 
da  por  merecerlo  y  por  merecerte. 


« 


tiOi  iBOMtOS  IMIL  Mfett^  459 

— jPor  merecerme!  ^No  me  tienes  aqui?  ^No  soi  ya  tdya! 
jNo  no3  han  benSecido  nuestroa  pad'res?— Y  mira,  Enrique, 
manana,  manana  iremos  a  arrodillarnos  en  el  sepulcro  de 
mi  madr0,  para  que  ella  tambien  nos.bendiga  por  si  misma 
desde  el  cielo. 

— Pero,  Luisa,  j^er£  cierto?  jMe  habrAn  engafiado!  ^No 
eres .  entonces  casadar  jNo  es  verdad,  amiga  mia,  que  no 
lo  eres? 

—Si. 

— jEntonces  es  falso  lo  que  me  dijo  Eloisa? 

Y  Enrique  mir6  a  su  hermana  adoptiva  como  interro- 
gdndola  tambien. 

-r-No,  conte8t6  Luisa. 

— jC6mo  que  no!  Pero  si  es  asi,  gde  qu^  manera  es  nues- 
tra  union? 

— Naestra  union  es  espiritual,  Enrique.,  Nuestra  union  es 
heclia  y  sancionada  por  Dios.  jNo  te  basta  el  goce  pleno  y 
absoluto  de  mi  voluntad? 

— Sf,  mil  veces  sf,  Luisa;  estoi  contento,  estoi  satisfecho, 
soi  mui  feliz,  demasiado  feliz. 

y  aquellas  dos  almas  castas,  aquellos  dos  pensamientos 
elevados,  aquellos  dos  cnerpos  purog  y  sin  inancha  se  abra- 
zaron  nuevamente  en  presencia  de  todo?,  sin  verguenza  al- 
guna,  porque  tenian  la  conciencia  de  su  dignidad,  la  eon- 
ciencia  de  que  cumplian  con  un  deber,  y  que  lejos  de 
ofender  el  pudor,  lo  realzaban  con  la  manifestacion  casta  do 
una  voluntad  libre  y  virjinal. 

IV. 

/ 
= Mercedes,  sorprendida  con  lo  que  habia  oido,  no  pudo 

dar  cr^dito  a  las  palabras,  pareci^ndole  que  no  habia  com- 

prendido  el  significado,  y  pregunto  a  Luisa: 

'-^jQa^  es  lo  que  dices,  hermana  mia? 

« 

— Que  estoi  casada^  casada  segun  ios  hombre«»,  pero  no 


460 


UM  iH[M|HfOi  Mfc  wmbftb 


Began  Dios.  Mi  esposo,  mi  verdadero  esposo  e%  el  que  aoa- 
bo  de  elejir  ahora,  es  el  que  acabaa  de  darme  tos  padres  y 
el  mio;  y  Luisa  de8ign6  al  solitario. 

— jCasada!  casada!  jY  c6ino?  jCon  qui^D,  hermana  mia? 
Es  imposible,  imposible...  Te  burlas  de  mi,  jno  es  verdad? 

— Desgraoiadamente  no,  Mercedes;  lo  que  te  digo  ea 
cierto,  es  positive:  estoi  gasada.  con  el'jdven  mas  noble,  mas 
elegante,  mas  espiritaal,  mas  codiciado  de  todo  Santiago. 
Y  Luisa  so  8onri6,  aaadiendo;  estoi  casada  con  GuiUermo 
de...  que  es  el  dije  de  nuestra  sociedad.  . 

— [Con  Gcillermo  de!...  jlofdliz!  jTa  casada  cop  GuiUer- 
mo de...?  ;Qa^  horror,  que  maldad,  qu6  crimen!...  jC6mo  es 
que  aun  vive  ese  m6nstiuo!... 

Y  Mercedes,  al  hacer  esta  esclamacion,  se  desmayo,  des: 
prendi^ndose  de  sus  brazos  la  criatura  a  quieii  poco  antes 
aeariciaba  con  delicia;  pero  el  previsor  anciano,  que  conQci6 
lo  que  iba  a  suceder  por  la  palidez  de  Mercedes,  recibio  a 
tiempo  en  las  suyas  aquel  fruto  de  la  desgracia  a  quien 
quizi  persegairia  una,  fatalidad  terrible,  y  tuvo  l&tima  de 
el  y  llor6  sobre  ^1. ,        ^ 

En  ese  momento  golpearon  a  la  puerta  de  calle  y  Eari- 
que,  Luisa  y  el  solitario  se  ocultaron  poj  preoaucion  y  por 
cousejo  del  sarjento  que  temi6  que  fuese  la  policia  que  ve- 
nia  ea  perseguimiento  de  su  hijo;  pero  no  era  otro  que  el 
medico  que  habia  ido  a  buscar  Smtiago,  cuando  poco  antes 
habian  perdido  el  conocimiento  Enrique  y  Mercedes  a  causa 
del  proyectado  suicijdio  del  primero. 

La  visita  del  facultativo  no  podia  llegar  mas  a  tiempo,  e 
inmediatamente  que  vio  a  Mercedes  y  que  supo  su  estado, 
conden6  la  imprudencia  que  habia  cometido^  atribuyendo 
a  ella  el  desmayo,  y  ordenando  en  consecuencia  que  la 
tr/iRladaran  a  la  cama,  que  la  cubrieran  de  ropa  y  la  hicie- 
ran  traspirar,  dejando  una  receta  para'  que  le  dieran  tres 
cucharadas  en  el  termino  de  tres  horas,  y  que  61  volveriaal 
dia  siguiente* 


Ii08  810&1V0B  WtL  PtriBLOw 


4M 


Oaando  se  despidid  el  mSdico,  se  pre^entaron  en  el  dor- 
mitorio  de  la  enferma,  Luisa,  Eariqae  y  el  solitario  qae  se 
sent6  a  list  cabecera  de  la  ca^l^l,  tomdadole  inmediatameate 
el  poUo  y  diciendo  al  mismo  tiempo  para  tranqailizar  a 
todos,  que  se  habian  alarmado  con  el  accidente:  **No  hai  cui-  , 
dado;  yo  respondo  de  ella."  o 

A  la  sorpresa  que  habia  caasado  en  Luisa  la  esclamacion 
de  Mercedes,  se  sucedi6  la  indigaacion,  porque  la  aristo- 
crAtica  j6ven,  la  esposa  del  noble  Gaillermo  habia  com- 
prendido  el  crimen,  habia  penetrado  en  aquel  abismo  de 
maldad  que  jamas  habria  sapaesto,  que  jamas  habria  adi- 
vinado. 

Aquella  accion,  aquel  atentado  contra  una  vf  rjen,  aquella 
manera  de  llevar  a  cabo  tan  negro  crimen,  jqu^  de  bajeza, 
qu6  de  abyeccion,  qu^  de  villania,  qu6  de  infamia,  qu^  de 
prostitncion,  quS  de  inmundicia  b^jo  todos.  aspectos  no  en- 
cerraba!. . . 

jY  luego  tener  la  osadia  este  hombre  de  pretenderla  a 
ella,  de  obligar  a  su  madre  a  darle  el  consentimiento,  de 
llevarla  al  altar  y  de  hacerle  recienteraente  promesas  de 
amor!  Esto  era  inconcebible  y  traspasaba  todos  los  li mites, 
iba  mas  alld  de  lo  que  todos  van,  habia  llegado  al  ultraje, 
a  la  ignominia,  a  la  infamia!. . . 

— Esto  no  puede  quedar  asi,  dijo  Luisa  dirijifindose  al 
coronel  que  tenia  todavia  al  hijo  de  Mijrcedes  en  sus  bra- 
£08;  no  puede  quedar  asi,  es  indispensable  un  castigo  y  nn 
castigo  ejemplar!...  Este  hombre  ha  sido  la  causa  de  todas 
las  desgracias  de  esta  familia  y  de  t:>das  las  que  yo  he  es- 
perimentfdo.  La  familia  de  este  hombre  viene  persiguien- 
do  desde  largo  tiempo  a  nuestra  familia  y  ha  muerto  a 
mi  padre,  ha  muerto  a  mi  tia  jy  qui6n  sabe  si  hasta 
mi  madre  no  ha  sido  indirectamente  su  victimal...  Yo 
habia  perdonado;  pero,  jno  hai  un  t^rmino  para  esta  lei? 
JUG  puede  Uegar  a  convertirsc  ese  perdon,  que  sin  duda  al- 
cana es  ana  virtud  cuandQ  no  ha  llegado  a  ciertos  limites, 


i^2  urn  nottitoB  0>l  rvttuo. 

en  debilidad  villftoa  caando,  como  ahora,  se  dda  impune  el 
crimen?  ' 

— El  perdon,  bija  mia,  repuso  el  anciano  con  mansedum* 
bre,  no  es  nunca  debilidad,  sino  que  es  grandeza;  y  el  cri- 
men jamas  queda  sin  castigo. 

— jPero  senor!. . . 

— El  hombre  de  qne  td  hablas  ha  sido  castigado  ^no  ea 
verdad,  Enrique?  Ila  sido  castigado  por  el  hombre  y  toda- 
via>  le  espera  el  castigo  de  Dios  jy  quien  sabe  si  no  lo  ha 
comenzadp  a  sufrir,  ti  no  lo  estd  sufriendo  ya.     ' 

— Asi  es,  sefior,  contesto  el  joven  tristemente. 

— Pero  ^por  qae  no  nos  lo  habias  escrito?  jCa^ntas  deS' 
gracias  de  menos,  cudnta  felicidad  de  mas  tendriamos  aho- 
ra,  pues  yo  no  habria  consentido  jamas!. . . 

— Yo  escribf  el  hecho  a  mi  maestro,  Luisa,  pero  le  ocult^ 
el  nombre,  y  61  aprob6  mi  accion. 

— Como  aprnebo  todo  lo  que  es  justo,  todo  lo  que  es 
magDanimo. 

— Per  otra~  parte,  yo  ignoraba  y  todos  aqui  ignordbamos, 
hasta  hoi  solamente  que  nos  revel6  Eloisa,  que  hubieses  te* 
nido  o  tuviesei  relaqiones  con  el. 

— jQuS  encadeuamiento  fatal!  Si  este  habrdsido  tambien 
el  resultado  de  una  infernal  combinacipn! 
.  La  presuncion  de  Luisa  era  verdadera;  pues,  como  sabe- 
mbs,  Guillermo  intrig6  al  principio  con  el  medico  de  dona 
Juana  para  que  la  indujera  a  salir  al  campo, 

Luisa  reflexion6  un  momento  y  luego  dijo: 

— Ya  comprendo. ..  El  pintor  Victor  se  hacia  el  invisible 
para  mi. ..  y  el  mismo  pintor  Victor  obr6  de  mariera  a  au- 
sentarnos  para  llevrar  a  cabo  su  intento.  ••  esto  es  claro;  pero 
esto  prueba  lo  que  jamas  me  habria  imajinado. ..  \Q\x6  villa- 
nia,  Dios  mio!  {Qa^  maldadl. ..  ;C6mo  hai  sobre  la  tierra 
fieras  tan  inmundas,  tan  solapadas  y  tan  cruel  es! . ..  Pero  en.: 
fin,  iGu&\  es  el  castigo  que  has  dado  a  ese  malvado? 

— Hace  unas  dos  p  tres  horas,  Luisa,. contests  dulcey  ao- 


/ 


tj 


Ml  BKOtirtOS  tVL  FinCBLO,  463 

lemnemente  Eorique,  qoe  yo  tenia  la  desesperacion  en  el 
alma  ^  tal  pnoto  que  casi'  llegnd  a(*maldecirte.  Hace  dos  o 
tres  horas  que  te  eecribia  y  que  tenia  preparadael  arma 
con  que  habia  pensado  dar  fia  a  mis  dias...  Pues  bien,  Luisa, 
*  en  aquel  supremo  momento  yen  aquella  suprema  angastia, 
no  me  atrevf,  no  quise  ofender  mas  a  ese  hombre,  que  no 
solo  me  habia  ofendido  en  mi  hermana,  si  no  que  me  habia 
arrebatadoa  mi  supremo  bien,  y  me  calld  per  consideracion 
a  ^1,  por  amoi*  a  tl;  pues  no  quise  darte  esa  afliccion  a  pesar 
que  td  y  61  me  daban  la  rauerte.  ;C6rao  pretender  ahora 
que  soi  feliz,  que  te  revele  lo  que  te  ocult6  cuando  era  des- 
graciado?  Disp^nsame,  Luisa,  perdona  a  ese  hombre  y  d6ja* 
lo  en  paz. 

— ; Alma  jenerosa,  no  me  hagas  morir  de  felicidad!  Qq^ 
dicha,  qu^  inmensa  dicha  e^  amar  y  ser  amada  a&i!«... 

— De  veras.  El  amor  todo  lo  invade. ..  el  pecho  rebosa 
de  alegria...  no  hai  l^gar  en  61  paraotro  sentimiento. 

—  Con  que  me  habias  maldecido!  jAh!  No  he  leido  todavia 
esa  carta  que  nie  entreg6  tu  hermana  adoptiva  dici^ndome:    . 
"No  hai  tiempo  que  perder,  marchemos."  Pero  voi  a  verla. 

— Talvez  convendria  que  no  la  leyeras. 
—iPoT  qu6?  , 

—  Porque  estab^  talvez  fuera  de  mi. 

— No,  yo  quiero  verla. ..  quiero  saber  lo  que  me  deciaa 
en  ella^  quiero  vivir  de  tu  vida,  y  si  esposible,  que  no  pase 
para  mi  desapercibido  unp  solo  de  tus  pensamientos,  una  sola 
de  tus  emociones.    , 

Y  Luisa  rompi6  el  sello,  principiando  en  silencio  aquella 
lectura  que  de  vez  en  cuando  le  hacia  levantar  eu  seno  vir- 
jinal  como  ajitado  por  la  tempestad;  jy  no  lo  son  acaso  las 
borrascas  del  corazon? 

Cuando  hubo  terminadola  carta,  Luisa  estendi6  su  mano 
a  Enrique,  dici^odole: 

— Estamos  unidos  para  siempre,  ya  nadie  podri  moraj- 
nente  separarnos. 


464  UM  nOBSMl  oil  TVWBSdK 


V. 


En  636  instante  volvia  Mercedes  ea  si,  y  la  primera  pala- 
bra  que  sali6  de  8a  boca  f a§,  como  ^ieoipre  lo  es  la  palabra 
de  la  madre: 

— jMi  hijo!  jD6nde  estd  mi  hijo? 

— ^Aqoi,  conteat6  el  solitario,  presentAndpselo* 

— jPobre  e  infeliz  criatura  abandonada!  sin  padre  y  sin 
norabre . .  •  Ven . . . 

Y  la  madre  lo  estrechd  en  sa  seno ...  En  seguida  con- 
tinad  hablando  consigo  misma: 

— |Qq^  fatalidad  vsl  a  pesar  sobre  este  iaocente!  ^Qai^n 
lo  protejerd?  ^Quieu?. ..  iQai  va  a  ser  de  ^1  ea  el  mundo? 
El  crimen  de  sa  padre  lo  persegair^ . . .  iC6mo  salvarlol 
c6mo!...  ^ 

\ — Yo  lo  protejer^,  yo  lo  salvar^*. . 

— jUsted,  senor!  pasted?- ..  esclam6  Mercedes  volviendo 
sa  rostro  Ueno  de  ana  gratitad  infinita  hdcia  el  solitario, 
que  la  contemplaba  con  la  tefnara  de  an  padre  amante. 

— Si^  hija  mia,  yo,  respondi6  el  anciano  de  ana  manera 
decidida. 

— ]C6mo!  esto  es  completamente  imposible!. ..  Mi  hijo 
no  tieut)  nombre,  no  tiene  padre,  no  tiene  fortuna,  no  tiene 
nada,  a  no  ser  la  bnella  pestilencial  y  epiddmica  del  vicio. 

--Paes  bien,  yo  ser^  sa  padre  y  le  dare  mi  nombre;  le 
dar^  mi  fortana  adqairida  hace  pocos  dias,  pero  ganada 
hace  machos  a5os;  y  borrar^  para  siempre  el  sarco  trazado 
por  el  crimen, 

— I  Pero,  sefior! 

— Yo  86  lo  qae  digo,  hija  mia,  y  no  creas  qae  hago  an 
ser  vicio,  si  no  qae  me  honro  a  mi  mismo,  y  no  crens  qae 
obro  de  una  manera  desinteresada,  sino  que  pago  doa  dea- 
das:  la  qae  debo  al  abaelo  de  esta  criatara,  ^al  padre. de 
Guillermo  por  haberlo  muerto  en  an  desafio,  y  la  qae  debo 


MB  IIcAuAnmi  pHl  rtntttA.  465 

al  otto  ftbnelo,  al  aarjento  Lopez  por  haberme  aalvado  de 
oapilla:  lo  primero  es  nna  espiacion,  o  mas  biea  dicho,  nil 
deber;  lo  segando  es  una  recompensa,  o  mas  bien  dicho>  una 
gratitud;  pero  en  ambos  casos  me  encaentro  obligado  a 
aceptar  con  gusto  esa.obligacion, 

^ — {Sefidr,  sefiorl  esclam6  Domingo  Lopesi;  no  se  pued^ 
aeepter  tan  gran  sacrificiol  No  somos  dignos  de  tan  to  ho- 
nor!... 

'  — ^Yo  6^  lo  qne  digo,  amigo  mio;  nsted.como  antigao  mi* 
litar  debe  obedecer  la  6rden  de  sn  jefe  y  lo  que  ^ste  manda 
se  Iiar&. 

Y  el  viejo  coronel  se  8onri6  bondadoaamente^  agregando't 
— Salvo  qne  nna  voluntad  superior  lo  impida;  esta  vo- 

Inntad  snperior  la  reconozco  iinicamente  en  su  hija. 

*— jEn  mi!  ^Y  por  qn^  en  mi,  cnando  depende  de  mis  pa^ 
dres?  ^Y  por  qu^  en  mi,  cnando  nada  tengo^  nada  valgo^ 
nada  soi,  sino  nna  infeliz  a  qnien  ^espreciard  el  mnndo!  {Y 
por  qn^  en  mi,  cuando  lo  {inioo  qne  poseo  es  mi  hijo,  qne 
Uevar^  consigo  la  ignominia  y  la  ignorancia  de  la  madre! 

— ^Ya  he  dioho  qne  yo  acepto  todo,  qne  yo  sal  to  todo, 
qne  yo  respOndo'de  todo,  y  que  sabr^  colocar  a  la  virtud  en 
el  lu^r  que  le  correspondt  mn  qne  sufra  jamas  la  inocencia. 

— jMi  coronel! ...  Yo  no  se  c6mo  manifestarle  mi  grati- 
tud!.. ^ 

Y  Domingo  Lopez,  etf  compafiia  de  sn  mnjer,  la  honrada 
y  buena  Marta,  trat6  de  eoharse  a  los  pids  del  solitario;  pero 
£ste,  recibi^ndolos  en  sns  brazes,  les  dijo: 

--•^No  acabais  de  bendecir  la'  union  de  Eonqne  y  de 

Lnisa?  i^o  acabais  de  dar  vuestro  consentimiento,  de  san- 

eionar  con  vuestra  voluntad  un  enlace  del  todo  espiritnal? 

Pues  bien,  haced  otro  en  el  mismo  sentido:  yo  ser^  ^nica- 

mente  el  padre  putativo,  el  Jos^de  la  Santa  Virjen,  y  adop- 

tar^  el  hijo  de  Mercedes  asi  como  el  patriarca  ad6pt6  a 

Jesus.  Y  desde  hoi,  si  Mercedes  consiente,  ser^  sn  esposo  y 

8U  hijo  llevardk  mi  nombre«H 

iworr,    *  M 


I 

I 

!    / 


466  tM  isCBXtOB  DSL  tVAoXK 

■  .  ■     / 

La  sorpresa  de  los  espectadores  fa^  grande.  Todas  aqae- 
IUb  pereoBas  tan  intimamente  tiaidas,  toQ'uitel?6Bada9/f»ii  su 
feliddad  reciproea  y  tan  llenas  de  tieroo^  afeetos  y  de  sa* 
gr^dos  vinculos,  qaedaran  admiradas  y  compkddas  d0  la 
honorable  proposicioa  hecha  tan  noblemente  por  el  ooronel 
don  Toiibio  de  Guzman, 

•  Domingo^  Marta,  Lnisa,  Bnriqne,  Eloisa,  Santiago  y  Te- 
reaa,  todos,  movidos  de  nn  misaxo  impul^o,  corrieron  donde 
el  solitario,  abrazando  unos  sus  rodillas,  besando  otros  sua 
manos  y  manifest&ndole  cada  ono  a  bu  xnanera  m  .  respeto 
fin  carifio,  su  admiracion. 

'  Mercedea  lloraba  en  silencio  y  la  4nica  manifeatacipn  que 
bizo  fa6  estender  sa  afilada  mano  al  ooronel  qn^;  apoderdn- 
dose  de  eUa/la  jllev6  respetuosameiite  a  8as  labios.  El  alma 
de  Mercedes  estaba  Uena  de  alegria,  de.  gratitud,  de  amor, 
basta  el  pnnto  de  oreer  qae  jamas  habia  esperimentado  lo 
qoe  en  ese  momento  esperimentaba,  porque  sentia  por  ^ 
anciaho  un  afecto  puro,  confiado,  apacible,  sereno  y  espiri- 
tnal  como  el  que  se  tiene  por  Dlo3,.oonio  el  que  profesamos 
a  los  padres...  -    .  :' 

EI  solitario,  a  an  vez,  se  sentia  satisfQcbo,gOfsabd  (K>.mo.no 
habia  gozado  en  sn-  ju^^entud^  amab$  .copL<>  nuaQa  hal>ia 
amado  en  su  Hda,  y  le'pajnecia^<|a^i.  qua  nuei^a,  9i&yia|:  que 
nria  nueva  sangte-carculaba  por  ens  .veuAay  le-^aba  nnevo 
aliento,  nuevo  Animo,  voluntad  nueva,  ni  mas  ni  menos  qcnno 
€i  hnbiese  re}uyaneoido,  Qonserif^do,  empe(0|  la  conciencia 
del  sabio,  la  profandidad .  del  fil6«afo;  j^k  e^periencia  del 
hombre  de  mundo;  el  desprendimienio  sublime  del  santo. 

-^Hijds  mios,  dijo  elsoRtario;* .conservando  siempre  entre 
SQ»  manps  la  mano  de  Mercedes  y  diriji^ndose  a  todos  los 
que  estaban  pr^s'eites;  Dios  me>  reservaba  todayia  una  di- 
chay  por  lai  que-  he  trabt^'adoy-pero  que  no  crei?.  alcanzar. 
Al  ofreQor  mi  mano  y  mi  nom^bre  a  Mercedes,  no  hago  an 
don^  sino  qne  retnbo  una  recompensa:  este  4njel  es  superior, 
mui  superior  a  ml,'  y  yo  aoi  el  fay^l'eiHdo  len  v«  de  aer  el 


•  I 

favorecedor,  como  Qstedes  piensan,  como  usted^s  lo  creeiL 
Si  fuera  yo  oapaz  de  seatir  orgallq,  seria  ahora  cuando  lo 
te^ndria;  pero  esperitnento  una  cosa  soperior,  la  satisfaccion 
interna,  el  goce  de  Josd  al  uairse  a  la  Madre  del  Salyctdor. 
En  consecijiencia,  amigos  mios,  no  os  engafieis;  ea  ella  la  que 
hace  la  gracia,  asi  co^o  faS  JVIaria  la  que  engrandeci6  al 
anciauo  patriarca,  al  pobre  carpintero  que  ocupa  un  .  lagar 
tan  distinguido  en  la  santa  epopeya  del  cristianismo  y  al 
que  referenda  la  hamanidad  hace  ya  diez  y  nueve  sig^oB. . 
Ya  veis,  pues,  que  la  que  merece  vuestraa  consideracienes 
es  ella;  que  es  ella  de  donde  me  viene  el  favor;  y .  que  son 
8U8  padres  los  que  me  pormiten  tomarlp. 

— jC^pita,  mi  coronel,  que  usted  es  capaz  de  hacer  llo- . 
rar  al  diablo!  Y  el  viejo  sarjento  trataba  de  enju^ar  y  dc). 
contener  las  Mgrimas  que  saltan  a  torrentes  de  sus  ya  tarir. . 
dos  ojos.  jCdspita!  prosigui6,  jqui6n  demonios   me  hubiera 
dicho  que  cuando  lo  sacaba  yo  de  capilfa,  saWaba  al  marido 
de  mi  hija  que  nacia  en  ese  mismo  dia!  jQuidn  me  hubiera.^ 
dicho  quQ  yo  tendria  la  felioidad  de  unirme  al  noble  y  va- 
liente  coronel  don  Toribio  de  Gazman!   iDios  mio!  esto  es , 
demasiada  felicidad,  demasiada  para  tan  poco  tiempo  y  par^ , 
tan  poco  m^rito! 

Y  el  veterano  de  la'  independencia,  Uoroso  ,y  risuefio, 
abraz6  a  su  mujer^  dici^ndole:  ^'jNo  es  verdail  lo  que  digo, , 
mi  querida  Martai^' 

—SI,  mi  viejo  amfgo,  es  verdad,  mucha  verdad. 

Luisa,  a  su  turno,  fa^  a  sentarse  en  las  rodillas  del  soli^ 
tariOf  que  permanecia  al  lado  de  la  cama  de  Mercedes,  j, 
echdodole  los  brazos  a  ^1  y  a  ella,  les  dijo.con  alegria  in« 
fantil:  *^Ya  que  ustedes  han  bendecido  mi  union,  yo  qiaiero 
bendecir  la  de  ustedes/' 

— ;De  verasi  contest^  el  anciano  con  jocosa  jovialidad; 
no  paede  haber  en  el  mundo  una  sacerdotisa  mejor. 

— I^uisa,  dijo  Mercedes  al  solitario,  es  la  divinidad  pro* 
t^ctora  de  nuestro  hogar,  y  por  consiguieate^  deb«  aer  U- 


■ 

santft  A  qnien  rindamds  nnestro  culto  y  que  lejitime  nues- 
troa  espirituales  lazos.    ,    ^ 

Elotsa,  que  basta  ese  momento  habia  estado  sin  tooia'r 
aparentemente  parte  en  aqnellas  escenas,  pero  tomdndok 
en  reilidad,  mtervioo  del  modo  siguiente: 

•^Yo  pido  una  sola  sitplica:  la  {iltiaia. 

' — jQu^  es  lo  que  quieres?  dijeron  todos  a  un  mismo  tiem- 
po;  ordena. 

'—No  es  una  6rden,  sine  un  simple  deseo. 

"^^ — Dilo  y  serd  satisfeclio,  se  apresur6  a  responder  Enrique. 

— Contando  con  Xxx  palabra  y  la  de  todos  ustedea,  porque 

16^  Unos  a  los  otros  se  ksemejan,  ^ropongo  que  el  enlace  de 

nfi  Wrmaua  Mercedbcon  el  seQor  donToribio  de  Guzman 

se'^fect^e  mafiana,  pues  asi  tendria  el  gusto /d(^  presenciarlo. 

'-^jTanluegd!  repuso  Marta;  y  por  otra  parte  es  preciso 
toilet  (rfertas  consideraciones  por  el  estado  actual  de  Mer- 
cedes. ■''  '"  '  '  '••■    ""      '  '  '      ''       '     / 

'' — No  creoV  seffork,  qiie  esto  Ultimo  pueda  ser  uh  incon-. 
veni'ente,  y  en  cda6to  a  io  primero,  menos.  aun;  pues  si  es , 
vfer^ad  (Jiii?  fes  la  primera  vei  que  se  ven,  rio.es  la  pnmera" 
vez  que  se  conocen:  el  trato  de  lo^  esplritus  es  niui  superior 
artrato  de  las  p^rsonas.  tJ&ted  me  dird  quizd  que  poi:  qu^ 
pretendo  4inrf  cids'a  tan  precipitada,  y  le  cpntestarS:  estoi  eh 
visperas  de  emprender  un  largo  viaje,  sefiora,  y  antes  de 
partir  quiero -darme  e^tk  satisfaccion.         '     . 

La  propdsicion  de  Eloisa  fa6  app'yadi  por  toclos,  inclc6a 
lferc6ded,''  que  'accelli6  sin  pponer  nlngun  incbnveniente. 

"  — Ya  qtie  ^e'me  Acuerda  la  sAplica,  deseo  tambien  ser  la 
riadrflia,''lfenientfb  ft6r  compaaer(i' a.Enriqu^^^  Eatd  es  un 
poco  de  egoismo,  pero  disciilpenme,  p'ues  no  volver^  a  ver- 
loi' tail  Tuego,  V  qbiero  en  el  monx^rito  procuratme  todos  loa 

gocesposibw-      •  ;    ;   -; 

•i^^Pei-o  d6iid6  vas,  hija  querida?  pfegurit6  Martai  tit  no 
puedes  sijiaf&rte'dfe'nosotras,  ri^b  puedes  ir  a  ningiina  parte 
fiin  que  te  acompafiiembs, 


t^  BMUfot  Dm  nma/K  469 

— No  dudo  queP^^fe-Io^AlfafiaiAAj^tes^,  cpntestd  trislfe. 
mepte  ©piaA;  ||efQ  e^d  fl^as  tarde..  Por^.^^^J  p^pmpnto.  ^g^pi 
obligada  a  partir  spfci, ..  j;  ust^qf,  ^abei  bji.e^  (^V^  np.  ^^  Jji  j)yi- 
,  i^era  Tez  que  Jo  h^go  y- q^e  nuuca/ifl.j3  ^^jp^r^lii^o.'  j"_ 
.  — Pei;p  ahora-parecp  que j^  un?^ai;i^encia  mas  Ja,rffa%  ,^  ^ 

— P^ra  todas  las  cosaS|  senora,  es  imposible  fijar  el  te^- 
miao.'  Mi  ausencia  pueijeser  de  mas  o  mgnos  tiempp;  pero 
estoi..  segu^a  que  al  fin  npa  reuniremos  y  ppptiauarenpios  sie^ 
do  felices.  , .   .^.     r    , . 

— Esto  es  cuanto  yo  deseo,  coanto  todos  ^d^eseamos,  ,hjja 


mla. 


' » > 


y 


— Ya.<jue  me  Jian  liecW  ^ste  MtiqfiQ  fi^YjOr,  me.  enea^go 
mafiana  misino  de  practicar  las  dilijencias,  pues  soi  la  lipica 
que  puede.^ajir  a  la  caU6  sin  desperter^sogpechas,^  ahora 
mas  que  nunca  debemos  estar  en  guaydiai.pcT<jii^  la  liber- 
tad  de  Enrique  peligra;,p6  siS^e,  se  hapen  activas  peequisas 
para,  apoderarser  dj^  ^1,  y  seHa  ponyeniente  qupjse  aueentase 
cuanto  antes  del  pais.  Ya  le  he  dado  un  sal^o  conductO'pjijra 
que  pueda  embarcarse  sin  riesgo;  pero  es.  precise  qae^se  val- 
ga  luego  de  61,  porque.de. otromodo  el^mismo  papel  q^ue  le 
abyo  ahora  las  puejta-s  puede  cerrdrselks  manana,  y  en  ese 
caso  quedariamas  comprometi^  que  anteSi*,. .  , 

Eloisa  hacia  interiormente  alusion  al  ministro^  y^  presuniia 
que  una.vez  que.  se  considerase  ch^squ^ado,  y  no  podia  me- 
nos  que  peijsarlo  asi,  pues  no  lo  volveria  a  yer,  el  despecho 
lo  empujaria  a  la  v^nganza,  tratando  de  perder  >  Enrique; 
y  el  temor  de  que  llegara  este  casp  era  lo  que  deseaba^  evi- 
tar  Eloisa  y  lo  que  la  obligaba  a  hacer  esa  advprtencia  para 
que  tomasen  la  urjente  medida  que  proponia. 


VL    '.•      '■     ■      .     ■ 


» t  • 


.  Ya  estaba  av^nzada  la  .noche  y  aun  perjnanecia  el^oche 
a  la  pnerta  de  calle,  circunstancia  qiie  record6  Eloisa  y 
de  la  q^e  .adyir|ii<S  al  politarip,  tenjerosa  siempre  que  esto 


f   , 


m 


pM  ffgfivfwiw 


llamase  la  atencion  del  Tecindario  o  di9  la  pbliciay  fa6s6 
uh  m6tivo  p^ra  que  descubriesen  a  Enriqne. 

— Tiene  usted  macha  razon,  amiga  mia,  dijo  Lnisa,  qne  se 
babla  completamente  olvidado  del  carruaje  y  para  qnlen  laa 
boras  habian  volado  con  estraordinaria  rapides.  Es  precise 
ordenar  que  se  vaya  a  casa,  afiadi6,  porque  estoi  resiielta  a 
'|>asar  aqui  la  noche,  y  ojald  pudiera  pasar  la  vida  entera; 
^no  es  verdad,  seCor?  {uo  le  gustaria  a  usted  tambien?  dijo 
Luisa  al  solitario. .  ^ 

— Vivir  con  las  personas  a  quienes  uno  ama  es  la  mejor  y 
la  mas  natural  existencia  para  elbombre^  respondi6  el  an- 
ciano, 

— ^Aprueba  usted  entonces  mi  pensapaiento? 

— Ciertamentei  hija  mia. 

— Es  indispensable,  dijeron  todds. 

— Puea  bien,  nos  quedaremos;  >oi  a  dar  las  6rdene3  al 
cochero. 

— ^Yo  ir^,  Luisa. 

Y  el  coronel  se  par6  de  su  asiento. 

— Necesito,  seQor,  el  coche  al  amanecer,  porque  quieto  ir 
con  Enrique  al  panteon,  Hdiganae,  pues,  el  fayor  de  prevo- 
nirselo  a  Fermi  n,  (el  lector  recordard'que  este  era  el  nom- 
bre  del  cochero  a  quien  86  le  desbocaron  los  caballos  6n 
la  calle  del  Dieziocho)  y  que  tome  la  Have  de  la  sepultura 
que  est^  en  el  cajoncito  de  mi  velador. 

El  solitario  di6  la  6rden  al  buen  Fermin,  dici^ndole  que 
la  seSorita  Luisa  se  quedaba  aquella  noche  para  cuidat  a 
una  persona  enferma. 

El  cochero,  que  sabia  cuan  caritativa  era  Luisa,  no  se  es- 
trafi6  de  semejante  determinacion,  y  contesto  al  solitario: 

— Oumplir^  pufitualmente  con  la  6rden  de  la  seQorlta. 
'    Eloisa,  atenta  a  todo  cuanto  ^asatbal^  hizo  a  Luii^a  la  ob* 
'  servacion  6iguiente:  :      .^i    • 

— ^^finrique  est&  activramente  perseguido.  Se  ban  man  da- 
do requisitorias  a  todas  las  provincias,  y  la  policia  desplega 


en :  SbiBtiago  todos  atis  medids  de  aK^qioo,  :todos  saa  Ahr 
mentos  para  capturarlo.  ^No  serd  imprudencia  salir  piiblida- 
mente  ea  ooche?  A  ml  modo  de  rer,  I04U6.  (l^Werltn  ha- 
cer  era  marcharse  en;  el  fcto  a  Valparaiso  embarqiudosQ.^i;^ 
el  memento  de  llogar;  '  >  ,     > 

^— Tiene  uated  maoh^'razon,  contestoLuisa;  y  a^  pesar 
deJa  impori^noia  qm  ddoc^  a  eata  escnrmon  y  de  lo  satififaq* 
torio,  de  lo  agradable  que  me  hubiera  sido,  reaijfteio  desde 
Ivtego  a^ella. 

-»-P0rd^y6  no  renunc&i  dijo  Enriquevaun.  cuando  sapis* 

ra  que  iba  a  ser  tornado  preso;  porque  no  hai  tormeiito  al-- 

.guno  bastante  grande  qxie.^e  iatimide  o  qqe  sea  aupdrior  a 

la  dicha  que  esperimeiitftr^ien  .eetarxiiQ  momento  eon  Lu^a 

en  el  sepulero  desas  padres,  a  quienes  ella  va  a  prfesentarme. 

—No  lo  habia  pensado.  El  temer  de  tu  prision  me  habia 
hecho  d^istir,  pero  soi  de  tu  mismo  parecer;  no  ppdemos 
dejar  de  hacer  esta  romeria  que  servird  para  lejitimar  nues- 
tra  union* 

— Lo^unoy  lo  otro  puede  efectuarse,  dijo  el  solitario.in- 
terviniendo;  y  sin  opoqerme  a  la  justaindicacion  de  Bloisa, 
pues  yo  tambien  6^  que  se  interesan  mucho  en  tomar  ^,  En- 
rique, en  lo  que  est^  empenado  el  mistno  presidente,  seguu 
me  lo  ha  dicho;«in  embargo,  ereo  que  seria  mui  peligroso 
que  se  pusiese  en  marcha  de  dia,  porque  la  vijijanciaisa 
ejerce  mejor;  mientras/que  hacidndolo  en  la  .  noche,  h^bria 
mas  probabilidades  de  evadirae,  y  de  esta  suerte  podria 
tambien  efectuar  su  visita  al  cementerio.  donde  no  ira  nadie 
a  buscarlo. 

— Lo  que  udted  dice  es  lo  mas  razonable,  senor,  contest6 
Eloisa;  pues  asi  todo  se  ^comoda,  asi  podr^'  darse  mi  berma- 
no  Enrique  muchas  satisfacciones  antes  de  au  partid^^  sati^i- 
facciones  que  necesita  ahora  mas  que  nunca,  puesto  qu<^  es* 
tari  privado  de  elks  por  un  tiempo  que  no  puede  fijarse, 
a  la  vez  que  escapard  mas  fi^cilmente,  eticargindome  yo 
desde  luego  de  procurarle  los  medios  para  la  evaaion,  tra- 


in 

y^ndole  mafiana.  en  la  noche  na  carrnaje  de  on  individao 
sobre  cnya  discrecion  puedo  contar,  saliendo  garaaie  de 
ella. 

— Lo  qae  t4  hagas,  Eloisa,  8er&  siempre  bien  hecho,  dijo 
Marta;  pueb  me  basta  solo  saber  qae  t&  pones  mano  en  al- 
gana  cosa  para  qne  yo  asegare  el  baen  ^xito. 

— |Qa6  felicidad!  repnso  Mercedes,  de  pasar  siqniera  una 
noche  juntos!  de  estar  rennidos  por  alganas  boras  todoslos 
que  se  amani 

— Hasta  qne  llegne  el  momento  de  estarlo  por  meses,  por 
afios  7  tal vez  por  toda  nna  eternidad,  r^plic6  Lnisa,  yendo 
a  acariciar  a  sn  amiga. 

— Con  permiso  snyo,  mi  coronet,  dijo  el  satjento  Lopez; 
pero  68  preciso  que  yo  haga  una  advertencia. 

— Desde  ahora  no  soi  su  coronel,  amigo  mio,  sino  sn  com- 
pafiero,  sn  hermano,  su  padre,  aun  cnando  vaya  a  contraer 
matrimonio  con  su  hija;  hecha  esta  observacion,  diga  nsted 
sn  advertencia. 

— Aun  cuando  nsted  quiera,  sefior,  no  puede  dejar  deser 
mi  coronel  y  siempre  lo  considerar^  como  tal.  jEstariamos 
frescos  que  yo  fuera  a  perder  ahora  mis  hdbitos!  Que  a 
los  cincuenta  y  tantos  afios  olvidase  mis  obligaciones  y  mi 
consigna!  {Que  yo  dejara  de  dar  el  titulo  a  mis  jefes  y  de 
respetar  su  graduacicfn!  Esto  seria  lo  mismo  que  echar  por 
tierra  la  lei  de  los  militares,  y  yo  estoi  acostumbrado  a  res- 
petar esa  lei  y  quiero  respetarla  siempre...  Con  que  asi,  mi 
coronel,  es  preciso  que  nsted  aguante  que  yo  lo  nombre 
siempre  mi  coronel  Guzman. 

El  solitario  se  ri6  de  las  ocurrencias  de  Domingo  Lopez 
sin  dejar  de  apreciar  aquel  corazon  franco,  leial,  jeneroso  y 
humano  y  al  que  no  faltaba  otra  cosa  que  el  barniz  de  la 
instruccion;  pues  poseia  el  buen  juicio  que  vale  mncho  mas 
que  ese  oropel  del  hombre  de  sociedad  y  al  que  da  tanta 
importancia  ese  ignorante  vulgo  que  se  denomina  gran  tono, 
nobleza,  aristocracia,  j  cuyo  principal  m^rito  consiate  en  la 


\ 


<« 


UM  mauRoa  dk.  tmmuK  ITS 

iropertinencia  est^pida,  en  la  conversacion  frivola,  eH  la 
elegaad^i  del  maSecoqae  pone  tod^  su  orgallo  en  el  txaje, 
ya  venga  de  :1^  modista  o  del  sastre,  toda  su  ambicioa  en 
tener  alganas  blondas,  algnnos  diamantes  o  algonas  boias 
.u^haroladasy  segan  sea  el  bqxq  de  ese  pabre  e  infataado  ser 
quenodeja  ni  el  menor  rastro,  ni  la.menor  buella,  ni  el 
menor  vestijio  de  en  iniitil  y  transitoria  permanencia  en  el 
mnndOf  y  que  sia  embargo,  tiene  la  arrogancia  de  coneide- 
rarse  acreedor  al  respeto  de  los  demas,  porque  lleva  tal  o 
oaal  nombre,  porque  viste  de  seda,  porque  tiene  coches, 
porqne  nsa  libreaa,  sin  comprender  qae  a  sa  vez  ^1  es  la  li- 
brea  favorita  de  la  ignorancia,  de  las  preocupaciones,  de  la 
estupides  y  de  cuanto  se  ha  inventado  de  ioipropio,  de  de- 
gradante  y  ridfculo  en  las  sociedades  panadas  y  modernas. 

Estas  reflexiones  que  se  nos  vienen  a  laplnmaenlos 
momentos  de  la  improvisacion,  nacen  del  conooimiento  qoe 
tenemos  de  nnestra  sociedad  y  particniarmente  ^e  la  socie- 
dad  santiagainayx^uyos  defectos,  dir^moslo  asi^se  irradian  por 
toda  la  rep&blica;  y  si  nosotros  los  anotainos,  no  es  con  la 
intencion  de  herir,  sino  eon  la  de  que  se  corrijan  para  el 
bien  de  ellos,  para  el  bien  de  todos.  Pero  dado  el  caso  de 
qne  en  realidad  se  ofendan  nuestros  pisaverdes  de  ambos 
sexos.  no  por  esto  retirai:emos  nuestras  palabras,  pues  prefe- 
rimo8  un  dolor  o  una  incomodidad  momentdnea  a  an  vicio 
cr6nico^a  una  corrupcion  que  venga  con  el  tiempo  a  deje- 
nerar  en  cancer,  esto  es  si  el  mal  no  es  ya  incurable  y  se 
niecesita  de  una  ampntaeion«.. 

Pero  dojando  estas  divagaciones  que  en  no  pocas  veees 
nos  ban  apartado  de  la  narracion  de  nuestra  histor ia,  es  in- 
dispensable que  nos  volvamos  a  concretar  a  ella  para  satis- 
facer  la  justa  exijencia  del  lector;  y  asi  direoxos  que  el  co- 
ronel  don  Toribio  de>Guzman  pr^unt6  al  sarjento  Domingo 
LopeK 

— jCndl  es,  amigo  mio,  la  adtrertencia  que  usted  qneria 
hacerf 


\ 


\ 


— Una  mni  eencilla:  Ics  aoontecimientos  de  hoi  hob  luui 
hecbo  oWidar  completamente  de  la  eena,  y  son  ya  como  las 
doa  de  la  mafiana  sin  que  nadie  la  haya  reclamado.  Parece 
qne  el  amor  qtitta  a  mnchoa  el  apetito;  pero  a  mi  me  ance- 
dia  y  me  secede  lo  contrario,  {te  acaerdas,  Marta?  Pero  eata 
maldita  vieja  es  capaz  de  decir  qne  n6  por  ponerae  a  la 
moda;  ain  embargo,  a  mi  me  socedia,  como  he  dicho,  que 
mieotraa  mas  enamorado  estaba,  mas  comia;  y  ahora  me  par 
rece  que  roe  vneWe  el  apetito  de  aqoellos  tiempoe;  {de  aqiie- 
Uos  tiempoa  en  qne  la  machacba  Marta  me  echaba  saa  goi- 
fiadas  y  me  tenia  sa  baena  faente  de  baSoelos  pasadoa 
por  chancaca  para  caativarme!  Pero  yo  no  era  tonto,  por* 
qne  mientras  mas  qoeria,  mas  comia,  y  mientras  mas  comia, 
mas  qneria;  y  ahora  esperimento  el  mismo  fenomeno,  por- 
qne  tengo  nn  apetito  de  los  grandes  diablos  qne  sin  dnda 
ha  hecho  nacer  tanto  amor  y  tanta  tardanza  de  la  merien* 
da;  con  qne  ad,  hago  la  adrertencia,  o  niejor,  la  prbposi- 
cion  de  qne  se  sirva  la  cena,  esto  es,  salvo  si  mi  coronel  no 
ordena  otra  cosa,  pnes  siempre  el  soldado  debe  obedecer  al 
oficial,  bajo  mni  daras  penas,  penas  qne  yo  jamas  he  snfri- 
do  porqne  he  teoido  el  talento  de  ser  snmiso  y  no  seria  aho- 
ra qne  iria  a  faUar  a  la  ordenanza. 

Este  largo  discnrso  del  veterano  prodnjo  nna  hilaridad 
jeneral,  porqne  todos  aqnellos  corazonea  se  sentian  palpitar 
^  de  felicidad,  menos  el  de  la  pobre  Eloisa  qne  no  podia 
veneer  sn  tristeza,  a  pesar  de  ser  en  realidad  dichosa;  pnes 
la  Incha  qne  estaba  obligada  a  soste  ner  consigo  misma  no 
le  permitia  aparecer  contenta  y  satisfecha  como  lea  de- 
maa. 

Dnrante  la  cena  y  entre  loa  chistes  y  las  ocnrrenc^as  gi*a- 
eiosas  del  viejo  soldado,  se  hafol6.de  la  pr6xima  partida  de 
Enriqne,  manifestando  en  parte  Eloisa  el  motivo  qne  tenia 
para  que  se  aprovechase  cuanto  antes  el  favor  del  niinistro, 
favor  qne  con  nn  poco  de  tardanza  debia  convertirse  en  per- 
secncion  y  en  odio,  lo  cnal  era,  bajo  todo  aspecto,  indispen- 


'      f 


sable  evitar,  porqne  eu  ello  consistia  la  salvacion  de  Eq- 
rique. 

— ^ya  qne  usted  se  encarga  de  todo,  seflorita,  dijo  el  eo- 
litario  a  Eloisa  7  que  ha  manifeatado  el  deseo  de  ser  noestra 
madrina,  me  permitir^  saplicaf  a  usted  qu<j  vaya  al  monas- 
terio  de.. .  y  pregantando  por  el  oapellan,  le  diga  en  mi 
nombre  de  venir,  ddndole  la  oalle  y  el  mlimero  de  la  casa, 
Bi  no  se  acompaOa  con  usted. 

— Esto  {iltimo  seria  lo  mejor. 
— Es  mhs  que  probable  qne  lo  haga. 

— ^Y  a  qu6  hora  le  parece  a  usted  mas  conveniente!    * 

— Cuando  Luisa  y  Eorique  estfiu  de  vuelta  del  panteon 

— Lo  que  8er&  a  las  nueve  o  diez  del  dia. 

— Fijemos  la  liltima  hora.  ^   ^ 

> — ^Y  en  la  noche  partird  mi  hermauo,  sefior? 

— lo/aliblemeDte. 

— Poeas  horas  va  a  tener  defelicidad,  jcdmo  pndiera  pro- 
Idng^rselas! 

— Gracias  por  ta  deseos,  hermana  mia,  pero  en  este  poico 
tiempo  he  vivido  siglos  y  se  ha  apoderado  de  ml  tal  deli- 
cia,  tal  segaridad,  tal  confianza,  que  parto  sin  hacerme  la 
menor  violencia,  parto  contento,  pprque  parto  satisfecho. 

— Otro  tanto  me  sucede  a  ml,  qaerido  Enrique,  dijo  Lui- 
sa, pues  veo  sin  dolor  y  sin  temor  tu  partida. 

— Oasi  podria  decirse  con  satisfacoion,  agreg6  Mercedes, ' 
para  dejar  de  estar  sobresaltados  y  llenos  de  temores* 

— lY  a  qu^  punto  piensas  dirijirte  de  preferencia?  pre- 
gunttS  el  coronel. 

— Me  ir^  al  Per6,  seflor,  jqu^  le  parece?  Es  el  punto  map 
cercano  que  tenemos,  y  tan  luego  como  haya  amnistia  para 
los  reos  politicos,  estar^de  vuelta. 

— Si  tomas  en  consideracion  las  distancias,  seria  en  ese 
case  preferible  la  Rep&blica  Arjentina,  de  la  que  estamos 
'H  un  paso;  pero  yocreo  que  seria  mejor  no  ir  a  ningano  de 
e&tos  dos  paises. 


476  urn  ntaaamm  vml  tvmux 

— iPor  qn^,  gefior?  "     - 
■  — Porque  nada  h«i  eu  ellos  do  nuevo  que  poder  apren- 
der,  pnes  son  poco  mas  o  menos  naestras  mistnas  costam- 
bres,  noestras  mismas  preocupaciones  y  hasta  naestro  mis- 
mo  idioma. 

— E^o  s^ria  nna  facilidad-en  vez  de  uu  incouveniente. 

— No,  ami  go  mio,  ya  que  estfis  obligado  a  viajar,  es 
preciso  ©prender,  y  para  aprender  no  se  va  a  lo  conooido 
que  se  sabe,  si  no  a  lo  desconocido  que  se  igaora. 

— ^Y  bien,  senoi? 

— Yo  te  aconsejaria  deir  &  E^tados  Unidos  o  a  Baropa, 
dando  ]a  preferencia  al  primero,  porque  alii  se  aprende  a 
ser  libre,  y  la  libertad  es  la  primera  coudicioa  para  la  feli- 
cidad  del  hombre,  el  primer  bien  para  la  prosperidad  de  las 
iMciones;  y  nada  mas  que  el  ejemplo  de.  ese  gran  pueblo 
echar^  en  tierra  las  coronas  y  las  aristocracias  europeas,  re- 
jenerando  al  mundo:  de  consiguiente,  alii  entrariaa  en  una 
escuela  pfictica  de  la  que  sacarias  un  gran  provecho,  ya  sea 
comparando  las  costumbres  para  adopter  las  buenas  y  dei^- 
char  las  malas,  ya  para  tener  algunas  nociones  de  las  mil 
industrias  que  alii  existen  y  que  ban  colocado  a  esa  nacion 
a  la  cabeza  de  todas,  no  solo  por  su  r^jimeu  gubernativo, 
sine  por  sus  invenciones  nuevas  y  su  produccion  variada  e 
inmensa,  y  aun  cuando  no  foera  mas  que  por  aprender  el 
ingles  que  ha  llegado  a  ser  el  idioma  mas  indispensable  de 
los  tiempos  modernos  a  causa  de  la  gran  preponderancia 
qae  han  adquirido  esas  naciones  por  sus  riquezaSy  acumula- 
das  a  fuerza  de  intelijencia  y  de  trab^o. 

— Pero  hai  tanta  distancia,  senor,  de  aqui  a  JBstados  Uni- 
dos  o  aEaropa,  cQnte8t6  Enrique  con  cierto  embarazo. 

— ^Te  comprendo. 

— Tienes  razon,  Enrique,  interrumpi6  Luisa,  porque  es 
preterible  a  todo  el  estar  cerca  de  los  que  se  aman. 

— Oonvengo  en  ello,  Luisa,  pero  la  vida  del  hombre  es 
mfdtiple  y  su  destino  mas  vasto;  y  para  asegurar  eae  misiQO 


- '    '  '•    r  fiM  sttonasMM  iMO.  nrt^^  477 

amor  es  iiidispensable  el  trabajo,  la  producciofi  bonsta'nte,  la 
variedad,  porque  la  pasion  maa  viva  se  estingairia  si  no  pen- 
siramos  mas  que  en  ella;  pero  hai  un  medio  de  arnionizarlo 
todo  y  que,  sin  alejariniicho  de  nosotros  a  Enrique,  ad- 
quiera^ste  la  esperiencia  que  necesita  y  los  conocimientos 
que  le  faltan. 

— Cudl  es  esfe  medio?  ^ 

-~-Qae  en  lugar  de  ir  a  lbs  Estados  Unidos  o  a  Europa, 
vaya  a  California,  donde  existe  el  mismo  progreso,  la  misma 
actividad,  el  mismo  rdjimen  que  en  los  otros  estados  de  la 
gran  confederacion,  y  la  distancia  es  menor,  teniendo  la  fa- 
cilidad  de  regresar  en  mui  pocos  dias,  cuando  ^1  quiera, 
cuando  se  le  llame,  porque  63  preciso  saber  aproveghar,  sa-' 
ber  sacar  parti  do  en  beneficio  propio  y  en  beneficio  de  loa 
demas,  de  todo  cuantb  se  presenta. 

— Conveni^o,  senor. 

—Pero  debo  hacerte  aun  una  pequefia  advertencia;  tal 
vez  in&til  para  tf,  porque  te  conozco  y  porque  amas,  y  el  [ 
amor  es  el  mejor  preservativo  contra  los  malos-  ejemplos  y 
contra  las  tnalas  costumbres  y  el  mejor  estimuld  para  ad- 
quirir  lo  realmente  provechoso;  pero  esta  advertencia  quizd 
puiede  redundar  en  provecho  de  alganos  y  por  eso  creo  in- 
dispensable ponerla.  He  hecho,  amigo  mio,  una  bbserva- 
cion,  la  que,  salvo  pocas  escepciones,  nunca'me  ha  fallado; 
y  6sta  consiste  en  que  la  jeneralidad  de  los  individuos  que 
ban  ido  a  educarse  a  Europa  o  a  viajar  por  ella,  ban  vuelto 
mas  est&pidos  de  lo  que  salieron  de  aquf,  porque  ban  trai- 
do  fevolidad  en  lugar  de  instruccion,  pretensiones  en  lugar 
de  ciencia,  ridiculeces  en  lugar  de  esperiencia,  guantes  y 
corbatas  eii  lugar  de  instrumentos  y  de  industria,  puessolo 
se  ban  ocupado  de  paseos,  de  bailes,  de  teatros  y  de  livian- 
dades,  sin  adquirir  otros  conocimientos  que  los  de  las  mov 
das,  ni  otra  ocupacion  que  cambiar  de  traje  ciiatro  o  seia 
veces  al  ditt:'primero  la  robe  de  chambre;  segundo,^  el  trkje 
para  almorzar^  un  tanto  de  confianza  o  negligi:  tercero,  el 


i80 


lUM  naEKCMI  OIL  FonbD^ 


la  diferftncia  ^ae  existe  entre  la  gaztnonerla  y  la  virCad,  dn* 
tre  la  desvergiienza  y  el  abandono  sencillo,  casto  y  elevado, 
no  t)carriSndo6ele  ni  aan  siqniera  la  idea  de  impropiedad 
por  ir  sola  con  Eariqae  a  visitar  el  sepulcro  de  sns  padres. 

Antes  de  partir,  dijo  a  Eloisa  con  so  voz  dulce,  petsuasi- 
va  y  ben^vola,  que,  al  dar  una  6rden,  encantaba. 

— Hazme  el  favor,  amiga  mi  a,  ya  que  eslfda  obligada  a  ha^ 
cer  algunas  escursiones,  de  ir  a  casa  y  entregar  a  mi  ama 
de  leche  dofia  Ceferina  Carrasco  este  papel  que  la  tranquili- 
zard  de  mi  ausencia,  aun  cuando  no  puede  tener  mucbo 
euidado,  porque  sabe  que  estoi  en  compafiia  de  mi  maestro; 
pero  desearia  qile  se  encbntrara  con  nosotros:  ella  es  para 
ml  mi  segunda  madre,  y  lejbs  de  tener  secretes  para  ella, 
me  gusta  que  sea  testigo  de  todas  mis  accioties, 

- — Cumplir^  su  encargo,  sefiorita,  con  la  mejor  voluntad. 

««— T  nsted  se  hard  amiga  de  ella,  como  io  es  ya  mia  ^no 
es  verdad,  Eloisa? 

— i  Amiga!  amigal  No  me  es  dado,  sefiorita,  tener  tanta 
dicfaa!...  T  la  abnegada  niSa  se  cabri6  el  rostro'con  aiubas 
mano9. 

— ^Por  qu6,  Eloisa?  jPor  qu^?  Es  verdad  que  hace  u6 
dia  que  la  conozco;  ^pero  no  sqple  al  tiempo  la  virtud?  Los 
servicios  ^no  nos  aproximan  los  unos  a  los  otros  y  saltan  las 
distaneias?  Bloisa,  yo  le  he  ofrecido  a  nsted  mi  amistad,  y 
me  creo  bastante  digna  para  no  ser  por  nadie  rechazada. 

Esta  manera  de  espresarse  no  provenia  de  orgollo,  sino 
de  esa  conciencia  del  ser  superior,  cuya  fr'anqueza  humilde 
y  altiva  se  estima  a  sf  misma  y  se  valora  con  justicia,  sin 
Uegar  nunca  al  m&rjen  de  la  vanidosa  presuncion.      ^ 

— jRechazada!  rechazada,  Dies  miol  no,  sefiorita;  soi  yo 
la  que  carezco  de  los  m^ritos  que  se  necesitan  para  estable- 
cer  tan  Intimas  relaciones. 

—Mi  hermana  miente,  interrumpi6  Enrique,  porque  yo 
estoi  al  cabo  de  lo  que  es,  de  lo  que  ha  heoho-  y  de  lo  que 
w  capaz  de  hacer. 


£08  sBcnunoii  oiL  puibm..  4S1 

K 

— t^or  favoir,  Enrique,  por  favor,  seBorita,  no  hablemog 
mas,  porque  temeria...  Y  aun  no  ha  llegado  el  tiempo,  pero 
llegardi  pronto,  j  eijtonces  sabrd  si,tengo  o  no  razon.  Ahora, 
por  el  momento,  no  perdamos  tan  preciosos  instantes:  uste- 
des  tienen  que  hacer  su  santa  peregrinacion,  y  yo  varias 
cosas  de  la  mayor  urjencia,  sin  contar  las  mias  que  tambien 
tienen  su  interes  relativo. 

-^Esto  no  me  impedird  de  darle  a  uated  la  mano  y  de 
decirlei  ^^hasta  la  vuelta/' 

— Hasta  la  vuelta,  seiSorita,  y  todos  los  asuntos  estardn 
allanados:  jque  todos  sean  felices! 

— Gracias,  contest6  Luisa. 

Pero  Enrique  mir6  a  Eloisa  creyendo  reconocer  en  la 
ei)tonacion  de  aquella  voz  un  sufrimiento  oculto;  sin  embar- 
go, Eloisa  le  sonri6  con  amabilidad,  disipando  asi  el  triste 
pensamiento  que  podia  babdrsele  ocurrido. 

Luisa  y  Enrique -abrazaron  a  todos  y  subieron  al  coche. 

Llegados  al  panteon,  donde  Luisa  era  mui  conocida,  pues 
iba  con  mucha  frecuencia  a  aquel  lugar  de  olvido  y  de  re- 
cuerdos,  sali6  a  recibirla,  como  de  costumbre,  el  capellan,  a 
quien  solia  dar  algunas  limosnas,.  estranandose  de  encon- 
trarla  acompaSada  de  un  j6ven;  pero  como  bastaba  ver  a  . 
Luisa  para  desterrar  toda  sospecha,  se  figur6  que  seria  al- 
gun  hermano  o  algun  pariente  inmediato. 

Mas  adelaute  le  saU6  al  encuentro  uno  de  los  p'anteoneros 
que  estaba  a  cargo  de  las  plantas  del  pequeno  jardin  que 
rodeaba  al  mausoleo,  siendo  ambas  cosas  cuidadas  con  el 
mayor  esmero,  porque  desde  muchos  afios  atras  don^  Juana 
habia  pagado  puntualmente  una  pequefia  mesada  para  que 
el  recinto  donde  descansaba  su  Eduardo  estuviese  siempre 
arreglado  y  no  en  ese  triste  abandono  en  que  por  lo  jene« 
ral  eatdn  la  gran  mayoria  de  los  sepulcros,  teniendo  ademaa 
la  obligaclon  el  panteonero  de  Uevarle  semanalmente  una 
maceta  de  flores  de  aquel  jardin,  y  estos  eran  los  4nicos  que 
dofia  Juana  ponia  en  su  dormitorio,  pensandQ  talvez  que 


482 

en  eilBB  yendna  ana  pequena  particn^a  de  la  es&mz  de  sa 
qnerido  esposo  o  que  por  lo  meac^s  oadaa  eo  el  recinto  qae 
A  habitaba. 

Par  QQa  de  e^as  ideas  o  capricaos  qae  sin  darnos  caenta 
de  ro  arijen  8e  nos  ocarrea,  Laisa,  desde  la  moerte  de  ra 
madre,  habia  hecho  poaer  en  el  sepalcro,  me  Jio  a  medio  de 
las  doe  nnias  fanerarias  que  coateniaa  los  despojos  morta- 
les  de  SOS  padres,  nna  hermoaa  limpara  de  plata  que  ardia 
oonstaijtemeote,  porqne  tenia  el  hombre  que  estaba  al  cnida- 
do  del  maosoleo  el  encargo  especial  de  qae  nnnca  les  fal- 
tara  combostible;  asi  e3  qae  a  coalqaiera  hora  del  dia  o  de 
la  noche  Be  encontraba  alambrado  aqoel  sepalcro. 

Laida,  al  llegar  al  maa^oleo,  saco  la  Uav^e  qae  le  babia 
entregado  Fermin  y  abrio  la  paerta,  tomaodo  de  la  mano 
a  Knriqoe  y  bajaado  coq  ^1  las  gralas  de  la  b6veda. 

Ilai  pocas  cosas  mas  imponeates  qae  la  maasion  de  los 
mnertos  y  eocoatrarse  bajo  de  tierra  al  lado  de  nn  feretro; 
asi  es  qae  Eoriqae,  aanqae  nataralmente  valiente,  8inti6 
nna  conmocion  qae^  apercibi^adola  Luisa,  le  dijo: 

— No  tcmas  nada,  mi  qaerido  Eariqae,  estamos  en  la 
mansion  de  naestros  padres  y  en^presencia  de  ellos,  y  yo  s6 
que  nos  aman  y  qae  nos  miran  favorablemeate  desde  el 
cielo. 

— No  me  sobrecoje  el  temor,  sino  el  respeto. 

— El  respeto  es  ua  sentimiento  digno  y  qae  ellos  lo  me- 
rece'n.  Arrodill^monos  paraorar  por  ellos  e  invocarlos,  para 
qne  veDgan  sas  espfritas  a  animar  sus  cuerpos,  bendiciendo 
nnestra  uDion  desde  su  kcho  mortaorio. 

Aqael  cuadro  era  conmovedor,  solemne,  interesante.  La 
I^mpara  daba  una  laz  rojiza  y  an  tanto  opaca  para  los  ojos 
qae  en  ese  momento  acababaa  de  ser  heridos  por  los  rayos 
del  sol.  El  sepulcro  parecia  prolongarse  y  aparecia  a  la 
vista  mas  grande  qae  lo  qae  en  realidad  era,  a  caasa  de  las 
Bombras  que  se  proyectaban.  Dos  grandes  y  lajosas  arnas 
estaban  colocadas  sobre  ana  especie  de  pedestal  y  como  sas- 


\ 
tiOB  BlCBCTOfi  Dm  FI7BHL0,  483 

pendidas.  En  cada  una  distinguiase  nn  nombre  y  una  fecha, 
y  epcima  de  este  nombre  y  de  esta  fecha  Labia  una  cruz  de 
oro  como  incrustada  en  la  urna.  El  nombre  y  el  apellido 
era  el  que  habian  tenido  en  vida  aquellos  inanimados  restos 
que  al  lado  el  uno  y  el  otro  estaban  en  tranquila  posesion 
de  esa  triste  morada.  La  Mmpara  ardia  medio  a  medio  de 
ambos  f^retros  y  dejaba  distinguir  facilmente  aquellas  dos 
sencillas  inscripciones  que  nada  deciari  para  la  jeneralidad 
que  las  hubiera  visto,  pero  que  significaban:  mucho  para 
Luisa,  porque  una  fecha  es  de  una  importancia  inmensa  para 
el  que  conoce  los  acontecimientos,  pues  ese  solo  signo  trae 
a  la  mente  innumerables  recuerdos  y  nos  hace  sufrir  o  go- 
zar  segun  sean  los  hechos  con  que  se  relaciona.  Enrique  y 
Luisa,  prostemados  ante  los  dos  f^retros,  estaban  silenciosos 
pero  asides'  de  las  manos,  Al  cabo  de  alganos  minntos  pa- 
sados  en  esta  especie  de  oracion,  Luisa  dijo  a  Enrique:  '^Voi 
a  descubrir  a  mis  padres:  me  gusta  siempre  ver  esas  fisono- 
mias  eerenas  y  casi  risaefias;  ver  a  estos  dos  seres  que  tanto 
se  amaron  y  que  tanto  me  amaban,'* 

Y  tocando  un  resorte,  se  levanfc6  la  cubierta  y  quedaron 
a  la  vista  los  dos  caddveres  intactos,  porque  habian  sido 
embalsamados  con  esmero.  Luisa  bes6  en  la  frente  al  uno 
y  al  otro,  y  luego  dijo  a  Enrique:  '^B^salos  tii  tambieu."  • 

El  j6ven  se  quedo  perplejo:  aquellos  dos  cuerpos  le  in- 
fundian  un  relijioso  respeto,  y  se  detuvo. 

— B^salos,  repiti6  Luisa;  ellos  lo  quieren  y  yo  lo  ordeno 
y  lo  quiero  tambien. 

Enrique  obedeci6. 

— Ahora  b^same  a  mi  en  presencia  de  mis  padres,  que 
desde  este  momento  son  tambien  los  tuyos. 

Y  los  labios  y  los  brazos  de  ambos  j6veues  se  unieroa... 
En  ese  instante  8inti6se  un  ruido  lijero,  una  especie  de 

suave  murmullo:  eran  dos  inocentes  palomitas  de  esas  que 
atrae  la  luz  y  que  revoloteaban  al  rededor  de  la  Umpara. 
— Mira,  Enrique,  dijo  Luisa,  permaneciendo  aun  abraza- 


" 


4M 

doK  eats  dot  palomitM  somos  Dosotroe,  y  lnUmpam  ambo- 
lizft  nnertro  ainor^«  )fis  padres  aproeban  noestio  matrimo- 
nio*  Elloa  han  enviado  estos  dos  emisarios  para  significar- 
noslo:  estamca  desde  hoi  ligadoa  para  siempre.  Yo  te 
pertenezoo  j  ta  me  perteneeea:  somoa  eeposoau. 

— iLoka!  Lais^!  jqn^  feliddad.  jEres  mia  de  verK! 

— ^^Pued^  dadarlo  aun? 

— i£s  que  no  comprendo,  qae  no  cabe  en  mi.tanta  dicha! 
Df melo,  repitemelo  nncTamente! .  • . 

— Soi  to ja,  J  tn ja  para  siempre .  • 

El  resorte  Tolvi6  a  jagar  y  la  tapa  de  los  dos  ataades  cay6 
sin  mido  cnbriendo  a  los  mnertos. 

Enrique  qoiso  beaai;  y  abrazar  nna  segncda  yea  a  Luissi 
pero  ^ta  retirdndolo  soavemente,  le  dijo: 

— Basta:  te  he  beaado  delante  de  tns  padres  y  delante 
de  lof  mios;  pero  nnoca  socederd  a  espaldas  de  ellos . . .  Las 
nmas  est&n  cerradas  y  lo  mismo  permaneceran  mis  labios. 
Soi  tnya,  he  hecho  el  jnramento  de  serlo,  y  no  habr^  poder 
hnmano  qne  me  haga  faltar  a  ^  Paedes  tener  la  segaridad 
absoluta  qne  te  pertenezco  de  corazon,  que  te  amo  y  qne 
solo  vivo  por  tf  y  vivir^  para  tl;  pero  tengo  que  respetar  a 
mis  padres,  teDgo  que  r^petarme  a  mi  misma  para  ser 
digna  de  ellos  y  digna  de  ti;  de  consiguiente,  ten  entendido 
que  nunea  ir6  mas  alld; ..  porque  estoi  en  el  debar  de  con- 
servar  puro  e  intacto  mi  honor  de  majer  y  mi  honor  de 
esposa,  aun  caando  lo  sea  de  un  malvado.  El  vinculo  reli- 
jioso  y  social  que  me  liga  me  impone  deberes  que,  en  mi 
concepto,  no  se  deben  quebrantar  y  que  no  quebrantare 
nunca*  Tii  eres  duefio  absolute  de  toda  mi  alma  y  lo  ser^ 
mientras  yo  viva  y  falvez  mas  alM  de  mi  vida...  Soi  tu  esposa 
ante  Dios  y  ante  mis  padres,  jno  es  esto  lo  bastante?  {No 
quedas  con  esto  satisfecho? 

— Si,  satisfecho,  mas  que  satisfecho,  mi  adorada  Luisa, 
porque  he  alcanzado  lo  que  jamas  esperaba  alcanzar;  porque 
comprendo  ese  ideaHsmo  de  virtud  y  me  satlsface^  tauto 


i 


tot  nOUSOt  tIML  VMBHA. 


485 


cnanto  me  agrada,  porqne  admiro  7  reverencio  la  espiri- 
toalidaddelhisafectoa,  porqae  no  eres  mujer  sino  que  eres 
injel,  y  uu  dnjel  debe  estar  siempre  pure.  • 

— Lo  que  me  has  dicho,  lo  esperaba,  Enrique,  porque  s^ 
que  me  amas  como  yo  te  amo,  y  por  la  misma  razon  nos 
comprendemos,  identific^ndose  nuestras  ideas  y  nuestros 
actos.  Si  no  hnbieras  sido  noble  de  corazon,  que  es  la  sola 
nobleza  real  y  positiva,  no'te  habria  preferido,  no  tehabria 
amado.  •.  Ahora,  Enrique,  partamos,  porque  nos  esperan;  y 
dentro  de  algunas  horas  tendrSs  que  partir  t^  mismo,  pero 
esta  ausencia  no  me  asusta  ni  me  intimida. 

Los  grandes  afectos,  puede  decirse,  que  son  casi  inmuta- 
bles,  no  participan  de  temores,  no  temen  la  inconstanciay 
tienen  una  confianza  absoluta  en  si  mismos  y  llegan  a  su- 
blimarse  tanto.  que  participan  de  la  inalterable  esencia  de 
Dios... 

Y  aeste  estado  habian  Uegado  estos  dos  j6venes  y  vir-' 
tuosos  amantes« 

VIIL 

Los  semblantes  de  Luisa  y  de  Enrique  estaban  radiantes 
de  alegria  cuando  volvieron  alacalle  de  Breton,  dejfindose 
ver  la  satisfaccion  interior  de  aqoellas  dos  almas  por  el  as- 
pecto  de  sus  animadas'facciones. 

A'l  memento  de  bajar  del  coche  y  golpear  la  puerta,  sa- 
lieron  todos  los  habitantes  de  aquella  modesta  casa  a  recibir 
a  la  feliz  pareja.  jAquel  matrimonio  por  el  espiritu,  aquellos 
novios  que  acababan  de  desposarse  en  un  sepulcro  ddndose 
por  linieo  juramento  de  fidelidad  un  solo  beso  en  presencia 
de  dos  cadaveres,  aquellos  dos  seres  hermosos  por  el  cuer- 
po  y  por  el  alma  y  mas  virjenes  que  hermosos,  no  podian 
menos  que  infandir  carino,  admiracion  y  respeto,  hasta  el 
purito  que  a  pesar  de  saber  que  les  faltaba  la  sancion  reli- 
jiosa,  la  bendieion  del  sacerdote,  todos  loi  consideraban 
como  lejitimamente  unidos,  y  ellos  mas  que  nadie  tenian  la 


ft 

I 


4S^ 

coneieneia  y  la  conviccion  del  viocnlo  indisolable  qne  lia- 
hl&n  contraido  y  qae  se  proponian  conservar  siempre  goar- 
dAodose  el  uno  para  el  otro!  Y  en  efecto,  |qu^  matrimonio 
pnede  darse  mas  casto,  mas  cocforme  a  las  leyc3  de  Dios  y 
a  las  leyes  de  la  natnraleza  y  por  consigaieDte  maa  lejf dmoa 
qne  aqoel? 

Goando  llegaron  del  panteon  Laisa  y  Eorique,  ya  habia 
Toelto  Eloisa  de  sos  dilijenciaH,  encontraadose  altf  el  aDcia- 
no  sacerdote  y  Ceferina  que  ea  union  de  los  demas  faeron 
a  recibirlos. 

— ^Ama  mia,  dijo  Laisa  a  Ceferina  con  encantadora  gra- 
cia;  aqnf  tiene  nsted  a  mi  ver  Jadero  esposo  qne  no  la  echa- 
T&  de  60  casa« 

— iQue  es  la  que  dice^? 
•    — ^Xo8  hemes  casado  y  nuestros  padres  nds  ban  bendeci- 
do...  venimos  del  panteon. 

— ^;Casado! 

— Y  para  siempre,  querida  ama  mia. 

— Pero  hija,  esto  no  puede  ser,  don  Gaillermo  todavia  no 
ha  mnerto.,. 

— Para  mi  es  como  si  no  existiera;  pero  no  se  asuste  ns- 
ted: nuestro  matrimonio  es  el  mas  lejitimo  y  el  mas  santo 
de  los  matriraonios,  porque  es  el  matrimonio  de  la  voluntad, 
el  matrimonio  del  espiritu  que  nada  tiene  que  ver  con  el 
cuerpo^  y  que  no  lo  gobierna  otras  leyes  que  las  de  esa  mis- 
ma  voluntad. 

— Hija,  mia,  perddoame,  pero  aun  inaisto:  no  s^  lo  que 
dices. 

— ^Ya  se  v6:  usted  no  mira  otra  cosa  que  la  bendicion  del 
sacerdote;  sin  esto,  nada  encnentra  usted  de  lejitimo;  pero 
es  precise  que  usted  sepa  que  hai  una  bendicion  superior: 
la  bendicion  de  Dios...  ^no  es  verdad,  padre  mio? 

Y  Luisa  se  diriji6  al  anciano  capellan  del  monasterio  de 
su  tia/a  quien  habia  hecho  llamar  el  solitario. 

— Es  verdad,  hija  mia,  contest6  el  digno  director  de  Sor 


LOS  IBOlOttOiBvDffii  FUBB&O*  4ST 

l^icolasa,  que  nada  hai  eu  este  mundo  ni  en  ningun  otro,  de 
mas  grande  que  la  beadicion  del  SeBor;  ^per©  c6mo  inter- 
pretarla?  gc6mo  conocer  su  maaifestacion?  gcomo  estar  se- 
garo  de  ella? 

— Por  el  contento  del  alma. 

— Tienes  razon.  E^  verdad  que  el  contento  del  alma  es  la 
mejor  giiia;  ^pero  cudntas  veces  nuestras  pasiones  no  nos 
engafian,  haciendonog  considerar  como  provechoao  lo  que 
en  realidad  no  lo  es? 

— En  lo  que  usted  me  dice,  sefior,  hai  tambien  mucho  de 
cierto,  pero  no  es  aplicable  al  caso  presente;  y  usted  que 
jconocia  la  conciencia  de  sor  'Ursula,  que  sabe  indudable- 
mente  muchos  de  los  incidentes  de  la  vida  de  mi  infortuna- 
da  tia,  puede  hablar  con  mi  maestro  que  se  encuentra  pre- 
sente, y  cuya  aprobacion  tengo,  confiando  mucho  en  ella, 
y  ^1  le  dir4  si  mi  union  es  o  no  lejitima,  para  que  usted  en 
,  seguida  me  condene  o  absuelva  y  quite  o  confirme  los  es- 
criipulos  de  mi  segunda  madre;  inter  tanto,  yo  uso  de  los 
privilejios  de  mi  voluntad,  y  voi  con  mi  esposo  y  en  com- 
paSia  de  mis  nuevos  padres  a  ver  a  mi  querida  hermana  que 
por  su  enfermedad  no  puede  estar  aqni  con  no3otr03, 

Y  tomando  de  la  mano  a  Enrique  y  a  Eoisa,  se  dirijieron 
al  dormitorio  de  Mercedes,  siguiendolos  Domingo  Lopez, 
Marta,  Ceferina,  Santiago  y  Teresa,  a  todos  los  que,  escep- 
tuados  Marta  y  Ceferina,  les  importaba  bien  poco  que  dij^- 
ra  el  sacerdote  cuanto  quisiera,  porque  en  sti  opinion  Enri- 
que y  Luisa  estaban  lejitimamente  casados.  Tal  es  el  triunfo 
que  alcanza  la  virtud  y  obtiene  el  m^rito. 

Bastante  larga  fu^  la  conversacion  de  los  dos  anciapois, 
pero  al  fin  aparecieron  con  sus  caras  risuenas;  era,  pues,  in- 
dudable  que  ambos  se  encontraban  sat  isfechos;  ^pero  qui^n 
habia  vencido?  Esto  era  lo  que  iba  a  revelarse. 

Al  entrar  el  sacerdote,  mir6  fijamente  a  Mercedes;  sin 
duda  se  habian  ocupado  mucho  de  ella;  en  segaida  contem- 
pt a  la  aristocrdtica  Luisa  y  al  proletario  Enrique,  y  una 


481  urn  KOinot  nu  raon^ 

mnestra  visible  de  satisfaccion  ae  not6  en  el  semblante  ve- 
nerable  del  sacerdote. 
Despuea  de  una  pausa,  dijo  el  ministro  del  altar: 
— Estoi  Eatisfecho,  hijos  mios.  Laa  esplicacionea  que  me 
ha  hecho  mi  amigo  el  coranel  don  Toribio  de  Gazman,  me 
praeban  que  la  union  de  ustedea  si  no  es  lejibima  ante  los 
hombres,  debe  serlo  ante  Dios;  sin  embargo,  aprobfindola 
yo  Qjxno  particular,  no  puedo  sancionarla  como  sacerdote, 
porque  la  iglesia  tiene  sus  reglas  que  no  nos  es  dado  a  no- 
sotros  quebrantar  y  que  no  lo  podriamos,  aun  cuando  lo 
qDisi6ramos;  pero  la  manera  como  ustedes  se  ban  ligado  es 
buena,  no  se  opone  a  ningana  de  las  leyes  divinas  y  hu* 
manas  y  estdn  en  su  derecho  al  seguirla,  porque  no  ofende ; 
a  nadie,  porque  se  respeta  el  buen  nombre  de  una  familia 
ilustre  por  las  virtudes  de  sus  antepasados,  porque  ba  liber- 
tado  del  crimen  involuntario,  direlo  asi,  aunj6ven  honrado, 
intelijente,  bueno,  y  que  ha  sido  y  es  el  sosten  y  la  alegria 
de  sus  padres,  porque  es  la  justa  recompensa  que  Dios  con- 
cede a  la  hija  obediente,  porque   es  la  satisfaccion  de/un 
amor  puro,  casto,   ideal,  como  hai  bien  pocos  en  el  mundo 
y  porque  el  consentimiento  dado  y  el  matrimonio  sanciona- 
do  tiempo  antes  por  la  bendicion  del  sacerdote,  es  de  todo 
punto  inmoral,  falso  y  contrario  a  la  naturaleza;  pues  ese 
consentimiento  ha  sido  el'  resultado  del  engano,  esa  bendi- 
cion proviene  del  engafio  y  todos  crimenes  cometidos  por 
una  parte,  e  ignorados  por  la  otra,  son  un  doble  engafio,  y 
mas  que  un  engano,  otro  grandisimo  crimen  que  debe  agre- 
garse  a  los  anteriores  y  que  hace  imposible  bajo  todo  punto 
ese  enlace;  y  tan  lo  hace  imposible,  que  si  Uegara  a  reali- 
zarse  por  alguna  circunstancia,  seria  este  el  mayor  de  todos 
los  crimenes;  pero  si  esto  es  verdad,  hai  que  considerar  que 
no  86  disuelve  relijiosa  y  socialmente  ese  vinculo,  sin  esta- 
blecer  una  ruidosa  demanda,  sin  dar  a  luz  acontec^mientos 
que  quieren  olvidarse  y  a  cuya  consideracion  se  han  sacrifi- 
cado  muchos  intereses  de  distinto  j^nero,  y  que  ya  que  ea 


imposible  dar  este  paso;  8e  haca  por  consigaiente  indispen* 
sable  respetar,  vBocial,  civil  j  relijiosamente,  la  tinion  con- 
traida  7  las  obligaciones  qae  le  son  inherentes,  salvo  lo  qae 
se  denomina  el  d6bito  qae,  en  mi  concepto,  e3][nna  pro9titu- 
cion  inmanda. 

— lEate  es  nnestro  prop6sito  7  lo  llevaremos  a  cabo. 

— Paes  hijos  mios,  sois  unos  dnjeles  7  Dios  os  darfi/  sa 
recompensa  aquf  en  la  tierra  7  a^&  en  los  cielos. 

— jPodemos  creernos  entonces  lejltimamente  nnidos? 

•^No^hai  ni  paeden  hab^r  16703  contra  la  volontad,  qae 
es  lo  que  con8tita7e  la  libertad  individual,  la  pbrsonalidad 
humana,  esceptuando  e\  caso  de  hacer  mal  a  otro;  7  aun 
tnirada  la  cuestion  bajo  este  punto  de  vista,  todavia  le  que* 
da  el  derecho  al  individuo  de  preferirse  a.  si  mismo,  a  no 
ser  que  tenga  la  abnegacion  de  un  santo;  7  no  faltan  ocasio* 
nes  en  que  esa  abnegacion  es  perjudicial,  sin  que  por  esto 
obre  mal  el  individuo,  porque  la  imprudencia  o  el  error, 
cuando  es  involuntario,  no  establece  delito  algano,  7  aquel 
adajio  antiguo  quQ  dice:  Quien  ignorantemente  peoa^  igno^ 
rantemente  se  condena^  es  un  absurdo  ridfculo. 

Me  he  espresado  conforme  a  mis  opiniones,  prosigui6  el 
sacerdote,  7  he  tenido  la  satisfaccion  de  ver  lo  que  no  habia 
visto  en  mi  vida;  un  matrimonio  espiritual. 

— ^TodaVia  ver^  usted  otro  en  el  mismo  sentido  7  bajo  las 
mismas  condiclones,  dijo  el  coronet  afladiendo;  h^  aqui  mi 

espoia/ 

Y  se  coloc6  al  lado  de  MeroedeSj  que  lo  mir6  de  una  ma^ 
nera  afectuosa,  dulce  7  saplicante,  como  se  mira  a  un  sahto 
a  quien  se  ruega  7  de  quien  se  espenL 

-— Hija  mia,  70  no  puedo  darte  los  deliciosos  trasportes 
del  amor,  dijo  el  solitario,  porque  nuestras  edades  son  dis* 
tintas  7  la  naturaleza]  tiene  Itjes^  invariables  que  ningun 
poder  humano  puede  quebrantar;  lo  ^nico,  pues,  que  te 
ofrezco  es  la  proteccion  de  un  padre  bajo  el  tf  tulo  de  espo- 
so,  7  lo  4nioo  tambien  a  que  te  es  dado  aapirar  por  ahora 

worn  If,  tv 


410  y^  B9m99!9B  vm-^tfwau^ 

61  la  tranquil idadde  tu  QapirUii,  asegurando  el  porveuir  de 
ta  hijo;  pera  .no  dado  ua  solo  mom^ato  qae  oQQseguirds  ^1 
fin  la  felicidad,  porqu$  yo  no  soi  la  suficiente  recompeasa 
para  tns  vijrtudesj  ni  el  «afioiente  galardon  debido  a  tua  m^* 
ritos,  sino  linicamente  un  instrumentd  puesto  por  la  Provi- 
»  dencia  para  que  mas  tai'de  obtengas.  el  verdadero  premio, 
la  dicha  quote  aguarda,  a  la  que  ores  acreedorA  y  que  ella 
indudablemente  te  prepara...  Yo  bo;  puedo  vivir  muoho, 
hija  .mia,  y  presiento  el  Urmino  de  mi  earrera  por  lo  poco 
que  me  queda  que  hacer,  porqtie  ya  no  paed6  ser  litil,  por- 
que  mi  mision  esti  casi  oojioluida. 

•?— Senor,  lo  .{iltimo  que'  usted  acaba  de  decir,  seria  .mi 
mayor  desgracia,  porque  eu  cuauto  a  lo  primero,  es  la  te- 
oompensa  mas  grande  que  Dies  pudiera  acordarme,  pues  ya 
me  Biento  feliz  y  s^  que  lo  ser^  toda  mi  vida  a  su  lado. 
-^Y  al  lado  de'  Luisa,  hga  m\a^ 
— jVferdad!  verdad!  ;al  lado  de  mi  Luisa!  |qu6  dichal 
— Y  para-no  separarnos  jamas^  repuso  al^gremente  la  en- 
cantadora  j6v6a,  que  permaneoia  siempre  tomada  de  la 
mano  con  Enrique.  , 

I  — Veo  que  todos  sereis  felices^  dijo  el  sacerdote  <snno 
inspirado^y  de  hoi  en  adelante  la.  paz  del  ^nor  9er^  con 
vosotros. 

En  ijeguida  hizo  que  se  dieran  la  mano  el  coronel  don 
Toribio  de  Guzman  y  Mercedes  Lopez,  ecMndoles  la  bdn- 
dicion  en  el  nombre  del  Padre,  del  Hijo  y  del  Esg^itu 

Santo ..•  •«•••••...  .^ • .......  ^  .•••.-. »  .  ^  «••«.<••  • 

El  regocijo  qu^  todos.  esperimeataron  en  ese  momento  m 
trasmiti6  hasta  Eloisa,  que  baSada  en  Ugrimas,.pero.ea;e9as 
Ugrimaa  deliciosas  que  n;iuclia9  v^ops  nos  hace  verterla  fe< 
Uoddad,  abraz6 a. Mercedes <^n  nu  p^er  y.una  ternurain- 
decibles,  j  le  dijo:        . 

— No  s6  cudl  de  todos  aqui  $9  eUjnas  dichoso,  pero  en 
cuanto  ami  el  peso  de  la  alegriai  ca^i  me  sosfoca,.  pA^i  me 
ahpga!  Cudn  feliz  seria  yoai  muiiera  en  este  momentol 


tM^maoBaam  on  nmmm 


491 


^'c-i)li|tr  tables  asi,  BloimvdP^^  <1^^  dcbearlaimtteisfce^aaii^o 
el  alma  estS  satisfedm?  ;¥  si  ,te>  eiicuQnlrai&  fcaiagofJW^Aiviijr 
el  r^ultad'o  del  beoeficio  que  >  ojoai  baa  ibeeho,  p<>fqi]ie  des- 
pues  de  Bios^  todo  o  casi  todo  te  la  debemos.  a  ti,- ^r.q^6 
dadar  de  lo  mismo  que.ya'seeeperimanfca y  no Stiponer qi^e 
la  Alegm  serA  mayor  andando  el  tiempo?  Tii  baa  $6^brado 
ya  y  soIq  te  resta  rbcoj^r  la  cosefiba;  bas  Jbe(ibQ  j^l  ttabajo, 
es  preciso  gozar  del  frdto:  despuea  de  la  bfitalla  eptdi^l 
triunfo. 

-T-Mercedes,  ya  he  reoojido  la  co^eche^^^y^  be  gozjada  del 
fruto,  ya  bef  consegaido  la  victoria :y  esto  Q^.lp  qae  me  pro- 
dace  el  goce  aotaal  resultado  de  mis  bueaas  accloues;  t^- 
tama  abora  espiar  las  malas ... 

— jLas  malasi  Pero  eso  es  imposible,  BUoiaa.  Una  persona 
de  tus  sentimientos  y  que  practiea  la  virtud  de  la  manera  que 
til  lo:  haces,  no  puede  delinquir,  no  paede  .baber  delin- 
quido*  .  * 

— ^Te  equivooas,  amiga  tiaia,  til  no  CQnocag.mi  vida...  miis 
tarde  la  conocerds..,  abora  no  es  el  mo  men  to  a  propdsito. . . 
gooemos  este  dia. 

Y  Eloisa  se.separ6  de  Mercedes  para  ir  a  ft^liiAtir,  a  En- 
rique y  a  Luisa,  a^i  como  al  soiitario  y  a  los  demas  juienj- 
brosde  la  familia,  sin  esoluir  a  Santiago  y  Teresa  que  eran 
masT  antiguos  oonocidoa  de  la  casa  que  ella,  aun  cuando  era 
indudable  que  ella  ocupaba  ua  lugar  preferente. 

Despues,  diriji^ndose  al  sacerdote,  le  dijo  en  voz  baja: 

— ^Podr6  contar  con  los  ausilioa  de  usted  en  un  momento 
dado?  ) 

— Siempre  y  en  todos,  bija  mia,  respondi6  el  viejo  minis- 
tro  del  altar,  mirando  con  carfosidad  a  aquella  j6ven  que 
en  circunstancias  como  estas  le  bacia  una  progunta  que  de- 
notaba  una  gran  tristeza  y  un  fanesto  presajio. 

Nada  tQrb6,  empero,  la  alegria  de  todos  en  aquel  dicboso 
dia  cuyas  boras  corrieron  con  una  velocidad  eatraordinaria, 
basta  que  Uegada  la  nocbe,  el  ruido  de  ua  carruaje  que  se 


paraba  a  ]a  puerta  loa  hizo  estninecer.  Era  el  coclie  qa% 
debia^condncir  a  Enrique  a  Valparniao. 

La  despf  dida  no  fa6  tan  triate  oomo  era  de  eaperarlo, 
porque  todos  oontaban  con  la  segnridad  de  vol  verse  a  ver^ 
pronto  J  ilibres  y a  de  toda  zosobra. 

Solo  Eloisa  al  dar  an  Ultimo  abraco  a  Enrique,  le  dijo: 

— Dios  quiera  que  seas  el  mas  felizde  loa  hombres. ..  ya 
no  te  ver^  mas,  no  olvides  a  tu  Elpiaa.  • .  Adios  para  siem- 
pre...  ' 

Al  mismo  tietnpo  4}ue  los  caballos  partian  al  trote  larg^o 
llevAndose  a  Enrique,  Eloisa  silenciosa  y  mtletia  se  desliza- 
ba  como  una  sombra  por  k  calle  de  Breton,  alajdndose  con 
paso  precipitado  de  aquella  casa  donde  estaba  su  dnica  fa- 
milia,  las  solas  personas  a  quienes  habia  amado  sinceramen* 
te  en  el  mundo  y  las  ^nicaa  que  la  habian  hecbo  sufrir  y 
gozar,  pero  a  las  que  debia  la  conformidad,  la  ti^anquilidad 
de  su  conciencia^  el  arrepentimiento  de  sus  faltas,  la  reje- 
neracion  de  su  vida  y  el  aprecib  de  si  misma. 

Qoince  dias  despues  el  coronel  don  Toribio  de  Guzman 
se  instalaba  con  su  esposa  en  casa  de  Luisa  y  el  sarjento 
Lopez  y  Marta  regresaban  al  conventillo  de  U  calle  de  San 
^ablo  con  gran  satisfaccion  de  sus  moradores  que  loa  reci- 
bieron  en  triunfo  envidiable  recompensa  de  las  almas  ca- 
ritativas  que  siempre  y  por  todas  partes  posecban  la  afec- 
cion  a  despecho  de  la  comun  ingratitud. 


> '    < 


Fin  d9  Elpioa, 


Ya  86  habia  esparcido  por  la  sociedad  eantiagaina,  tan 
^vida  siempre  de  novedades,  la  noticia  de  la  aparicion  del 
coronel  don  Toribio  de  Gazman  que  habia  side  repnesto 
en  la  efectiTidad  de  an  grado  por  el  j6ven  presidente  de  la 
rep4blica,  cuyo  aprecio  se  habia  captado;  de  modo  qtie  afla- 
ya'on  en  gran  n&mero  las  viaitas  a  casa  de  Loisa,  bajo  el 
pretesto  de  darle  el  p^dame,  pero  en  realidad  para  ver  al 
viejo  coronel)  sobre  el  que  se  decian  muchas  historias  a  cual 
de  ellas  mas  estravagantes,  y  tambien  para  informarse  de 
loa  novios;  pnes  corria  en  los  aristocrdticos  salones  de  la 
chismoBa  'capital,  el  rumor  estraSo  de  que  no  hacian  vida 
comun,  permaneciendo  Guillermo  y  Luisa  completamente 
separadoS)  aunque  en  una  misma  ca^a,  guardando  las  apa* 
riencias  del  buen  tono,  o  aquello  que  se  llama  jeneralmente 
la|gi  conveniencias  sociales. 

Severa  y  Amable,  personajes  que  figuran  al  principio  de 
esta  historia,  interesadas  en  atraerse  a  Guillermo,  lo  mismo 
que  las  hijas  de  don  Pastor  de  los  Monasterios  en  cautivar 
a  Enrique,  fu6ron  unas  de  las  primeras  que  visitaron  a 
Lnisa,  mostrdndose  mas  cariflosas,  mientraa  maypr  era  la 
envidia  y  el  despecho  oculto  que  sentian,  siendo  las  prin- 
cipales  que  difundian  en  todo  el  vasto  cfrculo  de  sus  rela< 
clones  infinidad  de  an^cdotas  sobre  la  escentrlcidad  de 
Luisa;  pero  cuando  supieron  la  separacion  de  Guillermo, 
60  decir,  que  el  j6ven  y  su  madre  habian  vuelto  a  ocupar 


494 

ra  caaa  en  U  calla  de  las  Monjitas,  qae*lando  Lnisa  en  la 
snya,  daplicaron  sob  fiaitas,  snbiendo  por  mncho  los  qnila- 
tes  de  so  amabilidad,  para  Ter  si  podian  averigaar  la  causa 
de  aqnel  fen6meDO  tan  estrano,  pnes  era  ineoncebible'qne 
en  plena  luna  de  mvA  w  viese  e8S  indiferencia,  o  mas  bien, 
ese  raro  abandono,  tanto  mas  cnanto  que  el  incnestionable 
mdrito  de  Gnillermo,  del  qne  nadie  podia  dadar,  eiendo 
reeonocido  en  todo  Santiago,  hacia  presnmir  que  el  recien- 
te  matrimonio  seria  el  mas  feliz,  teniendo  como  tenia  mn- 
cbas  condiciones  favorables  para  serlo  asi,  7  principalmente 
la  fortana. 

Lnisa  conocia  a  d6nde  qnerian  venir  a  parar  aqnellas  anii- 
gnas  amigas,  y  elndia  sos  pregantas  con  respnestas  os- 
cnras  7  evasiyas,  tratando  de  cerrar  la  pnerta  a  la  en- 
riosidad  de  Severa  y  Amable,  sncedi^ndoles  otro  tanto 
en  casa  de  Gaillermo  qne,  como  es  de  presnmirlo,  tenian 
mayor  ioteres  qae  Lnisa  en  ocalt-ir  sa?  casas;  de  manera 
que  no  sabiendo  lo  qne  acantecia  de  positivo  en  el  interior 
de  aqnellas  familias,  inventaban  Severa  y  Amable  historic- 
tas  qne  hacian  eircalar  como  verdades,  echando  en  ellas  nn 
granito  de  malediceneia,  por  darles  {micamente  ese  picante 
tan  necesario  para  animar  en  parte  la  vida  ociosa  de  la  je- 
neralidad  de  las  personas  qne  se  dicen  entre  nosotros  aris- 
t6cratas. 

Pero  si  habia  escitado  la  cariosidad  el  casamiento  de 
Gnillermo  con  Lnisa  y  sa  separacion  tdoita,  mneho  mas  la 
de8pert6  el  matrimonio  del  coronel  con  Mercedes  tan  Inego 
como  faeron  a  habitar  la  casa  de  Lnisa,  cnya  noticia  se 
edparci6  por  todo  Santiago  esa  misma  noche,  haci^ndose 
verrfones  distintas. 

Como  era  de  esperarlo,  unas  de  las  primeras  personas 
que  pnpieron  la  nueva,  fu^  Gaillermo  y  sn  madre^  sobresal- 
tdndoso  estraordinariamente  ambos,  porqne  era  faera  de 
duda  que  estaban  descubiertos  y  qne  en  vista  del  horroro- 
80  criinen  cometido  por  Gaillermo,  tratarian  de  persegnirlo 


sp8  ngta^M  piOi  fuiblo.  49| 

y  quiz&  86  presentarian  judicialmeBte  en  cpajtra  de  6\  jfk 
faeran  unos  o  ya  fueran  qtros,  cpaYiniendo  acallar  a  to(ia 
costa  xin  asunto  rodeado  de  tantos  peligros  para  GuillermOj 
tanto  .mas  cuanto  que  habia  vuQ^to  a  aparecer  el  sarjeji^o. 
Lope?  y  se  sabia  que  Enriqae  se  habia  fagado  de  la  peni- 
tenciaria  y  debi^  permanecer  oculto  eu  Santiago;  de  mane* 
ra  que  de  un^  memento  a  otro  caeria  quizes  la  tempestad 
mas,  terrible  que  nunca,  presentdndose  abora  mas  amena-; 
zante  que  la  vez  primera,  pues  contaba  con  nuevps.  y  pode- 
rpgos  elementos,  tales  como  el  cpronel  don  Toribio  de  Guz- 
man  y  la  aristocrdtica  e  inflayente  Luisa  Valdes,  cuyo 
cardct^r  decidido  y  en6rjico  cuando  queria,  era  oapaz  por 
si  eolo  de  hacerles  mudho  mal,  reducidndolos  a  la  pobreza 
y  a  la  ignominia;  asi  es  que  Guillermo  y  311  madre  tembla- 
ron,  porque  era  indudable  que  dejasen  ya  de  estar  en 
posesion  de  todos  los  secretos  el  maridp  y  la  amig^  de 
Mercedes,  resolviendo  en  consecuencia  salir  en  el  mismo  dia 
de  Santiago  y  encerrarse  en  la  mas  distante  de  sus  hacien- 
das, d^jando  al  astuto  Tomas  el  encargo  de  .tenqrlos  al  c6- 
rriente  de  cuanto  sucediese  etx  la  capital.  ^ 

Esta  fuga  precipitada  salvo  a  Guillermo  de  un  nuevo  f 
desagradable  lance,  porque  a  pesar  del  gran  prestijio  que 
gozaba  entre  los  principales  sujetos  del  partido  triunfante, 
no  le  era  posible  al  juez  del  crimen  desentenderse  por  com- 
pletp  de  aquel  procesp  en  que  desempenaba  (jruillermo  un 
papel  de  consideracion,  y  lo  mand6  citar  para  que  compa- 
reciese  al  juzgado;  pero  su  ausencia  le  sirvi6  de  mucho^ 
porque  mas  tarde  poderosas  influencias  acallaron  aquel  asun- 
to, reduci^ndolo  todo  a  una  pena  pecuniaria  que  se  tuvo 
cttidado  de  hacer  aparecer,  mas  bien  como  una  dddiva  que 
como  un  castigo,  pues  se  dijo  que  el  arrepentimiento  de 
una  calaverada  de  j6ven  habia  sido  causa  deque  Guillermo 
practicase  un  acto  de  espl^ndida  caridad. 

Para  un  fin  distinto,  pero  procedente  del  mismo  asuntP, 
se  citaba  tambien  a  Eloisa,  siendo  como  a  Guillermp  irupo- 


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4M  AM 

Bible  encontrarla^  paes  hasta  la  misma  familia  Lopeas  igno< 
raba  d6lide  estaviese,  do  habi^ndola  vaelto  a  ver  desde  la 
noche  en  qae  balna  partido  Enrique  para  Valparaiso,  cosa 
que  estraffaba  sobremanera  7  que  tenia  a  todos  mni  triste- 
mente  preocbpados^  sabiendo  como  sabiap  los  padres  de 
Enrique  el  afecto  que  tenia  por  su  hijo  y  que  les  revelara 
en  aquella  bora  de  angustia  en  que  estaba  ^te  para  suiei- 
darse,  j  con  el  solo  fin  de  probarles  que  se  interesaba  lo 
mismoque  ellos  en  la  salvacion  del  jdven,  lo  que  hacia  que 
fie  perdieran  en  mil  7  mil  conjeturas,  hasta  el  punto  de  lie- 
gar  a  persuadirse  que  talVez,  arrastrada  por  el  carifio,  se 
habria  ido  oculta  a  Valparaiso  para  acompafiar  a  Enrique, 
7  en  realidad,  no  iban  tan  distantes  de  la  verdad  en  estas 
suposiciones,  porque  Eloisa  habia  tenido  el  mismo  pensa- 
mientOf  pensamiento  que  a  fuerza  de  lucha  habia  conseguido 
veneer,  aun  cuando  no  tuviera  la  intencion  de  seguir  a  En- 
rique, sino  dnicamente  el  triste  placer  de  verlo  hasta  en  los 
dltimos  mementos  de  embarcarse. 

El  objeto  para  el  que  Eloisa  era  tan  activamente  btiscada 
por  el  juez  del  crimen,  no  era  otro  que  darle  la  parte  que 
le  correspondia  en  la  distribucion  de  los  bienes  de  la  tia 
Anastasia,  cu7a  gran  ma7oria  habia  sido  destinada  para  las 
casas  de  beneficencia,  reserv^ndole  a  Eloisa  las  sumas  pro- 
cedentes  de  los  contrato8;^ero  siendo  imposible  encontrarla, 
el  juez  mand6  que  se  depositase  ese  dinero  a  la  6rden  de  la 
j6ven  para  que  le  fuese  entregado  en  cuanto  se  presentase 
ella  o  sus  herederos  lejftimamente  comprobados,  dando  en 
los  peri6dicos  el  correspondiente  aviso. 

It 

Iiloisa,  etitrigada  esclnsivamente  a  stui  peb&amieixto8,lletiAy 
se  puede  decir  ati,  de  su  vida  anterior  7  de  su  vida  presen- 
te,  no  viviendo  7a  mas  que  de  afectos  tiernos  7  de  amargoa 
rMuerdos,  avergoncada  de  su  pa&adoi  cbnmovida  eii  U 


\  , 


UM  SSOSKFOS  DBL  FUJONUX  49t 

.actualidad  y  no  tenieudo  otra  esperanza  que  en  su  triste  y 
,pr6ximo  porvenir,  pues  poseia  la  certidambre  de  su  cerca- 
no  fin;  Eloisa,  decimos,  no  se  fijaba  en  la  fortana  que  ella 
habia,  tratado  de  adquirir  para  labrarse  lo  que  en  el  mundo 
se  llama \independencia,  sino  que  el  curso  desus  ideas  habia 
por  completo  cambiado  de  rumbo.  ;Qa6  independencia 
podia  desear  ya,  cuando  sd  exisfcencia  estaba  tronchada, 
cuando  tenia  la  seguridad  de  morir,  y-cuando  deseaba  mo- 
rir!  jQa^  les  importa  el  dinero  a  los  que  estdn  pr6xj[mo3  a 
bajar  ^1  sepulcro!  Ni  de  qu^  sirve  tampoco  a  las  almas  de 
grandes  afectos  o  de  grandes  pasiones,  a  las  intelijencias  que 
conciben"  graiides  ideas!  Los  jenios,  cualqniera  qu6  sea  su 
naturaleza,  no  [trabajau  por  la  fortuna,  sino  que  siguen  el 
instinto  divino  de  que  haU  sido  dotadosi  La  ]:iqueza  esta 
hecha  para  esas  mediocridades  de  que  se  compone  la  huma- 
nidad  en  jeneral;  pero  es  preciso  confesar  que,  a  de^pecho 
de  esta  preocupacion  universal,  hai  algunas  escepciones  a 
quienes  no  La  invadido  o  corrompido  el  espiritu  del  siglo. 
Nosotros  sabemos,  y  lo  sdbemos  por  esperiencia  propia, 
y  por  la  esperiencia  jeneral,  que  lo  solo  que  en  nuestra  ^poca 
se  acataes  la  fortuna;  (1)  pero  ^impide  esto  acaso  que  exis- 
tan  almas  superiores?  No  negamos  que  esa  corrviptela  gane 
terreno;  pero^dejardn  por  esto  de  haber  personas  que  pres- 
cindan  completamente  del  lucro?  Sabemos  anticipadamente 
la  risa  sard6nica  que  causard  esta  proposicion  en  la  gran 
mayoria  de  los  hombre^  que  se  considerau  de  mundo  y  que 
hacen  Ostentacion  d^  su  ^ximia  capacidad  y  de  sas  prdcti- 
cos  conocimienitos;  pero  jpor  Dios!  se  tratara  (ie  idiotas,  sd 
considerardn  como  locos  a  las  escepciones?  jD6ade  iriamos 
entonces  a  parar!  Si  fuera  asi  no  habria  un  hooabre  mas 
est^pido  que  Jesucristo,  que  no  solo  despreci6  la  forjsuna, 
sino  que  se  hizo  el  redentor  de  la  humanidad  a  costa  de  au 

C* )  Y  a  tal  ptttito  llega  esta  preocUpacion,  que,  si  esta  no^ela  ha  tenidd  o  tieiiQ 
alguna  aceptacion,  se  lo  debe  pf  mcipalinente  a  los  veinte  mil  peso!  que  se  dibe  habet 
ganado  su  autor,  pues  talvez  de  etra  manera  habria  causado  la  risa  del  despretio. 
fOXO  IT*  82 


4M  BOB  vQKnm  vml  wvmjck 

vida!  Si  faera  asi  jen  qu^  categoria  colocariamos  a  las  pri- 
meras  lambreras  de  la  especie!  ;D6Qde  iriaa  a  parar  los 
Bantos,  lbs  sabios,  los  fil6sofos! 

Eloisa  no  pensaba,  pnes;  en  la  fortuna;  ajenn  completa 
mente  a  todo  otro  interes  que  el  de  sus  afecciones,  no  ha- 
bia  recordado  esa  parte  del  prooeso  de  la  tia  Anastasia 
para  ir  a  reclamar  donde  el  juez  el  dinero  que  le  correspon- 
dia  J  que  el  mismo  doctor  Sazie  le  dijera  de  contarlo  seguro 
y  ni  habia  visto  siquiera  el  peri6dico  en  que  se  le  Uamaba. 

La  nobhe  de  la  partida  de  Enrique  ella  habia  llegs^do  a 
Bti  caiia  mui  triste,  tan  triste,  que  bus  fieles  sirvientes  se 
alarmaron  temiendo  que  le  hubiera  sucedido  alguna  des- 
gracia;  pero  Eloisa  las  tranquiliz6  dici^ndoles  que  pada 
tenian  qiie  temer,  porque  nada  le  habia  sucedido  de  desfa- 
TOrable,  sino  que,  por  el  contrario,  habia  conseguido  todq 
cuanto  deseaba;  pero  que  desengafiada  completamente  del 
mundo  queria  vivir  completamente  retirada  sin  ver  alma  vi- 
viente  hasta  que  Ibios  dlspusiese  de  ella. 

Las  dps  criadas  le  hicieron  presente  que  el  seSor  minis- 
tro  habia  venido  repetidas  veces  y  que  parecia  mui  contra- 
riado  de  sn  ausencia.  Eloisa  se  sonri6  tristemente  y  dijo  a 
BUS  fieles  companeras: 

— He  engaBa^o  a  ese  daballero:  esto  era  indispensable 
para  mis  planes;  pero  ahora  no  existe  ya  motive  alguno  para 
obrar  de  la  misma  manera  y  serd  necesaiio  decirle  la  ver- 
dad.  Manana  le  llevareis  una  esquela  de  mi  parte. 

— jQu^  feliz  va  ser,  porque  nos  parecia  que  sufria! 

■ 

— Lo  siento  verdaderamente. 

— ^Pero  ya  verA  usted  lo  contento  que  ae  presentarA, 

—No  es  mi  d.nimo  llamarlo,  sino  decirle  que  no  vuelva 
mas  y  que  me  perdone  el  haberlo  ofendido. 

— ^Y  por  qu^,  sefiorita?  Parecia  tan  bueno  ese  caba- 
llerol 

Eloisa  no  contest6  a  las  reflexiones  de  bub  Birvientes,  sino 
que  les  dijo: 


— No  estoi  para  nadie.  Hasta  mafiana. 

Esa  Doche  la  pas6  en  vela,  entregada  toda  entera  a  sus 
tristes  pensamientos:  safria  y  gozaba  alternatitamente,  es- 
taba  satisfecha  y  arrepentida,  hallaba  placer  en  sa  dolor  y 
dolor  en  sn  placer,  pero  no  tenia  esperanzas,  y  para  el  que 
no  tiene  esperanzas  no  hai  otro  refajio  qne  la  muerte;  ^de 
qn^  sirve  una  Vida  sin  objeto,  sin  fin,  sin  estfmulo? 

Al  dia  sigaiente,  a  pesar  de  la  fiebre  que  la  devoraba,  es- 
cribi6  al  ministro  la  carta  sigifiente: 
"Sefior: 

"Pido  a  nsted  perdon  por  haberlo  en^aSado. 

"Yo  me  he  presentado  a  usted  eomo  una  mujer  virtnosa 
no  si^ndolo  y  he  abusado  de  so  credulidad. 

''El  i6ven  por  cuya  libertad  tanto  me  interesaba4  no  et& 
mi  hermano,  pero  Upoco  era  mi  amante  en  la  Icepcion 
que  se  da  jeneralmente  a  esta  palabra. 

''Hacia  tiempo  que  habia  prometido  arrepentirme  y  he 
cumplido  con  mi  juramento;  pero  lo  mismo  que  me  salva 
me  mata:  este  arrepentimiento  que  me  ha  traido  la  paz  me 
arrebata  la  vida, 

/'Muero  victima  de  una  pasion  noble  pero  desgraoiadat 
eompad^zcame  sin  odiarme. 

''To  regard  a  Dios  por  usted,  que  ha  sido  el  Salvador  de 
Enrique  y  dignese  perdonar  a  su  infeliz 

Eloisa  Mendizabal/' 

El  ministro  recibi6  esta  carta,  qae  le  cau86  un  verdadero 
pesar,  y  trat6  de  presentat*8e  varias  veces  en  casa  de  Eloisa, 
pero  otras  tantas  no  fu^  admitido  a  pesar  de  su  insistencia 
y  de  SOS  s&plicas.  Viendo  que  todo  era  en  vano  se  resolvi6 
a  escribirle  esta  pequelia  esquela; 

**Sefiorita: 
''Sq[  carta  me  revela  su  m^rito. 

"Lo  iinico  qae  tengo  que  perdonar  ei  su  cruel  negative 
para  verla* 


500  IM  SXCmCTOB  dsl  pujsi^o. 

"Yo  soi  el  que  verdaderameate  ha  faltado,  porqae  queria 
abusar  de  ^su  posicion. 

"Usted  me  ha  hecho  compreniier  mi  deber  y  vuelvo 
a  61. 

"Ustei  me  ha  curado  de  mis  pagados  deacarrios  y  se  lo 
agradezco. 

''No  desespere  Uated;  tratede  vivir  y  al  fiji  encontrard 
el  alido  de  sus  males,  iqae  das.le  luego  le  deaea  de  cora- 
zon  su  atento  y  S.  S " 

CuaDdo  Eloisa  recibi6  esta  respaesta,  dijo: 

— No  deja  esto  de  ser  una  satisfaccion.  Pero  luego  volvi6 
a  su  estado  de  abat\miento,  del  que  no  habia  nada  que  la 
sacara. 

El  mal  de  Eloisa  se  agravaba  visiblemente  y  el  estado  de 
su  salud  se  hacia  cada  dia  mas  alarmante,  hasta  el  punto 
que  sus  dos  buenas  sirvientes  le  dijejron: 

— ^Es  indispensable,  senorita,  llamar  un  medico. 

— No,  hijas  mias,  le3  contest6  Eloisa,  mi  enfermedad  es 
de  otra  naturaleza  y  mi  remedio  no  esti^en  k  viJa  sino  que 
estd  en  la  muerte. 

— jPor  Dies!  No  diga  usted  eso.  Y  las  dos  muchachas  se 
echaron  a  llorar. 

,  — No  hai  por  qu^  aflijirse;  lo  que  ustedes  miran  como  un 
gran  mal,  es  para  mi  un  gran  bien. 

— IUq  .  gran  bien!  -^Y  qu^  seria.  de  nosotras? 

— ^De  ustedes?  Lo  que  ha  sido  hasta  aqui:  Dios  las  ha 
protejido  y  seguira  protejidndolas. 

— Usted,  feefiorita,  es  el  lioicoconsuelo  que  tenemos. 

— A-nadiefalta  el  Sanor,  y  yo  tendr^  cuidado  deque  no 
qucden  desaraparadas. 

Aquellas  do3  pobres  criataras  amaban  verdaderamente  a 
la  mujer  perdida  que  las  habia  servido  de  madre  y  que  las 
trataba  casi  como  hermauas,    Uevando  sas  cuidados  hasta 

• 

ocjultarles  cuanto  le  era  posible  sus  estravios,.  a  tal  grado 
que  jamas  se  figuraron  que  estaban  al  servicio  de  una  me-' 


£06  diSfSsaasM  Bm  ^vjaxui    '  501 

retriz;  sin  embargo,  Eloisa  les  pidio  perdon  del  mal  ejetn- 
plo  que  podia  haberles  dado  involaatariamente,  d^ndoles 
al  mismo  tiempo  saludables  consejos. 

La  naturaleza  J20  resiste  macho  a  ese  estado  de  absorcion 
del  espiritu  y  Eloi&a  cayo  gravemente  enferma  sin  poder  ya 
levantarse  de  la  cama.  Ciiando  se  vi6  ea*  ege  estado  y  que 
Begun  ella  no  habia  ya  esperanzas-,  suplico  a  sus  dos  compa- 
neras  de  ir  a  buscar  ^1  anciano  sacerdote,  capellan  del  mo- 
nasterio  de. . .  que  ^habia  bendecido  la  union  del  ooronel 
donToiibio  de  Guzman  y  de  dona  Mercedes  Lopez,  y  a 
quien  habia  suplicado  en  aquel  feliz  dia,  da  ayudarla  cuan- 

do  ella  lo  necebitara/ 

* 

El  buen  minis tro  del  altar  no  se  hizo  esperar:  siempre 
estaba  dispuesto  a  volar  en  ausilio  de  los  aflijidos,  y  su  ma- 
yor felicidad  consistia  en  arranear  el  dardo  de  la  desespe- 
racion  a  lag  almas  doloridas,  preparando  el  espiritu,  enca- 
minando  dulcemente  hdcia  Dios  que  es  el  manantial  inago- 
table  de  todo  consuelo. 

Cuandb  el  buen  sacerdote  vio  a  Eloisa  la  reconoci6  en  el 
acto,  pero  qued6  mui  sorprendido  al  ver  aquel  cambio  tan 
grande  en  tan  corto  tiempo;  asl  es  que  le  dijo  con  dulzura: 

— Es  preciso,  hija  mia,  que  sus  sentimientos  hayan  sido 
demasiado  profandos  y  sus  dolores  demasiado  agudos  para 
que  la  hayan  reducido  'a  este  estado. 

— A  si  es^  padre  mio. 

— ^Son  las  pasiones  y  no  las  enfermedades  las  que  han  de- 
bido  destrozarla,  porque  solo  ellas  arrebatan  con  tanta  via- 
lencia  y  dejan  huellas  tan  hondas  y  tan  incurables... 

— listed  ha  adimado,  senor.  • 

— jAi!  hija  mia,  jqui^n  no  conoce  sus  estragoe!  Dlchosos 
aquellos  que  han  sufrido;  pero  mas  dichosos  los  que  han  sa- 
bido  venoerse  y  que  al  fin  han  triupfado. 

— No  les  es  dado  a  todos  ser  de  los  liltimos. 

— Yo  no  critico  ni  al  que  muere  ni  al  que  vive:  tal  vez 
son  ambos  dignos  de  misericordia  y  de  alabanza;  pero  "me 


y 


V 


801 

gusta  la  fortaleza,  ^dmiro  la  lucha,  porqae  s^  que  la  victo^ 

ria  solo  la  alcanza  la  enerjia. 

.    — Tao^bien  los  que  sucumben  combaten. 

; — Pero  no  ban  tenido  quiz&  el  suficiente  dnimo^  la  eufi- 
ciente  confianza  en  Dies,  la  suficiente  resignacion,  la  Bufi- 
ciente  esperanza. . . 

— Dice  usted  verdad,  sefior,  ar  mf  me  ha  faltado  lo  ill- 
timo. 

— lA.iI  hija  mia,  eate  ea  uno  de  los  motivos  mas  frecuentea 
por  que  el  hombre  se  pierde. 

— ^Pero  cuando  falta  la  esperanza,  sefior,  |qu4  es  lo  que 
nos  queda?  En  este  caso,  {no  vale  mas  morir?  , 

T— Hai  esperanzas  de  esperanzas,  hija  mia:  la  esperanza  en 
Dios  es  mui  distinta  a  la  esperanza  de  nuestras  pasiones,  de 
nuestros  deseos,  de  nuestras  aspiraciones.  El  hombre  no  vive 
solo  de  este  mundo  sino  que  vire  de  la  eternidad;  no  vive 
de  la  came,  sino  que  vive  del  esplritu,  y  el  esplritu  es  pre- 
ciso  que  vaya  mas  alld,  que  se  remonte  mas  alto,  que  suba 
hasta  su  orijen. 

— No  se  llega  tan  fdcilmente  a  ese  grado  de  reflexion  y 
de  santidad. 

— De  un  salto  no;  pero  poco  a  poeo  si 

— Ya  es  tarde  para  ml.  , 

— ^Nunca  es  tarde  para  Dios. 

rr-Este  es  el  motivo  por  que  lo  he  hecho  a  usted  Uamar. 

— Bien,  querida  hij^i;  a  todos  nos  recibe  el  Sefior.  iQm6 
es  lo  que  deseas? 

— Hacer  a  usted  la  esposicion  de  mi  vida,  abrirle  mi  eo- 
razon  para  que  lea  en  ^1,  y  si  mis  faltas  no  son  de  aquellas 
para  las  que  no  hai  perdon,  se  sirva  usted  acord&rmelo 
d^ndome  su  santa  bendicion  y  cumpliendo  con  las  liltimas 
volnntades  de  un  moribundo. 

Eloisa  86  detuvo  conmovida  y  fatigada:  conmovida  por 
lo  que  iba  a,revelar  al  confesor,  y  fatigada  por  aquel  gran- 
de  esfuerzo. 


i 


£06  sKnixoft  OIL  ptroLd.'     I  SOS    , 

—La  esoueho  a  usted,  hija  mia,  suplicdndole  no  se  tarbe, 
porqae  mi  ^inico  atributo  es  perdonar  y  no  castigar;  porque 
81  vengo  a  deaempefiar  el  papel  de  juez,  ea  de  un  juez  lleno 
de  misericordia,  lleno  de  bondad  y  que  siempre  perdona. . .  '  - 
que  siempre  tiene  conmiseraclon  y  se  hace  cargo  de  todas 
las  flaqaezas,  de  todas  las  debilidades  del  hombre... 
'  — Asi  lo  he  comprendido,  asi  lo  comprendo,  asi  lo  crco 
y  asi  lo  esperp, 

Eloisa  principi6  su  confesion. 

£1  sacerdote  con  su  vista  fija  en  el  cielo  oia  a  su  peniten- 
te  sin  inmutarse.  ' 

Cuando  Eloisa,  despues  de  dichasi  sus  culpas,  hizo  una  re- 
lacion  sucinta  y  sin  pretensiones  de  lo  que  habia  motiva- 
do  su  arrepentimiento  y  de  lo  quie  habia  motivado  su  amor, 
el  sacerdote  se  estremecio  y  sus  ojos  vertieron  algunas  Id- 
grimas.  |Quien  sabe  si  no  habia  alguna  analojia  entre  am- 
bas  ezistencias!  jqui^n  sabe  si  ^1  no  habia  en  su  juventud 
esperimentado  los  mismos  dolores  y  encontrado  la  ealma, 
alii  donde  no  la  habia  bascado  Eloisa,  es  decir^  en  la  reli- 
jion,  en  la  aspiracion  y  consagracion  a  Dios! 

El  santo  varon  le  di6  su  absolucion,  dici^ndole: 

— No  necesitabas  el  perdon  del  hombre,  pues  ya  debias 
haberte  adquirido  el  perdon  de  Dio3,  porque  El  no  deja 
nada  sin  recompensa. 

Has  hecho  mucho  bien,  y  el  que  ha  hecho  mucho  bien 
debe  tener  tambien  mucha  gloria. 

Lo  Anico  que  siento  es  que  te  hayas  abandon  ado  al  do- 
lor cuando  todavia  podias  ser  dichosa  como  yo  lo  he  sidp. 

— jDichosa!  jy  de  qu^  modo? 

— ^Lo  deseas?  Aun  puedo  salvarte. 

— Imposible,  senor,  imposible. ..  ya  es  demasiado  tarde. 

— Nunca  es  tarde  para  orar  y  consagrarse  fil  bien  d^l  \ 

prdjimo:  este  es  el  verdadero  camino  del  cielo  y  por  61  se 
Uega  tambien  a  la  serenidad  del  espiritu:  tras  la  tormenta 
viene  la  bonanza,  y  la  paz  del  Sefior  eg  el  premio  del  juste. 


— Pero  c6mo  conseguirlo? 

— ^Vive,  liija  mia,  no  ya  para  ti...  •  pero  si  para  taa  seme- 
jantes. 

— jY  el  dolor  iacesaate  que  me  mata! .  • .  Per  otra  parte, 
^c6mo  renunciar  a  la  dicha  que  esperimento  en  la  agonia? 
Porque  ha  de  saber,  senor,  que  toda  mi  felicidad  consiste 
ahora  en  morir. 

— Ese  no  es  mas  que  egoismo:  trabaja  por  vencerte  y 
conseguir&s  la  victoria  llegando  talvez  a  serle  util  al  mismo 
j6v.en  a  quieu  amas  y  por  quien  mueres. 

— jLo  cree  usted,  senor?  esclam6  Eloisa,  anim&ndose  sus 
facciones,  pero  luego  anadi6:  Enrique  no  me  necesita  ya,  ^1 
es  dichoso  y  su  dicha  es  to  do  mi  consuelo. 

— jQui^n  sabe  lo  que  pueda  suceder!  Pero  hai  un  medio 
para  que  aun  seas  feliz. 

— sCudl? 

— La  caridad  es  una  fuente  inagotable  de  dulces  e 
imperecederos  consuelos.  Tu  alma  esta  Ilamada  a  beber  en 
esa  fuente;  tus  acciones  me  lo  prueban,  y  bien  poco  costaria 
ensayar.  Si  despues  de  haber  tanteado  esta  senda  vienes 
donde  yo  eatoi  y  me  dices:  '*El  remedio  'es  ineficaz"  enton- 
ces  te  dir&  "Muere";  pero  antes  es  precise  ensayar. 

— Veamo8,  senor,  aun  cuando  me  encuentro  ya  demasiado 
d6bil. 

— Estfis  mas  d^bil  de  espiritu  que  de  cuerpo;  reforzando 
el  primero  se  correjird  el  segundo. 

— Espero  que  usted  me  diga  c6mo  debo  de  obrar. 

— Muere  para  tf  y  vive  para  los  otros,  te  he  dicho,  y  estcf 
lo  conseguirdls  entrd.ndote  de  monja  de  caridad,  que  al  fin 
UegarSs  a  vivir  por  tl  misma  y  para  ti  misma,  porque  no 
hai  nada  que  robustezca  el  espiritu  como  la  abnegaeion  y 
,  el  sacrificio  que  al  fin  se  trasforman  en  dicha,  porque  el 
amor  fal  pr6jimo  es  el  amor  de  Dios,  y  el  bien  heeho  a  su 
fiemejante  se  hace  nuestro  bien  y  redunda  todo  en  nuestro 
prorecho:  es  un  rocio  que  vivifica  el  corazon,  alegra  el  es- 


LOB  81GBBT0B  DXL  FCrXSbO,    ,  508 

plritu  y  cadadia  desprendi^ndose  de  las  pasiones  de  la 
came  nos  aproxima  mas  y  mas  al  Sefior. 

Esta  proposieion  del  buen  sacerdote  tom6  mui  de  nuevo 
ai  Eloiea  y  se  puede  asegurar  que  le  agrad6,  porque  dijo  al 
vi^jo  capellan  con  dulzara: 

'  — Hdgame  usted  el  favor  de  volver  man^^na,  sefior,  y  ten- 
drd  usted  mi  determinacion. 

Que  Dios  te  ilumine,  hija  mia,  y  premie  tus  virtudes  acd 
en  la  tierra  como  las  premiard  indudablemente  en  el  cielo. 


III. 


All!  Si  nos  apresurdsemos  tanto  para  hacer  una  buena 
accion  como  nos  apresuramos  para  adquirir  la  fortuna! 
jCu^nto  no  ganarian  los  desgraciados!  Pero  jeneralmente 
esto  es  lo  que  mas  se  descuida,  y  cuando  llega  a  hacerse,  se 
deja  para  lo  iiltimo,  para  cuando  haya  tiempo  de  sdbra  y 
que  no  exista  hoi  un  placer  frfvolo  a  quien  darle  la  prefe- 
rencia!  Afortanadaraente  el  buen  sacerdote  no  era  de  este 
niimero  y  lo  priraero  que  hizo  al  dia  siguiente  fa6  encami- 
narse  a  la  casa  de  Eloisa,  porque  comprendia  que  aquella 
alma  necesitaba  de  un  apoyo  y  de  urj  consuelo  inmediatp 
antes  que  la  ganase  por  completo  el  desfallecimiento  moral 
que  la  abrumaba;  asi  es  que  lleg6  cuando  la  an^astiada 
j6ven  todavia  no  lo  esperaba. 

— He  venido'  temprano,  dijo,  porque  creia  y  creo  que  mi 
visita  no  te  serd  indiferente. 

— La  visita  de  un  santo  siempre  llega  a  tiempo  porque 
es  siempre  un  alivlo. 

— gC6mo  te  sientes,  hija  mia?  ^Te  encuentras  mejor? 

— Mejor,  raucho  mejor,  senor,  porque  sus  palabras  me 
han  reanimado,  porque  su  consejo  me  ha  dado  alguna  es- 
peranza. 

— jHas  pensado  lo  que  te  he  dlcho? 

— ^Mucho,  muchisimo. 


506  tM  sicaunofl  dsom  sxnoM. 

— ^Y  qu^  has  hallado? 

—He  encontrado  qiie  aun  puedo  ser  4til  y  que  talvez 
esto  me  d6  la  vida  del  alma,  que  es  la  que  habia  deaapare- 
cido  para  ml,  que  es  la  que  solo  necesito. 

— Asi  es,  hijamia:  en  la  caridad  se  encuentra  la  vida  del 
alma,  la  vida  de  los  afectos,  porque  se  ama  a  Dies  y  se  ama 
al  pr6jirao. 

— Y  podr6  servir  algun  dia  a  Enrique,  jno-es  verdad, 
senor? 

— ^A  ^1  como  a  todos. 

— jY  qu6  es  precise  hacer,  sefior? 

— Lo  primero  es  restablecer  la  salud,  porque  el  trabajo 
de  una  monja  de  caridad  es  duro,  mui  duro  y  se  nece- 
sita  tanto  de  la  fuerza  del  cuerpo  como  de  la  fuerza  del 
alma. 

— Ahera  estoi  dispuesta. 

— Trata,  pues,  de  adquirir  lo  que  has  perdido,  que  yo  me 
encargo  de  lo  demas,  y  en  quince  dias  Ov  un  mes  todo  que- 
dar^  arreglado;  pero  es  necesario  un  propdsito  firme  y  una 
voluntad  decidida. 

— Creo  tenerla,  sefior;  pero  tambien  seria  mui  convenien- 
te  que  usted  me  fortaleciese  con  su  presencia  y  con  su  con- 
sejo  para  llegar  a  tener  su  conviccion  y  su  f6. 
.  — Mi  presencia  y  mi  consejo  son  tuyos,  te  lo  pFometo;  yo 
vendre  diariamente  a  verte  y  me  empefiar^  por  sanar  al 
cuerpo  y  al  lespiritu. 

Eloisa  encontr6  una  gran  satisfaccion  en  aquella  prome- 
8a,  porque  tenia  la  seguridad  que  aquel  santo  varon  con  sa 
mansedumbre  anjelical  y  sus  palabras  Uenas  de'  consuelo  y 
de  esperanzas,  borraria  en  su  corazon  un  amor  para  que  na- 
ciera  otro  amor  que  al  fin  debia  suplantar  por  complete  al 
primero. 

La  hdbil  asistencia  del  anciano  capellan  del  monasterio 
de...  y  sus  cuidados  de  todo  j^nero,  contribuyeron  mucho 
para  restablecer  a  Eloisa,  que  al  fin  del  t^rmino  fijado  se 


im  nouHMi  BiL  wmoA. 


Bor 


\ 


enobntraba  en  completa  salud  y  su  alma  un  tauto  mas  tran- 
qnila,  porque  el  digno  sacerdote  habia  sacado  provecho  de 
las  propias  accionea  de  Eloisa,  de  sa  propio  amor,  para  amor- 
tiguar  poco  a  poco  la  inteusidad  de  su  faego;  pero  tom6 
una  via  opuesta  a  la  que  cualquiera  otro  habria  seguido, 
pues  lejos  de  combatir  aquel  afectb  que  nada  tenia  de  cri- 
minal, sino  que  por  el  contrario  habia  sido  causa  de  una 
conversion,  le  hablaba  constantemente  de  61  y  lo  dirijia  sin 
estinguirlo;  pues  sabia  que  las  pasiones,  lejos  de  ser  un  mal, 
son  el  bieh  mas  grande  cuando  se  las  conduce  hdcia  un  buen 
fin,  cuando  se  las  encamina  hdcia  la  virtud. 

Un  dia  l]eg6  el  sacerdote  mas  temprano  que  de  costum- 
bre  y  le  dijo:  "Amiga  mia,  todo  tropiezo  est4  allanado  y 
puedes  desde  mkfiana  tomar  el  respetable  y  querido  h^bito 
de  la  monja  de  caridad.  Dios  te  ha  concedido  como  un  pre- 
mio  este  nuevo  bautismo  para  elevarte  ante  tus  propios 
ojos,  para  rejenerarte  ante  la  sociedad,  porque  ya  no  serds 
para  nadie,  aun  cuando  se  supieran  tus  faltas, '  un  objeto  de 
desprecio,  sino  un^objeto  de  veneracion,  porque  el  vestido 
de  esa  sierva  del  Senor  es*  el  emblema  del  desengano,  del 
arrepentimiento,  de  la  hiimildad  prdctica  y  de  la  caridad 
abnegada  que  no  espera  recompensa  alguna  por  su  sacrificio 
constante,  a  no  ser  la  que  le  es  permitido  tener  a  todo  hom- 
bre  que  levanta  su  corazon  hdcia  Dios:  la  recompensa  de  la 
vida  eterna. 

Ese  mismo  dia  hizo  Eloisa  la  reparticion  de  todos  sus  pe- 
quefios  bienes  sin  guardar  nada  para  si]  salvo  la  suma  eziji- 
da  por  la  congregacion  de  las  l\ermatias  de  caridad  para  el 
fpmento  de  sus  pequefias  y  mas  indispensables  necesidades; 
y  cuando  hnbo  terminado  estos  arreglos,  cuando  dej6  ase- 
gurada  la  subsistencia  de  sus  dos  iieles  sirvientes,  dijo  a  su 
director:  ''Ya  estoi  dispuesta,  sefior:  pero  usted  que  me  ha 
salvado  de  la  miierte  debe  conducirme  en  la  vida.  Mis  pri- 
meros  paaos  serAo  d^bilesj  vacilantes  y  necesito  un  sosten 
para  no  caer.  listed,  a  quien  he  revelado  mi  corazon  y  que 


808  tM  suasmoa  dk  FinoojO. 


\ 


/ 


comprende  toda  su  flaqucza,  es  el  que  me  evitard  los  desfa- 
llecimientos  propios  de  1^  convalecencia." 

-— Yo  te  ayudar^,  hija  mia,  coatesto  el  digno  sacerdote; 
pero  ten  la  segaridad  que  Dios  estd  ya  contigo  y  que  no  te 
dejar^  caer,  porque  ^1  te  sostendrA. 

— Es  verdad,  eenor,  que  siento  en  mi  como  un  nuevo  es- 
piritu,  que  me  aninaa  una  especiede entusiasmo,  que  veo  en 
lontananza  un  horizonte  lleno  de  fulgores,  que.  vuelvo  a  la 
vida  bajo  una  faz  distinta,  que  amo  como  nunca  he  amado, 
porque  amo  a  los  desgraciados  y  esperimento  el  fuego  divi- 
no  de  ese  carino  sin  llmites  por  todos  los  que  padecen,  su- 
friendo  ^nicamente  por^no  ser  capaz  de  aliviar  tantos  dolo- 
res  como  deben  existir  sobre  la  tierra,  de  consolar  a  tantos 
aflijidos,  de  enjugar  tantas  Idgrimas...  Ah!  senior;  jqu^  ma- 
nantial  inmenso  de  dicha  se  encuentra  en  la  caridad!  Yo  no 
lo  conocia,  no  lo  habia  previsto..,  jComo  serd.cuando  se  en- 
tre  en  la  prdctica!  jQu^  de  noches  deliciosas  no  debe  uno 
tener  al  hacer  en  la  hora  de  acostars3  el  exAmen  de  su  con- 
ciencia  y  ver  el  bien  que  ha  ejecutado  y  el  que  piensa  eje- 
cutar  al  dia  siguienfre!  Al  contemplar  los  dolores,  las  mise- 
rias,  las  desgracias  de  distintos- jeneros  que  ha  podido  de 
algun  modo  disminuir!  Senor,  sefior,  jcudntos  placeres  des- 
conocidos  para  el  mundo,  cudnta  gloria  ignoi'ada,  cudnta  fe- 
licidad  pasa  desapercibida  para  el  hombre!  \Y  decir  que  es 
usted  el  que,  arrancdndome  de  la  muerte  me  da  esta  nueva 
vida!  Pero  usted  debe  sentir  ya  la  recompensa!  Esa  recom- 
pensa  que  mas  tarde  debe  llegar  tambien  para  mi,  porque 
espero  en  Dios  que  se  me  proporcionaran  ocasiones  iguales 
para  hacer  con  otros  lo  que  usted  ha  hecho  conmigo! 

— Hija  mia,  veo  con  delicia  que  vas  mas  alM  de  lo  que  yo 
creia,  que  alcanzas  mas  alld  de  lo  que  yo  pensaba,  que  Ue- 
gards  al  punto  donde  yo  no  ke  conseguido  llegar:  tanto  me- 
j^r  para  ti,  porque  mayor  serd  tu  deleite  y  mas  pura  y  graa- 
de  tu  gloria.  Empero,  debo  hacerte  una  sola  advertencia, 
aun  cuando  tengo  la  seguridad  de  que  me  sobrepujes  en 


»- 


/ 


todo ;  sin  embargo,  los  primeros  pasos,  eomo  t4  misma  lo 
has  comprendido,  no  son  nunca  firmes,  sino  que  necesitan  de 
un  sosten  y  algunas  veces  de  un  gaia;  per  tanto,  voi  a  pre- 
venirte  de  una  sola  cosa,  de  un  solo  desliz  en  que  jeneral- 
mente  caen  las  almas  buenas,  y  este  escollo  es  el  escollo  de  la 
gratitud.  El  bien  debe  hacerse,  hija  mia,  sin  niugun  interes, 
sin  ninguna  ambiclon,  ni  aun  aquella  de  que  nos  lo  reconoz- 
can,  pues  en  tal  caso'ya  pierde  todo  su  perfume,  todasuele- 
yacion,  todo  su  m6rito,  toda  su  grandeaa;  porque  al  acreedor 
que  presta  con  interes  no  se  le  debe  servicio  alguno  ni  tie- 
ne  a  el  derecho  el  que  menor  desde  el  memento  que  se  le 
satisface:  esto  mismo  su(5ede  a  los  que,  por  sus  favores,  espe- 
ran  la  gratitud  de  aquellos  a  quienes  se  los  hacen;  y  desde 
el  momento  que  la  accion  ha  obtenido  su  recpmpensa,  ^qu6 
mas  se  puede  o  debe  esperar?  Pero  aquel  que  purifica  su  in- 
tendon  y  practica  el  bien  solo  por  el  bien,  ese  tiene  un  pre- 
mio  mayor,  un  premio'esencialmeDte  espiritual  y  digno  del 
Senor.  Con  que  asi,  hija  mia,  trata  de  desprenderte  poco  a 
poco  de  las  aspiraciones  mundanae,  para.alcanzar  a  las  divi- 
nas,  que  es  donde  se  encuentra  1^.  quietud  y  la  dicha  del 
alma. 

, — Solo  me  falta,  seEor,  un  Mtimo  debev  que  cumplir  para 
desprenderme  completamente  del  mundo  y  aun,  si  es  posi- 
ble;  del  amor  de  Enrique,  que  siempre  me  acaricia  y  que 
siempre  me  persigae.  * 

— El  amor  de  Enrique  te  es  saludable,  porque  ha  sido  no- 
ble y  desprendido.  Dios  no  nos  manda  olvidar  a  lo  que  he- 
mes amado  cuando  la  pasion  no  nos  ha  inducidoi  al  mal,  y 
la  tuya,  poriel  contrario,  me  has  dicho  que  te  ha  conducido 
al  bien,  que  te  ha  apartado  de  una  carrera  de  perdicion, 
quete  ha  hecho  practicar  acciones  jenerosas,  en  una  pala-'" 
bra,  que  te  ha  salvado  y  que  talvez  essa  61  mas  que  a  mi  a 
quien  debes  la  santa  carrera  que  piensas  seguir,  la  santa 
cruzada  que  vas  a  emprender  contra  la  desgracia  y  ijaiserias 
de  tus  Bemejantes;  ^por  qu^  entonces  olvidarlo?  No,  hija 


no 

mia,  eontin^a  am&ndolo  y  ten  segaro  que  ese  amor  se  per- 
dev&  algan  dia  ea  el  seno  de  Dio8. 

— {Qa^  relijioo,  sefior,  es  la  soya  que  do  condena  los  afec- 
toB,  que  no  contraria  las  inclinaciones  del  corazon  aun  en 
la  vida  misma  del  espiritualismo  qne  usted  aconseja?  iQuA 
relijion  es  esa  tan  dalce  para  seguir  y  qne  tanto  se  confor- 
ma  con  nnestra  natnraleza?  8i  nsted  me  hnbiera  dicho  qne 
no  amara  a  Enriqne,  qne  coml&atiera  esta  pasion  qne  me 
iba  a  hacer  morir  y  qne  ahora  nsted  ha  convertido  en  ele- 
mento  de  vida,  si  nsted  me  hnbiera  aconsejado  eso,  todo 
estaba  conclnido  y  mi  salvacion  no  se  habria  jamas  afecta- 
do,  pero  nsted  ha  sabido  condncirme,  y  sin  anamatizar  mi 
carifio  lo  gnia  y  lo  ensalza:  tal  doctrina  es  digoa  de  aegnir- 
se  y  la  segair^  hast  a  mi  mnerte. 

•    — ^Esa  doctrina  no  es  mia  sino  de  Jesncristo,  de  qnien  soi 
el  ^Itimq  de  sns  disclpnlos. . .  Esa  relijion  de  paz,  de  carl* 
.  dad,  de  amor,  teniendo  como  complemento  a  la  hnmanidad, 
ha  sido  mal  interpretada,  pero  ella  reinara  al  fin. 

— ^Y  nosotros  principiaremos  a  practicarla.  ^No  es  ver- 
dad,  sefior? 

— Asi  lo  espero. 

— Desde  mafiana  soi  con  nsted  para  no  separarme  jamas 
del  sendero  qne  me  ha  trazado.  Ahora,  como  le  he  dicho 
antes,  tengo  qne  lleoar  mi  liltimo  deber,  tengo  qne  escribir 
a  mis  bienhechores,  a  los  padres  de  Enriqne,  de  qnienes  es 
preciso  qne  me  despida,  pnesto  qne  ya  no  debo  vivir  para 
los  felices  sino  para  los  desgraciados. 

— ^Bien,  hija  mia,  estar^  contigo  a  la  hora  fijada  por  la 
directora,  qne  son  las  once  del  dia. 

— Convenido, 

El  sacerdote  se  despidi6  de  sn  ne6fita  y  ella  se  pnso  a 
desempefiar  sns  iiltimos  qnehaceres;  y  despnes  de  haber 
aconsejado  a  sns  fieles  sirvientes,  dici^ndoles  la  vida  qne 
debisn  segnir  y  la  peqnefia  fortuna  qne  les  dejaba  para  la 
latisfaccion  de  sns  necesidades  y  para  qne  nnnca  la  miseria 


fiO0  nOBMSOB  DSL  TUMBLE,  611 

]sik  arrastrara  en  ningan  tiempo  al  vicio  a  que  son  condn- 
cidas  alganas  infelices  criaturas  faltas  de  apoyo  y  faltas  de 
alimento,  despues  de  todo  esto  y  de  la  distribucion  equita- ' 
tiya  de  caaato  poseia,  se  consagr6  a  escribir  la  siguiento 
carta  a  la  madre  del  j6ven  a  quien  solo  habia  amado  en  el 
mando. 

IV. 

"Sefiora  dofia  Marta  Garrido  de  Lopez.  - 

''Sefiora: 

"S^  que  usted  debe  haber  estra^ado  mi  ausencia  y  ' 
que  seguird  inquieta  por  ella,  pero  tranquil  Icese  porque  me 
encuenti^  sana  y  salva.  Esta  inquietud  la  esperaba  de  su 
bondad,  asi  como  la  espero  del  senor  Lopez,  de  Mercedei^, 
de  la  senorita  Luisa,  del  seSor  don  Toribio  de  Guzman, 
como  tambien  de  Santiago  y  Teresa,  porque  siento  que  to- 
dos  me  querian  y  me  apreciaban,  aunque  en  grados  distin- 
tos,  como  es  natural  que  suceda,  segun  el  lugar  que  nos 
haya  cabido  en  suerte,  en  virtud  del  mayor  o  menor  mfirito 
de  nuetras  acciones. 

"Yo  habia  resuelto,  sefiora,  morir  despues  dela  confesion 
que  voi  a  hacerle,  pero  un  digno  y  anciano  sacerdote,  el 
mismo  que  bendijo  la  union  de  Mercedes,  me  .salv6  la  vida 
abri6ndome  una  nueva  carrera,  carrera  que  he  abrazado  con 
gusto  y  que,  espero  en  Dios,  conservar^  hasta  el  fin  natural 
de  mis  dias;  pero  esto  no  me  impide  hacerle  la  confesion 
de  mis  faltas  a  la  vez  que  manifestarle  mi  gratitud  por  sus 
beneftcios,  porque  si  no  he  muerto  materialmente,  he  muer- 
tOy  sin  embargo,  para  el  mundo  y  debo  a  usted,  antes  de 
separarme  para  siempre,  una  esplicacion  de  mi  conducta,  un 
motivo  por  que  no  la  acompafio  y  la  causa  principal  que  me 
habia  hecho  adoptar  una  determinacion  estrema  y  funesta, 
pero  de  la  que,  mediante  Dios,  estoi  completamente  libre, 
pues  he  reconocido  mi  error  y  adjurado  con  tiempo  de  ^1. 


til2  urn  BIOBSTOfl  DWL  FOIBZiO. 

"Usted  recordard,  mi  querida  raadre,  y  conc^dame  el  fa- 
vor  de  nombrarla  as!  porque  me  es  sumamente  agradable, 
usted  recordard  que  en  un  momento  estremo,  de  estremo 
dolor  y  de  estrema  angastia,  me  vi  obligada  a  revelar  el  se- 
creto  que  no  pensaba  descubrir  a  nadie,  que  no  queria  des- 
cubrirme  a  mi  misma,  porque  no  era  digna  de  sentir  lo  que 
sentia  ni  de  aeeptar  lo  que  usted  me  proponia;  pues  bien, 
desde  ese  momento  resolvi  separarme  do  ustedes  y  de  ^1, 
porque  resolvi  morir;  y  mi  promesa  se  habria  cumplido  sin 
el  ausilio,  sin  el  consejo  paternal  del  venerable  sacerdote 
que  me  ha  libertado  de  mi  misma. 

"De  donde  provenia  esta  desesperacion?  me  preguntard 
usted,  y  voi  a  decirselo:  esa  desesperacion  nacia  de  mi  vida 
pasada,  Yo  no  he  sido  la  mujer  honrada,  la  mujer  sin  man- 
cha  que  se  present6  a  ustedes  para  captarse  su  confianza. 
Yo  era  una  de  esas  infelices  que  se  arrastran  en  el  lodo  in- 
mundo  de  la  prostitucion;  pero  debo  decirlo:  mi  cprazon  no 
estaba  del  todo  viciado,  puesto  que  form^  el  plan  de  salvar 
^  ustedes  desde  el  mismo  momento  que  los  vi  y  talvez  an- 
tes de  que  los  conociera;  pero  cuando  llegu^  a  tratarlos, 
cuando  se  me  present6  Mercedes,  cuando  pode  apreciar  a 
Enrique,  mi  determinacion  se  hizo  inquebrantable  y  4)or 
todo  el  oro  del  mundo  no  habria  faltado  a  ella;  y  si  me 
puse  al  servicio  de  la  tia  Anastasia  y  de  la  madre  de  Gui- 
llermo  fu^  con  el  prop6sito  firme  de  desbaratar  sus  planes 
homicidas:  h^  aqui  mi  solo  m^rito,  m^rito  fdcil  y  que  no 
necesitaba  de  grandes  virtudes  sino  de  una  inclinacion  be- 
n^vola,  de  lo  que  se  llama  buen  natural;  de  consiguiente 
bien  poco  he  hecho  y  bien  poco  o  nada  tienen  que  agrade- 
cerme. 

Pero  con  el  trato  de  ustedes  se  acrecent6  mi  aprecio  y  se 
acrecent6  mi  amor;  pues  a  la  vez  que  mas  amaba,  mas  com- 
prendia  cu&n  indigna  era;  y  puedo  decirle  a  usted,  sefiora, 
que  jam^s  me  lisonje6  la  menor  esperanza,  sino  que  hice  la 
resolucion  sincera,  la  resolucion  inmutable  de  no  ser  nunca 


.'; 


\ 


IM  8I0BIT0S  DIL  tlHBSLO,  ^li 

\ 

de  61  aun  en  an  do  hubiora  llegado  a  corresponderme;  y  sin 
embargo,  por  un  fen6meno  incomprensible,  por  nno  de  esos 
capriclios  de  que  es  imposible  darse  una  solacion,  cnando 
comprendi  que  ^l  queria  a  otra  mujer  tan  digna  como  ^, 
tan  elevada  y  tan  grande  comp  el,  senti  que  me  era  indis- 
pensable morir  j  hubiera  muerto  sin  el  ausilio  del  buen  ea- 
cerdote  que,  sin  contrariar  mis  afectos,  me  8ac6  del  error, 
abriiJndome  la  mas  hermosa  carrera;  poes  desde  hoi  soi  ya 
monja  de  caridad. 

No  por  esto  dejo  de  amar  a  Enrique.  Mi  director  y  mi 
padre  espiritual  me  lo  ha  permitido;  pero  ahora,  aun  cnan- 
do todavia  no  he  principiado  en  mi  sublime  ministefio, 
siento  que  lo  amo  de  una  manera^  distinta,  porque  su  dicha 
hace  la  mia,  porque  vivir^  de  su  felicidad,  sin  sombra  de  la 
mas  lijera  amargura,  sino  que  lo  recordar^  a  £1,  a'la  seQo- 
rita  Luisa,  a  ustedes,  a  Mercedes  y  al  senor  de  -^Guzman  en 
mis  humildes  oraciones,  para  que  cada  dia  est^n'  mas  satis- 
fechos  los  unos  y  los  otros,  dindoles  el  justo  premio  que  sus 
virtudes  merecen,  premio  que  no  les  envidio,  pues  ya  yo 
tengo  el  mio  y  el  6nico  a  que  podia  aspirar  y  que  Dioa  se 
ha  servido  asignarme.     ' 

"Ahora,  sefiora,  me  resta  dnicamente  manifestarle  a  usted 
y  a  toda  su  familia  mi  gratitud  profunda,  porque  a  ustedes 
debo  el  haber  salido  de'la  carrera  del  vicio.  Sin  su.ejertiplo 
iqu^  hubiera  side  de  ml?  Sin  esas  virtudes  sencillas  y  sin 
ostentacion  que  a  cada  paso  tenia  a  la  vista,  jd6nde  me  en- 
contraria?  Ustedes  me  han  salvado;  ustedes  han  conqoistado 
una  alma  para  el  SeSor,  ustedes  han  formado  a  la  madre  de 
caridad  que  se  propone  endulzar  muchas  amarguras,  es  de- 
cir,  que  las  infelices  criaturas  a  quien  yo  alivie  se  lo  debe- 
rdn  a  ustedes  y  tendr^  el  gusto  de  repetirles  constantem^ite 
sus  nombres  para  que  la  bendicion  del  cielo,  espresada  por 
los  labios  de  los  aflijidos  y  dd  los  menesterodos  que  son  los 
hijos  de  Jesucristo,  acompafie  siempre  a  toda  su  familia. 

"Perdone,  mi  querida  y  virtuosa  madre,  si  la  he  hecho 

lOMO  IV. 


\ 

V 


6l4  LOS  B>0B«1*O8  DlL  FUSBtiO. 

Bufrir  por  algun  tiempo  al  no  decirle  nada  de  mi  pobre 
existencia;  pero  espero  que  ese  pesar  de  uno3  pocos  dias 
qnedard  suficientemeute  indemnizado  con  el  placer  que  debe 
causarle  la  noticia  de  mi  nuevo  estado  y  de  mi  nneva  vida. 
"jPara  qu6  hablarle  ahora  de  cada.  uno  «n  particular,  pues 
debe  presumir  que  a  todos  los  tengo  en  mi  corazon  y  que 
por  todps  ello3  rogar6  al  Sefior,  asi  como  espero  que  lo  ba- 
gan  por  ml! 
'     "Su  adoptiva  y  amante  hija 

"Elqisa  Mendizabal." 

"P.  D. — Desde  mafiana  dejo  el  nombre  con  que  firmo 
esta  despedida  para  tomar  el  de  Dolores" 

Al  dia  siguiente  entra|3a  Eloisa  a  desempenar  el  noble 
rol  de  la  hermana  de  carulad^  siendo  recibida  en  la  congre- 
gacion  con  sinceras  demostraciones  de  jdbilo,  pues  habian 
precedido  las  recomendaciones  del  santo  sacerdote. 

La  madre  Dolores  fu6  desde  el  primer  momento  la  mat 
abnegada,  la  mas  humilde  y  la  mas  litil  de  aquel  hermoso 
plantel  del  cristianismo,  no  habiendo  querido  nunca  aceptar 
ningun  grado  de  distincion  o  de  honor  a  que  la  hacian 
acreedora  sus  virtudes,  prefiriendo  siempre  el  mas  dificil, 
el  mas  peligroso  y  el  mas  duro  de  los  oficios  o  de  los  debe- 
res  a  que  est^n  consagradas;  asi  es  que  era  citada  como  un 
modelo,  no  levantando  jamas  la  menor  envidia,  sino  &nica- 
.  meate  la  admiracion  y  el  amor  de  sus  hermanas,  la  admifa- 
cion  y  el  amor  de  los  pobres  y  de  los  enfermos  a  quienes 
socorria  y  aliviaba. 

Di03  tiene  consuelos  para  todaa  las  almas  que,  arrepenti- 
das  de  sus  faltas^  quieren  sinceramente  correjirse 


Impresion^s  de  viaje. 


I.  '         . 

k 

Enrique  habia  partido  felizmente.  Ningun  tropiezo  hall6 
en  Valparaiso  que  lo  detuviera,  y  el  vapor,  zarpando  al  dia 
Biguiente,  lo  alej6  d'e  las  playas  chilenas  sin  mas  annncio 
(porque  por  precancion  tomo  un  nombre  distinto)  que  dos 
pequenas  esquelas  dirijidas  a  sus  padres  y  a  su  maestro, 
yendo  en  esta  ultima  el  mas  afectuoso  recuerdo  para  Luisa. 

Mucho  tiempo  habia  que  esperar  antes  de  recibir  nueras 
de  Enrique;  empero  el,  con  esa  solicitud  del  amante  y  con 
ese  carino  del  hijo  y  del  hermano,  mand6  sus  cartas  de  to- 
dos  Ids  puntos  en  donde  se  detuvo  el  vapor,  incluyendo  a 
Panamd,  que  fu^  el  liltimo  desde  el  cual  6scribi6  hasta  sa 
"arribo  a  San  Francisco, 

Intertanto  todas  sus  relaciones  eran  felices.  Ninguna  nu- 
becilla  habia  turbado  por  un  splo  momento  los  dias  bonan* 
cibles  de  todas  las  personas  a  qnienes  amaba. 

Luisa  era  tan  feliz  como  podia  serlo  estando  Enrique 
ausente;  pero  Uena  de  una  confianza  ilimitada,  teniendo  la 
seguridad  de  ser  amada  como  ella  comprendia  el  amor,  es- 
tando  al  lado  de  ^su  amiga  y  de  su  maestro,  personas  que 
siempre  se  ocupaban  de  su  amante,  o  mas  bien  dicho,  de  su 
esposo,  poseyendo  f^  en  el  porvenir,  encontrdndose  rodeada 
de  personas  que  la  afeccionaban,  desempeSando  sienipre  el 
papel  de  Providencia  en  su  esfera  de  accion,  ^qu^  mas  po- 
dia desear  mientras  no  viniera  el  complemento  de  la  dicha 
que  estaba  segura  llegaria? 


\ 


/ 


5l6  txm  foso&mosi  Dtt  itxnsBto. 

Mercedes  y  el  solitario  por  su  parte,  pero  eapecialmente 
la  primera,  gozaba  de  una  calma  qiie  hacia  miicho  tiempo 
no  epperimentaba;  tenia  a  mas  de  esto  el  amor  por  so  hijo, 
el  culto  por  su  marido,  siendo  tambien  el  centro  de  mil  ca- 
riBos  prodigados  con  profusion  por  sus  padres  y  por  su  ami- 
ga.  ^C6mo  esperar,  pues,  una  felicidad  ma;^r?  Jamas  habia 
creido  llegar  al  grado  a  que  Labia  alcanzado,  y  le  daba  gra- 
cias  a  Dios. 

jY  que  diremos  del  sarjento  Lopez  y  de  Marta  Garrido, 
al  considerar  a  sus  hijos  sanos,  buenos,  libres  y  sobre  todo 
felices!  ^Hai  dicha  mayor  que  la  de  lo3  padres  cuando  con- 
templan  la  ventura  de  que  gozan  aquellos  seres  que  la  Pro- 
videncia  les  confiara,  a  quienes  ellos  tanto  atnan  y  en  quie- 
nes  tienen  cifrado,  no  ya  su  porvenir,  sino  la  tranquilidad  y 
la  alegria  de  sus  postreros  dias? 

En  una  palabra,  todas  aquellas  personas  que  hemes  visto 
sufrir  tanto  y  tan  sin  motivo,  que  hemos  visto  perseguidas 
por  el  vicio  y  no  pocas  de  ellas  victimas  del  vicio,  que  he- 
mds  contemplado  rodeadas  de  tantas  calamidades  y  al  bor- 
de  de  tantos  abismos,  se  hallaban  ahora  pr63peras,  conten- 
tas,  tranquilas,  pues  hasta  la  misma  Eloisa  habla  encontrado 
el  sendero  de  la  felicidad,  y  Santiago  y  Teresa  aumentaban 
cousiderablemente  su  fortuna  y  en  tan  poco  tiempo^  se  con-  • 
sideraban  ya  como  exentos  de  los  vaivenes  de  la  inconstante 
diosa;  pues  habian  llegado  a  formar  su  pequeno  capital  mas 
que  suficiente  para  hacer  frente  a  las  ^ventualidades  de  su 
industria,  satisfaciendo  dmpliamente  lo  m6dico  de  sus  aspi- 
raciones  y  de  sus  necesidades, 

Perp  mientras  los  perseguidos  gozaban,  los  perseguidores 
sufrian.  Mientras  que  los  prinieros  habian  llegado  a  la  cds- 
pide  de  la  felicidad,  los  otrog  se  ^ncontraban  en  el  abismo 
de  la  jdesgracia.  Mientras  que  aquellos  a  quienes  se  habia 
pretendido  matar  en  cuerpo  y  en  espiritu,  se  veian  llenoa 
de  salud,  de  honra  y  de  consid^raciones,  los  verdugoa  ha- 
bian sucumbido  en  el  desprecio,  en  el  dolor  y  en  la  desea- 


peracion,  como  la  tia  Anastasia,  y  arrastraban  una  vida  mi- 
serable, Hena  de  remordimientos,  de  sobresaltos  y  de  t  emorea 
que  no  dejaban  ua  memento  de  sosiego  con  la  de  Guillermo 
y  de  su  digna  madre  dona  Porfira. 

En  vano  este  j6ven  habia  querido  huir  de  la  justicia  para 
burlar  sua  fallos;  pero  ^se  pueden  acaso  burlar  los  fallos  de 
Dios?  Alli,  donde  el  poder  humano  se  detiene,  el  poder  di- 
vino  penetra.  Alli,  donde  la  sentencia  de  un  jaez  no  alcan- 
za,  la  sentencia  de  Dios  llega,  Alli,  donde  el  castigoimpues- 
to  per  el  hombre  queda  sin  efecto,  el  castigo  de  Dios  se 
realiza.  Por  esta  razon  en  vano  Guillermo  se  habia  ocaltado 
en  la  soledad,  porque  en  la  soledad  lo  perseguia  el  remor- 
dimiento;  pues  el  remordimiento  no  reconode  ni  tiempo  ni 
logares,  estd  en  el  alma^  y  alli  donde  estd  el  alma,  alli  se  en- 
cuentra  sin  que  el  sueno  mismo  pueda  perturbarlo  o  apa- 
garlo. 

Guillermo  habia  escapado  al  llamamiento  del  juez  del 
crimen,  y  tenia,  por  otra  parte,  grandes  influencias,  podia 
evadir  la  lei  humana;  pero  por  mas  que  hiciese,  no  estaba 
en  su  mano  libertarse  de  si  mismo,  y  su  yo,  su  inseparables 
yo,  lo  perseguia  por  todas  partes. 

Al  fin  dio  con  un  espediente:  el  espediente  de  la  bestla, 
es  decir,  el  espediente  para  trasformarse  en  besli a,  porque 
los  animales  jamas  dejeneran,  jamas  se  degradan  como  se 
degrada  y  dejenera  el  hombre.  ;Gaillermo  tom6  el  partido 
de  embriagarse  para  conseguir  al  menos  el  pesado  siieSo  del 
beodol 

Cuando  su  madre  lo  vi6  reducido  a  ese  estado  y  sin  po* 
derlo  libertar  de  ^1,  puesje  era  preferible  a  Guillermo  el 
einbrutecimiento  a  la  razon  que  le  recordaba  lo  que  habia 
hecho,  la  infamia  que  pesaba  sobre  ^1,  si^ndoleimposible. 
reparar  ni  lo  uno  ni  \o  otro;  cuando  su  madre,  decimos,  se 
cercior6  de  que  ya  no  habia  remedio,  principi6  a  su  vez  su 
martirio,  principi6  a  su  vez  su  eapiacion;  espiacioa:  terrible 
que  comenzaba  por  el  desprecio  del  hijo,  concluyenda  por 


S18  UM  Biouemi  ]>il  nnnnKi, 

el  desprecio  y  horror  de  sf  mismft;  \y  ojaI&  habiera  Bido 
086  desprecio  y  horror  de  aqael  que  siente  sa  falta  arrepin- 
ti^ndose  de  ella,  sino  qa'e  era  el  desprecio  y  horror  de  la 
nalidad  moral,  de  la  impotencia  fisica  y  social,  viendo  que 
le  era  ya  de  todo  pnnto  ,  imposible  reqnperai^  el  paesto  y 
libertar9e  de  lo  que  la  atormentaba  en  su  interior!  Empero 
mas  valia  morderse  los  labios,  a^uantar  en  silencio  todos* 
aqnellos  males,  porque  jcontra  qui^n  se  quejaria?  ^Qui^n 
le  tendria  Mstima?  Qui^n  se  compadeceria  de  ella  y  de  sa 
hijo,  de  ella  y  de  su  hijo  que  no  habian  tenido  jamas  mi- 
sericordia  por  el  pesar  ajeno! . . 

Un  dia  le  trajeron  a  Guillermo  ex^uiole.  Unos  campesi- 
nos  lo  habian  recojido,  porque' lo  habian  visto  tirado  en  el 
camino;  y  reconociendo  al  propietario  de  la  hacienda  se 
habian  detenido  y  lo .  habian  Uevado  a  las  casas^  como  di- 
cen  jeneralmentelos  inquilinos  por  las  habitaciones  del  pro- 
pietario. 

Dona  Porfira  mir6  a  su  hijo  tristemente,  e  hizo  un  jesto 
de  repugnanda  al  considerar  que  ,aquel  desmayo.era  prove- 
niente  dela  embriaguez  y  no  de  otro  accidente;  sin  embargo,, 
domindndose  a  si  misma,  para  no  dar  mal  ejemplo,  lo  hizo 
conducir  a  su  lecho,  diciendo  para  disimular: 

— iQu^  le  habrd.n  hecho  a  mi  hijo?  Pero  cuando  se  que- 
d6  sola  principiaron  sus  Idgrimas  y  el  lamento  triste  de  sus 
desventuras,  principi6  el  gusano  roedor  de  su  conciencia  a 
mortificarle  como  siempre:  aquella  mujer  habia  envejecido 
en  mui  poco  tiempo,  estaba  inconocible,  no  era  ni  sombra 
de  lo  que  habia  sido:  este  es  el  castigO  de  Dies. 

Guilbrmo  no  habia  esperimentado  un  cambio  menos  sor- 
prendente.  Pocos  meses  antes,  era,  como  sabemos,  el  j6ven 
mas  baen  mozo  de  Santiago,  el  mas  espiritual,  el  mas  cor- 
tesano,  el  mas  seductor  en  toda  la  estension  de  la  paiabra, 
asi  como  en  su  mala  y  buena  acepcion;  mientras  que  ahora 
tenia  una  cara  grosera  y  amoratada  por  el  alcohol;  sus  ojos 
torvos  y  saltados  revelaban  al  ser  malo  y  estiipido,  su  na- 


UNS  8ICBBT0S  DCL  FUSBLO.  519 

riz  rojiza  como  una  betarraga  auunciiaba  la  corrapcion  inte- 
rior, el  esceso  de  todos  los  vicios,  y  su  boca  lleua  siempre 
de  hedionda  saliva  por  la  esaitacioa  del  aguardiente  y  del 
tabaco,  causaba  una  repugnancia  invencible.  Sas  palabras 
eraa  groseras,  mas  groseraa  que  las  que  acostumbra  la  pie- 
be  en  las  cloaQas  de  la  prostitucion  p  en  las  inmundas  ta- 
bernas  que  frecuent'a.  Su  lenguaje  inconexo  manifestaba  a 
las  claras  la  perturbacion  de  su  cerebro.  Sus  furores  y  sus  ' 

lAgrimas  decian  sus  remordimientos,  que,  cual  lava^  ardien- 
tes,  abrasaban  su  mente  en  las  rSfagas  de  lucidez  que  para 
aumentarsu  martirio,  le  venian  de  cuando  en  cuando.  Pero 
entonces  la  escena  era  mas  espantosa,  el  cuadro  era  mas 
sombrio,  mas  asqueroso,  mas  terrible,  porque  esta  furia  Ian* 
zaba  imprecaciones,  y  luego  deciale  a  su  madre  los  mayores 
y  mas  groseros  insultos;  pero  no  contento  con  esto,  lanzibase 
sobre  ella  para  despedazarla,  acus^ndola  de  ser  la  autora  de 
sus  males,  porque  ella  y  su  padre  se  habian  robado  la  for- 
tuna  ajena. . .       ^ 

Cuando  estos  accesos  sobrevenian,  y  sobrevenian  cada  dia 
con  mas  frecuencia,  dona  Porfira  no  tenia  otro  remedio  que. 
huir  y  encerrarse  apuradamente,  pues  ya  en  una  ocasion 
estuvo  a  punto  de  ser  asesinada  por  su  hijo,  salvdndola  la 
casualidad  de  encontrarse  presentes  dos  robusto?  inquilinos 
que  consiguieron  arrancarla  de  manos  de  Guillermo  que  la 
estrangulaba.  .  / 

Desde  ese  momento  dofia  Porfira  habia  tomado  sus  pre- 
cauciones  haciendo  poner  buenas  puertas  y  buenas  cerra- 
duras  a  sus  habitaciones,  y  que  durmiesen  cerca  tres  o  cua- 
tro  bombres;  porque  era  necesario  una  ^uerza  de  Hercules 
para  contener  a  Guillermo  cuando  le  daban  aqdellos  ata* 
ques» 

No  sabremos  decir  cu^l  de  estas  dos  personas  era  la  que 
mas  sufria,  si  la  madre  o  el  hijo,  pero  lo  cierto  del  caso  era  I 

que  aqnella  vida  era  espantosa,  y  que  aquellos  sufrimientos 
debian  ser  horribles;  y  a  tal  punto  causaban  miedo  aquellias 


I 


529  urn  Mmxuasm  du  mttcA. 

escenas,  qne  los  canapesinos  decian  que  bus  patrones  estaban 
condeDadoa  en  vida,  o  que  por  lo  menos  les  habian  becho 
daflo  (1)^  inclicdndose  a  lo  liltimo  por  el  respeto  y  sumi- 
sion  profunda  que  esa  sencilla  jente  tiene  por  lo  que  llama 
el  patron,  el  rico,  el  hacendado;  pero  sin  embargo,  tembla- 
ban  siampre,  y  para  preservarse  de  accidentes,  se  llenaban 
de  rosarios  y  de  escapularios,  diciendo  algunas  oraciones 
que  ellos  creen  mui  eficaces  para  este  j^nero  de  males,  o 
para  apartar  a  los  espfritus  infernales,  haciendo  infructuo- 
80S  sus  maleficios  o  preserv^ndose  de  ellos. 

Hemos  trazado  a  la  lijera  el  cuadro  feliz  de  la  virtud  y 
el  cuadro  horri pilau  te  del  erf  men;  pero  todavia  le  reservaba 
Dios  a  los  unos  mas  satisfaccionea  y  mayores  recompensas, 
y  a  los  otros  mas  sufrimientos  y  mayores  castigos,  porque 
todavia,  tan  to  para  los  unos  como^ara  los  otros,  no  estaba 
colmada  la  medida  de  su  Justicia. 


IL 


Hacia  dieziocho  meses  que  Enrique  se  habia  ausentado 
de  Chile,  y  en  todo  este  tiempo  no  habia  escrito  ni  a  Luisa, 
Bi  a  sus  padres,  ni  a  su'maestro  una^ola  carta  de  conside- 
racion,  limitdndose  a  tranquilizarlos  sobre  su  salud  con  pe- 
quefias  esquelas  que  nada  decian  de  su  manera  de  ser,  de 
las  impresi^nes  que  hubiera  recibido,  de  ^os  estudios  que 
habia  hech6  y  de  los  mil  incidentes  que  porlo  regular  ocu- 
rren  en  los  yiajes  y  que,  jeneralmente,  los  escribe  uno  en 
su  libro  de  memorial;  pero  al  fin  recibi6  el  coronel  don  To- 
ribio  de  Guzman  un  grueso  paquete  que  contenia  una  carta 
voluminosa  para  Luisa  y  dos  para  61,  de  las  que  daremos 
cuenta  a  nuestros  lectores. 


(1)  Espectedd  maleficio  eo  que  ei^en  firmemenU  los*  hombresdel  campo  jque 
jeneralmente  ]o  hacen  los  MachU,  bmjoa  o  personaa  que  tienen  heche  un  conrenio  ee- 
^eU  con  el  diablo. 


UNI  nrauRoi  DB  nm&o.  S31 

Principiaremos  por  la  de  Lnisa: 

^'San  FranciscOj  marzo  20  de  1853. 

''La  primera  dificaltad  con  que  tropiezo  es  el  nombre 
quel  debo  darte:  mi  querida  Luisa  me  parece  mui  pd- 
lido;  mi  adorada  esposa  me  parece  algo  impropio;  ^c6mo 
Uamarte,  puee,  mujer  idolatrada?  ^C6mo  darte  el  cabficati- 
vo  que  venga  mas  bien'a  mis  afectos,  que  se  armobice  mas 
con  nuestra  situacion?  ^Te  dire  simplemente  Luisa?  [Este 
nombre  me  es  tan  querido!  Esta  sola  palabra  suena  a  mi 
oido  con  tan  agradable  tirmonia,  me  es  tan  melodiosa,  que 
solo  6U  sonido,  que  solo  el  modularla  en  mis  labios,  me  es- 
tasia!. . .  iCudotas  veces,  cudntas  voces  no  he  pronunciado 
tu  nombre,  y  cudnta  delicia  no  he  sentido!  jEo  cuantas  oca- 
siones  esa  sola  palabra  no  me  ha  hecho  estremecer  de  ale- 
gria!  jLuisa,  Luisa,  d^jame  llanarte  simplemente  asl,  por- 
que  me  parece  que  ten  go  mas  confianza,  mas  familiaridad, 
mas  posesion  de  ti!  Porque  me  parece  que  me  identifico 
mae,  que  soi  mas  dueno  de  todo  tu  ser!  jTu  ser!  ^86  aeaso 
lo  que  digo?  jY  sin  embargo,  el  Uamarte  con  tu  solo  nom- 
bre me  perstiade  que  ya  eres  mia,  completamente  mia! 
^Por  qu^  no  dejarme  con  esa  ilusion?  ^Mi  delicia  causa  al- 
gun  peijaicio?  ^No  me  has  autoriiado  t<i  misma?  ^No  me 
has  autorizado  con  el  beso  que  me  distea  en  el  sepulcro  de 
tus  padres?  jBeso  divino  que  todavia  siento  fresco  y  palpi- 
tante  en  mis  labios!  jQa6  ambrosia  debia  encerrar!  Qu^ 
n6ctar  del  cielo  ha  derranaado  en  todo  mi  ser  que  aun  lo 
recuerdo  como  si  fuera  ayer!  que  aun  su  dulce,  su  perfuma- 
da,  su  deliciosa  impresion  la  tengo  presente  y^me  parece 
del  memento!...  Y  bien,  Luisa,  dime:  ^te  ha  acontecido  a  ti 
lo  mismo?  Indudablemente,  porque  de  otra  manera  no  me 
comprenderias  ni  te  comprenderia  yo!  Porque  de  otra  ma- 
nera no  podrias  amarme!  La  reciprocidad  en  los  afectos  es 
una  ki;  de  consiguiente,  ^c6mo  apreciar  mi  pasion  y  com- 
prenderia sin  que  t6  no  te  sintieras  en  el  mismo  grado  y  con 
el  Qiismo  entueiasmo?  Si,  Luisa;  s^  que  nos  amamos  y  que 


^22  gott   Ainuexoft  dml  msBsjo. 

no8  amaremoa  siempre..,  jQui^n  paede  ya  s«*pararno8?  Solo 
Dio8,  solo  la  muerte;  j  aun  esto  no  lo  creo,  porque  Dios  nos 
ha  unido,  porque  la  muerte  es  la  transformacion  de  la  ma- 
teria y  no  el  aniquilamiento  del  esplritu,  y  nuestro  afecto 
nace  de  ^1,  viva  de  61,  estari  siempre  en  ^1;  nuestro  amor 
€8  tan  inmortal  como  es  inmortal  nuestra  alma...  ^No  lo  con- 
cibes  asi?  No  lo  pieneas  ih  misma?  Asi  lo  creo,  asf  lo  espe- 
ro.yo  y  asi  lo  creerAs  y  lo  esperarda  tiS... 

"Ai!  Luisa,  yo  no  habia  pensado  escribirte  una  sola  linea; 
porque  ;c6mo  espresarte  lo  que  he  sentido!  Yo  te  he  asocia- 
do  a  todos  mis  actos,  me  has  acompanado  en  todas  mis 
acciones,  has  estado  conmigo  en  todos  mis  pensamientos;  y 
qu^  encanto!  qu6  hechizo  tan  imponderable  no  ha  esparcido 
para  mf  por  el  universo  entero  tu  sola  im&jen!  ^Paeden  tra- 
ducirse  estas  impresiones?  No,  imposible!  h6  aqui  la  causa 
por  que  me  habia  abstenido  de  trasmitirlas  al  papel. 

"jQu^  pasion  tan  noble,  qu^  pasion  tan  pura,  qu^  pasion 
tan  grande  es  el  amor!  jComo  mejorando  nuestras  costum- 
bres  nos  eleva!  jCdmo  libertdndonos  de  los  preclpicios  nos 
Ueva  al  bien  por  una  senda  de  balsamicas  floree»!  C6mo  apar- 
ttfndonos  del  vicio,  no3  encamina  a  la  virtud!  C6mo  nos 
hace  admirar  todo  lo  bello!  C6mo  nos  estimula  para  em- 
prender  todo  lo  grande!  Qui^n  puede  corrromperse  aman- 
do!  El  mejor  preservativo  para  consorvar  la  moralidad,  es 
la  pasion  Uevada  al  idealismo!  Ea  vaao  precipitar^n  a  un 
joven  en  medio  del  fango  de  la  corrupcion  mas  espantosa, 
porque  si  61  ania  lo  atrstvesara  sin  mancharse  y  saldrd  tal- 
vez  mas  purificado  que  antes  de  haber  penetrado  en  61! 

"Pero  todavia  hai  mas...  todavia  encuentro  en  el  amor 
un  efecto  maravilloso  que  si  no  lo  hubiera  esperimentado, 
jamas  lo  habria  creido;  porque  pueden  comprenderse  fdcil* 
mente  todos  esos  arrebatos  deliciosos,  todos  esos  6stasis  del 
seu/iimiento,  pero  el  punto  culminante  es  la  coufianza  inmu- 
table,  la  tranqullidad  absolnta  de  que  nos  hace  gozar,  po- 
ni6ndono8  en  posesion  de  esa  impertubabllidad  que  debe 


\ 


um  ftBO&isoi  DU  rtnauk 


523 


tener  Dios,  db  esa  especie  de  inmutabilidad  sublime  del 
que  estA  eii  posesion  de  la  verdad  siu  linaites,  y  el  amor 
cuando  llega  a  ese  grade,  se  parifica  de  tal  mauera  qiie  no 
desconfia  ni  tiene  contrariedad  alguna. 

"^Y  lo  creerds,  Luisa?  Yo  he  sentido  lo  que  ahora  esplico 
sin  perfecto  m^rito:  yo  me  he  separado  de  ti  sin  iiolor;  yo  he 
estado  ausente  sin  safrimiento,  porqae-  tli  y  yo  hacemos  una 
sola  unidad,  porque  vivia  en  tl,  porque  no  me  separaba  de 
tf,  porque  nuestras  exiatencjas  eran  y  son  id^oticas,  bastdn- 
dome  mi  amor  para  estar  seguro  del  tuyo ... 

"Luisa,  tiiidebes  saber  con  qu6  lengaaje  nos  habla  la  na- 
turaleza  caando  aniamos!  C6mo  se  armonizan*  sus  fen6me- 
nos  con  nuestros  afectos!  Co  mo  se  engalana  para  escitarnos! 
C6mo  nos  provoca  con  sug  mil  variaciones,  con  sus  mil  ma- 
ra villas,  con  sus  mil  -  lenguas  para  Hablar  una  sola,  la  del 
amor! 

"El  mar  con  tbda  su  majestad,  con  todos  su^  abismos  in- 
con  mensurables,  iqu4  de  abismos  de  recuerdos  y  de  pensa- 
mientos^  no  menos  profandos  no  despierta  en  nosotros!, 
Caando  la  tempestad  ruje  sobre  nuestras  cabezas,  cuando 
embrav6cido  y  lleno  de  furores  parece  sepultarnod,  jno  es 
verdad  que  nos  trae  a  la  memoria  a  un  ser  amado?  jNo  es 
verdad  que  en  esos  iastantes  de  confasion  pavorosa,  la  imd- 
jen  de  nufe^tra  querida  se  nos  presenta  mas  patente  y  mas 
seductora  que  nunca?  Yo  lo  digo  por  esperiencia  propia: 
en  uno  de  esos  cataclismos  ma^rltimos  me  parecia  tenerte 
a  mi  lado  y  no  teqlia  nada,  absolutamente  nada,  ni  aun  la 
mtierte  que  los  amenazaba  a  todos  menos  a  mi,  porque  con 
tigo,  jbauriendo  ambos!  modiamos  morir?  Y  si  me  hubieran 
sepultado  las  olas  en  sus  negras  soledades,  ^no  es  verdad 
que  habrfamos  renacido  al  dia  siguiente  porque  tii  habrias 
muerto  un  iristante  para  vivir  en  seguida...  para  vivir  una 
eternidad?* .. 

"En  otras  ocasiones,  caando  tranquilo  el  oc^ano  tiene  sus 
suaves  c^firos  y  sus  dulces  melodias,  cuando  parece  sonreir- 


K^Si    ..  Ads  raOSBTOB  D<L  FUXBLO. 

nos  con  e^  mnrmullo  ^ilencioso  de  sas  apacibles  y  casi  tfmi* 
das  olas,  ;tras  qui  prisma  encantador  no  te  presentabas  a 
mi  fantasia!  Td  festabas  coamigo,  Luisa,  y  los  dos  gozdba- 
mos  de  aquel  espectAculo  tierno  y  grandiose!  Faerza  invisi- 
ble del  amor  que  todo  lo  embellece;  jcdmo  ban  podido  des- 
conocerte  o  corromperte  los  hombres!  |c6mo  ban  podido 
cambiar  est^s  goces  casi  di vinos  por  esos  carnales  plaqeres 
que  en  ^ugar  de  elevar  el  alma  la  degradan! 

"Cu^ntas  veces  tambien  al  levantarse  o  al  ponerse  el  sol 
en  los  confines  del  horizon  te,  jno  estabas  tii  presente,  no  te 
,veia  con  los  ojos  del  alma?  Y  alld  en  las  avanzadas  boras 
de  la  noche,  cuando  dueroie  nuestro  mundo  y  los  habitan- 
tes  que  lo  pueblan,  pero  que  parece  vivir  el  estrellado  cielo 
con  sus  infinitos,  resplandecietites  y  misteriosos  moradores! 
icudntas  veces  no  he  pensadp  en  ti  y  me  he  unido  a  til 
jcufintas  veces  no  me  he  confandido  conti,go  alld  en  la  eter- 
nidad!... 

"^Qu^  especie  de  similitud  tiene  el  amor  con  Dies,  Luisa 
mia?  jYo  me  encuentro  arrastrado  a  la  contemplacion,  a  la 
amorosa  s^iplica,  a  la  plegaria  humilde,  a  la  oracion,  en  una 
palabra,  cuando  pienso  en  El  o  en  ti!  ^Es  esto  un  defecto  o 
es  esto  una  virtud?  Pero  califiquenlo  como  quieran,  a  mi 
me  agrada  sentirlo  asi  y  lo  pienso  asi;  y  tanto  n^as  lo  siento, 
lo  pienso  y  lo  creo,  cuanto  que  conozco  que  me  mejoro;  y^ 
mejordndome,  jcual  podria  ser  el  motivo  que  me  impidiese 
seguir  esa  senda  que  me  aprovecha  a  la  vez  que  me  agrada? 

"Pero  aun  esto  no  es  todo,  Luisa  mia;  aun  hai  un  fen6- 
meno  mas:  la  induljencia,  la  induljencia  sobre  todas  las  fla- 
quezas  humanas,  se  ensancha;  y  a  medida  que  es  mayor  la 
pasion  que  sentimos,  mas  grande  es  tambien  la  conmisera- 
cion  que  esperi  men  tamos  por  las  debilidades  del  hombre. 
'  A  naedida  que  es  mas  puro  e  intenso  el  amor  que  nos  do- 
miaa  y  que  nos  dirije,  se  siente  desapareper  de  nuestro  co- 
razon  el  rencor,  el  odio  y  la  ve  nganza!  jProdijios  del  carifio! 
^C6mo  no  estarte  agradecido? 


''A  tal  punto  llega  mi  Qonvencimieato  8obre  este  punto, 
Lnisa,  que  creo  Indispeasable,  y  mas  que  indispensable, 
provecbos®,  estimular  el  amor  e^n  los  j6vene3  y  hacerlo 
crecer  y  crecer  hasta  donde  sea  posible,  para  desterrar  la 
sensualidad,  para  mejorar  las  costumbres,  para  robustecer 
el  cuerpo  y  el  esplritu,  para  formar  la  verdadera  familia, 
para  crear  los  buenps  hdbitos,  para  hacer  ciudadanos  inte- 
lijentes,  abnegados  y  laboriosos,  para  encaminarnos  a  la  di- 
cha  del  cielo  por  medio  de  los  goces  de  la  tiwra,  pues  la 
felicidad  en  el  mundo  me  parece  que  debe  ser  una  cosa  que 
Dios  no  condena,  deade  que  nos  ha  dado  la  aspiracion  inna- 
ta  hScia  e\ja. .. 

"jQue  estravagancias  estoi  diciendo,  Luisa!  |Es  esta  la 
manera  de  escribir  a  su  amada?  ^Es  este  el  medio  de  coniu- 
nioarnos  nuestros  afectos?  Indudablemente  no;  pero  yo  no 
puedo  separar  la  filosofia  del  amor,  asi  como  no  puedo  tarn- 
poco  dejar  de  unirlo  a  la  creacion:  y  a  Dios .  •  • 

"Pero  si  es  indispensable  que  me  aparte  o  que  me  separe 
de  los  pensamientos  que  la  pasion  despierta  en  mf;  si  es 
preferible  que  me  concrete  esclusivamente  a  ella,  a  pesar 
que  creo  estar  mas  que  nunca  en  ella,  te  hablarS  de  nuestro 
Ultimo  adios,  del  postrer  momento  que  estuvimos  en  San- 
tiago, y  de  las  ideas  que  me  acompaSaron  despues  en  mi 
viaje  y  que  no  me  ban  abandonado  durante  todo  el  tiempo 
de  mi  ausencia. 

"Ea  este  caso,  Luisa,  tendr6  que  hablarte  de  todos  aque- 
llos  incidentes  que,  haeiendo  mi  desgracia,  me  dieron  la 
felicidad.  jPero  con  qu6  objeto,  Luisa,  estar  obligado  a  te- 
ner  tal  reminiscencia?  jNo  me  basta  acaso  tu  confesion?  jNd 
he  estado  satisfecho  con  ella?  ^Para  qu^  es  mas?  ^Para  qu6 
recordar  acios  que  t^  conoces,  delirante  amargura  que  te 
habia  escrito,  dicha  suprema  que  me  caus6  tu  arribo  y  tus 
palabrais?  Ai,  Luisa!  jFui  tan  feliz  y  lo  soi  como  nadie  pue- 
de  serlo!  Y  y o  mismo  no  comprendo  c6mo  cabe  en  mi  pecho 
tanta  alegrial 


/ 


B26 


jbM  fticauTFOf  mOi  vmauK 


"jPero  has  visto,'  Luisa,  c6mo  el  amor  madara  el  juicio? 
Te  aseguro  que  no  solo  me  haces  vivir,  sino  tambieu  refle- 
xionar,  y  que  he  llegado  a  escalar  las  altas  rejiones  de  la 
intelijencia  nada  mas  que  porque  s^  amar!  ^Qa^  era  yo  an- 
tes de  oonocerte?  Un  j6ven  sin  ideas,  sin  discernimiento, 
casi  sin  aspiraciones,  marchando  ea  ua  circolo  estrecho  y 
obrando  bien  per  instinto;  mientras  que  ahora  soi  todo  un 
hombre,  ahora  comprendo  lo  bello,  deseo  lo  heroico,  admi- 
ro  lo  sublime,  Ahora  he  adquirido  gran  variedad  de  cono- 
cimientos  y  la  posesion  del  valor  de  mi  ser  y  de  la  dignidad 
humstna.  Ahora  no  tengo  ni  temores  ni  arrogancias:  soi  hom- 
bre  delante  del  hombre  y  no  me  encorvo  ante  la  presencia 
de  un  emperador,  asi  como  no  desprecio  a  un  mendigo,  pues 
disto  tanto  de  la  soberbia  como  de  la  bajeza,  Ahora  han 
jiesaparecido  para  mi  mil  preocupaciones:  preocupacion  de 
familia,  preocupacion  de  foituna,  preocupacion  de  raza, 
preocupacion  relijiosa,  preocupacion  politica,  preocupacion 
social;  todo,  todo  ha  volado,  todo  ha  desaparecido  ante  la 
fraternid^d,  la  libertad  y  la  igaaldad  humana,  conslderada 
esta  liltima  en  cuanto  al  derecho  jeneral  del  hombre  y  no 
en  cuanto  a  los  atributos  con  que  Dios  ha  dotado  o  Astin- 
guido  a  los  individuos  en  su  personalidad  propia;  y  este  in- 
menso  cambio  es  debido  unicamente  al  enjendro  de  la  pa- 
sion  en  mi  espiritu,  a  quien  ha  fecundizado  asi. 

"|Qu6  prodijios,  qu6  portentos,  mi  adorada  Luisa,  no  hace 
el  fuego  divino  del  amor!  En  nuestras  relaciones  sociales,  en 
el  trato  familiar  de  los  hombres,  jc6mo  lo  suaviza,  c6mo  lo 
endulza,  c6mo  lo  fraternizal  El  amor  nos  hace  mas  compa- 
sivos,  mas  miser icprdiosos,  mas  induljentes,  pudiendo  ase- 
gurar  que  el  que' ama  nunda  castiga  sino  que  perdona,  por- 
que de  su  corazon  brota  sin  esfuerzo  la  santa  miel  de  la 
^caridad! 

"jEn  cuAntas  ocasioneS)  independiente  del  raciocinio,  no 
he  es'perimentado  yo  esta  verdadl  En  mis  viajeSj  en  los  mul- 
tiples accidentes  del  que  corre  de  una  parte  a  otra,  en  las 


I«Ot  BSOXtTOS  DXL  ^SBLO.  527 

variadas  relaciones  que  s^  ve  obligado  a  formar,  en  la  di- 
versidad  de  personas  y  de  caracterea  con  quienes  tiene  que 
tratar  o  contemporizar,  en  todos  estos  casos  he  rec  nocido 
la  influencia  ben^fica  del  atnor,  porque  me  ha  servido  en 
todos  ellos  como  la  mejor  gaia,  como  el  mejor  Mentor. 

"jY  sabes  otra  cosa,  Luisa?  La  persona  que  ama  es  jene- 
ralmente  amada:  hai  una  irradiacion  de  afectos  que  nstce  de 
ella  y  se  esparce  a  su  alrededor,  formando  una  atm6sfera  de 
simpatia  que  atrae  involuntariamepte;  de  modo  que  ese 
sentimiento  no  tan  solo  eatd  en  el  ser  que  lo  esperimenta, 
flino  que  se  repercute  en  los  otros,  produciendp  una  especie 
de  benevolencia  jeneral  y  reclproca.  ;Ya  ves  cuantas  virta- 
des  tiene  el  amor  y  cudnto  se  alcanza  con  ^1!  jPero  para  qu^ 
declrtelo  cuando  debes  saberlo,  y  saberlo  mejor  c[ne  yo! 

"Yoi  a  hacerte  una  pregunta,  Luisa:  ^no  has  pensado  mu- 
chas  veces  que  yo  estaba  a  tu  lado  en  Santiago  cuando  con- 
versabas  con  mi  hermana  y  con  mi  maestro  y  cuando  han 
debido  ir  a  verte  mis  padres?  Indudablemente  que  si,  por-' 
que  a  mi  me  hia  parecidp  estar  presente  a  esas  conversacio- 
nes,  estar  casi  oy^ndolas. 

"Hai  veces  que  creo  en  la  aparicion  de  los  esplritas  por 
lo  que  a  mf  mismo  me  pasa,  independiente  de  lo  que  se 
dice  sobre  ellos  y  de  los  casos  que  se  xjitan;  y  en  yerdad, 
^no  es  el  alma  menos  corp6rea  que  la  electricidad?  Y  si  esta 
recorre  los  espacios  con  una  velocidad  sorprendente,  jpor 
qu^  no  habia  de  recorrerlos  aquella?  Y  si  ese  fluido  Uega 
sustancialmente  al  t^rmino  dado,  gpor  qu^  en  el  mismo  ca- 
rActer  y  bajo  las  mismas  condiciones  no  hemos  de  Uegar 
nosotros?  Ya  ves,  Luisa  mia,  de  cudnto  es  capaz  el  amor; 
jpor  qa6  lo  condenan  algunos  en  vez  de  recibirlo  como  un 
gran  beneficio  de  DiosI  Por  mi  parte,  Luisa,  si  medijeran 
de  renunciar  a  n^i  pasion,  mas  valiera  que  me  dijeran  de 
morir,  porque  mi  amor  es  mas  que  mi  vida,  pues  sin  ^1  yo 
no  comprendo  lo  que  seria  de  ml. 

/'Mis  trabajos,  mis  ocupaciones^  los  conocimientos  que  ad- 


528  £00  noBXTOB  dil,  i^tnikLO. 

quiefo  son  tuyos,  todo  te  lo  debo;  porqae  no  doi  un  paso, 
porque  no  hago  nada  sin  referirlo  a  ti:  eres  mi  eatimulo, 
mi  medio  y  mi  fin,  y  si  me  lo  arrebataran,  todo  caeria  en 
tierra,  todo  desapareceria  como  el  homo. 

"Ahora,  Luisa,  dime  ^cadndo  regresar^?  A  pesar  de  mi 
confianza,  a  pesar- de  la  seguridad  qlie  tengo  de  ta  amor, 
a  pesar  de  la  poaesion  moral  que  me  has  dado,  sin  embargo 
deseo  verte;  y  si  al  principio  me  bastaba  lo  primero,  ya  me 
parece  que  necesito  lo  segando.  La  mejor  frase  que  puedes 

» 

contestarme  es  esta:  "ven." 

Empero,  mi  adorada  Luisa,  obra  como  quieras;  yo  no 
tengo  mas  lei  que  tu  voluntad. 

Escusado  es  que  te  diga  que  abraces  a  mi  hermana  y  a 
mi  maestro,  porque  lo  hards  sin  que  yo  te  lo  recomiende, 

Y  mis  pobres  y  queridos  padres!  Hdblales  de  mf,  Luisa, 
y  te  amardn  mas  de  lo  que  a  mi  me  aman.   ^ 

Qa6  momentos  me  esperan!  Casi  no  quisiera  pensar  en 

ellos!  Soi  mui  feliz.. .  Seremos  moi  felices. . . 

Tayo  para  giempre, 

Enrique." 

III. 

Enrique  solo  se  iabia  limitado  a  escribir  a  Luisa  sus  im- 
presiones  amorosas,  sin  hacer  referenda  a  sas  viaies,  reser- 
vando  este  asunto  para  su  maestro.  Su  carta,  mas  lac6nica 
que  la  que  dirijia  asu  amada,  estaba  llena  de  obaervaciones 
juiciosas  que  varaos  a  copiar  en  parte  por  si  pueden  ser 
Utiles. 

H^Ias  aqul:  ' 

^^San  Francisco^  marzo  2i  de  1853.  . 

"Querido  maestro  mio: 
''He  hecho  mui  bien  en  seguir  su  cons9Jo,  porque  he  visto 
una  sociedad  distinta  a  la  nuestra,  puede  decirse,  casi  un 
mundo  nuevo. 


Xios  B}E03B!cos  DSL  nss3sm,  £29 

0 

'^iQu^  progreso!  qu^  activid&d!  qu6  enerjia  en  la  accion 
individual  y  colectiva  deests  gran  pueblo!.  Caando  recuer- 
do  nuestra  manera  de  obrar  pausada,  leata,  pereaosa,  y  Ja 
compare  con  la  accion  clecidida,  con  el  espiritn  de  empresa 
que  anima  a  cada  individuo  y  a  esta  nacion  en  jeneral,  com- 
prendo  y  compadezco  el  atraso  de  nuestro  pais,  la  somno- 
lencia  en  que  vive,  los  pasos  contados  fcon  que  avanza  en  la 
senda  de  la  civilizacion! 

"Nosotros,  maestro  mio,  y  usted  lo  sabe  mejor  que  yo, 
estamos  mui  atras;  y  aun  cuando  por  espirifcu  de  nacionali- 
dad  quisi^ramos  ocultarnoslo,  nos  vemos  obligados  •  a  reco- 
nocerlo  y  a  confe^arlo;  empero,  ^en  qu^  consiste  esta  diferen- 
cia?  H(5  aqui  la  pregunta  que  me  lie  hecho  y  lo  que  he  tra- 
tado  de  investigar  para  ^onformarmo  a  sus  deseos  y  seguir 
BUS  consejos  que  taato  me  ban  sarvido  y  ma  sir^^en  y  cuya 
ntilidad  y  conveniencia  palpo  a  cada  momento. 

"^Serd,n  mis  deducciones  buenas?  Eito  lo  ignoro;  pero  las 
someto  a  su  jui^ip'  para  qua  las  califique,  no  poniendo  en 
alias  el  menor  amor  propio  y  desconfiando  macho  de  su 
exactitud;  sin  embargo,  esoero  que  la  sanidad  de  mi  prop6- 
sito  me  granjee  sil  iaduljencix  Eatrar6  desde  luego  en  ma- 
teria sin  pretension  la  qae  menor,  puo^  no  soi  ni  estadista, 
ni  politico;  ni  jiifi&cQiLrdl  o,  saio  qae  emito  mi  opinion  sin 
darle  la  menor  importaiicia  y  solo  como  6l  discipulo  que 
da  a  su  maestro  la  lecoion  qi'ie  le  han  ordenado  estudiar. 

"Paes  bien,  mr^estro  mio,  todo  el  secrato  de  la  preponde- 
rancia  de  los  Estados  Unidos,  de  su  progreso  sin  ejemplo 
en  las  sociedades  pasauas  y  piesentes,  (l^  la  estabilidad  de 
BUS  instituciones,  de  la  paz  inalterable  de  que  gozan'en 
medio  del  mas  activo  movlmieato  de  sus  habiLantes,  de  ha- 
ber  sobrepujado  en  m  nos  de  ana  ceat^ria  a  las  otraa  na*- 
cioaes,  de  sus  griindtis  ecipresas,  de  sus  grandes  inventos, 
de  sua  multiples  y  v;a'ia.:Ia3  iadustruis;  el  secruto  de  todb 
esto  me  parece  que  provicne  en  su  mayor  parte,  por  no  de- 
cir  totalmente,  de  la  libertad  amplia  de  que  goaan;  poique 


630  um  BieuvoB  dil  fuiblow 

aqul  se  ve  libertad  polftica,  libertad  civil,  libertad  relijio- 
sa,  libertad  de  indostria,  libertad  de  asociacion,  libertad  en 
todo  J  para  todo;  j  esta  libertad,  centuplicando  las  faerzas 
del  hombre  y  desarrolWndolas,  ha  creado  esa  enerjia  ind6- 
mita  en  el  individuo,  enerjia  que  todo  lo  vence  j  que  ha 
echado  por  tierra  las  preocupaciones  que  no3  agovian  toda- 
via  a  nosotros. 

"En  Chile  vemos  mui  marcado  el  espiritu  de  familia;  en 
Efitados  Unidos  solo  existe  una  gran  familia. 

"En  Chile  vemos  las  prerogativas  de  los  que  se  dicen  no- 
bles, prerogativas  de  hecho  aunque  no  de  derecho;  en  Es- 
tados  Unidos  todos  son  iguales  y  por  consiguiente,  todos 
son  nobles.  En  Chile  hai  el  esclusivismo  relijioso  que  enjen- 
dra  los  odios  de  secta,  en  Estados  Unidos  la  libertad  reli- 
jiosa  que  establece  la  tolerancia  que  es  la  fraternidad  del 
pensamiento  bajo  distintas  formas. 

"En  Chile  existen  clases  privilejiadas  como  el  clero,  en 
que  no  alcanza  la  lei  civil;  en  Estados  Unidos  los  compren- 
de,  los  proteje  y  los  castiga  a  todos  porque  todos  son  ciu- 
dadanos.  ' 

"En  Chile  estdl  uno  obligado  a  pagar  por  el  culto  que  no 
profesa,  a  mantener  la  relijion  que  no  tiene;  en  Estados 
Unidos  cada  cual  sostiene  su  creencia  y  mantiene  su  igle- 
sia:  todo  depende  de  la  voluntad,  no  de  la  fuerza,  de  la  li- 
bertad, no  de  la  violencia,  y  al  simple  deista  nadie  lo  mor- 
tifica  n'i  ^1  desembolsa  un  centavo  por  ritos  que  no  se  armo- 
nizan  con  sus  ideas.  En  Estados  Unidos  es  donde  est&  en 
prSctica  este  gran  principio:  La  Iglesia  Ubre  en  el  Estado 
lihre^  y  asi  es  como  se  vive  en  armonia. 

"En  Chile  el  pueblo  es  nada,  eh  Estados  Unidos  el  pueblo 
es  todo. 

"En  Chile  est^  coartado  el  'sufrajio  por  el  despotismo  de 
las  autoridades,  y  los  que  debieran  velar  por  la  libertad  son 
los  que  la  conculcan;  en  E3tados  Unidos  las  autoridades  se 
abstienen  de  toda  intervencion  y  solo  vijilan  por  conservar 


I 

V 


I 


\ 


£08  UKOtXXOS  DSL  FGUBXiO.  531 

^el  6rvden  para  que  se  mantenga  intacta  esa  misma  libertad 
que  entre  nosotros  se  mata. 

"En  Chile  todo  se  centraliza  y  sin  embargo  se  vire  en 
la  discordia;  en  Estados  Unidos  no  hai  tal  centralizacion  de 
pod^res  y  sin  embargo  hai  armonia  y  hai  unidad. 

"En  Chile  parten  del  ejecativo  los  gobernadores  de  las 
provincias  y  los  pueblos  no  tienen  ni  vida  propia  ni  repre- 
sentacion  propia;  en  Estados  Unidos  nombra  cada  estado  a 
BUS  jefes  y  deliberan  sobre  sas  conveniencias  sin  dafiar  en 
lo  menor  el  nervio  poderoso  de  la  gran  nacion,  sino  que 
con  ese  r^jimen  se  fortalece  cada  dia  con  la  prospeYidad  de 
todos. 

"En  Chile  tenenods  la  libertad  en  la  palabra  y  la  esclavi- 
tud  en  la  prdctica;  la  repiiblioa  como  principio,  la  monar- 
quia  con^o  hecho;  la  democracia  escrita,  la  aristocracia  rea 
lizada;  mientras  que  en  Estados  Unidos,  libertad,  repiiblica, 
democracia,  son  una  realidad,  no  una*  ilusion,  no  una  voz, 
no  un  finjimiento. 

"En  Chile  hai  candidaturas  oficiales  que  hacen  de  la  re- 
presentacion  nacional  una  burla  grosera;  en  Estados  Unidos 
solo  hai  candidaturas  populares  que  llevan  al  congreso  los 
independientes,  y  por  consiguiente  lejitimos  representantes 
de  cada  estado. 

"En  Chile  se  desprecia  el  trabajo  y  al  trabajador;  en  Es- 
tados  Unid08  se  santifica  al  prlmero  y  se  hbnra  al  seguado. 

"En  Chile  el  artesano  doblega  la  cabeza,  se  avergiienza 
de  serlo,  y  solo  acepta  la  labor  como  una  necesidad;  en  Es- 
tados Unidos  lleva  el  trabajador  alta  la  frente,  se  hombrea 
con  todos,  no  se  hnmilla  ante  nadie,  porque  tiene  concien- 
cia  de  su  dignidad  de  hombre  que  no  le  han  arrebatado  las 
preocupaciones  ni  se  la  jarrebatardn  jamas. 

"H^  aquf,  maestro  mio,  de  donde  proviene  en  mi  humil- 
de  concepto  la  admirable  y  lejftima  virilidad  de  este  pue- 
blo, que  no  acepta  ningun  yugo  porque  ha  sabido  romper 
Qon  todas  las  tradipiones  del  pasado,  ^on  todas  las  institu- 


S33  &CI8  fifiOEZSTOB  DSL  PtnEBliO. 

Clones  del  presente  que  rijen  a  lo3  deiTias;  paes  no  tiene  iai 
quiere  reyes  porq,ue  el  es  e)  gran  rei;  no  acepta  soberanos, 
porque  ^1  es  el  soberano;  no  reconoce  aristoeracia,  porque 
posee  la  aristoeracia  de  Dic^,  el  indiviuu:i]i>?mo  que  se  desa^ 
rroUa  en  fuerza  de  las  facnltades  natura-es  con  quecadaser 
es  dotado;  no  tiene  relijion  cada,  relijioa  oficial,  relijion 
dominante,  relijion  f??:al"ria'lr»;  r  irpon  e^clusiva,  porque  las 
acepta  toda^,  viviendo^  tid  -.7  en  pa?^,  pues  ept'in  oblrgadas  a 
tolerarse  miitn!aiiiente;  y  a  tal  puiDto  llegan  las  cousecu^n- 
cias  de  esta  maaera  fie  s.r,  a  tal  gr  do  ha  n.lcanzado  el  sen- 
timiento  de  digiudcd  er.  r >ci  boiribre.^,  que  con  dificultad 
se  encuentra  un  yanke.;  quo  quiera  r,*:rv^ir  de  criado.  El 
yankee  pisara  brvrro,  c.^TttwA  leu?.,  l'"^!id!'d  caanfco  destino  se 
le  presente,  frabajara  pr.ra  todo.el  ijAi:n'^:o,  p?ro  sin  sujecion 
y  con  independeTicia,  paes  s?.be  qu^  ti"?tbaja  para  sf  mismo; 
pero  en  cuanto  a  li  dcme^rlcirlrd.  no  la  acapta,  asi  como  sua 
diploniSticos  no  aceptan  la*^  libreas  con  que  exijen  los  reyea 
que  se  presentea  a  sua  cortes  en  sus  recv^pciones  oficiales, 
sino  que  el  yankee  ird  vestido  de  c:.ballero,  pero  nunca  de 
payaso;  y  esa  independeiicia,  eso  despr3cio  por  las  ridicule- 
ces  aristocrdticas  y  mondrquicas,  lo  han  .sabido  imponer, 
dandoles  este  solo  heclio  mas  prestijio  en  los  otros  paises, 
que  el  que.  Iiubieran  obtonido  conformdndose  a  esa  etiqueta^ 
inventada  por  la  vanidad  de  unos  hombres  que,  aunque  es- 
tdn  colocados  sobre  tronos,  nada  tienen  de  superior  a  los 
demas,  sino  que  ban  invertido  las  leyeg  de  la  naturaleza  de- 
gradando  a  la  especie  y  causaadole  los  graudes  males  de 
que  todavia  itdolece  y  las  monstruosas  absurdidades  en  que 
tddavia  cree. 

"Empero,  maestro  mio,  este  hermoso  cuadro  no  deja  de 
'tener  sus  defectos:  los  arnericmos  del  norte  hau  llevado 
hasta  la  exajeracion  ese  prinoipia  de  digaidai  y  se  han 
hecho  soberbios.  EI  yankee  tiene  por  lema  y  esta  persuadido 
del  siguiente  absurdo,  dioiendo  cjn  mucho  enfasis  y  como 
una  verdad  inconcusa:  "iVb  admitimos puperiores  ni  reconoce  ^ 


I 

V 


mos  iguales!^^  La  primera  proposicion  puede  talvez  aceptar- 
se,  pero  la  segunda  es  ua  batbarismo  que  va  de  U^no  con- 
tra la  doctrina  de  Cristo,  contra  la  fraternidad  humana  y 
que  mas  prueba  ignorancia  que  ciencia;  pero  el  orgullo  y  la 
soberbia,  hijos  de  las  preocupaciones,  e8t4n  probando  clara- 
mente  que  aan  no  se  ha  alcanzado,  que  aun  se  estd,  mui  lejos 
del  conocimiento  perfeicto  de  las  cosas,  de  la  manera  como 
debe  vivir  el  bombre  y  que  conserva  todavia  los  defectos 
de  la  esclavitud;  porque.el  hombre  libra,  el  hombre  verda- 
deramente  superior  no  despotiza  al  debil  sino  que  lo  com- 
padece  y  lo  ayuda;  no  avasalla  al  igaorante,  sino  que  lo 
ensena;  pues  sabe  que  su  ciencia  es  nada,  y  que  pequenos 
aecidentes  no  pueden  elevarlo  mucho  mas  alto  que  su  her- 
mano,  porque  el  ignorante  es  hombre,  asi  como  lo  es  el  sa- 
bio,  y  la  sabiduria  humana  no  se  estiende  a  muchos,  porque 
el  pobre  e^  hombre,  asi  como  lo  es  el  rico,  y  la  riqueza  hu- 
mana t3o  va  m'ii  lejos,  porque  todo  es  caduco  y  perecedero 
y  lo  que  poseemos  lo  dejaremos  de  poseer  manana;  de  ma- 
nera que  no  vale  la  pena  de  en6rgulleoerse  por  tan  tranai- 
torias  ventajas,  en  caso  que  en  realidad  lo  sean.  ^No  es  usted 
de  mi  mi&^^ma  opinion,  maestro  mio?  ^No  cree  usted  que 
aquel  que  mira  a  todos  con  induljencia,  que  a  todos  trata 
como  hermanos,  que  no  de&precia  ni  al  pobre,  ni  al  desvali- 
do,  ni  al  d^bil,  ni  al  salvaje,  ni.al ignorante,  es  el  quesigue 
la  lei  de  Jesucristo  y  que  la  lei  de  Jeaucristo  es  la  lei  per- 
fecta?  ^No  piensa  usted  que  es  una  imperfeccion,  una  prue- 
ba de  poco  conocimiento  moral  y  de  estrechez  de  miras  ese 
orgullo  yankee?  (1)  La  verdadera  superioridad,  ^no  me  ha- 

(l)vHai  nn  fen6meno  por  demas  cnrioso  que  exists  en  Chile  y  que  siempre  nos  ha 
chocado,  sin  podernos  dar  olaramente  cuenta  de  61,  y  6ste  consiste  en  el  orgullo  que 
desplegan  los  estranjero^  respecto  de  noaotros,  y  parti cularmente  los  inglesefe,  desde 
el  momento  de  pisar  eatas  playas,  y  el  acataTuiento  inmotivado  con  que  los  rtcibimos 
y  con  que.  los  miramos,  pareei^ndonos  tan  eatravagante  y  tan  fuera  de  razon  lo  uno 
como  lo  otro.  Existe,  es  verdad,  la  preocupacion  de  nacionalidades,  y  esta  es  mas 
fuerte  mientraa  la  potencia  es  mas  poderosa,  llegando  a  considerarse  superiores  los 
unos  a  los  otros  por  haberles  tocado  la  casualidad  dd  nacer  en  tal  o  oual  paii  que  tlene 


8S4  UM  SMOtnos  dil  pitbia 

bia  diclio  nsted  muchas  veces  qae  consiste  en  la  hamildad, 
asi  oomo  la  verdadera  moral  en  la  caridad,  y  la  caridad  ea 
la  fraternidad? 

Pero  no  en  este  el  solo  defecto  que  he  encontrado  en  este 
pais  tan  digno  bajo  todos  respectos  de  ser  estadiado  e  imi- 

mayor  nt^mero  de  oafiones,  que  haoe  ostentacion  de  mayor  ftierza,  qae  ha  ganado  ma- 
yor numero  de  batallas,  que  caenta  con  mas  indastrias  o  mas  medios  de  prodaeoion, 
que  ba  teoido  mas  sabios,  qne  posee  mas  cienclas,  en'que  estd  mas  difundida  la  cmliza' 
eioD,  y  creemos  que  no  andamos  escasos  eu  aeordar  ventajas;  pero,  ^qud  tiene  que  ver 
todo  esto  con  el  individuo?  ;Acaso  el  ingles^  el  francos,  el  aleman,  el  yankee  quorllega 
a  Chile,  tiene,  por  el  hecho  de  haber  naoido  en  Londres,  en  Paris,  en  Berlin,  o  en 
Waehlngten,  toda  la  ciencia,  toda  la  sabiduria,  toda  la  industria  que  han  adquirido 
aquellas  naciones?  ^Por  el  hecho  de  venir  al  mundo  en  tal  o  cual  lugar  se  adquiere  u^ 
m^rito?  es  un  motivo  de  snperioridad?  Asi  lo  creen  ellos  j  asi  nos  parece  que  lo  pen- 
samos  nosotros;  ipero  hai  preocupaclon  mas  absurda  y  mas  infundada  por  una  y  otra 
parte?  ^Hal  ridiculez  mayor  que  el  orgullo  de  ellos  y  que  la  sunusion  nuestra? 

Nosotros  no  queremos  despojar  a  nadie  de  su  mSrito,  no  queremos  hacer  cuesUones 
de  nacionalidades,  stno  que  al  contrario,  vamos  contra  ese  espiritu  que  no  tiene  razon 
de  ser  y  que  si  existe,  desaparecerd  algun  dia;  y  menos  tenemos  ojeriza  por  4ste  o  aquel 
pueblo,  pues  los  consideramos  a  todos  como  hermanos  y  formando  parte  de  la  unidad 
humana;  pero  por  lo  mismo,  nada  hai  de  mas  justo  que  el  que\se  valore  al  hombre  por 
Bu  m^itto  personal  y  no  por  el  lugar  de  donde  yenga  o  doude  haya  nacMo,  aun  cuando 
6ste  fuera  el  Cielo  Empireo.  ^Qu^  es  lo  que  debe  acatarse?  Nada  mas  que  los  opnoci- 
mientoB  o  las  prendas  que  adornan  al  individuo,  pero  no  por  su  naclonalidad,  porque 
4sta  no  acredita  ni  disminuye  los  m^ritos  de  la  persona,  asi  como  no  debe  acrecentar 
ni  dismiriuir  nuestra  consideracion:  acada  ono  segun  sua  obras,  dicen  losSaneimonianos, 
y  esta  doctrina  estd  basada  en  la  equidad. 

Pretenden  los  estranjeros  que  ellos  nos  traen  la  cirilizacion  y  que,  por  oonsigulente, 
debemos  estarles  mul  agradecidos.  "iQu6  fuera  de  ustedes  sin  nosotros,  gritan  de  yoz  en 
cuellor'^Y  se  pavonean  henchidos  de  orgullo  y  creen  que  han  dicho  una  verdad  tan 
grande  como  el  Evanjelio;  y  a  nuestro  turno  la  aceptamos  como  tal  y  les  damos  las 
gracias  con  nuestro  respeto  y  nuestra  consideracion.  ^Qui^nes  son  en  este  caso  los 
mas  ignorantes?  Ellos  o  nosotros?  En  nuestra  opmion,  ambos.  La  civilizacion  no  es  el 
patrimonio  de  un  pueblo,  sino  de  muchos  pueblos,  no  proviene  de  nna  jeneraclon  sino 
de  muchas  jeneraciones,  no  reconoee  ni  amos  ni  propietarios,  sino  que  es  el  espiritu  de 
Dios  esparcido  por  todo  el  mundo,  reconociendo  por  linico  heredero  al  hombre  y  no  al 
franees,  al  ingles,  o  al  espafiol.  ^Qn6  se  diria  si  tuvieran  la  pretension  de  afirmar  que 
tambien  les6ramo8  deudores  de  la  luz  del  sol,  porque  ella  viene  de  Oriente  a  Occiden- 
te?  Se  diria,  y  con  razon,  que  eran  unos  locos.  Pues  mas  locos  son  cuando  se  hacen 
dueiios  de  la  civilizacion,  que  es  todavia  mas  di&fana,  mas  etdrea,  maa  fugaz,  menos 
,apropiable  que  la  luz  del  sol;  y  si  es  on  absurdo  lo  prlmero,  ;c6mo  debemot  considerar 
lo  tiltimo? 

^De  qni6n  tienen  ellos  la  ci?ilizacioa  que  blasonan?  De  los  asirlosi  de  los  fenicioi^  de 


/ 


um  SBcnnros  dsl  ptrmLO.  535 

tado,  sino  qne  lie  hallado  mas  arraigada  que  en  ningana  par- 
te la  preocupacion  ciega  del  diaero,  eata  preocupacion  que 
invade  al  mundo,  que  se  apodera  de  los  corazones,  que  es  el 
idolo  dominante  de  nuestfa  ^poca,  pero  que  aquf  impera 

lot  griegos,  de  los  .romanot.  ^Y  por  qu6  no  reconoceD,  no  agradecen  a  aquelloi^  lo 
qne  qnleren  que  les  resoonozcamos  y  qne  le  agradezcamos  a  eilos? 

Pero  se  dice  con  mucho  ^nfasis:  si  nosotros  no  traj^ramos  comercio  e  industrias,  nt- 
tedes  no  tendrian  nada  y  earecerian  de  todo.  Este  es  nn  nuevo  error  y  nn  nuevo  ab- 
Burdo.  ;Nos  traen  acaso  ese  comercio  y  esas  industrias  ^nicamente  por  favorecernoB? 
Si  fuera  as!,  tendrian  razon  y  hablarian  con  justicia;  pero  cuando  lo  hacen  por  sn  con- 
yeniencia,  por  su  interes  privado,  por  la  ganancia  que  les  resulta,  ^donde  estA  el  servi- 
cio?  d6nde  estd  el  bieo?  Y  si  lo  hai,  nos  parece  que  ea  reciproco  y  que  ni  ellos  nl 
nosotros  tenemos  nada  que  agradecerles,  ni  nada  que  agradecprnos.  De  consiguiente, 
por  qu6  no  tratarlos  y  que  nos  traten  bajo  el  mismo  pi6  de  igpialdad  y  con  recJprocas 
consideraciones?  Es  preciso,  pues,  que  se  desengaiien  ellos  y  que  nos  desengafiemos 
nosotros  pata  que  en  lo  sucesivo  sepan  que  es  infundado  su  orgullo  y  sepamos  que  es 
no  menos  infundada  nuestra  consideracion,  consideracion  que  llega  hasta  el  grado  de 
annlarnos  nosotros  mismos,  perdiendo  muehas  ventajas  que  nos  pertenecen  y  que  debie* 
riimos  y  pudieramos  aprovechar. 

No  es  nuestro  &nlmo  crear  animosidades  que  no  sentimos,  qne  dese&ramos  que  nadie 
las  tuviera^  porque  son  injnstas  tanto  de  una  como  de  otra  parte,  pero  no  podemoa 
menos  de  bablar,  comb  lo  dijimos  al  principio  de  esta  nota,  sobre  un  fen6meno  que  nos 
ha  choeado  y  nos  choea  todavla,  pues  estamos  palpando  las  prerogativas  que  se  dis- 
ciernen  ellos  y  las  preferencias  que  nosotros  les  acordamos;  asi,  por  ejemplo,  en  las 
adminiitraciones  deBancos,  en  que  entran  por  tres  cuartas  partes  los  capitales  chilenos, 
Temos  que  se  confieren  los  empleos  principales  a  est^anjeros;  y  esto  no  es  nada^  sino 
que  se  les  abre  cr^dito  con  mucha  mas  facilidad  a  ellos  que  a  nosotros  y  que  aun 
euando  posean  menos  fortuna  que  un  chileno,  tienen  sin  embargo  mayor  acoesit,  mas 
franquieias  y  consiguen  los  capitales  que  necesitan  con  menos  trabas,  guard&ndoles  a 
la  vez  toda  especie  de  consideraciones;  mientras  que  a  los  cbilenos  les  cuesta,  y  son 
recibidos  con  aires  de  proteccion  desp6tiea,  ni  mas  nl  menos  que  si  les  dispensaran  ana 
graoia.  {Y  sin  embargo,  oasi  todos  los  accionistas  o  li^  mayor  parte  son  chilenosi 

Se  diri  tal  yez  que  es  indispensable  que  echemos  mano  de  ellos  porque  nosotros  so< 
mos  incapa<^es  de  administrar  nuestra  fortuna;  ^p^ro  son  tan  grandes,  tan  escepciona- 
les,  tan  raros  |os  conoclmientos  que  se  necesitan  para  esto?  Creemos  que  no,  y  que  les 
damos  la  preferencia  nada  mas  que  por  una  preocupacion  inveterada. 

Mui  distantes  estamos  que  por  espiritu  de  nacionalidad,  espfritu  que  combatimos 
tanto  en  ellos  como  en  nosotros,  no  se  conceda  a  la  capacidad  y  a  la  intelijencia  toda 
la  consideracion  que  merece  y  todas  las  recompenses  y  ventajas  imajinables,  cualquie* 
ra  que  sea  el  pais  de  donde  proceda  el  iDdividuo;  pero  de  esto  ,a  la  parcialidad  ciega 
que  se  tiene,  hai  mucha  distancia,  y  esto  es  lo  que  criticamos  en  jueticia  y  sin  la  menor 
animosidad  por  nadie  ni  contra  nadie,  pues  tratamos  la  cuestion  en  t4sis  jeneral  y 
como  una  obserracion  un  acrimonla  sobre  nuestras  costumbres^  con  el  fin  de  que  se 
eorri\jaB4  ^ 


B86  moB  iOxssxsoB  dsl  vnsBUh 

Bobre  todo,  o  mas  bien  dicbo,  es  el  todo,  ea  el  priaoipio,  el 
medio  y  el  fin,  refiri^ndoae  cuanto  hai  a  este  solo  punto, 
donde  converjea  todaa  las  aspiraciones^  pues'  ^\  dollar  es 
el  Dies  favorite  y  6.uico  del  yankee.  Usted  debe  compren- 
der,  maestro  mio,  que  al  espresarme  a^i,  hablo  sobre  el  es- 
pfritu  dominante  de  este  pais,  sin  contar  honrosas  y  nume- 
rosas  escepciones. 

Es  indudable  que  esta  pasion  por  el  dinero  es  una  de  las 
principales  causas,  qnhi  la  primera,  que  empuja  a  las  gran- 
des  y  atrevidas  empresas,  que  crea  los  nuevos  iuventos  y 
desarrolla  de  una  manera  prodijiosa  la  industria*  jpero  con- 
sagrar  toda  nuestra  vida  y  todo  nueatro  pensamiento  a  este 
solo  objeto,  me  parece  desvirtuar  nuestra  nataraleza,  meta- 
lizar  nuestro  corazon,  hacer  que  no  sienta  los  grandes  afec- 
tos,  que  no  conciba  las  grandes  ideas,  que  no  aprecie  ni 
comprenda  las  grandes  virtades!  ^No  es  usted,  maestro  mio, 
de  la  misma  opinion?  gNo  he  recibido  de. usted  estaa  mismas 
lecciones  no  hace  mucho  tiempo  en  aquel  inolvidable  retire 
de  la  hacienda  de  San  JorjV? 

Las  observaciones  de  entonces,  senor,  me  han  servido 
ahora,  he  venido  a  palpar  sua  efectos  y  por  ellas  a  ^acar  mis 
deducciones,  arraigdndose  en  mi  mente  cada  dia  maa  su 
doctrina,  porque  veo  sus  tendenclas  civilizadoras  y  huma- 
nitarias  y  en  las  que  se  encuentra  la  verdadera  felicidad  de 
la  humana  especie. 

Este  espiritu  yankee,  materializando  el  alma,  no  nos  eleva 
sino  que  nos  dejenera. 

Los  "que  quieran  ver  en  nuestra  critica  .una  mala  predisposicion  en  contra  de  loa  es- 
tfanjeros,  se  equivocan.  Tenemos  muchos  y  mni  buenos  amigos  entre  elloa,  cuyas  pren- 
das  reconocemos  y  apreciamos  individilalmente,  y  ademas,  boulos  bastante  viejoa  y 
un  poco  reflexivos  para  que^la  esperiencia  y  el  raciocinio  no  bubiera  deatruido  en  noso- 
tros  una  preocupacion  injusta  e  impropia  de  un  hombre  ct)n  algunas  pocas  ideas. 

Nada  es  mas  natural  que  el  amor  por  su  pais,  por  el  suelo  donde  uno  ha  nacido, 
donde  han  vivido  sus  padres  y  sus  afecciones  mas  caras;  pero  esto  no  es  motive  de  va- 
nidad,  de  crguUo,  de  superioridad  de  ninguna  especie;  pues  el  m6rito  del  individuo 
debe  estar  en  si  mismo,  estd  90  sus  cualidades  personales  y  no  en  la  localidad  de  don- 
de procede,  porqud  esta  clase  de  superioridad  ao  ea  ma»  qu«  una  preoeupacion  yana  j 
fibiorda. .,«  .  , 

I 


y 


tM  StCBlVOB  DXL  FVBBLO* 


637 


"Todo  lo  que  hai  de  mas  tierno,  de  mas  hermoso  y  de 
mas  sublime  en  el  seutiinieuto  y  en  la  idea,  eutVa  en  esa 
s^d  brutal  de  lo  que  se  llama  placeres  corporales;  entra,  no 
teniendo  en  vista  ctra  cosa  que  nuestras  necesidades  ffsicas, 
entra  en  el  buUicio,  en  el  festin  de  las  pasiones  dejenera* 
daS|  en  los  goces  efimeros  de  la  pstentacion  vanidosa,  en  el 
Injo,  grande  o  pequefio,  porque  todo  es  relativo,  pero  que, 
sin  embargo,  aniquila  o  ahoga  las  nobles  aspiraciones,  loa 
pensamientos  elevado)3,  la  poesia  de  que  est&n  mas  o  menos 
dotadas  todas  las  alinas. 

''£1  yankee,  hablamos'  siempre  en  t6sis  jeneral,  no  recono- 
ce  btra  lei,  puede  decirse  asf,  que  el  trabajo,  ni  otra  aspi- 
raciop  que  el  dollar:  el  principip  el  medio  y  el  fin  de  las 
acciones  de  cada  uno  de  los  americanos  del  norte  est4  ba- 
sado  alll,  ticnepor  fundamento,  y  podriamos  decir,  por  nor- 
ma, esos  dos  estimulantes  poderosos  que  ban  llevado  a  ese 
gran  pueblo  al  estado  de  prospericiad  matei:ial  en  que  se 
encuentra;  y  si  bien  es  verdad  que  la  satisfaccion  de  nues- 
tras necesidades  fisicas  entra  por  mucho  en  el  desarrollo  de 
nuestras  fdcoltades  morales,  no  es  menos  cierto  que  la  con- 
traccion  absoluta  a  lo  primero  adormece  lo  Ultimo,  porque 
el  individuo  que  no  tiene  en  vista  mas  que  la  fortuna  y  el 
medio  de  adquirirla,  se  ve  obligado  a  consagrar  mui  poco 
tiempo  al  perfeccionamiento  intelectual:  y  en  prueba  de 
ello,  querido  maestro  mio,  verA  usted  ea  este  pueblo  gran 
cantidad  de  activos  e  intelijentes  comerclantes,  de  hdbiles 
injenieros,  de  millares  de  industriales,  pero  no  encontrar^ 
usted  sino  mui  pocos  hombres  consagraioB  esclusivamente 
a  la  ciencia,  mui  pocos  profandos  y  distinguidos  medicos, 
mui  pocos  escritores  de  nota  cuyas  obras  llamen  la  atencion 
universal,  mqi  pocos  poetas  cuyas  sentimentales  o  en^rjicas 
estrofas  llenen  el  milndc:  de  tQJo  esto  encontrar^  mui  poco 
y  comparativamente  menos  que  en  los  otro3  pueblop,  por- 
que a  mi  enteuder,  el  trabajo  inoesaute  j  la  4ttioa  aspira- 


VOll^lT. 


W 


% 


cion  a  la  ganancia,  impiden  que  se  esplayeel  alma  y  vuelea 
las  rejiones  del  idealismo. 

"Por  otra  parte,  maestro  mio,  esta  manera.  de  ser  del 
hombre  me  parece  que  lo  lleva  a  la  estrechez  del  egoismo 
y  asi  es  como  este  defecto,  o  dir^  mejor,  este  vicio,  se  je- 
Deraliza  mas  en  ciertos  pueblos,  not^ndose  que  es  menor  el 
desprendimiento  de  los  individuos  alK  donde  mas  se  con- 
sagran  al  materialisilio  del  lacro,*  y  esta  es  la  razon  que 
me  induce  a  creer  que  entre  nosotros  hai  mas  fraternidad, 
mas  benevolencia,  mas  hospitalidad  que  en  naciones  como 
lo8  Estados  Uiiidos,  que  cuentan  con  elementos  de  progreso 
que  no  son  conocidos  entre  nosotros. 

"Me  he  estendido  mas  de  lo  que  debiera  en  mis  observa- 
clones  de  j6veD,  pero  debo  a  usted  estas  esplicaciones,  por- 
que  su  espiritu  y  su  enseQanza  me  ban  inducidoa  hacerlas. 
Yo  puedo,  maestro  mio,  estar  mui  equivocado.  Mis  cdlculos 
pueden  ser  mui  falsos.  No  pretendo  que  se  d6  a  mi  manera 
de  ver  las  cosas  la  menor  importancia,  y  ya  creo  hab^rselo 
dicho;  pero  tambien  era  indispensable  que  me  esplicara, 
puesto  que  usted  me  indujo  a  hacer  este  viaje,  del  cual  no 
me  arrepiento,  siao  que  por  el  contrario,  me  congratulo, 
agradecidadole  a  usted  la  indicacioa  que  me  hizo  antes  de 
partir  de  Chile,  porque  sin  ella  habria  viajado  por  otros 
pueblos  que  no  me  hubieran  dado  el  caudal  de  esperiencia  y 
conocimientos  que  he  debido  a  ^ste;  asi  es,  respetable  maes- 
tro, que  aun  en  lejanas  comarcas  su  inflaencia  ben^fica  me 
sigue  y  meproteje,  independiente  de  aquellaotra  influencia 
que  usted  conoce,  independiente  de  la  influencia  de  Luisa 
a  quien  refiero  todas  mis  acciones  y  todos  mis  pensamientos; 
a  quien  consagro  todo  mi  ser. 

"Yo  debiera,  querido  maestro,  haber  comenzado  mi  narra- 
eion  pt  r  un  incidente  que'entra  por  mucho  en*  mi  felicidad, 
pues  ha  de  saber  usted  que  no  solo  tengo  a  una  amante,  que 
no  solo  tengo  a  un  mentor,  sino  que  tambien  he  encontrado 
a  un  amigo...  jUn  amigo!...  Maestro  mio,  iqu6  palabra  j 


liOCI  8XCBXT08  DSL  PITKBLO,  539 

qu^  afeccion  tan  dulce!  Luisa  hall6  a  mi  hermana,  y  yo  he 
hallado  a  Pederico  Bradfort!  ^Pero  qai6a  es  Federico  Brad-^ 
fort?  me  pregaatard  usted;  y  bien,  voi  a  contestarle:  Fede- 
rico Bradfort  es  una  de  esas  almas  que  no  padiendo  vivir 
en  el  mundo,  porque  todo  caanto  les  rodea  es  miseria  y 
egoismo,  y  porque  no  estando  en  su  verdadero  centro,  qui- 
60,  en  un  momento  de  desesperacion  y  de  desengano,  volar 
hrfcia  la  mansion  de  los  dnjeles  hayeado  de  la  mansion  de 
los  hombres:  Federico  Bradfort  es  ua  jovea  que  se  ahoga- 
ba  en  la  bahia  de  San  Pablo  y  a  quien  tuve  la  fortuoa  de 
salvar:  jDios  me  ha  recompensado,  y  me  ha  recompensado 
grandemente,  ddndome  un  amigo! 

"Ah!  maestro  querido,  usted  debe  saber  cudnta  d^licia  se 
encuentra  en  la  amistad!  Ustec?,  que  ha  teuido  lagar  de  sen- 
tir  y  de  apreciar  la  del  padre  de  Luisa,  la  de  su  camarada, 
de  su  colega  y  de  su  amigo  Eduairdo!,.. 

"Yo  le  he  abierto  mi  corazon  a  este  j6ven  y  todos  mis  res- 
petos,  todas  mis  aflixiones  se  las  he  comnnicado.  Yo  le  he 
hablado  de  usted,  de  Luisa,  de  mi  hermana,  de  mis  pjadres, 
de  la  pobre  Eloisa,  y  juntos  hemos  derramado  Idgrimas  de 
entusiasmo  par  las  virtudes  de  usted,  per  la  subliraidad  de 
mi  amada  y  ppr  las  cualidades  que  adornan  a  Mercedes  y 
que  distinguen  al  sarjento  Lopez  y  a  su  digaa  esposa  Marta 
Garrido.  Yo  le  he  revelado  to'da  la  historia  de  mis  amores, 
toda  la  triste  historia  de  la^^nujer  del  coronel  don  Toribio 
de  Guzman,  toda  la  abnegacion  de  este  hombre,  todos  los 
sacrificios  de  Eloisa,  toda  la  maldad  de  nuestros  per^egui- 
dores  y  tambien  el  castigo  que  mi  padre  y  yo  nos  vimos 
obligados  a  imponer  al  desgraciado  autor  de  nuestros  ma- 
les, a  quien,  a  pesar  de  todo,  no  odio,  sino  que  compadezco, 
porque  61  debe  ser  infinitamente  mas  desgraciado  que  aque- 
lloa  a  quienes  pretendia  aniquilar,  aquellos  a  quienes  preten* 
dia  ofender... 

"jY  si  usted  supiera,  padre  mio,  c6mo  se  impresionaba 
mi  amigo  Federico!  Si  qsted  lo  bubiera  visto  abra2;arme  y 


'  1 


S40  %lk  fMntnot  ml  rtswsuk 

derramar  Ifigrimas!  Si  usted  hubiera  oido  sus  espresiones!  Si 
nsted  sapiera  cudnto  lo  admiraba,  codoto  le  agradecia  el 
bien  que  me  habia  hecho  a  mi  y  que  habia  hecho  a  mi  her- 
maoa!  jSi  osted  sapiera  coa  qu^  conmocion  tan  piofaoda 
oia  el  relate  de  I03  infortanios  de  Mercedes  y  la  especie  de 
adoracioa  que  le  tributaba!  Si  usted  hubiera  presenciado 
todo  e&to,  estui  seguro  que  lo  quer-ria.como  yo  lo  quiero! 
Estoi  seguro  que  tendria  por  61  taata  amistad  como  yo  la 
ten^fo! 

"jY  despues,  despues  cuando  le  hablaba  de,la  manera 
como  yo  estaba  unido  a  Luisa,  del  juramento  que  habiamoa 
contraido,  de  ese  matrimonio  moral  basado  Anica  y  esclu- 
Bivamenteea  la  voluntad  reefproca,  en  labendicion  de  nues- 
tros  padres,  en  el  beso  dado  y  recibi^o  en  el  sepnl^ro,  se 
estasiaba  y  me  decia: 

— A&f  es  como  yo  comprendo'el  amor,  asi  es  como  yo 
comprecdoel  matrimonio. 

"jY,  maestro  mio,  horas  y  hora«;  sq  transcurrieron,  y  dias 
de  dias  schan  pasado  sin  casi  apercibirnos  del  trascurso 
del  tiempo,  porque,  engolfado  yo  en  mis  recuerdos,  le  co- 
municaba  a  ^1  mis  impresiones  y  41  las  sentia  como  yo  las 
sentia,  y  se  ideutificaba  conmigo,  y  eramos  uno,  porque 
eramos  amigos:  secreto  de  las  almas  que  no  se  esplica,  pero 
que  se  epperimenta! 

"Yo  no  he  escrito  a  Luisa,  ni  a  mis  padres,  ni  a  mi  her- 
mana  este  incidente;  pero  se  lo  comunico  a  usted,  que  parti- 
cipa  de  todos  los  afectos,  ^ue  goza  por  todos,  que  los 
comprende  todos,  que  es  dueQo  de  todos;  sin  embargo,  la 
reserva  que  guardo  no  lo  es,  porque  no  tengo  inconveoiente 
en  confesarles  a  ellos  lo  que  a  usted  le  revelo  y  estoi  seguro 
que  ellos  quedar^n  satisfechos  de  mi  relacion  nueva,  acep- 
tando  a  mi  amigo  como  yo  lo  acepto  y  como  yo  lo  estimo. 

''Pero  le  dir6  a  usted  francamente  lo  que  ha  conmovido 
mas  a  Federieo,  sin  decirmelo  ^1,  porque  yo  lo  he  adivina- 
do  o  conocido;  pero'  son  las  desgracias  de^  mi  hermana,  y  es 


tM  BicnuReoB  mOi  wmaUk  ■  Sil 

el  desprendimiento  de  nsted,  es  su  apoyo  para  levontarlo, 
para  izarla  a  su  altara,  para  dar[e  su  posicion,  sii  for  tana  y 
su  rango,  para  prestarle  el  ii:)mbro  ilustre  de  Gozman  a  su 
hijo;  pues  bjen,  senor,  esto  es  lo  que  ha  contnovido  mas  a 
mi  amigo  hasta  el  punto  de  decirme:  "Envidio  al  coronel, 
envidio  a  ese  anciano  virtuoso  y  noble  que  ha  Uevado  la 
calma  de  la  felicidad  a  esa  alma  casi  anj^lica,  p^ro  martiri- 
zada  porel  ihfortunio,  infortunio*que  no  ha  dependido  de 
ella.  lOjali  yo  hubiera  podido  estar  en  su  lugar!" 

"£16  aqul,  senor,  el  simple  relato  de  mis  impresiones,  una 
simple  epposicion  de  mis  juicios,  una  corta  pero  veridica  na- 
rracion  de  mis  sfectos. 

"Ahora  me  resta  decirle  que  abrace  a  mi  hermana  en 
nombre  de  su  hermano,  a  mis  padres  en  nombre  de  su  hijo, 
a  mi  Luisa  en  nombre  de  su  Eariqae,  y  que  todos  estos 
afectos  se  confundan  en  la  admiracion  y  en  la  gratitud  que 
le  deb^  su 

"ElSBlQUE." 

IV. 

Inclusa  con  estas  cartas  venia  otra  en  ingles  dirijida  al 

« 

seSor  don  Toribio  de  Guzman,'y  que  estaba  cdncebida  en 
cstos  t^rminos,  que  talvez  nosotros  traducimos,incorrecta- 
mente,  pero  cuyo  sentido,  o  cuyos  conceptos,  creemos  no  ha- 
ber  adulterado: 
*'Senor  don  Toribio  de  Guzman. 

"Creo  que  entre  hombres  no  hai  escusa  que  pedir  por 
dirijir  uno  a  otro  una  carta. 

^Yo  soi  hijo  de  una  chilena:  mi  madre  naci6  en  Santiago 
y  contrajo  matrimonio  en  la  misma  ciudad,  vie n dose  mi 
padre  obligado,  au^que  por  mera  f6rmula,  a  abjurar  su 
relijion;  pero  este  rigorismo  lo  hizo  dii?gustarse  de  una  so- 
ciedad  que  lo  habia  obligado  a  contrariar  sus  principios,  y 
regresd  a  su  patria,  los  Estados  Unidos,,  que  fambien  es  la 
mia;  sin  embargo,  nnnca  puede  uno  ser  indiferente  al  lugar 


Ht  urn  noBimi  vm,  rumsJb. 

en  que  ba  nacido  sa  madre,  ni  tampoco  a  la  relijion  que  ha 
profesado  ella,  motive  por  el  caal,  ^itf  desechar  mi  creencia, 
fraternizo  con  el  rito  cat61ico  que  fa^  el  en  que  naci6  la  mu- 
jer  que  me  di6  el  ser. 

"Jil  preliminar  de  mi  carta  le  parecerA  estrano;  pero  los 
yankees  no  nos.detenemos  en  las  fdrmulas  oratorias  ni  es- 
tamoa  sujetos  a  las  reglas  de  una  introduccion  esencialmente 
de  etiqueta,  sino  que  principiamos  nuestras  corresponden- 
cias  por  donde  nos  viene  el  primer  pensamiento,  segaros  de 
que  despues  se  8ucederd.n  los  otros,  y  asi  me  acontece  ahora, 
porque  vol  a  entrar  en  otro  6rden  de  ideas. 

"Ha  de  saber  usted,  senor,  que  al  tomarme  la  libertad  de 
escribirle  es  porque  lo  conozco,  porque  he  hablado  sobre 
usted  muchisimo  con  mi  amigo  Enrique,  complaci^ndome 
en  cuanto  61  me  decia,  haciendo  por  sus  palaj^ras  que  na- 
ciera  en  mi  un  afecto  sincero  por  su  persona  y  una  alta  ve- 
neracion  por  sus  virtudes  y  por  sus  talentos:  h^  aquf  uno  de 
los  motives  por  que  he  usado  de  esta  franqueza  sin  la  anuen- 
cia  de  Enrique;  pero  el  otro  motivo  es  para  ml,  al  menos 
por  el  momento,  el  mas  esencial,  puesto  que  todo  el  se  re- 
fiere  a  su  discipulo,  o  lo  que  es  lo  mismo,  jsi  mi  Salvador. 

^'Nosotros  no  somos,  senor  coronel,  para  hacer  grandes 
circunloquios,  sino  para  irnos  de  lleno  a  lo  que  mas  nos 
conviene,  o  como  ustedes  dicen:  al  grano.  Pues  bien,  voi  a 
hablarle  sobr*  mi  libertador,  sobre  mi  amigo,  sobre  mi 
hermano,  sobre  el  hombre  desinteresado  y  magndnimo  que  , 
nos  ha  ahorrado  un  Into  eterno,  arrancando  a  mi  padre  de 
la  desesperacion,  a  mi  hermana  de  la  deshonra  y  a  mi  de 
la  muerte,  y  de  la  muerte  del  suicida;  porque  yo  hice  cuan- 
to pude  por  quitarme  la  vida,  y  cuando  ya  no  tenia  con- 
ciencia  de  mi  ser,  cuando  ya  estaba  consumado  el  crimen, 
Enrique,  con  riesgo  de  su  propia  existencia,  me  arranc6  de 
uu  elemento  que  en  pocos  segundos  debia  terminar  conmigo; 
J  como  presumo  que  ^1  no  le  haya  dicho  una  sola  palabra 
de  lo  sucedido,  pues  conozco  su  modestia,  y  mas  que  todo. 


hot  ilscntitos  dsl  vmono.  64S 

SQ  sistema  de  nanca  hablar  de  sf  mismo  y  menos  ann  enco- 
miar  sua  acciones;  como  s6  esto,  yo  me  encargo  de  comani* 
cfirselas  a  nsted  para  que  no^  igaorc  de  lo  que  es  capaz  sa 
disclpulo,  la  doctrina  que  usted  le  ha  iaculcado  y  el  grado 
a  donde  lo  ha  Ilevado  su  ejemplo  y  sas  lecciones:  usted  pne- 
de  vanagloriarse  de  haber  formado  un  hombre. 

"Pues  bien,  ha  de  saber  usted,  seBor,  que  yo  soi  amigo 
de  Enrique  desde  su  llegada  a  California,  y  que  en  esos 
primerosy  hastaxrierto  punto  vacilantes  pasos  de  un  cono- 
cimieuto  nuevo,  fui  atraido  por  una  simpatia  irresistible 
hdcia  ^1. 

"Mi  calidad  de  medio  paisano  fa^  un  motivo  mas  para  ir 
estrechan do  nuestras  relaciones  durante  seis  meses  de  resi- 
dencia  en  San  Francisco,  donde  Uegamos  a  asociarnos  de 
tal  riianera,  que  vivimos  juntos. 

"Enrique,  de  una  actividad  prodijioaa  e  >ntelijente,  no 
solo  ganaba  mucho  dinero  con  su  trabajo,  pues  se  eatable* 
ci6  como  arquitecto  desde  el  principio,  mediante  al  conoci.  ^ 
miento  que  yo  tenia  de  algunos  individuos,  sino  que  lo 
abarcaba  toHo  y  no  habia  industria  que  no  estudiase  ni  ta- 
ller de  alguna  consideracion  que  no  visitase,  dedicando  una 
parte  de  sus  noches  para  el  perfeccionamiento  del  idioma 
ingles  en  que  yo  lo  ayadaba,  aunqae  61  estaba  ya  algo  avan- 
zado  cuando  lleg6,  pues  me  dijo  que  a  bordo  del  vapor  en 
que  habia  venido  se  habia  consagrado  esclusivamente  a 
este  estudio,  de  manera  que  lleg6  a  San  Francisco  con  un 
caudal  de  voces  y  cierta  facilidad  de  elocucion  poco  comun 
en  un  estranjero,  y  sobre  todo  en  un  individuo  que  practi- 
caba  desde  tan  corto  tiempo  un  idioma  algo  dificil  para  el 
que  no  est&  familiar izado  con  ^1,  o  que  no  ha  tenido  lugar 
de  vivir  por  largos  afios  entre  nosotros.  Yo  no  hablaba  ^ 
espafiol  sino  que  tenia  nada  mas  que  como  un  recnerdo  de 
^I,  pues  mi  madre  habia  muerto  muchos  anos,  dejdodome 
mui  peqneSos  a  mf  y  a  mi  hermana  Emma,  y  mi  padre  no  se 
Gontrajo  nunoa  a  enseSiarnos,  aino  que  le  oiamoa  de  vess  ea 


Hi  IM  81CQUKII08  DBL  ITMUA 

cuaiido  hablar  con  alganos  estranjeros  y  oosotros  le  solia- 
mos  pregantar  qn^  idioma  era  ^uel,  y  ^1  no3  decia: 

— El  que  hablaba  ta  madre  y  el  que  es  precise  que  uste- 
des  aprendaUy  por  si  algan  dia  van  a  visitar  el  pais  de  mi 
esposa,  que  se  llama  Chile  y  que  e^tA  situado  en  el  Ultimo 
estremo  de  Sad  America. 

'^Y  toda  la  ensefianza  de  nuestro  padre  se  limitaba  a  se- 
fialarnos  en  el  mapa  la  situacion  de  esa  repiiblica. 

"Hablo  de  esta  circunstancia  como  de  uu  accidente,  pero 
que  ftl6  sin  embargo  el  primer  viaculo  que  me  uni6  a  En- 
rique, pues  yo  le  servia  de  maestro  de  ingles  y  61  me  ense-v 
fiaba  el  espanol,  de  manera  que  en  mui  poco  tiempo  apren- 
di6  cada  uno  et  idioma  del  otro. 

"El  baen  ^xito  de  algunes  constrncciones  de  Enrique,  la 
exactitud,  la  puntualidad  en  sus  tratos,  lo  m6dico  de  su 
trabajo,  todo  esto  contribuy6  a  formarle  luego  buena  re- 
putacion  y  un  cr^dito  abierto;  de  manera  que  en  mui  poco 
tiempo  adqui)i6,  aan  sin  codiciarla,  una  fortuna  considera- 
ble, estando  llamado  a  enriquecerse  mucho  si  hubiera  que- 
rido  pernaanecer  aIguno3  pocos  anos  en  San  Francisco. 
Pero  Enrique,  que  mira  la  fortuna  como  una  cosa  mui  se- 
cundaria en  la  vi  da  y  solo  como  el  medio  de  poder  hacer 
algun  bien  a  sus  semejantes,  no  quiso  separarse  de  mi  y 
me  siguid  a  Banicia  donde  me  llamaba  mi  padre  y  donde 
tenia  su  principal  comercio.  ,  "^ 

''Benicia  es  un  pue^to  nuevo  colocado  en  la  desemboca; 
dura  de  dos  cauda'osos  rios,  San  Joaquin  y  Sacramento  y 
en  el  pequeno  golfo  que  se  denomina  la  baliia  de  San  Pablo. 
En  este  punt  >  tocan  todos  los  vapores  de  arribada  o  de  ba- 
jada  de  I03  rios,  y  en  c'l  habia  coloeado  mi  padre  un  gran 
cstablecimiento  de  provisiones  con  mui  buen  ^xito,  pues 
en  poco  tiempo  habia  hecho  una  fortuna  nada  despreciable 
y  se  preparaba  para  casar  a  mi  hermana  Emma  con  el  hijo 
de  otro  comerciante  mui  rico,  que  viendo  la  proaperidad  del 
aatAblecimieuto  de  mi  padre,  se  proponia  sin  duda  obtenerlo 


para  su  hijo,  y  asi  habia  side  el  convenio,  paea  mi  padre 
habia  prometido  retirarse  a  una  peqaefia  casa  de  campo^ 
satisfecho  con  las  rentas  que  le  proporcionase  una  parte  de 
6U  capital  adquirido,  porque  dejaba  a  mi  hermana  en  po- 
Besion  de  la  mitad  de  la  fortuna,  considerando,  no  solo  mi 
voluntad  para  coder  a  Emma  todo  aquello  que  podia  hacer- 
Ja  feliz,  sino  tambien  mi  aficion  por  el  estudio  y  mis  incli- 
naciones  opuestas,  no  al  trabajo,  sico  al  trabajo  especulativo; 
de  manera  que  mi  padre  me  habia  dicho:  ^^Cuando  se  hayt 
casado  Emma  nos  iremos  a  vivir  a  una  hermosa  casa  de  cam- 
po,  donde  tendr^s  toda  libertad  y  donde  podr&s  consa- 
grarte  a  lo  que  te  sea  agradable,  sin  que  tengas  necesidad 
de  pensar  en  tu  subsistencia,  pues  gracias  a  Dies  la  tene- 
mos  ganada;  y  si  voi  a  dar  a  tu  hermana  la  mayor  parte 
dQ  nuestra  fortuna,  no  creas  que  por  esto  te  faltar^  lo  nece^ 
sario,  porque  coqozco  Io  que  eres  y  s^  que  andando  el  tiem- 
po  alcanzards  mas  de  lo  que  esperas";  y  mi  padre  estaba 
dispuesto  a  separarse  ya  del  comercio,  con  cuyo  objeto  me 
mand6  llamar  a  Benicia,  acompafidndome  Enrique,  que  per- 
maneci6  por  algunos  dias  con  nosotros,  antes  que  se  faerft 
al  interior^  que  dcseaba  visitar  por  uno  o  dos  meses,  para 
conocer  nuestras  ricas  minas  de  oro  que  tanto  renombre 
han  tenido  y  tienen  en  el  mundo. 

''Disctilpeme  usted,  seflor,  que  sea  tan  prolijo  en  mi  na- 
rracion;  pero  todo  esto  viene  a  prop63ito  de  los  aconteci--^ 
mientos  que  voi  a  referirle.  Enrique  se  capto  inmediata- 
mente  la  voluntad  de  mi  padre  y  dd  mi  hermana,  y  fu^ 
recibido  y  atendido  como  un  miembro  de  nuestra  propia 
familia  durante  los  pocos  dias  que  permaneci6  con  nosotros 
en  Benicia,  qued^udome  yo  en  casa  para  presenoiar  el  ma« 
trimonio  de  mi  hermana,  pero  con  la  intencion  de  irme  a 
reunir  a  ^1  tan  luego  como  se  efectuara  el  enlace  convenido. 

'^Cuando  Enrique  parti6,  yo  y  mi  hermana  nos  quedamos 
tristes,  y  esta  tristeza  se  comunic6  hasta  mi  padre,  que  dijo: 
^'Siento  que  se  haya  ido  este  j6ven,  pues  mQ  ha  parecido 


B46  «»  noBSTos  da  mrKsiiO. 

tan  bien  que  desde  el  primer  dia  lo  lie  consideradq  6orad 
no  hijo-mas  y  an  hijo  bastante  querido. 

"No  pa86  un  ines  sin  que  mi  padre  esperimentara  uno  de 
aqnellos  contratiempos  tan  frecaentes  entre  nosotros:  el  ban- 
qaero  en  qae  tenia  colocados  todos  o  la  mayor  parte  de  sus 
fondoa  qnebr6  de  la  noche  a  la  manana,  y  de  tal  manera, 
que  no  tnvo  otro  arbitrio  que  fagarse,  quedando  por  este 
motivo  mi  padre  completamente  arruinado. 

^£n  el  momento  de  saber  la  noticia  que  desbarataba 
completamente  los  planes  de  mi  padre,  las  aspiraciones  de 
mi  hermana  y  aun  la^  mias  propias.  todo  se  trastornd  en  la 
casa,  y  mi  pobre  padre  se  encerr6  en  su  cuarto,  haciendo 
otro  tan  to  mi  hermana  y  queddndome  yo  solo,  no  para  pen- 
sar  en  mi  ruina  particular,  sino  en  la  ruina  de  los  otros, 
afect^ndome  por  ellos.y  no  por  mi,  considerando  la  grave- 
dad  del  asanto,  pues  conociendo  el  espiritu  de  nuestra  so- 
ciedad,  veia  claramente  que  mi  hermana  lo  mismo  que  mi 
padre,  estaban  para  siempre  perdidos;  la  primera,  porque  sin 
fortuna  era  mui  dificil  que  se-  casase  y  su  cr^dito  quedaba 
comprometido  hasta  cierfco  punto  por  las  voces  que  Jbabian 
circttlado;  y  el  segundo,  porque  tenia  deudas  pendientes 
que  le  era  imposible  satisfacer,"a  mas  de  ver  destruidas  las 
espectativas  de  sus  hijos  y  la  suya  propia,  pues  ^1  creia,  y 
con  justa  razon,  que  no  volveria  a  rehacerse,  porque  se  en- 
contraba  en  aquella  edad  en  que  ya  el  hombre  decae,  en 
que  no  tiene  la  enerjia  y  la  actividad  de  la  juventud,  que  es 
lo  que  se  necesita  cuando  la  riqueza,  no  existe. 

"Al  dia  siguiente  mi  padre  se  fu^  a  ver  a  su  araigo,  es 
•deoir,  al  padre  del  futuro  marido  de  mi  hermana,  que  lo 
recibi6  de  una  manera  glacial,  porque  ya  6\  sabia  lo  que  ha- 
bia  acontecido,  y  que  su  amigo,  lo  mismo  que  su  negocio, 
estaban  como  echados  al  agua,  sucediendo  una  circunstan- 
cia  mas,  y  es  que  mi  padre  le  era  deudor  por  una  fuerte 
suma,  cuyo  vale  faltaba  pocos  dias  paja  que  se  venciera,  no 
alcan^ando  con  las  ezistencias  que  habia  en  almacenes  a 


I 


ncnUKlOB  DSL  PirBBLO.  ii7 

cubrir  esta  como  otras  cantidades  que  det>ia;  pero  talyez  mi 
padre  pens6  qae  aqael  caballero  lo ,  sacase  de  aparos  o  al 
meDos  no  le  cbbrara  la  snma  qae  le  debia,  atendiendo  a  las 
relaciones  que  existian  entre  ambos,  puesto  que  en  poco 
tiempo  iban  a  hacer  una  sola  familia. 

"Los  cdlculos  de  mi  padre  quedaron  compleiamente  bur- 
lados,  pues  su  amigo  le  dijo  clara  y  termiaantemente,  que 
no  solo  le  pagaria  eon  toda  integridad  la  deuda  a  su  venci- 
miento,  sino  que  su  hijo  no  se  casaria  con  mi  hermana  Emma, 
porque  era  un  partido  ruinoso  y  que  il  sabria  destruir  una 
inclinacion  que  estaba  en  contra  de  las  conveniencias. 

"Mi  padre  sali6  casi  muerto  del  escritorio  de  su  amigo, 
habi^ndole  asegurado  prSviamente  que  seria  pagado  con 
toda  integridad,  porque  en  su  despecbo  pens6  que  no  debia 
dejar  de  satisfacer  la  deuda  de  aquel  hombre,  aun  cuando 
dejara  a  los  otros  insolventes;  pues  habria  pocos  que  tuvie. 
ran  aquel  corazon,  no  pudiendo  debar  el  menor  servicio  a 
una  persona  que  se  mostraba  tan  exijente  como  dura,  y  mas 
que  esto,  tan  despreciativa,  dejando  a  mi  hermana  con  la 
palabra  dada,  y  lo  que  es  peor,  siendo  el  enlace  conocido 
de  todo  el  mundo  y  cayendo  sobre  ella  el  dealionor,  pues 
nadie  consideraria  de  donde  provenia  la  falta. 

"Cuando  mi  padre  lleg6  a  casa,  yo  conoci  en  la  altera- 
cion  de  su  semblante  que  algo  de  estraordinario  le  habia  ^ 
pasado,  y  sin  decirme  una  palabra,  se  encerr6  en  su  cuarto 
durante  cuatro  o  cinco  horas,  no  bajando  al  comedor  cuan*- 
do  fu^  llamado,  lo  que  nos  alarmd  sobremanera.  y  fuimofi 
mi  hermana  y  yo  donde  ^1,  pero  encontrando  la  puerta  con 
Have;  golpeamos.  Mi  padre,  con  voz  enfadada,  nos  pregun- 
t6:  "^qui^n  e8?'^y  conoci6ndopos  vino  a  abrirnos;  pero  a  pe- 
sar  que  trataba  dc  componer  su  semblante,  yo  no  pude  me* 
nos  de  notar  que  sufria  y  le  pregunt^  la  causa;  pero  ^1 
evadi6  la  respuesta  y  se  puso  a  discertar  sobre  la  fortuna, 
dici^ndonos  que  en  la  pobreza  tambien  se  podia  vivir  feliz: 
tesis  que  le  habia  oido  combatir  a  mi  padre  m^ohas  veces^ 


SiS  UM  BBGBIHTCW  DIL  PITCBLO. 

estraadadome  que  de  un  momento  a  otro  hubiera  cambiado 
de  ideas,  porqne  sin  ser  arabicioso,  consideraba  la  fortuna 
como  el  primer  elemento  de  dicha,  opinion  mui  jeneral  en- 
tre  nosotros  y  que  ha  llegado  a  convertirse  en  axioma:  nada 
hai  sin  dinero. 

"Mi  padre,  segiin  snpe  despues,  habia  reunido  todos  sua 
recursos  y  hasta  las  alhajas  de  farnilia;  y  viendo  que  todo 
esto  junto  no  le  daba  para  satisfacer  sus  cr^ditos,  re8olvi6 
suicidarse,  y  lo  habria  efectuado  sin  la  Uegada  providencial 
de  Enrique,  que  aleaDz6  a  tomarlo  del  brazo,  y  aun  cuando 
Bali6  el  tiro,  la  bala  tom6  un  camino  distinto,  hiriendo  lije- 
ramente  a  Enrique  y  yendo  a  quebrar  un  grande  espejo 
que  estaba  colocado  sobre  una  chinaenea,  cuyo  espejo  con- 
servamos  como  una  reliquia,  como  un  recuerdo  imperece- 
dero  de  la  jenerosidad  de  mi  amigo^ 

"Enrique,  despues  de  libertar  a  mi  padre,  le  arranc6  su 
secreto,  le  pidi6  la  lista  de  sus  acreedores  y  le  dijo  que  ^l 
veria  modo  de  arreglar  el  asunto  y  que  esperase  el  resulta- 
do  hasta  las  ocho  de  la  noche,  dej^ndolo  libre  de  obrar  si 
no  llegaba  a  la  hora  indieada.  Mi  padre  le  previno  que  no 
queria  bajo  ningun  aspecto  presentarse  en  quiebra,  aun 
cuando  le  eran  favorables  las  circunstancias,  de  manera  que 
no  veia  ^1  medio  c6mo  se  pudiese  arreglar  aquel  asunto  que 
habia  principiado  tan  mal,  pues  no  le  ocult6  la  recepcion 
que  le  hiciera  su  antiguo  ami  go,  el  padre  del  faturo  esposo 
de  Emma. 

^  "Enrique  sali6  de  casa  sin  ver  ni  decir  nada  a  na*e  y  se 
fu6  directamente  donde  el  principal  acreedor,  el  mismo  que 
habia  tratado  con  dureza  hacia  pooos  dias  a  mi  padre,  y  le 
dijo,  segun  me  lo  cont6  mi  cunado  el  dia  d^  su  casamiento: 

— He  tabid o  que  usted  tiene  un  cr6dito  de  quince  mil 
pesos  contra  el  sefior  Bradfort. 

— Si,  senor,  le  conte3t6  secamente  el  comerciante. 

— Ese  cr^dito  lo  considera  usted  como  perdido. 

— Qreo  que  no  sacar^  de  ^1  ni  un  veinte  por  ciento,  por- 


fiOfl  01CB1STO9  DSL  F0£S&d.  «  M9 

que  la  quiebra  dej .  banco  Jonde  Bradfort  tenia  la  mayor 
parte  de  sas  foados,  lo  iahabilita  casi  por  completo  para  la 
satisfaccion  de  sua  compromisos. 

— Esa  es  una  deagracia,  no  una  falta,  y  se  debia  tener 
compasion  y  ayudarlo  a  levantarae  en  vez  de  despreciarlo  y 
tiranizarlo. 

•  — Yo  ao  recibo  l^cciones  de  nadie,  contestd  el  comer- 
ciante  con  altaneria* 

— Ni  yo  vengo  a  darlas,  le  re^pondid  Enrique  en  el  mis- 
mo  tone. 

— Ya  es  demasiado  perder  una  fuerte  suma  con  que  cou- 
taba  con  seguridad. 

— Suma  que  usted  no  perderd,  pues  vengo  a  pag^rsela 
Integramente. 
*  Mr.  Nay,  que  este  era  el  nombre  del  comerciante,  abri6 
los  ojos  como  asustado,  porque  esta  p^rdida  lo  preocupaba 
mucho  y  estaba  ademas  sumamente  contrariado  con  las  ob- 
servaciones  desu  hijo  que  realmente  queria  a  Emma,  y  que 
por  lo  mismo  resistia  a  su  voluntad  o  a  la  6rden  que  le 
habia  dado  de  olvidarla,  de  modo  que  esta  promesa  de 
pago  salvaba  todas  las  dificultades  obviando  los  incon- 
venientes,  y  asi  cambiando  de  tono,  dijo  a  Enrique  con 
amabilidad: 

— Tenga  usted,  sefior,  la  bondad  de  sentarse;  iqni  ha 
vuelto  el  banco  a  abrir  su  caja? 

— El  banco  en  que  el  senor  Bradfort  tenia  sus  fondos  estd 
completamente  arruinadd. 

— ^Y  entonces? 

— Soi  yo  quien  vengo  a  cubrir  este^y  otro  cfifidito  del 
sefior  Bradfort,  pero  con  algunas.condifciones. 

— ^Cudles?  Pues  estoi  dispuesto  a  satisfacerlas  todas  con 
tal  que  se  me  pague  Integramente. 

— Aqui  tiene  usted  un  bono  por  cincuenta  mil  pesos  con- 
tra el  banco  de  Davidson  y  Ca.,  y  me  parece  que  estos  no 
quebrardn. 


660  tM  ilCflUtOB  DIL  VffWBSJb. 

— jYa  lo  creol  La  casa  de  Davidson  y  Ca.'  esti  en  rela* 
clones  con  la  casa  de  Eothschild  de  Londres. 

— Jnstamente.  * 

— ^Pero  cuiles  son  sua  condiciones? 

— Lag  siguientes!  que  usted  vaya  a  cubrir  todos  los  cru- 
dites del  sefior  Bradfort,  que  saben  a  treinta  y  cinco  mil 
pesos,  inolusos  los  quince  suyos,  y  me  traiga  en  seguida  to- 
dos  los  pagartfs  cancelados;  que  vaya  usted  en  persona  a 
pedir  una  escuaa  al  senor  Bradfort  por  la  iujusta  descorte- 
sia  con  que  usted  lo  ha  tratado  en  su  desgracia;  y  Wtima- 
mente,  que  solicite  respetuosamente  y  como  un  favor,  pues 
lo  es  en  realidad,  la  mano  de  la  senorita  Emma  para  el  hijo 
de  usted;  y  en  esta  hard  usted  un  verdadero  negocio  a  la 
vez  que  una  buena  accion:  un  negocio,  en  cuanto  recibirfi 
desde  luego  en  dote  la  senorita  Emma  la  cantidad  de  diez 
mil  pesos  que  usted  tomard  de  los  cincuenta;  y  una  buena 
accion,  ]porque  hard  la  felicidad  de  dos  j6venes  que  se  aman. 

— ^Qui^n  es^usted,  sefiorl 

— Un  amigo  de  la  casa,  un  hermano  de  Federico  Bradfort. 

^ — jPero  usted  debe  ser  inmensamente  rico!  esclam6  el 
comerciante,  mirando  respetuosamente  a  Enrique  y  quitdn- 
dose  el  sombrero. 

Enrique  se  sonri6  al  ver.aquella  metam6rfosis  tan  repen- 
tina,  a&adiendo: 

— Veo  cudnto  respeta  usted  el  dinero;  y  por  la  misma 
razoD  puede  usted  cubrirse,  porque  se  encuentra  en  presen- 
cia  de  un  pobre  que  no  tiene  mas  que  esa  suma  que  le  ha 
proporcionado  el  placer  de  salvar  el  honor  de  una  familia 
y  a  un  hombre  de  bien  de  una  desgracia  imprevista.  Ahora 
espero,  senor,  que  usted,  si  acepta  mis  proposiciones,  las 
cnmpla  en  el  acto,  pues  no  hai  tiempo  que  perder  porque 
tengo  que  estar  de  vuelta  en  casa  del  senor  Bradfort  antes 
de  las  echo  de  la  noche. 

— Aceptado,  aCeptado,  sefior;  y  voi  desde  luego  a  retirar 
}o8  pagar^  de  mi  amigo. 


UM  neoBSTOB  BJEL  Fuxmo*  551 

— Dese  usted  prisa,  se  lo  suplico. 

— Ea  uua  hora  eptoi  de  vuelta. 

— Lo  espero  a  usted.  Y  Enrique  se  sento  tranquilamente, 
tomando  un  peri6dico  de  sobre  la  mesa. 

— Se  me  ocurre  una  cosa,  esclamd  repeatiuamente  Mr. 
Nay,  como  herido  de  uua  idea  feliz. 

— eQa^  cosa? 

— Ha  de  saber  usted,  senor,  que  la  noticia  de  la  quiebra 
del  banco  en  que  tenia  depo^itados  sus  fondos  mi  amigo 
Bradfqrt  ha  corrido  por  todas  partes,  y  de  corisiguiente,  los 
acreedores  de  Bradfort  estaa  Ihtimamente  persuadidos  de 
que  no  ser^n  cubiertos;  de  man  era  que  me  seria  mui  fdcil 
ol^tener  su^  pagar6s  con  un  cincuenta  por  ciento  de  quitas, 
y  se  darian  por  mui  satisfechos,  quedando  admirados  de  la 
honorabilidad  del  cteudor,  porque  ea  iguales  circunstancias 
ci^alquier  otro  aprovecUaria  de  la  ocasion  para  pagar  mu- 
cho  menos;  y  usted  ve  que  un  cintjuenta  por  ciento  en  vein- 
te  mil  pesos,  es  una  fortuna  que  ayudaria  mucho  a  la  pros- 
peridad  del  negocio  o  que  le  ahorraria  a  usted  esa  suma. 

— La  voluntad  del  senor  Bl'adfort  es  que  se  pague  a  todos 
fntegramente. 

— ^Entonc6s  ee  Bradfort  el  que  paga? 

— EI  mismo. 

— Pero  el  bono  estd  a  su  6rden. 

— jQu^  im  porta!  ^No  lo  est^  ahora  a  la  suya?  Y  Enrique 
hizo  el  endoso. 

Mr.  Nay  lo  miro  como  estupefacto:  no  comprendia  ni 
aquella  jeherosidad  ni  aquella  confianza. 

—En  una  hora,  dijo  Enrique  a  Mr.  Nay,  para  significarle 
que  lo  esperaba  y  debia  estar  en  ese  tiempo  de  vuelta. 

Mr.  Nay  fu^  puntual  y  sac6  de  su  gra»pi  cartera  todas  las 
obligaciones  de  mi  padre  canceladas  sin  mas  desouento  que 
el  legal  por  el  pago  anticipado,  y  haciendo  algunos  calculos, 
dijo  a  Enrique: 

— Aqui  tiene  usted  treinta  y  cuatro  mil  setecientos  cin- 


^ctenta  pesos  invertidos  en  la  cancelacion  de  los  tremta  y 
KJtttoo  mil  pesos  que  Bradfort  debia  sobre  la  plaza,  y  quince 
imil  doscientos  cineaenta  pesos  en  dinero.  . 

— Est&  cabal,  dijo  Enriqae  despnes  de  haber  contado  los 
billetes;  pero  no  es  esto  todo,  sino  qne  he  pensado  en  el 
medio  de  reconciliarlos  a  ustedee;  porque  usted,  sefior  Nay, 
lia  ofendido  al  sefior  Bradfort,  y  en  su  justo  resentimiento 
talvex  no  aceptaria  la  mano  de  an  hijo,  sabiendo  qne  no  es 
nsted  sino  yo  el  qne  lo  ha  sacado  de  aparos;  pero  si  nsted 
va  y  le  dice:  "Amigo  mio:  para  reparar  en  parte  el  mal  qne 
le  he  hecho,  y  como  una  prneba  de  mi  arrepentimiento,  me 
he  tornado  la  libertad  de  liqaidar  todas  sns  cnentas  qne  le 
traigo  aqu{  canceladas  y  ademas  la  snma  de  diez  mil  pesos 
con  qne  doto  a  Emma  para  que  haga  la  felicidad  de  mi 
hijo."  Si  nsted  hace  esto,  senor,  todo  se  concilia  y  yo  parto 
para  ^an  Francisco  en  el  vapor  de  esta  noche. 

— Perp  no  me  creerd. . . 

— Nadie  se  resiste  a  la  evidencia. 

— ^Pero  ^1  no  sabe  nada  entonces? 

— El  sabe  qne  yo  he  puesto  mano  en  este  asnnto,  pero 
ignora  qne  haya  dado  el  dinero  y  ann  supondrd  qne  no 
pnedo  ser  poseedor  de  tan  faerte  snma;  de  consigniente, 
nsted  podrd  afirmar  sin  mentir  qne  yo  lo  he  persuadido  de 
tal  manera,  qne  nsted  ha  creido  justo  obrar  asf;  y  ya  ver& 
nsted  como  se  reconcilian  en  el  acto,  haci^ndose  nn  matri- 
monio  feliz  y  continnando  las  mismas  relaciones  que  antes 
entre  dos  antignos  amigos. 

— Pero  no  hace  mncho  que  usted  'me  decia  que  era  Mr, 
Bradfort  qnien  pagaba. 

— Una  mentirilla  de  j6ven. 

— De  veras  que  no  comprendo  su  conducta. 

— Lo  siento,  porque  veo  que  usted  no  ha  esperimentado 
el  mayor  goce  que  puede  sentirse  en  la  vida. 

— Yo  no  conozco  otro  mas  grande  que  el  acertar  una  es- 
peculacion  con  la  que  se  consigue  harto  dinero;  pere  en  fin, 


^■TL 


1 


7  si  Bradfort  Uega  a  saber  que  no  he  sido  jo  el  que  lo  ha 
salvado? 

—Si  esto  sacediese,  lo  que  dado,  paes  tengo  ganas  de 
regresar  a  mi  pais,  ya  habr^  pa^ado  macho  tiempo  j  aste- 
des  estar&n  bajo  an  mismo  techo. 

— Har^  lo  qae  asted  manda. 

— Si  ^  asi,  dejo  a  asted  los  diez  mil  pesos  para  el  dote 
de  la  seilorita  Emma  y  tomo  el  saldo  de  cinco  mil  doscientos 
cincaenta  pesos,  con  lo  caal  tengo  de  sobra  para  mis  necesi- 
dades. 

'  Y  Enriqae  se  de8pidi6  de  Mr.  Kay,  qae  poco  tiempo  des- 
paes  se  encamin6  a  easa  de  mi  padre,  a  qaien  estraDd  ma- 
cho aqaella  yisita;  pero  caando  sapo  sa  objeto,  no  pado 
menos  qae  admirar  la  jenerosidad  de  Mr.  Nay,  y  por  consi- 
gaiente  perdonar  la  libera  falta  aae  habia  dado  tan  grai^ 
resaltado. 

^  Inter  pasaba  esta  escena  en  casa  de  mi  padre,  Enriqae 
con  sa  malota  en  la  mano,  envaelto  en  an  gran  chalon  y 
con  an  sombrero  de  anchos  hordes,  esperaba  en  el  mnelle 
la  Ilegada  del  vapor  qae  debia  tocar  alii  an  cnarto  de  hora 
para  tomar  la  correspondencia  y  pasajeros  y  continaar  sa 
marcha  a  San  Francisco,  caando,  segan  me  dijo  despaes, 
me  vi6  pasar  precipitadamente  como  an  hombre  a  qaiea 
persigaen,  bascar  ^1  logar  mas  16brego  del  maeUe  j  t;irarme 
al  mar. 

La  sorpresa  de  Enriqae  fa^  grande  porqae  me  habia  re- 
conocido;  y  desprendi^ndose  con  la  rapidez  qae  le  fu^  po- 
sible  de  lo  qae  mas  podia  embarazarle,  se  tir6  tambi«n  al 
agaa  para  bascarme  en  medio  de  la  osoaridad.  Ei  instinto 
de  la  conservacion  es  sin  dnda  algana  saperic^r  en  ciertos 
mementos  a  la  faerza  de  la  volantad,  y  sin  pensarlo  y  talvez 
sin  qaererlo,  mi  caerpo  lachaba  para  salvarse  del  peligro, 
y  estos  sacadimientos  instintivos  goiaron  a  Enriqae,  qae 
asi^ndome  faertemente,  me  trajo  a  la  saperficie  y  dando 
voces  consigai6  qae  lo  ayadasen  y  me  salvd 


554  LOB  Bficnurros  dxl  ptnoOiO. 

"Yo  volvl  Inego  en  mi  y  61  que  Enrique  les  decia  a  las 
personas  que  me  rodeaban  y  que  me  habian  socorrido:  *'Es- 
tdbamos  con  eate  amigo  esperando  la  llegada  del  vapor  con 
objeto  de  embarcarnns  para  San  Fracisco  y  nos  hall&bamos 
justamente  al  borde  del  muelle,  cuando,  siu  duda  algana,  le 
di6  una  fatiga  y  cav6  al  mar,  y  sin  encontrarme  a  su  lado, 
es  mas  que  probable  que  habria  perecido:  el  senor  ea  hijo 
del  respetable  comerciante  Mr.  Bradfort."     ^ 

"Esta  relacion  sencilla  y  tan  vergslniil,  dicha  con  la  mayor 
naturalidad,  persuadio  a  todoa  los  que  estaban  preaentes, 
apresurdndose  algunos  a  proporcionaraoa  vestidos  secos; 
pero  Enrique  los  detuvo  diciendolea  que  el  tenia  todo  lo 
neceaario  en  su  maleia  y  al  efeeto  aacd  doa  mucjaa  comple- 
tas  y  tomando  una  el  y  otra  yo  que  ya  me  habia  incorpora- 
do,  pero  que  permanecia  silencioso  y  avergon:5ado,  nos  ves- 
timoa  dando  a  algunos^pobrea  nnestra  ropa  mojada. 

"Enrique,  ain  hacerme  en  seguida  la  menoi^  obaervacion 
ni  pedirme  esplioacion  alguna  por  mi  conducta,  me  dijo: 

— Vfimonos  a  San  Francisco,  alld  hablaremos  y  le  eeicri- 
biras  a  tu  padre  y  a  tu  hermana. 

"El  vapor  atracaba  en  ese  momento  y  un  cuarto  de  hora 
despues  noa  encontrAbamoa  en  marcha. 

"Cuando  eatuvimoa  aoloa  en  nueatro  camarote  no  pude 
contener  mia  Mgrimaa,  y  Enrique,  tomandome  de  una  mano, 
m^  dijo: 

•  r 

^  — Es  preciao  aer  hombre.  Yo  me  'he  encontrado  en  un 
caao  andlogo:  yo  tambien  he  querido  auicidarme,  y  la  Pro- 
videncia  nos  ha  salvado  a  ambos.  Ya  vea  como  ahora  ya  aoi 
dichoao;  tii  lo  serda  manana.  Las  desgraciaa  de  tu  faijiilia 
han  ceaado,  si  esto  era  lo  que  te  atormentaba. 

"Habia,  en  verdad,  una  parte  en  laa  desgraciaa  de  mi  fa- 
mill  a,  pero  el  mayor  mal  estaba  en  ml,  y  Enrique,  an  disci- 
pulo,  ha  sabido  curarme  y  curarme  para  siempre:  con  tal 
de  t'enerlo  siempre  a  mi  lado  yo  ser6  feliz. 

"Continuar^  mi  narracion  para  terminarla.  Al  dia  siguien- 


SM  ftKCGKMTOS  DBL  PinBBLO.  $65 

te  yo  escribi  a  mi  padre  comunic^ndole  que  me  encontraba 
en  San  Francisco  y  al  lado  de  mi  amigo  que  se  habia  em- . 
barcado  en  Benicia  la  noche  anterior,  y  el  me  contest^  a 
vuelta  de  vapor  una  estensa  carta  en  que  me  hacia  referen- 
cia  de  lo  sucedido,  atribuyendo  a  la  inflaencia  de  Enrique, 
pero'no  asu  oro,  lasalvacion  de  su  comercio,  desu  crddito, 
de  nuestro  porvenir  e  invitdndonos  para  ir  a  presenciar  el 
matrimonio  de  mi  hermana  con  el  hijo  de  su  jeneroso  pro- 
tector,  como  ^1  Uamaba  a  Mr.  Nay.  ,       ' 

'    "Yo  inmediatamente  conoci  la  obra  de  Enrique  y  se  lo 
pregunt6,  contestdndome  ^1  estas  pocas  palabras: 

— Entre  her^nanos  no  debe  haber  misterios  y  no  debes 
darle  mayor  impqrtancia  a  mi  acto.  Eara  la  felicidad  de  la 
familia  asi  como  para  su  union,  con.viene  que  crean  que  Mr. 
Nay  ha  sido  el  que  ha  hecho  lo  principal;  de  lo  contrario, 
tu  padre  se  disgustaria  y  talvez  miraria  a  Mr.  Nay  con  des- 
precio,  lo  que  iria  a  perturbar  las  relaciones  dom^sticas  en 
que  se  necesita  siempre  que  reine  la  armonia.  For  otra  par- 
te, no  se  sacaria  ningdn  provecho  de  esta  revelacion,  sino 
perjuicios,  y  a  mime  privarias  del  placer  que4;endr^  en  pre- 
senciar la  felicidad  de  tu  hermana  y  de  tu  padre;  pufes  si 
llegasen  a  saberlo,  no  asistiria  al  matrimonio  a  que  nos  con- 
vidan. 

I 

"SeQor,  puedo  asegurarle  que  cada  dia,  que  cada  hora 
que  penetro  mas  en  el  interior  de  su  discipulo,  mas  lo  admi- 
ro  a  ^1  y  mas  lo  admiro  a  usted  que  lo^  ha  dirijido,  y  mas 
admiro  a  sus  padres  que  lo  han  formado  y  tengo  hecha  la 
firme  resolucion  de  en^prender  un  viaje  con  Enrique  para, 
darme  el  placer  de  v^r  a  la  mujer  a  quien  ama  y  de  quien 
es  amado,  asi  como  a  los  demas  miembros  que  componen  la 
mas  hermosa  familia,  el  cuadro  mas  perfecto  que  he  conoci- 
do  en  los  diferentes  que  nos  presenta  la  vida  humana., 

"Enrique  continua  trabajando  con  la  misma  aotividad  y 
con  el  mas  feliz  exito,  mas  su  fortuna  monetaria  no  aumen  • 
ta  como  pudiera,  pero  en  cafnbio,  el  caudal  de  sus  buenas 


obras  crece,  y  su  virtud  cada  dia  se  depara  y  resplandece 
nasta  el  panto  que  creo  dificil  que  lleguen  a  imitarlo. 

*Fig6rese  usted,  seftor,  que  en  medio  de  tantos  actos  de 
caridad,  porque  no  deja  escapar  uno,  y  esta  es  su  sola  ava- 
Hclaj  se  va  cuando  ha  acopiado  algun  dihero  en  busca  de 
los  attesanos  pobres,  y  a  todoaellos^  din  escepcion,  Je^  su- 
ministra  los  recursos  necesarios  para  que  puSd^tl  liiaicliaf 
pr^stdndoles  el  diuerp  siu  otra  condicion  que  ellos  hagan  lo 
tftigmo  C0a  los  otros  que  lb  que  ^1  hace  con  ellos;  es  decir, 
qu6  en  un  caso  dado,  aquella  cantidad  la  pf esten  bajo  las 
mismas  bases  sin  exijir  interes,  sin  exijir  pago  ni  ^Sperai* 
remuneracion:  es  una  especie  de  pr^stamo  hecho  a  la  huma- 
pidad,  sin  ostentacion  de  ningun  j^nero,  pero  de  un  inmen-' 
so  resultado  moral;  porque  ayuda,  porque  socorre,  porque 
estimula  al  pobre,  porque  le  impide  la  humillacion,  porque 
lo  realza  a  bus  propios  ojos,  porque  lo  hace  contraer  una 
obligacion  que  le  agrada  y  que  lo  eleva,  haci^ndole  desem- 
peSar  a  su  turno  un  rol  de  providencia  que,  entusiasmdiudo- 
lo  lo  mejora  a  tal  pun  to  que  en  poco  tietnpo  yo  mismo  he 
tenido  lugar  de  palpar  los  felices  resultados  de  esta  manera 
de  practicar  la  caridad.  / 

"Y  una  vez  pr^gantdndole  a  Enrique  c6mo  se  le  habia 
ocurridp  aquella  idea,  me  dijo  con  sencillez: 

T-No  es  mia,  amigo  mio,  sino  de  mi  padre,  un  viejo  sol- 
dado  de  la  indepeiideocia  de  mi  pais,  un  pobre  hombre  sin 
conocimientos,  pero  Ueno  de  bondad  y  de  corazon  jeneroso. 
A  ^1  vi  por  primera  vez  hacer  esto  y  me  agrad6:  ya  ves  . 
que  no  soi  el  inventor,>  slno  que  sigo  un  ejemplo  que  de- 
eeara  faeap  imitado  por  muchos. 

'T  Enrique  tiene  mucharazon:  esta  pr&ctica,  jeneralizada, 
haria  un  bien  inruenso  entre  las  clasas  trabajadoras,  bastan- 
do  el  primer  impulso  para  que  se  difundiese  trasmiti^ndose 
de  iadividuo  en  individuo  hasta  Uegar  a  jeneracion  en  jene- 
racion. 

'*Me  he  dejado  Uevar,  sellor,  de  mi  deseo  de  hablar  sobre 


UM  ncnuaum  dsl  ravasM.  657 

mi  amigo  y  he  escrito  una  carta  mai  larga,  y  sin  embargo 
demasiado  estrecba  para  caanto  tenia  que  decirle,  demasia- 
do  suciata  para  un  asanto  en  que  el  material  y  la  voluntad 
abundaD. 

"Si  usted  tuviera  la  bondad  de  ofrecer  mis  respetos  a  sa 
se&ora,  a  la  sefiorita  Luisa  Yaldes  y  a  los  padres  de  mi  ami< 
go,  se  lo  agradeceria  infiaito;  sirvi^ndose  usted  aceptar  la 
admiracioQ  afectuosa  y  humilde  de  su  atento  servidor, 

Fed.  Bradport.'' 

Estas  cartas,  como  es  de  presumirlo,  Uei^aron  de  regoeijo 
a  Luisa,  al  coronel  y  a  toda  la  familia  del  sarjento  Lopez, 
iuclusos  Santiago  y  Teresa,  que  tambien  tuvieron  su  parte 
eu  el  coiitento  de  todos.  Pero  la  dicha  superior,  la  dicha 
casi  divina,  la  dicha  que  no  estaba  al  alcance  de  nadie,  solo 
la  esperimentaba  Luisa  al  sentirse  amada  por  un  hombre 
como  J^arique,  por  una  alma  de  aquel  temple,  tan  llena  de 
virtud  y  tan  llena  de  pasion,  tan  noble  en  sus  aspiraciones, 
tan  valiente  y  en^rjica  en  el  acto,  tan  pura  como  ideal  en 
el  deseo,  tan  humilde  y  tan  altiva,  tan  fuerte  y  tan  dulce, 
tan  decidida,  tan  constante,  tan  viril  y  al  mismo  tiempo  tan 
blanda  y  tan  suave! . . .  jQs^  mas  dicha,  qu^  mas  gloria,  qu^ 
mas  felicidad,  qud-mas  Eden  para  una  mujer  que  el  poseer. 
por  entero  a  un  hombre  asi!  que  el  saber  que  es  drbitro  de 
8u  destino,  que  es  el  limite  de  sus  aspiraciones,  que  es  la 
duefio  de  aquel  corazon  a  quien  nadie  sino  ella  conmueve 
y  que  solo  por  ella  pal  pita!... 

Si  las  mujeres  supieran  cu4n  ta  delicia  hai  en  amar  asi, 
ic6mo  se  subiimarian  a  si  misma  para  sublimar  a  sus  aman- 
tes!  c6mo  se .  empenarisfti  por  ser  virtuosas  para  hallar 
en  el  hombre  a  quien  elijieran  el  delicioso  nectar  de  la  vir- 
tud! Y  entonces,  jcu^nto  no  cambiarian  las  costumbresi 
cudntas  preocupaciones  no  se  desterrarian!  cudnta  dicha  de 
mas  y  cudnto  dolor  de  menos!  cu^ntas  nobles  acciones  en 
Tez  de  crimenesl  cu&ntos  gooes  en  vez  de  IdgrimasI  cuint^ 


b58 


MS  sOBnos  dUi  pinBiio* 


verdad  en  lugar  de  tanto  absurdo!  cndnto  mejoramiento  en 
el  alma  y  en  el  cuerpo  en  lugar  de  tanta  corrapcion  en  el 
cuerpo  y  en  el  alma! ... 

Lnisa  no  estaba  orguUosa,  no  estaba  tampoco  satisfecha, 
no  estaba  encantada,  sino  que  participaba  de  la  gloria  de 
Dios,  y  la  beatitud  del  amor  la  arrobaba  en  deliciosos  Sta- 
sis, anticipando  el  raudo  vuelo  que  un  dia  tendria  que  em- 
prender..,; 

,  Y  la  anj^lica  criatura,  no  teniendo  palabras  con  que  espre- 
sarse^  no  pudiendo  casi  coordinar  una  frase  que  repreaenta- 
se  lo  que  ella  sentia,  escribi6  por  toda  respuesta  estas  dos 
Ifneas: 

"Enrique: 

"Ya  no  tengo  otro  pensamiento  que  tu  pensamiento. 

"No  vivo  en  el  mundo,  sino  que  vivo  en  tl. 

"No  estoi  en  la  tierra,  sino  en  los  cielos. 

"Ven  pronto,  pues  te  llama  tu 

"LUISA." 

Estas  pocas  palabras  estaban  trazadas  al  pi^  de  la  larga 
carta  que  el  solitario  dirijia  a  Enrique,  y  en  ellas  puso  sua 
labios  Luisa  con  la  seguridad  de  que  su  amante  haria  lo 
mismo  por  esa  adivinacion  del  afecto  que  nunca  o  rara  vez 
se  eugana. 

Todos  quisieron  en  esta  ocasion  e«cribir  a  Enrique  y  a  su 
amigo  Federico,  y  un  grueso  paquete  parti6  con  ^estino  al 
hemisferio  norte,  cayo  contenido  no  revelamos  a  nuestroS 
lectores  porque  fScilmente  comprenderdn  lo  que  podia  ir 
escrito  en  cada  una  de  aquellas  cartas  que  nacian  de  perso- 
nas  a  quienes  conoce  y  de  relaciones  asi  como  de  afectos 
que  tampoco  ignora,  bastandoles  esto  para  hacer  sus  deduc- 
ciones.  > 


I 
1 


£1  matrimonio  segun  la  naturaleza. 


I. 


Cuatro  meses  despues  que  habia  partido  el  grueso  pa- 
quete  de  cartas  que  dejamos  indicado  en  el  capitulo  anterior, 
se  hacia  la  sefial  en  la  Bolsa  de  Valparaiso  de  haber  un  va- 
por a  la  yista  que  venia  de  afaera,  es  decir,  que  no  era  de 
aquellos  que  viajan  por  la  costa. 

Este  vapor,  procedente  de  San  Francisco  y  con  destine  a 
Nueva  York,  pero  debiendo  tocar  en  Valparaiso,  era  el 
Nidgara^  en  cuyo  bordo  venian  Enrique  Lopez  y  Federico 
Bradfort.  Los  dos  amigos  afirmados  en  la  obra  muerta  del 
buque  conteraplaban  lo3  altos  y  elevados  picos  de  los  ma- 
jest  uosos  Andes  que  se  distinguian  ya  en  el  horizon te. 

El  dia  estaba  claro  y  sereno,  y  a  medida  que  se  aproxi- 
maban,  destapdbanse.  a  su  vista  nuevas  Cordilleras  cubriendo 
las  que  habian  aparecido  al  principio,  que  se  distinguian  a 
.mayor  distancia  por  ser  las  mas  altas. 

Enrique  sac6  el  reloj  y  dijo  a  su  amigo: 
,   — Son  las  siete;  en  dos  o  tres  horas  habremos  anclado  en 
Valparaiso.  ^ 

— Sabes  que  me  siento  feliz^  y  que  tengo  el  mismo  placer 
como  si  viera  las  play  as  de  mi  patria? 

— Ya  lo  creo:  era  la  patria  de  tu  madre. 

— La  patHa  de  mi  madre  y  de  mi  araigo,  debe  ser  tarn* 
bien  la  patria  mia;  ^no  es  verdad,  Enrique? 

— Asi  es,  porque  la  verdadera  patria  es  alll  donde  estdn 
nuestros  afectos:  esa  patria  del  corazon  no  la  reemplaza  la 


tierra,  los  territorios,  esas  demarcacioaea  antojadizas  de  log 
hombres  qae  han,  hasta  cierto  panto,  roto  la  aoidad  de  los 
pueblos. 

— lQa6  diera  yo  por  estar  en  ta  lugarl  por  esperimentar 
ta  dicha!  Yaelves  a  ta  pais,  vas  a  rev  a  ta  amada,  a  tas  pa- 
dres, a  ta  hermana,  a  ta  maestro!  (Ca&atas  felicidades  en 
una  sola  felicidad!  jCadntas  dichas  ea  una  sola  dichal 

— ^Tienes  razon,  Federico;  pero  th  tambien  tienes  una 
gran  parte  en  mi  alegria. 

— |Ya  lo  creo!  jNo  soi  acaso  ta  amigo?  Y  el  placer  que 
esperimenta  el  uno  debe  trasmitirse  al  otro. 

Y  el  j6ven  Bradfort  ecli6  sas  brazos  a  Enrique,  perma- 
neciendo  ambos  fntimamente  unidos  por  un  largo  rato. 

— jSabes  que  no  s^  si  eres  mas  feliz  que  yol  esclamo  Fe- 
derico, porque  creo  que  no  hai  en  mf  capacidad  para  mayor 
contento  y  que  nunca  he  esperimentado  uno  igaal!  Me  pa- 
rece,  amigo  mio,  que  yo  soi  el  hijo,  el  her  man  o,  el  diaclpulo, 
el  amante!  Me  parece  que  tus  sensaciones  todas  se  han  tras- 
mitido  a  mi! 

— ^Me  gusta  como  te  espresas,  Felerico,  porque  tus  pala- 
bras  me  revelan  tu  amistad  y  tu  goce  hace  aumentar  el  mio; 
pero  es  precise  que  le  demos  gracias  a  Dies  por  sus  bene- 
ficios. 

Y  el  amante  de  Luisa  mir6  al  cielo,  cruz6  sus  br/tzos  so- 
bre  el  pecho  y  guard6  silencio. 

Brandfort  lo  imit6  y  estos  dos  j6vene8  de  distintas  creen<» 
cia^  se  dirijieron  al  SeiLor...  jRechazaria  Dios  la  oracion  de 
algunq  ^de  ellos  porque  profesaban  un  culto  diverso,  por- 
que Enrique  era  cat61ico  y  Federico  protestante?  Creemos 
que  no;  el  Hacedor  Supremo  no  acepta  estas  distinciones, 
no  establece  estas  diferencias,  no  entra  en  estas  pnerilida- 
del  nacidas  de  nuestra  ignorancia  y  de  nuestra  flaqueza.  El 
ea  el  Padre  de  la  humanidad  y  la  humanidad  debe  ser  a  su 
vista  un  todo,  un  entero,  una  unidad 


■^-  .T-  ••  •    fhf 


V    « 


MM  liaBXSKM  DEL  rUSBLOb  S6I 

It 


'  ®  Vaj^or  ehtraba  eu'el  puert6  y  refase  d  gran Jd  annteA* 
trd  ^iie  forma  la;  ciad&d  de  Y klparaiiao  6ok  su?  oolinas  Cdbier- 
t'ae'deediftcJos.  '  '        •     ..      v.;  ^ 

Ea  primera' Jmpresioil  que  esperimehta  el  viajero,  ial  a|- 
pecto  de  esta  poblacion,  ea  desagradable,  pero  la  fama  d^.  atK 
estenso  comfercio  bace^'q de  se  tenga  mejor  idea  de^^ella,  espe- 
randOiVer  una  coaa  superior  it  afqciello  qiie  se  le^presenta,  Ad 
CoritrfbdyiSiidd  po^r  poco  nae^rb  'firajd  naciolaal,  61  pott-^ 
cho'^l};- y  io  mall  vestido  y  sumb  de  liaestro  piaeblo,  06ril6 

(I)  Haria  lin  yerdadero  serricio  al  pals  la  aatoridad  qae  prohlBi^se  «l  tiso  del  pon- 
cho, salvo  en  el  caso  de  andar  a  <iaballo,  porque  mejoraria  consldentblen&ente'lAs 
eo^iuiiibre»  de  i^ueairo  pi^^bjo. ^IS^o  te  orea  qae  e^ta.  imMlida  e*  iii^itiftcai]iU;:;MM8  el 
iraje  entra'por  muebo  en  la  manera  de  ser  delhombre,  porqi)^  entr^  en,  W  hdl)ito«^ 
■iendo  jeneralmente  el  vestido  qaien  demuestra,  no  la  mayor  o  raenor  riqiteza  de  lot 
individaos,  sino  an  mayor  o  menbtf  culljUra,  y  esto  et  taff  ei  ntia  dh  Ua^^neas  por  qu« 

le  considera  a  los  •straDJeros  y  se  desprecia  a  nuestro  pueblo*     r    .'         •      ,  i\ 

Tan  paten  te  es  U  induencia  del  vestido,  que  de  u,n  momento  o  otro  se  pupde  decit 
que  transforma  al  individuo.  D6se  un  traje^  detente  if  ono  deiin^ttrosToic^s  f  •liTmAs 
que  csto^e  ^eri  como  carabia^  como  tlene  i^^af  .cuidadp  de^  m  -persopa,  (omoniejcree 
liias  i(Aporiant4,  eon^o  no  se  deja  ya  tlitoar '^de  todo  el  mundoj  porqvie  ve  que  lo  miran 
coo  m44>'oohslebn^ott|  y  ^sa  ^toasideiiseloa  ^  estiAtola,  y  ^a  Adq^ffieadc^'^^^lr  pol^ 
mod^!^,  j^r  no  permite  ,qutf  lo  a)en,^y  tien<^  mM  fpuAto^y  9e.ba^e  {aa^/ii^^pjdfi-yj;^! 
bajador;  y  nosotros  iqismofi,  sin  quererlo  y  sin  pensarlo,  lo  tratamoe  de  ana  manera 
rasis  tligiia,  mart  i^uaUfarU,  mas  conveniehte  al  hombre,  tati  proveehbsa  al  p1*oletaiio 
coipo  a\  rico,  ppr^ue  {aend&  a  l^ormr  la  liainiHAQioii  del  prin^ero]^  a-^ua  d^pfo^eilli 
la  Boberbia  del  segundo,  humlllacion  y  soberbia  que  rompiendo  el  equilibrio  80cial,,gu^ 
desterrando  la  igualdad  humana,  es  el  banco  en  que  epcall^  I^  ^civilizacioQ,  en  qua  se 
ambota  ^  progrtfio  ^  ea  que  aozobttilaifraJterAldfl^,  f>a«tf4lo]po<i4m«ie'eoikskl^iia/e6mo 
her^no  al.que  miramos  como  inferioif.,  ,       ^  ^     ;  :   •,  I     :  :.•  '    .  •  irj*.  -  'i    -  1:5 
H^ga  la  esperi^ncia  cu^lquiera  y  veri  si  1«|  quo  decunos  tleno  o  no  fundamento:  ^ue 
seld^  p4^Ate  un  Itombre^^aseadbjr  'rfeceritemente  ybatido,'^^  ertam'oij  ftegiros  ^ue-'lo^ 
ijlfitan  d^  una  maiiera  lUvOi  d!i^tiIyba  ^e-si  0L'  ndsixKi  io^^e  sdea!'a|^air6o^etti  tilai^ij'^. 
thupayaj  y  sin  enibapgo,  es  la  misnja  ppr^na  .con,  la  difeTjencta  del  tP^e., ,  . ,  ',    '  -  .  > 
!Bn  poncho  trae  la  inmundicia  y  la  pereza,  la  degradacton  y  el  ro(>o.  \Y  qui6n  aabe 
s|  j^Qib^ep  no  el  asffsinatq!  pQ^que  n^  vieio-  esjeadta.  otra  ?jak>iuasl  ocfme '  UMt  vfrtai* 
•njendrA  otJTfT  yirtud.  .  "^i  ..  .•;.    ;• 

c    CosL.ai.poi^abo  ao se^ecesita  eetar  linapid, pfr^ue'el  jptonetio taj^  ald^taaeo. "*  '>•  >' 
.  .Qon  f  1  pon^  np  tai  naoesita  eanisa,  porque  'el  ppnebo^  cnbpe  la  detaudiBk         '  '  '  "1 
iCoA  ^  poiielio  noyse  aeoasita  .cama;  porque  el  poncho  aibrigH.  •  .  ^  ^ 

Con  el  poncho  hai  facllidad  de  hurtar,  porque  el  poachokxroltaiil'Toilbo^  -        <.    t       ' 
Con  el  poncho  se  mata,  porque  baj[gt^.pQq9lw.^^iil«g.i«clitt)^«,;:    ^  :oa  .-  vi&».i*y  iw 
^Para  qud  enumerar  taat  atrlbutot  aobta  naostro  tfaje  faypi^l^^  {klU  cle^iT  qtttf  d 


Be  pnede  for  mar  bnea  concepto  de  an  pais,  cnando  lo  pri- 
mero  que  aalta  a  la  vista  es  el  de«igre&o  j  la  inmundicia  de 
BQS  habitaotea?  Qai  uoa  diferencia  taa  marcada  eotre  las 
clasea  acomodadas  y  el  paeblpi  que  bleu  pudiera  tomarae 
aaquellas  como  estranjeras  en  su  mismo  suelo,  j  es^a^ife? 
rencia  cousiste  especialmente  qu  su  distinto  modo  de  ves* 
tir. 

Emperp,  uue^tros  viajerod  no  eataban  tan  mal  impresio-*, 
nados;  Enrique  porque  aqueJlo  jao  eia  para  ^1  un  espectdr 
culo  noevOy  y  Federioo  porque  miraba  beaignamente,  o  maa 
bien,  qon  gusto  todo  cuanto-  lerpdeaba;  sin  embargpj  pre- 
gnnt6a  Enrique  si  los  hombres  de  poncho  eran  indios  o 
aemi'Salvkjes, 

^^--Eate  ea  nuestro  pueblo,  esta  es  la  clase  a  que  yo  per- 
tenezco,  amigo  tnio,  le  contesto  soiiriendo. 

— Impoaible;  bai  una  diferencia  tan  grande. 

— Puea  68  la  verdad. 
.  —  jY  c6mo  t\i  eras  tan  distinto? 

'^-^Todo  consiste  en  el  traje;  y  si  eti  Estados  Unidos  no 
encuentras  una  disparidad  tan  .marcada,  es  porque  tanto  el 
pobre  como  el  rico  viste  del  mismo  modo  o  con  mui  poca 
diferencia,  pero  esto  tiendea.desaparecer  y.desaparecer^al 
fin  entre  noeotros,  pues  ya  ventos  que  ae  modifican  algu- 
nos;  % 

:  ta  primera  dilijencia  que  hicieron  uue^tro^  dos  jdvenea 
al  saltar  en  tierra  y  despues  de  haber  sido  revisados  sus  equi- 
pajes  eh  el  resguardo,  fa6  informarse  d6nde  habia  pna  po* 
8ad«  eon  carruajes  que  hicieran  et  viaje  a  Santiago,  y  una 
vez  informados,  sin  pensar  en  otri  cosa,  se  dirijieron  Mcia 

puiieibo  m  el  todo  pava utieBtro  pn^bld,  pero  ^  q«  todo  ^ae  le  h&ee  mncbo  ttial,  ptiei 
lo  peijuclica  estraordinariamente:  qu'izd  la  decadencia  y  degrndaoion  de  M^jico  es  do*^ 
bida  «n  gran- piEirte  al  ttfrajM.  (1)  Sl^e  probiba  leTantir  yaochoa  en  nuefetras  cindades  ' 
para  embe1)«e6r]a«»  4Por  .qu6  no  8e  proliibe  el  pojicbo  para  reformar  j  embellecer  nues- 
tro  pueblo?  No  es  una  paradojaia  que  deoimpa,  timo  aoa  rerdad  cayot  bdenoa  resnltit* 
dot  Teriamos  coaftrmarM  en  brerft 

(1)  Bifede  de  poaebo  on  pofo  mu  ki^  ^tt^  el  fitts4tr«# 


ii0B  ncnunoB  tUML  FOttLO.  56S 

elky  alqailaron  un  birlocho'de  los  que  se  nsat^an  en  aque- 
lla  i$poc'a,.en  uq  ^recid  fabuloso,  aesenta  peaoa,  pnea  nnesh 
troa  coclieroa  de  entoncea  tenian  no  ojo  de  lincei  CQalidad 
tjjxe  ban  heredado  loa  modemoa,  para  conocer  al  mareJiante 
de  qnien  pbdian  aacar  una  buena  troncba. 

Enrique  y  Pederico  no  bicieron  la  menbr  reflexion  por 
lo  elevado-del  arriendo;  venian  de  uu  paia  en  que  ««  gaua 
y  ae  gaata  la  plata  con  facilidad  aorprendente,  tom&ndoae 
en  ctienta  el  tiempo  y  no  el  dinero;  aai  ea  que  Enrique  aolo 
puso  por  condicion  que  era  preciso  ponerae  en  marcba  den- 
tro  de  una  bora  y  caminar  toda  la  nocbe  para  llegar  tem- 
prano  a  ^ntiago;  condicion  que  fad  aceptadapor  el  capatiaz 
que  no  queria  ae  le  eacapaae  tan  buen  negocio. 

Inteitanto  los  doa  j6venea  ae  dirijieron  al  botel  doride 
babian  dejado  au  equipaje  para  aguardar  al  birlocbo  y  to-  ' 
mar  mientMa  venia  unas  lijeraa  onces;  pero  a  peaar  del  con- 
venio  aolo  consiguieron  ponerae  en  marcba  a  laa  cuatro  de 
la  tarde,  porque  el  capataz  preteat6,  como  de  coatumbre, 
loa  mucboa  inconvenientes  que  habia  tenido  que  veneer  y 
que  le  babtan  impedido  llegar  a  la  bora  fijada,  pero  que  el 
tiempo  perdido  lo  recuperarian  en  el  camino,  porque  mar «' 
cbarian  con  maa  rapidez;  nuevo  engaSo  al  que  eatdn  tan 
babituadoa  que  lo  dicen  con  el  mayor  aplomo  y  tal ves  sitt 
apercibirae  que  mienten:  tal  ea  ep  todo  el  impei  io  de  la  cos« 
tumbre; 

.  t^ero  f^ederico  Bradfort^  que  recibia  impreaiones  nuevafi, 
que  veia  una  naturaleza  aalvaje  e  inculta,  ae  encontraba  aor* 
prendido  y  alegre.  Cada  incidente  era  para  41  un  aconteci- 
miento,  y  a  cada  paao  aacaba  au  Idpiz  y  au  cartera  de  viaje- 
ro  para  estampar  una  fraae  que  deapuea  le  trajera  un  re- 
ouerdo.  ^Qu^  j67en  no  lleva  eatoa  utensilioa  creyendo  ^uc 
va  maa  tarde  a  eacribir  sua  memoriaa! 


£1  modo  de  ooaditcir  el  padraaje  y  los  caballoa  <|ue  m&i^r 
x^haban  siei^pre  al  lado  del  vehiculo  y  ain  ol  menor  deacati- 
10,  U  aorprendia  mucho  al  j676q  yankee.  jBaro  descanso 
para  e^t^OB  anioialea,  deoia,  qi|e  vengau  tras  de  nosotrba  al 
mismo  tiempo  qae  el  birloeho  y  qae  si  a  embargo  ae  1^ 
Dame  caballos  fresoost!  ni  oias  Hi  meaos  qua  si  estdvierati 
agaardaodo  en  ana  poaada  el  ai*ribo  del  aarraaje!  Pero'est^ 
no  impi^dia  que  el  birloeho  joiarcliara  coq  gram  velocidad; 
Sio  embai^go,  loa  birlocheros  tOQian  saa  paraliillas  de  cos* 
tambre  y  ban  grd  mal  gre.lo^  pasajeros  se.  v^ian  obligados 
a  coaforinatse  a  ella$  y  a  soportar,  si  no  del  todo^  al  menos 
en  parte,  ^  el  capricho  de  estos  nftuticos  de  tierra  firme  a 
merced  de  qaienes  estaba  la  embarcacion:  asl  es  que  a  las 
ocbo  d^  la  noohe,  bajo  el  pretesto  que  se  les  antoj6,  deturie- 
ron  a  uuestrds  pasajeros  en  la  cooocida  posada  de  don 
Eduardo  Feuwick  (2),  en  ua  lugarcito  llamado  Casablanca^ 
el  qne  habra  pocos  de  naestros  lectores  que  no  recuerde« 
.  Be  la  posada  de  Fenwick  salieron  a  las  nue?e  de  la  noehe 
y  sin  det^nerae  en  ningana  parte  llegaron  alos  arrahales  de 
tkuestra  s^nta  capital  Br  las  seia  d^  la  mafiana,  cuai\do  ya  ea^ 
taba  un  poco  de  xlia,  pues  era  como  a  madiados  de  mayo. 

Todavia  a  esa  bora  y  particularmente  en  eaa  estacion  de 
invierno^faai  bieu  poco  movicniento^en  la  dadad  da  Santia* 
go,.8QfioIieqta  ppr.si  misma,  y  solo  se  yeian-jjasjuralgunoa 
inercaderes  de  legambres,  de  frutas  o  de  carnes  que  llevaban 
a  las  plazas  de  abastos  bus  provisiones;  sin  embargo,  taoto 
Earique  como  Federico  iban, 'don  sus  cabeza^  fuera  del  tol- 
do,  el  uno  teniendo  gusto  en  reconocer  aquellos  lugarea  que 
habia  dejado  nam  dos  aQos  y  qae  le  eran '  mui  fatniliares; 
el  otro  para  examifiar  las  costumbres. 

Eh  el  afio  de  1858,  ^poca  en  que  sucediah  estos  Aconteci* 

m^  B^tre  mi^o  .]iK|Midf  ro  cle  Oasohlaiusd  qtia<  hablta  el  pftU  hae«  mai  de  «iuuveiitA 
ajEkOi  J  que  es  q:\ui  ponocidode  la  j^nsraclon  pasada  j  presente^  tjene  ahora  la  hoUl  en 
LImache,  mul  concurrido  por  todos  los  que  Yisitan  ese  pueblo  a  oaHSA  dol»  aiiiabmdad 
del  Tiajo  boUUro.  .,       ' 


I 

imentosf  111  mayor  parte  ^  de  los  carroaJ^S)  por  no  d^ir  la 
totaCdad)  entraba  por  el  afrabal  deqiominado  Idanito  dd 
BortaieSj  por  baber  sido  daeSo  de  esa  gran  pbrcioa  de  te- 
rreno  la  antigoa  familia  de  naestro  cSlebre  miDi^tro;   ' 

Em'i<}ne  oonocid  pnes  todo3  aquellos  alredcAlofes  y  •• 
fijaba  en  las  cosas  mas  iDsigQificantes;  veia  con  oarioso  pla^ 
oer  8i  86  habiamadado  noa  pi^dra,  :abierto  una  pnerta^  tras* 
ladadoi  una  ventana,  y  a  medida  que  marohaba  decia  entre 
^  misiDo:aqni  yivia  Zatato,  all!  Meogano,  ^i  habr^  cam-', 
biado  de  doouQilio?  3i  existirdu  todavia?  Qii4  ser4  de  ellos? 
Y  »u  imajlnadon  eehaba  una  mirada  sobre  el  pasado  |)ara 
calcqlar  lo  qnesncederia  en  el  preaente;  el  camino  que  ha* 
bian  tornado  todosaqaellos  aerea  le  interesaba  y  .queria  re* 
conocerlo  porJa  traDsformacion  que  h«bian  esperimentada 
los  objetc^  materisjes;  asf  es  qae  cuando  veia  pintada  nue- 
vameute  cina  casa,  pensaba  que  el  antiguo  locatarib  a  quMA 
i\  conociay  habia  talvez  cambiado  de  domicilio,  porque^l 
reeoi'daba  que  al  trempo  de  partir  tenia  un  color  distrnto,  j 
de  estos  pequefioa  incidentea  saqaba  ans  dedbcciones  silent 
ciodas,  mientras  el  paso:  de  los  f Atigados  daballos  lo  enoamv 
naban  lentamente  al  antigup  dopiicilio  desne  padres  a  aque* 
Ua  morada  en:  que  41  y  su  hermana  babian  visto  la  primerai 
luz,  en  qtie  habian  pasado  su  feliz  ihfanoia  y  su  desgiuoiada' 
pero  virtuosa  juyeutiod^ 

La  Yueltaa  la  patria  tieoe  un  encanto*  irreskiible.  t^arece 
que  todo  nos  habla  a  nuestro  alrededor;  que»  el  air^  que^ 
peipiramos  nos  tra6  la  vida,  las  i  palabtas,  el  alma  de  los 
seres  que  hemos  conocido;  que  el  irbol  que  se  ^A'ece  y  ia 
qui4»n  hemos  visto  crecer  y  lo' vblvemos  a  ver  robustd,  con- 
versa  cott  nosotros  y  evGCa  Bttestra4i*ebaerdos;  quecada  tino' 
de  los  objetos  que  hemos  cont^niplado  otras  veces  y  ^ue 
presenciamos  ahora,  nos  habla  su  l^oguaj^;  que  en  todas' 
partes  halli^mos  tuodulaeiones  distintas  que  despleMhttha^ 
al^gria  o'un  p^sai*  y  cuyo  recuerdo  nds  traen  el  regefcSjo^'O* 
Haoebfota? ctemaesti^*  ojto$  ina  UigHma}'  p^ro  toda^w^*^ 


m 

cx>iifasi6n  de  impreBiones  diversas  y  muchas  de  ellaa  dian^ 
tralmente  opaeslas,  prodacen  en  la  imajinacioa  del  viaje* 
ro  an  modo  de  ser  estrafio,  raro,  confoso,  pero  eatraotdiaa- 
riamente  vivo  j  animado  ea  el  coDJanto;  7  esta  fiensacioo, 
mezcla  de  dolor  y  de  alegriay  sensacion  vaga,  indefiaida^or 
8as  diferentes  caracteres,  era  la  misma  que  en  ese  momehto 
esperimentaba  Eariqae  al  liegar  a  sa  ciadad  natal.  Caando 
Ti6  la  pir^mide  qae  se  encaentra  a  la  entrada  de  lo  que 
propiamente  se  llama  la  calle  de  San  Fablo^  hisso  .parar  ei- 
carrnaje  y  se  qoed6  contemplando  poi;  alganos  minatoa 
aqnel  trozo  de  ladrillos  unidos  que  dl  habia  mirado  siempre 
con  curiosidad  a  pesar  quenada  tiene  de  monumeDtal,  pero 
que  tal?ez  demarca  los  limites  de  la  antigaa  poblacion, 
paes  el  barrio  adyacente  es  mui  moderno,  porque  ee  encon* 
traba  en  6ly  como  creemos  haberlo  dicho,  la  chacra  denomi- 
nada  de  Portalea  * 

Solo  una  caadra,  poco  mas  o  menos,  faltaba  a  Enrique - 
para  Uegar  a  la  casa  de  sus  padres;  y  talvez  se  habia  dete- 
nido  en  la  pirdmide,  como  para  tomaraliento,  no  de  su  ca- 
rrera,  no  de  su  cansancio,  sino  de  la  emocion  que:  sentia: 
las  impresiones  morales  fatigan  quizi  mas  que  las  impresio- 
nes  fisicaSf  y  un  esceso  corporal  se  soporta  mas  ficilmente 
que  una  violenta  surescitacion  del  espirita;  pero  Enrique, 
despuf  s  de  aquella  pausa,  dijo  al  birloehero: 

— Adelante,  vatpoa  a  liegar:  p&rese  usted  en  el  primer 
conye:ntillo  que  estd^a  mano  derecha.  •  . 

El  cocUero  ulird  a  sus  pasajeros  para  conocer  si  lo  que 
1$  prdenaban  era  efectivo,  pues  no  podia  creer  que  ouos  j6- 
venes  qomo  aquellos,  tan  distingotdos  y  tan  buenos  ,  mozos, 
quehablaban  ingles,  que  le  habian  pagado  sin-,  reg^tear, 
cosa  a  que  ellos  no  estabau  acostumbrados  aun  irat^adpsd 
de  la  ariatocracia  chilena,  no  podia  creer,  decim.oa,  que  des- 
cendvBsen  en  un  cpnyentillo,  en  an  conventilloque  ^1  mis* 
xjio  hal)ria  tenido  a  menos  habitar;  aai  que  ya  n^  ge  oontent6. 
qon  tpiraTi  ^no  que  pregunt^  a  fius  paeajeroa  ti  ^ ra  T«rdad 


♦/ 


urn  sKmnds  bio.  i»uaBto.  067 

qne '  debia  parAr  en   el  lugat   (^lie  le  tabian  iniJicacfbi 
Enrique  con te8t5  lac6nicanaentfe       .  -i      x.    ' 

— Esa  es  mi  casa,  y  no  tengo  otfa^amigo  into.' ' 
— A  mf  no  se  me  engafla,  ^atroncito,  fespondi6  et.birlo. 
cbero;  nosotros  sabemos  a  qui  atenernos  sobre 'el  piaiti* 
cular. 
'  -^flaga  osted  lo  que  le  digp  y  nada  mas.       / 

— Ya  estamos,  dijo  el  postilloti  parando'sus  cuballos  en 
el  logar  indicado.  ,' 

Enrique  sac6  sn  bolsa  y  pag6  al  capataz  el  precio  conve- 
nido  sin  decir  palabra.  En  segaida  61  y  sa  amigo,  ayudados 
de  los  birlocheros,  bajaron  sua  maletas;  pero  antes  que  las 
h^i^bieran  desete'ddido  todas,  vieron  una  ninjer  que  venia  60- 
rriendopor  la  largay  angosta  calledel  convehtillo,  y  Et-- 
rique  e8clam6:  -i 

— jAUi  viene,  aqui  estd  mi  madre! 

JL  V  • 

■    •  •  *i       • 

{Hai  nada  de  mas  tierno  en  el  mundb  que  el  abrazode 
unamadre?  '  '■ 

Marta,  la  buenai,  Ik  virtuosa  Matta,  llego  donde  an  bijo 
sin  tnaa  fuerzai  que  para  decir:  '         •. 

— (Enrique!  hi  jo  mio!  mi  querido.  Enrique!  '    -^ 

Ycay6  casi  exdnime  en  brazes  de!  jdv^m  viajero^ue  a- 
6U  T6Z  no  te  respondid  sino  eon  esta  sola  jpalal^ira: 

— iMadre  tnia! . . .  ' 

iQo^  muiido  de  afeetos  encierra  este  riombrd  dte  madre! 

{No  bai  palabra  mas  dulce^  mas  consoladora;  tnaa  Uetia^ 
d^  suavo  emodion  que  6sta,  y  Enrique  la  pronuiici6  coir  una 
entonacion  de  voz  qtie  revelaba  toda  su  ternura,  tod6  sn 
grtadeattior! 

'Maria,  desptendiSndose  un  poco  deles  briazos  dd.  su  iStijo, 
lo  contempl6  con  silenciosa  arrobacion  por  lilgunos'mom^n- 
t06  pKrli  ^trecbarlo  otra'  rei  cottith'  su  contot^  6otitti  ka 
cdfldEon lie  madre!  jMuda e!oen^Viai  que:se%{^nte'^ei^<{i36 


969  Ml  noa^mst  ww:^ 

na  86  esplica!  ^i  l^ubie^s^  ^Ig^oa'  alma  tan  frlf^  ^n  c^^dav^r 
rica  paria  no  apreciarla,  para  no  compreaderl^,'.^vaU^r^.ii[ia8 
que  no  habiera  nacido!,.^  , 

I'efl^rico^  enternecido  con  aquel  espectftc^plo,*  llor^a  en 
iBitOTcio^  hasta  que  no  pudiendo  contener  po?:  .m^  tie^nypo^ 
8U  einocion,  le  dijo  a  Marta:  ,     ^ 

— A  mi  tambienjSefiorfi;  yo.  soi,  yo  quiero  aer  su  hijo,  .• 

. — gfjjKnadre  mia,  e8olaai6  Efnrique;  este  jdvea -es  mjr ami- 
go,  es  mi  Kermano;  abrdcelo  conio  a  tal.  .    j    ^ 

— ^Hijo  querido,  repuso  Marta  yendo  ^pndf.  Fe^^ricp;  .ya 
te  bopocia,  ya  te  amaba;  Enrique  n\e  habia  hablado  it^niaa 
veces  d6  tfl... 

.y  jttu^jir^  |6too  jankeQ  £e  e^coflt*  6  .en  br^^jos  d§  la  rnai*r: 
dr^f^es^^amig^.qae  fn. aquel  momeptp  oeupab^i^ljl^gaii 
de  la^que  le  habia  dado  el  ser,  y  a  quien  habia  t^e^ido  Ifk 
desgracia  de  perder  desde  la  .maa  j^ierua  ipfapc^Jv  :    >  ^ 

— ^Y  mi  padre?  iD6nde  esW  mi  padre?  pregunt6  Enri- 
que  con  cierto  eobresalto. 

,.  >-r?|;s|4, en.el  hvertPiinpaafe^  i>ft^a;¥^was.^,spr|>ren<iir|o; 
pero  no,  talvez  matariamos  al  pobre  viejo.  ;:;    »    .n: 

,  ITa^t^^dgr  el  cqnventillo.  se  habia  al^rn^^^Qi  :y  tpflabr^s, 
mujeres  y  niflos,  todos  salian  de  sus;  quartos,,  tQdpa^  PPFtfia^ 
para  ir  a  saludawr.a  iEnj^qge,  querieRdo  cada  ca^-ser  .eKpri- 
i^e^i;^  qi^e|  t^yterae^a  feKci^^^  .         ....; ,,  .1  ; 

El  tumur^Q,  j^ra,  yfj  ;grande  cwndq  el.Bgrjentp  |i9^peg„adr, 
yertido  por  un  nino  de  lo  que  sucedia,  apafjepi^  i^A^^uu- 
bfai  de  Ift;  BWrM  de  sti  cuarto,  cou  uua  paU,  ejgii  1^  xaano, 
qp^f  tivd  a^jan-lado^cpu  violencia  ti^n  ldeg<?  po4^Pf;yi6..que.era 
rf^a^l^dfd  lo;  q^e  le  babiaiji  dipho,  empren^j^^tdp  la.  $a?rer^  oi 
xqftjiOT.niieaos  que  el  masAjilmuc^ficHo.     .   /     ;  i.v,; ,  , 

Enrique  le  ahorr6  la  mitad  del  camino  sali^p^l^^kKV^n^' 
c?«9i^r9,y3)§df^.(9^ijp  se  abra?a^iw  m^4i<>>*iOwdiQ  d«ila 
calle,^,QPn^^ntillo^^    •:. .    '  ^■:  •,         ;:..  ...  ,  M^.^n..:.- ^. .[ 

,  Jlu  ee^rpispip^iiKHJwjiljp  jma.sj,Wa^ d*  .aj^fti^fff^^y .ds-jiijrift j 


X 


•—:  [PiMlxe  miol  Qu6  felicid^d!  P|ero  esta  no  es  toda:  vengi^ 
aftljreugarrii^su'Qtrobijp,  , 

V  ,T^p;6^46..  e«tf(?.  |D<^ndje  ei^^^  ta  amig^o?  Ddnde.  esti  mi? 
9gpyph.iJQ?    ;  , 

T-4^id,  s^lloiSj  copt€fst6  Pcderic^^  enternacido  al  ver  tMc 
Bjpcerq  K5Mifi<V  j  . 

(Ylq  piiama  qu9  babia  h€K>bo con  41  Marta  Qarrido, faiaQ: 
I)oimii^gq  liOpfSSLj 

/[)— PiablosI  esclamd  ^l  sarjanto,  volviendo  a  abraa^r  a  Sa^ 
riqi^e,,  j^o  he  sidq  el  liltiEpo  ^e  todos!  ^Ddnde  esti  el  toa^ 
c^apbo.qne  me  4i4^^1  aviso  para  darle  on  ooscacho'por  lio 
li^er  audi^dp  maa  J^etp! 

.  JJn- chiqnUloi  .Qculit4Qdo8B  teas  loa  veptidoa  do  fia  madra^ 
re^P9j;i4i6  entre  couf a^^  aveigofiea^o  y  alegr^ 

T--Yo  fpf/fieCor,  ,    .    r 

^  -:^lfae^  veil  pa]ra.aci&,  picarooazo;  totpa  para  qua  Otra-reii 
^$^8  nrafi^.  vivo;  v,e^  pae&,  jap  te  eatoi  Uamandol 

El  ni&o8eacere6  con  timide*. 

— Ac^rcate  mas.  .  ' 

Y  s^cando  el  aarjeato  Lope?  un  pnCado  d^  plata  del  bol* 
sillo^  cpipo  4  bubiera^^do  nn  millonario,  le  dijo  con  apa*^ 
rpnte#iifadp^  .,  .  ;        . 

P_  -^r^pipa^;  c6iQpra.tP  pelota8|^trompo9,  yokntiiiea  j  eaanto: 
djablQ'q^i^^ai^;,p^fOt  spbre  todp,  oompra  nnoi^  paque^es  da^ 
cphpteQ  paxa^^qiie  bag^n  ^tqdos  Iqs  macbachos  una  aalva  real: 
ppr  }:{^.Uqg^d«f  de  mis  doB  bijos;  jentiendaai  A  mi  me  gnsta 
en  todo  y  por  todo  el  olor  a  la  p61vora. 

— Gracias,  senor,  esclam6  el  ^mucbacbo,  dando  un  brinco 
y  fag^ndose  en  segaida  donde  8a  madre. 
JiJ^segQida^DoiBlngo  Jjop^tom^  del  bfajso  a.Fedarieo, 
m^entraa  qij e  Mfjrta  ^jei  appyaba  en  el  de  Earique,,encami- 
n(^ir4pea  j^spababkapione^j en  0PQ{pafiia  de  tbdoa  \m  inqui^ 
Iijgp8|j4e^;cqpve]:$tillp  q^fl^al^gaiiinbiiUieidcb^     alagres.. 

Jamas  habia  presenciado  Faderico un  i  espeetAmUo  ^maa 


57&  tM  UCSMOt  DXL  fUJUiLD, 

tierno  y  e?taba  entjantado  de  vei*  tan  espontitiea  y  desinte- 
t^sada  afeccion  de  parte  de  aquella  jente,  al  patecer  tan  mi- 
serable. Estaba|encantado  tatnbien  delod  padres  de  sn  ami- 
go  qae  lo  htibian  recibidoni  mas  ni  oienc^ili  qne  a  on  bijby 
a  nn  bijo  qnerido;  y  aquella  noble  pobreza,  aquella  seheilleii 
sdigtidnima,  aquella  familiaridad  culta  qabioa  distingoia, 
que  los  hacia  accedibles  y  respetablea  a  un  mlsmo  tiempo, 
le.pkrecia.^^aordinar.ia,  y  tanto  mas  estraordinaria  .nanto 
que  encontraba  todo  aquello  en  un  alber^ue  de  la3  mas  hn* 
niildes  i^pariencias,  pues  aun  cuando  habian  mejorado  de 
posiciony  de  fortuna,  Marta  yna  espos^  no  habian  qoerida' 
csatobiar  su  sencillo  ii}uar  ni  mudar  de  resldeocia;  reserrah* 
do  susmayores  economias  que  le  dabati^as  mayores  rentas/ 
paraestf^der  el  raditf  de  so  earidad,  piics  ellos  por  si  mis- 
mos  no  anubicionaban  ni  neisesitaban  atnbicionar,  porque 
tenian  sua  modeatos  deseos  ampliamente  satisfechos/y  bus 
htjos  babmt}  con^gtiido^ya  una  posieion  mui  superior  a  la 
de  el  los,  Mercedes  con  su  casamiento  cob  el  *  cordnel  don' 
Toribio  de  Guzman  y  Enrique  <5on  su  ti*abajo  y  sus  conoci- 
mientos  adqniridos. 

Teresa  y  S$ntiago,  nueatifos  &otfguo3  conocidos,  se  encon- 
traban  en  1^  iglesia  cuando  llegaba  Enrique,  por  cuyo  mo- 
tivo  no  habiamos  hecho  raencion  de  elloa;  pero  a  su  tuelta 
la  n)rprei$a  fa6  grande  y.la  alegria  macho  liiaydr  de  estbs 
dos  bcfen^s^sposos,  que  tanto  debian  al  j6yen- cal-pinte^o, ' 
ttftsformado  hoi,  sin  pretefnderlo,  en  el  mais  ctttoplido  caba- 
Hero  por  la  disiineion  de  bus  modales  y  por  la  cultura  de 
su  intelijencia.  '  ^     .  ^ 

Enrique,  con  ede  rubor  infatitiV  con  esa  timidez^^'candbro- 
sa  de  la  inooencia^y  que  no  se  opone  ni  al  talentd,  ni  a  la 
elievaeion,  ni  a  la  enerjia  del  hotnbre,  pregunidr' a  sii  madre 
por  Liip^i^  per  Mercedes*  y  tambien  por  Eloiia,  iik  qnien  ^ 
traftabi  no  vwr  en  casar/        / '^^  <^  : 


i  •   • ;  ;  t^  ■• 


0^^^^^    .^H^W^P«^IPIPB>^P^P  ■  MFffWv     9^*Wr  ^^^^^^^09 


871 


— ^Todos  son  felices,  hijo  mio;  ya  pasaron  iine$tr(H3  malos 
dias,  y  espero  en  Dios  que  no  volver6n  jamas. 

— ^Creian  que  vendria  yo  pronto? 

— Auoche  no  mas  me  dijo  Luisa  que  venias  ea  candioo  y 
estabas  por  Uegar. 
.   ^Es  posiWel.  jC^mo^podia  saberlo? 

— Me  dija  que  te  habia  visto  eu  snefios  y  que  estaba  je-* 
gurit  de  lo  que  decia. 

.  -r-jAlma  4e  mi  alma!  esclam6  Cnrique  6omo  hablando 
consigo  mismo:  yo  s^  bien  que  los  espfritos  iruel^n^..  Yq 
tambien  he  estado  con  ella...  Yo  tambien  he  oido  sn  voz,  he 
escuchado  sus  palabraa,  he  visto  su  accion,  y  el  semblante 
de  ella  me  revelaba  todos  bus  pensamientobL..  ^Por  qu^, 
pues,  no  habria  ella  de  sab^^r  que  llegaba?  » 

— jCu^n  dichoso  eres,  hijo  mio!  jCudn  feliz  soi  yo!  jCudn 

felices  somos  todos! 

♦    «      ..  ■ 

— Asi  es,  madre  mia,  asi  es!  Yo  no  sA  c6mo  vivo,  yo  no 
8^  CQmo  resisto  a  tanta  dicha. ..  ^Se  gozarA  asi  en  el  cielo? 
Me  parece  que  no:  al  menos  yo  no  cambiaria  ml  existencia 
por  la  de  los  ^njeles. 

— Calla,  balla,  Enrique;  \k  no  puedes  concebir  lo  que  no 
est^  en  tu  naturaleza. 

— Es  vefdkd,  madre  mia;  pero  yo  hablo  en  oonformiciad 
a  mi  ser.  Dlgame  ahora  algo  de  mi  her m  ana,  de  mi  maes- 
tro, y  no  olvide  a  mi  otra  hermana,  mi  querida  y  buena 
Eloisa. 

>  -^Mercedes,  nijb  mio,  es  feliz;  tan  feliz  como  no  esperaba 
»erld  Duneas'  y  ta  maestro,  el  esposo  de  tu  hermana,  el  coro- 
nef  don  Toribio  de  Guzman,  parece  que  ha  rejuvenecido. 
Btt  ctianta  a  Eloisa,  te  lo  diri^  mas  tarde,  otro  dia. 
'  — jQff^^  lb  que  ha  sucedido?  repuso  Enrique  con  viveza 
y  mui  alarmado  por  la  suerte  de  su  buena  amigai  y  jenerosa 
libertadora. 
— No  te  asustes;  no  hai  itada  de  tan  gt*ave,  nada  de  tan 
^;  y  talvieg,  per  el  oontrario,  hai  macbo  de  bueno- 


573  JoriMniRtetiyMEr'-WMM 


•  t 


•^Pero'^ii  fin,  jvive?: 

— Sf,  hijo  mio.  •  5       ;     .    • 

— jEafeliz?  > ''-  *'^^  .    ■  .      -   ^  : 

.  -^A  «ti  itiodo.  ;       ' 

— jNo  la  ve  usted?  ?•      '       , 

— Deede  la  misma  noche  de  to  partidftN  pari-Valparaiao 
BO  hii^viielto'  acpda,  ni  hd-*e»ldo  el  gtifito' dd  teria. 

— Pero  ^por  qu^l  .  :   . 

'  -i-£l  por  qu^  lo^abr^  mas  tarde,  bastdtidote  pot  6l*mo- 
in^nto  lo  qtte  te  coipTinica 

-^jEloisa,  EloW,  alma  desintere^ada  y  grisiiiae,  tu  has 
eido  mad  faerte  que  yo:  ttt  me  liaa  vencido!    ^ 

-^Si,  Enrique;  Eloisa  es'una  verdadera  .santa,  y  mafiana 
la  comprender&3,  meior  cu^ndo  leas  sui  carta. 

— ^Babe  ust^d  al  menos  si  se  encuentr^  en  Santiago? 

— Si,  esti  aqni    ,  ... 

T-Pues  yo  la  ver^. 

— No  liagas  tj^l:  Eloi^a  no  pertenece  a  est©  mundo.  B^  la 
esposa  de  Jesucnsto.  Ha  entrado  al  monasterio  de  las  her- 
manas  de^carjdad,  y  la,cubre  el.velo  de  monja;  no  vayas  ii 
perturbarla  en  su  tranquila  soleaad,  donde^  Indudablemente 
encontrard  la  calma  d^  que  tanto  necesitaba,,  y,  despoes  la 
glbifia;  que  tiene  tan  me^-ecida^ '  *  !  \!r 

— jDe  n^onja!  Ppbre  Eloisa!  ^^Talvea  el  ^6U>f  y  1^  d^aoa- 
peracioil  la  ban  lie vado  alii.  .        - 

,  r— ^Y  por  qu.^.no,la-cqf.ida^ :y;el  amor  de  Pipsj?  Ad^ierte, 
hijp  mip,^que  en,  el,ejercici^,^d?  p^a^virfcad,  h^ii ,•  nwuiaiMiwdea^ 
^  in^g9J5a,bles  d^  consuelo,  ^€iSiorp3  iafinUpijierf^liqidA'^)  y  ft»loi- 
segura  que  Elpi^  ha.  icojo^en^^  ya  ^  gtisl;^?: ,  <te  ^esie  4aiicHJ- 
Boj^ecpKY  qqe  nQ.o^mbi^ri^  f^qt^^lmentg  ^  .fliBgtwi placer 
4€i  ^t0.«n^^dp,p^^s,eUa  miopia .mi^  lo.h^jppcrito, 

— ^No  me  engafia,  madre  mia? 


a^immmtm^'mL'mrmi^.  iH 


4ero*  dolor  de;  liaber  b^obO)  tianq^tie  inrdfluti^aitkifi^t^V  U 

r-£ki/|ftl  easD^  dakm  regocij«rt0,  pwque  hA«  ^  o&lit^ibtt5do 
a  sa  felicidad,  a  la  dnics^  felicidad  que  ella  podia  esperAr  eft 
eite  muDdo4  ,   :  ^      '  '  - 

Conelay^odo^de  decir  esto,  dbff  bridsos '  oafoallds  tordilloi 
jricamentQ  eif jdezado9^  los  ^xdismos  qne  Enrique'  hablr  i^ist^ 
eo:  el  eamgi)  de  MaHe  el>l&  4®  sebiembrel  de  1850,  se  detd[^ 
vieron  en  la  pueiJta  de  oalte  d^l  ooETetiititlo.        >      ;    . 

. -^jEs  ella^son  ellosy  ea  liiiiisa^  &  M^tised^^  es  mi  m4es- 
trol  esclaiQid  Bariqae  jjalideciendb,  '  .  ^  - 

.  — 'Si,  $oil  ellos,  SOU:  eUo:»I  ^algSmaslBa^  al*  eiictMdtif rd,  dijerdil 
a  la  veas  Maria,  Domingo  iy  todas  las  demas  personas  qoe 
$8taban  presei^tes  bacieadd-  ademan  de  levamtiarse  para  sat 
linSolQ  Biiriqtte  m  se  mbvio,  sino  que?  $€i  qued6  piarada 
per  alganoa  Bf^guodos^  con  sa'visfca  flja  y  sue  brai^oi  abieHois. 

Su  araigo  Federico  se  acerc6  a  ^i  y- lo  isuatuvo,'  ptt^s'pa* 
yecia  proDto  a  (Jaqr.    /.   J    r  ' 

La  pr|m|Bra  qu0  descendi^  del  co^be  fa^^  Luiga,  sig^ai^u- 
dola  Mercedes,  el  soHtario  y  Ceferina.        '  •    •  ^ 

,  Xa  flobte  ftsoftpmia^  d«  lararistoot^tioa^  ^(/rm  estaba  ra- 
diante  de  alegria,  radian te  de  bail^a:  era  ma&  bien  tin  ser 
aSreO)  mas  bien  un  dojel  que  una  mujer.  *  -  ^  , 
.  .-TrJBuriqui^l  ;I)<>&d€i  eaW  Bar!«qu«r:  qtaW  no  sale  a-recibir  a 
an  Luiflart.f.,  jPi^tpd^ i63t^  mi  iamantse  y  mii  espos#^que^  no  sale 
a  recibir  a  su  amante  y  a  su  esposa!., .  '    ^ 

;;/y^e8lia,epclam*cioii  UegA-Br. 0Jd63.de: Dariqu^,  ^(^to<3t^J*n- 
do  toji^  sa-swr^  que  por  tdda  rdpttssll^  eih^lb^nn-sbloistikbl^^ 
ro-  Pefoen  esb^Buspiror  iba;  todb  ^m-  etftttslAfeiKo, '  todb  w 
amarvtoda  sm.alma^  iGon  qi^?  palabrtt  podttt  taTd^ac6^^861i5»^ 
testarl  ^Y  era  ^1  ,eapaz  de  produiifei'ar  esa  p&labi'a?  '^ '  '  *  -^  ■ 
.,  — riiiriqjci€i.est^  aqui,^est^  <s^n  «[oi80ti<o*,  6Biitest&  la  rfeja 
Marjta  qw'fcabla  sadido  la  primera'  al  enciiiintfddd  EuisIe^^ 
pero.ei^^fesodealegria^  e^^i*elo  de  ftelieidad,  aB'adi6,  *W 
IjA  impe^da  tal?eii:(iAo^eke.\  Yimt«*^6irrramoa  dbnde^^^ 


sOcQiT^iaoslo  6n  el  pat'asisma  del  deleite,  jiorqtie  w  iiidadi^ 
ble  qae  sa  dicha  es  la  que  le  impide  venir  hasita  hosk>tros.   ' 

Enriqae^.  sin  Embargo,  lleg6  hasta  la  puerta  aost^iiidapor 
j»o  amigo.  '   '   '    '■ 

Luisa  se  precipit6  en  sua  brazos,  y.  los  dos  atuantes  per^ 
inlitieeieron  ppk*  algODos  minntos  fntimamente'  naidos,  sin 
prdferit*  una  sola  eispresion:  sua  labios  no  hablaban,  pero  sns 
Qorazone^  latian:  ifelicidad  soprema  del  amor  qpe  no^hai 
nada,  que  ca8i  no  hai  signo  que  la  esprese!. .  •  :    ' 

Todos  los  habitantes  del  conventillo  miraban  at6nito3 
aqnella  tierna  e  interesaute.  esoeiia:  el  amor  de  dod  seres  j6l 
venes  y  hermosos,  amor  confesado  a  la  Inz  del  dia,  amor 
casto  por  sa  miama  franqaeza,  los  habia  conmovido  hasta  el 
panto  de  derramar  Idgrimas  de  satisfaccion,  porque  ana 
gran  parte  de  aqaellas  personas  les  debiaa  servicios  y  taWez 
ningana  dejaba  de  hab'er  recibido  un  favor  o  por  lo  menos 
an:  con^ejOy  qn  halago. 

Despues  de  haber'abrazado  a  Enriqae,  Luisa  teadi6  la 
mano  al  j6ven  que  tenia  a  sa  lado,  es  decir^  a  Fbderico 
Bradfort,  dici^ndole:  ' 

— El  hermano  de  mi  esposo  es  mi  hermaio;  de  hd  en 
adelante  haremos  todos  ana  sola  familia.  ^      ^ 

— jSeliorital 
^  --*-Nada  de  seElorita;  IMmeme  asted  simplemente  Laisa. 
,  *»LaisaI  la  esposa  de  mi  amigot  mi  hermatia!  Qa^  feli-^ 
cidadi  ' 

.'.ilSoriqae  aan  no  podia  hablar.  Oe  los  brazos  di  Lnisa 
bfvbia  pasado  a  lo3^  de  Mereedes  y  de  6stos  a  los  de  sa  m^es* 
tTQ.  Todo  erii  para  61  ana  dicha  inmensa,  dicha  qa^  le  em- 
bft^abct  la  voz  y  qae  no  se  significaba  sino  por  las  sileiicibsai' 
l&grimas  qa^  se  deslizaban  por  sas  mejillas.       : 

Aquella  escena  casi  mnda,  en  qae  solo  se  oian  medias  pa- 
labra^^i  era  grandiosa,  tierna,  conmovedora.  La  rmnion  da 
nwchos  seres  que  se  aman  tiene  an  atractiva  irredstiblei 
b«sta  para  los  indifereqtes^  y  el  polnre  conventillo  de  la 


'  .       .       •  ji  >.  •     V "  •  *    :  - :  . .     '   *  ' 

^  calle  de  San  Pablo  presenciaba  un  espectdculo  que  mui  po- 
cds  VjBce^  vemos  en  la  yida  del  notubre,  casi  siempre  acoii- 
gojada  pbr  el  pesar  o  por  el  infortunio,  y  rata  yejs  endulzada 
por  el  suave  nectar  de  la  felicidad. 

Pederico  Bradfort  habia  sido.  recibido  como  u"ti  hijo  y 
como  nu  hermano.  Hi  corouel.  don  Toribio  de  Guzman  1© 
habia  dado  el  primer  titulo  y  le  habia  dicho  a  Mercedes: 
*^*Abraza  a  tu  nuevo  hermano";  y  la  inocente  uinay  tan  can-r 
dorosa  como  timida,  e3trech6  contra  su  corazon  al  amigo 
de  Enrique:  era  el  primer  hombre,  pu'ede  decirs^  asl,  a  qtlien 
ftbrazaba.  '     ' 

Si  no3  propusi^ramos  descnbir  la  aliegria  de  cada  unoj" 
no  tendrlambs  cuarido  acabar  y  dos  quedariamos  mui  a,tras 
die  aquellas  impresiones.  ^Q^^*  pi^celadas  serian  capaces  de 
representarlas?  Vale  mucho  mas  que  nuestros  lectores  se  la 
figuren,  que  no  que  nosotros  tracemos  mal  un  cnadro  tan 
animado  y  tan  iuteresante,  porque  el  sentitiiiento  peoetra 
alll  donde  no  alcanza  la  palabra,  y  ve  y  comprende  lo  que 
la  voz  humana  no  espliea:  esto  lo  bemos  repetido  en  varias^ 
ocaBiones,  porque  esto  es  lo  que  nossucede  a  nosbtrod'y  lo 
qa6  talvez  le  pasa  a  la  jeneralidad.. 

Luisa,  el  solitario,  Myfoedes  y  la  buena  CefeHnii'  quedfl^V 
rouse  todo  el  dia  en  el  modesto  y  pobre  albergae  delos  pa- 
dres dei  Enrique^  en  donde  debiau  aloj^i:  lbs  viajeros.  jQ.ae; 
reunion  tan  alj^gre!  La  dicba  briU^ba.con  tddo -^c^  esplendor.) 
en  aada  fisonomia*  Lasaitisfaccion  mx^si  completa,  el  goooi 
masi  puro,  apimaba  aquellc^  cora^oes  en  que:.«6  anidaban  ? 
tan  grandes,  tan  deliciosos  y  tan  nob]e^  afectoA;  La  virtudv 
y  el  a/nor  Eabiaainivelfido  tq4^  Jik0  condiQiOneSytodas  las^ 
diferenciaa soeialesi  to^do^los  rangoei,  todas>  laarjejrarqmasii 
el  proletario  estaba  al  lado .  dt?l,  p'^tri^ip*  Don  Toribio  dej 

Guzman  yja  senoritado&a  Lui^aiVald^a  estaban  seirtados 

'  -  ■  •     ■        ♦  '• .         '  •       »    '    -       '  i,  ■         '  ■ 

e^  la  misma  mes^  que  el  parjento  Domingo  I^pe^  y  qpe  ^el . 

ciirpintero  Enrique^  ,^        i.       ■  !    ,       .  :.    .  l.h .   : 

Marta,  Ceferina  y.  Teres*  eii^  ^bfwd9U^,jeJi  e^lon,  o  jn'e^ : 


576  &ot  naunMi  oiL  innaiuK 

seatftDdose  con  frecuencia  ea^l,  se  ocuj^aban  en  Io3  qnelia- 
ceres  interiores,  preparaban  los  aencillos  manjares  del  festin 
grandioBo  del  amor,  donde  se  beberia  el  Hcor  es^msito  del 
deleite.  jQa^  es  lo  qae  no  hermosea  el  afecto!  La  pajiza^ 
choza  del  campesiao  se  trasfbrma  en  palacio  ericantadp  cnan- 
do  en  ell^  se  cobija  el  carifiol  Y  la  pobre  y  ordinaria  comi- 
da  del  labriego,  es  superior  al  man^  de  los  israelitas  cuandq 
la  sazona  la  volantad! .. » 

Empero,  una  nubecilla  cruz6  poy.  aquj^l  di^fano  y  despe*-, 
jado  cielo:  la  falta  de  Bloisa. . .  jDe  Efoisa  a  quien  todos^ 
amaban  y  que  era  upo  de*  los  principalea  .elementoa  de  aqiie- 
11a  felicidad,  que  era  16  que  mas  habia  cooperado  a  for mar-j 
la!  Sin  embargo,  sabiendo  que  «ra  dichosa^  se  serenaron^, 
Qcup^ndose  4nicamente  de  sua  mdritos  y  de  sus  yirtudes,. 
de  los  servicios  que  les  habia  hecbo,  de  1^  maqera  c6mo' 
habia  frustrado  los  planes;  del  vicio,  la  confabuUpion  del 
crimen,  y  se  citaban  uno  a  uuo  todoa  los  incidentes  qii^  l^a- 
biansjctcedido,  asl  como  toda  la  astucia  4q  que  se  h^bia  va-^ 
lido,  para .Tealia^rsu  idea  y  dar  cima  a  eu  prop6sito^  habi^u-; 
do  conseguido  el  mAS  esp.l4ttdtd<;>  redultadp,  cual  era  el  r  que^ 
tetitan  a  la  tista;  el  de  que  gozaban  ello.s  mismos^ 

Por  la  noche  se  fa(*t*oti'  todos  a  la  cas4  de^Lcfisai,  donde 
impltrovisaron  un  c<>ii<iietto,  puej  Eurique  y  Ffederifeo;  asi' 
cfom^  Luisa  y  Mefrcedes,  erah*  eiiceleiites  DSftsiboi;  'tdcando' 
Io»  priiiner^s  r^x\m  instrumentos.  L^^a  Qkni6  Alg^nas  y(^^' 
C8S  sola  jr  otras  acodipafiads^  de  Mercedes  que  ea'po^t^tiem'- 
pb  habia  leoho  g^randes  progfesoig;'  y  aqtieMaa  vo^ei  sbno- 
ras,  dulcet,  melodiosas,  escitadas  por  el  ebtttsiasmd  y  ^r , 
lapasion,  eran  oasi  cfivinas,  esparcrendo  torr^fttesf  <i€  armo**' 
ma  que  elcictrizU^an  los  corazonesl   •     .      .  -.    ^ 

— jJamaSj-jimas  habia  6ido  una  cdsaigdal,  esdlafcaba  Fe- 
cfet'fco  ftiera 'd4  isi  Yo  te  estado'eri'  Ifeiprincipales  capita-* 
les  del  mundo,  he  oido  lasartistas  mas  afatfiadkgl;;^  ^erb^  h'iMa' 
h^  eid^rftii*)  t5bAr^a!fable  a  ih&^drf  IfermkkiarfVV   ^""  '^ 


Ids  nwBixog  pts,  ^WLo.  t?!r 

— Es  que  tii  has  viajado  por  la  tierra,  pero  ahoua  nos  eu- 
oontramos  ea  Jos  cielo3,  le  oontest6.  Eariqae,       ; 

— Es  que  el  amor  todo  lo  diyiniza,  agrego.el  sQlitaria 

— Y  la  virtuji  todo  lo  depura,  dijeroa  Luisft  y  Mor^pdes, 
dejando  el  piano  y  tomando  parte  en  la  conv^apion  j^- 
nerah  -  ,  !  .   - 

Y^,  Uegaba  el  nu^vo  dia  cuando  83  refeirAron  Domingo  y 
Marta,  acompanandolos  Enrique  y  Pederico.  iDelicjipaos  iftO- 
mentos,  horas  felices,  qui^n  hubiera  podidp  detener  su  cur- 
Bo!  jPor  qu^  no  nos  paramos  en  algonos  puntop  Imainoaos 
de  nuestra  existencia!  Porque  el  tienapo-cpntinjla  siempre 
en  su  carrera!  jCondicion  triste  de  la  humanidad;  la.Bfiay^]^ 
dicha  no  es  mas  que  ua  imperceptible  puntQl  Fq^gaa  telSpa- 
pago  que  apenas  nd^   alumbra  ua  instante!... n... ..• 

En  la  diversidad  de  asantos  de  que  se  ooupAron  eW  dia, 
ae  trat6  tambien  de  las  cosas  poUticas  j  de}  autigqa  .pifisiQ- 
nero  de  la  penitenciaria,  siendo.de  opinlpn,  ^I'corQnel ,  d^ 
que  se  presentase  Enrique  al  mismp  pr^sident^ry  que  i^l  lo 
acompaSaria;  pues  era  mas  que  ^  .probable  que  ^  llegaae  a 
saber  su  arribo  a  la  capital,  y  eneser  caso  conveuia  ma?  pre- 
venir  el  golpe,  alcaneando  del  jefe  del  estido  la^mpii^  que 
debia  acordarse  en  breve  a  los  reo3  ppUtiQos.  Eacioftpjafiaen- 
cia^  quedaron  convenidos  en  ir  a  las  doce  del  d'la  ^iguifen^e 
a  palacio.  '  .;;.;• 


Vt. 


Don  Manuel  Montt,.  el  presideata  mas  trabajador^,  fsfn 
duddy  que  ha  tenido  Chile,  el  que  3€t;ha  bonsagsado  maata 
la  eosa  piiblica,  cualidad;que  no  puedQu  meufD0^<te.')^e6ono- 
cerle  sus  mismos  adrersarios,  nunca  faltaba.arsu^des^^ho, 
asi  es  que  podia  tenerse  la  seguridad  de  eB<JoQtra rjp  siem- 
pre  dispuestq  para  |i tender  a  1^^  n^nch^s  persooas  <  qtie  iban 
diariamente  ei^  su  busca. :  ;   . 

Enrique  se  present  en  ca^a  de  Luiaa,  nO:aJa%.doca.  del 
dia  como  habia  quedado  conv^nido,  siao  ipucho -maS  t^&m- 


BYS  UM  mmsaoB  dxl  pitkbio. 

praiio,  impaciencia  que  se  concibe  y  qae  no  provenia  del 
deseo  de  ver  a  S.  E.,  sino  de  tener  algun  tiempo  para  go- 
zar  de  7a  presencia  de  sa  amada. 

Al  verlo  entrar  como  a  las  diez  del  dia,  el  coronel  se  son- 
t\6  y  le  dijo: 

— Am?go  mio,  jcdmo  se  conoce  que  usted  desea  mucho 
encontrarse  con  S.  E.  y  hablar  con  ^i  a  prop5sito  de  fiu 
libertad ! 

— ^Sefior,  conte8t6  Enrique,  puedo  aeegurar  a  usted  que 
no  es  esta  la  causa  de  haberme  anticipado. 
'  — Ya  lo  s^,  no  necesitas  declrmelo;  pero  debias  pensar 
que  ustedes  se  fueron  anoche  como  a  las  cuatro  de  la  mafia, 
na  y  qu6  estas  senoritas,  y  el  solitario  designd  a  Luisa  y  a 
Meroedep,  no  ban  debido  levantarse  temprano. 

—Has  hecho  bien,  Enrique,  Yo  esperaba  tu  visita;  sabia 
que  habias  de  venir,  y  nohagas  caso  a  los  regafios  de  nues- 
tro  maestro,  a  quien  Mercedes  contempla  tanto,  que  lo  va 
poniendo  insoportablc, 

— jBottito  he  salido!  Las  mismas  a  quienes  defiendo  se 
vuelven  mis  enemigas!  .iQu6  dices  de  esto,  Mercedes? 

—Que  Luisa  tiene  razon. 

-^jEra  lo  que  faUabal^Mi  esposa  tambien  estd  en  mi  con- 
tra! Amigo  mio,  vu^lvase  usted  a  California  porque  aqui 
trae  la  perturbacion. 

— Har^  lo  que  usted  ordene,  senor. 

— Pero  no  serdl  antes  de  almorzar,  Enrique,  pues  te  esta- 
ba  esperando  y  voi  a  disponer  que  nos  sirvan;'*jpor  qu6  no' 
trajistes  a  tu  amigo,  es  decir,  a  nuestro  hermano! 

♦— 'Se  lo  propuse,  pero  me  dijo:  voi  a  ocupar  tu  lugar  per 
algtinas  horas:  prefiero  hacer  compania  a  mi  madre. 
— jA  si  te  lo  dijo,  esclamd  Mercedes? 

— Asf,  y  tuvo  su  buena  recompensa  porque  mi  padre  y 
mi  madre  lo  abrazaron,  haciendo  yo  otro  tanto. 

— Bien  merecido,  ailadi6  Luisa:  esa  es  una  delicadeza  de 
sentimientos  que  me  agrada. 


IM  JlmUitoB  DSL  PITiDlLO.  5t9 

— Hai»  rasgos  que  demuestran  por  completo  al  hombre, 
agreg6  el  solitario,  y  eate  es  uno  de  ellos,  por  mas  insigni- 
ficante  que  parezca  a  primera  vista. 

— Ya  osted  lo  ird  conociendo,  maestro  mio,  y  verA  que  ^ 

no  me  he  equivocado;  y  que  'el  concepto  que  he  form  ado 
sobre  6),  y  que  la  amistad  que  le  profeso  y  de  la  Cual  le 
hablaba  en  mi  carta,  es  mui  merecida. 

— Basta  verlo  para  conocerlo,  dijo  Mercedes. 

— Asi  es:  tiene  una  fisonomia  dulce,  triste,  meditabunda, 
una  de  esas  fisonomias  que  revelaa  sensibilidad  e  intelijen- 
cia,  agreg6  el  solitario. 

— Usted  no  se  equivoca  nunca,  seSor;  pues  bien,  asi  es  mi 
amigo  ^ederic(j^  Bradfort. 

— Durante  el  alrauerzo  nos  coataris  c6mo  lo  has  conoci* 
do  y  qu6  clase  de  relaciones  has  tenido  con  ^1;  porque  has- 
ta  ahora  nos  has  dicho  mui  poco  sobre  un  j6ven  que,  inde- 
pendiente  de  tu  recomendacion,  interesa  por  el  mismo. 

Un  criado  anunciaba  en  ese  momento  que  el  almuerzo  es* 
taba  servido. 

F^cilmente  se  comprende  cudn  animada  no  estaria  aque- 
Ua  conversacion  y  oon  cu^nto  interes  no  oirian  la  narracion 
hecha  por  Enrique  sobre  algunos  de  los  sucesos  de  su  viaje; 
pero  era  necesario  ir  a  la  Moneda  y  tuvieron  que  cortar 
tan  agradable  conversacion, 

Luiaa  les  previno  de  volverse  directamente  a  ca3a  para 
saber  el  resuHado  de  un  paso  tan  indispensable  para  la 
tranquilidad  de  todos;  pero  que  mientras  tanto,  ella  iba  a 
mandar  a  casa  de  Enrique  para  que  se  vinieran  a  comer  sus 
padres  y  sii  atnigo:  proposicion  que  fuS  aceptada  con  el  ma- 
yor gusto,  pues  daba  a  ^sie  la  esperanza  de  pasar  con  Lui* 
sa  algunas  horas  parecidas  a  las  de  la  noche  anterior,  alga- 
nas  de  esas  horas  tan  fugacea  como  deliciosas  de  los  que  se 
aman,  y  de  los  que  se  aman  |del  modo  que  se  amaban 
ellos...  ' 

£1  coronel  don  Toribio  de  GozmLan  se  lu2S0  aauQciar  por 


580  UM  noBXToB  DSL  FtmaxH 

el  edecan  de  8.  E.  y  fa6  inmediatameute  introdacido,  acom^ 
pafidndolo  Enrique. 

La  fisoQomia  del  presidente,  aanque  siempre  severa,  era 
agradable,  pues  le  habian  bastado  mai  pocas  entrevistas 
para  reconocer  el  raro  mdrito  de  doh  Toribio  de  Guxman, 
y  ^1,  como  hbmbre  de  capacidad,  apreciaba  y  distinguia  el 
mtfrito,  siendo  el  primero  de  nuestros  mandatarios  qae  ha 
roto  con  la  aristocracia  de  familia  para  llaraar  a  su  alrede- 
dor  la  aristocracia  Anica  y  verdadera,  la  aristocracia  del  ta- 
lento,  y  este  talvez  ha  sido  uno  de  los  motivos  por  que  este 
eminente  hombre  de  estado  se  acarre6  tantas  animoiidades 
y  obiiiivo  tantai  sinceras  afecciones,  persigui^ndolo  las  unas 
y  proteji6ndolo  las  otras,  aun  despues  de  caido. 

Don  Manuel  Montt  con  su  esquisita  y  s^ria  urbanidad,  le 
sali6  al  encuentro  al  coronel,  ddndole  afectuosa  y  familiar- 
mente  la  mano,  y  diciSndole  a  un  mismo  tiempo: 

— listed  se  deja  desear,  coronel  Guzoaan,  sus  visitas  son 
raras  y  siempre  semi-oficiales.  Me  agradaria  mucho  verlo 
con  mas  frecuencia  y  con  mas  intimidad. 

—8.  E.  me  honra  demasiado. 

— ^Dej^monos  de  S.  E.,  seSor  de  Guzman  y  hablemos 
como  amigos^ 

— ^Agradezco  la  ben^vola  amabilidad  de  S.  E.|  pero  por 
el  momento  me  es  imposible  tener  el  gusto  de  aprovechar 
de  ella,  pues  yengo  directamente  a  ver  al  presidente  de  la 
rep{iblica  para  solicitar  su  gracia  por  el  reo  politico  que  me 
acompafia. 

— ;Un  reo  politico! 
/-        Y  don  Manuel  Montt  clav6  su  vista  en  la  hermosa  fiso- 
nomia  de  Enrique  como  para  investigar  si  era  o  no  verda- 
dero  lo  que  le  decia  el  coronel, 

— Si,  sefior,  continu6  don  Toribio  de  Guiman;  este  j6ven 
es  el  temible  reo  politico  que  tavo  el  atrevimiento  de  fu- 
garse  de  la  penitenciaria  y  que  ahora  viene  a  ponerse  a  la 
disposiciqn  de  S.  E.  para  que  S.  E.  gane  la  partida  al  co- 


r 
I 


UNI  SMUROR  DIL  FDHBU). 


581 


ronel  GaimaQ:  este  jdven  ea  Earique  Lopez,  el  atrevido  ca- 
becilla  del  20  de  abril  de  1851. ' 

— No  soi  yq  qaien  gana  la  partida,  sefior  coronel;  osted 
me  ha  derrotado  noblemeate  y  me  confieso  vencido:  el  se- 
fior don  Earique  Lopez  queda  libre  y  ojaU  me  diera  el  pla- 
cer de  ocaparme  si  puedo  serle  Atil  en  algo. 

— Qaedo,  sefior,  tneaos  libre  que  nuuca,  coute8t6  Enri- 
que, porque  ahora  he  contraido  una  deuda  con  S.  E,,  la  deu- 
da  de  la  gratitud  que  obliga  mas  que  cualquiera  otra. 

— Pero  que  se  satisface  con  gusto,  ^no  es  verdad,  amigo 
mio?  \ 

Y  el  presidente  de  la  repiiblica,  el  grande  estadista'dbn 
Manuel  Montt,  estendid  su  mano  de  amigo  al  j6ven  carpin- 
tero,  obligfindolo  a  sentarse  a  su  lado. 

Enrique  Lopez  estaba  encantado.  Habjia  oido  hablar  tan 
mal  de  don  Manuel  Montt,  le  habian  dicho  tantas  cosas  so- 
bre  este  hon^bre,  se  lo  habian  pintado  tan  adusto  y  tan 
cruel,  que  no  sabia  ahora  qu^  pensar  al  verlo  tan  lleno  d6 
benevolencia  para  cbn^I;  asi  es  que  no  tuvo  por  un  momen- 
to  palabra  alguna  que  contestar. 

Y  don  Manuel  Montt,  como  si  conociera  lo  que  pasaba  en 
el  interior  de  Enrique,  se  sonri6,  agregando: 

— ^Parece  que  usted  no  ha  encontrado  el  tirano  contra 
quien  combati6? 

— Lejos  de  hallar,  sefior,  al  tirano,  veo  al  piadre;  y  fen  lu- 
gar  de  la  bajeza  y  de  la  maldad  que  me  decian  tener,  veo  la 
magnanimidad  jenerosa  y  no  puedo  menos  que  arrepentir- 
me  de  haber  hecho  armas  en  su  contra;  pero  puedo  asegu- 
rar  a  S.  E.  que  yo  no  combatia  al  hombre,  si  no  a  los  prin- 
cipios,  lo  mismo  que  obrar^  siempre,  con  la  diferencia  que 
ahora  he  Uegado  a  saber  que  los  principios  no  ae  destruyen 
ni  se  consiguen  empleando  la  fuerza,  usando  de  la  violen- 
cia,  derramandola  sangre  del  hombre,  que  es  el  mayor  te- 
soro  de  la  humanidad. 
'  El  presidente  volvi6  a  mirar  al  J6ven  y  le  pregunt6; 


-^jY  de  qu6  medio  se  valdria  usted  para  llevar  a  cabo 
un  peoBamiento  que  le  parece  bueno,  pero  que  machos  le 
ciombaten  oponifodose  a  ^1?  ^ 

— *Yo  no  veo  otro  que  la  libertad:  ella  es  la  que  todo  lo 
alcanza. 

— Si  no  existe  hoi  existiM  mafiana,  pero  la  libertad  no 
86  hermana  con  la  tirania,  ni  paede  jamais  nacer  de  ella. 

— U&ted  tiene  unas  ideas  bastante  raras  y  mui  dificil  de 
lleyar  al  tereno  de  la  prdctica:  la  teoria  estd  las  mas  veces 
en  oposicion  al  hecho. 

— Asi  es,  sefior,  pero  al  fin  trinnfa. 

— Segun  esto  nsted  no  conspirard  mae? 

■^Nunca,  seSor. 

— Pero  en  .mui  poco  tiempo  ha  conselguido  usted  dar  un 
gran  paso. 

.  — Estos  principios  me  los  habia  ensefi^ado  de  antemano 
mi  maestro,  pero  mi  juicio  no  habia  madurado  lo  bastante; 
con 'todo,  cuando  me  determine  a  tomar  parte  en  larevolu- 
cion  del  20  de  abril  fu6  creyendo  que  no  se  derramaria 
sangre,  sino  que  por  un  golpe  de  mano  atrevido,  pero  no 
inhumano,  se  quitaban  de  la  escena  politica  los  hombres  re- 
tr6grados  para  poner  en  su  lugar  los  hombres  liberales:  \x6 
aqui,  sefior,  en  dos  palabras  el  m6vil  que  me  indujo  a  to- 
mar parte  en  aquel  desgraciado  acontecimiento. 

~^No  era  entonces  por  odio  contra  un  partido  o  contra 
unoa  hombres? 

— No,  sefior;  yo  no  he  aborrecido  a  nadie,  ni  aun  a  mis 
enemigos. 

— Noble  joven,  digno  discfpulo  del  sefior  don  Toribio 
de  Guzman,  sobre  el  que  teugo  ahora  muchos  y  mui  buenos 
informes;  yo  estaba  equivocado  o  me  habian  engafiado, 
pero  tengo  ahora  una  verdadera  satisfaccion  en  haberlo  co- 
nocido  y  en  haber  hecho  un  acto  de  justicia,  aeordindole, 
antes  de  entrar  en  may  ores  esplicacioaes,  la  libertad  que 
solicitaba  y  que  merecia;  desgraciadamente,  amigo  mio,  to- 


XiOfi  glOBKCOB  DIL  PUIBM  583 

dos  mis  adversarios  no  piensan  eomo  usted,  pnes  de  otro 
modo  la  tranquilidad  del  pais  seria  \xn  hecho  y  tras  de  ella 
yendria  su  prosperidad  y  sa  eDgrandecimiento. 

— Qae  es'sin  dada  por  lo  que  trabaja  S.  E. 

— Esta  es  mi  intencioar  y  ^^  mayor  deseo;  jpero  qai^a 
sabe  si  llegarA^  a  realizarse! 

—Si  necesita  S.  E,  de  mi  pobre  cooperacion,  estoi  dispnes^ 
to  a  segandar  las  miras  de  S.  E. 

— Gracias,  seSor  coronel,  y  no  echar^  en  olvido  so  pro-* 
posicion. 

— ^Tambien  ofrezco  a  S.  E  la  de  mi  j67en  amigo. 

Y  don  Toribio  de  Guzman  designd  a  Enrique. 

^— Tambien  la  acepto  con  el  mayor  gusto;  la  juveutud  ea 
siempre  mas  activa  y  mas  emprendedora  y  particularmente 
cuando  se  ban  adquirido  ciertos  principios  y  cierta  madarev 
de  juicio.  ^Qa^  profesion  tiene  usted! 

— Una  mui  humilde,  sefior:  soi  carpi  ntero. 

— jCarpintero!  conte8t6  el  presidente  con  admiracion,  sia 
duda  porque  no  podia  creer  que  aquel  elegante  y  distin- 
guido  idveUy  cuyas  maneras  eran  las  de  un  completo  caba- 
Hero  y  cuyas  ideas  las  de  un  hombre  instruido,  faera  un 
mero  artesano. 

— Pero  un  carpintero  que  construye  palacios  y  que  en  dos 
alios  de  ausencia  se  gana  en  el  estranjero  y  en  el  pais  mas 
adelantado  del  mundo^  la  suma  de  sesenta  mil  pesos,  dijo  el 
coronel  a  S.  E;  y  todavia  mas,  sefior,  agreg6:  este  carpinte- 
ro estd  en  posesion  de  otras  mil  industrlas  y  tiene  conoci- 
mientos  bastante  vastos  y  bastante  suficientes  no  solo  para 
hacer  un  hombre  iiiil  sino  un  hombre  distinguido. 

Enrique  se  ruboriz6  con  la  esposicion  del  coronel  y  lo 
mir6  con  estrafieza^  pues  ^1  no  le  babia  jamas  hablado  de 
BUS  negocios  para  que  los  supiera  tan  a  fondo. 

— Ahora  me  sorprende  usted  mas,  sefior  de  Guzman;  pero 
me  sorprende  agradablemente,  porque  esto  me  prueba  que 
el  pais  avanza;  y  si  biBn  serd  una  escepcion  este  j6yen^  al 


684  um  BKaoBEOB  dil  raiUA. 

inenos  esa  eecepcion  existe,  y  el  dia  que  sea  mayor  el  nii- 
mero,  Chile  puede  decir:  "Ser^  libre  y  feliz;"  mientras  tanto 
es  indispensable  premiar  ^1  m^rito  protejiendo  la  virtud  y 
el  talento  alll  donde  se  encuentre  para  estimular  a  los  de- 
mas;  ^de  consigaiepte,  estoi  mui  dispuesto  a  ayudar  al  sefior 
Lopez,  ofreci^ndole  desde  luego  el  destino  que  le  convenga, 
auiiqne  vfeo  que  con  una  fortuna  tan  considerable  como  la 
que  ha  adquirido  con  su  intelijencia  y  con  su  trabajo,  no 
tiene  necesidad  de  empleos. 

— Yo  estar^  siempre  dispuesto  a  servir  a  mi  patria  y  a 
mostrar  de  alguna  manera  el  agradecimiento  que  debo  a 
S.  E.  tratando  de  hacerme  digno  de  la  confianza  con  que 
S.  E.  se  sirve  honrarme;  pues,  aun  cuando  no '  acepte ,  desti- 
no  ninguno,  puede  S.  E.  disponer  de  mi  para  todo  aquello 
en  que  sea  de  alguna  manera  iiti\. 

— Personas  como  usted  nnnca  son  de  desdefiar  y  yo  me . 
complazco,  no  tanto  de  que  me  seah  adictas,  cuanto  que  me 
ayuden  con  su  continjente  de  luces  para  Uevar  adelanle  a 
la  repdblica.  Pero  hablemos  de  usted;  cu^nteme  la  manera 
c6mo  se  evadi6  de  la  penitenciaria,  pues  sobre  esto  hubo 
muchas  versiones,  y  aun,  si  no  Ine  engafio,  uno  de  los  minis- 
tros  estuvo  tambien  implicado  en  su  fuga;  sin  embargo,  nada 
se  pudo  saber  de  positive., 

Enrique  narr6  fielraente  a  S.  E.  los  medics  de  que  se  ha- 
bia  valido  y  de  cuanto  le  h^bia  servido  Eloisa,  deteni^ndose 
con  gusto  en  hablar  de  todo  cuanto  le  debia  a  esta  amiga 
que  en  la  actualidad  se  habia  hecho  monja  de  caridad. 

El  presidicnte  oy6  con  manifiesto  interes  aquella  narra- 
cion  sencilla  y  veridica,  admirando  como  Enrique  la  noble- 
za  de  sentimientos  de  la  actual  h&rmana  de  cartdad  que  ha- 
bia tenido  el  arte  de  embaucar  a  todo  un  diplomfitico,  lo 
que  hizo  sonreir  al  s^rio  majistrado. 

— Ahora,  volvi6  a  decir  el  presidente  despues  de  una 
pausa:  ^seria  indiscrecion  de  mi  parte  preguntar  a  usted 
c6mo  ha  podido  adquirir  tan*  considerable  fortuna  en  tan 


corto  tiempo,  y  en  qu6  pais  coDsigni^  tan  bcren  reeultadof 
y  no  crea  nsted  que  esta  pregnnta  nace  de  mera  cnriosidad 
sino  que  realmente  me  intereso  por  usted. 

— La  benevolencia  de  S.  E.  est^  de  manifieato  para  qne 
dude  de  ella;  y  no  tengo  inconveniente  en  referir  a  8.  E. 
mi  corta  historia  de  California,  pues  ese  fu^  el  punto  a  que 
me  diriji  al  dia  siguiente  de  mi  evasion  de  la  penitenciaria; 
y  elejf  ese  pais  por  oonsejo  del  sefior  coronel  aqul  presente, 
consejo  que  me  ha  valido  algo  mas  que  el  dinero. 

Y  Enrique  atribuy6  todo  el  buen  resultado  de  sus  traba^^ 
jos  a  la  influencia  de  que  gozaba  en  San  Francisco  su  atuigo 
Pederico  Bradf,ort,  que  fu^  el  que  lo  recomendd,  ocultand^ 
no  solo  el  noble  empleo  dado  a  su  dinero,  sino  tambien  todo 
lo  que  tenia  relacion  con  su  intelijencia  o  era  el  fruto  espe* 
cial  de  ella. 

Esta  modestia  no  se  escap6  a  la  perspicacia  del  presiden- 
te,  que  corioci6  en  el  acto  todo  el  m^rito  que  encerraba 
aquel  j6ven  y  que  en  vano  queria  ocultar,  porque  se  revek- 
ba  a  despecho  de  ^1  mismo. 

La  audiencia  se  habia  prolongado  demasiado,  mucho  msi 
que  el  tiempo  que  acordaba  don  Manuel  Montt  a  los  maa 
graves  asuntos  del  estado,  porque  en  la  variedad  de  ellog, 
daba  a  cada  uno  la  atencion  que  le  correspondia,  y  con  su 
prdctica,  asi  como  con  su  intelijencia,  los  despachaba  breve- 
mente,  hiriendo  luegoel  punto  de  la  dificultad  y  ordenand6 
en  seguid'a  lo  que  debiera  hacerse;  pero  ahora  habia  estado 
tan  agradablemente  entretenido,  que  se  habia  deslizado  el 
tiempo  sin  sentirlo:  aquella  alma  necesitaba  indudablemen- 
te  de  algun  refrijerio,  de  algunas  de  esas  escenas  tiernas  del 
corazon  para  calmar  la  ajitacion  del  cerebro,  6l  fuego  acti- 
vo  de  las  luchds  politicas  y  de  esas  preocupaciones  oonstan- 
tes  que  /3eben  sureccitar  la  mente  del  hombre  de  estado. 

Don  Manuel  Montt  de8pidi6  con  afectuosa  amabilidad  al 
coronel  don  Toribio  de  Guzman  y  al  j6ven  obrero  don  En- 
rique Lopez,  en  quien  veia  una  mezcla  de  timidez  y  de  en- 


I 

KM  MM  Mmmmurn  vm  nm&o. 

tereza,  de  sencillez  y  de  saperioridad,  de  modestia  y  de 
franqneza  qne  producian  curiosidad  e  interes,  arrancando 
las  simpatias  de  modo  que  se  confirmaba  la  teoria  del  mis- 
mo  Enrique,  que  pretendia  que  el  hombrei  atrae  en  confor- 
midad  como  ama. 

VII. 

De  vuelta  del  palacio  de  la  moneda  encontraron  a  Luisa 
y  a  Mercedes  que  los  aguardaban  con  impaciencia  en  la 
puerta  de  calle,  porque  no  dejaban  de  tener  sus  temores,  y 
^tos  se  auinentaban  a  medida  que  el  tiempo  trascurria,  no 
concibiendo  que  retardasen  tanto  en  una  presentacion  que. 
Begun  ellas,  saliendo  bien  o  mal,  debia  demorar  mui  pc^co; 
pero  cuando  los  vieron  aparecer  a  la  distancia,  las  malas 
impresiones  volaron  para  dar  lugar  a  otras  nuevas  y  agra- 
dables. 

— ^Vamos,  ic6mo  ha  ido,  maestro  mio?  pregunt6  Luisa  al 
solitario  tan  luego  como  estuvo  al  alcance  de  la  voz. 

— Mui  bien,  hija  mia,  perfectamente  bien.  Enrique  no 
solo  est^  libre  de  toda  persecusion,  sino  que  el  presidente 
le  ha  ofrecido  empleos,  y  en  su  mano  estd  el  aceptar  lo  que 
mejor  le  convenga. 

— Ya  me  lo  figuraba. 

— ^Yendo  con  usted  jqu6  es  lo  que  no  se  atcanza?  dijo 
tambien  Mercedes  tomando  de  la  mano  afectuosa  y  fami- 
liarmente  a  su  esposo,  que  haciapara  ella  las  veces  de  padre. 

—Hija  querida,  respondi6  el  anciano  con  enternecimien- 
to;la  Providencia  estfi  premiando  tus  virtudes;  te  estd  in- 
demnizando  de  tus  sufrimientos,  y  lo  que  te  ha  acordado  ya 
espero  que  no  serd.  lo  liltimo  que  te  conceda. 

— Ya  es  bastante,  ya  tengo  demasiado .  • .  jQu^  mas  quie- 
re  usted  que  Dioa  d^? 

—El  tiempo  lo  dir6,  Mercedes;  a  mi  me  parece  que  leo 
en  el  porvenir  y  tu  hermano  sabe  que  hasta  aqui  no  me  he 
equivocado. 


'   uM  Kidttrai  TfWL  FOttLCk.  187 

— Asi  es,  contest6  Enrique;  jamas  lo  he  visto  en^afiarse, 
paes  lo  que  usted  dice  son  verdaderas  profecias;  pero  en  el 
case  presente  mi  hermana  tiene  razon,  porque  ella  no  puede, 
ni  debe,  ni  quiere  esperar  mas:  estd  8atisfech«^  y  mas  que 
satisfecha,  pues  es  dichosa  y  todo  cambio  seria  para  ella  un 
mal. 

— Sin  embargo,  ei^la  naturaleza  nada  hai  de  inmutable: 
todo  se  mneve,  se  trasforma,  varla  y  es  preciso  esperarse  a 
todo.  Nada  existe  en  el  estacionario  mundo  y  todo  marcha 
al  perfecciodamiento.  Todo  marcha  por  la  lei  miateriosa  de 
la  creacion  que  nos  lleva  htfcia  un  fin  y  ese  fin  debe  ser  la 
armonia. 

— jY  qu6  tiene  qne  ver  la  armonia  universal  con  el  caso 
presente? 

— Yo  6^  que  somos  ^tomos,  pero  a  los  dtomos  tambien 
rije  la  misma  lei,  porque  ellos  hacen  parte  de  un  todo, 

Al  hacer  esta  observacipn,  el  solitario  se  respondi6  sin 
duda  a  si  mismo  en  vez  de  contestar  a  la  pregunta  que  le 
hacian;  empero,  &]  creia  darle  un  alcance  y  se  lo  daba  en 
efecto,  pero  era  demasiado  metafisico,  demasiadp  abstracto. 
.  En  ese  momento  llegaban  los  padres  de  Mercedes  en 
compafiia  de  Federico,  obedeciendo  a  la  6rden  terminante 
de  Luisa  que  les  decia  de  venir,  pues  a  ellos  no  les  gustaba 
abandonar  su  pobre  morada. 

— Enrique  esti  libre,  fu^  lo  primei^o  que  les  dijo  Luisa 
antes  de  saludlftrlos. 

— ^Ya  no  lo  perseguirfin?  pregunt6  Marta. 

— Llega  en  este  momento  de  donde  el  presidente  de  la 
repdblica,  que  se  lo  ha  dicho.  \ 

— Viva  don  Manuel  Montt,  esclam6  el  sarjento  Lopez^ 
sacandose  su  gorra  militar. 

— Gracias  a  Dios,  dijo  a  su  turno  Marta,  que  ya  no  tene- 
mos  que  temer  y  que  podemos  vivir  juntos  sin  que  en  lo 
sucesivo  nadie  nos  separe. 

— A  no  ser  que  el  caballerito,  contra  la  opinion  de  su 


*dS  BOS  SMOUROB  VML  FOMIXI. 

padr»,  ynelva  a  entrar  en  otro  fandango;  pero  a  f^  mia  que 
ajiojf;^  yo  sabr^  vijilar,  pnes  a  mi  no  se  me  engafla  tan  fA- 
cilmente,  salvo  ocasiones,  pero  ya  tengo  demasiada  esperien* 
cia  y  no  me  la  jugardn  dos  veces. 

— Le  prometo,  padre  mio,  de  no  volver  a  entrar  efa  otro 
£andango,  como  usted  dice. 

—Si  mo  lo  prometes,  es  mucho  mejor,  porque  no  estar6 
obligado  a  mpntar  diariamente  la  gaaf  did. 

— ^Teng^  uated  la  segoridad  de  lo  que  dice  Enrique,  por- 
que  est^  ami  desengafiado;  y  a  mas  de'haberle  madurado  el 
jnicio,  ha  salido  mui  encantado  de  donde  el  presidente  de 
la  reptblica  que  le  ha  dicho  sus  piropos. . 

— jAh!  si  usted  me  confiesa  esta  noticia,  ya  no  puedo  du- 
dar  de  ella. 

—Mi  9abio  maertro  me  conoce  y  nunca  se  equivoca  en  lo 
que  dice;  puede  usted,  pues,  tener  plena  confianza  que,  aun 
cuapdo  viera  arder  el  mundo,  no  tomaria  parte  en  otra  re- 
voluclon. 

— jQu^  mas  revolucion  que  el  amor!  e8clam6  Luisa  ale- 
gremente:  aquellos  que  aman  se  bastan  a  sf  mismos. 

'  — El  amor  no  se  reconcentra  de  esa  manera,  sefiorita,  re- 
puso  el  solitario;  el  amor  no  es  el  egoismo  ni  lo  produce, 
sine  que  se  estiende  a  todos  y  necesita  obar  siempre  el  bien 
para  que  no  se  estinga:  este  es  el  linico  medio,  el  linico 
combustible  que  necesita  esa  sagrada  pira  para  que  su  fuego 
divino  arda  siempre  sin  convertirse  en  heladas  cenizas. 

— ^Tiene  usted  razon,  sefior,  conte8t6  Luisa;  mi  t^sis  {\x6 
mui  jeneral,  y  reconozco  la  justicia  de  sus  pbservaciones. 

— Ya  sabia  yo  que  era  un  arranque  moment^neo  e  im- 
premeditado,  porque  ni  piensas  ni  sientes  asi. 

— Puesto  de  que  estamos  conformes,  vamos  para  el  salou 
qoe  ya  se  acerca  la  hora  de  la  comida. 

Una  vez  en  el  salon,  hicieron  que  Enrique  narrase  la  en- 
trevi&ta  que  acabbaa  de  tener  con  el  jefe  del  estado,  y  todos 
alabarpn  la  bondad  o  la  poUtica  de  aquel  hombre  a  quien 


ie  pintaba  jen^ralmente  bajo  tan  negros  coloret,  f  caya  ti- 
rantez  emanaba  de  la  presion  en  qae  lo  habiaa  polocado  Im 
^magos  constantes  de  revolacion,  paes  sa  aatoridad  y  sn 
personav  estaba,  se  paede  d«cir  asi,  bajo  el  orfiter  de  un 
volcan, 

Uq  incidente  naevo  vino  a  anmehtar  la  alegria  de  aqua- 
Ua,  reunion  de  personas  felices,  y  fa^  la  aparicion  inesperada 
de  Torcuato,  que  asom6  tfmidamente  Bn  diforme  cabeza  por 
la  pnerta  de.  entrada.  El  s6litario,  que  fa4  el  primero^^ 
verlo,  corri6  h^cia  61,  lo  abra«6  tiernamenfce,  y  tomdndolo 
de  la  manOy  lo  llevd  donde  8e  enoontraban  todoa; 

Enrique  y  Luisa,  que  lo  conocian  y  que  lo  amabaii, 
hicieron  otro  tanto,  presentdndolos  a  los  padres '  y  al  ami- 
go  de  Enrique;  y  como  los  primeros  \o  conocian  de  aa*^ 
temano  por  lo  que  lea  habia  dicho  su  hijo,  'no  estrafiaron 
su  deformidad  y  lo  agasajaron  redbiSndolo  con  el  mayor 
carifiQ  para  veneer  su  timidez  salvaje,  pues  el  pobre  muoha- 
cho  temblaba  de  pi^  a  cabeza,  aun  cuando  se  veia  el  gusto 
ihmenso  que  esperimentaba,  particulArmente  al  mifar  al  ^ 
litario,  a  quien  veia  trasformado,  porque  babi^ndose  corC^- 
do  su  blanca  barba  y  su  plateada  cabellera,  como  ya  sabe- 
mos,  habia  desaparecido  ese  ai^pecto  venerable  de  profeta 
que  tenia  antes,  representando  ahora  un  hombre  muoho 
mas  j6ven  y  de  marcial  talante  a  causa  del  largo  y  espefo 
bigote,  que  era  lo  6aico  que  habia  dejado  sobre  su  roat{<>, 
atendiendo  sin  duda  al  cardcter  y  al  grade  militar  qtre 
tenia. 

En  la  larga  ausencia  del  *solitario  habia  esorito  ifete  mti* 
chas  veces  a  Torcuato  de  venir  a  Santiago,  pero  el  timido 
Inuchacho  jamas  se  habia  atrevido  a  separarse  del  cortijp-  a 
pesar  de  la  soledaden  que  vivia,  pues  solo  estaba  a<^ompa« 
fiado  de  sus  perros,  porque  ningun  ser  humane  aparecia  tn 
aquellos  lugares  misteriosds. donde  vivia  el  brnjo  en  compa* 
fiia  del  hijo  del  diabio,  como  llamaban  a  Torcuato;  ide  modo 
que  el  coronel  presumi6  que  algo  de  grave  debia  haberle 


K     ^' 


|90  &df  radniM  du  rMUo. 

BQcedido,  desde  que  se  habia  resaelto  a  hacer  an  viajd  al 
qoe  36  resiatia  desde  tan  to  tiempo,  no  sieudo  saficjente  el 
carifio  que  4e  profesaba,  para  determinarlo. 

Persaadido  de  esto  el  coronel,  dijo  a  Torcuato  qae  lo  si- 
gniera,  previniebdo'  que  comeria  ea  su  cuarto  con  su  anti- 
guo  compafiero,  pues  tenia  que  hablar  con  ^1  en  privado. 
Dos  motivos  obligaban  al  coronel  a  usar  de  esta  precaucion: 
el  primero,  porque  podia  ser  algun  secreto  que  conviniera 
.que  lo  ignoraBen  los  demas;  y  el  segundo,  porque  conocien- 
do  la  timidez  de  Torcuato,  sabia  de  antemano  que  cual- 
quiera  que  fuese  el  asuuto,  no  se  determinaria  a  revelarlo 
en  publico,  por  mui  de  confianza  que  fuesen  loa  indi^iduos 
delante  de  los  cuales  debia  decirlo,  7  esto  sin  contar  que 
alii  babia  cuatro  personas  a  quienes  amaba,  porque  habia 
adivinado  que  dos^ran  los  padres  de  Enrique  7  la  otra  su 
hermana,  actual  espoaa  de  su  protector,  del  anciano  que  le 
habia  salvado  la  vida^  del  que  lo  habia  recojido,  ensenado 
7  protejido  siempre.  Solo  Federico  le  era  estrafio,  pero  su- 
ponia  que  seria  algun  miembrg  o  algun  amigo  de  la  familia, 
y  esto  bastaba  tambien  para  quererlo* 

Al  salir  de  la  puerta  de  la  sala  para  dirijirse  a  su  cnarto 
recibieron  al  solitario  cuatro  grandes  perros  que  saltaron 
aobre  ^1  como  queri^ndole  devorar  con  9us  caricia8<,  porque 
a  peaar  de  lo  cambiado  que  estaba  lo  reconocieron  en  el 
acto.  Ahl  dijo  el  coronel  entre  si  mismo.  iD6nde  viene  a 
cobijarse  la  fidelidad!  Si  Ids  hombres  tuvieran  tan  frescos  sus 
recuerdos  de  gratitud  como  los  tienen  los  irracionaleS|  cu^n 
distinta  no  seria  nuestra  suertel  Otro  tanto  que  los  bravos 
maatines  hizo  Torcuato  cuando  se  encontrd  a  solas  con  ^l.*" 
{qu^  regocijo  tan  grande  no  brotaba  de  los  hermosos  ojos 
de  aquel  infeliz  muchatho  a  quien  menospreciaban  7  aun 
perseguian  por  su  fealdad  7  que  era  capaz  de  amar  tan  to! 

£1  coronel  lo  acarici6  de  nuevo,  lo  hizo  sentarse  a  su  lado 
y  llam6  a  los  perros  con  el  silbido  con  que  acostumbra  ha- 
C^rlo  en  el  cortijo*  Los  cuatro  alamos  entraron  atropelldndo* 


86  en  la  pieza  y  se  sentaron  sobre  saa  patas  traseraa  alrede- 
redor  del  anciano  y  del  machacho,  lami^ndolea  las  manos 
tanto  al  uno  como  al  otro. 

En  segnida  principi6  la  conversacion  entre  el  solitark)  y 
Torcuato,  conversacion  qne  nos  vemos  obligados  a  tradu- 
cir,  pnes  se  hacia  por  sefias: 

— jOudnto  gusto  me  has  dado,  q^uerido  hijo  mio!  ^Por  qn^ 
no  habias  venido  tantas  veces  como  te  he  llamado?  Yo  tenia 
ya  ganas  de  ir,  temiendo  que  te  sucediera  algo,  perb  tus 
cartas  me  quitaban  toda  inquietad  y  permanecia  aqui, 
donde  era  cjisi  indispensable  mi  presencia. 

— Asi  es,  sefior;  yo  lo  echaba  de  menos  como  an  perro  a 
sn  amo. 

— Di  mas  bien  como  nn  hijo  a  su  padre. 

— iComo  un  hijo  a  su  padre!  Esto  es  miicho,  esto  es  de- 
masiado  para  mi. 

'  — No,  hijo  mio;  no  es  ni  mucho  ni.demasiado,  porqne  te 
he  tenido  y  tengo  el  cariBo  de  tal;  por  otra  parte,  Toreusbto, 
asi  como  es  malo  creerse  superior  a  todos,  asi  tambien  \6  es 
pretender  salir  de  su  esfera:  si  td  eres  hijo  de  Dids,  que  es 
superior  a  lodo  y  a  todos,  ^por  qu^  no  habrias  deserlo  mio 
que  soi  una  pobre  criatura  de  nada? 

— Pero,  senor,  ni  usted  no  estuviera  en  el  mundo;  qu^  hu- 
biera  sido,  qu^  seria  de  mi! 

— El  padre  de  los  hombres  no  te  habria  faltado.  ^ 

—En  caso  que  hubiera  vivido,  porque  usted  fa^  quien 
me  abrig6  en  su  seno  y  quien  me  aliment6  ^  nie  alimenta 
hasta  ahora;  usted  que  me  ha  dado  algana  luz  cultiyando 
mi  espiritu;  y  sin  usted,  en  caso  de  vivir,  habria  sido  fle 
peor  condicion  que  las  bestias,  porque  me  habrian  perse- 
guido  en  lugar  de  criarme,  asi  como  me  han  perseguido 
ahora. 

— iQu6  es  lo  que  dices? 

—Que  han  estado.a  punto  de  cojerme  y  destroizarme* 

— ^C6mo  es  eso? 


( 


) 


\ 


^— Vol  a  referlrselo  a  asted,  sellor,  siendo  wte  el  motivo 
porqpe  he  venido  a  refojiarme  donde  mi  ^mo. 

— Di  donde  mi  padre,  Torcuato,  y  que  otra  vez  no  vael?. 
va  a  ^lir  de  tns  Ubios  semejante  palabra. 

—^J^si  es,  sefior;  donde  mi  padre.  Donde  mi  adorado  y 
respetado  padrel... 

Y  el  monstraoso  mnchacho  se  deshizo  en  Ugrimas  de 
gratitad  y  de  regocijo  por  ver  al  anciano,  a  quien  acariciaba 
a  BO  manera. 

— Prosigae,  hi  jo  mio,  dij  o  el  solitario. 

— En  sn  ausencia,  se&or,  por  distraccion  y  por  necesidad 
salia  algnnas  veces  a  cazar,  no  trasp{\sando  los  limites  del 
cerco;  pero  hace  pocos  dias  que  persiguiendo  una  bandada 
de  t6rtola3  traspas^  los  limites  y  me  intern^  en  la  vecina 
hacienda,  no  padiendo  evitar  que  me  vieran  alganos  in- 
qnilinos  que  se  lauzaron  en  mi  perseguimiento  asi  como  yo 
iba  en  perseguimiento  de  las  t6rtolas;  pero  me  3alv^  me- 
dian1;e  mi  yelocidad,  asi  como  las  tdrtolas  se  habian  salvado 
median  to  sti  yuelo.  > 

En  la  iioche  de  ese  mismo  dia  se  declar6  un  grande  in- 
cendio  en  el  campo  vecino  y  yo  me  dirijl  a  ^1  para  ver  si 
podia  servir  de  algo  sin  que  notasen  de  donde  venia  el  ser- 
yieio,  y  est^ba  trabajando  como  cor  tar  el  fuego,  cuaudo  me 
apercibieron  algunaa  mujeres  y  dieron  el  grito  de  alarma, 
diciendo:  ^'Aqni  estd  el  hijo  del  diablo  y  ^1  debe  ser  el  que 
ha  puestoel  fuego.''  Sin  mas  que  esto,  los  hombres  se  Ian- 
zan  sobre  ini  y  tuve  que  huir  lo  mismo  que  habia  huido 
antes.  SI  siguiente  dia  lo  pas^  sin  salir  de  las  oasas,  teme- 
rose  de  que  anduviera  alguoa  jente  por  los  ^Irededores; 
pero  en  la  noche  sent!  un  ruido  como  de  peraonas  que  ee 
acercaban  y  apaga6  la  luz;  mis  perros  ladraban  cou  faeraa, 
y  los  que  traian  los  hombres  tambien,  haci^ndo  todos  un  gran 
ruido  que  me  impedia  oir  lo  qtle  decian;  pero  conseguf  que 
mis  obedientesy  bravos  mastinesxss^UaseD,  y  entonces,  abrien- 
do  la  ventanilla  de  observacion  que  usted  conocei  distingui 


A  Q^ucbos  hombres  de  d  pi^  7  de  a  caballo  que  rodeando  el 
rancho  decian:  ^^Afaora  no  se  nos  escapar&  ni  el  brnjo  ni  sa 
bijo,  a  no  ser  que  se  sepal  ten  en  los  infierhos,  de  donde  ban 
venido^';  y  pusieron  faego  a  los  caatro  costados  de  la  casa , 
cuyo  techq^pajizo  principi6  a  arder  casi  instantdneamente. 
No  babia  remedio  ni  tenia  tiempo  que  perder;  era  precise 
bnir,  porqne  de  otra  manera  babria  perecido  con  mis  caa- 
tro animales,  que  parecian  comprender  el  peligro,  porqne  se 
agrnparon  a  mi  alrededor  mirando  las  llamas.  En  ese  me- 
mento tom^  mi  esoopeta,  no  con  intencion  de  berir,  sino  de 
asustar  para  abrirme  paso,  y  eilbando  a  mis  bravos  y  obe* 
dientes  alanos,  corrieron  tras  de  mi.  Yo  dispart  el  tiro  al 
aire,  pnes  la  escopeta  estaba  cargada,  y  sin  bacer  daSo,  con- 
segul  por  la  sorpresa  cuanto  deseaba,  es  decir,  me  dejaron 
el  paso  libre;  pero  en  el  memento  los  bombres  de  a  caballo 
corrieron  tras  de  mi  y  lanzaron  sns  perros  en  mi  persegui- 
mien  to.  Los  mios  sostnvieron  el  combate  y  ye  me  escabnlU 
por  el  bosqae;  cuando  Uegu^  a  ana  eminencia  donde  sabia 
que  no  podian  perseguirme,  me  det^ve  y  mir4  b&cia  las  ca* 
sas  que  usted  babia  constrnido  y  babitadopor  tan  to  tiempo 
y  donde  se  encerraban  tantos  tesoros  debidos  a  sn  ciencia. 
El  espectdcalo  era  triste  al  ver  que  las  llamas  consumian 
todo  cuanto  su  estudio  y  sa  esperiencia  babia  aglomerado 
allf.  Yo  no  pude  contener  mis  Ugrimas  al  considerarme 
causa  de  aquel  gran  desastre,  que  era  ya  imposible  evitar, 
porqne  el  fuego  se  babia  apoderado  del  edificio  entero  y  lo 
devoraba  todo.   Ya  nada  tenia,  nada  podia  bacer,  y  d(  un 
prolongado  silbido  a  mis  perros,  que  a  poco  rate  me  encon- 
traron:  fui  feliz  a  la  vista  de  ellos  y  los  acarici^,  tratando  a 
la  vez  de  estancar  la  sangre  de  sus  beridas  con  mi  camisa. 
Allf  esper^  hasta  que  viniese  el  dia,  reflexionando  sobre  lo 
que  debia  bacer,  y  pens^  que  el  mejor  partido  seria  venir  en 
su  busca,  y  asi  lo  be  becbo,  sefior:  ibabr6  ebrado  mal? 

— De  ningun  mode,  bijo  mio,  sine  que  por  el  oontrario 
be  tenido  una  verdadera  satisfaccion;  y  si  bien  sieata  la  p^r* 

fOXO  XV.  %i 


894  um  ummmoB  Dit  ndu&o. 

dida  de  mi  rancho  y  de  lo  que  61  contenia,  esto  me  ba  pro- 
carado  el  placer  de  verte,  agradeci^adoles  a  esos  pobres 
ignorantes  el  gasto  que  me  ban  proporcionado. 

— ;Qq6  Idstima  tan  grande,  qn^  p^rdida  tan  irreparable, 
Be&orl 

— No  te  aflijas,  Torcnato;  talvez  esto  sirvfr  para  naestro 
bien  y  qaiz&  sea  an  motive  para  no  separarnos  mas.  Aqni 
estards  lo  misma  que  en  ta  casa,  hijo  mio,  porqne  todos  te 
qnieren,  y  ser^  a  mas  el  compafiero  y  el  amigo  de  mi  espo- 
sa,  de  la  bermana  de  Enriqae,  a  qaien  t&  considerabas  all& 
en  «1  cortijo  casi  como  a  tn  propia  bermana,  Parece  que  la 
Providencia  reane  abora  en  un  mismo  Ingar  a  cnantos  antes 
estaban  separados  am^ndose,  y  tii  eres  nno  de  ellos. 

VIIL 

El  solitario  babia  comido  en  sn  cnarto  con  Torcnato,  pnes 
no  pndiendo  ^ste  sobreponerse  a  sn  invencible  timidez,  se 
yi6  eil  primero  obligado  a  complacerlo,  diciendo  entre  si 
mismo:  ^Ta  se  familiarizar^,  porqne  nada  bai  qne  domesti- 
que  como  el  carifio." 

A  pesar  del  gnsto  qne  babria  tenido  el  coronel  en  estar 
todos  rennidos,  no  se  babia  becbo  violencia  en  qnedarso  con 
sa  bijo  de  la  selva  y  con  sas  cnatro  perros  qne  le  recorda- 
ban  sn  qnerida  soledad,  donde  babia  pasado  dias  tan  tran- 
qnilos  y  donde  babia  recnperado  la  paz  del  alma,  perdida  en 
el  bnllicio  del  mnndo  qne  solo  le  babia  procnrado  desenga- 
fioB  y  amargnras.  Pero  el  coronel  don  Toribio  de  G-ozman 
era  nna  fignra  mni  interesante  en  aqnella  sociedad,  para  que 
se  privasen  de  sn  vista  por  mas  tiempo;  asi  es  qne  en  cnan- 
to  acabaron  de  comer  se  dirijieron  todos  a  sns  babitaciones, 
donde  lo  encontraron  en  mnda  pero  animada  conversacion 
con  Torcnato  y  rodeado  de  cnatro  bermosos  perros  qne  de- 
voraban  los  restos  de  los  eaqnisit^s  manjares  qne  les  babian 

servido  a  sns  amos, 

^ 


£3  pobre  muchaoho  qaiso  ocaltarse  a  la.  Uegada  de  los 
convidados;  pero  el  anciano  se  lo  impidi6,  manifestdadola 
por  seflas  qae  61  era  querido  de  todos,  y  LaUa  y  Mer- 
cedeSy  aei  como  los  demas,  le  hicieron  mil  halagos  para  pro* 
barle  que  era  mui  cierto  lo  que  le  daba  a  eotender  el  coro- 
nel;  pero  Enrique  que  sabia  el  looguaje  de  Torcoato/fud  el 
que  contribuy6  mas  a  serenarlo. 

Durante  la  comida  babia  Luisa  propuesto  un  paseo  por 
la  alameda,  pues  la  luna  estaba  lindisima  y  el  dia  sereno, 
propuesta  que  fa^  aceptada  por  todos  y  que  anunciaron 
tambien  al  coronel;  pero  viendo  que  no  podria  dejar  solo  a 
Torcuato  y  que  ^ste  jamas  se  decidiria  a  acompa&arlos,  resol* 
vi6  quedarse,  dici^ndoles  que  tenia  que  ocuparse  de  algunas 
cosas  con  el  recien  Uegado,  y  asi  era  en  efecto^  pues  teAia 
que  mandarle  eomprar  algana  ropa  para  que  se  presentase 
mas  decentemente;  y  para  que  se  persuadierali  de  que  eu 
realidad  tenia  que  hacer  con  ^1,  les  refirid  en  pocas  palabras 
lo  que  habia  sucedido  en  la  hacienda. 

— ^Pobre  Torcuato,  dijo  Enrique;  c6mo  debe  haber  sufri* 
do  y  qu6  Idstima  que  se  perdieran  tantas  curiosidades,  tan* 
tas  maravillas  como  usted  habia  conseguido  juntar  y  como 
habia  aglomerado  alU  bu  ciencia* 

— Una  de  las  cosas  que  mas  siento  es  la  p6rdida  de  mi 
libro  4^  memorias,  en  que  estaban  anodadas  tantas  virtudes, 
tantas  acciones  nobles  y  jenerosaSy  como  la  da  tu  padre  y 
mi  amigo  el  teniente  Lopez;  pero  el  recuerdo  queda  en  mi 
oorazon  y  este  no  ha  muerto. 

— {Mi  coronel!  esclam6  Domingo  Lopez  yendo  a  abrazar 
a  su  jefe;  ;yo  creo  que  soi  el  deudor  y  ustod  el  acreedor! 
Mi  acto  no  es  nada  en  comparacion  de  }o  que  usted  ha  he- 
cho  por  Enrique,  de  lo  que  usted  ha  hecho  por  Mercedes,  y 
de  lo  que  haciendo  por  ellos  ha  hecho  por  Marta  y  por  mil 

Y  el  viejo  soldado,  enternecido  y  mirando  a  cada  uno  y 
a  todos  los  circunstantes,  les  preguntaba:  ^no  es  verdad  1q 
que  digo?  {no  es  cierto  que  soi  yo  el  obli^do? 


5i6  urn  ntnuRoB  vml  niutibi 

— ^D^jense  de^  disparates,  sefiores,  esclam6  Luisa!  bien  ae 
m^rece  el  uno  al  otro. 

' — Asi  es,  contests  Federico,  qne  tenia  oonocimiento  de  la 
historia  de  ambos  personajes  por  lo  qae  le  habia  Comanica- 
dosuamigo.  * 

—  Yo  decidirS,  que  soi,  puede  decirse,  el  mas  imparcial 
de  los  que  estamos  aqui:  quien  tiene  toda  la  ventaja  es  mi 
maestro;  y  la  tiene  por  sns  virtudes  y  por  su  intelijencia, 
por  sns  pensamientos  y  por  sus  obras,  por  lo  que  ha  hecho 
y  por  lo  que  es  capaz  de  hacer,  pues  su  radio  de  accion,  ya 
sea  por  el  esplritu  o  por  su  posicion  social,  es  mucho  mas 
vasto  que  el  de  mi  padre,  no  existiendo  parangon  posible 
entre  el  uno  y  el  otro. 

El  sarjento  Lopes,  acerc^ndose  a  su  hijo,  le  dijo: 

— ^Has  herido  la  dificultad:  has  hablado  como  debias  de 
hablar;  has  dado  la  justicia  a  quien  le  pertenece;  ha?  sido 
de  la  misma  opinion  de  tn  padre,  y  me  congratulo  de  ello, 
porque  muchas  ocasiones  me  has  llevado  la  palma,  teniendo 
que  sujetarme  a  tus  ideas,  mientras  que  ahora  sigues  las 
mias. 

-^Mi  hermano  tiene  razon,  muoha  razon,  esclam6  Merce* 
des,  dando  afectuosamente  la  mano  al  anciano  con  ese  entu- 
siasmo  propio  de  la  virtud. 

— ^^Calla,  hija  mia,  replic6  ^ste;  a  ti  tambien  te  acuso  de 
parciaiidad;  pero  en  otro  dia  yo  har^  mis  objeciones,  porque 
no  crean  ustedes  que  me  doi  por  vencido;  intertanto  no 
pierdan  el  tiempo  y  vayan  luego  a  su  paseo,  pues  ya  so  hace 
tarde,  eon  cerca  de  las  ocho. 

— ^Yo  me  quedo  acompafi^ndolo, 

— Imposible,  tengo  que  hablar  con  Torcuato  de  cosas  re* 
servadas;  y  si  para  obligarte  es  preciso  que  emplee  mi  auto« 
ridad,  te  lo  ordeno, 

— ^Vamos,  Mercedes,  rolveremos  pronto,  dijo  Luisa;  no 
se  puede  perder  esta  luna  hermosisima. 

Y  dando  la  mano  al  solitario,  tom6  del  brazo  a  an  amiga. 


El  coronel  Guzman  mir6  con  yerdadera  compkcencia  a 
aqnellos  dos  dnjeles  y  los  dej6  partir. 

Cuando  se  qnedd  solo  con  Torcuato,  llaui6  a  un  siryiente, 
ordentodole  que  faese  en  el  acto  a  un  altnacen  de  ropa  1^^- 
cha  y  comprase  toda  la  necesaria  para  vestir  al  pobre  mudo. 

Nuestros  paseantes  llegaron  en  breve  a  la  aUmeda.  En- 
rique daba  el  brazo  a  Luisa  y  Federico  a  Mercedes;  Domiii- 
go  y  Marta  iban  a  retaguardia  como  dos  viejos  que  marchau 
al  cuidado  de  la  familia. 

Federico,  como  estranjero  y  que  aun  no  Labia  visitado  la 
ciudad,  miraba  en  todas  direcciones,  y  Mercedes  le  esplica- 
ba  lo  poco  que  sabia.  Santiago,  en  aquella  ^poca,  no  erysi  la 
hermosa  ciudad  de  hoi  dia,  y  sus  casas  bajas  no  tenian  nada 
de  monumental  como  los  palacios  que  se  ostentan  ahora  en 
todas  nuestras  calles. 

Pero  la  alameda  siempre  ha  tenido  y  tendrd  su  m^rito 
por  si  misma;  y  sin  ayuda  casi  del  arte  serd  uno  de  los  pri- 
meros  paseos  del  mundo,  porque  estd  adornada  por  la  na- 
turaleza,  pues  no'  hai  nada  de  comparable  a  la  vista  qiie 
presentan  hdoia  el  oriente  las  Jigantescas  cordilleras  de  los 
Andes  con  sus  nieves  eternas. 

Este  delicioso  l^gar  tiene  mucho  de  podjtico,  mucho  de 
grandioso,  y  parece  que  el  espiritu  se  eleva  y  el  corazon  se 
ensancha  en  aquellas  largajs  y  espaciosas  calles  d^  d>rboles 
que  no  impiden  la  hermosa  vista  de  i^uestro  azulado  y  tras- 
parente  cielo,  y  que,  purificando  el  aire^  nps  hacen  g;ozar  de 
un  ambiente  puro  que  respiraimos  con  delicia,  teniendo  ade- 
mas  la  perspectiva  de  los  cercanos  Andes,  cuy^a  base  parece 
estar  al  tSrmino  de  la  larga  avenida,  hasta  el  puntb  que  mj- 
rada  de'alguna  distancia  la  elegante  torre  del  convento  de 
los  franciscanos,  se  figura  uno  que  estuviera  oolocada  sobre 
la  misma  falda  de  los  jigantes  de  grii^iito,  que  sin  embargo 
distan  algunaa  leguas  del  paseo  favorito  de  la  cfipital  fi'quien 
ellos,  sin  saberlo,  sirven  de  principal  adorno. 

Hemps  dicho  que  este  silio  encantador  eleva  el  9$^piritu 


I 

118  t4Mi  iioiafM  vm  mmj^, 

y  ensancha  el  corazoD;  y  en  efecto,  alii  el  hombre  de  ideas 
puede  entregarse  mas  fdcilmente  que  en  ningona  otra  parte 
a  las  reflexiones  propias  a  sns  lendeticias;  alii  la  grandeza  de 
Bios  se  revela  al  hombre  relijioso  por  la  grandeza  de  sns 
obras  que  por  todos  lados  paede  contemplar  y  admirar,  con- 
vid^ndolo  a  una  meditacion  profanda  y  sublime;  alii  el  ena- 
tnorado,  pensando  en  la  mujer  que  adora,  la  idealiza,  y  si  la 
tiene  a  la  vista,  parece  que  sus  atractivos  se  aumentan,  que 
sn  andar  es  mas  gracioso,  su  mirada  mas  tierna,  su  voz  mas 
dulce,  su  palabra  mas  persuasiva  y  mas  simpdtica;  y  hasta 
el  vicio  encuentra  alii  p^bulo  para  el  vicio. 

Parece  que  en  este  sitio  se  respirara  una  atm6sfera  dis- 
tinta  a  otros  Ingares:  quiz^  est&  lleno  de  esos  miasmas  de  la 
pasion,  que  sin  verlos  y  sin  sentirlos,  provocan  la  pasion: 
porque  uno  cree  que  alii  piensa  mas,  reflexiona  mas,  am% 
mas.  Alii  es  donde  se  evpcan  todo3  los  recuerdos  dulces  y 
amargos  de  la  vida,  donde  se  elaboran  todos  los  planei, 
donde  se  dilucidan  todas  las  ideas,  ya  sea  en  la  conversa- 
cion  con  el  amigo,  ya  en  la  reconcentracion  silenciosa  del 
aislamiento.  Alli  van  las  politicas  de  todos  los  partidos  a 
formar  sus  combinaciones.  Alli  van  los  capitalistas  a  bacer 
sus  c6lculo9.  Alli  van  los  pobres  a  divertir,  ya  que  no  pue. 
den  sacudir  su  miseria.  Alli  van  las  damas  a  lucir  sus  trajes 
y  los  galanes  su  apostura  gallarda.  Alli  van  todos,  en  tma 
palabra,  y  alli  iba  tambien  Enrique  y  Luisa  con  su  amor 
casto  y  virjinal,  pero  abrazador  y  vehemente. 

— iQu^  dicha  es  amar  y  ser  amado,  Luisa!  jHabr^  algo 
de  mas  grande  en  el  mundo?  dijo  Enrique  despues  de  haber 
andado  en  silencio  como  una  cuadra. 

— Yo  pensaba  en  lo  mismo,  Enrique,  y  estaba  tan  abis- 
.  mada  en  mi  felicidad,  que  no  queria  ti21*barme  a  mi  misma 
con  la  palabra. 

•^Dime,  Luisa,  ^desde  cu^ndo  principiastes  a  amarme! 

— Me  parece  que  desde  el  memento  en  que  te  vi. 

— ^Y  yo  estoi  seguro  de  haber  principiado  en  ese  mismo 


Ml  smuRos  DiL  wxnauk  699 

instante.  ^Te  acnerdas  del  diez  y  nuere  d6  eetiembre  de 
1850? 

— Esa  fecha  no  se  me  olvidard  nunca. 

— Talvez  por  el  acciiiente  del  coche;  pero  para  mf,  ann 
oaando  no  hubiera  sacedido  este  acontecimiento  feliz,  ja  no 
se  habria  separado  de  mi  memoria. 

— ^Por  que? 

— Porque  mi  amor  es  mas  antiguo,  pues  databa  de  unos 
minutos  antes. 

— Desde  que  nos  vimos  cuando  estaba  yo  en  coche  y  t\i 
te  colocaste  enfrente« 

— Justamente. 

— Paes  bien,  Enriqne;  mi  amor  data  de  la  misma  fecha, 
porque  desde  ese  momento  no  me  faistes  indiferente, 

—Pero  para  ml  aquella  sensacion  fa^  mucho  mas  profan^ 
da,  porque  cuando  partiste,  sentf  ni  mas  ni  menos  como  si 
me  arrancaran  el  corazon;  y  aun  cuando  no  te  hubiera  visto 
despues,  ya  me  habria  sido  imposible  olvidarte. 

— Esto  sin  duda  depende  de  las  diferencias  del  sezo;  pues 
dicen  que  por  lo  regular  el  hombre  es.  mas  ardiente  y  la 
mujer  mas  constante;  pero  puedo  afirmar,  sin  temor  de  equi- 
vocarme,  que  cuando  nos  separamos  despues  del  accidente 
del  coche,  ya  te  amaba,  y  que  al  deshacerme  del  anillo  de 
mi  tia,  no  fu^  tan  solo  un  sentimiento  de  gratitud  el  que 
me  gui6  a  hacerte  este  obsequio,  sino  un  afecto  mg^s  tierno 
y  talvez  mas  interesado,  porque,  sin  darme  cuenta,  pens^ 
talvez  que  por  este  medio  me  recordarias. 

— Para  recordarte,  no  habia  ya  necesidad  del  anillo.  jPero 

« 

qud  noche  tan  deliciosa  y  tan  terrible,  tan  llena  de  esperan- 
za  y  tan  llena  de  lucha!  Cudntas  veces  bes^  esta  joya  en  aque- 
llos  momentos  y  cudntas  otras  no  la  he  besado  despues!  Este 
anillo,  tu  retrato  y  tu  flor,  han  sido  mis  talismanes,  ellos  me 
han  guiado  por  el  buen  camino,  ellos  me  han  dado  dnimo, 
me  han  confortado  en  mis  desfallecimientos,  me  han  pres- 
tado  entereza  para  la  lucha,  ban  reaaim«do  mi  ser  mejo- 


600  Ml  tttnunoB  ml  monA. 

rindolo,  7  el  entosiasmo  per  la  ciencia,  el  entasiasmo  por  la 
virtud  tambien  se  lo  debo  a  ellos! 

— Hal  muchas  cosas  a  mas  de  esto  que  ban  contribuido  a 
fortalecer,  a  aumentar,  a  idealizar  naestro  amor;  pues  yo 
tambien  creo  haber  ganado  macho  desde  que  te  amo;  pero 
es  preciso  no  ser  injusto  y  darle  a  cada  uno  lo  que  le  corres- 
ponde.  Ahora  bien,  jcrees  tii  que  sin  nnestro  maestro,  sin 
SQS  consejos  y  sin  su  enseflanza  nos  amariamos  asi? 

— Nos  amariamos  siempre, 

— ^Te  lo  concedo;  pero  no  habriamoa  Uegado  al  grado  que 
hemes  llegado.  Nuestro  afecto  seria  menos  puro  y  nuestras 
aspiraciones  menos  nobles  y  menos  granded;  nos  habriamos 
confandido  con  esa  inultitud  que  dice  y  que  cree  amarse, 
mientras  que  ahora  hemos  dado  un  paso  mas  all&:  hemes 
inmortalizado  nuestro  afecto,  pues  no  esti  ya  sujeto  a  vicia- 
cion  alguna,  sino  que  vivii^A  mientras  que  nosotros  vivamos, 
libre  de  todo  contratiempo,  escento  de  todo  vaiven,  y  mar- 
cando  siempre  la  misma  temperatura  en  el  bar6metro  del 
alma,  a  pesar  de  las  alteraciones  del  cuerpo. 

-^Es  cierto,  Luisa,  es  cierto,  mucho  le  debemos  a  nuestro 
maestro,  y  yo  principalmente  s,e  lo  debo  todo. 

— jOon  que  ya  no  me  debes  nada  a  mi!  No  te  eches  en  la 
exajeracion;  tambien  nos  debemos  algo  a  nosotros  mismos 
y  el  todo  a  Dies  que  nos  ha  fbrmado  y  que  sin  duda  nos  ha 
guiado  el  uno  h^cia  el  otro,  porque  me  parece  ver  mucho 
de  providencial  en  nuestra  union. 

— Asi  debe  ser,  Luisa;  y  jqui6res  que  te  jdiga  una  cosa?  yo 
he  notado  palpablemente  que  mi  amor  hdcia  Dies  ha  ^creoi- 
do  en  proporcion  de  lo  que  se  ha  aumentado  mi  amor  h&- 
cia  tf . 

'  — Cuando  el  carifio  tiene  por  base  la  virtud,  no  puede 
menos  que  suceder  lo  que  dices,  pues  en  mi  acontece  lo 
mismo. 

— Y  el  amor  llevado  a  este  grado  jno  es  verdad  que  nun- 
pa  puede  delinquir? 


— ^Verd$d,  porque  si  delinquiera  se  estingairia;  y  a  tel 
punto  estoi  persaadida  de  ello,  qne  si  me  pospusieras  a  mi 
delicadeza,  a  mi  honor,  a  mi  virtnd,  dejaria  de  amarte  px)r- 
que  dejarias  de  ser  digno. 

— Asi  lo  siento  yo  tambien  y  el  iDJemplo  lo  tengo  a  la 
vista,  lo  tengo  en  mi  propia  hermana,  paes  ella  desde  el 
momento  qne  se  di6  caenta  de  la  maldad  de  Gnillermo,  dej6 
instantdineamente  de  qnererlo. 

— No  hables  de  ese  hombre,  Enrique,  sobre  todo  en  estos 
momentos;  pero  era  lo  qne  debia  suceder  en  el  cardcter  de 
Mercedes,  lo  que  suc^eria  en  el  mio  y  tambien  lo  que  te 
Bucederia  a  tf,  no  digo  hablando  de  un  crimen  sin  nombte, 
sino  de  una  exijencia  baja  o  contraria  al  pudor. 

— ^Tienes  razon,  Luisa;  el  amor  no  puede  darse  sino  en  la 
virtud,  y  deja  de  serlo  desde  el  momento  que  se  falta  a  ella: 
aquel  que  exije  una  cosa  impropia  y  que  puede  perjudicar 
a  su  querida,  ya  no  ama,  sino  que  aborrece  o  despreoia, 
porque  ofender  a  quien  se  quiere  es  un  contrasentidb,  a  no 
ser  que  sea  un  amor  mas  bajo  que  el  de  las  bestias,  porque 
aun  estas  no  se  da£tan,entre  si;  y  ojal&,  en  cualquier  condi- 
cion  que  sea  y  en  cualquier  grado  de  pasion  que  se  sienta, 
tuvieran  las  nifias  siempre  presente  esta  leccion  para  preca^ 
verse  del  en'gano  y  no  tener  despues  que  Uorar  Idgrimas  de 
sangre. 

— Veo  que  te  has  vuelto  moralista,  Enrique,  hasta  el 
punto  de  salirte  fuera  de  la  cuestion.  Volvamos,  pties,  sobre 
nosotros  mismos  y  dime:  {no  te  sientes  aqui  en  este  sitio 
como  mas  inspirado?  La  luna  ^no  tiene  para  ti  su  lenguaje! 
^no  te  habla?  ^no  te  inspira? 

— ^Ah,  Luisa!  jCudtitas  veces  he  pasado  horas  de  horas 
contempMndola  y  peni^atido  que  t^i  en  ese  mismo  momento 
la  mirabas! 

— Pues  bien,  querido  esposo  mio;  esa  luz  que  nos  alum- 
bra  trae  para  mi  no  solo  envuelto  tu  recuerdo,  sino  muehds 
otros  recuerdos,  pero  todos  ellos,  sin  con^fundirlos^  y  dienvlo 


602  Ml  (UKttJRos  ma  nnoLO. 

distintos  los  unoa  de  los  otros,  vienen  a  refondirse  en  ti. 

— No  te  comprendo,  Luisa, 

— Ahora,  como  otras  veces,  pienso  en  mi  madre  y  me  pa- 
rece  que  cstA  alll  (y  Luisa  senal6  el  cielo)  bendici6ndonoa 
(Te  acuerdaa  de  sns  Ultimas  paUbras,  las  qne  te  repiti6 
naeetro  maestro  y  segnndo  padre  aquella  noche  fatal  y  di- 
chojsa  en  qtie  th  ibas  a  saicidarte  y  en  que  ^1  nos  uni6  para 
siempre  d^ndonos  sq  bendicion?  jTe  acnerdas!         ^ 

— Como  si  faera  ahora,  mi  adorada  Luisa.  ^ 

— Pues  bien,  en  este  momente  siento  que  ella,  mi  madre, 
me  las  repite  suavemente  al  oido.  {Serd  esta  una  ilusion, 
Enrique? 

— Indudablemente. 

— jPero  por  qu^  cada  vez  que  la  invoco  y  pienso  en  ti 
me  sucede  este  mismo  fen6meno?  jPor  qu6  se  me  represen  • 
ta  ella  bendici^ndome  y  oigo  distintamente  sus  mismas  pa- 
labras  y  su  mismo  acento? 

— illusion  del  cariQOy  Luisa,  ilusion  que  me  hace  mui  di- 
choso,  porque  es  una  prueba  mas  de  tu  amor. 

— Lo  Ultimo  que  dices  es  indadable;  pero  yo  nada 
afirmo  ni  nada  niego;  sin  embargo,  estoi  por  creer  que  en 
esto  bai  algo  de  real,  algo  de  positivo. 

-Mucho  de  real,  mucho  de  positivo,  hai  lo  mas  real  y 
positivo:  nuestro  amor. 

En  esos  momentos  se  paseaban  solos  Enrique  y  Luisa^ 
pues  los  otros  se  habian  sentado,  porque  ya  habian  dado 
dos  vneltas  a  la  alameda,  habiendo  quedado  convenidos  en 
reunirse  en  el  6valo,  que  era  el  Ingar  que  habian  escojido 
para  descansat. 

Enrique  y  Luisa,  embebidos  en  sn  conversacion,  no  sen- 
tian  ffttiga  alguna  y  se  encontraban  en  su  quinto  paseo,  mui 
cerca  de  las  monjas  del  Gdrmen  Alto,  frente  a  f rente  del 
antiguo  cuartel  de  artilleria,  cuando  se  lea  encar6  un  hom- 
bre  que  hacia  rato  que  los  seguia  a  la  distancia  y  que  ellos 
no  habian  aperdbido. 


Este  hombre  era  alto,  graeso  7  de  facciones.  abaltadas. 
So  traje  consistia  en  tina  rica  manta  y  an  fiao  sombrero  de 
paja  de  anchos  bordes,  que  haciendo  sombra  sobre  sa  oara, 
la  ocaltaban  en  parte.  Iba  este  hombre  famando  nn  graeso 
cigarro  par6,  y  segun  las  apariencias,  podia  tomdrsele  por 
an  hacendado  o  por  an  abastero  en  sa  traje  de  parada  o  de 
fiesta. 

Al  crnzar  el  camino  de  los  dos  amantes  o  ponerse  en« 
frente  de  ellos,  el  persona je  de  la  rica  manta  les  dijo,  echan- 
do  a  la  vez  ana  gran/  bo<ianada  de  hamo  qae  f a^  de  lleno 
a  la  cara  de  Lnisa,  haci^ndola  retroceder: 

— Alto  ahf. 

— iQu^  se  ofrece?  pregant6  Enriqne  sin  inmatarse^  con 
esa  serenidad  qae  proviene  de  la  conciencia  de  sa  faerza. 

— Lo  qae  se  ofrece,  contest6  con  vx)z  ronca  el  hombre  de 
manta,  es  qae  me  entregar&s  esta  majer  en  el  acto. 

Lnisa  se  estremeci6. . .  habia  reconocido  la  voz  de  sa  ma- 
rido,  y  apretando  fnerte  y  convalsivamente  el  brazo  de  En« 
riqae,  le  dijo: 

— Hayamos. 

Gaillermo,  paes  era  ^1  mismo,  oy6  esta  palabra,  y  res- 
pondiendo  a  ella,  dijo: 

— ^Ahora  no  te  me  escapar&s:  ya  no  soi  el  sonso  de  an- 
tes. 

T  el  marido  de  Lnisa  hizo  rechinar  los  dientes. 

Enriqae  no  comprendia  aqnella  escena,  porqae  no  habia 
reconocido  a  Gaillermo:  tal  era  lo  desfigarado  qae  estaba; 
pero  se  mantenia  sereno  e  impasible,  annqne  dispaesto  a 
todo. 

Laisa  volvi6  a  decir  a  Enriqae  en  voz  baja: 

— Hayamos. 

— ^Ya  no  es  tiempo,  conte3t6  Gaillermo. 

— ^T  qa^  es  lo  qae  asted  qaiere?  Usted  debe  haberse 
eqaivocado,  atnigo  mio. 

—To  no  me  eqdi voco. .  *  la  he  reconocido  hace  rato. . . 


Esta  mujer  es  Laisa  Valdea,  mi  esposa,  y  abora  miamo  se 
vendrft  conmigo  por  bien  o  por  mal 

Y  diciendo  esto  sao6  de  debajo  de  la  maota  an  enorme 
cuchillo,  cuya  acerada  hoja  brill6  a  los  rayos  de  la  Inna. 

Pero  apenas  babia  desenvainado  la  daga,  y  antes  que  ta- 
viera  tiempo  de  usar  de  ella,  Enriqae  lo  biabia  desarmado 
d^ndole  un  faerte  puntapi^  en  el  brazo,  que  hizo  sal  tar  el 
arma  a  muchas  varaa  de  distancia,  como  si  hubiera  sido 
arrojada  voluntariamente. 

Guillerino  se  qued6  estupefapta  Aqael  brasco  ataqae  lo 
babia  privado  del  cuchillo  en  que  se  apoyaba  su  valor,  ea 
el  que  consistia  su  arrojo,  y  no  se  atrevi6  a  ir  maa  adelan- 
te,  sine  que  dijo  ^nicamente: 

*-*^£8(»  es  mi  mujer  por  la  iglesia.  Estpi  lejitimamente 
casado  con  ella  y  pedir^  ausilio  para  que  ahora  mismo  me 
la  entregue  su  amante;  y  una  vez  en  mi  poder,  yo  sabr^ 
castigaria  mas  tarde. 

Y  Guillermo  grit6  al  sereao* 

— ^Calla,  infame,  dijo  entonces  Enrique  con  voz  imper- 
ceptible y  abalanzdndose  h^oia  el  marido  de  Luisa^  .porque 
de  otro  modo  revelat^  lo  que  a  todo  el  mQndo  he  ocultado 
hasta  hoi. 

— jEnrique!  Enrique!..*  esclam6  Guillernao  echando  a 
correr  despavorido  por  la  alameda  abajo. 

— Estamos  libres  de  este  miserable,  ifBptiso  Enrique  tran- 
quilameftte,  volviendo  a  dar  el  brazo  a  Loisa;  ya  no  te  in- 
eomodar&  mas. 

— ^Pero  qu^  palabras  cabalisticas  has  pronunoiado  a  su 
oido  que  lo  has  hecho  huir  tan  precipitadamente? 

— No  me  preguntes  esto. 

— gTienes  secretos  para  mi? 

— Los  de  la  compadon* 

— ^Compadeces  a  Guillermo? 

— Si;  ya  ves  el  estado  en  que  se  eucpentra:  ese  hombre 
estoba  ^brio.  y  debe  pasar  toda  su  vida  ^brio^  pqes  estd 


ZMmetMoB  vm  tniUL 


eoa 


cotDpleiaraente  desfignrado.    Jamas  lo  habria  ree(Hiocido 
sino  86  nombra  dl  mismo. 
^-^Tienes  rasoB;  ;pero  cain  grandei  eres^  amigo  mio! 

Y  Lnisa  inir6  a  Earlqae  con  esa  dolicia,  coa  eaa  adora* 
cion,  casi  oo&  ese  respeto  con  que  se  mira  a  Dios. 

En  efecto,  la  serenidaid  de  aqael  }67en  mostraba  sa  va* 
lor  iDd6mito;  sa  oonfianza  en  el  peligro  mostraba  sa  sape* 
rioridad  y  sa  faerza;  j  la  compasioa  por  sa  eaemigo  mdSo 
traba  su  grandeza,  esa  grandeza  del  corazon  qae  es  superior 
a  todas. 

,  Al  tiempo  de  Uegar  al  6valo  donde  estaban  Domingo  y 
Marta^  Federico  y  Mercedes,  Enrique  dijo  a  Lui&a: 

— No  hablemos  nada  de  este  inc^dente)  porque  puede 
suscitar  temores,  y  esas  alftrmas  son  siempre  perjudioiales; 
solo  lo  consultaremos  con  nuestro  maestro,  y  41  aos  dird 
c6mo  debemos  obrar. 

Luisa  hizo  un  mbvimiento  de  cabeza  afirmativo,  y  toaoa 
volvieron  a  la  callade  la  Oatedral  mqi  satisfechos  de  su  paseo 
y  mui  eonientos  de  abrazar  al  viejo  coronel,  que  tenia  ya 
completamente  trasformado  a  Torcuato  con  su  vestido 
limpio  y  d^cente  que,  aunque  lo  embarazaba  un  tanto,  dis^ 
minuia  en  parte  su  deformidad,  haci^ndolo  aparecer  meaos 
feo. 

IX. 

Volvamos  aliora  con  nueatros  lectores  a  la  alameda. 

Guillermo,  comb  si  lo  persiguieran,  corri6  algunas  euar 
dras  sin  detenerae,  hasta  que,  rendido  de  fatiga,  se  par6| 
ech&ndose  sobre  un  sofd;  estaba  medio  sofocado. 

Fasado  un  largo  rato,  que  le  fu^  necesario  para  tomar 
aliento,  mir6  por  todas  partes  sin  distinguir  a  nadie,  y  se 
dijo  a  si  mismo: 

— No  me  persigaen;  me  he  escapade. 

Y  luego  se  puso  a  reflexionar. 

-~Yo  conooi  a  Luisa  desde  un  princaptQ. . .  Hace  mas  de 


60C  Mi    MliSfcOB  Mb  fWfeM^ 

una  hora  qne  la  espiaba;  ^pero  c6mo  no  reeonoci  a  Enriqaet 
{Estaba  tan  cambiado!  Bs  ahora  todo  an  caballero,  y  de  lo 
que  hai  de  mas  elegante!. .  •  iG6mo  no9  tr asformamosl  ^Y 
yoi  iQxx6  soi  yo?  Un  pobre  diablo  que  corre  de  taberna  en 
taberna  y  duerme  mnchas  noches  sobre  el  daro  snelo,  sin 
otro  abrigo  que  el  del  alcohol!  (Estrafia  variacion  de  la 
Buerte!  Ah!  no^  no;  no  es  la  snerte,  sino  on  castigo  de  Diosl 
{Pero  qn^  me  importa  Dios?  jCreo  yo  acaso  en  ^1?  Soi  nn 
necio  en  tener  remordimientos. . .  Vamos  a  beber:  hS  aqai 
la  felicidad,  h^  aqni  el  sapremo  goce  del  hombre. .  •  vamos; 
pero  ij  si  encuentro  a  Enrique?  Qaed^monoa .  •  mas  vale 
esto..  •  hasta  que  sea  mas  tarde  y  se  haya  ido  con  sa  aman- 
te...  {Con  mi  mujer!  {T  ^1  es  duefio  de  mi  mojer!  (De  mi 
mnjer,  a  quien  estoi  lejftimamente  nnido  y  a  la  que  jamas  he 
tocado  nno  de  sus  cabellos!  jMientras  que  ^1! . . .  £1  la  posee 
sin  dnda!. .  •  ;Poseer  a  Luisa!  Qu^  dicha!  qu6  gloria!  jY  para 
mi  qn6  infierno!..  •  Vamos  a  beber...  Pero espera...  refle- 
kionemos  otro  memento;  [yo  que  ya  nuuca  reflexiono!  i06* 
mo  es  que  el  pobre  carpintero,  hijo  de  nn  no  menos  pobre 
sarjento,  ha  llegado  a  subir  tan  arriba...  ha  alcanzado  has- 
ta donde  Luisa^  la  mas  her  mesa,  la  mas  aristocrdtica,  la 
mas  rica,  la  mas  intelijente,  la  mas  altiva,  la  mas  soberbia 
seSorita  de  Santiago?  jCdmo?  jAh!  Ya  recuerdo... 

Hubo  un  dia,  era  mui  al  principjo...  aun  yo  no  habia  vi- 
sitado  a  Mercedes,  que  Tomas,  mi  antiguo  criado,  me  dijo 
que  Luisa  queria  a  Bnrique,  que  los  habia  visto  mirarse  el 
nno  al  otro^  y  que  en  esa  mirada...  sf,  sf,  eso  es... 

La  memoria  me  vuelve:  tambien  oi  a  Luisa  defender  a 
ese  artesano  en  el  salon  de  mi  madre...  jlnfierno!  jDesde  en- 
tonces  se  aman  sin  duda!  {Pero  por  qu^  consintid  en  casarse 
oonmigo?  Pues  es  indudable  que  yo  estoi  casado  con  Luisa: 
esto  lo  recuerdo  mui  bien...  jTanto  mejor,  jvoto  a  Dios!  por* 
qjue  asi  no  se  podrdn  casar  ellos!...  Yo  estoi  j6ven,  j6ven  para 
vivir  cincuenta  a&os...  {Pero  qud  importa  que  se  casen  o  no, 
cnando  se  aman  y  quizi  viven  juntos!  ^No  estaban  ahora 


• 
mismo  los  dos  solos  pasedndose?  [Qa^  desesperacion!...  T 

ser  ^1,  1^1!  el  mismo  que  me  ha  infamado,  que  me  ha  pnesto 

una  marca  imperecedera  sobre  la  espalda,  qnien  me  arreba- 

ta  a  mi  esposa,  qaien  se  qaeda  con  ella  en  mi  miaiha  pre- 

sencia,  quien  me  echa  a  puntapi^s,  y  de  quien  hnyo,  hnyo 

mas  que  del  demooio!,..  Por  que  yo  le  tengo  miedo  a  ese 

hombre:  esto  es  indudable." 

Y  el  bandido  aristocrdtico  volvi6  a  mirar  con  temor  por 
todas  partes,  hasta  que  convencldo  que  estaba  completamen- 
te  solo,  volvi6  a  tomar  el  hilo  de  su  espantoso  mon61ogo.  ^ 

"jPero  qui^n  tiene  la  culpa  de  todo  esto?  Qui^n  es  la 
caqsa  inmediata  de  tanta  desgracia?  Qui^n  me  ha  precipita- 
do  en  este  infierno?  Qui^n  me  atormenta  con  mas  crueldad? 
Esa  Mercedes,  esa  mujer  a  quien  yo  amaba  y  cuyos  hechi- 
zos  me  han  perdido  para  siempre!  Si  yo  no  la  hubiera  cono- 
cido,  seria  ahora  feliz...  mui  feliz,.«  tan  feliz  como  lo  era 
antesl.v.  ^T  qu^  serd  de  ella?  Ella  estard  tranquila,  contenta, 
risuena,  imientras  que  yo!  No  quisiera  pensar  mas;  pero 
ahora  se  me  viene  a  ,1a  memoria  la  maldita  vieja  de  la  tia 
Anastasia,  sin  cuya  intervencion  no  habria  sucedido  nada... 
iQu^  infernal  mujer!  Pero  ella  recibi6  su  merecido...  yadebe 
estar  en  la  gloria  de  Satan&s...  En  fin,  descansa... 

"Otra  yez  viene  persigui6ndome  el  recuerdo  de  Merce- 
des... Todo  se  eslabona:  tras  el  uno  viene  el  otro;  y  tras  el 
crimen  de  la  vieja  bruja  se  me  representa  la  victima.  jCosa 
estrafia!  La  desgracia  de  Mercedes,  como  su  felicidad,  me 
atormentan:  ambas  cosas  me  hacen  sufrir...  La  primera,  por- 
que  pes6  sobre  mi  la  venganza,  esa  venganza  que  me  hizo 
perder  el  juicio  y  que  me  ha  hecho  perderlo  todo,  hasta 
perderme  yo  mismo,..;  y  la  segunda,  porque  ver  feliz  a  Mer- 
cedes, verla  rodeada  de  consideraciones,  querida  y  estimada 
de  todos,  y  para  colmo  unida  al  asesino  de  mi  padre,  me 
exaspera  hasta  el  frenesf...  Pero  yo  la  he  de  encontrar  algnn 
dia  y  entonces  la  har^  pagar  los  males  que  me  hacausado... 
Y  poco  a  poco  ir^  a  mi  vez  vengdndome  de  cada  uno...  ^Y 


^OS  sot  noBitet  DA  nmuo. 

tendrtf  dnimo  pan^  acercarme  a  Eariqae,  al  sarjento  Lopez 
y  al  coronel  Gazman?  No  importa;  acechar^  el  momento, 
herir^  por  la  espalda..^  Pero  ellos  me  tienen  en  su  mano, 
ellos  paeden  peraegairme,  ellos  pueden  revelar  mi  estado, 
ello8  pueden  anonadarme  antes  que  yo  obre...  Ah!  Desgra- 
ciado!  ^A  qui^n  puedo  quejarme,  contra  qui^n  puedo  pro- 
ceder,  cuando  yo  soi  iinicamente  el  autor  de  mi  desgracia^ 
^or  qu^  naci  tan  malvado?  jPor  qu^  me  enjendraron  mis 
padres?  To  soi  hijo  del  crimen...  Yo  he  heredado  ese  crimen 
y  la  maldad  vino  de  mi  sangre...  {Y  mi  madre  sufre  tambien! 
Que  padezca,  pues  lo  tiene  merecido  ella  que .  patrocin6  el 
robo!...  mi  padre  lo  jmg6,  la  sefiora  dofla  Porfira  lo  pagard 
y  yo  a  mi  vez  lo  pagar^...  jPero  a  q^^  atormentarse?  One 
se  arrepientata  los  que  creen  en  la  otra  vida.  Pobr^  necios! 
Ellos  sufririn,  en  tanto  que  yo  gozar^.*.  Yamos  a  beber, 
vamo0  a  buscar  una  sociedad  bulliciosa  y  alegre,  vamos  a 
apurar  hasta  sus  liltimas  heces  la  copa  del  placer:  esta  es 
la  existencia  mas  bella. 

Y  Guillermo  se  par6  del  sofd  y  se  diriji6  a  la  calle  de  la 
Geniza  en  busca  de  buena  compafiia.  Cuando  pas6  delante 
de  la  puerta  de  calle  de  la  tia  Anastasia,  se  detuvo  un  mo- 
mento, y  una  estrepitosa  carcajada  salid  de  su  garganta:  es- 
taba  ^alegre  y  mas  en  disposicion  que  nunca  para  diver- 
tii^e. 

X. 

Este  barrio  de  Santiago,  que  ha  Uegado  a  adquirir  una 
triste  celebridad  y  a  quieu  en  lugar  de  calle  de  las  Cenizas, 
llaman,  sin  duda  por  hacer  una  especie  de  antonomasia,  la 
calle  de  la  Honestidad,  es  mui  concurrida  de  ninas  alegres, 
que  se  encuentran  a  todas  las  horas  del  dia  y  de  la  noche 
Lpo^stas  para  divertirse. 

Guillermo  golpe6  la  puerta  de  una  de  esas  casas,  e  inme- 
disttamente  aparecieron  tres  curiosas  muchachas  que  salieron 
j^on  prei^ipitacion  para  v€;r  quiSn  era  el  visitante  o  los  vi^« 


* 

tantes  qae  se  presentaban,  y  sas  miracUts  edorotp^doras  se 
fijapon  eo  Qrailleroio,  mirad^  iaqm$ifcarial4a  que  soo  diriji- 
das,  no  con  el  fin  de  ver  si  el  individao  es  jdven  o  viejo,  feo 
o  buen  mozo,  sino  con  el  de  celroiorarse  si  trae  o  no  morrd- 
lla  en  los  bolsillos,  y  tienw  per  lo  regalar  tal  perspicaciai 
qae  rara  vez  se  engaSan  a  este  respecW. 

«~yeo  qne  no  nie  recoQocen  nstedesi  dijo  G^aillermo  a  las 
tres  mQcliacht»,  y  sin  embargo  yo  les  b6  sns  nombres. 
;  -r-Pa^eser,  pero  de  Veras  que  no  noj3  aoordamos. 
— Til  te  llamas  Pastora,  iid  Cdrmeii  y  th  Jertrudi^ 
'-rHas  aeertado,  ^ 

Y  las  mucbachas  fijaron  mocbo  mas  su  ateneion  en  Gm*^ 

:  -t-No  ea  eatrafioj  vengo  de  un  largo  viaje  y  me  ditsen  que 

be  cambi^do  n^nebo.  ' 

— Dfebie  sfer  a^i,  porqne  •creemos  no  haberte  visto, 
— Perp  hai  una  eosa  qae  no  ba  icambiado  en  mi,  y  que 

ostedes  recordardn  y  conocer&n  inmediatamente. 

— Esto. 

Y  Gaillermo  bizo  sonar  el  oro  en  sns  bolsilloSi 

— Asi  se  babla:  ese  es  nn  peifaonaje  qai8  conoce  y  re^peta. 
to^o  el;  mnndo  y  a  cay  a  sola  presencia  se  abren  todas  las 
paertas.  Entra,  paes,  para  dentro.  {QaS  es  lo  qae  qnieresY 

r--Qqierp  diyerl^rme. 

-^jDiveftitter  nada  mas  ficil;  pasa  adelanta 

Y  las  tres  macbachas  se  miraron  las  anas  a  las  otras  coino 
qai^n  dice:    1 . 

T-Este  polio  es  naestro,  vamos  a  (lesplamarie. 

— ^Yo  s^  lo  qae  astedes  piensan,  dijo  Gaillermo,  qae^ 
apetcibl4ndosd  de  la  pantoo^ima,  comfprendi6  la  inteneton; 
pero  no  haiineceadad  deqae  se  tomenla  moleetiade  robi^v 
me,  porqae  yo  les  dar^  caanto  tengo,  pnes  lo  ^ico  ^w 
qiuero.  ep^  dl  vertir»e, 

— jY  qai  hacemos  paradivertirte^  gordiflont 

MMQ  If^  40 


— Traer  otraa  mnm. 

— jVaya  en  el  eaUan!  (Oe  d6nde,  vienes?  jQtie  no  somos 
bastante  nosoti'asiS 

— Quieto  divertirme  y  nada  mas, 

— iA.cabas  de  vender  la  engorda? 

— No  soi  abastero. 

— Pnes  hacea  mal  en  f  arecerlo.  ^Ser^s  entonoes  hacen- 
dado?  porqae  los  hadisodados  tienen  tambieu  engorda. 

— ^Soi  hacendado;  pero  no^necesito  vender  engordas  para 
tener  plata. 

Las  tres  mnchachas  cambiaron  entonces  de  tono,  trat^n- 
dolo  oion  mas  condideracion. 

— ^Vamos,  no  sean  sonsas;  no  se  asusten,  porqtte  «oi  ha- 
cendado y  tengo  plata.  Yo  qniero  que  me  traten  con  fran- 
qneza  y  con  libertad^  porque  qniero  divertirme  y  no  que 
me  anden  con  consideraciones  y  ^rrnmacos  insf pidos.  Y 
para  quitarleS'  todo  escr4piilo  y  que  sepan  a  qa6  atenerse, 
vol  a  decirles  qoi^n  801. 

— ^Habla  pues,  lijero,  que  estamos  en  d.scaas,  y  ya  ver^s 
lo  buenas  que  somos  para  la  jarana. 

— ^Soi  Gaillermo  de. . ;     - 

— r jGkiillermo  del .  •  Imposible... 

-— Mirenme  bien  para  ver  si  me  queda  algodel  Gnillermo 
aintignq.  :  /  -  ' 

— jEs  verdad,  es  verdad!  esclamaron  despues  de  haberlo 
examinado  pop  alganr  liempp.  jPero  qu^  eambiado  est&s! 

Y  las  tres  mujeres  lo  albrassaron  a  porfia.  ■  ■  --■ 

— Ya  les  he  dicho  que  vengo  de  un  largo  viaje  y  los  via- 
jes  acaban  muoho.  Loque  desea  ahora  es  borrar  las  pena* 
lida46?  pasadas^  diTirti^ndome  a  mi  gusto. 
:  ii-t.jQai^n.lo  hdbiera  dicho!  Qxki4n  lo  hubiera  oreidol  Im« 
poaible  de^ondoeirwe!  Estde  en  tu  casta,  Guiller mo,  y  ptiedes 
Itaoer  lo  que  quierae.    «       .  -  j  i  ; 

— Desde  luego  vayan  a  traer  muchaekas  y  j6venes;'yo 
pago  por  todos  y  per  todo« 


4v        4 


\ 


\ 


lioi  BIQIBliBOfl  JXBftVUSJ6k  vli 

'' :^ta'9l  tLcio.    •  •'■     "■■  •■  ■    •        ■     '■■■■■■■'    ••• 

4 

' -^i*«fb  miten,  necesito  que  traigan  hafpa  y  vihuela,  y 
cOii  ^l-  piano  de  ustedes  hacemds  aft  baen  concnerta  ^       •  ' 
— Esto  es  lo  de  menos;  fen  pagando,  todo  86  cdnSigue, ' 

^-^Otra  ^sd:  es  necesArio  qne'manden  compriar  'fiilifibres, 
dnlces,  pasteles,  licores;  quiero  de  todo  mncho  y  bueno/  * 
*''i — De  todo  se  encaeiiiira.  TodaWa  no  debenhaber  ceitado 
los  lioteles,  por^qne  solo  son  las  once  y  media;  y  cuandosecbin- 
ptix  pof  caritidades  abreri  la  puerta  en  cualquier  pastelerra: 
-^Entre  pareintesis  ^qu^ies  dtf  la  tia  Anastisia^  cuyapuef- 
fa'he  encontraddcelrrada?  i*  •' 

-^^Que  no  sabes  lo  qae  le  ha  pasado  a  la  tia  Anastasiaf 
'  '  — ^Nb;'Ven^o  llegando  y  tubiera  deseado  verla.      ,  ' 

^   ^Es  una  historia  mni  larga  y  mni  terrible.  -    ^  ^ 

*  -^Si  es  lar^a,  la  dejaremos  para  los  postres;  Vayan^  |)Tled, 
a  traer  las  provisiones  y  a  buscar  las  mucliaclias  y  los  j6ve- 
nes,  con  e^o  haibastantetrabajo  para  las  tres;  yo  me  queda- 
r^'t^uidando  la  casa;  aqnf  tienen  seis  onzas,  g&stenlas  todaa 
y  ttd  ahofren  ni  tin  medio  Centavo,  que  despues  yo  les  darfi 
mas.  ' 

Lad  tatijeres  paftieron  llevandd  la  noticia  por  todo  el  ba,- 
rHci,'  patticularmente  donde  isus  iimigas,  a  quienes  dieron  U' 
prerfei'enoia'pal''a  que  a  8u  yez  hioieran  con  ellas  lo  fnismo^ 
cfe  manera '<iue  eii  un  abrit  y  cerrar  de  ojos  estu^dHeha  la 
Casa,  daiido  principio  a  la  bacanal  mas  espantosa,  porque.en 
6l  iilstaiite  mismo  prlncipiaron  a  correr  los  Ircdres  sin  esjpe* 
rar  que  sft"  sii^letTi  la  cena.  '.  ' 

'  A*  la  priertd  de  calle  se'le  |insp  Have  y  tranca^arfli  qtie 
MAie  pudiera  ni  entr^r  nisalir,  pasdndole  previaniente  at 
ofitiial  dd  poKcta  tin  jiar  debotellas  de  vino',  un^oUo  ;dam'-' 
bre  y  una  marraqueta,  acotti'pafiando  el  obsequid  con  tnedia 
dofeeiia  de  cigarfo^  pufbs-y  dici^ndble  *qu^,  ciiando  ^uisie^^^ 
echdr  uri  trdjg6  nias^,  jiasase  y  golpease  la  puerta  d6  'una  iiid- 
nera  cdnvtoida.  El  soldado  *dd'  punjko  tambieti  lldvSYsu 
propina  en  conforinidaid  ft^u  rahgo;  precaAcioti  mU  u&iPiida 


entre  esa  clase  de  m'njeres,  qae  siempre  timi^n  qpe  liacer 
Gpnl^Jpstici;!  J  que  pox?  io  mism.O;$e  ampefiaa  eo  ol)seqaiar 
a  los  innvecUdrtw  distrilmridorea  de  ella  para  teaerlo3  propU 
cio8  J  qujEtea  caso  dado  abogaea  en  su  favor. 

X|09  biales  se  segajjap  Iqs  unos  a  los  otroa  sin  iiiterrnp- 
cion,        ' 

^  rLas  parens  se  remtidabaa  cooi^tanteixLente,  qQit^dose,  ja 
IjMI  inajeres  a  los  hombres.y  ^stos  a  aqnellas,  y  los  danzaBte^ 
que  bailaban  con  mas  mmdungay  o  lo  qae  es  lo  mismoi  con 
nqas  desverguenza,  ef au  los  mias  aplaadidos;  y  los  palmoteos 
y  el  iamborlleo  en  la  harpa  y  en  la  vihineU  y  los  gritos  de 
arru^ole  miahna^  c6me^da piMS^ no  le  ajlqjes  un  pelo^  jarol 
con  objeto  de  pasarles  nn  yaso  a  los  bailarines  que  per  lo 
jeneral  decian:  te  lo  ho^gOj  hasta  el  conchitOj  hastxz  verte  Jesus 
mio  y  todas  estas  cosas  eacitaban  de  tal  modo  aquella  reu- 
niQB  de  hombres  y  migeres,  que  casi  no  se  ^ntendian.  Agr^* 
guese  a  esto  las  palabras  pbscenas,  los  tirones  de  unos  y  de 
otr-os^  ia  chi^cbta  incesaute,  las  bufonadas  groseras,  los  jura- 
mentos,  Ips  escdlndalos  de  todo  J^nero,  el  hipo  y  los  b6mitoa 
de  los  becdos,  las  caidas,  los  golpes  de  amistad,  las  l&gri; 
noias,  las  <]iuej,aSy  las  reconveBciones,  las  protestas  de  no  oWi- 
4arBe,  los  vasos  que  se  quiebrani  el  lioor  que  se  desparrauu^ 
los  c€|1qs,  los.  oomprpmisps,  las  resqlucioneg  para  el  poryenir, 
los  argf9tn$ntos,  las  dispute  sobre  ppUbjca,  sobre  ]i:elljion^ 
spbre  finapzas,  los  chillidos  de  los  instr amnios  desaftnados) 
y  desacordes,  y  se  tendr^  una  idea  confusa  de  toda  aquella 
coiifasion,  de  aquella  Babel  del  yicio,  ep  qqe  descoUaba 
nuestro  antiguo^  conockiOy  que  era  el  h^ro^  de  la  fiesta,  el 
anfitrion  por  quien  todos  bripdaban,  el  Adonis  a  quien  to- 
dos  se  dirijian  y  que  cadauna  de  las/mujeresse  proponia 
conquistar,  diaputdndospio  a  porfia. 

Go^l^ripp  estaba  pp  sps  glorias.  Se  figaraba  ser  todaria 
el  aptigiip  jefe  dpi  ^alanteo.y  d^.la  sectocciop  entire  los  j6« 
Tenes  dp  Saptiago'  Se  figprab^  dpminar  a  todas  las  bellezas 
dp  la  capital,  porque  ijnperaba  alii  como  rei  absolutp,  comp 


iMi  ttKBiMi  BriL'  MUbtf.  6fl  3 

monarca  indestronable:  era  el  mas  ob66q[iiiado  j  era  a  la  yez 
el  mas  bebedor;  y  podift,  com  razon,  enorgiQlIecerse  de  sa 
moDstruosa  saperioridad^  porqae  trianfaba  sobre  todos  y 
8obre  todas. 

Lacena  fad  servida.  Eran  como  las  t^es  de  k  maxima  y 
se  baeia  indiepensaUe  reparar  el  e^t<^mag(»;  pero^  el  lieor  se 
habia  conclaido  con  tan  to  perd^r  y  con  tanto  beber,  y  Qtn- 
ilernk^  sac6  otras  fieis  onza^  y  mandd  traer  ma«,  coatare  lo 
que  co^tare,  porque  a  esas  hopAe  se  podia  deoir  que  no  tenia 
precio;  pero  alganos  j^Tenes,  con6cedot'es  de  los  cafi^  Ab 
Santiago^  donde  habia  segaridaid'de  qne  abriesen,  se  enc^iv 
garon  de  renovar  Taa  prorieioties,  ech^ndosei  como  por-co* 
mision^,  algtinos  escudos  al  bolsillo.  j    .  :  - 

Los  cajones  llegaron  con  toda  la  brevedad  qne  lo  req^^ 
rian  las  circunstancias,  pnes  se  pnso  en  niotioiietito  K^sta  la 
polieiaj  panAi^olos  de  ponlp  ^n  pdnto;  Lo»  eajonies  llega- 
ron, decdmos,  f  faeron  recibidod  con  ttntf  triple  Mty^a  de 
aplausos  y  los  qondtictore^  de  eUoe^  en  pal  mas  de  mahos. 
y'-  La  oijffa  priricipi6  de  nuevo,  princtpid  con  tkia^yfawMi;  y 
iodos  aqnellos  qne  no  est^ban  fuera  dig  a&rnbait^  ea  deciit, 
qne  no  estaban  ^brios  a  morirse,  Odnparpn  an  asi^tito  en  Im 
'gran  mesa,  que  se  enoontraba  bien  pro^i^ifrta  de  come^b^t* 

Gcrillernjio  habia  bebido  mnoho;  tenia  la  oara  conSd  iina 
graaa  o  como  una  betarraga,  p^o  estaba  firme  y  imas^ainl- 
madll  qne  nanca,  mas  dispnesto  qnejatnaspara  la  Judba  con- 
tra las  botellas;  y  sent&ndose  a  la  cab^eera  de  la  meM,  di|0: 

-^Propengo  nn  brindis.        '  '  '    -     .    -  ^ 

—Sea,  dijeron  todos,  brindemos. 

-^Mibrindis  es  contra  las  mufjere^  y  a  &Tor  <de  lae  tnn- 
jeres.  •    -  '•  ^  ••'  ^    "  '\.        '  •''•• 

— Hal  macho  qne  decir  sobre  esto,  dijo  nno. 

-^Todos  los  an  tores  estin  de  acn^rdo  sbbro^l  piirticnlary 
dljootro.         •  :  v^  .    :     >  i ' 

-^Harta  yo  si^  an  vensfto  iKntigno;  efj^so  tfn  teroero  y 
qne  sostiene  la  misma  t^sis,  diciendo:  «  :l    i 


4 

V 


6H  tDi  iw*iTff^  MK^  niiiiOL 

:    .  ,    £0  la  miijer  lo  qiaa  bnenOy 
i!s  la  mojer  lo  mas  nlalo; 
,   ■  Es  para  el  hombre  veneno, 

Es  para  el  hombre  regalo. 
--riY  qni^n  no  sabe  eso?      : 

«fr-Pero  en  tal  caso,  Gaillermo  no  pofk  4ir&.aiu}a  de  an^vo: 
esta  materia  e8t&  mni  traqneada.  > .  ' 

— Ya  losabia  yo  tambieo,  pero  me  propongo  eatablecer 
una  teoria  contra  I09  moralistas  y  contra  losfildsafos^  contra 
los  BacerdoteB  y  contra  todos  los  e6critores;:.me  propongp 
establecer  nna  nneva  doctrida.  \ 

— iQo^^J^ti^Dides.por  nuevadootrina?:  ,  i  '  . 

— Aquella  que  se  aparta  de  las  leyes  comuiiea  ,0  tsono- 

~4Yx5n41  08  ellal 

— ^Ya  lo  ver&n  ostedeet:  vdigo  qne .  lo  que  fi^e  llamik  yirtad  es 
1* mayor  sonaera,  y  quo  nada  hai  d^ mas  insipWoy  deaar 
gradable  qpe  la  mujer  virtnosa,  y  que  lo  que.  se  denomina 
vicio  69  la^felicidad,  es  el  goce/y  que  la  m;ujerv,vicioaa  eb  la 
.mas.espiritual,  la  mas  complaGiea,te,  la  maa  amable;  en  cton- 
secueocia^  brindo  por  nuestras  amigas.presentes  yliitaras 
que  86  oonsagran  a  la  carrera  del  vicio,  e»  dedr,  deLplais^r. 

Una:  ^^^A  ^  aplausos  reGibi6  ese  brindis^  y  aquellas  Infe- 
liees  mujeres  se  pararon  de  sua  asientos  Hews  del  enti^tsiai}- 
mo  del  agx(ardiente  para  abrazar  alielocuente  oradocfqnjs 
QOtttanta  velie)nen<Hapatrpclnaba  ^1  crimen;    .  ^    -xr     .: 

En  seguida  los  vasos  se  Jlenaron,  se  chooarony  se  'los  be- 
bieron  hasta  no  dejar  una  gota  del  coQtenidiOi         . 

— G6mo  se  conoce  que  Gi^U^irmo  no  es  casadio  para  ha- 
blar  asf,  dijo  uno  de  los  j6venes.  ^  >  -^  f 

— Casado  Q  no^r  yo  emito^mis  opinfionea  ^     <,   ..]{_ 

4r-8i  ie^ea.<*wddo,  espre^iso  seir  oonseeoeiati^ jecm  tna  prin- 
cipios  y  ponerlos  en  prdctica  para  probarnos  que  habits 
coQ-tus  sentimien^  y  ^^  tua  hephos:  no  desmienten  tus 
palabraSf  ••,''.*  r  •    fi-f  \\  ,->  r-^ii:.  - 


— ^C6ino  63  eso?  Yo  estoi  dispiiei^to  a  sostea^r  lo  que  he 
dicho. 

— Paes  entonces  la  prueba. 

— <jQa6  prueba? 

— Que  vayas  ahora  mismo  a  traer  a  ta  mujer .  aqoi  para 
que  siga  la  hermo^a  carrera  d^  yiclo. 

— jMi  mnjei'! 

— Si,  Gaillermito,  gritaroa  a  uaa  las  pijostitutasj.triiela, 
noeoTos  la  recibiremos.  ea  paJmas  de  maaQSj  la  protejere; 
moPyla  easefiaremps  y  teadr^  ahpra  mismo  el  ^paor  de  ser 
de  lis  aaestras.  y. ..  , .       . 

— jQa^  locara! 

— Es  preciso  sosteaer  sus  coftyiccioaes. 

— Pero  ei  no  soi  <3asado. 

*-Sl  lo  eres^  coatest6  uao  de  :lo3  j6:veaes  que  hast^  ese 
mocento  ao  habia  tornado  parte  ea  la  coaversacioa^     ,  .  ,  ^ 

-^iQui^a  te  lo  ha  diobo?  ,      . 

-  Yo  que  lo  a6  j  cpaozco  a  ta  mujer,  que  ea,uaa  de.las 
piacumplidasseaoritas.  ,      >  •         ;. 

-Mieates. 

-A  mi  ao  se  me  habla  asi!  .  _ 

f  el  j6vea  le  tii:6  coa  el  yaso  Ueao  de  licor  que  tei^i^  a 
atlado*.  J  r  .  / 

Goillermo  baj5  la  cabezoi  y  el  vaso  se  es1brell6  ppatra  la 
aredj  haci^ndose  mil  pedazQS* : 

Tddoase  levautaroa  para  coixteisier  a  los.  combat^e^te^, 
)orque  Gaillermo  se  habia.  abal^asa^P.  coi^tri^  0l.j6veD,  que 
,e  preparaba  a  recibirlo.  "  ,,   /. 

— Paz,  paZy  gritaroa  tad,Qa:.  hemos  yenidp  para  dirertir- 
nos  y  no  para  pelear.     .  ^  . 

— Demos  por  termiaado  el  iacideate,  egclam6  J^q  aficio- 
aador  a  las  sesioaes  de  ]|a  o^aiara.dg  •  dipatados.(al  que  le 
habiaa  puesto  por  sobreaombjre ,i?i^i7jg^r  ck  la  ^arm).y.,pa^- 
semos  a  la  6rdea  del  dia.  .  .      ,,  •         ^ ,      . 

Todos  aplaudieroa. 


m 

-lY  cu&l  68  Ia6rd6ii  del  dia?  preguntaron  nno8. 

— El  eofiac. 

-^iBravo!  vatnos  al  coOao. 

-^Vuelta  redonda. 

— Y  a  vaso  Ueno. 

— Oonvenido:  vuelta  redonda  y  a  vaso  Ueno. 

Y  aqael  licor,  que  Ueva  tras  si  la  mnerte,  bebido  on  es- 
ceso,  foi  servido  a  torrenteS|  paes  en  aqnella  redondila  se 
consnmieron  de  un  golpe  echo  y  media  botellas. 

Con  este  descomunal  sorbo,  pocos  de.  los  que  estabai  sen- 
tados  a  la  mesa  qnedaron  en  pi^;  pnes  a  medida  que  d  at 
cohol  hacia  su  efecto  mas  o  menos  r^pido,  segun  las  irga- 
nizaciones  de  cada  individuo,  iban  cayendo  nnos  trascbros; 
y  a  medida  que  caian,  y  segun  el  modo  mas  o  menosgro- 
tescOy  eran  las  carcajadas  de  los  quef  se  sostenian  aun  abre 
la  mesa. 

Solo  quedaban  en  pi^  cinco  personas,  entre  ellas  Gu3er« 
mo  y  una  mujer  que  ixxi  el  f  dolo  de  aquellOd  boi'raebos  no 
por  su  belleza,  »no  porque  era  tanto  o  mas  f uerte  que  eloa 

Esta  mujer,  que  se  conocia  capaz  de  sostener  cuatqier 
combate  con  los  mas  famosos  bebedores,  habiendo  ya  vn- 
cido  a  muchos  de  ellos,  y  a  quien  11am  aban  Bot^  de  agur- 
diente  por  la  inmensa  cantidad  de  alcohol  que  absorbia  ^ 
embriagarse;  esta  mujer,  decimos,  que  tenia  desde  mm  ten 
prano  la  intencion  de  apoderarse  del  oro  que  llevabi  cot 
si  go  Guillermo,  y  vi6ndolo  que  atm  n6  caia,  se  decidi^  i 
dar  el  Ultimo  golpe,  proponiendo  a  Guillermo  un  desafio,  y 
asi  le  dijo: 

— Eres  un  nifio  para  mf,  Guillermito,  a  pesar  de  tu  re- 
nombre,  que  es  una  verdadera  usurpacion. 

— j06mo  aslt     . 

— ^A  ti  te  considetan  como  uno  de  k>s  m^s  famdsqs  b^e- 
dores;  al  menos,  lo  ke  dido  decir  a  todos  los  que  ihot^  es- 
t&a  roncando;  pero  creo  que  estds  todavia  mui  ^istante  de 
tu&ma, 


■J 


— Estoi  pronto  a  sostener  mi  crd^ito  con  cnalqtiiepa  que 
sea. 

— Fanfaproneria:  yk  res  que  aqtti  somos  citioo  y  t4  no  es- 
lis  mejor  que  nosotros. 

— ^Yb  soi  6apa2  de  emborracharldi^  a  todos,  y  apuesto  lo 
que  quiefran.     •    *  ' 

— ^jQu^  quieres  apostar? 

-^Bl  bro  que  teDgo  en  los  bojfsillos. 

Y  Guillenno  8a(^  un  pnfiado  que  ptlso  s6bre  la  mesa,  di- 
ciendb:  , 

— Aqn{  hftbrd  como  setecientos  a  ocliocientos  pesos,  puM 
tpaia  mil  y  sblo  he  ga^ta(do  de  dosoientos  a  tre3cie^t(>3« 

— Yo  no  tengo  esa  suma,  ni  estos  caballeros  tampooo« 

— Se  me  ocurre  uiia  ideia,  idea  soberbia,  • 

-^QuA  td«4? 

Gnillermo  contest6  con  una  estrepitosa  carcajadW. 

'  — jPbr  qtf^  W  rifesl  {uregantaron  las  cuatro  personas! 

— Me  rio  de  mi  idea. . .  es  bell(si»tta. .  •  ]oudlnto  mas  teof- 
go  que  reii^me! 

— Veamos.  • 

— La  apuesta  esti  hecha. 

— t06mo!  bi  iko  tenemos  tanta  plata. 

— ^Yo  poDgo  todo  este  oro  contra  tUs  trenzas* 

^jGdritra  mis  teren^as!  ' 

— ^Sf,  contra  tus  trenzas. 

La  Mlaridid  fn6  jeneral. 

— Aceptado. 

— Si  t4me  vences,  es  decir,  siyo  caigo  priinero,  te  He- 
vas  todo  el  oro;  y  si  yb  te  vetizo,  te  cor  to  de  raia  el  pelo; 
QT  yeremos  con  qui  figura  te  levantarfis  maffanal  {Cdmo 
van  a  reirse  y  c6mo  r(A  a  reirme!  Ya  prinbipio. 

1^  Ghrillermo  86lt6  tma  carcajada. 

•^Nosotrte  t^m1>ien  queremos  entrar  en  la  apuestaj  dijV 
ton  les  1M(f  bombred;  pei^  tio  ttaem<>«i  que  pdn^r  smo  iinos 
pocos  reales.'  >  ,  o;  . 


/ 

«*-rPQiigan  sua  oamidta.  . 

— jNoestras  camisas!  Paes  bien,  ya  esti. 

— T  el  que  (|iiedare  veaoedor  barre  coo  todo. 

— Porsopuesto. 
:  -^-^Anda  a  tra^r  las  tijeras,  y  i^isted^s  s^qaeiise  Ua  entnisas 
y  col6qaenla8  sobre  la  mesa  para  que  el  que  gane  reeoja 
todo. 

— Pero  yo  no  me  coirto  l^itranxas  ^ntes  de  ser  vencida. 
.  »Nada  mas  jasto;j6l  que  tria^fe  ^endri  este  tr^bajo:  ya 
me  parece  qae  vol  a  pasearme  por  la  alameda  con  este  her* 
mosp  trofeo.  ,.  u 

La  mojer  m  p^rd;  de  su  4iieQtp  y  fa4  en  ^woa  de  las  ti« 
jeras. 

Los  hombres  se  desDadappfi  y  ^da-cgalicoloed  sn  camisa 
sobre  la  mesa,  volviendo  a  ponerse  el  chaleco  y  la  leva  a 
raizdelaa  carnes. ;  - '         ^ 

— ^Graciosa  apuesta!  Toadr^  de  qii4  a^etordjtfme:  toda  mi 
yida!  «sclam6  OuiUermo. 

: — Pero  desproporcionada,  dijo  uno  de  los  oombatientas* 

— ^Por  qn4  es  desproporcionada? 

— ^Porque  tii  pones  macho  mas  que  npsotros.  To  seria  de 
opinion  que  recojieras  ita  dinero  y  te  saoaraa  la  camisa. 

— {8acarme  la  Qamisa! . 

Y  Gaillermo  di6  un  salto  como .  si  lo  hi^biera  mordido 
una  vibora.  -  * 

— {Sacarme  la  camisa!  Primero  daria  %(^o^  el  oro  del 
mundo!...  jVoto  a  Cristo!  ^Oadl  es  el  que  se  ha  ^trevido  a 
l^aperme  semejante  proposicion? 
,  —  Yo,  respondid  uno  de  los  gladia^or^  de  botellaiS. 

— iTtHiXconqu^dfin? 

— Con  el  fia  Aniop  djB  que  na  te  peyjudieases. 

Gaillermo  se  8eren6,  poirque  coaocidHgtue.  lo  lujibia  djcho 
iaouentemente,  puQS  4^ilo  contr^io  esteba  dispueatCKa  ma- 
tarlo  ;eu  el  aoto  coii .  una  botella  de  ahauipa&a  que  tenia  a 
su  lado  y  que  le  habria  reventado  en  la  cabeza. 


.  rrrYaique^asi^  agreg<S;tr4^q^ilam6n^  les  dir^  «  uste- 
des  que  soi  bastante  rico  para  pagarme  de  mi  capricho. 
; .  — ^Yo  me  opougo  a  lo  que  proponea  estos  caballeros^  en- 
tr6  diciendo  la  saoerdatisa  de  Bp.CQ,  que  habia  oido  lo  que 
eetabanhablando,  pues  no  espondrUj^mas  mis  hermosas 
trenzas  contra  nnas  camisfis  i^ncias.  Ustedes  paedeu  retirar- 
jpiBsi  815  le8:^ntoja,  pera  ea  ^suaatq.a  GaiUermo,  jo  exijo 
que  no  retire  un  f^Qadp  de  la  jsapaa  qae  estd  aobre  1^  mesa. 

wLejop  de  fetirar,  pongo  mas. 

'Y  Gaillei;mp.  vaci6  sas  bpl^illos,  de  I03  cuales.  caywon  to- 
davia  unapcuantaft  mo^eda8. 
•   v-^^A^i  jxk^  gnsta,  y  no  valen  menos  mistrenasas. 

£1  oro  y  las  tijeras  brillaban  aobrt  la  meiifa. 

La  bacai^te  lo  iqurabt^  oon  codicia,  y  Gaillermo  pe  son- 
reia.  acariciando  I^  treQza& 

--^Tod«7Jia  no  ?on  tnyas: 

—Ni  tuyo  taimppoo  es  el  ofo,   . 

— Haslasiproppsicioiiies  del  combat^.; 

Te.dejo  a  tl  la  i^leccioa  de  las  armas,  desde  al  espfritn 

de  vino ,  h^sta  la  cer,yeza,  dijo  Gaillermo  eon  orgol^o  de 
conquistador. 

-^TomaremosrUQA  que.dj^cida  luego  elcombate. 

— ^Ya  te  he  dichO;  que  te  dejo  la  elecoion.  . 

— Serd  el  cofiac, 

*r-»Vaya  ppr  el  <K>5ac*  / 

— rCada  uno  tQiqar;&  una  bptella  llena,  y  beber4  hasta  con- 
cluirla,  sin  despegar  los  labios^  solo  en  c«so  de  qaer  en  el 
camiojo  p.deolar^rse^  yencidu, 

\    --^IjaacQndicion.eB  ijo  paqd^  ser  mejpres  ni  mas  acep- 
.tables.  .,Ti:aiga.  usjtqd  mif»mar  ci^co  botellas  de  buen  M%i^- 

tell.  *  .       .  /; 

iflja  ^Soil^  »<Ufagi4(yr4imk^  ol^^      y  pnso  sqbre  la  mesa 
cinco  botellas  del  coQac  que  lleva  ese  nombre. 
;   -T^Beift  ftP/Unft  bflfoa^dla,  ide  Ips  graniles  diablps,  en  que 
fuao^u^g^  s);  m^^  dy  Q  w  def can^sado. 


«20 


' — £1  qixe  tenga  iniedo  que  tome  iU  camisa  y  Bt  retire, 
contest6  Gaillermo. 

— Serla  lo  ma^  pradente,  perb  qniero  correr  ei  arbur 
para  ver  si  gano  ese  dinero  y  esas  trenzas. 

— AHA  vamos  todos. 

— Pues  entonces  matio8  a  la  obra. 

■ 

Guillermo  destap6  el  coffac  j  paso  frente  a  frente  de  oada 
combatiente  una  botella  llena  ha8ta  el  gollfete. 

Debemos  advertir  que  eatos  diStogos  no  eran  iiat>Iados 
tan  correctameateJ  como  lo3  eseribimos,  sino  (^ue  yjii  las  len- 
guas  tartamudeaban  y  eran  entrecortadas  las  palabras  por 
lo  balbuciente  de  los  labios,  por  los  horribles  jaramentos  y 
por  las  obscenidades  que  omitimos. 

La  bacante  pens6  que  talrez  habia  ido  demasiado  lejos, 
y  aun  estuvo  a  punto  de  arrepentirse,  porqu*  se  prefeenta- 
ba  demasiado  s^rio  el  desafio.  lUna  bobella  db  o61a<)  bebida 
de  un  golpe  sin  pararse  a  t6m^r  resuelio,  Ma  algo  de  terri- 
ble, algo  de  detcon6cidd,  algo  de  espiantoao!  Per6  la  eodi- 
cia  que!  la  devoraba  ^a  tlatiiblen  mucha;  y  tanto  por  no 
perder  su  fania,  cuanto  cbnfiada  en  su  cabeza,  dijb: 

-*-Ya  estd;  a  Roma  por  todo. 

— El  que  cae,  lo  mismo  que  el  que  t6ma  resudUo,  pierde: 

r 

la  botella  de  coQac  debe  tomarse  de  fan  sold  tragb;  ^o  aon 
estas  las  condiciones  de  la  apuesta? 

— Las  mismas;  pero  debemos  adt^ertir '  una  bosa:  que  el 
^ne  salier^  v^needof,  siiequeda  alguia  Itquido  en'  su  frasco, 
fto  estA  obligado  a1)eb6rselb. 

— Por  sabido  se  calla:  asi  cetxib  el  caballb  que^  ha  Il^gado 
ieiiit^  que  los  otro»  al  Ifttig^,  no^  esti'  oblignido  a  seguir  co- 
fri^do.  Con  que,  deOoi*itad  y  scores:  a  la  utia,  a  laa  dos,  a 
las  tres:  marchar! 
"^  T  las  cinco  botellas  Be  lletaron  &  un  tietti{>o  lixSsmo  a  las 
ciucogargantas;.  •'  '  r  >- 

tQo^  espeetdcTiloI  En  los  infierabs  no  habria  ttitb-rgual: 
aquello  era  horroroso!  Y  si  hubi^fi(']ikbi€!b  titl  ifblb  ae^>ett- 


•  *,.''*•■      ».•     .'»  ' 

tador,  hftbri*  4eltemdo  ^1  ^)ra«o  de  RQaeUos  mieerablw  qiii- 

t4ndole9  de  )a  bopa  el  licor  bomicida!  Pero  eataban  soloa  y; 

,  .  ■  .,'»•••■■ 

Be  xnataban  aplos.  .0 

plaae  ^^iBtintamente  el  sonido  de  las  b6tellas,  a  propgr**. 
cion  qne  caia  el  liquido  de  faego  en  los  estdmagos.  \ 

Aqael  caadro  debia  Bj^r  aterrante...  Creemos  qae  no  babift 
habido  ni  babrd  otro  caso  igaal...  Lucifer  debia  estaT  triuii- 
fante...  Nos  parece  qae  Be  oiria  an  raido  siniestrt  al  batir 
alegremente  sas  alas  de  marci^lago,  raido  que  debia  estar 
en  armonia  con  el^or^orde  las  botellas!.. 

Los  tree  descamisados  faeron  los  que  cayeron  primero^^ 
Dos  de^lios  dejaron  de  beber,  teniendo  fuerzas  para  colocar 
BUS  botellas  sobre  la  mesa  y  encor^rar  la  cabeza  balbucean* 
do:  nos  damoe  por  vencidos... 

El  tercero  solt6 1^  botella,  desparram&adose  el  llcor  sobre 
la  mesa,  j  di6  an  quejido  espantoso  al  tiempo  de  caer  con 
silla  y  todo  en  el  snelo^^donde  qaed6  sin  moyiipiento.    . 

Intertanto,  Guillermo  y  lamujer  continuaban  todayia,.* 
Habian  consnmido  poco  mas  de  la  mitad  del  contenidpi  mi-, 
r&ndose  el  nno  al  otro  para  can  tar  viotoria  tan.  Inego  qjoie! 
snspendiera  o  cayera—  Pero  las  botellab  estabaa  pegadf^  pt 
los  MbioB  y.  los  brazos  las  sostehian  sin  defdfalleoer.i.  Las  mi'* 
radas  que  se  daban  aquellos  dos  infelices  eran  jespaQtosas;, 
sas  ojoB  estaban  inyectados  de  sapgre...  q^alen  Jos  hubiera, 
yisto  habria  haido,  porqae  debian  cs^asar  miedo...  , 

^1  cofiac  continuaba  yaci&ndose^  pero  mas  lentamepte 

Se  conocia  que  el  recipiente  estaba  Ueno,  o  que  la  lengaa  ae. 
iba  paralizando  y  no  ayudaba  con  su  movimiento  para  ba-f 
cer  la  absorcibn. 

Guillermo  se  detayo  nn  momento,  pero  sin.despegar  sua 
labioB.  ,  , 

La  n^ajer  hisso  lo  misfmo:  sin  dada  apxhoB  reapirarop, 
porque  oontmsron  bebiendo,  peroaiempre  lentamente, . .  ' 

Solo  quedaba  una  cuartg  parte  djsl  contenido;  talyez  me« 
noi... 


m  UNI  mcmmoB  dk  tvikiix 

La  majer  hizo  tin  esfaerzo^  sin  ddd^  intnieilsd,  i^tLizas  con 
el  fin  de'  conclair  (5on  aquel  jproldngado'  inartirio;  porqne 
bebi6  casi  de  un  sorbo  cuanto  le  quedaba,  perd  al  vaciar  la 
dltima  gota,  cay6  de  espaldas  cuan  larga  era..,  lafnMiz  ha- 
bia  mnertol... 

Gfuillermo  dej6  labotella  con^l  ieuto  que  qqedal^a,  y  tma 
sonrisa  repagnante,  lasonrisa  del  beodo,  as6m6' a' sns  UbiOd 
cdrdenos  y  Uenos  de  espdma.  '  ^  ' 

Pas6  en  seguida  la  vista  por  aqael  espectdcuTo  de  bdquica 
desolacion,  tom6  las  tijeras  con  esa  idea  fija  que  acdmpaSa 
dasi  siempre  a  la  embriagaez,  se  acerc6  donde  la  infelizbou 
paso  vacilante,  y  le  cort6  ambas  trenzas;  y  sin  apercibir  que 
tenia  en tre  sus  manos  un  caddver,  dijd:' 

— Mafiana,  es  decir,  ahora,  porque  creo  que  ya  eist^  de 
dia,  veremos  la  figura  que  vas  a  hacer!  jCudnto  vamos  a 
reirnos  todos!  Gracias  al  diablo  que  me  que^a  bastante  pla- 
ta  todavia  {)ara  poder  presenciar  tan  magnificas  escenas 
como  esta;  no  hai  uno  solo  que  no  esti^  borracho  y  duermai, 
profandamente;  jsolo  yo  estoi  vivo  para  reirme  de  ellos! 
iQu^  caras  tan  feas!  iC6mo  se  les  ha  caid'o  el  albayalde  con 
la  s&liva  y  con  los  v6mitos!  jY  aquellia  ta  pefdidd  tasta  sua 
dient^s  po^tizos!  Tengo  ganas  de  gaardarlos  park  juntarlos 
con  Ia&  trenzas!  jC6m6  me  vbi  a  dijrertir!  Sena  todiavia  ca- 
pisi2f  de  echar  otrb  Irago;  pero  no,  estd  es  deniasiado/iicib;^ 
mejor  serd  que  fumemod  un  cigarro;..  ^ 

Y  bumboleando,  despues  de  haberse'  apdder&(J(C>  de  lo3^ 
dientes  pbstizos;  se  acerc6  a  la  mesa  'f  con  el,c?garr6  en  la 
boca'  trit6  de  encefiderlo  en  la  vela;  pero  aperias  se  pusb  en 

contacto  eon  la  llama,  cuando  se  comunic6  elfuego^  aVA^- 
cokol  en  que  estabanempapadbslo3l^bios,'y'se^raMlW6;'a^ 
interior,  cayendo  instantdneamente  como  herido  por  un  rayb' 
y  convirti^ndbse  en  ei  icto'en  ufaa  b6lsa"de%6ilioiftfA  betil^ 
conservando,  empei-o,  entre  sus  ita^ids  drid^l?<!^'Iay*3bS4i^^'ri^ 
isas  yla  hilera;  de  Rentes  posM)£: 'J : .  /. .  i  f  1 ; :  Vif  •':  •  ;• . 


cioi  ttldiuiMB  dM  pMA^  ^H 


XI; 


El  sol  86  h&l^  le>rantado  hacia  mucho  tiemp^o^y  alimibra<» 
ba  aquel  caadro  qne  representaba  diferentes  ^ctnas,  ^  oaal 
de  ellas  mas  repngnantes,  cuando  principiairOQ  alganos  a 
reatregars^  las  ajo9  7  a  mcorporarse,  mirat^t)  poi?  todos  la- 
des cei^o  para  recodoeer  el  fiitio  en  que  se  enco^trabaD,  y 
ai^  siic6Bi?ameQte  faeronlevantdti^ose  pooo  a  poco  ynos  en 
pos  de  otroSy  Uamando  o  bascando  a  sns  amigos. 

Eran  ya  mas  de  las  doce  del  dia,  y  habiaa  partido  alga- 
nos  con vidados,  cnan^o  se  aperc&bleron  del  profaiado  siieSo 
en  que  permanecian  sofmerjidos  todavia  los  cinco  comba- 
tientes;  y  las  dnefios  de  casa  se  dirijier<^ii  dond^  ellas  hq 
tanto  sorprendidas  de  no  sentitias.  siquiera  roncah  {Pero 
cndl  seria  sa  espanto  caando  encaentran  a  sn'amiga  tiesa  y 
ya  fria  como  un  mi&rmol  y  a  Gaill^rmo  hec^ho  una  bolsa  y 
negro  c(>mo  uncarbonLr 

Despavoridos  y  sin  reparar  siqttiera  en  el  oro  que  edtabil 
t^rado  sobre  lamesaj  dieron 'gritos  espantosos^  a  los  ctiales 
acudieron  las  demas  personas  qaeann  perni'aneeian  en  la 
casa,  formdndose  una  conf asion  esti*aorditiaf ia;  de  modo  que 
sin  saber lo  que  hacian,  salieroji  muchas  mujeres  a  la  calle  pi- 
diendo  ausilia      - 

En  un  momentp  se  junt6  una  gran  muebeduosibre^  p^ro 
afortunadatiiente  lleg6  luego  ^  nn  oficial  d^  polieia  con  dos 
soldado^  y  ylendo  aquel  espectfibulo  alerrador,  maiid6  a  uno 
de  ellos,  montado  en  su  caballo,  para  que  diese  parte  de  lo 
^icedido  al  comttndante  del  cuerpo,  baci;«nd<>  a  un  t^isiuo 
tiempo  salir  a  los  euriosos  y  retener  a  todas  lad  peirsoUas  qM" 
estaban  en  la  casa,  para  16  eual  p^soil  soldado^  de  guardia 
en  la  puerta  de  calle  con  6rden  espresa  de  no'dejl^t  saUr^&i 
entrar  a  nadie  %aista  que  tio  vioi^se  el  6omandaute,  tafante- 
ni^odpse^^  midmo  en  el  lugbr^j^ara  inaycKr  iregtiridad  y' tes- 
petoi         !  '  ■  •  .■■:.•■.'■■ 


■  \ 


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VM  llOIHTfH  Mb  jnnBM^ 


El  caso  era  tan  grave  y  tan  estraordiaario,  ^ae  el  coman- 
dante  di6  aviso  al  jaez  del  qr^eOy  j  amb^s  fancioQarios 
tomaron  nn  coche  y  se  dirijieron  a  la  calle  de  la  Geniza.  For 
d  caimno  eocontraron  nu  m^died  y  le  snpliiiarQa  que  los 
acompafiase,  a  lo  que  ae  prefit6  gostoso,  montando  en  e! 
mismo  oarrnajeu 

A  pesar  de  dstar  acostambradoa  a  escenas  espantosas, 
tauto  6\  jnez  del  Grimen  eomo  el  comandante  de  policia  y  el 
medico,  sin  embargo,  no  padieron  menos  de  horroriaarae  ^ 
vista  de  aquello.  ^  ^      ; 

£1  medico  procedi6  al  ex&men  de  los  eadiveres,  y  prin- 
eipiaisidQ  por  el  de  Guillearmo^  dijo:    , 

— Este  es  un  ciaso  de  combustion^  fendmeno  raro,  pera 
qiie  se  presenta  alganas  veoes;  sin  dada  este  hombre,  ha* 
biendo  libido  mocho  aguardiente,  se  ha  ineendiado  al  ooB'; 
taoto  de  una  llama.  ^ 

— Esta  mnjer,  ^ontiuud  elfmmltativo^  tambien  estft  mner* 
ta;  no  hai  remedio,  esto  debe  haber'  side  algnna  apoplejia 
fnliainante,  prodaeida  p(^  el  liiKK*. 

En  segoidi^  pas6  a  eiiaminar  a  los  tres  descamisados,  y 
desppes  de  nn  rato,  dijor 

— Ann  vi  ve9t  P^^  ^^^o  mnOho  que  S0  salven;  har^  lo 
posible. 

T  mirando  al  juez  del  crimeui  le  interrog6  si  prooed^rta 
o  no  a  9a¥igr(strlo& 

~-Haga  mted  lo  que  ^ea  ^mas  conveni^nte ;  mi  teste  caso 
usted  es  «1  linieo  juei^  usted  ee  tfodo,  conteatd  el  majis- 
trado* 

Elm^lco  sac6  Mu  instruiawto  y  prinpipi6  la  op^racion 
<^n  ^xjito  variabl^f  <iue  le  biao  decir;  .    ^ 

;  ^T--Ea^de  ser,  p^ro  -  1q  jludo;  no  daria  an  cigarro  pcnr  la 
Tid»  de  ningano. 

I409  reato9  d,el  fes^i^i,  el  d^tsiSrden  y  b^ta/iel  olor  nausea- 
bjuftdo  ^e  Ip.  oqia  f^^baQ  .tan  pat0iMie8,  qse  Q9  ii^abia:  wm 
que  mirar  para  darse  cuenta  de  lo  quo  habia  pasadq^ide* 


UM  tiKXlttQt  diL  tujtiaa. 


«3S 


.manera  que  no  le  faS  dificil  al  facaltativo  aci^rUlr  con  la 
verdadera  causa  de  aquella  catAstrofe. 

Despucs  de  toma;*  la  infordiacion  sumaria,  eljuez  del 
crimen  dija  que  era  indispensable  Uevar  todas  aquellas  per- 
sonas,  inclusog  los  caddveres,  a  la  policia  pata  reconocerlos 
mas  detenidaoiente  e  informarse  de  quienes  eran,  escep- 
tuando  los  tres  moribundos,  que  deberian  pasarse  al  hospi- 
tal para  prestarlea  los  ausilios  necesarios. 

Una  vez  en  la  policia,  se  supo  el  riombre  de  la  mujer,  que 
se  llamaba  Silvia,  y  no  tenia  ningun  pariente,  sino  que  se 
av*erigu6  ser  hija  de  una  vieja  del  mismo  nonabre  que  ha- 
bia  muerto  hacia  eels  anos,  y  que  era  la  misma  que  habia 
sido  en  Valparaiso  la  patrona  de  la  tia  Anastasia,  con  la 
que  habia  venido  despues,  a  establecerse  en  Santiago,  en- 
trando  en  relaciones  con  el  padre  de  Guillermo,  copio  lo 
recordard  el  lector;  de  consiguiente,  sabiendo  que  no  tenia 
deudo  alguno,  fu^  de  ahi  mismo  mandada  al  panteon. 

— No  sucedio  lo  mismo  con  el  caddver  de  Guillermo, 
pues  las  majeres  que  estaban  presentes  declararon  qui^n 
jera  y  que  a  ^l  le  pertenecia  todo  el  oro  que  estaba  en  la 
mesa,  lo  mismo  que  todos  los  otros  incidentes  que  .habian 
influido  en  que  se  hiciese  aquella  bacanal. 

Tambien  se  encontraron  algunas  cartas  en  los  bolsillos 
de  los  vestidos  de  Guillermo,  que  no  dejaron  la  menor  duda 
sobre  la  identidad  de  la  persona;  y  en  consecuencia  mandd 
el  juez  del  crimen  dar  parte  a  la  seSora  dona  Porfira,  en- 
cargando  al  oficial  que  tomase  las  precauciones  debidas, 
tanto  por  consideracion  al  sentimiento  de  madre,  cuanto 
por  pertenecer  a  una  de  las  primeras  familias  de  Santiago. 

Eljuez  del  crimen,  que  estaba  al  cabo  del  jproceso  de  la 
tia  Anastasia,  y  que  conocia  la  parte  que  habia  tenido  Gui- 
llermo en  aquel  asunto,  dijo  entre  si  mismo: 

— ^Uno  puede  escapar  bien  de  lajusticia  humana,  pero 
nunca  puede  libertarse  de  lajusticia  divina. 

Dofia  Porfira  hacia  solo  dos  dias  que  estaba  en  Santiago, 

TOXO  lY.  41 


C3S  £0f  nOBXCOl  3KL  PirXBIA. 

donde  liabiff  venido  oculta,  sin  otro  objeto  que  el  de  infor- 
marse  de  su  hijo,  que  hacia  una  semana  habia  desaparecido 
de  la  hacienda,  tray^ndose  tod9  el  dinero  que  alll  habia. 
No  era  la  cnestion  de  interes  la  que  guiaba  a  la  madre  sino 
"dnicamente  el  saber  el  paradero  de  Guillermo;  pero  por 
mas  dilijencias  que  habia  hecho  e'n  las  pocas  horas  que  se 
encontraba  en  la  capital,  no  pudo  conseguir  la  menor  noti- 
cia  ni  tener  el  menor  informe;  asi  es  que,  cuando  vi6  entrar 
al  oficial  de  policia,  encargado  de  Uevarle  la  fatal  nueva,  se 
conmovi6,  porque  tuvo  el  presentimiento  que  vendria  a  de- 
cirle  algo  respecto  de  su  Hijo;  y  por  malo  que  fuese  lo  que 
:tendria  que  comunicarle,  se  consol6  o  se  congratul6  al  pen- 
ear  que  sabria  su  paradero. 

El  oficial  us6  para  con  dona  '^Porfira  de  toda  la  tdctica  o 
diplomacia  que  pudo  para  que  le  faera  el  golpe  menos  dolo- 
roso;  pero  por  otra  parte  tenia  que  comunicarle  loocurrido, 
aunque  ocultdndole  los  detalles;  sin  embargo,  la  sorpresa  fu6 
terrible,  hasta  el  punto  de  perder  el  conocimientp  durante 
algun  tienipo. 

Cuando  Uevaron  el  caddv'er  a  casa  de  dona  Porfira,  [6sta 
aun  no  habia  vuelto  en  sf^  Qstando  rodeada  de  mucha  jente 
y  de  algunos  medicos  que  habia  Uamado  Tomas,  dando  a 
la  vez  aviso  de  lo  sucedido  a  algunas  personas  del  barrio 
que  ocurrieron  presurosas,  movidas  unas  por  la  caridad  y 
otras  por  la  curiosidad,  que  es  uno  de  los  mas  faertes  esti- 
mulantes  para  el  hombre. 

Los  facultativos  ho  podian  volverla  en  sf  y  temian  coase- 
cuencias  desastrosas;  pero,  intertanto,  tuvieron  una  buena 
idea  en  hacer  clavar  y  encajonar  el  cadiver,  que  estaba  es- 
pantoso,  y  cuya  j9ola  vista  bastaba  para  haber  muerto  a  la 
seSora. 

Al  fin  de  muchos  remedies  y  de  pasadas  muchas  horas 
consiguieron  volverla,  y  las  primeras  pal^bras  que  pronun* 
ci6  fueron: 

— Mi  hijo  Guillermo,  ^quidn  lo  ha  muerto!  Quiero  terlot 


/■ 


t^ero  las  amigas  qoe  estaban  presentes  la  fodearon  y  se 
lo  impidieron,  dici6ndole  que  ya  era  imposible,  pues  el  ca- 
jon,  estaba  clavado  y  remafchado;  y  a  pesar  de  todas  sua  sii- 
plicas,  de  todas  sas  amenaaas  y  de  toda  sa  desesperacion, 
la  contavieron;  pero  dofia  Porfira  les  dijo: 

— Lo  iinico  que  consigaen  ustedes  es  matarme;  si  quie- 
ren  que  maera,  yo  estoi  resuelta;  tanto  mejor,  porque  asl 
me  unir^  a  ^I  o  le  habr^  sobrevivido  solo  alganas  boras. 

Eq  esoa  moinento  pasaba  por  la  calle  de  las  Monjitas  el 
capellan  del  mouasterio  de...  el  rnismo  virtuoso  auciano  que 
liabia  sido  el  director  espiritual  de  la  tia  de  Luisa,  sor  Uif* 
sula  y  de  sor  Nicolasa^  e  inform&adose  de  lo  que  sucedia, 
porque  vi6  en  la  puerta  de  calle  uu  tumulto  de  jente,  entr6 
en  la  casa  para  ver  si  podia  ser  4til  en  la  afliccion. 

Ap^nas  se  hubo  presentado  en  el  salon  y  fu^  visto  pof 
dona  Porfira,  euando  la  aflijida  madre  corri6  hAcia  61,  y 
echdndose  a  sua  pi^a  le  dijo: 

— Sefior,  n6  me  queda  otro  refujio  que  us  ted  para  recon* 
ciliantne  con  Dioa.  Prot^jame,  ampareme,  que  aoi  mtti  peca- 
dora,  y  voi  a  morir  porque  mi  hijo  ha  muerto. 

— Sefiora,  contest6  el  sacerdote,  Dioa  reoibe  a  todo  aquel 
que  viene  hdcia  El,  a  todo  aquel  que  lo  invoca  de  corazon, 
y  usted  puede  eatar  aegara  de  au  indaljencia  infinita,  en« 
coutrandp  alivio  loa  aflijidoa  en  au  inagotable  dalzura  y  ett 
au  inmenaa  niiaericordia.     ,    . 

—Si  supiera,  aeBor,  el  bien  que  me  haoen  aus  palabras^ 
no  ae  aepararia  de  mf,  acompafliadomd  hasta  mi  Mtima 
iagonia. 

— Jesucriato,  senora,  buscaba  a  los  aflijidos  y  no  se  sepa* 
raba  de  ellos:  yo  trato  de  imitar  en  cuanto  alcanzan  mis  d6 
bilea  fuerzas  a  mi  Divino  Maestro. 

' — Y  El  perdonaba^  ^no  ea  verdad,  aefior? 

---A*  todoa,  ain  eacepcion  ninguna. 

— Entoncea  usted  ae  quedard  cDumigd  y  me  perdonarfi. 
asi  como  El  perdonaba« 


■ 

— Yo  no  hagp  mas,  hija  mia,  qae  cumplir  con  mi  deber 
al  no  sep^rarine  de  un  aflijido  y  servir  de  int^rprete  a  la 
Voluntad  del  SeQor.  ^ 

— V^nga,  padre  mio,  deseo  estar  sola  con  usted. 

— Vamos,  respondi6  lac6aicamente  elsacerdoie. 

T  como  sabia  de  antemano  la  parte  que  habia  tornado 
aqnella  mujer  en  perder  a  la  familia  de  sor  Ursula,  y  aun 
a  ella  misma^  inflayd  tambien  en  ^1  una  especie  de  calculo 
cristiano  y  acept6  sin  vapilar. 

Dona  Porfira  lo  tom6  de  la  mano  y  se  encerr6  con  ^1  en 
sn  dormitorio. 

Guando  estavo  a  solas  se  le  volvid  a  hincar,  esclamando: 

— Dies  me  ha  caatigado  ya  quitdndome  mi  liaico  hijo; 
jmi  hijo,  por  cuya  fortuna  he  llegado  a  cometer  hasta  cri- 
menesl...  Qdero,  senor,  que  usted  me  oiga  en  confesion, 
aunque  no  estoi  preparada  ni  he  hecho  un  prolijo  exim.en 
de  mis  actos. 

— ^No  hai  necesidad  que  usted  se  prepare^  porque  el  dolor 
de  las  culpas  es  mas  grande  y  mas  eficaz  que  todas  las  con- 
fesiones  juntas. 

— 'jNo  me  engafia  usted,  sefio;*,  para  consolarme? 

r— La  palabra  de  Dios  jamas  engana. 
.    — Pero,  sefior,  estoi  casi  completamente  olvidada  de  las 
prficticas  relijiosas:  [las  he  desouidado  tanto   durante  mi 
vidal 

— No  importa;  el  arrepentimiento  suple  a  todo,  es  lo  lini- 
co  que.  vale,  y  creo  que  usted  se  encuentra  arrepentida. 

— Sf,  senor,  lo  estoi  de  todo  corazon;  y  si  me  fuera  posi- 
ble  borrar  con  mi  sangre  y  con  mis  l&grimas  todo  el  mal 
que  he  hecho,  esa  seria  mi  mayor  felicidad,  la  4nica  que  se- 
ria  ahora  capaz  de  esperimentar. 

— Basta,  hija  mia,.  y  puede  usted  contar  desde  luego  con 
el  perdon  de  Dios. 

— Padre  mio,  6igame. 

Y  dona  Porfira  principi6  su  confesion. 


Caaado  habo  conclaido,  el  sacerdote  le  dijb  c6n  ^at^Qfa: 

— Para  conseguir  el  perdon  de  Dios  es  precise:  prifneto, 
solicitar  el  perdon  de  las  personas  a  quieues  se  ha  ofendido; 
y  si  despues  de  hab^rselo  pedido  hunaildemeute  n<3  te  lo 
conced^i,  hija  mia,  entonces  el  senor  castigar^  a  a<^aellas^  7 
te  salvarA  a  tl. 

— Estoi  dispuesta,  padre  mio,  a  hamillarme  ante  las  per- 
»:)nas  k  quienes  he  ofendido,  pero  dasgraeiadameate,  como 
usted  lo  sabe  per  mi^confestoa,  haa  maerto  algaaas. 

— Esas  ya  te  deben  haber  peMonado.     : 

— gliO  cree  usted? 

— Estoi  segaro  de  ello,  porque  de  otra  maneta  no  ha- 
brian  podido  entrar  al  reino  de  los  cielos;  pero,  aun  dado 
oaso  que  hubieseu  llevado  a  la  tumba  sas  reaientimieutos  y 
sus  deseos  de  vengarse,  bastaria  para  que  Dios  te  perdo- 
nara  a  ti,  la  intencion  que  tieaes. 

— Usted  me  alivia,  usted  me  consuela,  usted  me  eusan- 
cha  9I  corazou,  fteBor;  pero  afortunadamente  existe  el  leji- 
timo  h^redero  de  esas  personas  a  quienes  he  hecho  mal^  y 
ese  lejitimo  heredero  es  talvez  al  que  mas  he  ofendidp,  por? 
que  muchos  anos  h&  que  trabajo  por  su  desgraeia,  miaando 
su  felicidad;  ;y  ese  heredero,  padre  mio,  es  la  esppsa  de  mi 
hijo  que  acaba  de  morir!  La  esposa  nada  mas  que  por  la 
bendicion  del  sacerdote!  Y  esa  bendicion  proviene  del  en- 
gafio,  proviene  de  la  violencia,  y  no  es  ni  pnede  ser  lejf- 
lima. 

V — ^Estd  bien,  hijamia,  es  preciso  Uamar  a  la  sefiorita  Lui^ 
sa  Valdes. 

— lY  vendrd,  senor,  despues  de  tanto  como  la  he  ofen- 
dido? 

— Sf,  vendrd.... 

— ^Voi  a  aprovechar  de  las  fuerzas  que  me  quedan  para 
escribirle,  iutertanto  ordene  usted  que  hagan  venir  a  un  no- 
tario,  porque  quiero  hacer  mi  testamento^  pues  s^  que  tras 
elcad&rer  de  mi  hijo  saldrd  el  mio. 


630 

T  do&a  Porfira,  a  pesar  delo  mala^qae  se  sentia,  escribi6 
a  Lnisa  la  esqnela  siguiente: 

**Senora  dolla'  Luisa  Valdes, 

"Sefiorita:    '  • 

''Mi  hi  jo  ha  maerto  y  a  mi  me  £alta  mai  poco  para  se* 
goirlo.  ' 

"Yo  7  mi  hijo  le  hemes  hecho  a  usted  y  a  toda  su  fami- 
lia  macho  mal;  pero  no  ea  posible  gaardar  rencor  a  los 
muertos  ni  tenerlo  con  los  moribundos. 

'Tor  cuanto  mas  ha  amado  y  ama  en  este  mando/la  sn- 
plico  a  usted  que  perdone  a  mi  (iuillermo  y  que  me  per- 
done  a  mf. 

"Yo  no  morirS  tranquila  o  morir^  crey^ndome  reproba- 
da  por  Dios,  si  usted  no  viene,  si  no  oigo  de  sus  labios  ese 
perdon  que  necesito. 

"Tenga  compasion  de  una  pecadora  a  la  vez  que  desgra- 

ciada  madre. 

Porfira  be.  . . " 

Un  criado  parti6  en  el  acto  con  esta  esquela,  que  recibi6 
Luisa  en  mementos  que  ella  misma  estaba  con  un  gran  pe- 
sar  motivado  por  la  desgracia  que  vamos  a  referin 

» 

XIL 

Cuando  volvieron  del  paseo  de  la  Alameda,  en  que  habia 
Bucedido  el  encuentro  con  Guillermo,  tpdos  se  fueron  di- 
rectamente  al  cuarto  del  solitario,  que  aun  permanecia  con 
Torcuato,  y  Luisa,  al  tiempo  de  abrazar  a  su  maestro,  le  dijo 
al  oido:  , 

•  — ^Tenemos  que  comunicarle  un  acontecimiento  impor- 
tante  que  nos  acaba  de  pasar  en  la  Alameda  a  Enrique  y  a 
mf  y  que  los  demds  ignoran. 

Y"el  solitario  mene6  la  cabeza  como  diciendo: 

— EstA  bien. 

Poco  rato  despues,  y  a  invitacion  de  Luisa,  todos  se  di* 


\ 


£08  8I0BXTO8  DXC  PUXBLO*  631 

rijieron  al  salon  para  tomar  el  t^,  escepto  Luisa  y  Eorique 
que  se  hicieron  nn  poco  atras  para  refe^'ir  al  solitario  lo  su- 
cedido. 

El  prddente  anciano  medit6  por  un  mom^nto  y  en  segui- 
da  lea  dijo: 

—En  lo  sncesivo  es  preciso  U8ar  de  algunas  precan- 
clones, 

— Piensa  usted  que  corremos  algun  peligro? 

— Todovse  puede  temer  de  un  loco  o  de  un  borracho, 
porque  yo  creo  que  |jraillermo,  estando  en  su  juicio,  no  se 
atreveria  a  nada,  pues  pesan  sobre  ^1  muchas  cosas  y  teme- 
ria  perderse  para  siempre. 

— jT  qu^  haeer? 

— Yo  lo  pensar^  esta  noche  y  mafiana  hablaremos. 

En  seguida  se  reunieron  a  los  otros  que  ya  estaban  en  el 
salon.  I 

En  ese  pequeno  intervalo,  Mercedes  habia  ido  a  la  cama 
de  su  hijo,  del  que  no  hemos  hablado,  pero,  que  ya  tenia 
como  dos  anoB  si  se  recuerdan  las  fechas.  Mercedes  fa6, 
pues,  en  cuanto  lleg6,  con  esa  solicitud  y  cariiio  de  madre  a 
besar  a  su  hijo  mientras  dormia;  pero  qued6  sumamente 
asustada  al  encontrarlo  con  una  fiebre  devoradora  y  mui 
desasosegado;  y  a  tal  punto  lleg6  su  angustia  y  su  sorpresa, 
que  corri6  hicia  el  salon  gri^ando  despavorida: 

— ^Mi  hijo,  mi  hijo  se  muere,  sAlvemelo,  senor. 

Y  Mercedes  tom6  de  la  mano  al  anciano  en  ademan  de 
Uevarlo  hicia  el  cuarto  del  nino. 

El  anciano,  como  todos  16s  que  estaban  presentes,  corri6 
para  ver  qu6  era  lo  que  sucedia,  y  se  encontraron  en 
realidad  con  la  pobre  criatura  sumamente  enferma.  E4  soli- 
tario lo  examin6  detenidamente  y  con  el  mayor  cuidado  y 
mene6  la  cabezaen  sefial  de  inquietud,  diciendo  solamente: 

— Es  preciso  hacer  llamar  medicos  en  el  acto. 

— iQu6  sefior!  jDe  tanto  peligro  esti  que  usted  no  se  atreve 
a  sanarlo? 


633  trOi  iMuooi  DiML  rmasuk 

-~Est&  mni  tnalo;  tiene  una  membrana  terrible,  compli- 
cada  con  un  faert;e  ataqae  cerebral. 

— jDios  mio!  jDioa  mio!  esclam6  Mercedes;  ^todavia  ten- 
dr6  que  sufrir? 

— Todo  el  mando,  hija  mia,  est^  espaesta  a  safrir  hasta 
que  le  Uega  su  t6rmino,  e3  decir,  hasta  que  hemos  cumplido 
con  nuestra  mision  en  la  tierra;  pero  no  digo  por  esto  que 
no  haya  esperanzas.  Hdgase  venir  algbnos  medicos. 

Inmediatamente  se  puso  en  movimiento  toda  la  casa  y  se 
inand6  en  busca  de  medicos  en  todas  direcciones  con  6rden 
de  traer  a  cnantos  se  encontrasen. 

El  padre  de  Mercedes,  Enrique,  y  Pederico  Bradfort, 
tambien  salieron  con  el  mismp  fin,  queddndose  solo  acorn- 
pafiando  a  Mercedes,  su  marido  y  su  madre. 

La  vieja  Marta  tenia  en  sus  brazos  al  nino,  y  ^\  solitario 
preparaba  algunos  remedios  que  creia  a  propdsito  para  com- 
batir  aquelia  siibita  y  terrible  enfermedad,  cuya  causa  no 
podia  adivinar. 

Los  medicos  faeron  llegando  y  se  apoderaron  del  nino, 
pero  las  opiniones  eran  diverjentes.  El  solitario  escuchaba 
sin  decir  palabra,  pero  al  fin,  viendo  tantas  contradicoiones 
entre  unos  y  otros,  emiti6  su  opinion. 

Los  discipulos  de  Hip6crate8,  al  oir  el  razonamiento  del 
anciano,  se  sorprendieron  mirdndose  unos  a  otros,  porque 
no  solo  esplieo  la  enfermedad,  sino  los  remedios  que  eran 
mas  adecuados  para  atacarla,  afiadiendo  que  lo  que  habia 
espuesto  era  un  parecer  que  solo  tenia  el  apoyo  de  la  espe- 
riencia,  pero  no  el  de  la  ciencia. 

El  doctor  Zazie,  que  se  encontraba  entre  los  ocho  o  diez 
facultativos  que  alii  habian,  fa^  de  la  misma  opinion  del 
anciano,  y  dijo  que  ese  era  el  camino  que  se  debia  seguir, 
aun  cuando  dudaba  mucho  que  se  sal  vase  el  niBo,  porque 
esa  complicacion  de  males  hacia  peligrosa  y  dificil  la  cura- 
cion;  y  que  en  su  concepto  el  caso  era  desesperado,  pero  que 
no  por  eso  debia  desmayarae. 


I 


urn  tiaBnos  dsl  vnmA.  63^ 

Xos  medicos  se  pusieroa  a  la  obra,  pero  todos  sus  eafaer- 
Z03  y  16s  del  solitario  que  no  abandon6  la  cabecera  del  niffo, 
fueron  iniitiles:  el  hijo  de  Gruillermo  espiraba.  talvez  a  la 
mismaliora  que  caia  su  padre:  coincidencia  fatal  y  misterio- 
sa  que  nos  es  imposible  esplicar. 

Ese  mismo  dia  se  encontraba  Luisa  al  lado  de  Mercedef's 
prodigdndole  sus  cuidados  y  sus  consuelos.  La  j6ven  madre 
estaba  rodeada  de  todas  las  personas  que  la  afeccionaban, 
porque  ni  sus  padres,  ni  Enrique,  ni  Federico,  se  habian 
apartado  de  ella,  pasando  toda  la  noehe  en  casa  de  Luisa.  - 

Mercedes,  aunque  profundamente  triste,  aunque  casi  aje- 
na  de  pensar  en  otra  cosa  que  no  fuera  su  hijo,  aentia  reoo- 
nocimiento  por  la  tierna  solicitud  de  todos,  particularmente 
de  su  marido  el  sabio  anciano,  que  habia  cuidado  y  sentido 
a  su  hijo  tanto  o  mas  que  si  hubiera  sido  propio,  basta  el 
punto  que  cuando  ya  se  habia  perdido  toda  esperanza,  ha- 
bia  dicbo  a  Mercedes: 

— Acdrcate  a  tu  hijo,  porque  su  Mtima  mirada  ser&  para 
tf .  paes  yoi  a  darle  un  remedio  para  que  se  estinga  sin  do- 
lor,  recuperando  por  un  instante  sus  facultades. 

Y  en  efecto,  asi  habia  sucedido  con  no  poco  asombro  de 
los  facultativos  que  se  encontraban  todavia  presentes,  pues 
q1  anciano  puso  en  la  boca  del  nino  unas  cuantas  gotas  de 
su  elixir,  produciendo  un  sacudimiento  jeneral  en  el  cuerpo, 
despues  del  cual  vino  la  tranquilidad  y  abri6  los  ojos,  mir6 
por  todas  partes  y  los  fij6  dulcemente  en  su  madre,  asoman- 
do  a  sus  pequenos  Ubios  una  tierna  sonrisa  que  parecia  sig* 
nificar  la  satisfaccion  que  esperimentaba  al  verla. 

Entonces  el  anciano  se  acerc6  a  Mercedes  y  le  dijo  con 
voz  conmovida: 

— Besa  a  tu  hijo  y  despidete  de  ^;  ha  muerto  contento, 
porque  te  ha  reconocido. 

Esta  era  causa  de  la  gratitud  inmensa  que  sentia  la  aeon- 
gojada  madre  por  su  esposo. 

Luisa,  como  hemes  dicho,  se  encontraba  al  lado  de  Mer- 


634  tM  81QBSIO0  DIL  TXTMBiAK 

cedes  caando  recibi6  la  carta  de  doEla  Porfira,  que  la  hizo 
mada^  de  color,  pardndose  instantdaeamente  para  ocultar  su 
turbacion;  pero  al  salir  de  la  puerta,  llam6  al  solitario,  que 
la  s]gui6  en  el  acto. 

Luisa,  sin  hablarl^,  le^  present6  la  carta,  que  ley 6  rdpida- 
mente'xJon  Toribio  de  Guzman  y  devolvi6ndosela  dijo: 

— iPobre  madre!  Es  preciso,  Luisa,  que  vayas,  para  ver  si 
aun  es  tiempo  de  salvarla;  y  si  yo  soi  necesario,  hazme  11a- 
mar  en  el  acto. 

— Arcanosde  la  Providencia!  murinur6  el  solitarib  entre 
dientes,  y  se  volvi6  al  cuarto  en  que  estaba  su  esposa. 

Luego  que  entr6,  la  primera  persona  a  quien  diriji6  su 
vista  fu6  a  Enrique  y  le  hizo  senas  para  que  viniese  donde 
61,  comunic6ndole  en  el  acto  lo  ocurrido,  pero  previni^ndole 
que  no  supiese  Mercedes,  porque  una  nueva  impresion,  de 
cualquier  naturaleza  que  fuese,  podia  hacerle  mal,  tanto  mas 
por  la  circunstancia  de  esa  coincidencia  misteriosa  en  que 
el  padre  y  el  hijo-  morian  en  un  mismo  dia  y  talvez  a  una 
misma  hora,  , 

La  primera  sensacion  que  esperiment6  Enrique  fu^  de 
alegria:  siempre  existe  en  el  hombre  cierto  egoismo  que  es 
mui  dificH  llegar  a  estinguir;  sin  embargo,  reflexionando,  se 
reprocli6  ese  arranque  de  su  corazon,  esperimentando  en- 
tonces  piedad  por  Gaillermo  y  su  madre.  ^ 

Pero  Luisa,  al  leer  la  esquela  de  la  madre  de  su  marido, 
en  la  que  le  anunciaba  la  muerte  de  ^ste,  no  pens6  ni  uu 
instante,  ni  siquiera  se  le  ocurri6  en  que  quedaba  libre,  en 
que  podia  casarse  legal  y  relijiosamente  con  Enrique,  sino 
que  vol6  alii  donde  la  Uamaba  la  desgracia,  dispuesta  no 
solo  a  perdonar,  sino  a  socorrerla  y  a  salvarla. 

Luisa  fu^  introducida  por  el  oapellan  del  monasterio  de... 
que  la  condujo  hasta  el  dormitorio  de  dona  Porfira,  dicidn- 
dole  linicamente:  , 

— No  hai  nada  en  el  mundo  de  mas  satisfactorio  y  de  mas 
hermoso  que  el  cumplir  con  las  obras  de  miserlcordia. 


Ml  saoBiMi  DiL  nwmjdt.  635 

E&.el  ae.to  de  aparecer  Laisa^  dofia  Porfira  se  hinco  en  el 
suelo  bafiada  en  Uanto: 

Loisa  corri6  h&cia  ella  y  estrechdndola  entre  sus  brazos, 
le  dijo  con  voz  conmovida  y  dulce: 

— jMadre  mia,  mi  querida  madre,  todo  est6  olvidado!,  • . 

—  jMe  llamas  tu  madre!  jQa^felicidad!  jGracias  Diosmiol 
jGraciflis  Senor! 

Y  estendid  una  mano  al  anciano  sacerdote  que  lloraba  en 
silencio  al  ver  aquel  arrepentimiento  y  aquel  perdon. 

Esta.emocipn  prodnjo  en  dofia  Popfira  un  lijerq  desmayo; 
pero  al  vol  ver  en  si,  mir6  a  Lnisa  y  la  estrech6  contra  sa 
corazon,  dici^ndole: 

— jCu^n  dulce  me  es  Uamarte  hija  mia,  ann  cuando  no 
a^a  mas  que  por  pocas  boras! 

— Espero  en  Dios,  querida  madre,  que  ser6  por  mucho 
tiempo. 

— No,  yo  s^  lo  qua  dijgo;  yo  lo  sd. .  He  sufrido  mucho, 
muchf simo. . . ;  ya  es  tiempo  de  que  esto  termine;. . .  p^ro 
antes  de  separarnos,  espero  de  tu  grande  alma  un  gran  ser- 
vicio. 

— jServicio!  Servicio  no  puede  existir  entre  madre  e 
hija. 

— Sea  como  tii  quiera3,  ya  que  eres  tan  noble  y  jenerosa; 
pero  te  suplico  que  me  cumplas  lo  que  voi  a  pedirte,  ^ 

— Desde  luego,  madre  mia,cuenie  usted  con  mi  palabra. 

— iDe  veras! 

— ^^Infaliblemente,  si  depende  de  mi. 

— Si,  depende  de  ti. . . 

— Entonces,  puede  usted  estar  segura. .  • 

— Perdona  a  mi  hijo,  como  has  perdonado  a  la  madre, 
quo  era  la  mas  culpable.  •  •  . 

— No  tenia  necesidad  de  pedlrmelo. . .  ya  lo  he  hecho. 

— jLo  has  perdonado! 

— De  todo  corazon  y  con  toda  mi  alma..  • 

— jHijamia!  Que  Dios  te  bendiga  desde  el  cielo  y  te 


636  iM  noflttiotf  DXL  raxBEo» 

colme  de  felicidades. . .  Sevis  dichosa,  mni  dichosa,  Lnisa. . . 

— Ya  lo  soi  con  el  solo  hecho  de  llamarla  mi  madre. 

Dofia  Porfira  no  pudo  reaistir  a  la  alegria  que  produje- 
ron  en  ella  estas  Ultimas  palabras  de  aquella  vfrjen,  y  volvi6 
a  desmayarse. . .  . 

Estavez  se  demor6  mas  en  volver  en  si,  y  cuando  recu- 
per6  BUS  sentidos,  dijo: 

— jNo  tenia  esperanzas  de  morir  asi. . .  tan  feliz. . .  y  en 
brazos  de  la  vfrjen  mas  pura  y  a  qnien  mas  he  ofendido;  \y 
que  sin  embargo,  no  solo  me  perdona,  sino  qne  me  llama  sa 
madre! 

— No  se  ocope  de  ideas  triates;  aun  no  es  Uegado  el 
tiempo.  • . 

— No  lo  repetir^  mas,  hija  mia:  ella  no  tardard  en  venir 
por  si  misma. . . 

Y  en  seguida,  diriji^ndose  al  anciano  sacerdote,  le  pre- 
gnntd  si  habia  hecho  venir  al  notario. 

El  yeneyable  anciano  le  contestd  que  si,  y  que  debia  es- 
tar  esperando. 

— Quiero,  afiadi6  dofia  Porfira,  hacer  la  declaracion  for- 
mal ante  el  notario,  dici6ndole  que  toda  la  fortuna  que  y o 
poseo  te  pertenecia  y  te  pertenece,  porque  yo  no  he  tenido 
nunca  nada  propio, 

— No  haga  usted  tal  cosa,  madre  mia;  se  lb  suplico,  se  lo 
pido  a  nombre  niio  y  a  nombre  de  mi  madre. . .  Disponga 
usted  de  la  fortuna  como  suya  propia,  pues  lo  es  en  reali- 
dad,  y  haga  su  testamento  de  la  manera  que  quiera:  este  es 
un  favor  que  espero  de  usted. 

— Graciag,  hija  mia,  comprendo  toda  tu  nobleza;  esto  me 
permitir&  siquiera  reparar  en  parte  un  tnal  oausado  por  mi 
hijo. . . 

Y  afiadi6  mirando  al  confesor. 

— Tenga  usted  la  bondad,  sefior,  de  hacer  entrar  al  no- 
tario. 
El  funcionario  publico  hizo  las  interrogaciones  de  estilo  y 


I 

UM  BlO&KrOi  010:1  tXSVBIAK  ,637 

Be  pnso  a  escribir  dispuesto  para  legalizar  todas  las  indica- 
cionea  de  la  testadora,  la  que,  despues  de  haber  enumerado 
los  bienes  de  que  disponia  y  que  subian  a  una  suma  enorme, 
mas  de  un  millon  de  pesos,  dijo: 

— Declaro  por  liuica  heredera  y  albacea  de  todos  mis 
bienes  a  la  sefiora  doila  Luisa  Valdes  de. . .  esposa  lejitima 
de  mi  difunto  hijo  don  Guillermo  de.. .  deduci^ndose  de 
todos  estos  mis  bienes  la  suma  de  doscientos  mil  pesos  que 
lego  a  la  sefiora  dona  Mercedes  Lopez  de  Guzman,  con  el 
4nico  cargo  de  rezarme  un  padre  nuestro  por  todos  los  dias 
de  su  vida. 

Terminada  aquella  dilijencia,  que  dona  Porfira  creia  de 
suma  urjencia  y  necesidad,  en  contra  de  la  opinion  de 
Luisa  que  sentia  que  se  fatigase  por  intereses  de  este  j^nero, 
llam6  otra  vez  al  sacerdote  y  dijo: 

— Padre  mio,  a  usted  le  debo  ^in  duda  alguna  la  salvacion 
de  mi  alma  y  le  debo  tambien  la  dlcha  de  tener  conmigo  a 
mi  querida  hija;  pero  todavia  espero  de  usted  otro  bene- 
jficio. 

— Cuanto  ordenes,  hija  mia,  te  serA  cumplido. 

— Todoa  me  ban  impedido  ir  al  cuarto  donde  estdn  depo^ 
sitados  ios  restos  de  mi  hijo^  y  yo  deseo  orar  un  momento 
al  lado  de  su  f^retro  en  compania  de  su  esposa. . . 

— Yo  tambien  lo  pido,  dijo  Luisa. 

— No  veo  inconveniente;  vamos. 

— jUsted  tambien  vendrd^con  nosotras? 

—SI,  hijas  niias,  las  acompanar^. 

Dona  Porfira  se  levant6  con  dificultad,  se  ech6  un  manto 
a  la  cabeza,  y  apoyandose  en  el  brazo  de  Luisa,  se  encami- 
n6  silenciosa  y  cubierta  h^cia  el  lugar  que  indic6  el  sacer- 
dote, que  marchaba  al  lado  de  ellaa 

El  cuarto  se  abri6,  penetrando  en  61  solamente  las  tres 
personas  que  se  arrodillaron  a  un  mismo  tiempo  al  lado  del 
lojoso  Cajon  mortuorio  que  estaba  alumbrado  con'candeU- 
bros  de  varias  luces. 


/ 


638  L08  srauROB  mL  FrakLOi 

Las  tres  personas  con  sas  cabezas  incfibadas  invocaban 
sip  dnda  la  clemencia  d'e  Dios  por  los  pecadores. 
,    Dofia  Porfira  tenia  de  la  mano  a  Lnisa. 

Ei  sacerdote  pronanci6  en  latin  algnnas  palabras. 

De  improviso  la  madre  de  Gaillermo  BoIt5  la  mano  de 
Lnisa,  se  levant6  j  cay6  sobre  el  cajon  de  su  hijo  en  acti- 
tud  de  abrazarlo. 

Dofia  Porfira  habia  dejado  de  existir. 

El  dolor  la  habia  muerto.  Talvez  algana  idea  terrible  y 
desconsoladora  cruz6  en  ese  momento  por  su  cabeza.  Qai^n 
sabe  si  Dios  no  le  revel6  el  destino  de  su  hijo! 

XIII. 

Luisa  compadeci6  y  llor6  sinceramente  a  la  madre  de 
Bu  marido,  pero  a  pesar  de  sus  esfaerzos  no  pudo  eaperi- 
mentar  los  mismos  sentimientos  por  ^ste;  el  crimen  cometi- 
do  con  Mercedes  le  habia  hecho  una  impresion  mai  honda  7 
dejado  en  su  corazon  una  huella  de  desprecio  y  de  repug- 
nancia  invencible. 

Caando  Luisa  hubo  arreglado  las  cosas  principales  en 
casa  de  dona  Porfira,  se  rolvi6  a  la  suya  para  cuidar  de 
Mercedes,  Uevdndose  consigo  al  venerable  capellan  del  mo* 
nasterio  en  que  habia  habitado  su  tia  por  largos  anos,  y 
mandando  a  Ceferina  y  alganas  sirvientes  a  sus  6rdenes 
para  que  tuviesen  cuidado  de  todo. 

Mercedes  intertanto  estaba  siempre  casi  inconsolable:  un 
hijo  no  e&i  una  pdrdida  que  se  olvida  mui  fi&cilmente,  y  ella 
no  podia  todavia  resignarse;  ^qud  madre  no  ha  esperimen- 
tado  lo  mismo? 

Cuando  Mercedes  miraba  aquella  cuna  vacia  en  que  poco 
antes  dormia  tranquilo  su  hijo,  no  podia  contener  sus  soUo- 
zos,  y  habia  veces  que  le  era  impasible  llorar,  porque  se  le 
oprimia  de  tal  manera  el  corazon,  que  no  podia  arranc&r  do 
^1  un  solo  suspiro,' 


\ 


jOu^atas  ebaociones  dulces,  cu^ntas  esperanzas  lisonjeras, 
cudntos  recaerdod  y  cudnta  tristeza  no  encierra  nna  cnna 
vacfa!  Qa^  d^  Idgrima's  no  se  vierten  sobre  ese  lechito  que 
cobijaba  antes  a  un  ser  tan  tier  no,  tan  querido  y  tan  ddbil! 
Pensar  en  las  sonrisas  de  una  criatara,  en  su3  inocentes  ca- 
ricias,  en  los  cuidados  de  que  era  objeto,  en  los  desvelos 
constantes  que  ocasionaba,  y  encontrarse  sin  nada  y  niirar 
aquel  lugar  solo,  es  una  sensacion  que  desgarra  el  alma. 

Ver  pdr  todas  partes  el  cuarto  que  habitaba  lleno  de  re- 
cuerdos,  alii  est^n  sus  vestidos,  mas  alia  sus  zapatitos,  aqui     , 
su  gorra,  en  otro  lugar  sus  juguetes,  y  decirse  ya  no  volve-    * 
vk  el  pequeno  propietario,  ;causa  una  pena  tan  cruel,  que  no 
tenemos  palabras  para  traducirla,  peiro  que  una  madre  sabe 
sentir  y  sabe  apreciar! 

Esto  era  lo  que  esperimentaba  Mercedes.  En  vano  que- 
rian  apartarla  de  aquellos  objetos,  porque  ella  volvia  donde 
ellos,  los  buscaba,  los  juntaba,  los  guardaba,  los  acomoda- 
ba,  los  besaba  y  Uoraba  sobre  ellos. 

Todo  el  placer  de  la  joven  madre  consistia  en  lie v arse 
juntoNa  la  cana  de  su  hijo:  alU  afirmada,  pasaba  horas  de 
boras  sin  hablar  y  sin  comer. 

El  Mtimo  vestidito  que  se  puso,  el  liltimo  juguete  que 
tom6  en  sus  manos,  los  tenia  aparte  como  una  querida  reli- 
quia. 

Los  sedosos  y  castafios  cabellos  del  nino  qu6  hacia  poco 
tiempo  le  habia  cortado,  los  Uevaba  consigo  y  se  acostaba 
con  ellos:  locuras  del  sentimiento  de  madre  tan  naturales 
como  lejitimas. 

Luisa  sentia  un  pesar  inmenso  al .  vet  a  su  amiga  en  tal 
estado,  y  buscaba,  sin  encontrar,  un  medio  d^  consolai'la, 
hasta  que  se  le  ocurri6  la  idea  de  separarla  de  aquel  lugar, 
idea  que  fae  de  la  aprobacion  de  todos. 

Pero  Luisa,  con  ese  tacto  delicado  que  le  distinguia,  sir- 
vi^ndole  como  de  regla  para  d.irijir^e,  pens6  que  esto  no.  eira 
lo  bastante,  y  que  llevarla  a  un  lugar  alegre  o  diver tido 


640  fiAi  noBxrOi  bsii  ruMBub. 

seria  peor,  porque  se  recoaceutraria  ma3  en  si  misiwa,  au- 
mentdadose  sa  afliccioa.  Eatoncea  jazg6  qtle  el  sitio  mas  a 
prop6sito  seria  el  retiro,  la  meditacion,  la  oracion,  y  comu- 
nic6  la  idea  priineramente  a^l  solitario,  despues  al  director 
espiritual  de  sa  tia  y  41timamente  a  Earique  y  a  los  padres 
de  Luisa;  y  todos  a  una  creyeron  que  era  la  medida  mas 
aCertada,  la  4aica  talvez,  porque  de  otra  suerte  podia  com- 
prometer  su  salud. 

Luisa,  por  su  parte,  necesitaba  tambien  recojerse  en  si 
misma  y  le  era  casi  indispensable  un  poco  de  tranquilidad 
para  dar  mas  fuerza  a  sus  convicciones,  ma^  seguridad  a  bus 
actos,  mas  madurez  a  la  determinacion  que  habia  f omado  y 
que  todavia  no  habia  revelado  a  nadie,  con  cuyo  objeto  11a- 
m6  al  viejo  sacerdote,  y  le  dijo: 

— Todos  ban  aprobado  el  plan  de  arrancar  a  Mercedes 
de  un  sitio  que  da  pdbulo  a  su  tristeza;  pero  el  linico  lugar 
que  yo  encuentro  mas  a  prop63ito  para  lograr  el  intento 
deseadp  es  el  mon^sterio  de.  •  ^  del  que  usted  es  el  honora- 
ble capellat;  y  como  yo  pienso  acompaQar  a  mi  hermana, 
prefiero  ese  santo  asilo  a  cualquier  otro,  pues  ^kestd  lleno  de 
los  recuerdos  de  mi  tia,  que  me^  son  tan  queridos,  y  es  ^paas 
que  probable  que  alii  se  encuentre  lo  que  se  busca  para 
Mercedes,  hallando  yo  tambien  lo  que  necesito  para  mi. 
jPodria  usted,  pues,  senor,  conseguir  el  permiso  de  que  re- 
sidamos  por  tres  meses  entre  las  monjas  y  que  nos  den  por 
alojamiento  la  celda  de  ^mi  tia?  No  quiero  ofrecer  dinero 
ninguno  por  esto,  lo  que  me  seria  mui  fiicil,  porque  prefiero 
mejor  series  deudora  a  las  monjas  de  su  servicio. 

— No  puedo,  hija  mia,  promejierte  nada  a  este  respecto; 
pero  si  puedo  asegurarte  que  har^  todo  lo  posible  por  con- 
seguirlo:  mafiana  sin  falta  te  dar^  la  respuesta. 

Al  dia  siguiente  lleg6  el  viejo  capellan  mas  temprano  que 
de  costumbre,  y  encontrando  a  Luisa  en  compania  de  la 
familia,  le  hizo  sefias  de  que  estaba  acordado  el  permiso. 

$se  mismo  dia  comunic6  Luisa  a  Mercedes  el  deseo  que 


-  1 


um  naunm  Mau  nriabo.  641 

tenia  de  retirarse'a  ana  casa  relijiosa.por  da  cdrto  tUiftpo, 
propoai6adole  si  queria  acompafiarla,  proposicioa  qae  fa^ 
aceptada  con  gasto  por  Mercedes,  qae  deseaba  llorar  sin 
testigos.  ^ 

Momentos  despaes  tavo  Laisa  ana  larga  conferencia  con 
el  solitario,  pero  sin  qae  sapiera  nadie  el  asanto  de  qae  se 
habian  ocupado. 

Laisa  era  ana  de  esas  persona«  qae  caai(do  haa  concebi- 
do  bien  ana  cosa  la  realizan  sin  p^rdida  de  tiempo;  adi  es 
qae  taa  laego  como  fa6  posible,  arregl6  todas  las  cosas  ne- 
cesarias  par^  permanecer  dnrante  ese  tiempo  en  el  retire 
relijioso  qae  habia  escojido,  dejando  al  solitario  el  encargo 
de  arreglar  sas  asantos. 

La  determinacionde  las  dos  j6venesfa6  sabida  por  todos 
ana  vez  qae  estavieron  allanadas  las  dificultades  y  recibida 
con  satisfaccion,  porque  se  esperaba  de  ella  el  restableci- 
miento  de  Mercedes,  es  decir,  qae  olvidase  ♦  sas  tristes  re- 
caerdos;  sin  embargo,  Enriqae,  sin  desaprobarla,  sentia  la 
separacior;  y  comprendieado  Laisa  lo  qae  pasaba  en  el  in- 
terior de  sa  amante,  tdl'fez  porqae  ella  misma  esperimenta^ 
ba  ana  cosand^ntica,  le  dijo: 

—Mi  qaerido  Enriqae,  apenas  has  llegado  cuando  vamoa 
a  separarnos  naeyamente,  pero  esta  %eri.  la,  Ultima  vez,  te 
lo  prometo. 

— jLa  Ultima  vezl 

— Indadablemente,  amigo  mio. 

^Qa6  es  lo  qae  has  regnelto? 

— Lo  qqe  he  resaelto  es  sanar  a  ta  hermana  de  la  triste-^ 

— ^Y  despaes? 

Laisa  se  sonri6,  y  alargindole  la  mano  con  carin6,  le 
dijo: 

—El  despaes  no  paedo  decirtelo;  lo  sabris  a  sa  debido 
tiempo. 

•— ^Nada  mas  me  dices? 


€42 


-SI 

— iQq4  otra  cosa?  esclam6  Eariqae,  esperando  algo  de 
mas  positivo  o  de  menoa  vago. 

-^Qae  el  diez  j  nueve  de  setiembre,  a  1^  diez  de  la  ma- 
nana  en  panto,  te  encaentrea  en  la  hacienda  de  San  Jorje,  no 
en  las  casas  principales,  sino  en  el  cortijo  de  nn^tro  maestro 
y  segundo  padre,  el  coronel  don  Toribio  dfii  Guzman,  el 
amante  esposo  de  naestra  qnerida  bermana,  del  bombre  a 
qoien  debemos  la  mayor  parte  de  naestra  felicidad,  porqae 
il  nos  ba  formado,  baci^ndonos  lo  que  somos. 

— 2^to  es  todo? 

— Todo,  amigo  mio.  * 

— ^Ni  ana  palabra  mas? 

— Sf,  todavia  otra  cosa:  exijo  de  tf  que  no  me  basqaes 
ni  trates  de  verme.  For  lo  primero,  ya  sabes  el  asilo  donde 
estoi,  y  por  consiguiente  no  necesitas  informarte.  For  lo 
Eegando,  es  ana  proMbicion  absoluta,  y  en  balde  irias  a 
pregantar  por  mi,  porqae  no  saldria;  pero  si  algo  sucede 
de  estraordinario,  si  bubiese  algan  acontecimiento  nuevo, 
eomanicamelo  en  el  acto,  porqae  mi  reclosion  no  se  es- 
tiende  hasta  el  panto  de  no  recibir  cartas,  sino  qae  por  el 
contrario,  me  serdn  ellas  mui  agradables,  particalarmente 
las  tayas,  qae  son  las  unicas  que  esperar6  y  desear6;  salvo 
tambien  las  de  nuestro  maestro  y  las  de  tus  padres,  qaedan- 
do  entre  estas  personas  incloso  ta  amigo. 

— ^Y  qa^  bar^  yo  de  mi  y  de  mi  tiempo,  Luisa? 

" — Hards  lo  qae  quieras;  esto  nojes  cuenta  mia. 

Y  Laisa  volvi6  a  sonreirse  apretdndole  la  mano  qae  aan 
conservaba  entre  las  sayas. 

— Fero  es  tambien  indispensable,  afiadi6^  que  te  ausentes 
de  Santiago. 

— ^Y  por  qu^  no  me  ecbas  de  la  repiblica? 
.   — Talvez  no  seria  malo,  porque  tres  meses  es  sobrado 
tiempo  para  poder  emprender  un  pequeno  viaje  que  quizd 
te  ^ria  provecboso^ 


tot  tsmxuaoB  dil  ttnasu^.  6i^ 

— Seguir^  tu  consejo,  y  nos  iremos  a  correr  tierfai  (1) 
con  mi  amigo  Bradfort. 

— Pero  tea  caidado  de  ser  puntual  a  la  cita:  ni  un  dia 
mas  ni  un  dia  menos,  porque  el  apresuramiento  o  la  tardftn- 
za  podria  traer  malas  consecuencias;  y  Uevo  tan  alld  tni 
exact! tud  cronom^trica,  que  quiero  que  te  presentes  en  el 
lugar  indicado  a  las  diez  en  punto. 

— Salvo  el  accidente  a  la  diferencia  de  los  relojes. 

— Se  entiende:  habrdl  el  cuarto  de  hora  de  costumbre. 

— ^Y  cn^ndo  piensas  irte  al  conventot 

— Mafiana. 

' — Me  permitirds  que  te  acompafie. 

— No  solo  te  lo  permito,  sino  que  lo  quiero  y  lo  exijo/ 

— Gracias,  querida  Luisa. . . 

Al  dia  siguiente,  las  mismas  personas  que  habian  estado 
en  el  paseo  de  la  alameda,  con  mas,  el  solitario  y  Torcuato, 
se  encontraban  en  las  puertas  del  monasterio  despidi^ndose 
de  Luisa  y  de  Mercedes,  a  quienes  habian  salido  a  recibir 
las  monjas  hasta  la  puerta,  b^  la  que.  les  es  permitido  Uegar, 
'  pero  no  salvar. 

Un  dia  despues  salia  tambien  Enrique  Lopez  y  Federico 
Bradfort  para  Valparaiso  con  el  fin  de  tomar  el  vapor  y  di- 
rijirse  al  Per6.  \     ^ 

XIV. 

M  solitario  permaneci6  como  un  mes  en  Santiago,  des- 
pues  que  Luisa  y  Mercedes  se  encerraron  en  las  monjafi, 
ocupado  en  arfeglar  los  asuntos  de  la  primera,  que  eran ' 
.  bastante  considerables,  con  el  acrecentamiento  de  fortuna 
que  le  habia  traido  la  muerte  de  dona  Porfira. 

Tan  luego  como  se  .desocup6  de  los  mas  indispensables 
quehaoeres,  se.  marcb6  a  la  hacienda  de  San  Jorje  en  com* 
pafiia  de  0omingo  Lopez,  de  Marta  y  de  Torcuato,  Uevando 

r      I 

(1)  Espresion  mai  comon  entre  noaotroB  y  que  se  aplica  a  los  q^ne  viajaiL 


6M 


idH  SMOBXTOB  niL  PITIBLO. 


.  adjemas  una  colonia  de  trabaj adores  7  utensilioSy  como  tatn- 
bien  provisiones  de  toda  especie,  es  decir,  de  aquellas  qjae 
era,  dificil  o  imposi'ble  proporcionarse  ea  San  Fernando. 
For  lo  visto,  se  paede  calcalar  f^cilmente  que  lleyaba  el 
propdsito  de  hacer  reparaciones  considerables  y  algo  mas. 

En  ^fecto,  llegando  a  la  hacienda,  dispuso  los  trabajos  en 
grande  escala,  ya  sea  en  los  casas  principales,  ya  en  reedifi- 
car  la  gran  choza^  que  habia  sido  ineendiada,  bajo  el  mismo 
plan  antigaOy  con  la  eola'  diferencia  que  ahora  habia  hecho* 
poner  mejores  materiales  en  el  ediflcioy  entablar  los  techos 
y  los  pisos,  pero  quedando  siempre  el  mismo  aspecto  que 
tenia  antes  del  incendio,  colocando  ademas  en  los  lugares 
correspondientes  los  instrumentos  de  quimica  y  fisica;  en 
fin  todos  esos  aparatos  o  litiles  indispensables  para  el  esta- 
dio  o  la  prdctica  de  ambas  ciencias,  de  los  que  antes  tenia 
un  gran  niimero,  pero  que  ahora  se  habia  procurado  mejo- 
res,  habi^ndolos  hecho  venir  directamente  de  Europa;  y 
hasta  su  coleccion  de  pdjaros  disecados,  que  parecian  vivos 
y  en  susactitudes  naturales,  fu^  reemplazada  por  otra  igual 
o  superior  y  que  fu6  la  obra  esclusiva  de  Torcuato;  de  mode 
que  el  cortijo  del  solitario  con  sus^peculiaTidlEides,  parecia 
ezactamente  el  mismo  de  antes;  a  tal  punto,  que  los  autores 
del  incendio  quedaron  mui  sorprendidos  al  verlo  nueva- 
mente  como  si  nada  le  hubiera  sucedido. 

El  solitario,  antes  devenirse  de  Santiago,  iba  diariamen- 
te  y  a  una  hora  fija,  al  locutorio  de  las  monjas,  las  mas  veces 
en  eompafiia  del  viejo  sarjento,  y  habia  informado  a  Luisa 
que  Enrique  y  Federico  se  habian  marchado  al  Perii  y  _que 
por  esta  razon  no  debia  de  estranarse  el.  no  recibir  cartas 
de  ^1. 

El  sarjento  Lopez  y  la  vieja  Marta,  era  indudable  que 

'  estaban  en  la  posesion  de  un  gran  secreto  y  que  esto  les 

habia  determinado  a  abandbnar,  Santiago,  siguiendo  al  co- 

ronel  a  la  hacienda  de  San  Jorje,  donde  no  se  cansaban 

de  admirar  la  magnificencia  de  los  edificios  constrnidos  por 


£06  ncmiTos  nftOi  nwadl  649 

Enrique,  Uamdndoles  particularmente  la  atencion  la  gran 
torre  del^medio  con  su  reloj  de  cuatro  caras,  parecido  al  de 
algunas  iglesias  de  Santiago. 

Harian  quince  dias  que  est^ban  ya  en  las  casa^  cuando 
recibi6  hi  coronel  un  graeso  paquete  y  otro ''  Domingo  Lo- 
pez* lacrados  y  sellados  con  las  armas  de  la  repiiblica;  aque- 
UoS  paquetes  contenian  la  promocion  de  un  grado  en  la  ca- 
rrera  militar;  el  primero  era  nombrado  jeneral  y  el  fiegundo 
capitan. 

A  don  Toribio.  de  Guzman  no  le  hizo  mucha  impresion 
aquel  ascenso:  61  miraba  estas  cbsas  con  el  desprendimiento 
del  s6bio  y  del  fil6sofo,  y  lo  que  das  le  agrad6  fa^  penSar 
que  aquolla  distincion  era  una  prueba  de  la  ainistad  o  del 
aprecio  que  tenia  por  ^1  el  j6ven  presidehte,  apreoio  que  se 
habia  captado  con  solo  algunas  entrevistas  que  habra  tenido 
con  el  jefe  del  estado,  entre vistas  que  ya  se  conocen;  pero  no 
sucedi6  lo  mismo  a  Domingo  Lopez,  pues  el  grado  de  capitan 
produjo  en  61  un  grande  efecto,  llenteSolo  de  satisfaocibn, 

Vi6ndolo  tan  contento  el  jeneral,  pues  estamos  obligados 
a  dar  su  nuevo  titulo  a  don  Toribio  de  Guzman,  se  le  ecu- 
rrid  una  idea  que  sabia  que  colmaria  los  deseos  del  capitan 
Lopez,  y  Uamdndolo  aparte,  le  dijo: 

— Pienso  formar  un  eicuadron  de  granaderos  a  caballo; 
Qapitan  Lopez. 

— jSi,  jeneral! 

— Y  que  usted  sea  el  jefe  de  61. 

— J  Yo,  jeneral! 

— El  instructor  y  el  jefe,  pues  lo  formaremos  con  los  in- 
quilinos  de  la  hacienda.  ^Recuerda  usted  todavia  el  manejo 
del  sable,  las  evoluciones,  etc? 

— Como  si  fuera  ahora.  / 

— Entorioes  no  hai  tiempb  que  perder,  porque  dentro  de 
mes  y  medio  ten^remos  aqui  a  Luisa  y  a  Mercedes,  cotno 
usted  sabe,  y  para  ese  tiempo  debe  estar  todo  arreglado  y 
como  si  fuera  un  verdadero  cuerpo  de  lineft. 


)i^ 


649  iM  itmaoB  dsl  nrauK 

«— Solo  bai  una  dificaltad,  mi  jeneral. 

— {Cti&l  amigo  mio? 

— Qae  no  tenemos  ni  armamenio,  ni  uniformes,  7  esto  no 
86  improvisa. 

— Eso  es  lo  de  menos;  mafiana  mismo  vamos  a  Santiago 
para^saladar  a  S.  E.  el  presidente  de  la  repdblica  y  darle 
las  gracias  por  el  grado  que  nos  lia  concedido,  y  jo  me 
comprometo  a  traer  an  uniforme  y  nn  armamento  completo 
para  doscientos  hombres,  cueste  lo  que  cueste. 

— Entonces  no  lo  dudo;  ic6mo  me  vol  a  divertir!  Jefe  de 
un  escuadron!  jCarambal  Y  la»  vieja  Marta  c6mo  se  va  a 
poner  de  orguUosa  cuando  me  vea  con.un  par  de  charrete- 
raB  y  a  la  cabeza  del  escuadroni  Ya  me  parece'que  me  veo 
yo  mismo!  ]Y  a  usted  tambien,  mi  jeneral,  le  va  a  agradar 
mucho,  porque  le  recordard  los  pasados  tiempos,  los  afios  de 
6u  juventud. 

-^Lo  que  mas  me  agrada  es  verlo  a  usted  contented 

— jY  qui^n  no  lo  ertaria  en  mi  lugar! 

— ^Ya  lo  8^;  quedamos  pues  convenidos  en  que  nos  mar- 
chamos  mafiana  a  Santiago  y  allf  compraremos  para  noso- 
tros  nuestrcs  nuevos  uniformes,  pues  yo  quiero  vestirme  de 
gran  pasada  el  dia  consabido,  cuando  Uegue  Enrique. 

— Oh!  qu^  felicidad,  mijeneral,  qu^  felicida'd! 

Aldia  siguiente  el  jeneral  Guzman  y  el  capitan  Lopez  se 
pusieron  en  marcha  para  Santiago,  haciendo  su  primera 
visita  al  monasterio  de. .  •  y  su  segunda  al  presidente  que 
los  recibi6  con  el  mayor  carifio,  habMndole  al  capitan  Lo» 
pez  con  encomio  respecto  deHsu  hi  jo. 

Cuando  salieron  de  su  visita,  el  antiguo  soldado  de  la  in- 
dependencia  dijo  al  jeneral: 

— CAspita,  mijeneral,  jqu^  diablojde  hombre!  jSabe  usted 
que  me  dejaria  matar  cien  veces  por  el  tal  presidente! 

— Usted  est^  siempre  dispuestp  a  dejarse  matar  por 
todos. 

<*— Usted  y  ^1  no  ^on  todo^,  mi  jei^eral. 


I' 


•  IM  BlOBBTOl  DIE.  TWOSAK  647 

— Yo  lo  conozco  a  usted,  ami  go  mlo;  pero  ya  hemos  lie- 
gado  donde  debemos  comprar  nuestros  uaiformes: 

Y  entraron  a  un  almacen  de  ropa  militar,  donde  se  pro- 
veyeron  de  lo  que  necesitaban,  ^ 

De  alii  f\x6  el  jeneral  a  verse  con  el  ministro  de  la  gne- 
rra  que  le  concedi6  cuanto  le  pidiera,  para  formar  el  escna- 
droh.  1  I 

Vaeltoa  a  la  hacienda,  el  capitan  Lopez  pnso  en  el  acto 
inanos  a  la  obra  y  trabaj6  con  tanta  actiyidad  y  con  tan 
buen  resultado,  que  aquellos  reclata3  parecian  veteranos  por 
el  6rden  y  regularidad  con  que  hacian  sus  evoluciones  y  ma- 
nejaban  sus  armas. 

Una  semana  antes  del  diez  y  nueve  de  setiembre,  Uegaba 
Luisa  y  Mercedes  en  compania  de  muchas  eeiioritas  y  caba- 
lleros  de  San  Fernando,  a  (Jonde  el  capitan  Lopez,  a  la  cabe- 
z^  de  8U  escuadron,  sali6  a  recibirlas,,cau8£g[ido  en  la  ap^tica 
capital  de  la  provincia  de  Colchagua  uu  alboroto  estraordi- 
nario  al  vcr  aquel  rejimiento,  saguu  decian  los  provincia - 
nos^  que  venia'  a  recibir  a  la  propietaria'de  la  hacienda  de 
San  Jorjeo  a  la  presidenta,  segun  pensab\  el  mayor  nilme- 
ro,  pues  aquel  honor  debia  ser  reservado  para  ella  y  era 
indudable  que  venia  en  la  comitiva;  y  como  algunos  cono- 
cian  a  Liiisa,  supusieron  que  debia  ser  Mercedes,  que  venia  en 
el  mismo  coche,  la  esposa  de  S.  E. 

La  sorpresa  de  Luisa  y  Mercedes  fu^  mui  grande  al  ver 
al  capitan  Lopez  vestido  de  gran  parada,  con  sus  condeco- 
raciones  en  el  pecho  y  a  la  cabez^  de  aquel  lucido  escua- 
dron de  caballeria,  pero  mas  que  sorpresa,  fu^  gu^to  el  que 
esperimentaron,  obligAndolo  a  bajardel  caballo  y  que  mon- 
tara  en  el  coche,  dejando  el  mando  del  cuerpo  a  don  Pedro 
Murna,  que  era  elsegundo  comandante. 

Durante  eLcamiino  les  conto  su  promocion  y  la  del  coro- 
nel,  que  ahora  era  jeneral,  asi  como  la  feliz  idea  que  habia 
tenido  de  formar  aquel  escuadron  con  el  fin  de  hacerles  los 
honores  cuando  llegasen. 


64«  urn 

*— Y  tambien  de  hac^rselos  a  Enrique,  dijo  Lnisa  ri^n- 
dose. 

— No,  sefiorita;  la  eonsigna  es  otra:  ha  dispfnesto  el  jene 
ral  que  no  se  presente  ningan  soldado  ni  yo  miBtno  a  reei- 
bir  a  Enrique.  El  4nico  que  debe  tener  este  honor  es  Tor- 
cuaio,  que  ser^  el  que  sirva  p#ra  introducir  a  mi  hijo. 

— ^El  sabrd  lo  que  hace,  dijo  Lnisa,  que  rebosaba  de 
satisfftccion. 

— jGaramba  que  viene  jente^  sefiorita! 

— Sou  convidados  mios  que  piensan  pasar  las  fiestas  del 
dieeiocho  con  nosotros,  'asf  es  que  espero  que  ustedesise  pre- 
senten  bastante  amables  para  hacerles  Uevadera  la  estadia 
en  el  campo,  pues  por  pura  complacencia  han  perdido  las 
fiestas  de  la  capital. 

* — En  enanto  a  mf,  ya  usted  sabe,  sefiorita,  que  no  sirvo 
para  nada  de  eso,  pero  en  cambio,  har^  hacer  maniobrar 
mi  escuadron  a  su  vistA  y  ya  ver&n  bueno.  For  lo  demas, 
mi  jeneral,  mi  mujer  y  mi  hija,  a  quien  tengo  el  gusto  de 
ver  mas  alegre,  sabr&n  hacer  los  honored,  sin  contar  la  due- 
fio  de  casa  que.es  la  reina  del  lugar. 

— {Mi  madre  est&  buena,  padre  mio? 

—  Buena!  c6mo  no  ha  de  estar  buena  vi^ndome  a  mi  de 
capitan  comandantiii  y  esperando  tener  el  gusto  de  abra- 
sar  luego  a  su  hija! 

La  comitiva  continu6  su  marcha,  yendo  a  retaguardia  el 
escuadron  formado  por  el  capitan  Lopez. 

Antes  de  Uegar  a  las  casas,  un  nuevo  tropel  de  jente  sa- 
lid  a  recibir  a  Luisa,  sin  que  hubiera  6rden  para  ello^  pues 
era  mui  querida  de  todos. 

El  jeneral  y  Marta  estabaa  colocados  en  la  puerta  de  ho- 
nor para  recibir  a  los  hu^spedes,  que  pasaron  a  Iqs  princi- 
pales  salones,  quedando  sorprendidos  de  la  magnificeucia  y 
cotnodidades  de  aquella '  mansion  de  campo  en  que  estaba 
todo  en  armonia,  el  gusto  y  el  confortable  Uevados  hasta  el 
mas  refinado^  sibaritismo. 


/ 
Mercedes  solo  vi6  a  su  madre  y  a  su  marido,  echdhdose 

en  brazos  de  ambos  con  esa  espontaneidad  natural  del  cari- 

fio;  y  el  jeneral  y  Marta  la  recibieron  con  la  mayor  alegria 

al  verla  ya  libre,  ya  curada  de  sos  pesares,  pues  los  consue- 

los  de  la  relijion  le  habian  servido  de  eficaz  lenitive. 

Entre  las  varias  personas  que  acompafiaban  a  las  dos  j6' 

venes,  venia  tambien  el  venerable  capellan  del  monasterio 

donde  habian  estado  en  romeria. 

I 

'      '     XV.'       ' 

El  diez  y  siete  de  setiembre  entraban  por  la  calle  de  San 
Pablo  dos  j6vene8  a  caballo.  El  polvo  q«e  cubria  a  los  jine- 
tes  y  lo  fatigado  de  los  animale^  demostraba  que  venian 
de  nn  largo  viaje.  Uno  de .  dichos  viajeros  miraba  con  cu- 
riosidad  a  todas  partes,  sorprendido  sin  dada  del  aire  de 
fiesta  que  reinaba  en  Santiago  y  de  la  alegria  que  brillaba 
en  todos  los  sembiantes. 

Ya  habran  adivinado  nuestros  lectores  qni^nes  eran  estos 
dos  j6venes  y  a  cndl  de  ellos  le  tomaba  tan  de  nnevo  el 
aspecto  de  las  calles  y  de  los  vecinos  de  naestra  capital. 

Solo  hacia  tres  meses  tjue  Enrique  Lopez  y  Federico 
Bradfort  entraban  a  Santiago  por  el  miismo  camino,  y  sin 
embargOyle  parecia  a  ^ste  Ultima  qne  era  una  ciadad  distin- 
ta  en  la  qae  se  encontraiba,  vidndose  obligado  su  compafie- 
ro  a  esplicarle  la  cansa. 

Ambos  j6venes  descendieron  en  el  conventillo,  e  inme- 
diatamente  se  vieron  rodeados  por  los  moradores  de  aqnel 
Ingar,  que  les  dijeron  que  hacia  mas  de  nn  mes  qae  habian 
salido  sns  padres  y  qae  estaban  temiendo  sncediese  lo  mis- 
mo  que  la  vez  pasada  que  permanecieron  ausentes  por  tan- 
to  tiempo;  pero  en  ese  momento  llegaba  Teresa,  que  vino 
corriendo  a  saladarlos  y  les  dijo  que  no  tuvieran  el  menor 
cuidado,  porque  la  senora  le  habia  encargado  de  prevenlr- 
bqIo  asi,  sin  q«e  por  ^sto  le  habiera  dicho  el  lugar  en  que 


\ 


650  to9  nojwrot  dil  rmooA. 

• 

se  encontraban,  pero  que  le  habia  dejado  las  Haves  de  todo 
para  entreg^rselas  a  alios  en  caso  qne  vinieran,  lo  que  debia 
indudablemente  sueeder. 

Eariqae  y  Federieo  entraron  en  su  casa,  desensillaron 
808  caballos,  y  despaes  de  darles  de  coiner,  se  vistieron  y 
salieron  a  andar  por  las  calles  de  Santiago,  donde  ondulaba 
en  cada  casa  el  pabellbn  de  la  rep4blica,  haciendo  Bradfort 
la  observacion  siguiente:. 

— Un  pueblo  tan  amante  de  su  pais  como  el  que  estoi 
viendo  y  que  se  conraueve,  y  que  se  entusia^ma  de  tal  ma- 
nera  con  sos  recuerdos  hist6ricos,  con  los  recaerdos  de  su 
independencia,  es  indudablemente  un  pueblo  viril,  que  eati 
llamado,a  ser,  y  que  es  talvez,  la  escepoion  de  todas  las  pe- 
queSas  rep&blicas  de  Ssrd  America,  incluso  el  estenso  im- 
perio  del  Brasil.  Chile,  por  el  QarActer  de  sus  habitantes, 
per  la  homojeneidad  de  su  raza,  por  las  condiciones  de  su 
clima,  debe  producir  hombres  fuertes,  en^rjicos  corporal  e 
intelectualmente,  y  que  no  solo  correjirian  los  vicios  que 
estdn  todavia  en  su  sangre  y  que  provienen  de  su*  orijen, 
que  provienen  de  esas  ideas  de  vana  nobleza  y  de  quijotis- 
mo  ridicnlo  inoculado  por  la  madre  patria,  sino  que  tarn- 
bien  serA  con  el  tiempo  el  pais  de  la  li^ertad  y  de  la 
democracia,  y  la  estrella  de  su  bandera  alumbrard^  el  he- 
misferio  sur  de  la  America,  asi  como  las  nuestras  alambran 
el  hemisferio  norte,  estendi^ndose  su  luz  poi*  todo  el  univer- 
80,  pues  e3  indudable  que  el  solo  ejeraplo  de  los  Estados 
Unidos  echard  per  tierra  todos  los  tronos,  todos  los  titulos, 
todas  las  desigualdades  ficticias  que  uacen  de  la  ignorancia 
y  de  la  vanidad  de  unos  cuantos. 

Enriqae  era  de  fa  misma  opinion  de  su  amigo,  pero  ^1 
mas  prActico,  mas  esperimental,  menos  ide61ogo,  compren- 
dia  las  dificultades,  y  decia  a  Bradfort  que  todavia  estd- 
bamos  mui  distante  de  esa  ^poca  y  que  no  podia^  decirse 
cu&ndo  llegaria;  de  manera  que  los  dos  amigos  discordaban 
linicamente  en  el  tiempo,  mas  no  en  el  fondo,  porque  el 


.    4 


ZiOB  npurEOS  DU  FUIBLOi  651 

yankee  acostambrado  a  ver  en  sa  pais  marchar  las  cosas 
con  estraordinaria  rapidez,  no  podia  hacerse  cargo  de  nues* 
tra  lentitad  para  obrar,  mientras  qae  Enrique  lo  conocia 
por  esperiencia. 

XVI. 

Antes  que  amaneciera  el  dia  siguiente,  es  decir,  el  diezi- 
echo,  Earique  y  Federioo  montaban  a  caballo,  atravesando 
las  calles  aun  silenciosas  de  la  capital  y  llegando  un  poco 
tarde  de  la  noche,  pero  sin  el  menor  accidente,  a  la  ciudad 
de  San  Fernando,  donde  se  alojaron  en  un  ,peque5o  hotel 
f ranees,  cuyo  propietario  era  un  individuo  de  alta  estatura 
y  de  herc^leos  miembros,  llamado  Charpentier,  obsequloso 
y  amable  como  todos  los  de  su  nacion. 

Enrique,  aquella  noche,  vispera  del  dia  para  el  que  lo  ha- 
bia  citado  Luisa,  no  pudo  conciliar  el  sueQo,  preocupado, 
no  solo  con  el  placer  de  ver  a  su  amada,  sino  de  cudl  podia 
ser  el  fiu  para  que  le  habia  dado  aquella  ctta  en  la  hacien- 
da de  San  Jorje  y  en^  el  cortijo  del  solitario;  y  tanto  mas 
pensaba  en  esta  circunstancia  no  sabiendo  qu^  deducir  de 
ella,  cuanto  que  no  habia  tenido  contestacion  alguna  a  las 
varias  cartas  que  le  habia  dirijido  desde  el  Pqcfi;  cou  todo, 
estaba  tranquilo  respecto  a  cualquier  accidente  funejto, 
pues  sus  padres  le  habian  informado  que  Luisa^  el  solitario 
y  Mercedes,  asi  como  ellos  mismos,  se  encontraban  buenos. 

El  dia  diezinueve  amaneci6  al  fin,  y  Enrique,  mas  deli- 
jente  que  su  compafiero,  estaba  en  piA  desde  mucho  antes 
que  se  distinguiera  la  opaca  luz  del  crepi&sculo,  poni^ndose 
^1  mismo  a  ensillar  los  caballos,  sin  des^ert^r  por  esto  a  su 
companero  que  aun  dormia  profundamente,  entregdndose 
til  por  entero  al  pensamiento  linico  que  lo  ocupaba:  recoji- 
miento  interior  del  aloia,  que  es  peculiar  a  las  grandes  di- 
chas  asi  como  a  las  grandes  tristezas. 

Apareciendo  el  sol  tras  los  altos  montes  de8pert6  Brad- 
fort  asnstado,  creyendo  que  ya  era  demasiado  tarde  y  que 


612  Um  BMEtOS  OIL  PUXBLO. 

8u  amigo  habria  partido,  porqne  no  \o  veia  en  el  cnarto  ni 
estaban  allllas  monturasy  las  peqnefias  maletas  de  viaje 
que  Uevaban  a  la  grupa  de  I03  caballos;  pero  en  ese  me- 
mento apareci6  Enrique,  dici^ndole  al  ver  a  su  amigo  que 
Baltaba  de  la  cama  con  precipitacion: 

— ^Tenemos  tiempo  de  sobra,  amigo  mio.  De  aqui  a  la 
hacienda  hai  como  siete  legaas,  que  andaremos  deecansada- 
mente  en  dos  horas.  Ahora,  pues,  nuestro  compromiso  es 
Uegar  a  las  diez  en  punto  y  solo  son  las  seis  y  media.  Po- 
demos  tomar  nuestro  caf(^. 

— Yo  me  habia  asustado  creyendo  que  seria  mas  tarde; 
pero  ya  que  no'cs  asi,  tomaremos,  como  tu  dices,  nuestro 
caf^. 

A  las  siete  y  media  nuestros  viajeros  montaban  a  caba- 
llo,  y  quince  minutos  antes  de  las  diez  tenian  a  la  vista  la 
grande  y  pajiza  choza  del  solitario,  no  liabi^ndose  detenido 
en  laSfCasas  principales,  cuyas  puertas  estaban  cerradas  y 
parecia  que  no  habia  en  ellas  una  alma:  tal  era  el  silencio  y 
la  soledad  que  reinaba  en  aquellos  magnf  ficos  edificios  que 
se  divisaban  al  traves  de  la  gran  reja  de  fierro  que  daba 
frente  al  camino,  notando  Enrique  que  habian  recibido,  des- 
de  que  61  los  dejara,  grandes  modificaciones  y  grandep  em- 
bellecimientos,  haciendo  esclamar  a  Bradfort. 

— jQu^  palacio  tan  hermoso!  Que  mansign  tan  po^tica  y 
agradable!  C6mo  se  puede  vivir  aqui  feliz! 

— Esta  es  la  habitacion  de  Luisa. 

—No  podia  por  menos,  porque  todo  respira  aqui  el  con- 
tento  del  alma,  todo  anuncia  armonia  y  belleza;  el  lugar 
estd  representando  a  la  dueno. 

— Aquel  es  el  cortijo  del  solitario,  dijo  Enrique  a  Fede- 
rico  tan  laego  como  apercibio  aquel  rancho  tan  querido 
para  ^1  y  que  despertaba  en  su  mente  tan  dulces  recuerdos, 
que  hacia  revivir  cuanto  habia  hecho  por  &l  el  noble  ancia- 
no,  las  lecciones  que  le  habia  dado,  los  consejos  y  la  prdc* 
tica  que  tanto  le  habian  seryido. 


Apenas  acabal>a  de  senalar  a  Pederico  el  lagar  en  que 
habia  pasado  dias  tan  felloes,  cuando  vi6  vepiir  a  Torcaato 
con  esa  ajilidad  sorprendepte  que  le  conocemos. 

Enrique  se  baj6  del  caballo  para  esperarlo,  y  lo  recibi6 
en  sus  brazos  ni  mas  ni  menos  que  a  un  hermano,  y  lo  era 
en  efecto,  porque  ambos  debian  considerarse  como  hijos  del 
Bolitario. 

Torcuato  lea  hizo  seSas  para  que  caminaran  Ifjero  y  se 
ech6  a  correr  delante  de  ellos,  Enrique  y  Federico  lanzaron 
6US  caballos  a  escape,  atravesando  en  un  memento  la  dis- 
tancia  que  los  separaba  del  cortijo, 

Cuando  Uegaron  y  no  vieron  a  nadie  en  ei  lugar  de  la 
cita  se  sorprendieron,  y  Enrique  pregunt6  con  la  vista  a 
Torcuato  lo  que  significaba  aquello;  pero  Torcuato,  por 
toda  respuesta,  les  hizo  senas  de  bajarse,  y  HevAndolos 
al  interior,  les  present6  el  lavatorio  y  ropa  para  que  se 
mudasen,  kici  Joles  que  se  dieran  prisa,  pues  solo  falta- 
ban  siete  minutes  para  las  diez. 

Kuestros  viajeros  obedecieron,  ericontrando  ricos  trajes 
de  rigorosa  etiqueta  con  que  se  vieron  obligados  a  vestirse, 
mir&ndose  el  uno  al  otro  con  no  poca  sorpresa.  Torcuato 
les  dijo  que  le  sigiiieran,  y  se  internaron  en  la  selva. 

Enrique  conaci6  que  les  Uevaban  a  la  G7'uta  delleon, 

Al  llegar  al  interior,  se  les  presentd  de  repente  el  mas 
raro  espectdcalo:  habia  alii  un  jentio  inmenso.  Gaballeros 
y  senoritas  ricamente  ataviadas  rodeaban  a  Luisa,  que,  des- 
tacdndose  del  grupo,  fa^  a  dar  la  mano  a  Enrique,  presen- 
t^ndolo  a  toda  la  concurrencia  como  a  su  esposo. 

El  asombro  fu^  jeneral.  Nadie  estaba  en  el  secreto,  salvo 
el  solitario,  los  padres  y  hermana  de  Earique,  el  viejo  sa- 
cerdote  del  monasterio  de...  como  igaalmente  Torcuato; 
pero  esta  sorpresa  fa^  bien  recibi(fa  por  todos,  y  una  salva 
de  aplausos  se  8ucedi6  a  la  declaracion  de  Luisa:  aquella 
hermosa  pareja,  despertando  la  admiracion  de  los  cohcu- 
rreat<«,  se  habia  granjeado  809  simpatias. 


654 

Aqaella  reanion  de  personas,  de  laa  caales  eran  maclias 
de  Santiago,  qne  habian  venido  con  Luisa  a  mvitacion  de 
^8ta,  pero  Bin  revelarles  el  motivo,  pertenecia  a  la  mas  alta 
aristocracia  de  la  capital,  encontrdndose  alK  tambien  alga- 
nas  de  las  principales  familias  de  San  Fernando,  inclnso 
don  Pastor  de  los  Monasterios  con  sns  tres  solteronas,  que 
costeaban  la  diversion  de  los  j6vene3  desde  hacia  dias,  lo 
mismo  que  don  Pastor  la  de  las  ninas,  qne  se  lo  dispntaban 
verdaderamente,  porqne  no  habian  encontrado,  segan  de- 
cian,  nada  de  mas  entretenido  en  el  mando;  de  modo  qne 
el  viejecito  hdministrador  de  correos,  con  sa  cara  risnena  y 
pelnca  rnbia,  no  cabi^  de  orgnllo,  mirando  de  alto  abajo  7 
con  nn  marcado  aire  de  proteccion  a  todos  los  jovenes  al 
verse  tan  codiciado,  tan  agasajado,  o  diremos  mejor,  taft 
mimado;  y  tan  to  el  padre  como  las  hijas  se  decijin  unos  a 
otros: 

— En  estas  nestas  vamos  a  encontrar  naestra  saerte. 

T  trataban  de  pescar  los  maridos,  haciendo  con  este  fin 
mil  estravagancias  qne  mantenian  nna  hilaridad  constante 
entre  hombres  7  mnjeres. 

XVIL 

Lnisa,  antes  de  retirarse  aL  monasterlo  de. .  •  habia,  como 
sabemos,  tenido  nna  larga  conferencia  con  el  solitario  sin 
mas  fin  de  qne  dispnsiera  todo  para  que  sn  matrimonio  con 
Enrique  tuviese  toda  la  pompa  y  solemnidad  posible,  fijan- 
do  el  dia  diez  7  nueve  de  setiembre  por  ser  el  aniversario 
de  aquel  en  que  lo  viera  por  primera  vez  hacia  tres  anos, 
7  elijiendo  la  Ghvia  del  leon  como  el  sitio  mas  a  proppsito 
para  que  el  sacerdote  les  pu^iese  las  bendiciones,  en  conme- 
moracion  del  acontecimiento  que  ptido  ser  tan  fun^sto  7 
que  tuvo  lugar  al  principio  de  su3  relaciones. 

Vamos  ahora  a  describir  aquel  sitio  que  cpnocen  7a  nues- 
tros  lectoies  7  que  Luisa  habia .  trasfor mado  ea  templo  del 
amor. 


y 


1 


SOS  naKiios  jxku  vwaun.  866 

H&cia  el  foildo  de  aqaella  espaciosa  grata  estaba  coloca- 
do  un  altar,  en  cuyo  ceatro  se  encontraba  el  cracifijo  taila- 
groso  de  8«>r  Ursula,  con  sa  brazo  derecho  todavia  despren- 
dido.  A  los  pi^3  del  senor  se  veia  cl  retrato  de  la  abadesa, 
tia  de  Luisa.  A  ambos  costadoa  eataban  loa  retratos  de  don 
Edaardo  y  de  dona  Juana,  padres  de  la  joven  novia,  y  mas 
afuera  dos  hermo'sos  cuadros,  eLnno  que  representaba  a 
Enrique  en  actitud  de  tirar  sobre  el  leon  y  que  ya  cono- 
cemos,  el  otro,  cnando  Enrique  moribundo  tenia  su  cabeza 
en  las  faldas  de  Luisp.;  este  liltimo  caadro  lo  habia  traba- 
jado  despues,  y  nadie,  escepto  el  solitario,  lo^conoda. 

— En  el  suelo,  y  a  cada  lado  del  altar,  estaban  de  pi6  el 
leon  y  lo  leona  que  habia  muerto  Enrique,  y  a  no  ser  por 
8u  inmovilidad,  podian  creerse  realmente  vivos. 

Medio  a  medio  del  altar  se  encontraba  el  venerable  an- 
ciano  capellan  del  monasterio  de...  revestido  con  sus  in- 
si^nias  sacerdotales  y  en  actitud  de  dar  principipi  a  1  santo 
sacrijBicio  de  la  misa. 

El  jeneral  don  Toribio  de  Guzman  y  el  capitan  don  Do- 
mingo Lopez,  vestidos  de  parada  con  su  traje  mill  tar,  os^ 
tentaban  en  sus  pechos  muchas  condecoraciones  y  cruces 
ganadas  en  los  campos  de  batalla;  particularmente  el  pri- 
mero  tenia,  a  mas  de  la  de  su  patria,  las  que  le  habian  dado 
en  Espana  cuando  peleard  contra  los  franceses  en  la  memo- 
rable invasion  de  la  peninsula.  El  jeneral  tenia  de  la  mano 
a  Mercedes  y  el  eapitan  a  Marta  y  permanecian  de  pi6  a 
cada  costado  del  altar. 

Luisa  y  Enrique,  tornados  tambien  de  las  manos,  se  ha- 
Uaban  colocados  frente  a  frente  del  sacerdote,  es  de- 
cir,  medio  a  medio  del  altar,  y  tras  de  ellos'^estaba  el  res- 
to  de  los  convidados  que  miraban  con  relijioso  silencio 
aquel  espectdculo  tan  imponente  como  bello,  paseando  su 
vista  de  los  novios  a  los  cuadro?,  donde  estaban  tan  fielmen- 
te  reproducidos,  que,  en  el  mismo  instante  de  entrar  Enri< 
que,  f u^  reconocido  por  todos. 


,656  E0S  HOBBEOS  DBL 

Leisa  tenia  an  vestido  de  raso  bianco  coif  anchos  encajes 
de  Bruselas  en  la  fitlda  y  en  el  corpino,  cayendo  graciosa- 
mente  sobre  bos  blancos  y  deanndos  brazos  ce&idos  por  dos 
brazaletes  de  pelo  con  broches  de  esmeraldas,  reliqnias  de 
an  qnerida  madre.  Sobre  la  cabeza  tenia  nna  corona  cle  azaha- 
res,  de  la  cnal  pendia  nn  velo  finfsimoqae  la  cabria  por  ente- 
ro:  aqnella  hermosa  niSa  parecia  mas  bien  nn  anjel  qne  aca- 
bara  de  bajar  del  cielo  envaelto  en  nna  nnbe. 

El  traje  de  Enrique  era  el  mismo  qne  acostnmbraban  to- 
dos  los  hombres  de  alta  sociedad  en  ignales  circnnstancias. 

El  sacerdote  di6  principio  a  la  misa  y  todos  se  proster- 
naron,  con  ^cepcion  de  los  dos  militares  qne  permanepieron 
de  pi6  e  inmdviles  como  estdtnas.  Caando  el  ministro  del 
altar  hnbo  terminado  el  Santo  Sacrificio,  se  dirijio  a  los  no- 
vios,  echdndoles  sn  bendicion  y  sirviendo  cumo  padrinos  el 
jeneral  don  Toribio  de  Guzman  y  Marta  Garrido;  pero  an- 
tes de  bajar  del  altar  el  venerable  sacerdote  les  hizo  la  alo- 
cucion  siguiente: 

^'Hijos  mios:  nunca  he  presenciado  nn  enlace  como  el 
vuestro:  virjenes  de  cuerpo  y  alma,  estais  Uamados  para  ser 
felices  y  para  servir  de  ejemplo  a  los  demas.  Dios  bendeci- 
T&  los  frutos  de  vuestra  union  porque  habeis  cumplido  sus 
leyes;  y  vuestros  goces  serdn  durables,  porque  vuestro  ma- 
t^imonio  es  el  de  la  natoraleza. 

4' 

"Vol  a  daros,  empero,  mis  dltimas  leccipnes,  que  estar&n 
talvez  en  opodicion  con  lo  que  se  ensefia  jeneralmente,  y  in 
embargo,  lo  que  voi  a  deciros  es  el  resultado  de  largos  afios 
de  esperiencia  y  de  largos  anos  de  meditacion. 

"Siempre  se  aconseja  a  los  nuevos  c6nynjes  la  sumision 
y  la  obediencia  en  lugar  del  respeto,  el  aprecio  y  la  conside- 
racion  recfproca;  pero  yo  os  digo  que  la  sumision  y  la  obe- 
diencia son  propias  de  la  esclavitud  y  que  en  el  matrimonio 
no  hai  amo,  ni  siervo,  ni  esclavo  el  uno  del  otro. 

''Un  matrimonio  semejante  al  vuestro,  que  es  el  matrimo- 
nio segun  la  naturaleza,  debe  teher  por  oondicion  ^nica  la 


I 


LOB  8S0BBT0B  DBL  VXTMBLO.  657 

r 

verdad  y  no  la  fidelidad;  porque  la  fidelidad  no  es  un  deber 
sino  ana  condicion  del  carino:  los  que  se  aman,  jamas  ae 
traicionan,  porque  esto  seria  danarpe  a  si  mismos. 

"Un  matrimonio  segun  la  naturaleza  que  solo  tiene  por 
base  el  amor  y  la  verdad,  no  reconoce  otras  leyes  que 
estas,  y  si  falta  lo  primero,  es  indispensable  que  subsista  la 
aegundo:  el  adulterio  solo  esti  tn  el  engano  y  iiada  mas 
que  en  el  engafio. 

"El  matrimonio  segun  la  naturaleza  no  contribuye,  no  es- 
tablece  obligacion  algnna  respecto  al  goce  que  no  emane 
de  la  voluntad,  que  no  nazca  de  la  libertad  de  los  c6nyuje3: 
el  debito  que  se  aconseja  y  que  se  considera  como  un  deber 
no  es  otra  cosa  que  una  prostitucion  verdadera.  El  deleite, 
hijos  mios,  es  inseparable  del  deseo;  de  consiguiente,  donde 
no  hai  deseo  hai  violencia,  y  donde  hai  violencia  hai  ruptu- 
ra  del  vinculo,  hai  ultraje,  haidesigualdad,  hai  vasallaje,  hai 
p^rdida  de  dignidad,  que  es  la  principal  belleza  de  la  mujer. 

"Tratad,  hijos  mios,  de  seguir  estas  lecciones  aun  cuando 
estdn  en  contra  de  los  principios  jeneralmente  enseQados  y 
creidos,  y  asi  tendreis  la  seguridad  de  seguir  amdndoos  y  res- 
petdndoos  hasta  el  fin  de  vuestros  dias,  restableciendo  las 
leyes  de  la  naturaleza  que  son  las  leyes  de  Dios  y  que  nues- 
tras  preocupaciones  han  oscurecido  en  parte,  pero  que  nun- 
ca  conseguirdn  borrar." 

Dicho  esto  y  a  una  senal  dada  por  el  jeneral,  resonaron 
los  dmbitos  de  la  Gruta  del  leon  con  las  melodias  de  una  m4- 
sica  misteriosa  que  liiadie  sabia  de  d6nde  provenia,  no  vi^n- 
dose  en  aquel  recinto  instrumental  alguno,  hasta  el  punto  de 
Uegar  muchos  a  persuadirse  que  era  una  m^isica  del  cielo, 
pero  que  en  realidad  no  era  otra  cosa  que  una  sorpresa  pre- 
parada  por  el  jeneral,  que  habia  hecho  colocar  con  anticipa- 
cion  en  los  drboles  y  ooultos  por  el  foUaje,  a  muchos  m&si- 
cos  traidos  de  Santiago. 

Al  salir  de  la  gruta  encontr6  la  concurrencia  muchos  co« 
ches  donde  colocarse  para  regresar  a  las  casas» 

SOKO  IT.  48 


658 


urn 


Enrique  7  Lnisa  tpmaron  el  snyo,  tirado  per  los  mismos 
caballos  tordillos  que  habia  contenido  Eoriqae  en  la  ealle 
del  Dieziocho  hacia  tres  afios  y  a  los  qae  gobernaba  el  mis- 
mo  cochero  Fermia  que  los  dejara  escapar. 

El  capitan  Lopez  se  pnso  a  la  cabeza  de  sa  escaadron  y 
escoltd  la  comitiv'a  hasta  las  casas,  donde  esperaba  alos  coa- 
yidados  machos  regocijos,  padieodo  asegarar  que  era  solo 
desde  ese  dia  el  principio  de  las  verdaderas  fiestas. 

La  JQsticia  de  Dios  se  habia  camplido:  la  virtad  quedaba 
premiada  y  el  vicio  castigado. 


FDSr, 


IK  •»  •  • 


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A  LOS 

SUSCRITORES  DE  LOS  SECRETOS  DEL  PUEBLO. 


Coando  nos  propusimos  publicar  esta  obra,  nunca  oreiT 
^08  que  tomara  tales  dimensiones,  ni  que  tuviera  el  ^xito 
^u'e  ha  alcanz^do. 

Acostumbrados  a  los  malos  resultados  que  liast,a  ahora 
habia  dado  en  Chile  toda  publicacion  literaria,  mandamos 
nueatro  libroa  la  prensa  con  teinor  y  alentados  solamente 
<5on  el  buen  fin  que  nos  Kabiamos  propuesto  en  61,  quedan- 
do  satisfechos  con  que  alcanzara  a  cubrir  sus  gastos;  pero 
desda  las  primeras  entregas  ,no8  vinieron  numerosos  suscri- 
tores,  vi^ndonos  obligados  a  aumentar  el  tiraje  de  ellas  por 
tres  veces  consecutivas.       -  ' 

Este  raro  favor  del  piiblico,  favor  q^e  ha  sorprendido  a 
todos,  7  que  reconbcemos  desde  luego,  d^ndole  a  cada  uno 
de  nuestros  suscritores  las  debidas  gracias,  no  ha  emanado, 
bajo  ningun  aspecto,  del  m^rito  de  nuestro  libro  cuyos  de* 
fectos  reconocemos  y  confesambs,  sino  que  prueba  linica- 
mente  que  la  civilizacion  se  difunde  con  rapidez  en  Cliile, 
pues  no  hace  mucho  que  se  contaban  por  dece^as  los  lec- 
tores,  mientras  que  ahora  se  cuentan  por  cientos  y  por  mi- 
les;' asi  es  que  el  ^xito  que  han  obtenido  Los  Segrexos  dbl 
Pueblo  no  proviene,  como  hemos  dicho,  de  la  bondad  de 
eIlo8,^sino  de  la  i^ustracion  del  pais,  ilustracion  que  desea- 
mos  sepan  aprovechar  nuestros  escri tores,  pues  les  deja  un 
campo  abierto,  sirviendo  de  estimulo  asuj^nio  para  que 
vengan  sus  obras  a  enriqaecer  nuestra  literatura  naciente, 
honrdndolos  y  enriqueci^ndolos  a  ellos*     . 

Ta  que  hablamos  de  los  defectos  de  nuestro  libro,  tene- 
mos  que  pedir  perdon  a  nuestros  suscritores  por  las  inn.a« 
merables  faltas  que  contiene  y  que  no  hemos  podido  evitar; 


MO 

primeTOy  porla  rapidez  oon  q«e  tenia  que  tinrae  tan  creei' 
do  ndmero  de  entregas;  s^^ndo,  porqae  permaneciendo  cast 
ooostaDtemente  en  el  campo,  no  hob  era  praible  eorrejir  las 
pmebas  sin  trabar  la  regnlaridad  periodica  de  la  salida;  re- 
gakridad  d  ::bida  a  la  boena  organizacion  del  Msscrsio  que, 
muchas  Tcces,  mediante  sa  actividad^  ha  saplido  las  faltas 
de  naestra  ya  fatigada  plama. 

Las  ciQcneota  entregas  de  qoe  se  componen  los  cnatio 
▼ol^menes  que  forman  la  novela  titalada  Los  Sscsetds  dxl 
Pueblo,  ban  fatigado  probablemente  al  publico  por  ea  ma- 
cba  estcDsioD,  vi^ndonos  obligados  por  este  motiTO  j  por 
nnestro  propio  cansaDcto  a  cerrarla,  sin  que  hnbieramoB 
por  complete  desarrollado  el  plan  qne  nos  teniamos  forma- 
do.  Sin  embargo,  el  romance  qaeda  acabado  lo  mismo  que 
enalqniera  otro.  Pero  eomo  no8  hemos  propnesto  aalir  fnera 
de  la  regla  comnn  de  las  novelas,  pintando  la  fdieidad  da- 
pvti  del  matrtmonio  y  describiendo  el  parvenir  de  Mercedei^ 
daremos  al  publico  en  iino  o  dos  meses  la  continnacion,  que 
const ard  de  nn  solo  tomo,  es  decir,  trece' entregas. 

Esta  continnacion  pnede  mirarse  desligada  e  indepen- 
diente  de  la  obra  para  no  forzar  a  ,los  individnos  a  qne  sa 
snscriban  por  temor  de  dejar  incompleto  sn  libro;  pnes  solo 
tiene  nn  fin  moral,  cnal  es  ensenar  a  los  j6yenes  casados  y  a 
los  qne  est&n  por  hacerlo,  el  modo  prictico  como  deben 
condncirae  en  la  vida  conyngal  para  ser  felices,  mt  dejar 
de  trazar  por  esto  algnnos  otros  cnadros  de  nnestras  costum- 
bres,  siempre  en  la  forma  de  romance. 

En  caso  qne  deseen  nnestros  actnales  snscritores  ccmti-* 
nnar,  de  servirin  en  las  provincias  advertirlo  al  mismo 
ajente  de  Lofi  Szcretos  del  Piejsblo,  el  qne  tendrd  la  b(m« 
dad  de  eomnnicdrselo  al  antor  en  Valparaiso  para  arre-^ 
glar  el  correspondiente  tiraje. 

Al  daries  las  graeias,  salnda  tambien  a  todos  sns  snseri-^ 
tores  * 

Mabtik  Paliia. 


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