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MEMORIAS
DE LA
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA.
MEMORIAS
DE LA
REAL ACADEIA ESPAÑOLA.
TOMO VI.
MADRID.
IMPRENTA Y FUNDICIÓN DB MANUEL TELLO,
niFBEBOB DB CÁMARA OE 8. U.
Don Eyaristo, 8,
1889.
/ ^ — V
I AUG 7 1893
DISCURSO
DEL
GASPAR NONEZ de ARCE
(O
Señores:
Tan grande y señalada es la merced que me habéis
otorgado,, abriendo á \a obscuridad de mi nombre y á la
pequenez de mis méritos las puertas de esta docta Cor-
poración, donde tantos varones egregios han hallado el
premio debido á sua gloriosos afanes, que temó no poder
expresaros, en la medida y proporción del honor reci-^
bido, mi sincero y respetuoso agradecimiento. 'Y este
temor sube de punto al considerar la nobilísima figura
del esclarecido patricio á quien sucedo, pero no reem-
plazo en Qsta Academia; porque forzosamente la memo-
ria de sus relevantes cualidades pone de relieve la in-
suficiencia de las mías, haciéndoos sentir con mayor
viveza lo mucho que con él habéis perdido y la pobre
compensación que os ofrezco.
Ríos llosas brilló entre nosotros como hombre de Es-
tado distinguido y pomo orador insigne. No creo llegada
(4) Leído en la Janta pública celebrada por la Real Academia Española
el 24 de mayo de 4876 para dar posesión al Sr. Núñez de Arce de su pla-
za de Académico de número.
6
«
la ocasión de juzgarle iajo el primer aspecto, porqpie
no reconozco en nuestra generación, 'ni en ninguna,
imparcialidad bastante para apreciar con recto juicio á
sus contemporáneos, ni emitir una opinión desapasio-
nada sobre los acontecimiento^ en que han* intervenido.
Lastimadas á menudo en sus intereses y afecciones por
la violencia misma de los sucesos, miran todas con ojos
. de aumento, y calculan con ciego egoísmo el daño que
reciben; pero casi nunca se forman idea aproximada del
bien que depositan en el acervo común de la hun^a-
nidad, ' siempre . progresiva y constantemente ganan-
ciosa. . .
La historia es, eu'cste sentido, una inmensa perspecti-
va. Semejante á las altas montañas, cuyos abruptos con-
tornos y ásperas sinuosidades borra la distancia, y > sólo
pre^ntan á los ojos del, viajero, que des.de lejos las con-
templa, el conjunto majestuoso de sus cumbres inmuta-
bles, solitarias y mudas, los hechos- y los hombres que
influyen en la marcha -de los pueblos, suelen tomar con
el transcurso (Je los siglos, y ante, la posteridad que los
estudia, proporciones gigantescas, enormes, verdadera-
mente desmesuradas. La, crítica entgnces, desdeñando
pormenores baldíos, debilidades personajes* y causas
ocultas, es cuando puBde recoger en una síntesis gene-
' ral los resultados obtenidos, y repartir equitativamente,
el premio ó. el castigo, la alabanza ó. el vituperio entre
los pocos escogidos que, como encarnación de la época
en que vivieron, imponen su recuerdo á la flaca y abru-
mada memoria del mundo. Todo, cuando este momento '
llega, se reduce á su valor intrínseco y justa medida: la
falsa fama se obscurece, y se acrecienta la legítima;
húndese en -el olvido, muerte verdadera .y definitiva.
7
todo lo que no es más que ruido, vanidad, apariencia y
favor inmerecido del vulgo, y sólo queda lo que debe
quedar; es á saber, lo extraordinario, lo transcenden-
tal, lo eminente.
Las diflcultades con que tropieza á cada paso la crí-
tica contemporánea y que ligeramente apunto, me im-
pedirían formular juicio alguno acerca de la vida políti-
ca del Sr. Ríos Rosas, si no me lo vedaran además im-
periosamente los respetos de la Academia y la índole
especialísima de su instituto. Mas si no me es lícito en-
trar en terreno tan escabroso, tampoco puedo prescin-
dir, sin negligencia notoria, de encomiar y enaltecer
como se merecen las claras dotes de entendimiento de
aquel celebrado repúblico, y el poder y la magia de su
elocuencia, que le granjearon honroso lugar entre vos-
otros; y no puedo prescindir, con tanta más razón cuan-
to que si el hombre de Estado pertenece íntegramente
á la posteridad, el orador, por el contrario, sólo alcan-
za á ser juzgado con reconocida competencia por los que
le oyeron y admiraron. Permitidme, pues, 'que rinda
.este tributo de consideración y cariño á mi predecesor
ilustre, antes de que el estrepitoso, oleaje de la vida apa-
gue para siempre los postreros ecos de aquella voz vigo-
rosa, entregada ya al descanso y silencio de la muerte.
Aunque nuestra sociedad, ocupada en la resolución
de los más arduos problemas políticos, sociales y religio-
sos, apenaá tiene tiempo de acordarse de sus difuntos, y
harto hace, acompañándolos á su última morada, para
seguif después el áspero y desigual camino por donde la
empuja su actividad devoradora, no es posible que haya
olvidado tan pronto, á pesar de la incesante agitación y
febril incertidumbre en que vive, á aquel orador impcr
8
tuoso, en cuyo acento diríase que Dios había puesto la
robusta energía del habla castellana. Todo en él respon-
día y se acomodaba á la vehemencia de su inspiración,
que gustaba, como el águila, de remontar el vuelo á
través de las tempestades; su apostura severa y grave,
su mirada penetrante y reconcentrada, su continente
impávido y sereno, contribuían á dar mayor realce y
fuerza más irresistible á la palabra, que salía de sus la-
bios inflamada y rugiente, como sale del horno el hierro
fundido. Guando, en medio de las borrascas de la tribuna,
alzábase en el lugar más prominente del Congreso de
los Diputados aquella figura austera y fascinadora, mi-
rando lenta y reposadamente alrededor suyo, todos los
rumores callaban, enmudecían todas las pasiones, y rei-
naba en el augusto recinto de las leyes momentánea
calma, parecida á la que interrumpe con acompasadas
intermitencias los hondos sacudimientos del mar albo-
rotado. Por fin. Ríos Rosas hablaba. Gomo si las ideas
se amontonaran atropelladamente en su cerebro sin en-
contrar salida, reflejábase en la fisonomía del orador
una á manera de lucha interna entre la voluntad y la
inteligencia; veíanse los esfuerzos que hacía para domar
la rebelde expresión de su pensamiento, y hasta que lo
lograba, su frase era incorrecta, tarda y premiosa. Pero
á medida que su fantasía iba caldeándose, su estiloj ar-
mado de epítetos acerados, se deslizaba más fácil, abun-
dante y rotundo; llenábase de animadas imágl3nes, enér-
gicos apostrofes y pintorescas locuciones, enroscándose
á la argumentación del adversario como una serpiente
de fuego, para recorrer con celeridad pasmosa, á veces
en un mismo período, todos los tonos de la elocuencia,
desde la imprecación á la ironía, desde la indignación al
sarcasmo. Muchas veces, encendidos en ira por aquella
pasión provocadora, sus opositores se revolvían en son
de ruidosa protesta, y entonces el orador tribunicio
erguía desdeñosamente la cabeza, cruzaba los brazos
sobre el pecho, y en esta actitud esperaba imperturba-
ble el término del tumulto, parapetado tras de su si-
lencio, tan abrumador en ocasiones como su palabra
misma.
Diré, para terminar este bosquejo, que Ríos Rosas,
como todas las naturalezas taciturnas y retraídas, era de
humor vidrioso, susceptible, propenso al enojo y cons-
tante en sus resoluciones. Las vicisitudes y desasosiegos
de nuestra edad turbulenta, arrastráronle alguna vez,
como á la mayoría de nuestros hombres políticos, por
jsendas extraviadas; pero en todas las circunstancias di-
fíciles de su vida manifestó ardiente amor á las institu-
ciones representativa^, entereza para rechazar las impo-
siciones de la fuerza y gran valor cívico. ¡Lástima que
los asiduos cuidados de la tribuna parlamentaria le apar-
taran del campo de la literatura, donde á juzgar por laá
felices muestras que de su ingenio nos ha dejado, hubie-
ra podido lucir entre nuestros más castizos y elegantes
escritores! Deplorémoslo de todas veras, por nosotros
principalmente, y no por él) que en último resultado ha
sabido alcanzar con sus discursos el fin de toda noble
ambición: gloriosa vida y honrada muerte.
Cumplida ya la obligación que me imponía el grato
recuerdo del que fué vuestro compañero y mi antecesor
en este sitio, paso á exponeros algunas ligeras conside-
raciones acerca de las causas á que atribuyo la precipi-
tada decadencia y total ruina de la literatura nacional,
bajo los últimos reinados áe *"d Casa de Austria. Pero
mies de entrar en materia, juzgo indispeneable hacer
una declaración previa para evitar juicios temerarios y
erróneas suposiciones. La índole de mi trabajo me He- *
vara naturalmente á tocar algunos puntos que se rozan
más ó menos con la cuestión religiosa; y como la inad-
. vertencia propia ó la malignidad ajena podrían dar mar-
gen á la torcida, interpretación de mis opiniones, me
conviene manifestar que doblo mi cabeza respetuoso y
sumiso ante la inviolable santidad del dogma;- pues no
cabe el propósito de herirle en quien, como yo, además
de creerle raudal de vida, abriga el convencimiento de
que la religión no es sólo esencia purísima de las al-
mas, sino imperiosa necesidad social, y no comprende
la impía negación de Dios más que como enfermedad
mortal, afortunadamente no contagiosa, de algunos en-
tendimientos. Pero hay principios y sistemas que preva-
lecen ó han prevalecido en la gobernación de ]os Esta-
dos, y caen, por tanto, bajo la jurisdicción de la crítica
y la historia: sobre ellos expondré mis ideas sin rebozo;
y en la confianza de quien está de antemano seguro de
vuestra tolerante benevolencia, examinaré de paso los
resultados qiie, según mi* leal saber y entender, han
producido, con relación á España, las exageraciones del
sentimiento religioso, el cuál, cuando no está moderado
por la razón, suele precipitar, así á los individuos como
á las sociedades, en los majores y más abominables ex-
cesos.
Hecha esta declaración, que me imporla dejar consig-
nada, empiezo recordándoos un fenómeno singularísimo
que presentan los anales de nuestra literatura patria, y
no aparece ni se observa con tan- señalados caracteres
en los de ningún otro 'pueblo de Europa. La literatura,
monumento majestuoso del progreso humano, donde ca-
da raza esculpe y fija, por decirlo así, los rasgos esen-
ciales de su genio, no. se exime de la ley común, que
somete todas las cosas de la tierra á las varias mutacio-
nes de -la fortuna, y tiene sus períodos alternados de
grandeza ó decaimiento, á medida qiie aumenta ó dis-,
minuye el influjo moral ó político del país que la ha
producido. Obedeciendo á las fluctuaciones del gusto óá
circunstancias excepción aJes, no es igual ni uniforme en
época alguna el desarrollo de todos los géneros litera-
rios: unos descienden, otros se elevan y otrps se trans-
forman; pero como todo movimiento intelectual es al-
ma y verbo de la sociedad en que se desenvuelve, nun-
cgi se paraliza por completo en sus múltiples manifesta-
ciones, sino cuando el pueblo, que le alimenta con sus
sentimientos, creencias y costumbres, pierde su vida na-
cional, y aun entonces, como sucede con " Polonia, la
melancólica poesía, sentada en el sepulcro áe la patria
muerta, 6 errante á orillas de extranjeros ríos, deja oir
por algún tiempo sus carrios de d,esesperación y de gue-
rra; Sólo España quebranta y contradice esta regla ge-
neral, y ofrece. el espectáculo tristísimo, á fines del si-
glo XVII, de una suspensión absoluta y simultánea de
todos sus elementos de cultura. En el espacio de poco
más de doscientos años asciende su rica y original lite-
ratura al apogeo de su grandeza, asombrando al mundo
con sus magníficas creaciones; cae después en los deli-
rios de ía fiebre, y se extingue al cabo extenuada y ca-
duca en medio del mismo pueblo que le dio el ser y le
infundió su savia generosa. Aquella divina lengua cas-
tellana, hecha, según la expresión de Garlos V, para
conversar con Dios, no llega á ser, en sus producciones
literarias, más que un ruido confuso de vocablos reve-
sados, de frases enmarañadas como espeso bosque, de
soeces chocarrerías y rebuscados retruécanos. Nuestra
armoniosa poesía lírica, tan tierna en Garcilaso, tan ro-
busta en Herrera, tan candorosa en Fr. Luis de León,
tan flexible en los Argensolas y tan sentenciosa en las
composiciones que llevan, con justicia ó sin ella, el nom-
bre de Rioja, acaba, retorciéndose de dolor y angustia,
en brazos de los locos imitadores de Góngora, que ex-
treman la obscuridad impenetrable de su modelo, y de
los discípulos ignorantes y presuntuosos de Baltasar
Gracián. La elocuencia sagrada, que habían depurado
y engrandecido Fr. Luis de Granada, Sigüenza, Malón
de Ghaide y tantos admirables escritores místicos- como
han honrado las letras españolas, se pervierte y degra-
da bajo el peso de bárbaros silogismos, absurdas hipér-
boles, hojarascosos conceptos y grotescas, cuando no
impías comparaciones. La historia, invadida de la incu-
rable dolencia que, iniciándose en el reinado de Feli-
pe ni, se propagó á manera .de gangrena por todo el
cuerpo de* la literatura patria, condenándole á prematu-
ro fin, despide sus postreros resplandores en la Historia
de la conquista de Méjico, ya tocada de viciosa afecta-
ción, y calla acometida de mortal -marasmo. Ni Hurtado
de Mendoza, ni Mariana, ni Moneada, ni Meló, encuen-
tran sucesores, y sólo de vez* en cuando estalla alguna
chispa del genio que les inspiró (chispa cuya claridad
efímera sirve únicamente para hacer más pavorosa la
intensidad de las tinieblas), en los escritores políticos
que lamentan y lloran recelosos y amedrentados los de-
sastres de nuestra irremediable decadencia. La prosa
narrativa, elevada por Cervantes á la perfección más
13
dita, suelta, graciosa y aguda en nuestras novelas pica-
rescas, grave y sonora en las relaciones de sucesos y
viajes, intencionada en la pintura de las costumbres,
siempre abundante y fluida, pasa aceleradamente desde
su nativa pompa á la más alambicada hinchazón; inten-
ta disimular' en vano su progresivo 'empobrecimiento
con falsos atavíos y abigarrados colores, y no pudiendo
ser profunda, se hace ininteligible. ¿Qué más? El teatro,
nuestro incomparable y prodigioso teatro, tesoro inago-
table donde no hay sentimiento, ni pasión, ni lucha de
afectos, ni contraste dramático, ni símbolo político y re-
ligioso, que no tenga su representación y su tipo, tam-
bién se apaga y desvanece: Calderón asiste á su agonía,
iluminándole con las postreras llamaradas de su genio,
como el ¿(ú en su ocaso, ya rodeado de sombras, dora
todavía con moribundo rayo los enhiestos picos de las
montañas. Al finalizar el siglo xvii la fuente de nuestra
inspiración nacional está del todo cegada; la ruina es
completa y la lobreguez absoluta; no hay ramo alguno
del humano saber que se salve del general naufragio;
todo perece en él, ciencia y arte, fondo y forma, pensa-
miento y expresión. Nuestra inteligencia, y acaso nues-
tra conciencia, parece como que quedan atrofiadas.
Cierto que aquella enorme monarquía de Carlos V- se
desplomaba al mismo tiempo como edificio envejecido y
agrietado; que ya no infundían terror ni imponían la ley
á Europa sus hasta poco antes invencibles tercios y for-
midables escuadras; que por los girones de su regio man-
to destrozado se descubrían sus miembros descoyuntados
y enflaquecidos, y que acorralada á su vez por los mis-
mos á quienes había humillado y escarnecido en k)s*días
de prosperidad, falta de recursos, de soldados, de herói-
r
U
eos capitanes, y de hombres de Estado, porque no era po-
silile que los tuviese en medio de tan fundamental tras-
torno, apuriaba en todas partes, en la tieíra y en bl mar,
la oopa de la amargura y la desesperación de su impoten-
cia. Pero también es verdad que, á pesar de las calami-
dades sin cuento con que Dios la afligía y probaba, to.da-
vía España era España. Todavía poseía dilatados y fórti-
' les dominios en el antiguo y nuevo continente; contaba
con el esfuerzo y la lealtad de sus magnánimos hijos para
defender su integridad y su derecho* contra Europa coli-
gada, en la sangrienta guerra de sucesión; tenía bastan-
tes elementos para intentar algunos años más' tarde la
, recuperación de las 'provincias italianas, que había per-
dido en la catástrofe de principios del siglo xviii; pudo
en aquel mismo siglo reconquistar coronas para regalár-
selas á los hijos de sus reyes, y finalmente, debía ofrecer
al rtmndo acobardado y atónito, en los primeros años de
esta centuria, el alto ejemplo de su épica resistencia con-
tra las huestes de Napoleón I. España, pues, aunque ,que-
- brantáda, maltrecha y exánime, alentaba aún, y, sin em-
bargo, su literatura había caído en vergonzoso anonada-
miento, presentando á la consideración de la crítica el
fenómeno pocas veces visto, como antes he tenido oca-
sión de manifestaros, de un pueblo que sobrevive -á su
propia y característica cultura.
Digno de meditación y estudio es el contraste que re-
sulta comparando este sombrío cuadro con el qu^ ofrece ,
otra nación más afortunada, la cual, ^ola en medio de
los mares, bajo un cielo nebuloso y destemplado, con una
lengua desabri'da, conquista preeminente lugar en la ci-
vilización euxopea, y le conserva á pesar de la incesante
mudanza de los tiempos: me refiero á Inglaterra. Tardíos
1-
■13 ...
y lentos son sus primeros pasos en las vías del progreso;
pero á medida que avanza, §u marcha es más rápida y
segura, y logra al fin ponerse al nivel, sino á la cabeza^
<le los pueblos más adelantados de Europa. Filosofía,
ciencias, historia, poesía, oratoria sagrada y parlamen-
taria, crítica, todo lo abarca y nada se resiste á su po^
tencia creadora, que resplandece sin interrupción desde
el siglo XIV á la edad presente, siendo ta*u inmensa la
pléyade da sus hombres extraordinarios, que al querer
enumerarlos el ánimo vacila, temeroso de incurrir en
injustificables omisiones ó'imperdoníibles olvidos. Sha-
kespeare, como encarnación de esta espléndidaf literatu-
ra, muéstrase en la cúspide'del Parnaso anglo-sajón, des-
de dónde penetra con mirada escrutadora lo$ ocultos re-
pliegues del corazón humano para arrancar á las pasio-
nes, esclavas de su genio, gritos verdaderos, desgarrado-
res y sublimes. ¿Á quién no asombra la* larga estela que
traza la'müsa lírica inglesa desde Ghaucer, el más anti-
guo de sus poetas, hasta Byron, el más celebrado de los
modernos; estela en que resaltad, como astros en noche
serenadlos nombres inmortales de Spencer, Milton, Dry-
den, Pope, Burns, Southey, Shelly y otros muQhos, quizás
no inferiores aunque no tan conocidos? No es menor el
catálogo de sus filósofos y sabios, entre los cuales descue-
llan, como elevadíLS cimas, los dos Bacon, Hobbes, Locke
y el incomparable Newton, á quien la naturaleza descu-
bre, como madre cariñosa, el secreto de sus leyes. ífi tie-
ne término el número de sus historiadores famosos, como
Goldsmith, Hume, Gibbon, Robertsqn, Hallam y otros
no menos apreciados,* que en los tiempos antiguos y mo-
dernos han levantado imperecederos monumentos á la
.gloria de su patria, justamente orguUosa, Fatigaría vues-
16
tra memoria con la inacabable relación de los novelistas,
críticos, metafísicos, jurisconsultos, moralistas, filólogos*
y oradores eminentes, sagrados y profanos, que ha pro-
ducido aquella tierra, siempre fértil y nunca cansada;
pero ya que prescinda de esta enojosa tarea, porque vues-
tra erudición vastísima no há menester de vanos recuer-
dos, permitidme al menos que llame vuestra atención
sobre una de las instituciones más civilizadoras que han
surgido del ingenio de los hombres, y que bastaría por sí
sola para eternizar la fama de un pueblo: hablo de la im-
prenta periódica. No nace en Inglaterra; pero allí arrai-
ga, crece, toma carta de ciudadanía, y manifiesta todo su
poder ese maravilloso instruinento de la razón que con
su trabajo obscuro, pero continuo, como el de la gota de
agua, mina el abuso, hace imposible la tiranía y transfor-
ma las sociedades; allí es donde ese amparo de los débi-
les, azote de la injusticia, clamor que nunca cesa y espa-
da que jamás se embota, adquiere por primera vez el con-
vencimiento de su fuerza para lanzarse resueltamente,
burlándose de sus opresores, porque sabe que ha de sobre-
vivirlos, á la pacífica conquista del mundo moral. Mas
¿á qué cansaros? ¿En qué órbita de los conocimientos hu-
manos, en qué género literario, en qué manifestación in-
telectual no ha dejado Inglaterra la radiante huella de su
inspiración y su constancia? Tal vez ha tenido en su ím-
probo trabajo desmayos pasajeros ¿qué atleta no los tie-
ne? pero nunca eclipses totales y definitivos; ni ha cesa-
do un solo momento en su exuberante elaboración de
ideas, ni su literatura se ha estancado, corrompiéndose
á modo de cuerpo muerto cotoo la nuestra- Así ha podi-
do atravesar incólume, con mayor ó menor brillo, si
bien siempre robusta, el anchuroso espacio de cinco si-
^
1T
glos, preñados de guerras desoladoras y alteraciones pro-
fundas, para llegar hasta nuestros días con poetas como
Tennison y Swinburne;'con filósofos y sabios como Her-
bé rt Spencer y Darwin; con historial dores y crílicos comg
ilacaulav y CarlvUc; con novelistas y escritores de eos-
tambres como Lylon Bulwer y Díeken?^; con economis-
tas, hombres de Estado y oradores como Stuart-Mill,
Gladstone y Disreaeli.
Pero sa desarrollo nacional no se encierra en estos li-
mites: paralelamente y con igual pujanza se desenvuel-
ven todos sus gérmenes de grandeza; la industria , el
comercio^ la navegación y las artes liberales toman rau-
do incremento; la aristocracia, desdeñando los oficios
palatinos, busca en el Parlamento, en la defensa de los
intereses públicos y en empresas heroicas, la conserva-
ción de su influencia y la justificación de sus privilegios;
la vida, en fin, desborda por donde quiera, y dilata el
dominio de Inglaterra más allá de los mares, en Amé-
rica, Asia, África y Oceanía, en cuyas regiones se en-
riquece á menudo á expensas de nuestro carcomido im-
perio, con los miembros que se disgregan de él ó coú el
botín de guerra que el poderío del pueblo britano le
arranca. Su vigorosa organización resiste sin conmo-
verse, así las injurias del tiempo como el fuerte emba-
te dp las revoluciones modernas; y mientras otros pue-
blos miran con espanto todos sus elementos constituti-
vos podridos y disueltos, Inglaterra prosigue su marcha
regular y ordenada á la sombra tutelar de sus institu-
ciones tradicionales.
¿No os sorprende, señores, este estado de perpetua
renovación y florecimiento al compararle con la estéril
flaqueza á que llegamos en el siglo xvii, y de la cual
2 '
18 ^
aún no hemos convalecido? Pues no busquéis su expli-
cación en recónditas diferencias de raza, ni en desigual-
dades intelectuales que la sana critica no admite y la
experiencia desmiente: buscadla sólo, y la encontraréis
de fijo, en un hecho asaz significativo que no se ha es-
capado á la penetración de la historia. Mientras España
rodaba con los estremecimientos de la agonía hasta el
fondo del abismo, y aferrada á sistemas opresores sentía
helársele por grados la sangre en sus venas, Inglaterra
conservaba, y conserva todavía, la portentosa actividad
de su espíritu, á pesar de las recias conmociones políti-
cas y religiosas que en épocas anteriores la trabajaron,
6 merced acaso á estas mismas conmociones, porque
supo, á costa de inauditos esfuerzos, tenaces luchas ó in-
calculables sacrificios, recuperar, mantener y asegurar,
por último, el derecho de los ciudadanos cuando otros
pueblos le abandonaban ó perdían; siendo por esta cau-
sa quizás la primera nación de Europa que se ha vali-
do,' para avanzar en la senda de su cultura, de las dos
irresistibles palancas con que puede removerlo todo el
entendimiento humano: la libertad política y el libre
examen.
¡Ah! ¡También nosotros, (Jue consentimos á mudeja-
res y judíos el ejercicio de sus respectivos cultos, aun-
que con las restricciones que á la sazón imponía en to-
das partes la rudeza de los tiempos, habríamos aseguran-
do para siempre la integridad de la conciencia humana,
si después de la toma de Granada no se hubiera inau-^
gurado en nuestra tierra la más siniestra y prolongada
persecución religiosa que registran los anales de la hu-
manidad desde la caída del paganismo í ¡También goza-
mos de la libertad política en lá forma incompleta con.
que entonces se conocíai pero más regularizada j sin em-
bargo, que en ninguna otra nación del continente eu-
. ropeo; también tuvimos nuestros fueros y nuestras Cor-
tes, defensoras de las franquicias populares, hasta qué
en los áridos campos de Villalar cayó rota y deshecha
la antigua y veneranda Constitución de Castilla! Quiso
nuestra mala estrella, y ya el mal no tiene remedio, que
á fines del siglo xv y comienzos del xvi'se torciese y
extraviase el curso de la civilización española para abrir
camino expedito y llano á la fugaz grandeza de la di-
nastía austríaca, que tan aciaga >nos ha sido,^y cuyas
consecuencias desastrosas sufriremos hasta que, Dios se
apiade de nuestra heredada, mas no merecida des-
ventura.
Bajo el régimen relativamente Jibre de nuestras ins-
tituciones sjsculares, el ingenio español dio sus primeros
pasos con tal valentía de juicio, que iiídicaba lo que ha-
bría llegado á ser si no hubiesen cortado su vuelo el
trastorno de nuestras leyes fundamentales y la recru-
descencia del fanatismo. Indeciso y rudo en sus formas
de expresión, ó influido sucesivamente por literaturas
más adelantadas, dominóle á veces el mal gusto, pera
nunca careció de viril energía ni de osada independen-
cia. Sin menoscabo de la fe religiosa, que fortalecía á
nuestros antepasados en su lucha contra los musulma-
nes, ni relajación del principio monárquico á que ren-
dían caballeroso culto, obsérvañse en las obras de nues-
tros primitivos poetas, novelistas ó historiadores, en Ios-
cancioneros y crónicas, tanta rectitud de juicio y tan jn-
gemio atrevimiento, que al hojear sus páginas el ánimo
se suspende y embelesa. Pontífices, reyes, . prelados y
magnates sufren su censura, no sienípre templada y con-*
20
tenida; persiguen con tosco ó irritado lenguaje el abuso
y la corrupción de las costumbres donde quiera que
apuntan, en la plaza pública, en la corte, en los tribu-
nales de justicia, hasta en el templo; el azote de su hon-
rada indignación alcanza á las cosas más altas, y ningún
temor le refrena. Hoy mismo no podrían darse á la es-
tampa, sin escándalo de las almas timoratas, las amar-
gas diatribas con que el arcipreste de Hita y Pero López
de Ayala aijatematizaron en su tiempo los vicios de Ro-
ma y el libertinaje del clero, enttegado entonces á to-
dos los desórdenes dé la codicia y la concupiscencia; y
el mismo aliento revelan, no obstante su origen corte-
sano, las sencillas relaciones de algunas de nuestras
Crónicas^ donde con feos colores se pintan la ambición
de los grandes, las debilidades de los reyes y la desdicha
mal remediada del pueblo, víctima siempre.de las dis-
cordias de sus señores. El mismo varonil desenfado des-
cúbrese en el Homancero^ hasta en los refranes con que
el vulgo muestra su desconfiada experiencia; pudiendo
asegurarse que en los restos casi olvidados de la litera-
tura patria, desde su origen hasta el reinado de los Re-
yes Católicos, es donde más fielmente se retratan el ca-
rácter y las virtudes de nuestra raza, aventurera, libre,
generosa y expansiva.
Tan irresistible era el empuje con que nuestra cultura
intelectual caminaba, que á pesar de la violenta pérdida
de nuestras libertades bajo el cetro de Carlos V, y de la
intolerancia feroz que empezó á desplegarse casi al mis-
mo tiempo para atajar los progresos de la Reforma lu-
terana, todavía el espíritu audaz y resuelto que animó á
nuestros antiguos escritores dilató su influjo, aunque ya
más debilitado, hasta bien entrado el siglo xvii, como
§1
esos ríos de curso caudaloso que, al deseimhocar en los
mare^, llevan largo trecho por encima de las olas su im-
petuosa corriente. Poco á poco nuesíro espíritu innova-
dor y atrevido se exting^ue y apaga; pero ¡cuan hermoso
es su crepúsculo! ¡Cuan vivida y refulgente la despedida
de aquel sol que se esconde en las tinieblas de una no^he,
profunda! Entonces* la teología, que, removiendo las en*
trañas de la sociedad hasta en sus más ocultas fibras,
compendiaba todos los conocimientos y pasiones de aque-
lla época j ya vacilante en su fe, encuentra en España
sus intérpretes más aventajados, y nuestms doctores son,
por la solidez de su doctrina y prodigiosa elocuencia, ad- '
miración y pasmo -del Concilio de Trento- Inquieren y
ahondan nuestros místicos con sagaz penetración todos
los misterios de la lengua castellana, que adquiere bajo
su pluma flexibilidad sorprendente, y consiguen expre-
sar las abstracciones más metafísicas cop claridad de
concepto que baria bien en imitar la moderna filosofía-
La poesía lírica se transforma influida por el gusto ita-
liano; y si bien por esta misma razón es la menos origi-
nal de nuestras manifestaciones literarias, contríbaye,
sin embargo, á la perfección y enriquecimiento del idio-
ma, recogiendo sus armonías más íntimas, ennoblecien-
do sus palabras, dando novedad y soltura á sus giros, y
añadiendo definitivamente á^a lira española metros po-
co usados y^ cuerdas desconocidasi- El estudio de la anti-
güedad clásica, que á la sazón despierta en Europa, pres-
ta á la Historia, sacándola de sn humilde condición de
crónica, formas majestuosas y sentencioso estilo. Desen-
vuélvese la novela, y el teatro, que debía reconcentrar
andando los años toda la actividad de nuestro espíritu,
cohibido en las demás esferas, anuncia ya el superior
92
destino que le aguarda- El generoso deseo de propagar
la fe de Crisí'oj no sólo en las desconocidas regiones des-
cubiertas recieníenienle por Colón, sino en los más
apartados imperios de Oriente, donde nuestros misione-
ros buscan y alcanzan á menudo la inmarcesible palma
•del martiriOj abre anchos horizontes á la investiga-
cióu científica, y reciben extraordinario impulso entre
nosotros los trabajos gcográficoSj náuticos, físicos y na-
turales. No le recibe menor la enseñanza de las lenguas,
hasta de las más incultas de América y Asia; y España,'
con la publicación de innumerables gramáticas y voca-
bularios, coordiija y deja á la posteridad los elementos
primitivos que más adelante debían* dar origen á una
nueva ciencia. ¡Qué axplosión tan grandiosa la de nues-
tro genio nacional! El mundo todo se somete sin oposi-
ción á su influjo, y las prensas de París, Lyón, Bruse-
las, Amberes^ Roma, Milán, Ñapóles y Venecía multi-
plican y esparcen por todos los ámbitos de la tierra, en
el nativo idioma ó en los extraños, las obras de nues-
tros teólogos, sabios, historiado res^ místicos^ novelistas
y poetas.
Pero en medio de su fecundidad este movimiento in-
teleetual mostraba los signos de próxima decadencia, y
su exuberancia misma era quizás el síntoma más grave
de la incurable enfermedad que debía poner breve tér-
mino á su atormentada vida. Sujeto por irijiumerables
trabas, nuestro pensamiento iba lentamente apocándose
bajo la sombría, suspicaz ó implacable intolerancia reli-
giosa, que se abalanzaba sobre aquella sociedad inde-
fensa, envolviéndola en sus i ñ vi sudes redes para poder
á mansalva extinguir con el hierro y el fuego las opi-
niones calificadas de sospechosas/ hasta en lo más re-
cóndilo del hogar y en lo más hondo de la conciencia.
En nombre de un Dios de paz, los tribunales de la fe
sepibraban por todas partes Ja desolación y la muerte;
atropellabaB los afectos más caros; ponían la bonra y la
vida de los ciudadanos á merced de delaciones, muchas
veces anónimas, inspiradas quizás por la ruin venganza,
por la sórdida codicia 6 por terrores ó escrúpulos su-
persticiosos; relajaban los vi lóculos sagrados de la fami-
lia^ imponiendo, bajo pena de excomunión , á los padres
el ingrato deber de acusar a sus hijos, á los hijos la te-
rrible gloria de vender á sus padres, á las mujeres la
vergonzosa obligación de espiar á sus maridos, y una
palabra indiscreta, proaunciad^ en el seno de da intimi-
dad, hasta un^ movimiento naturaj é irreflexivo, eran
causa bastante para sumir á un desgraciado en lóbrego
calabozo, someterle á cruentas torturas, arrancarle la
vida en medio de atroces suplicios, confiscar sus bienes
y mancillar su memoria. El misterio más absoluto ro-
deaba estos bárbaros procedimientos: secretas eran las
denuncias, secretas las declaraciones "de cargo y* descar-
go, secretas las pruebas, restringida y secreta la defen-
sa, y sólo público el castigo. Ni el arrepentimiento de la
culpa, ni la reconciliación con la verdad, mejoraban la
triste suerte del sentenciado: si había incurrido eü here-
jía y propagado el error; si el dolor del tormento había
arrancado á su flaqueza la confesión de. un delito, acaso
imaginario, debía morir sin remedio, y penitente ó con^
'tumaz, vivo ó muerto, de todos, modos pertenecía ú la
hoguera. La infamia de la pena alcanzaba á los hijos y
no respetaba á los cadáveres; desapareció la piadosa in-
\iolabiÜdaíl del sepulcro, y el fanatismo ^ feroz como la
hiena, desenterraba al culpado para entregar su recuer-
I 1 11 iiv«riw^mi^ ^-
24
' do al oprobió, su efigie á la vergüenza pública y sus
restos á las voraces llamas.
Ni la virtud más pura, ni la fe más acendrada, ni. la
santidad misma, estaban al abrigo tie las pesquisas in-
quisitoriales ni 5e sus fieras persecuciones: varones ve-
nerables, más tarde canonizados por la Iglesia; eminen-
-íes prelados, doctores y teólogos sapientísimos, que ha-
bían confundido con su palabra los sofismas luteranos
en el Santo Concilio tridentino; preclaros proceres enca-
necidos en el servicio de la patria; jurisconsultos y es-
critores de justa reputación, gemían bajo la pesadumbre-
de esta tiranía tenebrosa, que consideraba muchas veces
como indicios vehementes de herejía la demasiada cien- .
cía, la piedad sincerg, el mérito superior reconocido; y
á medida que la intolerancia religiosa iba estrechando
su círculo odioso,* apoderábase de las almas mejor tem-
pladas invencible desfallecimiento. .< Vivimos en tiem-
pos tan calamitosos — escribía aterrorizado á uno de sus
amigos el ilustre filósofo Juan Luis Vives, — ^que no po-
demos proferir palabra, ni callar, sin riesgo; > y exha-
laba esta desesperada queja cuando la Inquisición no
había exagerado aún su recelosa vigilancia ni sus ho-
rrendos castigos.
Lejos de mí la absurda idea de sostener que en aqué-
llos tiempos España fuese la única nación cristiana do-
minada por el fanatismo. La sobrexcitación del senti-
miento religioso era entonces vivísima,» dando lugar eri
todos los Es ¡ados de Europa, católicos ó protestantes, á
crueles suplicios y catástrofes espantosas. En Alemania,
Inglaterra, Francia y Suiza suscitó prolongadas revuel-
tas; pero esto mismo contribuyó á que la persecución pa-
sase en aquellos pueblos por lasvarias alternativas de la
^5
g-uerra civil, á veces inhumana, á veces transigente, y
á que no presentara como en nuesfra patria, donde en
realidad jamás hubo liichai el carácter de una compre-
sión sistemática, continua y normalizada. Si no registra
nuestx*a liistoria escenas tan horribles como la trágica
noche de San Bartolomé, que fué no sólo la brutal ex-
plosión de los odios de secta, sino la ruidosa venganza de
un partido, íampoco ofrece la menor interrupción en los
rigores inquisitoriales; porque la intolerancia española,
más que impetuosa y turbulenta, pecó de reflexiva y i:e-
gularizada, sin duda para asegurar de -esta suerte la du*
ración y eficacia de sns dañosos efectos.
La tempestad fué arreciando con los años, y la seve-
ridad del Santo Oficio extremándose basta el punto de
qne con alguna frecuencia lo^ Sumos Pontífices tuvieran
que intervenir con su autoridad suprema para moderar
el celo de aquel Tribunal sin misericordia. Pobláronse
las cárceles de victimas, quo esperaban en estrecha in-
comunicación el fin, casi siempre funesto, de sus sigilo-
sos procesos; multiplicáronse los mdQS de fe, y para
mayor escarnio de todo sentimiento generoso, incluyé-
ronse esas monstruosas ceremonias en el número de los
festejos públicos con que se solemnizaban los prósperos
sucesos de la monarquía; como si la agonía desgarra-
dora de" las infelices criaturas condenadas á morir en el
fuego, fuera espectáculo regocijado y digno de una na--
ción cristiana.
Cuando con tan persistente saña acorralaba las ideas
hasta en el fondo del cerebro humano, no era posible
que el fanatismo dejase á salvo el pensamiento vivo re-
producido por la Imprenta; y para evitar la propaga-
ción de las doctrinas quo el Santo Oficio tildaba de erró-
26
Beas 6 pravas, erigió en sistema permanente el mal
ejemplo dado por Fr. Lope de Barrientos en el siglo xv,
quemando la biblioteca del Marqués de Villana, y segui-
do posteriormente por el Cardenal Ximénez de Gisneros
con los manuscritos ái^abes del reino de Granada. No
, * . satisfecho con esto, usurpó á la potestad civil el derecho
de censura sobre los libros, forzándola á expedir prag-
máticas rigorosísimasj en algunas de las cuales se im-
ponía pena capital y perdimiento de bienes á los que im-
primieran, vendiesen; leyeran ó conservasen obras in-
cluidas en los interminables y frecuentemente renova-
dos índices expurgaimios. Comprendíanse en estas listas
de proscripción del entendimiento humano, no sólo los
libros conocidamente heréticos ó que contenían propo-
siciones de dudoso sentido, sino muchos más que, siendo
ajenos á las cuesüonáíi religiosas y tratando únicamen- '
* te de materias cien tí Ceas ó lilerarias, tenían el pecado
original de haber sido escritos por autores sospechosos
ó mal juzgados, sin que las exhortaciones repetidas do
la Santa Sede lograsen libertar á algunas de estas obras
del injusto anatema. Las restricciones déla censura y el
miedo á la pena iban disminuyendo de día en día las
publicaciones científicas y filosóficas; pero en cambio
aumentaban considerablemente las recreativas,^ en que
•lo liviano del asunto y la licencia del lenguaje payaban
en cínica desvergüenza; y mientras se anotaban en los
'^ índices expurgatorios libros tan llenos de unción cris-
tiana como el tratado de la Oración ?/ meditación y la
Guía de pecadores del venerable Fr. Luís de Granada,
corrían sin obstáculo en manos del vulgo, con la apro-
bación eclesiástica y laudatorias calificaciones, novelas
obscenas y comedias de no muy edificante lectura.
27
La enseñanza pública, subordinada, como todas las
manifestaciones de la razón, á la rígida disciplina sa-
cerdotal, sufría también las consecuencias de esta an-
gustiosa servidumbre. Nuestras gloriosas^ universidades,
focos de instrucción sana y robusta, que habían resplan-'
decido en tiempos mejores con brillo' envidiable, desfa-
llecían y se amortigua] lan tristemente como lámparas
abandonadas. ^Una dialéctica sutil, artificiosa y Yacía,
más ocupada en aquilatar las formas retóricas de la ar-
gumentación que el fondo de la argumentación misma,
erizada* de silogismos obscuros ó pueriles, reinaba en
las aulas como despótica se&ora de las inteligencias. El
principio de autoridad dogmática, indiscutible, sagrado,
alzábase escueto y solo sobre el silencio de la ciencia
despavorida, que vivía j ó mejor dicho, agonizaba aho-
gada por la interpretación más ó menos favorable, pero
siempre restringida de los textos bíblicos. Los catedrá-
ticos y^maestros que revelaban alguna independencia de
juicio, eran calumniados, encarcelados, proscritos, sin
consideración alguna, ni miramiento á sus méritos, ser-
vicios y virtudes. Desterróse el espíritu de investigación
y de análisis, mutilando de psta suerte el pensamiento,
y dojáM^ole en mitad de su camino, ciego y sin guía.
Las ciencias físicas y fnateij:iáticas enmudecieron, y la
ignoraiicia más profunda ennegreció las almas; pero no
esa ignorancia crédula y sencilla, propia de los pueblos
primitivos, sino la ignorancia presuntuosa, obstinada;
y para decirlo de una vez, incurable, que es el signo dis-
tintivo de todas las sociedades decrépitas y degradadas»
Porque la opresión envilece á las naciones tanto como
la libertad las dignifica. España, al paso que decaía en
todo, bajo el yugo de tan larga intolerancia, descendía
28
también al más miserable estado de desmoralización,
como si el Santo Oficio y la tiranía, unidos en un mis-
mo propósito, ^1 comprimir violentamente el espíritu
nacional, le hubiesen dejado abierto, para que no está-
aliara, el único respiradero de la corrupción de las cos-
tumbres. No hay más que leer lag obras de los escrito-
res satíricos, y las Relaciones y Avisos particulares que
se conservan del siglo xvii, para comprender de qué
manera había sabido amalgamar aquella sociedad el
misticismo y el libertinaje, compartiendo hipócritamen-
te su tiempo entre la oración y la crápula, las procesio-
nes y los adulterios, las novenas y los homicidios. Una
moral laxa y acomodaticia babía invadido todas las cla-
ses y condiciones, desde los favoritos y magnates de la
corte, concusionarios y escandalosos, que creían acallar
el remordimiento de sus conciencias turbadas emplean-
do parte de sus rapiñas en fundaciones y mandas pia-
dosas, hasta los salteadores de caminos, que resguarda-
ban supersticiosamente sus pechos, cerrados á la cle-
mencia, con imágenes de santos y escapularios benditos.
La perversión era general; y como cuando el .cuerpo so-
cial se inficiona de malos humores llega á todos sus
miembros el virus deletéreo, ni siquiera el clero, encar-
gado de }a dirección de las almas, pudo preservarse del
pestilente contagio.
Gomo no quiero lastimar los delicados y casifos oídos
del bello sexo, que honra éste acto con su asistencia,
prescindo de citar casos abominables, que suministra en
abundancia la historia de aquel siglo, y tampoco evoca-
ré el recuerdo de crímenes execrables ó impíos, no
siempre castigados como merecían, cuyos procesos duer-
men en los empolvados legajos de nuestros archivos;
59
pero si no me detuviera la consideración respetuosa que
acabo de exponer, fácil me sería demostrar con nume-
rosos ejemplos cuan hediondas r repugnantes eran las
llagas de aquella sociedadj en apariencia tan temerosa de
Dios- Dijérase que la nacií5n entera había concreí a do y
reducido el cumplimiento de todos sus deberes morales
y religiosos á la práctica del culto puramente externo y
á la absoluta abdicación de su pensamiento, al ver Ci5mo
la eran tolerados, si no legal mente permitidos, ios ma-
yores excesos y los vicios más reprensibles con tal de
que supiese cubrirlos con el velo de su devoción rutina-
ria y de su automática obediencia-
¿Es por ventura extraño q;ue en medio de esta atmós-
fera viciada, comprimido por el fanatismo cada vez más
intransigente porque cada \ez iba siendo menos ilusA-
trado, el genio español se postrara, falto de espontanei-
dad y de aliento? Apartado de toda comunicación inte-
lectual con Europa, donde empezaban á germinar nue-
vas y fecundas doctrinas; aislado en su aparento gran-
deza, cohibido por el terror, apretado en los moldes de
métodos filosóficos y científicos que no bastaban á con-
tenerle, sin luz, ni aire, ni espacio, era irremediable
que pereciera, y se cumplió su fatal destino. Cuantío hu-
bo agotado su caudal do ideas propias, no pudiendo re-
ponerle, buscó en la retórica combinación de conceptos,
en el juego de vocablos y en da inextricable agudeza de
los equívocos, la novedad que de otro modo no le era
lícito adquirir, y flaco y enfermizo intentó cubrir la va-
cuidad del fondo con la extravagancia de la forma. No
habría llegado, ciertamente, nuestra literatura á tan de-
plorable estado, porque España no hubiese caído tan
bajo como cayó entonces, si hubieran existido nuestras
libertades públicas; pero, por desgracia, bebíalas des-
truido en sil esencia el poder ^real, y el vano simulacro
de nuestras Cortes carecía de fuerzas para reivindicar
los ^menoscabados derechos populares. Sin emliargo, el
genio nacional liubiera podido acaso resistir á esta con-
trariedad y hasta vencer! a j porque nunca la potestad
civilj que no descansa en dogmas inmuíablesj sino que,
•por el contrario, está expuesta á la constante variación
de Ids tiempos, puede sofocar en absoluto la emisión del
pensamiento ni la voz; de la conciencia pública^ si las
vicisitudes del siglo, el peligro común y la necesidad de
la mutua defensa, no hubiesen confundido en [un solo
haz los intereses distintos, aunque no opuestos, de la re-
ligión y del Estado. Inicióse . esta desastrosa amalgama,
que tan fatales resultados produjo, en el reinado de Isa-
bel y de Fernando, con la bárbara expulsiují d0 los ju-
díos, que privó á EJspaña de más de ochocientos mil ciu-
dadanos industrioso^ y activos, con los crueles ^atrope-
Uos cometidos contra los moriscos de Granada, faltando
abiertamente al espíritu y letra de las capitulaciones
que precedieron á la entrega de la ciudad, y en las cua-
les se obligaron nuestros reyes por sí y á nombre de sus
sucesores á respetar el culto de los vencidos^ y con el
establecimiento definitivo de la Santa Inquisición, que
no se realizó sin arduas dificultades y sangrientos tras-
tornos. Estas medidas en el fondo 'políticas, á pesar de
su carácter aparentemente religioso, dieron origiDn á un
sistema que se exageró después,^ cuando el César Gar-
los V, habiendo procurado en vano llegar á términos de
avenencia con la naciente herejía luterana, cuyo rápido
increíjiento le impuso, receló que el libre exai^en mi-
naba con los mismos golpes la sobordan ía imperial y la
\'.
1Í
supremacía pontificia. Considerando la debilidad consti-
tutiva de la dilatadísima, pero inconsistente monarquía
encomendada á su dirección y g'obierno, compuesta de
provincias heterogéneas, esparcidas por todos los pun-
tos de ta tierra, sin trabazón ni enlace entre sí, con di- '
verso origen, distinta lengua y contrapuestos usos, ad-
quirió el íntimo convencimiento de que la unidad de fe
era el xiníco vínculo con ^ue podía sostener la descon-
certada unidad de su imperio. Sintiéndose fuerte con-
tra Roma calculó, sin duda? que le sería fácil resistir la
tendencia absorbente, con la cual contraía tan estre-
cha aliansía ofensiva y defensiva; pero so ocultó á su
perspicacia que á la larga y en último término la in fle-
xibilidad de la doctrina se sobrepondría á los intereses -
políticos, mudables de suyo, porque la fuerza de atrac-
ción residía entonces, como residirá hasta el fin de los
siglos, no en lo modiflcable y temporal, que es el Esta-
do, sino en lo permanente y eterno, que es la religión •
Con inútil empeño pretendieron el Emperador y su hijo
contrarrestar la influencia que habían solicitado y los
avasallaba á la ve;£ que los protegía, pues si bien én
ocasiones lograron vencer al Soberano de Roma y hasta
humillarle, conslriñéndole al cumplimiento do sus com-
promisos, frecuentemente rotos, ú oponiéndose ^ á sus
exorbitantes pretensiones, el Pontífice, "es decir, laca-
beza visible de la Iglesia, acaj^ó siempre por dominarlos
y confundirlos, $obre todo ú Felipe II y sus débiles su- .
cesores. Lenta* y sigilosamente el sacerdocio fue apode-
rándose del imperio, infundiéndolo su espirifu, merman- .
dolé prerrogativas y atribuciones esenciales, compene-
trándole, en fin, y transformándole como la espesa y te-
nebrosa selva del Infierno del Dante transfiguraba, en
I
I
32
nudosas raíces y retorcidos troncos, las almas de los
desgraciados, condenadas por sus culpas á morar per-
durablemente en aquel recinto espantable. Grandeza,
voluntad, energía, fuerza, industria, comercio, todo fué
arroll^ido por las negras olas de la monarquía teocráti-
ca, defendida por casi todos nuestros teólogos, singular-
mente por Mariana en su libro Del Rey y de la institu-
ción real, y por Rivadeneyra en su tratado Del Príncipe
Cristiano. ¡Ah! si se levantaran de sus tumbas las des-
dichadas generaciones de nuestra España regida por los
reyes de la Gasa de Austria; de aquella España que em-
pieza en Garlos I y concluye en Carlos II, harapienta,
podrida, extenuada, que pierde en el espacio de dos si-
glos sus libertades, su supremacía, parte de sus domi-
nios, sus ciencias, sus artes, su literatura, su genio y su
gloria; do aquella España despoblada, saqueada por el
fisco y comida del diezmo, pero llena de conventos, her-
mandades, cofradías y congregaciones, poseedoras de
cerca de la mitad de la propiedad territorial; de aquella
España, en fin, alumbrada por las hogueras de la Santa
Inquisición, que persigue á los judíos, quema á los lute-
ranos y expulsa á los moriscas con tan frío encono, que
no ha podido aún borrar de la conciencia del mundo el
recuerdo de estos trágicos horrores ni obtener su per-
dón; si se levantaran de sus tumbas,, vuelvo á repetir,
las desdichadas generaciones de aquellos siglos, engran-
decidos quizás por la distancia y hermoseados por la
poesía, podrían decir á las almas soñadoi*as que se entu-
siasman con la níemoria de lo pasado lo que es la teo-
cracia; lo que es esa enfermedad social, larga y penosa,
que mata con lentitud y aniquila insensiblemente, como
esos árboles de la India, baja cuya sombra el viajero
33
inadvertido busca descanso, se duerme y no despierta.
Cuando la Casa de Borbún recogió la vasta herencia
de la dinastía austríaca, nuestra patria, soipetida como
estaba en el orden político, científico y religioso j á un
poder indiscutible é irresponsable, que había imbuido
en el ánimo de la multitud las más groseras supersticio-
nes, debilitado su energía y modificado su carácter, era
una masa humana atónita é inerte donde toda iniciativa
individual se había extinguido. En realidad de verdad,
España se presentaba como un pueblo muerto para los
trabajos del espíritu; todavía, por la extensión de sus ri-
cas posesiones y el recuerdo do su anterior poderío, in-
fluía algo en la marcha política del mundo; pero en la
esfera intelectual mirábase la con el mayor desprecio, y
hasta tal punto se acostumbró Europa á prescindir de
su compañía en la senda del progreso, que hoy mismo,
á pesar del tiempo transcurrido y de los radicales cam-
bios por que la nación española ha pasado, le agobia y
' oprime con sus desdeñosas ó inmerecidas prevenciones.
Parece como que nuestra patria termina definitivamen-
te su misión en el siglo xvii; estüdianse sus clásicos,
como se estudian los restos de una civilización antigua;
su literatura acaba generalmente para la crítica moder-
na en la época de Calderón, y desde entonces basta nues-
tros días puede decirse que, fuera de contadas y honro-
sísimas excepciones, el genio español se revuelve esté-
rilment^ en la sombra, olvidado y desconocido, cuando
no calumniado, ¡Ayl Por más que nos duela y lastime
nuestro ^orgullo, fuerza es confesar que esta injusticia
tiene explicación, si no disculpa. Nos quedamos tan re-
zagados que, al emprender de nuevo la interrumpida
jomada, no nos ha sido posible^ á pesar de haber vio-
31
Tentado nuestra marcha, alcanzar á naciones quó nos
llevan más de un siglo de delantera. Nuestro pasado nos
abruma como maldición del cielo.
Aquí debería concluir, si me ciñese estrictamente al
plan que me he propuesto; pero á riesgo de abusar más
de lo justo de vuestra indulgencia, ya de fijo cansada,
no puedo prescindir, obedeciendo á la ley de los con-
trastes, de consíigrar un recuerdo, siquiera sea breve y.
con^pendioso, al período que abarca los reinados de Fe-
lipe V, Fernando VI, Carlos III y principios del de Car-
los IV; período que considero, no como uno de los más
brillantes, pero sí de los más fecundos de nuestra histo-
ria. Corresponde indudablemente á los cuatro reyes de
la dinastía borbónica que he nombrado, principalmente
á Fernando VI y Carlos III, el honroso timbre de haber
inaugurado ó favorecido la lenta regeneración de Espa-'
ña, Ko restituyeron al país sus perdidas y ya olvidadas
libertades, ni restauraron las Cortes del reino, ni con-
sintieVon siquiera la más mínima desmembración de su
poder absoluto: no era ésta la comente de los tiempos,
Pero celosos de la autoridad real, reivindicaron y recu-
peraron muchas de las prerrogativas y derechos que la
potestad eclesiástica había usurpado; contuvieron' las
tendencias avasalladoras de la Iglesia; asestaron los pri-
meros y más rudos golpes contra el odioso Tribunal de
la Inquisición; templaron los rigores de la censura, y si
no rompieron los hierros con que el fanatismo nos escla-
vizaba, tal vez porque se lo impidieron añejas é inven-
cibles preocupaciones, alargaron al menos la. cadena
para que pudiera moverse con algún desembarazo nues-
tra conciencia entumecida. Bajo el patrocinio de estos
mona^rcas bien intencionados, concordáronse con Roma
35 * ^ •
reformas transcendentales, favorables á las regalías de la
■corona; se instituyeron nuestras doctas Academias; fun-
dáronse las Sociedades económicas del pah, gutos servi- ,
oíos fueron entonces do notoria importancia; se abrie-
ron escuelas especiales de ciencias físicas, naturales y
matemáticas, en vista de las resistencias quo á acoger
en su seno estos útilísimos estudios opusieron nuestras
atrasadas ó incorregibles Universidades, dominadas por
el clero y dondó sólo podía campar á sus anchas el ári-
do escolasticismo; publicaron el P. Feijóo su Teatro
critico^ que es la primera embestida dada á la grosera y
supersticiosa ignorancia del vulgo; el Conde de Campo-
manes sus ilustrados Informe.^ y luminosos Discursos
acerca de las más arduas cuestiones políticas y sociales;
Jovellanos sus inmortales obras, tan recomendables por
el estilo como por la doc trina j y otros muchos escrito-
res, todos insignes, meditados trabajos sobre ciencias
morales y políticas, industria, comercio, ijáutica, artes
y oficios, que contribuyeron á dar, sana dirección y po-
tentísimo impulso al renacimiento nacional, bajo tan
buenos auspicios iniciado. Si la bella literatura, propia-
mente dicha, no fué tan de prisa ni tan lejos, tampoco
permaneció estacionaria- Hay en la incerfidumbr? de
sus primeros pasos algo que rec^ierda la flojedad del ni-
*ño ó la postración del convalecieníe; imita, pero no
crea; rinde á los preceptos clásicos más culto de lo que á
su espontaneidad conviene, y temerosa de incurrir en
las aberraciones del siglo anterior, desdeña en cierto
modo como peligrosos todos los elementos indígenas pa-
ra entregarse, casi siempre falta de inventiva, á la cie-
ga adñii ración de modelos extraños! Pero á pesar de to-
dD, presta con su sencillez calculada, y quizás demasía-
36
do rígida, como protesta contra el exuberante y pedan-
tesco desorden que antes la había corrompido, indispu-
tables servicios á la cultura nacional; depura el gusto
estragado, encauza las ideas, y si no acierta á menudo
con los tonos de la inspiración verdadera, pocas veces
se equivoca en apartar de sí lo que la estorba ó la daña-
No había pasado el tiempo suficiente para que volviese
del sopor y aniquilamiento en que cayó bajo el cetro de
los últimos reyes austríacos, y harto hacía, cuando las
causas de su perdición, aunque más debilitadas, no ha-
bían desaparecido del todo, con abrir el surco y arrojar
en ól la semilla que debía producir sus más sazonados
frutos en nuestro siglo. Grande fué el esfuerzo, desapa-
sionadaínente considerado, y no hay derecho á exigir
más de las pobres musas castellanas, que por primera
vez después de dos largas y mortales centurias, veían
penetrar un rayo de luz y de esperanza en el fondo del
calabozo, por no decir del sepulcro, en donde aherroja-
das yacían. .
Pero áobreviene la catástrofe de 1808, que reinstala
de improviso á nuestro pueblo, huérfano de sus reyes,
en el pleno goce de su soberanía, y entonces, ¡oh pro-
videncial coincidencia! <3on la libertad que despierta sale
también el genio nacional de su prolongado y perezoso
sueño; aquella literatura pueril, metódica, encogida, .
robustece sus músculos y eleva su espíritu con el duro
ejercicio de la guerra; la poesía lanza á los ecos de las
montañas y de los valles, para sobrexcitar el sentimiento
patrio, las estrofas más viriles, más líricas y conmove-
doras que han resonado jamás en el Parnaso español;
resucita la elocuencia, y desde la radiante tribuna de
Cádiz, donde resiste intrépida y serena los estragos d^
la peste, las bombas de los enemigos y las conjuracio-
nes de la teocracia, anuncia y prepara con su verbo vi-
brante y heroico la redención de Europa. Una juventud
inteligente, resuelta y generosa, á la cual pertenecían ,
por su entusiasmo ó por su edad, el gran Quintana, Ga-
llego, Toreno, Arguelles, los Duques de Frias y de Ri-
vas, Martínez de la Rosa, Alcalá Galiano y otros muchos
que alcanzaron más tarde merecida fama en las Asam-
bleas ú en las Academias, se agitaba movida por nobles
aspiraciones; peroraba, escribía, cantaba, luchaba, y si
era menester moría bajo el irresistible imperio de las
nuevas doctrinas que daban calor á su sangre, luz á su
mente, energía á sus corazones para el combate y abne-
gación á sus almas para el sacrificio. ¡Olí santa libertad,
que no sólo rescataste á nuestro pueblo de la abyección
moral en que se consumía, sino que, unida en firmísimo
lazo con el sentimiento religioso, defendiste y nos con-
servaste en aquellos aciagos y memorables días el suelo
sagrado de la patria; mil veces bendita seasí
Voy á terminar, temeroso de haberos molestado en ,
demasía. Los ejemplos aducidos bastan, á mi juicio, para
demostrar de un modo concluyeijte el pernicioso influjo
que lia ejercido en nuestro desarrollo literario, conte-
niéndole ó viciándole, la falta do libertad política y de
libertad religiosa; y no expongo en apoyo de mi tesis
más recientes pruebas, porque no quiero herir suscepti-
bilidades dignas do respeto con recuerdos dolorosos <5
inoportunos. Por esta misma razón nada digo acerca del
gran sacudimiento de ideas científicas, religiosas y so-
ciales que todo cambio fundamental en las instituciones
de un pueblo produce siempre, de lo' cual dan claro tes-
timonio en España el movimiento romántico de 1834,
Il
38
que coincide con el político, y el movimiento filosófico
que desde 1869 se observa entre nosotros como uno de
los signos más característicos de la edad presente, tan*
insegura y agitada. Bien sé que al abrigo de la libertad
política, y como inevitable resultado de la emancipación
de la conciencia humana, salen á la luz del día y se ma-
nifiestan sin tébozo doctrinas absurdas, dudas impías,
problemas espantosos é irresolubles y negaciones satá-
nicas; pero por ventura, ¿el espíritu de i^ebeldía es me-
nos terrible porque nos acometa en Jas tinieblas? Tan
llena está de asechanzas la noche del entendimiento
como la noche natural, que en el mundo de las ideas y
de los seres animados, el fraude, él engaño, la perüdia
y la tríiición se conciertan mejor y ofenden más á man-
salva cuanto mayores son la obscuridad y el silencio. ¿Á
qué imitar al ave medrosa qué juzga sustraerse del pe-
ligro cuaAdo oculta, para no verlo, la^ cabeza debajo del
ala? Conozcamos el mal — ^j- a que es- irremediable que el
mal exista ^— para salirle al encuentro sin el temor de
que nos yenza, pues sería desconocer la justa Providen-
cia de Aquél que ha entregado la tierra á las disputas,
pero no á la locura de.los hombres, y que con mano in-
visible guía y empuja á.las spciedades, hacia su perfec-
ción por medio de innumerables obstáculos, escollos y
precipicios. Combatamos el error cara á cara, partiendo
el campo y el sol, con el raciocinio y no con la violen-
cia, sin olvidar que la verdad misma, impuesta por la
fuerza y no por el convencimiento, corre riesgo de ha-
cerse insoportable y al^orrecible. Ni la diversidad de
opiniones, ni la contraposición de juicips, ni la varie-
dad de creencias deben romper la fraternal comunidad
del género humano, y ojalá reine alguna vez sobre la
39
superficie de la tierra la solemne y piadosa imparciali^
dad del cielo, que á todos, justos ó pecadores, creyentes
ó escé pucos, cristianos ó idólatras ^ por igual nos cobija
*y ampara* ¿Quq somos ni qué' valemos para turbar con
nuestro orgullo ó nuestra intransigencia la misteriosa
armonía de las cosas creadas? Desde el majestuoso ritmo
de los astros qije giran en Ids espacios infinitos, hasta
el sordo rugido de la lava que fermenta en el centro de
las montanas; desde la estridente cólera del mar, hasta
el manso murmullo de las hojas movidas por el viento;
desde el trueno que sacude las nubes, hasta el rumor im-
perceptible que produce el gusanillo al arrastrarse por .
entre el césped^ todos los ruidos y acentos de la natura-
leza, los más discordaptes como los más unísonos, los
rnás consoladores como los más terribles, se juntan y
convergen liacia el Criador en himno inmortal de ala-
banza; y del mismo modo en el seno de la humanidad,
devorada por vagos y místicos anhelos, la queja del des-
graciado y el júbilo del venturoso,' la oración del cre-
yente y la blasfemia del reprobo, la voz que niega y la
V07. que afirma, todo, en fin, lo que aparece ante nues-
tra razón limitada como contradictorio, inconciliable ó
irreductible, se confunde concerladamente en una aspi-
ración suprema para llegar á tí, ¡oh Dios, en quien
adoro y creo! y glorificar tu sabiduría, tu omnipotencia
y tu misericordia.
He niGHO.
CONTESTAaÓN
DEL
ExcMo. Sr. D. JUAN VALERA
AL DISCURSO DEL Sb. NÜNEZ DE ARCE.
Señores:
Tengo fal satisfacción en contestar al Sr. Núñez de
Arce, quCj poniendo á un lado todos mis otros quehace-
res y venciendo mi naiaral desidia, me he apresurado á
cumplir, en el lórmino más breve, con el encargo que
esta Real Academia m6 ha confiado.
Correligionario en política del Sr. Núñez de Arce y
unido á él desde hace anos por lazos de particulai* amis-
tad, con sus triunfos estoy de enhorabuena. No creo,
con todo, que el afecto me ciegue al juzgar los mereci-
mientos del nuevo Académico, Como autor dramático ha
sabido conquistara* envidiable celebridad, y como pro-
sista tiene prendas que todos encomian, resplandecien-
do entre ellas la energía de su estilo y la claridad y ter-
sura de dicción, con que da mayor valer y realce á lo
firme de sus convicciones y á la fijeza y serenidad de sus
ideas y propósitos.
Por cima de estas cualidades, expresadas aquí harto á
la ligera, sobresale una que por sí sola le hace digno del
L
41
puesto que viene á ocupar. El Sr. Niiñez de Arce brilla
y descuella entre los más notables poetas líricos espa-
ñoles del siglo presente, durante el cual, no sólo en Es^
paña, sino en toda Europa^ la poesía lírica ha florecido
como nunca.
Á más dé la elevada inspiración y del brío y nobleza
de sentimientos que las poesías del Sr. Núfiez de Arce
atesoran, la Academia no puede menos de considerarlas
y estimarlas cual precioso dechado de versiflcación y de
lenguaje.
Aunque no pudiera presentar el que va á sentarse en-
tre vosotros títulos tan legítimos y valederos, me parece
que bastaría el discurso que acabáis de oír para hacerle
merecedor do honra tan señalada.
Con abundancia de datos y razones, que en manera
alguna destruyen la amenidad y agrado del escrito, el
Sr. Nüñez de Arce ha tratado de demostrar y, á mi ver,
ha demostrado el influjo que la intolerancia religiosa y '
la constante y terrible comprensión intelectual, de ella
nacida, han ejercido en nuestra gran literatura.
No ya aquí, donde no estoy llamado á contradecirle,
pero ni fuera de aquí, impugnaría yo, en lo substancial,
discurso tan bien meditado, y cuyos asertos me parecen
evidentes.
Mi contestación debiera, pues, limitarse á un elogio
de lo dicho y á algunos comentarios, deducciones y no-
tas, que bien se pueden añadir, porque siendo el asunto
tan vasto, no hay pluma, por concisa que sea, que acier-
te á agotarle en una breve disertación; pero, sin que yo
contradiga á mi nuevo compañero, no he de negar que
su discurso suscita cuestiones y dudas difíciles de resol-
ver, por lo cual, sin que aspire yo á resolverlas, nadie
extrañará mi deseo *dé plantear y de exponer las más
importantes. :
Yo no trato de invalidar argumentos y deducciones;
Yo creo también que el fanatismo ahog-ó y marchitó an»
tes de tiempo en España la lozanía y ej florecimiento d^
una gran cultura 'propia y' castiza. Tanto fué así que, en
los últimos anos del siglo xvii y primeros años idel xviii^
dicha cultura pereció consunta, Iiechizada y casi sin de-
jar sucesión directa , á semejanza de la dinastía bajo
cuyo cetro había florecido, á par de la grandeza y eró—
dito de aquel imperio vastísimo, dentro de cuyos térmi-
nos estaba siempre el sol Ycrtieudo su lumbre*
Después de la guerra de sucesión, con la nueva dinas-
tía francesa, España se alivió, se restauró, despertó de
su desmayo. Al restaurarse España, brotó en ella nueva
cultura; pero, más bien que retoñar del antiguo tron-
co^ arraigado en nuestro suelo, se diría que fué un ín-
^ jerto exótico lo que reverdeció con el jugo y la savia de
lo castizo.
Nuestra admiración de lo extranjero nos hizo imita-
dores, harto serviles á veces, y llegamos, por último,
con humildad lastimosa, á menospreciar lo propio, exa-
gerando nuestras faltas y olvidando .ó no reconociendo
nuestros aciertos.
Sin duda que el levantamiento nacional contra los
franceses, durante las guerras napoleónicas, nos devol-
vió la conciencia de nuestro gran ser como entidad po-
lítica, y algo nos dejó columbrar de nuestro valer anti-
guo por el pensamiento y por la idea; pero este concep-
to de nuestra pasada civilización quedó confuso. Se fun-
daba más en la soberbia, en el sentimiento, en el amor
propio patriótico que en razones claras. Todavía, aun
43
después de la guerra de la IndependeBciaj los que se jac-
taban de más ilustrados seguían con poco disimulo des-
deñando nuestra literatura y tildándola de bárbara^ ta-
sando nuestras artes en mucho menos de su justo precio
y negando toda importancia á nuestras ciencias y á nues-
tra filosofía.
La sumisión, el vasallaje, la obediencia de los espa-
ñoles á Francia, no tuvoj en lo intelectual, ni Bailen,
ni Zaragoza, ni Gerona j ni Dos de mayo en aquella
época. Seguimos tan pacatos y tan humildes, que era
menester para que celebrásemos algo nuestro, sin pasar
por presuntuosos y ridiculamente vanos, que los extran-
jeros nos diesen el ejemplo, la venia y liasta la noticia.
Sin que decidamos aquí si es calidad buena ó mala, es
innega*ble que el vulgo en España, como en todas las
demás naciones j tiene un, orgullo instintivo con que
' siempre se admira á si propio y se sobrepone al vulgo
' de otras tierras; pero en las naciónos que decaen, la gen-
te ilustrada, los que no son vulgo ó procuran no confun-
dirse con él, & fuerza de maravillarse de los adelanta-
mientos extraños, y con el prurito de mostrarse á su al-
tura y de aparecer como seres excepcionales entre la
multitud ignorante que los rodea, acaban por no estu-
diar, ni saber, ni aplaudir cuanto en lo castizo hubo de
bueno y do glorioso. Hasta cuando, á fin de adular al
vulgo, á quien desprecian, se ponen á ensalzar lo casti-
zo, lo hacen por estilo ampuloso, donde se advierte la
carencia de fe y la falta de crítica, y donde, más que la
pasada gloria, suelen encomiarse los resabios.de la per-"
versión que dio al traste con ella.
Tal era nuestro estado hasta pocos años há. Algo nos
vamos aliviando de la dolencia, pero no estaraos sanos
wv
44
todavía. Y, fuerza es confesarlo, en gran parte somos
deudores del alivio á los alemanes. Los alemanes, más
que nadie, "ensalzando nuestras cosas como merecen, se
puede afirmar que han contribuido muchísimo á que
volvamos con amor los ojos hacia ellas. Basta citar los
nombres de Lessing, Jacobo Grimm, B5hl de Faber,
Huber, Federico y Guillermo Schlegel, Rosenkranz,
Schulze, Bouterweck, Glarus, Diez, Depping, Tieck,
Schack, Fernando Wolf, Jorge Keil, Halm, Manuel
Geibel, Pablo Heyse, Leopoldo Schmidt, Dohrn, Hain,
Schlüter, Storck, Geiger, Herder, Goethe, Hoffmann,
Regís, Fastenrath y el mismo Hegel, para traer á la
memoria de los amantes de las letras cuan poderosa-
mente han contribuido á sacarnos de nuestro abatimien-
to las alabanzas críticas, las traducciones, las bellas edi-
ciones y hasta los comentarios de nuestros clásicos he-
chos por estos autores.
Nuestro descuido, nuestra postración y nuestra falta
de gusto habían sido tan grandes, que hasta el año de
1829 no tuvimos en castellano una mediana historia de
nuestra literatura. Antes, salvo el ensayo de Velázquez,
sólo hubo estudios parciales como los de Sarmiento y.
Sánchez, la indigesta mole de los Padres Mohedanos,
la apología algo pedantesca de Lampillas, las notas de
Martínez de la Rosa al Arte poética^ y los juicios de
Mendívil, Sil vela y Quintana. La historia de nuestra li-
teratura apareció al fin, pero fué traducción de otra,
escrita en alemán veinticinco años antes. Bouterweck
la había publicado en su lengua y patria en 1804.
Guando los Sres. D. José Gómez de la Cortina y Don
Nicolás Hugalde y Mollinedo publii3aron en 1829 dicha
traducción, declararon que lo hacían deseosos de suplir
k
45
co:i ella la obra original de que carecíamos^ por el des-
cuido de tan útil estudio, debido á las guerras y trastor-
Hos y á la falta general de buena educación; ruda fran--
queza que denota á las claras cuál sería el estado de un
pueblo donde dos modestos traductores se atrevían á de-
cir tal improperio como quien dice lo más natural, sa-*
bido y confesado.
Desde entonces hasta ahora no han sido menores los
trastornos y guerras que hemos ten ido ^ y, sin embargo,
ya no se notan ese desdén y ese abandono de nuestras
glorias literarias, entre cuyos críticos ilustradores res-
plandecen Duran, el Marqués de Pidal, Milá y otros va-
rios que no nombro porque pueden hallarse presentes y
no quiero ofender su modestia. Queda, no obstante, en
pie todavía este aserto de Duran: Alemanes son los qtie
mejor han piMicado la historia de nuestra literatura //
teatro. A lo cual bien puede añíidirse que lo que es la
historia de nuestro teatro escrita por un alemán, por
Schack, si bien ha hallado hábil traductor, no ha halla-
do público que la lea, y se ha quedado á medio traducir
por desgracia.
A pesar de todo, aunque muchos de nuestros autores
siguen siendo más cele]>rados que leídos, en el día se
conocen ya mejor y se estiman con más recto criterio.
Nada ha influido tanto en esto como la Biblioteca de
Autores españoles^ publicada por D. Manuel Rivadeney*
ra, cuya gloria y merecimientos comparte uno de vues-
tros compañeros por haber logrado de las Cortes que el
Gobierno le concediese su indispensable protección. Di-
cha Biblioteca^ á más del texto bien enmendado y co-
rregido de los autores, contiene un tesoro de noticias
biográficas y bibliográficas y no pocos discursos preli-
lé
minares y brillantes introducciones, qne bien pueden
formar unidos la historia de nuestra literatura, ó al me-
nos una abundante y rica colección da materiales para
escribirla. De esto se ha encargado un autor infatigable
y diligente, lleno del espíritu crítico más sano y eleva-
do; pero su trabajo no está terminado aún, fallando en
él la época en que se presenta elfónónieno cuyas causas
quisiéramos explicar aquí,
' Lo que naclie niega, lo que no puede ser asunto de
discusión, es que la edad más floreciente de nuestra vida
nacional, así en preponderancia política y en poder mi-
litar, como en ciencias, letras y artes, es la edad del ma-
yor fervor católico, de la mayor intolerancia religiosa:
los siglos xvr y xvii, Pero si queremos circunscribirnos
más y señalar el siglo de mayor auge, fecundidad y ex-
celencia de las letras y del idioma patrios, marcar su
siglo de orOj me parece que sin que me tilden de arbi-
trario, por más que se me dispute sobre diez años antes
ó después, bien puedo poner este siglo entre los años de
1580 y 1680.
¿Por qué causas se pervirtió, se marchitó y se hundió
rápidamente aquel gran florecimiento? Á nadie se le
oculta que esta cuestión literaria esta enlazada con otra
cuestión política. ¿Por qué la grandeza, crédito y poder
de la monarquía española cayeron también rápidamen-
te, precediendo á su caída la de las letras?
No es fácil contestar á todo esto, y menos aún en bre-
ves palabras. Para filosofar es menester tener un exacto
y cumplido conocimiento de aquello sobre que se filoso-
fa, y debemos declarar aquí que hasta la misma historia
política de la época á que nos referimos dista mucho
aún de estar satisfactoriamente escrita, á pesar de algu-
ff
I
17
nos ensayos, tentativas y compendios muy recomenda-
bles, entre los cuales se cuenta uno de un ilustre com-
pañero nuestro que merece grande ala])anza. Las cosas ,
sin embargo, de aquel período histótnco se saben por lo
general muy á buUo; y por otra parte, el espíritu de
partido q\ie ha tomado dicho período por campo de ba-
talla para discutir sobre cuestiones que, valiéndonos de
un término muy en moda en el día, son las máspalpi-
taniesy nbs puede cegar con su pasión y extraviarnos á
todos, llevándonos por extremos opuestos á tuucha dis-
tancia de la verdad,
' Recientemente, por ejemplo, lia aparecido toda una
escuela que, en contraposición de aquel abalimiento
que nos hacía desdeñar nuestro pasado, le estima en lo
que vale y aun quizás exagera algo su .valor en lo Jito-
rario y científico; pero sobre esta afirmación evidente
ó al menos plausible, levanta un cúmulo de aspiraciones
j propósitos, á mi ver, poco razonables. Cree que para
que renazca aquel íloreci miento literario, aquel moví-
miento intelectuíll, aquella primacía de España, con-
vendría que volviese la nación alraismo estado político,
social y religioso. Es como si los griegos, mirando su
postración y su relativa inleriorídad en el día pi^esente
con respecto á otras naciones de Europa, recordando
que eran el primer pue])lo del mundo en tiempo de Pe-
rieles, y gubordinando los altos intereses transcendenta-
les de Ja religión á consideraciones estrechas de ínteres
nacional í volvieran a adorar á Júpiter y á Minerva y
i^enovasen los misterios eleusinos-
No pocos sabios italianos de la época del Renacimien-
to, resplandeciendo entre ellos el impío Machia velli, in-
currieron en tan extraña manía, Al ver humillada á Ita-
48
lia, hollada y ensangrentada por los extranjeros, y al
presentarse vivas en la memoria de ellos las grandezas
de Roma, llegaron á aborrecer el Qristíanismo y á soñar
con la religión de Jano bifronte y con las instituciones
litúrgicas de Numa y de Tarquino Prisco. Esto, por un
lado, es infinitamente mayor disparate que el soñar, sien-
do español, en que volvamos á la edad de Felipe II, 'por
ejemplo, porque al fin, de lo que somos ahora á lo que
entonces éramos no hay tanta diferencia, ni ha habido
cambio en el ser de la civilización general del mundo, ni
méhos aún en el principio sublime y en la doctrina sal-
vadora que la informan con su espíritu; pero, por otro
lado, los españoles que piensan hoy como hemos dicho,
tienen menos disculpa que los italianos de entonces, por-
que entónqes se concebía la historia como un eterno vol-
ver al mismo punto, y se creía que para, restaurar los
Estados y las civilizaciones convenía retroceder hacia su
origen, mientras que ahora apenas hay quien se atreva,
á negar y quien no sienta y vea la marcha indeclinable
de las cosas humanas e^ su conjunto hacia un término de
perfección, sin duda inasequible en esta vida terrena,
pero que las atrae por ley píovidencial, y no limitando*
el libre albedrío en aquello de que debe responder cada
individuo, las lleva por nuevas fases y evoluciones, sin
dejarlas nunca volver al punto de que partieron. Así,
pues, nos parece menos razonable, bajo este concepto,
el que un español de ahora sueñe en que se regeneraría
su patria volviéndola á lo que fué en pensamientos y
creencias en tiempo de los tres^elipes, que el que Ma-
chiavelli sonase en que renacería la antigua preponde-
rancia romana con volver al estado y manera de ser de
la edad de Tito Livio.
49
Por otra parte, aunque diésemos por indiscutible la
singular grandeza de nuestro país en los siglos xvi y xvii
y la conveniencia de volver á las instituciones^ ideas y ,
costumbres de entonces, suponiendo que lo que entonces
pudo producir aquella grandeza debe también producirla
ahora, aún nos quedaría por demostrar si aquellas ins-
titucionesj aquellas ideas y aquellas costumbres íueron
la cansa de la grandeza, ó si, por el conti'ario, la gran-
deza nació de otras causas j y dichas instituciones, ideas
y costumbres lo que trajeron consigo fué la corrupción y
la rápida decadencia. Éste es verdaderamente el punto ^
controvertible. La distinción que hacemos es muy clara..
Se comprende que alguien, enemigo en el día dala into-
lerancia religiosa y del absolutismo monárquico, ó sos-
tenga que entonces aquello fué bueno y útil" en España,
ó afirnle que al menos no puede ni debe presentarse como
causa de nuestra caída política, social y literaria, yaque
hubo intolerancia religiosa y absolutismo monárquicp '
en otros- países durante el . mismo período, y dichos
países se levantaron j mientras que España cayó como en
profunda sima-
Fijada asi la cuestión, y limitándonos solamente á la •
literatura, vamos á hacer algunas ligeras- observaciones,
procurando mostrar la mayor imparcialidad en iodo.
Para ello conviene sin duda no dejarse arrastrar de la
vanidad patrió ticíi; poro conviene también no dejarse
seducir por tantos y tantos autores extranjeros, protes-
tantes ó racionalistas los más, que por odio á la religión
católica y hasta por envidia postuma de nuestro poderío
de entonces, procuran denigrarlo todo, ponderando
nuestros yerros, imputándonos mil maldades y encu-
briendo no pocas excelencias y glorias. Larga es la lista
50
de los autores que no hablan de España sino para decir
injurias crueles. Limitémonos á citar como modelos en
esté género al americano Draper y al inglés Buckle.
Hasta en los benévolos y aficionados á nuesiras cosas
se descubre á veces el estrecho espíritu de protestantis-
mo y el aborrecimiento á la civilización católica que
perturban su juicio, y los llevan ora á no comprender
bien mucho de lo que tuvimos de bueno ó de^ hermoso,
ora á encarecer lo feo y lo horrible.
Á pesar del respeto y gratitud que debemos al ameri-
cano Jorge Ticknar, autor de la historia literaria de Es-
paña más completa que se ha escrito hasta ^hora, no se
ha de negar que peca bastante en el mencionado senti-
do. Pongamos, como muestra de que no comprendió
bien lo bueno y hermoso, el frío, pobre y sombro juicio
que forma y emite acerca de Los nombres de Cristo de ,
, Fr. Luis de León. En una parte, no acierta á ver en •
este libro más que una serie de largos discursos decía-
matónos; en otra parte, juzgándole algo más detenida-
mente, pone dicho libro como singular testimonio de la
dbvocióny elocuencia y ciencia teológica de los españoles
' de aquella época ^ con lo cual no se compromete mucho
ni en pro ni en contra: añade que hay en dicho libro un
sermón (¿y por qué no muchos sermones?) que no cede
en mérito á ningún otro en cualquiera lengua, y acaba
por considerar el libro como una colección de declama-
ciones. Infiérese de todo ello que Jorge Ticknor no ha
leído el libro, le ha hojeado sólo y no le ha entendido
bien, concretándose á estimar, no el fondo, sino la for-
ma, esto es, la prosa rica, castiza y pura, por la cual co-
loca á Fr. Luis entre los grandes maestros de la elocuen-
cia española.
51
Para nuestros dramas sagrados y autos, más son las*
censuras acerbas que las alabanzas de Ticknor. De Tirso
ni mienta siquiera El Condenado por desconfiado* {^b^no
en nota y al hablar de La Devoción de la Graz^ de Cal-
derón), concretándose á afirmar que sus dramas á lo di-
vino compiten en ecotravagancia con los de los demás
autores j aunque no los aventajan^ porqice era difícil lie-
gar d más. Con El Burlador de Sevilla no se muestra
Ticknor más piadoso, por más que el genio de Mozart
haya ido familiarizando d la sociedad culta y elegante^
esto es, á la gente que no vive en España, con, sus som-
bríos y chocantes horrores. En suma, Tirso, cuya Ven-
ganza de Ta/narj cuya Prudencia en la mujer, así como
otros dramas trágicos y heroicos, ó no conoce ó no re-
cuerda Ticknor, no es más, para este crítico, harto desr-'
provisto del sentido de la poesía, que un poeta cómico,
fácil, chistoso, buen versificador' y buen hablista; pero
indecente, inmoral, chiocarrero, deshonesto y extrava-
gante.
Por los ejemplos citados se puede calcular lo poco que
levanta el vuelo el entusiasmo de Ticknor para enco-
miar á nuestros autores. Traduzcamos y compendiemos,
para que la frialdad ó el desdén de Ticknor resalte más,
algo de lo que dice Schack de Tirso en las 57 páginas,
casi todas de alabanzas, que le dedica: <Si bien tene-
mos que lamentar la pérdida de muchas obras del fe-,
cundo Maestro, aún nos quedan bastantes para que con
ellas se conciba agotada la más débil fuerza productiva
de muchos famosos poetas, y para que nos llena de pas-
mo la inexhausta inventiva de quien las compuso. La
abundancia y variedad de estas obras es tan grande,
que es empresa dificilísima el caracterizarlas y clasifi-
5á
carias. Tirso eS un encantador que sabe tomar las más
diversas figuras. Apenas creemos que nos apoderamos'
de su fisonomía, cuando toma otra. El brillo de su poe-
sía forma mil iris y cambiantes, y burla nuestro empe-
ño por reñejarle en el espejo de la crítica. Las mismas
faltas del autor, que np pueden negarse, están circun-
íladas y como vestidas de tan deslumbradores destellos
poéticos, que es fuerza apoyarse en toda circunspección
para no entregarse á una admiración sin* límites por sus
dramas.. íU teatro de Tirso se parece á aquel país de las
hadas, que nos pintan los poetas románticos, donde
rautivan los sentidos y el corazón del peregrino sones '
misteriosos y embriagadores perfumes; donde serpen-
tean mil sendas que ygi le llevan por lozanos verjeles,
ya por amenos valles, desde abismos que causan vérti-
go hasta montañas que tocan el cielo, y donde se oye
en las gratas la voz burlona de los gnomos y de los
duendes, y los silfos se mecen en el aire, y el sol de la
' poesía, hasta sobre los cailiinos extraviados, basta sobre
los derrumbaderos y precipicios, vierte su lumbre en-
cantadora. Por cierto que debe de ser muy frío el críti-
co que ño sienta deseo de abandonsírse sin reparo á •poe-
sía tan hermosa, y muy poco capaz de sentirla y com-
]irenderla el que no conozca que hasta aquello que pasa
por defecto, según reglas rutinarias, es»belleza relativa^
considerado como parte necesaria de un grande orga-
nismo y como emanado de un alto espíritu poético, ge-
nial y espontáneo!»
Schack, como Ticknor, ve en Tirso un poeta cómico,
pero no grosero, ni chabacano, sino todo lo contrario.
<¡Guán distinto, dice, es el chiste siempre poético de
Tirso, de las secas frialdades que suelen llamarse chistes
<
53
entre nosotros! Como abeja entre rosales vaga volando
el genio del poeta en el jardín florido de la fértil poesía.
Es verdad que como la abeja tiene aguijón, pero tam-
bién tiene mieL Tirso no perdona á los poderes del cié-,
lo ni á los de la tierra; pero con el dulce bálsamo de la
•poesía sana al pur^to qut hiere. El atrevimiento de sus
arranques satíricos contra losNgrandes de la tierra, con-
tra la corte y los cortesanos, contra los frailes y los clé-
rigos, es singular en la literatura española, y causa ma-
ravilla la libertad de la escena^ donde resonaban públi-
camente tales sátiras en un tiempo en que el poder Je
la Inquisición había llegado á su apogeo, í>
Si no nos llevase esto muy lejos de nuestro propósito,
aún traduciríamos ó extractaríamos más del encomio
que Schack hace de Tirso.
No podemos resistir, con todo, á la tentación de po-
ner aqní, otros tres ó cuatro párrafos aislados: «También
para el idilio puro, sin mezcla de sátira, posee Tirso un
incomparable talento, y aprovecha con predilección to-
das las ocasiones que se presentan para lucirle; pero sus
creaciones de esta clase no se parecen en nada á aquel
linaje afectado de poesía pastoral que gustó tanto en
toda Europa, sino que son la existencia real y las pa-
siones mismas de los campesinos españoles, realzadas y
presentadas poéticamente con hechicera candidez y con
frescura y vivacidad inimitables.» Como poeta trágico, -
dice Schack de Tirso al hacer el análisis de La vengaTV-
za de Tamar: <Sólü pocos poetas españoles han levan-
tado á tanta altura la poesía como Tirso en esta obra
maestra.» Como poeta heróico-dramático, lé ensalza aún
más al hablar de La prudeíicia en la mujer. Gomo poe-
ta psicológico que penetra con escrutadora mirada en lo
54
más profundo del corazón, le encomia sobre todo en
Escarmientos para el cuerdo; y, por último, como poeta
dramático á lo divino, casi le pone Schack por cima de
todos los demás poetas al examinar su Condenado por
desconfiado^ obra que <en rasgos de fuego lleva impresa
la huella del espíritu religioso de entpnces, extraño es-*
piritu, apenas comprensible para los hombres de abo-
ca. > < Aunque Tirso, dice Schack al terminar el análi-
sis, no hubiera escrito más que este drama maravilloso
y hondamente conmovedor, nadie podría negarle el tí-
tulo de gran poeta. >
Con lo dicho se ve la contraposición. Para Ticknor^
Tirso no pasa de ser un fraile ingenioso, deslenguado y
verde, sainetista chocarrero y satírico; para Schack, es
un gran poeta por todos estilos. Dudamos de que en elo-
gio de Shakespeare pudiera decir mucho más que lo que
en elogio de Tirso dice. La divergencia que se advierte
en este caso particular se pudiera advertir y señalar en
otros muchos, por lo. cual, si aun conocidos los hechos
cada uno los juzga á su modo, ¿qué esperanza hay de
que sa convenga en las causas?
En algo, sin embargo, es menester convenir. Ponga-
mos, pues, como fuera de duda que las dos más bellas
manifestaciones del ingenio español en los siglos xvi
y XVII son la poesía épico-popular y la poesía dramática:
los romances y el teatro. Añadamos á esto la novela en
prosa, pues aunque no tuviésemos más que el Quijote,
eclipsaríamos aún todas las otras literaturas. No se pue-
de negar además que en poesía épica artificial y erudita
tenemos una copia asombrosa de obras estimables; en la
lírica no somos inferiores á ninguna otra nación duran-
te el mismo período; nuestros historiadores de entonces
55 '
tal vez venzan á los de los demás pueblos en calidad y
en número, y poseemos, por último, notables juriscon-
soltos y escritores políticos, y un rico tesoro de místi-
cos y de ascéticos.
Importa declarar, no obstante, que de todo esto más
se ha estudiado hasta ahora la forma que el fondo. Ya
íenemos historia de la amena literatura, de las obras de
entretenimiento; pero la substancia de la cultura españo-
la y el desenvolvimiento intelectual de nuestro espíritu,
están poco estudiados.
¿Por qué negarlo? Casi nadie lee en el día nuestros li-
bros de devoción- Si los hojea algún aficionado á las
letras j suele prescindir de las ideas, y sólo se para en lo
sonoro de las frases, en lo castizo de los giros y en la
riqueza y primor de la lengua. Y, sin embargo, ¿qué aná-
lisis psicológico más sutil y atinado, qué metafísica más
profunda, qué admirables intuiciones de lo infinito en
su relación con lo finito no suele haber en ellos? El se-
ñor Rousselot^ un francés, ha sido el primero que críti-
camente ha desentrañado y expuesto algo de aquellas
doctrinas, y, aunque su obra deje mucho que desear, de-
bemos inclinarnos agradecidos, pues nadie en España lo
iiabía hecho mejor, ni acaso de ningún modo, antes de
que él lo hiciera,
Rousselot, como casi iodos los franceses cuando tra-
tan de nuestras cosas, no puede prescindir de hacernos
nn disfavor al lado de un favor. Es cierto que da á co-
nocer á nuestros místicos y expone su filosoíía; pero
afirma que jamás hemos tenido más filosofía que la de
ellos. Sentencia es esta de la que podemos apelar, pero
de la que no podemos quejarnos, porque nuestros sabios
modernos van más allá aún en el desdén- El importa-
56
dor de la filosofía krausista en España y uno de sus más
aventajados discípulos, en artículos recientes, por otra
parte merecedores de alabanza, afirman que la imagi-
nación estética ha sido bien cultivada en España y ha
dado s?izonádo fruto, pero que la razón no; que hemos
, tenido buenas comedias, novelas y otras obras de pasa-
tiempo; pero que en ciencias y en filosofía hemos valí-
do poquísimo, sin duda poique la compresión intelec-
tual y el fanatismo religioso han tenido como embo-
tada y atrofiada, en nuestra alma, una de sus más no-
bles facultades.
Ya se ¿entiende que tan cruel afirmación se refiere á
los últimos siglos, y no á la Edad Media ni á las anti-
guas edades. En la Edad Media convienen todos en que
hemos tenido notabilísimos sabios, filósofos y pensado-
res, aunque, más que ortodoxos^ mahometanos y ju-
díos. Eruditos y críticos extranjeros lo ponen fiíera de
duda (^): Renán estudiando á Averroes y su prodigiosa
(4 ) Menester es no olvidar aqai, como muy honrosa excepción, los Ef-
ludios sobre el famoso f\^imando Lnlio, publicados, pocos años bá, por
nuestro compañero D. Francii^po de Paala Canalejas. El filósofo mallorquín
está,, en dichos Estudios, ja/gado con profundidad, si bien qni2ás más en-
comiado de lo justo; pero algo se ha de conceder á la reacción, que no
pued^ menos de dejarse sentir en esto como en todas las cosas.
Lulio había sido harto maltratado por muchos autores, .entre los cuales
no pocos españoles. El P. Feijóo le desprecia en sus Cartas eruditas: y
en aquella graciosísima sátira literaria de El Café, donde no sabe uno
de qué admirarse más, si del ingenio, sal ática y rico tesoro de chistes del
autor, ó dé su mezquina crítica, y donde queda en duda si D. Pedro es
más pedante y más insufrible que D. Hermógenes, Moratín se burla- del,
pobre Raimundo Lulio con un epigrama indeleble.
Colocan muchos entre los lulianos á Raimundo Sabunde, filósofo del
ligio XV, que tuvo gra^i celebridad también en tierras extrañas. Montaigne
le tradujo al francés; pero yo entiendo que no porque Montaigne se entu-
siasmase con Sabunde, si;io por cumplir un mandato de^ su padre. En la
Apología de Sabunde, que es el más extenso de los BnsayoSj le elogia mu-
57
influencia en la filosofía escolástica y d,el Renacimieuto,
y Munck, Franck, Sachs, Geiger y David Gassel, tra-
duciendo las obras ó encomiando y celebrando las doc-
trinas de Ibn Gebirol, de los Ben-Ezrá, de Maimónides,
de Jehuda de Toledo y de otros, compatriotas *nués-r
tros y gloria de España, por más qué no fuesen cató-
licos.
Pero el amor patrio nos ha hecho clamar contra el
desprecio por nuestra ciencia, y sobre todo por nuestra
filosofía, desde el Renacimiento hasta ahora; y han jsur-
gido celosos defensores de que hubo filósofos en España
y hasta verdadera filosofía española, entre los cuales
merecen citarse nuestros compañeros correspondientes
D. Gumersindo La verde y D. Adolfo de Castro, el joven
Sr. Menéndez Pelayo, y los Sres. Ríos Portilla y D. Luis
Vidart, el cual hasta ha formado y publicado un tomo de
apuntes para la historia de nuestra filosofía.
Fácil nos sería citar aquí multitud de nombres de pe-
ripatéticos, platónicos, estoicos y eclécticos, entre todos
los cuales se levantan, á lo que parece^ Vives y Foxo
Morcillo. Pero francamente: sq citan estos nqmbrep, se
supone que valieron mucho los sabios que los llevaron,
y apenas sabemos lo que dicen, porque casi nadie los ha
leído. Las pocas obras filosóficas que, como tales, ha
publicado la biblioteca de Rivadeneyra, nos compungen
y descorazonan. Quedan, pues, hasta el día, como único
eho, no obstante: le llama tres suffisant homme et áyant plusieurs belUs
parties; y asegura que «el propósito de Sabuiíde es atrevido y valeroso,
ya qae acomete la empresa de establecer y probar con razones bnmanas
y natarales, eontra los ateístas, todos los articalps de nuestra religión; en
lo coal, á decir verdad, le hallo tan firme y dichoso, que nt) creo posible
hacerlo mejor en este negocio, y. me parece qué nadie se le ha igualado.»
58
tesoro filosófico español de los siglos xvi y xvii, algo co-
nocido y explorado por la crítica moderna, los místicos
y quizás un poco de los teólogos dogmáticos. Y debemos
perdonar á los eruditos y aficionados del día, porque es
pedir heroicidades pedir que alguien se ponga con pa-
ciencia á estudiar y á extractar volúmenes en folio, en
latín casi todos, á fin de resumir, exponer en castellano
y juzgar doctrinas que á pocos españoles interesan, y
que nadie se tomaría el trabajo de leer con atención pa-
ra entenderlas, achacando lo de que no las entendía á
lo enmarañado del lenguaje.
Seay pues, por lo que sea, no se puede negar que que-
da algo en duda si hemos tenido ó no, en la época á que
nos referimos, verdaderos y grandes filósofos. Pero de-
mos por supuesto que los hubo, como presentimos y
creemos y deseamos, aunque no lo sepamos de fijo. De-
mos también por supuesto que tuvimos entonces médi-
cos, matemáticos, naturalistas y filólogos insignes. Afir-
memos que no quedó ramo de actividad del espíritu en
que no floreciésemos; que nuestros publicistas abrieron
á Grocio el camino; que nuestros teólogos prevalecieron
en Trente; que Melchor Gano inventó una ciencia nue-
va; que en las artes del dibujo vencimos á todos los pue-
blos menos á Italia; que tuvimos arquitectos gloriosos,
hábiles escultores en piedra, bronce, madera y barro,
plateros y joyeros rivales de Celini y hasta herreros ad-
mirablemente artísticos; y que nuestra 'música, que
duerme olvidada entre el polvo de los archivos de las
Catedrales, compite con la italiana y puede presentar
nombres, que debieran ser ilustres, como los de Salinas,
Monteverde, Pérez y .Gómez. Júntense á todo ello nues-
tras riquezas poéticas y literarias, ya que la amena lite-
ratura de entonces nos es bien conocida, y tendremos
un florecímienío intelectual asombroso y adecuado á
nuestra grandeza política como nación.
Pero lo dichOj en vez de resolver la duda, la compli-
ca T la hace más dificiL ¿Qué causa hubo para que tan-
ta fecundidad, tanta exuberancia, tanta virtud especu-
lativa, tanta vida del alma, se secase de súbito y hasta
se oUidase, aun entre nosotros que la habíamos vivido,
viniendo á caer España en un marasmo mental, en una
sequedad y esterilidad miserable de pensamiento, ó en
extravíos bajos y ridículos, de todo lo cual no salimos
sino para seguir humildemente á los extranjeros, como
satélites sin espontaneidad, como admiradores ciegos y
como imitadores casi serviles? ¿Qué causa hubo para tal
abatimiento, del que no hemos salido del todo? La per-
versión vino primero, y la degradación después. Desde
las obras de ambos Luises, de San Juan de la Cruz y
Santa Teresa, descendimos á las del P, Boneta y á las
de otros más deplorables, que sirvieron de modelo á
Fr. Gerundio; de las comedias de Calderón, pasando por
Cañizares y Zamora, llegamos á Comella, Luis Moncin*
y Fermín del Rey, arquetipos de D, Eleuterio; desde
Garcilaso, Rioja y los Argensolas, bajamos á Montoro, á
Benegasi y al cm^a de Frulmc; y desde el romancero del
Cid, que Hegel pone por lo más noble, bello, real é ideal
á la vez, que ha inspirado la musa épica después de los
poemas de Homero, fuimos humillanflonos hasta no pro-
ducir sino romances de guapezas y desafueros de bandi-
dos, como el de Francisco Esteban; de chocarrerías y
desvengüenzas, como el del fraile fingido; de falsos y
absurdos milagros, y hasta de fenómenos raros y mons-
truosos, como el de la mujer que parió trescientos hijos
de un parto. Así justificamos toda la burla de los pseudo-
clásicos á la francesa.
¿Fué causa de la humillación el despotismo de los re-
yes austríacos? No se niega qne los reyes austríacos fue-
ron despóticos; pero esté mal no fué exclusivo de Espa-
ña. El movimiento general en toda Europa era enton-
ces hacia la concentración del poder en manos de los
monarcas, y nunca llegó á. tanto en España como llegó
en Inglaterra bajo los Tudores, y en Francia bajo el que
llamaron Luis el Grande y dio nombre á su .siglo. Ingla-
terra y Francia Se levantaron con todo bajo aquellos
despotismos, mientras que España descendía.
¿Fué la atroz crueldad de la Inquisición la que atajó
el vuelo de nuestro espíritu, ahogando en sangre nues-
tra cultura? Miradas imparcialmente las cosas, parece
que no. Pues qué, ¿en los demás países no se atenacea-
ba, no se quemaba viva á la gente, no se daban tormen-
tos horríbles, no se condenaban á espantosos suplicios á
los que pensaban .dé otro modo que la mayoría? La In-
quisición de España casi era benigna y filantrópica com-
•parada con lo qué en aquella edad durísima hacían trí-
bunales y gobiernos y pueblos en otras regiones, donde,
lejos de decaer, se han levantado. Todos los moros, ju-
díos y lierejes xjastigados ó quemados en España por la
Inquisición .durante trescientos años, no igualan en nú-
mero, por confesión de Schack, á sólo las infelices bru-
jas quemadas vivas en Alemania nada más que en el si-^
glo XVII. En Francia, sin contar los horrores de las gue-
rras civiles, sólo en la espantosa noche de San Bartolo-
mé hubo más víctimas del fanatismo religioso que las
que hizo el Santo Oficio desdé su fundación hasta su
caída. De Inglaterra no hay que hablar: pueblo enton-
' *
ees más bárbaro y feroz que el centro y el mediodía
del continente europeo ^ derramaba la sangre á to-
rrentes, * . >
Nosotros tuvimos cinoo anos en la cárcel á Fr^ Luis de
León, pero no padeció tormento, y al cabo se declaró
su inocencia. En la cárcel pudo escribir el libro divino
de Los nombres de Cristo y otras obras inmortales. En
otra nación j y con los mismos émulos qué aquí tuvo,
quizá no hubiera salido tan bien. No hay que olvidar
que 4 Vanini le an^ancaron la lengua con unas tenazas ,
en Francia; que á Bruno le quemaron vivo en Roma; -
que en Ing^laterra ajusticiaron á Tomás Moro^ y que á
nuestro compatriota Miguel Ser ve t le hizo matar Calvi^
no en Crinebra* •
, Por más que hayan fiuerído los protestantes engala-
narse con el lauro de que la libertad religiosa vino por "
ellos, la Historia les niega este lauro. Guizotj protestan-
te, tiene la franqueza de con fosarlo. Toda í^ecta disi-
dente ha sido tan fanática y tan intolerante ó más que
los católicos durante la lucha. Sólo los progresos de la ^'
razón, con la imposiltilídad de exterminarse unos á
otros, trajo la tolerancia, y la libertad en pos de ella, la ,
cual no ha nacido del seno de ninguna Iglesia, sino de .
la conciencia humana en general, iluminada al cabo por
el verdadero espíritu de Cristo y comprendiéndole con ;
rectitud. •
, ¿Se originó quizá la perversión y corrupción do nues-
tra ciencia y literatura do la ignorancia de los inquisi-
dores? Nos parece que tampoco. En aquellos siglos el
clero español sabía más que los legos, y los inquisido-
res eran de la3 personas más ilustradas del clero es-
pañol. * ' w r •
^w
¿Provino nuestíra caída de la alianza entre la teocra-r
cia y el poder real para oprimir al pueblo? Pero ¿dónde
ha habido mayor alianza entre ambas potestadas que en
Inglaterra, donde el jefe de la Iglesia y el del Estado se
confundieron en uno?
¿Atribuiremos, por último, los males que aquí se la-
mentan á la duración, regularidad y constante vigilan-
cia de la Inquisición? La duración de las persecuciones,
ya en un sentido, ya en otro, fué lá misma en todas-par-
tes. Y en cuanto á la regularidad, no se explica qué
. ventaja lleve lo desordenado á lo ordenado. Antes bien,
los parciales de la Inquisición pueden decir, miradas así
las cosas, que aquel terrible Tribunal contribuyó á que
gozásemos de una paz relativa, mientras otras naciones
ardían en guerras espantosas que, como en Alemania, .
duraban treinta años.
La tiranía, pues, de los reyes de la Casa de Austria,,
su mal gobierno y las crueldades del Santo Oficio, no
fueron causa de nuestra decadencia; fueron meros sín-
tomas de una enfermedad espantosa que devoraba el
cuerpo social entero. La enfermedad estaba más honda.
, Fue una epidemia que inficionó á la mayoría de la na-
ción ó'á la parte más briosa y fuerte. Fué una fiebre de
orgullo, un delirio de soberbia que la prosperidad hizo
brotar en los ánimos al triunfar después de ocho siglos
en la lucha contra los infieles. Nos llenamos de desdén
y de fanatismo á la judaica. De aquí nuestro divorcio y
aislamiento del resto de Europa. La parte más ilustrada
del clero, los mismos inquisidores, los mismos reyíBs,
más bien que impeler, tuvieron qug refrenar la corrien-
te de la intolerancia. Felipe II tuvo que luchar contra la
opinión pública para no expulsar á los moriscos y dejar
esta írisíe gloria á su hijo. Nos creímos el nuevo pueblo
de Dios; confundimos la religión con el egoísmo patrió-
tico; nos propusimos el dominio universal, sirviéndonos
la cruz de enseña ó de lábaro para alcanzar el imperio.
El gran movimiento de que ha nacido la ciencia y la ci-
vilización moderna, y al cual dio España el primer im-
pulso, paso sin que le notásemos, merced al desdén ig-
norante y al engreimiento fanático; y cuando en el si-
glo XYiu despertamos de nuestros ensueños de ambi-
ción, nos encontramos muy atrás de la Europa culta*
sin poder alcanzarla, y oblígadoí^ a seguirla como á re-
molque,
Pero ¿cómo desconocer nuestros inmensos servicios,
nuestra cooperación poderosa en esa misma cultura, por
la que Europa lioy á su vez nos desdeña y se muestra
tan ufana?
Antes de que la mente del hombre so volviese con más
brío al estudio de sí misma, y por último se elevase á
Dios como causa primera y fundamento de todo, impor-
taba conocer el universo-
El primer capítulo, pues, de la historia de la ciencia
y de la filusofía modernas le llenan los españoles. Antes
de que vinieran Copérnico, Galileo, Kepler y Newton á
magnificar teóricamente el concepto de la creación, era
menester ensanchar y completar la idea del globo que
habitamos* Esta misión heroica tocó á los españoles y
portugueses. Sin su fe y su energía, Colón no hubiera
descubierto la América; Gama no hubiera ido á la India,
venciendo á Adamastor; Pizarro no hubiera explorado
el Perú; ni Cortés el Anahuac; ni Orellana Imbiera baja*
do por ríos desconocidos, con sólo diez compañeros, des-
de Quito hasta al Amazonas y por el Amazonas hasta sa-
64
lir al Atlántico; Balboa no hubiera descubierto el Pací-
fico, salvando las montañas del istmo que le separa del
otro Océano; y Magallanes, por último, cruzando el es-
trecho que pone en comunicación amibos mares, casi
en el extremo de la América meridional, no hubiera lle-
gado * por Occidente á las islas del remoto Oriente. Tres
meses y veinte días, sin ver más que agua y cielo, fué
Magallanes, con sus compañeros valerosos, por el vasto
y desierto mar que la imaginación fingía infinito: el
agua se corrompió, y hubo que beber agua podrida; fal-
taron los víveres, y hubo que alimentarse hasta de cue-
ros remojados: los hombres morían diariamente de ham-
bre, de miseria y de escoíbuto: muchos dudaban deque
aquel mar tuviese término; pero Magallanes no quiso
volver atrás, confiado en que la tierra era esférica por
la sombra que proyecta en la luna cuando la luna, se
eclipsa. <Nurica, dice un. historiador anglo-americano,
denigrador y aborrecedor de los españoles, nunca, en
toda la historia de las empresas humanas, hubo nada que
excediese- á la de Magallanes. Aquel hombre tenía forra-
do el corazón de triple lámina de bronce. Nunca se ha
dado mayor muestra de sobrehumano valor,, de perse-
verancia asombrosa, de resolución que no ceja ante nin-
gún temor, ni ningún padecimiento, y de infiexibüidad
que va derecha-á su fin rompiendo todos los obstáculos.
Magallanes murió cerca de las Molucas; pero su nombre
inmortal que^Jó para siempre' grabado en la tierra y en
el cielo: en la tierra, en el estrecho (Jue enlaza ambos
Océaüos; en el cielo, en la nube de estrellas que vio el
audaz marino en la bóveda azul del hemisferio antar-
tico
Sebastián Elcano, segundo de Magallanes,, volvió á
«8
España, y puso en su escudo el globo terráqueo con este
lema: Prhmts circumdedisti nie.
Si la ciencia moderna^ si la moderna filosofía, si todo
aquello de que se envanece el siglo presente, hubiera de
marcar el día de su origen, y desde entonces se empeza-
sen á contar los años de la nueva era que llaman los
positivistas edad de la razón, contraponiéndola á la edad
de la fe, esta nueva era no empezaría el'día en que Ba-
con publicó su Novum organum, ni el día en que salió
á luz el Método de Descartes, sino el 7 de septiembre de
1522, día en que Sebastián Elcano llegó á Sanlücar de
Barrameda en la nave Sania Vicíoría,
Aunque no hubiéramos, pues, tenido grandes matemá-
ticos, químicos, físicos y filósofos, bastaría para nuestra
gloria el haber dado origen á todo ello; el haber dado
impulso al movimiento del espíritu humano que supo
crearlo.
Además, en esto de la historia de la filosofía hay que
aplicar con frecuencia la moraleja de la fábula titulada
Bl león vencido por el ho}nbre. En ninguna historia de
otro género puede decirse á cada paso con más justicia:
Y no fué león el pintor. Cada cualj según su nacionali-
dad, escuela ó secta, reparte, como mejor le cuadra, los
papeles, la gloria y la importancia de los personajes.
Pongamos por caso á Bacon» Unos le dan tanto mérito,
ó más aún, que á Descartes, asegurando que de él dima-
nan todos los progresos de las ciencias experimentales,
y le contraponen á Descartes, fundador de la filosofía
espiritualista y psicológica* Entre ambos reparten toda
la gloría: éste es padre de la ciencia del no-yo; aquél de
la del yo. Pero novísimamente Bacon cae en descrédito,
y no ya los espiritualistas, sino los mismos positivistas
66
y empíricos, lé 'tratan con la mayor dureza. Le tildan
de ignorante, de preocupado y de charlatán presuntuo-7
so. El ídolo de Bacon cae por tierra. En su Novum orgq-
nwn ya no hay nada fecundo. Todos los 46scubrimien-
tos se han hecho á su pesar. Bacon estaba lleno de mi-
ras estrechas; no sabía palabra de matemáticas ni de
ciencias naturales, y murió sin llegar á convencerse y
negando siempre que la tierra se movía. Draper excla-
ma en su furor contra él: <Tiempo es ya de que el sa-
grado nombre de filosofía se purifique de su larga cone-
xión con el de ese impostor de ciencia, político acomo-
daticio, leguleyo insidioso, juez corrompido, amigo trai-
dor y mal hombro
Á Descartes^ á quien ponen unos como padre de la
filosofía moderna, le niegan otros tal paternidad y tal
gloria. ¿Por qué Spinoza ha de proceder de Descartes y
no de sus compatricios, por españoles y por judíos, Ibn
Gebirol y Maimónides? ¿Por qué Newton ha de contar
como cartesiano? ¿Es sólo vanidad francesa, ó hay razón
para afirmarlo así? Leibniz, aunque la filosofía de Des-
cartes sea como antecedente de la suya, ¿no tiene otros
elementos extraños que dan más valor .á su sistema? Si
Descartes tomó no poco de Vives y de Gómez Pereira,
¿parte de su gloria no redunda en pro de aquellos espa-
ñoles? Pero todo esto está en el aire, cuando sobra quien
niegue á Descartes todo merebimiento. Los néo-tomis-
tas, renovadores de la escolástica, le desdeñan. Gioberti
le juzga un mezquino y lastimoso metafísico.
Ha venido después la gran escuela alemana, con sus
cuatro soles y multitud de satélites; y Hegel se ensober-
bece y declara que, desde Grecia hasta que filosofaron
en Alemania, no ha habido verdadera filosofía. El fue-
67
go sagrado ,de la inspiración y el aliento fatídico que
pronuncia los oráculos de la ciencia una y toda, están
custodiados por los alemanés, nuevos Eumolpides que
tienen las llaves de este otro santuario de Eleusis y que
sólo saben sus misterios.
En virtud de dicha sentencia, todos quedarnos iguales,
salvo los alemanes y los griegos. • Al lado del zapatero
Jacobo Boehm, Descartes se convierte en pigmeo.
Vienen, por .último, los escéptioos de todas clases, los
positivistas y materialistas: consideran ia filosofía como .
aspiración imposible, delirio de la vanidad, humana, ó
como tentativíi pueril de los hombres, cuando carecen^
aún de ciencia. Los filósofos alemanes y griegos se hun-
den entonces como los demás mortales, y sólo imperan
los matemáticos, los químicos, los médicos y los geó-
logos.
Decimos todo esto, no para invalidar la filosofía ni
su historia, de lo cual distamos mucho, sino para que se
vea cuánto pueden y valen el capricho, la moda, el or-
gullo nacional y el interés de secta ó partido, en añadir
ó quitar gloria, en hacer ó deshacer reputaciones, según
mejor conviene, al formar el cuadro sinóptico de la fiis-
toria de la civilización en estos últimos siglos»
Para introducir estos cambios y variantes no basta
querer: es menester poder. Adquiera España nueva
prosperidad; pónganse los treses á 50; brillen entre nos-
otros la- poesía, las artes, el comercio y la industria;
figuremos de nuevo eñ el concierto de las naciones euro-
peas como potencia de primer orden, y entonces, si se
nos antoja, tal vez hagamos creer que Vives fué superior
á Descartes; que Foxo Morcillo, concillando á Platón
con Aristóteles, fué el precursor del racionalismo armó-
68
nico, y hasta que el P. Fuente la Peña, en iju Ente dili^
üidado^ allanó el camino á Dai^win y á Haeckel.
Á fin de llegar á tan buen término son indispensables
dos condiciones: no divorciarnos de nuestro propio espí-
ritu, no renegar de él como en el siglo xviii, y no ais-
larle tampoco como en el siglo *xvii, sino ponerle sin te-
mor en medio del raudal de las ideas de nuestro siglo,
para que se nutra y robustezca con ellas, sin perder su
esencia inmortal y su. propio carácter.
Bien podremos entonces estar seguros de que si imita-
mos á los filósofos modernos alemanes, pondremos al ca-
bo en sus filosofías un sello tan*castizo, que las haremos
propias, al modo que nuestros, grandes místicos, imi-
tando y citando también á los místicos alemanes como
Suso, Tauler y Ruysbüoeck, fueron originalísimos (0; y
(1] Esta imitación de los místicos alemanes por los místicos españo-
les praeha que la grande originalidad no proviene de aislarse, sino de
conocer lo que los otros dijeron y añadir algo del caudal propio. Rousse-
lot niega que los nijsticos alemanes hayan ejercido la menor induencia en
los españoles, ya porque escribieron en alemán; ya parque sus obras» me-
nos las de Iluysbroück, fueron condenadas por panteísticas. «No se en-
cucDtra, dit^c Rousselot, vestigio alguno en Ids escritos de los españoles,
por donde se pueda suponer que se han inspirado en los alemanes.» P^ro
Roussdot, á mi ver, afirmó esto muy de ligero. Yo, á la verdad, no re-
cuerdo haber 1^» liado jamás citado al Maestro Eckart, Hegél y Schelling, á
la vez de aquella escuela, en ningún místico español; pero las doctrinas
de Eckart debieron ser mediatamente conocidas, merced á Dionisio Car-
tDJauo, que las reproduce. Y en cuanto á los otros místicos alemanes, que
son como discípulos de Eckart y predecesores de Heí^el, no sólo han sido
leídos por nuestros místicos, sIqo citados á cada paso con extraordinarios
elogios» El ilumÍDádo y extático P. Fr. Miguel de la Fuente da testi-
monio do lo dicho en su^ Tre$ vidas del hombre. Suso, Tauler, Ruys-
broeck, Hnrph y otros alemanes, vienen citados por él con frecuencia. Y
en prueba de que confesaba el influjo de los alemanes, no ya sólo en él. sino
en otro9 místicos españoles de más fama, diremos lo que pone al hablar
de la suspensión del hombre íntimo: «Todo esto que hemos dicho, lo dijo
aUisímamcntQ Rnsbrochlo, varón gravísimo y muy ilustrado de Dios, en
69
Men podremos estar seguros de que, más hoy que en el
siglo xvn, todo español dejado en plena libertad entre
Lutero y San Ignacio, preferirá á San- Ignacio y dejará
áXutero. Y en efecto, hasta para cualquier español des-^
creído y racionalista vale más que el fraile fanático y
medio loco, envidioso de las" artes y esplendores- de los
pueblos neo-latinos, y en pendencias y dimes y diretes
groseros con el mismo demonio, aquel hidalgo converti-
do de repente, herido por Dios como Israel, y suscitado
por Dios contra el heresiarca, el cual, para combatirle
y para cumplir al mismo tiempo la obra de misericordia
de enseñar al que no sabe, buscó compañeros como el
Apóstol de Oriente, y con sólo su palabra, sin ejércitos
y sin favor y auxilio de soberanos, fundó el imperio más
extraño del mundo, imperio que dura aún, y que á la
muerte de su fundador se extendía ya por Alemania,
Francia, Italia, España, Portugal, ej Brasil y la India,
un libro que intituló De los grados del amor. Nuestra Santa Madre Teresa
de Jesús, en su Vida, lo comentó divinamente.» El mismo iluminado y
extático Fr. Miguel describe lo que es el centro del alma, con palabras to-
madas de Ruysbroeck y de Suso: aLo substancial del alma, dice, es la par-
te máÍ9 excelente que hay en ella, la cual pende del mismo Dios; es inmó- '
yil, más alta sin comparación que el cielo más supremo, más profunda
que el abismo del mar, más ancha y más extendida que el. mundo todo,
porque la naturaleza espiritual excede incÍ>mparablemente á todo lo cor-
póreo; y esta esencia ó substancia del alma es el reino natural de Dios,
término y ñu de las operaciones del alma, y no hay criatura de las espiri-
tuales y celestiales que pueda llenar su capacidad según es inmensa, sino
sólo Dios, que es la esencia de su esencia y la vida áe su vida.»
Con lo expuesto sobra para probar que se i9quivoca.Rousselot al afirmar
que no hay vestigio en nuestros místicos de que imitasen á los alemanes.
T con lo expuesto, y con mil citas más que pudiéramos hacer, se proba-
na que ni la Inquisición ni nadie era entonces en España tan asustadizo
como ahora de que nos iofícionasen los alemanes con su panteísmo ó pa-
nenteismo.
El P. Fr. Miguel de la Fuente nació en 4573 y murió en 46i5. Vivió y es-
cribió, por lo tanto^ en el siglo de oro de nuestra literatura.
"nr
•70
I I
conlando má& de cien casas ó colegios qué amenazaban
avasallar el resto de la tierra.
Pero así como éstas y otras grandezas españolas no se
pueden atribuir á los Gobiernos, sino á la esponlaneidaji
y al entusiasmo de toda la nación, asi tampoco debemos,
si hemos de ser imparciales, culpar sólo á los inquisido-
res feroces y á los reyes tiranos de la perversión y mise-
ria en que caímos. ¿Qué tiranía había de ejercer el imbé-
cil y débil Carlos 11? Ademán, cuando vemos hoy la ani-
mación, bullicio y alegría de la calle de Alcalá en una
tarde da toros, no se nos ocurre pensar que el Gobierno
tiraniza al pueblo y le hace ir á los toros por fuerza*
Pues con más gusto trabajaron los madrileños en levan-
tar el ta'bladOj animándose con devotas exhortaciones;
con mejor voluntad acudieron la corte y ochenta y cin-
co grandes de España ^ y con más deleite presenció todo
el pueblo el auto de fe de 1630, en que fueron condena-
das ciento veinte personas, y de ellas veintiuna quema-
lias vivas.
DISCURSO
DEL
Emo. Su D. PEDRO ANTONIO DE ALARCON'".
■ Señores:
De los inolvidables, acabadísimos discursos que, á mo-
do de monaraentos perennes, señalan vuestro sucesivo
ingreso en la Real Academia Española, y cuya primo-
rosa hechura he vuelto yo á admirar estos días, buscan-
do en ella lecciones y ejemplos para mi tarea de hoy,
resalta que todos vosotros, con venir acompañados de
títulos y merecimientos que á mi me faltan, y ser por
todo extremo dignos de una investidura que tanto ha-
bíais de honrar, entrasteis llenos de confusión, timidez
y reverencia en este Senado literario, templo de las le-
yes del buen decir, donde los Proceres del Arta custodian
y acrecientan el rico tesoro del habla de Castilla. Fácil-
mente, pues, adivinaréis los afectos, muy más vivos y
apremiantes, cuanto son más naturales y debidos, que
agitan y conturban mi corazón en este solemne acto, y
algunos de los cuales, dicho sea en desagravio de la jus-
(t) Leído ante li Real Academia Española en Janta piibUca celebrada
el día 35 de febrero de ÍS77 para qae el Sr. Alarcóii ocupara su phtQ dt
¿cadémico Dumerana.
7i
ticia, sirven de castigo á la avilantez con que, abusando
de vuestra indulgencia, pretendí la no merecida honra
de apellidarme vuestro compañero, cuando en realidad
yo había de venir aquí (¿para que negarlo?) á continuar
siendo vuestro discípulo.
Mucho más diría en esto; pero acuden á mi memoria
los pulidos términos y galanas frases con que todos vos-
otros, en tribulación análoga, que no idéntica, á la mía,
expresasteis iguales conceptos^ y doleríame que, por
desventajas de inteligencia y de estilo, apareciese hoy
menos elocuente y afectuosa la obligación de mi agrade-
cimiento que ayer la noble humildad de vuestra modes-
tia. Séame lícito, en cambio (y así me pondré en camino
de llegar pronto al tema de este discurso), definir con in-
genuidad, y en el llano y corriente lenguaje propio de
mi afición á la novela de costumbres, la índole y natu-
raleza de las encontradas emociones que siente el aman-
te de las Bellas Letras cuando pasa del estado de escritor
por fuero propio á la categoría oficial de Individuo de
esta ilustre Corporación, ó explicar á lo menos las in-
quietudes que experimenta con tal motivo quien, como
yo, durante una larga y alegre estudiantina literaria,
sólo ha campado por su respeto.
Perdonadme, en gracia de la exactitud, el atrevimien,-
to del símil que voy á emplear; perú la verdad es que,
cuando considero el cúmulo de cuidados y atenciones
que he echado sobre mí al atravesar esos umbrales (mis
remordimientos por lo pasado, mis temores por lo futu-
ro, el dolor por la libertad perdida, las reglas á que ten-
dré que sujetar mi conducta, y los respetos que habré
de guardar y hacer guardar en lo sucesivo), ocúrreseme
que esto de entrar en la Academia se parece mucho al
73
acto de casarse. Experimento, si, señores, en este día la
grave conmoción y saludable miedo del qae deja las In-
munidades de mozo por los deberes de casado, con áni-
mo y resolución de cumplirlos. Solicítase como una mer-
ced lo mismo el cargo de marido que el de académico;
agi^adécense como una dicha y una honra; ufanase uno
de verse tenido en tanto por la señora de sus pensamien-
tos; da las gracias, personalmente, á todos los individuos
de su nueva familia; parócenle pocos todos los regalos
(ó sea malos todos los discursos) que excogita para aga-
sajar á la novia; no puede, en fin, estar más alegre y
reconocido; pero llega el día del Sacramento ^ llega el
día de jurar ante Dios el anhelado cargo, llega el día de
hoy, en una palabra, y el académico electo, como el fe-
liz contrayente, conoce que algo crítico, supremo y
transcendental va á acontecer en su vida; que á sus ojos
desaparece un horizonte y se abre otro, cual si estuviera
atravesando la cumbre divisoria de dos comarcas, y que
aquella solemne y decisiva hora, más bien es hora de
abstracción y melancolía, de austeridad y sacrificio, que
de profanas, amorosas complacencias. — De entonces en
adelante, bien puede decir d Dios el nuevo académico
(dejemos por aliora al novio) á las libertades en materia
de gusto, á las rebeldías contra los preceptos, á la inde-
pendencia de sus juicios, á la impunidad de sus erro-
res Pero ¿qué digo d Dios? ¡Lo perseguirá el recuer-
do de sus piraterías literarias, y entrara en deseos de
quemar cuantos escritos llevan su nombre, versos y pro-
sa, comedias y novelas, y sobre todo los folletines de
supuesta crítica, al rqodo que el recién casado arroja al
fuego cartas, flores, efigies, perfumadas trenzas y demás
testimonios no/p^sancíos de sus campañas de soltero!
Con lo que acabo de decir quedan liquidados y salda-
dos algunos créditos de mi conciencia, generosamente
olvidados por vosotros, restándome ahora añadir que me
punza tanto más en la ocasión presente el recuerdo de
mis pecados literarios, cuanto que vengo á ocupar la
vacante de un modelo de virtudes académicas (las tuvo
da todo orden), escritor pulcro y moral desde los prime-
ros años de su, vida, pensador siempre arreglado, poeta
envidiable, humanista perfecto; útilísima abeja, digá-
moslo así, en las arduas tareas de esta casa, donde se
afanó constantemente por el bien y el aumento de las
Letras españolas. — T^al fué D. Fermín de la Puente Ape-
cechea. * * ^
Dé tan valiosas cualidades, que perpetuarán el renom-
bre de aquel varón insigne^ sólo una traigo yo probada,
y esa no con la nota de sobresaliente. La alegaré, sin
embargo, como título á vuestra benevolencia, porque
acredita cuando menos, de parte mía, un buen deseo de
cumplir la más importante y sagrada obligación aneja á
los oficios de poeta y escritor público que me arrogué y
desempeño hace ya veinticinco años. — Y con esto he lle-
gado al tema del presente discurso.
Refiórome, señores, á la intención moral ízadora que
siempre ha guiado los cortos vuelos de mi pluma, y que
de igual manera deben, á mi juicio, llevar por delante,
próxima ó remotamente, en todas sus creaciones^ cuan-
tos desde el teatro ^ desde el libro, desde el lienzo, ó por
medio de la triunfal estatua, aleccionan y dirigen, hasta
cuando no lo pretenden, á la sociedad de que forman
parte. En lo que á mí toca (y será ya lo último que os
1» •
diga con relación á mi insignífícante personalidad lite-
raria), vuelvo á declarar que constantemente, en todo li-
naje de escritos, sin excepción ninguna; me he propues-
to lo que he considerado (no sé si con error 6 sin él) útil
á mi patria y á mis conciudadanos, cuando trataba de
cosas políticas; útil á la familia y á la sociedad , si ensa-
yaba la novela; consolador del espíritu humano, cuando
pulsaba mi pobre arpa; es decir, que siempre he tenido
por norte el Bien, tal y como yo lo he discernido en ca-
da circunstancia j y que, al azotar el vicio ó al ensalzar-
la virtud, al cantar el amor ó celebrar la hermosura,
más que á lucir ingenio con primores retóricos, he pro-
pendido á que la belleza de la forma sirviese de esmalte
Y gala á Ifi bondad ó á la verdad de mis doctrinas.
No ostentara yo como un timbre tan pobre ejecutoria, -
donde no hay quien no la posea en unión de otros bla-
sones de más precio, ni viniera hoy á defender en este
acto püblÍ9o, como tesis litigiosa y materia opinable, lo
que durante miles de años ha sido máxima incbncuBa,
si na hubiésemos llegado á tiempos en que es tal la fie-
bre de las pasiones y tan horrible la consiguiente pertur-
bación de las ideas, que ya corre válida por el mundo,
en son da axioma estético y principio didáctico, la pere-
grina especie, nacida en la delirante Alemania, adultera-
da por el materialismo francés y acogida con fruición por
el insepulto paganismo italiano, de que el Arte, inclu-
yendo en esta denominación las Bollas Letras, es inde-
pendíente de la Moral: de que, proscrito el Bien de los
dominios de Apolo, la Belleza debe servir.de único tér-
mino ideal ó exclusivo objeto de atribución á los poetas
y á los ai'tistas, y de que Bien y Belleza son, por lo tan-
to, conceptos separables. ¡Es decir, que, según los fla-
76
mantés críticos, cabe que al espíritu humano le parezca
bello lo ocioso, bello lo nulo, bello lo indiferente, y has-
ta l>ello lo malo, lo injusto, lo inicuo, lo aborrecible!-..
Ni ¿tfué sabemos? ¡Acaso, para explicar ese dualismo de
juícius y esa contradicción de fallos en un solo tribunal,
supongan que el alma del hombre está, como si dijéra-
mos, dividida en negociados, ajenos é independientes en-
tre sí, de modo y forma (jue con un pedazo del espíritu se
pueda amar lo que se desprecia ó se abomina con el otro;
dosconocicndo así los ilusos que nuestra alma, inmate-
rial 6 indivisible, es como misterioso sagrario donde,
al calor de las ideas innatas y á la divina luz de la con-
ciencia, se asocian, funden y armonizan (no sin conti-
nuas victorias de la imaginación sobre los seijtidos) los
varios afectos y confusas nociones que nos ofrece el mun-
do exterior; con lo que, tras felices desengaños del mor-
tal orgullo, despiértase en nuestro ser aquel ansia infi-
nita do verdad^ bondad y belleza eternas y absolutas que
ha producido todas las grandes obras humanas, y que
es, á un tiempo mismo, vivaz estímulo de la mente, in-
siiciable sed de justicia en el corazón, y perpetua melan-
colía del descontentadizo sentimiento predestinado á go-
ces inmortales!
' No so me oculta que ese cisma literario, cuyo grito de
guerra os tel Arte por el -4rfó> (frase puramente retóri-
ca y de origen polémico, sin valor alguno científico, y
cuya verdadera fórmula sería <el Arte por la Belleza>)j
surgió en son de protesta y refutación contra los que,
exagerando las legítimas aspiraciones de un excelente
de^eo, sostenían que el Arte no debía ser más que una ex-
presión religiosa, tan inmediata y directa como el culto,
6 contra los que sólo veían en él un medio mecánico de
77
enseñanza, á la manera de los juguetes que sirven para
que los niños aprendan Historia; doctrinas ambas inad-
misibles en absoluto, por cuanto anulaban nobles y ma-
ravillosos registros del complicado entendimiento huma-
no, ora condenando el Arte á degenerar en un simbolis-
mo caprichoso, especie de escritura jeroglífica, j á for-
mar parte del ritual de cada creencia, ora reduciéndolo
á la condición de instrumento útil, cuyo mérito habría
por ende de graduarse, no en el orden estético, sino con
arreglo á su eficacia y resultados Tero la verdad es
que, por mucho error que hubiese en confundir los tres
grandes términos de la actividad humana, subordinan-
do íncondicionalmente á las leyes de la Bondad ó de la
Verdad el concepto de la Belleza^ mayor lo hay, y más
transcendental y peligroso, en éstos que proclaman el di-
vorcio é incomunicación de las facultades de nuestro es-
píritu, la negación de la unidad absoluta de nuestro ser,
la división de nuestra conciencia, la ambigüedad de
nuestro albedrío, el fraccionamiento de nuestra mente;
—especie de cantonalisnio cerebral, en que el Arte, la
Moral y la Ciencia descuartizan y se distribuyen el san-
grado imperio del alma.
Contra semejantes absurdos álxanse juntamente la R-
losofía y los hechos; y éstas serán las dos partes en que
To divida mis alegaciones, bien que compendiándolas
todo lo posible, á fin de no cansaros demasiado.
La Filosofía nos enseña que, si en el orden metafísico
figuran como distintas las tres ideas capitales Bondad,
Verdad y Belleza, es porque así se presentan á nuestra
limitada razón^ la cual no puede reducirlas á un solo
78
concepto. No puede, no; lo reconozco de buen grado, A
ser posible esa reducción, el mundo psicológico se regi-
ría por otras leyes y la justicia so fundaría en otras ba-
ses muy diferentes de las de hoy. Bastp decir, en lo 'res-
pectivo á mi propósito {y como leve indicio de mayores
absurdos), que, ppr resultas de la aleación de la Bondad ,
con la Belleza, Iqs preceptos estéticos tendrían sanción
penal y la fealdad se castigaría como delito; cosa que tan
abiertamente pugna con los dictados de nuestra concien- .
cia, y que, dicho sea do paso, rechazaron hasta los mis-
mos griegos del siglo de Pericles; lus cuales, en medio de
su fanática adoración á la forma, se limitaron á penar la
caricatura voluntaria. Pero la distinción no arguye con-
tradicción; y si bien consideramos como distintas esas
tres ideas supremas, las contemplamos en una armónica-
unidad absoluta donde no cabe antagonismo: afírman-
se, por lo tanto^ mutuamente, lejos de contradecirse, y
refléjanse unas en otras como nobles hermanas de sor-
prendente parecido; lo cual explica qiie en todo espíritu
sano cause igual complacencia la justicia que la hermo-
sura; la gratitud ó el heroísmo que el descubrimiento de
las verdades trabajosamente inquiridas; la santa caridad
que los sublimes espectáculos de la Naturaleza, resol-
viéndose siempre todos estos afectos en una sola emocióii
de misteriosa dulzura, en aquel llanto del alma que es la
mejor ofrenda del entusiasmo!
Según tales principios, cuando creemos notar una con-
tradicción entre lo bueno y lo bello, debe de ser á lo su- •
mo mera apariencia engañadora forjada por. un oculto*
sofisma; que taml)ién los hay en el campo de la Estética,
y no menos perniciosos que los de la Lógica. Soflsina
estático es, por ejemplo, confundir dos ó más dé los ór-
* 79
denes en que la Belleza se particulariza, ó inferir corre-
lata vatnente de semejante confiisIÓE una contradicción
entre la Belleza y la Bondad. — Citaré un caso muy noto-
rio de este paralogismo. Víctor Hugo quiso unir la be-
lleza moral á la deformidad física en la figura de Quasi-
modo. Nada censurable había en ello, porque, siendo de
distinto orden las bellezas física y moral ^ cabe separar-
las — y separadas ¡ay! aparecen en la realidad con
harta frecuencia, bien que no por fortuna mía en las be-
llas cuanto bondadosas damas que me escuchan Pero
el sofisma nace cuando, en nombre de la belleza mora],
Quasimodo solicita, no un afecto moral también ,- que era
el con'espondiente á su mérito; no admiración , no gra-
titud, no amistad del espíritu, sino el amor de Esmeral-
da, el feudo de su hermosura, atjuel carino (digámoslo ,
de una vez) libre y tiránico como el gusto, en que, por
disposición divina, tanto puede una bella cara y á cuyos
mortales ojos son inseparables alma y cuerpo, ^Víctor
Hugo se guarda muy bien de advertirnos, al llegará es-
te punto de su obra, que la belleza moral de Quasimodo,
6 sea su virtud^ se había trocado en una monstruosidad
mayor que la de su físico desde el momento en que el jo-
robado dio alas á aquella pasión leonina; pero tengo la
seguridad de que el gran poeta repararía inmediatamen-
te en su propio contrasentido, y de que, si pasó adelante, '
fué por desprecio á la penetración de sus lectores-
Otro sofisma estético, mucho más grave sin duda al-
guna, es sobreponer á una monstruosidad moral una be-
lleza verdadera de diferente origen, y hacerlo con tal
artificio que no sea fácil descubrir la incongruencia, —
Vaya un ejemplo: Supongamos que el Partenón se des-
tinara á guarida de facinerosos (lo cual ocurría efectiva-
80
mente hace pocos años), ó imaginemos que algún critico
exclamase (cosa también verosímil): €¡Qué ladronera tan
bella! > ¿Habría exactitud en este juicio? No. El Partenón
no sería la ladronera: lo serían las piedras de que se com-
pone, ó más bien el espacio entre las piedras compren-
dido. El Partenón seguiría siendo una obra 'realmente
bella, fruto de una inspiración sin igual, estimulada por
los más nobles sentimientos humanos (la religión y el
patriotismo), mientras que la tal ladronera^ es decir, los
ladrones allí alojados, seguirían siendo feos, aborreci-
bles, infames, á pesar de vivir bajo las puras columna-
tas de un templo tan grandioso. — Ahora bien: todas las
obras artísticas inmorales, todas las inaravillas litera-
rias de argumento vil y frase obscena, son otros tantos
templos convertidos en albergue de malhechores. Así
anda la ruin lascivia entre los cincelados versos del Ars
amandiy ó así habitan la impiedad y el cinismo en los
severos moldes de los exámetros de Lucrecio.
Pero admitamos por un instante que la Belleza no tie-
ne el valor metafísico que nosotros le hemos otorga-
do.....— ¿Qué pudiera ser entonces? ¿Sería, como preten-
den algunos, el término exterior incógnito á que adapta
su actividad lo que ha solido llamarse sentido estético ó
sexto sentido?
¡Ni tan siquiera se concibe tal conjetura! Para ello se
requeriría que ese misterioso paladar del alma mostrase
su acción umversalmente uniforme, reconociendo y sa-
boreando la Belleza donde y como quiera que sé le pre-
sentase; y sabido es que en nuestro globo no sucede na-
da de esto! Antes ocurre todo lo contrario, como lo de-
muestra, no ya la variedad, sino la incompatibilidad de
fenómenos que oítece la raza humana en materia de
84
gustos, cual si el Supremo Hacedor hubiese querido evi-
tar, entre otras complicaciones, el que todos los hombres
se enamorasen de una misma mujer, ó el que las pobres
feas lo fuesen por unanimidad de votos, — ¿Quién, pues, ni
en virtud de qué término superior, podría dar la pauta
de la Belleza, redactar su código, imponer sus precep-
tos? Nadie absolutamente. ¡Cada sexto sentido defende-
ría su derecho individual (que decimos ahora), y habría
que admitir tantas Bellezas como gustos, declarando que
todas eran igualmente legítimas y respetables!,,,, Pe-
ro ¿qué digo? ¡Ni aun el gusto propio sería regla cons-
tante para cada persona, pues las delectaciones y las
preferencias varían con la educación, con la edad, con
la costumbre y hasta con el cambio de condición y de
circunstancias exteriores! ¿No tfemos mudado todos de
aficiones artísticas y literarias en el transcurso de nues-
tra vida? ¿No hemos cambiado de autores favoritos?
¿Quién no se ha convertido de romántico en clásico, ó de
clásico en ecléctico? ¿Quién no prefirió en su loca juven-
tud las novelas de Balzac á la deManzoni, ó los estrópi-
tos de Verdi á los suspirps de Stradella? ¿Quién no ha
acabado por inmolar todas las beldades de Tiziano delan-
te del /«aú6 del Spagnoletío? ¿Quien no ha variado de
opinión, desinteresadamente, acerca de si los ojos ne-
gros son más ó menos hermosos que los azules, sobre sí
la hija de Kva debe ser menuda como la Venus de Medi-
éis, ó recia como la Venus de Mi lo, y hasta respecto de
la edad y sazón en que la mujer reúne mayores en-
cantos?
Hay más en contra de la teoría del sentido estético; y
es que, no tan sólo no existen bellezas naturales ni ar-
tísticas que imperen simulláneamente en todos los áni-
8'2
mos, ó toda la vida en un mismo ánimo (salvo honrosas
excepciones), sino que, admitido ese criterio experimen-
tal, habría que dividir el mundo de la estética en zonas
dé varios colores, como los mapas políticos y geológicos,
estableciendo un ideal de belleza para los chinos, otro
para los etiopes, otro para los blancos y así sucesiva-
mente. Por otra parte: la proclamación de ese oculto
sentido como independiente juez de la Belleza, reduciría
el Arte á una lisonja del gusto, ó sea á la habilidad de
complacer al que comprase cada obra, y la mejor crea-
ción, en definitiva, sería aquélla que hubiese agradado al
mayor número; de donde el Arte y la Moda se conceptua-
rían como sinónimos, el ingenio se mediría por circuns-
tancias externas, y el buen gusto bajaría á la condición
de humor; que tanto vale la preferencia accidental y va-
riable, libre de reglas y de respetos. Habría, pues, dic-
taduras oligárquicas de maestros, críticos y coleccionis-
tas, y los consiguientes motines del vulgo necio (que de-
cía Lope), y tremendas victorias de esta inmortal espe-
cie^ más numerosa en todo tiempo que la de los doctos;
con lo que^ suprimidas las Academias, y en virtud de ún
plebiscito de sentidos estéticos, serían laureados en jus-
ticia los Churrigueras, Camellas y Rengifos; vióramo/
salir expulsados del Museo de Pinturas los cuadros que
no fuesen bellos según ejl sufragio universal, y las
personas bien nacidas tendrían que emigrar á un desier-
to, llevándose sus penates artísticos y literarios, para
seguir rindiéndoles vasallaje y culto!
Basta de semejantes delirios. Queda probado que la
Belleza, desligada de la Metafísica, se desvanece como
un sueño, y que el. Arte baja en seguida al nivel de un
oficio sin transcendencia, cuyo único mérito podría ser
83
la imitación servil de la realidad, no como medio, sino
como objeto definitivo; de la propia manera que vimos
antes que esa misma Belleza, desligada de la Bondad, es
un contrasentido que rechaza la lógica y repugna la con-
ciencia, por éuanto implica la divisibilidad del alma hu-
mana.— ^Ahora, en confirmación de todo lo apuntado, y
según también he prometido, voy á aducir razones ex-
trínsecas ó de hecho, por las cuales demostraré que nun-
ca, en ninguna edad ni en ningún pueblo, bajo los auspi-
cios de ningmia Religión ni en las tinieblas del más feroz
ateísmo, han caminado separadas la Bondad y la Belle-
za, ó sea la Moral y el Arte, sino que, por el contrario,
entre las condiciones históricas que han hecho fiorecer
las Artes y las Letras en determinados períodos, ha sido
la principal el predominio de alguno de los más nobles
y elevados sentimientos morales, como la Religión, el
patriotismo, :el amor del prójimo, la sed de justicia ó la
ambición de gloria. Y demostrado quedará también al
paso que, cuando estos sublimes afectos se entibian ó
apagan en la sociedad al soplo del escepticismo ó de la
indiferencia, el Arte padece una especie de eclipse, por
tal extremo que si, aun entonces, llega á producir algu-
nas obras, son más artificiales que artísticas; frutos aca-
démicos, hijos del estudio; recuerdos de inspiraciones
ajenas, que no pertenecen en realidad al tiempo en que
se fabrican, sino á las edades fecundas que les proporcio-
naron los modelos.
Pero al llegar á este punto, y habiendo hablado tanto
de la Belleza, ji\sto es que digamos algo de la Moral,
antes de que se me pregunte (pues hoy se preguntan ya
él
tales cosas) que entiendo yo por Moi'al^ ó á tiuó Moral
me refiero al presentarla como inseparable amiga del
Arte.
Empiezo por declarar {á cuenta de concesiones que ha-
bré de hacer muy luego) que, para mí, la Aloral verda-
dera es la de Jesucristo, la redentora del alma, la de la
humildad,, la de la paciencia, la de la caridad, la del per-
dón de las injurias^ la que dijo: alteri ne feceris guod ti-
bí fkri non úis; pues \ o creo y confieso que esa Moral es
la escrita por Dios en el corazón humano, la misma pa-
labra de Dios hecha hombre, la que nos levanta y subli-
ma sobre el resto de los seres creados^ la que vence y
anula nuestra parte material, la que despierta y ejerci-
ta todas las fuerzas de nuestro espíritu imperecedero- —
Sin embargo; como en esta controversia no se trata de
la Moral en su sentido estricto, ó sea de ninguna regla
de costumbres que guarde relación con ijeterminados
dogmas religiosos, considero fuera del caso ponerme á
romper lanzas por mi Fe y á preconizar sus timbres y
excelencias. No teman, pues, los enemigos de Jesús, ó
los meros campeones del Arte por el Arte, que yo vaya
á confundir la bondad metafísica con la ortodoxia y á
fulminar excomuniones estéticas sobre la gentilidad y la
herejía, pidiendo que sean arrojados del Parnaso Home-
ro y Virgilio, porque no fueron cristianos, ó Shakespea-
re y Goethe^ porque no fueron católicos-.,.. Ventílase
aquí materia más abstracta y filosófica: trátase de la Mo-
ral en su sentido lato; inquiérese desde un punto de vista
anterior, ya qué no superior, á las leyes positivas, á los
códigos casuísticos y á las Verdades reveladas, si en la
India, si en Egipto, si en Grecia, si en la Roma gentil,
si en los pueblos agarenos, si, finalmente, en las nació-
•-r
nes heréticas j cismáticas, lo mismo que en las católicas .
puras, los gramies poetas y artistas se propusieron ó no *
siempre en sus inmortales, obras, al par que traducir á
formas determinadaíí su concepto de la' Belleza, algún
otro fin ulterior, alguna idea que les paredese útil y salu-
dable, alguna predicación, alguna enseñanza, algún con-
suelo, alguna apoteosis. Es decir, que, en esto examen,
para conceder á un autor el dictado de moral, deberá
bastamos que haya tenido intención y propósito de ser-
lo; de la propia suerte que llamamos religioso al que
sinceramente profesa una religií5n falsa, sin pararnos á
considerar los errores que patrocina y difunde por des-
conocimiento de la Fe verdadera.
Sentadas estas premisas, ¿quién será osado á negar
que todas las grandes obras literarias y artísticas del hu-
mano ingenio han sido y son morales en su esencia, en-
comiásticas de lo bueno y de lo justo, docentes de pre-
suntas verdades, auxiliares en fin de las Religiones, de
las Ciencias y de la Filosofía? — Creo que nadie en este re-
cinto; pero bueno será que ecbemos una rápida ojeada
sobre el campo de las Bellas Artes y do las Buenas Le-
tras, donde hallaremos,' no digo probadas, sino vivas y
fehacientes, mis incontroverlibles afirmaciones.
Prescindir pudiera del Orienlalismo en sus varios as-
pectos (indio, egipcio, atirió, hebreo y mahometano), y
muy poco diré de él, pues hasta la misma escuela que
combato reconocerá sin duda alguna el alto sentido mo-
ral, y aun más que moral, religioso, de las obras artísti-
cas y literarias de esos pueblos, de esas razas, de esas cí-
vilñEacioaes* Eü sus templos y en sus poemas, en mu
86
cuentos como en sus palacios, predomina siempre la idea
teocrática; el hombre se anonada ante Dios, sea conteín-
plándoloj sea sometiéndosele: la Religión lo absorbe to-
do. De aquí la propensión de sus artistas y poetas.al mis-
terio y al símbolo, íos arranques líricos de los semitas
iconoclastas, judíos y árabes, las imágenes gigantescas
de losL indioSj las metáforas esculturales de los egipcios
y las fórmulas abstrusas de los caldeos. Cada ingente
montaña esculpida en forma de sagrado elefante, cada
pirámide ó cada esfinge plantada en los confines de los
Desiertos, cada mezquita ó cada alcázar mahometano
revestido de versículos religiosos ó de afiligranadas com-
binaciones geométricas de mística alegoría, con exclu-
sión de la forma humana y de toda otra imagen de cria-
tura ó cosa perecedera, es un libro santo que habla de
la Eternidad y de Dios: es la cristalización de la infinita
poesía que respiran los piadosos versos de los Vedas, del
Antiguo Testamento y del Corán!.... Pero ¿á qué diri-
gir tan lejos la vista? Nuestro Palacio de la Alhambra,
mansión destinada al solaz y lucimiento de una dinastía
de Príncipes, podría pasar por un templo erigido en
honra y gloria de Alá. ¡Ala es' grande! dicen mil y mil
veces los bordados muros: ¡Aid es grande! parece que
susurra el agua al caer sonora de pila en .pila, besando
al paso la misma leyenda: ¡Aid es grande! repiten los
solitarios ecos de aquellas estancias, nunca perdidas de-
finitivamente para los ensueños de los moros.
Consecuencia necesaria de esta índole invariable de
las Artes asiáticas y egipcias, es la falta de equilibrio
que resulta entre la idea y la forma de sus conceptos;
desproporción lógica también, por cuanto nace de la gran
distancia y diferencia que lá religiosidad de los Orienta-
87
les establece entre la naturaleza humana y la divina;
entre el hombre y su Creador.
No sucede así en Orecia. — Eu Grecia, la idea divina
se humaniza, ó por mejor decir, se humana: los dioses y
los hombres sólo difieren en grado: ya no los separa
ningún abismo metafísico: el hombre confina con el hé-
roe; el héroe es un semidiós; el semidiós nació de un
dios. Los dioses son unos antepasados remotos de los
griegos. El infinito insondable de 4a Divinidad oriental
ha quedado oculto tras las pavorosas tinieblas del Hado,
qiie cobijan por igual, á dioses y hombres, y en las cua^
les únicamente se atreverá á penetrar alguna vez, bien
que Heno de sublime horror, el más augusto vate de la
antigüedad pagana, el padre de los Trágicos, el inmor-
tal Esquilo.
Homero representa la aurora de esta civilización, que
ya ilumina las cumbres, pero que no desciende todavía
á.los valles. Transportado en alas de su genio á la edad
que media entre los hombres y los dioses, canta los Hé-
roes, mezclando la tradición con la fábula y la Religión
con la Historia, Sin embargo, la idea de Patria está ya
en germen en La aliada y en La Odisea, aunque redu-
cida á la raza con sus númenes familiares; y, para com-
placer y aleccionar tan noble sentimiento, el cantor de
Tirios y Troyanos presenta ilustres modelos de grande-
za, de energía y de abnegación, pertenecientes á un
mundo aristocrá tico-divino, del cual se excluye él con
respetuosa humildad, dejando hablar á la Musa. Nada,
pues, más revelador, más docente, más edificante en
aquellos días, que estas descomunales epopeyas, donde
el valor guerrero, la fuerza y la hermosura son como
atributos ingénitos del bien moral, y donde la miseri-
cordiaj con la faz bafiada en lágrimas, es uno de los as-
pectos del heroísmo-
Algunos siglos después aparece Tírteo, y luego Rn-
daro, decoro ambos de la humana especie (sobre todo
TirteOj que tan amable y apetecible supo hacer la muer-
te por la patria)^ y, con sus odas ó himnos nacionales,
aplican los sentimientos homéricos á la política y á la
guerra. Ellos, y los trágicos Sófocles y Eurí pedes (me-
nos grandiosos é inspirados, pero más filosóficos y te-
rrestres que el viejo Esquilo), trajeron, reflexivamente
ya y á sabiendas, las ideas morales al campo de la poe-
sía, como elementos in3eparables de la Belleza, y can-
taron ó representaron en sus obras la Religión, Ja Pa-
Via, la Fan^lia. Es decir, que aquellos grandes maes-
tros de la Forma, los patríarjcas del clasicismo, lejos de
rendir al Arte la idolátrica adoración que suponen los
modernos paganos, lo consideraban como una especie
de culto rendido á ideas y conceptos del orden morq^K
Si alguien lo duda, recuerde las tragedias de los tres co-
losos mencionados, ó las comedias del acerbo Aristófa-
nes, terror del corrompido Demo.^ ateniense, y verá en
todas ellas exaltada la virtud, befado el vicio, odioso el
pecado, solvente al pecador (ya en los días de su vida,
ya en su descendencia), y, dominando sobre todos los
esplendores mundanales, el poder eterno del Destino.
Pero ya me parece estar oyendo el argumento-aqui-
les de los partidarios de el Arte por el Arte. — «¿Y las Ve-
nus griegas? (exclamarán enfáticamente): ¿no son bellas
también? ¿no son artísticas? ¿no lo proclama así todo el
orbe? ¿no están expuestas hoy naismo á la admiración
pública en los Museos más insignes de la Cristiandad,
principiando por el del Vaticano? Y ¿qué mérito moral
89 .
podrá atribuirse á tales portentos de belleza? ¿qué senti-
do filosófico? ¿qué tendencia civilizadora? ¿qué fin plau-
síble, ó tan siquiera honesto y deGente?> — «¡Ninguno!»
concluirán los fanáticos de la forma, tratando de hacer-
nos creer que las Venus labradas por el cincel griego
son la apoteosis de la perfección puramente física, la
Belleza divorciada de la Bondad, el impudor en triunfo,
la desnudez divinizando el pecado, una reproducci(Jn
constante de la célebre defensa de Prine, la derrota, en
fin, de la Moral ante el poder de la Hermosura!-..
Séanie lícito replicar con algún, detenimiento á esta
objeción, tan formidable en apariencia..
Ya lo dije hace poco: para los Griegos, la perfección
humana llegaba siempre á confundirse con la realidad
divina: lo terreno y lo olímpico (ó sea lo temporal y lo
. eterno, que diríamos hoy) sumábanse en su imaginación
como cantidades homogéneas, y de aquí el carácter esen-
cial de sus armónicas Artes, basadas en un perpetuo
. equilibrio entre la inteligencia y la fuerza,' entre el es-
píritu y la materia, entre la idea y la forma. La Belleza
era allí, por lo tanto, distintivo de Santidad; y Venus,
arquetipo de la hermosura femenina, y, como tal, ma-
dre del Amor, figuraba en aquella religión politeísta en-
tre las Deidades Mayores, no ciertamente en cuanto bel-
dad individual, presentada á la concupiscencia de los
sentidos, sino en cuanto beldad simbólica y místico de-
chado de providencíales gracias; como numen propicio
á la eterna Ley que es fuente de la vida; Qomo la Flora,
como la Pomona, como la Amaltea del linaje humano.
Así lo ha comprendido la austera civilización emana-
da del Evangelio, y por eso ha considerado castas, espi-
rituales y hasta religiosas, dado el criterio de la Genti-
*9
lidad, es^ d^ndeces de ideaks abstractos que luego
p&produjo el pincel cfistiano para represoitar á iuie&-
tra madre ETa, Pero no lo dadéís: tan pronto como ta-
les figuras trocaran ^n impersonalidad drdna pcH* ona
personalidad terrena; tan pronto como de conceptos ge-
néricos tejasen á ser meros retratos de ai respectiro
original, sin ningnna especie de rignificación sagrada*
Ja inverecundia del modelo se reflejaría en la obra de
arte, la inmoralidad de la mujer transcendería á la es-
tatua, suWevaríase la conciencia publica contra seme-
jante ^cándalo, y^ por acabada qne fiíeae la efigie y cé-
* lebre su autor, habría que esctinderla en uno de esos ca-
labozos de infamia que se llaman museos secretos^ como
se aprisiona á mujeres hermosísimas ó á hombres de re-
conocida ciencia cuando se ponen en abierta pugna con
los fundamentos sociales,
Ki ¿qué mayor demostración de mi aserto que este
otro hecho elocuentísimo? Cuanto más completa es la
desnudez griega, más noble y pura se ofinece á nuestra
veneración. Cualquier accesorio atenuante, relacionado
con necesidades ó escrúpulo? lerresípes, rebaja la digni-
dad y ofende el decoro de la belleza olímpica. La Vemis
de Médicis está reputada como la más púdica, inmate-
rial y candorosa creación del Arle helénico, por lo mis-
mo que su desnudez es absoluta: ¡nadie ve en ella á la
mujer: todo el mundo ve á la diosa!— No justifican, pues,
las estatuas gentílicas en los Museos cristianos la inicua
absolución de Frine: no representan el triunfo de la Her-
mosura sobre la Moral; no arguyen nada en íavor de el
Arte por el Arte. Al contrario: prueban que el idealismo
puede llegar en el hombre hasta el punto de convertir
en devoción mística el amor terreno; simbolizan la
&1
unión hipostática de la Bondad y la Belleza; y, en fin,
señores, traen á la memoria, ya que de Frine hablamos,
que, si un Tribunal indigno prevaricó cínicamente y la
absolvió al verla desnuda, el Senado, en compensación,
no admitió el insolente ofrecimiento de la misma corte- '
sana de reedificar á su costa la ciudad de Tebas,
Nada más diré acerca de los Griegos, considerados
dentro de su patria Guando la fe se entibió en aque-
lla sociedad, el Arte perdió su savia divina y dejó de ser
ministerio santo, para convertirse en parodia de si pro-
pio y simulacro de la ausente inspiración del alma
—Huyamos también nosotros de este pueblo moribundo,
y trasladémonos á Roma,
Los Romanos tenían dioses de igual naturaleza que los
Griegos; pero dioses sin historia y más separados ya del
hombre- En cambio, habían colocado casi á la misma
altura que la santidad de aquellos númenes la santidad
de la Patria, la santidad de la Familia, la santidad del
Hogar, la veneración délos Antepasados, la religión déla
Justicia y del Derecho, y, como consecuencia, la igual-
dad entre pares, la dignidad respectiva en cada orden y
el respeto jerárquico entre todos. Bste conjunto de de-
vociones religiosas, morales y políticas, que da á cono-
cer en los Romanos un carácter más práctico y menos
contemplativo que el griego, requería una finalidad más
declarada en el Arte, como, en efecto, la muestran los
monumentos útiles ó remuneratorios, las ceremonias y
oraciones fúnebres y aun la literatura histórica y didác-
tica, que casi puede decirse precede en Roma á la poe-
sía.— Por otro lado: si la ciencia pura extinguió muy
luego en el Lacio la fe religiosa, como ya la había ex-
tinguido en Grecia, no pudo secar las fuentes do donde
92 • ■ •
esa fe dimana y de donde proceden al mismo tiempo los
dictados de la Moral; prueba clarísima de que el hombre
es algo más que el instrumento dialéctico de que la Cien-
cia se vale. Aconteció,' por consigfuiente, que, mientras
• la plebe romaiía llenaba el vació de la fe con las supers-
ticiones más extravagantes, la Filosofía, incurriendo á
su modo^ en idéntica contradicción,- buscó en las dispu-
tas de los decaídos griegos doctrinas y fórmulas conven-
cionales con (jue Uenar el vacío tie la Ciencia. *
Dos eran entonces las escuelas morales predominan-
tes allende el Adriático: la estoica y la epicúrea.
Predicaban los Estoicos una virtud austera y desdeño-
sa, sin origen ni esperanza; un- amor incondicional al
bien sin dilucidar su naturaleza; una moral, en suma, in- •
flexible y huérfana como el Acaso; grande en su desola-
ción por su desinterés, pero sin entrañas ni consuelo pa-
ra los débiles. — El español Séneca fué en Roma la más
egregia personificación de esta filosofía, no sólo en las
esferas del saber, sino en el cultivadísimo campo de las
Letras, y su noble entendimiento . llegó á deducir de
aquellos ásperos principios máximas tan saludables y pu-
ras, qiie hasta los Padres de la Iglesia cristiana las invo-
can y recomiendan en sus santos .libros, no faltando.,
quien asegure que el mismo San Pablo solía decir en ala-
banza del sabio cordobés: ¡Senecam nostruml
Los Epicúreos considerabatn la vida como una carga,
y querían hacerla más llevadera aceptando lo que tiene
de gr^ito y suavizando con la sobriedad el contraste cut
tre penas y placeres. Doctrina tan flexible degeneró en
un sensualismo reflnado y muchas veces grosero, cuyos
cantores más célebres, y también más dignos de lástima,
fueron Lucrecio y Ovidio.-^El suicidio de Lucrecio revé-
■▼^
. 93
ló al cabo la consecuencia lógica de tales premisa Sj así
como la sinceridad de sus opiniones* ¡No se calificará,
pues, su famoso y malhadado poema (De rerum natura)
de mero alarde retórico ó de lucubración indiferente á
la Éticaí Á mayor abundamiento: en el fondo de esta
obra impía, se oye siempre un grito impremeditado de
la conciencia que vuelve por la Moral, y hasta cuando,
partiendo del error, el mísero vate la ofende y contra-
dice, muéstrase animado de un afán de enseñanza y de
reforma que nada tiene que ver con el Arte por el Arte.
En cuanto á Ovidio, los hechos hablan todavía con
mayor elocuencia. — Ovidio rebajó el epicurismo hasta el
fango de las brutalidades cínicas, salva la elegancia ex-
terior de su persona y de sus cantos, y con todo ello
(¡triste es decirlo!) fue el poeta más popular de la per-
vertida Roma. Irreverente, corruptor y sentimental,
trató como materia de entretenimiento la leyenda reli-
giosa y prostituyó vilmente la poesía. Pero ya lo indica-
mos en sazón oportuna: semejantes obras pertenecen al
orean de Tos pecados: la delectación que producen á los
viciosos es ilícita; como ilícita, tienen que saborearla
clandestinamente, y nadie se atreverá á pretender que
lo que no puede ser público, sea considerado como ar-
tístico! Lo contrarío equivaldría á pedir, no ya un Arte
indiferente al Bien, no ya ua Arte sin virtud, sino un
Arte criminal por derecho propio ¡Oh, no! El Arte,
para merecer tan noble dicíado, necesita el aplauso co-
lectivo, la sanción de la humanidad^ la gloria pública,
la luz del cielo!^ — Dicho sea en honor de la antigua Ro-
ma, las obras obscenas de Ovidio fueron juzgadeÉs, no so-
lamente como pecados, sino como delitos, y la ley social,
la vindicta püblícaj la ira del Cósar^^ desterró para siem-
61
pro lid mundo civiliEado al licencioso cantor, sin consi-
tleración alguna á la pretendida independencia del Arte
y do la Moral, Eníouees el infeliz expatriado renegó
tambion de prineiino tan Innoble; rindió homenaje á la
virtud OH sus desgarradoras elegías de Z>» Tristes y De
ÍVirt 'a, y, aleando tales méritos, aunque sin reec»ger el
fruta en vida, pidió á la sociedad misericordia. — ;0:or-
|nK^mi>ísela!
Horacio, por má^ <iw también fuese epicúreo, coná-
den^ la BelU'ia eomo lo^ estoicos la Virtud; r tan elera-
do coíixx*pío tuvo del Are. que, solo á imp^ulsos de el. y
<omo OA^ de buen ¿rasÍL\ ñié cc^nstantemente tlítsu j
titivhas Twes ffioralir^ en sas inmoriales Tersos. Creo
q^ á Horacio pueoe ¿encminarse ¿í CatS^n d^ ¿sr ^:»- ^
V et .Vnk-Píw áe li k:m^i^7. <G>rrei¿:ir délcíz£Jiío> «m
saa airis». y en oí» ¡iiirtr exel^t^ia: <0 'ij%e t-C^j ^^fime^
fH"4 v>*f ^^ií5,^*/;> ♦A.O ¿ I.-í,> Per «*o OíMLjtfi. izt ii:ie?:o
íieji&riio T iccií:^ éa ^ I*rr:íi> latirías, y ::jé ¿ T»:»e:a
^•|iX':K rrif, ^-^jcn: T-fí^^w ü: ->~:7^ fx^T.'.T.f.To: :r:'iiúj.u!5-
háíujL btx*ci; wc¿r^ ¿ iLmii: iifuriLirc^ í ii£¿tiiiir-aai y
95
tan tes para sostener una tiranía dignada su grandeza. El
mundo entero pesaba sobre Roma, y Augusto, sintiendo
la necesidad de afirmar las bases del naciente Imperio,
produjo una súbita reacción religiosa, artificial entre los
patricios y los artistas, pero real y efectiva entre la ple-
be.— Un poeta provinciano, *á cuya casa habían llegado
los horrores de las guerras civiles y no los placeres de
las últimas orgías republicanas, una especie de Trajano
de la Poesía, fue el cantor natural de aquella Restaura-
ción. Virgilio ensalzó la Paz, el Trabajo y la Patria, pre-
sentando esta patria sobre el fondo de oro de la Religión.
La Paz, sí, la dulce paz de los campos es la musa de Las
Bucólicas: es el Trabajo el próvido numen de Las Geór-
gicas; y la Patria y la Religión son las nobles inspirado-
ras de La Eneida. Canta el poeta mantuano, no al coló-
rico Aquilas, sino al piadoso Eneas, personaje religioso
que peregiina con sus Dioses buscando un abrigo donde
restaurar la perdida patria; y he aquí por qué este hé-
roe, extraño al mundo gentil, da á los versos de aquel
poema un sabor tan grato á la Cristiandad como en su
esfera respectiva lo fué el carácter de Trajano.
Dibujada así la figura de Virgilio á la luz de su propia
gloria, demostrado queda también que su testimonio
habla en favor de mi digna causa. Sigo, pues, adelante
con renovado aliento, como quien ve próxima la feliz
terminación de su viaje; que ya clarea, tras la noche del
muerto paganismo, la aurora de la Religión Cristiana,
y pronto sus vivos resplandores alumbrarán el gran
triunfo del alma sobre el cuerpo y de la Moral sobre la
idolatría-
La decadencia del mundo clásico era irremediable. Ni
la tentativa de Augusto ni otras que se siguieron basta-
96
ron á vigorizar la antigua fe, escarnecida y desaatoriza-
da en la Ciencia, en el Arte y en las costumbres. La in-
teresada hipocresía y la grave Razón de Estado, que
mantenían como galvanizado á Júpiter en Ic^ solitarios
templos cuando ya había fallecido en las conciencias, no
engañaban realmente á nadie, ni tan siquiera á la sen-
cilla plebe, y pronto vióse que todos los espíritus ánce-
ros comenzaban á abrazar la Religión del porvenir, el
Cristianismo. — Poderoso auxiliar de esta crisis suprema
había sido Luciano de Samosata, gri^o injerto en lati-
no, cuya impía y sarcásíica voz tanto daño hiciera á los
teólogos y filósofos gentiles, acusándolos de hipccritas y
falsarios, y predicando la virtud por la virtud, tal como
aquel pagano la entendía; pero ni de él, ni del herc»ioo y
sublime JuvenaK que tamtiién hal»ía fustigado valerosa-
mente con sus inmortales versos á la corromjiia Roma,
ai de Marvñal. Fia uto y Terencio y otros cense-res de las
publicas ccts:unibres necesito hacer deten: ia menoic'n;
pues á lUiüe s^e ccul:a q-.ie la Sátira, en í^»i:*s scs aspe^-
ío^ ick iiii:si:o en la o.-niecia que en el üir:». I j mismo
t^n ti jdSíj-iiz an.r.:r:'3 <ne en la oanc: ":u iiriilir, es v
zy rcr^ir zifz.is le ser ziiraliíaiora an.fs que aruscoa,
ccmo qur :i-rze p»:r musa el lien y p:r ci;«r:o ce sus iras
tfl tí-^íc*
;Rrscir*rn.:s, seirr^s! Hfz::s :>^aÍ: i I-.rs -i^iii-os
'rT.sujLu:ís: -rs i«e:ir« i-rrii. s lliciii: i rufsurrs :: >s^ con
-•: ri^e nn '.j_:f i r¿if*ie iir^e T«:r -.ilsí tcmizjíii* De a«:pii
«j^ 11^ «I7'.~ t:o:s i»fT«:uirjLZ. olinn»¿ii":c en rii UL^:r. v
'^-S' — Zii r>: .:: ; rii-z ue^ri ^if ::«ii li CLTÜira-
i.c: iiu >f ?cL '^tl: Icisi:': ::i tS^tU'/ía ri rvLidL'L> Leí es-
i-^-"- ^--í^ ^ í-cu-xi^ ^jie rcn-frí -: xujíiir ea cs.:e
97
punto á lo que sabe el más ignorantej á lo que palpita en
su corazón, á lo que brilla en el santuario de su alma? Y
Bi de tal modo han pensado y sentido universalmente los
cristianos, ¿qúó no habrán expresado en sus obras los
poetas y los artistas?
Diez lentos siglos, los diez siglos de la Edad Media,
pasan ante nuestra imaginación como, i^i solo éxtasis de
los pueblos redimidos por Jesús — «¡Hierro y tinie-
blas por doquier !....> Es cierto: hierro y tinieblas cu-
brían la haz de la transfigurada Europa Pero en las
entrañas de aquellas tinieblas residía lo infinito. ¡Y qué
relámpagos tan deslumbradores salen de aquel caos!....
— Prescindo de la predicación de la Ley de Gracia; pres-
cindo (aunque, por la forma artística de sus escritos, pu-
dieran servir, si no han servido, de modelo á la poesía
moderna) de las sublimes obras de los Santos Padres;
prescindo también de los Poemas y de los Códigos que se
escribían, en el nombre de Dios Omnipotente, al parque
se realizaban aquellos otros poemas en acción llamados
las Cruzadas, la Guerra hispano-árabe de los Siete siglos
y el Descubrimiento de América, gloriosísimos empeños
todos, que formaron de consuno las Lenguas con que hoy
se infiere agravio á aquella Edad, y los pueblos y Esta-
dos que ya reniegan de sus fundadores — Sólo habla-
ré de dos obras 'magistrales, esencialmente literaria la
una y esencialmente artística la otra: sólo hablaré de
un poeta y de un pintor que resumen el espíritu román-
tico y religioso de* la Edad Media, y que parecen el alma
de aquellas Catedrales góticas donde la piedra se espiri-»
íoaliza hasta desvanecerse en la idealidad del concepto
puro: sólo hablaré de Dante y de Beato Angélico
¡Nadie había expresado hasta entonces con la lira ó con
98
el pincel sentimientos tan místicos, tan elevados, tan in-
materiales como loi? de esos dos ascetas de la forma!
¡Nadie \os ha expresado después, como no sean algunos
genios contemplativos de nuestra patria! Pues bien, se-
ñores: no la adoración del Arte, sino la sed de justicia y
el amor del Cielo, inspiraron aquellas inefables visiones
de La Divina Cor(tedia y del cuadro de La Anundación^
seráficos ensueños del alma, milagros de la fe, revela-
ciones de lo infinito, que bastan á caracterizar las Artes
y las Letras de las diez cei^turias que mediaron ^ntre la
caída del Imperio de Occidente y los días del Renaci-
miento.
¡El Renacimiento! — Sabía de antemano que esta fecha
crítica de la civilización de Europa era otra de las posi-
ciones estratégicas en que podían aguardarme los parti-
darios de la libertad de pecar de las Musas; pero ya ob-
servaríais más atrás que me apercibí á tiempo contra
semejante emboscada. Me limitaré, pues, á decir, apo-
yándome en axiomas anteriormente establecidos, que
aquel decantado Renacimiento, independiente de los
ideales contemporáneos, no tuvo vida propia. Con todo
su esplendor y magnificencia, que yo no le disputo, fué
en substancia una falsificación de sentimientos ajenos, un
anacronismo voluntario, una primavera artificial. Sus
flores habían abierto, no al influjo del sol, siho de las es-
tufas de las Academias. El artista no buscaba la foíma
en su inspiración, sino excavando en las ruinas de los,
edificios paganos. , No se discurría, se calcaba. Dejó de
haber modelos vivos: la Antigüedad lo daba todo hecho.
Debajo de la túnica de María se vislumbraba el cadáver
de Niobe. La Muerte servía de maniquí.— Pues, aun así
y todo (¡oh desencanto para los materialistas del Arte!),
99
no hay obra alguna de acpiellos tiempos que no abogue
eu favor de mi tesis. Todas encierran un fin moral, ora
cristiano, ora gentil. En el primer caso, sus autores ha-
bían procedido como artistas; en el segundo, como eru-
ditos, Pero ello es qxie ni uno solo dejó de pedir inspira-
ción á la fe propia ó á la extraña para que su engendro
no careciese de naturaleza moral • Apelo á todas las obras
de Vinci, de Rafael y de Miguel Ángel, titanes de aque-
lla revolución, y al Tasso y al Arios to, que la represen-
tan en la Literatura.
¿Y después? ¿qué ha sido de las Letras? ¿qué ha sido de
las Artes?'¿Han renegado en algún pueblo del ideal ge-
neroso que las produjo, para convertirse en idólatras de
sí mismas? Veámoslo rapidísimamente, ,
De España no teügo que hablar, Aqui, por la miseri-
cordia de Dios, no ha habido nunca el menor asomo de
idolatría para las obras humanas. Ésta es la tierra de los
enamorados, pero no idólatras de la hermosura; de los
paladines del honor; de los mártires de la patria; de los
soldados de Jesús; de los siervos de María, Aquí no seta
concebido jamás eso de el Arie por el Arte^ sino el Arte
por la devoción, el arte por el amor, el arte por los cui-
dados del alma, É^ta es la tierra de los llamados soña-
dores, de los ascetas, de los héroes, de los hidalgos, de
los Quijotes de la Historia; es decir, la tierra de la fe in-
condicional, de los afectos absolutos, de los sacrificios
sin límites, de los ideales sobrehumanos, donde plugo al
Cielo que naciesen, no sólo andantes caballeros, sino
también esos Hércules de la caridad que se llaman San
Juan de Dios ó D, Miguel de Manara. Aquí la poesía lí-
rica tiene por maestros á Berceo, Alfonso X, Juan de
Mena, Jorge Manrique, San Juan de la Cruz y Fr. Luís
400
de León, cantores de la muerte y de la inmortalidad, que
no concibieron más bien que el que es Bien Sumo. Ésta
es la tierra clásica del amor desinteresado y de la difi-
cultosa teología para los casos de honra; la tierra de los
caballeros y devotos de Calderón, de las nobles mujeres
de Lope de Vega y de los desfacedores de agravios del
inmortal Cervantes. Aquí todos han escrito creyendo,
enseñando, criticando, moralizando, poniendo en lucha
el deber y la pasión, la Moral y el deseo, el bien y el
mal, para adjudicar el premio á la virtud y someter los
apetitos al imperio de la conciencia. Nuestras envidia-
das pinturas llevan los nombres de Murillo, Ribera, Zur-
barán, Alonso Cano, Juanes, Morales, Claudio Coello.....
para quienes el caballete no fué más que un altar en que
quemaron la mirra y el incienso de su inspirabión....; —
El mismo Velázquez, el pintor realista (como se dice
ahora), es todo filosofía, todo moralidad, todo devoción,
cuando rompe los estrechos límites del retrato ó del en-
cargo.— Y, en punto á escultores, puede decirse que, si
por acaso los tuvimos, sólo labraron la piedra ó tallaron
la madéta para representar á Cristo y á sus Mártires.
¡Nunca fué su empeño hacer un ídolo del cuerpo hu-
mano! Antes pusieron todo su afán en espiritualizar la
materia.
Pero me abruma y me sofoca la multitud de pruebas
que acuden á mi imaginación en apoyo de lo evidente,
de lo inconcuso. Acabaré, pues, por lo tocante á España,
citando de nuevo la obra más admirable del ingenio na-
cional y también del ingenio humano.— ¿Qué es el Don
Quijote? ¿Qué significa para la Moral esa creación ma-
ravillosa, tan venerada en toda la tierra? ¿Es meramen-
te, como algunos dicen, una sátira contra los Libros de
m
Caballerías, que Genrantes consideraba dañosos á las
buenas costumbres, y acaso, acaso, una caricatura del
espíritu aventurero de los políticos españoles, personi-
ficados en Alonso Quijada? ¡Pues ya tenemos aquí el fin
útil de la grande obra! — ¿Es, por el contrario, y como
yo creo, una sátira contra el egoísmo, contra la injus-
ticia, contra la ingratitud, contra la grosería del vulgo
alto y bajo, y contra el escarnio que hace y mala cuenta
que suele dar de aquellos generosos paladines que se
aventuran á luchar y sufrir por el prójimo? ¡Ah, señores!
En tal caso, ¡que desagravio de la Moral! ¡qué alegoría
tan bella y tan consoladora! ¡cómo se ufana el bueno de
padecer persecuciones por la justicia! ¡cómo bendice el
poeta los molinos de viento de sus ilusiones! ¡cómo se
reconcilia el mártir con la Dulcinea de su esperanza!
¡qué grotesco y odioso ha resultado el materialismo! ¡qué
grande y benemérito aquel noble demente! ¡cuan ex-
celsa y amable su poesía! ¡que vil la i)rosa de Sancho
Panza!
Tal es á,mi juicio el sentido, profundamente espiritual,
y por lo tanto moral, de las Letras y las Artes españolas;
y tal, aunque con diversos caracteres, contemplo la natu-
raleza íntima de todos los grandes poetas y artistas eu-
ropeos en el decurso de la Edad Moderna. — Miremos, si
no, de pasada las dos ó tres figuras que, como soberanas
cumbres, descuellan sobre las demás; y terminemos, que
ya es hora.
Á la parte de Inglaterra, vemos asomar la noble fren-
te de Shakespeare, coronada de inmarcesibles lauros. Na-
die le niega ya á ese gigante el título de <el más grande
dramaturgo del universo.» ¿Y qué fué en puridad? ¿Un
artista de la forma? ¿una especie de mecánico, ó escenó-
102
graíol que disponía arbitrariamente lo que hoy suele lla-
marse Cuadros vivos, sacrificando la. verdad al sijuple
efecto y buscando á todo trance los alaridos de terror
del público? ¿Fué, en suma, un servidor de Wilrfe por eí
Arte? — ¡Ah, no! su gloria tiene más sólido cimiento. Sus
dramas son el espejo de la vida y la autopsia de ia con-
ciencia. Al oir hablar ó al ver moverse á Hamlet^AMac-
beih, á OtelOj á Glocester, al Rey Lear, el espectador cree
.que se asoma á los abismos del alma y que ve allí la cu-
na de las pasiones, las escondidas fuentes del bien y del
mal, el antro donde se engendra el crimen, la ignorada
gruta donde van juntándose las.lágrimas, la fuerte roca
donde se cristaliza el diamante de la virtud, la hirvien-
te lava que ha de hacer temblar la tierra Cada afec-
to ó cada pasión, cada heroicidad ó cada culpa, lleva al
lado su ángel ó su demonio, su recompensa ó su casti-
go. El Remordimiento es siempre la tremenda furia que
desencadena el ¿utor contra los malos. Dios misericor-
dioso está siempre en el fondo del drama, consolando á
los buenos con la paz de la conciencia. Por eso las obras
de Shakespeare son tan dulces y tan edificantes en medio
de todos sus horrores. Su última lontananza es el cielo.
Allí triunfa Desdómona, la inocente víctima del Moro;
allí está Antonio, el sublime deudor del Judío; allí los
Amantes de Verona; allí Ofelia; allí los hijos de Eduar-
do; allí el Rey Lear, segundo Laocoonte, no atormenta-
do por serpientes, sino por sus ingratas hijas.
En la docta Alemania surge otro coloso, cuyas singu-
larísimas obras, producto de un genio inmenso, tampo-
co desmienten mi afirmación. Y cuenta, señores, que se
trata de aquel revolucionario que en la Poesía moderna
representa lo que Platón en la Filosofía antigua; de
L
I
103
aquél qpie soñó con una reli^ón filosóflcó-humanitario-
universal y en su triunfo definitivo sobre las dogrpáti-
cas, sin sospechar que en pos de las escuelas metañsicas
de sn tiempo vendría el materialismo; de Goethe, en fln;
del autor de Las Afinidades electivm^ del autor de Fmis-
tOy del autor de Wertfier y de tantas otras gigantescas
temeridades como perturbaron la Europa á fines del sr--
g'lo pasado. Con todo, Groethe, en la parte meramente li-
teraria de sus creaciones, en lo dramático y en lo lírico,
rinde cuito á la Moral de su época; en la parte filosófica
se afana constantemente por el bien absohtto^ y, si con-
sidera el Arte con una serenidad olímpica que tiene po-
co de humana, esto mismo contribuye á que, como Ho-
. racio y como SchiUer, eleve la probidad á la categoría
da belleza, — No puedo detenerme á citar ejemplos: sólo
iudícaré uno. La virtud de Margarita, vencida un ins-
tante por todo el poder^del Infierno, valido de las armas
del Amor^ se purifica luego en el Jordán de las lágrimas
y llega á triunfar de Mefistófeles, arrebatándole el alma
de Fausto . — ^Sube Sube, ,,.. ¡que élte seguirá! > dice
la Madre Gloriosa, á la pecadora arrepentida, -
Lord Byron, portentoso cuanto desventurado genio,
encarnó, por decirlo así, la poesía lírica, romántica, sub>
je ti va, spberbia como Lucifer, cósmica y personal á un
tiempo mismo, que nació del divorcio del Cíelo y de la
Tierra.— Huérfano el Arte, habíase prendado de la Na-
turaleza, considerándola huérfana fambión, y contábale,
como antes á Dios, los infortunios de la humana vida.^
Byron recorre la Europa y el Oriente, llorando, maldi-
ciendo, mostrando doquier las Hagas de su alma y escri-
biendo en variedad de tonos la tragedia de sus desven-
turas; monólogo autobiográfico que imitaron luego sus-
m
rapsodas ó sus discípulos, bien que muchos de éstos, por
necesidad de escuela, fingiesen dolores que no sentían.
De cualquier modo, la verdadera poesía byroniana, la
poesía cómplice del mal, la poesía rebelada contra Dios,
ofrece un dichoso contraste, á falta del cual no resulta-
ría artística, sino ruin y obscura como la blasfemia, y es
que sus propias lamentaciones, su fondo elegiaco, su in-
curable melancolía prueban al mundo que sin creencias
ni virtudes no puede haber felicidad ni reposo. Aquella
angustia y desesperación que van unidas á sus impieda-
des y sarcasmos, son tan moraüzadoras como lo fuera
una buena estatua de Orestes, de Caín ó de Satanás, so-
bre cuyo rostro hubiese impreso el escultor con mano
maestra el espanto del crimen, el horror del remordi-
miento ó la tristeza de un alma precita. Sólo por con-
traposición, el bien y la inocencia aparecerían amables
y apetecibles, y, consiguientemente, desagraviada la
Moral. — Fuera de esto, el mismo Byron, al modo de un
ángel caído, suspira á todas horas por esa inocencia y
por ese bien, por la fe que perdió y por el cielo de que
se cree desterrado, hasta que finalmente va á exhalar su
último canto y á dar su vida en aras de un sentimiento
noble y generoso.
Cna {palabra acerca de Francia; pues aunque poco,
muy poco substancial hay que decir de ella, no debo pa-
sarla por alto. — Francia no ha creado nunca verdaderas
escuelas artísticas ni literarias. — ^Apliqúese á Racine y
á Corneille lo que he dicho del Renacimiento, y se ten-
drá mi humilde opinión respecto de tan ilustres drama-
ÜQOs. Sus mejores obras están vaciadas en moldes greco-
latinos, no sólo en la forma, sino hasta en la esencia,
salvo alguna ocaáón en que nuestro Teatro les sirve de
105
modelo, Gomo quiera que sea, Racine y Gorneille no
dejan nunca de proponerse un fin útil y saludable, co-
mo lo preceptuaba Boileau; ya la misma moraleja de la
primitiva fábula pagana, ya alusiones políticas ó pa-
trióticas, ¡Hasta Volt aire, el Luciano del siglo xviii, pre*
coniza el bien y la virtud siempre tjue se calza el cotur-
no trágico; y si algunas veces rebaja la poesía al fengo
de los Ovidios y Lucrecios, es impulsado por aquel fana-
tismo negativo que á ól le parecía la suprema morali-
dad!— En cuanto al gran Moliere, gloria legítima de
Francia, su mejor elogio será decir que hizo tantas bue-
nas obras como obras buenas. El Avaro ^ El Misántropo
y El Hipócrita^ no fueron menos aplaudidos de los hom-
bres de bien que de las personas de buen gusto.
En el siglo presente, la literatura francesa ha ido des-
cendiendo, y haciendo descender las Letras latinas, des-
de el romanticismo objetivo ^ que predicó lo inmoral^ cre-
yéfidolo moral y hasta el género bufo, que enseña lo in-
moral ^ á sabiendas deque lo es^,,,, — Pero respetemos al
delincuente en la hora providencial del castigo Res-
petemos el dolor de un pueblo humillado, y pidamos tan
sólo que la pena vaya seguida del escarmiento.
He concluido mi larga y laboriosa tarea. Creo haber
probado, señores Académicos, con razones filosóficas al
principio, y después con el propio testimonio de las Le-
tras y de las Artes, que la Belleza es una incógnita me-
tafísica como la Verdad y la Bondad, de las que nuestra
limitada razón sólo vislumbra desde la tierra algunos
pálidos reflejos: he intentado demostrar que estas tres
ideas madres son distintas entre sí (pero consubstancia-
^ ' 106 •
les en esencia) y distintas sus esferas de acción (pero con-
* céntricas y armónicas), de tal suerte que nunca llegan á
contradecirse: y he deducido, en consecuencia de todo,
que si la Moral no puede considerarse como e;xclusivo
criterio de belleza artística, tampoco puede haber belle-
za artística indiferente á la Moral, á menos que se nie-
gue la indivisible unidad de nuestro espíritu.
No os habrán sorprendido, por. lo demás, la viveza y
el calor con que he tratado. un asunto que hasta ahora
sólo había dado margen á cei^emoniosos torneos didác-
ticos; pues demasiado sabréis que la teoria de el Arte
. por el Arte está hoy relacionada con otras á cual más
temible^ y qué juntas socavan y remueven los cimientos
de la sociedad humana. — Comenzóse por pedir una Mo-
ral independiente, de la Religión: pidióse luego una Cien-
cia independiente de Ja Moral: en voz baja empieza ya'
á exigirse que' independiente dé la Moral sea también el
Derecho, y á grito herido reclaman los Intemacionalis-
tas, dejándose de contemplaciones y yendo derechos al
bulto, que se declaren asimismo independientes de la
Moral las tres entidades sociales: el Estado, la Familia,
el Individuo. ¡Es decir, señores, que los ateos, pasando
del humanismo sin Dios al humanismo sin alma, al bes-
tialismo (última palabra de los materialistas), reniegan
ya juntamente del Dios del cielo, áfi los Reyes de la tie-
rra, de la autoridad histórica, de todo vínculo social, de
la sociedad misma, de la propiedad, de la casa, de la es-
posa, de los hijos, hasta de sí propios, ó sea da su condi-
ción de criaturas racionales, pidiendo, en cambio, á la
luz del petróleo y entre las ruinas causadas por el incen-
dio, la anarquía líniversal, el amor libre -y la irrespon—
' sabilidad de las acciones humanas!
107
Pues bien: en circunstancias tan pavorosas y terri-'
bles; sin parar mientes en que el soberbio edificio de es-
ta cÍTilizacíón negativa tiembla ya bajo nuestros pies, es
cuando hay maestros de estética que se atreven á propo-
nemos que el Arte^ el ^ran elemento conservador, pres-
cinda también de sus aspiraciones espirituales, de los
dictados de la conciencia, del amor al bien, de todo res-
peto á la Moral! ¡Proceden, en verdad, lógicamente esos
peregrinos doctores si, como presumo, pertenecen á la
extrema izquierda de la filosofía novísima! ¿Para qué la
Moral, sí no hay Dios, si no hay alma, si no hay hom-
bre, si no hay más que fenómenos físicos sobre la tie-
rra?^ — Pero vosotros, oradores, poetas, músicos, esculto-
res, pintores, arquitectos, que vivís la vida del espíritu,
y vosotros también, meros aficionados á las Letras y á
las Artes, que acudís á estas solemnidades académicas, y
á los Teatros, y á los Liceos, y á las Exposiciones artís-
ticas, ganosos de útiles y dulces espectáculos que con-
suelen y animen vuestro corazón en este siglo de la ma-
teria por la materia; vosotros rechazaréis altivamente
esa teoría sacrilega, fruto ponzoñoso de un nuevo sata-
nismo, enemistado con el Bien, que desea proscribir la
Moral de todas partes, que ya ha reducido mucho el im-
perio de la Virtud, y que hoy nos declara sin rebozo {en
nombre de no sé qué Belleza sin alma) qm quiere ser
dmño depracíicar el mal! ¡Para vosotros, la fe en Dios,
la augusta idea de la inmortalidad del espíritu, los
triunfos sobre las pasiones terrenales, los sacrificios del
egoísmo animal, la penitencia, la limosna, la castidad,
el perdón de 'los agravios, el amor al enemigo, serán
siempre la verdadera vida y la verdadera sublimidad del
«hombre en este b£^o mundo! ¿Cómo no^ §1 triunfar del
408
cuerpo, redimir el alma, sobreponer lo moral á lo físi-
co, es el atributo esencial y genérico que distingue al
ser humano de la bestia?
En ese terreno, y no en ningún otro (digámoslo con
vergüenza y amargura), hay que dar hoy la batalla á los
impíos- Ya no se trata de comparaciones y diferencias
entre ésta y aquella Moral ó entre tal y cual Religión
positiva. ¡Ni tan siquiera se trata de si hay ó no hay
Dios!.-,. El mal está más profundo: la gangrena roe más
abajo. Se litiga si hay ó no hay espíritu, si hay ó no
hay alma, y con probar nosotros que la hay, lo habre-
mos probado todo. ¡De haber alma, tiene que haber me-
jor vida; tiene que haber Dios; tiene el hombre que res-
ponderle de sus actos; hay necesidad de Moral; podre-
mos subsistir sobre la tierra!
Defended, pues, ¡oh soldados del sentimiento! los tim-
bres de vuestra naturaleza empírea, de vuestra divina
alcurnia! ¡Defended que sois hombres! ¡defended que sois
inmortales!.... — ^Por lo que á mí toca, mientras aliente
y pueda escribir ó hablar, seré el paladín del alma. Ella
es mi Dulcinea. En la Religión, en la Historia, en la
Poesía, en las Artes, veré siempre lucir su maravillosa
hermosura! Digan otros que la señora de mis pensamien-
tos no es más que un vulgar conjunto de fuerza y ma-
teria^ como el que, según cierto sabio á la moda í^), diri-
ge las funciones del cerebro humano. Para mí no deja-
rá nunca de ser la inmortal Princesa de incomparables
gracias á quien debo las únicas alegrías que recuerdo
sin abochornarme, las horas mejor empleadas de mi vi-
da, mis ensueños poéticos, mi mansa feliMdad, el con-*
(I) Bachuer.
109
suelo de todos mis dolores y la inmarcesible esperanza
que, como fiel siempreviva, me acompañará hasta el se-
pulcro.
¡Oh dulce concierto! Espiritical y moral son ideas in-
separables. Todo lo que eleva al hombre sobre la mate-
ria lo fortifica y lo mejora, bien sea la contemplación
de la naturaleza muda, que apenas sabe balbucear su
himno de agradecimiento al Criador, bien el divino arte
d& la Música, que tanto habla al espíritu con los indeter-
minados acentos de su misterioso idioma. Llora el mor-
tal entonces, sintiendo más que nunca la inefable nos-
talgia del Cielo, y sus copiosas lágrimas, acerbas al prin-
cipio, son al cabo puras y alegres como aquellas últimas
gotas de la lluvia que abrillanta el sol después de la tem-
pestad y que sirven de gala y regocijo al indultado mun-
do. Indultada de su destierro se cree también la mísera
criatura cada vez que el entusiasmo la purifica con aquel
noble lloro equivalente á una plegaria; y presintiendo,
en su éxtasis, la hora del perdón y de la libertad, ó sea
el instante de la benigna muerte, recobra fuerza y vir-
tudes para seguir peregrinando hacia su patria.— Y,
pues esto es así; pues que nuestra jerarquía sobre la tie-
rra consiste precisamente en vivir fuera del tiempo que
se cuenta y del espacio que se mide; pues que los ídolos
de barro, las beldades del mundo, nuestras inspiraciones
y nuestras obras pasan ante la Eternidad sicut ntcbeSf
quasi aveSy velut umbra; pues que nosotros mismos so-
mos huéspedes de un día en este pobre globo que se dis-
putan la luz y las tinieblas á tal extremo ¡ay de mí
triste! que al entrar hoy aquí (aunque tan temprano me
habéis llamado), no me aguardan ya los brazos de aquél
que amé con filial cariño y cuya sombra amiga todos
me recordáis W (como tal vez muy pronto sólo quedará
una vaga memoria de mi paso por esta Comunidad); pues
que sueño es la vida, humo leve la gloria, nuestras be-
llezas ilusión, litigios nuestras verdades, y único bien
duradero la esperanza de lo absoluto^ considerad, seño-
res, si hay razón 7 fundamento para que, desdeñando
los ideales finitos, y buscando digno término remoto á
nuestras obras, nos elevemos á la contemplación del
Eterno Ser en quien juntamente residen la Suma Veí-
dad, la Suma Bondad y la Suma Belleza. *
He dicho.
{\) D. Nieomede3 Pastor Dlax.
CONTESTAaON
BBL
ExcMO. Sr. D. CÁNDIDO NOCEDAL
AL DISCURSO DE D. PEDRO ANTONIO DE ALAROON.
. Señores: * .
*
Un ilustre compañerp nuestro, que goza ya de mejor
Trida, procuró en bellísimo libro, á que puso por nom-
bre La Mujer ^ llamar la atención sobre el incidente de
mayor importancia en las tertulias; tan grande por lo
menos, dice, como la entrada de cualquier individuo
nuevo en una corporación: la presentación de un nuevo
tertuliana.
Sucede con mucha frecuencia, añade, que el presen-
tado suele tener en la tertulia donde se le presenta más
profundas simpatías que el candido presentante. Ni más
m menos sucede en el caso de hoy. Yo, que presento al
Sr. Alarcón ante la Academia Española, no he podido
aun, al cabo de diez y siete años transcurridos desde que
tomó asiento en sus preciados sillones, ni justificar mis
títulos, ni siquiera caer en la cuenta de por qué esta sa-
bia Corporación me abrió sus puertas. Y heme aquí, can-
dido presentante en ella de uno que las tiene de par en
par abiertas, porque los sufragios de sus compañeros se
112
han ceñido á reconocer grandes merecimientos prego-
nados por todaiá'las personas competentes, y por la gene-
ral y bien adquirida fama. La Academia Española en es-
te día, como en muchos otros, reconoce y declara, ó si
se quiere sanciona, lo que el público y los doctos unáni-
memente han decretado, es á saber: que el ingenioso au-
tor de La Alpujarra y El escándalo^ y del drama intitu-
lado El hijo pródigo^ y de El suspiro del morOj y del
precioso cuento El sombrero de tres picoSy y de tantas
otras composiciones en verso y prosa, todas agudísimas
y llenas de inspiración y de gracia, es digno, dignísimo
de sentarse entre los proceres de las letras españolas,
para que los ayude á cumplir los patrióticos fines de su
instituto.
Así, de hoy en adelante, la Academia, que ve mer-
madas sus gloriosas filas con pérdidas nunca bastante
lloradas; qué echa de menos á hombres como Ángel Saa-
vedra. Duque de Rivas, el cual bondadosamente me apa-
drinó á mí en ocasión idéntica por recuerdo cariñoso de
haber derramado su sangre hidalga al lado de mi buen
padre en la guerra de la Independencia; y como Bretón
de los Herreros y Ventura de la Vega, y Pidal y Donoso,
y Aparisi y Catalina; la Academia, digo, que tiene aho-
ra mismo el buen gusto y la honda pena de considerar
como presente al insigne Hartzenbusch, ausente por en-
fermo casi todos los días en que celebramos junta, con-
tará con la ayuda inteligente y vigorosa de Alarcón pa-
ra cultivar y fijar la elegancia de la lengua castellana;
para formar un arsenal precioso de estudios crítico-lite-
rarios, históricos y filológicos, que sirvan de guía, en-
señanza y deleite á los estudiosos, y para fomentar las
11 letras, ya juzgando con acierto en los certámenes, ya in-
l<
413
formando con recta imparcialidad al Grobierna sobre las
obras dignas de su apoyo y protección, ya enseñando
con él ejemplo de las suyas, bien pensadas y elegante-
mente escritas. ^
Lo que no todos sáben„ y merece saberse, es que el
Sr. Alarcón ha cursado coh fruto la primera y fnás alta
de todas las ciencias, la que se adorna con el candida co-
lor de la pureza, la que trata de Dios y de sus atributos,
la sagrada Teología. Su, presencia en la Academia Espa-
ñola es útil, no sólo como hijo predilecto de las Musas,
sino como entendido en el ramo del saber que hoy, por
desgracia, halla menos cultivadores en esta Corporación.
Viene, pues, de una parte, nuestro nuevo compañero, ;en
auxilio de los grandes escritores que pueblan estos esca-
ños; y de otra, á compartir las faenas del R. Fernández,
docto y elocuente académica* de Húmero*, y de nuestros re-
nombrados correspondientes el Sr. Benavides, Patriarca
de las Indias; el Sr. Monescillo, Obispo de Jaén, autores
uno y otro dé oraciones fúnebres en lasljonras de Cervan-
tes, que acrecentaron, si es posible, su justo renombre; y
el R. P. Fidel Fita, en cualquier linaje de estudios pro-
fundísimo, sabio á toda ley, no de aquéllos de similor que
engañan á la ciega muchedumbre, modesto y generoso:
lo cual no maravilla á los que conocen que es soldado de
la santa milicia fundada por San Ignacio de Loyola, glo-
ria de* Guipúzcoa, honor de España, admiración del
mundo y regocijo del Cielo.
Cuando se enaltece á un orador cuyas palabras se ha
llevado el viento, queda lugar á la desconfianza y á la
duda; con especialidad ahora que todos son oradores de
nota á los ojos de su partido. Pero con Alarcón no pasa
esto: ahí tenéis sus excelentes obras, dadas á la estampa;
4U
ahí está el discurso que os ha leído, impreso, para que
no os dejéis llevar de fugaces juicios apasionados. Ahí
tenéis esa oración gallarda, en que noblemente se vuel-
ve por los fueros de la bella y verdadera literatura, re-
clamando el dictado de obras excelentes- del ingenio
para las que confiesan á Dios, .para las que rinden culto
á la virtud s para las que enaltecen al hombre, dotado de
alma inmortal hecha á imagen y senjejanza de su Cria--
dor omnipotente-
Dice muy bien el Sr. Alarcón: es aborrecible eso que
se llama el arte por el arte. No se puede tolerar, no se
debe consentir, ni en artes ni en letras, la preocupación
impía y salvaje de la forma por la forma misma, de la
forma como objeto, como fin único ó esencial de letras
y artes. No," eso, no es arte ni literatura: eso es iliterario
y antiartístico. Quien acaricia la insensata pasión de ha-
cer admirar en sí misma una forma artística, y producir
efecto exclusivamente por la forma, ese destruye la pri-
mera condición del arte, la cual no es otra que la expre-
sión de la ideíi. El que rebaja las letras al humilde terre-
no del realismo hoy al uso, mutila al hombre, decapita
BU personalidad, y convierte el buerpo, no en cárcel, si-
no en tumba del alma. Bueno es — ¿quién lo duda? — que
el cuerpo esté sano, y aun mejor si parece hermoso y
bien proporcionado; pero el alma es la destinada á la su-
prema belleza, á la angelical hermosura, á los esplendo-
res de la inmarcesible gloria perdurable. Lo mismo suce-
de en las artes; sus producciones han de tener espíritu y
cuerpo. Cuídese en buen hora el cuerpo, la forma, la ex-
presión; reconozco su valor, y un valor no así como
quiera grande, sino muy importante; pero la idea es lo
principal, la íbrniA su sierva, dócil y sumisa, sin la ne-
115
cedad y locura de pretender erigirse en señora; sierva
que sabe cumplir con su obligación esmerándose en que
la idea á quien sirve sea simpática, agradable, bien re^
cibida por todos en todas partes, distinguiéndose en la
limpieza, galanura y buena disposición. La señora man-
da y dirige: es rey que reina y gobierna; la forma es un
ministro de ineludible responsabilidad cuantas veces no
acierte á abrir paso fácil, llano, agradable y simpático
á la reina' y señora á quien presta vasallaje.
En nada se ve con tan grande claridad esto como en,
la oratoria. Supongamos que una gran idea, profunda,
luminosa, civilizadora y aun salvadora, sabe hallar su
defensor y propalador en un hombree elocuente: la idea
será comprendida y aplaudida por la muchedumbre; el
mundo deberá su salvación á la idea, y la idea su pron-
ta y rápida popularidad al orador elocuente: la forma
fué hasta allí un servidor que cumplió bien y fielmente
su obligación más sagrada. Supongamos ahora que la
idea* ocurrió á ün hombre de palabra difícil y aun soño-
lienta, y que el auditorio le vuelve la espalda huyendo
el fastidio, que se había de convertir en invencible modo-
rra. Ia idea seguirá siendo hermosa y salvadora, pero
sin cuerpo donde encerrarla y -hacerla sentir y amar del
público. En el primero contemplamos al gran orador; en
el segundo echamos de menos algo, mucho, para otorgar-
le aquel nombre. Pero todavía, así y todo, puede ser útil-
al género humano, •porque si le llega á entender (que sí
llegará si la idea es verdaderamente buena) algún ora-
dor cumplido, y se la apropia, y la explica y la hace
amable, el mal encontró afortunadamente remedio. Mas^
suponed ahora un hombre que dé al yiento palabras, pa-
labras y palabras^ que suenen bien y nada enseñen en
H6
substancia- Este tal, aunque se haga aplaudir, que no se
forje ilusiones jamás: ni es gran orador, ni sigue las tra-
diciones de] arte cultivado por el saber y el ingenio ver-
dadero desde las edades más remotas. Le aplaudirían,
como se aplaude un bien acondicionado instrumento ó á
un hálñl instrumentista. Pero un instrumentista, un me-
ro instrumenlista, no es Mozart, no es Béllini, no es el
gran composilor, no es el gran músico,. no es el crea-
dor sublime d& belleza; como el forjador de resonantes
y verbosos períodos, no* es, por sólo esto, grande oradojr.
' Y si no, que lo ponga á prueba: el orador insigne con-
vóncej conmueve, arrastra; pues bien: que éste de que
voy hablando quiera^ oon altisonante arenga, arrastrar
en pos de sí á sus oyentes á reñir empeñada batalla, y
verá cómo queda solo, y su auditorio riendo de la candi-
dez con que pudo creer que los aplausos dispensados á la
palabra vacía habían -de igualarse con aquéllos, quizá
menos ruidosos, dispensados á una idea grande expresa-
da con acierto, con ftcactitud y con belleza.* Ésto es elo-
cuencia; para lo otro tiene una frase hecha el castellano:
aquello es hablar por hablar.
Produce más utilidad y deleite oir cómo dulcemente
gorjean los ruiseñores en •la enramada, y cómo, al cru-
zar por ella, con manso ruido gime el viento mientras
le saludan temblorosas las*hojas de los árboles y sjis co-
* pas se mecen con movimiento blando y suave; y rom-
piendo su cristal en perlas, se arrojan desde lo alto las
cascadas, y bordan la pradera los alegres y fresquísimos
arroyos. El orador vacío nada dice al alma humana; y
< por él conti^ario, los trinosde las aves y el rugido'de las
fieras, el bramar de los vientos y el 'dulce susurro de .la
fuente, y de] arroyo y del río, y las olas encrespadas de
fi7
alborotada mar, componen un himno sublime al Autor
de todo lo criado. Entonces el alma se eleva desde la con-
templación de las cosas que oye y ve, á las que no ve ni
oya, y ^e realmente son; el corazón, -Heno de amor y
de agradecimiento, se rinde á adorar al Autor de todas
las cosas visibles ó invisibles, dóblase involuntarianiente
la rodilla, y salta del pecho regenerado enardecida la voz
humana á celebrar las glorias de Dios, criador y conser-
vador providente del universo.
La fe es precisa, indispensable á toda criatura huma-
na; pero más que á nadie al orador, al poeta, al artista.
Por eso no merecQU tal nombre, ni produceij obras de
arte verdaderas los incrédulas.. Contemplad al verdadero
artista:* alegre cuando ha visto el ideal de una obra, se
entristece conforme adelanta en ella; y al terminarlí^, el
mundo aplaude, y él eStá descontento, porque no ha po-
dido hacer con sus manos ó con su palabra todo aquello
que adivinó, y vio, y contempló en el instante de la ins-
piración divida; porque el cuerpo no sabe reelizar todo
lo qué el alma siente ó presiente;- porque el alma, deste-
rrada del Cielo, aspira al Cielo, y los grandes artistas
.consiguen entreverle. El cuerpo, cárcel estrecha, no al-
canza á tanto;, la bestiezuela de la carne limita los Ijori-
zontes del poeta y del artista; y mientras el alma force-
jea para subir hacia lo alto, el cuerpo^ miserable se des-
ploma hacia la tierra. En esta lucha, el gran artista sube
. lo bastante para asombrar *al mundo,* pero nunca todo lo
que su.allna había concebido; porque al ir á realizarlo, •
se' encuentra el alma desterrada y prisionera.
' Ahora bien, el arte por el arte no es sino el realis-
moj como ahora se dice; el cual, deflnidQ por sus apolo-
gistas, consiste <en que los hombres,' desprendidos del
US
mundo sobrenatural y viviendo en el mundo real, quie-
ren contemplar, no ideas ni símbolos, sino personas y
cosas; porque ellas no son un signo al través del cual se
manifiesta el pensamiento místico, sino que tienen valor
y belleza de por sí, y la mirada se fija sobre las cosas
reales, tales como ellas son, con tal de estar bien copia-
das é imitadas, sin que las abandone un punto para pa-
sar adelante ni pensar más allá.» Ó sea, como dice un
gi*an orador cristiano, «supresión del más allá; las pers-
pectivas de lo ideal, cerradas á la contemplación y á la
expresión de los artistas, > Es decir, obras para los ojos,
para los sentidos groseros y deleznables, no para el al-
ma nobilísima ó inmortal.
Pues, ante todo, el que imita así á la naturaleza, no
piense que la imita exacta y completamente; por el con-
trario, la envilece y la mata. NÓ quiero yo, ni quiere
nadie, que las artes y las letras prescindan del mundo
real; pero queremos que no se prescinda de lo ideal, de
lo sobrenatural que late y palpita en lo real. Quien no lo
sienta latir y palpitar, no es artista ni poeta.
En segundo lugar, yerra el que da nombre de artista
al servil imitador de la naturaleza: las artes no se limi-
tan á imitar, sino que aspiran á interpretar la obra de
Dios á los ojos de la muchedumbre. Así como saliéndose
del cuerpo caducó el alma inmortal la materia se co-
rrompe, del propio modo en prescindiendo de lo ideal, en
no viendo en el mundo á su Criador, no se interpreta, se
copia; no se pintan cuadros, se hacen fotografías á todo
lo más; flores de un día, gustosas de ver á la mañana,
mareliitas y deshojadas á la tarde.
Mas con esto, sólo habríamos de lamentar la pérdida
de las artes: {)órdida inmensa, incalculable, deshonrosa,
449
tremenda; pero que aJ cabo, por sí sola, no traería la fin
del mundo. Mas ahí no para el daño: el daño consiste en
que el realismo ón las artes corresponde fiel al materia-
lismo en la ciencia; el daño consiste en que el realismo
de las artes y el materialismo en la ciencia son el sen-
sualismo en, la sociedad; y las sociedades que caen en el
sensualismo están á' la puerta de la barbarie, y á dispo-
sición del primer conquistador que se digne castigarlas.
• Un pueblo que pase treinta 6 cuarenta años danzando el
can-can^ no solamente en sus bailes de gente perdida,
sino en sus dramas, en sus novelas, en sus canciones, en
sus cuadros y hasta en sus edificios, y creyéndose civili-
zador se entretenga en pasear por el mundo su lite-
ratura realista, Materialista y sensualista, no hay duda,
caerá vencido y humillado ante el primer enemigo que
con cualquier pretexto le invada. Ese desventurado pue-
blo se hallará sin fuerzas para defenderse noble* varonil
y heroico; verá caer los muros de sus fortalezas al sim-
ple rumor de las trompetas de sus invasores, aunque no
sean éstos, ni con mucho, el pueblo de í)ios; verá sus
meretrices bailar el can-can al compás de las músicas
extranjeras, á sus avaros contratistas suministrar víve-
res y provisiones al extranjero enemigo, y buscará su
salvación por el momento en las arcas repletas de sus
hijos degenerados.
¡Dichoso mil veces ese pueblo, si contrito vuelve sus
ojos hacia Dios y le desagravia confiando en su Provi-
dencia! ¡Infeliz de, él, si insensato .busca de nuevo los
placeres en la contemplación de la materia deificada, y
se venga de su invasor enseñándole las muecas del can-
can/ Si esto hace así, que se prepare á ver abrasados sus
edificios soberbios, derruidos sus monumentos insignes,
<20
asolados sus feracísimos campos; y no por fuego del Cie-
lo, sino, para mayor ignominia y para escarmiento más
terrible, por fuego brotado del infierno, propagado .por
demonio^ disfrazados de hombres y mujeres, y manteni-
do con petróleo. Si lá sociedad^ con la enseñanza de sus
fil(3sbfos, con los- acordes, acentos de "sus poetas, con la
maravillosa y electrizadora palabra de sus oradores, y
con la deleitable seducción de las artes, formando^ un
himno magnifico y universal, levanta su corazón arri-'
ha,' sobre ella como benéfica lluvia derrama Dios sus
misericordias. Si persiste en el camino de la perversión,
y todo espíritu se materializa, y todo corazón se manci- ^
^ lia, labora se acerca, el castigo está próximo; los festi-
nes* se suceden, la literatura realista se multiplica, las
artes paganas se embrutecen, el cielo se encapota, la*
tierra se anega, y desquiciado el mundo, vuelve al es-
tado salvaje. . * . .
Éstos son los frut03 del materialismo en la filosofía,
del Sensualismo en las costumbres, y del realismo en las
letras y en las artes.
Pero ¿qué culpa tenemos nosotros, dicen los artistas,
de que sea el mundo así? Lgi sociedad influye en nos-
otros, y nos obliga y nos fuerza; dando gusto al público,
nos aplaude, y con el aplauso, de suyo agradable y gus-
toso, .vienen pocos ó muchos los medios materiales de
sustentar la vida. Con esto nos contentamos en España;
en Francia es otra cosa: allí se enriquecen los escritores
que siguen el corrompido gusto del público, y riéndose
. de la multitud, exclaman:
El pueblo es necio, y pues lo paga, es justo
Hablarle en necio para darle gusto.
Apresuróme á confesar que,' en parte, no les falta ra-
zón á los que de esta manera se defleiíden. Dicen bien,
en cuanto aseguran que así se 4ogra mayor ventaja ma-
terial y positiva; dicen la verdad, en cuanto afirman que
los. éxitos colosales, espléndidos, beneficiosos; que ías re-
peticiones á centenares de dramas inmorales y las edi-
ciones á docenas de i^ovelas pestíferas, se obtienen dan-
do placer al gusto depravado del público, influido pre-
viamente por máximas que no han nacido en las letras
JÁ en las artos. Pero ^en qué quedamos? ¿Sois artistas ó
jornaleros? ¿sois poetas ó mercaderes? Si queréis entrar
en el gremio de los comerciantes, no habléis, por Dios,
no habléis de vuestra misión ni de vuestro sacerdocio.
Hablad de vuestra industria, hablad del mostrador, ma-
triculaos en el tribunal de comercio; pero no o^ llaméis
poetas ni artistas. Contentaos con unas cuantas pesetas,
ó con muchos pesos dui;os, y renunciad á los lauras in-r
marcesibles de la inmortalidad.
También tienen razón, si dando en su defensa un paso
más, exclaman: bien está, cierto es; viciados están nues-
tros entendimientos, pero no la voluntad. Respirando
perpetuamente un aire corrompido, se dañan nuestros pul-
mones; devoramos el aire emponzoñado de la sociedad,
y devolyemos con creces, sin saberlo y sin quererlo, lo
que hemos respirado. ¿Cómo se vive entre aguas estan-
cadas sin padqcer de fiebres perjiiciosas? Si nuestros en-
sueñois son calenturientos, es porqué la sociedad én que
vivimos es pestilente. Sanead el aire, purificad la atmós-
fera, y nos hallaréis curados: nuestras producciones co-
rresponderán al aire puro, ál alimento sano, y devolve-
remos al pueblo, en libros verdaderamente bellos, y por
lo tanto morales, las enseñanzas saludables que reciba-
mos. Pero vosotros, añaden los poetas y los artistas;
122
vosotros, gobernantes; vosotros, filósofos; vosotros, hom-
bres de mundo y de sociedad, vosotros nos inficionáis,
nos corrompéis, y después lanzáis sobre nosotros san-
gilen tos anatemas porque popularizamos, por medio de
obras de ¿irte, entre vuestras esposas, vuestros hijos,
vuestros colonos y vuestros criados, aquello mismo que
de vosotros aprendimos, ;,Quó hemos de pintar sino lo que
presenciamos? ¿Qué hemos de retratar y describir sino
lo que vemos? Y puesto que lo que vemos nos lo ponéis
vosotros delante de los ojos, sed justos, no nos saquéis á la
vergüenza, miraos al espejo, y veréis que sois tan feos
y deformes como los retratos que hacemos de vosotros.
Cierto; no liay duda, en todo ello les asiste gran parte
de razón á dramaturgos, novelistas y pintores:
Todos en Él pusimos nuestras manos.
Pero tienen alguna razt'm, gran parte de razón; no razón
completa. Ya se dijo en otra ocasión solenme en esta
misma Academia: si no podéis, ó no os atrevéis á robus-
tecer con vuestras obras el principio de autoridad en
pontíflceSj royeSj padres ó maridos; si no acertáis, por-
que obscurece la vista la niebla densa que os rodea, y es-
tán íalseadas las nociones de virtud y de vicio, á pintar
el \dcio siempre aborrecible y defgrme, y la virtud ci-
ñendo la merecida corona, renunciad, al menos por
ahora, á ser transcendentales: sed siquiera inocentes.
«Vuelvan las musas á morar en regaladas florestas, con
su gracioso antiguo continente, ceñida de flores la cin- '
tura; dejen de andar á pie y descalzas, desaseadas y en
cabello por esaü calles, y tornarán á ser queridas y res-
petadas (^).>
(1) Discurao de racepcioa del autor de esta respaesta.
m
. ¿No podéis nadar, poetas y artistas, contra las corrien-
tes (ftxe hoy arrastran al género humano? Pues escuchad
el sano consejo que os da un orador eminente en bellí-
simas palabras: < Yo os lo conjuro en nombre de la litera-
tura y del arte, en nombre de su dignidad y de la nuestra:
dejad, dejad caer sobre esas bárbaras tentativas que al-
canzan éxitos prodigiosos, tesoros de indignación vale-
rosa y de generosa cólera; azotad, azotad, y para la ma-
yor gloria de la verdad, de la virtud y del arte, arrojad
del templo de las artes á los profanadores de la belleza.
—¿No podéis? ¿no osáis? Pues ¿por qfié y para qué exis-
tís? ¿Por qué ni para qué lleváis el nombre hermoso de
poetas, de oradores y de artistas, que á tanto os obliga,
ái es solamente para seguir las corrientes de deprava-
ción que arrebatan al género humano? ¡Ah! si no tenéis
otro objeto que precipitar nuestra caída, dejadnos; rom-
ped vuestras plumas, destruid vuestros pinceles, destro-
zad vuestros buriles; no seáis cómplices de nuestra caída
con vuestras obras: el peso de nuestros errores y de nues-
tras costumbres basta para hundirnos en el abismo. »
Pero esas palabras son sospechosas: son de un enemi-
go del progreso y de la civilización moderna; son de un
ultramontano; son de un Jesuíta. Pues bien, escuchad:
oídlas de un académico que las ha puesto en verso.
¿Diréis que es ultramontano el Sr. Núñez de Arce? Pues
oídle:
¡Todo se anubla, todo
Choca, todo est4 heridol
Pide estragado el arte
Su iuspiración al vicio,
y entre el alegre estruendo
De infames regocijos,
La sociedad oscila
411 '• ' - .
Sobre ai obscuro abismo.
4 ]?o£^tasl hasta tanto , ^
Que la borrasca pase, ' » *
Colguemos nuestras arpas
De los llorosos sauces.
, ' - Tal vez cuando la tierra
^ Nuestros despojos guarde, * ' ^ »
^ El viento las sacuda,
Y vibren, giman, canten (í). ^ .
Ya lo veis: Núñez de Arce es poeta, y cuando quiere
cantar, en vez de hacerse cómplice de los infames rego-
cijos que nos embrutecen, aniquilan y deshonran, pro-
testa valientemente y hace coro, con, inspirados versos,
á las inspiradas palabras del elocuente Jesuita. -
Y dice más nuestro compañero cuando habla como
poeta, que es cu-ando ve la Verdad, inseparable herma-
na de la belleza, aunque el vulgo piense lo contrario:
Guando la poesía desfaUece
Y oual ebria bacante desceñida
' , Se revuelca en el faiigo, y se envilece;
Guando Ja muchedumbre descreída,
En torpes cspeclaculos apura - *' -
Los más brutales goces de la Vida:
Eptouces, como eí aire oori'ompido
Que invadiendo el espacio, se dilata
Lento, invisible, acaso no sentido,
La cólera del Cielo se desata, ^
, ' Avanza sin cesar, muda y sombría,
Y como el rayo y la epidemia mata-
Enlonces Dios sobre la rasa impía
Que marcha presurosa hacia el abismo,
Sus horrendas catástrofes envía (i)*
(4; Núúez de Arce— Criros del coTnhate, 1875, págs^ 116 y 447.
(i) NQñez de Arpe. —Gritos del aúmbaín, iS73, paga, *29 y 430, Por me-
12&
Pero sucede que el vulgo de los no poetas suele, decir
que, mal que nos pese á los ultramontanos y al Sr. Nú-
flez de Arce, todos los siglos, sin excluir el siglo de oro
d^ nuestras letras y artes, han aportado al acervo co-
mún su contingente de;inmoralidad. Á esto, en primer
lugar, respondo que na hay que confundir ciertas desen-
volturas en el lenguaje con la verdadera inmoralidad;
que á oídos inocentes de personas cí'eyentes y piadosas
no les puede ofender alguna palabra ó frase, ó pasaje ó
escena, dé cierta libertad y desenvoltura por su forma
extema; que nosotros oímos con malicia y comentamos
con fruición algo escrito en el siglo de oro sin átomo de
impiedad ni de inmoralidad; porque el que es creyente,
y habla con creyentes, usa de cierto candoroso abando-
no que es peligroso para un auditorio maligno, así co-
mo inofensivo para un pueblo creyente y honrado. Pero
aun siendo exacto, como efectivamente lo es, que todos
los tiempos, aun los menos depravados, tuvieron su co-
secha de perversas obras, al fin como' de hombres, con-
testa á,la objeción nuestro nuevo compañero, de un mo-
do que no admite réplica, en su excelente discurso. Una
cosa es producir obras inmoiítles, y otra matar la con-
ciencian no puede ser lo mismo afrontar los remordi-
mientos que pesan al cabo sobre qu^en borrajeó y sacó á
luz obras provocativas, que suprimir los remordimien-
tos. Se ha obrado el mal, sabiendo que era malo; pero
no se ha tenido la audacia de presentar lo malo como .
bueno,^ la bondad como tontería, y la santidad como es-
téril sacrificio: eso no ha sucedidg nunca hasta ahora
hace diez y nueve siglos.
nos qae esto se llama hoy ultramontano á cualquiera que lo diga en pro^
sa. Por fortuna, no es ofensa; antes bien grandísima honra. '
^36
¡Pero si se hace más! ¡Si se llega hasta falsear el di-
vino misterio de la Redención! Las generaciones que
nos precedieron tenían costumbre de ver en la escena á
D- Juan Tenorio seduciendo incautas doncellas y ma-
tando hermanos y padres celadores de su honra, para
ser después tragado por el infierno á vista del aterrado
espectador. Ahora no podemos tolerar semejante injus-
ticia: somos tan tolerantes, tan benévolos, tan finos,
tan bondadosos, que nos gozamos en la seducción y el
escándalo: y á presenciarlo y aplaudirlo acudimos todos
los años, cabalmente el día de la Conmemoración de los
fieles difuntos; y para falsificarlo todo, necesitamos que
D, Juan se salve, y que á nuestra presencia se vaya yes-
tido y calzado al Cielo, no en las alas del arrepentimien-
tOj la contrición y la penitencia, sino por el amor sen-
sual de una mujer que abandona las mansiones celestia-
les, y renuncia á ellas, no para salvar un alma' cristia-
na diciéndole
¡Ay de tí si no aprovechas
La eternidad de un instante! ^
sino para requebrar de amores al libertino desalmado ó
impenitente. /
Si Tirso de Molina levantara la cabeza y viera tal pro-
fanación de su Burlador de Sevillay volveríase luego des-
corazonado al sepulcro. Afortunadameiite, el personaje
fantaseado por el fraile de la Merced, y su cristiano
poema, conservan el desenlace cristiano en la obra que
admira el mundo realzada y sublimada con las melodías
de Mozart.
Adviertan los que de Dios
Juzgan los castigos grandes,
127
Qae no hay plazo que no llegue
Ni deuda que no se pague (4).
Pero ¿es cierto que ho.se puede ir contra la comente?
¿Es verdad que sea preciso humillarse ante las deprava-
ciones inicuas, ó romper la lira? ¡Oh! no: Alarcón puede
decir en voz alta, y os lo acaba de decir con regocijo,
que el Bien ha sido siempre su norte, que se ha propues-
to ser útil á la familia y á la sociedad si ensayaba la no-
vela, consolador del espíritu humano cuando pulsaba su
arpa. Sin embargo de lo cual, y por ello' precisamente,
puedo yo afirmar, á presencia del primer Cuerpo litera-
rio de España, que sus novelas son muy leídas y sus
poesías muy apreciadas. Pues lo que Alarcón hace en
medio de los errores contemporáneos, ¿por qué no lo
pueden hacer todos los peregrinos ijigenios de la patria?
El público influye en ellos, no lo niego;. pero ellos influ-
yen en el público; y puesto que hablan á toda hora ,de
su misión y de su sacerdocio^ no parece exigirles mu-
cho con obligarlos á que lidien contra la corriente y den
pruebas de valor y de vocación verdadera.
Creerá alguno que Alarcón, en este punto, es un con-
vertido; no por cierto: mi digno ahijado tiene la dicha de
haberse conducido siempre honradamente en el campó
literario. Por el año de 1855, siendo casi niño, escribía
y daba á la estampa La Noche-buena del poeta. Describe
la que pasó á los siete años de su edad, en su pueblo:
<En mi pueblo, á noventa leguas de Madrid, á mil le-
guas del mundo, en un pliegue de Sierra-Nevada. —
¡Aún me parece veros, padres y hermanos! — Un enorme
(4) El Burlador de Sevilla y Convidado de pterfra.— Comedias de Tirso
de MolÍ9a coleccionadas por Hartzenbusch, pág. K89 de la edición de Ri-
vadeneyra. ,
tronco de encina chisporroteaba en medio del hogar; la'
negra y ancha campana de la chimenea nos cobijaba; en
Ids rincones estaban mis dos abuelas, que aquella noche
se quedaban en casa á presidir la ceremonia de .familia;
en seguida se hajlaban -mis padres; luego nosotros, y *
entre nosotros, los criados. — ^Porque en aquélla fiesta to-
dos representábamos ¡a. casa, y á* todos debía cjalentar-
nos'el mismo fuego Algunos copos de nieye caían
.por ^1 cañón de la chimenea ¡y el viento silbaba á lo
lejos, hablándonds de los ausentes, de los pobres, de los.
caminantes!
>Yo no ceno en mi casa hace algunas Noches-buenas.
— Mi pueblo há desaparecido en el océano de mi vida,
como el islote que se deja atrás el navegante. — Ya no
«oy aquel Pedro, aquel niño, aquel foco de ignorancia,
de curiosidad y^de tristeza, que penetraba temblando en
la. existencia. — Yo soy ya nada menos que un hom-
bre, un habitante de Madrid, que se arreUana cómoda-
mente en la vida, y se engríe de su amplia independen-
cia, como soltero, como novelista, como voluntario de
la orfandad que soy, con patillas, deudas, amoreá y tra-
tamiento de usted!!!
• »|0h! Guando comparo mi. actual libertad, mi ancho
vivir, el inmenso teatro de mis operaciones, mi tempra-
na experiencia, mi alma descubierta y templada como
un piano en noche de concierto, mis atrevimientos, mis
ambiciones y mis desdenes, con aquel rapazuelo que to-
caba la zambomba hace quince años en un rincón de An-
dalucía, sonrióme por fuera, y hasta lanzo una carcaja-
da que considero de buen tono; mientras que mi solitario
corazón destila en su lóbrega caverna, procurando que
no la vea nadie, una lágrima pura de infinita melancolía.
<29
>Lágrima santa, que un sello de franqueo lleva al
hogar tranquilo donde envejecen mis padres! > *
¡Oh, Sr. Alarcón, mi digno y querido amigo! Esa lá-
grima es una perla: de esa preciosa margarita brotan y
caen como bendición sobre la frente del poeta los ver-
sos con que termina, puestos en boca de un padre, la co-
media intitulada JS*/ hijo pródigo:
|Sí..?.. serás bueno lo sé I ,.
Que ya, aunque lejos de mí,
No estás solo en tu aflicción;
Pues irán eternamente
Mi bendición en tu frente
Y Dios en tu corazón! i
El hijo pródigo, comedia representada ó impresa en
1857, parece el desenvolvimiento de La Noche^buena
del poeta. La idea de la santidad de la familia cristiana
está profundamente grabada en el alma de Alarcón, y
nunca la olvida, y jamás deja de dar con ella vida y ca-
lor á bien inspirados cuadros, á escenas interesantes y
tiernísimas, que hacen salir dulces lágrimas á los ojos,
derraman consuelo en el corazón, y arrancan involun-
tarios aplausos aun de aquéllos que no rezan por sus
muertos el día 2 de noviembre ni pasan en su casa la
Noche-buena; tipos admirablemente pintados por Alar-
cón en el artículo y la comedia. Todo el que lea una y
otra producción, tomará cariño al autor; no puede me-
nos de quererse á quien de sí decía: < Algunas familias
en las que soy un extranjero, me han querido dar la li-
mosna de sil calor doméstico, convidándome á comer —
¡porque ya no cenamos! — Pero yo no he ido; yo no quie-
ro eso: ya busco mi cena pascual, la colación de Noche-
buena, mi casa, mi familia, mis tradiciones^ mis recuer-
9
/ 130 .
dos, las antiguas alegrías de mi alma, ¡la Religión que
me enseñaron cuando niño!>
' Tampoco es posible no estimar á quien más ajdelante,
en 1874, saca á luz estas palabras, propias del nobilísi-
mo pecho de un literato eminente, y hombre de bien:
€jEl Rosario! Veinte años hacia ya por lo menos que no
lo veíamos reccfrrer á aquella hora y de aquel modo (se-
gún la inmemorial costumbre) otras ciudades, villas y
aldfeas de la proverbial tierra de MarUt Santísima. — ¡Y
qué veinte años! Durante ellos, los misfnos que solíamos
felicitarnos de k desaparición del antiguo orden social y
político de España hemos venido á reconocer, en
cambio, á fuerza de crueles lecciones,... I que esa libertad
y esas i^ieas, lejos de domesticar, de civilizar, de dignifi-
car más y más cada día á las clases bajas..... las han he-
cho retroceder á la ¡irimitiva barbarie. — Inútil, ocioso,*
necio, y sobre todo peligrosísimo.....' fuera cerrar los
ojos á esta verdad que palpita en el fondo de la conciencia
de cuantos hemos dirigido la voz al pueblo (creyéndo-
nos sus redentores) desde el periódico ó desde la tribu-
na; desde el libro ó desde la cátedra. ¡Imposible escapar
, á nuestros remordimientos! Los espantosos resiíltados de
nuestras bien intencionadas, pero imprudentes provoca-
ciones, están harto á la' vista en todas partes Así
pudiera continuar mucho tiempo, á riesgo de que se me
considerase neo-católico, ultramontano, retrógrado, obs-
curantista, persa, carlino y partidario del Tribunal de la
Inquisición. — Mas creo haber dicho ya lo bastante para
explicar la profunda complacencia que nos causó aque-:
lia noche ver al pueblo orgivense, representado por sus
hijos, hacer pública profesión de su fe- cristiana (^).»
(\) La Aipujarra, 4874, págs. 479 y 480.
131
íío importa que haya andado por medio de los <vates
del siglo XIX convertidos^ en gacetilleros;» que hayfi
visto <á la musa con las tijeras en la mano despedazan-
do sueltos; á los que en otros siglos hubieran cantado la
epopeya de la patria zurcir artículos de fondo para re-
habilitar un partido: > Alarcón ha arribado á puerto s^-.
guro, y con el amor de la familia que la Divina Provi-
dencia le ha dado, ve coronados todos sus esfuerzos, di-
sipadas sus zozobras, realizados sus ensueños, logradas
sus esperanzas,
¡Penas! ¡Recuerdos! ¡Horas desaprovechadas ó mal
invertidas!.
¿Quién no lleva escondido
'Un rayo de dolor dentro del pecho?
¿Por cuál dichoso rostro no han corrido
Lágrimas de amargura y de despecho? *
¿Quién no lleva en su alma
¡Ahí por muy joven y feliz que sea,
Un penoso recuerdo, alguna idea
Que, nublando su luz, turba su calma? 0).
De El Escándalo^ novela de Alarcón dada á la es-
tampa en 1875, no hay para qué hablap: quien no la ha-^
ya leído debe leerla, y hará amistad en seguida con un
P. Manrique, que es, según frase feliz de Alarcón, como
todos sus'hermanos: <en la Compañía de Jesús no hay
más que un alma el alma de San Ignacio (Je Loyola.»
Hará amistad con el heymano portero de la casa del Pa-
dre Manrique; hará amistad con la Abadesa y con las
Monjas del convento en que estuvo. una Gabriela tres
años; hará amistad con un Lázaro, modelo de abnega-
ción y humildad; y hará amistad con Alarcón, á quien
(4) Espronceda.
432
es preciso, sin remedio, estimar, cuando se acaba de
leer tan noble, tan gallarda, tan interesante^ tan vale-
rosa novela.
Lázaro es, en El Escándalo^ modelo de humildad y
abnegación, porque es cristiano; y por esta razón es per-
sonaje interesante y simpático. Si Alarcón hubiera pres-
■ cindido de Dios en su novela, como se estila ahora; si su
Lázaro hubiera aprendido á ser virtuoso en los libros de
los filósofos y no en el catecismo, no fuera, como es, un
hombre tranquilo y sereno que, queriendo lo más perfec-
to, hace un gran sacrificio, sino que sería un misántro-
po insoportable; en lugar de hacer y decir cosas precio-
sas y sublimes, diría y haría simplezas; en vez de ser
simpático modelo de paciencia y resignación,- sería un
mentecato; y en lugar de disponerse á .cambiar su as-
tronomía por la manera con que miraba al cielo el Padre
Manrique, debiera aparejarse para que le llevasen, por
majadero, á una casa de locos, ya que no hay casas de
tontos. Las obras de arte en que de caso pensado se pres-
cinde de Dios, producen en el ánimo del lector ó especta-
dor efecto contrario al que el autor se propuso. Y si de
Dios se presdnde, no de caso pensado, pero inadvertida-
mente, la. obra resulta necia. Todo esto, sin duda, .tuvo
presente Alarcón al escribir El Escándalo^ y por eso
cabalmente es su novela bellísima y provechosa. .
En el discurso que nos ha leído ahora mismo tiene el
buen gusto de hacer público alarde de que para ól la
* moral es la de Jesucristo, la redentora delalma, la de la
humildad, la de la paciencia, la de la caridad, la del
perdón de las injurias, la que despierta y ejercita todas
las fuerzas de nuestro espíritu imperecedero. Pero donde
se vislumbra el alma poética de Alarcón, es* en el pasa-
133
je en que, hablando de nuestra España, y de su literatu-
ra y de sus artes, prorrumpe en estas palabras, que resu-
men todos los merecimientos de nuestros ínclitos mayo-
res: cAqui, por la misericordia de Dios, no ha habido
nunca el menor asomo d^ idolatría para las obras huma-
nas. Ésta es la tierra de los enamorados, pero no idóla-
tras, de la hermosura; de los paladines del honor; de los
mártires de la patria; de los soldados de Jesú^; de los
siervos de Mar ía.>
Sí; y aun por eso ésta es la tierra de los intrépidos ca-
balleros, d^ los grandes artistas, de los famosísimos es-
critores, mientras no se quebrantó el espíritu católico:
por eso la decadencia es general y evidente desde que
vientos, extranjeros han traído á la tierra de los solda-
dos de Jesús y de los siervos de María desaliento de in-.
credulidad y fiebres de racionalismo.
Notadlo nuevamente, señores Académicos: notad el
singular fenómeno que presenta la historia de nuestras
letras. Cuando el escritor respeta como justo límite el
que pone la Religión Gristiaina, vuela; cuando, llegados
los tiempos modernos, se juzga libre de toda limitación,
se arrastra. Mientras aspiró principalmente al Cielo, al-
canzó fama perdurable en la tierra; desde que rompe con
los lazos que le unen á la gloria eterna, no consigue ni
siquiera la de este mundo. Es muy natural, si bien se
reñexiona, puesto que, como dice el Príncipe de los in-
geniog españoles, <los cristianos católicos más habe-
mos de atender á la gloria de los siglos venideros, que
es eterna en las regiones etéreas y celestes, que á la va-
nidad de la fama que en este presente y acabable siglo
se alcanza; la cual fama, por mucho que dure, en ñn se
ha de acabar con el mismo mundo, que tiene su fin se-
136 •
otras muchas, apelo al testimonio de las señoras, hechas
por Dios, no para componer versos, sino para inspirar to-
do linaje de poesía. Venid conmigo; sigamos á Don Qui-
jote. Un día, lleno de gratitud su nobilísimo pecho, de-
seando corresponder como hidalgo á mercedes recibidas
de unas damas, no pudiendo hacerlo en la misma medi-
da, conteniéndose en los estrechos Umites de su pode-
río, les ofreció lo que pudo y lo que tenía de su cosecha.
<Y así digo que sustentaré dos días naturales en mitad
de ese camino real que va á Zaragoza, que estas seño-
ras tagalas contrahechas que aquí están, son las más
hermosas doncellas y más corteses que hay en el mun-
do, excetando sólo á la sin par Dulcinea del Toboso,
única señora de mis pensamientos.»
El mismo Sancho Panza, creada por Cervantes para
que dude de todo y para que todo lo vea con los ojos de
la carne, el mismo Sancho Panza esta vez quiere el au-
tor que reconozca y confiese que esto es hermoso, que
esto es, además, honrado y bueno; y se rinde á la belle-
za poétiday á la hidalguía, y dando una gran voz excla-
mó: €es posible que haya en el mundo personas que se
atrevan d decir y A jurar que éste mi señor es loco?>
Don Quijote que, entre otras locuras, tenía: la locura de
la modestia, «volvióse á Sancho, y encendido el rostro y
colérico, 1¿ dijo: ¿quién te mete á tí en mis cosas, y en
averiguar si soy. discreto ó majadero?» Puesto en medio
del camino con intrépido corazón, vino un tropel de to-
ros bravos y de mansos cabestros,- y pasó sobre Don Qui-
jote dahdo con él en tierra y echándole á rodar por el
suelo. Para entonces, los que con el caballero estaban^
volviendo las espaldas^ se habícm apartado bien lejoSy te-
merosos de que les había de suceder algún peligro.
437
Decidme, señoras mías, ¿se escribió esto para hacer
reir ó para hacer llorar? Los que leyendo esto se ríen de
Don Quijote, se reirán de todo lo que es poético, de jtodó
lo que es noble y levantado, aunque parezca extrava-
gante: se ríen de la España de nuestros mayores, aban-
donada en Westfalia y maltratada en Utrecht; se ríen
de la heroica locura llamada la guerra de la Independen-
cia; se ríen de los valerosos voluntarios pisoteados en Ca-
bezón, Ocaña y Medellín; se ríen de la España caballe-
resca, porque las damas, zagalas contrahechas, llamadas
Inglaterra, Rusia, Prusia y Austria, le volvieron las es-
paldas y la dejaron sin Gibraltar, y siij Nueva España,
y sin el nuevo mundo descubierto por un loco que se
llamaba Colón, bajo el amparo de la visionaria Isabel la
Católica, conquistado por unos dementes que se llama-
ron Hernán Cortés y Pizarro, y evangelizado por unos
extravagantes que se llaman frailes franciscanos ó do-
minicos.
No, señores: Cervantes no se ríe, sino que llora. Ig-
noro, y me importa muy poco averiguar, si empezó á
escribir su inmortal libro con el intento que en él res-
plandece: lo que sé, y doy por averiguado y cierto, es
que en él fué vaciando su alma, y apareció patente su
corazón generoso, y resultó lo que he dicho.' Aun por
esto, en lo claro de la intención, en la hidalguía de los
pensamientos de Don Quijote, en lo poético de sus de-
signios descabellados, es muy superior la segunda parte
á la primera, aunque ésta parezca más pintoresca y ani-
mada que aquélla; por esto, en la segunda parte nace
un bachiller* Sansón Carrasco, que comete locuras ver-
daderas para curar á Don Quijote de su poética locura;
por .esto, en fin, todos los hechos y todos los dichos de Don
<38
Quijote, principalmente en la segunda parte de su* vida,
son á más no poder nobles, bellos, y sobre todo simpá-
ticos. Porque Don Quijote es Cervantes cáutivoen Argel,
animado de pensamientos conquistadores; Cervantes en
la corte, lleno dQ heridas y merecimientos, y muerto de
hambre; y Don Quijote en su caga, molido á palos ypró-
ximo á tnorir en brazos de su sobrina y de su ama y
de su cura, es Cervantes dando vueltas alrededor del
convento de las Trinitarias, yendo á ver dé continuo á
las Religiosas para consolarlas y para consolarse, y to-
mando el háb^o eíi la Orden Tercera de San Fran-
cisco (^). , . ' .
. ¡Pero se ríe perpetuamente en el Quijote! Ríe, mas no
se burla: también ríe al escribir la dedicatoria del Per-
siles, al día siguiente de darle la Extremaunción; y cier-
to que al esperar tranquilp y con pecho regocijado la ya
cercana muerte, no se burla ni de la otra vida, ni de la
mortaja que prepara para su cuerpo con el tosco sayal de
la Orden franciscana.
• Ni D. Pedro de Alarcón, ni el que tiene la honra de
contestarle á nombre de la Academia Española, estamos
con los que aventuran semejantes boflbadas. Uno y otro,
el nuevo académico aún más y 'mejor que yo, porque es
poeta y yo un humilde prosista, y de la más pedestre
prosa, la que se escribe en papel sellado, sabemos, á qué
atenernos. Ningún soberano escritor ha dejado de ser es-
piritual en sus pensamientos y moral en suscomposicio*
nes. .Ningún: poeta espanpl, ningún artista, ningún ora-
(4) Toftió el hábito en 2 de julio de 4643. Profesó el día 2 de abril de
4646, — «en su casa, dice la partida, por estar enfermo, el hermano Mi-
guel de Cervantes.» Veáse La sepultura de Miguel de Cefvantejt, Memoria
escrita por encargo *de la Academia Española por el Marqués de Molins.-—
Maárid, 4870, imprenta de RiMadeneyra.
<39
dor digno de tal nombre, ha. dejado de ser entre nosotros
católico; porque entre nosotros ha iinperado siempre la
verdad, y no ha habido manera de ser religioso sin ser
hijo de la Iglesia de Dios.
El discurso de Alarcón tiene un objeto altísimo, 6ris-
tiano y español, como sus obras literarias. ¡Venga el se-
ñor Alarcón en muy buen hora á llenar los huecos que
•va dejando en nuestras filas la muerte, j, con la ayuda
de Dios, entre todossacaremos ilesos de la borrasc^t que
corre la literatura, anegada én un mar d^ aguasinmun-
das, los fueros de sti hermosa Dulcinea, del alma huma-
na, hecha á imagen y semejanza de Dios y redimida por
Él en el Calvario! ¡Arriba los corazonesl ^ desdeñando,
como dice Alarcón, los ideales finitos, busquemos .digno
término á nuestras obras elevándonos <á la contempla-
ción del Eterno Ser en quien juntamente residen la Su-
ma Verdad, la Suma Bondad y la Suma Belleza- >
22 de enero de 1877.
DISCURSO
QUE EL
EicMo. Sk. D. EDUARDO SAAVEDRA
leyó en Junta pública
di la Real Academia Española, el día 29 de diciembre de 1878,
al tomar posesión de su plaza de Académico de número.
Señores:
Guando se oyen todavía por los ámbitos de esta sala
los ecos de la voz de D. Manuel Bretón de los Herreros,
y fuera de aquí resuenan á todas horas los justos aplau-
sos que tributa el público á la musa fácil y vigorosa del
dramático más fecundo de nuestro siglo, vano será todo
esfuerzo que intente, ya para levantar mi voz á la altu-
ra de esos .ecos gratos y armoniosos,, ya para hacerme
escuchar por encima de I09 vítores que arranca el solo
nombre del poeta esclarecido, del hablista consumado
que hoy tengo la honra inapreciable de reemplazar en
estos escaños. Y aunque así no fuera, ¿qué podría con-
taros de Bretón que no sepáis, ni deciros de mí que cre-
yerais con entera sinceridad? Gallar, tóngolo por la
muestra más positiva de modestia; y si de este modo evi-
to largo exordio, creo que me lo habréis de agradecer,
141
como yo agradezco con todo mi. corazón, al pisar esfe
estrado, el favor insigne con que me ha distinguido el
voto de la Real Academia Española.
En sus recepciones públicas han sido ya juzgados los
grandes maestros del lenguaje, desde Garcilaso hasta
Quintana; se han discutido las elevadas' cuestiones rela-
tivas á la verdad, á la libertad y á la autoridad en las
artes; se han analizado las diversas manifestaciones li-
terarias en el teatro y en la novela, en la poesía vulgar
y en la erudita; se ha discurrido sobre las relaciones mu-
tuas entre el cultivo de las letras y la oratoria, la polí-
tica ó la filosofía, y se han leído discursos acerca de las
condiciones y progreso del castellano, de su origen y de
sus analogías ó diferencias con lenguas antiguas y mo-
dernas. Después de esto, quien, como yo, no tiene gran-
de acopio para esta ocasión solemne, ha de salir de la
forzosa empresa de dirigiros la palabra llevando vuestra
atención á géneros ó asuntos más humildes, que no por
serlo merecen menos quedar comprendidos en el gran
catálogo de la literatura patria. Si se ha de penetrar al-
go bajo* la corteza exterior del lenguaje; si en preparar
su futura suerte conviene emplear tanto cuidado como
en conocer su historia y consolidar su actual estado, lí-
cita y necesaria es esa dirección en vuestros estudios; y
con ellos, del abundante arsenal de la literatura secun-
daria sacaréis á luz vestigios claros é indelebles del ca-
rácter, de las tendencias, del pensamiento y del modo de
hablar de cada comarca, de cada clase social, de cada
agrupación particular de personas. Convencido de esto,
y de cuan probable es que esperéis de mí algo que se ror
ce con las letras arábigas, he determinado acogerme á
lo más vulgar y menos dificultoso de ellas, haciéndoos
■ U2 .
cbñocer en sus propios escritos á los musulmanes espa-
ñoles sometidos al dominio cristiano, y á sus descendien-
. tes públicamente convertidos á nuestra fe. La creencia '
mahometana, que conservaron, primero, al amparo de
los fueros y capitulaciones, y después, á pesar de orde-
naiizas y duros apremios, fué causa bastante para que
los mudejares y los moriscos, al modo de los judíos, for-
maran una. unidad social perfectamente caracterizada,
una nación distinta en medio de la sociedad española,
aun cuando e;i su mayoría pertenecieran á la raza de los
dominadores y vistieran sus trajes, y vivieran con sus
costumbres, y Jiablaran en su mismo romance.
Por eso» se redactaban en castellano los libros destina-
dos al vulgo, siendo los doctos los únicos que entendían
el árabe; mas como' viva protesta para no conceder la
preeminencia á nuestro idioma, le llamaban ajami, que
vale tanto como extranjero ^ y también, poruña ligera y
antigua corrupción, aljamia W. Claramente se denota el
uso general del romance y el olvido del árabe en el en-
cabezamiento de una alabanza de Mahoma en verso,
donde se dice W <que fué sacada de arabí én ajamí pes-
que fuese más plaziente de la leir y escoltar en aquesta '
tierra.» Pero más persistente que la libertad política,
que los hábitos civiles, que el habla nacional y aun que
el culto religioso, fué entre aquella gente el* alfabeto
arábigo; y . sobrenadando .en el total naufragio de su
peculiar cultura, sirvió largo tiempo para. expresar en
lengua á el extraña altos pensamientos ó sencillos apun-.
(4) Poema de AKo'nso Onceno, v. 4293. MármoU RéUlión de los moriS'
coSf II, 9.
(2) Sitzungsberichte der Kbni(¡L bayer, Akademie der WissenschafUn zu
Münehen. iUO,p,%ri.
\
U3
tes, para alimentar vanas esperanzas ó anunciar lúgu-
bres presentimientos, para llora? amargos desengaños
y fuertes desventuras, . ,
Así es como los últimos musulmanes -de España escri-
bieron el castellano con los caracteres arábigos mucho
más que con los latinos; y por tal circunstancia solemos
dar el nombre 'de libros aljamiados á los que están es-
critos de ese modo, aun cuando propiamente tal deno-
minación pueda y deba comprender á todas las produc-
ciones de los mudejares y moriscos en nuestra lengua,
pues todas pertenecen á una •misma familia' literaria, sin
más diferencia que la externa y accidental de la escritu-
ra. El sistema que adoptaron para acomodar la suya á
nuestros sonidos, ó el modo como emplearon la latina
para expresar vocablos árabes (^), prestan gran luz para
juzgar de la pronunciación peculiar de los muslimes del
lado acá del Estrecho, y aun del valor de ciertas letras
castellanas antes de que se iSjara definitivamente el que
hoy tienen W. No es* la aljamía el único ejemplo de una
leügua escrita con los caracteres propios de otra, pues
los judíos de la Edad Media escribieron en árabe con le-
. tras hebreas, como los de Gonstantinopla imprimen hoy
con ellas periódicos en castellano; y los mismos caracte-
res arábigos emplearon los tártaros de las fronteras de
Ukrania para expresarse en polaco (3): singular, apego á
(O Ea algaaas ocasiones llegaron á inventar nnevas letras para qae cio-
rrespondieran con las arábigas, siendo. el ejemplo más digno de notarse el
libro del Sr. Gayangos, S. 4, donde bay machas combinaciones análogas
á las que asan los orientalistas modernos.
(2) Véase la laminosa Memoria qae sobre este asunto ha pnblicado Don
Leopoldo Egaílaz, titalada BsHtdio tobre et valor de las leiras arábigas m el
alfabetacastellanoy y ea la caal.tribata á este trabajo mío an elogio anti-
' dpado qae le agradezco cariñosamente.
(3). Fleischer, Cat. Bib. Lips., glxxix.
un sistema de escritura, y cuya causa es difícil apreciar.
¿Era la fuerza de rancia costumbre, era supersticiosa ve-
neración hacia caracteres que se miraban santificados
con revelación divina, ó era mañoso ardid para encubrir
de un enemigo poderoso y vigilante secretos de la con-
ciencia atemorizada por .la persecución? De todo debió
haber algo, y por circunstancias muy diversas. Dio nor-
ma, sin duda, para la costumbre, la necesidad de inter-
calar en textos árabes de los alfaquíes y notarios voca-
blos de uso vulgar, como la caloña que se había de pa-
gar 4 una cofadria reunida- en casa de Doña Juana con
los priostes y los escogidos (0; ó el <capuz, sayo, jubón,
calzones, camisones, bonete, zapatos y cinto,> que ha-
bía de suministrar á un aprendiz su maestro (^); y otras
veces era preciso insertar textual, en el acta de un jui-
cio, la querella de las partes ó la deposición de los tes-
tigos, que hablaban tan sólo aljamía (^). La veneración á
los caracteres se deja conocer en el cuidado con que ^
conserva en letras árabes el nombre de Allah en una
antigua alhotba escrita en castellano W\ al paso que ef
desprecio á nuestra lengua se* manifiesta bien en éstas
acerbas expresiones de un alfaquí {^)\ <ni uno solo de
nuestros correligionarios sabe algarabía en que fué re-
velado nuestro santo alcoran, ni comprende las verda-
(\) Actas de ana congregacióo iDusulman^ de U02. Fernández y Gon-
zález, Mudéj. de Cast., p. 396.
(2) Mud. de Cas., p, 437.
(3) Ib. pp. 436 y 438; Formnlarío de escrituras de D. Pascual de Ga-
yaúgos; V. 30. También era muy antigua costumbre fechar con los meses
cñstianos, poniendo ó no la equivalencia de los musulmanes, al fin de los
códices arábigos que se copiaban por los mudejares. Véase B. N. Gg. 45,
88, etc.
(4) Gay. V. ^%.
(5) Ticknor, Hist de la lü. esp., IV, p. 420.
des del adin ni alcanza su excelencia? apura(la, como no
le sean convenientemente declaradas en' una lengua ex^
traña, cual* es la de estos perros cristianos, nuestros ti-
ranos y opresores ¡confúndalo^ Alá! Así, pues, séame
perdonado por aquel que lee lo que hay escrito en los
' corazones, y sabe que mi intención no es otra que abrir
á los fieles muslimes el camino de la salvación, aunque '
sea por tan vil y despreciable medio.» Y, por fin, á pe-
sar de cuanto se decía acerca de una cifra con que se
entendían los moriscos, el hecho de la escritura castella-
na con caracteres arábigos parece tan ignorado por los '
. contemporáneos, que manuscritos de esta clase, caídos
en poder de la Inquisición,' se calificaron de una manera
.funestamente errónea (0. Á principios del pasado siglo
fué cuando se empezó á conocer la aljamía; y aunque
Sparvenfeld atribuyó tres libros de esta clase (adquiri-
dos en Túnez en. 1691) á los antiguos árabes 'de las tai-
fas W, el erudito Reland explica ya con acierto un ma-
nuscrito-de la librería de Enrique Sicke (3), casi al mis-
mo tiempo que el P. Echevarría forjaba rudamente en
. Granada su* famosa carta de Aldosindo sobre la batalla
dg Glavijo W. Algo tardaron los doctos, sin embargo, en
familiarizarse con la aljamía, pues D. Miguel Casiri (que :
atribuía los escritos de los moriscos en caracteres comu- ,
nes á ios renegados de África) y el llamado D. Faustino •
Borbón tomaron los libros de ese género por persas, tur- ,
eos, berberiscos, ó de mera combipación cabalística; pe*
(4) Ochoa, Cat. de los man, esp. de ta Bibí Real de Paris, p. 63.
(2) Brüi»h and foreing Review, núm. XV, p. 66,
(3) De Religione Moham.y MOb,
íf] Posee uD' ejemplar de esta carta, grabado en cobre, el Sr. Ga-
ytngoa. ^
40
146
ro Sacy, Conde (^) y Lozano (^) hicieron mención expre-
sa de la literatura aljamiada, y los arabistas posteriores
le han concedido cada vez mayor importancia. Mi sabio
maestro y ^querido amigo D. Pascual de Gayangos, cuya
rica colección he podido utilizar á mi sabor, publicó en
1839 su primer trabajo sobre esta materia en Inglate-
rra í-^), dio á luz en 1853 dos tratados religioso-lega-
les (*),.comunicó á Ticknor tres importantes composicio-
nes en verso (^), y autografló de su propia letra uij no-
table pasaje de la Historia de Alejajadro í^). Al inaugu-
rar mi inolvidable amigo D. Serafín Estébanez Calderón
su cátedra 'de árabe en el Ateneo de Madrid en 1848 C^),
ocupó una buena parte de su discurso con estos estudios;
mi malogrado compañero D, Emilio de Lafúente Alcán-
tara t^) dedicó algunos destellos de su fácil pluma á este
asunto; no lo ha olvidado mi antiguo condiscípulo Don
José Moreno Nieto en su Gramática (^); ciertos documen-
tos imprimió D. Francisco Fernández y González en sus
Mudejares de Castilla^ y D. Vicente Vignau {^^) ha pu-
blicado recetarios en que andan revueltos el castella-
no con el latín y el árabe, así como las letras de una y
otra especie indistintamente. .No han estado ociosos, en
tanto, los extranjeros: Marcos José Müller imprimió en
Munich tres poesías halladas en un manuscrito del Esco-
(1) Notices et extraits des man, déla Bib, Nat. IV, 626.
(?) Tabla de Cebes, p. iv, nota. ^ i
(3) British and foreing Review, nám. XV, p. 63.
(4) Mem. hitk. esp, T. V.
(5) Hist. de ¡a liL esp. T. IV, p. 247: Madrid, <856.
(6) Princ, eletn, deescr. arábr. Madrid, 4864.
(7) Seman, ptnt., núQi. 46, 4848.
(8) Revista Meridional: Granada, 4862,
(9) Gramática de la lengua arábiga, p. 45.
(40) Revista de Archivos, Bib, y Mus, IV, p. 454.
U7 ,
nal (O, y Lord Stanley deAlderley sacó á luz en Lon-
dres los romances cpmpletos de Mohamad Rabadán, me-
diante las copias que anotadas y compulsadas le facilitó
D. Pascual de Gayangos (*).
El carácter religioso, que separaba á los moriscos del
resto de los españoles, predomina en sus producciones
literarias, como hijas legítimas de las arábigas. Para
mantener viva la llama dé la creencia mahometana, es-
cribían los alimes y alfaquíes tratados (^) <de los artícu-
los que todo buen muslim está obligado á creer y tener
por fe,> ó sóbrelos atributos de Dios y otros -puntos teo-
lógicos, siguiendo ordinariamente la doctrina cristiana
tradicionalista de Mélique (*) , dominante en África y en
España; sin que por eso dejara de ser explicada la de
Aba Hanifa t^), preferida por los turcos y más inclinada •
á las decisiones de la razón. El Atafria («) de Ibn-Ghelab
contenía las minuciosas prácticas del culto al par de las
reglas y procedimientos del derecho; asuntos apenas se-
parables en las sociedades musulmanas, donde la ley ci-
vil y la fe religiosa se derivan de la misma fuente, de
<el onrrado alcoran,> razón por la cual hubieron de po-
nerlo al alcance de todos, trasladándolo al castella-
no C?) con -paráfrasis ó comentarios' de grande interés.
Para uso diario de los devotos corrían con abundancia,
á modo de rituales ó devocionarios, extractos y abre-
(4) S\\aMnq%bQnchít, 4860, p. 204.
(5) The poetry of Mohamad Eahadan. ¡(mm, of the Asiat. Soeiety,
4867-4872. Estos romances, adquiridos por M. Morgan en Túnez, fueron
traducidos ai inglés y publicados por él mismo en 4725.
(3) ' Eeland de Bel, mok,^ ind. mss. xxx.
(4) Biblioteca Nacional, Ge. 4 70.
(5) B. N. Ce. 474; Tornberg, Cat. Bibl. üps,, ccccxiv.
(6) B. N. Gg. 2; B. prov. de Toledo, est. 9, tab. 6.
(7) B. prov. de 'Tol.rB. N. Gg. 72.
í
I»
I»
148
I
Tiaciones de. unos y otros libros (') , con adoaeSj alhotbas^
monea f ares j alhaicales y otros rezos {^) ; el sacrificio de
Ismael (^), el razonamiento de Mu9e (*), el casti^ del
hijo de Ornar (5) y la muerta de Bilel (^), hacían una es-
pecie de Historia Sagrada; imponíase espanto á incrédu-
los T pecadores con la cestería del dia del juicio (" ,>
promefiendo en cambio «el gualardon de qríien hará
a^ala con alchama (^);> á buena vida y prudente con-
ducta querían encaminar «los castigos de Alí (9)> y «los
castigos de Alhaquim á su fijo {^^);> y con la «estoria del
puyamiento' del anabí Mohamad á la corte celestial (* •),> .
se alimentaba la vulgar afición á maravillas y. consejas.
La gente coniún, dada siempre á la curiosidad y supers-
tieidií, pretendía levantar el velo de lo futuro con <el
alqoiteb de sueños> ó con «las suertes de Dulcarnáin f <21,>
resto del juego ú oráculo de los dardos de los árabes an-
tiguos; y buscaba preservativos contra los reveses de
fortuna, las calamidades naturales x3 la ira de los gran-
des, en diversos conjuros, como anoxaras ó bebedizos
mágicos, y hirzes ó cédulas cabalísticas, mezcladas al-
f f) Los trozos del Alcoráo que se encuentran en los códices aljamia-
dos, son ordinaríao^ente los mismos, porque forman la serí« de los (ffefe-
ritl&5 para las ceremonias del a^ala ü oración pública.
{V Gay. S. I; T. K. % 3. 4, 7, 8. U, H-, 18, 49; V. H, 4i, 15, 56; B. V..
(71; B* París, 290^ St. Germ.
(3j Gáy.-TJí.
(i) Gay. T. 8, 43, 49;B.Paris, Í90. St. Germ.
(S) Gay. T. 15, 48; B. París, 590. St. Gcrro,
(6), Gay. T; 45, 18. .
(7) Gay. T. 47.
(8) Gay. T. 19.
(9) Gay. S. 4, T. 43.
(40) B. N.Gg. 47.
(n) Gay. T. 47.
\\%) Gay. T. 40
y
gunas veces con palabras griegas ó hebreas, figuras mis-
teriosas y letras enigmáticas (^).
Incansable eidero cristiano, acudía á atajar el mal,
ya predicando sermones que en ciertos días tenían obli-
gación dé escuchar los mudejares y después los conver-
sos, ya imprimiendo confutaciones del Alcorán (2), ya
disputando en las aljamas con los alfaquíes y adelanta-
dos, según Hacía audazmente en Zaragoza el P. Maestro
Fr. Juan Martín de Figuerola l^), quien con los textos
atabes en la mano procuraba persuadir á los oyentes,
asi de su engaño como de la ignorancia de sus doctores.
Temerosos de infringir lás'leyes que sellaban sus labios,
pocas veces se atrevían los alimes á sostener pública- *
mente la polóníica; perp suplían esta falta haciendo cir-.
cular entrp sus correligionarios la <Desputacion'de los
mu9linies con los cristianos (*)> con objeto da hacferles
creer que <Pablo el judío había desfigurado la primiti-
va doctrina evangélica; ó el <AlhadÍ9 del na9Ímiento de
Yfe {5),> donde se cuenta cómo los judíos mataron, en
vez de nuestro Salvador, á otro sujeto que se le parecía. '
En tan. porfiada lucha, sin embargo, y en su forzado ais-
lamiento, no podía menos de resentirse la integridad del
islamismo, por más que pugnasen por restituírsela, ó
contener al menos su decadencia, <el onrrado sabidor
don Y9e de Ghebir, mufti, alfaquí mayor de los mu9ili-
mes' de Castilla> con su <Brebiario 9unní (6),> ó <Ali
ybnu múhainad ybnu háder,» que traducía en 1606 al
. (I) B. N. Gg. 69; Gay. T. 8, 9, 4<, 43. V.,40, 24, 25, 26 y 2l
(2) . AntialcoranOt por Bernardo Pérez de Chinchón, '4532.
(3j Lumbre de la fe contra el Aloorán^ 4549: íü^, de Gay.
(4) Gay. T. 12, V, 6, 7.
(5) Gay. S. 4.
16) Gay. S. 3; Mem, histór. T. V. , ' •
150
castellano en Gonstantinopla, no obstante ser él extran-
jero, el Tedehib de Alberadii con el Utulo de <E1 hundi-
dor de cismas y eregias (0.> Si ya desde el siglo xrv, ce-
diendo de la antigua rCideza, admiten las <Leyes de mo-
ros (2)> que < figuras de ornes et de otras figuras non
enpece en los vestidos nin en los estrados,» en lo cual
está el <Hundidor(-^)> conforme; en el siglo xvii, com-
parando eruditamente las tres religiones judaica, cris-
tiana y mahometana, llegaba un morisco á renunciar
resueltamente á las esperanzas del sensualismo oriental,
asegurando cuan «ynutil es objetar al alcoran ynponien-
dole y aplicándole de9ir que en la otra vida promete ca-
samiento' y actos lividinosos, lo qual solo es ynpuesto
• por afear el alcoran, pero no por que tal por el conste ni
tal sea enrrealidad (*):> opinión atrevida, propuesta con
más reserva medio siglo antes, al advertir que <en el
alchana no habrá cosa de todas las que acá podemos
imaginar, porque dezir qu'en el alchana abrá descanso
es cierto, mas dezir cómo ó de qué manera, eso allá lo
veeran los poseedores della (^í.> ^
Son estas palabras de un notable autor morisco, co-
nocido sólo por el nombre de «El Mancebo de Arévalo,>
que vivió á mediados del siglo xvi y visitó varios luga-
' res de España, ya por instruirse, ya con objeto de pre-
parar su viaje de peregrinación á la Meca. No sólo era
docto arqbiado y sabía á fondo las disciplinas alcoráni-
cas, sino que hablaba latín, leía hebreo, y demuestra en
sus obras tal conocimiento de usos y libros de los cris-
is) Gay. S. 5.
(2) Gay. S. 4; Mem. histór. T. V, p. 230.
(3) Fol. 6 vuelto.
(4) B. N. Ce. 173, fol. 237.
(5) Ms. de D. Pablo Gil, fol. 8.
45Í
tíanos, que probablemente, como otros moriscos de su
tiempp (<), asistiría en su juventud á las aulas de algún
Seminario ó Colegio. Sus dos principales obras son: una
Tafcira W ó exposición de los. preceptos, ritds y tradi-
ciones mahometanas, y un <Sumario de la rrelacion y
exercicio espiritual (3),> dirigido á llamar la atención de
los muslimes hacia la contemplación de las cosas eter-
nas y el ejercicio de la piedad. La doctrina sufí ó extáti-
ca de Algazali que el autor decididamente sigue, permi-
te que, con anaor jsincero y profundo á la religión de sds
padres, se haya facilitado un giro particular en sus ideas
por el trato continuo con sus señores ó sus maestros.La
guía que da en el Sumario para el examen de concien-
cia, acomodándose puntualmente á los diez mandapaien-
tos, á los siete pecados capitales, á las obras de misericor-
dia, á los sejitidos corporales, á las virtudes teologales
y cardinales, á los dones del Espíritu Santo y á los man-
damientos de la Iglesia, bastaría para denunciar la in-
fluencia cristiana, si no se divisara mucho más pronto
en el estilo de la composición. Proponiendo al devoto un
acto de humildad, le hace decir: «yo me confundo en el
abismo de mi vileza*, rreconociendo cuan miserable y
necesitado soy por todas partes, y cuan pecador indi-
no para estar delante mi grande Allah, al cual e sido
muy desconocido por los beneficios que ijie a hecho y
sienpre me haze, y como tengo afeada la, ermosura de
mi alma, la cual infundiste vos. Señor, á vuestra propia
(4) Morgan, Mahom. fully expl. 11, p. 360.
(1) Manuscrito perteüeciente á D. Pablo Gil, Catedrático de la Univer-
sidad de Zaragoza, quien ha tenido la galante generosidad de remitirlo i
mi disposición, por cuyo favor y confíanza me complazco en darle aquí
público testimonio de mi gratitud.
(3) B. N. Gg. 40. • • I
452
semexanza.> Pero antes, en un arranque de fervor, dice:
«¡O Señor de toda abastanza! ¿y qué puedo yo ^juerer
fueras de á vos? Vos sois mi bien único, vos mi querer
y á vos sdlo busco. Ea, pues, Señor, traedme en pos de
vos y abrasad mi corazón en el fuego de Vuestro dulze
amor.> Y al empezar el tercer capitulo se lee: <Toda
obra de caridad te a de parezer pequeña: aunque diese
uno todos sus algos en caridad, no lo a de sumar por
mucho, sino por poco. Y si.icieres larga penitencia,
atórgala por mínima y flaca; y por mucha que sea tu
concia ó saber, considera que estás niuy lejos de lo que
se te rrepresienta; y^por mucha que sea tu devoción no
te engorde ni te ensanches: allánate y rrencórate cuan-
to njos puedas asta que no te cono9cas y no te llame tu
propio amor.> ¿No es evidente que la inspirada palabra
de líuestros místicos sonaba en los oídos da* quien así es-
cribía? Mas no creo ver solamente la influencia litera-
ria, sino tendencia, sea casual ó algo intencionada, del
mahometismo hacia el cristianismo, conservando de
aquél las formas externas y modificando sus principales
puntos de doctrina hasta rayar en la disidencia motaze-
lí. Véase, en prueba dé ello, cómo se condena en el Su-
mario (<) el fatalismo: «No se enfaziende nadi en decir:
grande es Allah y grande es su poderío, y al fin que todo
es como el quiere y el nos guia, y si el no quisiese no
seria esto ni* esto otro; que.todo es echar y arrojar nues-
tras culpas enta su divina boi3idad.> Abre camino, al
mismo tiempo, contra el exclusivismo religioso en ^te
pasaje: «Cuentan los ebráicos y los '-arábigos no lo nie-
gan, y es que muchos idólatras y cristianos asimesmo
(4) Cap. «.•'
453
» se libraron con la devoción de casos graves; > con tole-
rancia práctica escribe (^): <darás targuac para servir ad
AUah á tus fijos y sirvientes y á los esclavos en su ley
y devozion;>'y dice al guerreador (*): <ni profanes los
tenplos ni sus santuarios/ni santos, ni cruces, que ya
fue todo profanado por ellos mismos con su veneración
falsa, ni hagas bien ni mal á cosas tales, porque son en
tus denuestos ni para bien ni para mal.> Cesura, por
fin, el formalismo externo advirtiendo W: <que por la
obra del a9ala, dayuno y azaque no merecemos nada
con su divina bondad, sino es por la caridad, piadad,
omildad y por obras de nuestra cosecha dedicadas de
nuestra flncahza y ser natural. > Con sin igual desemba-
razo proscribe las adivinajizas, desprecia los horóscopos,
admite qte se coma carne muerta por <infieles,> obliga
á la monogamia y ensalza con entusiasmo el estado vir-
ginal W;y como si esto no fuera bastante, en los puntps
más arduos se cita con respeto desusado entre moros la
opinión de dos mujeres versadísimas en cuestiones tales:
la anciana nonagenaria, de gran cuerpo y rudas mane-
ras, servidora de la antigua corte de los reyes grankdi-
nos, llamada la Mora de Úbeda; y la otra vecina de Ávi-
la, donde era ante-cihra ó exorcista, y tenía por nombre*
Nozeita Calderán.
(Comparando esta tendencia á atemperarse á las. cos-
tumbres ó ideas cristianas, con la que en dirección pa-
ralela, pero inverso sentido descubren, para islamizar
mañosamente la doctrina católica, los famosos libros
(0
Cap. «.", fol. 470.
(«)
Ib., fol. 330.
(3)
Ib,, fol. 7.
(*)
Tafcira, fpls. 55, 74, 4 43, 311, 338,
454
plumlwos de Granada (^^ á fines del mismo siglo xvi, re-
mita eridente una gran tentativa ensayada entonces
para fundir las dos religiones y suavizar sus diferencias,
esperando quizá los moriscos conjurar por ese medio la
tormenta que va se cernía amenazadora sobre sus cabe-
las. Pero no hacia la corriente católica era á donde fá-
cilmente podía desviai'se la comunión mahometana; que
más inmediato se le brindaba el cauce recién abierto por
el agustino de Witeniberg. Como Ips muslimes, procla-
maba Lutero el dogma fundamental de la justificación
por la fe sola ^y la autoridad religiosa del príncipe; con-
formes se encontraban con Galvino en la doctrina de la
predestinación y en su horror á toda imagen sagrada;
Servet, educado entre ellos, defendía la unidad de per-
sona en Dios; negal jan todos la potestad del roüíiano Pon-
tífice^ y enlazados por la comunidad de persecuciones y
desdichas, no es extraño que moros y protestantes acer-
caran sus ideas, unidos en el momento sus intereses.
Tanto es así que^ á fines del siglo xvii, descendientes de
moriscos aseguraban á ilorgan (2) en África que sus ma-
yores se hubieran liecho luteranos con más facilidad que
católicos; de igual modo que el Licenciado Juan Gonzá-
■ lez, clérigo de raza convorsa\ después de haber recaído
en el mahonietisino, se dio á predicar la reforma en Se-
villa (^L Tal vez suministraran provisión de obras heré-
ticas ciertos viajeros que^ para pasar de Venecia á Bar-
celona, buscaban caminos extraviados y anotaban en su
Itinerario (*) que <el Piíncipe de Conde es cabeza de los
{*) Godoy, ffiíí. crii, de los folios cron. Cap. II.'
(1) MorgaD» Mahorth ftdUj txpiained, U, p. 339.
(3) Castro, ^rot. tn É»p, Cnp» XVI.
(*) Gay, T. 16.
<55
luteranos,» De todos modos, es indudable que utilizaban
en pro del islamismo los libros prohibidos, ya copiando
textualmente (^) pasajes de Ciprianjo de Valera (2) para
atacar los puntos esenciales de la religión católica, ya
forjando con la substancia y expresiones de las obras de
Valdés (3) una «Algiíacía del Gran Turco, llamado Mo-
hamad Osmán, el que ganó á Gostantinoble (^),> donde,
con clara alusión al reciente saco de Roma, encarga el
Sultán á sus descendientes «que derribes la casa de Pe-
dro y de Pablo, y quebrési^los dioses y ídolas de oro y de
plata y de fusta y de mármol; y el grande pagano de la
cabe9a rraida y colometes suyos, i ya es destruido y des-
poseído y desipado: qu? en jamás en Roma ni en Arropa
no sea nombrado..... y darás cebada á tu caballo en el
altar de Pedro y de Paj3lo.> j
Mas no se escribió esta <Alguacía> en son de contro-
versia, sino con el fin de abrir á la esperanza el atribu-
lado corazón de los moriscos, de cuya memoria no se
podía apartar el mágico recuerdo de Granada. < Yo mis-
mo di vuelta por todo el Andalucía,» dice el Mancebo de
Aróvalo (^l, <que no di paso que no se condolió mi alnia
mirando una tierra tan dulze y sabrosa, tenpflada en to-
dos los tienpos, muy fértil en ancho y largo, y de rricas
poblaciones, abastada de pan y del azeyte, y muchos
rrios de agua dulce, y tierra abastada de mucha seda y
oro, y de mas oro y plata que toda España junta.» . Sin
aceptar el dicho de que la tierra andaluza caía exadta-
(0 B.N. Ce. 173 y 174.
' (2) Tratados del Papa y dt la Misa: 4588. *
(3) Diálogo de Mercurio y' Carón; Diálogo de Lactaficio y el Arcediano:
1530.
(4) Gay. T. 18.
(5) Ms. de D. Pablo Gil. fol. 991 .
f. .
■:-: ♦
5r-
456 •
mente de¡bajo del paraíso celestial, añade» luego: <era
Granada imentada en todo el mundo, no abia én Maca
mas alto trofeo qu' £ra el de los rreyes del Andalucía;
no abia en tierras de rreyes y soldanes mas sublimes al-
cázares, ni mas deleytosos verjeles, ni mas anchas ve-
gas,, con árboles de diversas frutas: yo vi por mis ojos
arroyos de miel por las breñas abaxo.> José Venegas,
anciano labrador de la Vega, lloraba la caída de.su pa-
tria exclamando (^): <tengo para mí que nadi lloró ¿on
tanta desventura como los hijos de Granada: no dubdes
mi dicho, por ser yo uno de ellos y ser testigo de vista;
que vi por mis ojos descarnecidas todas las nobles da-
paajs, ansí viudas como casadas, y vi vender en pública
almoneda mas de trecientas donzellas.> «Yo no lloro lo
pasado, pues á ellomo hay retornada; pero lloro lo que
tú verás,> añadía el buen viejo, < todo será crudeza
y amargura para quien abrá sentido Si el rrey d^ la
conquista no guarda fidelidad, ¿que aguardamos de sus
sucesores? > El antedicho Mancebo, á quien tales pala-
bra^ se dirigían, da más tarde en otro libro la respues-
ta (2): «esprésannos á juro batehado conconduelma mas
dolorida ^ue nunca la gustaron los de Beni l9rail; y tras
desto dóblannos los pechos y ckrgannos de tributos, y
estióndese nuestro aladeb por todos los rrincones d' Es-
paña-> Así es que uno de los expulsos se muestra gozo-
so s\ decir <su dibina grandeza nos sacó de poder de
faraones y malditos erexes ynquisidores,> cuyo terrible
tribunal enaltaba á Abdelquerim ben Aly Pérez (3), cin-
co años después de su salida para el África; si bien hay
(O B. N,Gg. 40. \
(1) Ms. deD. P. Gil, fol.í96.
(3) Morgan, Mahom., II, p. 295 sqq.
457
que advertir la singular circunstancia de que así como
ciertos protestantes españoles no hallaban del todo mal
la Inquisición para los judíos, de igual modo encontra-
ba el Mancebo <buéna y justa> la Inquisición para las
herejías cristianas (0. Ni- mostrarse exacta y sincera-
mente convertidos obstaba para que si algún morisco
obtenía'cargos ú honores, oyera decir á su espalda: <es
de mala raxa; ¡quét ¿no hay cristianos viejos?- (2).> Ni
eran dueños siquiera de dejar una tierra donde sólo al-
canzaban vejámenes ó ignominia, sin valerse, .aun fue-
ra de España, y hasta pisar las tablas de una galera tur-
ca, de los subterfugios y precauciones apuntados en cier-
'tos' <avisos para el camino i^)> que por Jaca, Ganfranc y
Lyón habían de hacer á Venecía. Rechazados por el país
y duramente retenidps en él por los gobernantes, no te-
nían otro recurso los moriscos, mientras no pudiera es-
tallar su ira^ que.disimular pacientemente, conforme ya
en 1504 les decía un muftí de Oran, natural de Alma-
gro (*), en carta diingida á sus <ermanos los que están
encogidos sobre su adin,> consejo que más de cien años
después declara haber seguido uno de los expulsos, al
decir W: «esta es ley de los cristianos y lo que bimos por .
los ojos seguir y alguna hez mostramos que siguíamos;
pero biei;i sabe Dios que era haciendo escarnio; y bitu-
petando en él corazón dando en -los pechos con el
puña.> Así es que en otro libro .exclama el mismo í^):
<por estas causas estábamos de día y dé noche pidiendo
* (4) Ms. de D. P. Gil, foí. 352.
(í) Morgs^n, 1. c.
(3) B. N. de París, í90,.St.Germ., fol. -160 vuelto.
(4) Gay. T. 43; Lumbre de la fe.
. (6) B. N. Ce. 474.
(6) Gay. S.*2.
458
á nro E8' nm sacase de tanta tribnlacion y aiei^ y de-
fieábaraos bernos en tiena del y9lam. Aunque fuera en
raeros, y junto con esto se procuraba bia y modo para
salir y Ujáon los caminos los hallábamos dificultosos,>
MenoB que á maldad de los vencedores, atribuían los
ventíídoB tantas aflicciones á su completo olvido de la ley
coránica, viniendo «por sus grandes pecados á' dar en
rnanos de sus enemigos tan desacordadamente, que se
vido muy clam ser castigo celestial (0,> pues con fútil
arrogannia <(uaos se jataban de los alán9ares, otros se
hacían do los de almohjirina, otros munafíes; y estas lo-
í^anias y anhíciones los desconpuso, y dieron de ojos en
la grandía W,j* de tal manera que «vestian ellos seda y
adornaban con oro sus yeguas y caballos, y las jnujeres
ponían oro en madejas sobre sus cabezas (3).»
En jaque la Europa durante el siglo xvi por la pujan-
za úü las armas turcas, tenían en ella los moriscos toda
m esperanza alentada -con la Alguacia, así como con
ciertos proüóslicos W tomados, ya de los jofores arábi-
gos (8) de los Alpujarreños, ya de ciertos llantos y pro-
fecías atribuidas á San Isidoro, que corrieron por Cas-
ulla durante el siglo xvi con diversos motivos (6), aco-
modados á su nuevo objeto 0). Apostrofaban á España
(!) Ms. dea r.GiUfol. 296.
\t) IbU.
[I] IbiJ, foL ías-
(4) lo« escji adulos qne aü de acaecer en la maguería de los lieiipos
m U ísl» dí^ Bsp^i^a. Gay, T, 43» fol. «7á; B. N. de París, WO, S. G., fo-
Uo kn.
^5) M^. msí. m, p. 80 sq ].
íA ^iidavaL Hist. dé Carhs F, lib, VI, $ «^i B- ^- »• 5, Ms. Varios de
curlc^d^^v f&U ^3»; Profecía de Fr. Joan de Aocacia, B. N. Ms. de Cal-
{!' Pn>reci^ de $ant Estdrio. y Llanto de España. B. N. de Paris, i90,
H^Gm Ml lii», iis.
459
diciéndola <quebraiitadora de las cosas que juraste;» y á
los curiales: «lobos robadores sin bondad, su oficio es
soberbia y grandía y sodomía y luxuria y blasfemia y
reneganzas y pompa y vanagloria y tiranía y robamien-
toy sinjusticia (^)-> <Espertadvos de vuesa negligen§a,
qu' el tienpo se acerba, > aseguraba otro, concluyendo
por excitar á los muslimes á ser < aunados como la fra-
gua emplomada fuerte (*)> para que estuviesen aperci-
bidos á tremenda lucha v á la victoria ofrecida en nom-
»/
bre del cielo.
Tal vez sirvieran de preparación adecuada, al mismo
tiempo que de entretenimiento muy propio de la gente
y de la época, las composiciones caballerescas, tradicio-
nales y maravillosas, como el Alhadiz del alcázar del
oro (^), el Libro de las batallas W ó el Alhadiz de Aly con
las cuarenta doncellas W. Pero en ninguna parte se ob-
serva tan completa fusión de los elementos tradicional,
religioso y guerrero como en el Recontamiento del rreij
Aliooandre (6), traducción literal de un libro árabe titu-
lado Hadiz Dilcamdin.
Con la fuerza y la astucia realizó Alejandro Magno la
unidad nacional en Grecia; su genio militar satisfizo,
sojuzgando al persa, la constante aspiración de los hele-
nos; y con grandeza de pensamiento imprimió sello de
generosidad en sus actos, y en sus conquistas tendencia,
hasta entonces desconocida, al adelanto de las ciencias.
(i) Profecía de Saat Esidrio, y Llanto de España, copia hecha por Don
Pedro de Madrazo.
(í)
Gay, T. 13, fol. 176 vuelto
(3)
B. pah. de S. M. t, G. 6.
{*)
B.N.Gg. <05.
(5)
Gay. T. 48.
(6)
B. N. Gg. 48.
460
al progreso de la civilización, á la fiísión de las diversas
familias humanas: sobrados elementos para hacer del hé-
roe, ya divinizado en vida, un mito popular, cuya his-
toria vino á convertirse en conjunto de maravillas. Or-
denadas primero en interés de los Toloíneos, y exorna-
das después por la facundia de los sofistas, alcanzaron
en el público mayor éxito que'las más juiciosas compo-
siciones de Arriano y de Quinto Gurcio; y honradas con
los nombres de Galistenes, de Esopo, de Julio Valerio
y de Quinto Gurcio, fueron el manantial de las AlexaTi^
dríadas de Occidente en la Edad Media. Igual boga ob-
tuvieron al Oriente, donde hacia el siglo v andaban ya
traducidas al armenio, y después fueron incorporadas al
Bastan Nameh ó Syur al multec, gran crónica de los re-
yes de Persia, puesta en verso en el siglo x por el célebre
Firdusi, con el nombre de Xah-Nameh. De la misma
fuente toimaron los musulmanes la narración; pero ex-
traviados por el Alcorán fO, hicieron del* héroe un en-
viado del cielo", <de la casa de annobua y metal de men-
sajería; > misionero armado, dirigido por un ángel, para
propagar por los confines del mundo la unidad de Allah,
con cuyo auxilio vence los hombres, las fieras y los ele-
mentos. Mahoma debió recibir estas ideas, como tantas
otras, de los judíos, que halagados con la noble conduc-
ta observada por. Alejandro en Jerusalén t^), llenos de
respeto hacia el conquistador tantas veces nombrado ó
aludido en las profecías (3), inclinado el corazón al que-
brantador de la tiranía .persa, y tomando demasiado á la
letra algunos versículos de los !Macal)eos (*), fácilmente
(1) XVm, 8<sqq.
(í) Josefo, Ant. jud., XI, 9.
(3) Daniel, Vil, 6; VIIl, 24; IX, 20; XI, 2.
(4) I. Mac, I, 3.
461
lo imaginaron dotado de inspiración divina y de poder
sobrenatural, exagerando con sus acostumbradas hipér-
boles la extensión de las expediciones ó la magnitud de
las proezas, Y sin duda se debe álos Alejandrinos, que no
tendrían poca parte en la redacción del falso Galistenes,:
la versión de que el Rey: de ]\tacedoni¿ establece en su
ciudad predilecta, al fundarla,* el culto del verdadero y
único Dios (^). ' *
De tan diversos componentes resultó la singular ó hí-
brida figura del Alejandro muslim, recargada sucesiva-
mente de tal manera, que en el siglo xv, el persa Mirjond
hace entrar á sus guerreros eñ batalla animados por un
conocido texto del Alcorán (2). En la versión aljamiada,
Alejandro <de los hijos de los rreyes de los cristianos, >
á causa de su «omildan^a ad Allah,> es desheredado por
su padre; pero Aristóteles, sucesor en el trono, < cuando
vio r axamplura de su cencia y lo que le dio AUah del
entendimiento, rrenucióle el rreismo y encoronóle con
la corona del rreismo, > quedando á'su lado «oyendo á ól
y obedeciendo Su fecho. > El joven monarca funda á Ale-
jandría con muy buenos agüeros, y emprende la expío-
ración del mundo. En el extremo occidente ve ponerse
el sol en una fuente caliente con <muy grande riruido,
que pensaban los del mundo qu' el adonía se derrocaba; >
en las montañas del horizonte mandó <que ligasen sus
compañas sus caballos al signo del Buey, r^ arrimasen
sus armas á las. ^abridlas, > Atraviesa países de gigan-
tes, de cinocéfalos, de orejudos y de otras gentes ra-
ras. Pelea con culebras de una milla de largo, y viene
al punto donde sale el sol, con cuyo intenso calor sus
(4) B. x\. de París, 4 43 sapp.
(i) Lxr, 43.
44
162
iil.::jLr:es «no tenían pelos, ni barbas^ ni pestañas en
5C> •:; :s. n: cejas, que ya les ende abia quemado el sol;
T cllcs denen cuevas de debajo de la tierra, qu' en
ellis aria casas, y sacaban las ollas sobre la cara de la
"irrra. y IcíS panes cocían al calor del sol, y cuando ve-
zliel sijl al ponient sallan de sus cuevas. > Gomo <era
Cr:;l:^am¿in muy gran barragan, que no le inchía el co-
n a>ii T^TH^nA cosa,> fntra por la región de la obscuri-
Lri en busca de la fuente de la vida, sin que dé con ella
m^ que el sabio Alhádir (el profeta Elias), por favor es-
p€^^ial de Allah. Cierra luego con una muralla de hierro
y loDnce el desfiladero por donde las naciones bárbaras
•í^I Norte penetraban en Asia, y vuelve á la «casa de su
3eaorío,> al cabo de doce años de sobrenaturales aven-
turas. Para que abarcara de una ojeada el mundo que ha-
ííSl de conquistar, <envió Allah á él un ahnalac qu' abia
p<r lonbre Zayefil, y púsolo debaxo de su ala y subiólo
ézta al cielo, > y el mismo ángel lo saca á cada paso de
d^.eal:ades. Ayúdale el inspirado Alhádir (que reem-
plaza al adivino Aristandro de la historia), y lleva asi-
ii>Í5ino al lado al sabio Afsagid (el adivino Pitágoras, de
Anñp^lis). Hacen sus huestes en pocos días camino de
m lohos años, sin que les estorbe el mar, sobre cuya su-
f'eráoie andan, se acuestan, y clavan estacas como en
cura tierra. Una piedra preciosa ilumina á su escolta
ea el país de las tinieblas, y alimenta á todos sus hom-
fcnes y caballos con solo un racimo de uvas, obtenido en
f ro«ii2ioso <alcacar muy grande: su largueza tres le-
iTiaS; y su ancheca asi cuadreado.»
La segunda parte de sus empresas tiene por exclusivo
fji^^tú la guerra sanca. <Y mandóle Allah, > dice el tex-
^7, <que Uegase á los rreyes de la tierra y los guerrease;
163
y mandóle con crebar las ídolas y matar á quien las ado-
raba; y mandóle que no dexase lugar de la tierra, en el
de los fijos de Edám, (que) ninguno que no í entrase y
los clamase á la servitud de AUah y á su obidencía, fas-
ta que no dixese ninguno el día del judicio: no nos vino
albriciador y monestador,> Auxiliado por sus tenientes
Batlamís (Ptolemeos) y Letácon (Antígonos), primero
junto al rio* de Satrados (Stranga del felso Galistenes),
después cerca de Al- Yes (Isso?), derrota á Darío, llegan-
do por fin á tiempo de recoger tierna y noblemente su
último suspiro, y con él la mano de su hija. Organizada
la Persia, mata en singular combate á Poro, rey de la
India; y después de larga estancia entre los Torchama-
nines (Bracmanes), pasa á Remira (Semirámide), donde
corre extrañas aventuras con su <rreina y capitaneaa
Gandefa» (Gandaces). Trata pacíficamente con las Ama-^
zonas; volviéndose al Oeste vence á los Bereberes, «que
cabalgaban leyónos con sillas; > domina á los Afriquiún
(Cartagineses), y después de ellos, á varios y singulares
pueblos de África y Europa. Desde el fin de la tierra
vuelve por la China y por Babilonia á la casa santa
(Jerusalén), y muere allí previamente avisado por car-^
fa de Aristóteles y por .otros oráculos.
En esta segunda vuelta al mundo no faltan montes,
aves y árboles que hablan; ciudades flotantes, fieras es-
pantables, ríos de piedras preciosas, y extravagancias
de las que cuenta Plinio: casi todo procedente de los ori-
ginales griegos. De ellos proviene igualmente la profu-
sión y abuso del género epistolar: Alejandro escribe á
los reyes enemigos, para intimarles la sumisión; á los
pueblos de Pérsia, declarándose su rey; y á Aristóteles,
refiriéndole los admirables sucesos que le han acaecido; á
464 .
la madre de Darío, ofrecióndoíe amparo; y á la suya pro-
pia, í>ara consolarla con anticipación ó ingenio, por su
próxima muerte. El estilo sutil de los bizantinos, muy
del gusto oriental, se echa de ver también, y amplifica-
do, en nuestro libro: ya cuando convierte á Diógenes de
Sínope en anciano estoico, que sermonea á Alejandro y
queda luego por gobernador de Hebarce, donde el sol se
pona; ya al añadir, en los coloquios con los' gimnosofis-
tas, á las intrincadas cuestiones sobre el mar y la tierra,
el día y la noche, la derecha y la izquierda, otras de ín-
dole islámica, tales como la creación del mundo y su
fin, ó el pronóstico del predominio de los árabes. De ín-
dole arábiga son otros cambios ó adiciones, especialmen-
te en los nombres propios: además de reemplazar á Aris-
tandro por Elias, se hace madre de Alejandro á Al-Ide,
que es la Ada reina de Caria que le tomó por hijo; Can-
dáules y Gharogos, hijos de Gandaces, son Pedro y Gan-
pir; por error ortográfico, en vez de Poro se escribe
Lyon; y Raxica, en lugar de Roxana; y Bebrycia, escri-
to Habruchia en un códice latino, ha dado margen al
nombre de Hebarce, suministrando al paso otra prueba
del origen occidental de estas narraciones.
Varias son las que de igual procedencia vinieron á la
literatura árabe y después á Ija aljamiada. En la historia
de. la doncella Arcayona (O hay reminiscencias muy
marcadas del libro de Apolonio y de la vida de Santa Ge-
noveva, aunque aderezadas en sentido profundamente
musulmán: coíno que apenas existe documento morisco
donde no transcienda el espíritu religioso, si se excep- .
túan algunas colecciones de recetas (^J, ó apuntes como
(1) -B. N. Ce. n4; Gg. 47; Gay. V. 46.
(í) Gay. T. 45, 46.
165
el cuaderno de cuentas de Miguel de Zogra (^),' adminis-
trador ó tesorero de cierta parroquia de Aragón. Tal es-
casez aumenta el valor del alhadiz del baño de Zarieb (^),
pequeña novela cordobesa escrita á estilo de los cuentos
de Las mil y una noches; así como la Historia de los
amores de París y Viana (3), novela proenzal del si-
glo XV, cuya traducción aljamiada, prueba que también
gustaban los moriscos de las producciones contemporá-
neas. ¿Y cómo no se había de aficionar á ellas una gente
que, al modo de sus antecesores mudejares, seiba ya fun-
diendo y amalgamando con la masa general de los espa-
ñoles, tomando sus hábitos y participando de sus ideas?
Imbuido en ellas, el refugiado en Túnez que citó más
arriba W escribió un libro muy notable, donde luce gran
conocimiento del estilo de las novelas y de las poesías
más populares de su tiempo, especialmente de las de
Lope de Vega. Á modo de algunos autos sacramentales,
compara <la persona del hombre mumín á-una ^udad
populosa de las gudades del mundo; y su alma y miem-
bros, como la 9erca y fuertes murallas della; y lá fe y
creyencia berdadera en la unidad de dios y mensaxeria
de su santísimo profeta muhamat, fala allahu alaih gica-
calam^ que Representa la Real persona* del monarca
dueño desta fudad;^ y finge un bélico ataque de Luzbel,
auxiliado por todos los vicios y pecados, dispuestos en
cuatro escuadras. Contra ellas resiste victoriosamente el
rey, asistido por su <gua5ir el entendimiento, > ayudado
(4) Ms. perteneciente á D. Francisco Codera.
(t) Gay. T. 41.
(a) Gay. V. 4. Después de pi'esentado.este discurso* he publicado los
fragmentos de-uquella novela en la Revista Histórica, t. 111: Barcelo-
na, 4876.
(4) Gay. S.í.
166
y seguido de todas las virtudes; inutilizando «las trabas
eréticas y ardides soberbios> del demonio, «con los tiros
de artillería de la teulujia y creyen^ia berdadera.> Saca
de ahí motivo para amonestar al hombre que esté siem-
pre alerta contra las tentaciones; y siguiendo el argu-
mento de otros autos (<), le advierte que al principio de
la vida <se le muestran dos caminos: el uno á la mano,
derecha escabroso, de peña, cañadas, espinas y abrojos,
que paran sus trabajos en descanso y alegría; y el otro,
á la mano y^quierda, deleytable y anchurosso, que para
en tormento y tristeca.> Píntase él á sí propio discu-
rriendo por él segundo, lleno de vicios y vanidades; y
describe los galanteos al uso, citando gran número de
romances y otras poesías amatorias ó pastoriles, con pa-
sos y argumentos de algunas comedias, y noticia de una
representación de Las mudanzas de fortuna^ de Lope
(quo por citarla de memoria, como todo lo demás, llama
equivoca(iamente La Rueda de la Fortuna). Detenido
por la Consideración, al tiempo ya que veía la «escura
y tenel)rosa cueba> á donde iban á parar suscompañCT-
ros de viaje, vuelve atrás rápidamente, y recitando va-
rios sonetos de las Rimas sacras de Lope, toma con brío
el camino de la virtud; por el cual le guía el Entendi-
miento, que en figura de <un benerable y hermoso bie-
jo sentado sobre una estera de palma y puesto en ora-
ción, > estaba ya esperándole. El conductor entretiene el
camino (más largo de andar, por ser de austeridad, que
el de los deleites) con explicaciones sobre los principios
morales, los fundamentos del islam y las reglas de la
práctica religiosa, salpicadas de ejemplos edificantes,
[h] El Viaje del almoy de Lope, y el Peregrino, de Valdivielso.
167
sin dejar las citas poéticas ni ciertas ali^iones mitoló-
gicas.
La influencia mahometana más Vulgar domina en es-
ta parte del libro; y por eso el Entendimiento exhorta á
su oyente á que cuanto antes contraiga matrimonio, es-
tado de tanta excelencia, que á la mujer, <un dia de ca-
sada en el mundo le es mexor que la adoración de cien
años sin marido; > y refiere de un santón, aparecido des-
pués de su muerte, que dijo: <me a dado (Dios) grados
de gloria en tanto extremo, que e llegado a mirar los
que tienen los santos profetas; y con todo eso no e lle-
gado á los grados que tienen los casad'os;> bien que atri-
buye los setenta grados más que otro alcanzara, <por la
paciencia que tubo con sus hijos y mujer. > Complácese
en describir esa gloria ofrecida por el autor del Alcorán,
en la cual, entre otras bienandanzas, promete para cada
buen muslim < ciento de las haurías, que son las que dios
nuestro señor crió en la gloria para sus obedientes cria-
turas, tan bellas, Resplandegientes y hermosas, que á sa-
car una dellas su mano al mundo, se escureciera el sol y
se bolbiera nublado escuro; y a escupir en la mar, se
bolbiera dul^e; y se dice que en sueños habló una-con un
santo hombre, y cuando Recordó, gomitaba de oyr ha-
blar a las jentes, aunque fuera muy política y delicada-
mente. > Y al concluir el autor, pide á Dios que «aumen-
ta purificación y ensalcamiento y engrandezca á la lin-
pia, purificada, engrandecida,, santificada, encalcada,
. clarificada, sagrada, estimada, querida, ioada y prebili-
jiada y Resplandeciente persona del berdadero fijo, cier-
to y santo paracleto y escojido muhamad;> dando gra-
cias al cielo por verse lejos de cristianos, conforme en la
introducción alababa al Señor, que «con su misiricordia
• ié8 • ' '
puso en el coraron del tercer filipho, y en los que eran
sus consexeros,' que mandase saliésemos de su Reyno,
con pena de la bida;. y nos abrió los caminos por.la mar
y por la tiena, libre y sin daño '. .
Para los musulmanes exaltados, fué la expulsión co-
mo término ansiado de laygo y duro cautiverio; y lejos
de condolerse por sí y por sus hermanos de destierrp, se
comparaban con el pueblo de Israel saliendo de Egipto,
guiados y conducidos por Dios, qué
<tdel faraón d* españa ablanda el pecho,
y a su pesar les da en el mar camino,
qu* está de bordes flores prado hecho; •
como se expresa en el soneto, original de un morisco
andaluz, puesto en elogio del autor al principio de aque-
lla obra-
No se extrañe que gente tan aficionada á nuestra poe-
sía, y conocedora del teatro, se diera 4 cultivar las mu-
sas, después de haber ejercitado muchos y diversos géne-
ros de prosa¿ Los moros españoles se valieron con fre-
cuencia de la amenidad del verso para publicar sus pen-
samientos, y muy especialmente para difundir en el vul-
go los puntos principales de sus creencias; de tal mo-
do que, á conservarse todas sus composiciones, se pudie-
ra ordenar un copioso 'cancionero mahometano, donde
se vieran, con las galas del metro, todas las cuestiones
que llevo hasta aquí analizadas.
Én un <tratado que conpuso ybraim de bolfad, boci-
no de Argel, 9ieg0.de la bista corporal, y aluinbrado de
lá del coraron y entendimiento ^0>. se expone toda la
<i) B.ÍÍ,Cc.469.
\69
doctrina mahometana, en quintillas, de las cuales copio
éstas, dirigidas á demostrar la existencia de Dios:
•y el testimonio de áber
^ñor dios forf ossamente;
es lo criado; y tener
color, tiompo, y Tallecer;
como el bibir de la jente.
pues ya en lo criado bemos '
* no ay obras sin causador;
de donde claro entendemos * *
que aqueste sser que tenemos . .
sin duda tiene obrador.»
En la <comenta5Íon> hecha á este tratado por el mismo
expulso, autor de la otra obra, se refiere cómo inte-
rrumpió el Santo Oficio la representación de una come-
dia sobre milagros de Mahoma, con no poco peligró del
poeta y de los' actores (O ; y concluye su trabajo expli-
cando la cuestión del libre albedrío, escollo de la teolo-
gía muslímica, conforme á la doctrina más corrieijte, en
esta octava:
«y pues que dios el escojer te a dado,
aunque no te lo dio absulutamente
pues con entendiúiiento tp a criado
dándote natural ian excelente,
mira á qual de Ibs dos te as ynclinadoi
qual te pare9e ques más conbiniente:
gofar de bida eterna y bien eterno,
ó penar para siempre en el ynfierno.»
Díó constantemente Mahoma su predjicación como
consecuencia del antiguo y del nuevo Testamento, ha-
(i) B.N. Ce. 469, fol. 436.
\70
ciéndose tórmino y sello de todos los profetas y envia-
dos; á lo cual alude este trozo de romance W:
a Pues el mismo cristo dixo,
ablando por su maestro,
tras el bendria un paráclito
que sería sania y buei\o;
y este sabed qu' es muhamad,
' de dios santo y mensajero,
, el que trujo el alcoran, •
, ( libro sagrado y perfeto.»
Por su ligereza y soltura, este metro se prestaba me-
jor que otro alguno á la vivacidad de la polémica: por
ello lo usó el más notable morisco de los emigrados al
África, llamado el Maestro Juan Alfonso, aragonés, hijo
de padres cristianos (tal vez conversos), que estudió con
afán diversas religiones; y decidido por la mahometana,
marchó <a Tetuan á siguirla, y dexatído Rentas ex^e^i-.
bas, se contentó con el trabaxo de la persona, ocupado
en ganar su sustento miserablemente (2).> Airado con
las persecuciones sufridas en su patria, exclama (3):
«Cuerbo maldito español,
pestífero canzerbero, *
qu' estás con tus tres cabezas
a la puerta del ynfierno;»
acusa á los cristianos de haber alterado las Santas Escri-
turas, repitiendo, como era moda entre los protestan-
tes W:
«no solo las traductiones,
pero aun los que trasladaron
(O B. N. Cc.174.
^ (2^ B. N. Ce. 469.
[Z] U. lí. Ce. ni.
{4) B. S. Cc. 169. •
Í7\
los propios orixinalesy
an hecho, de mano en mano,
de las escripturas claras
un labirinto yntrincado;]> i
y excita á su manera á un libre examen con esta imagen
singular:
(cno se berá satisfecho
el que por ajena mano <
' comiere, ni sabrá gierto
la confection del guisado; •
dando por consejo:
«hágasse yspiriencia propia
las leyes escudriñando,
que no le es odiosso á dios
qu' el hombre le ande buscando.»
Búrlase de la pomposa afectación literaria tan usual en
su tiempo, coú esta advertencia:
«y no ymito el persuadir
de otros muchos, que incitaron
á su Religión y culto,
su opinión autorigando,
llamando al lector prudente ^
y sus obras dedicando, ^
á los principes teRenos,
de adulaciones ussando.» '
Así apostrofa al cristianismo (^h
«o ley llena de mentiras,
gente, de bordad desiertos,
que 7 laberintio de creta
no tubo tantos enrredos;»
(O B. N. Ce. 474.
472
alusión que demuestra cuánto debían ser familiares los
estudios clásicos á gente que no escasea en sus libros las
citas en latín y que aun escribió algo en esa lengua,
pues dice el mismo Juan Alfonso:
«otros de; mi patria amada^
' e siabido rrespondíeron
ansí por lengua latina,
como por rromance y berso. 9
De aquí, sospecho que sea del mismo autor este otro ata-
que á los miisterios del culto católico (<):
«bosotros que en la orá9ÍoQ,
como golosos exipcios,
adora ys buestro, dios pan
ahogándolo entre bino.»
Más conocido hoy que ninguno de estos poetas moris-
cos es Mohamad Rabadán, natural de Rueda del río Ja-
lón, que en 1603 puso en romances, además de la «His-.
toria del espanto del día del juicio, > del «Canto de las
lunas del año y de '<Los nombres de Allah,> una Histo-
ria genealógica de Mahoma, desde la creación del mun-
do (*), traducida de la que compuso en árabe Abulhasán
Albecrí: asunto popularísimo entre los moros españoles
y frecuente en la prosa aljamiada (3).
Prestando existencia real á ciertas figuras simbólicas
de antiguos libros (origen de tantas leyendas mitológi-
cas ó vulgares), suponen los mahometanos que tras de
cuarenta años de penitencia, después de su expulsión'
del paraíso, fué Adán perdonado, y que Dios
(4) B. lí. Ce. 474,
(í) Ticknor, Histor. de la lit. esp. IV, «75; Ásiatic Journal, 1867- 4 87i.
' (3)- Gay. T. 43, fol. «53; T. 47; T. 48; B. par. de S. M. 1, G. 6.
473
. ¿Le influyó^ para consuelo,
De luz en la frente un ramo
Que con los cielos frisaba
Dé muy relumbrante y claro.»
Y como emblema del don prófótico que había de termi-
nar en Mahoma,
cFué la clara luz pasando
Siempre por estos varones
Más perfetos y estimados,
Por el Señor escojidos,
Por su palabra avisados; •
Corriendo de padre en hijo, .
De un honrrado en otro hpnrrado.t>
Al describir la singular peregrinación de este rayo de
luz sobrenatural, el poeta se detiene en las vidas y ad-
mirables casos de nuestro primer padre, de su hijo Seth,
de Noó, de Abraham, de ^smael, de Alhádir, y de Hó-
xim, Xaiba y Abdalá, ascendientes inmediatos de Maho-
ma, terminando con los hechos más culminantes de la
vida y muerte del célebre caudillo, pó sin dedicar antes
una extensa digresión á la línea de Isaac. Con ingenio
sumo expone los sucesos principales de la Historia Sa-
grada, contados á la morisca, y elegantemente vestidos
con el romance castellano, que él llama «verso suelto
Ordena Dios al alma que entre en el cuerpo de barro del
primer hombre; y ella replica:
aRey piadoso,
¿Cómo quieres encerrarme
En este vaso asqueroso,
Siendo yo tu serviciante?
Enciérrasme en mi enemigo
Do mi limpieza se manche,
r
174
Y á tí te desobedezca,
Por no poder npartarme
De poder des te contrario
Y de su enemiga carne,
Y yo habré de padecer
Tus castigos, desiguales-
* Por los distinos enormes
Que el cuerpo consigo trae:
Dame parcida^ Señor,
De este trabajoso trance;
Que á tí eS| Señor, el mandar^
Y á mi, Señor, el rogarte.»
Antes de esto^ quiere Dios que loa ángeles reveren-
cien la masa preciosa y escogida con que Adán va á ser
hecho; pero
aDíxo Luzbel; yo no quiero
Que mi grandia se abaxe
A un pedazo de barro,
Siendo yo seraneante
Mucho mejor que no él,
Porque á mí me halecaste
De compostura de fuego:
Y es menosprecio muy grande
Que yo reverencie á quien
Es de tan baxo quilate.
Dixo Aiiah: Sal, enemigo.
De mi alcliana y sus lugares
Apedreado, maldito.
Rayo de fuego quemante,
Mi maldición te persiga.
Mi condenación te alcance,.
Mi pena te de tormento.
Mi castigo te acompañe.»
Á pesar de llamarse Rabadán
475
«UQ entendimienio rudo,
Criado en romper la tierra
Tras el arado y las mieses,
Desnudo de artes y letras,»
éistá bastante familiarizado con la literatura erudita,
para llamar al sol «la luz febea> y para, describir gala-
namente la aurora cuando
« se es tiende
Dando las nuevas qu' el dia
En su seguimiento viene,
Y el roxo Apolo tras ellas '
Dorando Jos campos verdes. •
Peligrosa pinta su tarea en una época en que
«Aiiah dio lugar
Que los Moros deste reyno,
Con tantas persecuciones,
Sean pugnidos y presos;»
y érale difícil allegar los datos necesarios, porque ya se
iban
«Perdiendo los alquitebes.
No quedando rastro dellos;
Los aliraes acabados,
Quales muertos, quales presos,
La Inquisición desplegada
Con grandes. fuerzas y apremios,
Haciendo con gran rigor
Cruezas y desafueros,
Que casi por todas parles
Hacia temblar el suelo:
Aquí prenden y allí prenden
A los baptizados nuevos,
Cargándoles cada dia
Galeras, tormento y fuego,
476
Con otras adversaciones
Que á solo Allah es el secreto.» '
La Musa de Rabadán modula sus tonos con admirable
facilidad, para acomodarse á las situaciones y á los afec-
tos. Usa de* sombríos colores cuando Azrael, ángel de la
muerte, por rara y singular excepción, viene á alÍ3riciar
á Abraham de parte de Dios, y se declara en estos térmi-
nos: * .
«Yo soy quien mi nombre temen
i Quantos memoran mi nombre,
Desde la más baxa tierra'
Hasta las más altas torres;
Yo soy el que nadi esenta *
De mis amargas pasiones:
A todos los hago iguales,
A los grandes y menores,
Desde el labrador más baxo
Al emperador más noble,
Y desde el más alto Rey
A los más baxos pastores.
Yo soy la sola atalaya.
Que á mi vista no se asconde
Criatura que alma tenga,
• Ni cosa que vida goze;
El que las copiosas huestes
Acaba, deshace y rompe;
. Y el que los cuerpos despoja
De sus amados arrobes.
Yo pueblo los cementerios.
Hago qu* en las fuesas moren:
Y despueblo las moradas
De sus propios moradores.
Ciudades, villas, castillos,
Altas casas, fuertes torres
Yo las allano por tierra,
Sus dueños y prevenciones.
n7
Yo las alchamas copiosas,
Pompas, bríos y ambiciones
Las allano por el suelo
Sin dolor de sus dolores.
El que los hermosos rostros
Cambio en malos colones,
Y en calaveras resuelvo
Las bellas dispusiciones.
Yo las dulces compañías,
Tratos y conversaciones
Aparto, deshago y trueco
En llorosas aflicciones.
El que los gustos aceda,
Y el que aparta y descompone
£1 amigo de su amigo,
Sin ver si es rico ni pobre.
No quiero tregua con nadi.
Jamás escucho razones;
De ninguno soy amigo,
A todos trato de un orden.
Azarayel me apellidan,
Malac almauti es mi nombre;
Quien nunca temió, y le temen
Todas las generaciones.»
Toma levantado acento, en el canto segundo del Jui-
cio final, que es su obra más notable, al poner en boca
de AUah:
«Yo soy el Señor
Alto, poderoso, inmenso;
Solo soy en mi reismo,
Únioo en todos mis hechos;
Ni hay ningún porqué ni cómo
Á lo que mando y deviedo.t
Ved la viveza y movimiento con que pinta el terror
de los hombres ante las espantosas señales del fin del
mundo:
478
«iQaé vivir tan desabrido,
Qné inquietud, qué sobresalto,.
Qué llagas sin medecinas,
Qué sueños tan quebrantados,'
Qué enfermedades tan solas.
Qué dolores ^n amahosl i
y la energía con que describe luego la desesperación y la
rabia:
a Dice Alhasán que las madres
Que tendrán hijos bastardos.
Después que el Sol se trascurso
Y asome por el ocaso,
Que los batirán de sí
Echándolos de sus brazos;
Y les negarán sus pech«^
Y el amor que siempre usaron.
Ellos, con la mism^ rabia
Que se verán agenados.)
Dirán tan grandes distinps
Que cansa á deber .'nombrarlos.
Maldígaos AUah enemigos,
Dirán estos haramados;
Maldígaos la tierra y cielo
Y todo quanto hay criado:
Todo sea en daiio vuestro.
Y no menos acusamos
A nuestros malditos padres.
Sino que los avocamos
Con las mismas maldiciones;
Y de aquí los albriciamos
Con el fuego del falaque
Y sus tormentos, en pago
De los deleites malditos
Que con vosotras gozaron.
Renegamos de vosotros,
Del uno y otrq, juramos
479
De jamás ser vuestros hijos
Sino vuestros tormentarios;
Renegamos de la leche
Que en vuestros pechos mamamos,
Y de los lomos traidores
Donde fuinK>s goteados.»
Después pone en boca de los condenados, cuando ya
todos los antiguos profetas se han desentendido de inter-
ceder por ellos, esta tierna súplica:
aO Mohamad, nuestro amparo,
Nuestro muro y defensor,
Refugio de nuestras penas
Y en nuestras tinieblas sol:
Pues para nuestro remedio
Te creó nuestro Señor,
Iloy de rogar por nosotros
Te toca la obligación.
Hoy es el dia que debes
Publicar tu gran valor,
Que quanto mayor la culpa
Es la clemencia mayor.
Ya sabes que te seguimos
Sin verte ni oir tu voz,
Y aunque en las obras faltemos.
Tu dicho afirmémoslo.
Echástenos en olvido
En la fortuna mayor,
* Al tiempo que no hay ninguno
Que quiera rogar por nos.
Solo á tí, Muhamad, toca
El ruego y la redención:
Qu' 'esta señalada empresa
A tí solo se guardó.)»
Encierran estos versos, además, la declaración del
punto más importante del imdn 6 doctrina mahometana,
480
cual es la redención definitiva de todos los fieles, buenos
y malos, por la intercesión final de su profeta; que es ni
más ni menos que la doctrina de la justificación por la
fe, claramente expuesta al final de los cantos del día del
juicio:
aLibertará su familia
De tan grande perdición; '
No solo á los pecadores,
Mas á quien jamás obró
Obra buena en su provecho,
Solo porque pronunció
La unidad de la creencia
Una vez mientras vivió.»
Como éste, se hallan esparcidos por las obras de Ra-
badán diversos puntos de la creencia islámica; siendo
digno de notarse, por lo que valientemente se aparta de
la común doctrina fatalista, este pasaje:
«tendrán tal franquía
En sus hechos munerables,
Que harán absolutamente
Á sus libras voluntades,
Sin haber quien su designio
Les estorbe ni contraste.»
Tal soltura en el uso del metro supone largo ejercicio
de la versificación en la gente morisca. En efecto, por
más que quiera suponerse exagerado arcaísmo en las
composiciones aljamiadas, para traerlas todas alrededor
del siglo XVI, es lo cierto que lo mismo Rabadán que
Juan Alfonso y que Ibrahim de Bolfad escriben en el
lenguaje corriente de sus días, y no buscan las formas
ó giros de Berceo ni del Marqués de Santillana. Por eso
conceptúo por legítimo no traer más acá del siglo xiv
i
481
la Almadha de alabandga al annábl Mohammad (O, qne
publicó Müller, pues basta para poder asegurarlo leer
estas cuartetas:
«Señor, fes tu a^^ala sobr'el
y fesDos amar con el,
sácanos en su tropel ^ .
jus la seña de Mohammad.
Fazed a99ala de conciencia
sobre la luz de la crey encía,
e sillaldo con rrebenencia
y dad a99aleni sobre Mohammad,
Tu palabra llegará luego
e será rrecibido tu rruego,
e y abrás accaiem entrego:
esos son los fechos de Mohammad.
Quien quiere buena ventura
y alcanpar grada de altura,
porponga en la noche escura
r a99ala sobre Mohammad.»
La estructura del verso y la combinación de consonan-
tes, no sólo se asemejan á las desfechas por arte de es-
tribóte de Villasandino y de D. Juan II (2), sino que son
idénticos en un todo á los Gozos de Santa María' (3), á la
Trova del Mensajero W y á la Cantiga de los Estudian-
tes (^) del Arcipreste de Hita, de quien fué sin duda con-
temporáneo el autor ó traductor de la Almadha. ¿Y qué
reparo puede haber en ello, si nos consta positivamente
que en el mismo siglo componía trovas, «muy sotil ó bien
letradamente fundadas, > el maestro Mahomat el Xarto-
(4) Siizungs. 4860, p. Í47.
(i) CancioMro de Baena^ págs. 42, 62, 472, 484, 492 y lxxii.
(3) Coplas 44 y sig.
(4) Coplas 4 06. y sig.
(5) Coplas 4621 y sig.
-182
SÍ, natural de Guadalajara (O, físico del almirante Don
Diego Hurtado de Mendoza? Guando un moro se hom-
breaba con el Dr. Fr. Diego de Valencia, con el bachiller
Fr. Alfonso de Medina y con el canciller Pero López de
Ayala, para discurrir sobre las arduas cuestiones de la
presciencia divina y la libertad humana, sin ofensa de
las creencias católicas ni desprecio de las mahométicas,
el arte de la poesía debía estar ya muy arraigado entre
los mudejares; y así lo confirman las varias composicio-
nes que de ellos nos han quedado rimadas por la cua-
derna vía. No ya con estribóte, sino con verdadero es-
tribillo, conservado en. árabe, hay una súplica ó plega-
ria (^) 'pidiendo á Dios misericordia, que empieza con es-
tos versos de diez sílabas: . .
«Señor, por Ibrehim el del fuego,
Que sobr'él fue frió y salvo luego;
Señor, apiada nos por su rruego
E denos lu gracia y perdón entrego
Ye árham errahimiyina (3).»
Pero el oído del autor tiraba con notable inexperiencia
hacia el alejandrino, ^egún demuestra la copla final:
«Pon tu salvación. sobre Mohammad tu mesajero,
Y sobre los annabies desde Edam el primero,
Y de los arra9ules fasta el postremero;
Gual hamdu lillehi almálico addáyimo algafero (4). •
Ye árham errahimiyina
Ye rrabbo alalimiyina (5).»
Desigualdad es ésta frecuente en las producciones de
( 1 ) Cancionero de Baenay pág. 564.
(i) Müller, Sitzungsb. 4860, p. 23a.
(3) oh el más piadoso de los piadosos. •
(4) T loado sea bios, el rey, el eterno, el perdonador.
(5) Oh señor de los fialegr
f83
\2i Edad Media, causada muchas veces por la tendencia
natural de los narradores y copiantes á acomodar á su
propio lenguaje lo que QÍdo á sus padres transmitían á
sus suceseres (^); pero en otras ocasiones el origen de
esta variedad toca más á los fundamentos del arte, y
hay que buscarlo en la diversidad de metros que desde
el siglo XIII en adelante invadió la poética castellana,
emancipada ya del estrecho molde de los hexámetros y
pentámetros latinos, con el ejemplo de los trovadores ,
lemosines, tan honradamente recibidos por el autor de
las Cantigas. Ésta influencia de la corte literaria del.
. Rey Sabio se deja ver <5laramente en' la Alhotba arrima-
da, impresa poV Müller, qile empezando por los antiquí-
simos octonarios de esta manera:
«En el lombre del criador, | piadoso apiadador,
May alto e muy gracioso, | sobi^ toda coaa poderoso,» etc.;
sigue con estos endecasílabos de idéntica . medida que
los del himno al mes de mayo, de Alfonso X:
■
kSab* qué la berdadera creyoncia,
Es formada sobre muy alta concia,
Es fraguada sobre cinco pilares:
Decirtelos e porque los aclares;»
y viene por fin á la gran maestría, guardando con todo
rigor las rimas, como en esta copla:
«(Aunque) la primera mujer fué fecha de colilla,
Aunque tortefique, no lo hayas á maravilla;
Si la quiés endere9ar, ante será quebradilla; ,
No lo ayas á miraglo, pues es d*aquella fasilla.»
Entre los siglos xiii y xiv debió también ser escrito
(4) Gayangos, Bib. AA. esp. T. LI, p. 5; Pidal, Can. de Baena^ p. xv;
km, de los Ríos, Bist de la lU. esp. III, UO. , * ' p
484
el Poema en alabanza de Mahoma^ publicado por el se-
ñor Gayangos en su traducción de Ticknor (O, no obs-
tante haber recibido sin duda de copia en copia ciertos
retoques gramaticales que han podido hacerlo suponer
mucho más moderno. Pero el metro alejandrino perfec-
tamente medido, alguna que otra rima asonada, y la es-
tructura general del lenguaje, persuaden de su mayor
antigüedad. Escrito en el original como si fuera pro-
sa (*), el copiante tuvo cuidado de señalar en cada cua-
tro versos la división de las coplas; cuyas consonancias
no siguen, sin embargo, más que de dos en dos versos,
de este modo:
• •
«Su corazón fué sacado de su cuerpo sin dudar,
Lavado y alinpiado, luego vuelto á su lugar;
Y la luna vino á él riendo y con humildad,
Haciendo acala sobre él, diciendo: ye Hohammad,
Dime lo que quiés que haga luego sin demás tardar;
Ye mi amigo amado, quien honró este lugar
Que mandado me a seido del rey alto, verdadero
Que te sea obidiente en todo y por entero.» .
Conocía seguramente el autor de esta composición el
celebrado Poema de José^ pues en ambas es casi idénti-
ca la primera copla, que allí dice:
cLas loores son ad AUah, el alto, verdadero,
Onrrado y cunplido, señor muy derechero;
Señor de todo el mundo; uno solo y señero,
Franco, poderoso, ordenador certero;»
y eo el Poema: de José^ con más arcaico estilo (3):
(1J üxtt, de la lit. e$p. T. IV, pá^. 3S7.
(í) Gay. T. 48.
(3) Ticknor. T. IV, pt 247.
485
«Loamiento ad'Allah, el alto y es y verdadero,
Onrrado y conplido, señor dereiturero,
• (<)•
Franco, y poderoso, ordenador certero;»
Por sí solo podría formar objeto de un discurso es-
ta joya de la literatura aljamiada, si no hubiera hecho
de ella el Sr. Amador de los Ríos detenido análisis y
acertadísimo juicio (*)• Duda tan ilustrado crítico si po-
drá llevarse la antigüedad de esta composición á los pri-
meros años del siglo xm; pero atendiendo á que la na-
ción mudejar no es probable .que tomara la iniciativa eii
el movimiento intelectual de las clases letradas, y que
no nos consta ,que la gran maestría fijara sus cánones
hasta Berceo, natural es suponer al autor de la leyenda
alcoránica un poco posterior al poeta riojano: lo cual
confirma la estrofa que acabo de copiar, donde se hallan
claras reminiscencias de la que comienza el libro III de
la Vida de Santo Domingo de Silos.
Pero no es ésta la más antigua producción literaria
de los muslimes en castellano. Ya en el reinado de Fer-
nanda el Santo, desde 1244 á 1250, se redactaba un do-
cumento histórico tenido en el mayor aprecio por los li-
teratos, y muy conocido con el nombre de Anales Tole-
danos Segundos. Consultados sin intermisión como fuen-
te histórica de gran confianza, no se ha echado de ver
hasta ahora que eran la crónica del enemigo encubierto
metido dentro de casa, y destinada tal vez á circular
con particulares fines entre los vencidos mudejares.
¿Quién sino un moro había de contar por la era de Ale-
(4) Falta este verso en el códice deGay. T. 42, donde ya escrítoal
poema como prosa,
(i)' Bist d$ la lü. esp. T. III/p. 380.
J^
186
jandro las fechas anteriores á Mahoma y por la hégira
las posteriores hasta la conquista de Toledo? Sólo un
moro y para los moros formaría el árbol genealógico de
Mahoma desde Adán nada menos, y á continuación se
gozaría en insertar el primero y más venerado capítulo
del Alcorán, con el nombre de citación disfrazado. Bien
es cierto que por vía de disimulo suelta las expresiones
de «perro de Mafomat» y «Prophecía falsa; > pero su fe,
su corazón y sus hábitos se descubren cuando dice que
Mahoma «convirtió muchas gientes de las ídolas al Cria-
(Jor, mas non á fó de Ghristo, que non creía en la Tri-
nidad {0.> Conócese al letrado ára]}e'en la puntualidad
con que nota la invasión de España, la entrada de los
Omiadas^ el esplendor de. su ocaso, los nombres de los
últimos Reyes de Toledo y la irrupción, de los Almorá-
vides; así como en llamar Adáhel á Abderrahmán I, y
Ebnabiámer á Almanzor. Y pqr último, el enemigo dé
la nación cristiana se descubre en la circunstancia es-
peoialísima de que entre tantos sucesos históricos por él
inventariados, apenas se recuerdan otros que reveses
padecidos por las expediciones militares de los castella-
nos, crímenes y desastres de nuestros príncipes y cau-
dillos, ó calamidades y espantos de la naturaleza.
Ipiporta mucho todo esto para aquilatar la fe que me-
rezcan los datos reunidos en monumento escrito de ta-
maña celebridad; pero me importa más ahora para poner
de manifiesto cómo la literatura muslímico-castellana,
en el dilatado período dé su desarrollo, vino á recibid to-
das las formas de-la cristiana, desde la ruda y descarna-
da crónica del tiepapo de San Fernando, y los poemas le-
(1) España Sagrada. T. XXIII. pág. 402.
187
' gendarios rimados por la cuaderna vía en metro alejan-
drino, hasta los pulidos y brillantes rasgos de ingenio y
erudición que determinan el carácter propio de nuesti^a
. edad de oro en los últimos reinados de la casa de Aus-
tria. Y esto sucede lo mismo en Castilla, donde se escri-
be el Poema de José y el Sumario del Mancebo de Aré-
valo, que en Aragón, cuyo dialecto especial se emplea en
el Becontamiento del Rey Alixandre y el Poema en ala--
banza de Mahoma; como en el destierro africano, ano3
después de la expulsión de la patria amada.
Pobre y enteramente vulgar es el estilo de la mayor
parte de las producciones moriscas; pero algunas ve-
ces adquiere suavidad y soltura, como en Rabadán y en
b. I^e, y aun alcanza en ciertas manos verdadera. elo-
cuencia. Describiendo las maravillas de la creación y la
providencia con que Dios las rige, dice el Libro del ha-
lecamiento de los cielos y la tierra W: «Y debe considerar
la persona, contemplando en las cosas halecadas, cómo la
gran providencia de AUah las rrige con tanto orden y
conformidad: éste amanecer cada dia, viniendo el sol con
sus rrayos clarísimos resplandecientes; este anochecer,
con su escuridad; y el clarear de la luna, de noche, en
sus tiempos y oras de ella; el grande concierto que en el
movimiento del sol y la luna ay, andando cada uno en
los doze signos del zodiaco; y las otras cinco planetas,
que andan por lo mismo cada una en su casa, como el sol
y la luna, entrando y saliendo en los signos en todo
^ ésto ay contemplación y misterio, que no fué halecado en
valdes. Todo lo halecó Allah taale para que conozca el .
ombre su potencia, su grandeza, su sabiduría tan gran-
(I) De D. Antonio Fernando Cabré.
488
de, y nobleza tan cumplida. > La tendencia común á re-
petir y amplificar conduce frecuentemente á la hipérbole
propia del estilo oriental, como al suponer que dice la di-
vina sabiduría: «Ye Mohamad, si los mares se tornasen
tinta; y los árboles, alcalames; y los almalaques, escri-
banos; y escribiesen cantidad de tres vezes este mundo,
no bastarían á screbir la tercera parte de Talfadila des-
te adoa (*).> Y encareciendo las altas cualidades de Zel-
ma, solicitada por esposa de Héxim, dicen sus parientes
en la traducción del Libro de las licces (2) de Alí-Rogel:
<Ya sabéis el estado de nuestra filia, y '1 ensalzamiento
de la preg y del algo y de la onrra y beldad y caballería,
y bondad y sesó.> El lenguaje se hace obscuro y enigmá-
tico al explicar así una teoría cosmogónica en el Libro
del halecamiento: < Y lo primero que halecó fué el arroh,
y lo encubrió de los halecados haziéndole invisible; de-
pues halecó del arroh la concavidad distancial; y halecó
de la concavidad distancial cuatro cosas prencipales: el
agua y el aire, y la claridad y la oscuridad. > En los
asuntos religiosos el estilo se encuentra embarazado, y
en lucha con un idioma que no ha sido preparado con ese
objeto (3): «Vuestro agraviamiento es de vuestra parte; si
os membrades del bien, así lo farides; mas soes sobresa-
lientes en el mal, é por eso vos agraviades.> Y en un ser-
món acerca del juicio final, se dice (*): «Y el fuego y su
cremar es fuerte, sus abismos son lueñe, y sus sartales
son hierro; su vianda es esprimiduras, y su bebrajo es fe-
neno; ni frió ni caliente; y si demandarán ayuda, y dar-
(4 ) Gay. T. 4 3. Compárese este pasaje con el idéntico de los libros plúm-
beos de Granada (Godoy, HisL critica^ pág. 52).
(í) Gay. T. n!
(3) Gay. T. 4Í.
(4) Gay. V. t.
489
les an agua hirviendo que les asará las caras. ¡Qué mal
bebrajo y mal sosiego! Guando se apretará su llorar, será
grande su pérdida y al9arán con rruego sus vozes, y de-
zirles an: callad en ello y non habledes.>
Tanto los giros como las palabras, denotan que los es-
critores de aljamía pensaban ó estudiaban en árabe lo
que querían expresar en castellano; en cuyo empleo se
atuvieron más al uso vulgar de sus provincias respecti-
vas, que á la estrecha observancia de los cánones gra-
maticales. «Ciruelas matbujas> pone un médico del si-
glo XVI (<) por ciruelas cocidas, y «lilmara del teniente>
por decir «á la mujer del teniente.» Y en cuanto á las
palabras correspondientes al ritual y nomenclatura re-
ligiosa, se conservaron cuidadosamente en forma origi-
naria, sin que hasta los últimos tiempos, y casi después
de la expulsión, dejara de llamarse á Dios AUah; al al-
ma, arroh; anabí, al profeta; almalaque^ al ángel, y
adiny á la religión. La sintaxis arábiga se Conservaba
también, no sólo en fórmulas como <la salvación de
Allah sea sobr'ól y sálvelo, > que sigue siempre al nom-
bre de Mahoma, y «apagúese Allah dél,> que se añade al
de un difunto; sino en muchas traducciones cuyo pecu-
liar carácter ó sentido deseaban conservar. Y cuando no
bastaba nuestra lengua para este intento, los moriscos,
usando de la flexibilidad que entonces les era propia, in-
ventaron palabras ó dieron nueva aplicación á las admi-
tidas. «Nombrad ad Allah nombramiento mucho, > dice
una traducción del Alcorán (2); «no hay volvimiento ni
fuerza sino con Allah el alto, grande, > traducen la ex-
(1) Gay. T. 6.
[1) Gay. T. 5.
490
clamación de conformidad muslímica W; <averdadecieii-
te y ciiiipliente,> se llama á Dios en una oración W; <y
paró sus manos aleadas al cielo con rrogar,> se lee en el
Recontamiento de AH¿oandre (.^); ñsi como ^Mor 6 llorar-
miento,» «clamó el damador,> «levantaré su matador
levantamiento, que no se levantará ninguno de sobr'ól,
ni semblan dól.>
Tampoco se levantará ya de su tumba la literatura
aljamiada; pero la larga y poco amena tarea de exhu-
mar sus cenizas no debe servir tan soló para alimentar
la curiosidad erudita, como ligero pasatiempo. El cua-
dro que de esa literatura muerta he deseado poner ante
vosotros hace ver como pintados por sí mismos á los mu-
sulmanes españoles, con sus costumbres, con sus creen-
cias, con sus pensamientos y con sus dolores; y al lado
del vulgo, apegado á la letra de las tradiciones, nos
muestra á hombres de entendimiento más, elevado, que
no usaban la poligamia ni desdeñaban las representacio-
nes figuradas de la naturaleza viva; que tendían á admi-
tir el libre albedrío, y á. rechazar el impuro paraíso de
Maboma; que casi sin sentirlo aceptaban la caridad cris-
tiana, y negaban la justificación por la fe sola. Gentes
como éstas, que habían olvidado el habla de sus mayo-
res ó iban dejando ya su escritura; que se divertían con
la lectura de novelas caballerescas, y amenizaban sus
escritos con la poesía contemporánea; que analizaban
las comedias del Fénix de los ingenios, y discutían al
lado de los maestros cuestiones espinosas de teología, no.
distaban mucho de amalgamarse y fundirse con el medio
(4) Gay. T. 48.
(2) Gay. V. 14.
^(3) B. N. Gg. 48.
494
social que las rodeaba. Y si las ciegas pasiones popula-
res no hubieran atrofiado ese miembro importante de la
nación, exigiendo después una amputación cruenta, los
moriscos, como los antiguos mudejares, hubieran con-
cluida por incorporarse del todo con la masa de los de-
más españoles; contribuyendo con sus fuerzas y sus ele-
mentos de vitalidad á la mayor gloria de la patria, en
Yez de la miseria y muerte eterna á que fueron conde-
nados al otro lado del Estrecho. AUí^ donde no enten-
dían ya aquellas letras arábigas tan avaramente conser-
vadas durante siglos en la tierra natal; allí, donde ya
sonaba inerte en sus oídos hasta el sagrado nombre de
Allah del idioma coránico, tuvieron que hacer ruda cam-
paña, para desarraigar de sus pechos la semilla católica,
hombres notables como Juan Alfonso, Ibrahim de Bol-
lad, el Anónimo de Túnez y Mohamad Alguazir (O, alen-
tados con político Interés por sus protectores y sobera-
nos; y allí lució con brillante fulgor de despedida la li-
teratura aljamiada, que escrita con nuestro gallardo ca-
rácter del siglo XVII y nombrando como nosotros á Dios
nuestro Señor, acaba en el africano suelo su existen-
cia (*), del todo confundida en sus condiciones formales
con la general española.
Mas no para deplorar errores pasados traigo este
asamto á la Academia, smo para poner de manifiesto y
(4) B. N. A. a. 169.
(2) Difiere totalmente esta opinión üe la de mi amigo y compañero Don
Francisco Fernández y González, qaien atribnye mnchas de esas obras á
los moriscos qae quedaron en £spaña despnés de la expulsión. Véase sobre
este punto sn erudito articulo titulado De loh moriscos que quedaron en Es-
paña después de la expulsión decretada por Felipe III [Revista de España, to-
mos XIX y XX, 1874); trabajo que no citoen la'pág. 44 de este Discurso,
porque no he tenido el gusto de conocerlo hasta el momento de estar en
prensa este pliego.
492
proponer al estudio cómo la lengua castellana sale de
las plumas aljamiadas con especiales giros, ya en el esti-
lo, ya en la sintaxis, ya en el vocabulario; y cómo, en
el choque y penetración de lenguas tan desemejantes,
teniendo que expresar en la una conceptos que han na-
cido y tomado cuerpo en la otra, se amolda la parte va-
riable y accesoria de aquéña, quedando firmes é inmuta-
bles sus elementos esenciales á modo de inflexible esque-
leto. Estudio útilísimo, con el cual podremos ayudar
grandemente á fijar, limpiar y dar esplendor á nuestra
hermosa lengua, no intentando oponer con vano esfuer-
zo diques al movimiento natural del idioma que habla-
ron nuestros mayores, sino rectificando el cauce por
donde sin desviación ni desbordamiento se ha de dirigir
su corriente, para que digna y propia la reciban nues-
tros hijos.
CONTESTACIÓN
DXL
Eiciío. Sr. D. ANTONIO. CÁNOVAS DEL CASTILLO
AL PREGEDESTS DISCURSO DEL SR. SAAYEDRÁ.
Señores:
Mucho tiempo hace que eligió esta Academia al hom-
bre modesto, laborioso y' sabio á quien acabamos de
aplaudir justísimamente; y sólo mía es la culpa de que
no ooíipe ya la silla donde tan singulares servicios ha
de prestar. Que algún motivo tengo para pedir indul-
gencia fuera ocioso decirlo; pero el daño es tal; que de
toda la suya há menester para absolverme la Academia.
Ni faltará quien culpe también al Sr. Saavedra, tan so-
lícito en presentar su propio discurso, por la paciencia
con que ha esperado el mío; pero, expuesta la causa,
parecerá su delito más honroso que grave. Verdadera-
mente, ha sido el aplazamiento excesivo, tratándose de
cosa que tanto debía anhelar, y con efecto anhelaba; y
es digno de nota^ que ni siquiera mis propias exhorta-
ciones le hayan movido á procurar que. la Academia
diese el encargo de contestarle á cualquiera otro de sus
miembros, siendo muchos los que podían desempeñarlo
más pronto y mejor. Justo parece, pues, que me apresu-
ra
-. 194
re á decir que la causa no ha sido otra^ en resumen,
ano que est el Sr. Saavedra compite la bondad de la
eo2idkiúii, coa la inteligencia y el saber.
So^ ser disculpada la inclinación á hablar de cosas
antigaas en los que no tienen de un solo color el cabe-
llo, r por desgracia no falta ese motivo para que se dis-
culpe en mí ahora. ;Mas si de cosas antiguas hablo, y,
mbm antiguas propias, no es, Señores, ano por referir
juntamente los principios que tuvo la carrera del nuevo
Académico, coronada hov con la más preciada de las
reoompenss^ que cabe en España otorgar al hombre de
letras.
Treinta y fres años há, que no más tarde que al si-
guiente día de llegar á Madrid, y en una fría mañana
de noviembre, nos encontramos el Sr. Saavedra y yo
por primera vez; adolescentes uno y otro apenas, vaci-
lando to-íavia sobre la carrera que cada cual hubiese al
fin de seguir, tanteando en suma los caminos de la vida,
siempre ob§í?aros y ásperos para los que ponen el pie en
ellae sin fortima. De aquel instante mismo arranca nues-
tra amistad, que no ya sólo conocimiento; y trabajando
á un tiempo por abrimos paso, con frecuencia nos he-
mos encontrado los dos, sin que haya obscurecido la
nube más tenue nuestro afecto recíproco y desinteresa-
do. Cierto 65 que carreras al fin y al cabo más diferen-
tes y con menor influjo una en otra, quizá no se hayan
seguido paralelamente jamás. Fuera siempre de la polí-
tica el Sr. Saavedra, hale sido dado proseguir con más
constancia por la florida senda que tomamos juntos, y
aprovechar las lecciones que, bajo el amigo techo que
abrigó nuestra primera conversación, recibimos ambos.
No es sólo la grata memoria del origen que tuvo una
/
195
tal amistad, ni el recuerdo de días, bien lejanos hoy,
que con razón uno y otro podemos ir echando de menos,
lo que me mueve á hacer alto aquí un instante. Como
por la mano me trae también á ello el discurso que se
acaba de oir.
Porque es tiempo de saber que la casa donde el señor
Saavedra y yo nos conocimos, no era otra que la de
aquel insigne erudito y hablista, juntamente poeta, es-
critor de costumbres, novelista, orientalista ó historia-
dor, D. Serafín Estóbanez Calderón, con quien á mí me
enlazaba el parentesco, y unían al Sr. Saavedra, empe-
ñado ya á la sazón en el arduo estudio de la lengua y li-
teratura arábigas, los servicios inestimables que todo
joven de esperanzas le debió siempre. Allí fué donde,
prestando oído atento á las frecuentes discusiones litera-
rias sobre el habla, escritura y letras de las naciones
semíticas en general, y especialmente de los moros es-
pañoles, oí por primera vez la noticia, poco vulgar aún,
de que* alguna parte de nuestra propia literatura andu-
viese escondida en los caracteres, para tan pocos legi-
bles, de aquella gente vencida, expulsa, extinta; y no
parte indiferente, sino interesantísima. ¿Qué mucho,
pues, si al escucljar la meditada y docta exposición que
de ese hecho singular nos ha presentado en el día de
hoy el Sr. Saavedra, acuden ciertos recuerdos á mi me-
moria?
Tengo para mí, señores, que tampoco ha sido ajeno á
la elección de su asunto el recuerdo que guarda el nue-
vo Académico del escritor ilustre que alentó, ya que no
dirigiera §us primeros pasos; pues nadie seguramente ha
mirado con 4an especial amor como Estóbanez esta li-
teratura aljamiada. Parecía en él manía á las veces, '
.196
bien que inofensiva, como lo suelen ser las literarias.
Iá) que primero estimulaba su pasión por la literatura
• aljamiada era probablemente el dulce sabor arcaico,
castizro, ingenuo, delicioso en verdad, que, bajo la plu-
ma de los escritores moros, cobraba nuestra lengua, se-
. gún demuestran ejemplos múltiples por el Sr. Saavedra
atesorados y expuestos. Porque la lengua patria fué ver-
dadera señora de los pensamientos de Estébanez en vi- -
• da, siguiéndole hasta el sepulcro por tal manera, que,
cumplidos sus deberes, religiosos, y tardando en llegar
la muerte algún tanto. más qtie pensaba, todavía quiso
oir, antes de dar á Dios el alma, una ó, dos de las hones-
tísimas y. apacibles páginas del Quijote, cosa * que me
perdonaréis traer á cuento por lo característica y sin-
gular.
Mas.no era sólo por su propio mérito por lo que Esté- .
banez Calderón amaba tanto las prosas y versos de la
literatura aljamiada: tenía á sus ojos otro valor que qui-
zá no sea dado comprender sino á los que han nacido en
las tranquilas riberas del mar y á las faldas de las sie-
rras quebradísimas donde se oyó por última vez el grito
de .guerra de los alárabes vencidos, y por lo mismo se
conservan mást las alcazabas, las mezquitas, los casti-
llos, los alcázares, los nombres, usos y cantos de aquella
gente, sin que llegara allí á ser de todo punto aborreci-
ble su niemoriá.
No sé lo que de esto pensaréis los que -sois nacidos en
otras partes de España; mas yo no sé negar que, lo pro-
pio que 'Estébanez y cuantos han rimado, bien y mal, 6
compuesto buena y mala prosa en mi tierra, profeso afi- •
ción vivísima á lo que queda de aquella gente, al cabo
y al fin española y más desdichada que merecía, por
'497
grandes qué sus culpas fueran. De aquí el halier leído
con placer siempre las páginas copiosas que dedicó aquel
autor á describir ó cantar las costumbres, los amores,
las desgracias de los últimos moros españoles, ya en sus
Poesías^ ya en su novela titulada Cristianos y Moriscos j
ya j3n sus Cuentos del Generalife^ ya en otros trabajos
.poco leídos ahora, y de que hará la posteridad, si no me
engaño, mucha jnás cuenta. De aquí la satisfacción ín-
tima con que recorrí las amenas cuartillas del Sr. Saa-
vedra, no bien las puso en mis manos; tributo, por lo
demás, debido á su raro mérito, que habéis tenido oca-
sión de aquilatar. Tratara, no obstante, el nuevo y dis-
*cretísimo colega de otra cualquiera gente extraña, aun-
que fuera de griegos y romanos, nuestros eternos .maes-
tros, y el valor de su discurso fuera igual, y aun cabe
que mayor, sin que despertase en muchos, y yo soy de
ellos, emociones tan gratas.
Pero me extiendo más de lo justo, á no dudar, en co-
sas ¿me. no á todos los que oyen puede» por igual inte-
resarles. Ni es fácil que reanude el hilo de. este discur-
so, interrumpido con. tantas digresiones. Ello* ha de Ser,
con todo, y lo mejor será deciros francamente que mi
propósito se reduce á encarecer, así la antigüedad como
la*eápecialidad de* las relaciones que al Sr. SaaTedra y á
mí nos unen, poniendo en evidencia de tal suerte la
causa honrosísima de la resignación con que me ha es-
perado, y su empeño en que fuese yo y no otro quien, á
nombre de la Academia, le abriese estas puertas.
No debe ésta de ser la vez -primera que aproveche
la Academia los frutos que del Sr. Saavedra esperaba
y espera. Su laboriosidad es tal, y tal* su entusiasmo
por el saber en general, y fnuy particularmente por los*
m
estudios filológicos, que juraría que con sólo las obli-
gaciones de Académico electo, tiene dada ya aquí larga
muestra de su persona. Cuenta entre sus cualidades el
nuevo colega un como instinto de adivinación en las
'lenguas, al cual se junta un gran conocimiento en ellas,
constituyéndole aquello y esto en uno de los mayores
filólogos que España posea. Si la Academia, pueg, ha re- .
querido su cooperación á los útiles trabajos de nuestro
instituto, seguro estoy de que no se habrá negado á pres-
tarla, y difícil se me haría creer que esta solícita Cor-
poración la hubiese hasta aquí desperdiciado. Precisa-
mente las aptitudes de ese linaje son entre nosotros mu-
cho menos comunes que otras, dejándose de ordinario ir.
por más floridas pendientes el genio nacional.
Ahora que la Academia cuenta con la colaboración
asidua del Sr. Saavedra, bien pronto tendrá, de todos
modos, vivas muestras de que no es sólo un filólogo, co-
nocedor de las lenguas sabias, y muchas de las vulga-
-res, y hombre dotado de particular instinto para descu-
brir los orígenes.y relaciones de las palabras ó interpre-
tar sus varios sentidos; todo lo cual atañe al molde de
las ideas. No: el Sr. Saavedra es también de los que más
caudal de ellas atesoran, por abarcar con incesante es-
tudio su inteligencia grandísima parte del humano sa-
ber. Á patentizarlo bastaría el mero catálogo de sus
obras; pero, si un detenido examen no, algo más que
catálogo me parece que anhela este auditorio, para me-
dir de un golpe el campo de esperanzas que hoy se abre
á la Academia.
Ingeniero de profesión, comenzó naturalmente por
enriquecerla con importantes libros técnicos,, tales como
la Teoría de los puentes colgados y los tratados De la re-
199
sistencia de materiales y De la estabilidad de las cons-^
tracciones f sin contar con la traducción de las Apli-
caciones del líierro d la construcción^ obra'inglesa de
W. Fairbaim; siendo luego innumerables las Revistas
científica? que ha escrito en periódicos, como quien si-
gue con atención constante y profunda el rápido pro-
greso que hoy muestran todas las ciencias experimeij-
tales.
Trabajo original, y de mucha mayor importancia, es
su libro inédito intitulado El Nilo, que tuve años hace el
gusto de conocer, y cuya impresión espero, como cuan-
tos le han visto, con impaciencia. Es éste un importan-
tísimo estudio científico y literario sobre el Egipto, don-
de el viajero observador, el sabio, y el filólogo y ar-
queólogo resplandecen á un tiempo.
La historia patria débele por su lado no menores ser-
vicios que las ciencias que profesionalmente cultiva.
Nuestra hermana la Real Academia de la Historia re-
cibió ya de él en 1860 una importantísima Memoria, con
planos y copiosas ilustraciones sobre la Vía romana de
Uxama á Augustóbriga, y más tarde iln discurso sobre
los Itinerarios romanos, según la crítica racional, traba-
jos por extremo estimados; habiendo escrito además, en
distintas obras, doctísimas disertaciones sobre epigrafía
romana, y sobre objetos ó inscripciones hispano-árabes.
No satisfecho aún con escribir tanto, y de tamaña im-
portancia, ha tratado en diferentes conferencias públi-
cas, con facilísima dicción y claro estilo, de varios y obs-
curos asuntos de ciencias y letras, derramando siempre
en ellos gran caudal de erudición y crítica. Por último,
y ciñéndome á lo que nos toca especialmente, no sólo ha
hallado ocasión de discurrir también, y con sumo acier-
2Q0
to, respecto á los neologismos científicos y á la índole le-
xicológica de nuestra lengua, sino que^ entretejiendo lo
bello y lo úíil, ha escrito con fácil pluma e} notabilísimo
artículo intitulado La Leonesa^ de Las Mujeres españo-
las, obra pintoresca eü que varios miembros de esta
Academia tenemos parte. ' ,
¿Quién se maravillará, pues, de que tres de las Realep
Academias, la de Ciencias, la de la Historia y la Españo-
la, hayan llamado á sí al Sr. Saavedra? Dadp es á pocos
. ostentar una medalla sola con tan claros títulos como
* «
nuestro nuevo compañero las tres^ que puede llevar des-
de hoy al pecho. Para. merecer la que hoy recibe tiene
más que suficientemente hechas sus pruebas de escritor
sobrio y degante, aun dejadas aparte sus indisputables
aptitudes de hombre de ciencia, de historiador, filólogo y
crítico; útilísimas todas, y esenciales muchas en lois tra-
bajos que nos están encomendados. Mas ¿qué mejor de-
mostración que su discurso de hoy? Verídica, sagaz, elo-
cuentemente nos ha expuesto, en breves páginas, así el
desenvolvimiento y los esenciales caracteres de la casi
desconocida literatura aljamiada, como la índole misma
* y el estado religioso y social de aquellos míseros compa-
triotas nuestros, tan á deshora fieles á Mahoma, que la
España del decimoséptimo 3Íglo tuvo aún valor para ex-
pulsar-de su suelo.
• Y en medio de la fría imparcialidad que sus hábitos dé
investigador y crítico le imponen, ¿no es verdad, seño-
res, que mucho de compasión, ó algo, y aun algos de
simpatía hacia aquella gente, se trasluce en sus frases?
¡Ah! Bien que no haya nacido donde yo el Sr. Saavedra,
y aunque por acaso desconozca la afición que de mí con-
fieso á los pobres moros españoles, no temo que niegue.
... 201
esto que digo, ni para negarlo hay razón; Porque ¿he-
mos de tener hoy menos compasión de los moriscos, los
que de tan lejos contemplamos sus culpas y errores, de
igual modo que los inconvenientes y daños de su presen-
cia en España, que los mismos que pusieron voz y mano
en la expulsión? Pues el mayor número, y sobre todo los
que más de antiguo y de cerca los conocían, despidiéron-
los al cabo y al fin con voces mucho más melancólicas
qhe alegres.
La verdad es que el mero espectáculo de la expulsión
y de sus inmediatas resultas, tuvo por fuerza que inte-
rrumpir á las veces el común aplauso á que dio lugar,
abriendo frecuente paso á la lástima. Por de pronto, y
aun siendo certísimo que los moros españoles, como to-
dos sus correligionarios de cualquier tiempo ó raza, eran
muy poco inclinados á convertirse á otra, cualquiera re-
ligión, ni aun á la cristiana, y que los más de los que
habitaban nuestras provincias eran tan devotos de Ma-
homa en los días de Felipe III como en los de D. Jaime
ó los Reyes Católicos, semejante regla no dejaba de te-
npr sus correspondientes excepciones, y algunas muy
ciertas y singulares. ¿Quién que haya estudiado la ex-
pulsión desconoce el nombre de Gaspar de Escolano? (^).
Rector de una de las parroquias de Valencia, y nada me-
nos qu0 Consultor y Secretario de la junta de teólogos
formada por la de Obispos, á última hora reunida para
fallar sobre las culpas de los moriscos, nadie mejor que
: él podía saberlas, iii debía de condenarlas más, como sa-'
(4) Segunda parte de la década primera de la historia de la intigne y co»^
roñada Ciudad y Reyno de Valencia, por el licenciado Gaspar Escolano, Rec-
tor de la parroquia de San Esteban, Coronista del Rey naestro. Señor eú el
dicho Reyno y Predicador de la Ciudad y Consejo: Valencia, 4614, libro
décimo, ' '
202
cerdote, ó como español y valencigino. Pues con eso y
todo, creyó aquel autor en la sincera conversión de Tu-
rigi, súbitamente aclamado rey por los moriscos que in-
tentaron la resistencia. — «Persona (dice al referir su su-
plicio) de huen natural, murió como buen cristiano, de-
jando muy edificado al pueblo y confundidos á sus secua-
ces. > Verdad es que fué raro caso el dp morir como un
santo en la ley de Cristo^ quien por moro se veía cruel-
mente ajusticiado. Pero no fué Turigi el único en cuya
conversión creyó Escolano, que también da por cierta,
de acuerdo con muchos testimonios contemporáneos, la
de otros moriscos, refiriendo de algunos que aun de Áfri-
ca se volvieron á todo riesgo por perseverar en la fe cris-
tiana.
Tocante á la expulsión en sí misma, véase ahora tam-
bién de qué suerte la juzga Escolano, que tanto la debió
de desear, cuando la vio realizada. — <No se puede con-
tar (dice al final de su obra) la ruina de los lugares del
Rey no, y cuan yermos y despoblados han quedado con
la transmigración de los moros y la . dificultad que se
siente en poblarlos Los dueños de censos, que son to-
dos los particulares del Reyno, que viven de rentas y
tienen la vivienda de su estado librado en ellos, piden al
cielo y al Rey justicia de que no se les paguen los rédi-
tos; pues quedan en pie las casas y haciendas de los mo-
riscos, hipotecadas á sus censos los señores se la-
mentan que no pueden pagar lo que no tienen El
Patriarca Arzobispo de Valencia, visto el laberinto en
/pie quedaba el Reyno, la resistencia que hallaba en la
disposición de muchas cosas qué resultaban de la expul-
sión, la dificultad del remedio.de tan reconocidos daños,
y que la nobleza y el pueblo le hacían cargo de todo co-
203
mo autor, que él habia publicado s^r, de la salida dalos
moros, y que había estragado mucha parte de la afición
y estima que le tenían los valencianos, empezó á sentir
carcoma en su corazón y á acongojarse de que los re-
medios venían con pie de plomo; y juntándose esta -pe-
sadumbre con la que le habían dado los memoriales, es*
critos contra el parecer que siguió en la rebautización
de los moriscos, y en echar los pequeños bautizados de
siete años adelante, dio en una lenta calentura; > enfer-
medad de que murió á poco tiempo. Por donde se ve que
en Valencia, principal teatro de la expulsión, y donde
sólo los que tenían vasallos moriscos la impugnaron al
anunciarse, muy pronto se llegó á los confines, si no
más allá, del arrepentimiento.
Más alegremente vio las cosas cierto compatricio de
Escolano, testigo también de vista, que relató en octavas
reales el suceso. Hablo de Gaspar deAguilar, poeta épico,
dramático y lírico, competidor, al decir de Lope, en la
dramática poesía (^) de su paisano el canónigo Tarraga, y
apellidado en Madrid el discreto valenciano (2); el cual ob-
tuvo licencia para dar á luz en su ciudad natal un poe-
ma épico intitulado Expulsión de los moriscos (3) el día
12 de julio de 1610, que es decir, menos de diez meses
después de pregonado el bando y aún no termÍDada la
empresa. Dedicada principalmente esta obra á glorificar
al Duque de Lerma; escrita al tiempo mismo que se lle-
vaba á cabo la expulsión, y quizá día por día; tenida,
como crónica fiel de los hechos, antes que como ficción
(4) Laurel de Apolo, Silva seganda.
(2) Ximeno, Escritores del Reyno de Valencia: Valencia, 4747, fol, 4,
pág. 265.
(3) Expulsión de los moros de Esparta por la S. C. fí. Magestad del Rey
D. Felipe III, nuestro Señor,, por Gaspar Aguilar: Valencia, 4^40.
,204
poética, por alguno de los sonetistas que al uso iel' si-
glo exornaron sus primeras páginas, compréndese sin
esfuerzo que los versos de Gaspar de Aguilar no sean
ningún panegírico de los moriscos, sino más bien la su-
ma triunfal de cuanto malo se les imputó y de cuanto
bueno cabía decir de sus perseguidores. Para Gaspar de
Aguilar jñ siguiera era seguro que la salida de tanto nú-
mero de habitantes laboriosos pudiese 'esterilizar al pron-
to los campos 'de Valencia. ¿Mas qué mucho, si tampoco
pensaba que pudiera perjudicarles, con tal qué saliesen
de ellos los moriscos, la más extremada sequía? Para to-
do, hasta para esa gran caíamidad'valenciana, de que no
nos falta experiencia, era remedio, en sentir del buen-
Aguilar, la expulsión.
¡Lástima grande qne no hubiese otra tal cada año! di-
rá, no sin razón, cualquier labrador piadoso que llegue
por casualidad á leer los siguientes versos:
«Quedan sus campos sin haber llovido
Cubiertos de menuda verde yerba,
Cosa que al común voto de la gente
No pudo suceder naturalícente.
Sin Uover una gota en el invierno
En el árbol más soco y agostado^
El pimpollo brotaba hermoso y tierno,
De flores y de fruto rodeado.»
En resumen, nuestro entusiasta poeta califica la ex-
pulsión de esta suerte:
aLos dueños de los moros soló han sido
• Los que han venido á consumir su estado,
• Que en pedazos de tierra dividido,
. Á poder de los pobres ha llegado.
. Nada al fin en el reino se ha perdido,
. . . .* 205
Pues quedan, porque todo se ha trocado,
Los ricos pobres y tos pobres ricos,
Los chicos grandes y los grandes chicos,»
Y á la verdad, Señores, que no se concibe mayor op-
timismo, ni más regocijado modo de ver un suceso que
tantas ruinas, discordias y lam^itos ocasionó al fin, co-
mo refiere Escolano. Pero la explicación no puede me-
nos de ^estar en que aquél honrado poeta, incapaz, sin
duda, de mentir con tal desenfado, compuso sus versos
á raíz del bando, y durante la expulsión misma, cuando
no se tocaban todavía sus efectos. Con esto, y uü tanto
de libertad poética, paréceme que basta para excusarlo'.
Lo único evidente era que los ricos barones de Valen-
cia (aquéllos porque se inventaron lo^ refranes de
<quien tiene moro tiene oro y <á más moros más ga-
nancia, > según refieren los historiadores de la expul-
sión, Guadalajara y Bleda) 0), quedaban arruinados; y el
poeta, que no debía por sí de desmentir la fama de po-
bres que suelen tener Ibs de áu arte, no solamente no se
compadecía de ellos, como prójimos, sino que parecía
recibir particular satisfacción en su infortunio. Lo cual,
con otros mil ejemplos, dice á voces que la envidia de
los que no tienen á los que tienen es perpetua pasión
en la especie humana, y que toda gran revolución la
descubre, en cualquier tiempo, al modo que sacan á luz
las bajas mareas los escollos del mar.
Mas con tanto aplauso y todo, como la expulsión le
. (4) Memorable expulsión y justísimo destierro de los moros en Esphña,
nuevamente compuesta y ordenada por F. Marcos de Guodalnjara y Xavier,
religioso y general historiador de la Orden de Nuestra Señora del Carmen,
Observante en la provincia de Aragón: Pamplona, 4643.— Crónica délos
maros de España, por el P. Presentado Fr. Jaime Bleda: Valencia, 4648, pá-
gina 886,
206 «
inspira, ved, Señores, ahora, por qué sentida manera
describe Aguilar uno de los muchos episodios á que hu-
bo de dar lugar inevitablemente. Dos amantes, refugia-
dos en la Sierra huyendo del embarque, tropiezan por
su mal con los cristianos; y canta así el suceso el poeta:
aLa infeliz mora, que escapar desea
De aquel fiero escuadrón de gente armada, .
Mientras que de su esposo en la pelea
Está más divertida y ocupada;
Sin que nadie le estorbe, ni lo vea.
Se sube por el monte, y levantada
Sobre la cima de un lugar fragoso,
Vio el trágico suceso lastimoso.
Viole, que aunque era noche triste, obscura,
Por día hermoso en aquel punto vale
La clara luz, resplandeciente y pura.
Que de los golpes de las armas sale;
Y cuando conoció que en desventura
Ninguno puede haber que se la iguale.
Movida de una furia que la incita.
De aquel lugar se arroja y precipita,
Al punto que la gente vencedora
Desocupa los llanos y desiertos,
Baja del monte la espantable mora
Por escalones de peñascos yertos.
Cualquiera de eUos se enternece y llora,
Por ver que están de rosicler cubiertos;
Que por todo aquel monte dejó rastro
De mil bellos pedazos de alabastro.»
Poeta que eso supo decir, muy bien podría detestar á
los moriscos; pero no es seguro que á las moriscas las
odiase igualmente.
No sé, señores, si tantas citas agotarán vuestra paí-
207
ciencia; mas el deseo de representaros con exactitud, y
en sólo un cuadro, la horrible contradicción de ideas,
sentimientos y pasiones de que se derivó al fin como
irrefrenable corriente, ahora lenta y ahora precipitada,
la expulsión, muéveme á pedir que me permitáis leer
todavía algún mayor número de versos. Trata Aguilar
de la derrota de los moriscos sublevados en las monta-
ñas; y, vivamente conmovido, según se ve, la describe
en estos términos:
iYa no aprovecha el llanto dolorido
Del viejo, aunque el hablar se le conceda,
Y pida al Español embravecido
Un minuto de vida que le queda;
Ni el ver el niño al tierno pecho asido.
Que sólo porque un rato vivir pueda.
Le da la triste madre, enternecida,
Su propia sangre en leche convertida.
No aprovecha rendirles las espadas,
Sólo para dejarles satisfechos,
Que al instante las tienen envainadas
De aquéllos que las rinden en los pechos;
Ni el ver con triste llanto arrodilladas,
Dando á todos abrazos muy estrechos.
Amorosas y afables las moriscas.
Un tiempo tan zahareñas, tan ariscas.
Viendo que esta Canalla se despinta.
Cesa el combate, y saca victorioso
t'res cabezas de Moros en la cinta
Un soldado Extremeño valeroso.
Ciando envaina la espada en sangre tinta,
Se le acuerda que al cielo poderoso
Ofreció que en su nombre mataría
Tres Moros y una Mora en este día.
208
Mete mano á lá espada, y en un yuefo
Vuelve á buscar la Mora prometida,
Y una le ofrece por milagro el cielo
De una lanza cruel recién herida. »
En ella, que tendida está en el suelo,
Luchando está la muerte con la vida,
Y como sierpe el oro del cabello
Enroscado en el pecho y en el cuello.
Queda como si fuera algún encanto,
Viendo que en ella el brazo de un infante
Á pedir el Bautismo sacrosanto, .
Le sale por la herida penetrante.
Quítasele el temor, pierde el espanto
Por ver que está preiñada, y al instante,
Porque Dios de su aimor se satisfaga,
El parto le anticipa con la daga.
Saca dos niños de aquel grande aprieto,
Que sólo imaginar le atemoriza,
Y guardando el decoro y el respeto
Á la ley que profesa, los bautiza;
Murieron los tres jüptoS, en efeto,
Y al cielo, que sus glorias eterniza.
Suben los hijos, y al instante mismo
Baja la madre al espantado abismo.»
.¿No es cierto, Señores, que este imparcial y horrible
relato por sí solo bastaría á probar cuan difícil era que
gentes tales pudieran siempre vivir en tíh mismo suelo?
Porque mucho de tal rigor hay que atribuirlo, sin duda,,
á los feroces usos de la guerra en todo tiempo, y toda-
vía más feroces que ahora naturalmente, en los prime-
ros años del siglo decimoséptimo. Pero aquel voto del
soldado de dedicar al cielo los cadáveres de tres moros
y una mora, y sin contar los que en la batalla había de-
A
209
rribado, anticipar el parto de la moribunda, con su pro-
pio acero, para que muriendo con ella los morillos no-
natos, se cumpliera asi el voto largamente; el bautizo,
la alabanza que al hecho da el poeta; todo el cuadro, en
fin, que no sin repugnancia,he dado á conocer, palpa-
blemente muestra, en mi concepto, que, al rayar el ci-
tado siglo, no cabían ya moriscos y cristianos dentro de
unas solas fronteras, ni podían beber* el agua de unos
mismos ríos, ni debían partir los frutos de una propia
tierra.
Y no imaginéis, señores, que llevado de compasión
indiscreta intente cargar la mano á nuestros antepasa-
dos, disculpando á los expulsos moros. Ni el amor á sus
alcázares, alcazabas y castillos roqueros, ni el de los sa-
brosos versos y prosas de la literatura aljamiada, pue-
den conducirme á error tamaño. Sin necesidad de acu-
dir á los historiadores de la expulsión, que acaso fueran
tachados de parciales, tópanse á cada paso testimonios
de que si eran los moriscos malos cristianos, todavía
eran peores subditos y españoles. Para demostrar, aun-
que sea ligeramente, este aserto, por fuerza habré de
entrar en los dominios de la historia, invadiendo así los
de otra Academia, de que tengo el honor de formar par-
te, Pero los fenómenos literarios corren de tal suerte
.unidos á los sociales y políticos, que ni el Sr. Saavedra
se ha librado de leer hoy páginas de historia, ni menos
puedo yo evitarlo, habiendo de ceñirme en lo posible á
.completar su trabajo. Permitidme, pues, que con ese so-
lo fin bosqueje rápidamente la actitud de los moriscos
españoles en los postreros tiempos, como he dado á en-
-^ tender los sentimientos que por los propios días anima-
ban á los españoles cristianos.
44
2<0
Todos conocéis, á no dudar, la relación del \iaje que
Felipe II hizo en 1585, á Zaragoza, Barcelona t Valen-
cia, escrita por el arquero de su guardia Enrique Gock,
y dada á luz últimamente. En esta oBra imparciaL co-
mo de un extranjero igualmente ajeno á las pasiones
de unos y otros, se lee que. casi todos los lugares próxi-
mos á tierras de moriscos tenían un castillo 6 lugar
fuerte, junto á la Iglesia, para que pudieran allí reristir
sus acometidas los cristianos viejos. — tcEstos moros ( Ji—
ce Gock en textuales términos), desde el tiempo que sus
antepasados ganaron á Esj^aña, siempre han quedado en,
sus leyes: no comen tocino ni l>eben vino; v esto vimos
allá, que todos los vasos de Larro y vidrio que hal»iaii
locado tocino o vino, luego después de nuestra partida
los rompían, para que no sintiesen olor ni sabor de ello. >
Lo cual se hacia, por cierto, con la comitiva y á la pro-
pia presencia de Felipe II, tan ponderado jH:»r su ÍB:t.>:—
rancia religiosa, sin que diera la menor señal de eii .';•:•
en todo el viaje. Tratando de la villa de Muel, donde vio
fabricar los vasos hispan o-árabts, que hoy suelen adc-r—
üar muchas paredes, añade el arquero q-ie en ío'Il» ti
ugar no había más que tres cristianos viejos: el cura, el
notario y el tcibernero, el cual era tarcldcn mesonero, y
que los demás dirían de mejor gana en romería á la Csl^
sa do Meca, que á Santiago de Galicia .* .> ¡'X^ e^ra co-.
sa que esto decían tn IcíS primeros años de: >:r]j -:^j:rii-
1e el beato tluan de Ftil»era, ra:rlarc*a de- Al.:>.:^:-\ y
Vrrebispo de Valencia: Bleda, el por:ug:iLS Fe-nso^, .
'^j
< hrlarinn ar. ricir h»"h vnr Ftdite JJ en *h^z a Irmir^a^ h:r-il*
f Xaimna^ cs.^riía por Lnrj.jor C.oiL. dmiiTio ariD?;: -Iít t armerr' ¿e Li
Gaadalajará y todos los teólogos, en suma, qué promo-
vieron ó alabaron la expulsión?
Pues entre los testimonios que confirman el relato de
Gock, bien puede citarse el que ofrece la ' Topografía é
historia general de Argel ^^ del P. Haedo, libro famoso,
como es sabido, por lo que se cuenta en él de Cervantes,
escrito bastantes años antes de la expulsión y sin el me-
nor,intento de influir en ella. No estuvo Haedp en Ar-
gel, ni consta, dicho sea de paso, que conociera á Cer-
vantes, limitándose á recopilar en Palermo, por orden
del Arzobispo de aquella Diócesis, deudo suyo, y de su
propio apellido, las relaciones que allí llegaban de los
cautivos. De los fidedignos datos así reunidos, resulta
que eran tantos los moriscos españoles que de ordinario
emigraban, sin esperar á que se les expulsase, que por
los años de 1576 había ya pueblo en la costa de Argel
donde se contaban hasta mil casas de ellos; y no ya de
Granada, que eso después de la reciente rebelión era na-
tural, sino de Aragón y Valencia. Aparece también que
los tales moriscos huidos eran los mayores y más crue-
les'enemigos que. los cristianos tenían, siendo <como
una viva llama su odio entrañable contra todo espa-
ñol {<).> En confirmación de esto,- escribe Haedo, que de
España eran los' moros que formaron la gran congrega-
ción y levantaron el ruidoso tumulto que obligó á Ro-
badán-Bajá, rey de Argel, á tolerar que un santo sacer-
dote, llamado Fr. Miguel de Aranda, fuese allí pública y
horriblemente.martirizado. Añade, por último, que de
(1) Topografía é historia general de Argel, repuTÚddi en cinco tratados,
por el Maestro Fr. Diego do Haedo, Abad de Fromesla, de la Orden del Pa-
triarca San Benito, natural del Valle de Carranza: Valladoüd, 4611, pági*-
nas 479 y 480. Véase la dedicatoria del libro.
212
ningún habitante de Argel, aunque fuese turco ó salva-
je del desierto, tenían tanto poT qué temer los cautivos
españoles, como de los moriscos aragoneses y valencia-
nos establecidos en la Regencia; ricos y prepotentes
muchos, mediante el ejercicio de la piratería á que en
nuestras costas se dedicaban, ya tripulando por su pro-
pia cuenta bajeles, ya haciendo oficio de guías en bar-
cos de otros para sorprender nuestros indefensos puer-
tos y calas, los campos, y hasta las poblaciones maríti-
mas, si no estaban bien fortalecidas y presidiadas.
De todo esto hablan mucho, naturalmente, nuestros
historiadores antiguos y modernos, y en especial los del
tiempo de la expulsión; y, aunque tan somero, basta lo
dicho á demostrar que, al romper el siglo xvii, la anti-
patía, la pasión y la crueldad eran recíprocas en aque-
llas dos razas, que, convidaba el común interés á vivir
como hermanas, siendo punto menos que intolerable su
coexistencia. Tal es la consecuencia que brota del exa-
men imparcial de los hechos.
La historia, con tanta frecuencia superficial, espedal-
mente la de España, ha solido, en el entretanto, hacer
responsables á Felipe III y su principal Ministro Lerma,
de la expulsión, imputándoles con acrimonia sus forzo-
sos daños. Diríase al leer muchos libros, que no fué to-
do ello sino mero capricho del favorito, impuesto á un
monarca negligente y fanático. Nada hay, en mi opi-
nión, menos cierto. Pero es difícil persuadir por lo ge-
neral á los hombres, y más que á otros á nuestros com.-
patriotas, casi siempre apasionados, de que los males
que con frecuencia padecen no son precisamente cau-
sados por los que tienen la desdicha de gobernarlos. Po-
derosamente contribuye á este error un cierto estímulo
213
de patriótico orgullo que inclina á echar sobre un hom-
bre solo ó algunos pocos hombres, las culpas comunes ó
imputables á la nación .entera. Lo cierto es que se per-
petúan por tal manera errores crasísimos tocante á la
vida pasada, que no poco perturban la presente, pues que
privan á España del verdadero concepto de si misma,
llenando en cambio de confusión su espíritu, ó. sea el
conjunto de recuerdos, sentimientos é ideas que formati
como el propio ser y el alma de cada uno de los gran-
des grupos de hombres que llamamos naciones. Redúce-
se así el saber histórico á los resultados ó efectos tangi-
bles, sin penetrar en los orígenes y causas: falta el co-
nocimiento de la realidad pasada, preparación necesaria
para el de la presente; desconócese el sentido de los he-
chos; ensálzanse ó denígranse arbitrariamente los ca-
racteres históricos; ábrese, en fin, ancha puerta al es-
cepticismo y á la anarquía de ideas, con que se consien-
ten ó se provocan las revoluciones; y como si la deca-
dencia no bastase, parece que se anhela y busca la total
ruina.
Permitidme, Señores, que alce hoy resueltamente la
voz contra una de esas injusticias, diciendo que hay
que fijar mucho antes del reinado de Felipe III, y en
otros motivos que la incapacidad, las intrigas, ó la co-
dicia de Lerma, el origen de la violenta medida de que
se trata.
Para mí el probleína, aunque no resuelto hasta 1609,
estaba terminantemente planteado desde el tiempo de
los Reyes Católicos, ó lo que es lo mismo, desde aquél
de la gran Reina, que da aún origen á tantas disculpa-
bles, pero ruidosas y con frecuencia extemporáneas va-
nidades en la gente espafíoln. No cabe duda, < n m.í •:'on-
su
cepto/que el edicto, de 31 de marzo de 1492, que echó
de España á los judíos, determinó una nueva dirección
de la política religiosa, que, en ej lógico enpadenamien-
to de los hechos, tuvo jpor último é inevitable eslabón
la Real carta de 4 de agosto de 1609 contrarios moris-
cos valencianos, y los bandos de igual índole que se si-
guieron. . • .
'Habían ya salido de España por el edicto de 1492 mi-
llares y millares de familias, cuyos antepasados, vivien-
do con varia fortuna entre nosotros, desde los tiempos
visigóticos, habíannos constantemente acompañado al
fin, aunque no siempre sin riesgo, durante los largos si-
glos dfe la Reconquista; gozando, á pesar de las persecu-
ciones y matanzas populares,, tanto y más que los ven^
cedores mismos, de' los primeros despojos del recién con-
quistado reino de Granada. Más convertidos se hallaban
aquellos primeros expulsos, que los propios moriscos, á
nuestra lengua y costumbres, al paso que ni con mucho
eran tan peligrosos, por su menor número y modo de
ser. Veíanse además tolerados los hebreos en toda la Eu-
ropa cristiana, incluso Roma, mientras que los moriscos
constituían á las puertas^ de las catedrales de Toledo, Se-
villa ó Valencia una excepción extraña con que solían
afrentarnos los propíos extranjeros que censuraron lue-
go la expulsión, señalándose entre ellos, según es fama,
Francisco I, al desembarcar prisionero en las costas va-
len^cianas; pesada burla para los qtfe le oyeron, y aun
para los que lo referían después. ¿Cómo podía ser que,
una vez realizada, no obstando tan favorables diferen-
cias, aquella primera expulsión, dejara la otra de ocu-
rrírseles á nuestros políticos, como radical remedio á las
dificultades que indudablemente los moriscos. origina-
315
ban? Todqj cuanto cabía decir en favor de ellos, pudo
haberse considerado en pro de los judíos, Jos cuales po-
seían también sus letras hispano-hebreas y su especie de
literatura aljamiada; tenían ya en general por lengua
propia la nuestra, hasta el apunto de conservarse en mu-
chos de sus descendientes todavía, y amaban tanto como
los cristianos viejos la tierra de España. Nada les valió
contra el furor popular, de año en año creciente contra
ellos, ni contra los rigores oficiales; y la persecución
contra los moros tampoco debía, por tanto, hacerse es-
perar. No fué, pues, sino un paso más en tal camino la
ordenanza de Sevilla de 12 jde febrero de 1502, publi-
cada én el raro G*ódigo intitulado IjUS Pramdticas del
Rey no j que vio la luz en Alcalá en 1528 (ordenanza que
fué luego ley 4."*, título 2."^, libro 8.^ de la Nii^va Reco-
pilaciónjy y en la cual se mandó ya salir de los reinos
de Castilla y León á los moros de catorce años arriba y
las moras de doce.
Suponía esta ley convertidos á todos los moros de
Granada, por manera que su fin no parecía otro que el
de evitar que se pervirtiesen los neófitos Qon el trato de
los empedernidos; y era lo cierto que, desentendiéndose
de la capitulación de Granada, en la cual estipularon
textualmente nuestros Reyes dejar vivir á los moros
rendidos, <para siempre jamás en su ley, sin consentir
que se les quitasen sus mezquitas, ni sus torres, ni los'
almuenares (O,» tratábase ya de hacer cristianos á los
vencidos moros; empresa fiada á dos Arzobispos inmor-
tales, Fr. Hernando de. Tala vera y Fr. Francisco Jimé-
({) Vóailse estas CapituJaciones en Luis del Mármol Carvajal, Del Re-
belión y castigo de los moros de Granada: Málaga, 1600, por Juan Rene, fo-
lios íi V 24 vuelto.
216
nez de Gisneros. «Pero aquéllos ( dice -Mendcfia con su
gravedad ordmaria), gente dura, pertinaz, nuevamente
conquistada, estuvieron recios,» y tomóse al fin concier-
to ísíquG los renegados ó hijos de renegados (también au-.
torizados á continuar siendo moros por las capitulacio-
nes), tornasen á nuestra fe, y los demás quedasen en su
ley por entonces (^).» Notable transacción con los prin-
cipios hubo en la capitulación, sin duda alguna, y la hu-
bo GD el concierto de que habla Mendoza; pero no estaba
kjano el día en que aquéllos prevaleciesen por entero.
Y era, señores, que hacia el ocaso del siglo décimo-
quinto y los albores* del decimosexto, en el punto mis-
mo de terminar España con la reconquista y la reunión
de los antiguos reinos la lenta elaboración de su orga-
nismo político, el espíritu que había informado toda su
evolución durante los siglos medios estaba condensado
en una fórmula, según la cual necesariamente tenía que
íoTíiar dirección nueva su política, lo mismo con los m.o-
ros que con los hebreos. Tal fórmula no era otra que la
Unidad religiosa. Comenzó, pues, á desaparecer enton-
ces de los ániípos, aunque por algún tiempo aún se con-
servase en los hechos, aquel tradicional espíritu de con-
tem])orización y tolerancia que había dictado la ley 2."
del título 24 de la Partida 7.^, €la cual prohibía que se
iü tentase hacerles creer en nuestra fe á los moros por
fuerza ó por premia; > así como tantos preceptos libre-
cultistas de las capitulaciones y cartas .pueblas, redacta-
das en los siglos medios (^). Ostentóse todavía sin escrú-
(1) Guerra de Granada^ ^Qt XÁQ%o Hurtado de Mendoza, pág. 40 de la
fíditíiúti de MoQfort en Valencia.
{í\ Contiene notables documentos de esta especie la colecbión diplo-
(i)ática naida á la Memoria sobre la condición de los moriscos de España, pot
D. Florencio Janer, que premió la Real Academia de la Historia.
217.
pulos la tolerancia religiosa, ño sólo en el tratado so-
lemne, bajo cuyas cláusulas se rindió Granada, como
se ha visto, sino también en la ley foral de Valencia
' dictada en 1510 por el mismo D. Fernando el Católico,
que lleva esta rúbrica expresiva? <QueLs Moros non sien
fets Ghrestians per forza(0.> Y por cierto que nada
prueba tanto como esta ley, dictada años después de la
dura pragmática de Castilla de que he hecho mención
antes, lo que va del absolutismo teórico á la práctica en ^
todo gobierno digno de serlo. Si hubiera habido enton-
ces periódicos," no habría faltado alguno que supusiese
discordes á los dos supremos gobernantes, el Rey Cató-
lico y la Reina Católica, observando de qué distinta
suerte eran tratados en una y otra Corona los moros.
Pero la verdad era que, aunque informados de un pro-
pio espíritu, procuraban, como es de razón, amoldar su
ideal político á las circunstancias; y que, bien que de-
seasen la unidad religiosa de la Península, preferían pe-
car de ilógicos que de temerarios, y temían menos pa-
sar por inconsecuentes que por insensibles al bien del
Estado.
Contemplando de todas suertes la evidente diferencia
de los tiempos, viénenseme sin querer al pensamiento,
porque ellos como nadie la determinan y señalan, dos
Arzobispos de Toledo, casi iguales en apellido y mérito:
JiñQónez de Cisneros el uno, de quien acabo de hablar,
y el otro Jiménez de Rada, autor del libro inmortal De
Rebus Hispanice. Todos, sin duda, sabéis hasta qué pun-
to suenan á alabanza las frases con que este verídico his-
toriador refiere que el gran conquistador de Toledo se
• (4) Fori Regni ValentiaSy segunda parte.— /a extraua^anti, fol. 73: 4647
y 4548, por'JaaQ de Mey.
.218
revolvió airado contra su propia mujer, el nuevo prela-
do y toda la población cristiana, porqué en su ausencia
habían violado las capitulaciones al convertir en Cate-
dral la Mezquita mayor, prefiriendo á los impulsó^ de su
piedad la fe jurada. Bien se yo que la moderna crítica
niega este hecho, aunque páginas por tal mano escritas
sea dificilísimo borrarlas de la historia; mas poco im-
porta. Lo que hay que calcular es si Cisneros hubiera re-
ferido, con iguales palabras, aquella acción en sus Re-
yes, y tratándose de Granada. ¡Cuan lejos de ello hubie-
' ran estado, no tan sólo Cisneros, sino los demás prelados
y los Reyes Católicos! El único que no dejaría de ser en
Toledo lo mispio que en Granada, sería el pueblo cris-
tiano. Á él no llegó nunca probablemente el espíritu de
transacción que informaba la conducta de sus gobernan-
tes y de sus pastores mismos, hombres prácticos, por ne-
cesidad, durante los largos siglos en que la total recon-
quista estuvo aplazada, si no indecisa. No bien se rea-
lizó enteramente, fué cuando á todos por igual les pesa-
ron las contemplaciones, haciendo la victoria unos á go-
bernantes ó gobernados, y á ovejas ó pastores. Lo que
algunos apellidan la intolerancia, y llaman con más
exactitud otros el principio de la unidad religiosa, acabó
así de señorearse, por último, del espíritu de nuestra
nación con incontrastable imperio; pero arrancando,
como queda visto, de muy diversos orígenes que ha so-
lido suponerse generalmente.
Inútil es, pues, que historiadores ligeros se esfuercen
por establecer infundadas diferencias: tan partidaria de
la unidad religiosa, y por consiguiente de la intoleran-
cia,.fué al .fin Isabel la Católica, como Felipe II, ó más, y^
tanto ó más al cabo, Carlos V que Felipe III. Ni los mó-
nárcas fueron más que ejecutores de la voluntad indivi-
dual de sus subditos, de tal suerte concorden en la mate-
ria, que por raro caso se ofreció entonces la apariencia,
ya cfue líi realidad no pueda ser, de una voluntad común
ó nacional. Precisamente de un acto popular se derivó al
'fin y al cabo la gran dificultad teológica, que hubo ya
en el siglo xvi, para tolerar el libre ejercicio de -su reli-
gión á los moros, de Valencia, como ordenó la ley de
D. Fernando el Católico, y como Verdaderamente desea-
ron aún sus sucesores por prudencia política.
Fué para mí, señores, el movimiento de" las comuni-
'dades y germanías no sólo popular, sino democrático*.
Lo propio en Valencia que en Castilla, se deslindaron al
fin los campos, en' un principio confundidos, por lo he-
terogéneo de las causas que produjeron la revolución, y
lucharon de poder á poder los populares y los caballe-
ros, ó sea los ricos y los pobres; que aquéllos no eran,
en realidad, sino los ricos de entonces, distinguiéndose
sólo de los que se hacen ricos ahora, en que sus fortu-
nas, si eran cristianos viejos, no procedían del comer-
cio ó las artes pacíficas, sino del botín y de los repar-
timientos de tierras y vasallos después de la victoria.
Ni por otra razón, sin duda, s? llamaron los primeros
Grandes Ricos-hombres (0. No es propicia ocasión ésta
(0. Tal es la opiáión de nno de los primeros que han definido las vo-
ces castellanas, el insigne Alejo Venegas, en su libro intitulado Breve de-
claración de las sentencias y vocablos obscuros que en el libro del Tránsilo de
la Muerte se hallan, irhpreso eni 1543*. Dice así: «Primeramente sepan que
este nomi)re hidalgo no quiere decir hijo de algo; lo cual, como pensó el
vulgo, osó ilerivar de ahí hija-dalgo. Mas es un nombre compuesto de
este verbo pt, que en latín quiere decir ser estimado; y de este ablativo
aliquo: que quiere decir ¿n algo. Luego tanto querjrá decir hidalgo como
, ¡il'aliquo: hombre ó mujer que es estimado en algo; que fapio en latín,
cotre otr^s signillcacíones, quiere decir estiooar. Y porqué el vulgo suele
220
i4in íl .^^ru* ^^mejaR'e añrmacióay si por ventura se
rj-rtsL.^^-. 5.:- vi ex:oner. paesr.j (pie de los comuneros
í^ ^^..rn :.L '-1^ le tra'ar i-rzoríanien e, (pie según cuen-
'j.* '\ '1'- -csíj:^:. Jiian le M'^Iina ¿a la Euistula Prohe-
' , : :- \rr^'i:'Ic á su íi'a'ij<:ei<-n de Apiano Alejandri-
Z,^ . -• > n-c¡^ de Ils veoin.^s de Valenoia (jue siguieron
1_ ií. L*-::idL D. F..o»li*i^o d- il-rnd«:¿ac>jn:ra Ls comune-
r-.í* i LH -sMiido en la peka se d^fH-íji:: <V()ivámonos y
ii^i:? . m» > j.s oajaller'-S - .> G.l.-j de -rs- .s iiechos po-
I7L1 -:ar n: ioj^ls» «jue ^ la ^.ir oon L s libros y papeles
¿L»ii.^ 1 II: ;:«,r li5 •M^-ciimi-^des de Ca-.dlla. harían di-
CkC ^_íi"rMv:e*:Lr oii ascr^o. ^íir IrL^j^^dada es» paes, la
pr-'-iisi'':! :e les pie rara enn. Lict?tr :e^jrias laLsas en
x»Ic -cz. :l\ las e:i2.LLLtr<:i:Z clc. cL :í üIo de modernas-
Le ¿le Ar'jf.i, cli_s es:ril::.. ^a de las rev./LaLdones grie-
gas, és. a^i^m»:-. sin -iiseriTar an á^.ice. se vrl\-i¿ á yer
^a *i*^ni:L le l:is CLC'.Lzddades en u^s-illa y Valencia.
r_"_ ::iLa t-z. ~or o'ia-riicja *.*aisa» el i-rno Ln^iispen—
^sili*T ,t:r ^ 11 .ridad puldt.-a. sllcImils? le sei^oida los Ia~
ZLá - L-iiiles. y, en regadas Ils Ln<üvidacs a sus pasio—
^*5-í »? ^ L .^r; II 5-1^1 iíiorj y i.: i-uu i. r'.^iri •♦^^^liuiii de es-
— s •< *' .. ^ ■ . - "* z:. — *" <*; -í» .- • •^n, - ' i i ..:s r-mnüidjuts
^'^ l-TT^: i..r:.:«. .*• — L^ lu u'^.. i ic -t:e . jrj <e :c •♦•• -jos días
t_-£: *;: -« ."...^ ii; '^ r: ^ !• - i«!i 10 11.-X ett ou.. jzrtt! 4ue Los
324
nes encontradas ó contradictorios intereses, despéñans(?
irremediablemente en la anarquía.
Si tal estado de cosas, que por ser contra naturaleza
no es durable felizmente, causa males grandísimos á los
que lo experimentan, no deja, en cambio,^ de ofrecer su
provecho á la historia. Así como en el cadáver el escal-
pelo, fácilmente descubre la crítica en un pueblo entre-
gado á la anarquía cuanto fundamental ó accidental-
mente encierra en sus entrañas. Por eso. Señores, la
anarquía en que estuvo Valencia, merced á las faccio-
nes capitaneadas por Vicente Pérez y el Encubierto^ que
venían á ser el Padilla y el Juan Bravo de allí, puso
bien de manifiesto los verdaderos sentimientos de aquel
pueblo, resultando de tal experiencia que era el odio á
los moriscos el más vivo de ellos.
No se contentaron con saquear y maltratar personal-
mente á los moriscos los comuneros, que, llenos de ma-
yor celo religioso que hasta allí había habido, tomaron
la violenta resolución de bautizarlos por fuerza. La
prueba de que medida tal excedía á cuanto el celo de los
eclesiásticos más enemigos de los moriscos, y más par-
tidarios de la expulsión, hubiera osado pretender, la da
al referirla el exaltadísimo Fonseca: «No dejaré yo
(dice) de censurar el hecho del pueblo amotinado, aun-
que acompañado de algún buen celo, por precipitado y
temerario, principalmente leyendo en San Bernardo,
y en caso semejante estas palabras: aprobamos el celo,
pero no persuadimos el hecho; porque no se ha de hacer
fuerza para recibir la fe que sólo se ha de persuadir (0.>
Y esto que Fonseca escribió á raíz de la expulsión de los
{{) Justa expulsión de los moriicos de España^ etc. En Roma, por Jaco-
mo Moscardo, 4642. Pág. 375.
222
moriscos, díjolo ya antes, tratándose de los judíos^ Juan*
de Mariana. Mas lo cierto fué, sin embargo, que, venci-
dos los facciosos, hallóse empeñado Garlos V, á causa*
del tal bautizo, en una de esas extrañas y casi insolubles
dificultades prácticas, que siempre dejan tras sí las re-
voluciones.
No tomó el grande Emperador resolución alguna sin
consultar, según dice él mismo en su Cédula de 4 de
abril de 1525, á los Consejos de Castilla, del Imperio, de
la Inquisición y á algunos Obispos, pidiéndoles, muy es-
pecialmente, que mirasen y examinasen si los bautiza-
dos con aquella violencia eran verdaderamente cristia-
nos. Pero «vistas por los Consejos (^ce textualmente la
Real Cédula) las informaciones y los pareceres acerca
de ello, teniendo delante los ojos á Dios, unánimes y
conformes declararon que los moros bautizados en aque-
lla forma eran y debían ser reputados por cristianos,
por cuanto al recibir el bautismo estaban en su juicio
natural, y no beodos ni locos, y quisieron de su volun-
tad recibirle, y por tales los declarasen. > Semejante sen-
tencia transformó súbitamente en apóstatas, de infieles
por convertir que hasta allí eran, á todos los moros va-
lencianos, porque excusado parece decir que los bauti-
zados á la fuerza por los coniuneros continuaban sien-
do tan moros como antes. Carlos V, desligada por el Pa-
pa Clemente Vil de los juramentos prestados por sus an-
tecesores á las capitulaciones en que se otorgara el li-
bre ejercicio, de su religión á los moros, trató ya de
expulsar, en vista de tal situación, á los de Aragón, Ga-
laluña y- Valencia; pero aquel primer proyectó, poco
maduro aún, no pasó adelante. Sometióseles luego á la
Inquisición, como apóstatas; nías Bleda, y el pbrtugués
223
Fonseca, demuestran que sólo por el bien parecer.* Nun-
, ca llegó á ser grande la severidad del Santo Oficio con
ellos, distando muchísimo de la que á la sazón ejercita-
» ba contra luteranos y hebreos; que la realidad se im-
pone siempre en la vida hasta á los que más la descono-
cen, y la realidad era que aquéllos supuestos cristianos
no eran sino moros por convertir todavía. De todos mo-
dos, grande debió de ser la decepción de los moriscos
que habían pelead,o contra los comuneros bajo las ban-
deras de sus señores, al ver que el violento decreto de los
vencidos se confirmaba y daba por válido contra ellos,
que se contaban entre los vencedores. Por otra parte, las
desventajas de su nueva condición eran patentes, por
más que se fundase el cambio en incontestables razones
teológicas; y después de aquel inopinado arranqué de
piedad de los demócratas comuneros, toda solución pa-
cífica era un sueño, todo remedio resultó ineficaz, bien
que se buscasen con maravillosa paciencia y constancia
por largo tiempo.
En resumen: la cuestión vino á ser de fuerza, v no
más. Gomo tal se planteó en- 1569 y 70 en las Alpujarras
' con verdadera y prolongada guerra, mientras que en las
costas, y en los lugares mismos de Aragón y Valencia, to-
do fué ya en adelante discordia, todo crímenes y vengan-
zas. Sacados luego de sus casas millares de los vencidos
granadinos y repartidos por la Península, logróse evitar
así una nueva rebelión en las Alpujarras; pero el reno-
vado fanatismo muslímico de aquella gente, y su mal
apagado^ furor guerrero, se derramaron en cambio por
todas partes, despertando los amortiguados bríos de los
•demás moriscos,, y prestándoles el coraje que les faltaba
•para defenderse y ofender en la lucha que, más ó menos
I
254
latente, por donde quiera existía ya entre cristianos vie-
jos y nuevos; La cólera es consejera de imposibles, y
ella, sin duda, inspiró á los moriscos la idea de enten-
derse con nuestros enemigos para abrirles las puertas de
la Península. Que algunos de éstos les dieron oído es in-
dudable, y todavía más' los cristianos que los propios
musulmanes W; pero el peligro no llegó á ser grande,
antes bien los moriscos granadinos aprendieron á su cos-
ta lo mucho que va de las buenas palabras á los eficaces
propósitos, por la conducta que con ellos observaron sus
hermanos de Gonstantinopla y Fez, y los mismos de Ber-
bería durante la guerra. La mala intención era, sin em-
bargo, evidente; y el escándalo, la zozobra de la nación
y de sus políticos se concibe que no fueran leyes. Lo que
Garlos V, y aun Felipe II, podían afrontar sin miedo,
compréndese fácilmente que alarmara á otros gobernan-
tes menos confiados, y con razón, en sus fuerzas. Todo,
pues, contribuyó á un tiempo para que los moriscos
llegasen á ser al fin la mayor de las preocupaciones na-
cionales.
Por mucha parte que diera en este discurso á la histo-
ria de la expulsión, fuérame imposible seguirla paso á
paso. Saltando, pues, por encima de muchos importan-
tes incidentes, llego ya á los sucesos que inmediatamen-
te la precedieron. Ordenóse, después de domados los
granadinos, el desarme general de los moriscos de Ara-
gón y Valencia, á los cuales no dejaron de hallárseles
bastantes armas, probablemente preparadas para el in-
(4) De estas conspiraciones de los moriscos habla con más datos y más
íicierto que en otras cosas, el Conde Alberto de Circourt, fíistoire des Mo-
res Mudejares et des Marisques: París, 4846.— Véase desde la pág. 470 del
tomo III en adelante.
225
tentó, que no osaron al fln cumplir, de secundar la re-
belión. Tratóse á la par, y con más ardor que nunca en-
tonces, de convertirlos por la persuasión á nuestra fe,
pero siempre en vano; ahora por la repugnancia de los
• moriscos, ahora por el desaliento de los catequistas, to-
talmente convencidos va de la inutilidad de sus esfuer-
zos, según se colige de las cartas del Patriarca y Arzo-
bispo Ribera, así como de Ips libros de Bleda, Fonseca
y Guadalajara, celosísimos predicadores, al mismo tiem-
po que escritores diligentes, los dos primeros, y tan sa-
bio teólogo como historiador, el último. Proyectáronse
tratos y conciertos por medio de conferencias entre los
principales y más doctos de los moriscos y cierto número
de prudentes teólogos, con no mayor fruto. Los más re-
fractarios de nuestros políticos á la idea de la expulsión,
comenzaron, por tanto, á persuadirse de que, voluntaria
ó forzosa, la salida de los moriscos de la Península era
inevitable. Esto es lo que palpablemente se ve, registran-
do los papeles de Simancas, que examinó ya en parte
D. Modesto Lafuente, y que yo he tenido á mano.
Por eso el Consejo de Estado, verdadero Ministerio ó
Gabinete de aquella época, se dirigió ya en 1588 á Feli-
pe II, manifestándole espontáneamente el peligro de
«que los reinos de Aragón, Valencia y Castilla estuvie-
sen cuajados y rodeados de tantos enemigos domésticos
como había cristianos nuevos. > Á consecuencia quizá de
tal consulta, convocó el Rey en 19 de septiembre del
mismo año una junta, de la cual formaron parte el Du-
que de Alba, Rodrigo Vázquez, el Conde de Chinchón,
D. Juan de Idíáquez y su confesor, para que el asunto se
tratase. < Habiéndose visto (dice acerca de esta reunión
un extenso Apuntamiento que hay en Simancas) todos
45
226
los papeles tocantes á los moriscos de España; habiendo
platicado mucho sobre ello, se resolvieron que como co-
.sa tan importante y necesaria, se debían sacar con toda
brevedad los moriscos de Valencia, sin tocar por enton-
ces á los de Aragón y Castilla, alegándose contra los pri--
meros^su proximidad á la marina, y tomándose lenguas
de los demás, para saber si conspiraban á la sazón con-
tra la seguridad del Estado (0.» Cuatro dias después vol-
vió la propia Junta á reunirse, y aconsejó al Rey que
avisase en secreto á los de más confianza que tuviese, en-
tie los barones y señores de Valencia, lo que se trataba,
demostrándoles que su propia seguridad obligaba á de-
cretar la expulsión. Pero sobre una ni otra consulta re-
cayó, resolución. Limitóse Felipe II á oir, callar y medi-
tar sin decidir nada al pronto, que era lo que de ordina-
rio acostumbraba. No abandonó, sin embargo, el Con-
íiojo la demanda. En 1589 volvió á pedir que se tratase
en general la cuestión, y en 1590 propuso concretamen-
te que se sacase á los moriscos de los lugares que habi-
Lnban en el riñon de España, prefiriendo que los grana-
dinos volviesen á sus tierras á que continuasen esparci-
dos por las otras provincias. Era entonces el tiempo de
tns alteraciones de Aragón, que tanto preocuparon á
Felipe II, y hasta las deliberaciones mismas y las con-
sultas se fueron aplazando. No se trató más del asunto
con calor hasta 1595; pero desde él 12 de marzo de di-
clioaño hasta 5 de enero de 1600, no -se dejó ya, en
cambio, de la mano, sin que se note diferencia entre el
tiempo que todavía vivió Felipe II y el de su hijo.
Formáronse á un tiempo Juntas en Valencia y Ma-
( 1 j Archivo general de Simancas. Secretaria de Estado, leg. nüm. S42.
227
drid; multipliGáronse las consultas y las informaciones
teológicas y políticas; pidiéronse aún Breves á Roma
para absolver á los moriscos de los delitos de apostasía
y herejía, y para que pudieran dispensar los Obispos á
los que se hubiesen casado en grados prohibidos; se or-
denaron rogativas por la conversión de los pertinaces y
la instrucción de los recién convertidos; se tomaron efi-
caces, determinaciones para construir ó reedificar igle-
sias y adornarlas de suerte que movieran á devoción,
así como para aumentar y mejorar el clero de Valencia,
aunque fuese con extranjeros, fundar seminarios, erigir
nuevas rectorías, y dividir las parroquias que tenían
anejos distantes: procuróse facilitar, en fin, por todos
caminos el culto, la instrucción y el catequismo. En el
entretanto, quedó resuelto, á 5 de mayo de 1595, que,
<sin embargo de lo acordado anteriormente, no se saca-
sen de Vale acia los moriscos granadinos, tagarinos y
otros del reino de Castilla, porque sería ocasión de alte-
rarse los demás; y que tampoco se desterrasen á los que
estaban conocidos y diputados por alfaquíes, y otros
que, habiéndose criado en el colegio de Valencia, se ha-
bían vuelto á vivir entre los suyos, hasta ver cómo re-
cibían la instrucción y doctrina que se les mandaba de
nuevo dar y ver cómo usaban de ella en adelanto To-
do lo cual era, como claramente se advierte, intentar un
postrer esfuerzo que, si tampoco daba resultados, nece-
sariamente había de arrimar á la expulsión los parece-
res de todos.
Y con efecto. Señores: en 30 de enero y 2 de febrero
de 1599, no bien comenzaba ^ reinar Felipe III, la cóle-
ra de niíestros Consejeros de Estado y demás Ministros,
seglares y eclesiásticos, que en el negocio entendían,
\
228
pareció llegada á su colmo, vista la ineficacia de las
nuevas concesiones y contemplaciones. Llegóse á pro-
poner al Rey entonces que mandase dividir á todos los
moriscos en tres clases: la primera de los que tuviesen
entre quince y sesenta años, para ser todos* destinados á
galeras, confiscándoseles los bienes; la segunda de los
que .alcanzaran más de aquella edad y las mujeres, para
que fuesen á Berbería; la tercera de todos los niños, los
cuales habían de destinarse á ser educados sin sus padres
en seminarios católicos. Ni tal rigor se quería para los
moriscos rebeldes únicamente, que aun los más sumisos
debían ser repartidos, según el plan, por el reino, de ma-
nera que sólo hubiese una casa de ellos entre cincuenta
de cristianos viejos, prohibiéndoles además todo comercio
y traginería, y hasta que saliesen de sus casas de noche.
Pero lejos de seguirse tan despiadado consejo, Feli-
pe III, á ejemplo de su padre, continuó por bastante
tiempo inclinado á la blandura y paciencia; lo cual des-
pertó de nuevo el espíritu de transacción en sus Minis-
tros y Consejeros. Sabido es el ardiente celo con que el
Arzobispo de Valencia, D. Juan de Ribera, procuró la
conversión primero y luego la expulsión. Pues, entrado
ya el año de 1600, debió de saber con dolor que se ha-
bía consultado al Rey que mandara recoger los librillos
y edictos que, como prelado, solía escribir y repartir,
porque <se entendía que eran causa de recelo y de in-
quietud para los moriscos.» Por aquel propio tiempo se
ordenó, por quien podia^ al P. Bleda, según dice él mis-
mo, que borrase de su obra sobre los Milagros del San-
tísimo Sacramento, las palabras con que advertía que
los moriscos no lo reverenciaban ni adoraban (♦). Gomo
(1) Crónica de los Moros, pág. 885.
229
si tanta moderación y espíritu de transacción no fuera
bastante, consultóse aún al Rey que se prolongaran más
y más los plazos de los indultos, por aposta*sías y here-
jías; y no faltó persona de cuenta que opinara por que
no se bautizase más á los niños moriscos hasta que tuvie-
sen de diez á doce años, dándoles á optar después entre
el bautismo ó el destierro, con el fin de que no fueran
cristianos apóstatas, como sin culpa, desde el forzoso
bautizo de los comuneros, teológica y jurídicamente lo
venían siendo (0. Fué entonces cuando el espíritu de
transacción llegó en reaUdad á su apogeo: de allí adelan-
te, por todas partes combatido, declinó ya rápidamente.
Todo cuanto inmediatamente precedió á la expulsión
está de tal suerte detallado en las historias particulares
que, no sólo fuera importuno, sino inútil decirlo. Á me-
dida que la crisis se acercaba, más viva era, por fuerza,
la lucha entre los que por religión y convicción solici-
taban que se expulsase á los moriscos, y los que se opo-
nían á tan grave medida por razón de Estado, cuyo nú-
mero iba naturalmente disminuyendo al compás que
crecía el de sus adversarios. Bleda que, años después de
triunfante, todavía recordaba aquella lucha con vivo
enojo, atribuía la tenacidad de sus contradictores á mis-
terioso influjo del Sacramento que tenían los moriscos
reeibido, aunque por fuerza W. Pero naturalmente no
hubo otro influjo favorable á los moriscos que el de la
Razón de Estado. Ella dictó sin duda el Real Mandato
que los Obispos recibieron, y, aunque no sin escrúpulos,
(O Está todo esto tomado de la colección de Papeles que se vieron en el
Conujo de Estado á 30 de enero de 4608 sobre la expulsión de los moris'
eos, Apuntamiento curiosísimo de su proceso, que existe en el Arcluvo ge-
neral de Simancas. Secretaria de Estado, leg. 242 ya citado.
(2) Crónica de los Moros^ pá;j;. 881 y siguientes.
f
/
'/
230
cumplieron de no tratar nada de moriscos con el Papa,
limitándose á dar cuenta de cuanto se les ocurriese á la
Junta que ivalaha en Madrid el asunto. Formada ésia en
su mayor parte de hombres legos y casados, como Ble-
da advierte, por más que tuvieran otras prendas, concí-
bense los escrúpulos, y más bien sorprende la obetfien-
cia, tratándose tantas veces de materias puramente es-
pirituales.
Lo que más exasperaba á los partidarios ardientes de
la expulsión era ver que hasta e\ último instante se os-
tentasen protectores suyos sujetos de n;LUcha religión ó
importancia: por ejemplo, el Conde de Orgaz en Madrid,
y un Monseñor Quesada, Canónigo de Guadix y refren-
dario del Papa en Roma. Ásperamente censuró tanta in-
dulgencia Bleda, que llegó á merecer el título de cuchi-
llo de los moriscos, porque al propio Arzobispo Ribera
excedía en vehemencia, cuando en Roma se consintió
al fin en oírle sobre la materia. No quería el Papa traer
complicaciones al Rey de España; y aunque natural-
mente inclinado á la expulsión, condescendía con la
Razón de Estado que nuestros políticos invocaban para
no decretarla. Bleda no desmayó por eso un punto, y
pública y jurídicamente los denunció j-a al Papa como
apóstatas y herejes en 1608; no debiendo haber tenido
poca parte en que al flp se aconsejase allí resueltamen-
te la expulsión. Divertida sería, en verdad, la exposi-
ción de las diferencias literarias que sobre sus respecti-
vos méritos tuvieron Bleda y Fonseca, acusando réspe-
tuosísimamente, por su menor categoría, pero no sin
cólera, el primero al segundo de plagiario; pero estaría
muy fuera de lugar que con eso ocupase vuestra aten-
ción. Lo cierto es que Fonseca estuvo también en Roma
234
y ayudó á la expulsión cuanto pudo. Sin embargo, fen
Í605, y después de los repetidos Edictos de gracia, da-
dos á instancia áe nuestra óorté, todavía escribió Pau-
ló V al Arzobispo Ribera primero, y luego á los demás
Prelados, recomendándoles la instrucción de los moris-
cos, de que ya todos desesperaban. Sobre eBto mismo
deliberó aún la Junta de Prelados reunida en Valencia
á 22 de noviembre de 1608, que duró cuatro meses. Pe-
ro ya para entonces, así Felipe III como Lerma, esta-
ban, sin duda, resueltos al remedio heroico que se tomó
poco después.
Púsose la última deliberación en manos de la llamada
Junta de tres^ compuesta del Comendador Mayor, jlel
Conde de Miranda y del ,P. Confesor Fr. Jerónimo Ja-
vierre. I^a consulta elevada por esta Junta al Rey en 29
de octubre de 1607 (O, fué como el proemio de la del
Consejo de Estado de 4 de abril de 1609 (2), sobre la cual
recayó el decreto de expulsión. Votóla aquel día el Co-
mendador Mayor de León, hombre prudentísimo que la
había resistido por mucho tiempo; votóla el Marqués de
Velada, de grande experiencia en los negocios de paz y
guerra; votáronla el Cardenal de Toledo, el Condestable
de Castilla, el Duque del Infantado, el Conde de Alba de
Liste; y no hay para qué decir que también el Duque de
Lerma. Toda^ las disposiciones para llevarla á término
se discutieron y consultaron inmediatamente después
por el Consejo de Estado; y luego al punto se puso ma-
nos á la obra, con toda la reserva posible al principio,
aunque no tanta que antes de estallar el trueno, no se
viese claramente la luz del relámpago.
(Ij Archivo general de Simancas. Estado CasliUa, Icg. núm, 208.
[1) Ibidem, leg. 208.
232
Las consecuencias son ya, Señores, bien conocidas;
pero dudo que estén bien medidas y juzgadas. Habéis
visto cómo las palabras de Escolano señaron pronto á
arrepentimiento; y los que más ardientemente pedían la
expulsión, la víspera de ser decretada, sin duda serían
los primeros en rendirse á él, como se ,ve de ordinario.
No tardó mucho el político Navarrete en censurar el
hecho, renovando la pretensión de que con mejores tra-
tos se habrían convertido los moriscos en buenos cris-
tianos y españoles; y lo que él tuvo valor bastante para
imprimir, pasó al fin á ser como un axioma de nuestros
economistas, ó arbitristas posteriores. En el entretanto,
esta Europa cristiana, que apenas puede soportar* hoy el
rezo muslímico en los confines del Asia, criticaba acer-
bamente por boca de sus hombres de Estado, de sus eco-
nomistas é historiadores, el caso mucho menos singular
de que los españoles no quisieran seguir habitando con
gentes á quienes, según dijo Luis del Mármol, les falta-
ba la fe y les sobraba el bautismo; <que continuaban
haciendo sus abluciones y la zalá los viernes, á puerta
cerrada, mientras que los domingos y días de fiesta se
encerraban, en cambio, á trabajar; llegando hasta la-
var á sus hijos con agua caliente, después del bautismo,
para quitarles la crisma y el olio santo del Sacramen-
to (0.> Y siendo, en suma, tan enemigos como cuando
se les conquistó, al comenzar, el siglo decimoséptimo,
¿no debemos creer que lo mismo que entonces se les ha-
bría encontrado treinta años después?
Pues recordad, Señores, la tremenda crisis por que en
1640 pasó España. Sublevado, y al fin separado Portu-
gal; invadido y perdido el Roselíón; anexionada, aun-
(4) D$l rebelión y castigo de los morisooSt foL 32 vuelto.
/
233
que temporalmente, Cataluña á la Francia; frecuente-
mente embestidas sus colonias inmensas, y, con la rui-
na de sus escuadras, acosado de piratas su comercio en
todos los mares; luchando sin fortuna, aunque no sin
gloria, en Italia y Flandes, por mantener su posición en
el mundo, quizá ningún pueblo se haya visto cercado
de mayores peligros jamás. Aquella corte tan criticada,
aquellos Ministros tan odiosos, aquella generación tan
calumniada, hicieron algo, que no todas las Cortes, Mi-
nistros y pueblos han hecho siempre en parecidas cir-
cunstancias. Pero notorio es.que hubo momentos en que
la total ruina de la nación parecía inevitable. ¿Y quó
habría sucedido entonces, si una insurrección general
de moriscos, principalmente en Aragón y Valencia, hu-
biera estallado al calor de las otras, por los propios días
en que, merced á la conquista del Rosellón y la alianza
de los rebelados catalanes, casi tocaban al Ebro las ar-
mas francesas? Á falta de altas y nobles condiciones de
carácter, tenía Lerma una prudencia grandísima; y to-
da su política da á entender que no ignoraba lo mucho
que había de artificial é inconsistente en nuestra gran-
deza. No es, pues, infundada la sospecha de que aquel
Ministro adoptase con profunda intención política una
medida que, de no adoptarse, habría dado lugar, pro-
bablemente, á mayores males que dio la expulsión.
. Pudiera iniciar España su verdadera constitución na-
cional con distinta política; pudiera no haberse dejado
poseer del amor á la unidad religiosa, hasta el punto de
querer ya expeler á los declarados mahometanos, no
bien enjuta la tinta, como los moriscos decían, con que
se escribió la capitulación de Granada (^); más fácilmen-
{\) Véase para esta frase, y toda esta materia, el cap. IX^ libro según*
234
te pudieran aún alghnos de sus hijos, y* señaladamente
los demócratas comuneros, excusar la gran violencia
del bautismo forzoso'; pudieran, en fin, los gloriosos con-
quistadores de Granada y descubridores de América, no
fundar la Inquisición, ó aceptar por entero, después de
fundada, la palmaria inconsecuencia de quemar sin mi-
sericordia á unos herejes y apóstatas, y consentir que
otros apóstatas y herejes viviesen libremente bajo su
imperio: todo esto se concibe al cabo y al fin; pero de
antecedentes tan opuestos como ofrecía en 1609 nuestra
historia, difícil sería deducir, aunque enmudecieran los
laechos, que debiese conservar España una gente que, á
pesar de su literatura aljamiada y de sus costumbres en
parte castellanas, hubiera quizá llegado á este siglo tan
mahpmetana, ó pt)co menos, como en los días de la* ex-
pulsión.
Ni hay que formar opuestos cálculos, fundándose en
las conversiones lentas, pero ciertas, que debieron de
operarse en los moros mudejares durante los siglos me-
dios. Entonces quedaban todavía tierras de moros en la
Península, y cuando era un reino de ellos conquistado,
los más guerreros, los más sabios, los más discretos, los
que en toda raza y pueblo forman el espíritu y llevan
la voz, emigraban indudablemente al otro lado de la
nueva frontera, dejando sólo con nuestros padres á los
más pobres, á los más dóciles, á los fáciles, en fin, ^e
asimilar, convertir ó exterminar poco á poco. Ni pudo
ser otra la causa de que se ostentase en Granada la mo-
risma mucho más inteligente, culta, valerosa y sober-
bia que en ninguno otro de los reinos moros, anterior-
*
do de la obra de Luis del Mármol, qae contiene la defensa y jastificacióa
de los moriscos. — Del rebelión y castigo de los moriscos^ fol. 38.
235
m^te conquistados. Concentróse allí, sin duda, la flor,
la substancia del islamismo español; y es tan verdad es-
to; que los moros granadinos resistieron como ningu-
nos, y desde los primeros tiempos de vasallaje, que se
les sujetase á nuestras leyes, bien que ya no tuvieran
apoyo alguno en la Península; sólo ellos se atrevieron
al fin á emprender y mantener una* larga guerra de in-
dependencia; y aun diseminados por el resto de España,
como he dicho, ellos solos hicieron reverdecer el isla-
mismo, hasta allí inerme y tímido, en Valencia, Ara-
gón y Castilla.
Muy en otra situación que sus antepasados, los* mo-
riscos que hacia 1609 y 1610 quedaban en España, te-
nían cortada la retirada por el brazo de mar que nos *
separa de África; y aunque muchos pasasen allí volun-
tariamente, como refiere Haedo, y aunque otros muchos
se alegrasen de pasar, al tiempo de la expulsión, según
dicen nuestros historiadores, lo cierto es que los más
preferían ser á un tiempo moros y españoles, viviendo
donde habían nacido y como habían nacido, guardando
á la par su patria y su fe. Proponíanse de este modo, y
por razones plausibles, perseverar en una conducta que
por otra parte los hacía incompatibles con nuestra na-
ción, tal como estaba constituida entonces, y aun como
lo está actualmente. ¿Qué remedio pacífico, suave, exen-
to de daños; cabía, pues, en tal contradicción de miras
é intereses?
Ninguno, Señores, me atrevo- á decir; y pongo fin con
este aserto á mi largo discurso. Las naciones, y todavía
más sus gobiernos, deben considerar muy despacio las
novedades que admitían ó introducen en el cuerpo social,
porque ellas tienen que dar á la larga ^s-consecuencias
236
lógicas; y, cuando las dan, no hay más desairado empe-
I ño que el de pretender sustraerse á ellas. Bien sé yo que
no es fácil medir de un golpe, y desde muy de lejos, to-
do lo que han de engendrar los hechos que de presente
se realizan; y aun por eso mismo, tantos conflictos y
' tantas revoluciones son históricamente inevitables. Pe-
ro han de tener valor y honrado criterio en tales casos,
lo propio que los individuos las naciones, aceptando con
; viril resignación la responsabilidad de los errores; no
de otra suerte que se aceptan con orgullo los aciertos,
/ aunque procedan de instituciones y personas, no para
todos simpáticas hoy.
Á la verdad, el mal de la expulsión no fué al fin y al
cabo tan grande como después se ha dicho, dado que las
partes en que había más moriscos se repoblaron bien
pronto, y todavía son más ricas y están mejor cultiva-
1 das que otras muchas de la Península. Nada hay que se
¡ reponga tan pronto como la población, donde hay me-
dios naturales, ó industriales, para que se alimente; y el
sol y las acequias, obra en más parte que se piensa de
cristianos, repararon insensible y bastante rápidamente
los daños. Pero grandes ó pequeños, y más ó menos du-
; raderos, no hay otro remedio, en fin, que dejar de acha-
cárselos exclusivamente á Felipe III y su Ministro Ler-
I ma, que hartos pecados sin eso tienen. La responsabili-
> dad será siempre de España, de generaciones enteras de
españoles, de nosotros mismos; que no habíamos de he-
redar tan sólo las vanidades de O tumba, Pavía, San
Quintín ó Lepante, sino que con igual razón tenemos
que recoger las censuras que merezca nuestra patria en
la historia.
He dicho.
APÉNDICES AL DISCURSO
DRL
ExcMO. Sr. D. EDUARDO SAAVEDRA.
j^JPENDIOE I.
ÍNDICE GENERAL DE LA LITERATURA ALJAMIADA.
Ea el tiempo que ha mediado desde que acabé mi discurso
hasta su impresión, he ordenado y completado las notas que
tenía acerca de los escñtos de los mudejares y moriscos en len-
gua castellana, así en caracteres árabes, como en los latinos
qne comunmente usamos. En esta lista, que he llamado índice,
por considerar que no merece el título de Catálogo, van los
manuscritos de las Bibliotecas públicas antes que los de las co-
lecciones particulares, y en cada una según la numeración de
sus signaturas. Cuando no se hace mención expresa de los ca-
racteres, se entiende que son los arábigos.
ün Catálogo completo, razonado y sistemático, con un estu-
dio de los originales árabes de cada libro, y extractos y análisis
de su contenido, es obra que me han impedido, primero mis
ocupaciones y después mi estado físico; pero confío que no fal-
tará quien pueda emprenderla, si no alcanzo algún día la satis-
facción de llevarla á cabo.
Bib. Nac. de Madrid, D. 113.
El Alcorán abreviado y traducido en castellano. Año 1462.
Según el catálogo de mas. de Iriarte, existía este códice, es«-
238
crito en caracteres latinos, junto con una copia del Breviario
f Miim,<5on el nombre de D. Y9aSedih (nums. 11, m y LXXII); pe-
ro eu el día no se halla. Se menciona, sin embargo, por si llegara
á encontrarse en otra parte libro tan intetesante, que debía con-
tainer el compendio usual del Alcorán, ó sean los pasajes que e?
costumbre leer en los ai^aes ú oraciones públicas. Estos pasajes
consisten en las alecLS ó versículos más importantes de las obo-
ra3 ó capítulos largos, y en los cortos íntegros que se hallan al
final de todos. La composición ordinaria de este compendio es
\ñ aiguiente, que se coloca aquí para no repetirla en los muchos
lugares en que se ha de mencionar, sino en cuanto difiera de ella:
I; II, 1—4, 256-259; 284—286; lU, 1—4, 16, mitad déla 17,
2h, 26; IX 129, 130; XXVI, 78—89; XX\Tn, parte de la*88;
XXX, 16—18; XXXni, 40-43; XXXVI; LXVII; LXXVm
— CXIV.
U.
Bib. Nac. de Madrid, G. 438.
Un códice en folio, encuadernado en pergamino, bien conser-
vado, letra de fines del siglo xvi.
«Brebiario <;unni ó cerímoniario de la seta de Mahoma para
conocer y qualificar las cerimonias de moros, compuesto por y^
Jedih, moro de Segouia, año 1462. >
■Está puesto al fin del una Eelacion sacada por el Sr. In-
qui."^^ doctor (jarate de las cerimonias que tienen los moros y
de otros Bitos que tienen sacado todo del Alcorán de mahoma
y de otras partes.»
La primera parte es un ejemplar, de los núms. III y LXXII,
que perteneció primero al Dr. Martín Vázquez Siruela, Racio-
nero de Sevilla; la segunda parte, dividida en otras dos, una *
relativa á los- preceptos coránicos y otra á las costumbres, al
lado de muchas cosas exactas contiene multitud de errores que
manifiestan lo mal que el Dr. Zarate había estudiado la doc-
trina mahometana.
239
Bib. Nac. de Maclrid, Q. ^93.
Un códice en 4.<^, letra del siglo xvi, en caracteres latinos,
maltratado. Empieza con este epígrafe:
«Este, es un memorial y sumario, de los. prin9Ípales. man-
damientos, y debedamientos. de nuestra, santa, ley y 9unna.»
La subscripción dice:
«Cumplióse este libro brebiario 9unnique copilado por el
omrrado sabidor don y<;e de chébir, mufti, alfaquí mayor de los
mu^illmes de Castilla, alimón de la muy onrrada alchama de
Segobia, -en l'almazcbid de la dicha 9¡udad, en el año de mil y
quátrozientos y efesenta y dos. Conbengalo el Soberano en su
santa gloria. Emin rabiylalamine.i (V. los núms. II y LXXII.)
Al final^ y después de la subscripción, van añadidos los si-
guientes capítulos:
«Capítulo 61. de las demandas de muge.
Capítulo 62. de las demandas de los judíos. •
Capítulo 63. del sueño del 9alhe de túnez.
Capítulo 64, del Recontamiento del biejo de damasco.
Capítulo 65. del Regimiento de las doze lunas del año y de
los dias alfadilossoá, de dayuno y a9aláes.
Capítulo 66. del Recontamiento del hijo de Omar con la
judía. 1
IV.
Bib. Nac. de Madrid, Aa. 168.
«Apología contra la ley cristiana.»
Un tomo en 8.0 encuadernado á la morisca, primorosamente^
escrito en caracteres latinos, letra del siglo xvn.
, Es un tratado contra los catorce artículos de la fe de la doc-.
trina cristiana, escrito de orden de Muley Zaidán, por Mu-
240
hammad Alguazir. Sigue un corto tratado de los atributos de
Dios, idéntico al del Ce. 170. (Núm. VI.) La letra es de la mis-
ma época y estilo é igual ortografía, pero de distinta mano.
En este ejemplar hay una cita árabe que quedó en blancí) en
el núm. VI.
V.
, Bib. Nac. de Madrid, Ce. 169.
Un tomo en 4.o Falta la mitad de la primera hoja y algunas
al fin: caracteres latinos.
€Comenta9Íon sobre un tratado que conpuso ybrahim de
bolfad, be9Íno de Arjel, <;iego de la bista corporal y alumbrado
de la del cora9on y entendimiento.»
Tiene por título en la guarda: f Exposición de algunos pasa-
jes del Alcorán, con unos versos castillanos, juntamente con el
texto arábigo,» de letra de Casiri.
Su autor es sin duda el Refugiado en Túnez, autor del nú-
mero LXXI; como se ve por el estilo, la ortografía de ambas len-
guas y el pasaje del libre albedrío. La letra es idéntica.
VI.
Bib. Nac. de Madrid, Ce. -170.
€ Explicación de la ley mahometana por un anónimo.»
Un tomo en 4.® con 79 hojas, falto de la primera; pero no
parece faltar nada del texto.
Caracteres latinos. Páginas recuadradas de negro.
Después de un prólogo, trata de los veinte atributos de Dios,
y lo que es posible é imposible en su esencia; seguido de un
tratado del a<;ala con los alguados y atahores, acabando con
los ayunos. Es exposición de la doctrina de Mélique, idéntica á
la del núm. 1.^ del Ce. 174 (núm. IX), aunque variado el or-
den de los capítulos y con alguna supresión.
Dentro del libro hay metida una página de otra copia de la
misma letra, recuadrada de carmín y con epígrafes encarnados.
H\
VII.
Bib. Nac. de Madrid, Ce. 474.
Suma teológica mahometana, principalmente según Abuha-
niía.
Tratado muy detenido de los cinco artículos de la fe muslí-
mica, seguido de los pecados mortales, con citas de lín romance
morisco y dos sonetos de Lope de Vega. Es déla letra del Refu-
giado en 'rúnez (núm. LXXI) y escrito después de la expulsión.
Tiene por título en la guarda «Artículos de la ley mahome-
tana y explicación de ella en Castellano pot* un Anónimo.»
vm.
Bib. Nac. de Madrid, Ce. 473.
Códice en 4.0, escrito con letras latinas, de principios del si-
glo xvn ó fines del xvi, con las páginas recuadradas, sin prin-
cipio ni fin, falto de algunas hojas intermedias, con papel del-
gado; encuademación árabe.
Es un paralelo y concordancia de las religioties cristiana,
jadáica y mahometana, fundado en textos de la Sagrada Escri-
tura y de los Santos Padres. Discute y compara diversas here-
jías, principalmente las arriana, ebionita y «lutera,» y á la «ygle-
sia> católica la llama cpapística.» Cita el Antiálcorán, tal vez el
que fué impreso en 1532, por Bernardo Pérez de Chinchón.
En la guarda dice t Apología contra la religión christiana.»
Esta obra pudiera ser la del Maestro de Teología Juan Al-
fonso, citada en Ce. 169 (núm. V), pág. 12 v., que constaba
de más de cuarenta cuadernos.
IX. •
Bib. Nac. de Madrid, Ce. 474
Códice en 8.o, con caracteres latinos, letra del siglo xvn; en-
cuademación ^1 pergamino; adornos moriscos de tinta común.
46
242
Contiene:
1.° Un epígrafe que dice:
c Razón duerme
trayzion bela
Justizia falta
inalizia Reina, d
2.° Explicación de las palabras tbizmi yliahi yRahmeni
yRahim.>
3.° Explicación de las palabras cmonafique, guachib, mosz-
tahel, chaiz y El tacli.»
4.° Una corta invocación.
5.° iHotba de la Pascua del annabi Muhamad zalam.T^
6.^ Cinco azoras del Alcorán (CIX, CXIV, CXIH, XCVII,
XCIX), en árabe con caracteres latinos.
7.° Tratado de la doctrina mahometana según el rito de
Mélique. Copia igual al Ce. 170 (núm. VI), aunque
variado el orden de algunos capítulos.
8.° Explicación de las palabras «Alliandu lillahi guzalatu
guazalem rrazulullahi.»
Á la vuelta, «El haude.=Es la balsa de nuestro alnabi.»
9.° «Declaración de la palabra de laylaha ylalla muhamad
rrazulu alla,i precedida de una invocación; con va-
rios ejemplos del mancebo que salvó á su madre, de
los dos pescadores, de los santos que recogían dinero»
de la tela que no se acababa, etc.
10.° Breve reseña de las principales herejías muslímicas acer-
ca de las relaciones entre Dios y el mundo.
U.° Historia abreviada de la doncella Arcayona, hija del
rey Aljafre.
Á la vuelta las cuatro lenguas en que han sido reveladas 1^
escrituras.
12.° Tratado de «lo qu' es forzoso y ynpusible en los^pro-
fetas.»
243
13.0 Excelencias de la palabra «laylaha ylalla muhamad
rrazula alia» (sin concluir).
14.0 Historia de un profeta y una profetisa del tiempo de
Mahoma.
Á la vuelta, efectos de las palabras «alhandu lillahit, en el
estornudo y dolor de muelas.
15.0 Sabiduría de Dios manifestada en la naturaleza. Tro-
zo notable, en que se llama moro el autor.
16.0 Discusión contra la divinidad de Cristo y contra la
Trinidad.
17.0 cBreve conclusión contra la Trinidad y el culto cris-
tiano.»
18.0 c Conclusión con que se aberigua la falsedad en la rreli-
jion cristiana con sus mesmos ebanjelios» (falta una hoja do-
ble). Tiene la historia del rey Jesús que se sacrificó por Ega.
19.0 Una fecha del año 1031 en que se acabó de^escribir el
Hbro.
20.O Un romance contra la religión cristiana, compuesto en
1031 según su contexto.
21.0 Noticias de Yman el haramayni, Sayje abanabi chan-
bray, Zide abnuruste, Abubacre ybenu alarbi, y Cadada, ascen-
diente de los reyes de Granada.
22.0 € Remedios devotos contra los sueños y el ojo.i
23.0 «Romanzo echo por Juan Alonso aragonés á la rreli-
jion yspana.»
El título de la guarda es «Diversas historias y apología contra
la Belijion Christiana y el Romance de Juan Alonso Aragonés. »
Debió escribirse en Túnez, porque de una medida que cita
pone la equivalencia tunecina.
X.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. I.
Códice en folio mayor, esmeradamente escrito y muy bien
conservado, excepto la encuademación, que está muy deterio-
244
rada y es antigua: 340 hojas útiles y tres de la tabla: letra del
siglo XVI. Cabezas délos capítulos iluminadas con adoraos mo-
riscos muy bien dibujados, que pueden servir de modelo en su
género.
«Alquiteb de Samarcandi.»
Es traducción del libro titulado «Excitación á los descuida-
dos,» compuesto por «Abulleit Na9ar, fijo de Mohammad ibno
Ibrahim, fijo de Alhatab Asamarcandio. i Este célebre juriscon-
sulto escribió muchas obras y vivió en el siglo iv de la hégka.
Ésta es la tabla de los capítulos, copiada por D. Pascual d^
Gayangos, y numerada para mayor claridad:
Cap. 1. En el debdo del preicar; fol. 1.
2. En el apuramiento y en la ufana; 2.
3. En el espanto de la muerte y su fortaleza; 9.
4. En el aladeb de la fuesa; 14.
5. En los espantos del dia del judicio; 20.
6. En la senblan9a de los del fuego; 25.
7. En la senblan9a de los del alchanna; 31.
8. En lo que se a esperan9a en la piadad de Allah; 86.
9. En mandar con las buenas obras y devedar lo malo; 40.
10. En la rrepintencia; 46.
11. Otro en la rrepintencia; 50.
-12. En el obedecer al padre y á la madre; 56.
13. Otro en el obedecer al padre y á la madre.
14. En el derecho del fijo sobre el padre; 60.
15. En el apallegar los parientes de par de madre; 62.
16. En el derecho del vecino; 66.
17. Del pastoflo del bebedor del vino; 67.
18. En el pastoflar el mentiroso; 72.
19. En el trestallar á las gentes; 75.
20. En el rrevolvedor malsine; 81.
21. En la envidia; 84.
22. En la grandia; 88.
245
23. En el recardear; 91.
24. De pastoflar el reír; 93.
25. En el paciguar la saña; 97.
26. En guardar la lengua; 102.
27. En la golosía y en la larga cobdicia; 106.
* 28. En la ibantalla de la pobrera; 109.
29. En desechar el mundo; 110.
30. Jln la sufrencia sobre el albalé; 121.
31* Del sufrir sobre las almocibas; 127.
32. En el alfadila del alguado; 131.
33. En los cinco a9aláes; 134.
34. En el abantalle del pergüeno y él alicama; 142.
35. En los atahores y aliupiamientos; 147.
36. En el alfadila del aichomua; 148.
37. En la jornada á la me9quida; 151.
38. En el alfadila de la a9adaca; 153.
39. De lo que es desviado del albalé al facedor^a^ada-
ca;157.
40. En el alfadila del mes de Arramadan; 160.
41. En el alfadila de los diez dias; 164.
42. En el alfadila del dia del axora; 166.
43. En el dayuno de gracia y en el dayuno del mes de Re-
cheb; 168.
44. En la despensa sobre la familia; 171.
45. De cómo se deben tratar los cativos y sirvientes; 173.
46. En fazer bien á los güérfanos; 174.
47. En el aziné; 176,
48. En comer el logro; 179.
49. De lo que vino en los pecados; 181.
50. De lo que vino en las enjurias¡ 188.
51. En la piedad y buen deseo; 188.
52. Eo aber temor ad AUah taála; 191.
58. De lo que vino en el nombramiento de Allah taála; 10o.
54. Eu la rrogaria; 198.
f 246
b 55. De lo que vino en el ta9bihar, 201.
I 56. En el a9ala sobre el anabí; 202.
F 57. En lo que vino sobre la palabra de la áUaha Ha aUa- .
hu; 204.
58. En lo que vino en la ibantalla de leer el alcorán; 208.
59. En la ibantalla de la sabiduría; 211.
60. En el obrar con sabiduría; 215.
f- ' 61. En la ibantalla de aconpañar con los sabios; 218.
62. En el agradecimiento; 221.
63. En la ibantalla del percacjar; 221.
64. En la tacha del perca9ar y lo haram; 224.
65. En la ibantalla de dar á comer la blanda; 227.
66. Y las buenas costunbres; 229.
67. En la estribancia con AUah; 231.
68. En la linpieza; 234.
69. En aber vergüeu9a; 237.
70. En obrar con enía; 239.
71. En el marabillar y presumir; 243.
72. En la ibantalla del alhach; 245.
73. En la ibantalla de la guerra y el fazer alchihed; 248.
74. En la ibantalla del mantener frontera; 250.
75. En la ibantalla del tirar y el cavalgar; 252.
76. En la dotrina de la guerra; 253.
77. En la ibantalla de mohamad; 254.
78. En el derecho que tiene el marido sobre su muger; 259.
79. En el derecho que tiene la muger sobre su marido; 260.
80. En adobar entre las gentes; 261.
81. En el me9clar con el rroy; 263.
82. En la ibantalla del enfermo; 266.
p,;-4 ' 83. En la ibantalla del a9ala de gracia; 268.
84. En el cunpUr el a9ala y el umillar en él; 270.
85. En las rrogarias y ata9bihe8; 273.
86. En el buen tratamiento; 277.
87. En el obrar con la saña; 279.
L
247
88. En el entristecimiento sobre los fechos de la otra vi-
da; 281.
89. De lo que fué dicho de cómo amanece el onbre; 283.
90. En pensar en tomar dexenplo; 286.
91. En el alhadiz de mu9e; 290.
92. En las rraíones de Abi Darri ilgaferi; 299.
93. En el entrometer en la obedencia; 303.
94. En la enemiganfa del axaitan y en conocer sus enga-
ños; 307.
95. En el contentar con el juzgo de AUah y su ordenamien-
to; 312.
96. En pédricas; 315.
97. De rracontaciones; 317.
98. En el alhadiz de Alidáchel el malo; 328.
99. De lo que vino en los dexadores del a9ala; 338,
XI.
Bíb. Nac. do Madrid, Gg. 3.
Códice en folio mayor, muy bien escrito y conservado^ en-
cuadernado en pasta con cubierta ó tapa de piel á usanza
oriental: 160 hojas útiles y dos de índice, que no llega más que
al fol. 41. Letra del siglo xv. Iluminaciones y adornos menos
perfectos que los del libro anterior, pero hechos con notable
soltura.
f Alquiteb de la tafria,> por «Abulcacim Obeydalá ibn Alho-
cein ibn Chelab, Alba9rí Almeliquí.» Es traducción de la obra
titulada «Ascensión á las cumbres,» que está dividida en los
libros siguientes:
1.° El alquiteb del atahor; fol. 1.
2.° El alquiteb de los aíjaláes; 9.
3.^ El alquiteb del azaque; 30.
4.0 El alquiteb del dayuno; 40.
5.0 El alquiteb de las alchane<;as; 47.
6.0 El alquiteb del alhache; 48.
í
248
7.0 El alquiteb del alchihed; 63.
8.0 El alquiteb de las promesas y juramentos; 65.
9.0 El alquiteb de las adahéas; 70.
10. El alquiteb de las fadas; 71.
11. El alquiteb de la ca9a; 72.
12. El alquiteb de las degüellas; 73.
13. El alquiteb de las proviendas; 73.
14. El alquiteb de los brebajes; 74.
15. El alquiteb de los testamentos; 76.
16. El alquiteb del ahorrar y del enseñorear; 78.
17. El alquiteb de ahorrar después de dias; 81.
48. El alquiteb de fazer carta al cativo; 82.
19/ El alquiteb de las madres de los fijos; 85.
20. El alquiteb de los matrimonios; 86.
21. El alquiteb del atalac y lo que le toca; 100.
22. El alquiteb de las vendidas; 114.
23. El alquiteb de las logaciones; 125.
24. El alquiteb de dar á media ganancia; 128.
25. El alquiteb de los juzgos; 132.
26. El alquiteb del enpefio; 137.
27. El alquiteb de las encomiendas; 139.
28. El alquiteb de lo perdido; 140.
29. El alquiteb de la fian9a; 140.
30. ' El alquiteb de la procuración; 146.
31. El alquiteb de las tenencias; 146.
32. El alquiteb de las a9adacas y donaciones; 147.
33. El alquiteb de las sangres. 148.
34. El alquiteb de las sentencias; 152.
35. El alquiteb de las erencias y deudos; 155.
36. El alquiteb del alchami; 158.
xn.
Papel suelto, dentro del códice Gg. 38 de la Bib. Nac. de Ma-
drid, que es una carta de Mariara la Cor9a, mujer del alfaqul
249
Zapatero, al alfaquí Muije Calavera, médico en Calatayud.. Lo
describe una enfermedad y le pide remedio. Car. ar. letra del
siglo XVI.
xm.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 40.
Un tomo en 4.o encuadernado en pasta. *
€ Sumario de la rrelacion y exercicio espiritual, sacado y de-
clarado por el manzebo de Aróvalo en nuestra lengua caste-
llana. >
cY también se cuenta en él al fin la dicretanza 9unal, y de
qué manera se sirve y guarda en Macea (aj^zaha Allah) dentro
del santo tiyabero per nuestro- pedricador Mélic y sus dicreta-
dores, sigun que le fué fecho á saber á este diclio jnanzebo por
personas que an vesitado aquella santa casa. >
La nota de la tapa atribuye la letra al siglo xv; Gayangos
á principios del xvi. El lenguaje es de mediados del siglo xvi.
El autor refiere sucesos que le acontecieron en vida del Rey
Católico, y mucho después de la conquista de Granada y de
las primeras rebeliones.
Hay algunas palabras traducidas al margen, de letra del si-
glo pasado. Las palabras árabes, en general, muy corrompidas.
XIV.
Hoja suelta dentro del códice Gg. 40 de la Biblioteca Nacio-
nal, que contiene varios apuntes.
1.^ Notas relativas á Ahmed de Valladolid y Mohamad de
Torres y Doña Juana, en árabe.
2.^ Becetas en árabe con los nombres de los ingredientes
en castellano.
3.^ Varios versículos latinos con su traducción castellana.
4.<* Unos cortos pasajes en árabe.
5.^ Una nota en árabe referente á Alí Rebollo.
C.^ Un apunte relativo á los moros de Guadalajara.
T"
^50
XV.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 47.
Un códice en 4.o, de 251 hojas, buen papel y escritura esme-
rada. Contiene:
1,^ Alcorán abreviado (V. núm. I) en árabe; fol. 1. o— Fal-
ta la primera hoja, en que estaría la azora I; hay un
hueco corifespondiente á la azora XXXVI por falta de
la hoja compañera de aquella, y están intercalados
en el
Fol. 11. — ^Un tema sobre la unidad de Dios; y en el
Fol. 16. — Una deprecación, el ataxhid y el alconut de
2:° «Las ocho cuestiones de Hatim Ala9em, Escolano de
Xaquiq Albahlí;» fol. 45.
3,° «Los castigos del Alhaquim á su fijo;» fol. 51.
4.^ Relación de lo que sucede en el sepulcro á quien obser-
va ó abandona el azala; fol. 61.
5.^ «Recontamiento muy bueno que conteció á partida de
unos sabios Qahhes;» fol. 66.
6,** Historia de Ige y del hijo de una vieja, sin principio,
que debió estar en una hoja que falta, como falta asi-
mismo el fin; fol. 77.
7,*^ «Alhadiz de Guara alhochoratí;» fol. 81.
8.^ Fragmento de una historia de un médico con Alí; fo-
lio 112.
9>^ Alhadiz de Ibrahim, cuando vio las maravillas á la ori-
lla del mar; fol. 113.
10.^ Un corto acto de fe; fol. 134.
11.*^ «Recontamiento de la doncella Carcayona, hija del rey
Nachrab, con la paloma;» fol. 134.
12.^ «El alhadiz de Silmen alferecío;» fol 181.
13.^ Unos conjuros muy mal escritos; fol. 195.
251
14.0 cRogaria contra la nube;» fol. 197.
16.0 cRecontamiento y alhadÍ9 del cantillo del Cuervo,» sin
concluir; fol. 225.
XVI.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 48.
Un tomo en 4.o, letra de mediados ó fines del siglo xvi, con
129 hojas útiles. cLibro del rrecontamiento del rrey Alixandre.»
Es traducción de un original árabe que tenía 32 viñetas con
su explicación debajo, de las cuales sólo esta explicación en
árabe ha quedado en el códice. Conserva vocablos árabes al
empezar muchas relaciones.
En la guarda hay una nota de distinta letra que señala la
salida de la luna de Ramadán del año 1588.
D. Pascual de Gayangos ha publicado un trozo del principio
en autografia al final de los Principios deméntales de la escrítu'
ra arábiga: Madrid, 1861.
xvn.
I
I Bib. Nac. de Madrid, Gg. 51.
Un códice en 4.o, forrado de vaqueta, con 200 hojas útiles.
1.0 En la guarda (fol. 1):
c Memoria á mi Miguel de Zeyne de cómo merqué
un macho de Granada, castaño escuro á ocho de ma-
I yo, año de mil y quinientos y setenta y cuatro.»
€ Memoria de lo que doy á mi fija la mayor en
vezes.»
Á la vuelta un állahomma.
2.0 Alcorán abreviado (V. núm. I) desde I á XXXVl in-
clusive; fol. 2.
3.0 Una oración interlineada con su traducción de carmín;
fol. 17.
252
4.0 Un atahieiu con su traducción interlineal encima, todo
. negro; fpl. 22.
< Tuvimos Pascua de Ramadán.el 9aguero de pito-
bór, y después nació Alí de Pansa á diez y ocho de
novienbre, año de mil y quinientos y ochenta y cua-
tro, al candario de los cristianos erejes;» fol. 24.
Luego un álhamdu repetido, y sigue:
O.o La parte cuarta y última del Alcorán, que comprende
desde la azora XXXVIII hasta el fin. Adorno ilumina-
do al principio, y al fin, después de unas aleyas sueltas,
un cuadrado xnuy adornado.
€ Nació mi hijo I(;e de Zeyne á quinze de dezienbre
de mil y quinientos y ochenta fil candario de los cris-
tianos;» fol. 198.
6.0 Una oración en árabe; fol. 199. «Para la criatura que
mucho plora.»
«Nació mi fijo Mohamad de Zeyne á doze de setien-
bre, año de mil y quinientos y sesenta y cuatro al
candarlo de los cristianos orejes.»
«Nació mi fijo Ibrahim dezzeyne á ventidos de ebre-
ro, afio de mil y quinientosi y setenta y uno, al can-
dario de los cristianos.»*
7.0 Oraciones cortas; fol. 200.
«Nació mi fijo Alí de Zeyne á diez y siete de febre-
ro, dia de lunes, año de mil y quinientos y setenta y
ocho, al candario de los cristianos orejes.»
8.0 Unas oraciones.
xvm.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 66.
Códice en 4.p, con 244 hojas útiles, carcomido al principio y
al fin: papel de dos clases.
Es un comentario canónico -moral de Abu Mohammad Abda-
Uah ibn abi Zeyd. Tiene en árabe los epígrafes de los capítulos
253
y la introducción, con su traducción interlineal. Al fin hay una
nota en árabe que señala la fecha de 832.
XIX.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 68.
Tiene una hojita intercalada y cosida con el texto, al fol. 112,
que contiene dos renglones aljamiados relativos al alguado, con
las oraciones árabes correspondientes.
XX.
Bib. Nac. 4e Madrid, Gg. 69.
Un códice en 4.^, de 64 hojas, forrado con pergamino.
En la guarda dice: € Memoria de los quartos del año.»
Contiene:
IP cMemoria de los cuartos del año para obrar de lo que
fará menester, en lo que querrá;» fol. 1.
Es una nota de ciertas invocaciones que conviene
hacer en cada estación del año. Comprende el primero
y el segundo; luego los ángeles y genios de los días de
la semana y las horas buenas en cada uno.
2.^ Cédulas mágicas y anexaras; fol. 6.
3,^ Repetición de lo anterior desde el fol. 3; fol. 16.
4.^ Varios escantos y conjuros; fol. 25.
b,^ € Traslado muy noble de los cinco sabios dotores de
medezina, de Galainos, y del Avicena, y de Ipócras,
y de Arrazi y de Ibno Uáfir;» fol. 25.
Son recébtas para varios males.
6.*^ Bébos, escantos y albaranes para diversos usos mági-
cos; fol. 40.
7.*^ € Capítulo de las oras abantalladas para escrebir ane-
xaras ó alherzes;» fol. 45.
2j4
8.** Conjuros sin mociones; fol. 46. •
Los dos cuartos del año que quedaron al principio.
9,^ Adivinanzas por el cuenio de los nombres; fol. 49.
10.° Alammas y conjuros; fol. 51.
XXI.
Btb. Nac. de Madrid, Gg. 70.
Un tomo en 4.^, con las cubiertas de badana despegadas.
Buen papel y letra bastante moderna; paginado al revés.
Contiene:
1.^ «El alhadiz de Sargil ibno Sarjon y de las demandas
que trayó á Alí ibno Abi Taleb;» fol. 189.
2.** Varios casos y capítulos sobre el agala y el alguado;
fol. 175.
3.^ • Capítulo en el dayuno del mes de rramadan.»
4.^ Sentencias de un sabio sobre varios puntos de moral y
de .derecho; fol. 159.
5,** fAdoa de mucha alfadila y de grande gualardon tor-
nado de arabí en ajamí;» fol. 151 v.
6.°- Varios dichos y relaciones sobre los premios del a^ala y
castigos por no hacerlo; fol. 137 v.
7.** «Los castigos de Dolqueme alhaquim á su hijo; » fol. 120.
9.^ «Recontamiento de Omar ibno Alhatab, cuando vio las
almas de los muertos;» fol. 114 v.
9p° Razonamiento de Omar, cuando se convirtió al is-
* lamismo; fol. 113.
10.*^ «Recontamiento del rrey Tébio el aual, el que hizo la
ciudad de Yacerib;» fol. 101 v.
11.° «Recontamiento de Temim Adér;> fol. 91.
12.*^ «El alhadÍ9 del alárabe y la donzella;» fol. 63 v. .
IS.^ Explicación de los caminos de la gloria y del infierno,
dirigida por Mahoma al rráblo Xoaib; fol. 51 v.
14.'> Anexara; fol. 39 v.
255
15.** cAdoa puesto en raj.» Es una traducción palabra por
palabra, árabe y castellano; fol. 37.
16.^ Casos, dichos y sentencias diversas sobre el a^ala, los
funerales, la gloria y otros puntos religiosos; fol. 30.
17.^ c Memoria de las alcabilas de los alárabes y las parti-
das donde comarcan, y los nonbree de sus capitanes
y lo que tiene cada uno de caballería;» fol. 7 v.
(Parece que no concluye.)
xxn.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 72.
Códice en 4.o, desencuadernado, con las hojas muy deterio-
radas; pero remendadas de antiguo y apelilladas después. Le-
tra dará, papel fuerte, de fines del siglo xv: 71 hojas.
Es un Alcorán abreviado, con la traducción castellana y al-
gún comentario; pero falto de principio y fin, y con faltas tam-
bién en el medio del primer cuaderno.
Empieza por la traducción y comento del final del v. II, 286,
y sigue III, 1-3, con el principio de la traducción de esta úl-
tima aleya, y á la otra página tiene el final de la traducción de
la 25 con el texto y traducción de la 26, y las IX, 129-130.
Después Xn, 102, y sigue como de costumbre, XXVI, 78-89,
quedando la traducción interrumpida. Sigue el final de la tra-
dacción de la LIX, 21, y después lo que queda de la azora.
Luego la LXVII, y después de ella una oración que se inte-
rrumpe; después viene la traducción de la LXXVIIT, 13, sin in-
terrumpirse el texto y la traducción hasta la CV, completa,
quedando pendiente la traducción.
xxm.
Bib. Nac. do Madrid, Gg. 75.
Códice en 4.^, de letra clara, aunque no elegante: 101 hojas
útiles.
r
256
Contiene:
L** *La disputa con los judíos,» sin principio; en 35 folios.
2.0 tDeaputa con los cristianos;» 46 folios.
3,0 « Capítulo que fabla en el concebimiento de 190; » 2 folios!
4,0 i Rícela: esta es mandadaria, que la escribió Ornar ibno
Ábdolazizi, rrey de los creyentes, á Lyon, rrey de los
cristianos descreyentes,» sin concluir; 18 folios. (Se re-
fiere á León Isáurico.)
Faltan hojas en varias partes.
El lenguaje es arcaico y con giros provinciales singulares.
XXIV.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 77.
Colección fie papeles sueltos muy diversos, contenidos en dos
tapas viejas, que debieron pertenecer á un alfaquí de Calata-
yuíl, de meil lados del siglo xvi. Entre otros documentos contie-
ne los eigtiiontes:
1 ó Un borrador de carta en caracteres comunes, sin con-
cluir.
2-<> Un papelito en que se anotan equivalencias arábigas y
alemanas, y en que se nombra á Mu9e el Chamchamí,
con fecha de 906.
3,0 « Memoria seya á mí, Mu9e Calavera, de lo que me
cuesta la casilla que compré, á Martin Albri^;» un
cuaderno largo de 4 hojas útiles.
4.0 l^na hoja doblada con una cuenta de ropas, en aljamía.
5.0 Fríigmeuto del libro de Samarcandí, que comprende
desde el capítulo 25, sin principio, cen el paciguar
la saña,» hasta el 29, sin concluir, «en dexar el mun-
do; > 46 hojas, letra menuda y elegante del siglo xvi.
(V. nüm. X.)
á
257
XXV.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 84.
Códice en 4,o con ¡cubiertas de pergammo; letra clara, peiro
uo elegante; mal papel: 105 hojas útiles. Contiene:
1.0 «Libro y traslado de buenas dotrinas y castigos y bue-
nas costunbres;» fol 1.
«Capítulo del obrar con cencia y saber;» fol. 4.
«Capítulo que fabla de las oras que son eslitas para
nombrar ad Allah taale;» fol. 10.
«El gualardon que se ofrece por ata9bihar y bar ad
Allah taale;» fol. 12.
«El gualardon de quien dice le üah ile allahu;* fol. 16.
«El gualardon de quien lonbrárá ad Allah taale;» fol. 19.
«El gualardon de quien demanda perdón ad Allah taa-
le;* fol. 22.
«El gualardon de quien faze a9ala sobre el anabí Mo-
hamad;» fol. 23.
«El gualardon del alcorán onrrado;» fol. 29.
«El gualardon de quien fará los cinco a9aláes con Tlia-
mem» (se interrumpe en el fol. 63); fol. 46.
2.0 «Memoria seya de cuando me casé iyó Mohamad de
Zean con Axa de Amad y fué á quinze dias del mes de
agosto del año mil y quinientos y noventa y cinco á
cuenta de los descreyentes,» etc.; fol. 64 v., sin vo-
cales.
3.0 cMelezina» con conjuros; fol. 65.
4.0 cMemoria de los cuartos del afio:» es idéntico al n4me-
ro 1.0 del Gg. 69 (V.' núm. XX); fol. 66.
5.0 «Traslado muy noble,» igual al núm. 5.o del Gg. 69;
fol. 76.
ii
^
258
XXVI.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 82.
Códice en 4.o, de papel flojo, muy carcomido y remendado de
antiguo, sin tapas. Letra elegante, igual á la del Gg. 40. (V. nú-
mero xm.)
En una guarda hay ^puntes de trigo dado á la familia de
Ontiñena.
í Tratado y declaración y guia para seguir y mantener el
adín del alicjlem.»
El autor da cuenta de su trabajo diciendo, fol. 3: «muchos
amigos mios de mí trabaron y especialmente me rrogaron que
de arabí sacase en el ajemí del dicho alcorán y textos de xara
lo que fuese á mí posible para que con lo dicho se siguiese
nuestra muy santa ley y ^unna,» etc.
Contiene la explicación de la fe, los ritos y los deberes, así
religiosos como civiles y legales, concluyendo por las herencias,
tutelas y testamentos, todo ilustrado con textos del Alcorán.
xxvn.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 84.
Códice en 4.^, sin tapas, completo y bien escrito.
Libro de las luces, de Abulhasán Abdalá albocrí.
El título está en árabe, pero todo lo demás én castellano.
Las nueve últimas hojas contienen:
1 .t> Una oración, en 2 folios.
2 ^ « Capítulo en el a9ala de las alchanezas y la rrogaria del
muerto,» 7 folios.
xxvni.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 85.
Un tomo en 4.<^, encuadernado en piel muy maltratada, pa-
pel excelente y hermosísima letra: 66 hojas útiles. Contiene:
259
1.0 «Los meses del año al contó de arabí;f fol. 1.
2.^ «Como se an de hazer los cinco a9aláes;» fol. 14.
3.^ «Las anefílas que son muy aventajadas en las oras de
los cinco a^aláes;» fol. 20.
4.0 «Del alidén y de la alicama;» fol. 24.
5.^ «De las inmiendas de los a<^láes;> fol. 26.
6.0 «De como se a de hazer atahor;» fol. 50.
7.0 , «En el degollar;» fol. 51.
8.0 «De las vendidas y de lo que rretrae á las vendidas;»
fol. 62.
9.0 Una nota que empieza en árabe, sigue en aljamía y con-
cluye en castellano, en que dice: «Este libro se llama el moh-
tasar ó «Brebiarico,» porque en «él se acorta y rrecopila y su-
ma lo tocante al servicio del Señor;» fol. 66.
La suscripción es de Ali ibnu Mohammad ibnu Mohammad
Soler, año 998, correspondiente al 1589,
A la vuelta, en car. lat.:
«De francisco del mundo, be9Íno de la tierra.»
Tiene numerosas notas marginales en ambas escrituras, ára-
be y latina, del siglo xvn, y algunos renglones en castellano con
letras griegas.
XXIX.
Bib, Nac. de Madrid, Gg, 98.
Códice en 8.o, de 78 hojas útiles, papel estopóse.
Textos en árabe y encabezamientos y explicaciones en árabe
y castellano, interlineados.
Contiene:
1.0 «Tahlilalcorán;» fol. 1.
2.0 Los 37 lugares del alcorán en que se nombra la unidad
de AUah; fol. 9.
3.0 Los siete alhaicales (falta alguna hoja intermedia);
fol. 19.
4.0 tLos nombres de AUah;» fol. 37.
260
b.o «El ata9bih del anabí Mohamah;» fol. 38.
6.0 Dos adoáes; fol. 44.
7.0 «Guardia benedita;» fol. 49.
8.0 «El adoa de Taíjahifa, prueyte AUah con él á su lei-
dor;» fol. 49.
9.0 Un adoa; fol. 53.
10. Historia, sin principio, porque falta una hoja, de un
adoa que dio Mahoma á Abu Dochéna; fol. 55.
11. Los ata<jbihes de l9rafil, Ibrahim, líjmail, l9hac, Deud,
(^ulaymen, Mu9e, Yuíjof, Harón, Alhádir, 190, Yahya,
Xoaib, Yunos, Qelih, Alya9a, Ilye9a, de Muhamad,
de Fátima, de Dulcarnain, del gallo del cielo, del ga-
llo de la tierra, de la rana y del gusano; fol. 59.
12. «Lo que deben dezir cuando él comer y cuando el aca-
bar de comer;» fol. 68.
13. Adoa y ceremonias del alguado; fol. 69.
14. Las oraciones del «yjala; fol. 73.
15. «Lo que debe decir la presona cuando veya lo qu*a por
esquino en su sueño;» fol. 77.
16. «Las loores del alcorán el grande;» fol. 79.
Esta hoja está rota, y en ios fragmentos se distingue al pie
la conclusión en árabe, en que dice que se acabó un jueves del
año 828.
La centena, que ha desaparecido, pudiera ser 9, porque á
la vuelta hay una receta con algunas palabras escritas en ca-
racteres latinos de principios del siglo xvi; pero la letra aljamia-
da es diferente y algo análoga á le^ del Gg. 66 (núm. XVHI), por
lo que he adoptado el 8. Se ven muchos catalanismos.
XXX.
Bib. Nac. de Madrid, GgJOl.
Un cuaderno en 4.°, de 49 hojas y dos sueltas^ papel de la
segunda mitad deí siglo xvi. Contiene un fragmei>to del Poema
de José.
261
Una de laa hojas sueltas, muy deteriorada, fué la segunda del
manuscrito que ahora empieza en la tercera,' y contiene desde
la estrofa cuarta en adelante. Teniendo tres estrofas cada pági,-
na, resulta faltar la primera hoja, que estaría escrita por la se-
gunda cara, según costumbre árabe. La otra hoja suelta es un
ensayo de copia de la hoja 17 v., hecho en la misma época y el
mismo papel.
XXXI.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. ^0%.
Códice en 12.o apaisado, encuadernado en tafilete.
Contiene:
1.0 Los 37 lugares del alcorán, donde se proclama la uni-
dad de Dios; sin empezar; fol. 1.
2.0 Los pombres de Allah; fol. 12.
3.0 «Los siete alhaicales;» fol. 13.
4.0 «Adoa muy onrrado;» fol. 66.
5.0 «Adoa muy onrrado;» fol. 70.
6.0 cL' alhirze del alguazir;» fol. 74.
7.0 «Ata^bihes de Edam, muy onrrado, de Muhamad, de
Hris, de Alhádir y otro de Edam; » sin concluir.
XXXII.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 403.
Un volumen en 8.0, de 161 hojas, desencuadernado de anti-
guo, desordenado y roído de ratones y poUUas, sin principio ni
fin y muy falto entremedio. .
Contiene:
1.0 El poema Alborda, sin principio, con una explicación
en castellano, sin concluir; 16 hojas.
2.0 Fragmento de una ojración en árabe; una hoja.
3.0 «Ata9bih de la a9ahifa;» 4 hojas.
S63
4.0 «Los siete alhaicales,» con su explicación en castella-
no:» falto de algunas hojas intermedias; 38 hojas.
5.0 «Los nonbres de la cayata de Muge,» con una figu-
ra; una hoja.
6.0 «Los nonbres de la mano de Deud,» con una figu-
ra; una hoja.
7.0 «Alherze de 1' aneca;» 8 hojas.
8.0 «La leyenda del adoa del ave sobre la bendición de
Allah;» 5 hojas.
9.° «Adoa fermoso de grandes provechos y alfadilas;» 2
hojas.
10. «La ibantalla de la creyencia;» 2 hojas.
11. «L'alfadila del alhamdu lilehi» (faltan hojas interme-
dias); 10 hojas.
12. Atagbihes de Edam nuestro padre, Noh, Yunos, Ayub,
Yahya, Zacarías, Idris, Jucjof, Célih, Xoaiba, Deud,
QulaymeU; Mu9e, Ige, Muhamad, Elya9a y del anabí
Muhamad; 9 hojas.
13. Adoáes de Edam, Ibrahim, Noh, Mu9e, l9e y del anabí
Muhamad; 4 hojas.
14. «Adoa para cuando querrás hazer tu aíjala;» una hoja.
15. «Adoa para hacer ir todo pienso y ansia;» una hoja.
16. «Ata9bihes de l9rafil y de Chibril;» una hoja.
17. Adoa de Ali bnu abi Talib, falto de muchas hojas; 12
hojas.
18. «Adoa para demandar socorro ad Allah;» una hoja.
19. Palabras de Mahoma sobre ciertas devociones, sin con-
cluir; 2 hojas.
20. «Adoa del espertar;» una hoja.
21. «L'alfadila del adoa del anur el onrrado;» 11 hojas.
22. «Hirze alguazir,» sin concluir; 5 hojas.
23. Fragmentos de una oración; 9 hojas.
24. «La rrogaria de Tapedreada,» sin principio ni fin; 18
hojas.
263
xxxm.
Bib. Nac. do Madrid, Gg. 105.
Un tomo en 4.o, papel y letra del siglo xvi.
Relación de las batallas de los primitivos musulmanes. Con-
tiene:
1.0 Batalla de A9iad y los de Maca; fol. 1.
2.0 Alhadíz de Mahoma y el Alharetz; fol. 14.
3.° Batalla de Hozayma alberiquia y de Alahuag ibnu Mo-
had; fol. 32.
4.0 Alhadiz de Guara ilhochoratí; fol. 36.
5.0 Batalla de Bedri y Honaini; fol. 48.
6.0 Batalla del Rey Mohalhal ibnu Alfayadi; fol 62.
7.0 Batalla de Alaciab ibnu Hancar; fol. 86.
8.0 Batalla de Bal Yarmoc y su conquista grande; fol. 95.
XXXIV.
Bib, Nac. de Madrid, Gg. 424«
Entre otros fragmentos árabes, hay unas hojas de un códice
aljamiado en 4.^, que contienen:
1.0 Gran parte de las a9oras XI y XII en árabe; 16 hojas.
2.^ Las aforas CVII y CXII con la traducción castellana;
2 hojas.
3.^ El final de una oración árabe con la traducción aljamia-
da; una hoja.
XXXV.
Bib. Nac, de Madrid, Gg. 122.
Papeles sueltos que debieron pertenecer á algún morisco de
Calatayud, la mayor parte en 4.°
1.^ Formulario del acidaque en árabe, en dos cuadernillos. *
2.® Una hoja en árabe sobro derecho matrimonial.
264
3.° Otra hoja en árabe sobre el miámo asunto.
4.° Un pliego en árabe con las reglas para la validez de los
testimonios. *
5.'' Carta árabe en 16.°, dirigida al alfaquí Abu Abdalá
Mohamad Almorabetí, en'Terrer.
6." Carta de dote, en árabe, otorgada en 908, entre Abu
Isliac Ibrahim ibnu Mohamad iba Alí Alcorexí, cono-
cido por Talayera, y Mariam, hija de Yu9of Serón.
7.^ Hoja en árabe sobre las devociones de los alfaquíes.
8.° Una hoja doblada por medio con una cédula árabe con-
tra enfermedades.
9.° Una libretita con significados de una obra de Ibn Mo-
guéit, hecha en 902 por Mu^e ibn Alí Alcorexí, bajo
la dirección de Abu Ibrahim ibnu Lop ibn abi Rébia.
10. Tira de papel con significados.
11. Un podacito de papel con significados.
12. Un pliego con tres documentos judiciales en árabe, con
palabras ó declaraciones en aljamía. Publicados por
Fernández y González {Mud. de Cast.^ pág. 436).
13. Un pliego con la cuenta de un dinero de lanas, en al-
jamía.
14. Cartita de Omar del Lahmí en Daroca al alfaquí Mu^e,
en Calatayud, ^n aljamía. (Fernández y González,
Mud., pág. 441.)
15. Una cuartilla doblada con este epígrafe: cMemoria sea
á mí Mu9e Calavera de lo que tengo rrecibido de inis
cufiados.»
16. Recetas y borradores de cartas en car. lat. con una lis-
ta de nombres de moriscos en car. ar.
17. Carta en car. comunes de Sancho (^apata, con ensayos
en castellano y en árabe, de mano de un moro.
18. Una receta en c. 1. con una lista en c. a. muy borrada.
19. Recetas y apuntes en c. 1.
265
XXXVI.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 137.
Magnifico códice en folio, encuadernado á la europea, escrito
en hermosa letra y manchado en el borde. Al principio y al fin
tiene dos páginas preciosamente iluminadas; las de la cabe:^a
con inscripciones cúficas. En la primera guarda está el índice
de la obra, que dice así:
f Esta es la rrúbrica del presente hbro que hallará cada cosa
á las hojas qu' están.
Primeramente el a^ora de álhamdu y el prencípio de alem dáH-
ca declarado; 5 hojas..
El atahietu y el alconut y los adoáes del alguado y una rro-
garia para el dia del alchomua y otra para enpues del a^ala;
18 hojas.
El nonbre de Allah; y los nonbres de Allah de dos maneras;
24 hojas.
Lo que se ha de leir antes de medio dia y el alahde y la
rrogaría de demandar agua y otras rrogarias muy aventajadas;
33 hojas.
Kalguatifa y otras rrogarias muy aventajadas; 46 hojas.
Adoa a9ahifa y allahomma, ye men acarra lahu y el adoa del
dia de alchomua y el adoa del arnés; 58 hojas.
Lo que se a de decir cuando se acuestan y cuando se levan-
tan y cuando comien9an y acaban de comer y otras rrogarias
de muchas maneras; 88 hojas.
A<;aláes de gracia de muchas maneras; 99 hojas.
La luna de axora qu' es la primera y las otras; 118 hojas.
La luna de recheb y xaaben y rramadan; 121 hojas.
La pascua de rramadan y los diez dias y el a9ala de las pas^
cuas y el dia del alchomua; 144 hojas.
Capítulo del a(^la y de las imiendas d'ól; 149 hojas.
266
Las imiendas de los a9aláes con aljama; 174 hojas.
Capítulo del tahor y del debdo y manera del atayamum; 179
hojas.
El a9ala del muerto y ata9bihes para cada dia; 185 hojas.
El traslado de buenag dotrinas; 194 hojas.
Una estoria sobre T a9ora de alhanidu y aloyas del alcoráu;
216 hojas.
Capítulo del a^ala y otros muchos y buenos dichos; 224
hojas.
Los castigos del hijo de Edam; 244 hojas.
Las demandas de Mu^e; 251 hojas.
La muerte de Mucje; 273 hojas.
La muerte de Alhocein; 279 hojas. ,
L'alhadiz de Fátima y una xama de la desengañacion de Iblis;
286 hojas.
L'alhadiz del dia del juicio; 290 hojas.
L'alhadiz de Abu Iquel; 317 hojas.
L'alhadiz de la puyada de los cielos; 322 hojas.
El códice no contiene más que hasta el fol. 251. Después,
en dos hojas, la excelencia de la oración por los difuntos.
Al fin hay esta subscripción:
«Fué escribto el presente libro en la villa d' Exea por manos
del menor sieiTO de Allah taale y mas necesitado y menestero-
so de perdón y piedad de su Señor Mohamad Cordilero hijo de
Abdoelaziz Cordilero; para Mustafar Uaharán, hij^o de Brahen
Uaharán y para quien querrá Allah después del. Acabóse con
ayuda de Allah y con su gracia, alhamís á siete de la luna
de Chumad el téni del año de novecientos y ochenta y cinco
del alhichra del escogido y bienaventurado anabí Mohamad,
concordante con el vintidoseno de agosto del año de mil y
quinientos y setenta y siete al contó de I^e. Señor Allah, apia-
da y perdona al que a escribto este hbro y á quien lo a hecho
escrebir y á quien leirá en él y lo escuchará y obrará con lo que
ay en él y á todos los mu9limes y mu9limas gerenalmente.»
267
XXXVII.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 164, antes 73.
Un cuaderno en folio, de 18 hojas, con la última suelta y ro-
ta, y bastante deteriorado; papel flojo.
tEl rrecontamiento del anabí Mohamad, de cuando subió á
los cielos y las maravillas que Allah taale le dio á ver.»
xxxvin.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 177.
Papeles procedentes de una notaría mudejar del siglo xv,
que se sacaron de las tapas del códice árabe Gg. 136.
Contienen los siguientes documentos:
1.° Dos pliegos muy carcomidos, con unas oraciones ó fór-
mulas religiosas en árabe, con algunas interlineacio-
nes en castellano.
2.° Juicio celebrado ante el cadí de Borja sobre una muía,
el sábado 18 de marzo del afio 900; un pliego.
3.<> Pleito seguido en Agreda por Mariam y Xems contra
una moza cristiana llamada Teresa, acerca del testa-
mento del hermano de aquéllas Ibrahim Cora9on; 6
pliegos muy deteriorados.
i.o Una carta de definimiento, del año 898, en una hoja.
5.^ Escritura de convenio arbitral otorgada en Conchillos
en diciembre del año 900; una hoja.
6.° Contratos de venta de unas heredades, celebrados en el
año 882 h., 1478 e. c; una hoja.
7.0 Acta de finiquito entre Ahmad Albóitar y Yu9of el Fe-
. rrero, vecinos de la Morería de Agreda, en el año 887;
un pUego.
8.0 Contrato matrimonial de Abdalá con Aixa, hija de
Qulaymen de Castañares, celebrado á 23 de enero de
873; una hoja.
268 • . .
9.*^ Contrato matrimonial de Abdalá de Leiva con Zayná,
hija de Abdalá de Lamora, vecinos de Belhorado, ce-
lebrado el martes l.o de noviembre de 873; una hoja.
10. Contrato matrimonial de Yu9of, hijo de Ibrahim de
Córdoba, con Mariam, hija de Ahmad Vizcaíno; una
hoja.
11. Contrato matrimonial de Abdalá, fijo de Mohamad Gi-
ganta de Bustillo, con Zohra, hija de Abdalá Gigant,
celebrado el año 892 h., 1467 e. c; un pUego.
12. Partición de los bienes de Farach el Rubio con su mu-
jer Aixa, formalizado el domingo 14 de diciembre del
año 900; un pliego.
13. Inventario de los bienes dótales, muebles ó inmuebles,
de la mujer de MatarraQ; un pliego.
14. Partición de los bienes de Mariam del Modeira9; un
pliego.
15. ün pliego muy carcomido con recetas en caracteres la-
tinos del siglo XV.
XXXIX.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 478, antes 73.
Cuaderno en 4.°, con 17 hojas útiles.
«Capitulo del fablamiento del alcorán y el bien que se haze
con él. 9
Es una colección de conjuros.
En la guarda:
«Para pleito y dentrar sobre justicia. t
XL.
Bib. Nac. de Madrid, Gg, 479, antes 73.
Dos cuadernos en 4.**, con 24 hojas útiles, buen papel.
Contienen la historia de l9e conforme á las opiniones musul-
269
manas, sin que le falte más que una parte de la. introducción.
Al fin hay una nota ó apéndice sobre la religión judaica.
En la guarda' final hay una nota que dice:
«En la villa de Belchite en los últimos del mes de Setiembre
del año de mil setecientos y dieziseis se encontraron estos es-
critos hebreos en casa Mathias Cucar en el barrio llamado del
Señor.» ' •
XLI.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 480, antes 73.
Cuaderno en 4.°, de 13 hojas útiles, buen papel, que con-
tiene:
1.° «L' alhadiz de dos amigos.» Es la aparición de un di-
funto á su compañero de devociones, refiriéndole lo
que le sucedió en la huesa; fol. 1.
2.^ «Capitulo primero de los principales mandamientos;»
fol. 9 V.
3.° «Adoa para seguir V alchaneíja;» foL 12 v.
4.^^ «Adoa para cuando meten el muerto en la fuesa; » fol. 13.
5.^ «Adoa para después delpercueno;» fol. 13.
6.° «Adoa para después de haber fecho alguado;» fol. 13 v.
XLII.
Bib. Nac. de Madrid, Og. 484, antes 73.
Cuaderno en 4.^, de 21 hojas útiles.
«Alquiteb de suertes.»
Es un modo de adivinar por el Alcorán.
£q la guarda: «Becebta para fazer tinta negra.»
XLHI.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 482, antes 73.
Un cuaderno en 14 hojas, en 4.°, que no se acabó de escribir,
y contiene varios adoáes.
XLIV.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 194, antes 74.
Códice que comprende dos libros cosidos en un volumen en
4.^, de 107 hojas útiles.
El primero compíende 86 folios, numerados por el amanuen-
se, y contiene el libro de las mil y doscientas sentencias do
Mahoma, traducción del de Abu Abdalá Alcodaí.
El segundo cuaderno, de letra más gruesa, contiene:
1.0 «L'alfadila y ibantalla de los a9aláes que sefazen en los
siete dias de la semana;» 6 hojas.
2.0 «Los nombres de las lunas;» 15 hojas.
En la primera guarda hay dos renglones en castellano muy
borrados.
XLV.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 496, citado en la pág. 22 con el núm. 206.
Códice en 4.P, de 103 hojas, encuadernado en pasta.
Contiene:
1.^ «Alhadis de Mu9e con Yacob el carnicero y lo fecho
(so) entre ellos;» fol. 1.
2.0 Historia de Omar «con un onbre que lo llama]}an Ho-
deifa;» fol. 5.
3.0 Historia de dos hombres que «acompañaron sobre la
obedencia de Allah tieupo de trenta años;» fol. 6.
4.0 «Estoria que acaeció en tienpo de I<je;» fol. 14.
5.0 «Alhadis y rrecontamiento de I^e con la calavera,» fo-
Uo 16 V.
6.0 «La estoria y rrecontamiento de Ayub;» fol. 23.
7.0 «La'storia de la ciudad del allaton;» fol. 41 v.
8.0 «La profecía de fray Juan de Rocasia;» fol. 60.
9.0 «El rrecontamiento de Qulaymen, nabi AUah cuando lo
rreprobó Allah en quitarle la onrra y ando cuarenta
n^^
271
dias como pobre demandando limosna en servicio de
Mah;» fol 68 v.
XLVI.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 497.
Colección de papeles sueltos que contienen cédulas, oracio-
nes y pasajes ó notas del Alcorán. Entre ellos se encuentran las
siguientes piezas de aljamía:
1.^ Fragmento de un Alcorán abreviado con su traducción
castellana: 33 hojas en 4.o escritas de dos manos. Com-
prende los trozos: II, 1;— LXVII, 1; LXXVHI, 39—
LXXIX, 41; LXXXI, 22— LXXXIV, 9; LXXXI^,
10—20; CI, 4— CIV, 1.
2.^ Una hoja en folio con una receta para las almorranas
eú c. a., y un apunte en c. 1. que recuerda la prisión
de Mahoma Algar, alfaqui, en Pédrola, de 1517 á
1518.
3,^ Una tira con una cuenta de sueldos.
XLvn.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. Í44.
Un códice en 4.'*, falto de tres hojas al principio, en mala le-
tra del siglo XVI.
Contiene el «Recontamiento de Yacob y de su ^jo Yuíjof.»
XLVin.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 258.
Colección de papeles sueltos que contiene cédulas, oraciones
y pasajes ó notas del Alcorán. Entre ellos se encuentran las si-
guientes piezas de aljamía:
1.^ Una hoja en 16.° con el adoa de (^uleyman.
^7í
2.0 Dos hojitas en 16.^ con los adoáes del alguado.
3.^ Una hoja en 16.^ con un conjuro «para defensión y guar-
da de. toda cosa mala, así de la tierra como lo que pue-
de caecer del cielo. > Sin vocales.
4.^ Cuatro hojas cosidas en 16.o, con un «Ensalme para cu-
rar cualquiera erida que sea, como no sea cortado
nervio ó crebado güeso.»
5.^ Una hoja en 16.® que contiene este final:
«de Allah d'aquí á que le vino la muerte y murió,
apiádelo Allah, amin. »
«Acabóse la estoria de la cibdat del latón con la
piadat de Allah y la buena de su ayuda.»
Y en árabe la subscripción, por Mohammad ibn
Ibrahim Hasanl^ de ViUafranca del Río Ebro.
6.'* Una hoja en 4.® con profesiones de fe en árabe y caste-
llano.
7." Una tira con el nombre de «<Emando de Mendo9a Aben
buqar, Confiteríat en c. 1., y al reverso la estadística
del Alcorán en árabe.
XLIX.
BU). Nac. de Madrid, Gg. 273, antes P. 19:.
Un tomo en 8.^, mal papel, letra mal formada de fines del
siglo XVI: 77 hojas.
Contiene:
1.^ «El rregimiento para facer alguado;» 10 hojas.
2.^ «El rregimiento para V atahor, digo, el bañar;» 2 hojas.
3.^ «El rregimiento para fázer a9ala;» 14 hojas.
4.*^ «El rregimiento para dayunar Romadan;» 5 hojas.
5.^ «El nombre de las lunas de todo el año;» 2 hojas.
6.^ «Los cinco pilares del adin;» 2 hojas.
7.^ En la última página de éstas dice: «eslitó AUah taale de
los meses cuatro, y de los dias cuatro, y de las mu-
273
jeres cuatro,» etc., y queda interrumpido por faltar al-
• gunas hojas, donde debía estar el principio de
8.0 «Lo/ siete dias escogidos del año,» de lo cual no hay
sino las 3 hojas últimas.
9.0 «L*alhadÍ9 de die9 sacerdotes judíos que vinieron á de-
mandar ciertas cosas y ciertas demandas al anabí Mo-
hamad;» 39 hojas, las 16 primeras intercaladas en el
mim. 5.0
L.
Bib. Nac. de Madrid, Gg. 286, antes 403.
Fragmentos de un devocionario en 16.o, cou 48 hojas, que
contienen las materias siguientes:
1.0 Un cuaderno de 8 hojas con un silabario árabe.
2.0 Un cuaderno de 6 hojas con el modo de pronunciar las
letras arábigas.
3.0 Parte de un libro paginado, que después de un folio
blanco sin abrir empieza por el 120 con una gran vi-
ñeta, y contiene:
Los siete alhaicales; fol. 120.
cAta^bih grandísimo;» fol. 130.
Un conjuro para las bestias; fol. 143.
Adoáes para los siete días de la semana, todo en caste-
llano.
cLos nombres fermosos de Allah;» fol. 157. Llevan su
explicación y una oración en castellano para cada uno.
Llega- al nombre núm. 40 en el fol. 166 y se inte-
rrumpe.
LI.
Biblioteca particular de S. M. 2. G. 6.
Códice en 4.o, encuadernado en pergamino, con el núm. 1 en
el lomo, compuesto de 10 cuadernos, de 20 hojas cada uno, me-
nee el primero, que tiene 13 y 2 muy rotas, y el último, que
48
274
sólo conserva una. Total, 174 hojas, 2 de en medio rotas. Le-
tra y papel del siglo xvi. . .
Contiene la traducción del Libro de las luces, dh Abulhasán
Albecrí, desde la carta de Adán, en la historia primera, hasta
los preliminares del náatrimonio de Mahoma, entre Yohayr y
May9ar,en la historia setena.
En la guarda hay una nota que dice: f Libros moriscos halla-
doB en el hueco de un pilar de una jcasa de Bida el año 1728.»
LH.
Biblioteca particular de S. M. 2. G. 6.
Códice en 4.% de 118 hojas, papel del siglo xvi, encuaderna-
do en pergamino, con el num. 2 en el lomo, compañero del i
que lleva el num. 1, y con la misma nota de procedencia. A
Contiene: |
1.^ cEl alhadiz del alcázar del oro y la estoria de la colue-
bra con Aly ibno abi Talib;» fol. 1.
2.0 c Capitulo para hazer olio para usar mucho con las mu-
geres;» fol. 38 v.
3.0 «L'algucia que fizo l'anabi Mohamad, ad Aly ibno abi
Talib;» fol. 39.
4.0 cL'alhadiz de\ anabí Mohamad;» es la historia de la
madre muerta de un mancebo; fol. 56 v.
5.^ «La muerte de Mu9e;» fol. 70.
6.0 Conjuros, receta y oración; fol, 70.
7.0 cEl rrecontamiento de cuando fabló Mu^e con AUah;»
fol. 71.
8.0 cL'alhadiz de los milagros que demostró Allah taale á
Ibrahim;» fol. 80 v.
9.0 Varios avisos de Mahoma; fol. 91 v.
10. Cuentas; fol. 93.
11. Agüeros de los dias del año; fol. 94.
12. «El testamento y alguacia del anabí Mohamad, y co-
mo supo que abia de morir;» fol. 95 y. !
275 .
13. cL'alhadiz y estoria de la muerte del bien aventurado
anabí y gran profeta Mohamad;» fol 100 v.
14. Principio de una receta; fol. 118.
un.
Biblioteca del Escorial, MDCCCLXXX.
Códice en 4.^, de 99 hojas, que lleva pegada á la pasta, uua
papeleta con esta nota: '
f Haviéndose arruinado una casa por los años de 1795 en la
villa de Agreda, se hallaron en el hueco ó nicho de una pared
dos libros arábigos, uno de ellos este, que fué remitido al Se-
ñor Don Josef Jerez, caballero del Consejo de Hacienda, el que
me lo entregó.
Buenaventura Ventura.»
Contiene:
1.0 c Alhotba de pascua de rramadán, sacada de arabí en aja-
mi eyarrímase en copla porque seya mas amorosa á
los oyentes ó ayan plazer de escoltarla ó obrar por ella
porque alcancen por ella el gualardon que Allah pro-
metió en ella á todos: bien aderécenos Allah á todo
i que seya su servicio, amen,» 335 versos y el último
frustra; fol. 1.
2.0 c Almadha de alaband9a al anabí Mohamad que fué sa-
¡ cada de arabí en ajamí posque fuese mas plaziente de
I la leir y escoltar en aquesta tierra,» 71 coplas; fo-
I lios 16-30, 99.
I 3.0 Excelencia de la aleya alcurbí.
' 4.0 cLa alfadila de la madre del alcorán.»
5.0 Los dichos del anabí; foL 33.
6.0 f Alabanza ad Allah, tábáraca guaiaála y después á su
anabí Mohamad;» fol. 37 v.
7.0 Poesía pidiendo misericordia por la intercesión de todos
' los profetas, 15 coplas; fol. 40/
276
8.^ cEl sueño que sofió un 9alih en la cibdad de túne9;t
fol. 43.
9.0 Ata9bihes; fol. 48.
10. «La alguacía del anabí Mohamad, que la 690 al fi de su
ami Ali ibnu Abi Táleb;» fol. 55.
11. Recetas; fol. 91.
12. «Adoa para el a9ala sobr' el alchane9a;» fol. 92.
Noticia suministrada por D. Francisco Fernández y Gon-
zález. '
Las tres piezas en verso (1.*, 2.a y 7.*) han sido publicadas
por el Sr. Marcos José mullbr en el Süzungsberíchte der konigl,
hayerisclien Akademib der Wissenschafien m München, 1860, pá-
ginas 201-253.
LIV.
Bib. prov. de Toledo. Sala reservada, Est. 9. Tab. 6.
Códice escrito en car. latinos, que contiene:
1.^ f Unos castigos de mucho aviso para quien los querrá
tomar para descanso de su arroh y apartamiento del
mundo;» fol. 1.
2.0 «El orden que se a de tener en el servicio de Allah táa-
le dende que amanece fasta que torne á su casa en la
noche;» fol. 18.
3.0 «Los lonbres de las lunas en arabí;» fol. 37.
4.0 Capítulo en el alguado de 9unna.»
«Capítulo de las cosas que derruecan V alguado.»
«Capítulo del bañar de la suziedad.»
«Capítulo del atayamum.»
«Capítulo de las cosas que faze adebdecer V atayamum.»
«Capítulo del ma9har sobre los borceguíes.»
«Capítulo del adebdo de l'a9ala.»
«Capítulo en Tatacbira de la rrepintencia.»
Noticia comunicada por D. Pascual de Gayangos.
2T7
LV.
Bib. prov. de Toledo. Sala reservada, Est. 9, Tab. 6.
Códice escrito en car. latinos, que contiene:
«Los alquitebes del atafria.t
Al fol. 286 V. dice en árabe que se concluyó en el afio 1607.
£n las guardas hay diversos apuntes de pagos y nacimiento
de hijos, uno de ellos el miércoles 14 de mayo de 1608, bauti-
zado por Nicolás Ximeno, vecino de Villafeliche.
Noticia comunicada por D. Pascual de Gayangos.
(V. núm. XI.)
LVI.
Bib. prov. de Toledo. Sala reservada, Est. 9, Tab. 6.
Un tomo de 347 hojas, que contiene la traducción del Alco-
rán cen letra de cristianos.» Concluido el martes 11 de julio
de 1606.
Noticia comunicada por D. Pascual de Gayangos.
Lvn.
Archivo de la Ciudad de Toledo.
Anales toledanos segundos.
En la pág. 50 del Discurso se exponen los motivos que
inducen á incluir este documeuto entre los correspondientes á
los moros españoles, atribuyéndolo á un inudéjar de Toledo
mal convertido. No ha podido ser hallado aún el original, pero
hay copias do él en la Biblioteca de la Santa Iglesia Catedral
de la misma ciudad (Cajón 27, núm. 26), y en la Bibüoteca
Nacional de Madrid (E. 2, F. 28 y T. 253). El P. Flórez los im-
primió por copias mucho más completas, aunque siempre vi-
ciadas, en la Eap, Sag., tomo XXIU, pág. 402.
á78
Lvm.
Bib. de la Iglesia del Pilar de Zaragoza. .
Códice en 8.^ encuadernado en pas{;a, buen papel, letra cla-
ra y elegante, con muchos adornos moriscos y escritura de di-
ferentes colores.
Contiene:
1.0 Alcorán abreviado (V. núm. I); fol. 1 v.
2.0 Texto y traducción alternada, palabra por palabra, de
una oración; fol. 40.
3.0 Explicación é historia de otra oración; fol. 49.
4.0 Explicación de un adoa; fol. 50 v.
5.0 fLa rrogaria para aprés del aQala;» fol. 53.
6.0 Relación de un adoa; fol. 54 v.
7.0 € Ata9bih bendito y de inumerable gualardon;» fol. 57 v.
8.0 Un adoa; fol. 60 v.
9.0 Repetición del 3.**; ib.
10. Oración de la mañana con su traducción; foL 62
11. Adoa con todos los nombres de AUah; fol. 62 v.
12. cCapítulo, en seguir al alchaneza;» fol. 63.
13. Fórmulas del a9ala; fol. 63 v.
14. «Caso de lo que an de hazer con el que está al artículo
de la muerte y el bañarlo y su alcafanarlo y perfu-
marlo, y su llevarlo y su enterrarlo; t fol. 81.
15. «La iban talla y virtud de los a^aláes que se facen en
los siete días de la semana;» fol. 86.
- 16. «Capítulo, en la manera que se han de hazer las fa-
das;» fol. 93.
Entre varias notas en las guardas, hay ésta:
«Haviendo examinado este Ubro en 31 de Marzo de 1758 de
mi orden un Religioso Cartuxo de la Concepción de Zaragoza
que en el año 1756 fue esclavo y camarero de el Rey de Mar-
ruecos me dixo era el Cathecismo de los Moros 6 resumen de
279
el Alcorán lleno de Blasfemias torpezas y abl^ominaciones. Ha-
go esta nota para noticia en Zaragoza á 1 de Abril de 1758.
Dr. Pedro Azpuru, Canon.^ Doctoral.»
UX.
Bíb. Na<x de París, anc. fonds. Ochoa, Catálogo razonado de los manuscritos
españoles en la Biblioteca Real de París, 4844, núm. f .
Un tomo en 4.^ de 115 hojas, que contiene:
1.0 Cap. XXXVI del Alcorán desde el V. 26.
2.0 Cap. LIX desde el v. 18.
3.0 Oración almorzida.
' 4.0 Cap. LXXVm al CXm del Alcorán.
LX.
Bib. Nac. de París, 290, Sf. Germain: Ochoa, Catdl,, núm. 3.
Un tomo en 4.^ de 353 hojas, que contiene:
1.0 Historia de la muerte del annabi Mohammad.
I 2.0 La rogaría de Fátiraa.
■ 3.0 Itinerario de España á Turquía.
! 4.0 Avisos para el camino.
5.0 AUahomma de fe.
¡ 6 o Oración para los viernes del mes de recheb.
f 7.0 Unas demandas que demandaron una compaña de ju-
díos al annabi Mubammad.
8.0 Capítulo que fabla de los cinco a; alaes.
9.0 Declaración de una muy virtuosa aleya ó petición que
I . vino con ella Chibril.
10. La carta de la fe.
11. Noticia de los meses y fiestas musulmanas.
12. Los cinco almalaques que envía Allah á todo mu9lim á
la hora de la muerte.
13. Fragmentos del Alcorán y varias oraciones en árabe.
S80
14. Cántico traído por el ángel Gabriel á Mahoma.
15. Oraciones para las exequias, en árabe.
16. Oraciones en árabe y castellano.
17. Últimos capítulos del Alcorán.
18. Tradiciones relativas al mérito de ciertas oraciones.
19. Oración por el alma de nuestros padres.
20. Recontamiento del día del juicio.
21. Aventura y muerte del hijo de Ornar.
22. Oración para las abluciones, en árabe y castellano.
23. Oraciones para la mafíana, en árabe y espafiol.
24. Relación de la muerte de Mahoma.
25. Escándalos que han de acaecer en la 9aguería de los
tiempos en la isla de España.
26. Profecía de Sant Esidrio.
27. Planto de España.
28. Profecía de Mahoma sobre España.
29. Ea9onamiento de Mu9e.
30. Adoa para cuando tronará.
31. Varias oraciones.
LXI.
Bib. Nac. de París, 8<62, 2. Ochoa, CatdL, núm. 27.
Un tomo en 4.^ de 202 hojas, escrito en car. lat. del si-
glo xvn, ene. en pasta muy vieja.
€ Discurso de la luz, y descendencia y Unage claro de nuestro
caudillo y bienaventurado Profeta Mohamad galam acopilado
y compuesto por el siervo de Alá y mas necesitado de su pie-
dad y perdonanza Mohamad Rabadán, Aragonés, natural de la
Villa de Rueda de Jalón, el año del Nascimiento de Hice, ale-
higalem, de 1603: convéngalo Alá con su piedad. Van añadidas
la descriccion y asiento de los Israelitas y su descendencia y la
historia del dia del Juicio, un calendario de las doce lunas del
año y por remate los noventa y nueve nombres de Alá.» (V. nú-
mero LXVni.)
281
Lxn.
Bib. Nac. de París. Arab. 489. Boarnoville. capitaine general en Catalogne.
Alcorán y recetario aljamiado al fin.
Noticia comunicada por D. Pascual de Gayangos.
Lxm.
Bib. Nac. de París.
Códice sin principio, que contiene:
1.^ Empieza: cDixo él, no quiere Allah aquello ni lo manda
á los creyentes, y envió á mandar que lo ficiese Abi-
bacri y dmerongelo á Ornar; > fol. 1.
2.^ cEsta es Tallahomma de la fe;i fol. 39 v.
3.® fLas demandas que fizieron los diez sabios de los judios
al anabí Mohammad;> fol. 73.
4.^ «Capítulo que fabla en los cinco acaldes;» fol. 74.
6.0 «L'alhadiz de Ornar;» fol. 244.
6.^ «Este es un rracontamiento de los escándalos que han
de acaecer en la Qagueria de los tiempos en la isla de
España. Fué rracontado por Alí Ebno Jabir Alfere-
sio;> fol. 278.
Nota suministrada por D. Pascual de Gayangos.
LXIV.
Bib. Nac. de París. S. Ar. Núm. 263.
Priéres: 188 hojas.
Manuscrit en caracteres árabes, en espagnol. Le volume fai-
sant partle de la CoUection des manuscrits espagnols de Lloren-
te, et qui était inscrit sous le num. 19; il aurait appartenu a un
maure d*Espagne appeló Kodrigo el Rubio origiuaire des envi-
rons d'Albeta, en Aragón, qui fut pour ce seul fait traduit de-
vant l'Liquisition en 1567. Voyez la notice détaillée de ce volu-
282
me placee dans le fonds Llórente, avec un caíame ou rosean
encoré teint d*encre, le quel dut servir de piéce d'appui.
Signé, Rbinaud.
1.0 Azora XCIX del alcorán.
2.0 Aquesta es Talfadila del dia de axora; foL 2.
3.0 Aquesta es Talfadila del dia del alchomúa; fol. 5. v.
4.0 Á siete de marzo fué la vintisetena noche del mes de ro-
madan; fol. 10 v.
6.0 L'alhadiz del anabí, cuando puyó á los cielos; fol. 12.
6.0 Estos son los dichos de Bias, los cuales son los siguien-
tes, y para ser bien entendidos, piense el leytor que
cada sabio habla con él; fol. 61.
Mírate todos los días
que vivieres al espejo;
toma de mi este consejo.
Si juzgas qu' estas hermoso
sin hallar en tí 9Ó9obras,
paregcañ á ti tus obras.
Si vieres tu gesto feo
trabaja como la lumbre
con nobleza de costumbres.
7.0 Acabáronse los dichos de escribir el 9aguero de marzo
del afio de mil quinientos y sesenta tres afios; fol. 80. v.
8.0 Capítulo de como se a de tratar con cualquiera presona
de edad que está á la muerte, sea onbre ó muger el
que está doUente; fol. 82.
9.0 Año de mil y quinientos y sesenta y seis, á diez dias de
setiembre, tomé el huerto de Lope Jimel, izo la carta
Pellares el de alberite y en sus notas está y allí lo ha-
llarán toda via que fuese menester; fol. 83 v..
10. Alhotba primera de Pascua; fol. 91.
11. Memoria del regimiento de como se face el afala; fol. 93.
12. Alhotba segunda de Pascua; fol. 110.
13. Dixo AUah en su alcorán, ize probó á Ibrehim; fol. 114.
283
14. Capítulo de quien alexa ó abrá lezado Tagala por tor-
peza, después se rrepentiriá; fol. 120.
15. Capítulo de lo que debe fazer el muslim ó la mosUma
cuando se le muere padre ó madre; fol. 182.
16. La petición que onbre debe fazer ad AUah; fol. 136.
17. Bemembran9a de los dias aquellos que puso AUah en
ellos nozimiento sobre los de Beni-Israil; fol. 138.
18. De los escogidos dias de la luna; fol. 139.
19. Fué rrecontado por Atrima ibno Aben; fol. 140.
20. Estos son los meses del año, con las alfadilas; fol. 158.
21. Predicar ínuy onrado para el mes de Xaben; fol. 171.
Nota suministrada por D. Pascual de Gayangos.
LXV.
Bíb. de la Universidad de Upsal. CCCLXXXV.
Códice así descrito por Tornberg {Códices qrábid, persici et
iurdci Bibliotecae regióte UniversitcUis Upsálensis^ 1849).
Capita Coranii hispanice versa, litteris vero arabicis, quas
vocant, africanis scripta. De hujus generi libris cfr. Notices tí
extraits, tomo IV, pág. 626 et 199. Initium:
Capítulo para saber el gualardon de las obras. Á lo mas de
lo dicho es for9oso al creyente saber á lo que está
Cfr. O. Celsius, Centuria librorum, pág. 2.
Cod. in oct., chartae europ. pessimae fol. 49, versuum 17-22,
char. hórrido, et atramento paene evanescente negligentius
exaratus. Teg. corii occid.
Sparvenfeld, 2; Ochoa, Ca/., pág. 8.
LXVI.
Bib. de la Universidad de Upsal. CCGLXXXVI.
Códice así descrito por Tornberg (Cod. ar.)
láber qui ejusdem ac praecedens, formae et indolis, capita
queque Corani et preces continet. Sic incipit:
284
Gomará gloria infinita, ó de pena durable si se inclinare á las
torpes y feas costumbres.
Cod. in oct., cbartae europaeae, pauUo melioris ac cod. prae-
cedens, foll. 94, char. africano magis distincto exaratus. Teg.
corii occid.
Sparv., 3.; Ochoa, Oorf., pág. 8.
LXVII.
Bib. de la Universidad de Upsal. CCCCXIV.
Códice así descrito por Tornberg {Cod. arcíb.)
Litteris et lingua Hispaniae scriptus liber de officiis et prae-
ceptis religionis Muhammedis ad normam et regulas Abu-
Hanifae proposita. Proemium sic iucipit:
fMi buena boluntad me disculpe el atreberme a escrebir En
diferente Regla de la que sigo, pero el deseo de que los herma-
nos andalu9es que se aReyGaron en tieRa donde se sigue La
del excellente »
Tractatus ipse, quiinfol. 21 incipit, in 19 capita divisus est.
Cod. in 16.^ chartae europ, tennis foll. 125, versuum 12, bene
scriptus. Teg. corii occid.
Núm. 40 del catálogo de Sparvenfeld, 1706. Ochoa, Caí., pá-
gina 8.
Lxvm.
Museo Británico: Harl. 7504.
Un tomo en 4.* de 351 hojas, letra y papel del siglo xvn.
Car. kt.
(Gayangos, Cat. of. mss.y pág. 31.)
fDiscurso de la luz y descendencia y linaje claro de nuestro
caudillo y bien aventurado anabi Muhamad, galam. Compues-
to y acopilado por el siervo y más necesitado de su perdonan9a
Muhamad Rabadán, aragonés, natural de Rueda del rio de
Xalon: repartido en ocho ystorias, etc. Fué conpuesto el año
de 1603 del nacimiento de I<^ alehigcdem.»
285
Sigaen unas oraciones en árabe; luego la tabla, y después
los cantos en esta forma:
1. Canto primero en que se dedica este libro á solo Allá
criador de toda cosa;fol. 19.
2. Canto primero en el qual cuenta la criazón y formación
del mundo hasta la caida de nuestros primeros padres, con to-
do lo que fué de su prevarican (ja; fol. 2G.
3. Segunda ystoria que habla del enjendramiento de Sez:
segunda parte de la Luz y los que descendieron hasta Noh,
<dehizalem\ fol. 50.
4. Tercero canto. Trata del diluvio de Noh y pasa á la va-
ronía de la Luz hasta Ibrahim, donde se cutnplió la segunda
Edad del mundo; fol. 60.
5. Ystoria de Ibrahim (üehizálem compuesta en verso suel-
to. Comien9a desde su nacimiento y lo que le vino con el Rey
Namerud; fol. 73.
6. Segundo canto de la ystoria de Brahim áléhizálem, Co-
mieu9a desde su nacimiento y lo que le vino con el Rey Name-
rud; fol. 84.
7. Tercera ystoria de Brahim alehigalem; fol. 95.
8. Canto quarto de la istoria de Brahim alehigalem; fol. 102.
9. Canto quinto de la istoria tercera de Brahim alehigalem;
fol. 108.
10. Cuéntase en este canto la línea de Izhaq, patrón de los
judios y cristianos, y el asiento del pueblo de Israel, y los gran-
des hechos de los anavíes que de aquí procedieron hasta Ice
alehigalem y las ventajas que de cada uno eredamos, que fué el
principal motivo de hacer este hbro, porque avia muchos yno-
rantes de ellos; fol. 121.
11. Ystoria quarta del Discurso de la Luz de Muhamad
galam. Acábase de declarar el asiento de los dos pueblos de Is-
rael y de Arabia; fol. 187.
12. Ystoria de Hexim, hijo de Abdulmunef y bisagtielo de
nuestro anabi Muhamad galam; fol. 144.
286
13. Segundo canto de la istoria de Hexim. Trata la concia-
sion de su casamiento; fol. 162.
14. Canto tercero de la quinta ystoria; fol. 162.
15. Cuarto canto de la istoria de Hexim. Trata sú muerte
y nacimiento de Yaibacanas; fol. 175.
16. Ystoria de Abdulmutalib, cuyo nombre se llama Jaiba-
canas; hijo de Hexim; fol. 183.
17. Segundo canto de la istoria de Abdulmutalib; fol. 168.
18. Tercero canto de la ystoria de Abdulmutalib; fol. 206.
•19. Quarto canto de la istoria de Abdulmutalib; fol. 221.
20. Ystoria de Abdullalii, hijo de Abdulmutalib, y del dis-
curso de la luz del Muhamad folam. Trata los hechos de Ab-
dullahi, padre del anaVi, alehizalem, hasta su muerte; fol. 224.
21. Segundo canto de la istoria de Abdullahi; fol. 238.
22. Ystoria de nuestro anayi Muhamad galam. Trata su
nacimiento; fol. 224.
23. Canto segundo de la declaración del onrado Alcorán, y
las propiedades de nuestro anavi Muhamad, (dlam; fol. 260.
24. Canto tercero de la istoria de nuestro anavi Muhamad
fcUam. Trata el subimiento y enxali^miento de los cinco aza-
laes; fol. 270.
25. Canto de la declaración del azora de Alhamdu; fol. 286.
26. Canto á la muerte de nuestro anavi Muhamad, galam;
fol. 292.
27. Ystoria del Espanto del dia del Juizio, según las aleas
y profecías del onrado Alcorán; fol. 305.
28. Canto segundo de la istoria del dia del Juizio; fol. 318.
29. Canto de las lunas del año. Cuéntase los ayunos y dias
blancos y azalaes que se an de hazer y las racas en cada dia;
fol. 327.
30. Los noventa y nueve nombres de su divina majestad;
fol. 327.
Este códice fué comprado en septiembre de 1715, en Tesator
(quince leguas al O. de Túnez), á Hamuda Busisa, médico, por
287
J. Morgan, quien tradujo su contenido al inglés, excepto el
canto de los nombres de Allah, en su obra MahomeHsm fuUy
ea^lained: Londres, 1723-1725.
D. Pascual de Gayangos imprimió el Prólogo y las historias
de Hezim y Abdulmutalib, en su traducción de la Historia de
la literatura española de Tickuor, 1856, tomo IV, pág. 275. El
mismo imprimió algunas partes del canto de las Lunas «n el
Mmorial histórico español, 1853, tomo V, págs. 303, 309, 327.
Lord Stanley de Alderley ha publicado la obra íntegra en el
Asiatic Journal, desde 1867 á 1872 (V. núm. LXI).
LXES.
Bib. de la Universidad de Bolonia, D. 565.
Un tomo en 4.*^, de 813 hojas, con este rótulo: Apología pro
Christianis conlra ahmedis perscs spectdum.
Primer libro.— Fol. 1. — Corónica y relación de la esclarecida
descendencia xarifa, los que binieron de Aii ebnu abitálib y la
muerte de al hu9ain, radi alahu anhu y los que fueron prosi-
guiendo del y otras posas no menos curiosas y probechosas,
traducido de arábigo en castellano en túnez, afío de 1049. Es
una composición en verso, de la cual se copian para muestra
estas estrofas:
' «A lo que Dios ordena,
Y está en su eternidad determinado
Si es para premio ó pena.
Sin remedio a de ser executado;
Udos glorifícados
Y otros para la pena condenados.
Siendo mi bisagUelo.
Mensajero de Allá el más querido,
Y siendo Alí mi agüelo
Ebnu abitálib el que fué escogido
Esposo de la madre,
Y el hijo de los dos ha9ain mi padre,
S88
Cúmplase lo ordenado,
Salgamos de la cárcel de esta bída
Do el bien della es prestado,
Gocemos de los bienes sin medida,
Y con balor entremos
Contra los enemigos que oy tenemos.»
Al final del libro dice: c Echen una fáteha por el amo del li-
bro, que su entencion fué buena en sacarlo este libro con su di-
nero de arábigo en castellano porque se olgasen los de su cas-
ta, y es ache mehemed Enbio aragonés de billafeliche.> .
Segundo libro. — Fol. 115.— A onrra del nacimiento y venida
de nuestro escogido ceiydne mujmed, Embajador de Dios atro.
Señor para todo el género humano, sobre quien sea la ben-
dición de Dios nuestro Sefior y sobre todos los que lo siguen.
Se hizo este tratado, ynterpretacion de algunos milagros que
hizo el santo profeta, escritos en arábigo y aprobados y verifi-
cados por el sébio de los sabios cadi supremp hiyad, hijo de
mu9a, hijo de hiyad El yah90vi, andaluz de la ciudad de Cór-
doba, el cual libro está recibido en la mayor parte del mundo,
que por su causa estiman los sabios de levante á los de ponien-
te, que dicen en proverbio arábigo: csi no fuera por hiyad no
se mentara él poniente» (sigue diciendo el traductor que lo tra-
duce por ser el romance más conocido de los españoles que el
árabe). Fué escrito en el año 1044.
Tercer libro. — ^Fol. 152. — Tractado de una carta que escribió
Ehmed benca9Ím bejarano, intérprete ó turchumén de los rre-
yes de Marruecos, y es el que interpretó el libro pasado, que
contiene la grandeza de los milagros de nuestro santo profeta,
de los libros verdaderos y ciertos y rrecevidos délos grandes sa-
vios, y la carta la habia escrito muchos años antes de la Corte
de París á los andaluces que asistian ó vivian en Constantinopla,
el 1.0 de 1021, ó sea 1612 de los cristianos por el mes de mayo.
Cuarto libro. — ^Fol. 158. — ^Interpretación de un sermón que
hizo en arábigo un gran sabio, se entiende que fué en los fines
289
del mes de ramadan, y se hizo la iaterpretacion á pedimento
del hache muhemed rrubio andaluz, por mano del siervo de los
siervos de allá Ehmed benca9Ím bejarano, hijo de Ahhmod, hijo
del alfaqüí cacim, hijo del saih El Hamarí andaluz. Hízose en
tunez estando de, vuelta del Hiche. El cual abia asistido en Mar-
ruecos, después que pasó de España treynta y seis años, adon-
de filé yntérprete del rey muley zeydén y de sus hijos, que Dios
perdone que fiíeron rreyes después del.
Quinto libro. — Fol. 201. — Fardes, ^nas y fadilas del guado
y ijala.
Después flos dias buetios ó menguados de^ cada luna;» fo-
Ü0 304.
Noticia sacada del original por D' Antonio Gómez, Colegial
de San Clemente de Bolonia, y remitida por el Rector del
mismo Colegio, D. José María Irazoqui.
LXX.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, S. i.
Códice que principia en la pág. 64, completo en el resto,
y que está titulado en el tejuelo t Galardones.» Escrito en ca-
racteres latinos y con signos especiales en equivalencia de cier-
tas letras árabes.
Contiene:
l.<* El final de un capítulo sobre «el gualardon de los ayunos
de los dias de targuih y arafe.»
2° fCapítulo del gualardon del dayuno del dia de axora.»
3.^ € Capítulo del gualardon del aQ^ala de la noche de me-
dio de Xaaben;* fol. 66.
4.° fCapítulo del gualardon del a99ala de la noche veuti-
nobena de xaaben;» fol. 67.
5.® «Unas debo9Íones muy buenas; > fol. 68.
6.» «El AlhadÍ9 de la muerte de bilel ybnu hamemah, pre-
gonero del annabí muhamed fam;i^ fol. 70.
49
V
290
7.0 «El alhadi9 del ahorcado en el tiempo de degud aleyhi
galem;it fol. 74.
8.0 Historia de la conversión de un mancebo pecador, refe-
rida por meliq ybnudinar; fol. 79.
9.0 € AlhadÍ9 de un Rey de alyaman con el annabi muhamed
fom;» fol. 85.
10. €AlhadÍ9 de caabulahbar de quando ge bolbio mu9lim
y porque causa; • fol. 33.
11. «Alhadi9 del nagimiento de Y9e am\^ fol. 99. Contiene
toda su historia hasta su muerte.
12. fMonestacion de pasqua, si querrá Alh;» fol. 128 v.
Fol. 140, dice: «sacóse de letra de mu9limes. Costó
su origen 80 sueldos. Queda por copiar una Rogarla
^ de 6 ojas, que por ser en copla y mal compuesta no
la e copiado.»
13. «El alfadila del dayuno de Racheb;» fol. 140.
14. «El alfadila del mes de jaben;» fol. 145 v.
15. «El alfadila del mes de Ramaddan el engrandecido;*
fol. 151. Interrumpido en el fol. 163, donde falta un
cuaderno de doce hojas.
16. Desde el fol. 176 continúan unos consejos dados por
Mahoma á Alí,al final délos cuales, en el fol. 202 v.,
están los «9Ínco almalaques que ymbia Alh á todo
mu9lim,)i etc.
17. Coplas sacadas de los castigos del hijo de edam;» folio
205.
LXXI.
Bib. do D. Pascual de Gayangos, S, 2.
i De la crehencia y lo que debe saber el Mahometano y otras
coBsaa curiossas.»
Códice en 4.o, en caracteres latinos, sin la primera hoja, y
con título escrito en la guarda. Encuademación africana, pa-
pel del siglo xvn; letra gallarda, disposición material arábiga.
294
Perteneció á la Bib. Nac. (Ce. 172), y se vendió con los libros
de Conde, según parece.
Está compuesto por un morisco de la expulsión, en Túnez,
LXXII.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, S. 3.
Un tomo en 4.o, en caracteres latinos, letra y papel del si-
glo xvi; falto del principio.
Contiene el «Breviario Qunní» de D. Ice de Chébir, como ma-
nifiesta la subscripción, que dice así:
«Cumplióse este libro intitulado Brebiario <;unni que rrecopi-
16 el onrrado sabidor don Y9e de Xebir muflí, alfaquí mayor de
los muslimes de Castilla, alimem de la muy onrrada alchamaa
de Segovia en l'alma^chid de la dicha ciudad, en el año de mil
quatrozientos y sesenta y dos. Conbengalo el Soberano en su
santa gloria, emín: ya rabí ylalamina.*
Al final las azoras colhtía y culaudo, en car. lat.
Este códice fué de la Biblioteca Nacional, Ce. 169, y se ven-
dió con los libros de Conde; y según dice una papeleta que hay
dentro del libro, fué encontrado á Juan López, converso y veci-
no de Villafeliche, cosido en el jubón.
V. los números 11 y lU.
Impreso en el Memorial histórico, tomo V.
Lxxm,
Bib. de D. Pascual de Gayangos, S. 4.
Un tomo en 4/, escrito en car. latinos, que contiene las «Le-
yes de moros. >
Es copia de un ms. ¿Le principios del jsiglo xrv que se con-
servaba en el Colegio Mayor de San Ildefonso en Alcalá, y se
perdió hace mucho tiempo. Esta copia perteneció á Abella^ y de
29?
ella se sacaron otras dos que se conservan en la Real Acade-
mia de la Historia. Se imprimió en el Memorial histórico espa-
ñol, tomo V.
LXXIV.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, S. 5.
Un tomo en folio de 215 hojas.
«El hundidor de cismas y erejias.» Traducción del tTedehib
de Abumu9a 9aedi ybinuhalef ybnu abilca<;em alberadü,» he-
cha en Constan tinopla en 1606 por «ali ybnu muhamad ybnu
hader bezino de Constantinopla,» que dice no ser «español na-
tural, » pero había estado en España.
Trata primero de los ritos religiosos, luego del matrimonio, y
al fin de los contratos.
LXXV.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, T. i.
Devocionario en 12.*, encuadernado con broches, estilo del
siglo XVI. Tiene dos adornos bien dibujados. Papel del siglo xv
al XVI. Contiene:
1.^ Los 37 lugares del Alcorán donde se anuncíala unidad
de Dios con sus virtudes morales y curativas; 19 hojas.
2.^ Los 99 nombres de AUah, con la oración para invocar-
los, en árabe; 4 */« hojas.
3.^ Los adoáes «de grandísima alfadila, de mucha gracia,
de yu(jof, del anabí Mohamad, de a9ahifa mobaraca,
de grandísimo gualardon y gracia, tesoro de los teso-
ros de 1' alarx, del caminero, que rrogaba con él el
anabí Mohamad, de mucho gualardon y gracia, para
todo espanto, que se dizén en los siete alhaicales, de
a<jahifa, (para estar en guarda de Allah);i 72 hojas en
árabe.
4.^ «La carta de la muerte,» en árabe; 5' hojas.
5.^ «Hirze alguazir, i en árabe con menudísimos caracteres.
r
293
y su explicación aljamiada con letras encarnadas;
10 hojas.
6.^ Adoáes: «para cuando abrás comido, para cuando te
acostarás, para cuando te levantarás, para cuando
querrás ir camino, para cuando tronará, almorcida; >
9 hojas en árabe.
7.^ Alcorán abreviado (V. núm. I) hasta la azora LXVII
inclusive, y además el versículo 11, 159, texto árabe;
38 V, hojas.
SP «El adoa para demandar perdón, > texto y explicación
en árabe; 2 hojas.
9.^ Palabras de Mahoma referidas por Ayexa, en árabe; una
hoja.
En la última guarda hay una fecha de 1554, en caracteres
latinos.
Eu la primera se dice haberse hallado en 1770, en Moros, y
e8tá borrado; pero el Sr. Gayangos dice haberlo comprado en La-
racheá un moro Mohammad amonesiU, que decía tenerlo here-
dado de sus abuelos.
LXXVI.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, T. i.
Devocionario en 12.o -con encuademación árabe, papel esto-
poso del siglo XV, adornos de pluma groseros. Faltan algunas
hojas.
Contiene:
1.^ Los siete alhaicales, con una introducción aljamiada.
2.^ Los adoáes, cmuy bendito, para cuando ternas algún
pienso, de a<jahifa> (sin principio), cpara cuando te
acostarás, para cuando le levantarás, de la carta > (sin
concluir la introducción ni empezar el texto), «para
cuando irás camino, para cuando tronará, para cuan-
do entrarás en la me^quida, para cuando salrrás de
la me(;quida:» texto árabe.
894 •
3.® fEl suefto que soñó un 9álih en la Ciudad de Tune<;,>
4."^ Adoa de Mahoma, en árabe.
En la primera guarda consta que fué llevado el libro en 1552
á Almagro por un vecino de Daimiel.
LXXVII.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, T. 3i
Devocionario árabe con epígrafes y explicación en castella-
no; groseramente adornado con viñetcis de colores. Papel sici-
liano del siglo XVI. Letra antigua.
1.** El primer capítulo del Alcorán.
2.^ Los 37 lugares del Alcorán en que se dice la unidad de
Dios.
3.*^ Adoa con ata9bihes.
4.** Los 99 nombres de Allah.
5.^ € Capítulo de los siete alhaicales y Talfadila suya.»
6.^ Adoa revelado á Maboma la noche de su subida al
cielo.
7.° Adoáes cde Edam, de Ibrabim, de Nuh, de Mu9e, del<;e
y del annabí Mohamad.>
8.° Adoáes: «para cuando te acostarás, para cuando te le-
vantarás, para cuando querrás ir camino, pam cuando
tronará, para cuando entrarás en la mepquida, y cuan-
do salrras de la meijquida, para fazer ir todo pienso,
para rrogar el onbre por él y por su padre y madre. »
9.^ « Alherze muy bendito y de gran albarán y guardamien-
to muy gran.» Con una historia del que salvó con él
su cabeza. Es una letanía de leilahis,
Lxxvm.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, T. 4.
Un tomo en 4.^ sin principio ni fin; pero con muy poca fal-
ta. También faltan hojas intermedias.
295
Ritual mahometano, escrito con alguna elegancia y con pro-
fusión de adornos y encabezamientos cúficos. Contiene:
1.^ El final de da orden y la regla de las lunas por la cuen-
ta de los mu9limes.> Abraza las del Chumada elaher,
Recheb, Xaaban, Ramadan y Xagual.
2.^ € Capítulo, porqué y como y cuando se a de facer el
atahor y su inbocacion.»
3.^ cCapítulo, porqué y como se a de facer alguado.»
4.^ cCapítulo, del aUdén y de la alicama para los a9aláes.»
5.^ cCapítulo, con cuantas cosas y como se cunple el a<;a-
la adeudado» (sin concluir).
LXXIX.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, T. 5.
Un tomo en 8.° de 118 hojas. Papel de fines del siglo xv,
adornos de colores á estilo de códice coránico; encuademación
en pergamino.
Xarhe y declaración de las alguaracaá.
Contiene una traducción parafraseada de la abreviación del
Alcorán (V. núm. I), sin texto árabe; con los versículos 11,
158 y LIX, 18-24.
Al final un comentario y una oración traducidos palabra por
palabra.
LXXX.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, T. 6.
Devocionario árabe en 8.*^, con epígrafes y explicaciones en
aljamía. Falta el principio, así como algunas hojas intermedias,
y está mal encuadernado en algunas partes.
Contiene:
1.0 Alcorán, XXXIÜ, 41—43; XXXVI; XXXVII, 34;
XXXIX; XL, 2. 3, 64, 67; XLI V, G, 7; XLVH, 21; LIX,
296
18—24; LXIV, 12, 13; LXVH; LXXI, 29; LXXm,
9, 20 (mitad); CXH, CXHI, CXIV; fol 1.
2.0 Unas letanías; fol. 15.
3.0 Los nombras do AUah (sin principio); fol. 17.
4.0 Adoáes crrespuesto, para salir y entrar en casa, y para
cabalgar;» fol. 18.
5.0 Alcorán, LXXH, 10-, LXXIII, 1—19; LXXVI, mitad
del 11—31; LXXVII; fol. 20.
6.0 Tahlil dictado por Mahoma; fol. 27.
7.0 Alcorán, XC, 4— XCVIU, mitad del 1; fol. 28.
8.0 Adoáes sin principio, sacados del Alcorán; fol. 34.
9.0 Formulario del alguado y del azala; fol. 38.
10. Azala y adoa sobre el muerto; fol. 45.
11. Alcorán, C— CXIV, 1; XCVín, mitad del 7, 8; XCIX,
C, encabezamiento; CXIV, 2—6; fol. 48.
12. Final del libro, que expresa estar escrito por Abderrah-
man Lamora, á 23 de julio de 879 (1474).
13. Siguen añadidos los versículos del Alcorán II, 1 — 4,
158, 256—259, 284—286 sin concluir.
LXXXI.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, T. 7.
Cuaderno en 8.o en pergamino con botón, de ocho hojas; le-
tra muy mala y grosera del siglo xvi; papel del mismo tiempo.
Contiene:
1.0 Una súplica á Allah, en verso.
2.0 Una declaración de Mahoma sobre el azala de despedí i
da del mes de Ramadán.
3.0 Una oración común.
En la primera hoja hay una cuenta de arrobas de 36 libras jr
12 onzas.
Lo adquirió el Sr. Gayangos en enero de 1875 en la calle de
Carretas.
297
Lxxxn.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, T. 8.
Códice en 8.^, encuadernado en Inglaterra, procedente de la
venta de Conde (núm. 1317). Letra y papel del siglo xvi, idén-
ticos á los del Mancebo de Arévalo, con cuyo libro estuvo en
poder del mismo sujeto que anotó al margen algunas palabras.
Contiene:
1.^ Alcorán abreviado, con el v. 11, 158.
2.^ Un atahietu en árabe.
3.^ cLa orden y rregla de las lunas por la cuenta de los
mu9limes, y lo que se contiene en dicho debdo. >
4.^ Un tratado de los cinco azaláes, comentario de un texto
árabe.
5.** «Las demandas de Mu(;e.>
6.^ cPedricacion en el nacimiento del anabl muy ben-
dito.»
7.^ «La orden que se a de decir á dos que se casan. »
8.^ «El adoa de fe; y sea escrito al muerto en pergamino 6
papel» (en árabe).
9,^ «Una rrogaria para den pues del a9ala» (en árabe).
10. Capítulos. «Para la muger que no puede parir. — Para
la muger que no puede echar la criatura muerta. —
Para saber la moíja si es virgen ó el mo^o. — En los
sueños. — Para cuando la muger estuviese de parto
afincada y no podrá parir. — Para concebir la muger.
— Para la muger que tiene la criatura muerta en el
vientre. — Para la muger que no podrá parir y terna
'la criatura muerta.— Para concebir la muger. — Para
que se empreñe cualquiera muger.— Para la muger
que no pueda parir.»
298
Lxxxni.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, T. 9.
Cuaderno de 5 hojas en 4.^, papel de la segunda mitad del
siglo XVI, que contiene:
1,<> Formulario matrimonial.
2 o La historia de Salomón y la madre de Talhabiba, con
la cédula contra sus hechizos.
3.0 € Capítulo de un alherz para Talhabiba.»
Precede una larga expUcación de letra de D. Faustino Bor-
bon, demostrando que el contenido es todo de ciencia cabalísti-
ca ininteUgible. Sigue luego una répUca de Gayangos, que de-
clara ser aljamía.
LXXXIV.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, T. 10.
Cuaderno de 6 hojas útiles en 4.o, papel dál siglo xvi, que
contiene «la alfadilay gualardon» de la azora XCVII.
En la guarda hay una nota diciendo ser un comentario del
Zanatí, Doctor mahometano, sobre la Sura 97, y debajo una
rectificación de Gayangos.
LXXXV.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, T. 41.
Cuaderno en 4.o, letra y papel del siglo xvi, que contiene:
1.^ Un hirze con palabras griegas y hebreas, y nombres de •
ángeles, en árabe, y después una larga expUcación
aljamiada sobre su eficacia en enfermedades y contra*
tiempos, con el modo de usarlo.
299
2.° Cuatro azaquifas, invocaciones á las cuatro estaciones,
á los ángeles de los meses romanos, y á los cuatro
vientos cardinales: en árabe, sin principio.
3.^ Ángeles de cada día de la semana, en árabe.
4.^ cAlhirze alcá9em,» enseñado por Mahoma á Alí; con
su explicación en árabe, terminado por fórmulas ca-
balísticas.
5.0 Oración mezclada con palabras hebreas.
En la primera guarda hay un borrador de carta pidiendo á
un Grande permiso para pasar á un pueblo por no permitir el
Cura la residencia al morisco.
En la última guarda hay el principio de un testamento de
Antonia Pastor, mujer de Josef Tollo, vecino de Urrea de
Gaen.
LXXXVI.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, T. 42.
Códice muy deteriorado en su parte inferior, en 4.°, papel va-
riado, desde mediados del siglo xiv hasta principios del siglo
XVI. Fué encongado en Mores, enterrado y envuelto en ima ba-
yeta.
Contiene:
1.0 Alhadiz de Yu^of: desde el principio hasta la historia
de Zalifa; 7 hojas, le falta la 8.% y sigue en la prime-
ra plana de la 9.*, donde concluye para empezar á es-
cribir otro asunto de la misma mano; fol. 1.
2.0 cL'alhadiz de Ibrahim.» El resto de la hoja 9.** y cua-
tro más.
Contiene la historia completa del sacrificio de Ismael;
fol. 9.
3.0 Los primeros versos de una historia de Fray Leonis, en
el resto de la página: lo demás falta; fol. 14 v.
4.0 Historia del nacimiento de Mahoma, sin principio ni
fin, seguida del «fendimiento del vientrep fol, 14.
300
5,0 Historia de un solitario israelita; fol. 18,
6,« El castigo de Ornar á su hijo (sin concluir); fol. 20.
1,0 Relación del ruego de un mancebo por el alma de su ma-
dre, por intercesión de Mahoma (sin principio); fol. 25.
8.ÍÍ El alhadiz del lagarto que habló á Mahoma; fol. 26.
í)/» El alhadiz de la muerte de Mahoma; fol. 29 v.
10. El alhadiz de Bilel (sin concluir); fol. 34 v.
IL La disputa con los cristianos (sin concluir); fol. 36.
Un fragmento de cuatro hojas, con principio, y otro
de dos^ más antiguo. Acaban en el mismo sitio.
12, El alhadiz del baño de Zarieb (sin principio), novela cor-
dobesa; fol. 42.
IB, ^ Recontacion muy buena que conteció á una partida do
'9alihes;> fol. 45 v.
14, c Alhadiz de Temim Ader> (sin concluir); fol. 49 v.
Iñp Explicación de algunas palabras de una obra de Alga-
zalí, hecha en aljamía por el claro alfaquí Abu Ab-
dalá Mohamad Algazí, Albaní, Halichí. Una hoja,
como si fuera la guarda; fol. 58.
10. Dos alhotbas en árabe; fol. 58 V.
17. tfEl a9ala de despedida de Ramadan;* fol. 76.
18. Texto y traducción parafraseada del cap. XXXVI del
Alcorán (sin concluir); fol. 77.
Lxxxvn.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, T. 43.
Códice en 4.°, muy deteriorado, sin principio ni fin. Papel
del siglo XVI.
í'oD tiene:
1 ," Pronósticos acerca del afio, según el día de la semana
en que empieza (sin principio); fol. 1.
2.'' «La desengañacion que izo Taxaitan al anabí Moha-
mad;» fol. 3 y.
301
3.^ Adoa y rrogaria para la piedra, sin acabar; fol. 20 v.
4.^ Devoción para terminar un ayuno (sin principio); fol. 27.
5.® cLa rrespuesta del muflí de Oharan,» fechada á princi-
pio de Recheb de 910, y copiada á3 de mayo de 1563;
fol. 28.
6.^ € Nombramiento de los cuartos del año,» con ciertas im-
precaciones, seguido de los ángeles y chines de cada
día de la semana, y el modo de introducirios en alhir-
ces, algazimas y anoxaras (sin concluir); fol. 32.
7.® Alcorán abreviado (V. núm. I), con traducción comen-
tada; falta I-II, 2, y hay además H, 159 y LIX, 18-24;
fol. 35.
8.^ Discurso ó alhotba en árabe y aljamía sobre los atribu-
tos y excelencias de AUah; fol. 125.
9.*^ «Adoa para decir cada mañana, > árabe y aljamía; fol. 128.
10. «La orden que se debe llevar en el servicio de AUah.»
Devocionario para levantarse, hacer alguado, ir á la
mezquita y estar en ella. Al fín principian los nom-
bres de Allah en árabe; fol. 131.
11. «La carta del muerto;» fol. 139.
12. Recetario vulgar; fol. 141.
13. Nombres de las lunas y días señalados en ellas; fo-
lio 145 V. En las hojas blancas del pliego siguen dos
advertencias sobre el alguado, una leyleha^ una* «alo-
ya para el dia seteno» y cierta prueba con los orines.
14. Anexara de Mahoma; fol. 150. Siguen un conjuro para
dolencias, una explicación de ciertas fiestas y ayunos,
un conjuro contra el pedrisco, y otra anoxara bárba-
ramente escrita, donde se lee Adonái Sábaoi, Luego
una nota en que dice que corre el año 995, corres-
pondiente al 1586.
15: L* alfadila y gualardon de los meses de Recheb y de
Xaban;» fol 154 v. Á la vuelta 4e una hoja, las atac-
biras de la mañana de Pascua.
302
16. cRegimiento para fazer los cinco a^aláes» (sin con-
cluir); fol. 165.
17. Alhotba ó monestación sobre los preceptos de la ley
musulmana (sin principio); fol. 166.
18. «Los escándalos que han de acaecer en la (jagueria de
los tienpos en la isla de España;» fol. 172.
19. Ata9bihes que parecen ser el adoa del arnés, que luego
se explica; fol. 178.
20. Los cinco almalaques que envía Allah á todo muslim
cuando muere; fol. 195.
21. «Las demandas que hizo Sargil, hijo de Sarjen, ad
Abu-Becri y AH ibno abi Taleb;» fol. 197 v.
22. «L'alfadila del mes de Ramadan;» fol. 207 v., seguido
repentinamente de un trozo final de las demandas de
Mu^e en el fol. 211. Luego un abuchea africano.
23. «Recontamiento de cuando fabló Mu^e con Allah so-
bre del monte de Tor Siné;» fol. 214.
24. «Los castigos de Alí;> fol. 221 v., que empiezan por el
hado de los hijos, según el día en que son engen-
drados.
25. «Las demandas de los judíos al anabí Mohamad;» fol. 234.
26. «L'a9ala del muerto,» con la última hoja rota; fol. 247 v.
Sigue un fragmento con un trozo de Alcorán.
27. Hoja suelta de una alhotba sobre los castigos del in-
fierno; fol. 252.
28. «Istoria seisena, del nacimiento del anabí;» foL 253, pre-
cedida del final de una oración.
29. «Istoria del fundamiento del adin del alÍ9lem;» fol. 266 v.,
hasta la última hoja; fol. 272.
LXXXVIII.
Blb. de D. Pascual de Gayangos, T. U.
Carta de Aldosindo sobre la batalla de Clavijo.
18 planchas grabadas, en foUo.
303
Ficción del P. Echeverría, que supuso la aprobación de Ta-
marid.
Aljamia de nuevo género y carácter de letra imitado al im-
preso.
LXXXIX.
Bib. de D. Pescaal de Gayangos, T. 45.
Un cuaderno en 4.® de 30 hojas.
€ Práctica de medicina.»
Contiene dos partes, al parecer. Una de Ibn Zohra, y otra de
un famoso alim, cuyo nombre está tachado.
Castellano, latín y árabe están escritos alternativamente, con
caracteres latinos y árabes, y muchos períodos hay escritos
con palabras de los tres idiomas indistintamente. Otras veces
se explican en castellano las palabras más difíciles. Tiene fe-
chas desde 1514 á 1530.
XC.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, T. i6.
Códice en 8.°, papel italiano del siglo xvi, que contiene dos
cuadernos.
1.® Colección de recetas tomadas de diversos doctores y de
lo que el colector mismo ha visto. En 4.**, papel de la
segunda mitad del siglo xvi. Ai principio hay una
carta á Antón Ferrando de erreruela, fechada en 1567.
2P Itinerario de Venecia á España por tierra. Llega hasta
MoUet, cerca de Barcelona. Habla del Rey Felipe y
del € príncipe de Conde, cabeza de los luteranos,» y al
fin tiene una fecha de 976 años del nacimiento de Ma-
homa.
XCI.
Bíb. de D. Pascual de Gayangos, T. 47.
Códice en folio con varios adornos y viñetas hechas á pluma
en negro, y encuademación en pasta á estilo arábigo.
304
Contiene:
1 ,0 El libro de las luces, de Abulhasán albecrí. Al final di-
ce que lo escribió cAlí Rojel, fijo de Mohamad Rojel.»
2,'' i Adoa de mucha alfadila y gualardon;» fol. 130.
3/^ «La estoiia del dia del juicio;» fol. 138 v.
'1.** tEstoria del puy amiento del anabí Mohamad á la corte
celestial;» fol. 160 v.
5," Ultima página de una «Relación de las lunas del año»
(no debe faltar más que una hoja); fol. 180 v.
iJ^ Alhotba sobre el a9ala y el castigo de su dejador; fo-
lio 181 V.
XCII.
Bib. de D. Pascual de Gayangos. T. 18.
Códico fin folio, forrado en badana, algo deteriorado, adorna-
do con viñetas de colores bien dibujadas, papel del siglo xvi.
Procedente del hallazgo de Mores.
Contiene;
1/' *El alhadiz del anabí Mohamad con el rey Habib;» fo-
lio 1.
:¿/' «KI rrecontamiento de la muerte del escogido Moha-
mad;» fol. 4 V.
:\:' ^ Kl libro de las luces, de Abulhasán Albecri, con el epí-
;:^rafe en árabe; » fol. 19 v.
iy «Alhadiz de Alícon las cuarenta doncellas;» fol. 114.
5/' *Estoria de la conquista de la casa de Maca onrrada;»
fol. 120.
(í ."^ * 1 /tvlguafia del gran Turco, llamado Mohammad Osman,
ti que ganó á Gostantinoble, hijo del gran Murat, sa-
cuda de un treslado qu'envió el Visorrey de Cecilia
(Ion Lope Ximenecj de Urrea, á su muger qu'estaba en
Aranda de Moncayo;» fol. 128.
7/^ «Alhadiz de la muerte de Bilel ibn Hamama;» fol. 133.
305
8.0 Explicación del premio que obtendrá el siervo de Allah
cuando pronuncie ciertas fórmulas; fol. 135.
9.0 Alcorán abreviado (V. núm. I), con los versículos ü,
159 y XII, 102: árabe con traducción glosada; fol. 136.
10. Comentario ó admonición con motivo de unas aleyas
del Alcorán: XXXVU. 34; H, 147-152; fol. 181 v.
11. Texto y traducción de una oración; fol. 184.
12. fAtaxhado para la posada del a9ala;» fol. 186 v.
13. cMoncafares muy fermosos;» fol. 187 v.
14. € Anexara sacada del luh mahfut;» fol. 188 v.
15. Poema en alabanza de Mahoma; fol. 189 v.
Publicado por el Sr. Gayangos en la traducción de la
HisL de la lit. esp. de Ticknor, IV, pág. 327.
16. Alcorán LXVH; fol. 193 v.
17. Los adoáes del alguado; fol. 197 v.
18. <Lo que se debe decir pasando por los almacabres;»
fol. 198 V.
xcm.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, T. 49.
Códice en folio, sin principio ni fin, falto de muchas hojas
en el medio, bien conservado, encuadernado en Madrid. Ador-
nos muy característicos en negro y con colores, y algunas le-
tras cúficas. Papel del siglo xvi.
Contiene:
1.^ El castigo de Omar á su hijo (sin principio); fol. 1.
2.0 lAlhadiz de Omar ibno Alhatab cuando vio los muer-
tos en su dormir; » fol. 5.
3.0 «El alhadiz de Mu9e con la paloma y el falcon;» fol. 6.
4.^ «El castigo que dará Allah al dexador del a(;ala están ^
do sano de su persona» (sin concluir); fol. 10.
5.<> «Los dias nozientes y aprovechantes de la lunat (sin
principio y falto en medio); fol. 13.
6.0 «Capítulo de los dias aquellos que deballó Allah, en
20
306
eDos d aladeb sobre los de Beni Israil» (van señala-
dos por el calendario romano); foL 18.
7,^ Noches y días de atahor y de pascua; fol. 19.
3.^ «Las lunas del año por la caenta de loe muslimes y las
arracas qae se an de hazer en dios y los días que se
an de daynnar por dias blancos, y los que se an de
dayunar por los dele escogidos que nonbró el anabí
Mahamad;» fol. 20 V.-21, 92-97, con lagañas.
9.^ Las enmiendas del a^ala (sin principio ni fin); foL 22.
10. cLas fadas baenas» (sin principio ni fín); fol. 24.
11. cGaalardon de los a^aláes de los muertos» (sin princi-
pio ni fin); foL 27.
12. Adoáes para todos los días de la semana (sin prind-
pio); fol. 29.
13. cLos nombres fermosos de Allah, xarhados;» fol. 35
vuelto.
14. cAdoa para demandar arrizqui» (sin concluir); foL 42
vuelto.
L5. Alcorán con traducción parafraseada: LXXXV, 19;
LXXXIX, 19; XXX^^, 8-83; LXVn, LXXVüI,
LXXIX; fol. 43.
16. cAdoa para el muerto» (sin prindpio). AI fin tiene una
súplica por el c escribano;» fol. 74.
17. «El pregüeno y el alicama del a^ala;» fol. 80 v.
18. Capítulos sobre «el alguado, el vestir, d atahor y d
atayamum;» fol. 82 v.
19. «El gualardon de quien haze a^ala con alchama y mu-
. cho mas; » fols. 97-101, 26 (sin concluir y con lagunas).
20. Origen y excelencias del a9ala (sin prindpio ni fin, y
con huecos); fol. 102.
21. Reglas para d azaque (sin principio); fol. 111.
22. «Alquiteb de las suertes de Dulcamain;» foL 134.
23. «Alquiteb de sueños» (sin conduir); foL 156.
24. Preguntas de unos judíos á Mahoma, acerca de los
307
fundamentos de la religión (sin principio); fol. 168.
25. € Recontamiento y rrazonamiento que fué entre el no-
ble señor Allah taale y su mensagero Mu9e, en el
monte de Torsiná, de sin intercesor ninguno ni fa-
raute que ubiese entre ellos;» fol. 169.
26. cAlhadiz de la muerte del anabí Mohamad;» fol. 199
vuelto.
27. Capítulos sobre los derechos de familia (sin concluir);
fol. 260 V.
XGIV.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, V. 'I.
Diez y ocho hojas en 8.^, la última escrita por una sola ca-
ra, papel de la segunda mitad del siglo xvi.
Fragmentos de una versión castellana de la novela intitula-
da París y Viana.
Publicada en la Bevista histórica^ tomo III.
XCV.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, V. 2.
Una hoja suelta en 4.®, letra y papel del siglo xvi.
Fragmento de un alhadiz de Mahoma, oon su traducción
palabra por palabra.
XCVI.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, V. 3.
Una hoja suelta en 4:P
Fragmento de una historia de Alhachach ibn Yusuf, con-
quistador del Hechaz (a. 64 h.), con un mancebo llamado Mo-
hamad ibn Abdallah.
XCVU.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, V. 4.
Una hoja suelta en 4.^
Fragmento de la Historia de la doncella Larcayona.
308
xcvm.
Bib. de D. Pascual de Cayangos, V. 5.
una hoja en éP del poema de José.
Letra idéntica 4 la del ejemplar de la Bib. Nac. (V. núme-
ro XXX.)
XCDL
Bib. de D. Pascual de Gayangos, V. 6.
Ocho hojas, que corresponden á 4 pliegos, en 8.^; papel de la
segunda mitad del siglo xvi.
Fragmentos de la c Desputa de los mu9limes con los cristía-
nos sobre la unidad de Allah. >
Estuvo unido á los fragmentos de París y Viana (V. nú-
mero XCIV).
Es un trozo seguido, cuya copia quedó interrumpida, del li-
bro descrito en el núm. XXIII.
C.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, V. 7.
Cinco hojas en 4.o, letra y papel del siglo xvi.
1 .0 Final de la c Desputacion de los muslimes con los judies. »
2.^ Fragmentos de la c Desputacion de los muQlimes con los
cristianos.»
CI.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, V. 8.
Once hojas en 8.o, papel del último tercio del siglo xvi.
Fragmentos de un Alcorán, en castellano: XXXVI y LXVil,
I^XXIX, 5, — LXXXn, 8, con la Oración almorxida interca*
lada.
en.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, V. 9
Dos hojas y un trozo de otra, en 4.^
Fragmento del Alcorán, con su traducción comentada, Com-
30» »
prende el cap. LXXVUI hasta el versículo 13, el último vor-
sícolo del CV, el GVI y el encabezamiento de otro.
cni.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, V. 10.
Siete hojas en 4.^, que contienen:
1.0 Traducción de un versículo del Alcorán.
2.0 El azala sobre el anabí.
3.0 Trozos del Alcorán con la traducción de los tres últimos
versículos del cap. LXXX VIII y los dos primeros del
siguiente.
4.0 Cabala para crrofiar» las ropas.
5.0 Angeles y genios de algunos días de la semana.
6.0 Fragmentos de traducción del Alcorán: XXXVI, 81
y 82.
7.0 Invocación á los ángeles.
8.0 Fórmula cabalística.
9.0 Oración para después del conjuro.
10. Explicación de otro conjuro, en árabe.
CIV.
Bib. de I). Pascual de Gayangos, \\ U.
Doce hojas en 8.° Parece que debe faltarle muy poco, á lo
más el pliego de encima. Papel de la segunda mitad del si-
glo XVI.
Cuaderno en que se contienen varias oraciones que forman
una sola plegaria en árabe y su traducción castellana.
CV.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, V. 42.
Dos hojas en 4.*^, letra y papel de Aragón, de mediados del
siglo xrv.
310
Fragmento de una alhotba con traducción castellana en ca-
racteres latinos, excepto el nombre de Allah, que se conserva
en letras árabes.
CVI.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, V. 43.
Seis hojas útiles en á.o, letra y papel de mediados del si-
glo XV.
Fragmento de un libro que comprende:
1.0 Unos ata9bihes con el azala sobre el anabí.
2.0 Los 8 primeros versículos del cap. XXXVI del Alcorán,
en árabe.
3.0 Una oración en castellano.
4.0 Los 7 primeros versículos del cap. XXXVl del Alcorán,
en árabe.
5,0 Ejercicios de escritura por el orden propio de los mo-
riscos.-
6.0 índice de los capítulos del Alcorán desde el Il^al LXXII.
CVII.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, V. U.
Cuatro hojas en 8.o, papel del siglo xiv al xv.
Fragmento de un libro que contiene:
Ifi Lo que se dice después de la alicama. »
2.0 Los adoáes para el cClguado.
cvin.
Bib. de n. Pascual de Gayangos, V. 15.
Veintiuna hojas en 4.", papel de mediados del siglo xv.
Fragmento de un libro que contiene dos alhotbas, con su tra-
ducción interlineal.
• 3H
crx.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, V. 16.
Una hoja útil en 8.<>, papol del siglo xv.
Última hoja de uu formulario del azala.
ex.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, Y. 47.
Nueve hojas en 8.'', papel del siglo xvi.
Fragmento de un libro que contiene:
1.^ Explicación de los treinta y siete lugares del Alcorán en
que se afirma la unidad de Allah.
2.^ Trozos de algunas azoras y oraciones.
CXI.
' Bib. de D. Pascual de Gayango^, Y. 48.
Dos hojas en 8.o, letra de pluma, papel de la segunda mitad
del siglo XVI.
Hechizos de la púdpuda.
cxn.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, V. 49.
Una hoja suelta en 8.<>, papel del siglo xv al xvi.
Fragmento del suefio de Qálih de Túnez.
cxm.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, Y. Í0.
Cuatro hojas en 8.^, papel de la segunda mitad del siglo xvr.
Método para hacerse decorante.
Siguen unos apuntes sueltos sobre ciertas horas de algunos
312
días; un *Dios te guarde;» un apunte de ortografía y unoa en-
sayos de pluma en árabe.
CXIV.
Bíb. de D. Pascual de Gayangos, V. Í4.
Dog hojas en 4.®, papel del siglo xv al xvi.
Catálogo en columna de los vocablos correspondientes á unaa
alhotbas, pertenecientes á los meses de Recheb, Xabáu y Ka-
madáü, con la segunda de las comunes.
CXV.
Bibu de D. Pascual de Gayangos, V. 34.
Una hoja en 4.^
CatiUogo en columna de los vocablos correspondientes á una
alhotba,
CXVI.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, V. 23.
Una hoja útil en 4.o
Instrucción sobre la rogarla de David.
CXVII.
Bib. de D. Pascual de Gayangos. V. 24.
Una hoja en 4.^
Declaración del valor de un hirze de Yusuf el filósofo, y mo-
do de escribirlo.
cxvin.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, V. 25.
Ocho hojas útiles y un trozo, en 4.o, papel de la segunda mi-
tad del siglo XVI.
Cédulas mágicas para varias enfermedades.
313
CXDC.
Bíb. de D. Pascual de Gayangos, Y. t6.
Quince hojas en 4.o, papel de los siglos xv y xvi; el de lo in-
tercalado, de la segunda mitad del ,xvi. Al pie de algunas pá-
ginas unas observaciones en letra del siglo xvn.
Fragmentos de un libro que contiene.
1.^ Los baguátimes que dictó á Salomón la madre de Ha-
biba.
2.** Capítulo de los nombres cabalísticos de Allah.
3.® Anoxara dictada por Mahoma.
4.° Intercalados en ella dos pliegos en que se repite el final
de la anoxara, un apunte relativo al 14 de enero de
1603, un conjuro para la nube, un bi^millah repetido,
y otras fórmulas; otra anoxara de Fátima con cuadros
cabalísticos. ^
5.® El regimiento para el alguado, atahor y a9ala.
6.^ Los nombres de Allah en árabe.
cxx.
Bib. de D. Pascual de Gayangos, V. VJ.
Una hoja útil en 4.**
Fórmulas cabalísticas, con muchas palabras castellanas sin
vocales,
CXXL
Bib. de D. Pascual de Gayangos» V. S8.
Una hoja en 4.^ letra del siglo xvi.
Receta latina, con su transcripción aljamiada.
La receta empieza con la ^ y está muy bárbaramente escri-
ta. La transcripción va encabezada con bigmillah.
Ciaírrv .irj^ai» .nrrmr/iPíaí» «si -4.'. rianei íe "ttip^ iei agio xv.
Ut/->o ^>^n^ '^nnaii.iQ ie icaf? «lasüs. ^s^iiu ame el Cadí
jjíir Jí ica. v.nrn r!irar*im íe 2negag. inmn .ien»d£m i» Farach
/ 4* 1>^•^Ar A^xjir pn^^entAíiiio es^imr.ini jiorzada por Leo-
AjQr *to "tauíAtV: 7 >:Sf;mmiii) ie r.>rúiiai A «Ti^nr «ie como sa
3íh, te D Pascual te 'jayaagos. V 11.
i fítí>mimihrancA «iei nacimieiito dd ¿dELcl»
CXXV.
Sib. de D Pascoai de Gay^n^oa. T. 3S.
CitrUf j borradores de moriseofi oo. cszactares latiiu».
CXK\7.
Bib. de D. Pascual de Gayaagos.
Córfice cajo título en el tejuelo es: cTractados ccKitra d co-
tnn * TcmM., j contiene:
1 Lnmt>re de U fe cocitra el Alcorán, por el Maestro Fi-
gneroU, escrito é ilustrado con dibujos en 1519.
2 '" l»rrTiT«o sobre el libro que se halló en el monte de
315
Valparaíso, intitulado cVida y milagros de Cristo
N. S. pox Thesiplion Abenathar, discípulo de Jacobo el
Apóstol.»
^.® cEpístola Mahomética del Apóstata.»
Es una carta de cObaydala A^med Abenabigiomoa, natural
de Almagro y avecindado en Oran,» fechada en da menguante
de la luna de Kagiabo, año 910 de la Hégira.»
Está intercalada entre los desordenados cuadernos del trata-
do anterior y de la misma letra, y viene á ser la del núm. 5 del
códice núm. LXXXMI.
CXXVIT.
Códice del P. Antonio Fernando Cabré» S. J.
ün tomo en 8.^ encuadernado á la holandesa, sin la última
hoja, y con un dibujo del sistema planetario.
cDel halecamiento de los cielos y la tierra y con todo el or-
namento de sol y luna y las otras cinco planetas y signos y es-
trellas; y del halecamiento de los almalaques y alchines y del
halecamiento de Edam y de Hauá su mujer y del halecamiento
de los animales de la tierra y de otras cosaos que ay en ella y de
algunos secretos que áy en los cielos y de qué fueron halecadas
todas las cosas y su principio como íué.»
Perteneció al P. Artiga, c^xúen en una nota dice haber leído
en la hoja que falta una apuntación aljamiada sobre el naci-
miento de una hija Angela en 1606.
cxxvm.
Cuaderno de D. Francisco Codera.
Un cuaderno en folio con 16 hojas útiles.
€ Memoria seya á mí Miguel de Zogra de las cosas que rreci-
bo ó doy del concejo. 1539.»
Cruz en cabeza de casi todas las páginas, y las cantidades
sacadas al margen en números romanos cursivos. Llega á 1540.
Las sumas en arábigos.
3<6
CXXIX.
Bib. de D. Pablo Gil y Gil, Catedrático de Zaragoza.
Hermoso códice en folio, escrito con elegancia y lujo, encua-
dernado en pasta, con los cantos amarillos. Tiene 445 hojas
útiles y una tabla.
Tafcira ó comentario sobre el Alcorán y la zuna intercalado
con relaciones y aventuras personales del autor.
Encontrado en Alcalá de Ebro. Su autor es sin género de
duda el mismo que se titula el «Mancebo de Arévalo» en el
códice Gg. 40 de la Bib. Nac, cuya escritura es muy parecida.
(V. núm. Xni.)
Es posterior al año 1525 y anterior á 1557.
cxxx.
Bib. de D. Pablo Gil y Gil, en Zdragoza.
Un tomo en 8.*^ encuadernado en pasta, adornado con mu-
cho esmero y escrito con limpieza y elegancia.
Contiene:
1.*^ Alcorán abreviado eü árabe, copiado de un original con
epígrafes cúficos muy mal trasladados. Tiene la aQO-
ra LV y una alabauza á Allah intercaladas antes de
la a9ora LXXVIII. Concluye con una fórmula depre-
catoria; 84 folios.
2.*^ Los adoáes del alguado; 10 folios.
3.^ «Elpergüeno, cuando farás a^ala;» un folio.
4.^ cL'alicama;» 2 folios.
5.^ «Alconut de a9oblii;» un folio.
6.° «Atahietu;» 4 folios. ^
7.* cLa orden y oras de los cinco a9aláes;» 6 folios.
8.° «El agua para tomar alguado » y «como se face taya-
mum.»
9.** «El rregimiento de las lunas y el cuento dellas para los
mo(;Umes;> 27 folios.
317
10. cL* alfadila y gualardon del dia de alchomúa;» 11 fo-
lios.
Fué hallado en diciembre de 1876, en Almonacid de la Sie-
rra, al practicar un hueco en la cocina de una pobre casa.
CXXXI.
Bib de D. Pablo Gil y Gil, en Zaragoza.
Cuaderno en 4.*^ de 23 hojas, papel delgado, caracteres lati-
nos. Fué hallado dentro del códice anterior. Está escrito á dos
columnas.
Contiene:
1.0 Un canto de las lunas del año en redondillas.
2.0 «La degüella de ybrahim cUey galem.^ En el mismo me-
tro; fol. 11.
3.0 Después dos hojas con apuntes de préstamos y entregas
de telas á vecinos de aldeas inmediatas á Zaragoza, y
una con la fecha de agosto de 1603.
cxxxn.
Bib. Henríci Sike.
«Tratado segundo de los artículos que todo biien mufjlím es-
tá obligado á crer y tener por fe. »
Relandi, DeBdig. Moh., 1705. md. M. S. S. XXX.
Este tratado fué traducido al latín, de éste al francés, y de
esta lengua al inglés por Morgan, que lo publicó en el tomo I
de su Máhometism fully explained, pág. xi-xxvi: London, 1723.
Se ignora el paradero del original.
cxxxm.
Códice escrito en castellano y con caracteres latinos, grueso,
en 4.0, que vio en Túnez Morgan en poder de un cristiano, á
quien se lo había prestado un moro biznieto de un expulso del
año 1610. Tenía la fecha de 1615 y estaba compuesto por Ab-
delquerim ben Aly Pérez,
318
Morgan da algunos extractos de él traducidos al inglés {Mah,
fuUy expl., n, 295, 343). Contiene una defensa del mahometis-
nio en oposición á las demás religiones, y una violenta diatriba
contra la Inquisición, especialmente contra los familiares.
CXXXIV.
Evangelio apócrifo de San Bernabé, traducido del italiano al
eastellano por Mustafá de Aranda, aragonés.
Ms. en 4.** en car. lat. bastante legibles, de que da noticia
Sale en su traducción del Alcorán [The Koran: Loridon, 1836,
pág. ix). El códice pertenecía al R. Dr. Holme, Rector deHead-
ley, en el Hampsbire, y se ignora su actual paradero.
cxxxv.
Comprendo bajo este número la noticia de algunos códices
arábigos que tienen anotaciones en aljamía, y por ese concepto
reclaman un lugar en esta noticia bibliogi-áfica.
Con la signatura Gg. 73 hay en la Biblioteca Nacional de
Madrid un tratado ascético, en cuya margen se ven notas en
castellano con caracteres árabes.
De la misma, mano hay notas al margen del códice Gg, 95,
que es un ejemplar del Libro de las cuarenta cuestiones de AI-
gazali. El libro fué escrito el año 924 H. en Huesca, por Abu
Abdallah Mohammed ibn Isa ibn Ibrahim Serrano, de la aldea
de Almonaster, quien lo estudió con Alí ibn Lope ibn abi Rebia
Almoredí.
En el códice Gg. 99 de la misma Biblioteca hay algunos
apuntes en castellano de un morisco, relativos al año 1542.
Unas pocas notas marginales hay también en un ms. de Pon
Pascual de Gayangos titulado Libro de los sedientos, copiado
en Huesca, en 885 H., por Ibrahim ibn Ahmed, alfaquí natural
de Huesa.
ADICIÓN AL APÉNDICE I.
Después de impresa la primera edición de este discur-
so, he encontrado en la Biblioteca Nacional de Madrid
otro códice aljamiado cuya descripción es la que sigue:
CXXXVI.
Bib. Nac. ^e Madrid, Gg. 82 duplicado.
Códice en 4.o, con cubiertas de badana, muy estropeado al
principio. Letra clara, papel flojo, 146 hojas útiles. Contiene:
1.0 Alcorán abreviado (V. núm. I), con la azora LIX, 18-24
antes de la XXXVI. Texto árabe y traducción caste-
llana, con algún comentario; fol. 1.
2.0 cLa orden y rregla del alguado y lo que abéis de decir
en rromance en cada lado;» fol. 137.
3.0 cEl rregimiento de las lunas por el cuento de los mu9li-
mes;» fol. 140.
En el fol. 51 hay metida una hoja con una oración árabe
para repetirla treinta veces.
En este tiempo han adelantado mucho las publicaciones de
este género literario. Por mi parte he hecho estas dos:
El alhadiz dbl baño db Zardbb. (LXXXVI, 12.') En el Mundo
üusiraclo: Barcelona, 1881.
La historia dk la ciudad de Alatón. (XLV, 7.") En la Bevista
hispafUhamerícana: Madrid, 1882.
D. Francisco Guillen y Robles ha impreso casi todo lo de
más interés que contiene la anterior bibliografía en sus Leyen-
das MOKiscAtí SACADAS DB VARIOS MANUSCRITOS; tres tomos en S.""
320
de la Colección de escritores castellanos: Madrid, 1884, 1885 y
1886,
El mismo orieutalista ha dado á la estampa las Leyendas db
JosÉ; HIJO DE Jacob, y de Alejandro Magno, en un tomo eu 4/
de la Bihüoteca de escritores aragoneses: Zaragoza, 1888.
Por último, los Sres. D. Pablo Gil, D. Julián Ribera y D. Ma*
nano Sánchez han litografiado .esmeradamente una ColecciíJk
DE TEXTOS aljamiados (uu tomo en 4.°: Zaragoza, 1888) cuyos
originales pertenecen todos á la librería del primero de dichos
aeüores.
^FEIS^DIOE II.
GLOSARIO DB LAS PALABRAS ÁRABES ALJAMIADAS
Ú POCO CONOCIDAS QUE 6E ENCUENTRAN EN EL DISCURSO Y EN BL
APÉNDICE ANTERIOR.
Abüched.— Alfabeto, J^t
A^ADACA* — Limosna, donativo,
manda piadoso. ¿ííj.^
A^AHIFA.- -Oraeión leída, hoja de
un libro, l^^f^^
ACALA.— V. AZAI-A.
A^ALEH,— Saludo, Ji^
A CHE. — V, llAcni.
AciOAQiB, — Dote y oarta dotal.
AcjOBBK— La mafiana, ^^-^^^
AnAnÉA,— Victima sacrificatoria,
carnero que se degüella el dia
de Pascua, l^^^
Adíeel.— Conquistador* Jo.b
Aof>\— La ley, la religión, ^^^
ÁDOA.— Oración, Uj
Abonía. — El mundo. Uji
Aj\3fí , AiEHÍ. — Extranjero,
Aladeb. — Castigo, tormento, su-
plicio. w^lJx
Alahde. — Promesa: nombre de
un adoa. ^x^c-
Alarx.— El trono de Dios. ^J^
Alazima. — Encanto, i^,^
ALÁN9ARES.— Los árabes de Me-
dina que ayudaron á Mahoma.
Aldalé. — Tentación, calamidad,
desgracia. ÍLj
Aldarán.— Cédula. í]^j
Alborda. — El manto: nombre de
un poema en alabanza de Ma-
homa. »^
Alcabila.— Tribu. ¡JLi
AlcXcem.— Quebrantador. >^li
AifíAi'ANAíi. — Amortajar. ^J^^^=>
Alcalam. — Caña para escribir.
,-^
21
322
Ait^Cfláii^. -Aljama, reunión, AuJARABÍA.-La lengua arábiga.
Algazima.— V. Alazima.
Algüací A.— Testamento. X^j
A LGüADO.— Lavatorio, ablución.
Algüaraca.— Hoja de papel.
n y unía miento. "U^
AtCHAMr.— Compañía, sociedad.
AuiiiJ*^j^.-^El Paraíso, é^^
ALCu*:^BgA, Alcda?íeza.— Fune-
ral. íjL-i-íx
A LC n ni e o . — La guerra santa.
Algüatif A.— Cuotidiana "^ ^
Ay:¡iOM0A.-El viernes, día de la AlgüÁzir. —Lugarteniente. ^ jj
reunión. i«^'
A tüo^iJT.— Repetición de la fór-
mula *ñosotros somosobedien-
teü.í^ íine se dice en el azala
del viernes. sJ^j-^
Albach.— Peregrinación á la Me-
ca. ^^
Alhadic,Alhadiz.— Historia,
tradición, w^.*^^
Alhaigal.— Cosa grande. Jv
Alcorán. ^ j^
Atciiftcí— Trono: nombre del Aliiamdü, Alhandü.— Alabanza:
veriiiculo 256 del cap. 2.° del nombre del primer capítulo del
Alcorán, que empieza con esta
palabra, ^x^í
AlHAMDÜ LILLHBl, AlHANDÜ U-
LLAHi. — Loado sea Dios.
Ati\, A u: VA. —Versículo del al-
Auí ^ALiM, alkihi<;alem, alehi-
5AIIÍM,— «Sobre ól sea la paz,B
fórnuila que se aplica á los Alhamís.— El jueves. ^^-^1
piofi^uis anteriores á Mahoma. Alherzb.— V. Hirzb
Ai.AH uaíCA.— Nombre del capí-
lului'Jel Alcorán, que empie-
gu Cítn esas palabras. uX3!¿ j\
JUyAiii U . ~ Virtud , provecho.
Alhicura.— La hégira. 5^
Alhorma.— Veneración, respeto:
asi debe leerse, en logar de
jornada, en la pág. \\\^ lí-
nea 5.' iyv
Alhotba.— Plática, sermón, l^
323
AtíCAMA. — Llamamiciito interior
á la oración en las mezquitas.
ÁivbicEEL. — El Antecristo.
Alidíx. — Llamamiento á la ora-
ción desde la torre de las mez-
quitas. »^3I
Alime.— Sabio. JU
Alimkm, AusféN. — Presidente ó
Director de la oración en las
mezquitas. X^\
AuAUÍA.— La lengua castellana.
AuAHOMMA. — ¡Oh Dios! *^I
.\lhacabres. — Los sepulcros.
Almadha.— Elogio. «.J.^
Almalac— Ángel. sJSJj^
Almazchid.— Mezquita. Jjc--^
Almogiba. — Caso de fortuna.
Almohjirina. — Los habitantes de
la Meca que acompañaron á
Maboma en su huida. ^ ^^.L^'
AiMoaciDA, Almo«xida. — Vía rec-
ta: nombre de una oración.
Alnabí— V. Anabí.
Alqoitbb.— Libro. w-'uS'
Am.— Abreviatura de Aleihi^
lem, Afi'
Amaho.— Perdón, remedio.
Ami.— Tío. Is
Anabí. — Profeta. -J
Aneca. — Camella, üb
ANEFiLA.*-Oración voluntaria, y
no obligatoria. üJU'j
Anobúa.— Don profetice, i^
Anoxara. — Conjuro, especial-
mente el que se da en bebida.
Ante-cihra.— Exorcista, contra
encantos, j^ar^
Anür.— La luz. jy
ApAtLBGAR.— Es errata por Aple-
gar.
Aplegar.— Considerar, esti-
mar.
Arabí. — Árabe. ^,f'
Arafb.— El día noveno de Dulhi-
cha, en que los peregrinos su-
ben al monte Arafa, cerca de
la Meca. '¿3js>
Abraca. — Inclinación del cuerpo
hasta tocar las rodillas con las
manos. i*^3^
Arracül. — Enviado, apóstol.
Arramadán. — V. IUhadán.
324
Attlicín-— Aii'iento, saslento
ecivtada por Dios. ^; ,
Aiioi — .\Jíiia, espirila. -^ « ,
Anon^^-BepeiicioQ de la fór-
muta «Dios es crao le.» ^«^j^
ÁTi^itl.^ — OraciÓQ qae erupiexa
fúQ \s& püLibras: t Alaba el
gooilm de ta Señor, i .^':r^
ATtTMi. — EI-^Tactóo á Las cam*
Ar&BVTT* — Formula de beo-di-
áTt^M — Píiriñ:aci:Q. loción de
t«ée ^ eaerpo. .«^
AfiLAC. — Ber>i:>- ^¿^
At 1.1X1X3^ , A TAXi:i . — Fórmala
pora ifina¿r Li c*«eQcia en
Díés. T i^üQ .i^ Mahosia.
Anni^-^5aucá>- .•-^=r=-
A^AftA^^ — B ifcea^ día deí mes
Le ^s cia^ oraci«>-
Bi& o6i^t4Ías de los mosal-
AiJ«C¥- — Dtrir::^ iJ'.
A3Z1S- ^ Fttmicacioa. aialterio.
Azo&A. — Cap. del alcorán. iyy^
AzzABA Allah. — «Eosálcela
Dios.» ¿I! l»^^
I
BáTEHAft. — Arrofar de cara al
suela. ,^J:f
Boo. — CaptfiQlo. w^J
Bc.xi Ii;«Lia.. — Los hijos le Israel.
Biv^viLLifl, Bczxi TuasL— «Eq el
nom ore de Di js.» él!^ .,-j
Cala Aixímt alais ctacalam. —
cLa siIvaciJo y la pax de Dios
sea sobre ^,t fórmula que se
aplica exclosÍTaineiite al nom-
bre de Mahoma.
JL. »-!= ¿I' JU
Cauh, CALMK.--Hi3mbre de santa
vida. J^
Calui. CiX. — Afarenalura de la
formal j tCala Aliaba alaih
soj^alati.» «auo
Caí ít 1. — Caya^iow
Ci-in. — Iniifereníe. •j-a
Cni&iu— £2 Arcáofel Gabriel.
Chtn. — Geni ». espirito. .^
CflnLiBi VL ifiEs« CarvAftA mi.
TÉo.— Sexto Bes del calenda-
325
rio musalmán. ja,)¡\ ^<)W-
GoLHUA. — Primeras palabras del
cap. HiJ del alcoráa.^ ^
CoLOMBTBS. — Los Cardenales.
GüLaüdo.—- Primeras palabras de
los dos últimos capítulos del
alcorán. i^! Ji
QüNNA.— V. Zuna.
Fada,— Fiesta por el nacimiento
de una criatura.
Falaqüe. — La bóveda celeste.
Farde.— Obligación, fpj»
Fasilla, Padilla.— Hechura.
Fáteha.— Apertura, nombre que
se da al primer capítulo del
alcorán. I^U
Fusta.— Madera.
Dayüno.— Ayuno.
DiBALLAR.— Bajar.
DEMANDA.^Pregunta.
DicasTANZA. — Precepto.
ÜILG ABNAI?( , DüLC ARN AIN. — A Ic-
jandro Magno.
DiSTiNO.— Desatino.
Ebn abi Áher. — Nombre patroní-
mico de Almanzor.
A ^1 crí'
Edam. — Adán, nuestro primer
padre. ^^1
Emín. — Amén. ^^1
Ewf A.— Intención, propósito.
Enta.— Hacia, cerca de. Ja&
Escanto. — Encantamiento.
EsuTAR.— Escoger.
GcACHiB. — Forzoso, ^^j^^lj
GUA91R. — V. Algüacir.
GUZALATU GOAZALEM RRAZULULLA-
Hi. — fY salvación y paz al en-
viado de Dios,» fórmula de en-
cabeza miento después del
bizmillah.
Hache. — Peregrino, el que ha es-
tado en la Meca. ^\a
Hadiz.— V. Alhadiz.
Haguátistes. — Sellos misteriosos.
Halecar.— Crear. ^^J¡^
Haram. — Vedado, ilícito. >»».
Haude. — Estanque, j^y^
Hauría. — Hurí, doncella del Pa-
raíso. I^ja.
326
Hice.— V. Ice.
riicnE.— V. Alhach.
HiRCE.— Cédulü ó amuleto. ; r^»-
IIOTBA.— V. AlHOTBA.
íci:. — Jesús, c-*^
I9LAM. —Salvación: la religión
mahometana. J¿^\
ImÍn. — Creencia verdadera.
Jabéih. — V. Xabén.
Lbilahi^ Lbyleha, Le ilah ile
allauc» La allaha ila allaha,
Laylaha yialla. — «No hay
más divinidad que Dios,» fór-
mula sacramental con que los
mnsuhTianes afirman la uni-
dad esencial y personal de
Dios. ^1 ^t Jt ^
Lilmara.— Para la mujer. í^
LoGACiÓN.— Alquiler.
L(jh Mahfdt. — La tabla reserva-
da donde están escritos los de-
cretos de Dios. íjissr» ^ J
Maca.— La Meca. üX»
Madre del Alcorán. — El primer
capítulo de este libro.
Malac almaüti.— El ángel de la
muerto. C-^j41 s-tCl*
MA9HAtt.— Frotar. ^^^
íMatbüj.— Cocido. ^ ^Ja^
MOHAMAD, MlHAMAD, MüHMBD. —
Mahoma. ^^s^
MoNAFiQUE.—Hipócrita.
MoNCAFAR. — Cosa magnífica.
M oszTAHEL. —Imposible.
MoTAZELÍ.— Separado. J,^^
MugE. — Moisés. c**'y
MUIIAMAD RRAZLLÜ ALLA. — « Ma-
homa es el enviado de Dios,»
fórmula que con la de la uni-
dad de Dios completa la pro-
fesión de fe mahometana.
MüMiN. — Creyente, ^ja
MüNAFÍES. — Los descendientes de
Abdumuna/, de la tribu de
Coreix. vjL/»
Pastoflar. — Censurar.
PERCA9Aif. —Percanzar, sacar
provecho de una profesión.
Percüeno, Pbrgüeno.— V, Al.i-
DÉN.
327
PüDPüDA.— Abubilla.
PiGJíiR.— Castigar.
Puyada, Püy amiento.— Subida.
Rabí ilalamlnb. —Señor de las
criaturas. ^-jJUJ\ ^_Jj
Rabío. — Rabino.
Raca. — ^V. Arraca.
Raw alahü anhü. — «A Dios haya
Taalb.— ¡Tan alto esl ^Uj
Tabaraca güataala. — ¡Tan ben-
dito y alto es!
Ta^bihar. — Recitar atagbihes.
Tacli. — Negación sin criterio:
fiarse de otro. ¿JO
Tafcira. — Interpretación, co-
mentario. ^^^;.^*
sido acepto,» fórmula que se Taelil.— Fórmula de declaración
aplica á los compaHeros de de la unidad de Dios, que se
Mahoma . repite en treinta y siete lugares
;s 6Ü!
^J
distintos del Alcorán. S^
Ramadán, Romadán. — Noveno Taifa. — Sección, grupo. Ihlío
mes del calendario musulmán, Tabgüac— Permiso, de ^jjy
dedicado al ayuno. .Li3v»j Targüih, Taroüia. — Bebida:
Rbcardear. — Acaparar y reven-
der.
Rbchbb, Raoiabo. — Séptimo mes
del calendario musulmán.
Rícela.— Carta, li L.,
Rofiar.— Rociar.
Reismo. — Poder y dignidad rea-
les.
Rencorarse.— Encogerse.
nombre del día octavo del mes
de Dulhicha, en que los pere-
grinos de la Meca beben agua
del pozo de Zemzem.
TEDEms. — Guía. w^j^aóJ»
Tiyabero.— Guardarropa. ¿>'J
Trestallar. — Murmurar.
TuRCflüMÉN. — Intérprete.
Saih. — Xeque, anciano.
üFÍ. — Asceta-fiióso
de Algazali. ^j^
^T^ Xaabén, XabXn, Xabkn. — Octa-
SüFÍ. —Asceta-filósofo, sectario vo mes del calendario musul-
mán.
J
328
f
-La Idv civil, ¡kxjji
Xaoual. — Décimo mes del calen-
dario musulmán. J!^
Xama. —Desviación.
\ajia.
Xabhe, -Comentario, glosa.
j.
Xarif.— Noble: aplícase á los des-
eendienles de Mahoma por su
hijii Fátimii. t^^^j^
Y9LAM.— V. I9LAM.
Ye.— ¡Oh! b
Ye men acarra lahu* — ¡Oh
quien le sosegó!
YRahmeni yRAHiM.—(í Piadoso y
misericordioso; T- atribuios de
Dios que se le aplican eii el
Bizmillah. ^ji\ ^J^^'
V9E, — V* Igi*
ZpNA. — La ley religiosa.
DISCURSO
D£L
Eiciío. Sb., conde de casa- valencia
(^)
Señores:
Al honrarme con vuestra elección, mostrando antes
benevolencia que justicia, me habéis puesto en sincero
agradecimiento, procurándome al propio tiempo una de
las mayores, más lisonjeras y más deseadas • satisfaccio-
nes de mi vida. Con razón se ha dicho que á estas Aca-
demias vienen unos por derecho propio, contándose en
este número los escritores célebres y los afamados ora-
dores, y otros por exclusiva bondad de la Corporación;
siendo aquéllos los individuos de la familia, mientras
que éstos deben ser considerados como los amigos de la
casa. Á los últimos pertenezco, sin duda, y á reconocer-
lo me resigno pensando que los parientes se aceptan y
los amigos se escogen.
Nuevo ejemplo advierto ahora, de que pocas veces de-
jan de andar en este mundo unidas con las alegrías las
penas. Á mi contentamiento por venir á ocupar un pues-
(4) Leído ante la Real Academia Española en Junta pública celebrada
el día 30 de marzo de 4879 para dar al Sr. Conde posesión de plaza de
Académico numerario.
330
to entre vosotros, acompaña involuntaria tristeza recor-
dando al ilustre académico el Excmo, Sr. D- Patricio de
la Escosura, cuya pérdida siempre lamentaremos. Su la-
lento tan general y espontáneo, la agudeza de su sarcás-
tico ingenio, la jovialidad de su carácter y la amenidad
de su trato, hacían que fuera al par que. muy querido de
sus amigos, simpático y agradable hasta para sus adver-
sarios. Reflejando en su agitada existencia la instabili-
dad y las perturbaciones de la época en que vivía, des-
empeñó destinos de índole muy diversa y cultivó casi
todos los géneros literarios. Oficial de arliUería, Gober-
nador de provincia, Comisario regio en Ultramar, Con-
sejero de la Corona y Ministro plenipotenciario, ha de-
jado para justificar su reputación de escritor algunos
volúmenes de la historia constitucional de Inglaterra,
un poema épico en que canta las portentosas hazañas y
proezas de Cortés en el nuevo mundo, poesías líricas,
comedias, dramas, novelas y multitud de artículos críti-
cos. Llevado de su facilidad para el trabajo y un tanto
de su afición á la novedad, acometió también la difícil
y enojosa empresa de publicgff un diccionario de admi-
nistración, que inesperadas circunstancias le impidieron
llevar á feliz remate. Su fecundidad y sus gustos litera-
rios no disminuyeron con el cansancio de la edad ni con
el peso de los desengaños. Puso á sus días término la
muerte, antes de que él ponerlo pudiera á la interesante
novela Un proceso mi litar j y á la serie de artículos en
que intentaba probar que unos desgraciados amores de
Moratín habían inspirado su mejor y más perfecta come-
dia á aquel autor insigne. Y también entonces se ocupa-
ba en los públicos negocios, tomando parte con frecuen-
cia en los debates del Senado, en donde tenia la honra-
331
sa representación de esta Academia. En el último dis-
curso que pronunció en la Alta Cámara, pocos meses an-
tes de su fallecimiento, sobre los intereses y el porvenir
de España en el rico Archipiélago filipino, lució gallar-
damente la difícil facilidad y el agradable estilo que
eran las galas principales de su elocuencia, cautivando
cual siempre á su auditorio. Mejor que yo podéis todos
vosotros dar testimonio de su infatigable y provechosa
laboriosidad, y de que no muchos le igualaban y acaso
ninguno le aventajaba en entusiasmo por la patria lite-
ratura, y en constante afán por conservar la pureza de
nuestra hermosa lengua española*
Cuando el Sr. Escosura ascendió á la categoría de
académico de número en febrero de 1847, después de
ser honorario desde 1843 y supernumerario desde 1845,
no se daba solemnidad alguna á la recepción de los ele-
gidos. Pero en aquel mismo año se introdujo novedad
plausible en este punto, y ya en 7 de noviembre leye-
ron notables discursos en sesión publica, al tomar pose-
sión de sus cargos, el sabio D. Alejandro Olivan, el elo-
cuente D. Nicomedes Pastor Díaz y nuestro colega el
célebre autor de Los Amantes de Teruel; dando contes-
tación á los tres á un tiempo mismo D. Francisco Mar-
tínez de la Rosa, que á la sazón presidía esta Academia.
Desde entonces las recepciones de los nuevos académi-
cos han ido ganando en importancia, y las gentes en
gran manera las han favorecido acudiendo presurosas á
presenciarlas. Pero la novedad de mayor transcendencia
y significación, y sin duda la más agradable, es la asis-
tencia ahora constante de las señoras, antes apartadas
de estos actos y alejadas de este recinto hasta época no
lejana. ¿Es debida por ventura á pasajera moda, que des-
332
aparecerá fácilmente sin dejar rastro alguno, y á curio-
sidad nacida de la poca frecuencia de estas sesiones, 6
proviene de afición espontánea fundada en la mayor ins-
trucción y en el gusto más decidido por los estudios li-
terarios? Esta última causa es en mi sentir la cierta, y
merece la aprobación y el aplauso de cuantos con sin-
ceridad se interesan por la elevación del nivel intelec-
tual en nuestra patria. La ilustración no progresa, ni se
difunde, ni se arraiga sobre sólida base en los países en
que la mujer recibe educación incompleta, superficial y
limitada. Recordando algunos de los muchos títulos que
la mejor mitad del género humano tiene á nuestro agra-
decimiento y á nuestro cariño, ha dicho el inolvidable
Bretón de los Herreros:
¿Por qué tu desprecio Uora
La que, con paciencia santa,
Cuando niño te amamanta,
Y cuando joven te adora,
Y cuando viejo te aguanta?
Sin rebajar en manera alguna estos merecimientos,
ciertamente grandes, que sólo puede negar algún egoís-
ta ingrato, hay que reconocer que antes de adorarnos y
aguantarnos, la mujer forma casi siempre nuestro cora-
zón, al par que nos inspira las primeras creencias y nos
sugiere las primeras ideas que en nuestra inteligencia
germinan. Debe interesamos, por lo tanto, en gran ma-
nera que á la bondad una la mujer sólida y escogida
instrucción. No poco se equivocan los que piensan que
su educación esmerada y literaria es reciente importa-
ción extranjera, acaso perjudicial y sin duda opuesta á
nuestro carácter y á nuestras costumbres. España es la
nación europea en que antes que en otra alguna han bri-
i
333
liado eminentes escritoras; y las ha habido muy nota-
bles en todas las épocas importantes de nuestra historia,
lo propio en el presente que en los tres siglos anterio-
res. Bien se puede afirmar, sin temor de razonable y
fundada contradicción, que en nuestro país la instruc-
ción de la mujer no se ha mirado con indiferencia y des-
cuido sino en días de abatimiento y decadencia, cuan-
do estaba bastante autorizada, como aconteció también
en el primer tercio del siglo decimoctavo, la absurda opi-
nión, ya por dicha desacreditada muchos años hace, de
que toda clase de ilustración era perniciosa á las muje-
res. Para demostrar la verdad de estas aseveraciones,
que algunos pudieran creer exageradas, voy á hablar de
las escritoras españolas de mayor mérito y celebridad,
si bien habré de hacerlo en breves términos; que la fal-
ta de espacio no consiente tratar con extensión este
asunto, ni es necesario dirigiéndome á la Academia, que
de cierto mejor que yo le conoce.
En los reinados de D. Juan II y de Enrique IV, tan
tristes y lamentables en nuestros anales políticos, como
interesantes por el desarrollo y lucimiento que en ellos
tuvo la patria literatura, merece ya mención especial la
ilustre monja Doña Teresa de Cartagena, descendiente
del celebrado obispo D. Pablo de Santa. María, la cual,
aquejada de penosas dolencias, pero dotada de claro ta-
lento y de erudición selecta, escribió la Arboleda de los
enfermos: <et fizo aquesta obra,» como en el epígrafe
declara, <á loor de Dios, é espiritual consolación suya ó
de tc^os aquellos que enfermedades padecen, porque
despedidos de la salud corporal levanten su deseo en
Dios, ques verdadera salut.» En este libro alegórico fin-
ge la autora que el furioso torbellino de las humanas
t
I
■f
334
pasiones la arroja á una isla desierta, que llama Oprcn
dio de los horréres y abyección de la plebe, en donde en-
cuentra agradable descanso y sabroso alimento á la som-
bra de árboles frondosos y fructíferos, que representan
los libros piadosos y las sagradas escrituras. Á esta sal-
vadora Arboleda recomienda que siempre acudan los en-
fermos á quienes aflijan pertinaces padecimientos del
ánimo, seguros de hallar eficaz remedio á su mal con la
pura y santa doctrina del Evangelio. La originalidad del
pensamiento, la novedad de las descripciones, lo armo-
nioso del lenguaje y la gracia del estilo, dieron ocasión
á los que entonces juzgaban á las mujeres incapaces de
escribir libros formales y profundos, para creer que no
era Sor Teresa autora de aquella obra. Con objeto de
convencer de su error á los incrédulos, compuso una
nueva con el título de Admiración de las obras de Dios,
en la que hacía gala de erudición abundante, con citas
frecuentes de los libros sagrados, de los santos padres,
de filósofos y escritores profanos, sin omitir al italiano
Boccacio, cuyos alegres cuentos probablemente no ha-
bría leído. En la dedicatoria á Doña Juana de Mendoza,
dice Sor Teresa: «Muchas veces me es fecho entender,
virtuosa señora, que algunos de los prudentes varones,
ó asy mesmo fembras discretas se maravillan ó han ma-
ravillado de un tratado que, la gracia divina adminis-
trando mi flaco mugeril entendimiento, mi mano escri-
bió. E como sea una obra pequeña, de poca sustancia,
estoy maravillada; ó Jion se creer que los prudentes va-
rones se ynclinasen á quererse maravillar de tan^ poca
cosa; pero si su maravilla es cierta, bien paresce que mi
* denuesto non es dübdoso. » Bastó esta franca y digna de-
claración para desvanecer las dudas, quedando demos-
335
trado que Doña Teresa de Cartagena ocupaba con justo
motivo lugar preferente entre las fembras discretas,
siendo su entendimiento antes vigoroso y robusto que
débil, y sus escritos de los mejores entre los místicos y
religiosos de aquel tiempo.
Con el advenimiento de la Reina Católica, de impere-
cedera memoria, que tan inmensos beneficios trajo á la
nación, tomó importancia suma la educación literaria
de las mujeres. Tenía aquella ilustre y virtuosa prince-
sa levantados pensamientos, carácter firme y corazón
magnánimo, que la impulsaban para acometer con en-
tusiasmo y llevar con perseverancia á feliz término to-
das las grandes empresas. Su reinado es la mejor y más
brillante página de nuestra historia. No hay suceso prós-
pero ni reforma importante en aquella época que á su
iniciativa no se deba. Por su amor tan contrariado y
novelesco al infante D. Fernando, hubo España, unién-
dose para siempre las monarquías de Castilla y Aragón,
antes con frecuencia rivales ó enemigas: por amor á sus
leales subditos, se redujo á silencio á los perturbadores
y revoltosos y se asentó sobre sólidas bases la paz pú-
blica: por su amor á la religión
Selló triunfante con la cruz divina
Las torres de la Alhambra granadina,
y al África tornaron los vencidos muslimes: por su amor
á las ciencias, vinieron á estos reinos sabios extranje-
ros, se imprimieron numerosos libros, y la ilustración
se difundió rápidamente: por su amor á la gloria, sur-
caron las carabelas el no explorado Océano y descubrió
Colón un ignorado continente cuando sólo buscaba nue-
vo y más corto derrotero para las Indias. Del país anár-
336'
quico de Enrique IV hizo la nación primera y prepon-
derante de su tiempo. ¿Qué mucho que los españoles de
todas épocas la hayan mirado con veneración y la ha-
yan elogiado con entusiasmo, considerándola como aca-
bado modelo de mujer y de reina?
Alejada de la viciosa corte de su hermano, pasó gran
parte de su juventud en Arévalo, en donde halló espa-
cio y sosiego para entregarse á la reflexión y al estudio,
á que naturalmente propendía su carácter; y aprendió
varias lenguas vivas, llegando á escribir la española
con singular corrección y elegancia. No la enseñaron,
sin embargo, latín, que tenía á la sazón especial impor-
tancia, por ser el idioma en que por lo general estaban
escritos los libros más notables, el que usaban en la cor-
te los extranjeros ilustrados, y el que se empleaba en
las negociaciones diplomáticas. Mostró empeño Isabel
en reparar éste y otros defectos de su educación juvenil,
y después de ceñida la corona, y á luego de terminada
la guerra con Portugal, sin que la desviaran de su pro-
pósito los asuntos públicos en que constantemente en-
tendía, trajo á su lado á Doña Beatriz Galindo, ilustre
dama á quien sus contemporáneos llamaron La Latina^
tan sabia como caritativa, que así conocía los clásicos
antiguos como fundaba hospitales para los pobres des-
validos, y con ella aprendió el latín, logrando en menos
de un año comprender sin dificultad los escritos y las
conversaciones en aquel idioma.
Había heredado de su padre D. Juan II, con el gusto
para el estudio, la afición á los libros; y al par que los
tenía escogidos y numerosos, hacía donaciones de ellos
y procuraba facilitar su adquisición al público. Todavía
forman parte de la biblioteca del Escorial los preciosos
337
restos de dos colecciones de libros que fueron suyas. La
mayor constaba de 201 obras de teología, de leyes civi-
les y fueros municipales de España, de clásicos latinos
y griegos, de literatura moderna y libros de caballería, •
de Historia, de moral, medicina, gramática y astrología.
Para apreciar la importancia de esta biblioteca, convie-
ne recordar que antes de la introducción de la impren-
ta las colecciones de libros eran forzosamente pequeñas
y poco, numerosas por el subido precio de los manuscri-
tos. La mayor biblioteca de España á mediados del si-
glo XV de que pudo tener noticia el erudito Sáez, era la
de los Condes de Bena vente, y no excedía de 120 volú-
menes, habiendo bastantes duplicados; y es sabido que
las catedrales de nuestro país sacaban pingüe renta al-
quilando sus libros en públitía subasta al mejor postor.
La Reina Católica regaló obras escogidas á la mayor
parte de sus magníficas fundaciones. Dio una rica colec-
ción de manuscritos al célebre convento de San Juan de
los Reyes de Toledo, y no se mostró menos generosa con
el de Santo Tomás de Ávila. Atenta á procurar la ilus-
tración de sus subditos en beneficio del estado, dictó jun-
tamente con su esposo D. Fernando en Toledo, en 1480,
á los seis años de ocupar el trono, una ley, testimonio
elocuente de su protección á la instrucción pública, cu-
yos preceptos, dignos de tenerse en cuenta, voy á trans-
cribir. «Considerando los reyes de gloriosa memoria,
quanto era provechoso y honroso que á estos sus rey-
nos se truxesen libros de otras partes, para que con ellos
se hiciesen los hombres letrados, quisieron y ordenaron,
que de los libros no se pagase alcabala; y porque de po-
cos dias á esta parte algunos mercaderes nuestros natu-
rales y extranjeros han traído y de cada día traen li-
338
bros buenos y muchos, lo cual parece que redunda en
provecho universal de todos y en ennoblecimiento de
nuestros reynos; por ende ordenamos y mandamos, que
allende la dicha franqueza, que de aquí adelante todos
los libros que se traxeren á estos nuestros reynos, asi
por mar como por tierra, no se pidan ni paguen ni lle-
ven almojarifazgo, ni diezmo, ni portazgo, ni otros de-
rechos algunos. > Sorprende agradablemente encontrar
en tiempos de ignorancia y de rudas costumbres, íoonar-
cas que proclaman que los muchos buenos libros traen
beneficios para todos y ennoblecimiento para la nación.
Con cariñoso esmero atendió la Reina á la educación
de sus hijos. Los más doctos maestros españoles y los
famosos hermanos Alejandro y Antonio Geraldino, lla-
mados con este objeto de Italia, recibieron el encargo de
enseñar á la infanta primogénita Doña Isabel y á sus
hermanas; al paso que el sabio catedrático de Salaman-
ca Fr. Diego Deza, asistido de otros reputados profeso-
res, dirigía con acierto los estudios del malogrado prín-
cipe D. Juan. Los resultados correspondieron plenamen-
te á la solicitud materna. Los escritores coetáneos, y
con mayores detalles Luis Vives en su tratado De Chris-
tiana femina^ declaran su admiración por la instrucción
extraordinaria de todas 'las infantas; y de los conoci-
mientos literarios de la menor de ellas, la desgraciada
Reina esposa primera de Enrique VIII de Inglaterra,
da en sus cartas Erasmo encomiástica noticia. Las virtu-
des y los ejemplos provechosos, como las aguas cuando
vienen de alto, con rapidez se extienden y difunden. Los
jóvenes de la aristocracia, de quie*nes decía Pedro Mártyr
en 1492 «tienen como sus mayores en muy poca estima
la ocupación de las letras, considerándolas como obs-
339
tácalo para sobresalir en la profesión de las armas, única
que les parece digna de honor,» ganóos de imitar á la
familia real, acudieron con entusiasmo después de ren-
dida Granada á las universidades, en las que llegaron á
desempeñar cátedras los hijos del Duque de Alba, del
Conde de Haro y del Conde de Paredes, pudiendo consig-
nar con razón Giovio en su elogio de'Lebrija, pasados
algunos años, «que no había español que se tuviera por
noble si no amaba las ciencias.»
Muchas mujeres célebres sobresalieron entonces por
su ilustración y talento. La Marquesa de Monteagudo y
Doña María Pacheco, hijas del Conde de Tendilla, des-
cendientes del Marqués de Santillana, hermanas del his-
toriador, novelista, poeta y diplomático D. Diego Hur-
tado de Mendoza, eran citadas por su conocimiento de
los escritores griegos y latinos, lo propio que Doña Isa-
bel de Vergara, noble dama de Toledo, cuyos hermanos
tanto se distinguieron en el siglo xvi, y la ilustre sego-
viana Doña Juana de Contreras, que siguió -correspon-
dencia literaria én latín, dando muestra de gran elo-
cuencia, con Lucio Marineo. En la universidad de Sala-
manca con aplauso explicó Doña Lucía de Medrano los
autores del siglo de Augusto, y Doña Francisca de Ne-
brija con frecuencia suplió en la cátedra de retórica de
Alcalá á su docto padre, que tanto contribuyó en nues-
tro país al renacimiento de los estudios clásicos. Como
veis, no es novedad extranjera, sino muy antigua cos-
tumbre española, el magisterio de las mujeres en las uni-
versidades, y no tengo noticia de que en aquel tiempo
desempeñaran cátedras públicas en ninguna otra nación
fiiera de España.
De las muchas cartas que la Reina Católica escribió á
340
SUS hijas, á los prelados y magnates, sólo se conservan
¡ algunas de las dirigidas á su eminente confesor Fray
Hernando de Talavera, para darle cuenta de sus conten-
I tamientos y de sus penas, ó para consultarle sobre din-
\ ciles negocios de estado- Seducen la modestia y la natu-
! ralidad que en ellas se advierten, siendo el estilo agrá-
, dable y sencillo, sin afectación ni amaneramiento que le
desluzcan.
í El provechoso impulso dado por Isabel á los estudios
1^ literarios y científicos produjo magníficos resultados, y
desde entonces nunca faltaron escritoras que, recor-
dando tan alto ejemplo, dejaran de cultivar la poesía, la
comedia y la novela, ó que se dedicaran á componer
obras místicas y religiosas. Fué una de las más notables
;" la célebre Luisa Sigea, contemporánea y paisana de Gar-
cilaso, autora de varios poemas latinos, cuya vida ha
servido de asunto á una poetisa de nuestros días para un
libro de amena lectura. Por su universal y merecida
nombradla mantuvo frecuente correspondencia literaria
con esclarecidos personajes, y aun con algunos de los
Papas de su época-
Tiempos fueron aquéllos de fortuna y grandeza en to-
do para nuestra patria. Había regido sus destinos en di-
fíciles circunstancias una incomparable princesa, y vi-
no después á aumentar su gloria otra mujer admirable.
Aun prescindiendo de su santidad, es Teresa de Jesús de
las eminentes escritoras que bastan para dar celebridad
á un país y á una literatura. Todo en ella es elerado,
generoso y noble, lo niisnio el carácter que la inleb^rcn-
cia y el corazón. Atacado por entonces rudamente y
con violencia el catolicisrao, pensó que á la concupis-
cencia del fraile de ^Vittenil^erg iinjiortaba oponer
\
344
virtud más austera; y á la petición de reforma de abu-
sos en la iglesia, mayor rigor y privaciones en la vida
monástica. Mientras otros autores ascéticos se proponían
mover el corazón de los fieles y preservarlos de los erro-
res de la herejía por el temor de las penas eternas, San-
ta Teresa les hace ver la inefable dicha que en el amor
á Dios encuentra la humana criatura, y el alivio que á
sus sufrimientos procura la verdadera religión, que tie-
ne consuelo para todos los dolores y esperanzas para to-
das las desgracias. En el amor divino cifra y pone la fe-
licidad suprema, y compadece al demonio ¡porque no sa-
be amar! De sus libros ha dicho con verdad Fr. Luis de
León: <En la alteza de las cosas que trata y en la deli-
cadeza y claridad con que lae trata, excede á muchos in-
genios; y en la forma del decir, y en la pureza y facili-
dad del estilo, y en la gracia y buena compostura de las
palabras, y en una elegancia desafeitada que deleita en
extremo, dudo yo que haya en nuestra lengua escritura
que con ellos se iguale. Y así, siempre que los leo me
admiro de nuevo, y en muchas partes de ellos me pare-
ce que no es ingenio humano el que oigo; y no dudo si-
no que hablaba el Espíritu Santo en ella en muchos lu-
gares, y que le regía la pluma y la mano, que así lo ma-
nifiesta la luz que pone en las cosas obscuras, y el fuego
que enciende con sus palabras en el corazón que las lee.
Que dejados aparte otros muchos y grandes provechos
que hallan los que leen estos libros, dos son, á mi pare-
cer, los que con más eficacia hacen. Uno facilitar en el
ánimo de los lectores el camino de la virtud. Y otro en-
cenderlos en el amor de ella y de Dios.» La posteridad
ha confirmado y ratificado el juicio de aquel gran maes-
tro, y la fama de la sania escritora nunca ha decaído.
l^
>
I
342
antes se ha acrecentado con el transcurso de los siglos.
No hay obra alguna en nuestra rica literatura, excep-
tuando el Quijote, que se haya vertido á tantos idiomas,
como las suyas, conocidas y celebradas en todo el mun-
do civilizado. Aficionada á la lectura de los libros de ca-
ballería, á la sazón muy en boga, compuso uno en los
primeros años de su juventud, que no ha llegado hasta
nosotros, y que es acaso el único de sus escritos debido
á su propia iniciativa. Escribió los demás, lo mismo los
históricos que los preceptivos y doctrinales, siendo mon-
ja y en edad más avanzada, con repugnancia, por órde-
nes terminantes de* sus superiores, cediendo á reitera-
dos ruegos de sus compañeras de convento, ó con el pia-
doso y caritativo fin de instruirlas en los deberes espi-
rituales de la vida del claustro. Mayor maravilla causa el
gran mérito que á todos realza, sabiendo la premura con
que se redactaron, y que su autora nunca pensó en que
se imprimieran y fueran conocidos del público. Cuando
pasó á mejor vida en Alba de Tormes en octubre de 1582,
probablemente no tenía noticia de que en aquel mis-
mo año un librero de Évorá había dado á la estampa por
vez primera los Avisos y el Camino de perfección. Gra-
vemente ocupada en la reforma de la orden del Carmen,
en oraciones y meditaciones religiosas, en la fundación
de nuevos conventos, que no consiguió sin vencer pode-
rosos obstáculos, apenas tuvo vagar para escribir con
tranquilidad y reposo, absorbiendo la mayor parte del
tiempo que á trabajos de esta clase dedicaba la numero-
sa correspondencia que mantenía con parientes, monjas
y personas de alta jerarquía, y que por dicha no se ha
perdido. Nunca halló espacio para leer lo que había es-
crito, y menos para corregirlo, por lo que recomendaba
i
343
donosamente en una carta á su heímano que pusiera to-
das las letras que en ella faltasen. Esta precipitación ex-
plica los descuidos, las incorrecciones y la falta de cla-
ridad suficiente en que á las veces incurría, sin perder
la desafeitada elegancia de estilo que tanto deleitaba al
autor de los Nombres de Cristo. Adornada de instrucción
escogida, la estimaba como complemento necesario del
talento y aun de la virtud. Pide á sus monjas que procu-
ren tratar y comunicar sus almas con personas piadosas
que tengan letras, en especial si los confesores no las tie-
nen por buenos que sean. «Dios las libre, añade, por es-
píritu que uno les parezca que tenga (y en hecho de ver-
dad le tenga), regirse en todo por ól, si no es letrado; >
y concluye con este profundo pensamiento: «Son gran
cosa letras para dar en todo luz.>
No es necesario, por ser tan conocidas^ enumerar aquí
las muchas obras debidas á la inspirada autora de las
Relaciones espirituales y de los Conceptos del amor divi-
no, ni señalar el subido valor de cada una de ellas. Bas-
tará recordar que como santa y escritora tiene celebri-
dad universal y merecida. En la admirable basílica de
San Pedro de Roma, con majestuosa sencillez trazada
por Bramante y por el poderoso genio de Miguel Ángel
magnificada, los suntuosos pilares que sostienen la do-
rada techumbre y la gigantesca cúpula ostentan colosa-
les estatuas de los principales fundadores de órdenes re-
ligiosas, sin duda porque son éstas sostén y apoyo del
catolicismo. Guando en el templo se ingresa, la primera
estatua que á la derecha de la gran nave á la vista se
presenta es la de Santa Teresa, ocupando lugar tan pre-
ferente por su importancia en la historia de la religión
católica y de las sociedades monásticas.
3U
Teniendo imaginación viva v ardiente al par que co-
razón apasionado y tierno, era difícil que algunas vece»
no expresase su amor en sentidos versos. Pocos nos ha
dejado, pero inspirados casi todos por un mismo senti-
miento. Son éstos de los que han logrado mayor Cama:
Vivo sin vivir en mí,
Y tan alta vida espero
Que muero porque no muero.
Aquesta divina unión
Del amor en que yo ^¡vo,
Uace á Dios ser mí cautivo,
Y libre mi corazón.
Mas causa en mí tal pasión
Ver á Dios mi prisionero,
Que muero porque no muero.
¡Ayl ¡qué larga es esta vida,
Qué duros estos destierros,
Esta cárcel y estos hierros
En que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
Me causa un dolor tan fiero,
♦ Que muero porque no muero.
jAyl ¡qué vida tan amarga
Do no se goza al Señor I
Y si es muy dulce el amor.
No lo es la esperanza larga.
Quítame, Dios, esta carga
Más pesada que de acero.
Que muero porque no muero.
Sólo con la confianza
Vivo de que he de morir.
Porque muriendo el vivir
Me asegura mi esperanza.
Muerte do el vivir se alcanza,
No te tardes, que te,espero.
Que muero porque no muero.
345
Mira que el amor es fuerte,
Vida, no me seas molesta;
Mira que sólo le resta
Para ganarle perderte;
Venga ya la dulce muerte,
Venga el morir muy ligero,
Que muero porque no muero.
Mucho menos conocida es esta bellísima octava escrita
con mayor cuidado:
Dichoso el corazón enamorado
Que sólo en Dios ha puesto el pensamiento;
Por Él renuncia á todo lo criado
Y en Él halla su gloria y su contento.
Aun de sí mismo vive descuidado,
Porque en su Dios está todo su intento;
Y así alegre atraviesa y muy gozoso
Las ondas de este mar tempestuoso.
Con ser tan agradables y tiernas éstas y la mayor
parte de las poesías por diversión y en ratos de esparci-
miento escritas, no pueden competir con las principales
obras en prosa, ni por la alteza de los conceptos ni por
la hermosa sencillez del estilo. No se acierta á formar
cabal idea del mérito de esta mujer insigne y de su im-
portancia, sin conocer su VidOy las Fundaciones^ la Vi-
sita de conventos y las Moradas; así como sin leer sus
numerosas cartas no se llega á comprender y apreciar
bien su resuelto, jovial y noble carácter.
No brilló en el siglo xvi ninguna otra escritora, ni
española ni extranjera, que pudiera rivalizar con ella.
No la hubo en Inglaterra, que en la época presente con
razón se ufana de muchas, sobresaliendo entre ellas las
novelistas. Tampoco se encuentra en Francia, que en
346
la siguiente centuria tuvo á la célebre Marquesa de Se-
vigné. En Italia, que marchaba entonces á la cabeza de
todas las naciones en literatura y en artes, florecieron
distinguidas poetisas, como Verónica Gámbara y Gas-
para Stampa, muy inferiores, sin embargo, á la afama-
da Vittoria Golonna, hija de Fabricio, Duque de Pallia-
no, tierna esposa del vencedor de Pavía, Marqués de
Pescara, cuya muerte y hazañas lloró y cantó en apa-
sionados y hermosos versos; logrando con ellos y con
el entusiasmo y la fidelidad con que honró por largos
años su memoria, inspirar á Miguel Ángel un amor
ardiente, puro y duradero. Es, sin duda, la Golonna su-
perior como poetisa á Santa Teresa; pero no la iguala
en importancia y mérito como escritora.
Las exigencias de la cronología me obligan á pasar
de obras místicas y religiosas á novelas profanas: de la
santa de Ávila á Doña María de Zayas y Sotomayor,
señora principal en Madrid, nacida en los primeros
años del siglo xvii, cuyo padre D. Fernando sirvió de
capitán en los tercios y obtuvo luego el hábito de San-
tiago. De las veinte novelas ejemplares y amorosas que
compuso, diez se publicaron en l637, con feliz suerte,
y las diez últimas en 1647, con no menor fortuna. Lope
de Vega, generoso de alabanzas para los autores cele-
brados en el Laurel de Apolo^ las prodiga cortesmente
á Doña María en los siguientes ampulosos versos:
jOh dulces hipocrénides hermosas!
Los espinos pangeos
Á prisa desnudad, y de las rosas
Tejed ricas guirnardas y trofeos
Á la inmortal Doña María de Zayas,
Que sin pasar á Lesbos ni á las playas
347
Del vasto mar Egeo,
Que hoy llora el negro velo de Teseo,
Á Safo gozará MiÜlenea,
Quien ver milagros de mujer desea;
Porque su ingenio vivamente claro
Es tan único y raro,
Que ella sola pudiera,
No sólo pretender la verde rama,
Pero sola ser sol de tu ribera;
Y tú por ella conseguir más fama
Que Ñapóles por Claudia, por Cornelia
La Sacra Roma y Tebas por Targelia.
Aun reconociendo la exageración del elogio, lo me-
recen, como obras literarias, las Novelas amorosas cuya
entretenida lectura viene á probar que en aquellos
tiempos el rigor y la severidad con las ofensas á la reli-
gión eran tan excesivos como la tolerancia y la indul-
gencia con los ataques á la moraL Existia la previa
censura ejercida por eclesiásticos, los cuales, al par que
prohibían la impresión de los libros en que había ó
creían ver doctrina perniciosa ó herética, autorizaban
la libre circulación y la reimpresión frecuente de cuen-
tos, poesías y comedias inmorales y hasta obscenas. Con
cortas excepciones son las Novelas amorosas muy poco
• ejemplares, y llega á los últimos límites en este género
El prevenido engañado ^ que sirvió á Scarron con muy
insignificantes variaciones para su Precaution mutile.
Sorprende que una señora de respetable clase y morige-
rada conducta escribiera estos cuentos; pero no menos
admiración causa leer la licencia eclesiástica suscrita
por Fr. José de Valdivielso, que dice así: <En este ho-
nesto y entretenido libro no hallo cosa que se oponga á
la verdad católica ni á la moral cristiana; y aunque por
348
ilustre oraulacíón de las Corinas, Safos y Aspasias, no
Ho le debiera dar la Ucencia que pide, por dama ó hija de
Madrid me parece que no se le puede negar, > Alguna
monotonía se advierte en los personajes y en los asuntos
de oslas novelas. Gomo en nuestro teatro antiguo, casi
nunca hay madres, sin duda para que parezcan menos
inverasímiles por su falta las aventuras de las hijas. Los
padres y los hermanos, confiados en demasía, no com-
prenden los peligros que suelen tener las rejas para las
jóvenes curiosas; no escogen con esmero las dueñas, y
no logran impedir irreparables desgracias, aunque á las
veces aciertan á vengarlas. Aficionadas á galanteos y
declaraciones amorosas, las hijas observan más de lo de-
l)ido quién las sigue suspirando cuando van á la igleda,
escuchan las serenatas, aceptan nocturnas citas en las
ventanas con galanes á quienes no han tratado, reciben
sin gran resistencia cartas traídas por oficiosas donce-
llas, no piensan en poner su descuido en reparo, y lue-
go abandonan el hogar paterno por la promesa de un
casamiento que tarda mucho en realizarse ó al fin no se
realiz^i. Y los jóvenes, á pesar de su buen nacimiento y
venti\josa posición social, inclinados antes al rapto qoe
al matrimonio consentido, fingiendo y engañando, lle-
van la i>erturbación y el escándalo á familias honradas
y tranquilas, No creo que estos cuentos pintan con exac-
titud la sociedad del reinado de Felipe I\\ Por más que
no Alora acal^do modelo de severas costumbres, no lle-
galví con fnvuoncia á iale^ excesos de candidez ni á
semejan les consurahles extravíos. Confirma esta creen-
cia la autora, cuando dice en El premnid<> engañado:
«.l-logó D* Fadrique á Se\illa tan escarmentado en Se-
rafina, quo ix)r ella uhraiaba á todas las demás mujeres.
349
no haciendo excepción de ninguna; cosa tan contraria á
su entendimiento, pues para una mala hay ciento bue-
nas. Mas, en fin, él decía que no había de fiar de ellas y
más de las discretas, porque de muy sabias y entendidas
daban en traviesas y viciosas, y que con sus astucias en-
gañaban á los hombres; pues una mujer no había de sa-
ber más de hacer su labor y rezar, gobernar su casa y
criar sus hijos, y lo demás eran bachillerías y sutilezas
que no servían sino de perderse más presto. > La propia
experiencia pronto desengañó á D- Fadrique, que ha-
biendo buscado para mujer una ignorante, se arrepintió
de su elección con fundado motivo; y desde entonces <tu-
vo su opinión por mala. Y todo el tiempo que después vi-
vió alababa las discretas que son virtuosas, porque no
hay comparación ni estimación para ellas.»
Pagó tributo Doña María de Zayas al gusto de su
. tiempo, contando la vida y desventuras de un personaje
desgraciado ó grotesco. El castigo de la miseria perte-
nece al género de El Ijizarillo de Tormes^ de Guzmdn
de Alfarache^ y más aún de El gran Tacaño. El tipo del
hijodalgo navarro D. Marcos, su mezquindad, su cons-
tante mortificación por ahorrar, su desastroso fin al ver-
se burlado y sin el dinero con tanto trabajo reunido, es-
tán pintados cqn singular gracia y con gran conoci-
miento del idioma, por más que cause extrañeza que
una señora pudiera tener noticia de muchos de los de-
talles y circunstancias de la trabajosa existencia de un
pobre paje, que con tanta prolijidad y donaire describe.
Contemporánea de la Zayas, si bien dedicada á muy
distinto género de vida, y autora de escritos de muy di-
ferente índole, fué Sor María de Jesús, que cediendo á
irresistible vocación religiosa, que transmitió á su madre
7 L >i i'-iTUiina. nmd» asi-ríiia de elLis^ en edad tempra-
z¿ - -a li -^ÜA Le Á:r?M!a, un '^onTeato de monjas des-
::í1li5 '* 0. fL ^Línire 'ie la Inmaculada Concepcióa, que
>CT*. ^r,z. . zr^n. urnilira-ila. F':r su piedad j virtudes,
T^Liz^'U zo :':ii aja 'ufiaTia Icá veinnLcinco años que la
Tzü:.! :e lii cr-icrii exixia^ oi: ;aTo por eiección en 1627
■zL ':wjr: le ^ipericn. 'ríe. ex:ecniaiido un corto perio-
•:. :e "cra^o-, .^:ii<trrTr.: !:.i<r.i L*:í:^. época de 3n maerte.
r -il^-rrü -t:5 jií'im:*' s -ríe. im^, tildada de celestiales avi-
?»_í. ?-^'rilL • lé^outs le rr<i¿^:o> per lar^.'S años, nna
'ii¿^z7\j: ie la ^-Trr^rii^ ríe lie^:- .irr";V al niego descon-
T^^iLM ie -íH ji:n, y ¿^-rZ-'i:- rl ^crL:?e;o 'ie an director
c^3lrí~:.ll ríe üt) :re:a ''t:!iTrEÍerL'e ríe las reli^í3sas
!*^:z:':»i5Ícri:i líl:r':s. r^cj les it^^.s y las ilnienes del
•yl'-lti ^ re"L '>r:a .*í:ii l:i5Í5^fii''Li. -rLliriado en 1655 á
>:r L¿ir"_a :e -'r<ii¿í i enizeiiar se^rinda vez la historia de 1
la LCtiir^ lei Señcr. en la ríe :rtil:a;L coasranreroente,
i;L'^*a '^rrLi "^rimiruiia poce n"cs de 5íi ¿Ce^:imiento>
^«": iñrs -le^pii-r^, en t-T..'. ^ili i ?iz en iíailrid en
"i'tr* ': mo** riL L'lio *viz. rl 'i"!!'.^ le J/ .'r''fz chid^id de
Zh^.r, i^irLii»: l'id- -iesie rn'iZ'^trS i ¿mpeñaia^ centro—
TfíT?!!^ 7 a ;tiÍ4*í.:s zii'' »:':c:es':s^ En -Mían c este libro
em^ez. i -'iriíilar v a >er **rn:»:'ii:. íie ieniaciado d la
In-ruíi.-lvii le F:":^il. ríe •^\z.± i n: 'ir lias personas
:':«'Vi5 rl iei^'a-ic en-^jir-j^: le exji:'^ irle> La aproba-
cL- n ríe ?'e'!a^ , fia ^-^.liLv: ie j'< ríe fu rices apro-
iar'in. no imiin.' fn t:>i la len^í^^ir^i ie P.rcia* «pie al
¿iL r:e-i. ^n -ín^ienii: en Ttr^nd ie nn Irireve especial,
enie-n.:»: i inrani^ia iel rey 'larj:^ II ie España. En
l'^'í ^1 prnii-e In<:cen.:i.: XII Vl^-: x rni?i:cien<iar el
en.inen :el liir-: i nni '^rnrrrc-i^'i.npí^i^ic^i'ar. «jaeno
le^r. i -ZJrsen-jn mi-icme ii'-iralile z- ic-er^^^ Pero la
r
^51
facultad de teología de París, después de grandes deba-
tes que habían exaltado los ánimos, declaró solemne-
mente en la Sorbona en 1696 que había lugar á conde-
nar la Mística ciudad de Dios^ ad virtiendo, sin embar-
go, que si María de Agreda no tiene el propósito de bur-
larse de sus lectores, por lo menos se engaña á sí pro-
pia, queriendo hacer pasar fábulas, ficciones y errores,
cuyo autor no puede ser Dios, por misterios que le han
sido revelados por divina manera. Los numerosos admi-
radores de esta obra, que se había traducido á casi todos
los idiomas europeos, pidieron la canonización de la
autora al papa Benedicto XIII, que expidió decreto en
1729 para que la causa siguiera sus trámites en la sa--
grada congregación de ritos, la cual tampoco llegó á
formular dictamen sobre este controvertido asunto* Un
moderno escritor extranjero, hablando de este libro que
califica de «asombroso,» dice: <cLos misterios de la re-
ligión cristiana, los principios de la iglesia católica, los
textos más difíciles de la Escritura, los confusos cómpu-
tos de la historia evangóUca, los más ocultos designios
de la Providencia, la teología sagrada, dogmática, ex-
positiva, escolástica, moral, deliberativa y mística, todo
está allí reunido.» Acerca de su estilo emitió el siguien-
te encomiástico juicio el R. P. Samaniego, general de
la orden de San Francisco y obispo de Palencia, muy
entusiasta de Sor María de Jesús: «Propiedad en los tér-
minos sin afectación; facilidad sin bajeza; majestad de
palabras sin fausto; elocuencia sublime sin artificio; dis-
posición adecuada; fuerza de instrucción; empleo de las
ciencias naturales; elección exacta de términos escolás-
ticos; energía en las sentencias; conocimiento de los pa-
sajes de la Escritura, cosas todas que prueban que la
352
obra de la venerable madre ha sido escrita por divi-
na luz.>
Alcanzó en la corte esta célebre monja poderosa in-
fluencia que acertó á conservar hasta su muerte. Detú-
vose en Agreda para verla Felipe IV en julio de 1643,
cuando se encaminaba á Zaragoza para atender á la
guerra de Cataluña sublevada; y tan satisfecho debió
quedar de la entrevista, que entonces empezó con Sor
María una correspondencia sobre asuntos personales y
negocios de estado, quo duró veintidós años sin inte-
rrupción alguna. «Escríbeos á media margen, decía el
Rey en su primera carta, porque la respuesta venga en
este mismo papel, y os encargo y mando que esto no pa-
se de vos á nadie. > Cerca de dos siglos han transcurrido
sin que fuera conocida esta correspondencia íntima y
reservada, de notorio interés histórico y literario. Sacó
á luz parte de ella por vez primera en 1855 M. A. Ger-
mond de Lavigne, académico correspondiente de la Es-
pañola, publicando veintiuna cartas del Rey y otras
tantas de Sor María de Jesús, que llegan al año 1658,
tomadas de la copia que, por indicación de nuestro eru-
dito colega D. Eugenio de Ochoa, examinó en la biblio-
teca nacional de París. Posteriormente, en 1870, el pro-
pio Sr. Ochoa incluyó en el tomo segundo del varia-
do epistolario español; en la Biblioteca de Autores es-
pafwleSy seis cartas de Sor María, desde julio hasta oc-
tubre de 1643, y dos de Felipe IV de fin de aquel mis-
mo año, advirtiendo que existe una copia íntegra de es-
ta curiosa correspondencia en la Academia de la Histo-
ria. De toda ella y de otras muchas cartas de la supo-
riora de Agreda, dirigidas á elevados personajes de su
tiempo, tendremos pronto edición esmerada y completa,
/
353
á una señora que con provecho se ocupa en la li-
f atura española. Juzgando por las ya conocidas, no
de carecer de importancia las todavía inéditas. En
laá^e corren impresas, Felipe IV refiere menudamente,
rvaciones ni comentarios, los sucesos políticos
.0, los acontecimientos de las guerras en que el
aba empeñado, la falta constante de recursos
iseguirlas con vigor y evitar desastres, y al pro-
po habla de las dolencias de la Reina y de las
; y después del inesperado fallecimiento del
D. Baltasar Carlos, cuyo recuerdo ha hecho
cedero el mágico pincel de Velázquez, manifiesta
sien^re vehemente deseo de tener sucesor directo para
ona, que vio al fin satisfecho con el tardío naci-
nto de aquel príncipe débil y enfermizo, último so-
rano de la casa de Austria, que, según una conocida
ase, no supo ser rey ni hombre. Sor María, que no
i del ascendiente que con el monarca tenía, ni lo
•ovechó en beneficio personal ni para influir en el
gdtoierno ó en la corte, escribe con humildad propia de
su Istado, con el respeto y el cuidado á la majestad de-
bid«y y hace extensas y elevadas reflexiones sobre asun-
tos m fe, dando prudentes y sanos consejos con decisión
y ewgía. El mejor elogio que del mérito literario de
sus o»as pudiera presentar, es traer á la memoria que
las cA el excelente diccionario de autoridades de esta
mia. Lamentándose de las algaradas de los portu-
en la frontera, del temor de una sublevación en
andes y de los muchos aprietos del reino, acude atri-
bulado Felipe IV á su consejera de Agreda; y teniendo
por cierto que todos aquellos males nacen de haber eno-
jado al Señor, dice desde Zaragoza en 2 de octubre de
23
354
1643: «Quisiera que si por algún camino llegáis á en-
tender qué es su santa voluntad que yo haga para apla-
carle, me lo escribáis aquí; porque yo ando con deseo de
acertar, y no só en qué yerro. Algunos religiosos me
dan á entender que tienen revelaciones y que Dios man-
da que castigue á éstos ó aquéllos y que eche de mi ser-
vicio á algunos. Bien sabéis vos que en esto de revelacio-
nes es menester gran cuidado, y más cuando hablan es-
tos religiosos contra algunos que verdaderamente no
son malos ni los he reconocido nunca cosa que pueda da-
ñar á mi servicio, y juntamente aprueban otros que no
tienen buena opinión en su modo de proceder; y que el
sentir universal de ellos es que son amigos de revolver y
poco seguros en la verdad. > Podría parecer delicada iro-
nía la advertencia referente al cuidado necesario en pun-
to á revelaciones, si no supiéramos el respetuoso cariño
del Rey á Sor María de Jesús, cuyos consejos en esta oca-
sión están inspirados también por la prudencia y por el
mejor deseo de poner remedio á perjudiciales abusos en
el gobierno. <E1 desacreditar á unos para introducir á
otros, > escribe en 13 de octubre siguiente, <no lo aprue-
bo, acredito ni abono, cuando se puede decir lo que con-
viene sin tocar á la honra del prójimo, si no es que las
personas que han hablado á vuestra naajestad quieran
decir que algunos asisten muy cerca que los juzgan por
oficiosos y son inútiles para mandar, porque es muy di-
ferente la virtud esencial de cada uno, á la ciencia y sa-
biduría de gobernar; y que podían asistir otros que por
más talento y capacidad vengan á ser de más prove-
cho y el daño mayor consiste en que los que debien-
do mirar al bien común y el de su príncipe y rey, sien-
do desinteresados, se ceban en sus bienes, ordenándolos
355
á SUS propias comodidades, y todo lo hacen carne y san-
gre. Señor mío, esto sucede en la paz y en la guerra;
con que vuestra majestad y sus reinos están pobres y to-
dos los que andan en la masa están prósperos y ricos;
cada uno procura llegarse más al fuego para calentarse
mejor y recibir más bienes de fortuna, y por eso tienen
envidia y se hacen emulación unos á otros; sería bueno
igualarlos á todos oyéndolos á todos, de suerte que cada
uno piense es el más allegado, sin que de la voluntad de
vuestra majestad reciban más unos que otros Esas
personas que hablaron á vuestra majestad, pudieron te-
ner otro motivo fundado en el común sentir del mundo,
que abomina del gobierno pasado, pareciéndole que es-
tas desdichas y calamidades se originan de él; y como tan
aprisa no se ven buenos sucesos, parécele que gobierna
quien gobernó antes, y no fuera desatentado dar una pru-
dente satisfacción al mundo que la pide, porque vuestra
majestad necesita de él.» Sorprende ciertamente que en
la mitad del siglo xvii una monja encareciese desde un
pequeño pueblo de Aragón al Rey la conveniencia de
contar con la opinión pública, cuyo apoyo necesitaba
para gobernar; y mucho debió arrepentirse Felipe" IV de
haber desatendido tan oportuno aviso.
Otra monja en lejanas tierras nacida y educada fué la
última, escritora notable en los tiempos de la dinastía
austríaca. Nueva España, hermosa región, teatro de las
hazañas del más grande y eminente de los conquistado-
res españoles de América, pagó, antes que con la ponde-
rada riqueza de sus minas con el peregrino ingenio de
sus hijos, la predilección con que siempre la miró Espa-
ña, y sus perseverantes esfuerzos para llevarla á un alto
grado de civilización y cultura. En Méjico vino á la vi-
r
L-
356
da el insigne poeta D. Juan Ruiz de Alarcón, gloria de
\ nuestro teatro, á quien imitó Gorpeille en alguna de sus
comedias; en Méjico vio la luz ol discreto Gorostiza, cu-
yas obras dramáticas se aplaudieron con justicia en los
anos primeros del presente siglo; en Méjico y en 1651
nació la célebre Sor Juana Inés de la Cruz, en cuyo
I elogio se escribieron con entusiasmo tomos enteros,
% contando entre sus panegiristas al p. Feijóo. Ejemplo
f * ofrece esta poetisa, más que otra alguna, de la exagera-
-j . ción en la alabanza y en la censura de que adolece con
^¿t frecuencia en nuestro país la crítica literaria. Llamá-
is ronla décima musa sus contemporáneos, y posteriormen-
y te se quiso hasta expulsarla del parnaso. La verdad, co-
mo acontece en casos semejantes, se encuentra á igual
distancia de esos dos extremos. D. Juan Nicasio Gallego,
autoridad no recusable, reconoce en ella gran capacidad,
mucha lectura y un vivo y agudo ingenio, si bien aña-
de que por tener la mala suerte de vivir en el último
tercio del siglo xvii, tiempos los más infelices de la lite-
ratura española, ge ven sus versos atestados de las ex-
travagancias gongorinas y de los conceptos pueriles y
alambicados que estaban entonces en el más alto apre-
cio. Del pervertido gusto de la época da suficiente testi-
monio el título de la tercera edición de las poesías de es-
ta escritora, impresa en Zaragoza en 1692: Poetnas de la
única poetisa americana^ musa décima^ Sóror Jtmna
Inés de la CruZj religiosa profesa en el Monasterio de
San Gerónimo de la Imperial Ciudad de Méjico^ que en
varios metros j idiomas y estilos, fertiliza varios assump-
tos con elegantes, sutiles, claros^ ingeniosos y útiles ver-
sos, para enseñanza, recreo y admiracio7i. Bien se ad-
vierte que fertilizar varios asuntos en varios metros, con
357
Sutiles versos, se debió escribir en el propio tiempo de
decadencia en que se publicaban las Gracias de la gra--
cia y Saladas agudezas de los santos. Cultivó la monja
mejicana la poesía dramática, y no carecen de mérito
sus dos comedias Amor es mas laberinto y Los empeños
deuna'casQ, y los autos sacíamentales El Mártir del
Sacramento San Hermenegildo y El cetro de Joseph. Pe-
ro brillan más sus conocimientos y su numen en las poe-
sías líricas que escribió en castellano, en latín y en uno
de los dialectos que hablan los indios mejicanos; y es de
notar, recordando su estado y su vida monástica, que
casi siempre trató de asuntos profanos, y que sus villan-
cicos, nocturnos y romances religiosos muy infeiriores
son á sus versos inspirados por mundanos afectos. Véa-
se en qué términos pinta los tormentos de querer sin ser
correspondida, y de ser amada por quien no merece sus
favores:
Que no me quiera Fabio al verse amado,
Es dolor, sin igual, en mi sentido;
Mas que rae quiera Silvio aborrecido,
Es menor mal, mas no menor enfado.
¿Qué sufrimiento no estará cansado,
S¡ siempre le resuenan al oído.
Tras la vana arrogancia de un querido
El' cansado gemir de un desdeñado?
Si de Silvio, me cansa el rendimiento,
Á Fabio canso con estar rendida;
Si de éste busco el agradecimiento,
A mí me busca el otro agradecida;
Por activa y pasiva es mi tormento.
Pues padezco en querer y en ser querida.
Un largo romance dedica á discurrir sobre los celos,
del cual copiaremos algunos discretos conceptos.
358
Son ellos de que hay amor
El signo más manifiesto,
C9mo la humedad del agua
Y como el humo del fuego.
El que no los siente amando,
Del indicio más pequeño,
En tranquilidad de tibio
Goza bonanzas de necio:
Que asegurarse en las dichas,
Solamente puede hacerlo
La villana confianza
Del propio merecimiento.
Para tener celos basta
Sólo el temor de tenerlos; '
Que ya está sintiendo el daño
Quien está sintiendo el riesgo.
Temer yo que haya quien quiera
Festejar á quien festejo,
Aspirar á mi fortuna
Y solicitar mi empleo.
No es ofender lo que adoro,
Antes es un alto aprecio
El pensar que deben todos
Adorar lo que yo quiero.
El que es discreto, á quien ama
Le ha de mostrar que el recelo
Lo tiene en la voluntad,
Y no en el entendimiento.
Y aunque muestra que se ofende.
Yo sé que por allá adentro.
No le pesa á la más alta
De mirar tales extremos.
En ingeniosas redondillas defiende á las mujeres de
las injustas censuras de los hombres que «las acusan
sin motivo de lo que en ellas causan. >
359
Hombres necios que acosáis
Á la mujer sin razón,
Sin ver que sois la ocasión
De lo mismo que culpáis.
Si con ansia sin igual
Solicitáis su desdén,
¿Por qué queréis que obren bien
Si las incitáis al mal?
Combatís su resistencia,
Y luego con gravedad
Decís que fué liviandad
Lo que hizo la diligencia.
Parecer quiere el denuedo
De vuestro parecer loco
Al niño que pone el coco,
Y luego le tiene miedo.
Queréis con presunción necia
Hallar á la que buscáis.
Para pretendida Thais,
Y en la posesión Lucrecia.
¿Qué humor puede ser más raro
Que el que falto de consejo,
Él mismo empaña el espejo
Y siente que no esté claro?
Con el favor y el desdén
Tenéis condición igual:
Os quejáis si os tratan mal,
Os burláis si os quieren bien.
Opinión ninguna gana,
Pues la que más se recata.
Si no os admite es ingrata,
Y si os admite es liviana.
Siempre tan necios andáis.
Que, con desigual nivel,
k una culpáis por cruel,
Y á otra por fácil culpáis.
¿Pues cómo ha de estar templada
360
La que vuestro amor pretende,
Si Ja que es ingrata ofende
Y la que es fácil enfada?
Mas entre el enfado y pena
Que vuestro gusto requiera, '
Bien haya la que no os quiera;
Quejaos en hora buena.
Dan vuestras amantes penas
Á sus libertades alas,
Y después de hacerlas malas
Las queréis hallar muy buenas.
¿Cuál mayor culpa ha tenido
En una pasión errada.
La que cae de rogada
Ó el que ruega de caído? •
¿Ó cuál es más de culpar.
Aunque cualquiera mal haga:
La que peca por la paga
Ó el que paga por pecar?
Pues ¿para qué os espantáis
De la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis,
Ó hacedlas cual las buscáis.
Dejad de solicitar,
Y después con más razón
Acusaréis la afición
De la que os fuere á rogar.
Bien demuestran los citados versos el talento poético
de Sor Juana Inés de la Cruz, con frecuencia extraviado
por el mal gusto de aquel tiempo. De sus mejores com-
posiciones debiera hacerse escogida colección cuya lectu-
ra siempre agradaría.
Mi propósito, al comenzar enunciado, de tratar fan
sólo de las escritoras más notables, me impide ha-
blar con detenimiento de otras de menor mériío, que
^ I
364
lograron, sin embargo, bastante- celebridad entre sus
contemporáneos, y que se mencionan con elogio en el
Laurel de Apolo de Lope de Vega, ó en las Flores de
poetas ilustres de Espinosa. Guóntanse en este número
como las principales: Doña Cristobalina Fernández de
Alarcón, muy docta en lengua latina y en literatura,
distinguida poetisa, lo propio que Doña Luciana y Doña
Hipólita de Narváez; Doña Ana Caro Mallén^ llamada
la musa sevillana, amiga y .compañera de Doña María
de Zayas, autora de varias poesías y de algunas come-
dias, siendo de éstas la más apreciada El Conde de Par-
tinuples; Sor Valentina Pinelo, también poetisa sevilla-
na; Doña Feliciana Enríquez de Guzmán, que á pesar de ^
su noble alcurnia, con traje de hombre y nombre su-
puesto cursó filosofía y otros estudios en la universidad
de Salamanca, cultivando después con éxito la poesía
lírica y la dramática; Doña Bernarda Ferreira de la
Cerda, autora del poema España libertada^ poetisa por-
tuguesa que escribió tiernos y sentidos versos españoles;
Doña Leonor de la Cueva, Doña Luisa de Silva y Doña
Angela Acebedo, que compusieron comedias; y Doña
Mariana de Carvajal, granadina, descendiente de las
ilustres familias de San Carlos y Rivas, que con el título
de Navidades en Madrid ó Noches entretenidas publicó
ocho novelas, tan agradables, en opinión de Ticknor,
por el mérito de la invención como por la sencillez del
estilo.
En fin del siglo xvii, y en principio del xviii, tiempos
de gran decadencia y de gusto detestable en las letras
españolas, no disminuyeron un punto en las señoras
las aficiones literarias. Sabemos que en una justa poética
que se celebró en Murcia el año 1727, en honor de San
362
Luis Gonzaga y de San Estanislao de Kostka, acudieron
á lucir su ingenio cinco poetisas y nada menos que cien-
to cincuenta poetas. Probablemente todos serían meros
versificadores, y los versos entonces presentados de
cierto no harían honor ni á los autores ni á los santos,
mártires postumos del concurrido certamen.
Los peligros de la guerra de sucesión y la gravedad de
los sucesos políticos no llegaron, sin duda, á turbar la
tranquilidad y el reposo de la vida monástica, cuando no
impidieron dedicarse á la poesía mística, en los primeros
años del largo reinado de Felipe V, á la afamada sevi-
llana Sor Gregoria de Santa Teresa, entre cuyas obras,
las más todavía inéditas por desgracia, sobresale el (7o-
loquio espiriticaL También se dedicó al mismo género
literario Sor María del Cielo, célebre poetisa portugue-
sa, que escribió en castellano Las lágrimas de Roma,
otros autos alegóricos y no pocas de sus poesías. En la
época de Fernando VI, otra monja poetisa. Sor Ana de
San Jerónimo, digna hija del ilustre Conde de Torrepal-
ma, religiosa del convento del Ángel en Granada, cau-
só admiración y entusiasmo en sus contemporáneos, al
par que por su vasta instrucción y su peregrino ingenio,
por su virtud acendrada.
Reservado estaba á una ilustre señora contribuir po-
derosamente con su iniciativa al progreso literario de
aquel tiempo. Cuando se iba perdiendo la afición á las
academias literarias, tan en boga en los dos precedentes
siglos, la Condesa viuda de Lemos, después Marquesa
de Sarria, hermana del Duque de Béjar, apasionada por
las bellas letras, fundó en su magnífico palacio, imitan-
do á un tiempo mismo las antiguas sociedades poéticas
españolas y las costumbres de las damas de la primera
363
sociedad de Francia, la Academia del buen gustOy á la
que concuprían Montiano, Luzán, Nasarre, el Conde de
Saldueña, el Marqués de la Olmeda, el Conde de Torre-
palma, Porcel, Velázquez, el Duque de Bójar y otros va-
tes de los mejores de entonces, atraídos por la juventud,
la hermosura, el talento y la instrucción de la noble y
discreta Condesa, que con tales prendas fácilmente lo-
graba reunir en sus tertulias á las personas más distin-
guidas por el saber y por la alcurnia. Parnaso al revés
llamó con gracia D. Juan de Iriarte á aquella academia
en la que una mujer presidía á los poetas. En ella se
leían poesías que quedaban unidas á las actas, que con
gran formalidad y escrupulosa exactitud redactaba y fir-
maba el secretario Montiano; y asistían con frecuencia
á sus sesiones la Condesa de Ablitas, la Duquesa de San-
tisteban, la Marquesa de Estepa, que escribía versos, y
la Duquesa viuda de Arcos, que, con la Condesa de Le-
mos, rivalizaba en aficiones literarias, si bien carecía del
talento y donaire para representar comedias, que su
amiga lucía en el teatro de su palacio, con gran conten-
tamfbnto de los concurrentes á estas escogidas funcio-
nes. Estos altos ejemplos impulsaron en las señoras el
desarrollo del gusto para cultivar las artes y las letras.
La Academia de San Fernando, de creación reciente,
nombró por aclamación á la Duquesa de Huesear, pre-
miando así el mérito de sus obras, académica de honor
y directora honoraria de la pintura, con voz, voto y
asiento preeminente, y con opción á todos los cargos
académicos. Igualmente admitió en su seno aquella Cor-
poración, por la excelencia de sus pinturas, á la Mar-
quesa de Estepa, antes nombrada, y á la Marquesa de
Santa Cruz. Emulando con estas señoras, aunque en dis-
' 364
tinto género, Doña Josefa Amar y Borbón tradujo con
suma elegancia la obra del abate Lampillas; la Marque-
sa de Espeja vertió al español la Filosofía moral, del ita-
liano Zanotti; y la Condesa-Duquesa de Benavente leyó
útiles discursos en la Sociedad económica matritense,
merced á la energía de Garlos III, que con laudable em-
peño, y no sin reiteradas discusiones con sus ministros,
consiguió que las mujeres pudieran ingresar en aquellas
asociaciones importantes que tan señalados servicios
prestaron. Esta pública consagración del mérito délas
mujeres naturalmente había de estimularlas á dedicarse
a estudios más difíciles y formales. Alcanzó fama por su
ciencia Doña María Isidra de Guzmán y la Cerda, hija
de los Condes de Oñate, que á los diez y siete años tomó
en Alcalá el año 1785 el grado de Maestra y Doctora en
Filosofía y Letras humanas, que el íley, por decreto es-
pecial, permitió que aquella universidad le confiriese,
previos los correspondientes ejercicios, en atención á las
sobresalientes cualidades personales de que estaba- dota-
da. En públicos exámenes probó su sólida instrucción,
3' que poseía el griego, el latín, el francés y el italübio,
obteniendo el nombramiento de consiliaria perpetua y
catedrática honoraria de filosofía moderna. Había mere-
cido también la singular distinción, que hasta ahora no
se ha vuelto á conceder á mujer alguna, de toma,r asien-
to en esta ilustre Academia, en la que leyó una oración^
notable por la elevación de miras y la firmeza de la en-
tonación, á juicio de nuestro colega el señor Marqués de
Valmar.
En los postreros años del reinado de Carlos III, que
tanto deseó mejorar la educación literaria y científica de
las mujeres, tuvieron alguna notoriedad Doña María de
365
Hore, de mayor renombre por su belleza, por su instruc-
ción, por su talento y por haberla consagrado una desns
fantásticas leyendas Fernán Caballero, que por las pocas
poesías suyas que hasta nosotros han llegado; y Doña
María Helguero, monja de las Huelgas, que se dedicó á
la poesía sagrada, y que, á pesar de su indisputable inge-
nio, tuvo el extraño pensamiento de conmemorar la sa-
grada Pasión en seguidillas. Bastante superaron á éstas
dos medianas poetisas, la amiga de Quintana, Doña Ma-
ría Rosa Gal vez, en sus obras líricas y más aún en las
dramáticas, y Doña Vicenta Maturana, autora de dos no-
velas, Teodoro ó el huérfano agradecido y Sofía y En--
riqíce; del Himno d la lima^ bello poema en prosa, y de
.una corta colección de poesías, publicada, según el se-
ñor Ochoa, para desvanecer una intriga cortesana en-
caminada á privarla del afecto y favor de la reina María
Josefa Amalia de Sajonia, suponiendo que hacía los ver-
sos de la Reina; invención maligna, porque aquella au-
gusta señora los componía con gran facilidad, si bien á
veces los consultaba con la Maturana. Tuvo esta es-
critora, de vida harto desgraciada, verdadero estro poé-
tico, y con frecuencia se reflejan en sus obras la amar-
gura y la tristeza que debieron producir en su ánimo re-
petidas desventuras. Sirva de prueba el final' de su ele-
gía titulada La Desesperación.
Soy cual barquilla expuesta á los rigores
Del irritado mar, cuando le agita
£1 soplo de los vientos bramadores;
Y al abismo veloz me precipita
El encono cruel con que la suerte
Tiene mi ruina y perdición escrita.
Que no hay constancia que dolor tan fuerte
366
Resistir pueda, y toda mi esperanza
Se cifra en el sepulcro y en la muerte,
Que allí el imperio del dolor no alcanza.
Utilizó, sin duda, en gran raanera sus instructivas y
agradables conversaciones y sus provechosos consejos
literarios, la reina María Josefa Amalia, que constan-
te afición mostró á la poesía, escribiendo en español
muchos versos, que inéditos se conservan en el rico ar-
chivo de Palacio, por más que notoriamente no sean su-
yos todos los que llevan su nombre. Espectáculo tan ra-
ro es ver á una poetisa en el trono, dando forma á su
inspiración en extranjero idioma, que no parecerá ino-
portuno que aquí transcriba parte de algunas de las com-
posiciones de la tercera esposa de Fernando VII, que
son de todo punto desconocidas. En las Oraciones para
después de comulgar dice con religioso fervor y arrepen-
timiento:
Dame una devoción ardiente y pura;
Dame una inagotable caridad;
Que mande con prudencia y con dulzura
Y obedezca con gozo y humildad;
Que á mis contrarios trate con blandura
Y pague con amor la crueldad;
Que la injuria sepulte en el olvido,
Mas nunca el beneficio recibido.
Así describe algunos de los deberes del verdadero
cristiano:
Mortificar los sentidos,
Las pasiones refrenar,
Merecer y despreciar
Los elogios merecidos,
Socorrer los desvalidos
Mirándolos con amor,
367
Perdonar al ofensor,
Pagarle con beneficios,
Tener horror á los vicios
Y piedad del pecador.
En la despedida de la Virgen, al salir del Escorial,
para reunirse con el Rey en Valencia, hay estas estrofas,
en que rivalizan la devoción y el cariño:
Yo te saludo |oh dulce Madre mía!
Al alejarme de tu hermoso altar,
Como á mi amparo fiel, como á mi guia
Y clara estrella en proceloso mar.
Mi esposo ya me llama; llegó el día
Que de tu amor mi corazón pidió,
Y al vernos borrará nuestra alegría
£1 llanto que la ausencia nos costó.
Citaré, por último, la siguiente décima, <sobre el
tiempo y la eternidad al contemplar un reló:>
La aguja con paso igual
Corre el tiempo señalando,
Del placer el fin marcando,
De la tristeza y el mal.
Pero cuando cada cual
Coja de su vida el fruto.
Cien siglos de gozo ó luto
Pasarán y muchos más.
Sin que parezca jamás
Que ha pasado ni un minuto.
Para completar esta rápida reseña de escritoras céle-
bres ó notables que ya no existen, tan sólo me falta ha-
blar de dos de las más afamadas: de Fernán Caballero y
de Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda, Pocas palabras
368
diré de ellas, aunque muchas merecen, que han sido las
dos contemporáneas nuestras, y todos conservamos inde-
leble en la memoria el recuerdo de su vida, y hemos si-
do testigos del extraordinario éxito de sus obras en Es-
paña y en extranjeras naciones.
Acontece á las veces que el género literario en que so-
bresale el escritor de más genio de un país, no se cultiva
en él después con fortuna. Tres centurias han transcurri-
do desde que Shakespeare escribió sus imperecederas y
admirables tragedias, y en ese largo tiempo no puede va-
nagloriarse Inglaterra de ningún otro insigne dramáti-
co, sÍQ que basten á poner en duda esta verdad las ame-
nas comedias de Sheridan, los correctos pero fríos dra-
mas de Jonson y las tragedias de Thomson. Análogo fe-
nómeno se advierte en España. Es, sin duda, el Quijote
el mejor libro de nuestra literatura; pero desde que Cer-
vantes publicó su obra maestra, hasta época reciente,
tan sólo vieron la luz novelas de aventuras ó picarescas,
que no llenaron el vacío que en este difícil género ha-
bía. No dieron el resultado apetecido las tentativas de
escritores de superior talento, después del renacimiento
del romanticismo, para que entre nosotros floreciese la
novela con igual brillo y pujanza que en otras naciones.
El doncel de D. Enrique el Doliente, de Larra; Doña
Isabel de Solis, de Martínez de la Rosa, y Sancho Salda-
ña, de Espronceda, á pesar de su indisputable mérito li-
terario, no lograron por falta de interés arraigar en Es-
paña la novela histórica que tan universal renombre pro-
curó al escocés Walter Scott, de cuyas obras, por la ver-
dad y exactitud con que reproducen los personajes, los
sucesos y las costumbres de pasados tiempos, pudo decir
con acierto M. Villemain que eran mejores que la his-
369
toria misma. Tampoco alcanzaron éxito fovorable los
ensayos de novelas de repugnante y excesivo realismo,
y de las que solicitan el interés del lector por. la abun-
dancia de crímenes y horrores. Pienso que no Jiay exa-
geración en sostener que el mérito del renacimiento de
la novela española en la época presente pertenece á Fer-
nán Caballero, cuya iniciativa han seguido después con
notable ingenio otros autores. La publicación de La ga-
viota fué un fausto suceso literario, y La familia de Al-
vareda^ LdgriYñ'as y El último consuelo vinieron á con-
firmar las esperanzas que despertó aquel libro, demos-
trando que teníamos un excelente novelista original, que
con envidiable sencillez y novedad describía tipos sim-
páticos, agradables ó característicos de las gentes de
nuestras provincias meridionales, y refería verosímiles
dramas de los qué á cada paso ocurren en la vida. En lo
cómico, lo propio que en lo trágico; en lo bueno, lo mis-
mo que en lo malo, la realidad excede siempre en gran
manera á la ficción más ingeniosa y á la invención más
perfecta. Por tal motivo hay mayor garantía de acierto
para el novelista y para el autor dramático en estudiar
profundamente el corazón humano y la sociedad que le
rodea, que en fantasear caprichosamente á su albedrío.
No desconoció este fundamental principio Fernán Caba-
llero, que supo conciliar con arte el interés indispensa-
ble en obras de imaginación, con la verdad de los afec-
tos, de las pasiones y de los caracteres de los personajes
que presentaba á sus lectores. Abundan desde hace años
en todos los países las novelas de costumbres, pero las
de la escritora, sevillana ofrecen la ventaja de ser casi
siempre novelas de costumbres buenas; circunstancia
atendible y no despreciable, si se tiene en cuenta el gus-
370
to dominante en una parte de la literatura contemporá-
nea, y la funesta propensión á creer que sólo se excita
la atención y se despierta la curiosidad del público con
la pintura de feos vicios y de actos inmorales.
Gloria redunda para España de que en la isla de Cuba
hayan nacido los dos poetas líricos más eminentes de to-
da la América española en los modernos tiempos. No se
puede negar esta justa alabanza á Heredia y á la Avella-
neda, aun reconociendo el gran talento del venezolano
Bello, el cantor de la Agricultura de la zona tórrida^ con
quien no rivaliza poeta alguno de los diversos estados
que ocupan el inmenso territorio que desde California
se extiende hasta el estrecho que surcaron por vez pri-
mera las naves de Magallanes y de Elcano. Es también
la Avellaneda la más ilustre escritora de nuestra patria,
después de Santa Teresa, y como poetisa no halla com-
petencia en la Europa cristiana. Son inferiores sus no-
velas á las de Fernán Caballero, á las de Jorge Sand, á
las de Madame d'Arbouville y á las de bastantes escrito-
ras inglesas; pero prefiero sus producciones dramáticas
á las de Jorge Sand y á las de Madame de Girardin, y
sus composiciones líricas me parecen muy superiores á
cuantas conozco escritas por poetisas en cualquiera de
los idiomas europeos, sin exceptuar las muy tiernas y
bellas de la célebre Vittoria Colonna. <Las calidades que
más caracterizan sus poemas,» ha dicho con severa im-
parcialidad D. Juan Nicasio Gallego, <son la gravedad y
elevación de los pensamientos, la abundancia y propie-
dad de las imágenes y una versificación siempre igual,
armoniosa y robusta. Todo en sus cantos es nervioso y
varonil: así cuesta trabajo persuadirse que no son obra
de un escritor del otro sexo. No brillan tanto en ellos los
371
movimientos de ternura, ni las formas blandas y delica-
das, propias de un pecho femenil y de la dulce languidez
que infunde en sus hijas el sol ardiente de los trópicos
que alumbró su cuna. Sin embargo, suele ser afectuosa
cuando quiero Acrecientan el subido valor de sus ver-
sos la gracia y el primor del lenguaje poético y la gala-
nura de su esmerada versificación. Cuentan que uno de
nuestros más célebres y populares escritores exclamó al
oir una de sus composiciones: <Es mucho hombre esta
mujer.» El chiste tuvo éxito, contribuyendo á que se
haya exagerado el carácter varonil de su talento poéti-
co. No faltaban ciertamente ni sonaban con dificultad en
su lira las cuerdas de la ternura, del amor y del senti-
miento religioso. En hermosos versos refiere la poetisa
cómo encontró en España al hombre que ante su mente
se presentó en Cuba,
£a la aurora lisonjera
De su juventud florida,
En aquella edad primera;
Breve y dulce primavera
De tantas flores vestida.
Volaban los años, y yo vanamente
Buscando seguia mi hermosa visión....^
Mas dio al ñn la hora: brillar vi tu frente,
Y «es éU dijo al punto mi fiel corazón.
Porque era, no hay duda, tu imagen querida,
Que el alma inspirada logró adivinar,
Aquélla que en alba feliz de mi vida
Miré, para nunca poderla olvidar.
Por tí fué mi dulce suspiro primero,
Por tí mi constante secreto anhelar
Y en balde el destino, mostrándose fiero.
Tendió entre nosotros las olas del mar.
372
Buscando aquel mundo que en sueños veía,
Surcólas un tiempo valiente Colón
Por tí, sueño y mundo del ánima mía,
También yo he suicado su inmensa extetisidD.
Que no tan exacta la aguja al marino
Señala el lucero que le ha de guiar,
Cual fíja mi mente marcaba el camino
De hallar de mi vida la estrella polar.
Mas layl yo en mi patria conozco serpienio
Que ejerce en las aves terrible poder
Las mira, las lanza su soplo atrayente,
Y al punto en sus fauces las hace caer.
¿Y quién no ha mirado gentil mariposa
Siguiendo la llama que la ha de abrasar?....
¿Ó quién á la fuente no vio presurosa
Correr á perderse sin nombre en el mar?,,„
¡Poder que me arrastras! ¿Serás tú mi llama?
¿Serás mi océano? ¿Mi sierpe serás?
¿Qué importa? Mi pecho te acepta y te ama.
Ya vida, ya muerte le agunrde detrás.
A la hoja que el viento potente arrebata,
¿De qué le sirviera su rumbo inquirir?....
Ya la alce á las nubes, ya al cieno la abata,
Volando, volando la habrá de seguir.
Con más vivos colores pinta la dicha de ver corres-
pondido su amor, y la natural emoción y el inmenso de-
leite que experiiAenta cerca del hombre amado*
Ante mis ojos desparece el mundo,
Y por mis venas circular ligero
El fuego siento del amor profundo.
Trémula en vano resistirte quiero
De ardiente llanto mi mejilla inundo,
¡Deliro, gozo, le bendigo y muerol
Viene luego el triste y desgarrador desenlace de este
amor desgraciado, que arranca un grito de dolor al he-
373
rido corazón de la Avellaneda, que todavía guarda ca-
riño al ingrato amante.
No existe lazo ya: lodo está roto:
Plúgole al cielo así: ibendito sea!
Amargo cáliz con placer agoto:
Mi alma reposa al fin; nada desea.
Te amé, no te amo ya: piénsoló al menos:
¡Nunca, si fuese error, la verdad mire!
Que tantos años de amargura llenos
Trague el olvido; el corazón respire.
Lo has destrozado sin piedad: mi orgullo
Una vez y otra vez pisaste insano
Mas nunca el labio exhalará un murmullo
Para acusar tu proceder tirano.
Cayó tu cetro, se embotó tu espada.
Mas ¡ay! ¡cuan triste libertad respiro*!
Hice un mundo de tí, que hoy se anonada,
Y en honda y vasta soledad me miro.
¡Vive dichoso tú! Si en algún día
Ves este adiós, que te dirijo eterno,
Sabe que aún tienes en el alma mía
Generoso perdón, cariño tierno.
¿Puede haber quien dude si es poetisa ó poeta el au-
tor de esta breve y sentida historia íntima de un amor
apasionado? Tampoco esa duda cabe cuando se leen y
admiran sus inspiradas poesías religiosas. No es tan va-
ronil como se ha supuesto el gran talento de esta escri-
tora. Análoga opinión sustenta el Sr. Valera al indicar
que pocas veces agitan su numen el patriotismo, el
amor á la libertad y la filantropía, acaso porque estas
pasiones y estos sentimientos «son más varoniles que
femeninos.»
No desmerecen de las líricas las obras dramáticas de
374
la Avellaneda. De las más celebradas y aplaudidas, con
encomio han escrito tres señores académicos. La grave-
dad del asunto, la alteza de pensamientos, la noble ele-
gancia clásica del estilo, tanto avaloran á Alfonso Mu--
nio^ á Saúl y á Baltasar^ que las hacen dignas de com-
paración con el Pelaxjo de Quintana, el Edipo de Martí-
nez de la Rosa, La micerte de César de Vega y la Virgi-
nia del Sr. Tamayo.
Gomo no entra en mi propósito citar á escritoras que
afortunadamente todavía viven, aquí pongo término á
mi discurso; pero no sin recordar antes las elocuentes
palabras con que uno de nuestros más grandes oradores
contemporáneos, que también perteneció á esta Acade-
mia, encarecía la necesidad de sana, vasta y sólida ilus-
tración en las mujeres. «Entre las numerosas y deplo-
rables resultas de esta enorme desigualdad > (la que en
general existe entre la instrucción de los hombres y la
de las mujeres), <la más inmediata y la más funesta es-
tá en reducir el mutuo comercio de los dos consortes á
la satisfacción de los sentidos y al culto de los afectos,
eliminando de la acción doble y de la materia propia de
la comunidad matrimonial, un orden entero de relacio-
nes; las relaciones que conoce, abarca y cultiva el hom-
bre, como criatura que es racional é inteligente, no cria-
tura meramente sensible y sociable La mujer, dotada
tan sólo de la instrucción indispensable para conocer su
inferioridad, presa del ocio, fácilmente se abandona al
tedio, fuente abundosa de todo peligro y de todo desor-
den Porque con el sistema que prevalece, aun entre
las clases menos acomodadas, de echar de casa á los
hijos desde la edad más tierna, enviándolos al colegio;
con los progresos de la mecánica, que al aliviar las fae-
375
ñas del hombre han desterrado del hogar toda indus-
tria, la mujer que no hila, ni teje, ni borda apenas, y que
lo poco que tiene que coser lo cose como si dijéramos
al vapor, porque lo cose á máquina, ¿en qué ha de em-
plear el tiempo que le sobra, si no lo emplea en cultivar
su inteligencia? Y no ocupándole en este noble, sano y
fecundo ejercicio, ahora que no padece el antiguo cauti-
verio; ahora que no está encarcelada en el serrallo, ni
confinada en el gineceo, ni escoltada por un rodrigón,
ni vigilada por una dueña; ahora que tan tristemente
enervada su fe religiosa, cimiento y raíz de toda moral,
consagra sólo en determinados días algunos momentos á
la observancia de los deberes cristianos; ahora que la ca-
ridad, en la forma de asociación con que se practica y
dispensa, apenas obliga á una señora á abreviar una vez
al mes la tarea del tocador y el culto de su persona; en
tal desamparo y soledad, ¿cómo escapará el alma vacía
de la mujer al peso de la inacción y á las tentativas del
bullicio? ¿Devorando acaso novelas malsanas, para em-
pezar vacilando al leer á Julia y acabar avergonzada y
confusa, desluciendo con cieno su corazón y su espíritu,
al leer á Valentina? No: la mujer que haya de consagrar
toda su alma y todo su tiempo al amor y contemplación
de Dios, ha de ser una Teresa de Ávila; la que haya de
consagrarlos al amor y al bien del prójimo, ha de ser
una Isabel de Hungría: esas almas grandes, esas almas
tiernas, esas almas santas, esas almas escogidas, en
cuya virtud y pureza sé mira el Hacedor como en un
espejo, y cuya pureza y virtud siente y admira el hom-
bre, sin llegar nunca á comprenderlas y avalorarlas, sa-
len de la esfera ordinaria como excepciones y singula-
ridades que no pueden medirse con ninguna regla. Pero
\
376
el común de las mujeres, supuestas su complexión física
y moral, y su exquisita sensibilidad y su imaginación vo-
raz y volcánica; y habida consideración á nuestras ac-
tuales costumbres, á nuestro estado de civilización y á
las condiciones generales é irresistibles del mundo mo-
derno, necesita instruirse con gran variedad de substan-
cias para formar su razón, moderar su fantasía y dirigir
su temperamento; para enriquecer su alma con la diges-
tión y posesión de la verdad, de la J}ondad y de la belle-
za; para educar, ilustrar y robustecer su conciencia, y
medir por el valor de su conciencia y de su alma el va-
lor de su persona, y tenerse en mucho, bajo el punto de
vista del honor y del deber, y deducir de esta convic-
ción el respeto de sí misma y la fortaleza segura y so-
segada; centinelas domésticos, constantes ó incorrupti-
bles, á quienes ningún lazo engaña ni ninguna fascina-
ción adormece. Fuera de este camino no hay salvación
para la patria ni para la sociedad, porque cuando la mu-
jer se estaciona y no adelanta, entonces desciende, y
descendiendo la mujer, también desciende necesaria-
mente el hombre.»
Con razón abogaba Ríos Rosas en tan levantado es-
tilo por la instrucción para la mujer, y pudiera haber
añadido que al darla toda la extensión y variedad indis-
pensables en la época presente, no se haría sino reanu-
dar las buenas tradiciones de los tiempos mejores de
nuestra historia. Acabamos de ver que lo que parece á
algunos novedad aventurada ó peligrosa de países extra-
ños, tiene en el nuestro, desde hace largos años y aun
centurias, notables y provechosos precedentes que se
pueden repetir sin inconveniente alguno. Si las mujeres
estudian, reciben srrados académicos y desempeñan cate-
377
dras, imitarán el ejemplo de Doña Isidra de Guzmán^ de
Doña Lucía de Medrano y de Doña Francisca de Nebrija.
Cuando funden y presidan reuniones y academias litera-
rias para estimular en sus trabajos á los escritores dis-
tinguidos con el irresistible atractivo de la belleza y del
ingenio, seguirán las huellas de la Marquesa .de Lemos
y de la Duquesa de Arcos. Si las Reales Academias les
abren algún día sus puertas, las conferirán una alta dis-
tinción con que se honraron la Doctora de Alcalá, la Du-
quesa de Huesear y las Marquesas de Santa Cruz y de Es-
tepa; que entonces las señoras principales, no satisfechas
con pertenecer sólo á la aristocracia de la sangre, mos-
traban el buen gusto de querer brillar también en la del
talento. Las escritoras'que alcancen justa fama, vendrán
á continuar la serie en que tanto descuellan la admira-
ble Teresa de Jesús y luego la Zayas, Sor María de Agre-
da y Fernán Caballero; y las que sientan agitada la
mente por inspiración poética, aspirarán á rivalizar con
la monja de Méjico y con la insigne autora del Príncipe
de Viana. La instrucción indispensable es para todas; y
aun por egoísmo no debemos caprichosamente limitarla,
que la mujer, cuando á la gracia del rostro une la her-
mosura del alma, y la ilustración al entendimiento, ha
sido y será siempre para el hombre la poesía y la felici-
dad de la vida.
CONTESTACIÓN
D£L
ExcMo. Sh. D. JUAN VALERA
AL DISCURSO DEL Sb. CONDE DE CASA-VALENCIA.
Señores:
Nada podría lisonjearme y agradarme más que el en-
cargo que me habéis dado de contestar al bello discurso
que acabamos de oir. Su autor, recibido hoy en el seno
de esta Corporación, está unido á mí por lazos de paren-
tesco, y, lo que es más estimable y grato, por amistad de
mucho tiempo, jamás interrumpida hasta ahora y que
promete no serlo nunca.
Si la disposición de ánimo, que de este afecto nace,
no tuerce mi juicio, inclinándole á la benevolencia, me
atrevo á afirmar que la obra literaria que el nuevo Aca-
démico nos ha leído corrobora las razones que para ele-
girle tuvisteis, siendo dichosa muestra de sobriedad, ter-
sura y sencilla elegancia de estilo y cumplido dechado
de crítica juiciosa.
Pero, por mucho que valga su discurso, el Conde de
Casa-Valencia había exhibido antes otros títulos de más
valer para aspirar á tomar asiento entre vosotros.
No pocas veces he discutido yo con él acercfa de un
.379
punto importantísimo en la historia de toda literatura,
y singularmente de la española, en nuestros días. Fun-
dábase nuestra controversia en este aserto, que dábamos
por sentado: en nuestra España apenas tiene el escritor
el incentivo del lucro, ó es tan ruin el incentivo que no
debe suponerse que sea él y no el amor de la gloria quien
á escribir estimule.
La controversia era, pues, sobre si tal carencia, ine-
ficacia 6 escasez de incentivo, era un bien ó un mal pa-
ra las letras.
Como yo no vengo aquí á hacer pública confesión de
mis culpas, no diré si por carácter vacilo; pero sí con-
fesaré que, salvo en ciertas cuestiones de primer orden,
en que sostengo siempre la misma opinión, rayando en
f tenacidad mi consecuencia, suelo en muchas otras, que
considero secundarias, vacilar con demasía y no acabar
nunca de decidirme, fluctuando entre los más encontra-
dos pareceres. Percibo, ó imagino que percibo, cuantos
argumentos hay en pro y en contra, y ya me siento so-
licitado por unos, ya atraído por otros, en direcciones
opuestas.
En este asunto de las letras mal remuneradas me
ocurre, mil veces más que en otros, tan lastimosa fluc-
tuación.
Prescindo del interés que como escritor me induce á
desear que los libros se vendan á fin de hallar én com-
ponerlos medio honrado de ganar la vida. Y libre mi
criterio de esta seducción, diré en breves frases lo que
en pro de ambos pareceres se presenta á mi espíritu.
Cuando era yo mozo, me encantaba la lectura de un
tratado del célebre Alfieri, cuyo título es Del Príncipe y
de las letras. Nada me parecía más razonable que lo que
380
allí se afirma. Todavía, en tiempo del autor, los poetas,
los filósofos, los que componían historias, todos los es-
critores, en suma, contaban poco con el vulgo, y espe-
raban ó gozaban remuneración por sus .trabajos de algún
magnate, monarca, tjrano ó señor espléndido, que los
protegía. Contra esto se enfurece Alfleri, declama con
severa elocuencia y se desata en invectivas y en rauda-
les de indignación. Para complacer al príncipe, magna-
te ó tirano, á quien.se sirve y de quien todo se espera ó
teme, importa adular, encubrir á menudo las verdades
más provechosas al género humano y emplear un estilo
sin nervio. El escritor, pues, que se respete y que estime
su misión en lo que vale, es menester que se sustraiga
y emancipe de la protección y tutela del tirano, que
aprenda y ejerza oficio manual para vivir independien-
te, y que, de esta manera, escribiendo sólo por amor á
la gloria y por filantropía, esto es, por deseo santísimo
y purísimo de adoctrinar á los hombres y de hacerlos
más virtuosos, componga obras merecedoras de pasar á
la posteridad, para bien de las generaciones futuras, á
quienes sirvan de guía y norte.
Todos estos razonamientos repito que me encantaban.
Y yo daba gracias fervientes al cielo porque me había
hecho nacer en una edad en que las cosas habían cam-
biado de tal suerte, que el escritor, contando con el pú-
. blico, para nada necesitaba de tirano á quien adular, ni
á fin de no incurrir en su enojo se veía obligado á callar
las más útiles y hermosas teorías.
Después vinieron la contradicción y la duda. Esto que
hoy se llama público y que en lo antiguo con vocablo
menos respetuoso se llamaba vulgo, ¿no es tirano tam-
■ bien? ¿No es menester adularle si queremos ganar su
381
I
voluntad? ¿No conviene decirle las cosas que le deleitan
para tenerle propicio? ¿No se necesita callar las verda-
des más sanas para que no se enfade?
Si el público fuera en realidad equivalente al vulgo,
si el público y el pueblo fuesen la misma entidad, aún
se podría sostener que posee, si no reflexivo acierto para
apreciar la bondad, la verdad ó la belleza, instinto semi-
divino y casi infalible que le lleva á fallar sobre todo ello
con justicia. Pero, entre las muchedumbres que gozarán,
á no dudarlo^ de tan noble instinto, y el escritor que á
ellas se dirige, siempre ó casi siempre se interpone cier-
ta capa social, aunque leve y sutil, muy tupida, donde la
voz.se embota y apaga ó el escrito se detiene, sin llegar
ante los ojos ó sin penetrar en los oídos de ese vulgo ó
de ese pueblo, que exento de prejuicios y con certera
candidez sabría decidir lo justo, si la voz ó el escrito se
pusiera á su alcance. Detenidos éstos en la mencionada
capa social, sólo de ella pueden los escritores esperar hoy
el galardón que apetecen. Lo malo es que las gentes que
forman esta capa social son, á mi ver, poco á propósito
para el fallo. Egoístas en grado sumo, se dejan arrastrar
de la pasión ó del interés del momento. Hasta lo más
excelso y transcendental se subordina á la moda: ora por
moda son creyentes; ora por moda son impíos. Á la adu-
lación se hallan tan propensos como el más engreído ti-
rano. Y suelen carecer del buen gusto de que algunos
tiranos, protectores de las letras, han dado pruebas bri-
llantísimas. Bien puede ponerse en duda que haya habi-
do jamás clase media bastante ilustrada para competir
en tino, al proteger la poesía y las demás letras huma-
nas, con Pericles, Augusto, Mecenas, Bembo, León Dé-
cimo, Lorenzo el Magnífico, Luis XIV de Francia y el
382
Duque de. Weimar. Ni sé yo, si se ahonda y escudriña
bien este negocio, qué cosas tan útiles al linaje humano
se hubieron de callar los protegidos por no incurrir en
el desagrado de sus egregios protectores. ¿Qué prohibi-
ría decir, por ejemplo, el Duque de Weimar á Herder,
Wieland, Lessing, Goethe y Schiller? Yo me doy á en-
tender que ellos dijeron todo lo que quisieron, y que,
sin miedo de perder el favor del amable soberano que
los hospedaba y regalaba con generosa magnificencia,
permítaseme lo familiar de la frase, se despacharon á su
gusto.
No se opone esto á que Alfieri en general tuviese ra-
zón; pero es menester hacer extensivo su argumento no
sólo al escritor que se somete á un príncipe, sino tam-
bién al escritor que al público se somete. Por donde ven-
drá á inferirse que la verdadera independencia y noble-
za de quien escribe está en el propio ser de su alma y no
en la circunstancia exterior de que viva asalariado por
un príncipe ó por un mercader de libros que le paga con
lo que del público cobra.
Sea como sea, en el día este segundo piodo de ganar
algo con las letras es él único posible. Los príncipes no
son señores de vidas y haciendas; apenas se halla tirano,
amable ó no amable, que pueda disponer de la fortuna
pública para proteger á los poetas y literatos; y lo más
natural es que éstos se hagan pagar por el público su
trabajo, porque no se ha de confundir por ningún estilo
el antiguo patrocinio de los príncipes con lo que hoy se
llama protección oficial. Esto, por muchas garantías que
se den y por más exquisitas precauciones que se tomen,
tiene todos los inconvenientes de los otros dos modos de
protección. En lo tocante á servilismo baja hasta lo ínfi-
i
383 *
mo, pues no se trata ya de adular á los Módícis ó al dis-
tinguido y simpático Duque de Weimar, sino al Minis-
tro, tal vez zafio y obscuro; al Director, tal vez lego, y
acaso, acaso, al triste Oficial del Negociado. Las elegan-
cias cortesanas, los primores del estilo, la atildada com-
postura, que para ganar la protección de la corte se re-
querían, están aquí de sobra. Por todo lo cual entiendo
que de esta protección oficial, concedida en virtud de
prosaicos expedientes, sólo nace una literatura enferma
za y enteca, como planta criada en invernáculo: libros
de pacotilla, sin elevación ni libertad de espíritu en quien
los escribe, y desprovistos además de aquella distinción
y de aquella pulcritud aristocráticas, que siempre son un
mérito, no existiendo otros de más substancia.
Así, pues, yo propendo á creer que es inútil, si no por
todo extremo nociva, la protección oficial á la literatu-
ra, y en particular á la amena, y sólo comprendo que
proteja y subvencione el Estado ciertas producciones tan
hondas, sutiles y tenebrosas, que se pueda presumir ra-
zonablemente que no cuentan en una nación, medio cul-
ta siquiera, con un público que pase de cien personas,
como por ejemplo, un libro de matemáticas sublimes,
erizado de fórmulas, signos y figuras, y atiborrado de
cifras, misteriosas para el profano. Lo demás, ó dígase
novelas, versos, historia, política y hasta filosofía, el
público debe pagarlo, y si no lo paga, mejor es que no se
escriba ó que se escriba de balde.
Casi se puede afirmar que tal es el caso en España.
Aquí renace la cuestión. ¿Esto es un mal ó es un bien?
Yo, á pesar de mis vacilaciones, y á pesar del interés
personal que me lleva á creer lo contrario, creo que es
un bien.
384
Todo el que tiene ó imagina tener algo peregrino, he-
lio y nuevo que decir, de seguro que no se lo calla: lo
dice, aunque no se lo paguen. Por decirlo es muy capaz
de pagarlo, si tiene dineros. ¿Hay mayor hechizo que el
de que nos escuchen ó nos lean? Fiado en este hechizo,
trazó Leopardi el gracioso y lucrativo proyecto de una
compañía ó sociedad de oyentes, que se haría pagar por
oir á los autores. El filósofo que inventa un sistema, el
vidente que percibe al numen agitando su alma, y el
poeta á quien el estro hiere y aguija con invencible brío,
escribirán sus filosofías, sus poesías y sus visiones, aun-
que nada les valgan. El escribir entonces será de veras
sacerdocio; algo de devotísimo y sagrado que no se to-
mará por oficio. Se escribirán pocos libros medianos. Só-
lo se escribirán algunos buenos. Y se escribirán muchos
pésimos, por los alucinados de la gloria; pero esto no
obsta, porque el río del olvido los arrastrará en su co-
rriente, á poco de haber salido á luz y sin dejar huella
ninguna.
De que los libros no valgan dinero resultará que todos
aquellos hombres de entendimiento, que sirven para
algo, harán mil cosas útiles y no escribirán. Sólo escri-
birán los verdaderamente inspirados, los amantes de la
gloria, los punzados ó impelidos por el estro, los que
tienen algo grande y nuevo que decir, ó el que absolu-
tamente no sirve para nada, y, como ha seguido carrera
literaria, se hace escritor, desesperado de no poder ser
otra cosa y, para consolación en su desventura.
Infiero yo de aquí que no reflexionan derechamente
los que, llenos de terror de que haya tanto letrado en
España, dicen que deben dificultarse las carreras á fin
de que muchos tomen oficio ó se empleen en más hu—
385
mildes menesteres, porque nuestras aficiones hidalgas
ó señoriles no lo consentirán nunca; y si el que estudia
' algo, aunque^ sea poco, se convierte hoy en autor, cuan-
I do no estudie nada, y no espere regalo y favor de las
I musas, como ya hacen muchos que no han cursado en
I las Universidades, se convertirá^ en hacendista, y las
¡ cosas empeorarán. Un poeta, por perverso que sea, es
al cabo menos dañino que cualquiera aspirante á minis-
tro de Hacienda, ó á banquero ó á director del Tesoro.
El argumento no vale, sin embargo, sino para probar
que no son dañinos los muchos autores, y no para ex-
citar á que se paguen sus obras.
Donde éstas se pagan bien, por lo rico y más próspero
del pueblo para quien se escriben, hay que lamentar
hoy ciería plétora. Así en Inglatera. Tauchnitz, editor
de Leipzig, hace una edición de autores ingleses, con-
temporáneos los más. Es de presumir que sólo publica
lo mejor. Su biblioteca ó coleccióh, no obstante, consta
ya de mucho más de mil volúmenes. Convengamos en
que esto pone grima. ¿Es posible que el espíritu huma-
no, por fértil que sea, tenga suficientes primores, nove-
dades y lindezas que decir, para llenar tantos volúme-
nes, ó habrá harto de repeticiones y de palabrería? Lo
confieso: al ver esta viciosa lozanía, esta intrincada sel-
va ó matorral de libros, que nacen donde se pagan, casi
me avengo á que no se paguen aquí ó se paguen mal, á
fin de que sólo escriban los que por ilusión sandia se
creen genios ^ ó los que tienen algo de genios y no pue-
den menos de escribir. Los libros de aquéllos pasarán
y los pocos de éstos quedarán, como conviene que que-
den, sin confundirse en el fárrago insulso de tanto como
por oficio se escribe.
25
386
Por otra parte, donde no valen dinero las obras lite-
rarias, los autores no suelen ser tan prolijos en escribir,
y esto es gran ventaja. Aunque yo disto infinito de ser-
profundo, venero la profundidad, si bien me guardo de
confundir lo profundo con lo difuso. Y cierto que hoy se
peca gravemente en esto, donde los libros valen. Hay, ,
verbigratia, una Historia de Inglaterra, que se toma por
modelo. No empieza la narración sino doscientos años
há. El autor murió dejando escritos, en unos ocho to-
mos de la citada edición de Tauchnitz, ocho años sobre
poco más ó menos de dicha historia. Para escribirla to-
da hasta hoy hubiera sido menester en el autor la facili-
dad del Tostado y la. vida de Matusalén, á fin de escribir
doscientos tomos. Y hasta para leer toda la historia uno
que no leyese muy de priesa tendría que consumir lo
mejor de su vida.
Si estas razones tengo para no sentir que el oficio de
escritor sea bien retribuido, no faltan razones desinte-
resadas para desear que lo sea. Y es una de gran peso
el considerar que no se logra escribir bien y sacar á luz
obras inmortales con larga meditación y estudio, sino
que las mejores obras suelen brotar de repente, y el au-
tor las produce como por milagro y caso divino, escri-
biendo veinte cosas malas ó medianas antes de atinar
con una buena.
En los terrenos feraces, si se siembra trigo y se cul-
tiva bien, el trigo nace en abundancia; pero no dejan
de nacer cizaña y otras yerbas perniciosas; y, sin em-
bargo, no es razón que, á fin de evitar que la cizaña
nazca, se quede por cultivar el terreno y no se eche en
él buena simiente. Ya vendrá en su día y sazón quien
escarde el haza ó sembrado, y arranque lo que allí ha
387
nacido de más, á fin de que el trigo crezca, medre y
cunda sin ahogo.
Esto, en las letras, lo hace la critica. Porque yo me
figuro, pongo por caso, que había de haber un sinnú-
mero de cantos ó narraciones populares sobre la guerra
de Troya, y que sin duda algún sabio discreto desechó
lo más y escogió lo menos y más hermoso, y, enlazán-
dolo entre sí con artificio y orden, compuso los maravi-
llosos poemas de la Iliada y de la Odisea. Y del gran mo-
ralista antiquísimo de los chinos, no ya por presunción
se colige, sino que á ciencia cierta se sabe que de fati-
gosa cantidad.de sentencias, eliminando muchas, ya por
vanas y frivolas, ya por repetidas, reunió lo mejor y
más substancioso, y esto le dio la fama, el crédito y la
autoridad semidivina de que él goza entre los de su na-
ción y casta, con provecho y bienandanza de todos.
Por este lado, pues, yo me inclino á desear que se es-
criba mucho, aunque se nos antoje que i;^o es de mérito,
porque sin tanta rapsodia no hubiera salido la Iliada, y
sin tanta sentencia no hubiera podido extraer las suyas
el sabio Gonfucio.
En España, dejando en suspenso el decidir si es bien
ó mal, ya que en mi entender para todo hay razones, se
escribe poco en proporción de lo que en otros países so
escribe. Y aun de eso poco que se escribe en España, no
suele ser lo peor lo que, por incuria ó falta de estímulo,
queda inédito ó pasa ignorado.
Notable prueba de lo que digo pudieran dar bastantes
varones ilustres, que ocuparon las sillas de esta Acade-
mia, cuyas obras, de gran importancia unas, y otras de
sabrosísima lectura, andan perdidas en los periódicos, ó
existen manuscritas y expuestas á perecer, sin que na-
n
388
die las imprima y publique en colección: así, por ejem-
plo, los escritos de D. Agustín Duran, de D. Antonio
Alcalá Galiano, de D. José Joaquín de Mora y de otros.
Los españoles son más aficionados al tumulto del es-
pectáculo público que á la soledad y al retiro, y más se
avienen con emplear los oídos en escuchar, que los ojos
eíi leer las creaciones del ingenio, por donde éste suele
mostrarse, mejor que en el libro, en el teatro y ep la
tribuna. De aquí que nuestra Academia elija gran parte
de sus individuos entre los autores dramáticos y los ora-
dores.
De los últimos hay varios que apenas han dejado es-
critos, por faltarles tiempo y aliciente para escribir, si
bien por lo poco que dejaron es fácil rastrear y colum-
brar cuánto hubieran acertado al hacerlo si con afán
hubiesen dedicado á tales tareas las altas prendas de es-
critores que los adornaban. Valga como muestra la be-
llísima cita, hecha por el Conde de Gasa- Valencia en el
discurso á que contesto, de un artículo del Sr. Ríos Ro-
sas, La mujer de Canarias^ única producción en prosa
que, á más del discurso de recepción aquí, confieso cono-
cer, como trabajo meramente Uterario, de tan eminente
repúblico y tribuno.
El nuevo Académico, á quien tengo la honra de con-
testar, se cuenta entre aquéllos que vienen principal-
mente aquí á título de oradores, como Pacheco, Olózaga,
González Brabo y el citado Ríos Rosas.
Su elocuencia parlamentaria y didáctica es harto dig-
na de este premio. Fácil y diserto en cuanto dice, une el
Conde, á la elegancia de la frase^ la nitidez, la correc-
ción y el método, que valen tanto para hacerse com-
prender; la amenidad y la gracia, que atraen al audito-
389
rio y ganan las voluntades; la firmeza que infunde el
convencimiento, y la circunspección, la njesura y el se-
reno reposo, que cuadran y se ajustan tan bien con la
índole del hombre de Estado.
Pero el nuevo Académico no ha lucido sólo en las
Asambleas políticas las dotes que como orador le distin-
guen, sino que, durante tres años, ante numeroso y
complacido concurso, ha dado en el Ateneo interesantes
lecciones sobre La libertad política en Inglaterra^ las
cuales, con aplauso general y no escaso fruto de los que
estudian seriamente la política, corren impresas en tres
volúmenes. En ellos, á más de campear las excelencias
que ya he encomiado, se atesoran no pocas noticias his-
tóricas para la generalidad de nuestros compatriotas
desconocidas, y muchas advertencias y máximas, sa-
cadas con tino y agudeza de los mismos hechos que se
refieren.
Entre otros trabajos del Conde, es muy de alabar ade- .
más uno bastante extenso, publicado en la Revista de
España, con el título de La embajada de D. Jorge
Juan en Marruecos y en el cual, no sólo se descubren
excelentes condiciones del estilo propio para la narra-
ción histórica, sino la aptitud didáctica, sesuda y refle-
xiva, de que el autor da tantas señales en las precitadas
lecciones.
De su discurso de recepción sería petulancia en mí el
hacer aquí panegírico. ¿Cuál mejor que vuestro aplauso?
¿Qué prueba más clara de su mérito que el deleite é in-
terés incesante con que le habéis oído?
Grande es mi deseo de contestar dignamente á dicho
discurso; pero ni la premura del tiempo, ni las dolencias
y graves disgustos que en estos días me han aquejado,
390
ni mi falta de serenidad y de paz interior, habrían de
consentirlo, aunque la pobreza de mi erudición y la cor-
tedad de mi entendimiento no lo estorbasen.
El tema sobre que versa el discurso no puede serme
más simpático; pero esto no basta.
Con ocasión de que las mujeres se complacen ahora en
asistir á estas reuniones, encarece mi amigo y compa-
ñero la capacidad que hay en ellas para el cultivo de las
letras y cuan útil y conveniente es que las cultiven. En
todo esto mi mente se halla en perfecta consonancia con
la suya. Nada diría yo, aunque supiera decirlo, para in-
validar sus razoncvS. Lo poco que yo añada será para es-
forzarlas.
El ser espiritual de la mujer no me parece, con todo,
igual al del hombre, sino radicalmente distinto. Lo que
el espíritu de ellas concibe sería, á mi ver, monstruoso,
si no diese señales de que es de mujer. Mas esta des-
igualdad no implica diferencia de valer, ni presupone
inferioridad mucho menos. La diferencia está en las
condiciones y calidades; en algo que se siente de un
modo confuso y que es difícil de determinar y de ex-
presar.
Pero la diferencia exisLe, y, aunque no sea más que
por esta diferencia^ deben escribir las mujeres. Si sólo
escriben los hombres, la manifestación del espíritu hu-
mano se dará á medias: sólo se conocerá bien la mitad
del pensar y del sentir de nuestro linaje. En los pueblos
donde la mujer vive envilecida en la servidumbre, y no
se la deja educarse y saber, la civilización no llega ja-
más á completo florecimiento: antes de llegar, se co-
rrompe ó se marchita. Es como si al alma colectiva de
la nación ó casta donde esto ocurre se le cortase una de
391
las alas. Es como ser vivo que tiene la mitad de su orga-
nismo atrofiado ó inerte por la parálisis.
Si el alma de la mujer es diferente de la nuestra, has-
ta en la operación más inmaterial debe notarse. Y yo
creo justo y consolador sostener esta diferencia. Si yo
cayese en la tentación de hacerme espiritista y de dar fe
á la palingenesia^ ^netempsicosis^ ó como quiera llamar-
se, imaginandp que renacemos en otros astros y mundos
de los que pueblan el éter insondable, entendería que la
mujer siempre quedaba mujer; pues tendría yo una de-
sazón grandísima si me volviese á hallar en Urano ó en
Júpiter, con la linda señora á quien hubiese amado en
nuestro planeta, aunque fuese de un amor más platóni-
co que el de Petrarca por Laura, convertida en caballe-
ro, 6 en algo equivalente, según los usos de por allá.
No puede ser mero accidente orgánico el ser de un
sexo ó de otro, sino calidad esencial del espíritu que in-
forma el cuerpo.
Repito, no obstante,, que no implica esto que se dé
inferioridad en las mujeres, ni en el alma ni en los ór-
ganos que la sirven. Los españoles nos hemos inclinado
siempre á creerlas superiores en todo. El sublime con-
cepto que do ellas tenemos se cifra en cierta sentencia
que Calderón, no una, sino varias veces, pone en boca
de sus galanes:
Que si el hombre es breve mundo,
La mujer es breve cielo.
Recuerdo que Juan de Espinosa, en cierto diálogo que
escribió en laicde de las mujeres^ titulado Gi)mecepaenoSj
se extrema en ponderar lo superiores que son en todo
las mujeres, valiéndose para ello de las doctrinas esco-
-1'
392
lásticas, de la historia, de la teología y de los argumen-
tos más raros y sutiles. Dice, por ejemplo, con darm--
nismo profetice y piadoso, que Dios sacó de lo menos
acabado y perfecto lo más perfecto y acabado; Del hom-
bre sacó á la mujer, no sin menoscabo y detrimento,
pues que le sacó una costilla; y de la mujer, sin detri-
mento ni menoscabo alguno, sacó un perfectísimo va-
rón, en quien quiso humanarse. 01ra observación no me-
nos curiosa del Ginaecepaeno:^ es que el hombre fué cita-
do por Dios en cualquiera parte, mientras que á la mu-
jer la creó Dios en el Paraíso.
Dejando á un lado estas cuestiones, sobrado profun-
das, digo que la mujer, aun cuando no escriba, influye
benéficamente inspirando lo mejor de cuanto se escribe.
¿Qué poesía, qué drama, qué leyenda, qué novela, no
tiene por asunto principal el amor de la mujer? Inspira-
do por su amor y deseoso de conquistar su amor, canta
casi siempre el poeta. Mas no contentas las mujeres con
tanta gloria, no satisfechas de inspirar sólo, han queri-
do y debido escribir también, á fin de que una de las fa-
ces de nuestro espíritu, colectivamente considerado, no
quede en la sombra, sin dejar rastro y sin dar razón per-
manente de sí.
El nuevo Académico, concretándose á nuestra patria,
ha hablado con elogio merecido y ha hecho el recuento
de las mejores escritoras que enriquecen el idioma cas-
tellano con sus producciones.
Es evidente que, en un discurso que por fuerza no ha
de extenderse demasiado, no puede esto hacerse por com-
pleto. España ha sido tierra fecundísima en escritoras, y
el Conde de Gasa-Valencia ha tenido que hablar poco de
las que ha hablado y que dejar de hablar de muchas.
393
Con más reposo y tiempo que los que tengo ahora, no
me sería difícil, ya que no completar, añadir algo, ci-
tando otras autoras de la época cristiana; y hasta ha-
blando de las poetisas muslímicas, que las hubo en gran
número y muy notables.
Un compañero nuestro, el Académico correspondiente
D. Gumersindo Laverde, pronto, por dicha, llenará este
Tacío. Sé que renne noticias con diligencia, y que escri-
be sobre el asunto. Yo espero que Dios mejore su que-
brantada salud, así por lo mucho que eslimo y quiero á
tan laborioso, entendido y modesto amigo, como para
que el público goce del libro que acerca ¿e las escritoras
españolas está componiendo, y que será de seguro bueno
y provechoso, como toda obra suya.
Quisiera yo, no obstante, añadir aquí algo, sobre lo
que ha dicho el señor Conde, en alabanza de nuestra gran
poetisa Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda; pero temo,
repetir lo que ya en algunos escritos míos, á que me re-
mito, dije de sus obras líricas y de alguna dramática.
La premura del tiempo me incita además á no hablar
de la gran poetisa, para consagrarme todo, en lo que
puedo decir aún sin fatigar vuestra atención, á otra mu-
jer, á otra poetisa harto más asombrosa, hija de nuestra
España y una de sus glorias mayores y más puras; la
cual, aun considerándolo todo profanamente, rae atrevo
á decir, sin pecar de hiperbólico, q»e vale más que cuan-
tas mujeres escribieron en el mundo.
Mi pluma tal vez la ofenda por torpe é inhábil; pero
mi intento es sano y de vivo entusiasmo nacido. Mi ad-
miración y mi devoción son tales que, si respondiese mi
capacidad á mi afecto, diría yo algo digno y grande en
su elogio.
394
Bien pueden nuestras mujeres de España jactarse de
esta compatriota y llamarla sin par. Porque, á la altura
de Cervantes, por mucho que yo le admire, he de poner
á Shakespeare, á Dante, y quizás al Ariosto y á Camoens;
Fenelon y Boásuet compiten con ambos Luises, cuando
no se adelantan á ellos; pero toda mujer, que en las na-
ciones de Europa, desde que son cultas y cristianas, ha
escrito, cede la palma y aun queda inmensamente por
bajo, comparada á Santa Teresa.
Y no la ensalzo yo como un creyente de su siglo, co-
mo un fervoroso catóhco, como los santos, los doctores y
los prelados sus contemporáneos la ensalzaban. No voy
á hablar de ella impulsado por la fe poderosa que alen-
taba á San Pedro Alcántara, á San Francisco de Borja, á
San Juan de la Cruz, al venerable Juan de Ávila, 4 Ba-
ñes, á Fr. Luis de León, al P. Gracián, y á tantas otras
lumbreras de la Iglesia y de la sociedad española, en la
edad de oro de nuestra monarquía; ni con el candor
con que la amaban y veneraban todos aquellos sen-
cillos corazones que ella robó con su palabra y con su
trato para dárselos á su Esposo Cristo; sino desde el
punto de vista de un hombre de nuestro tiempo, incré-
dulo tal veK, con otros pensamientos, con otras aspira-
ciones, y, como ahora se dice, con otros ideales.
En verdad que no es éste el punto de vista mejor para
hablar de la Santa; pero yo apenas puedo tomar otro.
No hay método además que no tenga sus ventajas.
Para las personas piadosas es inútil que yo me esfuer-
ce. Por razones más altas que las mías, comparten mi
admiración. Y en dicho sentido, nada acertaría á escri-
bir yo que ya no hubiesen escrito tantos teólogos y doc-
tores católicos de España, Alemania, Francia, Italia y
395
otras naciones, devotos todos de la admirable monja de
Ávila, y que, en diversas lenguas y en épocas distintas,
elogiaron sus virtudes,, contaron su vida y difundieron
su inspirada enseñanza.
Aunque este escrito mío no fuese improvisado, aun-
que me diesen años y no horas para, escribirle, nada
nuevo podría añadir yo de noticias biográficas, biblio-
gráficas y críticas, después de la edición completa de las
obras de la Santa, hecha por D. Vicente de la Fuente,
con envidiable amor, con afanoso esmero y con saber
profundo.
Véome, pues, reducido á tener que hablar de la Santa
sólo como profano en todos sentidos.
Mis palabras no serán más que una excitación para
que alguien,, con la ciencia y el reposo de que carezco,
no en breve disertación, sino en libro, exponga por ol
método que hoy priva aquella doctrina suya, que Fray
Luis de León llamaba la mds alta y más generosa filo-^
Sofía que jamás los hombres imaginaron.
Algo de esto ha hecho, para vergüenza nuestra, un
escritor francés, Pablo Rousselot, en libro que titula Los
místicos españoles^ donde, si deja mucho que desear, aún
nos da más que agradecer, ya que ha sido el primero en
tratar el asunto como filósofo, moviendo á algunos es-
pañoles, á par que á impugnarle y completarle, á imitarle
y á seguir sus huellas. Tales son un distinguido compa-
ñero nuestro, que no nombro, porque está presente y
ofendería su modestia, y el filósofo espiritualista de Bé-
jar, D. Nicomedes Martín Mateos, á quien me complaz-
co en mentar aquí y con cuya buena amistad me honro.
La dificultad de decir algo nuevo y atinado de Santa
Teresa crece al considerar lo fecundo y vario de su in-
396
genio y la multitud de sus escritos; y más aún si tene-
mos en cuenta que su filosofía, la más alta y más gene-
rosa^ no es mera especulación, sino que se transforma
en hechos y toda se ejecuta. No es misticismo inerte,
egoísta y solitario el suyo, sino que desde el centro del
alma, la cual no se pierde y aniquila abrazada con lo
infinito, sino que cobra mayor aliento y poder en aquel
abrazo; desde el éxtasis y el arrobo; desde la cámara del
YÍno donde ha estado ella regalándose con el Esposo, sale,
porque él le ordena la caridad^ y es Marta y María jun-
tamente; y embriagada con el vino suavísimo del amor
de Dios, arde en amor del prójimo y se afana por su
bien, y ya no muere porque no muere^ sino que anhela
vivir para serle útil, y padecer por él, y consagrarle
toda la actividad de su briosa y rica existencia.
Pero aun prescindiendo aquí de la vida activa de la
Santa y hasta de los preceptos y máximas y exhortacio-
nes con que se prepara á esta vida y prepara á los que la
siguen, lo cual constituye una admirable suma de moral
y una sublime doctrina ascética, ¡cuánto no hay que ad-
mirar en los escritos de Santa Teresa!
Divertida y embelesada la atención en tanta riqueza y
hermosura como contienen, no sabe el pensamiento dón-
de fijarse, ni por dónde empezar, ni acierta á poner or-
den en las palabras.
Á fin de decir, sin emplear muchas, algo digno de es-
ta mujer, sería necesario, aunque fuese en grado ínfimo,
poseer una sombra siquiera de aquella inspiración que
la agitaba y que movía al escribir su mente y su mano;
un asomo de aquel estro celestial de que las sencillas
hermanas, sus compañeras, daban testimonio, diciendo
que la veían con grande y hermoso resplandor en la
397
cara, conforme estaba escribiendo, y que la mano la
llevaba tan ligera que parecía imposible que natural-
mente pudiera escribir con tanta velocidad, y que esta-
ba tan embebida en ello que, aun cuando hiciesen ruido
por allí, nunca por eso lo dejaba ni decía la estorbasen.
No traigo aquí esta cita como prueba de milagro, sino
como prueba candorosa de la facilidad, del tino, del inex-
plicable don del cielo con que aquella mujer, que no .sa-
bía gramática ni retórica, que ignoraba los términos de
la escuela, que nada había estudiado en suma, adivina-
ba la palabra más propia, formaba la frase más conve-
niente, hallaba la comparación más idónea para expre-
sar los conceptos más hondos y sutiles, las ideas más
abstrusas y los misterios más recónditos de nuestro ínti-
mo ser.
Su estilo, su lenguaje, sin necesidad del testimonio de
las hermanas, á los ojos desapasionados de la crítica más
fría, es un milagro perpetuo y ascendente. Es un mila-
gro que crece y llega á su colmo en su último libro, en
la más perfecta de sus obras: en El Castillo interior ó las
Moradas.
La misma Santa lo dice: El platero que ha fabricado
esta joya sabe ahora más de su arte. ¡En el oro fino y
aquilatado de su pensamiento, cuan diestramente engar-
za los diamantes y las perlas de las revelaciones divinas!
Y este diestro artífice era entonces, como dice el Sr. La
Fuente, <una anciana de sesenta y dos años, maltratada
por las penitencias, agobiada por enfermedades cróni-
cas, medio paralítica, con un brazo roto, perseguida y
atribulada, retraída y confinada en un convento harto
pobre, después de diez años de una vida asendereada y
colmada de sinsabores y disgustos.»
398
Así escribió su libro celestial. Así, con infalible acier-
to, empleó las palabras de nuestro hermoso idioma, sin
adorno, sin. artificio, conforme las había oído en boca
del vulgo, en explicar lo más delicado y obscuro de la
mente; en mostrarnos, con poderosa magia, el mundo
interior, el cielo empíreo, lo infinito y lo eterno, que
están en el abismo del alma humana, donde el mismo
Dios vive.
Su confesor el P. Gracián y otros teólogos, con sa-
na intención sin duda, tacharon frases y palabras de la
Santa y pusieron glosas y otras palabras; pero el gran
maestro en teología, en poesía y en habla castellana,
Fr, Luis de León, vino á tiempo para decir que se po-
drían excusar las glosas y las enmiendas, y para avisar
á quien lej^ere El Castillo interior <que lea como escri-
bió la Santa Madre, que lo entendía y decía mejor, y
deje todo lo añadido; y lo borrado de la letra de la San-
ta délo por no borrado, si no fuere cuando estuviere en-
mendado ó borrado de su misma mano, que es pocas ve-
ces. > Y en otro lugar dice el mismo Fr. Luis, en loor
de la escritora, y censurando á los que la corrigieron:
<Que hacer mudanza en las cosas que escribió un pecho
en quien Dios vivía, y que se presume le movía á escri-
birlas, fué atrevimiento grandísimo, y error muy feo que-
rer enmendar las palabras; porque, si entendieran bien
castellano, vieran que el de la Madre es la misma ele-
gancia. Que aunque en algunas partes de lo que escri-
be, antes que acabe la razón que comienza, la mezcla con
otras razones, y rompe el hilo comenzando muchas veces
con cosas que ingiere; mas ingiérelas tan diestramente
y hace con tan buena gracia la mezcla, qu^ese mismo
vicio le acarrea hermosura. >
399
Entiendo yo, señores, por todo lo expuesto, y por la
atenta lectura de los libros de la Santa, y singularmente
de El Castillo interior^ que el. hechizo de su estilo es pas-
moso, y que sus obras, aun miradas sólo como dechado
y modelo de lengua castellana, de naturalidad y gracia
en el decir, debieran andar en manos de todos y ser más
leídas de lo que son en nuestros tiempos.
Tuve yo un amigo, educado á principios de este siglo
y con todos los resabios del enciclopedismo francés del
siglo pasado, que leía con entusiasmo á Santa Teresa y
á ambos Luises, y me decía que era por el deleite que
le causaba la dicción de estos autores; pero que ól pres-
cindía del sentido, que le importaba poquísimo. El ra-
zonamiento de mi amigo me parecía absurdo. Yo no
comprendo que puedan gustar frases ni períodos, por
sonoros, dulces ó enérgicos que sean, si no tienen sen-
tido, ó si del sentido se prescinde por anacrónico, eno-
joso ó pueril. Y sin callarme esta opinión mía, y mos-
trándome entonces tan poco creyente como mi amigo,
afirmaba yo que así en las obras de ambos Luises, como
en las de Santa Teresa, aun renegando de toda religión
positiva, aun no creyendo en lo sobrenatural, hay toda-
vía mucho que aprender y no poco de qué maravillarse;
y que, sino fuese por esto, el lenguaje y el estilo no val-
drían nada, pues no se conciben sin pensamientos ele-
vados y contenido substancial, y sin sentir conforme al
nuestro, esto es, humano y propio y vivo siempre en to-
das las edades y en todas las civilizaciones, mientras
nuestro ser y condición natural duren y persistan.
Pasando de lo general de esta sentencia á su aplica-
ción á las obras de la Santa, ¿qué duda tiene que hay en
todas ellas, en la Vida^ en El Camino de perfección^ en
n
400
los Conceptos de amor divino y on las Carian y en Las
Moradas, un interés inmortal, un valer imperecedero, y ,
verdades que no se negarán nunca, y bellezas de fondo,
que las bellezas de la forma no mejoran sino hacen pa-
tentes V visibles?
La teología mística, en lo esencial, y dentro de la más
severa ortodoxia católica, tenía que ser la misma en io-
dos los autores; pero ¿cuánta originalidad y cuánta no-
vedad no hay en los métodos de explicación de la cien-
cia? ¿Qué riqueza de persamientos no cabe y no se des-
cubre en los caminos por donde la Santa llega á la cien-
cia, la comprende y la enseña y declara? Para Santa Te- 1
resa es todo ello una ciencia de observación, que descu- i
bre ó inventa, digámoslo así, y lee en sí- misma, en el ]
seno más hondo de su espíritu, hasta donde llega, atra-
vesando la obscuridad, iluminándolo todo con luz cla-
ra, y estudiando y reconociendo su ser interior, sus fa-
cultades y potencias, con tan aguda perspicacia, que no
hay psicólogo escocés que la venza y supere.
Rousselot concede á nuestros místicos, y sobre todo á
Santa Teresa, este gran valor psicológico: la compara
con Descartes: dice que Leibnitz la admiraba; pero Rous-
selot niega casi la transcendencia, la virtud, la inspira-
ción metafísica de la Santa.
Pantos son éstos tan difíciles, que ni son para trata-
dos de ligera, ni por pluma tan mal cortada ó inteligen-
cia tan baja como la mía.
Me limitaré sólo á decir, no que sé y demuestro, sino
que creo y columbro en Los Moradas, la más pene-
trante intuición de la ciencia fundamental y transcen-
dente; y que la Santa, por el camino del conocimiento
propio, ha llegado á la cumbre de la metafísica, y tiene
401
la visión intelectual y pura de lo absoluto. No es el es-
tilo, no es la fantasía, no es la virtud de la palabra lo
que nos persuade, sino la sincera ó irresistible aparición
de la verdad en la palabra misma.
El alma de la Santa es un alma hermosísima, que ella
nos muestra con sencillo candor: ésta es su psicología;
pero hundiéndose luego la Santa en los abismos de esa
alma, nos arrebata en pos de sí, y ya no es su alma lo
que vemos, sin dejar de ver su alma, sino algo más in-
menso que el éter infinito, y más rico que el universo,
y más luminoso que un mar de soles. La mente se pier-
de y se confunde con lo divino; mas rio queda allí ani-
quilada é inerte: allí entiende aunque es pasiva; pero
luego resurge y vuelve al mundo pequeño y grosero en
que vive con el cuerpo, corroborada por aquel baño ce-
lestial, y capacitada y pronta para la acción, para el
bien y para las luchas y victorias que debe empeñar y
ganar en esta existencia terrena.
Lo que la Santa escribe como quien cuenta una pere-
grinación misteriosa; lo que refiere como refiere el via-
jero lo que ha visto, cuando vuelve de su viaje, no ga-
naría, á mi ver, reducido á un orden dialéctico; antes
perdería: pero sería, sin duda, provechoso que persona
hábil acertase á hacer este estudio para probar que hay
una filosofía de Santa Teresa.
Yo, señores Académicos, deseoso de responder pronto
y lo menos mal que pudiera á mi pariente y amigo, me
comprometí para^hacerlo hoy, sin contar con los males
y desazones que en estos días han caído sobre mí. He
tenido poco tiempo de que disponer: tres días no más.
Por estp he sido más desordenado é incoherente que de
costumbre. Vosotros, con vuestra indulgencia acostum-
f
402
brada, me lo perdonaréis. Así me lo perdone también
este escogido auditorio, y el publico luego.
La misma priesa me ha hecho ser más extenso de lo
que pensaba. Para decir algo sin escribir ó hablar mu-
cho, se requiere ó tiempo y meditación* ó gran brío de
la mente: y todo me ha faltado.
* Por dicha, el Conde de Gasa- Valencia, con el discur-
so qué leyó antes, recompensó, con paga adelantada y
no viciosa, la paciencia que gastasteis en oirme; y ño
dudo que seguirá pagando este favor, auxiliándonos en
nuestras tareas, con la discreción y laboriosidad que le
son propias y con la erudición y el ingenio de que nos
ha dado hoy gallarda muestra.
DISCURSO
DEL
EscMo. Se. D. TOMÁS DE CORRAL Y OM
MARQUÉS DE SAN GREGORIO (4).
Señor:
Guando la Real Academia Española tuvo á bien ele-
girme individuo de su número, decía yo á su ilustre Di-
rector que me faltaban medios de expresión para agra-
decer debidamente tan señalada merced. Si entonces, en
la tranquilidad del hogar doméstico y en el retiro de]
estudio, no encontraba palabras para manifestar mi gra-
titud, ¿cómo podré tenerlas en este solemne momento
ante la Augusta presencia de Vuestra Majestad, partici-
pando, sin merecerlo, de la alta honra que se digna dis-
pensar á la Academia maestra del buen decir, como
prueba relevante del amor que Vuestra Majestad profesa
á las ciencias, á las letras y á las artes, y de su protec-
ción á los que las cultivan? Sean, Señor, la emoción que
perturba mi ánimo y el silencio la expresión más elo-
cuente de mi profundo respeto é inalterable lealtad.
(4) Lo leyó en Junta pública de la Real Academia Española, celebrada
el 8 de JQoio de 1879, al tomar posesión de sa plaza de Académico de nú-
mero. Honró esta Junta con sn presencia S. M. el Rey D. Alfonso XIL
404
Ruego á Vuestra Majestad se digne de otorgarme su
excelsa venia para leer el discurso prevenido por los
Estatutos.
Declaro que de largo tiempo había llamado poderosa-
mente mi atención la gloria del que logra ocupar un si-
tio entre los doctos en el habla castellana; y declaro
también que nunca me había atrevido, no digo á pedir,
pero ni aun á desear distinción tan envidiable, recono-
ciéndome falto de merecimientos para subir á la altura
de la Real Academia Española. Fué necesaria la caj:iño-
sa iniciativa de un Académico (^) para que, pagando mi
tributo á la debilidad humana, me decidiera á transmi-
tir al preclaro amigo la representación de mi humilde
personalidad, á fin de que en unión de dos Académicos,
tan bondadosos como esclarecidos (2), anunciase á la
Real Academia que solicitaba sus sufragios y su bene-
volencia. Dado este paso, ya no era posible volver atrás;
que si lo fuera, quizá habría suplicado á la Real Acade-
mia que me permitiera declinar la honra de entrar en el
preciado concurso.
Recibí el voto de la Real Academia con respetuosa
gratitud, y á la par con el sentimiento de ver mi peque-
nez al lado de tanta grandeza. Tranquilíceme, sin em-
bargo, y no poco, al considerar que sin duda la sabia
Academia había creído que en una ú otra ocasión podría
yo servir de auxihar en aquellos trabajos que se rela-
cionan con la tecnología de mis estudios especiales.
Soy, pues, un auxiliar modesto que todavía podrá
(4) El Excmo. Sr. D. Tomás Rodríguez Rubí.
(2) Los.Excmos. Srcs. Conde de Clieste y D. Manuel Sil vela.
405
conseguir participación, siquiera minina, en las glorias
académicas; déla propia manera que la puede conseguir
en las del genio del arte, el obrero que labra el mármol
para el monumento histórico; y en las del genio de la
guerra, el soldado que con sólo obedecer contribuye á
la victoria.
Y como en este día sea indispensable, en obtempera-
ción á los Estatutos, que al propio tiempo que el electo
presenta su ofrenda de gracias por la merced recibida,
exponga un punto de los que versan sobre el objeto en
que se ocupa la docta Corporación, dedicaré, antes de
cumplir con esto deber y siguiendo loabilísima costum-
bre, algunas frases á la buena memoria de mi digno pre-
decesor en el sillón académico, D. Francisco Gutanda.
Ha transcurrido más de media centuria desde la época
en que frecuentaba las aulas de la primera Universidad
de Madrid esplendente pléyada de jóvenes que fueron
después orgullo y ornamento de la patria en las diver-
sas carreras del Estado. Tres se han sentado en esta
Academia: Olózaga, gala y lustre de la elocuencia en las
Cortes; Escosura, orador notable y escritor fácil y casti-
zo, y Cutanda, distinguido jurisconsulto y escritor puro
y correcto, de gusto delicado y sabroso aticismo.
Oía por entonces Gutanda Instituciones filosóficas para
oir más adelante Facultad, y ya se descubrían en el
adolescente claro talento, decidido amor al estudio,
constante aplicación y juicio superior á sus cortos años,
realzadas tan ventajosas disposiciones por educación es-
merada.
Todos saben lo que fué después D. Francisco. Brilla-
ron en el foro sus vastos conocimientos y dotes orato-
rias; en la Academia y en la prensa sus trabajos litera-
406
rios, y en la vida pública y en la íntima del hogar sus
excelentes cualidades.
Y ahora expondré algunas consideraciones acerca de
ia concordancia lógica del pensamiento con su expresión;
que de intento deliberado y conociendo sobradamente
que desoigo en momentos solemnes y críticos los sanos
consejos del preceptista latino, he tomado este asunto
por parecerme menos desproporcionado á la escasez de
mis fuerzas.
I.
Existen las ideas en la región intelectiva regidas por
dos leyes necesarias: la de relación y la de representa-
ción. La primera une, separa y clasifícalas ideas, distri-
Imyóndolas en grupos lógicos y unidades definidas; y la
segunda les da forma en un habla íntima, propiedad
absoluta de la conciencia, donde se distinguen el sujeto
y el atributo, el nexo de estos dos elementos, la unidad
lógica ó proposición^ la f'rase ó serie de proposiciones,
y, por último, el discurso ó serie de frases. Y todavía
por encima de estas operaciones de comparación, de jui-
cio y de forma interior se halla un criterio supremo,
destello de la Luz Divina, que abraza y penetra con su
prepotencia todo lo pensado, y abstrae, generaliza, unl-
versaliza y categoriza, instituyendo así la unidad inte-
lectual.
Una necesidad, producto del ejercicio de las faculta-
dles mentales, determina la expresión del pensamiento,
porque no basta la contemplación de lo que pasa en el
misterio de nuestra conciencia para cumplir lo que co-
rresponde á la finalidad de nuestro ser.
Verifícase, por lo tanto, en el orden sensible la mani-
407
festación de las ideas con sus relaciones, y esta interpre-
tación fhermeneiaj debe considerarse como la explica-
ción de lo que se siente y de lo que se piensa.
Variadas son las formas de la exposición hermenéuti-
ca. El movimiento, la quietud, las diversas actitudes del
cuerpo, la fisonomía y la phonesis indistinta expresan
los dos grandes tipos afectivos: el placer y el dolor. La
fisonomía, con particularidad, e^s susceptible de movi-
mientos delicadísimos con los cuales se representan
ciertas sensaciones y ciertos afectos con tanta fidelidad
como con la palabra. Una mirada, un movimiento de
los labios apenas perceptible pintan á veces de una ma-
nera admirable sentimientos que^ se agitan en nuestro
interior. El arte en todas sus manifestaciones es también
el habla de la inteligencia; y hasta el silencio mismo y
un estado pasivo del individuo son un medio poderoso de
expresión.
Pero estas formas diferentes de la hermeneia no son
bastantes á exteriorizar todo lo que hay de intelectual
y afectivo dentro de nosotros. Se necesita, pues, de un
medio más potente que exprese las ideas con todas sus
relaciones, que sea la representación del pensamiento
con todas sus condiciones lógicas, y que nos dé á cono-
cer, sin el menor asomo de obscuridad, lo abstracto, lo
general, lo universal y lo categórico. Este medio se ha-
lla en la phonesis articulada y en la escritura.
Sólo por el camino de la Filosofía puede llegarse has-
ta el conocimiento de las leyes que presiden á Ja consti-
tución del habla. Apoderándose de los hechos históricos
y estudiándolos en su origen y sucesión, puede decirnos
la ciencia-madre cómo ha nacido la palabra en virtud
de una disposición ingénita y de una lógica espontánea,
408
casi inconsciente; cómo la raíz, primer elemento, mate-
ria prima del habla, informe y vaga en el orden inteli-
gible, ha ido desenvolviéndose y manifestándose en el
orden sensible; cómo la palabra ha pasado del estado de
germen, in potentia^ al de evolución, m actu^ adquirien-
do la forma conveniente para la expresión de la idea y á
la vez el carácter de elemento gramatical; cómo se han
concertado los diversos elementos para producir y poner
de manifiesto la unidad necesaria de las ideas; y cómo,
finalmente, el habla, organizada ya, ajustada á las leyes
de la Lógica formal, y adornada además con las galas
del acento, de la cantidad, de la medida, del número y
del ritmo, ha representado siempre el grado de civiliza-
ción de los pueblos, caminando al compás de su grande-
za, de su decadencia y de su historia.
La Filosofía puede señalarnos las diversas formas pho-
Héticas y el organismo sucesivo de la proposición, de la
frase y del discurso, realizándose asi la unidad lógica
exterior como expresión acabada del pensamiento. Y
aquí se ve cómo dentro y fuera del individuo existe la
unidad, ideal en el primer caso, sumándose el sujeto
pensante con el objeto pensado; y real en el segundo,
sumándose el sujeto gramatical con el predicado, me-
diante un lazo que es el espíritu del habla. Las ideas se
hallan en la mente compenetradas; pero en su exposi-
ción deben colocarse necesariamente las palabras en
un orden determinado por el tiempo y por el espacio,
pues no es posible su penetración. Así es que la unidad
es absoluta en la inteligencia, mientras que la unidad
exterior es solamente relativa, como que está sujeta á la
sucesión y al enlace de los elementos de la proposición y
de los miembros de la frase. Y á pesar de esta disposi-
409
ción necesaria, es tal ía magia del habla, debida á la re-
lación lógica de sus partes, que por más que éstas apa-
rcíícan separadas en el espacio y en el tiempo, la inteli-
gencia percibe sin esfuerzo la unidad apenas se ha ma-
nifestado el pensamiento, y más de una vez adivina todo
el concepto con la enunciación de una sola de las partes
de la fórmula que lo representa. Tan irresistible es la
fuerza que eslabona los miembros de Xaphofiesis. Y esto
nace de que la Lógica sensible está en perfeota conso-
nancia con la suprasensible.
Deseo, Señor, presentar á la alta consideración de
Vuestra Majestad un ejemplo felicísimo de esta conso-
nancia de lo pensado y de lo expresado.
¿Qué pasa allá en lo recóndito de la conciencia de Se-
gismundo cuando contempla sus dos vidas, la una en la
mazmorra y la otra junto al trono? En la vida nueva,
¿hay verdad ó hay error? ¿hay realidad ó ha^v^ apariencia?
Él cree que es un sueño; pero Rosaura le dice que no, y
en esta oposición de ideas que inquietan el sentido ínti-
mo del príncipe, en esta duda que agita su mente y casi
la anubla, es indispensable formular un juicio que enla-
zando la realidad y el sueño produzca una determina-
ción interna y un acto exterior. Véase cómo pinta el ge-
nio de Calderón la duda que conmueve el ánimo de Se-
gismundo en el aparte del diálogo con Rosaura (^):
«Si soué aquella grandeza
En que me vi, ¿cómo ahora
Esta mujer me refiere
Unas señas tan notorias?
Luego fué verdad, no sueno;
Y si fué verdad (que es otra
{\) La villa es sueñOy jornada III, escena X.
410
Confusión, y no menor),
¿Cómo mi vida le nombra
Sueño? »
La Lógica conduce á Segismundo como por la mano
á la aproximación de las dos tesis opuestas, y el prota-
gonista sigue diciendo con inimitable valentía en el ra-
zonar:
(í Pues ¿tan parecidas
Á los suefios son las glorias,
Que las verdaderas son
Tenidas por mentirosas,
Y las fingidas por ciertas?
jTan poco hay de unas á otras,
Que hay cuestión sobre saber
Si lo que se ve y se goza
Es mentira ó es verdad!
¿Tan semejante es la copia
Al original, que hay duda
En saber si es ella propia?!
Después de esta deducción rigorosa, es fuerza con-
vertir en hecho exterior la determinación interna, la
cual es la resultante necesaria de un juicio cuyos térmi-
nos son la tesis y la antítesis, v el razonamiento conclu-
ye con esta resolución definitiva y práctica:
«Pues si es asi, y ha de verse
Desvanecida entre sombras
La grandeza y el poder,
La majestad y la pompa,
Sopamos aprovechar
Este ralo que nos toca,
Pues sólo so goza en ella
Lo que entre sueños se goza.»
Aquí está sintetizada la concepción filosófica del dra-
411
ma; aquí están concordadas las dos unidades: la inteli-
gible y la sensible.
U.
Previas estas ideas generales acerca de la armonía del
pensamiento y de su expresión, entro desde luego en el
análisis lógica del habla, subiendo en brevísimo tiempo
desde sus elementos hasta sus formas más acabadas.
¿Cómo nace una lengua? Imposible es penetrar en la
obscuridad da las edades, allende la leyenda y la tradi-
ción, para contestar á esta pregunta. Más acá, ya en los
tiempos históricos, vemos que los filósofos han andado
muy divididos en la indagación de este negocio. Pitágo-
ras, Heráclito, Platón, Hipócrates y Epicuro creían que
las palabras estaban en la naturaleza ligadas necesaria-
mente con la esencia de las cosas. Platón iba más allá:
concedía al habla un origen autocrático, viendo en las
palabras elementos fundamentales y necesarios emana-
dos del legislador, que es el que impone á las cosas el
nombre que existe en ellas con condiciones de inmanen-
cia; y llegando hasta pensar en que algunas palabras, de
entre las que significan ideas eternas, parecían forma-
das por un poder divino W.
Hipócrates asienta que las palabras están adheridas á
la naturaleza mediante cierta ley, y que las realidades
de las cosas no proceden de los nombres sino de la natu-
raleza misma; resolviendo de plano hace veintitrés si-
glos la famosa cuestión del realismo y del nominalismo
agitada en las escuelas de la Edad Media (2).
Epicuro es, si cabe, más explícito. Dice que en el ori-
{\) Diálogos. — Cralylo.
(4) Del Arle.
412
gen de las lenguas no se dieron nombres á las cosas en
fuerza de una convención, sino que la Humanidad formó
espontáneamente las palabras emitiendo los diversos so-
nidos producidos por cada pasión y por cada idea, según
la diferencia de lugares y pueblos; que más tarde se fué
perfeccionando la lengua, y que las personas instruidas
dieron nombres adecuados á las cosas no sensibles. Y
añade que es absolutamente necesario que se perciba di-
rectamente en cada palabra y sin apelar á demostración
la idea fundamental que encierra (0.
Enfrente de estas creencias estaban Demócrito y .Aris-
tóteles, para quienes las palabras no venian á ser otra co-
sa que pura convención.
Pero esta materia tan alta y transcendental debe re-
servarse á los cultivadores de la glosología filosófica, los
cuales pueden saber si en el origen histórico de lenguas
autógenas y autóctonas se encuentran elementos que me-
rezcan ser considerados como cuna, como raíz primordial
de determinadas íovmdi^ phonológicas. Y sin que sea vis-
to que quiera yo tratar, ni aun de soslayo, un punto su-
perior, por de contado, á mis facultades, y superior tam-
bién al tema concreto antes enunciado , no puedo me-
nos de manifestar mi completa conformidad con los que
creen en la esencia natural de las palabras, teniendo en
cuenta la filiación onomatópica indisputable, evidente,
de gran número de raíces y de voces; la manera instin-
tiva con que el hombre, colocado en todas las condicio-
nes sociales, crea, artífice providencial del habla, pala-
bras destinadas á representar ideas nuevas; y la resis-
tencia invencible con que ha tropezado siempre la cien-
[\) Diógenes Laercio.— Coria ile Epicuro á Heráolito,
413
cia para la formación de lenguas convencionales, á pe-
sar de esfuerzos dignos de mejores resultados.
También debe reservarse á los fisiólogos, por no ser
pertinente á mi propósito, el estudio profundo de las
funciones phonéticaSj de su estrechísimo enlace con las
acústicas, y de la maravillosa armonía de unas y otras
con la inteligencia que las manda y les da dirección, á
fin de que tenga el pensamiento la forma exterior con-
veniente.
Mi objeto, pues, está limitado en la ocasión presen-
te por la índole del tema indicado.
III.
La voz fundamental estudiada en el origen de la vida
es el resultado de un movimiento instintivo represen-
tante de una necesidad todavía indeterminada del orga-
nismo. Este sonido-tipo, cuna de la palabra, no es un
fenómeno elemental, porque así como la luz se descom-
pone al través del prisma, la voz humana tiene también
su prisma en los órganos de la phonesis; y empieza bien
pronto, al impulso de nuevas necesidades, primeramente
por modificarse en su intensión, extensión, duración,
agudeza, gravedad y timbre, y después por descompo-
nerse en varios sonidos que más adelante se han de unir
y combinar con otros que proceden de la educación, de
la misma manera con que se unen y combinan en múlti-
ples proporciones los colores primitivos de la luz para
formar infinidad de matices. Hay, por lo tanto, en la
voz lo mismo que en la luz estos dos fenómenos sucesi-
vos: desarticulación y articulación.
El sonido fundamental se desarticula y divide en so-
414
nidos llamados vocales^ y esta operación se ajusta á un
orden tan natural como el que tienen los colores en el
espectro solar. Así es que el orden alfabético de las
^^ocales es perfectamente fisiológico porque nace del que
lienen las funciones phonéticas, las cuales se ejercen con
arreglo á una escala donde la facilidad de la pronuncia-
ción va gradualmente disminuyendo á medida que se
sube. Y para esto basta recordar el sonido gutural dulce
de la Á; el de la É^ que se oye en la parte media de la
líóveda palatina; el de la /, que se oye en la parte ante-
rior de esta bóveda, y los de la íí y la Ü, que se oyen en
]n boca y necesitan de la acción manifiesta de los labios.
En este orden instintivo se ha verificado la desarticula-
fión del sonido fundamental en consonancia con las ne-
cesidades que se han ido despertando en el organismo;
lie manera que considerando que los sonidos son tanto
Tíienos agradables al oído cuanto más enérgica es la fun-
eii^^n que los determina, aun á pesar del poder innegable
de la educación, resulta que estos tres actos, el fisioló-
^nco, élphonéiico y el lógico, se hallan unidos en la vo-
(Müzación por una lazada de necesaria armonía.
Á la desarticulación del sonido fundamental sucede la
articulación de los sonidos vocales, primero entre sí, y
ílespués con los llamados consonantes ó st/mphónicos.
Kstüs no son en rigor sonidos con existencia propia,
sino modificaciones íntimas de los sonidos primitivos,
t^n los cuales se distinguen ya desde el principio una
' oDsonancia obscura que más adelante se declara y de-
le rndna á medida de las necesidades lógicas para cons-
ti iuir los sonidos silábicos. Estas modificaciones van ha-
riéndose sucesivamente más complicadas y difíciles en
su manifestación, y exigen de los órganos actos funcio-
415
nales que más adelante una educación consciente y vo-
luntaria perfecciona de día en día. ¡Qué distancia en la
escala phonética desde el sonido de la Á pura y sin mez-
cla alguna de otra vocal, hasta el de las consonantes gu-
turales rudas, de las vibrantes y de las sibilantes!
Y por cierto que mientras las vocales están colocadas
en la escala phonética en orden rigorosamente natural,
y por lo mi§mo lógico, como medios elementales de re-
presentación intelectual y afectiva, las consonantes se
hallan dislocadas caprichosamente, faltas del orden fisio-
lógico establecido por la conformidad de las funciones
phonéticns y de las necesidades de la vida.
De lo apuntado, si bien á la ligera, se desprende que
la división de los sonidos en vocales y consonantes sólo
existe en la representación gráfica, porque en la phoné-
tica coexisten unos y otros en estado de necesaria com-
penetración; y que la pronunciación de las vocales es
natural, al paso que la de las consonantes, si se excep-
túa una ú otra, es hija de la educación y del arte.
IV.
Los sonidos vocales y los consonantes necesitan de
una representación exterior más permanente que la de
los órganos phoné¿ico$, de suyo fugaz y pasajera. Esta re-
presentación comprende en los albores del habla la idea
vaga ó indefinida encarnada en los sonidos recientemen-
te desarticulados, y la idea, todavía poco determinada,
contenida en la articulación de estos sonidos entre sí y
con los symphónicos. De aquí la representación por me-
dio de letras y de sílabas. Hay indudablemente relación
lógica, casi misteriosa, entre la pronunciación de las le-
416
tras y la idea obscura que ellas representan; y esla co-
rrespondencia se aclara con las sílabas, donde el enlace
do los elementos phonéticos y gráficos asocia á la vez las
ideas afines, y les da una fuerza representativa mayor
que la que tenían en los elementos anles de su unión.
Por esta razón han recibido ciertas letras y algunas sí-
labas el carácter y el nombre de forrnativas, considerán-
dolas como fundamento de la palabra. Un -ejemplo no-
table de este valor tenemos en la letra R. Ésta significa,
según decía Platón (O, el instrumento propio para ex-
presar la idea del movimiento con el cual tiene indubi-
table analogía en su pronunciación fuerte. Y no faltan
tampoco sílabas que, ora por su onomatopeia, ora por
su origen ignorado, gozan de indisputable importancia
en ciertas lenguas para la formación de las raíces.
Un paso más y en la misma sílaba aparece la raíz,
núcleo formativo de la palabra, representación de una
idea-madre, y punto de partida para la agregación de
ideas secundarias emanadas de la cardinal y de otras
que, naciendo de raíces distintas, tienen, sin embargo,
con ella incuestionable afinidad. La raíz expresa admi-
rablemente sus funciones como tipo phonéíico y lógico;
es el germen que encierra los elementos representativos,
y que al modo que la raíz de un vegetal contiene no sólo
los órganos en estado embrionario, sino la facultad de
agregar los elementos necesarios para su desenvolvi-
miento, pasa, en el proceso de evolución y asimilación,
de lo indeterminado á lo determinado, y de lo general á
lo individual. Así, á la vez que en la región inteligible
la idea primitiva asocia las ideas afines, en la región
(4) Diálogos.— CVí/f^/u.
^^^^
417
sensible ia raíz primitiva, informe todavía, asocia los
elementos phonéticos similares, realizándose la unión de
lo material y lo formal. Y aunque es, á no dudarlo, mis-
teriosa la época de las raíces protógenas^ de las anexio-
nes y desinencias originarias, y de la significación inte-
lectual y afectiva de unas y otras, bien pronto, á medi-
da que adelanta la evplución de la palabra, se descu-
bren los tipos lógicos representativos de la personalidad
del que habla y de lo que está fuera ella, de lo interjec-
tivo, de lo atributivo y de lo demostrativo. En esta épo-
ca aparece ya un presentimiento de análisis y de sínte-
sis, de abstracción y de generalización; pero estas ope-
raciones, faltas de medios representativos, carecen de la
claridad necesaria para establecer sobre cimiento firme
la relación, ordenación y clasificación de los hechos nu-
merosos que se agolpan á la mente.
La palabra ya formada, símbolo de la idea, instrumen-
to potentísimo del espíritu, aparece primero en la con-
ciencia (palabra interna) y después en la phonesis y en
la escritura (palabra externa) para el cumplimiento de
los actos, inteligibles y sensibles si está bien construida;
y lo estará verdaderamente cuando contenga la deter-
minación, la delimitación y la definición de la idea con
tanta claridad que el pensamiento se pinte en la pala-
bra, como quiere Platón (O, de la misma manera que se
pintan las imágenes de los cuerpos en un espejo ó en el
agua en estado de perfecta tranquilidad. Ésta es la con-
dición substancial, entendiendo por substancial todo lo
que hay en la palabra de atributivo^ y por lo tanto de
inherente á la naturaleza de la cosa representada, pues
(4) Diálogos.-^Croíyío.
27
418
lo formal es el resultado de operaciones racionales.
Está construida la palabra unas veces por yustaposi-
ción ó simple ag'regación, y otras por verdadera combi-
nación de los elementos lógicos y phonéticos. En el pri-
mer caso resulta un todo donde las significaciones par-
ciales de los elementos se suman como cantidades ho-
mogéneas, y en el segundo han perdido algo estos ele-
mentos y sufrido tal- penetración que el todo resulta
completamente nuevo, viéndose entonces una operación
semejante á la combinación química. Y á pesar de esta
unión íntima se distinguen con frecuencia en las pala-
bras las partes elementales que gozaban antes de vida
propia é independiente, descubriéndose todavía en ellas
su espíritu lógico. Por este camino y no otro sé cons-
truyen las palabras primitivas ó fundamentales; y para
demostrar que es así, basta tener en cuenta el modo de
formación de las que engendra la necesidad en la civili-
zación y en las múltiples manifestaciones de la ciencia y
del arte. .
El mayor número de palabras nuevas se ajusta á la
doctrina platónica, en la cual está considerada la pala-
bra como la imitación del objeto por medio de la pho-
nesiSj siendo, como es, indudable que el que imita da
nombre al objeto en el acto mismo. ¿Son otra cosa los
apodos, motes y sobrenombres que impone el vulgo, á
veces con picante aticismo y gracia envidiable, sino re-
presentación phonética ó lógica de cualidades físicas, in-
telectuales ó morales?
V.
Hay otros elementos phonéticos más ó menos defi-
nidos que sirven poderosamente para establecer las re-
419
laciojies lógicas de la idea primordial contenida en la
raíz y de la representada en la palabra. Ahí están con
importancia indisputable los prefijos, los subfijós y los
infijos, ora simplemente aplicados y por lo tanto sepa-
rables, ora estrechamente unidos por una verdadera
fusión. Ahí están con importancia no mejior las desi-
nencias, cuyo carácter no es convencional, como el de la
notación de que nos servimos en las Matemáticas y en
la Química, sino incuestionablemente natural, porque
son en rigor palabras ccn vida propia y significación
phonológica qne se han agregado á la raíz y á la pala-
bra fundamental, fundiéndose poco á poco por el uso en
la pronunciación y en la escritura; pqro revelando to-
davía en los nombres la presencia de los pronombres
demostrativos y en los verbos la de los personales.
Vienen después las derivaciones lógicas, ya de las raí-
ces protógenas^ secundarias ó terciarias, ya de la pala-
bra misma, expresando con diversas desinencias la re-
lación de la idea cardinal con las que le están subordi-
nadas por una sucesión necesaria; lo cual se ve con to-
da perspicuidad en las procedencias verbales. Del infi-
nitivo experiinentar^ por ejemplo, se derivan, con arre-
glo á las leyes glosológicasj las siguientes palabras, colo-
cadas, no arbitrariamente, sino por necesidad, en orden
lógico correspondiendo á ideas determinadas:
Experimentabilidad. — Aptiltid abstracta.
Experimentable. — Aptitud concreta,
Experiinentativo.--iS!w;c/o abstracto.
Experimentador. — Sujeto concreto,
■ Experimentación. — Acddn.
Experimento. — Acto,
Experiencia. — Ley lógica: fórmula inteligible.
420.
Ésta es la serie de ideas que nos lleva naturalmente
al concepto final de experiencia; á la inducción de lo
conocido en lo cognoscible^ mediante lo cognoscitivo. Y
es digno de notarse que las dos raíces de aquella pala-
bra de tan alta significación filosófica comprenden la
acción de penetrar con luz en lo obscuro para sacar de
allí lo que está escondido. Y también debe advertirse
S que falta en nuestro idioma el infinitivo abstracto de
donde proceden experiente y experiencia; infinitivo que
fr goza de indisputable prelación con respeto á experi-
mentar.
Merecen además mención las palabras compuestas
que, como dice su nombre, nacen de la yustaposición
de dos ó más simples con significación propia, entre las
cuales pierde ó muda alguna la vocal final para que la
palabra nueva sea más eufónica. El lazo que une las pa-
labras simples es, sobre arbitrario, tan débil que pueden
separarse libremente, quedando cada una con su valor
primitivo.
Llegan, por último, las palabras representativas de las
ideas de tiempo, espacio, prelación, interjección, inte-
\ rrogación, afirmación, negación, duda, unión, oposi-
ción, condición, etc.
VI.
Las diversas formas de la palabra están ajustadas á una
ordenación y clasificación donde se ven sus relaciones
necesarias y contingentes con las ideas que significan.
La Lógica en sus dos manifestaciones, la espontánea y la
artística, ha fundado este sistema que se llama Gramáti-
ca: el gran instrumento de la Filosofía y de la Historia. Y
fc
c
421
en verdad que en lugar de decir que la Lógica es la funda-
dora de la Gramática, se diría mejor que se ha realizado
en las palabras, dándoles orden, movimiento y vida para
que puedan expresar las distintas categorías de la idea.
Tiene, pues, la Gramática una Lógica real y una Meta-
física práctica bastante alejada de los peligros de la
transcendental; y á estas dos condiciones filosóficas debe
el poder asentarse sobre base firmísima la relación de
las formas gramaticales y del pensamiento.
Descuellan entre estas formas, por su importancia ló-
gica, el nombre con modalidades pronominales, adjeti-
vales y desinencias, y el verbo con modalidades y desi-
nencias representivas de la acción y del tiempo. El nom-
bre y el verbo son los órganos principales en la vida de
la lengua, como que comprenden las grandes ideas de
sujeto y atributo, y tienen naturalmente subordinadas á
las otras formas gramaticales. Su flexibilidad es tan no-
table que les permite representar fielmente los diferen-
tes estados de las cosas, así lo categórico, lo abstracto,
lo general y lo necesario, como lo relativo, lo particular
y lo contingente, por medio de la declinación y de la con-
jugación; palabras de bondad etimológica tan evidente
y significación gramatical tan elevada que ha podido de-
cirse con fundamento que todo el secreto de la Gramáti-
ca está en la declinación y en la conjugación. Y así es
en efecto. El nombre, ya con verdadera declinación, ya
con partículas prepositivas que hacen el oficio de modi-
ficaciones desinenciales; ora revestido de la forma pro-
nominal, ora de la relativa y dominando una y otra;
llevando unas veces la representación de substantivo y
otras la de adjetivo^ es como la materia sobre la cual re-
cae la acción vivificadora del verbo, de ese clemonloin-
i
122
teligiWe que se hace sensible en la expresión phonética
y en la gráfica. El verbo es el espíritu del habla: él da
movimiento y vida á la proposición, á la frase y al dis-
curso; afirma ó niega del sujeto al objeto, uniéndolos
ó separándolos; determina, delimita^ define. En virtud
de su legitima é ineludible autocracia y de sus desinen-
cias protei formes, se coloca muchas veces en todos los
términos de la proposición, de la frase y del discurso,
y cercano ó distante, visible ó invisible, siempre está
presente dando valor lógico á los elementos gramatica-
les; y de una manera tan clara que ni uno sólo, por es-
casa que sea su representación, por sepat^ado que se ha-
lle de los demás, esfá desprovisto de significación lógica,
siquiera sea indeterminada, debida ál verbo que, oculto,
rige y gobierna imponiendo necesariamente su poder de-
cisivo y misterioso. No hay, pues, en las formas grama-
ticales ninguna, por aislada que se halle,- que pueda lla-
marse obra muerta. La interjección primitiva, la que
más que un spnido articulado es un grito, contiene cla-
risimamente una proposición, una frase y hasta una se-
rie de frases que representan un estado del ánimo.
Las ideas correspondientes á las distintas formas gra-
maticales, necesarias para la expresión del pensamien-
to, se hallan en la mente ordenadas según sus relacio-
nes y representan el habla interna, la fórmula intelec-
tual que va á reflejarse á lo exterior por medio de la pa-
labra. El lazo de unión de estas formas ideales es una
sintaxis subjetiva que, al hacerse objetiva, toma el nom-
bre de gramatical.
No son en verdad numerosas las leyes de esta sintaxis
externa que podemos llamar arquitectura glosológica,
ni tampoco difíciles las reglas generales á las cuales se
423
ajusta en el tiempo y en el espacio la morphología gra-
matical como representación de la inteligencia. Estas
leyes determinan la prelación absoluta y relativa, nece-
saria y contingente de las palabras, y la relacióii lógica
de las formas exteriores con las íntimas, á fin de que la
sintaxis phonética y la gráfica sean el trasunto fiel de la
intelectual y constituyan un organismo armónico.
La colocación de las formas gramaticales es fija y de-
terminada para unas, variable y más ó menos libre pa-
ra otras, según las condiciones sintácticas de cada len-
gua. No es la nuestra la que goza de menos libertad con
respecto al nombre, y más todavía con respecto al ver-
bo, el cual con prepotente importancia aparece en cual-
quiera de los términos de la proposición y de la frase,
dominando donde quiera que se halla sobre todos los
miembros sintácticos y dándoles movimiento, vida y
representación.
De la colocación conveniente de estos miembros y de
la exacta correspondencia de las modalidades de tiem-
po, de lugar, de número, de género y de caso en las pa-
labras susceptibles de declinación y conjugación, resul-
tan la armonía y la unidad sensibles; y entonces la pro-
posición, la frase y el discurso son el reflejo de la armo-
nía y de la unidad suprasensibles. Dada la unidad ex-
terna, cada palabra, cada proposición y cada frase ocu-
pa el lugar propio; las palabras significan fidelísima y
necesariamente las ideas; no hay ni una palabra más ni
una menos; y la belleza del conjunto, completada con
los elementos prosódicos y ortográficos, puede compa-
rarse á la que tiene una obra del arte donde se ven la
acción principal y las secundarias ocupando los diversos
términos que pide la intoicionalidad lógica del artista.
424
VIL
Y deseando atenuar, dentro de lo posible, la molestia
que de sef^uro causa la enunciación, aun somera, de co-
sas de todos conocidas, no estará de más demostrar con
algunos ejemplos de nuestros escritores, ya pasados, la
DGcesidaíi de la armonía del habla como representante
legíüina de la armonía que existe en el entendimiento.
El soneto de Cervantes Al Túmulo del Rey Felipe 11
en Semlla concluye así (0:
«Esto oyó un valeutón, y dijo: «Es cierto
Cuanto dice voacó, seor soldado,
Y quien dijere lo contrario, miente.»
Y luego incontinente
Caló el chapeo, requirió la espada,
Miró al soslayo, fuese y no hubo nada.))
Aquí se ve claramente la intención lógica del poeta,
el cual ([uiere producir, valiéndose del contraste, la sor-
presa y la risa; mas para conseguirlo es necesario que
la frase no hubo nada esté donde está, porque si se colo-
ca antes de lo que dice y hace el valentón, no hay razón
ninguna para aquellos afectos que proceden déla creen-
cia de distinto desenlace de la acción.
En otro soneto describo Lope de Vega, con su asom-
broí^a facilidad en la Métrica, un sitio agreste, y termina
diciendo (*J:
«Y en este monte y líquida laguna,
Para decir verdad como hombre honrado,
Jamás me sucedió cosa ninguna,))
(1] Obras poéticas. .
[i] Obrag poéticas.
425
Póngase este verso al principio del terceto y desapa-
recerá la gracia de la sorpresa.
Y lo mismo sucedería si invirtiéramos los términos de
este delicadísimo epigrama:
•Revelóme ayer Luisa
Un caso bien de reir;
Quiérotelo, Inés, decir
Porque te caigas de risa:
Has de saber que su tía
No puedo de risa, Inés;
Quiero reirme, y después
Lo diré cuando me ría, »
Todos saben que estos versos son del poeta (O* que en
la celebrada cena se dispone seriamente á contar lo su-
cedido á un criado de D. Lope de Sosa, y al comenzar
la narración, cuando la interlocutora espera con curio-
sidad femenil oir la peregrina historia, dice:
«Tenía este caballero
Un criado portugués.....
Pero cenemos^ Inés,
Si te parece, primero. y>
Y á pesar de que me he propuesto ser muy parco en
la extensión de las citas, aunque no en el número de
ellas, recordaré una octava de Garcilaso (2):
«¿Ves el furor del animoso viento,
Embravecido en la fragosa sierra,
Que los antiguos robles ciento á ciento
Y los pinos altísimos atierra,
( i ) Baltasar de Alcázar.— ^ptprama IV.
[i) Égloga IIL
426
Y de tanto destrono aún no contento
I Al espantoso mar mueve la guerra?
Pequeña es esta furia, comparada
A la de Filis^ con Alcino airada.»
Toda la beUeza de este hiperbólico concepto, donde el
huracán, que arranca de raíz los árboles seculares y con-
mueve las profundas regiones del piélago, es compara-
do con la dulce tempestad que agita el tierno corazón de
una zagala inocente, se convertiría sin duda alguna en
ridiculez colocando al principio de la octava el concep-
to de la frase final y diciendo que la ira amorosa de Fi-
lis es superior al desencadenamiento del huracán.
Estos 'ejemplos testifican que la necesidad lógica obli-
ga á colocar en sitio predeterpainado del discurso la idea
fundamental, que es como la acción principal de un dra-
ma ó de un cuadro.
Y si, como asientan los doctos en la materia, es el so-
neto una composición de no fácil desempeño, porque de-
be encerrar en poco espacio un pensamiento que nazca,
se desarrolle y complete su evolución constituyendo por
la armonía y la unidad de sus miembros un verdadero
organismo; si, para alcanzar esta armonía, debe haber
precedencia en las ideas, tan rigorosa que no se adelan-
ten unas á otras, y que cada cual ocupe el lugar que le
corresponde en el orden de su importancia lógica; si
debe terminar con una fórmula concreta del pensa-
miento antes desenvuelto; y si, finalmente, esta fórmu-
la ha de comprenderse en el último verso y á ser posi-
ble en una sola palabra, fuerza será confesar que andu-
vo Quevedo algo distraído en su popular soneto <Á un
nariz, > colocando precisamente en el primer verso la
idea principal con que debía rematar la obra. Porque
427
en efecto, después de comenzar diciendo con suma gra-
cia (^)
aÉrase un faombte á una nariz pegado,»
que es lo mismo que decir que la parte es mayor que el
todo, no cabe más hipérbole ni más ridiculez. Por esta
razón lo que sigue es de muy mal gusto, si se exceptúa
el verso
aLas doce tribus de narices era,»
gracioso ciertamente si no lo eclipsase el primero, que
es la única belleza de la composición.
Y en verdad que sólo una distracción puede justificar
la falta de armonía de este soneto, teniendo en cuenta
el privilegiado ingenio, la profundidad filosófica y la
poderosa dialéctica del señor de la Torre de Juan Abad.
Véanse como muestra de taies cualidades los siguientes
versos (^):
•Todo este mundo es prisiones,
Todo es cárcel y penar.
El cuerpo es cárcel del alma
Y de la tierra la mar.
Del mar es cárcel la orilla,
. Y en el orden que hoy están
Es un cielo de otro cielo
Una cárcel de cristal. •
Todo aquí es grande: la idea-madre, el orden natural
de las ideas secundarias y el hermoso decir de la expre-
sión. Y como Quevedo era excelente cultivador de las
(4) Poesías.
(2) Poesítis.
428
lenguas sabias, no olvidó, al llamar al cuerpo cárcel del
alma y que lá palabra cuerpo significa en una de aque-
llas lenguas prisión 6 cárcel. También Fr. Luis de León
le da el mismo valor, exclamando:
«¿Cuándo será que pueda
Libre de esta prisión volar al cielo?
VIII.
No basta que la idea dominante, la que podemos lla-
mar categórica, ocupe en la frase y en el discurso el si-
tio que piden su Supremacía y la intención lógica del
que habla ó escribe, pues se necesita además que esta
idea, de suyo más ó menos general, abrace las ideas
secundarias y las comprenda, hasta donde sea posible, en
la penetración que existe en la inteligencia. De esta ma-
nera la exposición phonética y la gráfica se ajustan á la
ley de economía que rige las funciones propias de la vi-
da, á condición, por de contado, de que se evite cuidado-
samente el escollo, siempre temible, de la obscuridad.
De este vicio no adolecen, antes por el contrario bri-
llan por la espontánea condensación y envidiable clari-
dad, innumerables trozos de nuestros mejores escritores.
Y la alteza del pensamiento obliga á colocar en pri-
mer término estas frases sublimes de Fr. Luis de Grana-
da hablando de Dios; frases que cautivan el ánimo (<):
«Eterno sois en la duración^ Infinito en la virtud y
Supremo en la jurisdicción. Ni Vuestro Ser comenzó en
tiempo, ni se acaba en el mundo. Sois ante todo tiempo,
y mandáis en el mundo y fuera del mundo
(4) Símbolo de la Fe.— Parte I. fntroduocióu.— Oap. íí.
429
Descendamos de tanta excelsitud á lo que tocamos por
aquí abajo.
Finge el cáustico y festivo Tirso de Molina un medi-
castro (<), y dice con incisiva concisión que era hom-
bre de
aMuchos libros, poca ciencia,»
y
« que con cuatro aforismos,
Dos textos, tres silogismos
Curaba una calle entera.»
No puede encerrarse en menos palabras ni pintarse
mejor Isipoca ciencia del que consultado por una dama^
aquejada, al parecer, de vapores, le da con ridicula alti-
locuencia y entonación pedantesca esta explicación y
esta receta:
aLa enfermedad que le ha dado,
Señora, á Vueseñoría
Son pasmos (2) y hipocondría;
Siento el pulmón opilado,
Y para desarraigar
La linfa (3) vitrea que tiene
Con el quilo, le conviene
(Porque mejor pueda obrar
Naturaleza) que tome
Unos alquermes que den
Al hépate y al espían
La substancia que el mal come.»
Recuerda el Duque de Frías el Monasterio del Esco-
(4) Don Gil de las Calzas verdes.— Acto 4.**, escena 2.*
(9 y 3) Variantes, en la lectura, reclamadas por el euphemimoé
430
rial y comprende la historia del famoso monumento en
este verso W:
«Padrón de San Quintín, gloria de Herrera;»
y un poco más adelante formula en otro la política de
Felipe II diciendo
<¡t y allí Felipe
Desde el monte vecino
Á la fábrica inmensa impulso daba,
Y al Támesis y al Sena amenazaba {2).»
Feliz era el procer poeta en esto de condensar con
fácil vena y oportuno decir el pensamiento nacido en
su inspirada mente. Vé^se con qué gallardía de pincel
encierra en un endecasílabo tres épocas notables de la
vida de Napoleón I i^):
•Así tan gran coloso se derrumba,
Y porque al ancho mar la gloria quede
Isla su cuna fué^ su asilo y íum6a.»
Otro procer, también esclarecido ingenio, el Duque
dé Rivas, resume el pensamiento de uno de sus roman-
ces en estos versos (*):
«La hermosísima Filena
De mi desastre apiadada
Curábame las heridas
Y mayores me las daba;
Curábame las del cuerpo.
Me las causaba en el alma»^
( 1) Oda Á las Nobles i4r¿ej.— Obras poéticas, pág. 1 59.— Madrid, 4857.
(2) Ibidem.
(3) Obras poéticas.— £pi«(o¿a á la Marquesa dé Santa Cruz, pág. 93.
(4) Obras poéticas.
431
Y no es menos afortunado el célebre Inarco Célenlo
en su soneto Á Rodrigo al concluir con este verso (0:
«El cuerpo al fondo, á la corriente el manto;»
en donde además de la condensación de la idea, parece
que se ve flotar el manto del último Rey de los godos en
las aguas enrojecidas del Guadalete.
El insigne médico D. Mateo Seoane, laboriosísimo co-
nocedor de las altas cuestiones de sanidad é higiene pú-
blica, cultivaba cuando mozo la poesía, y comprende
la duda filosófica sobre la esencia providencialmente
misteriosa de la vida, en un terceto:
«Certidumbre absoluta nunca adquiere,
Y más dudando cuanto más alcanza,
Lleno de dudas y de ciencia muere.»
Y cuan grato es para mí en- este día recordar cómo
compendiaba mi sabio maestro D. Bonifacio Gutiérrez,
profundo y sagacísimo clínico, la idea de la malignidad
morbosa, definiéndola con este símil: un lobo con piel
de oveja; un enemigo formidable so capa de amigo.
Esta condensación de las ideas representa cumplida-
mente el valor lógico y la belleza phonética y gramati-
cal de las fórmulas del habla que se conocen con los
nombres de apotegmas^ aforismos^ sentencias, máxi-
mas, proverbios, refranes, etc. (*)•
(4) Obras poéticas.
(2) Entre las rafias colecciones de refranes se halla una may notable
escrita á la edad de quince años por el Sr. D. Alejandro Ramírez, quien,
sm pasar de k edad adalta, dejó en la alta administración de nuestras
Antillas nombre imperecedero como Superintendante general de la Real
Hacienda, Esta colección se intitula: Respuestas de Sanchico Panza á dos
cartas que le remitió su padre desde la Ínsula barataria; que constan por tra-
432
Veamos ahora cómo pinta el habla la oposición, la
aproximación y hasta la fusión y transmutación de las
ideas antitéticas. Y empezaremos recordando un cantar
que viene muy de molde:
«Ni contigo ni sin tí
Mis penas tienen remedio:
Contigo, porque me matas,
Y sin tí, porque me muero.»
Góngora, que no es siempre obscuro ni conceptuoso
en demasía, expresa acertadamente un estado de indife-
rencia afectiva donde desaparecen el placer y el dolor.
Dice así (0:
«Gran filósofo me han hecho
Casos adversos y tristes;
Un libro del tiempo soy
En quien su mudanza escribe.
Tan á prueba de desdichas
Me tiene el Hado infeüce,
Que no hay mal que me congoje
Ni bien que me regocije, » .
Herrera juega un poco del vocablo y alambica el con-
cepto de la aproximación del si y del no en las siguien-
tes redondillas de más mérito en la esencia que en la
forma (^):
(cHermosos ojos, serenos,
Serenos ojos, hermosos,
De dulzura y de amor llenos,
Lisonjeros y engañosos;
dición se custodiaron en el archivo de la Academia Ai^gamasiUesca.-r Prime-
ra que publica en honor de la verdad y de la fama y familia de los Panza$,
Ramón Alexo (Í0 Ztcíra (anagrama de Alejandro Ramírez).— -Alcalá, 4794.
(4) Romance CXIV.
(%) Obras poéticas.— i)e(íomit/¿a5.
433
Quien no os ve pierde la vida,
7 el que os ve halla su muerte;
Mas quien muere de esta suerte
Cobra la vida perdida.»
También juega del vocablo, pero con más primor que
Herrera y con gran intención moral, un homónimo mío
de apellido en este epigrama (0:
«Aprende, Evandro, á morir,
Llegarás á vivir bien;
Y para morir, también
Aprende, Evandro, á vivir.»
Pinta con alta maestría el ilustre Martínez de la Ro-
sa en el Bdipo un estado del ánimo donde el dolor ex-
tremado produce la sensación contraria.
Víctima Edipo del Destino, cuya huella tiene en su
propio nombre, parricida, incestuoso, abrumado de ines-
perada, de inmensa desventura, se revuelve contra el
Hado que lo persigue desde la cuna y apostrofa así á los
Dioses (*):
a Mas ¿por qué tiembla
Mi corazón aún? Los Dioses mismos
Su venganza agotaron, y ya impune
Su cólera y enojo desafío:
¿Podéis hacerme ya más desdichado?
¡No podéis no; pues vedme ya tranquiloh
¡Magnífico pensamiento expresado con nativa senci-
llez y sin atavíos innecesarios! ¡Qué bien se siente la
calma que brota del abismo del infortunio como para de-
mostrar que el placer y el dolor, confundidos en unidad
(4) D. Gabriel del Corral.— J?pi(/rama F.— Biblioteca de Autores espa-
ñoles.—Caríosidades bibliográficas,
(i) Acto V, escena V.
U
434
misteriosa y providencial, nacen el uno del otro y son
compañeros inseparables del hombre de la aurora al oca-
so de la vida!
Gomo se ve en los ejemplos citados, no es cosa de po-
co momento la claridad en la expresión hablada y escri-
ta si ha de conseguirse la representación fiel del pensa-
miento, porque donde peligra la claridad se resiente la
Lógica.
Así que debe evitarse con sumo cuidado y exquisita
diligencia todo moti,vo de obscuridad en la organización
sintáctica, en la homonimia real ó aparente, en la pro-
piedad de las palabras y en el uso de las anfibológicas
y de las que solamente se diferencian por el acento pro-
sódico.
En Sancho Ortiz de las Roelas dice el protago-
nista W\
«¡Ay palabra dura, impía,
Palabra por mí, mal dada,
Y para mí mal, cumpUdal»
Á primera vista se conoce que es forzoso acentuar
con énfasis la pronunciación del pronombre personal,
y pasar como sobre ascuas por el posesivo para llevar
el acento tónico y la cantidad al substantivo mal; por-
que el descuido, nada difícil por cierto, en la pronun-
ciación ó en la escritura de las palabras homónimas es
bastante á hacer que los pronombres suenen como per-
sonales ó como posesivos, y el substantivo y el adver-
bio cambien su significación respectiva; y así ha suce-
dido con frecuencia en el teatro, lo cual no está confer-
ía) Acto II, escena IV.— Tragedia de Lope de Vega, arreglada por Dea
Cándido María Trigueros.— Madrid, 1804.
435
me, ni mucho menos, con el pensamiento del poeta, de
quien es toda la culpa.
Y á fe que no tiene poca Calderón, salvo el alto res-
peto que merece su nombre, al poner en boca de una
persona importante de La vida es stceño el siguiente
verso W:
aQae apenas llega, cuando Uega á penas, d
donde prescindiendo de la parafonía y del retruécano,
no justificados por la intención lógica, hay necesidad de
señalar en la pronunciación la diferencia de cantidad
prosódica de las palabras apenas y penas j omitir lá eli-
sión del segundo hiatus, y alargar el verso si ha de re-
citarse, siempre con afectación, una frase que podría á
todo tirar permitirse en el obligado gracioso.
IX.
Fuente de la claridad del habla es la propiedad de
las palabras. Guando por el estudio del aholengo phoné-
tico se conoce cumplidamente la idea cardinal conteni-
da en la raíz y la evolución completa de la palabra, po-
demos decir que ésta se ha petrificado j y según la tec-
nología química, que ha cristalizado; adquiriendo en-
tonces condiciones indisputables de propiedad que le dan
perfecto derecho para representar lógicamente la idea-
madre de la raíz y todas las que de ella nacen ajusta-
das á la pauta de las leyes glosológicas. Es, pues, nece-
sario que toda idea se halle virtual y formalmente re-
presentada en una palabra, propiedad suya, con la cual
(4) Jornada I, escena I.
436 '
constituye la unidad de lo suprasensible y de lo sensi-
ble. Es además necesario, para aquilatar las condicio-
nes dé propiedad, saber el valor lógico primitivo y fun-
damental de la raíz, y el de los miembros que se han ido
agregando hasta la evolución final bajo las formas dis-
tintas de prefijos, infijos, subfijos, enclíticos, desinen-
cias, derivaciones y composiciones.
Sólo así pueden apreciarse debidamente su significa-
ción y su pureza; cualidades necesarias para poderla
usar sin el riesgo de darle un valor lógico contrario á
veces al genuino. Porque es indudable que caminamos á
ciegas cuando ignoramos la génesis de la palabra, las
partes que la componen y las alteraciones que ha su-
frido por la influencia del tiempo, de las costumbres, de
la convención, ó de las exigencias, alguna vez atendi-
bles, de la eufonía. Pero hablamos y escribimos con
completa seguridad cuando conocemos el valor de la pa-
. labra y el de las partes que la constituyen. Quien sabe
apreciar la propiedad de la palabra género^ no la usará
promiscuamente con la palabra especie^ y colocará una
y oti'a en el lugar correspondiente de la serie más ó
menos natural de las palabras, cldse^ orden^ tribuy fa-
milia, género^ especie^ variedad ó individuo^ dando á
cada cual representación propia en la inteligencia. El
que sabe descomponer las palabras, hallará necesaria-
mente en lo absoluto una idea independiente y desligada
de toda relación; en substancia^ algo que ecciste debajo
de la forma sensible; y en circunspección^ el cuidado de
ver lo que hay al rededor^ si no quiere pecar de impru-
dente.
La palabra- debe ser la fotografía de la idea, la en-
carnación del pensamiento. Enfrente de palabras de ex-
437
célente construcción glosológica, representantes legíti-
mas de ideas bien determinadas, como, por ejemplo, au-
tonomía y antinomia^ hay otras, como academia y ana-
tomía, cuya significación racta está á larga distancia'
de la convencional, y medicina, la cual no comprende
todas las condiciones de la idea. Al lado del nombre que
tiene la sal común en la excelente tecnología de la Quí-
mica, vamos á qolocar el del género botánico del tabaco.
¿Qué dicen á la inteligencia las palabras Cloruro sódico?
Todo: que la sal común se compone de dos cuerpos sim-
ples bien definidos. ¿Qué dice á la inteligencia la pa-
labra Nicotiana? Nada: porque es lo mismo que no sa-
ber nada<5on respecto á la naturaleza de la cosa, saber
que plugo á Linneo dedicar el género botánico á Juan
Nicot, embajador de Francia en Portugal, quien, según
dicen, fué el primero que llevó el tabaco á su país. Va-
liera más que el sabio naturalista hubiera conservado
para el género el nombre vulgar.
¿Y qué diremos de la palabra músculo y sus deriva-
das? Que es tan grande la tiranía, del uso y de la con-
vención, que cuando decimos fuerza muscular imagi-
namos un atleta, y ni por asomo se nos ocurre que si
fuera posible se reirían al verse juntos el substantivo con
su poderosa representación y el adjetivo con su humilde
y antitética etimología.
Sería, sin duda alguna, ocioso y molesto decir más
acerca de la propiedad y pureza como condiciones in-
declinables de las palabras; y también hablar de la ne-
cesidad que tiene toda lengua de admitir algunas extra-
ñas correspondientes á ideas nuevas, cuando su diccio-
nario carece de medios de representación; y de purifi-
car un día y otro el caudal propio, desterrando las
"'.^i>f?^7*' '
438
que se introducen tantas veces sin razón valedera y
contra las leyes de la glosologla. Y bien merecen ser
desterradas del diccionario, ó al menos ser relegadas
á un apéndice, bastante número de ellas que se nos
han entrado de rondón en nuestra lengua sin la conve-
niente justificación. Allí, separadas del cuerpo del dic-
cionario y escritas como se escriben en la lengua de
donde proceden, figuraría la que se aplica á la juven-
tud amiga de traerse rica y elegantemente, y se vería
con su femenino construido de tal modo á la castella-
na, que á primera vista tiene cierto sabor á hibridis-
mo galo- helénico. Y á propósito, ahora mismo tene-
mos una locución extranjera que anda en labios muy
delicados y se presenta con la categoría gramatical de
substantivo masculino, escribiéndose, no como en su
tierra, sino como se pronuncia en la nuestra. Ningún
motivo hay para semejante adquisición, porque sin ne-
cesidad de exóticas locuciones puede pedir una dama á
su doncella el uno y otro; y mejor el por si llí4evej y,
todavía mejor, la sombrilla-paraguas ó el paraguas-qui-
tasol. No es de esperar que la doctísima Academia que
trabaja sin descanso en purificar y dar esplendor á la len-
gua patria, conceda carta de naturaleza á palabras fal-
tas de las cualidades que reclaman la glosologla y las ne-
cesidades de la civilización.
Es la palabra, según queda apuntado, un organismo,
y como tal, viviente en la representación ¿^^n^^íca y en
la gráfica. Manifiéstase en una y otra la vida de la pa-
labra por medio de elementos prosódicos, entre los cua-
439
les descuellan como fundamentales el acento, la canti-
dad, la tonalidad^ la medida, el orden, el númerOj d rif-
mo y la pausa, de tal manera dispuestos en Idi phonesis y
en la escritura que las sílabas son notas musicales, y las
palabras, proposiciones y frases son miembros de una
melodía que se percibe desde luego en la prosa y aparece
galana y brillante en la poesía. Elementos muy princi-
pales de la prosodia son: el acento, centro de gravedad
de la palabra, cuya etimología desculDre ya su importan-
cia, con dos tiempos, el arsis y la thesis, correspondien-
tes á la elevación y descenso de la voz, y un espacio in-
termedio, apenas perceptible, de pausa formando la uni-
dad rítmica; la cantidad, que determina la longitud y
brevedad de las sílabas; la tonalidad, que comprende la
intensión, la extensión y timbre de la voz; y la pausa,
que separa de un modo conveniente las palabras para
dar al discurso claridad y belleza. Tan grande es la fuer-
za lógica de estas condiciones prosódicas, que cuando
faltan aparecen las palabras como muertas, como soni-
dos inarticulados, como ruidos; pero cuando eslán colo-
cadas en el sitio requerido por la intención lógicaj su
magia es irresistible y expresan admirablemente actos
intelectuales y afectivos muy variados, desde aquéllos
que la voluntad aparenta ocultar, hasta los que quiere
declarar; desde la entonación nativa é infantil, liasía la
afectada y enfática; desde la ironía socráticaj hasta el
sarcasmo aterrador. Es á veces tan potente la fuerza re-
presentativa de estas formas prosódicas, que el si signi-
fica no; el no, si; el placer, dolor; el dolor, placer; el
llanto, risa, y la risa, llanto. Todos conocemos esta fuer-
za y hacemos de ella uso, movidos en parte por el ins-
tinto y en parte por la educación. Una frase vulgar la
d^íne fy:n e»src:!e1a exac.::ad c::ai:ij i-ftíimos que no
nots ciiele ío que nos dicen, sino ei retintín con que nos
lo ¿ioéa. Precisainen^e en el reíii- un €^¿z. el afC!ento. la
cantidad, la tonalidad t la pausa.
Recordaremos algunos versos donde bcda el acento
tónico dando movinaiento y vida á la palajbra y mere-
ciendo con jnsücia ei nombre de alma pKiTkéiiea 'eoñma
coas^.
Óigase un verso de la égloga IV de Virgilio:
c Ultima Cumei cemi jam carmÍMis das. >
Y otro de la X:
•Hie gelidi f entes, hic mol'ia praia^ £¿rjW,»
Y éste de Garcilaso:
•Flérída para mi dake y sabrosa.»
Estos versos, tan agradables al oído por lo numero-
sos, deben su dulzura y cadencia á la situación que guar-
dan los acentos, las sílabas lai^:as y breves y las pausas.
Oigamos al renombrado poeta D. Juan 2sicasio Galle-
go. Anuncia el bardo en el Osear la muerte de una de
las personas de la tragedia, y dice .' :
cHas ya hueila feliz las altas nabes
De sus abaelos ínclitos al lado,
Y en la azulada bóveda, sa sombra
Plácida ríe en eternal descanso.^
¿No es verdad que el último verso pinta con sus acen-
tos y tranquila cadencia la calma beatifica de las man-
siones celestes?
(I) AttoL
iil
Veamos ahora el contraste de pensamiento y expre-
sión en la misma tragedia. Habla el hijo de Osian en el
arrebatamiento de su loca pasión (0:
«Si á mi vista un combate se ofreciera,
Por las huestes frenético rompiendo,
CoiTer la sangre y el feroz destrozo
Mirara con placer »
El segundo verso, con la sílaba acentuada y brevísi-
ma de la palabra frenético, pinta al guerrero lanzándose
con la rapidez del rayo en lo más empeñado de la pelea;
y el tercero, con las letras y sílabas de extremada dureza
y cantidad, parece cómo que representa el infernal pla-
cer que goza el desesperado amante al contemplar en su
derredpr la muerte y la destrucción.
Dedica el eminente poeta D. Ventura de la Vega una
epístola á su doctor y amigo, y dice con lirismo encan-
tador (í):
«En estos días plácidos
En que venciendo el frígido
Rigor, el numen Deifico
Mostró su rostro vivido.»
Y en seguida abate el águila su vuelo, y la musa ju-
guetona dice con entonación sencilla:
«Salí según sus órdenes
En alquilón vehículo.
Del ambiente atmosférico
Á aspirar el oxígeno.»
No sólo siente el oído, animado por el instinto musi-
cal, el placer de las modificaciones prosódicas, sino que
{K) Acto I, escena IV.
(%) Obras poéticas, pág. 587.~Pans, 4866.
442
desea además que haya en ellas la variedad necesaria
para que resulte la armonía. Por eso rechaza instinti-
vamente la parafonía producida por la repetición muy
cercana de letras y sílabas iguales, de palabras homó-
nimas y terminaciones unísonas en todos aquellos casos
en que esta repetición no se halla motivada por la ne-
cesidad lógica determinante de la expresión del pensa-
miento.
Dice Virgilio:
a Et jam nox húmida ccelo
Prcecipitatj suadentque cadeníia sidera somnos (1).»
Aquí no hay parafonía de las tres palabras que em-
piezan con 5, porque cabalmente la repetición de esta
letra en el verso imita la influencia que tienen en la
producción del sueño los sonidos monótonos y acompa-
sados.
Oigamos al gran Quintana (^):
•Do quier que gracia y gentileza veo,
(iAíli está Cintiay> en mi delirio digo,
Y ver á Cintia en mi delirio creo.»
Tampoco son parafónicas las palabras Cintia y deli-
rio^ porque el oído percibe desde luego que son necesarias
para la representación de las ideas, y lejos de serle des-
agradables siente verdadero placer con su repetición.
No sucede lo mismo con un verso de Jáuregui en su
traducción de la Farsalia.
Inquieto César por la tardanza de Antonio, deja el
ejército en Apolonia con el secreto propósito de ir á
Brindis; y sin querer más compañía que la de la For-
(\) iEneidos, lib. íí, v. 8 y 9.
(2) Obras poéticas.
443
tuna (O, entra, al cerrar de la noche, disfrazado de es-
clavo, en un barco de doce remos para bajar por el
Aóus al Adriático. Levántase con violencia el viento de
mar, y las olas que vienen amenazantes en dirección
contraria á la corriente impiden que el barco venza la
desembocadura del rio. El piloto, temiendo zozobrar,
manda volver la proa; y entonces el que algunos días
adelante iba á ser en Farsalia dueño absoluto de Roma
y del mundo conocido, hace rostro á la tempestad y al
peligro y, descubriéndose, dice al piloto: «No temas;
llevas á César y á la Fortuna. > Estas palabras, que pone
Plutarco (*) en bocTa de César y dilúen Lucano y Jáure-
gui en más versos de los necesarios, no se hallají ex-
presadas en el poeta latino ni en su traductor con el
vigor y la concisión que reclaman un pensamiento ca-
pital y una situación que ha de conservar la Historia;
por más que César, con modestia natural ó calculada,
calle este hecho en sus Comentarios ^ escritos verdadera-
mente con grande habilidad política para echar toda la
culpa de la guerra civil sobre el partido de Pompeyo.
Así se expresa Jáuregui W:
«Las deidades maritimas que adoras
Me reconocen hoy Dios de la nave;
Soy César: ya mi nombre es su tutela.
Mi voz rige el timón, pulsa la vela.»
Perdónensele en buen hora al poeta algún ripio y tal
cual palabra poco propia como exigencia métrica;, pero
no se puede perdonar la insufrible parafonía de su tu-
tela^ y menos en situación crítica que requiere lógica-
(i) Sola placet Fortuna come$. Lucano, 11b. V, v. 540.
(2) Vida de César.
(3) Farsalia, lib. X, octava 43.
444
mente fórmula concreta y armoniosa, al que en la bellí-
sima paráfrasis del salmo Super flumina tiene versos tan
fluidos y espontáneos como éstos (0:
«En la ribera undosa
Del Babilonio río
Los fatigados miembros reclinamos,
Y allí con faz llorosa
Junto á su margen frío,
Con lágrimas sus ondas aumentamos.»
El fecundo poeta dramático Bretón (le los Herre-
ros, con su terenciana vis cómica, es oportunísimo por
el uso intencional de la paiaifonía. Hay en una de sus
comedias W yn joven poetastro que se propone adorar
al santo por la peana, dedicando este cumplimiento á
una tía suya, madre del ingrato objeto de su amor:
«Dulce tía, á quien me une
La simpa¿ta*más tierna^
Simpaba que será
Muy ei\ breve simpa-suegra,
¿Cuándo aquí del Himeneo
Arderá, /ta, la tea?»
Á pesar de las tías, de la tierna y de la tea, los versos
son muy agradables al oído porque están en el carácter
de una persona que habla como debe hablar y no de otra
manera.
XI.
Y si la Lógica quiere para el oído el aceito, la canti-
dad, el número y demás condiciones prosódicas, quiere
(\) Gnnciones.
(2) ¿os dos sobrinos, acto IV, escena IX. ,
445
también con no menos razón que las palabras no se al-
teren en la representación phonética ni en la gráfica, y
que se pronuncien y escriban según pide su organiza-
ción genuína, ajustada á las leyes de la glosologia gene-
ral y particular.
De fecha bien remota es el hecho de las alteraciones
phonéticas y gráficas. Ya decía Platón que se habían des-
figurado las palabras primitivas en su construcción y en
su prosodia, tanto por el poder del tiempo como por el
deseo de hacerlas eufónicas y armoniosas con la adición
6 substracción de letras, prefiriendo á la verdad el agra-
do del oído; y que esta alteración era á veces tan nota-
ble que las palabras antiguas parecían bárbaras compa-
radas con las modernas (<).
Sin embargo, concedía Platón alguna libertad en la
adición, supresión ó transposición de letras, siempre que
la esencia de la cosa representada dominase en la pala-
bra. De donde se deduce que como la parte fundamental,
la que encierra la esencia, es la raíz, ésta es la que debe
respetarse con sumo cuidado, sin permitir alteración al-
guna, ni aun so pretexto de ingerencia eufónica.
Y por cierto que nuestra lengua no ha dejado de to-
marse más de una libertad bien poco arreglada al crite-
rio phonológicoy excediendo en algún punto á otras len-
guas románicas. Ahí tenemos la palabra tiempo^ de tan
alta categoría en la región de las ideas, con una vocal
ingerida en la raíz, si bien por una dichosa inconsecuen-
cia no ha cundido la alteración á sus derivaciones. Ahí
está la partícula prepositiva trans que va perdiendo de
día en día la n, letra cuya pronunciación está en conso-
i\) Diálogos.—Craíyío.
446
nancia con la idea de resistencia, así como la de la r en-
vuelve la de movimiento, significando la reunión de las
dos que para ir al través de un obstáculo hay que ven-
cer una dificultad. Ahí está también la palabra ^rqprio,
compuesta de dos radicales de importantísima significa-
ción, que por de pronto ha perdido la r en la segunda
raíz, y si llega á perder la de la primera (y es temible al
paso que vamos) y la acompaña en tan fatal corruptela
la partícula trans^ pronunciaremos ambas como las pro-
nuncian los niños y los que tienen cierto defecto en los
órganos phonéticos. Las palabras dejarán entonces de
serlo en la esfera de la Lógica, y vendrán á ser meras
convenciones como vicestra-merced y vuestra^señoria,
que bastardeando de su origen y contrayéndose poco á
poco, han quedado reducidas á la menor expresión, sin
raíces, sin representación lógica y, por añadidura^ sin
belleza alguna eufónica.
Y no se quiera sostener la infiuencia del uso y de la
convención con el prestigio de la autoridad, porque si
bien Horacio dice W\
« si volet usuSi
Quem penes arbitrium esty et jus, et norma loquendi^n
se refiere á las palabras antiguas que renacen y á las
modernas que caen en desuso. Así y todo, no ha hecho
poco daño el preceptista con la desmedida importancia
concedida al uso. Éste lo mismo que la convención es-
tán sujetos á prudente medida, y nunca deben oponerse
á las leyes lógicas contra las cuales no hay fuerza po-
sible. Pero ¡ya se ve! Horacio es autoridad de cuenta
en la materia, y las grandes autoridades de la ciencia y
( \ ) Epístola ad Pisones.
447
del arte suelen ser más idealistas que las medianas, y
tienen el gravísimo inconveniente de imponer, desde
una altura que algunas veces las deslumhra, creencias
exageradas y por lo tanto poco prácticas.
No hay razón ninguna para alterar las raíces, y me-
nos puede permitirse esta alteración en idiomas que vie-
nen de una lengua-madre, porque sohre las raíces de
ésta no tenemos ni dehemos tener otro dominio que el
útil, y cualquiera modificación en la raíz solamente se-
ría tolerahle, y esto con exquisita prudencia, en las pa-
labras autóctonas, en las verdaderamente propias. En
suma: en las raíces dehe dominar el espíritu de conser-
vación, y en las anexiones, desinencias y derivaciones,
así como en la sintaxis, el espíritu de progreso.
Pide tamhión la Lógica que las palahras se pronun-
cien y escrihan de manera que se distingan sin dificultad
alguna las partes que constituyen su organismo phoné-
tico y gráfico. Hay palahras que pronunciamos y escri-
himos mal por descuido que hien pronto se convierte en
costumhre. En obligación^ por ejemplo, no suena ordi-
nariamente desligado el prefijo, como lo está en obla-
ción ^ obrepción y subrepción. La palahra griega 5t/m-
phonia se escrihe de tal modo que parece híhrida y vie-
ne á representar lo contrario de la griega; y las de ori-
gen latino substancia, subscripción, substitución, apa-
recen significando casi lo contrario suprimida la b del
prefijo. Y ¿qué diremos de abogado y abolengo, que están
desgraciadamente divorciadas, la primera de su compo-
sición y la segunda de su raíz?
Es, pues, indispensahle que la palahra externa sea la
representación fiel de la interna, que es el pensamiento
mismo; y es necesario evitar con suma diligencia que
448
se debiliten las condiciones fundamentales del habla,
porque no hay que olvidar la tendencia de la humanidad
á facilitar la pronunciación suprimiendo Qonsonantes v
sílabas; á desligarse de las reglas sintácticas, y á em-
plear frases y construcciones especiales, creando de este
modo el habla popular muy diferente de la clá sica-
Notable influencia tienen en estas alteraciones, dis-
cretamente señaladas por el ilustradísimo Monlau C*), el
clima, las costumbres y algunas circunstancias más 6
menos duraderas de la vida social y política, como las
guerras y las relaciones de la ciencia, del arte, del co-
mercio y de la industria. La juventud elegante de la épo-
ca del Directorio suprimía la R líquida y la final sin du-
da para hacer más dulces las palabras, imitando á nues-
tros meridionales. Á buen seguro que la muelle supre-
sión de la R no tendría en las orillas del Sena el donai-
re y la gracia que tiene en las márgenes del Guadal-
quivir.
No se resiente menos la sintaxis, cuyas reglas se olvi-
dan á veces en tal grado que las palabras propias se ha-
llan ligadas por una sintaxis extraña, como plantas lle-
vadas á un clima donde no pueden vivir por falta de las
condiciones necesarias. Y en esta corrupción del habla
tiene más parte el hombre que la mujer. El hombre, en-
tregado á la vida exterior, á la vida pública; llevado en
todas direcciones por las guerras y las necesidades de la
civilización, altera, sin quererlo y sin conocerlo él mis-
mo, su propio idioma mezclando las palabras, la sinta-
xis y el estilo con las formas glosológicas de otros paí-
ses. La mujer, dedicada á la vida interior de la familia^
( 1 ) Discurso de recepción.
449
conserva mejor y por más tiempo la pureza y la hermo-
sura de la lengua, á la vez que guarda las virtudes en el
santuario del hogar.
XII.
Constituida el habla en virtud de las leyes glosológi-
cas y se perfecciona cada día acomodando sus diversos
miembros á la significación genuína, restringiendo d au-
mentando la figurada, la translaticia y la convencional,
y difundiendo la armonía por el organismo phonético y
gráfico. Entonces el habla, producto del espíritu y su re-
presentante exterior, refleja á su vez brillante luz sobre
el entendimiento, y se establece una reciprocidad de ac-
ción y de influencia entre lo suprasensible y lo sensible;
reciprocidad que es manantial inagotable de cultura in-
telectual. Entonces alcanzamos la fórmula deseada, la
dichosa ecuación de las dos unidades, la fusión de lo pen-
sado y de lo expresado. Y entonces, finalmente,, aparece
el estilo, el cual, como la voz y la fisonomía, es el sello
de la personalidad.
Pero ¿es fácil llegar en todos los casos al afortunado
concierto de lo subjetivo y lo objetivo? La contestación
debe ser por desgracia terminantemente negativa. Es
muy difícil, y tanto, que sólo á clarísimos ingenios les
es dado tocar siempre la meta de esta anhelada armo-
nía. El hombre olvida á todas horas que el sileticio es
oro y la palabra es plata^ y peca siempre, no de falta,
sino de exceso de palabras. Y la prueba la tenemos pe-
rentoria, á la mano, en mí mismo. En el discurso que
tengo la envidiable ó inmerecida honra de leer ante
29
450
Vuestra Majestad, hay algOy mds que algo que merece
calificarse de bueno; pero lo bueno no es mío. Pues en
lo que me pertenece se hallarán de seguro palabras en
gran número que están de más, y no pocas nada confor-
mes con las leyes lógicas; que es más fácil señalar el iti-
nerario de un viaje largo y difícil sobre la carta geográ-
fica, que andar después el camino trazado tranquilamen-
te en la soledad del estudio.
No hay, bien puede afirmarse, una persona que no re-
cogiera, á ser posible, infinitas palabras que ha dicho
sin necesidad lógica, es decir, que al menos le han so-
brado al querer exponer su pensamiento. Y puede darse
por muy contenta si la abundancia de expresión es ino-
cente y no la sigue el punzante remordimiento; y aun
cuando no lo sea, todavía puede consolarse con lo pasa-
jero de la expresión phonética. Pero no sucede lo mismo
con la gráfica, cuyo carácter de duración y hasta de per-
petuidad la hacen más peligrosa cuando de ella se abu-
sa, y por desgracia abusamos lamentablemente. Si pu-
diéramos separar de cuanto se ha escrito lo que es fá-
rrago indigesto de palabras desprovistas de funciones
lógicas, y lo que es á todas luces erróneo y malo, nos
encontraríamos con una riqueza preciadísima que po-
dríamos poseer mejor que cuando con fatiga grande nos
vemos obligados, más de una vez, á sacarla de aquel
lugar mitológico llamado de Augias. Pero no hay reme-
dio para este mal: la Humanidad tiene que cargar con lo
bueno y con lo malo, y ¡gracias! si en el conocimiento
de lo malo puede hallar provechosa enseñanza para lo
por venir.
¡Qué potente es la palabra cuando por un lado la voz,
el gesto, la actitud y las maneras, y por otro la elo-
451
cuencia y la prosodia, están en perfecta concordancia
con el pensamiento! ¡Qué potente es la palabra escrita
cuando dentro de esta misma concordancia se reproduce
y difunde maravillosamente, mereciendo el nombre de
pteroeuta que con risueña imaginación le daba la anti-
güedad clásica, diciendo que tiene alas y vuela graciosa-'
mente como el ave! ¿Qué habría dicho la antigua Grecia
si hubiera visto al Habla Castellana, ya gallardamente
formada, rica, flexible y armoniosa, volar con las alas
del Genio sobre las^ líquidas llanuras de un piélago nun-
ca surcado, más grande y proceloso que el de los Argo-
nautas, y señorear un Nuevo Mundo? ¿Qué diría si viera
hoy á la palabra escrita dejar atrás, muy atrás, al ave
de vuelo más rápido, y salvar continentes y mares, bur-
lándose del tiempo y del espacio?
Es el habla palanca providencial con que domina la
Inteligencia al Universo, hasta donde es posible en la
preestatuída limitación de nuestra perfectibilidad; divi-
na expresión de la virtud ; aliento , espíritu de la vida
social; brillante manifestación de la ciencia y del arte,
Pero á vueltas de tan alta destinación tiene la palabra
el funesto poder de vestir el error con las formas en-
cantadoras de la verdad; y alucina, y seduce, y arrastra
como en confuso torbellino á la multitud embriagada
con los atavíos fascinadores y el acento engañoso de la
Sirena. Nada entonces detiene á ésta en su fatal camino:
enuncia las premisas; la multitud las admite; la Lógica
incorruptible, inflexible, inexorable, saca la consecuen-
cia, y el silogismo es ¡ay dolor! ¡cuántas veces san-
griento!
m
XIII.
Ruego á Vuestra Majestad se digne concederme bre-
vísimo espacio de tiempo para dar cima á este discurso,
recordando de pasada algunos trozos de buenos escrito-
res como ejemplo de excelente Lógica y sabroso decir.
Estos escritores serán dos lumbreras del arte módica
y dos príncipes de las letras: el Maestro Alfonso de
Cuenca, médico de D. Juan II de Castilla; el Doctor
Francisco López de Villalobos, médico del Rey Católico,
del Emperador y de Felipe II; Fr. Luis de León, y Cer-
vantes. Bien se ve que llevo hasta el fin del camino in-
niejorable compañía.
Es verdaderamente digno de mención, por la substan-
cia y por la forma, el testamento de Alfonso de Cuenca (M,
puesto como cumplido remate á una de sus obras. Vóajise
algunos párrafos de este curioso documento (*):
a Deseo de temporales bienes, codicia de males, esperanzas que
deleitan, servidumbre humanal, temores, angustias, pecados, de-
jad esta ánima, que la sentencia es dada por ella del Señor Dios, Juez
Justo, que sea suelta de vuestras prisiones: habed otras á quien pri-
sionar.])
a|Oh claro día aquél cuando esta ánima es desatada de tan escara
cárcel lodosa con esperanza de ir por eL claro camino onde fueron
los claros varones, esperándolos allá veri ». . •
aEste día que es temido así como postrimero es nacer y comienzo
del bien perdurable. Cuanto me allego más á la muerte mejor la veo,
y deleitóme como el que viene por tormenta de mar de luengo nave-
gar y ve el puerto acerca.»
c ^
(1) Llamado también Alonso Chirino y de Guadalajara,
(2) Tratado llamado Menor daño de Medicina.^ToXeáo, 1543.
453
a£l día del nacer engendró el día del morir; si alguno lo alongó no
lo pudo fuír, como sea verdad que cada día morimos, que lo pasado
de la edad la muerte lo tiene, y el que se querella porque muere, ,
querellase de lo que vivió, y de haber seido hombre. Grande es la
deleitable esperanza de ir ver la gran Luz Divinal, la que acatamos
escuramente por las angostas carreras de los ojos corporales. y>
¡Qué bien expresadas se hallan en los párrafos copiados
las grandes ideas de la dualidad humana, del espíritu
encerrado en la materia grosera y en perpetua guerra
con su propia cárcel, de la aspiración á la vida perdura-
ble, y de la predeterminada limitación de los ojos corpo-
rales para ver la gran Luz Divinal! Al leer este hermoso
trozo de filosofía cristiana, en el cual se declaran la opo-
sición entre el espíritu y la materia, y la coexistencia de
la voluntad y de la noluntad ^ del querer y del no querer ,
no podemos menos que recordar las dos fuerzas antinó-
micas valientemente descritas por el Apóstol de las Gen-
tes (<) y las dos voluntades que en su discordia conturba7
han el ánima del grande Obispo de Hipona (^).
La Poesía, descogiendo sus alas divinas, ha dado for-
mas galanas á estas ideas grabadas indeleblemente en
nuestra conciencia. Ahí está en la memoria de todos,
como prueba felicísima, la glosa de Gastillejp (3):
«En el campo me metí
Á lidiar con mi deseo;
Contra mí mismo peleo:
¡Ciefíéndame Dros de mil 9
(4) Video autem aliam legem in menibris tneiSf repugnantem legi menlis
mece —Epístola ad Romanos, cap. Vil, 23.
(2) ¡t a duce voluniates mece, una vetus, alia nova^ illa carnalis, illa spi-
ritalií, conpigebant inier se, atque discordando dissipabant antmam meam,
— Coafessiones, lib. VIH, cap. V.
(3) Cristóbal de Castillejo.— Glosas.
iU
El mismo pensamiento, ya un poco encubierto, se ha-
lla en otra glosa del mismo poeta- Un amante, no bien
correspondido y tal vez mal ferido de*desdenes, habla
con sus propios ojos y les pregunta:
cHis ojos, ¿qué os merecí
Que buscáis ambos á dos
Alegria para vos
Y congoja para m(? (4).»
Y se conoce que Castillejo se complacía en acariciar
esta idea, porque todavía la exhibe con esta forma deli-
cadísima:
«La causa de mis enojos
Es tan dulce, que me suele
Consolar cuando más duele (%).»
XIV.
Villalabos en sus Problemas {^\ dispuestos en forma
de metros glosados, habla de astronomía, física, fisiolo-
gía, política, moral y ciencias naturales, y después con-
vierte los metros en epigramas donde la sátira llega con
frecuencia hasta la mordacidad. Villalobos no perdona
á ninguní^ clase social; y por lo visto debía de tener
largas cuentas que ajustar con los áulicos y con los mó-
dicos, porque sacude á los primeros con el látigo de
Aristófanes, y mide á los segundos con el rasero de
No hay peor cuña
Véanse algunos epigramas de entre los que se pueden
llamar inocentes:
(i) Cristóbal de Castillejo.— Glosas.
(1) nbidem.
(3) Libro intitulado Loi problemas dé Fi//a/o6os.-> Zamora, 4543.
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1
I
455
METRO XXI.
i LA VBJBZ.
«¿Por qué una muerte es temida
Y no tenemos temor
De la vejez que es peor
Y es dos mil muertes en vida?
Que la muerte es acabar
Un trabajo tan contino;
La vejez es comenzar
Lo más triste del camino.»
METRO XXIIL
CONTRA EL DESORDEN DE LA ECONOMÍA DOlfáSTíCA.
a¿Por qué no hay quien se contente
Con la hacienda que tiene
Si con ella se sostiene
En su estado honradamente?
Crescer en gasto y vestir
Es salir del buen compás
Y cargar la bestia más
De loque puede sufrir.»
METRO XXXII.
CONTRA LOS AVAROS.
a Y ¿por qué quieren estar
Tan ciegos los avarientos
Que pasen muchos tormentos
Por lo que no han de gozar?
Tormentos en adquerir
Y tormentos en guardallo,
Y tormentos al morir,
Ir al infierno y dejallo.»
Mí.
456
METRO XXXIV.
CONTRA LOS ERUDITOS Á LA YIOLBTA.
¿Por qué presume Raimuado
De haber tal reputación
Que digan que en todo el mundo
No tiene comparación?
Y quiere alcanzar impetras
Y officios de prefectura,
No sabiendo cuatro letras
En la Sagrada Escriptura.i»
Al final de los Problemas trae Villalobos un diálogo
en el cual habla de la naturaleza de las fiebres interpo-
ladas^ empezando por este delicioso metro:
«¿Por. qué viene la terciana
Sencilla al* tercero día,
Y responde la cuartana
Al cuarto con gran porña?
Y en la huelga, ya quitada,
¿Dó se fué? ¿Dó se abscondió?
Y después cuando volvió
¿Quién le mostró la posada?»
Á pesar de que Villalobos era como Cervantes muy
grande en la prosa y mediano en la Métrica, es forzoso
convenir en que á estos versos no les falta movimiento
ni gracia en la forma, y en que traen á la memoria
aquéllos del Bachiller Francisco de la Torre:
«Cuya bella corona, sacudida
Mansamente del aire regalado,
Ya se mira en el agua, y se retira,
Y luego vuelve, y otra vez se mira.»
457
Con respecto al pensamiento la cuestión se presenta
clara y terminante, porque el aájeÜYO sencilla se. re-
fiere á la fiebre intermitente terciana pura y legítima,
y la locución adverbial con gran porfía se aplica á la
diuturnidad de la cuartana. Sólo es sensible que la me-
dida y el consonante sean causa de. que esté de más el
participio quitada^ teniendo el substantivo huelga que
representa bien la ocultación de la fiebre. En la glosa
se explica el fenómeno de la intermitencia según las
doctrinas médicas de aquel tiempo. En el nuestro falta
todavía algo para conocer la esencia de las fiebres pe-
riódicas; por más que la infección palustre, la auto-
cracia del organismo, la ley del hábito y la curación
especial despidan bastante luz sobre este asunto.
Ya en una edad avanzada y harto de desengaños y
sinsabores, se alejó Villalobos de la corte despidiéndo-
se, dice, de andar más al remo en. lajs galeras de la For-
tuna; y añade:
aDeterminé de buscar otra morada donde con menos estropiezos
pudiese caminar por camioo más llano y más seguro á la mi muy
amada y muy deseada muerte. Porque ya la jornada es muy breve,
y la bestia en que voy cuanto más vieja y más cansada tanto corre
mejor las postas para llegar al cabo.»
No puede decirse mejor lo que á todas horas nos dice
el sentido íntimo á los que contamos los años de Villa-
lobos: que la declinación de la vida se ajusta á la ley del
descenso de los graves.
Precede á estas palabras una canción glosada que em-
pieza de este modo:
«Venga ya la dulce muerte
Con quien libertad se alcanza.»
458
Villalobos, como cristiano y como filósofo, desafía á
la Muerte, y la llama y la apellida dulce; no así Hora-
cio, quien la quiere
a tan escondida
Que no la sienta venir.»
• Grata superveniet, quce non sperabüur^ hora (<).»
Pero las creencias filosóficas del famoso vate no le per-
mitían ver todo lo que hay más allá de nuestra vida te-
rrenal; y aunque decía (*)
(íNon omnis moriar: multaque pars mei
Vitabit Libüinam (3),»
no se refería al espíritu, sino á su fama postuma. Por eso
el vencido en Filipos por Octavio, y en Roma algún
tiempo después protegido de Augusto y de Mecenas, pa-
saba su vida apaciblemente en la villa de la Sabinia y
en el predio de Tibur, donaciones generosas de su impe-
rial amigo. Allí, arrullado por la doctrina de Epicuro,
podía, tal vez
...... patulcB.,. , sub tegmine fagi,i>
exclamar con su dulcísimo Tityro:
« ¡Deu$ nobis hcec otia fecitl (4),»
para concluir diciendo:
« Mors ultima linea rerum est (5).»
(0
Lib. I, epist. IV.
(2)
Lib. m, oda XXX
(3)
Egl. 1.
(*)
Egl. I.
(5)
Lib. (, epist. XVI.
459
Tiene Villalobos entre sus obras literarias una traduc-
ción del Amphitryon de Planto, encabezada con un do-
noso argumento, en el cual explica graciosísimamente
cómo Sosia va á casa de Amfitrión y se encuentra en la
puerta con Mercurio transformado en otro Sosia que le
impide la entrada, y cómo vuelve á donde está su amo y
le dice:
a Yo me hallé á mi mismo á la puerta, que estaba allá antes que yo
llegase; y medí á mi el que iba de acá muy grandes bofetones; y yo
el que quedo allá estorbé la entrada á mi el que vuelve acá, y asi no
hice cosa de lo que mandaste.»
Este juego con el pronombre personal, que de pronto
parece una logomaquia, es, bien mirado, la expresión ne-
cesaria del pensamiento del verdadero Sosia, quien dice
lo que atónito acaba de ver por sus propios ojos.
Al final del Amphitryon habla largamente Villalobos
del amor y de los celos, y bastan los epígrafes de algu-
nos capítulos para conocer la sal epigramática que en
ellos rebosa:
Capítulo II. — «Cómo el amante se convierte y transforma en la cosa
amada.»
Capítulo V.— «Cómo el amante se torna en naturaleza de bestia.»
Capítulo VI. — «Cómo el amador es loco de atar.»
Capítulo VIH.— «Cómo el celoso es loco de arte mayor.»
El pensamiento del último capítulo está resumido en
estas palabras:
« Avivanse las llamas del amor con el soplo de los celos, porque la
cosa amada y preciada en mayor grado se ama cuando se pierde.»
En la pintura del celoso vemos al filósofo profundo, al
sabio médico y al escritor eminente.
460
aAlli*[dice] son Icis bravas ondas y la grave tempestad de los peo-
saraienlos con los vientos contrarios de la fortuna, qae unas veces le
trastumban (al celoso) en lo más hondo de la mar, y otras veces lo
ponen en la mayor altura de los montes. Allí son los mortales escán-
dalos y discordias del alma consigo misma, que se hiela y que se
quema; que quiere lo que no quiere; que busca ló que deja per-
der; que pierde lo que anda buscando; que ama lo que aborrece;
que aborrece lo que ama; donde está más, allí está menos; y allí es-
tá siempre, donde nunca está. Es traído. en la rueda de amor con
tanta velocidad y presteza, que juntamente está alto y bajo; junta-
mente á la diestra y á la siniestra; enemigo rabioso, y suave amigo;
cruel, y piadoso; muy fiero, cuando muy manso; muy confiado,
cuando más desesperado; cuando más se encubre, se descubre más;
cuando más se cierra, está más abierto; cuando más se aparta, más
cerca se pone; cuando más se despide, más quiere ser acogido; cuan-
do más pide la muerte, más quiere vivir; cuando más amenaza, más
suplica; donde más guerrea, allí se rinde; á quien ofende, defiende;
á quien roba, da cuanto tiene; lo que da, no lo da; lo que dice, no
lo dice; lo que siente, no lo siente; y otros bullicios y diferencias in-
finitas que nacen dentro de la opinión, conformes á la cualidad de
los amores y celos, y á la condición del paciente; que cada uno sien-
te de su manera estas cosas, y por esto es infinito el número de los
locos. »
La pintura es de mano maestra, y el original tiene
bien ganada una plaza en la casa de orates.
Concluye Villalobos esta parte con un elogio justísi-
mo^ á la par que galante, de las mujeres, y dice:
«Mas de amor honesto y virtuoso ellas son dignas y mefescedoras
de ser amadas por muchas prerrogativas y gracias de que fueron do-
tadas. Primeramente, porque son criaturas de Dios, capaces de ra-
zón y de entendimiento como los hombres. Otrosí: por la gran her-
uiüsura que les fué dada ca resplandece más en ellas la belleza
por su gran vergüenza y esquividad.»
464
XV.
(;
• «Acude, acorre, vuela,
Transpasa el alta sierra, ocupa el llano.))
En estos dos versos de la Profecía del Tajo hay un
proceso lógico donde no se sabe qué envidiar más: si la
sucesión necesaria y rapidísima de las ideas en la mente
inspirada del poeta, ó el rigor, necesario también, de
la expresión. Todo se halla naturalmente sentido y feli-
cisimamente dicho; y el pensamiento y su declaración se
levantan á la altura del vuelo pindárico. El Río, perso-
nificado, oye ya el sonido y las voces del ejército invasor,
ve la inminencia del peligro que amenaza á la patria, y
excita á D. Rodrigo para que acuda á donde le reclama
el deber; pero el peligro se acerca y no basta acudir^
es preciso acorrer; pero el peligro está encima, y ya no
basta acorrer^ es indispensable volar, y, sin perdonar la
espuela, transponer el alta sierra mariánica y ocupar las
llanuras deliciosas que baña el Betis.
Las ideas se presentan á la imaginación ardiente del
poeta con tanta espontaneidad y rapidez, que parece co-
mo que se compenetran realizando la unidad en el in-
teleéto para manifestarse en el tiempo y en eí* espacio
con una fórmula tan sencilla que raya en lo sublime.
El predominio de las vocales, aphonas la mayor parte,
en los tres imperativos del heptasilabo, y la elisión del
hiatus entre el primero y el segundo, permiten pronun-
ciar el verso con tal brevedad, que las siete sílabas pue-
den recitarse, sin esfuerzo alguno y sin perjuicio de la
claridad, en el mismo tiempo que piden las tres vocales
tónicas: de este modo las palabras imitan el movimien-
I
462
to, la inquietud, la angustia de la acción. El endecasí-
labo con la partícula prepositiva trans y la i2 fuerte de
sierra^ despierta en el ánimo una idea de la resistencia
que hay que vencer para ir al otro lado jie la áspera
montaña y bajar al llano.
En el Vaticinio de NereOj imitación (según el scho-
liasta) de otra oda de Bachylides^ contemporáneo de Pín-
daro, en la cual predice Gasandra la ruina de Troya;
alusión (según se ha creído por algunos con escasa críti-
ca) á Antonio y Gleopa'ra en la época de la batalla de
Actiurriy no hay frases superiores ni aun iguales en vi-
gor lógico ni en lirismo á las de Fr. Luis de León. Y
¡cuenta! que Horacio dice con brillante entonación (0:
Jam galeam Pallas , et cegida^
Currusque, et rabieni paral, n
Aquí, el pensamiento, las palabras, hasta las letras se
adunan para pintar muy al vivo y con valiente conci-
sión á la Diosa enemiga de los dárdanos en el acto de ar-
marse para proteger á los griegos. Por un lado la con-
junción iterativa señala lo apremiante y precipitado de
la acción; y por otro el acusativo rabiem^ belleza lógica
de primer orden, declara que Horacio, como hombre
muy de mundo, sabía que la mujer, aun siendo deidad
olímpica, no perdona jamás la ofensa inferida á su her-
mosura, y que, por lo tanto, la Diosa se arma de furor
divino para vengar la injuria del pastor frigio. También
Virgilio anuncia otra ira celeste encendida por la misma
causa:
t manet aUa mente repostum
{\) Lib. I,odaXV.
463
Judicium Partáis (i ).»
a ¡Tantmne animis ccelestibus ircel (2).»
Y la admiración para con el insigne vate español sube
de punto al contemplar la grandiosa imagen contenida
en estos versos de la misma oda:
«Llamas, dolores, guerras,
Muertes, asolamiento, fieros males
Entre tus brazos cierras. »
¡Qué grandeza de inspiración manifiesta el poeta re-
presentando en la desventurada Cava todas las calamida-
des que van á llover sobre la patria! ¡Qué entonación tan
robusta y tan significativa en el rudo, en el estridente
consonantismo del heptasüabo:
(i Entre tus brazos cierras, y>
para anunciar con previdente imaginación el cúmulo de
males que encierran los brazos del infortunado príncipe!
¿Quién no ve aquí compendiados siete siglos de glorias y
reveses, de lucha incansable y con varia fortuna entre la
civilización de la reconquista y la civilización arábiga,
creciendo siempre la primera y declinando siempre la se-
f gunda? ¿Quién no ve aquí esa magnífica epopeya que
empieza con la rota del Guadalete y termina con la vic-
toria del Genil y del Darro?
Bellos son sin duda los siguientes versos de Horacio í^):
« Mala ducis avi domum,
Quam multo repetet Grcecia milite,
(4) iEneidos, lib. 1.
{i) Ibidem.
(3) Lib. I, oda XV.
464
Conjúrala tuas i^mpere nupcias,
Et regnum Priami vetus;^
pero no llegan á la sublime sencillez de los de Fr. Luis de
León. Con sobrado fundamento, al hablar Martínez de la
Rosa de la Profecía del Tajo^ exclama en un arranque
de entusiasmo: €¡esto es ser poeta! >
XVL
Maltrecho el ingenioso hidalgo en la aventura con
los mercaderes de Toledo, y no mejor parado en la de
los molinos de viento, tropieza con el vizcaíno y se em-
peña desde luego un terrible combate en el cual mues-
tran ambos campeones tanto valor como ardimiento. Es
vencido el caballero de Vizcaya á impulso de un desco-
munal mandoble que como una montaña cae sobre su
cabeza, sin que sea parte á pararlo la improvisada adar-
ga; pero no sin que antes reciba el de la Mancha una
tremenda cuchillada que desarmándolo por el lado iz-
quierdo le lleva de camino gran. parte de la celada con la
mitad de la oreja.
Ninguno debe extrañar que habiendo sido Don Quijote
tan desgraciado en sus dos primeros hechos de caballe-
ro andante; viéndose vencedor en batalla reñida con
valor heroico de una y otra parte, como para aumentar
la prez de la victoria; y rebosándole un sentimiento de
disculpable, ¿qué digo disculpable? de legítimo orgullo,
haga poco caso de la prudencia de su escudero y le dirija
estas palabras:
«Pero dime por tu vida, ¿has tú visto más valeroso caballero que
yo en todo lo descubierto de la tierra? ¿Has leído ea historias otro
465
que tenga ni haya tenido tnás brío en acometer , tná^ aliento en el
perseverar f más destreza en el herir, ni más maña en el derribarfn
Estas bellísimas frases de Cervantes ¿son, por ventu-
ra, el producto de la divina espontaneidad del genio que
concibe las ideas, las asocia y las reduce á la unidad
filosófica, dándoles sin tardanza forma rigorosamente
estética? Ó ¿son, tal vez, el resultado de una elaboración
de las ideas lenta, calculada y seguida de la' forma ar-
tísticamente dispuesta por el estudio y por la lima? In-
clinóme á lo primero considerando la inteligencia crea-
dora del escritor, y la prontitud con que sabe dar á la
idea exterioridad conveniente; mas sea como quiera,
forzoso será convenir en que las frases apuntadas son
notabilísimas por la coordinación afortunada y la pri-
morosa exhibición de las ideas.
En uno y otro caso no puede darse representación
phonéúica más acomodada al pensamiento. Los infiniti-
vos acometer j perseverar y herir y derribar^ corresponden
á ideas que se han sucedido en la mente por este orden
lógico y por ende necesario; y los substantivos brio^
aliento, destreza y maña, corresponden, necesariamen-
te también y por el mismo orden, á los infinitivos; que
para acometer, es el brio; para perseverar, el aliento;
para herir, la destreza, y para derribar, la maña. Todo
es movimiento, vida, animación en esta imagen retros-
pectiva del reciente combate y de la señalada victoria.
Lástima que á las preguntas del caballero, harto bien
justificadas por el éxito glorioso de la pendencia, res-
ponda Sancho con no muy encubierta frialdad y no so-
bra de respeto (y él sabe bien por qué) lo que sigue:
aLa verdad sea que yo no he leído ninguna historia jamás, porque
30
466
Qo sé leer ni escribir; mas lo que osaré apostar es que más atrevi-
do amo que vuestra merced yo no le he servido en todos los días de
mi vida, y quiera Dios que estos atrevimientos no se paguen donde
tengo dicho.»
Sancho insiste en que pueden encontrarse de manos á
boca con la Santa Hermandad.
Amo y criado sienten y hablan como deben sentir y
hablar dada su posición respectiva. Don Quijote acaba
de vencer á un enemigo formidable de cuya fuerza y bi-
zarría tiene pruebas evidentes en la celada y en la ore-
ja, y se ufana justamente con el triunfo. El escudero,
creyendo de buena fe en la magnitud ó importancia de
la aventura, quiere recoger el botín ganado en buena
guerra, y se apresura á despojar de sus hábitos á uno
de los dos religiosos benedictinos que, acaso y por su
mala estrella, se encuentran metidos en este negocio; y
no curado de su ilusión, á pesar del remedio eficaz apli-
cado con larga mano por los mozos de espuelas que
traían los monjes, pide humildemente al caballero an-
dante que le otorgue la prometida ínsula ganada en la
batalla. Pero éste lo desconcierta algún tanto, dicióndo-
le con gravedad:
cAdvertid, hermano Sancho, que esta aventura y las á ésta se-
mejantes no son aventuras de ínsulas, sino de encrucijadas, en las
cuales no se gana otra cosa que sacar rota la cabeza ó una oreja
menos y>
Con estas palabras se debilitia visiblemente el idealis-
mo egoísta de Sancho; y entonces vislumbra el futuro
gobernador la realidad, califica de mero atrevimiento el
valor bien acreditado de su amo, y le propone tomar sa-
grado para no caer en manos de la Santa Hermandad,
467
porque está muy lejos de creer en la inmunidad de la
caballería andante.
Pero la inteligencia de Sancho no tiene la tensión
permanente de la del caballero. Éste se halla á todas ho-
ras dominado por la idea avasalladora de un deber ima-
ginario que le impele á desfacer agravios, á enderezar
entuertos y á amar al prójimo más aún que á sí mismo;
aquél se nos presenta muy al contrario. Colocado el po-
bre juicio de Sancho en las lindes peligrosas donde se
tocan la razón y la sinrazón, oscila á cada instante en-
tre la verdad y el error, arrastrado unas veces en mala
dirección por el amor de sí mismo, y alumbrado otras
por el sentido común en dirección razonable, á condi-
ción de que no ande por medio el interés egoísta. Esto se
observa en el gracioso razonamiento que sigue á la aven-
tura del vizcaíno. Después de creer Sancho á pie junti-
lias en la maravillosa virtud del bálsamo de Fierabrás,
oye decir á su amo que por el camino que llevan van á
encontrarse con caballeros armados de punta en blan-
co, y se entabla á este propósito el siguiente diálogo:
SANCHO*
«Mire vuestra merced bien que por todos estos caminos no andan
hombres armados, sino arrieros y carreteros que no sólo no traen
celadas, pero quizá no las han oído nombrar en todos los días de
su vida.»
DOlf QUIJOTE.
•Engañaste en eso, porque no habremos estado dos horas por es-
tas encrucijadas, cuando veamos más armados que los que vinieron
sobre Albraca á la conquista de Angélica la bella.»
SANCHO.
a Alto, pues, sea así, y á Dios prazga que nos suceda bien, y que
le liegu^ ya el uttmpn ír lanar esa ínsiía que tan ora me coesla, y
tVr) te be dicho, Saa<:iu>. qne no te dé eso cuidado alguno; que
robado faltare insola, aiií está eí reinn lie Dinamar^ ó el de Sobra-
di^ que te «eniiraa cocno anillo ai dedo, y más qoe por ser ea tierra
firme te debes más alegraras
Véanse aquí dos típos lógicos que realizan por sí solos
la soberana unidad de la inmortal creación de Cervan-
tes. Don Quijote y Sancho son dos grandes figuras que
«e explican la una por la otra, y se corresponden nece-
fiaríamente al modo de las ideas contrarias. Suprímase
una de estas figuras, hijas predilectas de rica j privile-
giada fantasía, v se verá cuál queda la otra sin condi-
ciones estéticas.
CONTESTACIÓN
DiKL
EicMo. Sr. D. TOMÁS RODRÍGUEZ RUBÍ
IL DISCURSO DEL Sr. MABQÜÉS DI SAN aRS&ORIO.
Señor:
Fausto y memorable será este día en los anales de la
Real Academia Española, que por vez primera, á los
ciento sesenta y seis años de su existencia, alcanza en él
la altísima honra de verse presidida por el augusto des-
cendiente de su esclarecido fundador el señor Rey Don
Felipe V el Animoso.
Reservado estaba á Vuestra Majestad el glorioso he-
cho de unir en los principios de su reinado los beneficios
de la paz á la protección, cultivo y engrandeteimiento de
las letras españolas, de las que siempre fué Vuestra Ma-
jestad entusiasta amigo, Jo mismo en las orillas del Sena
que en las del azulado Leman, lo. mismo en las del Da-
nubio que en las del Támesis nebuloso.
Hoy, desde el centro de su Monarquía, ha querido
Vuestra Majestad confirmar los sentimientos literarios
que abriga su corazón desde la niñez, dignándose presi-
dirnos para imponer la medalla académica á uno de sus
más antiguos y leales servidores, en cuya jiersona hon-
470
ra Vuestra Majestad la de todos los individuos de esta
Real Corporación.
Reciba Vuestra Majestad el sincero homenaje de res-
petuosa y profunda gratitud de la misma; homenaje que
tiene el alto honor de presentarle en su nombre el me-
nos autorizado de los académicos, porque á veces la Di-
vina Providencia se vale de los más pequeños como
instrumento para expresar la excelsitud de sus de-
signios.
Y ahora, con la venia de Vuestra Majestad, trataré
de cumplir, tal y como sea dable á mis escasas fuerzas,
el especial mandato que la Academia se ha servido im-
ponerme para la recepción de este día.
Suele decirse que la modestia acompaña siempre al
verdadero saber; pero aun cuando no se dijera ni hu-
biese dicho nunca, habría que decirlo en el solemne
acto que hoy celebra esta Corporación al recibir como
individuo de su número á mi respetable amigo el Doctor
D. Tomás de Corral y Oña, Marqués de San Gregorio.
Su discurso tiene por objeto uno de los temas de ma-
yor importancia y de los más abstrusos que pueden ofre-
cerse á las meditaciones del entendimiento humano; y
aunque lo ha desenvuelto con bella y- castiza frase, or-
denado método, riqueza de doctrina y suma claridad, sin
embargo, el veterano humanista se presenta en el es-
trado de la Academia Española lleno de timidez y des-
confianza y hasta casi pesaroso de la elección que ha
merecido, porque le obliga á exhibir algo del abundan-
te caudal de sus variados conocimientos ante el egregio
ó ilustrado ccyicurso que nos favorece.
474
¿Será menester que yo encarezca el mérito de hospe-
dar en el alma esta delicada virtud, como la hospeda el
Dr, Corral, hoy que la modestia literaria y científica va
siendo un objeto curioso por lo raro y peregrino? Muy
lejos está de mi pensamiento, porque no sería justo, y
porque en todo caso no me creo con autoridad, ni tuve
nunca afición al ejercicio de la censura, el aludir con
estas palabras á los jóvenes estudiosos que cultivan las
letras humanas y mantienen con honra en todos los pa-
lenques nuestras gloriosas tradiciones literarias; pero
abstracción hecha de tan ilustre pléyade, es harto noto-
rio, por desgracia, que entre los Don Eleuterios y Don
Hermógenes W del día, existe un inmoderado afán, una
insaciable sed de exhibición, de celebridad, de aplausos,
de entrar por cualquiera puerta, aunque sea la de la in-
dustria, en los alcázares de la fama, que ciertamente
contrastan con la gravedad y decorosa compostura que
realzaban los merecimientos de escritores en épocas no
muy lejanas, decorosa compostura de que acaba de dar-
nos una elocuente muestra el que dentro de breves ins-
tantes recibirá el cariñoso abrazo de sus compañeros.
Limita sus pretensiones el futuro académico á tomar
parte en las tareas de esta Corporación, de la propia
manera que la toma el obrero material que talla la pie-
dra, según las medidas y formas que le dan para la
construcción de un monumento artístico, ó como el hu-
milde soldado que contribuye con su automática obe-
diencia al triunfo del General ó á la consecución de la
victoria. No: la modestia del Marqués de San Gregorio
ha de perdonarme si atento á su pudorosa susceptibili-
(4) Personajes de la Comedia nueva ó El Café, de D. Leandro Fernóa-
dez de MoratíD.
472
dad sefialjindo el puesto que como por derecho propio no
podrá menos de ocupar en la Academia madre, y al que
le llevan los numerosos títulos que posee conquistados en
largas vigilias de estudio, abnegación y perseverancia.
No es posible que llegue aquí desprovisto de toda clase
de iniciativa quien como el Dr, Corral desde sus juveni-
les años ha vivido consagrado á la investigación de los
arcanos de las ciencias, quien las ha enseñado y difun-
dido desde la cátedra del profesor, y quien por último
ha presidido con grave dignidad el claustro de nuestros
doctores en el primer establecimiento docente de la Mo-
narquía.
Cualquiera de estos privilegiados títulos podría servir
de buena credencial para que la Real Academia le abrie-
ra sus puertas; pero es el caso que aún atesora otros, en
mi concepto los más preclaros, porque son hijos legíti-
mos de su entendimiento, propiedad exclusiva de sus
facultades intelectuales, y que le colocan sin la menor
violencia entre ilustres profesores, tales como Villalo-
bos, Valles, Morejón y tantos otros sabios españoles
que con sus escritos han ilustrado y enriquecido la his-
toria de las ciencias físico-experimentales.
Treinta y cinco años van á cumplirse desde que el
Dr, Corral dio á la estampa su Colección de observacio-
nes más importantes sobre las eyifermedades de mujeres
y de niños f^), con la cual abrió un ancho campo á sus
discípulos y á los profesores, aún no muy prácticos en
el ejercicio de la Facultad, para que pudieran recorrer
(\) Año clínico de obstetricia y enfermedades de mujeres y de fiiños, por
D. Tomás de Corral y Oña, Doctor en Medicina y Cirugía, Catedrático de
dicha Facultad y de aúmero del antiguo Colegio de San Carlos, etc.: Ma-
drid, ^845.
473
con más seguro paso la obscura y difícil senda por don-
de se va á dar en los complejos problemas que con fre-
cuencia deciden de la vida ó de la muerte.
Desde aquella época, y de otras obras del Marqués de
San Gregorio, corresponde mencionar su disertación So-
bre la filosofía práctica del siglo xix (O, bellísimo ra-
millete de pensamientos científicos y literarios, amena
y á la vez profunda expresión del mucho sabe;^ y buen
decir del hombre que deja hablar su honrada concien-
cia, y lo hace con tal sencillez, templanza y primor de
estilo, que á las veces imagina el que escucha estar
oyendo al héroe de Cervantes cuando entre los cabreros
exclamaba Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos 6
cuando en la venta discretamente disertaba sobre las ar-
mas y las letras.
De buena voluntad recordaría algunos trozos de esta
obra, más estimable por su fondo que por sus dimensio-
nes; pero la tiranía del tiempo me obliga á no franquear
los límites señalados por la costumbre á los actos de es-
ta Corporación, y á no citar uno por uno sus discursos,
ya al abrir y cerrar, como presidente, las sesiones del
primer Congreso médico español (^), ya sus informes co-
mo consejero de Instrucción pública y de Sanidad del
reino, porque sería reproducir el cuento de Sancho en
la pavorosa aventura de los batanes, ó lo que es lo mis-
mo, el cuento de nunca acabar.
Sóame lícito, sin embargo, y como punto final del li-
gerísimo bosquejo dé las obras publicadas por el Mar-
(4) Discurso pronunciado en la solemne apertura del año académico de
1851 á 1852 tn la Universidad Central, por el Dr. D. Tomás de Corral
y Oña.
{%) Actas de las sesiones del Congreso médico español celebrado en Madrid.
Un volumen: Madrid, 1865.
474
quós, á quien me parece que estoy mortificando con el
sincero tributo de mi afectuosa admiración, citar su His'
torta de la filosofía médica (^), de la cual sólo he podi-
do haber á las manos el tomo primero, que comprende
la introducción.
Si ha de juzgarse por las puras y bellas líneas del pór-
tico, es indudable que éste dará ingreso á un suntuoso
monumento consagrado á las ciencias médicas, en el
que nuestro modesto Doctor expondrá la suma de sus
prolijos estudios, el copioso tesoro de sus observaciones
científicas, las quintas esencias de cuanto de más cierto
y útil en pro de la humanidad le han enseñado su espí-
ritu laboriofio y ya larga experiencia, para honra y
gloria suya y de la patria, que ha tiempo le cuenta y
considera entre sus hijos predilectos. Deseo vivamente
á mi antiguo amigo toda la salud^ toda la longevidad
que habrá menester para llevar á feliz término su obra
favorita.
Ahora bien, y en confirmación de lo que he dicho al
principio: el hombre que ha pasado casi toda su bien
aprovechada vida en las aulas oyendo ciencia/ y trans-
mitiéndola á más de una generación; quien como él, lle-
vado por su vigoroso aliento, se ha colocado á la altura
de doctos escritores científicos, y ^1 que, por último, ha
ocupado en España el puesto más preeminente de su Fa-
cultad, no es verosímil que penetre en este recinto co-
mo un humilde trabajador, como un hombre máquina,
sin ideas propias, sin la virilidad de pensamiento demos-
trada en tantos actos públicos, sino como digno sucesor
de la gloriosa dinastía de aquéllos sus ilustres compro-
(i) Historia de la filosofía médica, tomo I, iotrod acción, por D. Tomás
de Corral y Oña: Madrid, 1869.
47o
fesores y académicos ya difuntos (^), de grata memoria
para esta Corporación, por la activa y fructuosa parte
que tomaron en sus constantes y áridas tareas.
Combatida, como era en mi un deber hacerlo, la un
tanto exagerada modestia de quien miró con amor en su
juventud el estudio de Ips clásicos, heme ya en presen-
cia del discurso cuyos ecos aún no se han extinguido en
este salón, discurso muy propio del acto que celebramos
y que sólo es dado pronunciar á los maestros en la cien-
cia prehistórica de la vida de las lenguas.
Siendo esto cierto, se comprenderá fácilmente que yo,
que jamás he sido maestro de nada, que soy un mero
hijo, como tantos otros, de la musa dramática, y ya^ por
las dolencias, consecuentes aliadas de la edad provecta,
á punto de ingresar en la Sección segunda ó de reserva^
me sustraiga á la tentación de acercarme al insondable
mar en cuyas profundidades yace sepultado, con otros
muchos orígenes, el de la palabra humana; profundida-
des en las que parece bien que se aventure el diestro y
experimentado buzo, pero que con razón se tacharía de
temerario y algo más, si pretendiera hacer lo mismo el
pobre nadador que apenas puede sostenerse por espacio
de breves minutos en la superficie de las aguas.
Que el asunto magistralmente hoy desenvuelto, bajo
su aspecto filosófico, por el Dr. Corral es interesante,
inmenso, abrumador, lo demuestra el haber sido trata-
do, bajo otros distintos y variados puntos de vista, en
actos semejantes al en que nos hallamos, por mis muy
(I) Los Sres. D. Eagenio de la Peña (médico y Diputado á Cortes), f en
48U; D. Aagasto García de Arrieta (ídem id.)? f en 4835; Excmo. Señor
D. Mateo Seoane (idem id.)* f en 4870; limo. Sr. D. Pedro Felipe Mou-
lau, fea 4874.
476
queridos amigos y compañeros los Sres. Canalejas, Va-
lera, Gampoamor, Marqués* de Molíns, Monlau, G-alindo
y de Vera, Puente y Apecechea, Pascual y hasta por
mí, cuando obligado á un compromiso de igual índole
al de hoy, tuve que contestar al magnífico discurso del
malogrado académico y notable hombre público, mi
inolvidable amigó D. Severo Catalina, en el que disertó,
con la brillantez y tersura que lo hacía todo, acerca de
la Influencia de las lengicas semüicas sobre la caste^
llana.
Propio es evidentemente, y muy de la competencia de
la Academia de la Lengua, que en su seno se diluciden
todos los problemas que se relacionan con el exclusivo
objeto de su instituto; y así lo ha comprendido el nuevo
académico al escoger, para su ingreso en la misma, el
complicado tema de La concordancia, lógica del pensa-
miento con su expresión.
Desde las primeras páginas de su discurso, y como un
incidente desligado hasta cierto punto del tema que se
ha propuesto, pregunta el Dr. Corral: ¿Cómo nace una
lengua? pregunta que deja sin contestación concreta,
porque considera imposible penetrar en la obscuridad de
las edades allende la leyenda y la tradición; y prescin-
diendo de esas remotas edades, se acerca á los tiempos
históricos y dice que Pitágoras, Heráclito, Platito, Hi-
pócrates y Epicuro han andado muy divididos en la in-
dagación de este negocio j enfrente de cuyas creencias
coloca las de Aristóteles y Demócrito, para quienes las
palabras no vienen d ser otra cosa qice pura convención.
Como se ve, la pregunta queda sin una contestación
directa; y lo que es peor, mi ilustrado amigo renuncia á
darla por ser materia alta y transcendental, y casi como
477
disgustado de haber hecho la pregunta, dice que no
quiere tratar de aquélla ni aun de soslayo, por ser un
punto (la modestia de siempre) superior á sus facultades
y al tema de su discurso, sí bien manifiesta su completa
conformidad con los que creen en la esencia natural de
las palabras.
Declaro que va más allá de la meta de mi pobre com-
prensión, el motivo por el cual un hombre tan docto se
niega á contestar su propia pregunta, cuando yo, que
no he tenido el honor de saludar sino muy de lejos la
glosologla filosófica, y alcanzo muy poco, ó nada, de lo
que se entiende por mecanismo de las lenguas autóge-
nas y autóctonas^ creo que se puede contestar su inte-
rrogación de una manera clara, breve, sencilla y con-
cluyente. Pero antes de entrar en la definición, consi-
dero indispensable que se fijen, sin mezcla ni asomo de
anfibología, los términos de la pregunta.
Al decir ¿Cómo nace una lengua? debe inferirse que
no sé pregunta por el nacimiento de una lengua cual-
quiera, de una lengua determinada, especial, como por
ejemplo, la griega, el asirlo ó el sanskrit^ según desea
que se escriba un distinguido filólogo (<), ó el sánscrito,
según lo ha introducido en su diccionario nuestra Aca-
demia; porque si á tal estrechez se contrajera la pre-
gunta, no habría esquivado ciertamente la contestación
mi insigne y querido amigo; sino que la habría dado
con el tacto y firmeza de quien, como él, ha demostra-
do que le es muy familiar el trato de la historia de la
derivación, aparición, desarrollo y progreso de las len-
guas que fueron y son, sin necesidad de penetrar en los
(\) El estudio de la fihlogia en su relación con el sanskrit, por D. Fran«
cisco García Ayaso: Madrid, 1871.
478
tenebrosos antros de las edades que precedieron á la tra-
dición y la leyenda.
Paréceme, por lo tanto, que la pregunta del Marqués
de San Gregorio, para que en efecto sea materia alta y
transcendental y no es la de ¿Cómo nace una lengua?
sino la de ¿Cómo ha nacido la lengtta? es decir, el ha-
bla, ese órgano maravilloso, expresión externa, armo-
niosa y elocuente del pensamiento humano; abismo in-
sondable que la volunta^ del Ser Eterno ha colocado
entre la elevada naturaleza del hombre y el inclinado y
rastrero destino de la bestia.
Establecidos así los términos de la pregunta, la con-
testación debe ser perentoria, y es la siguiente:
Habiendo sido creado el hombre con la facultad de
hablar, puede decirse que la lengua fué creada con el
hombre, como lo fueron también la conciencia, las no-
ciones del mal y del bien, de lo feo y de lo bello, y no el
instinto, sino el pleno conocimiento de la aplicación y
funciones de sus sentidos.
En buena ortodoxia no es posible pensar de otra ma-
nera; y es tal el poderoso influjo de esta verdad, que aun
entre los filósofos idólatras de los tiempos mitológicos,
hubo algunos que lo sintieron así, reconocieron y de-
clararon. El Dr. Corral nos lo ha dicho. Platón, el sa-
bio, el ideólogo hasta la utopia, en sus inmortales Día-
logosy concede al habla un origen de autocracia, de au-
toridad, de voluntad suprema, llegando á pensar que
las palabras que significan ideas eternas, parecen for-
madas por un poder divino.
Si de este modo pensaban los que seguían los errores
del politeísmo, ¿cómo debemos pensar los que humilde y
reverentemente reconocemos y nos postramos ante la
479
Augusta Majestad de un solo Dios, fuente de todo poder,
de toda bondad, de toda sabiduría?
No nos dejemos alucinar por los halagos de ciencias
conjeturales, deleznables y pasajeras, y tengamos como
verdad inconcusa la de que la palabra es congénita del
hombre, que el hombre vino al mundo hablando y tam-
bién la mujer; pero con elocuencia más insinuante, con-
movedora y persuasiva que la del hombre. ¿Qué formas
tuvo esta lengua para expresar el humano pensamiento?
¿Fué desarticulada en sus sonidos sólo por vocales, ó ar-
ticulada por la unión de los signos consonantes ó 5//m-
phónicos? ¿Fué monosilábica, ó apareció desde luego, se-
gún se han calificado otras lenguas después, como len-
gua conglutinada 6 de flexión? (*)• Todo esto quizá podrá
rastrearse cuando se trate de conocer los orígenes de la
lengua china ó los de las indo-europeas; pero con rela-
ción al de la lengua primigenia, de eso nada se sabe, ni
se sabrá nunca,^ni tengo por muy reverente el propósi-
to de averiguarlo. Tal vez sería una lengua dotada de
perfecciones que hoy no alcanza á vislumbrar nuestro
pobre entendimiento; porque es de suponer que si sólo
se hubiera compuesto de períodos, simples emisiones de
voz, de aes y de oes^ el primer hombre, que se hallaba
en el goce de toda su lozanía intelectual, no se habría
dejado seducir por tan exigua dialéctica, hasta el punto
de tocar, inobediente, al árbol prohibido, y contraer con
su Dios aquella enorme deuda, mayor que todas las deu-
das consolidadas y diferidas del mundo, que lleva por
nombre pecado original, y cuyos intereses aún pagamos
(K) De V origine du htigage, piír M. E. Renaa, qaatrióme cdilion: Pa-
rís, J 863.
480
y seguirán pagando hasta la consumación de los siglos
las subsiguientes generaciones.
No es posible pensar de otra manera, ó por lo menos
no la alcanza mi humilde comprensión, si alguna vez ha
de ponerse un dique al invasor torrente de ideas sensua-
les y materialistas que ha envenenado la moral de los
hombres; torrente que, sin remontarnos más que al pro-
medio del siglo XVII, desató la filosofía sensualista de
Locke, acrecentaron su curso las lucubraciones de su
continuador Gondillac: revolvieron y enturbiaron sus
aguas los reformadores San Simón, Fourier y otros en
Francia, Robert Owen en Inglaterra, llegando éste y
sus delirantes sectarios á proclamar la rehabilitación de
la carne sosteniendo que <el destino del hombre no es
otro que el de obedecer, como sus hermanos los brutos,
á sus instintos y apetitos (0,> y finalmente han llegado
á encenagarse aquéllas, á corromperse tanto, que no
hace muchos días se han dado, como ahora se dice, con-
gerencias en un boulevard de París sobre la ciencia sin
Dios, con verdadero escándalo de un auditorio ya bas-
tante despreocupado y en lo general poco asustadizo.
Asombra, estremece, pasma la contemplación del cre-
cido número de hombres de ardiente imaginación, de
erudición vastísima, que én lo moderno, y desde todos
los puntos del globo, parece que se han puesto de acuer-
do para volver el mundo al caos de donde lo sacó la ma-
no omnipotente del Ser Supremo. La arqueología prehis-
tórica, la antropología, la lingüistica, la mitología com-
{\) L'an d*eax, Robert Owen, voas dit qae la deslinée de Thoinaic,
destinóe dont il ne peut s'affranchir, cst d'obóir; comme ses fróres de la
créatioQ brute, á ses iastincts et á ses appétits; qa'il est fatalement en-
chainó á la terre, et que ses regards ne doivent plus s'élever vers le ciel.
-^Rftppoii presenté á VAeadémie frauQaise le '20 avril 1844, par M. Kj Jay.
481
parada, la biología, astronomía, física, química, zoolo-
gía, geología, geografía, botánica y hasta la higiepe,
son los materiales científicos apilados por algunos sabios
contemporáneos para renovar la fabulosa lucha de los
titanes que intentaron escalar el cielo, ó mejor dicho,
parodiar la rebelión que quiso llevar á cabo contra su Se-
ñor, la soberbia insensata del príncipe de las- tinieblas.
Cada uno de estos atletas del desorden ha formulado
su sistema, su táctica especial; sistema y táctica que
aunque aparentemente se dirigen á penetrar los miste-
rios de distintas ciencias, conñuyen, sin embargo, en
rfn solo propósito: el de establecer una serie de negacio-
nes de los principios fundamentales en que necesaria-
mente ha de apoyarse todo lo nacido, todo lo asociado.
Los unos, como Jacobo Grimmy fundador en coman-
dita con Bopp de la filología comparada, en la Memo-
ria que dio á luz en* 1852 (^\ combate la tesis de. la re-
velación del lenguaje y sostiene con tal intemperancia
que el habla es obra exclusiva del hombre (^), que has-
ta el heterodoxo Renán declara que el filósofo germano
ha ido demasiado lejos en su impugnación á la doctrina
teológica (3). Los otros, como el espiritualista, á su ma-
nera, M. Camile Flammariorij lapoderándose de la as-
tronomía, y poniendo en práctica el donoso epigrama
de nuestro D. Francisco de Quevedo
£1 mentir de las estreUas
(1) í/cíwr den Ursprung der Sprache: Berlín, Dümmler, 4862.
(2) Ein menschlicheSy in usrer Geschichte und Freiheil beruhendes, liicht
plcBlzlich sondern stufenweise zu Stande gebrachUs Werk, J. Grimm, Memo-
ria citada, pág. 42.
(3j J'avoue méme qtie M, Grimm me paraU aller un peu trop loin dans
sa réaction ^ontre Vhypolhése íAeo/o(7Í</fie.— Ernest Renán, De Vorigüne du
langage. Preface, pág. 8: París, 4863.
34
482
se lanza á las profundidades de la inmensidad: se cons-
tituye en campeón de la pluralidad de mundos habita-
dos; se va en peregrinaje de planeta en planeta; mide
sus distancias, analiza su clima, sus atmósferas; casi di-
buja las formas de los dichosos habitantes de Júpiter;
compara la grandiosidad de este astro con las exiguas
proporciones de nuestro globo; y para mantener su te-
sis, pide argumentos á todas las ciencias con tan vasta
erudición y seductor estilo, que al decir del sabio teólo-
go, doctoral de Valencia, el astrónomo del Observatorio
de París ha conseguido ecotender su opinión lo mismo
entre el mundo ilustrado que entre las clases populares
y aun hacerla de moda W. Este otro arqueólogo prehis-
tórico, dando por cosa averiguada y cierta el Origen de
las especies de Darwin^ toma con la mayor formalidad
{\ ) Pero no queda aquí la cuestión, sino que con ocasión de ella se remue-
ven las principales verdades de la teología, como la inspiración de los Libros
Sagrados, el fin de la creación, la predestinación, la Encamación del Verbo,
la redención y sus efectos, la resurrección y los destinos futuros; presentando
falsamente estas verdades como únicamente apoyadas en la idea de que la
Tierra es el centro del Universo, y recibiendo de este supuesto toda su firmeza,
lo cual es falso. De esta manera las socava por sus cimientos, dando á entena
der que deben ser rechazadas, en cuanto queda demostrado que nuestro pla^
neta sólo es un átomo en el Universo,
Además, al desarrollar los argumentos en confirmación de su tesis, da por
demostrados muchos supuestos que están muy lejos de ser ciertos. Apoyado
fajisamente en ellos, deduce las más atrevidas consecuencias, que no puede
dispensarle la fe ni la sana filosofía, cayendo al fin en tan gravísimos errores
y en tan monstruosos absurdos, que parecen inconocibles en su ilustración.
Tal es, entre otros que notaremos en el cuerpo de la obra, el delirio de la plu-
ralidad de existencias de nuestra alma, en relación con la pluralidad de
mundos habitados, como si el hombre tuviera muchas vidas sucesivas fobre
los astros.— La pluralidad de mundos habitados ante la fe católica, por Don
Niceto Alonso Perujo, Canónigo doctoral de la Santa Iglesia metropolita-
na de Valencia, Doctor en Teología y en Derecho canónico, etc.: Ma-
drid, 4877.
483
al hombre primitivo desde el momento en que cree ver-
le salir con forma humana, no sé si de las entrañas de
alguna ballena, y con el auxilio de la antropología, le
sigue, le estudia en sus evoluciones orgánicas, en sus
variedades y razas, en sus relaciones con otros grupos
de irracionales; trata familiarmente de los orígenes de
la vida, y ordena una historia del grupo humano que no
la trazaría mejor el más aventajado huésped de Léganos
ó San Baudilio de Llobregat (0. Aquel, otro Doctor, tan
erudito como materialista, en su tratado sobre la /ín-
güisticay resueltamente afirma que el origen del lengua-
je es un mero asunto antropológico: trata de él bajo el
punto de vista de la historia natural, ó sea de la anato-
mía y fisiología; dice que el lenguaje articulado es un
hecho natural sometido, como otro cualquiera, á la libre
investigación, y no considera como empresa temeraria
la de abordar la cuestión de los orígenes primigenios W.
¿Á qué he de evocar mayor número de citas, harto co-
(4) L*ArMologie préhisiorique noas a recoDqais, daos la profoDdeur
des siécles disparas, des ancétres non soap^onacs et recoostitae, á forcé
de décoavertes, Tiadmitrie, les nioeurs, les typcs de Thomme prímitif á
peine echappe á l*animalité. V Anlhropologie a ébauché rhistoire nata-
relie da groape humaia daos le temps et daos Tespace, le suit dans ses
évolatioDs organiques, Tótadie daus ses variétcs, races et espéces, et
crease ees grandes qaestions de rorigine de la vie, de IMníluence des mi-
lieax, de Thérédité, des croisements, des rapports avec les antres groa-
pes anin)aux,etc., QiQ,^B%bliothéque des sciences contemporaineSf deaxiéme
éditlon: París, 4777.
(1) Nous ne chercherons pas á éviter Texamen de la qaestion de rori-
gine da langage. C'est une qaestion parement anthropologiqae Le lan-
gage articalé esl an fait natarel, soamis, comme toat aatre fait, á Tinves-
tigalion libre ct dósintcressée, et ce n*est pas une entreprise téméraire
qae d*aborder la qaestion de son origine. L'ócarter sons pretextes qu'il
faut proscrire toute recherche dea origines premieres, c*est admettre la
possibilité méme de ees canses premieres, dont les raathématiqaes et la chi-
mieont fait jastico.— La Lm^UÍ5í¿7U0, par Abel Hovelacqae: París, 4877.
4S4
nocidas, y que de cierto fatigan y entristecen, para de-
mostrar los extravíos á que se entregan algunos culti-
vadores en lo moderno de las ciencias abstractas?
¿Qué necesidad absoluta, universal, ^e proponen satis-
facer estos libre-pensadores combatiendo cada cual por
distinto camino ideas plácidas y consoladoras para lle-
varnos á la sima de las grandes curiosidades, por no de-
cir al profundo abismo de las aún más grandes ó insóli-
tas soberbias? ¿Será acaso la de convencernos de que no
somos hijos directos de Dios, y que á todo lo que buena-
mente podemos aspirar e^ á ser relativamente hijos de
vecino? Pues no valía la pena de acumular y retorcer
tanta ciencia, fundar tanta falsa hipótesis y deducir tan-
ta absurda consecuencia, para darnos una noticia por
todo extremo desagradable. Porque, bien mirado, ¿qué
es lo que va á ganar la humanidad el día en que, refor-
mando sus creencias con arreglo al figurín de esa filoso-
fía, deje de venerar, como ascendientes suyos, á los Án-
geles, para contar entre sus padres al megaterio, entre
sus hermanos al mastodonte, y al hipopótamo entre sus
parientes colaterales? Seguramente que en tan venturo-
so día el pensamiento humano se habrá elevado hasta los
balcones de la Aurora; las. costumbres públicas habrán
llegado á su mayor pureza; huirá el delito avergonzado
de verse entre tanta gente de bien; serán inútiles los có-
digos, los jueces, los ejércitos, y el mundo gozará de una
calma, de un bienestar, de una dicha sólo comparable á
la dicha, al bienestar y al reposo del simbólico paqui-
dermo de Epicuro..
¡Ah, qué ceguedad tan deplorable y peligrosa la de
aquéllos que, tal vez sin deliberado propósito, quiero
creerlo, pretenden regeneramos á la manera del que á
485
fuerza de limpiar y pulir un instrumento concluye por
gastarlo y destruirlo!
Y lo que hay de más sensible es que, aunque la enfer-
medad es conocida, no se piensa en aplicarle un reme-
dio, siquiera sea anodino. Oigo clamar por los ámbitos
de Europa, no satisfechos aún de los atrevimientos filo-
sóficos que someramente dejo apuntados, por la libertad .
de enseñanza en sus más amplias manifestaciones. Todo
el mundo parece que quiere saber, todo el mundo parece
que quiere enseñar; y sin detenerse, sin esperar á que
los Gobiernos autoricen el principio y regularicen su
provechosa aplicación, fúndanse miles de sociedades po-
pulares, ábrense cátedras desde las que cada uno expli-
ca tal punto concreto de lo que sabe ó cree saber, sin re-
parar que en su disertación hay mucho por arriba y mu-
cho por abajo que generalmente ignora el auditorio; el
cual, careciendo de la preparación conveniente^ no pue^
de hacer atinadas aplicaciones, y sólo le queda de todo
lo que ha oído ideas dispersas y confusas de las que no
sabe qué hacer, resultando en definitiva que la lección
se ha reducido á un agradable pasatiempo, amenizado
por la cadenciosa armonía dialéctica de amaestrados ora-
dores.
Podría suceder, dado el cristal de aumento con que
ahora lo examinamos todo, que alguno tachara esto que
digo como una especie de alegato en favor de la libertad
de la ignorancia; y ciertamente que no tendría razón
juzgando mis opiniones de un modo tan radical, tan ex-
tremado; Lo que hay es que cada cual abriga sus ideas
respecto á lo que se entiende por progreso intelectual, y
que lo que para unos es un portentoso adelanto, es para
otros un lamentable retroceso.
486
Y á propósito de este debatido punto, no puedo resis-
tir al deseo de citar brevísimos párrafos que en una
de las obras ya mencionadas del Marqués de San Gre-
gorio W vienen, según suele decirse, como anillo al
dedo.
Dice así el Dr. Corral:
<Y la verdad es que en muchas partes del saber hu-
mano, lejos de adelantar los tiempos actuales á los tiem-
pos antiguos, han retrogradado visiblemente; al paso
que en otras existe un progreso sorprendente, inmenso,
casi increíble. Oscilación y compensación: he aquí las le-
yes inmutables de la humanidad; á ellas se acomoda ló-
gicamente el examen concienzudo de la historia. Hay,
no puede negarse, en la sucesión del tiempo un verda-
dero progreso; pero ¿quién sabe si este progreso es sola-
mente relativo? ¿Quién sabe si lo que por un lado se ga-
na, por otro se pierde? Si se pudiese reducir á números
la historia de la inteligencia, ¿quién sabe si comparando
civilización con civilización, época con época, vendría á
resultar próximamente una misma suma?>
Tiene mucha razón nuestro distinguido amigo; oscila-
ción y compensación: he aquí las leyes inmutables de la
humanidad. Inútil empeño el de traspasarlas: detrás de
ellas sólo existen el delirio, las tinieblas, la confusión,
ciscaos, á donde pudiera empujar al vulgo de las socie-
dades la libertad absoluta de enseñanza. Entre lo omnis-
cio y lo estulto hay distancias imponderables, y yo no
abogo por el reinado de lo uno ni de lo otro.
Pero, ¡qué! ¿todo ha de ser física y química y mate-
máticas y filosofía sólo para penetrar osadamente en el
(i) Sobre la filosofía práctica del siglo xix.
487
jardín vedado á la curiosidad humana? ¿Sólo ha de con-
sagrarse la actividad intelectual á la anatomía del fruto
prohibido? ¿No queda ya nada que aprender en lo con-
cerniente á la moral como ciencia de los deberes del
hombre, cuya práctica produce la tranquilidad de la con-
ciencia; exalta la fe, que nos relaciona con la Divini-
dad; alienta la esperanza de salir de este valle de lágri-
mas para otro mundo mejor, y nos induce al ejercicio de
la caridad, santa protectora del débil, del menesteroso y
de todos los desvalidos?
Me anonada la idea de que llegue un día en el que,
merced á la libre enseñanza, se figuren todos que son
doctores, matemáticos, filósofos ó personajes de vuelo
más ó menos atrevido. Porque llegado ese día de uni-
versal ilustración, ¿qué es lo que va á suceder en la so-
ciedad bajo el punto de vista práctico? ¿Qué doctor que-
rrá empuñar el arado y entregarse á las rudas faenas
del cultivo de la madre tierra? ¿Qué mate>ndtico se pres-
tará á tomar el rizo ó rifar una vela en piedlo de las
tempestades y los huracanes? ¿Qué filósofo se conforma-
rá con el modesto desempeño de mantener la convenien-
te pulcritud higiénica en las plazas y en las calles? Y
¿quiénes, por último, aceptarán de buen grado la pesa-
da carga de tantos oficios menudos como son indispen-
sables para conllevar las exigencias de la vida? Una de
dos: ó la sociedad tendrá que ser una cátedra sin oyen-
tes, un ejército de jefes sin soldados, ó habrán de reno-
varse las escenas de confusión y estrago á que dio ori-
gen la construcción de la famosa torre de Babel.
Pero observo en este momento que estoy abusando de
la bondadosa atención de Vuestra Majestad, y que de
digresión en digresión he penetrado indeliberadamente
488
en un campo dilatadísimo que pide para recorrerlo obras
fundamentales y no pasajeros discursos: he llegado, por
lo tanto, casi á perder de vista el muy científico que he
debido contestar, y que sólo he tenido el conato de ha-
cerlo en la parte que se relaciona con ideas abstractas;
pero la mucha benevolencia de Vuestra Majestad habrá
de perdoiiarme esta distracción, en gracia de ijue las di-
gresiones suelen ser la literatura de los ancianos.
En lo qu© el discurso del Dr. Corral contiene de artís-
tico y puramente gramatibal del lenguaje, su -claro' au-
tor ha expuesto sus doctrinas, y lo ha dicho todo mucho
mejor que yo pudiera repetirlo. Y no siendo ya hora de
hacer oir pesadas variaciones sobre un mismo tema, só-
lo me resta lamentar nuevamente que haya sido el últi-
mo de los individuos de esta docta Corporación el desig-
nado para dar la bienvenida en su nombre al Marqués
de San Gregorio; si bien este pesar se templa y casi neu-
traliza con la honra de ser él primero en felicitarle y
también á la Real Academia, por lo mucho que debe es-
peran en sus asiduas tareas de la colaboración de un
profesor tan justamente renombrado.
DISCURSO
QUE EL
ExcMo. Sr. D. EMILIO CASTELAR
leyó en Junta publica de'Ia Real Academia Española,
el dia 25 de abril de 1880, al ser recibido solemnemente en dicha
Corporación como individuo de número.
Señores Académicos:
Llamado á compartir las tareas y los honores de vues-
tro instituto, en días ya lejanos, retardó adrede este ins-
tante, á ver si tiempo y trabajo de consuno me granjea-
ban algunos títulos justificativos de vuestra elección y
de mi atrevimiento. Mas, desesperanzado ya de conse-
guir por mis méritos gracia debida á vuestra bondad,
tócame tan sólo expresaros mi agradecimiento y deciros
cómo alienta mi palabra la persuasión de haber arran-
cado este lauro, antes á vuestro cariñoso afecto, que á
vuestro frío juicio. Sucedo, en silla ilustrada por Nava-
rrete, á un sabio, que así poseía las ciencias de la natu-
raleza como las artes de la palabra; y si puedo suceder-
le, no puedo en manera alguna sustituirle, aumentán-
dose con estos contrastes entre su competencia y mi in-
competencia, al par de toda la pobreza de mis calidades,
todo el poder de vuestra magnanimidad, mucho más
490
propia para obligarme que lo hubiera podido ser vues-
tra justicia.
Consagrado desde mis mocedades, en periódicos y li-
bros, en tribunas y cátedras, á servir, entre nosotros,
la vida del espíritu moderno, creo correspondiente con
la solemnidad de este acto el convertir vuestra atención
hacia los conceptos fundamentales de nuestra edad, de-
mostrando la poesía en ellos contenida, cuyo vigor pro-
mete aspectos nuevos al arte, como los dio en tanto nú-
mero á la ciencia, así que pasen de las regiones donde
brilla la luz de las ideas á las regiones donde arde el ca-
lor del sentimiento y de la vida.
Difícil tarea ciertamente acreditar de poética una
fedad notada de prosaica por sus achaques políticos y sus
tendencias á la economía y á la industria. Valor he me-
nester para confrontar las barbacanas de feudal castillo,
con los hilos de industrioso telégrafo; y el campo de los
torneos donde alardean los caballeros y piafan los caba-
llos y relucen las armas y luchan las fuerzas y braman
las muchedumbres y ondean las divisas y sonríen las
damas, con esos almacenes de nuestras exposiciones uni-
versales, donde silban las máquinas y hierven las calde-
ras y giran las ruedas, sosteniendo porfías del trabajo,
más útiles, pero- no más hermosas, que los cruentos em-
peños de la guerra.' Conozco la dificultad en toda su ex-
tensión, y la acometo con todo mi ánimo, lastimado só-
lo de que no plegué al cielo darme fuerzas bastantes á
sostener la verdad de mi tesis y á medir la altura de mi
siglo.
Al mentar el espíritu de éste nuestro tiempo, ¿menta-
mos esencia real, ó mera abstracción? Preguntas de es-
te linaje asoman á las mientes, no ya tratándose de tal
491
Ó cual determinación del espíritu, sino tratándose del
espíritu humano en sí mismo. Que sentimientos ó ideas
se refieren á impalpable é invisible unidad interior, en
la cual residen todas nuestras facultades intelectuales y
morales, así las energías del albedrío como los pensa-
mientos de la razón y los juicios de la conciencia, prin-
cipio evidentísimo por toda nuestra naturaleza revelado
y sólo contradicho en escuelas incompletas, que ponen el
humano criterio en la falacia y grosería del sentido. To-
do cuanto tiene contenido infinito, no puede caber en la
reducida experiencia, sino en otro infinito, en la idea.
Mas la sencilla observación demuestra que ideas y sen-
timientos y voluntades se modifican profundamente en
el tiempo y en el espacio, al influjo del hogar, del len-
guaje, de las relaciones múltiples que completan y dila-
tan á una nuestra vida. Existe, pues, el espíritu de un
siglo como existe el espíritu de un pueblo: que perdura-
bles el sentir, el pensar y el querer, cambian por las le-
yes de la variedad sus modos de ser al movimiento de
los sucesos y al poder de las transformaciones.
Renuévanse en el cuerpo humano de tal suerte los áto-
mos, que toda nuestra substancia varía en el discurso de
brevísimos períodos, como en el cuerpo social se renue-
van de tal suerte las ideas, que cada cincuenta años unas
generaciones maldicen de otras generaciones, á veces
con notoria injusticia. Nada inmóvil bajo el cielo. Esa
China, ideada inerte por la inocencia y la ignorancia de
la antigua historia, hoy aparece á nuestra crítica con
irrupciones, con dolores, con guerras religiosas, con feu-
dalismo y monarquía, con sacudimientos periódicos, con
tumultos plebeyos, con los mismos huracanes que han
trastornado nuestra atmósfera y los mismos terremotos
492
que han subvertido nuestro suelo- Si cada siglo no tiene
su espíritu propio, su unidad de pensamiento, explicad-
me por qué los estoicos, perseguidos, acosados, proscrip-
tos en el siglo primero, reinan con verdadera soberanía
en el siglo segundo ó infuijden su ciencia así al imperio
como al derecho romano; explicadme ppr qué á la idea
de la unidad imperial, que dura tanto tiempo, sucede á
fines del tercer siglo aquella tendencia invencible á di-
vertir las fuerzas, á separar las regiones, á extender las
tribus, á erigir ciudades frente á ciudades y pueblos fren-
te á pueblos, tendencias precursoras de la anarquía ger-
mánica; explicadme por qué, después de haber subido
toda la esencia del paganismo á la cabeza de un solo
hombre que reabre los templos y reanima los oráculos,
la idea nueva se apodera de otro hombre que arranca el
tirso violentamente á las manos de los sacerdotes y la
corona á las sienes de los senadores, para compelerlos á
hincarse, mal de su grado, ante la cruz que vencía al
eterno capitolio; explicadme por qué, allá en la octava
centuria, papas, reyes, príncipes, señores; guerreros,
corren á refugiarse en el régimen cario vingio, como si
la Roma imperial resucitara, y cuarenta anos más tar-
de, el Océano aborta la raza normanda y el suelo pro-
duce las lanzas feudales que van á sustituir la unidad con
el caos; explicadme, en fin, por qué pasamos de los te-
rrores del año mil, á cuyo pavor nos confundíamos con
las tétricas figuras bizantinas de nuestras iglesias romá-
nicas, al empuje de las cruzadas, movidas de una ciega
confianza en la victoria, y por qué desde los reyes bien-
aventurados del siglo decimotercio, como San Luis, San
Fernando, caemos en los reyes crueles del siglo décimo-
cuarto, como los Pedros de Castilla, de Aragón, de Por-
493
tugal; por qué las empresas hacia el Oriente en pos del
sepulcro de Cristo se truecan en la6 empresas hacia el
Occidente en pos de la cuna de la libertad; por qué, al
abrirse la era moderna y renacer el arte, coincide con la
muerte de Grecia en la toma de Gonstantinopla la resu-
rrección de la estatua griega en su sepulcro de Italia,
que nos da la forma humana perfecta; y los viajes de
aquél que descubre el nueva paraíso terrenal, y las re-
velaciones del sabio que fija el foco de las elipses plane-
tarias en nuestro sol, coinciden con la palabra del pro-
feta, que levanta sobre las supersticiones religiosas el
eterno luminar de nuestra conciencia. Hay ciertamente
un espíritu de cada edad, como hay un espíritu de cada
pueblo.
De todo lo cognoscible por nuestro entendimiento, se
desprende como una esencia misteriosa la idea. Y toda
idea vive y crece por una ley real, la lógica. De consi-
guiente existen conceptos fundamentales de todas las co-
sas en la razón de nuestra alma y en la razón de nuestro
siglo. La parte corpórea nuestra se compone de una se-
rie de órganos que forman á su vez un organismo, y la
parte incorpórea de otra serie de facultades que forman
á su vez un sistema. Por las raíces del organismo toca-
mos en la materia como el último de los vegetales, y por
las ideas infinitas tocamos en el empíreo como el prime-
ro de los arquetipos. Nacemos de la naturaleza, entre lá-
grimas y sangre, como los más humildes mamíferos que
hayan habitado nuestros apriscos ó nuestros establos, y
vamos á la eternidad como el más hermoso de los ánge-
les que haya podido recoger en sus labios el verbo crea-
dor ó infundir el aliento divino á los mundos fatigados
en sus eternales parábolas. Esclavos de la muerte, la ce-
494
leste increada luz que sobre nosotros cae al nacer, nos
aviva para la inmortalidad. El mal brota de la limita-
ción y el bien de la infinidad de nuestro contradictorio
ser, pareciéndonos á las plantas que en las tinieblas ex-
halan el gas de la muerte, y en cuanto las besan los pri-
meros albores de la aurora, el oxígeno de la vida. Llo-
ramos lágrimas amargas como las aguas del Océano; pe-
ro, como las aguas del Océano también, se endulzan al
evaporarse en el cielo, para luego caer en bienliechor
rocío sobre nuestra abrasada frente. Entre lo finito y lo
infinito se eleva, á través de la naturaleza y sus múlti-
ples seres, de la sociedad y sus estados, del arte y sus
inspiraciones, de la religión y sus dogmas, de la ciencia
y sus verdades, el espíritu humano en busca del Ser eter-
no y absoluto, realidad de todos los puros ideales, ele-
vado en las cimas del universo y difundido por todas las
creaciones.
Pues bien, yo declaro que en los conceptos fundamen-
tales de nuestro tiempo, respecto á la naturaleza que nos
rodea, y á la sociedad que nos educa, y al estado que nos
gobierna, y al espacio infinito donde todas las cosas se
contienen, y al tiempo eterno donde todos los -hechos se
suceden, y á los horizontes celestes de cuyos arreboles
baja sobre nuestra alma la inspiración, y á las verdades
científicas sin las cuales aparecería lo creado y lo in-
creado como esos jeroglíficos que no han tenido intér-
prete, y á las mismas inefables comunicaciones entre lo
finito y lo infinito; en todos estos conceptos de la razón
y en todas las realidades varias de ellos provinientes, se
encierra harta materia para obras poéticas y artísticas
sin cuento, como en aquellas canteras del Penthelico,
doradas por el sol de Ática, donde los helenos tallaban
^^^^
495
el mármol para las armoniosas estatuas de sus dioses. Y
cuenta que no creo el arte copia de la naturaleza, reme-
do servil de la realidad, sino lo ideal en la esencia. Para
mí el artista penetra de una ojeada con la intuición don-
de no pueden penetrar íos sabios con el raciocinio; es-
parce inspiraciones, que contienen la eterna revelación
de la hermosura; crea espontáneamente obras varias á
guisa de esas fuerzas naturales que ciñen de nieves las
montañas y de lirios los valles; obedece á su interior
vocación, cual á un mandato divino, y es absolutamen-
te libre; da leyes y no conoce ninguna; reúne á la acti-
vidad dirigida por la conciencia otra actividad ciega y
sin conciencia, en cuyos misterios se ha creído encon-
trar ya un genio angelical ó ya un protervo demonio;
extrae de todas las cosas su esencia, y siente en sus ner-
vios, agitados como un arpa cólica, la chispa eléctrica,
antes que haya estallado por los aires, y en su corazón,
abierto á todos los afectos, el choque de los dolores so-
ciales antes que los haya sufrido la misma humanidad,
y en su mente, agitada por la creación continua, pensa-
mientos todavía no nacidos en la mente universal, y en
su cráneo el peso de la nube aún no condensada en la
atmósfera; consumiéndose en sus propias llamas, destro-
zándose en el parto de sus criaturas, muriendo de su in-
mortalidad; henchido de adivinaciones y de presenti-
mientos que lo martirizan, como destinado á levantar el
universo moral, muy superior al material, por obra del
espíritu; pues ninguna mariposa ha tenido, en sus alas y
ninguna flor en su corola paletas como la paleta de don-
de surgiera la Transfiguración ó el Pasmo; ningún rui-
señor en su garganta y ningún arroyo en sus susurros
melodías como las melodías escapadas de las liras del
496
músico y de las arpas del profeta; ningún mar en sus
fosforescencias y ningún cielo en sus estrellas resplando-
res como el resplandor de la humana conciencia carga-
da de eternales y luminosas ideas.
Lo ideal, sentido con profundidad y expresado con be-
lleza, he ahí el arte. En su éter se transfigura hasta el
universo material. La naturaleza sería, pues, como un
templo sin sacerdotes ó como un jeroglífico sin descifra-
dores ó intérpretes, si no la comprendiera el pensamien-
to y no la iluminara la poesía. Los adelantos científi-
cos, lejos de dañar al aspecto poético de nuestro cielo,
señores, lo han desmesuradamente engrandecido y abri-
llantado. Así como la concepción alejandrina del siste-
Ina planetario, dominante hasta los últimos tiempos,
vence en poesía á la concepción asiática que imaginaba
la tierra sostenida por el lomo de un elefante mantenido
á su vez sobre la concha de una tortuga; supera á todas
las creencias cósmicas nuestra creencia, que considera el
mundo terrestre como un astro, parte de esa inmensa
nebulosa llamada. vía láctea; esferoide lanzado á los es-
pacios de lo infinito por la atracción, arrastrado eterna-
mente hacia el sol, sujeto á sus dos movimientos diurno
y anual que le obligan á describir en el cielo parábolas
eternas, seguido de su luna, pálida como la muerte y
triste como el amor, componiendo sidéreo coro, én el
cual recibe ósculos de fuego, rayos de luz, corrientes de
electricidad, arreboles de iris; como para formar con la
combinación de todos estos presentes celestes, á modo
de corona boreal, una guirnalda de encantadora poesía.
La belleza del arte antiguo consiste en personificar por
medio de tipos las transformaciones á que la vida está
sujeta en el movimiento universal. La Dafne, que esqui-
497
va el sol y busca el rio, transformada en la adelfa de
nuestros torrentes; las hermanas de Faetón el audaz,
convertidas en olmos henchidos de esa goma semejante
al ámbar con que se adornaban las mujeres del Lacio;
la hermosa Leucothea, nacida bajo el cielo de Hesperia,
en cuyo rocío se abrevan los caballos que lanzan de sus
, crines el día, trocada en el amarillo tallo que brota al
través de las tierras sepulcrales; los marinos irrespetuo-
sos hasta alejar de Naxos al Dios de la alegría transfor-
mados en esos delfines que siguen las estelas de las na-
ves y juegan entre las espumas de las ondas; todas estas
metamorfosis me mueven á pensar cuántas bellísimas
leyendas no libarán los tiempos por venir en nuestras
ideas sobre la circulación de la vida, las cuales nos
muestran cómo las plantas son otros tantos laboratorios
alquímicos, destinados á transformar la materia inorgá-
nica, convirtiendo el ázoe de los estiércoles y el amonia-
co de las lluvias en las flores donde van á pintar las
mariposas sus alas y á beber su miel las abejas, así co-
mo nuestros cuerpos recipientes, los cuales por la absor-
ción, por la respiración, por la nutrición, por la asimi-
lación, convierten el fósforo de los fuegos fatuos en ma-
sa cerebral y el hierro de las minas en rojos glóbulos
sanguíneos y la cal de los caminos en calcáreos huesos
y la aurora venida de improviso á enrojecer nuestras
noches en corrientes magnéticas, cuya* virtud mueve
los humanos nervios como el plectro la cítara y nos trae
el presente de la vida celeste para penetrarnos de nues-
tra relación estrechísima con todo el universo.
No puede dudarse: á medida que la idea de la natura-
leza crece en la inteligencia, el sentimiento de la natu-
raleza crece á su vez en el corazón; y á medida que el
3S
/
496
músico y de las arpas del profeta; ningún ^
fosforescencias y ningún cielo en sus estrej^ %
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mundo * .cciaieza, en la Iglesia,
nebul^ *i ^'1 Renacimiento diviniza la for-
pac' ^'1 no en los cielos de la teogonia, en los
w .^..flarte. Y la naturaleza vuelve á desaparecer,
i-íárbida por el hombre, como en los tiempos helénicos.
j\'iiiguna de las formas bellas, que para expresar la idea
existen, señala, como la estatua aislada, esa victoria de
nuestra persona libre sobre el mundo que la rodea. Así,
las figuras de Miguel Ángel se destacan, aun las no en-
talladas y esculpidas, las pintadas mismas, en espacios
vacíos. Así el universo de Ariosto no es natural, sino
mágico; diríase que obra de embrujamientos y hechizos.
Así, en las ruinas de Roma y en el campo romano, don-
de las ideas pelearon como ángeles apocalípticos, y por
id9
irgió siempre lo sublime, como el vapor natural
' cenizas, el socarrón de Rabelais solamente
*^ que se cogían frescas y sabrosas lechugas,
y la prosapia de los claros ingenios, aóonse-
?. %^ 'S». ra esparcimiento del ánimo, no en bos-
; *^ % ^ haría Rene, sino en vulgar trastien-
*«r
"tp
\
^ c^ ^
^
1 ágil partida de caza. Entonces po-
:¡. \ ^ríj^ '^ilustre junto á la catarata del Rhin,
.^'^%. ^^ ííregrinaciones, sin notar otra co-
S "% ^ ^ '^^ despeñados caudales. Entonces el
^%-%%^^ míase .de árboles que ostenta-
^^ \ V» ^ % ^íi* mroncos; afeites bien impro-
' \ ^^ "^^ ^ ^lad á la misma naturaleza,
•2^ '^ K contrahecha. Entonces
regocijo de nuestros
|s, más pagados de la
las engañifas,
claro y muy alto en honor nuestro.
„ .a iDero despertó el sentimiento de la naturaleza
üDscurecido por encontradas nubes. Las naves lusitanas
hallaron el ya olvidado extremo Oriente, las naves es-
pañolas el desconocido extremo Occidente, y con la apa-
rición del Asia, despertada en su sepulcro, y la apari-
ción de América, sorprendida en su perfumada cuna,
volvióse la tierra verdadera más hermosa que si fuese
fingida por la más exaltada fantasía. En mares no sur-
cados y ricos de madre-perlas; en costas no exploradas
y cubiertas de bosques olorosos y henchidas de oro y
plata, á la vista de cordilleras donde los volcanes se
mezclan con los ventisqueros y las lavas con los aludes;
sobre la corriente de ríos descendidos de ignotos manan-
tiales y esmaltados de extraña vegetación acuática, cu-
600
3'as ramas y raíces, entrelazándose, forman y despren-
den islas de tales, flores y aves que las creeríais jardines
bajados del paraíso sin mancha para restituir su prime-
ra vivienda al hombre sin pecado; en aquella renova-
ción del universo, nuestros navegantes, nuestros descu-
bridores, nuestros misioneros debían ver la naturaleza
como Adán, al despertarse á la vida, la retrataba inma-
culada en el espejo de su conciencia. Por un lado las
descripciones de los descubridores y por otro lado las
estancias del nuevo Homero de la navegación, de Ca-
moens, avivaron el amor á la creación. Yo atribuyo,
quizá sin fundamento, la poesía naturalista de los dos
inmortales creadores de Calatea y de Titania, poesía ex-
cepcional en su tiempo, á haber -ambos á dos bañado sus
almas en estas corrientes saludables venidas á Europa
desde Asia y América. Mas, reconociendo tal mérito á
dos genios culminantes, declaro que el modo propio de
sentir la naturaleza en nuestro tiempo nació allá en el
siglo de la revolución y de la crítica, nació en el siglo
decimoctavo. Cayéndose á pedazos la sociedad antigua
demolida por los excesos de los opresores y el derecho
de los oprimidos, buscó el espíritu la libertad en el seno
de la creación. Poco artista aquel siglo, achaque propio
de todos los siglos muy combatientes, huía las catedrales
góticas impregnadas con el incienso de las antiguas
creencias, y se lanzaba de un salto á los mares de la
nueva vida y á los horizontes de la nueva idea. Y el
mismo que encontró en una ciudad helvética materiales
políticos para avivar la futura sociedad, encontró en las
celestes aguas del Leman, á orillas de aquel Ródano, que
parece, al deslizarse por las calles de Ginebra, como una
disolución de esmeraldas jaspeadas de ópalos; al frente
/
501
(le aquellos Alpes con sus cresterías de nieves en las ci-
mas y sus selvas de, melezos en las faldas; por aquellos
paisajes donde la gracia se hermana con la grandeza, el
sentimiento que completa los anhelos por la libertad, el
amor á la naturaleza. Y por coincidencias históricas, en
los mismos días en que el sentimiento de la naturaleza
se exaltaba en Europa, la idea de libertad vencía en
América. Imposible medir cómo han transcendido los
viajes de Europa á Amóricji y de América á Europa en
la ciencia y en el arte. Cuenta Navarrete que, al dejar
las Azores nuestras carabelas, maravillado Colón de no
encontrar las islas fijadas en el mapa de Toscanelli que
le guiaba, quiso dirigirse al Este, en cuyo caso hubiera
abordado á las costas de Virginia, y Pinzón lo disuadió,
impulsándolo hacia el Sudoeste, advertido por bandada
de papagayos que atisbara y cuyo vuelo cambió los des-
tinos históricos de todo un continente. ¿Qué no decir de
aquellos viajes del primer enviado desde el Nuevo al
Viejo Mundo,. do Franklin, el cual, ao solamente osten-
taba en sus sienes la corona de sus libertades, sino blan-
día en sus manos el rayo de los cielos? ¡Ah! Los descen-
dientes de los antiguos cruzados Qeñíanse su espada ca-
balleresca para esgrimirla en América; y dos reyes,
Luis XVI de Francia y Carlos III de España, los envia-
ban allende los mares y los sostenían en su empresa.
América, venida á la vida histórica por una revelación
de la naturaleza, entraba en la libertad moderna por
una victoria sobre la naturaleza, Y las imaginaciones
exaltadas y los corazones sensibles movíanse al arte, á
la elocuencia, á las letras, agitados por estos grandiosos
espectáculos de la vida física y de la vida moral, agi-
gantándose así los conceptos fundamentales del uní ver-
502
SO como los conceptos fundamentales de la sociedad.
¡Cuántas bellas obras se han producido al calor de es-
tos sentimientos y de estas ideas en nuestra centuria!
Acordaos de aquel bretón, nacido al pie de los dólmenes
celtas y, de las encinas empapadas en el vapor de los sa-
crificios, que después de evocar las musas cuyas inspira-
ciones infundieran oráculos eü la trípode de oro á las
pitonisas de Delfos, arrullos en el nido d& laureles á las
palomas de Donona, cuelga 3U profana lira de cristiano
altar, y caballero de las antiguas instituciones al par que
poeta de las nuevas libertades, eilamorado por propio
impulso de los ideales modernos y por aristocrática edu-
cación de los ideales antiguos, incierto entre dos siglos,
sin atreverse á mirar ni el ocaso ni el oriente de las dos
edades que batallan en su presencia, náufrago de la ma-
yor tormenta revolucionaria que han visto los tiempos,
arriba al suelo de América, cual Edipo al valle de la Go-
lonna, buscando la paz en aquella naturaleza exube-
rante, sentida y descrita por magistral manera; y allí re-
presenta, como en escenario apropiado á su grandeza,
la exuberancia de su fantasía tempestuosa, los dolores
sin tregua y las dudas sin salida, diferenciándose de los
primeros que vinieron y adoraron á América, como se
diferencian del sencillo idilio la trágica hermosura de la
culpa. Y para que poseamos todos los tonos de la inspira-
ción naturalista, poseemos también la más candida de
las églogas, ¡Quién no habrá llorado leyendo los amores
de aquellos dos seres aparecidos al abrigo de las monta-
ñas que los palmitos coronan; criados en las sendas cho-
zas que los negros sirven; confundidos en su pasión has-
ta vivir de una misma vida, la cual se absorbe en la na-
turaleza de tal suerte que miden el día por la sombra
503
de los bosques, y las estaciones por la madurez de los
frutos, y la alborada por los gritos de los gallos, y las
noches por las hojas del tamarindo, y los años por las
cortezas de los troncos, y las estaturas por las copas de
los arbustos, como si al borde de los torrentes que se pre-
cipitan rápidos entre los bambúes, bajo los plátanos y
los cocoteros que se entrelazan por las cadenas de las en-
redaderas cargadas de rojas y gualdas flores, aquella jo-
ven pareja fuese, como el alma partida en dos, de las
virgíneas selvas! Y al lado de estas obras podemos poner,
seguros de aventajarlas, modelos de poesía naturalista
en castellano, así las odas del que cantó la inmensidad
del mar en el Norte y la aplicación de la vacuna á Amé-
rica, como las silvas del que escribió el libro de la Agri-
cultura de la zona tórrida, en cuyas estancias vemos con
toda verdad el cóndor que vuela sobre los nopales y el
cucui que brilla entre las pasifloras; los vellones del al-
godón y los cactus de la múrice; los colores del añil y las
almendras del cacao; las hojas del plátano y del tabaco;
las florestas y los verjeles, donde compiten la copia 4e
las flores con la copia de los frutos; el pan de la zuca y
la fecundidad del banano; la placidez del jornalero que
cultiva sus campos de cafó á la sombra de los bucares, y
la audacia del explorador que, entrando con su hacha al
hombro y su tea en la mano por las selvas, derriba con
estrépito el ceibo secular que ha abrigado las aves en sus
ramas, las fieras en sus troncos, abrasa el limo donde
viven tantas generaciones de múltiples seres, y con el
furor del incendio v del combate abre nuevos senos á las
creadoras virtudes del trabajo.
Si unos poetas expresan el sentimiento, otros la cien-
cia de la naturaleza. Entre estos segundos, ninguno co-
504
mo aquel germano, á. quien llamaremos eternamente
oráculo de la creación allá en los templos del arte. Los
primeros movimientos de su ánimo le llevaron al misti-
cismo y le unieron á la fe de su raza- Mas las revelacio-
nes de la electricidad, tan sorprendentes al terminarse
la última centuria, y en las cuales sentiase latir como el
alma al mundo, arrastraron su inspiración á sumergirse
en el éter de la vida universal. Bien pronto su poesía
tomó aires de sibila, escuchando con atención y repitien-
do con fidelidad el himno compuesto por todas las cosas,
desde la abeja. en sus colmenas hasta el luminar en sus
elipses. Suelos y mares, tierras y soles cantaban cíclico
poema, guardado tan sólo para este evangelista de la
realidad, cuya pluma de águila trazaba el Apocalipsis de
las transformaciones realeo. Su pensamiento, sereno co-
mo la inmensidad y sintético como la ley, descubría en
el abismo de los abismos cerúleos, por esencia de lo crea-
do, la luz increada, y por revelación de esa esencia, la
forma en combinaciones interminables de mágica her-
mosura. Su sed de esa luz cuasi espiritual y su culto á esa
forma cuasi pagana le condujeron á Italia, y como le ten-
taron á evocar los dioses de la naturaleza en las playas
de las sirenas. Inútilmente los monasterios,^ todavía po-
blados,, murmuraban la oración de la penitencia en sus
oídos; enamorado de la antigüedad, perdíase en los cam-
pos, preguntando á las encinas y las hayas virgilianas
por los faunos desaparecidos, y á las cavernas del Pau-
silipo y del Tíber por las ninfas muertas. Ei^^sus viajes
llevaba delante de sí, cual un sacerdote de Olimpia, la
efigie en mármol phentólico del Júpiter Olímpico. Y
cuando la ciencia creía erigir el universo sobredas abs-
tracciones del pensamiento, abismábase su observación
\
505
profundísima en la universalidad de los seres. Y encon-
traba en lo que podíamos llamar parte externa de esa
universalidad luz y forma, como en lo que podíamos lla-
mar, interna unidad y variedad. De aquí sus metaínorfo-
seos, revelando que del cotiledón se originan todas las
flores y de la vértebra todos los vertebrados, como de la
línea todos los cuadros y del núitiero todos los logarit-
mos. Unidad y variedad, luz y forma, materia y movi-
miento: he aquí los ritmos de los eternales salmos ento-
nados á ciegas por los seres sin conciencia y compren-
didos y deletreados en la conciencia universal. Corolas
y lunas, gorjeos y vuelos, el vapor de un valle y la elip-
se de un satélite van buscando en la inmensidad, no so-
lamente la luz que los esclarece, sino también la idea
que los interpreta. La concepción mecánica del mundo
y sus combinaciones de átomos, ceden por completo ante
la concepción dinámica que explica cómo el calor de la
vida corre desde la tosquedad del fugaz aereolito confi-
nante con la nada hasta el micróscomos del humano ce-
rebro confinante con lo absoluto. Hay energías en las
fuerzas, motores en el movimiento, esencias en las co-
sas, que van tejiendo con hilos misteriosos la urdimbre
de la vida en lo infinito. Así, nada tan necesario como
asomarse á ver el fondo de las cosas. El día que la ma-
gia perdió su prestigio, no fué el día en que ardiera el
ftiego robado al cielo en las manos de Prometheo, sino
el día en que ardiera la idea libre, luz de lá luz, en él.
La savia que circula por el campo y que hincha las ye-
mas de los árboles, golpeaba con fuerza en el pulso de
aquel poeta y en sus olímpicas sienes. Y todos sus es-
fuerzos se dirigían á expulsar de lo creado la magia em-
bustera, sustituyéndola con el resplandor poético de la
506
verdad natural. Era como un gran dibujante que copiara
con su lápiz las formas, y como un gran músico que ano-
tara en el pentagrama los ecos de la naturaleza. Ane-
gábase en la substancia de donde brota la vida, como la
esponja en el mar; perdíase en el movimiento eterno
como el nadador en las corrientes; indagaba á guisa de
naturalista el tipo fundamental de las especies y á guisa
de poeta se embebecía en la contemplación de las for-
mas; miraba las esencias en sí como un filósofo platóni-
co y luego las personificaba y deificaba como un escultor
griego; y elevaba á culto su amor á esa ^Ima madre,
que nos mece desde, el nacer en sus brazos y nos entie-
rra y nos devora en sus entrañas; que habla como una
pitonisa y guarda sus secretos y sus misterios como una
religión; que produce los individuos, cual seres en sí,
para encadenarlos luego á las especies; que todo lo cam-
bia en los múltiples fenómenos y todo lo conserva en la
perennidad de la esencia; que nos condena á batallar
sin fin y nos regocija con amores sin término; que mata
y produce todos los días, extrayendo de las películas di-
seminadas, de las semillas invisibles, de las larvas frías,
de las hojas secas, de la putrefacción misma, de tantas
sepulturas hacinadas, los enjambres sonoros, cuyos agui-
jones traen á nuestros labios el licor dulcísimo de la vi-
da. Así, la naturaleza no infundía en él esa contempla-
ción tranquila del mundo y sus varios espectáculos, tan
próxima al candor de la égloga, sino la inquieta curio-
sidad que quisiera asistir á la germinación universal de
los seres, beber en la copa donde se contiene la eterna
substancia, lactar los pechos ubérrimos á cuyos pezones
se alimenta toda nutrición, ver las raíces y ramificacio-
nes de los organismos, encerrar en la mente los tipos de
507
todas las criaturas y las matemáticas de todas las esfe-
ras como en el corazón una llamarada de ese amor que
renueva las especies y una gota de esa esencia que se
dilata desde las cavernas á los cielos, encendiendo y ani-
mando toda la creación.
Bien-es verdad que las nuevas ciencias y los nuevos
instrumentos científicos han dado á los horizontes de la
poesía moderna desmesurada extensión. Lo mismo el te-
lescopio, revelándonos astros, cuya luz tarda siglos de
siglos en llegar á nuestros lentes y á nuestras retinas,
que el microscopio, dicióndonos los innumerables seres
contenidos en lo infinitamente pequeño, han prestado á
la vida fuerza y variedad no sospechadas en otros días y
por otras generaciones. La ciencia más moderna, la geo-
logía, ciencia originaria de nuestra edad, ha aumentado
la grandeza de la tierra en términos que pasman al en-
tendimiento y cansan á la admiración. El autor del poe-
ma la Creación lo ha dicho. Los seres fantásticos naci-
dos de la poesía antigua, los titanes engendrados en las
cavernas, de respiración hirviente cual los cráteres, y
de fuerzas devastadoras cual las erupciones; salteadores
de los cielos á guisa de las humaredas y las nubes vol-
cánicas; los gigantes heridos por los rayos de la ira di-
vina en el Osa, en el Pellón, en el Caucase, y condena-
dos á sacudir el suelo con los estremecimientos de los
terremotos; los monstruos de cien brazos, eternos forja-
dores del hierro en sus fraguas tenantes y conjurados
enemigos del Olimpo; las gorgonas en sus tinieblas; los
centauros abrillantados por el rocío; los tritones con cri-
nes de espumas y colas de trombas; los cerberos llama-
dos á recibir las sombras de los muertos y los endriagos
y fantasmas de la Edad Media; todas las figuras descri-
508
tas en las epopeyas y leyendas consagradas al origen de
las cosas y á sos transformaciones eternas, jamás emu-
larán, jamás, .en grandeza las perspectivas abiertas por
nuestra geología en la creación terrestre, con sus mon-
tes, cuyas cúspides, bañadas por los diluvios, se han
tronchado, cual arbustos, al empuje de los huracanes
eléctricos; y con sus moles graníticas esparcidas por
tantas catástrofes, y en cuya comparación parecen pig-
meos los colosos caídos y los templos arruinados de Ba-
bilonia y de Menfis; y con sus desmesurados animales
esculpidos ó incrustados en las lápidas dqnde se dele-
trean las inscripciones reveladoras de las edades plane-
tarias y se ven las esfinges guardadoras de los secu-
lares secretos; y con sus paisajes, ora encendidos como
océanos de éter y ora fríos como océanos de hielo; y con
sus monstruos que tienen estatura de colina, y sus helé-
chos que tienen estatura de árboles, y sus árboles que
tienen estatura de montañas, y sus mares calcáreos se-
mejantes á levaduras de venideras tierras, y sus madré-
poras semejantes á gérmenes de vida orgánica: -maravi-
llosísimas fases de innumerable antigüedad, cuya suce-
sión compone cíclica epopeya, la cual empieza desde el
punto en que nuestro globo se confundía con el sol, co-
mo el infusorio con la gota de agua, y continúa por las
épocas en que iba nuestro globo al acaso contenido en
esos cometas que vagan errantes, burlándose casi dq la
gravitación universal, albores de astros por venir ó pa-
vesas de astros ya extinguidos; y concluye cuando los
agentes ígneos y acuosos, con hercúleos trabajos, pro-
ducen ya los cristales, ya los pórfidos, ya las rocas nep-
túnicas, ya aquéllas compuestas por restos y petrifica-
ciones de especies animales y vegetales completamente
509
desparecidas, hasta llegar á la hora de paz y de armonía
en que los continentes se han dibujado en sus límites, y
los mares se han recluido en sus lechos, y la atmósfera
se ha descargado de sus vapores y de sus tinieblas, para
que en la cima del organismo, alimentado como la más
lejana nebulosa por la universal combustión del oxíge-
no, brotase el humano cerebro como el espacio inmen-
so, en cuyos ojos, brillantes á guisa de bellas constela-
ciones, se reflejara la superior y progresiva vida del hu-
mano espíritu. La verdad es que la inspiración concluirá
por encontrar tarde ó temprano el lado poético de todas
estas grandezas.
Mostradle á cualquier persona vulgar, por ejemplo,
una navegación; y si suele ver á la .continua su curso,
parecerále cosa liviana y de ninguna monta, como al
oficial de taller los trebejos de su pintor ó al sacristáü de
amén los altares de su iglesia. Pero poned á Homero en
medio de ese mismo espectáculo, y veréis cómo halla en
seguida lo típico en lo individual, lo eterno en lo muda-
ble, lo uno en lo vario; la astucia congénita al mareante
en Ulises; la fidelidad conyugal, más indispensable en la
vida marítima que en la vida ordinaria, por las largas
separaciones, en Penélope; la natural invocación á las
fuerzas sobrenaturales en los sacrificios consagrados á
Neptuno antes de zarpar; la fortuna, acorriendo al náu-
frago y salvándolo del naufragio, en Ino; las playas ami-
gas y hospitalarias en Nausicáa; las playas bravias é in-
hospitalarias en Poliferao; los innumerables lazos tendi-
dos por las ondas á los marinos en las seductoras sirenas,
coronadas de algas y de espumas; los escollos de hermo.-
so aspecto y de traidoras celadas en la mágica Circe; y
el trabajo marítimo se hermoseará en la poesía, como
5!0
puede hermosear un verdadero ingenio todas nuesixas
invenciones; la reluciente punta de platino en comuni-
cación con cadena, cuyos eslabones entierran en los
abismos del planeta los rayos engendrados en los abis-
mos del cielo; el globo aereostático ascendido á las altu-
ras como para dar al hombre alas semejantes á las del
águila y alzarlo donde no se alzan las más voladoras
aves; la redomilla encantada, guardando liquido metal,
sensible, á manera de aterciopelado pétalo, á los amo-
rosos besos del calor; la fuerza contenida en las nieblas,
en los vapores levantados por la aurora entre las flores-
tas y los valles, fuerza tan tenue á primera vista, capaz
de vencer las olas y los huracanes suprimiendo las dis-
tancias y arrastrando en pos de sí naves y carros, con-
ducidos, como aquéllos de las divinidades antiguas, por
majestuosas nubes; la retorta, donde se encuentra algo
vencedor del oro, llamas en el agua, esencias en el aire,
elementos en los antiguos elementos; la chispa portado-
ra de una virtud plástica tal que esculpe como los cince-
les de Fidias; el resplandor dotado de tal magia pictóri-
ca que retrata como los pinceles de Velázquez; la co-
rriente eléctrica condensada en caja mágica, despidiendo
centellas que culebrean por nuestros nervios y penetran
por los duros metales, y avivan á los muertos, y mueven
lo inerte, cual si tuviesen el don de los milagros; el gas
que mantiene el rescoldo de la vida en lo infinito y pin-
ta las hojas de la flor sobre sus tallos; el lente que pene-
tra en lo invisible hasta descubrir los corpúsculos ani-
mados dentro de una gota de sangre, y el espectro solar
que, aprisionando la luz de Sirio, nos muestra por los co-
lores y los matices de sus iris la existencia allí de nues^
tros mismos elementos y la unidad cósmica de la ma-
5H
teña creada correspondiente á la unidad divina del
Criador.
La creación universal no acaba, señores, al aparecer
la más perfecta de las criaturas, el hombre. Entonces
puede asegurarse que comienza, uniéndose las fuerzas de
la naturaleza con las fuerzas del trabajo. Nacemos suje-
tos á dos combates: al combate con los seres inferiores y
al combate con nuestros semejantes. Llamamos á éste
guerra, y trabajo á aquél. Por una de esas contradiccio-
nes, en nuestra naturaleza frecuentes, la poesía ha can-
tado con preferencia al trabajo que vivifica la guerra
que mata. Mayor fama cabe á Caín por sus crímenes que
por sus siembras. Y las obras de arte inmortales deben
su inmortalidad tanto al mérito que pone en ellas el ar-
tífice como á la idea que pone el tiempo, pues individua-
les por su origen, también son por su carácter eminen-
temente colectivas y sociales. La Iliada contiene en sus
hexámetro.s la primera guerra entre Asia y Grecia; la
Eneida habla al pueblo romano de la fundación de Ro-
ma; la Divina Comedia compendia, compendiando los
dogmas, la vida llena de remordimientos y de penas en
los infiernos de su siglo; las Luisiadas repiten los cánti-
cos divinos inspirados por la alegría que embargaba al
hombre en los albores de la historia moderna, al ver po-
blarse los mares de tierras aromadas y al sentir difun-
dirse por sus venas la savia exuberante de nueva vida,
la cual, ingerta en nosotros, alejaba los recuerdos de la
primera culpa y desvanecía los temores al eterno casti-
go. Si cada edad posee una epopeya, tócanos á nosotros
la epo^peya humana por excelencia, la epopeya del tra-
bajo. El libro de los españoles será siempre el Quijote, y
el libro de los ingleses, el Robinsón. Dos ingenios, des-
512
iguales en mérito, pero iguales en desdichas, los han es-
crito. El uno, como buen español, ha perdido su mano
izquierda en las guerras religiosas, y el otro, como buen
inglés, ha perdido su oreja derecha en las guerras poli-
ticas. Estudiante en Alcalá, sopista en Salamanca, do-
méstico de cardenales en Roma, soldado de tercios en
Lombardía, héroó de esfuerzo en Lepante, enfermo de
gravedad én Mesina, combatiente en las costas de ÁM-
ca y en las costas de Grecia, cautivo en las mazmorras
de Argel, forzado en las galeras de Azán, obscuro veci-
no de Esquivias, proveedor en Sevilla, alcabalero en
Granada, pretendiente en Valladolid, ha conocido sii Es-
paña como Foe, periodista, mercader, industrial, adua-
nero, soldado de Monmouth, preso en Newgathe, em-
pleado en Escocia, satírico, historiador, economista,
presbiteriano, plebeyo, conspirador y conjurado, puesto
en el rollo, herido del verdugo, conoce su Inglaterra.
Sin duda, por tal conocimiento, el gran escritor español
y el discreto escritor inglés nos han dado, cada cual con
susi medios propios, sendos tipos de sus respectivas na-
ciones. Recio de compleíción, seco de carnes, enjuto de
rostrb, aguileno de nariz, largo de piernas, corto de ge-
nio, en su natural óptimo, en sus ensueños desatinado;
el tipo español, es decir, el hidalgo.de lanza en astille-
ro, malbarataba hanegadas de sembradura por libros de
caballería, dándose á leerlos en sus ratos de ocio, los
más del año, por tan extraña manía que, frisando ya en
los cincuenta, parecíale necesario, así para el aumento
de su honra como para el servicio de su república, lim-
piar de moho las arrinconadas armas, coser á morrión
simple celadas de papel, apercibir huesoso rocín, esco-
ger por dama de sus pensamientos á fornida moza de
613
vecino lugar; y blandiendo al aire su lanza, y embra-
zando al pecho su adarga, salir por la puerta falsa de un
corral tras aventuras que le procuraran ocasiones de en-
derezar entuertos, desfacer agravios, desencantar due-
ñas, reñir con follones y malandrines, hender gigantes,
sin más deseo que granjearse fama eterna en renom-
bradas historias, ni más fin que servir al desgraciado en
continuas hazañas, para todo lo cual se llevó consigo
por escudero á socarrón labrador, de poca sal en la mo-
llera y mucho apetito en el estómago, dispuesto á ganar
en cualquier quítame allá esas pajas alguna ínsula don-
de le dejasen de gobernador: retratos parecidísimos á
esta naóión idealista, amiga de la guerra y enemiga del
trabajo, enamorada de ideal ya extinguido en la con-
ciencia humana, resuelta á resucitar la Edad Media en
plena Edad Moderna, sufriendo toda suerte de desastres
por sus empeños imposibles y sus comT}ates fabulosos, á
pesar de la fortaleza de su brazo y de la energía de su
ánimo, sin ventura aunque merecedora de alcanzarla,
cuyos caballeros tenían por descanso pelear, y cuyos
campesinos, de mejor sentido y más sabedores y exper-
tos en las artes de la vida, sólo esperaban su medra,
eternos pretendientes, de la corte y del Gobierno; bien
al revés de aquel Robinsón, sin ningún ingenio y sin
brillante palabra, sin los ardores de nuestra fantasía
meridional ni los tesoros de nuestra riquísima elocuen-
cia, lector de un solo libro, la Biblia, hojeada tres ve-
ces al día; y que eterno navegante, como los sajones
y los normandos sus abuelos, boga sin descanso y nau-
fraga sin remedio, salvándose por sus virtudes heredi-
tarias, por la fuerza de voluntad, y acogiéndose solita-
rio á isla desierta, donde, ayudado de su buen sentido y
33
514
de su industria, contando sólo consigo mismo, procúra-
se todos los instrumentos necesarios á sujetar, como los
exploradores de los Estados-Unidos, como los puritanos
de la flor de mayo, como los navegantes de todas las
zonas, como los mercaderes de todas las factorías, los
horrores del clima con los esfuerzos del albedrío; y de
esta suerte, deja en facturas prosaicas, en estadísticas
llenas de números, en mostradores atestados de cuentas,
el tipo más propio de nuestra edad, el trabajador libre
y dominador de la materia bruta, en la leyenda más
digna de nuestro siglo, en la leyenda del trabajo. Pues
si el gran escritor español y el discretísimo escritor in-
glés han dejado verdaderamente dos tipos, aquél de una
edad que concluía en principios del siglo decimoséptimo,
y éste de una edad que comenzaba á principios del siglo
decimoctavo, ¿por qué nuestro tiempo no tendrá la Iliada
del trabajOj como otros siglos han tenido la Iliada de la
guerra, cantando las victorias sobre las resistencias cie-
gas de la fuerza, como otros siglos han cantado la victo-
ria del hombre sobre el hombre? Esta poesía concluirá
por dominar, en cuanto amen los pueblos más á sus re-
dentores que á sus tiranos. En las letras, emanadas de
nuestras ideas, antes brillará el desasosiego de Pitágo-
ras al interpretar las inscripciones grabadas por las es-
trellas en los espacios, que el anhelo de Aquiles al arras-
trar el cuerpo de Héctor en los* campos de Troya, y antes
acudirán las imaginaciones, ansiosas de ideas, al ban-
quete de los platónicos y á sus inmortales diálogos, que al
banquete de los atridas y á sus repugnantes venganzas.
Las batallas empeñadas por tantos guerreros en las tole-
danas vegas, no dejarán rastro cuando todavía busquen
los ánimos elevados el paredón moruno á cuya som-
I
51S
bra se escribieron las tablas de Alfonso X, y el prado y
la fuente de cuyas esencias y de cuyos rumores brota-
ron las églogas de Garcilaso. Los guerreros más célebres
del siglo decimotercio habrán desaparecido de la me-
moria universal, en tanto que la lira cantará las evoca-
clones de Lulio á las fuerzas ocultas de la razón huma-
na. Gomo hoy se investiga- por las ruinas del foro, entre
el Coliseo y el Capitolio, la tierra donde cayera César
envuelto en su sangrienta gloria, se buscará mañana el
sitio donde puso Copérnico aquel anteojo, con cuyo
auxilio observó el eclipse de luna que le condujera á in-
ducir el movimiento de nuestro planeta. Por las piedras
de la vía Apia, por las colinas de los patricios y de los
plebeyos, los sepulcros íotos han despedido de sí hasta
las cenizas de los conquistadores que se creían eternas,
en tanto que las estatuas talladas por los esclavos grie-
gos todavía están de pie sobre sus aras sacras, recibien-
do, si no el culto, la, admiración de todas las generacio-
nes. Las luchas caballerescas de Carlos V y de Francis-
co I; las guerras religiosas entre Felipe II de España é
Isabel I de Inglaterra; los combates entre las órdenes
teutónicas y los emperadores de Alemania, no interesa-
rán como los esfuerzos de Paracelso por extraer de la
cabala y de la alquimia la medicina y sus luchas con los
avicenistas; como las investigaciones de Keplero mos-
trando la armonía entre las matemáticas de nuestra
mente y las matemáticas de las esferas, armonías por
las cuales obedecían los mundos á sus concepciones, co-
mo obedecen los instrumentos músicos en sus cuerdas y
en sus teclas á las notas del pentagrama; el espíritu
de Galileo, al ver cómo la majestuosa lámpara colgada
del crucero de Pisa, enseña las leyes del péndulo; las
•516
correrías de Vesala por las horcas de las ciudades en
pos de los ahorcados, medio comidos de los cuervos,
para estudiar el esqueleto y conocer la anatomía; la
lamentación en piedra esculpida sobre el sepulcro de
Florencia por la mano titánica de Miguel Ángel, cuan-
do, al ver muertas la República y la libertad, se con-
vence de que los colosos de mármol esculpidos en el se-
pulcro de Julio II y los titanes pintados en las bóvedas
de la Sixtina, no eran de carne y hueso, sino sombras
de un pensamiento, en el cual se condensaban las som-
bras caídas de la conquista, del despotismo y de la gue-
rra, que traían con la muerte de toda libertad la muerte
de toda inspiración, y con la muerte de toda inspiración
la eterna noche sobre la infeliz Italia.
Gomo hay una ciencia moderna de la naturaleza, ma-
yor que la antigua ciencia, habrá una poesía, mayor
que la antigua poesía. Y como tenemos un concepto del
trabajo superior al antiguo concepto, tendremos una le-
yenda ó una epopeya de los trabajadores, superior á las
antiguas leyendas y á las antiguas epopeyas de las con-
quistas y de la guerra. Sectas opuestas y exclusivas han
dicho que á poca ciencia corresponde mucha religión y
mucha poesía, como á mucha ciencia poca religión y
poca poesía. Pero una reflexión más profunda demuestra
que así como nuestras facultades son eternas, también
son eternas las satisfacciones á esas facultades; y que
mientras exista el hombre, existirán y coexistirán con
él eternamente la religión, la poesía y la ciencia. El es-
píritu es uno en su esencial substancia, y las obras ó he-
churas del espíritu grados de su existencia en continuo
desarrollo. Así el espíritu se eleva, por esta ley, desde el
seno de la naturaleza al seno del Estado, un término su-
517
perior en la serie lógica de sus manifestaciones diversas.
¿Creéis que no hay tanta vida en el mundo social como
en el mundo natural? ¿Creéis que no es tan necesaria al
hombre la tierra que lo nutre como la nación que lo
educa? La idea del Estado se ha engrandecido en el es-
píritu moderno como se ha engrandecido la idea de la
creación. Y engrandeciéndose la idea del Estado, se ha
engrandecido la poesía política que podríamos llamar
poesía de la libertad. ¿Creeréis, si no, el privilegio más
idóneo á la inspiración que el derecho y más hermosa
la servidumbre que la igualdad natural? Aquellas castas
índicas, mantenidas por una religión obscura é incipien-
te; aquella monarquía persa, derivada de la guerra en-
tre principios opuestos, ó mejbr entre «nemigos dioses;
aquel Estado griego y romano creídos de que tenían ap-
titud para regular desde los trajes hasta las creencias; el
endiosamiento de los emperadores, cuya voluntad se ele-
vaba en las sentencias de los jurisconsultos á fuente de
las leyes; la soberanía feudal confundida con la íioción
de la propiedad y contando las cabezas de siervos como
pudiera contar las cabezas de ganado; los conflictos en-
tre las pretensiones excesivas del sacerdocio empeñado
en volvernos al Asia y la autoridad invasora del impe-
rio empeñada en fundarse sobre ruinas de la Roma ce-
sárea; los sofismas de aquel patriarcado que elevaban
tristemente un mortal á imagen privilegiada de Dios
mismo, no pueden prestarse al arte y á la poesía como
se prestan leyes emanadas de la voluntad general; dere-
chos arraigados en la esencia misma del hombre; Esta-
dos sometidos á la razón pública, y que lejos de dispo-
ner á su arbitrio del honor y de la fortuna y del hogar
y de la vida de los ciudadanos, les asegura desde sus
518
propiedades hasta su dignidad como imagen viva que
son de la justicia. Sé á ciencia cierta que muchos ama-
dores de restauraciones literarias vuelven los ojos atrás,
creyendo fácil resucitar, por obra de imitación, afectos
ya extinguidos. Sé también que achacan á nuestro tiem-
po falta de arte por sobra de libertad. Pero yo os pre-
gunto qué siglo de la historia conoció guerras y cruza-
das movidas por la poesía como este siglo tachado de
prosaico. No le convenía, no, á Inglaterra, como nación,
la libertad de Grecia, y la auxilió por atender al coro de
poetas que la pedía en sus versos, sacrificando asi á una
idea estética, más que política, la razón de Estado. No
le convenía á Francia, como nación, la independencia y
la libertad de Itaiia; pero se alzaban sombras tan au-
gustas de sus campos y voces tan sublimes de sus sepul-
cros; se oían, derramadas por sus aires, cadencias tales
en los Misereres de Palestrina y en las plegarias de Ros-
sini; se veían en sus cielos de arreboles tantas figuras
hermosas surgidas de inagotable paleta y en sus piedras
de mármoles tantos relieves trazados por creador cincel,
que cada corazón sentía una emoción artística á su re-
cuerdo; y todas estas emociones se juntaron á suscitarla
cruzada que abrió el sepulcro donde yacía enterrada la
madre de todas nuestras naciones. No le convenía, no, á
la América del Norte arriesgar su admirada vida por los
míseros esclavos de los estados del Sur; pero la tribuna
resonará con tales discursos, las iglesias con tales ser-
mones, los hogares con tales páginas de novelas ínti-
mas, la lira con tales acordes de libertad universal, que
se formará como una apelación á la conciencia humana,
engendrando aquel puritano, venido al Capitolio desde
los grandes desiertos, como un profeta, á morir, después
• 519
de expugnada y vencida la Babilonia de la esclavitud,
cual santo mártir de su fe, por la redención y la libertad
de los negros. ¿Y al siglo de cruzadas así le llamaréis
siglo de escasa poesía?
Yo creo, por lo contrario, que en ningún tiempo la
poesía lírica encontró acentos de tan subida entonación,
como en ningún tiempo la libertad encontró cantores de
tan vario estro. Al comenzar nuestra centuria, y con sus
primeros años, la guerra por nuestra independencia; en-
tre las ruinas de Zaragoza y de Gerona, entre las bom-
bas clavadas en los muros de Cádiz, tintos en sangre
nuestros ríos, desolado por los incendios nuestro suelo;
en aquella ocasión de sacrificios inmortales, que forja-
ron al fuego de la guerra nuevamente el alma nacional,
y le dieron, si cabe, más acerado temple, oyóse hervir
la inspiración volcánica de Quintana, dando á la nativa
energía nuestra más vigor, y haciendo con estoica fir-
meza un crimen de toda vacilación en la esperanza; ar-
dor rayano de demencia en aquel instante, á no tratar-
se del valor en la guerra y del ánimo para la muerte
congónitos á nuestra heroica España. Al poco tiempo, el
más melancólico de los poetas italianos, Leopardi, va-
gando á la sombra de los muros caídos y los arcos ro-
tos, que el jaramago cubre con su sudario de amarillas
flores y el buho entristece con sus quejidos de siniestros
ecos, encontraba la lira heroica de Simonides, y le
arrancaba estancias dignas de grabarse en los desfila-
deros de las Termopilas y de resonar en las aguas de
Salamina y en los campos de Marathón y de Platea. Y,
en seguida, un patricio inglés, de complexión inquieta,
de familia normanda, de voluntad zozobrosa, de fanta-
sía relampagueante; coronado con las espinas de sus
520 ,
dudas que, le taladraban las sienes, y consumido en la
antorcha de su inspiración que le abrasaba las manos;
después de haber corrido varia y luctuosa suerte en tan-
tas tormentas y en tantas f)asiones, llegó, henchido el
corazón de amor entonces feliz, vibrantes los labios de
cánticos ya inmortales, á Grecia, en la exaltación de su
estro y en la flor de su juventud, á pedir muerte á la
inmortalidad helénica y sepulcro á la cuna de los poetíis
y de los dioses. Y cuando tornaban nuestros desterrados
del veintitrés, la legión sublime que traía en las manos
el D. Alvaro de Sevilla y en la mente el D- Félix de Sa-
lamanca, comenzaba su elegía en el destierro un poela
eslavo, hijo predilecto de la infeliz Polonia, y tan ren-
dido amador de su patria, por opresa y desgraciada, que
la veía retratarse en el extraño hogar, donde chisporro-
teaba el tronco de Noche Buena, sosteniendo con las
lanzas de sus soldados la cúpula de San Pedro vacilante
al empuje de tantas herejías; visión traída de los cela-
jes patrios mirados por última vez con los ojos enrojeci-
dos que buscaban inútilmente los ángeles apocalípticos,
apercibidos por la ira celeste al castigo, de aquellos ti-
ranos, cuyos esbirros hirieran los sacerdotes al pie de
sus altares para anudar en la garganta el rezo de la hu-
mana aflicción á la divina misericordia, y arrancaran á
las tumbas los huesos de cien generaciones para des-
arraigar hasta las últimas raíces con que á la tierra se
une la vida de un gran pueblo. Y á su vez; los opresores
de Polonia engendraron poetas y tuvieron que oprimir-
los. Aquél, por cuyo ingenio vivirá eternamente la len-
gua moscovita, según el general sentir europeo, vino al
mundo con fantasía creadora, y los primeros arpegios
de su fantasía, en la alborada de la vida, sobre las na-
521
cientes ilusiones, cuando los ojos sólo descubren mari-
posas y los oídos sólo perciben melodías, los primeros
arpegios, iba diciendo, de su fantasía, consagráronse á
cantar la libertad. Mas este cántico le valió un destierro
en sus mocedades; y este destierro una tristeza inextin-
guible en toda su existencia, la mitad de ella dedicada á
plañer el dolor en la servidumbre y la otra mitad á ras-
trear la poesía en la historia, la poesía en las tradicio-
nes. Y agitado por las chispas eléctricas de sus inspira-
ciones corrió desde la estepa al mar, desde el mar al
Gáucaso, desde el Cáucaso al Danubio, y en todas par-
tes, al par que respiraba él aire puro de las montañas y
de los campos y de las ondas, recogía los gérmenes de
una poética nacional, correspondiente á las tradiciones.
Y su vida se arrastró recelosa entre esbirros y se extin-
guió triste en un duelo. Y el mejor de sus poemas <One-
guine» canta el hastío; y la mejor de sus estrofas plañe
un poeta joven que muere llevándose á la eternidad el
misterio de su poesía. Mas, á pesar de todas estas con-
tradicciones, si el despotismo le ha arrebatado sus dere-
chos, nótase en todas sus obras que no ha perdido nun-
ca el sentimiento de la libertad, revelado en cada una de
sus estancias, como el ruiseñor cautivo, á quien los pas-
tores de Thesalia arrancaban los ojos para que cantase
más, ponía en todas sus notas y escalas el amor á los
bosques habitados y á los horizontes recorridos en más
felices días. Y si las soledades rusas manaban tanta poe-
sía, imaginaos cuánto manarían las encinas germánicas.
No hablemos, puesto que pertenece á la dramática, de
aquella resurrección de la leyenda de Guillermo Tell,
elevando sobre los lagos dormidos en sus copas de záfi-
ro, y las nieves relumbrantes en sus cimas eternas, el
522
cielo ideal de la libertad. Hablemos de los poetas líricos:
Ulhand, que se gozaba en oir la esquila del ganado tor-
nando al aprisco y la canción de la moza de cántaro re-
cogiendo el agua en la fuente de su aldea; Ulhand, que
seguía el primer vuelo de la matinal alondra y el rayo
último de la nocturna estrella, á ver si podían juntarse
alguna vez en los aires, truécase de pastor de égloga en
soldado de epopeya, cuando la conquista despierta en su
alma acongojada el amor á la patria libre, y el amor á
la patria libre despierta en sus sentimientos vivísimos
la aspiración al humano derecho. Y Teodoro Koerner,-
afilando su espada en las piedras druídicas donde afila-
ron los sacrificadores el cuchillo para ofrecer víctimas á
sus sangrientas divinidades, corre á las batallas, en pos
de una bala, que partiendo su pecho, redima su alma y
enseñe á los suyos cómo se combate y se muere por la
libertad y por la patria. ¿Qué más? Hasta el poeta de la
ironía y de la duda, á quien sus inspiraciones le daban
como alas de ángel y sus cóleras como mareos de beodo;
profeta bíblico en algunas estancias suyas, dignas de
Jerusalón, y cómico aristofanesco en algunas invectivas
propias del mercado; con las lágrimas de la elegía su-
blime en los párpados, convertidos á recoger la luz de
lo infinito, y con el hedor de la orgía en los labios abier-
tos para vomitar la blasfemia y la calumnia; semita con
toda su solemnidad y francés con todas sus gracias; obs-
curo y soñador como un germano y claro y armonioso
como un griego; aunque impío é irreverente quiera tur-
bar la paz en todos los templos, desde aquéllos del Egip-
to y Caldea que tenían por vasos de oro los astros, hasta
aquéllos de góticas agujas que se retratan en las aguas
del Rhin y enseñan á orar con las melodías de sus ór-
523
ganos; aunque escéptico, burlón, indiferente, dado á
colgar bajo las hojas de su corona de laurel ruidosos
cascabeles; jugando con las ideas como un niño con las
joyas frágiles, cuyo brillo mira, pero cuyo valor ignora;
conserva siempre, allá en el fondo de su corazón, reli-
gioso culto á las dos ideas capitales del mundo moral, á
la idea de Dios, y á la idea de la libertad; á manera de
esos ángeles de la leyenda que, caídos de la gracia y des-
tarrados al abismo, llevan en la faz eternamente vagos
reflejos de su prístina belleza. Y si de esta suerte canta
Alemania, ¿cómo cantará la revolucionaria Francia? La
voz de la libertad se une á tantas melodiosas voces como
llenan el alma de aquel poeta, á quien permitió el cielo
calmar con un acento de su voz las pasiones desborda-
das de la muchedumbre; y el amor á la libertad abría el
pecho de aquel otro poeta que parecía no amar sino los
ídolos de un día y no sentir sino la emoción de un mo-
mento en la rica variedad de sus asuntos y de sus for-
mas. Pero el Titán de la nueva idea literaria; el que en-
cerró en versículos semejantes á los versículos de Isaías
el alma de su siglo, fué, ya lo habéis nombrado, Víctor
Hugo. Nacido en Francia, pero educado en esta tierra
de las antítesis y de la hipérbole, donde la nativa origi-
nalidad del ingenio se ha negado de antiguo, así á las
reglas de lo artificioso como á las rutinas de lo conven-
cional, llevóse consigo la savia del terruño español en
las venas y en la frente el beso indeleble de nuestra luz
meridional; y creyendo que cada excelso ingenio repre-
senta todo un sistema planetario, y se dicta á sí mismo
la ley como un Dios, lanzó grito de guerra contra la
tradición de las escuelas y contra el falso aristotelismo
de la poesía. La revolución francesa, que lograra des-
524
tronar la monarquía de Versalles, dejó intacto el infali-
ble, el inefable, el sacro gusto versalles, vencedor y do-
minador durante siglo y medio en todas las regiones de
Europa. Y en aquellos jardines tallados por combinacio-
nes geométricas, donde dioses contrahechos, pálidas
sombras de una mitología muerta, se erguían y pavo-
neaban enfáticamente por todos los ángulos, entró Víc-
tor Hugo con el recuerdo de que aún existían las selvas
naturales y los campos feraces poblados de una viva
poesía; y por aquellos salones, donde se aglomeraban
los cortesanos encerrados en sus casacas y ceñidos con
sus gigantescas pelucas empolvadas, deslizóse Víctor
Hugo, con el recuerdo de que no lejos de allí bramaban
y rugían, como océano encrespado, los pueblos; y en el
teatro, sujeto á las unidades, como los jardines á la geo-
metría y los cortesanos á la etiqueta, apareció Víctor
Hugo con el recuerdo de que en las cimas de la gloria
vivían, revestidos de la inmortalidad, Lope, Shakespea-
re, Calderón, los cuales no siguieron otros códigos que
los cuasi divinos de su celeste inspiración; y con estos
sencillos principios, encerrados en versos fulgurantes,
fundó la soberana libertad del ingenio y devolvió sus
alas á la prisionera poesía. Pertenece, pues, á nuestro
tiempo con mayor derecho que á ningún otro tiempo la
lírica de la libertad.
No puede ocultárseme que achacan al siglo muchos de
sus naturales enemigos falta de respeto á la historia. Se-
ñores, ya que tratamos de los conceptos fundamentales,
propios de esta edad, no olvidemos que si la idea de la
naturaleza y la idea del Estado crecieron desmesurada-
mente en el espíritu moderno, creció en iguales propor-
ciones también la idea de la Historia. Ningún tiempo
525
conoció poeta que anime las ruinas, y evoque los muer-
tos, y recoja las cenizas de los sepulcros, y reciba el po-
len de las guirnaldas funerarias, y hable con los fantas-
mas de los panteones, y muestre las torres y los adarbes
dibujados en las indecisas nieblas de los recuerdos, como
aquél en cuyo sor la poesía no es una profesión ó un ar-
te, sino la vida toda entera, y que errante de pueblo en
pueblo, á guisa de trovador en la Edad Media, y osten-
tando ante la uniforme sociedad nuestra el natural in-
dócil de su complexión, aviva toda nuestra historia; en
la campiña de Toledo la tradición del Cristo de la Luz y
en las márgenes del Arlanza los torreones del castillo de
Pampliega; en el corazón popular el más maldecido y el
más amado de los reyes, D. Pedro el Cruel, y en la me-
moria popular el más extraño y el más copiado de nues-
tros tipos, D. Juan Tenorio; en las almas cristianas el
Te-Deum, cantado bajo los muros de Santa Fe por los
ejércitos españoles, al ver brillar los rayos del sol na-
ciente en las crestas de las Alpujarras por las argenta-
das líneas de la cruz erguida sobre las torres Bermejas,
y en las almas de nuestros hermanos de África el sus-
piro lanzado por el proscripto, al pie de las palmeras
solitarias en el Oasis, y al eco del simoun resonante en
el desierto, por cuyos celajes se ven fantaseadas las al-
jamas de Córdoba, la Giralda de Sevilla y la Alhambra
de Granada, inspirando á la nostalgia del destierro y á
las cuerdas de la guzla desgarradoras lamentaciones en
profundas ó inmortales elegías: que la voz del poeta es
la voz de toda nuestra alma y su inspiración la llama
exhalada del centro de nuestra tierra. Las edades idó-
neas para las leyendas históricas son estas edades lla-
madas de transición. Aunque el tiempo nunca se deten-
528
tal del Padre, con Jeijusalén, y por l?i esperanza con la
ciudad mística del Hijo, con la gloria; rota en mil pe-
dazos al dividirse el mundo romano en oriental y occi-
dental y venir sobre esta división los bárbaros, con lo
cual toma tres aspectos: bizantino y cortesano en Pro-
copio, teológico y enciclopédico en Teodoro, bárbaro en
Jornández; artificiosa y retórica en los eruditos de Orien-
te; dura y seca en los cronistas de Occidente; nacional
con Froissard, con el arzobispo Rada, con el rey Don
Alfonso X, por los siglos en que las naciones modernas
comienzan á dibujarse bajo la sombra de las monarquías
históricas; griega en los filósofos del Renacimiento; ob-
servadora profundísima del corazón humano y de la hu-
mana sociedad, en Maquiavelo; naturalista, en nuestros
escritores de Indias, como Oviedo; clásica en Hurtado y
en el P. Mariana; social desde la segunda mitad del
siglo decimoséptimo hasta la primera mitad del siglo
decimoctavo, ya explique las leyes de la Providencia
con Bossuet, ya las edades de la humanidad con Vico,
ya las instituciones con Montesquíeu, ya el derecho inter-
nacional con Grotio; eminentemente crítica en el siglo
decimoctavo y eminentemente filosófica en nuestro si-
glo, ha crecido, si cabía que creciera, á nuestros mismos
ojos, juntando el. principio de la unidad de Dios con el
principio de la unidad del hombre; la ley de la realidad
lógica en los hechos con el dogma moral de la libertad
en los individuos, la creencia que nos inspira la fisiolo-
gía en nuestro parentesco estrechísimo con todo el uni-
verso y la creencia que nos inspira la filosofía en nues-
tra redención gradual con los redimidos y por medio de
los redentores; todo lo cual ha dado á la historia, en-
grandecida é iluminada, las proporciones y los cortes de
M •■•^flíbti^» ^mmmM^:^*^^i^r' — ^^ — w^xím ■
529
una maravillosísima epopeya- Recordaráme algún ma-
licioso que el siglo, eslimado por tan progresivo, se in-
clina hoy á la idea pesimista con tanta fuerza como á
las ideas optimistas se inclinaba hace poco. Levántanse,
en efecto, no diré escuelas filosóficas, sino genialidades
atrabiliarias, que en la tierra ven una sucesión de ge -
neraciones sacrificadas, en el amor un equivalente de la
muerte, en la cuna el germen de todas las penas, en la
vida el continuo suceder de todos los dolores, en el Es-
tado una fuerza opresora, en la sociedad un carnaval
perpetuo, en el comercio y las relaciones sociales una
cacería sin término y una batalla sin tregua, en las ilu-
siones engaños y desengaños en las esperanzas; por los
horizontes del arte neblinas recamadas de ópalo y grana
que sólo llueven los oropeles de la mentira; por las ci-
mas de la ciencia espirales de sofismas que sólo persua-
den á la duda; en el sistema solar y sus planetas otros
tantos purgatorios, donde arden almas en pena sin más
porvenir que el sueño eterno; en la naturaleza toda una
aglomeración de celadas, un cúmulo de engaños, el
hambre por incentivo, la envidia y el odio por necesi-
dad, la guerra por ley; siempre la misma tragedia para
todos con el mismo desenlace de una última enfermedad,
resuelta en una podredumbre horrible; siempre la mis-
ma suerte; el no sor alcanzado por el suicidio universal
de la humanidad, tristemente hastiada y convencida de
que el espacio es vacÍQ, y lo único eterno y cierto el per-
durable silencio en los pavorosos abismos de la nada.
C4reo tales ideas desviaciones de la órbita que recorre
nuestro tiempo. Juzgólas alarde de mal humor pasajero
más bien que expresión de convencimiento profundo.
Pásale al espíritu humano como al espíritu individual:
34
530
lodos estos arranques nacen de iin minuto y mueren
pronto en el conjunto de los seres, y de las cosas. Sucedo
con esta filosofía de la desesperación lo mismo que su-
cede con el arte realista: no pasa de accidente. Toda
filosofía verdadera resulta, al fin y al cabo, idealista,
como todo arte se resuelve en ideal. Tras las nubes el
cielo azul y bajo los oleajes el mar sereno. Tras los so-
fismas de un día las verdades eternas. De los sofistas na-
ció Sócrates, y con Sócrates la conciencia anterior y su-
perior al Estado; tras los pesimistas veréis con mayor
claridad el albedrío que busca voluntariamente la más
alta moral aguijoneado por la conciencia libre, y el
universo material realizando el bien por necesidad en
obediencia á su legislador y en cumplimiento de sus
leyes. Entre nosotros tenemos sentado al poeta céle-
bre, que personifica con mayores títulos todas las ten-
dencias pesimistas posibles en esta sociedad nuestra,
espiritualista y creyente. Dará á su poesía por nombre
un neologismo tal como Dolora; deslumbrará los enten-
dimientos con los vistosos juegos de su ingenio sobera-
no, tan admirable por la novedad y la riqueza de las
ideas como por la corrección y hermosura de las frases;
verá cada hecho de la vida y hasta cada fenómeno de la
naturaleza como si espíritu y materia dependieran de su
voluntad y se juntaran ó desunieran al conjuro de su
albedrío; reirá y llorará según que le hierva la sangre
de su corazón en las venas ó le amargue el paladar la
hiél de su hígado; pero entre tantas innumerables vo-
luntariedades de su musa independiente, veréis cómo
conserva siempre el resplandor de su conciencia y en la
conciencia la virtud de una idealidad inextinguible.
Griten cuanto quieran los desesperados, la corriente de
531
los progresos continuos les arrastrará. Gomo la sabia
química de hoy fué alquimia, y la sabia astronomía as-
trología, nuestro cuerpo estuvo en el limbo de la tierra
y nuestra alma en el limbo de la barbarie. Hemos vivido
en las cavernas lacustres como el mastodonte y hemos
clavado el puñal de piedra en las entrañas de las vícti-
mas para ofrecer ese holocausto á nuestros dioses antro-
pófagos. Y aquí de la leyenda tan sabida en Alemania.
Allá en nuestra madriguera, digna de las aves noctur-
nas, entró la tea de Prometheo, encendida por la chis-
pa que arrancaba el hierro al pedernal, y la creímos el
resplandor y el fuego de la vida, y deseamos poseerla y
mirarla eternamente. Y una noche salimos de nuestras
cavernas, y á través de la viciosa vegetación columbra-
mos la luna, y creyéndola el luminar por excelencia,
pedimos que nos dejaran vivir y morir en el éxtasis de
una eterna contemplación. Y tras la luna vino el sol, y
tras el sol la conciencia, y tras la conciencia la idea, y
tras la idea el ideal: que los minerales quieren ser árbo-
les, y los árboles flores, y las ñores aves, y las aves cán-
ticos, y los cánticos poesía, y la poesía tipo y el tipo ar-
quetipo; y desde la ola del Océano hasta el latido del co-
razón, desde la abeja zumbando sobre el cáliz rebosante
de miel hasta el arpa despidiendo la nota lanzada á la
inmortalidad, todo lo creado busca el origen de su crea-
ción, y con átomos, chispas, esencias, aromas, gorjeos,
alas, vuelos, inspiraciones, cánticos, plegarias, incien-
so, todas las criaturas suspiran por unirse con el eterno
amor.
Quien desconozca esta aspiración universal, jamás en-
trará en el templo henchido de misterios y poblado de
oráculos, que inefable para la humana lengua, por deno-
532
minarse con alguna denominación, aunque sea imper-
fecta, se denomina arte. El espíritu en la naturaleza su-
fre algo de la fatalidad que en la naturaleza reina. El
espíritu en la sociedad, en el Estado, aunque más libre,
se halla cohibido por leyes coercitivas, por leyes socia-
les, en las que hay también una parte considerable do
necesidad. La región luminosa de la libertad empieza en
el arte. Esta esfera de nuestra vida espiritual se distin-
gue de las otras esferas en que lleva en sí misma sus le-
yes y su fin propio. El arte puro no tiene ninguna uti-
lidad, y en esto consiste principalmente su grandeza. El
arte, por no obedecer á ninguna ley extraña á él, ni si-
quiera obedece á las leyes morales; y por no tener nin-
guna finalidad á él ajena ¡ah! ni siquiera tiene por fin
el bien. Lo produce; pero sin voluntad de intentarlo. Ha
cumplido toda su esencia cuando ha realizado la hermo-
sura. No se -propone lo primero que consigue: despertar
puras emociones y desinteresada contemplación. Produ-
ce por producir, crea por crear, canta por la necesidad
de cantar. ¿Qué le va, señores, á esa ave celestial en re-
galar ó no los oídos, allá por el bosque de ilusiones
donde resuenan sus endechas y habitan sus amores?
Pues bien, la idea del arte, como la idea de la naturale-
za, como la idea del Estado, como la idea de la historia,
también ha crecido en nuestros días. Así como hemos
producido la ciencia geológica que ha aumentado nues-
tros conocimientos en la vida y en la historia del plane-
ta, hemos producido la ciencia estética que ha aumenta-
do nuestros conocimientos en la vida y en la historia
del arte. Y cuenta que ninguna de las ideas fundamen-
tales cambia tanto, ni la idea cósmica, ni la idea políti-
ca, ni la idea religiosa, como la idea artística. Los prime-
533
ros cristianos veían la sonrisa del demonio en los labios
de las estatuas griegas. Algunos, entre los padres de la
Iglesia, aconsejaban á los artífices que pintasen y escul-
piesen feo á Cristo, por ser la hermosura cosa profana y
hasta diabólica. En la tierra donde brotaron los dioses del
arte, se extendió, al mediar nuestra era, la secta de los
iconoclastas, que destruía los simulacros y borraba las
efigies. Dos religiones, de las que más han cooperado á
la educación del género humano, prohibían reproducir
ni copiar los seres animados, porque toca en irreverencia
dar aspecto de vida á figuras incapacitadas de alcanzar
la vida toda entera. Los recuerdos clásicos tienen tal
omnipotencia en Italia, que ninguno de los artistas del
Renacimiento comprendió la belleza del gótico. Y los
.artistas de la Edad Media no comprendieron, hasta que
el Renacimiento se avecinaba, la corrección y la armo-
nía de las órdenes griegas. El autor de las empresas po-
líticas maldecía del Dante, y el autor del Cándido llama-
ba á Shakespeare deforme y bárbaro. Un crítico del si-
glo pasado, como por ejemplo, Moratín, ó de principios
de este siglo, como por ejemplo, Sismondi, encontrará
monstruosos y hasta repugnantes los más sublimes dra-
mas del teatro español. Y un combatiente romántico,
demagogo de la revolución literaria del año treinta, verá
en las tragedias griegas, trazadas por Esquilo y Sófocles,
frías estatuas de yeso. El poeta admirador de la antigüe-
dad pasará por el poético Asís de Umbría y visitará un
templo imperial de la decadencia romana, desdeñando el
monasterio de San Francisco impregnado de tantas y tan
místicas oraciones. Y á pocos pasos de allí, por el cruce-
ro de la Porciúncula, artista empeñado en la resurrec-
ción de la Edad Media, trazará un fresco en que repro-
534
(luce adrede la incorrección del dibujo propio de los pri-
meros pintores monásticos, sólo por amor á la arqueo-
logía de un tiempo ya extinguido. Nuestro gusto huye
de estas sectas intolerantes y condena á estos artistas
exclusivos. Nosotros somos en arte, como en liistoria,
mucho más universales y humanos. Gomo padecemos
con todos los oprimidos, y admiramos á todos los re-
dentores, tenemos el culto de todas las artes, y por dio-
ses á todos cuantos han hecho bajar del cielo sobre ej
hombre los resplandores de la hermosura perfecta. No
desdeñamos el poema índico en que rezan las selvas
llenas de poesía panteísta; ni el apólogo . persa en
que dialogan el ruiseñor y la rosa á la sombra del aji-
mez y al amor de la luna reflejada en las aguas del
Eufrates. Seguimos el viaje de los argonautas al travos
de las ondas del Mediterráneo y la peregrinación de los
israelitas al través de las arenas del desierto. Canta-
mos en el coro que celebra, á la voz de Simonides,
la rota de los Daríos y los Giros, y en el coro que alaba
al Eterno á la voz de Moisés, en la tierra del Asia y á
la vista del Sinaí, por el castigo de los soberbios Farao-
nes. Vamos de puerta en puerta, como el Edipo coloneo
apoyado en Antígona^ preguntando á los vivos por la
causa de nuestro pecado original; y de tumba en tumba,
conio el Hamlet danés, que acaba de maldecir á Ofelia,
preguntando á los muertos por los enigmas de nuestros
eternos y silenciosos destinos. Sentimos en nuestras
manos el pese de las cadenas y en nuestros hígados el
picotazo de los buitres que atormentaban allá en el
Caucase al Titán de Esquilo, y en nuestra alma el dolor
de la servidumbre y la envidia por la libertad del ave, del
pez, del arroyo, del bruto que en la España de los em-
53:>
brujados y de los inquisidores sentía el Segismundo de
Calderón, Buscamos por Judea el sepulcro de la hija de
Jephté, por Grecia el sepulcro de la sacrificada Ingenia,
por Verona el sepulcro de la pobi'e Julietta, llorando con
todas las infelices en todos los tiempos las desgracias
del amor. Asistimos en espíritu á los juegos píthicos pa-
ra beber en copa cincelada por Praxiteles agua de Gasta-
lia y oir bajo las ramas del laurel de Apolo versos de Pín-
daro y páginas de Herodoto, mientras los atletas vence-
dores reciben sus coronas y las vírgenes griegas tren-
zan sus danzas religiosas en el intercolumnio de templo
tan armonioso como una oda y en presencia del Dios tan
sereno como los horizontes de Grecia, Y luego, á guisa
de los pobres penitentes de la Fuerza del Sino, vamos al
yermo cubiertos del sayal, ceñidos del cilicio, á ente-
iTar en la soledad un corazón desgarrado, á macerar en
la penitencia un cuerpo dolorido; y nos abrazamos á la
cruz de piedra, que indica la entrada en los retiros del
Señor; y nos conmovemos al ^co de la campana, que así
convoca á los vivos como plañe á los muertos; y acudi-
mos á la sombra de las torres y de la ojiva y del ciprés,
y como las cigüeñas, fabricamos en las agujas de las ca-
pillas ó en las linternas de los panteones nidos de abro-
jos para nuestra alma desengañada; y oyendo y ento-
nando el Miserere de todas las penitencias, cavamos
con el azadón nuestra sepultura, no tanto para tener
un hoyo en la tierra, como para recordar á las fuerzas
devastadoras de la naturaleza que todavía existimos, y
para pedir al ángel de la muerte que disperse con sus
alas muestro cuerpo como un montón de cenizas y nos
deje en suelo cubierto por la yerba de los campos y hu-
medecido por el rocío de los cielos aguardar en el sue-
536
ño eterno la misericordia divina que se apiade de nos-
otros y perdone nuestros errores y nuestras culpas en
la hora apocalíptica del último juicio. Sí, pertenecemos
á todas las artes y á todas las literaturas, con tal que
broten de una fe sincera, de una inspiración sencilla ó
ingenua, y no representen restaux*aciones literarias idea-
das con fines interesados y políticos, ajenos á la pura
inspiración del arte. Somos como aquellos artistas del
Renacimiento que entre los precursores de Cristo po-
nían á San Juan y á Virgilio; entre los doctores á Pla-
tón, ceñido de aureola tan sagrada con la aureola de
San Agustín ó San Jerónimo; entre los patriarcas dor-
midos en el seno de Abraham á los antiguos moralistas;
bajo el ara donde se celebraban los incruentos sacrificios
de nuestra religión los bajos relieves donde se veían
la ninfa y el fauno ebrios con la embriaguez de una
vida exuberante; junto á la hermenéutica evangélica el
mitho de Puquis encerrando como una alegoría de la
inmortalidad del alma; y por las bóvedas de la capilla
Sixtina y por los altares de Santa María de la Pace los
oráculos de Delfos, representados por las Sibilas, y las
profecías del Jordán y del Eufrates, representadas por
los Profetas, como para decir que el océano de nuestra
vida espiritual se formó con los cuatro ríos de ideas que
fluyen de Jerusalén, de Atenas, de Roma y de Alejan-
dría. Hace pocos meses visitaba yo la catedral de Bur-
gos, y estudiando su coro, encontróme en la misma
silla arzobispal, bajo un relieve que representaba mís-
tica escena, otro relieve que representaba el robo de
Europa por Júpiter convertido en toro, y parecióme des-
cubrir toda la historia del Renacimiento. Igual univer-
salidad tiene nuestro arte. No excluímos, por ejemplo,
53 r
en arquitecUira el gótico, cual los clásicos franceses del
siglo pasado, ni el griego, cual los románticos alemanes
del siglo corriente. Admiramos todas las arquitecturas
admirables. Y como decía el eterno oráculo del idealis-
mo, en este sentimiento de admiración creemos tener
el principio de nuestra ciencia. Llevad á un hombre de
otro siglo á estos tres sitios: á las ruinas de Poesthum,
á la Alhambra de Granada, á la catedral de Toledo,
que representan el mundo oriental, el mundo griego, el
mundo cristiano, y desconocerá completamente algunas
de estas tres maravillas. Nosotros, por lo contrario, las
sentimos y las comprendemos todas. Aún recuerdo la
tarde en que yo vi las ruinas de Poesthum. Acababa de
recorrer desde el cabo Miseno al cabo Minerva, y acaba-
ba de contemplar el Vesubio humeando en medio de la
campiña partenopea con su cintura de ciudades bullicio-
sas y de ruinas yertas; las islas griegas engarzadas en
espumas y ceñidas de templos; los escollos cubiertos de
arreboles donde todavía habita Circe v el mar donde to-
davía cantan las Sirenas, y creí que no era dado ni á la
naturaleza ni á la historia ofrecer más hermosos cuadros.
Pero no contaba con el sublime cementerio donde yace
insepulta la antigua ciudad griega. La bahía de Salerno
se ostenta á los ojos; en el lejano horizonte las monta-
nas de los Abruzos elevan sus crestas y sus cúspides ta-
chonadas de nieve; por todos aquellos campos, donde
crecieron las rosas' que el romano deshojaba en sus
orgías y el poeta celebraba en sus versos, la soledad y
el silencio; bosques de heléchos nutridos por aguas pan-
tanosas exhalan fiebres mortales; vapores mefíticos con-
densados de maneras diversas, extienden por aquel lu-
minoso cielo nubecillas de colores tan rojos que las to-
538
maríais por evaporaciones de sangre; en el campo de-
sierto algún búfalo y en el aire silencioso algún cuervo;
entre pilastras rotas, zócalos deshechos, plinthos caídos,
el severo templo de Neptuno con sus columnas dóricas
y su frontón triangular, empapado todo él en tales re-
sáceos matices, que parece hecho con rayos de la auro-
ra; y al través de sus intercolumnios, tras las plantas
verdosas y las arenas áureas, el mar azul, cuyas olas se
quejan blandamente como si lloraran en lamentaciones
sin fin la ruina de la ciudad helénica y la muerte de los
marinos dioses. Pasad de estas ruinas silenciosas á la
abandonada Alhambra, y veréis cuan diversa, pero tam-
bién, si es permitido hablar de esta suerte, cuan hermo-
sa hermosura. En el patio de mármol la alberca de cris-
tal; junto á las grecas de mirtos y arrayanes los surti-
dores de bullidoras aguas sombreados por los aleros de
alerce y de marfil; en las paredes los azulejos de metá-
lica porcelana, los alicatados de oro y ópalo y de azul y
plata, el alhamí provocando á los sueños de la sensua-
lidad con sus celosías, el ajimez conteniendo los miste-
rios de voluptuoso amor; en las galerías las columnas
airosas sustentando los arcos adornados de ligeras alha-
racas que parecen mecerse al soplo de las auras embal-
samadas de azahar; tras el mirador los naranjales enla-
zados con las palmas y los jazmines con las adelfas; en
las techumbres las estalactitas de mil colores cuyas agu-
jas se idealizan al través de las humaredas de los pebe-
teros; en el fresco y sombrío baño las estrellas abiertas
por la bóveda y la música exhalada del alto camarín; y
en todas partes la luz con que juegan las nieves de los
picachos de Muley-Hacén y las lavas de las crestas de
Sierra Elvira, los romances que comunican á los aires
539
del DaiTo y el Genil las continuas zambras de una ciu-
dad en que los combates son juegos, las vegas torneos,
la vida placeres, y la muerte misma una sensual ó inex-
tinguible alegría. Volad desde el jardín de los adarbes á
la catedral de Toledo en alas del pensamiento, y de una
ojeada abrazaréis toda nuestra historia. El consistorio
enfrente para que la iglesia bendiga la libertad; el mer-
cado al término de las colosales paredes de la izquierda
para que á la sombra de la iglesia se cobijen los contra-
tos; la posada de las Hermandades tras el ábside, á fin
de que á la iglesia miren los soldados en sus salidas y
entradas; las viviendas de los nobles por las calles veci-
nas, con sus emblemas y escudos, pidiendo como de ro-
dillas á la iglesia que consagre sus tradiciones y salve
sus privilegios; ante todo el monumento la torre, guian-
do con sus agujas, que hienden los espacios, al viajero,
y conmoviendo con sus campanas, que se oyen de mu-
chas leguas, á los fieles, como un faro espiritual que
luciese y hablase al mismo tiempo; desde la puerta de
la Feria á la puerta de los Leones, pasando por la por-
tada mayor, tres siglos que veis en las primeras escul-
turas apenas salidas de su pesado cendal bizantino y en
las últimas vencedoras de la rigidez antigua entre las
armonías del Renacimiento; por los suelos, bajo el pa-
vimento de mármoles, el pavimento de huesos que han
formado tantas generaciones; por las paredes y en las
capillas, sobre los sepulcros, á la sombra de los dosele-
tes, los reyes y los proceres, cuyas efigies recuerdan
nuestras grandezas y nuestros dolores, desde el triunfo
de las Navas hasta la desgracia de Aljubarrota, desde
los campos de Galatañazor hasta los campos de Montiel,
desde la nube de gloria en que va envuelto el cardenal
5iO
Mendoza que se alzó entre el término de la guerra de
siete siglos y el nacimiento y comienzo del Xuevo Mun-
do, hasta la nube de ignominia en que va envuelto el
triste favorito descabezado en el patíbulo de Valladolid;
por las cinco naves todos los cambiantes de la luz apro-
piados á todos los deliquios de la religión, así las tinie-
blas donde oculta sus remordimientos la penitencia,
como los iris en que tiñe sus alas de mariposa la espe-
ranza; en los arcos la ojiva con sus líneas curvas, que
buscan un punto á la manera que buscan las tortuosi-
dades de nuestra vida la unidad absoluta, y tras los ar-
cos los rosetones góticos, de cuyos vidrios brotan, como
de rosas místicas, ángeles batiendo sus alas de colores y
caen reflejos de mil matices entonando el oro de los al-
tares y la llama de los cirios; en el coro las dos legiones
de estatuas cinceladas en competencia por Felipe Bor—
goñés y Alonso Berruguete, como escapadas de los tem-
plos paganos á rendir homenaje á la univei^salidad reli-
giosa del templo católico; en la capilla mayor los arzo-
bispos que duermen y los arcángeles que velan, los doc-
tores que leen sus libros de piedra y los mártires que
agitan sus palmas de combate, las vírgenes coronadas
de estrellas que os miran sobre nubes etéreas y los bien-
aventurados que repiten eternas letanías, los pajes que
custodian las sepulturas y los serafines que entonan un
Te-Deum inextinguible con voces angélicas; en este
lado el bautizo, en otro el matrimonio, más lejos el en-
tierro; por aquí los peregrinos religiosos de rodillas, por
allí los peregrinos artistas extáticos: en los días de so-
lemnidad el pueblo que ya reza ó ya canta, la saUnodia
de los sacerdotes mozárabes estrellándose en los alica-
tados de los alarifes mudejares, las procesiones del ca-
54!
Mido en que lucen las capas pluviales con los relicarios
de pedrería; y al eco del órgano, entre las nubes del
incienso acompañadas por los salmos, sobre la gradería
cubierta de brocados, al pie del retablo lleno de figuras
místicas que parecen personificaciones varias de la ora-
ción, la misa, que así como transforma el pan ácimo en
ser divino por las palabras sacramentales de la consa-
gración, transforma en ideas las piedras, por donde las
almas suben, como por invisible escala, sacudiendo el
polvo de la tierra y los dolores de un día, á saciar en
la fuente de vida, en que beben su luz los mundos-, la
sed inextinguible de la eterna verdad y del infinito
amor. ¡Feliz edad la nuestra, que nos consiente com-
prender en toda su exactitud y sentir en toda su hermo-
sura las obras artísticas de todos los siglos y de todas
las generaciones! ¡Feliz edad que ha llegado á tan su-
blime poesía!
Al espíritu no le basta con el arte, y subiendo en la
escala mística suspensa entre lo finito y lo infinito, lle-
ga necesariamente á la religión. Vivimos la vida mate-
rial en la naturaleza y otra vida superior en la socie-
dad, que abraza la familia y el Estado. En el arte predo-
mina la sensibilidad, en la religión la fe, en la ciencia
el pensamiento. Y como al principio de esta serie de as-
censiones se encuentra la más grosera materia, se en-
cuentra al término la más pura idealidad. Yo declaro,
pues, que así como creo superior el concepto de la na-
turaleza y del Estado y del arte en nuestro tiempo al
concepto que tenían los siglos anteriores, creo superior
también el concepto de la religión. Por temerarias to-
marán muchos estas afirmaciones mías, tratándose de
una edad que ha visto surgir sistema, seguido de mu-
chas gentes, en el cual se prescinde por completo de la
religión como de cosa innecesaria y baladi. Mas yo os
pregunto: ¿creéis privativa del siglo nuestro esta enfer-
medad del ateísmo? ¿Creéis que no la han sentido y no
la han pasado muchos hombres superiores en otros si-
glos también? No es la centuria corriente la única que
haya tenido entendimientos extraviados hasta el extre-
mo de querer arrancar al cerebro el espíritu y al cielo
Dios. Desde los albores de la ciencia hasta nuestros días,
el materialismo ha existido, como desde los albores de
la primer mañana del mundo hasta nuestros días han
existido las sombras. No está en nuestras manos la ex-
tirpación del error ni la extirpación del mal, porque
ambos á dos son congónitos á la naturaleza humana.
Pero consolémonos pensando que también radican en
nosotros, en lo más íntimo de nuestro ser, las incontras-
tables aspiraciones religiosas. La idealidad, que no ve-
mos sino con los ojos del alma, es tan verdadera como
la realidad misma. Mientras exista en el cielo y en la
tierra un misterio impenetrable que ningún entendi-
miento puede descifrar; mientras nuestro corazón sien-
ta amor inextinguible que ninguna pasión puede satisfa-
cer; mientras pugne en el artista la idea con la expre-
sión y lo inconmensurable del pensamiento con la fra-
gilidad y estrechez de la forma; mientras en pos de cada
deseo cumplido surja otro deseo mayor, y tras cada gra-
do de la vida se eleve un «más allá» inevitable, y tras
cada revelación de la ciencia, en que creemos tocar las
cimas dé la idea, otra cima todavía más alta, perdida en
lo inmenso; mientras nos aquejen aspiraciones sin reali-
zación posible aquí en la tierra, ensueños sin objeto co-
nocido, esperanzas insaciables, alzándose sobre todos los
543
misterios la muerte, pertinaz en llevarse las genera-
ciones sin devolvérnoslas jamás y muda á las interroga-
ciones que entre lágrimas y sollozos le dirigimos al des-
aparecer los seres amados; mientras existan todas estas
batallas en el mundo y todas estas contradicciones en el
entendimiento, á través del dolor, columbraremos otra
vida espiritual, á la que solamente llegará el alma, des-
pojada de sus vestiduras terrenales, ciñéndose las dos alas
místicas de la oración y de la fe. El sentimiento religio-
so existe en nuestra generación como existe en todas las
generaciones. Pero lo que puede llamarse característico
á nuestro tiempo, y propio del espíritu moderno, es la
ciencia y la filosofía de la religión.
La historia moderna encuentra el alma de los pueblos
en sus creencias religiosas. Así no hubo edad tan escu-
driñadora de los misterios encerrados en el mundo teoló-
gico por excelencia, en el Oriente, como nuestra edad
tachada de escépticapor obscuras supersticiones que quie-
ren á toda costa denostarla. Fatigarían la memoria los
nombres de los sabios que han estudiado la religión me-
cánica del pueblo chino; que han descrito la trinidad in-
dia y la divinización del mundo en aquellos poemas do
luz; que han mostrado cómo Buda extendió su doctrina,
puramente moral, por pueblos innumerables; que han
visto el primer asomo de la libertad en el dualismo per-
sa y el primer borrador do la persona inmortal en la
momia egipcia; que han hallado en los mitos sirios de
la consunción del Fénix en la propia vida y de la muer-
te de Adonis las primeras apoteosis del dolor; que han
desenterrado las moles sumidas en las calcinadas arenas
del desierto, arrancando á los jeroglíficos el enigma de
sus ideas y recogiendo el aroma de las primeras oracio-
54i
nes inspiradas por la religión de la naturaleza á las al-
mas, aleteando, como avecillas en su nido, allá en las
primeras edades de la historia y en las primeras auroras
del espíritu. Así como la filosofía de la historia es uñado
las ciencias propias de nuestro tiempo, lo es también la
filosofía de la religión. ¡Qué enlace tan misterioso han
hallado los filósofos entre las formas del lenguaje y laí^
formas de las creencias! ¡Qué horizontes ha abierto á la
historia moderna la entrada de nuestro espíritu investi-
gador en las pagodas indias! ¡Qué enjambre de ideas ha
levantado la revelación científica del secreto encerrado
en los jeroglíficos egipcios! ¡Qué diferencia entre la son-
risa escéptica de los enciclopedistas delante de todos los
dioses y nuestro recogimiento religioso en la contempla-
ción de esos templos que guardan el primero y el último
suspiro de tantas generaciones y que flotan, como naves
místicas llenas de esperanzas, en el eterno diluvio de
nuestras lágrimas! Las nuevas ideas etnológicas sobre
las razas arias y las razas semíticas; las nuevas ideas
filológicas sobre la serie de las lenguas; las nuevas ideas
históricas sobre el crecimiento de la conciencia himiana
en los dogmas, se parecen hoy á larvas, prontas á tomar
alas, en cuanto las anime el calor de una primavera poé-
tica, que la inspiración tiene sus estaciones como la na-
turaleza. Nos bañamos en ríos de ideas nuevas cuando
Anquetil nos trajo el Zend-Avesta, y Sacy los mitos de
Siria, y Champolion el enigma de las inscripciones egip-
cias que al comienzo de nuestra era contaban ya sesen-
ta siglos de antigüedad, y Bournonf los primeros rudi-
mentos de las gramáticas arias, y Grim la relación entre
las lenguas modernas y las primitivas lenguas asiáticas,
y Max MüUer los Vedas y las últimas revelaciones del
545
sánscrito, en las cuales vimos vaciarse, como en su mol-
de propio, desde el griego y el latín hasta nuestras moder-
nas lenguas europeas. No conozco poema comparable al
construido por la historia de las religiones, tal como la
comprenden los modernos. En esos altares derruidos que
pueblan las riberas del Mediterráneo; en esos templos de
la muerte donde Isis se envuelve en su velo sembrado de
estrellas de oro; en esos colosos que sacan sus frentes,
como náufragos, entre las ondas de arena; en esas esfin-
ges que las palmeras sombrean y las ruinas sustentan; en
todos esos dioses dispersos por el planeta hemos leído las
esperanzas, las aspiraciones, las plegarias, los deliquios
que ha exhalado el género humano para llenar la in-
mensa distancia existente entre lo finito y lo infinito con
coros de aspiraciones resplandecientes, cuya luz destella
místicas y consoladoras ideas. Sobre todo, la religión
pagana, la religión heleno-latina, encontró en nuestro si-
glo intérpretes que casi la revelaron de nuevo á la hu-
manidad. Las polémicas entre Kreuser y Müller tuvie-
ron tal ardor, que se dirían empeñadas por dogmas ado-
rados y vivientes. Ellos nos revelaron las edades del pa-
ganismo: la primitiva y sencilla en los dioses cabires;
la sacerdotal en Orfeo; la teocracia en la aparición y di-
fusión del mito de Apolo venido de Oriente; la primer ten-
dencia antropomórfica en el mito de Baco, que se ase-
meja .á nuestras primeras herejías en la Edad Media; el
antropomorfismo puro en Homero, cuyo poema traza la
protesta de la libertad heroica contra la antigua teogo-
nia jerárquica y sacerdotal; la descomposición de todos
los dogmas en el análisis de la ciencia filosófica, el cual
se extiende desde el primer poema de Xenophanes hasta
el último libro de Séneca; la filosofía positivista en Eve-
35
546
hemero; la reacción en la escuela alejandrina y neo-pa-
gana, que admite la Trinidad y el Verbo, pareciéndose
así las doctrinas antiguas á las doctrinas cristianas, en
esta última transformación, como los grandes ríos al mar
en su desembocadura y en su desagüe. Tal conocimiento
de la antigüedad ha conseguido que los dioses paganos
aparezcan en la literatura contemporánea, no á la ma-
nera del pasado siglo en la escuela clásica, como símbo-
los é imágenes de ideas universalmente conocidas, sino
vivos y regocijados, cual si todavía creyeran las gentes
en su diyijiidad y la adoraran á una en los marmóreos
templos. Si los primeros poetas griegos, los más religio-
sos, aquéllos que al son de sus cítaras elevaban, no tan-
to canciones como plegarias, volvieran á la tierra y co-
nocieran al mayor poeta alemán después de Goethe, cree-
rían que los dioses acababan de morir ahora mismo, al
oírle quejarse de que el oráculo no hable ni en las encinas
de Dodona ni en los laureles de Delfos; dolerse de que el
Zeus Olímpico no truene en el Parthenón, ni la sabia
Athene sonría bajo los olivos de la Ática; preguntar por
qué los caramillos de los faunos ebrios no resuenan en
las majadas y oteros, y los cuerpos de las sirenas griegas
no palpitan turgentes en las ondas, y la voz de las Cir-
ces mágicas no se exhala seductora de los escollos sono-
ros, y el verde Glauco ceñido de algas no nada juvenil
en el mar tranquilo, y la Bacante con su tirso de oro en
la mano, su piel de tigre á la espalda, su corona de pám-
panos en las sienes, no anima las vendimias; y en el Ti-
rreno, y en el Adriático, y en el Egeo se oye una voz
plañidera anunciando la muerte del Dios Pan, y con ella
la extinción de la vida en el seno de la naturaleza y la
extinción de la serenidad y de la armonía en los cielos
II ^'Jl^^ H*-T -
547
del arte. Esta armonía se ha roto, porque el espíritu hu-
mano se ha agrandado desmedidamente, porque ha bebi-
do la inmortalidad en la copa donde bebió Sócrates la
muerte, y ha visto á Dios en la cruz, en el patíbulo de
los esclavos, donde murió el Redentor de los hombres.
La obra principal del cristianismo fué separar la con-
ciencia del Estado; sostener que la religión debe ser
creída y observada por los mandatos espirituales de
Dios y no por las fuerzas coercitivas del poder público.
Tal sentido tiene la palabra de Cristo: dad á Dios lo que
es de Dios y al César lo que es del César. La teocracia
y la autocracia quedaron \ muertas de un golpe. Toda
coacción ejercida sobre la conciencia fué desde enton-
ces un crimen contra la humanidad y un desacato al
Eterno. Los circos se poblaron de mártires, que deja-
ban su vida entre las garras de las fieras, por no de-
jar su conciencia bajo la autoridad de los magistrados.
Frente á frente de la religión del Estado se elevó la re-
ligión del espíritu. Y pasó á ser axiomático que la fe re-
ligiosa debe provenir de lo íntimo de la conciencia y no
de la externa autoridad pública. Pero como las ideas ca-
minan tan lentamente en la vida real, así como el prin-
cipio filosófico de la conciencia libre, por Sócrates pre-
dicado, no pasó al sentido general religioso sino merced
á Cristo, el principio predicado por Cristo no pasa á las
leyes generales de la sociedad y á las alturas del Estado
sino por medio de la moderna libertad religiosa. Si qui-
siéramos calificar con una sola fórmula nuestro tiempo,
Uamaríamosle el tiempo de la separación absoluta entre
la conciencia y el Estado, ó mejor, mucho mejor, llama-
riámosle el siglo de la libertad religiosa. Y esta libertad
religiosa nuestra ha acrecentado la persona humana.
518
porque ha acrecentado la conciencia; y acrecentando la
persona humana, ha acrecentado también la poesía líri-
ca. Es más bella y más santa y más cristiana la pa2^ de
nuestro siglo, que las antiguas guetras y las antiguas
persecuciones religiosas. Exhala de su seno más poesía
la mártir, cuya cabeza cae tronchada como una flor so-
bre la arena donde se celebran los holocaustos á la con-
ciencia libre, que el César, su juez, ó el esbirro, su ver-
dugo, ó el populacho, su enemigo y denostante. Exhala
más poesía que. el horno donde ardieron los niños he-
breos de Babilonia, que el potro donde atormentaron por
bruja á la infeliz Juana de Arco, que el brasero cuyas
llamas devoraron á Servet, que el montón de cenizas á'
que redujeron los huesos de Savonarola, que el patíbulo
de Juan Hus y Jerónimo de Praga, que la inquisición de
Felipe II, que las persecuciones de Luis XIV, que las iras
de María la Sanguinaria contra los protestantes ó las iras
. de Isabel Tudor'contra los católicos, que todos estos re-
flejos del odio, cualquier tranquilo y apartado espacio,
en el cual, á la sombra del humano derecho, se dilata la
libre conciencia, como upa ciudad á orillas de lagos ce-
lestes, al pie de montañas inaccesibles, en tierra prepa-
rada por larga historia á la forma definitiva del espíritu
moderno, y donde se ve dibujarse aquí la Sinagoga re-
sonante con los cantares que brotaron á las orillas del
Eufrates ó en los arenales de Palestina; allá la iglesia
puritana que ha educado á la América del Norte; acullá
el templo griego que ha civilizado el Oriente; más lejos
la capilla anglicana, que refleja el alma de la nación
británica; sobre todo, la aguja de la catedral católica, á
cuya sombra viven los pueblos más ilustres del planeta;
cimas del espíritu humano, el cual busca por la variedad
549
ingénita á su naturaleza los caminos de la gloria, y que
allá, en lo infinito, se encuentra con la unidad de D.ios,
á manera que las diversas atmósferas incoloras ó invisi-
bles forman en la inmensidad el claro azul de los cielos.
Y no me digáis que esta libertad ha concluido con la
poesía religiosa en nuestro tiempo, ¿Creéis, de veras,
que no e;xiste la poesía religiosa en nuestro tiempo?
Quien desee sentir en toda su grandeza el día de la Re-
surrección, lea el canto último de la Mesiada de Klosp-
tok, y oiga el himno de los muertos revividos, acompa-
ñado por las cadencias de las arpas seráficas. Quien desee
sentir cómo la sangre de Cristo ha lavado todas las cul-
pas y el árbol de la cruz ha hundido sus raíces hasta en
el antro de todos los males, que lea la divina epopeya de
Soumet. La plegaria tierna, efusiva,, mística, hablará el
lenguaje de la oración por todos, que Víctor Hugo ense-
ña á su hija inocente, parecido en su susurro, al primer
gorjeo del ave, al cáliz entreabierto de la violeta, á la
estrella de la tarde en el desierto cielo, á la campanada
del Ave María en la alta torre de la iglesia. El cántico
de Lamartine á Dios reúne las sublimes ideas de Platón
á la forma concisa de Isaías. Pero ¿á qué extenderme? Si
los siglos tuvieran su valle de Josafat, como los indivi-
duos, bastarían estas obras sublimes para que muchas
faltas le fueran perdonadas á. nuestro siglo y pudiera re-
cogerse y asentarse á la diestra del Eterno.
Señores: si abrazáramos de una ojeada los dos extre-
mos de la historia, veríamos claramente cómo todos los
esfuerzos del género humano se han reducido á pasai* de
la esclavitud, en que primeramente le avasallara la na-
turaleza, á la plena y entera libertad que le procura la
ciencia. Esclavo en el mundo material de fuerzas fatales
550
que no puede modificar, encuentra el primer grado de su
emancipa9ión progresiva en la sociedad, cuyas leyes,
aunque existan necesariamente, si no pueden ser des-
truidas, pueden ser modificadas por nuestra voluntad y
nuestra inteligencia. Pero este grado de libertad üo bas-
ta al hombre, y entra en el arte, donde la naturaleza
sirve de símbolo á la idea, y llega á la religión y á la
ciencia, donde alcanza hasta lo infinito, hasta lo absolu-
to, por medio, ora de la fe, ora de la razón. Si queréis,
negadle otros atributos al siglo; pero no le neguéis que
es el siglo de la ciencia. Conozco que los tesoros cientí-
ficos allegados por otras edades sirven mucho á la edad
presente, bien al revés del arte, en que son eminentemen-
te individuales así la inspiración como el ingenio. Pero
no dudéis que ciertos progresos bastan á engrandecer y
sublimar á nuestra edad. Los telescopios que llegan á
quince leguas de la luna, los reflectores que corrigen las
impurezas del cristal, han abrillantado y engrandecido
las regiones sidéreas. La unidad de la materia se ha vis-
to, descomponiendo hasta la última nebulosa, en las ra-
yas del espectro solar. La teoría de la unidad de las fuer-
zas ha mostrado cómo se enlazan la luz, el calor, la elec-
tricidad, el magnetismo y el movimiento. La química ha .
encontrado el alma del fuego como el alma del agua. Se
ha revelado la identidad de los metales en el sol y en la
tierra, parecida á la identidad de la nube lejana, que flo-
ta en la atmósfera, con la lágrima de dolor que rueda
por nuestra mejilla. Si á otro siglo le ha tocado mostrar
la gravitación universal y la armonía entre los astros,
hale tocado al nuestro mostrar las afinidades entre las
moléculas y su cohesión misteriosa en los cuerpos. La
historia de la tierra es la obra casi exclusiva de nuestra
551
edad. Las clasificaciones nuevas de las ciencias natura-
les también nos pertenecen por completo. Hemos en-
contrado las leyes á que obedecen desde el hisopo hasta
el cedro, y por el estudio de las hojas hemos deducido la
serie sistemática y armónica de todas las plantas. Np di-
gamos nada del conocimiento de la tierra y de sus espe-
cies animadas.
Cuan sublimes las historias de nuestros viajeros, mo-
vidos solamente por amor á la ciencia, sin auxilio de
ningún Estado, exentos de toda codicia, como puros mi-
sioneros, recorriendo lo interior del África y explorando
las ignoradas fuentes del Nilo. Cuan reveladoras las no-
ciones de los tiempos prehistóricos y de las edades ^e
piedra y de hierro. Así desde el Trópico al Polo, nunca
fué como hoy escudriAado el planeta. Y lo mismo suce-
de con el hombre. Desde la fisiología hasta la psicología;
desde la relación que existe entre el arpa de nuestros
nervios y la electricidad difusa por la atmósfera; desde la
descomposición de la luz en sus colores fundamentales
hasta la descomposición del pensamiento en sensaciones,
nociones é ideas; desde la asimilación de las moléculas
por el cuerpo hasta la asimilación de las creencias por
el alma; desde el poder que tiene el medio ambiente en
nuestra complexión fisiológica hasta el poder que tiene
la raza y la patria en nuestra complexión moral; desde
la física hasta la metafísica; desde la estética hasta la
historia; desde la química orgánica hasta la geología;
desde la clasificación de los seres hasta la clasificación
de los sistemas; toda esta serie maravillosa de conoci-
mientos ha esclarecido los abismos encerrados en el al-
ma y en el universo, iluminando al hombre que ve la
idea de las cosas y que las eleva á lo infinito y las enla-
5ía
za con lo absoluto y con lo eterno. Jamás tuvieron, pues,
tantos materiales, ni la poesía lírica y dramática ni
las artes plásticas. La misma metafísica ¡qué crecimien-
to ha obtenido! Ni Aristóteles supo señalar las diferen-
cias que hay entre la sensibilidad y la inteligencia, en-
tre la inteligencia y la razón, entre la razón y el juicio,
como la escuela crítica; ni Platón alcanzó la virtud crea-
dora de las ideas y la realidad objetiva de la lógica, co-
mo la ha alcanzado la escuela hegeliana. Es verdad que
las ciencias experimentales han pretendido invadir los
dominios de las ciencias especulativas; pero también es
verdad que nunca adelantó de la suerte que hoy ha ade-
lantado el problema de los problemas, explicado antes por
sistemas tan fantásticos como la armonía preestablecida ó
el mediador práctico, el problema de las relaciones entre
el alma y el cuerpo, entre el agente que conoce y el ob-
jeto conocido. Nunca se vio tan clara la compenetración
estrecha entre la idea y el ser. Nunca se comprendió
tan verdaderamente que los hechos no caminan al acaso,
sino dirigidos por el pensamiento. La historia de la filo-
sofía ha resultado, como anunciaba el más grande pen-
sador moderno, la historia universal. La lógica creció
al par que la mecánica; la metafísica al par que la físi-
ca; el conocimiento de la naturaleza orgánica al par que
el conocimiento de las facultades del alma; la geología
al par que la historia; la fisiología de las plantas, de los
animales y de los hombres, al par de la fisiología de
las instituciones, de las leyes y de los códigos; la vida
entera, y bajo todos sus aspectos el inmenso y divino
universo. El árbol de la ciencia sube más allá de las
constelaciones del cielo, y ahonda en las profundidades
del espíritu: que si el universo material es como una
553
condensación *del éter, el universa científico es como
una condensación del pensamiento. Pero no olvidemos,
señores, no lo olvidemos, como suele suceder con fre-'
cuencia, que así como no hay combustión posible sin
oxígenb, tampoco hay ciencia posible sin libertad. Ó la
ciencia no es nada, ó la ciencia es la verdad alcanzada
por las fuerzas de la razón. Si blasfema quien arranca
del sentimiento la fe, blasfema quien arranca de la 6ien-
cia la soberanía de la razón. No hay acción moral sin
libre albedrío; no hay idea científica sin libre investiga-
ción. Ninguna autoridad coercitiva puede, aunque fun-
da el cetro de todos los reyes y la espada de todos los
conquistadores, cosa alguna, ni contra la razón ni so-
bre la razón. Nuestro siglo es el siglo de la difusión de
la ciencija, porque nuestro siglo es el siglo de la libertad
del pensamiento. Oigo murmurar en mi oído estas pa-
labras: por lo mismo que es el siglo de la ciencia, no
puede ser el siglo de la poesía. ¿Cómo? En todo tiem-
po han caminado juntas por la tierra estas dos hijas del
cielo. En el mismo siglo nacieron Sófocles y Sócrates,
Cicerón y Virgilio, Santo Tomás y el Dante, Garcilaso y
Arias Montano, Pereira y Cervantes, Pascal y Racine,
Shakespeare y Bacon, Kant y Goethe, Hegel y Víctor
Hugo. Por lo menos, dirán otros, la ciencia moderna
destruye la idea de Dios, y destruyendo la idea -de Dios
ciega la fuente de toda poesía. No lo creáis, señores, no
k) creáis. Cada grande sentimiento, que mueve el cora-
zón, lo impulsa al amor divino; cada idea que ilumina
la inteligencia, la acerca á lo absoluto; cada estrella que
columbramos en lo infinito, añade como una nueva le-
tra al nombre incomunicable del Creador. En la aurora
y en el ocaso, en el estruendo de las tempestades y en
554
la música de las brisas, en el mar surcá&o por estelas
fosforescentes y en el cielo lleno de astros, Dios mío, la
sensibilidad te adivina como creador; en el inmenso río
de los hechos, en la escena cambiante de la historia, en
esas tragedias que todos los siglos repiten y en ese com-
bate perdurable entre el bien y el mal, la intuición te
presiente como providencia; en la ley moral, en la vir-
tud, en la caridad, en el amor, en el misionero que de-
safía los elementos por llevar almas á la luz, en la her-
mana de la caridad que aparece sobre los campos de ba-
talla, el corazón te ama como bondad suprema; en el ar-
te, en los acordes de la lira, en^ las líneas de los monu-
mentos, en las reverberaciones de la inspiración, la fan-
tasía te contempla como la eterna belleza; en los alta-
res, bajo la bóveda de los templos, á través de las ple-
garias y las nubes de incienso, la fe te adora; y en la
ciencia la razón te conoce; y el alma entera desea vivir
y morir en tus inmensos senos.
Nuestro siglo tiene su ideal. Y como tiene su ideal,
tiene también su altísima poesía. Cada género poético
nace en la edad que verdaderamente le cuadra y con-
viene. La poesía épica es la poesía de la fe. Por tal ra-
zón, no reaparece en el mundo antiguo, después del si-
glo quinto anterior á Cristo; ni en el mundo moderno,
después del siglo decimotercio posterior á Cristo. La poe-
sía dramática es la poesía de la acción. Por tal motivo
florece en Grecia tras las primeras guerras módicas; en
España, tras las primeras conquistas americanas; en
Inglaterra, tras las primeras competencias religiosas; en
Francia, desde las revoluciones de la Fronda hasta los
últimos días del reinado de Luis XIV. Y la poesía lírica,
personalísima por excelencia, es la poesía de la libertad,
555
la poesía de nuestro siglo, el cual en este género puede
competir con todas las edades y aun superarlas y vencer-
las. ¡Poco poético el siglo decimonono! Sólo subiendo á
los tiempos medios, á las luchas que se empeñaban allá
en aquellas universidades llamadas por antonomasia es-
colásticas, entre nominalistas y realistas, halláranse sen-
timientos tan fervorosos como los que despertaban aquí
los combates entre clásicos y románticos. En Francia los
clásicos sustentaban las antiguas tradiciones y los ro-
mánticos la innovación revolucionaria; en Alemania, al
revés, los románticos pugnaban por la reacción y los
clásicos por la libertad; pero en uno y otro pueblo, el
empeño mutuo y el mutuo contraste crecían hasta tomar
las peripecias de una guerra épica, en que las ideas pug-
naban unas con otras, como las legiones invisibles de
genios y de ángeles en las antiguas teogonias. Nuestro
siglo ha merecido llamarse el siglo de oro en la poesía
germánica. Nuestro siglo ha visto nacer dos literaturas
hermosísimas: en el extremo Norte de Europa la mosco-
vita, que se envanece con los nombres de Pouckine, Go-
gol y Lermontoff; en el extremo Norte de América la
anglo-sajona, que se envanece con los nombres de Poe,
de Emerson y de Longfellov. Nosotros mismos, en aque-
llas apartadas tierras, eternamente españolas por su his-
toria, por su lengua, por su religión, hasta por su demo-
cracia, hemos oído á cantores como Bello que han au-
mentado, si cabe, la belleza de la lengua; como Caro,
que han enardecido el amor á la libertad; como Heredia
y como Plácido, que han derramado en nuestra fantasía
la vida exuberante de los Trópicos. En el Oriente euro-
peo, la resurrección de pueblos, antes dormidos y aca-
llados en su servidumbre, ha hecho surgir una poesía
536
popular, tdn tierna y tan bpUa, como esas ramas brota-
das en añosos y cuasi secos troncos. El Norte entero ha
brillado,, á la manera de una de esas noches del Polo. que
relumbran al reflejo de las rojas auroras boreales en el
cristalino Océano de apretado hielo. Una iglesia escan-
dinava, la catedral de Land, ha presenciado un espec-
táculo como aquéllos que nos ofreció el Renacimiento
italiano desde el Petrarca hasta el Tasso: la coronación
del gran poeta nacional de Dinamarca por las manos mis-
mas de sus vencidos y eclipsados rivales. Y al igual de
Dinamarca, su hermana de sangre y de raza, Suecia, ha
visto nacer su poeta popular en este siglo; poeta cuya
lira ha cantado desde la primera comunión de los niños
en las iglesias de la aldea, hasta los combates de los hé-
roes escandinavos en sus antiguas guerras. Y si nos acer-
camos al centro de Europa, veremos que la poesía na-
cional húngara ha tenido para engrandecer su historia
antigua el poeta épico Yorosmarty, como para alentar-
se en" los combates de la libertad su poeta lírico Poetefi,
muerto en las batallas por la patria, el año. cuarenta y
ocho, de tan misteriosa suerte, que no ha reaparecido su
cadáver, como si el genio de nuestro tiempo hubiera que-
rido llevárselo en alma y cuerpo á la inmortalidad y á
la gloria. Mas ¿á qué cansarnos? Pese á quien pese, no
puede llamarse decadente una literatura que cuenta en
Italia á Leopardi y á Manzoni, en Francia á Lamartine
y á Víctor Hugo, en Inglaterra á Dickens, en Portugal
á Herculano, en España nombres que no escribiré por
no herir la modestia de los que los llevan con tanta hon-
ra, y con tan perdurable renombre los legarán á lo por-
venir y á la historia. El siglo decimonono es un siglo
poético. Por nuestras ruinas se oyen himnos tan caden-
r
557
ciosos como si habitara eternamente en ellas el tierno
sentimiento de Garcilaso y la enérgica sublimidad de
Calderón; por esa Francia, de suyo recta y un tanto fría,
centellea sublime ingenio, que á las hipérboles de Gón-
gora junta la homérica sencillez del Romancero; celeste
legión de laureados vates se alza sobre los bajos relieves
de Italia; resuenan las orillas del Rhin con esas bala-
das, armoniosas como las ondas del río ó indecisas como
las gasas de sus nieblas; en las nieves de las regiones
polares gorjean nidos de ruiseñores que muestran la poe-
sía, como el Qppíritu humano, habitando en todos los
pueblos y extendiéndose por todas las latitudes. Las on-
das del Danubio cantan como las ondas del Rhin; las
crestas del Rhodope repiten los acentos dé la guerra y
los acentos de la epopeya; los soldados servios corren á
pelear contra los turcos, después de oir al rapsoda man-
tenido por la caridad pública, como en los tiempos an-
tiguos, el romance en que se cantan los sacrificios de sus
padres en Kossovo, el Guadalete ó el Alarcos de Orien-
te; las inmensas llanuras de Hungría y de Rumania se
pueblan á los conjuros del arte con las sombras de los
héroes históricos; y mientras las selvas vírgenes del
Nuevo Mundo, henchidas de aromas embriagadores, ele-
van la poesía de la esperanza, alimentada por la vida
exuberante y por los ardores del trabajo, en el vasto ce-
menterio donde nacieron los •poetas y los dioses, en
aquellas soledades de Grecia, exhaustas por el exceso
mismo de su gloria, en el Pindó, en el Hibla, en las Ter-
mopilas se canta el heroísmo, como en los tiempos de
Leónidas, y se combate y se muere por la libertad y por
la patria.
No acabara nunca si dijera cuáptas grandezas poéti-
558
cas, dignas de equipararse con sus grandezas industria-
les, encierra este siglo nuestro, rico y vasto como el
mar, que contiene algas y esponjas, corales y perlas, de-
tritus de organismos destruidos y gelatinas donde se en-
cierra el germen de nuevos organismos. Así el empeño
de cuantos amen á la patria con amor desinteresado y
puro, debe ser bañarla en las aguas fortificantes del es-
píritu moderno, que robustecen y purifican, dando li-
bertad al pensamiento, salud y energía al cuerpo. ¡Oh!
para crecer las naciones necesitan servir á las ideas. ¿Y
qué idea superior á las fundamentales y características
de éste nuestro tiempo? Acerquemos á ellas nuestra gran
nación. España no puede dolerse de la parte que, en la
distribución de sus dones, hanle de consuno reservado la
Providencia y la Naturaleza. La estrella de la tarde, la
esposa del sol, guarecida por sus cordilleras, besada de
dos mares que la ciñen á porfía con sus ondas y con sus
espumas, abierta por sus amigas playas y sus seguros
puertos á todas las naveá del mundo; tan verde, tan hú-
meda, tan blanda, como Escocia en sus provincias del
Norte, y tan ardiente, tan bella, tan luminosa, como Ita-
lia en sus provincias del Mediodía; idilio helvético su
Noroeste, donde las altas montañas compiten con las se-
renas rías, juntándose los picachos y los valles, los ni-
dos de los ruiseñores y los nidos de las águilas; epopeya
semítica el Sudeste, con sus arenales que el simoun abra-
sa y sus oasis que el azahar perfuma; paleta de mil co-
lores sus costas mediterráneas, de arenas rojas y auras
esmaltadas por aguas celestes, de llanuras ceñidas por
montañas que tiran á color de záfiro y por asiáticos pal-
merales bordadas y griegas adelfas; fecundo el suelo, co-
mo pocos, en toda especie de frutos, y rico el subsuelo,
359
como ninguno, en toda especie de minerales; cercana al
África, cuyos vieijtos^ si encienden sobremanera sus ve-
ranos, también dulcifican sus inviernos; unida á Améri-
ca por esa cadena de islas, que empieza en Gades y con-
cluye en Cuba, pasando por aquellas felices que debieron
guardar la Atlántida de Platón; nuestra tierra reúne en
Europa todos los productos y todos los climas europeos,
como en el cuerpo reúne el cerebro todas las raíces de la
vida^ y por tanto, eterna su grandeza, recobrará el an-
tiguo influjo, eclipsado, pero no anochecido, y vendrá á
traer en la futura historia la reconciliación á todas las
razas, y vendrá á ser en los futuros tiempos la mediado-
ra universal entre todos los continentes.
No conozco escuela de virtud como el hogar; ni co-
nozco hogar como el hogar español, que parezca al igual
nido y templo; ni familia como la familia española, que
acierte en tanto grado á unir el amor más efusivo con el
respeto más supersticioso. Bien es verdad que lo han for-
mado y lo han bendecido nuestras mujeres, no tan de ad-
mirar y de querer por su hermosura incomparable, como
por sus virtudes y calidades de aman tí simas esposas y
próvidas y santas madres. Así el ideal podrá desapare—
cer de todas las conciencias, pero siempre quedará en la
conciencia española; el arte podrá enmudecer en todos
los horizontes, pero siempre cantará en nuestros caldea-
dos horizontes; la vida dramática podrá destruirse bajólos
cilindros de la industria en toda Europa y no se destruí-
rá en la tienda nativa del drama; la fe dejará de latir en
todos los pechos, cuando todavía engendre aquí legio-
nes de héroes y de mártires poseídos de la sed del sacri-
ficio y enamorados rendidamente de la muerte. Así ha-
brá siempre un arte español de inextinguible gloria, en
560
armonía con nuestro íntimo natural y nuestro carácter
histórico. No me habléis de esas sabias combinaciones
músicas, con que el talento matemático de los artistas
del Norte concuerda tantos tonos discordes y combina
tan bien instrumentos diversos en sus maravillosas sin-
fonías; hijo de mi patria y de mi raza, con los oídos or-
ganizados como el heleno antiguo y el moderno semita,
solamente alcanzo á comprender la melodía, monótona
y uniforme si queréis, semejante al sonido del aire en
los desiertos, al eco de las ondas en las playas, á los tre-
nos del profeta en Jerusalén y á los acentos de la guzla
en la tienda; sí, la melodía llamada malagueña, polo,
playera, saeta, que canta las tristezas y los deliquios de
un amor inefable, el cual cree corta la vida para su du-
ración, estrecho el universo á su grandeza, y desea en
el dolor engendrado por el combate entre el sentimien-
to y su expresión, explayarse allá en los espacios nece-
sarios á su intensidad inmortal, allende la tumba, en lo
infinito y en lo eternol Y no me digáis que se sabe bai-
lar casta y noblemente allí donde no baila el pueblo al
son de esa jota, que enardece la sangre y da el vértigo
de los rápidos y contenidos movimientos; al son de esa
muñeira y de ese zortzico, que recoge los ecos de la zam-
pona en las majadas y en los oteros como ninguna otra
égloga; al son de esa guitarra, acompañada por las pal-
mas y las castañuelas, que despierta á la andaluza de su
natural soñarrera, y la lanza sobre la mesa, en que cam-
pean las cañas rebosantes de manzanilla y Jerez, á bai-
lar, echada hacia atrás la cabeza, alzados los brazos al
cielo, extáticos los negros ojos que abrasan, ligeros los
breves pies como el aire, á bailar uno de esos jaleos, á
cuyas cadencias y estremecimientos suspenden allá arri-
56i
ba, de celos y de envidia aquejadas, sus parabólicas y
eternas danzas las estrellas.
Y lo que digo del baile y dé la música, digo también
de nuestras artes plásticas. Enseñadme espacio del pla-
neta donde se combinen el bizantino con el sirio como
aquí en España; y entre las ruinas romanas se vean los
ajimeces asiáticos; y al través de la ojiva que recuerda
las cruzadas el arco de herradura que recuerda á los Ca-
lifas; y junto á las torres bermejas y sus estancias de es-
talactitas empapadas en mil colores se alcen las agujas
góticas exhalando religiosas plegarias; y el Oriente uni-
do con el Occidente produzca nada tan original como
los edificios mudejares; y la ornamentación sobrepuesta
á las líneas cuasi helénicas de aquél haya dado cosa que
se parezca ni de lejos á nuestro plateresco; y desde las
iglesias románicas de Asturias, donde los cinceles rudos
apenas debastan las piedras groseras á los patios árabes
de Sevilla, donde al través del alicatado y de la alhara-
ca se ve y se oye el surtidor cayendo en la alberca de
mármol, recorra la imaginación una arquitectura, más
varia y más hermosa en sus opuestas manifestaciones,
que esta arquitectura española, verdadero ornato de
nuestro territorio, esculpido y cincelado por todas las
artes á porfía como uno de aquellos áureos escudos,
obras predilectas del deslumbrador Renacimiento. Y he-
mos poblado la majestad de tales edificios con las esta-
tuas de Montañés, de Gano, de Zarcillo; y hemos cin-
celado sus paredes con las guirnaldas que tejían sobre
las piedras los buriles de Berruguete y de Borgoña.
Mas en el género en que ostentamos originalidad tal
que nadie puede disputárnosla con derecho, es en la pin-
tura. Nuestro natural independiente nos ha preservado
36
562
de las imitaciones artificiosas, j naestro sentido de la
realidad nos ha impedido caer en lo convencional y ama-
nerado. Nosotros competimos en belleza con Florencia y
Roma, en verdad con Holanda v Alemania, en color con
Venecia y Flandes, en idealismo con Asís y Pisa, aven-
tajando quizá á todos por la nativa y diversa genialidad
de nuestros pintores, tan rebeldes á las tiranías de la es-
cuela, como nuestros mismos inmortales dramáticos.
¿Sabéis de alguna decadencia duradera en ese divino arte
español? Guando el saco de Roma dispersó á los discí-
pulos de Rafael y la muerte de la república florentina
hirió en el corazón á Buonarrotí, en aquel comienzo de
la noche la hermosura perfecta renació, no por los pa-
lacios de Mantua, donde Julio Romano, desposeído do
su numen tutelar, tocaba en lo hiperbólico y en lo ex-
travagante, sino por las iglesias de Valencia, donde sur-
gían de la paleta de Juan de Juanes aquellos Salvadores
descendidos del Tabor á sus tablas, despidiendo luz es-
piritual como la que pudieran soñar los místicos en sus
deliquios, y encerrados en líneas como las que pudieran
trazar los escultores clásicos en los bajos relieves anti-
guos. Guando la imitación servil, los procedimientos ar-
bitrarios, la mezcla de escuelas opuestas, la falta de fe
en el helenismo y en el cristianismo, en la religión de
la hermosura y en la religión de la verdad, creó la sin-
crética escuela de Bolonia, herida por irremediable de-
cadencia, como todos los géneros híbridos, salieron de
nuestros talleres en tropel aquellos apuestos caballeros
y lujosas damas de Sánchez Goello, en cuyas frentes res-
plandecían las señales de la gloria nacional y en cuyos
labios sonaban los versos de Lope y de Herrera; aquellos
jinetes y sus caballos dando al vientecillo arrebolado
563
del Guadarrama crines, plumas y bandas con tal arte,
que las sentís crujir en vuestro oído; aquellos cíclopes
presos en sus cavernas, cuyos desnudos han robado á la
naturaleza los secretos de la encarnación y del organis-
mo; aquellos bufones, tan grotescos y ridículos, como
ca]>alleros y gentiles hombres los vencedores de Breda,
capaces de recoger los trofeos de la victoria sin humillar
la dignidad de los vencidos; todas aquellas figuras, re-
producciones milagrosas de la realidad misma sobrepu-
jada por el arte, respirando en atmósfera tan verdadera
y luminosa que os entraríais por los cuadros á recoger
en vuestra retina los cambiantes de la luz y en vuestros
pulmones los soplos del aire; y sobre este universo de
tantas formas y de tantos matices, como el cielo estre-
llado sobre la tierra vivida, en nubes enrojecidas por las
reverberaciones del sol sobre las aguas del Guadalqui-
vir, entre coros de arcángeles y serafines que llueven
rosas y agitan palmas, calzada por la luna, vestida del
inmaculado candor y envuelta en el cerúleo manto, á
los pies la culebra del mal herida y en las sienes los res-
plandores de la luz increada, extáticos los ojos como em-
bebidos en la gloria y alzado el pecho como para reco-
ger y respirar la palabra creadora, va la virgen de Mu-
rillo, como divino arquetipo, en cuyo casto seno renace
la hermosura sin sombras del paraíso y recobra la mí-
sera humanidad ya sin pecado su primitiva é inmacula-
da inocencia. La ecuación establecida en nuestra pin-
tura entre la naturalidad y la idealidad resulta de tal
suerte íntima, que parece toda una estética en acción,
superior, bajo mil aspectos, á un género especialísimo y
concreto del arte. Y á la superioridad de esa estética
atribuyo que ni la decadencia de la escuela bolonesa y
56i
napolitana imperantes en todo el siglo decimoséptimo,
ni la decadencia universal del siglo último, hayan po-
dido contagiar á la escuela española. Así, mientras los
pintores más eminentes, corrompidos y contagiados de
pésimo gusto, á una se malogran por su falso colorido y
su servidumbre convencional, aragonés egregio, dotado
de la gracia y de la naturalidad celtibéricas, al par que
de creadora fantasía, esboza en imperecederas aguas
fuertes las ideas de su tiempo, indecisas como las som-
bras de su lápiz, y traza las figuras que pasan por su
retina, abriendo á aquel pueblo, que á primera vista de-
caído emprendió la guerra de la independencia, los cie-
los del arte y los inflemos á la proterva corte que nos
manchó con sus liviandades y nos vendió como un hato
de ganado, por la codicia vil de un favorito, á la devas-
tadora ambición de un extranjero. No, no decae la pin-
tura española, como no decae el ingenio nacional, que
puede hincharse unas veces, perderse en retruécanos
otras, pero jamás extinguirse por completo.
Bien es verdad que nuestra poesía se parece á nuestra
pintura en su originalidad, en su independencia, en su
menosprecio de las reglas convencionales, en su carác-
ter romántico. Así tiene tres obras colosales: el Roman-
cero, el primer poema épico de los tiempos modernos;
el Oiüjote, la primer novela, y los dramas incompara-
bles, que constituyen el primero sin duda alguna entre
los teatros del mundo. Y no tenemos solamente aptitu-
des artísticas y poéticas: tenemos también, diga lo que
quiera una crítica superficial, grandes aptitudes cientí-
ficas, reveladas al mundo desde los comienzos mismos
de nuestra inmortal historia. Principiaba el imperio ro-
mano, y la ciencia española constituía la moral práctica,
565
cuyos preceptos se confunden casi con los preceptos
evangélicos, por ser los días del espíritu á semejanza de
esos días boreales, que ven los crepúsculos vespertinos
y matutinos mezclarse en los mismos resplandores. Su-
cumbía la civilización latina, y eníre las irrupciones al-
zábanse dos monumentos imperecederos, los dos nues-
tros, á saber: un código sintético, el Fuero Juzgo, y un
libro enciclopédico, las etimologías de San Isidoro; por
todo lo cual nos pertenece en dominio directo y absoluto
la ciencia entera de aquellos perturbados tiempos. Y más
tarde, entre las guerras del feudalismo, bajo los terrores
milenarios, cubierto el mar de piratas y de bandidos la
(ierra, apagadas las pavesas de las ideas por la pesadum-
bre de las ruinas, la ciencia anocheciera sin las ciudades
españolas, que levantaban sus academias entre las tinie-
blas y recogían la antorcha apagada en las manos de
Atenas, de Alejandría y de Roma. Nuestros andaluces
enseñaron á la entonces bárbai^a Europa la mecánica y
la hidráulica; dieron al cálculo así la adelantada nume-
ración índica, que sustituyó á la pobre numeración la-
tina, como el álgebra que amplió la matemática; troca-
ron el sayal de penitencia pegado á las maceradas car-
nes monásticas por el limpio y fresco algodón; extendie-
ron en el siglo noveno, en aquella obscuridad, la topo-
grafía y la estadística; conocieron en el cielo ya las
-manchas del sol, tan instructivas para los estudios as-
tronómicos, y en la tierra las clasificaciones mineraló-
gicas y zoológicas y botánicas, tan necesarias á los
progresos del saber; sacaron de las retortas, no la pie-
dra filosofal en vano buscada, algo más precioso, las
aplicaciones de la química á la medicina; manejaron el
bisturí con tal arte, que bien puede llamárseles sin exa-
566
geración los fundadores de la cirugía; pusieron los glo-
bos terrestres y las esferas armilares y los astrolabios y
las clepsidras en las escuelas, y completaron los relojes
añadiéndoles el péndulo, cujas oscilaciones habían de
notar más tarde las sinfonías ^e los mundos y las afini-
dades y los amores de la atracción; construyeron los pri-
meros observatorios astronómicos en torres tan gallar-
das como la Giralda bética, y revelaron la refracción de
la luz en nuestra atmósfera por medio de observaciones
profundísimas; trajeron las bases de la óptica moderna,
y siglos antes de las experiencias de Torricelli, adivioa-
ron la gravedad del aire y las diversas densidades de
sus alturas; impulsaron no solapiente la ciencia de las
estrellas, sino también la ciencia de las ideas, esparcien-
do en Pro venza, en Toscana, en Sicilia, en los templos
del pensamiento, aquella filosofía por cuyos cánones vi-
vió y se amaestró la Edad Media. Las gentes de los más
remotos climas vinieron á nuestras universidades; los
astrónomos de las más varias naciones calcularon por
las tablas alfonsinas y admitieron el meridiano de Tole-
do; una prosa sabia, en la cual se escribieron obras mag-
nas como las Partidas, fijóse antes que se fijaran la prosa
italiana, francesa y británica; las ideas todas del siglo
decimocuarto refluyeron á la mente de Lulio, cima á
la sazón del mundo intelectual, cima que da vértigos;
antes de Bacon llamaba Vives el entendimiento á la ex-
periencia contra las abstracciones y arbitrariedades es-
colásticas; al par de Descartes buscaba Pereira las bases
inconmovibles de la certidumbre psicológica; precediendo
á Harvey, descubría Servet la circulación de la sangre,
casi al mismo tiempo que nuestros navegantes comple-
taban la vida planetaria con sus invenciones de continen-
:>67
tes T archipiélagos, las cuales evocaban nuevos edenes,
nuevos hemisferios, nuevos astros, nuevas constelacio-
nes en los inmensos espacios del cielo y florescencia uni-
versal en los profundos senos de la tierra.
Á estos admirables timbres aún reuniremos otros ma-
yores el día que pongamos todas nuestras virtudes á ser-
vicio de lo único que puede avivar hoy el ánimo de las
naciones, á servicio del espíritu moderno. Gomo alternan
los vientos ardentísimos y fríos en nuestras estaciones;
como resaltan las sombras y la luz en nuestros horizon-
tes, de igual suerte suelen sucederse cambios en nues-
tros deslinos y tránsitos de edades procelosas y tri.stes ¿\
edades afortunadas y serenas. Más amigos del combate
que del trabajo; más confiados en los favores de la for-
tuna que en las acumulaciones del ahorro; difíciles á los
rigores de la disciplina social y fáciles á los llamamien-
tos de las aventuras fabulosas con tal que las cohonesto
y las justifique el valor; poco previsores en los negocios
públicos y en los particulares; apasionados y entusiastas
por extremo; creyentes, y como tales, si inaccesibles á
la duda, nada duchos en el examen prolijo de las ideas y
de las cosas; á cambio de esto, reunimos aptitudes cual
ningún otro pueblo: reunimos á la vehemencia la cons-
tancia; á la viveza del sentimiento la energía de la vo-
luntad; á las más profundas convicciones respecto de la
fundamental igualdad humana los puntos de honor con-
génitos con nuestra altivez y dignidad nativas; á los ins-
tintos democráticos los inslintos caballerescos; á la inde-
pendencia personal afecto devotísimo por la patria; á la
lucidez de la inteligencia, tan extensa como perspicua,
el brillo de la fant-asía, tan poderosa como fecunda; á la
intuición soberana el carácter reflexivo; á los arrebatos
568
y á los impulsos, la resistencia, el menosprecio por los
intereses de un día, la inclinación al sacrificio; al ardor
de la sangre meridional la frugalidad más austera; á
cierta complexión de penitentes y á un orgullo que no
mide los obstáculos, como en el esplendor de nuestra at-
mósfera luminosa apenas pueden medirse las distancias,
y á un idealismo tan etéreo que mantiene nuestra apti-
tud para todo hasta en medio de todas las decadencias,
incontrastables aspiraciones á lo extraordinario, aunque
raye en lo imposible, y necesidades continuas del drama
hasta en la vida vulgar, y del esfuerzo aunque sea en la
guerra; calidades las cuales, en medio de los adelantos
de su industria y de su política y de sus riquezas, exigi-
rá y necesitará Europa algún día para enardecer en el
sentimiento su corazón algo aterido y caldear su razón
sobrado positivista en las virtudes que suscita la fe y que
conservan el entusiasmo y el amor, esos generadores de
todas las sublimes y duraderas grandezas.
Así España ha cansado á la historia. Ni la captó el
cartaginés sino después de haber salvado su honor en
las llamas de Sagunto; ni la venció el romano sino des-
pués de un combate que durara centurias, cuando dos
batallas bastaban para descorazonar á los heroicos galos
que subieran al Capitolio y mesaran las barbas de los
senadores y un paseo para sojuzgar á los pictos y á los
britanos. Nuestros fuertes cántabros preferían el suicidio
en las amargas ondas, á testificar con su terrible presen-
cia, en la vía sacra, el cautiverio y la derrota; y nues-
tros cultos andaluces vencían á los vencedores del orbe,
dándoles sus primeros Césares, sus primeros filósofos,
sus primeros dramáticos y sus primeros épicos . Sintéti-
ca como nuestra tierra, nuestra raza unió antes que nin-
569
guna otra los residuos de la cultura latina con la sangre
de la gente goda, y la severa idealidad católica con los
sensuales estros del Oriente. Cada provincia escribió una
epopeya: si Cantabria detuvo á los romanos, Asturias á
los árabes, Galicia á los normandos, Navarra á los fran-
cos; y las gentes que bajaban del Pirineo calzadas con
toscas abarcas, y los mercaderes que anudaban el co-
mercio moderno en Barcelona, dilatáronse con el Ebro,
por cuyas frescas riberas combatían y trabajaban; di-
latáronse por el Mediterráneo y sometieron mil regio-
nes célebres por su vieja historia, mientras las gentes de
Andalucía y Extremadura se dilataron por el Océano
y dieron á la tierra nuevos mundos. El planeta entero
guarda por todas partes testimonios, como del fuego
creador, del genio español. Sin desconocer nuestras
deplorables empresas contra gran parte de los progre-
sos modernos; sin olvidar la guerra insensata declarada
por nosotros á la más necesaria de todas las libertades,
á la libertad de conciencia; maldiciendo y abominando,
con toda nuestra alma, de la inquisición y del absolutis-
mo, capaces de agotar fuerzas tan gigantes como las
fuerzas de nuestra raza, debemos decir que, á pesar de
tales errores, dejamos en todas partes testimonio de
nuestra nativa grandeza. No podéis ir á la cuna del sol
sin hallar la estela de las naves lusitanas, ni al ocaso
del sol sin encontrar la estela de las naves españolas;
pues sin exageración puede decirse que la Península
ibérica ha redondeado el planeta y ceñídolo, como de
un zodiaco indeleble, con la guirnalda de sus hazañas y
de sus glorias. Los árboles de la India asiática murmu-
ran las estancias de Gamoens, y las ondas del cabo de las
Tormentas el nombre de Gama; los fuertes legionarios
570
que acampan á las orillas del DaDobio por las llanaras
de Romanía, aquellos legionarios de Trajano, cuyos fó-
rreos pechos opusieron como vivas murallas tanta resis-
íencia á las irrupciones bárbaras, consagran religioso
culto á su patria, Sevilla, y suspiran por el Guadalqui-
vir, el río de sus padres; la hermosa Grecia no puede
olvidar que, en la Edad Media, supimos defenderla con-
tra sus enemigos con las huestes catalanas y aragone-
sas, mientras en la Edad Moderna despertarla al comba-
te por su independencia con la voz tonante de nuestras
revoluciones; la prestigiosa Constan íinopla sabe que la
espada de los guerreros españoles flameó sobre sus cú-
pulas y detuvo por un siglo la media luna ante la cruz
de Constantino, v las misteriosas Anatolia v Armenia
v>stentan las barras grabadas en sus riscos por el buril
inmortal de la victoria; dice la isla que oyó el pensa-
miento de Piíágoras y el cántico de Teócriío, cómo \i-
vió feliz y libre bajo nuestro techo cinco siglos, y cuen-
ta la sirena del Tirreno, la helénica Parthenope, en sus
playas resonantes, cómo le dimos la salud con los tra-
bajos hercúleos que desecaron sus pes'ileníes lagunas, y
la libertad con las batallas sangrientas que destruyeron
á los tiranos ange vinos; por los muelles de Venecia se
ven á la luz del cielo, reverberado por las aguas del
Adriático, en los brillantísimos cuadros donde cruje la
seda y brilla el tisú, entre los patricios republicanos, á
los héroes de Lepanto, y por las anchas y marmóreas es-
caleras del palacio de Andrea Doria, en Genova, tan es-
pañola por su carácter como por sus recuerdos, al tra-
vés de las florestas, las velas y los gallardetes de nues-
tras escuadras; Túnez, Tripoli, Oran, Ai^l, guardan
memoria de nuestro esfuerzo, como Tánger, Ceuta, Te-
571
tuán, blasones de nuestras coronas; el mundo america-
no murmura que los españoles tuvieron la revelación de
su ignorada existencia y exploraron ríos como el Ama-
zonas y el Missisipí, y subieron á cordilleras como los
Andes, y confiaron por vez primera el nombre de su
Criador á las selvas, cuyos árboles parecían pertenecer
á los primeros días de la creación, y fundaron esos co-
ros de ciudades extendidos desde la Carolina y la Virgi-
nia hasta Chile y el Perú; las aguas del Pacífico publi-
can que la nave Victoria surcó por vez primera sus se-
nos; que el estrecho de Magallanes en la tierra y la cruz
de Magallanes en el cielo, designan y califican eterna-
mente el hemisferio austral; que nuestras manos, las
manos de los portugueses y los españoles unidas de India
á India, redondearon el planeta, y que nuestros pilotos
dieron por vez primera la vuelta al mundo y circunna-
vegaron los mares; hazañas las cuales despiertan este
amor exaltado á la patria^ esta furia en defenderla contra
toda agresión, de tal suerte sublime y heroica, que do
quier se combate por el hogar y la familia, por los dioses
lares y la independencia nacional, los griegos en Misol-
hongui, los rusos en Moscou, los polacos en Varsovia,
los franceses en París, los venecianos entre las bombas
austríacas, los búlgaros bajo el turco alfanje pronuncian
como un numen el nombre de España, y se evoca como
un talismán la sombra de Zaragoza y de Gerona, para
alentar á los héroes en sus terribles combates y consolar
á los mártires en sus cruentos sacrificios.
Pero sobre todas nuestras creaciones se levanta la
creación por excelencia del ingenio español, se levanta
nuestra lengua. De varias y entrelazadas raíces; de múl-
tiples y acordes sonidos; de onomatopeyas tan músicas
572
que abren el senfir á la adivinación de las palabras an-
tes de saberlas; dulce como la melodía más suave y re-
tumbante como el trueno más atronador; enfática hasta
el punto de que sólo en ella puede hablarse dignamente
de las cosas sobrenaturales, y familiar hasta el punto de
que ninguna otra le ha sacado ventaja en lo gracioso y
en lo picaresco; tan proporcionada en la distribución de
las vocales y de las consonantes, que no há menester ni
los ahuecamientos de voz exigidos por ciertos pueblos
del Mediodía, ni los redobles de pronunciación exigidos
á los labios y á los dientes del Norte; libre en su sinta-
xis, de tantas combinaciones, que cada autor puede pro-
curarse un estilo propio y original sin daño del conjun-
to; única en su formación, pues sobre el fondo latino y
las ramificaciones celtas ó iberas ha puesto el germano
alguna de sus voces, el griego alguno de sus esmaltes y
el hebreo y el árabe tales alicatados y guirnaldas que la
hacen, sin duda alguna, la lengua más propia tanto para
lo natural como para lo religioso, la' lengua que más se
presta á los varios tonos y matices de la elocuencia mo-
derna, la lengua que posee mayor copia de palabras con
que responder á la copia de las ideas; verbo de un espí-
ritu que, si ha resplandecido en lo pasado, resplandece-
rá con luz más clara en lo porvenir, puesto que no sólo
tendrá este territorio y éstas nuestras gentes, sino allen-
de los mares territorios vastísimos y pueblos libres é
independientes, unidos con nosotros así por las afini-
dades de la sangre y de la raza, como por las más ínti-
mas y más espirituales del habla y del pensamiento,
cuya virtud nos obligaría ciertamente á continuar en el
Viejo y en el Nuevo Mundo una historia nueva, digna
de la antigua y gloriosísima historia. Señores académi-
573
eos, creedlo: no puede ejercerse ministerio más patrió-
tico que el ministerio de velar por la pureza de nuestra
lengua. Cuanto más vivimos, señores, más nos penetra-
mos de que la sociedad y la naturaleza componen sus
armonías de sus contradicciones. Como se necesitan la
atracción y la repulsión en los mundos, el flujo y el re-
flujo en los mares; como se necesitan fuerzas que produz-
can lo general, las especies, y fuerzas que produzcan lo
particular, los individuos; como se necesitan y se com-
pletan la unidad y la variedad en el arte, necesítanse y
complótanse las instituciones indispensables á la conser-
vación y las instituciones indispensables al adelanto do
las sociedades humanas. Nosotros, como academia, so-
mos instituto de conservación y de estabilidad. Dejemos
á la espontaneidad de los individuos y á las genialidades
de la inspiración personal todas las innovaciones, y re-
duzcámonos en cuerpo á conservar incólume un habla
que puede admitir el progreso moderno sin perder su
natural antiguo. Hubo un tiempo en que estragada por
la servil imitación francesa, parecía condenada nuestra
lengua á perder la libertad de su sintaxis y la propiedad
de su analogía, trocándose de rica y majestuosa, por
olvido y desuso de sus mejores voces y giros, en tosca y
pobre. Mas nuestros días blasonan con justicia de un re-
nacimiento en el culto á la lengua nacional y de una su-
jeción voluntaria al estudio de sus eternos modelos. De-
mos, pues, nosotros todas nuestras fuerzas al propósito
de despertar y mantener estas buenas inclinaciones que,
sacando al habla de los altos y bajos porque acaba de pa-
sar, la pongan allá en las cumbres de la buena andanza.
Divididos por nuestras creencias políticas y nuestras
creencias científicas; afiliados bien ó mal de nuestro gra-
574
do en bandos irreconciliables la mayor parte de nosotros; .
con naestros agravios y nuestras heridas, cosecha natu-
ral de revoluciones y guerras civiles sin cuento, aún
abrigamos afectos, en los cuales pueden confluir todas
las vidas, entenderse todas las inteligencias, juntarse to-
dos los corazones; aún conservamos algo que nos acerca
y nos identifica, como si tuviéramos una sola alma. Todo
cuanto hemos querido y todo cuanto hemos respetado en
el mundo, pertenece á ésta nuestra tierra. De su jugo es
la sangre que corre por las venas, de su polvo la cal que
compone los huesos, de su luz el celeste resplandor que
llevamos en la frente; no podríamos vivir nuestra vida
lejos de sus hogares, que han recogido las lágrimas de
nuestras santas madres y el suspiro de nuestros primeros
amores, y no podríamos dormir el sueño de la muerte
fuera de sus sepulturas, que guardando los huesos de
nuestros progenitores, guardan las raíces del propio or-
ganismo; para pensar necesitamos de su lengua, y para
cantar y para rezar, para explayarnos en lo infinito, hu-
yendo de las limitaciones de esta vida contingente, sus
poesías y sus plegarias; alimentamos nuestros cuerpos
con los frutos de sus campos y nuestras almas con las
tradiciones de su historia; por consiguiente, prometamos
y juremos que nunca nos parecerá costoso ningún sacri-
ficio hecho en aras de su grandeza, y que nunca podrá
separarnos ningún suceso del común sentimiento que á
todos nos confunde en uno solo sobre este suelo sagrado:
del eterno amor á nuestra patria.
He dicho.
CONTESTACIÓN
DEL
Sr. d. francisco de paula canalejas
AL PRECEDENTE DISCURSO DEL Sr. CASTELAR.
Señores Académicos:
El orador sin igual en el siglo de los grandes orado-
res, trae hoy á la Academia Española un precioso fruto
de su privilegiado ingenio, para representar las excelen-
cias del siglo diez y nueve, el más rico y glorioso de la
historia moderna.
Campean en las narraciones y descripciones tan altas
prendas, que no es de extrañar el vivísimo contento
que ha causado su lectura en el ilustrado auditorio. No
podía tampoco esperarse otra cualidad más alta en el se-
ñor Gastelar, que esta originalidad de sus conceptos, esta
majestad y abundancia de su frase y de su estilo, que des-
cubren los más peregrinos secretos del habla castellana
en el vasto campo de sus excelencias gramaticales y lé-
xicas, en la eufonía y el ritmo prosódico, que enaltecen
en la historia las hermosuras de la lengua española.
Maestro en el decir es el nuevo Académico, y al con-
testarle comparto el goce general, porque me viene á la
memoria el dulce recuerdo de una vida de hermanos, que
ya desde la adolescencia me. permitió adivinar sería glo-
67fl
ria de la patria, pur su elocuencia y grandiosa iaoíasia,
el que corona boy sus merecimienlas lileraríos con este
discurso.
Pero deseoso de ara pilarle con heelios varios da inte-
rés lostórico y eslélieOj me permito recordar las agita-
ciones y dolores de las generaciones que llenan la hU-
loria del siglo, y advertir que estas zo;íobras é inquietu-
des de la vida moderna lian sido canladás por el arte eu
toda la variedad de la poesía, nacida en ol seno de Ins
generaciones adormentadas en su vida azarosa por gue-
rras inacabables y por torturas revolucionarias. ¿Cómo
olvidar en este siglo que la belleza, la poesía j el arte, en
una palabra í han sido fuerzas divinas, que una ley pro-
videncial derramaba á manos llenas en el alma de las
edades contemporáneas? El cielo de la belleza, el res-
plandor de la poesía^ las creaciones de la fantasía estó-
(ica, lian sido, á manera de consuelos, esperanzas, ins-
piraciones y enlernecimicntos de una existencia, yo
próspera, ya adversa, que se extiende en los campos de
la lüstoria iiasta muy pasada la primera niitad del siglo
diez y nueve. ¿Qué período existe más atormentado por
guerras crudísimas que éste que va desde 1703 hasta las
revoluciones de 1830, que mudaron una y otra vez las
condiciones de la existencia en Europa? ¿Qué mundos do
ilusiones y quimeras sociales han exaltado tcmtü los en-
tusiasmos, como el período revolucionario de 1830 á
1848? Desde las epopeyas napoleónicas, con que se al»re
el siglo, hasta la caída del gigante, no hubo en Europa
ni as que guerras, que pasaron como mangas de fuego y
de huracanes; guerras desde París á Rusia, desde Italia
á las regiones del Norte, desde España á Suecia y Díníi-
marca.
Por ley suprema y divina, la poesía y el arte crecían
en influencia en cada día revolucionario. Las razas y los
pueblos de la Europa central pedían á la oda, al himno
y á la leyenda alusiones y fuerzas para luchar en vida
tan agitada. Nunca cesó esta benéfica influencia del arte
en la primera mitad del siglo, y aun se perpetuó en las
conspiraciones y rebeliones de los pueblos germánicos y
eslavos en años posteriores. No hay lenguas ni razas que
originen diferencias en esta devoción de lo bello. Se acu-
de por los ingenios á las inspiraciones del arte griego y
del arte romano; se traen las tradiciones indias que la
erudición moderna había difundido por Europa y sus es-
cuelas; vuelven las leyendas del Norte á enardecer las
fantasías germánicas, y bien pronto los dictados de clási-
cos y románticos pasan como nube de verano, y son des-
deñadas todas las reglas de los retóricos, dándose majes-
tad y libertad, también revolucionarias, á las altas inspi-
raciones del genio europeo.
No hay oposición por parte de los vates privilegiados
á esta universalidad del arte y de la poesía. Ni Schelley,
el gran poeta, que escribió lúgubremente bajo el peso de
la revolución francesa de 1793, dejó en días más tran-
quilos de embelesar con seductoras muestras de su inge-
nio, con imitaciones felicísimas de lo antiguo y con la
gracia y donoso estilo de sus endechas; ni el gran Byron
encanta menos con sus sonetos que con sus imitaciones
de la poesía popular italiana ó sus atrevimientos y su
desenvoltura; ni Heine, al través de su ingenio galo-ger-
mánico, niega las excelencias del arte como inspirador
universal de la conciencia humana.
En otra esfera, Schiller, poeta de prudente fantasía y
de grave estudio en sus argumentos, ó Goethe, que acó-
37
578
gíñ las representaciones de Mefistófeles, y en los tiUímos
momentos del Fausto llegaba á la iniciación celeste lle-
vado por la Yirtud de Margarita, tampoco podían susci-
tar negaciones á la inspiración de su tiempo, libre, uni*
versal y rica en memorias de todas las edades, por laxoí^
cariñosos debidos al genio de todas las razas y de todas
las creencias.
Ningún artista verdadero desconoce desde entonces la
universalidad del aiie: todos pagan tributo al gusto de
las edades estéticas del mundo pasado. Nadie acongoja
serviles imitaciones de la belleza natural, sino que siei^
te la necesidad de la libre reproducción de la hermosu-
ra^ y el campo, el horizonte del arte son infinitos en ^íe
siglo, inspirando siempre luz y vigor á las nacionalid:i-
des asediadas por la guerra, sin separarse de las glorio-
sas tradiciones, rasgos y altezas de las etlades pasadas,
en la India, Grecia, Roma y las tumultuosas horas de h\
Edad Media. Todo ello en su natural creación poética se
ha reproducido en el siglo de que somos liijos.
Es muy cierto que la actividad artística libre ^ que he
recordado, toca en la vida toda, y agita los períodos di-
versos de la historia del siglo, en su modo de ser poIÍU*
00 y social, para mantener las condiciones del genio,
que es órgano de esta misma libertad de la belleza y dol
arte; pero no lo es menos que estas cualidades de la
vida histórica amplían sin medida la actividad y la in—
fluencia del arte moderno con libertad absoluta, y que
éste^ desde la tradición primera de los pueblos arios, \\n
reverenciado lo antiguo, uniéndolo con vínculo estreclio
á lo futuro, como si antigi\os y modernos se dieran ki
mano en una mística adoración del puro sentir de estos
últimos tiempos, cuya filiación está en la reverencia ú
379
las inspiraciones pasadas y á la espontaneidad que brota
de la vida real; múltiples fuentes, de que se desatan rau-
dales de veneración y de entusiasmo por el ideal de la be-
lleza. Por eso todo rena^cimiento no expresa en el común
sentir sino una pura remembranza de la poesía muerta;
pero al mismo tiempo difunde concepciones originales,
dotando de desconocidas hermosuras la vida moderna.
Todas estas fuentes son fuentes y fuerzas para el arte
moderno* Nunca falta templo, nunca falta sacerdote
para esta maravillosa transformación estética de Euro-
pa, y el arte, creciendo siempre, endulza las costumbres,
dando divino vínculo á las múltiples escuelas, géneros
poéticos y contradictorios entusiasmos que llenan la his-
toria del siglo.
Es el arte en los días que corren una evocación con-
tinua y permanente de la poesía profética y de los psal-
mos, de los himnos homéricos y de la Iliada, de la Odi-
sea y de Sóphocles, de Píndaro y de las leyendas célti-
cas de Islandia y de la Gambria, de todo lo cantado y lo
sentido, en una palabra, mediante cuya evocación la
idea realizada en forma sensible por el arte abre sus
puertas á la intimidad, que engendra el ideal en el fon-
do purísimo de la contemplación de todos los pueblos y
de todas las edades. Crece sin medida este ideal durante
el siglo, que le señala una órbita de emociones que com-
binan su modo de ser y le dan fuerzas para nuevas em-
presas literarias y poéticas, y sirven á lo que podríamos
llamar religión de la belleza, desde el himno celta, re-
sucitado por M. de Villemarqué, hasta las últimas estro-
fas de Víctor Hugo.
Decía bien el ilustre orador. El arte del siglo no se
agota, no se agotará en las ideas del siglo.
Hay abiertos manantiales de perenno belleza^ goa
abrazan los impulsos de todas las fantasías^ que bascan
con brío la forma esplendente del genio; y cuando te
alcauTían en intuición sublime, la irradian con la faerra
del sol en la educación humana, y la enlajan con estre-
cho vínculo á las libertades de la educación r.rfr^*i.>ü.
Vivos están los ideales desde la epopeya na] t;
con fervor palpita el espíritu de Europa, y las razas es--
lavasi croatas, búlgaras y servias, y aun las lejanas de
las estepas rusas, se conmueven, según nos refiere Scevi-
relY íO, al juzgar los ciclos de la poesía épica y de k poo-
sía popular, desde los días de Pedro el Grande ha?^*^ 1'^^
reinados ídlimos, cada vez más dados á las letras.
El arte del siglo encuentra siempre inspiraciones don-
de quiera que fija la mirada; y donde quiera qui? hay en-
tusiasmos y bellezasj campea como una luz divina da
inextinguible blancura -
No hay que dudarlo* El arte vivifica la fantasía de laii
razas y de los pueblos; resuella las leyendas y memoria»
de todas las edades; viste con galas los recuerdos de la
poesía popular; entona bélicos cantares cuando la patria
peligi'a, y siempre se agita y da nueva vida á la fatigada
conciencia de Europa, Todo, todo lo enlaza el arte, que
es universal \' recoge la representación sensible del ideal
absoluto, que, unido á las ambiciones del siglo, mrvo
para vestir con sus espléndidos adornos la leyenda na-
cional.
La belleza ensancha hoy sus apariciones; palpitan lai^
musas de todas las edades, formando anienisimo coro, >
encantan las últimas idealidades de la conciencia arlis-
üca y las más escondidas esencias de la fantasía estética .
584
El arte no falta en estas evoluciones de la idea desde los
primeros tiempos de la literatura moderna, ¿Por qué es
universal también esta inspiración del arte moderno?
¿Por qué se confunden los himnos homéricos y las pro-
fecías semíticas, reproduciendo la hermosura grandiosa
de las artes orientales? ¿Por qué el arte en mil sectas de
gnósticos y neo-platónicos, en los grandes doctores del
platonismo, encuentra incesantes llamamientos al ideal
por la intervención de una inspiración religiosa? Porque
el arte ha vestido en el siglo moderno todas las bellezas
de los siglos pasados, y las ha cantado gracias al enar-
decimiento que produce la consideración de las ideas ce-
lestes y eternas. ¿No es el arte, en su esencia, resplan-
dor divino, que mueve y dirige el arrobamiento de San-
ta Teresa y de San Juan de la Gruz, en los momentos
supremos de la inspiración cristiana de nuestra historia
española? ¿Cómo imaginar sin estos ideales La vida es
síceñOy El condeiíado por desconfiado^ Los nombres de
Cristo ó Las Moradas de la mística doctora?
Buen ejemplo fué en otros tiempos el romancero cas-
tellano de esta hermandad del ideal y de la leyenda para
advertir la vitalidad del arte popular, que después sirve
á los entretenimientos de los poetas ó engalana las civi-
lizaciones posteriores, demostrando el acierto de Tom-
maseo cuando decía: «Nazione che non há poesía stori-
ca, ne poetiche tradicioni viventi, nella moltitudine ó
nazione morta,> cuya frase nunca podrá aplicarse á Es-
paña.
Y si de estas esferas de la poesía popular antigua pa-
samos á más altas esferas contemporáneas, veremos al
arte, más ó menos espontáneo, con una primorosa con-
fusión de todos los géneros antiguos y modernos, erudi-
los y populares, mantener tívo el ardor en la ía afasia
colectiva de las muchedumbres, y desde la trivial ^ pero
graciosa canción j hasta el cuento candoroso ó enamora-
do, desde el dicterio político hasta el epigrama, recoger
siempre las impresiones de la musa popular, con igual
cariño que la altísima inspiración del cantor del poema ó
do la elegía, del himno 6 de la oda. Sin estos oficios del
arte, que expresan las múltiples formas del ideal sensible
en la vida feliz 6 desdichada, callarían las voces y se per-
derían los ingenios en una apalía y oliscuridad tristísimas,
mientras que basta en cambio una sensible aparicíóü del
arte en la fantasía ó en el sentimiento de las naciones^
para que se avive el fondo último del espíritu y empren-
da éste el vuelo en busca del ideal que ha resplandecido.
Nada mueve de manera más humana y ardiente las esen-
cias del alma, como la aparieióu del ideal realizado, del
arte que transparenta lo divino.
El arte vive en todas las esteras del espírilu del hom-
bre; el arte agita el espíritu liumano, porque excitada
la mente del poeta, no sigue ya otro vuelo que el rauíio
de las apariciones del ideal ^ que ostenta en formas sen-
sibles la belleza. El arto penetra lo croado cou ima pal-
pitación misteriosa, que tiende y atrae el ideal perfecta
de esa misma belleza; porque la contemplación de ella es
un altísimo perfeccionamiento para el espíritu humano,
y un perfeccionamiento del alma es siempre una adqui-
sición gloriosa^ porque levanta la inspiración, aviva la
energía y mueve al ánimo á empresas más altas y des-
conocidas.
_ El arle es el heraldo del ideal» y en alas del genio vueia
y busca y se afana en pos de lo eterno, quo es su pre-
mio. Los bardos, los profetas y los juglares de épCK'.as
583
vivas ó muertas, sienten enamoramientos prodigiosos,
que hermosean la existencia y la exaltan en múltiples
relaciones de géneros y de formas.
Decía bien el nuevo Académico: «El arte no se agota
ni se agotará en el mundo. > Es puro hijo del espíritu y
mueve las adormecidas esencias del alma, porque en
cada una de esas esencias hay raudales de hermosuras
que en todas las esferas de la actividad estética en-
cuentran su forma y después santifican la existencia con
la poesía y sirven de eco á la vida presente con el arte.
Es éste prodigio que no conocieron las edades pasa-
das, como no conocieron la confusión de los géneros poé-
ticos y la composición libérrima para dar con el secreto
de que el poeta abraza todo lo real, servido por la epo-
peya y por la belleza cómica, ó por la mezcla de la iro-
nía con el aplauso.
En vano la retórica y la enseñanza de modelos dignos
de ser examinados con detenimiento condenaron las
exigencias del arte; en vano señaló la crítica los tipos y
los modelos á que debían ajustarse los poetas; en vano
los maestros Batteux, La Harpe y Boileau encarecieron
la imitación de lo clásico: la vida del siglo, tocada por
el arte, desatendió todas aquellas enseñanzas, como rom-
pió la división de clásicos y románticos, que entretuvo
á la crítica desde 1820 á 1848, sin dejar más que el fa-
moso prólogo de Víctor Hugo como recuerdo de la em-
presa. La libertad del arte triunfó; su universalidad ex-
tinguió aquella servil imitación del arte griego y roma-
no; aparecieron las mil formas de la Edad Media en
Italia y en Alemania; se amalgamaron en admirable
confusión los géneros poéticos, y los vientos de la tem-
pestad propia del siglo fundieron ó rechazaron todas las
581
cseoelas t todos los preceptos de loi üíaiíi^ &¿éiar«4^ ij'
. . . : soto en las razas latinas r ^esmámcm da que
Ikab^ d $r, CaMaíar dcmde se agnifiea la nivfnaikiad
del arte en la literalura modenia. JÜlá em la Eioiidina-
Tia^ Isaías Tegner, nacido en los práaeiw aft» del si-
glo y que se educó entre el griego t el M:Ua, señalaba
áDíos, á la natnralexa jal hombre CGB>o|Cf«diesf^''
tes de belleza, ep-^^*- '-'^^'o la epopeym sapofebAiea.
fare todo en la i héroe ád ^glo, ecG ae^:
dignos de Shakeqteare^ á la va qi^ pasaba isí&^dnta-
mente á las mitologías griegas j latinass^y ^^^ la tí
del amoTp iba por los campos de l^UaOa psn goardar
almas de los gaerreros qjae morían oon giocia^ acc
dando así á Ic^ tianpos que corrían las trarfiewiy?^ d. ^ .
dicas^ £1 renacimiento griego de la nritokigia gne^ se
unía ¿ la pintnra agreEto de aqo^biieosíai» «mía
por las tempestades r tos volcanes, t rerestia sss c:
de nn aspecto tan original^ qoe en ellas ^ dibajan cuo
portentosa Taríedad^ lo snblime t to semüüa, lo delica-
do^ lo espléndido r to misterioio.
Jamás hubo pupolarídad como la de Tcgiier. BÉCorreii
la Soecia^ entrad en los cirenlos aristocrafiaos r en las
homildes aldeas, y memore encontran¿is nn : ;>'
Tegnen im canto de Teginer, nna estampa dd vie/j can-
tor. E? el jJóeta de la javentud r de la eíM madors: -
taniL^n el poeta de la vejez. Nadie lo toe que no qu ^^
pasBiado. Fué profesor de estética t fiíé adorado por : ^
oventes. Acepto las ordena religiosas t gxStú en la íl; ^-
ma de Saecia. £1 dia de la consagración fiíá para él un
santo delirio. «Las manos del que me consagra^ en un
delirio extremo^ bace que descienda el empinen de Dios.
58o
¡Adiós, vanidad del siglo! ¡Adiós, lazos de la tierra!
¡Tengo ya en mis manos las llaves del reino celeste!
¡Qué fresco es el viento del cielo! Escuchad: las palme-
ras del edén murmuran los dulces preceptos del Salva-
dor, > exclamaba el ilustre vate conmoviendo al públi-
co entero de la nación que le aplaudía.
No merece tampoco olvido otro portento literario, fe-
cundísimo poeta que cultivó todos los géneros, viajando
de continuo por Italia, Alemania y Francia, y fué gloria
nacional de Dinamarca: Oehlenschlager. Nació en 1778,
y estudió desde sus primeros años á Shakespeare y á Mo-
liere, En sus correrías trató á los más ilustres literatos.
Como buen patriota volvió los ojos á los misterios del
Edda, aglomerando en sus versos todas las hermosuras
de las sagas dinamarquesas. Joven aún escribió el poe-
ma Aladdin^ que popularizó su nombre en Alemania, y
conoció á Madamé Stáel y á Chateaubriand, en tanto que
con aplauso se representaban sus once tragedias en Co-
penhague. Era artista universal por la variedad de los
asuntos, y recogió en sus cantos las tradiciones no-
ruegas.
En Parma escribió la tragedia de Hagbart y Signa.
V'isitó después los Alpes y Suiza, y no hubo género de poe-
sía en que no obtuviera gran aplauso. Su fecundidad
honraría á la fecundidad castellana. Imitó á Shakespeare
en Julieta y Romeo; luchó con Goethe en la tragedia de
Corregió; imitó á Esquilo en el Prometeo desencadenado;
escribió la Reina Margarita^ y muy entrado en años, el
Ilamlety y después el poema los Dioses del Norte^ en que
campean, desplegando sus gigantes alas, lo fantástico y
lo maravilloso. Sus odas Al nacimiento de Cristo, Á la
muerte de Cristo^ Al nacimiento de María y el Evange-
lio del anOf dan cumplida expresión de sus talentos poé-
ticos. Eü las composiciones místicas de sus ülLimos tiem-
pos daba gracias á Dios por haber creado su espíritu
para el arte. Sus producciones confirman que, en efecto,
Dios lo había creado para amar lo hermoso. La univer-
salidad de inspiración del gran poeta nacional de Dina-
marca, presenta un vivo dechado de esta alianza y con-
fusión de los géneros del arte moderno.
Y no es sólo en Dinamarca v en Suecia donde luce la
poesía moderna con sus libertades en el campo de la ins-
piración • Eu 1822 dio á la estampa Michiewicz Grajiím
y Los Dziadí (ó sea los Abuelos). La influencia alemana
se hizo notar^ y Michiewicz poco después expiaba en la
cárcel su amor patrio. Así se llega á 1830 y á la lamosa
insurrección de Polonia, La poesía polaca se inspira en
Byron, é invocando la resignación y el misticismo ye
eu lontananza el grandioso porvenir de la nacionalidad
polaca. Los numerosos poetas polacos están unidos cuan-
do se habla de la patria esclava; pero cuando se trata del
porvenir, la unidad cesa. Los unos van al ultramonta-
nismo; los otros, como Slmüacki^ preparan con sus cán-
ticos la revolución democrática de 1848; Shkrosintki
duda de lo presente^ y se contenta con cantar lo pasado;
pero confía en los dcsünos providenciales de su patria
querida- Esla su patria es el Hombre-nación ^ reservado
por Dios á designios misteriosos* Sólo hubo en el mundo
dos pueblos predestinados, los hebreos y los polacos; Po*
lonia es un Crislo^ y hay un Mesías que ha sido precur-
sor ^ Napoleón. Esta poesía místico -patriótica ejerció una
gran inlluencia por su fecundidad, y por la originalidad
de su inspiración j y por lo hermoso de su forma. Era tal
el entusiasmo por la oda griega y latina, que dentro de
587
aquellos moldes llevan á cabo la pintura de sus pasiones
con mayor viveza y con fantasía más apasionada los es-
critores revolucionarios.
La belleza se amplía en esta perpetua palpitación de
Polonia y realiza el genio artístico nuevos ideales. ¿Por
qué estas exaltaciones pasada la primera mitad del siglo?
¿Por qué tantos dolores como agravian á esas razas, y
por qué van los cantos de las mismas razas unidos á la
antigua mitología, á los cantos de los bardos escandina-
vos, á las maravillosas poesías polacas, con nueva y vas-
ta originalidad? Todo se debe á la actividad serena del
arte, que celebra los más mínimos accidentes, sin imita-
ción de ninguna escuela; á que Byron deja en la historia
de la primera mitad del siglo una tendencia singular ó
independiente, por la riqueza y variedad de su fantasía
libre y novelesca, y á que adoraron en Europa su nom-
bre, que tuvo un fin glorioso en la insurrección de Gre-
cia. Pero no fueron los doctos ni los sabios los que revis-
tieron de estos caracteres exaltados el primer tercio del
siglo. Fué el arte el que abrió sendas libres; fué el arte,
que en doctísimas asambleas, después de la revolución
de 1848, inspiraba ideales inenarrables debidos aún á
la epopeya de Marengo y Austerlitz, y que desde 1848
ensanchaba sin medida los horizontes del ideal y creaba
una existencia que exalta el corazón de la Europa mo-
derna en Francfort y en las demás naciones del mundo
moderno en sus contiendas civiles y sus revoluciones in-
cesantes. Hubo un instante en que Slowachi representó
el carácter transcendente del arte moderno con una re-
presentación indisputable y suprema. Por eso cerró su
famoso libro diciendo: Acción y sólo acción; pero la car-
nicería de Galitzia y las matanzas de Zavinow dieron á
588
Slowachi un mentís cmel; y cuando la revolución llegó
á Posen, Slowachi partió de Posen, muriendo en 1840 en
París, donde había nacido.
Polonia por la insurrección de 1863 adquirió gran cele-
bridad en Europa; pero la lileratui-a independiente guar-
dó Silencio y la catástrofe no mató ningún poeta-
La Europa central daba^ aparte de Polonia, otra gran
lección á la Europa germánica y á la rusa, Suí^ poetas y
sus can toldes tenían viril resonancia^ y se hacían desde
luego populares j al extremo de expresar la inspiración
do hülgaros y servios en sus guerras contra el Austria
infatuada por sus preeminencias imperiales.
Entonces resonó en el mundo la palabra eslavismo, y
Imbo en Italia y en Austria momentos da conmoción y
de espanto. No era, sin embargo^ el eslavismo por en-
tonces otra cosa que una mera protesta histórica, que
no dio resultado hasta la revolución acaudillada por el
ilustre Bem, antes de la participación de los rosos en la
campaña memorable de Hungria.
Pero el ideal artístico brota de cualquier modo en
aquellas mismas agitaciones de la Europa central i y en
ella aparece, después de una vida errante (1842), Ale-
jandro Poelefl, el gran poeta, el genio que en la revoln-
ción húngara escribió el poema del Héroe Juan y la fa-
mosa canción ó himno popular Yo soy húngaro, que ha
do recoger el porvenir como uno de los momentos más
preciosos de esta embriaguez de libertades estéticas, que
cansa á la par que engrandece el siglo xtx»
Nada queda olvidado. La misma Rusia, tan agitada
desde Pedro el Grande y Catalina, tiene á Veyaizna,
poeta lírico de este período (1816), cuyas odas patrióticas
son verdaderos modelos y cuyas anacreónticas le hieie-
589
ron adquirir gran fama. El romanticismo se defendió
contra los clásicos, por Fontowsky, en la elegía a ]:\
Tumba de los esclavos victoriosos y y la lucha con los clá*
sicos fué tenaz en Rusia por este tiempo, según recuer-
da la imitación del gran Pousckine, que siguieron Ler-
montof, excelente novelista, y el ilustre Gogol, si bií-ii
en este último era notoria la influencia de Beranger,
Sin embargo, la literatura rusa reviste caracteres c??-
peciales desde Alejandro II, que dio la libertad á los nu-
merosos siervos del imperio. Este noble acto iba acorapa-
nado de reformas administrativas y jurídicas; pero des-
pués de la guerra de Crimea, una exaltación inesperart^i
recorrió los nervios del país. Siguen los años: los nove-
listas difunden un realis^no pernicioso que llevaba á Li
desesperación, y aparece un nuevo concepto, llamado el
nihilismo, que por desgracia arraigó profundamente oji
la patria rusa. El crecimiento del nihilismo fué popular
muy luego, y no se ha borrado todavía de la memoria
en la generación contemporánea.
Separemos la vista de esta catástrofe, en que muerr n
las inspiraciones de la educación, bajo las malas pasioüc^^
y á impulso de vergonzosos deseos, que todo lo destruyen
y manchan en el orden social y político, al par que rom-
pen los gérmenes de toda idealidad y de toda hermosura.
Ni la belleza, ni la poesía, ni el arte, pueden esperar me-
jores tiempos por este descamino. Es un horrible aban-
dono de toda ilustración y de todo progreso legítimo, y
no ofrece la historia nunca un cuadro tan repugnanio,
¿Querrá la Providencia que sea ésta ráfaga de una
tormenta social que anuncie un mejor porvenir á la ver-
gonzosa situación en que se encuentra hoy el imperio
del Tsar?
590
Confiemos en que todas las negaciones pasan y toiJo
los pueblos que padecen de fiebre suelen verse acometí-
dos de crisis. La acíividad artística no corre desbocada
y sin guía, aun en esia raisma horrible expiación de ím
servidumbres anteriores. De igual manera los cao lores
y los novelistas rusos que los vates de la Europa gerrná-
nica; lo mismo Pousckine, viendo palpitar las negacio-
nes en las entrenas sangrientas de la sociedad rusa» que
ühland, el bardo que llamaba su amada á la libertad y
su GfjbaUero al derecho; con igual eficacia el autor nihi-
lista, eui^a inspiración desgreñad^xisca en el no ser con-
suelo ú las asperezas y desesperaciones de la vida, »(i^>
Kernor ó Rückertj campeones de la lucha y soldado ^ ■ .
la revolución, ya engendrada en el abismo de loa deseos,
conspiran á la universal y grandiosa libertad del arte.
Porque es verdad, como decía mi nuevo compañero y ca*
riñoso amigo; es verdad que han crecido en nuestros días
la religión y la ciencia, y la naturale^ajy el Estado, y que
han crecido con divina soberbia, como aquella que estu-
vo por muchos siglos oprimido y al extenderse de repente
S6 desborda sin compasión y sin cuidado, iluminando con
relámpagos lo que debiera verse con luces natux'alesy sa-
cudiendo y agitando con terremotos lo que ha de mover*
se en el porvenir con suaves y cadenciosos movimientos.
Será tal voz desventura nuestra, ó será nue^^tra gloría
haber vivido en momento tan preñado de sucesos; pero
obedece la explosión á una ley histórica, y asi como el
niño al despertar en la cuna, solo y débil, coge los pies
entre las manos y gira en rededor los asombrados ojos,
la humanidad que es fuerte, cuando se alza del sueno,
hunde los brazos en el pasado y lo levanta y lo remueve
contra lo actual, como se levanta el cieno del fondo y se
591
confunde con el agua transparente de la superficie, siem-
pre que quieren purificarse los pantanos.
No he de ser yo quien, hecha memoria de los ilustres
poetas que he citado, entre por los fértiles países en que
ha recogido tan abundante cosecha de nombres y de glo-
rias el Sr, Gastelar. Si algo falta en el cuadro, que he
ampliado, búsquelo en aplausos recientes la Academia,
que el temor de ofender modestias respetables me veda
discurrir sobre el crecimiento y los timbres de la poesía
y de la elocuencia españolas, en lo que va corrido del
siglo que atravesamos;^ pero quiero hacer observar úni-
camente, y valga por lo que valiere, que estas grande-
zas del arte han de durar aún mucho en el mundo, por-
que van acompañadas de un movimiento incontrastable
de libertad en los dominios de la ciencia estética, que
hoy pretende aparecer ante el mundo como fin y corona
de la ciencia universal.
El proceso histórico de las religiones orientales había
comenzado ya á considerar el arte como enlazado por
secretos y poderosos vínculos á las ideas y revelaciones
de lo divino, y no era posible que, rota esta edad de la
historia y sustituida por los siglos griegos y romanos, en
que fué la belleza para el espíritu de los hombres como
un Cristo que mantenía las relaciones adorables con
lo absoluto, se perdiera tan serena y radiante tradición
en el período cristiano. Concepto indeterminado sin du-
da el de esta preeminencia del arte sobre los demás fines
humanos, había de encontrar y encontró de hecho no
poca oposición en el severo primitivo espíritu del cris-
tianismo. Sin embargo, las nobilísimas aspiraciones de
la filosofía cristiana en San Agustín y los PP. Alejandri-
nos, en Santo Tomás y en Alberto el Magno, abrieron
592
ru-
las fuentes déla inspiración, t no
par, como Solger más tarde, que el arte es
la religión, lo hicieron servidor v auxiliar
ííigla trece, único de la historia en «jae el
sabido eiqHresar de lodos modos y sin rmsáw^^&tT^
ganas el ideal de la Iglesia.
Dciqpliés de Desearles y del P- Andtés de Tr^z^-'-
Reid y de sa e^eaela en las islas brílásieu. Br -
mayores adelante» la estética al i|g3o de
y Kaní, y oomieiiza á ser conadenida j
mo cieucsa independiente, y se esüm^ que fnár &
la fil0§ofia dd arta como prafttncídii á la ffionfia
nenl^ psmp^ nos muestra TiáMMMiite la
los ideales ea la Rafizad&i de la olra
Eq esta raoBOito comieiiia ya la estefica á
acaerdo om I» ofaiíaonas da ka poaias y 1»
desde la birtonat T iBQcliai ^reoes tmlKft a
T Bümfrwfirtí por |K»^as il «tras «no SAtSSmg j isa^
Ruto. Xo as del ea» la mjúmiám ée }MsmemétScbt'
alto iMttoalKi de Solger y de^lsekr^fae, ña t
tde
Ilv^
593
gel y de Krause, se hacen bien pronto dueñas de los
ánimos, y en algunos conceptos capitales influyen ó
concuerdan los progresos de la estética italiana, desde
Gioberti hasta Tari y Cartolano (^), cuyas obras tocan
las fechas más recientes y cuyos primeros estudios, no
sin resabios platónicos, enaltecen la enseñanza expuesta
en la segunda mitad del siglo que vivimos.
Pasó en gran parte la idea hegeliana, arrastrada por
vientos algo más realistas que los de principios del siglo:
vivieron en ese segundo momento los autores franceses.
Escribió Lemcke su aplaudido y ya famoso libro de Es-
tética popular f que no otra cosa es que una verdadera
crítica del arte en general y de las artes particulares,
y trajo un ilustre escritor á España con lo más selecto
de los idealismos extranjeros. No os extrañe, señores
Académicos, que tenga siempre en memoria en estas
ocasiones el nombre de D. Isaac Núñez Arenas. Sobre
deberle mucho la cultura patria, yo soy más deudor que
nadie, y justo que la fecha presente, en que estrechamos
el abrazo de bienvenida dos de sus más entusiastas dis-
cípulos, haga salir á mis labios su nombre, como desbor-
da en el corazón su recuerdo.
La cita de los nombres anteriores, á que sólo se oponen
escasos escritores de segundo orden acogidos al dogma
criticista, deja un pensamiento unánime en la historia
contemporánea. Lo bello es lo divino. La belleza es Dios,
reflejada en el espíritu, en la naturaleza y en el arte.
Esta afirmación era la que yo quería hacer valer ante
vosotros, hoy que el pensamiento llega á tener tan po-
derosa influencia en las naciones, hoy que corren con
tal facilidad los idealismos desde el cerebro del pensador
{\) Tarín y Ñapóles en ^863 y en 1875.
38
'^extraviado á las de las muchedumbres deslumhradas*
Ved lo que ha hecho el arte sin incentivos esto ticos do
tanta grandeza como los presentes; ved lo que ha sido
cuando las comunicaciones del mundo culto eran esca-
sas, y sumad fechas, sumad nombres y reunid entusias-
mos de los que' abundan en el discurso del nuevo Aca-
démico. Aun así no es dado concebir á nadie lo que po-
drá alcanzar, arrancado de tan altos principios y regado
por tan puras corrientes^ el arte de las generaciones que
nos sigan en la historia del mundo,
¿Que será en el porvenir el arte, enriquecido con la
originalidad rusa, la húngara, la polaca, y los hechos
singulares de los poetas escandinavos? ¿Cómo influirá en
el ingenio y en la educación de los poetas fui uros? ¿Cómo
recogerá el tejido de ideales que la vida irá tomando
para educación y perfeccionamiento de los pueblos?
No es fácil la profecía; pero el noble impulso de loa
estéticos declara que está llamada la nueva ciencia á ré*
coger y subyugar en un conocimiento superior la enci-
clopedia del siglo I y á explicar todos los misterios del
saber metafísico y todos los idealismos de la poesía^ y
que en esta vasta esfera se moverá el arte\ confundien-
do la última y más grandiosa especulación del saber y
educando la vida en una sucesión inenarrable de inspi-
raciones ideales, representadas en formas bellísimas,
que demuestren la fusión de todas las formas de las ar^
tes en su maravilloso conjunto.
Para el arte futuro, y no para nosotros, queda reser-
vado este prodigio de educar sanamente la fantasía ar-
tística en las nobles transformaciones de un ideal quo
cada vex con mayor aliento exprese en todas las esferas
de la vida la grandeza del genio y su santa inüuencia
595
en esta elevación al infinito, de que tomarán calor y luz
las generaciones futuras.
Arrancando de .este proceso, el arte no tendrá fin en
la historia, y será siempre una aspiración latente ó de-
clarada que, al través de los ideales de la vida estética,
ascienda á lo divino. Recogerá, como siempre, las ins-
piraciones de las edades pasadas; inspirará emociones
santas; continuará siendo el faro vivo de la humanidad
para la contemplación de la belleza infinita, que tiene
su centro en lo eterno; y enlazando estas sublimes crea-
ciones, guiará al espíritu humano y será iniciador de
las edades, abriendo con su libertad original y universal
los cielos de una poesía inspirada en la contemplación
de las grandezas de la realidad toda,
Y esto es claro, señores Académicos. No sólo es claro,
sino que es indiscutible. Si es el arte forma de lo ideal,
es perdurable su cometido, y el imperio de la belleza y
de lo sublime le pertenecerán en toda la integridad del
espíritu humano y en la majestad de la historia, que se
refleja en esta peregrinación que no tiene fin hasta to-
car en lo absoluto, Y voy á concluir. El gran orador
que me ha precedido en el uso de la palabra acoge be-
névolamente estos destinos del arte, que han de trans-
formar aún, con la vida de la historia, las purísimas es-
feras á donde llega el amor de lo bello. Esta conformidad
de juicios es para mí la más segura y firme garantía de
que son ciertas y verdaderas esas glorias de la inspiración
iluminada del artista, que ennoblecen con su fuego el
sagrado de la conciencia de la Humanidad, en lo pasado
como en lo presente y en lo presente como en lo futuro.
He dicho.
DISCURSO
DEL
Sr. D. MARIANO CATALINA '".
Señoees Académicos:
Deuda de ^atitud, nunca bien pagada, contrae qiiiea
alcanza el honor de llamarse vuestro conipafiero* To-
dos un día, con generoso alarde, esforzasteis la palabra
para demostrar el profundo reconocimiento del cora-
zón: ninguno, que yo sepa, cumplió á satisfacción pro-
pia este gratísimo deber; antes bien creo que cada cual
salió de aquí triste y pesaroso, por no haber acertado
á expresar clara v yigo rosamente lo que sentía» Verdad
es que la gratitud, como planta rara y preciosa^ cuando
arraiga en buena tierra, no se satisface con arrojar in-
útil hojarasca, ni se cansa de producir regaladas flores
y sazonados frutos,
Modestia natural y verdadera, siempre ignorada do
quien la atesora^ os acompañó á este recinto, y con ser
ella tan grande, no bastó á ocultar vuestros méritos.
QuiéE vino aquí cargado de laureles, biiosamente ga-
(1 ) Leído ea June D piíbllcu cekbmda por la Heal Academia Española. ü\
dja EO de febrero de IS8t, para darle posesión de plaza de Académico de
oúm(^ro.
597
nados en el campo donde se representan los actos huma-
nos y se da vida y voz á los grandes personajes que ya
no existen, y se contraponen y revuelven las pasiones
del alma, y se lucha frente á frente y brazo á brazo con
todos y cada uno de los espectadores; quién trajo el
abundantísimo y fecundo caudal recogido con penas y
vigilias en las recónditas fuentes de la palabra, aumen-
tado con el estudio de idiomas casi desconocidos y pro-
pio, más que otro ninguno, para limpiar, fijar y dar es-
plendor á la lengua patria: unos, pulsando la lira de
Píndaro y Tirteo, arrebatasteis en entusiasmo á los en-
cantados oyentes; otros, con la elocuencia de Demós-
tenes y Cicerón, penetrasteis, en el revuelto palenque
de la política, conquistando allí alto renombre con las
armas poderosas del bien decir: cuál, amoroso cultiva-
dor del derecho, trajo los timbres que conquistó en el
foro; cuál, investigador sutil de la esencia de las cosas,
alcanzó en los estados sin límites de la filosofía, corona
merecida: todos vinisteis aquí con méritos propios y
verdaderos; tan propios coiiio vuestra modestia al des-
conocerlos, tan verdaderos como los servicios que aquí
estáis prestando.
Fuera impertinente, señores Académicos, que yo in-
tentara demostrar mi falta de títulos literarios para in-
gresar en esta ilustre Corporación: sé que no los tengo,
y verdades tan claras no hay para qué demostrarlas.
Pero asegurar que sin motivo alguno me habéis elegido,
sería ofenderos; y esto, aun á riesgo de parecer inmo-
desto, no he de hacerlo yo. Quizá, animados por el ge-
neroso deseo de favorecerme, hayáis supuesto en mí
cualidades y aptitudes de que carezco: no es imposible
que, sin tener en cuenta mis fuerzas, y pensando sólo
s»
en mis propósitos, me hayáis creído ea^z de eonlriBniv
y aun de ser úlil para alguno de los provechosos traba-
jos en que la Academia se emplea: to no hallo nada
digno de rosotros^ ni en mi bnmilde inteligencia» ni en
el escaso caudal de mis conocimiento?; pero seguro es-
toy de qne por algo me habéis elegido^ y de qne alguna
esperanza fundasteis al acordaros de mí: iguoro cuál;
pero en lodo caso^ mi deseo es no desvanecerla; sobre-
pojarla, mi deber.
Si por merecimientos de amor á la literatura patria y
de admiración y respeto á los qoe con provecho la trnl-
tivan, se otorgaran las sillas de esta Academia, yo ten-
dría la mía al lado de la primera: si el vivísimo empeño
de eon^grar la existencia entera al mayor lustre de las
letras españolas, fuera mérito bastante para formar par*
te de la Corporación qne las representa, tampoco mo
creería fuera de lugar en su recinto; pero ni aun csl
amor y este empeño puedo atribuirme como cualidad», s
propias: recibüas en mis primeros años de aquél que,
apenas traspasó los limiten de la edad de la razón, ya
era vuestro compañero; de aquella precocísima inteli-
gencia que, sin haber llegado á su maduren, pasó por
los puestos más elevados de la ciencia, de las letras y de
la política; da aquel laborioso y malogrado escritor que,
á poco más de siete lustros de existencia, liajó al sepul-
cro, dejando nombre más que estimable entre los litera-
tos, recuerdo cariñoso en sus amigos y ona silla vacía
en la Academia, Con su nombre, si no su inteligencia y
su saber, legóme el cariño qne os profesó, la gratitud
qne os debía y el noble afán de ser vuestro compañero*
Desde la niñez guió mis pasos en la lieiTa: con la pala-
bra, y más aún con el ejemplo, me inspiró amor al tra-
599
bajo y afición al cultivo de las letras: la veneración que
por esta casa tuvo toda su vida, hízola necesidad de la
mía: á sus consejos debo lo poco que sé: mientras vivió
me colmó de beneficios; y con ser ellos tantos, aún me
transmitió al morir el más valioso de los que él había dis-
frutado: el de vuestra amistad y vuestro afecto. Su som-
bra bienhechora no me ha abgindonado jamás; y perdo-
nadme, señores Académicos, si creo firmemente que á
ella más que á nada debo el honor de encontrarme en-
tre vosotros. Este recuerdo tributado en el momento más
solemne de mi vida al Académico que me sirvió de pa-
dre, tal vez no sea oportuno; pero satisface una necesi-
dad de mi alma, y viene á pagar en parte una deuda sa-
grada de gratitud.
Tampoco puedo eximirme de recordar á otro insigne
Académico que por espacio de más de treinta años con-
tribuyó con su saber y laboriosidad á las tareas de esta
Corporación. Aptitudes múltiples, laboriosidad incansa-
ble, firmeza en los propósitos, facilidad para aprender y
amable generosidad para emplear ciencia y trabajo en
beneficio de sus semejantes: tales eran las cualidades del
Sr. D. Alejandro Olivan. Si recorremos su dilatada exis-
tencia, nos causará asombro ver que con la misma facili-
dad y discreción trataba de las más arduas materias polí-
ticas y administrativas, que escribía manuales y cartillas
para enseñanza de la juventud: que así componía versos
en griego y patentizaba en esta casa sus conocimientos
filológicos, como emprendía y consumaba trabajos impo-
sibles sin profundo estudio de las ciencias naturales. Hon-
ra de la Academia el escritor, gloria de la patria el re-
público, modelo de honradez y afabilidad el hombre,
dejó con su muerte un vacío en las letras, en la admi-
nistración y en la soeiedad que difícilmente podrá He-
nar se. Tengan otros la gloria de reemplazarle donde sc\i
posible, que á quien ha do ocupar aquí su asiento, no le
es dado más que rendir tributo de admiración y respeíu
á su memoria.
Si ejercen influencia saludable ó perniciosa en la mo-
ralidad de los pueblos las representaciones teatrale^t
cuestión ha sido harto discutida en todos tiempos, sin
que jamás hayan llegado á ponerse de acuerdo adver-
sarios y defensores; cosa no rara ciertamenl^, pues ape-
nas habrá materia de grande interés para la humanidad
en que no haya sucedido lo mismo: la inteligencia liuma-
na es Hmitada y los principios de todas las cosas tienen
raíz V asienlo más allá de las fronteras da la razón. Hav,
puesj en pro y en contra del teatro, como escuela tío
costumbres, respetables auíoridades; pro todas coinci-
den en afirmar la poderosísima influencia que por su
esencia y por su forma debe ejercer.
Nacido al amparo de la religión, fué siempre elemen-
to eficacísimo de progreso; y en ninguna época huto
señal más segura del grado de ilustración de los pue-
blos, que el desarrollo y perfeccionamiento de su teatro.
La Iglesia Católica, maestra legíüma de toda buena en^
señanxaí propagadora incansable de toda verdad, mi-
sionera fervorosa de la civilización, caudillo invenci-
ble contra el error y la barbarie; la Iglesia Católica aco-
gió con benevolencia al teatro^ y en muchas ocasio-
nes le prolegió y alentó generosamente: en otras le
condenó con sobrada razón y ejemplar energía: nunca
dejó de reconocer su importancia ni el grande influjo
que había de ejercer en la vida de las naciones. En las
literaturas antiguas estuvo colocada la poesía dramática
601
al lado de la épica: ignoro si las literaturas modernas da-
rán al teatro el lugar preeminente en la poesía; pero es
indudable que lo ocupa, según el espíritu y las costum-
bres de nuestra sociedad.
Las causas de esta predilección con que los pueblos
modernos miran las representaciones teatrales, y en
general la literatura dramática, entiendo que residen
en la índole misma de nuestro siglo, en la precocidad ,
prodigiosa de las ideas, en la actividad desordenada de
los espíritus, en las aspiraciones insanas de las inteli-
gencias, en el enfriamiento de los corazones, en lo en-
fermizo de las conciencias, en la espantosa confusión de
doctrinas y de procedimientos, en las antítesis sociales
que vaticinan una crisis universal. Gomo en todos tiem-
pos, y tal vez más que en otros no tan agitados, hay en
éste en que vivimos verdaderos amantes de la ciencia
que se consagran con incansable ardor á estudiarla y
depurarla hasta donde á la humana inteligencia le es
lícito, y por ellos disfrutamos de ventajas que nuestros
antepasados no pudieron gozar; pero en este tiempo,
más que otro ninguno curioso y antojadizo, hay una in-
continencia de saberlo todo, un vértigo en las diversas
clases sociales por discutirlo todo y aprender de prisa,
lo que estudiado despacio y con calma no siempre se
llega á saber, que si no engendran el caos y la barba-
rie, propagan la anarquía moral é intelectual. La pren-
sa periódica, elemento poderosísimo para ilustrar al
pueblo, ha querido, con laudable propósito seguramen-
te, enseñarle más y con mayor urgencia de lo que fuera
razonable, contribuyendo así á propagar, en este fecun-
dísimo siglo, la más bárbara de las ignorancias, que es
la de saber, no poco, sino mal.
603
Arrastrado el vulgo por estas vías de progreso, \\k
pretendido enseñanza en todo; y el teatro, viva repre--
sentación de actos humanos, y en relacioii directa con
los sentidos y con los sentimientos de la niuchedumljre,
ha venido á tomar parte en la satisfacción de ese deseo
público, convirLióndose on cátedra de moral, ó de otras
cosas. Para mover el alma del espectador y elevarla,
por la admiración y el entusiasmo^ á las más altas re-
giones de la moralj no basta ya pintar en el poema
dramático vicios y defectos sociales de una época deter-
minada > y censurarlos y coiTcgírlos por medio de acción
sencilla y verdadera; no basta presentar grandes pasio-
nes y tremendas luchas del corazón humano, ni siquiera
hechos heroicos y sublimes de los personajes que ilus-
tran la historia: no; éste era círculo estrecho y mezqui*
no para las aspiraciones docentes de nuestro siglo. Pre-
ciso ha sido ensancharlo, y llevar al teatro problemas
sociales no resuellos en muchos volúmenes por filósofos
y legisladores, fenómenos psicológicos que constituyen
verdaderas excepciones en la naturaleza humana, y ex-
travíos morales que preocupan la intehgencia y afligen
el espíritu. Las más repugnantes enfermedades y los más
abominables misterios del alma, se sacan hoy á la esce-
na; y ¿quién sabe si andando el tiempo se explicarán
también en ella los de la naturaleza física, y podremos
aprender en el teatro matemáticas y medicina, y astro-
nomía y ciencia prehistórica, y hasta economía política?
Se equivocan sin duda los que sostienen que todo pue-
de exponerse y explicarse en la escena; y me aventuro
á asegurar que están completamente en error los pocos
que afirman que la hteralura dramática es indiferente y
estéril para el bien y para el mal* Representando las
603
obras dramáticas escenas de la vida humana, con la ver-
dad que el decoro y la moral consienten, no pueden por
menos de impresionar y servir de ejemplo al auditorio;
el cual, no sólo discierne la enseñanza qué la fábula en
sí contiene, sino que, al recogerla con los sentidos, re-
cibe la impresión de un hecho real: es, pues, evidente
que la doctrina buena ó mala de la obra ha de ejercer
influencia en el espectador. El asunto, el plan de la ac-
ción dramática y los caracteres de los personajes, cons-
tituyen la base de la moral del drama; pero la forma,
el diálogo, las máximas y sentencias que en las situacio-
nes se engendran, hieren á veces con más fuerza el es-
píritu del espectador que la acción misma de la obra.
Sirvan de ejemplo estas dos redondillas de uno de nues-
tros más ilustres poetas, puestas en boca de un personaje
que, al increpar á su amigo porque ha perseguido á una
mujer casada, le dice:
Mendigo de amor has sido
pereiguiendo á una mujer
casada, que eso es querer
desperdicios del marido.
El que tiene tal empeño,
tras de vivir con zozobra,
sólo alcanza lo que sobra
al apetito del dueño (^).
El pensamiento que encierran estos ocho versos ha
sido expuesto y desarrollado en muchas obras dramáti-
cas: pocas conozco de donde se deduzca lo ridículo del
vicio que se quiere corregir con tanta claridad y con-
cisión.
Tenga el autor dramático principios sanos y seguros,
nútrase de buena doctrina, pef severo en el laudable em-
peño de censurar el vicio y aplaudir la virtud, siempre
que fuere oportuno, y no haya miedo de que sus obras
dejen de influir benéficamente, por más que al escribii'-
las no se haya propuesto desarrollar y resolver proble-
mas filosüíico-sociales, que muchas veces acaban por fa-
tigar confundiendo, en vez de instruir deleitando. Sin
más propósito que entretener honestamente, se han es-
crito casi todas las comedias de nuestro teatro aniiguo,
y con ser tan modesto su fin, si no tuvieran otras in-
comparables cualidades acreedoras á la universal admi-
ración, les bastaría con tener nn código moral aplicable
á todos los tiempos y á todas las sociedades, para go-
zar como bien conquistado el puesto preeminente que
ocupan.
En comprobación de que sin necesidad de pensamien-
to social concebido a pnori^ se puede moralizar en el
teatru al desarrollar con arte cualquier fábula honesta y
entretenida» tengo en mi abono casi todas las obras de
nuestros poetas dramáticos del siglo xvit: á uno solo lia-
maié en mi ayuda, pero es tal, que ni vosotros le habéis
de rechazar» ni yo podía elegir otro mayor para encu-
brir mi imponderable pequenez.
D. Pedro Calderón de la Barca me acompaña: en sus
obras he buscado tema para mi discurso: ellas me oí re-
cen abundantísimo y bien sazonado fruto. Con lal com-
pañía y con tan buenos materiales espero cautivar vues-
tra atención breves minutos; pues aunque el trabajo sea
infeliz, como mío, la materia escomo suya, y ni aun nii
torpeza ha de poder quitar sus encantos á pensamientos
engendrados en la mente del gran Calderón.
De sus peregrinas concepciones dramáticas, estudian-
do su teatro desde elevad ísimas regiones y á grandes
605
rasgos, disertó ya en este mismo recinto un insigne poe-
ta, cuya reciente pérdida lloran las letras españolas: otro
docto y laborioso Académico trató aquí también con ra-
ra brillantez y profunda crítica de los Autos Sacramen-
tales del Príncipe de nuestros dramáticos: ambos cum-
plieron á maravilla el fin importantísimo que se habían
propuesto, dejando á otros la humilde tarea de estudiar
en sus pornienores las obras del maravilloso ingenio y
sacar la enseñanza moral que en todas ellas resplandece.
¿Cómo se llama
uaa dulce pesadumbre
que á un tiempo hiela y abrasa
todo el corazón, corriendo
desde los ojos al alma?.... (*).
La pesadumbre
Que en brazos del desdén nace,
crece en poder del deseo,
vive en casa del favor
y muere en la de los celos (3)
se llama amor, y es la fibra más viva del corazón hu-
mano, el sentimiento más natural del alma, el móvil de
casi todos los actos del hombre, la esencia del arte dra-
mático, y no aventuro mucho si digo que es el germen
de la mayor parte de las obras de amena literatura. Se-
parad en vuestra imaginación todas aquéllas á que di-
recta ó indirectamente da vida el amor, y veréis qué
pocas de las restantes merecen aplauso.
Calderón, como todos los poetas dramáticos, rindió en
sus obras culto devotísimo al amor; pero este autor más
que ningún otro se hizo digno de eterna alabanza, por
la exquisita delicadeza que puso en el alma de sus ena-
606
morados, por la pureza con que les hizo áentir y expre-
sar este don di vino/ por el profundo conocimiento con
que lo definió en sus diversas manifestaciones, por la
austeridad y respeto con que lo presentó en el santuario
del matrimonio. Alguien quizá haya simbolizado el amor
en un personaje excepcional con caracteres más gran-
diosos, pero nadie logró nunca pintarlo con mayor ver-
dad ni con sentido moral más sano que Calderón. Sem-
bradas de máximas y reflexiones sobre el amor, tal como
existe en el corazón humano, están sus obras todas, y
aun en aquéllas que tienen por objeto principal el des-
arrollo de otro pensamiento, la más bella flor de su in-
teligencia fué siempre para el amor. Dígalo la sublime
concepción llamada La vida es sueño, donde el pro f ago-
nista, al convencerse de que cuanto vio fuó soñado, ex-
presa de este modo tal vez lo más humano de obra por
tantos títulos admirable:
De todos era seíior
y de lodos me veu¿^ub;i;
sélo á una mujer amaba.....
que fué verdad creo yo
en que lodo se acabó,
y eslo solo no se acaba (M«
Ni cómo había de acabarse cuando, según el mismo
Calderón,
Amar en el alma vive,
y si ella á olr¿] vida paSti|
no muere el amor sin duda,
puesto que no muere el alma (S),
Partía del hermoso principio de que
Entre amar y aborrecer
no hay comparado ejemplar,
607
pues trae dentro de su ser,
quien aborrece, al pesar;
pero quien ama, al placer (6).
Y no era mucho que, teniendo tal idea del amor, creyese
que esta pasión
es el crisol, el examen
de todos, porque ni noble,
ni entendido, ni galante,
ni valiente sabe ser
el hombre que amar no sabe C*).
* Así entendía D. Pedro Calderón de la Barca la influen-
X5ia del amor en los caballeros de su tiempo; y al dotar-
los de tan nobles cualidades, no hizo sino infundirles
sus propios sentimientos con tal calor y sinceridad, que
si de la vida del egregio escritor no hubieran quedado
noticias ciertas que prueban la integridad y honradez
de su carácter, curioso y facilísimo sería reconstruirlo,
estudiando los personajes de sus obras; y á buen seguro
que este estudio nos daría por resultado un hombre que
aun aventajaría en algo al poeta, con ser éste tan grande.
Nótese que por saber amar no entiende Calderón amar
demasiado, sino amar bien: por ello sus galanes, con
muy pocas excepciones, son, al par que finos amantes,
cumplidos caballeros. En rarísimos casos aparece en sus
obras un Gómez Arias; y cuando esto sucede, tiene el
autor buen cuidado de sacarlo verdaderamente á la ver-
güenza pública para castigarlo, según sus delitos, con
ejemplar severidad. Son, pues, los enamorados de Cal-
derón tan pródigos en galanterías, finezas y requiebros
con las mujeres que aman, como asiduos, tiernos, sumi-
sos y consecuentes con aquéllas que les corresponden:
siempre rendidísimos apasionados de sus damas: quejum-
In'osos, desesperados y agresivos con las ingratas mu-
chas veces, pero nunca viles.
El uno de la hipérbole es casi necesidad de los enamo-
rad Ov^^ y no dehe tenerse sino por muy licito cuando s^
mantiene en los límites del buen gusto: Calderón los
traspasó con frecuencia, arrastrado por la corriente de
suépoca^ tan aficionada al discreteo y la galantería; pero
no siempre, por fortuna, pues en muchas ocasiones expu-
so conceptos hiperbólicos tau finos como el que sigue:
No pensé que era tan tarde,
sefmraj porque penst^
que á cualquier hora que os viese
sería el amanecer (8).
En otras empleó frases verdaderamente discretas^ ta-
les como las contenidas en estos cuatro versos:
Tan hermosa es, que aunque fuera
necia, supliera el defecto;
tan discreta, que á ser fea,
le sucediera lo inesmo (^).
Tiene Calderón amantes tan celosos del bien amado,
como aquel á quien le
está dando temor
pensar que el sol la ve, y que
sabe enamorarse el sol (lo):
tan cuidadosos, como la que exclama:
soplad más quedo
y DO hagáis ruido, airecilloSf
que está mi vida durmiendo (lí):
tan apasionados, como los que dicen:
i
609-
Te rendí tan luego el alma,
que no distinguí cuál fuese
primero, verte ó amarte
¿Qué más amarte que verte? (42).
Porque si á mí
yo me pregunto quién fui,
yo á mí me responderé
que yo no ló sé, é iré
á preguntártelo á tí (<3).
Ojos, pues que Galatea
me manda que no la vea,
ojos, no os he menester,
que no me queda que ver (U).
Cuento de nunca acabar sería poner aquí todos los
rasgos tiernos y delicados, vehementes y apasionados
de los galanes de Calderón; pero no por eso he de omi-
tir algunos de los que constituyen el carácter general
de los caballeros de su época, sirviendo como de base y
fundamento á la enamorada sociedad que retrataba.
Los personajes del teatro de todos los grandes escrito-
res patentizan las costumbres de su tiempo, y reflejan
al par el espíritu del autor: por eso los de Calderón,
arrancados de una sociedad fundada en el honor y la
galantería, y hablando por virtud de la mágica inspira-
ción de alma tan noble y generosa, pagan tributo in-
condicional de hidalgo respeto á la mujer, y llevan la
abnegación hasta el heroísmo cuando se trata de la que
adoran. Á semejanza de aquel galán que dice:
Servir á las damas es,
Fabio, deuda tan hidalga,
que el ser quien soy me la debe
y el ser quien soy me la paga (4 5),
son casi todos los de Calderón, que consideraba el res-
39
peto á la mujar como primera condición del buen caba-
llero;
Pues no puede ser valiente
con los hombres, quiea no es
cobarde con las mujeres {46),
Y en este punto de la galantería llega la suya bastad
extremo de creer:
Que no hace fineza quien
dice que hace la finezn;
pues sólo es saber callarla
premio de saber hacerla (f 7^
Con tales principios y prescripciones necesariaracn»^
habían de ser galantes y respetuosos coalas mujeres i*
hombres todos del teatro de Calderón, y extremados en
BU rendimiento amoroso, no ya los correspondidos^ sino
los que lloran desdenes, como aquél que exclama:
Yuüla, pensámienlo mío»
vuela sin temer osado
los desaires de un desvío;
pues yo á volver desairado
es sólo á lo que te envío (13),
La estimación de la persona amada, prenda insepara-
ble del verdadero cariño^ acompaña á los personajes en
quienes Calderón ha querido poner el sentimiento del
amor en toda su pureza. Así es que uno vence sus deseos
diciendo:
No te responde mi voz,
porque mi honor te responda;
no te hablo* porque quiero
que te hablen por mí mis obras;
ni te miroj porque es fuerm
6H
en pena tan rigurosa,
que no mire tu hermosura
quien ha de mirar tu honra (í9).
Otro, para probar su respeto, replica:
Y así pienso agradecerte
esta pena que me das:
porque estimo tu honor más
que estimara merecerte (20) .
Inútil fuera, y tal vez impertinente, empeñarme en
demostraros con nuevos textos las cualidades de que es-
tán adornados los galanes del teatro de Calderón. En
todos ellos puede estudiarse al enamorado caballero del
siglo xvir, con su inagotable caudal de requiebros y fine-
zas, dispuesto siempre á morir en defensa de las damas, y
no tolerando en la suya ni sombra de infidelidad: retrato
fiel del noble español de aquellos tiempos, realzado por
la ternura y delicadeza de afectos que pudo y quiso in-
fundirle el honrado corazón del príncipe de nuestros
dramáticos. Mucho que admirar y no poco que estudiar
tienen estos enamorados; pero aun siendo obra tan pri-
morosa, no es la mejor del poeta, y por necesidad ha de
ceder ante otras que ponen á mayor altura el genio de
Calderón.
El germen divino que en la inteligencia humana crea
y da vida á toda obra literaria; la fecunda y vigorosa
fantasía que desenvuelve y agranda el pensamiento ge-
nerador; el arte que lo ordena, revistiéndolo de los ca-
racteres de eterna belleza que sólo á ól es lícito crear;
el buen gusto, regulador y maestro de la creación inte-
lectual, y el estudio que enseña los recónditos caminos
por donde esta creación debe penetrar fácil, agradable y
611
benóñca en el alma de los lectores, cualidades sob quo
ha de reunir lodo escritor de elevadas aspiraciones, v
especialmente el verdadero autor draniátííX)* Pero ésfé
necesita, además, una, á manera de intuición ^ que le re*
vele los secretos má,^ ocultos del corazón de sus semejan-
tes; aptitud especialísima para ver con claridad y exac*
titud el móvil de las acciones humanas^ y estudio impar-
cial, recto j severo de la sociedad en que vive, para ha-
cer el espejo que ha de presentarle después, con talarla
construido, que todos vean en él necesariamente, no sólo
los propios vicios j sino la manera efica;í de corregirlos
y aun de convertirlos en virtudes.
Todas estas dotes, reunidas en un solo hombre, nos
darían el autor dramático perfecto: ninguno, á mi en-
tender, las lia atesorado hasta el presente: Calderón las
poseía casi todas; pero^ por desg-raeia, no hizo de algu-
nas el uso que á su gloria y ú la de las letras españolas
hubiera sido más provechoso. El gusto literario de su
época y de su publico, la escuela dramática que se le
ofrecía por modelo, su propia inclinación tal vez, le ar-
rastraron con frecuencia por el camino de la poesía lí-
rica, en el que nadie lo adelantó: quedándose detrás,
aunque siempre de los primeros^ en el del arte dramáíi-
cü. Utilizó más el raudal de su maravillosa fantasía para
elevar sus obras á las más sublimes regiones poótieasi
que el profundísimo conocimiento que del corazón hu-
mano tenía í y por el cual hubiera llevado sus creaciones
á las serenas alturas de la verdad arlístiea, término
glorioso de la obra dramática.
Sin salir de la materia comenzada, que constituye la
mayor parte del teatro de Calderón, veremos hasta qüó
punto conocía este ingenio los misterios del alma, y do
613
qué modo lograba patentizarlos con enseñanza prove-
chosa. Sabemos ya cómo define el amor, cómo lo sienten
sus personajes, cómo debe ser el verdadero, qué dere-
chos da y qué sacrificios exige: sepamos ahora las con-
secuencias que saca y los consejos que juzga oportunos.
De las innumerables verdades que contienen sus dramas,
sólo citaré las siguientes, elegidas al acaso:
£q llegando á amar, no hay fama,
no hay aplauso, no hay blasón,
honor, vida, alma ni acción
que no sea de la dama (24).
Perdona si desconfía
de tu crédito un temor;
porque el cetro y el amor
no permiten compañía (22).
No está el amor en el labio,
en el pecho sí, y en él
vives, que el querer callando
es de amor más justa ley.
La que con extremos dice
su amor, tiene otro interés,
que son muchas las que quieren
y pocas saben querer (23).
Conocía bien Calderón las perfidias á que el amor
arrastra á sus siervos, y aconseja que nadie se fíe
de hombre enamorado, pues
quien llega á estarlo, sospecho
que ni más que aquello estima
ni piensa que hay más que aquello (24).
Y no andaba tampoco descaminado cuando decía:
Pero quiérete advertir
que en tu vida no encarezcas
hermosura á poderoso^
sí ana morado estás de ella W*
La esperanza, eterna compañera de los enamorados,
es, en concepto de muchosj mortificádora implacable:
en el de Calderón es necesidad del amor:
El que no Llené esperanza.
de Ja diehü que pretende,
no busque la dicha, busque
la esperanza que no liene (16) •
Ella alimentará su espíritu dolorido y le acompañará
hasta el sepulcro, mostrándole siempre las puertas de la
dicha. Estimulo para casi todos los actos del hombre,
resucita las ilusiones ya muertas, y el propio fuego que
la consume alumbra la triste obscuridad del alma. El que
la posee, no puede llamarse desgraciado, porque
El que llora en confianza
de conseguir lo que adora,
mérito ninguno alcanza;
pues enjuga lo que llora
al aire de la esperanza (27).
No tener nunca celos es amar fríamente ha dicho una
ilusti'e escritora: para Calderón los celos, como la espe-
ranza, son neoesidad del amor;
porque sin celos amor
es estar sin alma un cuerpo [iS).
El autor de El mayor monstruo los celos habíalos es-
tudiado tan á fondo, que, sin acudir á su renombrada
drama, se pueden presentar muchas pruebas del profun-
do conocimiento que de esia pasión tenía. No es cierta-
mente en ¿7 Tetrarca donde escribió
615
[Malhaya
quiea celos á buscar liega,
que si no se hallan, no alivian,
y si se hallan, atormentanl (29).
Verdad es ésta que nunca deberían olvidar los celosos;
pero Calderón temía que no la aprendieran
Porque son celos, y son
de esa condición los celos:
morir por saberlos, antes,
y después por no saberlos (30),
Véase cómo encarece la inquietud que ocasionan:
Los celos que me llevaron,
aquí me han vuelto á traer;
porque un celoso no está
en ninguna parte bien (31).
Y así es, en efecto, pues el esclavo de esta cruel pa-
sión á tal punto ciega, que ni aun lo que tiene delante
puede considerarlo seguro, porque
en los celos las mentiras
sientan plaza de verdades (32).
La Única frase que citaré de El Tetrarca de Jerusalén
es tan hermosa y pinta tan á.lo vivo el dolor de los ce-
los, que por ella sola podría adivinarse la grandeza del
personaje que exclama:
Heredero de mis dichas,
dueño de mis esperanzas,
muero de agravios y celos
que matan porque no matan (33).
La ausencia y el olvido pasaron siempre por remedios
eficaces para las enfermedades de amor: como tales los
consideró también nuestro poeta, pero sin ilcsconocci
que el enamorado olvida difícilmente.
No es para solicitado
como la ti í cha el olvido;
que en qiiion lo busca porJido
siempre estará más hídlado {Uj,
De manera que si á un amante le hace decir
Y así, al Vütieno de amor
busqué el an tí Jo Lo fuertti
del olvido^ porque sólo
el olvido al amorveace (35),
por boca de otro pondera así la diíicultad de conseguido:
¿De qué tanto olvido sirvt\
si imaoa se olvidan penas,
y ya se acuerda de amar
tú que de olvidar se acuerda? (3ti).
No sucede lo mismo con la ausenciai pues aunque di-
ce el cantar que es aire
que mata el fuego chico
y aviva ©I grande^
la experiencia enseña qae, si contra amor hay algim re-
medio, ha de buscarse en tiempo y ausencia; y Calderón
se pone de parte de los quer creen que aquello que tiene
origen en la presencia de una persona, se debilita t\
muere con su ausencia: por eso piensa que al enamo-
rado
Ausaucia y tiempo le careo »
porque nadie convalece
de amor» mejor ai más pronto
que un enamorado aust^nle \i1).
Ya hemos visto que sobresale entre las cualidades
647
que más ennoblecen el carácter de los galanes caldero-
nianos su respeto á las damas. Ellas son el crisol donde
depura la honradez ó hidalguía de los caballeros que
con tanta frecuencia aparecen en sus obras: no es, pues,
de extrañar que revistiendo de tantas virtudes y pren-
das sociales al hombre de su tiempo, dejara en segundo
término á la mujer, cuyo papel no era en aquella so-
ciedad, ni podía, por consiguiente, ser en la fábula dra-
mática tan activo como el del hombre. Hizo de éste
Calderón el principal resorte para la solución de las
grandes situaciones de sus comedias; y como es natu-
ral, las más veces le colocó en la cúspide de sus crea-
ciones. Como los personajes del teatro son siempre re-
presentación de los que componen la sociedad en que el
autor vive, Calderón no pudo prescindir de su época; y
teniendo elevadísima idea de la mujer en general, se vio
obligado á pintarla tal como era en el mundo, bien que
realzando sus buenas cualidades y atenuando sus de-
fectos.
La mujer del siglo xvii vivía en una especie de reclu-
sión, que hacía menos dura el matrimonio; pero sin que
la acción social de la casada traspasase los límites del
hogar doméstico. El teatro de Calderón bastaría por sí
solo para dar idea exacta de las costumbres familiares
y de la condición de la mujer de aquella época; pero
los demás autores dramáticos coetáneos suyos, y que
como él copiaron lo que veían, vienen á confirmar en
absoluto la verdad del cuadro pintado por nuestro poe-
ta. Vivía, pues, la mujer en tres diferentes estados, con
caracteres distintos: como soltera, al cuidado mater-
no; como soltera, huérfana de madre, bajo la guarda
del padre, hermano, tío ó tutor; como casada, sometida
erg
al dommio del iBarído. La viuda esfiAfi
eE ignaies coDdicíooes que la soltera. Con «to«
mentas eontabaa los autores dramátieos para
llar eB sus fábulas nua acción social; y eiertameote qoe
con ellos tOTieran de sobra tan grandes togeiúiiSy s
de los tres estados en que vivía la mujer, el primera
hubiera podido llevarse al teatro, y el tercero (prec^-
mente el que con más frecuencia es ahora asunto del
drama) no hubiera parecido en la escena tan ofensivo
al decoro público, que rara vez osaron ptresentarlo en
ella los escritores de más autoridad: quedaba, pues, re-
ducido el círculo de acción del poeta, en cuanto á la
mujer, á las que estaban bajo la potestad del padre» her-
mano, tío 6 tutor.
Éstas son, en efecto, el elemento principal, casi tini-
C0| de nuestra comedia antigua; y como no podían lomar
parte en los asuntos de Estado ni en otras c-ontiendas
ajenas á su carácter, la tomaban y muy activa en los
lances de amor, burlando la vigilancia de sus guardado-
res con la ayuda de dueñas y doncellas, y ocasionando
las situaciones cómicas y dramáticas, los ingeniosos en-
redos con que nos deleitan nuestros admirables poetas
délos siglos xvr y xvil De aquellas aventaras provoca^
das por las mujeres^ salva tal cual excepciun, no puede
resultar el sexo femenino tan bien parado como fuera de
desear. La ligereza, la travesura, la coquetería, el deva-
neo que alguna vez raya con la desenvoltura y casi
nunca con la liviandad, caracterizan á las mujeres del
antiguo poema escénico, en el cual aparecen despiertas,
sagaces, vivarachas, llenas de gracia y atractivo* no pu-
dorosas y recatadas, ni mucho menos fuertes y heroicas.
Calderón, al retratar esta parle de su sociedad, se
I
619
muestra original, agudo, con frecuencia epigramático y
siempre conocedor profundo del corazón de la mujer.
Así es que en cuanto á su decoro, pensaba que
no hay recatos ni murallas
que guarden á una mujer,
si eUa misma no se guarda (38);
y en lo que toca á su discreción, sabía
que las más cuerdas mujeres
pueden caUar con amor,
pero con celos no pueden (39).
Mucho debió estudiar sus defectos; pues aunque cons-
tantemente inspirado por el sano deseo de corregirlos,
á menudo los pone en evidencia con tal exactitud que
asombra. Véase en los siguientes rasgos cómo supo sor-
prender en el alma de la mujer sus debilidades más ínti-
mas, y con qué sagacidad de espíritu logró averiguar que
es el mayor desaire
del duelo de las mujeres
confesar sus celos, donde
lo escucha de quien los tienen (40).
Tal vez fuera exclusivo de los tiempos de Calderón el
defecto de altivez, más bien de egoísmo, que atribuye á
todas las mujeres cuando por boca de una les hace decir;
Porque somos las mujeres
á nuestra altivez atentas
tanto, que, ofendiendo, aun no
queremos que nos ofendan (44).
Pero lo que seguramente cuadra á todos los tiempos,
sin que nadie lo haya contradicho, es la verdad que es-
tos cuatro versos encierran:
630
Ninguno nos quiera bien
si pretende alcanzar premii),
que qucrklas despreciíimos
y ahm-recidas queremos (^i),
Difícil es que las mujeres confiesen estas cosas; pero
ninguna se atreverá á negar que
La deidad más ofendida
de verse adorada, es cierto
que liacia la parte del alma
nunca le pesa de serlo (43).
Si alguna lo negase, ma atroYería á estimular su na-
tural locuacidad^ exclamando:
Callar aquf no es amar;
y este yerro veudrá á ser
el primero que mujer
haya hecho por callar (44).
Pero Calderón» á quien la integridad y nobleza de su
carácter imponían el deber de decir lo que sentía aeerea
de la mujer en aquello que la perjudica, es tan probo que
no quiere omitir nada absolutamente de lo que la ensal-
za. No es raro en sus escritos hallar censuras tan enéi^
gicas y tan justas como la siguiente:
Ni quiere i>Leu ui ha querido:
y así, la oh ¡da y la deja;
porque mujer siu amor
¿qué se pierde cq que se pierda? {V5};
pero lo es menos todavía encontrar conceptos tan her-
mosos como éste;
No liables mal de las mujeres:
la más humilda, te digo
que es digna de ostimaciíSn,
porque, al fin, de ellas nacimos (46).
62f
Y defensas tan sentidas, tan lógicas y atinadas como
ésta, que imitó una célebre poetisa:
Presto del amor te ofendes.
Todos los hombres queréis
fáciles mujeres antes,
pero Lucrecias después (I").
Pues ¿qué hemos de ser nosotras
si ellos mismos nos enseñan?
Siempre la ocasión es suya
y siempre es la culpa nuestra (48).
Ni deja Calderón de presentar, aun en sus comedias
de enredo, tipos delicadísimos dignos de respeto y admi-
ración. Amantes tiernas y apasionadas, almas candidas
y generosas hay en muchas de las obras de su teatro có-
mico; y en el dramático, donde con más facilidad podía
desplegar su genio creador y grandioso, el tipo heroico
de la mujer apasionada, el austero de la mujer fuerte y
el pudoroso de la virgen cristiana, aparecen algunas ve-
ces con prendas de abnegación y virtud, tales que en
nada ceden á las creaciones más famosas de otros auto-
res. No entra en mi propósito analizar todos los rasgos
de estas damas de Calderón; pero tampoco puedo renun-
ciar al placer de recordaros algunos, en justo desagra-
vio de las mujeres. Así pinta un galán el carino de su
adorada:
Con tan grande, con tan ciega
terneza me mira y ama,
que el aire que apenas pase
junto á mí, la sobresalta (49).
No son menos tiernos y delicados estos conceptos:
Á la aurora desperté,
la mañana te escribí,
6ii
á la lorde te esperó,
de noche, Don Juan, te ví^
y á todas horas to amé (íiO),
Espera, amanta traidor;
mira que es mucho rigor
que tú nie mates de celos
y yo rae rouera de amor (íH).
Mirad í\ otra parte
galán cabailero^
que lodos verán
lo mucho que os quiero [^%
Antes he dicho que las mujeres solteras que vivían al
cuidado Diaterno estaban proscriptas de la escena; y lo
estaban porque la madre no aparecía en ella jamás: éste
es un personaje desconocido en nuestro teatro antiguo:
ninguno de los escritores dol siglo xvn se atreve á pro-
sentarlo ni aun como episódico. Mucho dice esto en favor
de la mujer de aquellos tiempos; y aunque no pruebe en
absoluto que las madres nada tuvieran que censurar |ii
corrogirj pruebEj á lo menos, que sus costumbres eran
tan puras y tan recatada su manera de vivir, que las ra-
rísimas excepciones que pudiera haber no autorizaban á
exponerlas ante un público á quien desagradaJja %*er co-
sas extrañas á sus costumbres. Por algo debió entrar en
tal omisión voluntaria el profundísimo respeto con que
se miraba entonces el santuario del hogar doméslico,
donde la mujer tan cuidadosamente custodiaba el honor
de la familia, base firmísima del í>uen vivir.
Pero como el respeto no se otorga por benevolencifli
sino por la fuerza que hacen en el ánimo las cualidades
de quien lo merece, no puede atribuirse exclusivamente
623
á virtud de nuestros dramáticos lo que en realidad era
mérito de la sociedad que los rodeaba. De otra suerte,
ni Calderón de la Barca, que acometió valerosamente en
sus dramas las más arduas empresas, hubiera dejado de
animar alguno con la figura de la madre, ni el público
hubiera impuesto el silencio que todos los poetas guar-
daron en este punto.
Tampoco la mujer casada aparece en nuestro teatro
antiguo sino muy raras veces. Calderón se adelantó á
sus coetáneos en tal camino; y no sólo presentó á la mu-
jer casada, sino que se atrevió á presentarla culpada en
algunas ocasiones; pero fué tan tímido y cauteloso en la
exposición de la culpa, y tan terrible en la imposición
del castigo, que todavía tres de sus obras maestras ejer-
cen en el espectador más sana influencia que todas las
que sobre el mismo asunto han venido recientemente á
infestar el teatro.
Velando el delito según exigen el arte y el decoro,
imponiendo el castigo con más dureza que la ley y la
moral prescribían. Calderón interpretaba los sentimien-
tos de su época, reflejaba el espíritu caballeresco de sus
compatriotas, y á la vez que moralizaba á su público ha-
ciéndole amable la virtud y aborrecible el vicio, le ins-
piraba el horror sublime, la compasión sana y consola-
dora con que el arte sella sus obras maestras. Los carac-
teres de misteriosa solemnidad con que nuestro poeta
pinta la infidelidad conyugal de la mujer, la severidad
con que juzga el pecado de pensamiento, el decoro y el
pudor con que trata el asunto hasta en las situaciones
más atrevidas, prueban, á mi entender, tres cosas: que
los casos prácticos eran rarísimos entonces; que aquella
sociedad exigía hasta la crueldad en el castigo; que el
6lf
público no toleraba en esta materia lo que tolera el
nuestro.
Aun admitiendo en bipó tesis que existan tipos y ae-
ches como los que hoy vemos en el teatro, ¿debe el arle
darles cabida? ¿Debe el escritor dramático allanarse á
propagar el vicio por medio del escándalo? El vieiO| eñ
lo que tiene de deforme, descomunal y antihumano, y
revestido con todos los accidentes y pormenores r
repugnantes, no es arto, ni verdad, ni realidad, ni tx-it-
lismo: es sencillamente degradación y barbarie.
La mutua estimación y el correspondido cariño cons-
tituyen el fundamento de la dicha conyugal, y poco nue-
vo sobre esto podía decir Calderón; pero sí podía censu-
rar y censuró á los que para elegir mujer consultaban
otro linaje de interés:
Mujer h mi gusto quiero;
sea su dolíj mi agrado;
tjue ol que a otro íiiten's se vende
no es marido^ sino esclavo (33),
Éste quiere mujer á su gusto, como primera condi-
ción: otro enumera las cualidades que la deben adornar
y piensa:
qutí no ]ja de lener la propia
de ñadí» opinión* pues basta
ser perfecta un poco en todo»
pero coE extremo en nada (si).
Véase, al condenar la desconfianza conyugal, C4Ímo
demuestra Calderón
que seatimteiitos, disgustos,
celoSi agravios, sospechas
en la mujer ^ y mas propia,
aun laás que sanan enferman (ss);
-i'IVi^^l^v ^«r
625
y con cuánta razón dice un marido á su mujer:
IJo será justo que ignores
que tiene, en tales desvelos,
licencia de pedir celos
marido que da temores (56).
El galán que persigue á una mujer casada y tiene
que esconderse porque se ve sorprendido, manifiesta el
estado de su ánimo con esta oportuna reñexión:
No he sabido
hasta la ocasión presente
qué es temor. ¡Oh qué valiente
debe de ser un marido! (57).
Sorprendida una mujer casada que sin culpa suya se
encuentra á solas con un hombre que la galantea, pro-
rrumpe, al esconderlo, en esta profunda, verdadera y
hermosísima exclamación:
Si inocente una mujer
no hay desdicha que no oguarde,
[Válgame Dios, qué cobarde
la culpa debe de ser! (58).
Inteligencia tan elevada como la que concibe estas
ideas, corazón tan honrado como el que atesora tales
sentimientos, pluma tan consagrada á las bellezas del
espíritu, no había de pagar tributo á la pasión material
y grosera, al tratar de la hermosura en la mujer, pues-
to que
no hay perfecta hermosura
donde no hay alma perfecta (59).
Y si para el hombre
Una hermosura sin alma
es como estatua de mármol,
40
626
en doDdo está la hermosura
sin el color del bálago (SO),
en la mujer
£5 armiño la hermosura
que siempre á riesgo se guarda;
si no se defiende, muere;
sí S0 deñeiidej se mancha (6 i).
Así, pues,
Entre ingenio y hermosura
el que puede elegir debe,
si para dama, la hermosa;
para mujer » la prmlente (§5).
Que sí & la joya del alma
es no más que caja el cuerpo,
no hay gala en lo personal
que igual© al enlendimiento (6.1}.
Por último, para coronar Calderón su doctrina sobre
la belleza de la mujer, dice en uno de sus más bellos
dramas, refiriéndose á una joven hermosa y humilde-
mente vestida:
Más belleza la humildad
de este trajo la asegura,
que en la mujer la hermosura
es la misma honestidad (€4).
Nada hay más repugnante en el orden moral que la
violencia empleada contra una mujer.
¡Que bajo espíritu debe
de tener quien se contenía
con que lo que es voluntad
lo haya de adquirir por faerza! (fiü).
Ni enseña Calderón menos felizmente cuan iaúlil es
627
aspirar á la posesión de una ¿adjer, jsi antes no se con-
quista su voluntad.
Porque querer sin el alma
una hermosura ofendida,
es querer á una mujer
I. hermosa, pero no viva (66). " * '?
Así al narrar la violencia cometida con una mujer,
hace decir á un personaje:
Por fuerza logró su amor;
mas miente, mientje nli lengua,
que, aunque consigue, no logra
el que, consigue por fuerza (67)*
Bien á la ligera, y no según lo que el asunto merece,
sino conforme mis humildes fuerzas lo permiten, he ci-
*tado algo de lo mucho que sobre el amor dejó escrito
Calderón en su teatro. Menos mal compuesto resultaría
el cuadro, si la exposición de los* admirables conceptos
del príncipe, de nuestros poetas dramáticos hubiera ido
acompañada de un estudio de los caracteres y situacio-
nes de sus obras; pero ni yo tenía valor para intentar
tamaña emplresa, ni tal vez vosotros hubierais tenido
paciencia para sufrir mis largas y difusas apreciacio-
nes. Ya conocéis la pureza y seguridad de la doctrina
moral de Calderón en lo concerniente al amor y a los
afectos que más se relacionan con él: ahora, y procuran-
do ser muy breve, hablaré de nuestro poeta como pen-
sador y moralista en otras materias.
Sujeto el hombre desde el pecado original á las pena-
lidades de la vida, tiene por compañero inseparable el
dolor, que á la vez que castiga el primitivo delito^ puri-
fica y prepara á la criatura para su futuro providencial
destino. Del dolor no puede librarse ningún mortal, paes
Aunque estuviera de mármol
fübricado nuestro ser,
pora imprimirse en el mármol
el dbior fuera cincel (68)»
En el dolor adquiere el hombre el durísimo temple
que se necesita para acometer y vencer las grandes con-
trariedades,
que nunca crece á ser grande
el que sin desdichas crece (69).
Profundas y atinadas son las consideraciones que ha-
ce Calderón sobre las desventuras que afligen á la hu-
manidad, y no parece sino que las ha estudiado en si
mismo, según la verdad con que las describo.
No es consuelo de desdichas,
es otra desdicha aparte
querer, á quien las padecej
persuadir que no son tales (70).
; Deja que el fracaso venga
y no ai camino le salgas,
que es desgracia desde luego
el esperar la desgracia (71},
Si al estudiar el fondo del alma ha sabido el poeta ha-
cer patentes hasta las que pudiéramos llamar debilidades
del dolor» al ponerlo en boca de sus personajes, tradu-
ciendo los más Íntimos sentimientos del corazón, ha sido
tan feli?: en su empeño como los siguientes versos de-
muestran:
^ Alegrías mal logradas^
antes muertas que nacidas,
rosas sin tiempo cogidas,
flores sin sazón cortadas (7^),
'*,"M^'" ."^^ ^ ^-^ — . —"T^^;!^ *^ ^"^TT^T
No es menester que digáis
cuyas sois, mis alegrías,
pues bien se ve que sois mías
en lo poco que duráis (73).
^ El estudio asiduo y constante que hacía Calderón de
las costumbres de su tiempo, el comercio continuo que
tenía con aquella sociedad que tanto codiciaba su trato,
y su espíritu naturalmente perspicaz y observador, le
dieron upa experiencia y un conocimiento de las debili-
dades humanas, que, aun sin proponérselo él, se mues-
tran en sus obras, avaloradas con reflexiones y consejos,
ya para vivir en el mundo, ya para librarse de caer en
vicios y defectos que debe rechazar todo corazón recto y
bueno. De sus comedias pudieran extractarse fácilmente
máximas y sentencias acerca de todos los deberes que
impone la moral cristiana. Calderón halla siempre medio
oportuno de nutrir de conceptos morales sus obras para
que al par deleiten con el interés de la fábula, y ense-
ñen algo que pueda redundar en bien de los hombres. '
Sigamos, pues, la exposición de éstos que pudiéramos
llamar artículos de su código moral, y veremos qué co-
sas tan peregrinas y admirables le ocurrieron sobre de-
terminadas materias.
Sabía cuánta es la debilidad humana para guardar un
secreto, y aconsejaba que
Nadie fíe su secreto
del más cuerdo y más amigo,
que en la más sana iutencióa
está un secreto á peligro (74).
Y si lo está en la más sana intención, ¿cuánto más no
lo estará en un papel?
630
I Malhaya el hombre, malhaya
mil veces aquél que entrega
sos secretos á un papell
?<vrqiie es disparada piedra
que se sobe qui<5ii la lira
y no se sabe á qméñ llega (7$).
ViYÍa en la^corte, frecuentaba el trato de los que la
componían, y observando sus cualidades y defectos ave-
riguó que allí
dan los cortesanos
i^statua al honor, de cera,
y íi la loaUcía, de mármol ("6).
Con esto demuestra bien claramente que uno úe Iq$
vicios que predominaban entonces, como siempre, en la
corte, ora el de la murmuraciun; vicio que, al decir de
un escritor moderno, nace del placer que experimentan
los malos de que pueda haber otros que so les parezcan.
Ponderando el daño que la murmuración causa, dice así:
Un hondire con sólo hablar-^
¡tan fácil es I41 dcshonml —
es bástanle á quitar la honra
que muchos no pueden dar {!')*
Y partéele más irremediable esta herida en la fama
que cualquiera que reciba el cuerpo por dolorosa que sea;
«
pues una herida, mejor
se cura que ana palabra (7íí),
Conocido el vicio social y los perniciosos efectos que
casi siempre le acompañan, la condenación no podía por
menos de ^er dura y enérgica,
¡Malhaya
quien lira palabra é piedra,
cuando no es posible que !»aya
^ ^W^ Hiffyvi !"^f!i'. ,í 1^" •tii.«* JI«^.Í75|^""
631
modo do poder cobrar
la piedra ni la palabra! (79):
. El amor propio pasa por sentimiento innato del co-
razón humano; y asi lo entendía, sin duda, Calderón,
cuando dijo:
¡Que pegado afecto al alma
el del amor propio es, * ,
pues nunca le suena mal
que haya quien le quiera bienl (80),
Pero no siempre este sentimiento tan natural es vitu-
perable; pues cuando no llega al exceso de que la esti-
mación de sí mismo viva á, costa de la de los demás,
puede ser origen de virtudes y móvilde buenas acciones.
• Hija del amor propio censurable es la alabanza de sí,
condenada por Calderón en este concepto tan claro, tan
sencillo y de fan pura enseñanza: '
La alabanza de tus glorias •
para ajenos labios deja,
que más alaban silencios ' '.
ajenos, que propias lenguas (84).
Verdades que nunca deben olvidar aquéllos á quienes
se solicita para que falten á sus deberes,, violando la fe
prometida, son éstas que pone en una de sus obras me-
nos vulgarizadas:
¿Es posible que no ves
que el mismo que en la ocasión
agradece la traición, . •
huye del traidor después?
Porque aunque ella agrade, á todos
viene el traidor á.cansar,
y no es posible alcanzar
honra por infames modos.
63S
Pues el que más alto estuvo^
!i ser más notado viene
cuando el mismo honor que tieae
dice Ja JQfamin que tuvo (S2),
Aprendan aquí los traidores la recompensa que me-
recen; y en el consejo que sigue, que parece escríLo para
nuestros tiempos, debieran estudiar los gobernantas algo
de lo que conviene tener presente cuando se desea con-
servar el poder con verdadera autoridad.
Seuor, á hombre sedicioso,
aunque en tu favor lo sea,
no le honres^ que es hacer
« ál delito oQDsecuencia [33),
La gratitud es prenda de toda alma bien nacida; el
intérprete de la hidalguía castellana necesariamente
había de creer que no puede
ser ni príncipe, ni amante,
ni generoso j ni invicto^
ni fiel, ni ilustre, ni noble
quien no fuere agradecido (Si).
Que arguye pocii nobleza
y casi infame proceJe,
quien satisfecho no obliga^
y obligado no agradece (83),
Para darse cuenta Calderón de las causas que pueden
engendrar la ingratitud, busca en vano en su alma ge-
nerosa motivos que justifiquen el olvido de un benefi-
cio, sin logizar sacar más que la candorosa consecuencia
de que
si olvidarse un favor suele,
es porque el favor no duele
de la suertú que el agravio (S6),
633
Gomo para él la falta es inconcebible ^ tampoco halla
el castigo que merece; y juzgando por su alma las de los
demás, dice noblemente: ^
que no hay castigo á un ingrato
como hacerlo un beneficio
cuando él espera ua agravio (S^?).
Para los poderosos, para los vencedores, para los
grandes que tienen autoridad sobre los pequeños, es pa-
ra quienes Calderón escribió pensamientos tan hermosos
como los que voy á citar. Exhorta unas veces á los ven-
cedores para quo cejen en sus victorias, porque
las buenas forluDas
aventurarse uo deben»
y conservar lo g.inaio
es la batalla más fuerte [^S);
y otras aconseja resueltamente la paz, pues
el hacer paces también
suele ser triunfos de guerra [89),
En lo de honrar al vencido no reconoce límites, y así
justifica hidalgamente su opinión:
Honrar al vencida es
una acción, que tíignamente
eJ que es noble vencedor
al que es vencido le debe (50),
Contra* lo que algunos escritores modernos han dicho,
Calderón creía que el perdonar las injurias no era vir-
tud que debiera ensalzarse mucho, sino pago de una deu-
da contraída con el que todo lo perdona; y quería que
se perdonara sin deprimir al ofensor.
Porque no perdona bien
el que, perdonando, deja
634
nada al temor que decir
ni que hacera la vergueóla (91),
Al proclamar el deber del perdón y la caridad en la
raanera de otorgarlo, condena en absoluto la venganza,
Porque nunea esta mejor
aquél que se desagravia
con la venganza que toma,
que dejando de tomarla {91} ^
y lleva su espíritu cristiano hasta el punto de decir,
pues de quien á mi me hizo
un pesar, ¿qué más venganza
que Iiaeerle yo un beneücio? (93)*
Castigo es para el ofensor el beneficio que le hace el
ofendido:
Aunque os pudiera qiiilar
vida que es tan atrevida,
quiero dejaros la vida
por dejaros más pesar (94),
Castigo es también en muchas ocasiones la venganza
para el mismo que intenta vengarse: "
Por satisfacerse honrado
publicd su agravia mismo;
porque dijo la venganza
lo que la orensa no dijo (^5),
Muchas definiciones se han hecho del valor; pero nin-
guna es, á mi juicio, más propia y exacta que la que,
tal vez sin propósito deliberado, hace Calderón al ob-
servar
que aunque el natural temor
en todos obra ÍJ^ualmente,
no mostrarle es ser valiente,
y esto es lo que hace el valor (96).
635
Cómo y en qué circunstancias se ha de usar de esta
cualidad del espíritu, y.de qué otras debe ir acompafia-'
da, dícelo hermosamente nuestro poeta. La experiencia
le había enseñado que
« t
0 ningún cruel fué valiente {9T)» f
^u corazón cristiano le inspiraba que
ipás se suele mostrar
el valor en perdonar;
porque el matar no es valor (9¿).
Y con la propia inspiración decía:
Aunque te aconsejes tarde ,
mira ¡oji joven imprudentel
que ser con ira valiente
no es dejar de ser cobarde (99). *
Para dar fin á esta 'materia, citaré el bellísimo ras-
go que pone en. boca de un caballero obligado á reñir
con dos:
Aunque sois dos, vive Dios,
que aqui no me dais cuidado;
♦ que un hombre de bierij restado
una vez, vale por dos (<oo).
Si el hombre experimentado y observador de las co-
sas del mundo prodiga en sus obras con amable genero-
sidad cuanto ha estudiado y recogido para enseñar y
moralizar. á sus semejantes, el pensador y filósofo, no
mentís bondadoso y espléndido, regala constantemente
el oído de su público con los grandiosos conceptos que
surgían de su fecunda mente siempre que pensaba en la
pequenez de los actos del hombre.
El tiempo, gran agente de la? cosas humanas, incom-
prensible maestro que todas las enseña y descubre, que
acaba con todas, y que ínfande en el hombre la certera
de su pequenez, inspiraba á Calderón con frecuencia
pensamientos como éste:
i Al peso de los auos
lo eminente se rinde,
que á lo fácil del Uempo
no liay conquista difícil (10!)* •
Rebelde siempre nuestra naturaleza á corregirse por
la enseñanza que le dan los sucesos que tiene á la vista,
rara vez se fija en el sentido íntimo de ellos: compren-
diéndolo asi el gran poeta, quiere mostrar los estragos
del tiempo prácticamente, y anticipa al joven lo que
pensará cuando llegue á viejo, enseñándole así que no
debe perder los años de la juventud, porque
A la vista de las canas,
como perdidos, es cierto
que se avergüenzan los auos
de haber pasado tan presto (iO^)*
La fortuna, ciega y desatentada, vierte sus dones ü la
ventura y es inconstante en sus favores: por eso se pres-
ta tanto á las reflexiones de un filósofo, y sirve de asun-
to para aconsejar y dar enseñanza al hombre. Calderón
lo dice:
que es tal
de la fortuna ei desddn,
que apenas nos baca ua bien
cuando la desquita un mal (403).
Cree también
que ella favorece más
á quien lo mereca menos (404),
Y alguna vez afirma
637
que siempre la fortuna
fué sagrado del cobarde (^05).
Con lo cual no contradice, aunque al pronto lo parezca,
la máxima que atribuye la fortuna á los audaces; pues
si á éstos favorece á menudo, tampoco es raro que bus-,
que á los que huyen de ella.
Los casos dificultosos
y con razón envidiados,
inténtanlos los osados
y acábanlos los dichosos (106).
Demuestra asimismo Calderón el estudio que de los
efectos de la veleidosa fortuna había hecho, sacando las
más saludables consecuencias al comparatrla con el rayo;
Porque el rayo y la 'fortuna
su mayor efecto hacen
en la eminencia del monte
que en la humildad de los valles (407).
Á los que intentan asaltar el poder, aconseja cuerda-
mente que no olviden lo que á otros ha sucedido:
Tú eras ayer un soldado,
y hoy tienes cetro real;
yo era ayer un general,
y hoy soy un hombre afrentado;
tú has subido y yo he bajado:
y pues yo bajo, advirtiendo
sube, Aureliano, y temiendo
el día que ha de venir;
pues has hallado al subir
otro que viene cayendo (<08).
Que no se fíen de la suerte encarga á los afortunados,
porque
638
maña Da es otro dk,
y á una déhíl, frágil vuelta^
se truecan bs monarquías
y los imperios se truecan (*0Í>),
Por ültimOí en frase enérgica, eleyadísima y pro-
funda, dice á todo el mundo, dirigiéndose á una sola
persona:
Y cuando de la fortuna
huelles la cerviz suprema,
del so! no estarás por eso
ni más lejos ai más cerca (t^o).
Hermoso pensamiento , que con briosa valen ti a mues-
tra la pequenez de la dicha humana, comparada con el
grandioso destino futuro del hombre.
La existencia, paréntesis abierto al nacer ^ y en el cual
permanecemos sin pensar que ha de cerrarse; la Wda,
que nos empeñamos en recargar de necesidadca ann á
costa de nuestra conciencia, y por la cual caminamos
muchas veces al heroísmo ó al crimen, ¿que es?
Vanidad de vanidades,
una ílor
que con el sol amanece
y fallece con el sol (Hl).
Esto há dicho Calderón f repitiendo un concepto que
muchos habían ya expresado; pero nadie antes que él
había contestado así á la eterna pregunta:
¿Qué es la vida? Una ilusión ,
una sombra, una ficción ,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sneños, sueüos son (Ht);
Admirable definición que contiene todo el pensamien-
^m
639
to de una obra, pasmo, como concepción filosófica, de
propios y extraños.
Tal vez el hombre no ha recibido de Dios prenda tan
preciosa como la voluntad, reguladoi^a de todos nues-
tros actos, más fuerte en cada individuo que todos los
poderes juntos del mundo .contra él reunidos, y más in-
domable que todas las pasiones d€ que el alma humana
es capaz. Nada existe en nosotros bastante poderoso
para anular la voluntad; y por virtud exclusivamente
suya, puede el hombre vencerse siempre que lo exija el
deber:
. Porque si á tí mismo tá
no te vences, será indicio
que de ti misnoio olvidado,
no te acuerdas de tí mismo (H3). . '
No podía Calderón olvidarse de que el libré albedrío
es materia esencial del dogma católico, y por los versos
citados se ve perfectamente que lo había estudiado en la
ciencia que trata de las cosas de Dios. En ciertas cuali-
dades compiten otros poetas con Calderón; pero nadie
supo dar como él forma dramática á los asuntos dogmá-
ticos, místicos y teológicos más abstrusos y más difíciles
de tratar. Asombran el desenfado y seguridad con que
maneja en la escena los efectos de la voluntad j y secu-
lariza los conceptos más profundos de la religión catóU-
ca. Recordad estas elevadas sentencias:
¡Qué poco me desvanece'
el aplauso, cuando temo
que no venzo á mi enemigo
si á m( mismo no me venzo t (H I),
El hombre tiene
imperio' sobre si propio;
6ia
j aii k» esfuerzos httiiiaiios«
llainaiido imo TÍaneo lados (i*^)*
Calderón, cuando elegía tm asonfo, lo estudiaba á con-
ciencia; y estudiado con la ajt-nda de sa finísimo instin-
to dramático, veía hasta donde podía Ue^r, y de donde
no era lícito ni artístico pasar. Por eso, al decir que esle
poeta llevó al teatro las cosas más recónditas y escabro-
sas, estoy muy lejos de creer íjne hubiera podido tratar
todo linaje de asuntos: afirmo sólo que tenía la facultad
de discernir cuáles de entre los que parecían imposibles
eran, sin embargo, fáciles de poner al alcance del vul-
go desarrollándolos acertadamente. Su talen to^ sü ox*
periencia, su genio y saber la guiaban por éstos, al pa-
recer, inexplorables países.
El bien j^ el mal que los hombres hacemos cae tam-
bién bajo el código moral de Calderón, y no solamente
los estudia en su origen, sino que legisla sobre eUos. Ya
sienta por principio que
de las Gosas mal bochas,
ni es el ejemplo disculpa
DI el dehto consecueneía {if^},
ya presenta el bien y el mal naciendo de una misma
causa y produciendo contrarios efectos:
De un lísonjeTO clavel
que hermoso á la vista engaib,
tina dulc^p otra cruel,
saca ponzoña la arana ,
la abeja destila m¡ñ\ (H7]«
No es posible recomendar el bien con más eficacia que
lo hace Calderón en estos cuatro Tersos:
De hacer algún bien, es tal
la atabanzat Don Guillen.
641
que haciendo uno ajeno bien
no se siente el .propio mal (^ 18),
Ni tampoco puede exigirse manera de practicarlo más
conforme con el verdadero espíritu cristiano, puesto
Que el que á un afligido ve
y se le deja aQígido
avergonzarse, no da
sino vende el beneficio (^^9).
Dios, Rey y honor era el lema de nuestros antepasa-
dos; y con ser tan admirable el sentido de estas tres pa-
labras, aun lo eran más la fe, la pureza, la devoción y
el noble ardimiento con que se rendía culto á estos tres
principios, escritos en todo corazón español. Por ellos
peleaban desde el primer general hasta el último solda-
do: presentes los tuvieron los escritores grandes y pe-
queños, que dedicaron su ingenio al cultivo de las letras:
no había noble, ni hidalgo, ni plebeyo que en sus actos
públicos y en sus relaciones privadas no acatase la re-
ligión, la autoridad y la familia. La patria — no hay que
decirlo— la patria estaba en todo. En amarla gozábanse
entonces y se gozan, por fortuna, todavía los españoles.
Este pueblo hizo la patria luchando siete siglos bajo la
bandera de su Dios, acaudillado por sus reyes, y con-
quistando palmo á pahno la tierra donde depositó su
honra y su familia. Mientras haya una cruz ante la cual
nos descubramos con fe sincera y corazón sano; mien-
tras haya una autoridad legítima á quien por amor y
por deber respetemos; mientras aliente en nuestro pecho
el honor castellano sin mezclas extrañas, podrá suceder
que no vayamos á la cabeza de lo que llaman civiliza-
ción y progreso modernos; pero las armas extranjeras no
invadirán impunemente la tierra de la patria, y la inde-
41
pendencia de &paM no suctmilitm iin It defeiia de ses
íújcm. Con esos ttm piineipíos nadie nosba fammOado on
BOéstro saelot ellos son para oosDtras bisioria^ ctvüiza*
ciuD^ grandeza^ poder, todo lo que oonstiliíTe tía pueblo
independiente. ;Ay de nosotros el día que ks^ perdamos!
Eipana como nacionalidad habui complido n deitino en
la (ierra.
CalderóD, en su doble concepto d^ et^pati . l-¿riTimo il»^
pnra rara y de escritor con Tocaddn e^ecíaimma a re-
presentar el carácter de su pueblo, que «a el propio
HITO, dedicó lo mejor de sn vida j de so entendimiento
á exponer y santificar los tres prinei{Ma$ qoe daban
aliento y ¥ida á la nación donde había tenido la dieba
de nacer» La religión católica fué el múTil más podero-
so de su iDspiración: á ella consagró la admirable epo-
peya teológica llamada Auios sacrwmmMcs^ que ya en
luminoso trabajo apreció aquí un sabio Académico, dan*
do todo su valor á las incomparables cualidades del teó-
logo poeta. Insensato atreTimianto seria en mi qoerer
añadir una sola palabra á lo que dijo aquel insigne lit^-
rato; pero aunque omita todo lo concerniente á los AaJos
sacrameniúleSy no puedo por menos de reoordaí" ^^^'"' ' ^^^
lo que en sus dramas escribió de la religión de /
to* Como creyente fen^oroso quiso dejar muestras per-
durables de su firme creencia, interpretando asi la de
sus compatriotas. No debo ahora examinar el pensa-
miento paramente religioso y teológico de varias de sus
obras; pero sí eitar^ aunque muy á la ligera « algunos de
los conceptos de esta índole con que casi todas ellas es-
tán enriquecidas. Nunca este alentado ingenio penetró
más allá de lo que á la raxón humana le es lícito, por-
que creía que
643
Lo que Dios quiere guardar,
lo guarda sin que se sepa
cómo ni por qué lo guarda
dígalo su providencia (120).
Sabía que á ciertos misterios jamás llegará el hombre,
y que es vana soberbia querer investigarlos; pero no por
eso tenía en menos la dignidad humana: antes bien la
consideraba en tanto, que no hallaba nada mayor que
admirar en el Hacedor Supremo que su creación.
Gran autor debe de ser
el que con eterna calma
á cada cuerpo da un alma
y una vida á cada sor (<24),
La verdad^ muchas veces desconocida y ultrajada en
la tierra, la busca él donde tiene su origen:
Acudamos á lo eterno,
que es la fama vividora,
donde ni duermen las dichas,
ni las grandezas reposan (422}.
Con este sublime concepto define el signo sagrado de
nuestra redención:
£1 madero soberano,
iris de paz que se puso
entre las iras del cielo
y los delitos del mundo (123).
No se muestra menos teólogo y moralizador al ense-
ñar hasta qué punto están obligados los hombres á obe-
decer á sus superiores, y cuándo no deben hacerlo. No
olviden, pues, los que rigen los pueblos que
En lo justo
dice el cielo que obedezca
511
el csebro i s
ponioe sí el señor dtjem
á un esclava qae pee^ri,
obÜgieíóti sa tupiera
de obedecerle; porque
quien peea mandado, peea (tii;.
MfBlieos en la verdadera acepción de la palabra^ ele-
cadísimos y di^os del mejor de noestros mentores al-
oéticas, son los iigaientes pensamientos:
par ffid ido unariera
D»os, sí Miis nmiido no tmlikrac
lue^ eres lú cnu por mi,
ffne Bks no moriera en li
6Í yo pecador ao foeni (tiv.
Pera ¿qct4 nuil nn es mortal,
si tnortal el hombre e^.
y en esle eaiifuso ^ismo
la enfermedad de si nüstno
le rkne á oíatar después?
Hoiabre, mini que no estés
descoidado; La verdad
si^Qp, qae hay ctArfiidíi^I,
y otra f^nfermeilad o<í e^f>ercs
que i^ avise, pues tú errs
lu tDavor anfermediid [ tí<).
Pisando la tierra dum
de i!oaltciua el ho«i)!ife e&tá^
y cá'la paso qye da
es sobre su sepultura (ii").
Después de Dios, el Rey era lo más respetable para
un español del siglo xvín considerábase la monarquía
eomo una instilación da derecho dÍTÍno, y ésla es la
aiu^eola de la majestad real en aquellos tiempos. En los
645
nuestros, á lo que parece, las cosas han cambiado mu-
cho; y aunque Dios es también quien hace los reyes, la
ayuda de las constituciones es indispensable para que ló
sean. Por ello, sin duda, no comprendemos bien ahora
algunos de los conceptos que Calderón y los poetas coe--
táñeos suyos introducían en muchas de sus obras. Hoy
sería inverosímil decir, como dice Calderón:
que quien mira al rey la cara
segura tiene la vida (ít8),
y condenable por reaccionario suponer
que nadie ha de juzgar
á los reyes, sino Dios (<29).
Gracias si se consigue en los pueblos monárquicos que
pase por cierto aquello de
que no ka de tener ninguno
enterezas con su rey (430),
y gracias también si, á lo menos, ya que no verdad prác-
tica, es teoría sana y respetable lo de que
Es la sangre de los nobles,
por justicia y por derecho,
patrimonio de los reyes (^31).
Tal vez consistirá en que, por pura bondad, sin duda,
los reyes á la moderna no participan de la opinión de
nuestro poeta, que creía
que el temor sobre el amor
da estimación y respeto (432).
Pero lo cierto es que si bien hoy los actos de infidelidad
y de rebeldia á la autoridad suprema del Estado se re-
piten con dolorosa frecuencia, en cambio los actos de
64e
abnegación y de sacrificio incondicional de los vasallos
andan por las nubes» Busquen los que aconsejan á los
reyes, ya que á éstos no alcanza la responsabilidad de
los actos de sus gobiernos, la manera de hacerlos felices
en ol concepto que indica Calderón;
¡Felice y más que felicej
el quc^ aoiado de su pueblo,
día que en público sale
ve á sus vasallos conlentosl t<33)»
Si Dios y el Rey eran las dos primeras obligaciones
de todo buen español del siglo xvii^ el honor imponía
deberes^ no contra Dios, pero sí muchas veces contra el
propio Rey; porque según Calderón, tan amanto de la
monarquía^ era preciso no olvidar
que si en un vasallo fiel
no hiiy contra el poder espada,
hay honor ooatra el poder (^3^),
y que
Al Rey la haeiendíi y la yída
se debe; pero el liúnor
C5 pairimoDÍo del alma,
y el alma soto es de Dios (139)*
No dirán los enemigos de los tiempos pasados que el
poeta que consignó tal doctrina pecaba de adulador y
servil, ni mucho menos que escribía bajo el yugo de un
tirano: esta manera de pensar está tan lejos del despo-
tismo como de la democracia.
Efe evidente que si el honor del individuo imponía res-
peto al mismo Rey, más debía imponerlo á cualquiera
otra criatura humana; y hasta tal punto, que bien pue-
de decirse que en esto del lionor no había materia pan^a.
647
Porque el honor
es de materia tan frágil,
que con una acción se quiebra
y se mancha con un aire (436);
y manchado el honor, según uno de los más famosos
personajes de Calderón, sólo con sangre se lava.
En esto, como en todo, el príncipe de nuestros poetas
dramáticos interpretaba las ideas de su siglo y de su so-
ciedad; pero reservándose el derecho de condenarlas,
cuando así lo creía justo: por eso, si bien es cierto que
unas veces opinaba
Que si mil muertes hubiera
que padecer y sufrir,
por un átomo de honor
aun fueran pocas las mil (137),
y otras decía
Que del honor
son tan severas las leyes,
que mandan que el ofendido
sin ningún riesgo se vengue (438),
también lo es que al propio tiempo se lamentaba amar-
gamente de aquellas injusticias sociales que, sea dicho
de paso, no se han corregido aún. Pasaba porque las
manchas del honor se lavaran sólo con sangre; pero de-
jaba escrito que
Poco del honor sabía
el legislador tirano
que puso en ajena mano
mi opinión, y no en la mía (139).
Parecíale bien que no bastaran mil vidas para darlas
por un átomo de honor; pero sentía que fuera por
648
ley Iraiilora
ia iiFrenta de quien la lloríi
y na de qnien [a comete (UO),
Y por último, para justificar en cierto modo el durí--
simo Cüdig-o del honor ^ exclamaba:
Higor qne el cielo previene,
desdicha que el tiempo ortlena,
es que uno tenga la pena
lie la culpa que no tiene (í^O.
Mucho más y sobre otras materias muy interesantes
podría citar de lo que sin maduro examen he recogido
del teatro de Calderón; pero con lo citado creo que bas-
ta para demostrar lo que me propuse-
Toda obra dramática que, además de las cualidades
que el arte exige, contiene un pensamiento social mora-
lizador^ expuesto con claridad y lógicamente desarrolla-
do, aventaja en mucho á aquéllas cuyo único fin es de-
leitar honestamente al público; pero también estimo po-
sible enseñar y aun moralizar escribiendo^ como lo hi-
cieron nuestros poetas, sin el propósito deliberado de
corregir un vicio social por medio de la acción dramá-
tica, Al elegir á Calderón como moralista para lema de
mi discurso, he prescindido de la enseñanza que encie-
rran las fábulas y los caracteres por él creados, porque
mi objeto era sólo probar que del diiUogo de sus come-
dias podía sacarse un código moral, capaz de guiar al
hombre por buen camino. Tengo por sano y moraliza-
do r^ no solamente lo que he citado, sino también lo que
he omilidoi pienso que en todos y en cada uno de estos
dramas resplandece la más pura doctrina católica; y si,
como dice un escritor moderno^ la moral de una obra
está menos en ella que en su aulor, preciso m declarar
649
que Calderón fué, á la vez que ingenio de los mayores
que ha tenido el mundo, hombre tan honrado y virtuo-
so como el que más.
Sin aspiraciones de critico profundo, ni mucho menos
de sabio comentador, sino sencillamente con el carácter
de humilde expositor de la doctrina moral de D. Pedro
Calderón de la Barca, he venido á pagaros mínima par-
te de la enorme deuda que con vosotros tengo contraí-
da: me daré, pues, por muy satisfecho si he conseguido
que el brillo de las riquísimas joyas del sumo poeta os
haya deslumhrado hasta el punto de no reparar en lo
tosco y pobre del engarce que yo les he puesto.
He dicho.
NOTAS.
(I) Garab Guliárez. Eclipse Parcial: acto I**, esc* ti.
(f ) El maiisirm de la jardines: aelo I .*, ese. sti.
{Z) Nú Éiemprt lo pmr ef cierta: ado i/, ese. nr.
(1) la píáa es meño: aeto I/» esc iim.
(5) Él ivioj^r líwiii^íriío, tm ctIo$: acio i/, e^% \ ,
(6) Antoia j^ oterreei^o: acto S/, esc« t*
(7) l'^m mmer á amar^ querer vmcerie: ada l.% esc. v.
{^) El iteréis á tmtK acta 3.', esc, ?iti-
(9) Amtgtd, amante y Imk telo i/, ese. tfti.
(lOj ¿a ftija dtl aire: aclo !/, esa n.
(H) La Sibila del Oriente: acto 3t% e¿c, iti*
(IS) El oeam y el error. &elo 1,% esc. xxr,
(IS) la hija del aire: acto %*, €sc. i.
(14) Bt acato y e/ error: aelo 3,% eáo. ji.
(15) MI iegimdo Scipiún: aelo 1/
(16] tdem id. iii.
(17) Para vencer a amor^ querer vencerles aelo t/, ese, nf
(18) £í Con^/e ¿ueaíior: aeto i,\ ese. su.
(id) ¿a vida es sueño: acto 3/, ©se, i,
(20) /ucías Macahco: acto 1.*. esc. iii.
(24) Darlo todo ij m dar nada: acto 3,*, <?sc, xiJ,
{%!} Argenis y Poliurco: acto 3.*, esc, xii.
(23) £i astrólogo fingido: ücto I/, esc. ii.
(24} El alcaide de si mismo: acto 1.'» esc« iii*
(25) La hija del aire: acto 2/, esc. vii,
(26) El monstruo de la fortuna: acto l.% esc. xíl
(27J Ap-adecer y no aman acto I.", esc. xiiu
(28) X^uiV Pérez el Gallego: acto I/, esc. tit.
651
(29) El acaso y el error: acto 2.', esc. ix.
(30) Los tres mayores prodigios: acto 3.*
(31) Amigo, amante y leal: acto 3/, esc. x.
(32) Casa con dos puertas mala es de guardar: acto 4 .% esc. ly.
(33) El mayor monstruo, los celos: acto 2.', esc. x.
(34) Enfermar con el remedio: acto 1.', esc. viií.
(35) El laurel de Apolo: acto 2.', esc. x.
(36) Nadie fie su secreto: acto 2.", esc. i.
(37) De una causa dos efectos: acto 3.*, esc. x.
(38) Apolo y Climene: acto 2.'
(39) Saber del mal y del bien: acto 2.", esc. viii.
(40) Casa con dos puertas mala es de guardar: acto I.", esc. x.
(41 ) El Pastor Pido: acto 3.*
(42) La devoción de la Cruz: acto 2.', esc. xiv.
(43) Bien vengas mal: acto 2.% esc. vií.
(44) ídem: acto 1.", esc. xv.
(45) ídem: acto 2.% esc. vi.
(46) El alcalde de Zalamea: acto 2.', esc. xxi.
(47) Amor^ honor y poder: acto I.', esc. xvii.
(48) El astrólogo fingido: acto 4.% esc. ix.
(49) Las manos blancas no ofenden: acto I.', esc. vin.
(50) Con quien vengo, vengo: acto 2.*, esc. xiii.
(51) Celos aun del aire matan: acto 3.', esc. xi.
(52) El castillo de Lindabridis: acto 3.", esc, £.
(53) Agradecer y no amar: acto 2.*, esc. i.
(54) El mayor monstruo, los celos: acto 2.",. esc. x.
(55) El médico de su honra: acto 2/, esc. xvi.
(56) Gustos y disgustos son no más que vnaginación: acto 1 .', es-
cena XI.
(57) El médico de su honra: acto 2.", esc. iv.
(58) ídem id. id.
(59) Cada uno para si: acto 2.*, esc. iiu
(60) El pintor de su deshonra: acto 3.', esc. v.
(61) El mayor monstruo, los celos: acto 2.*, esc. x.
(62) ¿Cuál es mayor perfección?: acto 3.", esc. xxv.
(63) Los tres afectos de amor: acto 4.', esc. x.
(64) La devoción de la Cruz: acto 2.', esc. xi.
(65) Fieras afemina amor: acto 4.*
(66) El alcalde de Zalamea: acto 3.*, esc, xi.
(67) Fortunas de Andrómeda y Perseo: acto 4.**
■1
^^^^^F l^^^^^^^^^l
^^^H(l»}
La Virgen del Sagrario: acto 2.*, esc. x. ^^^^^^|
^^^^^H
Fortunas de Andrutnedn y Perteo: aclo (•* ^^^^^H
^^^V
Gatioí y disgtittos son no más que imaginación', dci» i.*, rs- ^H
^^^^^V ^1
^^H
Los tres afectos de amor: acto (.*, ose. it. ^H
^^H
Amar después de la muerte: acto 3.*, esc. ^ iii- ^|
^^H
ídem id. V.
^^H
A'a<ft« fie su secreto: acto 3.*, esc. xxv.
^^H
£a devoción de la Cruz: acto 1 ,*, esc. in.
^^H
Guárdate del agua mansa: acto f .*, esc. u.
^^H
El astrólogo fingido: acto 1.*, esc. i.
^^B
vlmai' después de la muerte: acto 1.*. esc. it.
^^K
Cada uno para si: aclo 1 .*, esc. xtx.
^^F
SI Conde Lucanor: acto 1.*, esc. siv.
^H
la Gran Cenohia: aclo 3.", esc. it.
^H
idcm: aclo 8.*, esc. u.
^H
la hija del aire: acto i.*, esc, ii de la secunda parte.
^H
El Conde Lucanor: aclo 2.*, ese. ix.
^H
Amor, honor y poder: aclo 3.', esc. iit.
^H
La dama duende: acto 2.", esc, n.
^H
Afectos de odio y de amor: acto 3.*, esc. mi.
^H
Los cabellos de Absalón: aclo 3.*, esc. sst.
^H
Duelos de amor y lealtad: aclo 3.*, esc xiii.
^H
El sitio de Breda: aclo 3.*, esc. vii.
^H
Los cabellos de Absalón: acto 3-*, esc. viii.
^H
¿as manos blancas no ofenden: aclo 3.*, esc. xi.
^H (93)
El segundo Scipióa: acto 3.'
^H (»«}
La cisma de IngahUerra: aclo 3,*, esc. vij.
^H
A secreto agravio secreta venganza: acto 3.*, esc. vh.
^H
La hija del aire: acto 2.', esc. ix de Ja segunda parle.
^H
El segundo Scijñóít: acto 2.*
^H
Amar después de la jituerle: aclo 3.*, eso. viii.
^H
Las armas de la hennosura: aclo 3.*, esc. vit.
^H
Bien vengas mal: aclo 1.*, esc. it.
^^H
El Príncipe Constante: acto 1.°, esc. t.
^H
El hijo del Sol, Faetón: acto 1.'
^H
Amar desptu's de la mmrte; aclo 2.', esc. v.
^H
Los tres afectos de amor: acto ).", esc. xiti.
^H
Judas Mticabeo: acto 1 .*, esc. is.
^H
¿7 hijo ih-l Sal, raelóu: aclo t."
653
(107) Sorber del mal y del bien', acto \ /, esc. xu.
f^08) La Gran Cenobia: aclo í.*, esc. iii.
(109) ídem: acto 3.% esc. n.
(H 0) El hijo del Sol, Faetón: acto 2.'
(1 H ) Las cadenas del demonio: acto 3.', esc. ii.
(H2) La vida es sueño: acto 2.', esc. xix.
( H3) El pintor de su deshonra: aclo 2.', esc. iv.
(\ 1 4) El segundo Scipión: acto 2.'
(115) ¿05 cabellos de Absalón: acto 1.*, esc. ii.
(116) La desdicha de la voz: acto 2.*, esc. ii.
(117) La cisma de IngalateiTa: acto 2.', esc. iv.
(118) Gustos y disgustos son no más que imaginación: acto 2.'', es-
cena ni.
(H9) Los hijos de la fortuna: acto 1/, esc. vn.
(120) Dicha y desdicha del nombre: acto 2.', esc. xvc.
(121) El monstruo de los jardines: acto 1.', esc. xi.
(1^2) La vida es sueño: acto 3.*, esc. x.
(123) La exaltación de la Cruz: acto 1.', esc. ix.
(124) El PHncipe Constante: acto 2.% esc. vii.
(125) La devoción de la Cruz: acto 3.*, esc. xr.
(126) El Principe Constante: acto 3.*, esc. vm.
(127) ídem id. id.
(128) El alcaide de si mismo: acto 3,*, esc. xii.
(129) Saber del mal y del bien: acto 1.", esc, vin.
(130) Ídem: acto 3.% esc. i.
(131) No hay cosa como callar: acto 1.', esc. xv.
(132) Argenis y Foliarlo: acto I.', esc iv.
(133) Los tres afectos de amor: acto 1 .", esc. ni.
(134) Amor, honor y poder: acto 1.', esc. xvii.
(135) El alcalde de Zalamea: acto 1.', esc. xviii.
(136) La vida es sueño: acto 1.', esc. iv,
(137) Antes que todo es mi dama: acto 3.% esc. xi.
(138) La desdicha de la voz: acto 3.', esc. i.
(139) El pintor de su deshonra: acto 3.*, esc. xiu.
(140) ídem: acto 3.", esc. xiii.
(141) Gustos y disgustos son no más que imaginación: acto 3.*, es-
cena XVi.
CONTESTACIÓN
iHa
Eicto. S«. D. íDBILIANO FMAIEZ-GIIEM Y OM
AL PRBCKDEIÍTE DTSCUBSO BEL 3». CiTAUÍA.
Sbnor^:
Tócame la honrosa distinción de llevar en este dia la
voz de Ja Academia Española para dar moy afecliiosa
bienvenida al correcto escritor, al distinguido poeta Don
Mariano Catalina, de cuva laboriosidad v buenos estn*-
dios, realzados por envidiable nobleza de carácter, la
Academia se promete cooperación activa y útil en sus
difíciles y asiduas tareas literarias.
Cuánto vale como escritor y poeta el Sr. Catalina, ya
lo ha quüatado inapelable autoridad, reconocida y aca-
tada universalmente por su rectitud, ciencia y maravi-
lloso juiciOi y á quien unánimes confiasteis vosotros el
delicado y honrosísimo cargo de la censura- He aquí las
palabras de tan sabio critico, en el prólogo de las Poe-
sías^ eanlares ?/ leyenda.^ del nuevo compañero:
«No es Catalina poeta que babitualmente se remonte
en alas del estro arre balado de Píndaro; mas sin volar
á las alturas en que suele resplandecer el fogoso liris-
mo que á veces nos enamora y seduce tanto en las odas
655
del Maestro León ó de San Juan de la Cruz, sabe insi-
nuarse en el ánimo y atraerlo y encantarlo con persua-
sivo lenguaje.
>Ni es la poesía amatoria la única fuente donde busca
y recibe Catalina felices inspiraciones. La santidad, la
virtud, el heroísmo, el poder, cuanto levanta el espíritu
y lo dirige á contemplar el esplendor de las grandezas
morales y á gozarse en ellas, atrae y cautiva á nuestro
poeta, dictándole versos muy honrosos para su numen y
recto juicio, pero todavía más para los nobles senti-,
mientes que abriga en el corazón. Conocedor de su tiem-
po y de la enfermedad moral que ahora lo contagia todo,
enfermedad que produce donde quiera grandes catástro-
fes, augurándolas mayores — si los que rigen la sociedad
no se esfuerzan por restaurar la fe en el alma de los
pueblos poniendo diques al torrente de las doctrinas de-
letéreas que los vician y corrompen, — duélese Catalina
de la desastrosa ceguedad del hombre que por torcidos
caminos
busca la ciencia, y la verdad no alcanza,
porque no es posible alcanzarla cuando se toma por luz
de verdadera ciencia el engañoso y pasajero fulgor de
deslumbrantes errores. >
Y si el propio Sr. Cañete, de quien es parecer tan
exacto y discreto, le hubiera de dar sobre las obras dra-
máticas del mismo autor, ¿quién duda sino que le pon-
dría en su punto de ésta ó semejante manera?
^Cuando más se recreaba el estragado paladar de la
multitud con los asquerosos manjares que donde quiera
le ofrecía el género bufo, Catalina protestó en la escena
contra tamaña degradación, arrojándose á luchar con la
corriente del nial gusto- Ejemplo hermoso de valor y ile
conciencia arf ísüeaj su primer ensayo dramático le pro-
porcionó el triunfo más lisonjero, j aquellos mismos que
entonces parecían fascinados por las repugnantes cari-
caturas de La Gran Duquesa^ se sintieron como Yenci-
dos ante los puros j delicados amores del gran cantor
da La Jenisalén Libertada. Ni fué menos gloriosa vic-
toria la qtie obtuvo con Luchas de Amor^ donde en fá-
bula muy bien trazada descubre por alta manera
' que en ol alma hay libertad
para lachar y veacer,
si quiere la voluntad.
»Mas aunque sólo hubiese escrito el drama lleno de
interés y de sana filosofía moral que intitula No hay bmn
fin por mal camino^ aplaudid í simo en todas sus repre*
senfaciones, merecería Catalina figurar entre los mejo-
res dramáticos íle nuestros días. jQuó sabor tón castizo y
tan en la buena tradición española el de este singular
poema escénico! En él se unen la discreción y el arrojo
á la originalidad de la inventiva, y se pintan caractereí^
y pasioneSj no ya como los sueña la imaginación extra-
viada, sino con el fuego y colorido de la verdad, y en sa-
broso estilo esmaltado de profundas sentencias ó de feli-
ces rasgos poéticos adecuados á la índole y situación de
los personajes. í>
El vivo y sincero amor á toda clase de buenas letras
que avalora y reaka al Académico electo, le ha llevado
en más de una ocasión á recorrer otros dominios que los
de la dramática y lírica, también lloridos y gloriosos. Y
las monografías que publicó, ya describiendo y aprecian-
do las Urnas cinerarias de nuestro Museo Arqueológico
657
Nacional, ya examinando La pintura en la Edad Media^
extasiado ante una tabla del Beato Angélico, modelos
preciosos ambos de bien encaminadas investigaciones,
de buen gusto y peregrino arte, hallan siempre en varo-
nes doctos ingenuas y merecidas alabanzas.
Nuestro elegido viene además á ocupar el sillón va-
cante, como por derecho hereditario, renovando en nues-
tro libro de oro un nombre que así fue prenda de sólido
y profundo saber, como de prudencia y discreción extre-
madas. Y al mostrarse, como acabáis de ver, tan agra-
decido á la memoria de su ilustre pariente y antecesor
en estos codiciados honores, nos da la medida de cuánto
debemos esperar de sus bien nacidos pensamientos. La
nobleza de corazón es el mayor realce del hombre.
¿Quién más desdichado y aborrecible que el que no sabe
ni agradecer ni amar? Infeliz, porque no ama ni puede
amar, llamó la santa y prodigiosa doctora de Ávila al
demonio. ¿Qué se ha de esperar de quien no ama sino á
sí mismo, de quien se imagina que todo se lo debe á sí
propio, del ingrato, semejante á las arenas de la Libia,
que tragan codiciosas las aguas del cielo sin ornarse ja-
más de flores y verdura?
Bien venido sea, pues, quien dichoso atesora dotes de
ingenio y de corazón excelentes, y quien ha de prestar-
nos auxilio verdadero con los sazonados frutos de su en-
tendimiento é instrucción y con las prendas valiosas de
su carácter.
En testimonio de ello, acaba de elegir por materia de
su discurso <la moral en los dramas de Calderón. > ¡Cal-
derón: el mayor de nuestros dramáticos antiguos en la
cumbre del arte español; entendimiento gigante, apa-
centado en abismos luminosos de Teología, poéticos y
42
as
profimdísimos; espejo fiel de las creencias y senüíiuen
los de la nacióE española, exaltados, idealizados y i
figurados por m poderosa fantasía! Poeías como Caí t —
ron de la Barca, son los hijos predilectos, al par que los
bienhechores de una raxa^ á la cual pagan con n^ra I"
qne de ella recibieron. Y en tales incomparables inge-
nios se condensa toda la fuerza y energía de nn siglo y
do una civilización. En sus escritos vive perenne la flor
más fragante y pura del sentimiento naeionah Parecen
hombres de sólo un cuerpo y muchas almas, como do
Shakespeare se ha dicho. No se absorben en la estéril y
egoísta contemplación de sus propios afectos y dolores,
sino que salen de si mismos y dan voz y forma á la idea
y á la pa^iun que yace indefinida y latente en el alma de
las muclíedumbres, en el corazón de su siglo. í Dónde
corona más gloriosa que la de poeta nacional, épico f*
flramático? Perder y olvidar la propia fisonomía; bañar-
se, por decirlo así, en la corriente de la vida univei-sal;
expresar por alta manera lo que todos sienten y pieasan
de un modo vago y confuso; dirigir á nobles fines el in-
quieto ardor ó impremeditado arrojo de la niuUUud, re-
frenando en ella los instintos feroces y desarrollando Im
más hazañosos y bellos,— es ser más que gran poeta, es
rivalizar con los autores de las epopeyas primilivas, con
los primeros fundadores y civilizadores de los pueblos.
¿Quien agotará la^^ alabanzas de Galderón? Repetidaa
veces se han prodigado en este sitio por doctos compa—
ñeros. Cuál, apreciándole y considerándole poeta simbci-
lico, que en sus Áuto.^ Sacramentales expuso con tanta
riqueza y prodigalidad de estilo como profundidad teoló-
gica uno de los más alfós misterio-? de la fe cristiana, el
adorable y sacratísimo de la Eucaristía. Cuál hubo de
G59
extenderse en consideraciones generales, rápidas ó inge-
niosas, puesta la mira en el conjunto prodigioso de los
escénicos poemas calderonianos. Y aun cabe estudiarle
de otras muchas interesantes y diversas maneras: ya co-
mo poeta trágico y analizador singular de la fiera pasión
de los celos, en El Tetrarca de Jerusalérij en El Médico
de su honraj en Á secreto agramo secreta venganza y
en El pintor de su deshonra^ ya como artista habilísimo
en dar forma dramática y tangible á puras ideas y abs-
tracciones de la mente; ya como sabio maestro del dra-
ma religioso; ya como pintor el más ameno y fiel de las
costumbres de su tiempo, en las comedias de capa y es-
pada.
Tal, y tan grande, fecundo y vario es el estudio que
acerca de Calderón puede hacerse; y á nadie habrá de
causar extrañeza que lo sea constante y predilecto para
doctos y sesudos críticos alemanes, desde Augusto Gui-
llermo Schlegel, que admiraba en el poeta la encarna-
ción y prototipo del arte católico, hasta Schacky Schmidt,
que menudamente disecan y analizan su teatro. Causas
entre sí muy diversas, y algunas, á no dudar, indepen-
dientes del mérito real y positivo del gran dramático es-
pañol, originan el férvido entusiasmo de los alemanes.
Consiste la primera, en el amor de los críticos de aque-
lla raza á las literaturas indígenas; y bien se sabe que
Calderón y los poetas que le rodeaban en inferior pues-
to, eran españolísimos, sin deber nada, ó muy poco, á
griegos, latinos é italianos. Estimo por segunda, el es-
píritu simbólico de los poemas calderonianos, y la des-
treza en cubrir con los velos del arte las más hondas y
abstrusas nociones de Filosofía y de Teología. Quizá, en
fin, debiéramos reputar como tercera, la falta de indivi-
660
dualidad en los caracteres que se achaca, tal vez con lii-
ptírbole ó injusticia, á Calderón; vociferándose que las
más de sus fig^uras dramáticas, damas y caballeros ena-
morados y celososj antes parecen tipos convencionales
que personas de carne y hueso; de donde su teatro viene
á resuKar menos humano y más ideal que el de Sliakes-
peare, y es notorio que los críticos alemanes han peca-
dü en exceso de idealismo*
Nuestro compañero toma á su cargo alabar al Dramá-
tico por muy distinto rumbo. Le estudia como inlórpreto
de las ideas morales de su tiempo, dominándolas casi
siempre, y algunas veces dejándose subyugar por olíais.
Dicliosamente, y fuera de las caídas y resabios anejos a
la pobre condición humana, la moral del siglo de Calde-
rón bien merecía inspirar á tan gran poeta*
España, libre dol agareno, señora do Flandes, Milán,
Ñápeles y Sicilia, y teniendo por vasallo un Nuevo Mun-
do, se ve inesperadamente á riesgo de perder el talismán
que le valió tanta grandeza. La crisis religiosa y poli ti-
ca del siglo XVI se resolvió aquí de muy contrario modo
que en el resto de Europa, Vuelve España en sí pronto,
y con sabia providencia y muy entera resolución co*-
mienza por acrisolar su fe; y en vez de seducir astuta y
de hacer esclavo al pueblo con mentidas palabras de re-
forma, ilustración, ciencia y liberlad, lo ilustra y lo re-
genera y lo engrandece con obras; 3^ el tosco labrador,
el humilde oficial y el simple soldado, enriquecidos con
la palabra divina, oída á todas horas y en toda parte, y
engalanados con el manto de la pureza, de la modestia
y de la caridad, llegan á ser dueños y señores de sí mis-
mos, no vil é inconscieníe rebaño de siervos, á entrar
con llavo de oro en el alcázar de la verdad, á igualarse
661
con los sabios y á formar con ellos un solo corazón y un
solo pensamiento.
Pues de este gran pueblo de ciudadanos y teólogos, de
esta verdadera y santa democracia que tenía puesta su
alma en Aquél que es la verdad, el camino y la vida,
Calderón fué el poeta. Para él escribió; como él pensaba
y sentía, y le habló en su mismo lenguaje. Aquel pue-
blo tenía cultura amplia, variada y de sólido fundamen-
to, y por ello fué realmente libre. Todos los pormenores
históricos, y apotegmas y rasgos del Antiguo y Nuevo
Testamento, así como todos los principios y reglas de
sana y bienhechora Filosofía, eran familiares á nuestro
pueblo español de los siglos de oro; y lleno de esperan-
za, de caridad y de fe, se arrobaba y embebecía en los
salvadores misterios de la reina y emperatriz de las cien-
cias. Aquel pueblo adoraba y buscaba á Dios sobre todas
las cosas, y no esperaba á tenerlas todas bajo su mano
para amarle.
Recordad los Autos Sacramentales de Calderón; ima-
ginaos que los veis representar á la luz del día en calles,
plazas y encrucijadas, sobre teatros armados en carros
inmensos y poderosos, que por mañana y tarde se tras-
ladan á sitios diferentes; reparad en aquellos grandílo-
cuos versos, en aquellas atrevidas imágenes, en aque-
llos símbolos y figuras, arcanidades y alusiones y reve-
laciones teológicas, y decidme si el pueblo que se agol-
paba en derredor, anheloso de oir callando, y aprender
y levantarse del polvo y del cieno, era un pueblo de es-
clavos, de imbéciles y de idiotas. ¡Cuántos sabios de
otras edades se trocarían por el más roto y andrajoso de
aquella sabia plebe! ¡Cuántos se reconocerían ignorantes
comparados con ellal
Aquel pueblo, y no podía ser otra cosa, después que
á Dios, ania de todo corazón á la patria, y se goza en
sus hechos gloriosímmos presentes y pasados. No recibe
secreto y pórfido sueldo de los irreeonoiliables eñemií^s
de España^ sino que los vence y humilla á las márgenes
del Escalda j del Somma y del Olanto* Corre á morir por
sólo su Dios y por su patria, y jamás avenlura neciamen*
te la vida. Cae mordido por traidoras serpientes en los
virginales bosques de América; y antes de cerrar para
siempre los ojos, sha en su diestra la cruz que lo llevó
á ganar almas para el cielo on tan apartadas regiones,
envía un suspiro de amor a la dulco y amada patria, y
siente con gozo que se desalan los lazos de la vida y que
en verdadero triunfo sube el alma al cerco délas estre-
llas inmortales.
¡Qué héroes aquéllosl ¿En qué se parecen á los ruido-
sos y vanos ídolos que forja la interesable y envenena-
dora ambición^ envueltos en pestífero incienso de l^aje-
za, en pedrisco y lluvia de huecas palabras, de ofertas
bizarras y magníficas que no se han de cumplir jamás,
y para lo bueno, generoso y fecundo^ semejantes á \m
navio pintado, hinchadas todas las velas, pero que no se
mueve? Entonces, y no para aquellos españoles, nació ol
refrán de Palabras sin obras^ vikuela sm auerda:^.
Otro tercer elemento da vida, á más de los dos pri-
meros y principales de la fe y del paíriotismo, engran-
deció á los españoles del tiempo de GervanteSi Lope y
Calílerón de la Barca: el honor, que en ellos vino á te-
ner condiciones y virtud de segunda naturaleza* El res-
peto y consideración a la mujer; el buen nombre y esti-
mación de la madre, del marido, de los hijos, de la fa-
milia; el cumplimiento de la palabra empeñada; ol saori-
663
ficio, la hidalguía y la generosidad, todo ello servía de
regulador al comportamiento del hombre bien nacido,
aun cuando, muchas veces, el culto idolátrico del honor
le hiciese atropellar por todo.
El amor al rey templábase por el inviolado principio
de honra y dignidad personal, que infundía valor y en-
tereza á un personaje de Calderón para exclamar, en ver-
sos que nos ha recordado el Sr. Catalina, pero que nun-
ca ha de poner en olvido quien sienta latir un corazón
hidalgo:
Al rey la hacienda y la vida
Se ha de dar; pero el honor
£s patrimonio del alma,
Y el alma sólo es de Dios.
¡Fil honor! después del fervor religioso y del patriotis-
mo, la idea que más hondas y más vigorosas raíces echó
en nuestros antiguos españoles.
No dejaré yo de reconocer que entonces y ahora y
siempre, sin género de duda, el hombre en particular y
algunas clases sociales, eran, son y seguirán siendo el
mismo y las mismas: conjunto miserable de enconadas
pasiones, de soberbia, codicia, envidia, ambición y vi-
leza. Pero el pueblo, la nación española, merced al cul-
to sincero y ferviente del honor y del decoro, no fué una
nación de facinerosos y desalmados. Podrán los favori-
tos de los príncipes dilapidar el tesoro público para en-
riquecerse; podrán atrepellar por la vida y la honra;
pero D. Rodrigo Calderón perderá por ello la cabeza en
afrentoso patíbulo, y D. Gaspar de Guzmán morirá de
aburrimiento y despecho, desterrado, solitario y aborre-
cido. No hubo entonces glorificación ni fama postuma
sino para los sabios y santos y caritativos y humildes,
66i
para los grandes maestros de la vida cristiana y para los
portentos del divino amor, para los Ignacios, Toraases
de Viüaniievaj Teresas y Juanes de la Cruz: nadie á sa-
biendas se atrevió á llamar bueno á lo malo, ni naalo á
lü bueno; el vicio no usurpo sus fueros á la virtud, y en
los potentados de la tierra supo negociar tanto el temor
como el castigo. Bien le padecieron los que anibicioñan
el mando y han menester buscar amigos v consentirles
mucho j puefs á muy doloroso precio se suelen comprar
tales menesteres; bien sintieron en cabeza propia la efi-
cacia del proverbio de que En fucia del Conde nú mates
al hombre, y ]nen sabían todos que ningún delito ni cri-
men había de quedar impune* Y se llegaron á formar
buenas y ejemplares costumbres públicas, porque, res-
petada la autoridad real j hubo un principo que entreg<'i
su tesoro á los más leales, sus armas á los más valien-
tes y pundonorosos, la justicia á los más enteros, la cen-
sura pública á los más celosos, el trabajo á los más aptos
y fuertes, las prelacias á los más devotos y caritativos,
y el gobierno á los más sabios y virtuosos. ¡Felices losí
tiempos en que se escriban, no mercedes y prodigalida-
des de reyes, sino incomparables servicios de vasallos!
¡Imperio dichoso aquél donde reinaron la prudencia y la
justicia; donde á insignes merecimientos no se sobrepu-
so jamás la desvergüenza y audacia de los ignoran-
tes, engendradora siempre de los mayores infortunios;
donde nadie hizo alto, ni en la necia presunción de los
que creen saberlo y poderlo todo y so engañan ^ ni en los
arbitristas políticos, más satisfechos de si que de su cien-
cia, los cuales en muchas cosas no saben nada, y en las
pocas que saben yerran mucho! < ¡Pueblo mísero, decía
Platón, aquél donde lo falso vence á lo verdadero; don-
665
de no halla dique el perniciosísimo ingenio* de los am-
biciosos; donde la libertad, demasiada y mal regida, se
trueca en insoportable servidumbre! > <Todos hacen lo
que el poderoso quiere que se haga,> añade Aristóteles,
y la experiencia desgraciadamente lo acredita; porque,
con efecto, la lluvia, ó destructora ó vivificadora, des-
ciende de lo alto.
Amamantados nuestros príncipes y repúblicos de los
siglos de oro en las máximas de la eterna sabiduría, y
también de la humana, prodigada en obras inmortales
por soberanos entendimientos, y gozándose en oir á los
viejos que nos enseñan nuestra vida futura, todos, gran-
des y pequeños, competían por sobresalir en la virtud
del ánimo, en la elevación del pensamiento, en la her-
mosura de la palabra.
De ahí el afán de Calderón y de los que merecían se-
ñalados favores á las Musas del Teatro, por hacer muy
discretos á los personajes de sus comedias y poner en sus
labios sentencias las más bien formuladas, rasgos de in-
genio los más felices, maravillosa delicadeza y ternura,
r-audales, en fin, de experiencia y sabiduría.
Todo iba encaminado á realzar al hombre, á empe-
ñarle en estimar su propia dignidad y en parecer mejor
de lo que es realmente, por lo mezquino y flaco de su
naturaleza; y todo ello, para sacar luego la consecuen-
cia fecunda y regeneradora de que tal debe el hombre
ser como quiere parecer.
La fe, el patriotismo, el honor alimentan y vigorizan
nuestro antiguo teatro, haciendo amables las heroicas
virtudes, encarnadas en seres humanos, llenas de he-
chicero movimiento; sin dejar, como los griegos en sus
tragedias, á cuidado del Coro el frío consejo, el elogio
innecesario j la exclamación estéril, la impertinente ple-
garia.
Siendo tan moralizadora y deleitosa la filosofía del
antiguo teatro español; hiriendo inmediatamento y fiján-
dose en la imaginación y en la memoria del auditorio
las máximas de enseñanza y advertencia, por la hermo-
sura del concepto y por la perfección y encanto de la
forma, — los grandes y proceres no tuvieron insensato
Yalor para achicarse ante la multitud familiarizándose
públicamente con picaros y rufianes y aprendiendo y
usando lenguaje de tahernas. Los virreyes salían para
su gobierno realzados con la esplendida fama de que lle-
vaban consigo por secretarios y familiares á los más in-
signes escritores y poetas; y ningún magnata dejó de
atraer á sí, por consejeros cam aradas y amigos^ á hom-
bres de peregrina donosura y gala en el sentir y el ex-
presar, valióndose de ellos aun para redactar las más
íntimas y secretas epístolas, ansiando mostrai^e á los
ojos de las mujeres y do la sociedad culta como dueños
y señolees prepotentes de la lengua y estilo de los diosea.
Para sorprender las flaquezas y vicios privados, en aque-
lla sociedad escogida, es menester arrancar su secreto á
los más particulares y ocultos archivos; porque fue tan-
ta la adoración que aquella edad rindió A los destelloa
hermosísimos del ingenio y del galano escrilnr» que se
Je abatieron y rindieron las fuerzas, cuando quiso rom-
per cartas que algún día, ante el severo juicio de la pos-
teridad, habían de presentar á ciertos magnates, muy
otros de lo que ellos quisieron parecer á sus contempo-
ráneos, Pero, ¿cómo despedazar papel donde puso la ma-
no ó probó la pluma Lope de Vega Carpió, á quien lla-
mó Cervantes con razón monstrm de la natarahia^ v
"VW
667 -^^
el cual tuvo complacencia en decir: <Yo nunca me son-
rojaría por ignorar las primeras lenguas de Europa, y se
me encendería de vergüenza el rostro si no hablase y
escribiese con ultimada perfección mi natal lengua cas- -3,
tellana?> ^^
Decidido empeño fué, pues, el de nuestros dramáti-
cos, en herir el amor propio de las clases elevadas, ofre-
ciéndoles en toda parte ejemplos de lo que debían ser, y
del religioso culto que tenían obligación de rendir al ho-
nor, como hidalgos y caballeros y puestos por la Pro-
videncia para espejo y luz de los menores. El mismo
tremendo castigo del adulterio, que Calderón, llevando
al teatro verdaderas historias, presentó en JSl Médico de
su honra y en ií Secreto agravio^ evidencia con su dra-
coniana severidad el imperio de la ley ótica, y la fuerza
del espíritu patriarcal dominante en la familia española,
que hacía ser rarísimas las infracciones contra la casti-
dad en damas de acrisolada nobleza.
Deja Calderón para gente menuda y baladí el sambe-
nito de los vicios que surgen de la fatuidad, necedad é
ignorancia. Sólo en piezas entremesiles, como en El Dra-
goncillo por ejemplo, se atreve á sacar verdadero entre
burlas y veras el refrán de Cornudo y apaleado^ cual ya
Timoneda lo había hecho en su Comedia Cornelia. Cer-
vantes, Lope, Quevedo, Alarcón, Tirso, Rojas y Morolo
reservaron el escándalo de la prostitución, de la estafa
y del robo organizado científica y artísticamente, para
hombres raheces y despreciables; y los altos pensamien-
tos, las memorables hazañas y el carácter firme y segu-
ro, para los príncipes, caballeros é hidalgos, para el
pueblo sencillo, para los honrados labradores. Ni más
ni menos Calderón de la Barca, desde El Prbicipe Cons-
'■'^\Ú
frat*
668
Éanie^ invicto mártir de la fe y gloria del reino lusitano:
desde el D, Garlos de No siempre lo peor es cierto^ tmi
heroico, generoso y desinteresado en su amor, hasta £1
Alcalde de Zalamea^ en quien á maravilla se conlundeG
y hacen una misma cosa la venganza de la propia ofensa
y el más elevado sentimiento de la jusücia» Y esta ele-
vación y grandeza moral de nuestro teatro se origina y
proviene da que en aquella edad, como he dicho, loilos
ambicionaban mostrarse al público mejores de lo qae
eran en secreto. Así, pues, cuando la sátira,
que á grandes premios y a desgramas gub,
los desarrehozu alguna vez y los arrojó á la vergüenza
y menosprecio de las gentes, no se detuvieron en aiTe-
bafar vida por honra. Precisamente, Vida por honra in-
titulo nueslro inolvidaljle IlarLzenbusch su drama bellí-
simo en que pintó el desastroso fln del Conde de Villa-
mediana. Por el contrario, menguados y perdidos ya úl
propio valer y la estimación de la honraj entronizada la
bárbara ceguedad y tiranía furiosa de los que nada ni en
nada creen, y se desatinan por no dejar que los demás
crean, — la caricatura y la sátira modernas, liechas pa-
satiempo y moneda corrientej desautorizan y envilecen
á los grandes, y ni levantan ni sosiegan á los pequeños.
La sátira de Cervantes en Emconele y Cortadillo^ y de
Quevedo en El Buscón llamado Don Pablos, iba derecha
y aguzada al corazón del vicio, y no á la honra del vi^
cioso* Ahora se hunden y pisotean en el cieno y se arras-
tran por el lodo personas y no vicios, ¿No está la venta-
ja de parle de la sátira antigua? ¡Cuan alto y severo
modo ds contemplar la vida humana, el que en nuestros
dramáticos y novelistas resplandece! ¿Quién no se goza
669
en la santa aureola de virtud, de resignación, de ino-
cencia, de alegría y de segura esperanza, que ostentan
la Gitanilla y la Ilustre' Fregona de Cervantes, dignas
de verse, como se llegan á ver á deshora, en próspero
estado á un voltear la rueda de la fortuna?
El Sr. Catalina demuestra bien, en su elegante discur-
so, que sólo conquista los inmarcesibles y eternos lau-
reles del arte quien, como Calderón, realza al hombre
sobre el humilde barro, y enciende á la multitud en el
amor de lo santo, de lo grande y bello. El ejemplo del
Sr. Catalina, formando uno que pudiéramos llamar dic-
cionario de la moral de los dramas calderonianos, debie-
ra ser imitado respecto de bs de Lope, Alarcón, Tirso,
Rojas, Moreto y otros muy apreciables ingenios de nues-
tros siglos de oro; ensanchando este diccionario con las
regocijadas facecias, rasgos y lindísimas frases que ava-
loran el antiguo teatro español, para común enseñanza
y deleite, auxilio y utilidad de los amantes del verdade-
ro saber, y para estudio fecundo y constante de la índo-
le, condiciones y bellezas de nuestra hermosa lengua
castellana.
Señores, no debo por más tiempo abusar de vuestra
indulgencia, ni retardar al nuevo compañero el placer
de recibir la medalla ganada legítimamente. Posesióne-
se ya del sillón que largos y felices años ilustró el señor
D. Alejandro Olivan, prodigio de laboriosidad incansa-
ble, de afabilidad ó indulgencia, de ánimo apacible y
generoso, quien tiene igual amor al estudio y parecidas
condiciones de carácter.
Las dotes y prendas académicas del elegido, el mayor
lucimiento de la Corporación en tan solemne acto, y el
nombre glorioso de Calderón de la Barca demandaban
Q7rt
"p^ara el encargo que cumplo, no ©1 estéril ylñál coJUva-
do ingenio mío, no mi pobre imaginación alorida por la
nieva de las canas, sino el acento sonoroso, la gala, do-
naire y amenidad de los que sois maestros del bien de-
cir y del juzgar soberanamente. Al llevar hoy vuestra
voz en este sitio, al saludar con efusión en vuestro nom-
bre al Sr* D. Mariano Catalina^ y al rendir aplauso en-
tusiasta al autor inmortal de La Vida es Sueño y de El
Mágico Prodigioso^ ha]}ía menester yo que me prestarais
un solo rayo de la luz que os circunda < Pero reconocien-
do mi pequenez y vuestra suma consideración para con-
migo, he de poner fln á este discurso haciendo mías las
palabras del antiguo poeta:
Quien quiera mi eolendi miento,
Büsqnele en mi voluntad.
índice
Discurso del Excmo. Sr. D, Gaspar Núñez de Arce 5
Contestación del Excmo. Sr. D. Juan Va lera al Discurso del Sr. Nu-
ñez de Arce • 4D
Discurso del Excmo. Sr. D. Pedro Antonio de Alarcón 71
Contestación del Excmo. Sr. D. Cándido Nocedal al Discurso de Don
Pedro Antonio de Alarcón • U i
Discurso que el Excmo. Sr. D. Eduardo Saavedra leyó en Junt;i pu-
blica de la Real Academia Española el día 29 de diciciiibn^ de
4878, al tomar posesión de su plaza de Académico de nüinnro. . . \iú
Contestación del Excmo Sr. D. Antonio Cánovas del Castillo ;il pre-
cedente Discurso del Sr. Saavedra i &:i
Apéndices al Discurso del Excmo. Sr. D. Eduardo Saavedra 237
Discurso del Excmo. Sr. Conde de Casa -Valencia . • 3í 3
Contestación del Excmo. Sr. D. Juan Valera al Discurso del Sr. Con-
de de Casa-Valencia • 378
Discurso del Excmo. Sr. D. Tomás de Corral y Oña, Marqués di- Sau
Gregorio 403
Contestación del Excmo. Sr. D. Tomás Rodríguez Rubí al nisí^ur^^r^
del Sr. Marques de San Gregorio , 469
Discurso que el Excmo. Sr. D. Emilio Castelar leyó en Junfn puhli-
ca de la Real Academia Española el día 25 de abril de 488i), ;i[ ^iir
recibido solemnemente en dicha Corporación como indiviihto do
número •....• 485>
Contestación del Sr. D. Francisco de Paula Canalejas al prcrcdonte
Discurso del Sr. Castelar 57 5
Discurso del Sr. D. Mariano Catalina 5fl(í
Contestación del Excmo Sr. D. Aureliano Fernández-Guerrt y (Jihc
al Discurso del Sr. Catalina fi54
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