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Full text of "Memorias de la Real Academia Española"

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MEMORIAS 


DE   LA 


REAL  ACADEMIA  ESPAÑOLA. 


MEMORIAS 


DE  LA 


REAL  ACADEIA  ESPAÑOLA. 


TOMO    VI. 


MADRID. 

IMPRENTA   Y  FUNDICIÓN  DB  MANUEL  TELLO, 

niFBEBOB  DB  CÁMARA  OE  8.  U. 

Don  Eyaristo,  8, 

1889. 


/  ^        —       V 
I    AUG     7    1893 


DISCURSO 


DEL 


GASPAR  NONEZ  de  ARCE 


(O 


Señores: 


Tan  grande  y  señalada  es  la  merced  que  me  habéis 
otorgado,, abriendo  á  \a  obscuridad  de  mi  nombre  y  á  la 
pequenez  de  mis  méritos  las  puertas  de  esta  docta  Cor- 
poración, donde  tantos  varones  egregios  han  hallado  el 
premio  debido  á  sua  gloriosos  afanes,  que  temó  no  poder 
expresaros,  en  la  medida  y  proporción  del  honor  reci-^ 
bido,  mi  sincero  y  respetuoso  agradecimiento.  'Y  este 
temor  sube  de  punto  al  considerar  la  nobilísima  figura 
del  esclarecido  patricio  á  quien  sucedo,  pero  no  reem- 
plazo en  Qsta  Academia;  porque  forzosamente  la  memo- 
ria de  sus  relevantes  cualidades  pone  de  relieve  la  in- 
suficiencia de  las  mías,  haciéndoos  sentir  con  mayor 
viveza  lo  mucho  que  con  él  habéis  perdido  y  la  pobre 
compensación  que  os  ofrezco. 

Ríos  llosas  brilló  entre  nosotros  como  hombre  de  Es- 
tado distinguido  y  pomo  orador  insigne.  No  creo  llegada 

(4)  Leído  en  la  Janta  pública  celebrada  por  la  Real  Academia  Española 
el  24  de  mayo  de  4876  para  dar  posesión  al  Sr.  Núñez  de  Arce  de  su  pla- 
za de  Académico  de  número. 


6 

« 

la  ocasión  de  juzgarle  iajo  el  primer  aspecto,  porqpie 
no  reconozco  en  nuestra  generación,  'ni  en  ninguna, 
imparcialidad  bastante  para  apreciar  con  recto  juicio  á 
sus  contemporáneos,  ni  emitir  una  opinión  desapasio- 
nada sobre  los  acontecimiento^  en  que  han*  intervenido. 
Lastimadas  á  menudo  en  sus  intereses  y  afecciones  por 
la  violencia  misma  de  los  sucesos,  miran  todas  con  ojos 

.  de  aumento,  y  calculan  con  ciego  egoísmo  el  daño  que 
reciben;  pero  casi  nunca  se  forman  idea  aproximada  del 
bien  que  depositan  en  el  acervo  común  de  la  hun^a- 
nidad,  '  siempre .  progresiva  y  constantemente  ganan- 
ciosa. .        . 

La  historia  es,  eu'cste  sentido,  una  inmensa  perspecti- 
va. Semejante  á  las  altas  montañas,  cuyos  abruptos  con- 
tornos y  ásperas  sinuosidades  borra  la  distancia,  y  >  sólo 
pre^ntan  á  los  ojos  del,  viajero,  que  des.de  lejos  las  con- 
templa, el  conjunto  majestuoso  de  sus  cumbres  inmuta- 
bles, solitarias  y  mudas,  los  hechos- y  los  hombres  que 
influyen  en  la  marcha  -de  los  pueblos,  suelen  tomar  con 
el  transcurso  (Je  los  siglos,  y  ante,  la  posteridad  que  los 
estudia,  proporciones  gigantescas,  enormes,  verdadera- 
mente desmesuradas.  La,  crítica  entgnces,  desdeñando 
pormenores  baldíos,  debilidades  personajes*  y  causas 
ocultas,  es  cuando  puBde  recoger  en  una  síntesis  gene- 

'  ral  los  resultados  obtenidos,  y  repartir  equitativamente, 
el  premio  ó.  el  castigo,  la  alabanza  ó.  el  vituperio  entre 
los  pocos  escogidos  que,  como  encarnación  de  la  época 
en  que  vivieron,  imponen  su  recuerdo  á  la  flaca  y  abru- 
mada memoria  del  mundo.  Todo,  cuando  este  momento  ' 
llega,  se  reduce  á  su  valor  intrínseco  y  justa  medida:  la 
falsa  fama  se  obscurece,  y  se  acrecienta  la  legítima; 
húndese  en -el  olvido,  muerte  verdadera  .y  definitiva. 


7 
todo  lo  que  no  es  más  que  ruido,  vanidad,  apariencia  y 
favor  inmerecido  del  vulgo,  y  sólo  queda  lo  que  debe 
quedar;  es  á  saber,  lo  extraordinario,  lo  transcenden- 
tal, lo  eminente. 

Las  diflcultades  con  que  tropieza  á  cada  paso  la  crí- 
tica contemporánea  y  que  ligeramente  apunto,  me  im- 
pedirían formular  juicio  alguno  acerca  de  la  vida  políti- 
ca del  Sr.  Ríos  Rosas,  si  no  me  lo  vedaran  además  im- 
periosamente los  respetos  de  la  Academia  y  la  índole 
especialísima  de  su  instituto.  Mas  si  no  me  es  lícito  en- 
trar en  terreno  tan  escabroso,  tampoco  puedo  prescin- 
dir, sin  negligencia  notoria,  de  encomiar  y  enaltecer 
como  se  merecen  las  claras  dotes  de  entendimiento  de 
aquel  celebrado  repúblico,  y  el  poder  y  la  magia  de  su 
elocuencia,  que  le  granjearon  honroso  lugar  entre  vos- 
otros; y  no  puedo  prescindir,  con  tanta  más  razón  cuan- 
to que  si  el  hombre  de  Estado  pertenece  íntegramente 
á  la  posteridad,  el  orador,  por  el  contrario,  sólo  alcan- 
za á  ser  juzgado  con  reconocida  competencia  por  los  que 
le  oyeron  y  admiraron.  Permitidme,  pues,  'que  rinda 
.este  tributo  de  consideración  y  cariño  á  mi  predecesor 
ilustre,  antes  de  que  el  estrepitoso,  oleaje  de  la  vida  apa- 
gue para  siempre  los  postreros  ecos  de  aquella  voz  vigo- 
rosa, entregada  ya  al  descanso  y  silencio  de  la  muerte. 

Aunque  nuestra  sociedad,  ocupada  en  la  resolución 
de  los  más  arduos  problemas  políticos,  sociales  y  religio- 
sos, apenaá  tiene  tiempo  de  acordarse  de  sus  difuntos,  y 
harto  hace,  acompañándolos  á  su  última  morada,  para 
seguif  después  el  áspero  y  desigual  camino  por  donde  la 
empuja  su  actividad  devoradora,  no  es  posible  que  haya 
olvidado  tan  pronto,  á  pesar  de  la  incesante  agitación  y 
febril  incertidumbre  en  que  vive,  á  aquel  orador  impcr 


8 
tuoso,  en  cuyo  acento  diríase  que  Dios  había  puesto  la 
robusta  energía  del  habla  castellana.  Todo  en  él  respon- 
día y  se  acomodaba  á  la  vehemencia  de  su  inspiración, 
que  gustaba,  como  el  águila,  de  remontar  el  vuelo  á 
través  de  las  tempestades;  su  apostura  severa  y  grave, 
su  mirada  penetrante  y  reconcentrada,  su  continente 
impávido  y  sereno,  contribuían  á  dar  mayor  realce  y 
fuerza  más  irresistible  á  la  palabra,  que  salía  de  sus  la- 
bios inflamada  y  rugiente,  como  sale  del  horno  el  hierro 
fundido.  Guando,  en  medio  de  las  borrascas  de  la  tribuna, 
alzábase  en  el  lugar  más  prominente  del  Congreso  de 
los  Diputados  aquella  figura  austera  y  fascinadora,  mi- 
rando lenta  y  reposadamente  alrededor  suyo,  todos  los 
rumores  callaban,  enmudecían  todas  las  pasiones,  y  rei- 
naba en  el  augusto  recinto  de  las  leyes  momentánea 
calma,  parecida  á  la  que  interrumpe  con  acompasadas 
intermitencias  los  hondos  sacudimientos  del  mar  albo- 
rotado. Por  fin.  Ríos  Rosas  hablaba.  Gomo  si  las  ideas 
se  amontonaran  atropelladamente  en  su  cerebro  sin  en- 
contrar salida,  reflejábase  en  la  fisonomía  del  orador 
una  á  manera  de  lucha  interna  entre  la  voluntad  y  la 
inteligencia;  veíanse  los  esfuerzos  que  hacía  para  domar 
la  rebelde  expresión  de  su  pensamiento,  y  hasta  que  lo 
lograba,  su  frase  era  incorrecta,  tarda  y  premiosa.  Pero 
á  medida  que  su  fantasía  iba  caldeándose,  su  estiloj  ar- 
mado de  epítetos  acerados,  se  deslizaba  más  fácil,  abun- 
dante y  rotundo;  llenábase  de  animadas  imágl3nes,  enér- 
gicos apostrofes  y  pintorescas  locuciones,  enroscándose 
á  la  argumentación  del  adversario  como  una  serpiente 
de  fuego,  para  recorrer  con  celeridad  pasmosa,  á  veces 
en  un  mismo  período,  todos  los  tonos  de  la  elocuencia, 
desde  la  imprecación  á  la  ironía,  desde  la  indignación  al 


sarcasmo.  Muchas  veces,  encendidos  en  ira  por  aquella 
pasión  provocadora,  sus  opositores  se  revolvían  en  son 
de  ruidosa  protesta,  y  entonces  el  orador  tribunicio 
erguía  desdeñosamente  la  cabeza,  cruzaba  los  brazos 
sobre  el  pecho,  y  en  esta  actitud  esperaba  imperturba- 
ble el  término  del  tumulto,  parapetado  tras  de  su  si- 
lencio, tan  abrumador  en  ocasiones  como  su  palabra 
misma. 

Diré,  para  terminar  este  bosquejo,  que  Ríos  Rosas, 
como  todas  las  naturalezas  taciturnas  y  retraídas,  era  de 
humor  vidrioso,  susceptible,  propenso  al  enojo  y  cons- 
tante en  sus  resoluciones.  Las  vicisitudes  y  desasosiegos 
de  nuestra  edad  turbulenta,  arrastráronle  alguna  vez, 
como  á  la  mayoría  de  nuestros  hombres  políticos,  por 
jsendas  extraviadas;  pero  en  todas  las  circunstancias  di- 
fíciles de  su  vida  manifestó  ardiente  amor  á  las  institu- 
ciones representativa^,  entereza  para  rechazar  las  impo- 
siciones de  la  fuerza  y  gran  valor  cívico.  ¡Lástima  que 
los  asiduos  cuidados  de  la  tribuna  parlamentaria  le  apar- 
taran del  campo  de  la  literatura,  donde  á  juzgar  por  laá 
felices  muestras  que  de  su  ingenio  nos  ha  dejado,  hubie- 
ra podido  lucir  entre  nuestros  más  castizos  y  elegantes 
escritores!  Deplorémoslo  de  todas  veras,  por  nosotros 
principalmente,  y  no  por  él)  que  en  último  resultado  ha 
sabido  alcanzar  con  sus  discursos  el  fin  de  toda  noble 
ambición:  gloriosa  vida  y  honrada  muerte. 

Cumplida  ya  la  obligación  que  me  imponía  el  grato 
recuerdo  del  que  fué  vuestro  compañero  y  mi  antecesor 
en  este  sitio,  paso  á  exponeros  algunas  ligeras  conside- 
raciones acerca  de  las  causas  á  que  atribuyo  la  precipi- 
tada decadencia  y  total  ruina  de  la  literatura  nacional, 
bajo  los  últimos  reinados  áe  *"d  Casa  de  Austria.  Pero 


mies  de  entrar  en  materia,  juzgo  indispeneable  hacer 
una  declaración  previa  para  evitar  juicios  temerarios  y 
erróneas  suposiciones.  La  índole  de  mi  trabajo  me  He-  * 
vara  naturalmente  á  tocar  algunos  puntos  que  se  rozan 
más  ó  menos  con  la  cuestión  religiosa;  y  como  la  inad- 
.  vertencia  propia  ó  la  malignidad  ajena  podrían  dar  mar- 
gen á  la  torcida,  interpretación  de  mis  opiniones,  me 
conviene  manifestar  que  doblo  mi  cabeza  respetuoso  y 
sumiso  ante  la  inviolable  santidad  del  dogma;-  pues  no 
cabe  el  propósito  de  herirle  en  quien,  como  yo,  además 
de  creerle  raudal  de  vida,  abriga  el  convencimiento  de 
que  la  religión  no  es  sólo  esencia  purísima  de  las  al- 
mas, sino  imperiosa  necesidad  social,  y  no  comprende 
la  impía  negación  de  Dios  más  que  como  enfermedad 
mortal,  afortunadamente  no  contagiosa,  de  algunos  en- 
tendimientos. Pero  hay  principios  y  sistemas  que  preva- 
lecen ó  han  prevalecido  en  la  gobernación  de  ]os  Esta- 
dos, y  caen,  por  tanto,  bajo  la  jurisdicción  de  la  crítica 
y  la  historia:  sobre  ellos  expondré  mis  ideas  sin  rebozo; 
y  en  la  confianza  de  quien  está  de  antemano  seguro  de 
vuestra  tolerante  benevolencia,  examinaré  de  paso  los 
resultados  qiie,  según  mi*  leal  saber  y  entender,  han 
producido,  con  relación  á  España,  las  exageraciones  del 
sentimiento  religioso,  el  cuál,  cuando  no  está  moderado 
por  la  razón,  suele  precipitar,  así  á  los  individuos  como 
á  las  sociedades,  en  los majores  y  más  abominables  ex- 
cesos. 

Hecha  esta  declaración,  que  me  imporla  dejar  consig- 
nada, empiezo  recordándoos  un  fenómeno  singularísimo 
que  presentan  los  anales  de  nuestra  literatura  patria,  y 
no  aparece  ni  se  observa  con  tan- señalados  caracteres 
en  los  de  ningún  otro  'pueblo  de  Europa.  La  literatura, 


monumento  majestuoso  del  progreso  humano,  donde  ca- 
da raza  esculpe  y  fija,  por  decirlo  así,  los  rasgos  esen- 
ciales de  su  genio,  no.  se  exime  de  la  ley  común,  que 
somete  todas  las  cosas  de  la  tierra  á  las  varias  mutacio- 
nes de -la  fortuna,  y  tiene  sus  períodos  alternados  de 
grandeza  ó  decaimiento,  á  medida  qiie  aumenta  ó  dis-, 
minuye  el  influjo  moral  ó  político  del  país  que  la  ha 
producido.  Obedeciendo  á  las  fluctuaciones  del  gusto  óá 
circunstancias  excepción  aJes,  no  es  igual  ni  uniforme  en 
época  alguna  el  desarrollo  de  todos  los  géneros  litera- 
rios: unos  descienden,  otros  se  elevan  y  otrps  se  trans- 
forman; pero  como  todo  movimiento  intelectual  es  al- 
ma y  verbo  de  la  sociedad  en  que  se  desenvuelve,  nun- 
cgi  se  paraliza  por  completo  en  sus  múltiples  manifesta- 
ciones, sino  cuando  el  pueblo,  que  le  alimenta  con  sus 
sentimientos,  creencias  y  costumbres,  pierde  su  vida  na- 
cional, y  aun  entonces,  como  sucede  con "  Polonia,  la 
melancólica  poesía,  sentada  en  el  sepulcro  áe  la  patria 
muerta,  6  errante  á  orillas  de  extranjeros  ríos,  deja  oir 
por  algún  tiempo  sus  carrios  de  d,esesperación  y  de  gue- 
rra; Sólo  España  quebranta  y  contradice  esta  regla  ge- 
neral, y  ofrece. el  espectáculo  tristísimo,  á  fines  del  si- 
glo XVII,  de  una  suspensión  absoluta  y  simultánea  de 
todos  sus  elementos  de  cultura.  En  el  espacio  de  poco 
más  de  doscientos  años  asciende  su  rica  y  original  lite- 
ratura al  apogeo  de  su  grandeza,  asombrando  al  mundo 
con  sus  magníficas  creaciones;  cae  después  en  los  deli- 
rios de  ía  fiebre,  y  se  extingue  al  cabo  extenuada  y  ca- 
duca en  medio  del  mismo  pueblo  que  le  dio  el  ser  y  le 
infundió  su  savia  generosa.  Aquella  divina  lengua  cas- 
tellana, hecha,  según  la  expresión  de  Garlos  V,  para 
conversar  con  Dios,  no  llega  á  ser,  en  sus  producciones 


literarias,  más  que  un  ruido  confuso  de  vocablos  reve- 
sados, de  frases  enmarañadas  como  espeso  bosque,  de 
soeces  chocarrerías  y  rebuscados  retruécanos.  Nuestra 
armoniosa  poesía  lírica,  tan  tierna  en  Garcilaso,  tan  ro- 
busta en  Herrera,  tan  candorosa  en  Fr.  Luis  de  León, 
tan  flexible  en  los  Argensolas  y  tan  sentenciosa  en  las 
composiciones  que  llevan,  con  justicia  ó  sin  ella,  el  nom- 
bre de  Rioja,  acaba,  retorciéndose  de  dolor  y  angustia, 
en  brazos  de  los  locos  imitadores  de  Góngora,  que  ex- 
treman la  obscuridad  impenetrable  de  su  modelo,  y  de 
los  discípulos  ignorantes  y  presuntuosos  de  Baltasar 
Gracián.  La  elocuencia  sagrada,  que  habían  depurado 
y  engrandecido  Fr.  Luis  de  Granada,  Sigüenza,  Malón 
de  Ghaide  y  tantos  admirables  escritores  místicos-  como 
han  honrado  las  letras  españolas,  se  pervierte  y  degra- 
da bajo  el  peso  de  bárbaros  silogismos,  absurdas  hipér- 
boles, hojarascosos  conceptos  y  grotescas,  cuando  no 
impías  comparaciones.  La  historia,  invadida  de  la  incu- 
rable dolencia  que,  iniciándose  en  el  reinado  de  Feli- 
pe ni,  se  propagó  á  manera  .de  gangrena  por  todo  el 
cuerpo  de*  la  literatura  patria,  condenándole  á  prematu- 
ro fin,  despide  sus  postreros  resplandores  en  la  Historia 
de  la  conquista  de  Méjico,  ya  tocada  de  viciosa  afecta- 
ción, y  calla  acometida  de  mortal -marasmo.  Ni  Hurtado 
de  Mendoza,  ni  Mariana,  ni  Moneada,  ni  Meló,  encuen- 
tran sucesores,  y  sólo  de  vez*  en  cuando  estalla  alguna 
chispa  del  genio  que  les  inspiró  (chispa  cuya  claridad 
efímera  sirve  únicamente  para  hacer  más  pavorosa  la 
intensidad  de  las  tinieblas),  en  los  escritores  políticos 
que  lamentan  y  lloran  recelosos  y  amedrentados  los  de- 
sastres de  nuestra  irremediable  decadencia.  La  prosa 
narrativa,  elevada  por  Cervantes  á  la  perfección  más 


13 

dita,  suelta,  graciosa  y  aguda  en  nuestras  novelas  pica- 
rescas, grave  y  sonora  en  las  relaciones  de  sucesos  y 
viajes,  intencionada  en  la  pintura  de  las  costumbres, 
siempre  abundante  y  fluida,  pasa  aceleradamente  desde 
su  nativa  pompa  á  la  más  alambicada  hinchazón;  inten- 
ta disimular'  en  vano  su  progresivo 'empobrecimiento 
con  falsos  atavíos  y  abigarrados  colores,  y  no  pudiendo 
ser  profunda,  se  hace  ininteligible.  ¿Qué  más?  El  teatro, 
nuestro  incomparable  y  prodigioso  teatro,  tesoro  inago- 
table donde  no  hay  sentimiento,  ni  pasión,  ni  lucha  de 
afectos,  ni  contraste  dramático,  ni  símbolo  político  y  re- 
ligioso, que  no  tenga  su  representación  y  su  tipo,  tam- 
bién se  apaga  y  desvanece:  Calderón  asiste  á  su  agonía, 
iluminándole  con  las  postreras  llamaradas  de  su  genio, 
como  el  ¿(ú  en  su  ocaso,  ya  rodeado  de  sombras,  dora 
todavía  con  moribundo  rayo  los  enhiestos  picos  de  las 
montañas.  Al  finalizar  el  siglo  xvii  la  fuente  de  nuestra 
inspiración  nacional  está  del  todo  cegada;  la  ruina  es 
completa  y  la  lobreguez  absoluta;  no  hay  ramo  alguno 
del  humano  saber  que  se  salve  del  general  naufragio; 
todo  perece  en  él,  ciencia  y  arte,  fondo  y  forma,  pensa- 
miento y  expresión.  Nuestra  inteligencia,  y  acaso  nues- 
tra conciencia,  parece  como  que  quedan  atrofiadas. 

Cierto  que  aquella  enorme  monarquía  de  Carlos  V-  se 
desplomaba  al  mismo  tiempo  como  edificio  envejecido  y 
agrietado;  que  ya  no  infundían  terror  ni  imponían  la  ley 
á  Europa  sus  hasta  poco  antes  invencibles  tercios  y  for- 
midables escuadras;  que  por  los  girones  de  su  regio  man- 
to destrozado  se  descubrían  sus  miembros  descoyuntados 
y  enflaquecidos,  y  que  acorralada  á  su  vez  por  los  mis- 
mos á  quienes  había  humillado  y  escarnecido  en  k)s*días 
de  prosperidad,  falta  de  recursos,  de  soldados,  de  herói- 


r 


U 

eos  capitanes,  y  de  hombres  de  Estado,  porque  no  era  po- 
silile  que  los  tuviese  en  medio  de  tan  fundamental  tras- 
torno,  apuriaba  en  todas  partes,  en  la  tieíra  y  en  bl  mar, 
la  oopa  de  la  amargura  y  la  desesperación  de  su  impoten- 
cia. Pero  también  es  verdad  que,  á  pesar  de  las  calami- 
dades sin  cuento  con  que  Dios  la  afligía  y  probaba,  to.da- 
vía  España  era  España.  Todavía  poseía  dilatados  y  fórti- 

'  les  dominios  en  el  antiguo  y  nuevo  continente;  contaba 
con  el  esfuerzo  y  la  lealtad  de  sus  magnánimos  hijos  para 
defender  su  integridad  y  su  derecho*  contra  Europa  coli- 
gada, en  la  sangrienta  guerra  de  sucesión;  tenía  bastan- 
tes elementos  para  intentar  algunos  años  más'  tarde  la 

,  recuperación  de  las  'provincias  italianas,  que  había  per- 
dido en  la  catástrofe  de  principios  del  siglo  xviii;  pudo 
en  aquel  mismo  siglo  reconquistar  coronas  para  regalár- 
selas á  los  hijos  de  sus  reyes,  y  finalmente,  debía  ofrecer 
al  rtmndo  acobardado  y  atónito,  en  los  primeros  años  de 
esta  centuria,  el  alto  ejemplo  de  su  épica  resistencia  con- 
tra las  huestes  de  Napoleón  I.  España,  pues,  aunque  ,que- 

-  brantáda,  maltrecha  y  exánime,  alentaba  aún,  y,  sin  em- 
bargo, su  literatura  había  caído  en  vergonzoso  anonada- 
miento, presentando  á  la  consideración  de  la  crítica  el 
fenómeno  pocas  veces  visto,  como  antes  he  tenido  oca- 
sión de  manifestaros,  de  un  pueblo  que  sobrevive -á  su 
propia  y  característica  cultura. 

Digno  de  meditación  y  estudio  es  el  contraste  que  re- 
sulta comparando  este  sombrío  cuadro  con  el  qu^  ofrece  , 
otra  nación  más  afortunada,  la  cual,  ^ola  en  medio  de 
los  mares,  bajo  un  cielo  nebuloso  y  destemplado,  con  una 
lengua  desabri'da,  conquista  preeminente  lugar  en  la  ci- 
vilización euxopea,  y  le  conserva  á  pesar  de  la  incesante 
mudanza  de  los  tiempos:  me  refiero  á  Inglaterra.  Tardíos 


1- 


■13  ... 

y  lentos  son  sus  primeros  pasos  en  las  vías  del  progreso; 
pero  á  medida  que  avanza,  §u  marcha  es  más  rápida  y 
segura,  y  logra  al  fin  ponerse  al  nivel,  sino  á  la  cabeza^ 
<le  los  pueblos  más  adelantados  de  Europa.  Filosofía, 
ciencias,  historia,  poesía,  oratoria  sagrada  y  parlamen- 
taria, crítica,  todo  lo  abarca  y  nada  se  resiste  á  su  po^ 
tencia  creadora,  que  resplandece  sin  interrupción  desde 
el  siglo  XIV  á  la  edad  presente,  siendo  ta*u  inmensa  la 
pléyade  da  sus  hombres  extraordinarios,  que  al  querer 
enumerarlos  el  ánimo  vacila,  temeroso  de  incurrir  en 
injustificables  omisiones  ó'imperdoníibles  olvidos.  Sha- 
kespeare, como  encarnación  de  esta  espléndidaf  literatu- 
ra, muéstrase  en  la  cúspide'del  Parnaso  anglo-sajón,  des- 
de dónde  penetra  con  mirada  escrutadora  lo$  ocultos  re- 
pliegues del  corazón  humano  para  arrancar  á  las  pasio- 
nes, esclavas  de  su  genio,  gritos  verdaderos,  desgarrado- 
res y  sublimes.  ¿Á  quién  no  asombra  la*  larga  estela  que 
traza  la'müsa  lírica  inglesa  desde  Ghaucer,  el  más  anti- 
guo de  sus  poetas,  hasta  Byron,  el  más  celebrado  de  los 
modernos;  estela  en  que  resaltad,  como  astros  en  noche 
serenadlos  nombres  inmortales  de  Spencer,  Milton,  Dry- 
den,  Pope,  Burns,  Southey,  Shelly  y  otros  muQhos,  quizás 
no  inferiores  aunque  no  tan  conocidos?  No  es  menor  el 
catálogo  de  sus  filósofos  y  sabios,  entre  los  cuales  descue- 
llan, como  elevadíLS  cimas,  los  dos  Bacon,  Hobbes,  Locke 
y  el  incomparable  Newton,  á  quien  la  naturaleza  descu- 
bre, como  madre  cariñosa,  el  secreto  de  sus  leyes.  ífi  tie- 
ne término  el  número  de  sus  historiadores  famosos,  como 
Goldsmith,  Hume,  Gibbon,  Robertsqn,  Hallam  y  otros 
no  menos  apreciados,*  que  en  los  tiempos  antiguos  y  mo- 
dernos han  levantado  imperecederos  monumentos  á  la 
.gloria  de  su  patria,  justamente  orguUosa,  Fatigaría  vues- 


16 

tra  memoria  con  la  inacabable  relación  de  los  novelistas, 
críticos,  metafísicos,  jurisconsultos,  moralistas,  filólogos* 
y  oradores  eminentes,  sagrados  y  profanos,  que  ha  pro- 
ducido aquella  tierra,  siempre  fértil  y  nunca  cansada; 
pero  ya  que  prescinda  de  esta  enojosa  tarea,  porque  vues- 
tra erudición  vastísima  no  há  menester  de  vanos  recuer- 
dos, permitidme  al  menos  que  llame  vuestra  atención 
sobre  una  de  las  instituciones  más  civilizadoras  que  han 
surgido  del  ingenio  de  los  hombres,  y  que  bastaría  por  sí 
sola  para  eternizar  la  fama  de  un  pueblo:  hablo  de  la  im- 
prenta periódica.  No  nace  en  Inglaterra;  pero  allí  arrai- 
ga, crece,  toma  carta  de  ciudadanía,  y  manifiesta  todo  su 
poder  ese  maravilloso  instruinento  de  la  razón  que  con 
su  trabajo  obscuro,  pero  continuo,  como  el  de  la  gota  de 
agua,  mina  el  abuso,  hace  imposible  la  tiranía  y  transfor- 
ma las  sociedades;  allí  es  donde  ese  amparo  de  los  débi- 
les, azote  de  la  injusticia,  clamor  que  nunca  cesa  y  espa- 
da que  jamás  se  embota,  adquiere  por  primera  vez  el  con- 
vencimiento de  su  fuerza  para  lanzarse  resueltamente, 
burlándose  de  sus  opresores,  porque  sabe  que  ha  de  sobre- 
vivirlos,  á  la  pacífica  conquista  del  mundo  moral.  Mas 
¿á  qué  cansaros?  ¿En  qué  órbita  de  los  conocimientos  hu- 
manos, en  qué  género  literario,  en  qué  manifestación  in- 
telectual no  ha  dejado  Inglaterra  la  radiante  huella  de  su 
inspiración  y  su  constancia?  Tal  vez  ha  tenido  en  su  ím- 
probo trabajo  desmayos  pasajeros  ¿qué  atleta  no  los  tie- 
ne? pero  nunca  eclipses  totales  y  definitivos;  ni  ha  cesa- 
do un  solo  momento  en  su  exuberante  elaboración  de 
ideas,  ni  su  literatura  se  ha  estancado,  corrompiéndose 
á  modo  de  cuerpo  muerto  cotoo  la  nuestra-  Así  ha  podi- 
do atravesar  incólume,  con  mayor  ó  menor  brillo,  si 
bien  siempre  robusta,  el  anchuroso  espacio  de  cinco  si- 


^ 


1T 
glos,  preñados  de  guerras  desoladoras  y  alteraciones  pro- 
fundas, para  llegar  hasta  nuestros  días  con  poetas  como 
Tennison  y  Swinburne;'con  filósofos  y  sabios  como  Her- 
bé rt  Spencer  y  Darwin;  con  historial  dores  y  crílicos  comg 
ilacaulav  y  CarlvUc;  con  novelistas  y  escritores  de  eos- 
tambres  como  Lylon  Bulwer  y  Díeken?^;  con  economis- 
tas, hombres  de  Estado  y  oradores  como  Stuart-Mill, 
Gladstone  y  Disreaeli. 

Pero  sa  desarrollo  nacional  no  se  encierra  en  estos  li- 
mites: paralelamente  y  con  igual  pujanza  se  desenvuel- 
ven todos  sus  gérmenes  de  grandeza;  la  industria ,  el 
comercio^  la  navegación  y  las  artes  liberales  toman  rau- 
do incremento;  la  aristocracia,  desdeñando  los  oficios 
palatinos,  busca  en  el  Parlamento,  en  la  defensa  de  los 
intereses  públicos  y  en  empresas  heroicas,  la  conserva- 
ción de  su  influencia  y  la  justificación  de  sus  privilegios; 
la  vida,  en  fin,  desborda  por  donde  quiera,  y  dilata  el 
dominio  de  Inglaterra  más  allá  de  los  mares,  en  Amé- 
rica, Asia,  África  y  Oceanía,  en  cuyas  regiones  se  en- 
riquece á  menudo  á  expensas  de  nuestro  carcomido  im- 
perio, con  los  miembros  que  se  disgregan  de  él  ó  coú  el 
botín  de  guerra  que  el  poderío  del  pueblo  britano  le 
arranca.  Su  vigorosa  organización  resiste  sin  conmo- 
verse, así  las  injurias  del  tiempo  como  el  fuerte  emba- 
te dp  las  revoluciones  modernas;  y  mientras  otros  pue- 
blos miran  con  espanto  todos  sus  elementos  constituti- 
vos podridos  y  disueltos,  Inglaterra  prosigue  su  marcha 
regular  y  ordenada  á  la  sombra  tutelar  de  sus  institu- 
ciones tradicionales. 

¿No  os  sorprende,  señores,  este  estado  de  perpetua 
renovación  y  florecimiento  al  compararle  con  la  estéril 
flaqueza  á  que  llegamos  en  el  siglo  xvii,  y  de  la  cual 

2  ' 


18     ^ 

aún  no  hemos  convalecido?  Pues  no  busquéis  su  expli- 
cación en  recónditas  diferencias  de  raza,  ni  en  desigual- 
dades  intelectuales  que  la  sana  critica  no  admite  y  la 
experiencia  desmiente:  buscadla  sólo,  y  la  encontraréis 
de  fijo,  en  un  hecho  asaz  significativo  que  no  se  ha  es- 
capado á  la  penetración  de  la  historia.  Mientras  España 
rodaba  con  los  estremecimientos  de  la  agonía  hasta  el 
fondo  del  abismo,  y  aferrada  á  sistemas  opresores  sentía 
helársele  por  grados  la  sangre  en  sus  venas,  Inglaterra 
conservaba,  y  conserva  todavía,  la  portentosa  actividad 
de  su  espíritu,  á  pesar  de  las  recias  conmociones  políti- 
cas y  religiosas  que  en  épocas  anteriores  la  trabajaron, 
6  merced  acaso  á  estas  mismas  conmociones,  porque 
supo,  á  costa  de  inauditos  esfuerzos,  tenaces  luchas  ó  in- 
calculables sacrificios,  recuperar,  mantener  y  asegurar, 
por  último,  el  derecho  de  los  ciudadanos  cuando  otros 
pueblos  le  abandonaban  ó  perdían;  siendo  por  esta  cau- 
sa quizás  la  primera  nación  de  Europa  que  se  ha  vali- 
do,' para  avanzar  en  la  senda  de  su  cultura,  de  las  dos 
irresistibles  palancas  con  que  puede  removerlo  todo  el 
entendimiento  humano:  la  libertad  política  y  el  libre 
examen. 

¡Ah!  ¡También  nosotros,  (Jue  consentimos  á  mudeja- 
res y  judíos  el  ejercicio  de  sus  respectivos  cultos,  aun- 
que con  las  restricciones  que  á  la  sazón  imponía  en  to- 
das partes  la  rudeza  de  los  tiempos,  habríamos  aseguran- 
do para  siempre  la  integridad  de  la  conciencia  humana, 
si  después  de  la  toma  de  Granada  no  se  hubiera  inau-^ 
gurado  en  nuestra  tierra  la  más  siniestra  y  prolongada 
persecución  religiosa  que  registran  los  anales  de  la  hu- 
manidad desde  la  caída  del  paganismo í  ¡También  goza- 
mos de  la  libertad  política  en  lá  forma  incompleta  con. 


que  entonces  se  conocíai  pero  más  regularizada  j  sin  em- 
bargo, que  en  ninguna  otra  nación  del  continente  eu- 
.  ropeo;  también  tuvimos  nuestros  fueros  y  nuestras  Cor- 
tes, defensoras  de  las  franquicias  populares,  hasta  qué 
en  los  áridos  campos  de  Villalar  cayó  rota  y  deshecha 
la  antigua  y  veneranda  Constitución  de  Castilla!  Quiso 
nuestra  mala  estrella,  y  ya  el  mal  no  tiene  remedio,  que 
á  fines  del  siglo  xv  y  comienzos  del  xvi'se  torciese  y 
extraviase  el  curso  de  la  civilización  española  para  abrir 
camino  expedito  y  llano  á  la  fugaz  grandeza  de  la  di- 
nastía austríaca,  que  tan  aciaga  >nos  ha  sido,^y  cuyas 
consecuencias  desastrosas  sufriremos  hasta  que,  Dios  se 
apiade  de  nuestra  heredada,  mas  no  merecida  des- 
ventura. 

Bajo  el  régimen  relativamente  Jibre  de  nuestras  ins- 
tituciones sjsculares,  el  ingenio  español  dio  sus  primeros 
pasos  con  tal  valentía  de  juicio,  que  iiídicaba  lo  que  ha- 
bría llegado  á  ser  si  no  hubiesen  cortado  su  vuelo  el 
trastorno  de  nuestras  leyes  fundamentales  y  la  recru- 
descencia del  fanatismo.  Indeciso  y  rudo  en  sus  formas 
de  expresión,  ó  influido  sucesivamente  por  literaturas 
más  adelantadas,  dominóle  á  veces  el  mal  gusto,  pera 
nunca  careció  de  viril  energía  ni  de  osada  independen- 
cia. Sin  menoscabo  de  la  fe  religiosa,  que  fortalecía  á 
nuestros  antepasados  en  su  lucha  contra  los  musulma- 
nes, ni  relajación  del  principio  monárquico  á  que  ren- 
dían caballeroso  culto,  obsérvañse  en  las  obras  de  nues- 
tros primitivos  poetas,  novelistas  ó  historiadores,  en  Ios- 
cancioneros  y  crónicas,  tanta  rectitud  de  juicio  y  tan  jn- 
gemio  atrevimiento,  que  al  hojear  sus  páginas  el  ánimo 
se  suspende  y  embelesa.  Pontífices,  reyes, .  prelados  y 
magnates  sufren  su  censura,  no  sienípre  templada  y  con-* 


20 

tenida;  persiguen  con  tosco  ó  irritado  lenguaje  el  abuso 
y  la  corrupción  de  las  costumbres  donde  quiera  que 
apuntan,  en  la  plaza  pública,  en  la  corte,  en  los  tribu- 
nales de  justicia,  hasta  en  el  templo;  el  azote  de  su  hon- 
rada indignación  alcanza  á  las  cosas  más  altas,  y  ningún 
temor  le  refrena.  Hoy  mismo  no  podrían  darse  á  la  es- 
tampa, sin  escándalo  de  las  almas  timoratas,  las  amar- 
gas diatribas  con  que  el  arcipreste  de  Hita  y  Pero  López 
de  Ayala  aijatematizaron  en  su  tiempo  los  vicios  de  Ro- 
ma y  el  libertinaje  del  clero,  enttegado  entonces  á  to- 
dos los  desórdenes  dé  la  codicia  y  la  concupiscencia;  y 
el  mismo  aliento  revelan,  no  obstante  su  origen  corte- 
sano, las  sencillas  relaciones  de  algunas  de  nuestras 
Crónicas^  donde  con  feos  colores  se  pintan  la  ambición 
de  los  grandes,  las  debilidades  de  los  reyes  y  la  desdicha 
mal  remediada  del  pueblo,  víctima  siempre.de  las  dis- 
cordias de  sus  señores.  El  mismo  varonil  desenfado  des- 
cúbrese en  el  Homancero^  hasta  en  los  refranes  con  que 
el  vulgo  muestra  su  desconfiada  experiencia;  pudiendo 
asegurarse  que  en  los  restos  casi  olvidados  de  la  litera- 
tura patria,  desde  su  origen  hasta  el  reinado  de  los  Re- 
yes Católicos,  es  donde  más  fielmente  se  retratan  el  ca- 
rácter y  las  virtudes  de  nuestra  raza,  aventurera,  libre, 
generosa  y  expansiva. 

Tan  irresistible  era  el  empuje  con  que  nuestra  cultura 
intelectual  caminaba,  que  á  pesar  de  la  violenta  pérdida 
de  nuestras  libertades  bajo  el  cetro  de  Carlos  V,  y  de  la 
intolerancia  feroz  que  empezó  á  desplegarse  casi  al  mis- 
mo tiempo  para  atajar  los  progresos  de  la  Reforma  lu- 
terana, todavía  el  espíritu  audaz  y  resuelto  que  animó  á 
nuestros  antiguos  escritores  dilató  su  influjo,  aunque  ya 
más  debilitado,  hasta  bien  entrado  el  siglo  xvii,  como 


§1 

esos  ríos  de  curso  caudaloso  que,  al  deseimhocar  en  los 
mare^,  llevan  largo  trecho  por  encima  de  las  olas  su  im- 
petuosa corriente.  Poco  á  poco  nuesíro  espíritu  innova- 
dor y  atrevido  se  exting^ue  y  apaga;  pero  ¡cuan  hermoso 
es  su  crepúsculo!  ¡Cuan  vivida  y  refulgente  la  despedida 
de  aquel  sol  que  se  esconde  en  las  tinieblas  de  una  no^he, 
profunda!  Entonces* la  teología,  que,  removiendo  las  en* 
trañas  de  la  sociedad  hasta  en  sus  más  ocultas  fibras, 
compendiaba  todos  los  conocimientos  y  pasiones  de  aque- 
lla época j  ya  vacilante  en  su  fe,  encuentra  en  España 
sus  intérpretes  más  aventajados, y  nuestms  doctores  son, 
por  la  solidez  de  su  doctrina  y  prodigiosa  elocuencia,  ad-  ' 
miración  y  pasmo -del  Concilio  de  Trento-  Inquieren  y 
ahondan  nuestros  místicos  con  sagaz  penetración  todos 
los  misterios  de  la  lengua  castellana,  que  adquiere  bajo 
su  pluma  flexibilidad  sorprendente,  y  consiguen  expre- 
sar las  abstracciones  más  metafísicas  cop  claridad  de 
concepto  que  baria  bien  en  imitar  la  moderna  filosofía- 
La  poesía  lírica  se  transforma  influida  por  el  gusto  ita- 
liano; y  si  bien  por  esta  misma  razón  es  la  menos  origi- 
nal de  nuestras  manifestaciones  literarias,  contríbaye, 
sin  embargo,  á  la  perfección  y  enriquecimiento  del  idio- 
ma, recogiendo  sus  armonías  más  íntimas,  ennoblecien- 
do sus  palabras,  dando  novedad  y  soltura  á  sus  giros,  y 
añadiendo  definitivamente  á^a  lira  española  metros  po- 
co usados  y^  cuerdas  desconocidasi-  El  estudio  de  la  anti- 
güedad clásica,  que  á  la  sazón  despierta  en  Europa,  pres- 
ta á  la  Historia,  sacándola  de  sn  humilde  condición  de 
crónica,  formas  majestuosas  y  sentencioso  estilo.  Desen- 
vuélvese la  novela,  y  el  teatro,  que  debía  reconcentrar 
andando  los  años  toda  la  actividad  de  nuestro  espíritu, 
cohibido  en  las  demás  esferas,  anuncia  ya  el  superior 


92 

destino  que  le  aguarda-  El  generoso  deseo  de  propagar 
la  fe  de  Crisí'oj  no  sólo  en  las  desconocidas  regiones  des- 
cubiertas recieníenienle  por  Colón,  sino  en  los  más 
apartados  imperios  de  Oriente,  donde  nuestros  misione- 
ros buscan  y  alcanzan  á  menudo  la  inmarcesible  palma 
•del  martiriOj  abre  anchos  horizontes  á  la  investiga- 
cióu  científica,  y  reciben  extraordinario  impulso  entre 
nosotros  los  trabajos  gcográficoSj  náuticos,  físicos  y  na- 
turales. No  le  recibe  menor  la  enseñanza  de  las  lenguas, 
hasta  de  las  más  incultas  de  América  y  Asia;  y  España,' 
con  la  publicación  de  innumerables  gramáticas  y  voca- 
bularios, coordiija  y  deja  á  la  posteridad  los  elementos 
primitivos  que  más  adelante  debían*  dar  origen  á  una 
nueva  ciencia.  ¡Qué  axplosión  tan  grandiosa  la  de  nues- 
tro genio  nacional!  El  mundo  todo  se  somete  sin  oposi- 
ción á  su  influjo,  y  las  prensas  de  París,  Lyón,  Bruse- 
las, Amberes^  Roma,  Milán,  Ñapóles  y  Venecía  multi- 
plican y  esparcen  por  todos  los  ámbitos  de  la  tierra,  en 
el  nativo  idioma  ó  en  los  extraños,  las  obras  de  nues- 
tros teólogos,  sabios,  historiado res^  místicos^  novelistas 
y  poetas. 

Pero  en  medio  de  su  fecundidad  este  movimiento  in- 
teleetual  mostraba  los  signos  de  próxima  decadencia,  y 
su  exuberancia  misma  era  quizás  el  síntoma  más  grave 
de  la  incurable  enfermedad  que  debía  poner  breve  tér- 
mino á  su  atormentada  vida.  Sujeto  por  irijiumerables 
trabas,  nuestro  pensamiento  iba  lentamente  apocándose 
bajo  la  sombría,  suspicaz  ó  implacable  intolerancia  reli- 
giosa, que  se  abalanzaba  sobre  aquella  sociedad  inde- 
fensa, envolviéndola  en  sus  i  ñ  vi  sudes  redes  para  poder 
á  mansalva  extinguir  con  el  hierro  y  el  fuego  las  opi- 
niones calificadas  de  sospechosas/  hasta  en  lo  más  re- 


cóndilo  del  hogar  y  en  lo  más  hondo  de  la  conciencia. 
En  nombre  de  un  Dios  de  paz,  los  tribunales  de  la  fe 
sepibraban  por  todas  partes  Ja  desolación  y  la  muerte; 
atropellabaB  los  afectos  más  caros;  ponían  la  bonra  y  la 
vida  de  los  ciudadanos  á  merced  de  delaciones,  muchas 
veces  anónimas,  inspiradas  quizás  por  la  ruin  venganza, 
por  la  sórdida  codicia  6  por  terrores  ó  escrúpulos  su- 
persticiosos; relajaban  los  vi  lóculos  sagrados  de  la  fami- 
lia^ imponiendo,  bajo  pena  de  excomunión ,  á  los  padres 
el  ingrato  deber  de  acusar  a  sus  hijos,  á  los  hijos  la  te- 
rrible gloria  de  vender  á  sus  padres,  á  las  mujeres  la 
vergonzosa  obligación  de  espiar  á  sus  maridos,  y  una 
palabra  indiscreta,  proaunciad^  en  el  seno  de  da  intimi- 
dad, hasta  un^  movimiento  naturaj  é  irreflexivo,  eran 
causa  bastante  para  sumir  á  un  desgraciado  en  lóbrego 
calabozo,  someterle  á  cruentas  torturas,  arrancarle  la 
vida  en  medio  de  atroces  suplicios,  confiscar  sus  bienes 
y  mancillar  su  memoria.  El  misterio  más  absoluto  ro- 
deaba estos  bárbaros  procedimientos:  secretas  eran  las 
denuncias,  secretas  las  declaraciones  "de  cargo  y* descar- 
go, secretas  las  pruebas,  restringida  y  secreta  la  defen- 
sa, y  sólo  público  el  castigo.  Ni  el  arrepentimiento  de  la 
culpa,  ni  la  reconciliación  con  la  verdad,  mejoraban  la 
triste  suerte  del  sentenciado:  si  había  incurrido  eü  here- 
jía y  propagado  el  error;  si  el  dolor  del  tormento  había 
arrancado  á  su  flaqueza  la  confesión  de.  un  delito,  acaso 
imaginario,  debía  morir  sin  remedio,  y  penitente  ó  con^ 
'tumaz,  vivo  ó  muerto,  de  todos,  modos  pertenecía  ú  la 
hoguera.  La  infamia  de  la  pena  alcanzaba  á  los  hijos  y 
no  respetaba  á  los  cadáveres;  desapareció  la  piadosa  in- 
\iolabiÜdaíl  del  sepulcro,  y  el  fanatismo ^  feroz  como  la 
hiena,  desenterraba  al  culpado  para  entregar  su  recuer- 


I  1 11  iiv«riw^mi^  ^- 


24 

'  do  al  oprobió,  su  efigie  á  la  vergüenza  pública  y  sus 
restos  á  las  voraces  llamas. 

Ni  la  virtud  más  pura,  ni  la  fe  más  acendrada,  ni.  la 
santidad  misma,  estaban  al  abrigo  tie  las  pesquisas  in- 
quisitoriales ni  5e  sus  fieras  persecuciones:  varones  ve- 
nerables, más  tarde  canonizados  por  la  Iglesia;  eminen- 
-íes  prelados,  doctores  y  teólogos  sapientísimos,  que  ha- 
bían confundido  con  su  palabra  los  sofismas  luteranos 
en  el  Santo  Concilio  tridentino;  preclaros  proceres  enca- 
necidos en  el  servicio  de  la  patria;  jurisconsultos  y  es- 
critores de  justa  reputación,  gemían  bajo  la  pesadumbre- 
de  esta  tiranía  tenebrosa,  que  consideraba  muchas  veces 
como  indicios  vehementes  de  herejía  la  demasiada  cien- . 
cía,  la  piedad  sincerg,  el  mérito  superior  reconocido;  y 
á  medida  que  la  intolerancia  religiosa  iba  estrechando 
su  círculo  odioso,*  apoderábase  de  las  almas  mejor  tem- 
pladas invencible  desfallecimiento.  .< Vivimos  en  tiem- 
pos tan  calamitosos — escribía  aterrorizado  á  uno  de  sus 
amigos  el  ilustre  filósofo  Juan  Luis  Vives, — ^que  no  po- 
demos proferir  palabra,  ni  callar,  sin  riesgo; >  y  exha- 
laba esta  desesperada  queja  cuando  la  Inquisición  no 
había  exagerado  aún  su  recelosa  vigilancia  ni  sus  ho- 
rrendos castigos. 

Lejos  de  mí  la  absurda  idea  de  sostener  que  en  aqué- 
llos tiempos  España  fuese  la  única  nación  cristiana  do- 
minada por  el  fanatismo.  La  sobrexcitación  del  senti- 
miento religioso  era  entonces  vivísima,» dando  lugar  eri 
todos  los  Es ¡ados  de  Europa,  católicos  ó  protestantes,  á 
crueles  suplicios  y  catástrofes  espantosas.  En  Alemania, 
Inglaterra,  Francia  y  Suiza  suscitó  prolongadas  revuel- 
tas; pero  esto  mismo  contribuyó  á  que  la  persecución  pa- 
sase en  aquellos  pueblos  por  lasvarias  alternativas  de  la 


^5 

g-uerra  civil,  á  veces  inhumana,  á  veces  transigente,  y 
á  que  no  presentara  como  en  nuesfra  patria,  donde  en 
realidad  jamás  hubo  liichai  el  carácter  de  una  compre- 
sión sistemática,  continua  y  normalizada.  Si  no  registra 
nuestx*a  liistoria  escenas  tan  horribles  como  la  trágica 
noche  de  San  Bartolomé,  que  fué  no  sólo  la  brutal  ex- 
plosión de  los  odios  de  secta,  sino  la  ruidosa  venganza  de 
un  partido,  íampoco  ofrece  la  menor  interrupción  en  los 
rigores  inquisitoriales;  porque  la  intolerancia  española, 
más  que  impetuosa  y  turbulenta,  pecó  de  reflexiva  y  i:e- 
gularizada,  sin  duda  para  asegurar  de  -esta  suerte  la  du* 
ración  y  eficacia  de  sns  dañosos  efectos. 

La  tempestad  fué  arreciando  con  los  años,  y  la  seve- 
ridad del  Santo  Oficio  extremándose  basta  el  punto  de 
qne  con  alguna  frecuencia  lo^  Sumos  Pontífices  tuvieran 
que  intervenir  con  su  autoridad  suprema  para  moderar 
el  celo  de  aquel  Tribunal  sin  misericordia.  Pobláronse 
las  cárceles  de  victimas,  quo  esperaban  en  estrecha  in- 
comunicación el  fin,  casi  siempre  funesto,  de  sus  sigilo- 
sos procesos;  multiplicáronse  los  mdQS  de  fe,  y  para 
mayor  escarnio  de  todo  sentimiento  generoso,  incluyé- 
ronse esas  monstruosas  ceremonias  en  el  número  de  los 
festejos  públicos  con  que  se  solemnizaban  los  prósperos 
sucesos  de  la  monarquía;  como  si  la  agonía  desgarra- 
dora de"  las  infelices  criaturas  condenadas  á  morir  en  el 
fuego,  fuera  espectáculo  regocijado  y  digno  de  una  na-- 
ción  cristiana. 

Cuando  con  tan  persistente  saña  acorralaba  las  ideas 
hasta  en  el  fondo  del  cerebro  humano,  no  era  posible 
que  el  fanatismo  dejase  á  salvo  el  pensamiento  vivo  re- 
producido por  la  Imprenta;  y  para  evitar  la  propaga- 
ción de  las  doctrinas  quo  el  Santo  Oficio  tildaba  de  erró- 


26 

Beas  6  pravas,  erigió  en  sistema  permanente  el  mal 
ejemplo  dado  por  Fr.  Lope  de  Barrientos  en  el  siglo  xv, 
quemando  la  biblioteca  del  Marqués  de  Villana,  y  segui- 
do posteriormente  por  el  Cardenal  Ximénez  de  Gisneros 
con  los  manuscritos  ái^abes  del  reino  de  Granada.  No 
,  * .  satisfecho  con  esto,  usurpó  á  la  potestad  civil  el  derecho 

de  censura  sobre  los  libros,  forzándola  á  expedir  prag- 
máticas rigorosísimasj  en  algunas  de  las  cuales  se  im- 
ponía pena  capital  y  perdimiento  de  bienes  á  los  que  im- 
primieran, vendiesen;  leyeran  ó  conservasen  obras  in- 
cluidas en  los  interminables  y  frecuentemente  renova- 
dos índices  expurgaimios.  Comprendíanse  en  estas  listas 
de  proscripción  del  entendimiento  humano,  no  sólo  los 
libros  conocidamente  heréticos  ó  que  contenían  propo- 
siciones de  dudoso  sentido,  sino  muchos  más  que,  siendo 
ajenos  á  las  cuesüonáíi  religiosas  y  tratando  únicamen- ' 
*  te  de  materias  cien  tí  Ceas  ó  lilerarias,  tenían  el  pecado 

original  de  haber  sido  escritos  por  autores  sospechosos 
ó  mal  juzgados,  sin  que  las  exhortaciones  repetidas  do 
la  Santa  Sede  lograsen  libertar  á  algunas  de  estas  obras 
del  injusto  anatema.  Las  restricciones  déla  censura  y  el 
miedo  á  la  pena  iban  disminuyendo  de  día  en  día  las 
publicaciones  científicas  y  filosóficas;  pero  en  cambio 
aumentaban  considerablemente  las  recreativas,^ en  que 
•lo  liviano  del  asunto  y  la  licencia  del  lenguaje  payaban 
en  cínica  desvergüenza;  y  mientras  se  anotaban  en  los 
'^  índices  expurgatorios  libros  tan  llenos  de  unción  cris- 

tiana como  el  tratado  de  la  Oración  ?/  meditación  y  la 
Guía  de  pecadores  del  venerable  Fr.  Luís  de  Granada, 
corrían  sin  obstáculo  en  manos  del  vulgo,  con  la  apro- 
bación eclesiástica  y  laudatorias  calificaciones,  novelas 
obscenas  y  comedias  de  no  muy  edificante  lectura. 


27 

La  enseñanza  pública,  subordinada,  como  todas  las 
manifestaciones  de  la  razón,  á  la  rígida  disciplina  sa- 
cerdotal, sufría  también  las  consecuencias  de  esta  an- 
gustiosa servidumbre.  Nuestras  gloriosas^  universidades, 
focos  de  instrucción  sana  y  robusta,  que  habían  resplan-' 
decido  en  tiempos  mejores  con  brillo'  envidiable,  desfa- 
llecían y  se  amortigua] lan  tristemente  como  lámparas 
abandonadas.  ^Una  dialéctica  sutil,  artificiosa  y  Yacía, 
más  ocupada  en  aquilatar  las  formas  retóricas  de  la  ar- 
gumentación que  el  fondo  de  la  argumentación  misma, 
erizada*  de  silogismos  obscuros  ó  pueriles,  reinaba  en 
las  aulas  como  despótica  se&ora  de  las  inteligencias.  El 
principio  de  autoridad  dogmática,  indiscutible,  sagrado, 
alzábase  escueto  y  solo  sobre  el  silencio  de  la  ciencia 
despavorida,  que  vivía j  ó  mejor  dicho,  agonizaba  aho- 
gada por  la  interpretación  más  ó  menos  favorable,  pero 
siempre  restringida  de  los  textos  bíblicos.  Los  catedrá- 
ticos y^maestros  que  revelaban  alguna  independencia  de 
juicio,  eran  calumniados,  encarcelados,  proscritos,  sin 
consideración  alguna,  ni  miramiento  á  sus  méritos,  ser- 
vicios y  virtudes.  Desterróse  el  espíritu  de  investigación 
y  de  análisis,  mutilando  de  psta  suerte  el  pensamiento, 
y  dojáM^ole  en  mitad  de  su  camino,  ciego  y  sin  guía. 
Las  ciencias  físicas  y  fnateij:iáticas  enmudecieron,  y  la 
ignoraiicia  más  profunda  ennegreció  las  almas;  pero  no 
esa  ignorancia  crédula  y  sencilla,  propia  de  los  pueblos 
primitivos,  sino  la  ignorancia  presuntuosa,  obstinada; 
y  para  decirlo  de  una  vez,  incurable,  que  es  el  signo  dis- 
tintivo de  todas  las  sociedades  decrépitas  y  degradadas» 

Porque  la  opresión  envilece  á  las  naciones  tanto  como 
la  libertad  las  dignifica.  España,  al  paso  que  decaía  en 
todo,  bajo  el  yugo  de  tan  larga  intolerancia,  descendía 


28 

también  al  más  miserable  estado  de  desmoralización, 
como  si  el  Santo  Oficio  y  la  tiranía,  unidos  en  un  mis- 
mo propósito,  ^1  comprimir  violentamente  el  espíritu 
nacional,  le  hubiesen  dejado  abierto,  para  que  no  está- 
aliara,  el  único  respiradero  de  la  corrupción  de  las  cos- 
tumbres. No  hay  más  que  leer  lag  obras  de  los  escrito- 
res satíricos,  y  las  Relaciones  y  Avisos  particulares  que 
se  conservan  del  siglo  xvii,  para  comprender  de  qué 
manera  había  sabido  amalgamar  aquella  sociedad  el 
misticismo  y  el  libertinaje,  compartiendo  hipócritamen- 
te su  tiempo  entre  la  oración  y  la  crápula,  las  procesio- 
nes y  los  adulterios,  las  novenas  y  los  homicidios.  Una 
moral  laxa  y  acomodaticia  babía  invadido  todas  las  cla- 
ses  y  condiciones,  desde  los  favoritos  y  magnates  de  la 
corte,  concusionarios  y  escandalosos,  que  creían  acallar 
el  remordimiento  de  sus  conciencias  turbadas  emplean- 
do parte  de  sus  rapiñas  en  fundaciones  y  mandas  pia- 
dosas, hasta  los  salteadores  de  caminos,  que  resguarda- 
ban supersticiosamente  sus  pechos,  cerrados  á  la  cle- 
mencia, con  imágenes  de  santos  y  escapularios  benditos. 
La  perversión  era  general;  y  como  cuando  el  .cuerpo  so- 
cial se  inficiona  de  malos  humores  llega  á  todos  sus 
miembros  el  virus  deletéreo,  ni  siquiera  el  clero,  encar- 
gado de  }a  dirección  de  las  almas,  pudo  preservarse  del 
pestilente  contagio. 

Gomo  no  quiero  lastimar  los  delicados  y  casifos  oídos 
del  bello  sexo,  que  honra  éste  acto  con  su  asistencia, 
prescindo  de  citar  casos  abominables,  que  suministra  en 
abundancia  la  historia  de  aquel  siglo,  y  tampoco  evoca- 
ré el  recuerdo  de  crímenes  execrables  ó  impíos,  no 
siempre  castigados  como  merecían,  cuyos  procesos  duer- 
men en  los  empolvados  legajos  de  nuestros  archivos; 


59 

pero  si  no  me  detuviera  la  consideración  respetuosa  que 
acabo  de  exponer,  fácil  me  sería  demostrar  con  nume- 
rosos ejemplos  cuan  hediondas  r  repugnantes  eran  las 
llagas  de  aquella  sociedadj  en  apariencia  tan  temerosa  de 
Dios-  Dijérase  que  la  nacií5n  entera  había  concreí  a  do  y 
reducido  el  cumplimiento  de  todos  sus  deberes  morales 
y  religiosos  á  la  práctica  del  culto  puramente  externo  y 
á  la  absoluta  abdicación  de  su  pensamiento,  al  ver  Ci5mo 
la  eran  tolerados,  si  no  legal  mente  permitidos,  ios  ma- 
yores excesos  y  los  vicios  más  reprensibles  con  tal  de 
que  supiese  cubrirlos  con  el  velo  de  su  devoción  rutina- 
ria y  de  su  automática  obediencia- 

¿Es  por  ventura  extraño  q;ue  en  medio  de  esta  atmós- 
fera viciada,  comprimido  por  el  fanatismo  cada  vez  más 
intransigente  porque  cada  \ez  iba  siendo  menos  ilusA- 
trado,  el  genio  español  se  postrara,  falto  de  espontanei- 
dad y  de  aliento?  Apartado  de  toda  comunicación  inte- 
lectual con  Europa,  donde  empezaban  á  germinar  nue- 
vas y  fecundas  doctrinas;  aislado  en  su  aparento  gran- 
deza, cohibido  por  el  terror,  apretado  en  los  moldes  de 
métodos  filosóficos  y  científicos  que  no  bastaban  á  con- 
tenerle, sin  luz,  ni  aire,  ni  espacio,  era  irremediable 
que  pereciera,  y  se  cumplió  su  fatal  destino.  Cuantío  hu- 
bo agotado  su  caudal  do  ideas  propias,  no  pudiendo  re- 
ponerle, buscó  en  la  retórica  combinación  de  conceptos, 
en  el  juego  de  vocablos  y  en  da  inextricable  agudeza  de 
los  equívocos,  la  novedad  que  de  otro  modo  no  le  era 
lícito  adquirir,  y  flaco  y  enfermizo  intentó  cubrir  la  va- 
cuidad del  fondo  con  la  extravagancia  de  la  forma.  No 
habría  llegado,  ciertamente,  nuestra  literatura  á  tan  de- 
plorable estado,  porque  España  no  hubiese  caído  tan 
bajo  como  cayó  entonces,  si  hubieran  existido  nuestras 


libertades  públicas;  pero,  por  desgracia,  bebíalas  des- 
truido en  sil  esencia  el  poder  ^real,  y  el  vano  simulacro 
de  nuestras  Cortes  carecía  de  fuerzas  para  reivindicar 
los  ^menoscabados  derechos  populares.  Sin  emliargo,  el 
genio  nacional  liubiera  podido  acaso  resistir  á  esta  con- 
trariedad y  hasta  vencer! a j  porque  nunca  la  potestad 
civilj  que  no  descansa  en  dogmas  inmuíablesj  sino  que, 
•por  el  contrario,  está  expuesta  á  la  constante  variación 
de  Ids  tiempos,  puede  sofocar  en  absoluto  la  emisión  del 
pensamiento  ni  la  voz;  de  la  conciencia  pública^  si  las 
vicisitudes  del  siglo,  el  peligro  común  y  la  necesidad  de 
la  mutua  defensa,  no  hubiesen  confundido  en  [un  solo 
haz  los  intereses  distintos,  aunque  no  opuestos,  de  la  re- 
ligión y  del  Estado.  Inicióse .  esta  desastrosa  amalgama, 
que  tan  fatales  resultados  produjo,  en  el  reinado  de  Isa- 
bel y  de  Fernando,  con  la  bárbara  expulsiují  d0  los  ju- 
díos, que  privó  á  EJspaña  de  más  de  ochocientos  mil  ciu- 
dadanos industrioso^  y  activos,  con  los  crueles  ^atrope- 
Uos  cometidos  contra  los  moriscos  de  Granada,  faltando 
abiertamente  al  espíritu  y  letra  de  las  capitulaciones 
que  precedieron  á  la  entrega  de  la  ciudad,  y  en  las  cua- 
les se  obligaron  nuestros  reyes  por  sí  y  á  nombre  de  sus 
sucesores  á  respetar  el  culto  de  los  vencidos^  y  con  el 
establecimiento  definitivo  de  la  Santa  Inquisición,  que 
no  se  realizó  sin  arduas  dificultades  y  sangrientos  tras- 
tornos. Estas  medidas  en  el  fondo  'políticas,  á  pesar  de 
su  carácter  aparentemente  religioso,  dieron  origiDn  á  un 
sistema  que  se  exageró  después,^  cuando  el  César  Gar- 
los V,  habiendo  procurado  en  vano  llegar  á  términos  de 
avenencia  con  la  naciente  herejía  luterana,  cuyo  rápido 
increíjiento  le  impuso,  receló  que  el  libre  exai^en  mi- 
naba con  los  mismos  golpes  la  sobordan  ía  imperial  y  la 


\'. 


1Í 

supremacía  pontificia.  Considerando  la  debilidad  consti- 
tutiva de  la  dilatadísima,  pero  inconsistente  monarquía 
encomendada  á  su  dirección  y  g'obierno,  compuesta  de 
provincias  heterogéneas,  esparcidas  por  todos  los  pun- 
tos de  ta  tierra,  sin  trabazón  ni  enlace  entre  sí,  con  di-  ' 
verso  origen,  distinta  lengua  y  contrapuestos  usos,  ad- 
quirió el  íntimo  convencimiento  de  que  la  unidad  de  fe 
era  el  xiníco  vínculo  con  ^ue  podía  sostener  la  descon- 
certada unidad  de  su  imperio.  Sintiéndose  fuerte  con- 
tra Roma  calculó,  sin  duda?  que  le  sería  fácil  resistir  la 
tendencia  absorbente,  con  la  cual  contraía  tan  estre- 
cha aliansía  ofensiva  y  defensiva;  pero  so  ocultó  á  su 
perspicacia  que  á  la  larga  y  en  último  término  la  in fle- 
xibilidad de  la  doctrina  se  sobrepondría  á  los  intereses  - 
políticos,  mudables  de  suyo,  porque  la  fuerza  de  atrac- 
ción residía  entonces,  como  residirá  hasta  el  fin  de  los 
siglos,  no  en  lo  modiflcable  y  temporal,  que  es  el  Esta- 
do, sino  en  lo  permanente  y  eterno,  que  es  la  religión • 
Con  inútil  empeño  pretendieron  el  Emperador  y  su  hijo 
contrarrestar  la  influencia  que  habían  solicitado  y  los 
avasallaba  á  la  ve;£  que  los  protegía,  pues  si  bien  én 
ocasiones  lograron  vencer  al  Soberano  de  Roma  y  hasta 
humillarle,  conslriñéndole  al  cumplimiento  do  sus  com- 
promisos, frecuentemente  rotos,  ú  oponiéndose ^  á  sus 
exorbitantes  pretensiones,  el  Pontífice,  "es  decir,  laca- 
beza  visible  de  la  Iglesia,  acaj^ó  siempre  por  dominarlos 
y  confundirlos,  $obre  todo  ú  Felipe  II  y  sus  débiles  su-  . 
cesores.  Lenta*  y  sigilosamente  el  sacerdocio  fue  apode- 
rándose del  imperio,  infundiéndolo  su  espirifu,  merman-  . 
dolé  prerrogativas  y  atribuciones  esenciales,  compene- 
trándole, en  fin,  y  transformándole  como  la  espesa  y  te- 
nebrosa selva  del  Infierno  del  Dante  transfiguraba,  en 


I 

I 


32 

nudosas  raíces  y  retorcidos  troncos,  las  almas  de  los 
desgraciados,  condenadas  por  sus  culpas  á  morar  per- 
durablemente en  aquel  recinto  espantable.  Grandeza, 
voluntad,  energía,  fuerza,  industria,  comercio,  todo  fué 
arroll^ido  por  las  negras  olas  de  la  monarquía  teocráti- 
ca, defendida  por  casi  todos  nuestros  teólogos,  singular- 
mente por  Mariana  en  su  libro  Del  Rey  y  de  la  institu- 
ción real,  y  por  Rivadeneyra  en  su  tratado  Del  Príncipe 
Cristiano.  ¡Ah!  si  se  levantaran  de  sus  tumbas  las  des- 
dichadas generaciones  de  nuestra  España  regida  por  los 
reyes  de  la  Gasa  de  Austria;  de  aquella  España  que  em- 
pieza en  Garlos  I  y  concluye  en  Carlos  II,  harapienta, 
podrida,  extenuada,  que  pierde  en  el  espacio  de  dos  si- 
glos sus  libertades,  su  supremacía,  parte  de  sus  domi- 
nios, sus  ciencias,  sus  artes,  su  literatura,  su  genio  y  su 
gloria;  do  aquella  España  despoblada,  saqueada  por  el 
fisco  y  comida  del  diezmo,  pero  llena  de  conventos,  her- 
mandades, cofradías  y  congregaciones,  poseedoras  de 
cerca  de  la  mitad  de  la  propiedad  territorial;  de  aquella 
España,  en  fin,  alumbrada  por  las  hogueras  de  la  Santa 
Inquisición,  que  persigue  á  los  judíos,  quema  á  los  lute- 
ranos y  expulsa  á  los  moriscas  con  tan  frío  encono,  que 
no  ha  podido  aún  borrar  de  la  conciencia  del  mundo  el 
recuerdo  de  estos  trágicos  horrores  ni  obtener  su  per- 
dón; si  se  levantaran  de  sus  tumbas,,  vuelvo  á  repetir, 
las  desdichadas  generaciones  de  aquellos  siglos,  engran- 
decidos quizás  por  la  distancia  y  hermoseados  por  la 
poesía,  podrían  decir  á  las  almas  soñadoi*as  que  se  entu- 
siasman con  la  níemoria  de  lo  pasado  lo  que  es  la  teo- 
cracia; lo  que  es  esa  enfermedad  social,  larga  y  penosa, 
que  mata  con  lentitud  y  aniquila  insensiblemente,  como 
esos  árboles  de  la  India,  baja  cuya  sombra  el  viajero 


33 

inadvertido  busca  descanso,  se  duerme  y  no  despierta. 
Cuando  la  Casa  de  Borbún  recogió  la  vasta  herencia 
de  la  dinastía  austríaca,  nuestra  patria,  soipetida  como 
estaba  en  el  orden  político,  científico  y  religioso j  á  un 
poder  indiscutible  é  irresponsable,  que  había  imbuido 
en  el  ánimo  de  la  multitud  las  más  groseras  supersticio- 
nes, debilitado  su  energía  y  modificado  su  carácter,  era 
una  masa  humana  atónita  é  inerte  donde  toda  iniciativa 
individual  se  había  extinguido.  En  realidad  de  verdad, 
España  se  presentaba  como  un  pueblo  muerto  para  los 
trabajos  del  espíritu;  todavía,  por  la  extensión  de  sus  ri- 
cas posesiones  y  el  recuerdo  do  su  anterior  poderío,  in- 
fluía algo  en  la  marcha  política  del  mundo;  pero  en  la 
esfera  intelectual  mirábase  la  con  el  mayor  desprecio,  y 
hasta  tal  punto  se  acostumbró  Europa  á  prescindir  de 
su  compañía  en  la  senda  del  progreso,  que  hoy  mismo, 
á  pesar  del  tiempo  transcurrido  y  de  los  radicales  cam- 
bios por  que  la  nación  española  ha  pasado,  le  agobia  y 
'  oprime  con  sus  desdeñosas  ó  inmerecidas  prevenciones. 
Parece  como  que  nuestra  patria  termina  definitivamen- 
te su  misión  en  el  siglo  xvii;  estüdianse  sus  clásicos, 
como  se  estudian  los  restos  de  una  civilización  antigua; 
su  literatura  acaba  generalmente  para  la  crítica  moder- 
na en  la  época  de  Calderón,  y  desde  entonces  basta  nues- 
tros días  puede  decirse  que,  fuera  de  contadas  y  honro- 
sísimas excepciones,  el  genio  español  se  revuelve  esté- 
rilment^  en  la  sombra,  olvidado  y  desconocido,  cuando 
no  calumniado,  ¡Ayl  Por  más  que  nos  duela  y  lastime 
nuestro  ^orgullo,  fuerza  es  confesar  que  esta  injusticia 
tiene  explicación,  si  no  disculpa.  Nos  quedamos  tan  re- 
zagados que,  al  emprender  de  nuevo  la  interrumpida 
jomada,  no  nos  ha  sido  posible^  á  pesar  de  haber  vio- 


31 

Tentado  nuestra  marcha,  alcanzar  á  naciones  quó  nos 
llevan  más  de  un  siglo  de  delantera.  Nuestro  pasado  nos 
abruma  como  maldición  del  cielo. 

Aquí  debería  concluir,  si  me  ciñese  estrictamente  al 
plan  que  me  he  propuesto;  pero  á  riesgo  de  abusar  más 
de  lo  justo  de  vuestra  indulgencia,  ya  de  fijo  cansada, 
no  puedo  prescindir,  obedeciendo  á  la  ley  de  los  con- 
trastes, de  consíigrar  un  recuerdo,  siquiera  sea  breve  y. 
con^pendioso,  al  período  que  abarca  los  reinados  de  Fe- 
lipe V,  Fernando  VI,  Carlos  III  y  principios  del  de  Car- 
los IV;  período  que  considero,  no  como  uno  de  los  más 
brillantes,  pero  sí  de  los  más  fecundos  de  nuestra  histo- 
ria. Corresponde  indudablemente  á  los  cuatro  reyes  de 
la  dinastía  borbónica  que  he  nombrado,  principalmente 
á  Fernando  VI  y  Carlos  III,  el  honroso  timbre  de  haber 
inaugurado  ó  favorecido  la  lenta  regeneración  de  Espa-' 
ña,  Ko  restituyeron  al  país  sus  perdidas  y  ya  olvidadas 
libertades,  ni  restauraron  las  Cortes  del  reino,  ni  con- 
sintieVon  siquiera  la  más  mínima  desmembración  de  su 
poder  absoluto:  no  era  ésta  la  comente  de  los  tiempos, 
Pero  celosos  de  la  autoridad  real,  reivindicaron  y  recu- 
peraron muchas  de  las  prerrogativas  y  derechos  que  la 
potestad  eclesiástica  había  usurpado;  contuvieron'  las 
tendencias  avasalladoras  de  la  Iglesia;  asestaron  los  pri- 
meros y  más  rudos  golpes  contra  el  odioso  Tribunal  de 
la  Inquisición;  templaron  los  rigores  de  la  censura,  y  si 
no  rompieron  los  hierros  con  que  el  fanatismo  nos  escla- 
vizaba, tal  vez  porque  se  lo  impidieron  añejas  é  inven- 
cibles preocupaciones,  alargaron  al  menos  la.  cadena 
para  que  pudiera  moverse  con  algún  desembarazo  nues- 
tra conciencia  entumecida.  Bajo  el  patrocinio  de  estos 
mona^rcas  bien  intencionados,  concordáronse  con  Roma 


35      *  ^  • 

reformas  transcendentales,  favorables  á  las  regalías  de  la 
■corona;  se  instituyeron  nuestras  doctas  Academias;  fun- 
dáronse las  Sociedades  económicas  del  pah,  gutos  servi-  , 
oíos  fueron  entonces  do  notoria  importancia;  se  abrie- 
ron escuelas  especiales  de  ciencias  físicas,  naturales  y 
matemáticas,  en  vista  de  las  resistencias  quo  á  acoger 
en  su  seno  estos  útilísimos  estudios  opusieron  nuestras 
atrasadas  ó  incorregibles  Universidades,  dominadas  por 
el  clero  y  dondó  sólo  podía  campar  á  sus  anchas  el  ári- 
do escolasticismo;  publicaron  el  P.  Feijóo  su   Teatro 
critico^  que  es  la  primera  embestida  dada  á  la  grosera  y 
supersticiosa  ignorancia  del  vulgo;  el  Conde  de  Campo- 
manes  sus  ilustrados  Informe.^  y  luminosos  Discursos 
acerca  de  las  más  arduas  cuestiones  políticas  y  sociales; 
Jovellanos  sus  inmortales  obras,  tan  recomendables  por 
el  estilo  como  por  la  doc trina j  y  otros  muchos  escrito- 
res, todos  insignes,  meditados  trabajos  sobre  ciencias 
morales  y  políticas,  industria,  comercio,  ijáutica,  artes 
y  oficios,  que  contribuyeron  á  dar, sana  dirección  y  po- 
tentísimo impulso  al  renacimiento  nacional,  bajo  tan 
buenos  auspicios  iniciado.  Si  la  bella  literatura,  propia- 
mente dicha,  no  fué  tan  de  prisa  ni  tan  lejos,  tampoco 
permaneció  estacionaria-  Hay  en  la  incerfidumbr?  de 
sus  primeros  pasos  algo  que  rec^ierda  la  flojedad  del  ni- 
*ño  ó  la  postración  del  convalecieníe;  imita,  pero  no 
crea;  rinde  á  los  preceptos  clásicos  más  culto  de  lo  que  á 
su  espontaneidad  conviene,  y  temerosa  de  incurrir  en 
las  aberraciones  del  siglo  anterior,  desdeña  en  cierto 
modo  como  peligrosos  todos  los  elementos  indígenas  pa- 
ra entregarse,  casi  siempre  falta  de  inventiva,  á  la  cie- 
ga adñii ración  de  modelos  extraños!  Pero  á  pesar  de  to- 
dD,  presta  con  su  sencillez  calculada,  y  quizás  demasía- 


36 

do  rígida,  como  protesta  contra  el  exuberante  y  pedan- 
tesco desorden  que  antes  la  había  corrompido,  indispu- 
tables servicios  á  la  cultura  nacional;  depura  el  gusto 
estragado,  encauza  las  ideas,  y  si  no  acierta  á  menudo 
con  los  tonos  de  la  inspiración  verdadera,  pocas  veces 
se  equivoca  en  apartar  de  sí  lo  que  la  estorba  ó  la  daña- 
No  había  pasado  el  tiempo  suficiente  para  que  volviese 
del  sopor  y  aniquilamiento  en  que  cayó  bajo  el  cetro  de 
los  últimos  reyes  austríacos,  y  harto  hacía,  cuando  las 
causas  de  su  perdición,  aunque  más  debilitadas,  no  ha- 
bían desaparecido  del  todo,  con  abrir  el  surco  y  arrojar 
en  ól  la  semilla  que  debía  producir  sus  más  sazonados 
frutos  en  nuestro  siglo.  Grande  fué  el  esfuerzo,  desapa- 
sionadaínente  considerado,  y  no  hay  derecho  á  exigir 
más  de  las  pobres  musas  castellanas,  que  por  primera 
vez  después  de  dos  largas  y  mortales  centurias,  veían 
penetrar  un  rayo  de  luz  y  de  esperanza  en  el  fondo  del 
calabozo,  por  no  decir  del  sepulcro,  en  donde  aherroja- 
das yacían.  . 

Pero  áobreviene  la  catástrofe  de  1808,  que  reinstala 
de  improviso  á  nuestro  pueblo,  huérfano  de  sus  reyes, 
en  el  pleno  goce  de  su  soberanía,  y  entonces,  ¡oh  pro- 
videncial coincidencia!  <3on  la  libertad  que  despierta  sale 
también  el  genio  nacional  de  su  prolongado  y  perezoso 
sueño;  aquella  literatura  pueril,  metódica,  encogida, . 
robustece  sus  músculos  y  eleva  su  espíritu  con  el  duro 
ejercicio  de  la  guerra;  la  poesía  lanza  á  los  ecos  de  las 
montañas  y  de  los  valles,  para  sobrexcitar  el  sentimiento 
patrio,  las  estrofas  más  viriles,  más  líricas  y  conmove- 
doras que  han  resonado  jamás  en  el  Parnaso  español; 
resucita  la  elocuencia,  y  desde  la  radiante  tribuna  de 
Cádiz,  donde  resiste  intrépida  y  serena  los  estragos  d^ 


la  peste,  las  bombas  de  los  enemigos  y  las  conjuracio- 
nes de  la  teocracia,  anuncia  y  prepara  con  su  verbo  vi- 
brante y  heroico  la  redención  de  Europa.  Una  juventud 

inteligente,  resuelta  y  generosa,  á  la  cual  pertenecían , 
por  su  entusiasmo  ó  por  su  edad,  el  gran  Quintana,  Ga- 
llego, Toreno,  Arguelles,  los  Duques  de  Frias  y  de  Ri- 
vas,  Martínez  de  la  Rosa,  Alcalá  Galiano  y  otros  muchos 
que  alcanzaron  más  tarde  merecida  fama  en  las  Asam- 
bleas ú  en  las  Academias,  se  agitaba  movida  por  nobles 
aspiraciones;  peroraba,  escribía,  cantaba,  luchaba,  y  si 
era  menester  moría  bajo  el  irresistible  imperio  de  las 
nuevas  doctrinas  que  daban  calor  á  su  sangre,  luz  á  su 
mente,  energía  á  sus  corazones  para  el  combate  y  abne- 
gación á  sus  almas  para  el  sacrificio.  ¡Olí  santa  libertad, 
que  no  sólo  rescataste  á  nuestro  pueblo  de  la  abyección 
moral  en  que  se  consumía,  sino  que,  unida  en  firmísimo 
lazo  con  el  sentimiento  religioso,  defendiste  y  nos  con- 
servaste en  aquellos  aciagos  y  memorables  días  el  suelo 
sagrado  de  la  patria;  mil  veces  bendita  seasí 

Voy  á  terminar,  temeroso  de  haberos  molestado  en  , 
demasía.  Los  ejemplos  aducidos  bastan,  á  mi  juicio,  para 
demostrar  de  un  modo  concluyeijte  el  pernicioso  influjo 
que  lia  ejercido  en  nuestro  desarrollo  literario,  conte- 
niéndole ó  viciándole,  la  falta  do  libertad  política  y  de 
libertad  religiosa;  y  no  expongo  en  apoyo  de  mi  tesis 
más  recientes  pruebas,  porque  no  quiero  herir  suscepti- 
bilidades dignas  do  respeto  con  recuerdos  dolorosos  <5 
inoportunos.  Por  esta  misma  razón  nada  digo  acerca  del 
gran  sacudimiento  de  ideas  científicas,  religiosas  y  so- 
ciales que  todo  cambio  fundamental  en  las  instituciones 
de  un  pueblo  produce  siempre,  de  lo' cual  dan  claro  tes- 
timonio  en  España  el  movimiento  romántico  de  1834, 


Il 


38 

que  coincide  con  el  político,  y  el  movimiento  filosófico 
que  desde  1869  se  observa  entre  nosotros  como  uno  de 
los  signos  más  característicos  de  la  edad  presente,  tan* 
insegura  y  agitada.  Bien  sé  que  al  abrigo  de  la  libertad 
política,  y  como  inevitable  resultado  de  la  emancipación 
de  la  conciencia  humana,  salen  á  la  luz  del  día  y  se  ma- 
nifiestan sin  tébozo  doctrinas  absurdas,  dudas  impías, 
problemas  espantosos  é  irresolubles  y  negaciones  satá- 
nicas; pero  por  ventura,  ¿el  espíritu  de  i^ebeldía  es  me- 
nos terrible  porque  nos  acometa  en  Jas  tinieblas?  Tan 
llena  está  de  asechanzas  la  noche  del  entendimiento 
como  la  noche  natural,  que  en  el  mundo  de  las  ideas  y 
de  los  seres  animados,  el  fraude,  él  engaño,  la  perüdia 
y  la  tríiición  se  conciertan  mejor  y  ofenden  más  á  man- 
salva cuanto  mayores  son  la  obscuridad  y  el  silencio.  ¿Á 
qué  imitar  al  ave  medrosa  qué  juzga  sustraerse  del  pe- 
ligro cuaAdo  oculta,  para  no  verlo,  la^  cabeza  debajo  del 
ala?  Conozcamos  el  mal — ^j- a  que  es-  irremediable  que  el 
mal  exista  ^— para  salirle  al  encuentro  sin  el  temor  de 
que  nos  yenza,  pues  sería  desconocer  la  justa  Providen- 
cia de  Aquél  que  ha  entregado  la  tierra  á  las  disputas, 
pero  no  á  la  locura  de.los  hombres,  y  que  con  mano  in- 
visible guía  y  empuja  á.las  spciedades, hacia  su  perfec- 
ción por  medio  de  innumerables  obstáculos,  escollos  y 
precipicios.  Combatamos  el  error  cara  á  cara,  partiendo 
el  campo  y  el  sol,  con  el  raciocinio  y  no  con  la  violen- 
cia, sin  olvidar  que  la  verdad  misma,  impuesta  por  la 
fuerza  y  no  por  el  convencimiento,  corre  riesgo  de  ha- 
cerse insoportable  y  al^orrecible.  Ni  la  diversidad  de 
opiniones,  ni  la  contraposición  de  juicips,  ni  la  varie- 
dad de  creencias  deben  romper  la  fraternal  comunidad 
del  género  humano,  y  ojalá  reine  alguna  vez  sobre  la 


39 

superficie  de  la  tierra  la  solemne  y  piadosa  imparciali^ 
dad  del  cielo,  que  á  todos,  justos  ó  pecadores,  creyentes 
ó  escé pucos,  cristianos  ó  idólatras ^  por  igual  nos  cobija 
*y  ampara*  ¿Quq  somos  ni  qué' valemos  para  turbar  con 
nuestro  orgullo  ó  nuestra  intransigencia  la  misteriosa 
armonía  de  las  cosas  creadas?  Desde  el  majestuoso  ritmo 
de  los  astros  qije  giran  en  Ids  espacios  infinitos,  hasta 
el  sordo  rugido  de  la  lava  que  fermenta  en  el  centro  de 
las  montanas;  desde  la  estridente  cólera  del  mar,  hasta 
el  manso  murmullo  de  las  hojas  movidas  por  el  viento; 
desde  el  trueno  que  sacude  las  nubes,  hasta  el  rumor  im- 
perceptible que  produce  el  gusanillo  al  arrastrarse  por . 
entre  el  césped^  todos  los  ruidos  y  acentos  de  la  natura- 
leza, los  más  discordaptes  como  los  más  unísonos,  los 
rnás  consoladores  como  los  más  terribles,  se  juntan  y 
convergen  liacia  el  Criador  en  himno  inmortal  de  ala- 
banza; y  del  mismo  modo  en  el  seno  de  la  humanidad, 
devorada  por  vagos  y  místicos  anhelos,  la  queja  del  des- 
graciado y  el  júbilo  del  venturoso,' la  oración  del  cre- 
yente y  la  blasfemia  del  reprobo,  la  voz  que  niega  y  la 
V07.  que  afirma,  todo,  en  fin,  lo  que  aparece  ante  nues- 
tra razón  limitada  como  contradictorio,  inconciliable  ó 
irreductible,  se  confunde  concerladamente  en  una  aspi- 
ración suprema  para  llegar  á  tí,  ¡oh  Dios,  en  quien 
adoro  y  creo!  y  glorificar  tu  sabiduría,  tu  omnipotencia 
y  tu  misericordia. 


He  niGHO. 


CONTESTAaÓN 

DEL 

ExcMo.    Sr.    D.   JUAN  VALERA 

AL  DISCURSO  DEL  Sb.  NÜNEZ  DE  ARCE. 


Señores: 

Tengo  fal  satisfacción  en  contestar  al  Sr.  Núñez  de 
Arce,  quCj  poniendo  á  un  lado  todos  mis  otros  quehace- 
res y  venciendo  mi  naiaral  desidia,  me  he  apresurado  á 
cumplir,  en  el  lórmino  más  breve,  con  el  encargo  que 
esta  Real  Academia  m6  ha  confiado. 

Correligionario  en  política  del  Sr.  Núñez  de  Arce  y 
unido  á  él  desde  hace  anos  por  lazos  de  particulai*  amis- 
tad, con  sus  triunfos  estoy  de  enhorabuena.  No  creo, 
con  todo,  que  el  afecto  me  ciegue  al  juzgar  los  mereci- 
mientos del  nuevo  Académico,  Como  autor  dramático  ha 
sabido  conquistara*  envidiable  celebridad,  y  como  pro- 
sista tiene  prendas  que  todos  encomian,  resplandecien- 
do entre  ellas  la  energía  de  su  estilo  y  la  claridad  y  ter- 
sura de  dicción,  con  que  da  mayor  valer  y  realce  á  lo 
firme  de  sus  convicciones  y  á  la  fijeza  y  serenidad  de  sus 
ideas  y  propósitos. 

Por  cima  de  estas  cualidades,  expresadas  aquí  harto  á 
la  ligera,  sobresale  una  que  por  sí  sola  le  hace  digno  del 


L 


41 

puesto  que  viene  á  ocupar.  El  Sr.  Niiñez  de  Arce  brilla 
y  descuella  entre  los  más  notables  poetas  líricos  espa- 
ñoles del  siglo  presente,  durante  el  cual,  no  sólo  en  Es^ 
paña,  sino  en  toda  Europa^  la  poesía  lírica  ha  florecido 
como  nunca. 

Á  más  dé  la  elevada  inspiración  y  del  brío  y  nobleza 
de  sentimientos  que  las  poesías  del  Sr.  Núfiez  de  Arce 
atesoran,  la  Academia  no  puede  menos  de  considerarlas 
y  estimarlas  cual  precioso  dechado  de  versiflcación  y  de 
lenguaje. 

Aunque  no  pudiera  presentar  el  que  va  á  sentarse  en- 
tre vosotros  títulos  tan  legítimos  y  valederos,  me  parece 
que  bastaría  el  discurso  que  acabáis  de  oír  para  hacerle 
merecedor  do  honra  tan  señalada. 

Con  abundancia  de  datos  y  razones,  que  en  manera 
alguna  destruyen  la  amenidad  y  agrado  del  escrito,  el 
Sr.  Nüñez  de  Arce  ha  tratado  de  demostrar  y,  á  mi  ver, 
ha  demostrado  el  influjo  que  la  intolerancia  religiosa  y ' 
la  constante  y  terrible  comprensión  intelectual,  de  ella 
nacida,  han  ejercido  en  nuestra  gran  literatura. 

No  ya  aquí,  donde  no  estoy  llamado  á  contradecirle, 
pero  ni  fuera  de  aquí,  impugnaría  yo,  en  lo  substancial, 
discurso  tan  bien  meditado,  y  cuyos  asertos  me  parecen 
evidentes. 

Mi  contestación  debiera,  pues,  limitarse  á  un  elogio 
de  lo  dicho  y  á  algunos  comentarios,  deducciones  y  no- 
tas, que  bien  se  pueden  añadir,  porque  siendo  el  asunto 
tan  vasto,  no  hay  pluma,  por  concisa  que  sea,  que  acier- 
te á  agotarle  en  una  breve  disertación;  pero,  sin  que  yo 
contradiga  á  mi  nuevo  compañero,  no  he  de  negar  que 
su  discurso  suscita  cuestiones  y  dudas  difíciles  de  resol- 
ver, por  lo  cual,  sin  que  aspire  yo  á  resolverlas,  nadie 


extrañará  mi  deseo  *dé  plantear  y  de  exponer  las  más 
importantes.  : 

Yo  no  trato  de  invalidar  argumentos  y  deducciones; 
Yo  creo  también  que  el  fanatismo  ahog-ó  y  marchitó  an» 
tes  de  tiempo  en  España  la  lozanía  y  ej  florecimiento  d^ 
una  gran  cultura 'propia  y' castiza.  Tanto  fué  así  que,  en 
los  últimos  anos  del  siglo  xvii  y  primeros  años  idel  xviii^ 
dicha  cultura  pereció  consunta,  Iiechizada  y  casi  sin  de- 
jar sucesión  directa ,  á  semejanza  de  la  dinastía  bajo 
cuyo  cetro  había  florecido,  á  par  de  la  grandeza  y  eró— 
dito  de  aquel  imperio  vastísimo,  dentro  de  cuyos  térmi- 
nos estaba  siempre  el  sol  Ycrtieudo  su  lumbre* 

Después  de  la  guerra  de  sucesión,  con  la  nueva  dinas- 
tía francesa,  España  se  alivió,  se  restauró,  despertó  de 
su  desmayo.  Al  restaurarse  España,  brotó  en  ella  nueva 
cultura;  pero,  más  bien  que  retoñar  del  antiguo  tron- 
co^ arraigado  en  nuestro  suelo,  se  diría  que  fué  un  ín- 
^  jerto  exótico  lo  que  reverdeció  con  el  jugo  y  la  savia  de 
lo  castizo. 

Nuestra  admiración  de  lo  extranjero  nos  hizo  imita- 
dores, harto  serviles  á  veces,  y  llegamos,  por  último, 
con  humildad  lastimosa,  á  menospreciar  lo  propio,  exa- 
gerando nuestras  faltas  y  olvidando  .ó  no  reconociendo 
nuestros  aciertos. 

Sin  duda  que  el  levantamiento  nacional  contra  los 
franceses,  durante  las  guerras  napoleónicas,  nos  devol- 
vió la  conciencia  de  nuestro  gran  ser  como  entidad  po- 
lítica, y  algo  nos  dejó  columbrar  de  nuestro  valer  anti- 
guo por  el  pensamiento  y  por  la  idea;  pero  este  concep- 
to de  nuestra  pasada  civilización  quedó  confuso.  Se  fun- 
daba más  en  la  soberbia,  en  el  sentimiento,  en  el  amor 
propio  patriótico  que  en  razones  claras.  Todavía,  aun 


43 

después  de  la  guerra  de  la  IndependeBciaj  los  que  se  jac- 
taban  de  más  ilustrados  seguían  con  poco  disimulo  des- 
deñando nuestra  literatura  y  tildándola  de  bárbara^  ta- 
sando nuestras  artes  en  mucho  menos  de  su  justo  precio 
y  negando  toda  importancia  á  nuestras  ciencias  y  á  nues- 
tra filosofía. 

La  sumisión,  el  vasallaje,  la  obediencia  de  los  espa- 
ñoles á  Francia,  no  tuvoj  en  lo  intelectual,  ni  Bailen, 
ni  Zaragoza,  ni  Gerona  j  ni  Dos  de  mayo  en  aquella 
época.  Seguimos  tan  pacatos  y  tan  humildes,  que  era 
menester  para  que  celebrásemos  algo  nuestro,  sin  pasar 
por  presuntuosos  y  ridiculamente  vanos,  que  los  extran- 
jeros nos  diesen  el  ejemplo,  la  venia  y  liasta  la  noticia. 
Sin  que  decidamos  aquí  si  es  calidad  buena  ó  mala,  es 
innega*ble  que  el  vulgo  en  España,  como  en  todas  las 
demás  naciones j  tiene  un,  orgullo  instintivo  con  que 
'  siempre  se  admira  á  si  propio  y  se  sobrepone  al  vulgo 
'  de  otras  tierras;  pero  en  las  naciónos  que  decaen,  la  gen- 
te  ilustrada,  los  que  no  son  vulgo  ó  procuran  no  confun- 
dirse con  él,  &  fuerza  de  maravillarse  de  los  adelanta- 
mientos extraños,  y  con  el  prurito  de  mostrarse  á  su  al- 
tura y  de  aparecer  como  seres  excepcionales  entre  la 
multitud  ignorante  que  los  rodea,  acaban  por  no  estu- 
diar, ni  saber,  ni  aplaudir  cuanto  en  lo  castizo  hubo  de 
bueno  y  do  glorioso.  Hasta  cuando,  á  fin  de  adular  al 
vulgo,  á  quien  desprecian,  se  ponen  á  ensalzar  lo  casti- 
zo, lo  hacen  por  estilo  ampuloso,  donde  se  advierte  la 
carencia  de  fe  y  la  falta  de  crítica,  y  donde,  más  que  la 
pasada  gloria,  suelen  encomiarse  los  resabios.de  la  per-" 
versión  que  dio  al  traste  con  ella. 

Tal  era  nuestro  estado  hasta  pocos  años  há.  Algo  nos 
vamos  aliviando  de  la  dolencia,  pero  no  estaraos  sanos 


wv 


44 

todavía.  Y,  fuerza  es  confesarlo,  en  gran  parte  somos 
deudores  del  alivio  á  los  alemanes.  Los  alemanes,  más 
que  nadie,  "ensalzando  nuestras  cosas  como  merecen,  se 
puede  afirmar  que  han  contribuido  muchísimo  á  que 
volvamos  con  amor  los  ojos  hacia  ellas.  Basta  citar  los 
nombres  de  Lessing,  Jacobo  Grimm,  B5hl  de  Faber, 
Huber,  Federico  y  Guillermo  Schlegel,  Rosenkranz, 
Schulze,  Bouterweck,  Glarus,  Diez,  Depping,  Tieck, 
Schack,  Fernando  Wolf,  Jorge  Keil,  Halm,  Manuel 
Geibel,  Pablo  Heyse,  Leopoldo  Schmidt,  Dohrn,  Hain, 
Schlüter,  Storck,  Geiger,  Herder,  Goethe,  Hoffmann, 
Regís,  Fastenrath  y  el  mismo  Hegel,  para  traer  á  la 
memoria  de  los  amantes  de  las  letras  cuan  poderosa- 
mente han  contribuido  á  sacarnos  de  nuestro  abatimien- 
to las  alabanzas  críticas,  las  traducciones,  las  bellas  edi- 
ciones y  hasta  los  comentarios  de  nuestros  clásicos  he- 
chos por  estos  autores. 

Nuestro  descuido,  nuestra  postración  y  nuestra  falta 
de  gusto  habían  sido  tan  grandes,  que  hasta  el  año  de 
1829  no  tuvimos  en  castellano  una  mediana  historia  de 
nuestra  literatura.  Antes,  salvo  el  ensayo  de  Velázquez, 
sólo  hubo  estudios  parciales  como  los  de  Sarmiento  y. 
Sánchez,  la  indigesta  mole  de  los  Padres  Mohedanos, 
la  apología  algo  pedantesca  de  Lampillas,  las  notas  de 
Martínez  de  la  Rosa  al  Arte  poética^  y  los  juicios  de 
Mendívil,  Sil  vela  y  Quintana.  La  historia  de  nuestra  li- 
teratura apareció  al  fin,  pero  fué  traducción  de  otra, 
escrita  en  alemán  veinticinco  años  antes.  Bouterweck 
la  había  publicado  en  su  lengua  y  patria  en  1804. 

Guando  los  Sres.  D.  José  Gómez  de  la  Cortina  y  Don 
Nicolás  Hugalde  y  Mollinedo  publii3aron  en  1829  dicha 
traducción,  declararon  que  lo  hacían  deseosos  de  suplir 


k 


45 

co:i  ella  la  obra  original  de  que  carecíamos^  por  el  des- 
cuido de  tan  útil  estudio,  debido  á  las  guerras  y  trastor- 
Hos  y  á  la  falta  general  de  buena  educación;  ruda  fran-- 
queza  que  denota  á  las  claras  cuál  sería  el  estado  de  un 
pueblo  donde  dos  modestos  traductores  se  atrevían  á  de- 
cir tal  improperio  como  quien  dice  lo  más  natural,  sa-* 
bido  y  confesado. 

Desde  entonces  hasta  ahora  no  han  sido  menores  los 
trastornos  y  guerras  que  hemos  ten  ido  ^  y,  sin  embargo, 
ya  no  se  notan  ese  desdén  y  ese  abandono  de  nuestras 
glorias  literarias,  entre  cuyos  críticos  ilustradores  res- 
plandecen Duran,  el  Marqués  de  Pidal,  Milá  y  otros  va- 
rios que  no  nombro  porque  pueden  hallarse  presentes  y 
no  quiero  ofender  su  modestia.  Queda,  no  obstante,  en 
pie  todavía  este  aserto  de  Duran:  Alemanes  son  los  qtie 
mejor  han  piMicado  la  historia  de  nuestra  literatura  // 
teatro.  A  lo  cual  bien  puede  añíidirse  que  lo  que  es  la 
historia  de  nuestro  teatro  escrita  por  un  alemán,  por 
Schack,  si  bien  ha  hallado  hábil  traductor,  no  ha  halla- 
do público  que  la  lea,  y  se  ha  quedado  á  medio  traducir 
por  desgracia. 

A  pesar  de  todo,  aunque  muchos  de  nuestros  autores 
siguen  siendo  más  cele]>rados  que  leídos,  en  el  día  se 
conocen  ya  mejor  y  se  estiman  con  más  recto  criterio. 
Nada  ha  influido  tanto  en  esto  como  la  Biblioteca  de 
Autores  españoles^  publicada  por  D.  Manuel  Rivadeney* 
ra,  cuya  gloria  y  merecimientos  comparte  uno  de  vues- 
tros compañeros  por  haber  logrado  de  las  Cortes  que  el 
Gobierno  le  concediese  su  indispensable  protección.  Di- 
cha Biblioteca^  á  más  del  texto  bien  enmendado  y  co- 
rregido de  los  autores,  contiene  un  tesoro  de  noticias 
biográficas  y  bibliográficas  y  no  pocos  discursos  preli- 


lé 

minares  y  brillantes  introducciones,  qne  bien  pueden 
formar  unidos  la  historia  de  nuestra  literatura,  ó  al  me- 
nos una  abundante  y  rica  colección  da  materiales  para 
escribirla.  De  esto  se  ha  encargado  un  autor  infatigable 
y  diligente,  lleno  del  espíritu  crítico  más  sano  y  eleva- 
do; pero  su  trabajo  no  está  terminado  aún,  fallando  en 
él  la  época  en  que  se  presenta  elfónónieno  cuyas  causas 
quisiéramos  explicar  aquí, 

'  Lo  que  naclie  niega,  lo  que  no  puede  ser  asunto  de 
discusión,  es  que  la  edad  más  floreciente  de  nuestra  vida 
nacional,  así  en  preponderancia  política  y  en  poder  mi- 
litar, como  en  ciencias,  letras  y  artes,  es  la  edad  del  ma- 
yor fervor  católico,  de  la  mayor  intolerancia  religiosa: 
los  siglos  xvr  y  xvii,  Pero  si  queremos  circunscribirnos 
más  y  señalar  el  siglo  de  mayor  auge,  fecundidad  y  ex- 
celencia  de  las  letras  y  del  idioma  patrios,  marcar  su 
siglo  de  orOj  me  parece  que  sin  que  me  tilden  de  arbi- 
trario, por  más  que  se  me  dispute  sobre  diez  años  antes 
ó  después,  bien  puedo  poner  este  siglo  entre  los  años  de 
1580  y  1680. 

¿Por  qué  causas  se  pervirtió,  se  marchitó  y  se  hundió 
rápidamente  aquel  gran  florecimiento?  Á  nadie  se  le 
oculta  que  esta  cuestión  literaria  esta  enlazada  con  otra 
cuestión  política.  ¿Por  qué  la  grandeza,  crédito  y  poder 
de  la  monarquía  española  cayeron  también  rápidamen- 
te, precediendo  á  su  caída  la  de  las  letras? 

No  es  fácil  contestar  á  todo  esto,  y  menos  aún  en  bre- 
ves  palabras.  Para  filosofar  es  menester  tener  un  exacto 
y  cumplido  conocimiento  de  aquello  sobre  que  se  filoso- 
fa, y  debemos  declarar  aquí  que  hasta  la  misma  historia 
política  de  la  época  á  que  nos  referimos  dista  mucho 
aún  de  estar  satisfactoriamente  escrita,  á  pesar  de  algu- 


ff 


I 


17 
nos  ensayos,  tentativas  y  compendios  muy  recomenda- 
bles, entre  los  cuales  se  cuenta  uno  de  un  ilustre  com- 
pañero nuestro  que  merece  grande  ala])anza.  Las  cosas , 
sin  embargo,  de  aquel  período  histótnco  se  saben  por  lo 
general  muy  á  buUo;  y  por  otra  parte,  el  espíritu  de 
partido  q\ie  ha  tomado  dicho  período  por  campo  de  ba- 
talla para  discutir  sobre  cuestiones  que,  valiéndonos  de 
un  término  muy  en  moda  en  el  día,  son  las  máspalpi- 
taniesy  nbs  puede  cegar  con  su  pasión  y  extraviarnos  á 
todos,  llevándonos  por  extremos  opuestos  á  tuucha  dis- 
tancia de  la  verdad, 

'  Recientemente,  por  ejemplo,  lia  aparecido  toda  una 
escuela  que,  en  contraposición  de  aquel  abalimiento 
que  nos  hacía  desdeñar  nuestro  pasado,  le  estima  en  lo 
que  vale  y  aun  quizás  exagera  algo  su  .valor  en  lo  Jito- 
rario  y  científico;  pero  sobre  esta  afirmación  evidente 
ó  al  menos  plausible,  levanta  un  cúmulo  de  aspiraciones 
j  propósitos,  á  mi  ver,  poco  razonables.  Cree  que  para 
que  renazca  aquel  íloreci miento  literario,  aquel  moví- 
miento  intelectuíll,  aquella  primacía  de  España,  con- 
vendría que  volviese  la  nación  alraismo  estado  político, 
social  y  religioso.  Es  como  si  los  griegos,  mirando  su 
postración  y  su  relativa  inleriorídad  en  el  día  pi^esente 
con  respecto  á  otras  naciones  de  Europa,  recordando 
que  eran  el  primer  pue])lo  del  mundo  en  tiempo  de  Pe- 
rieles,  y  gubordinando  los  altos  intereses  transcendenta- 
les de  Ja  religión  á  consideraciones  estrechas  de  ínteres 
nacional í  volvieran  a  adorar  á  Júpiter  y  á  Minerva  y 
i^enovasen  los  misterios  eleusinos- 

No  pocos  sabios  italianos  de  la  época  del  Renacimien- 
to, resplandeciendo  entre  ellos  el  impío  Machia velli,  in- 
currieron en  tan  extraña  manía,  Al  ver  humillada  á  Ita- 


48 

lia,  hollada  y  ensangrentada  por  los  extranjeros,  y  al 
presentarse  vivas  en  la  memoria  de  ellos  las  grandezas 
de  Roma,  llegaron  á  aborrecer  el  Qristíanismo  y  á  soñar 
con  la  religión  de  Jano  bifronte  y  con  las  instituciones 
litúrgicas  de  Numa  y  de  Tarquino  Prisco.  Esto,  por  un 
lado,  es  infinitamente  mayor  disparate  que  el  soñar,  sien- 
do español,  en  que  volvamos  á  la  edad  de  Felipe  II,  'por 
ejemplo,  porque  al  fin,  de  lo  que  somos  ahora  á  lo  que 
entonces  éramos  no  hay  tanta  diferencia,  ni  ha  habido 
cambio  en  el  ser  de  la  civilización  general  del  mundo,  ni 
méhos  aún  en  el  principio  sublime  y  en  la  doctrina  sal- 
vadora que  la  informan  con  su  espíritu;  pero,  por  otro 
lado,  los  españoles  que  piensan  hoy  como  hemos  dicho, 
tienen  menos  disculpa  que  los  italianos  de  entonces,  por- 
que entónqes  se  concebía  la  historia  como  un  eterno  vol- 
ver al  mismo  punto,  y  se  creía  que  para,  restaurar  los 
Estados  y  las  civilizaciones  convenía  retroceder  hacia  su 
origen,  mientras  que  ahora  apenas  hay  quien  se  atreva, 
á  negar  y  quien  no  sienta  y  vea  la  marcha  indeclinable 
de  las  cosas  humanas  e^  su  conjunto  hacia  un  término  de 
perfección,  sin  duda  inasequible  en  esta  vida  terrena, 
pero  que  las  atrae  por  ley  píovidencial,  y  no  limitando* 
el  libre  albedrío  en  aquello  de  que  debe  responder  cada 
individuo,  las  lleva  por  nuevas  fases  y  evoluciones,  sin 
dejarlas  nunca  volver  al  punto  de  que  partieron.  Así, 
pues,  nos  parece  menos  razonable,  bajo  este  concepto, 
el  que  un  español  de  ahora  sueñe  en  que  se  regeneraría 
su  patria  volviéndola  á  lo  que  fué  en  pensamientos  y 
creencias  en  tiempo  de  los  tres^elipes,  que  el  que  Ma- 
chiavelli  sonase  en  que  renacería  la  antigua  preponde- 
rancia romana  con  volver  al  estado  y  manera  de  ser  de 
la  edad  de  Tito  Livio. 


49 
Por  otra  parte,  aunque  diésemos  por  indiscutible  la 
singular  grandeza  de  nuestro  país  en  los  siglos  xvi  y  xvii 
y  la  conveniencia  de  volver  á  las  instituciones^  ideas  y  , 
costumbres  de  entonces,  suponiendo  que  lo  que  entonces 
pudo  producir  aquella  grandeza  debe  también  producirla 
ahora,  aún  nos  quedaría  por  demostrar  si  aquellas  ins- 
titucionesj  aquellas  ideas  y  aquellas  costumbres  íueron 
la  cansa  de  la  grandeza,  ó  si,  por  el  conti'ario,  la  gran- 
deza nació  de  otras  causas  j  y  dichas  instituciones,  ideas 
y  costumbres  lo  que  trajeron  consigo  fué  la  corrupción  y 
la  rápida  decadencia.  Éste  es  verdaderamente  el  punto ^ 
controvertible.  La  distinción  que  hacemos  es  muy  clara.. 
Se  comprende  que  alguien,  enemigo  en  el  día  dala  into- 
lerancia religiosa  y  del  absolutismo  monárquico,  ó  sos- 
tenga que  entonces  aquello  fué  bueno  y  útil"  en  España, 
ó  afirnle  que  al  menos  no  puede  ni  debe  presentarse  como 
causa  de  nuestra  caída  política,  social  y  literaria,  yaque 
hubo  intolerancia  religiosa  y  absolutismo  monárquicp  ' 
en  otros-  países  durante  el .  mismo  período,  y  dichos 
países  se  levantaron  j  mientras  que  España  cayó  como  en 
profunda  sima- 
Fijada  asi  la  cuestión,  y  limitándonos  solamente  á  la  • 
literatura,  vamos  á  hacer  algunas  ligeras- observaciones, 
procurando  mostrar  la  mayor  imparcialidad  en  iodo. 
Para  ello  conviene  sin  duda  no  dejarse  arrastrar  de  la 
vanidad  patrió ticíi;  poro  conviene  también  no  dejarse 
seducir  por  tantos  y  tantos  autores  extranjeros,  protes- 
tantes ó  racionalistas  los  más,  que  por  odio  á  la  religión 
católica  y  hasta  por  envidia  postuma  de  nuestro  poderío 
de   entonces,   procuran  denigrarlo   todo,   ponderando 
nuestros  yerros,  imputándonos  mil  maldades  y  encu- 
briendo no  pocas  excelencias  y  glorias.  Larga  es  la  lista 


50 

de  los  autores  que  no  hablan  de  España  sino  para  decir 
injurias  crueles.  Limitémonos  á  citar  como  modelos  en 
esté  género  al  americano  Draper  y  al  inglés  Buckle. 

Hasta  en  los  benévolos  y  aficionados  á  nuesiras  cosas 
se  descubre  á  veces  el  estrecho  espíritu  de  protestantis- 
mo y  el  aborrecimiento  á  la  civilización  católica  que 
perturban  su  juicio,  y  los  llevan  ora  á  no  comprender 
bien  mucho  de  lo  que  tuvimos  de  bueno  ó  de^  hermoso, 
ora  á  encarecer  lo  feo  y  lo  horrible. 

Á  pesar  del  respeto  y  gratitud  que  debemos  al  ameri- 
cano Jorge  Ticknar,  autor  de  la  historia  literaria  de  Es- 
paña más  completa  que  se  ha  escrito  hasta  ^hora,  no  se 
ha  de  negar  que  peca  bastante  en  el  mencionado  senti- 
do. Pongamos,  como  muestra  de  que  no  comprendió 
bien  lo  bueno  y  hermoso,  el  frío,  pobre  y  sombro  juicio 
que  forma  y  emite  acerca  de  Los  nombres  de  Cristo  de    , 

,  Fr.  Luis  de  León.  En  una  parte,  no  acierta  á  ver  en  • 
este  libro  más  que  una  serie  de  largos  discursos  decía- 
matónos;  en  otra  parte,  juzgándole  algo  más  detenida- 
mente, pone  dicho  libro  como  singular  testimonio  de  la 
dbvocióny  elocuencia  y  ciencia  teológica  de  los  españoles 

'  de  aquella  época ^  con  lo  cual  no  se  compromete  mucho 
ni  en  pro  ni  en  contra:  añade  que  hay  en  dicho  libro  un 
sermón  (¿y  por  qué  no  muchos  sermones?)  que  no  cede 
en  mérito  á  ningún  otro  en  cualquiera  lengua,  y  acaba 
por  considerar  el  libro  como  una  colección  de  declama- 
ciones. Infiérese  de  todo  ello  que  Jorge  Ticknor  no  ha 
leído  el  libro,  le  ha  hojeado  sólo  y  no  le  ha  entendido 
bien,  concretándose  á  estimar,  no  el  fondo,  sino  la  for- 
ma, esto  es,  la  prosa  rica,  castiza  y  pura,  por  la  cual  co- 
loca á  Fr.  Luis  entre  los  grandes  maestros  de  la  elocuen- 
cia española. 


51 

Para  nuestros  dramas  sagrados  y  autos,  más  son  las* 
censuras  acerbas  que  las  alabanzas  de  Ticknor.  De  Tirso 
ni  mienta  siquiera  El  Condenado  por  desconfiado*  {^b^no 
en  nota  y  al  hablar  de  La  Devoción  de  la  Graz^  de  Cal- 
derón), concretándose  á  afirmar  que  sus  dramas  á  lo  di- 
vino compiten  en  ecotravagancia  con  los  de  los  demás 
autores j  aunque  no  los  aventajan^  porqice  era  difícil  lie- 
gar  d  más.  Con  El  Burlador  de  Sevilla  no  se  muestra 
Ticknor  más  piadoso,  por  más  que  el  genio  de  Mozart 
haya  ido  familiarizando  d  la  sociedad  culta  y  elegante^ 
esto  es,  á  la  gente  que  no  vive  en  España,  con,  sus  som- 
bríos y  chocantes  horrores.  En  suma,  Tirso,  cuya  Ven- 
ganza de  Ta/narj  cuya  Prudencia  en  la  mujer,  así  como 
otros  dramas  trágicos  y  heroicos,  ó  no  conoce  ó  no  re- 
cuerda Ticknor,  no  es  más,  para  este  crítico,  harto  desr-' 
provisto  del  sentido  de  la  poesía,  que  un  poeta  cómico, 
fácil,  chistoso,  buen  versificador' y  buen  hablista;  pero 
indecente,  inmoral,  chiocarrero,  deshonesto  y  extrava- 
gante. 

Por  los  ejemplos  citados  se  puede  calcular  lo  poco  que 
levanta  el  vuelo  el  entusiasmo  de  Ticknor  para  enco- 
miar á  nuestros  autores.  Traduzcamos  y  compendiemos, 
para  que  la  frialdad  ó  el  desdén  de  Ticknor  resalte  más, 
algo  de  lo  que  dice  Schack  de  Tirso  en  las  57  páginas, 
casi  todas  de  alabanzas,  que  le  dedica:  <Si  bien  tene- 
mos que  lamentar  la  pérdida  de  muchas  obras  del  fe-, 
cundo  Maestro,  aún  nos  quedan  bastantes  para  que  con 
ellas  se  conciba  agotada  la  más  débil  fuerza  productiva 
de  muchos  famosos  poetas,  y  para  que  nos  llena  de  pas- 
mo la  inexhausta  inventiva  de  quien  las  compuso.  La 
abundancia  y  variedad  de  estas  obras  es  tan  grande, 
que  es  empresa  dificilísima  el  caracterizarlas  y  clasifi- 


5á 

carias.  Tirso  eS  un  encantador  que  sabe  tomar  las  más 
diversas  figuras.  Apenas  creemos  que  nos  apoderamos' 
de  su  fisonomía,  cuando  toma  otra.  El  brillo  de  su  poe- 
sía forma  mil  iris  y  cambiantes,  y  burla  nuestro  empe- 
ño por  reñejarle  en  el  espejo  de  la  crítica.  Las  mismas 
faltas  del  autor,  que  np  pueden  negarse,  están  circun- 
íladas  y  como  vestidas  de  tan  deslumbradores  destellos 
poéticos,  que  es  fuerza  apoyarse  en  toda  circunspección 
para  no  entregarse  á  una  admiración  sin*  límites  por  sus 
dramas..  íU  teatro  de  Tirso  se  parece  á  aquel  país  de  las 
hadas,  que  nos  pintan  los  poetas  románticos,  donde 
rautivan  los  sentidos  y  el  corazón  del  peregrino  sones ' 
misteriosos  y  embriagadores  perfumes;  donde  serpen- 
tean mil  sendas  que  ygi  le  llevan  por  lozanos  verjeles, 
ya  por  amenos  valles,  desde  abismos  que  causan  vérti- 
go hasta  montañas  que  tocan  el  cielo,  y  donde  se  oye 
en  las  gratas  la  voz  burlona  de  los  gnomos  y  de  los 
duendes,  y  los  silfos  se  mecen  en  el  aire,  y  el  sol  de  la 
'  poesía,  hasta  sobre  los  cailiinos  extraviados,  basta  sobre 
los  derrumbaderos  y  precipicios,  vierte  su  lumbre  en- 
cantadora. Por  cierto  que  debe  de  ser  muy  frío  el  críti- 
co que  ño  sienta  deseo  de  abandonsírse  sin  reparo  á  •poe- 
sía tan  hermosa,  y  muy  poco  capaz  de  sentirla  y  com- 
]irenderla  el  que  no  conozca  que  hasta  aquello  que  pasa 
por  defecto,  según  reglas  rutinarias,  es»belleza  relativa^ 
considerado  como  parte  necesaria  de  un  grande  orga- 
nismo y  como  emanado  de  un  alto  espíritu  poético,  ge- 
nial y  espontáneo!» 

Schack,  como  Ticknor,  ve  en  Tirso  un  poeta  cómico, 
pero  no  grosero,  ni  chabacano,  sino  todo  lo  contrario. 
<¡Guán  distinto,  dice,  es  el  chiste  siempre  poético  de 
Tirso,  de  las  secas  frialdades  que  suelen  llamarse  chistes 


< 


53 

entre  nosotros!  Como  abeja  entre  rosales  vaga  volando 
el  genio  del  poeta  en  el  jardín  florido  de  la  fértil  poesía. 
Es  verdad  que  como  la  abeja  tiene  aguijón,  pero  tam- 
bién tiene  mieL  Tirso  no  perdona  á  los  poderes  del  cié-, 
lo  ni  á  los  de  la  tierra;  pero  con  el  dulce  bálsamo  de  la 
•poesía  sana  al  pur^to  qut  hiere.  El  atrevimiento  de  sus 
arranques  satíricos  contra  losNgrandes  de  la  tierra,  con- 
tra la  corte  y  los  cortesanos,  contra  los  frailes  y  los  clé- 
rigos, es  singular  en  la  literatura  española,  y  causa  ma- 
ravilla la  libertad  de  la  escena^  donde  resonaban  públi- 
camente tales  sátiras  en  un  tiempo  en  que  el  poder  Je 
la  Inquisición  había  llegado  á  su  apogeo,  í> 

Si  no  nos  llevase  esto  muy  lejos  de  nuestro  propósito, 
aún  traduciríamos  ó  extractaríamos  más  del  encomio 
que  Schack  hace  de  Tirso. 

No  podemos  resistir,  con  todo,  á  la  tentación  de  po- 
ner aqní,  otros  tres  ó  cuatro  párrafos  aislados:  «También 
para  el  idilio  puro,  sin  mezcla  de  sátira,  posee  Tirso  un 
incomparable  talento,  y  aprovecha  con  predilección  to- 
das las  ocasiones  que  se  presentan  para  lucirle;  pero  sus 
creaciones  de  esta  clase  no  se  parecen  en  nada  á  aquel 
linaje  afectado  de  poesía  pastoral  que  gustó  tanto  en 
toda  Europa,  sino  que  son  la  existencia  real  y  las  pa- 
siones mismas  de  los  campesinos  españoles,  realzadas  y 
presentadas  poéticamente  con  hechicera  candidez  y  con 
frescura  y  vivacidad  inimitables.»  Como  poeta  trágico,  - 
dice  Schack  de  Tirso  al  hacer  el  análisis  de  La  vengaTV- 
za  de  Tamar:  <Sólü  pocos  poetas  españoles  han  levan- 
tado á  tanta  altura  la  poesía  como  Tirso  en  esta  obra 
maestra.»  Como  poeta  heróico-dramático,  lé  ensalza  aún 
más  al  hablar  de  La  prudeíicia  en  la  mujer.  Gomo  poe- 
ta psicológico  que  penetra  con  escrutadora  mirada  en  lo 


54 

más  profundo  del  corazón,  le  encomia  sobre  todo  en 
Escarmientos  para  el  cuerdo;  y,  por  último,  como  poeta 
dramático  á  lo  divino,  casi  le  pone  Schack  por  cima  de 
todos  los  demás  poetas  al  examinar  su  Condenado  por 
desconfiado^  obra  que  <en  rasgos  de  fuego  lleva  impresa 
la  huella  del  espíritu  religioso  de  entpnces,  extraño  es-* 
piritu,  apenas  comprensible  para  los  hombres  de  abo- 
ca. >  < Aunque  Tirso,  dice  Schack  al  terminar  el  análi- 
sis, no  hubiera  escrito  más  que  este  drama  maravilloso 
y  hondamente  conmovedor,  nadie  podría  negarle  el  tí- 
tulo de  gran  poeta.  > 

Con  lo  dicho  se  ve  la  contraposición.  Para  Ticknor^ 
Tirso  no  pasa  de  ser  un  fraile  ingenioso,  deslenguado  y 
verde,  sainetista  chocarrero  y  satírico;  para  Schack,  es 
un  gran  poeta  por  todos  estilos.  Dudamos  de  que  en  elo- 
gio de  Shakespeare  pudiera  decir  mucho  más  que  lo  que 
en  elogio  de  Tirso  dice.  La  divergencia  que  se  advierte 
en  este  caso  particular  se  pudiera  advertir  y  señalar  en 
otros  muchos,  por  lo. cual,  si  aun  conocidos  los  hechos 
cada  uno  los  juzga  á  su  modo,  ¿qué  esperanza  hay  de 
que  sa  convenga  en  las  causas? 

En  algo,  sin  embargo,  es  menester  convenir.  Ponga- 
mos, pues,  como  fuera  de  duda  que  las  dos  más  bellas 
manifestaciones  del  ingenio  español  en  los  siglos  xvi 
y  XVII  son  la  poesía  épico-popular  y  la  poesía  dramática: 
los  romances  y  el  teatro.  Añadamos  á  esto  la  novela  en 
prosa,  pues  aunque  no  tuviésemos  más  que  el  Quijote, 
eclipsaríamos  aún  todas  las  otras  literaturas.  No  se  pue- 
de negar  además  que  en  poesía  épica  artificial  y  erudita 
tenemos  una  copia  asombrosa  de  obras  estimables;  en  la 
lírica  no  somos  inferiores  á  ninguna  otra  nación  duran- 
te el  mismo  período;  nuestros  historiadores  de  entonces 


55      ' 

tal  vez  venzan  á  los  de  los  demás  pueblos  en  calidad  y 
en  número,  y  poseemos,  por  último,  notables  juriscon- 
soltos  y  escritores  políticos,  y  un  rico  tesoro  de  místi- 
cos y  de  ascéticos. 

Importa  declarar,  no  obstante,  que  de  todo  esto  más 
se  ha  estudiado  hasta  ahora  la  forma  que  el  fondo.  Ya 
íenemos  historia  de  la  amena  literatura,  de  las  obras  de 
entretenimiento;  pero  la  substancia  de  la  cultura  españo- 
la y  el  desenvolvimiento  intelectual  de  nuestro  espíritu, 
están  poco  estudiados. 

¿Por  qué  negarlo?  Casi  nadie  lee  en  el  día  nuestros  li- 
bros de  devoción-  Si  los  hojea  algún  aficionado  á  las 
letras  j  suele  prescindir  de  las  ideas,  y  sólo  se  para  en  lo 
sonoro  de  las  frases,  en  lo  castizo  de  los  giros  y  en  la 
riqueza  y  primor  de  la  lengua.  Y,  sin  embargo,  ¿qué  aná- 
lisis psicológico  más  sutil  y  atinado,  qué  metafísica  más 
profunda,  qué  admirables  intuiciones  de  lo  infinito  en 
su  relación  con  lo  finito  no  suele  haber  en  ellos?  El  se- 
ñor Rousselot^  un  francés,  ha  sido  el  primero  que  críti- 
camente ha  desentrañado  y  expuesto  algo  de  aquellas 
doctrinas,  y,  aunque  su  obra  deje  mucho  que  desear,  de- 
bemos inclinarnos  agradecidos,  pues  nadie  en  España  lo 
iiabía  hecho  mejor,  ni  acaso  de  ningún  modo,  antes  de 
que  él  lo  hiciera, 

Rousselot,  como  casi  iodos  los  franceses  cuando  tra- 
tan de  nuestras  cosas,  no  puede  prescindir  de  hacernos 
nn  disfavor  al  lado  de  un  favor.  Es  cierto  que  da  á  co- 
nocer á  nuestros  místicos  y  expone  su  filosoíía;  pero 
afirma  que  jamás  hemos  tenido  más  filosofía  que  la  de 
ellos.  Sentencia  es  esta  de  la  que  podemos  apelar,  pero 
de  la  que  no  podemos  quejarnos,  porque  nuestros  sabios 
modernos  van  más  allá  aún  en  el  desdén-  El  importa- 


56 

dor  de  la  filosofía  krausista  en  España  y  uno  de  sus  más 
aventajados  discípulos,  en  artículos  recientes,  por  otra 
parte  merecedores  de  alabanza,  afirman  que  la  imagi- 
nación estética  ha  sido  bien  cultivada  en  España  y  ha 
dado  s?izonádo  fruto,  pero  que  la  razón  no;  que  hemos 
,  tenido  buenas  comedias,  novelas  y  otras  obras  de  pasa- 
tiempo; pero  que  en  ciencias  y  en  filosofía  hemos  valí- 
do  poquísimo,  sin  duda  poique  la  compresión  intelec- 
tual y  el  fanatismo  religioso  han  tenido  como  embo- 
tada y  atrofiada,  en  nuestra  alma,  una  de  sus  más  no- 
bles facultades. 

Ya  se  ¿entiende  que  tan  cruel  afirmación  se  refiere  á 
los  últimos  siglos,  y  no  á  la  Edad  Media  ni  á  las  anti- 
guas edades.  En  la  Edad  Media  convienen  todos  en  que 
hemos  tenido  notabilísimos  sabios,  filósofos  y  pensado- 
res, aunque,  más  que  ortodoxos^  mahometanos  y  ju- 
díos. Eruditos  y  críticos  extranjeros  lo  ponen  fiíera  de 
duda  (^):  Renán  estudiando  á  Averroes  y  su  prodigiosa 


(4 )  Menester  es  no  olvidar  aqai,  como  muy  honrosa  excepción,  los  Ef- 
ludios  sobre  el  famoso  f\^imando  Lnlio,  publicados,  pocos  años  bá,  por 
nuestro  compañero  D.  Francii^po  de  Paala  Canalejas.  El  filósofo  mallorquín 
está,, en  dichos  Estudios,  ja/gado  con  profundidad,  si  bien  qni2ás  más  en- 
comiado de  lo  justo;  pero  algo  se  ha  de  conceder  á  la  reacción,  que  no 
pued^  menos  de  dejarse  sentir  en  esto  como  en  todas  las  cosas. 

Lulio  había  sido  harto  maltratado  por  muchos  autores,  .entre  los  cuales 
no  pocos  españoles.  El  P.  Feijóo  le  desprecia  en  sus  Cartas  eruditas:  y 
en  aquella  graciosísima  sátira  literaria  de  El  Café,  donde  no  sabe  uno 
de  qué  admirarse  más,  si  del  ingenio,  sal  ática  y  rico  tesoro  de  chistes  del 
autor,  ó  dé  su  mezquina  crítica,  y  donde  queda  en  duda  si  D.  Pedro  es 
más  pedante  y  más  insufrible  que  D.  Hermógenes,  Moratín  se  burla- del, 
pobre  Raimundo  Lulio  con  un  epigrama  indeleble. 

Colocan  muchos  entre  los  lulianos  á  Raimundo  Sabunde,  filósofo  del 
ligio  XV,  que  tuvo  gra^i  celebridad  también  en  tierras  extrañas.  Montaigne 
le  tradujo  al  francés;  pero  yo  entiendo  que  no  porque  Montaigne  se  entu- 
siasmase con  Sabunde,  si;io  por  cumplir  un  mandato  de^  su  padre.  En  la 
Apología  de  Sabunde,  que  es  el  más  extenso  de  los  BnsayoSj  le  elogia  mu- 


57 

influencia  en  la  filosofía  escolástica  y  d,el  Renacimieuto, 
y  Munck,  Franck,  Sachs,  Geiger  y  David  Gassel,  tra- 
duciendo las  obras  ó  encomiando  y  celebrando  las  doc- 
trinas de  Ibn  Gebirol,  de  los  Ben-Ezrá,  de  Maimónides, 
de  Jehuda  de  Toledo  y  de  otros,  compatriotas  *nués-r 
tros  y  gloria  de  España,  por  más  qué  no  fuesen  cató- 
licos. 

Pero  el  amor  patrio  nos  ha  hecho  clamar  contra  el 
desprecio  por  nuestra  ciencia,  y  sobre  todo  por  nuestra 
filosofía,  desde  el  Renacimiento  hasta  ahora;  y  han  jsur- 
gido  celosos  defensores  de  que  hubo  filósofos  en  España 
y  hasta  verdadera  filosofía  española,  entre  los  cuales 
merecen  citarse  nuestros  compañeros  correspondientes 
D.  Gumersindo  La  verde  y  D.  Adolfo  de  Castro,  el  joven 
Sr.  Menéndez  Pelayo,  y  los  Sres.  Ríos  Portilla  y  D.  Luis 
Vidart,  el  cual  hasta  ha  formado  y  publicado  un  tomo  de 
apuntes  para  la  historia  de  nuestra  filosofía. 

Fácil  nos  sería  citar  aquí  multitud  de  nombres  de  pe- 
ripatéticos, platónicos,  estoicos  y  eclécticos,  entre  todos 
los  cuales  se  levantan,  á  lo  que  parece^  Vives  y  Foxo 
Morcillo.  Pero  francamente:  sq  citan  estos  nqmbrep,  se 
supone  que  valieron  mucho  los  sabios  que  los  llevaron, 
y  apenas  sabemos  lo  que  dicen,  porque  casi  nadie  los  ha 
leído.  Las  pocas  obras  filosóficas  que,  como  tales,  ha 
publicado  la  biblioteca  de  Rivadeneyra,  nos  compungen 
y  descorazonan.  Quedan,  pues,  hasta  el  día,  como  único 


eho,  no  obstante:  le  llama  tres  suffisant  homme  et  áyant  plusieurs  belUs 
parties;  y  asegura  que  «el  propósito  de  Sabuiíde  es  atrevido  y  valeroso, 
ya  qae  acomete  la  empresa  de  establecer  y  probar  con  razones  bnmanas 
y  natarales,  eontra  los  ateístas,  todos  los  articalps  de  nuestra  religión;  en 
lo  coal,  á  decir  verdad,  le  hallo  tan  firme  y  dichoso,  que  nt)  creo  posible 
hacerlo  mejor  en  este  negocio,  y.  me  parece  qué  nadie  se  le  ha  igualado.» 


58 

tesoro  filosófico  español  de  los  siglos  xvi  y  xvii,  algo  co- 
nocido y  explorado  por  la  crítica  moderna,  los  místicos 
y  quizás  un  poco  de  los  teólogos  dogmáticos.  Y  debemos 
perdonar  á  los  eruditos  y  aficionados  del  día,  porque  es 
pedir  heroicidades  pedir  que  alguien  se  ponga  con  pa- 
ciencia á  estudiar  y  á  extractar  volúmenes  en  folio,  en 
latín  casi  todos,  á  fin  de  resumir,  exponer  en  castellano 
y  juzgar  doctrinas  que  á  pocos  españoles  interesan,  y 
que  nadie  se  tomaría  el  trabajo  de  leer  con  atención  pa- 
ra entenderlas,  achacando  lo  de  que  no  las  entendía  á 
lo  enmarañado  del  lenguaje. 

Seay  pues,  por  lo  que  sea,  no  se  puede  negar  que  que- 
da algo  en  duda  si  hemos  tenido  ó  no,  en  la  época  á  que 
nos  referimos,  verdaderos  y  grandes  filósofos.  Pero  de- 
mos por  supuesto  que  los  hubo,  como  presentimos  y 
creemos  y  deseamos,  aunque  no  lo  sepamos  de  fijo.  De- 
mos también  por  supuesto  que  tuvimos  entonces  médi- 
cos, matemáticos,  naturalistas  y  filólogos  insignes.  Afir- 
memos que  no  quedó  ramo  de  actividad  del  espíritu  en 
que  no  floreciésemos;  que  nuestros  publicistas  abrieron 
á  Grocio  el  camino;  que  nuestros  teólogos  prevalecieron 
en  Trente;  que  Melchor  Gano  inventó  una  ciencia  nue- 
va; que  en  las  artes  del  dibujo  vencimos  á  todos  los  pue- 
blos menos  á  Italia;  que  tuvimos  arquitectos  gloriosos, 
hábiles  escultores  en  piedra,  bronce,  madera  y  barro, 
plateros  y  joyeros  rivales  de  Celini  y  hasta  herreros  ad- 
mirablemente artísticos;  y  que  nuestra  'música,  que 
duerme  olvidada  entre  el  polvo  de  los  archivos  de  las 
Catedrales,  compite  con  la  italiana  y  puede  presentar 
nombres,  que  debieran  ser  ilustres,  como  los  de  Salinas, 
Monteverde,  Pérez  y  .Gómez.  Júntense  á  todo  ello  nues- 
tras riquezas  poéticas  y  literarias,  ya  que  la  amena  lite- 


ratura  de  entonces  nos  es  bien  conocida,  y  tendremos 

un  florecímienío  intelectual  asombroso  y  adecuado  á 
nuestra  grandeza  política  como  nación. 

Pero  lo  dichOj  en  vez  de  resolver  la  duda,  la  compli- 
ca T  la  hace  más  dificiL  ¿Qué  causa  hubo  para  que  tan- 
ta fecundidad,  tanta  exuberancia,  tanta  virtud  especu- 
lativa, tanta  vida  del  alma,  se  secase  de  súbito  y  hasta 
se  oUidase,  aun  entre  nosotros  que  la  habíamos  vivido, 
viniendo  á  caer  España  en  un  marasmo  mental,  en  una 
sequedad  y  esterilidad  miserable  de  pensamiento,  ó  en 
extravíos  bajos  y  ridículos,  de  todo  lo  cual  no  salimos 
sino  para  seguir  humildemente  á  los  extranjeros,  como 
satélites  sin  espontaneidad,  como  admiradores  ciegos  y 
como  imitadores  casi  serviles?  ¿Qué  causa  hubo  para  tal 
abatimiento,  del  que  no  hemos  salido  del  todo?  La  per- 
versión vino  primero,  y  la  degradación  después.  Desde 
las  obras  de  ambos  Luises,  de  San  Juan  de  la  Cruz  y 
Santa  Teresa,  descendimos  á  las  del  P,  Boneta  y  á  las 
de  otros  más  deplorables,  que  sirvieron  de  modelo  á 
Fr.  Gerundio;  de  las  comedias  de  Calderón,  pasando  por 
Cañizares  y  Zamora,  llegamos  á  Comella,  Luis  Moncin* 
y  Fermín  del  Rey,  arquetipos  de  D,  Eleuterio;  desde 
Garcilaso,  Rioja  y  los  Argensolas,  bajamos  á  Montoro,  á 
Benegasi  y  al  cm^a  de  Frulmc;  y  desde  el  romancero  del 
Cid,  que  Hegel  pone  por  lo  más  noble,  bello,  real  é  ideal 
á  la  vez,  que  ha  inspirado  la  musa  épica  después  de  los 
poemas  de  Homero,  fuimos  humillanflonos  hasta  no  pro- 
ducir sino  romances  de  guapezas  y  desafueros  de  bandi- 
dos, como  el  de  Francisco  Esteban;  de  chocarrerías  y 
desvengüenzas,  como  el  del  fraile  fingido;  de  falsos  y 
absurdos  milagros,  y  hasta  de  fenómenos  raros  y  mons- 
truosos, como  el  de  la  mujer  que  parió  trescientos  hijos 


de  un  parto.  Así  justificamos  toda  la  burla  de  los  pseudo- 
clásicos  á  la  francesa. 

¿Fué  causa  de  la  humillación  el  despotismo  de  los  re- 
yes austríacos?  No  se  niega  qne  los  reyes  austríacos  fue- 
ron despóticos;  pero  esté  mal  no  fué  exclusivo  de  Espa- 
ña. El  movimiento  general  en  toda  Europa  era  enton- 
ces hacia  la  concentración  del  poder  en  manos  de  los 
monarcas,  y  nunca  llegó  á.  tanto  en  España  como  llegó 
en  Inglaterra  bajo  los  Tudores,  y  en  Francia  bajo  el  que 
llamaron  Luis  el  Grande  y  dio  nombre  á  su  .siglo.  Ingla- 
terra y  Francia  Se  levantaron  con  todo  bajo  aquellos 
despotismos,  mientras  que  España  descendía. 

¿Fué  la  atroz  crueldad  de  la  Inquisición  la  que  atajó 
el  vuelo  de  nuestro  espíritu,  ahogando  en  sangre  nues- 
tra cultura?  Miradas  imparcialmente  las  cosas,  parece 
que  no.  Pues  qué,  ¿en  los  demás  países  no  se  atenacea- 
ba, no  se  quemaba  viva  á  la  gente,  no  se  daban  tormen- 
tos horríbles,  no  se  condenaban  á  espantosos  suplicios  á 
los  que  pensaban  .dé  otro  modo  que  la  mayoría?  La  In- 
quisición de  España  casi  era  benigna  y  filantrópica  com- 
•parada  con  lo  qué  en  aquella  edad  durísima  hacían  trí- 
bunales  y  gobiernos  y  pueblos  en  otras  regiones,  donde, 
lejos  de  decaer,  se  han  levantado.  Todos  los  moros,  ju- 
díos y  lierejes  xjastigados  ó  quemados  en  España  por  la 
Inquisición  .durante  trescientos  años,  no  igualan  en  nú- 
mero, por  confesión  de  Schack,  á  sólo  las  infelices  bru- 
jas quemadas  vivas  en  Alemania  nada  más  que  en  el  si-^ 
glo  XVII.  En  Francia,  sin  contar  los  horrores  de  las  gue- 
rras civiles,  sólo  en  la  espantosa  noche  de  San  Bartolo- 
mé hubo  más  víctimas  del  fanatismo  religioso  que  las 
que  hizo  el  Santo  Oficio  desdé  su  fundación  hasta  su 
caída.  De  Inglaterra  no  hay  que  hablar:  pueblo  enton- 


'        * 

ees  más  bárbaro  y  feroz  que  el  centro  y  el  mediodía 
del  continente  europeo  ^  derramaba  la  sangre  á  to- 
rrentes, *         .  > 

Nosotros  tuvimos  cinoo  anos  en  la  cárcel  á  Fr^  Luis  de 
León,  pero  no  padeció  tormento,  y  al  cabo  se  declaró 
su  inocencia.  En  la  cárcel  pudo  escribir  el  libro  divino 
de  Los  nombres  de  Cristo  y  otras  obras  inmortales.  En 
otra  nación j  y  con  los  mismos  émulos  qué  aquí  tuvo, 
quizá  no  hubiera  salido  tan  bien.  No  hay  que  olvidar 
que  4  Vanini  le  an^ancaron  la  lengua  con  unas  tenazas  , 
en  Francia;  que  á  Bruno  le  quemaron  vivo  en  Roma;  - 
que  en  Ing^laterra  ajusticiaron  á  Tomás  Moro^  y  que  á 
nuestro  compatriota  Miguel  Ser  ve  t  le  hizo  matar  Calvi^ 
no  en  Crinebra*  • 

,     Por  más  que  hayan  fiuerído  los  protestantes  engala- 
narse con  el  lauro  de  que  la  libertad  religiosa  vino  por  " 
ellos,  la  Historia  les  niega  este  lauro.  Guizotj  protestan- 
te, tiene  la  franqueza  de  con  fosarlo.  Toda  í^ecta  disi- 
dente ha  sido  tan  fanática  y  tan  intolerante  ó  más  que 
los  católicos  durante  la  lucha.  Sólo  los  progresos  de  la  ^' 
razón,  con  la  imposiltilídad  de  exterminarse  unos  á 
otros,  trajo  la  tolerancia,  y  la  libertad  en  pos  de  ella,  la  , 
cual  no  ha  nacido  del  seno  de  ninguna  Iglesia,  sino  de  . 
la  conciencia  humana  en  general,  iluminada  al  cabo  por 
el  verdadero  espíritu  de  Cristo  y  comprendiéndole  con  ; 
rectitud.  • 

,  ¿Se  originó  quizá  la  perversión  y  corrupción  do  nues- 
tra ciencia  y  literatura  do  la  ignorancia  de  los  inquisi- 
dores? Nos  parece  que  tampoco.  En  aquellos  siglos  el 
clero  español  sabía  más  que  los  legos,  y  los  inquisido- 
res eran  de  la3  personas  más  ilustradas  del  clero  es- 
pañol. *  '  w       r         • 


^w 


¿Provino  nuestíra  caída  de  la  alianza  entre  la  teocra-r 
cia  y  el  poder  real  para  oprimir  al  pueblo?  Pero  ¿dónde 
ha  habido  mayor  alianza  entre  ambas  potestadas  que  en 
Inglaterra,  donde  el  jefe  de  la  Iglesia  y  el  del  Estado  se 
confundieron  en  uno? 

¿Atribuiremos,  por  último,  los  males  que  aquí  se  la- 
mentan á  la  duración,  regularidad  y  constante  vigilan- 
cia de  la  Inquisición?  La  duración  de  las  persecuciones, 
ya  en  un  sentido,  ya  en  otro,  fué  lá  misma  en  todas-par- 
tes.  Y  en  cuanto  á  la  regularidad,  no  se  explica  qué 
.  ventaja  lleve  lo  desordenado  á  lo  ordenado.  Antes  bien, 
los  parciales  de  la  Inquisición  pueden  decir,  miradas  así 
las  cosas,  que  aquel  terrible  Tribunal  contribuyó  á  que 
gozásemos  de  una  paz  relativa,  mientras  otras  naciones 
ardían  en  guerras  espantosas  que,  como  en  Alemania, . 
duraban  treinta  años. 

La  tiranía,  pues,  de  los  reyes  de  la  Casa  de  Austria,, 
su  mal  gobierno  y  las  crueldades  del  Santo  Oficio,  no 
fueron  causa  de  nuestra  decadencia;  fueron  meros  sín- 
tomas de  una  enfermedad  espantosa  que  devoraba  el 
cuerpo  social  entero.  La  enfermedad  estaba  más  honda. 
,  Fue  una  epidemia  que  inficionó  á  la  mayoría  de  la  na- 
ción ó'á  la  parte  más  briosa  y  fuerte.  Fué  una  fiebre  de 
orgullo,  un  delirio  de  soberbia  que  la  prosperidad  hizo 
brotar  en  los  ánimos  al  triunfar  después  de  ocho  siglos 
en  la  lucha  contra  los  infieles.  Nos  llenamos  de  desdén 
y  de  fanatismo  á  la  judaica.  De  aquí  nuestro  divorcio  y 
aislamiento  del  resto  de  Europa.  La  parte  más  ilustrada 
del  clero,  los  mismos  inquisidores,  los  mismos  reyíBs, 
más  bien  que  impeler,  tuvieron  qug  refrenar  la  corrien- 
te de  la  intolerancia.  Felipe  II  tuvo  que  luchar  contra  la 
opinión  pública  para  no  expulsar  á  los  moriscos  y  dejar 


esta  írisíe  gloria  á  su  hijo.  Nos  creímos  el  nuevo  pueblo 
de  Dios;  confundimos  la  religión  con  el  egoísmo  patrió- 
tico; nos  propusimos  el  dominio  universal,  sirviéndonos 
la  cruz  de  enseña  ó  de  lábaro  para  alcanzar  el  imperio. 
El  gran  movimiento  de  que  ha  nacido  la  ciencia  y  la  ci- 
vilización moderna,  y  al  cual  dio  España  el  primer  im- 
pulso, paso  sin  que  le  notásemos,  merced  al  desdén  ig- 
norante y  al  engreimiento  fanático;  y  cuando  en  el  si- 
glo XYiu  despertamos  de  nuestros  ensueños  de  ambi- 
ción,  nos  encontramos  muy  atrás  de  la  Europa  culta* 
sin  poder  alcanzarla,  y  oblígadoí^  a  seguirla  como  á  re- 
molque, 

Pero  ¿cómo  desconocer  nuestros  inmensos  servicios, 
nuestra  cooperación  poderosa  en  esa  misma  cultura,  por 
la  que  Europa  lioy  á  su  vez  nos  desdeña  y  se  muestra 
tan  ufana? 

Antes  de  que  la  mente  del  hombre  so  volviese  con  más 
brío  al  estudio  de  sí  misma,  y  por  último  se  elevase  á 
Dios  como  causa  primera  y  fundamento  de  todo,  impor- 
taba conocer  el  universo- 

El  primer  capítulo,  pues,  de  la  historia  de  la  ciencia 
y  de  la  filusofía  modernas  le  llenan  los  españoles.  Antes 
de  que  vinieran  Copérnico,  Galileo,  Kepler  y  Newton  á 
magnificar  teóricamente  el  concepto  de  la  creación,  era 
menester  ensanchar  y  completar  la  idea  del  globo  que 
habitamos*  Esta  misión  heroica  tocó  á  los  españoles  y 
portugueses.  Sin  su  fe  y  su  energía,  Colón  no  hubiera 
descubierto  la  América;  Gama  no  hubiera  ido  á  la  India, 
venciendo  á  Adamastor;  Pizarro  no  hubiera  explorado 
el  Perú;  ni  Cortés  el  Anahuac;  ni  Orellana  Imbiera  baja* 
do  por  ríos  desconocidos,  con  sólo  diez  compañeros,  des- 
de  Quito  hasta  al  Amazonas  y  por  el  Amazonas  hasta  sa- 


64 

lir  al  Atlántico;  Balboa  no  hubiera  descubierto  el  Pací- 
fico, salvando  las  montañas  del  istmo  que  le  separa  del 
otro  Océano;  y  Magallanes,  por  último,  cruzando  el  es- 
trecho que  pone  en  comunicación  amibos  mares,  casi 
en  el  extremo  de  la  América  meridional,  no  hubiera  lle- 
gado *  por  Occidente  á  las  islas  del  remoto  Oriente.  Tres 
meses  y  veinte  días,  sin  ver  más  que  agua  y  cielo,  fué 
Magallanes,  con  sus  compañeros  valerosos,  por  el  vasto 
y  desierto  mar  que  la  imaginación  fingía  infinito:  el 
agua  se  corrompió,  y  hubo  que  beber  agua  podrida;  fal- 
taron los  víveres,  y  hubo  que  alimentarse  hasta  de  cue- 
ros remojados:  los  hombres  morían  diariamente  de  ham- 
bre, de  miseria  y  de  escoíbuto:  muchos  dudaban  deque 
aquel  mar  tuviese  término;  pero  Magallanes  no  quiso 
volver  atrás,  confiado  en  que  la  tierra  era  esférica  por 
la  sombra  que  proyecta  en  la  luna  cuando  la  luna,  se 
eclipsa.  <Nurica,  dice  un.  historiador  anglo-americano, 
denigrador  y  aborrecedor  de  los  españoles,  nunca,  en 
toda  la  historia  de  las  empresas  humanas,  hubo  nada  que 
excediese-  á  la  de  Magallanes.  Aquel  hombre  tenía  forra- 
do el  corazón  de  triple  lámina  de  bronce.  Nunca  se  ha 
dado  mayor  muestra  de  sobrehumano  valor,,  de  perse- 
verancia asombrosa,  de  resolución  que  no  ceja  ante  nin- 
gún temor,  ni  ningún  padecimiento,  y  de  infiexibüidad 
que  va  derecha-á  su  fin  rompiendo  todos  los  obstáculos. 
Magallanes  murió  cerca  de  las  Molucas;  pero  su  nombre 
inmortal  que^Jó  para  siempre'  grabado  en  la  tierra  y  en 
el  cielo:  en  la  tierra,  en  el  estrecho  (Jue  enlaza  ambos 
Océaüos;  en  el  cielo,  en  la  nube  de  estrellas  que  vio  el 
audaz  marino  en  la  bóveda  azul  del  hemisferio  antar- 
tico 
Sebastián  Elcano,  segundo  de  Magallanes,,  volvió  á 


«8 

España,  y  puso  en  su  escudo  el  globo  terráqueo  con  este 
lema:  Prhmts  circumdedisti  nie. 

Si  la  ciencia  moderna^  si  la  moderna  filosofía,  si  todo 
aquello  de  que  se  envanece  el  siglo  presente,  hubiera  de 
marcar  el  día  de  su  origen,  y  desde  entonces  se  empeza- 
sen á  contar  los  años  de  la  nueva  era  que  llaman  los 
positivistas  edad  de  la  razón,  contraponiéndola  á  la  edad 
de  la  fe,  esta  nueva  era  no  empezaría  el'día  en  que  Ba- 
con  publicó  su  Novum  organum,  ni  el  día  en  que  salió 
á  luz  el  Método  de  Descartes,  sino  el  7  de  septiembre  de 
1522,  día  en  que  Sebastián  Elcano  llegó  á  Sanlücar  de 
Barrameda  en  la  nave  Sania  Vicíoría, 

Aunque  no  hubiéramos,  pues,  tenido  grandes  matemá- 
ticos, químicos,  físicos  y  filósofos,  bastaría  para  nuestra 
gloria  el  haber  dado  origen  á  todo  ello;  el  haber  dado 
impulso  al  movimiento  del  espíritu  humano  que  supo 
crearlo. 

Además,  en  esto  de  la  historia  de  la  filosofía  hay  que 
aplicar  con  frecuencia  la  moraleja  de  la  fábula  titulada 
Bl  león  vencido  por  el  ho}nbre.  En  ninguna  historia  de 
otro  género  puede  decirse  á  cada  paso  con  más  justicia: 
Y  no  fué  león  el  pintor.  Cada  cualj  según  su  nacionali- 
dad, escuela  ó  secta,  reparte,  como  mejor  le  cuadra,  los 
papeles,  la  gloria  y  la  importancia  de  los  personajes. 
Pongamos  por  caso  á  Bacon»  Unos  le  dan  tanto  mérito, 
ó  más  aún,  que  á  Descartes,  asegurando  que  de  él  dima- 
nan todos  los  progresos  de  las  ciencias  experimentales, 
y  le  contraponen  á  Descartes,  fundador  de  la  filosofía 
espiritualista  y  psicológica*  Entre  ambos  reparten  toda 
la  gloría:  éste  es  padre  de  la  ciencia  del  no-yo;  aquél  de 
la  del  yo.  Pero  novísimamente  Bacon  cae  en  descrédito, 
y  no  ya  los  espiritualistas,  sino  los  mismos  positivistas 


66 

y  empíricos,  lé  'tratan  con  la  mayor  dureza.  Le  tildan 
de  ignorante,  de  preocupado  y  de  charlatán  presuntuo-7 
so.  El  ídolo  de  Bacon  cae  por  tierra.  En  su  Novum  orgq- 
nwn  ya  no  hay  nada  fecundo.  Todos  los  46scubrimien- 
tos  se  han  hecho  á  su  pesar.  Bacon  estaba  lleno  de  mi- 
ras estrechas;  no  sabía  palabra  de  matemáticas  ni  de 
ciencias  naturales,  y  murió  sin  llegar  á  convencerse  y 
negando  siempre  que  la  tierra  se  movía.  Draper  excla- 
ma en  su  furor  contra  él:  <Tiempo  es  ya  de  que  el  sa- 
grado nombre  de  filosofía  se  purifique  de  su  larga  cone- 
xión con  el  de  ese  impostor  de  ciencia,  político  acomo- 
daticio, leguleyo  insidioso,  juez  corrompido,  amigo  trai- 
dor y  mal  hombro 

Á  Descartes^  á  quien  ponen  unos  como  padre  de  la 
filosofía  moderna,  le  niegan  otros  tal  paternidad  y  tal 
gloria.  ¿Por  qué  Spinoza  ha  de  proceder  de  Descartes  y 
no  de  sus  compatricios,  por  españoles  y  por  judíos,  Ibn 
Gebirol  y  Maimónides?  ¿Por  qué  Newton  ha  de  contar 
como  cartesiano?  ¿Es  sólo  vanidad  francesa,  ó  hay  razón 
para  afirmarlo  así?  Leibniz,  aunque  la  filosofía  de  Des- 
cartes sea  como  antecedente  de  la  suya,  ¿no  tiene  otros 
elementos  extraños  que  dan  más  valor  .á  su  sistema?  Si 
Descartes  tomó  no  poco  de  Vives  y  de  Gómez  Pereira, 
¿parte  de  su  gloria  no  redunda  en  pro  de  aquellos  espa- 
ñoles? Pero  todo  esto  está  en  el  aire,  cuando  sobra  quien 
niegue  á  Descartes  todo  merebimiento.  Los  néo-tomis- 
tas,  renovadores  de  la  escolástica,  le  desdeñan.  Gioberti 
le  juzga  un  mezquino  y  lastimoso  metafísico. 

Ha  venido  después  la  gran  escuela  alemana,  con  sus 
cuatro  soles  y  multitud  de  satélites;  y  Hegel  se  ensober- 
bece y  declara  que,  desde  Grecia  hasta  que  filosofaron 
en  Alemania,  no  ha  habido  verdadera  filosofía.  El  fue- 


67 

go  sagrado  ,de  la  inspiración  y  el  aliento  fatídico  que 
pronuncia  los  oráculos  de  la  ciencia  una  y  toda,  están 
custodiados  por  los  alemanés,  nuevos  Eumolpides  que 
tienen  las  llaves  de  este  otro  santuario  de  Eleusis  y  que 
sólo  saben  sus  misterios. 

En  virtud  de  dicha  sentencia,  todos  quedarnos  iguales, 
salvo  los  alemanes  y  los  griegos.  •  Al  lado  del  zapatero 
Jacobo  Boehm,  Descartes  se  convierte  en  pigmeo. 

Vienen,  por  .último,  los  escéptioos  de  todas  clases,  los 
positivistas  y  materialistas:  consideran  ia  filosofía  como  . 
aspiración  imposible,  delirio  de  la  vanidad,  humana,  ó 
como  tentativíi  pueril  de  los  hombres,  cuando  carecen^ 
aún  de  ciencia.  Los  filósofos  alemanes  y  griegos  se  hun- 
den entonces  como  los  demás  mortales,  y  sólo  imperan 
los  matemáticos,  los  químicos,  los  médicos  y  los  geó- 
logos. 

Decimos  todo  esto,  no  para  invalidar  la  filosofía  ni 
su  historia,  de  lo  cual  distamos  mucho,  sino  para  que  se 
vea  cuánto  pueden  y  valen  el  capricho,  la  moda,  el  or- 
gullo nacional  y  el  interés  de  secta  ó  partido,  en  añadir 
ó  quitar  gloria,  en  hacer  ó  deshacer  reputaciones,  según 
mejor  conviene,  al  formar  el  cuadro  sinóptico  de  la  fiis- 
toria  de  la  civilización  en  estos  últimos  siglos» 

Para  introducir  estos  cambios  y  variantes  no  basta 
querer:  es  menester  poder.  Adquiera  España  nueva 
prosperidad;  pónganse  los  treses  á  50;  brillen  entre  nos- 
otros la- poesía,  las  artes,  el  comercio  y  la  industria; 
figuremos  de  nuevo  eñ  el  concierto  de  las  naciones  euro- 
peas como  potencia  de  primer  orden,  y  entonces,  si  se 
nos  antoja,  tal  vez  hagamos  creer  que  Vives  fué  superior 
á  Descartes;  que  Foxo  Morcillo,  concillando  á  Platón 
con  Aristóteles,  fué  el  precursor  del  racionalismo  armó- 


68 

nico,  y  hasta  que  el  P.  Fuente  la  Peña,  en  iju  Ente  dili^ 
üidado^  allanó  el  camino  á  Dai^win  y  á  Haeckel. 

Á  fin  de  llegar  á  tan  buen  término  son  indispensables 
dos  condiciones:  no  divorciarnos  de  nuestro  propio  espí- 
ritu,  no  renegar  de  él  como  en  el  siglo  xviii,  y  no  ais- 
larle tampoco  como  en  el  siglo  *xvii,  sino  ponerle  sin  te- 
mor en  medio  del  raudal  de  las  ideas  de  nuestro  siglo, 
para  que  se  nutra  y  robustezca  con  ellas,  sin  perder  su 
esencia  inmortal  y  su. propio  carácter. 

Bien  podremos  entonces  estar  seguros  de  que  si  imita- 
mos á  los  filósofos  modernos  alemanes,  pondremos  al  ca- 
bo en  sus  filosofías  un  sello  tan*castizo,  que  las  haremos 
propias,  al  modo  que  nuestros,  grandes  místicos,  imi- 
tando y  citando  también  á  los  místicos  alemanes  como 
Suso,  Tauler  y  Ruysbüoeck,  fueron  originalísimos  (0;  y 


(1]  Esta  imitación  de  los  místicos  alemanes  por  los  místicos  españo- 
les praeha  que  la  grande  originalidad  no  proviene  de  aislarse,  sino  de 
conocer  lo  que  los  otros  dijeron  y  añadir  algo  del  caudal  propio.  Rousse- 
lot  niega  que  los  nijsticos  alemanes  hayan  ejercido  la  menor  induencia  en 
los  españoles,  ya  porque  escribieron  en  alemán;  ya  parque  sus  obras»  me- 
nos las  de  Iluysbroück,  fueron  condenadas  por  panteísticas.  «No  se  en- 
cucDtra,  dit^c  Rousselot,  vestigio  alguno  en  Ids  escritos  de  los  españoles, 
por  donde  se  pueda  suponer  que  se  han  inspirado  en  los  alemanes.»  P^ro 
Roussdot,  á  mi  ver,  afirmó  esto  muy  de  ligero.  Yo,  á  la  verdad,  no  re- 
cuerdo haber  1^» liado  jamás  citado  al  Maestro  Eckart,  Hegél  y  Schelling,  á 
la  vez  de  aquella  escuela,  en  ningún  místico  español;  pero  las  doctrinas 
de  Eckart  debieron  ser  mediatamente  conocidas,  merced  á  Dionisio  Car- 
tDJauo,  que  las  reproduce.  Y  en  cuanto  á  los  otros  místicos  alemanes,  que 
son  como  discípulos  de  Eckart  y  predecesores  de  Heí^el,  no  sólo  han  sido 
leídos  por  nuestros  místicos,  sIqo  citados  á  cada  paso  con  extraordinarios 
elogios»  El  ilumÍDádo  y  extático  P.  Fr.  Miguel  de  la  Fuente  da  testi- 
monio do  lo  dicho  en  su^  Tre$  vidas  del  hombre.  Suso,  Tauler,  Ruys- 
broeck,  Hnrph  y  otros  alemanes,  vienen  citados  por  él  con  frecuencia.  Y 
en  prueba  de  que  confesaba  el  influjo  de  los  alemanes,  no  ya  sólo  en  él.  sino 
en  otro9  místicos  españoles  de  más  fama,  diremos  lo  que  pone  al  hablar 
de  la  suspensión  del  hombre  íntimo:  «Todo  esto  que  hemos  dicho,  lo  dijo 
aUisímamcntQ  Rnsbrochlo,  varón  gravísimo  y  muy  ilustrado  de  Dios,  en 


69 

Men  podremos  estar  seguros  de  que,  más  hoy  que  en  el 
siglo  xvn,  todo  español  dejado  en  plena  libertad  entre 
Lutero  y  San  Ignacio,  preferirá  á  San-  Ignacio  y  dejará 
áXutero.  Y  en  efecto,  hasta  para  cualquier  español  des-^ 
creído  y  racionalista  vale  más  que  el  fraile  fanático  y 
medio  loco,  envidioso  de  las"  artes  y  esplendores-  de  los 
pueblos  neo-latinos,  y  en  pendencias  y  dimes  y  diretes 
groseros  con  el  mismo  demonio,  aquel  hidalgo  converti- 
do de  repente,  herido  por  Dios  como  Israel,  y  suscitado 
por  Dios  contra  el  heresiarca,  el  cual,  para  combatirle 
y  para  cumplir  al  mismo  tiempo  la  obra  de  misericordia 
de  enseñar  al  que  no  sabe,  buscó  compañeros  como  el 
Apóstol  de  Oriente,  y  con  sólo  su  palabra,  sin  ejércitos 
y  sin  favor  y  auxilio  de  soberanos,  fundó  el  imperio  más 
extraño  del  mundo,  imperio  que  dura  aún,  y  que  á  la 
muerte  de  su  fundador  se  extendía  ya  por  Alemania, 
Francia,  Italia,  España,  Portugal,  ej  Brasil  y  la  India, 

un  libro  que  intituló  De  los  grados  del  amor.  Nuestra  Santa  Madre  Teresa 
de  Jesús,  en  su  Vida,  lo  comentó  divinamente.»  El  mismo  iluminado  y 
extático  Fr.  Miguel  describe  lo  que  es  el  centro  del  alma,  con  palabras  to- 
madas de  Ruysbroeck  y  de  Suso:  aLo  substancial  del  alma,  dice,  es  la  par- 
te máÍ9  excelente  que  hay  en  ella,  la  cual  pende  del  mismo  Dios;  es  inmó-  ' 
yil,  más  alta  sin  comparación  que  el  cielo  más  supremo,  más  profunda 
que  el  abismo  del  mar,  más  ancha  y  más  extendida  que  el.  mundo  todo, 
porque  la  naturaleza  espiritual  excede  incÍ>mparablemente  á  todo  lo  cor- 
póreo; y  esta  esencia  ó  substancia  del  alma  es  el  reino  natural  de  Dios, 
término  y  ñu  de  las  operaciones  del  alma,  y  no  hay  criatura  de  las  espiri- 
tuales y  celestiales  que  pueda  llenar  su  capacidad  según  es  inmensa,  sino 
sólo  Dios,  que  es  la  esencia  de  su  esencia  y  la  vida  áe  su  vida.» 

Con  lo  expuesto  sobra  para  probar  que  se  i9quivoca.Rousselot  al  afirmar 
que  no  hay  vestigio  en  nuestros  místicos  de  que  imitasen  á  los  alemanes. 
T  con  lo  expuesto,  y  con  mil  citas  más  que  pudiéramos  hacer,  se  proba- 
na que  ni  la  Inquisición  ni  nadie  era  entonces  en  España  tan  asustadizo 
como  ahora  de  que  nos  iofícionasen  los  alemanes  con  su  panteísmo  ó  pa- 
nenteismo. 

El  P.  Fr.  Miguel  de  la  Fuente  nació  en  4573  y  murió  en  46i5.  Vivió  y  es- 
cribió, por  lo  tanto^  en  el  siglo  de  oro  de  nuestra  literatura. 


"nr 


•70 

I       I 

conlando  má&  de  cien  casas  ó  colegios  qué  amenazaban 
avasallar  el  resto  de  la  tierra. 

Pero  así  como  éstas  y  otras  grandezas  españolas  no  se 
pueden  atribuir  á  los  Gobiernos,  sino  á  la  esponlaneidaji 
y  al  entusiasmo  de  toda  la  nación,  asi  tampoco  debemos, 
si  hemos  de  ser  imparciales,  culpar  sólo  á  los  inquisido- 
res feroces  y  á  los  reyes  tiranos  de  la  perversión  y  mise- 
ria en  que  caímos.  ¿Qué  tiranía  había  de  ejercer  el  imbé- 
cil y  débil  Carlos  11?  Ademán,  cuando  vemos  hoy  la  ani- 
mación, bullicio  y  alegría  de  la  calle  de  Alcalá  en  una 
tarde  da  toros,  no  se  nos  ocurre  pensar  que  el  Gobierno 
tiraniza  al  pueblo  y  le  hace  ir  á  los  toros  por  fuerza* 
Pues  con  más  gusto  trabajaron  los  madrileños  en  levan- 
tar el  ta'bladOj  animándose  con  devotas  exhortaciones; 
con  mejor  voluntad  acudieron  la  corte  y  ochenta  y  cin- 
co grandes  de  España ^  y  con  más  deleite  presenció  todo 
el  pueblo  el  auto  de  fe  de  1630,  en  que  fueron  condena- 
das ciento  veinte  personas,  y  de  ellas  veintiuna  quema- 
lias  vivas. 


DISCURSO 


DEL 


Emo.  Su  D.  PEDRO  ANTONIO  DE  ALARCON'". 


■   Señores: 

De  los  inolvidables,  acabadísimos  discursos  que,  á  mo- 
do de  monaraentos  perennes,  señalan  vuestro  sucesivo 
ingreso  en  la  Real  Academia  Española,  y  cuya  primo- 
rosa hechura  he  vuelto  yo  á  admirar  estos  días,  buscan- 
do en  ella  lecciones  y  ejemplos  para  mi  tarea  de  hoy, 
resalta  que  todos  vosotros,  con  venir  acompañados  de 
títulos  y  merecimientos  que  á  mi  me  faltan,  y  ser  por 
todo  extremo  dignos  de  una  investidura  que  tanto  ha- 
bíais de  honrar,  entrasteis  llenos  de  confusión,  timidez 
y  reverencia  en  este  Senado  literario,  templo  de  las  le- 
yes del  buen  decir,  donde  los  Proceres  del  Arta  custodian 
y  acrecientan  el  rico  tesoro  del  habla  de  Castilla.  Fácil- 
mente, pues,  adivinaréis  los  afectos,  muy  más  vivos  y 
apremiantes,  cuanto  son  más  naturales  y  debidos,  que 
agitan  y  conturban  mi  corazón  en  este  solemne  acto,  y 
algunos  de  los  cuales,  dicho  sea  en  desagravio  de  la  jus- 

(t)  Leído  ante  li  Real  Academia  Española  en  Janta  piibUca  celebrada 
el  día  35  de  febrero  de  ÍS77  para  qae  el  Sr.  Alarcóii  ocupara  su  phtQ  dt 
¿cadémico  Dumerana. 


7i 
ticia,  sirven  de  castigo  á  la  avilantez  con  que,  abusando 
de  vuestra  indulgencia,  pretendí  la  no  merecida  honra 

de  apellidarme  vuestro  compañero,  cuando  en  realidad 
yo  había  de  venir  aquí  (¿para  que  negarlo?)  á  continuar 
siendo  vuestro  discípulo. 

Mucho  más  diría  en  esto;  pero  acuden  á  mi  memoria 
los  pulidos  términos  y  galanas  frases  con  que  todos  vos- 
otros, en  tribulación  análoga,  que  no  idéntica,  á  la  mía, 
expresasteis  iguales  conceptos^  y  doleríame  que,  por 
desventajas  de  inteligencia  y  de  estilo,  apareciese  hoy 
menos  elocuente  y  afectuosa  la  obligación  de  mi  agrade- 
cimiento que  ayer  la  noble  humildad  de  vuestra  modes- 
tia. Séame  lícito,  en  cambio  (y  así  me  pondré  en  camino 
de  llegar  pronto  al  tema  de  este  discurso),  definir  con  in- 
genuidad, y  en  el  llano  y  corriente  lenguaje  propio  de 
mi  afición  á  la  novela  de  costumbres,  la  índole  y  natu- 
raleza de  las  encontradas  emociones  que  siente  el  aman- 
te de  las  Bellas  Letras  cuando  pasa  del  estado  de  escritor 
por  fuero  propio  á  la  categoría  oficial  de  Individuo  de 
esta  ilustre  Corporación,  ó  explicar  á  lo  menos  las  in- 
quietudes que  experimenta  con  tal  motivo  quien,  como 
yo,  durante  una  larga  y  alegre  estudiantina  literaria, 
sólo  ha  campado  por  su  respeto. 

Perdonadme,  en  gracia  de  la  exactitud,  el  atrevimien,- 
to  del  símil  que  voy  á  emplear;  perú  la  verdad  es  que, 
cuando  considero  el  cúmulo  de  cuidados  y  atenciones 
que  he  echado  sobre  mí  al  atravesar  esos  umbrales  (mis 
remordimientos  por  lo  pasado,  mis  temores  por  lo  futu- 
ro, el  dolor  por  la  libertad  perdida,  las  reglas  á  que  ten- 
dré que  sujetar  mi  conducta,  y  los  respetos  que  habré 
de  guardar  y  hacer  guardar  en  lo  sucesivo),  ocúrreseme 
que  esto  de  entrar  en  la  Academia  se  parece  mucho  al 


73 

acto  de  casarse.  Experimento,  si,  señores,  en  este  día  la 
grave  conmoción  y  saludable  miedo  del  qae  deja  las  In- 
munidades de  mozo  por  los  deberes  de  casado,  con  áni- 
mo y  resolución  de  cumplirlos.  Solicítase  como  una  mer- 
ced lo  mismo  el  cargo  de  marido  que  el  de  académico; 
agi^adécense  como  una  dicha  y  una  honra;  ufanase  uno 
de  verse  tenido  en  tanto  por  la  señora  de  sus  pensamien- 
tos; da  las  gracias,  personalmente,  á  todos  los  individuos 
de  su  nueva  familia;  parócenle  pocos  todos  los  regalos 
(ó  sea  malos  todos  los  discursos)  que  excogita  para  aga- 
sajar á  la  novia;  no  puede,  en  fin,  estar  más  alegre  y 
reconocido;  pero  llega  el  día  del  Sacramento ^  llega  el 
día  de  jurar  ante  Dios  el  anhelado  cargo,  llega  el  día  de 
hoy,  en  una  palabra,  y  el  académico  electo,  como  el  fe- 
liz contrayente,  conoce  que  algo  crítico,  supremo  y 
transcendental  va  á  acontecer  en  su  vida;  que  á  sus  ojos 
desaparece  un  horizonte  y  se  abre  otro,  cual  si  estuviera 
atravesando  la  cumbre  divisoria  de  dos  comarcas,  y  que 
aquella  solemne  y  decisiva  hora,  más  bien  es  hora  de 
abstracción  y  melancolía,  de  austeridad  y  sacrificio,  que 
de  profanas,  amorosas  complacencias. — De  entonces  en 
adelante,  bien  puede  decir  d  Dios  el  nuevo  académico 
(dejemos  por  aliora  al  novio)  á  las  libertades  en  materia 
de  gusto,  á  las  rebeldías  contra  los  preceptos,  á  la  inde- 
pendencia de  sus  juicios,  á  la  impunidad  de  sus  erro- 
res  Pero  ¿qué  digo  d  Dios?  ¡Lo  perseguirá  el  recuer- 
do de  sus  piraterías  literarias,  y  entrara  en  deseos  de 
quemar  cuantos  escritos  llevan  su  nombre,  versos  y  pro- 
sa, comedias  y  novelas,  y  sobre  todo  los  folletines  de 
supuesta  crítica,  al  rqodo  que  el  recién  casado  arroja  al 
fuego  cartas,  flores,  efigies,  perfumadas  trenzas  y  demás 
testimonios  no/p^sancíos  de  sus  campañas  de  soltero! 


Con  lo  que  acabo  de  decir  quedan  liquidados  y  salda- 
dos algunos  créditos  de  mi  conciencia,  generosamente 
olvidados  por  vosotros,  restándome  ahora  añadir  que  me 
punza  tanto  más  en  la  ocasión  presente  el  recuerdo  de 
mis  pecados  literarios,  cuanto  que  vengo  á  ocupar  la 
vacante  de  un  modelo  de  virtudes  académicas  (las  tuvo 
da  todo  orden),  escritor  pulcro  y  moral  desde  los  prime- 
ros años  de  su, vida,  pensador  siempre  arreglado,  poeta 
envidiable,  humanista  perfecto;  útilísima  abeja,  digá- 
moslo así,  en  las  arduas  tareas  de  esta  casa,  donde  se 
afanó  constantemente  por  el  bien  y  el  aumento  de  las 
Letras  españolas. — T^al  fué  D.  Fermín  de  la  Puente  Ape- 
cechea.  *         *  ^ 

Dé  tan  valiosas  cualidades,  que  perpetuarán  el  renom- 
bre de  aquel  varón  insigne^  sólo  una  traigo  yo  probada, 
y  esa  no  con  la  nota  de  sobresaliente.  La  alegaré,  sin 
embargo,  como  título  á  vuestra  benevolencia,  porque 
acredita  cuando  menos,  de  parte  mía,  un  buen  deseo  de 
cumplir  la  más  importante  y  sagrada  obligación  aneja  á 
los  oficios  de  poeta  y  escritor  público  que  me  arrogué  y 
desempeño  hace  ya  veinticinco  años. — Y  con  esto  he  lle- 
gado al  tema  del  presente  discurso. 


Refiórome,  señores,  á  la  intención  moral  ízadora  que 
siempre  ha  guiado  los  cortos  vuelos  de  mi  pluma,  y  que 
de  igual  manera  deben,  á  mi  juicio,  llevar  por  delante, 
próxima  ó  remotamente,  en  todas  sus  creaciones^  cuan- 
tos desde  el  teatro ^  desde  el  libro,  desde  el  lienzo,  ó  por 
medio  de  la  triunfal  estatua,  aleccionan  y  dirigen,  hasta 
cuando  no  lo  pretenden,  á  la  sociedad  de  que  forman 
parte.  En  lo  que  á  mí  toca  (y  será  ya  lo  último  que  os 


1»     • 

diga  con  relación  á  mi  insignífícante  personalidad  lite- 
raria), vuelvo  á  declarar  que  constantemente,  en  todo  li- 
naje de  escritos,  sin  excepción  ninguna;  me  he  propues- 
to lo  que  he  considerado  (no  sé  si  con  error  6  sin  él)  útil 
á  mi  patria  y  á  mis  conciudadanos,  cuando  trataba  de 
cosas  políticas;  útil  á  la  familia  y  á  la  sociedad ,  si  ensa- 
yaba la  novela;  consolador  del  espíritu  humano,  cuando 
pulsaba  mi  pobre  arpa;  es  decir,  que  siempre  he  tenido 
por  norte  el  Bien,  tal  y  como  yo  lo  he  discernido  en  ca- 
da circunstancia j  y  que,  al  azotar  el  vicio  ó  al  ensalzar- 
la  virtud,  al  cantar  el  amor  ó  celebrar  la  hermosura, 
más  que  á  lucir  ingenio  con  primores  retóricos,  he  pro- 
pendido á  que  la  belleza  de  la  forma  sirviese  de  esmalte 
Y  gala  á  Ifi  bondad  ó  á  la  verdad  de  mis  doctrinas. 

No  ostentara  yo  como  un  timbre  tan  pobre  ejecutoria,  - 
donde  no  hay  quien  no  la  posea  en  unión  de  otros  bla- 
sones de  más  precio,  ni  viniera  hoy  á  defender  en  este 
acto  püblÍ9o,  como  tesis  litigiosa  y  materia  opinable,  lo 
que  durante  miles  de  años  ha  sido  máxima  incbncuBa, 
si  na  hubiésemos  llegado  á  tiempos  en  que  es  tal  la  fie- 
bre de  las  pasiones  y  tan  horrible  la  consiguiente  pertur- 
bación de  las  ideas,  que  ya  corre  válida  por  el  mundo, 
en  son  da  axioma  estético  y  principio  didáctico,  la  pere- 
grina especie,  nacida  en  la  delirante  Alemania,  adultera- 
da por  el  materialismo  francés  y  acogida  con  fruición  por 
el  insepulto  paganismo  italiano,  de  que  el  Arte,  inclu- 
yendo en  esta  denominación  las  Bollas  Letras,  es  inde- 
pendíente de  la  Moral:  de  que,  proscrito  el  Bien  de  los 
dominios  de  Apolo,  la  Belleza  debe  servir.de  único  tér- 
mino ideal  ó  exclusivo  objeto  de  atribución  á  los  poetas 
y  á  los  ai'tistas,  y  de  que  Bien  y  Belleza  son,  por  lo  tan- 
to, conceptos  separables.  ¡Es  decir,  que,  según  los  fla- 


76 
mantés  críticos,  cabe  que  al  espíritu  humano  le  parezca 
bello  lo  ocioso,  bello  lo  nulo,  bello  lo  indiferente,  y  has- 
ta l>ello  lo  malo,  lo  injusto,  lo  inicuo,  lo  aborrecible!-.. 
Ni  ¿tfué  sabemos?  ¡Acaso,  para  explicar  ese  dualismo  de 
juícius  y  esa  contradicción  de  fallos  en  un  solo  tribunal, 
supongan  que  el  alma  del  hombre  está,  como  si  dijéra- 
mos, dividida  en  negociados,  ajenos  é  independientes  en- 
tre sí,  de  modo  y  forma  (jue  con  un  pedazo  del  espíritu  se 
pueda  amar  lo  que  se  desprecia  ó  se  abomina  con  el  otro; 
dosconocicndo  así  los  ilusos  que  nuestra  alma,  inmate- 
rial 6  indivisible,  es  como  misterioso  sagrario  donde, 
al  calor  de  las  ideas  innatas  y  á  la  divina  luz  de  la  con- 
ciencia, se  asocian,  funden  y  armonizan  (no  sin  conti- 
nuas victorias  de  la  imaginación  sobre  los  seijtidos)  los 
varios  afectos  y  confusas  nociones  que  nos  ofrece  el  mun- 
do exterior;  con  lo  que,  tras  felices  desengaños  del  mor- 
tal orgullo,  despiértase  en  nuestro  ser  aquel  ansia  infi- 
nita do  verdad^  bondad  y  belleza  eternas  y  absolutas  que 
ha  producido  todas  las  grandes  obras  humanas,  y  que 
es,  á  un  tiempo  mismo,  vivaz  estímulo  de  la  mente,  in- 
siiciable  sed  de  justicia  en  el  corazón,  y  perpetua  melan- 
colía del  descontentadizo  sentimiento  predestinado  á  go- 
ces inmortales! 

'  No  so  me  oculta  que  ese  cisma  literario,  cuyo  grito  de 
guerra  os  tel  Arte  por  el  -4rfó>  (frase  puramente  retóri- 
ca y  de  origen  polémico,  sin  valor  alguno  científico,  y 
cuya  verdadera  fórmula  sería  <el  Arte  por  la  Belleza>)j 
surgió  en  son  de  protesta  y  refutación  contra  los  que, 
exagerando  las  legítimas  aspiraciones  de  un  excelente 
de^eo,  sostenían  que  el  Arte  no  debía  ser  más  que  una  ex- 
presión religiosa,  tan  inmediata  y  directa  como  el  culto, 
6  contra  los  que  sólo  veían  en  él  un  medio  mecánico  de 


77 

enseñanza,  á  la  manera  de  los  juguetes  que  sirven  para 
que  los  niños  aprendan  Historia;  doctrinas  ambas  inad- 
misibles en  absoluto,  por  cuanto  anulaban  nobles  y  ma- 
ravillosos registros  del  complicado  entendimiento  huma- 
no, ora  condenando  el  Arte  á  degenerar  en  un  simbolis- 
mo caprichoso,  especie  de  escritura  jeroglífica,  j  á  for- 
mar parte  del  ritual  de  cada  creencia,  ora  reduciéndolo 
á  la  condición  de  instrumento  útil,  cuyo  mérito  habría 
por  ende  de  graduarse,  no  en  el  orden  estético,  sino  con 

arreglo  á  su  eficacia  y  resultados Tero  la  verdad  es 

que,  por  mucho  error  que  hubiese  en  confundir  los  tres 
grandes  términos  de  la  actividad  humana,  subordinan- 
do íncondicionalmente  á  las  leyes  de  la  Bondad  ó  de  la 
Verdad  el  concepto  de  la  Belleza^  mayor  lo  hay,  y  más 
transcendental  y  peligroso,  en  éstos  que  proclaman  el  di- 
vorcio é  incomunicación  de  las  facultades  de  nuestro  es- 
píritu, la  negación  de  la  unidad  absoluta  de  nuestro  ser, 
la  división  de  nuestra  conciencia,  la  ambigüedad  de 
nuestro  albedrío,  el  fraccionamiento  de  nuestra  mente; 
—especie  de  cantonalisnio  cerebral,  en  que  el  Arte,  la 
Moral  y  la  Ciencia  descuartizan  y  se  distribuyen  el  san- 
grado imperio  del  alma. 

Contra  semejantes  absurdos  álxanse  juntamente  la  R- 
losofía  y  los  hechos;  y  éstas  serán  las  dos  partes  en  que 
To  divida  mis  alegaciones,  bien  que  compendiándolas 
todo  lo  posible,  á  fin  de  no  cansaros  demasiado. 


La  Filosofía  nos  enseña  que,  si  en  el  orden  metafísico 
figuran  como  distintas  las  tres  ideas  capitales  Bondad, 
Verdad  y  Belleza,  es  porque  así  se  presentan  á  nuestra 
limitada  razón^  la  cual  no  puede  reducirlas  á  un  solo 


78 
concepto.  No  puede,  no;  lo  reconozco  de  buen  grado,  A 
ser  posible  esa  reducción,  el  mundo  psicológico  se  regi- 
ría por  otras  leyes  y  la  justicia  so  fundaría  en  otras  ba- 
ses muy  diferentes  de  las  de  hoy.  Bastp  decir,  en  lo 'res- 
pectivo á  mi  propósito  {y  como  leve  indicio  de  mayores 
absurdos),  que,  ppr  resultas  de  la  aleación  de  la  Bondad  , 
con  la  Belleza,  Iqs  preceptos  estéticos  tendrían  sanción 
penal  y  la  fealdad  se  castigaría  como  delito;  cosa  que  tan 
abiertamente  pugna  con  los  dictados  de  nuestra  concien-  . 
cia,  y  que,  dicho  sea  do  paso,  rechazaron  hasta  los  mis- 
mos griegos  del  siglo  de  Pericles;  lus  cuales,  en  medio  de 
su  fanática  adoración  á  la  forma,  se  limitaron  á  penar  la 
caricatura  voluntaria.  Pero  la  distinción  no  arguye  con- 
tradicción; y  si  bien  consideramos  como  distintas  esas 
tres  ideas  supremas,  las  contemplamos  en  una  armónica- 
unidad  absoluta  donde  no  cabe  antagonismo:  afírman- 
se,  por  lo  tanto^  mutuamente,  lejos  de  contradecirse,  y 
refléjanse  unas  en  otras  como  nobles  hermanas  de  sor- 
prendente parecido;  lo  cual  explica  qiie  en  todo  espíritu 
sano  cause  igual  complacencia  la  justicia  que  la  hermo- 
sura; la  gratitud  ó  el  heroísmo  que  el  descubrimiento  de 
las  verdades  trabajosamente  inquiridas;  la  santa  caridad 
que  los  sublimes  espectáculos  de  la  Naturaleza,  resol- 
viéndose siempre  todos  estos  afectos  en  una  sola  emocióii 
de  misteriosa  dulzura,  en  aquel  llanto  del  alma  que  es  la 
mejor  ofrenda  del  entusiasmo! 

Según  tales  principios,  cuando  creemos  notar  una  con- 
tradicción entre  lo  bueno  y  lo  bello,  debe  de  ser  á  lo  su-  • 
mo  mera  apariencia  engañadora  forjada  por.  un  oculto* 
sofisma;  que  taml)ién  los  hay  en  el  campo  de  la  Estética, 
y  no  menos  perniciosos  que  los  de  la  Lógica.  Soflsina 
estático  es,  por  ejemplo,  confundir  dos  ó  más  dé  los  ór- 


*  79 

denes  en  que  la  Belleza  se  particulariza,  ó  inferir  corre- 
lata vatnente  de  semejante  confiisIÓE  una  contradicción 
entre  la  Belleza  y  la  Bondad. — Citaré  un  caso  muy  noto- 
rio de  este  paralogismo.  Víctor  Hugo  quiso  unir  la  be- 
lleza moral  á  la  deformidad  física  en  la  figura  de  Quasi- 
modo.  Nada  censurable  había  en  ello,  porque,  siendo  de 
distinto  orden  las  bellezas  física  y  moral ^  cabe  separar- 
las  — y  separadas  ¡ay!  aparecen  en  la  realidad  con 

harta  frecuencia,  bien  que  no  por  fortuna  mía  en  las  be- 
llas cuanto  bondadosas  damas  que  me  escuchan Pero 

el  sofisma  nace  cuando,  en  nombre  de  la  belleza  mora], 
Quasimodo  solicita,  no  un  afecto  moral  también ,-  que  era 
el  con'espondiente  á  su  mérito;  no  admiración ,  no  gra- 
titud, no  amistad  del  espíritu,  sino  el  amor  de  Esmeral- 
da, el  feudo  de  su  hermosura,  atjuel  carino  (digámoslo  , 
de  una  vez)  libre  y  tiránico  como  el  gusto,  en  que,  por 
disposición  divina,  tanto  puede  una  bella  cara  y  á  cuyos 
mortales  ojos  son  inseparables  alma  y  cuerpo, ^Víctor 
Hugo  se  guarda  muy  bien  de  advertirnos,  al  llegará  es- 
te  punto  de  su  obra,  que  la  belleza  moral  de  Quasimodo, 
6  sea  su  virtud^  se  había  trocado  en  una  monstruosidad 
mayor  que  la  de  su  físico  desde  el  momento  en  que  el  jo- 
robado dio  alas  á  aquella  pasión  leonina;  pero  tengo  la 
seguridad  de  que  el  gran  poeta  repararía  inmediatamen- 
te en  su  propio  contrasentido,  y  de  que,  si  pasó  adelante,  ' 
fué  por  desprecio  á  la  penetración  de  sus  lectores- 

Otro  sofisma  estético,  mucho  más  grave  sin  duda  al- 
guna, es  sobreponer  á  una  monstruosidad  moral  una  be- 
lleza verdadera  de  diferente  origen,  y  hacerlo  con  tal 
artificio  que  no  sea  fácil  descubrir  la  incongruencia, — 
Vaya  un  ejemplo:  Supongamos  que  el  Partenón  se  des- 
tinara á  guarida  de  facinerosos  (lo  cual  ocurría  efectiva- 


80 

mente  hace  pocos  años),  ó  imaginemos  que  algún  critico 
exclamase  (cosa  también  verosímil):  €¡Qué  ladronera  tan 
bella! >  ¿Habría  exactitud  en  este  juicio?  No.  El  Partenón 
no  sería  la  ladronera:  lo  serían  las  piedras  de  que  se  com- 
pone, ó  más  bien  el  espacio  entre  las  piedras  compren- 
dido. El  Partenón  seguiría  siendo  una  obra  'realmente 
bella,  fruto  de  una  inspiración  sin  igual,  estimulada  por 
los  más  nobles  sentimientos  humanos  (la  religión  y  el 
patriotismo),  mientras  que  la  tal  ladronera^  es  decir,  los 
ladrones  allí  alojados,  seguirían  siendo  feos,  aborreci- 
bles, infames,  á  pesar  de  vivir  bajo  las  puras  columna- 
tas de  un  templo  tan  grandioso. — Ahora  bien:  todas  las 
obras  artísticas  inmorales,  todas  las  inaravillas  litera- 
rias de  argumento  vil  y  frase  obscena,  son  otros  tantos 
templos  convertidos  en  albergue  de  malhechores.  Así 
anda  la  ruin  lascivia  entre  los  cincelados  versos  del  Ars 
amandiy  ó  así  habitan  la  impiedad  y  el  cinismo  en  los 
severos  moldes  de  los  exámetros  de  Lucrecio. 

Pero  admitamos  por  un  instante  que  la  Belleza  no  tie- 
ne el  valor  metafísico  que  nosotros  le  hemos  otorga- 
do.....— ¿Qué  pudiera  ser  entonces?  ¿Sería,  como  preten- 
den algunos,  el  término  exterior  incógnito  á  que  adapta 
su  actividad  lo  que  ha  solido  llamarse  sentido  estético  ó 
sexto  sentido? 

¡Ni  tan  siquiera  se  concibe  tal  conjetura!  Para  ello  se 
requeriría  que  ese  misterioso  paladar  del  alma  mostrase 
su  acción  umversalmente  uniforme,  reconociendo  y  sa- 
boreando la  Belleza  donde  y  como  quiera  que  sé  le  pre- 
sentase; y  sabido  es  que  en  nuestro  globo  no  sucede  na- 
da de  esto!  Antes  ocurre  todo  lo  contrario,  como  lo  de- 
muestra, no  ya  la  variedad,  sino  la  incompatibilidad  de 
fenómenos  que  oítece  la  raza  humana  en  materia  de 


84 

gustos,  cual  si  el  Supremo  Hacedor  hubiese  querido  evi- 
tar, entre  otras  complicaciones,  el  que  todos  los  hombres 
se  enamorasen  de  una  misma  mujer,  ó  el  que  las  pobres 
feas  lo  fuesen  por  unanimidad  de  votos, — ¿Quién,  pues,  ni 
en  virtud  de  qué  término  superior,  podría  dar  la  pauta 
de  la  Belleza,  redactar  su  código,  imponer  sus  precep- 
tos? Nadie  absolutamente.  ¡Cada  sexto  sentido  defende- 
ría su  derecho  individual  (que  decimos  ahora),  y  habría 
que  admitir  tantas  Bellezas  como  gustos,  declarando  que 
todas  eran  igualmente  legítimas  y  respetables!,,,,  Pe- 
ro ¿qué  digo?  ¡Ni  aun  el  gusto  propio  sería  regla  cons- 
tante para  cada  persona,  pues  las  delectaciones  y  las 
preferencias  varían  con  la  educación,  con  la  edad,  con 
la  costumbre  y  hasta  con  el  cambio  de  condición  y  de 
circunstancias  exteriores!  ¿No  tfemos  mudado  todos  de 
aficiones  artísticas  y  literarias  en  el  transcurso  de  nues- 
tra vida?  ¿No  hemos  cambiado  de  autores  favoritos? 
¿Quién  no  se  ha  convertido  de  romántico  en  clásico,  ó  de 
clásico  en  ecléctico?  ¿Quién  no  prefirió  en  su  loca  juven- 
tud las  novelas  de  Balzac  á  la  deManzoni,  ó  los  estrópi- 
tos  de  Verdi  á  los  suspirps  de  Stradella?  ¿Quién  no  ha 
acabado  por  inmolar  todas  las  beldades  de  Tiziano  delan- 
te del /«aú6  del  Spagnoletío?  ¿Quien  no  ha  variado  de 
opinión,  desinteresadamente,  acerca  de  si  los  ojos  ne- 
gros son  más  ó  menos  hermosos  que  los  azules,  sobre  sí 
la  hija  de  Kva  debe  ser  menuda  como  la  Venus  de  Medi- 
éis, ó  recia  como  la  Venus  de  Mi  lo,  y  hasta  respecto  de 
la  edad  y  sazón  en  que  la  mujer  reúne  mayores  en- 
cantos? 

Hay  más  en  contra  de  la  teoría  del  sentido  estético;  y 
es  que,  no  tan  sólo  no  existen  bellezas  naturales  ni  ar- 
tísticas que  imperen  simulláneamente  en  todos  los  áni- 


8'2 

mos,  ó  toda  la  vida  en  un  mismo  ánimo  (salvo  honrosas 
excepciones),  sino  que,  admitido  ese  criterio  experimen- 
tal, habría  que  dividir  el  mundo  de  la  estética  en  zonas 
dé  varios  colores,  como  los  mapas  políticos  y  geológicos, 
estableciendo  un  ideal  de  belleza  para  los  chinos,  otro 
para  los  etiopes,  otro  para  los  blancos  y  así  sucesiva- 
mente. Por  otra  parte:  la  proclamación  de  ese  oculto 
sentido  como  independiente  juez  de  la  Belleza,  reduciría 
el  Arte  á  una  lisonja  del  gusto,  ó  sea  á  la  habilidad  de 
complacer  al  que  comprase  cada  obra,  y  la  mejor  crea- 
ción, en  definitiva,  sería  aquélla  que  hubiese  agradado  al 
mayor  número;  de  donde  el  Arte  y  la  Moda  se  conceptua- 
rían como  sinónimos,  el  ingenio  se  mediría  por  circuns- 
tancias externas,  y  el  buen  gusto  bajaría  á  la  condición 
de  humor;  que  tanto  vale  la  preferencia  accidental  y  va- 
riable, libre  de  reglas  y  de  respetos.  Habría,  pues,  dic- 
taduras oligárquicas  de  maestros,  críticos  y  coleccionis- 
tas, y  los  consiguientes  motines  del  vulgo  necio  (que  de- 
cía Lope),  y  tremendas  victorias  de  esta  inmortal  espe- 
cie^ más  numerosa  en  todo  tiempo  que  la  de  los  doctos; 
con  lo  que^  suprimidas  las  Academias,  y  en  virtud  de  ún 
plebiscito  de  sentidos  estéticos,  serían  laureados  en  jus- 
ticia los  Churrigueras,  Camellas  y  Rengifos;  vióramo/ 
salir  expulsados  del  Museo  de  Pinturas  los  cuadros  que 

no  fuesen  bellos según  ejl  sufragio  universal,  y  las 

personas  bien  nacidas  tendrían  que  emigrar  á  un  desier- 
to, llevándose  sus  penates  artísticos  y  literarios,  para 
seguir  rindiéndoles  vasallaje  y  culto! 

Basta  de  semejantes  delirios.  Queda  probado  que  la 
Belleza,  desligada  de  la  Metafísica,  se  desvanece  como 
un  sueño,  y  que  el.  Arte  baja  en  seguida  al  nivel  de  un 
oficio  sin  transcendencia,  cuyo  único  mérito  podría  ser 


83 

la  imitación  servil  de  la  realidad,  no  como  medio,  sino 
como  objeto  definitivo;  de  la  propia  manera  que  vimos 
antes  que  esa  misma  Belleza,  desligada  de  la  Bondad,  es 
un  contrasentido  que  rechaza  la  lógica  y  repugna  la  con- 
ciencia, por  éuanto  implica  la  divisibilidad  del  alma  hu- 
mana.— ^Ahora,  en  confirmación  de  todo  lo  apuntado,  y 
según  también  he  prometido,  voy  á  aducir  razones  ex- 
trínsecas ó  de  hecho,  por  las  cuales  demostraré  que  nun- 
ca, en  ninguna  edad  ni  en  ningún  pueblo,  bajo  los  auspi- 
cios de  ningmia  Religión  ni  en  las  tinieblas  del  más  feroz 
ateísmo,  han  caminado  separadas  la  Bondad  y  la  Belle- 
za, ó  sea  la  Moral  y  el  Arte,  sino  que,  por  el  contrario, 
entre  las  condiciones  históricas  que  han  hecho  fiorecer 
las  Artes  y  las  Letras  en  determinados  períodos,  ha  sido 
la  principal  el  predominio  de  alguno  de  los  más  nobles 
y  elevados  sentimientos  morales,  como  la  Religión,  el 
patriotismo,  :el  amor  del  prójimo,  la  sed  de  justicia  ó  la 
ambición  de  gloria.  Y  demostrado  quedará  también  al 
paso  que,  cuando  estos  sublimes  afectos  se  entibian  ó 
apagan  en  la  sociedad  al  soplo  del  escepticismo  ó  de  la 
indiferencia,  el  Arte  padece  una  especie  de  eclipse,  por 
tal  extremo  que  si,  aun  entonces,  llega  á  producir  algu- 
nas obras,  son  más  artificiales  que  artísticas;  frutos  aca- 
démicos, hijos  del  estudio;  recuerdos  de  inspiraciones 
ajenas,  que  no  pertenecen  en  realidad  al  tiempo  en  que 
se  fabrican,  sino  á  las  edades  fecundas  que  les  proporcio- 
naron los  modelos. 


Pero  al  llegar  á  este  punto,  y  habiendo  hablado  tanto 
de  la  Belleza,  ji\sto  es  que  digamos  algo  de  la  Moral, 
antes  de  que  se  me  pregunte  (pues  hoy  se  preguntan  ya 


él 

tales  cosas)  que  entiendo  yo  por  Moi'al^  ó  á  tiuó  Moral 
me  refiero  al  presentarla  como  inseparable  amiga  del 
Arte. 

Empiezo  por  declarar  {á  cuenta  de  concesiones  que  ha- 
bré de  hacer  muy  luego)  que,  para  mí,  la  Aloral  verda- 
dera es  la  de  Jesucristo,  la  redentora  del  alma,  la  de  la 
humildad,, la  de  la  paciencia,  la  de  la  caridad,  la  del  per- 
dón de  las  injurias^  la  que  dijo:  alteri  ne  feceris  guod  ti- 
bí fkri  non  úis;  pues  \  o  creo  y  confieso  que  esa  Moral  es 
la  escrita  por  Dios  en  el  corazón  humano,  la  misma  pa- 
labra de  Dios  hecha  hombre,  la  que  nos  levanta  y  subli- 
ma sobre  el  resto  de  los  seres  creados^  la  que  vence  y 
anula  nuestra  parte  material,  la  que  despierta  y  ejerci- 
ta todas  las  fuerzas  de  nuestro  espíritu  imperecedero- — 
Sin  embargo;  como  en  esta  controversia  no  se  trata  de 
la  Moral  en  su  sentido  estricto,  ó  sea  de  ninguna  regla 
de  costumbres  que  guarde  relación  con  ijeterminados 
dogmas  religiosos,  considero  fuera  del  caso  ponerme  á 
romper  lanzas  por  mi  Fe  y  á  preconizar  sus  timbres  y 
excelencias.  No  teman,  pues,  los  enemigos  de  Jesús,  ó 
los  meros  campeones  del  Arte  por  el  Arte,  que  yo  vaya 
á  confundir  la  bondad  metafísica  con  la  ortodoxia  y  á 
fulminar  excomuniones  estéticas  sobre  la  gentilidad  y  la 
herejía,  pidiendo  que  sean  arrojados  del  Parnaso  Home- 
ro y  Virgilio,  porque  no  fueron  cristianos,  ó  Shakespea- 
re y  Goethe^  porque  no  fueron  católicos-.,..  Ventílase 
aquí  materia  más  abstracta  y  filosófica:  trátase  de  la  Mo- 
ral en  su  sentido  lato;  inquiérese  desde  un  punto  de  vista 
anterior,  ya  qué  no  superior,  á  las  leyes  positivas,  á  los 
códigos  casuísticos  y  á  las  Verdades  reveladas,  si  en  la 
India,  si  en  Egipto,  si  en  Grecia,  si  en  la  Roma  gentil, 
si  en  los  pueblos  agarenos,  si,  finalmente,  en  las  nació- 


•-r 


nes  heréticas  j  cismáticas,  lo  mismo  que  en  las  católicas  . 
puras,  los  gramies  poetas  y  artistas  se  propusieron  ó  no  * 
siempre  en  sus  inmortales,  obras,  al  par  que  traducir  á 
formas  determinadaíí  su  concepto  de  la' Belleza,  algún 
otro  fin  ulterior,  alguna  idea  que  les  paredese  útil  y  salu- 
dable, alguna  predicación,  alguna  enseñanza,  algún  con- 
suelo,  alguna  apoteosis.  Es  decir,  que,  en  esto  examen, 
para  conceder  á  un  autor  el  dictado  de  moral,  deberá 
bastamos  que  haya  tenido  intención  y  propósito  de  ser- 
lo; de  la  propia  suerte  que  llamamos  religioso  al  que 
sinceramente  profesa  una  religií5n  falsa,  sin  pararnos  á 
considerar  los  errores  que  patrocina  y  difunde  por  des- 
conocimiento de  la  Fe  verdadera. 

Sentadas  estas  premisas,  ¿quién  será  osado  á  negar 
que  todas  las  grandes  obras  literarias  y  artísticas  del  hu- 
mano ingenio  han  sido  y  son  morales  en  su  esencia,  en- 
comiásticas de  lo  bueno  y  de  lo  justo,  docentes  de  pre- 
suntas verdades,  auxiliares  en  fin  de  las  Religiones,  de 
las  Ciencias  y  de  la  Filosofía? — Creo  que  nadie  en  este  re- 
cinto; pero  bueno  será  que  ecbemos  una  rápida  ojeada 
sobre  el  campo  de  las  Bellas  Artes  y  do  las  Buenas  Le- 
tras, donde  hallaremos,' no  digo  probadas,  sino  vivas  y 
fehacientes,  mis  incontroverlibles  afirmaciones. 


Prescindir  pudiera  del  Orienlalismo  en  sus  varios  as- 
pectos (indio,  egipcio,  atirió,  hebreo  y  mahometano),  y 
muy  poco  diré  de  él,  pues  hasta  la  misma  escuela  que 
combato  reconocerá  sin  duda  alguna  el  alto  sentido  mo- 
ral, y  aun  más  que  moral,  religioso,  de  las  obras  artísti- 
cas y  literarias  de  esos  pueblos,  de  esas  razas,  de  esas  cí- 
vilñEacioaes*  Eü  sus  templos  y  en  sus  poemas,  en  mu 


86 

cuentos  como  en  sus  palacios,  predomina  siempre  la  idea 
teocrática;  el  hombre  se  anonada  ante  Dios,  sea  conteín- 
plándoloj  sea  sometiéndosele:  la  Religión  lo  absorbe  to- 
do. De  aquí  la  propensión  de  sus  artistas  y  poetas.al  mis- 
terio y  al  símbolo,  íos  arranques  líricos  de  los  semitas 
iconoclastas,  judíos  y  árabes,  las  imágenes  gigantescas 
de  losL  indioSj  las  metáforas  esculturales  de  los  egipcios 
y  las  fórmulas  abstrusas  de  los  caldeos.  Cada  ingente 
montaña  esculpida  en  forma  de  sagrado  elefante,  cada 
pirámide  ó  cada  esfinge  plantada  en  los  confines  de  los 
Desiertos,  cada  mezquita  ó  cada  alcázar  mahometano 
revestido  de  versículos  religiosos  ó  de  afiligranadas  com- 
binaciones geométricas  de  mística  alegoría,  con  exclu- 
sión de  la  forma  humana  y  de  toda  otra  imagen  de  cria- 
tura ó  cosa  perecedera,  es  un  libro  santo  que  habla  de 
la  Eternidad  y  de  Dios:  es  la  cristalización  de  la  infinita 
poesía  que  respiran  los  piadosos  versos  de  los  Vedas,  del 
Antiguo  Testamento  y  del  Corán!....  Pero  ¿á  qué  diri- 
gir tan  lejos  la  vista?  Nuestro  Palacio  de  la  Alhambra, 
mansión  destinada  al  solaz  y  lucimiento  de  una  dinastía 
de  Príncipes,  podría  pasar  por  un  templo  erigido  en 
honra  y  gloria  de  Alá.  ¡Ala  es'  grande!  dicen  mil  y  mil 
veces  los  bordados  muros:  ¡Aid  es  grande!  parece  que 
susurra  el  agua  al  caer  sonora  de  pila  en  .pila,  besando 
al  paso  la  misma  leyenda:  ¡Aid  es  grande!  repiten  los 
solitarios  ecos  de  aquellas  estancias,  nunca  perdidas  de- 
finitivamente para  los  ensueños  de  los  moros. 

Consecuencia  necesaria  de  esta  índole  invariable  de 
las  Artes  asiáticas  y  egipcias,  es  la  falta  de  equilibrio 
que  resulta  entre  la  idea  y  la  forma  de  sus  conceptos; 
desproporción  lógica  también,  por  cuanto  nace  de  la  gran 
distancia  y  diferencia  que  lá  religiosidad  de  los  Orienta- 


87 

les  establece  entre  la  naturaleza  humana  y  la  divina; 
entre  el  hombre  y  su  Creador. 

No  sucede  así  en  Orecia. — Eu  Grecia,  la  idea  divina 
se  humaniza,  ó  por  mejor  decir,  se  humana:  los  dioses  y 
los  hombres  sólo  difieren  en  grado:  ya  no  los  separa 
ningún  abismo  metafísico:  el  hombre  confina  con  el  hé- 
roe; el  héroe  es  un  semidiós;  el  semidiós  nació  de  un 
dios.  Los  dioses  son  unos  antepasados  remotos  de  los 
griegos.  El  infinito  insondable  de  4a  Divinidad  oriental 
ha  quedado  oculto  tras  las  pavorosas  tinieblas  del  Hado, 
qiie  cobijan  por  igual,  á  dioses  y  hombres,  y  en  las  cua^ 
les  únicamente  se  atreverá  á  penetrar  alguna  vez,  bien 
que  Heno  de  sublime  horror,  el  más  augusto  vate  de  la 
antigüedad  pagana,  el  padre  de  los  Trágicos,  el  inmor- 
tal Esquilo. 

Homero  representa  la  aurora  de  esta  civilización,  que 
ya  ilumina  las  cumbres,  pero  que  no  desciende  todavía 
á.los  valles.  Transportado  en  alas  de  su  genio  á  la  edad 
que  media  entre  los  hombres  y  los  dioses,  canta  los  Hé- 
roes, mezclando  la  tradición  con  la  fábula  y  la  Religión 
con  la  Historia,  Sin  embargo,  la  idea  de  Patria  está  ya 
en  germen  en  La  aliada  y  en  La  Odisea,  aunque  redu- 
cida á  la  raza  con  sus  númenes  familiares;  y,  para  com- 
placer y  aleccionar  tan  noble  sentimiento,  el  cantor  de 
Tirios  y  Troyanos  presenta  ilustres  modelos  de  grande- 
za, de  energía  y  de  abnegación,  pertenecientes  á  un 
mundo  aristocrá tico-divino,  del  cual  se  excluye  él  con 
respetuosa  humildad,  dejando  hablar  á  la  Musa.  Nada, 
pues,  más  revelador,  más  docente,  más  edificante  en 
aquellos  días,  que  estas  descomunales  epopeyas,  donde 
el  valor  guerrero,  la  fuerza  y  la  hermosura  son  como 
atributos  ingénitos  del  bien  moral,  y  donde  la  miseri- 


cordiaj  con  la  faz  bafiada  en  lágrimas,  es  uno  de  los  as- 
pectos del  heroísmo- 

Algunos  siglos  después  aparece  Tírteo,  y  luego  Rn- 
daro,  decoro  ambos  de  la  humana  especie  (sobre  todo 
TirteOj  que  tan  amable  y  apetecible  supo  hacer  la  muer- 
te por  la  patria)^  y,  con  sus  odas  ó  himnos  nacionales, 
aplican  los  sentimientos  homéricos  á  la  política  y  á  la 
guerra.  Ellos,  y  los  trágicos  Sófocles  y  Eurí pedes  (me- 
nos  grandiosos  é  inspirados,  pero  más  filosóficos  y  te- 
rrestres que  el  viejo  Esquilo),  trajeron,  reflexivamente 
ya  y  á  sabiendas,  las  ideas  morales  al  campo  de  la  poe- 
sía, como  elementos  in3eparables  de  la  Belleza,  y  can- 
taron ó  representaron  en  sus  obras  la  Religión,  Ja  Pa- 
Via,  la  Fan^lia.  Es  decir,  que  aquellos  grandes  maes- 
tros de  la  Forma,  los  patríarjcas  del  clasicismo,  lejos  de 
rendir  al  Arte  la  idolátrica  adoración  que  suponen  los 
modernos  paganos,  lo  consideraban  como  una  especie 
de  culto  rendido  á  ideas  y  conceptos  del  orden  morq^K 
Si  alguien  lo  duda,  recuerde  las  tragedias  de  los  tres  co- 
losos mencionados,  ó  las  comedias  del  acerbo  Aristófa- 
nes, terror  del  corrompido  Demo.^  ateniense,  y  verá  en 
todas  ellas  exaltada  la  virtud,  befado  el  vicio,  odioso  el 
pecado,  solvente  al  pecador  (ya  en  los  días  de  su  vida, 
ya  en  su  descendencia),  y,  dominando  sobre  todos  los 
esplendores  mundanales,  el  poder  eterno  del  Destino. 

Pero  ya  me  parece  estar  oyendo  el  argumento-aqui- 
les  de  los  partidarios  de  el  Arte  por  el  Arte. — «¿Y  las  Ve- 
nus griegas?  (exclamarán  enfáticamente):  ¿no  son  bellas 
también?  ¿no  son  artísticas?  ¿no  lo  proclama  así  todo  el 
orbe?  ¿no  están  expuestas  hoy  naismo  á  la  admiración 
pública  en  los  Museos  más  insignes  de  la  Cristiandad, 
principiando  por  el  del  Vaticano?  Y  ¿qué  mérito  moral 


89       . 

podrá  atribuirse  á  tales  portentos  de  belleza?  ¿qué  senti- 
do filosófico?  ¿qué  tendencia  civilizadora?  ¿qué  fin  plau- 
síble,  ó  tan  siquiera  honesto  y  deGente?> — «¡Ninguno!» 
concluirán  los  fanáticos  de  la  forma,  tratando  de  hacer- 
nos creer  que  las  Venus  labradas  por  el  cincel  griego 
son  la  apoteosis  de  la  perfección  puramente  física,  la 
Belleza  divorciada  de  la  Bondad,  el  impudor  en  triunfo, 
la  desnudez  divinizando  el  pecado,  una  reproducci(Jn 
constante  de  la  célebre  defensa  de  Prine,  la  derrota,  en 
fin,  de  la  Moral  ante  el  poder  de  la  Hermosura!-.. 

Séanie  lícito  replicar  con  algún,  detenimiento  á  esta 
objeción,  tan  formidable  en  apariencia.. 

Ya  lo  dije  hace  poco:  para  los  Griegos,  la  perfección 
humana  llegaba  siempre  á  confundirse  con  la  realidad 
divina:  lo  terreno  y  lo  olímpico  (ó  sea  lo  temporal  y  lo 
.  eterno,  que  diríamos  hoy)  sumábanse  en  su  imaginación 
como  cantidades  homogéneas,  y  de  aquí  el  carácter  esen- 
cial de  sus  armónicas  Artes,  basadas  en  un  perpetuo 
.  equilibrio  entre  la  inteligencia  y  la  fuerza,'  entre  el  es- 
píritu y  la  materia,  entre  la  idea  y  la  forma.  La  Belleza 
era  allí,  por  lo  tanto,  distintivo  de  Santidad;  y  Venus, 
arquetipo  de  la  hermosura  femenina,  y,  como  tal,  ma- 
dre del  Amor,  figuraba  en  aquella  religión  politeísta  en- 
tre las  Deidades  Mayores,  no  ciertamente  en  cuanto  bel- 
dad individual,  presentada  á  la  concupiscencia  de  los 
sentidos,  sino  en  cuanto  beldad  simbólica  y  místico  de- 
chado de  providencíales  gracias;  como  numen  propicio 
á  la  eterna  Ley  que  es  fuente  de  la  vida;  Qomo  la  Flora, 
como  la  Pomona,  como  la  Amaltea  del  linaje  humano. 

Así  lo  ha  comprendido  la  austera  civilización  emana- 
da del  Evangelio,  y  por  eso  ha  considerado  castas,  espi- 
rituales y  hasta  religiosas,  dado  el  criterio  de  la  Genti- 


*9 

lidad,  es^  d^ndeces  de  ideaks  abstractos  que  luego 
p&produjo  el  pincel  cfistiano  para  represoitar  á  iuie&- 
tra  madre  ETa,  Pero  no  lo  dadéís:  tan  pronto  como  ta- 
les figuras  trocaran  ^n  impersonalidad  drdna  pcH*  ona 
personalidad  terrena;  tan  pronto  como  de  conceptos  ge- 
néricos tejasen  á  ser  meros  retratos  de  ai  respectiro 
original,  sin  ningnna  especie  de  rignificación  sagrada* 
Ja  inverecundia  del  modelo  se  reflejaría  en  la  obra  de 
arte,  la  inmoralidad  de  la  mujer  transcendería  á  la  es- 
tatua, suWevaríase  la  conciencia  publica  contra  seme- 
jante ^cándalo,  y^  por  acabada  qne  fiíeae  la  efigie  y  cé- 
*  lebre  su  autor,  habría  que  esctinderla  en  uno  de  esos  ca- 
labozos de  infamia  que  se  llaman  museos  secretos^  como 
se  aprisiona  á  mujeres  hermosísimas  ó  á  hombres  de  re- 
conocida ciencia  cuando  se  ponen  en  abierta  pugna  con 
los  fundamentos  sociales, 

Ki  ¿qué  mayor  demostración  de  mi  aserto  que  este 
otro  hecho  elocuentísimo?  Cuanto  más  completa  es  la 
desnudez  griega,  más  noble  y  pura  se  ofinece  á  nuestra 
veneración.  Cualquier  accesorio  atenuante,  relacionado 
con  necesidades  ó  escrúpulo?  lerresípes,  rebaja  la  digni- 
dad y  ofende  el  decoro  de  la  belleza  olímpica.  La  Vemis 
de  Médicis  está  reputada  como  la  más  púdica,  inmate- 
rial y  candorosa  creación  del  Arle  helénico,  por  lo  mis- 
mo que  su  desnudez  es  absoluta:  ¡nadie  ve  en  ella  á  la 
mujer:  todo  el  mundo  ve  á  la  diosa!— No  justifican,  pues, 
las  estatuas  gentílicas  en  los  Museos  cristianos  la  inicua 
absolución  de  Frine:  no  representan  el  triunfo  de  la  Her- 
mosura sobre  la  Moral;  no  arguyen  nada  en  íavor  de  el 
Arte  por  el  Arte.  Al  contrario:  prueban  que  el  idealismo 
puede  llegar  en  el  hombre  hasta  el  punto  de  convertir 
en  devoción  mística  el  amor  terreno;  simbolizan  la 


&1 

unión  hipostática  de  la  Bondad  y  la  Belleza;  y,  en  fin, 
señores,  traen  á  la  memoria,  ya  que  de  Frine  hablamos, 
que,  si  un  Tribunal  indigno  prevaricó  cínicamente  y  la 
absolvió  al  verla  desnuda,  el  Senado,  en  compensación, 
no  admitió  el  insolente  ofrecimiento  de  la  misma  corte-  ' 
sana  de  reedificar  á  su  costa  la  ciudad  de  Tebas, 

Nada  más  diré  acerca  de  los  Griegos,  considerados 
dentro  de  su  patria Guando  la  fe  se  entibió  en  aque- 
lla sociedad,  el  Arte  perdió  su  savia  divina  y  dejó  de  ser 
ministerio  santo,  para  convertirse  en  parodia  de  si  pro- 
pio y  simulacro  de  la  ausente  inspiración  del  alma 

—Huyamos  también  nosotros  de  este  pueblo  moribundo, 
y  trasladémonos  á  Roma, 

Los  Romanos  tenían  dioses  de  igual  naturaleza  que  los 
Griegos;  pero  dioses  sin  historia  y  más  separados  ya  del 
hombre-  En  cambio,  habían  colocado  casi  á  la  misma 
altura  que  la  santidad  de  aquellos  númenes  la  santidad 
de  la  Patria,  la  santidad  de  la  Familia,  la  santidad  del 
Hogar,  la  veneración  délos  Antepasados, la  religión  déla 
Justicia  y  del  Derecho,  y,  como  consecuencia,  la  igual- 
dad entre  pares,  la  dignidad  respectiva  en  cada  orden  y 
el  respeto  jerárquico  entre  todos.  Bste  conjunto  de  de- 
vociones religiosas,  morales  y  políticas,  que  da  á  cono- 
cer en  los  Romanos  un  carácter  más  práctico  y  menos 
contemplativo  que  el  griego,  requería  una  finalidad  más 
declarada  en  el  Arte,  como,  en  efecto,  la  muestran  los 
monumentos  útiles  ó  remuneratorios,  las  ceremonias  y 
oraciones  fúnebres  y  aun  la  literatura  histórica  y  didác- 
tica, que  casi  puede  decirse  precede  en  Roma  á  la  poe- 
sía.— Por  otro  lado:  si  la  ciencia  pura  extinguió  muy 
luego  en  el  Lacio  la  fe  religiosa,  como  ya  la  había  ex- 
tinguido en  Grecia,  no  pudo  secar  las  fuentes  do  donde 


92  •  ■     • 

esa  fe  dimana  y  de  donde  proceden  al  mismo  tiempo  los 
dictados  de  la  Moral;  prueba  clarísima  de  que  el  hombre 
es  algo  más  que  el  instrumento  dialéctico  de  que  la  Cien- 
cia se  vale.  Aconteció,'  por  consigfuiente,  que,  mientras 
•  la  plebe  romaiía  llenaba  el  vació  de  la  fe  con  las  supers- 
ticiones más  extravagantes,  la  Filosofía,  incurriendo  á 
su  modo^  en  idéntica  contradicción,-  buscó  en  las  dispu- 
tas  de  los  decaídos  griegos  doctrinas  y  fórmulas  conven- 
cionales con  (jue  Uenar  el  vacío  tie  la  Ciencia.  * 

Dos  eran  entonces  las  escuelas  morales  predominan- 
tes allende  el  Adriático:  la  estoica  y  la  epicúrea. 

Predicaban  los  Estoicos  una  virtud  austera  y  desdeño- 
sa, sin  origen  ni  esperanza;  un-  amor  incondicional  al 
bien  sin  dilucidar  su  naturaleza;  una  moral,  en  suma,  in-  • 
flexible  y  huérfana  como  el  Acaso;  grande  en  su  desola- 
ción por  su  desinterés,  pero  sin  entrañas  ni  consuelo  pa- 
ra los  débiles. — El  español  Séneca  fué  en  Roma  la  más 
egregia  personificación  de  esta  filosofía,  no  sólo  en  las 
esferas  del  saber,  sino  en  el  cultivadísimo  campo  de  las 
Letras,  y  su  noble  entendimiento .  llegó  á  deducir  de 
aquellos  ásperos  principios  máximas  tan  saludables  y  pu- 
ras, qiie  hasta  los  Padres  de  la  Iglesia  cristiana  las  invo- 
can y  recomiendan  en  sus  santos  .libros,  no  faltando., 
quien  asegure  que  el  mismo  San  Pablo  solía  decir  en  ala- 
banza del  sabio  cordobés:  ¡Senecam  nostruml 

Los  Epicúreos  considerabatn  la  vida  como  una  carga, 
y  querían  hacerla  más  llevadera  aceptando  lo  que  tiene 
de  gr^ito  y  suavizando  con  la  sobriedad  el  contraste  cut 
tre  penas  y  placeres.  Doctrina  tan  flexible  degeneró  en 
un  sensualismo  reflnado  y  muchas  veces  grosero,  cuyos 
cantores  más  célebres,  y  también  más  dignos  de  lástima, 
fueron  Lucrecio  y  Ovidio.-^El  suicidio  de  Lucrecio  revé- 


■▼^ 


.  93 

ló  al  cabo  la  consecuencia  lógica  de  tales  premisa  Sj  así 
como  la  sinceridad  de  sus  opiniones*  ¡No  se  calificará, 
pues,  su  famoso  y  malhadado  poema  (De  rerum  natura) 
de  mero  alarde  retórico  ó  de  lucubración  indiferente  á 
la  Éticaí  Á  mayor  abundamiento:  en  el  fondo  de  esta 
obra  impía,  se  oye  siempre  un  grito  impremeditado  de 
la  conciencia  que  vuelve  por  la  Moral,  y  hasta  cuando, 
partiendo  del  error,  el  mísero  vate  la  ofende  y  contra- 
dice, muéstrase  animado  de  un  afán  de  enseñanza  y  de 
reforma  que  nada  tiene  que  ver  con  el  Arte  por  el  Arte. 
En  cuanto  á  Ovidio,  los  hechos  hablan  todavía  con 
mayor  elocuencia. — Ovidio  rebajó  el  epicurismo  hasta  el 
fango  de  las  brutalidades  cínicas,  salva  la  elegancia  ex- 
terior de  su  persona  y  de  sus  cantos,  y  con  todo  ello 
(¡triste  es  decirlo!)  fue  el  poeta  más  popular  de  la  per- 
vertida Roma.  Irreverente,  corruptor  y  sentimental, 
trató  como  materia  de  entretenimiento  la  leyenda  reli- 
giosa y  prostituyó  vilmente  la  poesía.  Pero  ya  lo  indica- 
mos en  sazón  oportuna:  semejantes  obras  pertenecen  al 
orean  de  Tos  pecados:  la  delectación  que  producen  á  los 
viciosos  es  ilícita;  como  ilícita,  tienen  que  saborearla 
clandestinamente,  y  nadie  se  atreverá  á  pretender  que 
lo  que  no  puede  ser  público,  sea  considerado  como  ar- 
tístico! Lo  contrarío  equivaldría  á  pedir,  no  ya  un  Arte 
indiferente  al  Bien,  no  ya  ua  Arte  sin  virtud,  sino  un 

Arte  criminal  por  derecho  propio ¡Oh,  no!  El  Arte, 

para  merecer  tan  noble  dicíado,  necesita  el  aplauso  co- 
lectivo, la  sanción  de  la  humanidad^  la  gloria  pública, 
la  luz  del  cielo!^ — Dicho  sea  en  honor  de  la  antigua  Ro- 
ma, las  obras  obscenas  de  Ovidio  fueron  juzgadeÉs,  no  so- 
lamente como  pecados,  sino  como  delitos,  y  la  ley  social, 
la  vindicta  püblícaj  la  ira  del  Cósar^^  desterró  para  siem- 


61 
pro  lid  mundo  civiliEado  al  licencioso  cantor,  sin  consi- 
tleración  alguna  á  la  pretendida  independencia  del  Arte 
y  do  la  Moral,  Eníouees  el  infeliz  expatriado  renegó 
tambion  de  prineiino  tan  Innoble;  rindió  homenaje  á  la 
virtud  OH  sus  desgarradoras  elegías  de  Z>»  Tristes  y  De 
ÍVirt 'a,  y,  aleando  tales  méritos,  aunque  sin  reec»ger  el 
fruta  en  vida,  pidió  á  la  sociedad  misericordia. — ;0:or- 
|nK^mi>ísela! 

Horacio,  por  má^  <iw  también  fuese  epicúreo,  coná- 
den^  la  BelU'ia  eomo  lo^  estoicos  la  Virtud;  r  tan  elera- 
do  coíixx*pío  tuvo  del  Are.  que,  solo  á  imp^ulsos  de  el.  y 
<omo  OA^  de  buen  ¿rasÍL\  ñié  cc^nstantemente  tlítsu  j 
titivhas  Twes  ffioralir^  en  sas  inmoriales  Tersos.  Creo 
q^  á  Horacio  pueoe  ¿encminarse  ¿í  CatS^n  d^  ¿sr  ^:»-  ^ 
V  et  .Vnk-Píw  áe  li  k:m^i^7.  <G>rrei¿:ir  délcíz£Jiío>  «m 
saa  airis».  y  en  oí»  ¡iiirtr  exel^t^ia:  <0  'ij%e  t-C^j ^^fime^ 
fH"4  v>*f  ^^ií5,^*/;>  ♦A.O  ¿  I.-í,>  Per  «*o  OíMLjtfi.  izt  ii:ie?:o 
íieji&riio  T  iccií:^  éa  ^  I*rr:íi>  latirías,  y  ::jé  ¿  T»:»e:a 

^•|iX':K  rrif,  ^-^jcn:  T-fí^^w  ü:  ->~:7^  fx^T.'.T.f.To:  :r:'iiúj.u!5- 
háíujL  btx*ci;  wc¿r^  ¿  iLmii:  iifuriLirc^  í  ii£¿tiiiir-aai  y 


95 

tan  tes  para  sostener  una  tiranía  dignada  su  grandeza.  El 
mundo  entero  pesaba  sobre  Roma,  y  Augusto,  sintiendo 
la  necesidad  de  afirmar  las  bases  del  naciente  Imperio, 
produjo  una  súbita  reacción  religiosa,  artificial  entre  los 
patricios  y  los  artistas,  pero  real  y  efectiva  entre  la  ple- 
be.— Un  poeta  provinciano,  *á  cuya  casa  habían  llegado 
los  horrores  de  las  guerras  civiles  y  no  los  placeres  de 
las  últimas  orgías  republicanas,  una  especie  de  Trajano 
de  la  Poesía,  fue  el  cantor  natural  de  aquella  Restaura- 
ción. Virgilio  ensalzó  la  Paz,  el  Trabajo  y  la  Patria,  pre- 
sentando esta  patria  sobre  el  fondo  de  oro  de  la  Religión. 
La  Paz,  sí,  la  dulce  paz  de  los  campos  es  la  musa  de  Las 
Bucólicas:  es  el  Trabajo  el  próvido  numen  de  Las  Geór- 
gicas; y  la  Patria  y  la  Religión  son  las  nobles  inspirado- 
ras de  La  Eneida.  Canta  el  poeta  mantuano,  no  al  coló- 
rico  Aquilas,  sino  al  piadoso  Eneas,  personaje  religioso 
que  peregiina  con  sus  Dioses  buscando  un  abrigo  donde 
restaurar  la  perdida  patria;  y  he  aquí  por  qué  este  hé- 
roe, extraño  al  mundo  gentil,  da  á  los  versos  de  aquel 
poema  un  sabor  tan  grato  á  la  Cristiandad  como  en  su 
esfera  respectiva  lo  fué  el  carácter  de  Trajano. 

Dibujada  así  la  figura  de  Virgilio  á  la  luz  de  su  propia 
gloria,  demostrado  queda  también  que  su  testimonio 
habla  en  favor  de  mi  digna  causa.  Sigo,  pues,  adelante 
con  renovado  aliento,  como  quien  ve  próxima  la  feliz 
terminación  de  su  viaje;  que  ya  clarea,  tras  la  noche  del 
muerto  paganismo,  la  aurora  de  la  Religión  Cristiana, 
y  pronto  sus  vivos  resplandores  alumbrarán  el  gran 
triunfo  del  alma  sobre  el  cuerpo  y  de  la  Moral  sobre  la 
idolatría- 

La  decadencia  del  mundo  clásico  era  irremediable.  Ni 
la  tentativa  de  Augusto  ni  otras  que  se  siguieron  basta- 


96 

ron  á  vigorizar  la  antigua  fe,  escarnecida  y  desaatoriza- 
da  en  la  Ciencia,  en  el  Arte  y  en  las  costumbres.  La  in- 
teresada hipocresía  y  la  grave  Razón  de  Estado,  que 
mantenían  como  galvanizado  á  Júpiter  en  Ic^  solitarios 
templos  cuando  ya  había  fallecido  en  las  conciencias,  no 
engañaban  realmente  á  nadie,  ni  tan  siquiera  á  la  sen- 
cilla plebe,  y  pronto  vióse  que  todos  los  espíritus  ánce- 
ros  comenzaban  á  abrazar  la  Religión  del  porvenir,  el 
Cristianismo. — Poderoso  auxiliar  de  esta  crisis  suprema 
había  sido  Luciano  de  Samosata,  gri^o  injerto  en  lati- 
no, cuya  impía  y  sarcásíica  voz  tanto  daño  hiciera  á  los 
teólogos  y  filósofos  gentiles,  acusándolos  de  hipccritas  y 
falsarios,  y  predicando  la  virtud  por  la  virtud,  tal  como 
aquel  pagano  la  entendía;  pero  ni  de  él,  ni  del  herc»ioo  y 
sublime  JuvenaK  que  tamtiién  hal»ía  fustigado  valerosa- 
mente con  sus  inmortales  versos  á  la  corromjiia  Roma, 
ai  de  Marvñal.  Fia  uto  y  Terencio  y  otros  cense-res  de  las 
publicas  ccts:unibres  necesito  hacer  deten:  ia  menoic'n; 
pues  á  lUiüe  s^e  ccul:a  q-.ie  la  Sátira,  en  í^»i:*s  scs  aspe^- 
ío^  ick  iiii:si:o  en  la  o.-niecia  que  en  el  üir:».  I  j  mismo 
t^n  ti  jdSíj-iiz  an.r.:r:'3  <ne  en  la  oanc:  ":u  iiriilir,  es  v 
zy  rcr^ir  zifz.is  le  ser  ziiraliíaiora  an.fs  que  aruscoa, 
ccmo  qur  :i-rze  p»:r  musa  el  lien  y  p:r  ci;«r:o  ce  sus  iras 
tfl  tí-^íc* 

;Rrscir*rn.:s,  seirr^s!  Hfz::s  :>^aÍ:  i  I-.rs  -i^iii-os 

'rT.sujLu:ís:  -rs  i«e:ir«  i-rrii.  s  lliciii:  i  rufsurrs   ::  >s^  con 

-•:  ri^e  nn  '.j_:f  i  r¿if*ie  iir^e  T«:r  -.ilsí  tcmizjíii*  De  a«:pii 

«j^  11^  «I7'.~  t:o:s  i»fT«:uirjLZ.  olinn»¿ii":c  en  rii  UL^:r.  v 

'^-S' — Zii  r>:  .::  ;  rii-z  ue^ri  ^if  ::«ii  li  CLTÜira- 

i.c:  iiu  >f  ?cL  '^tl:  Icisi:':  ::i  tS^tU'/ía  ri  rvLidL'L>  Leí  es- 
i-^-"-  ^--í^  ^  í-cu-xi^  ^jie  rcn-frí  -:  xujíiir  ea  cs.:e 


97 

punto  á  lo  que  sabe  el  más  ignorantej  á  lo  que  palpita  en 
su  corazón,  á  lo  que  brilla  en  el  santuario  de  su  alma?  Y 
Bi  de  tal  modo  han  pensado  y  sentido  universalmente  los 
cristianos,  ¿qúó  no  habrán  expresado  en  sus  obras  los 
poetas  y  los  artistas? 

Diez  lentos  siglos,  los  diez  siglos  de  la  Edad  Media, 
pasan  ante  nuestra  imaginación  como,  i^i  solo  éxtasis  de 
los  pueblos  redimidos  por  Jesús — «¡Hierro  y  tinie- 
blas por  doquier !....>  Es  cierto:  hierro  y  tinieblas  cu- 
brían la  haz  de  la  transfigurada  Europa Pero  en  las 

entrañas  de  aquellas  tinieblas  residía  lo  infinito.  ¡Y  qué 
relámpagos  tan  deslumbradores  salen  de  aquel  caos!.... 
— Prescindo  de  la  predicación  de  la  Ley  de  Gracia;  pres- 
cindo (aunque,  por  la  forma  artística  de  sus  escritos,  pu- 
dieran servir,  si  no  han  servido,  de  modelo  á  la  poesía 
moderna)  de  las  sublimes  obras  de  los  Santos  Padres; 
prescindo  también  de  los  Poemas  y  de  los  Códigos  que  se 
escribían,  en  el  nombre  de  Dios  Omnipotente,  al  parque 
se  realizaban  aquellos  otros  poemas  en  acción  llamados 
las  Cruzadas,  la  Guerra  hispano-árabe  de  los  Siete  siglos 
y  el  Descubrimiento  de  América,  gloriosísimos  empeños 
todos,  que  formaron  de  consuno  las  Lenguas  con  que  hoy 
se  infiere  agravio  á  aquella  Edad,  y  los  pueblos  y  Esta- 
dos que  ya  reniegan  de  sus  fundadores — Sólo  habla- 
ré de  dos  obras  'magistrales,  esencialmente  literaria  la 
una  y  esencialmente  artística  la  otra:  sólo  hablaré  de 
un  poeta  y  de  un  pintor  que  resumen  el  espíritu  román- 
tico y  religioso  de*  la  Edad  Media,  y  que  parecen  el  alma 
de  aquellas  Catedrales  góticas  donde  la  piedra  se  espiri-» 
íoaliza  hasta  desvanecerse  en  la  idealidad  del  concepto 

puro:  sólo  hablaré  de  Dante  y  de  Beato  Angélico 

¡Nadie  había  expresado  hasta  entonces  con  la  lira  ó  con 


98 

el  pincel  sentimientos  tan  místicos,  tan  elevados,  tan  in- 
materiales como  loi?  de  esos  dos  ascetas  de  la  forma! 
¡Nadie  \os  ha  expresado  después,  como  no  sean  algunos 
genios  contemplativos  de  nuestra  patria!  Pues  bien,  se- 
ñores: no  la  adoración  del  Arte,  sino  la  sed  de  justicia  y 
el  amor  del  Cielo,  inspiraron  aquellas  inefables  visiones 
de  La  Divina  Cor(tedia  y  del  cuadro  de  La  Anundación^ 
seráficos  ensueños  del  alma,  milagros  de  la  fe,  revela- 
ciones de  lo  infinito,  que  bastan  á  caracterizar  las  Artes 
y  las  Letras  de  las  diez  cei^turias  que  mediaron  ^ntre  la 
caída  del  Imperio  de  Occidente  y  los  días  del  Renaci- 
miento. 

¡El  Renacimiento! — Sabía  de  antemano  que  esta  fecha 
crítica  de  la  civilización  de  Europa  era  otra  de  las  posi- 
ciones estratégicas  en  que  podían  aguardarme  los  parti- 
darios de  la  libertad  de  pecar  de  las  Musas;  pero  ya  ob- 
servaríais más  atrás  que  me  apercibí  á  tiempo  contra 
semejante  emboscada.  Me  limitaré,  pues,  á  decir,  apo- 
yándome en  axiomas  anteriormente  establecidos,  que 
aquel  decantado  Renacimiento,  independiente  de  los 
ideales  contemporáneos,  no  tuvo  vida  propia.  Con  todo 
su  esplendor  y  magnificencia,  que  yo  no  le  disputo,  fué 
en  substancia  una  falsificación  de  sentimientos  ajenos,  un 
anacronismo  voluntario,  una  primavera  artificial.  Sus 
flores  habían  abierto,  no  al  influjo  del  sol,  siho  de  las  es- 
tufas de  las  Academias.  El  artista  no  buscaba  la  foíma 
en  su  inspiración,  sino  excavando  en  las  ruinas  de  los, 
edificios  paganos. ,  No  se  discurría,  se  calcaba.  Dejó  de 
haber  modelos  vivos:  la  Antigüedad  lo  daba  todo  hecho. 
Debajo  de  la  túnica  de  María  se  vislumbraba  el  cadáver 
de  Niobe.  La  Muerte  servía  de  maniquí.— Pues,  aun  así 
y  todo  (¡oh  desencanto  para  los  materialistas  del  Arte!), 


99 

no  hay  obra  alguna  de  acpiellos  tiempos  que  no  abogue 
eu  favor  de  mi  tesis.  Todas  encierran  un  fin  moral,  ora 
cristiano,  ora  gentil.  En  el  primer  caso,  sus  autores  ha- 
bían procedido  como  artistas;  en  el  segundo,  como  eru- 
ditos, Pero  ello  es  qxie  ni  uno  solo  dejó  de  pedir  inspira- 
ción á  la  fe  propia  ó  á  la  extraña  para  que  su  engendro 
no  careciese  de  naturaleza  moral  •  Apelo  á  todas  las  obras 
de  Vinci,  de  Rafael  y  de  Miguel  Ángel,  titanes  de  aque- 
lla revolución,  y  al  Tasso  y  al  Arios to,  que  la  represen- 
tan en  la  Literatura. 

¿Y  después?  ¿qué  ha  sido  de  las  Letras?  ¿qué  ha  sido  de 
las  Artes?'¿Han  renegado  en  algún  pueblo  del  ideal  ge- 
neroso que  las  produjo,  para  convertirse  en  idólatras  de 
sí  mismas?  Veámoslo  rapidísimamente,  , 

De  España  no  teügo  que  hablar,  Aqui,  por  la  miseri- 
cordia de  Dios,  no  ha  habido  nunca  el  menor  asomo  de 
idolatría  para  las  obras  humanas.  Ésta  es  la  tierra  de  los 
enamorados,  pero  no  idólatras  de  la  hermosura;  de  los 
paladines  del  honor;  de  los  mártires  de  la  patria;  de  los 
soldados  de  Jesús;  de  los  siervos  de  María,  Aquí  no  seta 
concebido  jamás  eso  de  el  Arie  por  el  Arte^  sino  el  Arte 
por  la  devoción,  el  arte  por  el  amor,  el  arte  por  los  cui- 
dados del  alma,  É^ta  es  la  tierra  de  los  llamados  soña- 
dores, de  los  ascetas,  de  los  héroes,  de  los  hidalgos,  de 
los  Quijotes  de  la  Historia;  es  decir,  la  tierra  de  la  fe  in- 
condicional, de  los  afectos  absolutos,  de  los  sacrificios 
sin  límites,  de  los  ideales  sobrehumanos,  donde  plugo  al 
Cielo  que  naciesen,  no  sólo  andantes  caballeros,  sino 
también  esos  Hércules  de  la  caridad  que  se  llaman  San 
Juan  de  Dios  ó  D,  Miguel  de  Manara.  Aquí  la  poesía  lí- 
rica tiene  por  maestros  á  Berceo,  Alfonso  X,  Juan  de 
Mena,  Jorge  Manrique,  San  Juan  de  la  Cruz  y  Fr.  Luís 


400 

de  León,  cantores  de  la  muerte  y  de  la  inmortalidad,  que 
no  concibieron  más  bien  que  el  que  es  Bien  Sumo.  Ésta 
es  la  tierra  clásica  del  amor  desinteresado  y  de  la  difi- 
cultosa teología  para  los  casos  de  honra;  la  tierra  de  los 
caballeros  y  devotos  de  Calderón,  de  las  nobles  mujeres 
de  Lope  de  Vega  y  de  los  desfacedores  de  agravios  del 
inmortal  Cervantes.  Aquí  todos  han  escrito  creyendo, 
enseñando,  criticando,  moralizando,  poniendo  en  lucha 
el  deber  y  la  pasión,  la  Moral  y  el  deseo,  el  bien  y  el 
mal,  para  adjudicar  el  premio  á  la  virtud  y  someter  los 
apetitos  al  imperio  de  la  conciencia.  Nuestras  envidia- 
das pinturas  llevan  los  nombres  de  Murillo,  Ribera,  Zur- 
barán,  Alonso  Cano,  Juanes,  Morales,  Claudio  Coello..... 
para  quienes  el  caballete  no  fué  más  que  un  altar  en  que 
quemaron  la  mirra  y  el  incienso  de  su  inspirabión....; — 
El  mismo  Velázquez,  el  pintor  realista  (como  se  dice 
ahora),  es  todo  filosofía,  todo  moralidad,  todo  devoción, 
cuando  rompe  los  estrechos  límites  del  retrato  ó  del  en- 
cargo.— Y,  en  punto  á  escultores,  puede  decirse  que,  si 
por  acaso  los  tuvimos,  sólo  labraron  la  piedra  ó  tallaron 
la  madéta  para  representar  á  Cristo  y  á  sus  Mártires. 
¡Nunca  fué  su  empeño  hacer  un  ídolo  del  cuerpo  hu- 
mano! Antes  pusieron  todo  su  afán  en  espiritualizar  la 
materia. 

Pero  me  abruma  y  me  sofoca  la  multitud  de  pruebas 
que  acuden  á  mi  imaginación  en  apoyo  de  lo  evidente, 
de  lo  inconcuso.  Acabaré,  pues,  por  lo  tocante  á  España, 
citando  de  nuevo  la  obra  más  admirable  del  ingenio  na- 
cional y  también  del  ingenio  humano.— ¿Qué  es  el  Don 
Quijote?  ¿Qué  significa  para  la  Moral  esa  creación  ma- 
ravillosa, tan  venerada  en  toda  la  tierra?  ¿Es  meramen- 
te, como  algunos  dicen,  una  sátira  contra  los  Libros  de 


m 

Caballerías,  que  Genrantes  consideraba  dañosos  á  las 
buenas  costumbres,  y  acaso,  acaso,  una  caricatura  del 
espíritu  aventurero  de  los  políticos  españoles,  personi- 
ficados en  Alonso  Quijada?  ¡Pues  ya  tenemos  aquí  el  fin 
útil  de  la  grande  obra! — ¿Es,  por  el  contrario,  y  como 
yo  creo,  una  sátira  contra  el  egoísmo,  contra  la  injus- 
ticia, contra  la  ingratitud,  contra  la  grosería  del  vulgo 
alto  y  bajo,  y  contra  el  escarnio  que  hace  y  mala  cuenta 
que  suele  dar  de  aquellos  generosos  paladines  que  se 
aventuran  á  luchar  y  sufrir  por  el  prójimo?  ¡Ah,  señores! 
En  tal  caso,  ¡que  desagravio  de  la  Moral!  ¡qué  alegoría 
tan  bella  y  tan  consoladora!  ¡cómo  se  ufana  el  bueno  de 
padecer  persecuciones  por  la  justicia!  ¡cómo  bendice  el 
poeta  los  molinos  de  viento  de  sus  ilusiones!  ¡cómo  se 
reconcilia  el  mártir  con  la  Dulcinea  de  su  esperanza! 
¡qué  grotesco  y  odioso  ha  resultado  el  materialismo!  ¡qué 
grande  y  benemérito  aquel  noble  demente!  ¡cuan  ex- 
celsa y  amable  su  poesía!  ¡que  vil  la  i)rosa  de  Sancho 
Panza! 

Tal  es  á,mi  juicio  el  sentido,  profundamente  espiritual, 
y  por  lo  tanto  moral,  de  las  Letras  y  las  Artes  españolas; 
y  tal,  aunque  con  diversos  caracteres,  contemplo  la  natu- 
raleza íntima  de  todos  los  grandes  poetas  y  artistas  eu- 
ropeos en  el  decurso  de  la  Edad  Moderna. — Miremos,  si 
no,  de  pasada  las  dos  ó  tres  figuras  que,  como  soberanas 
cumbres,  descuellan  sobre  las  demás;  y  terminemos,  que 
ya  es  hora. 

Á  la  parte  de  Inglaterra,  vemos  asomar  la  noble  fren- 
te de  Shakespeare,  coronada  de  inmarcesibles  lauros.  Na- 
die le  niega  ya  á  ese  gigante  el  título  de  <el  más  grande 
dramaturgo  del  universo.»  ¿Y  qué  fué  en  puridad?  ¿Un 
artista  de  la  forma?  ¿una  especie  de  mecánico,  ó  escenó- 


102 

graíol  que  disponía  arbitrariamente  lo  que  hoy  suele  lla- 
marse Cuadros  vivos,  sacrificando  la.  verdad  al  sijuple 
efecto  y  buscando  á  todo  trance  los  alaridos  de  terror 
del  público?  ¿Fué,  en  suma,  un  servidor  de  Wilrfe  por  eí 
Arte? — ¡Ah,  no!  su  gloria  tiene  más  sólido  cimiento.  Sus 
dramas  son  el  espejo  de  la  vida  y  la  autopsia  de  ia  con- 
ciencia. Al  oir  hablar  ó  al  ver  moverse  á  Hamlet^AMac- 
beih,  á  OtelOj  á  Glocester,  al  Rey  Lear,  el  espectador  cree 
.que  se  asoma  á  los  abismos  del  alma  y  que  ve  allí  la  cu- 
na de  las  pasiones,  las  escondidas  fuentes  del  bien  y  del 
mal,  el  antro  donde  se  engendra  el  crimen,  la  ignorada 
gruta  donde  van  juntándose  las.lágrimas,  la  fuerte  roca 
donde  se  cristaliza  el  diamante  de  la  virtud,  la  hirvien- 
te  lava  que  ha  de  hacer  temblar  la  tierra Cada  afec- 
to ó  cada  pasión,  cada  heroicidad  ó  cada  culpa,  lleva  al 
lado  su  ángel  ó  su  demonio,  su  recompensa  ó  su  casti- 
go. El  Remordimiento  es  siempre  la  tremenda  furia  que 
desencadena  el  ¿utor  contra  los  malos.  Dios  misericor- 
dioso está  siempre  en  el  fondo  del  drama,  consolando  á 
los  buenos  con  la  paz  de  la  conciencia.  Por  eso  las  obras 
de  Shakespeare  son  tan  dulces  y  tan  edificantes  en  medio 
de  todos  sus  horrores.  Su  última  lontananza  es  el  cielo. 
Allí  triunfa  Desdómona,  la  inocente  víctima  del  Moro; 
allí  está  Antonio,  el  sublime  deudor  del  Judío;  allí  los 
Amantes  de  Verona;  allí  Ofelia;  allí  los  hijos  de  Eduar- 
do; allí  el  Rey  Lear,  segundo  Laocoonte,  no  atormenta- 
do por  serpientes,  sino  por  sus  ingratas  hijas. 

En  la  docta  Alemania  surge  otro  coloso,  cuyas  singu- 
larísimas obras,  producto  de  un  genio  inmenso,  tampo- 
co desmienten  mi  afirmación.  Y  cuenta,  señores,  que  se 
trata  de  aquel  revolucionario  que  en  la  Poesía  moderna 
representa  lo  que  Platón  en  la  Filosofía  antigua;  de 


L 


I 


103 

aquél  qpie  soñó  con  una  reli^ón  filosóflcó-humanitario- 
universal  y  en  su  triunfo  definitivo  sobre  las  dogrpáti- 
cas,  sin  sospechar  que  en  pos  de  las  escuelas  metañsicas 
de  sn  tiempo  vendría  el  materialismo;  de  Goethe,  en  fln; 
del  autor  de  Las  Afinidades  electivm^  del  autor  de  Fmis- 
tOy  del  autor  de  Wertfier  y  de  tantas  otras  gigantescas 
temeridades  como  perturbaron  la  Europa  á  fines  del  sr-- 
g'lo  pasado.  Con  todo,  Groethe,  en  la  parte  meramente  li- 
teraria  de  sus  creaciones,  en  lo  dramático  y  en  lo  lírico, 
rinde  cuito  á  la  Moral  de  su  época;  en  la  parte  filosófica 
se  afana  constantemente  por  el  bien  absohtto^  y,  si  con- 
sidera el  Arte  con  una  serenidad  olímpica  que  tiene  po- 
co de  humana,  esto  mismo  contribuye  á  que,  como  Ho- 
.  racio  y  como  SchiUer,  eleve  la  probidad  á  la  categoría 
da  belleza, — No  puedo  detenerme  á  citar  ejemplos:  sólo 
iudícaré  uno.  La  virtud  de  Margarita,  vencida  un  ins- 
tante por  todo  el  poder^del  Infierno,  valido  de  las  armas 
del  Amor^  se  purifica  luego  en  el  Jordán  de  las  lágrimas 
y  llega  á  triunfar  de  Mefistófeles,  arrebatándole  el  alma 

de  Fausto . — ^Sube Sube, ,,..  ¡que  élte  seguirá! >  dice 

la  Madre  Gloriosa,  á  la  pecadora  arrepentida,  - 

Lord  Byron,  portentoso  cuanto  desventurado  genio, 
encarnó,  por  decirlo  así,  la  poesía  lírica,  romántica,  sub> 
je  ti  va,  spberbia  como  Lucifer,  cósmica  y  personal  á  un 
tiempo  mismo,  que  nació  del  divorcio  del  Cíelo  y  de  la 
Tierra.— Huérfano  el  Arte,  habíase  prendado  de  la  Na- 
turaleza, considerándola  huérfana  fambión,  y  contábale, 
como  antes  á  Dios,  los  infortunios  de  la  humana  vida.^ 
Byron  recorre  la  Europa  y  el  Oriente,  llorando,  maldi- 
ciendo, mostrando  doquier  las  Hagas  de  su  alma  y  escri- 
biendo en  variedad  de  tonos  la  tragedia  de  sus  desven- 
turas; monólogo  autobiográfico  que  imitaron  luego  sus- 


m 
rapsodas  ó  sus  discípulos,  bien  que  muchos  de  éstos,  por 
necesidad  de  escuela,  fingiesen  dolores  que  no  sentían. 
De  cualquier  modo,  la  verdadera  poesía  byroniana,  la 
poesía  cómplice  del  mal,  la  poesía  rebelada  contra  Dios, 
ofrece  un  dichoso  contraste,  á  falta  del  cual  no  resulta- 
ría artística,  sino  ruin  y  obscura  como  la  blasfemia,  y  es 
que  sus  propias  lamentaciones,  su  fondo  elegiaco,  su  in- 
curable melancolía  prueban  al  mundo  que  sin  creencias 
ni  virtudes  no  puede  haber  felicidad  ni  reposo.  Aquella 
angustia  y  desesperación  que  van  unidas  á  sus  impieda- 
des y  sarcasmos,  son  tan  moraüzadoras  como  lo  fuera 
una  buena  estatua  de  Orestes,  de  Caín  ó  de  Satanás,  so- 
bre cuyo  rostro  hubiese  impreso  el  escultor  con  mano 
maestra  el  espanto  del  crimen,  el  horror  del  remordi- 
miento ó  la  tristeza  de  un  alma  precita.  Sólo  por  con- 
traposición, el  bien  y  la  inocencia  aparecerían  amables 
y  apetecibles,  y,  consiguientemente,  desagraviada  la 
Moral. — Fuera  de  esto,  el  mismo  Byron,  al  modo  de  un 
ángel  caído,  suspira  á  todas  horas  por  esa  inocencia  y 
por  ese  bien,  por  la  fe  que  perdió  y  por  el  cielo  de  que 
se  cree  desterrado,  hasta  que  finalmente  va  á  exhalar  su 
último  canto  y  á  dar  su  vida  en  aras  de  un  sentimiento 
noble  y  generoso. 

Cna  {palabra  acerca  de  Francia;  pues  aunque  poco, 
muy  poco  substancial  hay  que  decir  de  ella,  no  debo  pa- 
sarla por  alto. — Francia  no  ha  creado  nunca  verdaderas 
escuelas  artísticas  ni  literarias. — ^Apliqúese  á  Racine  y 
á  Corneille  lo  que  he  dicho  del  Renacimiento,  y  se  ten- 
drá mi  humilde  opinión  respecto  de  tan  ilustres  drama- 
ÜQOs.  Sus  mejores  obras  están  vaciadas  en  moldes  greco- 
latinos,  no  sólo  en  la  forma,  sino  hasta  en  la  esencia, 
salvo  alguna  ocaáón  en  que  nuestro  Teatro  les  sirve  de 


105 

modelo,  Gomo  quiera  que  sea,  Racine  y  Gorneille  no 
dejan  nunca  de  proponerse  un  fin  útil  y  saludable,  co- 
mo lo  preceptuaba  Boileau;  ya  la  misma  moraleja  de  la 
primitiva  fábula  pagana,  ya  alusiones  políticas  ó  pa- 
trióticas, ¡Hasta  Volt  aire,  el  Luciano  del  siglo  xviii,  pre* 
coniza  el  bien  y  la  virtud  siempre  tjue  se  calza  el  cotur- 
no trágico;  y  si  algunas  veces  rebaja  la  poesía  al  fengo 
de  los  Ovidios  y  Lucrecios,  es  impulsado  por  aquel  fana- 
tismo negativo  que  á  ól  le  parecía  la  suprema  morali- 
dad!— En  cuanto  al  gran  Moliere,  gloria  legítima  de 
Francia,  su  mejor  elogio  será  decir  que  hizo  tantas  bue- 
nas obras  como  obras  buenas.  El  Avaro ^  El  Misántropo 
y  El  Hipócrita^  no  fueron  menos  aplaudidos  de  los  hom- 
bres de  bien  que  de  las  personas  de  buen  gusto. 

En  el  siglo  presente,  la  literatura  francesa  ha  ido  des- 
cendiendo, y  haciendo  descender  las  Letras  latinas,  des- 
de el  romanticismo  objetivo  ^  que  predicó  lo  inmoral^  cre- 
yéfidolo  moral  y  hasta  el  género  bufo,  que  enseña  lo  in- 
moral ^  á  sabiendas  deque  lo  es^,,,, — Pero  respetemos  al 
delincuente  en  la  hora  providencial  del  castigo Res- 
petemos el  dolor  de  un  pueblo  humillado,  y  pidamos  tan 
sólo  que  la  pena  vaya  seguida  del  escarmiento. 


He  concluido  mi  larga  y  laboriosa  tarea.  Creo  haber 
probado,  señores  Académicos,  con  razones  filosóficas  al 
principio,  y  después  con  el  propio  testimonio  de  las  Le- 
tras y  de  las  Artes,  que  la  Belleza  es  una  incógnita  me- 
tafísica como  la  Verdad  y  la  Bondad,  de  las  que  nuestra 
limitada  razón  sólo  vislumbra  desde  la  tierra  algunos 
pálidos  reflejos:  he  intentado  demostrar  que  estas  tres 
ideas  madres  son  distintas  entre  sí  (pero  consubstancia- 


^        '  106  • 

les  en  esencia)  y  distintas  sus  esferas  de  acción  (pero  con- 
*  céntricas  y  armónicas),  de  tal  suerte  que  nunca  llegan  á 
contradecirse:  y  he  deducido,  en  consecuencia  de  todo, 
que  si  la  Moral  no  puede  considerarse  como  e;xclusivo 
criterio  de  belleza  artística,  tampoco  puede  haber  belle- 
za artística  indiferente  á  la  Moral,  á  menos  que  se  nie- 
gue la  indivisible  unidad  de  nuestro  espíritu. 

No  os  habrán  sorprendido,  por.  lo  demás,  la  viveza  y 
el  calor  con  que  he  tratado. un  asunto  que  hasta  ahora 
sólo  había  dado  margen  á  cei^emoniosos  torneos  didác- 
ticos; pues  demasiado  sabréis  que  la  teoria  de  el  Arte 
.  por  el  Arte  está  hoy  relacionada  con  otras  á  cual  más 
temible^  y  qué  juntas  socavan  y  remueven  los  cimientos 
de  la  sociedad  humana. — Comenzóse  por  pedir  una  Mo- 
ral independiente,  de  la  Religión:  pidióse  luego  una  Cien- 
cia independiente  de  Ja  Moral:  en  voz  baja  empieza  ya' 
á  exigirse  que' independiente  dé  la  Moral  sea  también  el 
Derecho,  y  á  grito  herido  reclaman  los  Intemacionalis- 
tas,  dejándose  de  contemplaciones  y  yendo  derechos  al 
bulto,  que  se  declaren  asimismo  independientes  de  la 
Moral  las  tres  entidades  sociales:  el  Estado,  la  Familia, 
el  Individuo.  ¡Es  decir,  señores,  que  los  ateos,  pasando 
del  humanismo  sin  Dios  al  humanismo  sin  alma,  al  bes- 
tialismo  (última  palabra  de  los  materialistas),  reniegan 
ya  juntamente  del  Dios  del  cielo,  áfi  los  Reyes  de  la  tie- 
rra, de  la  autoridad  histórica,  de  todo  vínculo  social,  de 
la  sociedad  misma,  de  la  propiedad,  de  la  casa,  de  la  es- 
posa, de  los  hijos,  hasta  de  sí  propios,  ó  sea  da  su  condi- 
ción de  criaturas  racionales,  pidiendo,  en  cambio,  á  la 
luz  del  petróleo  y  entre  las  ruinas  causadas  por  el  incen- 
dio, la  anarquía  líniversal,  el  amor  libre -y  la  irrespon— 
'  sabilidad  de  las  acciones  humanas! 


107 

Pues  bien:  en  circunstancias  tan  pavorosas  y  terri-' 
bles;  sin  parar  mientes  en  que  el  soberbio  edificio  de  es- 
ta cÍTilizacíón  negativa  tiembla  ya  bajo  nuestros  pies,  es 
cuando  hay  maestros  de  estética  que  se  atreven  á  propo- 
nemos que  el  Arte^  el  ^ran  elemento  conservador,  pres- 
cinda también  de  sus  aspiraciones  espirituales,  de  los 
dictados  de  la  conciencia,  del  amor  al  bien,  de  todo  res- 
peto á  la  Moral!  ¡Proceden,  en  verdad,  lógicamente  esos 
peregrinos  doctores  si,  como  presumo,  pertenecen  á  la 
extrema  izquierda  de  la  filosofía  novísima!  ¿Para  qué  la 
Moral,  sí  no  hay  Dios,  si  no  hay  alma,  si  no  hay  hom- 
bre, si  no  hay  más  que  fenómenos  físicos  sobre  la  tie- 
rra?^ — Pero  vosotros,  oradores,  poetas,  músicos,  esculto- 
res, pintores,  arquitectos,  que  vivís  la  vida  del  espíritu, 
y  vosotros  también,  meros  aficionados  á  las  Letras  y  á 
las  Artes,  que  acudís  á  estas  solemnidades  académicas,  y 
á  los  Teatros,  y  á  los  Liceos,  y  á  las  Exposiciones  artís- 
ticas, ganosos  de  útiles  y  dulces  espectáculos  que  con- 
suelen y  animen  vuestro  corazón  en  este  siglo  de  la  ma- 
teria por  la  materia;  vosotros  rechazaréis  altivamente 
esa  teoría  sacrilega,  fruto  ponzoñoso  de  un  nuevo  sata- 
nismo, enemistado  con  el  Bien,  que  desea  proscribir  la 
Moral  de  todas  partes,  que  ya  ha  reducido  mucho  el  im- 
perio de  la  Virtud,  y  que  hoy  nos  declara  sin  rebozo  {en 
nombre  de  no  sé  qué  Belleza  sin  alma)  qm  quiere  ser 
dmño  depracíicar  el  mal!  ¡Para  vosotros,  la  fe  en  Dios, 
la  augusta  idea  de  la  inmortalidad  del  espíritu,  los 
triunfos  sobre  las  pasiones  terrenales,  los  sacrificios  del 
egoísmo  animal,  la  penitencia,  la  limosna,  la  castidad, 
el  perdón  de 'los  agravios,  el  amor  al  enemigo,  serán 
siempre  la  verdadera  vida  y  la  verdadera  sublimidad  del 
«hombre  en  este  b£^o  mundo!  ¿Cómo  no^  §1  triunfar  del 


408 

cuerpo,  redimir  el  alma,  sobreponer  lo  moral  á  lo  físi- 
co, es  el  atributo  esencial  y  genérico  que  distingue  al 
ser  humano  de  la  bestia? 

En  ese  terreno,  y  no  en  ningún  otro  (digámoslo  con 
vergüenza  y  amargura),  hay  que  dar  hoy  la  batalla  á  los 
impíos-  Ya  no  se  trata  de  comparaciones  y  diferencias 
entre  ésta  y  aquella  Moral  ó  entre  tal  y  cual  Religión 
positiva.  ¡Ni  tan  siquiera  se  trata  de  si  hay  ó  no  hay 
Dios!.-,.  El  mal  está  más  profundo:  la  gangrena  roe  más 
abajo.  Se  litiga  si  hay  ó  no  hay  espíritu,  si  hay  ó  no 
hay  alma,  y  con  probar  nosotros  que  la  hay,  lo  habre- 
mos probado  todo.  ¡De  haber  alma,  tiene  que  haber  me- 
jor vida;  tiene  que  haber  Dios;  tiene  el  hombre  que  res- 
ponderle de  sus  actos;  hay  necesidad  de  Moral;  podre- 
mos subsistir  sobre  la  tierra! 

Defended,  pues,  ¡oh  soldados  del  sentimiento!  los  tim- 
bres de  vuestra  naturaleza  empírea,  de  vuestra  divina 
alcurnia!  ¡Defended  que  sois  hombres!  ¡defended  que  sois 
inmortales!.... — ^Por  lo  que  á  mí  toca,  mientras  aliente 
y  pueda  escribir  ó  hablar,  seré  el  paladín  del  alma.  Ella 
es  mi  Dulcinea.  En  la  Religión,  en  la  Historia,  en  la 
Poesía,  en  las  Artes,  veré  siempre  lucir  su  maravillosa 
hermosura!  Digan  otros  que  la  señora  de  mis  pensamien- 
tos no  es  más  que  un  vulgar  conjunto  de  fuerza  y  ma- 
teria^  como  el  que,  según  cierto  sabio  á  la  moda  í^),  diri- 
ge las  funciones  del  cerebro  humano.  Para  mí  no  deja- 
rá nunca  de  ser  la  inmortal  Princesa  de  incomparables 
gracias  á  quien  debo  las  únicas  alegrías  que  recuerdo 
sin  abochornarme,  las  horas  mejor  empleadas  de  mi  vi- 
da, mis  ensueños  poéticos,  mi  mansa  feliMdad,  el  con-* 

(I)    Bachuer. 


109 

suelo  de  todos  mis  dolores  y  la  inmarcesible  esperanza 
que,  como  fiel  siempreviva,  me  acompañará  hasta  el  se- 
pulcro. 

¡Oh  dulce  concierto!  Espiritical  y  moral  son  ideas  in- 
separables. Todo  lo  que  eleva  al  hombre  sobre  la  mate- 
ria lo  fortifica  y  lo  mejora,  bien  sea  la  contemplación 
de  la  naturaleza  muda,  que  apenas  sabe  balbucear  su 
himno  de  agradecimiento  al  Criador,  bien  el  divino  arte 
d&  la  Música,  que  tanto  habla  al  espíritu  con  los  indeter- 
minados acentos  de  su  misterioso  idioma.  Llora  el  mor- 
tal entonces,  sintiendo  más  que  nunca  la  inefable  nos- 
talgia del  Cielo,  y  sus  copiosas  lágrimas,  acerbas  al  prin- 
cipio, son  al  cabo  puras  y  alegres  como  aquellas  últimas 
gotas  de  la  lluvia  que  abrillanta  el  sol  después  de  la  tem- 
pestad y  que  sirven  de  gala  y  regocijo  al  indultado  mun- 
do. Indultada  de  su  destierro  se  cree  también  la  mísera 
criatura  cada  vez  que  el  entusiasmo  la  purifica  con  aquel 
noble  lloro  equivalente  á  una  plegaria;  y  presintiendo, 
en  su  éxtasis,  la  hora  del  perdón  y  de  la  libertad,  ó  sea 
el  instante  de  la  benigna  muerte,  recobra  fuerza  y  vir- 
tudes para  seguir  peregrinando  hacia  su  patria.— Y, 
pues  esto  es  así;  pues  que  nuestra  jerarquía  sobre  la  tie- 
rra consiste  precisamente  en  vivir  fuera  del  tiempo  que 
se  cuenta  y  del  espacio  que  se  mide;  pues  que  los  ídolos 
de  barro,  las  beldades  del  mundo,  nuestras  inspiraciones 
y  nuestras  obras  pasan  ante  la  Eternidad  sicut  ntcbeSf 
quasi  aveSy  velut  umbra;  pues  que  nosotros  mismos  so- 
mos huéspedes  de  un  día  en  este  pobre  globo  que  se  dis- 
putan la  luz  y  las  tinieblas á  tal  extremo  ¡ay  de  mí 

triste!  que  al  entrar  hoy  aquí  (aunque  tan  temprano  me 
habéis  llamado),  no  me  aguardan  ya  los  brazos  de  aquél 
que  amé  con  filial  cariño  y  cuya  sombra  amiga  todos 


me  recordáis  W  (como  tal  vez  muy  pronto  sólo  quedará 
una  vaga  memoria  de  mi  paso  por  esta  Comunidad);  pues 
que  sueño  es  la  vida,  humo  leve  la  gloria,  nuestras  be- 
llezas ilusión,  litigios  nuestras  verdades,  y  único  bien 
duradero  la  esperanza  de  lo  absoluto^  considerad,  seño- 
res,  si  hay  razón  7  fundamento  para  que,  desdeñando 
los  ideales  finitos,  y  buscando  digno  término  remoto  á 
nuestras  obras,  nos  elevemos  á  la  contemplación  del 
Eterno  Ser  en  quien  juntamente  residen  la  Suma  Veí- 
dad,  la  Suma  Bondad  y  la  Suma  Belleza.     * 


He  dicho. 


{\)    D.  Nieomede3  Pastor  Dlax. 


CONTESTAaON 

BBL 

ExcMO.   Sr.   D.  CÁNDIDO   NOCEDAL 

AL  DISCURSO  DE  D.  PEDRO  ANTONIO  DE  ALAROON. 


.     Señores:  *    . 

* 

Un  ilustre  compañerp  nuestro,  que  goza  ya  de  mejor 
Trida,  procuró  en  bellísimo  libro,  á  que  puso  por  nom- 
bre La  Mujer ^  llamar  la  atención  sobre  el  incidente  de 
mayor  importancia  en  las  tertulias;  tan  grande  por  lo 
menos,  dice,  como  la  entrada  de  cualquier  individuo 
nuevo  en  una  corporación:  la  presentación  de  un  nuevo 
tertuliana. 

Sucede  con  mucha  frecuencia,  añade,  que  el  presen- 
tado suele  tener  en  la  tertulia  donde  se  le  presenta  más 
profundas  simpatías  que  el  candido  presentante.  Ni  más 
m  menos  sucede  en  el  caso  de  hoy.  Yo,  que  presento  al 
Sr.  Alarcón  ante  la  Academia  Española,  no  he  podido 
aun,  al  cabo  de  diez  y  siete  años  transcurridos  desde  que 
tomó  asiento  en  sus  preciados  sillones,  ni  justificar  mis 
títulos,  ni  siquiera  caer  en  la  cuenta  de  por  qué  esta  sa- 
bia Corporación  me  abrió  sus  puertas.  Y  heme  aquí,  can- 
dido presentante  en  ella  de  uno  que  las  tiene  de  par  en 
par  abiertas,  porque  los  sufragios  de  sus  compañeros  se 


112 

han  ceñido  á  reconocer  grandes  merecimientos  prego- 
nados por  todaiá'las  personas  competentes,  y  por  la  gene- 
ral y  bien  adquirida  fama.  La  Academia  Española  en  es- 
te día,  como  en  muchos  otros,  reconoce  y  declara,  ó  si 
se  quiere  sanciona,  lo  que  el  público  y  los  doctos  unáni- 
memente han  decretado,  es  á  saber:  que  el  ingenioso  au- 
tor de  La  Alpujarra  y  El  escándalo^  y  del  drama  intitu- 
lado El  hijo  pródigo^  y  de  El  suspiro  del  morOj  y  del 
precioso  cuento  El  sombrero  de  tres  picoSy  y  de  tantas 
otras  composiciones  en  verso  y  prosa,  todas  agudísimas 
y  llenas  de  inspiración  y  de  gracia,  es  digno,  dignísimo 
de  sentarse  entre  los  proceres  de  las  letras  españolas, 
para  que  los  ayude  á  cumplir  los  patrióticos  fines  de  su 
instituto. 

Así,  de  hoy  en  adelante,  la  Academia,  que  ve  mer- 
madas sus  gloriosas  filas  con  pérdidas  nunca  bastante 
lloradas;  qué  echa  de  menos  á  hombres  como  Ángel  Saa- 
vedra.  Duque  de  Rivas,  el  cual  bondadosamente  me  apa- 
drinó á  mí  en  ocasión  idéntica  por  recuerdo  cariñoso  de 
haber  derramado  su  sangre  hidalga  al  lado  de  mi  buen 
padre  en  la  guerra  de  la  Independencia;  y  como  Bretón 
de  los  Herreros  y  Ventura  de  la  Vega,  y  Pidal  y  Donoso, 
y  Aparisi  y  Catalina;  la  Academia,  digo,  que  tiene  aho- 
ra mismo  el  buen  gusto  y  la  honda  pena  de  considerar 
como  presente  al  insigne  Hartzenbusch,  ausente  por  en- 
fermo casi  todos  los  días  en  que  celebramos  junta,  con- 
tará con  la  ayuda  inteligente  y  vigorosa  de  Alarcón  pa- 
ra cultivar  y  fijar  la  elegancia  de  la  lengua  castellana; 
para  formar  un  arsenal  precioso  de  estudios  crítico-lite- 
rarios, históricos  y  filológicos,  que  sirvan  de  guía,  en- 
señanza y  deleite  á  los  estudiosos,  y  para  fomentar  las 

11  letras,  ya  juzgando  con  acierto  en  los  certámenes,  ya  in- 

l< 


413 

formando  con  recta  imparcialidad  al  Grobierna  sobre  las 
obras  dignas  de  su  apoyo  y  protección,  ya  enseñando 
con  él  ejemplo  de  las  suyas,  bien  pensadas  y  elegante- 
mente escritas.  ^ 

Lo  que  no  todos  sáben„  y  merece  saberse,  es  que  el 
Sr.  Alarcón  ha  cursado  coh  fruto  la  primera  y  fnás  alta 
de  todas  las  ciencias,  la  que  se  adorna  con  el  candida  co- 
lor de  la  pureza,  la  que  trata  de  Dios  y  de  sus  atributos, 
la  sagrada  Teología.  Su,  presencia  en  la  Academia  Espa- 
ñola es  útil,  no  sólo  como  hijo  predilecto  de  las  Musas, 
sino  como  entendido  en  el  ramo  del  saber  que  hoy,  por 
desgracia,  halla  menos  cultivadores  en  esta  Corporación. 
Viene,  pues,  de  una  parte,  nuestro  nuevo  compañero, ;en 
auxilio  de  los  grandes  escritores  que  pueblan  estos  esca- 
ños; y  de  otra,  á  compartir  las  faenas  del  R.  Fernández, 
docto  y  elocuente  académica*  de  Húmero*,  y  de  nuestros  re- 
nombrados correspondientes  el  Sr.  Benavides,  Patriarca 
de  las  Indias;  el  Sr.  Monescillo,  Obispo  de  Jaén,  autores 
uno  y  otro  dé  oraciones  fúnebres  en  lasljonras  de  Cervan- 
tes, que  acrecentaron,  si  es  posible,  su  justo  renombre;  y 
el  R.  P.  Fidel  Fita,  en  cualquier  linaje  de  estudios  pro- 
fundísimo, sabio  á  toda  ley,  no  de  aquéllos  de  similor  que 
engañan  á  la  ciega  muchedumbre,  modesto  y  generoso: 
lo  cual  no  maravilla  á  los  que  conocen  que  es  soldado  de 
la  santa  milicia  fundada  por  San  Ignacio  de  Loyola,  glo- 
ria de*  Guipúzcoa,  honor  de  España,  admiración  del 
mundo  y  regocijo  del  Cielo. 

Cuando  se  enaltece  á  un  orador  cuyas  palabras  se  ha 
llevado  el  viento,  queda  lugar  á  la  desconfianza  y  á  la 
duda;  con  especialidad  ahora  que  todos  son  oradores  de 
nota  á  los  ojos  de  su  partido.  Pero  con  Alarcón  no  pasa 
esto:  ahí  tenéis  sus  excelentes  obras,  dadas  á  la  estampa; 


4U 

ahí  está  el  discurso  que  os  ha  leído,  impreso,  para  que 
no  os  dejéis  llevar  de  fugaces  juicios  apasionados.  Ahí 
tenéis  esa  oración  gallarda,  en  que  noblemente  se  vuel- 
ve por  los  fueros  de  la  bella  y  verdadera  literatura,  re- 
clamando el  dictado  de  obras  excelentes- del  ingenio 
para  las  que  confiesan  á  Dios,  .para  las  que  rinden  culto 
á  la  virtud  s  para  las  que  enaltecen  al  hombre,  dotado  de 
alma  inmortal  hecha  á  imagen  y  senjejanza  de  su  Cria-- 
dor  omnipotente- 

Dice  muy  bien  el  Sr.  Alarcón:  es  aborrecible  eso  que 
se  llama  el  arte  por  el  arte.  No  se  puede  tolerar,  no  se 
debe  consentir,  ni  en  artes  ni  en  letras,  la  preocupación 
impía  y  salvaje  de  la  forma  por  la  forma  misma,  de  la 
forma  como  objeto,  como  fin  único  ó  esencial  de  letras 
y  artes.  No,"  eso, no  es  arte  ni  literatura:  eso  es  iliterario 
y  antiartístico.  Quien  acaricia  la  insensata  pasión  de  ha- 
cer admirar  en  sí  misma  una  forma  artística,  y  producir 
efecto  exclusivamente  por  la  forma,  ese  destruye  la  pri- 
mera condición  del  arte,  la  cual  no  es  otra  que  la  expre- 
sión de  la  ideíi.  El  que  rebaja  las  letras  al  humilde  terre- 
no del  realismo  hoy  al  uso,  mutila  al  hombre,  decapita 
BU  personalidad,  y  convierte  el  buerpo,  no  en  cárcel,  si- 
no en  tumba  del  alma.  Bueno  es — ¿quién  lo  duda? — que 
el  cuerpo  esté  sano,  y  aun  mejor  si  parece  hermoso  y 
bien  proporcionado;  pero  el  alma  es  la  destinada  á  la  su- 
prema belleza,  á  la  angelical  hermosura,  á  los  esplendo- 
res de  la  inmarcesible  gloria  perdurable.  Lo  mismo  suce- 
de en  las  artes;  sus  producciones  han  de  tener  espíritu  y 
cuerpo.  Cuídese  en  buen  hora  el  cuerpo,  la  forma,  la  ex- 
presión; reconozco  su  valor,  y  un  valor  no  así  como 
quiera  grande,  sino  muy  importante;  pero  la  idea  es  lo 
principal,  la  íbrniA  su  sierva,  dócil  y  sumisa,  sin  la  ne- 


115 

cedad  y  locura  de  pretender  erigirse  en  señora;  sierva 
que  sabe  cumplir  con  su  obligación  esmerándose  en  que 
la  idea  á  quien  sirve  sea  simpática,  agradable,  bien  re^ 
cibida  por  todos  en  todas  partes,  distinguiéndose  en  la 
limpieza,  galanura  y  buena  disposición.  La  señora  man- 
da y  dirige:  es  rey  que  reina  y  gobierna;  la  forma  es  un 
ministro  de  ineludible  responsabilidad  cuantas  veces  no 
acierte  á  abrir  paso  fácil,  llano,  agradable  y  simpático 
á  la  reina'  y  señora  á  quien  presta  vasallaje. 

En  nada  se  ve  con  tan  grande  claridad  esto  como  en, 
la  oratoria.  Supongamos  que  una  gran  idea,  profunda, 
luminosa,  civilizadora  y  aun  salvadora,  sabe  hallar  su 
defensor  y  propalador  en  un  hombree  elocuente:  la  idea 
será  comprendida  y  aplaudida  por  la  muchedumbre;  el 
mundo  deberá  su  salvación  á  la  idea,  y  la  idea  su  pron- 
ta y  rápida  popularidad  al  orador  elocuente:  la  forma 
fué  hasta  allí  un  servidor  que  cumplió  bien  y  fielmente 
su  obligación  más  sagrada.  Supongamos  ahora  que  la 
idea* ocurrió  á  ün  hombre  de  palabra  difícil  y  aun  soño- 
lienta, y  que  el  auditorio  le  vuelve  la  espalda  huyendo 
el  fastidio,  que  se  había  de  convertir  en  invencible  modo- 
rra. Ia  idea  seguirá  siendo  hermosa  y  salvadora,  pero 
sin  cuerpo  donde  encerrarla  y -hacerla  sentir  y  amar  del 
público.  En  el  primero  contemplamos  al  gran  orador;  en 
el  segundo  echamos  de  menos  algo,  mucho,  para  otorgar- 
le aquel  nombre.  Pero  todavía,  así  y  todo,  puede  ser  útil- 
al  género  humano, •porque  si  le  llega  á  entender  (que  sí 
llegará  si  la  idea  es  verdaderamente  buena)  algún  ora- 
dor cumplido,  y  se  la  apropia,  y  la  explica  y  la  hace 
amable,  el  mal  encontró  afortunadamente  remedio.  Mas^ 
suponed  ahora  un  hombre  que  dé  al  yiento  palabras,  pa- 
labras y  palabras^  que  suenen  bien  y  nada  enseñen  en 


H6 

substancia-  Este  tal,  aunque  se  haga  aplaudir,  que  no  se 
forje  ilusiones  jamás:  ni  es  gran  orador,  ni  sigue  las  tra- 
diciones de]  arte  cultivado  por  el  saber  y  el  ingenio  ver- 
dadero desde  las  edades  más  remotas.  Le  aplaudirían, 
como  se  aplaude  un  bien  acondicionado  instrumento  ó  á 
un  hálñl  instrumentista.  Pero  un  instrumentista,  un  me- 
ro instrumenlista,  no  es  Mozart,  no  es  Béllini,  no  es  el 
gran  composilor,  no  es  el  gran  músico,. no  es  el  crea- 
dor sublime  d&  belleza;  como  el  forjador  de  resonantes 
y  verbosos  períodos,  no*  es,  por  sólo  esto,  grande  oradojr. 
'  Y  si  no,  que  lo  ponga  á  prueba:  el  orador  insigne  con- 
vóncej  conmueve,  arrastra;  pues  bien:  que  éste  de  que 
voy  hablando  quiera^  oon  altisonante  arenga,  arrastrar 
en  pos  de  sí  á  sus  oyentes  á  reñir  empeñada  batalla,  y 
verá  cómo  queda  solo,  y  su  auditorio  riendo  de  la  candi- 
dez con  que  pudo  creer  que  los  aplausos  dispensados  á  la 
palabra  vacía  habían -de  igualarse  con  aquéllos,  quizá 
menos  ruidosos,  dispensados  á  una  idea  grande  expresa- 
da con  acierto,  con  ftcactitud  y  con  belleza.*  Ésto  es  elo- 
cuencia; para  lo  otro  tiene  una  frase  hecha  el  castellano: 
aquello  es  hablar  por  hablar. 

Produce  más  utilidad  y  deleite  oir  cómo  dulcemente 
gorjean  los  ruiseñores  en  •la  enramada,  y  cómo,  al  cru- 
zar por  ella,  con  manso  ruido  gime  el  viento  mientras 
le  saludan  temblorosas  las*hojas  de  los  árboles  y  sjis  co- 

*  pas  se  mecen  con  movimiento  blando  y  suave;  y  rom- 
piendo su  cristal  en  perlas,  se  arrojan  desde  lo  alto  las 
cascadas,  y  bordan  la  pradera  los  alegres  y  fresquísimos 
arroyos.  El  orador  vacío  nada  dice  al  alma  humana;  y 

<  por  él  conti^ario,  los  trinosde  las  aves  y  el  rugido'de  las 
fieras,  el  bramar  de  los  vientos  y  el 'dulce  susurro  de  .la 
fuente,  y  de]  arroyo  y  del  río,  y  las  olas  encrespadas  de 


fi7 

alborotada  mar,  componen  un  himno  sublime  al  Autor 
de  todo  lo  criado.  Entonces  el  alma  se  eleva  desde  la  con- 
templación de  las  cosas  que  oye  y  ve,  á  las  que  no  ve  ni 
oya,  y  ^e  realmente  son;  el  corazón, -Heno  de  amor  y 
de  agradecimiento,  se  rinde  á  adorar  al  Autor  de  todas 
las  cosas  visibles  ó  invisibles,  dóblase  involuntarianiente 
la  rodilla,  y  salta  del  pecho  regenerado  enardecida  la  voz 
humana  á  celebrar  las  glorias  de  Dios,  criador  y  conser- 
vador providente  del  universo. 

La  fe  es  precisa,  indispensable  á  toda  criatura  huma- 
na; pero  más  que  á  nadie  al  orador,  al  poeta,  al  artista. 
Por  eso  no  merecQU  tal  nombre,  ni  produceij  obras  de 
arte  verdaderas  los  incrédulas..  Contemplad  al  verdadero 
artista:*  alegre  cuando  ha  visto  el  ideal  de  una  obra,  se 
entristece  conforme  adelanta  en  ella;  y  al  terminarlí^,  el 
mundo  aplaude,  y  él  eStá  descontento,  porque  no  ha  po- 
dido hacer  con  sus  manos  ó  con  su  palabra  todo  aquello 
que  adivinó,  y  vio,  y  contempló  en  el  instante  de  la  ins- 
piración divida;  porque  el  cuerpo  no  sabe  reelizar  todo 
lo  qué  el  alma  siente  ó  presiente;-  porque  el  alma,  deste- 
rrada del  Cielo,  aspira  al  Cielo,  y  los  grandes  artistas 
.consiguen  entreverle.  El  cuerpo,  cárcel  estrecha,  no  al- 
canza á  tanto;,  la  bestiezuela  de  la  carne  limita  los  Ijori- 
zontes  del  poeta  y  del  artista;  y  mientras  el  alma  force- 
jea para  subir  hacia  lo  alto,  el  cuerpo^  miserable  se  des- 
ploma hacia  la  tierra.  En  esta  lucha,  el  gran  artista  sube 
.  lo  bastante  para  asombrar *al  mundo,*  pero  nunca  todo  lo 
que  su.allna  había  concebido;  porque  al  ir  á  realizarlo,  • 
se' encuentra  el  alma  desterrada  y  prisionera. 
'  Ahora  bien,  el  arte  por  el  arte  no  es  sino  el  realis- 
moj  como  ahora  se  dice;  el  cual,  deflnidQ  por  sus  apolo- 
gistas, consiste  <en  que  los  hombres,'  desprendidos  del 


US 

mundo  sobrenatural  y  viviendo  en  el  mundo  real,  quie- 
ren contemplar,  no  ideas  ni  símbolos,  sino  personas  y 
cosas;  porque  ellas  no  son  un  signo  al  través  del  cual  se 
manifiesta  el  pensamiento  místico,  sino  que  tienen  valor 
y  belleza  de  por  sí,  y  la  mirada  se  fija  sobre  las  cosas 
reales,  tales  como  ellas  son,  con  tal  de  estar  bien  copia- 
das é  imitadas,  sin  que  las  abandone  un  punto  para  pa- 
sar adelante  ni  pensar  más  allá.»  Ó  sea,  como  dice  un 
gi*an  orador  cristiano,  «supresión  del  más  allá;  las  pers- 
pectivas de  lo  ideal,  cerradas  á  la  contemplación  y  á  la 
expresión  de  los  artistas,  >  Es  decir,  obras  para  los  ojos, 
para  los  sentidos  groseros  y  deleznables,  no  para  el  al- 
ma nobilísima  ó  inmortal. 

Pues,  ante  todo,  el  que  imita  así  á  la  naturaleza,  no 
piense  que  la  imita  exacta  y  completamente;  por  el  con- 
trario, la  envilece  y  la  mata.  NÓ  quiero  yo,  ni  quiere 
nadie,  que  las  artes  y  las  letras  prescindan  del  mundo 
real;  pero  queremos  que  no  se  prescinda  de  lo  ideal,  de 
lo  sobrenatural  que  late  y  palpita  en  lo  real.  Quien  no  lo 
sienta  latir  y  palpitar,  no  es  artista  ni  poeta. 

En  segundo  lugar,  yerra  el  que  da  nombre  de  artista 
al  servil  imitador  de  la  naturaleza:  las  artes  no  se  limi- 
tan á  imitar,  sino  que  aspiran  á  interpretar  la  obra  de 
Dios  á  los  ojos  de  la  muchedumbre.  Así  como  saliéndose 
del  cuerpo  caducó  el  alma  inmortal  la  materia  se  co- 
rrompe, del  propio  modo  en  prescindiendo  de  lo  ideal,  en 
no  viendo  en  el  mundo  á  su  Criador,  no  se  interpreta,  se 
copia;  no  se  pintan  cuadros,  se  hacen  fotografías  á  todo 
lo  más;  flores  de  un  día,  gustosas  de  ver  á  la  mañana, 
mareliitas  y  deshojadas  á  la  tarde. 

Mas  con  esto,  sólo  habríamos  de  lamentar  la  pérdida 
de  las  artes:  {)órdida  inmensa,  incalculable,  deshonrosa, 


449 

tremenda;  pero  que  aJ  cabo,  por  sí  sola,  no  traería  la  fin 
del  mundo.  Mas  ahí  no  para  el  daño:  el  daño  consiste  en 
que  el  realismo  ón  las  artes  corresponde  fiel  al  materia- 
lismo en  la  ciencia;  el  daño  consiste  en  que  el  realismo 
de  las  artes  y  el  materialismo  en  la  ciencia  son  el  sen- 
sualismo en, la  sociedad;  y  las  sociedades  que  caen  en  el 
sensualismo  están  á'  la  puerta  de  la  barbarie,  y  á  dispo- 
sición del  primer  conquistador  que  se  digne  castigarlas. 
•  Un  pueblo  que  pase  treinta  6  cuarenta  años  danzando  el 
can-can^  no  solamente  en  sus  bailes  de  gente  perdida, 
sino  en  sus  dramas,  en  sus  novelas,  en  sus  canciones,  en 
sus  cuadros  y  hasta  en  sus  edificios,  y  creyéndose  civili- 
zador se  entretenga  en  pasear  por  el  mundo  su  lite- 
ratura realista,  Materialista  y  sensualista,  no  hay  duda, 
caerá  vencido  y  humillado  ante  el  primer  enemigo  que 
con  cualquier  pretexto  le  invada.  Ese  desventurado  pue- 
blo se  hallará  sin  fuerzas  para  defenderse  noble*  varonil 
y  heroico;  verá  caer  los  muros  de  sus  fortalezas  al  sim- 
ple rumor  de  las  trompetas  de  sus  invasores,  aunque  no 
sean  éstos,  ni  con  mucho,  el  pueblo  de  í)ios;  verá  sus 
meretrices  bailar  el  can-can  al  compás  de  las  músicas 
extranjeras,  á  sus  avaros  contratistas  suministrar  víve- 
res y  provisiones  al  extranjero  enemigo,  y  buscará  su 
salvación  por  el  momento  en  las  arcas  repletas  de  sus 
hijos  degenerados. 

¡Dichoso  mil  veces  ese  pueblo,  si  contrito  vuelve  sus 
ojos  hacia  Dios  y  le  desagravia  confiando  en  su  Provi- 
dencia! ¡Infeliz  de,  él,  si  insensato  .busca  de  nuevo  los 
placeres  en  la  contemplación  de  la  materia  deificada,  y 
se  venga  de  su  invasor  enseñándole  las  muecas  del  can- 
can/  Si  esto  hace  así,  que  se  prepare  á  ver  abrasados  sus 
edificios  soberbios,  derruidos  sus  monumentos  insignes, 


<20 
asolados  sus  feracísimos  campos;  y  no  por  fuego  del  Cie- 
lo, sino,  para  mayor  ignominia  y  para  escarmiento  más 
terrible,  por  fuego  brotado  del  infierno,  propagado  .por 
demonio^  disfrazados  de  hombres  y  mujeres,  y  manteni- 
do con  petróleo.  Si  lá  sociedad^  con  la  enseñanza  de  sus 
fil(3sbfos,  con  los- acordes,  acentos  de  "sus  poetas,  con  la 
maravillosa  y  electrizadora  palabra  de  sus  oradores,  y 
con  la  deleitable  seducción  de  las  artes,  formando^  un 
himno  magnifico  y  universal,  levanta  su  corazón  arri-' 
ha,'  sobre  ella  como  benéfica  lluvia  derrama  Dios  sus 
misericordias.  Si  persiste  en  el  camino  de  la  perversión, 
y  todo  espíritu  se  materializa,  y  todo  corazón  se  manci-  ^ 
^  lia,  labora  se  acerca,  el  castigo  está  próximo;  los  festi- 
nes* se  suceden,  la  literatura  realista  se  multiplica,  las 
artes  paganas  se  embrutecen,  el  cielo  se  encapota,  la* 
tierra  se  anega,  y  desquiciado  el  mundo,  vuelve  al  es- 
tado salvaje.  .  *        .  . 

Éstos  son  los  frut03  del  materialismo  en  la  filosofía, 
del  Sensualismo  en  las  costumbres,  y  del  realismo  en  las 
letras  y  en  las  artes. 

Pero  ¿qué  culpa  tenemos  nosotros,  dicen  los  artistas, 
de  que  sea  el  mundo  así?  Lgi  sociedad  influye  en  nos- 
otros, y  nos  obliga  y  nos  fuerza;  dando  gusto  al  público, 
nos  aplaude,  y  con  el  aplauso,  de  suyo  agradable  y  gus- 
toso, .vienen  pocos  ó  muchos  los  medios  materiales  de 
sustentar  la  vida.  Con  esto  nos  contentamos  en  España; 
en  Francia  es  otra  cosa:  allí  se  enriquecen  los  escritores 
que  siguen  el  corrompido  gusto  del  público,  y  riéndose 
.  de  la  multitud,  exclaman: 

El  pueblo  es  necio,  y  pues  lo  paga,  es  justo 
Hablarle  en  necio  para  darle  gusto. 

Apresuróme  á  confesar  que,' en  parte,  no  les  falta  ra- 


zón  á  los  que  de  esta  manera  se  defleiíden.  Dicen  bien, 
en  cuanto  aseguran  que  así  se  4ogra  mayor  ventaja  ma- 
terial y  positiva;  dicen  la  verdad,  en  cuanto  afirman  que 
los.  éxitos  colosales,  espléndidos,  beneficiosos;  que  ías  re- 
peticiones á  centenares  de  dramas  inmorales  y  las  edi- 
ciones á  docenas  de  i^ovelas  pestíferas,  se  obtienen  dan- 
do placer  al  gusto  depravado  del  público,  influido  pre- 
viamente por  máximas  que  no  han  nacido  en  las  letras 
JÁ  en  las  artos.  Pero  ^en  qué  quedamos?  ¿Sois  artistas  ó 
jornaleros?  ¿sois  poetas  ó  mercaderes?  Si  queréis  entrar 
en  el  gremio  de  los  comerciantes,  no  habléis,  por  Dios, 
no  habléis  de  vuestra  misión  ni  de  vuestro  sacerdocio. 
Hablad  de  vuestra  industria,  hablad  del  mostrador,  ma- 
triculaos en  el  tribunal  de  comercio;  pero  no  o^  llaméis 
poetas  ni  artistas.  Contentaos  con  unas  cuantas  pesetas, 
ó  con  muchos  pesos  dui;os,  y  renunciad  á  los  lauras  in-r 
marcesibles  de  la  inmortalidad. 

También  tienen  razón,  si  dando  en  su  defensa  un  paso 
más,  exclaman:  bien  está,  cierto  es;  viciados  están  nues- 
tros entendimientos,  pero  no  la  voluntad.  Respirando 
perpetuamente  un  aire  corrompido,  se  dañan  nuestros  pul- 
mones; devoramos  el  aire  emponzoñado  de  la  sociedad, 
y  devolyemos  con  creces,  sin  saberlo  y  sin  quererlo,  lo 
que  hemos  respirado.  ¿Cómo  se  vive  entre  aguas  estan- 
cadas sin  padqcer  de  fiebres  perjiiciosas?  Si  nuestros  en- 
sueñois  son  calenturientos,  es  porqué  la  sociedad  én  que 
vivimos  es  pestilente.  Sanead  el  aire,  purificad  la  atmós- 
fera, y  nos  hallaréis  curados:  nuestras  producciones  co- 
rresponderán al  aire  puro,  ál  alimento  sano,  y  devolve- 
remos al  pueblo,  en  libros  verdaderamente  bellos,  y  por 
lo  tanto  morales,  las  enseñanzas  saludables  que  reciba- 
mos. Pero  vosotros,  añaden  los  poetas  y  los  artistas; 


122 

vosotros,  gobernantes;  vosotros,  filósofos;  vosotros,  hom- 
bres de  mundo  y  de  sociedad,  vosotros  nos  inficionáis, 
nos  corrompéis,  y  después  lanzáis  sobre  nosotros  san- 
gilen  tos  anatemas  porque  popularizamos,  por  medio  de 
obras  de  ¿irte,  entre  vuestras  esposas,  vuestros  hijos, 
vuestros  colonos  y  vuestros  criados,  aquello  mismo  que 
de  vosotros  aprendimos,  ;,Quó  hemos  de  pintar  sino  lo  que 
presenciamos?  ¿Qué  hemos  de  retratar  y  describir  sino 
lo  que  vemos?  Y  puesto  que  lo  que  vemos  nos  lo  ponéis 
vosotros  delante  de  los  ojos,  sed  justos,  no  nos  saquéis  á  la 
vergüenza,  miraos  al  espejo,  y  veréis  que  sois  tan  feos 
y  deformes  como  los  retratos  que  hacemos  de  vosotros. 
Cierto;  no  liay  duda,  en  todo  ello  les  asiste  gran  parte 
de  razón  á  dramaturgos,  novelistas  y  pintores: 

Todos  en  Él  pusimos  nuestras  manos. 

Pero  tienen  alguna  razt'm,  gran  parte  de  razón;  no  razón 
completa.  Ya  se  dijo  en  otra  ocasión  solenme  en  esta 
misma  Academia:  si  no  podéis,  ó  no  os  atrevéis  á  robus- 
tecer con  vuestras  obras  el  principio  de  autoridad  en 
pontíflceSj  royeSj  padres  ó  maridos;  si  no  acertáis,  por- 
que obscurece  la  vista  la  niebla  densa  que  os  rodea,  y  es- 
tán íalseadas  las  nociones  de  virtud  y  de  vicio,  á  pintar 
el  \dcio  siempre  aborrecible  y  defgrme,  y  la  virtud  ci- 
ñendo  la  merecida  corona,  renunciad,  al  menos  por 
ahora,  á  ser  transcendentales:  sed  siquiera  inocentes. 
«Vuelvan  las  musas  á  morar  en  regaladas  florestas,  con 
su  gracioso  antiguo  continente,  ceñida  de  flores  la  cin-  ' 
tura;  dejen  de  andar  á  pie  y  descalzas,  desaseadas  y  en 
cabello  por  esaü  calles,  y  tornarán  á  ser  queridas  y  res- 
petadas (^).> 

(1)    Discurao  de  racepcioa  del  autor  de  esta  respaesta. 


m 

.  ¿No  podéis  nadar,  poetas  y  artistas,  contra  las  corrien- 
tes (ftxe  hoy  arrastran  al  género  humano?  Pues  escuchad 
el  sano  consejo  que  os  da  un  orador  eminente  en  bellí- 
simas palabras:  <  Yo  os  lo  conjuro  en  nombre  de  la  litera- 
tura y  del  arte,  en  nombre  de  su  dignidad  y  de  la  nuestra: 
dejad,  dejad  caer  sobre  esas  bárbaras  tentativas  que  al- 
canzan éxitos  prodigiosos,  tesoros  de  indignación  vale- 
rosa y  de  generosa  cólera;  azotad,  azotad,  y  para  la  ma- 
yor gloria  de  la  verdad,  de  la  virtud  y  del  arte,  arrojad 
del  templo  de  las  artes  á  los  profanadores  de  la  belleza. 
—¿No  podéis?  ¿no  osáis?  Pues  ¿por  qfié  y  para  qué  exis- 
tís? ¿Por  qué  ni  para  qué  lleváis  el  nombre  hermoso  de 
poetas,  de  oradores  y  de  artistas,  que  á  tanto  os  obliga, 
ái  es  solamente  para  seguir  las  corrientes  de  deprava- 
ción que  arrebatan  al  género  humano?  ¡Ah!  si  no  tenéis 
otro  objeto  que  precipitar  nuestra  caída,  dejadnos;  rom- 
ped vuestras  plumas,  destruid  vuestros  pinceles,  destro- 
zad vuestros  buriles;  no  seáis  cómplices  de  nuestra  caída 
con  vuestras  obras:  el  peso  de  nuestros  errores  y  de  nues- 
tras costumbres  basta  para  hundirnos  en  el  abismo. » 

Pero  esas  palabras  son  sospechosas:  son  de  un  enemi- 
go del  progreso  y  de  la  civilización  moderna;  son  de  un 
ultramontano;  son  de  un  Jesuíta.  Pues  bien,  escuchad: 
oídlas  de  un  académico  que  las  ha  puesto  en  verso. 
¿Diréis  que  es  ultramontano  el  Sr.  Núñez  de  Arce?  Pues 
oídle: 

¡Todo  se  anubla,  todo 

Choca,  todo  est4  heridol 

Pide  estragado  el  arte 

Su  iuspiración  al  vicio, 

y  entre  el  alegre  estruendo 

De  infames  regocijos, 

La  sociedad  oscila 


411  '•   '  -        . 

Sobre  ai  obscuro  abismo. 
4  ]?o£^tasl  hasta  tanto  ,       ^ 

Que  la  borrasca  pase,         '    » * 
Colguemos  nuestras  arpas 
De  los  llorosos  sauces. 
,      '  -  Tal  vez  cuando  la  tierra 

^  Nuestros  despojos  guarde,  *       '  ^    » 

^     El  viento  las  sacuda, 

Y  vibren,  giman,  canten  (í).  ^  . 

Ya  lo  veis:  Núñez  de  Arce  es  poeta,  y  cuando  quiere 
cantar,  en  vez  de  hacerse  cómplice  de  los  infames  rego- 
cijos que  nos  embrutecen,  aniquilan  y  deshonran,  pro- 
testa valientemente  y  hace  coro,  con,  inspirados  versos, 
á  las  inspiradas  palabras  del  elocuente  Jesuita.     - 

Y  dice  más  nuestro  compañero  cuando  habla  como 
poeta,  que  es  cu-ando  ve  la  Verdad,  inseparable  herma- 
na de  la  belleza,  aunque  el  vulgo  piense  lo  contrario: 

Guando  la  poesía  desfaUece 
Y  oual  ebria  bacante  desceñida 
'  ,      Se  revuelca  en  el  faiigo,  y  se  envilece; 

Guando  Ja  muchedumbre  descreída, 
En  torpes  cspeclaculos  apura  -        *'    - 

Los  más  brutales  goces  de  la  Vida: 


Eptouces,  como  eí  aire  oori'ompido 
Que  invadiendo  el  espacio,  se  dilata 
Lento,  invisible,  acaso  no  sentido, 
La  cólera  del  Cielo  se  desata,  ^ 
,  '  Avanza  sin  cesar,  muda  y  sombría, 

Y  como  el  rayo  y  la  epidemia  mata- 
Enlonces  Dios  sobre  la  rasa  impía 
Que  marcha  presurosa  hacia  el  abismo, 
Sus  horrendas  catástrofes  envía  (i)* 

(4;    Núúez  de  Arce— Criros  del  coTnhate,  1875,  págs^  116  y  447. 

(i)    NQñez  de  Arpe. —Gritos del  aúmbaín,  iS73,  paga,  *29  y  430,  Por  me- 


12& 

Pero  sucede  que  el  vulgo  de  los  no  poetas  suele,  decir 
que,  mal  que  nos  pese  á  los  ultramontanos  y  al  Sr.  Nú- 
flez  de  Arce,  todos  los  siglos,  sin  excluir  el  siglo  de  oro 
d^  nuestras  letras  y  artes,  han  aportado  al  acervo  co- 
mún su  contingente  de;inmoralidad.  Á  esto,  en  primer 
lugar,  respondo  que  na  hay  que  confundir  ciertas  desen- 
volturas en  el  lenguaje  con  la  verdadera  inmoralidad; 
que  á  oídos  inocentes  de  personas  cí'eyentes  y  piadosas 
no  les  puede  ofender  alguna  palabra  ó  frase,  ó  pasaje  ó 
escena,  dé  cierta  libertad  y  desenvoltura  por  su  forma 
extema;  que  nosotros  oímos  con  malicia  y  comentamos 
con  fruición  algo  escrito  en  el  siglo  de  oro  sin  átomo  de 
impiedad  ni  de  inmoralidad;  porque  el  que  es  creyente, 
y  habla  con  creyentes,  usa  de  cierto  candoroso  abando- 
no que  es  peligroso  para  un  auditorio  maligno,  así  co- 
mo inofensivo  para  un  pueblo  creyente  y  honrado.  Pero 
aun  siendo  exacto,  como  efectivamente  lo  es,  que  todos 
los  tiempos,  aun  los  menos  depravados,  tuvieron  su  co- 
secha de  perversas  obras,  al  fin  como' de  hombres,  con- 
testa á,la  objeción  nuestro  nuevo  compañero,  de  un  mo- 
do que  no  admite  réplica,  en  su  excelente  discurso.  Una 
cosa  es  producir  obras  inmoiítles,  y  otra  matar  la  con- 
ciencian no  puede  ser  lo  mismo  afrontar  los  remordi- 
mientos que  pesan  al  cabo  sobre  qu^en  borrajeó  y  sacó  á 
luz  obras  provocativas,  que  suprimir  los  remordimien- 
tos. Se  ha  obrado  el  mal,  sabiendo  que  era  malo;  pero 
no  se  ha  tenido  la  audacia  de  presentar  lo  malo  como . 
bueno,^  la  bondad  como  tontería,  y  la  santidad  como  es- 
téril sacrificio:  eso  no  ha  sucedidg  nunca  hasta  ahora 
hace  diez  y  nueve  siglos. 

nos  qae  esto  se  llama  hoy  ultramontano  á  cualquiera  que  lo  diga  en  pro^ 
sa.  Por  fortuna,  no  es  ofensa;  antes  bien  grandísima  honra.    ' 


^36 

¡Pero  si  se  hace  más!  ¡Si  se  llega  hasta  falsear  el  di- 
vino misterio  de  la  Redención!  Las  generaciones  que 
nos  precedieron  tenían  costumbre  de  ver  en  la  escena  á 
D-  Juan  Tenorio  seduciendo  incautas  doncellas  y  ma- 
tando hermanos  y  padres  celadores  de  su  honra,  para 
ser  después  tragado  por  el  infierno  á  vista  del  aterrado 
espectador.  Ahora  no  podemos  tolerar  semejante  injus- 
ticia: somos  tan  tolerantes,  tan  benévolos,  tan  finos, 
tan  bondadosos,  que  nos  gozamos  en  la  seducción  y  el 
escándalo:  y  á  presenciarlo  y  aplaudirlo  acudimos  todos 
los  años,  cabalmente  el  día  de  la  Conmemoración  de  los 
fieles  difuntos;  y  para  falsificarlo  todo,  necesitamos  que 
D,  Juan  se  salve,  y  que  á  nuestra  presencia  se  vaya  yes- 
tido  y  calzado  al  Cielo,  no  en  las  alas  del  arrepentimien- 
tOj  la  contrición  y  la  penitencia,  sino  por  el  amor  sen- 
sual de  una  mujer  que  abandona  las  mansiones  celestia- 
les, y  renuncia  á  ellas,  no  para  salvar  un  alma' cristia- 
na diciéndole 

¡Ay  de  tí  si  no  aprovechas 
La  eternidad  de  un  instante!  ^ 

sino  para  requebrar  de  amores  al  libertino  desalmado  ó 
impenitente.  / 

Si  Tirso  de  Molina  levantara  la  cabeza  y  viera  tal  pro- 
fanación de  su  Burlador  de  Sevillay  volveríase  luego  des- 
corazonado al  sepulcro.  Afortunadameiite,  el  personaje 
fantaseado  por  el  fraile  de  la  Merced,  y  su  cristiano 
poema,  conservan  el  desenlace  cristiano  en  la  obra  que 
admira  el  mundo  realzada  y  sublimada  con  las  melodías 
de  Mozart. 

Adviertan  los  que  de  Dios 
Juzgan  los  castigos  grandes, 


127 

Qae  no  hay  plazo  que  no  llegue 
Ni  deuda  que  no  se  pague  (4). 

Pero  ¿es  cierto  que  ho.se  puede  ir  contra  la  comente? 
¿Es  verdad  que  sea  preciso  humillarse  ante  las  deprava- 
ciones inicuas,  ó  romper  la  lira?  ¡Oh!  no:  Alarcón  puede 
decir  en  voz  alta,  y  os  lo  acaba  de  decir  con  regocijo, 
que  el  Bien  ha  sido  siempre  su  norte,  que  se  ha  propues- 
to ser  útil  á  la  familia  y  á  la  sociedad  si  ensayaba  la  no- 
vela, consolador  del  espíritu  humano  cuando  pulsaba  su 
arpa.  Sin  embargo  de  lo  cual,  y  por  ello' precisamente, 
puedo  yo  afirmar,  á  presencia  del  primer  Cuerpo  litera- 
rio de  España,  que  sus  novelas  son  muy  leídas  y  sus 
poesías  muy  apreciadas.  Pues  lo  que  Alarcón  hace  en 
medio  de  los  errores  contemporáneos,  ¿por  qué  no  lo 
pueden  hacer  todos  los  peregrinos  ijigenios  de  la  patria? 
El  público  influye  en  ellos,  no  lo  niego;. pero  ellos  influ- 
yen en  el  público;  y  puesto  que  hablan  á  toda  hora  ,de 
su  misión  y  de  su  sacerdocio^  no  parece  exigirles  mu- 
cho con  obligarlos  á  que  lidien  contra  la  corriente  y  den 
pruebas  de  valor  y  de  vocación  verdadera. 

Creerá  alguno  que  Alarcón,  en  este  punto,  es  un  con- 
vertido; no  por  cierto:  mi  digno  ahijado  tiene  la  dicha  de 
haberse  conducido  siempre  honradamente  en  el  campó 
literario.  Por  el  año  de  1855,  siendo  casi  niño,  escribía 
y  daba  á  la  estampa  La  Noche-buena  del  poeta.  Describe 
la  que  pasó  á  los  siete  años  de  su  edad,  en  su  pueblo: 
<En  mi  pueblo,  á  noventa  leguas  de  Madrid,  á  mil  le- 
guas del  mundo,  en  un  pliegue  de  Sierra-Nevada. — 
¡Aún  me  parece  veros,  padres  y  hermanos! — Un  enorme 

(4)  El  Burlador  de  Sevilla  y  Convidado  de  pterfra.— Comedias  de  Tirso 
de  MolÍ9a  coleccionadas  por  Hartzenbusch,  pág.  K89  de  la  edición  de  Ri- 
vadeneyra.  , 


tronco  de  encina  chisporroteaba  en  medio  del  hogar;  la' 
negra  y  ancha  campana  de  la  chimenea  nos  cobijaba;  en 
Ids  rincones  estaban  mis  dos  abuelas,  que  aquella  noche 
se  quedaban  en  casa  á  presidir  la  ceremonia  de  .familia; 
en  seguida  se  hajlaban  -mis  padres;  luego  nosotros,  y  * 
entre  nosotros,  los  criados. — ^Porque  en  aquélla  fiesta  to- 
dos representábamos  ¡a. casa,  y  á*  todos  debía  cjalentar- 

nos'el  mismo  fuego Algunos  copos  de  nieye  caían 

.por  ^1  cañón  de  la  chimenea ¡y  el  viento  silbaba  á  lo 

lejos,  hablándonds  de  los  ausentes,  de  los  pobres,  de  los. 
caminantes! 

>Yo  no  ceno  en  mi  casa  hace  algunas  Noches-buenas. 
— Mi  pueblo  há  desaparecido  en  el  océano  de  mi  vida, 
como  el  islote  que  se  deja  atrás  el  navegante. — Ya  no 
«oy  aquel  Pedro,  aquel  niño,  aquel  foco  de  ignorancia, 
de  curiosidad  y^de  tristeza,  que  penetraba  temblando  en 
la.  existencia. — Yo  soy  ya nada  menos  que  un  hom- 
bre, un  habitante  de  Madrid,  que  se  arreUana  cómoda- 
mente en  la  vida,  y  se  engríe  de  su  amplia  independen- 
cia, como  soltero,  como  novelista,  como  voluntario  de 
la  orfandad  que  soy,  con  patillas,  deudas,  amoreá  y  tra- 
tamiento de  usted!!! 

•  »|0h!  Guando  comparo  mi. actual  libertad,  mi  ancho 
vivir,  el  inmenso  teatro  de  mis  operaciones,  mi  tempra- 
na experiencia,  mi  alma  descubierta  y  templada  como 
un  piano  en  noche  de  concierto,  mis  atrevimientos,  mis 
ambiciones  y  mis  desdenes,  con  aquel  rapazuelo  que  to- 
caba la  zambomba  hace  quince  años  en  un  rincón  de  An- 
dalucía, sonrióme  por  fuera,  y  hasta  lanzo  una  carcaja- 
da que  considero  de  buen  tono;  mientras  que  mi  solitario 
corazón  destila  en  su  lóbrega  caverna,  procurando  que 
no  la  vea  nadie,  una  lágrima  pura  de  infinita  melancolía. 


<29 

>Lágrima  santa,  que  un  sello  de  franqueo  lleva  al 
hogar  tranquilo  donde  envejecen  mis  padres!  >     * 

¡Oh,  Sr.  Alarcón,  mi  digno  y  querido  amigo!  Esa  lá- 
grima es  una  perla:  de  esa  preciosa  margarita  brotan  y 
caen  como  bendición  sobre  la  frente  del  poeta  los  ver- 
sos con  que  termina,  puestos  en  boca  de  un  padre,  la  co- 
media intitulada  JS*/  hijo  pródigo: 

|Sí..?..  serás  bueno lo  sé  I    ,. 

Que  ya,  aunque  lejos  de  mí, 

No  estás  solo  en  tu  aflicción; 

Pues  irán  eternamente 

Mi  bendición  en  tu  frente 

Y  Dios  en  tu  corazón!  i 

El  hijo  pródigo,  comedia  representada  ó  impresa  en 
1857,  parece  el  desenvolvimiento  de  La  Noche^buena 
del  poeta.  La  idea  de  la  santidad  de  la  familia  cristiana 
está  profundamente  grabada  en  el  alma  de  Alarcón,  y 
nunca  la  olvida,  y  jamás  deja  de  dar  con  ella  vida  y  ca- 
lor á  bien  inspirados  cuadros,  á  escenas  interesantes  y 
tiernísimas,  que  hacen  salir  dulces  lágrimas  á  los  ojos, 
derraman  consuelo  en  el  corazón,  y  arrancan  involun- 
tarios aplausos  aun  de  aquéllos  que  no  rezan  por  sus 
muertos  el  día  2  de  noviembre  ni  pasan  en  su  casa  la 
Noche-buena;  tipos  admirablemente  pintados  por  Alar- 
cón en  el  artículo  y  la  comedia.  Todo  el  que  lea  una  y 
otra  producción,  tomará  cariño  al  autor;  no  puede  me- 
nos de  quererse  á  quien  de  sí  decía:  < Algunas  familias 
en  las  que  soy  un  extranjero,  me  han  querido  dar  la  li- 
mosna de  sil  calor  doméstico,  convidándome  á  comer — 
¡porque  ya  no  cenamos! — Pero  yo  no  he  ido;  yo  no  quie- 
ro eso:  ya  busco  mi  cena  pascual,  la  colación  de  Noche- 
buena, mi  casa,  mi  familia,  mis  tradiciones^  mis  recuer- 

9 


/  130     . 

dos,  las  antiguas  alegrías  de  mi  alma,  ¡la  Religión  que 
me  enseñaron  cuando  niño!> 

'  Tampoco  es  posible  no  estimar  á  quien  más  ajdelante, 
en  1874,  saca  á  luz  estas  palabras,  propias  del  nobilísi- 
mo pecho  de  un  literato  eminente,  y  hombre  de  bien: 
€jEl  Rosario!  Veinte  años  hacia  ya  por  lo  menos  que  no 
lo  veíamos  reccfrrer  á  aquella  hora  y  de  aquel  modo  (se- 
gún la  inmemorial  costumbre)  otras  ciudades,  villas  y 
aldfeas  de  la  proverbial  tierra  de  MarUt  Santísima. — ¡Y 
qué  veinte  años!  Durante  ellos,  los  misfnos  que  solíamos 
felicitarnos  de  k  desaparición  del  antiguo  orden  social  y 

político  de  España hemos  venido  á  reconocer,  en 

cambio,  á  fuerza  de  crueles  lecciones,... I  que  esa  libertad 
y  esas  i^ieas,  lejos  de  domesticar,  de  civilizar,  de  dignifi- 
car más  y  más  cada  día  á  las  clases  bajas.....  las  han  he- 
cho retroceder  á  la  ¡irimitiva  barbarie. — Inútil,  ocioso,* 
necio,  y  sobre  todo  peligrosísimo.....'  fuera  cerrar  los 
ojos  á  esta  verdad  que  palpita  en  el  fondo  de  la  conciencia 
de  cuantos  hemos  dirigido  la  voz  al  pueblo  (creyéndo- 
nos sus  redentores)  desde  el  periódico  ó  desde  la  tribu- 
na; desde  el  libro  ó  desde  la  cátedra.  ¡Imposible  escapar 

,  á  nuestros  remordimientos!  Los  espantosos  resiíltados  de 
nuestras  bien  intencionadas,  pero  imprudentes  provoca- 
ciones, están  harto  á  la' vista  en  todas  partes Así 

pudiera  continuar  mucho  tiempo,  á  riesgo  de  que  se  me 
considerase  neo-católico,  ultramontano,  retrógrado,  obs- 
curantista, persa,  carlino  y  partidario  del  Tribunal  de  la 
Inquisición. — Mas  creo  haber  dicho  ya  lo  bastante  para 
explicar  la  profunda  complacencia  que  nos  causó  aque-: 
lia  noche  ver  al  pueblo  orgivense,  representado  por  sus 
hijos,  hacer  pública  profesión  de  su  fe- cristiana  (^).» 

(\)    La  Aipujarra,  4874,  págs.  479  y  480. 


131 

íío  importa  que  haya  andado  por  medio  de  los  <vates 
del  siglo  XIX  convertidos^  en  gacetilleros;»  que  hayfi 
visto  <á  la  musa  con  las  tijeras  en  la  mano  despedazan- 
do sueltos;  á  los  que  en  otros  siglos  hubieran  cantado  la 
epopeya  de  la  patria  zurcir  artículos  de  fondo  para  re- 
habilitar un  partido:  >  Alarcón  ha  arribado  á  puerto  s^-. 
guro,  y  con  el  amor  de  la  familia  que  la  Divina  Provi- 
dencia le  ha  dado,  ve  coronados  todos  sus  esfuerzos,  di- 
sipadas sus  zozobras,  realizados  sus  ensueños,  logradas 
sus  esperanzas, 

¡Penas!  ¡Recuerdos!  ¡Horas  desaprovechadas  ó  mal 
invertidas!. 

¿Quién  no  lleva  escondido 
'Un  rayo  de  dolor  dentro  del  pecho? 
¿Por  cuál  dichoso  rostro  no  han  corrido 
Lágrimas  de  amargura  y  de  despecho?  * 
¿Quién  no  lleva  en  su  alma 
¡Ahí  por  muy  joven  y  feliz  que  sea, 
Un  penoso  recuerdo,  alguna  idea 
Que,  nublando  su  luz,  turba  su  calma?  0). 

De  El  Escándalo^  novela  de  Alarcón  dada  á  la  es- 
tampa en  1875,  no  hay  para  qué  hablap:  quien  no  la  ha-^ 
ya  leído  debe  leerla,  y  hará  amistad  en  seguida  con  un 
P.  Manrique,  que  es,  según  frase  feliz  de  Alarcón,  como 
todos  sus'hermanos:  <en  la  Compañía  de  Jesús  no  hay 

más  que  un  alma el  alma  de  San  Ignacio  (Je  Loyola.» 

Hará  amistad  con  el  heymano  portero  de  la  casa  del  Pa- 
dre Manrique;  hará  amistad  con  la  Abadesa  y  con  las 
Monjas  del  convento  en  que  estuvo. una  Gabriela  tres 
años;  hará  amistad  con  un  Lázaro,  modelo  de  abnega- 
ción y  humildad;  y  hará  amistad  con  Alarcón,  á  quien 

(4)    Espronceda. 


432 

es  preciso,  sin  remedio,  estimar,  cuando  se  acaba  de 
leer  tan  noble,  tan  gallarda,  tan  interesante^  tan  vale- 
rosa novela. 

Lázaro  es,  en  El  Escándalo^  modelo  de  humildad  y 
abnegación,  porque  es  cristiano;  y  por  esta  razón  es  per- 
sonaje interesante  y  simpático.  Si  Alarcón  hubiera  pres- 
■  cindido  de  Dios  en  su  novela,  como  se  estila  ahora;  si  su 
Lázaro  hubiera  aprendido  á  ser  virtuoso  en  los  libros  de 
los  filósofos  y  no  en  el  catecismo,  no  fuera,  como  es,  un 
hombre  tranquilo  y  sereno  que,  queriendo  lo  más  perfec- 
to, hace  un  gran  sacrificio,  sino  que  sería  un  misántro- 
po insoportable;  en  lugar  de  hacer  y  decir  cosas  precio- 
sas y  sublimes,  diría  y  haría  simplezas;  en  vez  de  ser 
simpático  modelo  de  paciencia  y  resignación,-  sería  un 
mentecato;  y  en  lugar  de  disponerse  á  .cambiar  su  as- 
tronomía por  la  manera  con  que  miraba  al  cielo  el  Padre 
Manrique,  debiera  aparejarse  para  que  le  llevasen,  por 
majadero,  á  una  casa  de  locos,  ya  que  no  hay  casas  de 
tontos.  Las  obras  de  arte  en  que  de  caso  pensado  se  pres- 
cinde de  Dios,  producen  en  el  ánimo  del  lector  ó  especta- 
dor efecto  contrario  al  que  el  autor  se  propuso.  Y  si  de 
Dios  se  presdnde,  no  de  caso  pensado,  pero  inadvertida- 
mente, la.  obra  resulta  necia.  Todo  esto,  sin  duda,  .tuvo 
presente  Alarcón  al  escribir  El  Escándalo^  y  por  eso 
cabalmente  es  su  novela  bellísima  y  provechosa.    . 

En  el  discurso  que  nos  ha  leído  ahora  mismo  tiene  el 
buen  gusto  de  hacer  público  alarde  de  que  para  ól  la 
*  moral  es  la  de  Jesucristo,  la  redentora  delalma,  la  de  la 
humildad,  la  de  la  paciencia,  la  de  la  caridad,  la  del 
perdón  de  las  injurias,  la  que  despierta  y  ejercita  todas 
las  fuerzas  de  nuestro  espíritu  imperecedero.  Pero  donde 
se  vislumbra  el  alma  poética  de  Alarcón,  es*  en  el  pasa- 


133 

je  en  que,  hablando  de  nuestra  España,  y  de  su  literatu- 
ra y  de  sus  artes,  prorrumpe  en  estas  palabras,  que  resu- 
men todos  los  merecimientos  de  nuestros  ínclitos  mayo- 
res: cAqui,  por  la  misericordia  de  Dios,  no  ha  habido 
nunca  el  menor  asomo  d^  idolatría  para  las  obras  huma- 
nas. Ésta  es  la  tierra  de  los  enamorados,  pero  no  idóla- 
tras, de  la  hermosura;  de  los  paladines  del  honor;  de  los 
mártires  de  la  patria;  de  los  soldados  de  Jesú^;  de  los 
siervos  de  Mar ía.> 

Sí;  y  aun  por  eso  ésta  es  la  tierra  de  los  intrépidos  ca- 
balleros, d^  los  grandes  artistas,  de  los  famosísimos  es- 
critores, mientras  no  se  quebrantó  el  espíritu  católico: 
por  eso  la  decadencia  es  general  y  evidente  desde  que 
vientos,  extranjeros  han  traído  á  la  tierra  de  los  solda- 
dos de  Jesús  y  de  los  siervos  de  María  desaliento  de  in-. 
credulidad  y  fiebres  de  racionalismo. 

Notadlo  nuevamente,  señores  Académicos:  notad  el 
singular  fenómeno  que  presenta  la  historia  de  nuestras 
letras.  Cuando  el  escritor  respeta  como  justo  límite  el 
que  pone  la  Religión  Gristiaina,  vuela;  cuando,  llegados 
los  tiempos  modernos,  se  juzga  libre  de  toda  limitación, 
se  arrastra.  Mientras  aspiró  principalmente  al  Cielo,  al- 
canzó fama  perdurable  en  la  tierra;  desde  que  rompe  con 
los  lazos  que  le  unen  á  la  gloria  eterna,  no  consigue  ni 
siquiera  la  de  este  mundo.  Es  muy  natural,  si  bien  se 
reñexiona,  puesto  que,  como  dice  el  Príncipe  de  los  in- 

geniog  españoles,  <los  cristianos  católicos más  habe- 

mos  de  atender  á  la  gloria  de  los  siglos  venideros,  que 
es  eterna  en  las  regiones  etéreas  y  celestes,  que  á  la  va- 
nidad de  la  fama  que  en  este  presente  y  acabable  siglo 
se  alcanza;  la  cual  fama,  por  mucho  que  dure,  en  ñn  se 
ha  de  acabar  con  el  mismo  mundo,  que  tiene  su  fin  se- 


136    • 

otras  muchas,  apelo  al  testimonio  de  las  señoras,  hechas 
por  Dios,  no  para  componer  versos,  sino  para  inspirar  to- 
do linaje  de  poesía.  Venid  conmigo;  sigamos  á  Don  Qui- 
jote. Un  día,  lleno  de  gratitud  su  nobilísimo  pecho,  de- 
seando corresponder  como  hidalgo  á  mercedes  recibidas 
de  unas  damas,  no  pudiendo  hacerlo  en  la  misma  medi- 
da, conteniéndose  en  los  estrechos  Umites  de  su  pode- 
río, les  ofreció  lo  que  pudo  y  lo  que  tenía  de  su  cosecha. 
<Y  así  digo  que  sustentaré  dos  días  naturales  en  mitad 
de  ese  camino  real  que  va  á  Zaragoza,  que  estas  seño- 
ras tagalas  contrahechas  que  aquí  están,  son  las  más 
hermosas  doncellas  y  más  corteses  que  hay  en  el  mun- 
do, excetando  sólo  á  la  sin  par  Dulcinea  del  Toboso, 
única  señora  de  mis  pensamientos.» 

El  mismo  Sancho  Panza,  creada  por  Cervantes  para 
que  dude  de  todo  y  para  que  todo  lo  vea  con  los  ojos  de 
la  carne,  el  mismo  Sancho  Panza  esta  vez  quiere  el  au- 
tor que  reconozca  y  confiese  que  esto  es  hermoso,  que 
esto  es,  además,  honrado  y  bueno;  y  se  rinde  á  la  belle- 
za poétiday  á  la  hidalguía,  y  dando  una  gran  voz  excla- 
mó: €es  posible  que  haya  en  el  mundo  personas  que  se 
atrevan  d  decir  y  A  jurar  que  éste  mi  señor  es  loco?> 
Don  Quijote  que,  entre  otras  locuras,  tenía:  la  locura  de 
la  modestia,  «volvióse  á  Sancho,  y  encendido  el  rostro  y 
colérico,  1¿  dijo:  ¿quién  te  mete  á  tí  en  mis  cosas,  y  en 
averiguar  si  soy.  discreto  ó  majadero?»  Puesto  en  medio 
del  camino  con  intrépido  corazón,  vino  un  tropel  de  to- 
ros bravos  y  de  mansos  cabestros,-  y  pasó  sobre  Don  Qui- 
jote dahdo  con  él  en  tierra  y  echándole  á  rodar  por  el 
suelo.  Para  entonces,  los  que  con  el  caballero  estaban^ 
volviendo  las  espaldas^  se  habícm  apartado  bien  lejoSy  te- 
merosos de  que  les  había  de  suceder  algún  peligro. 


437 

Decidme,  señoras  mías,  ¿se  escribió  esto  para  hacer 
reir  ó  para  hacer  llorar?  Los  que  leyendo  esto  se  ríen  de 
Don  Quijote,  se  reirán  de  todo  lo  que  es  poético,  de  jtodó 
lo  que  es  noble  y  levantado,  aunque  parezca  extrava- 
gante: se  ríen  de  la  España  de  nuestros  mayores,  aban- 
donada en  Westfalia  y  maltratada  en  Utrecht;  se  ríen 
de  la  heroica  locura  llamada  la  guerra  de  la  Independen- 
cia; se  ríen  de  los  valerosos  voluntarios  pisoteados  en  Ca- 
bezón, Ocaña  y  Medellín;  se  ríen  de  la  España  caballe- 
resca, porque  las  damas,  zagalas  contrahechas,  llamadas 
Inglaterra,  Rusia,  Prusia  y  Austria,  le  volvieron  las  es- 
paldas y  la  dejaron  sin  Gibraltar,  y  siij  Nueva  España, 
y  sin  el  nuevo  mundo  descubierto  por  un  loco  que  se 
llamaba  Colón,  bajo  el  amparo  de  la  visionaria  Isabel  la 
Católica,  conquistado  por  unos  dementes  que  se  llama- 
ron Hernán  Cortés  y  Pizarro,  y  evangelizado  por  unos 
extravagantes  que  se  llaman  frailes  franciscanos  ó  do- 
minicos. 

No,  señores:  Cervantes  no  se  ríe,  sino  que  llora.  Ig- 
noro, y  me  importa  muy  poco  averiguar,  si  empezó  á 
escribir  su  inmortal  libro  con  el  intento  que  en  él  res- 
plandece: lo  que  sé,  y  doy  por  averiguado  y  cierto,  es 
que  en  él  fué  vaciando  su  alma,  y  apareció  patente  su 
corazón  generoso,  y  resultó  lo  que  he  dicho.'  Aun  por 
esto,  en  lo  claro  de  la  intención,  en  la  hidalguía  de  los 
pensamientos  de  Don  Quijote,  en  lo  poético  de  sus  de- 
signios descabellados,  es  muy  superior  la  segunda  parte 
á  la  primera,  aunque  ésta  parezca  más  pintoresca  y  ani- 
mada que  aquélla;  por  esto,  en  la  segunda  parte  nace 
un  bachiller* Sansón  Carrasco,  que  comete  locuras  ver- 
daderas para  curar  á  Don  Quijote  de  su  poética  locura; 
por  .esto,  en  fin,  todos  los  hechos  y  todos  los  dichos  de  Don 


<38 

Quijote,  principalmente  en  la  segunda  parte  de  su*  vida, 
son  á  más  no  poder  nobles,  bellos,  y  sobre  todo  simpá- 
ticos. Porque  Don  Quijote  es  Cervantes  cáutivoen  Argel, 
animado  de  pensamientos  conquistadores;  Cervantes  en 
la  corte,  lleno  dQ  heridas  y  merecimientos,  y  muerto  de 
hambre;  y  Don  Quijote  en  su  caga,  molido  á  palos  ypró- 
ximo  á  tnorir  en  brazos  de  su  sobrina  y  de  su  ama  y 
de  su  cura,  es  Cervantes  dando  vueltas  alrededor  del 
convento  de  las  Trinitarias,  yendo  á  ver  dé  continuo  á 
las  Religiosas  para  consolarlas  y  para  consolarse,  y  to- 
mando el  háb^o  eíi  la  Orden  Tercera  de  San  Fran- 
cisco (^).  ,  .  '  . 
.  ¡Pero  se  ríe  perpetuamente  en  el  Quijote!  Ríe,  mas  no 
se  burla:  también  ríe  al  escribir  la  dedicatoria  del  Per- 
siles,  al  día  siguiente  de  darle  la  Extremaunción;  y  cier- 
to que  al  esperar  tranquilp  y  con  pecho  regocijado  la  ya 
cercana  muerte,  no  se  burla  ni  de  la  otra  vida,  ni  de  la 
mortaja  que  prepara  para  su  cuerpo  con  el  tosco  sayal  de 
la  Orden  franciscana. 

•  Ni  D.  Pedro  de  Alarcón,  ni  el  que  tiene  la  honra  de 
contestarle  á  nombre  de  la  Academia  Española,  estamos 
con  los  que  aventuran  semejantes  boflbadas.  Uno  y  otro, 
el  nuevo  académico  aún  más  y 'mejor  que  yo,  porque  es 
poeta  y  yo  un  humilde  prosista,  y  de  la  más  pedestre 
prosa,  la  que  se  escribe  en  papel  sellado,  sabemos,  á  qué 
atenernos.  Ningún  soberano  escritor  ha  dejado  de  ser  es- 
piritual en  sus  pensamientos  y  moral  en  suscomposicio* 
nes.  .Ningún:  poeta  espanpl,  ningún  artista,  ningún  ora- 

(4)  Toftió  el  hábito  en  2  de  julio  de  4643.  Profesó  el  día  2  de  abril  de 
4646, — «en  su  casa,  dice  la  partida,  por  estar  enfermo,  el  hermano  Mi- 
guel de  Cervantes.»  Veáse  La  sepultura  de  Miguel  de  Cefvantejt,  Memoria 
escrita  por  encargo  *de  la  Academia  Española  por  el  Marqués  de  Molins.-— 
Maárid,  4870,  imprenta  de  RiMadeneyra. 


<39 

dor  digno  de  tal  nombre,  ha.  dejado  de  ser  entre  nosotros 
católico;  porque  entre  nosotros  ha  iinperado  siempre  la 
verdad,  y  no  ha  habido  manera  de  ser  religioso  sin  ser 
hijo  de  la  Iglesia  de  Dios. 

El  discurso  de  Alarcón  tiene  un  objeto  altísimo,  6ris- 
tiano  y  español,  como  sus  obras  literarias.  ¡Venga  el  se- 
ñor Alarcón  en  muy  buen  hora  á  llenar  los  huecos  que 
•va  dejando  en  nuestras  filas  la  muerte,  j,  con  la  ayuda 
de  Dios,  entre  todossacaremos  ilesos  de  la  borrasc^t  que 
corre  la  literatura,  anegada  én  un  mar  d^  aguasinmun- 
das,  los  fueros  de  sti  hermosa  Dulcinea,  del  alma  huma- 
na, hecha  á  imagen  y  semejanza  de  Dios  y  redimida  por 
Él  en  el  Calvario!  ¡Arriba  los  corazonesl  ^  desdeñando, 
como  dice  Alarcón,  los  ideales  finitos,  busquemos  .digno 
término  á  nuestras  obras  elevándonos  <á  la  contempla- 
ción del  Eterno  Ser  en  quien  juntamente  residen  la  Su- 
ma Verdad,  la  Suma  Bondad  y  la  Suma  Belleza- > 

22  de  enero  de  1877. 


DISCURSO 

QUE  EL 

EicMo.  Sk.  D.  EDUARDO  SAAVEDRA 

leyó  en  Junta  pública 

di  la  Real  Academia  Española,  el  día  29  de  diciembre  de  1878, 

al  tomar  posesión  de  su  plaza  de  Académico  de  número. 


Señores: 

Guando  se  oyen  todavía  por  los  ámbitos  de  esta  sala 
los  ecos  de  la  voz  de  D.  Manuel  Bretón  de  los  Herreros, 
y  fuera  de  aquí  resuenan  á  todas  horas  los  justos  aplau- 
sos que  tributa  el  público  á  la  musa  fácil  y  vigorosa  del 
dramático  más  fecundo  de  nuestro  siglo,  vano  será  todo 
esfuerzo  que  intente,  ya  para  levantar  mi  voz  á  la  altu- 
ra de  esos  .ecos  gratos  y  armoniosos,, ya  para  hacerme 
escuchar  por  encima  de  I09  vítores  que  arranca  el  solo 
nombre  del  poeta  esclarecido,  del  hablista  consumado 
que  hoy  tengo  la  honra  inapreciable  de  reemplazar  en 
estos  escaños.  Y  aunque  así  no  fuera,  ¿qué  podría  con- 
taros de  Bretón  que  no  sepáis,  ni  deciros  de  mí  que  cre- 
yerais con  entera  sinceridad?  Gallar,  tóngolo  por  la 
muestra  más  positiva  de  modestia;  y  si  de  este  modo  evi- 
to largo  exordio,  creo  que  me  lo  habréis  de  agradecer, 


141 

como  yo  agradezco  con  todo  mi. corazón,  al  pisar  esfe 
estrado,  el  favor  insigne  con  que  me  ha  distinguido  el 
voto  de  la  Real  Academia  Española. 

En  sus  recepciones  públicas  han  sido  ya  juzgados  los 
grandes  maestros  del  lenguaje,  desde  Garcilaso  hasta 
Quintana;  se  han  discutido  las  elevadas' cuestiones  rela- 
tivas á  la  verdad,  á  la  libertad  y  á  la  autoridad  en  las 
artes;  se  han  analizado  las  diversas  manifestaciones  li- 
terarias en  el  teatro  y  en  la  novela,  en  la  poesía  vulgar 
y  en  la  erudita;  se  ha  discurrido  sobre  las  relaciones  mu- 
tuas entre  el  cultivo  de  las  letras  y  la  oratoria,  la  polí- 
tica ó  la  filosofía,  y  se  han  leído  discursos  acerca  de  las 
condiciones  y  progreso  del  castellano,  de  su  origen  y  de 
sus  analogías  ó  diferencias  con  lenguas  antiguas  y  mo- 
dernas. Después  de  esto,  quien,  como  yo,  no  tiene  gran- 
de acopio  para  esta  ocasión  solemne,  ha  de  salir  de  la 
forzosa  empresa  de  dirigiros  la  palabra  llevando  vuestra 
atención  á  géneros  ó  asuntos  más  humildes,  que  no  por 
serlo  merecen  menos  quedar  comprendidos  en  el  gran 
catálogo  de  la  literatura  patria.  Si  se  ha  de  penetrar  al- 
go bajo*  la  corteza  exterior  del  lenguaje;  si  en  preparar 
su  futura  suerte  conviene  emplear  tanto  cuidado  como 
en  conocer  su  historia  y  consolidar  su  actual  estado,  lí- 
cita y  necesaria  es  esa  dirección  en  vuestros  estudios;  y 
con  ellos,  del  abundante  arsenal  de  la  literatura  secun- 
daria sacaréis  á  luz  vestigios  claros  é  indelebles  del  ca- 
rácter, de  las  tendencias,  del  pensamiento  y  del  modo  de 
hablar  de  cada  comarca,  de  cada  clase  social,  de  cada 
agrupación  particular  de  personas.  Convencido  de  esto, 
y  de  cuan  probable  es  que  esperéis  de  mí  algo  que  se  ror 
ce  con  las  letras  arábigas,  he  determinado  acogerme  á 
lo  más  vulgar  y  menos  dificultoso  de  ellas,  haciéndoos 


■    U2  . 

cbñocer  en  sus  propios  escritos  á  los  musulmanes  espa- 
ñoles sometidos  al  dominio  cristiano,  y  á  sus  descendien- 
.  tes  públicamente  convertidos  á  nuestra  fe.  La  creencia  ' 
mahometana,  que  conservaron,  primero,  al  amparo  de 
los  fueros  y  capitulaciones,  y  después,  á  pesar  de  orde- 
naiizas  y  duros  apremios,  fué  causa  bastante  para  que 
los  mudejares  y  los  moriscos,  al  modo  de  los  judíos,  for- 
maran una.  unidad  social  perfectamente  caracterizada, 
una  nación  distinta  en  medio  de  la  sociedad  española, 
aun  cuando  e;i  su  mayoría  pertenecieran  á  la  raza  de  los 
dominadores  y  vistieran  sus  trajes,  y  vivieran  con  sus 
costumbres,  y  Jiablaran  en  su  mismo  romance. 

Por  eso»  se  redactaban  en  castellano  los  libros  destina- 
dos al  vulgo,  siendo  los  doctos  los  únicos  que  entendían 
el  árabe;  mas  como'  viva  protesta  para  no  conceder  la 
preeminencia  á  nuestro  idioma,  le  llamaban  ajami,  que 
vale  tanto  como  extranjero  ^  y  también,  poruña  ligera  y 
antigua  corrupción,  aljamia  W.  Claramente  se  denota  el 
uso  general  del  romance  y  el  olvido  del  árabe  en  el  en- 
cabezamiento de  una  alabanza  de  Mahoma  en  verso, 
donde  se  dice  W  <que  fué  sacada  de  arabí  én  ajamí  pes- 
que fuese  más  plaziente  de  la  leir  y  escoltar  en  aquesta  ' 
tierra.»  Pero  más  persistente  que  la  libertad  política, 
que  los  hábitos  civiles,  que  el  habla  nacional  y  aun  que 
el  culto  religioso,  fué  entre  aquella  gente  el*  alfabeto 
arábigo;  y .  sobrenadando  .en  el  total  naufragio  de  su 
peculiar  cultura,  sirvió  largo  tiempo  para. expresar  en 
lengua  á  el  extraña  altos  pensamientos  ó  sencillos  apun-. 

(4)  Poema  de  AKo'nso  Onceno,  v.  4293.  MármoU  RéUlión  de  los  moriS' 
coSf  II,  9. 

(2)  Sitzungsberichte  der  Kbni(¡L  bayer,  Akademie  der  WissenschafUn  zu 
Münehen.  iUO,p,%ri. 


\ 


U3 

tes,  para  alimentar  vanas  esperanzas  ó  anunciar  lúgu- 
bres presentimientos,  para  llora?  amargos  desengaños 
y  fuertes  desventuras,    .       , 

Así  es  como  los  últimos  musulmanes  -de  España  escri- 
bieron el  castellano  con  los  caracteres  arábigos  mucho 
más  que  con  los  latinos;  y  por  tal  circunstancia  solemos 
dar  el  nombre 'de  libros  aljamiados  á  los  que  están  es- 
critos de  ese  modo,  aun  cuando  propiamente  tal  deno- 
minación pueda  y  deba  comprender  á  todas  las  produc- 
ciones de  los  mudejares  y  moriscos  en  nuestra  lengua, 
pues  todas  pertenecen  á  una  •misma  familia' literaria,  sin 
más  diferencia  que  la  externa  y  accidental  de  la  escritu- 
ra. El  sistema  que  adoptaron  para  acomodar  la  suya  á 
nuestros  sonidos,  ó  el  modo  como  emplearon  la  latina 
para  expresar  vocablos  árabes  (^),  prestan  gran  luz  para 
juzgar  de  la  pronunciación  peculiar  de  los  muslimes  del 
lado  acá  del  Estrecho,  y  aun  del  valor  de  ciertas  letras 
castellanas  antes  de  que  se  iSjara  definitivamente  el  que 
hoy  tienen  W.  No  es*  la  aljamía  el  único  ejemplo  de  una 
leügua  escrita  con  los  caracteres  propios  de  otra,  pues 
los  judíos  de  la  Edad  Media  escribieron  en  árabe  con  le- 
.  tras  hebreas,  como  los  de  Gonstantinopla  imprimen  hoy 
con  ellas  periódicos  en  castellano;  y  los  mismos  caracte- 
res arábigos  emplearon  los  tártaros  de  las  fronteras  de 
Ukrania  para  expresarse  en  polaco  (3):  singular,  apego  á 

(O  Ea  algaaas  ocasiones  llegaron  á  inventar  nnevas  letras  para  qae  cio- 
rrespondieran  con  las  arábigas,  siendo. el  ejemplo  más  digno  de  notarse  el 
libro  del  Sr.  Gayangos,  S.  4,  donde  bay  machas  combinaciones  análogas 
á  las  que  asan  los  orientalistas  modernos. 

(2)  Véase  la  laminosa  Memoria  qae  sobre  este  asunto  ha  pnblicado  Don 
Leopoldo  Egaílaz,  titalada  BsHtdio  tobre  et  valor  de  las  leiras  arábigas  m  el 
alfabetacastellanoy  y  ea  la  caal.tribata  á  este  trabajo  mío  an  elogio  anti- 
'  dpado  qae  le  agradezco  cariñosamente. 

(3).  Fleischer,  Cat.  Bib.  Lips.,  glxxix. 


un  sistema  de  escritura,  y  cuya  causa  es  difícil  apreciar. 
¿Era  la  fuerza  de  rancia  costumbre,  era  supersticiosa  ve- 
neración hacia  caracteres  que  se  miraban  santificados 
con  revelación  divina,  ó  era  mañoso  ardid  para  encubrir 
de  un  enemigo  poderoso  y  vigilante  secretos  de  la  con- 
ciencia atemorizada  por  .la  persecución?  De  todo  debió 
haber  algo,  y  por  circunstancias  muy  diversas.  Dio  nor- 
ma, sin  duda,  para  la  costumbre,  la  necesidad  de  inter- 
calar en  textos  árabes  de  los  alfaquíes  y  notarios  voca- 
blos de  uso  vulgar,  como  la  caloña  que  se  había  de  pa- 
gar 4  una  cofadria  reunida-  en  casa  de  Doña  Juana  con 
los  priostes  y  los  escogidos  (0;  ó  el  <capuz,  sayo,  jubón, 
calzones,  camisones,  bonete,  zapatos  y  cinto,>  que  ha- 
bía de  suministrar  á  un  aprendiz  su  maestro  (^);  y  otras 
veces  era  preciso  insertar  textual,  en  el  acta  de  un  jui- 
cio, la  querella  de  las  partes  ó  la  deposición  de  los  tes- 
tigos, que  hablaban  tan  sólo  aljamía  (^).  La  veneración  á 
los  caracteres  se  deja  conocer  en  el  cuidado  con  que  ^ 
conserva  en  letras  árabes  el  nombre  de  Allah  en  una 
antigua  alhotba  escrita  en  castellano  W\  al  paso  que  ef 
desprecio  á  nuestra  lengua  se*  manifiesta  bien  en  éstas 
acerbas  expresiones  de  un  alfaquí  {^)\  <ni  uno  solo  de 
nuestros  correligionarios  sabe  algarabía  en  que  fué  re- 
velado nuestro  santo  alcoran,  ni  comprende  las  verda- 

(\)  Actas  de  ana  congregacióo  iDusulman^  de  U02.  Fernández  y  Gon- 
zález, Mudéj.  de  Cast.,  p.  396. 

(2)  Mud.  de  Cas.,  p,  437. 

(3)  Ib.  pp.  436  y  438;  Formnlarío  de  escrituras  de  D.  Pascual  de  Ga- 
yaúgos;  V.  30.  También  era  muy  antigua  costumbre  fechar  con  los  meses 
cñstianos,  poniendo  ó  no  la  equivalencia  de  los  musulmanes,  al  fin  de  los 
códices  arábigos  que  se  copiaban  por  los  mudejares.  Véase  B.  N.  Gg.  45, 
88,  etc. 

(4)  Gay.  V.  ^%. 

(5)  Ticknor,  Hist  de  la  lü.  esp.,  IV,  p.  420. 


des  del  adin  ni  alcanza  su  excelencia?  apura(la,  como  no 
le  sean  convenientemente  declaradas  en' una  lengua  ex^ 
traña,  cual*  es  la  de  estos  perros  cristianos,  nuestros  ti- 
ranos y  opresores  ¡confúndalo^  Alá!  Así,  pues,  séame 
perdonado  por  aquel  que  lee  lo  que  hay  escrito  en  los 

'  corazones,  y  sabe  que  mi  intención  no  es  otra  que  abrir 
á  los  fieles  muslimes  el  camino  de  la  salvación,  aunque  ' 
sea  por  tan  vil  y  despreciable  medio.»  Y,  por  fin,  á  pe- 
sar de  cuanto  se  decía  acerca  de  una  cifra  con  que  se 
entendían  los  moriscos,  el  hecho  de  la  escritura  castella- 
na con  caracteres  arábigos  parece  tan  ignorado  por  los  ' 

.  contemporáneos,  que  manuscritos  de  esta  clase,  caídos 
en  poder  de  la  Inquisición,' se  calificaron  de  una  manera 

.funestamente  errónea  (0.  Á  principios  del  pasado  siglo 
fué  cuando  se  empezó  á  conocer  la  aljamía;  y  aunque 
Sparvenfeld  atribuyó  tres  libros  de  esta  clase  (adquiri- 
dos en  Túnez  en.  1691)  á  los  antiguos  árabes 'de  las  tai- 
fas W,  el  erudito  Reland  explica  ya  con  acierto  un  ma- 
nuscrito-de la  librería  de  Enrique  Sicke  (3),  casi  al  mis- 
mo tiempo  que  el  P.  Echevarría  forjaba  rudamente  en 

.  Granada  su* famosa  carta  de  Aldosindo  sobre  la  batalla 
dg  Glavijo  W.  Algo  tardaron  los  doctos,  sin  embargo,  en 
familiarizarse  con  la  aljamía,  pues  D.  Miguel  Casiri  (que   : 
atribuía  los  escritos  de  los  moriscos  en  caracteres  comu-   , 
nes  á  ios  renegados  de  África)  y  el  llamado  D.  Faustino  • 
Borbón  tomaron  los  libros  de  ese  género  por  persas,  tur-   , 
eos,  berberiscos,  ó  de  mera  combipación  cabalística;  pe* 


(4)    Ochoa,  Cat.  de  los  man,  esp.  de  ta  Bibí  Real  de  Paris,  p.  63. 

(2)  Brüi»h  and  foreing  Review,  núm.  XV,  p.  66, 

(3)  De  Religione  Moham.y  MOb, 

íf]    Posee  uD' ejemplar  de  esta  carta,  grabado  en  cobre,  el  Sr.  Ga- 
ytngoa.    ^ 

40 


146 

ro  Sacy,  Conde  (^)  y  Lozano  (^)  hicieron  mención  expre- 
sa de  la  literatura  aljamiada,  y  los  arabistas  posteriores 
le  han  concedido  cada  vez  mayor  importancia.  Mi  sabio 
maestro  y  ^querido  amigo  D.  Pascual  de  Gayangos,  cuya 
rica  colección  he  podido  utilizar  á  mi  sabor,  publicó  en 
1839  su  primer  trabajo  sobre  esta  materia  en  Inglate- 
rra í-^),  dio  á  luz  en  1853  dos  tratados  religioso-lega- 
les (*),.comunicó  á  Ticknor  tres  importantes  composicio- 
nes en  verso  (^),  y  autografló  de  su  propia  letra  uij  no- 
table pasaje  de  la  Historia  de  Alejajadro  í^).  Al  inaugu- 
rar mi  inolvidable  amigo  D.  Serafín  Estébanez  Calderón 
su  cátedra 'de  árabe  en  el  Ateneo  de  Madrid  en  1848  C^), 
ocupó  una  buena  parte  de  su  discurso  con  estos  estudios; 
mi  malogrado  compañero  D,  Emilio  de  Lafúente  Alcán- 
tara t^)  dedicó  algunos  destellos  de  su  fácil  pluma  á  este 
asunto;  no  lo  ha  olvidado  mi  antiguo  condiscípulo  Don 
José  Moreno  Nieto  en  su  Gramática  (^);  ciertos  documen- 
tos imprimió  D.  Francisco  Fernández  y  González  en  sus 
Mudejares  de  Castilla^  y  D.  Vicente  Vignau  {^^)  ha  pu- 
blicado recetarios  en  que  andan  revueltos  el  castella- 
no con  el  latín  y  el  árabe,  así  como  las  letras  de  una  y 
otra  especie  indistintamente.  .No  han  estado  ociosos,  en 
tanto,  los  extranjeros:  Marcos  José  Müller  imprimió  en 
Munich  tres  poesías  halladas  en  un  manuscrito  del  Esco- 

(1)  Notices  et  extraits  des  man,  déla  Bib,  Nat.  IV,  626. 

(?)  Tabla  de  Cebes,  p.  iv,  nota.  ^  i 

(3)  British  and  foreing  Review,  nám.  XV,  p.  63. 

(4)  Mem.  hitk.  esp,  T.  V. 

(5)  Hist.  de  ¡a  liL  esp.  T.  IV,  p.  247:  Madrid,  <856. 

(6)  Princ,  eletn,  deescr.  arábr.  Madrid,  4864. 

(7)  Seman,  ptnt.,  núQi.  46,  4848. 

(8)  Revista  Meridional:  Granada,  4862, 

(9)  Gramática  de  la  lengua  arábiga,  p.  45. 
(40)  Revista  de  Archivos,  Bib,  y  Mus,  IV,  p.  454. 


U7  , 

nal  (O,  y  Lord  Stanley  deAlderley  sacó  á  luz  en  Lon- 
dres los  romances  cpmpletos  de  Mohamad  Rabadán,  me- 
diante las  copias  que  anotadas  y  compulsadas  le  facilitó 
D.  Pascual  de  Gayangos  (*). 

El  carácter  religioso,  que  separaba  á  los  moriscos  del 
resto  de  los  españoles,  predomina  en  sus  producciones 
literarias,  como  hijas  legítimas  de  las  arábigas.  Para 
mantener  viva  la  llama  dé  la  creencia  mahometana,  es- 
cribían los  alimes  y  alfaquíes  tratados  (^)  <de  los  artícu- 
los que  todo  buen  muslim  está  obligado  á  creer  y  tener 
por  fe,>  ó  sóbrelos  atributos  de  Dios  y  otros -puntos  teo- 
lógicos, siguiendo  ordinariamente  la  doctrina  cristiana 
tradicionalista  de  Mélique  (*) ,  dominante  en  África  y  en 
España;  sin  que  por  eso  dejara  de  ser  explicada  la  de 
Aba  Hanifa  t^),  preferida  por  los  turcos  y  más  inclinada  • 
á  las  decisiones  de  la  razón.  El  Atafria  («)  de  Ibn-Ghelab 
contenía  las  minuciosas  prácticas  del  culto  al  par  de  las 
reglas  y  procedimientos  del  derecho;  asuntos  apenas  se- 
parables en  las  sociedades  musulmanas,  donde  la  ley  ci- 
vil y  la  fe  religiosa  se  derivan  de  la  misma  fuente,  de 
<el  onrrado  alcoran,>  razón  por  la  cual  hubieron  de  po- 
nerlo al  alcance  de  todos,  trasladándolo  al  castella- 
no C?)  con  -paráfrasis  ó  comentarios' de  grande  interés. 
Para  uso  diario  de  los  devotos  corrían  con  abundancia, 
á  modo  de  rituales  ó  devocionarios,  extractos  y  abre- 

(4)  S\\aMnq%bQnchít,  4860,  p.  204. 

(5)  The  poetry  of  Mohamad  Eahadan.  ¡(mm,  of  the  Asiat.  Soeiety, 
4867-4872.  Estos  romances,  adquiridos  por  M.  Morgan  en  Túnez,  fueron 
traducidos  ai  inglés  y  publicados  por  él  mismo  en  4725. 

(3)  '  Eeland  de  Bel,  mok,^  ind.  mss.  xxx. 

(4)  Biblioteca  Nacional,  Ge.  4  70. 

(5)  B.  N.  Ce.  474;  Tornberg,  Cat.  Bibl.  üps,,  ccccxiv. 

(6)  B.  N.  Gg.  2;  B.  prov.  de  Toledo,  est.  9,  tab.  6. 

(7)  B.  prov.  de  'Tol.rB.  N.  Gg.  72. 


í 

I» 

I» 


148 

I 

Tiaciones  de.  unos  y  otros  libros  (') ,  con  adoaeSj  alhotbas^ 
monea f ares j  alhaicales  y  otros  rezos  {^) ;  el  sacrificio  de 
Ismael  (^),  el  razonamiento  de  Mu9e  (*),  el  casti^  del 
hijo  de  Ornar  (5)  y  la  muerta  de  Bilel  (^),  hacían  una  es- 
pecie de  Historia  Sagrada;  imponíase  espanto  á  incrédu- 
los T  pecadores  con  la  cestería  del  dia  del  juicio  ("  ,> 
promefiendo  en  cambio  «el  gualardon  de  qríien  hará 
a^ala  con  alchama  (^);>  á  buena  vida  y  prudente  con- 
ducta querían  encaminar  «los  castigos  de  Alí  (9)>  y  «los 
castigos  de  Alhaquim  á  su  fijo  {^^);>  y  con  la  «estoria  del 
puyamiento'  del  anabí  Mohamad  á  la  corte  celestial  (*  •),>  . 
se  alimentaba  la  vulgar  afición  á  maravillas  y.  consejas. 
La  gente  coniún,  dada  siempre  á  la  curiosidad  y  supers- 
tieidií,  pretendía  levantar  el  velo  de  lo  futuro  con  <el 
alqoiteb  de  sueños>  ó  con  «las  suertes  de  Dulcarnáin  f  <21,> 
resto  del  juego  ú  oráculo  de  los  dardos  de  los  árabes  an- 
tiguos; y  buscaba  preservativos  contra  los  reveses  de 
fortuna,  las  calamidades  naturales  x3  la  ira  de  los  gran- 
des, en  diversos  conjuros,  como  anoxaras  ó  bebedizos 
mágicos,  y  hirzes  ó  cédulas  cabalísticas,  mezcladas  al- 


f  f)  Los  trozos  del  Alcoráo  que  se  encuentran  en  los  códices  aljamia- 
dos, son  ordinaríao^ente  los  mismos,  porque  forman  la  serí«  de  los  (ffefe- 
ritl&5  para  las  ceremonias  del  a^ala  ü  oración  pública. 

{V  Gay.  S.  I;  T.  K.  %  3.  4,  7,  8.  U,  H-,  18,  49;  V.  H,  4i,  15,  56;  B.  V.. 
(71;  B*  París,  290^  St.  Germ. 

(3j    Gáy.-TJí. 

(i)    Gay.  T.  8,  43,  49;B.Paris,  Í90.  St.  Germ. 

(S)    Gay.  T.  15,  48;  B.  París,  590.  St.  Gcrro, 

(6),    Gay.  T;  45,  18.  . 

(7)  Gay.  T.  47. 

(8)  Gay.  T.  19. 

(9)  Gay.  S.  4,  T.  43. 
(40)    B.  N.Gg.  47. 
(n)  Gay.  T.  47. 

\\%)   Gay.  T.  40 


y 


gunas  veces  con  palabras  griegas  ó  hebreas,  figuras  mis- 
teriosas y  letras  enigmáticas  (^). 

Incansable  eidero  cristiano,  acudía  á  atajar  el  mal, 
ya  predicando  sermones  que  en  ciertos  días  tenían  obli- 
gación dé  escuchar  los  mudejares  y  después  los  conver- 
sos, ya  imprimiendo  confutaciones  del  Alcorán  (2),  ya 
disputando  en  las  aljamas  con  los  alfaquíes  y  adelanta- 
dos, según  Hacía  audazmente  en  Zaragoza  el  P.  Maestro 
Fr.  Juan  Martín  de  Figuerola  l^),  quien  con  los  textos 
atabes  en  la  mano  procuraba  persuadir  á  los  oyentes, 
asi  de  su  engaño  como  de  la  ignorancia  de  sus  doctores. 
Temerosos  de  infringir  lás'leyes  que  sellaban  sus  labios, 
pocas  veces  se  atrevían  los  alimes  á  sostener  pública-  * 
mente  la  polóníica;  perp  suplían  esta  falta  haciendo  cir-. 
cular  entrp  sus  correligionarios  la  <Desputacion'de  los 
mu9linies  con  los  cristianos  (*)>  con  objeto  da  hacferles 
creer  que  <Pablo  el  judío  había  desfigurado  la  primiti- 
va doctrina  evangélica;  ó  el  <AlhadÍ9  del  na9Ímiento  de 
Yfe  {5),>  donde  se  cuenta  cómo  los  judíos  mataron,  en 
vez  de  nuestro  Salvador,  á  otro  sujeto  que  se  le  parecía.  ' 
En  tan.  porfiada  lucha,  sin  embargo,  y  en  su  forzado  ais- 
lamiento, no  podía  menos  de  resentirse  la  integridad  del 
islamismo,  por  más  que  pugnasen  por  restituírsela,  ó 
contener  al  menos  su  decadencia,  <el  onrrado  sabidor 
don  Y9e  de  Ghebir,  mufti,  alfaquí  mayor  de  los  mu9ili- 
mes'  de  Castilla>  con  su  <Brebiario  9unní  (6),>  ó  <Ali 
ybnu  múhainad  ybnu  háder,»  que  traducía  en  1606  al 

.  (I)    B.  N.  Gg.  69;  Gay.  T.  8,  9,  4<,  43.  V.,40,  24,  25,  26  y  2l 
(2)  .  AntialcoranOt  por  Bernardo  Pérez  de  Chinchón, '4532. 
(3j    Lumbre  de  la  fe  contra  el  Aloorán^  4549:  íü^,  de  Gay. 

(4)  Gay.  T.  12,  V,  6,  7. 

(5)  Gay.  S.  4. 

16)    Gay.  S.  3;  Mem,  histór.  T.  V.  ,  '  • 


150 

castellano  en  Gonstantinopla,  no  obstante  ser  él  extran- 
jero, el  Tedehib  de  Alberadii  con  el  Utulo  de  <E1  hundi- 
dor  de  cismas  y  eregias  (0.>  Si  ya  desde  el  siglo  xrv,  ce- 
diendo de  la  antigua  rCideza,  admiten  las  <Leyes  de  mo- 
ros (2)>  que  < figuras  de  ornes  et  de  otras  figuras non 

enpece  en  los  vestidos  nin  en  los  estrados,»  en  lo  cual 
está  el  <Hundidor(-^)>  conforme;  en  el  siglo  xvii,  com- 
parando eruditamente  las  tres  religiones  judaica,  cris- 
tiana y  mahometana,  llegaba  un  morisco  á  renunciar 
resueltamente  á  las  esperanzas  del  sensualismo  oriental, 
asegurando  cuan  «ynutil  es  objetar  al  alcoran  ynponien- 
dole  y  aplicándole  de9ir  que  en  la  otra  vida  promete  ca- 
samiento' y  actos  lividinosos,  lo  qual  solo  es  ynpuesto 
•  por  afear  el  alcoran,  pero  no  por  que  tal  por  el  conste  ni 
tal  sea  enrrealidad  (*):>  opinión  atrevida,  propuesta  con 
más  reserva  medio  siglo  antes,  al  advertir  que  <en  el 
alchana  no  habrá  cosa  de  todas  las  que  acá  podemos 
imaginar,  porque  dezir  qu'en  el  alchana  abrá  descanso 
es  cierto,  mas  dezir  cómo  ó  de  qué  manera,  eso  allá  lo 
veeran  los  poseedores  della  (^í.>  ^ 

Son  estas  palabras  de  un  notable  autor  morisco,  co- 
nocido sólo  por  el  nombre  de  «El  Mancebo  de  Arévalo,> 
que  vivió  á  mediados  del  siglo  xvi  y  visitó  varios  luga- 
'  res  de  España,  ya  por  instruirse,  ya  con  objeto  de  pre- 
parar su  viaje  de  peregrinación  á  la  Meca.  No  sólo  era 
docto  arqbiado  y  sabía  á  fondo  las  disciplinas  alcoráni- 
cas, sino  que  hablaba  latín,  leía  hebreo,  y  demuestra  en 
sus  obras  tal  conocimiento  de  usos  y  libros  de  los  cris- 
is)   Gay.  S.  5. 

(2)  Gay.  S.  4;  Mem.  histór.  T.  V,  p.  230. 

(3)  Fol.  6  vuelto. 

(4)  B.  N.  Ce.  173,  fol.  237. 

(5)  Ms.  de  D.  Pablo  Gil,  fol.  8. 


45Í 

tíanos,  que  probablemente,  como  otros  moriscos  de  su 
tiempp  (<),  asistiría  en  su  juventud  á  las  aulas  de  algún 
Seminario  ó  Colegio.  Sus  dos  principales  obras  son:  una 
Tafcira  W  ó  exposición  de  los.  preceptos,  ritds  y  tradi- 
ciones mahometanas,  y  un  <Sumario  de  la  rrelacion  y 
exercicio  espiritual  (3),>  dirigido  á  llamar  la  atención  de 
los  muslimes  hacia  la  contemplación  de  las  cosas  eter- 
nas y  el  ejercicio  de  la  piedad.  La  doctrina  sufí  ó  extáti- 
ca de  Algazali  que  el  autor  decididamente  sigue,  permi- 
te que,  con  anaor  jsincero  y  profundo  á  la  religión  de  sds 
padres,  se  haya  facilitado  un  giro  particular  en  sus  ideas 
por  el  trato  continuo  con  sus  señores  ó  sus  maestros.La 
guía  que  da  en  el  Sumario  para  el  examen  de  concien- 
cia, acomodándose  puntualmente  á  los  diez  mandapaien- 
tos,  á  los  siete  pecados  capitales,  á  las  obras  de  misericor- 
dia, á  los  sejitidos  corporales,  á  las  virtudes  teologales 
y  cardinales,  á  los  dones  del  Espíritu  Santo  y  á  los  man- 
damientos de  la  Iglesia,  bastaría  para  denunciar  la  in- 
fluencia cristiana,  si  no  se  divisara  mucho  más  pronto 
en  el  estilo  de  la  composición.  Proponiendo  al  devoto  un 
acto  de  humildad,  le  hace  decir:  «yo  me  confundo  en  el 
abismo  de  mi  vileza*,  rreconociendo  cuan  miserable  y 
necesitado  soy  por  todas  partes,  y  cuan  pecador  indi- 
no para  estar  delante  mi  grande  Allah,  al  cual  e  sido 
muy  desconocido  por  los  beneficios  que  ijie  a  hecho  y 
sienpre  me  haze,  y  como  tengo  afeada  la,  ermosura  de 
mi  alma,  la  cual  infundiste  vos.  Señor,  á  vuestra  propia 

(4)    Morgan,  Mahom.  fully  expl.  11,  p.  360. 

(1)  Manuscrito  perteüeciente  á  D.  Pablo  Gil,  Catedrático  de  la  Univer- 
sidad de  Zaragoza,  quien  ha  tenido  la  galante  generosidad  de  remitirlo  i 
mi  disposición,  por  cuyo  favor  y  confíanza  me  complazco  en  darle  aquí 
público  testimonio  de  mi  gratitud. 

(3)    B.  N.  Gg.  40.  •  •  I 


452 

semexanza.>  Pero  antes,  en  un  arranque  de  fervor,  dice: 
«¡O  Señor  de  toda  abastanza!  ¿y  qué  puedo  yo  ^juerer 
fueras  de  á  vos?  Vos  sois  mi  bien  único,  vos  mi  querer 
y  á  vos  sdlo  busco.  Ea,  pues,  Señor,  traedme  en  pos  de 
vos  y  abrasad  mi  corazón  en  el  fuego  de  Vuestro  dulze 
amor.>  Y  al  empezar  el  tercer  capitulo  se  lee:  <Toda 
obra  de  caridad  te  a  de  parezer  pequeña:  aunque  diese 
uno  todos  sus  algos  en  caridad,  no  lo  a  de  sumar  por 
mucho,  sino  por  poco.  Y  si.icieres  larga  penitencia, 
atórgala  por  mínima  y  flaca;  y  por  mucha  que  sea  tu 
concia  ó  saber,  considera  que  estás  niuy  lejos  de  lo  que 
se  te  rrepresienta;  y^por  mucha  que  sea  tu  devoción  no 
te  engorde  ni  te  ensanches:  allánate  y  rrencórate  cuan- 
to njos  puedas  asta  que  no  te  cono9cas  y  no  te  llame  tu 
propio  amor.>  ¿No  es  evidente  que  la  inspirada  palabra 
de  líuestros  místicos  sonaba  en  los  oídos  da*  quien  así  es- 
cribía? Mas  no  creo  ver  solamente  la  influencia  litera- 
ria, sino  tendencia,  sea  casual  ó  algo  intencionada,  del 
mahometismo  hacia  el  cristianismo,  conservando  de 
aquél  las  formas  externas  y  modificando  sus  principales 
puntos  de  doctrina  hasta  rayar  en  la  disidencia  motaze- 
lí.  Véase,  en  prueba  dé  ello,  cómo  se  condena  en  el  Su- 
mario  (<)  el  fatalismo:  «No  se  enfaziende  nadi  en  decir: 
grande  es  Allah  y  grande  es  su  poderío,  y  al  fin  que  todo 
es  como  el  quiere  y  el  nos  guia,  y  si  el  no  quisiese  no 
seria  esto  ni* esto  otro;  que.todo  es  echar  y  arrojar  nues- 
tras culpas  enta  su  divina  boi3idad.>  Abre  camino,  al 
mismo  tiempo,  contra  el  exclusivismo  religioso  en  ^te 
pasaje:  «Cuentan  los  ebráicos  y  los  '-arábigos  no  lo  nie- 
gan, y  es  que  muchos  idólatras  y  cristianos  asimesmo 

(4)    Cap.  «.•' 


453 

»  se  libraron  con  la  devoción  de  casos  graves;  >  con  tole- 
rancia práctica  escribe  (^):  <darás  targuac  para  servir  ad 
AUah  á  tus  fijos  y  sirvientes  y  á  los  esclavos  en  su  ley 
y  devozion;>'y  dice  al  guerreador  (*):  <ni  profanes  los 
tenplos  ni  sus  santuarios/ni  santos,  ni  cruces,  que  ya 
fue  todo  profanado  por  ellos  mismos  con  su  veneración 
falsa,  ni  hagas  bien  ni  mal  á  cosas  tales,  porque  son  en 
tus  denuestos  ni  para  bien  ni  para  mal.>  Cesura,  por 
fin,  el  formalismo  externo  advirtiendo  W:  <que  por  la 
obra  del  a9ala,  dayuno  y  azaque  no  merecemos  nada 
con  su  divina  bondad,  sino  es  por  la  caridad,  piadad, 
omildad  y  por  obras  de  nuestra  cosecha  dedicadas  de 
nuestra  flncahza  y  ser  natural.  >  Con  sin  igual  desemba- 
razo proscribe  las  adivinajizas,  desprecia  los  horóscopos, 
admite  qte  se  coma  carne  muerta  por  <infieles,>  obliga 
á  la  monogamia  y  ensalza  con  entusiasmo  el  estado  vir- 
ginal W;y  como  si  esto  no  fuera  bastante,  en  los  puntps 
más  arduos  se  cita  con  respeto  desusado  entre  moros  la 
opinión  de  dos  mujeres  versadísimas  en  cuestiones  tales: 
la  anciana  nonagenaria,  de  gran  cuerpo  y  rudas  mane- 
ras, servidora  de  la  antigua  corte  de  los  reyes  grankdi- 
nos,  llamada  la  Mora  de  Úbeda;  y  la  otra  vecina  de  Ávi- 
la, donde  era  ante-cihra  ó  exorcista,  y  tenía  por  nombre* 
Nozeita  Calderán. 

(Comparando  esta  tendencia  á  atemperarse  á  las.  cos- 
tumbres ó  ideas  cristianas,  con  la  que  en  dirección  pa- 
ralela, pero  inverso  sentido  descubren,  para  islamizar 
mañosamente  la  doctrina  católica,  los  famosos  libros 


(0 

Cap.  «.",  fol.  470. 

(«) 

Ib.,  fol.  330. 

(3) 

Ib,,  fol.  7. 

(*) 

Tafcira,  fpls.  55,  74,  4  43,  311,  338, 

454 

plumlwos  de  Granada  (^^  á  fines  del  mismo  siglo  xvi,  re- 
mita  eridente  una  gran  tentativa  ensayada  entonces 
para  fundir  las  dos  religiones  y  suavizar  sus  diferencias, 
esperando  quizá  los  moriscos  conjurar  por  ese  medio  la 
tormenta  que  va  se  cernía  amenazadora  sobre  sus  cabe- 
las.  Pero  no  hacia  la  corriente  católica  era  á  donde  fá- 
cilmente podía  desviai'se  la  comunión  mahometana;  que 
más  inmediato  se  le  brindaba  el  cauce  recién  abierto  por 
el  agustino  de  Witeniberg.  Como  Ips  muslimes,  procla- 
maba Lutero  el  dogma  fundamental  de  la  justificación 
por  la  fe  sola  ^y  la  autoridad  religiosa  del  príncipe;  con- 
formes se  encontraban  con  Galvino  en  la  doctrina  de  la 
predestinación  y  en  su  horror  á  toda  imagen  sagrada; 
Servet,  educado  entre  ellos,  defendía  la  unidad  de  per- 
sona en  Dios;  negal  jan  todos  la  potestad  del  roüíiano  Pon- 
tífice^  y  enlazados  por  la  comunidad  de  persecuciones  y 
desdichas,  no  es  extraño  que  moros  y  protestantes  acer- 
caran sus  ideas,  unidos  en  el  momento  sus  intereses. 
Tanto  es  así  que^  á  fines  del  siglo  xvii,  descendientes  de 
moriscos  aseguraban  á  ilorgan  (2)  en  África  que  sus  ma- 
yores se  hubieran  liecho  luteranos  con  más  facilidad  que 
católicos;  de  igual  modo  que  el  Licenciado  Juan  Gonzá- 
■  lez,  clérigo  de  raza  convorsa\  después  de  haber  recaído 
en  el  mahonietisino,  se  dio  á  predicar  la  reforma  en  Se- 
villa (^L  Tal  vez  suministraran  provisión  de  obras  heré- 
ticas ciertos  viajeros  que^  para  pasar  de  Venecia  á  Bar- 
celona, buscaban  caminos  extraviados  y  anotaban  en  su 
Itinerario  (*)  que  <el  Piíncipe  de  Conde  es  cabeza  de  los 


{*)  Godoy,  ffiíí.  crii,  de  los  folios  cron.  Cap.  II.' 

(1)  MorgaD»  Mahorth  ftdUj  txpiained,  U,  p.  339. 

(3)  Castro,  ^rot.  tn  É»p,  Cnp»  XVI. 

(*)  Gay,  T.  16. 


<55 

luteranos,»  De  todos  modos,  es  indudable  que  utilizaban 
en  pro  del  islamismo  los  libros  prohibidos,  ya  copiando 
textualmente  (^)  pasajes  de  Ciprianjo  de  Valera  (2)  para 
atacar  los  puntos  esenciales  de  la  religión  católica,  ya 
forjando  con  la  substancia  y  expresiones  de  las  obras  de 
Valdés  (3)  una  «Algiíacía  del  Gran  Turco,  llamado  Mo- 
hamad  Osmán,  el  que  ganó  á  Gostantinoble  (^),>  donde, 
con  clara  alusión  al  reciente  saco  de  Roma,  encarga  el 
Sultán  á  sus  descendientes  «que  derribes  la  casa  de  Pe- 
dro y  de  Pablo,  y  quebrési^los  dioses  y  ídolas  de  oro  y  de 
plata  y  de  fusta  y  de  mármol;  y  el  grande  pagano  de  la 
cabe9a  rraida  y  colometes  suyos,  i  ya  es  destruido  y  des- 
poseído y  desipado:  qu?  en  jamás  en  Roma  ni  en  Arropa 
no  sea  nombrado.....  y  darás  cebada  á  tu  caballo  en  el 
altar  de  Pedro  y  de  Paj3lo.>  j 

Mas  no  se  escribió  esta  <Alguacía>  en  son  de  contro- 
versia, sino  con  el  fin  de  abrir  á  la  esperanza  el  atribu- 
lado corazón  de  los  moriscos,  de  cuya  memoria  no  se 
podía  apartar  el  mágico  recuerdo  de  Granada.  <  Yo  mis- 
mo di  vuelta  por  todo  el  Andalucía,»  dice  el  Mancebo  de 
Aróvalo  (^l,  <que  no  di  paso  que  no  se  condolió  mi  alnia 
mirando  una  tierra  tan  dulze  y  sabrosa,  tenpflada  en  to- 
dos los  tienpos,  muy  fértil  en  ancho  y  largo,  y  de  rricas 
poblaciones,  abastada  de  pan  y  del  azeyte,  y  muchos 
rrios  de  agua  dulce,  y  tierra  abastada  de  mucha  seda  y 
oro,  y  de  mas  oro  y  plata  que  toda  España  junta.»  .  Sin 
aceptar  el  dicho  de  que  la  tierra  andaluza  caía  exadta- 

(0  B.N.  Ce.  173  y  174. 

'  (2)  Tratados  del  Papa  y  dt  la  Misa:  4588.  * 

(3)  Diálogo  de  Mercurio  y'  Carón;  Diálogo  de  Lactaficio  y  el  Arcediano: 
1530. 

(4)  Gay.  T.  18. 

(5)  Ms.  de  D.  Pablo  Gil.  fol.  991 . 


f.    . 

■:-:  ♦ 

5r- 


456      • 

mente  de¡bajo  del  paraíso  celestial,  añade»  luego:  <era 
Granada  imentada  en  todo  el  mundo,  no  abia  én  Maca 
mas  alto  trofeo  qu'  £ra  el  de  los  rreyes  del  Andalucía; 
no  abia  en  tierras  de  rreyes  y  soldanes  mas  sublimes  al- 
cázares, ni  mas  deleytosos  verjeles,  ni  mas  anchas  ve- 
gas,, con  árboles  de  diversas  frutas:  yo  vi  por  mis  ojos 
arroyos  de  miel  por  las  breñas  abaxo.>  José  Venegas, 
anciano  labrador  de  la  Vega,  lloraba  la  caída  de.su  pa- 
tria exclamando  (^):  <tengo  para  mí  que  nadi  lloró  ¿on 
tanta  desventura  como  los  hijos  de  Granada:  no  dubdes 
mi  dicho,  por  ser  yo  uno  de  ellos  y  ser  testigo  de  vista; 
que  vi  por  mis  ojos  descarnecidas  todas  las  nobles  da- 
paajs,  ansí  viudas  como  casadas,  y  vi  vender  en  pública 
almoneda  mas  de  trecientas  donzellas.>  «Yo  no  lloro  lo 
pasado,  pues  á  ellomo  hay  retornada;  pero  lloro  lo  que 

tú  verás,>  añadía  el  buen  viejo,  < todo  será  crudeza 

y  amargura  para  quien  abrá  sentido Si  el  rrey  d^  la 

conquista  no  guarda  fidelidad,  ¿que  aguardamos  de  sus 
sucesores? >  El  antedicho  Mancebo,  á  quien  tales  pala- 
bra^ se  dirigían,  da  más  tarde  en  otro  libro  la  respues- 
ta (2):  «esprésannos  á  juro  batehado  conconduelma  mas 
dolorida  ^ue  nunca  la  gustaron  los  de  Beni  l9rail;  y  tras 
desto  dóblannos  los  pechos  y  ckrgannos  de  tributos,  y 
estióndese  nuestro  aladeb  por  todos  los  rrincones  d'  Es- 
paña->  Así  es  que  uno  de  los  expulsos  se  muestra  gozo- 
so s\  decir  <su  dibina  grandeza  nos  sacó  de  poder  de 
faraones  y  malditos  erexes  ynquisidores,>  cuyo  terrible 
tribunal  enaltaba  á  Abdelquerim  ben  Aly  Pérez  (3),  cin- 
co años  después  de  su  salida  para  el  África;  si  bien  hay 

(O    B.  N,Gg.  40.  \ 

(1)    Ms.  deD.  P.  Gil,  fol.í96. 

(3)    Morgan,  Mahom.,  II,  p.  295  sqq. 


457 

que  advertir  la  singular  circunstancia  de  que  así  como 
ciertos  protestantes  españoles  no  hallaban  del  todo  mal 
la  Inquisición  para  los  judíos,  de  igual  modo  encontra- 
ba el  Mancebo  <buéna  y  justa>  la  Inquisición  para  las 
herejías  cristianas  (0.  Ni-  mostrarse  exacta  y  sincera- 
mente convertidos  obstaba  para  que  si  algún  morisco 
obtenía'cargos  ú  honores,  oyera  decir  á  su  espalda:  <es 
de  mala  raxa;  ¡quét  ¿no  hay  cristianos  viejos?-  (2).>  Ni 
eran  dueños  siquiera  de  dejar  una  tierra  donde  sólo  al- 
canzaban vejámenes  ó  ignominia,  sin  valerse,  .aun  fue- 
ra de  España,  y  hasta  pisar  las  tablas  de  una  galera  tur- 
ca, de  los  subterfugios  y  precauciones  apuntados  en  cier- 
'tos'  <avisos  para  el  camino  i^)>  que  por  Jaca,  Ganfranc  y 
Lyón  habían  de  hacer  á  Venecía.  Rechazados  por  el  país 
y  duramente  retenidps  en  él  por  los  gobernantes,  no  te- 
nían otro  recurso  los  moriscos,  mientras  no  pudiera  es- 
tallar su  ira^  que.disimular  pacientemente,  conforme  ya 
en  1504  les  decía  un  muftí  de  Oran,  natural  de  Alma- 
gro (*),  en  carta  diingida  á  sus  <ermanos  los  que  están 
encogidos  sobre  su  adin,>  consejo  que  más  de  cien  años 
después  declara  haber  seguido  uno  de  los  expulsos,  al 
decir  W:  «esta  es  ley  de  los  cristianos  y  lo  que  bimos  por . 
los  ojos  seguir  y  alguna  hez  mostramos  que  siguíamos; 
pero  biei;i  sabe  Dios  que  era  haciendo  escarnio;  y  bitu- 

petando  en  él  corazón dando  en -los  pechos  con  el 

puña.>  Así  es  que  en  otro  libro  .exclama  el  mismo  í^): 
<por  estas  causas  estábamos  de  día  y  dé  noche  pidiendo 

*   (4)  Ms.  de  D.  P.  Gil,  foí.  352. 

(í)  Morgs^n,  1.  c. 

(3)  B.  N.  de  París,  í90,.St.Germ.,  fol.  -160  vuelto. 

(4)  Gay.  T.  43;  Lumbre  de  la  fe. 
.  (6)  B.  N.  Ce.  474. 

(6)    Gay.  S.*2. 


458 

á  nro  E8'  nm  sacase  de  tanta  tribnlacion  y  aiei^  y  de- 
fieábaraos  bernos  en  tiena  del  y9lam.  Aunque  fuera  en 
raeros,  y  junto  con  esto  se  procuraba  bia  y  modo  para 
salir  y  Ujáon  los  caminos  los  hallábamos  dificultosos,> 

MenoB  que  á  maldad  de  los  vencedores,  atribuían  los 
ventíídoB  tantas  aflicciones  á  su  completo  olvido  de  la  ley 
coránica,  viniendo  «por  sus  grandes  pecados  á' dar  en 
rnanos  de  sus  enemigos  tan  desacordadamente,  que  se 
vido  muy  clam  ser  castigo  celestial  (0,>  pues  con  fútil 
arrogannia  <(uaos  se  jataban  de  los  alán9ares,  otros  se 
hacían  do  los  de  almohjirina,  otros  munafíes;  y  estas  lo- 
í^anias  y  anhíciones  los  desconpuso,  y  dieron  de  ojos  en 
la  grandía  W,j*  de  tal  manera  que  «vestian  ellos  seda  y 
adornaban  con  oro  sus  yeguas  y  caballos,  y  las  jnujeres 
ponían  oro  en  madejas  sobre  sus  cabezas  (3).» 

En  jaque  la  Europa  durante  el  siglo  xvi  por  la  pujan- 
za úü  las  armas  turcas,  tenían  en  ella  los  moriscos  toda 
m  esperanza  alentada  -con  la  Alguacia,  así  como  con 
ciertos  proüóslicos  W  tomados,  ya  de  los  jofores  arábi- 
gos (8)  de  los  Alpujarreños,  ya  de  ciertos  llantos  y  pro- 
fecías atribuidas  á  San  Isidoro,  que  corrieron  por  Cas- 
ulla durante  el  siglo  xvi  con  diversos  motivos  (6),  aco- 
modados á  su  nuevo  objeto  0).  Apostrofaban  á  España 

(!)    Ms.  dea  r.GiUfol.  296. 

\t)    IbU. 

[I]    IbiJ,  foL  ías- 

(4)  lo«  escji  adulos  qne  aü  de  acaecer  en  la  maguería  de  los  lieiipos 
m  U  ísl»  dí^  Bsp^i^a.  Gay,  T,  43»  fol.  «7á;  B.  N.  de  París,  WO,  S.  G.,  fo- 
Uo  kn. 

^5)     M^.  msí.  m,  p.  80  sq  ]. 

íA  ^iidavaL  Hist.  dé  Carhs  F,  lib,  VI,  $  «^i  B-  ^-  »•  5,  Ms.  Varios  de 
curlc^d^^v  f&U  ^3»;  Profecía  de  Fr.  Joan  de  Aocacia,  B.  N.  Ms.  de  Cal- 

{!'  Pn>reci^  de  $ant  Estdrio.  y  Llanto  de  España.  B.  N.  de  Paris,  i90, 
H^Gm  Ml  lii»,  iis. 


459 

diciéndola  <quebraiitadora  de  las  cosas  que  juraste;»  y  á 
los  curiales:  «lobos  robadores  sin  bondad,  su  oficio  es 
soberbia  y  grandía  y  sodomía  y  luxuria  y  blasfemia  y 
reneganzas  y  pompa  y  vanagloria  y  tiranía  y  robamien- 
toy  sinjusticia  (^)->  <Espertadvos  de  vuesa  negligen§a, 
qu' el  tienpo  se  acerba,  >  aseguraba  otro,  concluyendo 
por  excitar  á  los  muslimes  á  ser  <  aunados  como  la  fra- 
gua emplomada  fuerte  (*)>  para  que  estuviesen  aperci- 
bidos á  tremenda  lucha  v  á  la  victoria  ofrecida  en  nom- 

»/ 

bre  del  cielo. 

Tal  vez  sirvieran  de  preparación  adecuada,  al  mismo 
tiempo  que  de  entretenimiento  muy  propio  de  la  gente 
y  de  la  época,  las  composiciones  caballerescas,  tradicio- 
nales y  maravillosas,  como  el  Alhadiz  del  alcázar  del 
oro  (^),  el  Libro  de  las  batallas  W  ó  el  Alhadiz  de  Aly  con 
las  cuarenta  doncellas  W.  Pero  en  ninguna  parte  se  ob- 
serva tan  completa  fusión  de  los  elementos  tradicional, 
religioso  y  guerrero  como  en  el  Recontamiento  del  rreij 
Aliooandre  (6),  traducción  literal  de  un  libro  árabe  titu- 
lado Hadiz  Dilcamdin. 

Con  la  fuerza  y  la  astucia  realizó  Alejandro  Magno  la 
unidad  nacional  en  Grecia;  su  genio  militar  satisfizo, 
sojuzgando  al  persa,  la  constante  aspiración  de  los  hele- 
nos; y  con  grandeza  de  pensamiento  imprimió  sello  de 
generosidad  en  sus  actos,  y  en  sus  conquistas  tendencia, 
hasta  entonces  desconocida,  al  adelanto  de  las  ciencias. 


(i)    Profecía  de  Saat  Esidrio,  y  Llanto  de  España,  copia  hecha  por  Don 
Pedro  de  Madrazo. 


(í) 

Gay,  T.  13,  fol.  176  vuelto 

(3) 

B.  pah.  de  S.  M.  t,  G.  6. 

{*) 

B.N.Gg.  <05. 

(5) 

Gay.  T.  48. 

(6) 

B.  N.  Gg.  48. 

460 

al  progreso  de  la  civilización,  á  la  fiísión  de  las  diversas 
familias  humanas:  sobrados  elementos  para  hacer  del  hé- 
roe, ya  divinizado  en  vida,  un  mito  popular,  cuya  his- 
toria vino  á  convertirse  en  conjunto  de  maravillas.  Or- 
denadas primero  en  interés  de  los  Toloíneos,  y  exorna- 
das después  por  la  facundia  de  los  sofistas,  alcanzaron 
en  el  público  mayor  éxito  que'las  más  juiciosas  compo- 
siciones de  Arriano  y  de  Quinto  Gurcio;  y  honradas  con 
los  nombres  de  Galistenes,  de  Esopo,  de  Julio  Valerio 
y  de  Quinto  Gurcio,  fueron  el  manantial  de  las  AlexaTi^ 
dríadas  de  Occidente  en  la  Edad  Media.  Igual  boga  ob- 
tuvieron al  Oriente,  donde  hacia  el  siglo  v  andaban  ya 
traducidas  al  armenio,  y  después  fueron  incorporadas  al 
Bastan  Nameh  ó  Syur  al  multec,  gran  crónica  de  los  re- 
yes de  Persia,  puesta  en  verso  en  el  siglo  x  por  el  célebre 
Firdusi,  con  el  nombre  de  Xah-Nameh.  De  la  misma 
fuente  toimaron  los  musulmanes  la  narración;  pero  ex- 
traviados por  el  Alcorán  fO,  hicieron  del*  héroe  un  en- 
viado del  cielo",  <de  la  casa  de  annobua  y  metal  de  men- 
sajería; >  misionero  armado,  dirigido  por  un  ángel,  para 
propagar  por  los  confines  del  mundo  la  unidad  de  Allah, 
con  cuyo  auxilio  vence  los  hombres,  las  fieras  y  los  ele- 
mentos. Mahoma  debió  recibir  estas  ideas,  como  tantas 
otras,  de  los  judíos,  que  halagados  con  la  noble  conduc- 
ta observada  por.  Alejandro  en  Jerusalén  t^),  llenos  de 
respeto  hacia  el  conquistador  tantas  veces  nombrado  ó 
aludido  en  las  profecías  (3),  inclinado  el  corazón  al  que- 
brantador  de  la  tiranía  .persa,  y  tomando  demasiado  á  la 
letra  algunos  versículos  de  los  !Macal)eos  (*),  fácilmente 

(1)  XVm,  8<sqq. 

(í)  Josefo,  Ant.  jud.,  XI,  9. 

(3)  Daniel,  Vil,  6;  VIIl,  24;  IX,  20;  XI,  2. 

(4)  I.  Mac,  I,  3. 


461 

lo  imaginaron  dotado  de  inspiración  divina  y  de  poder 
sobrenatural,  exagerando  con  sus  acostumbradas  hipér- 
boles la  extensión  de  las  expediciones  ó  la  magnitud  de 
las  proezas,  Y  sin  duda  se  debe  álos  Alejandrinos,  que  no 
tendrían  poca  parte  en  la  redacción  del  falso  Galistenes,: 
la  versión  de  que  el  Rey:  de  ]\tacedoni¿  establece  en  su 
ciudad  predilecta,  al  fundarla,* el  culto  del  verdadero  y 
único  Dios  (^).  '  * 

De  tan  diversos  componentes  resultó  la  singular  ó  hí- 
brida figura  del  Alejandro  muslim,  recargada  sucesiva- 
mente de  tal  manera,  que  en  el  siglo  xv,  el  persa  Mirjond 
hace  entrar  á  sus  guerreros  eñ  batalla  animados  por  un 
conocido  texto  del  Alcorán  (2).  En  la  versión  aljamiada, 
Alejandro  <de  los  hijos  de  los  rreyes  de  los  cristianos,  > 
á  causa  de  su  «omildan^a  ad  Allah,>  es  desheredado  por 
su  padre;  pero  Aristóteles,  sucesor  en  el  trono,  <  cuando 
vio  r  axamplura  de  su  cencia  y  lo  que  le  dio  AUah  del 
entendimiento,  rrenucióle  el  rreismo  y  encoronóle  con 
la  corona  del  rreismo,  >  quedando  á'su  lado  «oyendo  á  ól 
y  obedeciendo  Su  fecho.  >  El  joven  monarca  funda  á  Ale- 
jandría con  muy  buenos  agüeros,  y  emprende  la  expío- 
ración  del  mundo.  En  el  extremo  occidente  ve  ponerse 
el  sol  en  una  fuente  caliente  con  <muy  grande  riruido, 
que  pensaban  los  del  mundo  qu'  el  adonía  se  derrocaba;  > 
en  las  montañas  del  horizonte  mandó  <que  ligasen  sus 
compañas  sus  caballos  al  signo  del  Buey,  r^  arrimasen 
sus  armas  á  las.  ^abridlas,  >  Atraviesa  países  de  gigan- 
tes, de  cinocéfalos,  de  orejudos  y  de  otras  gentes  ra- 
ras. Pelea  con  culebras  de  una  milla  de  largo,  y  viene 
al  punto  donde  sale  el  sol,  con  cuyo  intenso  calor  sus 

(4)    B.  x\.  de  París,  4  43  sapp. 
(i)    Lxr,  43. 

44 


162 

iil.::jLr:es  «no  tenían  pelos,  ni  barbas^  ni  pestañas  en 
5C>  •:;  :s.  n:  cejas,  que  ya  les  ende  abia  quemado  el  sol; 
T  cllcs  denen  cuevas  de  debajo  de  la  tierra,  qu'  en 
ellis  aria  casas,  y  sacaban  las  ollas  sobre  la  cara  de  la 
"irrra.  y  IcíS  panes  cocían  al  calor  del  sol,  y  cuando  ve- 
zliel  sijl  al  ponient  sallan  de  sus  cuevas. >  Gomo  <era 
Cr:;l:^am¿in  muy  gran  barragan,  que  no  le  inchía  el  co- 
n a>ii  T^TH^nA  cosa,>  fntra  por  la  región  de  la  obscuri- 
Lri  en  busca  de  la  fuente  de  la  vida,  sin  que  dé  con  ella 
m^  que  el  sabio  Alhádir  (el  profeta  Elias),  por  favor  es- 
p€^^ial  de  Allah.  Cierra  luego  con  una  muralla  de  hierro 
y  loDnce  el  desfiladero  por  donde  las  naciones  bárbaras 
•í^I  Norte  penetraban  en  Asia,  y  vuelve  á  la  «casa  de  su 
3eaorío,>  al  cabo  de  doce  años  de  sobrenaturales  aven- 
turas. Para  que  abarcara  de  una  ojeada  el  mundo  que  ha- 
ííSl  de  conquistar,  <envió  Allah  á  él  un  ahnalac  qu'  abia 
p<r  lonbre  Zayefil,  y  púsolo  debaxo  de  su  ala  y  subiólo 
ézta  al  cielo, >  y  el  mismo  ángel  lo  saca  á  cada  paso  de 
d^.eal:ades.  Ayúdale  el  inspirado  Alhádir  (que  reem- 
plaza al  adivino  Aristandro  de  la  historia),  y  lleva  asi- 
ii>Í5ino  al  lado  al  sabio  Afsagid  (el  adivino  Pitágoras,  de 
Anñp^lis).  Hacen  sus  huestes  en  pocos  días  camino  de 
m  lohos  años,  sin  que  les  estorbe  el  mar,  sobre  cuya  su- 
f'eráoie  andan,  se  acuestan,  y  clavan  estacas  como  en 
cura  tierra.  Una  piedra  preciosa  ilumina  á  su  escolta 
ea  el  país  de  las  tinieblas,  y  alimenta  á  todos  sus  hom- 
fcnes  y  caballos  con  solo  un  racimo  de  uvas,  obtenido  en 
f  ro«ii2ioso  <alcacar  muy  grande:  su  largueza  tres  le- 
iTiaS;  y  su  ancheca  asi  cuadreado.» 

La  segunda  parte  de  sus  empresas  tiene  por  exclusivo 
fji^^tú  la  guerra  sanca.  <Y  mandóle  Allah,  >  dice  el  tex- 
^7,  <que  Uegase  á  los  rreyes  de  la  tierra  y  los  guerrease; 


163 

y  mandóle  con  crebar  las  ídolas  y  matar  á  quien  las  ado- 
raba; y  mandóle  que  no  dexase  lugar  de  la  tierra,  en  el 
de  los  fijos  de  Edám,  (que)  ninguno  que  no  í  entrase  y 
los  clamase  á  la  servitud  de  AUah  y  á  su  obidencía,  fas- 
ta que  no  dixese  ninguno  el  día  del  judicio:  no  nos  vino 
albriciador  y  monestador,>  Auxiliado  por  sus  tenientes 
Batlamís  (Ptolemeos)  y  Letácon  (Antígonos),  primero 
junto  al  rio*  de  Satrados  (Stranga  del  felso  Galistenes), 
después  cerca  de  Al- Yes  (Isso?),  derrota  á  Darío,  llegan- 
do por  fin  á  tiempo  de  recoger  tierna  y  noblemente  su 
último  suspiro,  y  con  él  la  mano  de  su  hija.  Organizada 
la  Persia,  mata  en  singular  combate  á  Poro,  rey  de  la 
India;  y  después  de  larga  estancia  entre  los  Torchama- 
nines  (Bracmanes),  pasa  á  Remira  (Semirámide),  donde 
corre  extrañas  aventuras  con  su  <rreina  y  capitaneaa 
Gandefa»  (Gandaces).  Trata  pacíficamente  con  las  Ama-^ 
zonas;  volviéndose  al  Oeste  vence  á  los  Bereberes,  «que 
cabalgaban  leyónos  con  sillas;  >  domina  á  los  Afriquiún 
(Cartagineses),  y  después  de  ellos,  á  varios  y  singulares 
pueblos  de  África  y  Europa.  Desde  el  fin  de  la  tierra 
vuelve  por  la  China  y  por  Babilonia  á  la  casa  santa 
(Jerusalén),  y  muere  allí  previamente  avisado  por  car-^ 
fa  de  Aristóteles  y  por  .otros  oráculos. 

En  esta  segunda  vuelta  al  mundo  no  faltan  montes, 
aves  y  árboles  que  hablan;  ciudades  flotantes,  fieras  es- 
pantables, ríos  de  piedras  preciosas,  y  extravagancias 
de  las  que  cuenta  Plinio:  casi  todo  procedente  de  los  ori- 
ginales griegos.  De  ellos  proviene  igualmente  la  profu- 
sión y  abuso  del  género  epistolar:  Alejandro  escribe  á 
los  reyes  enemigos,  para  intimarles  la  sumisión;  á  los 
pueblos  de  Pérsia,  declarándose  su  rey;  y  á  Aristóteles, 
refiriéndole  los  admirables  sucesos  que  le  han  acaecido;  á 


464  . 

la  madre  de  Darío,  ofrecióndoíe  amparo;  y  á  la  suya  pro- 
pia, í>ara  consolarla  con  anticipación  ó  ingenio,  por  su 
próxima  muerte.  El  estilo  sutil  de  los  bizantinos,  muy 
del  gusto  oriental,  se  echa  de  ver  también,  y  amplifica- 
do, en  nuestro  libro:  ya  cuando  convierte  á  Diógenes  de 
Sínope  en  anciano  estoico,  que  sermonea  á  Alejandro  y 
queda  luego  por  gobernador  de  Hebarce,  donde  el  sol  se 
pona;  ya  al  añadir,  en  los  coloquios  con  los'  gimnosofis- 
tas,  á  las  intrincadas  cuestiones  sobre  el  mar  y  la  tierra, 
el  día  y  la  noche,  la  derecha  y  la  izquierda,  otras  de  ín- 
dole islámica,  tales  como  la  creación  del  mundo  y  su 
fin,  ó  el  pronóstico  del  predominio  de  los  árabes.  De  ín- 
dole arábiga  son  otros  cambios  ó  adiciones,  especialmen- 
te en  los  nombres  propios:  además  de  reemplazar  á  Aris- 
tandro  por  Elias,  se  hace  madre  de  Alejandro  á  Al-Ide, 
que  es  la  Ada  reina  de  Caria  que  le  tomó  por  hijo;  Can- 
dáules  y  Gharogos,  hijos  de  Gandaces,  son  Pedro  y  Gan- 
pir;  por  error  ortográfico,  en  vez  de  Poro  se  escribe 
Lyon;  y  Raxica,  en  lugar  de  Roxana;  y  Bebrycia,  escri- 
to Habruchia  en  un  códice  latino,  ha  dado  margen  al 
nombre  de  Hebarce,  suministrando  al  paso  otra  prueba 
del  origen  occidental  de  estas  narraciones. 

Varias  son  las  que  de  igual  procedencia  vinieron  á  la 
literatura  árabe  y  después  á  Ija  aljamiada.  En  la  historia 
de.  la  doncella  Arcayona  (O  hay  reminiscencias  muy 
marcadas  del  libro  de  Apolonio  y  de  la  vida  de  Santa  Ge- 
noveva, aunque  aderezadas  en  sentido  profundamente 
musulmán:  coíno  que  apenas  existe  documento  morisco 
donde  no  transcienda  el  espíritu  religioso,  si  se  excep- . 
túan  algunas  colecciones  de  recetas  (^J,  ó  apuntes  como 

(1)  -B.  N.  Ce.  n4;  Gg.  47;  Gay.  V.  46. 
(í)    Gay.  T.  45,  46. 


165 

el  cuaderno  de  cuentas  de  Miguel  de  Zogra  (^),' adminis- 
trador ó  tesorero  de  cierta  parroquia  de  Aragón.  Tal  es- 
casez aumenta  el  valor  del  alhadiz  del  baño  de  Zarieb  (^), 
pequeña  novela  cordobesa  escrita  á  estilo  de  los  cuentos 
de  Las  mil  y  una  noches;  así  como  la  Historia  de  los 
amores  de  París  y  Viana  (3),  novela  proenzal  del  si- 
glo XV,  cuya  traducción  aljamiada,  prueba  que  también 
gustaban  los  moriscos  de  las  producciones  contemporá- 
neas. ¿Y  cómo  no  se  había  de  aficionar  á  ellas  una  gente 
que,  al  modo  de  sus  antecesores  mudejares,  seiba  ya  fun- 
diendo y  amalgamando  con  la  masa  general  de  los  espa- 
ñoles, tomando  sus  hábitos  y  participando  de  sus  ideas? 
Imbuido  en  ellas,  el  refugiado  en  Túnez  que  citó  más 
arriba  W  escribió  un  libro  muy  notable,  donde  luce  gran 
conocimiento  del  estilo  de  las  novelas  y  de  las  poesías 
más  populares  de  su  tiempo,  especialmente  de  las  de 
Lope  de  Vega.  Á  modo  de  algunos  autos  sacramentales, 
compara  <la  persona  del  hombre  mumín  á-una  ^udad 
populosa  de  las  gudades  del  mundo;  y  su  alma  y  miem- 
bros, como  la  9erca  y  fuertes  murallas  della;  y  lá  fe  y 
creyencia  berdadera  en  la  unidad  de  dios  y  mensaxeria 
de  su  santísimo  profeta  muhamat,  fala  allahu  alaih  gica- 
calam^  que  Representa  la  Real  persona*  del  monarca 
dueño  desta  fudad;^  y  finge  un  bélico  ataque  de  Luzbel, 
auxiliado  por  todos  los  vicios  y  pecados,  dispuestos  en 
cuatro  escuadras.  Contra  ellas  resiste  victoriosamente  el 
rey,  asistido  por  su  <gua5ir  el  entendimiento, >  ayudado 

(4)    Ms.  perteneciente  á  D.  Francisco  Codera. 

(t)    Gay.  T.  41. 

(a)  Gay.  V.  4.  Después  de  pi'esentado.este  discurso*  he  publicado  los 
fragmentos  de-uquella  novela  en  la  Revista  Histórica,  t.  111:  Barcelo- 
na, 4876. 

(4)    Gay.  S.í. 


166 

y  seguido  de  todas  las  virtudes;  inutilizando  «las  trabas 
eréticas  y  ardides  soberbios>  del  demonio,  «con  los  tiros 
de  artillería  de  la  teulujia  y  creyen^ia  berdadera.>  Saca 
de  ahí  motivo  para  amonestar  al  hombre  que  esté  siem- 
pre alerta  contra  las  tentaciones;  y  siguiendo  el  argu- 
mento de  otros  autos  (<),  le  advierte  que  al  principio  de 
la  vida  <se  le  muestran  dos  caminos:  el  uno  á  la  mano, 
derecha  escabroso,  de  peña,  cañadas,  espinas  y  abrojos, 
que  paran  sus  trabajos  en  descanso  y  alegría;  y  el  otro, 
á  la  mano  y^quierda,  deleytable  y  anchurosso,  que  para 
en  tormento  y  tristeca.>  Píntase  él  á  sí  propio  discu- 
rriendo por  él  segundo,  lleno  de  vicios  y  vanidades;  y 
describe  los  galanteos  al  uso,  citando  gran  número  de 
romances  y  otras  poesías  amatorias  ó  pastoriles,  con  pa- 
sos y  argumentos  de  algunas  comedias,  y  noticia  de  una 
representación  de  Las  mudanzas  de  fortuna^  de  Lope 
(quo  por  citarla  de  memoria,  como  todo  lo  demás,  llama 
equivoca(iamente  La  Rueda  de  la  Fortuna).  Detenido 
por  la  Consideración,  al  tiempo  ya  que  veía  la  «escura 
y  tenel)rosa  cueba>  á  donde  iban  á  parar  suscompañCT- 
ros  de  viaje,  vuelve  atrás  rápidamente,  y  recitando  va- 
rios sonetos  de  las  Rimas  sacras  de  Lope,  toma  con  brío 
el  camino  de  la  virtud;  por  el  cual  le  guía  el  Entendi- 
miento, que  en  figura  de  <un  benerable  y  hermoso  bie- 
jo  sentado  sobre  una  estera  de  palma  y  puesto  en  ora- 
ción, >  estaba  ya  esperándole.  El  conductor  entretiene  el 
camino  (más  largo  de  andar,  por  ser  de  austeridad,  que 
el  de  los  deleites)  con  explicaciones  sobre  los  principios 
morales,  los  fundamentos  del  islam  y  las  reglas  de  la 
práctica  religiosa,  salpicadas  de  ejemplos  edificantes, 

[h]    El  Viaje  del  almoy  de  Lope,  y  el  Peregrino,  de  Valdivielso. 


167 

sin  dejar  las  citas  poéticas  ni  ciertas  ali^iones  mitoló- 


gicas. 


La  influencia  mahometana  más  Vulgar  domina  en  es- 
ta parte  del  libro;  y  por  eso  el  Entendimiento  exhorta  á 
su  oyente  á  que  cuanto  antes  contraiga  matrimonio,  es- 
tado de  tanta  excelencia,  que  á  la  mujer,  <un  dia  de  ca- 
sada en  el  mundo  le  es  mexor  que  la  adoración  de  cien 
años  sin  marido; >  y  refiere  de  un  santón,  aparecido  des- 
pués de  su  muerte,  que  dijo:  <me  a  dado  (Dios)  grados 
de  gloria  en  tanto  extremo,  que  e  llegado  a  mirar  los 
que  tienen  los  santos  profetas;  y  con  todo  eso  no  e  lle- 
gado á  los  grados  que  tienen  los  casad'os;>  bien  que  atri- 
buye los  setenta  grados  más  que  otro  alcanzara,  <por  la 
paciencia  que  tubo  con  sus  hijos  y  mujer.  >  Complácese 
en  describir  esa  gloria  ofrecida  por  el  autor  del  Alcorán, 
en  la  cual,  entre  otras  bienandanzas,  promete  para  cada 
buen  muslim  < ciento  de  las  haurías,  que  son  las  que  dios 
nuestro  señor  crió  en  la  gloria  para  sus  obedientes  cria- 
turas, tan  bellas,  Resplandegientes  y  hermosas,  que  á  sa- 
car una  dellas  su  mano  al  mundo,  se  escureciera  el  sol  y 
se  bolbiera  nublado  escuro;  y  a  escupir  en  la  mar,  se 
bolbiera  dul^e;  y  se  dice  que  en  sueños  habló  una-con  un 
santo  hombre,  y  cuando  Recordó,  gomitaba  de  oyr  ha- 
blar a  las  jentes,  aunque  fuera  muy  política  y  delicada- 
mente. >  Y  al  concluir  el  autor,  pide  á  Dios  que  «aumen- 
ta purificación  y  ensalcamiento  y  engrandezca  á  la  lin- 
pia,  purificada,  engrandecida,, santificada,  encalcada, 
.  clarificada,  sagrada,  estimada,  querida,  ioada  y  prebili- 
jiada  y  Resplandeciente  persona  del  berdadero  fijo,  cier- 
to y  santo  paracleto  y  escojido  muhamad;>  dando  gra- 
cias al  cielo  por  verse  lejos  de  cristianos,  conforme  en  la 
introducción  alababa  al  Señor,  que  «con  su  misiricordia 


•         ié8  •  '     ' 

puso  en  el  coraron  del  tercer  filipho,  y  en  los  que  eran 
sus  consexeros,'  que  mandase  saliésemos  de  su  Reyno, 
con  pena  de  la  bida;.  y  nos  abrió  los  caminos  por.la  mar 
y  por  la  tiena,  libre  y  sin  daño   '.     . 

Para  los  musulmanes  exaltados,  fué  la  expulsión  co- 
mo término  ansiado  de  laygo  y  duro  cautiverio;  y  lejos 
de  condolerse  por  sí  y  por  sus  hermanos  de  destierrp,  se 
comparaban  con  el  pueblo  de  Israel  saliendo  de  Egipto, 
guiados  y  conducidos  por  Dios,  qué 

<tdel  faraón  d*  españa  ablanda  el  pecho, 
y  a  su  pesar  les  da  en  el  mar  camino, 
qu*  está  de  bordes  flores  prado  hecho;  • 

como  se  expresa  en  el  soneto,  original  de  un  morisco 
andaluz,  puesto  en  elogio  del  autor  al  principio  de  aque- 
lla obra- 
No  se  extrañe  que  gente  tan  aficionada  á  nuestra  poe- 
sía, y  conocedora  del  teatro,  se  diera  4  cultivar  las  mu- 
sas, después  de  haber  ejercitado  muchos  y  diversos  géne- 
ros de  prosa¿  Los  moros  españoles  se  valieron  con  fre- 
cuencia de  la  amenidad  del  verso  para  publicar  sus  pen- 
samientos, y  muy  especialmente  para  difundir  en  el  vul- 
go los  puntos  principales  de  sus  creencias;  de  tal  mo- 
do que,  á  conservarse  todas  sus  composiciones,  se  pudie- 
ra ordenar  un  copioso 'cancionero  mahometano,  donde 
se  vieran,  con  las  galas  del  metro,  todas  las  cuestiones 
que  llevo  hasta  aquí  analizadas. 

Én  un  <tratado  que  conpuso  ybraim  de  bolfad,  boci- 
no de  Argel,  9ieg0.de  la  bista  corporal,  y  aluinbrado  de 
lá  del  coraron  y  entendimiento  ^0>.  se  expone  toda  la 

<i)    B.ÍÍ,Cc.469. 


\69 

doctrina  mahometana,  en  quintillas,  de  las  cuales  copio 
éstas,  dirigidas  á  demostrar  la  existencia  de  Dios: 

•y  el  testimonio  de  áber 
^ñor  dios  forf  ossamente; 
es  lo  criado;  y  tener 
color,  tiompo,  y  Tallecer; 
como  el  bibir  de  la  jente. 
pues  ya  en  lo  criado  bemos     ' 
*  no  ay  obras  sin  causador; 

de  donde  claro  entendemos  *  * 

que  aqueste  sser  que  tenemos   .    . 
sin  duda  tiene  obrador.» 

En  la  <comenta5Íon>  hecha  á  este  tratado  por  el  mismo 
expulso,  autor  de  la  otra  obra,  se  refiere  cómo  inte- 
rrumpió el  Santo  Oficio  la  representación  de  una  come- 
dia sobre  milagros  de  Mahoma,  con  no  poco  peligró  del 
poeta  y  de  los' actores  (O ;  y  concluye  su  trabajo  expli- 
cando la  cuestión  del  libre  albedrío,  escollo  de  la  teolo- 
gía muslímica,  conforme  á  la  doctrina  más  corrieijte,  en 
esta  octava: 

«y  pues  que  dios  el  escojer  te  a  dado, 
aunque  no  te  lo  dio  absulutamente 
pues  con  entendiúiiento  tp  a  criado 
dándote  natural  ian  excelente, 
mira  á  qual  de  Ibs  dos  te  as  ynclinadoi 
qual  te  pare9e  ques  más  conbiniente: 
gofar  de  bida  eterna  y  bien  eterno, 
ó  penar  para  siempre  en  el  ynfierno.» 

Díó  constantemente  Mahoma  su  predjicación  como 
consecuencia  del  antiguo  y  del  nuevo  Testamento,  ha- 

(i)    B.N.  Ce.  469,  fol.  436. 


\70 

ciéndose  tórmino  y  sello  de  todos  los  profetas  y  envia- 
dos; á  lo  cual  alude  este  trozo  de  romance  W: 

a  Pues  el  mismo  cristo  dixo, 
ablando  por  su  maestro, 
tras  el  bendria  un  paráclito 
que  sería  sania  y  buei\o; 
y  este  sabed  qu'  es  muhamad, 
'  de  dios  santo  y  mensajero, 
,  el  que  trujo  el  alcoran,  • 

,  (  libro  sagrado  y  perfeto.» 

Por  su  ligereza  y  soltura,  este  metro  se  prestaba  me- 
jor que  otro  alguno  á  la  vivacidad  de  la  polémica:  por 
ello  lo  usó  el  más  notable  morisco  de  los  emigrados  al 
África,  llamado  el  Maestro  Juan  Alfonso,  aragonés,  hijo 
de  padres  cristianos  (tal  vez  conversos),  que  estudió  con 
afán  diversas  religiones;  y  decidido  por  la  mahometana, 
marchó  <a  Tetuan  á  siguirla,  y  dexatído  Rentas  ex^e^i-. 
bas,  se  contentó  con  el  trabaxo  de  la  persona,  ocupado 
en  ganar  su  sustento  miserablemente  (2).>  Airado  con 
las  persecuciones  sufridas  en  su  patria,  exclama  (3): 

«Cuerbo  maldito  español, 
pestífero  canzerbero,  * 

qu'  estás  con  tus  tres  cabezas 
a  la  puerta  del  ynfierno;» 

acusa  á  los  cristianos  de  haber  alterado  las  Santas  Escri- 
turas, repitiendo,  como  era  moda  entre  los  protestan- 
tes W: 

«no  solo  las  traductiones, 

pero  aun  los  que  trasladaron 

(O  B.  N.  Cc.174. 

^    (2^  B.  N.  Ce.  469. 

[Z]  U.  lí.  Ce.  ni. 

{4)  B.  S.  Cc.  169.      • 


Í7\ 

los  propios  orixinalesy 

an  hecho,  de  mano  en  mano, 

de  las  escripturas  claras 

un  labirinto  yntrincado;]>  i 

y  excita  á  su  manera  á  un  libre  examen  con  esta  imagen 
singular: 

(cno  se  berá  satisfecho 
el  que  por  ajena  mano  < 
'  comiere,  ni  sabrá  gierto 
la  confection  del  guisado;  • 

dando  por  consejo: 

«hágasse  yspiriencia  propia 
las  leyes  escudriñando, 
que  no  le  es  odiosso  á  dios 
qu'  el  hombre  le  ande  buscando.» 

Búrlase  de  la  pomposa  afectación  literaria  tan  usual  en 
su  tiempo,  coú  esta  advertencia: 

«y  no  ymito  el  persuadir 

de  otros  muchos,  que  incitaron 

á  su  Religión  y  culto, 

su  opinión  autorigando, 

llamando  al  lector  prudente ^ 

y  sus  obras  dedicando,  ^ 

á  los  principes  teRenos, 

de  adulaciones  ussando.» ' 

Así  apostrofa  al  cristianismo  (^h 

«o  ley  llena  de  mentiras, 
gente,  de  bordad  desiertos, 
que  7  laberintio  de  creta 
no  tubo  tantos  enrredos;» 

(O     B.  N.  Ce.  474. 


472 

alusión  que  demuestra  cuánto  debían  ser  familiares  los 
estudios  clásicos  á  gente  que  no  escasea  en  sus  libros  las 
citas  en  latín  y  que  aun  escribió  algo  en  esa  lengua, 
pues  dice  el  mismo  Juan  Alfonso: 

«otros  de;  mi  patria  amada^ 
'  e  siabido  rrespondíeron 
ansí  por  lengua  latina, 
como  por  rromance  y  berso.  9 

De  aquí,  sospecho  que  sea  del  mismo  autor  este  otro  ata- 
que á  los  miisterios  del  culto  católico  (<): 

«bosotros  que  en  la  orá9ÍoQ, 
como  golosos  exipcios, 
adora ys  buestro,  dios  pan 
ahogándolo  entre  bino.» 

Más  conocido  hoy  que  ninguno  de  estos  poetas  moris- 
cos es  Mohamad  Rabadán,  natural  de  Rueda  del  río  Ja- 
lón, que  en  1603  puso  en  romances,  además  de  la  «His-. 
toria  del  espanto  del  día  del  juicio, >  del  «Canto  de  las 
lunas  del  año  y  de  '<Los  nombres  de  Allah,>  una  Histo- 
ria genealógica  de  Mahoma,  desde  la  creación  del  mun- 
do (*),  traducida  de  la  que  compuso  en  árabe  Abulhasán 
Albecrí:  asunto  popularísimo  entre  los  moros  españoles 
y  frecuente  en  la  prosa  aljamiada  (3). 

Prestando  existencia  real  á  ciertas  figuras  simbólicas 
de  antiguos  libros  (origen  de  tantas  leyendas  mitológi- 
cas ó  vulgares),  suponen  los  mahometanos  que  tras  de 
cuarenta  años  de  penitencia,  después  de  su  expulsión' 
del  paraíso,  fué  Adán  perdonado,  y  que  Dios 

(4)     B.  lí.  Ce.  474, 

(í)    Ticknor,  Histor.  de  la  lit.  esp.  IV,  «75;  Ásiatic  Journal,  1867- 4  87i. 
'  (3)-   Gay.  T.  43,  fol.  «53;  T.  47;  T.  48;  B.  par.  de  S.  M.  1,  G.  6. 


473 

.    ¿Le  influyó^  para  consuelo, 
De  luz  en  la  frente  un  ramo 
Que  con  los  cielos  frisaba 
Dé  muy  relumbrante  y  claro.» 

Y  como  emblema  del  don  prófótico  que  había  de  termi- 
nar en  Mahoma, 

cFué  la  clara  luz  pasando 

Siempre  por  estos  varones 

Más  perfetos  y  estimados, 

Por  el  Señor  escojidos, 

Por  su  palabra  avisados;  • 

Corriendo  de  padre  en  hijo, . 

De  un  honrrado  en  otro  hpnrrado.t> 

Al  describir  la  singular  peregrinación  de  este  rayo  de 
luz  sobrenatural,  el  poeta  se  detiene  en  las  vidas  y  ad- 
mirables casos  de  nuestro  primer  padre,  de  su  hijo  Seth, 
de  Noó,  de  Abraham,  de  ^smael,  de  Alhádir,  y  de  Hó- 
xim,  Xaiba  y  Abdalá,  ascendientes  inmediatos  de  Maho- 
ma, terminando  con  los  hechos  más  culminantes  de  la 
vida  y  muerte  del  célebre  caudillo,  pó  sin  dedicar  antes 
una  extensa  digresión  á  la  línea  de  Isaac.  Con  ingenio 
sumo  expone  los  sucesos  principales  de  la  Historia  Sa- 
grada, contados  á  la  morisca,  y  elegantemente  vestidos 
con  el  romance  castellano,  que  él  llama  «verso  suelto 
Ordena  Dios  al  alma  que  entre  en  el  cuerpo  de  barro  del 
primer  hombre;  y  ella  replica: 

aRey  piadoso, 
¿Cómo  quieres  encerrarme 
En  este  vaso  asqueroso, 
Siendo  yo  tu  serviciante? 
Enciérrasme  en  mi  enemigo 
Do  mi  limpieza  se  manche, 


r 


174 

Y  á  tí  te  desobedezca, 
Por  no  poder  npartarme 
De  poder  des  te  contrario 

Y  de  su  enemiga  carne, 

Y  yo  habré  de  padecer 
Tus  castigos,  desiguales- 

*  Por  los  distinos  enormes 

Que  el  cuerpo  consigo  trae: 
Dame  parcida^  Señor, 
De  este  trabajoso  trance; 
Que  á  tí  eS|  Señor,  el  mandar^ 

Y  á  mi,  Señor,  el  rogarte.» 

Antes  de  esto^  quiere  Dios  que  loa  ángeles  reveren- 
cien la  masa  preciosa  y  escogida  con  que  Adán  va  á  ser 
hecho;  pero 

aDíxo  Luzbel;  yo  no  quiero 
Que  mi  grandia  se  abaxe 
A  un  pedazo  de  barro, 
Siendo  yo  seraneante 
Mucho  mejor  que  no  él, 
Porque  á  mí  me  halecaste 
De  compostura  de  fuego: 

Y  es  menosprecio  muy  grande 
Que  yo  reverencie  á  quien 

Es  de  tan  baxo  quilate. 
Dixo  Aiiah:  Sal,  enemigo. 
De  mi  alcliana  y  sus  lugares 
Apedreado,  maldito. 
Rayo  de  fuego  quemante, 
Mi  maldición  te  persiga. 
Mi  condenación  te  alcance,. 
Mi  pena  te  de  tormento. 
Mi  castigo  te  acompañe.» 

Á  pesar  de  llamarse  Rabadán 


475 

«UQ  entendimienio  rudo, 
Criado  en  romper  la  tierra 
Tras  el  arado  y  las  mieses, 
Desnudo  de  artes  y  letras,» 

éistá  bastante  familiarizado  con  la  literatura  erudita, 
para  llamar  al  sol  «la  luz  febea>  y  para,  describir  gala- 
namente la  aurora  cuando 

« se  es  tiende 

Dando  las  nuevas  qu'  el  dia 
En  su  seguimiento  viene, 
Y  el  roxo  Apolo  tras  ellas  ' 
Dorando  Jos  campos  verdes. • 

Peligrosa  pinta  su  tarea  en  una  época  en  que 

«Aiiah  dio  lugar 
Que  los  Moros  deste  reyno, 
Con  tantas  persecuciones, 
Sean  pugnidos  y  presos;» 

y  érale  difícil  allegar  los  datos  necesarios,  porque  ya  se 
iban 

«Perdiendo  los  alquitebes. 
No  quedando  rastro  dellos; 
Los  aliraes  acabados, 
Quales  muertos,  quales  presos, 
La  Inquisición  desplegada 
Con  grandes. fuerzas  y  apremios, 
Haciendo  con  gran  rigor 
Cruezas  y  desafueros, 
Que  casi  por  todas  parles 
Hacia  temblar  el  suelo: 
Aquí  prenden  y  allí  prenden 
A  los  baptizados  nuevos, 
Cargándoles  cada  dia 
Galeras,  tormento  y  fuego, 


476 

Con  otras  adversaciones 

Que  á  solo  Allah  es  el  secreto.» ' 

La  Musa  de  Rabadán  modula  sus  tonos  con  admirable 
facilidad,  para  acomodarse  á  las  situaciones  y  á  los  afec- 
tos. Usa  de*  sombríos  colores  cuando  Azrael,  ángel  de  la 
muerte,  por  rara  y  singular  excepción,  viene  á  alÍ3riciar 
á  Abraham  de  parte  de  Dios,  y  se  declara  en  estos  térmi- 
nos:   *  . 

«Yo  soy  quien  mi  nombre  temen 
i  Quantos  memoran  mi  nombre, 

Desde  la  más  baxa  tierra' 

Hasta  las  más  altas  torres; 

Yo  soy  el  que  nadi  esenta  * 

De  mis  amargas  pasiones: 

A  todos  los  hago  iguales, 

A  los  grandes  y  menores, 

Desde  el  labrador  más  baxo 

Al  emperador  más  noble, 

Y  desde  el  más  alto  Rey 
A  los  más  baxos  pastores. 
Yo  soy  la  sola  atalaya. 

Que  á  mi  vista  no  se  asconde 

Criatura  que  alma  tenga, 
•  Ni  cosa  que  vida  goze; 

El  que  las  copiosas  huestes 

Acaba,  deshace  y  rompe; 
.   Y  el  que  los  cuerpos  despoja 

De  sus  amados  arrobes. 

Yo  pueblo  los  cementerios. 

Hago  qu*  en  las  fuesas  moren: 

Y  despueblo  las  moradas 
De  sus  propios  moradores. 
Ciudades,  villas,  castillos, 
Altas  casas,  fuertes  torres 
Yo  las  allano  por  tierra, 
Sus  dueños  y  prevenciones. 


n7 

Yo  las  alchamas  copiosas, 
Pompas,  bríos  y  ambiciones 
Las  allano  por  el  suelo 
Sin  dolor  de  sus  dolores. 
El  que  los  hermosos  rostros 
Cambio  en  malos  colones, 

Y  en  calaveras  resuelvo 
Las  bellas  dispusiciones. 
Yo  las  dulces  compañías, 
Tratos  y  conversaciones 
Aparto,  deshago  y  trueco 
En  llorosas  aflicciones. 
El  que  los  gustos  aceda, 

Y  el  que  aparta  y  descompone 
£1  amigo  de  su  amigo, 

Sin  ver  si  es  rico  ni  pobre. 
No  quiero  tregua  con  nadi. 
Jamás  escucho  razones; 
De  ninguno  soy  amigo, 
A  todos  trato  de  un  orden. 
Azarayel  me  apellidan, 
Malac  almauti  es  mi  nombre; 
Quien  nunca  temió,  y  le  temen 
Todas  las  generaciones.» 

Toma  levantado  acento,  en  el  canto  segundo  del  Jui- 
cio final,  que  es  su  obra  más  notable,  al  poner  en  boca 
de  AUah: 

«Yo  soy  el  Señor 
Alto,  poderoso,  inmenso; 
Solo  soy  en  mi  reismo, 
Únioo  en  todos  mis  hechos; 
Ni  hay  ningún  porqué  ni  cómo 
Á  lo  que  mando  y  deviedo.t 

Ved  la  viveza  y  movimiento  con  que  pinta  el  terror 
de  los  hombres  ante  las  espantosas  señales  del  fin  del 
mundo: 


478 

«iQaé  vivir  tan  desabrido, 
Qné  inquietud,  qué  sobresalto,. 
Qué  llagas  sin  medecinas, 
Qué  sueños  tan  quebrantados,' 
Qué  enfermedades  tan  solas. 
Qué  dolores  ^n  amahosl  i 

y  la  energía  con  que  describe  luego  la  desesperación  y  la 
rabia: 

a  Dice  Alhasán  que  las  madres 
Que  tendrán  hijos  bastardos. 
Después  que  el  Sol  se  trascurso 

Y  asome  por  el  ocaso, 
Que  los  batirán  de  sí 
Echándolos  de  sus  brazos; 

Y  les  negarán  sus  pech«^ 

Y  el  amor  que  siempre  usaron. 
Ellos,  con  la  mism^  rabia 
Que  se  verán  agenados.) 
Dirán  tan  grandes  distinps 
Que  cansa  á  deber  .'nombrarlos. 
Maldígaos  AUah  enemigos, 
Dirán  estos  haramados; 
Maldígaos  la  tierra  y  cielo 

Y  todo  quanto  hay  criado: 
Todo  sea  en  daiio  vuestro. 

Y  no  menos  acusamos 

A  nuestros  malditos  padres. 

Sino  que  los  avocamos 

Con  las  mismas  maldiciones; 

Y  de  aquí  los  albriciamos 
Con  el  fuego  del  falaque 

Y  sus  tormentos,  en  pago 
De  los  deleites  malditos 
Que  con  vosotras  gozaron. 
Renegamos  de  vosotros, 
Del  uno  y  otrq,  juramos 


479 

De  jamás  ser  vuestros  hijos 
Sino  vuestros  tormentarios; 
Renegamos  de  la  leche 
Que  en  vuestros  pechos  mamamos, 

Y  de  los  lomos  traidores 
Donde  fuinK>s  goteados.» 

Después  pone  en  boca  de  los  condenados,  cuando  ya 
todos  los  antiguos  profetas  se  han  desentendido  de  inter- 
ceder por  ellos,  esta  tierna  súplica: 

aO  Mohamad,  nuestro  amparo, 
Nuestro  muro  y  defensor, 
Refugio  de  nuestras  penas 

Y  en  nuestras  tinieblas  sol: 
Pues  para  nuestro  remedio 
Te  creó  nuestro  Señor, 
Iloy  de  rogar  por  nosotros 
Te  toca  la  obligación. 

Hoy  es  el  dia  que  debes 
Publicar  tu  gran  valor, 
Que  quanto  mayor  la  culpa 
Es  la  clemencia  mayor. 
Ya  sabes  que  te  seguimos 
Sin  verte  ni  oir  tu  voz, 

Y  aunque  en  las  obras  faltemos. 
Tu  dicho  afirmémoslo. 
Echástenos  en  olvido 

En  la  fortuna  mayor, 
*  Al  tiempo  que  no  hay  ninguno 
Que  quiera  rogar  por  nos. 
Solo  á  tí,  Muhamad,  toca 
El  ruego  y  la  redención: 
Qu'  'esta  señalada  empresa 
A  tí  solo  se  guardó.)» 

Encierran  estos  versos,  además,  la  declaración  del 
punto  más  importante  del  imdn  6  doctrina  mahometana, 


480 

cual  es  la  redención  definitiva  de  todos  los  fieles,  buenos 
y  malos,  por  la  intercesión  final  de  su  profeta;  que  es  ni 
más  ni  menos  que  la  doctrina  de  la  justificación  por  la 
fe,  claramente  expuesta  al  final  de  los  cantos  del  día  del 
juicio: 

aLibertará  su  familia 

De  tan  grande  perdición;  ' 

No  solo  á  los  pecadores, 

Mas  á  quien  jamás  obró 

Obra  buena  en  su  provecho, 

Solo  porque  pronunció 

La  unidad  de  la  creencia 

Una  vez  mientras  vivió.» 

Como  éste,  se  hallan  esparcidos  por  las  obras  de  Ra- 
badán diversos  puntos  de  la  creencia  islámica;  siendo 
digno  de  notarse,  por  lo  que  valientemente  se  aparta  de 
la  común  doctrina  fatalista,  este  pasaje: 

«tendrán  tal  franquía 
En  sus  hechos  munerables, 
Que  harán  absolutamente 
Á  sus  libras  voluntades, 
Sin  haber  quien  su  designio 
Les  estorbe  ni  contraste.» 

Tal  soltura  en  el  uso  del  metro  supone  largo  ejercicio 
de  la  versificación  en  la  gente  morisca.  En  efecto,  por 
más  que  quiera  suponerse  exagerado  arcaísmo  en  las 
composiciones  aljamiadas,  para  traerlas  todas  alrededor 
del  siglo  XVI,  es  lo  cierto  que  lo  mismo  Rabadán  que 
Juan  Alfonso  y  que  Ibrahim  de  Bolfad  escriben  en  el 
lenguaje  corriente  de  sus  días,  y  no  buscan  las  formas 
ó  giros  de  Berceo  ni  del  Marqués  de  Santillana.  Por  eso 
conceptúo  por  legítimo  no  traer  más  acá  del  siglo  xiv 


i 


481 
la  Almadha  de  alabandga  al  annábl  Mohammad  (O,  qne 
publicó  Müller,  pues  basta  para  poder  asegurarlo  leer 
estas  cuartetas: 

«Señor,  fes  tu  a^^ala  sobr'el 
y  fesDos  amar  con  el, 

sácanos  en  su  tropel  ^  . 

jus  la  seña  de  Mohammad. 

Fazed  a99ala  de  conciencia 
sobre  la  luz  de  la  crey encía, 
e  sillaldo  con  rrebenencia 
y  dad  a99aleni  sobre  Mohammad, 

Tu  palabra  llegará  luego 
e  será  rrecibido  tu  rruego, 
e  y  abrás  accaiem  entrego: 
esos  son  los  fechos  de  Mohammad. 

Quien  quiere  buena  ventura 
y  alcanpar  grada  de  altura, 
porponga  en  la  noche  escura 
r  a99ala  sobre  Mohammad.» 

La  estructura  del  verso  y  la  combinación  de  consonan- 
tes, no  sólo  se  asemejan  á  las  desfechas  por  arte  de  es- 
tribóte de  Villasandino  y  de  D.  Juan  II  (2),  sino  que  son 
idénticos  en  un  todo  á  los  Gozos  de  Santa  María' (3),  á  la 
Trova  del  Mensajero  W  y  á  la  Cantiga  de  los  Estudian- 
tes (^)  del  Arcipreste  de  Hita,  de  quien  fué  sin  duda  con- 
temporáneo el  autor  ó  traductor  de  la  Almadha.  ¿Y  qué 
reparo  puede  haber  en  ello,  si  nos  consta  positivamente 
que  en  el  mismo  siglo  componía  trovas,  «muy  sotil  ó  bien 
letradamente  fundadas,  >  el  maestro  Mahomat  el  Xarto- 

(4)  Siizungs.  4860,  p.  Í47. 

(i)  CancioMro  de  Baena^  págs.  42,  62,  472,  484,  492  y  lxxii. 

(3)  Coplas  44  y  sig. 

(4)  Coplas  4  06.  y  sig. 

(5)  Coplas  4621  y  sig. 


-182 

SÍ,  natural  de  Guadalajara  (O,  físico  del  almirante  Don 
Diego  Hurtado  de  Mendoza?  Guando  un  moro  se  hom- 
breaba con  el  Dr.  Fr.  Diego  de  Valencia,  con  el  bachiller 
Fr.  Alfonso  de  Medina  y  con  el  canciller  Pero  López  de 
Ayala,  para  discurrir  sobre  las  arduas  cuestiones  de  la 
presciencia  divina  y  la  libertad  humana,  sin  ofensa  de 
las  creencias  católicas  ni  desprecio  de  las  mahométicas, 
el  arte  de  la  poesía  debía  estar  ya  muy  arraigado  entre 
los  mudejares;  y  así  lo  confirman  las  varias  composicio- 
nes que  de  ellos  nos  han  quedado  rimadas  por  la  cua- 
derna vía.  No  ya  con  estribóte,  sino  con  verdadero  es- 
tribillo, conservado  en.  árabe,  hay  una  súplica  ó  plega- 
ria (^) 'pidiendo  á  Dios  misericordia,  que  empieza  con  es- 
tos versos  de  diez  sílabas:  .  . 

«Señor,  por  Ibrehim  el  del  fuego, 
Que  sobr'él  fue  frió  y  salvo  luego; 
Señor,  apiada  nos  por  su  rruego 
E  denos  lu  gracia  y  perdón  entrego 
Ye  árham  errahimiyina  (3).» 

Pero  el  oído  del  autor  tiraba  con  notable  inexperiencia 
hacia  el  alejandrino,  ^egún  demuestra  la  copla  final: 

«Pon  tu  salvación. sobre  Mohammad  tu  mesajero, 

Y  sobre  los  annabies  desde  Edam  el  primero, 

Y  de  los  arra9ules  fasta  el  postremero; 

Gual  hamdu  lillehi  almálico  addáyimo  algafero  (4).    • 
Ye  árham  errahimiyina 
Ye  rrabbo  alalimiyina  (5).» 

Desigualdad  es  ésta  frecuente  en  las  producciones  de 

( 1 )  Cancionero  de  Baenay  pág.  564. 

(i)  Müller,  Sitzungsb.  4860,  p.  23a. 

(3)  oh  el  más  piadoso  de  los  piadosos.  • 

(4)  T  loado  sea  bios,  el  rey,  el  eterno,  el  perdonador. 

(5)  Oh  señor  de  los  fialegr 


f83 

\2i  Edad  Media,  causada  muchas  veces  por  la  tendencia 
natural  de  los  narradores  y  copiantes  á  acomodar  á  su 
propio  lenguaje  lo  que  QÍdo  á  sus  padres  transmitían  á 
sus  suceseres  (^);  pero  en  otras  ocasiones  el  origen  de 
esta  variedad  toca  más  á  los  fundamentos  del  arte,  y 
hay  que  buscarlo  en  la  diversidad  de  metros  que  desde 
el  siglo  XIII  en  adelante  invadió  la  poética  castellana, 
emancipada  ya  del  estrecho  molde  de  los  hexámetros  y 
pentámetros  latinos,  con  el  ejemplo  de  los  trovadores  , 
lemosines,  tan  honradamente  recibidos  por  el  autor  de 
las  Cantigas.  Ésta  influencia  de  la  corte  literaria  del. 
.  Rey  Sabio  se  deja  ver  <5laramente  en'  la  Alhotba  arrima- 
da, impresa  poV  Müller,  qile  empezando  por  los  antiquí- 
simos octonarios  de  esta  manera: 

«En  el  lombre  del  criador,        |  piadoso  apiadador, 
May  alto  e  muy  gracioso,  |  sobi^  toda  coaa  poderoso,»  etc.; 

sigue  con  estos  endecasílabos  de  idéntica .  medida  que 

los  del  himno  al  mes  de  mayo,  de  Alfonso  X: 

■ 

kSab*  qué  la  berdadera  creyoncia, 
Es  formada  sobre  muy  alta  concia, 
Es  fraguada  sobre  cinco  pilares: 
Decirtelos  e  porque  los  aclares;» 

y  viene  por  fin  á  la  gran  maestría,  guardando  con  todo 
rigor  las  rimas,  como  en  esta  copla: 

«(Aunque)  la  primera  mujer  fué  fecha  de  colilla, 
Aunque  tortefique,  no  lo  hayas  á  maravilla; 
Si  la  quiés  endere9ar,  ante  será  quebradilla;  , 

No  lo  ayas  á  miraglo,  pues  es  d*aquella  fasilla.» 

Entre  los  siglos  xiii  y  xiv  debió  también  ser  escrito 

(4)    Gayangos,  Bib.  AA.  esp.  T.  LI,  p.  5;  Pidal,  Can.  de  Baena^  p.  xv; 
km,  de  los  Ríos,  Bist  de  la  lU.  esp.  III,  UO.    ,    *  '  p 


484 
el  Poema  en  alabanza  de  Mahoma^  publicado  por  el  se- 
ñor Gayangos  en  su  traducción  de  Ticknor  (O,  no  obs- 
tante haber  recibido  sin  duda  de  copia  en  copia  ciertos 
retoques  gramaticales  que  han  podido  hacerlo  suponer 
mucho  más  moderno.  Pero  el  metro  alejandrino  perfec- 
tamente medido,  alguna  que  otra  rima  asonada,  y  la  es- 
tructura general  del  lenguaje,  persuaden  de  su  mayor 
antigüedad.  Escrito  en  el  original  como  si  fuera  pro- 
sa (*),  el  copiante  tuvo  cuidado  de  señalar  en  cada  cua- 
tro versos  la  división  de  las  coplas;  cuyas  consonancias 
no  siguen,  sin  embargo,  más  que  de  dos  en  dos  versos, 

de  este  modo: 

•  • 

«Su  corazón  fué  sacado  de  su  cuerpo  sin  dudar, 
Lavado  y  alinpiado,  luego  vuelto  á  su  lugar; 
Y  la  luna  vino  á  él  riendo  y  con  humildad, 
Haciendo  acala  sobre  él,  diciendo:  ye  Hohammad, 
Dime  lo  que  quiés  que  haga  luego  sin  demás  tardar; 
Ye  mi  amigo  amado,  quien  honró  este  lugar 
Que  mandado  me  a  seido  del  rey  alto,  verdadero 
Que  te  sea  obidiente  en  todo  y  por  entero.»    . 

Conocía  seguramente  el  autor  de  esta  composición  el 
celebrado  Poema  de  José^  pues  en  ambas  es  casi  idénti- 
ca la  primera  copla,  que  allí  dice: 

cLas  loores  son  ad  AUah,  el  alto,  verdadero, 
Onrrado  y  cunplido,  señor  muy  derechero; 
Señor  de  todo  el  mundo;  uno  solo  y  señero, 
Franco,  poderoso,  ordenador  certero;» 

y  eo  el  Poema:  de  José^  con  más  arcaico  estilo  (3): 

(1J    üxtt,  de  la  lit.  e$p.  T.  IV,  pá^.  3S7. 

(í)    Gay.  T.  48. 

(3)    Ticknor.  T.  IV,  pt  247. 


485 

«Loamiento  ad'Allah,  el  alto  y  es  y  verdadero, 
Onrrado  y  conplido,  señor  dereiturero, 

• (<)• 

Franco,  y  poderoso,  ordenador  certero;» 

Por  sí  solo  podría  formar  objeto  de  un  discurso  es- 
ta joya  de  la  literatura  aljamiada,  si  no  hubiera  hecho 
de  ella  el  Sr.  Amador  de  los  Ríos  detenido  análisis  y 
acertadísimo  juicio  (*)•  Duda  tan  ilustrado  crítico  si  po- 
drá llevarse  la  antigüedad  de  esta  composición  á  los  pri- 
meros años  del  siglo  xm;  pero  atendiendo  á  que  la  na- 
ción mudejar  no  es  probable  .que  tomara  la  iniciativa  eii 
el  movimiento  intelectual  de  las  clases  letradas,  y  que 
no  nos  consta  ,que  la  gran  maestría  fijara  sus  cánones 
hasta  Berceo,  natural  es  suponer  al  autor  de  la  leyenda 
alcoránica  un  poco  posterior  al  poeta  riojano:  lo  cual 
confirma  la  estrofa  que  acabo  de  copiar,  donde  se  hallan 
claras  reminiscencias  de  la  que  comienza  el  libro  III  de 
la  Vida  de  Santo  Domingo  de  Silos. 

Pero  no  es  ésta  la  más  antigua  producción  literaria 
de  los  muslimes  en  castellano.  Ya  en  el  reinado  de  Fer- 
nanda el  Santo,  desde  1244  á  1250,  se  redactaba  un  do- 
cumento histórico  tenido  en  el  mayor  aprecio  por  los  li- 
teratos, y  muy  conocido  con  el  nombre  de  Anales  Tole- 
danos Segundos.  Consultados  sin  intermisión  como  fuen- 
te histórica  de  gran  confianza,  no  se  ha  echado  de  ver 
hasta  ahora  que  eran  la  crónica  del  enemigo  encubierto 
metido  dentro  de  casa,  y  destinada  tal  vez  á  circular 
con  particulares  fines  entre  los  vencidos  mudejares. 
¿Quién  sino  un  moro  había  de  contar  por  la  era  de  Ale- 

(4)    Falta  este  verso  en  el  códice  deGay.  T.  42,  donde  ya  escrítoal 
poema  como  prosa, 
(i)'  Bist  d$  la  lü.  esp.  T.  III/p.  380. 


J^ 


186 

jandro  las  fechas  anteriores  á  Mahoma  y  por  la  hégira 
las  posteriores  hasta  la  conquista  de  Toledo?  Sólo  un 
moro  y  para  los  moros  formaría  el  árbol  genealógico  de 
Mahoma  desde  Adán  nada  menos,  y  á  continuación  se 
gozaría  en  insertar  el  primero  y  más  venerado  capítulo 
del  Alcorán,  con  el  nombre  de  citación  disfrazado.  Bien 
es  cierto  que  por  vía  de  disimulo  suelta  las  expresiones 
de  «perro  de  Mafomat»  y  «Prophecía  falsa; >  pero  su  fe, 
su  corazón  y  sus  hábitos  se  descubren  cuando  dice  que 
Mahoma  «convirtió  muchas  gientes  de  las  ídolas  al  Cria- 
(Jor,  mas  non  á  fó  de  Ghristo,  que  non  creía  en  la  Tri- 
nidad {0.>  Conócese  al  letrado  ára]}e'en  la  puntualidad 
con  que  nota  la  invasión  de  España,  la  entrada  de  los 
Omiadas^  el  esplendor  de.  su  ocaso,  los  nombres  de  los 
últimos  Reyes  de  Toledo  y  la  irrupción,  de  los  Almorá- 
vides; así  como  en  llamar  Adáhel  á  Abderrahmán  I,  y 
Ebnabiámer  á  Almanzor.  Y  pqr  último,  el  enemigo  dé 
la  nación  cristiana  se  descubre  en  la  circunstancia  es- 
peoialísima  de  que  entre  tantos  sucesos  históricos  por  él 
inventariados,  apenas  se  recuerdan  otros  que  reveses 
padecidos  por  las  expediciones  militares  de  los  castella- 
nos, crímenes  y  desastres  de  nuestros  príncipes  y  cau- 
dillos, ó  calamidades  y  espantos  de  la  naturaleza. 

Ipiporta  mucho  todo  esto  para  aquilatar  la  fe  que  me- 
rezcan los  datos  reunidos  en  monumento  escrito  de  ta- 
maña celebridad;  pero  me  importa  más  ahora  para  poner 
de  manifiesto  cómo  la  literatura  muslímico-castellana, 
en  el  dilatado  período  dé  su  desarrollo,  vino  á  recibid  to- 
das las  formas  de-la  cristiana,  desde  la  ruda  y  descarna- 
da crónica  del  tiepapo  de  San  Fernando,  y  los  poemas  le- 

(1)    España  Sagrada.  T.  XXIII.  pág.  402. 


187 

'  gendarios  rimados  por  la  cuaderna  vía  en  metro  alejan- 
drino, hasta  los  pulidos  y  brillantes  rasgos  de  ingenio  y 
erudición  que  determinan  el  carácter  propio  de  nuesti^a 

.  edad  de  oro  en  los  últimos  reinados  de  la  casa  de  Aus- 
tria. Y  esto  sucede  lo  mismo  en  Castilla,  donde  se  escri- 
be el  Poema  de  José  y  el  Sumario  del  Mancebo  de  Aré- 
valo,  que  en  Aragón,  cuyo  dialecto  especial  se  emplea  en 
el  Becontamiento  del  Rey  Alixandre  y  el  Poema  en  ala-- 
banza  de  Mahoma;  como  en  el  destierro  africano,  ano3 
después  de  la  expulsión  de  la  patria  amada. 

Pobre  y  enteramente  vulgar  es  el  estilo  de  la  mayor 
parte  de  las  producciones  moriscas;  pero  algunas  ve- 
ces adquiere  suavidad  y  soltura,  como  en  Rabadán  y  en 
b.  I^e,  y  aun  alcanza  en  ciertas  manos  verdadera. elo- 
cuencia. Describiendo  las  maravillas  de  la  creación  y  la 
providencia  con  que  Dios  las  rige,  dice  el  Libro  del  ha- 
lecamiento  de  los  cielos  y  la  tierra  W:  «Y  debe  considerar 
la  persona,  contemplando  en  las  cosas  halecadas,  cómo  la 
gran  providencia  de  AUah  las  rrige  con  tanto  orden  y 
conformidad:  éste  amanecer  cada  dia,  viniendo  el  sol  con 
sus  rrayos  clarísimos  resplandecientes;  este  anochecer, 
con  su  escuridad;  y  el  clarear  de  la  luna,  de  noche,  en 
sus  tiempos  y  oras  de  ella;  el  grande  concierto  que  en  el 
movimiento  del  sol  y  la  luna  ay,  andando  cada  uno  en 
los  doze  signos  del  zodiaco;  y  las  otras  cinco  planetas, 
que  andan  por  lo  mismo  cada  una  en  su  casa,  como  el  sol 
y  la  luna,  entrando  y  saliendo  en  los  signos en  todo 

^  ésto  ay  contemplación  y  misterio,  que  no  fué  halecado  en 
valdes.  Todo  lo  halecó  Allah  taale  para  que  conozca  el . 
ombre  su  potencia,  su  grandeza,  su  sabiduría  tan  gran- 

(I)    De  D.  Antonio  Fernando  Cabré. 


488 

de,  y  nobleza  tan  cumplida.  >  La  tendencia  común  á  re- 
petir y  amplificar  conduce  frecuentemente  á  la  hipérbole 
propia  del  estilo  oriental,  como  al  suponer  que  dice  la  di- 
vina sabiduría:  «Ye  Mohamad,  si  los  mares  se  tornasen 
tinta;  y  los  árboles,  alcalames;  y  los  almalaques,  escri- 
banos; y  escribiesen  cantidad  de  tres  vezes  este  mundo, 
no  bastarían  á  screbir  la  tercera  parte  de  Talfadila  des- 
te  adoa  (*).>  Y  encareciendo  las  altas  cualidades  de  Zel- 
ma,  solicitada  por  esposa  de  Héxim,  dicen  sus  parientes 
en  la  traducción  del  Libro  de  las  licces  (2)  de  Alí-Rogel: 
<Ya  sabéis  el  estado  de  nuestra  filia,  y  '1  ensalzamiento 
de  la  preg  y  del  algo  y  de  la  onrra  y  beldad  y  caballería, 
y  bondad  y  sesó.>  El  lenguaje  se  hace  obscuro  y  enigmá- 
tico al  explicar  así  una  teoría  cosmogónica  en  el  Libro 
del  halecamiento:  <  Y  lo  primero  que  halecó  fué  el  arroh, 
y  lo  encubrió  de  los  halecados  haziéndole  invisible;  de- 
pues  halecó  del  arroh  la  concavidad  distancial;  y  halecó 
de  la  concavidad  distancial  cuatro  cosas  prencipales:  el 
agua  y  el  aire,  y  la  claridad  y  la  oscuridad.  >  En  los 
asuntos  religiosos  el  estilo  se  encuentra  embarazado,  y 
en  lucha  con  un  idioma  que  no  ha  sido  preparado  con  ese 
objeto  (3):  «Vuestro  agraviamiento  es  de  vuestra  parte;  si 
os  membrades  del  bien,  así  lo  farides;  mas  soes  sobresa- 
lientes en  el  mal,  é  por  eso  vos  agraviades.>  Y  en  un  ser- 
món acerca  del  juicio  final,  se  dice  (*):  «Y  el  fuego  y  su 
cremar  es  fuerte,  sus  abismos  son  lueñe,  y  sus  sartales 
son  hierro;  su  vianda  es  esprimiduras,  y  su  bebrajo  es  fe- 
neno;  ni  frió  ni  caliente;  y  si  demandarán  ayuda,  y  dar- 

(4 )    Gay.  T.  4  3.  Compárese  este  pasaje  con  el  idéntico  de  los  libros  plúm- 
beos de  Granada  (Godoy,  HisL  critica^  pág.  52). 
(í)    Gay.  T.  n! 

(3)  Gay.  T.  4Í. 

(4)  Gay.  V.  t. 


489 

les  an  agua  hirviendo  que  les  asará  las  caras.  ¡Qué  mal 
bebrajo  y  mal  sosiego!  Guando  se  apretará  su  llorar,  será 
grande  su  pérdida  y  al9arán  con  rruego  sus  vozes,  y  de- 
zirles  an:  callad  en  ello  y  non  habledes.> 

Tanto  los  giros  como  las  palabras,  denotan  que  los  es- 
critores de  aljamía  pensaban  ó  estudiaban  en  árabe  lo 
que  querían  expresar  en  castellano;  en  cuyo  empleo  se 
atuvieron  más  al  uso  vulgar  de  sus  provincias  respecti- 
vas, que  á  la  estrecha  observancia  de  los  cánones  gra- 
maticales. «Ciruelas  matbujas>  pone  un  médico  del  si- 
glo XVI  (<)  por  ciruelas  cocidas,  y  «lilmara  del  teniente> 
por  decir  «á  la  mujer  del  teniente.»  Y  en  cuanto  á  las 
palabras  correspondientes  al  ritual  y  nomenclatura  re- 
ligiosa, se  conservaron  cuidadosamente  en  forma  origi- 
naria, sin  que  hasta  los  últimos  tiempos,  y  casi  después 
de  la  expulsión,  dejara  de  llamarse  á  Dios  AUah;  al  al- 
ma, arroh;  anabí,  al  profeta;  almalaque^  al  ángel,  y 
adiny  á  la  religión.  La  sintaxis  arábiga  se  Conservaba 
también,  no  sólo  en  fórmulas  como  <la  salvación  de 
Allah  sea  sobr'ól  y  sálvelo,  >  que  sigue  siempre  al  nom- 
bre de  Mahoma,  y  «apagúese  Allah  dél,>  que  se  añade  al 
de  un  difunto;  sino  en  muchas  traducciones  cuyo  pecu- 
liar carácter  ó  sentido  deseaban  conservar.  Y  cuando  no 
bastaba  nuestra  lengua  para  este  intento,  los  moriscos, 
usando  de  la  flexibilidad  que  entonces  les  era  propia,  in- 
ventaron palabras  ó  dieron  nueva  aplicación  á  las  admi- 
tidas. «Nombrad  ad  Allah  nombramiento  mucho,  >  dice 
una  traducción  del  Alcorán  (2);  «no  hay  volvimiento  ni 
fuerza  sino  con  Allah  el  alto,  grande, >  traducen  la  ex- 


(1)    Gay.  T.  6. 
[1)    Gay.  T.  5. 


490 

clamación  de  conformidad  muslímica  W;  <averdadecieii- 
te  y  ciiiipliente,>  se  llama  á  Dios  en  una  oración  W;  <y 
paró  sus  manos  aleadas  al  cielo  con  rrogar,>  se  lee  en  el 
Recontamiento  de  AH¿oandre  (.^);  ñsi  como  ^Mor 6  llorar- 
miento,»  «clamó  el  damador,>  «levantaré  su  matador 
levantamiento,  que  no  se  levantará  ninguno  de  sobr'ól, 
ni  semblan  dól.> 

Tampoco  se  levantará  ya  de  su  tumba  la  literatura 
aljamiada;  pero  la  larga  y  poco  amena  tarea  de  exhu- 
mar sus  cenizas  no  debe  servir  tan  soló  para  alimentar 
la  curiosidad  erudita,  como  ligero  pasatiempo.  El  cua- 
dro que  de  esa  literatura  muerta  he  deseado  poner  ante 
vosotros  hace  ver  como  pintados  por  sí  mismos  á  los  mu- 
sulmanes españoles,  con  sus  costumbres,  con  sus  creen- 
cias, con  sus  pensamientos  y  con  sus  dolores;  y  al  lado 
del  vulgo,  apegado  á  la  letra  de  las  tradiciones,  nos 
muestra  á  hombres  de  entendimiento  más,  elevado,  que 
no  usaban  la  poligamia  ni  desdeñaban  las  representacio- 
nes figuradas  de  la  naturaleza  viva;  que  tendían  á  admi- 
tir el  libre  albedrío,  y  á. rechazar  el  impuro  paraíso  de 
Maboma;  que  casi  sin  sentirlo  aceptaban  la  caridad  cris- 
tiana, y  negaban  la  justificación  por  la  fe  sola.  Gentes 
como  éstas,  que  habían  olvidado  el  habla  de  sus  mayo- 
res ó  iban  dejando  ya  su  escritura;  que  se  divertían  con 
la  lectura  de  novelas  caballerescas,  y  amenizaban  sus 
escritos  con  la  poesía  contemporánea;  que  analizaban 
las  comedias  del  Fénix  de  los  ingenios,  y  discutían  al 
lado  de  los  maestros  cuestiones  espinosas  de  teología,  no. 
distaban  mucho  de  amalgamarse  y  fundirse  con  el  medio 

(4)    Gay.  T.  48. 
(2)    Gay.  V.  14. 

^(3)    B.  N.  Gg.  48. 


494 

social  que  las  rodeaba.  Y  si  las  ciegas  pasiones  popula- 
res no  hubieran  atrofiado  ese  miembro  importante  de  la 
nación,  exigiendo  después  una  amputación  cruenta,  los 
moriscos,  como  los  antiguos  mudejares,  hubieran  con- 
cluida por  incorporarse  del  todo  con  la  masa  de  los  de- 
más españoles;  contribuyendo  con  sus  fuerzas  y  sus  ele- 
mentos de  vitalidad  á  la  mayor  gloria  de  la  patria,  en 
Yez  de  la  miseria  y  muerte  eterna  á  que  fueron  conde- 
nados al  otro  lado  del  Estrecho.  AUí^  donde  no  enten- 
dían ya  aquellas  letras  arábigas  tan  avaramente  conser- 
vadas durante  siglos  en  la  tierra  natal;  allí,  donde  ya 
sonaba  inerte  en  sus  oídos  hasta  el  sagrado  nombre  de 
Allah  del  idioma  coránico,  tuvieron  que  hacer  ruda  cam- 
paña, para  desarraigar  de  sus  pechos  la  semilla  católica, 
hombres  notables  como  Juan  Alfonso,  Ibrahim  de  Bol- 
lad, el  Anónimo  de  Túnez  y  Mohamad  Alguazir  (O,  alen- 
tados con  político  Interés  por  sus  protectores  y  sobera- 
nos; y  allí  lució  con  brillante  fulgor  de  despedida  la  li- 
teratura aljamiada,  que  escrita  con  nuestro  gallardo  ca- 
rácter del  siglo  XVII  y  nombrando  como  nosotros  á  Dios 
nuestro  Señor,  acaba  en  el  africano  suelo  su  existen- 
cia (*),  del  todo  confundida  en  sus  condiciones  formales 
con  la  general  española. 

Mas  no  para  deplorar  errores  pasados  traigo  este 
asamto  á  la  Academia,  smo  para  poner  de  manifiesto  y 

(4)    B.  N.  A.  a.  169. 

(2)  Difiere  totalmente  esta  opinión  üe  la  de  mi  amigo  y  compañero  Don 
Francisco  Fernández  y  González,  qaien  atribnye  mnchas  de  esas  obras  á 
los  moriscos  qae  quedaron  en  £spaña  despnés  de  la  expulsión.  Véase  sobre 
este  punto  sn  erudito  articulo  titulado  De  loh  moriscos  que  quedaron  en  Es- 
paña después  de  la  expulsión  decretada  por  Felipe  III  [Revista  de  España,  to- 
mos XIX  y  XX,  1874);  trabajo  que  no  citoen  la'pág.  44  de  este  Discurso, 
porque  no  he  tenido  el  gusto  de  conocerlo  hasta  el  momento  de  estar  en 
prensa  este  pliego. 


492 

proponer  al  estudio  cómo  la  lengua  castellana  sale  de 
las  plumas  aljamiadas  con  especiales  giros,  ya  en  el  esti- 
lo, ya  en  la  sintaxis,  ya  en  el  vocabulario;  y  cómo,  en 
el  choque  y  penetración  de  lenguas  tan  desemejantes, 
teniendo  que  expresar  en  la  una  conceptos  que  han  na- 
cido y  tomado  cuerpo  en  la  otra,  se  amolda  la  parte  va- 
riable y  accesoria  de  aquéña,  quedando  firmes  é  inmuta- 
bles sus  elementos  esenciales  á  modo  de  inflexible  esque- 
leto. Estudio  útilísimo,  con  el  cual  podremos  ayudar 
grandemente  á  fijar,  limpiar  y  dar  esplendor  á  nuestra 
hermosa  lengua,  no  intentando  oponer  con  vano  esfuer- 
zo diques  al  movimiento  natural  del  idioma  que  habla- 
ron nuestros  mayores,  sino  rectificando  el  cauce  por 
donde  sin  desviación  ni  desbordamiento  se  ha  de  dirigir 
su  corriente,  para  que  digna  y  propia  la  reciban  nues- 
tros hijos. 


CONTESTACIÓN 


DXL 


Eiciío.  Sr.  D.  ANTONIO.  CÁNOVAS  DEL  CASTILLO 

AL  PREGEDESTS  DISCURSO  DEL  SR.  SAAYEDRÁ. 


Señores: 

Mucho  tiempo  hace  que  eligió  esta  Academia  al  hom- 
bre modesto,  laborioso  y'  sabio  á  quien  acabamos  de 
aplaudir  justísimamente;  y  sólo  mía  es  la  culpa  de  que 
no  ooíipe  ya  la  silla  donde  tan  singulares  servicios  ha 
de  prestar.  Que  algún  motivo  tengo  para  pedir  indul- 
gencia fuera  ocioso  decirlo;  pero  el  daño  es  tal;  que  de 
toda  la  suya  há  menester  para  absolverme  la  Academia. 
Ni  faltará  quien  culpe  también  al  Sr.  Saavedra,  tan  so- 
lícito en  presentar  su  propio  discurso,  por  la  paciencia 
con  que  ha  esperado  el  mío;  pero,  expuesta  la  causa, 
parecerá  su  delito  más  honroso  que  grave.  Verdadera- 
mente, ha  sido  el  aplazamiento  excesivo,  tratándose  de 
cosa  que  tanto  debía  anhelar,  y  con  efecto  anhelaba;  y 
es  digno  de  nota^  que  ni  siquiera  mis  propias  exhorta- 
ciones le  hayan  movido  á  procurar  que. la  Academia 
diese  el  encargo  de  contestarle  á  cualquiera  otro  de  sus 
miembros,  siendo  muchos  los  que  podían  desempeñarlo 
más  pronto  y  mejor.  Justo  parece,  pues,  que  me  apresu- 
ra 


-.  194 

re  á  decir  que  la  causa  no  ha  sido  otra^  en  resumen, 
ano  que  est  el  Sr.  Saavedra  compite  la  bondad  de  la 
eo2idkiúii,  coa  la  inteligencia  y  el  saber. 

So^  ser  disculpada  la  inclinación  á  hablar  de  cosas 
antigaas  en  los  que  no  tienen  de  un  solo  color  el  cabe- 
llo, r  por  desgracia  no  falta  ese  motivo  para  que  se  dis- 
culpe en  mí  ahora.  ;Mas  si  de  cosas  antiguas  hablo,  y, 
mbm  antiguas  propias,  no  es,  Señores,  ano  por  referir 
juntamente  los  principios  que  tuvo  la  carrera  del  nuevo 
Académico,  coronada  hov  con  la  más  preciada  de  las 
reoompenss^  que  cabe  en  España  otorgar  al  hombre  de 
letras. 

Treinta  y  fres  años  há,  que  no  más  tarde  que  al  si- 
guiente día  de  llegar  á  Madrid,  y  en  una  fría  mañana 
de  noviembre,  nos  encontramos  el  Sr.  Saavedra  y  yo 
por  primera  vez;  adolescentes  uno  y  otro  apenas,  vaci- 
lando to-íavia  sobre  la  carrera  que  cada  cual  hubiese  al 
fin  de  seguir,  tanteando  en  suma  los  caminos  de  la  vida, 
siempre  ob§í?aros  y  ásperos  para  los  que  ponen  el  pie  en 
ellae  sin  fortima.  De  aquel  instante  mismo  arranca  nues- 
tra amistad,  que  no  ya  sólo  conocimiento;  y  trabajando 
á  un  tiempo  por  abrimos  paso,  con  frecuencia  nos  he- 
mos encontrado  los  dos,  sin  que  haya  obscurecido  la 
nube  más  tenue  nuestro  afecto  recíproco  y  desinteresa- 
do. Cierto  65  que  carreras  al  fin  y  al  cabo  más  diferen- 
tes y  con  menor  influjo  una  en  otra,  quizá  no  se  hayan 
seguido  paralelamente  jamás.  Fuera  siempre  de  la  polí- 
tica el  Sr.  Saavedra,  hale  sido  dado  proseguir  con  más 
constancia  por  la  florida  senda  que  tomamos  juntos,  y 
aprovechar  las  lecciones  que,  bajo  el  amigo  techo  que 
abrigó  nuestra  primera  conversación,  recibimos  ambos. 
No  es  sólo  la  grata  memoria  del  origen  que  tuvo  una 


/ 


195 

tal  amistad,  ni  el  recuerdo  de  días,  bien  lejanos  hoy, 
que  con  razón  uno  y  otro  podemos  ir  echando  de  menos, 
lo  que  me  mueve  á  hacer  alto  aquí  un  instante.  Como 
por  la  mano  me  trae  también  á  ello  el  discurso  que  se 
acaba  de  oir. 

Porque  es  tiempo  de  saber  que  la  casa  donde  el  señor 
Saavedra  y  yo  nos  conocimos,  no  era  otra  que  la  de 
aquel  insigne  erudito  y  hablista,  juntamente  poeta,  es- 
critor de  costumbres,  novelista,  orientalista  ó  historia- 
dor, D.  Serafín  Estóbanez  Calderón,  con  quien  á  mí  me 
enlazaba  el  parentesco,  y  unían  al  Sr.  Saavedra,  empe- 
ñado ya  á  la  sazón  en  el  arduo  estudio  de  la  lengua  y  li- 
teratura arábigas,  los  servicios  inestimables  que  todo 
joven  de  esperanzas  le  debió  siempre.  Allí  fué  donde, 
prestando  oído  atento  á  las  frecuentes  discusiones  litera- 
rias sobre  el  habla,  escritura  y  letras  de  las  naciones 
semíticas  en  general,  y  especialmente  de  los  moros  es- 
pañoles, oí  por  primera  vez  la  noticia,  poco  vulgar  aún, 
de  que*  alguna  parte  de  nuestra  propia  literatura  andu- 
viese escondida  en  los  caracteres,  para  tan  pocos  legi- 
bles, de  aquella  gente  vencida,  expulsa,  extinta;  y  no 
parte  indiferente,  sino  interesantísima.  ¿Qué  mucho, 
pues,  si  al  escucljar  la  meditada  y  docta  exposición  que 
de  ese  hecho  singular  nos  ha  presentado  en  el  día  de 
hoy  el  Sr.  Saavedra,  acuden  ciertos  recuerdos  á  mi  me- 
moria? 

Tengo  para  mí,  señores,  que  tampoco  ha  sido  ajeno  á 
la  elección  de  su  asunto  el  recuerdo  que  guarda  el  nue- 
vo Académico  del  escritor  ilustre  que  alentó,  ya  que  no 
dirigiera  §us  primeros  pasos;  pues  nadie  seguramente  ha 
mirado  con  4an  especial  amor  como  Estóbanez  esta  li- 
teratura aljamiada.  Parecía  en  él  manía  á  las  veces, ' 


.196 

bien  que  inofensiva,  como  lo  suelen  ser  las  literarias. 
Iá)  que  primero  estimulaba  su  pasión  por  la  literatura 
•  aljamiada  era  probablemente  el  dulce  sabor  arcaico, 
castizro,  ingenuo,  delicioso  en  verdad,  que,  bajo  la  plu- 
ma de  los  escritores  moros,  cobraba  nuestra  lengua,  se- 
.  gún  demuestran  ejemplos  múltiples  por  el  Sr.  Saavedra 
atesorados  y  expuestos.  Porque  la  lengua  patria  fué  ver- 
dadera señora  de  los  pensamientos  de  Estébanez  en  vi-  - 
•    da,  siguiéndole  hasta  el  sepulcro  por  tal  manera,  que, 
cumplidos  sus  deberes,  religiosos,  y  tardando  en  llegar 
la  muerte  algún  tanto. más  qtie  pensaba,  todavía  quiso 
oir,  antes  de  dar  á  Dios  el  alma,  una  ó, dos  de  las  hones- 
tísimas y.  apacibles  páginas  del  Quijote,  cosa  *  que  me 
perdonaréis  traer  á  cuento  por  lo  característica  y  sin- 
gular. 

Mas.no  era  sólo  por  su  propio  mérito  por  lo  que  Esté-  . 
banez  Calderón  amaba  tanto  las  prosas  y  versos  de  la 
literatura  aljamiada:  tenía  á  sus  ojos  otro  valor  que  qui- 
zá no  sea  dado  comprender  sino  á  los  que  han  nacido  en 
las  tranquilas  riberas  del  mar  y  á  las  faldas  de  las  sie- 
rras quebradísimas  donde  se  oyó  por  última  vez  el  grito 
de  .guerra  de  los  alárabes  vencidos,  y  por  lo  mismo  se 
conservan  mást  las  alcazabas,  las  mezquitas,  los  casti- 
llos, los  alcázares,  los  nombres,  usos  y  cantos  de  aquella 
gente,  sin  que  llegara  allí  á  ser  de  todo  punto  aborreci- 
ble su  niemoriá. 

No  sé  lo  que  de  esto  pensaréis  los  que -sois  nacidos  en 
otras  partes  de  España;  mas  yo  no  sé  negar  que,  lo  pro- 
pio que  'Estébanez  y  cuantos  han  rimado,  bien  y  mal,  6 
compuesto  buena  y  mala  prosa  en  mi  tierra,  profeso  afi-  • 
ción  vivísima  á  lo  que  queda  de  aquella  gente,  al  cabo 
y  al  fin  española  y  más  desdichada  que  merecía,  por 


'497 

grandes  qué  sus  culpas  fueran.  De  aquí  el  halier  leído 
con  placer  siempre  las  páginas  copiosas  que  dedicó  aquel 
autor  á  describir  ó  cantar  las  costumbres,  los  amores, 
las  desgracias  de  los  últimos  moros  españoles,  ya  en  sus 
Poesías^  ya  en  su  novela  titulada  Cristianos  y  Moriscos j 
ya  j3n  sus  Cuentos  del  Generalife^  ya  en  otros  trabajos 
.poco  leídos  ahora,  y  de  que  hará  la  posteridad,  si  no  me 
engaño,  mucha  jnás  cuenta.  De  aquí  la  satisfacción  ín- 
tima con  que  recorrí  las  amenas  cuartillas  del  Sr.  Saa- 
vedra,  no  bien  las  puso  en  mis  manos;  tributo,  por  lo 
demás,  debido  á  su  raro  mérito,  que  habéis  tenido  oca- 
sión de  aquilatar.  Tratara,  no  obstante,  el  nuevo  y  dis- 
*cretísimo  colega  de  otra  cualquiera  gente  extraña,  aun- 
que fuera  de  griegos  y  romanos,  nuestros  eternos  .maes- 
tros, y  el  valor  de  su  discurso  fuera  igual,  y  aun  cabe 
que  mayor,  sin  que  despertase  en  muchos,  y  yo  soy  de 
ellos,  emociones  tan  gratas. 

Pero  me  extiendo  más  de  lo  justo,  á  no  dudar,  en  co- 
sas ¿me. no  á  todos  los  que  oyen  puede»  por  igual  inte- 
resarles. Ni  es  fácil  que  reanude  el  hilo  de.  este  discur- 
so, interrumpido  con. tantas  digresiones.  Ello*  ha  de  Ser, 
con  todo,  y  lo  mejor  será  deciros  francamente  que  mi 
propósito  se  reduce  á  encarecer,  así  la  antigüedad  como 
la*eápecialidad  de*  las  relaciones  que  al  Sr.  SaaTedra  y  á 
mí  nos  unen,  poniendo  en  evidencia  de  tal  suerte  la 
causa  honrosísima  de  la  resignación  con  que  me  ha  es- 
perado, y  su  empeño  en  que  fuese  yo  y  no  otro  quien,  á 
nombre  de  la  Academia,  le  abriese  estas  puertas. 

No  debe  ésta  de  ser  la  vez -primera  que  aproveche 
la  Academia  los  frutos  que  del  Sr.  Saavedra  esperaba 
y  espera.  Su  laboriosidad  es  tal,  y  tal*  su  entusiasmo 
por  el  saber  en  general,  y  fnuy  particularmente  por  los* 


m 

estudios  filológicos,  que  juraría  que  con  sólo  las  obli- 
gaciones de  Académico  electo,  tiene  dada  ya  aquí  larga 
muestra  de  su  persona.  Cuenta  entre  sus  cualidades  el 
nuevo  colega  un  como  instinto  de  adivinación  en  las 
'lenguas,  al  cual  se  junta  un  gran  conocimiento  en  ellas, 
constituyéndole  aquello  y  esto  en  uno  de  los  mayores 
filólogos  que  España  posea.  Si  la  Academia,  pueg,  ha  re- . 
querido  su  cooperación  á  los  útiles  trabajos  de  nuestro 
instituto,  seguro  estoy  de  que  no  se  habrá  negado  á  pres- 
tarla, y  difícil  se  me  haría  creer  que  esta  solícita  Cor- 
poración la  hubiese  hasta  aquí  desperdiciado.  Precisa- 
mente las  aptitudes  de  ese  linaje  son  entre  nosotros  mu- 
cho menos  comunes  que  otras,  dejándose  de  ordinario  ir. 
por  más  floridas  pendientes  el  genio  nacional. 

Ahora  que  la  Academia  cuenta  con  la  colaboración 
asidua  del  Sr.  Saavedra,  bien  pronto  tendrá,  de  todos 
modos,  vivas  muestras  de  que  no  es  sólo  un  filólogo,  co- 
nocedor de  las  lenguas  sabias,  y  muchas  de  las  vulga- 
-res,  y  hombre  dotado  de  particular  instinto  para  descu- 
brir los  orígenes.y  relaciones  de  las  palabras  ó  interpre- 
tar sus  varios  sentidos;  todo  lo  cual  atañe  al  molde  de 
las  ideas.  No:  el  Sr.  Saavedra  es  también  de  los  que  más 
caudal  de  ellas  atesoran,  por  abarcar  con  incesante  es- 
tudio su  inteligencia  grandísima  parte  del  humano  sa- 
ber. Á  patentizarlo  bastaría  el  mero  catálogo  de  sus 
obras;  pero,  si  un  detenido  examen  no,  algo  más  que 
catálogo  me  parece  que  anhela  este  auditorio,  para  me- 
dir de  un  golpe  el  campo  de  esperanzas  que  hoy  se  abre 
á  la  Academia. 

Ingeniero  de  profesión,  comenzó  naturalmente  por 
enriquecerla  con  importantes  libros  técnicos,,  tales  como 
la  Teoría  de  los  puentes  colgados  y  los  tratados  De  la  re- 


199 

sistencia  de  materiales  y  De  la  estabilidad  de  las  cons-^ 
tracciones f  sin  contar  con  la  traducción  de  las  Apli- 
caciones del  líierro  d  la  construcción^  obra'inglesa  de 
W.  Fairbaim;  siendo  luego  innumerables  las  Revistas 
científica?  que  ha  escrito  en  periódicos,  como  quien  si- 
gue con  atención  constante  y  profunda  el  rápido  pro- 
greso que  hoy  muestran  todas  las  ciencias  experimeij- 
tales. 

Trabajo  original,  y  de  mucha  mayor  importancia,  es 
su  libro  inédito  intitulado  El  Nilo,  que  tuve  años  hace  el 
gusto  de  conocer,  y  cuya  impresión  espero,  como  cuan- 
tos le  han  visto,  con  impaciencia.  Es  éste  un  importan- 
tísimo estudio  científico  y  literario  sobre  el  Egipto,  don- 
de el  viajero  observador,  el  sabio,  y  el  filólogo  y  ar- 
queólogo resplandecen  á  un  tiempo. 

La  historia  patria  débele  por  su  lado  no  menores  ser- 
vicios que  las  ciencias  que  profesionalmente  cultiva. 
Nuestra  hermana  la  Real  Academia  de  la  Historia  re- 
cibió ya  de  él  en  1860  una  importantísima  Memoria,  con 
planos  y  copiosas  ilustraciones  sobre  la  Vía  romana  de 
Uxama  á  Augustóbriga,  y  más  tarde  iln  discurso  sobre 
los  Itinerarios  romanos,  según  la  crítica  racional,  traba- 
jos por  extremo  estimados;  habiendo  escrito  además,  en 
distintas  obras,  doctísimas  disertaciones  sobre  epigrafía 
romana,  y  sobre  objetos  ó  inscripciones  hispano-árabes. 
No  satisfecho  aún  con  escribir  tanto,  y  de  tamaña  im- 
portancia, ha  tratado  en  diferentes  conferencias  públi- 
cas, con  facilísima  dicción  y  claro  estilo,  de  varios  y  obs- 
curos asuntos  de  ciencias  y  letras,  derramando  siempre 
en  ellos  gran  caudal  de  erudición  y  crítica.  Por  último, 
y  ciñéndome  á  lo  que  nos  toca  especialmente,  no  sólo  ha 
hallado  ocasión  de  discurrir  también,  y  con  sumo  acier- 


2Q0 

to,  respecto  á  los  neologismos  científicos  y  á  la  índole  le- 
xicológica de  nuestra  lengua,  sino  que^  entretejiendo  lo 
bello  y  lo  úíil,  ha  escrito  con  fácil  pluma  e}  notabilísimo 
artículo  intitulado  La  Leonesa^  de  Las  Mujeres  españo- 
las, obra  pintoresca  eü  que  varios  miembros  de  esta 
Academia  tenemos  parte. '     , 

¿Quién  se  maravillará,  pues,  de  que  tres  de  las  Realep 
Academias,  la  de  Ciencias,  la  de  la  Historia  y  la  Españo- 
la, hayan  llamado  á  sí  al  Sr.  Saavedra?  Dadp  es  á  pocos 

.  ostentar  una  medalla  sola  con  tan  claros  títulos  como 

*  « 

nuestro  nuevo  compañero  las  tres^  que  puede  llevar  des- 
de hoy  al  pecho.  Para. merecer  la  que  hoy  recibe  tiene 
más  que  suficientemente  hechas  sus  pruebas  de  escritor 
sobrio  y  degante,  aun  dejadas  aparte  sus  indisputables 
aptitudes  de  hombre  de  ciencia,  de  historiador,  filólogo  y 
crítico;  útilísimas  todas,  y  esenciales  muchas  en  lois  tra- 
bajos que  nos  están  encomendados.  Mas  ¿qué  mejor  de- 
mostración que  su  discurso  de  hoy?  Verídica,  sagaz,  elo- 
cuentemente nos  ha  expuesto,  en  breves  páginas,  así  el 
desenvolvimiento  y  los  esenciales  caracteres  de  la  casi 
desconocida  literatura  aljamiada,  como  la  índole  misma 
*  y  el  estado  religioso  y  social  de  aquellos  míseros  compa- 
triotas nuestros,  tan  á  deshora  fieles  á  Mahoma,  que  la 
España  del  decimoséptimo  3Íglo  tuvo  aún  valor  para  ex- 
pulsar-de su  suelo. 

•  Y  en  medio  de  la  fría  imparcialidad  que  sus  hábitos  dé 
investigador  y  crítico  le  imponen,  ¿no  es  verdad,  seño- 
res, que  mucho  de  compasión,  ó  algo,  y  aun  algos  de 
simpatía  hacia  aquella  gente,  se  trasluce  en  sus  frases? 
¡Ah!  Bien  que  no  haya  nacido  donde  yo  el  Sr.  Saavedra, 
y  aunque  por  acaso  desconozca  la  afición  que  de  mí  con- 
fieso á  los  pobres  moros  españoles,  no  temo  que  niegue. 


...  201 

esto  que  digo,  ni  para  negarlo  hay  razón;  Porque  ¿he- 
mos de  tener  hoy  menos  compasión  de  los  moriscos,  los 
que  de  tan  lejos  contemplamos  sus  culpas  y  errores,  de 
igual  modo  que  los  inconvenientes  y  daños  de  su  presen- 
cia en  España,  que  los  mismos  que  pusieron  voz  y  mano 
en  la  expulsión?  Pues  el  mayor  número,  y  sobre  todo  los 
que  más  de  antiguo  y  de  cerca  los  conocían,  despidiéron- 
los al  cabo  y  al  fin  con  voces  mucho  más  melancólicas 
qhe  alegres. 

La  verdad  es  que  el  mero  espectáculo  de  la  expulsión 
y  de  sus  inmediatas  resultas,  tuvo  por  fuerza  que  inte- 
rrumpir á  las  veces  el  común  aplauso  á  que  dio  lugar, 
abriendo  frecuente  paso  á  la  lástima.  Por  de  pronto,  y 
aun  siendo  certísimo  que  los  moros  españoles,  como  to- 
dos sus  correligionarios  de  cualquier  tiempo  ó  raza,  eran 
muy  poco  inclinados  á  convertirse  á  otra,  cualquiera  re- 
ligión, ni  aun  á  la  cristiana,  y  que  los  más  de  los  que 
habitaban  nuestras  provincias  eran  tan  devotos  de  Ma- 
homa  en  los  días  de  Felipe  III  como  en  los  de  D.  Jaime 
ó  los  Reyes  Católicos,  semejante  regla  no  dejaba  de  te- 
npr  sus  correspondientes  excepciones,  y  algunas  muy 
ciertas  y  singulares.  ¿Quién  que  haya  estudiado  la  ex- 
pulsión desconoce  el  nombre  de  Gaspar  de  Escolano?  (^). 
Rector  de  una  de  las  parroquias  de  Valencia,  y  nada  me- 
nos qu0  Consultor  y  Secretario  de  la  junta  de  teólogos 
formada  por  la  de  Obispos,  á  última  hora  reunida  para 
fallar  sobre  las  culpas  de  los  moriscos,  nadie  mejor  que 
:  él  podía  saberlas,  iii  debía  de  condenarlas  más,  como  sa-' 

(4)  Segunda  parte  de  la  década  primera  de  la  historia  de  la  intigne  y  co»^ 
roñada  Ciudad  y  Reyno  de  Valencia,  por  el  licenciado  Gaspar  Escolano,  Rec- 
tor de  la  parroquia  de  San  Esteban,  Coronista  del  Rey  naestro. Señor  eú  el 
dicho  Reyno  y  Predicador  de  la  Ciudad  y  Consejo:  Valencia,  4614,  libro 
décimo,  '  ' 


202 

cerdote,  ó  como  español  y  valencigino.  Pues  con  eso  y 
todo,  creyó  aquel  autor  en  la  sincera  conversión  de  Tu- 
rigi,  súbitamente  aclamado  rey  por  los  moriscos  que  in- 
tentaron la  resistencia. — «Persona  (dice  al  referir  su  su- 
plicio) de  huen  natural,  murió  como  buen  cristiano,  de- 
jando muy  edificado  al  pueblo  y  confundidos  á  sus  secua- 
ces. >  Verdad  es  que  fué  raro  caso  el  dp  morir  como  un 
santo  en  la  ley  de  Cristo^  quien  por  moro  se  veía  cruel- 
mente ajusticiado.  Pero  no  fué  Turigi  el  único  en  cuya 
conversión  creyó  Escolano,  que  también  da  por  cierta, 
de  acuerdo  con  muchos  testimonios  contemporáneos,  la 
de  otros  moriscos,  refiriendo  de  algunos  que  aun  de  Áfri- 
ca se  volvieron  á  todo  riesgo  por  perseverar  en  la  fe  cris- 
tiana. 

Tocante  á  la  expulsión  en  sí  misma,  véase  ahora  tam- 
bién de  qué  suerte  la  juzga  Escolano,  que  tanto  la  debió 
de  desear,  cuando  la  vio  realizada. — <No  se  puede  con- 
tar (dice  al  final  de  su  obra)  la  ruina  de  los  lugares  del 
Rey  no,  y  cuan  yermos  y  despoblados  han  quedado  con 
la  transmigración  de  los  moros  y  la .  dificultad  que  se 
siente  en  poblarlos Los  dueños  de  censos,  que  son  to- 
dos los  particulares  del  Reyno,  que  viven  de  rentas  y 
tienen  la  vivienda  de  su  estado  librado  en  ellos,  piden  al 
cielo  y  al  Rey  justicia  de  que  no  se  les  paguen  los  rédi- 
tos; pues  quedan  en  pie  las  casas  y  haciendas  de  los  mo- 
riscos, hipotecadas  á  sus  censos los  señores  se  la- 
mentan que  no  pueden  pagar  lo  que  no  tienen El 

Patriarca  Arzobispo  de  Valencia,  visto  el  laberinto  en 
/pie  quedaba  el  Reyno,  la  resistencia  que  hallaba  en  la 
disposición  de  muchas  cosas  qué  resultaban  de  la  expul- 
sión, la  dificultad  del  remedio.de  tan  reconocidos  daños, 
y  que  la  nobleza  y  el  pueblo  le  hacían  cargo  de  todo  co- 


203 

mo  autor,  que  él  habia  publicado  s^r,  de  la  salida  dalos 
moros,  y  que  había  estragado  mucha  parte  de  la  afición 
y  estima  que  le  tenían  los  valencianos,  empezó  á  sentir 
carcoma  en  su  corazón  y  á  acongojarse  de  que  los  re- 
medios venían  con  pie  de  plomo;  y  juntándose  esta -pe- 
sadumbre con  la  que  le  habían  dado  los  memoriales,  es* 
critos  contra  el  parecer  que  siguió  en  la  rebautización 
de  los  moriscos,  y  en  echar  los  pequeños  bautizados  de 
siete  años  adelante,  dio  en  una  lenta  calentura;  >  enfer- 
medad de  que  murió  á  poco  tiempo.  Por  donde  se  ve  que 
en  Valencia,  principal  teatro  de  la  expulsión,  y  donde 
sólo  los  que  tenían  vasallos  moriscos  la  impugnaron  al 
anunciarse,  muy  pronto  se  llegó  á  los  confines,  si  no 
más  allá,  del  arrepentimiento. 

Más  alegremente  vio  las  cosas  cierto  compatricio  de 
Escolano,  testigo  también  de  vista,  que  relató  en  octavas 
reales  el  suceso.  Hablo  de  Gaspar  deAguilar,  poeta  épico, 
dramático  y  lírico,  competidor,  al  decir  de  Lope,  en  la 
dramática  poesía  (^)  de  su  paisano  el  canónigo  Tarraga,  y 
apellidado  en  Madrid  el  discreto  valenciano  (2);  el  cual  ob- 
tuvo licencia  para  dar  á  luz  en  su  ciudad  natal  un  poe- 
ma épico  intitulado  Expulsión  de  los  moriscos  (3)  el  día 
12  de  julio  de  1610,  que  es  decir,  menos  de  diez  meses 
después  de  pregonado  el  bando  y  aún  no  termÍDada  la 
empresa.  Dedicada  principalmente  esta  obra  á  glorificar 
al  Duque  de  Lerma;  escrita  al  tiempo  mismo  que  se  lle- 
vaba á  cabo  la  expulsión,  y  quizá  día  por  día;  tenida, 
como  crónica  fiel  de  los  hechos,  antes  que  como  ficción 

(4)    Laurel  de  Apolo,  Silva  seganda. 

(2)  Ximeno,  Escritores  del  Reyno  de  Valencia:  Valencia,  4747,  fol,  4, 
pág.  265. 

(3)  Expulsión  de  los  moros  de  Esparta  por  la  S.  C.  fí.  Magestad  del  Rey 
D.  Felipe  III,  nuestro  Señor,, por  Gaspar  Aguilar:  Valencia,  4^40. 


,204 

poética,  por  alguno  de  los  sonetistas  que  al  uso  iel' si- 
glo exornaron  sus  primeras  páginas,  compréndese  sin 
esfuerzo  que  los  versos  de  Gaspar  de  Aguilar  no  sean 
ningún  panegírico  de  los  moriscos,  sino  más  bien  la  su- 
ma triunfal  de  cuanto  malo  se  les  imputó  y  de  cuanto 
bueno  cabía  decir  de  sus  perseguidores.  Para  Gaspar  de 
Aguilar  jñ  siguiera  era  seguro  que  la  salida  de  tanto  nú- 
mero de  habitantes  laboriosos  pudiese 'esterilizar  al  pron- 
to los  campos  'de  Valencia.  ¿Mas  qué  mucho,  si  tampoco 
pensaba  que  pudiera  perjudicarles,  con  tal  qué  saliesen 
de  ellos  los  moriscos,  la  más  extremada  sequía?  Para  to- 
do, hasta  para  esa  gran  caíamidad'valenciana,  de  que  no 
nos  falta  experiencia,  era  remedio,  en  sentir  del  buen- 
Aguilar,  la  expulsión. 

¡Lástima  grande  qne  no  hubiese  otra  tal  cada  año!  di- 
rá, no  sin  razón,  cualquier  labrador  piadoso  que  llegue 
por  casualidad  á  leer  los  siguientes  versos: 

«Quedan  sus  campos  sin  haber  llovido 
Cubiertos  de  menuda  verde  yerba, 
Cosa  que  al  común  voto  de  la  gente 
No  pudo  suceder  naturalícente. 
Sin  Uover  una  gota  en  el  invierno 
En  el  árbol  más  soco  y  agostado^ 
El  pimpollo  brotaba  hermoso  y  tierno, 
De  flores  y  de  fruto  rodeado.» 

En  resumen,  nuestro  entusiasta  poeta  califica  la  ex- 
pulsión de  esta  suerte: 

aLos  dueños  de  los  moros  soló  han  sido 
•  Los  que  han  venido  á  consumir  su  estado, 
•    Que  en  pedazos  de  tierra  dividido, 
.  Á  poder  de  los  pobres  ha  llegado. 
.  Nada  al  fin  en  el  reino  se  ha  perdido, 


.    .      .        .*  205 

Pues  quedan,  porque  todo  se  ha  trocado, 
Los  ricos  pobres  y  tos  pobres  ricos, 
Los  chicos  grandes  y  los  grandes  chicos,» 

Y  á  la  verdad,  Señores,  que  no  se  concibe  mayor  op- 
timismo, ni  más  regocijado  modo  de  ver  un  suceso  que 
tantas  ruinas,  discordias  y  lam^itos  ocasionó  al  fin,  co- 
mo refiere  Escolano.  Pero  la  explicación  no  puede  me- 
nos de  ^estar  en  que  aquél  honrado  poeta,  incapaz,  sin 
duda,  de  mentir  con  tal  desenfado,  compuso  sus  versos 
á  raíz  del  bando,  y  durante  la  expulsión  misma,  cuando 
no  se  tocaban  todavía  sus  efectos.  Con  esto,  y  uü  tanto 
de  libertad  poética,  paréceme  que  basta  para  excusarlo'. 

Lo  único  evidente  era  que  los  ricos  barones  de  Valen- 
cia (aquéllos  porque  se  inventaron  lo^  refranes  de 
<quien  tiene  moro  tiene  oro  y  <á  más  moros  más  ga- 
nancia, >  según  refieren  los  historiadores  de  la  expul- 
sión, Guadalajara  y  Bleda)  0),  quedaban  arruinados;  y  el 
poeta,  que  no  debía  por  sí  de  desmentir  la  fama  de  po- 
bres que  suelen  tener  Ibs  de  áu  arte,  no  solamente  no  se 
compadecía  de  ellos,  como  prójimos,  sino  que  parecía 
recibir  particular  satisfacción  en  su  infortunio.  Lo  cual, 
con  otros  mil  ejemplos,  dice  á  voces  que  la  envidia  de 
los  que  no  tienen  á  los  que  tienen  es  perpetua  pasión 
en  la  especie  humana,  y  que  toda  gran  revolución  la 
descubre,  en  cualquier  tiempo,  al  modo  que  sacan  á  luz 
las  bajas  mareas  los  escollos  del  mar. 

Mas  con  tanto  aplauso  y  todo,  como  la  expulsión  le 

.  (4)  Memorable  expulsión  y  justísimo  destierro  de  los  moros  en  Esphña, 
nuevamente  compuesta  y  ordenada  por  F.  Marcos  de  Guodalnjara  y  Xavier, 
religioso  y  general  historiador  de  la  Orden  de  Nuestra  Señora  del  Carmen, 
Observante  en  la  provincia  de  Aragón:  Pamplona,  4643.— Crónica  délos 
maros  de  España,  por  el  P.  Presentado  Fr.  Jaime  Bleda:  Valencia,  4648,  pá- 
gina 886, 


206  « 

inspira,  ved,  Señores,  ahora,  por  qué  sentida  manera 
describe  Aguilar  uno  de  los  muchos  episodios  á  que  hu- 
bo de  dar  lugar  inevitablemente.  Dos  amantes,  refugia- 
dos en  la  Sierra  huyendo  del  embarque,  tropiezan  por 
su  mal  con  los  cristianos;  y  canta  así  el  suceso  el  poeta: 

aLa  infeliz  mora,  que  escapar  desea 
De  aquel  fiero  escuadrón  de  gente  armada,     . 
Mientras  que  de  su  esposo  en  la  pelea 
Está  más  divertida  y  ocupada; 
Sin  que  nadie  le  estorbe,  ni  lo  vea. 
Se  sube  por  el  monte,  y  levantada 
Sobre  la  cima  de  un  lugar  fragoso, 
Vio  el  trágico  suceso  lastimoso. 

Viole,  que  aunque  era  noche  triste,  obscura, 
Por  día  hermoso  en  aquel  punto  vale 
La  clara  luz,  resplandeciente  y  pura. 
Que  de  los  golpes  de  las  armas  sale; 
Y  cuando  conoció  que  en  desventura 
Ninguno  puede  haber  que  se  la  iguale. 
Movida  de  una  furia  que  la  incita. 
De  aquel  lugar  se  arroja  y  precipita, 

Al  punto  que  la  gente  vencedora 
Desocupa  los  llanos  y  desiertos, 
Baja  del  monte  la  espantable  mora 
Por  escalones  de  peñascos  yertos. 
Cualquiera  de  eUos  se  enternece  y  llora, 
Por  ver  que  están  de  rosicler  cubiertos; 
Que  por  todo  aquel  monte  dejó  rastro 
De  mil  bellos  pedazos  de  alabastro.» 

Poeta  que  eso  supo  decir,  muy  bien  podría  detestar  á 
los  moriscos;  pero  no  es  seguro  que  á  las  moriscas  las 
odiase  igualmente. 

No  sé,  señores,  si  tantas  citas  agotarán  vuestra  paí- 


207 

ciencia;  mas  el  deseo  de  representaros  con  exactitud,  y 
en  sólo  un  cuadro,  la  horrible  contradicción  de  ideas, 
sentimientos  y  pasiones  de  que  se  derivó  al  fin  como 
irrefrenable  corriente,  ahora  lenta  y  ahora  precipitada, 
la  expulsión,  muéveme  á  pedir  que  me  permitáis  leer 
todavía  algún  mayor  número  de  versos.  Trata  Aguilar 
de  la  derrota  de  los  moriscos  sublevados  en  las  monta- 
ñas; y,  vivamente  conmovido,  según  se  ve,  la  describe 
en  estos  términos: 

iYa  no  aprovecha  el  llanto  dolorido 
Del  viejo,  aunque  el  hablar  se  le  conceda, 
Y  pida  al  Español  embravecido 
Un  minuto  de  vida  que  le  queda; 
Ni  el  ver  el  niño  al  tierno  pecho  asido. 
Que  sólo  porque  un  rato  vivir  pueda. 
Le  da  la  triste  madre,  enternecida, 
Su  propia  sangre  en  leche  convertida. 

No  aprovecha  rendirles  las  espadas, 
Sólo  para  dejarles  satisfechos, 
Que  al  instante  las  tienen  envainadas 
De  aquéllos  que  las  rinden  en  los  pechos; 
Ni  el  ver  con  triste  llanto  arrodilladas, 
Dando  á  todos  abrazos  muy  estrechos. 
Amorosas  y  afables  las  moriscas. 
Un  tiempo  tan  zahareñas,  tan  ariscas. 

Viendo  que  esta  Canalla  se  despinta. 
Cesa  el  combate,  y  saca  victorioso 
t'res  cabezas  de  Moros  en  la  cinta 
Un  soldado  Extremeño  valeroso. 
Ciando  envaina  la  espada  en  sangre  tinta, 
Se  le  acuerda  que  al  cielo  poderoso 
Ofreció  que  en  su  nombre  mataría 
Tres  Moros  y  una  Mora  en  este  día. 


208 

Mete  mano  á  lá  espada,  y  en  un  yuefo 
Vuelve  á  buscar  la  Mora  prometida, 

Y  una  le  ofrece  por  milagro  el  cielo 
De  una  lanza  cruel  recién  herida.  » 
En  ella,  que  tendida  está  en  el  suelo, 
Luchando  está  la  muerte  con  la  vida, 

Y  como  sierpe  el  oro  del  cabello 
Enroscado  en  el  pecho  y  en  el  cuello. 

Queda  como  si  fuera  algún  encanto, 
Viendo  que  en  ella  el  brazo  de  un  infante 
Á  pedir  el  Bautismo  sacrosanto,    . 
Le  sale  por  la  herida  penetrante. 
Quítasele  el  temor,  pierde  el  espanto 
Por  ver  que  está  preiñada,  y  al  instante, 
Porque  Dios  de  su  aimor  se  satisfaga, 
El  parto  le  anticipa  con  la  daga. 

Saca  dos  niños  de  aquel  grande  aprieto, 
Que  sólo  imaginar  le  atemoriza, 

Y  guardando  el  decoro  y  el  respeto 
Á  la  ley  que  profesa,  los  bautiza; 
Murieron  los  tres  jüptoS,  en  efeto, 

Y  al  cielo,  que  sus  glorias  eterniza. 
Suben  los  hijos,  y  al  instante  mismo 
Baja  la  madre  al  espantado  abismo.» 

.¿No  es  cierto,  Señores,  que  este  imparcial  y  horrible 
relato  por  sí  solo  bastaría  á  probar  cuan  difícil  era  que 
gentes  tales  pudieran  siempre  vivir  en  tíh  mismo  suelo? 
Porque  mucho  de  tal  rigor  hay  que  atribuirlo,  sin  duda,, 
á  los  feroces  usos  de  la  guerra  en  todo  tiempo,  y  toda- 
vía más  feroces  que  ahora  naturalmente,  en  los  prime- 
ros años  del  siglo  decimoséptimo.  Pero  aquel  voto  del 
soldado  de  dedicar  al  cielo  los  cadáveres  de  tres  moros 
y  una  mora,  y  sin  contar  los  que  en  la  batalla  había  de- 


A 


209 

rribado,  anticipar  el  parto  de  la  moribunda,  con  su  pro- 
pio acero,  para  que  muriendo  con  ella  los  morillos  no- 
natos, se  cumpliera  asi  el  voto  largamente;  el  bautizo, 
la  alabanza  que  al  hecho  da  el  poeta;  todo  el  cuadro,  en 
fin,  que  no  sin  repugnancia,he  dado  á  conocer,  palpa- 
blemente muestra,  en  mi  concepto,  que,  al  rayar  el  ci- 
tado siglo,  no  cabían  ya  moriscos  y  cristianos  dentro  de 
unas  solas  fronteras,  ni  podían  beber*  el  agua  de  unos 
mismos  ríos,  ni  debían  partir  los  frutos  de  una  propia 
tierra. 

Y  no  imaginéis,  señores,  que  llevado  de  compasión 
indiscreta  intente  cargar  la  mano  á  nuestros  antepasa- 
dos, disculpando  á  los  expulsos  moros.  Ni  el  amor  á  sus 
alcázares,  alcazabas  y  castillos  roqueros,  ni  el  de  los  sa- 
brosos versos  y  prosas  de  la  literatura  aljamiada,  pue- 
den conducirme  á  error  tamaño.  Sin  necesidad  de  acu- 
dir á  los  historiadores  de  la  expulsión,  que  acaso  fueran 
tachados  de  parciales,  tópanse  á  cada  paso  testimonios 
de  que  si  eran  los  moriscos  malos  cristianos,  todavía 
eran  peores  subditos  y  españoles.  Para  demostrar,  aun- 
que sea  ligeramente,  este  aserto,  por  fuerza  habré  de 
entrar  en  los  dominios  de  la  historia,  invadiendo  así  los 
de  otra  Academia,  de  que  tengo  el  honor  de  formar  par- 
te, Pero  los  fenómenos  literarios  corren  de  tal  suerte 
.unidos  á  los  sociales  y  políticos,  que  ni  el  Sr.  Saavedra 
se  ha  librado  de  leer  hoy  páginas  de  historia,  ni  menos 
puedo  yo  evitarlo,  habiendo  de  ceñirme  en  lo  posible  á 

.completar  su  trabajo.  Permitidme,  pues,  que  con  ese  so- 
lo fin  bosqueje  rápidamente  la  actitud  de  los  moriscos 
españoles  en  los  postreros  tiempos,  como  he  dado  á  en- 

-^ tender  los  sentimientos  que  por  los  propios  días  anima- 
ban á  los  españoles  cristianos. 

44 


2<0 

Todos  conocéis,  á  no  dudar,  la  relación  del  \iaje  que 
Felipe  II  hizo  en  1585,  á  Zaragoza,  Barcelona  t  Valen- 
cia, escrita  por  el  arquero  de  su  guardia  Enrique  Gock, 
y  dada  á  luz  últimamente.  En  esta  oBra  imparciaL  co- 
mo de  un  extranjero  igualmente  ajeno  á  las  pasiones 
de  unos  y  otros,  se  lee  que.  casi  todos  los  lugares  próxi- 
mos á  tierras  de  moriscos  tenían  un  castillo  6  lugar 
fuerte,  junto  á  la  Iglesia,  para  que  pudieran  allí  reristir 
sus  acometidas  los  cristianos  viejos. — tcEstos  moros  ( Ji— 
ce  Gock  en  textuales  términos),  desde  el  tiempo  que  sus 
antepasados  ganaron  á  Esj^aña,  siempre  han  quedado  en, 
sus  leyes:  no  comen  tocino  ni  l>eben  vino;  v  esto  vimos 
allá,  que  todos  los  vasos  de  Larro  y  vidrio  que  hal»iaii 
locado  tocino  o  vino,  luego  después  de  nuestra  partida 
los  rompían,  para  que  no  sintiesen  olor  ni  sabor  de  ello.  > 
Lo  cual  se  hacia,  por  cierto,  con  la  comitiva  y  á  la  pro- 
pia presencia  de  Felipe  II,  tan  ponderado  jH:»r  su  ÍB:t.>:— 
rancia  religiosa,  sin  que  diera  la  menor  señal  de  eii .';•:• 
en  todo  el  viaje.  Tratando  de  la  villa  de  Muel,  donde  vio 
fabricar  los  vasos  hispan o-árabts,  que  hoy  suelen  adc-r— 
üar  muchas  paredes,  añade  el  arquero  q-ie  en  ío'Il»  ti 

ugar  no  había  más  que  tres  cristianos  viejos:  el  cura,  el 
notario  y  el  tcibernero,  el  cual  era  tarcldcn  mesonero,  y 
que  los  demás  dirían  de  mejor  gana  en  romería  á  la  Csl^ 
sa  do  Meca,  que  á  Santiago  de  Galicia  .*  .>  ¡'X^  e^ra  co-. 
sa  que  esto  decían  tn  IcíS  primeros  años  de:  >:r]j  -:^j:rii- 
1e  el  beato  tluan  de  Ftil»era,  ra:rlarc*a  de-  Al.:>.:^:-\  y 

Vrrebispo  de  Valencia:  Bleda,  el  por:ug:iLS  Fe-nso^, . 


'^j 


<       hrlarinn  ar.  ricir  h»"h  vnr  Ftdite  JJ  en  *h^z  a  Irmir^a^  h:r-il* 
f  Xaimna^  cs.^riía  por  Lnrj.jor   C.oiL.  dmiiTio  ariD?;:  -Iít  t  armerr' ¿e  Li 


Gaadalajará  y  todos  los  teólogos,  en  suma,  qué  promo- 
vieron ó  alabaron  la  expulsión? 

Pues  entre  los  testimonios  que  confirman  el  relato  de 
Gock,  bien  puede  citarse  el  que  ofrece  la '  Topografía  é 
historia  general  de  Argel ^^  del  P.  Haedo,  libro  famoso, 
como  es  sabido,  por  lo  que  se  cuenta  en  él  de  Cervantes, 
escrito  bastantes  años  antes  de  la  expulsión  y  sin  el  me- 
nor,intento  de  influir  en  ella.  No  estuvo  Haedp  en  Ar- 
gel, ni  consta,  dicho  sea  de  paso,  que  conociera  á  Cer- 
vantes, limitándose  á  recopilar  en  Palermo,  por  orden 
del  Arzobispo  de  aquella  Diócesis,  deudo  suyo,  y  de  su 
propio  apellido,  las  relaciones  que  allí  llegaban  de  los 
cautivos.  De  los  fidedignos  datos  así  reunidos,  resulta 
que  eran  tantos  los  moriscos  españoles  que  de  ordinario 
emigraban,  sin  esperar  á  que  se  les  expulsase,  que  por 
los  años  de  1576  había  ya  pueblo  en  la  costa  de  Argel 
donde  se  contaban  hasta  mil  casas  de  ellos;  y  no  ya  de 
Granada,  que  eso  después  de  la  reciente  rebelión  era  na- 
tural, sino  de  Aragón  y  Valencia.  Aparece  también  que 
los  tales  moriscos  huidos  eran  los  mayores  y  más  crue- 
les'enemigos  que. los  cristianos  tenían,  siendo  <como 
una  viva  llama  su  odio  entrañable  contra  todo  espa- 
ñol {<).>  En  confirmación  de  esto,- escribe  Haedo,  que  de 
España  eran  los' moros  que  formaron  la  gran  congrega- 
ción y  levantaron  el  ruidoso  tumulto  que  obligó  á  Ro- 
badán-Bajá,  rey  de  Argel,  á  tolerar  que  un  santo  sacer- 
dote, llamado  Fr.  Miguel  de  Aranda,  fuese  allí  pública  y 
horriblemente.martirizado.  Añade,  por  último,  que  de 

(1)  Topografía  é  historia  general  de  Argel,  repuTÚddi  en  cinco  tratados, 
por  el  Maestro  Fr.  Diego  do  Haedo,  Abad  de  Fromesla,  de  la  Orden  del  Pa- 
triarca San  Benito,  natural  del  Valle  de  Carranza:  Valladoüd,  4611,  pági*- 
nas  479  y  480.  Véase  la  dedicatoria  del  libro. 


212 

ningún  habitante  de  Argel,  aunque  fuese  turco  ó  salva- 
je del  desierto,  tenían  tanto  poT  qué  temer  los  cautivos 
españoles,  como  de  los  moriscos  aragoneses  y  valencia- 
nos establecidos  en  la  Regencia;  ricos  y  prepotentes 
muchos,  mediante  el  ejercicio  de  la  piratería  á  que  en 
nuestras  costas  se  dedicaban,  ya  tripulando  por  su  pro- 
pia cuenta  bajeles,  ya  haciendo  oficio  de  guías  en  bar- 
cos de  otros  para  sorprender  nuestros  indefensos  puer- 
tos y  calas,  los  campos,  y  hasta  las  poblaciones  maríti- 
mas, si  no  estaban  bien  fortalecidas  y  presidiadas. 

De  todo  esto  hablan  mucho,  naturalmente,  nuestros 
historiadores  antiguos  y  modernos,  y  en  especial  los  del 
tiempo  de  la  expulsión;  y,  aunque  tan  somero,  basta  lo 
dicho  á  demostrar  que,  al  romper  el  siglo  xvii,  la  anti- 
patía, la  pasión  y  la  crueldad  eran  recíprocas  en  aque- 
llas dos  razas,  que, convidaba  el  común  interés  á  vivir 
como  hermanas,  siendo  punto  menos  que  intolerable  su 
coexistencia.  Tal  es  la  consecuencia  que  brota  del  exa- 
men imparcial  de  los  hechos. 

La  historia,  con  tanta  frecuencia  superficial,  espedal- 
mente  la  de  España,  ha  solido,  en  el  entretanto,  hacer 
responsables  á  Felipe  III  y  su  principal  Ministro  Lerma, 
de  la  expulsión,  imputándoles  con  acrimonia  sus  forzo- 
sos daños.  Diríase  al  leer  muchos  libros,  que  no  fué  to- 
do ello  sino  mero  capricho  del  favorito,  impuesto  á  un 
monarca  negligente  y  fanático.  Nada  hay,  en  mi  opi- 
nión, menos  cierto.  Pero  es  difícil  persuadir  por  lo  ge- 
neral á  los  hombres,  y  más  que  á  otros  á  nuestros  com.- 
patriotas,  casi  siempre  apasionados,  de  que  los  males 
que  con  frecuencia  padecen  no  son  precisamente  cau- 
sados por  los  que  tienen  la  desdicha  de  gobernarlos.  Po- 
derosamente contribuye  á  este  error  un  cierto  estímulo 


213 

de  patriótico  orgullo  que  inclina  á  echar  sobre  un  hom- 
bre solo  ó  algunos  pocos  hombres,  las  culpas  comunes  ó 
imputables  á  la  nación  .entera.  Lo  cierto  es  que  se  per- 
petúan por  tal  manera  errores  crasísimos  tocante  á  la 
vida  pasada,  que  no  poco  perturban  la  presente,  pues  que 
privan  á  España  del  verdadero  concepto  de  si  misma, 
llenando  en  cambio  de  confusión  su  espíritu,  ó.  sea  el 
conjunto  de  recuerdos,  sentimientos  é  ideas  que  formati 
como  el  propio  ser  y  el  alma  de  cada  uno  de  los  gran- 
des grupos  de  hombres  que  llamamos  naciones.  Redúce- 
se así  el  saber  histórico  á  los  resultados  ó  efectos  tangi- 
bles, sin  penetrar  en  los  orígenes  y  causas:  falta  el  co- 
nocimiento de  la  realidad  pasada,  preparación  necesaria 
para  el  de  la  presente;  desconócese  el  sentido  de  los  he- 
chos; ensálzanse  ó  denígranse  arbitrariamente  los  ca- 
racteres históricos;  ábrese,  en  fin,  ancha  puerta  al  es- 
cepticismo y  á  la  anarquía  de  ideas,  con  que  se  consien- 
ten ó  se  provocan  las  revoluciones;  y  como  si  la  deca- 
dencia no  bastase,  parece  que  se  anhela  y  busca  la  total 
ruina. 

Permitidme,  Señores,  que  alce  hoy  resueltamente  la 
voz  contra  una  de  esas  injusticias,  diciendo  que  hay 
que  fijar  mucho  antes  del  reinado  de  Felipe  III,  y  en 
otros  motivos  que  la  incapacidad,  las  intrigas,  ó  la  co- 
dicia de  Lerma,  el  origen  de  la  violenta  medida  de  que 
se  trata. 

Para  mí  el  probleína,  aunque  no  resuelto  hasta  1609, 
estaba  terminantemente  planteado  desde  el  tiempo  de 
los  Reyes  Católicos,  ó  lo  que  es  lo  mismo,  desde  aquél 
de  la  gran  Reina,  que  da  aún  origen  á  tantas  disculpa- 
bles, pero  ruidosas  y  con  frecuencia  extemporáneas  va- 
nidades en  la  gente  espafíoln.  No  cabe  duda,  <  n  m.í  •:'on- 


su 

cepto/que  el  edicto, de  31  de  marzo  de  1492,  que  echó 
de  España  á  los  judíos,  determinó  una  nueva  dirección 
de  la  política  religiosa,  que,  en  ej  lógico  enpadenamien- 
to  de  los  hechos,  tuvo  jpor  último  é  inevitable  eslabón 
la  Real  carta  de  4  de  agosto  de  1609  contrarios  moris- 
cos valencianos,  y  los  bandos  de  igual  índole  que  se  si- 
guieron. .  •  . 

'Habían  ya  salido  de  España  por  el  edicto  de  1492  mi- 
llares y  millares  de  familias,  cuyos  antepasados,  vivien- 
do con  varia  fortuna  entre  nosotros,  desde  los  tiempos 
visigóticos,  habíannos  constantemente  acompañado  al 
fin,  aunque  no  siempre  sin  riesgo,  durante  los  largos  si- 
glos dfe  la  Reconquista;  gozando,  á  pesar  de  las  persecu- 
ciones y  matanzas  populares,,  tanto  y  más  que  los  ven^ 
cedores  mismos,  de' los  primeros  despojos  del  recién  con- 
quistado reino  de  Granada.  Más  convertidos  se  hallaban 
aquellos  primeros  expulsos,  que  los  propios  moriscos,  á 
nuestra  lengua  y  costumbres,  al  paso  que  ni  con  mucho 
eran  tan  peligrosos,  por  su  menor  número  y  modo  de 
ser.  Veíanse  además  tolerados  los  hebreos  en  toda  la  Eu- 
ropa cristiana,  incluso  Roma,  mientras  que  los  moriscos 
constituían  á  las  puertas^  de  las  catedrales  de  Toledo,  Se- 
villa ó  Valencia  una  excepción  extraña  con  que  solían 
afrentarnos  los  propíos  extranjeros  que  censuraron  lue- 
go la  expulsión,  señalándose  entre  ellos,  según  es  fama, 
Francisco  I,  al  desembarcar  prisionero  en  las  costas  va- 
len^cianas;  pesada  burla  para  los  qtfe  le  oyeron,  y  aun 
para  los  que  lo  referían  después.  ¿Cómo  podía  ser  que, 
una  vez  realizada,  no  obstando  tan  favorables  diferen- 
cias, aquella  primera  expulsión,  dejara  la  otra  de  ocu- 
rrírseles  á  nuestros  políticos,  como  radical  remedio  á  las 
dificultades  que  indudablemente  los  moriscos. origina- 


315 

ban?  Todqj  cuanto  cabía  decir  en  favor  de  ellos,  pudo 
haberse  considerado  en  pro  de  los  judíos,  Jos  cuales  po- 
seían también  sus  letras  hispano-hebreas  y  su  especie  de 
literatura  aljamiada;  tenían  ya  en  general  por  lengua 
propia  la  nuestra,  hasta  el  apunto  de  conservarse  en  mu- 
chos de  sus  descendientes  todavía,  y  amaban  tanto  como 
los  cristianos  viejos  la  tierra  de  España.  Nada  les  valió 
contra  el  furor  popular,  de  año  en  año  creciente  contra 
ellos,  ni  contra  los  rigores  oficiales;  y  la  persecución 
contra  los  moros  tampoco  debía,  por  tanto,  hacerse  es- 
perar. No  fué,  pues,  sino  un  paso  más  en  tal  camino  la 
ordenanza  de  Sevilla  de  12  jde  febrero  de  1502,  publi- 
cada én  el  raro  G*ódigo  intitulado  IjUS  Pramdticas  del 
Rey  no  j  que  vio  la  luz  en  Alcalá  en  1528  (ordenanza  que 
fué  luego  ley  4."*,  título  2."^,  libro  8.^  de  la  Nii^va  Reco- 
pilaciónjy  y  en  la  cual  se  mandó  ya  salir  de  los  reinos 
de  Castilla  y  León  á  los  moros  de  catorce  años  arriba  y 
las  moras  de  doce. 

Suponía  esta  ley  convertidos  á  todos  los  moros  de 
Granada,  por  manera  que  su  fin  no  parecía  otro  que  el 
de  evitar  que  se  pervirtiesen  los  neófitos  Qon  el  trato  de 
los  empedernidos;  y  era  lo  cierto  que,  desentendiéndose 
de  la  capitulación  de  Granada,  en  la  cual  estipularon 
textualmente  nuestros  Reyes  dejar  vivir  á  los  moros 
rendidos,  <para  siempre  jamás  en  su  ley,  sin  consentir 
que  se  les  quitasen  sus  mezquitas,  ni  sus  torres,  ni  los' 
almuenares  (O,»  tratábase  ya  de  hacer  cristianos  á  los 
vencidos  moros;  empresa  fiada  á  dos  Arzobispos  inmor- 
tales, Fr.  Hernando  de.  Tala  vera  y  Fr.  Francisco  Jimé- 

({)  Vóailse  estas  CapituJaciones  en  Luis  del  Mármol  Carvajal,  Del  Re- 
belión y  castigo  de  los  moros  de  Granada:  Málaga,  1600,  por  Juan  Rene,  fo- 
lios íi  V  24  vuelto. 


216 

nez  de  Gisneros.  «Pero  aquéllos  ( dice  -Mendcfia  con  su 
gravedad  ordmaria),  gente  dura,  pertinaz,  nuevamente 
conquistada,  estuvieron  recios,»  y  tomóse  al  fin  concier- 
to ísíquG  los  renegados  ó  hijos  de  renegados  (también  au-. 
torizados  á  continuar  siendo  moros  por  las  capitulacio- 
nes), tornasen  á  nuestra  fe,  y  los  demás  quedasen  en  su 
ley  por  entonces  (^).»  Notable  transacción  con  los  prin- 
cipios hubo  en  la  capitulación,  sin  duda  alguna,  y  la  hu- 
bo GD  el  concierto  de  que  habla  Mendoza;  pero  no  estaba 
kjano  el  día  en  que  aquéllos  prevaleciesen  por  entero. 
Y  era,  señores,  que  hacia  el  ocaso  del  siglo  décimo- 
quinto  y  los  albores*  del  decimosexto,  en  el  punto  mis- 
mo de  terminar  España  con  la  reconquista  y  la  reunión 
de  los  antiguos  reinos  la  lenta  elaboración  de  su  orga- 
nismo político,  el  espíritu  que  había  informado  toda  su 
evolución  durante  los  siglos  medios  estaba  condensado 
en  una  fórmula,  según  la  cual  necesariamente  tenía  que 
íoTíiar  dirección  nueva  su  política,  lo  mismo  con  los  m.o- 
ros  que  con  los  hebreos.  Tal  fórmula  no  era  otra  que  la 
Unidad  religiosa.  Comenzó,  pues,  á  desaparecer  enton- 
ces de  los  ániípos,  aunque  por  algún  tiempo  aún  se  con- 
servase en  los  hechos,  aquel  tradicional  espíritu  de  con- 
tem])orización  y  tolerancia  que  había  dictado  la  ley  2." 
del  título  24  de  la  Partida  7.^,  €la  cual  prohibía  que  se 
iü tentase  hacerles  creer  en  nuestra  fe  á  los  moros  por 
fuerza  ó  por  premia;  >  así  como  tantos  preceptos  libre- 
cultistas  de  las  capitulaciones  y  cartas  .pueblas,  redacta- 
das en  los  siglos  medios  (^).  Ostentóse  todavía  sin  escrú- 

(1)  Guerra  de  Granada^  ^Qt  XÁQ%o  Hurtado  de  Mendoza,  pág.  40  de  la 
fíditíiúti  de  MoQfort  en  Valencia. 

{í\  Contiene  notables  documentos  de  esta  especie  la  colecbión  diplo- 
(i)ática  naida  á  la  Memoria  sobre  la  condición  de  los  moriscos  de  España,  pot 
D.  Florencio  Janer,  que  premió  la  Real  Academia  de  la  Historia. 


217. 

pulos  la  tolerancia  religiosa,  ño  sólo  en  el  tratado  so- 
lemne, bajo  cuyas  cláusulas  se  rindió  Granada,  como 
se  ha  visto,  sino  también  en  la  ley  foral  de  Valencia 
'  dictada  en  1510  por  el  mismo  D.  Fernando  el  Católico, 
que  lleva  esta  rúbrica  expresiva?  <QueLs  Moros  non  sien 
fets  Ghrestians  per  forza(0.>  Y  por  cierto  que  nada 
prueba  tanto  como  esta  ley,  dictada  años  después  de  la 
dura  pragmática  de  Castilla  de  que  he  hecho  mención 
antes,  lo  que  va  del  absolutismo  teórico  á  la  práctica  en  ^ 
todo  gobierno  digno  de  serlo.  Si  hubiera  habido  enton- 
ces periódicos,"  no  habría  faltado  alguno  que  supusiese 
discordes  á  los  dos  supremos  gobernantes,  el  Rey  Cató- 
lico y  la  Reina  Católica,  observando  de  qué  distinta 
suerte  eran  tratados  en  una  y  otra  Corona  los  moros. 
Pero  la  verdad  era  que,  aunque  informados  de  un  pro- 
pio espíritu,  procuraban,  como  es  de  razón,  amoldar  su 
ideal  político  á  las  circunstancias;  y  que,  bien  que  de- 
seasen la  unidad  religiosa  de  la  Península,  preferían  pe- 
car de  ilógicos  que  de  temerarios,  y  temían  menos  pa- 
sar por  inconsecuentes  que  por  insensibles  al  bien  del 
Estado. 

Contemplando  de  todas  suertes  la  evidente  diferencia 
de  los  tiempos,  viénenseme  sin  querer  al  pensamiento, 
porque  ellos  como  nadie  la  determinan  y  señalan,  dos 
Arzobispos  de  Toledo,  casi  iguales  en  apellido  y  mérito: 
JiñQónez  de  Cisneros  el  uno,  de  quien  acabo  de  hablar, 
y  el  otro  Jiménez  de  Rada,  autor  del  libro  inmortal  De 
Rebus  Hispanice.  Todos,  sin  duda,  sabéis  hasta  qué  pun- 
to suenan  á  alabanza  las  frases  con  que  este  verídico  his- 
toriador refiere  que  el  gran  conquistador  de  Toledo  se 

•   (4)    Fori  Regni  ValentiaSy  segunda  parte.— /a  extraua^anti,  fol.  73:  4647 
y  4548,  por'JaaQ  de  Mey. 


.218 

revolvió  airado  contra  su  propia  mujer,  el  nuevo  prela- 
do y  toda  la  población  cristiana,  porqué  en  su  ausencia 
habían  violado  las  capitulaciones  al  convertir  en  Cate- 
dral la  Mezquita  mayor,  prefiriendo  á  los  impulsó^  de  su 
piedad  la  fe  jurada.  Bien  se  yo  que  la  moderna  crítica 
niega  este  hecho,  aunque  páginas  por  tal  mano  escritas 
sea  dificilísimo  borrarlas  de  la  historia;  mas  poco  im- 
porta. Lo  que  hay  que  calcular  es  si  Cisneros  hubiera  re- 
ferido, con  iguales  palabras,  aquella  acción  en  sus  Re- 
yes, y  tratándose  de  Granada.  ¡Cuan  lejos  de  ello  hubie- 
'  ran  estado,  no  tan  sólo  Cisneros,  sino  los  demás  prelados 
y  los  Reyes  Católicos!  El  único  que  no  dejaría  de  ser  en 
Toledo  lo  mispio  que  en  Granada,  sería  el  pueblo  cris- 
tiano. Á  él  no  llegó  nunca  probablemente  el  espíritu  de 
transacción  que  informaba  la  conducta  de  sus  gobernan- 
tes y  de  sus  pastores  mismos,  hombres  prácticos,  por  ne- 
cesidad, durante  los  largos  siglos  en  que  la  total  recon- 
quista estuvo  aplazada,  si  no  indecisa.  No  bien  se  rea- 
lizó enteramente,  fué  cuando  á  todos  por  igual  les  pesa- 
ron las  contemplaciones,  haciendo  la  victoria  unos  á  go- 
bernantes ó  gobernados,  y  á  ovejas  ó  pastores.  Lo  que 
algunos  apellidan  la  intolerancia,  y  llaman  con  más 
exactitud  otros  el  principio  de  la  unidad  religiosa,  acabó 
así  de  señorearse,  por  último,  del  espíritu  de  nuestra 
nación  con  incontrastable  imperio;  pero  arrancando, 
como  queda  visto,  de  muy  diversos  orígenes  que  ha  so- 
lido suponerse  generalmente. 

Inútil  es,  pues,  que  historiadores  ligeros  se  esfuercen 
por  establecer  infundadas  diferencias:  tan  partidaria  de 
la  unidad  religiosa,  y  por  consiguiente  de  la  intoleran- 
cia,.fué  al  .fin  Isabel  la  Católica,  como  Felipe  II,  ó  más,  y^ 
tanto  ó  más  al  cabo,  Carlos  V  que  Felipe  III.  Ni  los  mó- 


nárcas  fueron  más  que  ejecutores  de  la  voluntad  indivi- 
dual de  sus  subditos,  de  tal  suerte  concorden  en  la  mate- 
ria, que  por  raro  caso  se  ofreció  entonces  la  apariencia, 
ya  cfue  líi  realidad  no  pueda  ser,  de  una  voluntad  común 
ó  nacional.  Precisamente  de  un  acto  popular  se  derivó  al 
'fin  y  al  cabo  la  gran  dificultad  teológica,  que  hubo  ya 
en  el  siglo  xvi,  para  tolerar  el  libre  ejercicio  de  -su  reli- 
gión á  los  moros,  de  Valencia,  como  ordenó  la  ley  de 
D.  Fernando  el  Católico,  y  como  Verdaderamente  desea- 
ron aún  sus  sucesores  por  prudencia  política. 

Fué  para  mí,  señores,  el  movimiento  de"  las  comuni- 
'dades  y  germanías  no  sólo  popular,  sino  democrático*. 
Lo  propio  en  Valencia  que  en  Castilla,  se  deslindaron  al 
fin  los  campos,  en' un  principio  confundidos,  por  lo  he- 
terogéneo  de  las  causas  que  produjeron  la  revolución,  y 
lucharon  de  poder  á  poder  los  populares  y  los  caballe- 
ros, ó  sea  los  ricos  y  los  pobres;  que  aquéllos  no  eran, 
en  realidad,  sino  los  ricos  de  entonces,  distinguiéndose 
sólo  de  los  que  se  hacen  ricos  ahora,  en  que  sus  fortu- 
nas, si  eran  cristianos  viejos,  no  procedían  del  comer- 
cio ó  las  artes  pacíficas,  sino  del  botín  y  de  los  repar- 
timientos de  tierras  y  vasallos  después  de  la  victoria. 
Ni  por  otra  razón,  sin  duda,  s?  llamaron  los  primeros 
Grandes  Ricos-hombres  (0.  No  es  propicia  ocasión  ésta 

(0.  Tal  es  la  opiáión  de  nno  de  los  primeros  que  han  definido  las  vo- 
ces castellanas,  el  insigne  Alejo  Venegas,  en  su  libro  intitulado  Breve  de- 
claración  de  las  sentencias  y  vocablos  obscuros  que  en  el  libro  del  Tránsilo  de 
la  Muerte  se  hallan,  irhpreso  eni  1543*.  Dice  así:  «Primeramente  sepan  que 
este  nomi)re  hidalgo  no  quiere  decir  hijo  de  algo;  lo  cual,  como  pensó  el 
vulgo,  osó  ilerivar  de  ahí  hija-dalgo.  Mas  es  un  nombre  compuesto  de 
este  verbo  pt,  que  en  latín  quiere  decir  ser  estimado;  y  de  este  ablativo 
aliquo:  que  quiere  decir  ¿n  algo.  Luego  tanto  querjrá  decir  hidalgo  como 
,  ¡il'aliquo:  hombre  ó  mujer  que  es  estimado  en  algo;  que  fapio  en  latín, 
cotre  otr^s  signillcacíones,  quiere  decir  estiooar.  Y  porqué  el  vulgo  suele 


220 

i4in  íl  .^^ru*  ^^mejaR'e  añrmacióay  si  por  ventura  se 
rj-rtsL.^^-.  5.:-  vi  ex:oner.  paesr.j  (pie  de  los  comuneros 
í^  ^^..rn  :.L  '-1^  le  tra'ar  i-rzoríanien  e,  (pie  según cuen- 
'j.*  '\  '1'-  -csíj:^:.  Jiian  le  M'^Iina  ¿a  la  Euistula  Prohe- 
'  ,  : :-  \rr^'i:'Ic  á  su  íi'a'ij<:ei<-n  de  Apiano  Alejandri- 
Z,^  .  -•  >  n-c¡^  de  Ils  veoin.^s  de  Valenoia  (jue  siguieron 
1_  ií.  L*-::idL  D.  F..o»li*i^o  d-  il-rnd«:¿ac>jn:ra  Ls  comune- 
r-.í*  i  LH  -sMiido  en  la  peka  se  d^fH-íji::  <V()ivámonos  y 
ii^i:?  .  m»  >  j.s  oajaller'-S  -  .>  G.l.-j  de  -rs-  .s  iiechos  po- 
I7L1  -:ar  n:  ioj^ls»  «jue  ^  la  ^.ir  oon  L  s  libros  y  papeles 
¿L»ii.^  1  II:  ;:«,r  li5  •M^-ciimi-^des  de  Ca-.dlla.  harían  di- 
CkC  ^_íi"rMv:e*:Lr  oii  ascr^o.  ^íir  IrL^j^^dada  es»  paes,  la 
pr-'-iisi'':!  :e  les  pie  rara  enn.  Lict?tr  :e^jrias  laLsas  en 
x»Ic  -cz.  :l\  las  e:i2.LLLtr<:i:Z  clc.  cL  :í  üIo  de  modernas- 
Le  ¿le  Ar'jf.i,  cli_s  es:ril::..  ^a  de  las  rev./LaLdones  grie- 
gas, és.  a^i^m»:-.  sin  -iiseriTar  an  á^.ice.  se  vrl\-i¿  á  yer 
^a  *i*^ni:L  le  l:is  CLC'.Lzddades  en  u^s-illa  y  Valencia. 
r_"_  ::iLa  t-z.  ~or  o'ia-riicja  *.*aisa»  el  i-rno  Ln^iispen— 
^sili*T  ,t:r  ^  11  .ridad  puldt.-a.  sllcImils?  le  sei^oida  los  Ia~ 
ZLá  -  L-iiiles.  y,  en  regadas  Ils  Ln<üvidacs  a  sus  pasio— 


^*5-í  »?       ^   L   .^r;  II  5-1^1  iíiorj  y  i.:  i-uu  i.    r'.^iri    •♦^^^liuiii  de  es- 

— s  •<     *'     ..   ^    ■    .  -  "*      z:. — *"     <*;  -í»    .-    •    •^n,  -  '  i    i    ..:s  r-mnüidjuts 

^'^  l-TT^:  i..r:.:«.      .*•  — L^    lu  u'^..  i    ic  -t:e  .  jrj  <e  :c  •♦••  -jos  días 
t_-£:    *;:  -«     ."...^  ii;  '^ r:  ^   !•  -    i«!i   10  11.-X  ett  ou..  jzrtt!  4ue  Los 


324 

nes  encontradas  ó  contradictorios  intereses,  despéñans(? 
irremediablemente  en  la  anarquía. 

Si  tal  estado  de  cosas,  que  por  ser  contra  naturaleza 
no  es  durable  felizmente,  causa  males  grandísimos  á  los 
que  lo  experimentan,  no  deja,  en  cambio,^  de  ofrecer  su 
provecho  á  la  historia.  Así  como  en  el  cadáver  el  escal- 
pelo, fácilmente  descubre  la  crítica  en  un  pueblo  entre- 
gado á  la  anarquía  cuanto  fundamental  ó  accidental- 
mente encierra  en  sus  entrañas.  Por  eso.  Señores,  la 
anarquía  en  que  estuvo  Valencia,  merced  á  las  faccio- 
nes capitaneadas  por  Vicente  Pérez  y  el  Encubierto^  que 
venían  á  ser  el  Padilla  y  el  Juan  Bravo  de  allí,  puso 
bien  de  manifiesto  los  verdaderos  sentimientos  de  aquel 
pueblo,  resultando  de  tal  experiencia  que  era  el  odio  á 
los  moriscos  el  más  vivo  de  ellos. 

No  se  contentaron  con  saquear  y  maltratar  personal- 
mente á  los  moriscos  los  comuneros,  que,  llenos  de  ma- 
yor celo  religioso  que  hasta  allí  había  habido,  tomaron 
la  violenta  resolución  de  bautizarlos  por  fuerza.  La 
prueba  de  que  medida  tal  excedía  á  cuanto  el  celo  de  los 
eclesiásticos  más  enemigos  de  los  moriscos,  y  más  par- 
tidarios de  la  expulsión,  hubiera  osado  pretender,  la  da 
al  referirla  el  exaltadísimo  Fonseca:  «No  dejaré  yo 
(dice)  de  censurar  el  hecho  del  pueblo  amotinado,  aun- 
que acompañado  de  algún  buen  celo,  por  precipitado  y 
temerario,  principalmente  leyendo  en  San  Bernardo, 
y  en  caso  semejante  estas  palabras:  aprobamos  el  celo, 
pero  no  persuadimos  el  hecho;  porque  no  se  ha  de  hacer 
fuerza  para  recibir  la  fe  que  sólo  se  ha  de  persuadir  (0.> 
Y  esto  que  Fonseca  escribió  á  raíz  de  la  expulsión  de  los 

{{)  Justa  expulsión  de  los  moriicos  de  España^  etc.  En  Roma,  por  Jaco- 
mo  Moscardo,  4642.  Pág.  375. 


222 

moriscos,  díjolo  ya  antes,  tratándose  de  los  judíos^  Juan* 
de  Mariana.  Mas  lo  cierto  fué,  sin  embargo,  que,  venci- 
dos los  facciosos,  hallóse  empeñado  Garlos  V,  á  causa* 
del  tal  bautizo,  en  una  de  esas  extrañas  y  casi  insolubles 
dificultades  prácticas,  que  siempre  dejan  tras  sí  las  re- 
voluciones. 

No  tomó  el  grande  Emperador  resolución  alguna  sin 
consultar,  según  dice  él  mismo  en  su  Cédula  de  4  de 
abril  de  1525,  á  los  Consejos  de  Castilla,  del  Imperio,  de 
la  Inquisición  y  á  algunos  Obispos,  pidiéndoles,  muy  es- 
pecialmente, que  mirasen  y  examinasen  si  los  bautiza- 
dos con  aquella  violencia  eran  verdaderamente  cristia- 
nos. Pero  «vistas  por  los  Consejos  (^ce  textualmente  la 
Real  Cédula)  las  informaciones  y  los  pareceres  acerca 
de  ello,  teniendo  delante  los  ojos  á  Dios,  unánimes  y 
conformes  declararon  que  los  moros  bautizados  en  aque- 
lla forma  eran  y  debían  ser  reputados  por  cristianos, 
por  cuanto  al  recibir  el  bautismo  estaban  en  su  juicio 
natural,  y  no  beodos  ni  locos,  y  quisieron  de  su  volun- 
tad recibirle,  y  por  tales  los  declarasen.  >  Semejante  sen- 
tencia transformó  súbitamente  en  apóstatas,  de  infieles 
por  convertir  que  hasta  allí  eran,  á  todos  los  moros  va- 
lencianos, porque  excusado  parece  decir  que  los  bauti- 
zados á  la  fuerza  por  los  coniuneros  continuaban  sien- 
do tan  moros  como  antes.  Carlos  V,  desligada  por  el  Pa- 
pa Clemente  Vil  de  los  juramentos  prestados  por  sus  an- 
tecesores á  las  capitulaciones  en  que  se  otorgara  el  li- 
bre ejercicio,  de  su  religión  á  los  moros,  trató  ya  de 
expulsar,  en  vista  de  tal  situación,  á  los  de  Aragón,  Ga- 
laluña  y-  Valencia;  pero  aquel  primer  proyectó,  poco 
maduro  aún,  no  pasó  adelante.  Sometióseles  luego  á  la 
Inquisición,  como  apóstatas;  nías  Bleda,  y  el  pbrtugués 


223 

Fonseca,  demuestran  que  sólo  por  el  bien  parecer.*  Nun- 
,  ca  llegó  á  ser  grande  la  severidad  del  Santo  Oficio  con 
ellos,  distando  muchísimo  de  la  que  á  la  sazón  ejercita- 
»  ba  contra  luteranos  y  hebreos;  que  la  realidad  se  im- 
pone siempre  en  la  vida  hasta  á  los  que  más  la  descono- 
cen, y  la  realidad  era  que  aquéllos  supuestos  cristianos 
no  eran  sino  moros  por  convertir  todavía.  De  todos  mo- 
dos, grande  debió  de  ser  la  decepción  de  los  moriscos 
que  habían  pelead,o  contra  los  comuneros  bajo  las  ban- 
deras de  sus  señores,  al  ver  que  el  violento  decreto  de  los 
vencidos  se  confirmaba  y  daba  por  válido  contra  ellos, 
que  se  contaban  entre  los  vencedores.  Por  otra  parte,  las 
desventajas  de  su  nueva  condición  eran  patentes,  por 
más  que  se  fundase  el  cambio  en  incontestables  razones 
teológicas;  y  después  de  aquel  inopinado  arranqué  de 
piedad  de  los  demócratas  comuneros,  toda  solución  pa- 
cífica era  un  sueño,  todo  remedio  resultó  ineficaz,  bien 
que  se  buscasen  con  maravillosa  paciencia  y  constancia 
por  largo  tiempo. 

En  resumen:  la  cuestión  vino  á  ser  de  fuerza,  v  no 
más.  Gomo  tal  se  planteó  en- 1569  y  70  en  las  Alpujarras 
'  con  verdadera  y  prolongada  guerra,  mientras  que  en  las 
costas,  y  en  los  lugares  mismos  de  Aragón  y  Valencia,  to- 
do fué  ya  en  adelante  discordia,  todo  crímenes  y  vengan- 
zas. Sacados  luego  de  sus  casas  millares  de  los  vencidos 
granadinos  y  repartidos  por  la  Península,  logróse  evitar 
así  una  nueva  rebelión  en  las  Alpujarras;  pero  el  reno- 
vado fanatismo  muslímico  de  aquella  gente,  y  su  mal 
apagado^  furor  guerrero,  se  derramaron  en  cambio  por 
todas  partes,  despertando  los  amortiguados  bríos  de  los 
•demás  moriscos,, y  prestándoles  el  coraje  que  les  faltaba 
•para  defenderse  y  ofender  en  la  lucha  que,  más  ó  menos 


I 


254 

latente,  por  donde  quiera  existía  ya  entre  cristianos  vie- 
jos y  nuevos;  La  cólera  es  consejera  de  imposibles,  y 
ella,  sin  duda,  inspiró  á  los  moriscos  la  idea  de  enten- 
derse con  nuestros  enemigos  para  abrirles  las  puertas  de 
la  Península.  Que  algunos  de  éstos  les  dieron  oído  es  in- 
dudable, y  todavía  más' los  cristianos  que  los  propios 
musulmanes  W;  pero  el  peligro  no  llegó  á  ser  grande, 
antes  bien  los  moriscos  granadinos  aprendieron  á  su  cos- 
ta lo  mucho  que  va  de  las  buenas  palabras  á  los  eficaces 
propósitos,  por  la  conducta  que  con  ellos  observaron  sus 
hermanos  de  Gonstantinopla  y  Fez,  y  los  mismos  de  Ber- 
bería durante  la  guerra.  La  mala  intención  era,  sin  em- 
bargo, evidente;  y  el  escándalo,  la  zozobra  de  la  nación 
y  de  sus  políticos  se  concibe  que  no  fueran  leyes.  Lo  que 
Garlos  V,  y  aun  Felipe  II,  podían  afrontar  sin  miedo, 
compréndese  fácilmente  que  alarmara  á  otros  gobernan- 
tes menos  confiados,  y  con  razón,  en  sus  fuerzas.  Todo, 
pues,  contribuyó  á  un  tiempo  para  que  los  moriscos 
llegasen  á  ser  al  fin  la  mayor  de  las  preocupaciones  na- 
cionales. 

Por  mucha  parte  que  diera  en  este  discurso  á  la  histo- 
ria de  la  expulsión,  fuérame  imposible  seguirla  paso  á 
paso.  Saltando,  pues,  por  encima  de  muchos  importan- 
tes incidentes,  llego  ya  á  los  sucesos  que  inmediatamen- 
te la  precedieron.  Ordenóse,  después  de  domados  los 
granadinos,  el  desarme  general  de  los  moriscos  de  Ara- 
gón y  Valencia,  á  los  cuales  no  dejaron  de  hallárseles 
bastantes  armas,  probablemente  preparadas  para  el  in- 


(4)  De  estas  conspiraciones  de  los  moriscos  habla  con  más  datos  y  más 
íicierto  que  en  otras  cosas,  el  Conde  Alberto  de  Circourt,  fíistoire  des  Mo- 
res Mudejares  et  des  Marisques:  París,  4846.— Véase  desde  la  pág.  470  del 
tomo  III  en  adelante. 


225 

tentó,  que  no  osaron  al  fln  cumplir,  de  secundar  la  re- 
belión. Tratóse  á  la  par,  y  con  más  ardor  que  nunca  en- 
tonces, de  convertirlos  por  la  persuasión  á  nuestra  fe, 
pero  siempre  en  vano;  ahora  por  la  repugnancia  de  los 
•  moriscos,  ahora  por  el  desaliento  de  los  catequistas,  to- 
talmente convencidos  va  de  la  inutilidad  de  sus  esfuer- 
zos,  según  se  colige  de  las  cartas  del  Patriarca  y  Arzo- 
bispo Ribera,  así  como  de  Ips  libros  de  Bleda,  Fonseca 
y  Guadalajara,  celosísimos  predicadores,  al  mismo  tiem- 
po que  escritores  diligentes,  los  dos  primeros,  y  tan  sa- 
bio teólogo  como  historiador,  el  último.  Proyectáronse 
tratos  y  conciertos  por  medio  de  conferencias  entre  los 
principales  y  más  doctos  de  los  moriscos  y  cierto  número 
de  prudentes  teólogos,  con  no  mayor  fruto.  Los  más  re- 
fractarios de  nuestros  políticos  á  la  idea  de  la  expulsión, 
comenzaron,  por  tanto,  á  persuadirse  de  que,  voluntaria 
ó  forzosa,  la  salida  de  los  moriscos  de  la  Península  era 
inevitable.  Esto  es  lo  que  palpablemente  se  ve,  registran- 
do los  papeles  de  Simancas,  que  examinó  ya  en  parte 
D.  Modesto  Lafuente,  y  que  yo  he  tenido  á  mano. 

Por  eso  el  Consejo  de  Estado,  verdadero  Ministerio  ó 
Gabinete  de  aquella  época,  se  dirigió  ya  en  1588  á  Feli- 
pe II,  manifestándole  espontáneamente  el  peligro  de 
«que  los  reinos  de  Aragón,  Valencia  y  Castilla  estuvie- 
sen cuajados  y  rodeados  de  tantos  enemigos  domésticos 
como  había  cristianos  nuevos.  >  Á  consecuencia  quizá  de 
tal  consulta,  convocó  el  Rey  en  19  de  septiembre  del 
mismo  año  una  junta,  de  la  cual  formaron  parte  el  Du- 
que de  Alba,  Rodrigo  Vázquez,  el  Conde  de  Chinchón, 
D.  Juan  de  Idíáquez  y  su  confesor,  para  que  el  asunto  se 
tratase.  < Habiéndose  visto  (dice  acerca  de  esta  reunión 
un  extenso  Apuntamiento  que  hay  en  Simancas)  todos 

45 


226 

los  papeles  tocantes  á  los  moriscos  de  España;  habiendo 
platicado  mucho  sobre  ello,  se  resolvieron  que  como  co- 
.sa  tan  importante  y  necesaria,  se  debían  sacar  con  toda 
brevedad  los  moriscos  de  Valencia,  sin  tocar  por  enton- 
ces á  los  de  Aragón  y  Castilla,  alegándose  contra  los  pri-- 
meros^su  proximidad  á  la  marina,  y  tomándose  lenguas 
de  los  demás,  para  saber  si  conspiraban  á  la  sazón  con- 
tra la  seguridad  del  Estado  (0.»  Cuatro  dias  después  vol- 
vió la  propia  Junta  á  reunirse,  y  aconsejó  al  Rey  que 
avisase  en  secreto  á  los  de  más  confianza  que  tuviese,  en- 
tie  los  barones  y  señores  de  Valencia,  lo  que  se  trataba, 
demostrándoles  que  su  propia  seguridad  obligaba  á  de- 
cretar la  expulsión.  Pero  sobre  una  ni  otra  consulta  re- 
cayó, resolución.  Limitóse  Felipe  II  á  oir,  callar  y  medi- 
tar sin  decidir  nada  al  pronto,  que  era  lo  que  de  ordina- 
rio acostumbraba.  No  abandonó,  sin  embargo,  el  Con- 
íiojo  la  demanda.  En  1589  volvió  á  pedir  que  se  tratase 
en  general  la  cuestión,  y  en  1590  propuso  concretamen- 
te que  se  sacase  á  los  moriscos  de  los  lugares  que  habi- 
Lnban  en  el  riñon  de  España,  prefiriendo  que  los  grana- 
dinos volviesen  á  sus  tierras  á  que  continuasen  esparci- 
dos por  las  otras  provincias.  Era  entonces  el  tiempo  de 
tns  alteraciones  de  Aragón,  que  tanto  preocuparon  á 
Felipe  II,  y  hasta  las  deliberaciones  mismas  y  las  con- 
sultas se  fueron  aplazando.  No  se  trató  más  del  asunto 
con  calor  hasta  1595;  pero  desde  él  12  de  marzo  de  di- 
clioaño  hasta  5  de  enero  de  1600,  no -se  dejó  ya,  en 
cambio,  de  la  mano,  sin  que  se  note  diferencia  entre  el 
tiempo  que  todavía  vivió  Felipe  II  y  el  de  su  hijo. 
Formáronse  á  un  tiempo  Juntas  en  Valencia  y  Ma- 

( 1  j    Archivo  general  de  Simancas.  Secretaria  de  Estado,  leg.  nüm.  S42. 


227 

drid;  multipliGáronse  las  consultas  y  las  informaciones 
teológicas  y  políticas;  pidiéronse  aún  Breves  á  Roma 
para  absolver  á  los  moriscos  de  los  delitos  de  apostasía 
y  herejía,  y  para  que  pudieran  dispensar  los  Obispos  á 
los  que  se  hubiesen  casado  en  grados  prohibidos;  se  or- 
denaron rogativas  por  la  conversión  de  los  pertinaces  y 
la  instrucción  de  los  recién  convertidos;  se  tomaron  efi- 
caces, determinaciones  para  construir  ó  reedificar  igle- 
sias y  adornarlas  de  suerte  que  movieran  á  devoción, 
así  como  para  aumentar  y  mejorar  el  clero  de  Valencia, 
aunque  fuese  con  extranjeros,  fundar  seminarios,  erigir 
nuevas  rectorías,  y  dividir  las  parroquias  que  tenían 
anejos  distantes:  procuróse  facilitar,  en  fin,  por  todos 
caminos  el  culto,  la  instrucción  y  el  catequismo.  En  el 
entretanto,  quedó  resuelto,  á  5  de  mayo  de  1595,  que, 
<sin  embargo  de  lo  acordado  anteriormente,  no  se  saca- 
sen de  Vale  acia  los  moriscos  granadinos,  tagarinos  y 
otros  del  reino  de  Castilla,  porque  sería  ocasión  de  alte- 
rarse los  demás;  y  que  tampoco  se  desterrasen  á  los  que 
estaban  conocidos  y  diputados  por  alfaquíes,  y  otros 
que,  habiéndose  criado  en  el  colegio  de  Valencia,  se  ha- 
bían vuelto  á  vivir  entre  los  suyos,  hasta  ver  cómo  re- 
cibían la  instrucción  y  doctrina  que  se  les  mandaba  de 
nuevo  dar  y  ver  cómo  usaban  de  ella  en  adelanto  To- 
do lo  cual  era,  como  claramente  se  advierte,  intentar  un 
postrer  esfuerzo  que,  si  tampoco  daba  resultados,  nece- 
sariamente había  de  arrimar  á  la  expulsión  los  parece- 
res de  todos. 

Y  con  efecto.  Señores:  en  30  de  enero  y  2  de  febrero 
de  1599,  no  bien  comenzaba  ^  reinar  Felipe  III,  la  cóle- 
ra de  niíestros  Consejeros  de  Estado  y  demás  Ministros, 
seglares  y  eclesiásticos,  que  en  el  negocio  entendían, 


\ 


228 

pareció  llegada  á  su  colmo,  vista  la  ineficacia  de  las 
nuevas  concesiones  y  contemplaciones.  Llegóse  á  pro- 
poner al  Rey  entonces  que  mandase  dividir  á  todos  los 
moriscos  en  tres  clases:  la  primera  de  los  que  tuviesen 
entre  quince  y  sesenta  años,  para  ser  todos*  destinados  á 
galeras,  confiscándoseles  los  bienes;  la  segunda  de  los 
que  .alcanzaran  más  de  aquella  edad  y  las  mujeres,  para 
que  fuesen  á  Berbería;  la  tercera  de  todos  los  niños,  los 
cuales  habían  de  destinarse  á  ser  educados  sin  sus  padres 
en  seminarios  católicos.  Ni  tal  rigor  se  quería  para  los 
moriscos  rebeldes  únicamente,  que  aun  los  más  sumisos 
debían  ser  repartidos,  según  el  plan,  por  el  reino,  de  ma- 
nera que  sólo  hubiese  una  casa  de  ellos  entre  cincuenta 
de  cristianos  viejos,  prohibiéndoles  además  todo  comercio 
y  traginería,  y  hasta  que  saliesen  de  sus  casas  de  noche. 
Pero  lejos  de  seguirse  tan  despiadado  consejo,  Feli- 
pe III,  á  ejemplo  de  su  padre,  continuó  por  bastante 
tiempo  inclinado  á  la  blandura  y  paciencia;  lo  cual  des- 
pertó de  nuevo  el  espíritu  de  transacción  en  sus  Minis- 
tros y  Consejeros.  Sabido  es  el  ardiente  celo  con  que  el 
Arzobispo  de  Valencia,  D.  Juan  de  Ribera,  procuró  la 
conversión  primero  y  luego  la  expulsión.  Pues,  entrado 
ya  el  año  de  1600,  debió  de  saber  con  dolor  que  se  ha- 
bía consultado  al  Rey  que  mandara  recoger  los  librillos 
y  edictos  que,  como  prelado,  solía  escribir  y  repartir, 
porque  <se  entendía  que  eran  causa  de  recelo  y  de  in- 
quietud para  los  moriscos.»  Por  aquel  propio  tiempo  se 
ordenó,  por  quien  podia^  al  P.  Bleda,  según  dice  él  mis- 
mo, que  borrase  de  su  obra  sobre  los  Milagros  del  San- 
tísimo Sacramento,  las  palabras  con  que  advertía  que 
los  moriscos  no  lo  reverenciaban  ni  adoraban  (♦).  Gomo 

(1)    Crónica  de  los  Moros,  pág.  885. 


229 
si  tanta  moderación  y  espíritu  de  transacción  no  fuera 
bastante,  consultóse  aún  al  Rey  que  se  prolongaran  más 
y  más  los  plazos  de  los  indultos,  por  aposta*sías  y  here- 
jías; y  no  faltó  persona  de  cuenta  que  opinara  por  que 
no  se  bautizase  más  á  los  niños  moriscos  hasta  que  tuvie- 
sen de  diez  á  doce  años,  dándoles  á  optar  después  entre 
el  bautismo  ó  el  destierro,  con  el  fin  de  que  no  fueran 
cristianos  apóstatas,  como  sin  culpa,  desde  el  forzoso 
bautizo  de  los  comuneros,  teológica  y  jurídicamente  lo 
venían  siendo  (0.  Fué  entonces  cuando  el  espíritu  de 
transacción  llegó  en  reaUdad  á  su  apogeo:  de  allí  adelan- 
te, por  todas  partes  combatido,  declinó  ya  rápidamente. 
Todo  cuanto  inmediatamente  precedió  á  la  expulsión 
está  de  tal  suerte  detallado  en  las  historias  particulares 
que,  no  sólo  fuera  importuno,  sino  inútil  decirlo.  Á  me- 
dida que  la  crisis  se  acercaba,  más  viva  era,  por  fuerza, 
la  lucha  entre  los  que  por  religión  y  convicción  solici- 
taban que  se  expulsase  á  los  moriscos,  y  los  que  se  opo- 
nían á  tan  grave  medida  por  razón  de  Estado,  cuyo  nú- 
mero iba  naturalmente  disminuyendo  al  compás  que 
crecía  el  de  sus  adversarios.  Bleda  que,  años  después  de 
triunfante,  todavía  recordaba  aquella  lucha  con  vivo 
enojo,  atribuía  la  tenacidad  de  sus  contradictores  á  mis- 
terioso influjo  del  Sacramento  que  tenían  los  moriscos 
reeibido,  aunque  por  fuerza  W.  Pero  naturalmente  no 
hubo  otro  influjo  favorable  á  los  moriscos  que  el  de  la 
Razón  de  Estado.  Ella  dictó  sin  duda  el  Real  Mandato 
que  los  Obispos  recibieron,  y,  aunque  no  sin  escrúpulos, 

(O  Está  todo  esto  tomado  de  la  colección  de  Papeles  que  se  vieron  en  el 
Conujo  de  Estado  á  30  de  enero  de  4608  sobre  la  expulsión  de  los  moris' 
eos,  Apuntamiento  curiosísimo  de  su  proceso,  que  existe  en  el  Arcluvo  ge- 
neral de  Simancas.  Secretaria  de  Estado,  leg.  242  ya  citado. 

(2)    Crónica  de  los  Moros^  pá;j;.  881  y  siguientes. 


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230 

cumplieron  de  no  tratar  nada  de  moriscos  con  el  Papa, 
limitándose  á  dar  cuenta  de  cuanto  se  les  ocurriese  á  la 
Junta  que  ivalaha  en  Madrid  el  asunto.  Formada  ésia  en 
su  mayor  parte  de  hombres  legos  y  casados,  como  Ble- 
da  advierte,  por  más  que  tuvieran  otras  prendas,  concí- 
bense  los  escrúpulos,  y  más  bien  sorprende  la  obetfien- 
cia,  tratándose  tantas  veces  de  materias  puramente  es- 
pirituales. 

Lo  que  más  exasperaba  á  los  partidarios  ardientes  de 
la  expulsión  era  ver  que  hasta  e\  último  instante  se  os- 
tentasen protectores  suyos  sujetos  de  n;LUcha  religión  ó 
importancia:  por  ejemplo,  el  Conde  de  Orgaz  en  Madrid, 
y  un  Monseñor  Quesada,  Canónigo  de  Guadix  y  refren- 
dario del  Papa  en  Roma.  Ásperamente  censuró  tanta  in- 
dulgencia Bleda,  que  llegó  á  merecer  el  título  de  cuchi- 
llo de  los  moriscos,  porque  al  propio  Arzobispo  Ribera 
excedía  en  vehemencia,  cuando  en  Roma  se  consintió 
al  fin  en  oírle  sobre  la  materia.  No  quería  el  Papa  traer 
complicaciones  al  Rey  de  España;  y  aunque  natural- 
mente inclinado  á  la  expulsión,  condescendía  con  la 
Razón  de  Estado  que  nuestros  políticos  invocaban  para 
no  decretarla.  Bleda  no  desmayó  por  eso  un  punto,  y 
pública  y  jurídicamente  los  denunció  j-a  al  Papa  como 
apóstatas  y  herejes  en  1608;  no  debiendo  haber  tenido 
poca  parte  en  que  al  flp  se  aconsejase  allí  resueltamen- 
te la  expulsión.  Divertida  sería,  en  verdad,  la  exposi- 
ción de  las  diferencias  literarias  que  sobre  sus  respecti- 
vos méritos  tuvieron  Bleda  y  Fonseca,  acusando  réspe- 
tuosísimamente,  por  su  menor  categoría,  pero  no  sin 
cólera,  el  primero  al  segundo  de  plagiario;  pero  estaría 
muy  fuera  de  lugar  que  con  eso  ocupase  vuestra  aten- 
ción. Lo  cierto  es  que  Fonseca  estuvo  también  en  Roma 


234 

y  ayudó  á  la  expulsión  cuanto  pudo.  Sin  embargo,  fen 
Í605,  y  después  de  los  repetidos  Edictos  de  gracia,  da- 
dos á  instancia  áe  nuestra  óorté,  todavía  escribió  Pau- 
ló V  al  Arzobispo  Ribera  primero,  y  luego  á  los  demás 
Prelados,  recomendándoles  la  instrucción  de  los  moris- 
cos, de  que  ya  todos  desesperaban.  Sobre  eBto  mismo 
deliberó  aún  la  Junta  de  Prelados  reunida  en  Valencia 
á  22  de  noviembre  de  1608,  que  duró  cuatro  meses.  Pe- 
ro ya  para  entonces,  así  Felipe  III  como  Lerma,  esta- 
ban, sin  duda,  resueltos  al  remedio  heroico  que  se  tomó 
poco  después. 

Púsose  la  última  deliberación  en  manos  de  la  llamada 
Junta  de  tres^  compuesta  del  Comendador  Mayor,  jlel 
Conde  de  Miranda  y  del  ,P.  Confesor  Fr.  Jerónimo  Ja- 
vierre.  I^a  consulta  elevada  por  esta  Junta  al  Rey  en  29 
de  octubre  de  1607  (O,  fué  como  el  proemio  de  la  del 
Consejo  de  Estado  de  4  de  abril  de  1609  (2),  sobre  la  cual 
recayó  el  decreto  de  expulsión.  Votóla  aquel  día  el  Co- 
mendador Mayor  de  León,  hombre  prudentísimo  que  la 
había  resistido  por  mucho  tiempo;  votóla  el  Marqués  de 
Velada,  de  grande  experiencia  en  los  negocios  de  paz  y 
guerra;  votáronla  el  Cardenal  de  Toledo,  el  Condestable 
de  Castilla,  el  Duque  del  Infantado,  el  Conde  de  Alba  de 
Liste;  y  no  hay  para  qué  decir  que  también  el  Duque  de 
Lerma.  Toda^  las  disposiciones  para  llevarla  á  término 
se  discutieron  y  consultaron  inmediatamente  después 
por  el  Consejo  de  Estado;  y  luego  al  punto  se  puso  ma- 
nos á  la  obra,  con  toda  la  reserva  posible  al  principio, 
aunque  no  tanta  que  antes  de  estallar  el  trueno,  no  se 
viese  claramente  la  luz  del  relámpago. 

(Ij    Archivo  general  de  Simancas.  Estado  CasliUa,  Icg.  núm,  208. 
[1)    Ibidem,  leg.  208. 


232 

Las  consecuencias  son  ya,  Señores,  bien  conocidas; 
pero  dudo  que  estén  bien  medidas  y  juzgadas.  Habéis 
visto  cómo  las  palabras  de  Escolano  señaron  pronto  á 
arrepentimiento;  y  los  que  más  ardientemente  pedían  la 
expulsión,  la  víspera  de  ser  decretada,  sin  duda  serían 
los  primeros  en  rendirse  á  él,  como  se  ,ve  de  ordinario. 
No  tardó  mucho  el  político  Navarrete  en  censurar  el 
hecho,  renovando  la  pretensión  de  que  con  mejores  tra- 
tos se  habrían  convertido  los  moriscos  en  buenos  cris- 
tianos y  españoles;  y  lo  que  él  tuvo  valor  bastante  para 
imprimir,  pasó  al  fin  á  ser  como  un  axioma  de  nuestros 
economistas,  ó  arbitristas  posteriores.  En  el  entretanto, 
esta  Europa  cristiana,  que  apenas  puede  soportar*  hoy  el 
rezo  muslímico  en  los  confines  del  Asia,  criticaba  acer- 
bamente por  boca  de  sus  hombres  de  Estado,  de  sus  eco- 
nomistas é  historiadores,  el  caso  mucho  menos  singular 
de  que  los  españoles  no  quisieran  seguir  habitando  con 
gentes  á  quienes,  según  dijo  Luis  del  Mármol,  les  falta- 
ba la  fe  y  les  sobraba  el  bautismo;  <que  continuaban 
haciendo  sus  abluciones  y  la  zalá  los  viernes,  á  puerta 
cerrada,  mientras  que  los  domingos  y  días  de  fiesta  se 
encerraban,  en  cambio,  á  trabajar;  llegando  hasta  la- 
var á  sus  hijos  con  agua  caliente,  después  del  bautismo, 
para  quitarles  la  crisma  y  el  olio  santo  del  Sacramen- 
to (0.>  Y  siendo,  en  suma,  tan  enemigos  como  cuando 
se  les  conquistó,  al  comenzar,  el  siglo  decimoséptimo, 
¿no  debemos  creer  que  lo  mismo  que  entonces  se  les  ha- 
bría encontrado  treinta  años  después? 

Pues  recordad,  Señores,  la  tremenda  crisis  por  que  en 
1640  pasó  España.  Sublevado,  y  al  fin  separado  Portu- 
gal; invadido  y  perdido  el  Roselíón;  anexionada,  aun- 

(4)    D$l  rebelión  y  castigo  de  los  morisooSt  foL  32  vuelto. 


/ 


233 

que  temporalmente,  Cataluña  á  la  Francia;  frecuente- 
mente embestidas  sus  colonias  inmensas,  y,  con  la  rui- 
na de  sus  escuadras,  acosado  de  piratas  su  comercio  en 
todos  los  mares;  luchando  sin  fortuna,  aunque  no  sin 
gloria,  en  Italia  y  Flandes,  por  mantener  su  posición  en 
el  mundo,  quizá  ningún  pueblo  se  haya  visto  cercado 
de  mayores  peligros  jamás.  Aquella  corte  tan  criticada, 
aquellos  Ministros  tan  odiosos,  aquella  generación  tan 
calumniada,  hicieron  algo,  que  no  todas  las  Cortes,  Mi- 
nistros y  pueblos  han  hecho  siempre  en  parecidas  cir- 
cunstancias. Pero  notorio  es.que  hubo  momentos  en  que 
la  total  ruina  de  la  nación  parecía  inevitable.  ¿Y  quó 
habría  sucedido  entonces,  si  una  insurrección  general 
de  moriscos,  principalmente  en  Aragón  y  Valencia,  hu- 
biera estallado  al  calor  de  las  otras,  por  los  propios  días 
en  que,  merced  á  la  conquista  del  Rosellón  y  la  alianza 
de  los  rebelados  catalanes,  casi  tocaban  al  Ebro  las  ar- 
mas francesas?  Á  falta  de  altas  y  nobles  condiciones  de 
carácter,  tenía  Lerma  una  prudencia  grandísima;  y  to- 
da su  política  da  á  entender  que  no  ignoraba  lo  mucho 
que  había  de  artificial  é  inconsistente  en  nuestra  gran- 
deza. No  es,  pues,  infundada  la  sospecha  de  que  aquel 
Ministro  adoptase  con  profunda  intención  política  una 
medida  que,  de  no  adoptarse,  habría  dado  lugar,  pro- 
bablemente, á  mayores  males  que  dio  la  expulsión. 
.  Pudiera  iniciar  España  su  verdadera  constitución  na- 
cional con  distinta  política;  pudiera  no  haberse  dejado 
poseer  del  amor  á  la  unidad  religiosa,  hasta  el  punto  de 
querer  ya  expeler  á  los  declarados  mahometanos,  no 
bien  enjuta  la  tinta,  como  los  moriscos  decían,  con  que 
se  escribió  la  capitulación  de  Granada  (^);  más  fácilmen- 

{\)    Véase  para  esta  frase,  y  toda  esta  materia,  el  cap.  IX^  libro  según* 


234 

te  pudieran  aún  alghnos  de  sus  hijos,  y*  señaladamente 
los  demócratas  comuneros,  excusar  la  gran  violencia 
del  bautismo  forzoso';  pudieran,  en  fin,  los  gloriosos  con- 
quistadores de  Granada  y  descubridores  de  América,  no 
fundar  la  Inquisición,  ó  aceptar  por  entero,  después  de 
fundada,  la  palmaria  inconsecuencia  de  quemar  sin  mi- 
sericordia á  unos  herejes  y  apóstatas,  y  consentir  que 
otros  apóstatas  y  herejes  viviesen  libremente  bajo  su 
imperio:  todo  esto  se  concibe  al  cabo  y  al  fin;  pero  de 
antecedentes  tan  opuestos  como  ofrecía  en  1609  nuestra 
historia,  difícil  sería  deducir,  aunque  enmudecieran  los 
laechos,  que  debiese  conservar  España  una  gente  que,  á 
pesar  de  su  literatura  aljamiada  y  de  sus  costumbres  en 
parte  castellanas,  hubiera  quizá  llegado  á  este  siglo  tan 
mahpmetana,  ó  pt)co  menos,  como  en  los  días  de  la*  ex- 
pulsión. 

Ni  hay  que  formar  opuestos  cálculos,  fundándose  en 
las  conversiones  lentas,  pero  ciertas,  que  debieron  de 
operarse  en  los  moros  mudejares  durante  los  siglos  me- 
dios. Entonces  quedaban  todavía  tierras  de  moros  en  la 
Península,  y  cuando  era  un  reino  de  ellos  conquistado, 
los  más  guerreros,  los  más  sabios,  los  más  discretos,  los 
que  en  toda  raza  y  pueblo  forman  el  espíritu  y  llevan 
la  voz,  emigraban  indudablemente  al  otro  lado  de  la 
nueva  frontera,  dejando  sólo  con  nuestros  padres  á  los 
más  pobres,  á  los  más  dóciles,  á  los  fáciles,  en  fin,  ^e 
asimilar,  convertir  ó  exterminar  poco  á  poco.  Ni  pudo 
ser  otra  la  causa  de  que  se  ostentase  en  Granada  la  mo- 
risma mucho  más  inteligente,  culta,  valerosa  y  sober- 
bia que  en  ninguno  otro  de  los  reinos  moros,  anterior- 

* 

do  de  la  obra  de  Luis  del  Mármol,  qae  contiene  la  defensa  y  jastificacióa 
de  los  moriscos. — Del  rebelión  y  castigo  de  los  moriscos^  fol.  38. 


235 

m^te  conquistados.  Concentróse  allí,  sin  duda,  la  flor, 
la  substancia  del  islamismo  español;  y  es  tan  verdad  es- 
to; que  los  moros  granadinos  resistieron  como  ningu- 
nos, y  desde  los  primeros  tiempos  de  vasallaje,  que  se 
les  sujetase  á  nuestras  leyes,  bien  que  ya  no  tuvieran 
apoyo  alguno  en  la  Península;  sólo  ellos  se  atrevieron 
al  fin  á  emprender  y  mantener  una*  larga  guerra  de  in- 
dependencia; y  aun  diseminados  por  el  resto  de  España, 
como  he  dicho,  ellos  solos  hicieron  reverdecer  el  isla- 
mismo, hasta  allí  inerme  y  tímido,  en  Valencia,  Ara- 
gón y  Castilla. 

Muy  en  otra  situación  que  sus  antepasados,  los*  mo- 
riscos que  hacia  1609  y  1610  quedaban  en  España,  te- 
nían cortada  la  retirada  por  el  brazo  de  mar  que  nos  * 
separa  de  África;  y  aunque  muchos  pasasen  allí  volun- 
tariamente, como  refiere  Haedo,  y  aunque  otros  muchos 
se  alegrasen  de  pasar,  al  tiempo  de  la  expulsión,  según 
dicen  nuestros  historiadores,  lo  cierto  es  que  los  más 
preferían  ser  á  un  tiempo  moros  y  españoles,  viviendo 
donde  habían  nacido  y  como  habían  nacido,  guardando 
á  la  par  su  patria  y  su  fe.  Proponíanse  de  este  modo,  y 
por  razones  plausibles,  perseverar  en  una  conducta  que 
por  otra  parte  los  hacía  incompatibles  con  nuestra  na- 
ción, tal  como  estaba  constituida  entonces,  y  aun  como 
lo  está  actualmente.  ¿Qué  remedio  pacífico,  suave,  exen- 
to de  daños;  cabía,  pues,  en  tal  contradicción  de  miras 
é  intereses? 

Ninguno,  Señores,  me  atrevo-  á  decir;  y  pongo  fin  con 
este  aserto  á  mi  largo  discurso.  Las  naciones,  y  todavía 
más  sus  gobiernos,  deben  considerar  muy  despacio  las 
novedades  que  admitían  ó  introducen  en  el  cuerpo  social, 
porque  ellas  tienen  que  dar  á  la  larga  ^s-consecuencias 


236 

lógicas;  y,  cuando  las  dan,  no  hay  más  desairado  empe- 
I  ño  que  el  de  pretender  sustraerse  á  ellas.  Bien  sé  yo  que 

no  es  fácil  medir  de  un  golpe,  y  desde  muy  de  lejos,  to- 
do lo  que  han  de  engendrar  los  hechos  que  de  presente 
se  realizan;  y  aun  por  eso  mismo,  tantos  conflictos  y 
'  tantas  revoluciones  son  históricamente  inevitables.  Pe- 
ro han  de  tener  valor  y  honrado  criterio  en  tales  casos, 
lo  propio  que  los  individuos  las  naciones,  aceptando  con 
;  viril  resignación  la  responsabilidad  de  los  errores;  no 

de  otra  suerte  que  se  aceptan  con  orgullo  los  aciertos, 
/  aunque  procedan  de  instituciones  y  personas,  no  para 

todos  simpáticas  hoy. 

Á  la  verdad,  el  mal  de  la  expulsión  no  fué  al  fin  y  al 
cabo  tan  grande  como  después  se  ha  dicho,  dado  que  las 
partes  en  que  había  más  moriscos  se  repoblaron  bien 
pronto,  y  todavía  son  más  ricas  y  están  mejor  cultiva- 
1  das  que  otras  muchas  de  la  Península.  Nada  hay  que  se 

¡  reponga  tan  pronto  como  la  población,  donde  hay  me- 

dios naturales,  ó  industriales,  para  que  se  alimente;  y  el 
sol  y  las  acequias,  obra  en  más  parte  que  se  piensa  de 
cristianos,  repararon  insensible  y  bastante  rápidamente 
los  daños.  Pero  grandes  ó  pequeños,  y  más  ó  menos  du- 
;  raderos,  no  hay  otro  remedio,  en  fin,  que  dejar  de  acha- 

cárselos exclusivamente  á  Felipe  III  y  su  Ministro  Ler- 
I  ma,  que  hartos  pecados  sin  eso  tienen.  La  responsabili- 

>  dad  será  siempre  de  España,  de  generaciones  enteras  de 

españoles,  de  nosotros  mismos;  que  no  habíamos  de  he- 
redar tan  sólo  las  vanidades  de  O  tumba,  Pavía,  San 
Quintín  ó  Lepante,  sino  que  con  igual  razón  tenemos 
que  recoger  las  censuras  que  merezca  nuestra  patria  en 
la  historia. 

He  dicho. 


APÉNDICES  AL  DISCURSO 

DRL 

ExcMO.    Sr.  D.   EDUARDO  SAAVEDRA. 


j^JPENDIOE  I. 

ÍNDICE  GENERAL  DE  LA  LITERATURA  ALJAMIADA. 

Ea  el  tiempo  que  ha  mediado  desde  que  acabé  mi  discurso 
hasta  su  impresión,  he  ordenado  y  completado  las  notas  que 
tenía  acerca  de  los  escñtos  de  los  mudejares  y  moriscos  en  len- 
gua castellana,  así  en  caracteres  árabes,  como  en  los  latinos 
qne  comunmente  usamos.  En  esta  lista,  que  he  llamado  índice, 
por  considerar  que  no  merece  el  título  de  Catálogo,  van  los 
manuscritos  de  las  Bibliotecas  públicas  antes  que  los  de  las  co- 
lecciones particulares,  y  en  cada  una  según  la  numeración  de 
sus  signaturas.  Cuando  no  se  hace  mención  expresa  de  los  ca- 
racteres, se  entiende  que  son  los  arábigos. 

ün  Catálogo  completo,  razonado  y  sistemático,  con  un  estu- 
dio de  los  originales  árabes  de  cada  libro,  y  extractos  y  análisis 
de  su  contenido,  es  obra  que  me  han  impedido,  primero  mis 
ocupaciones  y  después  mi  estado  físico;  pero  confío  que  no  fal- 
tará quien  pueda  emprenderla,  si  no  alcanzo  algún  día  la  satis- 
facción de  llevarla  á  cabo. 


Bib.  Nac.  de  Madrid,  D.  113. 

El  Alcorán  abreviado  y  traducido  en  castellano.  Año  1462. 
Según  el  catálogo  de  mas.  de  Iriarte,  existía  este  códice,  es«- 


238 

crito  en  caracteres  latinos,  junto  con  una  copia  del  Breviario 
f  Miim,<5on  el  nombre  de  D.  Y9aSedih  (nums.  11,  m  y  LXXII);  pe- 
ro eu  el  día  no  se  halla.  Se  menciona,  sin  embargo,  por  si  llegara 
á  encontrarse  en  otra  parte  libro  tan  intetesante,  que  debía  con- 
tainer el  compendio  usual  del  Alcorán,  ó  sean  los  pasajes  que  e? 
costumbre  leer  en  los  ai^aes  ú  oraciones  públicas.  Estos  pasajes 
consisten  en  las  alecLS  ó  versículos  más  importantes  de  las  obo- 
ra3  ó  capítulos  largos,  y  en  los  cortos  íntegros  que  se  hallan  al 
final  de  todos.  La  composición  ordinaria  de  este  compendio  es 
\ñ  aiguiente,  que  se  coloca  aquí  para  no  repetirla  en  los  muchos 
lugares  en  que  se  ha  de  mencionar,  sino  en  cuanto  difiera  de  ella: 
I;  II,  1—4,  256-259;  284—286;  lU,  1—4,  16,  mitad  déla  17, 
2h,  26;  IX  129,  130;  XXVI,  78—89;  XX\Tn,  parte  de  la*88; 
XXX,  16—18;  XXXni,  40-43;  XXXVI;  LXVII;  LXXVm 
— CXIV. 

U. 


Bib.  Nac.  de  Madrid,  G.  438. 

Un  códice  en  folio,  encuadernado  en  pergamino,  bien  conser- 
vado, letra  de  fines  del  siglo  xvi. 

«Brebiario  <;unni  ó  cerímoniario  de  la  seta  de  Mahoma  para 
conocer  y  qualificar  las  cerimonias  de  moros,  compuesto  por  y^ 
Jedih,  moro  de  Segouia,  año  1462.  > 

■Está  puesto  al  fin  del  una  Eelacion  sacada  por  el  Sr.  In- 
qui."^^  doctor  (jarate  de  las  cerimonias  que  tienen  los  moros  y 
de  otros  Bitos  que  tienen  sacado  todo  del  Alcorán  de  mahoma 
y  de  otras  partes.» 

La  primera  parte  es  un  ejemplar,  de  los  núms.  III y  LXXII, 
que  perteneció  primero  al  Dr.  Martín  Vázquez  Siruela,  Racio- 
nero de  Sevilla;  la  segunda  parte,  dividida  en  otras  dos,  una  * 
relativa  á  los-  preceptos  coránicos  y  otra  á  las  costumbres,  al 
lado  de  muchas  cosas  exactas  contiene  multitud  de  errores  que 
manifiestan  lo  mal  que  el  Dr.  Zarate  había  estudiado  la  doc- 
trina mahometana. 


239 

Bib.  Nac.  de  Maclrid,  Q.  ^93. 

Un  códice  en  4.<^,  letra  del  siglo  xvi,  en  caracteres  latinos, 
maltratado.  Empieza  con  este  epígrafe: 

«Este,  es  un  memorial  y  sumario,  de  los.  prin9Ípales.  man- 
damientos, y  debedamientos.  de  nuestra,  santa,  ley  y  9unna.» 

La  subscripción  dice: 

«Cumplióse  este  libro  brebiario  9unnique  copilado  por  el 
omrrado  sabidor  don  y<;e  de  chébir,  mufti,  alfaquí  mayor  de  los 
mu^illmes  de  Castilla,  alimón  de  la  muy  onrrada  alchama  de 
Segobia,  -en  l'almazcbid  de  la  dicha  9¡udad,  en  el  año  de  mil  y 
quátrozientos  y  efesenta  y  dos.  Conbengalo  el  Soberano  en  su 
santa  gloria.  Emin  rabiylalamine.i  (V.  los  núms.  II  y  LXXII.) 

Al  final^  y  después  de  la  subscripción,  van  añadidos  los  si- 
guientes capítulos: 

«Capítulo  61.  de  las  demandas  de  muge. 

Capítulo  62.  de  las  demandas  de  los  judíos.  • 

Capítulo  63.  del  sueño  del  9alhe  de  túnez. 

Capítulo  64,  del  Recontamiento  del  biejo  de  damasco. 

Capítulo  65.  del  Regimiento  de  las  doze  lunas  del  año  y  de 
los  dias  alfadilossoá,  de  dayuno  y  a9aláes. 

Capítulo  66.  del  Recontamiento  del  hijo  de  Omar  con  la 
judía.  1 

IV. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Aa.  168. 

«Apología  contra  la  ley  cristiana.» 

Un  tomo  en  8.0  encuadernado  á  la  morisca,  primorosamente^ 
escrito  en  caracteres  latinos,  letra  del  siglo  xvn. 
,  Es  un  tratado  contra  los  catorce  artículos  de  la  fe  de  la  doc-. 

trina  cristiana,  escrito  de  orden  de  Muley  Zaidán,  por  Mu- 


240 

hammad  Alguazir.  Sigue  un  corto  tratado  de  los  atributos  de 
Dios,  idéntico  al  del  Ce.  170.  (Núm.  VI.)  La  letra  es  de  la  mis- 
ma época  y  estilo  é  igual  ortografía,  pero  de  distinta  mano. 

En  este  ejemplar  hay  una  cita  árabe  que  quedó  en  blancí)  en 
el  núm.  VI. 

V. 

,  Bib.  Nac.  de  Madrid,  Ce.  169. 

Un  tomo  en  4.o  Falta  la  mitad  de  la  primera  hoja  y  algunas 
al  fin:  caracteres  latinos. 

€Comenta9Íon  sobre  un  tratado  que  conpuso  ybrahim  de 
bolfad,  be9Íno  de  Arjel,  <;iego  de  la  bista  corporal  y  alumbrado 
de  la  del  cora9on  y  entendimiento.» 

Tiene  por  título  en  la  guarda:  f  Exposición  de  algunos  pasa- 
jes del  Alcorán,  con  unos  versos  castillanos,  juntamente  con  el 
texto  arábigo,»  de  letra  de  Casiri. 

Su  autor  es  sin  duda  el  Refugiado  en  Túnez,  autor  del  nú- 
mero LXXI;  como  se  ve  por  el  estilo,  la  ortografía  de  ambas  len- 
guas y  el  pasaje  del  libre  albedrío.  La  letra  es  idéntica. 

VI. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Ce.  -170. 

€  Explicación  de  la  ley  mahometana  por  un  anónimo.» 

Un  tomo  en  4.®  con  79  hojas,  falto  de  la  primera;  pero  no 
parece  faltar  nada  del  texto. 

Caracteres  latinos.  Páginas  recuadradas  de  negro. 

Después  de  un  prólogo,  trata  de  los  veinte  atributos  de  Dios, 
y  lo  que  es  posible  é  imposible  en  su  esencia;  seguido  de  un 
tratado  del  a<;ala  con  los  alguados  y  atahores,  acabando  con 
los  ayunos.  Es  exposición  de  la  doctrina  de  Mélique,  idéntica  á 
la  del  núm.  1.^  del  Ce.  174  (núm.  IX),  aunque  variado  el  or- 
den de  los  capítulos  y  con  alguna  supresión. 

Dentro  del  libro  hay  metida  una  página  de  otra  copia  de  la 
misma  letra,  recuadrada  de  carmín  y  con  epígrafes  encarnados. 


H\ 


VII. 
Bib.  Nac.  de  Madrid,  Ce.  474. 

Suma  teológica  mahometana,  principalmente  según  Abuha- 
niía. 

Tratado  muy  detenido  de  los  cinco  artículos  de  la  fe  muslí- 
mica, seguido  de  los  pecados  mortales,  con  citas  de  lín  romance 
morisco  y  dos  sonetos  de  Lope  de  Vega.  Es  déla  letra  del  Refu- 
giado en  'rúnez  (núm.  LXXI)  y  escrito  después  de  la  expulsión. 

Tiene  por  título  en  la  guarda  «Artículos  de  la  ley  mahome- 
tana y  explicación  de  ella  en  Castellano  pot*  un  Anónimo.» 

vm. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Ce.  473. 

Códice  en  4.0,  escrito  con  letras  latinas,  de  principios  del  si- 
glo xvn  ó  fines  del  xvi,  con  las  páginas  recuadradas,  sin  prin- 
cipio ni  fin,  falto  de  algunas  hojas  intermedias,  con  papel  del- 
gado; encuademación  árabe. 

Es  un  paralelo  y  concordancia  de  las  religioties  cristiana, 
jadáica  y  mahometana,  fundado  en  textos  de  la  Sagrada  Escri- 
tura y  de  los  Santos  Padres.  Discute  y  compara  diversas  here- 
jías, principalmente  las  arriana,  ebionita  y  «lutera,»  y  á  la  «ygle- 
sia>  católica  la  llama  cpapística.»  Cita  el  Antiálcorán,  tal  vez  el 
que  fué  impreso  en  1532,  por  Bernardo  Pérez  de  Chinchón. 

En  la  guarda  dice  t  Apología  contra  la  religión  christiana.» 

Esta  obra  pudiera  ser  la  del  Maestro  de  Teología  Juan  Al- 
fonso, citada  en  Ce.  169  (núm.  V),  pág.  12  v.,  que  constaba 
de  más  de  cuarenta  cuadernos. 

IX.     • 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Ce.  474 

Códice  en  8.o,  con  caracteres  latinos,  letra  del  siglo  xvn;  en- 
cuademación ^1  pergamino;  adornos  moriscos  de  tinta  común. 

46 


242 
Contiene: 

1.°    Un  epígrafe  que  dice: 

c Razón  duerme 
trayzion  bela 
Justizia  falta 
inalizia  Reina,  d 

2.°  Explicación  de  las  palabras  tbizmi  yliahi  yRahmeni 
yRahim.> 

3.°  Explicación  de  las  palabras  cmonafique,  guachib,  mosz- 
tahel,  chaiz  y  El  tacli.» 

4.°    Una  corta  invocación. 

5.°    iHotba  de  la  Pascua  del  annabi  Muhamad  zalam.T^ 

6.^  Cinco  azoras  del  Alcorán  (CIX,  CXIV,  CXIH,  XCVII, 
XCIX),  en  árabe  con  caracteres  latinos. 

7.°  Tratado  de  la  doctrina  mahometana  según  el  rito  de 
Mélique.  Copia  igual  al  Ce.  170  (núm.  VI),  aunque 
variado  el  orden  de  algunos  capítulos. 

8.°  Explicación  de  las  palabras  «Alliandu  lillahi  guzalatu 
guazalem  rrazulullahi.» 

Á  la  vuelta,  «El  haude.=Es  la  balsa  de  nuestro  alnabi.» 

9.°  «Declaración  de  la  palabra  de  laylaha  ylalla  muhamad 
rrazulu  alla,i  precedida  de  una  invocación;  con  va- 
rios ejemplos  del  mancebo  que  salvó  á  su  madre,  de 
los  dos  pescadores,  de  los  santos  que  recogían  dinero» 
de  la  tela  que  no  se  acababa,  etc. 
10.°  Breve  reseña  de  las  principales  herejías  muslímicas  acer- 
ca de  las  relaciones  entre  Dios  y  el  mundo. 

U.°  Historia  abreviada  de  la  doncella  Arcayona,  hija  del 
rey  Aljafre. 

Á  la  vuelta  las  cuatro  lenguas  en  que  han  sido  reveladas  1^ 
escrituras. 

12.°    Tratado  de  «lo  qu'  es  forzoso  y  ynpusible  en  los^pro- 
fetas.» 


243 

13.0  Excelencias  de  la  palabra  «laylaha  ylalla  muhamad 
rrazula  alia»  (sin  concluir). 

14.0  Historia  de  un  profeta  y  una  profetisa  del  tiempo  de 
Mahoma. 

Á  la  vuelta,  efectos  de  las  palabras  «alhandu  lillahit,  en  el 
estornudo  y  dolor  de  muelas. 

15.0  Sabiduría  de  Dios  manifestada  en  la  naturaleza.  Tro- 
zo notable,  en  que  se  llama  moro  el  autor. 

16.0  Discusión  contra  la  divinidad  de  Cristo  y  contra  la 
Trinidad. 

17.0  cBreve  conclusión  contra  la  Trinidad  y  el  culto  cris- 
tiano.» 

18.0  c Conclusión  con  que  se  aberigua  la  falsedad  en  la  rreli- 
jion  cristiana  con  sus  mesmos  ebanjelios»  (falta  una  hoja  do- 
ble). Tiene  la  historia  del  rey  Jesús  que  se  sacrificó  por  Ega. 

19.0  Una  fecha  del  año  1031  en  que  se  acabó  de^escribir  el 
Hbro. 

20.O  Un  romance  contra  la  religión  cristiana,  compuesto  en 
1031  según  su  contexto. 

21.0  Noticias  de  Yman  el  haramayni,  Sayje  abanabi  chan- 
bray,  Zide  abnuruste,  Abubacre  ybenu  alarbi,  y  Cadada,  ascen- 
diente de  los  reyes  de  Granada. 

22.0     €  Remedios  devotos  contra  los  sueños  y  el  ojo.i 

23.0  «Romanzo  echo  por  Juan  Alonso  aragonés  á  la  rreli- 
jion  yspana.» 

El  título  de  la  guarda  es  «Diversas  historias  y  apología  contra 
la  Belijion  Christiana  y  el  Romance  de  Juan  Alonso  Aragonés. » 

Debió  escribirse  en  Túnez,  porque  de  una  medida  que  cita 
pone  la  equivalencia  tunecina. 

X. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  I. 

Códice  en  folio  mayor,  esmeradamente  escrito  y  muy  bien 
conservado,  excepto  la  encuademación,  que  está  muy  deterio- 


244 

rada  y  es  antigua:  340  hojas  útiles  y  tres  de  la  tabla:  letra  del 
siglo  XVI.  Cabezas  délos  capítulos  iluminadas  con  adoraos  mo- 
riscos muy  bien  dibujados,  que  pueden  servir  de  modelo  en  su 
género. 

«Alquiteb  de  Samarcandi.» 

Es  traducción  del  libro  titulado  «Excitación  á  los  descuida- 
dos,»  compuesto  por  «Abulleit  Na9ar,  fijo  de  Mohammad  ibno 
Ibrahim,  fijo  de  Alhatab  Asamarcandio.  i  Este  célebre  juriscon- 
sulto escribió  muchas  obras  y  vivió  en  el  siglo  iv  de  la  hégka. 

Ésta  es  la  tabla  de  los  capítulos,  copiada  por  D.  Pascual  d^ 
Gayangos,  y  numerada  para  mayor  claridad: 

Cap.  1.  En  el  debdo  del  preicar;  fol.  1. 

2.  En  el  apuramiento  y  en  la  ufana;  2. 

3.  En  el  espanto  de  la  muerte  y  su  fortaleza;  9. 

4.  En  el  aladeb  de  la  fuesa;  14. 

5.  En  los  espantos  del  dia  del  judicio;  20. 

6.  En  la  senblan9a  de  los  del  fuego;  25. 

7.  En  la  senblan9a  de  los  del  alchanna;  31. 

8.  En  lo  que  se  a  esperan9a  en  la  piadad  de  Allah;  86. 

9.  En  mandar  con  las  buenas  obras  y  devedar  lo  malo;  40. 

10.  En  la  rrepintencia;  46. 

11.  Otro  en  la  rrepintencia;  50. 

-12.  En  el  obedecer  al  padre  y  á  la  madre;  56. 

13.  Otro  en  el  obedecer  al  padre  y  á  la  madre. 

14.  En  el  derecho  del  fijo  sobre  el  padre;  60. 

15.  En  el  apallegar  los  parientes  de  par  de  madre;  62. 

16.  En  el  derecho  del  vecino;  66. 

17.  Del  pastoflo  del  bebedor  del  vino;  67. 

18.  En  el  pastoflar  el  mentiroso;  72. 

19.  En  el  trestallar  á  las  gentes;  75. 

20.  En  el  rrevolvedor  malsine;  81. 

21.  En  la  envidia;  84. 

22.  En  la  grandia;  88. 


245 

23.  En  el  recardear;  91. 

24.  De  pastoflar  el  reír;  93. 

25.  En  el  paciguar  la  saña;  97. 

26.  En  guardar  la  lengua;  102. 

27.  En  la  golosía  y  en  la  larga  cobdicia;  106. 
*  28.  En  la  ibantalla  de  la  pobrera;  109. 

29.  En  desechar  el  mundo;  110. 

30.  Jln  la  sufrencia  sobre  el  albalé;  121. 
31*  Del  sufrir  sobre  las  almocibas;  127. 

32.  En  el  alfadila  del  alguado;  131. 

33.  En  los  cinco  a9aláes;  134. 

34.  En  el  abantalle  del  pergüeno  y  él  alicama;  142. 

35.  En  los  atahores  y  aliupiamientos;  147. 

36.  En  el  alfadila  del  aichomua;  148. 

37.  En  la  jornada  á  la  me9quida;  151. 

38.  En  el  alfadila  de  la  a9adaca;  153. 

39.  De  lo   que  es  desviado  del   albalé  al  facedor^a^ada- 
ca;157. 

40.  En  el  alfadila  del  mes  de  Arramadan;  160. 

41.  En  el  alfadila  de  los  diez  dias;  164. 

42.  En  el  alfadila  del  dia  del  axora;  166. 

43.  En  el  dayuno  de  gracia  y  en  el  dayuno  del  mes  de  Re- 
cheb;  168. 

44.  En  la  despensa  sobre  la  familia;  171. 

45.  De  cómo  se  deben  tratar  los  cativos  y  sirvientes;  173. 

46.  En  fazer  bien  á  los  güérfanos;  174. 

47.  En  el  aziné;  176, 

48.  En  comer  el  logro;  179. 

49.  De  lo  que  vino  en  los  pecados;  181. 

50.  De  lo  que  vino  en  las  enjurias¡  188. 

51.  En  la  piedad  y  buen  deseo;  188. 

52.  Eo  aber  temor  ad  AUah  taála;  191. 

58.  De  lo  que  vino  en  el  nombramiento  de  Allah  taála;  10o. 
54.  Eu  la  rrogaria;  198. 


f  246 

b  55.  De  lo  que  vino  en  el  ta9bihar,  201. 

I  56.  En  el  a9ala  sobre  el  anabí;  202. 

F  57.  En  lo  que  vino  sobre  la  palabra  de  la  áUaha  Ha  aUa- . 

hu;  204. 

58.  En  lo  que  vino  en  la  ibantalla  de  leer  el  alcorán;  208. 

59.  En  la  ibantalla  de  la  sabiduría;  211. 

60.  En  el  obrar  con  sabiduría;  215. 
f-  '                          61.  En  la  ibantalla  de  aconpañar  con  los  sabios;  218. 

62.  En  el  agradecimiento;  221. 

63.  En  la  ibantalla  del  percacjar;  221. 

64.  En  la  tacha  del  perca9ar  y  lo  haram;  224. 

65.  En  la  ibantalla  de  dar  á  comer  la  blanda;  227. 

66.  Y  las  buenas  costunbres;  229. 

67.  En  la  estribancia  con  AUah;  231. 

68.  En  la  linpieza;  234. 

69.  En  aber  vergüeu9a;  237. 

70.  En  obrar  con  enía;  239. 

71.  En  el  marabillar  y  presumir;  243. 

72.  En  la  ibantalla  del  alhach;  245. 

73.  En  la  ibantalla  de  la  guerra  y  el  fazer  alchihed;  248. 

74.  En  la  ibantalla  del  mantener  frontera;  250. 

75.  En  la  ibantalla  del  tirar  y  el  cavalgar;  252. 

76.  En  la  dotrina  de  la  guerra;  253. 

77.  En  la  ibantalla  de  mohamad;  254. 

78.  En  el  derecho  que  tiene  el  marido  sobre  su  muger;  259. 

79.  En  el  derecho  que  tiene  la  muger  sobre  su  marido;  260. 

80.  En  adobar  entre  las  gentes;  261. 

81.  En  el  me9clar  con  el  rroy;  263. 

82.  En  la  ibantalla  del  enfermo;  266. 

p,;-4    '  83.  En  la  ibantalla  del  a9ala  de  gracia;  268. 

84.  En  el  cunpUr  el  a9ala  y  el  umillar  en  él;  270. 

85.  En  las  rrogarias  y  ata9bihe8;  273. 

86.  En  el  buen  tratamiento;  277. 

87.  En  el  obrar  con  la  saña;  279. 


L 


247 

88.  En  el  entristecimiento  sobre  los  fechos  de  la  otra  vi- 
da; 281. 

89.  De  lo  que  fué  dicho  de  cómo  amanece  el  onbre;  283. 

90.  En  pensar  en  tomar  dexenplo;  286. 

91.  En  el  alhadiz  de  mu9e;  290. 

92.  En  las  rraíones  de  Abi  Darri  ilgaferi;  299. 

93.  En  el  entrometer  en  la  obedencia;  303. 

94.  En  la  enemiganfa  del  axaitan  y  en  conocer  sus  enga- 
ños; 307. 

95.  En  el  contentar  con  el  juzgo  de  AUah  y  su  ordenamien- 
to; 312. 

96.  En  pédricas;  315. 

97.  De  rracontaciones;  317. 

98.  En  el  alhadiz  de  Alidáchel  el  malo;  328. 

99.  De  lo  que  vino  en  los  dexadores  del  a9ala;  338, 

XI. 
Bíb.  Nac.  do  Madrid,  Gg.  3. 

Códice  en  folio  mayor,  muy  bien  escrito  y  conservado^  en- 
cuadernado en  pasta  con  cubierta  ó  tapa  de  piel  á  usanza 
oriental:  160  hojas  útiles  y  dos  de  índice,  que  no  llega  más  que 
al  fol.  41.  Letra  del  siglo  xv.  Iluminaciones  y  adornos  menos 
perfectos  que  los  del  libro  anterior,  pero  hechos  con  notable 
soltura. 

f  Alquiteb  de  la  tafria,>  por  «Abulcacim  Obeydalá  ibn  Alho- 
cein  ibn  Chelab,  Alba9rí  Almeliquí.»  Es  traducción  de  la  obra 
titulada  «Ascensión  á  las  cumbres,»  que  está  dividida  en  los 
libros  siguientes: 

1.°  El  alquiteb  del  atahor;  fol.  1. 

2.°  El  alquiteb  de  los  aíjaláes;  9. 

3.^  El  alquiteb  del  azaque;  30. 

4.0  El  alquiteb  del  dayuno;  40. 

5.0  El  alquiteb  de  las  alchane<;as;  47. 

6.0  El  alquiteb  del  alhache;  48. 


í 


248 

7.0  El  alquiteb  del  alchihed;  63. 

8.0  El  alquiteb  de  las  promesas  y  juramentos;  65. 

9.0  El  alquiteb  de  las  adahéas;  70. 

10.  El  alquiteb  de  las  fadas;  71. 

11.  El  alquiteb  de  la  ca9a;  72. 

12.  El  alquiteb  de  las  degüellas;  73. 

13.  El  alquiteb  de  las  proviendas;  73. 

14.  El  alquiteb  de  los  brebajes;  74. 

15.  El  alquiteb  de  los  testamentos;  76. 

16.  El  alquiteb  del  ahorrar  y  del  enseñorear;  78. 

17.  El  alquiteb  de  ahorrar  después  de  dias;  81. 
48.  El  alquiteb  de  fazer  carta  al  cativo;  82. 
19/  El  alquiteb  de  las  madres  de  los  fijos;  85. 

20.  El  alquiteb  de  los  matrimonios;  86. 

21.  El  alquiteb  del  atalac  y  lo  que  le  toca;  100. 

22.  El  alquiteb  de  las  vendidas;  114. 

23.  El  alquiteb  de  las  logaciones;  125. 

24.  El  alquiteb  de  dar  á  media  ganancia;  128. 

25.  El  alquiteb  de  los  juzgos;  132. 

26.  El  alquiteb  del  enpefio;  137. 

27.  El  alquiteb  de  las  encomiendas;  139. 

28.  El  alquiteb  de  lo  perdido;  140. 

29.  El  alquiteb  de  la  fian9a;  140. 

30.  '  El  alquiteb  de  la  procuración;  146. 

31.  El  alquiteb  de  las  tenencias;  146. 

32.  El  alquiteb  de  las  a9adacas  y  donaciones;  147. 

33.  El  alquiteb  de  las  sangres.  148. 

34.  El  alquiteb  de  las  sentencias;  152. 

35.  El  alquiteb  de  las  erencias  y  deudos;  155. 

36.  El  alquiteb  del  alchami;  158. 

xn. 

Papel  suelto,  dentro  del  códice  Gg.  38  de  la  Bib.  Nac.  de  Ma- 
drid, que  es  una  carta  de  Mariara  la  Cor9a,  mujer  del  alfaqul 


249 

Zapatero,  al  alfaquí  Muije  Calavera,  médico  en  Calatayud..  Lo 
describe  una  enfermedad  y  le  pide  remedio.  Car.  ar.  letra  del 
siglo  XVI. 

xm. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  40. 

Un  tomo  en  4.o  encuadernado  en  pasta.  * 

€  Sumario  de  la  rrelacion  y  exercicio  espiritual,  sacado  y  de- 
clarado por  el  manzebo  de  Aróvalo  en  nuestra  lengua  caste- 
llana. > 

cY  también  se  cuenta  en  él  al  fin  la  dicretanza  9unal,  y  de 
qué  manera  se  sirve  y  guarda  en  Macea  (aj^zaha  Allah)  dentro 
del  santo  tiyabero  per  nuestro-  pedricador  Mélic  y  sus  dicreta- 
dores,  sigun  que  le  fué  fecho  á  saber  á  este  diclio  jnanzebo  por 
personas  que  an  vesitado  aquella  santa  casa.  > 

La  nota  de  la  tapa  atribuye  la  letra  al  siglo  xv;  Gayangos 
á  principios  del  xvi.  El  lenguaje  es  de  mediados  del  siglo  xvi. 

El  autor  refiere  sucesos  que  le  acontecieron  en  vida  del  Rey 
Católico,  y  mucho  después  de  la  conquista  de  Granada  y  de 
las  primeras  rebeliones. 

Hay  algunas  palabras  traducidas  al  margen,  de  letra  del  si- 
glo pasado.  Las  palabras  árabes,  en  general,  muy  corrompidas. 

XIV. 

Hoja  suelta  dentro  del  códice  Gg.  40  de  la  Biblioteca  Nacio- 
nal, que  contiene  varios  apuntes. 

1.^  Notas  relativas  á  Ahmed  de  Valladolid  y  Mohamad  de 
Torres  y  Doña  Juana,  en  árabe. 

2.^  Becetas  en  árabe  con  los  nombres  de  los  ingredientes 
en  castellano. 

3.^    Varios  versículos  latinos  con  su  traducción  castellana. 

4.<*    Unos  cortos  pasajes  en  árabe. 

5.^    Una  nota  en  árabe  referente  á  Alí  Rebollo. 

C.^    Un  apunte  relativo  á  los  moros  de  Guadalajara. 


T" 


^50 
XV. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  47. 

Un  códice  en  4.o,  de  251  hojas,  buen  papel  y  escritura  esme- 
rada. Contiene: 

1,^  Alcorán  abreviado  (V.  núm.  I)  en  árabe;  fol.  1. o— Fal- 
ta la  primera  hoja,  en  que  estaría  la  azora  I;  hay  un 
hueco  corifespondiente  á  la  azora  XXXVI  por  falta  de 
la  hoja  compañera  de  aquella,  y  están  intercalados 
en  el 
Fol.  11. — ^Un  tema  sobre  la  unidad  de  Dios;  y  en  el 
Fol.  16. — Una  deprecación,  el  ataxhid  y  el  alconut  de 

2:°  «Las  ocho  cuestiones  de  Hatim  Ala9em,  Escolano  de 
Xaquiq  Albahlí;»  fol.  45. 

3,°     «Los  castigos  del  Alhaquim  á  su  fijo;»  fol.  51. 

4.^  Relación  de  lo  que  sucede  en  el  sepulcro  á  quien  obser- 
va ó  abandona  el  azala;  fol.  61. 

5.^  «Recontamiento  muy  bueno  que  conteció  á  partida  de 
unos  sabios  Qahhes;»  fol.  66. 

6,**  Historia  de  Ige  y  del  hijo  de  una  vieja,  sin  principio, 
que  debió  estar  en  una  hoja  que  falta,  como  falta  asi- 
mismo el  fin;  fol.  77. 

7,*^     «Alhadiz  de  Guara  alhochoratí;»  fol.  81. 

8.^  Fragmento  de  una  historia  de  un  médico  con  Alí;  fo- 
lio 112. 

9>^    Alhadiz  de  Ibrahim,  cuando  vio  las  maravillas  á  la  ori- 
lla del  mar;  fol.  113. 
10.^    Un  corto  acto  de  fe;  fol.  134. 
11.*^    «Recontamiento  de  la  doncella  Carcayona,  hija  del  rey 

Nachrab,  con  la  paloma;»  fol.  134. 
12.^    «El  alhadiz  de  Silmen  alferecío;»  fol  181. 
13.^    Unos  conjuros  muy  mal  escritos;  fol.  195. 


251 

14.0     cRogaria  contra  la  nube;»  fol.  197. 
16.0    cRecontamiento  y  alhadÍ9  del  cantillo  del  Cuervo,»  sin 
concluir;  fol.  225. 

XVI. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  48. 

Un  tomo  en  4.o,  letra  de  mediados  ó  fines  del  siglo  xvi,  con 
129  hojas  útiles.  cLibro  del  rrecontamiento  del  rrey  Alixandre.» 

Es  traducción  de  un  original  árabe  que  tenía  32  viñetas  con 
su  explicación  debajo,  de  las  cuales  sólo  esta  explicación  en 
árabe  ha  quedado  en  el  códice.  Conserva  vocablos  árabes  al 
empezar  muchas  relaciones. 

En  la  guarda  hay  una  nota  de  distinta  letra  que  señala  la 
salida  de  la  luna  de  Ramadán  del  año  1588. 

D.  Pascual  de  Gayangos  ha  publicado  un  trozo  del  principio 
en  autografia  al  final  de  los  Principios  deméntales  de  la  escrítu' 
ra  arábiga:  Madrid,  1861. 

xvn. 

I 

I  Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  51. 

Un  códice  en  4.o,  forrado  de  vaqueta,  con  200  hojas  útiles. 

1.0    En  la  guarda  (fol.  1): 

c  Memoria  á  mi  Miguel  de  Zeyne  de  cómo  merqué 
un  macho  de  Granada,  castaño  escuro  á  ocho  de  ma- 
I  yo,  año  de  mil  y  quinientos  y  setenta  y  cuatro.» 

€  Memoria  de  lo  que  doy  á  mi  fija  la  mayor  en 
vezes.» 
Á  la  vuelta  un  állahomma. 
2.0    Alcorán  abreviado  (V.  núm.  I)  desde  I  á  XXXVl  in- 
clusive; fol.  2. 
3.0    Una  oración  interlineada  con  su  traducción  de  carmín; 
fol.  17. 


252 

4.0    Un  atahieiu  con  su  traducción  interlineal  encima,  todo 
.    negro;  fpl.  22. 

< Tuvimos  Pascua  de  Ramadán.el  9aguero  de  pito- 
bór,  y  después  nació  Alí  de  Pansa  á  diez  y  ocho  de 
novienbre,  año  de  mil  y  quinientos  y  ochenta  y  cua- 
tro, al  candario  de  los  cristianos  erejes;»  fol.  24. 
Luego  un  álhamdu  repetido,  y  sigue: 
O.o  La  parte  cuarta  y  última  del  Alcorán,  que  comprende 
desde  la  azora  XXXVIII  hasta  el  fin.  Adorno  ilumina- 
do al  principio,  y  al  fin,  después  de  unas  aleyas  sueltas, 
un  cuadrado  xnuy  adornado. 

€  Nació  mi  hijo  I(;e  de  Zeyne  á  quinze  de  dezienbre 
de  mil  y  quinientos  y  ochenta  fil  candario  de  los  cris- 
tianos;» fol.  198. 
6.0    Una  oración  en  árabe;  fol.  199.  «Para  la  criatura  que 
mucho  plora.» 

«Nació  mi  fijo  Mohamad  de  Zeyne  á  doze  de  setien- 
bre,  año  de  mil  y  quinientos  y  sesenta  y  cuatro  al 
candarlo  de  los  cristianos  orejes.» 

«Nació  mi  fijo  Ibrahim  dezzeyne  á  ventidos  de  ebre- 
ro,  afio  de  mil  y  quinientosi  y  setenta  y  uno,  al  can- 
dario de  los  cristianos.»* 
7.0    Oraciones  cortas;  fol.  200. 

«Nació  mi  fijo  Alí  de  Zeyne  á  diez  y  siete  de  febre- 
ro, dia  de  lunes,  año  de  mil  y  quinientos  y  setenta  y 
ocho,  al  candario  de  los  cristianos  orejes.» 
8.0    Unas  oraciones. 

xvm. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  66. 

Códice  en  4.p,  con  244  hojas  útiles,  carcomido  al  principio  y 
al  fin:  papel  de  dos  clases. 

Es  un  comentario  canónico -moral  de  Abu  Mohammad  Abda- 
Uah  ibn  abi  Zeyd.  Tiene  en  árabe  los  epígrafes  de  los  capítulos 


253 
y  la  introducción,  con  su  traducción  interlineal.  Al  fin  hay  una 
nota  en  árabe  que  señala  la  fecha  de  832. 

XIX. 
Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  68. 

Tiene  una  hojita  intercalada  y  cosida  con  el  texto,  al  fol.  112, 
que  contiene  dos  renglones  aljamiados  relativos  al  alguado,  con 
las  oraciones  árabes  correspondientes. 

XX. 

Bib.  Nac.  4e  Madrid,  Gg.  69. 

Un  códice  en  4.^,  de  64  hojas,  forrado  con  pergamino. 
En  la  guarda  dice:  €  Memoria  de  los  quartos  del  año.» 
Contiene: 

IP    cMemoria  de  los  cuartos  del  año  para  obrar  de  lo  que 
fará  menester,  en  lo  que  querrá;»  fol.  1. 

Es  una  nota  de  ciertas  invocaciones  que  conviene 
hacer  en  cada  estación  del  año.  Comprende  el  primero 
y  el  segundo;  luego  los  ángeles  y  genios  de  los  días  de 
la  semana  y  las  horas  buenas  en  cada  uno. 

2.^    Cédulas  mágicas  y  anexaras;  fol.  6. 

3,^    Repetición  de  lo  anterior  desde  el  fol.  3;  fol.  16. 

4.^    Varios  escantos  y  conjuros;  fol.  25. 

b,^    €  Traslado  muy  noble  de  los  cinco  sabios  dotores  de 
medezina,  de  Galainos,  y  del  Avicena,  y  de  Ipócras, 
y  de  Arrazi  y  de  Ibno  Uáfir;»  fol.  25. 
Son  recébtas  para  varios  males. 

6.*^    Bébos,  escantos  y  albaranes  para  diversos  usos  mági- 
cos; fol.  40. 

7.*^    €  Capítulo  de  las  oras  abantalladas  para  escrebir  ane- 
xaras ó  alherzes;»  fol.  45. 


2j4 

8.**    Conjuros  sin  mociones;  fol.  46.  • 

Los  dos  cuartos  del  año  que  quedaron  al  principio. 
9,^    Adivinanzas  por  el  cuenio  de  los  nombres;  fol.  49. 
10.°    Alammas  y  conjuros;  fol.  51. 

XXI. 

Btb.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  70. 

Un  tomo  en  4.^,  con  las  cubiertas  de  badana  despegadas. 
Buen  papel  y  letra  bastante  moderna;  paginado  al  revés. 
Contiene: 

1.^     «El  alhadiz  de  Sargil  ibno  Sarjon  y  de  las  demandas 

que  trayó  á  Alí  ibno  Abi  Taleb;»  fol.  189. 
2.**    Varios  casos  y  capítulos  sobre  el  agala  y  el  alguado; 

fol.  175. 
3.^     •  Capítulo  en  el  dayuno  del  mes  de  rramadan.» 
4.^    Sentencias  de  un  sabio  sobre  varios  puntos  de  moral  y 

de  .derecho;  fol.  159. 
5,**     fAdoa  de  mucha  alfadila  y  de  grande  gualardon tor- 
nado de  arabí  en  ajamí;»  fol.  151  v. 
6.°-   Varios  dichos  y  relaciones  sobre  los  premios  del  a^ala  y 

castigos  por  no  hacerlo;  fol.  137  v. 
7.**     «Los  castigos  de  Dolqueme  alhaquim  á  su  hijo; »  fol.  120. 
9.^     «Recontamiento  de  Omar  ibno  Alhatab,  cuando  vio  las 

almas  de  los  muertos;»  fol.  114  v. 
9p°    Razonamiento  de  Omar,  cuando  se  convirtió  al  is- 

*     lamismo;  fol.  113. 
10.*^    «Recontamiento  del  rrey  Tébio  el  aual,  el  que  hizo  la 

ciudad  de  Yacerib;»  fol.  101  v. 
11.°     «Recontamiento  de  Temim  Adér;>  fol.  91. 
12.*^     «El  alhadÍ9  del  alárabe  y  la  donzella;»  fol.  63  v.  . 
IS.^    Explicación  de  los  caminos  de  la  gloria  y  del  infierno, 

dirigida  por  Mahoma  al  rráblo  Xoaib;  fol.  51  v. 
14.'>    Anexara;  fol.  39  v. 


255 

15.**    cAdoa  puesto  en  raj.»  Es  una  traducción  palabra  por 
palabra,  árabe  y  castellano;  fol.  37. 

16.^    Casos,  dichos  y  sentencias  diversas  sobre  el  a^ala,  los 
funerales,  la  gloria  y  otros  puntos  religiosos;  fol.  30. 

17.^    c  Memoria  de  las  alcabilas  de  los  alárabes  y  las  parti- 
das donde  comarcan,  y  los  nonbree  de  sus  capitanes 
y  lo  que  tiene  cada  uno  de  caballería;»  fol.  7  v. 
(Parece  que  no  concluye.) 

xxn. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  72. 

Códice  en  4.o,  desencuadernado,  con  las  hojas  muy  deterio- 
radas; pero  remendadas  de  antiguo  y  apelilladas  después.  Le- 
tra dará,  papel  fuerte,  de  fines  del  siglo  xv:  71  hojas. 

Es  un  Alcorán  abreviado,  con  la  traducción  castellana  y  al- 
gún comentario;  pero  falto  de  principio  y  fin,  y  con  faltas  tam- 
bién en  el  medio  del  primer  cuaderno. 

Empieza  por  la  traducción  y  comento  del  final  del  v.  II,  286, 
y  sigue  III,  1-3,  con  el  principio  de  la  traducción  de  esta  úl- 
tima aleya,  y  á  la  otra  página  tiene  el  final  de  la  traducción  de 
la  25  con  el  texto  y  traducción  de  la  26,  y  las  IX,  129-130. 
Después  Xn,  102,  y  sigue  como  de  costumbre,  XXVI,  78-89, 
quedando  la  traducción  interrumpida.  Sigue  el  final  de  la  tra- 
dacción  de  la  LIX,  21,  y  después  lo  que  queda  de  la  azora. 
Luego  la  LXVII,  y  después  de  ella  una  oración  que  se  inte- 
rrumpe; después  viene  la  traducción  de  la  LXXVIIT,  13,  sin  in- 
terrumpirse el  texto  y  la  traducción  hasta  la  CV,  completa, 
quedando  pendiente  la  traducción. 

xxm. 

Bib.  Nac.  do  Madrid,  Gg.  75. 

Códice  en  4.^,  de  letra  clara,  aunque  no  elegante:  101  hojas 
útiles. 


r 


256 
Contiene: 

L**     *La  disputa  con  los  judíos,»  sin  principio;  en  35  folios. 

2.0     tDeaputa  con  los  cristianos;»  46  folios. 

3,0     « Capítulo  que  fabla  en  el  concebimiento  de  190; »  2  folios! 

4,0  i  Rícela:  esta  es  mandadaria,  que  la  escribió  Ornar  ibno 
Ábdolazizi,  rrey  de  los  creyentes,  á  Lyon,  rrey  de  los 
cristianos  descreyentes,»  sin  concluir;  18  folios.  (Se  re- 
fiere á  León  Isáurico.) 

Faltan  hojas  en  varias  partes. 

El  lenguaje  es  arcaico  y  con  giros  provinciales  singulares. 

XXIV. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  77. 

Colección  fie  papeles  sueltos  muy  diversos,  contenidos  en  dos 
tapas  viejas,  que  debieron  pertenecer  á  un  alfaquí  de  Calata- 
yuíl,  de  meil lados  del  siglo  xvi.  Entre  otros  documentos  contie- 
ne los  eigtiiontes: 

1  ó  Un  borrador  de  carta  en  caracteres  comunes,  sin  con- 
cluir. 

2-<>  Un  papelito  en  que  se  anotan  equivalencias  arábigas  y 
alemanas,  y  en  que  se  nombra  á  Mu9e  el  Chamchamí, 
con  fecha  de  906. 

3,0  « Memoria  seya  á  mí,  Mu9e  Calavera,  de  lo  que  me 
cuesta  la  casilla  que  compré,  á  Martin  Albri^;»  un 
cuaderno  largo  de  4  hojas  útiles. 

4.0     l^na  hoja  doblada  con  una  cuenta  de  ropas,  en  aljamía. 

5.0  Fríigmeuto  del  libro  de  Samarcandí,  que  comprende 
desde  el  capítulo  25,  sin  principio,  cen  el  paciguar 
la  saña,»  hasta  el  29,  sin  concluir,  «en  dexar  el  mun- 
do; >  46  hojas,  letra  menuda  y  elegante  del  siglo  xvi. 
(V.  nüm.  X.) 


á 


257 
XXV. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  84. 

Códice  en  4,o  con  ¡cubiertas  de  pergammo;  letra  clara,  peiro 
uo  elegante;  mal  papel:  105  hojas  útiles.  Contiene: 

1.0    «Libro  y  traslado  de  buenas  dotrinas  y  castigos  y  bue- 
nas costunbres;»  fol  1. 

«Capítulo  del  obrar  con  cencia  y  saber;»  fol.  4. 

«Capítulo  que  fabla  de  las  oras  que  son  eslitas  para 
nombrar  ad  Allah  taale;»  fol.  10. 

«El  gualardon  que  se  ofrece  por  ata9bihar  y  bar  ad 
Allah  taale;»  fol.  12. 

«El  gualardon  de  quien  dice  le  üah  ile  allahu;*  fol.  16. 

«El  gualardon  de  quien  lonbrárá  ad  Allah  taale;»  fol.  19. 

«El  gualardon  de  quien  demanda  perdón  ad  Allah  taa- 
le;* fol.  22. 

«El  gualardon  de  quien  faze  a9ala  sobre  el  anabí  Mo- 
hamad;»  fol.  23. 

«El  gualardon  del  alcorán  onrrado;»  fol.  29. 

«El  gualardon  de  quien  fará  los  cinco  a9aláes  con  Tlia- 
mem»  (se  interrumpe  en  el  fol.  63);  fol.  46. 
2.0    «Memoria  seya  de  cuando  me  casé  iyó  Mohamad  de 
Zean  con  Axa  de  Amad  y  fué  á  quinze  dias  del  mes  de 
agosto  del  año  mil  y  quinientos  y  noventa  y  cinco  á 
cuenta  de  los  descreyentes,»  etc.;  fol.  64  v.,  sin  vo- 
cales. 
3.0    cMelezina»  con  conjuros;  fol.  65. 
4.0    cMemoria  de  los  cuartos  del  afio:»  es  idéntico  al  n4me- 

ro  1.0  del  Gg.  69  (V.'  núm.  XX);  fol.  66. 
5.0    «Traslado  muy  noble,»  igual  al  núm.  5.o  del  Gg.  69; 
fol.  76. 


ii 


^ 


258 
XXVI. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  82. 

Códice  en  4.o,  de  papel  flojo,  muy  carcomido  y  remendado  de 
antiguo,  sin  tapas.  Letra  elegante,  igual  á  la  del  Gg.  40.  (V.  nú- 
mero xm.) 

En  una  guarda  hay  ^puntes  de  trigo  dado  á  la  familia  de 
Ontiñena. 

í  Tratado  y  declaración  y  guia  para  seguir  y  mantener  el 
adín  del  alicjlem.» 

El  autor  da  cuenta  de  su  trabajo  diciendo,  fol.  3:  «muchos 
amigos  mios  de  mí  trabaron  y  especialmente  me  rrogaron  que 
de  arabí  sacase  en  el  ajemí  del  dicho  alcorán  y  textos  de  xara 
lo  que  fuese  á  mí  posible  para  que  con  lo  dicho  se  siguiese 
nuestra  muy  santa  ley  y  ^unna,»  etc. 

Contiene  la  explicación  de  la  fe,  los  ritos  y  los  deberes,  así 
religiosos  como  civiles  y  legales,  concluyendo  por  las  herencias, 
tutelas  y  testamentos,  todo  ilustrado  con  textos  del  Alcorán. 

xxvn. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  84. 

Códice  en  4.^,  sin  tapas,  completo  y  bien  escrito. 
Libro  de  las  luces,  de  Abulhasán  Abdalá  albocrí. 
El  título  está  en  árabe,  pero  todo  lo  demás  én  castellano. 
Las  nueve  últimas  hojas  contienen: 

1  .t>     Una  oración,  en  2  folios. 

2  ^     « Capítulo  en  el  a9ala  de  las  alchanezas  y  la  rrogaria  del 

muerto,»  7  folios. 

xxvni. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  85. 

Un  tomo  en  4.<^,  encuadernado  en  piel  muy  maltratada,  pa- 
pel excelente  y  hermosísima  letra:  66  hojas  útiles.  Contiene: 


259 

1.0     «Los  meses  del  año  al  contó  de  arabí;f  fol.  1. 

2.^     «Como  se  an  de  hazer  los  cinco  a9aláes;»  fol.  14. 

3.^  «Las  anefílas  que  son  muy  aventajadas  en  las  oras  de 
los  cinco  a^aláes;»  fol.  20. 

4.0     «Del  alidén  y  de  la  alicama;»  fol.  24. 

5.^     «De  las  inmiendas  de  los  a<^láes;>  fol.  26. 

6.0     «De  como  se  a  de  hazer  atahor;»  fol.  50. 

7.0  ,  «En  el  degollar;»  fol.  51. 

8.0  «De  las  vendidas  y  de  lo  que  rretrae  á  las  vendidas;» 
fol.  62. 

9.0  Una  nota  que  empieza  en  árabe,  sigue  en  aljamía  y  con- 
cluye en  castellano,  en  que  dice:  «Este  libro  se  llama  el  moh- 
tasar  ó  «Brebiarico,»  porque  en  «él  se  acorta  y  rrecopila  y  su- 
ma lo  tocante  al  servicio  del  Señor;»  fol.  66. 

La  suscripción  es  de  Ali  ibnu  Mohammad  ibnu  Mohammad 
Soler,  año  998,  correspondiente  al  1589, 

A  la  vuelta,  en  car.  lat.: 

«De  francisco  del  mundo,  be9Íno  de  la  tierra.» 

Tiene  numerosas  notas  marginales  en  ambas  escrituras,  ára- 
be y  latina,  del  siglo  xvn,  y  algunos  renglones  en  castellano  con 
letras  griegas. 

XXIX. 

Bib,  Nac.  de  Madrid,  Gg,  98. 

Códice  en  8.o,  de  78  hojas  útiles,  papel  estopóse. 
Textos  en  árabe  y  encabezamientos  y  explicaciones  en  árabe 
y  castellano,  interlineados. 
Contiene: 

1.0    «Tahlilalcorán;»  fol.  1. 

2.0    Los  37  lugares  del  alcorán  en  que  se  nombra  la  unidad 

de  AUah;  fol.  9. 
3.0    Los  siete  alhaicales  (falta  alguna  hoja  intermedia); 
fol.  19. 
4.0    tLos  nombres  de  AUah;»  fol.  37. 


260 

b.o  «El  ata9bih  del  anabí  Mohamah;»  fol.  38. 

6.0  Dos  adoáes;  fol.  44. 

7.0  «Guardia  benedita;»  fol.  49. 

8.0  «El  adoa  de  Taíjahifa,  prueyte  AUah  con  él  á  su  lei- 

dor;»  fol.  49. 

9.0  Un  adoa;  fol.  53. 

10.  Historia,  sin  principio,  porque  falta  una  hoja,  de  un 

adoa  que  dio  Mahoma  á  Abu  Dochéna;  fol.  55. 

11.  Los  ata<jbihes  de  l9rafil,  Ibrahim,  líjmail,  l9hac,  Deud, 

(^ulaymen,  Mu9e,  Yuíjof,  Harón,  Alhádir,  190,  Yahya, 
Xoaib,  Yunos,  Qelih,  Alya9a,  Ilye9a,  de  Muhamad, 
de  Fátima,  de  Dulcarnain,  del  gallo  del  cielo,  del  ga- 
llo de  la  tierra,  de  la  rana  y  del  gusano;  fol.  59. 

12.  «Lo  que  deben  dezir  cuando  él  comer  y  cuando  el  aca- 

bar de  comer;»  fol.  68. 

13.  Adoa  y  ceremonias  del  alguado;  fol.  69. 

14.  Las  oraciones  del  «yjala;  fol.  73. 

15.  «Lo  que  debe  decir  la  presona  cuando  veya  lo  qu*a  por 

esquino  en  su  sueño;»  fol.  77. 

16.  «Las  loores  del  alcorán  el  grande;»  fol.  79. 

Esta  hoja  está  rota,  y  en  ios  fragmentos  se  distingue  al  pie 
la  conclusión  en  árabe,  en  que  dice  que  se  acabó  un  jueves  del 
año  828. 

La  centena,  que  ha  desaparecido,  pudiera  ser  9,  porque  á 
la  vuelta  hay  una  receta  con  algunas  palabras  escritas  en  ca- 
racteres latinos  de  principios  del  siglo  xvi;  pero  la  letra  aljamia- 
da es  diferente  y  algo  análoga  á  le^  del  Gg.  66  (núm.  XVHI),  por 
lo  que  he  adoptado  el  8.  Se  ven  muchos  catalanismos. 

XXX. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  GgJOl. 

Un  cuaderno  en  4.°,  de  49  hojas  y  dos  sueltas^  papel  de  la 
segunda  mitad  deí  siglo  xvi.  Contiene  un  fragmei>to  del  Poema 
de  José. 


261 
Una  de  laa  hojas  sueltas,  muy  deteriorada,  fué  la  segunda  del 
manuscrito  que  ahora  empieza  en  la  tercera,'  y  contiene  desde 
la  estrofa  cuarta  en  adelante.  Teniendo  tres  estrofas  cada  pági,- 
na,  resulta  faltar  la  primera  hoja,  que  estaría  escrita  por  la  se- 
gunda cara,  según  costumbre  árabe.  La  otra  hoja  suelta  es  un 
ensayo  de  copia  de  la  hoja  17  v.,  hecho  en  la  misma  época  y  el 
mismo  papel. 

XXXI. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  ^0%. 

Códice  en  12.o  apaisado,  encuadernado  en  tafilete. 
Contiene: 

1.0  Los  37  lugares  del  alcorán,  donde  se  proclama  la  uni- 
dad de  Dios;  sin  empezar;  fol.  1. 

2.0    Los  pombres  de  Allah;  fol.  12. 

3.0     «Los  siete  alhaicales;»  fol.  13. 

4.0    «Adoa  muy  onrrado;»  fol.  66. 

5.0     «Adoa  muy  onrrado;»  fol.  70. 

6.0     cL'  alhirze  del  alguazir;»  fol.  74. 

7.0  «Ata^bihes  de  Edam,  muy  onrrado,  de  Muhamad,  de 
Hris,  de  Alhádir  y  otro  de  Edam; »  sin  concluir. 

XXXII. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  403. 

Un  volumen  en  8.0,  de  161  hojas,  desencuadernado  de  anti- 
guo, desordenado  y  roído  de  ratones  y  poUUas,  sin  principio  ni 
fin  y  muy  falto  entremedio.  . 

Contiene: 

1.0    El  poema  Alborda,  sin  principio,  con  una  explicación 

en  castellano,  sin  concluir;  16  hojas. 
2.0    Fragmento  de  una  ojración  en  árabe;  una  hoja. 
3.0    «Ata9bih  de  la  a9ahifa;»  4  hojas. 


S63 

4.0  «Los  siete  alhaicales,»  con  su  explicación  en  castella- 
no:» falto  de  algunas  hojas  intermedias;  38  hojas. 

5.0  «Los  nonbres  de  la  cayata  de  Muge,»  con  una  figu- 
ra; una  hoja. 

6.0  «Los  nonbres  de  la  mano  de  Deud,»  con  una  figu- 
ra; una  hoja. 

7.0     «Alherze  de  1'  aneca;»  8  hojas. 

8.0  «La  leyenda  del  adoa  del  ave  sobre  la  bendición  de 
Allah;»  5  hojas. 

9.°  «Adoa  fermoso  de  grandes  provechos  y  alfadilas;»  2 
hojas. 

10.  «La  ibantalla  de  la  creyencia;»  2  hojas. 

11.  «L'alfadila  del  alhamdu  lilehi»  (faltan  hojas  interme- 

dias); 10  hojas. 

12.  Atagbihes  de  Edam  nuestro  padre,  Noh,  Yunos,  Ayub, 

Yahya,  Zacarías,  Idris,  Jucjof,  Célih,  Xoaiba,  Deud, 
QulaymeU;  Mu9e,  Ige,  Muhamad,  Elya9a  y  del  anabí 
Muhamad;  9  hojas. 

13.  Adoáes  de  Edam,  Ibrahim,  Noh,  Mu9e,  l9e  y  del  anabí 

Muhamad;  4  hojas. 

14.  «Adoa  para  cuando  querrás  hazer  tu  aíjala;»  una  hoja. 

15.  «Adoa  para  hacer  ir  todo  pienso  y  ansia;»  una  hoja. 

16.  «Ata9bihes  de  l9rafil  y  de  Chibril;»  una  hoja. 

17.  Adoa  de  Ali  bnu  abi  Talib,  falto  de  muchas  hojas;  12 

hojas. 

18.  «Adoa  para  demandar  socorro  ad  Allah;»  una  hoja. 

19.  Palabras  de  Mahoma  sobre  ciertas  devociones,  sin  con- 

cluir; 2  hojas. 

20.  «Adoa  del  espertar;»  una  hoja. 

21.  «L'alfadila  del  adoa  del  anur  el  onrrado;»  11  hojas. 

22.  «Hirze  alguazir,»  sin  concluir;  5  hojas. 

23.  Fragmentos  de  una  oración;  9  hojas. 

24.  «La  rrogaria  de  Tapedreada,»  sin  principio  ni  fin;  18 

hojas. 


263 

xxxm. 

Bib.  Nac.  do  Madrid,  Gg.  105. 

Un  tomo  en  4.o,  papel  y  letra  del  siglo  xvi. 
Relación  de  las  batallas  de  los  primitivos  musulmanes.  Con- 
tiene: 

1.0  Batalla  de  A9iad  y  los  de  Maca;  fol.  1. 

2.0  Alhadíz  de  Mahoma  y  el  Alharetz;  fol.  14. 

3.°  Batalla  de  Hozayma  alberiquia  y  de  Alahuag  ibnu  Mo- 

had;  fol.  32. 

4.0  Alhadiz  de  Guara  ilhochoratí;  fol.  36. 

5.0  Batalla  de  Bedri  y  Honaini;  fol.  48. 

6.0  Batalla  del  Rey  Mohalhal  ibnu  Alfayadi;  fol  62. 

7.0  Batalla  de  Alaciab  ibnu  Hancar;  fol.  86. 

8.0  Batalla  de  Bal  Yarmoc  y  su  conquista  grande;  fol.  95. 

XXXIV. 

Bib,  Nac.  de  Madrid,  Gg.  424« 

Entre  otros  fragmentos  árabes,  hay  unas  hojas  de  un  códice 
aljamiado  en  4.^,  que  contienen: 

1.0    Gran  parte  de  las  a9oras  XI  y  XII  en  árabe;  16  hojas. 

2.^  Las  aforas  CVII  y  CXII  con  la  traducción  castellana; 
2  hojas. 

3.^  El  final  de  una  oración  árabe  con  la  traducción  aljamia- 
da; una  hoja. 

XXXV. 

Bib.  Nac,  de  Madrid,  Gg.  122. 

Papeles  sueltos  que  debieron  pertenecer  á  algún  morisco  de 
Calatayud,  la  mayor  parte  en  4.° 

1.^    Formulario  del  acidaque  en  árabe,  en  dos  cuadernillos.  * 
2.®    Una  hoja  en  árabe  sobro  derecho  matrimonial. 


264 

3.°    Otra  hoja  en  árabe  sobre  el  miámo  asunto. 

4.°  Un  pliego  en  árabe  con  las  reglas  para  la  validez  de  los 
testimonios.  * 

5.''  Carta  árabe  en  16.°,  dirigida  al  alfaquí  Abu  Abdalá 
Mohamad  Almorabetí,  en'Terrer. 

6."  Carta  de  dote,  en  árabe,  otorgada  en  908,  entre  Abu 
Isliac  Ibrahim  ibnu  Mohamad  iba  Alí  Alcorexí,  cono- 
cido por  Talayera,  y  Mariam,  hija  de  Yu9of  Serón. 

7.^    Hoja  en  árabe  sobre  las  devociones  de  los  alfaquíes. 

8.°  Una  hoja  doblada  por  medio  con  una  cédula  árabe  con- 
tra enfermedades. 

9.°  Una  libretita  con  significados  de  una  obra  de  Ibn  Mo- 
guéit,  hecha  en  902  por  Mu^e  ibn  Alí  Alcorexí,  bajo 
la  dirección  de  Abu  Ibrahim  ibnu  Lop  ibn  abi  Rébia. 

10.  Tira  de  papel  con  significados. 

11.  Un  podacito  de  papel  con  significados. 

12.  Un  pliego  con  tres  documentos  judiciales  en  árabe,  con 

palabras  ó  declaraciones  en  aljamía.  Publicados  por 
Fernández  y  González  {Mud.  de  Cast.^  pág.  436). 

13.  Un  pliego  con  la  cuenta  de  un  dinero  de  lanas,  en  al- 

jamía. 

14.  Cartita  de  Omar  del  Lahmí  en  Daroca  al  alfaquí  Mu^e, 

en  Calatayud,  ^n  aljamía.  (Fernández  y  González, 
Mud.,  pág.  441.) 

15.  Una  cuartilla  doblada  con  este  epígrafe:  cMemoria  sea 

á  mí  Mu9e  Calavera  de  lo  que  tengo  rrecibido  de  inis 
cufiados.» 

16.  Recetas  y  borradores  de  cartas  en  car.  lat.  con  una  lis- 

ta de  nombres  de  moriscos  en  car.  ar. 

17.  Carta  en  car.  comunes  de  Sancho  (^apata,  con  ensayos 

en  castellano  y  en  árabe,  de  mano  de  un  moro. 

18.  Una  receta  en  c.  1.  con  una  lista  en  c.  a.  muy  borrada. 

19.  Recetas  y  apuntes  en  c.  1. 


265 

XXXVI. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  137. 

Magnifico  códice  en  folio,  encuadernado  á  la  europea,  escrito 
en  hermosa  letra  y  manchado  en  el  borde.  Al  principio  y  al  fin 
tiene  dos  páginas  preciosamente  iluminadas;  las  de  la  cabe:^a 
con  inscripciones  cúficas.  En  la  primera  guarda  está  el  índice 
de  la  obra,  que  dice  así: 

f  Esta  es  la  rrúbrica  del  presente  hbro  que  hallará  cada  cosa 
á  las  hojas  qu'  están. 

Primeramente  el  a^ora  de  álhamdu  y  el  prencípio  de  alem  dáH- 
ca  declarado;  5  hojas.. 

El  atahietu  y  el  alconut  y  los  adoáes  del  alguado  y  una  rro- 
garia  para  el  dia  del  alchomua  y  otra  para  enpues  del  a^ala; 
18  hojas. 

El  nonbre  de  Allah;  y  los  nonbres  de  Allah  de  dos  maneras; 
24  hojas. 

Lo  que  se  ha  de  leir  antes  de  medio  dia  y  el  alahde  y  la 
rrogaría  de  demandar  agua  y  otras  rrogarias  muy  aventajadas; 
33  hojas. 

Kalguatifa  y  otras  rrogarias  muy  aventajadas;  46  hojas. 

Adoa  a9ahifa  y  allahomma,  ye  men  acarra  lahu  y  el  adoa  del 
dia  de  alchomua  y  el  adoa  del  arnés;  58  hojas. 

Lo  que  se  a  de  decir  cuando  se  acuestan  y  cuando  se  levan- 
tan y  cuando  comien9an  y  acaban  de  comer  y  otras  rrogarias 
de  muchas  maneras;  88  hojas. 

A<;aláes  de  gracia  de  muchas  maneras;  99  hojas. 

La  luna  de  axora  qu'  es  la  primera  y  las  otras;  118  hojas. 

La  luna  de  recheb  y  xaaben  y  rramadan;  121  hojas. 

La  pascua  de  rramadan  y  los  diez  dias  y  el  a9ala  de  las  pas^ 
cuas  y  el  dia  del  alchomua;  144  hojas. 

Capítulo  del  a(^la  y  de  las  imiendas  d'ól;  149  hojas. 


266 

Las  imiendas  de  los  a9aláes  con  aljama;  174  hojas. 

Capítulo  del  tahor  y  del  debdo  y  manera  del  atayamum;  179 
hojas. 

El  a9ala  del  muerto  y  ata9bihes  para  cada  dia;  185  hojas. 

El  traslado  de  buenag  dotrinas;  194  hojas. 

Una  estoria  sobre  T  a9ora  de  alhanidu  y  aloyas  del  alcoráu; 
216  hojas. 

Capítulo  del  a^ala  y  otros  muchos  y  buenos  dichos;  224 
hojas. 

Los  castigos  del  hijo  de  Edam;  244  hojas. 

Las  demandas  de  Mu^e;  251  hojas. 

La  muerte  de  Mucje;  273  hojas. 

La  muerte  de  Alhocein;  279  hojas.     , 

L'alhadiz  de  Fátima  y  una  xama  de  la  desengañacion  de  Iblis; 
286  hojas. 

L'alhadiz  del  dia  del  juicio;  290  hojas. 

L'alhadiz  de  Abu  Iquel;  317  hojas. 

L'alhadiz  de  la  puyada  de  los  cielos;  322  hojas. 

El  códice  no  contiene  más  que  hasta  el  fol.  251.  Después, 
en  dos  hojas,  la  excelencia  de  la  oración  por  los  difuntos. 

Al  fin  hay  esta  subscripción: 

«Fué  escribto  el  presente  libro  en  la  villa  d'  Exea  por  manos 
del  menor  sieiTO  de  Allah  taale  y  mas  necesitado  y  menestero- 
so de  perdón  y  piedad  de  su  Señor  Mohamad  Cordilero  hijo  de 
Abdoelaziz  Cordilero;  para  Mustafar  Uaharán,  hij^o  de  Brahen 
Uaharán  y  para  quien  querrá  Allah  después  del.  Acabóse  con 
ayuda  de  Allah  y  con  su  gracia,  alhamís  á  siete  de  la  luna 
de  Chumad  el  téni  del  año  de  novecientos  y  ochenta  y  cinco 
del  alhichra  del  escogido  y  bienaventurado  anabí  Mohamad, 
concordante  con  el  vintidoseno  de  agosto  del  año  de  mil  y 
quinientos  y  setenta  y  siete  al  contó  de  I^e.  Señor  Allah,  apia- 
da y  perdona  al  que  a  escribto  este  hbro  y  á  quien  lo  a  hecho 
escrebir  y  á  quien  leirá  en  él  y  lo  escuchará  y  obrará  con  lo  que 
ay  en  él  y  á  todos  los  mu9limes  y  mu9limas  gerenalmente.» 


267 
XXXVII. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  164,  antes  73. 

Un  cuaderno  en  folio,  de  18  hojas,  con  la  última  suelta  y  ro- 
ta, y  bastante  deteriorado;  papel  flojo. 

tEl  rrecontamiento  del  anabí  Mohamad,  de  cuando  subió  á 
los  cielos  y  las  maravillas  que  Allah  taale  le  dio  á  ver.» 

xxxvin. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  177. 

Papeles  procedentes  de  una  notaría  mudejar  del  siglo  xv, 
que  se  sacaron  de  las  tapas  del  códice  árabe  Gg.  136. 
Contienen  los  siguientes  documentos: 

1.°  Dos  pliegos  muy  carcomidos,  con  unas  oraciones  ó  fór- 
mulas religiosas  en  árabe,  con  algunas  interlineacio- 
nes  en  castellano. 

2.°  Juicio  celebrado  ante  el  cadí  de  Borja  sobre  una  muía, 
el  sábado  18  de  marzo  del  afio  900;  un  pliego. 

3.<>  Pleito  seguido  en  Agreda  por  Mariam  y  Xems  contra 
una  moza  cristiana  llamada  Teresa,  acerca  del  testa- 
mento del  hermano  de  aquéllas  Ibrahim  Cora9on;  6 
pliegos  muy  deteriorados. 

i.o    Una  carta  de  definimiento,  del  año  898,  en  una  hoja. 

5.^  Escritura  de  convenio  arbitral  otorgada  en  Conchillos 
en  diciembre  del  año  900;  una  hoja. 

6.°  Contratos  de  venta  de  unas  heredades,  celebrados  en  el 
año  882  h.,  1478  e.  c;  una  hoja. 

7.0  Acta  de  finiquito  entre  Ahmad  Albóitar  y  Yu9of  el  Fe- 
.  rrero,  vecinos  de  la  Morería  de  Agreda,  en  el  año  887; 
un  pUego. 

8.0  Contrato  matrimonial  de  Abdalá  con  Aixa,  hija  de 
Qulaymen  de  Castañares,  celebrado  á  23  de  enero  de 
873;  una  hoja. 


268  •  .      . 

9.*^  Contrato  matrimonial  de  Abdalá  de  Leiva  con  Zayná, 
hija  de  Abdalá  de  Lamora,  vecinos  de  Belhorado,  ce- 
lebrado el  martes  l.o  de  noviembre  de  873;  una  hoja. 

10.  Contrato  matrimonial  de  Yu9of,  hijo  de  Ibrahim  de 

Córdoba,  con  Mariam,  hija  de  Ahmad  Vizcaíno;  una 
hoja. 

11.  Contrato  matrimonial  de  Abdalá,  fijo  de  Mohamad  Gi- 

ganta de  Bustillo,  con  Zohra,  hija  de  Abdalá  Gigant, 
celebrado  el  año  892  h.,  1467  e.  c;  un  pUego. 

12.  Partición  de  los  bienes  de  Farach  el  Rubio  con  su  mu- 

jer Aixa,  formalizado  el  domingo  14  de  diciembre  del 
año  900;  un  pliego. 

13.  Inventario  de  los  bienes  dótales,  muebles  ó  inmuebles, 

de  la  mujer  de  MatarraQ;  un  pliego. 

14.  Partición  de  los  bienes  de  Mariam  del  Modeira9;  un 

pliego. 

15.  ün  pliego  muy  carcomido  con  recetas  en  caracteres  la- 

tinos del  siglo  XV. 

XXXIX. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  478,  antes  73. 

Cuaderno  en  4.°,  con  17  hojas  útiles. 
«Capitulo  del  fablamiento  del  alcorán  y  el  bien  que  se  haze 
con  él.  9 
Es  una  colección  de  conjuros. 
En  la  guarda: 
«Para  pleito  y  dentrar  sobre  justicia. t 

XL. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg,  479,  antes  73. 

Dos  cuadernos  en  4.**,  con  24  hojas  útiles,  buen  papel. 
Contienen  la  historia  de  l9e  conforme  á  las  opiniones  musul- 


269 

manas,  sin  que  le  falte  más  que  una  parte  de  la.  introducción. 
Al  fin  hay  una  nota  ó  apéndice  sobre  la  religión  judaica. 

En  la  guarda' final  hay  una  nota  que  dice: 

«En  la  villa  de  Belchite  en  los  últimos  del  mes  de  Setiembre 
del  año  de  mil  setecientos  y  dieziseis  se  encontraron  estos  es- 
critos hebreos  en  casa  Mathias  Cucar  en  el  barrio  llamado  del 
Señor.»         '  • 

XLI. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  480,  antes  73. 

Cuaderno  en  4.°,  de  13  hojas  útiles,  buen  papel,  que  con- 
tiene: 

1.°  «L'  alhadiz  de  dos  amigos.»  Es  la  aparición  de  un  di- 
funto á  su  compañero  de  devociones,  refiriéndole  lo 
que  le  sucedió  en  la  huesa;  fol.  1. 

2.^  «Capitulo  primero  de  los  principales  mandamientos;» 
fol.  9  V. 

3.°    «Adoa  para  seguir  V  alchaneíja;»  foL  12  v. 

4.^^    «Adoa  para  cuando  meten  el  muerto  en  la  fuesa; »  fol.  13. 

5.^    «Adoa para  después  delpercueno;»  fol.  13. 

6.°    «Adoa  para  después  de  haber  fecho  alguado;»  fol.  13  v. 

XLII. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Og.  484,  antes  73. 

Cuaderno  en  4.^,  de  21  hojas  útiles. 

«Alquiteb  de  suertes.» 

Es  un  modo  de  adivinar  por  el  Alcorán. 

£q  la  guarda:  «Becebta  para  fazer  tinta  negra.» 

XLHI. 
Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  482,  antes  73. 

Un  cuaderno  en  14  hojas,  en  4.°,  que  no  se  acabó  de  escribir, 
y  contiene  varios  adoáes. 


XLIV. 
Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  194,  antes  74. 

Códice  que  comprende  dos  libros  cosidos  en  un  volumen  en 
4.^,  de  107  hojas  útiles. 

El  primero  compíende  86  folios,  numerados  por  el  amanuen- 
se, y  contiene  el  libro  de  las  mil  y  doscientas  sentencias  do 
Mahoma,  traducción  del  de  Abu  Abdalá  Alcodaí. 

El  segundo  cuaderno,  de  letra  más  gruesa,  contiene: 

1.0     «L'alfadila  y  ibantalla  de  los  a9aláes  que  sefazen  en  los 

siete  dias  de  la  semana;»  6  hojas. 
2.0     «Los  nombres  de  las  lunas;»  15  hojas. 
En  la  primera  guarda  hay  dos  renglones  en  castellano  muy 
borrados. 

XLV. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  496,  citado  en  la  pág.  22  con  el  núm.  206. 

Códice  en  4.P,  de  103  hojas,  encuadernado  en  pasta. 
Contiene: 

1.^     «Alhadis  de  Mu9e  con  Yacob  el  carnicero  y  lo  fecho 

(so)  entre  ellos;»  fol.  1. 
2.0    Historia  de  Omar  «con  un  onbre  que  lo  llama]}an  Ho- 

deifa;»  fol.  5. 
3.0    Historia  de  dos  hombres  que  «acompañaron  sobre  la 

obedencia  de  Allah  tieupo  de  trenta  años;»  fol.  6. 
4.0     «Estoria  que  acaeció  en  tienpo  de  I<je;»  fol.  14. 
5.0     «Alhadis  y  rrecontamiento  de  I^e  con  la  calavera,»  fo- 

Uo  16  V. 
6.0     «La  estoria  y  rrecontamiento  de  Ayub;»  fol.  23. 
7.0     «La'storia  de  la  ciudad  del  allaton;»  fol.  41  v. 
8.0     «La  profecía  de  fray  Juan  de  Rocasia;»  fol.  60. 
9.0     «El  rrecontamiento  de  Qulaymen,  nabi  AUah  cuando  lo 

rreprobó  Allah  en  quitarle  la  onrra  y  ando  cuarenta 


n^^ 


271 
dias  como  pobre  demandando  limosna  en  servicio  de 
Mah;»  fol  68  v. 

XLVI. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  497. 

Colección  de  papeles  sueltos  que  contienen  cédulas,  oracio- 
nes y  pasajes  ó  notas  del  Alcorán.  Entre  ellos  se  encuentran  las 
siguientes  piezas  de  aljamía: 

1.^  Fragmento  de  un  Alcorán  abreviado  con  su  traducción 
castellana:  33  hojas  en  4.o  escritas  de  dos  manos.  Com- 
prende los  trozos:  II,  1;— LXVII,  1;  LXXVHI,  39— 
LXXIX,  41;  LXXXI,  22— LXXXIV,  9;  LXXXI^, 
10—20;  CI,  4— CIV,  1. 

2.^  Una  hoja  en  folio  con  una  receta  para  las  almorranas 
eú  c.  a.,  y  un  apunte  en  c.  1.  que  recuerda  la  prisión 
de  Mahoma  Algar,  alfaqui,  en  Pédrola,  de  1517  á 
1518. 

3,^    Una  tira  con  una  cuenta  de  sueldos. 

XLvn. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  Í44. 

Un  códice  en  4.'*,  falto  de  tres  hojas  al  principio,  en  mala  le- 
tra del  siglo  XVI. 

Contiene  el  «Recontamiento  de  Yacob  y  de  su  ^jo  Yuíjof.» 

XLVin. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  258. 

Colección  de  papeles  sueltos  que  contiene  cédulas,  oraciones 
y  pasajes  ó  notas  del  Alcorán.  Entre  ellos  se  encuentran  las  si- 
guientes piezas  de  aljamía: 

1.^    Una  hoja  en  16.°  con  el  adoa  de  (^uleyman. 


^7í 

2.0    Dos  hojitas  en  16.^  con  los  adoáes  del  alguado. 

3.^  Una  hoja  en  16.^  con  un  conjuro  «para  defensión  y  guar- 
da de. toda  cosa  mala,  así  de  la  tierra  como  lo  que  pue- 
de caecer  del  cielo.  >  Sin  vocales. 

4.^  Cuatro  hojas  cosidas  en  16.o,  con  un  «Ensalme  para  cu- 
rar cualquiera  erida  que  sea,  como  no  sea  cortado 
nervio  ó  crebado  güeso.» 

5.^    Una  hoja  en  16.®  que  contiene  este  final: 

«de  Allah  d'aquí  á  que  le  vino  la  muerte  y  murió, 
apiádelo  Allah,  amin. » 

«Acabóse  la  estoria  de  la  cibdat  del  latón  con  la 
piadat  de  Allah  y  la  buena  de  su  ayuda.» 

Y  en  árabe  la  subscripción,  por  Mohammad  ibn 
Ibrahim  Hasanl^  de  ViUafranca  del  Río  Ebro. 

6.'*  Una  hoja  en  4.®  con  profesiones  de  fe  en  árabe  y  caste- 
llano. 

7."  Una  tira  con  el  nombre  de  «<Emando  de  Mendo9a  Aben 
buqar,  Confiteríat  en  c.  1.,  y  al  reverso  la  estadística 
del  Alcorán  en  árabe. 

XLIX. 

BU).  Nac.  de  Madrid,  Gg.  273,  antes  P.  19:. 

Un  tomo  en  8.^,  mal  papel,  letra  mal  formada  de  fines  del 
siglo  XVI:  77  hojas. 
Contiene: 

1.^  «El  rregimiento  para  facer  alguado;»  10  hojas. 

2.^  «El  rregimiento  para  V  atahor,  digo,  el  bañar;»  2  hojas. 

3.^  «El  rregimiento  para  fázer  a9ala;»  14  hojas. 

4.*^  «El  rregimiento  para  dayunar  Romadan;»  5  hojas. 

5.^  «El  nombre  de  las  lunas  de  todo  el  año;»  2  hojas. 

6.^  «Los  cinco  pilares  del  adin;»  2  hojas. 

7.^  En  la  última  página  de  éstas  dice:  «eslitó  AUah  taale  de 
los  meses  cuatro,  y  de  los  dias  cuatro,  y  de  las  mu- 


273 

jeres  cuatro,»  etc.,  y  queda  interrumpido  por  faltar  al- 
•  gunas  hojas,  donde  debía  estar  el  principio  de 

8.0  «Lo/ siete  dias  escogidos  del  año,»  de  lo  cual  no  hay 
sino  las  3  hojas  últimas. 

9.0  «L*alhadÍ9  de  die9  sacerdotes  judíos  que  vinieron  á  de- 
mandar ciertas  cosas  y  ciertas  demandas  al  anabí  Mo- 
hamad;»  39  hojas,  las  16  primeras  intercaladas  en  el 
mim.  5.0 

L. 

Bib.  Nac.  de  Madrid,  Gg.  286,  antes  403. 

Fragmentos  de  un  devocionario  en  16.o,  cou  48  hojas,  que 
contienen  las  materias  siguientes: 

1.0    Un  cuaderno  de  8  hojas  con  un  silabario  árabe. 

2.0    Un  cuaderno  de  6  hojas  con  el  modo  de  pronunciar  las 

letras  arábigas. 
3.0    Parte  de  un  libro  paginado,  que  después  de  un  folio 
blanco  sin  abrir  empieza  por  el  120  con  una  gran  vi- 
ñeta, y  contiene: 
Los  siete  alhaicales;  fol.  120. 
cAta^bih  grandísimo;»  fol.  130. 
Un  conjuro  para  las  bestias;  fol.  143. 
Adoáes  para  los  siete  días  de  la  semana,  todo  en  caste- 
llano. 
cLos  nombres  fermosos  de  Allah;»  fol.  157.  Llevan  su 
explicación  y  una  oración  en  castellano  para  cada  uno. 
Llega-  al  nombre  núm.  40  en  el  fol.  166  y  se  inte- 
rrumpe. 

LI. 

Biblioteca  particular  de  S.  M.  2.  G.  6. 

Códice  en  4.o,  encuadernado  en  pergamino,  con  el  núm.  1  en 
el  lomo,  compuesto  de  10  cuadernos,  de  20  hojas  cada  uno,  me- 
nee el  primero,  que  tiene  13  y  2  muy  rotas,  y  el  último,  que 

48 


274 

sólo  conserva  una.  Total,  174  hojas,  2  de  en  medio  rotas.  Le- 
tra y  papel  del  siglo  xvi.  .  . 

Contiene  la  traducción  del  Libro  de  las  luces,  dh  Abulhasán 
Albecrí,  desde  la  carta  de  Adán,  en  la  historia  primera,  hasta 
los  preliminares  del  náatrimonio  de  Mahoma,  entre  Yohayr  y 
May9ar,en  la  historia  setena. 

En  la  guarda  hay  una  nota  que  dice:  f  Libros  moriscos  halla- 
doB  en  el  hueco  de  un  pilar  de  una  jcasa  de  Bida  el  año  1728.» 

LH. 

Biblioteca  particular  de  S.  M.  2.  G.  6. 

Códice  en  4.%  de  118  hojas,  papel  del  siglo  xvi,  encuaderna- 
do en  pergamino,  con  el  num.  2  en  el  lomo,  compañero  del         i 
que  lleva  el  num.  1,  y  con  la  misma  nota  de  procedencia.  A 

Contiene:  | 

1.^     cEl  alhadiz  del  alcázar  del  oro  y  la  estoria  de  la  colue- 

bra  con  Aly  ibno  abi  Talib;»  fol.  1. 
2.0     c  Capitulo  para  hazer  olio  para  usar  mucho  con  las  mu- 

geres;»  fol.  38  v. 
3.0    «L'algucia  que  fizo  l'anabi  Mohamad,  ad  Aly  ibno  abi 

Talib;»  fol.  39. 
4.0    cL'alhadiz  de\  anabí  Mohamad;»  es  la  historia  de  la 

madre  muerta  de  un  mancebo;  fol.  56  v. 
5.^    «La  muerte  de  Mu9e;»  fol.  70. 
6.0    Conjuros,  receta  y  oración;  fol,  70. 
7.0    cEl  rrecontamiento  de  cuando  fabló  Mu^e  con  AUah;» 

fol.  71. 
8.0    cL'alhadiz  de  los  milagros  que  demostró  Allah  taale  á 

Ibrahim;»  fol.  80  v. 
9.0    Varios  avisos  de  Mahoma;  fol.  91  v. 

10.  Cuentas;  fol.  93. 

11.  Agüeros  de  los  dias  del  año;  fol.  94. 

12.  «El  testamento  y  alguacia  del  anabí  Mohamad,  y  co- 

mo supo  que  abia  de  morir;»  fol.  95  y.     ! 


275       . 

13.  cL'alhadiz  y  estoria  de  la  muerte  del  bien  aventurado 
anabí  y  gran  profeta  Mohamad;»  fol  100  v. 

14.  Principio  de  una  receta;  fol.  118. 

un. 

Biblioteca  del  Escorial,  MDCCCLXXX. 

Códice  en  4.^,  de  99  hojas,  que  lleva  pegada  á  la  pasta,  uua 
papeleta  con  esta  nota:  ' 

f  Haviéndose  arruinado  una  casa  por  los  años  de  1795  en  la 
villa  de  Agreda,  se  hallaron  en  el  hueco  ó  nicho  de  una  pared 
dos  libros  arábigos,  uno  de  ellos  este,  que  fué  remitido  al  Se- 
ñor Don  Josef  Jerez,  caballero  del  Consejo  de  Hacienda,  el  que 
me  lo  entregó. 

Buenaventura  Ventura.» 
Contiene: 

1.0  c  Alhotba  de  pascua  de  rramadán,  sacada  de  arabí  en  aja- 
mi  eyarrímase  en  copla  porque  seya  mas  amorosa  á 
los  oyentes  ó  ayan  plazer  de  escoltarla  ó  obrar  por  ella 
porque  alcancen  por  ella  el  gualardon  que  Allah  pro- 
metió en  ella  á  todos:  bien  aderécenos  Allah  á  todo 
i  que  seya  su  servicio,  amen,»  335  versos  y  el  último 

frustra;  fol.  1. 
2.0    c Almadha  de  alaband9a  al  anabí  Mohamad  que  fué  sa- 
¡  cada  de  arabí  en  ajamí  posque  fuese  mas  plaziente  de 

I  la  leir  y  escoltar  en  aquesta  tierra,»  71  coplas;  fo- 

I  lios  16-30,  99. 

I  3.0    Excelencia  de  la  aleya  alcurbí. 

'  4.0   cLa  alfadila  de  la  madre  del  alcorán.» 

5.0    Los  dichos  del  anabí;  foL  33. 
6.0    f  Alabanza  ad  Allah,  tábáraca  guaiaála  y  después  á  su 

anabí  Mohamad;»  fol.  37  v. 
7.0   Poesía  pidiendo  misericordia  por  la  intercesión  de  todos 
'   los  profetas,  15  coplas;  fol.  40/ 


276 

8.^    cEl  sueño  que  sofió  un  9alih  en  la  cibdad  de  túne9;t 

fol.  43. 
9.0     Ata9bihes;  fol.  48. 

10.  «La  alguacía  del  anabí  Mohamad,  que  la  690  al  fi  de  su 

ami  Ali  ibnu  Abi  Táleb;»  fol.  55. 

11.  Recetas;  fol.  91. 

12.  «Adoa  para  el  a9ala  sobr'  el  alchane9a;»  fol.  92. 
Noticia  suministrada  por  D.  Francisco  Fernández  y  Gon- 
zález.   ' 

Las  tres  piezas  en  verso  (1.*,  2.a  y  7.*)  han  sido  publicadas 
por  el  Sr.  Marcos  José  mullbr  en  el  Süzungsberíchte  der  konigl, 
hayerisclien  Akademib  der  Wissenschafien  m  München,  1860,  pá- 
ginas 201-253. 

LIV. 
Bib.  prov.  de  Toledo.  Sala  reservada,  Est.  9.  Tab.  6. 

Códice  escrito  en  car.  latinos,  que  contiene: 

1.^    f  Unos  castigos  de  mucho  aviso  para  quien  los  querrá 
tomar  para  descanso  de  su  arroh  y  apartamiento  del 
mundo;»  fol.  1. 
2.0    «El  orden  que  se  a  de  tener  en  el  servicio  de  Allah  táa- 
le  dende  que  amanece  fasta  que  torne  á  su  casa  en  la 
noche;»  fol.  18. 
3.0    «Los  lonbres  de  las  lunas  en  arabí;»  fol.  37. 
4.0    Capítulo  en  el  alguado  de  9unna.» 

«Capítulo  de  las  cosas  que  derruecan  V  alguado.» 

«Capítulo  del  bañar  de  la  suziedad.» 

«Capítulo  del  atayamum.» 

«Capítulo  de  las  cosas  que  faze  adebdecer  V  atayamum.» 

«Capítulo  del  ma9har  sobre  los  borceguíes.» 

«Capítulo  del  adebdo  de  l'a9ala.» 

«Capítulo  en  Tatacbira  de  la  rrepintencia.» 

Noticia  comunicada  por  D.  Pascual  de  Gayangos. 


2T7 
LV. 

Bib.  prov.  de  Toledo.  Sala  reservada,  Est.  9,  Tab.  6. 

Códice  escrito  en  car.  latinos,  que  contiene: 

«Los  alquitebes  del  atafria.t 

Al  fol.  286  V.  dice  en  árabe  que  se  concluyó  en  el  afio  1607. 

£n  las  guardas  hay  diversos  apuntes  de  pagos  y  nacimiento 
de  hijos,  uno  de  ellos  el  miércoles  14  de  mayo  de  1608,  bauti- 
zado por  Nicolás  Ximeno,  vecino  de  Villafeliche. 

Noticia  comunicada  por  D.  Pascual  de  Gayangos. 

(V.  núm.  XI.) 

LVI. 

Bib.  prov.  de  Toledo.  Sala  reservada,  Est.  9,  Tab.  6. 

Un  tomo  de  347  hojas,  que  contiene  la  traducción  del  Alco- 
rán cen  letra  de  cristianos.»  Concluido  el  martes  11  de  julio 
de  1606. 

Noticia  comunicada  por  D.  Pascual  de  Gayangos. 

Lvn. 

Archivo  de  la  Ciudad  de  Toledo. 

Anales  toledanos  segundos. 

En  la  pág.  50  del  Discurso  se  exponen  los  motivos  que 
inducen  á  incluir  este  documeuto  entre  los  correspondientes  á 
los  moros  españoles,  atribuyéndolo  á  un  inudéjar  de  Toledo 
mal  convertido.  No  ha  podido  ser  hallado  aún  el  original,  pero 
hay  copias  do  él  en  la  Biblioteca  de  la  Santa  Iglesia  Catedral 
de  la  misma  ciudad  (Cajón  27,  núm.  26),  y  en  la  Bibüoteca 
Nacional  de  Madrid  (E.  2,  F.  28  y  T.  253).  El  P.  Flórez  los  im- 
primió por  copias  mucho  más  completas,  aunque  siempre  vi- 
ciadas, en  la  Eap,  Sag.,  tomo  XXIU,  pág.  402. 


á78 

Lvm. 

Bib.  de  la  Iglesia  del  Pilar  de  Zaragoza.  . 

Códice  en  8.^  encuadernado  en  pas{;a,  buen  papel,  letra  cla- 
ra y  elegante,  con  muchos  adornos  moriscos  y  escritura  de  di- 
ferentes colores. 

Contiene: 

1.0  Alcorán  abreviado  (V.  núm.  I);  fol.  1  v. 

2.0  Texto  y  traducción  alternada,  palabra  por  palabra,  de 

una  oración;  fol.  40. 

3.0  Explicación  é  historia  de  otra  oración;  fol.  49. 

4.0  Explicación  de  un  adoa;  fol.  50  v. 

5.0  fLa  rrogaria  para  aprés  del  aQala;»  fol.  53. 

6.0  Relación  de  un  adoa;  fol.  54  v. 

7.0  €  Ata9bih  bendito  y  de  inumerable  gualardon;»  fol.  57  v. 

8.0  Un  adoa;  fol.  60  v. 

9.0  Repetición  del  3.**;  ib. 

10.  Oración  de  la  mañana  con  su  traducción;  foL  62 

11.  Adoa  con  todos  los  nombres  de  AUah;  fol.  62  v. 

12.  cCapítulo,  en  seguir  al  alchaneza;»  fol.  63. 

13.  Fórmulas  del  a9ala;  fol.  63  v. 

14.  «Caso  de  lo  que  an  de  hazer  con  el  que  está  al  artículo 

de  la  muerte  y  el  bañarlo  y  su  alcafanarlo  y  perfu- 
marlo, y  su  llevarlo  y  su  enterrarlo;  t  fol.  81. 

15.  «La  iban  talla  y  virtud  de  los  a^aláes  que  se  facen  en 

los  siete  días  de  la  semana;»  fol.  86. 
-    16.     «Capítulo,  en  la  manera  que  se  han  de  hazer  las  fa- 
das;»  fol.  93. 

Entre  varias  notas  en  las  guardas,  hay  ésta: 

«Haviendo  examinado  este  Ubro  en  31  de  Marzo  de  1758  de 
mi  orden  un  Religioso  Cartuxo  de  la  Concepción  de  Zaragoza 
que  en  el  año  1756  fue  esclavo  y  camarero  de  el  Rey  de  Mar- 
ruecos me  dixo  era  el  Cathecismo  de  los  Moros  6  resumen  de 


279 

el  Alcorán  lleno  de  Blasfemias  torpezas  y  abl^ominaciones.  Ha- 
go esta  nota  para  noticia  en  Zaragoza  á  1  de  Abril  de  1758. 
Dr.  Pedro  Azpuru,  Canon.^  Doctoral.» 

UX. 

Bíb.  Na<x  de  París,  anc.  fonds.  Ochoa,  Catálogo  razonado  de  los  manuscritos 
españoles  en  la  Biblioteca  Real  de  París,  4844,  núm.  f . 

Un  tomo  en  4.^  de  115  hojas,  que  contiene: 

1.0  Cap.  XXXVI  del  Alcorán  desde  el  V.  26. 

2.0  Cap.  LIX  desde  el  v.  18. 

3.0  Oración  almorzida. 

'  4.0  Cap.  LXXVm  al  CXm  del  Alcorán. 

LX. 

Bib.  Nac.  de  París,  290,  Sf.  Germain:  Ochoa,  Catdl,,  núm.  3. 

Un  tomo  en  4.^  de  353  hojas,  que  contiene: 

1.0  Historia  de  la  muerte  del  annabi  Mohammad. 

I  2.0  La  rogaría  de  Fátiraa. 

■  3.0  Itinerario  de  España  á  Turquía. 

!  4.0  Avisos  para  el  camino. 

5.0  AUahomma  de  fe. 

¡  6  o  Oración  para  los  viernes  del  mes  de  recheb. 

f  7.0  Unas  demandas  que  demandaron  una  compaña  de  ju- 

díos al  annabi  Mubammad. 

8.0  Capítulo  que  fabla  de  los  cinco  a; alaes. 

9.0  Declaración  de  una  muy  virtuosa  aleya  ó  petición  que 

I  .  vino  con  ella  Chibril. 

10.  La  carta  de  la  fe. 

11.  Noticia  de  los  meses  y  fiestas  musulmanas. 

12.  Los  cinco  almalaques  que  envía  Allah  á  todo  mu9lim  á 
la  hora  de  la  muerte. 

13.  Fragmentos  del  Alcorán  y  varias  oraciones  en  árabe. 


S80 

14.  Cántico  traído  por  el  ángel  Gabriel  á  Mahoma. 

15.  Oraciones  para  las  exequias,  en  árabe. 

16.  Oraciones  en  árabe  y  castellano. 

17.  Últimos  capítulos  del  Alcorán. 

18.  Tradiciones  relativas  al  mérito  de  ciertas  oraciones. 

19.  Oración  por  el  alma  de  nuestros  padres. 

20.  Recontamiento  del  día  del  juicio. 

21.  Aventura  y  muerte  del  hijo  de  Ornar. 

22.  Oración  para  las  abluciones,  en  árabe  y  castellano. 

23.  Oraciones  para  la  mafíana,  en  árabe  y  espafiol. 

24.  Relación  de  la  muerte  de  Mahoma. 

25.  Escándalos  que  han  de  acaecer  en  la  9aguería  de  los 

tiempos  en  la  isla  de  España. 

26.  Profecía  de  Sant  Esidrio. 

27.  Planto  de  España. 

28.  Profecía  de  Mahoma  sobre  España. 

29.  Ea9onamiento  de  Mu9e. 

30.  Adoa  para  cuando  tronará. 

31.  Varias  oraciones. 

LXI. 

Bib.  Nac.  de  París,  8<62,  2.  Ochoa,  CatdL,  núm.  27. 

Un  tomo  en  4.^  de  202  hojas,  escrito  en  car.  lat.  del  si- 
glo xvn,  ene.  en  pasta  muy  vieja. 

€  Discurso  de  la  luz,  y  descendencia  y  Unage  claro  de  nuestro 
caudillo  y  bienaventurado  Profeta  Mohamad  galam  acopilado 
y  compuesto  por  el  siervo  de  Alá  y  mas  necesitado  de  su  pie- 
dad y  perdonanza  Mohamad  Rabadán,  Aragonés,  natural  de  la 
Villa  de  Rueda  de  Jalón,  el  año  del  Nascimiento  de  Hice,  ale- 
higalem,  de  1603:  convéngalo  Alá  con  su  piedad.  Van  añadidas 
la  descriccion  y  asiento  de  los  Israelitas  y  su  descendencia  y  la 
historia  del  dia  del  Juicio,  un  calendario  de  las  doce  lunas  del 
año  y  por  remate  los  noventa  y  nueve  nombres  de  Alá.»  (V.  nú- 
mero LXVni.) 


281 

Lxn. 

Bib.  Nac.  de  París.  Arab.  489.  Boarnoville.  capitaine  general  en  Catalogne. 

Alcorán  y  recetario  aljamiado  al  fin. 

Noticia  comunicada  por  D.  Pascual  de  Gayangos. 

Lxm. 

Bib.  Nac.  de  París. 

Códice  sin  principio,  que  contiene: 

1.^  Empieza:  cDixo  él,  no  quiere  Allah  aquello  ni  lo  manda 
á  los  creyentes,  y  envió  á  mandar  que  lo  ficiese  Abi- 
bacri  y  dmerongelo  á  Ornar;  >  fol.  1. 

2.^    cEsta  es  Tallahomma  de  la  fe;i  fol.  39  v. 

3.®  fLas  demandas  que  fizieron  los  diez  sabios  de  los  judios 
al  anabí  Mohammad;>  fol.  73. 

4.^    «Capítulo  que  fabla  en  los  cinco  acaldes;»  fol.  74. 

6.0     «L'alhadiz  de  Ornar;»  fol.  244. 

6.^  «Este  es  un  rracontamiento  de  los  escándalos  que  han 
de  acaecer  en  la  Qagueria  de  los  tiempos  en  la  isla  de 
España.  Fué  rracontado  por  Alí  Ebno  Jabir  Alfere- 
sio;>  fol.  278. 

Nota  suministrada  por  D.  Pascual  de  Gayangos. 

LXIV. 

Bib.  Nac.  de  París.  S.  Ar.  Núm.  263. 

Priéres:  188  hojas. 

Manuscrit  en  caracteres  árabes,  en  espagnol.  Le  volume  fai- 
sant  partle  de  la  CoUection  des  manuscrits  espagnols  de  Lloren- 
te,  et  qui  était  inscrit  sous  le  num.  19;  il  aurait  appartenu  a  un 
maure  d*Espagne  appeló  Kodrigo  el  Rubio  origiuaire  des  envi- 
rons  d'Albeta,  en  Aragón,  qui  fut  pour  ce  seul  fait  traduit  de- 
vant  l'Liquisition  en  1567.  Voyez  la  notice  détaillée  de  ce  volu- 


282 

me  placee  dans  le  fonds  Llórente,  avec  un  caíame  ou  rosean 
encoré  teint  d*encre,  le  quel  dut  servir  de  piéce  d'appui. 

Signé,  Rbinaud. 
1.0    Azora  XCIX  del  alcorán. 
2.0    Aquesta  es  Talfadila  del  dia  de  axora;  foL  2. 
3.0    Aquesta  es  Talfadila  del  dia  del  alchomúa;  fol.  5.  v. 
4.0    Á  siete  de  marzo  fué  la  vintisetena  noche  del  mes  de  ro- 

madan;  fol.  10  v. 
6.0    L'alhadiz  del  anabí,  cuando  puyó  á  los  cielos;  fol.  12. 
6.0    Estos  son  los  dichos  de  Bias,  los  cuales  son  los  siguien- 
tes, y  para  ser  bien  entendidos,  piense  el  leytor  que 
cada  sabio  habla  con  él;  fol.  61. 

Mírate  todos  los  días 
que  vivieres  al  espejo; 
toma  de  mi  este  consejo. 

Si  juzgas  qu'  estas  hermoso 
sin  hallar  en  tí  9Ó9obras, 
paregcañ  á  ti  tus  obras. 

Si  vieres  tu  gesto  feo 
trabaja  como  la  lumbre 
con  nobleza  de  costumbres. 

7.0  Acabáronse  los  dichos  de  escribir  el  9aguero  de  marzo 
del  afio  de  mil  quinientos  y  sesenta  tres  afios;  fol.  80.  v. 

8.0  Capítulo  de  como  se  a  de  tratar  con  cualquiera  presona 
de  edad  que  está  á  la  muerte,  sea  onbre  ó  muger  el 
que  está  doUente;  fol.  82. 

9.0  Año  de  mil  y  quinientos  y  sesenta  y  seis,  á  diez  dias  de 
setiembre,  tomé  el  huerto  de  Lope  Jimel,  izo  la  carta 
Pellares  el  de  alberite  y  en  sus  notas  está  y  allí  lo  ha- 
llarán toda  via  que  fuese  menester;  fol.  83  v.. 

10.  Alhotba  primera  de  Pascua;  fol.  91. 

11.  Memoria  del  regimiento  de  como  se  face  el  afala;  fol.  93. 

12.  Alhotba  segunda  de  Pascua;  fol.  110. 

13.  Dixo  AUah  en  su  alcorán,  ize  probó  á  Ibrehim;  fol.  114. 


283 

14.  Capítulo  de  quien  alexa  ó  abrá  lezado  Tagala  por  tor- 

peza, después  se  rrepentiriá;  fol.  120. 

15.  Capítulo  de  lo  que  debe  fazer  el  muslim  ó  la  mosUma 

cuando  se  le  muere  padre  ó  madre;  fol.  182. 

16.  La  petición  que  onbre  debe  fazer  ad  AUah;  fol.  136. 

17.  Bemembran9a  de  los  dias  aquellos  que  puso  AUah  en 

ellos  nozimiento  sobre  los  de  Beni-Israil;  fol.  138. 

18.  De  los  escogidos  dias  de  la  luna;  fol.  139. 

19.  Fué  rrecontado  por  Atrima  ibno  Aben;  fol.  140. 

20.  Estos  son  los  meses  del  año,  con  las  alfadilas;  fol.  158. 

21.  Predicar  ínuy  onrado  para  el  mes  de  Xaben;  fol.  171. 
Nota  suministrada  por  D.  Pascual  de  Gayangos. 

LXV. 

Bíb.  de  la  Universidad  de  Upsal.  CCCLXXXV. 

Códice  así  descrito  por  Tornberg  {Códices  qrábid,  persici  et 
iurdci  Bibliotecae  regióte  UniversitcUis  Upsálensis^  1849). 

Capita  Coranii  hispanice  versa,  litteris  vero  arabicis,  quas 
vocant,  africanis  scripta.  De  hujus  generi  libris  cfr.  Notices  tí 
extraits,  tomo  IV,  pág.  626  et  199.  Initium: 

Capítulo  para  saber  el  gualardon  de  las  obras.  Á  lo  mas  de 
lo  dicho  es  for9oso  al  creyente  saber  á  lo  que  está 

Cfr.  O.  Celsius,  Centuria  librorum,  pág.  2. 

Cod.  in  oct.,  chartae  europ.  pessimae  fol.  49,  versuum  17-22, 
char.  hórrido,  et  atramento  paene  evanescente  negligentius 
exaratus.  Teg.  corii  occid. 

Sparvenfeld,  2;  Ochoa,  Ca/.,  pág.  8. 

LXVI. 
Bib.  de  la  Universidad  de  Upsal.  CCGLXXXVI. 

Códice  así  descrito  por  Tornberg  (Cod.  ar.) 
láber  qui  ejusdem  ac  praecedens,  formae  et  indolis,  capita 
queque  Corani  et  preces  continet.  Sic  incipit: 


284 

Gomará  gloria  infinita,  ó  de  pena  durable  si  se  inclinare  á  las 
torpes  y  feas  costumbres. 

Cod.  in  oct.,  cbartae  europaeae,  pauUo  melioris  ac  cod.  prae- 
cedens,  foll.  94,  char.  africano  magis  distincto  exaratus.  Teg. 
corii  occid. 

Sparv.,  3.;  Ochoa,  Oorf.,  pág.  8. 

LXVII. 

Bib.  de  la  Universidad  de  Upsal.  CCCCXIV. 

Códice  así  descrito  por  Tornberg  {Cod.  arcíb.) 

Litteris  et  lingua  Hispaniae  scriptus  liber  de  officiis  et  prae- 
ceptis  religionis  Muhammedis  ad  normam  et  regulas  Abu- 
Hanifae  proposita.  Proemium  sic  iucipit: 

fMi  buena  boluntad  me  disculpe  el  atreberme  a  escrebir  En 
diferente  Regla  de  la  que  sigo,  pero  el  deseo  de  que  los  herma- 
nos andalu9es  que  se  aReyGaron  en  tieRa  donde  se  sigue  La 
del  excellente » 

Tractatus  ipse,  quiinfol.  21  incipit,  in  19  capita  divisus  est. 

Cod.  in  16.^  chartae  europ,  tennis  foll.  125,  versuum  12,  bene 
scriptus.  Teg.  corii  occid. 

Núm.  40  del  catálogo  de  Sparvenfeld,  1706.  Ochoa,  Caí.,  pá- 
gina 8. 

Lxvm. 

Museo  Británico:  Harl.  7504. 

Un  tomo  en  4.*  de  351  hojas,  letra  y  papel  del  siglo  xvn. 
Car.  kt. 

(Gayangos,  Cat.  of.  mss.y  pág.  31.) 

fDiscurso  de  la  luz  y  descendencia  y  linaje  claro  de  nuestro 
caudillo  y  bien  aventurado  anabi  Muhamad,  galam.  Compues- 
to y  acopilado  por  el  siervo  y  más  necesitado  de  su  perdonan9a 
Muhamad  Rabadán,  aragonés,  natural  de  Rueda  del  rio  de 
Xalon:  repartido  en  ocho  ystorias,  etc.  Fué  conpuesto  el  año 
de  1603  del  nacimiento  de  I<^  alehigcdem.» 


285 

Sigaen  unas  oraciones  en  árabe;  luego  la  tabla,  y  después 
los  cantos  en  esta  forma: 

1.  Canto  primero  en  que  se  dedica  este  libro  á  solo  Allá 
criador  de  toda  cosa;fol.  19. 

2.  Canto  primero  en  el  qual  cuenta  la  criazón  y  formación 
del  mundo  hasta  la  caida  de  nuestros  primeros  padres,  con  to- 
do lo  que  fué  de  su  prevarican  (ja;  fol.  2G. 

3.  Segunda  ystoria  que  habla  del  enjendramiento  de  Sez: 
segunda  parte  de  la  Luz  y  los  que  descendieron  hasta  Noh, 
<dehizalem\  fol.  50. 

4.  Tercero  canto.  Trata  del  diluvio  de  Noh  y  pasa  á  la  va- 
ronía de  la  Luz  hasta  Ibrahim,  donde  se  cutnplió  la  segunda 
Edad  del  mundo;  fol.  60. 

5.  Ystoria  de  Ibrahim  (üehizálem  compuesta  en  verso  suel- 
to. Comien9a  desde  su  nacimiento  y  lo  que  le  vino  con  el  Rey 
Namerud;  fol.  73. 

6.  Segundo  canto  de  la  ystoria  de  Brahim  áléhizálem,  Co- 
mieu9a  desde  su  nacimiento  y  lo  que  le  vino  con  el  Rey  Name- 
rud; fol.  84. 

7.  Tercera  ystoria  de  Brahim  alehigalem;  fol.  95. 

8.  Canto  quarto  de  la  istoria  de  Brahim  alehigalem;  fol.  102. 

9.  Canto  quinto  de  la  istoria  tercera  de  Brahim  alehigalem; 
fol.  108. 

10.  Cuéntase  en  este  canto  la  línea  de  Izhaq,  patrón  de  los 
judios  y  cristianos,  y  el  asiento  del  pueblo  de  Israel,  y  los  gran- 
des hechos  de  los  anavíes  que  de  aquí  procedieron  hasta  Ice 
alehigalem  y  las  ventajas  que  de  cada  uno  eredamos,  que  fué  el 
principal  motivo  de  hacer  este  hbro,  porque  avia  muchos  yno- 
rantes  de  ellos;  fol.  121. 

11.  Ystoria  quarta  del  Discurso  de  la  Luz  de  Muhamad 
galam.  Acábase  de  declarar  el  asiento  de  los  dos  pueblos  de  Is- 
rael y  de  Arabia;  fol.  187. 

12.  Ystoria  de  Hexim,  hijo  de  Abdulmunef  y  bisagtielo  de 
nuestro  anabi  Muhamad  galam;  fol.  144. 


286 

13.  Segundo  canto  de  la  istoria  de  Hexim.  Trata  la  concia- 
sion  de  su  casamiento;  fol.  162. 

14.  Canto  tercero  de  la  quinta  ystoria;  fol.  162. 

15.  Cuarto  canto  de  la  istoria  de  Hexim.  Trata  sú  muerte 
y  nacimiento  de  Yaibacanas;  fol.  175. 

16.  Ystoria  de  Abdulmutalib,  cuyo  nombre  se  llama  Jaiba- 
canas;  hijo  de  Hexim;  fol.  183. 

17.  Segundo  canto  de  la  istoria  de  Abdulmutalib;  fol.  168. 

18.  Tercero  canto  de  la  ystoria  de  Abdulmutalib;  fol.  206. 
•19.    Quarto  canto  de  la  istoria  de  Abdulmutalib;  fol.  221. 

20.  Ystoria  de  Abdullalii,  hijo  de  Abdulmutalib,  y  del  dis- 
curso de  la  luz  del  Muhamad  folam.  Trata  los  hechos  de  Ab- 
dullahi,  padre  del  anaVi,  alehizalem,  hasta  su  muerte;  fol.  224. 

21.  Segundo  canto  de  la  istoria  de  Abdullahi;  fol.  238. 

22.  Ystoria  de  nuestro  anayi  Muhamad  galam.  Trata  su 
nacimiento;  fol.  224. 

23.  Canto  segundo  de  la  declaración  del  onrado  Alcorán,  y 
las  propiedades  de  nuestro  anavi  Muhamad,  (dlam;  fol.  260. 

24.  Canto  tercero  de  la  istoria  de  nuestro  anavi  Muhamad 
fcUam.  Trata  el  subimiento  y  enxali^miento  de  los  cinco  aza- 
laes;  fol.  270. 

25.  Canto  de  la  declaración  del  azora  de  Alhamdu;  fol.  286. 

26.  Canto  á  la  muerte  de  nuestro  anavi  Muhamad,  galam; 
fol.  292. 

27.  Ystoria  del  Espanto  del  dia  del  Juizio,  según  las  aleas 
y  profecías  del  onrado  Alcorán;  fol.  305. 

28.  Canto  segundo  de  la  istoria  del  dia  del  Juizio;  fol.  318. 

29.  Canto  de  las  lunas  del  año.  Cuéntase  los  ayunos  y  dias 
blancos  y  azalaes  que  se  an  de  hazer  y  las  racas  en  cada  dia; 
fol.  327. 

30.  Los  noventa  y  nueve  nombres  de  su  divina  majestad; 
fol.  327. 

Este  códice  fué  comprado  en  septiembre  de  1715,  en  Tesator 
(quince  leguas  al  O.  de  Túnez),  á  Hamuda  Busisa,  médico,  por 


287 

J.  Morgan,  quien  tradujo  su  contenido  al  inglés,  excepto  el 
canto  de  los  nombres  de  Allah,  en  su  obra  MahomeHsm  fuUy 
ea^lained:  Londres,  1723-1725. 

D.  Pascual  de  Gayangos  imprimió  el  Prólogo  y  las  historias 
de  Hezim  y  Abdulmutalib,  en  su  traducción  de  la  Historia  de 
la  literatura  española  de  Tickuor,  1856,  tomo  IV,  pág.  275.  El 
mismo  imprimió  algunas  partes  del  canto  de  las  Lunas  «n  el 
Mmorial  histórico  español,  1853,  tomo  V,  págs.  303,  309,  327. 

Lord  Stanley  de  Alderley  ha  publicado  la  obra  íntegra  en  el 
Asiatic  Journal,  desde  1867  á  1872  (V.  núm.  LXI). 

LXES. 

Bib.  de  la  Universidad  de  Bolonia,  D.  565. 

Un  tomo  en  4.*^,  de  813  hojas,  con  este  rótulo:  Apología  pro 
Christianis  conlra ahmedis  perscs  spectdum. 

Primer  libro.— Fol.  1. — Corónica  y  relación  de  la  esclarecida 
descendencia  xarifa,  los  que  binieron  de  Aii  ebnu  abitálib  y  la 
muerte  de  al  hu9ain,  radi  alahu  anhu  y  los  que  fueron  prosi- 
guiendo del  y  otras  posas  no  menos  curiosas  y  probechosas, 
traducido  de  arábigo  en  castellano  en  túnez,  afío  de  1049.  Es 
una  composición  en  verso,  de  la  cual  se  copian  para  muestra 
estas  estrofas: 

'  «A  lo  que  Dios  ordena, 

Y  está  en  su  eternidad  determinado 
Si  es  para  premio  ó  pena. 

Sin  remedio  a  de  ser  executado; 
Udos  glorifícados 

Y  otros  para  la  pena  condenados. 
Siendo  mi  bisagUelo. 

Mensajero  de  Allá  el  más  querido, 

Y  siendo  Alí  mi  agüelo 

Ebnu  abitálib  el  que  fué  escogido 
Esposo  de  la  madre, 

Y  el  hijo  de  los  dos  ha9ain  mi  padre, 


S88 

Cúmplase  lo  ordenado, 
Salgamos  de  la  cárcel  de  esta  bída 
Do  el  bien  della  es  prestado, 
Gocemos  de  los  bienes  sin  medida, 
Y  con  balor  entremos 
Contra  los  enemigos  que  oy  tenemos.» 

Al  final  del  libro  dice:  c  Echen  una  fáteha  por  el  amo  del  li- 
bro, que  su  entencion  fué  buena  en  sacarlo  este  libro  con  su  di- 
nero de  arábigo  en  castellano  porque  se  olgasen  los  de  su  cas- 
ta, y  es  ache  mehemed  Enbio  aragonés  de  billafeliche.>    . 

Segundo  libro. — Fol.  115.— A  onrra  del  nacimiento  y  venida 
de  nuestro  escogido  ceiydne  mujmed,  Embajador  de  Dios  atro. 
Señor  para  todo  el  género  humano,  sobre  quien  sea  la  ben- 
dición de  Dios  nuestro  Sefior  y  sobre  todos  los  que  lo  siguen. 
Se  hizo  este  tratado,  ynterpretacion  de  algunos  milagros  que 
hizo  el  santo  profeta,  escritos  en  arábigo  y  aprobados  y  verifi- 
cados por  el  sébio  de  los  sabios  cadi  supremp  hiyad,  hijo  de 
mu9a,  hijo  de  hiyad  El  yah90vi,  andaluz  de  la  ciudad  de  Cór- 
doba, el  cual  libro  está  recibido  en  la  mayor  parte  del  mundo, 
que  por  su  causa  estiman  los  sabios  de  levante  á  los  de  ponien- 
te, que  dicen  en  proverbio  arábigo:  csi  no  fuera  por  hiyad  no 
se  mentara  él  poniente»  (sigue  diciendo  el  traductor  que  lo  tra- 
duce por  ser  el  romance  más  conocido  de  los  españoles  que  el 
árabe).  Fué  escrito  en  el  año  1044. 

Tercer  libro. — ^Fol.  152. — Tractado  de  una  carta  que  escribió 
Ehmed  benca9Ím  bejarano,  intérprete  ó  turchumén  de  los  rre- 
yes  de  Marruecos,  y  es  el  que  interpretó  el  libro  pasado,  que 
contiene  la  grandeza  de  los  milagros  de  nuestro  santo  profeta, 
de  los  libros  verdaderos  y  ciertos  y  rrecevidos  délos  grandes  sa- 
vios,  y  la  carta  la  habia  escrito  muchos  años  antes  de  la  Corte 
de  París  á  los  andaluces  que  asistian  ó  vivian  en  Constantinopla, 
el  1.0  de  1021,  ó  sea  1612  de  los  cristianos  por  el  mes  de  mayo. 
Cuarto  libro. — ^Fol.  158. — ^Interpretación  de  un  sermón  que 
hizo  en  arábigo  un  gran  sabio,  se  entiende  que  fué  en  los  fines 


289 

del  mes  de  ramadan,  y  se  hizo  la  iaterpretacion  á  pedimento 
del  hache  muhemed  rrubio  andaluz,  por  mano  del  siervo  de  los 
siervos  de  allá  Ehmed  benca9Ím  bejarano,  hijo  de  Ahhmod,  hijo 
del  alfaqüí  cacim,  hijo  del  saih  El  Hamarí  andaluz.  Hízose  en 
tunez  estando  de,  vuelta  del  Hiche.  El  cual  abia  asistido  en  Mar- 
ruecos, después  que  pasó  de  España  treynta  y  seis  años,  adon- 
de filé  yntérprete  del  rey  muley  zeydén  y  de  sus  hijos,  que  Dios 
perdone  que  fiíeron  rreyes  después  del. 

Quinto  libro. — Fol.  201. — Fardes,  ^nas  y  fadilas  del  guado 
y  ijala. 

Después  flos  dias  buetios  ó  menguados  de^  cada  luna;»  fo- 
Ü0  304. 

Noticia  sacada  del  original  por  D'  Antonio  Gómez,  Colegial 
de  San  Clemente  de  Bolonia,  y  remitida  por  el  Rector  del 
mismo  Colegio,  D.  José  María  Irazoqui. 

LXX. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  S.  i. 

Códice  que  principia  en  la  pág.  64,  completo  en  el  resto, 
y  que  está  titulado  en  el  tejuelo  t Galardones.»  Escrito  en  ca- 
racteres latinos  y  con  signos  especiales  en  equivalencia  de  cier- 
tas letras  árabes. 

Contiene: 

l.<*  El  final  de  un  capítulo  sobre  «el  gualardon  de  los  ayunos 
de  los  dias  de  targuih  y  arafe.» 

2°    fCapítulo  del  gualardon  del  dayuno  del  dia  de  axora.» 

3.^  €  Capítulo  del  gualardon  del  aQ^ala  de  la  noche  de  me- 
dio de  Xaaben;*  fol.  66. 

4.°  fCapítulo  del  gualardon  del  a99ala  de  la  noche  veuti- 
nobena  de  xaaben;»  fol.  67. 

5.®    «Unas  debo9Íones  muy  buenas;  >  fol.  68. 

6.»  «El  AlhadÍ9  de  la  muerte  de  bilel  ybnu  hamemah,  pre- 
gonero del  annabí  muhamed  fam;i^  fol.  70. 

49 


V 


290 

7.0  «El  alhadi9  del  ahorcado  en  el  tiempo  de  degud  aleyhi 
galem;it  fol.  74. 

8.0  Historia  de  la  conversión  de  un  mancebo  pecador,  refe- 
rida por  meliq  ybnudinar;  fol.  79. 

9.0  €  AlhadÍ9  de  un  Rey  de  alyaman  con  el  annabi  muhamed 
fom;»  fol.  85. 

10.  €AlhadÍ9  de  caabulahbar  de  quando  ge  bolbio  mu9lim 

y  porque  causa;  •  fol.  33. 

11.  «Alhadi9  del  nagimiento  de  Y9e  am\^  fol.  99.  Contiene 

toda  su  historia  hasta  su  muerte. 

12.  fMonestacion  de  pasqua,  si  querrá  Alh;»  fol.  128  v. 

Fol.  140,  dice:  «sacóse  de  letra  de  mu9limes.  Costó 
su  origen  80  sueldos.  Queda  por  copiar  una  Rogarla 
^        de  6  ojas,  que  por  ser  en  copla  y  mal  compuesta  no 
la  e  copiado.» 

13.  «El  alfadila  del  dayuno  de  Racheb;»  fol.  140. 

14.  «El  alfadila  del  mes  de  jaben;»  fol.  145  v. 

15.  «El  alfadila  del  mes  de  Ramaddan  el  engrandecido;* 

fol.  151.  Interrumpido  en  el  fol.  163,  donde  falta  un 
cuaderno  de  doce  hojas. 

16.  Desde  el  fol.  176  continúan  unos  consejos  dados  por 

Mahoma  á  Alí,al  final  délos  cuales,  en  el  fol.  202  v., 
están  los  «9Ínco  almalaques  que  ymbia  Alh  á  todo 
mu9lim,)i  etc. 

17.  Coplas  sacadas  de  los  castigos  del  hijo  de  edam;»  folio 

205. 

LXXI. 

Bib.  do  D.  Pascual  de  Gayangos,  S,  2. 

i  De  la  crehencia  y  lo  que  debe  saber  el  Mahometano  y  otras 
coBsaa  curiossas.» 

Códice  en  4.o,  en  caracteres  latinos,  sin  la  primera  hoja,  y 
con  título  escrito  en  la  guarda.  Encuademación  africana,  pa- 
pel del  siglo  xvn;  letra  gallarda,  disposición  material  arábiga. 


294 

Perteneció  á  la  Bib.  Nac.  (Ce.  172),  y  se  vendió  con  los  libros 
de  Conde,  según  parece. 
Está  compuesto  por  un  morisco  de  la  expulsión,  en  Túnez, 

LXXII. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  S.  3. 

Un  tomo  en  4.o,  en  caracteres  latinos,  letra  y  papel  del  si- 
glo xvi;  falto  del  principio. 

Contiene  el  «Breviario  Qunní»  de  D.  Ice  de  Chébir,  como  ma- 
nifiesta la  subscripción,  que  dice  así: 

«Cumplióse  este  libro  intitulado  Brebiario  <;unni  que  rrecopi- 
16  el  onrrado  sabidor  don  Y9e  de  Xebir  muflí,  alfaquí  mayor  de 
los  muslimes  de  Castilla,  alimem  de  la  muy  onrrada  alchamaa 
de  Segovia  en  l'alma^chid  de  la  dicha  ciudad,  en  el  año  de  mil 
quatrozientos  y  sesenta  y  dos.  Conbengalo  el  Soberano  en  su 
santa  gloria,  emín:  ya  rabí  ylalamina.* 

Al  final  las  azoras  colhtía  y  culaudo,  en  car.  lat. 

Este  códice  fué  de  la  Biblioteca  Nacional,  Ce.  169,  y  se  ven- 
dió con  los  libros  de  Conde;  y  según  dice  una  papeleta  que  hay 
dentro  del  libro,  fué  encontrado  á  Juan  López,  converso  y  veci- 
no de  Villafeliche,  cosido  en  el  jubón. 

V.  los  números  11  y  lU. 

Impreso  en  el  Memorial  histórico,  tomo  V. 

Lxxm, 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  S.  4. 

Un  tomo  en  4/,  escrito  en  car.  latinos,  que  contiene  las  «Le- 
yes de  moros.  > 

Es  copia  de  un  ms.  ¿Le  principios  del  jsiglo  xrv  que  se  con- 
servaba en  el  Colegio  Mayor  de  San  Ildefonso  en  Alcalá,  y  se 
perdió  hace  mucho  tiempo.  Esta  copia  perteneció  á  Abella^  y  de 


29? 

ella  se  sacaron  otras  dos  que  se  conservan  en  la  Real  Acade- 
mia de  la  Historia.  Se  imprimió  en  el  Memorial  histórico  espa- 
ñol, tomo  V. 

LXXIV. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  S.  5. 

Un  tomo  en  folio  de  215  hojas. 

«El  hundidor  de  cismas  y  erejias.»  Traducción  del  tTedehib 
de  Abumu9a  9aedi  ybinuhalef  ybnu  abilca<;em  alberadü,»  he- 
cha en  Constan tinopla  en  1606  por  «ali  ybnu  muhamad  ybnu 
hader  bezino  de  Constantinopla,»  que  dice  no  ser  «español  na- 
tural, »  pero  había  estado  en  España. 

Trata  primero  de  los  ritos  religiosos,  luego  del  matrimonio,  y 
al  fin  de  los  contratos. 

LXXV. 
Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  T.  i. 

Devocionario  en  12.*,  encuadernado  con  broches,  estilo  del 
siglo  XVI.  Tiene  dos  adornos  bien  dibujados.  Papel  del  siglo  xv 
al  XVI.  Contiene: 

1.^  Los  37  lugares  del  Alcorán  donde  se  anuncíala  unidad 
de  Dios  con  sus  virtudes  morales  y  curativas;  19  hojas. 

2.^  Los  99  nombres  de  AUah,  con  la  oración  para  invocar- 
los, en  árabe;  4  */«  hojas. 

3.^  Los  adoáes  «de  grandísima  alfadila,  de  mucha  gracia, 
de  yu(jof,  del  anabí  Mohamad,  de  a9ahifa  mobaraca, 
de  grandísimo  gualardon  y  gracia,  tesoro  de  los  teso- 
ros de  1'  alarx,  del  caminero,  que  rrogaba  con  él  el 
anabí  Mohamad,  de  mucho  gualardon  y  gracia,  para 
todo  espanto,  que  se  dizén  en  los  siete  alhaicales,  de 
a<jahifa,  (para  estar  en  guarda  de  Allah);i  72  hojas  en 
árabe. 

4.^     «La  carta  de  la  muerte,»  en  árabe;  5' hojas. 

5.^    «Hirze  alguazir,  i  en  árabe  con  menudísimos  caracteres. 


r 


293 

y  su  explicación  aljamiada  con  letras  encarnadas; 

10  hojas. 
6.^    Adoáes:   «para  cuando  abrás  comido,  para  cuando  te 

acostarás,  para  cuando  te  levantarás,  para  cuando 

querrás  ir  camino,  para  cuando  tronará,  almorcida;  > 

9  hojas  en  árabe. 
7.^    Alcorán  abreviado  (V.  núm.  I)  hasta  la  azora  LXVII 

inclusive,  y  además  el  versículo  11,  159,  texto  árabe; 

38  V,  hojas. 
SP     «El  adoa  para  demandar  perdón, >  texto  y  explicación 

en  árabe;  2  hojas. 
9.^    Palabras  de  Mahoma  referidas  por  Ayexa,  en  árabe;  una 

hoja. 

En  la  última  guarda  hay  una  fecha  de  1554,  en  caracteres 
latinos. 

Eu  la  primera  se  dice  haberse  hallado  en  1770,  en  Moros,  y 
e8tá  borrado;  pero  el  Sr.  Gayangos  dice  haberlo  comprado  en  La- 
racheá  un  moro  Mohammad  amonesiU,  que  decía  tenerlo  here- 
dado de  sus  abuelos. 

LXXVI. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  T.  i. 

Devocionario  en  12.o  -con  encuademación  árabe,  papel  esto- 
poso  del  siglo  XV,  adornos  de  pluma  groseros.  Faltan  algunas 
hojas. 

Contiene: 

1.^    Los  siete  alhaicales,  con  una  introducción  aljamiada. 

2.^  Los  adoáes,  cmuy  bendito,  para  cuando  ternas  algún 
pienso,  de  a<jahifa>  (sin  principio),  cpara  cuando  te 
acostarás,  para  cuando  le  levantarás,  de  la  carta  >  (sin 
concluir  la  introducción  ni  empezar  el  texto),  «para 
cuando  irás  camino,  para  cuando  tronará,  para  cuan- 
do entrarás  en  la  me^quida,  para  cuando  salrrás  de 
la  me(;quida:»  texto  árabe. 


894    • 

3.®    fEl  suefto  que  soñó  un  9álih  en  la  Ciudad  de  Tune<;,> 
4."^    Adoa  de  Mahoma,  en  árabe. 

En  la  primera  guarda  consta  que  fué  llevado  el  libro  en  1552 
á  Almagro  por  un  vecino  de  Daimiel. 

LXXVII. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  T.  3i 

Devocionario  árabe  con  epígrafes  y  explicación  en  castella- 
no; groseramente  adornado  con  viñetcis  de  colores.  Papel  sici- 
liano del  siglo  XVI.  Letra  antigua. 

1.**    El  primer  capítulo  del  Alcorán. 

2.^  Los  37  lugares  del  Alcorán  en  que  se  dice  la  unidad  de 
Dios. 

3.*^    Adoa  con  ata9bihes. 

4.**    Los  99  nombres  de  Allah. 

5.^     €  Capítulo  de  los  siete  alhaicales  y  Talfadila  suya.» 

6.^  Adoa  revelado  á  Maboma  la  noche  de  su  subida  al 
cielo. 

7.°  Adoáes  cde  Edam,  de  Ibrabim,  de  Nuh,  de  Mu9e,  del<;e 
y  del  annabí  Mohamad.> 

8.°  Adoáes:  «para  cuando  te  acostarás,  para  cuando  te  le- 
vantarás, para  cuando  querrás  ir  camino,  pam  cuando 
tronará,  para  cuando  entrarás  en  la  mepquida,  y  cuan- 
do salrras  de  la  meijquida,  para  fazer  ir  todo  pienso, 
para  rrogar  el  onbre  por  él  y  por  su  padre  y  madre. » 

9.^  « Alherze  muy  bendito  y  de  gran  albarán  y  guardamien- 
to  muy  gran.»  Con  una  historia  del  que  salvó  con  él 
su  cabeza.  Es  una  letanía  de  leilahis, 

Lxxvm. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  T.  4. 

Un  tomo  en  4.^  sin  principio  ni  fin;  pero  con  muy  poca  fal- 
ta. También  faltan  hojas  intermedias. 


295 

Ritual  mahometano,  escrito  con  alguna  elegancia  y  con  pro- 
fusión de  adornos  y  encabezamientos  cúficos.  Contiene: 

1.^    El  final  de  da  orden  y  la  regla  de  las  lunas  por  la  cuen- 
ta de  los  mu9limes.>  Abraza  las  del  Chumada  elaher, 
Recheb,  Xaaban,  Ramadan  y  Xagual. 
2.^     €  Capítulo,  porqué  y  como  y  cuando  se  a  de  facer  el 

atahor  y  su  inbocacion.» 
3.^     cCapítulo,  porqué  y  como  se  a  de  facer  alguado.» 
4.^     cCapítulo,  del  aUdén  y  de  la  alicama  para  los  a9aláes.» 
5.^    cCapítulo,  con  cuantas  cosas  y  como  se  cunple  el  a<;a- 
la  adeudado»  (sin  concluir). 

LXXIX. 
Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  T.  5. 

Un  tomo  en  8.°  de  118  hojas.  Papel  de  fines  del  siglo  xv, 
adornos  de  colores  á  estilo  de  códice  coránico;  encuademación 
en  pergamino. 

Xarhe  y  declaración  de  las  alguaracaá. 

Contiene  una  traducción  parafraseada  de  la  abreviación  del 
Alcorán  (V.  núm.  I),  sin  texto  árabe;  con  los  versículos  11, 
158  y  LIX,  18-24. 

Al  final  un  comentario  y  una  oración  traducidos  palabra  por 
palabra. 

LXXX. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  T.  6. 

Devocionario  árabe  en  8.*^,  con  epígrafes  y  explicaciones  en 
aljamía.  Falta  el  principio,  así  como  algunas  hojas  intermedias, 
y  está  mal  encuadernado  en  algunas  partes. 

Contiene: 

1.0    Alcorán,  XXXIÜ,  41—43;  XXXVI;   XXXVII,   34; 
XXXIX;  XL,  2. 3, 64, 67;  XLI V,  G,  7;  XLVH,  21;  LIX, 


296 

18—24;  LXIV,  12,  13;  LXVH;  LXXI,  29;  LXXm, 

9,  20  (mitad);  CXH,  CXHI,  CXIV;  fol  1. 
2.0    Unas  letanías;  fol.  15. 
3.0    Los  nombras  do  AUah  (sin  principio);  fol.  17. 
4.0    Adoáes  crrespuesto,  para  salir  y  entrar  en  casa,  y  para 

cabalgar;»  fol.  18. 
5.0    Alcorán,  LXXH,  10-,  LXXIII,  1—19;  LXXVI,  mitad 

del  11—31;  LXXVII;  fol.  20. 
6.0    Tahlil  dictado  por  Mahoma;  fol.  27. 
7.0    Alcorán,  XC,  4— XCVIU,  mitad  del  1;  fol.  28. 
8.0    Adoáes  sin  principio,  sacados  del  Alcorán;  fol.  34. 
9.0    Formulario  del  alguado  y  del  azala;  fol.  38. 

10.  Azala  y  adoa  sobre  el  muerto;  fol.  45. 

11.  Alcorán,  C— CXIV,  1;  XCVín,  mitad  del  7, 8;  XCIX, 

C,  encabezamiento;  CXIV,  2—6;  fol.  48. 

12.  Final  del  libro,  que  expresa  estar  escrito  por  Abderrah- 

man  Lamora,  á  23  de  julio  de  879  (1474). 

13.  Siguen  añadidos  los  versículos  del  Alcorán  II,  1 — 4, 

158,  256—259,  284—286  sin  concluir. 

LXXXI. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  T.  7. 

Cuaderno  en  8.o  en  pergamino  con  botón,  de  ocho  hojas;  le- 
tra muy  mala  y  grosera  del  siglo  xvi;  papel  del  mismo  tiempo. 
Contiene: 

1.0    Una  súplica  á  Allah,  en  verso. 

2.0    Una  declaración  de  Mahoma  sobre  el  azala  de  despedí  i 

da  del  mes  de  Ramadán. 
3.0    Una  oración  común. 

En  la  primera  hoja  hay  una  cuenta  de  arrobas  de  36  libras  jr 
12  onzas. 

Lo  adquirió  el  Sr.  Gayangos  en  enero  de  1875  en  la  calle  de 
Carretas. 


297 

Lxxxn. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  T.  8. 

Códice  en  8.^,  encuadernado  en  Inglaterra,  procedente  de  la 
venta  de  Conde  (núm.  1317).  Letra  y  papel  del  siglo  xvi,  idén- 
ticos á  los  del  Mancebo  de  Arévalo,  con  cuyo  libro  estuvo  en 
poder  del  mismo  sujeto  que  anotó  al  margen  algunas  palabras. 

Contiene: 

1.^    Alcorán  abreviado,  con  el  v.  11, 158. 

2.^    Un  atahietu  en  árabe. 

3.^  cLa  orden  y  rregla  de  las  lunas  por  la  cuenta  de  los 
mu9limes,  y  lo  que  se  contiene  en  dicho  debdo.  > 

4.^  Un  tratado  de  los  cinco  azaláes,  comentario  de  un  texto 
árabe. 

5.**    «Las  demandas  de  Mu(;e.> 

6.^  cPedricacion  en  el  nacimiento  del  anabl  muy  ben- 
dito.» 

7.^     «La  orden  que  se  a  de  decir  á  dos  que  se  casan. » 

8.^  «El  adoa  de  fe;  y  sea  escrito  al  muerto  en  pergamino  6 
papel»  (en  árabe). 

9,^     «Una  rrogaria  para  den  pues  del  a9ala»  (en  árabe). 

10.  Capítulos.  «Para  la  muger  que  no  puede  parir. — Para 
la  muger  que  no  puede  echar  la  criatura  muerta. — 
Para  saber  la  moíja  si  es  virgen  ó  el  mo^o. — En  los 
sueños. — Para  cuando  la  muger  estuviese  de  parto 
afincada  y  no  podrá  parir. — Para  concebir  la  muger. 
— Para  la  muger  que  tiene  la  criatura  muerta  en  el 
vientre. — Para  la  muger  que  no  podrá  parir  y  terna 
'la  criatura  muerta.— Para  concebir  la  muger. — Para 
que  se  empreñe  cualquiera  muger.— Para  la  muger 
que  no  pueda  parir.» 


298 

Lxxxni. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  T.  9. 

Cuaderno  de  5  hojas  en  4.^,  papel  de  la  segunda  mitad  del 
siglo  XVI,  que  contiene: 

1,<>    Formulario  matrimonial. 

2  o    La  historia  de  Salomón  y  la  madre  de  Talhabiba,  con 

la  cédula  contra  sus  hechizos. 
3.0     €  Capítulo  de  un  alherz  para  Talhabiba.» 

Precede  una  larga  expUcación  de  letra  de  D.  Faustino  Bor- 
bon,  demostrando  que  el  contenido  es  todo  de  ciencia  cabalísti- 
ca ininteUgible.  Sigue  luego  una  répUca  de  Gayangos,  que  de- 
clara ser  aljamía. 

LXXXIV. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  T.  10. 

Cuaderno  de  6  hojas  útiles  en  4.o,  papel  dál  siglo  xvi,  que 
contiene  «la  alfadilay  gualardon»  de  la  azora  XCVII. 

En  la  guarda  hay  una  nota  diciendo  ser  un  comentario  del 
Zanatí,  Doctor  mahometano,  sobre  la  Sura  97,  y  debajo  una 
rectificación  de  Gayangos. 

LXXXV. 
Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  T.  41. 

Cuaderno  en  4.o,  letra  y  papel  del  siglo  xvi,  que  contiene: 

1.^    Un  hirze  con  palabras  griegas  y  hebreas,  y  nombres  de  • 
ángeles,  en  árabe,  y  después  una  larga  expUcación 
aljamiada  sobre  su  eficacia  en  enfermedades  y  contra* 
tiempos,  con  el  modo  de  usarlo. 


299 

2.°  Cuatro  azaquifas,  invocaciones  á  las  cuatro  estaciones, 
á  los  ángeles  de  los  meses  romanos,  y  á  los  cuatro 
vientos  cardinales:  en  árabe,  sin  principio. 

3.^    Ángeles  de  cada  día  de  la  semana,  en  árabe. 

4.^  cAlhirze  alcá9em,»  enseñado  por  Mahoma  á  Alí;  con 
su  explicación  en  árabe,  terminado  por  fórmulas  ca- 
balísticas. 

5.0    Oración  mezclada  con  palabras  hebreas. 

En  la  primera  guarda  hay  un  borrador  de  carta  pidiendo  á 
un  Grande  permiso  para  pasar  á  un  pueblo  por  no  permitir  el 
Cura  la  residencia  al  morisco. 

En  la  última  guarda  hay  el  principio  de  un  testamento  de 

Antonia  Pastor,  mujer  de  Josef  Tollo,  vecino  de  Urrea  de 

Gaen. 

LXXXVI. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  T.  42. 

Códice  muy  deteriorado  en  su  parte  inferior,  en  4.°,  papel  va- 
riado, desde  mediados  del  siglo  xiv  hasta  principios  del  siglo 
XVI.  Fué  encongado  en  Mores,  enterrado  y  envuelto  en  ima  ba- 
yeta. 

Contiene: 

1.0  Alhadiz  de  Yu^of:  desde  el  principio  hasta  la  historia 
de  Zalifa;  7  hojas,  le  falta  la  8.%  y  sigue  en  la  prime- 
ra plana  de  la  9.*,  donde  concluye  para  empezar  á  es- 
cribir otro  asunto  de  la  misma  mano;  fol.  1. 

2.0  cL'alhadiz  de  Ibrahim.»  El  resto  de  la  hoja  9.**  y  cua- 
tro más. 

Contiene  la  historia  completa  del  sacrificio  de  Ismael; 
fol.  9. 

3.0  Los  primeros  versos  de  una  historia  de  Fray  Leonis,  en 
el  resto  de  la  página:  lo  demás  falta;  fol.  14  v. 

4.0  Historia  del  nacimiento  de  Mahoma,  sin  principio  ni 
fin,  seguida  del  «fendimiento  del  vientrep  fol,  14. 


300 

5,0    Historia  de  un  solitario  israelita;  fol.  18, 

6,«     El  castigo  de  Ornar  á  su  hijo  (sin  concluir);  fol.  20. 

1,0  Relación  del  ruego  de  un  mancebo  por  el  alma  de  su  ma- 
dre, por  intercesión  de  Mahoma  (sin  principio);  fol.  25. 

8.ÍÍ    El  alhadiz  del  lagarto  que  habló  á  Mahoma;  fol.  26. 

í)/»    El  alhadiz  de  la  muerte  de  Mahoma;  fol.  29  v. 

10.     El  alhadiz  de  Bilel  (sin  concluir);  fol.  34  v. 

IL  La  disputa  con  los  cristianos  (sin  concluir);  fol.  36. 
Un  fragmento  de  cuatro  hojas,  con  principio,  y  otro 
de  dos^  más  antiguo.  Acaban  en  el  mismo  sitio. 

12,  El  alhadiz  del  baño  de  Zarieb  (sin  principio),  novela  cor- 
dobesa; fol.  42. 

IB,  ^  Recontacion  muy  buena  que  conteció  á  una  partida  do 
'9alihes;>  fol.  45  v. 

14,     c  Alhadiz  de  Temim  Ader>  (sin  concluir);  fol.  49  v. 

Iñp  Explicación  de  algunas  palabras  de  una  obra  de  Alga- 
zalí,  hecha  en  aljamía  por  el  claro  alfaquí  Abu  Ab- 
dalá  Mohamad  Algazí,  Albaní,  Halichí.  Una  hoja, 
como  si  fuera  la  guarda;  fol.  58. 

10.     Dos  alhotbas  en  árabe;  fol.  58  V. 

17.  tfEl  a9ala  de  despedida  de  Ramadan;*  fol.  76. 

18.  Texto  y  traducción  parafraseada  del  cap.  XXXVI  del 

Alcorán  (sin  concluir);  fol.  77. 

Lxxxvn. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  T.  43. 

Códice  en  4.°,  muy  deteriorado,  sin  principio  ni  fin.  Papel 
del  siglo  XVI. 
í'oD  tiene: 

1 ,"  Pronósticos  acerca  del  afio,  según  el  día  de  la  semana 
en  que  empieza  (sin  principio);  fol.  1. 

2.''  «La  desengañacion  que  izo  Taxaitan  al  anabí  Moha- 
mad;» fol.  3  y. 


301 

3.^    Adoa  y  rrogaria  para  la  piedra,  sin  acabar;  fol.  20  v. 

4.^    Devoción  para  terminar  un  ayuno  (sin  principio);  fol.  27. 

5.®  cLa  rrespuesta  del  muflí  de  Oharan,»  fechada  á  princi- 
pio de  Recheb  de  910,  y  copiada  á3  de  mayo  de  1563; 
fol.  28. 

6.^  €  Nombramiento  de  los  cuartos  del  año,»  con  ciertas  im- 
precaciones, seguido  de  los  ángeles  y  chines  de  cada 
día  de  la  semana,  y  el  modo  de  introducirios  en  alhir- 
ces,  algazimas  y  anoxaras  (sin  concluir);  fol.  32. 

7.®  Alcorán  abreviado  (V.  núm.  I),  con  traducción  comen- 
tada; falta  I-II,  2,  y  hay  además  H,  159  y  LIX,  18-24; 
fol.  35. 

8.^  Discurso  ó  alhotba  en  árabe  y  aljamía  sobre  los  atribu- 
tos y  excelencias  de  AUah;  fol.  125. 

9.*^     «Adoa  para  decir  cada  mañana,  >  árabe  y  aljamía;  fol.  128. 

10.  «La  orden  que  se  debe  llevar  en  el  servicio  de  AUah.» 

Devocionario  para  levantarse,  hacer  alguado,  ir  á  la 
mezquita  y  estar  en  ella.  Al  fín  principian  los  nom- 
bres de  Allah  en  árabe;  fol.  131. 

11.  «La  carta  del  muerto;»  fol.  139. 

12.  Recetario  vulgar;  fol.  141. 

13.  Nombres  de  las  lunas  y  días  señalados  en  ellas;  fo- 

lio 145  V.  En  las  hojas  blancas  del  pliego  siguen  dos 
advertencias  sobre  el  alguado,  una  leyleha^  una*  «alo- 
ya para  el  dia  seteno»  y  cierta  prueba  con  los  orines. 

14.  Anexara  de  Mahoma;  fol.  150.  Siguen  un  conjuro  para 

dolencias,  una  explicación  de  ciertas  fiestas  y  ayunos, 
un  conjuro  contra  el  pedrisco,  y  otra  anoxara  bárba- 
ramente escrita,  donde  se  lee  Adonái  Sábaoi,  Luego 
una  nota  en  que  dice  que  corre  el  año  995,  corres- 
pondiente al  1586. 
15:  L*  alfadila  y  gualardon  de  los  meses  de  Recheb  y  de 
Xaban;»  fol  154  v.  Á  la  vuelta  4e  una  hoja,  las  atac- 
biras  de  la  mañana  de  Pascua. 


302 

16.  cRegimiento  para  fazer  los  cinco  a^aláes»    (sin  con- 

cluir); fol.  165. 

17.  Alhotba  ó  monestación  sobre  los  preceptos  de  la  ley 

musulmana  (sin  principio);  fol.  166. 

18.  «Los  escándalos  que  han  de  acaecer  en  la  (jagueria  de 

los  tienpos  en  la  isla  de  España;»  fol.  172. 

19.  Ata9bihes  que  parecen  ser  el  adoa  del  arnés,  que  luego 

se  explica;  fol.  178. 

20.  Los  cinco  almalaques  que  envía  Allah  á  todo  muslim 

cuando  muere;  fol.  195. 

21.  «Las  demandas  que  hizo   Sargil,  hijo  de  Sarjen,   ad 

Abu-Becri  y  AH  ibno  abi  Taleb;»  fol.  197  v. 

22.  «L'alfadila  del  mes  de  Ramadan;»  fol.  207  v.,  seguido 

repentinamente  de  un  trozo  final  de  las  demandas  de 
Mu^e  en  el  fol.  211.  Luego  un  abuchea  africano. 

23.  «Recontamiento  de  cuando  fabló  Mu^e  con  Allah  so- 

bre del  monte  de  Tor  Siné;»  fol.  214. 

24.  «Los  castigos  de  Alí;>  fol.  221  v.,  que  empiezan  por  el 

hado  de  los  hijos,  según  el  día  en  que  son  engen- 
drados. 

25.  «Las  demandas  de  los  judíos  al  anabí  Mohamad;»  fol.  234. 

26.  «L'a9ala  del  muerto,»  con  la  última  hoja  rota;  fol.  247  v. 

Sigue  un  fragmento  con  un  trozo  de  Alcorán. 

27.  Hoja  suelta  de  una  alhotba  sobre  los  castigos  del  in- 

fierno; fol.  252. 

28.  «Istoria  seisena,  del  nacimiento  del  anabí;»  foL  253,  pre- 

cedida del  final  de  una  oración. 

29.  «Istoria  del  fundamiento  del  adin  del  alÍ9lem;»  fol.  266  v., 

hasta  la  última  hoja;  fol.  272. 

LXXXVIII. 
Blb.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  T.  U. 

Carta  de  Aldosindo  sobre  la  batalla  de  Clavijo. 
18  planchas  grabadas,  en  foUo. 


303 

Ficción  del  P.  Echeverría,  que  supuso  la  aprobación  de  Ta- 
marid. 

Aljamia  de  nuevo  género  y  carácter  de  letra  imitado  al  im- 
preso. 

LXXXIX. 

Bib.  de  D.  Pescaal  de  Gayangos,  T.  45. 

Un  cuaderno  en  4.®  de  30  hojas. 
€  Práctica  de  medicina.» 

Contiene  dos  partes,  al  parecer.  Una  de  Ibn  Zohra,  y  otra  de 
un  famoso  alim,  cuyo  nombre  está  tachado. 

Castellano,  latín  y  árabe  están  escritos  alternativamente,  con 
caracteres  latinos  y  árabes,  y  muchos  períodos  hay  escritos 
con  palabras  de  los  tres  idiomas  indistintamente.  Otras  veces 
se  explican  en  castellano  las  palabras  más  difíciles.  Tiene  fe- 
chas desde  1514  á  1530. 

XC. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  T.  i6. 

Códice  en  8.°,  papel  italiano  del  siglo  xvi,  que  contiene  dos 
cuadernos. 

1.®  Colección  de  recetas  tomadas  de  diversos  doctores  y  de 
lo  que  el  colector  mismo  ha  visto.  En  4.**,  papel  de  la 
segunda  mitad  del  siglo  xvi.  Ai  principio  hay  una 
carta  á  Antón  Ferrando  de  erreruela,  fechada  en  1567. 

2P    Itinerario  de  Venecia  á  España  por  tierra.  Llega  hasta 

MoUet,  cerca  de  Barcelona.  Habla  del  Rey  Felipe  y 

del  €  príncipe  de  Conde,  cabeza  de  los  luteranos,»  y  al 

fin  tiene  una  fecha  de  976  años  del  nacimiento  de  Ma- 

homa. 

XCI. 

Bíb.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  T.  47. 

Códice  en  folio  con  varios  adornos  y  viñetas  hechas  á  pluma 
en  negro,  y  encuademación  en  pasta  á  estilo  arábigo. 


304 

Contiene: 

1 ,0  El  libro  de  las  luces,  de  Abulhasán  albecrí.  Al  final  di- 
ce que  lo  escribió  cAlí  Rojel,  fijo  de  Mohamad  Rojel.» 

2,''     i  Adoa  de  mucha  alfadila  y  gualardon;»  fol.  130. 

3/^     «La  estoiia  del  dia  del  juicio;»  fol.  138  v. 

'1.**  tEstoria  del  puy amiento  del  anabí  Mohamad  á  la  corte 
celestial;»  fol.  160  v. 

5,"  Ultima  página  de  una  «Relación  de  las  lunas  del  año» 
(no  debe  faltar  más  que  una  hoja);  fol.  180  v. 

iJ^  Alhotba  sobre  el  a9ala  y  el  castigo  de  su  dejador;  fo- 
lio 181  V. 

XCII. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos.  T.  18. 

Códico  fin  folio,  forrado  en  badana,  algo  deteriorado,  adorna- 
do con  viñetas  de  colores  bien  dibujadas,  papel  del  siglo  xvi. 
Procedente  del  hallazgo  de  Mores. 

Contiene; 

1/'  *El  alhadiz  del  anabí  Mohamad  con  el  rey  Habib;»  fo- 
lio 1. 

:¿/'  «KI  rrecontamiento  de  la  muerte  del  escogido  Moha- 
mad;» fol.  4  V. 

:\:'  ^  Kl  libro  de  las  luces,  de  Abulhasán  Albecri,  con  el  epí- 
;:^rafe  en  árabe; »  fol.  19  v. 

iy     «Alhadiz  de  Alícon  las  cuarenta  doncellas;»  fol.  114. 

5/'  *Estoria  de  la  conquista  de  la  casa  de  Maca  onrrada;» 
fol.  120. 

(í  ."^  *  1  /tvlguafia  del  gran  Turco,  llamado  Mohammad  Osman, 
ti  que  ganó  á  Gostantinoble,  hijo  del  gran  Murat,  sa- 
cuda de  un  treslado  qu'envió  el  Visorrey  de  Cecilia 
(Ion  Lope  Ximenecj  de  Urrea,  á  su  muger  qu'estaba  en 
Aranda  de  Moncayo;»  fol.  128. 

7/^     «Alhadiz  de  la  muerte  de  Bilel  ibn  Hamama;»  fol.  133. 


305 

8.0  Explicación  del  premio  que  obtendrá  el  siervo  de  Allah 
cuando  pronuncie  ciertas  fórmulas;  fol.  135. 

9.0  Alcorán  abreviado  (V.  núm.  I),  con  los  versículos  ü, 
159  y  XII,  102:  árabe  con  traducción  glosada;  fol.  136. 

10.  Comentario  ó  admonición  con  motivo  de  unas  aleyas 

del  Alcorán:  XXXVU.  34;  H,  147-152;  fol.  181  v. 

11.  Texto  y  traducción  de  una  oración;  fol.  184. 

12.  fAtaxhado  para  la  posada  del  a9ala;»  fol.  186  v. 

13.  cMoncafares  muy  fermosos;»  fol.  187  v. 

14.  €  Anexara  sacada  del  luh  mahfut;»  fol.  188  v. 

15.  Poema  en  alabanza  de  Mahoma;  fol.  189  v. 
Publicado  por  el  Sr.  Gayangos  en  la  traducción  de  la 

HisL  de  la  lit.  esp.  de  Ticknor,  IV,  pág.  327. 

16.  Alcorán  LXVH;  fol.  193  v. 

17.  Los  adoáes  del  alguado;  fol.  197  v. 

18.  <Lo  que  se  debe  decir  pasando  por  los  almacabres;» 

fol.  198  V. 

xcm. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  T.  49. 

Códice  en  folio,  sin  principio  ni  fin,  falto  de  muchas  hojas 
en  el  medio,  bien  conservado,  encuadernado  en  Madrid.  Ador- 
nos muy  característicos  en  negro  y  con  colores,  y  algunas  le- 
tras cúficas.  Papel  del  siglo  xvi. 

Contiene: 

1.^     El  castigo  de  Omar  á  su  hijo  (sin  principio);  fol.  1. 

2.0  lAlhadiz  de  Omar  ibno  Alhatab  cuando  vio  los  muer- 
tos en  su  dormir; »  fol.  5. 

3.0     «El  alhadiz  de  Mu9e  con  la  paloma  y  el  falcon;»  fol.  6. 

4.^  «El  castigo  que  dará  Allah  al  dexador  del  a(;ala  están ^ 
do  sano  de  su  persona»  (sin  concluir);  fol.  10. 

5.<>  «Los  dias  nozientes  y  aprovechantes  de  la  lunat  (sin 
principio  y  falto  en  medio);  fol.  13. 

6.0     «Capítulo  de  los  dias  aquellos  que  deballó  Allah,  en 

20 


306 

eDos  d  aladeb  sobre  los  de  Beni  Israil»  (van  señala- 
dos por  el  calendario  romano);  foL  18. 

7,^    Noches  y  días  de  atahor  y  de  pascua;  fol.  19. 

3.^  «Las  lunas  del  año  por  la  caenta  de  loe  muslimes  y  las 
arracas  qae  se  an  de  hazer  en  dios  y  los  días  que  se 
an  de  daynnar  por  dias  blancos,  y  los  que  se  an  de 
dayunar  por  los  dele  escogidos  que  nonbró  el  anabí 
Mahamad;»  fol.  20  V.-21,  92-97,  con  lagañas. 

9.^    Las  enmiendas  del  a^ala  (sin  principio  ni  fin);  foL  22. 

10.  cLas  fadas  baenas»  (sin  principio  ni  fín);  fol.  24. 

11.  cGaalardon  de  los  a^aláes  de  los  muertos»  (sin  princi- 

pio ni  fin);  foL  27. 

12.  Adoáes  para  todos  los  días  de  la  semana  (sin  prind- 

pio);  fol.  29. 

13.  cLos  nombres  fermosos  de  Allah,  xarhados;»  fol.  35 

vuelto. 

14.  cAdoa  para  demandar  arrizqui»  (sin  concluir);  foL  42 

vuelto. 
L5.    Alcorán  con  traducción  parafraseada:  LXXXV,    19; 
LXXXIX,  19;   XXX^^,  8-83;  LXVn,  LXXVüI, 
LXXIX;  fol.  43. 

16.  cAdoa  para  el  muerto»  (sin  prindpio).  AI  fin  tiene  una 

súplica  por  el  c escribano;»  fol.  74. 

17.  «El  pregüeno  y  el  alicama  del  a^ala;»  fol.  80  v. 

18.  Capítulos  sobre  «el  alguado,  el  vestir,  d  atahor  y  d 

atayamum;»  fol.  82  v. 

19.  «El  gualardon  de  quien  haze  a^ala  con  alchama  y  mu- 
.    cho  mas; »  fols.  97-101,  26  (sin  concluir  y  con  lagunas). 

20.  Origen  y  excelencias  del  a9ala  (sin  prindpio  ni  fin,  y 

con  huecos);  fol.  102. 

21.  Reglas  para  d  azaque  (sin  principio);  fol.  111. 

22.  «Alquiteb  de  las  suertes  de  Dulcamain;»  foL  134. 

23.  «Alquiteb  de  sueños»  (sin  conduir);  foL  156. 

24.  Preguntas  de  unos  judíos  á  Mahoma,  acerca  de  los 


307 

fundamentos  de  la  religión  (sin  principio);  fol.  168. 

25.  €  Recontamiento  y  rrazonamiento  que  fué  entre  el  no- 

ble señor  Allah  taale  y  su  mensagero  Mu9e,  en  el 
monte  de  Torsiná,  de  sin  intercesor  ninguno  ni  fa- 
raute que  ubiese  entre  ellos;»  fol.  169. 

26.  cAlhadiz  de  la  muerte  del  anabí  Mohamad;»  fol.  199 

vuelto. 

27.  Capítulos  sobre  los  derechos  de  familia  (sin  concluir); 

fol.  260  V. 

XGIV. 
Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  V.  'I. 

Diez  y  ocho  hojas  en  8.^,  la  última  escrita  por  una  sola  ca- 
ra, papel  de  la  segunda  mitad  del  siglo  xvi. 

Fragmentos  de  una  versión  castellana  de  la  novela  intitula- 
da París  y  Viana. 

Publicada  en  la  Bevista  histórica^  tomo  III. 

XCV. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  V.  2. 

Una  hoja  suelta  en  4.®,  letra  y  papel  del  siglo  xvi. 
Fragmento  de  un  alhadiz  de  Mahoma,  oon  su  traducción 
palabra  por  palabra. 

XCVI. 
Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  V.  3. 

Una  hoja  suelta  en  4:P 

Fragmento  de  una  historia  de  Alhachach  ibn  Yusuf,  con- 
quistador del  Hechaz  (a.  64  h.),  con  un  mancebo  llamado  Mo- 
hamad ibn  Abdallah. 

XCVU. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  V.  4. 

Una  hoja  suelta  en  4.^ 

Fragmento  de  la  Historia  de  la  doncella  Larcayona. 


308 

xcvm. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Cayangos,  V.  5. 

una  hoja  en  éP  del  poema  de  José. 
Letra  idéntica  4  la  del  ejemplar  de  la  Bib.  Nac.  (V.  núme- 
ro XXX.) 

XCDL 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  V.  6. 

Ocho  hojas,  que  corresponden  á  4  pliegos,  en  8.^;  papel  de  la 
segunda  mitad  del  siglo  xvi. 

Fragmentos  de  la  c  Desputa  de  los  mu9limes  con  los  cristía- 
nos  sobre  la  unidad  de  Allah.  > 

Estuvo  unido  á  los  fragmentos  de  París  y  Viana  (V.  nú- 
mero XCIV). 

Es  un  trozo  seguido,  cuya  copia  quedó  interrumpida,  del  li- 
bro descrito  en  el  núm.  XXIII. 

C. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  V.  7. 

Cinco  hojas  en  4.o,  letra  y  papel  del  siglo  xvi. 

1 .0    Final  de  la  c  Desputacion  de  los  muslimes  con  los  judies. » 

2.^    Fragmentos  de  la  c  Desputacion  de  los  muQlimes  con  los 

cristianos.» 

CI. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  V.  8. 

Once  hojas  en  8.o,  papel  del  último  tercio  del  siglo  xvi. 

Fragmentos  de  un  Alcorán,  en  castellano:  XXXVI  y  LXVil, 
I^XXIX,  5, — LXXXn,  8,  con  la  Oración  almorxida  interca* 
lada. 

en. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  V.  9 

Dos  hojas  y  un  trozo  de  otra,  en  4.^ 

Fragmento  del  Alcorán,  con  su  traducción  comentada,  Com- 


30»  » 

prende  el  cap.  LXXVUI  hasta  el  versículo  13,  el  último  vor- 
sícolo  del  CV,  el  GVI  y  el  encabezamiento  de  otro. 

cni. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  V.  10. 

Siete  hojas  en  4.^,  que  contienen: 

1.0    Traducción  de  un  versículo  del  Alcorán. 

2.0    El  azala  sobre  el  anabí. 

3.0    Trozos  del  Alcorán  con  la  traducción  de  los  tres  últimos 

versículos  del  cap.  LXXX  VIII  y  los  dos  primeros  del 

siguiente. 
4.0    Cabala  para  crrofiar»  las  ropas. 
5.0    Angeles  y  genios  de  algunos  días  de  la  semana. 
6.0    Fragmentos  de  traducción   del  Alcorán:  XXXVI,   81 

y  82. 
7.0    Invocación  á  los  ángeles. 
8.0    Fórmula  cabalística. 
9.0     Oración  para  después  del  conjuro. 
10.     Explicación  de  otro  conjuro,  en  árabe. 

CIV. 

Bib.  de  I).  Pascual  de  Gayangos,  \\  U. 

Doce  hojas  en  8.°  Parece  que  debe  faltarle  muy  poco,  á  lo 
más  el  pliego  de  encima.  Papel  de  la  segunda  mitad  del  si- 
glo XVI. 

Cuaderno  en  que  se  contienen  varias  oraciones  que  forman 
una  sola  plegaria  en  árabe  y  su  traducción  castellana. 

CV. 
Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  V.  42. 

Dos  hojas  en  4.*^,  letra  y  papel  de  Aragón,  de  mediados  del 
siglo  xrv. 


310 
Fragmento  de  una  alhotba  con  traducción  castellana  en  ca- 
racteres latinos,  excepto  el  nombre  de  Allah,  que  se  conserva 
en  letras  árabes. 

CVI. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  V.  43. 

Seis  hojas  útiles  en  á.o,  letra  y  papel  de  mediados  del  si- 
glo XV. 
Fragmento  de  un  libro  que  comprende: 

1.0    Unos  ata9bihes  con  el  azala  sobre  el  anabí. 

2.0  Los  8  primeros  versículos  del  cap.  XXXVI  del  Alcorán, 
en  árabe. 

3.0    Una  oración  en  castellano. 

4.0  Los  7  primeros  versículos  del  cap.  XXXVl  del  Alcorán, 
en  árabe. 

5,0  Ejercicios  de  escritura  por  el  orden  propio  de  los  mo- 
riscos.- 

6.0    índice  de  los  capítulos  del  Alcorán  desde  el  Il^al  LXXII. 

CVII. 
Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  V.  U. 

Cuatro  hojas  en  8.o,  papel  del  siglo  xiv  al  xv. 
Fragmento  de  un  libro  que  contiene: 

Ifi    Lo  que  se  dice  después  de  la  alicama.  » 
2.0    Los  adoáes  para  el  cClguado. 

cvin. 

Bib.  de  n.  Pascual  de  Gayangos,  V.  15. 

Veintiuna  hojas  en  4.",  papel  de  mediados  del  siglo  xv. 
Fragmento  de  un  libro  que  contiene  dos  alhotbas,  con  su  tra- 
ducción interlineal. 


•      3H 

crx. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  V.  16. 

Una  hoja  útil  en  8.<>,  papol  del  siglo  xv. 
Última  hoja  de  uu  formulario  del  azala. 

ex. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  Y.  47. 

Nueve  hojas  en  8.'',  papel  del  siglo  xvi. 
Fragmento  de  un  libro  que  contiene: 

1.^    Explicación  de  los  treinta  y  siete  lugares  del  Alcorán  en 

que  se  afirma  la  unidad  de  Allah. 
2.^    Trozos  de  algunas  azoras  y  oraciones. 

CXI. 
'  Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayango^,  Y.  48. 

Dos  hojas  en  8.o,  letra  de  pluma,  papel  de  la  segunda  mitad 
del  siglo  XVI. 
Hechizos  de  la  púdpuda. 

cxn. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  V.  49. 

Una  hoja  suelta  en  8.<>,  papel  del  siglo  xv  al  xvi. 
Fragmento  del  suefio  de  Qálih  de  Túnez. 

cxm. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  Y.  Í0. 

Cuatro  hojas  en  8.^,  papel  de  la  segunda  mitad  del  siglo  xvr. 

Método  para  hacerse  decorante. 

Siguen  unos  apuntes  sueltos  sobre  ciertas  horas  de  algunos 


312 

días;  un  *Dios  te  guarde;»  un  apunte  de  ortografía  y  unoa  en- 
sayos de  pluma  en  árabe. 

CXIV. 

Bíb.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  V.  Í4. 

Dog  hojas  en  4.®,  papel  del  siglo  xv  al  xvi. 

Catálogo  en  columna  de  los  vocablos  correspondientes  á  unaa 
alhotbas,  pertenecientes  á  los  meses  de  Recheb,  Xabáu  y  Ka- 
madáü,  con  la  segunda  de  las  comunes. 

CXV. 

Bibu  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  V.  34. 

Una  hoja  en  4.^ 

CatiUogo  en  columna  de  los  vocablos  correspondientes  á  una 

alhotba, 

CXVI. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  V.  23. 

Una  hoja  útil  en  4.o 

Instrucción  sobre  la  rogarla  de  David. 

CXVII. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos.  V.  24. 

Una  hoja  en  4.^ 

Declaración  del  valor  de  un  hirze  de  Yusuf  el  filósofo,  y  mo- 
do de  escribirlo. 

cxvin. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  V.  25. 

Ocho  hojas  útiles  y  un  trozo,  en  4.o,  papel  de  la  segunda  mi- 
tad del  siglo  XVI. 
Cédulas  mágicas  para  varias  enfermedades. 


313 

CXDC. 

Bíb.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  Y.  t6. 

Quince  hojas  en  4.o,  papel  de  los  siglos  xv  y  xvi;  el  de  lo  in- 
tercalado, de  la  segunda  mitad  del  ,xvi.  Al  pie  de  algunas  pá- 
ginas unas  observaciones  en  letra  del  siglo  xvn. 

Fragmentos  de  un  libro  que  contiene. 

1.^  Los  baguátimes  que  dictó  á  Salomón  la  madre  de  Ha- 
biba. 

2.**    Capítulo  de  los  nombres  cabalísticos  de  Allah. 

3.®    Anoxara  dictada  por  Mahoma. 

4.°  Intercalados  en  ella  dos  pliegos  en  que  se  repite  el  final 
de  la  anoxara,  un  apunte  relativo  al  14  de  enero  de 
1603,  un  conjuro  para  la  nube,  un  bi^millah  repetido, 
y  otras  fórmulas;  otra  anoxara  de  Fátima  con  cuadros 
cabalísticos.     ^ 

5.®    El  regimiento  para  el  alguado,  atahor  y  a9ala. 

6.^    Los  nombres  de  Allah  en  árabe. 

cxx. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos,  V.  VJ. 

Una  hoja  útil  en  4.** 

Fórmulas  cabalísticas,  con  muchas  palabras  castellanas  sin 
vocales, 

CXXL 
Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayangos»  V.  S8. 

Una  hoja  en  4.^  letra  del  siglo  xvi. 
Receta  latina,  con  su  transcripción  aljamiada. 
La  receta  empieza  con  la  ^  y  está  muy  bárbaramente  escri- 
ta. La  transcripción  va  encabezada  con  bigmillah. 


Ciaírrv  .irj^ai»  .nrrmr/iPíaí»  «si  -4.'.  rianei  íe  "ttip^  iei  agio  xv. 

Ut/->o  ^>^n^  '^nnaii.iQ  ie  icaf?  «lasüs.  ^s^iiu  ame  el  Cadí 
jjíir  Jí  ica.  v.nrn  r!irar*im  íe  2negag.  inmn  .ien»d£m  i»  Farach 
/  4*  1>^•^Ar  A^xjir  pn^^entAíiiio  es^imr.ini  jiorzada  por  Leo- 
AjQr  *to  "tauíAtV:  7  >:Sf;mmiii)  ie  r.>rúiiai  A  «Ti^nr  «ie  como  sa 

3íh,  te  D  Pascual  te 'jayaagos.  V  11. 

i        fítí>mimihrancA  «iei  nacimieiito  dd  ¿dELcl» 

CXXV. 

Sib.  de  D  Pascoai  de  Gay^n^oa.  T.  3S. 

CitrUf  j  borradores  de  moriseofi  oo.  cszactares  latiiu». 

CXK\7. 

Bib.  de  D.  Pascual  de  Gayaagos. 

Córfice  cajo  título  en  el  tejuelo  es:  cTractados  ccKitra  d  co- 
tnn  *  TcmM.,  j  contiene: 

1  Lnmt>re  de  U  fe  cocitra  el  Alcorán,  por  el  Maestro  Fi- 

gneroU,  escrito  é  ilustrado  con  dibujos  en  1519. 

2  '"     l»rrTiT«o  sobre  el  libro  que  se  halló  en  el  monte  de 


315 

Valparaíso,  intitulado  cVida  y  milagros  de  Cristo 
N.  S.  pox  Thesiplion  Abenathar,  discípulo  de  Jacobo  el 
Apóstol.» 
^.®    cEpístola  Mahomética  del  Apóstata.» 
Es  una  carta  de  cObaydala  A^med  Abenabigiomoa,  natural 
de  Almagro  y  avecindado  en  Oran,»  fechada  en  da  menguante 
de  la  luna  de  Kagiabo,  año  910  de  la  Hégira.» 

Está  intercalada  entre  los  desordenados  cuadernos  del  trata- 
do anterior  y  de  la  misma  letra,  y  viene  á  ser  la  del  núm.  5  del 
códice  núm.  LXXXMI. 

CXXVIT. 

Códice  del  P.  Antonio  Fernando  Cabré»  S.  J. 

ün  tomo  en  8.^  encuadernado  á  la  holandesa,  sin  la  última 
hoja,  y  con  un  dibujo  del  sistema  planetario. 

cDel  halecamiento  de  los  cielos  y  la  tierra  y  con  todo  el  or- 
namento de  sol  y  luna  y  las  otras  cinco  planetas  y  signos  y  es- 
trellas; y  del  halecamiento  de  los  almalaques  y  alchines  y  del 
halecamiento  de  Edam  y  de  Hauá  su  mujer  y  del  halecamiento 
de  los  animales  de  la  tierra  y  de  otras  cosaos  que  ay  en  ella  y  de 
algunos  secretos  que  áy  en  los  cielos  y  de  qué  fueron  halecadas 
todas  las  cosas  y  su  principio  como  íué.» 

Perteneció  al  P.  Artiga,  c^xúen  en  una  nota  dice  haber  leído 
en  la  hoja  que  falta  una  apuntación  aljamiada  sobre  el  naci- 
miento de  una  hija  Angela  en  1606. 

cxxvm. 

Cuaderno  de  D.  Francisco  Codera. 

Un  cuaderno  en  folio  con  16  hojas  útiles. 

€  Memoria  seya  á  mí  Miguel  de  Zogra  de  las  cosas  que  rreci- 
bo  ó  doy  del  concejo.  1539.» 

Cruz  en  cabeza  de  casi  todas  las  páginas,  y  las  cantidades 
sacadas  al  margen  en  números  romanos  cursivos.  Llega  á  1540. 
Las  sumas  en  arábigos. 


3<6 
CXXIX. 

Bib.  de  D.  Pablo  Gil  y  Gil,  Catedrático  de  Zaragoza. 

Hermoso  códice  en  folio,  escrito  con  elegancia  y  lujo,  encua- 
dernado en  pasta,  con  los  cantos  amarillos.  Tiene  445  hojas 
útiles  y  una  tabla. 

Tafcira  ó  comentario  sobre  el  Alcorán  y  la  zuna  intercalado 
con  relaciones  y  aventuras  personales  del  autor. 

Encontrado  en  Alcalá  de  Ebro.  Su  autor  es  sin  género  de 
duda  el  mismo  que  se  titula  el  «Mancebo  de  Arévalo»  en  el 
códice  Gg.  40  de  la  Bib.  Nac,  cuya  escritura  es  muy  parecida. 
(V.  núm.  Xni.) 

Es  posterior  al  año  1525  y  anterior  á  1557. 

cxxx. 

Bib.  de  D.  Pablo  Gil  y  Gil,  en  Zdragoza. 

Un  tomo  en  8.*^  encuadernado  en  pasta,  adornado  con  mu- 
cho esmero  y  escrito  con  limpieza  y  elegancia. 

Contiene: 

1.*^  Alcorán  abreviado  eü  árabe,  copiado  de  un  original  con 
epígrafes  cúficos  muy  mal  trasladados.  Tiene  la  aQO- 
ra  LV  y  una  alabauza  á  Allah  intercaladas  antes  de 
la  a9ora  LXXVIII.  Concluye  con  una  fórmula  depre- 
catoria; 84  folios. 

2.*^    Los  adoáes  del  alguado;  10  folios. 

3.^     «Elpergüeno,  cuando  farás  a^ala;»  un  folio. 

4.^     cL'alicama;»  2  folios. 

5.^     «Alconut  de  a9oblii;»  un  folio. 

6.°    «Atahietu;»  4  folios.  ^ 

7.*     cLa  orden  y  oras  de  los  cinco  a9aláes;»  6  folios. 

8.°    «El  agua  para  tomar  alguado »  y  «como  se  face  taya- 

mum.» 

9.**  «El  rregimiento  de  las  lunas  y  el  cuento  dellas  para  los 
mo(;Umes;>  27  folios. 


317 

10.     cL*  alfadila  y  gualardon  del  dia  de  alchomúa;»  11  fo- 
lios. 
Fué  hallado  en  diciembre  de  1876,  en  Almonacid  de  la  Sie- 
rra, al  practicar  un  hueco  en  la  cocina  de  una  pobre  casa. 

CXXXI. 

Bib  de  D.  Pablo  Gil  y  Gil,  en  Zaragoza. 

Cuaderno  en  4.*^  de  23  hojas,  papel  delgado,  caracteres  lati- 
nos. Fué  hallado  dentro  del  códice  anterior.  Está  escrito  á  dos 
columnas. 

Contiene: 

1.0    Un  canto  de  las  lunas  del  año  en  redondillas. 

2.0  «La  degüella  de  ybrahim  cUey  galem.^  En  el  mismo  me- 
tro; fol.  11. 

3.0  Después  dos  hojas  con  apuntes  de  préstamos  y  entregas 
de  telas  á  vecinos  de  aldeas  inmediatas  á  Zaragoza,  y 
una  con  la  fecha  de  agosto  de  1603. 

cxxxn. 

Bib.  Henríci  Sike. 

«Tratado  segundo  de  los  artículos  que  todo  biien  mufjlím  es- 
tá obligado  á  crer  y  tener  por  fe. » 

Relandi,  DeBdig.  Moh.,  1705.  md.  M.  S.  S.  XXX. 

Este  tratado  fué  traducido  al  latín,  de  éste  al  francés,  y  de 
esta  lengua  al  inglés  por  Morgan,  que  lo  publicó  en  el  tomo  I 
de  su  Máhometism  fully  explained,  pág.  xi-xxvi:  London,  1723. 
Se  ignora  el  paradero  del  original. 

cxxxm. 

Códice  escrito  en  castellano  y  con  caracteres  latinos,  grueso, 
en  4.0,  que  vio  en  Túnez  Morgan  en  poder  de  un  cristiano,  á 
quien  se  lo  había  prestado  un  moro  biznieto  de  un  expulso  del 
año  1610.  Tenía  la  fecha  de  1615  y  estaba  compuesto  por  Ab- 
delquerim  ben  Aly  Pérez, 


318 

Morgan  da  algunos  extractos  de  él  traducidos  al  inglés  {Mah, 
fuUy  expl.,  n,  295,  343).  Contiene  una  defensa  del  mahometis- 
nio  en  oposición  á  las  demás  religiones,  y  una  violenta  diatriba 
contra  la  Inquisición,  especialmente  contra  los  familiares. 

CXXXIV. 

Evangelio  apócrifo  de  San  Bernabé,  traducido  del  italiano  al 
eastellano  por  Mustafá  de  Aranda,  aragonés. 

Ms.  en  4.**  en  car.  lat.  bastante  legibles,  de  que  da  noticia 
Sale  en  su  traducción  del  Alcorán  [The  Koran:  Loridon,  1836, 
pág.  ix).  El  códice  pertenecía  al  R.  Dr.  Holme,  Rector  deHead- 
ley,  en  el  Hampsbire,  y  se  ignora  su  actual  paradero. 

cxxxv. 

Comprendo  bajo  este  número  la  noticia  de  algunos  códices 
arábigos  que  tienen  anotaciones  en  aljamía,  y  por  ese  concepto 
reclaman  un  lugar  en  esta  noticia  bibliogi-áfica. 

Con  la  signatura  Gg.  73  hay  en  la  Biblioteca  Nacional  de 
Madrid  un  tratado  ascético,  en  cuya  margen  se  ven  notas  en 
castellano  con  caracteres  árabes. 

De  la  misma,  mano  hay  notas  al  margen  del  códice  Gg,  95, 
que  es  un  ejemplar  del  Libro  de  las  cuarenta  cuestiones  de  AI- 
gazali.  El  libro  fué  escrito  el  año  924  H.  en  Huesca,  por  Abu 
Abdallah  Mohammed  ibn  Isa  ibn  Ibrahim  Serrano,  de  la  aldea 
de  Almonaster,  quien  lo  estudió  con  Alí  ibn  Lope  ibn  abi  Rebia 
Almoredí. 

En  el  códice  Gg.  99  de  la  misma  Biblioteca  hay  algunos 
apuntes  en  castellano  de  un  morisco,  relativos  al  año  1542. 

Unas  pocas  notas  marginales  hay  también  en  un  ms.  de  Pon 
Pascual  de  Gayangos  titulado  Libro  de  los  sedientos,  copiado 
en  Huesca,  en  885  H.,  por  Ibrahim  ibn  Ahmed,  alfaquí  natural 
de  Huesa. 


ADICIÓN  AL  APÉNDICE  I. 

Después  de  impresa  la  primera  edición  de  este  discur- 
so, he  encontrado  en  la  Biblioteca  Nacional  de  Madrid 
otro  códice  aljamiado  cuya  descripción  es  la  que  sigue: 

CXXXVI. 

Bib.  Nac.  ^e  Madrid,  Gg.  82  duplicado. 

Códice  en  4.o,  con  cubiertas  de  badana,  muy  estropeado  al 
principio.  Letra  clara,  papel  flojo,  146  hojas  útiles.  Contiene: 

1.0  Alcorán  abreviado  (V.  núm.  I),  con  la  azora  LIX,  18-24 
antes  de  la  XXXVI.  Texto  árabe  y  traducción  caste- 
llana, con  algún  comentario;  fol.  1. 

2.0  cLa  orden  y  rregla  del  alguado  y  lo  que  abéis  de  decir 
en  rromance  en  cada  lado;»  fol.  137. 

3.0  cEl  rregimiento  de  las  lunas  por  el  cuento  de  los  mu9li- 
mes;»  fol.  140. 

En  el  fol.  51  hay  metida  una  hoja  con  una  oración  árabe 
para  repetirla  treinta  veces. 

En  este  tiempo  han  adelantado  mucho  las  publicaciones  de 
este  género  literario.  Por  mi  parte  he  hecho  estas  dos: 
El  alhadiz  dbl  baño  db  Zardbb.  (LXXXVI,  12.')  En  el  Mundo 

üusiraclo:  Barcelona,  1881. 
La  historia  dk  la  ciudad  de  Alatón.  (XLV,  7.")  En  la  Bevista 

hispafUhamerícana:  Madrid,  1882. 

D.  Francisco  Guillen  y  Robles  ha  impreso  casi  todo  lo  de 
más  interés  que  contiene  la  anterior  bibliografía  en  sus  Leyen- 
das MOKiscAtí  SACADAS  DB  VARIOS  MANUSCRITOS;  tres  tomos  en  S."" 


320 

de  la  Colección  de  escritores  castellanos:  Madrid,  1884,  1885  y 
1886, 

El  mismo  orieutalista  ha  dado  á  la  estampa  las  Leyendas  db 
JosÉ;  HIJO  DE  Jacob,  y  de  Alejandro  Magno,  en  un  tomo  eu  4/ 
de  la  Bihüoteca  de  escritores  aragoneses:  Zaragoza,  1888. 

Por  último,  los  Sres.  D.  Pablo  Gil,  D.  Julián  Ribera  y  D.  Ma* 
nano  Sánchez  han  litografiado  .esmeradamente  una  ColecciíJk 
DE  TEXTOS  aljamiados  (uu  tomo  en  4.°:  Zaragoza,  1888)  cuyos 
originales  pertenecen  todos  á  la  librería  del  primero  de  dichos 
aeüores. 


^FEIS^DIOE    II. 


GLOSARIO  DB  LAS   PALABRAS    ÁRABES   ALJAMIADAS 

Ú   POCO   CONOCIDAS   QUE  6E   ENCUENTRAN   EN    EL  DISCURSO   Y   EN   BL 

APÉNDICE   ANTERIOR. 


Abüched.— Alfabeto,  J^t 
A^ADACA*  — Limosna,  donativo, 

manda  piadoso.  ¿ííj.^ 
A^AHIFA.-  -Oraeión  leída,  hoja  de 

un  libro,  l^^f^^ 

ACALA.— V.  AZAI-A. 

A^ALEH,— Saludo,  Ji^ 

A  CHE. — V,  llAcni. 

AciOAQiB, — Dote  y  oarta  dotal. 

AcjOBBK— La  mafiana,  ^^-^^^ 
AnAnÉA,— Victima  sacrificatoria, 

carnero  que  se  degüella  el  dia 

de  Pascua,  l^^^ 
Adíeel.— Conquistador*  Jo.b 
Aof>\— La  ley,  la  religión,  ^^^ 
ÁDOA.— Oración,  Uj 
Abonía. — El  mundo.  Uji 
Aj\3fí ,    AiEHÍ.  —  Extranjero, 


Aladeb. — Castigo,  tormento,  su- 
plicio. w^lJx 
Alahde. — Promesa:  nombre  de 

un  adoa.  ^x^c- 
Alarx.— El  trono  de  Dios.  ^J^ 
Alazima. — Encanto,  i^,^ 
ALÁN9ARES.— Los  árabes  de  Me- 
dina que  ayudaron  á  Mahoma. 

Aldalé. — Tentación,  calamidad, 
desgracia.  ÍLj 

Aldarán.— Cédula.  í]^j 

Alborda. — El  manto:  nombre  de 
un  poema  en  alabanza  de  Ma- 
homa. »^ 

Alcabila.— Tribu.  ¡JLi 

AlcXcem.— Quebrantador.  >^li 

AifíAi'ANAíi. — Amortajar.  ^J^^^=> 

Alcalam.  —  Caña  para  escribir. 


,-^ 


21 


322 
Ait^Cfláii^. -Aljama,    reunión,      AuJARABÍA.-La  lengua  arábiga. 

Algazima.— V.  Alazima. 
Algüací A.— Testamento.  X^j 
A LGüADO.— Lavatorio,  ablución. 

Algüaraca.— Hoja  de   papel. 


n  y  unía  miento.  "U^ 
AtCHAMr.— Compañía,  sociedad. 

AuiiiJ*^j^.-^El  Paraíso,  é^^ 
ALCu*:^BgA,  Alcda?íeza.— Fune- 
ral. íjL-i-íx 
A  LC n ni  e  o .  —  La  guerra  santa. 


Algüatif A.— Cuotidiana   "^  ^ 


Ay:¡iOM0A.-El  viernes,  día  de  la      AlgüÁzir.  —Lugarteniente.  ^  jj 


reunión.  i«^' 
A tüo^iJT.— Repetición  de  la  fór- 
mula *ñosotros  somosobedien- 
teü.í^  íine  se  dice  en  el  azala 
del  viernes.  sJ^j-^ 


Albach.— Peregrinación  á  la  Me- 
ca. ^^ 
Alhadic,Alhadiz.— Historia, 

tradición,  w^.*^^ 
Alhaigal.— Cosa  grande.  Jv 


Alcorán.  ^  j^ 


Atciiftcí— Trono:   nombre  del     Aliiamdü,  Alhandü.— Alabanza: 
veriiiculo  256  del  cap.  2.°  del         nombre  del  primer  capítulo  del 

Alcorán,  que  empieza  con  esta 
palabra,  ^x^í 

AlHAMDÜ    LILLHBl,    AlHANDÜ    U- 

LLAHi. — Loado  sea  Dios. 


Ati\,  A u: VA. —Versículo  del  al- 

Auí  ^ALiM,  alkihi<;alem,  alehi- 
5AIIÍM,— «Sobre  ól  sea  la  paz,B 


fórnuila  que  se  aplica  á  los      Alhamís.— El  jueves.  ^^-^1 
piofi^uis  anteriores  á  Mahoma.      Alherzb.— V.  Hirzb 


Ai.AH  uaíCA.— Nombre  del  capí- 
lului'Jel  Alcorán,  que  empie- 
gu  Cítn  esas  palabras.  uX3!¿  j\ 

JUyAiii U .  ~ Virtud ,    provecho. 


Alhicura.— La  hégira.  5^ 
Alhorma.— Veneración,  respeto: 
asi  debe  leerse,  en  logar  de 
jornada,  en  la  pág.   \\\^  lí- 
nea 5.'  iyv 
Alhotba.— Plática,  sermón,  l^ 


323 


AtíCAMA. — Llamamiciito  interior 
á  la  oración  en  las  mezquitas. 

ÁivbicEEL. — El  Antecristo. 

Alidíx. — Llamamiento  á  la  ora- 
ción desde  la  torre  de  las  mez- 
quitas.   »^3I 

Alime.— Sabio.  JU 

Alimkm,  AusféN.  —  Presidente  ó 
Director  de  la  oración  en  las 
mezquitas.  X^\ 

AuAUÍA.— La  lengua  castellana. 

AuAHOMMA. — ¡Oh  Dios!  *^I 
.\lhacabres. — Los  sepulcros. 

Almadha.— Elogio.  «.J.^ 
Almalac— Ángel.  sJSJj^ 
Almazchid.— Mezquita.  Jjc--^ 
Almogiba. — Caso  de  fortuna. 


Almohjirina. — Los  habitantes  de 
la  Meca  que  acompañaron  á 
Maboma  en  su  huida.  ^  ^^.L^' 

AiMoaciDA,  Almo«xida. — Vía  rec- 
ta: nombre  de  una  oración. 

Alnabí— V.  Anabí. 
Alqoitbb.— Libro.  w-'uS' 


Am.— Abreviatura  de  Aleihi^ 
lem,  Afi' 

Amaho.— Perdón,  remedio. 

Ami.— Tío.  Is 

Anabí. — Profeta.     -J 

Aneca. — Camella,  üb 

ANEFiLA.*-Oración  voluntaria,  y 
no  obligatoria.  üJU'j 

Anobúa.— Don  profetice,  i^ 

Anoxara. — Conjuro,  especial- 
mente el  que  se  da  en  bebida. 

Ante-cihra.— Exorcista,  contra 
encantos,  j^ar^ 

Anür.— La  luz.  jy 

ApAtLBGAR.— Es  errata  por  Aple- 
gar. 

Aplegar.— Considerar,  esti- 
mar. 

Arabí. — Árabe.  ^,f' 

Arafb.— El  día  noveno  de  Dulhi- 
cha,  en  que  los  peregrinos  su- 
ben al  monte  Arafa,  cerca  de 
la  Meca.  '¿3js> 

Abraca. — Inclinación  del  cuerpo 
hasta  tocar  las  rodillas  con  las 
manos.  i*^3^ 

Arracül.  —  Enviado,  apóstol. 

Arramadán. — V.  IUhadán. 


324 


Attlicín-— Aii'iento,  saslento 

ecivtada  por  Dios.     ^; , 
Aiioi — .\Jíiia,  espirila.  -^  «  , 

Anon^^-BepeiicioQ  de  la  fór- 
muta  «Dios  es  crao  le.»  ^«^j^ 

ÁTi^itl.^ — OraciÓQ  qae  erupiexa 
fúQ  \s&  püLibras:  t  Alaba  el 
gooilm  de  ta  Señor,  i  .^':r^ 

ATtTMi. — EI-^Tactóo  á  Las  cam* 

Ar&BVTT* — Formula  de  beo-di- 

áTt^M — Píiriñ:aci:Q.  loción  de 

t«ée  ^  eaerpo.  .«^ 
AfiLAC. — Ber>i:>-  ^¿^ 
At  1.1X1X3^ ,   A  TAXi:i . — Fórmala 
pora  ifina¿r  Li  c*«eQcia  en 
Díés.  T  i^üQ  .i^  Mahosia. 

Anni^-^5aucá>-    .•-^=r=- 
A^AftA^^ — B   ifcea^  día  deí  mes 


Le  ^s  cia^  oraci«>- 
Bi&  o6i^t4Ías  de  los  mosal- 

AiJ«C¥- — Dtrir::^  iJ'. 

A3Z1S- ^  Fttmicacioa.  aialterio. 


Azo&A. — Cap.  del  alcorán.  iyy^ 
AzzABA  Allah. —  «Eosálcela 
Dios.»  ¿I!  l»^^ 

I 
BáTEHAft. — Arrofar  de  cara  al 

suela.  ,^J:f 
Boo. — CaptfiQlo.  w^J 
Bc.xi  Ii;«Lia.. — Los  hijos  le  Israel. 

Biv^viLLifl,  Bczxi  TuasL— «Eq  el 

nom  ore  de  Di  js.»  él!^  .,-j 

Cala  Aixímt  alais  ctacalam. — 
cLa  siIvaciJo  y  la  pax  de  Dios 
sea  sobre  ^,t  fórmula  que  se 
aplica  exclosÍTaineiite  al  nom- 
bre de  Mahoma. 
JL.  »-!=  ¿I'  JU 
Cauh,  CALMK.--Hi3mbre  de  santa 

vida.   J^ 
Calui.  CiX. — Afarenalura  de  la 
formal j  tCala  Aliaba  alaih 
soj^alati.»   «auo 
Caí  ít  1. — Caya^iow 
Ci-in. — Iniifereníe.  •j-a 
Cni&iu— £2  Arcáofel  Gabriel. 

Chtn. — Geni ».  espirito.    .^ 
CflnLiBi  VL  ifiEs«  CarvAftA  mi. 
TÉo.— Sexto  Bes  del  calenda- 


325 


rio  musalmán.  ja,)¡\   ^<)W- 

GoLHUA. — Primeras  palabras  del 
cap.  HiJ  del  alcoráa.^  ^ 

CoLOMBTBS. — Los  Cardenales. 

GüLaüdo.—- Primeras  palabras  de 
los  dos  últimos  capítulos  del 
alcorán.  i^!  Ji 

QüNNA.— V.  Zuna. 


Fada,— Fiesta  por  el  nacimiento 

de  una  criatura. 
Falaqüe. — La  bóveda  celeste. 

Farde.— Obligación,  fpj» 
Fasilla,  Padilla.— Hechura. 
Fáteha.— Apertura,  nombre  que 

se  da  al  primer  capítulo  del 

alcorán.  I^U 
Fusta.— Madera. 


Dayüno.— Ayuno. 
DiBALLAR.— Bajar. 
DEMANDA.^Pregunta. 
DicasTANZA. — Precepto. 

ÜILG ABNAI?( ,   DüLC ARN AIN.  —  A  Ic- 

jandro  Magno. 
DiSTiNO.— Desatino. 


Ebn  abi  Áher. — Nombre  patroní- 
mico de  Almanzor. 

A  ^1  crí' 
Edam. — Adán,   nuestro  primer 

padre.  ^^1 

Emín. — Amén.  ^^1 

Ewf A.— Intención,  propósito. 

Enta.— Hacia,  cerca  de.  Ja& 
Escanto. — Encantamiento. 


EsuTAR.— Escoger. 


GcACHiB. — Forzoso,  ^^j^^lj 
GUA91R. — V.  Algüacir. 

GUZALATU  GOAZALEM  RRAZULULLA- 

Hi. — fY  salvación  y  paz  al  en- 
viado de  Dios,»  fórmula  de  en- 
cabeza miento  después  del 
bizmillah. 

Hache. — Peregrino,  el  que  ha  es- 
tado en  la  Meca.  ^\a 
Hadiz.— V.  Alhadiz. 
Haguátistes. — Sellos  misteriosos. 

Halecar.— Crear.  ^^J¡^ 
Haram. — Vedado,  ilícito.  >»». 
Haude. — Estanque,  j^y^ 
Hauría. — Hurí,  doncella  del  Pa- 
raíso. I^ja. 


326 


Hice.— V.  Ice. 

riicnE.— V.  Alhach. 

HiRCE.— Cédulü  ó  amuleto.   ;  r^»- 

IIOTBA.— V.  AlHOTBA. 

íci:. — Jesús,    c-*^ 

I9LAM. —Salvación:   la   religión 

mahometana.  J¿^\ 
ImÍn. — Creencia  verdadera. 

Jabéih. — V.  Xabén. 

Lbilahi^  Lbyleha,  Le  ilah  ile 
allauc»  La  allaha  ila  allaha, 
Laylaha  yialla.  —  «No  hay 
más  divinidad  que  Dios,»  fór- 
mula sacramental  con  que  los 
mnsuhTianes  afirman  la  uni- 
dad esencial  y  personal  de 
Dios.  ^1  ^t  Jt  ^ 

Lilmara.— Para  la  mujer.  í^ 

LoGACiÓN.— Alquiler. 

L(jh  Mahfdt. — La  tabla  reserva- 
da donde  están  escritos  los  de- 
cretos de  Dios.  íjissr»  ^  J 

Maca.— La  Meca.  üX» 
Madre  del  Alcorán. — El  primer 
capítulo  de  este  libro. 


Malac  almaüti.— El  ángel  de  la 

muerto.  C-^j41  s-tCl* 
MA9HAtt.— Frotar.  ^^^ 
íMatbüj.— Cocido.  ^  ^Ja^ 

MOHAMAD,   MlHAMAD,    MüHMBD. — 

Mahoma.  ^^s^ 
MoNAFiQUE.—Hipócrita. 

MoNCAFAR. — Cosa  magnífica. 


M  oszTAHEL.  —Imposible. 

MoTAZELÍ.— Separado.  J,^^ 
MugE. — Moisés.    c**'y 

MUIIAMAD    RRAZLLÜ    ALLA.  —  «  Ma- 

homa  es  el  enviado  de  Dios,» 
fórmula  que  con  la  de  la  uni- 
dad de  Dios  completa  la  pro- 
fesión de  fe  mahometana. 

MüMiN. — Creyente,  ^ja 
MüNAFÍES. — Los  descendientes  de 

Abdumuna/,  de    la  tribu  de 

Coreix.  vjL/» 

Pastoflar. — Censurar. 
PERCA9Aif. —Percanzar,   sacar 

provecho  de  una  profesión. 
Percüeno,  Pbrgüeno.— V,  Al.i- 

DÉN. 


327 


PüDPüDA.— Abubilla. 

PiGJíiR.— Castigar. 

Puyada,  Püy amiento.— Subida. 

Rabí  ilalamlnb. —Señor  de  las 

criaturas.  ^-jJUJ\  ^_Jj 
Rabío. — Rabino. 
Raca. — ^V.  Arraca. 
Raw  alahü  anhü. — «A  Dios  haya 


Taalb.— ¡Tan  alto  esl  ^Uj 
Tabaraca  güataala.  — ¡Tan  ben- 
dito y  alto  es! 

Ta^bihar. — Recitar  atagbihes. 

Tacli.  —  Negación  sin  criterio: 
fiarse  de  otro.  ¿JO 

Tafcira.  —  Interpretación,  co- 
mentario. ^^^;.^* 


sido  acepto,»  fórmula  que  se  Taelil.— Fórmula  de  declaración 
aplica  á  los  compaHeros  de  de  la  unidad  de  Dios,  que  se 
Mahoma .  repite  en  treinta  y  siete  lugares 


;s  6Ü! 


^J 


distintos  del  Alcorán.  S^ 


Ramadán,  Romadán.  —  Noveno     Taifa. — Sección,  grupo.   Ihlío 
mes  del  calendario  musulmán,      Tabgüac— Permiso,  de  ^jjy 
dedicado  al  ayuno.    .Li3v»j  Targüih,   Taroüia.  —  Bebida: 


Rbcardear. — Acaparar  y  reven- 
der. 

Rbchbb,  Raoiabo. — Séptimo  mes 
del  calendario  musulmán. 

Rícela.— Carta,  li  L., 
Rofiar.— Rociar. 
Reismo. — Poder  y  dignidad  rea- 
les. 
Rencorarse.— Encogerse. 


nombre  del  día  octavo  del  mes 
de  Dulhicha,  en  que  los  pere- 
grinos de  la  Meca  beben  agua 
del  pozo  de  Zemzem. 

TEDEms. — Guía.  w^j^aóJ» 
Tiyabero.— Guardarropa.    ¿>'J 
Trestallar. — Murmurar. 
TuRCflüMÉN.  —  Intérprete. 


Saih. — Xeque,  anciano. 
üFÍ.  —  Asceta-fiióso 
de  Algazali.  ^j^ 


^T^  Xaabén,  XabXn,  Xabkn. — Octa- 

SüFÍ. —Asceta-filósofo,   sectario         vo  mes  del  calendario  musul- 


mán. 


J 


328 


f 
-La  Idv  civil,  ¡kxjji 


Xaoual. — Décimo  mes  del  calen- 
dario musulmán.  J!^ 
Xama.  —Desviación. 
\ajia. 

Xabhe, -Comentario,  glosa. 

j. 

Xarif.— Noble:  aplícase  á  los  des- 
eendienles  de  Mahoma  por  su 
hijii  Fátimii.  t^^^j^ 


Y9LAM.— V.  I9LAM. 

Ye.— ¡Oh!  b 

Ye  men  acarra  lahu*  —  ¡Oh 
quien  le  sosegó! 

YRahmeni  yRAHiM.—(í Piadoso  y 
misericordioso;  T-  atribuios  de 
Dios  que  se  le  aplican  eii  el 
Bizmillah.  ^ji\  ^J^^' 


V9E, — V*  Igi* 


ZpNA. — La  ley  religiosa. 


DISCURSO 


D£L 


Eiciío.  Sb.,  conde  de  casa- valencia 


(^) 


Señores: 

Al  honrarme  con  vuestra  elección,  mostrando  antes 
benevolencia  que  justicia,  me  habéis  puesto  en  sincero 
agradecimiento,  procurándome  al  propio  tiempo  una  de 
las  mayores,  más  lisonjeras  y  más  deseadas  •  satisfaccio- 
nes de  mi  vida.  Con  razón  se  ha  dicho  que  á  estas  Aca- 
demias vienen  unos  por  derecho  propio,  contándose  en 
este  número  los  escritores  célebres  y  los  afamados  ora- 
dores, y  otros  por  exclusiva  bondad  de  la  Corporación; 
siendo  aquéllos  los  individuos  de  la  familia,  mientras 
que  éstos  deben  ser  considerados  como  los  amigos  de  la 
casa.  Á  los  últimos  pertenezco,  sin  duda,  y  á  reconocer- 
lo me  resigno  pensando  que  los  parientes  se  aceptan  y 
los  amigos  se  escogen. 

Nuevo  ejemplo  advierto  ahora,  de  que  pocas  veces  de- 
jan de  andar  en  este  mundo  unidas  con  las  alegrías  las 
penas.  Á  mi  contentamiento  por  venir  á  ocupar  un  pues- 


(4)  Leído  ante  la  Real  Academia  Española  en  Junta  pública  celebrada 
el  día  30  de  marzo  de  4879  para  dar  al  Sr.  Conde  posesión  de  plaza  de 
Académico  numerario. 


330 
to  entre  vosotros,  acompaña  involuntaria  tristeza  recor- 
dando al  ilustre  académico  el  Excmo,  Sr.  D-  Patricio  de 
la  Escosura,  cuya  pérdida  siempre  lamentaremos.  Su  la- 
lento  tan  general  y  espontáneo,  la  agudeza  de  su  sarcás- 
tico  ingenio,  la  jovialidad  de  su  carácter  y  la  amenidad 
de  su  trato,  hacían  que  fuera  al  par  que.  muy  querido  de 
sus  amigos,  simpático  y  agradable  hasta  para  sus  adver- 
sarios. Reflejando  en  su  agitada  existencia  la  instabili- 
dad y  las  perturbaciones  de  la  época  en  que  vivía,  des- 
empeñó destinos  de  índole  muy  diversa  y  cultivó  casi 
todos  los  géneros  literarios.  Oficial  de  arliUería,  Gober- 
nador de  provincia,  Comisario  regio  en  Ultramar,  Con- 
sejero de  la  Corona  y  Ministro  plenipotenciario,  ha  de- 
jado para  justificar  su  reputación  de  escritor  algunos 
volúmenes  de  la  historia  constitucional  de  Inglaterra, 
un  poema  épico  en  que  canta  las  portentosas  hazañas  y 
proezas  de  Cortés  en  el  nuevo  mundo,  poesías  líricas, 
comedias,  dramas,  novelas  y  multitud  de  artículos  críti- 
cos. Llevado  de  su  facilidad  para  el  trabajo  y  un  tanto 
de  su  afición  á  la  novedad,  acometió  también  la  difícil 
y  enojosa  empresa  de  publicgff  un  diccionario  de  admi- 
nistración, que  inesperadas  circunstancias  le  impidieron 
llevar  á  feliz  remate.  Su  fecundidad  y  sus  gustos  litera- 
rios no  disminuyeron  con  el  cansancio  de  la  edad  ni  con 
el  peso  de  los  desengaños.  Puso  á  sus  días  término  la 
muerte,  antes  de  que  él  ponerlo  pudiera  á  la  interesante 
novela  Un  proceso  mi  litar  j  y  á  la  serie  de  artículos  en 
que  intentaba  probar  que  unos  desgraciados  amores  de 
Moratín  habían  inspirado  su  mejor  y  más  perfecta  come- 
dia á  aquel  autor  insigne.  Y  también  entonces  se  ocupa- 
ba en  los  públicos  negocios,  tomando  parte  con  frecuen- 
cia en  los  debates  del  Senado,  en  donde  tenia  la  honra- 


331 

sa  representación  de  esta  Academia.  En  el  último  dis- 
curso que  pronunció  en  la  Alta  Cámara,  pocos  meses  an- 
tes de  su  fallecimiento,  sobre  los  intereses  y  el  porvenir 
de  España  en  el  rico  Archipiélago  filipino,  lució  gallar- 
damente la  difícil  facilidad  y  el  agradable  estilo  que 
eran  las  galas  principales  de  su  elocuencia,  cautivando 
cual  siempre  á  su  auditorio.  Mejor  que  yo  podéis  todos 
vosotros  dar  testimonio  de  su  infatigable  y  provechosa 
laboriosidad,  y  de  que  no  muchos  le  igualaban  y  acaso 
ninguno  le  aventajaba  en  entusiasmo  por  la  patria  lite- 
ratura, y  en  constante  afán  por  conservar  la  pureza  de 
nuestra  hermosa  lengua  española* 

Cuando  el  Sr.  Escosura  ascendió  á  la  categoría  de 
académico  de  número  en  febrero  de  1847,  después  de 
ser  honorario  desde  1843  y  supernumerario  desde  1845, 
no  se  daba  solemnidad  alguna  á  la  recepción  de  los  ele- 
gidos. Pero  en  aquel  mismo  año  se  introdujo  novedad 
plausible  en  este  punto,  y  ya  en  7  de  noviembre  leye- 
ron notables  discursos  en  sesión  publica,  al  tomar  pose- 
sión de  sus  cargos,  el  sabio  D.  Alejandro  Olivan,  el  elo- 
cuente D.  Nicomedes  Pastor  Díaz  y  nuestro  colega  el 
célebre  autor  de  Los  Amantes  de  Teruel;  dando  contes- 
tación á  los  tres  á  un  tiempo  mismo  D.  Francisco  Mar- 
tínez de  la  Rosa,  que  á  la  sazón  presidía  esta  Academia. 
Desde  entonces  las  recepciones  de  los  nuevos  académi- 
cos han  ido  ganando  en  importancia,  y  las  gentes  en 
gran  manera  las  han  favorecido  acudiendo  presurosas  á 
presenciarlas.  Pero  la  novedad  de  mayor  transcendencia 
y  significación,  y  sin  duda  la  más  agradable,  es  la  asis- 
tencia ahora  constante  de  las  señoras,  antes  apartadas 
de  estos  actos  y  alejadas  de  este  recinto  hasta  época  no 
lejana.  ¿Es  debida  por  ventura  á  pasajera  moda,  que  des- 


332 

aparecerá  fácilmente  sin  dejar  rastro  alguno,  y  á  curio- 
sidad nacida  de  la  poca  frecuencia  de  estas  sesiones,  6 
proviene  de  afición  espontánea  fundada  en  la  mayor  ins- 
trucción y  en  el  gusto  más  decidido  por  los  estudios  li- 
terarios? Esta  última  causa  es  en  mi  sentir  la  cierta,  y 
merece  la  aprobación  y  el  aplauso  de  cuantos  con  sin- 
ceridad se  interesan  por  la  elevación  del  nivel  intelec- 
tual en  nuestra  patria.  La  ilustración  no  progresa,  ni  se 
difunde,  ni  se  arraiga  sobre  sólida  base  en  los  países  en 
que  la  mujer  recibe  educación  incompleta,  superficial  y 
limitada.  Recordando  algunos  de  los  muchos  títulos  que 
la  mejor  mitad  del  género  humano  tiene  á  nuestro  agra- 
decimiento y  á  nuestro  cariño,  ha  dicho  el  inolvidable 
Bretón  de  los  Herreros: 

¿Por  qué  tu  desprecio  Uora 
La  que,  con  paciencia  santa, 
Cuando  niño  te  amamanta, 

Y  cuando  joven  te  adora, 

Y  cuando  viejo  te  aguanta? 

Sin  rebajar  en  manera  alguna  estos  merecimientos, 
ciertamente  grandes,  que  sólo  puede  negar  algún  egoís- 
ta ingrato,  hay  que  reconocer  que  antes  de  adorarnos  y 
aguantarnos,  la  mujer  forma  casi  siempre  nuestro  cora- 
zón, al  par  que  nos  inspira  las  primeras  creencias  y  nos 
sugiere  las  primeras  ideas  que  en  nuestra  inteligencia 
germinan.  Debe  interesamos,  por  lo  tanto,  en  gran  ma- 
nera que  á  la  bondad  una  la  mujer  sólida  y  escogida 
instrucción.  No  poco  se  equivocan  los  que  piensan  que 
su  educación  esmerada  y  literaria  es  reciente  importa- 
ción extranjera,  acaso  perjudicial  y  sin  duda  opuesta  á 
nuestro  carácter  y  á  nuestras  costumbres.  España  es  la 
nación  europea  en  que  antes  que  en  otra  alguna  han  bri- 


i 


333 

liado  eminentes  escritoras;  y  las  ha  habido  muy  nota- 
bles en  todas  las  épocas  importantes  de  nuestra  historia, 
lo  propio  en  el  presente  que  en  los  tres  siglos  anterio- 
res. Bien  se  puede  afirmar,  sin  temor  de  razonable  y 
fundada  contradicción,  que  en  nuestro  país  la  instruc- 
ción de  la  mujer  no  se  ha  mirado  con  indiferencia  y  des- 
cuido sino  en  días  de  abatimiento  y  decadencia,  cuan- 
do estaba  bastante  autorizada,  como  aconteció  también 
en  el  primer  tercio  del  siglo  decimoctavo,  la  absurda  opi- 
nión, ya  por  dicha  desacreditada  muchos  años  hace,  de 
que  toda  clase  de  ilustración  era  perniciosa  á  las  muje- 
res. Para  demostrar  la  verdad  de  estas  aseveraciones, 
que  algunos  pudieran  creer  exageradas,  voy  á  hablar  de 
las  escritoras  españolas  de  mayor  mérito  y  celebridad, 
si  bien  habré  de  hacerlo  en  breves  términos;  que  la  fal- 
ta de  espacio  no  consiente  tratar  con  extensión  este 
asunto,  ni  es  necesario  dirigiéndome  á  la  Academia,  que 
de  cierto  mejor  que  yo  le  conoce. 

En  los  reinados  de  D.  Juan  II  y  de  Enrique  IV,  tan 
tristes  y  lamentables  en  nuestros  anales  políticos,  como 
interesantes  por  el  desarrollo  y  lucimiento  que  en  ellos 
tuvo  la  patria  literatura,  merece  ya  mención  especial  la 
ilustre  monja  Doña  Teresa  de  Cartagena,  descendiente 
del  celebrado  obispo  D.  Pablo  de  Santa.  María,  la  cual, 
aquejada  de  penosas  dolencias,  pero  dotada  de  claro  ta- 
lento y  de  erudición  selecta,  escribió  la  Arboleda  de  los 
enfermos:  <et  fizo  aquesta  obra,»  como  en  el  epígrafe 
declara,  <á  loor  de  Dios,  é  espiritual  consolación  suya  ó 
de  tc^os  aquellos  que  enfermedades  padecen,  porque 
despedidos  de  la  salud  corporal  levanten  su  deseo  en 
Dios,  ques  verdadera  salut.»  En  este  libro  alegórico  fin- 
ge la  autora  que  el  furioso  torbellino  de  las  humanas 


t 

I 


■f 


334 

pasiones  la  arroja  á  una  isla  desierta,  que  llama  Oprcn 
dio  de  los  horréres  y  abyección  de  la  plebe,  en  donde  en- 
cuentra agradable  descanso  y  sabroso  alimento  á  la  som- 
bra de  árboles  frondosos  y  fructíferos,  que  representan 
los  libros  piadosos  y  las  sagradas  escrituras.  Á  esta  sal- 
vadora Arboleda  recomienda  que  siempre  acudan  los  en- 
fermos á  quienes  aflijan  pertinaces  padecimientos  del 
ánimo,  seguros  de  hallar  eficaz  remedio  á  su  mal  con  la 
pura  y  santa  doctrina  del  Evangelio.  La  originalidad  del 
pensamiento,  la  novedad  de  las  descripciones,  lo  armo- 
nioso del  lenguaje  y  la  gracia  del  estilo,  dieron  ocasión 
á  los  que  entonces  juzgaban  á  las  mujeres  incapaces  de 
escribir  libros  formales  y  profundos,  para  creer  que  no 
era  Sor  Teresa  autora  de  aquella  obra.  Con  objeto  de 
convencer  de  su  error  á  los  incrédulos,  compuso  una 
nueva  con  el  título  de  Admiración  de  las  obras  de  Dios, 
en  la  que  hacía  gala  de  erudición  abundante,  con  citas 
frecuentes  de  los  libros  sagrados,  de  los  santos  padres, 
de  filósofos  y  escritores  profanos,  sin  omitir  al  italiano 
Boccacio,  cuyos  alegres  cuentos  probablemente  no  ha- 
bría leído.  En  la  dedicatoria  á  Doña  Juana  de  Mendoza, 
dice  Sor  Teresa:  «Muchas  veces  me  es  fecho  entender, 
virtuosa  señora,  que  algunos  de  los  prudentes  varones, 
ó  asy  mesmo  fembras  discretas  se  maravillan  ó  han  ma- 
ravillado de  un  tratado  que,  la  gracia  divina  adminis- 
trando mi  flaco  mugeril  entendimiento,  mi  mano  escri- 
bió. E  como  sea  una  obra  pequeña,  de  poca  sustancia, 
estoy  maravillada;  ó  Jion  se  creer  que  los  prudentes  va- 
rones se  ynclinasen  á  quererse  maravillar  de  tan^  poca 
cosa;  pero  si  su  maravilla  es  cierta,  bien  paresce  que  mi 
*  denuesto  non  es  dübdoso. »  Bastó  esta  franca  y  digna  de- 

claración para  desvanecer  las  dudas,  quedando  demos- 


335 

trado  que  Doña  Teresa  de  Cartagena  ocupaba  con  justo 
motivo  lugar  preferente  entre  las  fembras  discretas, 
siendo  su  entendimiento  antes  vigoroso  y  robusto  que 
débil,  y  sus  escritos  de  los  mejores  entre  los  místicos  y 
religiosos  de  aquel  tiempo. 

Con  el  advenimiento  de  la  Reina  Católica,  de  impere- 
cedera memoria,  que  tan  inmensos  beneficios  trajo  á  la 
nación,  tomó  importancia  suma  la  educación  literaria 
de  las  mujeres.  Tenía  aquella  ilustre  y  virtuosa  prince- 
sa levantados  pensamientos,  carácter  firme  y  corazón 
magnánimo,  que  la  impulsaban  para  acometer  con  en- 
tusiasmo y  llevar  con  perseverancia  á  feliz  término  to- 
das las  grandes  empresas.  Su  reinado  es  la  mejor  y  más 
brillante  página  de  nuestra  historia.  No  hay  suceso  prós- 
pero ni  reforma  importante  en  aquella  época  que  á  su 
iniciativa  no  se  deba.  Por  su  amor  tan  contrariado  y 
novelesco  al  infante  D.  Fernando,  hubo  España,  unién- 
dose para  siempre  las  monarquías  de  Castilla  y  Aragón, 
antes  con  frecuencia  rivales  ó  enemigas:  por  amor  á  sus 
leales  subditos,  se  redujo  á  silencio  á  los  perturbadores 
y  revoltosos  y  se  asentó  sobre  sólidas  bases  la  paz  pú- 
blica: por  su  amor  á  la  religión 

Selló  triunfante  con  la  cruz  divina 
Las  torres  de  la  Alhambra  granadina, 

y  al  África  tornaron  los  vencidos  muslimes:  por  su  amor 
á  las  ciencias,  vinieron  á  estos  reinos  sabios  extranje- 
ros, se  imprimieron  numerosos  libros,  y  la  ilustración 
se  difundió  rápidamente:  por  su  amor  á  la  gloria,  sur- 
caron las  carabelas  el  no  explorado  Océano  y  descubrió 
Colón  un  ignorado  continente  cuando  sólo  buscaba  nue- 
vo y  más  corto  derrotero  para  las  Indias.  Del  país  anár- 


336' 

quico  de  Enrique  IV  hizo  la  nación  primera  y  prepon- 
derante de  su  tiempo.  ¿Qué  mucho  que  los  españoles  de 
todas  épocas  la  hayan  mirado  con  veneración  y  la  ha- 
yan elogiado  con  entusiasmo,  considerándola  como  aca- 
bado modelo  de  mujer  y  de  reina? 

Alejada  de  la  viciosa  corte  de  su  hermano,  pasó  gran 
parte  de  su  juventud  en  Arévalo,  en  donde  halló  espa- 
cio y  sosiego  para  entregarse  á  la  reflexión  y  al  estudio, 
á  que  naturalmente  propendía  su  carácter;  y  aprendió 
varias  lenguas  vivas,  llegando  á  escribir  la  española 
con  singular  corrección  y  elegancia.  No  la  enseñaron, 
sin  embargo,  latín,  que  tenía  á  la  sazón  especial  impor- 
tancia, por  ser  el  idioma  en  que  por  lo  general  estaban 
escritos  los  libros  más  notables,  el  que  usaban  en  la  cor- 
te los  extranjeros  ilustrados,  y  el  que  se  empleaba  en 
las  negociaciones  diplomáticas.  Mostró  empeño  Isabel 
en  reparar  éste  y  otros  defectos  de  su  educación  juvenil, 
y  después  de  ceñida  la  corona,  y  á  luego  de  terminada 
la  guerra  con  Portugal,  sin  que  la  desviaran  de  su  pro- 
pósito los  asuntos  públicos  en  que  constantemente  en- 
tendía, trajo  á  su  lado  á  Doña  Beatriz  Galindo,  ilustre 
dama  á  quien  sus  contemporáneos  llamaron  La  Latina^ 
tan  sabia  como  caritativa,  que  así  conocía  los  clásicos 
antiguos  como  fundaba  hospitales  para  los  pobres  des- 
validos, y  con  ella  aprendió  el  latín,  logrando  en  menos 
de  un  año  comprender  sin  dificultad  los  escritos  y  las 
conversaciones  en  aquel  idioma. 

Había  heredado  de  su  padre  D.  Juan  II,  con  el  gusto 
para  el  estudio,  la  afición  á  los  libros;  y  al  par  que  los 
tenía  escogidos  y  numerosos,  hacía  donaciones  de  ellos 
y  procuraba  facilitar  su  adquisición  al  público.  Todavía 
forman  parte  de  la  biblioteca  del  Escorial  los  preciosos 


337 

restos  de  dos  colecciones  de  libros  que  fueron  suyas.  La 
mayor  constaba  de  201  obras  de  teología,  de  leyes  civi- 
les y  fueros  municipales  de  España,  de  clásicos  latinos 
y  griegos,  de  literatura  moderna  y  libros  de  caballería,  • 
de  Historia,  de  moral,  medicina,  gramática  y  astrología. 
Para  apreciar  la  importancia  de  esta  biblioteca,  convie- 
ne recordar  que  antes  de  la  introducción  de  la  impren- 
ta las  colecciones  de  libros  eran  forzosamente  pequeñas 
y  poco,  numerosas  por  el  subido  precio  de  los  manuscri- 
tos. La  mayor  biblioteca  de  España  á  mediados  del  si- 
glo XV  de  que  pudo  tener  noticia  el  erudito  Sáez,  era  la 
de  los  Condes  de  Bena vente,  y  no  excedía  de  120  volú- 
menes, habiendo  bastantes  duplicados;  y  es  sabido  que 
las  catedrales  de  nuestro  país  sacaban  pingüe  renta  al- 
quilando sus  libros  en  públitía  subasta  al  mejor  postor. 
La  Reina  Católica  regaló  obras  escogidas  á  la  mayor 
parte  de  sus  magníficas  fundaciones.  Dio  una  rica  colec- 
ción de  manuscritos  al  célebre  convento  de  San  Juan  de 
los  Reyes  de  Toledo,  y  no  se  mostró  menos  generosa  con 
el  de  Santo  Tomás  de  Ávila.  Atenta  á  procurar  la  ilus- 
tración de  sus  subditos  en  beneficio  del  estado,  dictó  jun- 
tamente  con  su  esposo  D.  Fernando  en  Toledo,  en  1480, 
á  los  seis  años  de  ocupar  el  trono,  una  ley,  testimonio 
elocuente  de  su  protección  á  la  instrucción  pública,  cu- 
yos preceptos,  dignos  de  tenerse  en  cuenta,  voy  á  trans- 
cribir. «Considerando  los  reyes  de  gloriosa  memoria, 
quanto  era  provechoso  y  honroso  que  á  estos  sus  rey- 
nos  se  truxesen  libros  de  otras  partes,  para  que  con  ellos 
se  hiciesen  los  hombres  letrados,  quisieron  y  ordenaron, 
que  de  los  libros  no  se  pagase  alcabala;  y  porque  de  po- 
cos dias  á  esta  parte  algunos  mercaderes  nuestros  natu- 
rales y  extranjeros  han  traído  y  de  cada  día  traen  li- 


338 

bros  buenos  y  muchos,  lo  cual  parece  que  redunda  en 
provecho  universal  de  todos  y  en  ennoblecimiento  de 
nuestros  reynos;  por  ende  ordenamos  y  mandamos,  que 
allende  la  dicha  franqueza,  que  de  aquí  adelante  todos 
los  libros  que  se  traxeren  á  estos  nuestros  reynos,  asi 
por  mar  como  por  tierra,  no  se  pidan  ni  paguen  ni  lle- 
ven almojarifazgo,  ni  diezmo,  ni  portazgo,  ni  otros  de- 
rechos algunos.  >  Sorprende  agradablemente  encontrar 
en  tiempos  de  ignorancia  y  de  rudas  costumbres,  íoonar- 
cas  que  proclaman  que  los  muchos  buenos  libros  traen 
beneficios  para  todos  y  ennoblecimiento  para  la  nación. 
Con  cariñoso  esmero  atendió  la  Reina  á  la  educación 
de  sus  hijos.  Los  más  doctos  maestros  españoles  y  los 
famosos  hermanos  Alejandro  y  Antonio  Geraldino,  lla- 
mados con  este  objeto  de  Italia,  recibieron  el  encargo  de 
enseñar  á  la  infanta  primogénita  Doña  Isabel  y  á  sus 
hermanas;  al  paso  que  el  sabio  catedrático  de  Salaman- 
ca Fr.  Diego  Deza,  asistido  de  otros  reputados  profeso- 
res, dirigía  con  acierto  los  estudios  del  malogrado  prín- 
cipe D.  Juan.  Los  resultados  correspondieron  plenamen- 
te á  la  solicitud  materna.  Los  escritores  coetáneos,  y 
con  mayores  detalles  Luis  Vives  en  su  tratado  De  Chris- 
tiana  femina^  declaran  su  admiración  por  la  instrucción 
extraordinaria  de  todas 'las  infantas;  y  de  los  conoci- 
mientos literarios  de  la  menor  de  ellas,  la  desgraciada 
Reina  esposa  primera  de  Enrique  VIII  de  Inglaterra, 
da  en  sus  cartas  Erasmo  encomiástica  noticia.  Las  virtu- 
des y  los  ejemplos  provechosos,  como  las  aguas  cuando 
vienen  de  alto,  con  rapidez  se  extienden  y  difunden.  Los 
jóvenes  de  la  aristocracia,  de  quie*nes  decía  Pedro  Mártyr 
en  1492  «tienen  como  sus  mayores  en  muy  poca  estima 
la  ocupación  de  las  letras,  considerándolas  como  obs- 


339 

tácalo  para  sobresalir  en  la  profesión  de  las  armas,  única 
que  les  parece  digna  de  honor,»  ganóos  de  imitar  á  la 
familia  real,  acudieron  con  entusiasmo  después  de  ren- 
dida Granada  á  las  universidades,  en  las  que  llegaron  á 
desempeñar  cátedras  los  hijos  del  Duque  de  Alba,  del 
Conde  de  Haro  y  del  Conde  de  Paredes,  pudiendo  consig- 
nar con  razón  Giovio  en  su  elogio  de'Lebrija,  pasados 
algunos  años,  «que  no  había  español  que  se  tuviera  por 
noble  si  no  amaba  las  ciencias.» 

Muchas  mujeres  célebres  sobresalieron  entonces  por 
su  ilustración  y  talento.  La  Marquesa  de  Monteagudo  y 
Doña  María  Pacheco,  hijas  del  Conde  de  Tendilla,  des- 
cendientes del  Marqués  de  Santillana,  hermanas  del  his- 
toriador, novelista,  poeta  y  diplomático  D.  Diego  Hur- 
tado de  Mendoza,  eran  citadas  por  su  conocimiento  de 
los  escritores  griegos  y  latinos,  lo  propio  que  Doña  Isa- 
bel de  Vergara,  noble  dama  de  Toledo,  cuyos  hermanos 
tanto  se  distinguieron  en  el  siglo  xvi,  y  la  ilustre  sego- 
viana  Doña  Juana  de  Contreras,  que  siguió  -correspon- 
dencia literaria  én  latín,  dando  muestra  de  gran  elo- 
cuencia, con  Lucio  Marineo.  En  la  universidad  de  Sala- 
manca con  aplauso  explicó  Doña  Lucía  de  Medrano  los 
autores  del  siglo  de  Augusto,  y  Doña  Francisca  de  Ne- 
brija  con  frecuencia  suplió  en  la  cátedra  de  retórica  de 
Alcalá  á  su  docto  padre,  que  tanto  contribuyó  en  nues- 
tro país  al  renacimiento  de  los  estudios  clásicos.  Como 
veis,  no  es  novedad  extranjera,  sino  muy  antigua  cos- 
tumbre española,  el  magisterio  de  las  mujeres  en  las  uni- 
versidades, y  no  tengo  noticia  de  que  en  aquel  tiempo 
desempeñaran  cátedras  públicas  en  ninguna  otra  nación 
fiiera  de  España. 

De  las  muchas  cartas  que  la  Reina  Católica  escribió  á 


340 
SUS  hijas,  á  los  prelados  y  magnates,  sólo  se  conservan 
¡  algunas  de  las  dirigidas  á  su  eminente  confesor  Fray 

Hernando  de  Talavera,  para  darle  cuenta  de  sus  conten- 
I  tamientos  y  de  sus  penas,  ó  para  consultarle  sobre  din- 

\  ciles  negocios  de  estado-  Seducen  la  modestia  y  la  natu- 

!  ralidad  que  en  ellas  se  advierten,  siendo  el  estilo  agrá- 

,  dable  y  sencillo,  sin  afectación  ni  amaneramiento  que  le 

desluzcan. 
í  El  provechoso  impulso  dado  por  Isabel  á  los  estudios 

1^  literarios  y  científicos  produjo  magníficos  resultados,  y 

desde  entonces  nunca  faltaron  escritoras  que,  recor- 
dando tan  alto  ejemplo,  dejaran  de  cultivar  la  poesía,  la 
comedia  y  la  novela,  ó  que  se  dedicaran  á  componer 
obras  místicas  y  religiosas.  Fué  una  de  las  más  notables 
;"  la  célebre  Luisa  Sigea,  contemporánea  y  paisana  de  Gar- 

cilaso,  autora  de  varios  poemas  latinos,  cuya  vida  ha 
servido  de  asunto  á  una  poetisa  de  nuestros  días  para  un 
libro  de  amena  lectura.  Por  su  universal  y  merecida 
nombradla  mantuvo  frecuente  correspondencia  literaria 
con  esclarecidos  personajes,  y  aun  con  algunos  de  los 
Papas  de  su  época- 
Tiempos  fueron  aquéllos  de  fortuna  y  grandeza  en  to- 
do para  nuestra  patria.  Había  regido  sus  destinos  en  di- 
fíciles circunstancias  una  incomparable  princesa,  y  vi- 
no después  á  aumentar  su  gloria  otra  mujer  admirable. 
Aun  prescindiendo  de  su  santidad,  es  Teresa  de  Jesús  de 
las  eminentes  escritoras  que  bastan  para  dar  celebridad 
á  un  país  y  á  una  literatura.  Todo  en  ella  es  elerado, 
generoso  y  noble,  lo  niisnio  el  carácter  que  la  inleb^rcn- 
cia  y  el  corazón.  Atacado  por  entonces  rudamente  y 
con  violencia  el  catolicisrao,  pensó  que  á  la  concupis- 
cencia del  fraile  de  ^Vittenil^erg  iinjiortaba  oponer 


\ 


344 

virtud  más  austera;  y  á  la  petición  de  reforma  de  abu- 
sos en  la  iglesia,  mayor  rigor  y  privaciones  en  la  vida 
monástica.  Mientras  otros  autores  ascéticos  se  proponían 
mover  el  corazón  de  los  fieles  y  preservarlos  de  los  erro- 
res de  la  herejía  por  el  temor  de  las  penas  eternas,  San- 
ta Teresa  les  hace  ver  la  inefable  dicha  que  en  el  amor 
á  Dios  encuentra  la  humana  criatura,  y  el  alivio  que  á 
sus  sufrimientos  procura  la  verdadera  religión,  que  tie- 
ne consuelo  para  todos  los  dolores  y  esperanzas  para  to- 
das las  desgracias.  En  el  amor  divino  cifra  y  pone  la  fe- 
licidad suprema,  y  compadece  al  demonio  ¡porque  no  sa- 
be amar!  De  sus  libros  ha  dicho  con  verdad  Fr.  Luis  de 
León:  <En  la  alteza  de  las  cosas  que  trata  y  en  la  deli- 
cadeza y  claridad  con  que  lae  trata,  excede  á  muchos  in- 
genios; y  en  la  forma  del  decir,  y  en  la  pureza  y  facili- 
dad del  estilo,  y  en  la  gracia  y  buena  compostura  de  las 
palabras,  y  en  una  elegancia  desafeitada  que  deleita  en 
extremo,  dudo  yo  que  haya  en  nuestra  lengua  escritura 
que  con  ellos  se  iguale.  Y  así,  siempre  que  los  leo  me 
admiro  de  nuevo,  y  en  muchas  partes  de  ellos  me  pare- 
ce que  no  es  ingenio  humano  el  que  oigo;  y  no  dudo  si- 
no que  hablaba  el  Espíritu  Santo  en  ella  en  muchos  lu- 
gares, y  que  le  regía  la  pluma  y  la  mano,  que  así  lo  ma- 
nifiesta la  luz  que  pone  en  las  cosas  obscuras,  y  el  fuego 
que  enciende  con  sus  palabras  en  el  corazón  que  las  lee. 
Que  dejados  aparte  otros  muchos  y  grandes  provechos 
que  hallan  los  que  leen  estos  libros,  dos  son,  á  mi  pare- 
cer, los  que  con  más  eficacia  hacen.  Uno  facilitar  en  el 
ánimo  de  los  lectores  el  camino  de  la  virtud.  Y  otro  en- 
cenderlos en  el  amor  de  ella  y  de  Dios.»  La  posteridad 
ha  confirmado  y  ratificado  el  juicio  de  aquel  gran  maes- 
tro, y  la  fama  de  la  sania  escritora  nunca  ha  decaído. 


l^ 


> 


I 


342 

antes  se  ha  acrecentado  con  el  transcurso  de  los  siglos. 
No  hay  obra  alguna  en  nuestra  rica  literatura,  excep- 
tuando el  Quijote,  que  se  haya  vertido  á  tantos  idiomas, 
como  las  suyas,  conocidas  y  celebradas  en  todo  el  mun- 
do civilizado.  Aficionada  á  la  lectura  de  los  libros  de  ca- 
ballería, á  la  sazón  muy  en  boga,  compuso  uno  en  los 
primeros  años  de  su  juventud,  que  no  ha  llegado  hasta 
nosotros,  y  que  es  acaso  el  único  de  sus  escritos  debido 
á  su  propia  iniciativa.  Escribió  los  demás,  lo  mismo  los 
históricos  que  los  preceptivos  y  doctrinales,  siendo  mon- 
ja y  en  edad  más  avanzada,  con  repugnancia,  por  órde- 
nes terminantes  de* sus  superiores,  cediendo  á  reitera- 
dos ruegos  de  sus  compañeras  de  convento,  ó  con  el  pia- 
doso y  caritativo  fin  de  instruirlas  en  los  deberes  espi- 
rituales de  la  vida  del  claustro.  Mayor  maravilla  causa  el 
gran  mérito  que  á  todos  realza,  sabiendo  la  premura  con 
que  se  redactaron,  y  que  su  autora  nunca  pensó  en  que 
se  imprimieran  y  fueran  conocidos  del  público.  Cuando 
pasó  á  mejor  vida  en  Alba  de  Tormes  en  octubre  de  1582, 
probablemente  no  tenía  noticia  de  que  en  aquel  mis- 
mo año  un  librero  de  Évorá  había  dado  á  la  estampa  por 
vez  primera  los  Avisos  y  el  Camino  de  perfección.  Gra- 
vemente ocupada  en  la  reforma  de  la  orden  del  Carmen, 
en  oraciones  y  meditaciones  religiosas,  en  la  fundación 
de  nuevos  conventos,  que  no  consiguió  sin  vencer  pode- 
rosos obstáculos,  apenas  tuvo  vagar  para  escribir  con 
tranquilidad  y  reposo,  absorbiendo  la  mayor  parte  del 
tiempo  que  á  trabajos  de  esta  clase  dedicaba  la  numero- 
sa correspondencia  que  mantenía  con  parientes,  monjas 
y  personas  de  alta  jerarquía,  y  que  por  dicha  no  se  ha 
perdido.  Nunca  halló  espacio  para  leer  lo  que  había  es- 
crito, y  menos  para  corregirlo,  por  lo  que  recomendaba 


i 


343 

donosamente  en  una  carta  á  su  heímano  que  pusiera  to- 
das las  letras  que  en  ella  faltasen.  Esta  precipitación  ex- 
plica los  descuidos,  las  incorrecciones  y  la  falta  de  cla- 
ridad suficiente  en  que  á  las  veces  incurría,  sin  perder 
la  desafeitada  elegancia  de  estilo  que  tanto  deleitaba  al 
autor  de  los  Nombres  de  Cristo.  Adornada  de  instrucción 
escogida,  la  estimaba  como  complemento  necesario  del 
talento  y  aun  de  la  virtud.  Pide  á  sus  monjas  que  procu- 
ren tratar  y  comunicar  sus  almas  con  personas  piadosas 
que  tengan  letras,  en  especial  si  los  confesores  no  las  tie- 
nen por  buenos  que  sean.  «Dios  las  libre,  añade,  por  es- 
píritu que  uno  les  parezca  que  tenga  (y  en  hecho  de  ver- 
dad le  tenga),  regirse  en  todo  por  ól,  si  no  es  letrado;  > 
y  concluye  con  este  profundo  pensamiento:  «Son  gran 
cosa  letras  para  dar  en  todo  luz.> 

No  es  necesario,  por  ser  tan  conocidas^  enumerar  aquí 
las  muchas  obras  debidas  á  la  inspirada  autora  de  las 
Relaciones  espirituales  y  de  los  Conceptos  del  amor  divi- 
no, ni  señalar  el  subido  valor  de  cada  una  de  ellas.  Bas- 
tará recordar  que  como  santa  y  escritora  tiene  celebri- 
dad universal  y  merecida.  En  la  admirable  basílica  de 
San  Pedro  de  Roma,  con  majestuosa  sencillez  trazada 
por  Bramante  y  por  el  poderoso  genio  de  Miguel  Ángel 
magnificada,  los  suntuosos  pilares  que  sostienen  la  do- 
rada techumbre  y  la  gigantesca  cúpula  ostentan  colosa- 
les estatuas  de  los  principales  fundadores  de  órdenes  re- 
ligiosas, sin  duda  porque  son  éstas  sostén  y  apoyo  del 
catolicismo.  Guando  en  el  templo  se  ingresa,  la  primera 
estatua  que  á  la  derecha  de  la  gran  nave  á  la  vista  se 
presenta  es  la  de  Santa  Teresa,  ocupando  lugar  tan  pre- 
ferente por  su  importancia  en  la  historia  de  la  religión 
católica  y  de  las  sociedades  monásticas. 


3U 

Teniendo  imaginación  viva  v  ardiente  al  par  que  co- 
razón apasionado  y  tierno,  era  difícil  que  algunas  vece» 
no  expresase  su  amor  en  sentidos  versos.  Pocos  nos  ha 
dejado,  pero  inspirados  casi  todos  por  un  mismo  senti- 
miento. Son  éstos  de  los  que  han  logrado  mayor  Cama: 

Vivo  sin  vivir  en  mí, 

Y  tan  alta  vida  espero 

Que  muero  porque  no  muero. 

Aquesta  divina  unión 
Del  amor  en  que  yo  ^¡vo, 
Uace  á  Dios  ser  mí  cautivo, 

Y  libre  mi  corazón. 

Mas  causa  en  mí  tal  pasión 
Ver  á  Dios  mi  prisionero, 
Que  muero  porque  no  muero. 
¡Ayl  ¡qué  larga  es  esta  vida, 
Qué  duros  estos  destierros, 
Esta  cárcel  y  estos  hierros 
En  que  el  alma  está  metida! 
Sólo  esperar  la  salida 
Me  causa  un  dolor  tan  fiero, 
♦    Que  muero  porque  no  muero. 
jAyl  ¡qué  vida  tan  amarga 
Do  no  se  goza  al  Señor  I 

Y  si  es  muy  dulce  el  amor. 
No  lo  es  la  esperanza  larga. 
Quítame,  Dios,  esta  carga 
Más  pesada  que  de  acero. 
Que  muero  porque  no  muero. 

Sólo  con  la  confianza 
Vivo  de  que  he  de  morir. 
Porque  muriendo  el  vivir 
Me  asegura  mi  esperanza. 
Muerte  do  el  vivir  se  alcanza, 
No  te  tardes,  que  te,espero. 
Que  muero  porque  no  muero. 


345 

Mira  que  el  amor  es  fuerte, 
Vida,  no  me  seas  molesta; 
Mira  que  sólo  le  resta 
Para  ganarle  perderte; 
Venga  ya  la  dulce  muerte, 
Venga  el  morir  muy  ligero, 
Que  muero  porque  no  muero. 

Mucho  menos  conocida  es  esta  bellísima  octava  escrita 
con  mayor  cuidado: 

Dichoso  el  corazón  enamorado 
Que  sólo  en  Dios  ha  puesto  el  pensamiento; 
Por  Él  renuncia  á  todo  lo  criado 

Y  en  Él  halla  su  gloria  y  su  contento. 
Aun  de  sí  mismo  vive  descuidado, 
Porque  en  su  Dios  está  todo  su  intento; 

Y  así  alegre  atraviesa  y  muy  gozoso 
Las  ondas  de  este  mar  tempestuoso. 

Con  ser  tan  agradables  y  tiernas  éstas  y  la  mayor 
parte  de  las  poesías  por  diversión  y  en  ratos  de  esparci- 
miento escritas,  no  pueden  competir  con  las  principales 
obras  en  prosa,  ni  por  la  alteza  de  los  conceptos  ni  por 
la  hermosa  sencillez  del  estilo.  No  se  acierta  á  formar 
cabal  idea  del  mérito  de  esta  mujer  insigne  y  de  su  im- 
portancia, sin  conocer  su  VidOy  las  Fundaciones^  la  Vi- 
sita de  conventos  y  las  Moradas;  así  como  sin  leer  sus 
numerosas  cartas  no  se  llega  á  comprender  y  apreciar 
bien  su  resuelto,  jovial  y  noble  carácter. 

No  brilló  en  el  siglo  xvi  ninguna  otra  escritora,  ni 
española  ni  extranjera,  que  pudiera  rivalizar  con  ella. 
No  la  hubo  en  Inglaterra,  que  en  la  época  presente  con 
razón  se  ufana  de  muchas,  sobresaliendo  entre  ellas  las 
novelistas.  Tampoco  se  encuentra  en  Francia,  que  en 


346 

la  siguiente  centuria  tuvo  á  la  célebre  Marquesa  de  Se- 
vigné.  En  Italia,  que  marchaba  entonces  á  la  cabeza  de 
todas  las  naciones  en  literatura  y  en  artes,  florecieron 
distinguidas  poetisas,  como  Verónica  Gámbara  y  Gas- 
para  Stampa,  muy  inferiores,  sin  embargo,  á  la  afama- 
da Vittoria  Golonna,  hija  de  Fabricio,  Duque  de  Pallia- 
no,  tierna  esposa  del  vencedor  de  Pavía,  Marqués  de 
Pescara,  cuya  muerte  y  hazañas  lloró  y  cantó  en  apa- 
sionados y  hermosos  versos;  logrando  con  ellos  y  con 
el  entusiasmo  y  la  fidelidad  con  que  honró  por  largos 
años  su  memoria,  inspirar  á  Miguel  Ángel  un  amor 
ardiente,  puro  y  duradero.  Es,  sin  duda,  la  Golonna  su- 
perior como  poetisa  á  Santa  Teresa;  pero  no  la  iguala 
en  importancia  y  mérito  como  escritora. 

Las  exigencias  de  la  cronología  me  obligan  á  pasar 
de  obras  místicas  y  religiosas  á  novelas  profanas:  de  la 
santa  de  Ávila  á  Doña  María  de  Zayas  y  Sotomayor, 
señora  principal  en  Madrid,  nacida  en  los  primeros 
años  del  siglo  xvii,  cuyo  padre  D.  Fernando  sirvió  de 
capitán  en  los  tercios  y  obtuvo  luego  el  hábito  de  San- 
tiago. De  las  veinte  novelas  ejemplares  y  amorosas  que 
compuso,  diez  se  publicaron  en  l637,  con  feliz  suerte, 
y  las  diez  últimas  en  1647,  con  no  menor  fortuna.  Lope 
de  Vega,  generoso  de  alabanzas  para  los  autores  cele- 
brados en  el  Laurel  de  Apolo^  las  prodiga  cortesmente 
á  Doña  María  en  los  siguientes  ampulosos  versos: 

jOh  dulces  hipocrénides  hermosas! 
Los  espinos  pangeos 
Á  prisa  desnudad,  y  de  las  rosas 
Tejed  ricas  guirnardas  y  trofeos 
Á  la  inmortal  Doña  María  de  Zayas, 
Que  sin  pasar  á  Lesbos  ni  á  las  playas 


347 

Del  vasto  mar  Egeo, 

Que  hoy  llora  el  negro  velo  de  Teseo, 

Á  Safo  gozará  MiÜlenea, 

Quien  ver  milagros  de  mujer  desea; 

Porque  su  ingenio  vivamente  claro 

Es  tan  único  y  raro, 

Que  ella  sola  pudiera, 

No  sólo  pretender  la  verde  rama, 

Pero  sola  ser  sol  de  tu  ribera; 

Y  tú  por  ella  conseguir  más  fama 

Que  Ñapóles  por  Claudia,  por  Cornelia 

La  Sacra  Roma  y  Tebas  por  Targelia. 

Aun  reconociendo  la  exageración  del  elogio,  lo  me- 
recen, como  obras  literarias,  las  Novelas  amorosas  cuya 
entretenida  lectura  viene  á  probar  que  en  aquellos 
tiempos  el  rigor  y  la  severidad  con  las  ofensas  á  la  reli- 
gión eran  tan  excesivos  como  la  tolerancia  y  la  indul- 
gencia con  los  ataques  á  la  moraL  Existia  la  previa 
censura  ejercida  por  eclesiásticos,  los  cuales,  al  par  que 
prohibían  la  impresión  de  los  libros  en  que  había  ó 
creían  ver  doctrina  perniciosa  ó  herética,  autorizaban 
la  libre  circulación  y  la  reimpresión  frecuente  de  cuen- 
tos, poesías  y  comedias  inmorales  y  hasta  obscenas.  Con 
cortas  excepciones  son  las  Novelas  amorosas  muy  poco 
•  ejemplares,  y  llega  á  los  últimos  límites  en  este  género 
El  prevenido  engañado ^  que  sirvió  á  Scarron  con  muy 
insignificantes  variaciones  para  su  Precaution  mutile. 
Sorprende  que  una  señora  de  respetable  clase  y  morige- 
rada conducta  escribiera  estos  cuentos;  pero  no  menos 
admiración  causa  leer  la  licencia  eclesiástica  suscrita 
por  Fr.  José  de  Valdivielso,  que  dice  así:  <En  este  ho- 
nesto y  entretenido  libro  no  hallo  cosa  que  se  oponga  á 
la  verdad  católica  ni  á  la  moral  cristiana;  y  aunque  por 


348 

ilustre  oraulacíón  de  las  Corinas,  Safos  y  Aspasias,  no 
Ho  le  debiera  dar  la  Ucencia  que  pide,  por  dama  ó  hija  de 
Madrid  me  parece  que  no  se  le  puede  negar,  >  Alguna 
monotonía  se  advierte  en  los  personajes  y  en  los  asuntos 
de  oslas  novelas.  Gomo  en  nuestro  teatro  antiguo,  casi 
nunca  hay  madres,  sin  duda  para  que  parezcan  menos 
inverasímiles  por  su  falta  las  aventuras  de  las  hijas.  Los 
padres  y  los  hermanos,  confiados  en  demasía,  no  com- 
prenden los  peligros  que  suelen  tener  las  rejas  para  las 
jóvenes  curiosas;  no  escogen  con  esmero  las  dueñas,  y 
no  logran  impedir  irreparables  desgracias,  aunque  á  las 
veces  aciertan  á  vengarlas.  Aficionadas  á  galanteos  y 
declaraciones  amorosas,  las  hijas  observan  más  de  lo  de- 
l)ido  quién  las  sigue  suspirando  cuando  van  á  la  igleda, 
escuchan  las  serenatas,  aceptan  nocturnas  citas  en  las 
ventanas  con  galanes  á  quienes  no  han  tratado,  reciben 
sin  gran  resistencia  cartas  traídas  por  oficiosas  donce- 
llas, no  piensan  en  poner  su  descuido  en  reparo,  y  lue- 
go abandonan  el  hogar  paterno  por  la  promesa  de  un 
casamiento  que  tarda  mucho  en  realizarse  ó  al  fin  no  se 
realiz^i.  Y  los  jóvenes,  á  pesar  de  su  buen  nacimiento  y 
venti\josa  posición  social,  inclinados  antes  al  rapto  qoe 
al  matrimonio  consentido,  fingiendo  y  engañando,  lle- 
van la  i>erturbación  y  el  escándalo  á  familias  honradas 
y  tranquilas,  No  creo  que  estos  cuentos  pintan  con  exac- 
titud la  sociedad  del  reinado  de  Felipe  I\\  Por  más  que 
no  Alora  acal^do  modelo  de  severas  costumbres,  no  lle- 
galví  con  fnvuoncia  á  iale^  excesos  de  candidez  ni  á 
semejan  les  consurahles  extravíos.  Confirma  esta  creen- 
cia la  autora,  cuando  dice  en  El  premnid<>  engañado: 
«.l-logó  D*  Fadrique  á  Se\illa  tan  escarmentado  en  Se- 
rafina, quo  ix)r  ella  uhraiaba  á  todas  las  demás  mujeres. 


349 

no  haciendo  excepción  de  ninguna;  cosa  tan  contraria  á 
su  entendimiento,  pues  para  una  mala  hay  ciento  bue- 
nas. Mas,  en  fin,  él  decía  que  no  había  de  fiar  de  ellas  y 
más  de  las  discretas,  porque  de  muy  sabias  y  entendidas 
daban  en  traviesas  y  viciosas,  y  que  con  sus  astucias  en- 
gañaban á  los  hombres;  pues  una  mujer  no  había  de  sa- 
ber más  de  hacer  su  labor  y  rezar,  gobernar  su  casa  y 
criar  sus  hijos,  y  lo  demás  eran  bachillerías  y  sutilezas 
que  no  servían  sino  de  perderse  más  presto.  >  La  propia 
experiencia  pronto  desengañó  á  D-  Fadrique,  que  ha- 
biendo buscado  para  mujer  una  ignorante,  se  arrepintió 
de  su  elección  con  fundado  motivo;  y  desde  entonces  <tu- 
vo  su  opinión  por  mala.  Y  todo  el  tiempo  que  después  vi- 
vió alababa  las  discretas  que  son  virtuosas,  porque  no 
hay  comparación  ni  estimación  para  ellas.» 

Pagó  tributo  Doña  María  de  Zayas  al  gusto  de  su 
.  tiempo,  contando  la  vida  y  desventuras  de  un  personaje 
desgraciado  ó  grotesco.  El  castigo  de  la  miseria  perte- 
nece al  género  de  El  Ijizarillo  de  Tormes^  de  Guzmdn 
de  Alfarache^  y  más  aún  de  El  gran  Tacaño.  El  tipo  del 
hijodalgo  navarro  D.  Marcos,  su  mezquindad,  su  cons- 
tante mortificación  por  ahorrar,  su  desastroso  fin  al  ver- 
se burlado  y  sin  el  dinero  con  tanto  trabajo  reunido,  es- 
tán pintados  cqn  singular  gracia  y  con  gran  conoci- 
miento del  idioma,  por  más  que  cause  extrañeza  que 
una  señora  pudiera  tener  noticia  de  muchos  de  los  de- 
talles y  circunstancias  de  la  trabajosa  existencia  de  un 
pobre  paje,  que  con  tanta  prolijidad  y  donaire  describe. 

Contemporánea  de  la  Zayas,  si  bien  dedicada  á  muy 
distinto  género  de  vida,  y  autora  de  escritos  de  muy  di- 
ferente índole,  fué  Sor  María  de  Jesús,  que  cediendo  á 
irresistible  vocación  religiosa,  que  transmitió  á  su  madre 


7  L  >i  i'-iTUiina.  nmd»  asi-ríiia  de  elLis^  en  edad  tempra- 
z¿  -  -a  li  -^ÜA  Le  Á:r?M!a,  un  '^onTeato  de  monjas  des- 
::í1li5  '*  0.  fL  ^Línire  'ie  la  Inmaculada  Concepcióa,  que 
>CT*.  ^r,z.  .  zr^n.  urnilira-ila.  F':r  su  piedad  j  virtudes, 
T^Liz^'U  zo  :':ii  aja  'ufiaTia  Icá  veinnLcinco  años  que  la 
Tzü:.!  :e  lii  cr-icrii  exixia^  oi:  ;aTo  por  eiección  en  1627 
■zL  ':wjr:  le  ^ipericn.  'ríe.  ex:ecniaiido  un  corto  perio- 
•:.    :e  "cra^o-,  .^:ii<trrTr.:  !:.i<r.i  L*:í:^.  época  de  3n  maerte. 
r -il^-rrü  -t:5  jií'im:*'  s  -ríe.  im^, tildada  de  celestiales  avi- 
?»_í.  ?-^'rilL  •  lé^outs  le  rr<i¿^:o>  per  lar^.'S  años,  nna 
'ii¿^z7\j:  ie  la  ^-Trr^rii^  ríe  lie^:-  .irr";V  al  niego  descon- 
T^^iLM  ie  -íH  ji:n,  y  ¿^-rZ-'i:-  rl  ^crL:?e;o  'ie  an  director 
c^3lrí~:.ll  ríe  üt)  :re:a  ''t:!iTrEÍerL'e  ríe  las  reli^í3sas 
!*^:z:':»i5Ícri:i  líl:r':s.  r^cj  les  it^^.s  y  las  ilnienes  del 
•yl'-lti  ^  re"L  '>r:a  .*í:ii  l:i5Í5^fii''Li.  -rLliriado  en  1655  á 
>:r  L¿ir"_a  :e  -'r<ii¿í  i  enizeiiar  se^rinda  vez  la  historia  de      1 
la  LCtiir^  lei  Señcr.  en  la  ríe  :rtil:a;L  coasranreroente, 
i;L'^*a  '^rrLi  "^rimiruiia  poce  n"cs  de  5íi  ¿Ce^:imiento> 
^«":    iñrs  -le^pii-r^,  en  t-T..'.  ^ili    i  ?iz  en  iíailrid  en 
"i'tr*  ':  mo**  riL  L'lio  *viz.  rl  'i"!!'.^  le  J/ .'r''fz  chid^id  de 
Zh^.r,  i^irLii»:  l'id-  -iesie  rn'iZ'^trS  i  ¿mpeñaia^  centro— 
TfíT?!!^  7  a  ;tiÍ4*í.:s  zii''  »:':c:es':s^  En  -Mían  c  este  libro 
em^ez.   i  -'iriíilar  v  a  >er  **rn:»:'ii:.  íie  ieniaciado  d  la 
In-ruíi.-lvii  le  F:":^il.  ríe  •^\z.±    i  n: 'ir lias  personas 
:':«'Vi5  rl   iei^'a-ic   en-^jir-j^:  le  exji:'^  irle>  La  aproba- 
cL-  n  ríe  ?'e'!a^  ,  fia  ^-^.liLv:  ie  j'<  ríe  fu    rices  apro- 
iar'in.  no  imiin.'  fn  t:>i  la  len^í^^ir^i  ie  P.rcia*  «pie  al 
¿iL  r:e-i.  ^n  -ín^ienii:  en  Ttr^nd   ie  nn  Irireve  especial, 
enie-n.:»:  i  inrani^ia  iel  rey  'larj:^  II   ie  España.  En 
l'^'í  ^1  prnii-e  In<:cen.:i.:  XII  Vl^-:  x  rni?i:cien<iar  el 
en.inen  :el  liir-:  i  nni  '^rnrrrc-i^'i.npí^i^ic^i'ar.  «jaeno 
le^r.  i  -ZJrsen-jn  mi-icme  ii'-iralile  z-  ic-er^^^  Pero  la 


r 


^51 

facultad  de  teología  de  París,  después  de  grandes  deba- 
tes que  habían  exaltado  los  ánimos,  declaró  solemne- 
mente en  la  Sorbona  en  1696  que  había  lugar  á  conde- 
nar la  Mística  ciudad  de  Dios^  ad virtiendo,  sin  embar- 
go, que  si  María  de  Agreda  no  tiene  el  propósito  de  bur- 
larse de  sus  lectores,  por  lo  menos  se  engaña  á  sí  pro- 
pia, queriendo  hacer  pasar  fábulas,  ficciones  y  errores, 
cuyo  autor  no  puede  ser  Dios,  por  misterios  que  le  han 
sido  revelados  por  divina  manera.  Los  numerosos  admi- 
radores de  esta  obra,  que  se  había  traducido  á  casi  todos 
los  idiomas  europeos,  pidieron  la  canonización  de  la 
autora  al  papa  Benedicto  XIII,  que  expidió  decreto  en 
1729  para  que  la  causa  siguiera  sus  trámites  en  la  sa-- 
grada  congregación  de  ritos,  la  cual  tampoco  llegó  á 
formular  dictamen  sobre  este  controvertido  asunto*  Un 
moderno  escritor  extranjero,  hablando  de  este  libro  que 
califica  de  «asombroso,»  dice:  <cLos  misterios  de  la  re- 
ligión cristiana,  los  principios  de  la  iglesia  católica,  los 
textos  más  difíciles  de  la  Escritura,  los  confusos  cómpu- 
tos de  la  historia  evangóUca,  los  más  ocultos  designios 
de  la  Providencia,  la  teología  sagrada,  dogmática,  ex- 
positiva, escolástica,  moral,  deliberativa  y  mística,  todo 
está  allí  reunido.»  Acerca  de  su  estilo  emitió  el  siguien- 
te encomiástico  juicio  el  R.  P.  Samaniego,  general  de 
la  orden  de  San  Francisco  y  obispo  de  Palencia,  muy 
entusiasta  de  Sor  María  de  Jesús:  «Propiedad  en  los  tér- 
minos sin  afectación;  facilidad  sin  bajeza;  majestad  de 
palabras  sin  fausto;  elocuencia  sublime  sin  artificio;  dis- 
posición adecuada;  fuerza  de  instrucción;  empleo  de  las 
ciencias  naturales;  elección  exacta  de  términos  escolás- 
ticos; energía  en  las  sentencias;  conocimiento  de  los  pa- 
sajes de  la  Escritura,  cosas  todas  que  prueban  que  la 


352 

obra  de  la  venerable  madre  ha  sido  escrita  por  divi- 
na luz.> 

Alcanzó  en  la  corte  esta  célebre  monja  poderosa  in- 
fluencia que  acertó  á  conservar  hasta  su  muerte.  Detú- 
vose en  Agreda  para  verla  Felipe  IV  en  julio  de  1643, 
cuando  se  encaminaba  á  Zaragoza  para  atender  á  la 
guerra  de  Cataluña  sublevada;  y  tan  satisfecho  debió 
quedar  de  la  entrevista,  que  entonces  empezó  con  Sor 
María  una  correspondencia  sobre  asuntos  personales  y 
negocios  de  estado,  quo  duró  veintidós  años  sin  inte- 
rrupción alguna.  «Escríbeos  á  media  margen,  decía  el 
Rey  en  su  primera  carta,  porque  la  respuesta  venga  en 
este  mismo  papel,  y  os  encargo  y  mando  que  esto  no  pa- 
se de  vos  á  nadie.  >  Cerca  de  dos  siglos  han  transcurrido 
sin  que  fuera  conocida  esta  correspondencia  íntima  y 
reservada,  de  notorio  interés  histórico  y  literario.  Sacó 
á  luz  parte  de  ella  por  vez  primera  en  1855  M.  A.  Ger- 
mond  de  Lavigne,  académico  correspondiente  de  la  Es- 
pañola, publicando  veintiuna  cartas  del  Rey  y  otras 
tantas  de  Sor  María  de  Jesús,  que  llegan  al  año  1658, 
tomadas  de  la  copia  que,  por  indicación  de  nuestro  eru- 
dito colega  D.  Eugenio  de  Ochoa,  examinó  en  la  biblio- 
teca nacional  de  París.  Posteriormente,  en  1870,  el  pro- 
pio Sr.  Ochoa  incluyó  en  el  tomo  segundo  del  varia- 
do epistolario  español;  en  la  Biblioteca  de  Autores  es- 
pafwleSy  seis  cartas  de  Sor  María,  desde  julio  hasta  oc- 
tubre de  1643,  y  dos  de  Felipe  IV  de  fin  de  aquel  mis- 
mo año,  advirtiendo  que  existe  una  copia  íntegra  de  es- 
ta curiosa  correspondencia  en  la  Academia  de  la  Histo- 
ria. De  toda  ella  y  de  otras  muchas  cartas  de  la  supo- 
riora  de  Agreda,  dirigidas  á  elevados  personajes  de  su 
tiempo,  tendremos  pronto  edición  esmerada  y  completa, 


/ 


353 

á  una  señora  que  con  provecho  se  ocupa  en  la  li- 
f atura  española.  Juzgando  por  las  ya  conocidas,  no 
de  carecer  de  importancia  las  todavía  inéditas.  En 
laá^e  corren  impresas,  Felipe  IV  refiere  menudamente, 
rvaciones  ni  comentarios,  los  sucesos  políticos 
.0,  los  acontecimientos  de  las  guerras  en  que  el 
aba  empeñado,  la  falta  constante  de  recursos 
iseguirlas  con  vigor  y  evitar  desastres,  y  al  pro- 
po  habla  de  las  dolencias  de  la  Reina  y  de  las 
;  y  después  del  inesperado  fallecimiento  del 
D.  Baltasar  Carlos,  cuyo  recuerdo  ha  hecho 
cedero  el  mágico  pincel  de  Velázquez,  manifiesta 
sien^re  vehemente  deseo  de  tener  sucesor  directo  para 
ona,  que  vio  al  fin  satisfecho  con  el  tardío  naci- 
nto  de  aquel  príncipe  débil  y  enfermizo,  último  so- 
rano  de  la  casa  de  Austria,  que,  según  una  conocida 
ase,  no  supo  ser  rey  ni  hombre.  Sor  María,  que  no 
i  del  ascendiente  que  con  el  monarca  tenía,  ni  lo 
•ovechó  en  beneficio  personal  ni  para  influir  en  el 
gdtoierno  ó  en  la  corte,  escribe  con  humildad  propia  de 
su  Istado,  con  el  respeto  y  el  cuidado  á  la  majestad  de- 
bid«y  y  hace  extensas  y  elevadas  reflexiones  sobre  asun- 
tos m  fe,  dando  prudentes  y  sanos  consejos  con  decisión 
y  ewgía.  El  mejor  elogio  que  del  mérito  literario  de 
sus  o»as  pudiera  presentar,  es  traer  á  la  memoria  que 
las  cA  el  excelente  diccionario  de  autoridades  de  esta 
mia.  Lamentándose  de  las  algaradas  de  los  portu- 
en  la  frontera,  del  temor  de  una  sublevación  en 
andes  y  de  los  muchos  aprietos  del  reino,  acude  atri- 
bulado Felipe  IV  á  su  consejera  de  Agreda;  y  teniendo 
por  cierto  que  todos  aquellos  males  nacen  de  haber  eno- 
jado al  Señor,  dice  desde  Zaragoza  en  2  de  octubre  de 

23 


354 

1643:  «Quisiera  que  si  por  algún  camino  llegáis  á  en- 
tender qué  es  su  santa  voluntad  que  yo  haga  para  apla- 
carle, me  lo  escribáis  aquí;  porque  yo  ando  con  deseo  de 
acertar,  y  no  só  en  qué  yerro.  Algunos  religiosos  me 
dan  á  entender  que  tienen  revelaciones  y  que  Dios  man- 
da que  castigue  á  éstos  ó  aquéllos  y  que  eche  de  mi  ser- 
vicio á  algunos.  Bien  sabéis  vos  que  en  esto  de  revelacio- 
nes es  menester  gran  cuidado,  y  más  cuando  hablan  es- 
tos religiosos  contra  algunos  que  verdaderamente  no 
son  malos  ni  los  he  reconocido  nunca  cosa  que  pueda  da- 
ñar á  mi  servicio,  y  juntamente  aprueban  otros  que  no 
tienen  buena  opinión  en  su  modo  de  proceder;  y  que  el 
sentir  universal  de  ellos  es  que  son  amigos  de  revolver  y 
poco  seguros  en  la  verdad.  >  Podría  parecer  delicada  iro- 
nía la  advertencia  referente  al  cuidado  necesario  en  pun- 
to á  revelaciones,  si  no  supiéramos  el  respetuoso  cariño 
del  Rey  á  Sor  María  de  Jesús,  cuyos  consejos  en  esta  oca- 
sión están  inspirados  también  por  la  prudencia  y  por  el 
mejor  deseo  de  poner  remedio  á  perjudiciales  abusos  en 
el  gobierno.  <E1  desacreditar  á  unos  para  introducir  á 
otros,  >  escribe  en  13  de  octubre  siguiente,  <no  lo  aprue- 
bo, acredito  ni  abono,  cuando  se  puede  decir  lo  que  con- 
viene sin  tocar  á  la  honra  del  prójimo,  si  no  es  que  las 
personas  que  han  hablado  á  vuestra  naajestad  quieran 
decir  que  algunos  asisten  muy  cerca  que  los  juzgan  por 
oficiosos  y  son  inútiles  para  mandar,  porque  es  muy  di- 
ferente la  virtud  esencial  de  cada  uno,  á  la  ciencia  y  sa- 
biduría de  gobernar;  y  que  podían  asistir  otros  que  por 
más  talento  y  capacidad  vengan  á  ser  de  más  prove- 
cho  y  el  daño  mayor  consiste  en  que  los  que  debien- 
do mirar  al  bien  común  y  el  de  su  príncipe  y  rey,  sien- 
do desinteresados,  se  ceban  en  sus  bienes,  ordenándolos 


355 

á  SUS  propias  comodidades,  y  todo  lo  hacen  carne  y  san- 
gre. Señor  mío,  esto  sucede  en  la  paz  y  en  la  guerra; 
con  que  vuestra  majestad  y  sus  reinos  están  pobres  y  to- 
dos los  que  andan  en  la  masa  están  prósperos  y  ricos; 
cada  uno  procura  llegarse  más  al  fuego  para  calentarse 
mejor  y  recibir  más  bienes  de  fortuna,  y  por  eso  tienen 
envidia  y  se  hacen  emulación  unos  á  otros;  sería  bueno 
igualarlos  á  todos  oyéndolos  á  todos,  de  suerte  que  cada 
uno  piense  es  el  más  allegado,  sin  que  de  la  voluntad  de 

vuestra  majestad  reciban  más  unos  que  otros Esas 

personas  que  hablaron  á  vuestra  majestad,  pudieron  te- 
ner otro  motivo  fundado  en  el  común  sentir  del  mundo, 
que  abomina  del  gobierno  pasado,  pareciéndole  que  es- 
tas desdichas  y  calamidades  se  originan  de  él;  y  como  tan 
aprisa  no  se  ven  buenos  sucesos,  parécele  que  gobierna 
quien  gobernó  antes,  y  no  fuera  desatentado  dar  una  pru- 
dente satisfacción  al  mundo  que  la  pide,  porque  vuestra 
majestad  necesita  de  él.»  Sorprende  ciertamente  que  en 
la  mitad  del  siglo  xvii  una  monja  encareciese  desde  un 
pequeño  pueblo  de  Aragón  al  Rey  la  conveniencia  de 
contar  con  la  opinión  pública,  cuyo  apoyo  necesitaba 
para  gobernar;  y  mucho  debió  arrepentirse  Felipe"  IV  de 
haber  desatendido  tan  oportuno  aviso. 

Otra  monja  en  lejanas  tierras  nacida  y  educada  fué  la 
última,  escritora  notable  en  los  tiempos  de  la  dinastía 
austríaca.  Nueva  España,  hermosa  región,  teatro  de  las 
hazañas  del  más  grande  y  eminente  de  los  conquistado- 
res españoles  de  América,  pagó,  antes  que  con  la  ponde- 
rada riqueza  de  sus  minas  con  el  peregrino  ingenio  de 
sus  hijos,  la  predilección  con  que  siempre  la  miró  Espa- 
ña, y  sus  perseverantes  esfuerzos  para  llevarla  á  un  alto 
grado  de  civilización  y  cultura.  En  Méjico  vino  á  la  vi- 


r 


L- 


356 

da  el  insigne  poeta  D.  Juan  Ruiz  de  Alarcón,  gloria  de 
\  nuestro  teatro,  á  quien  imitó  Gorpeille  en  alguna  de  sus 

comedias;  en  Méjico  vio  la  luz  ol  discreto  Gorostiza,  cu- 
yas obras  dramáticas  se  aplaudieron  con  justicia  en  los 
anos  primeros  del  presente  siglo;  en  Méjico  y  en  1651 
nació  la  célebre  Sor  Juana  Inés  de  la  Cruz,  en  cuyo 
I  elogio  se  escribieron  con  entusiasmo  tomos  enteros, 

%  contando  entre  sus  panegiristas  al  p.  Feijóo.  Ejemplo 

f  *  ofrece  esta  poetisa,  más  que  otra  alguna,  de  la  exagera- 

-j .  ción  en  la  alabanza  y  en  la  censura  de  que  adolece  con 

^¿t  frecuencia  en  nuestro  país  la  crítica  literaria.  Llamá- 

is ronla  décima  musa  sus  contemporáneos,  y  posteriormen- 

y  te  se  quiso  hasta  expulsarla  del  parnaso.  La  verdad,  co- 

mo acontece  en  casos  semejantes,  se  encuentra  á  igual 
distancia  de  esos  dos  extremos.  D.  Juan  Nicasio  Gallego, 
autoridad  no  recusable,  reconoce  en  ella  gran  capacidad, 
mucha  lectura  y  un  vivo  y  agudo  ingenio,  si  bien  aña- 
de que  por  tener  la  mala  suerte  de  vivir  en  el  último 
tercio  del  siglo  xvii,  tiempos  los  más  infelices  de  la  lite- 
ratura española,  ge  ven  sus  versos  atestados  de  las  ex- 
travagancias gongorinas  y  de  los  conceptos  pueriles  y 
alambicados  que  estaban  entonces  en  el  más  alto  apre- 
cio. Del  pervertido  gusto  de  la  época  da  suficiente  testi- 
monio el  título  de  la  tercera  edición  de  las  poesías  de  es- 
ta escritora,  impresa  en  Zaragoza  en  1692:  Poetnas  de  la 
única  poetisa  americana^  musa  décima^  Sóror  Jtmna 
Inés  de  la  CruZj  religiosa  profesa  en  el  Monasterio  de 
San  Gerónimo  de  la  Imperial  Ciudad  de  Méjico^  que  en 
varios  metros j  idiomas  y  estilos,  fertiliza  varios  assump- 
tos  con  elegantes,  sutiles,  claros^  ingeniosos  y  útiles  ver- 
sos, para  enseñanza,  recreo  y  admiracio7i.  Bien  se  ad- 
vierte que  fertilizar  varios  asuntos  en  varios  metros,  con 


357 

Sutiles  versos,  se  debió  escribir  en  el  propio  tiempo  de 
decadencia  en  que  se  publicaban  las  Gracias  de  la  gra-- 
cia  y  Saladas  agudezas  de  los  santos.  Cultivó  la  monja 
mejicana  la  poesía  dramática,  y  no  carecen  de  mérito 
sus  dos  comedias  Amor  es  mas  laberinto  y  Los  empeños 
deuna'casQ,  y  los  autos  sacíamentales  El  Mártir  del 
Sacramento  San  Hermenegildo  y  El  cetro  de  Joseph.  Pe- 
ro brillan  más  sus  conocimientos  y  su  numen  en  las  poe- 
sías líricas  que  escribió  en  castellano,  en  latín  y  en  uno 
de  los  dialectos  que  hablan  los  indios  mejicanos;  y  es  de 
notar,  recordando  su  estado  y  su  vida  monástica,  que 
casi  siempre  trató  de  asuntos  profanos,  y  que  sus  villan- 
cicos, nocturnos  y  romances  religiosos  muy  infeiriores 
son  á  sus  versos  inspirados  por  mundanos  afectos.  Véa- 
se en  qué  términos  pinta  los  tormentos  de  querer  sin  ser 
correspondida,  y  de  ser  amada  por  quien  no  merece  sus 
favores: 

Que  no  me  quiera  Fabio  al  verse  amado, 
Es  dolor,  sin  igual,  en  mi  sentido; 
Mas  que  rae  quiera  Silvio  aborrecido, 
Es  menor  mal,  mas  no  menor  enfado. 

¿Qué  sufrimiento  no  estará  cansado, 
S¡  siempre  le  resuenan  al  oído. 
Tras  la  vana  arrogancia  de  un  querido 
El' cansado  gemir  de  un  desdeñado? 

Si  de  Silvio,  me  cansa  el  rendimiento, 
Á  Fabio  canso  con  estar  rendida; 
Si  de  éste  busco  el  agradecimiento, 

A  mí  me  busca  el  otro  agradecida; 
Por  activa  y  pasiva  es  mi  tormento. 
Pues  padezco  en  querer  y  en  ser  querida. 

Un  largo  romance  dedica  á  discurrir  sobre  los  celos, 
del  cual  copiaremos  algunos  discretos  conceptos. 


358 

Son  ellos  de  que  hay  amor 
El  signo  más  manifiesto, 
C9mo  la  humedad  del  agua 

Y  como  el  humo  del  fuego. 

El  que  no  los  siente  amando, 
Del  indicio  más  pequeño, 
En  tranquilidad  de  tibio 
Goza  bonanzas  de  necio: 

Que  asegurarse  en  las  dichas, 
Solamente  puede  hacerlo 
La  villana  confianza 
Del  propio  merecimiento. 

Para  tener  celos  basta 
Sólo  el  temor  de  tenerlos;  ' 

Que  ya  está  sintiendo  el  daño 
Quien  está  sintiendo  el  riesgo. 

Temer  yo  que  haya  quien  quiera 
Festejar  á  quien  festejo, 
Aspirar  á  mi  fortuna 

Y  solicitar  mi  empleo. 

No  es  ofender  lo  que  adoro, 
Antes  es  un  alto  aprecio 
El  pensar  que  deben  todos 
Adorar  lo  que  yo  quiero. 

El  que  es  discreto,  á  quien  ama 
Le  ha  de  mostrar  que  el  recelo 
Lo  tiene  en  la  voluntad, 

Y  no  en  el  entendimiento. 

Y  aunque  muestra  que  se  ofende. 
Yo  sé  que  por  allá  adentro. 
No  le  pesa  á  la  más  alta 
De  mirar  tales  extremos. 

En  ingeniosas  redondillas  defiende  á  las  mujeres  de 
las  injustas  censuras  de  los  hombres  que  «las  acusan 
sin  motivo  de  lo  que  en  ellas  causan.  > 


359 

Hombres  necios  que  acosáis 
Á  la  mujer  sin  razón, 
Sin  ver  que  sois  la  ocasión 
De  lo  mismo  que  culpáis. 

Si  con  ansia  sin  igual 
Solicitáis  su  desdén, 
¿Por  qué  queréis  que  obren  bien 
Si  las  incitáis  al  mal? 

Combatís  su  resistencia, 

Y  luego  con  gravedad 
Decís  que  fué  liviandad 
Lo  que  hizo  la  diligencia. 

Parecer  quiere  el  denuedo 
De  vuestro  parecer  loco 
Al  niño  que  pone  el  coco, 

Y  luego  le  tiene  miedo. 
Queréis  con  presunción  necia 

Hallar  á  la  que  buscáis. 
Para  pretendida  Thais, 

Y  en  la  posesión  Lucrecia. 

¿Qué  humor  puede  ser  más  raro 
Que  el  que  falto  de  consejo, 
Él  mismo  empaña  el  espejo 

Y  siente  que  no  esté  claro? 
Con  el  favor  y  el  desdén 

Tenéis  condición  igual: 
Os  quejáis  si  os  tratan  mal, 
Os  burláis  si  os  quieren  bien. 

Opinión  ninguna  gana, 
Pues  la  que  más  se  recata. 
Si  no  os  admite  es  ingrata, 

Y  si  os  admite  es  liviana. 
Siempre  tan  necios  andáis. 

Que,  con  desigual  nivel, 
k  una  culpáis  por  cruel, 

Y  á  otra  por  fácil  culpáis. 

¿Pues  cómo  ha  de  estar  templada 


360 

La  que  vuestro  amor  pretende, 
Si  Ja  que  es  ingrata  ofende 

Y  la  que  es  fácil  enfada? 
Mas  entre  el  enfado  y  pena 

Que  vuestro  gusto  requiera,  ' 

Bien  haya  la  que  no  os  quiera; 
Quejaos  en  hora  buena. 

Dan  vuestras  amantes  penas 
Á  sus  libertades  alas, 

Y  después  de  hacerlas  malas 
Las  queréis  hallar  muy  buenas. 

¿Cuál  mayor  culpa  ha  tenido 
En  una  pasión  errada. 
La  que  cae  de  rogada 
Ó  el  que  ruega  de  caído?    • 

¿Ó  cuál  es  más  de  culpar. 
Aunque  cualquiera  mal  haga: 
La  que  peca  por  la  paga 
Ó  el  que  paga  por  pecar? 

Pues  ¿para  qué  os  espantáis 
De  la  culpa  que  tenéis? 
Queredlas  cual  las  hacéis, 
Ó  hacedlas  cual  las  buscáis. 

Dejad  de  solicitar, 

Y  después  con  más  razón 
Acusaréis  la  afición 

De  la  que  os  fuere  á  rogar. 

Bien  demuestran  los  citados  versos  el  talento  poético 
de  Sor  Juana  Inés  de  la  Cruz,  con  frecuencia  extraviado 
por  el  mal  gusto  de  aquel  tiempo.  De  sus  mejores  com- 
posiciones debiera  hacerse  escogida  colección  cuya  lectu- 
ra siempre  agradaría. 

Mi  propósito,  al  comenzar  enunciado,  de  tratar  fan 
sólo  de  las  escritoras  más  notables,  me  impide  ha- 
blar con  detenimiento  de  otras  de  menor  mériío,  que 


^  I 


364 

lograron,  sin  embargo,  bastante-  celebridad  entre  sus 
contemporáneos,  y  que  se  mencionan  con  elogio  en  el 
Laurel  de  Apolo  de  Lope  de  Vega,  ó  en  las  Flores  de 
poetas  ilustres  de  Espinosa.  Guóntanse  en  este  número 
como  las  principales:  Doña  Cristobalina  Fernández  de 
Alarcón,  muy  docta  en  lengua  latina  y  en  literatura, 
distinguida  poetisa,  lo  propio  que  Doña  Luciana  y  Doña 
Hipólita  de  Narváez;  Doña  Ana  Caro  Mallén^  llamada 
la  musa  sevillana,  amiga  y  .compañera  de  Doña  María 
de  Zayas,  autora  de  varias  poesías  y  de  algunas  come- 
dias, siendo  de  éstas  la  más  apreciada  El  Conde  de  Par- 
tinuples;  Sor  Valentina  Pinelo,  también  poetisa  sevilla- 
na; Doña  Feliciana  Enríquez  de  Guzmán,  que  á  pesar  de  ^ 
su  noble  alcurnia,  con  traje  de  hombre  y  nombre  su- 
puesto cursó  filosofía  y  otros  estudios  en  la  universidad 
de  Salamanca,  cultivando  después  con  éxito  la  poesía 
lírica  y  la  dramática;  Doña  Bernarda  Ferreira  de  la 
Cerda,  autora  del  poema  España  libertada^  poetisa  por- 
tuguesa que  escribió  tiernos  y  sentidos  versos  españoles; 
Doña  Leonor  de  la  Cueva,  Doña  Luisa  de  Silva  y  Doña 
Angela  Acebedo,  que  compusieron  comedias;  y  Doña 
Mariana  de  Carvajal,  granadina,  descendiente  de  las 
ilustres  familias  de  San  Carlos  y  Rivas,  que  con  el  título 
de  Navidades  en  Madrid  ó  Noches  entretenidas  publicó 
ocho  novelas,  tan  agradables,  en  opinión  de  Ticknor, 
por  el  mérito  de  la  invención  como  por  la  sencillez  del 
estilo. 

En  fin  del  siglo  xvii,  y  en  principio  del  xviii,  tiempos 
de  gran  decadencia  y  de  gusto  detestable  en  las  letras 
españolas,  no  disminuyeron  un  punto  en  las  señoras 
las  aficiones  literarias.  Sabemos  que  en  una  justa  poética 
que  se  celebró  en  Murcia  el  año  1727,  en  honor  de  San 


362 

Luis  Gonzaga  y  de  San  Estanislao  de  Kostka,  acudieron 
á  lucir  su  ingenio  cinco  poetisas  y  nada  menos  que  cien- 
to cincuenta  poetas.  Probablemente  todos  serían  meros 
versificadores,  y  los  versos  entonces  presentados  de 
cierto  no  harían  honor  ni  á  los  autores  ni  á  los  santos, 
mártires  postumos  del  concurrido  certamen. 

Los  peligros  de  la  guerra  de  sucesión  y  la  gravedad  de 
los  sucesos  políticos  no  llegaron,  sin  duda,  á  turbar  la 
tranquilidad  y  el  reposo  de  la  vida  monástica,  cuando  no 
impidieron  dedicarse  á  la  poesía  mística,  en  los  primeros 
años  del  largo  reinado  de  Felipe  V,  á  la  afamada  sevi- 
llana Sor  Gregoria  de  Santa  Teresa,  entre  cuyas  obras, 
las  más  todavía  inéditas  por  desgracia,  sobresale  el  (7o- 
loquio  espiriticaL  También  se  dedicó  al  mismo  género 
literario  Sor  María  del  Cielo,  célebre  poetisa  portugue- 
sa, que  escribió  en  castellano  Las  lágrimas  de  Roma, 
otros  autos  alegóricos  y  no  pocas  de  sus  poesías.  En  la 
época  de  Fernando  VI,  otra  monja  poetisa.  Sor  Ana  de 
San  Jerónimo,  digna  hija  del  ilustre  Conde  de  Torrepal- 
ma,  religiosa  del  convento  del  Ángel  en  Granada,  cau- 
só admiración  y  entusiasmo  en  sus  contemporáneos,  al 
par  que  por  su  vasta  instrucción  y  su  peregrino  ingenio, 
por  su  virtud  acendrada. 

Reservado  estaba  á  una  ilustre  señora  contribuir  po- 
derosamente con  su  iniciativa  al  progreso  literario  de 
aquel  tiempo.  Cuando  se  iba  perdiendo  la  afición  á  las 
academias  literarias,  tan  en  boga  en  los  dos  precedentes 
siglos,  la  Condesa  viuda  de  Lemos,  después  Marquesa 
de  Sarria,  hermana  del  Duque  de  Béjar,  apasionada  por 
las  bellas  letras,  fundó  en  su  magnífico  palacio,  imitan- 
do á  un  tiempo  mismo  las  antiguas  sociedades  poéticas 
españolas  y  las  costumbres  de  las  damas  de  la  primera 


363 

sociedad  de  Francia,  la  Academia  del  buen  gustOy  á  la 
que  concuprían  Montiano,  Luzán,  Nasarre,  el  Conde  de 
Saldueña,  el  Marqués  de  la  Olmeda,  el  Conde  de  Torre- 
palma,  Porcel,  Velázquez,  el  Duque  de  Bójar  y  otros  va- 
tes de  los  mejores  de  entonces,  atraídos  por  la  juventud, 
la  hermosura,  el  talento  y  la  instrucción  de  la  noble  y 
discreta  Condesa,  que  con  tales  prendas  fácilmente  lo- 
graba reunir  en  sus  tertulias  á  las  personas  más  distin- 
guidas por  el  saber  y  por  la  alcurnia.  Parnaso  al  revés 
llamó  con  gracia  D.  Juan  de  Iriarte  á  aquella  academia 
en  la  que  una  mujer  presidía  á  los  poetas.  En  ella  se 
leían  poesías  que  quedaban  unidas  á  las  actas,  que  con 
gran  formalidad  y  escrupulosa  exactitud  redactaba  y  fir- 
maba el  secretario  Montiano;  y  asistían  con  frecuencia 
á  sus  sesiones  la  Condesa  de  Ablitas,  la  Duquesa  de  San- 
tisteban,  la  Marquesa  de  Estepa,  que  escribía  versos,  y 
la  Duquesa  viuda  de  Arcos,  que,  con  la  Condesa  de  Le- 
mos,  rivalizaba  en  aficiones  literarias,  si  bien  carecía  del 
talento  y  donaire  para  representar  comedias,  que  su 
amiga  lucía  en  el  teatro  de  su  palacio,  con  gran  conten- 
tamfbnto  de  los  concurrentes  á  estas  escogidas  funcio- 
nes. Estos  altos  ejemplos  impulsaron  en  las  señoras  el 
desarrollo  del  gusto  para  cultivar  las  artes  y  las  letras. 
La  Academia  de  San  Fernando,  de  creación  reciente, 
nombró  por  aclamación  á  la  Duquesa  de  Huesear,  pre- 
miando así  el  mérito  de  sus  obras,  académica  de  honor 
y  directora  honoraria  de  la  pintura,  con  voz,  voto  y 
asiento  preeminente,  y  con  opción  á  todos  los  cargos 
académicos.  Igualmente  admitió  en  su  seno  aquella  Cor- 
poración, por  la  excelencia  de  sus  pinturas,  á  la  Mar- 
quesa de  Estepa,  antes  nombrada,  y  á  la  Marquesa  de 
Santa  Cruz.  Emulando  con  estas  señoras,  aunque  en  dis- 


'  364 

tinto  género,  Doña  Josefa  Amar  y  Borbón  tradujo  con 
suma  elegancia  la  obra  del  abate  Lampillas;  la  Marque- 
sa de  Espeja  vertió  al  español  la  Filosofía  moral,  del  ita- 
liano Zanotti;  y  la  Condesa-Duquesa  de  Benavente  leyó 
útiles  discursos  en  la  Sociedad  económica  matritense, 
merced  á  la  energía  de  Garlos  III,  que  con  laudable  em- 
peño, y  no  sin  reiteradas  discusiones  con  sus  ministros, 
consiguió  que  las  mujeres  pudieran  ingresar  en  aquellas 
asociaciones  importantes  que  tan  señalados  servicios 
prestaron.  Esta  pública  consagración  del  mérito  délas 
mujeres  naturalmente  había  de  estimularlas  á  dedicarse 
a  estudios  más  difíciles  y  formales.  Alcanzó  fama  por  su 
ciencia  Doña  María  Isidra  de  Guzmán  y  la  Cerda,  hija 
de  los  Condes  de  Oñate,  que  á  los  diez  y  siete  años  tomó 
en  Alcalá  el  año  1785  el  grado  de  Maestra  y  Doctora  en 
Filosofía  y  Letras  humanas,  que  el  íley,  por  decreto  es- 
pecial, permitió  que  aquella  universidad  le  confiriese, 
previos  los  correspondientes  ejercicios,  en  atención  á  las 
sobresalientes  cualidades  personales  de  que  estaba- dota- 
da. En  públicos  exámenes  probó  su  sólida  instrucción, 
3'  que  poseía  el  griego,  el  latín,  el  francés  y  el  italübio, 
obteniendo  el  nombramiento  de  consiliaria  perpetua  y 
catedrática  honoraria  de  filosofía  moderna.  Había  mere- 
cido también  la  singular  distinción,  que  hasta  ahora  no 
se  ha  vuelto  á  conceder  á  mujer  alguna,  de  toma,r  asien- 
to en  esta  ilustre  Academia,  en  la  que  leyó  una  oración^ 
notable  por  la  elevación  de  miras  y  la  firmeza  de  la  en- 
tonación, á  juicio  de  nuestro  colega  el  señor  Marqués  de 
Valmar. 

En  los  postreros  años  del  reinado  de  Carlos  III,  que 
tanto  deseó  mejorar  la  educación  literaria  y  científica  de 
las  mujeres,  tuvieron  alguna  notoriedad  Doña  María  de 


365 

Hore,  de  mayor  renombre  por  su  belleza,  por  su  instruc- 
ción, por  su  talento  y  por  haberla  consagrado  una  desns 
fantásticas  leyendas  Fernán  Caballero,  que  por  las  pocas 
poesías  suyas  que  hasta  nosotros  han  llegado;  y  Doña 
María  Helguero,  monja  de  las  Huelgas,  que  se  dedicó  á 
la  poesía  sagrada,  y  que,  á  pesar  de  su  indisputable  inge- 
nio, tuvo  el  extraño  pensamiento  de  conmemorar  la  sa- 
grada Pasión  en  seguidillas.  Bastante  superaron  á  éstas 
dos  medianas  poetisas,  la  amiga  de  Quintana,  Doña  Ma- 
ría Rosa  Gal  vez,  en  sus  obras  líricas  y  más  aún  en  las 
dramáticas,  y  Doña  Vicenta  Maturana,  autora  de  dos  no- 
velas, Teodoro  ó  el  huérfano  agradecido  y  Sofía  y  En-- 
riqíce;  del  Himno  d  la  lima^  bello  poema  en  prosa,  y  de 
.una  corta  colección  de  poesías,  publicada,  según  el  se- 
ñor Ochoa,  para  desvanecer  una  intriga  cortesana  en- 
caminada á  privarla  del  afecto  y  favor  de  la  reina  María 
Josefa  Amalia  de  Sajonia,  suponiendo  que  hacía  los  ver- 
sos de  la  Reina;  invención  maligna,  porque  aquella  au- 
gusta señora  los  componía  con  gran  facilidad,  si  bien  á 
veces  los  consultaba  con  la  Maturana.  Tuvo  esta  es- 
critora, de  vida  harto  desgraciada,  verdadero  estro  poé- 
tico, y  con  frecuencia  se  reflejan  en  sus  obras  la  amar- 
gura y  la  tristeza  que  debieron  producir  en  su  ánimo  re- 
petidas desventuras.  Sirva  de  prueba  el  final' de  su  ele- 
gía titulada  La  Desesperación. 

Soy  cual  barquilla  expuesta  á  los  rigores 
Del  irritado  mar,  cuando  le  agita 
£1  soplo  de  los  vientos  bramadores; 

Y  al  abismo  veloz  me  precipita 
El  encono  cruel  con  que  la  suerte 
Tiene  mi  ruina  y  perdición  escrita. 

Que  no  hay  constancia  que  dolor  tan  fuerte 


366 

Resistir  pueda,  y  toda  mi  esperanza 
Se  cifra  en  el  sepulcro  y  en  la  muerte, 
Que  allí  el  imperio  del  dolor  no  alcanza. 

Utilizó,  sin  duda,  en  gran  raanera  sus  instructivas  y 
agradables  conversaciones  y  sus  provechosos  consejos 
literarios,  la  reina  María  Josefa  Amalia,  que  constan- 
te afición  mostró  á  la  poesía,  escribiendo  en  español 
muchos  versos,  que  inéditos  se  conservan  en  el  rico  ar- 
chivo de  Palacio,  por  más  que  notoriamente  no  sean  su- 
yos todos  los  que  llevan  su  nombre.  Espectáculo  tan  ra- 
ro es  ver  á  una  poetisa  en  el  trono,  dando  forma  á  su 
inspiración  en  extranjero  idioma,  que  no  parecerá  ino- 
portuno que  aquí  transcriba  parte  de  algunas  de  las  com- 
posiciones de  la  tercera  esposa  de  Fernando  VII,  que 
son  de  todo  punto  desconocidas.  En  las  Oraciones  para 
después  de  comulgar  dice  con  religioso  fervor  y  arrepen- 
timiento: 

Dame  una  devoción  ardiente  y  pura; 
Dame  una  inagotable  caridad; 
Que  mande  con  prudencia  y  con  dulzura 

Y  obedezca  con  gozo  y  humildad; 

Que  á  mis  contrarios  trate  con  blandura 

Y  pague  con  amor  la  crueldad; 
Que  la  injuria  sepulte  en  el  olvido, 
Mas  nunca  el  beneficio  recibido. 

Así  describe  algunos  de  los  deberes  del  verdadero 
cristiano: 

Mortificar  los  sentidos, 
Las  pasiones  refrenar, 
Merecer  y  despreciar 
Los  elogios  merecidos, 
Socorrer  los  desvalidos 
Mirándolos  con  amor, 


367 

Perdonar  al  ofensor, 
Pagarle  con  beneficios, 
Tener  horror  á  los  vicios 
Y  piedad  del  pecador. 

En  la  despedida  de  la  Virgen,  al  salir  del  Escorial, 
para  reunirse  con  el  Rey  en  Valencia,  hay  estas  estrofas, 
en  que  rivalizan  la  devoción  y  el  cariño: 

Yo  te  saludo  |oh  dulce  Madre  mía! 
Al  alejarme  de  tu  hermoso  altar, 
Como  á  mi  amparo  fiel,  como  á  mi  guia 
Y  clara  estrella  en  proceloso  mar. 


Mi  esposo  ya  me  llama;  llegó  el  día 
Que  de  tu  amor  mi  corazón  pidió, 
Y  al  vernos  borrará  nuestra  alegría 
£1  llanto  que  la  ausencia  nos  costó. 

Citaré,  por  último,  la  siguiente  décima,  <sobre  el 
tiempo  y  la  eternidad  al  contemplar  un  reló:> 

La  aguja  con  paso  igual 
Corre  el  tiempo  señalando, 
Del  placer  el  fin  marcando, 
De  la  tristeza  y  el  mal. 
Pero  cuando  cada  cual 
Coja  de  su  vida  el  fruto. 
Cien  siglos  de  gozo  ó  luto 
Pasarán  y  muchos  más. 
Sin  que  parezca  jamás 
Que  ha  pasado  ni  un  minuto. 

Para  completar  esta  rápida  reseña  de  escritoras  céle- 
bres ó  notables  que  ya  no  existen,  tan  sólo  me  falta  ha- 
blar de  dos  de  las  más  afamadas:  de  Fernán  Caballero  y 
de  Doña  Gertrudis  Gómez  de  Avellaneda,  Pocas  palabras 


368 

diré  de  ellas,  aunque  muchas  merecen,  que  han  sido  las 
dos  contemporáneas  nuestras,  y  todos  conservamos  inde- 
leble en  la  memoria  el  recuerdo  de  su  vida,  y  hemos  si- 
do testigos  del  extraordinario  éxito  de  sus  obras  en  Es- 
paña y  en  extranjeras  naciones. 

Acontece  á  las  veces  que  el  género  literario  en  que  so- 
bresale el  escritor  de  más  genio  de  un  país,  no  se  cultiva 
en  él  después  con  fortuna.  Tres  centurias  han  transcurri- 
do desde  que  Shakespeare  escribió  sus  imperecederas  y 
admirables  tragedias,  y  en  ese  largo  tiempo  no  puede  va- 
nagloriarse Inglaterra  de  ningún  otro  insigne  dramáti- 
co, sÍQ  que  basten  á  poner  en  duda  esta  verdad  las  ame- 
nas comedias  de  Sheridan,  los  correctos  pero  fríos  dra- 
mas de  Jonson  y  las  tragedias  de  Thomson.  Análogo  fe- 
nómeno se  advierte  en  España.  Es,  sin  duda,  el  Quijote 
el  mejor  libro  de  nuestra  literatura;  pero  desde  que  Cer- 
vantes publicó  su  obra  maestra,  hasta  época  reciente, 
tan  sólo  vieron  la  luz  novelas  de  aventuras  ó  picarescas, 
que  no  llenaron  el  vacío  que  en  este  difícil  género  ha- 
bía. No  dieron  el  resultado  apetecido  las  tentativas  de 
escritores  de  superior  talento,  después  del  renacimiento 
del  romanticismo,  para  que  entre  nosotros  floreciese  la 
novela  con  igual  brillo  y  pujanza  que  en  otras  naciones. 
El  doncel  de  D.  Enrique  el  Doliente,  de  Larra;  Doña 
Isabel  de  Solis,  de  Martínez  de  la  Rosa,  y  Sancho  Salda- 
ña,  de  Espronceda,  á  pesar  de  su  indisputable  mérito  li- 
terario, no  lograron  por  falta  de  interés  arraigar  en  Es- 
paña la  novela  histórica  que  tan  universal  renombre  pro- 
curó al  escocés  Walter  Scott,  de  cuyas  obras,  por  la  ver- 
dad y  exactitud  con  que  reproducen  los  personajes,  los 
sucesos  y  las  costumbres  de  pasados  tiempos,  pudo  decir 
con  acierto  M.  Villemain  que  eran  mejores  que  la  his- 


369 

toria  misma.  Tampoco  alcanzaron  éxito  fovorable  los 
ensayos  de  novelas  de  repugnante  y  excesivo  realismo, 
y  de  las  que  solicitan  el  interés  del  lector  por.  la  abun- 
dancia de  crímenes  y  horrores.  Pienso  que  no  Jiay  exa- 
geración en  sostener  que  el  mérito  del  renacimiento  de 
la  novela  española  en  la  época  presente  pertenece  á  Fer- 
nán Caballero,  cuya  iniciativa  han  seguido  después  con 
notable  ingenio  otros  autores.  La  publicación  de  La  ga- 
viota fué  un  fausto  suceso  literario,  y  La  familia  de  Al- 
vareda^  LdgriYñ'as  y  El  último  consuelo  vinieron  á  con- 
firmar las  esperanzas  que  despertó  aquel  libro,  demos- 
trando que  teníamos  un  excelente  novelista  original,  que 
con  envidiable  sencillez  y  novedad  describía  tipos  sim- 
páticos, agradables  ó  característicos  de  las  gentes  de 
nuestras  provincias  meridionales,  y  refería  verosímiles 
dramas  de  los  qué  á  cada  paso  ocurren  en  la  vida.  En  lo 
cómico,  lo  propio  que  en  lo  trágico;  en  lo  bueno,  lo  mis- 
mo que  en  lo  malo,  la  realidad  excede  siempre  en  gran 
manera  á  la  ficción  más  ingeniosa  y  á  la  invención  más 
perfecta.  Por  tal  motivo  hay  mayor  garantía  de  acierto 
para  el  novelista  y  para  el  autor  dramático  en  estudiar 
profundamente  el  corazón  humano  y  la  sociedad  que  le 
rodea,  que  en  fantasear  caprichosamente  á  su  albedrío. 
No  desconoció  este  fundamental  principio  Fernán  Caba- 
llero, que  supo  conciliar  con  arte  el  interés  indispensa- 
ble en  obras  de  imaginación,  con  la  verdad  de  los  afec- 
tos, de  las  pasiones  y  de  los  caracteres  de  los  personajes 
que  presentaba  á  sus  lectores.  Abundan  desde  hace  años 
en  todos  los  países  las  novelas  de  costumbres,  pero  las 
de  la  escritora,  sevillana  ofrecen  la  ventaja  de  ser  casi 
siempre  novelas  de  costumbres  buenas;  circunstancia 
atendible  y  no  despreciable,  si  se  tiene  en  cuenta  el  gus- 


370 

to  dominante  en  una  parte  de  la  literatura  contemporá- 
nea, y  la  funesta  propensión  á  creer  que  sólo  se  excita 
la  atención  y  se  despierta  la  curiosidad  del  público  con 
la  pintura  de  feos  vicios  y  de  actos  inmorales. 

Gloria  redunda  para  España  de  que  en  la  isla  de  Cuba 
hayan  nacido  los  dos  poetas  líricos  más  eminentes  de  to- 
da la  América  española  en  los  modernos  tiempos.  No  se 
puede  negar  esta  justa  alabanza  á  Heredia  y  á  la  Avella- 
neda, aun  reconociendo  el  gran  talento  del  venezolano 
Bello,  el  cantor  de  la  Agricultura  de  la  zona  tórrida^  con 
quien  no  rivaliza  poeta  alguno  de  los  diversos  estados 
que  ocupan  el  inmenso  territorio  que  desde  California 
se  extiende  hasta  el  estrecho  que  surcaron  por  vez  pri- 
mera las  naves  de  Magallanes  y  de  Elcano.  Es  también 
la  Avellaneda  la  más  ilustre  escritora  de  nuestra  patria, 
después  de  Santa  Teresa,  y  como  poetisa  no  halla  com- 
petencia en  la  Europa  cristiana.  Son  inferiores  sus  no- 
velas á  las  de  Fernán  Caballero,  á  las  de  Jorge  Sand,  á 
las  de  Madame  d'Arbouville  y  á  las  de  bastantes  escrito- 
ras inglesas;  pero  prefiero  sus  producciones  dramáticas 
á  las  de  Jorge  Sand  y  á  las  de  Madame  de  Girardin,  y 
sus  composiciones  líricas  me  parecen  muy  superiores  á 
cuantas  conozco  escritas  por  poetisas  en  cualquiera  de 
los  idiomas  europeos,  sin  exceptuar  las  muy  tiernas  y 
bellas  de  la  célebre  Vittoria  Colonna.  <Las  calidades  que 
más  caracterizan  sus  poemas,»  ha  dicho  con  severa  im- 
parcialidad D.  Juan  Nicasio  Gallego,  <son  la  gravedad  y 
elevación  de  los  pensamientos,  la  abundancia  y  propie- 
dad de  las  imágenes  y  una  versificación  siempre  igual, 
armoniosa  y  robusta.  Todo  en  sus  cantos  es  nervioso  y 
varonil:  así  cuesta  trabajo  persuadirse  que  no  son  obra 
de  un  escritor  del  otro  sexo.  No  brillan  tanto  en  ellos  los 


371 

movimientos  de  ternura,  ni  las  formas  blandas  y  delica- 
das, propias  de  un  pecho  femenil  y  de  la  dulce  languidez 
que  infunde  en  sus  hijas  el  sol  ardiente  de  los  trópicos 
que  alumbró  su  cuna.  Sin  embargo,  suele  ser  afectuosa 
cuando  quiero  Acrecientan  el  subido  valor  de  sus  ver- 
sos la  gracia  y  el  primor  del  lenguaje  poético  y  la  gala- 
nura de  su  esmerada  versificación.  Cuentan  que  uno  de 
nuestros  más  célebres  y  populares  escritores  exclamó  al 
oir  una  de  sus  composiciones:  <Es  mucho  hombre  esta 
mujer.»  El  chiste  tuvo  éxito,  contribuyendo  á  que  se 
haya  exagerado  el  carácter  varonil  de  su  talento  poéti- 
co. No  faltaban  ciertamente  ni  sonaban  con  dificultad  en 
su  lira  las  cuerdas  de  la  ternura,  del  amor  y  del  senti- 
miento religioso.  En  hermosos  versos  refiere  la  poetisa 
cómo  encontró  en  España  al  hombre  que  ante  su  mente 
se  presentó  en  Cuba, 

£a  la  aurora  lisonjera 
De  su  juventud  florida, 
En  aquella  edad  primera; 
Breve  y  dulce  primavera 
De  tantas  flores  vestida. 


Volaban  los  años,  y  yo  vanamente 
Buscando  seguia  mi  hermosa  visión....^ 
Mas  dio  al  ñn  la  hora:  brillar  vi  tu  frente, 

Y  «es  éU  dijo  al  punto  mi  fiel  corazón. 
Porque  era,  no  hay  duda,  tu  imagen  querida, 

Que  el  alma  inspirada  logró  adivinar, 
Aquélla  que  en  alba  feliz  de  mi  vida 
Miré,  para  nunca  poderla  olvidar. 

Por  tí  fué  mi  dulce  suspiro  primero, 
Por  tí  mi  constante  secreto  anhelar 

Y  en  balde  el  destino,  mostrándose  fiero. 
Tendió  entre  nosotros  las  olas  del  mar. 


372 

Buscando  aquel  mundo  que  en  sueños  veía, 

Surcólas  un  tiempo  valiente  Colón 

Por  tí,  sueño  y  mundo  del  ánima  mía, 
También  yo  he  suicado  su  inmensa  extetisidD. 

Que  no  tan  exacta  la  aguja  al  marino 
Señala  el  lucero  que  le  ha  de  guiar, 
Cual  fíja  mi  mente  marcaba  el  camino 
De  hallar  de  mi  vida  la  estrella  polar. 

Mas  layl  yo  en  mi  patria  conozco  serpienio 

Que  ejerce  en  las  aves  terrible  poder 

Las  mira,  las  lanza  su  soplo  atrayente, 

Y  al  punto  en  sus  fauces  las  hace  caer. 
¿Y  quién  no  ha  mirado  gentil  mariposa 

Siguiendo  la  llama  que  la  ha  de  abrasar?.... 
¿Ó  quién  á  la  fuente  no  vio  presurosa 
Correr  á  perderse  sin  nombre  en  el  mar?,,„ 

¡Poder  que  me  arrastras!  ¿Serás  tú  mi  llama? 
¿Serás  mi  océano?  ¿Mi  sierpe  serás? 
¿Qué  importa?  Mi  pecho  te  acepta  y  te  ama. 
Ya  vida,  ya  muerte  le  agunrde  detrás. 

A  la  hoja  que  el  viento  potente  arrebata, 
¿De  qué  le  sirviera  su  rumbo  inquirir?.... 
Ya  la  alce  á  las  nubes,  ya  al  cieno  la  abata, 
Volando,  volando  la  habrá  de  seguir. 

Con  más  vivos  colores  pinta  la  dicha  de  ver  corres- 
pondido su  amor,  y  la  natural  emoción  y  el  inmenso  de- 
leite que  experiiAenta  cerca  del  hombre  amado* 

Ante  mis  ojos  desparece  el  mundo, 

Y  por  mis  venas  circular  ligero 

El  fuego  siento  del  amor  profundo. 

Trémula  en  vano  resistirte  quiero 

De  ardiente  llanto  mi  mejilla  inundo, 
¡Deliro,  gozo,  le  bendigo  y  muerol 

Viene  luego  el  triste  y  desgarrador  desenlace  de  este 
amor  desgraciado,  que  arranca  un  grito  de  dolor  al  he- 


373 

rido  corazón  de  la  Avellaneda,  que  todavía  guarda  ca- 
riño al  ingrato  amante. 

No  existe  lazo  ya:  lodo  está  roto: 
Plúgole  al  cielo  así:  ibendito  sea! 
Amargo  cáliz  con  placer  agoto: 
Mi  alma  reposa  al  fin;  nada  desea. 

Te  amé,  no  te  amo  ya:  piénsoló  al  menos: 
¡Nunca,  si  fuese  error,  la  verdad  mire! 
Que  tantos  años  de  amargura  llenos 
Trague  el  olvido;  el  corazón  respire. 

Lo  has  destrozado  sin  piedad:  mi  orgullo 

Una  vez  y  otra  vez  pisaste  insano 

Mas  nunca  el  labio  exhalará  un  murmullo 
Para  acusar  tu  proceder  tirano. 


Cayó  tu  cetro,  se  embotó  tu  espada. 
Mas  ¡ay!  ¡cuan  triste  libertad  respiro*! 
Hice  un  mundo  de  tí,  que  hoy  se  anonada, 
Y  en  honda  y  vasta  soledad  me  miro. 

¡Vive  dichoso  tú!  Si  en  algún  día 
Ves  este  adiós,  que  te  dirijo  eterno, 
Sabe  que  aún  tienes  en  el  alma  mía 
Generoso  perdón,  cariño  tierno. 

¿Puede  haber  quien  dude  si  es  poetisa  ó  poeta  el  au- 
tor de  esta  breve  y  sentida  historia  íntima  de  un  amor 
apasionado?  Tampoco  esa  duda  cabe  cuando  se  leen  y 
admiran  sus  inspiradas  poesías  religiosas.  No  es  tan  va- 
ronil como  se  ha  supuesto  el  gran  talento  de  esta  escri- 
tora. Análoga  opinión  sustenta  el  Sr.  Valera  al  indicar 
que  pocas  veces  agitan  su  numen  el  patriotismo,  el 
amor  á  la  libertad  y  la  filantropía,  acaso  porque  estas 
pasiones  y  estos  sentimientos  «son  más  varoniles  que 
femeninos.» 

No  desmerecen  de  las  líricas  las  obras  dramáticas  de 


374 

la  Avellaneda.  De  las  más  celebradas  y  aplaudidas,  con 
encomio  han  escrito  tres  señores  académicos.  La  grave- 
dad del  asunto,  la  alteza  de  pensamientos,  la  noble  ele- 
gancia clásica  del  estilo,  tanto  avaloran  á  Alfonso  Mu-- 
nio^  á  Saúl  y  á  Baltasar^  que  las  hacen  dignas  de  com- 
paración con  el  Pelaxjo  de  Quintana,  el  Edipo  de  Martí- 
nez de  la  Rosa,  La  micerte  de  César  de  Vega  y  la  Virgi- 
nia del  Sr.  Tamayo. 

Gomo  no  entra  en  mi  propósito  citar  á  escritoras  que 
afortunadamente  todavía  viven,  aquí  pongo  término  á 
mi  discurso;  pero  no  sin  recordar  antes  las  elocuentes 
palabras  con  que  uno  de  nuestros  más  grandes  oradores 
contemporáneos,  que  también  perteneció  á  esta  Acade- 
mia, encarecía  la  necesidad  de  sana,  vasta  y  sólida  ilus- 
tración en  las  mujeres.  «Entre  las  numerosas  y  deplo- 
rables resultas  de  esta  enorme  desigualdad >  (la  que  en 
general  existe  entre  la  instrucción  de  los  hombres  y  la 
de  las  mujeres),  <la  más  inmediata  y  la  más  funesta  es- 
tá en  reducir  el  mutuo  comercio  de  los  dos  consortes  á 
la  satisfacción  de  los  sentidos  y  al  culto  de  los  afectos, 
eliminando  de  la  acción  doble  y  de  la  materia  propia  de 
la  comunidad  matrimonial,  un  orden  entero  de  relacio- 
nes; las  relaciones  que  conoce,  abarca  y  cultiva  el  hom- 
bre, como  criatura  que  es  racional  é  inteligente,  no  cria- 
tura meramente  sensible  y  sociable La  mujer,  dotada 

tan  sólo  de  la  instrucción  indispensable  para  conocer  su 
inferioridad,  presa  del  ocio,  fácilmente  se  abandona  al 
tedio,  fuente  abundosa  de  todo  peligro  y  de  todo  desor- 
den  Porque  con  el  sistema  que  prevalece,  aun  entre 

las  clases  menos  acomodadas,  de  echar  de  casa  á  los 
hijos  desde  la  edad  más  tierna,  enviándolos  al  colegio; 
con  los  progresos  de  la  mecánica,  que  al  aliviar  las  fae- 


375 

ñas  del  hombre  han  desterrado  del  hogar  toda  indus- 
tria, la  mujer  que  no  hila,  ni  teje,  ni  borda  apenas,  y  que 
lo  poco  que  tiene  que  coser  lo  cose  como  si  dijéramos 
al  vapor,  porque  lo  cose  á  máquina,  ¿en  qué  ha  de  em- 
plear el  tiempo  que  le  sobra,  si  no  lo  emplea  en  cultivar 
su  inteligencia?  Y  no  ocupándole  en  este  noble,  sano  y 
fecundo  ejercicio,  ahora  que  no  padece  el  antiguo  cauti- 
verio; ahora  que  no  está  encarcelada  en  el  serrallo,  ni 
confinada  en  el  gineceo,  ni  escoltada  por  un  rodrigón, 
ni  vigilada  por  una  dueña;  ahora  que  tan  tristemente 
enervada  su  fe  religiosa,  cimiento  y  raíz  de  toda  moral, 
consagra  sólo  en  determinados  días  algunos  momentos  á 
la  observancia  de  los  deberes  cristianos;  ahora  que  la  ca- 
ridad, en  la  forma  de  asociación  con  que  se  practica  y 
dispensa,  apenas  obliga  á  una  señora  á  abreviar  una  vez 
al  mes  la  tarea  del  tocador  y  el  culto  de  su  persona;  en 
tal  desamparo  y  soledad,  ¿cómo  escapará  el  alma  vacía 
de  la  mujer  al  peso  de  la  inacción  y  á  las  tentativas  del 
bullicio?  ¿Devorando  acaso  novelas  malsanas,  para  em- 
pezar vacilando  al  leer  á  Julia  y  acabar  avergonzada  y 
confusa,  desluciendo  con  cieno  su  corazón  y  su  espíritu, 
al  leer  á  Valentina?  No:  la  mujer  que  haya  de  consagrar 
toda  su  alma  y  todo  su  tiempo  al  amor  y  contemplación 
de  Dios,  ha  de  ser  una  Teresa  de  Ávila;  la  que  haya  de 
consagrarlos  al  amor  y  al  bien  del  prójimo,  ha  de  ser 
una  Isabel  de  Hungría:  esas  almas  grandes,  esas  almas 
tiernas,  esas  almas  santas,  esas  almas  escogidas,  en 
cuya  virtud  y  pureza  sé  mira  el  Hacedor  como  en  un 
espejo,  y  cuya  pureza  y  virtud  siente  y  admira  el  hom- 
bre, sin  llegar  nunca  á  comprenderlas  y  avalorarlas,  sa- 
len de  la  esfera  ordinaria  como  excepciones  y  singula- 
ridades que  no  pueden  medirse  con  ninguna  regla.  Pero 


\ 


376 

el  común  de  las  mujeres,  supuestas  su  complexión  física 
y  moral,  y  su  exquisita  sensibilidad  y  su  imaginación  vo- 
raz y  volcánica;  y  habida  consideración  á  nuestras  ac- 
tuales costumbres,  á  nuestro  estado  de  civilización  y  á 
las  condiciones  generales  é  irresistibles  del  mundo  mo- 
derno, necesita  instruirse  con  gran  variedad  de  substan- 
cias para  formar  su  razón,  moderar  su  fantasía  y  dirigir 
su  temperamento;  para  enriquecer  su  alma  con  la  diges- 
tión y  posesión  de  la  verdad,  de  la  J}ondad  y  de  la  belle- 
za; para  educar,  ilustrar  y  robustecer  su  conciencia,  y 
medir  por  el  valor  de  su  conciencia  y  de  su  alma  el  va- 
lor de  su  persona,  y  tenerse  en  mucho,  bajo  el  punto  de 
vista  del  honor  y  del  deber,  y  deducir  de  esta  convic- 
ción el  respeto  de  sí  misma  y  la  fortaleza  segura  y  so- 
segada; centinelas  domésticos,  constantes  ó  incorrupti- 
bles, á  quienes  ningún  lazo  engaña  ni  ninguna  fascina- 
ción adormece.  Fuera  de  este  camino  no  hay  salvación 
para  la  patria  ni  para  la  sociedad,  porque  cuando  la  mu- 
jer se  estaciona  y  no  adelanta,  entonces  desciende,  y 
descendiendo  la  mujer,  también  desciende  necesaria- 
mente el  hombre.» 

Con  razón  abogaba  Ríos  Rosas  en  tan  levantado  es- 
tilo por  la  instrucción  para  la  mujer,  y  pudiera  haber 
añadido  que  al  darla  toda  la  extensión  y  variedad  indis- 
pensables en  la  época  presente,  no  se  haría  sino  reanu- 
dar las  buenas  tradiciones  de  los  tiempos  mejores  de 
nuestra  historia.  Acabamos  de  ver  que  lo  que  parece  á 
algunos  novedad  aventurada  ó  peligrosa  de  países  extra- 
ños, tiene  en  el  nuestro,  desde  hace  largos  años  y  aun 
centurias,  notables  y  provechosos  precedentes  que  se 
pueden  repetir  sin  inconveniente  alguno.  Si  las  mujeres 
estudian,  reciben  srrados  académicos  y  desempeñan  cate- 


377 

dras,  imitarán  el  ejemplo  de  Doña  Isidra  de  Guzmán^  de 
Doña  Lucía  de  Medrano  y  de  Doña  Francisca  de  Nebrija. 
Cuando  funden  y  presidan  reuniones  y  academias  litera- 
rias para  estimular  en  sus  trabajos  á  los  escritores  dis- 
tinguidos con  el  irresistible  atractivo  de  la  belleza  y  del 
ingenio,  seguirán  las  huellas  de  la  Marquesa  .de  Lemos 
y  de  la  Duquesa  de  Arcos.  Si  las  Reales  Academias  les 
abren  algún  día  sus  puertas,  las  conferirán  una  alta  dis- 
tinción con  que  se  honraron  la  Doctora  de  Alcalá,  la  Du- 
quesa de  Huesear  y  las  Marquesas  de  Santa  Cruz  y  de  Es- 
tepa; que  entonces  las  señoras  principales,  no  satisfechas 
con  pertenecer  sólo  á  la  aristocracia  de  la  sangre,  mos- 
traban el  buen  gusto  de  querer  brillar  también  en  la  del 
talento.  Las  escritoras'que  alcancen  justa  fama,  vendrán 
á  continuar  la  serie  en  que  tanto  descuellan  la  admira- 
ble Teresa  de  Jesús  y  luego  la  Zayas,  Sor  María  de  Agre- 
da y  Fernán  Caballero;  y  las  que  sientan  agitada  la 
mente  por  inspiración  poética,  aspirarán  á  rivalizar  con 
la  monja  de  Méjico  y  con  la  insigne  autora  del  Príncipe 
de  Viana.  La  instrucción  indispensable  es  para  todas;  y 
aun  por  egoísmo  no  debemos  caprichosamente  limitarla, 
que  la  mujer,  cuando  á  la  gracia  del  rostro  une  la  her- 
mosura del  alma,  y  la  ilustración  al  entendimiento,  ha 
sido  y  será  siempre  para  el  hombre  la  poesía  y  la  felici- 
dad de  la  vida. 


CONTESTACIÓN 


D£L 


ExcMo.  Sh.  D.  JUAN  VALERA 

AL  DISCURSO  DEL  Sb.  CONDE  DE  CASA-VALENCIA. 


Señores: 

Nada  podría  lisonjearme  y  agradarme  más  que  el  en- 
cargo que  me  habéis  dado  de  contestar  al  bello  discurso 
que  acabamos  de  oir.  Su  autor,  recibido  hoy  en  el  seno 
de  esta  Corporación,  está  unido  á  mí  por  lazos  de  paren- 
tesco, y,  lo  que  es  más  estimable  y  grato,  por  amistad  de 
mucho  tiempo,  jamás  interrumpida  hasta  ahora  y  que 
promete  no  serlo  nunca. 

Si  la  disposición  de  ánimo,  que  de  este  afecto  nace, 
no  tuerce  mi  juicio,  inclinándole  á  la  benevolencia,  me 
atrevo  á  afirmar  que  la  obra  literaria  que  el  nuevo  Aca- 
démico nos  ha  leído  corrobora  las  razones  que  para  ele- 
girle tuvisteis,  siendo  dichosa  muestra  de  sobriedad,  ter- 
sura y  sencilla  elegancia  de  estilo  y  cumplido  dechado 
de  crítica  juiciosa. 

Pero,  por  mucho  que  valga  su  discurso,  el  Conde  de 
Casa-Valencia  había  exhibido  antes  otros  títulos  de  más 
valer  para  aspirar  á  tomar  asiento  entre  vosotros. 

No  pocas  veces  he  discutido  yo  con  él  acercfa  de  un 


.379 

punto  importantísimo  en  la  historia  de  toda  literatura, 
y  singularmente  de  la  española,  en  nuestros  días.  Fun- 
dábase nuestra  controversia  en  este  aserto,  que  dábamos 
por  sentado:  en  nuestra  España  apenas  tiene  el  escritor 
el  incentivo  del  lucro,  ó  es  tan  ruin  el  incentivo  que  no 
debe  suponerse  que  sea  él  y  no  el  amor  de  la  gloria  quien 
á  escribir  estimule. 

La  controversia  era,  pues,  sobre  si  tal  carencia,  ine- 
ficacia 6  escasez  de  incentivo,  era  un  bien  ó  un  mal  pa- 
ra las  letras. 

Como  yo  no  vengo  aquí  á  hacer  pública  confesión  de 
mis  culpas,  no  diré  si  por  carácter  vacilo;  pero  sí  con- 
fesaré que,  salvo  en  ciertas  cuestiones  de  primer  orden, 
en  que  sostengo  siempre  la  misma  opinión,  rayando  en 
f  tenacidad  mi  consecuencia,  suelo  en  muchas  otras,  que 
considero  secundarias,  vacilar  con  demasía  y  no  acabar 
nunca  de  decidirme,  fluctuando  entre  los  más  encontra- 
dos pareceres.  Percibo,  ó  imagino  que  percibo,  cuantos 
argumentos  hay  en  pro  y  en  contra,  y  ya  me  siento  so- 
licitado por  unos,  ya  atraído  por  otros,  en  direcciones 
opuestas. 

En  este  asunto  de  las  letras  mal  remuneradas  me 
ocurre,  mil  veces  más  que  en  otros,  tan  lastimosa  fluc- 
tuación. 

Prescindo  del  interés  que  como  escritor  me  induce  á 
desear  que  los  libros  se  vendan  á  fin  de  hallar  én  com- 
ponerlos medio  honrado  de  ganar  la  vida.  Y  libre  mi 
criterio  de  esta  seducción,  diré  en  breves  frases  lo  que 
en  pro  de  ambos  pareceres  se  presenta  á  mi  espíritu. 

Cuando  era  yo  mozo,  me  encantaba  la  lectura  de  un 
tratado  del  célebre  Alfieri,  cuyo  título  es  Del  Príncipe  y 
de  las  letras.  Nada  me  parecía  más  razonable  que  lo  que 


380 
allí  se  afirma.  Todavía,  en  tiempo  del  autor,  los  poetas, 
los  filósofos,  los  que  componían  historias,  todos  los  es- 
critores, en  suma,  contaban  poco  con  el  vulgo,  y  espe- 
raban ó  gozaban  remuneración  por  sus  .trabajos  de  algún 
magnate,  monarca,  tjrano  ó  señor  espléndido,  que  los 
protegía.  Contra  esto  se  enfurece  Alfleri,  declama  con 
severa  elocuencia  y  se  desata  en  invectivas  y  en  rauda- 
les de  indignación.  Para  complacer  al  príncipe,  magna- 
te  ó  tirano,  á  quien.se  sirve  y  de  quien  todo  se  espera  ó 
teme,  importa  adular,  encubrir  á  menudo  las  verdades 
más  provechosas  al  género  humano  y  emplear  un  estilo 
sin  nervio.  El  escritor,  pues,  que  se  respete  y  que  estime 
su  misión  en  lo  que  vale,  es  menester  que  se  sustraiga 
y  emancipe  de  la  protección  y  tutela  del  tirano,  que 
aprenda  y  ejerza  oficio  manual  para  vivir  independien- 
te, y  que,  de  esta  manera,  escribiendo  sólo  por  amor  á 
la  gloria  y  por  filantropía,  esto  es,  por  deseo  santísimo 
y  purísimo  de  adoctrinar  á  los  hombres  y  de  hacerlos 
más  virtuosos,  componga  obras  merecedoras  de  pasar  á 
la  posteridad,  para  bien  de  las  generaciones  futuras,  á 
quienes  sirvan  de  guía  y  norte. 

Todos  estos  razonamientos  repito  que  me  encantaban. 
Y  yo  daba  gracias  fervientes  al  cielo  porque  me  había 
hecho  nacer  en  una  edad  en  que  las  cosas  habían  cam- 
biado de  tal  suerte,  que  el  escritor,  contando  con  el  pú- 
.  blico,  para  nada  necesitaba  de  tirano  á  quien  adular,  ni 
á  fin  de  no  incurrir  en  su  enojo  se  veía  obligado  á  callar 
las  más  útiles  y  hermosas  teorías. 

Después  vinieron  la  contradicción  y  la  duda.  Esto  que 

hoy  se  llama  público  y  que  en  lo  antiguo  con  vocablo 

menos  respetuoso  se  llamaba  vulgo,  ¿no  es  tirano  tam- 

■  bien?  ¿No  es  menester  adularle  si  queremos  ganar  su 


381 

I 

voluntad?  ¿No  conviene  decirle  las  cosas  que  le  deleitan 
para  tenerle  propicio?  ¿No  se  necesita  callar  las  verda- 
des más  sanas  para  que  no  se  enfade? 

Si  el  público  fuera  en  realidad  equivalente  al  vulgo, 
si  el  público  y  el  pueblo  fuesen  la  misma  entidad,  aún 
se  podría  sostener  que  posee,  si  no  reflexivo  acierto  para 
apreciar  la  bondad,  la  verdad  ó  la  belleza,  instinto  semi- 
divino  y  casi  infalible  que  le  lleva  á  fallar  sobre  todo  ello 
con  justicia.  Pero,  entre  las  muchedumbres  que  gozarán, 
á  no  dudarlo^  de  tan  noble  instinto,  y  el  escritor  que  á 
ellas  se  dirige,  siempre  ó  casi  siempre  se  interpone  cier- 
ta capa  social,  aunque  leve  y  sutil,  muy  tupida,  donde  la 
voz.se  embota  y  apaga  ó  el  escrito  se  detiene,  sin  llegar 
ante  los  ojos  ó  sin  penetrar  en  los  oídos  de  ese  vulgo  ó 
de  ese  pueblo,  que  exento  de  prejuicios  y  con  certera 
candidez  sabría  decidir  lo  justo,  si  la  voz  ó  el  escrito  se 
pusiera  á  su  alcance.  Detenidos  éstos  en  la  mencionada 
capa  social,  sólo  de  ella  pueden  los  escritores  esperar  hoy 
el  galardón  que  apetecen.  Lo  malo  es  que  las  gentes  que 
forman  esta  capa  social  son,  á  mi  ver,  poco  á  propósito 
para  el  fallo.  Egoístas  en  grado  sumo,  se  dejan  arrastrar 
de  la  pasión  ó  del  interés  del  momento.  Hasta  lo  más 
excelso  y  transcendental  se  subordina  á  la  moda:  ora  por 
moda  son  creyentes;  ora  por  moda  son  impíos.  Á  la  adu- 
lación se  hallan  tan  propensos  como  el  más  engreído  ti- 
rano. Y  suelen  carecer  del  buen  gusto  de  que  algunos 
tiranos,  protectores  de  las  letras,  han  dado  pruebas  bri- 
llantísimas. Bien  puede  ponerse  en  duda  que  haya  habi- 
do jamás  clase  media  bastante  ilustrada  para  competir 
en  tino,  al  proteger  la  poesía  y  las  demás  letras  huma- 
nas, con  Pericles,  Augusto,  Mecenas,  Bembo,  León  Dé- 
cimo, Lorenzo  el  Magnífico,  Luis  XIV  de  Francia  y  el 


382 

Duque  de.  Weimar.  Ni  sé  yo,  si  se  ahonda  y  escudriña 
bien  este  negocio,  qué  cosas  tan  útiles  al  linaje  humano 
se  hubieron  de  callar  los  protegidos  por  no  incurrir  en 
el  desagrado  de  sus  egregios  protectores.  ¿Qué  prohibi- 
ría decir,  por  ejemplo,  el  Duque  de  Weimar  á  Herder, 
Wieland,  Lessing,  Goethe  y  Schiller?  Yo  me  doy  á  en- 
tender que  ellos  dijeron  todo  lo  que  quisieron,  y  que, 
sin  miedo  de  perder  el  favor  del  amable  soberano  que 
los  hospedaba  y  regalaba  con  generosa  magnificencia, 
permítaseme  lo  familiar  de  la  frase,  se  despacharon  á  su 
gusto. 

No  se  opone  esto  á  que  Alfieri  en  general  tuviese  ra- 
zón; pero  es  menester  hacer  extensivo  su  argumento  no 
sólo  al  escritor  que  se  somete  á  un  príncipe,  sino  tam- 
bién al  escritor  que  al  público  se  somete.  Por  donde  ven- 
drá á  inferirse  que  la  verdadera  independencia  y  noble- 
za de  quien  escribe  está  en  el  propio  ser  de  su  alma  y  no 
en  la  circunstancia  exterior  de  que  viva  asalariado  por 
un  príncipe  ó  por  un  mercader  de  libros  que  le  paga  con 
lo  que  del  público  cobra. 

Sea  como  sea,  en  el  día  este  segundo  piodo  de  ganar 
algo  con  las  letras  es  él  único  posible.  Los  príncipes  no 
son  señores  de  vidas  y  haciendas;  apenas  se  halla  tirano, 
amable  ó  no  amable,  que  pueda  disponer  de  la  fortuna 
pública  para  proteger  á  los  poetas  y  literatos;  y  lo  más 
natural  es  que  éstos  se  hagan  pagar  por  el  público  su 
trabajo,  porque  no  se  ha  de  confundir  por  ningún  estilo 
el  antiguo  patrocinio  de  los  príncipes  con  lo  que  hoy  se 
llama  protección  oficial.  Esto,  por  muchas  garantías  que 
se  den  y  por  más  exquisitas  precauciones  que  se  tomen, 
tiene  todos  los  inconvenientes  de  los  otros  dos  modos  de 
protección.  En  lo  tocante  á  servilismo  baja  hasta  lo  ínfi- 


i 


383       * 

mo,  pues  no  se  trata  ya  de  adular  á  los  Módícis  ó  al  dis- 
tinguido y  simpático  Duque  de  Weimar,  sino  al  Minis- 
tro, tal  vez  zafio  y  obscuro;  al  Director,  tal  vez  lego,  y 
acaso,  acaso,  al  triste  Oficial  del  Negociado.  Las  elegan- 
cias cortesanas,  los  primores  del  estilo,  la  atildada  com- 
postura, que  para  ganar  la  protección  de  la  corte  se  re- 
querían, están  aquí  de  sobra.  Por  todo  lo  cual  entiendo 
que  de  esta  protección  oficial,  concedida  en  virtud  de 
prosaicos  expedientes,  sólo  nace  una  literatura  enferma 
za  y  enteca,  como  planta  criada  en  invernáculo:  libros 
de  pacotilla,  sin  elevación  ni  libertad  de  espíritu  en  quien 
los  escribe,  y  desprovistos  además  de  aquella  distinción 
y  de  aquella  pulcritud  aristocráticas,  que  siempre  son  un 
mérito,  no  existiendo  otros  de  más  substancia. 

Así,  pues,  yo  propendo  á  creer  que  es  inútil,  si  no  por 
todo  extremo  nociva,  la  protección  oficial  á  la  literatu- 
ra, y  en  particular  á  la  amena,  y  sólo  comprendo  que 
proteja  y  subvencione  el  Estado  ciertas  producciones  tan 
hondas,  sutiles  y  tenebrosas,  que  se  pueda  presumir  ra- 
zonablemente que  no  cuentan  en  una  nación,  medio  cul- 
ta siquiera,  con  un  público  que  pase  de  cien  personas, 
como  por  ejemplo,  un  libro  de  matemáticas  sublimes, 
erizado  de  fórmulas,  signos  y  figuras,  y  atiborrado  de 
cifras,  misteriosas  para  el  profano.  Lo  demás,  ó  dígase 
novelas,  versos,  historia,  política  y  hasta  filosofía,  el 
público  debe  pagarlo,  y  si  no  lo  paga,  mejor  es  que  no  se 
escriba  ó  que  se  escriba  de  balde. 

Casi  se  puede  afirmar  que  tal  es  el  caso  en  España. 

Aquí  renace  la  cuestión.  ¿Esto  es  un  mal  ó  es  un  bien? 
Yo,  á  pesar  de  mis  vacilaciones,  y  á  pesar  del  interés 
personal  que  me  lleva  á  creer  lo  contrario,  creo  que  es 
un  bien. 


384 

Todo  el  que  tiene  ó  imagina  tener  algo  peregrino,  he- 
lio y  nuevo  que  decir,  de  seguro  que  no  se  lo  calla:  lo 
dice,  aunque  no  se  lo  paguen.  Por  decirlo  es  muy  capaz 
de  pagarlo,  si  tiene  dineros.  ¿Hay  mayor  hechizo  que  el 
de  que  nos  escuchen  ó  nos  lean?  Fiado  en  este  hechizo, 
trazó  Leopardi  el  gracioso  y  lucrativo  proyecto  de  una 
compañía  ó  sociedad  de  oyentes,  que  se  haría  pagar  por 
oir  á  los  autores.  El  filósofo  que  inventa  un  sistema,  el 
vidente  que  percibe  al  numen  agitando  su  alma,  y  el 
poeta  á  quien  el  estro  hiere  y  aguija  con  invencible  brío, 
escribirán  sus  filosofías,  sus  poesías  y  sus  visiones,  aun- 
que nada  les  valgan.  El  escribir  entonces  será  de  veras 
sacerdocio;  algo  de  devotísimo  y  sagrado  que  no  se  to- 
mará por  oficio.  Se  escribirán  pocos  libros  medianos.  Só- 
lo se  escribirán  algunos  buenos.  Y  se  escribirán  muchos 
pésimos,  por  los  alucinados  de  la  gloria;  pero  esto  no 
obsta,  porque  el  río  del  olvido  los  arrastrará  en  su  co- 
rriente, á  poco  de  haber  salido  á  luz  y  sin  dejar  huella 
ninguna. 

De  que  los  libros  no  valgan  dinero  resultará  que  todos 
aquellos  hombres  de  entendimiento,  que  sirven  para 
algo,  harán  mil  cosas  útiles  y  no  escribirán.  Sólo  escri- 
birán los  verdaderamente  inspirados,  los  amantes  de  la 
gloria,  los  punzados  ó  impelidos  por  el  estro,  los  que 
tienen  algo  grande  y  nuevo  que  decir,  ó  el  que  absolu- 
tamente no  sirve  para  nada,  y,  como  ha  seguido  carrera 
literaria,  se  hace  escritor,  desesperado  de  no  poder  ser 
otra  cosa  y, para  consolación  en  su  desventura. 

Infiero  yo  de  aquí  que  no  reflexionan  derechamente 
los  que,  llenos  de  terror  de  que  haya  tanto  letrado  en 
España,  dicen  que  deben  dificultarse  las  carreras  á  fin 
de  que  muchos  tomen  oficio  ó  se  empleen  en  más  hu— 


385 

mildes  menesteres,  porque  nuestras  aficiones  hidalgas 
ó  señoriles  no  lo  consentirán  nunca;  y  si  el  que  estudia 
'  algo,  aunque^  sea  poco,  se  convierte  hoy  en  autor,  cuan- 
I        do  no  estudie  nada,  y  no  espere  regalo  y  favor  de  las 
I        musas,  como  ya  hacen  muchos  que  no  han  cursado  en 
I        las  Universidades,  se  convertirá^  en  hacendista,  y  las 
¡       cosas  empeorarán.  Un  poeta,  por  perverso  que  sea,  es 
al  cabo  menos  dañino  que  cualquiera  aspirante  á  minis- 
tro de  Hacienda,  ó  á  banquero  ó  á  director  del  Tesoro. 
El  argumento  no  vale,  sin  embargo,  sino  para  probar 
que  no  son  dañinos  los  muchos  autores,  y  no  para  ex- 
citar á  que  se  paguen  sus  obras. 

Donde  éstas  se  pagan  bien,  por  lo  rico  y  más  próspero 
del  pueblo  para  quien  se  escriben,  hay  que  lamentar 
hoy  ciería  plétora.  Así  en  Inglatera.  Tauchnitz,  editor 
de  Leipzig,  hace  una  edición  de  autores  ingleses,  con- 
temporáneos los  más.  Es  de  presumir  que  sólo  publica 
lo  mejor.  Su  biblioteca  ó  coleccióh,  no  obstante,  consta 
ya  de  mucho  más  de  mil  volúmenes.  Convengamos  en 
que  esto  pone  grima.  ¿Es  posible  que  el  espíritu  huma- 
no, por  fértil  que  sea,  tenga  suficientes  primores,  nove- 
dades y  lindezas  que  decir,  para  llenar  tantos  volúme- 
nes, ó  habrá  harto  de  repeticiones  y  de  palabrería?  Lo 
confieso:  al  ver  esta  viciosa  lozanía,  esta  intrincada  sel- 
va ó  matorral  de  libros,  que  nacen  donde  se  pagan,  casi 
me  avengo  á  que  no  se  paguen  aquí  ó  se  paguen  mal,  á 
fin  de  que  sólo  escriban  los  que  por  ilusión  sandia  se 
creen  genios ^  ó  los  que  tienen  algo  de  genios  y  no  pue- 
den menos  de  escribir.  Los  libros  de  aquéllos  pasarán 
y  los  pocos  de  éstos  quedarán,  como  conviene  que  que- 
den, sin  confundirse  en  el  fárrago  insulso  de  tanto  como 
por  oficio  se  escribe. 

25 


386 

Por  otra  parte,  donde  no  valen  dinero  las  obras  lite- 
rarias, los  autores  no  suelen  ser  tan  prolijos  en  escribir, 
y  esto  es  gran  ventaja.  Aunque  yo  disto  infinito  de  ser- 
profundo,  venero  la  profundidad,  si  bien  me  guardo  de 
confundir  lo  profundo  con  lo  difuso.  Y  cierto  que  hoy  se 
peca  gravemente  en  esto,  donde  los  libros  valen.  Hay,    , 
verbigratia,  una  Historia  de  Inglaterra,  que  se  toma  por 
modelo.  No  empieza  la  narración  sino  doscientos  años 
há.  El  autor  murió  dejando  escritos,  en  unos  ocho  to- 
mos de  la  citada  edición  de  Tauchnitz,  ocho  años  sobre 
poco  más  ó  menos  de  dicha  historia.  Para  escribirla  to- 
da hasta  hoy  hubiera  sido  menester  en  el  autor  la  facili- 
dad del  Tostado  y  la.  vida  de  Matusalén,  á  fin  de  escribir 
doscientos  tomos.  Y  hasta  para  leer  toda  la  historia  uno 
que  no  leyese  muy  de  priesa  tendría  que  consumir  lo 
mejor  de  su  vida. 

Si  estas  razones  tengo  para  no  sentir  que  el  oficio  de 
escritor  sea  bien  retribuido,  no  faltan  razones  desinte- 
resadas para  desear  que  lo  sea.  Y  es  una  de  gran  peso 
el  considerar  que  no  se  logra  escribir  bien  y  sacar  á  luz 
obras  inmortales  con  larga  meditación  y  estudio,  sino 
que  las  mejores  obras  suelen  brotar  de  repente,  y  el  au- 
tor las  produce  como  por  milagro  y  caso  divino,  escri- 
biendo veinte  cosas  malas  ó  medianas  antes  de  atinar 
con  una  buena. 

En  los  terrenos  feraces,  si  se  siembra  trigo  y  se  cul- 
tiva bien,  el  trigo  nace  en  abundancia;  pero  no  dejan 
de  nacer  cizaña  y  otras  yerbas  perniciosas;  y,  sin  em- 
bargo, no  es  razón  que,  á  fin  de  evitar  que  la  cizaña 
nazca,  se  quede  por  cultivar  el  terreno  y  no  se  eche  en 
él  buena  simiente.  Ya  vendrá  en  su  día  y  sazón  quien 
escarde  el  haza  ó  sembrado,  y  arranque  lo  que  allí  ha 


387 

nacido  de  más,  á  fin  de  que  el  trigo  crezca,  medre  y 
cunda  sin  ahogo. 

Esto,  en  las  letras,  lo  hace  la  critica.  Porque  yo  me 
figuro,  pongo  por  caso,  que  había  de  haber  un  sinnú- 
mero de  cantos  ó  narraciones  populares  sobre  la  guerra 
de  Troya,  y  que  sin  duda  algún  sabio  discreto  desechó 
lo  más  y  escogió  lo  menos  y  más  hermoso,  y,  enlazán- 
dolo entre  sí  con  artificio  y  orden,  compuso  los  maravi- 
llosos poemas  de  la  Iliada  y  de  la  Odisea.  Y  del  gran  mo- 
ralista antiquísimo  de  los  chinos,  no  ya  por  presunción 
se  colige,  sino  que  á  ciencia  cierta  se  sabe  que  de  fati- 
gosa cantidad.de  sentencias,  eliminando  muchas,  ya  por 
vanas  y  frivolas,  ya  por  repetidas,  reunió  lo  mejor  y 
más  substancioso,  y  esto  le  dio  la  fama,  el  crédito  y  la 
autoridad  semidivina  de  que  él  goza  entre  los  de  su  na- 
ción y  casta,  con  provecho  y  bienandanza  de  todos. 

Por  este  lado,  pues,  yo  me  inclino  á  desear  que  se  es- 
criba mucho,  aunque  se  nos  antoje  que  i;^o  es  de  mérito, 
porque  sin  tanta  rapsodia  no  hubiera  salido  la  Iliada,  y 
sin  tanta  sentencia  no  hubiera  podido  extraer  las  suyas 
el  sabio  Gonfucio. 

En  España,  dejando  en  suspenso  el  decidir  si  es  bien 
ó  mal,  ya  que  en  mi  entender  para  todo  hay  razones,  se 
escribe  poco  en  proporción  de  lo  que  en  otros  países  so 
escribe.  Y  aun  de  eso  poco  que  se  escribe  en  España,  no 
suele  ser  lo  peor  lo  que,  por  incuria  ó  falta  de  estímulo, 
queda  inédito  ó  pasa  ignorado. 

Notable  prueba  de  lo  que  digo  pudieran  dar  bastantes 
varones  ilustres,  que  ocuparon  las  sillas  de  esta  Acade- 
mia, cuyas  obras,  de  gran  importancia  unas,  y  otras  de 
sabrosísima  lectura,  andan  perdidas  en  los  periódicos,  ó 
existen  manuscritas  y  expuestas  á  perecer,  sin  que  na- 


n 


388 

die  las  imprima  y  publique  en  colección:  así,  por  ejem- 
plo, los  escritos  de  D.  Agustín  Duran,  de  D.  Antonio 
Alcalá  Galiano,  de  D.  José  Joaquín  de  Mora  y  de  otros. 
Los  españoles  son  más  aficionados  al  tumulto  del  es- 
pectáculo público  que  á  la  soledad  y  al  retiro,  y  más  se 
avienen  con  emplear  los  oídos  en  escuchar,  que  los  ojos 
eíi  leer  las  creaciones  del  ingenio,  por  donde  éste  suele 
mostrarse,  mejor  que  en  el  libro,  en  el  teatro  y  ep  la 
tribuna.  De  aquí  que  nuestra  Academia  elija  gran  parte 
de  sus  individuos  entre  los  autores  dramáticos  y  los  ora- 
dores. 

De  los  últimos  hay  varios  que  apenas  han  dejado  es- 
critos, por  faltarles  tiempo  y  aliciente  para  escribir,  si 
bien  por  lo  poco  que  dejaron  es  fácil  rastrear  y  colum- 
brar cuánto  hubieran  acertado  al  hacerlo  si  con  afán 
hubiesen  dedicado  á  tales  tareas  las  altas  prendas  de  es- 
critores que  los  adornaban.  Valga  como  muestra  la  be- 
llísima cita,  hecha  por  el  Conde  de  Gasa- Valencia  en  el 
discurso  á  que  contesto,  de  un  artículo  del  Sr.  Ríos  Ro- 
sas, La  mujer  de  Canarias^  única  producción  en  prosa 
que,  á  más  del  discurso  de  recepción  aquí,  confieso  cono- 
cer, como  trabajo  meramente  Uterario,  de  tan  eminente 
repúblico  y  tribuno. 

El  nuevo  Académico,  á  quien  tengo  la  honra  de  con- 
testar, se  cuenta  entre  aquéllos  que  vienen  principal- 
mente aquí  á  título  de  oradores,  como  Pacheco,  Olózaga, 
González  Brabo  y  el  citado  Ríos  Rosas. 

Su  elocuencia  parlamentaria  y  didáctica  es  harto  dig- 
na de  este  premio.  Fácil  y  diserto  en  cuanto  dice,  une  el 
Conde,  á  la  elegancia  de  la  frase^  la  nitidez,  la  correc- 
ción y  el  método,  que  valen  tanto  para  hacerse  com- 
prender; la  amenidad  y  la  gracia,  que  atraen  al  audito- 


389 

rio  y  ganan  las  voluntades;  la  firmeza  que  infunde  el 
convencimiento,  y  la  circunspección,  la  njesura  y  el  se- 
reno reposo,  que  cuadran  y  se  ajustan  tan  bien  con  la 
índole  del  hombre  de  Estado. 

Pero  el  nuevo  Académico  no  ha  lucido  sólo  en  las 
Asambleas  políticas  las  dotes  que  como  orador  le  distin- 
guen, sino  que,  durante  tres  años,  ante  numeroso  y 
complacido  concurso,  ha  dado  en  el  Ateneo  interesantes 
lecciones  sobre  La  libertad  política  en  Inglaterra^  las 
cuales,  con  aplauso  general  y  no  escaso  fruto  de  los  que 
estudian  seriamente  la  política,  corren  impresas  en  tres 
volúmenes.  En  ellos,  á  más  de  campear  las  excelencias 
que  ya  he  encomiado,  se  atesoran  no  pocas  noticias  his- 
tóricas para  la  generalidad  de  nuestros  compatriotas 
desconocidas,  y  muchas  advertencias  y  máximas,  sa- 
cadas con  tino  y  agudeza  de  los  mismos  hechos  que  se 
refieren. 

Entre  otros  trabajos  del  Conde,  es  muy  de  alabar  ade- . 
más  uno  bastante  extenso,  publicado  en  la  Revista  de 
España,  con  el  título  de  La  embajada  de  D.  Jorge 
Juan  en  Marruecos  y  en  el  cual,  no  sólo  se  descubren 
excelentes  condiciones  del  estilo  propio  para  la  narra- 
ción histórica,  sino  la  aptitud  didáctica,  sesuda  y  refle- 
xiva, de  que  el  autor  da  tantas  señales  en  las  precitadas 
lecciones. 

De  su  discurso  de  recepción  sería  petulancia  en  mí  el 
hacer  aquí  panegírico.  ¿Cuál  mejor  que  vuestro  aplauso? 
¿Qué  prueba  más  clara  de  su  mérito  que  el  deleite  é  in- 
terés incesante  con  que  le  habéis  oído? 

Grande  es  mi  deseo  de  contestar  dignamente  á  dicho 
discurso;  pero  ni  la  premura  del  tiempo,  ni  las  dolencias 
y  graves  disgustos  que  en  estos  días  me  han  aquejado, 


390 

ni  mi  falta  de  serenidad  y  de  paz  interior,  habrían  de 
consentirlo,  aunque  la  pobreza  de  mi  erudición  y  la  cor- 
tedad de  mi  entendimiento  no  lo  estorbasen. 

El  tema  sobre  que  versa  el  discurso  no  puede  serme 
más  simpático;  pero  esto  no  basta. 

Con  ocasión  de  que  las  mujeres  se  complacen  ahora  en 
asistir  á  estas  reuniones,  encarece  mi  amigo  y  compa- 
ñero la  capacidad  que  hay  en  ellas  para  el  cultivo  de  las 
letras  y  cuan  útil  y  conveniente  es  que  las  cultiven.  En 
todo  esto  mi  mente  se  halla  en  perfecta  consonancia  con 
la  suya.  Nada  diría  yo,  aunque  supiera  decirlo,  para  in- 
validar sus  razoncvS.  Lo  poco  que  yo  añada  será  para  es- 
forzarlas. 

El  ser  espiritual  de  la  mujer  no  me  parece,  con  todo, 
igual  al  del  hombre,  sino  radicalmente  distinto.  Lo  que 
el  espíritu  de  ellas  concibe  sería,  á  mi  ver,  monstruoso, 
si  no  diese  señales  de  que  es  de  mujer.  Mas  esta  des- 
igualdad no  implica  diferencia  de  valer,  ni  presupone 
inferioridad  mucho  menos.  La  diferencia  está  en  las 
condiciones  y  calidades;  en  algo  que  se  siente  de  un 
modo  confuso  y  que  es  difícil  de  determinar  y  de  ex- 
presar. 

Pero  la  diferencia  exisLe,  y,  aunque  no  sea  más  que 
por  esta  diferencia^  deben  escribir  las  mujeres.  Si  sólo 
escriben  los  hombres,  la  manifestación  del  espíritu  hu- 
mano se  dará  á  medias:  sólo  se  conocerá  bien  la  mitad 
del  pensar  y  del  sentir  de  nuestro  linaje.  En  los  pueblos 
donde  la  mujer  vive  envilecida  en  la  servidumbre,  y  no 
se  la  deja  educarse  y  saber,  la  civilización  no  llega  ja- 
más á  completo  florecimiento:  antes  de  llegar,  se  co- 
rrompe ó  se  marchita.  Es  como  si  al  alma  colectiva  de 
la  nación  ó  casta  donde  esto  ocurre  se  le  cortase  una  de 


391 
las  alas.  Es  como  ser  vivo  que  tiene  la  mitad  de  su  orga- 
nismo atrofiado  ó  inerte  por  la  parálisis. 

Si  el  alma  de  la  mujer  es  diferente  de  la  nuestra,  has- 
ta en  la  operación  más  inmaterial  debe  notarse.  Y  yo 
creo  justo  y  consolador  sostener  esta  diferencia.  Si  yo 
cayese  en  la  tentación  de  hacerme  espiritista  y  de  dar  fe 
á  la  palingenesia^  ^netempsicosis^  ó  como  quiera  llamar- 
se, imaginandp  que  renacemos  en  otros  astros  y  mundos 
de  los  que  pueblan  el  éter  insondable,  entendería  que  la 
mujer  siempre  quedaba  mujer;  pues  tendría  yo  una  de- 
sazón grandísima  si  me  volviese  á  hallar  en  Urano  ó  en 
Júpiter,  con  la  linda  señora  á  quien  hubiese  amado  en 
nuestro  planeta,  aunque  fuese  de  un  amor  más  platóni- 
co que  el  de  Petrarca  por  Laura,  convertida  en  caballe- 
ro, 6  en  algo  equivalente,  según  los  usos  de  por  allá. 

No  puede  ser  mero  accidente  orgánico  el  ser  de  un 
sexo  ó  de  otro,  sino  calidad  esencial  del  espíritu  que  in- 
forma el  cuerpo. 

Repito,  no  obstante,,  que  no  implica  esto  que  se  dé 
inferioridad  en  las  mujeres,  ni  en  el  alma  ni  en  los  ór- 
ganos que  la  sirven.  Los  españoles  nos  hemos  inclinado 
siempre  á  creerlas  superiores  en  todo.  El  sublime  con- 
cepto que  do  ellas  tenemos  se  cifra  en  cierta  sentencia 
que  Calderón,  no  una,  sino  varias  veces,  pone  en  boca 
de  sus  galanes: 

Que  si  el  hombre  es  breve  mundo, 
La  mujer  es  breve  cielo. 

Recuerdo  que  Juan  de  Espinosa,  en  cierto  diálogo  que 
escribió  en  laicde  de  las  mujeres^  titulado  Gi)mecepaenoSj 
se  extrema  en  ponderar  lo  superiores  que  son  en  todo 
las  mujeres,  valiéndose  para  ello  de  las  doctrinas  esco- 


-1' 


392 

lásticas,  de  la  historia,  de  la  teología  y  de  los  argumen- 
tos más  raros  y  sutiles.  Dice,  por  ejemplo,  con  darm-- 
nismo  profetice  y  piadoso,  que  Dios  sacó  de  lo  menos 
acabado  y  perfecto  lo  más  perfecto  y  acabado;  Del  hom- 
bre sacó  á  la  mujer,  no  sin  menoscabo  y  detrimento, 
pues  que  le  sacó  una  costilla;  y  de  la  mujer,  sin  detri- 
mento ni  menoscabo  alguno,  sacó  un  perfectísimo  va- 
rón, en  quien  quiso  humanarse.  01ra  observación  no  me- 
nos curiosa  del  Ginaecepaeno:^  es  que  el  hombre  fué  cita- 
do por  Dios  en  cualquiera  parte,  mientras  que  á  la  mu- 
jer la  creó  Dios  en  el  Paraíso. 

Dejando  á  un  lado  estas  cuestiones,  sobrado  profun- 
das, digo  que  la  mujer,  aun  cuando  no  escriba,  influye 
benéficamente  inspirando  lo  mejor  de  cuanto  se  escribe. 
¿Qué  poesía,  qué  drama,  qué  leyenda,  qué  novela,  no 
tiene  por  asunto  principal  el  amor  de  la  mujer?  Inspira- 
do por  su  amor  y  deseoso  de  conquistar  su  amor,  canta 
casi  siempre  el  poeta.  Mas  no  contentas  las  mujeres  con 
tanta  gloria,  no  satisfechas  de  inspirar  sólo,  han  queri- 
do y  debido  escribir  también,  á  fin  de  que  una  de  las  fa- 
ces de  nuestro  espíritu,  colectivamente  considerado,  no 
quede  en  la  sombra,  sin  dejar  rastro  y  sin  dar  razón  per- 
manente de  sí. 

El  nuevo  Académico,  concretándose  á  nuestra  patria, 
ha  hablado  con  elogio  merecido  y  ha  hecho  el  recuento 
de  las  mejores  escritoras  que  enriquecen  el  idioma  cas- 
tellano con  sus  producciones. 

Es  evidente  que,  en  un  discurso  que  por  fuerza  no  ha 
de  extenderse  demasiado,  no  puede  esto  hacerse  por  com- 
pleto. España  ha  sido  tierra  fecundísima  en  escritoras,  y 
el  Conde  de  Gasa-Valencia  ha  tenido  que  hablar  poco  de 
las  que  ha  hablado  y  que  dejar  de  hablar  de  muchas. 


393 

Con  más  reposo  y  tiempo  que  los  que  tengo  ahora,  no 
me  sería  difícil,  ya  que  no  completar,  añadir  algo,  ci- 
tando otras  autoras  de  la  época  cristiana;  y  hasta  ha- 
blando de  las  poetisas  muslímicas,  que  las  hubo  en  gran 
número  y  muy  notables. 

Un  compañero  nuestro,  el  Académico  correspondiente 
D.  Gumersindo  Laverde,  pronto,  por  dicha,  llenará  este 
Tacío.  Sé  que  renne  noticias  con  diligencia,  y  que  escri- 
be sobre  el  asunto.  Yo  espero  que  Dios  mejore  su  que- 
brantada salud,  así  por  lo  mucho  que  eslimo  y  quiero  á 
tan  laborioso,  entendido  y  modesto  amigo,  como  para 
que  el  público  goce  del  libro  que  acerca  ¿e  las  escritoras 
españolas  está  componiendo,  y  que  será  de  seguro  bueno 
y  provechoso,  como  toda  obra  suya. 

Quisiera  yo,  no  obstante,  añadir  aquí  algo,  sobre  lo 
que  ha  dicho  el  señor  Conde,  en  alabanza  de  nuestra  gran 
poetisa  Doña  Gertrudis  Gómez  de  Avellaneda;  pero  temo, 
repetir  lo  que  ya  en  algunos  escritos  míos,  á  que  me  re- 
mito, dije  de  sus  obras  líricas  y  de  alguna  dramática. 

La  premura  del  tiempo  me  incita  además  á  no  hablar 
de  la  gran  poetisa,  para  consagrarme  todo,  en  lo  que 
puedo  decir  aún  sin  fatigar  vuestra  atención,  á  otra  mu- 
jer, á  otra  poetisa  harto  más  asombrosa,  hija  de  nuestra 
España  y  una  de  sus  glorias  mayores  y  más  puras;  la 
cual,  aun  considerándolo  todo  profanamente,  rae  atrevo 
á  decir,  sin  pecar  de  hiperbólico,  q»e  vale  más  que  cuan- 
tas mujeres  escribieron  en  el  mundo. 

Mi  pluma  tal  vez  la  ofenda  por  torpe  é  inhábil;  pero 
mi  intento  es  sano  y  de  vivo  entusiasmo  nacido.  Mi  ad- 
miración y  mi  devoción  son  tales  que,  si  respondiese  mi 
capacidad  á  mi  afecto,  diría  yo  algo  digno  y  grande  en 
su  elogio. 


394 

Bien  pueden  nuestras  mujeres  de  España  jactarse  de 
esta  compatriota  y  llamarla  sin  par.  Porque,  á  la  altura 
de  Cervantes,  por  mucho  que  yo  le  admire,  he  de  poner 
á  Shakespeare,  á  Dante,  y  quizás  al  Ariosto  y  á  Camoens; 
Fenelon  y  Boásuet  compiten  con  ambos  Luises,  cuando 
no  se  adelantan  á  ellos;  pero  toda  mujer,  que  en  las  na- 
ciones de  Europa,  desde  que  son  cultas  y  cristianas,  ha 
escrito,  cede  la  palma  y  aun  queda  inmensamente  por 
bajo,  comparada  á  Santa  Teresa. 

Y  no  la  ensalzo  yo  como  un  creyente  de  su  siglo,  co- 
mo un  fervoroso  catóhco,  como  los  santos,  los  doctores  y 
los  prelados  sus  contemporáneos  la  ensalzaban.  No  voy 
á  hablar  de  ella  impulsado  por  la  fe  poderosa  que  alen- 
taba á  San  Pedro  Alcántara,  á  San  Francisco  de  Borja,  á 
San  Juan  de  la  Cruz,  al  venerable  Juan  de  Ávila,  4  Ba- 
ñes, á  Fr.  Luis  de  León,  al  P.  Gracián,  y  á  tantas  otras 
lumbreras  de  la  Iglesia  y  de  la  sociedad  española,  en  la 
edad  de  oro  de  nuestra  monarquía;  ni  con  el  candor 
con  que  la  amaban  y  veneraban  todos  aquellos  sen- 
cillos corazones  que  ella  robó  con  su  palabra  y  con  su 
trato  para  dárselos  á  su  Esposo  Cristo;  sino  desde  el 
punto  de  vista  de  un  hombre  de  nuestro  tiempo,  incré- 
dulo tal  veK,  con  otros  pensamientos,  con  otras  aspira- 
ciones, y,  como  ahora  se  dice,  con  otros  ideales. 

En  verdad  que  no  es  éste  el  punto  de  vista  mejor  para 
hablar  de  la  Santa;  pero  yo  apenas  puedo  tomar  otro. 
No  hay  método  además  que  no  tenga  sus  ventajas. 

Para  las  personas  piadosas  es  inútil  que  yo  me  esfuer- 
ce. Por  razones  más  altas  que  las  mías,  comparten  mi 
admiración.  Y  en  dicho  sentido,  nada  acertaría  á  escri- 
bir yo  que  ya  no  hubiesen  escrito  tantos  teólogos  y  doc- 
tores católicos  de  España,  Alemania,  Francia,  Italia  y 


395 

otras  naciones,  devotos  todos  de  la  admirable  monja  de 
Ávila,  y  que,  en  diversas  lenguas  y  en  épocas  distintas, 
elogiaron  sus  virtudes,,  contaron  su  vida  y  difundieron 
su  inspirada  enseñanza. 

Aunque  este  escrito  mío  no  fuese  improvisado,  aun- 
que me  diesen  años  y  no  horas  para,  escribirle,  nada 
nuevo  podría  añadir  yo  de  noticias  biográficas,  biblio- 
gráficas y  críticas,  después  de  la  edición  completa  de  las 
obras  de  la  Santa,  hecha  por  D.  Vicente  de  la  Fuente, 
con  envidiable  amor,  con  afanoso  esmero  y  con  saber 
profundo. 

Véome,  pues,  reducido  á  tener  que  hablar  de  la  Santa 
sólo  como  profano  en  todos  sentidos. 

Mis  palabras  no  serán  más  que  una  excitación  para 
que  alguien,,  con  la  ciencia  y  el  reposo  de  que  carezco, 
no  en  breve  disertación,  sino  en  libro,  exponga  por  ol 
método  que  hoy  priva  aquella  doctrina  suya,  que  Fray 
Luis  de  León  llamaba  la  mds  alta  y  más  generosa  filo-^ 
Sofía  que  jamás  los  hombres  imaginaron. 

Algo  de  esto  ha  hecho,  para  vergüenza  nuestra,  un 
escritor  francés,  Pablo  Rousselot,  en  libro  que  titula  Los 
místicos  españoles^  donde,  si  deja  mucho  que  desear,  aún 
nos  da  más  que  agradecer,  ya  que  ha  sido  el  primero  en 
tratar  el  asunto  como  filósofo,  moviendo  á  algunos  es- 
pañoles, á  par  que  á  impugnarle  y  completarle,  á  imitarle 
y  á  seguir  sus  huellas.  Tales  son  un  distinguido  compa- 
ñero nuestro,  que  no  nombro,  porque  está  presente  y 
ofendería  su  modestia,  y  el  filósofo  espiritualista  de  Bé- 
jar,  D.  Nicomedes  Martín  Mateos,  á  quien  me  complaz- 
co en  mentar  aquí  y  con  cuya  buena  amistad  me  honro. 

La  dificultad  de  decir  algo  nuevo  y  atinado  de  Santa 
Teresa  crece  al  considerar  lo  fecundo  y  vario  de  su  in- 


396 

genio  y  la  multitud  de  sus  escritos;  y  más  aún  si  tene- 
mos en  cuenta  que  su  filosofía,  la  más  alta  y  más  gene- 
rosa^ no  es  mera  especulación,  sino  que  se  transforma 
en  hechos  y  toda  se  ejecuta.  No  es  misticismo  inerte, 
egoísta  y  solitario  el  suyo,  sino  que  desde  el  centro  del 
alma,  la  cual  no  se  pierde  y  aniquila  abrazada  con  lo 
infinito,  sino  que  cobra  mayor  aliento  y  poder  en  aquel 
abrazo;  desde  el  éxtasis  y  el  arrobo;  desde  la  cámara  del 
YÍno  donde  ha  estado  ella  regalándose  con  el  Esposo,  sale, 
porque  él  le  ordena  la  caridad^  y  es  Marta  y  María  jun- 
tamente; y  embriagada  con  el  vino  suavísimo  del  amor 
de  Dios,  arde  en  amor  del  prójimo  y  se  afana  por  su 
bien,  y  ya  no  muere  porque  no  muere^  sino  que  anhela 
vivir  para  serle  útil,  y  padecer  por  él,  y  consagrarle 
toda  la  actividad  de  su  briosa  y  rica  existencia. 

Pero  aun  prescindiendo  aquí  de  la  vida  activa  de  la 
Santa  y  hasta  de  los  preceptos  y  máximas  y  exhortacio- 
nes con  que  se  prepara  á  esta  vida  y  prepara  á  los  que  la 
siguen,  lo  cual  constituye  una  admirable  suma  de  moral 
y  una  sublime  doctrina  ascética,  ¡cuánto  no  hay  que  ad- 
mirar en  los  escritos  de  Santa  Teresa! 

Divertida  y  embelesada  la  atención  en  tanta  riqueza  y 
hermosura  como  contienen,  no  sabe  el  pensamiento  dón- 
de fijarse,  ni  por  dónde  empezar,  ni  acierta  á  poner  or- 
den en  las  palabras. 

Á  fin  de  decir,  sin  emplear  muchas,  algo  digno  de  es- 
ta mujer,  sería  necesario,  aunque  fuese  en  grado  ínfimo, 
poseer  una  sombra  siquiera  de  aquella  inspiración  que 
la  agitaba  y  que  movía  al  escribir  su  mente  y  su  mano; 
un  asomo  de  aquel  estro  celestial  de  que  las  sencillas 
hermanas,  sus  compañeras,  daban  testimonio,  diciendo 
que  la  veían  con  grande  y  hermoso  resplandor  en  la 


397 

cara,  conforme  estaba  escribiendo,  y  que  la  mano  la 
llevaba  tan  ligera  que  parecía  imposible  que  natural- 
mente pudiera  escribir  con  tanta  velocidad,  y  que  esta- 
ba tan  embebida  en  ello  que,  aun  cuando  hiciesen  ruido 
por  allí,  nunca  por  eso  lo  dejaba  ni  decía  la  estorbasen. 

No  traigo  aquí  esta  cita  como  prueba  de  milagro,  sino 
como  prueba  candorosa  de  la  facilidad,  del  tino,  del  inex- 
plicable don  del  cielo  con  que  aquella  mujer,  que  no  .sa- 
bía gramática  ni  retórica,  que  ignoraba  los  términos  de 
la  escuela,  que  nada  había  estudiado  en  suma,  adivina- 
ba la  palabra  más  propia,  formaba  la  frase  más  conve- 
niente, hallaba  la  comparación  más  idónea  para  expre- 
sar los  conceptos  más  hondos  y  sutiles,  las  ideas  más 
abstrusas  y  los  misterios  más  recónditos  de  nuestro  ínti- 
mo ser. 

Su  estilo,  su  lenguaje,  sin  necesidad  del  testimonio  de 
las  hermanas,  á  los  ojos  desapasionados  de  la  crítica  más 
fría,  es  un  milagro  perpetuo  y  ascendente.  Es  un  mila- 
gro que  crece  y  llega  á  su  colmo  en  su  último  libro,  en 
la  más  perfecta  de  sus  obras:  en  El  Castillo  interior  ó  las 
Moradas. 

La  misma  Santa  lo  dice:  El  platero  que  ha  fabricado 
esta  joya  sabe  ahora  más  de  su  arte.  ¡En  el  oro  fino  y 
aquilatado  de  su  pensamiento,  cuan  diestramente  engar- 
za los  diamantes  y  las  perlas  de  las  revelaciones  divinas! 
Y  este  diestro  artífice  era  entonces,  como  dice  el  Sr.  La 
Fuente,  <una  anciana  de  sesenta  y  dos  años,  maltratada 
por  las  penitencias,  agobiada  por  enfermedades  cróni- 
cas, medio  paralítica,  con  un  brazo  roto,  perseguida  y 
atribulada,  retraída  y  confinada  en  un  convento  harto 
pobre,  después  de  diez  años  de  una  vida  asendereada  y 
colmada  de  sinsabores  y  disgustos.» 


398 

Así  escribió  su  libro  celestial.  Así,  con  infalible  acier- 
to, empleó  las  palabras  de  nuestro  hermoso  idioma,  sin 
adorno,  sin.  artificio,  conforme  las  había  oído  en  boca 
del  vulgo,  en  explicar  lo  más  delicado  y  obscuro  de  la 
mente;  en  mostrarnos,  con  poderosa  magia,  el  mundo 
interior,  el  cielo  empíreo,  lo  infinito  y  lo  eterno,  que 
están  en  el  abismo  del  alma  humana,  donde  el  mismo 
Dios  vive. 

Su  confesor  el  P.  Gracián  y  otros  teólogos,  con  sa- 
na intención  sin  duda,  tacharon  frases  y  palabras  de  la 
Santa  y  pusieron  glosas  y  otras  palabras;  pero  el  gran 
maestro  en  teología,  en  poesía  y  en  habla  castellana, 
Fr,  Luis  de  León,  vino  á  tiempo  para  decir  que  se  po- 
drían excusar  las  glosas  y  las  enmiendas,  y  para  avisar 
á  quien  lej^ere  El  Castillo  interior  <que  lea  como  escri- 
bió la  Santa  Madre,  que  lo  entendía  y  decía  mejor,  y 
deje  todo  lo  añadido;  y  lo  borrado  de  la  letra  de  la  San- 
ta délo  por  no  borrado,  si  no  fuere  cuando  estuviere  en- 
mendado ó  borrado  de  su  misma  mano,  que  es  pocas  ve- 
ces. >  Y  en  otro  lugar  dice  el  mismo  Fr.  Luis,  en  loor 
de  la  escritora,  y  censurando  á  los  que  la  corrigieron: 
<Que  hacer  mudanza  en  las  cosas  que  escribió  un  pecho 
en  quien  Dios  vivía,  y  que  se  presume  le  movía  á  escri- 
birlas, fué  atrevimiento  grandísimo,  y  error  muy  feo  que- 
rer enmendar  las  palabras;  porque,  si  entendieran  bien 
castellano,  vieran  que  el  de  la  Madre  es  la  misma  ele- 
gancia. Que  aunque  en  algunas  partes  de  lo  que  escri- 
be, antes  que  acabe  la  razón  que  comienza,  la  mezcla  con 
otras  razones,  y  rompe  el  hilo  comenzando  muchas  veces 
con  cosas  que  ingiere;  mas  ingiérelas  tan  diestramente 
y  hace  con  tan  buena  gracia  la  mezcla,  qu^ese  mismo 
vicio  le  acarrea  hermosura.  > 


399 

Entiendo  yo,  señores,  por  todo  lo  expuesto,  y  por  la 
atenta  lectura  de  los  libros  de  la  Santa,  y  singularmente 
de  El  Castillo  interior^  que  el.  hechizo  de  su  estilo  es  pas- 
moso, y  que  sus  obras,  aun  miradas  sólo  como  dechado 
y  modelo  de  lengua  castellana,  de  naturalidad  y  gracia 
en  el  decir,  debieran  andar  en  manos  de  todos  y  ser  más 
leídas  de  lo  que  son  en  nuestros  tiempos. 

Tuve  yo  un  amigo,  educado  á  principios  de  este  siglo 
y  con  todos  los  resabios  del  enciclopedismo  francés  del 
siglo  pasado,  que  leía  con  entusiasmo  á  Santa  Teresa  y 
á  ambos  Luises,  y  me  decía  que  era  por  el  deleite  que 
le  causaba  la  dicción  de  estos  autores;  pero  que  ól  pres- 
cindía del  sentido,  que  le  importaba  poquísimo.  El  ra- 
zonamiento de  mi  amigo  me  parecía  absurdo.  Yo  no 
comprendo  que  puedan  gustar  frases  ni  períodos,  por 
sonoros,  dulces  ó  enérgicos  que  sean,  si  no  tienen  sen- 
tido, ó  si  del  sentido  se  prescinde  por  anacrónico,  eno- 
joso ó  pueril.  Y  sin  callarme  esta  opinión  mía,  y  mos- 
trándome entonces  tan  poco  creyente  como  mi  amigo, 
afirmaba  yo  que  así  en  las  obras  de  ambos  Luises,  como 
en  las  de  Santa  Teresa,  aun  renegando  de  toda  religión 
positiva,  aun  no  creyendo  en  lo  sobrenatural,  hay  toda- 
vía mucho  que  aprender  y  no  poco  de  qué  maravillarse; 
y  que,  sino  fuese  por  esto,  el  lenguaje  y  el  estilo  no  val- 
drían nada,  pues  no  se  conciben  sin  pensamientos  ele- 
vados y  contenido  substancial,  y  sin  sentir  conforme  al 
nuestro,  esto  es,  humano  y  propio  y  vivo  siempre  en  to- 
das las  edades  y  en  todas  las  civilizaciones,  mientras 
nuestro  ser  y  condición  natural  duren  y  persistan. 

Pasando  de  lo  general  de  esta  sentencia  á  su  aplica- 
ción á  las  obras  de  la  Santa,  ¿qué  duda  tiene  que  hay  en 
todas  ellas,  en  la  Vida^  en  El  Camino  de  perfección^  en 


n 


400 

los  Conceptos  de  amor  divino  y  on  las  Carian  y  en  Las 
Moradas,  un  interés  inmortal,  un  valer  imperecedero,  y         , 
verdades  que  no  se  negarán  nunca,  y  bellezas  de  fondo, 
que  las  bellezas  de  la  forma  no  mejoran  sino  hacen  pa- 
tentes V  visibles? 

La  teología  mística,  en  lo  esencial,  y  dentro  de  la  más 
severa  ortodoxia  católica,  tenía  que  ser  la  misma  en  io- 
dos los  autores;  pero  ¿cuánta  originalidad  y  cuánta  no- 
vedad no  hay  en  los  métodos  de  explicación  de  la  cien- 
cia? ¿Qué  riqueza  de  persamientos  no  cabe  y  no  se  des- 
cubre en  los  caminos  por  donde  la  Santa  llega  á  la  cien- 
cia, la  comprende  y  la  enseña  y  declara?  Para  Santa  Te-        1 
resa  es  todo  ello  una  ciencia  de  observación,  que  descu-        i 
bre  ó  inventa,  digámoslo  así,  y  lee  en  sí- misma,  en  el        ] 
seno  más  hondo  de  su  espíritu,  hasta  donde  llega,  atra- 
vesando la  obscuridad,  iluminándolo  todo  con  luz  cla- 
ra, y  estudiando  y  reconociendo  su  ser  interior,  sus  fa- 
cultades y  potencias,  con  tan  aguda  perspicacia,  que  no 
hay  psicólogo  escocés  que  la  venza  y  supere. 

Rousselot  concede  á  nuestros  místicos,  y  sobre  todo  á 
Santa  Teresa,  este  gran  valor  psicológico:  la  compara 
con  Descartes:  dice  que  Leibnitz  la  admiraba;  pero  Rous- 
selot niega  casi  la  transcendencia,  la  virtud,  la  inspira- 
ción metafísica  de  la  Santa. 

Pantos  son  éstos  tan  difíciles,  que  ni  son  para  trata- 
dos de  ligera,  ni  por  pluma  tan  mal  cortada  ó  inteligen- 
cia tan  baja  como  la  mía. 

Me  limitaré  sólo  á  decir,  no  que  sé  y  demuestro,  sino 
que  creo  y  columbro  en  Los  Moradas,  la  más  pene- 
trante intuición  de  la  ciencia  fundamental  y  transcen- 
dente; y  que  la  Santa,  por  el  camino  del  conocimiento 
propio,  ha  llegado  á  la  cumbre  de  la  metafísica,  y  tiene 


401 

la  visión  intelectual  y  pura  de  lo  absoluto.  No  es  el  es- 
tilo, no  es  la  fantasía,  no  es  la  virtud  de  la  palabra  lo 
que  nos  persuade,  sino  la  sincera  ó  irresistible  aparición 
de  la  verdad  en  la  palabra  misma. 

El  alma  de  la  Santa  es  un  alma  hermosísima,  que  ella 
nos  muestra  con  sencillo  candor:  ésta  es  su  psicología; 
pero  hundiéndose  luego  la  Santa  en  los  abismos  de  esa 
alma,  nos  arrebata  en  pos  de  sí,  y  ya  no  es  su  alma  lo 
que  vemos,  sin  dejar  de  ver  su  alma,  sino  algo  más  in- 
menso que  el  éter  infinito,  y  más  rico  que  el  universo, 
y  más  luminoso  que  un  mar  de  soles.  La  mente  se  pier- 
de y  se  confunde  con  lo  divino;  mas  rio  queda  allí  ani- 
quilada é  inerte:  allí  entiende  aunque  es  pasiva;  pero 
luego  resurge  y  vuelve  al  mundo  pequeño  y  grosero  en 
que  vive  con  el  cuerpo,  corroborada  por  aquel  baño  ce- 
lestial, y  capacitada  y  pronta  para  la  acción,  para  el 
bien  y  para  las  luchas  y  victorias  que  debe  empeñar  y 
ganar  en  esta  existencia  terrena. 

Lo  que  la  Santa  escribe  como  quien  cuenta  una  pere- 
grinación misteriosa;  lo  que  refiere  como  refiere  el  via- 
jero lo  que  ha  visto,  cuando  vuelve  de  su  viaje,  no  ga- 
naría, á  mi  ver,  reducido  á  un  orden  dialéctico;  antes 
perdería:  pero  sería,  sin  duda,  provechoso  que  persona 
hábil  acertase  á  hacer  este  estudio  para  probar  que  hay 
una  filosofía  de  Santa  Teresa. 

Yo,  señores  Académicos,  deseoso  de  responder  pronto 
y  lo  menos  mal  que  pudiera  á  mi  pariente  y  amigo,  me 
comprometí  para^hacerlo  hoy,  sin  contar  con  los  males 
y  desazones  que  en  estos  días  han  caído  sobre  mí.  He 
tenido  poco  tiempo  de  que  disponer:  tres  días  no  más. 
Por  estp  he  sido  más  desordenado  é  incoherente  que  de 
costumbre.  Vosotros,  con  vuestra  indulgencia  acostum- 


f 


402 

brada,  me  lo  perdonaréis.  Así  me  lo  perdone  también 
este  escogido  auditorio,  y  el  publico  luego. 

La  misma  priesa  me  ha  hecho  ser  más  extenso  de  lo 
que  pensaba.  Para  decir  algo  sin  escribir  ó  hablar  mu- 
cho, se  requiere  ó  tiempo  y  meditación*  ó  gran  brío  de 
la  mente:  y  todo  me  ha  faltado. 

*  Por  dicha,  el  Conde  de  Gasa- Valencia,  con  el  discur- 
so qué  leyó  antes,  recompensó,  con  paga  adelantada  y 
no  viciosa,  la  paciencia  que  gastasteis  en  oirme;  y  ño 
dudo  que  seguirá  pagando  este  favor,  auxiliándonos  en 
nuestras  tareas,  con  la  discreción  y  laboriosidad  que  le 
son  propias  y  con  la  erudición  y  el  ingenio  de  que  nos 
ha  dado  hoy  gallarda  muestra. 


DISCURSO 


DEL 


EscMo.  Se.  D.  TOMÁS  DE  CORRAL  Y  OM 

MARQUÉS   DE   SAN   GREGORIO  (4). 


Señor: 

Guando  la  Real  Academia  Española  tuvo  á  bien  ele- 
girme individuo  de  su  número,  decía  yo  á  su  ilustre  Di- 
rector que  me  faltaban  medios  de  expresión  para  agra- 
decer debidamente  tan  señalada  merced.  Si  entonces,  en 
la  tranquilidad  del  hogar  doméstico  y  en  el  retiro  de] 
estudio,  no  encontraba  palabras  para  manifestar  mi  gra- 
titud, ¿cómo  podré  tenerlas  en  este  solemne  momento 
ante  la  Augusta  presencia  de  Vuestra  Majestad,  partici- 
pando, sin  merecerlo,  de  la  alta  honra  que  se  digna  dis- 
pensar á  la  Academia  maestra  del  buen  decir,  como 
prueba  relevante  del  amor  que  Vuestra  Majestad  profesa 
á  las  ciencias,  á  las  letras  y  á  las  artes,  y  de  su  protec- 
ción á  los  que  las  cultivan?  Sean,  Señor,  la  emoción  que 
perturba  mi  ánimo  y  el  silencio  la  expresión  más  elo- 
cuente de  mi  profundo  respeto  é  inalterable  lealtad. 

(4)  Lo  leyó  en  Junta  pública  de  la  Real  Academia  Española,  celebrada 
el  8  de  JQoio  de  1879,  al  tomar  posesión  de  sa  plaza  de  Académico  de  nú- 
mero. Honró  esta  Junta  con  sn  presencia  S.  M.  el  Rey  D.  Alfonso  XIL 


404 

Ruego  á  Vuestra  Majestad  se  digne  de  otorgarme  su 
excelsa  venia  para  leer  el  discurso  prevenido  por  los 

Estatutos. 


Declaro  que  de  largo  tiempo  había  llamado  poderosa- 
mente mi  atención  la  gloria  del  que  logra  ocupar  un  si- 
tio entre  los  doctos  en  el  habla  castellana;  y  declaro 
también  que  nunca  me  había  atrevido,  no  digo  á  pedir, 
pero  ni  aun  á  desear  distinción  tan  envidiable,  recono- 
ciéndome falto  de  merecimientos  para  subir  á  la  altura 
de  la  Real  Academia  Española.  Fué  necesaria  la  caj:iño- 
sa  iniciativa  de  un  Académico  (^)  para  que,  pagando  mi 
tributo  á  la  debilidad  humana,  me  decidiera  á  transmi- 
tir al  preclaro  amigo  la  representación  de  mi  humilde 
personalidad,  á  fin  de  que  en  unión  de  dos  Académicos, 
tan  bondadosos  como  esclarecidos  (2),  anunciase  á  la 
Real  Academia  que  solicitaba  sus  sufragios  y  su  bene- 
volencia. Dado  este  paso,  ya  no  era  posible  volver  atrás; 
que  si  lo  fuera,  quizá  habría  suplicado  á  la  Real  Acade- 
mia que  me  permitiera  declinar  la  honra  de  entrar  en  el 
preciado  concurso. 

Recibí  el  voto  de  la  Real  Academia  con  respetuosa 
gratitud,  y  á  la  par  con  el  sentimiento  de  ver  mi  peque- 
nez al  lado  de  tanta  grandeza.  Tranquilíceme,  sin  em- 
bargo, y  no  poco,  al  considerar  que  sin  duda  la  sabia 
Academia  había  creído  que  en  una  ú  otra  ocasión  podría 
yo  servir  de  auxihar  en  aquellos  trabajos  que  se  rela- 
cionan con  la  tecnología  de  mis  estudios  especiales. 

Soy,  pues,  un  auxiliar  modesto  que  todavía  podrá 

(4)    El  Excmo.  Sr.  D.  Tomás  Rodríguez  Rubí. 

(2)    Los.Excmos.  Srcs.  Conde  de  Clieste  y  D.  Manuel  Sil  vela. 


405 

conseguir  participación,  siquiera  minina,  en  las  glorias 
académicas;  déla  propia  manera  que  la  puede  conseguir 
en  las  del  genio  del  arte,  el  obrero  que  labra  el  mármol 
para  el  monumento  histórico;  y  en  las  del  genio  de  la 
guerra,  el  soldado  que  con  sólo  obedecer  contribuye  á 
la  victoria. 

Y  como  en  este  día  sea  indispensable,  en  obtempera- 
ción  á  los  Estatutos,  que  al  propio  tiempo  que  el  electo 
presenta  su  ofrenda  de  gracias  por  la  merced  recibida, 
exponga  un  punto  de  los  que  versan  sobre  el  objeto  en 
que  se  ocupa  la  docta  Corporación,  dedicaré,  antes  de 
cumplir  con  esto  deber  y  siguiendo  loabilísima  costum- 
bre, algunas  frases  á  la  buena  memoria  de  mi  digno  pre- 
decesor en  el  sillón  académico,  D.  Francisco  Gutanda. 

Ha  transcurrido  más  de  media  centuria  desde  la  época 
en  que  frecuentaba  las  aulas  de  la  primera  Universidad 
de  Madrid  esplendente  pléyada  de  jóvenes  que  fueron 
después  orgullo  y  ornamento  de  la  patria  en  las  diver- 
sas carreras  del  Estado.  Tres  se  han  sentado  en  esta 
Academia:  Olózaga,  gala  y  lustre  de  la  elocuencia  en  las 
Cortes;  Escosura,  orador  notable  y  escritor  fácil  y  casti- 
zo, y  Cutanda,  distinguido  jurisconsulto  y  escritor  puro 
y  correcto,  de  gusto  delicado  y  sabroso  aticismo. 

Oía  por  entonces  Gutanda  Instituciones  filosóficas  para 
oir  más  adelante  Facultad,  y  ya  se  descubrían  en  el 
adolescente  claro  talento,  decidido  amor  al  estudio, 
constante  aplicación  y  juicio  superior  á  sus  cortos  años, 
realzadas  tan  ventajosas  disposiciones  por  educación  es- 
merada. 

Todos  saben  lo  que  fué  después  D.  Francisco.  Brilla- 
ron en  el  foro  sus  vastos  conocimientos  y  dotes  orato- 
rias; en  la  Academia  y  en  la  prensa  sus  trabajos  litera- 


406 

rios,  y  en  la  vida  pública  y  en  la  íntima  del  hogar  sus 
excelentes  cualidades. 

Y  ahora  expondré  algunas  consideraciones  acerca  de 
ia  concordancia  lógica  del  pensamiento  con  su  expresión; 
que  de  intento  deliberado  y  conociendo  sobradamente 
que  desoigo  en  momentos  solemnes  y  críticos  los  sanos 
consejos  del  preceptista  latino,  he  tomado  este  asunto 
por  parecerme  menos  desproporcionado  á  la  escasez  de 
mis  fuerzas. 

I. 

Existen  las  ideas  en  la  región  intelectiva  regidas  por 
dos  leyes  necesarias:  la  de  relación  y  la  de  representa- 
ción. La  primera  une,  separa  y  clasifícalas  ideas,  distri- 
Imyóndolas  en  grupos  lógicos  y  unidades  definidas;  y  la 
segunda  les  da  forma  en  un  habla  íntima,  propiedad 
absoluta  de  la  conciencia,  donde  se  distinguen  el  sujeto 
y  el  atributo,  el  nexo  de  estos  dos  elementos,  la  unidad 
lógica  ó  proposición^  la  f'rase  ó  serie  de  proposiciones, 
y,  por  último,  el  discurso  ó  serie  de  frases.  Y  todavía 
por  encima  de  estas  operaciones  de  comparación,  de  jui- 
cio y  de  forma  interior  se  halla  un  criterio  supremo, 
destello  de  la  Luz  Divina,  que  abraza  y  penetra  con  su 
prepotencia  todo  lo  pensado,  y  abstrae,  generaliza,  unl- 
versaliza y  categoriza,  instituyendo  así  la  unidad  inte- 
lectual. 

Una  necesidad,  producto  del  ejercicio  de  las  faculta- 
dles mentales,  determina  la  expresión  del  pensamiento, 
porque  no  basta  la  contemplación  de  lo  que  pasa  en  el 
misterio  de  nuestra  conciencia  para  cumplir  lo  que  co- 
rresponde á  la  finalidad  de  nuestro  ser. 

Verifícase,  por  lo  tanto,  en  el  orden  sensible  la  mani- 


407 
festación  de  las  ideas  con  sus  relaciones,  y  esta  interpre- 
tación fhermeneiaj  debe  considerarse  como  la  explica- 
ción de  lo  que  se  siente  y  de  lo  que  se  piensa. 

Variadas  son  las  formas  de  la  exposición  hermenéuti- 
ca. El  movimiento,  la  quietud,  las  diversas  actitudes  del 
cuerpo,  la  fisonomía  y  la  phonesis  indistinta  expresan 
los  dos  grandes  tipos  afectivos:  el  placer  y  el  dolor.  La 
fisonomía,  con  particularidad,  e^s  susceptible  de  movi- 
mientos delicadísimos  con  los  cuales  se  representan 
ciertas  sensaciones  y  ciertos  afectos  con  tanta  fidelidad 
como  con  la  palabra.  Una  mirada,  un  movimiento  de 
los  labios  apenas  perceptible  pintan  á  veces  de  una  ma- 
nera admirable  sentimientos  que^  se  agitan  en  nuestro 
interior.  El  arte  en  todas  sus  manifestaciones  es  también 
el  habla  de  la  inteligencia;  y  hasta  el  silencio  mismo  y 
un  estado  pasivo  del  individuo  son  un  medio  poderoso  de 
expresión. 

Pero  estas  formas  diferentes  de  la  hermeneia  no  son 
bastantes  á  exteriorizar  todo  lo  que  hay  de  intelectual 
y  afectivo  dentro  de  nosotros.  Se  necesita,  pues,  de  un 
medio  más  potente  que  exprese  las  ideas  con  todas  sus 
relaciones,  que  sea  la  representación  del  pensamiento 
con  todas  sus  condiciones  lógicas,  y  que  nos  dé  á  cono- 
cer, sin  el  menor  asomo  de  obscuridad,  lo  abstracto,  lo 
general,  lo  universal  y  lo  categórico.  Este  medio  se  ha- 
lla en  la  phonesis  articulada  y  en  la  escritura. 

Sólo  por  el  camino  de  la  Filosofía  puede  llegarse  has- 
ta el  conocimiento  de  las  leyes  que  presiden  á  Ja  consti- 
tución del  habla.  Apoderándose  de  los  hechos  históricos 
y  estudiándolos  en  su  origen  y  sucesión,  puede  decirnos 
la  ciencia-madre  cómo  ha  nacido  la  palabra  en  virtud 
de  una  disposición  ingénita  y  de  una  lógica  espontánea, 


408 

casi  inconsciente;  cómo  la  raíz,  primer  elemento,  mate- 
ria prima  del  habla,  informe  y  vaga  en  el  orden  inteli- 
gible, ha  ido  desenvolviéndose  y  manifestándose  en  el 
orden  sensible;  cómo  la  palabra  ha  pasado  del  estado  de 
germen,  in  potentia^  al  de  evolución,  m  actu^  adquirien- 
do la  forma  conveniente  para  la  expresión  de  la  idea  y  á 
la  vez  el  carácter  de  elemento  gramatical;  cómo  se  han 
concertado  los  diversos  elementos  para  producir  y  poner 
de  manifiesto  la  unidad  necesaria  de  las  ideas;  y  cómo, 
finalmente,  el  habla,  organizada  ya,  ajustada  á  las  leyes 
de  la  Lógica  formal,  y  adornada  además  con  las  galas 
del  acento,  de  la  cantidad,  de  la  medida,  del  número  y 
del  ritmo,  ha  representado  siempre  el  grado  de  civiliza- 
ción de  los  pueblos,  caminando  al  compás  de  su  grande- 
za, de  su  decadencia  y  de  su  historia. 

La  Filosofía  puede  señalarnos  las  diversas  formas  pho- 
Héticas  y  el  organismo  sucesivo  de  la  proposición,  de  la 
frase  y  del  discurso,  realizándose  asi  la  unidad  lógica 
exterior  como  expresión  acabada  del  pensamiento.  Y 
aquí  se  ve  cómo  dentro  y  fuera  del  individuo  existe  la 
unidad,  ideal  en  el  primer  caso,  sumándose  el  sujeto 
pensante  con  el  objeto  pensado;  y  real  en  el  segundo, 
sumándose  el  sujeto  gramatical  con  el  predicado,  me- 
diante un  lazo  que  es  el  espíritu  del  habla.  Las  ideas  se 
hallan  en  la  mente  compenetradas;  pero  en  su  exposi- 
ción deben  colocarse  necesariamente  las  palabras  en 
un  orden  determinado  por  el  tiempo  y  por  el  espacio, 
pues  no  es  posible  su  penetración.  Así  es  que  la  unidad 
es  absoluta  en  la  inteligencia,  mientras  que  la  unidad 
exterior  es  solamente  relativa,  como  que  está  sujeta  á  la 
sucesión  y  al  enlace  de  los  elementos  de  la  proposición  y 
de  los  miembros  de  la  frase.  Y  á  pesar  de  esta  disposi- 


409 

ción  necesaria,  es  tal  ía  magia  del  habla,  debida  á  la  re- 
lación lógica  de  sus  partes,  que  por  más  que  éstas  apa- 
rcíícan  separadas  en  el  espacio  y  en  el  tiempo,  la  inteli- 
gencia percibe  sin  esfuerzo  la  unidad  apenas  se  ha  ma- 
nifestado el  pensamiento,  y  más  de  una  vez  adivina  todo 
el  concepto  con  la  enunciación  de  una  sola  de  las  partes 
de  la  fórmula  que  lo  representa.  Tan  irresistible  es  la 
fuerza  que  eslabona  los  miembros  de  Xaphofiesis.  Y  esto 
nace  de  que  la  Lógica  sensible  está  en  perfeota  conso- 
nancia con  la  suprasensible. 

Deseo,  Señor,  presentar  á  la  alta  consideración  de 
Vuestra  Majestad  un  ejemplo  felicísimo  de  esta  conso- 
nancia de  lo  pensado  y  de  lo  expresado. 

¿Qué  pasa  allá  en  lo  recóndito  de  la  conciencia  de  Se- 
gismundo cuando  contempla  sus  dos  vidas,  la  una  en  la 
mazmorra  y  la  otra  junto  al  trono?  En  la  vida  nueva, 
¿hay  verdad  ó  hay  error?  ¿hay  realidad  ó  ha^v^  apariencia? 
Él  cree  que  es  un  sueño;  pero  Rosaura  le  dice  que  no,  y 
en  esta  oposición  de  ideas  que  inquietan  el  sentido  ínti- 
mo del  príncipe,  en  esta  duda  que  agita  su  mente  y  casi 
la  anubla,  es  indispensable  formular  un  juicio  que  enla- 
zando la  realidad  y  el  sueño  produzca  una  determina- 
ción interna  y  un  acto  exterior.  Véase  cómo  pinta  el  ge- 
nio de  Calderón  la  duda  que  conmueve  el  ánimo  de  Se- 
gismundo en  el  aparte  del  diálogo  con  Rosaura  (^): 

«Si  soué  aquella  grandeza 
En  que  me  vi,  ¿cómo  ahora 
Esta  mujer  me  refiere 
Unas  señas  tan  notorias? 
Luego  fué  verdad,  no  sueno; 
Y  si  fué  verdad  (que  es  otra 

{\)    La  villa  es  sueñOy  jornada  III,  escena  X. 


410 

Confusión,  y  no  menor), 
¿Cómo  mi  vida  le  nombra 
Sueño? » 

La  Lógica  conduce  á  Segismundo  como  por  la  mano 
á  la  aproximación  de  las  dos  tesis  opuestas,  y  el  prota- 
gonista sigue  diciendo  con  inimitable  valentía  en  el  ra- 
zonar: 

(í Pues  ¿tan  parecidas 

Á  los  suefios  son  las  glorias, 

Que  las  verdaderas  son 

Tenidas  por  mentirosas, 

Y  las  fingidas  por  ciertas? 

jTan  poco  hay  de  unas  á  otras, 

Que  hay  cuestión  sobre  saber 

Si  lo  que  se  ve  y  se  goza 

Es  mentira  ó  es  verdad! 

¿Tan  semejante  es  la  copia 

Al  original,  que  hay  duda 

En  saber  si  es  ella  propia?! 

Después  de  esta  deducción  rigorosa,  es  fuerza  con- 
vertir en  hecho  exterior  la  determinación  interna,  la 
cual  es  la  resultante  necesaria  de  un  juicio  cuyos  térmi- 
nos son  la  tesis  y  la  antítesis,  v  el  razonamiento  conclu- 
ye  con  esta  resolución  definitiva  y  práctica: 

«Pues  si  es  asi,  y  ha  de  verse 
Desvanecida  entre  sombras 
La  grandeza  y  el  poder, 
La  majestad  y  la  pompa, 
Sopamos  aprovechar 
Este  ralo  que  nos  toca, 
Pues  sólo  so  goza  en  ella 
Lo  que  entre  sueños  se  goza.» 

Aquí  está  sintetizada  la  concepción  filosófica  del  dra- 


411 

ma;  aquí  están  concordadas  las  dos  unidades:  la  inteli- 
gible y  la  sensible. 

U. 

Previas  estas  ideas  generales  acerca  de  la  armonía  del 
pensamiento  y  de  su  expresión,  entro  desde  luego  en  el 
análisis  lógica  del  habla,  subiendo  en  brevísimo  tiempo 
desde  sus  elementos  hasta  sus  formas  más  acabadas. 

¿Cómo  nace  una  lengua?  Imposible  es  penetrar  en  la 
obscuridad  da  las  edades,  allende  la  leyenda  y  la  tradi- 
ción, para  contestar  á  esta  pregunta.  Más  acá,  ya  en  los 
tiempos  históricos,  vemos  que  los  filósofos  han  andado 
muy  divididos  en  la  indagación  de  este  negocio.  Pitágo- 
ras,  Heráclito,  Platón,  Hipócrates  y  Epicuro  creían  que 
las  palabras  estaban  en  la  naturaleza  ligadas  necesaria- 
mente con  la  esencia  de  las  cosas.  Platón  iba  más  allá: 
concedía  al  habla  un  origen  autocrático,  viendo  en  las 
palabras  elementos  fundamentales  y  necesarios  emana- 
dos del  legislador,  que  es  el  que  impone  á  las  cosas  el 
nombre  que  existe  en  ellas  con  condiciones  de  inmanen- 
cia; y  llegando  hasta  pensar  en  que  algunas  palabras,  de 
entre  las  que  significan  ideas  eternas,  parecían  forma- 
das por  un  poder  divino  W. 

Hipócrates  asienta  que  las  palabras  están  adheridas  á 
la  naturaleza  mediante  cierta  ley,  y  que  las  realidades 
de  las  cosas  no  proceden  de  los  nombres  sino  de  la  natu- 
raleza misma;  resolviendo  de  plano  hace  veintitrés  si- 
glos la  famosa  cuestión  del  realismo  y  del  nominalismo 
agitada  en  las  escuelas  de  la  Edad  Media  (2). 

Epicuro  es,  si  cabe,  más  explícito.  Dice  que  en  el  ori- 

{\)     Diálogos. — Cralylo. 
(4)     Del  Arle. 


412 

gen  de  las  lenguas  no  se  dieron  nombres  á  las  cosas  en 
fuerza  de  una  convención,  sino  que  la  Humanidad  formó 
espontáneamente  las  palabras  emitiendo  los  diversos  so- 
nidos producidos  por  cada  pasión  y  por  cada  idea,  según 
la  diferencia  de  lugares  y  pueblos;  que  más  tarde  se  fué 
perfeccionando  la  lengua,  y  que  las  personas  instruidas 
dieron  nombres  adecuados  á  las  cosas  no  sensibles.  Y 
añade  que  es  absolutamente  necesario  que  se  perciba  di- 
rectamente en  cada  palabra  y  sin  apelar  á  demostración 
la  idea  fundamental  que  encierra  (0. 

Enfrente  de  estas  creencias  estaban  Demócrito  y  .Aris- 
tóteles, para  quienes  las  palabras  no  venian  á  ser  otra  co- 
sa que  pura  convención. 

Pero  esta  materia  tan  alta  y  transcendental  debe  re- 
servarse á  los  cultivadores  de  la  glosología  filosófica,  los 
cuales  pueden  saber  si  en  el  origen  histórico  de  lenguas 
autógenas  y  autóctonas  se  encuentran  elementos  que  me- 
rezcan ser  considerados  como  cuna,  como  raíz  primordial 
de  determinadas  íovmdi^  phonológicas.  Y  sin  que  sea  vis- 
to que  quiera  yo  tratar,  ni  aun  de  soslayo,  un  punto  su- 
perior, por  de  contado,  á  mis  facultades,  y  superior  tam- 
bién al  tema  concreto  antes  enunciado ,  no  puedo  me- 
nos de  manifestar  mi  completa  conformidad  con  los  que 
creen  en  la  esencia  natural  de  las  palabras,  teniendo  en 
cuenta  la  filiación  onomatópica  indisputable,  evidente, 
de  gran  número  de  raíces  y  de  voces;  la  manera  instin- 
tiva con  que  el  hombre,  colocado  en  todas  las  condicio- 
nes sociales,  crea,  artífice  providencial  del  habla,  pala- 
bras destinadas  á  representar  ideas  nuevas;  y  la  resis- 
tencia invencible  con  que  ha  tropezado  siempre  la  cien- 

[\)    Diógenes  Laercio.— Coria  ile  Epicuro  á  Heráolito, 


413 

cia  para  la  formación  de  lenguas  convencionales,  á  pe- 
sar de  esfuerzos  dignos  de  mejores  resultados. 

También  debe  reservarse  á  los  fisiólogos,  por  no  ser 
pertinente  á  mi  propósito,  el  estudio  profundo  de  las 
funciones  phonéticaSj  de  su  estrechísimo  enlace  con  las 
acústicas,  y  de  la  maravillosa  armonía  de  unas  y  otras 
con  la  inteligencia  que  las  manda  y  les  da  dirección,  á 
fin  de  que  tenga  el  pensamiento  la  forma  exterior  con- 
veniente. 

Mi  objeto,  pues,  está  limitado  en  la  ocasión  presen- 
te por  la  índole  del  tema  indicado. 


III. 


La  voz  fundamental  estudiada  en  el  origen  de  la  vida 
es  el  resultado  de  un  movimiento  instintivo  represen- 
tante de  una  necesidad  todavía  indeterminada  del  orga- 
nismo. Este  sonido-tipo,  cuna  de  la  palabra,  no  es  un 
fenómeno  elemental,  porque  así  como  la  luz  se  descom- 
pone al  través  del  prisma,  la  voz  humana  tiene  también 
su  prisma  en  los  órganos  de  la  phonesis;  y  empieza  bien 
pronto,  al  impulso  de  nuevas  necesidades,  primeramente 
por  modificarse  en  su  intensión,  extensión,  duración, 
agudeza,  gravedad  y  timbre,  y  después  por  descompo- 
nerse en  varios  sonidos  que  más  adelante  se  han  de  unir 
y  combinar  con  otros  que  proceden  de  la  educación,  de 
la  misma  manera  con  que  se  unen  y  combinan  en  múlti- 
ples proporciones  los  colores  primitivos  de  la  luz  para 
formar  infinidad  de  matices.  Hay,  por  lo  tanto,  en  la 
voz  lo  mismo  que  en  la  luz  estos  dos  fenómenos  sucesi- 
vos: desarticulación  y  articulación. 

El  sonido  fundamental  se  desarticula  y  divide  en  so- 


414 

nidos  llamados  vocales^  y  esta  operación  se  ajusta  á  un 
orden  tan  natural  como  el  que  tienen  los  colores  en  el 
espectro  solar.  Así  es  que  el  orden  alfabético  de  las 
^^ocales  es  perfectamente  fisiológico  porque  nace  del  que 
lienen  las  funciones  phonéticas,  las  cuales  se  ejercen  con 
arreglo  á  una  escala  donde  la  facilidad  de  la  pronuncia- 
ción va  gradualmente  disminuyendo  á  medida  que  se 
sube.  Y  para  esto  basta  recordar  el  sonido  gutural  dulce 
de  la  Á;  el  de  la  É^  que  se  oye  en  la  parte  media  de  la 
líóveda  palatina;  el  de  la  /,  que  se  oye  en  la  parte  ante- 
rior de  esta  bóveda,  y  los  de  la  íí  y  la  Ü,  que  se  oyen  en 
]n  boca  y  necesitan  de  la  acción  manifiesta  de  los  labios. 
En  este  orden  instintivo  se  ha  verificado  la  desarticula- 
fión  del  sonido  fundamental  en  consonancia  con  las  ne- 
cesidades que  se  han  ido  despertando  en  el  organismo; 
lie  manera  que  considerando  que  los  sonidos  son  tanto 
Tíienos  agradables  al  oído  cuanto  más  enérgica  es  la  fun- 
eii^^n  que  los  determina,  aun  á  pesar  del  poder  innegable 
de  la  educación,  resulta  que  estos  tres  actos,  el  fisioló- 
^nco,  élphonéiico  y  el  lógico,  se  hallan  unidos  en  la  vo- 
(Müzación  por  una  lazada  de  necesaria  armonía. 

Á  la  desarticulación  del  sonido  fundamental  sucede  la 
articulación  de  los  sonidos  vocales,  primero  entre  sí,  y 
ílespués  con  los  llamados  consonantes  ó  st/mphónicos. 
Kstüs  no  son  en  rigor  sonidos  con  existencia  propia, 
sino  modificaciones  íntimas  de  los  sonidos  primitivos, 
t^n  los  cuales  se  distinguen  ya  desde  el  principio  una 
'  oDsonancia  obscura  que  más  adelante  se  declara  y  de- 
le rndna  á  medida  de  las  necesidades  lógicas  para  cons- 
ti iuir  los  sonidos  silábicos.  Estas  modificaciones  van  ha- 
riéndose  sucesivamente  más  complicadas  y  difíciles  en 
su  manifestación,  y  exigen  de  los  órganos  actos  funcio- 


415 

nales  que  más  adelante  una  educación  consciente  y  vo- 
luntaria perfecciona  de  día  en  día.  ¡Qué  distancia  en  la 
escala  phonética  desde  el  sonido  de  la  Á  pura  y  sin  mez- 
cla alguna  de  otra  vocal,  hasta  el  de  las  consonantes  gu- 
turales rudas,  de  las  vibrantes  y  de  las  sibilantes! 

Y  por  cierto  que  mientras  las  vocales  están  colocadas 
en  la  escala  phonética  en  orden  rigorosamente  natural, 
y  por  lo  mi§mo  lógico,  como  medios  elementales  de  re- 
presentación intelectual  y  afectiva,  las  consonantes  se 
hallan  dislocadas  caprichosamente,  faltas  del  orden  fisio- 
lógico establecido  por  la  conformidad  de  las  funciones 
phonéticns  y  de  las  necesidades  de  la  vida. 

De  lo  apuntado,  si  bien  á  la  ligera,  se  desprende  que 
la  división  de  los  sonidos  en  vocales  y  consonantes  sólo 
existe  en  la  representación  gráfica,  porque  en  la  phoné- 
tica coexisten  unos  y  otros  en  estado  de  necesaria  com- 
penetración; y  que  la  pronunciación  de  las  vocales  es 
natural,  al  paso  que  la  de  las  consonantes,  si  se  excep- 
túa una  ú  otra,  es  hija  de  la  educación  y  del  arte. 


IV. 


Los  sonidos  vocales  y  los  consonantes  necesitan  de 
una  representación  exterior  más  permanente  que  la  de 
los  órganos  phoné¿ico$,  de  suyo  fugaz  y  pasajera.  Esta  re- 
presentación comprende  en  los  albores  del  habla  la  idea 
vaga  ó  indefinida  encarnada  en  los  sonidos  recientemen- 
te desarticulados,  y  la  idea,  todavía  poco  determinada, 
contenida  en  la  articulación  de  estos  sonidos  entre  sí  y 
con  los  symphónicos.  De  aquí  la  representación  por  me- 
dio de  letras  y  de  sílabas.  Hay  indudablemente  relación 
lógica,  casi  misteriosa,  entre  la  pronunciación  de  las  le- 


416 
tras  y  la  idea  obscura  que  ellas  representan;  y  esla  co- 
rrespondencia se  aclara  con  las  sílabas,  donde  el  enlace 
do  los  elementos  phonéticos  y  gráficos  asocia  á  la  vez  las 
ideas  afines,  y  les  da  una  fuerza  representativa  mayor 
que  la  que  tenían  en  los  elementos  anles  de  su  unión. 
Por  esta  razón  han  recibido  ciertas  letras  y  algunas  sí- 
labas el  carácter  y  el  nombre  de  forrnativas,  considerán- 
dolas como  fundamento  de  la  palabra.  Un -ejemplo  no- 
table de  este  valor  tenemos  en  la  letra  R.  Ésta  significa, 
según  decía  Platón  (O,  el  instrumento  propio  para  ex- 
presar la  idea  del  movimiento  con  el  cual  tiene  indubi- 
table analogía  en  su  pronunciación  fuerte.  Y  no  faltan 
tampoco  sílabas  que,  ora  por  su  onomatopeia,  ora  por 
su  origen  ignorado,  gozan  de  indisputable  importancia 
en  ciertas  lenguas  para  la  formación  de  las  raíces. 

Un  paso  más  y  en  la  misma  sílaba  aparece  la  raíz, 
núcleo  formativo  de  la  palabra,  representación  de  una 
idea-madre,  y  punto  de  partida  para  la  agregación  de 
ideas  secundarias  emanadas  de  la  cardinal  y  de  otras 
que,  naciendo  de  raíces  distintas,  tienen,  sin  embargo, 
con  ella  incuestionable  afinidad.  La  raíz  expresa  admi- 
rablemente sus  funciones  como  tipo  phonéíico  y  lógico; 
es  el  germen  que  encierra  los  elementos  representativos, 
y  que  al  modo  que  la  raíz  de  un  vegetal  contiene  no  sólo 
los  órganos  en  estado  embrionario,  sino  la  facultad  de 
agregar  los  elementos  necesarios  para  su  desenvolvi- 
miento, pasa,  en  el  proceso  de  evolución  y  asimilación, 
de  lo  indeterminado  á  lo  determinado,  y  de  lo  general  á 
lo  individual.  Así,  á  la  vez  que  en  la  región  inteligible 
la  idea  primitiva  asocia  las  ideas  afines,  en  la  región 

(4)    Diálogos.— CVí/f^/u. 


^^^^ 


417 

sensible  ia  raíz  primitiva,  informe  todavía,  asocia  los 
elementos  phonéticos  similares,  realizándose  la  unión  de 
lo  material  y  lo  formal.  Y  aunque  es,  á  no  dudarlo,  mis- 
teriosa la  época  de  las  raíces  protógenas^  de  las  anexio- 
nes y  desinencias  originarias,  y  de  la  significación  inte- 
lectual y  afectiva  de  unas  y  otras,  bien  pronto,  á  medi- 
da que  adelanta  la  evplución  de  la  palabra,  se  descu- 
bren los  tipos  lógicos  representativos  de  la  personalidad 
del  que  habla  y  de  lo  que  está  fuera  ella,  de  lo  interjec- 
tivo, de  lo  atributivo  y  de  lo  demostrativo.  En  esta  épo- 
ca aparece  ya  un  presentimiento  de  análisis  y  de  sínte- 
sis, de  abstracción  y  de  generalización;  pero  estas  ope- 
raciones, faltas  de  medios  representativos,  carecen  de  la 
claridad  necesaria  para  establecer  sobre  cimiento  firme 
la  relación,  ordenación  y  clasificación  de  los  hechos  nu- 
merosos que  se  agolpan  á  la  mente. 

La  palabra  ya  formada,  símbolo  de  la  idea,  instrumen- 
to potentísimo  del  espíritu,  aparece  primero  en  la  con- 
ciencia (palabra  interna)  y  después  en  la  phonesis  y  en 
la  escritura  (palabra  externa)  para  el  cumplimiento  de 
los  actos, inteligibles  y  sensibles  si  está  bien  construida; 
y  lo  estará  verdaderamente  cuando  contenga  la  deter- 
minación, la  delimitación  y  la  definición  de  la  idea  con 
tanta  claridad  que  el  pensamiento  se  pinte  en  la  pala- 
bra, como  quiere  Platón  (O,  de  la  misma  manera  que  se 
pintan  las  imágenes  de  los  cuerpos  en  un  espejo  ó  en  el 
agua  en  estado  de  perfecta  tranquilidad.  Ésta  es  la  con- 
dición substancial,  entendiendo  por  substancial  todo  lo 
que  hay  en  la  palabra  de  atributivo^  y  por  lo  tanto  de 
inherente  á  la  naturaleza  de  la  cosa  representada,  pues 

(4)    Diálogos.-^Croíyío. 

27 


418 

lo  formal  es  el  resultado  de  operaciones  racionales. 

Está  construida  la  palabra  unas  veces  por  yustaposi- 
ción  ó  simple  ag'regación,  y  otras  por  verdadera  combi- 
nación de  los  elementos  lógicos  y  phonéticos.  En  el  pri- 
mer caso  resulta  un  todo  donde  las  significaciones  par- 
ciales de  los  elementos  se  suman  como  cantidades  ho- 
mogéneas, y  en  el  segundo  han  perdido  algo  estos  ele- 
mentos y  sufrido  tal-  penetración  que  el  todo  resulta 
completamente  nuevo,  viéndose  entonces  una  operación 
semejante  á  la  combinación  química.  Y  á  pesar  de  esta 
unión  íntima  se  distinguen  con  frecuencia  en  las  pala- 
bras las  partes  elementales  que  gozaban  antes  de  vida 
propia  é  independiente,  descubriéndose  todavía  en  ellas 
su  espíritu  lógico.  Por  este  camino  y  no  otro  sé  cons- 
truyen las  palabras  primitivas  ó  fundamentales;  y  para 
demostrar  que  es  así,  basta  tener  en  cuenta  el  modo  de 
formación  de  las  que  engendra  la  necesidad  en  la  civili- 
zación y  en  las  múltiples  manifestaciones  de  la  ciencia  y 
del  arte.  . 

El  mayor  número  de  palabras  nuevas  se  ajusta  á  la 
doctrina  platónica,  en  la  cual  está  considerada  la  pala- 
bra como  la  imitación  del  objeto  por  medio  de  la  pho- 
nesiSj  siendo,  como  es,  indudable  que  el  que  imita  da 
nombre  al  objeto  en  el  acto  mismo.  ¿Son  otra  cosa  los 
apodos,  motes  y  sobrenombres  que  impone  el  vulgo,  á 
veces  con  picante  aticismo  y  gracia  envidiable,  sino  re- 
presentación phonética  ó  lógica  de  cualidades  físicas,  in- 
telectuales ó  morales? 

V. 

Hay  otros  elementos  phonéticos  más  ó  menos  defi- 
nidos que  sirven  poderosamente  para  establecer  las  re- 


419 

laciojies  lógicas  de  la  idea  primordial  contenida  en  la 
raíz  y  de  la  representada  en  la  palabra.  Ahí  están  con 
importancia  indisputable  los  prefijos,  los  subfijós  y  los 
infijos,  ora  simplemente  aplicados  y  por  lo  tanto  sepa- 
rables, ora  estrechamente  unidos  por  una  verdadera 
fusión.  Ahí  están  con  importancia  no  mejior  las  desi- 
nencias, cuyo  carácter  no  es  convencional,  como  el  de  la 
notación  de  que  nos  servimos  en  las  Matemáticas  y  en 
la  Química,  sino  incuestionablemente  natural,  porque 
son  en  rigor  palabras  ccn  vida  propia  y  significación 
phonológica  qne  se  han  agregado  á  la  raíz  y  á  la  pala- 
bra fundamental,  fundiéndose  poco  á  poco  por  el  uso  en 
la  pronunciación  y  en  la  escritura;  pqro  revelando  to- 
davía en  los  nombres  la  presencia  de  los  pronombres 
demostrativos  y  en  los  verbos  la  de  los  personales. 

Vienen  después  las  derivaciones  lógicas,  ya  de  las  raí- 
ces protógenas^  secundarias  ó  terciarias,  ya  de  la  pala- 
bra misma,  expresando  con  diversas  desinencias  la  re- 
lación de  la  idea  cardinal  con  las  que  le  están  subordi- 
nadas por  una  sucesión  necesaria;  lo  cual  se  ve  con  to- 
da perspicuidad  en  las  procedencias  verbales.  Del  infi- 
nitivo experiinentar^  por  ejemplo,  se  derivan,  con  arre- 
glo á  las  leyes  glosológicasj  las  siguientes  palabras,  colo- 
cadas, no  arbitrariamente,  sino  por  necesidad,  en  orden 
lógico  correspondiendo  á  ideas  determinadas: 

Experimentabilidad. — Aptiltid  abstracta. 
Experimentable. — Aptitud  concreta, 
Experiinentativo.--iS!w;c/o  abstracto. 
Experimentador. — Sujeto  concreto, 
■  Experimentación. — Acddn. 
Experimento. — Acto, 
Experiencia. — Ley  lógica:  fórmula  inteligible. 


420. 

Ésta  es  la  serie  de  ideas  que  nos  lleva  naturalmente 
al  concepto  final  de  experiencia;  á  la  inducción  de  lo 
conocido  en  lo  cognoscible^  mediante  lo  cognoscitivo.  Y 
es  digno  de  notarse  que  las  dos  raíces  de  aquella  pala- 
bra de  tan  alta  significación  filosófica  comprenden  la 
acción  de  penetrar  con  luz  en  lo  obscuro  para  sacar  de 
allí  lo  que  está  escondido.  Y  también  debe  advertirse 

S  que  falta  en  nuestro  idioma  el  infinitivo  abstracto  de 

donde  proceden  experiente  y  experiencia;  infinitivo  que 

fr  goza  de  indisputable  prelación  con  respeto  á  experi- 

mentar. 

Merecen  además  mención  las  palabras  compuestas 
que,  como  dice  su  nombre,  nacen  de  la  yustaposición 
de  dos  ó  más  simples  con  significación  propia,  entre  las 
cuales  pierde  ó  muda  alguna  la  vocal  final  para  que  la 
palabra  nueva  sea  más  eufónica.  El  lazo  que  une  las  pa- 
labras simples  es,  sobre  arbitrario,  tan  débil  que  pueden 
separarse  libremente,  quedando  cada  una  con  su  valor 
primitivo. 

Llegan,  por  último,  las  palabras  representativas  de  las 
ideas  de  tiempo,  espacio,  prelación,  interjección,  inte- 

\  rrogación,  afirmación,  negación,  duda,  unión,  oposi- 

ción, condición,  etc. 

VI. 

Las  diversas  formas  de  la  palabra  están  ajustadas  á  una 
ordenación  y  clasificación  donde  se  ven  sus  relaciones 
necesarias  y  contingentes  con  las  ideas  que  significan. 
La  Lógica  en  sus  dos  manifestaciones,  la  espontánea  y  la 
artística,  ha  fundado  este  sistema  que  se  llama  Gramáti- 
ca: el  gran  instrumento  de  la  Filosofía  y  de  la  Historia.  Y 


fc 

c 


421 
en  verdad  que  en  lugar  de  decir  que  la  Lógica  es  la  funda- 
dora de  la  Gramática,  se  diría  mejor  que  se  ha  realizado 
en  las  palabras,  dándoles  orden,  movimiento  y  vida  para 
que  puedan  expresar  las  distintas  categorías  de  la  idea. 
Tiene,  pues,  la  Gramática  una  Lógica  real  y  una  Meta- 
física práctica  bastante  alejada  de  los  peligros  de  la 
transcendental;  y  á  estas  dos  condiciones  filosóficas  debe 
el  poder  asentarse  sobre  base  firmísima  la  relación  de 
las  formas  gramaticales  y  del  pensamiento. 

Descuellan  entre  estas  formas,  por  su  importancia  ló- 
gica, el  nombre  con  modalidades  pronominales,  adjeti- 
vales y  desinencias,  y  el  verbo  con  modalidades  y  desi- 
nencias representivas  de  la  acción  y  del  tiempo.  El  nom- 
bre y  el  verbo  son  los  órganos  principales  en  la  vida  de 
la  lengua,  como  que  comprenden  las  grandes  ideas  de 
sujeto  y  atributo,  y  tienen  naturalmente  subordinadas  á 
las  otras  formas  gramaticales.  Su  flexibilidad  es  tan  no- 
table que  les  permite  representar  fielmente  los  diferen- 
tes estados  de  las  cosas,  así  lo  categórico,  lo  abstracto, 
lo  general  y  lo  necesario,  como  lo  relativo,  lo  particular 
y  lo  contingente,  por  medio  de  la  declinación  y  de  la  con- 
jugación; palabras  de  bondad  etimológica  tan  evidente 
y  significación  gramatical  tan  elevada  que  ha  podido  de- 
cirse con  fundamento  que  todo  el  secreto  de  la  Gramáti- 
ca está  en  la  declinación  y  en  la  conjugación.  Y  así  es 
en  efecto.  El  nombre,  ya  con  verdadera  declinación,  ya 
con  partículas  prepositivas  que  hacen  el  oficio  de  modi- 
ficaciones desinenciales;  ora  revestido  de  la  forma  pro- 
nominal, ora  de  la  relativa  y  dominando  una  y  otra; 
llevando  unas  veces  la  representación  de  substantivo  y 
otras  la  de  adjetivo^  es  como  la  materia  sobre  la  cual  re- 
cae la  acción  vivificadora  del  verbo,  de  ese  clemonloin- 


i 


122 

teligiWe  que  se  hace  sensible  en  la  expresión  phonética 
y  en  la  gráfica.  El  verbo  es  el  espíritu  del  habla:  él  da 
movimiento  y  vida  á  la  proposición,  á  la  frase  y  al  dis- 
curso; afirma  ó  niega  del  sujeto  al  objeto,  uniéndolos 
ó  separándolos;  determina,  delimita^  define.  En  virtud 
de  su  legitima  é  ineludible  autocracia  y  de  sus  desinen- 
cias protei formes,  se  coloca  muchas  veces  en  todos  los 
términos  de  la  proposición,  de  la  frase  y  del  discurso, 
y  cercano  ó  distante,  visible  ó  invisible,  siempre  está 
presente  dando  valor  lógico  á  los  elementos  gramatica- 
les; y  de  una  manera  tan  clara  que  ni  uno  sólo,  por  es- 
casa que  sea  su  representación,  por  sepat^ado  que  se  ha- 
lle de  los  demás,  esfá  desprovisto  de  significación  lógica, 
siquiera  sea  indeterminada,  debida  ál  verbo  que,  oculto, 
rige  y  gobierna  imponiendo  necesariamente  su  poder  de- 
cisivo y  misterioso.  No  hay,  pues,  en  las  formas  grama- 
ticales ninguna,  por  aislada  que  se  halle,-  que  pueda  lla- 
marse obra  muerta.  La  interjección  primitiva,  la  que 
más  que  un  spnido  articulado  es  un  grito,  contiene  cla- 
risimamente  una  proposición,  una  frase  y  hasta  una  se- 
rie de  frases  que  representan  un  estado  del  ánimo. 

Las  ideas  correspondientes  á  las  distintas  formas  gra- 
maticales, necesarias  para  la  expresión  del  pensamien- 
to, se  hallan  en  la  mente  ordenadas  según  sus  relacio- 
nes y  representan  el  habla  interna,  la  fórmula  intelec- 
tual que  va  á  reflejarse  á  lo  exterior  por  medio  de  la  pa- 
labra. El  lazo  de  unión  de  estas  formas  ideales  es  una 
sintaxis  subjetiva  que,  al  hacerse  objetiva,  toma  el  nom- 
bre de  gramatical. 

No  son  en  verdad  numerosas  las  leyes  de  esta  sintaxis 
externa  que  podemos  llamar  arquitectura  glosológica, 
ni  tampoco  difíciles  las  reglas  generales  á  las  cuales  se 


423 

ajusta  en  el  tiempo  y  en  el  espacio  la  morphología  gra- 
matical como  representación  de  la  inteligencia.  Estas 
leyes  determinan  la  prelación  absoluta  y  relativa,  nece- 
saria y  contingente  de  las  palabras,  y  la  relacióii  lógica 
de  las  formas  exteriores  con  las  íntimas,  á  fin  de  que  la 
sintaxis  phonética  y  la  gráfica  sean  el  trasunto  fiel  de  la 
intelectual  y  constituyan  un  organismo  armónico. 

La  colocación  de  las  formas  gramaticales  es  fija  y  de- 
terminada para  unas,  variable  y  más  ó  menos  libre  pa- 
ra otras,  según  las  condiciones  sintácticas  de  cada  len- 
gua. No  es  la  nuestra  la  que  goza  de  menos  libertad  con 
respecto  al  nombre,  y  más  todavía  con  respecto  al  ver- 
bo, el  cual  con  prepotente  importancia  aparece  en  cual- 
quiera de  los  términos  de  la  proposición  y  de  la  frase, 
dominando  donde  quiera  que  se  halla  sobre  todos  los 
miembros  sintácticos  y  dándoles  movimiento,  vida  y 
representación. 

De  la  colocación  conveniente  de  estos  miembros  y  de 
la  exacta  correspondencia  de  las  modalidades  de  tiem- 
po, de  lugar,  de  número,  de  género  y  de  caso  en  las  pa- 
labras susceptibles  de  declinación  y  conjugación,  resul- 
tan la  armonía  y  la  unidad  sensibles;  y  entonces  la  pro- 
posición, la  frase  y  el  discurso  son  el  reflejo  de  la  armo- 
nía y  de  la  unidad  suprasensibles.  Dada  la  unidad  ex- 
terna, cada  palabra,  cada  proposición  y  cada  frase  ocu- 
pa el  lugar  propio;  las  palabras  significan  fidelísima  y 
necesariamente  las  ideas;  no  hay  ni  una  palabra  más  ni 
una  menos;  y  la  belleza  del  conjunto,  completada  con 
los  elementos  prosódicos  y  ortográficos,  puede  compa- 
rarse á  la  que  tiene  una  obra  del  arte  donde  se  ven  la 
acción  principal  y  las  secundarias  ocupando  los  diversos 
términos  que  pide  la  intoicionalidad  lógica  del  artista. 


424 
VIL 


Y  deseando  atenuar,  dentro  de  lo  posible,  la  molestia 
que  de  sef^uro  causa  la  enunciación,  aun  somera,  de  co- 
sas de  todos  conocidas,  no  estará  de  más  demostrar  con 
algunos  ejemplos  de  nuestros  escritores,  ya  pasados,  la 
DGcesidaíi  de  la  armonía  del  habla  como  representante 
legíüina  de  la  armonía  que  existe  en  el  entendimiento. 

El  soneto  de  Cervantes  Al  Túmulo  del  Rey  Felipe  11 
en  Semlla  concluye  así  (0: 

«Esto  oyó  un  valeutón,  y  dijo:  «Es  cierto 
Cuanto  dice  voacó,  seor  soldado, 
Y  quien  dijere  lo  contrario,  miente.» 

Y  luego  incontinente 
Caló  el  chapeo,  requirió  la  espada, 
Miró  al  soslayo,  fuese y  no  hubo  nada.)) 

Aquí  se  ve  claramente  la  intención  lógica  del  poeta, 
el  cual  ([uiere  producir,  valiéndose  del  contraste,  la  sor- 
presa y  la  risa;  mas  para  conseguirlo  es  necesario  que 
la  frase  no  hubo  nada  esté  donde  está,  porque  si  se  colo- 
ca antes  de  lo  que  dice  y  hace  el  valentón,  no  hay  razón 
ninguna  para  aquellos  afectos  que  proceden  déla  creen- 
cia de  distinto  desenlace  de  la  acción. 

En  otro  soneto  describo  Lope  de  Vega,  con  su  asom- 
broí^a  facilidad  en  la  Métrica,  un  sitio  agreste,  y  termina 
diciendo  (*J: 

«Y  en  este  monte  y  líquida  laguna, 
Para  decir  verdad  como  hombre  honrado, 
Jamás  me  sucedió  cosa  ninguna,)) 

(1]    Obras  poéticas.    . 
[i]    Obrag  poéticas. 


425 

Póngase  este  verso  al  principio  del  terceto  y  desapa- 
recerá la  gracia  de  la  sorpresa. 

Y  lo  mismo  sucedería  si  invirtiéramos  los  términos  de 
este  delicadísimo  epigrama: 

•Revelóme  ayer  Luisa 
Un  caso  bien  de  reir; 
Quiérotelo,  Inés,  decir 
Porque  te  caigas  de  risa: 

Has  de  saber  que  su  tía 

No  puedo  de  risa,  Inés; 
Quiero  reirme,  y  después 
Lo  diré  cuando  me  ría, » 

Todos  saben  que  estos  versos  son  del  poeta  (O*  que  en 
la  celebrada  cena  se  dispone  seriamente  á  contar  lo  su- 
cedido á  un  criado  de  D.  Lope  de  Sosa,  y  al  comenzar 
la  narración,  cuando  la  interlocutora  espera  con  curio- 
sidad femenil  oir  la  peregrina  historia,  dice: 

«Tenía  este  caballero 
Un  criado  portugués..... 
Pero  cenemos^  Inés, 
Si  te  parece,  primero. y> 

Y  á  pesar  de  que  me  he  propuesto  ser  muy  parco  en 
la  extensión  de  las  citas,  aunque  no  en  el  número  de 
ellas,  recordaré  una  octava  de  Garcilaso  (2): 

«¿Ves  el  furor  del  animoso  viento, 
Embravecido  en  la  fragosa  sierra, 
Que  los  antiguos  robles  ciento  á  ciento 
Y  los  pinos  altísimos  atierra, 


( i )    Baltasar  de  Alcázar.— ^ptprama  IV. 
[i)     Égloga  IIL 


426 

Y  de  tanto  destrono  aún  no  contento 
I  Al  espantoso  mar  mueve  la  guerra? 
Pequeña  es  esta  furia,  comparada 
A  la  de  Filis^  con  Alcino  airada.» 

Toda  la  beUeza  de  este  hiperbólico  concepto,  donde  el 
huracán,  que  arranca  de  raíz  los  árboles  seculares  y  con- 
mueve las  profundas  regiones  del  piélago,  es  compara- 
do con  la  dulce  tempestad  que  agita  el  tierno  corazón  de 
una  zagala  inocente,  se  convertiría  sin  duda  alguna  en 
ridiculez  colocando  al  principio  de  la  octava  el  concep- 
to de  la  frase  final  y  diciendo  que  la  ira  amorosa  de  Fi- 
lis es  superior  al  desencadenamiento  del  huracán. 

Estos  'ejemplos  testifican  que  la  necesidad  lógica  obli- 
ga á  colocar  en  sitio  predeterpainado  del  discurso  la  idea 
fundamental,  que  es  como  la  acción  principal  de  un  dra- 
ma ó  de  un  cuadro. 

Y  si,  como  asientan  los  doctos  en  la  materia,  es  el  so- 
neto una  composición  de  no  fácil  desempeño,  porque  de- 
be encerrar  en  poco  espacio  un  pensamiento  que  nazca, 
se  desarrolle  y  complete  su  evolución  constituyendo  por 
la  armonía  y  la  unidad  de  sus  miembros  un  verdadero 
organismo;  si,  para  alcanzar  esta  armonía,  debe  haber 
precedencia  en  las  ideas,  tan  rigorosa  que  no  se  adelan- 
ten unas  á  otras,  y  que  cada  cual  ocupe  el  lugar  que  le 
corresponde  en  el  orden  de  su  importancia  lógica;  si 
debe  terminar  con  una  fórmula  concreta  del  pensa- 
miento antes  desenvuelto;  y  si,  finalmente,  esta  fórmu- 
la ha  de  comprenderse  en  el  último  verso  y  á  ser  posi- 
ble en  una  sola  palabra,  fuerza  será  confesar  que  andu- 
vo Quevedo  algo  distraído  en  su  popular  soneto  <Á  un 
nariz, >  colocando  precisamente  en  el  primer  verso  la 
idea  principal  con  que  debía  rematar  la  obra.  Porque 


427 

en  efecto,  después  de  comenzar  diciendo  con  suma  gra- 
cia (^) 

aÉrase  un  faombte  á  una  nariz  pegado,» 

que  es  lo  mismo  que  decir  que  la  parte  es  mayor  que  el 
todo,  no  cabe  más  hipérbole  ni  más  ridiculez.  Por  esta 
razón  lo  que  sigue  es  de  muy  mal  gusto,  si  se  exceptúa 
el  verso 

aLas  doce  tribus  de  narices  era,» 

gracioso  ciertamente  si  no  lo  eclipsase  el  primero,  que 
es  la  única  belleza  de  la  composición. 

Y  en  verdad  que  sólo  una  distracción  puede  justificar 
la  falta  de  armonía  de  este  soneto,  teniendo  en  cuenta 
el  privilegiado  ingenio,  la  profundidad  filosófica  y  la 
poderosa  dialéctica  del  señor  de  la  Torre  de  Juan  Abad. 
Véanse  como  muestra  de  taies  cualidades  los  siguientes 
versos  (^): 

•Todo  este  mundo  es  prisiones, 
Todo  es  cárcel  y  penar. 


El  cuerpo  es  cárcel  del  alma 
Y  de  la  tierra  la  mar. 
Del  mar  es  cárcel  la  orilla, 
.  Y  en  el  orden  que  hoy  están 
Es  un  cielo  de  otro  cielo 
Una  cárcel  de  cristal.  • 


Todo  aquí  es  grande:  la  idea-madre,  el  orden  natural 
de  las  ideas  secundarias  y  el  hermoso  decir  de  la  expre- 
sión. Y  como  Quevedo  era  excelente  cultivador  de  las 

(4)    Poesías. 
(2)    Poesítis. 


428 

lenguas  sabias,  no  olvidó,  al  llamar  al  cuerpo  cárcel  del 
alma  y  que  lá  palabra  cuerpo  significa  en  una  de  aque- 
llas lenguas  prisión  6  cárcel.  También  Fr.  Luis  de  León 
le  da  el  mismo  valor,  exclamando: 

«¿Cuándo  será  que  pueda 
Libre  de  esta  prisión  volar  al  cielo? 


VIII. 

No  basta  que  la  idea  dominante,  la  que  podemos  lla- 
mar categórica,  ocupe  en  la  frase  y  en  el  discurso  el  si- 
tio que  piden  su  Supremacía  y  la  intención  lógica  del 
que  habla  ó  escribe,  pues  se  necesita  además  que  esta 
idea,  de  suyo  más  ó  menos  general,  abrace  las  ideas 
secundarias  y  las  comprenda,  hasta  donde  sea  posible,  en 
la  penetración  que  existe  en  la  inteligencia.  De  esta  ma- 
nera la  exposición  phonética  y  la  gráfica  se  ajustan  á  la 
ley  de  economía  que  rige  las  funciones  propias  de  la  vi- 
da, á  condición,  por  de  contado,  de  que  se  evite  cuidado- 
samente el  escollo,  siempre  temible,  de  la  obscuridad. 

De  este  vicio  no  adolecen,  antes  por  el  contrario  bri- 
llan por  la  espontánea  condensación  y  envidiable  clari- 
dad, innumerables  trozos  de  nuestros  mejores  escritores. 

Y  la  alteza  del  pensamiento  obliga  á  colocar  en  pri- 
mer término  estas  frases  sublimes  de  Fr.  Luis  de  Grana- 
da hablando  de  Dios;  frases  que  cautivan  el  ánimo  (<): 

«Eterno  sois  en  la  duración^  Infinito  en  la  virtud  y 
Supremo  en  la  jurisdicción.  Ni  Vuestro  Ser  comenzó  en 
tiempo,  ni  se  acaba  en  el  mundo.  Sois  ante  todo  tiempo, 
y  mandáis  en  el  mundo  y  fuera  del  mundo 

(4)    Símbolo  de  la  Fe.— Parte  I.  fntroduocióu.— Oap.  íí. 


429 

Descendamos  de  tanta  excelsitud  á  lo  que  tocamos  por 
aquí  abajo. 

Finge  el  cáustico  y  festivo  Tirso  de  Molina  un  medi- 
castro (<),  y  dice  con  incisiva  concisión  que  era  hom- 
bre de 

aMuchos  libros,  poca  ciencia,» 


y 

« que  con  cuatro  aforismos, 

Dos  textos,  tres  silogismos 
Curaba  una  calle  entera.» 

No  puede  encerrarse  en  menos  palabras  ni  pintarse 
mejor  Isipoca  ciencia  del  que  consultado  por  una  dama^ 
aquejada,  al  parecer,  de  vapores,  le  da  con  ridicula  alti- 
locuencia y  entonación  pedantesca  esta  explicación  y 
esta  receta: 

aLa  enfermedad  que  le  ha  dado, 
Señora,  á  Vueseñoría 
Son  pasmos  (2)  y  hipocondría; 
Siento  el  pulmón  opilado, 
Y  para  desarraigar 
La  linfa  (3)  vitrea  que  tiene 
Con  el  quilo,  le  conviene 
(Porque  mejor  pueda  obrar 
Naturaleza)  que  tome 
Unos  alquermes  que  den 
Al  hépate  y  al  espían 
La  substancia  que  el  mal  come.» 

Recuerda  el  Duque  de  Frías  el  Monasterio  del  Esco- 

(4)    Don  Gil  de  las  Calzas  verdes.— Acto  4.**,  escena  2.* 

(9  y  3)    Variantes,  en  la  lectura,  reclamadas  por  el  euphemimoé 


430 

rial  y  comprende  la  historia  del  famoso  monumento  en 
este  verso  W: 

«Padrón  de  San  Quintín,  gloria  de  Herrera;» 

y  un  poco  más  adelante  formula  en  otro  la  política  de 
Felipe  II  diciendo 

<¡t y  allí  Felipe 

Desde  el  monte  vecino 

Á  la  fábrica  inmensa  impulso  daba, 

Y  al  Támesis  y  al  Sena  amenazaba  {2).» 

Feliz  era  el  procer  poeta  en  esto  de  condensar  con 
fácil  vena  y  oportuno  decir  el  pensamiento  nacido  en 
su  inspirada  mente.  Vé^se  con  qué  gallardía  de  pincel 
encierra  en  un  endecasílabo  tres  épocas  notables  de  la 
vida  de  Napoleón  I  i^): 

•Así  tan  gran  coloso  se  derrumba, 

Y  porque  al  ancho  mar  la  gloria  quede 
Isla  su  cuna  fué^  su  asilo  y  íum6a.» 

Otro  procer,  también  esclarecido  ingenio,  el  Duque 
dé  Rivas,  resume  el  pensamiento  de  uno  de  sus  roman- 
ces en  estos  versos  (*): 

«La  hermosísima  Filena 
De  mi  desastre  apiadada 


Curábame  las  heridas 
Y  mayores  me  las  daba; 
Curábame  las  del  cuerpo. 
Me  las  causaba  en  el  alma»^ 


( 1)  Oda  Á  las  Nobles  i4r¿ej.— Obras  poéticas,  pág.  1 59.— Madrid,  4857. 

(2)  Ibidem. 

(3)  Obras  poéticas.— £pi«(o¿a  á  la  Marquesa  dé  Santa  Cruz,  pág.  93. 

(4)  Obras  poéticas. 


431 

Y  no  es  menos  afortunado  el  célebre  Inarco  Célenlo 
en  su  soneto  Á  Rodrigo  al  concluir  con  este  verso  (0: 

«El  cuerpo  al  fondo,  á  la  corriente  el  manto;» 

en  donde  además  de  la  condensación  de  la  idea,  parece 
que  se  ve  flotar  el  manto  del  último  Rey  de  los  godos  en 
las  aguas  enrojecidas  del  Guadalete. 

El  insigne  médico  D.  Mateo  Seoane,  laboriosísimo  co- 
nocedor de  las  altas  cuestiones  de  sanidad  é  higiene  pú- 
blica, cultivaba  cuando  mozo  la  poesía,  y  comprende 
la  duda  filosófica  sobre  la  esencia  providencialmente 
misteriosa  de  la  vida,  en  un  terceto: 

«Certidumbre  absoluta  nunca  adquiere, 
Y  más  dudando  cuanto  más  alcanza, 
Lleno  de  dudas  y  de  ciencia  muere.» 

Y  cuan  grato  es  para  mí  en-  este  día  recordar  cómo 
compendiaba  mi  sabio  maestro  D.  Bonifacio  Gutiérrez, 
profundo  y  sagacísimo  clínico,  la  idea  de  la  malignidad 
morbosa,  definiéndola  con  este  símil:  un  lobo  con  piel 
de  oveja;  un  enemigo  formidable  so  capa  de  amigo. 

Esta  condensación  de  las  ideas  representa  cumplida- 
mente el  valor  lógico  y  la  belleza  phonética  y  gramati- 
cal de  las  fórmulas  del  habla  que  se  conocen  con  los 
nombres  de  apotegmas^  aforismos^  sentencias,  máxi- 
mas, proverbios,  refranes,  etc.  (*)• 


(4)    Obras  poéticas. 

(2)  Entre  las  rafias  colecciones  de  refranes  se  halla  una  may  notable 
escrita  á  la  edad  de  quince  años  por  el  Sr.  D.  Alejandro  Ramírez,  quien, 
sm  pasar  de  k  edad  adalta,  dejó  en  la  alta  administración  de  nuestras 
Antillas  nombre  imperecedero  como  Superintendante  general  de  la  Real 
Hacienda,  Esta  colección  se  intitula:  Respuestas  de  Sanchico  Panza  á  dos 
cartas  que  le  remitió  su  padre  desde  la  Ínsula  barataria;  que  constan  por  tra- 


432 

Veamos  ahora  cómo  pinta  el  habla  la  oposición,  la 
aproximación  y  hasta  la  fusión  y  transmutación  de  las 
ideas  antitéticas.  Y  empezaremos  recordando  un  cantar 
que  viene  muy  de  molde: 

«Ni  contigo  ni  sin  tí 
Mis  penas  tienen  remedio: 
Contigo,  porque  me  matas, 
Y  sin  tí,  porque  me  muero.» 

Góngora,  que  no  es  siempre  obscuro  ni  conceptuoso 
en  demasía,  expresa  acertadamente  un  estado  de  indife- 
rencia afectiva  donde  desaparecen  el  placer  y  el  dolor. 
Dice  así  (0: 

«Gran  filósofo  me  han  hecho 
Casos  adversos  y  tristes; 
Un  libro  del  tiempo  soy 
En  quien  su  mudanza  escribe. 
Tan  á  prueba  de  desdichas 
Me  tiene  el  Hado  infeüce, 
Que  no  hay  mal  que  me  congoje 
Ni  bien  que  me  regocije, »  . 

Herrera  juega  un  poco  del  vocablo  y  alambica  el  con- 
cepto de  la  aproximación  del  si  y  del  no  en  las  siguien- 
tes redondillas  de  más  mérito  en  la  esencia  que  en  la 
forma  (^): 

(cHermosos  ojos,  serenos, 
Serenos  ojos,  hermosos, 
De  dulzura  y  de  amor  llenos, 
Lisonjeros  y  engañosos; 

dición  se  custodiaron  en  el  archivo  de  la  Academia  Ai^gamasiUesca.-r Prime- 
ra que  publica  en  honor  de  la  verdad  y  de  la  fama  y  familia  de  los  Panza$, 
Ramón  Alexo  (Í0  Ztcíra  (anagrama  de  Alejandro  Ramírez).— -Alcalá,  4794. 

(4)    Romance  CXIV. 

(%)    Obras  poéticas.— i)e(íomit/¿a5. 


433 

Quien  no  os  ve  pierde  la  vida, 
7  el  que  os  ve  halla  su  muerte; 
Mas  quien  muere  de  esta  suerte 
Cobra  la  vida  perdida.» 

También  juega  del  vocablo,  pero  con  más  primor  que 
Herrera  y  con  gran  intención  moral,  un  homónimo  mío 
de  apellido  en  este  epigrama  (0: 

«Aprende,  Evandro,  á  morir, 
Llegarás  á  vivir  bien; 
Y  para  morir,  también 
Aprende,  Evandro,  á  vivir.» 

Pinta  con  alta  maestría  el  ilustre  Martínez  de  la  Ro- 
sa en  el  Bdipo  un  estado  del  ánimo  donde  el  dolor  ex- 
tremado produce  la  sensación  contraria. 

Víctima  Edipo  del  Destino,  cuya  huella  tiene  en  su 
propio  nombre,  parricida,  incestuoso,  abrumado  de  ines- 
perada, de  inmensa  desventura,  se  revuelve  contra  el 
Hado  que  lo  persigue  desde  la  cuna  y  apostrofa  así  á  los 
Dioses  (*): 

a Mas  ¿por  qué  tiembla 

Mi  corazón  aún?  Los  Dioses  mismos 

Su  venganza  agotaron,  y  ya  impune 

Su  cólera  y  enojo  desafío: 

¿Podéis  hacerme  ya  más  desdichado? 

¡No  podéis no;  pues  vedme  ya  tranquiloh 

¡Magnífico  pensamiento  expresado  con  nativa  senci- 
llez y  sin  atavíos  innecesarios!  ¡Qué  bien  se  siente  la 
calma  que  brota  del  abismo  del  infortunio  como  para  de- 
mostrar que  el  placer  y  el  dolor,  confundidos  en  unidad 

(4)    D.  Gabriel  del  Corral.— J?pi(/rama  F.— Biblioteca  de  Autores  espa- 
ñoles.—Caríosidades  bibliográficas, 
(i)    Acto  V,  escena  V. 

U 


434 

misteriosa  y  providencial,  nacen  el  uno  del  otro  y  son 
compañeros  inseparables  del  hombre  de  la  aurora  al  oca- 
so de  la  vida! 

Gomo  se  ve  en  los  ejemplos  citados,  no  es  cosa  de  po- 
co momento  la  claridad  en  la  expresión  hablada  y  escri- 
ta si  ha  de  conseguirse  la  representación  fiel  del  pensa- 
miento, porque  donde  peligra  la  claridad  se  resiente  la 
Lógica. 

Así  que  debe  evitarse  con  sumo  cuidado  y  exquisita 
diligencia  todo  moti,vo  de  obscuridad  en  la  organización 
sintáctica,  en  la  homonimia  real  ó  aparente,  en  la  pro- 
piedad de  las  palabras  y  en  el  uso  de  las  anfibológicas 
y  de  las  que  solamente  se  diferencian  por  el  acento  pro- 
sódico. 

En  Sancho  Ortiz  de  las  Roelas  dice  el  protago- 
nista W\ 

«¡Ay  palabra  dura,  impía, 
Palabra  por  mí,  mal  dada, 
Y  para  mí  mal,  cumpUdal» 

Á  primera  vista  se  conoce  que  es  forzoso  acentuar 
con  énfasis  la  pronunciación  del  pronombre  personal, 
y  pasar  como  sobre  ascuas  por  el  posesivo  para  llevar 
el  acento  tónico  y  la  cantidad  al  substantivo  mal;  por- 
que el  descuido,  nada  difícil  por  cierto,  en  la  pronun- 
ciación ó  en  la  escritura  de  las  palabras  homónimas  es 
bastante  á  hacer  que  los  pronombres  suenen  como  per- 
sonales ó  como  posesivos,  y  el  substantivo  y  el  adver- 
bio cambien  su  significación  respectiva;  y  así  ha  suce- 
dido con  frecuencia  en  el  teatro,  lo  cual  no  está  confer- 
ía) Acto  II,  escena  IV.— Tragedia  de  Lope  de  Vega,  arreglada  por  Dea 
Cándido  María  Trigueros.— Madrid,  1804. 


435 

me,  ni  mucho  menos,  con  el  pensamiento  del  poeta,  de 
quien  es  toda  la  culpa. 

Y  á  fe  que  no  tiene  poca  Calderón,  salvo  el  alto  res- 
peto que  merece  su  nombre,  al  poner  en  boca  de  una 
persona  importante  de  La  vida  es  stceño  el  siguiente 
verso  W: 

aQae  apenas  llega,  cuando  Uega  á  penas, d 

donde  prescindiendo  de  la  parafonía  y  del  retruécano, 
no  justificados  por  la  intención  lógica,  hay  necesidad  de 
señalar  en  la  pronunciación  la  diferencia  de  cantidad 
prosódica  de  las  palabras  apenas  y  penas j  omitir  lá  eli- 
sión del  segundo  hiatus,  y  alargar  el  verso  si  ha  de  re- 
citarse, siempre  con  afectación,  una  frase  que  podría  á 
todo  tirar  permitirse  en  el  obligado  gracioso. 


IX. 


Fuente  de  la  claridad  del  habla  es  la  propiedad  de 
las  palabras.  Guando  por  el  estudio  del  aholengo  phoné- 
tico  se  conoce  cumplidamente  la  idea  cardinal  conteni- 
da en  la  raíz  y  la  evolución  completa  de  la  palabra,  po- 
demos decir  que  ésta  se  ha  petrificado j  y  según  la  tec- 
nología química,  que  ha  cristalizado;  adquiriendo  en- 
tonces condiciones  indisputables  de  propiedad  que  le  dan 
perfecto  derecho  para  representar  lógicamente  la  idea- 
madre  de  la  raíz  y  todas  las  que  de  ella  nacen  ajusta- 
das á  la  pauta  de  las  leyes  glosológicas.  Es,  pues,  nece- 
sario que  toda  idea  se  halle  virtual  y  formalmente  re- 
presentada en  una  palabra,  propiedad  suya,  con  la  cual 

(4)    Jornada  I,  escena  I. 


436     ' 

constituye  la  unidad  de  lo  suprasensible  y  de  lo  sensi- 
ble. Es  además  necesario,  para  aquilatar  las  condicio- 
nes dé  propiedad,  saber  el  valor  lógico  primitivo  y  fun- 
damental de  la  raíz,  y  el  de  los  miembros  que  se  han  ido 
agregando  hasta  la  evolución  final  bajo  las  formas  dis- 
tintas de  prefijos,  infijos,  subfijos,  enclíticos,  desinen- 
cias, derivaciones  y  composiciones. 

Sólo  así  pueden  apreciarse  debidamente  su  significa- 
ción y  su  pureza;  cualidades  necesarias  para  poderla 
usar  sin  el  riesgo  de  darle  un  valor  lógico  contrario  á 
veces  al  genuino.  Porque  es  indudable  que  caminamos  á 
ciegas  cuando  ignoramos  la  génesis  de  la  palabra,  las 
partes  que  la  componen  y  las  alteraciones  que  ha  su- 
frido por  la  influencia  del  tiempo,  de  las  costumbres,  de 
la  convención,  ó  de  las  exigencias,  alguna  vez  atendi- 
bles, de  la  eufonía.  Pero  hablamos  y  escribimos  con 
completa  seguridad  cuando  conocemos  el  valor  de  la  pa- 
.  labra  y  el  de  las  partes  que  la  constituyen.  Quien  sabe 
apreciar  la  propiedad  de  la  palabra  género^  no  la  usará 
promiscuamente  con  la  palabra  especie^  y  colocará  una 
y  oti'a  en  el  lugar  correspondiente  de  la  serie  más  ó 
menos  natural  de  las  palabras,  cldse^  orden^  tribuy  fa- 
milia,  género^  especie^  variedad  ó  individuo^  dando  á 
cada  cual  representación  propia  en  la  inteligencia.  El 
que  sabe  descomponer  las  palabras,  hallará  necesaria- 
mente en  lo  absoluto  una  idea  independiente  y  desligada 
de  toda  relación;  en  substancia^  algo  que  ecciste  debajo 
de  la  forma  sensible;  y  en  circunspección^  el  cuidado  de 
ver  lo  que  hay  al  rededor^  si  no  quiere  pecar  de  impru- 
dente. 

La  palabra- debe  ser  la  fotografía  de  la  idea,  la  en- 
carnación del  pensamiento.  Enfrente  de  palabras  de  ex- 


437 

célente  construcción  glosológica,  representantes  legíti- 
mas de  ideas  bien  determinadas,  como,  por  ejemplo,  au- 
tonomía y  antinomia^  hay  otras,  como  academia  y  ana- 
tomía,  cuya  significación  racta  está  á  larga  distancia' 
de  la  convencional,  y  medicina,  la  cual  no  comprende 
todas  las  condiciones  de  la  idea.  Al  lado  del  nombre  que 
tiene  la  sal  común  en  la  excelente  tecnología  de  la  Quí- 
mica, vamos  á  qolocar  el  del  género  botánico  del  tabaco. 
¿Qué  dicen  á  la  inteligencia  las  palabras  Cloruro  sódico? 
Todo:  que  la  sal  común  se  compone  de  dos  cuerpos  sim- 
ples bien  definidos.  ¿Qué  dice  á  la  inteligencia  la  pa- 
labra Nicotiana?  Nada:  porque  es  lo  mismo  que  no  sa- 
ber nada<5on  respecto  á  la  naturaleza  de  la  cosa,  saber 
que  plugo  á  Linneo  dedicar  el  género  botánico  á  Juan 
Nicot,  embajador  de  Francia  en  Portugal,  quien,  según 
dicen,  fué  el  primero  que  llevó  el  tabaco  á  su  país.  Va- 
liera más  que  el  sabio  naturalista  hubiera  conservado 
para  el  género  el  nombre  vulgar. 

¿Y  qué  diremos  de  la  palabra  músculo  y  sus  deriva- 
das? Que  es  tan  grande  la  tiranía,  del  uso  y  de  la  con- 
vención, que  cuando  decimos  fuerza  muscular  imagi- 
namos un  atleta,  y  ni  por  asomo  se  nos  ocurre  que  si 
fuera  posible  se  reirían  al  verse  juntos  el  substantivo  con 
su  poderosa  representación  y  el  adjetivo  con  su  humilde 
y  antitética  etimología. 

Sería,  sin  duda  alguna,  ocioso  y  molesto  decir  más 
acerca  de  la  propiedad  y  pureza  como  condiciones  in- 
declinables de  las  palabras;  y  también  hablar  de  la  ne- 
cesidad que  tiene  toda  lengua  de  admitir  algunas  extra- 
ñas correspondientes  á  ideas  nuevas,  cuando  su  diccio- 
nario carece  de  medios  de  representación;  y  de  purifi- 
car un  día  y  otro  el  caudal  propio,  desterrando  las 


"'.^i>f?^7*'  ' 


438 

que  se  introducen  tantas  veces  sin  razón  valedera  y 
contra  las  leyes  de  la  glosologla.  Y  bien  merecen  ser 
desterradas  del  diccionario,  ó  al  menos  ser  relegadas 
á  un  apéndice,  bastante  número  de  ellas  que  se  nos 
han  entrado  de  rondón  en  nuestra  lengua  sin  la  conve- 
niente justificación.  Allí,  separadas  del  cuerpo  del  dic- 
cionario y  escritas  como  se  escriben  en  la  lengua  de 
donde  proceden,  figuraría  la  que  se  aplica  á  la  juven- 
tud amiga  de  traerse  rica  y  elegantemente,  y  se  vería 
con  su  femenino  construido  de  tal  modo  á  la  castella- 
na, que  á  primera  vista  tiene  cierto  sabor  á  hibridis- 
mo  galo- helénico.  Y  á  propósito,  ahora  mismo  tene- 
mos una  locución  extranjera  que  anda  en  labios  muy 
delicados  y  se  presenta  con  la  categoría  gramatical  de 
substantivo  masculino,  escribiéndose,  no  como  en  su 
tierra,  sino  como  se  pronuncia  en  la  nuestra.  Ningún 
motivo  hay  para  semejante  adquisición,  porque  sin  ne- 
cesidad de  exóticas  locuciones  puede  pedir  una  dama  á 
su  doncella  el  uno  y  otro;  y  mejor  el  por  si  llí4evej  y, 
todavía  mejor,  la  sombrilla-paraguas  ó  el  paraguas-qui- 
tasol. No  es  de  esperar  que  la  doctísima  Academia  que 
trabaja  sin  descanso  en  purificar  y  dar  esplendor  á  la  len- 
gua patria,  conceda  carta  de  naturaleza  á  palabras  fal- 
tas de  las  cualidades  que  reclaman  la  glosologla  y  las  ne- 
cesidades de  la  civilización. 


Es  la  palabra,  según  queda  apuntado,  un  organismo, 
y  como  tal,  viviente  en  la  representación  ¿^^n^^íca  y  en 
la  gráfica.  Manifiéstase  en  una  y  otra  la  vida  de  la  pa- 
labra por  medio  de  elementos  prosódicos,  entre  los  cua- 


439 

les  descuellan  como  fundamentales  el  acento,  la  canti- 
dad, la  tonalidad^  la  medida,  el  orden,  el  númerOj  d  rif- 
mo  y  la  pausa,  de  tal  manera  dispuestos  en  Idi  phonesis  y 
en  la  escritura  que  las  sílabas  son  notas  musicales,  y  las 
palabras,  proposiciones  y  frases  son  miembros  de  una 
melodía  que  se  percibe  desde  luego  en  la  prosa  y  aparece 
galana  y  brillante  en  la  poesía.  Elementos  muy  princi- 
pales de  la  prosodia  son:  el  acento,  centro  de  gravedad 
de  la  palabra,  cuya  etimología  desculDre  ya  su  importan- 
cia, con  dos  tiempos,  el  arsis  y  la  thesis,  correspondien- 
tes á  la  elevación  y  descenso  de  la  voz,  y  un  espacio  in- 
termedio, apenas  perceptible,  de  pausa  formando  la  uni- 
dad rítmica;  la  cantidad,  que  determina  la  longitud  y 
brevedad  de  las  sílabas;  la  tonalidad,  que  comprende  la 
intensión,  la  extensión  y  timbre  de  la  voz;  y  la  pausa, 
que  separa  de  un  modo  conveniente  las  palabras  para 
dar  al  discurso  claridad  y  belleza.  Tan  grande  es  la  fuer- 
za lógica  de  estas  condiciones  prosódicas,  que  cuando 
faltan  aparecen  las  palabras  como  muertas,  como  soni- 
dos inarticulados,  como  ruidos;  pero  cuando  eslán  colo- 
cadas en  el  sitio  requerido  por  la  intención  lógicaj  su 
magia  es  irresistible  y  expresan  admirablemente  actos 
intelectuales  y  afectivos  muy  variados,  desde  aquéllos 
que  la  voluntad  aparenta  ocultar,  hasta  los  que  quiere 
declarar;  desde  la  entonación  nativa  é  infantil,  liasía  la 
afectada  y  enfática;  desde  la  ironía  socráticaj  hasta  el 
sarcasmo  aterrador.  Es  á  veces  tan  potente  la  fuerza  re- 
presentativa de  estas  formas  prosódicas,  que  el  si  signi- 
fica no;  el  no,  si;  el  placer,  dolor;  el  dolor,  placer;  el 
llanto,  risa,  y  la  risa,  llanto.  Todos  conocemos  esta  fuer- 
za y  hacemos  de  ella  uso,  movidos  en  parte  por  el  ins- 
tinto y  en  parte  por  la  educación.  Una  frase  vulgar  la 


d^íne  fy:n  e»src:!e1a  exac.::ad  c::ai:ij  i-ftíimos  que  no 
nots  ciiele  ío  que  nos  dicen,  sino  ei  retintín  con  que  nos 
lo  ¿ioéa.  Precisainen^e  en  el  reíii- un  €^¿z.  el  afC!ento.  la 
cantidad,  la  tonalidad  t  la  pausa. 

Recordaremos  algunos  versos  donde  bcda  el  acento 
tónico  dando  movinaiento  y  vida  á  la  palajbra  y  mere- 
ciendo con  jnsücia  ei  nombre  de  alma  pKiTkéiiea  'eoñma 


coas^. 


Óigase  un  verso  de  la  égloga  IV  de  Virgilio: 

c  Ultima  Cumei  cemi  jam  carmÍMis  das.  > 

Y  otro  de  la  X: 

•Hie  gelidi  f entes,  hic  mol'ia  praia^  £¿rjW,» 

Y  éste  de  Garcilaso: 

•Flérída  para  mi  dake  y  sabrosa.» 

Estos  versos,  tan  agradables  al  oído  por  lo  numero- 
sos, deben  su  dulzura  y  cadencia  á  la  situación  que  guar- 
dan los  acentos,  las  sílabas  lai^:as  y  breves  y  las  pausas. 

Oigamos  al  renombrado  poeta  D.  Juan  2sicasio  Galle- 
go. Anuncia  el  bardo  en  el  Osear  la  muerte  de  una  de 
las  personas  de  la  tragedia,  y  dice .' : 

cHas  ya  hueila  feliz  las  altas  nabes 
De  sus  abaelos  ínclitos  al  lado, 
Y  en  la  azulada  bóveda,  sa  sombra 
Plácida  ríe  en  eternal  descanso.^ 

¿No  es  verdad  que  el  último  verso  pinta  con  sus  acen- 
tos y  tranquila  cadencia  la  calma  beatifica  de  las  man- 
siones celestes? 

(I)    AttoL 


iil 

Veamos  ahora  el  contraste  de  pensamiento  y  expre- 
sión en  la  misma  tragedia.  Habla  el  hijo  de  Osian  en  el 
arrebatamiento  de  su  loca  pasión  (0: 

«Si  á  mi  vista  un  combate  se  ofreciera, 
Por  las  huestes  frenético  rompiendo, 
CoiTer  la  sangre  y  el  feroz  destrozo 
Mirara  con  placer » 

El  segundo  verso,  con  la  sílaba  acentuada  y  brevísi- 
ma de  la  palabra  frenético,  pinta  al  guerrero  lanzándose 
con  la  rapidez  del  rayo  en  lo  más  empeñado  de  la  pelea; 
y  el  tercero,  con  las  letras  y  sílabas  de  extremada  dureza 
y  cantidad,  parece  cómo  que  representa  el  infernal  pla- 
cer que  goza  el  desesperado  amante  al  contemplar  en  su 
derredpr  la  muerte  y  la  destrucción. 

Dedica  el  eminente  poeta  D.  Ventura  de  la  Vega  una 
epístola  á  su  doctor  y  amigo,  y  dice  con  lirismo  encan- 
tador (í): 

«En  estos  días  plácidos 
En  que  venciendo  el  frígido 
Rigor,  el  numen  Deifico 
Mostró  su  rostro  vivido.» 

Y  en  seguida  abate  el  águila  su  vuelo,  y  la  musa  ju- 
guetona dice  con  entonación  sencilla: 

«Salí  según  sus  órdenes 
En  alquilón  vehículo. 
Del  ambiente  atmosférico 
Á  aspirar  el  oxígeno.» 

No  sólo  siente  el  oído,  animado  por  el  instinto  musi- 
cal, el  placer  de  las  modificaciones  prosódicas,  sino  que 

{K)    Acto  I,  escena  IV. 

(%)    Obras  poéticas,  pág.  587.~Pans,  4866. 


442 

desea  además  que  haya  en  ellas  la  variedad  necesaria 
para  que  resulte  la  armonía.  Por  eso  rechaza  instinti- 
vamente la  parafonía  producida  por  la  repetición  muy 
cercana  de  letras  y  sílabas  iguales,  de  palabras  homó- 
nimas y  terminaciones  unísonas  en  todos  aquellos  casos 
en  que  esta  repetición  no  se  halla  motivada  por  la  ne- 
cesidad lógica  determinante  de  la  expresión  del  pensa- 
miento. 
Dice  Virgilio: 

a Et  jam  nox  húmida  ccelo 

Prcecipitatj  suadentque  cadeníia  sidera  somnos  (1).» 

Aquí  no  hay  parafonía  de  las  tres  palabras  que  em- 
piezan con  5,  porque  cabalmente  la  repetición  de  esta 
letra  en  el  verso  imita  la  influencia  que  tienen  en  la 
producción  del  sueño  los  sonidos  monótonos  y  acompa- 
sados. 

Oigamos  al  gran  Quintana  (^): 

•Do  quier  que  gracia  y  gentileza  veo, 
(iAíli  está  Cintiay>  en  mi  delirio  digo, 
Y  ver  á  Cintia  en  mi  delirio  creo.» 

Tampoco  son  parafónicas  las  palabras  Cintia  y  deli- 
rio^ porque  el  oído  percibe  desde  luego  que  son  necesarias 
para  la  representación  de  las  ideas,  y  lejos  de  serle  des- 
agradables siente  verdadero  placer  con  su  repetición. 

No  sucede  lo  mismo  con  un  verso  de  Jáuregui  en  su 
traducción  de  la  Farsalia. 

Inquieto  César  por  la  tardanza  de  Antonio,  deja  el 
ejército  en  Apolonia  con  el  secreto  propósito  de  ir  á 
Brindis;  y  sin  querer  más  compañía  que  la  de  la  For- 

(\)    iEneidos,  lib.  íí,  v.  8  y  9. 
(2)    Obras  poéticas. 


443 

tuna  (O,  entra,  al  cerrar  de  la  noche,  disfrazado  de  es- 
clavo, en  un  barco  de  doce  remos  para  bajar  por  el 
Aóus  al  Adriático.  Levántase  con  violencia  el  viento  de 
mar,  y  las  olas  que  vienen  amenazantes  en  dirección 
contraria  á  la  corriente  impiden  que  el  barco  venza  la 
desembocadura  del  rio.  El  piloto,  temiendo  zozobrar, 
manda  volver  la  proa;  y  entonces  el  que  algunos  días 
adelante  iba  á  ser  en  Farsalia  dueño  absoluto  de  Roma 
y  del  mundo  conocido,  hace  rostro  á  la  tempestad  y  al 
peligro  y,  descubriéndose,  dice  al  piloto:  «No  temas; 
llevas  á  César  y  á  la  Fortuna.  >  Estas  palabras,  que  pone 
Plutarco  (*)  en  bocTa  de  César  y  dilúen  Lucano  y  Jáure- 
gui  en  más  versos  de  los  necesarios,  no  se  hallají  ex- 
presadas en  el  poeta  latino  ni  en  su  traductor  con  el 
vigor  y  la  concisión  que  reclaman  un  pensamiento  ca- 
pital y  una  situación  que  ha  de  conservar  la  Historia; 
por  más  que  César,  con  modestia  natural  ó  calculada, 
calle  este  hecho  en  sus  Comentarios ^  escritos  verdadera- 
mente con  grande  habilidad  política  para  echar  toda  la 
culpa  de  la  guerra  civil  sobre  el  partido  de  Pompeyo. 
Así  se  expresa  Jáuregui  W: 

«Las  deidades  maritimas  que  adoras 
Me  reconocen  hoy  Dios  de  la  nave; 
Soy  César:  ya  mi  nombre  es  su  tutela. 
Mi  voz  rige  el  timón,  pulsa  la  vela.» 

Perdónensele  en  buen  hora  al  poeta  algún  ripio  y  tal 
cual  palabra  poco  propia  como  exigencia  métrica;,  pero 
no  se  puede  perdonar  la  insufrible  parafonía  de  su  tu- 
tela^ y  menos  en  situación  crítica  que  requiere  lógica- 

(i)    Sola  placet  Fortuna  come$.  Lucano,  11b.  V,  v.  540. 

(2)  Vida  de  César. 

(3)  Farsalia,  lib.  X,  octava  43. 


444 

mente  fórmula  concreta  y  armoniosa,  al  que  en  la  bellí- 
sima paráfrasis  del  salmo  Super  flumina  tiene  versos  tan 
fluidos  y  espontáneos  como  éstos  (0: 

«En  la  ribera  undosa 
Del  Babilonio  río 

Los  fatigados  miembros  reclinamos, 
Y  allí  con  faz  llorosa 
Junto  á  su  margen  frío, 
Con  lágrimas  sus  ondas  aumentamos.» 

El  fecundo  poeta  dramático  Bretón  (le  los  Herre- 
ros, con  su  terenciana  vis  cómica,  es  oportunísimo  por 
el  uso  intencional  de  la  paiaifonía.  Hay  en  una  de  sus 
comedias  W  yn  joven  poetastro  que  se  propone  adorar 
al  santo  por  la  peana,  dedicando  este  cumplimiento  á 
una  tía  suya,  madre  del  ingrato  objeto  de  su  amor: 

«Dulce  tía,  á  quien  me  une 
La  simpa¿ta*más  tierna^ 
Simpaba  que  será 
Muy  ei\  breve  simpa-suegra, 
¿Cuándo  aquí  del  Himeneo 
Arderá,  /ta,  la  tea?» 

Á  pesar  de  las  tías,  de  la  tierna  y  de  la  tea,  los  versos 
son  muy  agradables  al  oído  porque  están  en  el  carácter 
de  una  persona  que  habla  como  debe  hablar  y  no  de  otra 
manera. 

XI. 

Y  si  la  Lógica  quiere  para  el  oído  el  aceito,  la  canti- 
dad, el  número  y  demás  condiciones  prosódicas,  quiere 

(\)    Gnnciones. 

(2)    ¿os  dos  sobrinos,  acto  IV,  escena  IX.  , 


445 

también  con  no  menos  razón  que  las  palabras  no  se  al- 
teren en  la  representación  phonética  ni  en  la  gráfica,  y 
que  se  pronuncien  y  escriban  según  pide  su  organiza- 
ción genuína,  ajustada  á  las  leyes  de  la  glosologia  gene- 
ral y  particular. 

De  fecha  bien  remota  es  el  hecho  de  las  alteraciones 
phonéticas  y  gráficas.  Ya  decía  Platón  que  se  habían  des- 
figurado las  palabras  primitivas  en  su  construcción  y  en 
su  prosodia,  tanto  por  el  poder  del  tiempo  como  por  el 
deseo  de  hacerlas  eufónicas  y  armoniosas  con  la  adición 
6  substracción  de  letras,  prefiriendo  á  la  verdad  el  agra- 
do del  oído;  y  que  esta  alteración  era  á  veces  tan  nota- 
ble que  las  palabras  antiguas  parecían  bárbaras  compa- 
radas con  las  modernas  (<). 

Sin  embargo,  concedía  Platón  alguna  libertad  en  la 
adición,  supresión  ó  transposición  de  letras,  siempre  que 
la  esencia  de  la  cosa  representada  dominase  en  la  pala- 
bra. De  donde  se  deduce  que  como  la  parte  fundamental, 
la  que  encierra  la  esencia,  es  la  raíz,  ésta  es  la  que  debe 
respetarse  con  sumo  cuidado,  sin  permitir  alteración  al- 
guna, ni  aun  so  pretexto  de  ingerencia  eufónica. 

Y  por  cierto  que  nuestra  lengua  no  ha  dejado  de  to- 
marse más  de  una  libertad  bien  poco  arreglada  al  crite- 
rio phonológicoy  excediendo  en  algún  punto  á  otras  len- 
guas románicas.  Ahí  tenemos  la  palabra  tiempo^  de  tan 
alta  categoría  en  la  región  de  las  ideas,  con  una  vocal 
ingerida  en  la  raíz,  si  bien  por  una  dichosa  inconsecuen- 
cia no  ha  cundido  la  alteración  á  sus  derivaciones.  Ahí 
está  la  partícula  prepositiva  trans  que  va  perdiendo  de 
día  en  día  la  n,  letra  cuya  pronunciación  está  en  conso- 

i\)    Diálogos.—Craíyío. 


446 

nancia  con  la  idea  de  resistencia,  así  como  la  de  la  r  en- 
vuelve la  de  movimiento,  significando  la  reunión  de  las 
dos  que  para  ir  al  través  de  un  obstáculo  hay  que  ven- 
cer una  dificultad.  Ahí  está  también  la  palabra  ^rqprio, 
compuesta  de  dos  radicales  de  importantísima  significa- 
ción, que  por  de  pronto  ha  perdido  la  r  en  la  segunda 
raíz,  y  si  llega  á  perder  la  de  la  primera  (y  es  temible  al 
paso  que  vamos)  y  la  acompaña  en  tan  fatal  corruptela 
la  partícula  trans^  pronunciaremos  ambas  como  las  pro- 
nuncian los  niños  y  los  que  tienen  cierto  defecto  en  los 
órganos  phonéticos.  Las  palabras  dejarán  entonces  de 
serlo  en  la  esfera  de  la  Lógica,  y  vendrán  á  ser  meras 
convenciones  como  vicestra-merced  y  vuestra^señoria, 
que  bastardeando  de  su  origen  y  contrayéndose  poco  á 
poco,  han  quedado  reducidas  á  la  menor  expresión,  sin 
raíces,  sin  representación  lógica  y,  por  añadidura^  sin 
belleza  alguna  eufónica. 

Y  no  se  quiera  sostener  la  infiuencia  del  uso  y  de  la 
convención  con  el  prestigio  de  la  autoridad,  porque  si 
bien  Horacio  dice  W\ 

« si  volet  usuSi 

Quem penes  arbitrium  esty  et  jus,  et  norma  loquendi^n 

se  refiere  á  las  palabras  antiguas  que  renacen  y  á  las 
modernas  que  caen  en  desuso.  Así  y  todo,  no  ha  hecho 
poco  daño  el  preceptista  con  la  desmedida  importancia 
concedida  al  uso.  Éste  lo  mismo  que  la  convención  es- 
tán sujetos  á  prudente  medida,  y  nunca  deben  oponerse 
á  las  leyes  lógicas  contra  las  cuales  no  hay  fuerza  po- 
sible. Pero  ¡ya  se  ve!  Horacio  es  autoridad  de  cuenta 
en  la  materia,  y  las  grandes  autoridades  de  la  ciencia  y 

( \ )    Epístola  ad  Pisones. 


447 

del  arte  suelen  ser  más  idealistas  que  las  medianas,  y 
tienen  el  gravísimo  inconveniente  de  imponer,  desde 
una  altura  que  algunas  veces  las  deslumhra,  creencias 
exageradas  y  por  lo  tanto  poco  prácticas. 

No  hay  razón  ninguna  para  alterar  las  raíces,  y  me- 
nos puede  permitirse  esta  alteración  en  idiomas  que  vie- 
nen de  una  lengua-madre,  porque  sohre  las  raíces  de 
ésta  no  tenemos  ni  dehemos  tener  otro  dominio  que  el 
útil,  y  cualquiera  modificación  en  la  raíz  solamente  se- 
ría tolerahle,  y  esto  con  exquisita  prudencia,  en  las  pa- 
labras autóctonas,  en  las  verdaderamente  propias.  En 
suma:  en  las  raíces  dehe  dominar  el  espíritu  de  conser- 
vación, y  en  las  anexiones,  desinencias  y  derivaciones, 
así  como  en  la  sintaxis,  el  espíritu  de  progreso. 

Pide  tamhión  la  Lógica  que  las  palahras  se  pronun- 
cien y  escrihan  de  manera  que  se  distingan  sin  dificultad 
alguna  las  partes  que  constituyen  su  organismo  phoné- 
tico  y  gráfico.  Hay  palahras  que  pronunciamos  y  escri- 
himos  mal  por  descuido  que  hien  pronto  se  convierte  en 
costumhre.  En  obligación^  por  ejemplo,  no  suena  ordi- 
nariamente desligado  el  prefijo,  como  lo  está  en  obla- 
ción ^  obrepción  y  subrepción.  La  palahra  griega  5t/m- 
phonia  se  escrihe  de  tal  modo  que  parece  híhrida  y  vie- 
ne á  representar  lo  contrario  de  la  griega;  y  las  de  ori- 
gen latino  substancia,  subscripción,  substitución,  apa- 
recen significando  casi  lo  contrario  suprimida  la  b  del 
prefijo.  Y  ¿qué  diremos  de  abogado  y  abolengo,  que  están 
desgraciadamente  divorciadas,  la  primera  de  su  compo- 
sición y  la  segunda  de  su  raíz? 

Es,  pues,  indispensahle  que  la  palahra  externa  sea  la 
representación  fiel  de  la  interna,  que  es  el  pensamiento 
mismo;  y  es  necesario  evitar  con  suma  diligencia  que 


448 
se  debiliten  las  condiciones  fundamentales  del  habla, 
porque  no  hay  que  olvidar  la  tendencia  de  la  humanidad 
á  facilitar  la  pronunciación  suprimiendo  Qonsonantes  v 
sílabas;  á  desligarse  de  las  reglas  sintácticas,  y  á  em- 
plear frases  y  construcciones  especiales,  creando  de  este 
modo  el  habla  popular  muy  diferente  de  la  clá  sica- 
Notable  influencia  tienen  en  estas  alteraciones,  dis- 
cretamente señaladas  por  el  ilustradísimo  Monlau  C*),  el 
clima,  las  costumbres  y  algunas  circunstancias  más  6 
menos  duraderas  de  la  vida  social  y  política,  como  las 
guerras  y  las  relaciones  de  la  ciencia,  del  arte,  del  co- 
mercio y  de  la  industria.  La  juventud  elegante  de  la  épo- 
ca del  Directorio  suprimía  la  R  líquida  y  la  final  sin  du- 
da para  hacer  más  dulces  las  palabras,  imitando  á  nues- 
tros meridionales.  Á  buen  seguro  que  la  muelle  supre- 
sión de  la  R  no  tendría  en  las  orillas  del  Sena  el  donai- 
re y  la  gracia  que  tiene  en  las  márgenes  del  Guadal- 
quivir. 

No  se  resiente  menos  la  sintaxis,  cuyas  reglas  se  olvi- 
dan á  veces  en  tal  grado  que  las  palabras  propias  se  ha- 
llan ligadas  por  una  sintaxis  extraña,  como  plantas  lle- 
vadas á  un  clima  donde  no  pueden  vivir  por  falta  de  las 
condiciones  necesarias.  Y  en  esta  corrupción  del  habla 
tiene  más  parte  el  hombre  que  la  mujer.  El  hombre,  en- 
tregado á  la  vida  exterior,  á  la  vida  pública;  llevado  en 
todas  direcciones  por  las  guerras  y  las  necesidades  de  la 
civilización,  altera,  sin  quererlo  y  sin  conocerlo  él  mis- 
mo, su  propio  idioma  mezclando  las  palabras,  la  sinta- 
xis y  el  estilo  con  las  formas  glosológicas  de  otros  paí- 
ses. La  mujer,  dedicada  á  la  vida  interior  de  la  familia^ 

( 1 )    Discurso  de  recepción. 


449 

conserva  mejor  y  por  más  tiempo  la  pureza  y  la  hermo- 
sura de  la  lengua,  á  la  vez  que  guarda  las  virtudes  en  el 
santuario  del  hogar. 


XII. 


Constituida  el  habla  en  virtud  de  las  leyes  glosológi- 
cas  y  se  perfecciona  cada  día  acomodando  sus  diversos 
miembros  á  la  significación  genuína,  restringiendo  d  au- 
mentando la  figurada,  la  translaticia  y  la  convencional, 
y  difundiendo  la  armonía  por  el  organismo  phonético  y 
gráfico.  Entonces  el  habla,  producto  del  espíritu  y  su  re- 
presentante exterior,  refleja  á  su  vez  brillante  luz  sobre 
el  entendimiento,  y  se  establece  una  reciprocidad  de  ac- 
ción y  de  influencia  entre  lo  suprasensible  y  lo  sensible; 
reciprocidad  que  es  manantial  inagotable  de  cultura  in- 
telectual. Entonces  alcanzamos  la  fórmula  deseada,  la 
dichosa  ecuación  de  las  dos  unidades,  la  fusión  de  lo  pen- 
sado y  de  lo  expresado.  Y  entonces,  finalmente,,  aparece 
el  estilo,  el  cual,  como  la  voz  y  la  fisonomía,  es  el  sello 
de  la  personalidad. 

Pero  ¿es  fácil  llegar  en  todos  los  casos  al  afortunado 
concierto  de  lo  subjetivo  y  lo  objetivo?  La  contestación 
debe  ser  por  desgracia  terminantemente  negativa.  Es 
muy  difícil,  y  tanto,  que  sólo  á  clarísimos  ingenios  les 
es  dado  tocar  siempre  la  meta  de  esta  anhelada  armo- 
nía. El  hombre  olvida  á  todas  horas  que  el  sileticio  es 
oro  y  la  palabra  es  plata^  y  peca  siempre,  no  de  falta, 
sino  de  exceso  de  palabras.  Y  la  prueba  la  tenemos  pe- 
rentoria, á  la  mano,  en  mí  mismo.  En  el  discurso  que 
tengo  la  envidiable  ó  inmerecida  honra  de  leer  ante 

29 


450 

Vuestra  Majestad,  hay  algOy  mds  que  algo  que  merece 
calificarse  de  bueno;  pero  lo  bueno  no  es  mío.  Pues  en 
lo  que  me  pertenece  se  hallarán  de  seguro  palabras  en 
gran  número  que  están  de  más,  y  no  pocas  nada  confor- 
mes con  las  leyes  lógicas;  que  es  más  fácil  señalar  el  iti- 
nerario de  un  viaje  largo  y  difícil  sobre  la  carta  geográ- 
fica, que  andar  después  el  camino  trazado  tranquilamen- 
te en  la  soledad  del  estudio. 

No  hay,  bien  puede  afirmarse,  una  persona  que  no  re- 
cogiera, á  ser  posible,  infinitas  palabras  que  ha  dicho 
sin  necesidad  lógica,  es  decir,  que  al  menos  le  han  so- 
brado  al  querer  exponer  su  pensamiento.  Y  puede  darse 
por  muy  contenta  si  la  abundancia  de  expresión  es  ino- 
cente y  no  la  sigue  el  punzante  remordimiento;  y  aun 
cuando  no  lo  sea,  todavía  puede  consolarse  con  lo  pasa- 
jero de  la  expresión  phonética.  Pero  no  sucede  lo  mismo 
con  la  gráfica,  cuyo  carácter  de  duración  y  hasta  de  per- 
petuidad la  hacen  más  peligrosa  cuando  de  ella  se  abu- 
sa, y  por  desgracia  abusamos  lamentablemente.  Si  pu- 
diéramos separar  de  cuanto  se  ha  escrito  lo  que  es  fá- 
rrago indigesto  de  palabras  desprovistas  de  funciones 
lógicas,  y  lo  que  es  á  todas  luces  erróneo  y  malo,  nos 
encontraríamos  con  una  riqueza  preciadísima  que  po- 
dríamos poseer  mejor  que  cuando  con  fatiga  grande  nos 
vemos  obligados,  más  de  una  vez,  á  sacarla  de  aquel 
lugar  mitológico  llamado  de  Augias.  Pero  no  hay  reme- 
dio para  este  mal:  la  Humanidad  tiene  que  cargar  con  lo 
bueno  y  con  lo  malo,  y  ¡gracias!  si  en  el  conocimiento 
de  lo  malo  puede  hallar  provechosa  enseñanza  para  lo 
por  venir. 

¡Qué  potente  es  la  palabra  cuando  por  un  lado  la  voz, 
el  gesto,  la  actitud  y  las  maneras,  y  por  otro  la  elo- 


451 

cuencia  y  la  prosodia,  están  en  perfecta  concordancia 
con  el  pensamiento!  ¡Qué  potente  es  la  palabra  escrita 
cuando  dentro  de  esta  misma  concordancia  se  reproduce 
y  difunde  maravillosamente,  mereciendo  el  nombre  de 
pteroeuta  que  con  risueña  imaginación  le  daba  la  anti- 
güedad clásica,  diciendo  que  tiene  alas  y  vuela  graciosa-' 
mente  como  el  ave!  ¿Qué  habría  dicho  la  antigua  Grecia 
si  hubiera  visto  al  Habla  Castellana,  ya  gallardamente 
formada,  rica,  flexible  y  armoniosa,  volar  con  las  alas 
del  Genio  sobre  las^  líquidas  llanuras  de  un  piélago  nun- 
ca surcado,  más  grande  y  proceloso  que  el  de  los  Argo- 
nautas, y  señorear  un  Nuevo  Mundo?  ¿Qué  diría  si  viera 
hoy  á  la  palabra  escrita  dejar  atrás,  muy  atrás,  al  ave 
de  vuelo  más  rápido,  y  salvar  continentes  y  mares,  bur- 
lándose del  tiempo  y  del  espacio? 

Es  el  habla  palanca  providencial  con  que  domina  la 
Inteligencia  al  Universo,  hasta  donde  es  posible  en  la 
preestatuída  limitación  de  nuestra  perfectibilidad;  divi- 
na expresión  de  la  virtud ;  aliento ,  espíritu  de  la  vida 
social;  brillante  manifestación  de  la  ciencia  y  del  arte, 
Pero  á  vueltas  de  tan  alta  destinación  tiene  la  palabra 
el  funesto  poder  de  vestir  el  error  con  las  formas  en- 
cantadoras de  la  verdad;  y  alucina,  y  seduce,  y  arrastra 
como  en  confuso  torbellino  á  la  multitud  embriagada 
con  los  atavíos  fascinadores  y  el  acento  engañoso  de  la 
Sirena.  Nada  entonces  detiene  á  ésta  en  su  fatal  camino: 
enuncia  las  premisas;  la  multitud  las  admite;  la  Lógica 
incorruptible,  inflexible,  inexorable,  saca  la  consecuen- 
cia, y  el  silogismo  es  ¡ay  dolor!  ¡cuántas  veces  san- 
griento! 


m 

XIII. 

Ruego  á  Vuestra  Majestad  se  digne  concederme  bre- 
vísimo espacio  de  tiempo  para  dar  cima  á  este  discurso, 
recordando  de  pasada  algunos  trozos  de  buenos  escrito- 
res como  ejemplo  de  excelente  Lógica  y  sabroso  decir. 

Estos  escritores  serán  dos  lumbreras  del  arte  módica 
y  dos  príncipes  de  las  letras:  el  Maestro  Alfonso  de 
Cuenca,  médico  de  D.  Juan  II  de  Castilla;  el  Doctor 
Francisco  López  de  Villalobos,  médico  del  Rey  Católico, 
del  Emperador  y  de  Felipe  II;  Fr.  Luis  de  León,  y  Cer- 
vantes. Bien  se  ve  que  llevo  hasta  el  fin  del  camino  in- 
niejorable  compañía. 

Es  verdaderamente  digno  de  mención,  por  la  substan- 
cia y  por  la  forma,  el  testamento  de  Alfonso  de  Cuenca  (M, 
puesto  como  cumplido  remate  á  una  de  sus  obras.  Vóajise 
algunos  párrafos  de  este  curioso  documento  (*): 

a  Deseo  de  temporales  bienes,  codicia  de  males,  esperanzas  que 
deleitan,  servidumbre  humanal,  temores,  angustias,  pecados,  de- 
jad esta  ánima,  que  la  sentencia  es  dada  por  ella  del  Señor  Dios,  Juez 
Justo,  que  sea  suelta  de  vuestras  prisiones:  habed  otras  á  quien  pri- 
sionar.]) 

a|Oh  claro  día  aquél  cuando  esta  ánima  es  desatada  de  tan  escara 
cárcel  lodosa  con  esperanza  de  ir  por  eL claro  camino  onde  fueron 
los  claros  varones,  esperándolos  allá  veri ». .  • 

aEste  día  que  es  temido  así  como  postrimero  es  nacer  y  comienzo 
del  bien  perdurable.  Cuanto  me  allego  más  á  la  muerte  mejor  la  veo, 
y  deleitóme  como  el  que  viene  por  tormenta  de  mar  de  luengo  nave- 
gar y  ve  el  puerto  acerca.» 

c ^ 

(1)  Llamado  también  Alonso  Chirino  y  de  Guadalajara, 

(2)  Tratado  llamado  Menor  daño  de  Medicina.^ToXeáo,  1543. 


453 

a£l  día  del  nacer  engendró  el  día  del  morir;  si  alguno  lo  alongó  no 
lo  pudo  fuír,  como  sea  verdad  que  cada  día  morimos,  que  lo  pasado 
de  la  edad  la  muerte  lo  tiene,  y  el  que  se  querella  porque  muere, , 
querellase  de  lo  que  vivió,  y  de  haber  seido  hombre.  Grande  es  la 
deleitable  esperanza  de  ir  ver  la  gran  Luz  Divinal,  la  que  acatamos 
escuramente  por  las  angostas  carreras  de  los  ojos  corporales.  y> 

¡Qué  bien  expresadas  se  hallan  en  los  párrafos  copiados 
las  grandes  ideas  de  la  dualidad  humana,  del  espíritu 
encerrado  en  la  materia  grosera  y  en  perpetua  guerra 
con  su  propia  cárcel,  de  la  aspiración  á  la  vida  perdura- 
ble, y  de  la  predeterminada  limitación  de  los  ojos  corpo- 
rales para  ver  la  gran  Luz  Divinal!  Al  leer  este  hermoso 
trozo  de  filosofía  cristiana,  en  el  cual  se  declaran  la  opo- 
sición entre  el  espíritu  y  la  materia,  y  la  coexistencia  de 
la  voluntad  y  de  la  noluntad ^  del  querer  y  del  no  querer , 
no  podemos  menos  que  recordar  las  dos  fuerzas  antinó- 
micas valientemente  descritas  por  el  Apóstol  de  las  Gen- 
tes (<)  y  las  dos  voluntades  que  en  su  discordia  conturba7 
han  el  ánima  del  grande  Obispo  de  Hipona  (^). 

La  Poesía,  descogiendo  sus  alas  divinas,  ha  dado  for- 
mas galanas  á  estas  ideas  grabadas  indeleblemente  en 
nuestra  conciencia.  Ahí  está  en  la  memoria  de  todos, 
como  prueba  felicísima,  la  glosa  de  Gastillejp  (3): 

«En  el  campo  me  metí 
Á  lidiar  con  mi  deseo; 
Contra  mí  mismo  peleo: 
¡Ciefíéndame  Dros  de  mil  9 

(4)  Video  autem  aliam  legem  in  menibris  tneiSf  repugnantem  legi  menlis 
mece —Epístola  ad  Romanos,  cap.  Vil,  23. 

(2)  ¡t  a  duce  voluniates  mece,  una  vetus,  alia  nova^  illa  carnalis,  illa  spi- 
ritalií,  conpigebant  inier  se,  atque  discordando  dissipabant  antmam  meam, 
— Coafessiones,  lib.  VIH,  cap.  V. 

(3)  Cristóbal  de  Castillejo.— Glosas. 


iU 
El  mismo  pensamiento,  ya  un  poco  encubierto,  se  ha- 
lla en  otra  glosa  del  mismo  poeta-  Un  amante,  no  bien 
correspondido  y  tal  vez  mal  ferido  de*desdenes,  habla 
con  sus  propios  ojos  y  les  pregunta: 

cHis  ojos,  ¿qué  os  merecí 
Que  buscáis  ambos  á  dos 
Alegria  para  vos 
Y  congoja  para  m(?  (4).» 

Y  se  conoce  que  Castillejo  se  complacía  en  acariciar 
esta  idea,  porque  todavía  la  exhibe  con  esta  forma  deli- 
cadísima: 

«La  causa  de  mis  enojos 
Es  tan  dulce,  que  me  suele 
Consolar  cuando  más  duele  (%).» 

XIV. 

Villalabos  en  sus  Problemas  {^\  dispuestos  en  forma 
de  metros  glosados,  habla  de  astronomía,  física,  fisiolo- 
gía, política,  moral  y  ciencias  naturales,  y  después  con- 
vierte los  metros  en  epigramas  donde  la  sátira  llega  con 
frecuencia  hasta  la  mordacidad.  Villalobos  no  perdona 
á  ninguní^  clase  social;  y  por  lo  visto  debía  de  tener 
largas  cuentas  que  ajustar  con  los  áulicos  y  con  los  mó- 
dicos, porque  sacude  á  los  primeros  con  el  látigo  de 
Aristófanes,  y  mide  á  los  segundos  con  el  rasero  de 
No  hay  peor  cuña 

Véanse  algunos  epigramas  de  entre  los  que  se  pueden 
llamar  inocentes: 

(i)    Cristóbal  de  Castillejo.— Glosas. 

(1)   nbidem. 

(3)    Libro  intitulado  Loi  problemas  dé  Fi//a/o6os.-> Zamora,  4543. 


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1 


I 


455 
METRO  XXI. 

i  LA  VBJBZ. 

«¿Por  qué  una  muerte  es  temida 

Y  no  tenemos  temor 
De  la  vejez  que  es  peor 

Y  es  dos  mil  muertes  en  vida? 
Que  la  muerte  es  acabar 

Un  trabajo  tan  contino; 

La  vejez  es  comenzar 

Lo  más  triste  del  camino.» 

METRO  XXIIL 

CONTRA   EL  DESORDEN  DE   LA   ECONOMÍA  DOlfáSTíCA. 

a¿Por  qué  no  hay  quien  se  contente 
Con  la  hacienda  que  tiene 
Si  con  ella  se  sostiene 
En  su  estado  honradamente? 
Crescer  en  gasto  y  vestir 
Es  salir  del  buen  compás 

Y  cargar  la  bestia  más 
De  loque  puede  sufrir.» 

METRO  XXXII. 

CONTRA    LOS   AVAROS. 

a  Y  ¿por  qué  quieren  estar 
Tan  ciegos  los  avarientos 
Que  pasen  muchos  tormentos 
Por  lo  que  no  han  de  gozar? 
Tormentos  en  adquerir 

Y  tormentos  en  guardallo, 

Y  tormentos  al  morir, 
Ir  al  infierno  y  dejallo.» 


Mí. 


456 
METRO  XXXIV. 

CONTRA  LOS  ERUDITOS  Á  LA  YIOLBTA. 

¿Por  qué  presume  Raimuado 
De  haber  tal  reputación 
Que  digan  que  en  todo  el  mundo 
No  tiene  comparación? 

Y  quiere  alcanzar  impetras 

Y  officios  de  prefectura, 
No  sabiendo  cuatro  letras 
En  la  Sagrada  Escriptura.i» 

Al  final  de  los  Problemas  trae  Villalobos  un  diálogo 
en  el  cual  habla  de  la  naturaleza  de  las  fiebres  interpo- 
ladas^ empezando  por  este  delicioso  metro: 

«¿Por. qué  viene  la  terciana 
Sencilla  al*  tercero  día, 

Y  responde  la  cuartana 
Al  cuarto  con  gran  porña? 

Y  en  la  huelga,  ya  quitada, 
¿Dó  se  fué?  ¿Dó  se  abscondió? 

Y  después  cuando  volvió 
¿Quién  le  mostró  la  posada?» 

Á  pesar  de  que  Villalobos  era  como  Cervantes  muy 
grande  en  la  prosa  y  mediano  en  la  Métrica,  es  forzoso 
convenir  en  que  á  estos  versos  no  les  falta  movimiento 
ni  gracia  en  la  forma,  y  en  que  traen  á  la  memoria 
aquéllos  del  Bachiller  Francisco  de  la  Torre: 

«Cuya  bella  corona,  sacudida 
Mansamente  del  aire  regalado, 
Ya  se  mira  en  el  agua,  y  se  retira, 
Y  luego  vuelve,  y  otra  vez  se  mira.» 


457 

Con  respecto  al  pensamiento  la  cuestión  se  presenta 
clara  y  terminante,  porque  el  aájeÜYO  sencilla  se. re- 
fiere á  la  fiebre  intermitente  terciana  pura  y  legítima, 
y  la  locución  adverbial  con  gran  porfía  se  aplica  á  la 
diuturnidad  de  la  cuartana.  Sólo  es  sensible  que  la  me- 
dida y  el  consonante  sean  causa  de.  que  esté  de  más  el 
participio  quitada^  teniendo  el  substantivo  huelga  que 
representa  bien  la  ocultación  de  la  fiebre.  En  la  glosa 
se  explica  el  fenómeno  de  la  intermitencia  según  las 
doctrinas  médicas  de  aquel  tiempo.  En  el  nuestro  falta 
todavía  algo  para  conocer  la  esencia  de  las  fiebres  pe- 
riódicas; por  más  que  la  infección  palustre,  la  auto- 
cracia del  organismo,  la  ley  del  hábito  y  la  curación 
especial  despidan  bastante  luz  sobre  este  asunto. 

Ya  en  una  edad  avanzada  y  harto  de  desengaños  y 
sinsabores,  se  alejó  Villalobos  de  la  corte  despidiéndo- 
se, dice,  de  andar  más  al  remo  en.  lajs  galeras  de  la  For- 
tuna; y  añade: 

aDeterminé  de  buscar  otra  morada  donde  con  menos  estropiezos 
pudiese  caminar  por  camioo  más  llano  y  más  seguro  á  la  mi  muy 
amada  y  muy  deseada  muerte.  Porque  ya  la  jornada  es  muy  breve, 
y  la  bestia  en  que  voy  cuanto  más  vieja  y  más  cansada  tanto  corre 
mejor  las  postas  para  llegar  al  cabo.» 

No  puede  decirse  mejor  lo  que  á  todas  horas  nos  dice 
el  sentido  íntimo  á  los  que  contamos  los  años  de  Villa- 
lobos: que  la  declinación  de  la  vida  se  ajusta  á  la  ley  del 
descenso  de  los  graves. 

Precede  á  estas  palabras  una  canción  glosada  que  em- 
pieza de  este  modo: 

«Venga  ya  la  dulce  muerte 
Con  quien  libertad  se  alcanza.» 


458 

Villalobos,  como  cristiano  y  como  filósofo,  desafía  á 
la  Muerte,  y  la  llama  y  la  apellida  dulce;  no  así  Hora- 
cio, quien  la  quiere 

a tan  escondida 

Que  no  la  sienta  venir.» 

•  Grata  superveniet,  quce  non  sperabüur^  hora  (<).» 

Pero  las  creencias  filosóficas  del  famoso  vate  no  le  per- 
mitían ver  todo  lo  que  hay  más  allá  de  nuestra  vida  te- 
rrenal; y  aunque  decía  (*) 

(íNon  omnis  moriar:  multaque  pars  mei 
Vitabit  Libüinam (3),» 

no  se  refería  al  espíritu,  sino  á  su  fama  postuma.  Por  eso 
el  vencido  en  Filipos  por  Octavio,  y  en  Roma  algún 
tiempo  después  protegido  de  Augusto  y  de  Mecenas,  pa- 
saba su  vida  apaciblemente  en  la  villa  de  la  Sabinia  y 
en  el  predio  de  Tibur,  donaciones  generosas  de  su  impe- 
rial amigo.  Allí,  arrullado  por  la  doctrina  de  Epicuro, 
podía,  tal  vez 

......  patulcB.,.  ,  sub  tegmine  fagi,i> 

exclamar  con  su  dulcísimo  Tityro: 

« ¡Deu$  nobis  hcec  otia  fecitl  (4),» 

para  concluir  diciendo: 

« Mors  ultima  linea  rerum  est  (5).» 


(0 

Lib.  I,  epist.  IV. 

(2) 

Lib.  m,  oda  XXX 

(3) 

Egl.  1. 

(*) 

Egl.  I. 

(5) 

Lib.  (,  epist.  XVI. 

459 

Tiene  Villalobos  entre  sus  obras  literarias  una  traduc- 
ción del  Amphitryon  de  Planto,  encabezada  con  un  do- 
noso argumento,  en  el  cual  explica  graciosísimamente 
cómo  Sosia  va  á  casa  de  Amfitrión  y  se  encuentra  en  la 
puerta  con  Mercurio  transformado  en  otro  Sosia  que  le 
impide  la  entrada,  y  cómo  vuelve  á  donde  está  su  amo  y 
le  dice: 

a  Yo  me  hallé  á  mi  mismo  á  la  puerta,  que  estaba  allá  antes  que  yo 
llegase;  y  medí  á  mi  el  que  iba  de  acá  muy  grandes  bofetones;  y  yo 
el  que  quedo  allá  estorbé  la  entrada  á  mi  el  que  vuelve  acá,  y  asi  no 
hice  cosa  de  lo  que  mandaste.» 

Este  juego  con  el  pronombre  personal,  que  de  pronto 
parece  una  logomaquia,  es,  bien  mirado,  la  expresión  ne- 
cesaria del  pensamiento  del  verdadero  Sosia,  quien  dice 
lo  que  atónito  acaba  de  ver  por  sus  propios  ojos. 

Al  final  del  Amphitryon  habla  largamente  Villalobos 
del  amor  y  de  los  celos,  y  bastan  los  epígrafes  de  algu- 
nos capítulos  para  conocer  la  sal  epigramática  que  en 
ellos  rebosa: 

Capítulo  II. — «Cómo  el  amante  se  convierte  y  transforma  en  la  cosa 

amada.» 
Capítulo  V.— «Cómo  el  amante  se  torna  en  naturaleza  de  bestia.» 
Capítulo  VI. — «Cómo  el  amador  es  loco  de  atar.» 
Capítulo  VIH.— «Cómo  el  celoso  es  loco  de  arte  mayor.» 

El  pensamiento  del  último  capítulo  está  resumido  en 
estas  palabras: 

« Avivanse  las  llamas  del  amor  con  el  soplo  de  los  celos,  porque  la 
cosa  amada  y  preciada  en  mayor  grado  se  ama  cuando  se  pierde.» 

En  la  pintura  del  celoso  vemos  al  filósofo  profundo,  al 
sabio  médico  y  al  escritor  eminente. 


460 

aAlli*[dice]  son  Icis  bravas  ondas  y  la  grave  tempestad  de  los  peo- 
saraienlos  con  los  vientos  contrarios  de  la  fortuna,  qae  unas  veces  le 
trastumban  (al  celoso)  en  lo  más  hondo  de  la  mar,  y  otras  veces  lo 
ponen  en  la  mayor  altura  de  los  montes.  Allí  son  los  mortales  escán- 
dalos y  discordias  del  alma  consigo  misma,  que  se  hiela  y  que  se 
quema;  que  quiere  lo  que  no  quiere;  que  busca  ló  que  deja  per- 
der; que  pierde  lo  que  anda  buscando;  que  ama  lo  que  aborrece; 
que  aborrece  lo  que  ama;  donde  está  más,  allí  está  menos;  y  allí  es- 
tá siempre,  donde  nunca  está.  Es  traído. en  la  rueda  de  amor  con 
tanta  velocidad  y  presteza,  que  juntamente  está  alto  y  bajo;  junta- 
mente á  la  diestra  y  á  la  siniestra;  enemigo  rabioso,  y  suave  amigo; 
cruel,  y  piadoso;  muy  fiero,  cuando  muy  manso;  muy  confiado, 
cuando  más  desesperado;  cuando  más  se  encubre,  se  descubre  más; 
cuando  más  se  cierra,  está  más  abierto;  cuando  más  se  aparta,  más 
cerca  se  pone;  cuando  más  se  despide,  más  quiere  ser  acogido;  cuan- 
do más  pide  la  muerte,  más  quiere  vivir;  cuando  más  amenaza,  más 
suplica;  donde  más  guerrea,  allí  se  rinde;  á  quien  ofende,  defiende; 
á  quien  roba,  da  cuanto  tiene;  lo  que  da,  no  lo  da;  lo  que  dice,  no 
lo  dice;  lo  que  siente,  no  lo  siente;  y  otros  bullicios  y  diferencias  in- 
finitas que  nacen  dentro  de  la  opinión,  conformes  á  la  cualidad  de 
los  amores  y  celos,  y  á  la  condición  del  paciente;  que  cada  uno  sien- 
te de  su  manera  estas  cosas,  y  por  esto  es  infinito  el  número  de  los 
locos. » 

La  pintura  es  de  mano  maestra,  y  el  original  tiene 
bien  ganada  una  plaza  en  la  casa  de  orates. 

Concluye  Villalobos  esta  parte  con  un  elogio  justísi- 
mo^ á  la  par  que  galante,  de  las  mujeres,  y  dice: 

«Mas  de  amor  honesto  y  virtuoso  ellas  son  dignas  y  mefescedoras 
de  ser  amadas  por  muchas  prerrogativas  y  gracias  de  que  fueron  do- 
tadas. Primeramente,  porque  son  criaturas  de  Dios,  capaces  de  ra- 
zón y  de  entendimiento  como  los  hombres.  Otrosí:  por  la  gran  her- 

uiüsura  que  les  fué  dada ca  resplandece  más  en  ellas  la  belleza 

por  su  gran  vergüenza  y  esquividad.» 


464 


XV. 


(; 


•  «Acude,  acorre,  vuela, 
Transpasa  el  alta  sierra,  ocupa  el  llano.)) 

En  estos  dos  versos  de  la  Profecía  del  Tajo  hay  un 
proceso  lógico  donde  no  se  sabe  qué  envidiar  más:  si  la 
sucesión  necesaria  y  rapidísima  de  las  ideas  en  la  mente 
inspirada  del  poeta,  ó  el  rigor,  necesario  también,  de 
la  expresión.  Todo  se  halla  naturalmente  sentido  y  feli- 
cisimamente  dicho;  y  el  pensamiento  y  su  declaración  se 
levantan  á  la  altura  del  vuelo  pindárico.  El  Río,  perso- 
nificado, oye  ya  el  sonido  y  las  voces  del  ejército  invasor, 
ve  la  inminencia  del  peligro  que  amenaza  á  la  patria,  y 
excita  á  D.  Rodrigo  para  que  acuda  á  donde  le  reclama 
el  deber;  pero  el  peligro  se  acerca  y  no  basta  acudir^ 
es  preciso  acorrer;  pero  el  peligro  está  encima,  y  ya  no 
basta  acorrer^  es  indispensable  volar,  y,  sin  perdonar  la 
espuela,  transponer  el  alta  sierra  mariánica  y  ocupar  las 
llanuras  deliciosas  que  baña  el  Betis. 

Las  ideas  se  presentan  á  la  imaginación  ardiente  del 
poeta  con  tanta  espontaneidad  y  rapidez,  que  parece  co- 
mo que  se  compenetran  realizando  la  unidad  en  el  in- 
teleéto  para  manifestarse  en  el  tiempo  y  en  eí*  espacio 
con  una  fórmula  tan  sencilla  que  raya  en  lo  sublime. 
El  predominio  de  las  vocales,  aphonas  la  mayor  parte, 
en  los  tres  imperativos  del  heptasilabo,  y  la  elisión  del 
hiatus  entre  el  primero  y  el  segundo,  permiten  pronun- 
ciar el  verso  con  tal  brevedad,  que  las  siete  sílabas  pue- 
den recitarse,  sin  esfuerzo  alguno  y  sin  perjuicio  de  la 
claridad,  en  el  mismo  tiempo  que  piden  las  tres  vocales 
tónicas:  de  este  modo  las  palabras  imitan  el  movimien- 


I 


462 

to,  la  inquietud,  la  angustia  de  la  acción.  El  endecasí- 
labo con  la  partícula  prepositiva  trans  y  la  i2  fuerte  de 
sierra^  despierta  en  el  ánimo  una  idea  de  la  resistencia 
que  hay  que  vencer  para  ir  al  otro  lado  jie  la  áspera 
montaña  y  bajar  al  llano. 

En  el  Vaticinio  de  NereOj  imitación  (según  el  scho- 
liasta)  de  otra  oda  de  Bachylides^  contemporáneo  de  Pín- 
daro,  en  la  cual  predice  Gasandra  la  ruina  de  Troya; 
alusión  (según  se  ha  creído  por  algunos  con  escasa  críti- 
ca) á  Antonio  y  Gleopa'ra  en  la  época  de  la  batalla  de 
Actiurriy  no  hay  frases  superiores  ni  aun  iguales  en  vi- 
gor lógico  ni  en  lirismo  á  las  de  Fr.  Luis  de  León.  Y 
¡cuenta!  que  Horacio  dice  con  brillante  entonación  (0: 


Jam  galeam  Pallas ,  et  cegida^ 

Currusque,  et  rabieni  paral,  n 


Aquí,  el  pensamiento,  las  palabras,  hasta  las  letras  se 
adunan  para  pintar  muy  al  vivo  y  con  valiente  conci- 
sión á  la  Diosa  enemiga  de  los  dárdanos  en  el  acto  de  ar- 
marse para  proteger  á  los  griegos.  Por  un  lado  la  con- 
junción iterativa  señala  lo  apremiante  y  precipitado  de 
la  acción;  y  por  otro  el  acusativo  rabiem^  belleza  lógica 
de  primer  orden,  declara  que  Horacio,  como  hombre 
muy  de  mundo,  sabía  que  la  mujer,  aun  siendo  deidad 
olímpica,  no  perdona  jamás  la  ofensa  inferida  á  su  her- 
mosura, y  que,  por  lo  tanto,  la  Diosa  se  arma  de  furor 
divino  para  vengar  la  injuria  del  pastor  frigio.  También 
Virgilio  anuncia  otra  ira  celeste  encendida  por  la  misma 
causa: 

t manet  aUa  mente  repostum 

{\)    Lib.  I,odaXV. 


463 
Judicium  Partáis (i ).» 

a ¡Tantmne  animis  ccelestibus  ircel  (2).» 

Y  la  admiración  para  con  el  insigne  vate  español  sube 
de  punto  al  contemplar  la  grandiosa  imagen  contenida 
en  estos  versos  de  la  misma  oda: 

«Llamas,  dolores,  guerras, 
Muertes,  asolamiento,  fieros  males 
Entre  tus  brazos  cierras. » 

¡Qué  grandeza  de  inspiración  manifiesta  el  poeta  re- 
presentando en  la  desventurada  Cava  todas  las  calamida- 
des que  van  á  llover  sobre  la  patria!  ¡Qué  entonación  tan 
robusta  y  tan  significativa  en  el  rudo,  en  el  estridente 
consonantismo  del  heptasüabo: 

(i  Entre  tus  brazos  cierras, y> 

para  anunciar  con  previdente  imaginación  el  cúmulo  de 
males  que  encierran  los  brazos  del  infortunado  príncipe! 
¿Quién  no  ve  aquí  compendiados  siete  siglos  de  glorias  y 
reveses,  de  lucha  incansable  y  con  varia  fortuna  entre  la 
civilización  de  la  reconquista  y  la  civilización  arábiga, 
creciendo  siempre  la  primera  y  declinando  siempre  la  se- 
f  gunda?  ¿Quién  no  ve  aquí  esa  magnífica  epopeya  que 
empieza  con  la  rota  del  Guadalete  y  termina  con  la  vic- 
toria del  Genil  y  del  Darro? 
Bellos  son  sin  duda  los  siguientes  versos  de  Horacio  í^): 

« Mala  ducis  avi  domum, 

Quam  multo  repetet  Grcecia  milite, 

(4)    iEneidos,  lib.  1. 

{i)    Ibidem. 

(3)    Lib.  I,  oda  XV. 


464 

Conjúrala  tuas  i^mpere  nupcias, 
Et  regnum  Priami  vetus;^ 

pero  no  llegan  á  la  sublime  sencillez  de  los  de  Fr.  Luis  de 
León.  Con  sobrado  fundamento,  al  hablar  Martínez  de  la 
Rosa  de  la  Profecía  del  Tajo^  exclama  en  un  arranque 
de  entusiasmo:  €¡esto  es  ser  poeta! > 

XVL 

Maltrecho  el  ingenioso  hidalgo  en  la  aventura  con 
los  mercaderes  de  Toledo,  y  no  mejor  parado  en  la  de 
los  molinos  de  viento,  tropieza  con  el  vizcaíno  y  se  em- 
peña desde  luego  un  terrible  combate  en  el  cual  mues- 
tran ambos  campeones  tanto  valor  como  ardimiento.  Es 
vencido  el  caballero  de  Vizcaya  á  impulso  de  un  desco- 
munal mandoble  que  como  una  montaña  cae  sobre  su 
cabeza,  sin  que  sea  parte  á  pararlo  la  improvisada  adar- 
ga; pero  no  sin  que  antes  reciba  el  de  la  Mancha  una 
tremenda  cuchillada  que  desarmándolo  por  el  lado  iz- 
quierdo le  lleva  de  camino  gran. parte  de  la  celada  con  la 
mitad  de  la  oreja. 

Ninguno  debe  extrañar  que  habiendo  sido  Don  Quijote 
tan  desgraciado  en  sus  dos  primeros  hechos  de  caballe- 
ro andante;  viéndose  vencedor  en  batalla  reñida  con 
valor  heroico  de  una  y  otra  parte,  como  para  aumentar 
la  prez  de  la  victoria;  y  rebosándole  un  sentimiento  de 
disculpable,  ¿qué  digo  disculpable?  de  legítimo  orgullo, 
haga  poco  caso  de  la  prudencia  de  su  escudero  y  le  dirija 
estas  palabras: 

«Pero  dime  por  tu  vida,  ¿has  tú  visto  más  valeroso  caballero  que 
yo  en  todo  lo  descubierto  de  la  tierra?  ¿Has  leído  ea  historias  otro 


465 

que  tenga  ni  haya  tenido  tnás  brío  en  acometer ,  tná^  aliento  en  el 
perseverar f  más  destreza  en  el  herir,  ni  más  maña  en  el  derribarfn 

Estas  bellísimas  frases  de  Cervantes  ¿son,  por  ventu- 
ra, el  producto  de  la  divina  espontaneidad  del  genio  que 
concibe  las  ideas,  las  asocia  y  las  reduce  á  la  unidad 
filosófica,  dándoles  sin  tardanza  forma  rigorosamente 
estética?  Ó  ¿son,  tal  vez,  el  resultado  de  una  elaboración 
de  las  ideas  lenta,  calculada  y  seguida  de  la'  forma  ar- 
tísticamente dispuesta  por  el  estudio  y  por  la  lima?  In- 
clinóme á  lo  primero  considerando  la  inteligencia  crea- 
dora del  escritor,  y  la  prontitud  con  que  sabe  dar  á  la 
idea  exterioridad  conveniente;  mas  sea  como  quiera, 
forzoso  será  convenir  en  que  las  frases  apuntadas  son 
notabilísimas  por  la  coordinación  afortunada  y  la  pri- 
morosa exhibición  de  las  ideas. 

En  uno  y  otro  caso  no  puede  darse  representación 
phonéúica  más  acomodada  al  pensamiento.  Los  infiniti- 
vos acometer  j  perseverar  y  herir  y  derribar^  corresponden 
á  ideas  que  se  han  sucedido  en  la  mente  por  este  orden 
lógico  y  por  ende  necesario;  y  los  substantivos  brio^ 
aliento,  destreza  y  maña,  corresponden,  necesariamen- 
te también  y  por  el  mismo  orden,  á  los  infinitivos;  que 
para  acometer,  es  el  brio;  para  perseverar,  el  aliento; 
para  herir,  la  destreza,  y  para  derribar,  la  maña.  Todo 
es  movimiento,  vida,  animación  en  esta  imagen  retros- 
pectiva del  reciente  combate  y  de  la  señalada  victoria. 

Lástima  que  á  las  preguntas  del  caballero,  harto  bien 
justificadas  por  el  éxito  glorioso  de  la  pendencia,  res- 
ponda Sancho  con  no  muy  encubierta  frialdad  y  no  so- 
bra de  respeto  (y  él  sabe  bien  por  qué)  lo  que  sigue: 

aLa  verdad  sea  que  yo  no  he  leído  ninguna  historia  jamás,  porque 

30 


466 

Qo  sé  leer  ni  escribir;  mas  lo  que  osaré  apostar  es  que  más  atrevi- 
do amo  que  vuestra  merced  yo  no  le  he  servido  en  todos  los  días  de 
mi  vida,  y  quiera  Dios  que  estos  atrevimientos  no  se  paguen  donde 
tengo  dicho.» 

Sancho  insiste  en  que  pueden  encontrarse  de  manos  á 
boca  con  la  Santa  Hermandad. 

Amo  y  criado  sienten  y  hablan  como  deben  sentir  y 
hablar  dada  su  posición  respectiva.  Don  Quijote  acaba 
de  vencer  á  un  enemigo  formidable  de  cuya  fuerza  y  bi- 
zarría tiene  pruebas  evidentes  en  la  celada  y  en  la  ore- 
ja, y  se  ufana  justamente  con  el  triunfo.  El  escudero, 
creyendo  de  buena  fe  en  la  magnitud  ó  importancia  de 
la  aventura,  quiere  recoger  el  botín  ganado  en  buena 
guerra,  y  se  apresura  á  despojar  de  sus  hábitos  á  uno 
de  los  dos  religiosos  benedictinos  que,  acaso  y  por  su 
mala  estrella,  se  encuentran  metidos  en  este  negocio;  y 
no  curado  de  su  ilusión,  á  pesar  del  remedio  eficaz  apli- 
cado con  larga  mano  por  los  mozos  de  espuelas  que 
traían  los  monjes,  pide  humildemente  al  caballero  an- 
dante que  le  otorgue  la  prometida  ínsula  ganada  en  la 
batalla.  Pero  éste  lo  desconcierta  algún  tanto,  dicióndo- 
le  con  gravedad: 

cAdvertid,  hermano  Sancho,  que  esta  aventura  y  las  á  ésta  se- 
mejantes no  son  aventuras  de  ínsulas,  sino  de  encrucijadas,  en  las 
cuales  no  se  gana  otra  cosa  que  sacar  rota  la  cabeza  ó  una  oreja 
menos y> 

Con  estas  palabras  se  debilitia  visiblemente  el  idealis- 
mo egoísta  de  Sancho;  y  entonces  vislumbra  el  futuro 
gobernador  la  realidad,  califica  de  mero  atrevimiento  el 
valor  bien  acreditado  de  su  amo,  y  le  propone  tomar  sa- 
grado para  no  caer  en  manos  de  la  Santa  Hermandad, 


467 

porque  está  muy  lejos  de  creer  en  la  inmunidad  de  la 
caballería  andante. 

Pero  la  inteligencia  de  Sancho  no  tiene  la  tensión 
permanente  de  la  del  caballero.  Éste  se  halla  á  todas  ho- 
ras dominado  por  la  idea  avasalladora  de  un  deber  ima- 
ginario que  le  impele  á  desfacer  agravios,  á  enderezar 
entuertos  y  á  amar  al  prójimo  más  aún  que  á  sí  mismo; 
aquél  se  nos  presenta  muy  al  contrario.  Colocado  el  po- 
bre juicio  de  Sancho  en  las  lindes  peligrosas  donde  se 
tocan  la  razón  y  la  sinrazón,  oscila  á  cada  instante  en- 
tre la  verdad  y  el  error,  arrastrado  unas  veces  en  mala 
dirección  por  el  amor  de  sí  mismo,  y  alumbrado  otras 
por  el  sentido  común  en  dirección  razonable,  á  condi- 
ción de  que  no  ande  por  medio  el  interés  egoísta.  Esto  se 
observa  en  el  gracioso  razonamiento  que  sigue  á  la  aven- 
tura del  vizcaíno.  Después  de  creer  Sancho  á  pie  junti- 
lias  en  la  maravillosa  virtud  del  bálsamo  de  Fierabrás, 
oye  decir  á  su  amo  que  por  el  camino  que  llevan  van  á 
encontrarse  con  caballeros  armados  de  punta  en  blan- 
co, y  se  entabla  á  este  propósito  el  siguiente  diálogo: 

SANCHO* 

«Mire  vuestra  merced  bien  que  por  todos  estos  caminos  no  andan 
hombres  armados,  sino  arrieros  y  carreteros  que  no  sólo  no  traen 
celadas,  pero  quizá  no  las  han  oído  nombrar  en  todos  los  días  de 
su  vida.» 

DOlf  QUIJOTE. 

•Engañaste  en  eso,  porque  no  habremos  estado  dos  horas  por  es- 
tas encrucijadas,  cuando  veamos  más  armados  que  los  que  vinieron 
sobre  Albraca  á  la  conquista  de  Angélica  la  bella.» 

SANCHO. 

a  Alto,  pues,  sea  así,  y  á  Dios  prazga  que  nos  suceda  bien,  y  que 


le  liegu^  ya  el  uttmpn  ír  lanar  esa  ínsiía  que  tan  ora  me  coesla,  y 

tVr)  te  be  dicho,  Saa<:iu>.  qne  no  te  dé  eso  cuidado  alguno;  que 
robado  faltare  insola,  aiií  está  eí  reinn  lie  Dinamar^  ó  el  de  Sobra- 
di^  que  te  «eniiraa  cocno  anillo  ai  dedo,  y  más  qoe  por  ser  ea  tierra 
firme  te  debes  más  alegraras 

Véanse  aquí  dos  típos  lógicos  que  realizan  por  sí  solos 
la  soberana  unidad  de  la  inmortal  creación  de  Cervan- 
tes. Don  Quijote  y  Sancho  son  dos  grandes  figuras  que 
«e  explican  la  una  por  la  otra,  y  se  corresponden  nece- 
fiaríamente  al  modo  de  las  ideas  contrarias.  Suprímase 
una  de  estas  figuras,  hijas  predilectas  de  rica  j  privile- 
giada fantasía,  v  se  verá  cuál  queda  la  otra  sin  condi- 
ciones estéticas. 


CONTESTACIÓN 


DiKL 


EicMo.  Sr.  D.   TOMÁS  RODRÍGUEZ  RUBÍ 

IL  DISCURSO  DEL  Sr.  MABQÜÉS  DI  SAN  aRS&ORIO. 


Señor: 

Fausto  y  memorable  será  este  día  en  los  anales  de  la 
Real  Academia  Española,  que  por  vez  primera,  á  los 
ciento  sesenta  y  seis  años  de  su  existencia,  alcanza  en  él 
la  altísima  honra  de  verse  presidida  por  el  augusto  des- 
cendiente de  su  esclarecido  fundador  el  señor  Rey  Don 
Felipe  V  el  Animoso. 

Reservado  estaba  á  Vuestra  Majestad  el  glorioso  he- 
cho de  unir  en  los  principios  de  su  reinado  los  beneficios 
de  la  paz  á  la  protección,  cultivo  y  engrandeteimiento  de 
las  letras  españolas,  de  las  que  siempre  fué  Vuestra  Ma- 
jestad entusiasta  amigo,  Jo  mismo  en  las  orillas  del  Sena 
que  en  las  del  azulado  Leman,  lo. mismo  en  las  del  Da- 
nubio que  en  las  del  Támesis  nebuloso. 

Hoy,  desde  el  centro  de  su  Monarquía,  ha  querido 
Vuestra  Majestad  confirmar  los  sentimientos  literarios 
que  abriga  su  corazón  desde  la  niñez,  dignándose  presi- 
dirnos para  imponer  la  medalla  académica  á  uno  de  sus 
más  antiguos  y  leales  servidores,  en  cuya  jiersona  hon- 


470 

ra  Vuestra  Majestad  la  de  todos  los  individuos  de  esta 
Real  Corporación. 

Reciba  Vuestra  Majestad  el  sincero  homenaje  de  res- 
petuosa y  profunda  gratitud  de  la  misma;  homenaje  que 
tiene  el  alto  honor  de  presentarle  en  su  nombre  el  me- 
nos autorizado  de  los  académicos,  porque  á  veces  la  Di- 
vina Providencia  se  vale  de  los  más  pequeños  como 
instrumento  para  expresar  la  excelsitud  de  sus  de- 
signios. 

Y  ahora,  con  la  venia  de  Vuestra  Majestad,  trataré 
de  cumplir,  tal  y  como  sea  dable  á  mis  escasas  fuerzas, 
el  especial  mandato  que  la  Academia  se  ha  servido  im- 
ponerme para  la  recepción  de  este  día. 


Suele  decirse  que  la  modestia  acompaña  siempre  al 
verdadero  saber;  pero  aun  cuando  no  se  dijera  ni  hu- 
biese dicho  nunca,  habría  que  decirlo  en  el  solemne 
acto  que  hoy  celebra  esta  Corporación  al  recibir  como 
individuo  de  su  número  á  mi  respetable  amigo  el  Doctor 
D.  Tomás  de  Corral  y  Oña,  Marqués  de  San  Gregorio. 

Su  discurso  tiene  por  objeto  uno  de  los  temas  de  ma- 
yor importancia  y  de  los  más  abstrusos  que  pueden  ofre- 
cerse á  las  meditaciones  del  entendimiento  humano;  y 
aunque  lo  ha  desenvuelto  con  bella  y-  castiza  frase,  or- 
denado método,  riqueza  de  doctrina  y  suma  claridad,  sin 
embargo,  el  veterano  humanista  se  presenta  en  el  es- 
trado de  la  Academia  Española  lleno  de  timidez  y  des- 
confianza y  hasta  casi  pesaroso  de  la  elección  que  ha 
merecido,  porque  le  obliga  á  exhibir  algo  del  abundan- 
te caudal  de  sus  variados  conocimientos  ante  el  egregio 
ó  ilustrado  ccyicurso  que  nos  favorece. 


474 

¿Será  menester  que  yo  encarezca  el  mérito  de  hospe- 
dar en  el  alma  esta  delicada  virtud,  como  la  hospeda  el 
Dr,  Corral,  hoy  que  la  modestia  literaria  y  científica  va 
siendo  un  objeto  curioso  por  lo  raro  y  peregrino?  Muy 
lejos  está  de  mi  pensamiento,  porque  no  sería  justo,  y 
porque  en  todo  caso  no  me  creo  con  autoridad,  ni  tuve 
nunca  afición  al  ejercicio  de  la  censura,  el  aludir  con 
estas  palabras  á  los  jóvenes  estudiosos  que  cultivan  las 
letras  humanas  y  mantienen  con  honra  en  todos  los  pa- 
lenques nuestras  gloriosas  tradiciones  literarias;  pero 
abstracción  hecha  de  tan  ilustre  pléyade,  es  harto  noto- 
rio, por  desgracia,  que  entre  los  Don  Eleuterios  y  Don 
Hermógenes  W  del  día,  existe  un  inmoderado  afán,  una 
insaciable  sed  de  exhibición,  de  celebridad,  de  aplausos, 
de  entrar  por  cualquiera  puerta,  aunque  sea  la  de  la  in- 
dustria, en  los  alcázares  de  la  fama,  que  ciertamente 
contrastan  con  la  gravedad  y  decorosa  compostura  que 
realzaban  los  merecimientos  de  escritores  en  épocas  no 
muy  lejanas,  decorosa  compostura  de  que  acaba  de  dar- 
nos una  elocuente  muestra  el  que  dentro  de  breves  ins- 
tantes recibirá  el  cariñoso  abrazo  de  sus  compañeros. 

Limita  sus  pretensiones  el  futuro  académico  á  tomar 
parte  en  las  tareas  de  esta  Corporación,  de  la  propia 
manera  que  la  toma  el  obrero  material  que  talla  la  pie- 
dra, según  las  medidas  y  formas  que  le  dan  para  la 
construcción  de  un  monumento  artístico,  ó  como  el  hu- 
milde soldado  que  contribuye  con  su  automática  obe- 
diencia al  triunfo  del  General  ó  á  la  consecución  de  la 
victoria.  No:  la  modestia  del  Marqués  de  San  Gregorio 
ha  de  perdonarme  si  atento  á  su  pudorosa  susceptibili- 

(4)  Personajes  de  la  Comedia  nueva  ó  El  Café,  de  D.  Leandro  Fernóa- 
dez  de  MoratíD. 


472 
dad  sefialjindo  el  puesto  que  como  por  derecho  propio  no 
podrá  menos  de  ocupar  en  la  Academia  madre,  y  al  que 
le  llevan  los  numerosos  títulos  que  posee  conquistados  en 
largas  vigilias  de  estudio,  abnegación  y  perseverancia. 
No  es  posible  que  llegue  aquí  desprovisto  de  toda  clase 
de  iniciativa  quien  como  el  Dr,  Corral  desde  sus  juveni- 
les años  ha  vivido  consagrado  á  la  investigación  de  los 
arcanos  de  las  ciencias,  quien  las  ha  enseñado  y  difun- 
dido desde  la  cátedra  del  profesor,  y  quien  por  último 
ha  presidido  con  grave  dignidad  el  claustro  de  nuestros 
doctores  en  el  primer  establecimiento  docente  de  la  Mo- 
narquía. 

Cualquiera  de  estos  privilegiados  títulos  podría  servir 
de  buena  credencial  para  que  la  Real  Academia  le  abrie- 
ra sus  puertas;  pero  es  el  caso  que  aún  atesora  otros,  en 
mi  concepto  los  más  preclaros,  porque  son  hijos  legíti- 
mos de  su  entendimiento,  propiedad  exclusiva  de  sus 
facultades  intelectuales,  y  que  le  colocan  sin  la  menor 
violencia  entre  ilustres  profesores,  tales  como  Villalo- 
bos, Valles,  Morejón  y  tantos  otros  sabios  españoles 
que  con  sus  escritos  han  ilustrado  y  enriquecido  la  his- 
toria de  las  ciencias  físico-experimentales. 

Treinta  y  cinco  años  van  á  cumplirse  desde  que  el 
Dr,  Corral  dio  á  la  estampa  su  Colección  de  observacio- 
nes más  importantes  sobre  las  eyifermedades  de  mujeres 
y  de  niños  f^),  con  la  cual  abrió  un  ancho  campo  á  sus 
discípulos  y  á  los  profesores,  aún  no  muy  prácticos  en 
el  ejercicio  de  la  Facultad,  para  que  pudieran  recorrer 


(\)  Año  clínico  de  obstetricia  y  enfermedades  de  mujeres  y  de  fiiños,  por 
D.  Tomás  de  Corral  y  Oña,  Doctor  en  Medicina  y  Cirugía,  Catedrático  de 
dicha  Facultad  y  de  aúmero  del  antiguo  Colegio  de  San  Carlos,  etc.:  Ma- 
drid, ^845. 


473 

con  más  seguro  paso  la  obscura  y  difícil  senda  por  don- 
de se  va  á  dar  en  los  complejos  problemas  que  con  fre- 
cuencia deciden  de  la  vida  ó  de  la  muerte. 

Desde  aquella  época,  y  de  otras  obras  del  Marqués  de 
San  Gregorio,  corresponde  mencionar  su  disertación  So- 
bre la  filosofía  práctica  del  siglo  xix  (O,  bellísimo  ra- 
millete de  pensamientos  científicos  y  literarios,  amena 
y  á  la  vez  profunda  expresión  del  mucho  sabe;^  y  buen 
decir  del  hombre  que  deja  hablar  su  honrada  concien- 
cia, y  lo  hace  con  tal  sencillez,  templanza  y  primor  de 
estilo,  que  á  las  veces  imagina  el  que  escucha  estar 
oyendo  al  héroe  de  Cervantes  cuando  entre  los  cabreros 

exclamaba  Dichosa  edad  y  siglos  dichosos  aquéllos 6 

cuando  en  la  venta  discretamente  disertaba  sobre  las  ar- 
mas y  las  letras. 

De  buena  voluntad  recordaría  algunos  trozos  de  esta 
obra,  más  estimable  por  su  fondo  que  por  sus  dimensio- 
nes; pero  la  tiranía  del  tiempo  me  obliga  á  no  franquear 
los  límites  señalados  por  la  costumbre  á  los  actos  de  es- 
ta Corporación,  y  á  no  citar  uno  por  uno  sus  discursos, 
ya  al  abrir  y  cerrar,  como  presidente,  las  sesiones  del 
primer  Congreso  médico  español  (^),  ya  sus  informes  co- 
mo consejero  de  Instrucción  pública  y  de  Sanidad  del 
reino,  porque  sería  reproducir  el  cuento  de  Sancho  en 
la  pavorosa  aventura  de  los  batanes,  ó  lo  que  es  lo  mis- 
mo, el  cuento  de  nunca  acabar. 

Sóame  lícito,  sin  embargo,  y  como  punto  final  del  li- 
gerísimo  bosquejo  dé  las  obras  publicadas  por  el  Mar- 

(4)  Discurso  pronunciado  en  la  solemne  apertura  del  año  académico  de 
1851  á  1852  tn  la  Universidad  Central,  por  el  Dr.  D.  Tomás  de  Corral 
y  Oña. 

{%)  Actas  de  las  sesiones  del  Congreso  médico  español  celebrado  en  Madrid. 
Un  volumen:  Madrid,  1865. 


474 

quós,  á  quien  me  parece  que  estoy  mortificando  con  el 
sincero  tributo  de  mi  afectuosa  admiración,  citar  su  His' 
torta  de  la  filosofía  médica  (^),  de  la  cual  sólo  he  podi- 
do haber  á  las  manos  el  tomo  primero,  que  comprende 
la  introducción. 

Si  ha  de  juzgarse  por  las  puras  y  bellas  líneas  del  pór- 
tico, es  indudable  que  éste  dará  ingreso  á  un  suntuoso 
monumento  consagrado  á  las  ciencias  médicas,  en  el 
que  nuestro  modesto  Doctor  expondrá  la  suma  de  sus 
prolijos  estudios,  el  copioso  tesoro  de  sus  observaciones 
científicas,  las  quintas  esencias  de  cuanto  de  más  cierto 
y  útil  en  pro  de  la  humanidad  le  han  enseñado  su  espí- 
ritu laboriofio  y  ya  larga  experiencia,  para  honra  y 
gloria  suya  y  de  la  patria,  que  ha  tiempo  le  cuenta  y 
considera  entre  sus  hijos  predilectos.  Deseo  vivamente 
á  mi  antiguo  amigo  toda  la  salud^  toda  la  longevidad 
que  habrá  menester  para  llevar  á  feliz  término  su  obra 
favorita. 

Ahora  bien,  y  en  confirmación  de  lo  que  he  dicho  al 
principio:  el  hombre  que  ha  pasado  casi  toda  su  bien 
aprovechada  vida  en  las  aulas  oyendo  ciencia/  y  trans- 
mitiéndola á  más  de  una  generación;  quien  como  él,  lle- 
vado por  su  vigoroso  aliento,  se  ha  colocado  á  la  altura 
de  doctos  escritores  científicos,  y  ^1  que,  por  último,  ha 
ocupado  en  España  el  puesto  más  preeminente  de  su  Fa- 
cultad, no  es  verosímil  que  penetre  en  este  recinto  co- 
mo un  humilde  trabajador,  como  un  hombre  máquina, 
sin  ideas  propias,  sin  la  virilidad  de  pensamiento  demos- 
trada en  tantos  actos  públicos,  sino  como  digno  sucesor 
de  la  gloriosa  dinastía  de  aquéllos  sus  ilustres  compro- 

(i)    Historia  de  la  filosofía  médica,  tomo  I,  iotrod acción,  por  D.  Tomás 
de  Corral  y  Oña:  Madrid,  1869. 


47o 

fesores  y  académicos  ya  difuntos  (^),  de  grata  memoria 
para  esta  Corporación,  por  la  activa  y  fructuosa  parte 
que  tomaron  en  sus  constantes  y  áridas  tareas. 

Combatida,  como  era  en  mi  un  deber  hacerlo,  la  un 
tanto  exagerada  modestia  de  quien  miró  con  amor  en  su 
juventud  el  estudio  de  Ips  clásicos,  heme  ya  en  presen- 
cia del  discurso  cuyos  ecos  aún  no  se  han  extinguido  en 
este  salón,  discurso  muy  propio  del  acto  que  celebramos 
y  que  sólo  es  dado  pronunciar  á  los  maestros  en  la  cien- 
cia prehistórica  de  la  vida  de  las  lenguas. 

Siendo  esto  cierto,  se  comprenderá  fácilmente  que  yo, 
que  jamás  he  sido  maestro  de  nada,  que  soy  un  mero 
hijo,  como  tantos  otros,  de  la  musa  dramática,  y  ya^  por 
las  dolencias,  consecuentes  aliadas  de  la  edad  provecta, 
á  punto  de  ingresar  en  la  Sección  segunda  ó  de  reserva^ 
me  sustraiga  á  la  tentación  de  acercarme  al  insondable 
mar  en  cuyas  profundidades  yace  sepultado,  con  otros 
muchos  orígenes,  el  de  la  palabra  humana;  profundida- 
des en  las  que  parece  bien  que  se  aventure  el  diestro  y 
experimentado  buzo,  pero  que  con  razón  se  tacharía  de 
temerario  y  algo  más,  si  pretendiera  hacer  lo  mismo  el 
pobre  nadador  que  apenas  puede  sostenerse  por  espacio 
de  breves  minutos  en  la  superficie  de  las  aguas. 

Que  el  asunto  magistralmente  hoy  desenvuelto,  bajo 
su  aspecto  filosófico,  por  el  Dr.  Corral  es  interesante, 
inmenso,  abrumador,  lo  demuestra  el  haber  sido  trata- 
do, bajo  otros  distintos  y  variados  puntos  de  vista,  en 
actos  semejantes  al  en  que  nos  hallamos,  por  mis  muy 


(I)  Los  Sres.  D.  Eagenio  de  la  Peña  (médico  y  Diputado  á  Cortes),  f  en 
48U;  D.  Aagasto  García  de  Arrieta  (ídem  id.)?  f  en  4835;  Excmo.  Señor 
D.  Mateo  Seoane  (idem  id.)*  f  en  4870;  limo.  Sr.  D.  Pedro  Felipe  Mou- 
lau,  fea  4874. 


476 

queridos  amigos  y  compañeros  los  Sres.  Canalejas,  Va- 
lera,  Gampoamor,  Marqués*  de  Molíns,  Monlau,  G-alindo 

y  de  Vera,  Puente  y  Apecechea,  Pascual y  hasta  por 

mí,  cuando  obligado  á  un  compromiso  de  igual  índole 
al  de  hoy,  tuve  que  contestar  al  magnífico  discurso  del 
malogrado  académico  y  notable  hombre  público,  mi 
inolvidable  amigó  D.  Severo  Catalina,  en  el  que  disertó, 
con  la  brillantez  y  tersura  que  lo  hacía  todo,  acerca  de 
la  Influencia  de  las  lengicas  semüicas  sobre  la  caste^ 
llana. 

Propio  es  evidentemente,  y  muy  de  la  competencia  de 
la  Academia  de  la  Lengua,  que  en  su  seno  se  diluciden 
todos  los  problemas  que  se  relacionan  con  el  exclusivo 
objeto  de  su  instituto;  y  así  lo  ha  comprendido  el  nuevo 
académico  al  escoger,  para  su  ingreso  en  la  misma,  el 
complicado  tema  de  La  concordancia,  lógica  del  pensa- 
miento con  su  expresión. 

Desde  las  primeras  páginas  de  su  discurso,  y  como  un 
incidente  desligado  hasta  cierto  punto  del  tema  que  se 
ha  propuesto,  pregunta  el  Dr.  Corral:  ¿Cómo  nace  una 
lengua?  pregunta  que  deja  sin  contestación  concreta, 
porque  considera  imposible  penetrar  en  la  obscuridad  de 
las  edades  allende  la  leyenda  y  la  tradición;  y  prescin- 
diendo de  esas  remotas  edades,  se  acerca  á  los  tiempos 
históricos  y  dice  que  Pitágoras,  Heráclito,  Platito,  Hi- 
pócrates y  Epicuro  han  andado  muy  divididos  en  la  in- 
dagación de  este  negocio  j  enfrente  de  cuyas  creencias 
coloca  las  de  Aristóteles  y  Demócrito,  para  quienes  las 
palabras  no  vienen  d  ser  otra  cosa  qice  pura  convención. 

Como  se  ve,  la  pregunta  queda  sin  una  contestación 
directa;  y  lo  que  es  peor,  mi  ilustrado  amigo  renuncia  á 
darla  por  ser  materia  alta  y  transcendental,  y  casi  como 


477 

disgustado  de  haber  hecho  la  pregunta,  dice  que  no 
quiere  tratar  de  aquélla  ni  aun  de  soslayo,  por  ser  un 
punto  (la  modestia  de  siempre)  superior  á  sus  facultades 
y  al  tema  de  su  discurso,  sí  bien  manifiesta  su  completa 
conformidad  con  los  que  creen  en  la  esencia  natural  de 
las  palabras. 

Declaro  que  va  más  allá  de  la  meta  de  mi  pobre  com- 
prensión, el  motivo  por  el  cual  un  hombre  tan  docto  se 
niega  á  contestar  su  propia  pregunta,  cuando  yo,  que 
no  he  tenido  el  honor  de  saludar  sino  muy  de  lejos  la 
glosologla  filosófica,  y  alcanzo  muy  poco,  ó  nada,  de  lo 
que  se  entiende  por  mecanismo  de  las  lenguas  autóge- 
nas y  autóctonas^  creo  que  se  puede  contestar  su  inte- 
rrogación de  una  manera  clara,  breve,  sencilla  y  con- 
cluyente.  Pero  antes  de  entrar  en  la  definición,  consi- 
dero indispensable  que  se  fijen,  sin  mezcla  ni  asomo  de 
anfibología,  los  términos  de  la  pregunta. 

Al  decir  ¿Cómo  nace  una  lengua?  debe  inferirse  que 
no  sé  pregunta  por  el  nacimiento  de  una  lengua  cual- 
quiera, de  una  lengua  determinada,  especial,  como  por 
ejemplo,  la  griega,  el  asirlo  ó  el  sanskrit^  según  desea 
que  se  escriba  un  distinguido  filólogo  (<),  ó  el  sánscrito, 
según  lo  ha  introducido  en  su  diccionario  nuestra  Aca- 
demia; porque  si  á  tal  estrechez  se  contrajera  la  pre- 
gunta, no  habría  esquivado  ciertamente  la  contestación 
mi  insigne  y  querido  amigo;  sino  que  la  habría  dado 
con  el  tacto  y  firmeza  de  quien,  como  él,  ha  demostra- 
do que  le  es  muy  familiar  el  trato  de  la  historia  de  la 
derivación,  aparición,  desarrollo  y  progreso  de  las  len- 
guas que  fueron  y  son,  sin  necesidad  de  penetrar  en  los 

(\)    El  estudio  de  la  fihlogia  en  su  relación  con  el  sanskrit,  por  D.  Fran« 
cisco  García  Ayaso:  Madrid,  1871. 


478 

tenebrosos  antros  de  las  edades  que  precedieron  á  la  tra- 
dición y  la  leyenda. 

Paréceme,  por  lo  tanto,  que  la  pregunta  del  Marqués 
de  San  Gregorio,  para  que  en  efecto  sea  materia  alta  y 
transcendental  y  no  es  la  de  ¿Cómo  nace  una  lengua? 
sino  la  de  ¿Cómo  ha  nacido  la  lengtta?  es  decir,  el  ha- 
bla, ese  órgano  maravilloso,  expresión  externa,  armo- 
niosa y  elocuente  del  pensamiento  humano;  abismo  in- 
sondable que  la  volunta^  del  Ser  Eterno  ha  colocado 
entre  la  elevada  naturaleza  del  hombre  y  el  inclinado  y 
rastrero  destino  de  la  bestia. 

Establecidos  así  los  términos  de  la  pregunta,  la  con- 
testación debe  ser  perentoria,  y  es  la  siguiente: 

Habiendo  sido  creado  el  hombre  con  la  facultad  de 
hablar,  puede  decirse  que  la  lengua  fué  creada  con  el 
hombre,  como  lo  fueron  también  la  conciencia,  las  no- 
ciones del  mal  y  del  bien,  de  lo  feo  y  de  lo  bello,  y  no  el 
instinto,  sino  el  pleno  conocimiento  de  la  aplicación  y 
funciones  de  sus  sentidos. 

En  buena  ortodoxia  no  es  posible  pensar  de  otra  ma- 
nera; y  es  tal  el  poderoso  influjo  de  esta  verdad,  que  aun 
entre  los  filósofos  idólatras  de  los  tiempos  mitológicos, 
hubo  algunos  que  lo  sintieron  así,  reconocieron  y  de- 
clararon. El  Dr.  Corral  nos  lo  ha  dicho.  Platón,  el  sa- 
bio, el  ideólogo  hasta  la  utopia,  en  sus  inmortales  Día- 
logosy  concede  al  habla  un  origen  de  autocracia,  de  au- 
toridad, de  voluntad  suprema,  llegando  á  pensar  que 
las  palabras  que  significan  ideas  eternas,  parecen  for- 
madas por  un  poder  divino. 

Si  de  este  modo  pensaban  los  que  seguían  los  errores 
del  politeísmo,  ¿cómo  debemos  pensar  los  que  humilde  y 
reverentemente  reconocemos  y  nos  postramos  ante  la 


479 

Augusta  Majestad  de  un  solo  Dios,  fuente  de  todo  poder, 
de  toda  bondad,  de  toda  sabiduría? 

No  nos  dejemos  alucinar  por  los  halagos  de  ciencias 
conjeturales,  deleznables  y  pasajeras,  y  tengamos  como 
verdad  inconcusa  la  de  que  la  palabra  es  congénita  del 
hombre,  que  el  hombre  vino  al  mundo  hablando  y  tam- 
bién la  mujer;  pero  con  elocuencia  más  insinuante,  con- 
movedora y  persuasiva  que  la  del  hombre.  ¿Qué  formas 
tuvo  esta  lengua  para  expresar  el  humano  pensamiento? 
¿Fué  desarticulada  en  sus  sonidos  sólo  por  vocales,  ó  ar- 
ticulada por  la  unión  de  los  signos  consonantes  ó  5//m- 
phónicos?  ¿Fué  monosilábica,  ó  apareció  desde  luego,  se- 
gún se  han  calificado  otras  lenguas  después,  como  len- 
gua conglutinada  6  de  flexión?  (*)•  Todo  esto  quizá  podrá 
rastrearse  cuando  se  trate  de  conocer  los  orígenes  de  la 
lengua  china  ó  los  de  las  indo-europeas;  pero  con  rela- 
ción al  de  la  lengua  primigenia,  de  eso  nada  se  sabe,  ni 
se  sabrá  nunca,^ni  tengo  por  muy  reverente  el  propósi- 
to de  averiguarlo.  Tal  vez  sería  una  lengua  dotada  de 
perfecciones  que  hoy  no  alcanza  á  vislumbrar  nuestro 
pobre  entendimiento;  porque  es  de  suponer  que  si  sólo 
se  hubiera  compuesto  de  períodos,  simples  emisiones  de 
voz,  de  aes  y  de  oes^  el  primer  hombre,  que  se  hallaba 
en  el  goce  de  toda  su  lozanía  intelectual,  no  se  habría 
dejado  seducir  por  tan  exigua  dialéctica,  hasta  el  punto 
de  tocar,  inobediente,  al  árbol  prohibido,  y  contraer  con 
su  Dios  aquella  enorme  deuda,  mayor  que  todas  las  deu- 
das consolidadas  y  diferidas  del  mundo,  que  lleva  por 
nombre  pecado  original,  y  cuyos  intereses  aún  pagamos 


(K)    De  V origine  du  htigage,  piír  M.  E.  Renaa,  qaatrióme  cdilion:  Pa- 
rís, J  863. 


480 

y  seguirán  pagando  hasta  la  consumación  de  los  siglos 
las  subsiguientes  generaciones. 

No  es  posible  pensar  de  otra  manera,  ó  por  lo  menos 
no  la  alcanza  mi  humilde  comprensión,  si  alguna  vez  ha 
de  ponerse  un  dique  al  invasor  torrente  de  ideas  sensua- 
les y  materialistas  que  ha  envenenado  la  moral  de  los 
hombres;  torrente  que,  sin  remontarnos  más  que  al  pro- 
medio del  siglo  XVII,  desató  la  filosofía  sensualista  de 
Locke,  acrecentaron  su  curso  las  lucubraciones  de  su 
continuador  Gondillac:  revolvieron  y  enturbiaron  sus 
aguas  los  reformadores  San  Simón,  Fourier  y  otros  en 
Francia,  Robert  Owen  en  Inglaterra,  llegando  éste  y 
sus  delirantes  sectarios  á  proclamar  la  rehabilitación  de 
la  carne  sosteniendo  que  <el  destino  del  hombre  no  es 
otro  que  el  de  obedecer,  como  sus  hermanos  los  brutos, 
á  sus  instintos  y  apetitos  (0,>  y  finalmente  han  llegado 
á  encenagarse  aquéllas,  á  corromperse  tanto,  que  no 
hace  muchos  días  se  han  dado,  como  ahora  se  dice,  con- 
gerencias  en  un  boulevard  de  París  sobre  la  ciencia  sin 
Dios,  con  verdadero  escándalo  de  un  auditorio  ya  bas- 
tante despreocupado  y  en  lo  general  poco  asustadizo. 

Asombra,  estremece,  pasma  la  contemplación  del  cre- 
cido número  de  hombres  de  ardiente  imaginación,  de 
erudición  vastísima,  que  én  lo  moderno,  y  desde  todos 
los  puntos  del  globo,  parece  que  se  han  puesto  de  acuer- 
do para  volver  el  mundo  al  caos  de  donde  lo  sacó  la  ma- 
no omnipotente  del  Ser  Supremo.  La  arqueología  prehis- 
tórica, la  antropología,  la  lingüistica,  la  mitología  com- 

{\)  L'an  d*eax,  Robert  Owen,  voas  dit  qae  la  deslinée  de  Thoinaic, 
destinóe  dont  il  ne  peut  s'affranchir,  cst  d'obóir;  comme  ses  fróres  de  la 
créatioQ  brute,  á  ses  iastincts  et  á  ses  appétits;  qa'il  est  fatalement  en- 
chainó  á  la  terre,  et  que  ses  regards  ne  doivent  plus  s'élever  vers  le  ciel. 
-^Rftppoii  presenté  á  VAeadémie  frauQaise  le  '20  avril  1844,  par  M.  Kj  Jay. 


481 

parada,  la  biología,  astronomía,  física,  química,  zoolo- 
gía, geología,  geografía,  botánica  y  hasta  la  higiepe, 
son  los  materiales  científicos  apilados  por  algunos  sabios 
contemporáneos  para  renovar  la  fabulosa  lucha  de  los 
titanes  que  intentaron  escalar  el  cielo,  ó  mejor  dicho, 
parodiar  la  rebelión  que  quiso  llevar  á  cabo  contra  su  Se- 
ñor, la  soberbia  insensata  del  príncipe  de  las-  tinieblas. 

Cada  uno  de  estos  atletas  del  desorden  ha  formulado 
su  sistema,  su  táctica  especial;  sistema  y  táctica  que 
aunque  aparentemente  se  dirigen  á  penetrar  los  miste- 
rios de  distintas  ciencias,  conñuyen,  sin  embargo,  en 
rfn  solo  propósito:  el  de  establecer  una  serie  de  negacio- 
nes de  los  principios  fundamentales  en  que  necesaria- 
mente ha  de  apoyarse  todo  lo  nacido,  todo  lo  asociado. 

Los  unos,  como  Jacobo  Grimmy  fundador  en  coman- 
dita con  Bopp  de  la  filología  comparada,  en  la  Memo- 
ria que  dio  á  luz  en*  1852  (^\  combate  la  tesis  de.  la  re- 
velación del  lenguaje  y  sostiene  con  tal  intemperancia 
que  el  habla  es  obra  exclusiva  del  hombre  (^),  que  has- 
ta el  heterodoxo  Renán  declara  que  el  filósofo  germano 
ha  ido  demasiado  lejos  en  su  impugnación  á  la  doctrina 
teológica  (3).  Los  otros,  como  el  espiritualista,  á  su  ma- 
nera, M.  Camile  Flammariorij  lapoderándose  de  la  as- 
tronomía, y  poniendo  en  práctica  el  donoso  epigrama 
de  nuestro  D.  Francisco  de  Quevedo 

£1  mentir  de  las  estreUas 

(1)  í/cíwr  den  Ursprung  der  Sprache:  Berlín,  Dümmler,  4862. 

(2)  Ein  menschlicheSy  in  usrer  Geschichte  und  Freiheil  beruhendes,  liicht 
plcBlzlich  sondern  stufenweise  zu  Stande  gebrachUs  Werk,  J.  Grimm,  Memo- 
ria citada,  pág.  42. 

(3j  J'avoue  méme  qtie  M,  Grimm  me  paraU  aller  un  peu  trop  loin  dans 
sa  réaction  ^ontre  Vhypolhése  íAeo/o(7Í</fie.— Ernest  Renán,  De  Vorigüne  du 
langage.  Preface,  pág.  8:  París,  4863. 

34 


482 

se  lanza  á  las  profundidades  de  la  inmensidad:  se  cons- 
tituye en  campeón  de  la  pluralidad  de  mundos  habita- 
dos; se  va  en  peregrinaje  de  planeta  en  planeta;  mide 
sus  distancias,  analiza  su  clima,  sus  atmósferas;  casi  di- 
buja las  formas  de  los  dichosos  habitantes  de  Júpiter; 
compara  la  grandiosidad  de  este  astro  con  las  exiguas 
proporciones  de  nuestro  globo;  y  para  mantener  su  te- 
sis, pide  argumentos  á  todas  las  ciencias  con  tan  vasta 
erudición  y  seductor  estilo,  que  al  decir  del  sabio  teólo- 
go, doctoral  de  Valencia,  el  astrónomo  del  Observatorio 
de  París  ha  conseguido  ecotender  su  opinión  lo  mismo 
entre  el  mundo  ilustrado  que  entre  las  clases  populares 
y  aun  hacerla  de  moda  W.  Este  otro  arqueólogo  prehis- 
tórico, dando  por  cosa  averiguada  y  cierta  el  Origen  de 
las  especies  de  Darwin^  toma  con  la  mayor  formalidad 


{\ )  Pero  no  queda  aquí  la  cuestión,  sino  que  con  ocasión  de  ella  se  remue- 
ven las  principales  verdades  de  la  teología,  como  la  inspiración  de  los  Libros 
Sagrados,  el  fin  de  la  creación,  la  predestinación,  la  Encamación  del  Verbo, 
la  redención  y  sus  efectos,  la  resurrección  y  los  destinos  futuros;  presentando 
falsamente  estas  verdades  como  únicamente  apoyadas  en  la  idea  de  que  la 
Tierra  es  el  centro  del  Universo,  y  recibiendo  de  este  supuesto  toda  su  firmeza, 
lo  cual  es  falso.  De  esta  manera  las  socava  por  sus  cimientos,  dando  á  entena 
der  que  deben  ser  rechazadas,  en  cuanto  queda  demostrado  que  nuestro  pla^ 
neta  sólo  es  un  átomo  en  el  Universo, 

Además,  al  desarrollar  los  argumentos  en  confirmación  de  su  tesis,  da  por 
demostrados  muchos  supuestos  que  están  muy  lejos  de  ser  ciertos.  Apoyado 
fajisamente  en  ellos,  deduce  las  más  atrevidas  consecuencias,  que  no  puede 
dispensarle  la  fe  ni  la  sana  filosofía,  cayendo  al  fin  en  tan  gravísimos  errores 
y  en  tan  monstruosos  absurdos,  que  parecen  inconocibles  en  su  ilustración. 
Tal  es,  entre  otros  que  notaremos  en  el  cuerpo  de  la  obra,  el  delirio  de  la  plu- 
ralidad de  existencias  de  nuestra  alma,  en  relación  con  la  pluralidad  de 
mundos  habitados,  como  si  el  hombre  tuviera  muchas  vidas  sucesivas  fobre 
los  astros.— La  pluralidad  de  mundos  habitados  ante  la  fe  católica,  por  Don 
Niceto  Alonso  Perujo,  Canónigo  doctoral  de  la  Santa  Iglesia  metropolita- 
na de  Valencia,  Doctor  en  Teología  y  en  Derecho  canónico,  etc.:  Ma- 
drid, 4877. 


483 
al  hombre  primitivo  desde  el  momento  en  que  cree  ver- 
le salir  con  forma  humana,  no  sé  si  de  las  entrañas  de 
alguna  ballena,  y  con  el  auxilio  de  la  antropología,  le 
sigue,  le  estudia  en  sus  evoluciones  orgánicas,  en  sus 
variedades  y  razas,  en  sus  relaciones  con  otros  grupos 
de  irracionales;  trata  familiarmente  de  los  orígenes  de 
la  vida,  y  ordena  una  historia  del  grupo  humano  que  no 
la  trazaría  mejor  el  más  aventajado  huésped  de  Léganos 
ó  San  Baudilio  de  Llobregat  (0.  Aquel, otro  Doctor,  tan 
erudito  como  materialista,  en  su  tratado  sobre  la  /ín- 
güisticay  resueltamente  afirma  que  el  origen  del  lengua- 
je es  un  mero  asunto  antropológico:  trata  de  él  bajo  el 
punto  de  vista  de  la  historia  natural,  ó  sea  de  la  anato- 
mía y  fisiología;  dice  que  el  lenguaje  articulado  es  un 
hecho  natural  sometido,  como  otro  cualquiera,  á  la  libre 
investigación,  y  no  considera  como  empresa  temeraria 
la  de  abordar  la  cuestión  de  los  orígenes  primigenios  W. 
¿Á  qué  he  de  evocar  mayor  número  de  citas,  harto  co- 


(4)  L*ArMologie  préhisiorique  noas  a  recoDqais,  daos  la  profoDdeur 
des  siécles  disparas,  des  ancétres  non  soap^onacs  et  recoostitae,  á  forcé 
de  décoavertes,  Tiadmitrie,  les  nioeurs,  les  typcs  de  Thomme  prímitif  á 
peine  echappe  á  l*animalité.  V Anlhropologie  a  ébauché  rhistoire  nata- 
relie  da  groape  humaia  daos  le  temps  et  daos  Tespace,  le  suit  dans  ses 
évolatioDs  organiques,  Tótadie  daus  ses  variétcs,  races  et  espéces,  et 
crease  ees  grandes  qaestions  de  rorigine  de  la  vie,  de  IMníluence  des  mi- 
lieax,  de  Thérédité,  des  croisements,  des  rapports  avec  les  antres  groa- 
pes  anin)aux,etc.,  QiQ,^B%bliothéque  des  sciences  contemporaineSf  deaxiéme 
éditlon:  París,  4777. 

(1)  Nous  ne  chercherons  pas  á  éviter  Texamen  de  la  qaestion  de  rori- 
gine da  langage.  C'est  une  qaestion  parement  anthropologiqae Le  lan- 

gage  articalé  esl  an  fait  natarel,  soamis,  comme  toat  aatre  fait,  á  Tinves- 
tigalion  libre  ct  dósintcressée,  et  ce  n*est  pas  une  entreprise  téméraire 
qae  d*aborder  la  qaestion  de  son  origine.  L'ócarter  sons  pretextes  qu'il 
faut  proscrire  toute  recherche  dea  origines  premieres,  c*est  admettre  la 
possibilité  méme  de  ees  canses  premieres,  dont  les  raathématiqaes  et  la  chi- 
mieont  fait  jastico.— La  Lm^UÍ5í¿7U0,  par  Abel  Hovelacqae:  París,  4877. 


4S4 

nocidas,  y  que  de  cierto  fatigan  y  entristecen,  para  de- 
mostrar los  extravíos  á  que  se  entregan  algunos  culti- 
vadores en  lo  moderno  de  las  ciencias  abstractas? 

¿Qué  necesidad  absoluta,  universal,  ^e  proponen  satis- 
facer estos  libre-pensadores  combatiendo  cada  cual  por 
distinto  camino  ideas  plácidas  y  consoladoras  para  lle- 
varnos á  la  sima  de  las  grandes  curiosidades,  por  no  de- 
cir al  profundo  abismo  de  las  aún  más  grandes  ó  insóli- 
tas soberbias?  ¿Será  acaso  la  de  convencernos  de  que  no 
somos  hijos  directos  de  Dios,  y  que  á  todo  lo  que  buena- 
mente podemos  aspirar  e^  á  ser  relativamente  hijos  de 
vecino?  Pues  no  valía  la  pena  de  acumular  y  retorcer 
tanta  ciencia,  fundar  tanta  falsa  hipótesis  y  deducir  tan- 
ta absurda  consecuencia,  para  darnos  una  noticia  por 
todo  extremo  desagradable.  Porque,  bien  mirado,  ¿qué 
es  lo  que  va  á  ganar  la  humanidad  el  día  en  que,  refor- 
mando sus  creencias  con  arreglo  al  figurín  de  esa  filoso- 
fía, deje  de  venerar,  como  ascendientes  suyos,  á  los  Án- 
geles, para  contar  entre  sus  padres  al  megaterio,  entre 
sus  hermanos  al  mastodonte,  y  al  hipopótamo  entre  sus 
parientes  colaterales?  Seguramente  que  en  tan  venturo- 
so día  el  pensamiento  humano  se  habrá  elevado  hasta  los 
balcones  de  la  Aurora;  las. costumbres  públicas  habrán 
llegado  á  su  mayor  pureza;  huirá  el  delito  avergonzado 
de  verse  entre  tanta  gente  de  bien;  serán  inútiles  los  có- 
digos, los  jueces,  los  ejércitos,  y  el  mundo  gozará  de  una 
calma,  de  un  bienestar,  de  una  dicha  sólo  comparable  á 
la  dicha,  al  bienestar  y  al  reposo  del  simbólico  paqui- 
dermo de  Epicuro.. 

¡Ah,  qué  ceguedad  tan  deplorable  y  peligrosa  la  de 
aquéllos  que,  tal  vez  sin  deliberado  propósito,  quiero 
creerlo,  pretenden  regeneramos  á  la  manera  del  que  á 


485 

fuerza  de  limpiar  y  pulir  un  instrumento  concluye  por 
gastarlo  y  destruirlo! 

Y  lo  que  hay  de  más  sensible  es  que,  aunque  la  enfer- 
medad es  conocida,  no  se  piensa  en  aplicarle  un  reme- 
dio, siquiera  sea  anodino.  Oigo  clamar  por  los  ámbitos 
de  Europa,  no  satisfechos  aún  de  los  atrevimientos  filo- 
sóficos que  someramente  dejo  apuntados,  por  la  libertad  . 
de  enseñanza  en  sus  más  amplias  manifestaciones.  Todo 
el  mundo  parece  que  quiere  saber,  todo  el  mundo  parece 
que  quiere  enseñar;  y  sin  detenerse,  sin  esperar  á  que 
los  Gobiernos  autoricen  el  principio  y  regularicen  su 
provechosa  aplicación,  fúndanse  miles  de  sociedades  po- 
pulares, ábrense  cátedras  desde  las  que  cada  uno  expli- 
ca tal  punto  concreto  de  lo  que  sabe  ó  cree  saber,  sin  re- 
parar que  en  su  disertación  hay  mucho  por  arriba  y  mu- 
cho por  abajo  que  generalmente  ignora  el  auditorio;  el 
cual,  careciendo  de  la  preparación  conveniente^  no  pue^ 
de  hacer  atinadas  aplicaciones,  y  sólo  le  queda  de  todo 
lo  que  ha  oído  ideas  dispersas  y  confusas  de  las  que  no 
sabe  qué  hacer,  resultando  en  definitiva  que  la  lección 
se  ha  reducido  á  un  agradable  pasatiempo,  amenizado 
por  la  cadenciosa  armonía  dialéctica  de  amaestrados  ora- 
dores. 

Podría  suceder,  dado  el  cristal  de  aumento  con  que 
ahora  lo  examinamos  todo,  que  alguno  tachara  esto  que 
digo  como  una  especie  de  alegato  en  favor  de  la  libertad 
de  la  ignorancia;  y  ciertamente  que  no  tendría  razón 
juzgando  mis  opiniones  de  un  modo  tan  radical,  tan  ex- 
tremado; Lo  que  hay  es  que  cada  cual  abriga  sus  ideas 
respecto  á  lo  que  se  entiende  por  progreso  intelectual,  y 
que  lo  que  para  unos  es  un  portentoso  adelanto,  es  para 
otros  un  lamentable  retroceso. 


486 

Y  á  propósito  de  este  debatido  punto,  no  puedo  resis- 
tir al  deseo  de  citar  brevísimos  párrafos  que  en  una 
de  las  obras  ya  mencionadas  del  Marqués  de  San  Gre- 
gorio W  vienen,  según  suele  decirse,  como  anillo  al 
dedo. 

Dice  así  el  Dr.  Corral: 

<Y  la  verdad  es  que  en  muchas  partes  del  saber  hu- 
mano, lejos  de  adelantar  los  tiempos  actuales  á  los  tiem- 
pos antiguos,  han  retrogradado  visiblemente;  al  paso 
que  en  otras  existe  un  progreso  sorprendente,  inmenso, 
casi  increíble.  Oscilación  y  compensación:  he  aquí  las  le- 
yes inmutables  de  la  humanidad;  á  ellas  se  acomoda  ló- 
gicamente el  examen  concienzudo  de  la  historia.  Hay, 
no  puede  negarse,  en  la  sucesión  del  tiempo  un  verda- 
dero progreso;  pero  ¿quién  sabe  si  este  progreso  es  sola- 
mente relativo?  ¿Quién  sabe  si  lo  que  por  un  lado  se  ga- 
na, por  otro  se  pierde?  Si  se  pudiese  reducir  á  números 
la  historia  de  la  inteligencia,  ¿quién  sabe  si  comparando 
civilización  con  civilización,  época  con  época,  vendría  á 
resultar  próximamente  una  misma  suma?> 

Tiene  mucha  razón  nuestro  distinguido  amigo;  oscila- 
ción y  compensación:  he  aquí  las  leyes  inmutables  de  la 
humanidad.  Inútil  empeño  el  de  traspasarlas:  detrás  de 
ellas  sólo  existen  el  delirio,  las  tinieblas,  la  confusión, 
ciscaos,  á  donde  pudiera  empujar  al  vulgo  de  las  socie- 
dades la  libertad  absoluta  de  enseñanza.  Entre  lo  omnis- 
cio y  lo  estulto  hay  distancias  imponderables,  y  yo  no 
abogo  por  el  reinado  de  lo  uno  ni  de  lo  otro. 

Pero,  ¡qué!  ¿todo  ha  de  ser  física  y  química  y  mate- 
máticas y  filosofía  sólo  para  penetrar  osadamente  en  el 

(i)    Sobre  la  filosofía  práctica  del  siglo  xix. 


487 

jardín  vedado  á  la  curiosidad  humana?  ¿Sólo  ha  de  con- 
sagrarse la  actividad  intelectual  á  la  anatomía  del  fruto 
prohibido?  ¿No  queda  ya  nada  que  aprender  en  lo  con- 
cerniente á  la  moral  como  ciencia  de  los  deberes  del 
hombre,  cuya  práctica  produce  la  tranquilidad  de  la  con- 
ciencia; exalta  la  fe,  que  nos  relaciona  con  la  Divini- 
dad; alienta  la  esperanza  de  salir  de  este  valle  de  lágri- 
mas para  otro  mundo  mejor,  y  nos  induce  al  ejercicio  de 
la  caridad,  santa  protectora  del  débil,  del  menesteroso  y 
de  todos  los  desvalidos? 

Me  anonada  la  idea  de  que  llegue  un  día  en  el  que, 
merced  á  la  libre  enseñanza,  se  figuren  todos  que  son 
doctores,  matemáticos,  filósofos  ó  personajes  de  vuelo 
más  ó  menos  atrevido.  Porque  llegado  ese  día  de  uni- 
versal ilustración,  ¿qué  es  lo  que  va  á  suceder  en  la  so- 
ciedad bajo  el  punto  de  vista  práctico?  ¿Qué  doctor  que- 
rrá empuñar  el  arado  y  entregarse  á  las  rudas  faenas 
del  cultivo  de  la  madre  tierra?  ¿Qué  mate>ndtico  se  pres- 
tará á  tomar  el  rizo  ó  rifar  una  vela  en  piedlo  de  las 
tempestades  y  los  huracanes?  ¿Qué  filósofo  se  conforma- 
rá con  el  modesto  desempeño  de  mantener  la  convenien- 
te pulcritud  higiénica  en  las  plazas  y  en  las  calles?  Y 
¿quiénes,  por  último,  aceptarán  de  buen  grado  la  pesa- 
da carga  de  tantos  oficios  menudos  como  son  indispen- 
sables para  conllevar  las  exigencias  de  la  vida?  Una  de 
dos:  ó  la  sociedad  tendrá  que  ser  una  cátedra  sin  oyen- 
tes, un  ejército  de  jefes  sin  soldados,  ó  habrán  de  reno- 
varse las  escenas  de  confusión  y  estrago  á  que  dio  ori- 
gen la  construcción  de  la  famosa  torre  de  Babel. 

Pero  observo  en  este  momento  que  estoy  abusando  de 
la  bondadosa  atención  de  Vuestra  Majestad,  y  que  de 
digresión  en  digresión  he  penetrado  indeliberadamente 


488 

en  un  campo  dilatadísimo  que  pide  para  recorrerlo  obras 
fundamentales  y  no  pasajeros  discursos:  he  llegado,  por 
lo  tanto,  casi  á  perder  de  vista  el  muy  científico  que  he 
debido  contestar,  y  que  sólo  he  tenido  el  conato  de  ha- 
cerlo en  la  parte  que  se  relaciona  con  ideas  abstractas; 
pero  la  mucha  benevolencia  de  Vuestra  Majestad  habrá 
de  perdoiiarme  esta  distracción,  en  gracia  de  ijue  las  di- 
gresiones suelen  ser  la  literatura  de  los  ancianos. 

En  lo  qu©  el  discurso  del  Dr.  Corral  contiene  de  artís- 
tico y  puramente  gramatibal  del  lenguaje,  su -claro' au- 
tor ha  expuesto  sus  doctrinas,  y  lo  ha  dicho  todo  mucho 
mejor  que  yo  pudiera  repetirlo.  Y  no  siendo  ya  hora  de 
hacer  oir  pesadas  variaciones  sobre  un  mismo  tema,  só- 
lo me  resta  lamentar  nuevamente  que  haya  sido  el  últi- 
mo de  los  individuos  de  esta  docta  Corporación  el  desig- 
nado para  dar  la  bienvenida  en  su  nombre  al  Marqués 
de  San  Gregorio;  si  bien  este  pesar  se  templa  y  casi  neu- 
traliza con  la  honra  de  ser  él  primero  en  felicitarle  y 
también  á  la  Real  Academia,  por  lo  mucho  que  debe  es- 
peran en  sus  asiduas  tareas  de  la  colaboración  de  un 
profesor  tan  justamente  renombrado. 


DISCURSO 

QUE  EL 

ExcMo.  Sr.  D.  EMILIO  CASTELAR 

leyó  en  Junta  publica  de'Ia  Real  Academia  Española, 

el  dia  25  de  abril  de  1880,  al  ser  recibido  solemnemente  en  dicha 

Corporación  como  individuo  de  número. 


Señores  Académicos: 

Llamado  á  compartir  las  tareas  y  los  honores  de  vues- 
tro instituto,  en  días  ya  lejanos,  retardó  adrede  este  ins- 
tante, á  ver  si  tiempo  y  trabajo  de  consuno  me  granjea- 
ban algunos  títulos  justificativos  de  vuestra  elección  y 
de  mi  atrevimiento.  Mas,  desesperanzado  ya  de  conse- 
guir por  mis  méritos  gracia  debida  á  vuestra  bondad, 
tócame  tan  sólo  expresaros  mi  agradecimiento  y  deciros 
cómo  alienta  mi  palabra  la  persuasión  de  haber  arran- 
cado este  lauro,  antes  á  vuestro  cariñoso  afecto,  que  á 
vuestro  frío  juicio.  Sucedo,  en  silla  ilustrada  por  Nava- 
rrete,  á  un  sabio,  que  así  poseía  las  ciencias  de  la  natu- 
raleza como  las  artes  de  la  palabra;  y  si  puedo  suceder- 
le,  no  puedo  en  manera  alguna  sustituirle,  aumentán- 
dose con  estos  contrastes  entre  su  competencia  y  mi  in- 
competencia, al  par  de  toda  la  pobreza  de  mis  calidades, 
todo  el  poder  de  vuestra  magnanimidad,  mucho  más 


490 

propia  para  obligarme  que  lo  hubiera  podido  ser  vues- 
tra justicia. 

Consagrado  desde  mis  mocedades,  en  periódicos  y  li- 
bros, en  tribunas  y  cátedras,  á  servir,  entre  nosotros, 
la  vida  del  espíritu  moderno,  creo  correspondiente  con 
la  solemnidad  de  este  acto  el  convertir  vuestra  atención 
hacia  los  conceptos  fundamentales  de  nuestra  edad,  de- 
mostrando la  poesía  en  ellos  contenida,  cuyo  vigor  pro- 
mete aspectos  nuevos  al  arte,  como  los  dio  en  tanto  nú- 
mero á  la  ciencia,  así  que  pasen  de  las  regiones  donde 
brilla  la  luz  de  las  ideas  á  las  regiones  donde  arde  el  ca- 
lor del  sentimiento  y  de  la  vida. 

Difícil  tarea  ciertamente  acreditar  de  poética  una 
fedad  notada  de  prosaica  por  sus  achaques  políticos  y  sus 
tendencias  á  la  economía  y  á  la  industria.  Valor  he  me- 
nester para  confrontar  las  barbacanas  de  feudal  castillo, 
con  los  hilos  de  industrioso  telégrafo;  y  el  campo  de  los 
torneos  donde  alardean  los  caballeros  y  piafan  los  caba- 
llos y  relucen  las  armas  y  luchan  las  fuerzas  y  braman 
las  muchedumbres  y  ondean  las  divisas  y  sonríen  las 
damas,  con  esos  almacenes  de  nuestras  exposiciones  uni- 
versales, donde  silban  las  máquinas  y  hierven  las  calde- 
ras y  giran  las  ruedas,  sosteniendo  porfías  del  trabajo, 
más  útiles,  pero- no  más  hermosas,  que  los  cruentos  em- 
peños de  la  guerra.'  Conozco  la  dificultad  en  toda  su  ex- 
tensión, y  la  acometo  con  todo  mi  ánimo,  lastimado  só- 
lo de  que  no  plegué  al  cielo  darme  fuerzas  bastantes  á 
sostener  la  verdad  de  mi  tesis  y  á  medir  la  altura  de  mi 
siglo. 

Al  mentar  el  espíritu  de  éste  nuestro  tiempo,  ¿menta- 
mos esencia  real,  ó  mera  abstracción?  Preguntas  de  es- 
te linaje  asoman  á  las  mientes,  no  ya  tratándose  de  tal 


491 

Ó  cual  determinación  del  espíritu,  sino  tratándose  del 
espíritu  humano  en  sí  mismo.  Que  sentimientos  ó  ideas 
se  refieren  á  impalpable  é  invisible  unidad  interior,  en 
la  cual  residen  todas  nuestras  facultades  intelectuales  y 
morales,  así  las  energías  del  albedrío  como  los  pensa- 
mientos de  la  razón  y  los  juicios  de  la  conciencia,  prin- 
cipio evidentísimo  por  toda  nuestra  naturaleza  revelado 
y  sólo  contradicho  en  escuelas  incompletas,  que  ponen  el 
humano  criterio  en  la  falacia  y  grosería  del  sentido.  To- 
do cuanto  tiene  contenido  infinito,  no  puede  caber  en  la 
reducida  experiencia,  sino  en  otro  infinito,  en  la  idea. 
Mas  la  sencilla  observación  demuestra  que  ideas  y  sen- 
timientos y  voluntades  se  modifican  profundamente  en 
el  tiempo  y  en  el  espacio,  al  influjo  del  hogar,  del  len- 
guaje, de  las  relaciones  múltiples  que  completan  y  dila- 
tan á  una  nuestra  vida.  Existe,  pues,  el  espíritu  de  un 
siglo  como  existe  el  espíritu  de  un  pueblo:  que  perdura- 
bles el  sentir,  el  pensar  y  el  querer,  cambian  por  las  le- 
yes de  la  variedad  sus  modos  de  ser  al  movimiento  de 
los  sucesos  y  al  poder  de  las  transformaciones. 

Renuévanse  en  el  cuerpo  humano  de  tal  suerte  los  áto- 
mos, que  toda  nuestra  substancia  varía  en  el  discurso  de 
brevísimos  períodos,  como  en  el  cuerpo  social  se  renue- 
van de  tal  suerte  las  ideas,  que  cada  cincuenta  años  unas 
generaciones  maldicen  de  otras  generaciones,  á  veces 
con  notoria  injusticia.  Nada  inmóvil  bajo  el  cielo.  Esa 
China,  ideada  inerte  por  la  inocencia  y  la  ignorancia  de 
la  antigua  historia,  hoy  aparece  á  nuestra  crítica  con 
irrupciones,  con  dolores,  con  guerras  religiosas,  con  feu- 
dalismo y  monarquía,  con  sacudimientos  periódicos,  con 
tumultos  plebeyos,  con  los  mismos  huracanes  que  han 
trastornado  nuestra  atmósfera  y  los  mismos  terremotos 


492 

que  han  subvertido  nuestro  suelo-  Si  cada  siglo  no  tiene 
su  espíritu  propio,  su  unidad  de  pensamiento,  explicad- 
me  por  qué  los  estoicos,  perseguidos,  acosados,  proscrip- 
tos en  el  siglo  primero,  reinan  con  verdadera  soberanía 
en  el  siglo  segundo  ó  infuijden  su  ciencia  así  al  imperio 
como  al  derecho  romano;  explicadme  ppr  qué  á  la  idea 
de  la  unidad  imperial,  que  dura  tanto  tiempo,  sucede  á 
fines  del  tercer  siglo  aquella  tendencia  invencible  á  di- 
vertir las  fuerzas,  á  separar  las  regiones,  á  extender  las 
tribus,  á  erigir  ciudades  frente  á  ciudades  y  pueblos  fren- 
te á  pueblos,  tendencias  precursoras  de  la  anarquía  ger- 
mánica; explicadme  por  qué,  después  de  haber  subido 
toda  la  esencia  del  paganismo  á  la  cabeza  de  un  solo 
hombre  que  reabre  los  templos  y  reanima  los  oráculos, 
la  idea  nueva  se  apodera  de  otro  hombre  que  arranca  el 
tirso  violentamente  á  las  manos  de  los  sacerdotes  y  la 
corona  á  las  sienes  de  los  senadores,  para  compelerlos  á 
hincarse,  mal  de  su  grado,  ante  la  cruz  que  vencía  al 
eterno  capitolio;  explicadme  por  qué,  allá  en  la  octava 
centuria,  papas,  reyes,  príncipes,  señores;  guerreros, 
corren  á  refugiarse  en  el  régimen  cario vingio,  como  si 
la  Roma  imperial  resucitara,  y  cuarenta  anos  más  tar- 
de, el  Océano  aborta  la  raza  normanda  y  el  suelo  pro- 
duce las  lanzas  feudales  que  van  á  sustituir  la  unidad  con 
el  caos;  explicadme,  en  fin,  por  qué  pasamos  de  los  te- 
rrores del  año  mil,  á  cuyo  pavor  nos  confundíamos  con 
las  tétricas  figuras  bizantinas  de  nuestras  iglesias  romá- 
nicas, al  empuje  de  las  cruzadas,  movidas  de  una  ciega 
confianza  en  la  victoria,  y  por  qué  desde  los  reyes  bien- 
aventurados del  siglo  decimotercio,  como  San  Luis,  San 
Fernando,  caemos  en  los  reyes  crueles  del  siglo  décimo- 
cuarto,  como  los  Pedros  de  Castilla,  de  Aragón,  de  Por- 


493 
tugal;  por  qué  las  empresas  hacia  el  Oriente  en  pos  del 
sepulcro  de  Cristo  se  truecan  en  la6  empresas  hacia  el 
Occidente  en  pos  de  la  cuna  de  la  libertad;  por  qué,  al 
abrirse  la  era  moderna  y  renacer  el  arte,  coincide  con  la 
muerte  de  Grecia  en  la  toma  de  Gonstantinopla  la  resu- 
rrección de  la  estatua  griega  en  su  sepulcro  de  Italia, 
que  nos  da  la  forma  humana  perfecta;  y  los  viajes  de 
aquél  que  descubre  el  nueva  paraíso  terrenal,  y  las  re- 
velaciones del  sabio  que  fija  el  foco  de  las  elipses  plane- 
tarias en  nuestro  sol,  coinciden  con  la  palabra  del  pro- 
feta, que  levanta  sobre  las  supersticiones  religiosas  el 
eterno  luminar  de  nuestra  conciencia.  Hay  ciertamente 
un  espíritu  de  cada  edad,  como  hay  un  espíritu  de  cada 
pueblo. 

De  todo  lo  cognoscible  por  nuestro  entendimiento,  se 
desprende  como  una  esencia  misteriosa  la  idea.  Y  toda 
idea  vive  y  crece  por  una  ley  real,  la  lógica.  De  consi- 
guiente existen  conceptos  fundamentales  de  todas  las  co- 
sas en  la  razón  de  nuestra  alma  y  en  la  razón  de  nuestro 
siglo.  La  parte  corpórea  nuestra  se  compone  de  una  se- 
rie de  órganos  que  forman  á  su  vez  un  organismo,  y  la 
parte  incorpórea  de  otra  serie  de  facultades  que  forman 
á  su  vez  un  sistema.  Por  las  raíces  del  organismo  toca- 
mos en  la  materia  como  el  último  de  los  vegetales,  y  por 
las  ideas  infinitas  tocamos  en  el  empíreo  como  el  prime- 
ro de  los  arquetipos.  Nacemos  de  la  naturaleza,  entre  lá- 
grimas y  sangre,  como  los  más  humildes  mamíferos  que 
hayan  habitado  nuestros  apriscos  ó  nuestros  establos,  y 
vamos  á  la  eternidad  como  el  más  hermoso  de  los  ánge- 
les que  haya  podido  recoger  en  sus  labios  el  verbo  crea- 
dor ó  infundir  el  aliento  divino  á  los  mundos  fatigados 
en  sus  eternales  parábolas.  Esclavos  de  la  muerte,  la  ce- 


494 

leste  increada  luz  que  sobre  nosotros  cae  al  nacer,  nos 
aviva  para  la  inmortalidad.  El  mal  brota  de  la  limita- 
ción y  el  bien  de  la  infinidad  de  nuestro  contradictorio 
ser,  pareciéndonos  á  las  plantas  que  en  las  tinieblas  ex- 
halan el  gas  de  la  muerte,  y  en  cuanto  las  besan  los  pri- 
meros albores  de  la  aurora,  el  oxígeno  de  la  vida.  Llo- 
ramos lágrimas  amargas  como  las  aguas  del  Océano;  pe- 
ro, como  las  aguas  del  Océano  también,  se  endulzan  al 
evaporarse  en  el  cielo,  para  luego  caer  en  bienliechor 
rocío  sobre  nuestra  abrasada  frente.  Entre  lo  finito  y  lo 
infinito  se  eleva,  á  través  de  la  naturaleza  y  sus  múlti- 
ples seres,  de  la  sociedad  y  sus  estados,  del  arte  y  sus 
inspiraciones,  de  la  religión  y  sus  dogmas,  de  la  ciencia 
y  sus  verdades,  el  espíritu  humano  en  busca  del  Ser  eter- 
no y  absoluto,  realidad  de  todos  los  puros  ideales,  ele- 
vado en  las  cimas  del  universo  y  difundido  por  todas  las 
creaciones. 

Pues  bien,  yo  declaro  que  en  los  conceptos  fundamen- 
tales de  nuestro  tiempo,  respecto  á  la  naturaleza  que  nos 
rodea,  y  á  la  sociedad  que  nos  educa,  y  al  estado  que  nos 
gobierna,  y  al  espacio  infinito  donde  todas  las  cosas  se 
contienen,  y  al  tiempo  eterno  donde  todos  los  -hechos  se 
suceden,  y  á  los  horizontes  celestes  de  cuyos  arreboles 
baja  sobre  nuestra  alma  la  inspiración,  y  á  las  verdades 
científicas  sin  las  cuales  aparecería  lo  creado  y  lo  in- 
creado como  esos  jeroglíficos  que  no  han  tenido  intér- 
prete, y  á  las  mismas  inefables  comunicaciones  entre  lo 
finito  y  lo  infinito;  en  todos  estos  conceptos  de  la  razón 
y  en  todas  las  realidades  varias  de  ellos  provinientes,  se 
encierra  harta  materia  para  obras  poéticas  y  artísticas 
sin  cuento,  como  en  aquellas  canteras  del  Penthelico, 
doradas  por  el  sol  de  Ática,  donde  los  helenos  tallaban 


^^^^ 


495 

el  mármol  para  las  armoniosas  estatuas  de  sus  dioses.  Y 
cuenta  que  no  creo  el  arte  copia  de  la  naturaleza,  reme- 
do  servil  de  la  realidad,  sino  lo  ideal  en  la  esencia.  Para 
mí  el  artista  penetra  de  una  ojeada  con  la  intuición  don- 
de no  pueden  penetrar  íos  sabios  con  el  raciocinio;  es- 
parce inspiraciones,  que  contienen  la  eterna  revelación 
de  la  hermosura;  crea  espontáneamente  obras  varias  á 
guisa  de  esas  fuerzas  naturales  que  ciñen  de  nieves  las 
montañas  y  de  lirios  los  valles;  obedece  á  su  interior 
vocación,  cual  á  un  mandato  divino,  y  es  absolutamen- 
te libre;  da  leyes  y  no  conoce  ninguna;  reúne  á  la  acti- 
vidad dirigida  por  la  conciencia  otra  actividad  ciega  y 
sin  conciencia,  en  cuyos  misterios  se  ha  creído  encon- 
trar ya  un  genio  angelical  ó  ya  un  protervo  demonio; 
extrae  de  todas  las  cosas  su  esencia,  y  siente  en  sus  ner- 
vios, agitados  como  un  arpa  cólica,  la  chispa  eléctrica, 
antes  que  haya  estallado  por  los  aires,  y  en  su  corazón, 
abierto  á  todos  los  afectos,  el  choque  de  los  dolores  so- 
ciales antes  que  los  haya  sufrido  la  misma  humanidad, 
y  en  su  mente,  agitada  por  la  creación  continua,  pensa- 
mientos todavía  no  nacidos  en  la  mente  universal,  y  en 
su  cráneo  el  peso  de  la  nube  aún  no  condensada  en  la 
atmósfera;  consumiéndose  en  sus  propias  llamas,  destro- 
zándose en  el  parto  de  sus  criaturas,  muriendo  de  su  in- 
mortalidad; henchido  de  adivinaciones  y  de  presenti- 
mientos que  lo  martirizan,  como  destinado  á  levantar  el 
universo  moral,  muy  superior  al  material,  por  obra  del 
espíritu;  pues  ninguna  mariposa  ha  tenido,  en  sus  alas  y 
ninguna  flor  en  su  corola  paletas  como  la  paleta  de  don- 
de surgiera  la  Transfiguración  ó  el  Pasmo;  ningún  rui- 
señor en  su  garganta  y  ningún  arroyo  en  sus  susurros 
melodías  como  las  melodías  escapadas  de  las  liras  del 


496 

músico  y  de  las  arpas  del  profeta;  ningún  mar  en  sus 
fosforescencias  y  ningún  cielo  en  sus  estrellas  resplando- 
res como  el  resplandor  de  la  humana  conciencia  carga- 
da de  eternales  y  luminosas  ideas. 

Lo  ideal,  sentido  con  profundidad  y  expresado  con  be- 
lleza, he  ahí  el  arte.  En  su  éter  se  transfigura  hasta  el 
universo  material.  La  naturaleza  sería,  pues,  como  un 
templo  sin  sacerdotes  ó  como  un  jeroglífico  sin  descifra- 
dores ó  intérpretes,  si  no  la  comprendiera  el  pensamien- 
to y  no  la  iluminara  la  poesía.  Los  adelantos  científi- 
cos, lejos  de  dañar  al  aspecto  poético  de  nuestro  cielo, 
señores,  lo  han  desmesuradamente  engrandecido  y  abri- 
llantado. Así  como  la  concepción  alejandrina  del  siste- 
Ina  planetario,  dominante  hasta  los  últimos  tiempos, 
vence  en  poesía  á  la  concepción  asiática  que  imaginaba 
la  tierra  sostenida  por  el  lomo  de  un  elefante  mantenido 
á  su  vez  sobre  la  concha  de  una  tortuga;  supera  á  todas 
las  creencias  cósmicas  nuestra  creencia,  que  considera  el 
mundo  terrestre  como  un  astro,  parte  de  esa  inmensa 
nebulosa  llamada. vía  láctea;  esferoide  lanzado  á  los  es- 
pacios de  lo  infinito  por  la  atracción,  arrastrado  eterna- 
mente hacia  el  sol,  sujeto  á  sus  dos  movimientos  diurno 
y  anual  que  le  obligan  á  describir  en  el  cielo  parábolas 
eternas,  seguido  de  su  luna,  pálida  como  la  muerte  y 
triste  como  el  amor,  componiendo  sidéreo  coro,  én  el 
cual  recibe  ósculos  de  fuego,  rayos  de  luz,  corrientes  de 
electricidad,  arreboles  de  iris;  como  para  formar  con  la 
combinación  de  todos  estos  presentes  celestes,  á  modo 
de  corona  boreal,  una  guirnalda  de  encantadora  poesía. 
La  belleza  del  arte  antiguo  consiste  en  personificar  por 
medio  de  tipos  las  transformaciones  á  que  la  vida  está 
sujeta  en  el  movimiento  universal.  La  Dafne,  que  esqui- 


497 

va  el  sol  y  busca  el  rio,  transformada  en  la  adelfa  de 
nuestros  torrentes;  las  hermanas  de  Faetón  el  audaz, 
convertidas  en  olmos  henchidos  de  esa  goma  semejante 
al  ámbar  con  que  se  adornaban  las  mujeres  del  Lacio; 
la  hermosa  Leucothea,  nacida  bajo  el  cielo  de  Hesperia, 
en  cuyo  rocío  se  abrevan  los  caballos  que  lanzan  de  sus 
,  crines  el  día,  trocada  en  el  amarillo  tallo  que  brota  al 
través  de  las  tierras  sepulcrales;  los  marinos  irrespetuo- 
sos hasta  alejar  de  Naxos  al  Dios  de  la  alegría  transfor- 
mados en  esos  delfines  que  siguen  las  estelas  de  las  na- 
ves y  juegan  entre  las  espumas  de  las  ondas;  todas  estas 
metamorfosis  me  mueven  á  pensar  cuántas  bellísimas 
leyendas  no  libarán  los  tiempos  por  venir  en  nuestras 
ideas  sobre  la  circulación  de  la  vida,  las  cuales  nos 
muestran  cómo  las  plantas  son  otros  tantos  laboratorios 
alquímicos,  destinados  á  transformar  la  materia  inorgá- 
nica, convirtiendo  el  ázoe  de  los  estiércoles  y  el  amonia- 
co de  las  lluvias  en  las  flores  donde  van  á  pintar  las 
mariposas  sus  alas  y  á  beber  su  miel  las  abejas,  así  co- 
mo nuestros  cuerpos  recipientes,  los  cuales  por  la  absor- 
ción, por  la  respiración,  por  la  nutrición,  por  la  asimi- 
lación, convierten  el  fósforo  de  los  fuegos  fatuos  en  ma- 
sa cerebral  y  el  hierro  de  las  minas  en  rojos  glóbulos 
sanguíneos  y  la  cal  de  los  caminos  en  calcáreos  huesos 
y  la  aurora  venida  de  improviso  á  enrojecer  nuestras 
noches  en  corrientes  magnéticas,  cuya*  virtud  mueve 
los  humanos  nervios  como  el  plectro  la  cítara  y  nos  trae 
el  presente  de  la  vida  celeste  para  penetrarnos  de  nues- 
tra relación  estrechísima  con  todo  el  universo. 

No  puede  dudarse:  á  medida  que  la  idea  de  la  natura- 
leza crece  en  la  inteligencia,  el  sentimiento  de  la  natu- 
raleza crece  á  su  vez  en  el  corazón;  y  á  medida  que  el 

3S 


/ 


496 

músico  y  de  las  arpas  del  profeta;  ningún  ^ 
fosforescencias  y  ningún  cielo  en  sus  estrej^  % 
res  como  el  resplandor  de  la  humana  cor  -?-  ^ 
da  de  eternales  y  luminosas  ideas.      /^  ^  ? 

Lo  ideal,  sentido  con  profundidad  %%^^  %    ^ 
Ueza,  he  ahí  el  arte.  En  su  éter  y  £  g^  W  g  §• 
universo  material.  La  naturales ^  1^  \^  '^       % 
templo  sin  sacerdotes  ó  como  tí;^%\  %  %^ 
dores  é  intérpretes,  si  no  la^  ^  ^  %'^'%  %%" 
to  y  no  la  iluminara  la  p^v  É  é  ^  ^  s  ^   ^    g^ 
eos,  lejos  de  dañar  al  a|^  g  f  |  gi  ?^  |  ^  ^ 
señores,  lo  han  desme^tf-  ^  ^  ^M  ^  ^'  §*  ^ 
Uántado.  Asi  como;|  ^  S  i  t  J  ?  í  ^  ^    "" 
toa  planetario,  d^|  í  ^  g*  f  ^  "^  " 
vence  en  poesí?  ¿  i  ^  ^ 
la  tierra  soste/  f  ^ 
á  su  vez  sor/  ' 

las  creenc'  -  v*w  v  a- 

mundo  *  .cciaieza,  en  la  Iglesia, 

nebul^  *i  ^'1  Renacimiento  diviniza  la  for- 

pac'  ^'1  no  en  los  cielos  de  la  teogonia,  en  los 

w  .^..flarte.  Y  la  naturaleza  vuelve  á  desaparecer, 
i-íárbida  por  el  hombre,  como  en  los  tiempos  helénicos. 
j\'iiiguna  de  las  formas  bellas,  que  para  expresar  la  idea 
existen,  señala,  como  la  estatua  aislada,  esa  victoria  de 
nuestra  persona  libre  sobre  el  mundo  que  la  rodea.  Así, 
las  figuras  de  Miguel  Ángel  se  destacan,  aun  las  no  en- 
talladas y  esculpidas,  las  pintadas  mismas,  en  espacios 
vacíos.  Así  el  universo  de  Ariosto  no  es  natural,  sino 
mágico;  diríase  que  obra  de  embrujamientos  y  hechizos. 
Así,  en  las  ruinas  de  Roma  y  en  el  campo  romano,  don- 
de las  ideas  pelearon  como  ángeles  apocalípticos,  y  por 


id9 

irgió  siempre  lo  sublime,  como  el  vapor  natural 
'  cenizas,  el  socarrón  de  Rabelais  solamente 
*^  que  se  cogían  frescas  y  sabrosas  lechugas, 

y  la  prosapia  de  los  claros  ingenios,  aóonse- 

?.  %^  'S».  ra  esparcimiento  del  ánimo,  no  en  bos- 

;  *^  %  ^  haría  Rene,  sino  en  vulgar  trastien- 


*«r 


"tp 


\ 


^       c^   ^ 


^ 


1  ágil  partida  de  caza.  Entonces  po- 

:¡.  \  ^ríj^  '^ilustre  junto  á  la  catarata  del  Rhin, 

.^'^%.  ^^  ííregrinaciones,  sin  notar  otra  co- 

S  "%  ^  ^  '^^  despeñados  caudales.  Entonces  el 

^%-%%^^  míase  .de  árboles  que  ostenta- 

^^  \  V»  ^  %  ^íi*  mroncos;  afeites  bien  impro- 

'  \  ^^  "^^  ^  ^lad  á  la  misma  naturaleza, 

•2^  '^  K  contrahecha.  Entonces 

regocijo  de  nuestros 
|s,  más  pagados  de  la 
las  engañifas, 
claro  y  muy  alto  en  honor  nuestro. 
„  .a  iDero  despertó  el  sentimiento  de  la  naturaleza 
üDscurecido  por  encontradas  nubes.  Las  naves  lusitanas 
hallaron  el  ya  olvidado  extremo  Oriente,  las  naves  es- 
pañolas el  desconocido  extremo  Occidente,  y  con  la  apa- 
rición del  Asia,  despertada  en  su  sepulcro,  y  la  apari- 
ción de  América,  sorprendida  en  su  perfumada  cuna, 
volvióse  la  tierra  verdadera  más  hermosa  que  si  fuese 
fingida  por  la  más  exaltada  fantasía.  En  mares  no  sur- 
cados y  ricos  de  madre-perlas;  en  costas  no  exploradas 
y  cubiertas  de  bosques  olorosos  y  henchidas  de  oro  y 
plata,  á  la  vista  de  cordilleras  donde  los  volcanes  se 
mezclan  con  los  ventisqueros  y  las  lavas  con  los  aludes; 
sobre  la  corriente  de  ríos  descendidos  de  ignotos  manan- 
tiales y  esmaltados  de  extraña  vegetación  acuática,  cu- 


600 
3'as  ramas  y  raíces,  entrelazándose,  forman  y  despren- 
den islas  de  tales,  flores  y  aves  que  las  creeríais  jardines 
bajados  del  paraíso  sin  mancha  para  restituir  su  prime- 
ra vivienda  al  hombre  sin  pecado;  en  aquella  renova- 
ción del  universo,  nuestros  navegantes,  nuestros  descu- 
bridores, nuestros  misioneros  debían  ver  la  naturaleza 
como  Adán,  al  despertarse  á  la  vida,  la  retrataba  inma- 
culada en  el  espejo  de  su  conciencia.  Por  un  lado  las 
descripciones  de  los  descubridores  y  por  otro  lado  las 
estancias  del  nuevo  Homero  de  la  navegación,  de  Ca- 
moens,  avivaron  el  amor  á  la  creación.  Yo  atribuyo, 
quizá  sin  fundamento,  la  poesía  naturalista  de  los  dos 
inmortales  creadores  de  Calatea  y  de  Titania,  poesía  ex- 
cepcional en  su  tiempo,  á  haber -ambos  á  dos  bañado  sus 
almas  en  estas  corrientes  saludables  venidas  á  Europa 
desde  Asia  y  América.  Mas,  reconociendo  tal  mérito  á 
dos  genios  culminantes,  declaro  que  el  modo  propio  de 
sentir  la  naturaleza  en  nuestro  tiempo  nació  allá  en  el 
siglo  de  la  revolución  y  de  la  crítica,  nació  en  el  siglo 
decimoctavo.  Cayéndose  á  pedazos  la  sociedad  antigua 
demolida  por  los  excesos  de  los  opresores  y  el  derecho 
de  los  oprimidos,  buscó  el  espíritu  la  libertad  en  el  seno 
de  la  creación.  Poco  artista  aquel  siglo,  achaque  propio 
de  todos  los  siglos  muy  combatientes,  huía  las  catedrales 
góticas  impregnadas  con  el  incienso  de  las  antiguas 
creencias,  y  se  lanzaba  de  un  salto  á  los  mares  de  la 
nueva  vida  y  á  los  horizontes  de  la  nueva  idea.  Y  el 
mismo  que  encontró  en  una  ciudad  helvética  materiales 
políticos  para  avivar  la  futura  sociedad,  encontró  en  las 
celestes  aguas  del  Leman,  á  orillas  de  aquel  Ródano,  que 
parece,  al  deslizarse  por  las  calles  de  Ginebra,  como  una 
disolución  de  esmeraldas  jaspeadas  de  ópalos;  al  frente 


/ 


501 

(le  aquellos  Alpes  con  sus  cresterías  de  nieves  en  las  ci- 
mas y  sus  selvas  de,  melezos  en  las  faldas;  por  aquellos 
paisajes  donde  la  gracia  se  hermana  con  la  grandeza,  el 
sentimiento  que  completa  los  anhelos  por  la  libertad,  el 
amor  á  la  naturaleza.  Y  por  coincidencias  históricas,  en 
los  mismos  días  en  que  el  sentimiento  de  la  naturaleza 
se  exaltaba  en  Europa,  la  idea  de  libertad  vencía  en 
América.  Imposible  medir  cómo  han  transcendido  los 
viajes  de  Europa  á  Amóricji  y  de  América  á  Europa  en 
la  ciencia  y  en  el  arte.  Cuenta  Navarrete  que,  al  dejar 
las  Azores  nuestras  carabelas,  maravillado  Colón  de  no 
encontrar  las  islas  fijadas  en  el  mapa  de  Toscanelli  que 
le  guiaba,  quiso  dirigirse  al  Este,  en  cuyo  caso  hubiera 
abordado  á  las  costas  de  Virginia,  y  Pinzón  lo  disuadió, 
impulsándolo  hacia  el  Sudoeste,  advertido  por  bandada 
de  papagayos  que  atisbara  y  cuyo  vuelo  cambió  los  des- 
tinos históricos  de  todo  un  continente.  ¿Qué  no  decir  de 
aquellos  viajes  del  primer  enviado  desde  el  Nuevo  al 
Viejo  Mundo,. do  Franklin,  el  cual,  ao  solamente  osten- 
taba en  sus  sienes  la  corona  de  sus  libertades,  sino  blan- 
día en  sus  manos  el  rayo  de  los  cielos?  ¡Ah!  Los  descen- 
dientes de  los  antiguos  cruzados  Qeñíanse  su  espada  ca- 
balleresca para  esgrimirla  en  América;  y  dos  reyes, 
Luis  XVI  de  Francia  y  Carlos  III  de  España,  los  envia- 
ban allende  los  mares  y  los  sostenían  en  su  empresa. 
América,  venida  á  la  vida  histórica  por  una  revelación 
de  la  naturaleza,  entraba  en  la  libertad  moderna  por 
una  victoria  sobre  la  naturaleza,  Y  las  imaginaciones 
exaltadas  y  los  corazones  sensibles  movíanse  al  arte,  á 
la  elocuencia,  á  las  letras,  agitados  por  estos  grandiosos 
espectáculos  de  la  vida  física  y  de  la  vida  moral,  agi- 
gantándose así  los  conceptos  fundamentales  del  uní  ver- 


502 

SO  como  los  conceptos  fundamentales  de  la  sociedad. 
¡Cuántas  bellas  obras  se  han  producido  al  calor  de  es- 
tos sentimientos  y  de  estas  ideas  en  nuestra  centuria! 
Acordaos  de  aquel  bretón,  nacido  al  pie  de  los  dólmenes 
celtas  y, de  las  encinas  empapadas  en  el  vapor  de  los  sa- 
crificios, que  después  de  evocar  las  musas  cuyas  inspira- 
ciones infundieran  oráculos  eü  la  trípode  de  oro  á  las 
pitonisas  de  Delfos,  arrullos  en  el  nido  d&  laureles  á  las 
palomas  de  Donona,  cuelga  3U  profana  lira  de  cristiano 
altar,  y  caballero  de  las  antiguas  instituciones  al  par  que 
poeta  de  las  nuevas  libertades,  eilamorado  por  propio 
impulso  de  los  ideales  modernos  y  por  aristocrática  edu- 
cación de  los  ideales  antiguos,  incierto  entre  dos  siglos, 
sin  atreverse  á  mirar  ni  el  ocaso  ni  el  oriente  de  las  dos 
edades  que  batallan  en  su  presencia,  náufrago  de  la  ma- 
yor tormenta  revolucionaria  que  han  visto  los  tiempos, 
arriba  al  suelo  de  América,  cual  Edipo  al  valle  de  la  Go- 
lonna,  buscando  la  paz  en  aquella  naturaleza  exube- 
rante, sentida  y  descrita  por  magistral  manera;  y  allí  re- 
presenta, como  en  escenario  apropiado  á  su  grandeza, 
la  exuberancia  de  su  fantasía  tempestuosa,  los  dolores 
sin  tregua  y  las  dudas  sin  salida,  diferenciándose  de  los 
primeros  que  vinieron  y  adoraron  á  América,  como  se 
diferencian  del  sencillo  idilio  la  trágica  hermosura  de  la 
culpa.  Y  para  que  poseamos  todos  los  tonos  de  la  inspira- 
ción naturalista,  poseemos  también  la  más  candida  de 
las  églogas,  ¡Quién  no  habrá  llorado  leyendo  los  amores 
de  aquellos  dos  seres  aparecidos  al  abrigo  de  las  monta- 
ñas que  los  palmitos  coronan;  criados  en  las  sendas  cho- 
zas que  los  negros  sirven;  confundidos  en  su  pasión  has- 
ta vivir  de  una  misma  vida,  la  cual  se  absorbe  en  la  na- 
turaleza de  tal  suerte  que  miden  el  día  por  la  sombra 


503 

de  los  bosques,  y  las  estaciones  por  la  madurez  de  los 
frutos,  y  la  alborada  por  los  gritos  de  los  gallos,  y  las 
noches  por  las  hojas  del  tamarindo,  y  los  años  por  las 
cortezas  de  los  troncos,  y  las  estaturas  por  las  copas  de 
los  arbustos,  como  si  al  borde  de  los  torrentes  que  se  pre- 
cipitan rápidos  entre  los  bambúes,  bajo  los  plátanos  y 
los  cocoteros  que  se  entrelazan  por  las  cadenas  de  las  en- 
redaderas cargadas  de  rojas  y  gualdas  flores,  aquella  jo- 
ven pareja  fuese,  como  el  alma  partida  en  dos,  de  las 
virgíneas  selvas!  Y  al  lado  de  estas  obras  podemos  poner, 
seguros  de  aventajarlas,  modelos  de  poesía  naturalista 
en  castellano,  así  las  odas  del  que  cantó  la  inmensidad 
del  mar  en  el  Norte  y  la  aplicación  de  la  vacuna  á  Amé- 
rica, como  las  silvas  del  que  escribió  el  libro  de  la  Agri- 
cultura de  la  zona  tórrida,  en  cuyas  estancias  vemos  con 
toda  verdad  el  cóndor  que  vuela  sobre  los  nopales  y  el 
cucui  que  brilla  entre  las  pasifloras;  los  vellones  del  al- 
godón y  los  cactus  de  la  múrice;  los  colores  del  añil  y  las 
almendras  del  cacao;  las  hojas  del  plátano  y  del  tabaco; 
las  florestas  y  los  verjeles,  donde  compiten  la  copia  4e 
las  flores  con  la  copia  de  los  frutos;  el  pan  de  la  zuca  y 
la  fecundidad  del  banano;  la  placidez  del  jornalero  que 
cultiva  sus  campos  de  cafó  á  la  sombra  de  los  bucares,  y 
la  audacia  del  explorador  que,  entrando  con  su  hacha  al 
hombro  y  su  tea  en  la  mano  por  las  selvas,  derriba  con 
estrépito  el  ceibo  secular  que  ha  abrigado  las  aves  en  sus 
ramas,  las  fieras  en  sus  troncos,  abrasa  el  limo  donde 
viven  tantas  generaciones  de  múltiples  seres,  y  con  el 
furor  del  incendio  v  del  combate  abre  nuevos  senos  á  las 
creadoras  virtudes  del  trabajo. 

Si  unos  poetas  expresan  el  sentimiento,  otros  la  cien- 
cia de  la  naturaleza.  Entre  estos  segundos,  ninguno  co- 


504 

mo  aquel  germano,  á. quien  llamaremos  eternamente 
oráculo  de  la  creación  allá  en  los  templos  del  arte.  Los 
primeros  movimientos  de  su  ánimo  le  llevaron  al  misti- 
cismo y  le  unieron  á  la  fe  de  su  raza-  Mas  las  revelacio- 
nes de  la  electricidad,  tan  sorprendentes  al  terminarse 
la  última  centuria,  y  en  las  cuales  sentiase  latir  como  el 
alma  al  mundo,  arrastraron  su  inspiración  á  sumergirse 
en  el  éter  de  la  vida  universal.  Bien  pronto  su  poesía 
tomó  aires  de  sibila,  escuchando  con  atención  y  repitien- 
do con  fidelidad  el  himno  compuesto  por  todas  las  cosas, 
desde  la  abeja. en  sus  colmenas  hasta  el  luminar  en  sus 
elipses.  Suelos  y  mares,  tierras  y  soles  cantaban  cíclico 
poema,  guardado  tan  sólo  para  este  evangelista  de  la 
realidad,  cuya  pluma  de  águila  trazaba  el  Apocalipsis  de 
las  transformaciones  realeo.  Su  pensamiento,  sereno  co- 
mo la  inmensidad  y  sintético  como  la  ley,  descubría  en 
el  abismo  de  los  abismos  cerúleos,  por  esencia  de  lo  crea- 
do, la  luz  increada,  y  por  revelación  de  esa  esencia,  la 
forma  en  combinaciones  interminables  de  mágica  her- 
mosura. Su  sed  de  esa  luz  cuasi  espiritual  y  su  culto  á  esa 
forma  cuasi  pagana  le  condujeron  á  Italia,  y  como  le  ten- 
taron á  evocar  los  dioses  de  la  naturaleza  en  las  playas 
de  las  sirenas.  Inútilmente  los  monasterios,^ todavía  po- 
blados,, murmuraban  la  oración  de  la  penitencia  en  sus 
oídos;  enamorado  de  la  antigüedad,  perdíase  en  los  cam- 
pos, preguntando  á  las  encinas  y  las  hayas  virgilianas 
por  los  faunos  desaparecidos,  y  á  las  cavernas  del  Pau- 
silipo  y  del  Tíber  por  las  ninfas  muertas.  Ei^^sus  viajes 
llevaba  delante  de  sí,  cual  un  sacerdote  de  Olimpia,  la 
efigie  en  mármol  phentólico  del  Júpiter  Olímpico.  Y 
cuando  la  ciencia  creía  erigir  el  universo  sobredas  abs- 
tracciones del  pensamiento,  abismábase  su  observación 


\ 


505 

profundísima  en  la  universalidad  de  los  seres.  Y  encon- 
traba en  lo  que  podíamos  llamar  parte  externa  de  esa 
universalidad  luz  y  forma,  como  en  lo  que  podíamos  lla- 
mar, interna  unidad  y  variedad.  De  aquí  sus  metaínorfo- 
seos,  revelando  que  del  cotiledón  se  originan  todas  las 
flores  y  de  la  vértebra  todos  los  vertebrados,  como  de  la 
línea  todos  los  cuadros  y  del  núitiero  todos  los  logarit- 
mos. Unidad  y  variedad,  luz  y  forma,  materia  y  movi- 
miento: he  aquí  los  ritmos  de  los  eternales  salmos  ento- 
nados á  ciegas  por  los  seres  sin  conciencia  y  compren- 
didos y  deletreados  en  la  conciencia  universal.  Corolas 
y  lunas,  gorjeos  y  vuelos,  el  vapor  de  un  valle  y  la  elip- 
se de  un  satélite  van  buscando  en  la  inmensidad,  no  so- 
lamente la  luz  que  los  esclarece,  sino  también  la  idea 
que  los  interpreta.  La  concepción  mecánica  del  mundo 
y  sus  combinaciones  de  átomos,  ceden  por  completo  ante 
la  concepción  dinámica  que  explica  cómo  el  calor  de  la 
vida  corre  desde  la  tosquedad  del  fugaz  aereolito  confi- 
nante con  la  nada  hasta  el  micróscomos  del  humano  ce- 
rebro confinante  con  lo  absoluto.  Hay  energías  en  las 
fuerzas,  motores  en  el  movimiento,  esencias  en  las  co- 
sas, que  van  tejiendo  con  hilos  misteriosos  la  urdimbre 
de  la  vida  en  lo  infinito.  Así,  nada  tan  necesario  como 
asomarse  á  ver  el  fondo  de  las  cosas.  El  día  que  la  ma- 
gia perdió  su  prestigio,  no  fué  el  día  en  que  ardiera  el 
ftiego  robado  al  cielo  en  las  manos  de  Prometheo,  sino 
el  día  en  que  ardiera  la  idea  libre,  luz  de  lá  luz,  en  él. 
La  savia  que  circula  por  el  campo  y  que  hincha  las  ye- 
mas de  los  árboles,  golpeaba  con  fuerza  en  el  pulso  de 
aquel  poeta  y  en  sus  olímpicas  sienes.  Y  todos  sus  es- 
fuerzos se  dirigían  á  expulsar  de  lo  creado  la  magia  em- 
bustera, sustituyéndola  con  el  resplandor  poético  de  la 


506 

verdad  natural.  Era  como  un  gran  dibujante  que  copiara 
con  su  lápiz  las  formas,  y  como  un  gran  músico  que  ano- 
tara en  el  pentagrama  los  ecos  de  la  naturaleza.  Ane- 
gábase en  la  substancia  de  donde  brota  la  vida,  como  la 
esponja  en  el  mar;  perdíase  en  el  movimiento  eterno 
como  el  nadador  en  las  corrientes;  indagaba  á  guisa  de 
naturalista  el  tipo  fundamental  de  las  especies  y  á  guisa 
de  poeta  se  embebecía  en  la  contemplación  de  las  for- 
mas; miraba  las  esencias  en  sí  como  un  filósofo  platóni- 
co y  luego  las  personificaba  y  deificaba  como  un  escultor 
griego;  y  elevaba  á  culto  su  amor  á  esa  ^Ima  madre, 
que  nos  mece  desde, el  nacer  en  sus  brazos  y  nos  entie- 
rra  y  nos  devora  en  sus  entrañas;  que  habla  como  una 
pitonisa  y  guarda  sus  secretos  y  sus  misterios  como  una 
religión;  que  produce  los  individuos,  cual  seres  en  sí, 
para  encadenarlos  luego  á  las  especies;  que  todo  lo  cam- 
bia en  los  múltiples  fenómenos  y  todo  lo  conserva  en  la 
perennidad  de  la  esencia;  que  nos  condena  á  batallar 
sin  fin  y  nos  regocija  con  amores  sin  término;  que  mata 
y  produce  todos  los  días,  extrayendo  de  las  películas  di- 
seminadas, de  las  semillas  invisibles,  de  las  larvas  frías, 
de  las  hojas  secas,  de  la  putrefacción  misma,  de  tantas 
sepulturas  hacinadas,  los  enjambres  sonoros,  cuyos  agui- 
jones traen  á  nuestros  labios  el  licor  dulcísimo  de  la  vi- 
da. Así,  la  naturaleza  no  infundía  en  él  esa  contempla- 
ción tranquila  del  mundo  y  sus  varios  espectáculos,  tan 
próxima  al  candor  de  la  égloga,  sino  la  inquieta  curio- 
sidad que  quisiera  asistir  á  la  germinación  universal  de 
los  seres,  beber  en  la  copa  donde  se  contiene  la  eterna 
substancia,  lactar  los  pechos  ubérrimos  á  cuyos  pezones 
se  alimenta  toda  nutrición,  ver  las  raíces  y  ramificacio- 
nes de  los  organismos,  encerrar  en  la  mente  los  tipos  de 


507 

todas  las  criaturas  y  las  matemáticas  de  todas  las  esfe- 
ras como  en  el  corazón  una  llamarada  de  ese  amor  que 
renueva  las  especies  y  una  gota  de  esa  esencia  que  se 
dilata  desde  las  cavernas  á  los  cielos,  encendiendo  y  ani- 
mando toda  la  creación. 

Bien-es  verdad  que  las  nuevas  ciencias  y  los  nuevos 
instrumentos  científicos  han  dado  á  los  horizontes  de  la 
poesía  moderna  desmesurada  extensión.  Lo  mismo  el  te- 
lescopio, revelándonos  astros,  cuya  luz  tarda  siglos  de 
siglos  en  llegar  á  nuestros  lentes  y  á  nuestras  retinas, 
que  el  microscopio,  dicióndonos  los  innumerables  seres 
contenidos  en  lo  infinitamente  pequeño,  han  prestado  á 
la  vida  fuerza  y  variedad  no  sospechadas  en  otros  días  y 
por  otras  generaciones.  La  ciencia  más  moderna,  la  geo- 
logía, ciencia  originaria  de  nuestra  edad,  ha  aumentado 
la  grandeza  de  la  tierra  en  términos  que  pasman  al  en- 
tendimiento y  cansan  á  la  admiración.  El  autor  del  poe- 
ma la  Creación  lo  ha  dicho.  Los  seres  fantásticos  naci- 
dos de  la  poesía  antigua,  los  titanes  engendrados  en  las 
cavernas,  de  respiración  hirviente  cual  los  cráteres,  y 
de  fuerzas  devastadoras  cual  las  erupciones;  salteadores 
de  los  cielos  á  guisa  de  las  humaredas  y  las  nubes  vol- 
cánicas; los  gigantes  heridos  por  los  rayos  de  la  ira  di- 
vina en  el  Osa,  en  el  Pellón,  en  el  Caucase,  y  condena- 
dos á  sacudir  el  suelo  con  los  estremecimientos  de  los 
terremotos;  los  monstruos  de  cien  brazos,  eternos  forja- 
dores del  hierro  en  sus  fraguas  tenantes  y  conjurados 
enemigos  del  Olimpo;  las  gorgonas  en  sus  tinieblas;  los 
centauros  abrillantados  por  el  rocío;  los  tritones  con  cri- 
nes de  espumas  y  colas  de  trombas;  los  cerberos  llama- 
dos á  recibir  las  sombras  de  los  muertos  y  los  endriagos 
y  fantasmas  de  la  Edad  Media;  todas  las  figuras  descri- 


508 

tas  en  las  epopeyas  y  leyendas  consagradas  al  origen  de 
las  cosas  y  á  sos  transformaciones  eternas,  jamás  emu- 
larán, jamás,  .en  grandeza  las  perspectivas  abiertas  por 
nuestra  geología  en  la  creación  terrestre,  con  sus  mon- 
tes, cuyas  cúspides,  bañadas  por  los  diluvios,  se  han 
tronchado,  cual  arbustos,  al  empuje  de  los  huracanes 
eléctricos;  y  con  sus  moles  graníticas  esparcidas  por 
tantas  catástrofes,  y  en  cuya  comparación  parecen  pig- 
meos los  colosos  caídos  y  los  templos  arruinados  de  Ba- 
bilonia y  de  Menfis;  y  con  sus  desmesurados  animales 
esculpidos  ó  incrustados  en  las  lápidas  dqnde  se  dele- 
trean las  inscripciones  reveladoras  de  las  edades  plane- 
tarias y  se  ven  las  esfinges  guardadoras  de  los  secu- 
lares secretos;  y  con  sus  paisajes,  ora  encendidos  como 
océanos  de  éter  y  ora  fríos  como  océanos  de  hielo;  y  con 
sus  monstruos  que  tienen  estatura  de  colina,  y  sus  helé- 
chos que  tienen  estatura  de  árboles,  y  sus  árboles  que 
tienen  estatura  de  montañas,  y  sus  mares  calcáreos  se- 
mejantes á  levaduras  de  venideras  tierras,  y  sus  madré- 
poras  semejantes  á  gérmenes  de  vida  orgánica:  -maravi- 
llosísimas fases  de  innumerable  antigüedad,  cuya  suce- 
sión compone  cíclica  epopeya,  la  cual  empieza  desde  el 
punto  en  que  nuestro  globo  se  confundía  con  el  sol,  co- 
mo el  infusorio  con  la  gota  de  agua,  y  continúa  por  las 
épocas  en  que  iba  nuestro  globo  al  acaso  contenido  en 
esos  cometas  que  vagan  errantes,  burlándose  casi  dq  la 
gravitación  universal,  albores  de  astros  por  venir  ó  pa- 
vesas de  astros  ya  extinguidos;  y  concluye  cuando  los 
agentes  ígneos  y  acuosos,  con  hercúleos  trabajos,  pro- 
ducen ya  los  cristales,  ya  los  pórfidos,  ya  las  rocas  nep- 
túnicas, ya  aquéllas  compuestas  por  restos  y  petrifica- 
ciones de  especies  animales  y  vegetales  completamente 


509 

desparecidas,  hasta  llegar  á  la  hora  de  paz  y  de  armonía 
en  que  los  continentes  se  han  dibujado  en  sus  límites,  y 
los  mares  se  han  recluido  en  sus  lechos,  y  la  atmósfera 
se  ha  descargado  de  sus  vapores  y  de  sus  tinieblas,  para 
que  en  la  cima  del  organismo,  alimentado  como  la  más 
lejana  nebulosa  por  la  universal  combustión  del  oxíge- 
no, brotase  el  humano  cerebro  como  el  espacio  inmen- 
so, en  cuyos  ojos,  brillantes  á  guisa  de  bellas  constela- 
ciones, se  reflejara  la  superior  y  progresiva  vida  del  hu- 
mano espíritu.  La  verdad  es  que  la  inspiración  concluirá 
por  encontrar  tarde  ó  temprano  el  lado  poético  de  todas 
estas  grandezas. 

Mostradle  á  cualquier  persona  vulgar,  por  ejemplo, 
una  navegación;  y  si  suele  ver  á  la  .continua  su  curso, 
parecerále  cosa  liviana  y  de  ninguna  monta,  como  al 
oficial  de  taller  los  trebejos  de  su  pintor  ó  al  sacristáü  de 
amén  los  altares  de  su  iglesia.  Pero  poned  á  Homero  en 
medio  de  ese  mismo  espectáculo,  y  veréis  cómo  halla  en 
seguida  lo  típico  en  lo  individual,  lo  eterno  en  lo  muda- 
ble, lo  uno  en  lo  vario;  la  astucia  congénita  al  mareante 
en  Ulises;  la  fidelidad  conyugal,  más  indispensable  en  la 
vida  marítima  que  en  la  vida  ordinaria,  por  las  largas 
separaciones,  en  Penélope;  la  natural  invocación  á  las 
fuerzas  sobrenaturales  en  los  sacrificios  consagrados  á 
Neptuno  antes  de  zarpar;  la  fortuna,  acorriendo  al  náu- 
frago y  salvándolo  del  naufragio,  en  Ino;  las  playas  ami- 
gas y  hospitalarias  en  Nausicáa;  las  playas  bravias  é  in- 
hospitalarias en  Poliferao;  los  innumerables  lazos  tendi- 
dos por  las  ondas  á  los  marinos  en  las  seductoras  sirenas, 
coronadas  de  algas  y  de  espumas;  los  escollos  de  hermo.- 
so  aspecto  y  de  traidoras  celadas  en  la  mágica  Circe;  y 
el  trabajo  marítimo  se  hermoseará  en  la  poesía,  como 


5!0 

puede  hermosear  un  verdadero  ingenio  todas  nuesixas 
invenciones;  la  reluciente  punta  de  platino  en  comuni- 
cación con  cadena,  cuyos  eslabones  entierran  en  los 
abismos  del  planeta  los  rayos  engendrados  en  los  abis- 
mos del  cielo;  el  globo  aereostático  ascendido  á  las  altu- 
ras como  para  dar  al  hombre  alas  semejantes  á  las  del 
águila  y  alzarlo  donde  no  se  alzan  las  más  voladoras 
aves;  la  redomilla  encantada,  guardando  liquido  metal, 
sensible,  á  manera  de  aterciopelado  pétalo,  á  los  amo- 
rosos besos  del  calor;  la  fuerza  contenida  en  las  nieblas, 
en  los  vapores  levantados  por  la  aurora  entre  las  flores- 
tas y  los  valles,  fuerza  tan  tenue  á  primera  vista,  capaz 
de  vencer  las  olas  y  los  huracanes  suprimiendo  las  dis- 
tancias y  arrastrando  en  pos  de  sí  naves  y  carros,  con- 
ducidos, como  aquéllos  de  las  divinidades  antiguas,  por 
majestuosas  nubes;  la  retorta,  donde  se  encuentra  algo 
vencedor  del  oro,  llamas  en  el  agua,  esencias  en  el  aire, 
elementos  en  los  antiguos  elementos;  la  chispa  portado- 
ra de  una  virtud  plástica  tal  que  esculpe  como  los  cince- 
les de  Fidias;  el  resplandor  dotado  de  tal  magia  pictóri- 
ca que  retrata  como  los  pinceles  de  Velázquez;  la  co- 
rriente eléctrica  condensada  en  caja  mágica,  despidiendo 
centellas  que  culebrean  por  nuestros  nervios  y  penetran 
por  los  duros  metales,  y  avivan  á  los  muertos,  y  mueven 
lo  inerte,  cual  si  tuviesen  el  don  de  los  milagros;  el  gas 
que  mantiene  el  rescoldo  de  la  vida  en  lo  infinito  y  pin- 
ta las  hojas  de  la  flor  sobre  sus  tallos;  el  lente  que  pene- 
tra en  lo  invisible  hasta  descubrir  los  corpúsculos  ani- 
mados dentro  de  una  gota  de  sangre,  y  el  espectro  solar 
que,  aprisionando  la  luz  de  Sirio,  nos  muestra  por  los  co- 
lores y  los  matices  de  sus  iris  la  existencia  allí  de  nues^ 
tros  mismos  elementos  y  la  unidad  cósmica  de  la  ma- 


5H 

teña  creada  correspondiente  á  la  unidad  divina  del 
Criador. 

La  creación  universal  no  acaba,  señores,  al  aparecer 
la  más  perfecta  de  las  criaturas,  el  hombre.  Entonces 
puede  asegurarse  que  comienza,  uniéndose  las  fuerzas  de 
la  naturaleza  con  las  fuerzas  del  trabajo.  Nacemos  suje- 
tos á  dos  combates:  al  combate  con  los  seres  inferiores  y 
al  combate  con  nuestros  semejantes.  Llamamos  á  éste 
guerra,  y  trabajo  á  aquél.  Por  una  de  esas  contradiccio- 
nes, en  nuestra  naturaleza  frecuentes,  la  poesía  ha  can- 
tado con  preferencia  al  trabajo  que  vivifica  la  guerra 
que  mata.  Mayor  fama  cabe  á  Caín  por  sus  crímenes  que 
por  sus  siembras.  Y  las  obras  de  arte  inmortales  deben 
su  inmortalidad  tanto  al  mérito  que  pone  en  ellas  el  ar- 
tífice como  á  la  idea  que  pone  el  tiempo,  pues  individua- 
les por  su  origen,  también  son  por  su  carácter  eminen- 
temente colectivas  y  sociales.  La  Iliada  contiene  en  sus 
hexámetro.s  la  primera  guerra  entre  Asia  y  Grecia;  la 
Eneida  habla  al  pueblo  romano  de  la  fundación  de  Ro- 
ma; la  Divina  Comedia  compendia,  compendiando  los 
dogmas,  la  vida  llena  de  remordimientos  y  de  penas  en 
los  infiernos  de  su  siglo;  las  Luisiadas  repiten  los  cánti- 
cos divinos  inspirados  por  la  alegría  que  embargaba  al 
hombre  en  los  albores  de  la  historia  moderna,  al  ver  po- 
blarse los  mares  de  tierras  aromadas  y  al  sentir  difun- 
dirse por  sus  venas  la  savia  exuberante  de  nueva  vida, 
la  cual,  ingerta  en  nosotros,  alejaba  los  recuerdos  de  la 
primera  culpa  y  desvanecía  los  temores  al  eterno  casti- 
go. Si  cada  edad  posee  una  epopeya,  tócanos  á  nosotros 
la  epo^peya  humana  por  excelencia,  la  epopeya  del  tra- 
bajo. El  libro  de  los  españoles  será  siempre  el  Quijote,  y 
el  libro  de  los  ingleses,  el  Robinsón.  Dos  ingenios,  des- 


512 
iguales  en  mérito,  pero  iguales  en  desdichas,  los  han  es- 
crito. El  uno,  como  buen  español,  ha  perdido  su  mano 
izquierda  en  las  guerras  religiosas,  y  el  otro,  como  buen 
inglés,  ha  perdido  su  oreja  derecha  en  las  guerras  poli- 
ticas.  Estudiante  en  Alcalá,  sopista  en  Salamanca,  do- 
méstico de  cardenales  en  Roma,  soldado  de  tercios  en 
Lombardía,  héroó  de  esfuerzo  en  Lepante,  enfermo  de 
gravedad  én  Mesina,  combatiente  en  las  costas  de  ÁM- 
ca  y  en  las  costas  de  Grecia,  cautivo  en  las  mazmorras 
de  Argel,  forzado  en  las  galeras  de  Azán,  obscuro  veci- 
no de  Esquivias,  proveedor  en  Sevilla,  alcabalero  en 
Granada,  pretendiente  en  Valladolid,  ha  conocido  sii  Es- 
paña como  Foe,  periodista,  mercader,  industrial,  adua- 
nero, soldado  de  Monmouth,  preso  en  Newgathe,  em- 
pleado en  Escocia,  satírico,  historiador,  economista, 
presbiteriano,  plebeyo,  conspirador  y  conjurado,  puesto 
en  el  rollo,  herido  del  verdugo,  conoce  su  Inglaterra. 
Sin  duda,  por  tal  conocimiento,  el  gran  escritor  español 
y  el  discreto  escritor  inglés  nos  han  dado,  cada  cual  con 
susi  medios  propios,  sendos  tipos  de  sus  respectivas  na- 
ciones. Recio  de  compleíción,  seco  de  carnes,  enjuto  de 
rostrb,  aguileno  de  nariz,  largo  de  piernas,  corto  de  ge- 
nio, en  su  natural  óptimo,  en  sus  ensueños  desatinado; 
el  tipo  español,  es  decir,  el  hidalgo.de  lanza  en  astille- 
ro, malbarataba  hanegadas  de  sembradura  por  libros  de 
caballería,  dándose  á  leerlos  en  sus  ratos  de  ocio,  los 
más  del  año,  por  tan  extraña  manía  que,  frisando  ya  en 
los  cincuenta,  parecíale  necesario,  así  para  el  aumento 
de  su  honra  como  para  el  servicio  de  su  república,  lim- 
piar de  moho  las  arrinconadas  armas,  coser  á  morrión 
simple  celadas  de  papel,  apercibir  huesoso  rocín,  esco- 
ger por  dama  de  sus  pensamientos  á  fornida  moza  de 


613 

vecino  lugar;  y  blandiendo  al  aire  su  lanza,  y  embra- 
zando al  pecho  su  adarga,  salir  por  la  puerta  falsa  de  un 
corral  tras  aventuras  que  le  procuraran  ocasiones  de  en- 
derezar entuertos,  desfacer  agravios,  desencantar  due- 
ñas, reñir  con  follones  y  malandrines,  hender  gigantes, 
sin  más  deseo  que  granjearse  fama  eterna  en  renom- 
bradas historias,  ni  más  fin  que  servir  al  desgraciado  en 
continuas  hazañas,  para  todo  lo  cual  se  llevó  consigo 
por  escudero  á  socarrón  labrador,  de  poca  sal  en  la  mo- 
llera y  mucho  apetito  en  el  estómago,  dispuesto  á  ganar 
en  cualquier  quítame  allá  esas  pajas  alguna  ínsula  don- 
de le  dejasen  de  gobernador:  retratos  parecidísimos  á 
esta  naóión  idealista,  amiga  de  la  guerra  y  enemiga  del 
trabajo,  enamorada  de  ideal  ya  extinguido  en  la  con- 
ciencia humana,  resuelta  á  resucitar  la  Edad  Media  en 
plena  Edad  Moderna,  sufriendo  toda  suerte  de  desastres 
por  sus  empeños  imposibles  y  sus  comT}ates  fabulosos,  á 
pesar  de  la  fortaleza  de  su  brazo  y  de  la  energía  de  su 
ánimo,  sin  ventura  aunque  merecedora  de  alcanzarla, 
cuyos  caballeros  tenían  por  descanso  pelear,  y  cuyos 
campesinos,  de  mejor  sentido  y  más  sabedores  y  exper- 
tos en  las  artes  de  la  vida,  sólo  esperaban  su  medra, 
eternos  pretendientes,  de  la  corte  y  del  Gobierno;  bien 
al  revés  de  aquel  Robinsón,  sin  ningún  ingenio  y  sin 
brillante  palabra,  sin  los  ardores  de  nuestra  fantasía 
meridional  ni  los  tesoros  de  nuestra  riquísima  elocuen- 
cia, lector  de  un  solo  libro,  la  Biblia,  hojeada  tres  ve- 
ces al  día;  y  que  eterno  navegante,  como  los  sajones 
y  los  normandos  sus  abuelos,  boga  sin  descanso  y  nau- 
fraga sin  remedio,  salvándose  por  sus  virtudes  heredi- 
tarias, por  la  fuerza  de  voluntad,  y  acogiéndose  solita- 
rio á  isla  desierta,  donde,  ayudado  de  su  buen  sentido  y 

33 


514 

de  su  industria,  contando  sólo  consigo  mismo,  procúra- 
se todos  los  instrumentos  necesarios  á  sujetar,  como  los 
exploradores  de  los  Estados-Unidos,  como  los  puritanos 
de  la  flor  de  mayo,  como  los  navegantes  de  todas  las 
zonas,  como  los  mercaderes  de  todas  las  factorías,  los 
horrores  del  clima  con  los  esfuerzos  del  albedrío;  y  de 
esta  suerte,  deja  en  facturas  prosaicas,  en  estadísticas 
llenas  de  números,  en  mostradores  atestados  de  cuentas, 
el  tipo  más  propio  de  nuestra  edad,  el  trabajador  libre 
y  dominador  de  la  materia  bruta,  en  la  leyenda  más 
digna  de  nuestro  siglo,  en  la  leyenda  del  trabajo.  Pues 
si  el  gran  escritor  español  y  el  discretísimo  escritor  in- 
glés han  dejado  verdaderamente  dos  tipos,  aquél  de  una 
edad  que  concluía  en  principios  del  siglo  decimoséptimo, 
y  éste  de  una  edad  que  comenzaba  á  principios  del  siglo 
decimoctavo,  ¿por  qué  nuestro  tiempo  no  tendrá  la  Iliada 
del  trabajOj  como  otros  siglos  han  tenido  la  Iliada  de  la 
guerra,  cantando  las  victorias  sobre  las  resistencias  cie- 
gas de  la  fuerza,  como  otros  siglos  han  cantado  la  victo- 
ria del  hombre  sobre  el  hombre?  Esta  poesía  concluirá 
por  dominar,  en  cuanto  amen  los  pueblos  más  á  sus  re- 
dentores que  á  sus  tiranos.  En  las  letras,  emanadas  de 
nuestras  ideas,  antes  brillará  el  desasosiego  de  Pitágo- 
ras  al  interpretar  las  inscripciones  grabadas  por  las  es- 
trellas en  los  espacios,  que  el  anhelo  de  Aquiles  al  arras- 
trar el  cuerpo  de  Héctor  en  los* campos  de  Troya,  y  antes 
acudirán  las  imaginaciones,  ansiosas  de  ideas,  al  ban- 
quete de  los  platónicos  y  á  sus  inmortales  diálogos,  que  al 
banquete  de  los  atridas  y  á  sus  repugnantes  venganzas. 
Las  batallas  empeñadas  por  tantos  guerreros  en  las  tole- 
danas vegas,  no  dejarán  rastro  cuando  todavía  busquen 
los  ánimos  elevados  el  paredón  moruno  á  cuya  som- 


I 


51S 

bra  se  escribieron  las  tablas  de  Alfonso  X,  y  el  prado  y 
la  fuente  de  cuyas  esencias  y  de  cuyos  rumores  brota- 
ron las  églogas  de  Garcilaso.  Los  guerreros  más  célebres 
del  siglo  decimotercio  habrán  desaparecido  de  la  me- 
moria universal,  en  tanto  que  la  lira  cantará  las  evoca- 
clones  de  Lulio  á  las  fuerzas  ocultas  de  la  razón  huma- 
na. Gomo  hoy  se  investiga- por  las  ruinas  del  foro,  entre 
el  Coliseo  y  el  Capitolio,  la  tierra  donde  cayera  César 
envuelto  en  su  sangrienta  gloria,  se  buscará  mañana  el 
sitio  donde  puso  Copérnico  aquel  anteojo,  con  cuyo 
auxilio  observó  el  eclipse  de  luna  que  le  condujera  á  in- 
ducir el  movimiento  de  nuestro  planeta.  Por  las  piedras 
de  la  vía  Apia,  por  las  colinas  de  los  patricios  y  de  los 
plebeyos,  los  sepulcros  íotos  han  despedido  de  sí  hasta 
las  cenizas  de  los  conquistadores  que  se  creían  eternas, 
en  tanto  que  las  estatuas  talladas  por  los  esclavos  grie- 
gos todavía  están  de  pie  sobre  sus  aras  sacras,  recibien- 
do, si  no  el  culto,  la,  admiración  de  todas  las  generacio- 
nes. Las  luchas  caballerescas  de  Carlos  V  y  de  Francis- 
co I;  las  guerras  religiosas  entre  Felipe  II  de  España  é 
Isabel  I  de  Inglaterra;  los  combates  entre  las  órdenes 
teutónicas  y  los  emperadores  de  Alemania,  no  interesa- 
rán como  los  esfuerzos  de  Paracelso  por  extraer  de  la 
cabala  y  de  la  alquimia  la  medicina  y  sus  luchas  con  los 
avicenistas;  como  las  investigaciones  de  Keplero  mos- 
trando la  armonía  entre  las  matemáticas  de  nuestra 
mente  y  las  matemáticas  de  las  esferas,  armonías  por 
las  cuales  obedecían  los  mundos  á  sus  concepciones,  co- 
mo obedecen  los  instrumentos  músicos  en  sus  cuerdas  y 
en  sus  teclas  á  las  notas  del  pentagrama;  el  espíritu 
de  Galileo,  al  ver  cómo  la  majestuosa  lámpara  colgada 
del  crucero  de  Pisa,  enseña  las  leyes  del  péndulo;  las 


•516 
correrías  de  Vesala  por  las  horcas  de  las  ciudades  en 
pos  de  los  ahorcados,  medio  comidos  de  los  cuervos, 
para  estudiar  el  esqueleto  y  conocer  la  anatomía;  la 
lamentación  en  piedra  esculpida  sobre  el  sepulcro  de 
Florencia  por  la  mano  titánica  de  Miguel  Ángel,  cuan- 
do, al  ver  muertas  la  República  y  la  libertad,  se  con- 
vence de  que  los  colosos  de  mármol  esculpidos  en  el  se- 
pulcro de  Julio  II  y  los  titanes  pintados  en  las  bóvedas 
de  la  Sixtina,  no  eran  de  carne  y  hueso,  sino  sombras 
de  un  pensamiento,  en  el  cual  se  condensaban  las  som- 
bras caídas  de  la  conquista,  del  despotismo  y  de  la  gue- 
rra, que  traían  con  la  muerte  de  toda  libertad  la  muerte 
de  toda  inspiración,  y  con  la  muerte  de  toda  inspiración 
la  eterna  noche  sobre  la  infeliz  Italia. 

Gomo  hay  una  ciencia  moderna  de  la  naturaleza,  ma- 
yor que  la  antigua  ciencia,  habrá  una  poesía,  mayor 
que  la  antigua  poesía.  Y  como  tenemos  un  concepto  del 
trabajo  superior  al  antiguo  concepto,  tendremos  una  le- 
yenda ó  una  epopeya  de  los  trabajadores,  superior  á  las 
antiguas  leyendas  y  á  las  antiguas  epopeyas  de  las  con- 
quistas y  de  la  guerra.  Sectas  opuestas  y  exclusivas  han 
dicho  que  á  poca  ciencia  corresponde  mucha  religión  y 
mucha  poesía,  como  á  mucha  ciencia  poca  religión  y 
poca  poesía.  Pero  una  reflexión  más  profunda  demuestra 
que  así  como  nuestras  facultades  son  eternas,  también 
son  eternas  las  satisfacciones  á  esas  facultades;  y  que 
mientras  exista  el  hombre,  existirán  y  coexistirán  con 
él  eternamente  la  religión,  la  poesía  y  la  ciencia.  El  es- 
píritu es  uno  en  su  esencial  substancia,  y  las  obras  ó  he- 
churas del  espíritu  grados  de  su  existencia  en  continuo 
desarrollo.  Así  el  espíritu  se  eleva,  por  esta  ley,  desde  el 
seno  de  la  naturaleza  al  seno  del  Estado,  un  término  su- 


517 

perior  en  la  serie  lógica  de  sus  manifestaciones  diversas. 
¿Creéis  que  no  hay  tanta  vida  en  el  mundo  social  como 
en  el  mundo  natural?  ¿Creéis  que  no  es  tan  necesaria  al 
hombre  la  tierra  que  lo  nutre  como  la  nación  que  lo 
educa?  La  idea  del  Estado  se  ha  engrandecido  en  el  es- 
píritu moderno  como  se  ha  engrandecido  la  idea  de  la 
creación.  Y  engrandeciéndose  la  idea  del  Estado,  se  ha 
engrandecido  la  poesía  política  que  podríamos  llamar 
poesía  de  la  libertad.  ¿Creeréis,  si  no,  el  privilegio  más 
idóneo  á  la  inspiración  que  el  derecho  y  más  hermosa 
la  servidumbre  que  la  igualdad  natural?  Aquellas  castas 
índicas,  mantenidas  por  una  religión  obscura  é  incipien- 
te; aquella  monarquía  persa,  derivada  de  la  guerra  en- 
tre principios  opuestos,  ó  mejbr  entre  «nemigos  dioses; 
aquel  Estado  griego  y  romano  creídos  de  que  tenían  ap- 
titud para  regular  desde  los  trajes  hasta  las  creencias;  el 
endiosamiento  de  los  emperadores,  cuya  voluntad  se  ele- 
vaba en  las  sentencias  de  los  jurisconsultos  á  fuente  de 
las  leyes;  la  soberanía  feudal  confundida  con  la  íioción 
de  la  propiedad  y  contando  las  cabezas  de  siervos  como 
pudiera  contar  las  cabezas  de  ganado;  los  conflictos  en- 
tre las  pretensiones  excesivas  del  sacerdocio  empeñado 
en  volvernos  al  Asia  y  la  autoridad  invasora  del  impe- 
rio empeñada  en  fundarse  sobre  ruinas  de  la  Roma  ce- 
sárea; los  sofismas  de  aquel  patriarcado  que  elevaban 
tristemente  un  mortal  á  imagen  privilegiada  de  Dios 
mismo,  no  pueden  prestarse  al  arte  y  á  la  poesía  como 
se  prestan  leyes  emanadas  de  la  voluntad  general;  dere- 
chos arraigados  en  la  esencia  misma  del  hombre;  Esta- 
dos sometidos  á  la  razón  pública,  y  que  lejos  de  dispo- 
ner á  su  arbitrio  del  honor  y  de  la  fortuna  y  del  hogar 
y  de  la  vida  de  los  ciudadanos,  les  asegura  desde  sus 


518 

propiedades  hasta  su  dignidad  como  imagen  viva  que 
son  de  la  justicia.  Sé  á  ciencia  cierta  que  muchos  ama- 
dores de  restauraciones  literarias  vuelven  los  ojos  atrás, 
creyendo  fácil  resucitar,  por  obra  de  imitación,  afectos 
ya  extinguidos.  Sé  también  que  achacan  á  nuestro  tiem- 
po falta  de  arte  por  sobra  de  libertad.  Pero  yo  os  pre- 
gunto qué  siglo  de  la  historia  conoció  guerras  y  cruza- 
das movidas  por  la  poesía  como  este  siglo  tachado  de 
prosaico.  No  le  convenía,  no,  á  Inglaterra,  como  nación, 
la  libertad  de  Grecia,  y  la  auxilió  por  atender  al  coro  de 
poetas  que  la  pedía  en  sus  versos,  sacrificando  asi  á  una 
idea  estética,  más  que  política,  la  razón  de  Estado.  No 
le  convenía  á  Francia,  como  nación,  la  independencia  y 
la  libertad  de  Itaiia;  pero  se  alzaban  sombras  tan  au- 
gustas de  sus  campos  y  voces  tan  sublimes  de  sus  sepul- 
cros; se  oían,  derramadas  por  sus  aires,  cadencias  tales 
en  los  Misereres  de  Palestrina  y  en  las  plegarias  de  Ros- 
sini;  se  veían  en  sus  cielos  de  arreboles  tantas  figuras 
hermosas  surgidas  de  inagotable  paleta  y  en  sus  piedras 
de  mármoles  tantos  relieves  trazados  por  creador  cincel, 
que  cada  corazón  sentía  una  emoción  artística  á  su  re- 
cuerdo; y  todas  estas  emociones  se  juntaron  á  suscitarla 
cruzada  que  abrió  el  sepulcro  donde  yacía  enterrada  la 
madre  de  todas  nuestras  naciones.  No  le  convenía,  no,  á 
la  América  del  Norte  arriesgar  su  admirada  vida  por  los 
míseros  esclavos  de  los  estados  del  Sur;  pero  la  tribuna 
resonará  con  tales  discursos,  las  iglesias  con  tales  ser- 
mones, los  hogares  con  tales  páginas  de  novelas  ínti- 
mas, la  lira  con  tales  acordes  de  libertad  universal,  que 
se  formará  como  una  apelación  á  la  conciencia  humana, 
engendrando  aquel  puritano,  venido  al  Capitolio  desde 
los  grandes  desiertos,  como  un  profeta,  á  morir,  después 


•  519 

de  expugnada  y  vencida  la  Babilonia  de  la  esclavitud, 
cual  santo  mártir  de  su  fe,  por  la  redención  y  la  libertad 
de  los  negros.  ¿Y  al  siglo  de  cruzadas  así  le  llamaréis 
siglo  de  escasa  poesía? 

Yo  creo,  por  lo  contrario,  que  en  ningún  tiempo  la 
poesía  lírica  encontró  acentos  de  tan  subida  entonación, 
como  en  ningún  tiempo  la  libertad  encontró  cantores  de 
tan  vario  estro.  Al  comenzar  nuestra  centuria,  y  con  sus 
primeros  años,  la  guerra  por  nuestra  independencia;  en- 
tre las  ruinas  de  Zaragoza  y  de  Gerona,  entre  las  bom- 
bas clavadas  en  los  muros  de  Cádiz,  tintos  en  sangre 
nuestros  ríos,  desolado  por  los  incendios  nuestro  suelo; 
en  aquella  ocasión  de  sacrificios  inmortales,  que  forja- 
ron al  fuego  de  la  guerra  nuevamente  el  alma  nacional, 
y  le  dieron,  si  cabe,  más  acerado  temple,  oyóse  hervir 
la  inspiración  volcánica  de  Quintana,  dando  á  la  nativa 
energía  nuestra  más  vigor,  y  haciendo  con  estoica  fir- 
meza un  crimen  de  toda  vacilación  en  la  esperanza;  ar- 
dor rayano  de  demencia  en  aquel  instante,  á  no  tratar- 
se del  valor  en  la  guerra  y  del  ánimo  para  la  muerte 
congónitos  á  nuestra  heroica  España.  Al  poco  tiempo,  el 
más  melancólico  de  los  poetas  italianos,  Leopardi,  va- 
gando á  la  sombra  de  los  muros  caídos  y  los  arcos  ro- 
tos, que  el  jaramago  cubre  con  su  sudario  de  amarillas 
flores  y  el  buho  entristece  con  sus  quejidos  de  siniestros 
ecos,  encontraba  la  lira  heroica  de  Simonides,  y  le 
arrancaba  estancias  dignas  de  grabarse  en  los  desfila- 
deros de  las  Termopilas  y  de  resonar  en  las  aguas  de 
Salamina  y  en  los  campos  de  Marathón  y  de  Platea.  Y, 
en  seguida,  un  patricio  inglés,  de  complexión  inquieta, 
de  familia  normanda,  de  voluntad  zozobrosa,  de  fanta- 
sía relampagueante;  coronado  con  las  espinas  de  sus 


520  , 

dudas  que,  le  taladraban  las  sienes,  y  consumido  en  la 
antorcha  de  su  inspiración  que  le  abrasaba  las  manos; 
después  de  haber  corrido  varia  y  luctuosa  suerte  en  tan- 
tas tormentas  y  en  tantas  f)asiones,  llegó,  henchido  el 
corazón  de  amor  entonces  feliz,  vibrantes  los  labios  de 
cánticos  ya  inmortales,  á  Grecia,  en  la  exaltación  de  su 
estro  y  en  la  flor  de  su  juventud,  á  pedir  muerte  á  la 
inmortalidad  helénica  y  sepulcro  á  la  cuna  de  los  poetíis 
y  de  los  dioses.  Y  cuando  tornaban  nuestros  desterrados 
del  veintitrés,  la  legión  sublime  que  traía  en  las  manos 
el  D.  Alvaro  de  Sevilla  y  en  la  mente  el  D-  Félix  de  Sa- 
lamanca, comenzaba  su  elegía  en  el  destierro  un  poela 
eslavo,  hijo  predilecto  de  la  infeliz  Polonia,  y  tan  ren- 
dido amador  de  su  patria,  por  opresa  y  desgraciada,  que 
la  veía  retratarse  en  el  extraño  hogar,  donde  chisporro- 
teaba el  tronco  de  Noche  Buena,  sosteniendo  con  las 
lanzas  de  sus  soldados  la  cúpula  de  San  Pedro  vacilante 
al  empuje  de  tantas  herejías;  visión  traída  de  los  cela- 
jes patrios  mirados  por  última  vez  con  los  ojos  enrojeci- 
dos que  buscaban  inútilmente  los  ángeles  apocalípticos, 
apercibidos  por  la  ira  celeste  al  castigo,  de  aquellos  ti- 
ranos, cuyos  esbirros  hirieran  los  sacerdotes  al  pie  de 
sus  altares  para  anudar  en  la  garganta  el  rezo  de  la  hu- 
mana aflicción  á  la  divina  misericordia,  y  arrancaran  á 
las  tumbas  los  huesos  de  cien  generaciones  para  des- 
arraigar hasta  las  últimas  raíces  con  que  á  la  tierra  se 
une  la  vida  de  un  gran  pueblo.  Y  á  su  vez;  los  opresores 
de  Polonia  engendraron  poetas  y  tuvieron  que  oprimir- 
los. Aquél,  por  cuyo  ingenio  vivirá  eternamente  la  len- 
gua moscovita,  según  el  general  sentir  europeo,  vino  al 
mundo  con  fantasía  creadora,  y  los  primeros  arpegios 
de  su  fantasía,  en  la  alborada  de  la  vida,  sobre  las  na- 


521 

cientes  ilusiones,  cuando  los  ojos  sólo  descubren  mari- 
posas y  los  oídos  sólo  perciben  melodías,  los  primeros 
arpegios,  iba  diciendo,  de  su  fantasía,  consagráronse  á 
cantar  la  libertad.  Mas  este  cántico  le  valió  un  destierro 
en  sus  mocedades;  y  este  destierro  una  tristeza  inextin- 
guible en  toda  su  existencia,  la  mitad  de  ella  dedicada  á 
plañer  el  dolor  en  la  servidumbre  y  la  otra  mitad  á  ras- 
trear la  poesía  en  la  historia,  la  poesía  en  las  tradicio- 
nes. Y  agitado  por  las  chispas  eléctricas  de  sus  inspira- 
ciones corrió  desde  la  estepa  al  mar,  desde  el  mar  al 
Gáucaso,  desde  el  Cáucaso  al  Danubio,  y  en  todas  par- 
tes, al  par  que  respiraba  él  aire  puro  de  las  montañas  y 
de  los  campos  y  de  las  ondas,  recogía  los  gérmenes  de 
una  poética  nacional,  correspondiente  á  las  tradiciones. 
Y  su  vida  se  arrastró  recelosa  entre  esbirros  y  se  extin- 
guió triste  en  un  duelo.  Y  el  mejor  de  sus  poemas  <One- 
guine»  canta  el  hastío;  y  la  mejor  de  sus  estrofas  plañe 
un  poeta  joven  que  muere  llevándose  á  la  eternidad  el 
misterio  de  su  poesía.  Mas,  á  pesar  de  todas  estas  con- 
tradicciones, si  el  despotismo  le  ha  arrebatado  sus  dere- 
chos, nótase  en  todas  sus  obras  que  no  ha  perdido  nun- 
ca el  sentimiento  de  la  libertad,  revelado  en  cada  una  de 
sus  estancias,  como  el  ruiseñor  cautivo,  á  quien  los  pas- 
tores de  Thesalia  arrancaban  los  ojos  para  que  cantase 
más,  ponía  en  todas  sus  notas  y  escalas  el  amor  á  los 
bosques  habitados  y  á  los  horizontes  recorridos  en  más 
felices  días.  Y  si  las  soledades  rusas  manaban  tanta  poe- 
sía, imaginaos  cuánto  manarían  las  encinas  germánicas. 
No  hablemos,  puesto  que  pertenece  á  la  dramática,  de 
aquella  resurrección  de  la  leyenda  de  Guillermo  Tell, 
elevando  sobre  los  lagos  dormidos  en  sus  copas  de  záfi- 
ro, y  las  nieves  relumbrantes  en  sus  cimas  eternas,  el 


522 
cielo  ideal  de  la  libertad.  Hablemos  de  los  poetas  líricos: 
Ulhand,  que  se  gozaba  en  oir  la  esquila  del  ganado  tor- 
nando al  aprisco  y  la  canción  de  la  moza  de  cántaro  re- 
cogiendo el  agua  en  la  fuente  de  su  aldea;  Ulhand,  que 
seguía  el  primer  vuelo  de  la  matinal  alondra  y  el  rayo 
último  de  la  nocturna  estrella,  á  ver  si  podían  juntarse 
alguna  vez  en  los  aires,  truécase  de  pastor  de  égloga  en 
soldado  de  epopeya,  cuando  la  conquista  despierta  en  su 
alma  acongojada  el  amor  á  la  patria  libre,  y  el  amor  á 
la  patria  libre  despierta  en  sus  sentimientos  vivísimos 
la  aspiración  al  humano  derecho.  Y  Teodoro  Koerner,- 
afilando  su  espada  en  las  piedras  druídicas  donde  afila- 
ron los  sacrificadores  el  cuchillo  para  ofrecer  víctimas  á 
sus  sangrientas  divinidades,  corre  á  las  batallas,  en  pos 
de  una  bala,  que  partiendo  su  pecho,  redima  su  alma  y 
enseñe  á  los  suyos  cómo  se  combate  y  se  muere  por  la 
libertad  y  por  la  patria.  ¿Qué  más?  Hasta  el  poeta  de  la 
ironía  y  de  la  duda,  á  quien  sus  inspiraciones  le  daban 
como  alas  de  ángel  y  sus  cóleras  como  mareos  de  beodo; 
profeta  bíblico  en  algunas  estancias  suyas,  dignas  de 
Jerusalón,  y  cómico  aristofanesco  en  algunas  invectivas 
propias  del  mercado;  con  las  lágrimas  de  la  elegía  su- 
blime en  los  párpados,  convertidos  á  recoger  la  luz  de 
lo  infinito,  y  con  el  hedor  de  la  orgía  en  los  labios  abier- 
tos para  vomitar  la  blasfemia  y  la  calumnia;  semita  con 
toda  su  solemnidad  y  francés  con  todas  sus  gracias;  obs- 
curo y  soñador  como  un  germano  y  claro  y  armonioso 
como  un  griego;  aunque  impío  é  irreverente  quiera  tur- 
bar la  paz  en  todos  los  templos,  desde  aquéllos  del  Egip- 
to y  Caldea  que  tenían  por  vasos  de  oro  los  astros,  hasta 
aquéllos  de  góticas  agujas  que  se  retratan  en  las  aguas 
del  Rhin  y  enseñan  á  orar  con  las  melodías  de  sus  ór- 


523 

ganos;  aunque  escéptico,  burlón,  indiferente,  dado  á 
colgar  bajo  las  hojas  de  su  corona  de  laurel  ruidosos 
cascabeles;  jugando  con  las  ideas  como  un  niño  con  las 
joyas  frágiles,  cuyo  brillo  mira,  pero  cuyo  valor  ignora; 
conserva  siempre,  allá  en  el  fondo  de  su  corazón,  reli- 
gioso culto  á  las  dos  ideas  capitales  del  mundo  moral,  á 
la  idea  de  Dios,  y  á  la  idea  de  la  libertad;  á  manera  de 
esos  ángeles  de  la  leyenda  que,  caídos  de  la  gracia  y  des- 
tarrados al  abismo,  llevan  en  la  faz  eternamente  vagos 
reflejos  de  su  prístina  belleza.  Y  si  de  esta  suerte  canta 
Alemania,  ¿cómo  cantará  la  revolucionaria  Francia?  La 
voz  de  la  libertad  se  une  á  tantas  melodiosas  voces  como 
llenan  el  alma  de  aquel  poeta,  á  quien  permitió  el  cielo 
calmar  con  un  acento  de  su  voz  las  pasiones  desborda- 
das de  la  muchedumbre;  y  el  amor  á  la  libertad  abría  el 
pecho  de  aquel  otro  poeta  que  parecía  no  amar  sino  los 
ídolos  de  un  día  y  no  sentir  sino  la  emoción  de  un  mo- 
mento en  la  rica  variedad  de  sus  asuntos  y  de  sus  for- 
mas. Pero  el  Titán  de  la  nueva  idea  literaria;  el  que  en- 
cerró en  versículos  semejantes  á  los  versículos  de  Isaías 
el  alma  de  su  siglo,  fué,  ya  lo  habéis  nombrado,  Víctor 
Hugo.  Nacido  en  Francia,  pero  educado  en  esta  tierra 
de  las  antítesis  y  de  la  hipérbole,  donde  la  nativa  origi- 
nalidad del  ingenio  se  ha  negado  de  antiguo,  así  á  las 
reglas  de  lo  artificioso  como  á  las  rutinas  de  lo  conven- 
cional, llevóse  consigo  la  savia  del  terruño  español  en 
las  venas  y  en  la  frente  el  beso  indeleble  de  nuestra  luz 
meridional;  y  creyendo  que  cada  excelso  ingenio  repre- 
senta todo  un  sistema  planetario,  y  se  dicta  á  sí  mismo 
la  ley  como  un  Dios,  lanzó  grito  de  guerra  contra  la 
tradición  de  las  escuelas  y  contra  el  falso  aristotelismo 
de  la  poesía.  La  revolución  francesa,  que  lograra  des- 


524 

tronar  la  monarquía  de  Versalles,  dejó  intacto  el  infali- 
ble, el  inefable,  el  sacro  gusto  versalles,  vencedor  y  do- 
minador durante  siglo  y  medio  en  todas  las  regiones  de 
Europa.  Y  en  aquellos  jardines  tallados  por  combinacio- 
nes geométricas,  donde  dioses  contrahechos,  pálidas 
sombras  de  una  mitología  muerta,  se  erguían  y  pavo- 
neaban enfáticamente  por  todos  los  ángulos,  entró  Víc- 
tor Hugo  con  el  recuerdo  de  que  aún  existían  las  selvas 
naturales  y  los  campos  feraces  poblados  de  una  viva 
poesía;  y  por  aquellos  salones,  donde  se  aglomeraban 
los  cortesanos  encerrados  en  sus  casacas  y  ceñidos  con 
sus  gigantescas  pelucas  empolvadas,  deslizóse  Víctor 
Hugo,  con  el  recuerdo  de  que  no  lejos  de  allí  bramaban 
y  rugían,  como  océano  encrespado,  los  pueblos;  y  en  el 
teatro,  sujeto  á  las  unidades,  como  los  jardines  á  la  geo- 
metría y  los  cortesanos  á  la  etiqueta,  apareció  Víctor 
Hugo  con  el  recuerdo  de  que  en  las  cimas  de  la  gloria 
vivían,  revestidos  de  la  inmortalidad,  Lope,  Shakespea- 
re, Calderón,  los  cuales  no  siguieron  otros  códigos  que 
los  cuasi  divinos  de  su  celeste  inspiración;  y  con  estos 
sencillos  principios,  encerrados  en  versos  fulgurantes, 
fundó  la  soberana  libertad  del  ingenio  y  devolvió  sus 
alas  á  la  prisionera  poesía.  Pertenece,  pues,  á  nuestro 
tiempo  con  mayor  derecho  que  á  ningún  otro  tiempo  la 
lírica  de  la  libertad. 

No  puede  ocultárseme  que  achacan  al  siglo  muchos  de 
sus  naturales  enemigos  falta  de  respeto  á  la  historia.  Se- 
ñores, ya  que  tratamos  de  los  conceptos  fundamentales, 
propios  de  esta  edad,  no  olvidemos  que  si  la  idea  de  la 
naturaleza  y  la  idea  del  Estado  crecieron  desmesurada- 
mente en  el  espíritu  moderno,  creció  en  iguales  propor- 
ciones también  la  idea  de  la  Historia.  Ningún  tiempo 


525 

conoció  poeta  que  anime  las  ruinas,  y  evoque  los  muer- 
tos, y  recoja  las  cenizas  de  los  sepulcros,  y  reciba  el  po- 
len de  las  guirnaldas  funerarias,  y  hable  con  los  fantas- 
mas de  los  panteones,  y  muestre  las  torres  y  los  adarbes 
dibujados  en  las  indecisas  nieblas  de  los  recuerdos,  como 
aquél  en  cuyo  sor  la  poesía  no  es  una  profesión  ó  un  ar- 
te, sino  la  vida  toda  entera,  y  que  errante  de  pueblo  en 
pueblo,  á  guisa  de  trovador  en  la  Edad  Media,  y  osten- 
tando ante  la  uniforme  sociedad  nuestra  el  natural  in- 
dócil de  su  complexión,  aviva  toda  nuestra  historia;  en 
la  campiña  de  Toledo  la  tradición  del  Cristo  de  la  Luz  y 
en  las  márgenes  del  Arlanza  los  torreones  del  castillo  de 
Pampliega;  en  el  corazón  popular  el  más  maldecido  y  el 
más  amado  de  los  reyes,  D.  Pedro  el  Cruel,  y  en  la  me- 
moria popular  el  más  extraño  y  el  más  copiado  de  nues- 
tros tipos,  D.  Juan  Tenorio;  en  las  almas  cristianas  el 
Te-Deum,  cantado  bajo  los  muros  de  Santa  Fe  por  los 
ejércitos  españoles,  al  ver  brillar  los  rayos  del  sol  na- 
ciente en  las  crestas  de  las  Alpujarras  por  las  argenta- 
das líneas  de  la  cruz  erguida  sobre  las  torres  Bermejas, 
y  en  las  almas  de  nuestros  hermanos  de  África  el  sus- 
piro lanzado  por  el  proscripto,  al  pie  de  las  palmeras 
solitarias  en  el  Oasis,  y  al  eco  del  simoun  resonante  en 
el  desierto,  por  cuyos  celajes  se  ven  fantaseadas  las  al- 
jamas de  Córdoba,  la  Giralda  de  Sevilla  y  la  Alhambra 
de  Granada,  inspirando  á  la  nostalgia  del  destierro  y  á 
las  cuerdas  de  la  guzla  desgarradoras  lamentaciones  en 
profundas  ó  inmortales  elegías:  que  la  voz  del  poeta  es 
la  voz  de  toda  nuestra  alma  y  su  inspiración  la  llama 
exhalada  del  centro  de  nuestra  tierra.  Las  edades  idó- 
neas para  las  leyendas  históricas  son  estas  edades  lla- 
madas de  transición.  Aunque  el  tiempo  nunca  se  deten- 


528 
tal  del  Padre,  con  Jeijusalén,  y  por  l?i  esperanza  con  la 
ciudad  mística  del  Hijo,  con  la  gloria;  rota  en  mil  pe- 
dazos al  dividirse  el  mundo  romano  en  oriental  y  occi- 
dental y  venir  sobre  esta  división  los  bárbaros,  con  lo 
cual  toma  tres  aspectos:  bizantino  y  cortesano  en  Pro- 
copio,  teológico  y  enciclopédico  en  Teodoro,  bárbaro  en 
Jornández;  artificiosa  y  retórica  en  los  eruditos  de  Orien- 
te; dura  y  seca  en  los  cronistas  de  Occidente;  nacional 
con  Froissard,  con  el  arzobispo  Rada,  con  el  rey  Don 
Alfonso  X,  por  los  siglos  en  que  las  naciones  modernas 
comienzan  á  dibujarse  bajo  la  sombra  de  las  monarquías 
históricas;  griega  en  los  filósofos  del  Renacimiento;  ob- 
servadora profundísima  del  corazón  humano  y  de  la  hu- 
mana sociedad,  en  Maquiavelo;  naturalista,  en  nuestros 
escritores  de  Indias,  como  Oviedo;  clásica  en  Hurtado  y 
en  el  P.  Mariana;  social  desde  la  segunda  mitad  del 
siglo  decimoséptimo  hasta  la  primera  mitad  del  siglo 
decimoctavo,  ya  explique  las  leyes  de  la  Providencia 
con  Bossuet,  ya  las  edades  de  la  humanidad  con  Vico, 
ya  las  instituciones  con  Montesquíeu,  ya  el  derecho  inter- 
nacional con  Grotio;  eminentemente  crítica  en  el  siglo 
decimoctavo  y  eminentemente  filosófica  en  nuestro  si- 
glo, ha  crecido,  si  cabía  que  creciera,  á  nuestros  mismos 
ojos,  juntando  el.  principio  de  la  unidad  de  Dios  con  el 
principio  de  la  unidad  del  hombre;  la  ley  de  la  realidad 
lógica  en  los  hechos  con  el  dogma  moral  de  la  libertad 
en  los  individuos,  la  creencia  que  nos  inspira  la  fisiolo- 
gía en  nuestro  parentesco  estrechísimo  con  todo  el  uni- 
verso y  la  creencia  que  nos  inspira  la  filosofía  en  nues- 
tra redención  gradual  con  los  redimidos  y  por  medio  de 
los  redentores;  todo  lo  cual  ha  dado  á  la  historia,  en- 
grandecida é  iluminada,  las  proporciones  y  los  cortes  de 


M  •■•^flíbti^»  ^mmmM^:^*^^i^r' — ^^ — w^xím  ■ 


529 

una  maravillosísima  epopeya-  Recordaráme  algún  ma- 
licioso que  el  siglo,  eslimado  por  tan  progresivo,  se  in- 
clina hoy  á  la  idea  pesimista  con  tanta  fuerza  como  á 
las  ideas  optimistas  se  inclinaba  hace  poco.  Levántanse, 
en  efecto,  no  diré  escuelas  filosóficas,  sino  genialidades 
atrabiliarias,  que  en  la  tierra  ven  una  sucesión  de  ge  - 
neraciones  sacrificadas,  en  el  amor  un  equivalente  de  la 
muerte,  en  la  cuna  el  germen  de  todas  las  penas,  en  la 
vida  el  continuo  suceder  de  todos  los  dolores,  en  el  Es- 
tado una  fuerza  opresora,  en  la  sociedad  un  carnaval 
perpetuo,  en  el  comercio  y  las  relaciones  sociales  una 
cacería  sin  término  y  una  batalla  sin  tregua,  en  las  ilu- 
siones engaños  y  desengaños  en  las  esperanzas;  por  los 
horizontes  del  arte  neblinas  recamadas  de  ópalo  y  grana 
que  sólo  llueven  los  oropeles  de  la  mentira;  por  las  ci- 
mas de  la  ciencia  espirales  de  sofismas  que  sólo  persua- 
den á  la  duda;  en  el  sistema  solar  y  sus  planetas  otros 
tantos  purgatorios,  donde  arden  almas  en  pena  sin  más 
porvenir  que  el  sueño  eterno;  en  la  naturaleza  toda  una 
aglomeración  de  celadas,  un  cúmulo  de  engaños,  el 
hambre  por  incentivo,  la  envidia  y  el  odio  por  necesi- 
dad, la  guerra  por  ley;  siempre  la  misma  tragedia  para 
todos  con  el  mismo  desenlace  de  una  última  enfermedad, 
resuelta  en  una  podredumbre  horrible;  siempre  la  mis- 
ma suerte;  el  no  sor  alcanzado  por  el  suicidio  universal 
de  la  humanidad,  tristemente  hastiada  y  convencida  de 
que  el  espacio  es  vacÍQ,  y  lo  único  eterno  y  cierto  el  per- 
durable silencio  en  los  pavorosos  abismos  de  la  nada. 
C4reo  tales  ideas  desviaciones  de  la  órbita  que  recorre 
nuestro  tiempo.  Juzgólas  alarde  de  mal  humor  pasajero 
más  bien  que  expresión  de  convencimiento  profundo. 
Pásale  al  espíritu  humano  como  al  espíritu  individual: 

34 


530 

lodos  estos  arranques  nacen  de  iin  minuto  y  mueren 
pronto  en  el  conjunto  de  los  seres, y  de  las  cosas.  Sucedo 
con  esta  filosofía  de  la  desesperación  lo  mismo  que  su- 
cede con  el  arte  realista:  no  pasa  de  accidente.  Toda 
filosofía  verdadera  resulta,  al  fin  y  al  cabo,  idealista, 
como  todo  arte  se  resuelve  en  ideal.  Tras  las  nubes  el 
cielo  azul  y  bajo  los  oleajes  el  mar  sereno.  Tras  los  so- 
fismas de  un  día  las  verdades  eternas.  De  los  sofistas  na- 
ció Sócrates,  y  con  Sócrates  la  conciencia  anterior  y  su- 
perior al  Estado;  tras  los  pesimistas  veréis  con  mayor 
claridad  el  albedrío  que  busca  voluntariamente  la  más 
alta  moral  aguijoneado  por  la  conciencia  libre,  y  el 
universo  material  realizando  el  bien  por  necesidad  en 
obediencia  á  su  legislador  y  en  cumplimiento  de  sus 
leyes.  Entre  nosotros  tenemos  sentado  al  poeta  céle- 
bre, que  personifica  con  mayores  títulos  todas  las  ten- 
dencias pesimistas  posibles  en  esta  sociedad  nuestra, 
espiritualista  y  creyente.  Dará  á  su  poesía  por  nombre 
un  neologismo  tal  como  Dolora;  deslumbrará  los  enten- 
dimientos con  los  vistosos  juegos  de  su  ingenio  sobera- 
no, tan  admirable  por  la  novedad  y  la  riqueza  de  las 
ideas  como  por  la  corrección  y  hermosura  de  las  frases; 
verá  cada  hecho  de  la  vida  y  hasta  cada  fenómeno  de  la 
naturaleza  como  si  espíritu  y  materia  dependieran  de  su 
voluntad  y  se  juntaran  ó  desunieran  al  conjuro  de  su 
albedrío;  reirá  y  llorará  según  que  le  hierva  la  sangre 
de  su  corazón  en  las  venas  ó  le  amargue  el  paladar  la 
hiél  de  su  hígado;  pero  entre  tantas  innumerables  vo- 
luntariedades de  su  musa  independiente,  veréis  cómo 
conserva  siempre  el  resplandor  de  su  conciencia  y  en  la 
conciencia  la  virtud  de  una  idealidad  inextinguible. 
Griten  cuanto  quieran  los  desesperados,  la  corriente  de 


531 

los  progresos  continuos  les  arrastrará.  Gomo  la  sabia 
química  de  hoy  fué  alquimia,  y  la  sabia  astronomía  as- 
trología,  nuestro  cuerpo  estuvo  en  el  limbo  de  la  tierra 
y  nuestra  alma  en  el  limbo  de  la  barbarie.  Hemos  vivido 
en  las  cavernas  lacustres  como  el  mastodonte  y  hemos 
clavado  el  puñal  de  piedra  en  las  entrañas  de  las  vícti- 
mas para  ofrecer  ese  holocausto  á  nuestros  dioses  antro- 
pófagos. Y  aquí  de  la  leyenda  tan  sabida  en  Alemania. 
Allá  en  nuestra  madriguera,  digna  de  las  aves  noctur- 
nas, entró  la  tea  de  Prometheo,  encendida  por  la  chis- 
pa que  arrancaba  el  hierro  al  pedernal,  y  la  creímos  el 
resplandor  y  el  fuego  de  la  vida,  y  deseamos  poseerla  y 
mirarla  eternamente.  Y  una  noche  salimos  de  nuestras 
cavernas,  y  á  través  de  la  viciosa  vegetación  columbra- 
mos la  luna,  y  creyéndola  el  luminar  por  excelencia, 
pedimos  que  nos  dejaran  vivir  y  morir  en  el  éxtasis  de 
una  eterna  contemplación.  Y  tras  la  luna  vino  el  sol,  y 
tras  el  sol  la  conciencia,  y  tras  la  conciencia  la  idea,  y 
tras  la  idea  el  ideal:  que  los  minerales  quieren  ser  árbo- 
les, y  los  árboles  flores,  y  las  ñores  aves,  y  las  aves  cán- 
ticos, y  los  cánticos  poesía,  y  la  poesía  tipo  y  el  tipo  ar- 
quetipo; y  desde  la  ola  del  Océano  hasta  el  latido  del  co- 
razón, desde  la  abeja  zumbando  sobre  el  cáliz  rebosante 
de  miel  hasta  el  arpa  despidiendo  la  nota  lanzada  á  la 
inmortalidad,  todo  lo  creado  busca  el  origen  de  su  crea- 
ción, y  con  átomos,  chispas,  esencias,  aromas,  gorjeos, 
alas,  vuelos,  inspiraciones,  cánticos,  plegarias,  incien- 
so, todas  las  criaturas  suspiran  por  unirse  con  el  eterno 
amor. 

Quien  desconozca  esta  aspiración  universal,  jamás  en- 
trará en  el  templo  henchido  de  misterios  y  poblado  de 
oráculos,  que  inefable  para  la  humana  lengua,  por  deno- 


532 

minarse  con  alguna  denominación,  aunque  sea  imper- 
fecta, se  denomina  arte.  El  espíritu  en  la  naturaleza  su- 
fre algo  de  la  fatalidad  que  en  la  naturaleza  reina.  El 
espíritu  en  la  sociedad,  en  el  Estado,  aunque  más  libre, 
se  halla  cohibido  por  leyes  coercitivas,  por  leyes  socia- 
les, en  las  que  hay  también  una  parte  considerable  do 
necesidad.  La  región  luminosa  de  la  libertad  empieza  en 
el  arte.  Esta  esfera  de  nuestra  vida  espiritual  se  distin- 
gue de  las  otras  esferas  en  que  lleva  en  sí  misma  sus  le- 
yes y  su  fin  propio.  El  arte  puro  no  tiene  ninguna  uti- 
lidad, y  en  esto  consiste  principalmente  su  grandeza.  El 
arte,  por  no  obedecer  á  ninguna  ley  extraña  á  él,  ni  si- 
quiera obedece  á  las  leyes  morales;  y  por  no  tener  nin- 
guna finalidad  á  él  ajena  ¡ah!  ni  siquiera  tiene  por  fin 
el  bien.  Lo  produce;  pero  sin  voluntad  de  intentarlo.  Ha 
cumplido  toda  su  esencia  cuando  ha  realizado  la  hermo- 
sura. No  se  -propone  lo  primero  que  consigue:  despertar 
puras  emociones  y  desinteresada  contemplación.  Produ- 
ce por  producir,  crea  por  crear,  canta  por  la  necesidad 
de  cantar.  ¿Qué  le  va,  señores,  á  esa  ave  celestial  en  re- 
galar ó  no  los  oídos,  allá  por  el  bosque  de  ilusiones 
donde  resuenan  sus  endechas  y  habitan  sus  amores? 
Pues  bien,  la  idea  del  arte,  como  la  idea  de  la  naturale- 
za, como  la  idea  del  Estado,  como  la  idea  de  la  historia, 
también  ha  crecido  en  nuestros  días.  Así  como  hemos 
producido  la  ciencia  geológica  que  ha  aumentado  nues- 
tros conocimientos  en  la  vida  y  en  la  historia  del  plane- 
ta, hemos  producido  la  ciencia  estética  que  ha  aumenta- 
do nuestros  conocimientos  en  la  vida  y  en  la  historia 
del  arte.  Y  cuenta  que  ninguna  de  las  ideas  fundamen- 
tales cambia  tanto,  ni  la  idea  cósmica,  ni  la  idea  políti- 
ca, ni  la  idea  religiosa,  como  la  idea  artística.  Los  prime- 


533 

ros  cristianos  veían  la  sonrisa  del  demonio  en  los  labios 
de  las  estatuas  griegas.  Algunos,  entre  los  padres  de  la 
Iglesia,  aconsejaban  á  los  artífices  que  pintasen  y  escul- 
piesen feo  á  Cristo,  por  ser  la  hermosura  cosa  profana  y 
hasta  diabólica.  En  la  tierra  donde  brotaron  los  dioses  del 
arte,  se  extendió,  al  mediar  nuestra  era,  la  secta  de  los 
iconoclastas,  que  destruía  los  simulacros  y  borraba  las 
efigies.  Dos  religiones,  de  las  que  más  han  cooperado  á 
la  educación  del  género  humano,  prohibían  reproducir 
ni  copiar  los  seres  animados,  porque  toca  en  irreverencia 
dar  aspecto  de  vida  á  figuras  incapacitadas  de  alcanzar 
la  vida  toda  entera.  Los  recuerdos  clásicos  tienen  tal 
omnipotencia  en  Italia,  que  ninguno  de  los  artistas  del 
Renacimiento  comprendió  la  belleza  del  gótico.  Y  los 
.artistas  de  la  Edad  Media  no  comprendieron,  hasta  que 
el  Renacimiento  se  avecinaba,  la  corrección  y  la  armo- 
nía de  las  órdenes  griegas.  El  autor  de  las  empresas  po- 
líticas maldecía  del  Dante,  y  el  autor  del  Cándido  llama- 
ba á  Shakespeare  deforme  y  bárbaro.  Un  crítico  del  si- 
glo pasado,  como  por  ejemplo,  Moratín,  ó  de  principios 
de  este  siglo,  como  por  ejemplo,  Sismondi,  encontrará 
monstruosos  y  hasta  repugnantes  los  más  sublimes  dra- 
mas del  teatro  español.  Y  un  combatiente  romántico, 
demagogo  de  la  revolución  literaria  del  año  treinta,  verá 
en  las  tragedias  griegas,  trazadas  por  Esquilo  y  Sófocles, 
frías  estatuas  de  yeso.  El  poeta  admirador  de  la  antigüe- 
dad pasará  por  el  poético  Asís  de  Umbría  y  visitará  un 
templo  imperial  de  la  decadencia  romana,  desdeñando  el 
monasterio  de  San  Francisco  impregnado  de  tantas  y  tan 
místicas  oraciones.  Y  á  pocos  pasos  de  allí,  por  el  cruce- 
ro de  la  Porciúncula,  artista  empeñado  en  la  resurrec- 
ción de  la  Edad  Media,  trazará  un  fresco  en  que  repro- 


534 

(luce  adrede  la  incorrección  del  dibujo  propio  de  los  pri- 
meros pintores  monásticos,  sólo  por  amor  á  la  arqueo- 
logía de  un  tiempo  ya  extinguido.  Nuestro  gusto  huye 
de  estas  sectas  intolerantes  y  condena  á  estos  artistas 
exclusivos.  Nosotros  somos  en  arte,  como  en  liistoria, 
mucho  más  universales  y  humanos.  Gomo  padecemos 
con  todos  los  oprimidos,  y  admiramos  á  todos  los  re- 
dentores, tenemos  el  culto  de  todas  las  artes,  y  por  dio- 
ses á  todos  cuantos  han  hecho  bajar  del  cielo  sobre  ej 
hombre  los  resplandores  de  la  hermosura  perfecta.  No 
desdeñamos  el  poema  índico  en  que  rezan  las  selvas 
llenas  de  poesía  panteísta;  ni  el  apólogo .  persa  en 
que  dialogan  el  ruiseñor  y  la  rosa  á  la  sombra  del  aji- 
mez y  al  amor  de  la  luna  reflejada  en  las  aguas  del 
Eufrates.  Seguimos  el  viaje  de  los  argonautas  al  travos 
de  las  ondas  del  Mediterráneo  y  la  peregrinación  de  los 
israelitas  al  través  de  las  arenas  del  desierto.  Canta- 
mos en  el  coro  que  celebra,  á  la  voz  de  Simonides, 
la  rota  de  los  Daríos  y  los  Giros,  y  en  el  coro  que  alaba 
al  Eterno  á  la  voz  de  Moisés,  en  la  tierra  del  Asia  y  á 
la  vista  del  Sinaí,  por  el  castigo  de  los  soberbios  Farao- 
nes. Vamos  de  puerta  en  puerta,  como  el  Edipo  coloneo 
apoyado  en  Antígona^  preguntando  á  los  vivos  por  la 
causa  de  nuestro  pecado  original;  y  de  tumba  en  tumba, 
conio  el  Hamlet  danés,  que  acaba  de  maldecir  á  Ofelia, 
preguntando  á  los  muertos  por  los  enigmas  de  nuestros 
eternos  y  silenciosos  destinos.  Sentimos  en  nuestras 
manos  el  pese  de  las  cadenas  y  en  nuestros  hígados  el 
picotazo  de  los  buitres  que  atormentaban  allá  en  el 
Caucase  al  Titán  de  Esquilo,  y  en  nuestra  alma  el  dolor 
de  la  servidumbre  y  la  envidia  por  la  libertad  del  ave,  del 
pez,  del  arroyo,  del  bruto  que  en  la  España  de  los  em- 


53:> 

brujados  y  de  los  inquisidores  sentía  el  Segismundo  de 
Calderón,  Buscamos  por  Judea  el  sepulcro  de  la  hija  de 
Jephté,  por  Grecia  el  sepulcro  de  la  sacrificada  Ingenia, 
por  Verona  el  sepulcro  de  la  pobi'e  Julietta,  llorando  con 
todas  las  infelices  en  todos  los  tiempos  las  desgracias 
del  amor.  Asistimos  en  espíritu  á  los  juegos  píthicos  pa- 
ra beber  en  copa  cincelada  por  Praxiteles  agua  de  Gasta- 
lia  y  oir  bajo  las  ramas  del  laurel  de  Apolo  versos  de  Pín- 
daro  y  páginas  de  Herodoto,  mientras  los  atletas  vence- 
dores reciben  sus  coronas  y  las  vírgenes  griegas  tren- 
zan sus  danzas  religiosas  en  el  intercolumnio  de  templo 
tan  armonioso  como  una  oda  y  en  presencia  del  Dios  tan 
sereno  como  los  horizontes  de  Grecia,  Y  luego,  á  guisa 
de  los  pobres  penitentes  de  la  Fuerza  del  Sino,  vamos  al 
yermo  cubiertos  del  sayal,  ceñidos  del  cilicio,  á  ente- 
iTar  en  la  soledad  un  corazón  desgarrado,  á  macerar  en 
la  penitencia  un  cuerpo  dolorido;  y  nos  abrazamos  á  la 
cruz  de  piedra,  que  indica  la  entrada  en  los  retiros  del 
Señor;  y  nos  conmovemos  al  ^co  de  la  campana,  que  así 
convoca  á  los  vivos  como  plañe  á  los  muertos;  y  acudi- 
mos á  la  sombra  de  las  torres  y  de  la  ojiva  y  del  ciprés, 
y  como  las  cigüeñas,  fabricamos  en  las  agujas  de  las  ca- 
pillas ó  en  las  linternas  de  los  panteones  nidos  de  abro- 
jos para  nuestra  alma  desengañada;  y  oyendo  y  ento- 
nando el  Miserere  de  todas  las  penitencias,  cavamos 
con  el  azadón  nuestra  sepultura,  no  tanto  para  tener 
un  hoyo  en  la  tierra,  como  para  recordar  á  las  fuerzas 
devastadoras  de  la  naturaleza  que  todavía  existimos,  y 
para  pedir  al  ángel  de  la  muerte  que  disperse  con  sus 
alas  muestro  cuerpo  como  un  montón  de  cenizas  y  nos 
deje  en  suelo  cubierto  por  la  yerba  de  los  campos  y  hu- 
medecido por  el  rocío  de  los  cielos  aguardar  en  el  sue- 


536 

ño  eterno  la  misericordia  divina  que  se  apiade  de  nos- 
otros y  perdone  nuestros  errores  y  nuestras  culpas  en 
la  hora  apocalíptica  del  último  juicio.  Sí,  pertenecemos 
á  todas  las  artes  y  á  todas  las  literaturas,  con  tal  que 
broten  de  una  fe  sincera,  de  una  inspiración  sencilla  ó 
ingenua,  y  no  representen  restaux*aciones  literarias  idea- 
das con  fines  interesados  y  políticos,  ajenos  á  la  pura 
inspiración  del  arte.  Somos  como  aquellos  artistas  del 
Renacimiento  que  entre  los  precursores  de  Cristo  po- 
nían á  San  Juan  y  á  Virgilio;  entre  los  doctores  á  Pla- 
tón, ceñido  de  aureola  tan  sagrada  con  la  aureola  de 
San  Agustín  ó  San  Jerónimo;  entre  los  patriarcas  dor- 
midos en  el  seno  de  Abraham  á  los  antiguos  moralistas; 
bajo  el  ara  donde  se  celebraban  los  incruentos  sacrificios 
de  nuestra  religión  los  bajos  relieves  donde  se  veían 
la  ninfa  y  el  fauno  ebrios  con  la  embriaguez  de  una 
vida  exuberante;  junto  á  la  hermenéutica  evangélica  el 
mitho  de  Puquis  encerrando  como  una  alegoría  de  la 
inmortalidad  del  alma;  y  por  las  bóvedas  de  la  capilla 
Sixtina  y  por  los  altares  de  Santa  María  de  la  Pace  los 
oráculos  de  Delfos,  representados  por  las  Sibilas,  y  las 
profecías  del  Jordán  y  del  Eufrates,  representadas  por 
los  Profetas,  como  para  decir  que  el  océano  de  nuestra 
vida  espiritual  se  formó  con  los  cuatro  ríos  de  ideas  que 
fluyen  de  Jerusalén,  de  Atenas,  de  Roma  y  de  Alejan- 
dría. Hace  pocos  meses  visitaba  yo  la  catedral  de  Bur- 
gos, y  estudiando  su  coro,  encontróme  en  la  misma 
silla  arzobispal,  bajo  un  relieve  que  representaba  mís- 
tica escena,  otro  relieve  que  representaba  el  robo  de 
Europa  por  Júpiter  convertido  en  toro,  y  parecióme  des- 
cubrir toda  la  historia  del  Renacimiento.  Igual  univer- 
salidad tiene  nuestro  arte.  No  excluímos,  por  ejemplo, 


53  r 

en  arquitecUira  el  gótico,  cual  los  clásicos  franceses  del 
siglo  pasado,  ni  el  griego,  cual  los  románticos  alemanes 
del  siglo  corriente.  Admiramos  todas  las  arquitecturas 
admirables.  Y  como  decía  el  eterno  oráculo  del  idealis- 
mo, en  este  sentimiento  de  admiración  creemos  tener 
el  principio  de  nuestra  ciencia.  Llevad  á  un  hombre  de 
otro  siglo  á  estos  tres  sitios:  á  las  ruinas  de  Poesthum, 
á  la  Alhambra  de  Granada,  á  la  catedral  de  Toledo, 
que  representan  el  mundo  oriental,  el  mundo  griego,  el 
mundo  cristiano,  y  desconocerá  completamente  algunas 
de  estas  tres  maravillas.  Nosotros,  por  lo  contrario,  las 
sentimos  y  las  comprendemos  todas.  Aún  recuerdo  la 
tarde  en  que  yo  vi  las  ruinas  de  Poesthum.  Acababa  de 
recorrer  desde  el  cabo  Miseno  al  cabo  Minerva,  y  acaba- 
ba de  contemplar  el  Vesubio  humeando  en  medio  de  la 
campiña  partenopea  con  su  cintura  de  ciudades  bullicio- 
sas y  de  ruinas  yertas;  las  islas  griegas  engarzadas  en 
espumas  y  ceñidas  de  templos;  los  escollos  cubiertos  de 
arreboles  donde  todavía  habita  Circe  v  el  mar  donde  to- 
davía  cantan  las  Sirenas,  y  creí  que  no  era  dado  ni  á  la 
naturaleza  ni  á  la  historia  ofrecer  más  hermosos  cuadros. 
Pero  no  contaba  con  el  sublime  cementerio  donde  yace 
insepulta  la  antigua  ciudad  griega.  La  bahía  de  Salerno 
se  ostenta  á  los  ojos;  en  el  lejano  horizonte  las  monta- 
nas de  los  Abruzos  elevan  sus  crestas  y  sus  cúspides  ta- 
chonadas de  nieve;  por  todos  aquellos  campos,  donde 
crecieron  las  rosas'  que  el  romano  deshojaba  en  sus 
orgías  y  el  poeta  celebraba  en  sus  versos,  la  soledad  y 
el  silencio;  bosques  de  heléchos  nutridos  por  aguas  pan- 
tanosas exhalan  fiebres  mortales;  vapores  mefíticos  con- 
densados  de  maneras  diversas,  extienden  por  aquel  lu- 
minoso cielo  nubecillas  de  colores  tan  rojos  que  las  to- 


538 

maríais  por  evaporaciones  de  sangre;  en  el  campo  de- 
sierto algún  búfalo  y  en  el  aire  silencioso  algún  cuervo; 
entre  pilastras  rotas,  zócalos  deshechos,  plinthos  caídos, 
el  severo  templo  de  Neptuno  con  sus  columnas  dóricas 
y  su  frontón  triangular,  empapado  todo  él  en  tales  re- 
sáceos matices,  que  parece  hecho  con  rayos  de  la  auro- 
ra; y  al  través  de  sus  intercolumnios,  tras  las  plantas 
verdosas  y  las  arenas  áureas,  el  mar  azul,  cuyas  olas  se 
quejan  blandamente  como  si  lloraran  en  lamentaciones 
sin  fin  la  ruina  de  la  ciudad  helénica  y  la  muerte  de  los 
marinos  dioses.  Pasad  de  estas  ruinas  silenciosas  á  la 
abandonada  Alhambra,  y  veréis  cuan  diversa,  pero  tam- 
bién, si  es  permitido  hablar  de  esta  suerte,  cuan  hermo- 
sa hermosura.  En  el  patio  de  mármol  la  alberca  de  cris- 
tal; junto  á  las  grecas  de  mirtos  y  arrayanes  los  surti- 
dores de  bullidoras  aguas  sombreados  por  los  aleros  de 
alerce  y  de  marfil;  en  las  paredes  los  azulejos  de  metá- 
lica porcelana,  los  alicatados  de  oro  y  ópalo  y  de  azul  y 
plata,  el  alhamí  provocando  á  los  sueños  de  la  sensua- 
lidad con  sus  celosías,  el  ajimez  conteniendo  los  miste- 
rios de  voluptuoso  amor;  en  las  galerías  las  columnas 
airosas  sustentando  los  arcos  adornados  de  ligeras  alha- 
racas que  parecen  mecerse  al  soplo  de  las  auras  embal- 
samadas de  azahar;  tras  el  mirador  los  naranjales  enla- 
zados con  las  palmas  y  los  jazmines  con  las  adelfas;  en 
las  techumbres  las  estalactitas  de  mil  colores  cuyas  agu- 
jas se  idealizan  al  través  de  las  humaredas  de  los  pebe- 
teros; en  el  fresco  y  sombrío  baño  las  estrellas  abiertas 
por  la  bóveda  y  la  música  exhalada  del  alto  camarín;  y 
en  todas  partes  la  luz  con  que  juegan  las  nieves  de  los 
picachos  de  Muley-Hacén  y  las  lavas  de  las  crestas  de 
Sierra  Elvira,  los  romances  que  comunican  á  los  aires 


539 

del  DaiTo  y  el  Genil  las  continuas  zambras  de  una  ciu- 
dad en  que  los  combates  son  juegos,  las  vegas  torneos, 
la  vida  placeres,  y  la  muerte  misma  una  sensual  ó  inex- 
tinguible alegría.  Volad  desde  el  jardín  de  los  adarbes  á 
la  catedral  de  Toledo  en  alas  del  pensamiento,  y  de  una 
ojeada  abrazaréis  toda  nuestra  historia.  El  consistorio 
enfrente  para  que  la  iglesia  bendiga  la  libertad;  el  mer- 
cado al  término  de  las  colosales  paredes  de  la  izquierda 
para  que  á  la  sombra  de  la  iglesia  se  cobijen  los  contra- 
tos; la  posada  de  las  Hermandades  tras  el  ábside,  á  fin 
de  que  á  la  iglesia  miren  los  soldados  en  sus  salidas  y 
entradas;  las  viviendas  de  los  nobles  por  las  calles  veci- 
nas, con  sus  emblemas  y  escudos,  pidiendo  como  de  ro- 
dillas á  la  iglesia  que  consagre  sus  tradiciones  y  salve 
sus  privilegios;  ante  todo  el  monumento  la  torre,  guian- 
do con  sus  agujas,  que  hienden  los  espacios,  al  viajero, 
y  conmoviendo  con  sus  campanas,  que  se  oyen  de  mu- 
chas leguas,  á  los  fieles,  como  un  faro  espiritual  que 
luciese  y  hablase  al  mismo  tiempo;  desde  la  puerta  de 
la  Feria  á  la  puerta  de  los  Leones,  pasando  por  la  por- 
tada mayor,  tres  siglos  que  veis  en  las  primeras  escul- 
turas apenas  salidas  de  su  pesado  cendal  bizantino  y  en 
las  últimas  vencedoras  de  la  rigidez  antigua  entre  las 
armonías  del  Renacimiento;  por  los  suelos,  bajo  el  pa- 
vimento de  mármoles,  el  pavimento  de  huesos  que  han 
formado  tantas  generaciones;  por  las  paredes  y  en  las 
capillas,  sobre  los  sepulcros,  á  la  sombra  de  los  dosele- 
tes,  los  reyes  y  los  proceres,  cuyas  efigies  recuerdan 
nuestras  grandezas  y  nuestros  dolores,  desde  el  triunfo 
de  las  Navas  hasta  la  desgracia  de  Aljubarrota,  desde 
los  campos  de  Galatañazor  hasta  los  campos  de  Montiel, 
desde  la  nube  de  gloria  en  que  va  envuelto  el  cardenal 


5iO 

Mendoza  que  se  alzó  entre  el  término  de  la  guerra  de 
siete  siglos  y  el  nacimiento  y  comienzo  del  Xuevo  Mun- 
do, hasta  la  nube  de  ignominia  en  que  va  envuelto  el 
triste  favorito  descabezado  en  el  patíbulo  de  Valladolid; 
por  las  cinco  naves  todos  los  cambiantes  de  la  luz  apro- 
piados á  todos  los  deliquios  de  la  religión,  así  las  tinie- 
blas donde  oculta  sus  remordimientos  la  penitencia, 
como  los  iris  en  que  tiñe  sus  alas  de  mariposa  la  espe- 
ranza; en  los  arcos  la  ojiva  con  sus  líneas  curvas,  que 
buscan  un  punto  á  la  manera  que  buscan  las  tortuosi- 
dades de  nuestra  vida  la  unidad  absoluta,  y  tras  los  ar- 
cos los  rosetones  góticos,  de  cuyos  vidrios  brotan,  como 
de  rosas  místicas,  ángeles  batiendo  sus  alas  de  colores  y 
caen  reflejos  de  mil  matices  entonando  el  oro  de  los  al- 
tares y  la  llama  de  los  cirios;  en  el  coro  las  dos  legiones 
de  estatuas  cinceladas  en  competencia  por  Felipe  Bor— 
goñés  y  Alonso  Berruguete,  como  escapadas  de  los  tem- 
plos paganos  á  rendir  homenaje  á  la  univei^salidad  reli- 
giosa del  templo  católico;  en  la  capilla  mayor  los  arzo- 
bispos que  duermen  y  los  arcángeles  que  velan,  los  doc- 
tores que  leen  sus  libros  de  piedra  y  los  mártires  que 
agitan  sus  palmas  de  combate,  las  vírgenes  coronadas 
de  estrellas  que  os  miran  sobre  nubes  etéreas  y  los  bien- 
aventurados que  repiten  eternas  letanías,  los  pajes  que 
custodian  las  sepulturas  y  los  serafines  que  entonan  un 
Te-Deum  inextinguible  con  voces  angélicas;  en  este 
lado  el  bautizo,  en  otro  el  matrimonio,  más  lejos  el  en- 
tierro; por  aquí  los  peregrinos  religiosos  de  rodillas,  por 
allí  los  peregrinos  artistas  extáticos:  en  los  días  de  so- 
lemnidad el  pueblo  que  ya  reza  ó  ya  canta,  la  saUnodia 
de  los  sacerdotes  mozárabes  estrellándose  en  los  alica- 
tados de  los  alarifes  mudejares,  las  procesiones  del  ca- 


54! 

Mido  en  que  lucen  las  capas  pluviales  con  los  relicarios 
de  pedrería;  y  al  eco  del  órgano,  entre  las  nubes  del 
incienso  acompañadas  por  los  salmos,  sobre  la  gradería 
cubierta  de  brocados,  al  pie  del  retablo  lleno  de  figuras 
místicas  que  parecen  personificaciones  varias  de  la  ora- 
ción, la  misa,  que  así  como  transforma  el  pan  ácimo  en 
ser  divino  por  las  palabras  sacramentales  de  la  consa- 
gración, transforma  en  ideas  las  piedras,  por  donde  las 
almas  suben,  como  por  invisible  escala,  sacudiendo  el 
polvo  de  la  tierra  y  los  dolores  de  un  día,  á  saciar  en 
la  fuente  de  vida,  en  que  beben  su  luz  los  mundos-,  la 
sed  inextinguible  de  la  eterna  verdad  y  del  infinito 
amor.  ¡Feliz  edad  la  nuestra,  que  nos  consiente  com- 
prender en  toda  su  exactitud  y  sentir  en  toda  su  hermo- 
sura las  obras  artísticas  de  todos  los  siglos  y  de  todas 
las  generaciones!  ¡Feliz  edad  que  ha  llegado  á  tan  su- 
blime poesía! 

Al  espíritu  no  le  basta  con  el  arte,  y  subiendo  en  la 
escala  mística  suspensa  entre  lo  finito  y  lo  infinito,  lle- 
ga necesariamente  á  la  religión.  Vivimos  la  vida  mate- 
rial en  la  naturaleza  y  otra  vida  superior  en  la  socie- 
dad, que  abraza  la  familia  y  el  Estado.  En  el  arte  predo- 
mina la  sensibilidad,  en  la  religión  la  fe,  en  la  ciencia 
el  pensamiento.  Y  como  al  principio  de  esta  serie  de  as- 
censiones se  encuentra  la  más  grosera  materia,  se  en- 
cuentra al  término  la  más  pura  idealidad.  Yo  declaro, 
pues,  que  así  como  creo  superior  el  concepto  de  la  na- 
turaleza y  del  Estado  y  del  arte  en  nuestro  tiempo  al 
concepto  que  tenían  los  siglos  anteriores,  creo  superior 
también  el  concepto  de  la  religión.  Por  temerarias  to- 
marán muchos  estas  afirmaciones  mías,  tratándose  de 
una  edad  que  ha  visto  surgir  sistema,  seguido  de  mu- 


chas  gentes,  en  el  cual  se  prescinde  por  completo  de  la 
religión  como  de  cosa  innecesaria  y  baladi.  Mas  yo  os 
pregunto:  ¿creéis  privativa  del  siglo  nuestro  esta  enfer- 
medad del  ateísmo?  ¿Creéis  que  no  la  han  sentido  y  no 
la  han  pasado  muchos  hombres  superiores  en  otros  si- 
glos también?  No  es  la  centuria  corriente  la  única  que 
haya  tenido  entendimientos  extraviados  hasta  el  extre- 
mo de  querer  arrancar  al  cerebro  el  espíritu  y  al  cielo 
Dios.  Desde  los  albores  de  la  ciencia  hasta  nuestros  días, 
el  materialismo  ha  existido,  como  desde  los  albores  de 
la  primer  mañana  del  mundo  hasta  nuestros  días  han 
existido  las  sombras.  No  está  en  nuestras  manos  la  ex- 
tirpación del  error  ni  la  extirpación  del  mal,  porque 
ambos  á  dos  son  congónitos  á  la  naturaleza  humana. 
Pero  consolémonos  pensando  que  también  radican  en 
nosotros,  en  lo  más  íntimo  de  nuestro  ser,  las  incontras- 
tables aspiraciones  religiosas.  La  idealidad,  que  no  ve- 
mos sino  con  los  ojos  del  alma,  es  tan  verdadera  como 
la  realidad  misma.  Mientras  exista  en  el  cielo  y  en  la 
tierra  un  misterio  impenetrable  que  ningún  entendi- 
miento puede  descifrar;  mientras  nuestro  corazón  sien- 
ta amor  inextinguible  que  ninguna  pasión  puede  satisfa- 
cer; mientras  pugne  en  el  artista  la  idea  con  la  expre- 
sión y  lo  inconmensurable  del  pensamiento  con  la  fra- 
gilidad y  estrechez  de  la  forma;  mientras  en  pos  de  cada 
deseo  cumplido  surja  otro  deseo  mayor,  y  tras  cada  gra- 
do de  la  vida  se  eleve  un  «más  allá»  inevitable,  y  tras 
cada  revelación  de  la  ciencia,  en  que  creemos  tocar  las 
cimas  dé  la  idea,  otra  cima  todavía  más  alta,  perdida  en 
lo  inmenso;  mientras  nos  aquejen  aspiraciones  sin  reali- 
zación posible  aquí  en  la  tierra,  ensueños  sin  objeto  co- 
nocido, esperanzas  insaciables,  alzándose  sobre  todos  los 


543 

misterios  la  muerte,  pertinaz  en  llevarse  las  genera- 
ciones sin  devolvérnoslas  jamás  y  muda  á  las  interroga- 
ciones que  entre  lágrimas  y  sollozos  le  dirigimos  al  des- 
aparecer los  seres  amados;  mientras  existan  todas  estas 
batallas  en  el  mundo  y  todas  estas  contradicciones  en  el 
entendimiento,  á  través  del  dolor,  columbraremos  otra 
vida  espiritual,  á  la  que  solamente  llegará  el  alma,  des- 
pojada de  sus  vestiduras  terrenales,  ciñéndose  las  dos  alas 
místicas  de  la  oración  y  de  la  fe.  El  sentimiento  religio- 
so existe  en  nuestra  generación  como  existe  en  todas  las 
generaciones.  Pero  lo  que  puede  llamarse  característico 
á  nuestro  tiempo,  y  propio  del  espíritu  moderno,  es  la 
ciencia  y  la  filosofía  de  la  religión. 

La  historia  moderna  encuentra  el  alma  de  los  pueblos 
en  sus  creencias  religiosas.  Así  no  hubo  edad  tan  escu- 
driñadora de  los  misterios  encerrados  en  el  mundo  teoló- 
gico por  excelencia,  en  el  Oriente,  como  nuestra  edad 
tachada  de  escépticapor  obscuras  supersticiones  que  quie- 
ren á  toda  costa  denostarla.  Fatigarían  la  memoria  los 
nombres  de  los  sabios  que  han  estudiado  la  religión  me- 
cánica del  pueblo  chino;  que  han  descrito  la  trinidad  in- 
dia y  la  divinización  del  mundo  en  aquellos  poemas  do 
luz;  que  han  mostrado  cómo  Buda  extendió  su  doctrina, 
puramente  moral,  por  pueblos  innumerables;  que  han 
visto  el  primer  asomo  de  la  libertad  en  el  dualismo  per- 
sa y  el  primer  borrador  do  la  persona  inmortal  en  la 
momia  egipcia;  que  han  hallado  en  los  mitos  sirios  de 
la  consunción  del  Fénix  en  la  propia  vida  y  de  la  muer- 
te de  Adonis  las  primeras  apoteosis  del  dolor;  que  han 
desenterrado  las  moles  sumidas  en  las  calcinadas  arenas 
del  desierto,  arrancando  á  los  jeroglíficos  el  enigma  de 
sus  ideas  y  recogiendo  el  aroma  de  las  primeras  oracio- 


54i 

nes  inspiradas  por  la  religión  de  la  naturaleza  á  las  al- 
mas, aleteando,  como  avecillas  en  su  nido,  allá  en  las 
primeras  edades  de  la  historia  y  en  las  primeras  auroras 
del  espíritu.  Así  como  la  filosofía  de  la  historia  es  uñado 
las  ciencias  propias  de  nuestro  tiempo,  lo  es  también  la 
filosofía  de  la  religión.  ¡Qué  enlace  tan  misterioso  han 
hallado  los  filósofos  entre  las  formas  del  lenguaje  y  laí^ 
formas  de  las  creencias!  ¡Qué  horizontes  ha  abierto  á  la 
historia  moderna  la  entrada  de  nuestro  espíritu  investi- 
gador en  las  pagodas  indias!  ¡Qué  enjambre  de  ideas  ha 
levantado  la  revelación  científica  del  secreto  encerrado 
en  los  jeroglíficos  egipcios!  ¡Qué  diferencia  entre  la  son- 
risa escéptica  de  los  enciclopedistas  delante  de  todos  los 
dioses  y  nuestro  recogimiento  religioso  en  la  contempla- 
ción de  esos  templos  que  guardan  el  primero  y  el  último 
suspiro  de  tantas  generaciones  y  que  flotan,  como  naves 
místicas  llenas  de  esperanzas,  en  el  eterno  diluvio  de 
nuestras  lágrimas!  Las  nuevas  ideas  etnológicas  sobre 
las  razas  arias  y  las  razas  semíticas;  las  nuevas  ideas 
filológicas  sobre  la  serie  de  las  lenguas;  las  nuevas  ideas 
históricas  sobre  el  crecimiento  de  la  conciencia  himiana 
en  los  dogmas,  se  parecen  hoy  á  larvas,  prontas  á  tomar 
alas,  en  cuanto  las  anime  el  calor  de  una  primavera  poé- 
tica, que  la  inspiración  tiene  sus  estaciones  como  la  na- 
turaleza. Nos  bañamos  en  ríos  de  ideas  nuevas  cuando 
Anquetil  nos  trajo  el  Zend-Avesta,  y  Sacy  los  mitos  de 
Siria,  y  Champolion  el  enigma  de  las  inscripciones  egip- 
cias que  al  comienzo  de  nuestra  era  contaban  ya  sesen- 
ta siglos  de  antigüedad,  y  Bournonf  los  primeros  rudi- 
mentos de  las  gramáticas  arias,  y  Grim  la  relación  entre 
las  lenguas  modernas  y  las  primitivas  lenguas  asiáticas, 
y  Max  MüUer  los  Vedas  y  las  últimas  revelaciones  del 


545 

sánscrito,  en  las  cuales  vimos  vaciarse,  como  en  su  mol- 
de  propio,  desde  el  griego  y  el  latín  hasta  nuestras  moder- 
nas lenguas  europeas.  No  conozco  poema  comparable  al 
construido  por  la  historia  de  las  religiones,  tal  como  la 
comprenden  los  modernos.  En  esos  altares  derruidos  que 
pueblan  las  riberas  del  Mediterráneo;  en  esos  templos  de 
la  muerte  donde  Isis  se  envuelve  en  su  velo  sembrado  de 
estrellas  de  oro;  en  esos  colosos  que  sacan  sus  frentes, 
como  náufragos,  entre  las  ondas  de  arena;  en  esas  esfin- 
ges que  las  palmeras  sombrean  y  las  ruinas  sustentan;  en 
todos  esos  dioses  dispersos  por  el  planeta  hemos  leído  las 
esperanzas,  las  aspiraciones,  las  plegarias,  los  deliquios 
que  ha  exhalado  el  género  humano  para  llenar  la  in- 
mensa distancia  existente  entre  lo  finito  y  lo  infinito  con 
coros  de  aspiraciones  resplandecientes,  cuya  luz  destella 
místicas  y  consoladoras  ideas.  Sobre  todo,  la  religión 
pagana,  la  religión  heleno-latina,  encontró  en  nuestro  si- 
glo intérpretes  que  casi  la  revelaron  de  nuevo  á  la  hu- 
manidad. Las  polémicas  entre  Kreuser  y  Müller  tuvie- 
ron tal  ardor,  que  se  dirían  empeñadas  por  dogmas  ado- 
rados y  vivientes.  Ellos  nos  revelaron  las  edades  del  pa- 
ganismo: la  primitiva  y  sencilla  en  los  dioses  cabires; 
la  sacerdotal  en  Orfeo;  la  teocracia  en  la  aparición  y  di- 
fusión del  mito  de  Apolo  venido  de  Oriente;  la  primer  ten- 
dencia antropomórfica  en  el  mito  de  Baco,  que  se  ase- 
meja .á  nuestras  primeras  herejías  en  la  Edad  Media;  el 
antropomorfismo  puro  en  Homero,  cuyo  poema  traza  la 
protesta  de  la  libertad  heroica  contra  la  antigua  teogo- 
nia jerárquica  y  sacerdotal;  la  descomposición  de  todos 
los  dogmas  en  el  análisis  de  la  ciencia  filosófica,  el  cual 
se  extiende  desde  el  primer  poema  de  Xenophanes  hasta 
el  último  libro  de  Séneca;  la  filosofía  positivista  en  Eve- 

35 


546 

hemero;  la  reacción  en  la  escuela  alejandrina  y  neo-pa- 
gana, que  admite  la  Trinidad  y  el  Verbo,  pareciéndose 
así  las  doctrinas  antiguas  á  las  doctrinas  cristianas,  en 
esta  última  transformación,  como  los  grandes  ríos  al  mar 
en  su  desembocadura  y  en  su  desagüe.  Tal  conocimiento 
de  la  antigüedad  ha  conseguido  que  los  dioses  paganos 
aparezcan  en  la  literatura  contemporánea,  no  á  la  ma- 
nera del  pasado  siglo  en  la  escuela  clásica,  como  símbo- 
los é  imágenes  de  ideas  universalmente  conocidas,  sino 
vivos  y  regocijados,  cual  si  todavía  creyeran  las  gentes 
en  su  diyijiidad  y  la  adoraran  á  una  en  los  marmóreos 
templos.  Si  los  primeros  poetas  griegos,  los  más  religio- 
sos, aquéllos  que  al  son  de  sus  cítaras  elevaban,  no  tan- 
to canciones  como  plegarias,  volvieran  á  la  tierra  y  co- 
nocieran al  mayor  poeta  alemán  después  de  Goethe,  cree- 
rían que  los  dioses  acababan  de  morir  ahora  mismo,  al 
oírle  quejarse  de  que  el  oráculo  no  hable  ni  en  las  encinas 
de  Dodona  ni  en  los  laureles  de  Delfos;  dolerse  de  que  el 
Zeus  Olímpico  no  truene  en  el  Parthenón,  ni  la  sabia 
Athene  sonría  bajo  los  olivos  de  la  Ática;  preguntar  por 
qué  los  caramillos  de  los  faunos  ebrios  no  resuenan  en 
las  majadas  y  oteros,  y  los  cuerpos  de  las  sirenas  griegas 
no  palpitan  turgentes  en  las  ondas,  y  la  voz  de  las  Cir- 
ces mágicas  no  se  exhala  seductora  de  los  escollos  sono- 
ros, y  el  verde  Glauco  ceñido  de  algas  no  nada  juvenil 
en  el  mar  tranquilo,  y  la  Bacante  con  su  tirso  de  oro  en 
la  mano,  su  piel  de  tigre  á  la  espalda,  su  corona  de  pám- 
panos en  las  sienes,  no  anima  las  vendimias;  y  en  el  Ti- 
rreno, y  en  el  Adriático,  y  en  el  Egeo  se  oye  una  voz 
plañidera  anunciando  la  muerte  del  Dios  Pan,  y  con  ella 
la  extinción  de  la  vida  en  el  seno  de  la  naturaleza  y  la 
extinción  de  la  serenidad  y  de  la  armonía  en  los  cielos 


II  ^'Jl^^  H*-T  - 


547 

del  arte.  Esta  armonía  se  ha  roto,  porque  el  espíritu  hu- 
mano se  ha  agrandado  desmedidamente,  porque  ha  bebi- 
do la  inmortalidad  en  la  copa  donde  bebió  Sócrates  la 
muerte,  y  ha  visto  á  Dios  en  la  cruz,  en  el  patíbulo  de 
los  esclavos,  donde  murió  el  Redentor  de  los  hombres. 
La  obra  principal  del  cristianismo  fué  separar  la  con- 
ciencia del  Estado;  sostener  que  la  religión  debe  ser 
creída  y  observada  por  los  mandatos  espirituales  de 
Dios  y  no  por  las  fuerzas  coercitivas  del  poder  público. 
Tal  sentido  tiene  la  palabra  de  Cristo:  dad  á  Dios  lo  que 
es  de  Dios  y  al  César  lo  que  es  del  César.  La  teocracia 
y  la  autocracia  quedaron  \ muertas  de  un  golpe.  Toda 
coacción  ejercida  sobre  la  conciencia  fué  desde  enton- 
ces un  crimen  contra  la  humanidad  y  un  desacato  al 
Eterno.  Los  circos  se  poblaron  de  mártires,  que  deja- 
ban su  vida  entre  las  garras  de  las  fieras,  por  no  de- 
jar su  conciencia  bajo  la  autoridad  de  los  magistrados. 
Frente  á  frente  de  la  religión  del  Estado  se  elevó  la  re- 
ligión del  espíritu.  Y  pasó  á  ser  axiomático  que  la  fe  re- 
ligiosa debe  provenir  de  lo  íntimo  de  la  conciencia  y  no 
de  la  externa  autoridad  pública.  Pero  como  las  ideas  ca- 
minan tan  lentamente  en  la  vida  real,  así  como  el  prin- 
cipio filosófico  de  la  conciencia  libre,  por  Sócrates  pre- 
dicado, no  pasó  al  sentido  general  religioso  sino  merced 
á  Cristo,  el  principio  predicado  por  Cristo  no  pasa  á  las 
leyes  generales  de  la  sociedad  y  á  las  alturas  del  Estado 
sino  por  medio  de  la  moderna  libertad  religiosa.  Si  qui- 
siéramos calificar  con  una  sola  fórmula  nuestro  tiempo, 
Uamaríamosle  el  tiempo  de  la  separación  absoluta  entre 
la  conciencia  y  el  Estado,  ó  mejor,  mucho  mejor,  llama- 
riámosle  el  siglo  de  la  libertad  religiosa.  Y  esta  libertad 
religiosa  nuestra  ha  acrecentado  la  persona  humana. 


518 

porque  ha  acrecentado  la  conciencia;  y  acrecentando  la 
persona  humana,  ha  acrecentado  también  la  poesía  líri- 
ca. Es  más  bella  y  más  santa  y  más  cristiana  la  pa2^  de 
nuestro  siglo,  que  las  antiguas  guetras  y  las  antiguas 
persecuciones  religiosas.  Exhala  de  su  seno  más  poesía 
la  mártir,  cuya  cabeza  cae  tronchada  como  una  flor  so- 
bre la  arena  donde  se  celebran  los  holocaustos  á  la  con- 
ciencia libre,  que  el  César,  su  juez,  ó  el  esbirro,  su  ver- 
dugo, ó  el  populacho,  su  enemigo  y  denostante.  Exhala 
más  poesía  que.  el  horno  donde  ardieron  los  niños  he- 
breos de  Babilonia,  que  el  potro  donde  atormentaron  por 
bruja  á  la  infeliz  Juana  de  Arco,  que  el  brasero  cuyas 
llamas  devoraron  á  Servet,  que  el  montón  de  cenizas  á' 
que  redujeron  los  huesos  de  Savonarola,  que  el  patíbulo 
de  Juan  Hus  y  Jerónimo  de  Praga,  que  la  inquisición  de 
Felipe  II,  que  las  persecuciones  de  Luis  XIV,  que  las  iras 
de  María  la  Sanguinaria  contra  los  protestantes  ó  las  iras 
.  de  Isabel  Tudor'contra  los  católicos,  que  todos  estos  re- 
flejos del  odio,  cualquier  tranquilo  y  apartado  espacio, 
en  el  cual,  á  la  sombra  del  humano  derecho,  se  dilata  la 
libre  conciencia,  como  upa  ciudad  á  orillas  de  lagos  ce- 
lestes, al  pie  de  montañas  inaccesibles,  en  tierra  prepa- 
rada por  larga  historia  á  la  forma  definitiva  del  espíritu 
moderno,  y  donde  se  ve  dibujarse  aquí  la  Sinagoga  re- 
sonante con  los  cantares  que  brotaron  á  las  orillas  del 
Eufrates  ó  en  los  arenales  de  Palestina;  allá  la  iglesia 
puritana  que  ha  educado  á  la  América  del  Norte;  acullá 
el  templo  griego  que  ha  civilizado  el  Oriente;  más  lejos 
la  capilla  anglicana,  que  refleja  el  alma  de  la  nación 
británica;  sobre  todo,  la  aguja  de  la  catedral  católica,  á 
cuya  sombra  viven  los  pueblos  más  ilustres  del  planeta; 
cimas  del  espíritu  humano,  el  cual  busca  por  la  variedad 


549 

ingénita  á  su  naturaleza  los  caminos  de  la  gloria,  y  que 
allá,  en  lo  infinito,  se  encuentra  con  la  unidad  de  D.ios, 
á  manera  que  las  diversas  atmósferas  incoloras  ó  invisi- 
bles forman  en  la  inmensidad  el  claro  azul  de  los  cielos. 
Y  no  me  digáis  que  esta  libertad  ha  concluido  con  la 
poesía  religiosa  en  nuestro  tiempo,  ¿Creéis,  de  veras, 
que  no  e;xiste  la  poesía  religiosa  en  nuestro  tiempo? 
Quien  desee  sentir  en  toda  su  grandeza  el  día  de  la  Re- 
surrección, lea  el  canto  último  de  la  Mesiada  de  Klosp- 
tok,  y  oiga  el  himno  de  los  muertos  revividos,  acompa- 
ñado por  las  cadencias  de  las  arpas  seráficas.  Quien  desee 
sentir  cómo  la  sangre  de  Cristo  ha  lavado  todas  las  cul- 
pas y  el  árbol  de  la  cruz  ha  hundido  sus  raíces  hasta  en 
el  antro  de  todos  los  males,  que  lea  la  divina  epopeya  de 
Soumet.  La  plegaria  tierna,  efusiva,,  mística,  hablará  el 
lenguaje  de  la  oración  por  todos,  que  Víctor  Hugo  ense- 
ña á  su  hija  inocente,  parecido  en  su  susurro,  al  primer 
gorjeo  del  ave,  al  cáliz  entreabierto  de  la  violeta,  á  la 
estrella  de  la  tarde  en  el  desierto  cielo,  á  la  campanada 
del  Ave  María  en  la  alta  torre  de  la  iglesia.  El  cántico 
de  Lamartine  á  Dios  reúne  las  sublimes  ideas  de  Platón 
á  la  forma  concisa  de  Isaías.  Pero  ¿á  qué  extenderme?  Si 
los  siglos  tuvieran  su  valle  de  Josafat,  como  los  indivi- 
duos, bastarían  estas  obras  sublimes  para  que  muchas 
faltas  le  fueran  perdonadas  á.  nuestro  siglo  y  pudiera  re- 
cogerse y  asentarse  á  la  diestra  del  Eterno. 

Señores:  si  abrazáramos  de  una  ojeada  los  dos  extre- 
mos de  la  historia,  veríamos  claramente  cómo  todos  los 
esfuerzos  del  género  humano  se  han  reducido  á  pasai*  de 
la  esclavitud,  en  que  primeramente  le  avasallara  la  na- 
turaleza, á  la  plena  y  entera  libertad  que  le  procura  la 
ciencia.  Esclavo  en  el  mundo  material  de  fuerzas  fatales 


550 

que  no  puede  modificar,  encuentra  el  primer  grado  de  su 
emancipa9ión  progresiva  en  la  sociedad,  cuyas  leyes, 
aunque  existan  necesariamente,  si  no  pueden  ser  des- 
truidas, pueden  ser  modificadas  por  nuestra  voluntad  y 
nuestra  inteligencia.  Pero  este  grado  de  libertad  üo  bas- 
ta al  hombre,  y  entra  en  el  arte,  donde  la  naturaleza 
sirve  de  símbolo  á  la  idea,  y  llega  á  la  religión  y  á  la 
ciencia,  donde  alcanza  hasta  lo  infinito,  hasta  lo  absolu- 
to, por  medio,  ora  de  la  fe,  ora  de  la  razón.  Si  queréis, 
negadle  otros  atributos  al  siglo;  pero  no  le  neguéis  que 
es  el  siglo  de  la  ciencia.  Conozco  que  los  tesoros  cientí- 
ficos allegados  por  otras  edades  sirven  mucho  á  la  edad 
presente,  bien  al  revés  del  arte,  en  que  son  eminentemen- 
te individuales  así  la  inspiración  como  el  ingenio.  Pero 
no  dudéis  que  ciertos  progresos  bastan  á  engrandecer  y 
sublimar  á  nuestra  edad.  Los  telescopios  que  llegan  á 
quince  leguas  de  la  luna,  los  reflectores  que  corrigen  las 
impurezas  del  cristal,  han  abrillantado  y  engrandecido 
las  regiones  sidéreas.  La  unidad  de  la  materia  se  ha  vis- 
to, descomponiendo  hasta  la  última  nebulosa,  en  las  ra- 
yas del  espectro  solar.  La  teoría  de  la  unidad  de  las  fuer- 
zas ha  mostrado  cómo  se  enlazan  la  luz,  el  calor,  la  elec- 
tricidad, el  magnetismo  y  el  movimiento.  La  química  ha . 
encontrado  el  alma  del  fuego  como  el  alma  del  agua.  Se 
ha  revelado  la  identidad  de  los  metales  en  el  sol  y  en  la 
tierra,  parecida  á  la  identidad  de  la  nube  lejana,  que  flo- 
ta en  la  atmósfera,  con  la  lágrima  de  dolor  que  rueda 
por  nuestra  mejilla.  Si  á  otro  siglo  le  ha  tocado  mostrar 
la  gravitación  universal  y  la  armonía  entre  los  astros, 
hale  tocado  al  nuestro  mostrar  las  afinidades  entre  las 
moléculas  y  su  cohesión  misteriosa  en  los  cuerpos.  La 
historia  de  la  tierra  es  la  obra  casi  exclusiva  de  nuestra 


551 

edad.  Las  clasificaciones  nuevas  de  las  ciencias  natura- 
les también  nos  pertenecen  por  completo.  Hemos  en- 
contrado las  leyes  á  que  obedecen  desde  el  hisopo  hasta 
el  cedro,  y  por  el  estudio  de  las  hojas  hemos  deducido  la 
serie  sistemática  y  armónica  de  todas  las  plantas.  Np  di- 
gamos nada  del  conocimiento  de  la  tierra  y  de  sus  espe- 
cies animadas. 

Cuan  sublimes  las  historias  de  nuestros  viajeros,  mo- 
vidos solamente  por  amor  á  la  ciencia,  sin  auxilio  de 
ningún  Estado,  exentos  de  toda  codicia,  como  puros  mi- 
sioneros, recorriendo  lo  interior  del  África  y  explorando 
las  ignoradas  fuentes  del  Nilo.  Cuan  reveladoras  las  no- 
ciones de  los  tiempos  prehistóricos  y  de  las  edades  ^e 
piedra  y  de  hierro.  Así  desde  el  Trópico  al  Polo,  nunca 
fué  como  hoy  escudriAado  el  planeta.  Y  lo  mismo  suce- 
de con  el  hombre.  Desde  la  fisiología  hasta  la  psicología; 
desde  la  relación  que  existe  entre  el  arpa  de  nuestros 
nervios  y  la  electricidad  difusa  por  la  atmósfera;  desde  la 
descomposición  de  la  luz  en  sus  colores  fundamentales 
hasta  la  descomposición  del  pensamiento  en  sensaciones, 
nociones  é  ideas;  desde  la  asimilación  de  las  moléculas 
por  el  cuerpo  hasta  la  asimilación  de  las  creencias  por 
el  alma;  desde  el  poder  que  tiene  el  medio  ambiente  en 
nuestra  complexión  fisiológica  hasta  el  poder  que  tiene 
la  raza  y  la  patria  en  nuestra  complexión  moral;  desde 
la  física  hasta  la  metafísica;  desde  la  estética  hasta  la 
historia;  desde  la  química  orgánica  hasta  la  geología; 
desde  la  clasificación  de  los  seres  hasta  la  clasificación 
de  los  sistemas;  toda  esta  serie  maravillosa  de  conoci- 
mientos ha  esclarecido  los  abismos  encerrados  en  el  al- 
ma y  en  el  universo,  iluminando  al  hombre  que  ve  la 
idea  de  las  cosas  y  que  las  eleva  á  lo  infinito  y  las  enla- 


5ía 
za  con  lo  absoluto  y  con  lo  eterno.  Jamás  tuvieron,  pues, 
tantos  materiales,  ni  la  poesía  lírica  y  dramática  ni 
las  artes  plásticas.  La  misma  metafísica  ¡qué  crecimien- 
to ha  obtenido!  Ni  Aristóteles  supo  señalar  las  diferen- 
cias que  hay  entre  la  sensibilidad  y  la  inteligencia,  en- 
tre la  inteligencia  y  la  razón,  entre  la  razón  y  el  juicio, 
como  la  escuela  crítica;  ni  Platón  alcanzó  la  virtud  crea- 
dora de  las  ideas  y  la  realidad  objetiva  de  la  lógica,  co- 
mo la  ha  alcanzado  la  escuela  hegeliana.  Es  verdad  que 
las  ciencias  experimentales  han  pretendido  invadir  los 
dominios  de  las  ciencias  especulativas;  pero  también  es 
verdad  que  nunca  adelantó  de  la  suerte  que  hoy  ha  ade- 
lantado el  problema  de  los  problemas,  explicado  antes  por 
sistemas  tan  fantásticos  como  la  armonía  preestablecida  ó 
el  mediador  práctico,  el  problema  de  las  relaciones  entre 
el  alma  y  el  cuerpo,  entre  el  agente  que  conoce  y  el  ob- 
jeto conocido.  Nunca  se  vio  tan  clara  la  compenetración 
estrecha  entre  la  idea  y  el  ser.  Nunca  se  comprendió 
tan  verdaderamente  que  los  hechos  no  caminan  al  acaso, 
sino  dirigidos  por  el  pensamiento.  La  historia  de  la  filo- 
sofía ha  resultado,  como  anunciaba  el  más  grande  pen- 
sador moderno,  la  historia  universal.  La  lógica  creció 
al  par  que  la  mecánica;  la  metafísica  al  par  que  la  físi- 
ca; el  conocimiento  de  la  naturaleza  orgánica  al  par  que 
el  conocimiento  de  las  facultades  del  alma;  la  geología 
al  par  que  la  historia;  la  fisiología  de  las  plantas,  de  los 
animales  y  de  los  hombres,  al  par  de  la  fisiología  de 
las  instituciones,  de  las  leyes  y  de  los  códigos;  la  vida 
entera,  y  bajo  todos  sus  aspectos  el  inmenso  y  divino 
universo.  El  árbol  de  la  ciencia  sube  más  allá  de  las 
constelaciones  del  cielo,  y  ahonda  en  las  profundidades 
del    espíritu:  que  si  el  universo  material  es  como  una 


553 

condensación  *del  éter,  el  universa  científico  es  como 
una  condensación  del  pensamiento.  Pero  no  olvidemos, 
señores,  no  lo  olvidemos,  como  suele  suceder  con  fre-' 
cuencia,  que  así  como  no  hay  combustión  posible  sin 
oxígenb,  tampoco  hay  ciencia  posible  sin  libertad.  Ó  la 
ciencia  no  es  nada,  ó  la  ciencia  es  la  verdad  alcanzada 
por  las  fuerzas  de  la  razón.  Si  blasfema  quien  arranca 
del  sentimiento  la  fe,  blasfema  quien  arranca  de  la  6ien- 
cia  la  soberanía  de  la  razón.  No  hay  acción  moral  sin 
libre  albedrío;  no  hay  idea  científica  sin  libre  investiga- 
ción. Ninguna  autoridad  coercitiva  puede,  aunque  fun- 
da el  cetro  de  todos  los  reyes  y  la  espada  de  todos  los 
conquistadores,  cosa  alguna,  ni  contra  la  razón  ni  so- 
bre la  razón.  Nuestro  siglo  es  el  siglo  de  la  difusión  de 
la  ciencija,  porque  nuestro  siglo  es  el  siglo  de  la  libertad 
del  pensamiento.  Oigo  murmurar  en  mi  oído  estas  pa- 
labras: por  lo  mismo  que  es  el  siglo  de  la  ciencia,  no 
puede  ser  el  siglo  de  la  poesía.  ¿Cómo?  En  todo  tiem- 
po han  caminado  juntas  por  la  tierra  estas  dos  hijas  del 
cielo.  En  el  mismo  siglo  nacieron  Sófocles  y  Sócrates, 
Cicerón  y  Virgilio,  Santo  Tomás  y  el  Dante,  Garcilaso  y 
Arias  Montano,  Pereira  y  Cervantes,  Pascal  y  Racine, 
Shakespeare  y  Bacon,  Kant  y  Goethe,  Hegel  y  Víctor 
Hugo.  Por  lo  menos,  dirán  otros,  la  ciencia  moderna 
destruye  la  idea  de  Dios,  y  destruyendo  la  idea  -de  Dios 
ciega  la  fuente  de  toda  poesía.  No  lo  creáis,  señores,  no 
k)  creáis.  Cada  grande  sentimiento,  que  mueve  el  cora- 
zón, lo  impulsa  al  amor  divino;  cada  idea  que  ilumina 
la  inteligencia,  la  acerca  á  lo  absoluto;  cada  estrella  que 
columbramos  en  lo  infinito,  añade  como  una  nueva  le- 
tra al  nombre  incomunicable  del  Creador.  En  la  aurora 
y  en  el  ocaso,  en  el  estruendo  de  las  tempestades  y  en 


554 

la  música  de  las  brisas,  en  el  mar  surcá&o  por  estelas 
fosforescentes  y  en  el  cielo  lleno  de  astros,  Dios  mío,  la 
sensibilidad  te  adivina  como  creador;  en  el  inmenso  río 
de  los  hechos,  en  la  escena  cambiante  de  la  historia,  en 
esas  tragedias  que  todos  los  siglos  repiten  y  en  ese  com- 
bate perdurable  entre  el  bien  y  el  mal,  la  intuición  te 
presiente  como  providencia;  en  la  ley  moral,  en  la  vir- 
tud, en  la  caridad,  en  el  amor,  en  el  misionero  que  de- 
safía los  elementos  por  llevar  almas  á  la  luz,  en  la  her- 
mana de  la  caridad  que  aparece  sobre  los  campos  de  ba- 
talla, el  corazón  te  ama  como  bondad  suprema;  en  el  ar- 
te, en  los  acordes  de  la  lira,  en^  las  líneas  de  los  monu- 
mentos, en  las  reverberaciones  de  la  inspiración,  la  fan- 
tasía te  contempla  como  la  eterna  belleza;  en  los  alta- 
res, bajo  la  bóveda  de  los  templos,  á  través  de  las  ple- 
garias y  las  nubes  de  incienso,  la  fe  te  adora;  y  en  la 
ciencia  la  razón  te  conoce;  y  el  alma  entera  desea  vivir 
y  morir  en  tus  inmensos  senos. 

Nuestro  siglo  tiene  su  ideal.  Y  como  tiene  su  ideal, 
tiene  también  su  altísima  poesía.  Cada  género  poético 
nace  en  la  edad  que  verdaderamente  le  cuadra  y  con- 
viene. La  poesía  épica  es  la  poesía  de  la  fe.  Por  tal  ra- 
zón, no  reaparece  en  el  mundo  antiguo,  después  del  si- 
glo quinto  anterior  á  Cristo;  ni  en  el  mundo  moderno, 
después  del  siglo  decimotercio  posterior  á  Cristo.  La  poe- 
sía dramática  es  la  poesía  de  la  acción.  Por  tal  motivo 
florece  en  Grecia  tras  las  primeras  guerras  módicas;  en 
España,  tras  las  primeras  conquistas  americanas;  en 
Inglaterra,  tras  las  primeras  competencias  religiosas;  en 
Francia,  desde  las  revoluciones  de  la  Fronda  hasta  los 
últimos  días  del  reinado  de  Luis  XIV.  Y  la  poesía  lírica, 
personalísima  por  excelencia,  es  la  poesía  de  la  libertad, 


555 

la  poesía  de  nuestro  siglo,  el  cual  en  este  género  puede 
competir  con  todas  las  edades  y  aun  superarlas  y  vencer- 
las. ¡Poco  poético  el  siglo  decimonono!  Sólo  subiendo  á 
los  tiempos  medios,  á  las  luchas  que  se  empeñaban  allá 
en  aquellas  universidades  llamadas  por  antonomasia  es- 
colásticas, entre  nominalistas  y  realistas,  halláranse  sen- 
timientos tan  fervorosos  como  los  que  despertaban  aquí 
los  combates  entre  clásicos  y  románticos.  En  Francia  los 
clásicos  sustentaban  las  antiguas  tradiciones  y  los  ro- 
mánticos la  innovación  revolucionaria;  en  Alemania,  al 
revés,  los  románticos  pugnaban  por  la  reacción  y  los 
clásicos  por  la  libertad;  pero  en  uno  y  otro  pueblo,  el 
empeño  mutuo  y  el  mutuo  contraste  crecían  hasta  tomar 
las  peripecias  de  una  guerra  épica,  en  que  las  ideas  pug- 
naban unas  con  otras,  como  las  legiones  invisibles  de 
genios  y  de  ángeles  en  las  antiguas  teogonias.  Nuestro 
siglo  ha  merecido  llamarse  el  siglo  de  oro  en  la  poesía 
germánica.  Nuestro  siglo  ha  visto  nacer  dos  literaturas 
hermosísimas:  en  el  extremo  Norte  de  Europa  la  mosco- 
vita, que  se  envanece  con  los  nombres  de  Pouckine,  Go- 
gol  y  Lermontoff;  en  el  extremo  Norte  de  América  la 
anglo-sajona,  que  se  envanece  con  los  nombres  de  Poe, 
de  Emerson  y  de  Longfellov.  Nosotros  mismos,  en  aque- 
llas apartadas  tierras,  eternamente  españolas  por  su  his- 
toria, por  su  lengua,  por  su  religión,  hasta  por  su  demo- 
cracia, hemos  oído  á  cantores  como  Bello  que  han  au- 
mentado, si  cabe,  la  belleza  de  la  lengua;  como  Caro, 
que  han  enardecido  el  amor  á  la  libertad;  como  Heredia 
y  como  Plácido,  que  han  derramado  en  nuestra  fantasía 
la  vida  exuberante  de  los  Trópicos.  En  el  Oriente  euro- 
peo, la  resurrección  de  pueblos,  antes  dormidos  y  aca- 
llados en  su  servidumbre,  ha  hecho  surgir  una  poesía 


536 

popular,  tdn  tierna  y  tan  bpUa,  como  esas  ramas  brota- 
das en  añosos  y  cuasi  secos  troncos.  El  Norte  entero  ha 
brillado,,  á  la  manera  de  una  de  esas  noches  del  Polo. que 
relumbran  al  reflejo  de  las  rojas  auroras  boreales  en  el 
cristalino  Océano  de  apretado  hielo.  Una  iglesia  escan- 
dinava, la  catedral  de  Land,  ha  presenciado  un  espec- 
táculo como  aquéllos  que  nos  ofreció  el  Renacimiento 
italiano  desde  el  Petrarca  hasta  el  Tasso:  la  coronación 
del  gran  poeta  nacional  de  Dinamarca  por  las  manos  mis- 
mas de  sus  vencidos  y  eclipsados  rivales.  Y  al  igual  de 
Dinamarca,  su  hermana  de  sangre  y  de  raza,  Suecia,  ha 
visto  nacer  su  poeta  popular  en  este  siglo;  poeta  cuya 
lira  ha  cantado  desde  la  primera  comunión  de  los  niños 
en  las  iglesias  de  la  aldea,  hasta  los  combates  de  los  hé- 
roes escandinavos  en  sus  antiguas  guerras.  Y  si  nos  acer- 
camos al  centro  de  Europa,  veremos  que  la  poesía  na- 
cional húngara  ha  tenido  para  engrandecer  su  historia 
antigua  el  poeta  épico  Yorosmarty,  como  para  alentar- 
se en"  los  combates  de  la  libertad  su  poeta  lírico  Poetefi, 
muerto  en  las  batallas  por  la  patria,  el  año.  cuarenta  y 
ocho,  de  tan  misteriosa  suerte,  que  no  ha  reaparecido  su 
cadáver,  como  si  el  genio  de  nuestro  tiempo  hubiera  que- 
rido llevárselo  en  alma  y  cuerpo  á  la  inmortalidad  y  á 
la  gloria.  Mas  ¿á  qué  cansarnos?  Pese  á  quien  pese,  no 
puede  llamarse  decadente  una  literatura  que  cuenta  en 
Italia  á  Leopardi  y  á  Manzoni,  en  Francia  á  Lamartine 
y  á  Víctor  Hugo,  en  Inglaterra  á  Dickens,  en  Portugal 
á  Herculano,  en  España  nombres  que  no  escribiré  por 
no  herir  la  modestia  de  los  que  los  llevan  con  tanta  hon- 
ra, y  con  tan  perdurable  renombre  los  legarán  á  lo  por- 
venir y  á  la  historia.  El  siglo  decimonono  es  un  siglo 
poético.  Por  nuestras  ruinas  se  oyen  himnos  tan  caden- 


r 


557 

ciosos  como  si  habitara  eternamente  en  ellas  el  tierno 
sentimiento  de  Garcilaso  y  la  enérgica  sublimidad  de 
Calderón;  por  esa  Francia,  de  suyo  recta  y  un  tanto  fría, 
centellea  sublime  ingenio,  que  á  las  hipérboles  de  Gón- 
gora  junta  la  homérica  sencillez  del  Romancero;  celeste 
legión  de  laureados  vates  se  alza  sobre  los  bajos  relieves 
de  Italia;  resuenan  las  orillas  del  Rhin  con  esas  bala- 
das, armoniosas  como  las  ondas  del  río  ó  indecisas  como 
las  gasas  de  sus  nieblas;  en  las  nieves  de  las  regiones 
polares  gorjean  nidos  de  ruiseñores  que  muestran  la  poe- 
sía, como  el  Qppíritu  humano,  habitando  en  todos  los 
pueblos  y  extendiéndose  por  todas  las  latitudes.  Las  on- 
das del  Danubio  cantan  como  las  ondas  del  Rhin;  las 
crestas  del  Rhodope  repiten  los  acentos  dé  la  guerra  y 
los  acentos  de  la  epopeya;  los  soldados  servios  corren  á 
pelear  contra  los  turcos,  después  de  oir  al  rapsoda  man- 
tenido por  la  caridad  pública,  como  en  los  tiempos  an- 
tiguos, el  romance  en  que  se  cantan  los  sacrificios  de  sus 
padres  en  Kossovo,  el  Guadalete  ó  el  Alarcos  de  Orien- 
te; las  inmensas  llanuras  de  Hungría  y  de  Rumania  se 
pueblan  á  los  conjuros  del  arte  con  las  sombras  de  los 
héroes  históricos;  y  mientras  las  selvas  vírgenes  del 
Nuevo  Mundo,  henchidas  de  aromas  embriagadores,  ele- 
van la  poesía  de  la  esperanza,  alimentada  por  la  vida 
exuberante  y  por  los  ardores  del  trabajo,  en  el  vasto  ce- 
menterio donde  nacieron  los  •poetas  y  los  dioses,  en 
aquellas  soledades  de  Grecia,  exhaustas  por  el  exceso 
mismo  de  su  gloria,  en  el  Pindó,  en  el  Hibla,  en  las  Ter- 
mopilas se  canta  el  heroísmo,  como  en  los  tiempos  de 
Leónidas,  y  se  combate  y  se  muere  por  la  libertad  y  por 
la  patria. 
No  acabara  nunca  si  dijera  cuáptas  grandezas  poéti- 


558 

cas,  dignas  de  equipararse  con  sus  grandezas  industria- 
les, encierra  este  siglo  nuestro,  rico  y  vasto  como  el 
mar,  que  contiene  algas  y  esponjas,  corales  y  perlas,  de- 
tritus de  organismos  destruidos  y  gelatinas  donde  se  en- 
cierra el  germen  de  nuevos  organismos.  Así  el  empeño 
de  cuantos  amen  á  la  patria  con  amor  desinteresado  y 
puro,  debe  ser  bañarla  en  las  aguas  fortificantes  del  es- 
píritu moderno,  que  robustecen  y  purifican,  dando  li- 
bertad al  pensamiento,  salud  y  energía  al  cuerpo.  ¡Oh! 
para  crecer  las  naciones  necesitan  servir  á  las  ideas.  ¿Y 
qué  idea  superior  á  las  fundamentales  y  características 
de  éste  nuestro  tiempo?  Acerquemos  á  ellas  nuestra  gran 
nación.  España  no  puede  dolerse  de  la  parte  que,  en  la 
distribución  de  sus  dones,  hanle  de  consuno  reservado  la 
Providencia  y  la  Naturaleza.  La  estrella  de  la  tarde,  la 
esposa  del  sol,  guarecida  por  sus  cordilleras,  besada  de 
dos  mares  que  la  ciñen  á  porfía  con  sus  ondas  y  con  sus 
espumas,  abierta  por  sus  amigas  playas  y  sus  seguros 
puertos  á  todas  las  naveá  del  mundo;  tan  verde,  tan  hú- 
meda, tan  blanda,  como  Escocia  en  sus  provincias  del 
Norte,  y  tan  ardiente,  tan  bella,  tan  luminosa,  como  Ita- 
lia en  sus  provincias  del  Mediodía;  idilio  helvético  su 
Noroeste,  donde  las  altas  montañas  compiten  con  las  se- 
renas rías,  juntándose  los  picachos  y  los  valles,  los  ni- 
dos de  los  ruiseñores  y  los  nidos  de  las  águilas;  epopeya 
semítica  el  Sudeste,  con  sus  arenales  que  el  simoun  abra- 
sa y  sus  oasis  que  el  azahar  perfuma;  paleta  de  mil  co- 
lores sus  costas  mediterráneas,  de  arenas  rojas  y  auras 
esmaltadas  por  aguas  celestes,  de  llanuras  ceñidas  por 
montañas  que  tiran  á  color  de  záfiro  y  por  asiáticos  pal- 
merales bordadas  y  griegas  adelfas;  fecundo  el  suelo,  co- 
mo pocos,  en  toda  especie  de  frutos,  y  rico  el  subsuelo, 


359 

como  ninguno,  en  toda  especie  de  minerales;  cercana  al 
África,  cuyos  vieijtos^  si  encienden  sobremanera  sus  ve- 
ranos,  también  dulcifican  sus  inviernos;  unida  á  Améri- 
ca por  esa  cadena  de  islas,  que  empieza  en  Gades  y  con- 
cluye en  Cuba,  pasando  por  aquellas  felices  que  debieron 
guardar  la  Atlántida  de  Platón;  nuestra  tierra  reúne  en 
Europa  todos  los  productos  y  todos  los  climas  europeos, 
como  en  el  cuerpo  reúne  el  cerebro  todas  las  raíces  de  la 
vida^  y  por  tanto,  eterna  su  grandeza,  recobrará  el  an- 
tiguo influjo,  eclipsado,  pero  no  anochecido,  y  vendrá  á 
traer  en  la  futura  historia  la  reconciliación  á  todas  las 
razas,  y  vendrá  á  ser  en  los  futuros  tiempos  la  mediado- 
ra universal  entre  todos  los  continentes. 

No  conozco  escuela  de  virtud  como  el  hogar;  ni  co- 
nozco hogar  como  el  hogar  español,  que  parezca  al  igual 
nido  y  templo;  ni  familia  como  la  familia  española,  que 
acierte  en  tanto  grado  á  unir  el  amor  más  efusivo  con  el 
respeto  más  supersticioso.  Bien  es  verdad  que  lo  han  for- 
mado y  lo  han  bendecido  nuestras  mujeres,  no  tan  de  ad- 
mirar y  de  querer  por  su  hermosura  incomparable,  como 
por  sus  virtudes  y  calidades  de  aman  tí  simas  esposas  y 
próvidas  y  santas  madres.  Así  el  ideal  podrá  desapare— 
cer  de  todas  las  conciencias,  pero  siempre  quedará  en  la 
conciencia  española;  el  arte  podrá  enmudecer  en  todos 
los  horizontes,  pero  siempre  cantará  en  nuestros  caldea- 
dos horizontes;  la  vida  dramática  podrá  destruirse  bajólos 
cilindros  de  la  industria  en  toda  Europa  y  no  se  destruí- 
rá  en  la  tienda  nativa  del  drama;  la  fe  dejará  de  latir  en 
todos  los  pechos,  cuando  todavía  engendre  aquí  legio- 
nes de  héroes  y  de  mártires  poseídos  de  la  sed  del  sacri- 
ficio y  enamorados  rendidamente  de  la  muerte.  Así  ha- 
brá siempre  un  arte  español  de  inextinguible  gloria,  en 


560 
armonía  con  nuestro  íntimo  natural  y  nuestro  carácter 
histórico.  No  me  habléis  de  esas  sabias  combinaciones 
músicas,  con  que  el  talento  matemático  de  los  artistas 
del  Norte  concuerda  tantos  tonos  discordes  y  combina 
tan  bien  instrumentos  diversos  en  sus  maravillosas  sin- 
fonías; hijo  de  mi  patria  y  de  mi  raza,  con  los  oídos  or- 
ganizados como  el  heleno  antiguo  y  el  moderno  semita, 
solamente  alcanzo  á  comprender  la  melodía,  monótona 
y  uniforme  si  queréis,  semejante  al  sonido  del  aire  en 
los  desiertos,  al  eco  de  las  ondas  en  las  playas,  á  los  tre- 
nos del  profeta  en  Jerusalén  y  á  los  acentos  de  la  guzla 
en  la  tienda;  sí,  la  melodía  llamada  malagueña,  polo, 
playera,  saeta,  que  canta  las  tristezas  y  los  deliquios  de 
un  amor  inefable,  el  cual  cree  corta  la  vida  para  su  du- 
ración, estrecho  el  universo  á  su  grandeza,  y  desea  en 
el  dolor  engendrado  por  el  combate  entre  el  sentimien- 
to y  su  expresión,  explayarse  allá  en  los  espacios  nece- 
sarios á  su  intensidad  inmortal,  allende  la  tumba,  en  lo 
infinito  y  en  lo  eternol  Y  no  me  digáis  que  se  sabe  bai- 
lar casta  y  noblemente  allí  donde  no  baila  el  pueblo  al 
son  de  esa  jota,  que  enardece  la  sangre  y  da  el  vértigo 
de  los  rápidos  y  contenidos  movimientos;  al  son  de  esa 
muñeira  y  de  ese  zortzico,  que  recoge  los  ecos  de  la  zam- 
pona en  las  majadas  y  en  los  oteros  como  ninguna  otra 
égloga;  al  son  de  esa  guitarra,  acompañada  por  las  pal- 
mas y  las  castañuelas,  que  despierta  á  la  andaluza  de  su 
natural  soñarrera,  y  la  lanza  sobre  la  mesa,  en  que  cam- 
pean las  cañas  rebosantes  de  manzanilla  y  Jerez,  á  bai- 
lar, echada  hacia  atrás  la  cabeza,  alzados  los  brazos  al 
cielo,  extáticos  los  negros  ojos  que  abrasan,  ligeros  los 
breves  pies  como  el  aire,  á  bailar  uno  de  esos  jaleos,  á 
cuyas  cadencias  y  estremecimientos  suspenden  allá  arri- 


56i 

ba,  de  celos  y  de  envidia  aquejadas,  sus  parabólicas  y 
eternas  danzas  las  estrellas. 

Y  lo  que  digo  del  baile  y  dé  la  música,  digo  también 
de  nuestras  artes  plásticas.  Enseñadme  espacio  del  pla- 
neta donde  se  combinen  el  bizantino  con  el  sirio  como 
aquí  en  España;  y  entre  las  ruinas  romanas  se  vean  los 
ajimeces  asiáticos;  y  al  través  de  la  ojiva  que  recuerda 
las  cruzadas  el  arco  de  herradura  que  recuerda  á  los  Ca- 
lifas; y  junto  á  las  torres  bermejas  y  sus  estancias  de  es- 
talactitas empapadas  en  mil  colores  se  alcen  las  agujas 
góticas  exhalando  religiosas  plegarias;  y  el  Oriente  uni- 
do con  el  Occidente  produzca  nada  tan  original  como 
los  edificios  mudejares;  y  la  ornamentación  sobrepuesta 
á  las  líneas  cuasi  helénicas  de  aquél  haya  dado  cosa  que 
se  parezca  ni  de  lejos  á  nuestro  plateresco;  y  desde  las 
iglesias  románicas  de  Asturias,  donde  los  cinceles  rudos 
apenas  debastan  las  piedras  groseras  á  los  patios  árabes 
de  Sevilla,  donde  al  través  del  alicatado  y  de  la  alhara- 
ca se  ve  y  se  oye  el  surtidor  cayendo  en  la  alberca  de 
mármol,  recorra  la  imaginación  una  arquitectura,  más 
varia  y  más  hermosa  en  sus  opuestas  manifestaciones, 
que  esta  arquitectura  española,  verdadero  ornato  de 
nuestro  territorio,  esculpido  y  cincelado  por  todas  las 
artes  á  porfía  como  uno  de  aquellos  áureos  escudos, 
obras  predilectas  del  deslumbrador  Renacimiento.  Y  he- 
mos poblado  la  majestad  de  tales  edificios  con  las  esta- 
tuas de  Montañés,  de  Gano,  de  Zarcillo;  y  hemos  cin- 
celado sus  paredes  con  las  guirnaldas  que  tejían  sobre 
las  piedras  los  buriles  de  Berruguete  y  de  Borgoña. 

Mas  en  el  género  en  que  ostentamos  originalidad  tal 
que  nadie  puede  disputárnosla  con  derecho,  es  en  la  pin- 
tura. Nuestro  natural  independiente  nos  ha  preservado 

36 


562 
de  las  imitaciones  artificiosas,  j  naestro  sentido  de  la 
realidad  nos  ha  impedido  caer  en  lo  convencional  y  ama- 
nerado. Nosotros  competimos  en  belleza  con  Florencia  y 
Roma,  en  verdad  con  Holanda  v  Alemania,  en  color  con 
Venecia  y  Flandes,  en  idealismo  con  Asís  y  Pisa,  aven- 
tajando quizá  á  todos  por  la  nativa  y  diversa  genialidad 
de  nuestros  pintores,  tan  rebeldes  á  las  tiranías  de  la  es- 
cuela, como  nuestros  mismos  inmortales  dramáticos. 
¿Sabéis  de  alguna  decadencia  duradera  en  ese  divino  arte 
español?  Guando  el  saco  de  Roma  dispersó  á  los  discí- 
pulos de  Rafael  y  la  muerte  de  la  república  florentina 
hirió  en  el  corazón  á  Buonarrotí,  en  aquel  comienzo  de 
la  noche  la  hermosura  perfecta  renació,  no  por  los  pa- 
lacios de  Mantua,  donde  Julio  Romano,  desposeído  do 
su  numen  tutelar,  tocaba  en  lo  hiperbólico  y  en  lo  ex- 
travagante, sino  por  las  iglesias  de  Valencia,  donde  sur- 
gían de  la  paleta  de  Juan  de  Juanes  aquellos  Salvadores 
descendidos  del  Tabor  á  sus  tablas,  despidiendo  luz  es- 
piritual como  la  que  pudieran  soñar  los  místicos  en  sus 
deliquios,  y  encerrados  en  líneas  como  las  que  pudieran 
trazar  los  escultores  clásicos  en  los  bajos  relieves  anti- 
guos. Guando  la  imitación  servil,  los  procedimientos  ar- 
bitrarios, la  mezcla  de  escuelas  opuestas,  la  falta  de  fe 
en  el  helenismo  y  en  el  cristianismo,  en  la  religión  de 
la  hermosura  y  en  la  religión  de  la  verdad,  creó  la  sin- 
crética escuela  de  Bolonia,  herida  por  irremediable  de- 
cadencia, como  todos  los  géneros  híbridos,  salieron  de 
nuestros  talleres  en  tropel  aquellos  apuestos  caballeros 
y  lujosas  damas  de  Sánchez  Goello,  en  cuyas  frentes  res- 
plandecían las  señales  de  la  gloria  nacional  y  en  cuyos 
labios  sonaban  los  versos  de  Lope  y  de  Herrera;  aquellos 
jinetes  y  sus  caballos  dando  al  vientecillo  arrebolado 


563 

del  Guadarrama  crines,  plumas  y  bandas  con  tal  arte, 
que  las  sentís  crujir  en  vuestro  oído;  aquellos  cíclopes 
presos  en  sus  cavernas,  cuyos  desnudos  han  robado  á  la 
naturaleza  los  secretos  de  la  encarnación  y  del  organis- 
mo; aquellos  bufones,  tan  grotescos  y  ridículos,  como 
ca]>alleros  y  gentiles  hombres  los  vencedores  de  Breda, 
capaces  de  recoger  los  trofeos  de  la  victoria  sin  humillar 
la  dignidad  de  los  vencidos;  todas  aquellas  figuras,  re- 
producciones milagrosas  de  la  realidad  misma  sobrepu- 
jada por  el  arte,  respirando  en  atmósfera  tan  verdadera 
y  luminosa  que  os  entraríais  por  los  cuadros  á  recoger 
en  vuestra  retina  los  cambiantes  de  la  luz  y  en  vuestros 
pulmones  los  soplos  del  aire;  y  sobre  este  universo  de 
tantas  formas  y  de  tantos  matices,  como  el  cielo  estre- 
llado sobre  la  tierra  vivida,  en  nubes  enrojecidas  por  las 
reverberaciones  del  sol  sobre  las  aguas  del  Guadalqui- 
vir, entre  coros  de  arcángeles  y  serafines  que  llueven 
rosas  y  agitan  palmas,  calzada  por  la  luna,  vestida  del 
inmaculado  candor  y  envuelta  en  el  cerúleo  manto,  á 
los  pies  la  culebra  del  mal  herida  y  en  las  sienes  los  res- 
plandores de  la  luz  increada,  extáticos  los  ojos  como  em- 
bebidos en  la  gloria  y  alzado  el  pecho  como  para  reco- 
ger y  respirar  la  palabra  creadora,  va  la  virgen  de  Mu- 
rillo,  como  divino  arquetipo,  en  cuyo  casto  seno  renace 
la  hermosura  sin  sombras  del  paraíso  y  recobra  la  mí- 
sera humanidad  ya  sin  pecado  su  primitiva  é  inmacula- 
da inocencia.  La  ecuación  establecida  en  nuestra  pin- 
tura entre  la  naturalidad  y  la  idealidad  resulta  de  tal 
suerte  íntima,  que  parece  toda  una  estética  en  acción, 
superior,  bajo  mil  aspectos,  á  un  género  especialísimo  y 
concreto  del  arte.  Y  á  la  superioridad  de  esa  estética 
atribuyo  que  ni  la  decadencia  de  la  escuela  bolonesa  y 


56i 
napolitana  imperantes  en  todo  el  siglo  decimoséptimo, 
ni  la  decadencia  universal  del  siglo  último,  hayan  po- 
dido contagiar  á  la  escuela  española.  Así,  mientras  los 
pintores  más  eminentes,  corrompidos  y  contagiados  de 
pésimo  gusto,  á  una  se  malogran  por  su  falso  colorido  y 
su  servidumbre  convencional,  aragonés  egregio,  dotado 
de  la  gracia  y  de  la  naturalidad  celtibéricas,  al  par  que 
de  creadora  fantasía,  esboza  en  imperecederas  aguas 
fuertes  las  ideas  de  su  tiempo,  indecisas  como  las  som- 
bras de  su  lápiz,  y  traza  las  figuras  que  pasan  por  su 
retina,  abriendo  á  aquel  pueblo,  que  á  primera  vista  de- 
caído emprendió  la  guerra  de  la  independencia,  los  cie- 
los del  arte  y  los  inflemos  á  la  proterva  corte  que  nos 
manchó  con  sus  liviandades  y  nos  vendió  como  un  hato 
de  ganado,  por  la  codicia  vil  de  un  favorito,  á  la  devas- 
tadora ambición  de  un  extranjero.  No,  no  decae  la  pin- 
tura española,  como  no  decae  el  ingenio  nacional,  que 
puede  hincharse  unas  veces,  perderse  en  retruécanos 
otras,  pero  jamás  extinguirse  por  completo. 

Bien  es  verdad  que  nuestra  poesía  se  parece  á  nuestra 
pintura  en  su  originalidad,  en  su  independencia,  en  su 
menosprecio  de  las  reglas  convencionales,  en  su  carác- 
ter romántico.  Así  tiene  tres  obras  colosales:  el  Roman- 
cero, el  primer  poema  épico  de  los  tiempos  modernos; 
el  Oiüjote,  la  primer  novela,  y  los  dramas  incompara- 
bles, que  constituyen  el  primero  sin  duda  alguna  entre 
los  teatros  del  mundo.  Y  no  tenemos  solamente  aptitu- 
des artísticas  y  poéticas:  tenemos  también,  diga  lo  que 
quiera  una  crítica  superficial,  grandes  aptitudes  cientí- 
ficas, reveladas  al  mundo  desde  los  comienzos  mismos 
de  nuestra  inmortal  historia.  Principiaba  el  imperio  ro- 
mano, y  la  ciencia  española  constituía  la  moral  práctica, 


565 

cuyos  preceptos  se  confunden  casi  con  los  preceptos 
evangélicos,  por  ser  los  días  del  espíritu  á  semejanza  de 
esos  días  boreales,  que  ven  los  crepúsculos  vespertinos 
y  matutinos  mezclarse  en  los  mismos  resplandores.  Su- 
cumbía la  civilización  latina,  y  eníre  las  irrupciones  al- 
zábanse dos  monumentos  imperecederos,  los  dos  nues- 
tros, á  saber:  un  código  sintético,  el  Fuero  Juzgo,  y  un 
libro  enciclopédico,  las  etimologías  de  San  Isidoro;  por 
todo  lo  cual  nos  pertenece  en  dominio  directo  y  absoluto 
la  ciencia  entera  de  aquellos  perturbados  tiempos.  Y  más 
tarde,  entre  las  guerras  del  feudalismo,  bajo  los  terrores 
milenarios,  cubierto  el  mar  de  piratas  y  de  bandidos  la 
(ierra,  apagadas  las  pavesas  de  las  ideas  por  la  pesadum- 
bre de  las  ruinas,  la  ciencia  anocheciera  sin  las  ciudades 
españolas,  que  levantaban  sus  academias  entre  las  tinie- 
blas y  recogían  la  antorcha  apagada  en  las  manos  de 
Atenas,  de  Alejandría  y  de  Roma.  Nuestros  andaluces 
enseñaron  á  la  entonces  bárbai^a  Europa  la  mecánica  y 
la  hidráulica;  dieron  al  cálculo  así  la  adelantada  nume- 
ración índica,  que  sustituyó  á  la  pobre  numeración  la- 
tina, como  el  álgebra  que  amplió  la  matemática;  troca- 
ron el  sayal  de  penitencia  pegado  á  las  maceradas  car- 
nes monásticas  por  el  limpio  y  fresco  algodón;  extendie- 
ron en  el  siglo  noveno,  en  aquella  obscuridad,  la  topo- 
grafía y  la  estadística;  conocieron  en  el  cielo  ya  las 
-manchas  del  sol,  tan  instructivas  para  los  estudios  as- 
tronómicos, y  en  la  tierra  las  clasificaciones  mineraló- 
gicas y  zoológicas  y  botánicas,  tan  necesarias  á  los 
progresos  del  saber;  sacaron  de  las  retortas,  no  la  pie- 
dra filosofal  en  vano  buscada,  algo  más  precioso,  las 
aplicaciones  de  la  química  á  la  medicina;  manejaron  el 
bisturí  con  tal  arte,  que  bien  puede  llamárseles  sin  exa- 


566 

geración  los  fundadores  de  la  cirugía;  pusieron  los  glo- 
bos terrestres  y  las  esferas  armilares  y  los  astrolabios  y 
las  clepsidras  en  las  escuelas,  y  completaron  los  relojes 
añadiéndoles  el  péndulo,  cujas  oscilaciones  habían  de 
notar  más  tarde  las  sinfonías  ^e  los  mundos  y  las  afini- 
dades y  los  amores  de  la  atracción;  construyeron  los  pri- 
meros observatorios  astronómicos  en  torres  tan  gallar- 
das como  la  Giralda  bética,  y  revelaron  la  refracción  de 
la  luz  en  nuestra  atmósfera  por  medio  de  observaciones 
profundísimas;  trajeron  las  bases  de  la  óptica  moderna, 
y  siglos  antes  de  las  experiencias  de  Torricelli,  adivioa- 
ron  la  gravedad  del  aire  y  las  diversas  densidades  de 
sus  alturas;  impulsaron  no  solapiente  la  ciencia  de  las 
estrellas,  sino  también  la  ciencia  de  las  ideas,  esparcien- 
do en  Pro  venza,  en  Toscana,  en  Sicilia,  en  los  templos 
del  pensamiento,  aquella  filosofía  por  cuyos  cánones  vi- 
vió y  se  amaestró  la  Edad  Media.  Las  gentes  de  los  más 
remotos  climas  vinieron  á  nuestras  universidades;  los 
astrónomos  de  las  más  varias  naciones  calcularon  por 
las  tablas  alfonsinas  y  admitieron  el  meridiano  de  Tole- 
do; una  prosa  sabia,  en  la  cual  se  escribieron  obras  mag- 
nas como  las  Partidas,  fijóse  antes  que  se  fijaran  la  prosa 
italiana,  francesa  y  británica;  las  ideas  todas  del  siglo 
decimocuarto  refluyeron  á  la  mente  de  Lulio,  cima  á 
la  sazón  del  mundo  intelectual,  cima  que  da  vértigos; 
antes  de  Bacon  llamaba  Vives  el  entendimiento  á  la  ex- 
periencia contra  las  abstracciones  y  arbitrariedades  es- 
colásticas; al  par  de  Descartes  buscaba  Pereira  las  bases 
inconmovibles  de  la  certidumbre  psicológica;  precediendo 
á  Harvey,  descubría  Servet  la  circulación  de  la  sangre, 
casi  al  mismo  tiempo  que  nuestros  navegantes  comple- 
taban la  vida  planetaria  con  sus  invenciones  de  continen- 


:>67 
tes  T  archipiélagos,  las  cuales  evocaban  nuevos  edenes, 
nuevos  hemisferios,  nuevos  astros,  nuevas  constelacio- 
nes en  los  inmensos  espacios  del  cielo  y  florescencia  uni- 
versal en  los  profundos  senos  de  la  tierra. 

Á  estos  admirables  timbres  aún  reuniremos  otros  ma- 
yores el  día  que  pongamos  todas  nuestras  virtudes  á  ser- 
vicio de  lo  único  que  puede  avivar  hoy  el  ánimo  de  las 
naciones,  á  servicio  del  espíritu  moderno.  Gomo  alternan 
los  vientos  ardentísimos  y  fríos  en  nuestras  estaciones; 
como  resaltan  las  sombras  y  la  luz  en  nuestros  horizon- 
tes, de  igual  suerte  suelen  sucederse  cambios  en  nues- 
tros deslinos  y  tránsitos  de  edades  procelosas  y  tri.stes  ¿\ 
edades  afortunadas  y  serenas.  Más  amigos  del  combate 
que  del  trabajo;  más  confiados  en  los  favores  de  la  for- 
tuna que  en  las  acumulaciones  del  ahorro;  difíciles  á  los 
rigores  de  la  disciplina  social  y  fáciles  á  los  llamamien- 
tos de  las  aventuras  fabulosas  con  tal  que  las  cohonesto 
y  las  justifique  el  valor;  poco  previsores  en  los  negocios 
públicos  y  en  los  particulares;  apasionados  y  entusiastas 
por  extremo;  creyentes,  y  como  tales,  si  inaccesibles  á 
la  duda,  nada  duchos  en  el  examen  prolijo  de  las  ideas  y 
de  las  cosas;  á  cambio  de  esto,  reunimos  aptitudes  cual 
ningún  otro  pueblo:  reunimos  á  la  vehemencia  la  cons- 
tancia; á  la  viveza  del  sentimiento  la  energía  de  la  vo- 
luntad; á  las  más  profundas  convicciones  respecto  de  la 
fundamental  igualdad  humana  los  puntos  de  honor  con- 
génitos  con  nuestra  altivez  y  dignidad  nativas;  á  los  ins- 
tintos democráticos  los  inslintos  caballerescos;  á  la  inde- 
pendencia personal  afecto  devotísimo  por  la  patria;  á  la 
lucidez  de  la  inteligencia,  tan  extensa  como  perspicua, 
el  brillo  de  la  fant-asía,  tan  poderosa  como  fecunda;  á  la 
intuición  soberana  el  carácter  reflexivo;  á  los  arrebatos 


568 
y  á  los  impulsos,  la  resistencia,  el  menosprecio  por  los 
intereses  de  un  día,  la  inclinación  al  sacrificio;  al  ardor 
de  la  sangre  meridional  la  frugalidad  más  austera;  á 
cierta  complexión  de  penitentes  y  á  un  orgullo  que  no 
mide  los  obstáculos,  como  en  el  esplendor  de  nuestra  at- 
mósfera luminosa  apenas  pueden  medirse  las  distancias, 
y  á  un  idealismo  tan  etéreo  que  mantiene  nuestra  apti- 
tud para  todo  hasta  en  medio  de  todas  las  decadencias, 
incontrastables  aspiraciones  á  lo  extraordinario,  aunque 
raye  en  lo  imposible,  y  necesidades  continuas  del  drama 
hasta  en  la  vida  vulgar,  y  del  esfuerzo  aunque  sea  en  la 
guerra;  calidades  las  cuales,  en  medio  de  los  adelantos 
de  su  industria  y  de  su  política  y  de  sus  riquezas,  exigi- 
rá y  necesitará  Europa  algún  día  para  enardecer  en  el 
sentimiento  su  corazón  algo  aterido  y  caldear  su  razón 
sobrado  positivista  en  las  virtudes  que  suscita  la  fe  y  que 
conservan  el  entusiasmo  y  el  amor,  esos  generadores  de 
todas  las  sublimes  y  duraderas  grandezas. 

Así  España  ha  cansado  á  la  historia.  Ni  la  captó  el 
cartaginés  sino  después  de  haber  salvado  su  honor  en 
las  llamas  de  Sagunto;  ni  la  venció  el  romano  sino  des- 
pués de  un  combate  que  durara  centurias,  cuando  dos 
batallas  bastaban  para  descorazonar  á  los  heroicos  galos 
que  subieran  al  Capitolio  y  mesaran  las  barbas  de  los 
senadores  y  un  paseo  para  sojuzgar  á  los  pictos  y  á  los 
britanos.  Nuestros  fuertes  cántabros  preferían  el  suicidio 
en  las  amargas  ondas,  á  testificar  con  su  terrible  presen- 
cia, en  la  vía  sacra,  el  cautiverio  y  la  derrota;  y  nues- 
tros cultos  andaluces  vencían  á  los  vencedores  del  orbe, 
dándoles  sus  primeros  Césares,  sus  primeros  filósofos, 
sus  primeros  dramáticos  y  sus  primeros  épicos .  Sintéti- 
ca como  nuestra  tierra,  nuestra  raza  unió  antes  que  nin- 


569 

guna  otra  los  residuos  de  la  cultura  latina  con  la  sangre 
de  la  gente  goda,  y  la  severa  idealidad  católica  con  los 
sensuales  estros  del  Oriente.  Cada  provincia  escribió  una 
epopeya:  si  Cantabria  detuvo  á  los  romanos,  Asturias  á 
los  árabes,  Galicia  á  los  normandos,  Navarra  á  los  fran- 
cos; y  las  gentes  que  bajaban  del  Pirineo  calzadas  con 
toscas  abarcas,  y  los  mercaderes  que  anudaban  el  co- 
mercio moderno  en  Barcelona,  dilatáronse  con  el  Ebro, 
por  cuyas  frescas  riberas  combatían  y  trabajaban;  di- 
latáronse por  el  Mediterráneo  y  sometieron  mil  regio- 
nes célebres  por  su  vieja  historia,  mientras  las  gentes  de 
Andalucía  y  Extremadura  se  dilataron  por  el  Océano 
y  dieron  á  la  tierra  nuevos  mundos.  El  planeta  entero 
guarda  por  todas  partes  testimonios,  como  del  fuego 
creador,  del  genio  español.   Sin  desconocer  nuestras 
deplorables  empresas  contra  gran  parte  de  los  progre- 
sos modernos;  sin  olvidar  la  guerra  insensata  declarada 
por  nosotros  á  la  más  necesaria  de  todas  las  libertades, 
á  la  libertad  de  conciencia;  maldiciendo  y  abominando, 
con  toda  nuestra  alma,  de  la  inquisición  y  del  absolutis- 
mo, capaces  de  agotar  fuerzas  tan  gigantes  como  las 
fuerzas  de  nuestra  raza,  debemos  decir  que,  á  pesar  de 
tales  errores,  dejamos  en  todas  partes  testimonio  de 
nuestra  nativa  grandeza.  No  podéis  ir  á  la  cuna  del  sol 
sin  hallar  la  estela  de  las  naves  lusitanas,  ni  al  ocaso 
del  sol  sin  encontrar  la  estela  de  las  naves  españolas; 
pues  sin  exageración  puede  decirse  que  la  Península 
ibérica  ha  redondeado  el  planeta  y  ceñídolo,  como  de 
un  zodiaco  indeleble,  con  la  guirnalda  de  sus  hazañas  y 
de  sus  glorias.  Los  árboles  de  la  India  asiática  murmu- 
ran las  estancias  de  Gamoens,  y  las  ondas  del  cabo  de  las 
Tormentas  el  nombre  de  Gama;  los  fuertes  legionarios 


570 

que  acampan  á  las  orillas  del  DaDobio  por  las  llanaras 
de  Romanía,  aquellos  legionarios  de  Trajano,  cuyos  fó- 
rreos pechos  opusieron  como  vivas  murallas  tanta  resis- 
íencia  á  las  irrupciones  bárbaras,  consagran  religioso 
culto  á  su  patria,  Sevilla,  y  suspiran  por  el  Guadalqui- 
vir, el  río  de  sus  padres;  la  hermosa  Grecia  no  puede 
olvidar  que,  en  la  Edad  Media,  supimos  defenderla  con- 
tra sus  enemigos  con  las  huestes  catalanas  y  aragone- 
sas, mientras  en  la  Edad  Moderna  despertarla  al  comba- 
te por  su  independencia  con  la  voz  tonante  de  nuestras 
revoluciones;  la  prestigiosa  Constan íinopla  sabe  que  la 
espada  de  los  guerreros  españoles  flameó  sobre  sus  cú- 
pulas y  detuvo  por  un  siglo  la  media  luna  ante  la  cruz 
de  Constantino,  v  las  misteriosas  Anatolia  v  Armenia 
v>stentan  las  barras  grabadas  en  sus  riscos  por  el  buril 
inmortal  de  la  victoria;  dice  la  isla  que  oyó  el  pensa- 
miento de  Piíágoras  y  el  cántico  de  Teócriío,  cómo  \i- 
vió  feliz  y  libre  bajo  nuestro  techo  cinco  siglos,  y  cuen- 
ta la  sirena  del  Tirreno,  la  helénica  Parthenope,  en  sus 
playas  resonantes,  cómo  le  dimos  la  salud  con  los  tra- 
bajos hercúleos  que  desecaron  sus  pes'ileníes  lagunas,  y 
la  libertad  con  las  batallas  sangrientas  que  destruyeron 
á  los  tiranos  ange vinos;  por  los  muelles  de  Venecia  se 
ven  á  la  luz  del  cielo,  reverberado  por  las  aguas  del 
Adriático,  en  los  brillantísimos  cuadros  donde  cruje  la 
seda  y  brilla  el  tisú,  entre  los  patricios  republicanos,  á 
los  héroes  de  Lepanto,  y  por  las  anchas  y  marmóreas  es- 
caleras del  palacio  de  Andrea  Doria,  en  Genova,  tan  es- 
pañola por  su  carácter  como  por  sus  recuerdos,  al  tra- 
vés de  las  florestas,  las  velas  y  los  gallardetes  de  nues- 
tras escuadras;  Túnez,  Tripoli,  Oran,  Ai^l,  guardan 
memoria  de  nuestro  esfuerzo,  como  Tánger,  Ceuta,  Te- 


571 

tuán,  blasones  de  nuestras  coronas;  el  mundo  america- 
no murmura  que  los  españoles  tuvieron  la  revelación  de 
su  ignorada  existencia  y  exploraron  ríos  como  el  Ama- 
zonas y  el  Missisipí,  y  subieron  á  cordilleras  como  los 
Andes,  y  confiaron  por  vez  primera  el  nombre  de  su 
Criador  á  las  selvas,  cuyos  árboles  parecían  pertenecer 
á  los  primeros  días  de  la  creación,  y  fundaron  esos  co- 
ros de  ciudades  extendidos  desde  la  Carolina  y  la  Virgi- 
nia hasta  Chile  y  el  Perú;  las  aguas  del  Pacífico  publi- 
can que  la  nave  Victoria  surcó  por  vez  primera  sus  se- 
nos; que  el  estrecho  de  Magallanes  en  la  tierra  y  la  cruz 
de  Magallanes  en  el  cielo,  designan  y  califican  eterna- 
mente el  hemisferio  austral;  que  nuestras  manos,  las 
manos  de  los  portugueses  y  los  españoles  unidas  de  India 
á  India,  redondearon  el  planeta,  y  que  nuestros  pilotos 
dieron  por  vez  primera  la  vuelta  al  mundo  y  circunna- 
vegaron los  mares;  hazañas  las  cuales  despiertan  este 
amor  exaltado  á  la  patria^  esta  furia  en  defenderla  contra 
toda  agresión,  de  tal  suerte  sublime  y  heroica,  que  do 
quier  se  combate  por  el  hogar  y  la  familia,  por  los  dioses 
lares  y  la  independencia  nacional,  los  griegos  en  Misol- 
hongui,  los  rusos  en  Moscou,  los  polacos  en  Varsovia, 
los  franceses  en  París,  los  venecianos  entre  las  bombas 
austríacas,  los  búlgaros  bajo  el  turco  alfanje  pronuncian 
como  un  numen  el  nombre  de  España,  y  se  evoca  como 
un  talismán  la  sombra  de  Zaragoza  y  de  Gerona,  para 
alentar  á  los  héroes  en  sus  terribles  combates  y  consolar 
á  los  mártires  en  sus  cruentos  sacrificios. 

Pero  sobre  todas  nuestras  creaciones  se  levanta  la 
creación  por  excelencia  del  ingenio  español,  se  levanta 
nuestra  lengua.  De  varias  y  entrelazadas  raíces;  de  múl- 
tiples y  acordes  sonidos;  de  onomatopeyas  tan  músicas 


572 

que  abren  el  senfir  á  la  adivinación  de  las  palabras  an- 
tes de  saberlas;  dulce  como  la  melodía  más  suave  y  re- 
tumbante como  el  trueno  más  atronador;  enfática  hasta 
el  punto  de  que  sólo  en  ella  puede  hablarse  dignamente 
de  las  cosas  sobrenaturales,  y  familiar  hasta  el  punto  de 
que  ninguna  otra  le  ha  sacado  ventaja  en  lo  gracioso  y 
en  lo  picaresco;  tan  proporcionada  en  la  distribución  de 
las  vocales  y  de  las  consonantes,  que  no  há  menester  ni 
los  ahuecamientos  de  voz  exigidos  por  ciertos  pueblos 
del  Mediodía,  ni  los  redobles  de  pronunciación  exigidos 
á  los  labios  y  á  los  dientes  del  Norte;  libre  en  su  sinta- 
xis, de  tantas  combinaciones,  que  cada  autor  puede  pro- 
curarse un  estilo  propio  y  original  sin  daño  del  conjun- 
to; única  en  su  formación,  pues  sobre  el  fondo  latino  y 
las  ramificaciones  celtas  ó  iberas  ha  puesto  el  germano 
alguna  de  sus  voces,  el  griego  alguno  de  sus  esmaltes  y 
el  hebreo  y  el  árabe  tales  alicatados  y  guirnaldas  que  la 
hacen,  sin  duda  alguna,  la  lengua  más  propia  tanto  para 
lo  natural  como  para  lo  religioso,  la'  lengua  que  más  se 
presta  á  los  varios  tonos  y  matices  de  la  elocuencia  mo- 
derna, la  lengua  que  posee  mayor  copia  de  palabras  con 
que  responder  á  la  copia  de  las  ideas;  verbo  de  un  espí- 
ritu que,  si  ha  resplandecido  en  lo  pasado,  resplandece- 
rá con  luz  más  clara  en  lo  porvenir,  puesto  que  no  sólo 
tendrá  este  territorio  y  éstas  nuestras  gentes,  sino  allen- 
de los  mares  territorios  vastísimos  y  pueblos  libres  é 
independientes,  unidos  con  nosotros  así  por  las  afini- 
dades de  la  sangre  y  de  la  raza,  como  por  las  más  ínti- 
mas y  más  espirituales  del  habla  y  del  pensamiento, 
cuya  virtud  nos  obligaría  ciertamente  á  continuar  en  el 
Viejo  y  en  el  Nuevo  Mundo  una  historia  nueva,  digna 
de  la  antigua  y  gloriosísima  historia.  Señores  académi- 


573 
eos,  creedlo:  no  puede  ejercerse  ministerio  más  patrió- 
tico que  el  ministerio  de  velar  por  la  pureza  de  nuestra 
lengua.  Cuanto  más  vivimos,  señores,  más  nos  penetra- 
mos de  que  la  sociedad  y  la  naturaleza  componen  sus 
armonías  de  sus  contradicciones.  Como  se  necesitan  la 
atracción  y  la  repulsión  en  los  mundos,  el  flujo  y  el  re- 
flujo en  los  mares;  como  se  necesitan  fuerzas  que  produz- 
can lo  general,  las  especies,  y  fuerzas  que  produzcan  lo 
particular,  los  individuos;  como  se  necesitan  y  se  com- 
pletan la  unidad  y  la  variedad  en  el  arte,  necesítanse  y 
complótanse  las  instituciones  indispensables  á  la  conser- 
vación y  las  instituciones  indispensables  al  adelanto  do 
las  sociedades  humanas.  Nosotros,  como  academia,  so- 
mos instituto  de  conservación  y  de  estabilidad.  Dejemos 
á  la  espontaneidad  de  los  individuos  y  á  las  genialidades 
de  la  inspiración  personal  todas  las  innovaciones,  y  re- 
duzcámonos en  cuerpo  á  conservar  incólume  un  habla 
que  puede  admitir  el  progreso  moderno  sin  perder  su 
natural  antiguo.  Hubo  un  tiempo  en  que  estragada  por 
la  servil  imitación  francesa,  parecía  condenada  nuestra 
lengua  á  perder  la  libertad  de  su  sintaxis  y  la  propiedad 
de  su  analogía,  trocándose  de  rica  y  majestuosa,  por 
olvido  y  desuso  de  sus  mejores  voces  y  giros,  en  tosca  y 
pobre.  Mas  nuestros  días  blasonan  con  justicia  de  un  re- 
nacimiento en  el  culto  á  la  lengua  nacional  y  de  una  su- 
jeción voluntaria  al  estudio  de  sus  eternos  modelos.  De- 
mos, pues,  nosotros  todas  nuestras  fuerzas  al  propósito 
de  despertar  y  mantener  estas  buenas  inclinaciones  que, 
sacando  al  habla  de  los  altos  y  bajos  porque  acaba  de  pa- 
sar, la  pongan  allá  en  las  cumbres  de  la  buena  andanza. 
Divididos  por  nuestras  creencias  políticas  y  nuestras 
creencias  científicas;  afiliados  bien  ó  mal  de  nuestro  gra- 


574 

do  en  bandos  irreconciliables  la  mayor  parte  de  nosotros; . 
con  naestros  agravios  y  nuestras  heridas,  cosecha  natu- 
ral de  revoluciones  y  guerras  civiles  sin  cuento,  aún 
abrigamos  afectos,  en  los  cuales  pueden  confluir  todas 
las  vidas,  entenderse  todas  las  inteligencias,  juntarse  to- 
dos los  corazones;  aún  conservamos  algo  que  nos  acerca 
y  nos  identifica,  como  si  tuviéramos  una  sola  alma.  Todo 
cuanto  hemos  querido  y  todo  cuanto  hemos  respetado  en 
el  mundo,  pertenece  á  ésta  nuestra  tierra.  De  su  jugo  es 
la  sangre  que  corre  por  las  venas,  de  su  polvo  la  cal  que 
compone  los  huesos,  de  su  luz  el  celeste  resplandor  que 
llevamos  en  la  frente;  no  podríamos  vivir  nuestra  vida 
lejos  de  sus  hogares,  que  han  recogido  las  lágrimas  de 
nuestras  santas  madres  y  el  suspiro  de  nuestros  primeros 
amores,  y  no  podríamos  dormir  el  sueño  de  la  muerte 
fuera  de  sus  sepulturas,  que  guardando  los  huesos  de 
nuestros  progenitores,  guardan  las  raíces  del  propio  or- 
ganismo; para  pensar  necesitamos  de  su  lengua,  y  para 
cantar  y  para  rezar,  para  explayarnos  en  lo  infinito,  hu- 
yendo de  las  limitaciones  de  esta  vida  contingente,  sus 
poesías  y  sus  plegarias;  alimentamos  nuestros  cuerpos 
con  los  frutos  de  sus  campos  y  nuestras  almas  con  las 
tradiciones  de  su  historia;  por  consiguiente,  prometamos 
y  juremos  que  nunca  nos  parecerá  costoso  ningún  sacri- 
ficio hecho  en  aras  de  su  grandeza,  y  que  nunca  podrá 
separarnos  ningún  suceso  del  común  sentimiento  que  á 
todos  nos  confunde  en  uno  solo  sobre  este  suelo  sagrado: 
del  eterno  amor  á  nuestra  patria. 

He  dicho. 


CONTESTACIÓN 


DEL 


Sr.  d.  francisco  de  paula  canalejas 

AL  PRECEDENTE  DISCURSO  DEL  Sr.  CASTELAR. 


Señores  Académicos: 

El  orador  sin  igual  en  el  siglo  de  los  grandes  orado- 
res, trae  hoy  á  la  Academia  Española  un  precioso  fruto 
de  su  privilegiado  ingenio,  para  representar  las  excelen- 
cias del  siglo  diez  y  nueve,  el  más  rico  y  glorioso  de  la 
historia  moderna. 

Campean  en  las  narraciones  y  descripciones  tan  altas 
prendas,  que  no  es  de  extrañar  el  vivísimo  contento 
que  ha  causado  su  lectura  en  el  ilustrado  auditorio.  No 
podía  tampoco  esperarse  otra  cualidad  más  alta  en  el  se- 
ñor Gastelar,  que  esta  originalidad  de  sus  conceptos,  esta 
majestad  y  abundancia  de  su  frase  y  de  su  estilo,  que  des- 
cubren los  más  peregrinos  secretos  del  habla  castellana 
en  el  vasto  campo  de  sus  excelencias  gramaticales  y  lé- 
xicas, en  la  eufonía  y  el  ritmo  prosódico,  que  enaltecen 
en  la  historia  las  hermosuras  de  la  lengua  española. 

Maestro  en  el  decir  es  el  nuevo  Académico,  y  al  con- 
testarle comparto  el  goce  general,  porque  me  viene  á  la 
memoria  el  dulce  recuerdo  de  una  vida  de  hermanos,  que 
ya  desde  la  adolescencia  me.  permitió  adivinar  sería  glo- 


67fl 

ria  de  la  patria,  pur  su  elocuencia  y  grandiosa  iaoíasia, 
el  que  corona  boy  sus  merecimienlas  lileraríos  con  este 
discurso. 

Pero  deseoso  de  ara  pilarle  con  heelios  varios  da  inte- 
rés lostórico  y  eslélieOj  me  permito  recordar  las  agita- 
ciones y  dolores  de  las  generaciones  que  llenan  la  hU- 
loria  del  siglo,  y  advertir  que  estas  zo;íobras  é  inquietu- 
des de  la  vida  moderna  lian  sido  canladás  por  el  arte  eu 
toda  la  variedad  de  la  poesía,  nacida  en  ol  seno  de  Ins 
generaciones  adormentadas  en  su  vida  azarosa  por  gue- 
rras inacabables  y  por  torturas  revolucionarias.  ¿Cómo 
olvidar  en  este  siglo  que  la  belleza,  la  poesía j  el  arte,  en 
una  palabra í  han  sido  fuerzas  divinas,  que  una  ley  pro- 
videncial derramaba  á  manos  llenas  en  el  alma  de  las 
edades  contemporáneas?  El  cielo  de  la  belleza,  el  res- 
plandor de  la  poesía^  las  creaciones  de  la  fantasía  estó- 
(ica,  lian  sido,  á  manera  de  consuelos,  esperanzas,  ins- 
piraciones y  enlernecimicntos  de  una  existencia,  yo 
próspera,  ya  adversa,  que  se  extiende  en  los  campos  de 
la  lüstoria  iiasta  muy  pasada  la  primera  niitad  del  siglo 
diez  y  nueve.  ¿Qué  período  existe  más  atormentado  por 
guerras  crudísimas  que  éste  que  va  desde  1703  hasta  las 
revoluciones  de  1830,  que  mudaron  una  y  otra  vez  las 
condiciones  de  la  existencia  en  Europa?  ¿Qué  mundos  do 
ilusiones  y  quimeras  sociales  han  exaltado  tcmtü  los  en- 
tusiasmos, como  el  período  revolucionario  de  1830  á 
1848?  Desde  las  epopeyas  napoleónicas,  con  que  se  al»re 
el  siglo,  hasta  la  caída  del  gigante,  no  hubo  en  Europa 
ni  as  que  guerras,  que  pasaron  como  mangas  de  fuego  y 
de  huracanes;  guerras  desde  París  á  Rusia,  desde  Italia 
á  las  regiones  del  Norte,  desde  España  á  Suecia  y  Díníi- 
marca. 


Por  ley  suprema  y  divina,  la  poesía  y  el  arte  crecían 
en  influencia  en  cada  día  revolucionario.  Las  razas  y  los 
pueblos  de  la  Europa  central  pedían  á  la  oda,  al  himno 
y  á  la  leyenda  alusiones  y  fuerzas  para  luchar  en  vida 
tan  agitada.  Nunca  cesó  esta  benéfica  influencia  del  arte 
en  la  primera  mitad  del  siglo,  y  aun  se  perpetuó  en  las 
conspiraciones  y  rebeliones  de  los  pueblos  germánicos  y 
eslavos  en  años  posteriores.  No  hay  lenguas  ni  razas  que 
originen  diferencias  en  esta  devoción  de  lo  bello.  Se  acu- 
de por  los  ingenios  á  las  inspiraciones  del  arte  griego  y 
del  arte  romano;  se  traen  las  tradiciones  indias  que  la 
erudición  moderna  había  difundido  por  Europa  y  sus  es- 
cuelas; vuelven  las  leyendas  del  Norte  á  enardecer  las 
fantasías  germánicas,  y  bien  pronto  los  dictados  de  clási- 
cos y  románticos  pasan  como  nube  de  verano,  y  son  des- 
deñadas todas  las  reglas  de  los  retóricos,  dándose  majes- 
tad y  libertad,  también  revolucionarias,  á  las  altas  inspi- 
raciones del  genio  europeo. 

No  hay  oposición  por  parte  de  los  vates  privilegiados 
á  esta  universalidad  del  arte  y  de  la  poesía.  Ni  Schelley, 
el  gran  poeta,  que  escribió  lúgubremente  bajo  el  peso  de 
la  revolución  francesa  de  1793,  dejó  en  días  más  tran- 
quilos de  embelesar  con  seductoras  muestras  de  su  inge- 
nio, con  imitaciones  felicísimas  de  lo  antiguo  y  con  la 
gracia  y  donoso  estilo  de  sus  endechas;  ni  el  gran  Byron 
encanta  menos  con  sus  sonetos  que  con  sus  imitaciones 
de  la  poesía  popular  italiana  ó  sus  atrevimientos  y  su 
desenvoltura;  ni  Heine,  al  través  de  su  ingenio  galo-ger- 
mánico, niega  las  excelencias  del  arte  como  inspirador 
universal  de  la  conciencia  humana. 

En  otra  esfera,  Schiller,  poeta  de  prudente  fantasía  y 
de  grave  estudio  en  sus  argumentos,  ó  Goethe,  que  acó- 

37 


578 

gíñ  las  representaciones  de  Mefistófeles,  y  en  los  tiUímos 
momentos  del  Fausto  llegaba  á  la  iniciación  celeste  lle- 
vado por  la  Yirtud  de  Margarita,  tampoco  podían  susci- 
tar negaciones  á  la  inspiración  de  su  tiempo,  libre,  uni* 
versal  y  rica  en  memorias  de  todas  las  edades,  por  laxoí^ 
cariñosos  debidos  al  genio  de  todas  las  razas  y  de  todas 
las  creencias. 

Ningún  artista  verdadero  desconoce  desde  entonces  la 
universalidad  del  aiie:  todos  pagan  tributo  al  gusto  de 
las  edades  estéticas  del  mundo  pasado.  Nadie  acongoja 
serviles  imitaciones  de  la  belleza  natural,  sino  que  siei^ 
te  la  necesidad  de  la  libre  reproducción  de  la  hermosu- 
ra^ y  el  campo,  el  horizonte  del  arte  son  infinitos  en  ^íe 
siglo,  inspirando  siempre  luz  y  vigor  á  las  nacionalid:i- 
des  asediadas  por  la  guerra,  sin  separarse  de  las  glorio- 
sas tradiciones,  rasgos  y  altezas  de  las  etlades  pasadas, 
en  la  India,  Grecia,  Roma  y  las  tumultuosas  horas  de  h\ 
Edad  Media.  Todo  ello  en  su  natural  creación  poética  se 
ha  reproducido  en  el  siglo  de  que  somos  liijos. 

Es  muy  cierto  que  la  actividad  artística  libre ^  que  he 
recordado,  toca  en  la  vida  toda,  y  agita  los  períodos  di- 
versos de  la  historia  del  siglo,  en  su  modo  de  ser  poIÍU* 
00  y  social,  para  mantener  las  condiciones  del  genio, 
que  es  órgano  de  esta  misma  libertad  de  la  belleza  y  dol 
arte;  pero  no  lo  es  menos  que  estas  cualidades  de  la 
vida  histórica  amplían  sin  medida  la  actividad  y  la  in— 
fluencia  del  arte  moderno  con  libertad  absoluta,  y  que 
éste^  desde  la  tradición  primera  de  los  pueblos  arios,  \\n 
reverenciado  lo  antiguo,  uniéndolo  con  vínculo  estreclio 
á  lo  futuro,  como  si  antigi\os  y  modernos  se  dieran  ki 
mano  en  una  mística  adoración  del  puro  sentir  de  estos 
últimos  tiempos,  cuya  filiación  está  en  la  reverencia  ú 


379 

las  inspiraciones  pasadas  y  á  la  espontaneidad  que  brota 
de  la  vida  real;  múltiples  fuentes,  de  que  se  desatan  rau- 
dales de  veneración  y  de  entusiasmo  por  el  ideal  de  la  be- 
lleza. Por  eso  todo  rena^cimiento  no  expresa  en  el  común 
sentir  sino  una  pura  remembranza  de  la  poesía  muerta; 
pero  al  mismo  tiempo  difunde  concepciones  originales, 
dotando  de  desconocidas  hermosuras  la  vida  moderna. 
Todas  estas  fuentes  son  fuentes  y  fuerzas  para  el  arte 
moderno*  Nunca  falta  templo,  nunca  falta  sacerdote 
para  esta  maravillosa  transformación  estética  de  Euro- 
pa, y  el  arte,  creciendo  siempre,  endulza  las  costumbres, 
dando  divino  vínculo  á  las  múltiples  escuelas,  géneros 
poéticos  y  contradictorios  entusiasmos  que  llenan  la  his- 
toria del  siglo. 

Es  el  arte  en  los  días  que  corren  una  evocación  con- 
tinua y  permanente  de  la  poesía  profética  y  de  los  psal- 
mos,  de  los  himnos  homéricos  y  de  la  Iliada,  de  la  Odi- 
sea y  de  Sóphocles,  de  Píndaro  y  de  las  leyendas  célti- 
cas de  Islandia  y  de  la  Gambria,  de  todo  lo  cantado  y  lo 
sentido,  en  una  palabra,  mediante  cuya  evocación  la 
idea  realizada  en  forma  sensible  por  el  arte  abre  sus 
puertas  á  la  intimidad,  que  engendra  el  ideal  en  el  fon- 
do purísimo  de  la  contemplación  de  todos  los  pueblos  y 
de  todas  las  edades.  Crece  sin  medida  este  ideal  durante 
el  siglo,  que  le  señala  una  órbita  de  emociones  que  com- 
binan su  modo  de  ser  y  le  dan  fuerzas  para  nuevas  em- 
presas literarias  y  poéticas,  y  sirven  á  lo  que  podríamos 
llamar  religión  de  la  belleza,  desde  el  himno  celta,  re- 
sucitado por  M.  de  Villemarqué,  hasta  las  últimas  estro- 
fas de  Víctor  Hugo. 

Decía  bien  el  ilustre  orador.  El  arte  del  siglo  no  se 
agota,  no  se  agotará  en  las  ideas  del  siglo. 


Hay  abiertos  manantiales  de  perenno  belleza^  goa 
abrazan  los  impulsos  de  todas  las  fantasías^  que  bascan 
con  brío  la  forma  esplendente  del  genio;  y  cuando  te 
alcauTían  en  intuición  sublime,  la  irradian  con  la  faerra 
del  sol  en  la  educación  humana,  y  la  enlajan  con  estre- 
cho vínculo  á  las  libertades  de  la  educación  r.rfr^*i.>ü. 
Vivos  están  los  ideales  desde  la  epopeya  na]  t; 

con  fervor  palpita  el  espíritu  de  Europa,  y  las  razas  es-- 
lavasi  croatas,  búlgaras  y  servias,  y  aun  las  lejanas  de 
las  estepas  rusas,  se  conmueven,  según  nos  refiere  Scevi- 
relY  íO,  al  juzgar  los  ciclos  de  la  poesía  épica  y  de  k  poo- 
sía  popular,  desde  los  días  de  Pedro  el  Grande  ha?^*^  1'^^ 
reinados  ídlimos,  cada  vez  más  dados  á  las  letras. 

El  arte  del  siglo  encuentra  siempre  inspiraciones  don- 
de quiera  que  fija  la  mirada;  y  donde  quiera  qui?  hay  en- 
tusiasmos y  bellezasj  campea  como  una  luz  divina  da 
inextinguible  blancura - 

No  hay  que  dudarlo*  El  arte  vivifica  la  fantasía  de  laii 
razas  y  de  los  pueblos;  resuella  las  leyendas  y  memoria» 
de  todas  las  edades;  viste  con  galas  los  recuerdos  de  la 
poesía  popular;  entona  bélicos  cantares  cuando  la  patria 
peligi'a,  y  siempre  se  agita  y  da  nueva  vida  á  la  fatigada 
conciencia  de  Europa,  Todo,  todo  lo  enlaza  el  arte,  que 
es  universal  \'  recoge  la  representación  sensible  del  ideal 
absoluto,  que,  unido  á  las  ambiciones  del  siglo,  mrvo 
para  vestir  con  sus  espléndidos  adornos  la  leyenda  na- 
cional. 

La  belleza  ensancha  hoy  sus  apariciones;  palpitan  lai^ 
musas  de  todas  las  edades,  formando  anienisimo  coro,  > 
encantan  las  últimas  idealidades  de  la  conciencia  arlis- 
üca  y  las  más  escondidas  esencias  de  la  fantasía  estética . 


584 

El  arte  no  falta  en  estas  evoluciones  de  la  idea  desde  los 
primeros  tiempos  de  la  literatura  moderna,  ¿Por  qué  es 
universal  también  esta  inspiración  del  arte  moderno? 
¿Por  qué  se  confunden  los  himnos  homéricos  y  las  pro- 
fecías semíticas,  reproduciendo  la  hermosura  grandiosa 
de  las  artes  orientales?  ¿Por  qué  el  arte  en  mil  sectas  de 
gnósticos  y  neo-platónicos,  en  los  grandes  doctores  del 
platonismo,  encuentra  incesantes  llamamientos  al  ideal 
por  la  intervención  de  una  inspiración  religiosa?  Porque 
el  arte  ha  vestido  en  el  siglo  moderno  todas  las  bellezas 
de  los  siglos  pasados,  y  las  ha  cantado  gracias  al  enar- 
decimiento que  produce  la  consideración  de  las  ideas  ce- 
lestes y  eternas.  ¿No  es  el  arte,  en  su  esencia,  resplan- 
dor divino,  que  mueve  y  dirige  el  arrobamiento  de  San- 
ta Teresa  y  de  San  Juan  de  la  Gruz,  en  los  momentos 
supremos  de  la  inspiración  cristiana  de  nuestra  historia 
española?  ¿Cómo  imaginar  sin  estos  ideales  La  vida  es 
síceñOy  El  condeiíado  por  desconfiado^  Los  nombres  de 
Cristo  ó  Las  Moradas  de  la  mística  doctora? 

Buen  ejemplo  fué  en  otros  tiempos  el  romancero  cas- 
tellano de  esta  hermandad  del  ideal  y  de  la  leyenda  para 
advertir  la  vitalidad  del  arte  popular,  que  después  sirve 
á  los  entretenimientos  de  los  poetas  ó  engalana  las  civi- 
lizaciones posteriores,  demostrando  el  acierto  de  Tom- 
maseo  cuando  decía:  «Nazione  che  non  há  poesía  stori- 
ca,  ne  poetiche  tradicioni  viventi,  nella  moltitudine  ó 
nazione  morta,>  cuya  frase  nunca  podrá  aplicarse  á  Es- 
paña. 

Y  si  de  estas  esferas  de  la  poesía  popular  antigua  pa- 
samos á  más  altas  esferas  contemporáneas,  veremos  al 
arte,  más  ó  menos  espontáneo,  con  una  primorosa  con- 
fusión de  todos  los  géneros  antiguos  y  modernos,  erudi- 


los  y  populares,  mantener  tívo  el  ardor  en  la  ía  afasia 
colectiva  de  las  muchedumbres,  y  desde  la  trivial ^  pero 
graciosa  canción j  hasta  el  cuento  candoroso  ó  enamora- 
do, desde  el  dicterio  político  hasta  el  epigrama,  recoger 
siempre  las  impresiones  de  la  musa  popular,  con  igual 
cariño  que  la  altísima  inspiración  del  cantor  del  poema  ó 
do  la  elegía,  del  himno  6  de  la  oda.  Sin  estos  oficios  del 
arte,  que  expresan  las  múltiples  formas  del  ideal  sensible 
en  la  vida  feliz  6  desdichada,  callarían  las  voces  y  se  per- 
derían los  ingenios  en  una  apalía  y  oliscuridad  tristísimas, 
mientras  que  basta  en  cambio  una  sensible  aparicíóü  del 
arte  en  la  fantasía  ó  en  el  sentimiento  de  las  naciones^ 
para  que  se  avive  el  fondo  último  del  espíritu  y  empren- 
da  éste  el  vuelo  en  busca  del  ideal  que  ha  resplandecido. 
Nada  mueve  de  manera  más  humana  y  ardiente  las  esen- 
cias del  alma,  como  la  aparieióu  del  ideal  realizado,  del 
arte  que  transparenta  lo  divino. 

El  arte  vive  en  todas  las  esteras  del  espírilu  del  hom- 
bre; el  arte  agita  el  espíritu  liumano,  porque  excitada 
la  mente  del  poeta,  no  sigue  ya  otro  vuelo  que  el  rauíio 
de  las  apariciones  del  ideal ^  que  ostenta  en  formas  sen- 
sibles la  belleza.  El  arto  penetra  lo  croado  cou  ima  pal- 
pitación misteriosa,  que  tiende  y  atrae  el  ideal  perfecta 
de  esa  misma  belleza;  porque  la  contemplación  de  ella  es 
un  altísimo  perfeccionamiento  para  el  espíritu  humano, 
y  un  perfeccionamiento  del  alma  es  siempre  una  adqui- 
sición gloriosa^  porque  levanta  la  inspiración,  aviva  la 
energía  y  mueve  al  ánimo  á  empresas  más  altas  y  des- 
conocidas. 

_  El  arle  es  el  heraldo  del  ideal»  y  en  alas  del  genio  vueia 
y  busca  y  se  afana  en  pos  de  lo  eterno,  quo  es  su  pre- 
mio. Los  bardos,  los  profetas  y  los  juglares  de  épCK'.as 


583 

vivas  ó  muertas,  sienten  enamoramientos  prodigiosos, 
que  hermosean  la  existencia  y  la  exaltan  en  múltiples 
relaciones  de  géneros  y  de  formas. 

Decía  bien  el  nuevo  Académico:  «El  arte  no  se  agota 
ni  se  agotará  en  el  mundo. >  Es  puro  hijo  del  espíritu  y 
mueve  las  adormecidas  esencias  del  alma,  porque  en 
cada  una  de  esas  esencias  hay  raudales  de  hermosuras 
que  en  todas  las  esferas  de  la  actividad  estética  en- 
cuentran su  forma  y  después  santifican  la  existencia  con 
la  poesía  y  sirven  de  eco  á  la  vida  presente  con  el  arte. 

Es  éste  prodigio  que  no  conocieron  las  edades  pasa- 
das, como  no  conocieron  la  confusión  de  los  géneros  poé- 
ticos y  la  composición  libérrima  para  dar  con  el  secreto 
de  que  el  poeta  abraza  todo  lo  real,  servido  por  la  epo- 
peya y  por  la  belleza  cómica,  ó  por  la  mezcla  de  la  iro- 
nía con  el  aplauso. 

En  vano  la  retórica  y  la  enseñanza  de  modelos  dignos 
de  ser  examinados  con  detenimiento  condenaron  las 
exigencias  del  arte;  en  vano  señaló  la  crítica  los  tipos  y 
los  modelos  á  que  debían  ajustarse  los  poetas;  en  vano 
los  maestros  Batteux,  La  Harpe  y  Boileau  encarecieron 
la  imitación  de  lo  clásico:  la  vida  del  siglo,  tocada  por 
el  arte,  desatendió  todas  aquellas  enseñanzas,  como  rom- 
pió la  división  de  clásicos  y  románticos,  que  entretuvo 
á  la  crítica  desde  1820  á  1848,  sin  dejar  más  que  el  fa- 
moso prólogo  de  Víctor  Hugo  como  recuerdo  de  la  em- 
presa. La  libertad  del  arte  triunfó;  su  universalidad  ex- 
tinguió aquella  servil  imitación  del  arte  griego  y  roma- 
no; aparecieron  las  mil  formas  de  la  Edad  Media  en 
Italia  y  en  Alemania;  se  amalgamaron  en  admirable 
confusión  los  géneros  poéticos,  y  los  vientos  de  la  tem- 
pestad propia  del  siglo  fundieron  ó  rechazaron  todas  las 


581 


cseoelas  t  todos  los  preceptos  de  loi  üíaiíi^  &¿éiar«4^  ij' 

.  .  . :  soto  en  las  razas  latinas  r  ^esmámcm  da  que 
Ikab^  d  $r,  CaMaíar  dcmde  se  agnifiea  la  nivfnaikiad 
del  arte  en  la  literalura  modenia.  JÜlá  em  la  Eioiidina- 
Tia^  Isaías  Tegner,  nacido  en  los  práaeiw  aft»  del  si- 
glo y  que  se  educó  entre  el  griego  t  el  M:Ua,  señalaba 
áDíos,  á  la  natnralexa  jal  hombre CGB>o|Cf«diesf^'' 
tes  de  belleza,  ep-^^*-  '-'^^'o  la  epopeym  sapofebAiea. 
fare  todo  en  la  i  héroe  ád  ^glo,  ecG  ae^: 

dignos  de  Shakeqteare^  á  la  va  qi^  pasaba  isí&^dnta- 
mente  á  las  mitologías  griegas  j  latinass^y  ^^^  la  tí 
del  amoTp  iba  por  los  campos  de  l^UaOa  psn  goardar 
almas  de  los  gaerreros  qjae  morían  oon  giocia^  acc 
dando  así  á  Ic^  tianpos  que  corrían  las  trarfiewiy?^  d.  ^  . 
dicas^  £1  renacimiento  griego  de  la  nritokigia  gne^  se 
unía  ¿  la  pintnra  agreEto  de  aqo^biieosíai»  «mía 
por  las  tempestades  r  tos  volcanes,  t  rerestia  sss  c: 
de  nn  aspecto  tan  original^  qoe  en  ellas  ^  dibajan  cuo 
portentosa  Taríedad^  lo  snblime  t  to  semüüa,  lo  delica- 
do^ lo  espléndido  r  to  misterioio. 

Jamás  hubo  pupolarídad  como  la  de  Tcgiier.  BÉCorreii 
la  Soecia^  entrad  en  los  cirenlos  aristocrafiaos  r  en  las 
homildes  aldeas,  y  memore  encontran¿is  nn  :  ;>' 

Tegnen  im  canto  de  Teginer,  nna  estampa  dd  vie/j  can- 
tor. E?  el  jJóeta  de  la  javentud  r  de  la  eíM  madors:  - 
taniL^n  el  poeta  de  la  vejez.  Nadie  lo  toe  que  no  qu  ^^ 
pasBiado.  Fué  profesor  de  estética  t  fiíé  adorado  por  :  ^ 
oventes.  Acepto  las  ordena  religiosas  t  gxStú  en  la  íl;  ^- 
ma  de  Saecia.  £1  dia  de  la  consagración  fiíá  para  él  un 
santo  delirio.  «Las  manos  del  que  me  consagra^  en  un 
delirio  extremo^  bace  que  descienda  el  empinen  de  Dios. 


58o 

¡Adiós,  vanidad  del  siglo!  ¡Adiós,  lazos  de  la  tierra! 
¡Tengo  ya  en  mis  manos  las  llaves  del  reino  celeste! 
¡Qué  fresco  es  el  viento  del  cielo!  Escuchad:  las  palme- 
ras del  edén  murmuran  los  dulces  preceptos  del  Salva- 
dor, >  exclamaba  el  ilustre  vate  conmoviendo  al  públi- 
co entero  de  la  nación  que  le  aplaudía. 

No  merece  tampoco  olvido  otro  portento  literario,  fe- 
cundísimo poeta  que  cultivó  todos  los  géneros,  viajando 
de  continuo  por  Italia,  Alemania  y  Francia,  y  fué  gloria 
nacional  de  Dinamarca:  Oehlenschlager.  Nació  en  1778, 
y  estudió  desde  sus  primeros  años  á  Shakespeare  y  á  Mo- 
liere, En  sus  correrías  trató  á  los  más  ilustres  literatos. 
Como  buen  patriota  volvió  los  ojos  á  los  misterios  del 
Edda,  aglomerando  en  sus  versos  todas  las  hermosuras 
de  las  sagas  dinamarquesas.  Joven  aún  escribió  el  poe- 
ma Aladdin^  que  popularizó  su  nombre  en  Alemania,  y 
conoció  á  Madamé  Stáel  y  á  Chateaubriand,  en  tanto  que 
con  aplauso  se  representaban  sus  once  tragedias  en  Co- 
penhague. Era  artista  universal  por  la  variedad  de  los 
asuntos,  y  recogió  en  sus  cantos  las  tradiciones  no- 


ruegas. 


En  Parma  escribió  la  tragedia  de  Hagbart  y  Signa. 
V'isitó  después  los  Alpes  y  Suiza,  y  no  hubo  género  de  poe- 
sía en  que  no  obtuviera  gran  aplauso.  Su  fecundidad 
honraría  á  la  fecundidad  castellana.  Imitó  á  Shakespeare 
en  Julieta  y  Romeo;  luchó  con  Goethe  en  la  tragedia  de 
Corregió;  imitó  á  Esquilo  en  el  Prometeo  desencadenado; 
escribió  la  Reina  Margarita^  y  muy  entrado  en  años,  el 
Ilamlety  y  después  el  poema  los  Dioses  del  Norte^  en  que 
campean,  desplegando  sus  gigantes  alas,  lo  fantástico  y 
lo  maravilloso.  Sus  odas  Al  nacimiento  de  Cristo,  Á  la 
muerte  de  Cristo^  Al  nacimiento  de  María  y  el  Evange- 


lio  del  anOf  dan  cumplida  expresión  de  sus  talentos  poé- 
ticos. Eü  las  composiciones  místicas  de  sus  ülLimos  tiem- 
pos daba  gracias  á  Dios  por  haber  creado  su  espíritu 
para  el  arte.  Sus  producciones  confirman  que,  en  efecto, 
Dios  lo  había  creado  para  amar  lo  hermoso.  La  univer- 
salidad de  inspiración  del  gran  poeta  nacional  de  Dina- 
marca, presenta  un  vivo  dechado  de  esta  alianza  y  con- 
fusión de  los  géneros  del  arte  moderno. 

Y  no  es  sólo  en  Dinamarca  v  en  Suecia  donde  luce  la 
poesía  moderna  con  sus  libertades  en  el  campo  de  la  ins- 
piración •  Eu  1822  dio  á  la  estampa  Michiewicz  Grajiím 
y  Los  Dziadí  (ó  sea  los  Abuelos).  La  influencia  alemana 
se  hizo  notar^  y  Michiewicz  poco  después  expiaba  en  la 
cárcel  su  amor  patrio.  Así  se  llega  á  1830  y  á  la  lamosa 
insurrección  de  Polonia,  La  poesía  polaca  se  inspira  en 
Byron,  é  invocando  la  resignación  y  el  misticismo  ye 
eu  lontananza  el  grandioso  porvenir  de  la  nacionalidad 
polaca.  Los  numerosos  poetas  polacos  están  unidos  cuan- 
do se  habla  de  la  patria  esclava;  pero  cuando  se  trata  del 
porvenir,  la  unidad  cesa.  Los  unos  van  al  ultramonta- 
nismo;  los  otros,  como  Slmüacki^  preparan  con  sus  cán- 
ticos la  revolución  democrática  de  1848;  Shkrosintki 
duda  de  lo  presente^  y  se  contenta  con  cantar  lo  pasado; 
pero  confía  en  los  dcsünos  providenciales  de  su  patria 
querida-  Esla  su  patria  es  el  Hombre-nación ^  reservado 
por  Dios  á  designios  misteriosos*  Sólo  hubo  en  el  mundo 
dos  pueblos  predestinados,  los  hebreos  y  los  polacos;  Po* 
lonia  es  un  Crislo^  y  hay  un  Mesías  que  ha  sido  precur- 
sor ^  Napoleón.  Esta  poesía  místico -patriótica  ejerció  una 
gran  inlluencia  por  su  fecundidad,  y  por  la  originalidad 
de  su  inspiración  j  y  por  lo  hermoso  de  su  forma.  Era  tal 
el  entusiasmo  por  la  oda  griega  y  latina,  que  dentro  de 


587 

aquellos  moldes  llevan  á  cabo  la  pintura  de  sus  pasiones 
con  mayor  viveza  y  con  fantasía  más  apasionada  los  es- 
critores revolucionarios. 

La  belleza  se  amplía  en  esta  perpetua  palpitación  de 
Polonia  y  realiza  el  genio  artístico  nuevos  ideales.  ¿Por 
qué  estas  exaltaciones  pasada  la  primera  mitad  del  siglo? 
¿Por  qué  tantos  dolores  como  agravian  á  esas  razas,  y 
por  qué  van  los  cantos  de  las  mismas  razas  unidos  á  la 
antigua  mitología,  á  los  cantos  de  los  bardos  escandina- 
vos, á  las  maravillosas  poesías  polacas,  con  nueva  y  vas- 
ta originalidad?  Todo  se  debe  á  la  actividad  serena  del 
arte,  que  celebra  los  más  mínimos  accidentes,  sin  imita- 
ción de  ninguna  escuela;  á  que  Byron  deja  en  la  historia 
de  la  primera  mitad  del  siglo  una  tendencia  singular  ó 
independiente,  por  la  riqueza  y  variedad  de  su  fantasía 
libre  y  novelesca,  y  á  que  adoraron  en  Europa  su  nom- 
bre, que  tuvo  un  fin  glorioso  en  la  insurrección  de  Gre- 
cia. Pero  no  fueron  los  doctos  ni  los  sabios  los  que  revis- 
tieron de  estos  caracteres  exaltados  el  primer  tercio  del 
siglo.  Fué  el  arte  el  que  abrió  sendas  libres;  fué  el  arte, 
que  en  doctísimas  asambleas,  después  de  la  revolución 
de  1848,  inspiraba  ideales  inenarrables  debidos  aún  á 
la  epopeya  de  Marengo  y  Austerlitz,  y  que  desde  1848 
ensanchaba  sin  medida  los  horizontes  del  ideal  y  creaba 
una  existencia  que  exalta  el  corazón  de  la  Europa  mo- 
derna en  Francfort  y  en  las  demás  naciones  del  mundo 
moderno  en  sus  contiendas  civiles  y  sus  revoluciones  in- 
cesantes. Hubo  un  instante  en  que  Slowachi  representó 
el  carácter  transcendente  del  arte  moderno  con  una  re- 
presentación indisputable  y  suprema.  Por  eso  cerró  su 
famoso  libro  diciendo:  Acción  y  sólo  acción;  pero  la  car- 
nicería de  Galitzia  y  las  matanzas  de  Zavinow  dieron  á 


588 

Slowachi  un  mentís  cmel;  y  cuando  la  revolución  llegó 
á  Posen,  Slowachi  partió  de  Posen,  muriendo  en  1840  en 
París,  donde  había  nacido. 

Polonia  por  la  insurrección  de  1863  adquirió  gran  cele- 
bridad en  Europa;  pero  la  lileratui-a  independiente  guar- 
dó Silencio  y  la  catástrofe  no  mató  ningún  poeta- 
La  Europa  central  daba^  aparte  de  Polonia,  otra  gran 
lección  á  la  Europa  germánica  y  á  la  rusa,  Suí^  poetas  y 
sus  can  toldes  tenían  viril  resonancia^  y  se  hacían  desde 
luego  populares j  al  extremo  de  expresar  la  inspiración 
do  hülgaros  y  servios  en  sus  guerras  contra  el  Austria 
infatuada  por  sus  preeminencias  imperiales. 

Entonces  resonó  en  el  mundo  la  palabra  eslavismo,  y 
Imbo  en  Italia  y  en  Austria  momentos  da  conmoción  y 
de  espanto.  No  era,  sin  embargo^  el  eslavismo  por  en- 
tonces otra  cosa  que  una  mera  protesta  histórica,  que 
no  dio  resultado  hasta  la  revolución  acaudillada  por  el 
ilustre  Bem,  antes  de  la  participación  de  los  rosos  en  la 
campaña  memorable  de  Hungria. 

Pero  el  ideal  artístico  brota  de  cualquier  modo  en 
aquellas  mismas  agitaciones  de  la  Europa  central  i  y  en 
ella  aparece,  después  de  una  vida  errante  (1842),  Ale- 
jandro Poelefl,  el  gran  poeta,  el  genio  que  en  la  revoln- 
ción  húngara  escribió  el  poema  del  Héroe  Juan  y  la  fa- 
mosa canción  ó  himno  popular  Yo  soy  húngaro,  que  ha 
do  recoger  el  porvenir  como  uno  de  los  momentos  más 
preciosos  de  esta  embriaguez  de  libertades  estéticas,  que 
cansa  á  la  par  que  engrandece  el  siglo  xtx» 

Nada  queda  olvidado.  La  misma  Rusia,  tan  agitada 
desde  Pedro  el  Grande  y  Catalina,  tiene  á  Veyaizna, 
poeta  lírico  de  este  período  (1816),  cuyas  odas  patrióticas 
son  verdaderos  modelos  y  cuyas  anacreónticas  le  hieie- 


589 

ron  adquirir  gran  fama.  El  romanticismo  se  defendió 
contra  los  clásicos,  por  Fontowsky,  en  la  elegía  a  ]:\ 
Tumba  de  los  esclavos  victoriosos  y  y  la  lucha  con  los  clá* 
sicos  fué  tenaz  en  Rusia  por  este  tiempo,  según  recuer- 
da la  imitación  del  gran  Pousckine,  que  siguieron  Ler- 
montof,  excelente  novelista,  y  el  ilustre  Gogol,  si  bií-ii 
en  este  último  era  notoria  la  influencia  de  Beranger, 

Sin  embargo,  la  literatura  rusa  reviste  caracteres  c??- 
peciales  desde  Alejandro  II,  que  dio  la  libertad  á  los  nu- 
merosos siervos  del  imperio.  Este  noble  acto  iba  acorapa- 
nado  de  reformas  administrativas  y  jurídicas;  pero  des- 
pués de  la  guerra  de  Crimea,  una  exaltación  inesperart^i 
recorrió  los  nervios  del  país.  Siguen  los  años:  los  nove- 
listas difunden  un  realis^no  pernicioso  que  llevaba  á  Li 
desesperación,  y  aparece  un  nuevo  concepto,  llamado  el 
nihilismo,  que  por  desgracia  arraigó  profundamente  oji 
la  patria  rusa.  El  crecimiento  del  nihilismo  fué  popular 
muy  luego,  y  no  se  ha  borrado  todavía  de  la  memoria 
en  la  generación  contemporánea. 

Separemos  la  vista  de  esta  catástrofe,  en  que  muerr  n 
las  inspiraciones  de  la  educación,  bajo  las  malas  pasioüc^^ 
y  á  impulso  de  vergonzosos  deseos,  que  todo  lo  destruyen 
y  manchan  en  el  orden  social  y  político,  al  par  que  rom- 
pen los  gérmenes  de  toda  idealidad  y  de  toda  hermosura. 
Ni  la  belleza,  ni  la  poesía,  ni  el  arte,  pueden  esperar  me- 
jores tiempos  por  este  descamino.  Es  un  horrible  aban- 
dono de  toda  ilustración  y  de  todo  progreso  legítimo,  y 
no  ofrece  la  historia  nunca  un  cuadro  tan  repugnanio, 

¿Querrá  la  Providencia  que  sea  ésta  ráfaga  de  una 
tormenta  social  que  anuncie  un  mejor  porvenir  á  la  ver- 
gonzosa situación  en  que  se  encuentra  hoy  el  imperio 
del  Tsar? 


590 

Confiemos  en  que  todas  las  negaciones  pasan  y  toiJo 
los  pueblos  que  padecen  de  fiebre  suelen  verse  acometí- 
dos  de  crisis.  La  acíividad  artística  no  corre  desbocada 
y  sin  guía,  aun  en  esia  raisma  horrible  expiación  de  ím 
servidumbres  anteriores.  De  igual  manera  los  cao  lores 
y  los  novelistas  rusos  que  los  vates  de  la  Europa  gerrná- 
nica;  lo  mismo  Pousckine,  viendo  palpitar  las  negacio- 
nes en  las  entrenas  sangrientas  de  la  sociedad  rusa»  que 
ühland,  el  bardo  que  llamaba  su  amada  á  la  libertad  y 
su  GfjbaUero  al  derecho;  con  igual  eficacia  el  autor  nihi- 
lista, eui^a  inspiración  desgreñad^xisca  en  el  no  ser  con- 
suelo ú  las  asperezas  y  desesperaciones  de  la  vida,  »(i^> 
Kernor  ó  Rückertj  campeones  de  la  lucha  y  soldado  ^  ■ . 
la  revolución,  ya  engendrada  en  el  abismo  de  loa  deseos, 
conspiran  á  la  universal  y  grandiosa  libertad  del  arte. 
Porque  es  verdad,  como  decía  mi  nuevo  compañero  y  ca* 
riñoso  amigo;  es  verdad  que  han  crecido  en  nuestros  días 
la  religión  y  la  ciencia,  y  la  naturale^ajy  el  Estado,  y  que 
han  crecido  con  divina  soberbia,  como  aquella  que  estu- 
vo por  muchos  siglos  oprimido  y  al  extenderse  de  repente 
S6  desborda  sin  compasión  y  sin  cuidado,  iluminando  con 
relámpagos  lo  que  debiera  verse  con  luces  natux'alesy  sa- 
cudiendo y  agitando  con  terremotos  lo  que  ha  de  mover* 
se  en  el  porvenir  con  suaves  y  cadenciosos  movimientos. 

Será  tal  voz  desventura  nuestra,  ó  será  nue^^tra  gloría 
haber  vivido  en  momento  tan  preñado  de  sucesos;  pero 
obedece  la  explosión  á  una  ley  histórica,  y  asi  como  el 
niño  al  despertar  en  la  cuna,  solo  y  débil,  coge  los  pies 
entre  las  manos  y  gira  en  rededor  los  asombrados  ojos, 
la  humanidad  que  es  fuerte,  cuando  se  alza  del  sueno, 
hunde  los  brazos  en  el  pasado  y  lo  levanta  y  lo  remueve 
contra  lo  actual,  como  se  levanta  el  cieno  del  fondo  y  se 


591 

confunde  con  el  agua  transparente  de  la  superficie,  siem- 
pre que  quieren  purificarse  los  pantanos. 

No  he  de  ser  yo  quien,  hecha  memoria  de  los  ilustres 
poetas  que  he  citado,  entre  por  los  fértiles  países  en  que 
ha  recogido  tan  abundante  cosecha  de  nombres  y  de  glo- 
rias el  Sr,  Gastelar.  Si  algo  falta  en  el  cuadro,  que  he 
ampliado,  búsquelo  en  aplausos  recientes  la  Academia, 
que  el  temor  de  ofender  modestias  respetables  me  veda 
discurrir  sobre  el  crecimiento  y  los  timbres  de  la  poesía 
y  de  la  elocuencia  españolas,  en  lo  que  va  corrido  del 
siglo  que  atravesamos;^  pero  quiero  hacer  observar  úni- 
camente, y  valga  por  lo  que  valiere,  que  estas  grande- 
zas del  arte  han  de  durar  aún  mucho  en  el  mundo,  por- 
que van  acompañadas  de  un  movimiento  incontrastable 
de  libertad  en  los  dominios  de  la  ciencia  estética,  que 
hoy  pretende  aparecer  ante  el  mundo  como  fin  y  corona 
de  la  ciencia  universal. 

El  proceso  histórico  de  las  religiones  orientales  había 
comenzado  ya  á  considerar  el  arte  como  enlazado  por 
secretos  y  poderosos  vínculos  á  las  ideas  y  revelaciones 
de  lo  divino,  y  no  era  posible  que,  rota  esta  edad  de  la 
historia  y  sustituida  por  los  siglos  griegos  y  romanos,  en 
que  fué  la  belleza  para  el  espíritu  de  los  hombres  como 
un  Cristo  que  mantenía  las  relaciones  adorables  con 
lo  absoluto,  se  perdiera  tan  serena  y  radiante  tradición 
en  el  período  cristiano.  Concepto  indeterminado  sin  du- 
da el  de  esta  preeminencia  del  arte  sobre  los  demás  fines 
humanos,  había  de  encontrar  y  encontró  de  hecho  no 
poca  oposición  en  el  severo  primitivo  espíritu  del  cris- 
tianismo. Sin  embargo,  las  nobilísimas  aspiraciones  de 
la  filosofía  cristiana  en  San  Agustín  y  los  PP.  Alejandri- 
nos, en  Santo  Tomás  y  en  Alberto  el  Magno,  abrieron 


592 


ru- 


las fuentes  déla  inspiración,  t  no 

par,  como  Solger  más  tarde,  que  el  arte  es 

la  religión,  lo  hicieron  servidor  v  auxiliar 

ííigla  trece,  único  de  la  historia  en  «jae  el 

sabido  eiqHresar  de  lodos  modos  y  sin  rmsáw^^&tT^ 

ganas  el  ideal  de  la  Iglesia. 

Dciqpliés  de  Desearles  y  del  P-  Andtés  de  Tr^z^-'- 
Reid  y  de  sa  e^eaela  en  las  islas  brílásieu.  Br - 
mayores  adelante»  la  estética  al  i|g3o  de 
y  Kaní,  y  oomieiiza  á  ser  conadenida  j 
mo  cieucsa  independiente,  y  se  esüm^  que  fnár  & 
la  fil0§ofia  dd  arta  como  prafttncídii  á  la  ffionfia 
nenl^  psmp^  nos  muestra  TiáMMMiite  la 
los  ideales  ea  la  Rafizad&i  de  la  olra 

Eq  esta  raoBOito  comieiiia  ya  la  estefica  á 
acaerdo  om  I»  ofaiíaonas  da  ka  poaias  y  1» 
desde  la  birtonat  T  iBQcliai  ^reoes  tmlKft  a 
T  Bümfrwfirtí  por  |K»^as  il «tras  «no  SAtSSmg  j  isa^ 
Ruto.  Xo  as  del  ea»  la  mjúmiám  ée  }MsmemétScbt' 

alto  iMttoalKi  de  Solger  y  de^lsekr^fae,  ña  t 

tde 


Ilv^ 


593 

gel  y  de  Krause,  se  hacen  bien  pronto  dueñas  de  los 
ánimos,  y  en  algunos  conceptos  capitales  influyen  ó 
concuerdan  los  progresos  de  la  estética  italiana,  desde 
Gioberti  hasta  Tari  y  Cartolano  (^),  cuyas  obras  tocan 
las  fechas  más  recientes  y  cuyos  primeros  estudios,  no 
sin  resabios  platónicos,  enaltecen  la  enseñanza  expuesta 
en  la  segunda  mitad  del  siglo  que  vivimos. 

Pasó  en  gran  parte  la  idea  hegeliana,  arrastrada  por 
vientos  algo  más  realistas  que  los  de  principios  del  siglo: 
vivieron  en  ese  segundo  momento  los  autores  franceses. 
Escribió  Lemcke  su  aplaudido  y  ya  famoso  libro  de  Es- 
tética popular f  que  no  otra  cosa  es  que  una  verdadera 
crítica  del  arte  en  general  y  de  las  artes  particulares, 
y  trajo  un  ilustre  escritor  á  España  con  lo  más  selecto 
de  los  idealismos  extranjeros.  No  os  extrañe,  señores 
Académicos,  que  tenga  siempre  en  memoria  en  estas 
ocasiones  el  nombre  de  D.  Isaac  Núñez  Arenas.  Sobre 
deberle  mucho  la  cultura  patria,  yo  soy  más  deudor  que 
nadie,  y  justo  que  la  fecha  presente,  en  que  estrechamos 
el  abrazo  de  bienvenida  dos  de  sus  más  entusiastas  dis- 
cípulos, haga  salir  á  mis  labios  su  nombre,  como  desbor- 
da en  el  corazón  su  recuerdo. 

La  cita  de  los  nombres  anteriores,  á  que  sólo  se  oponen 
escasos  escritores  de  segundo  orden  acogidos  al  dogma 
criticista,  deja  un  pensamiento  unánime  en  la  historia 
contemporánea.  Lo  bello  es  lo  divino.  La  belleza  es  Dios, 
reflejada  en  el  espíritu,  en  la  naturaleza  y  en  el  arte. 

Esta  afirmación  era  la  que  yo  quería  hacer  valer  ante 
vosotros,  hoy  que  el  pensamiento  llega  á  tener  tan  po- 
derosa influencia  en  las  naciones,  hoy  que  corren  con 
tal  facilidad  los  idealismos  desde  el  cerebro  del  pensador 

{\)    Tarín  y  Ñapóles  en  ^863  y  en  1875. 

38 


'^extraviado  á  las  de  las  muchedumbres  deslumhradas* 
Ved  lo  que  ha  hecho  el  arte  sin  incentivos  esto  ticos  do 
tanta  grandeza  como  los  presentes;  ved  lo  que  ha  sido 
cuando  las  comunicaciones  del  mundo  culto  eran  esca- 
sas, y  sumad  fechas,  sumad  nombres  y  reunid  entusias- 
mos de  los  que' abundan  en  el  discurso  del  nuevo  Aca- 
démico. Aun  así  no  es  dado  concebir  á  nadie  lo  que  po- 
drá alcanzar,  arrancado  de  tan  altos  principios  y  regado 
por  tan  puras  corrientes^  el  arte  de  las  generaciones  que 
nos  sigan  en  la  historia  del  mundo, 

¿Que  será  en  el  porvenir  el  arte,  enriquecido  con  la 
originalidad  rusa,  la  húngara,  la  polaca,  y  los  hechos 
singulares  de  los  poetas  escandinavos?  ¿Cómo  influirá  en 
el  ingenio  y  en  la  educación  de  los  poetas  fui  uros?  ¿Cómo 
recogerá  el  tejido  de  ideales  que  la  vida  irá  tomando 
para  educación  y  perfeccionamiento  de  los  pueblos? 

No  es  fácil  la  profecía;  pero  el  noble  impulso  de  loa 
estéticos  declara  que  está  llamada  la  nueva  ciencia  á  ré* 
coger  y  subyugar  en  un  conocimiento  superior  la  enci- 
clopedia del  siglo  I  y  á  explicar  todos  los  misterios  del 
saber  metafísico  y  todos  los  idealismos  de  la  poesía^  y 
que  en  esta  vasta  esfera  se  moverá  el  arte\  confundien- 
do la  última  y  más  grandiosa  especulación  del  saber  y 
educando  la  vida  en  una  sucesión  inenarrable  de  inspi- 
raciones ideales,  representadas  en  formas  bellísimas, 
que  demuestren  la  fusión  de  todas  las  formas  de  las  ar^ 
tes  en  su  maravilloso  conjunto. 

Para  el  arte  futuro,  y  no  para  nosotros,  queda  reser- 
vado este  prodigio  de  educar  sanamente  la  fantasía  ar- 
tística  en  las  nobles  transformaciones  de  un  ideal  quo 
cada  vex  con  mayor  aliento  exprese  en  todas  las  esferas 
de  la  vida  la  grandeza  del  genio  y  su  santa  inüuencia 


595 

en  esta  elevación  al  infinito,  de  que  tomarán  calor  y  luz 
las  generaciones  futuras. 

Arrancando  de  .este  proceso,  el  arte  no  tendrá  fin  en 
la  historia,  y  será  siempre  una  aspiración  latente  ó  de- 
clarada que,  al  través  de  los  ideales  de  la  vida  estética, 
ascienda  á  lo  divino.  Recogerá,  como  siempre,  las  ins- 
piraciones de  las  edades  pasadas;  inspirará  emociones 
santas;  continuará  siendo  el  faro  vivo  de  la  humanidad 
para  la  contemplación  de  la  belleza  infinita,  que  tiene 
su  centro  en  lo  eterno;  y  enlazando  estas  sublimes  crea- 
ciones, guiará  al  espíritu  humano  y  será  iniciador  de 
las  edades,  abriendo  con  su  libertad  original  y  universal 
los  cielos  de  una  poesía  inspirada  en  la  contemplación 
de  las  grandezas  de  la  realidad  toda, 

Y  esto  es  claro,  señores  Académicos.  No  sólo  es  claro, 
sino  que  es  indiscutible.  Si  es  el  arte  forma  de  lo  ideal, 
es  perdurable  su  cometido,  y  el  imperio  de  la  belleza  y 
de  lo  sublime  le  pertenecerán  en  toda  la  integridad  del 
espíritu  humano  y  en  la  majestad  de  la  historia,  que  se 
refleja  en  esta  peregrinación  que  no  tiene  fin  hasta  to- 
car en  lo  absoluto,  Y  voy  á  concluir.  El  gran  orador 
que  me  ha  precedido  en  el  uso  de  la  palabra  acoge  be- 
névolamente estos  destinos  del  arte,  que  han  de  trans- 
formar aún,  con  la  vida  de  la  historia,  las  purísimas  es- 
feras á  donde  llega  el  amor  de  lo  bello.  Esta  conformidad 
de  juicios  es  para  mí  la  más  segura  y  firme  garantía  de 
que  son  ciertas  y  verdaderas  esas  glorias  de  la  inspiración 
iluminada  del  artista,  que  ennoblecen  con  su  fuego  el 
sagrado  de  la  conciencia  de  la  Humanidad,  en  lo  pasado 
como  en  lo  presente  y  en  lo  presente  como  en  lo  futuro. 

He  dicho. 


DISCURSO 


DEL 


Sr.  D.  MARIANO  CATALINA  '". 


Señoees  Académicos: 


Deuda  de  ^atitud,  nunca  bien  pagada,  contrae  qiiiea 
alcanza  el  honor  de  llamarse  vuestro  conipafiero*  To- 
dos un  día,  con  generoso  alarde,  esforzasteis  la  palabra 
para  demostrar  el  profundo  reconocimiento  del  cora- 
zón: ninguno,  que  yo  sepa,  cumplió  á  satisfacción  pro- 
pia este  gratísimo  deber;  antes  bien  creo  que  cada  cual 
salió  de  aquí  triste  y  pesaroso,  por  no  haber  acertado 
á  expresar  clara  v  yigo rosamente  lo  que  sentía»  Verdad 
es  que  la  gratitud,  como  planta  rara  y  preciosa^  cuando 
arraiga  en  buena  tierra,  no  se  satisface  con  arrojar  in- 
útil hojarasca,  ni  se  cansa  de  producir  regaladas  flores 
y  sazonados  frutos, 

Modestia  natural  y  verdadera,  siempre  ignorada  do 
quien  la  atesora^  os  acompañó  á  este  recinto,  y  con  ser 
ella  tan  grande,  no  bastó  á  ocultar  vuestros  méritos. 
QuiéE  vino  aquí  cargado  de  laureles,  biiosamente  ga- 

(1 )  Leído  ea  June D  piíbllcu  cekbmda  por  la  Heal  Academia  Española.  ü\ 
dja  EO  de  febrero  de  IS8t,  para  darle  posesión  de  plaza  de  Académico  de 
oúm(^ro. 


597 

nados  en  el  campo  donde  se  representan  los  actos  huma- 
nos y  se  da  vida  y  voz  á  los  grandes  personajes  que  ya 
no  existen,  y  se  contraponen  y  revuelven  las  pasiones 
del  alma,  y  se  lucha  frente  á  frente  y  brazo  á  brazo  con 
todos  y  cada  uno  de  los  espectadores;  quién  trajo  el 
abundantísimo  y  fecundo  caudal  recogido  con  penas  y 
vigilias  en  las  recónditas  fuentes  de  la  palabra,  aumen- 
tado con  el  estudio  de  idiomas  casi  desconocidos  y  pro- 
pio, más  que  otro  ninguno,  para  limpiar,  fijar  y  dar  es- 
plendor á  la  lengua  patria:  unos,  pulsando  la  lira  de 
Píndaro  y  Tirteo,  arrebatasteis  en  entusiasmo  á  los  en- 
cantados oyentes;  otros,  con  la  elocuencia  de  Demós- 
tenes  y  Cicerón,  penetrasteis,  en  el  revuelto  palenque 
de  la  política,  conquistando  allí  alto  renombre  con  las 
armas  poderosas  del  bien  decir:  cuál,  amoroso  cultiva- 
dor del  derecho,  trajo  los  timbres  que  conquistó  en  el 
foro;  cuál,  investigador  sutil  de  la  esencia  de  las  cosas, 
alcanzó  en  los  estados  sin  límites  de  la  filosofía,  corona 
merecida:  todos  vinisteis  aquí  con  méritos  propios  y 
verdaderos;  tan  propios  coiiio  vuestra  modestia  al  des- 
conocerlos, tan  verdaderos  como  los  servicios  que  aquí 
estáis  prestando. 

Fuera  impertinente,  señores  Académicos,  que  yo  in- 
tentara demostrar  mi  falta  de  títulos  literarios  para  in- 
gresar en  esta  ilustre  Corporación:  sé  que  no  los  tengo, 
y  verdades  tan  claras  no  hay  para  qué  demostrarlas. 
Pero  asegurar  que  sin  motivo  alguno  me  habéis  elegido, 
sería  ofenderos;  y  esto,  aun  á  riesgo  de  parecer  inmo- 
desto, no  he  de  hacerlo  yo.  Quizá,  animados  por  el  ge- 
neroso deseo  de  favorecerme,  hayáis  supuesto  en  mí 
cualidades  y  aptitudes  de  que  carezco:  no  es  imposible 
que,  sin  tener  en  cuenta  mis  fuerzas,  y  pensando  sólo 


s» 

en  mis  propósitos,  me  hayáis  creído  ea^z  de  eonlriBniv 
y  aun  de  ser  úlil  para  alguno  de  los  provechosos  traba- 
jos en  que  la  Academia  se  emplea:  to  no  hallo  nada 
digno  de  rosotros^  ni  en  mi  bnmilde  inteligencia»  ni  en 
el  escaso  caudal  de  mis  conocimiento?;  pero  seguro  es- 
toy de  qne  por  algo  me  habéis  elegido^  y  de  qne  alguna 
esperanza  fundasteis  al  acordaros  de  mí:  iguoro  cuál; 
pero  en  lodo  caso^  mi  deseo  es  no  desvanecerla;  sobre- 
pojarla,  mi  deber. 

Si  por  merecimientos  de  amor  á  la  literatura  patria  y 
de  admiración  y  respeto  á  los  qoe  con  provecho  la  trnl- 
tivan,  se  otorgaran  las  sillas  de  esta  Academia,  yo  ten- 
dría  la  mía  al  lado  de  la  primera:  si  el  vivísimo  empeño 
de  eon^grar  la  existencia  entera  al  mayor  lustre  de  las 
letras  españolas,  fuera  mérito  bastante  para  formar  par* 
te  de  la  Corporación  qne  las  representa,  tampoco  mo 
creería  fuera  de  lugar  en  su  recinto;  pero  ni  aun  csl 
amor  y  este  empeño  puedo  atribuirme  como  cualidad»,  s 
propias:  recibüas  en  mis  primeros  años  de  aquél  que, 
apenas  traspasó  los  limiten  de  la  edad  de  la  razón,  ya 
era  vuestro  compañero;  de  aquella  precocísima  inteli- 
gencia que,  sin  haber  llegado  á  su  maduren,  pasó  por 
los  puestos  más  elevados  de  la  ciencia,  de  las  letras  y  de 
la  política;  da  aquel  laborioso  y  malogrado  escritor  que, 
á  poco  más  de  siete  lustros  de  existencia,  liajó  al  sepul- 
cro, dejando  nombre  más  que  estimable  entre  los  litera- 
tos, recuerdo  cariñoso  en  sus  amigos  y  ona  silla  vacía 
en  la  Academia,  Con  su  nombre,  si  no  su  inteligencia  y 
su  saber,  legóme  el  cariño  qne  os  profesó,  la  gratitud 
qne  os  debía  y  el  noble  afán  de  ser  vuestro  compañero* 
Desde  la  niñez  guió  mis  pasos  en  la  lieiTa:  con  la  pala- 
bra, y  más  aún  con  el  ejemplo,  me  inspiró  amor  al  tra- 


599 

bajo  y  afición  al  cultivo  de  las  letras:  la  veneración  que 
por  esta  casa  tuvo  toda  su  vida,  hízola  necesidad  de  la 
mía:  á  sus  consejos  debo  lo  poco  que  sé:  mientras  vivió 
me  colmó  de  beneficios;  y  con  ser  ellos  tantos,  aún  me 
transmitió  al  morir  el  más  valioso  de  los  que  él  había  dis- 
frutado: el  de  vuestra  amistad  y  vuestro  afecto.  Su  som- 
bra bienhechora  no  me  ha  abgindonado  jamás;  y  perdo- 
nadme, señores  Académicos,  si  creo  firmemente  que  á 
ella  más  que  á  nada  debo  el  honor  de  encontrarme  en- 
tre vosotros.  Este  recuerdo  tributado  en  el  momento  más 
solemne  de  mi  vida  al  Académico  que  me  sirvió  de  pa- 
dre, tal  vez  no  sea  oportuno;  pero  satisface  una  necesi- 
dad de  mi  alma,  y  viene  á  pagar  en  parte  una  deuda  sa- 
grada de  gratitud. 

Tampoco  puedo  eximirme  de  recordar  á  otro  insigne 
Académico  que  por  espacio  de  más  de  treinta  años  con- 
tribuyó con  su  saber  y  laboriosidad  á  las  tareas  de  esta 
Corporación.  Aptitudes  múltiples,  laboriosidad  incansa- 
ble, firmeza  en  los  propósitos,  facilidad  para  aprender  y 
amable  generosidad  para  emplear  ciencia  y  trabajo  en 
beneficio  de  sus  semejantes:  tales  eran  las  cualidades  del 
Sr.  D.  Alejandro  Olivan.  Si  recorremos  su  dilatada  exis- 
tencia, nos  causará  asombro  ver  que  con  la  misma  facili- 
dad y  discreción  trataba  de  las  más  arduas  materias  polí- 
ticas y  administrativas,  que  escribía  manuales  y  cartillas 
para  enseñanza  de  la  juventud:  que  así  componía  versos 
en  griego  y  patentizaba  en  esta  casa  sus  conocimientos 
filológicos,  como  emprendía  y  consumaba  trabajos  impo- 
sibles sin  profundo  estudio  de  las  ciencias  naturales.  Hon- 
ra de  la  Academia  el  escritor,  gloria  de  la  patria  el  re- 
público, modelo  de  honradez  y  afabilidad  el  hombre, 
dejó  con  su  muerte  un  vacío  en  las  letras,  en  la  admi- 


nistración  y  en  la  soeiedad  que  difícilmente  podrá  He- 
nar se.  Tengan  otros  la  gloria  de  reemplazarle  donde  sc\i 
posible,  que  á  quien  ha  do  ocupar  aquí  su  asiento,  no  le 
es  dado  más  que  rendir  tributo  de  admiración  y  respeíu 
á  su  memoria. 

Si  ejercen  influencia  saludable  ó  perniciosa  en  la  mo- 
ralidad de  los  pueblos  las  representaciones  teatrale^t 
cuestión  ha  sido  harto  discutida  en  todos  tiempos,  sin 
que  jamás  hayan  llegado  á  ponerse  de  acuerdo  adver- 
sarios y  defensores;  cosa  no  rara  ciertamenl^,  pues  ape- 
nas habrá  materia  de  grande  interés  para  la  humanidad 
en  que  no  haya  sucedido  lo  mismo:  la  inteligencia  liuma- 
na  es  Hmitada  y  los  principios  de  todas  las  cosas  tienen 
raíz  V  asienlo  más  allá  de  las  fronteras  da  la  razón.  Hav, 
puesj  en  pro  y  en  contra  del  teatro,  como  escuela  tío 
costumbres,  respetables  auíoridades;  pro  todas  coinci- 
den en  afirmar  la  poderosísima  influencia  que  por  su 
esencia  y  por  su  forma  debe  ejercer. 

Nacido  al  amparo  de  la  religión,  fué  siempre  elemen- 
to eficacísimo  de  progreso;  y  en  ninguna  época  huto 
señal  más  segura  del  grado  de  ilustración  de  los  pue- 
blos, que  el  desarrollo  y  perfeccionamiento  de  su  teatro. 
La  Iglesia  Católica,  maestra  legíüma  de  toda  buena  en^ 
señanxaí  propagadora  incansable  de  toda  verdad,  mi- 
sionera fervorosa  de  la  civilización,  caudillo  invenci- 
ble contra  el  error  y  la  barbarie;  la  Iglesia  Católica  aco- 
gió con  benevolencia  al  teatro^  y  en  muchas  ocasio- 
nes le  prolegió  y  alentó  generosamente:  en  otras  le 
condenó  con  sobrada  razón  y  ejemplar  energía:  nunca 
dejó  de  reconocer  su  importancia  ni  el  grande  influjo 
que  había  de  ejercer  en  la  vida  de  las  naciones.  En  las 
literaturas  antiguas  estuvo  colocada  la  poesía  dramática 


601 

al  lado  de  la  épica:  ignoro  si  las  literaturas  modernas  da- 
rán al  teatro  el  lugar  preeminente  en  la  poesía;  pero  es 
indudable  que  lo  ocupa,  según  el  espíritu  y  las  costum- 
bres de  nuestra  sociedad. 

Las  causas  de  esta  predilección  con  que  los  pueblos 
modernos  miran  las  representaciones  teatrales,  y  en 
general  la  literatura  dramática,  entiendo  que  residen 
en  la  índole  misma  de  nuestro  siglo,  en  la  precocidad  , 
prodigiosa  de  las  ideas,  en  la  actividad  desordenada  de 
los  espíritus,  en  las  aspiraciones  insanas  de  las  inteli- 
gencias, en  el  enfriamiento  de  los  corazones,  en  lo  en- 
fermizo de  las  conciencias,  en  la  espantosa  confusión  de 
doctrinas  y  de  procedimientos,  en  las  antítesis  sociales 
que  vaticinan  una  crisis  universal.  Gomo  en  todos  tiem- 
pos, y  tal  vez  más  que  en  otros  no  tan  agitados,  hay  en 
éste  en  que  vivimos  verdaderos  amantes  de  la  ciencia 
que  se  consagran  con  incansable  ardor  á  estudiarla  y 
depurarla  hasta  donde  á  la  humana  inteligencia  le  es 
lícito,  y  por  ellos  disfrutamos  de  ventajas  que  nuestros 
antepasados  no  pudieron  gozar;  pero  en  este  tiempo, 
más  que  otro  ninguno  curioso  y  antojadizo,  hay  una  in- 
continencia de  saberlo  todo,  un  vértigo  en  las  diversas 
clases  sociales  por  discutirlo  todo  y  aprender  de  prisa, 
lo  que  estudiado  despacio  y  con  calma  no  siempre  se 
llega  á  saber,  que  si  no  engendran  el  caos  y  la  barba- 
rie, propagan  la  anarquía  moral  é  intelectual.  La  pren- 
sa periódica,  elemento  poderosísimo  para  ilustrar  al 
pueblo,  ha  querido,  con  laudable  propósito  seguramen- 
te, enseñarle  más  y  con  mayor  urgencia  de  lo  que  fuera 
razonable,  contribuyendo  así  á  propagar,  en  este  fecun- 
dísimo siglo,  la  más  bárbara  de  las  ignorancias,  que  es 
la  de  saber,  no  poco,  sino  mal. 


603 

Arrastrado  el  vulgo  por  estas  vías  de  progreso,  \\k 

pretendido  enseñanza  en  todo;  y  el  teatro,  viva  repre-- 
sentación  de  actos  humanos,  y  en  relacioii  directa  con 
los  sentidos  y  con  los  sentimientos  de  la  niuchedumljre, 
ha  venido  á  tomar  parte  en  la  satisfacción  de  ese  deseo 
público,  convirLióndose  on  cátedra  de  moral,  ó  de  otras 
cosas.  Para  mover  el  alma  del  espectador  y  elevarla, 
por  la  admiración  y  el  entusiasmo^  á  las  más  altas  re- 
giones de  la  moralj  no  basta  ya  pintar  en  el  poema 
dramático  vicios  y  defectos  sociales  de  una  época  deter- 
minada >  y  censurarlos  y  coiTcgírlos  por  medio  de  acción 
sencilla  y  verdadera;  no  basta  presentar  grandes  pasio- 
nes y  tremendas  luchas  del  corazón  humano,  ni  siquiera 
hechos  heroicos  y  sublimes  de  los  personajes  que  ilus- 
tran la  historia:  no;  éste  era  círculo  estrecho  y  mezqui* 
no  para  las  aspiraciones  docentes  de  nuestro  siglo.  Pre- 
ciso  ha  sido  ensancharlo,  y  llevar  al  teatro  problemas 
sociales  no  resuellos  en  muchos  volúmenes  por  filósofos 
y  legisladores,  fenómenos  psicológicos  que  constituyen 
verdaderas  excepciones  en  la  naturaleza  humana,  y  ex- 
travíos morales  que  preocupan  la  intehgencia  y  afligen 
el  espíritu.  Las  más  repugnantes  enfermedades  y  los  más 
abominables  misterios  del  alma,  se  sacan  hoy  á  la  esce- 
na; y  ¿quién  sabe  si  andando  el  tiempo  se  explicarán 
también  en  ella  los  de  la  naturaleza  física,  y  podremos 
aprender  en  el  teatro  matemáticas  y  medicina,  y  astro- 
nomía y  ciencia  prehistórica,  y  hasta  economía  política? 
Se  equivocan  sin  duda  los  que  sostienen  que  todo  pue- 
de exponerse  y  explicarse  en  la  escena;  y  me  aventuro 
á  asegurar  que  están  completamente  en  error  los  pocos 
que  afirman  que  la  hteralura  dramática  es  indiferente  y 
estéril  para  el  bien  y  para  el  mal*  Representando  las 


603 

obras  dramáticas  escenas  de  la  vida  humana,  con  la  ver- 
dad que  el  decoro  y  la  moral  consienten,  no  pueden  por 
menos  de  impresionar  y  servir  de  ejemplo  al  auditorio; 
el  cual,  no  sólo  discierne  la  enseñanza  qué  la  fábula  en 
sí  contiene,  sino  que,  al  recogerla  con  los  sentidos,  re- 
cibe la  impresión  de  un  hecho  real:  es,  pues,  evidente 
que  la  doctrina  buena  ó  mala  de  la  obra  ha  de  ejercer 
influencia  en  el  espectador.  El  asunto,  el  plan  de  la  ac- 
ción dramática  y  los  caracteres  de  los  personajes,  cons- 
tituyen la  base  de  la  moral  del  drama;  pero  la  forma, 
el  diálogo,  las  máximas  y  sentencias  que  en  las  situacio- 
nes se  engendran,  hieren  á  veces  con  más  fuerza  el  es- 
píritu del  espectador  que  la  acción  misma  de  la  obra. 
Sirvan  de  ejemplo  estas  dos  redondillas  de  uno  de  nues- 
tros más  ilustres  poetas,  puestas  en  boca  de  un  personaje 
que,  al  increpar  á  su  amigo  porque  ha  perseguido  á  una 
mujer  casada,  le  dice: 

Mendigo  de  amor  has  sido 
pereiguiendo  á  una  mujer 
casada,  que  eso  es  querer 
desperdicios  del  marido. 
El  que  tiene  tal  empeño, 
tras  de  vivir  con  zozobra, 
sólo  alcanza  lo  que  sobra 
al  apetito  del  dueño  (^). 

El  pensamiento  que  encierran  estos  ocho  versos  ha 
sido  expuesto  y  desarrollado  en  muchas  obras  dramáti- 
cas: pocas  conozco  de  donde  se  deduzca  lo  ridículo  del 
vicio  que  se  quiere  corregir  con  tanta  claridad  y  con- 
cisión. 

Tenga  el  autor  dramático  principios  sanos  y  seguros, 
nútrase  de  buena  doctrina,  pef severo  en  el  laudable  em- 


peño  de  censurar  el  vicio  y  aplaudir  la  virtud,  siempre 
que  fuere  oportuno,  y  no  haya  miedo  de  que  sus  obras 
dejen  de  influir  benéficamente,  por  más  que  al  escribii'- 
las  no  se  haya  propuesto  desarrollar  y  resolver  proble- 
mas filosüíico-sociales,  que  muchas  veces  acaban  por  fa- 
tigar confundiendo,  en  vez  de  instruir  deleitando.  Sin 
más  propósito  que  entretener  honestamente,  se  han  es- 
crito casi  todas  las  comedias  de  nuestro  teatro  aniiguo, 
y  con  ser  tan  modesto  su  fin,  si  no  tuvieran  otras  in- 
comparables cualidades  acreedoras  á  la  universal  admi- 
ración, les  bastaría  con  tener  nn  código  moral  aplicable 
á  todos  los  tiempos  y  á  todas  las  sociedades,  para  go- 
zar como  bien  conquistado  el  puesto  preeminente  que 
ocupan. 

En  comprobación  de  que  sin  necesidad  de  pensamien- 
to  social  concebido  a  pnori^  se  puede  moralizar  en  el 
teatru  al  desarrollar  con  arte  cualquier  fábula  honesta  y 
entretenida»  tengo  en  mi  abono  casi  todas  las  obras  de 
nuestros  poetas  dramáticos  del  siglo  xvit:  á  uno  solo  lia- 
maié  en  mi  ayuda,  pero  es  tal,  que  ni  vosotros  le  habéis 
de  rechazar»  ni  yo  podía  elegir  otro  mayor  para  encu- 
brir mi  imponderable  pequenez. 

D.  Pedro  Calderón  de  la  Barca  me  acompaña:  en  sus 
obras  he  buscado  tema  para  mi  discurso:  ellas  me  oí  re- 
cen abundantísimo  y  bien  sazonado  fruto.  Con  lal  com- 
pañía y  con  tan  buenos  materiales  espero  cautivar  vues- 
tra atención  breves  minutos;  pues  aunque  el  trabajo  sea 
infeliz,  como  mío,  la  materia  escomo  suya,  y  ni  aun  nii 
torpeza  ha  de  poder  quitar  sus  encantos  á  pensamientos 
engendrados  en  la  mente  del  gran  Calderón. 

De  sus  peregrinas  concepciones  dramáticas,  estudian- 
do su  teatro  desde  elevad ísimas  regiones  y  á  grandes 


605 

rasgos,  disertó  ya  en  este  mismo  recinto  un  insigne  poe- 
ta, cuya  reciente  pérdida  lloran  las  letras  españolas:  otro 
docto  y  laborioso  Académico  trató  aquí  también  con  ra- 
ra brillantez  y  profunda  crítica  de  los  Autos  Sacramen- 
tales del  Príncipe  de  nuestros  dramáticos:  ambos  cum- 
plieron á  maravilla  el  fin  importantísimo  que  se  habían 
propuesto,  dejando  á  otros  la  humilde  tarea  de  estudiar 
en  sus  pornienores  las  obras  del  maravilloso  ingenio  y 
sacar  la  enseñanza  moral  que  en  todas  ellas  resplandece. 

¿Cómo  se  llama 
uaa  dulce  pesadumbre 
que  á  un  tiempo  hiela  y  abrasa 
todo  el  corazón,  corriendo 
desde  los  ojos  al  alma?....  (*). 

La  pesadumbre 

Que  en  brazos  del  desdén  nace, 
crece  en  poder  del  deseo, 
vive  en  casa  del  favor 
y  muere  en  la  de  los  celos  (3) 

se  llama  amor,  y  es  la  fibra  más  viva  del  corazón  hu- 
mano, el  sentimiento  más  natural  del  alma,  el  móvil  de 
casi  todos  los  actos  del  hombre,  la  esencia  del  arte  dra- 
mático, y  no  aventuro  mucho  si  digo  que  es  el  germen 
de  la  mayor  parte  de  las  obras  de  amena  literatura.  Se- 
parad en  vuestra  imaginación  todas  aquéllas  á  que  di- 
recta ó  indirectamente  da  vida  el  amor,  y  veréis  qué 
pocas  de  las  restantes  merecen  aplauso. 

Calderón,  como  todos  los  poetas  dramáticos,  rindió  en 
sus  obras  culto  devotísimo  al  amor;  pero  este  autor  más 
que  ningún  otro  se  hizo  digno  de  eterna  alabanza,  por 
la  exquisita  delicadeza  que  puso  en  el  alma  de  sus  ena- 


606 

morados,  por  la  pureza  con  que  les  hizo  áentir  y  expre- 
sar este  don  di  vino/  por  el  profundo  conocimiento  con 
que  lo  definió  en  sus  diversas  manifestaciones,  por  la 
austeridad  y  respeto  con  que  lo  presentó  en  el  santuario 
del  matrimonio.  Alguien  quizá  haya  simbolizado  el  amor 
en  un  personaje  excepcional  con  caracteres  más  gran- 
diosos, pero  nadie  logró  nunca  pintarlo  con  mayor  ver- 
dad ni  con  sentido  moral  más  sano  que  Calderón.  Sem- 
bradas de  máximas  y  reflexiones  sobre  el  amor,  tal  como 
existe  en  el  corazón  humano,  están  sus  obras  todas,  y 
aun  en  aquéllas  que  tienen  por  objeto  principal  el  des- 
arrollo de  otro  pensamiento,  la  más  bella  flor  de  su  in- 
teligencia fué  siempre  para  el  amor.  Dígalo  la  sublime 
concepción  llamada  La  vida  es  sueño,  donde  el  pro f ago- 
nista, al  convencerse  de  que  cuanto  vio  fuó  soñado,  ex- 
presa  de  este  modo  tal  vez  lo  más  humano  de  obra  por 
tantos  títulos  admirable: 

De  todos  era  seíior 
y  de  lodos  me  veu¿^ub;i; 
sélo  á  una  mujer  amaba..... 
que  fué  verdad  creo  yo 
en  que  lodo  se  acabó, 
y  eslo  solo  no  se  acaba  (M« 

Ni  cómo  había  de  acabarse  cuando,  según  el  mismo 
Calderón, 

Amar  en  el  alma  vive, 
y  si  ella  á  olr¿]  vida  paSti| 
no  muere  el  amor  sin  duda, 
puesto  que  no  muere  el  alma  (S), 

Partía  del  hermoso  principio  de  que 

Entre  amar  y  aborrecer 
no  hay  comparado  ejemplar, 


607 

pues  trae  dentro  de  su  ser, 
quien  aborrece,  al  pesar; 
pero  quien  ama,  al  placer  (6). 

Y  no  era  mucho  que,  teniendo  tal  idea  del  amor,  creyese 

que  esta  pasión 
es  el  crisol,  el  examen 
de  todos,  porque  ni  noble, 
ni  entendido,  ni  galante, 
ni  valiente  sabe  ser 
el  hombre  que  amar  no  sabe  C*). 

*  Así  entendía  D.  Pedro  Calderón  de  la  Barca  la  influen- 
X5ia  del  amor  en  los  caballeros  de  su  tiempo;  y  al  dotar- 
los de  tan  nobles  cualidades,  no  hizo  sino  infundirles 
sus  propios  sentimientos  con  tal  calor  y  sinceridad,  que 
si  de  la  vida  del  egregio  escritor  no  hubieran  quedado 
noticias  ciertas  que  prueban  la  integridad  y  honradez 
de  su  carácter,  curioso  y  facilísimo  sería  reconstruirlo, 
estudiando  los  personajes  de  sus  obras;  y  á  buen  seguro 
que  este  estudio  nos  daría  por  resultado  un  hombre  que 
aun  aventajaría  en  algo  al  poeta,  con  ser  éste  tan  grande. 
Nótese  que  por  saber  amar  no  entiende  Calderón  amar 
demasiado,  sino  amar  bien:  por  ello  sus  galanes,  con 
muy  pocas  excepciones,  son,  al  par  que  finos  amantes, 
cumplidos  caballeros.  En  rarísimos  casos  aparece  en  sus 
obras  un  Gómez  Arias;  y  cuando  esto  sucede,  tiene  el 
autor  buen  cuidado  de  sacarlo  verdaderamente  á  la  ver- 
güenza pública  para  castigarlo,  según  sus  delitos,  con 
ejemplar  severidad.  Son,  pues,  los  enamorados  de  Cal- 
derón tan  pródigos  en  galanterías,  finezas  y  requiebros 
con  las  mujeres  que  aman,  como  asiduos,  tiernos,  sumi- 
sos y  consecuentes  con  aquéllas  que  les  corresponden: 
siempre  rendidísimos  apasionados  de  sus  damas:  quejum- 


In'osos,  desesperados  y  agresivos  con  las  ingratas  mu- 
chas veces,  pero  nunca  viles. 

El  uno  de  la  hipérbole  es  casi  necesidad  de  los  enamo- 
rad Ov^^  y  no  dehe  tenerse  sino  por  muy  licito  cuando  s^ 
mantiene  en  los  límites  del  buen  gusto:  Calderón  los 
traspasó  con  frecuencia,  arrastrado  por  la  corriente  de 
suépoca^  tan  aficionada  al  discreteo  y  la  galantería;  pero 
no  siempre,  por  fortuna,  pues  en  muchas  ocasiones  expu- 
so conceptos  hiperbólicos  tau  finos  como  el  que  sigue: 

No  pensé  que  era  tan  tarde, 
sefmraj  porque  penst^ 
que  á  cualquier  hora  que  os  viese 
sería  el  amanecer  (8). 

En  otras  empleó  frases  verdaderamente  discretas^  ta- 
les como  las  contenidas  en  estos  cuatro  versos: 

Tan  hermosa  es,  que  aunque  fuera 
necia,  supliera  el  defecto; 
tan  discreta,  que  á  ser  fea, 
le  sucediera  lo  inesmo  (^). 

Tiene  Calderón  amantes  tan  celosos  del  bien  amado, 
como  aquel  á  quien  le 

está  dando  temor 
pensar  que  el  sol  la  ve,  y  que 
sabe  enamorarse  el  sol  (lo): 

tan  cuidadosos,  como  la  que  exclama: 

soplad  más  quedo 
y  DO  hagáis  ruido,  airecilloSf 
que  está  mi  vida  durmiendo  (lí): 

tan  apasionados,  como  los  que  dicen: 


i 


609- 

Te  rendí  tan  luego  el  alma, 
que  no  distinguí  cuál  fuese 

primero,  verte  ó  amarte 

¿Qué  más  amarte  que  verte?  (42). 

Porque  si  á  mí 
yo  me  pregunto  quién  fui, 
yo  á  mí  me  responderé 
que  yo  no  ló  sé,  é  iré 
á  preguntártelo  á  tí  (<3). 

Ojos,  pues  que  Galatea 
me  manda  que  no  la  vea, 
ojos,  no  os  he  menester, 
que  no  me  queda  que  ver  (U). 

Cuento  de  nunca  acabar  sería  poner  aquí  todos  los 
rasgos  tiernos  y  delicados,  vehementes  y  apasionados 
de  los  galanes  de  Calderón;  pero  no  por  eso  he  de  omi- 
tir algunos  de  los  que  constituyen  el  carácter  general 
de  los  caballeros  de  su  época,  sirviendo  como  de  base  y 
fundamento  á  la  enamorada  sociedad  que  retrataba. 
Los  personajes  del  teatro  de  todos  los  grandes  escrito- 
res patentizan  las  costumbres  de  su  tiempo,  y  reflejan 
al  par  el  espíritu  del  autor:  por  eso  los  de  Calderón, 
arrancados  de  una  sociedad  fundada  en  el  honor  y  la 
galantería,  y  hablando  por  virtud  de  la  mágica  inspira- 
ción de  alma  tan  noble  y  generosa,  pagan  tributo  in- 
condicional de  hidalgo  respeto  á  la  mujer,  y  llevan  la 
abnegación  hasta  el  heroísmo  cuando  se  trata  de  la  que 
adoran.  Á  semejanza  de  aquel  galán  que  dice: 

Servir  á  las  damas  es, 
Fabio,  deuda  tan  hidalga, 
que  el  ser  quien  soy  me  la  debe 
y  el  ser  quien  soy  me  la  paga  (4  5), 

son  casi  todos  los  de  Calderón,  que  consideraba  el  res- 

39 


peto  á  la  mujar  como  primera  condición  del  buen  caba- 
llero; 

Pues  no  puede  ser  valiente 
con  los  hombres,  quiea  no  es 
cobarde  con  las  mujeres  {46), 

Y  en  este  punto  de  la  galantería  llega  la  suya  bastad 
extremo  de  creer: 

Que  no  hace  fineza  quien 
dice  que  hace  la  finezn; 
pues  sólo  es  saber  callarla 
premio  de  saber  hacerla  (f  7^ 

Con  tales  principios  y  prescripciones  necesariaracn»^ 
habían  de  ser  galantes  y  respetuosos  coalas  mujeres  i* 
hombres  todos  del  teatro  de  Calderón,  y  extremados  en 
BU  rendimiento  amoroso,  no  ya  los  correspondidos^  sino 
los  que  lloran  desdenes,  como  aquél  que  exclama: 

Yuüla,  pensámienlo  mío» 
vuela  sin  temer  osado 
los  desaires  de  un  desvío; 
pues  yo  á  volver  desairado 
es  sólo  á  lo  que  te  envío  (13), 

La  estimación  de  la  persona  amada,  prenda  insepara- 
ble del  verdadero  cariño^  acompaña  á  los  personajes  en 
quienes  Calderón  ha  querido  poner  el  sentimiento  del 
amor  en  toda  su  pureza.  Así  es  que  uno  vence  sus  deseos 
diciendo: 

No  te  responde  mi  voz, 
porque  mi  honor  te  responda; 
no  te  hablo*  porque  quiero 
que  te  hablen  por  mí  mis  obras; 
ni  te  miroj  porque  es  fuerm 


6H 

en  pena  tan  rigurosa, 
que  no  mire  tu  hermosura 
quien  ha  de  mirar  tu  honra  (í9). 

Otro,  para  probar  su  respeto,  replica: 

Y  así  pienso  agradecerte 
esta  pena  que  me  das: 
porque  estimo  tu  honor  más 
que  estimara  merecerte  (20) . 

Inútil  fuera,  y  tal  vez  impertinente,  empeñarme  en 
demostraros  con  nuevos  textos  las  cualidades  de  que  es- 
tán adornados  los  galanes  del  teatro  de  Calderón.  En 
todos  ellos  puede  estudiarse  al  enamorado  caballero  del 
siglo  xvir,  con  su  inagotable  caudal  de  requiebros  y  fine- 
zas, dispuesto  siempre  á  morir  en  defensa  de  las  damas,  y 
no  tolerando  en  la  suya  ni  sombra  de  infidelidad:  retrato 
fiel  del  noble  español  de  aquellos  tiempos,  realzado  por 
la  ternura  y  delicadeza  de  afectos  que  pudo  y  quiso  in- 
fundirle el  honrado  corazón  del  príncipe  de  nuestros 
dramáticos.  Mucho  que  admirar  y  no  poco  que  estudiar 
tienen  estos  enamorados;  pero  aun  siendo  obra  tan  pri- 
morosa, no  es  la  mejor  del  poeta,  y  por  necesidad  ha  de 
ceder  ante  otras  que  ponen  á  mayor  altura  el  genio  de 
Calderón. 

El  germen  divino  que  en  la  inteligencia  humana  crea 
y  da  vida  á  toda  obra  literaria;  la  fecunda  y  vigorosa 
fantasía  que  desenvuelve  y  agranda  el  pensamiento  ge- 
nerador; el  arte  que  lo  ordena,  revistiéndolo  de  los  ca- 
racteres de  eterna  belleza  que  sólo  á  ól  es  lícito  crear; 
el  buen  gusto,  regulador  y  maestro  de  la  creación  inte- 
lectual, y  el  estudio  que  enseña  los  recónditos  caminos 
por  donde  esta  creación  debe  penetrar  fácil,  agradable  y 


611 

benóñca  en  el  alma  de  los  lectores,  cualidades  sob  quo 
ha  de  reunir  lodo  escritor  de  elevadas  aspiraciones,  v 
especialmente  el  verdadero  autor  draniátííX)*  Pero  ésfé 
necesita,  además,  una,  á  manera  de  intuición ^  que  le  re* 
vele  los  secretos  má,^  ocultos  del  corazón  de  sus  semejan- 
tes; aptitud  especialísima  para  ver  con  claridad  y  exac* 
titud  el  móvil  de  las  acciones  humanas^  y  estudio  impar- 
cial,  recto  j  severo  de  la  sociedad  en  que  vive,  para  ha- 
cer el  espejo  que  ha  de  presentarle  después,  con  talarla 
construido,  que  todos  vean  en  él  necesariamente,  no  sólo 
los  propios  vicios j  sino  la  manera  efica;í  de  corregirlos 
y  aun  de  convertirlos  en  virtudes. 

Todas  estas  dotes,  reunidas  en  un  solo  hombre,  nos 
darían  el  autor  dramático  perfecto:  ninguno,  á  mi  en- 
tender, las  lia  atesorado  hasta  el  presente:  Calderón  las 
poseía  casi  todas;  pero^  por  desg-raeia,  no  hizo  de  algu- 
nas el  uso  que  á  su  gloria  y  ú  la  de  las  letras  españolas 
hubiera  sido  más  provechoso.  El  gusto  literario  de  su 
época  y  de  su  publico,  la  escuela  dramática  que  se  le 
ofrecía  por  modelo,  su  propia  inclinación  tal  vez,  le  ar- 
rastraron con  frecuencia  por  el  camino  de  la  poesía  lí- 
rica, en  el  que  nadie  lo  adelantó:  quedándose  detrás, 
aunque  siempre  de  los  primeros^  en  el  del  arte  dramáíi- 
cü.  Utilizó  más  el  raudal  de  su  maravillosa  fantasía  para 
elevar  sus  obras  á  las  más  sublimes  regiones  poótieasi 
que  el  profundísimo  conocimiento  que  del  corazón  hu- 
mano tenía í  y  por  el  cual  hubiera  llevado  sus  creaciones 
á  las  serenas  alturas  de  la  verdad  arlístiea,  término 
glorioso  de  la  obra  dramática. 

Sin  salir  de  la  materia  comenzada,  que  constituye  la 
mayor  parte  del  teatro  de  Calderón,  veremos  hasta  qüó 
punto  conocía  este  ingenio  los  misterios  del  alma,  y  do 


613 

qué  modo  lograba  patentizarlos  con  enseñanza  prove- 
chosa. Sabemos  ya  cómo  define  el  amor,  cómo  lo  sienten 
sus  personajes,  cómo  debe  ser  el  verdadero,  qué  dere- 
chos da  y  qué  sacrificios  exige:  sepamos  ahora  las  con- 
secuencias que  saca  y  los  consejos  que  juzga  oportunos. 
De  las  innumerables  verdades  que  contienen  sus  dramas, 
sólo  citaré  las  siguientes,  elegidas  al  acaso: 

£q  llegando  á  amar,  no  hay  fama, 
no  hay  aplauso,  no  hay  blasón, 
honor,  vida,  alma  ni  acción 
que  no  sea  de  la  dama  (24). 

Perdona  si  desconfía 
de  tu  crédito  un  temor; 
porque  el  cetro  y  el  amor 
no  permiten  compañía  (22). 

No  está  el  amor  en  el  labio, 
en  el  pecho  sí,  y  en  él 
vives,  que  el  querer  callando 
es  de  amor  más  justa  ley. 
La  que  con  extremos  dice 
su  amor,  tiene  otro  interés, 
que  son  muchas  las  que  quieren 
y  pocas  saben  querer  (23). 

Conocía  bien  Calderón  las  perfidias  á  que  el  amor 
arrastra  á  sus  siervos,  y  aconseja  que  nadie  se  fíe 

de  hombre  enamorado,  pues 

quien  llega  á  estarlo,  sospecho 

que  ni  más  que  aquello  estima 

ni  piensa  que  hay  más  que  aquello  (24). 

Y  no  andaba  tampoco  descaminado  cuando  decía: 

Pero  quiérete  advertir 
que  en  tu  vida  no  encarezcas 


hermosura  á  poderoso^ 

sí  ana  morado  estás  de  ella  W* 

La  esperanza,  eterna  compañera  de  los  enamorados, 

es,  en  concepto  de  muchosj  mortificádora  implacable: 
en  el  de  Calderón  es  necesidad  del  amor: 

El  que  no  Llené  esperanza. 
de  Ja  diehü  que  pretende, 
no  busque  la  dicha,  busque 
la  esperanza  que  no  liene  (16) • 

Ella  alimentará  su  espíritu  dolorido  y  le  acompañará 
hasta  el  sepulcro,  mostrándole  siempre  las  puertas  de  la 
dicha.  Estimulo  para  casi  todos  los  actos  del  hombre, 
resucita  las  ilusiones  ya  muertas,  y  el  propio  fuego  que 
la  consume  alumbra  la  triste  obscuridad  del  alma.  El  que 
la  posee,  no  puede  llamarse  desgraciado,  porque 

El  que  llora  en  confianza 


de  conseguir  lo  que  adora, 
mérito  ninguno  alcanza; 
pues  enjuga  lo  que  llora 
al  aire  de  la  esperanza  (27). 


No  tener  nunca  celos  es  amar  fríamente  ha  dicho  una 
ilusti'e  escritora:  para  Calderón  los  celos,  como  la  espe- 
ranza, son  neoesidad  del  amor; 

porque  sin  celos  amor 

es  estar  sin  alma  un  cuerpo  [iS). 

El  autor  de  El  mayor  monstruo  los  celos  habíalos  es- 
tudiado tan  á  fondo,  que,  sin  acudir  á  su  renombrada 
drama,  se  pueden  presentar  muchas  pruebas  del  profun- 
do conocimiento  que  de  esia  pasión  tenía.  No  es  cierta- 
mente en  ¿7  Tetrarca  donde  escribió 


615 

[Malhaya 
quiea  celos  á  buscar  liega, 
que  si  no  se  hallan,  no  alivian, 
y  si  se  hallan,  atormentanl  (29). 

Verdad  es  ésta  que  nunca  deberían  olvidar  los  celosos; 
pero  Calderón  temía  que  no  la  aprendieran 

Porque  son  celos,  y  son 
de  esa  condición  los  celos: 
morir  por  saberlos,  antes, 
y  después  por  no  saberlos  (30), 

Véase  cómo  encarece  la  inquietud  que  ocasionan: 

Los  celos  que  me  llevaron, 
aquí  me  han  vuelto  á  traer; 
porque  un  celoso  no  está 
en  ninguna  parte  bien  (31). 

Y  así  es,  en  efecto,  pues  el  esclavo  de  esta  cruel  pa- 
sión á  tal  punto  ciega,  que  ni  aun  lo  que  tiene  delante 
puede  considerarlo  seguro,  porque 

en  los  celos  las  mentiras 
sientan  plaza  de  verdades  (32). 

La  Única  frase  que  citaré  de  El  Tetrarca  de  Jerusalén 
es  tan  hermosa  y  pinta  tan  á.lo  vivo  el  dolor  de  los  ce- 
los, que  por  ella  sola  podría  adivinarse  la  grandeza  del 
personaje  que  exclama: 

Heredero  de  mis  dichas, 
dueño  de  mis  esperanzas, 
muero  de  agravios  y  celos 
que  matan  porque  no  matan  (33). 

La  ausencia  y  el  olvido  pasaron  siempre  por  remedios 
eficaces  para  las  enfermedades  de  amor:  como  tales  los 


consideró  también  nuestro  poeta,  pero  sin  ilcsconocci 

que  el  enamorado  olvida  difícilmente. 

No  es  para  solicitado 
como  la  ti í cha  el  olvido; 
que  en  qiiion  lo  busca  porJido 
siempre  estará  más  hídlado  {Uj, 

De  manera  que  si  á  un  amante  le  hace  decir 

Y  así,  al  Vütieno  de  amor 
busqué  el  an  tí  Jo  Lo  fuertti 
del  olvido^  porque  sólo 
el  olvido  al  amorveace  (35), 

por  boca  de  otro  pondera  así  la  diíicultad  de  conseguido: 

¿De  qué  tanto  olvido  sirvt\ 
si  imaoa  se  olvidan  penas, 
y  ya  se  acuerda  de  amar 
tú  que  de  olvidar  se  acuerda?  (3ti). 

No  sucede  lo  mismo  con  la  ausenciai  pues  aunque  di- 
ce el  cantar  que  es  aire 

que  mata  el  fuego  chico 
y  aviva  ©I  grande^ 

la  experiencia  enseña  qae,  si  contra  amor  hay  algim  re- 
medio, ha  de  buscarse  en  tiempo  y  ausencia;  y  Calderón 
se  pone  de  parte  de  los  quer  creen  que  aquello  que  tiene 
origen  en  la  presencia  de  una  persona,  se  debilita  t\ 
muere  con  su  ausencia:  por  eso  piensa  que  al  enamo- 
rado 

Ausaucia  y  tiempo  le  careo » 

porque  nadie  convalece 

de  amor»  mejor  ai  más  pronto 

que  un  enamorado  aust^nle  \i1). 

Ya  hemos  visto  que  sobresale  entre  las  cualidades 


647 

que  más  ennoblecen  el  carácter  de  los  galanes  caldero- 
nianos su  respeto  á  las  damas.  Ellas  son  el  crisol  donde 
depura  la  honradez  ó  hidalguía  de  los  caballeros  que 
con  tanta  frecuencia  aparecen  en  sus  obras:  no  es,  pues, 
de  extrañar  que  revistiendo  de  tantas  virtudes  y  pren- 
das sociales  al  hombre  de  su  tiempo,  dejara  en  segundo 
término  á  la  mujer,  cuyo  papel  no  era  en  aquella  so- 
ciedad, ni  podía,  por  consiguiente,  ser  en  la  fábula  dra- 
mática tan  activo  como  el  del  hombre.  Hizo  de  éste 
Calderón  el  principal  resorte  para  la  solución  de  las 
grandes  situaciones  de  sus  comedias;  y  como  es  natu- 
ral, las  más  veces  le  colocó  en  la  cúspide  de  sus  crea- 
ciones. Como  los  personajes  del  teatro  son  siempre  re- 
presentación de  los  que  componen  la  sociedad  en  que  el 
autor  vive,  Calderón  no  pudo  prescindir  de  su  época;  y 
teniendo  elevadísima  idea  de  la  mujer  en  general,  se  vio 
obligado  á  pintarla  tal  como  era  en  el  mundo,  bien  que 
realzando  sus  buenas  cualidades  y  atenuando  sus  de- 
fectos. 

La  mujer  del  siglo  xvii  vivía  en  una  especie  de  reclu- 
sión, que  hacía  menos  dura  el  matrimonio;  pero  sin  que 
la  acción  social  de  la  casada  traspasase  los  límites  del 
hogar  doméstico.  El  teatro  de  Calderón  bastaría  por  sí 
solo  para  dar  idea  exacta  de  las  costumbres  familiares 
y  de  la  condición  de  la  mujer  de  aquella  época;  pero 
los  demás  autores  dramáticos  coetáneos  suyos,  y  que 
como  él  copiaron  lo  que  veían,  vienen  á  confirmar  en 
absoluto  la  verdad  del  cuadro  pintado  por  nuestro  poe- 
ta. Vivía,  pues,  la  mujer  en  tres  diferentes  estados,  con 
caracteres  distintos:  como  soltera,  al  cuidado  mater- 
no; como  soltera,  huérfana  de  madre,  bajo  la  guarda 
del  padre,  hermano,  tío  ó  tutor;  como  casada,  sometida 


erg 

al  dommio  del  iBarído.  La  viuda  esfiAfi 
eE  ignaies  coDdicíooes  que  la  soltera.  Con  «to« 
mentas  eontabaa  los  autores  dramátieos  para 
llar  eB  sus  fábulas  nua  acción  social;  y  eiertameote  qoe 
con  ellos  tOTieran  de  sobra  tan  grandes  togeiúiiSy  s 
de  los  tres  estados  en  que  vivía  la  mujer,  el  primera 
hubiera  podido  llevarse  al  teatro,  y  el  tercero  (prec^- 
mente  el  que  con  más  frecuencia  es  ahora  asunto  del 
drama)  no  hubiera  parecido  en  la  escena  tan  ofensivo 
al  decoro  público,  que  rara  vez  osaron  ptresentarlo  en 
ella  los  escritores  de  más  autoridad:  quedaba,  pues,  re- 
ducido el  círculo  de  acción  del  poeta,  en  cuanto  á  la 
mujer,  á  las  que  estaban  bajo  la  potestad  del  padre»  her- 
mano, tío  6  tutor. 

Éstas  son,  en  efecto,  el  elemento  principal,  casi  tini- 
C0|  de  nuestra  comedia  antigua;  y  como  no  podían  lomar 
parte  en  los  asuntos  de  Estado  ni  en  otras  c-ontiendas 
ajenas  á  su  carácter,  la  tomaban  y  muy  activa  en  los 
lances  de  amor,  burlando  la  vigilancia  de  sus  guardado- 
res con  la  ayuda  de  dueñas  y  doncellas,  y  ocasionando 
las  situaciones  cómicas  y  dramáticas,  los  ingeniosos  en- 
redos con  que  nos  deleitan  nuestros  admirables  poetas 
délos  siglos  xvr  y  xvil  De  aquellas  aventaras  provoca^ 
das  por  las  mujeres^  salva  tal  cual  excepciun,  no  puede 
resultar  el  sexo  femenino  tan  bien  parado  como  fuera  de 
desear.  La  ligereza,  la  travesura,  la  coquetería,  el  deva- 
neo que  alguna  vez  raya  con  la  desenvoltura  y  casi 
nunca  con  la  liviandad,  caracterizan  á  las  mujeres  del 
antiguo  poema  escénico,  en  el  cual  aparecen  despiertas, 
sagaces,  vivarachas,  llenas  de  gracia  y  atractivo*  no  pu- 
dorosas y  recatadas,  ni  mucho  menos  fuertes  y  heroicas. 

Calderón,  al  retratar  esta  parle  de  su  sociedad,  se 


I 


619 

muestra  original,  agudo,  con  frecuencia  epigramático  y 
siempre  conocedor  profundo  del  corazón  de  la  mujer. 
Así  es  que  en  cuanto  á  su  decoro,  pensaba  que 

no  hay  recatos  ni  murallas 
que  guarden  á  una  mujer, 
si  eUa  misma  no  se  guarda  (38); 

y  en  lo  que  toca  á  su  discreción,  sabía 

que  las  más  cuerdas  mujeres 
pueden  caUar  con  amor, 
pero  con  celos  no  pueden  (39). 

Mucho  debió  estudiar  sus  defectos;  pues  aunque  cons- 
tantemente inspirado  por  el  sano  deseo  de  corregirlos, 
á  menudo  los  pone  en  evidencia  con  tal  exactitud  que 
asombra.  Véase  en  los  siguientes  rasgos  cómo  supo  sor- 
prender en  el  alma  de  la  mujer  sus  debilidades  más  ínti- 
mas, y  con  qué  sagacidad  de  espíritu  logró  averiguar  que 

es  el  mayor  desaire 

del  duelo  de  las  mujeres 

confesar  sus  celos,  donde 

lo  escucha  de  quien  los  tienen  (40). 

Tal  vez  fuera  exclusivo  de  los  tiempos  de  Calderón  el 
defecto  de  altivez,  más  bien  de  egoísmo,  que  atribuye  á 
todas  las  mujeres  cuando  por  boca  de  una  les  hace  decir; 

Porque  somos  las  mujeres 
á  nuestra  altivez  atentas 
tanto,  que,  ofendiendo,  aun  no 
queremos  que  nos  ofendan  (44). 

Pero  lo  que  seguramente  cuadra  á  todos  los  tiempos, 
sin  que  nadie  lo  haya  contradicho,  es  la  verdad  que  es- 
tos cuatro  versos  encierran: 


630 

Ninguno  nos  quiera  bien 
si  pretende  alcanzar  premii), 
que  qucrklas  despreciíimos 
y  ahm-recidas  queremos  (^i), 

Difícil  es  que  las  mujeres  confiesen  estas  cosas;  pero 

ninguna  se  atreverá  á  negar  que 

La  deidad  más  ofendida 
de  verse  adorada,  es  cierto 
que  liacia  la  parte  del  alma 
nunca  le  pesa  de  serlo  (43). 

Si  alguna  lo  negase,  ma  atroYería  á  estimular  su  na- 
tural locuacidad^  exclamando: 

Callar  aquf  no  es  amar; 
y  este  yerro  veudrá  á  ser 
el  primero  que  mujer 
haya  hecho  por  callar  (44). 

Pero  Calderón»  á  quien  la  integridad  y  nobleza  de  su 
carácter  imponían  el  deber  de  decir  lo  que  sentía  aeerea 
de  la  mujer  en  aquello  que  la  perjudica,  es  tan  probo  que 
no  quiere  omitir  nada  absolutamente  de  lo  que  la  ensal- 
za. No  es  raro  en  sus  escritos  hallar  censuras  tan  enéi^ 
gicas  y  tan  justas  como  la  siguiente: 

Ni  quiere  i>Leu  ui  ha  querido: 
y  así,  la  oh  ¡da  y  la  deja; 
porque  mujer  siu  amor 
¿qué  se  pierde  cq  que  se  pierda?  {V5}; 

pero  lo  es  menos  todavía  encontrar  conceptos  tan  her- 
mosos como  éste; 

No  liables  mal  de  las  mujeres: 
la  más  humilda,  te  digo 
que  es  digna  de  ostimaciíSn, 
porque,  al  fin,  de  ellas  nacimos  (46). 


62f 

Y  defensas  tan  sentidas,  tan  lógicas  y  atinadas  como 
ésta,  que  imitó  una  célebre  poetisa: 

Presto  del  amor  te  ofendes. 
Todos  los  hombres  queréis 
fáciles  mujeres  antes, 
pero  Lucrecias  después  (I"). 

Pues  ¿qué  hemos  de  ser  nosotras 
si  ellos  mismos  nos  enseñan? 
Siempre  la  ocasión  es  suya 
y  siempre  es  la  culpa  nuestra  (48). 

Ni  deja  Calderón  de  presentar,  aun  en  sus  comedias 
de  enredo,  tipos  delicadísimos  dignos  de  respeto  y  admi- 
ración. Amantes  tiernas  y  apasionadas,  almas  candidas 
y  generosas  hay  en  muchas  de  las  obras  de  su  teatro  có- 
mico; y  en  el  dramático,  donde  con  más  facilidad  podía 
desplegar  su  genio  creador  y  grandioso,  el  tipo  heroico 
de  la  mujer  apasionada,  el  austero  de  la  mujer  fuerte  y 
el  pudoroso  de  la  virgen  cristiana,  aparecen  algunas  ve- 
ces con  prendas  de  abnegación  y  virtud,  tales  que  en 
nada  ceden  á  las  creaciones  más  famosas  de  otros  auto- 
res. No  entra  en  mi  propósito  analizar  todos  los  rasgos 
de  estas  damas  de  Calderón;  pero  tampoco  puedo  renun- 
ciar al  placer  de  recordaros  algunos,  en  justo  desagra- 
vio de  las  mujeres.  Así  pinta  un  galán  el  carino  de  su 
adorada: 

Con  tan  grande,  con  tan  ciega 
terneza  me  mira  y  ama, 
que  el  aire  que  apenas  pase 
junto  á  mí,  la  sobresalta  (49). 

No  son  menos  tiernos  y  delicados  estos  conceptos: 

Á  la  aurora  desperté, 
la  mañana  te  escribí, 


6ii 

á  la  lorde  te  esperó, 

de  noche,  Don  Juan,  te  ví^ 

y  á  todas  horas  to  amé  (íiO), 

Espera,  amanta  traidor; 
mira  que  es  mucho  rigor 

que  tú  nie  mates  de  celos 
y  yo  rae  rouera  de  amor  (íH). 

Mirad  í\  otra  parte 
galán  cabailero^ 
que  lodos  verán 
lo  mucho  que  os  quiero  [^% 

Antes  he  dicho  que  las  mujeres  solteras  que  vivían  al 
cuidado  Diaterno  estaban  proscriptas  de  la  escena;  y  lo 
estaban  porque  la  madre  no  aparecía  en  ella  jamás:  éste 
es  un  personaje  desconocido  en  nuestro  teatro  antiguo: 
ninguno  de  los  escritores  dol  siglo  xvn  se  atreve  á  pro- 
sentarlo  ni  aun  como  episódico.  Mucho  dice  esto  en  favor 
de  la  mujer  de  aquellos  tiempos;  y  aunque  no  pruebe  en 
absoluto  que  las  madres  nada  tuvieran  que  censurar  |ii 
corrogirj  pruebEj  á  lo  menos,  que  sus  costumbres  eran 
tan  puras  y  tan  recatada  su  manera  de  vivir,  que  las  ra- 
rísimas excepciones  que  pudiera  haber  no  autorizaban  á 
exponerlas  ante  un  público  á  quien  desagradaJja  %*er  co- 
sas extrañas  á  sus  costumbres.  Por  algo  debió  entrar  en 
tal  omisión  voluntaria  el  profundísimo  respeto  con  que 
se  miraba  entonces  el  santuario  del  hogar  doméslico, 
donde  la  mujer  tan  cuidadosamente  custodiaba  el  honor 
de  la  familia,  base  firmísima  del  í>uen  vivir. 

Pero  como  el  respeto  no  se  otorga  por  benevolencifli 
sino  por  la  fuerza  que  hacen  en  el  ánimo  las  cualidades 
de  quien  lo  merece,  no  puede  atribuirse  exclusivamente 


623 

á  virtud  de  nuestros  dramáticos  lo  que  en  realidad  era 
mérito  de  la  sociedad  que  los  rodeaba.  De  otra  suerte, 
ni  Calderón  de  la  Barca,  que  acometió  valerosamente  en 
sus  dramas  las  más  arduas  empresas,  hubiera  dejado  de 
animar  alguno  con  la  figura  de  la  madre,  ni  el  público 
hubiera  impuesto  el  silencio  que  todos  los  poetas  guar- 
daron en  este  punto. 

Tampoco  la  mujer  casada  aparece  en  nuestro  teatro 
antiguo  sino  muy  raras  veces.  Calderón  se  adelantó  á 
sus  coetáneos  en  tal  camino;  y  no  sólo  presentó  á  la  mu- 
jer casada,  sino  que  se  atrevió  á  presentarla  culpada  en 
algunas  ocasiones;  pero  fué  tan  tímido  y  cauteloso  en  la 
exposición  de  la  culpa,  y  tan  terrible  en  la  imposición 
del  castigo,  que  todavía  tres  de  sus  obras  maestras  ejer- 
cen en  el  espectador  más  sana  influencia  que  todas  las 
que  sobre  el  mismo  asunto  han  venido  recientemente  á 
infestar  el  teatro. 

Velando  el  delito  según  exigen  el  arte  y  el  decoro, 
imponiendo  el  castigo  con  más  dureza  que  la  ley  y  la 
moral  prescribían.  Calderón  interpretaba  los  sentimien- 
tos de  su  época,  reflejaba  el  espíritu  caballeresco  de  sus 
compatriotas,  y  á  la  vez  que  moralizaba  á  su  público  ha- 
ciéndole amable  la  virtud  y  aborrecible  el  vicio,  le  ins- 
piraba el  horror  sublime,  la  compasión  sana  y  consola- 
dora con  que  el  arte  sella  sus  obras  maestras.  Los  carac- 
teres de  misteriosa  solemnidad  con  que  nuestro  poeta 
pinta  la  infidelidad  conyugal  de  la  mujer,  la  severidad 
con  que  juzga  el  pecado  de  pensamiento,  el  decoro  y  el 
pudor  con  que  trata  el  asunto  hasta  en  las  situaciones 
más  atrevidas,  prueban,  á  mi  entender,  tres  cosas:  que 
los  casos  prácticos  eran  rarísimos  entonces;  que  aquella 
sociedad  exigía  hasta  la  crueldad  en  el  castigo;  que  el 


6lf 

público  no  toleraba  en  esta  materia  lo  que  tolera  el 
nuestro. 

Aun  admitiendo  en  bipó tesis  que  existan  tipos  y  ae- 
ches como  los  que  hoy  vemos  en  el  teatro,  ¿debe  el  arle 
darles  cabida?  ¿Debe  el  escritor  dramático  allanarse  á 
propagar  el  vicio  por  medio  del  escándalo?  El  vieiO|  eñ 
lo  que  tiene  de  deforme,  descomunal  y  antihumano,  y 
revestido  con  todos  los  accidentes  y  pormenores  r 
repugnantes,  no  es  arto,  ni  verdad,  ni  realidad,  ni  tx-it- 
lismo:  es  sencillamente  degradación  y  barbarie. 

La  mutua  estimación  y  el  correspondido  cariño  cons- 
tituyen el  fundamento  de  la  dicha  conyugal,  y  poco  nue- 
vo sobre  esto  podía  decir  Calderón;  pero  sí  podía  censu- 
rar y  censuró  á  los  que  para  elegir  mujer  consultaban 
otro  linaje  de  interés: 

Mujer  h  mi  gusto  quiero; 
sea  su  dolíj  mi  agrado; 
tjue  ol  que  a  otro  íiiten's  se  vende 
no  es  marido^  sino  esclavo  (33), 

Éste  quiere  mujer  á  su  gusto,  como  primera  condi- 
ción: otro  enumera  las  cualidades  que  la  deben  adornar 
y  piensa: 

qutí  no  ]ja  de  lener  la  propia 
de  ñadí»  opinión*  pues  basta 
ser  perfecta  un  poco  en  todo» 
pero  coE  extremo  en  nada  (si). 

Véase,  al  condenar  la  desconfianza  conyugal,  C4Ímo 

demuestra  Calderón 

que  seatimteiitos,  disgustos, 
celoSi  agravios,  sospechas 
en  la  mujer ^  y  mas  propia, 
aun  laás  que  sanan  enferman  (ss); 


-i'IVi^^l^v  ^«r 


625 

y  con  cuánta  razón  dice  un  marido  á  su  mujer: 

IJo  será  justo  que  ignores 
que  tiene,  en  tales  desvelos, 
licencia  de  pedir  celos 
marido  que  da  temores  (56). 

El  galán  que  persigue  á  una  mujer  casada  y  tiene 
que  esconderse  porque  se  ve  sorprendido,  manifiesta  el 
estado  de  su  ánimo  con  esta  oportuna  reñexión: 

No  he  sabido 
hasta  la  ocasión  presente 
qué  es  temor.  ¡Oh  qué  valiente 
debe  de  ser  un  marido!  (57). 

Sorprendida  una  mujer  casada  que  sin  culpa  suya  se 
encuentra  á  solas  con  un  hombre  que  la  galantea,  pro- 
rrumpe, al  esconderlo,  en  esta  profunda,  verdadera  y 
hermosísima  exclamación: 

Si  inocente  una  mujer 
no  hay  desdicha  que  no  oguarde, 
[Válgame  Dios,  qué  cobarde 
la  culpa  debe  de  ser!  (58). 

Inteligencia  tan  elevada  como  la  que  concibe  estas 
ideas,  corazón  tan  honrado  como  el  que  atesora  tales 
sentimientos,  pluma  tan  consagrada  á  las  bellezas  del 
espíritu,  no  había  de  pagar  tributo  á  la  pasión  material 
y  grosera,  al  tratar  de  la  hermosura  en  la  mujer,  pues- 
to que 

no  hay  perfecta  hermosura 

donde  no  hay  alma  perfecta  (59). 

Y  si  para  el  hombre 

Una  hermosura  sin  alma 
es  como  estatua  de  mármol, 

40 


626 

en  doDdo  está  la  hermosura 
sin  el  color  del  bálago  (SO), 


en  la  mujer 


£5  armiño  la  hermosura 
que  siempre  á  riesgo  se  guarda; 
si  no  se  defiende,  muere; 
sí  S0  deñeiidej  se  mancha  (6 i). 


Así,  pues, 


Entre  ingenio  y  hermosura 
el  que  puede  elegir  debe, 
si  para  dama,  la  hermosa; 
para  mujer »  la  prmlente  (§5). 

Que  sí  &  la  joya  del  alma 
es  no  más  que  caja  el  cuerpo, 
no  hay  gala  en  lo  personal 
que  igual©  al  enlendimiento  (6.1}. 

Por  último,  para  coronar  Calderón  su  doctrina  sobre 
la  belleza  de  la  mujer,  dice  en  uno  de  sus  más  bellos 
dramas,  refiriéndose  á  una  joven  hermosa  y  humilde- 
mente vestida: 

Más  belleza  la  humildad 
de  este  trajo  la  asegura, 
que  en  la  mujer  la  hermosura 
es  la  misma  honestidad  (€4). 

Nada  hay  más  repugnante  en  el  orden  moral  que  la 

violencia  empleada  contra  una  mujer. 

¡Que  bajo  espíritu  debe 
de  tener  quien  se  contenía 
con  que  lo  que  es  voluntad 
lo  haya  de  adquirir  por  faerza!  (fiü). 

Ni  enseña  Calderón  menos  felizmente  cuan  iaúlil  es 


627 

aspirar  á  la  posesión  de  una  ¿adjer,  jsi  antes  no  se  con- 
quista su  voluntad. 

Porque  querer  sin  el  alma 
una  hermosura  ofendida, 
es  querer  á  una  mujer 
I.      hermosa,  pero  no  viva  (66).      "  * '? 

Así  al  narrar  la  violencia  cometida  con  una  mujer, 
hace  decir  á  un  personaje: 

Por  fuerza  logró  su  amor; 
mas  miente,  mientje  nli  lengua, 
que,  aunque  consigue,  no  logra 
el  que, consigue  por  fuerza  (67)* 

Bien  á  la  ligera,  y  no  según  lo  que  el  asunto  merece, 
sino  conforme  mis  humildes  fuerzas  lo  permiten,  he  ci- 
*tado  algo  de  lo  mucho  que  sobre  el  amor  dejó  escrito 
Calderón  en  su  teatro.  Menos  mal  compuesto  resultaría 
el  cuadro,  si  la  exposición  de  los*  admirables  conceptos 
del  príncipe,  de  nuestros  poetas  dramáticos  hubiera  ido 
acompañada  de  un  estudio  de  los  caracteres  y  situacio- 
nes de  sus  obras;  pero  ni  yo  tenía  valor  para  intentar 
tamaña  emplresa,  ni  tal  vez  vosotros  hubierais  tenido 
paciencia  para  sufrir  mis  largas  y  difusas  apreciacio- 
nes. Ya  conocéis  la  pureza  y  seguridad  de  la  doctrina 
moral  de  Calderón  en  lo  concerniente  al  amor  y  a  los 
afectos  que  más  se  relacionan  con  él:  ahora,  y  procuran- 
do ser  muy  breve,  hablaré  de  nuestro  poeta  como  pen- 
sador y  moralista  en  otras  materias. 

Sujeto  el  hombre  desde  el  pecado  original  á  las  pena- 
lidades de  la  vida,  tiene  por  compañero  inseparable  el 
dolor,  que  á  la  vez  que  castiga  el  primitivo  delito^  puri- 
fica y  prepara  á  la  criatura  para  su  futuro  providencial 


destino.  Del  dolor  no  puede  librarse  ningún  mortal,  paes 

Aunque  estuviera  de  mármol 
fübricado  nuestro  ser, 
pora  imprimirse  en  el  mármol 
el  dbior  fuera  cincel  (68)» 

En  el  dolor  adquiere  el  hombre  el  durísimo  temple 
que  se  necesita  para  acometer  y  vencer  las  grandes  con- 
trariedades, 

que  nunca  crece  á  ser  grande 
el  que  sin  desdichas  crece  (69). 

Profundas  y  atinadas  son  las  consideraciones  que  ha- 
ce Calderón  sobre  las  desventuras  que  afligen  á  la  hu- 
manidad, y  no  parece  sino  que  las  ha  estudiado  en  si 
mismo,  según  la  verdad  con  que  las  describo. 

No  es  consuelo  de  desdichas, 
es  otra  desdicha  aparte 
querer,  á  quien  las  padecej 
persuadir  que  no  son  tales  (70). 

;  Deja  que  el  fracaso  venga 

y  no  ai  camino  le  salgas, 
que  es  desgracia  desde  luego 
el  esperar  la  desgracia  (71}, 

Si  al  estudiar  el  fondo  del  alma  ha  sabido  el  poeta  ha- 
cer patentes  hasta  las  que  pudiéramos  llamar  debilidades 
del  dolor»  al  ponerlo  en  boca  de  sus  personajes,  tradu- 
ciendo los  más  Íntimos  sentimientos  del  corazón,  ha  sido 
tan  feli?:  en  su  empeño  como  los  siguientes  versos  de- 
muestran: 

^     Alegrías  mal  logradas^ 

antes  muertas  que  nacidas, 

rosas  sin  tiempo  cogidas, 

flores  sin  sazón  cortadas  (7^), 


'*,"M^'"      ."^^  ^  ^-^ — .    —"T^^;!^       *^       ^"^TT^T 


No  es  menester  que  digáis 
cuyas  sois,  mis  alegrías, 
pues  bien  se  ve  que  sois  mías 
en  lo  poco  que  duráis  (73). 


^  El  estudio  asiduo  y  constante  que  hacía  Calderón  de 
las  costumbres  de  su  tiempo,  el  comercio  continuo  que 
tenía  con  aquella  sociedad  que  tanto  codiciaba  su  trato, 
y  su  espíritu  naturalmente  perspicaz  y  observador,  le 
dieron  upa  experiencia  y  un  conocimiento  de  las  debili- 
dades humanas,  que,  aun  sin  proponérselo  él,  se  mues- 
tran en  sus  obras,  avaloradas  con  reflexiones  y  consejos, 
ya  para  vivir  en  el  mundo,  ya  para  librarse  de  caer  en 
vicios  y  defectos  que  debe  rechazar  todo  corazón  recto  y 
bueno.  De  sus  comedias  pudieran  extractarse  fácilmente 
máximas  y  sentencias  acerca  de  todos  los  deberes  que 
impone  la  moral  cristiana.  Calderón  halla  siempre  medio 
oportuno  de  nutrir  de  conceptos  morales  sus  obras  para 
que  al  par  deleiten  con  el  interés  de  la  fábula,  y  ense- 
ñen algo  que  pueda  redundar  en  bien  de  los  hombres. ' 
Sigamos,  pues,  la  exposición  de  éstos  que  pudiéramos 
llamar  artículos  de  su  código  moral,  y  veremos  qué  co- 
sas tan  peregrinas  y  admirables  le  ocurrieron  sobre  de- 
terminadas materias. 

Sabía  cuánta  es  la  debilidad  humana  para  guardar  un 
secreto,  y  aconsejaba  que 

Nadie  fíe  su  secreto 
del  más  cuerdo  y  más  amigo, 
que  en  la  más  sana  iutencióa 
está  un  secreto  á  peligro  (74). 

Y  si  lo  está  en  la  más  sana  intención,  ¿cuánto  más  no 
lo  estará  en  un  papel? 


630 

I  Malhaya  el  hombre,  malhaya 
mil  veces  aquél  que  entrega 
sos  secretos  á  un  papell 
?<vrqiie  es  disparada  piedra 
que  se  sobe  qui<5ii  la  lira 
y  no  se  sabe  á  qméñ  llega  (7$). 

ViYÍa  en  la^corte,  frecuentaba  el  trato  de  los  que  la 
componían,  y  observando  sus  cualidades  y  defectos  ave- 
riguó que  allí 

dan  los  cortesanos 
i^statua  al  honor,  de  cera, 
y  íi  la  loaUcía,  de  mármol  ("6). 

Con  esto  demuestra  bien  claramente  que  uno  úe  Iq$ 
vicios  que  predominaban  entonces,  como  siempre,  en  la 
corte,  ora  el  de  la  murmuraciun;  vicio  que,  al  decir  de 
un  escritor  moderno,  nace  del  placer  que  experimentan 
los  malos  de  que  pueda  haber  otros  que  so  les  parezcan. 
Ponderando  el  daño  que  la  murmuración  causa,  dice  así: 

Un  hondire  con  sólo  hablar-^ 
¡tan  fácil  es  I41  dcshonml — 
es  bástanle  á  quitar  la  honra 
que  muchos  no  pueden  dar  {!')* 

Y  partéele  más  irremediable  esta  herida  en  la  fama 

que  cualquiera  que  reciba  el  cuerpo  por  dolorosa  que  sea; 
« 

pues  una  herida,  mejor 

se  cura  que  ana  palabra  (7íí), 

Conocido  el  vicio  social  y  los  perniciosos  efectos  que 
casi  siempre  le  acompañan,  la  condenación  no  podía  por 
menos  de  ^er  dura  y  enérgica, 

¡Malhaya 
quien  lira  palabra  é  piedra, 
cuando  no  es  posible  que  !»aya 


^  ^W^ Hiffyvi  !"^f!i'.  ,í  1^"  •tii.«*  JI«^.Í75|^"" 


631 

modo  do  poder  cobrar 

la  piedra  ni  la  palabra!  (79): 

.  El  amor  propio  pasa  por  sentimiento  innato  del  co- 
razón humano;  y  asi  lo  entendía,  sin  duda,  Calderón, 
cuando  dijo: 

¡Que  pegado  afecto  al  alma 
el  del  amor  propio  es,   *  , 

pues  nunca  le  suena  mal 
que  haya  quien  le  quiera  bienl  (80), 

Pero  no  siempre  este  sentimiento  tan  natural  es  vitu- 
perable; pues  cuando  no  llega  al  exceso  de  que  la  esti- 
mación de  sí  mismo  viva  á,  costa  de  la  de  los  demás, 
puede  ser  origen  de  virtudes  y  móvilde  buenas  acciones. 
•  Hija  del  amor  propio  censurable  es  la  alabanza  de  sí, 
condenada  por  Calderón  en  este  concepto  tan  claro,  tan 
sencillo  y  de  fan  pura  enseñanza:   ' 

La  alabanza  de  tus  glorias  • 
para  ajenos  labios  deja, 
que  más  alaban  silencios  '    '. 

ajenos,  que  propias  lenguas  (84). 

Verdades  que  nunca  deben  olvidar  aquéllos  á  quienes 
se  solicita  para  que  falten  á  sus  deberes,,  violando  la  fe 
prometida,  son  éstas  que  pone  en  una  de  sus  obras  me- 
nos vulgarizadas: 

¿Es  posible  que  no  ves 
que  el  mismo  que  en  la  ocasión 
agradece  la  traición,  .      • 

huye  del  traidor  después? 

Porque  aunque  ella  agrade,  á  todos 
viene  el  traidor  á.cansar, 
y  no  es  posible  alcanzar 
honra  por  infames  modos. 


63S 

Pues  el  que  más  alto  estuvo^ 
!i  ser  más  notado  viene 
cuando  el  mismo  honor  que  tieae 
dice  Ja  JQfamin  que  tuvo  (S2), 

Aprendan  aquí  los  traidores  la  recompensa  que  me- 
recen;  y  en  el  consejo  que  sigue,  que  parece  escríLo  para 
nuestros  tiempos,  debieran  estudiar  los  gobernantas  algo 
de  lo  que  conviene  tener  presente  cuando  se  desea  con- 
servar el  poder  con  verdadera  autoridad. 

Seuor,  á  hombre  sedicioso, 
aunque  en  tu  favor  lo  sea, 
no  le  honres^  que  es  hacer 
«  ál  delito  oQDsecuencia  [33), 

La  gratitud  es  prenda  de  toda  alma  bien  nacida;  el 
intérprete  de  la  hidalguía  castellana  necesariamente 
había  de  creer  que  no  puede 

ser  ni  príncipe,  ni  amante, 
ni  generoso j  ni  invicto^ 
ni  fiel,  ni  ilustre,  ni  noble 
quien  no  fuere  agradecido  (Si). 

Que  arguye  pocii  nobleza 
y  casi  infame  proceJe, 
quien  satisfecho  no  obliga^ 
y  obligado  no  agradece  (83), 

Para  darse  cuenta  Calderón  de  las  causas  que  pueden 
engendrar  la  ingratitud,  busca  en  vano  en  su  alma  ge- 
nerosa motivos  que  justifiquen  el  olvido  de  un  benefi- 
cio, sin  logizar  sacar  más  que  la  candorosa  consecuencia 
de  que 

si  olvidarse  un  favor  suele, 
es  porque  el  favor  no  duele 
de  la  suertú  que  el  agravio  (S6), 


633 

Gomo  para  él  la  falta  es  inconcebible ^  tampoco  halla 
el  castigo  que  merece;  y  juzgando  por  su  alma  las  de  los 
demás,  dice  noblemente:  ^ 

que  no  hay  castigo  á  un  ingrato 
como  hacerlo  un  beneficio 
cuando  él  espera  ua  agravio  (S^?). 

Para  los  poderosos,  para  los  vencedores,  para  los 
grandes  que  tienen  autoridad  sobre  los  pequeños,  es  pa- 
ra quienes  Calderón  escribió  pensamientos  tan  hermosos 
como  los  que  voy  á  citar.  Exhorta  unas  veces  á  los  ven- 
cedores para  quo  cejen  en  sus  victorias,  porque 

las  buenas  forluDas 

aventurarse  uo  deben» 
y  conservar  lo  g.inaio 
es  la  batalla  más  fuerte  [^S); 

y  otras  aconseja  resueltamente  la  paz,  pues 

el  hacer  paces  también 

suele  ser  triunfos  de  guerra  [89), 

En  lo  de  honrar  al  vencido  no  reconoce  límites,  y  así 
justifica  hidalgamente  su  opinión: 

Honrar  al  vencida  es 
una  acción,  que  tíignamente 
eJ  que  es  noble  vencedor 
al  que  es  vencido  le  debe  (50), 

Contra* lo  que  algunos  escritores  modernos  han  dicho, 
Calderón  creía  que  el  perdonar  las  injurias  no  era  vir- 
tud que  debiera  ensalzarse  mucho,  sino  pago  de  una  deu- 
da contraída  con  el  que  todo  lo  perdona;  y  quería  que 
se  perdonara  sin  deprimir  al  ofensor. 

Porque  no  perdona  bien 
el  que,  perdonando,  deja 


634 

nada  al  temor  que  decir 

ni  que  hacera  la  vergueóla  (91), 

Al  proclamar  el  deber  del  perdón  y  la  caridad  en  la 
raanera  de  otorgarlo,  condena  en  absoluto  la  venganza, 

Porque  nunea  esta  mejor 
aquél  que  se  desagravia 
con  la  venganza  que  toma, 
que  dejando  de  tomarla  {91} ^ 

y  lleva  su  espíritu  cristiano  hasta  el  punto  de  decir, 

pues  de  quien  á  mi  me  hizo 
un  pesar,  ¿qué  más  venganza 
que  Iiaeerle  yo  un  beneücio?  (93)* 

Castigo  es  para  el  ofensor  el  beneficio  que  le  hace  el 

ofendido: 

Aunque  os  pudiera  qiiilar 
vida  que  es  tan  atrevida, 
quiero  dejaros  la  vida 
por  dejaros  más  pesar  (94), 

Castigo  es  también  en  muchas  ocasiones  la  venganza 
para  el  mismo  que  intenta  vengarse:  " 

Por  satisfacerse  honrado 
publicd  su  agravia  mismo; 
porque  dijo  la  venganza 
lo  que  la  orensa  no  dijo  (^5), 

Muchas  definiciones  se  han  hecho  del  valor;  pero  nin- 
guna es,  á  mi  juicio,  más  propia  y  exacta  que  la  que, 
tal  vez  sin  propósito  deliberado,  hace  Calderón  al  ob- 
servar 

que  aunque  el  natural  temor 
en  todos  obra  ÍJ^ualmente, 
no  mostrarle  es  ser  valiente, 
y  esto  es  lo  que  hace  el  valor  (96). 


635 

Cómo  y  en  qué  circunstancias  se  ha  de  usar  de  esta 

cualidad  del  espíritu,  y.de  qué  otras  debe  ir  acompafia-' 

da,  dícelo  hermosamente  nuestro  poeta.  La  experiencia 

le  había  enseñado  que 

«  t 

0         ningún  cruel  fué  valiente  {9T)»  f 

^u  corazón  cristiano  le  inspiraba  que 

ipás  se  suele  mostrar 
el  valor  en  perdonar; 
porque  el  matar  no  es  valor  (9¿). 

Y  con  la  propia  inspiración  decía: 

Aunque  te  aconsejes  tarde , 
mira  ¡oji  joven  imprudentel 
que  ser  con  ira  valiente 
no  es  dejar  de  ser  cobarde  (99).    * 

Para  dar  fin  á  esta 'materia,  citaré  el  bellísimo  ras- 
go que  pone  en.  boca  de  un  caballero  obligado  á  reñir 
con  dos: 

Aunque  sois  dos,  vive  Dios, 
que  aqui  no  me  dais  cuidado; 
♦  que  un  hombre  de  bierij  restado 

una  vez,  vale  por  dos  (<oo). 

Si  el  hombre  experimentado  y  observador  de  las  co- 
sas del  mundo  prodiga  en  sus  obras  con  amable  genero- 
sidad cuanto  ha  estudiado  y  recogido  para  enseñar  y 
moralizar. á  sus  semejantes,  el  pensador  y  filósofo,  no 
mentís  bondadoso  y  espléndido,  regala  constantemente 
el  oído  de  su  público  con  los  grandiosos  conceptos  que 
surgían  de  su  fecunda  mente  siempre  que  pensaba  en  la 
pequenez  de  los  actos  del  hombre. 

El  tiempo,  gran  agente  de  la?  cosas  humanas,  incom- 
prensible  maestro  que  todas  las  enseña  y  descubre,  que 


acaba  con  todas,  y  que  ínfande  en  el  hombre  la  certera 
de  su  pequenez,  inspiraba  á  Calderón  con  frecuencia 
pensamientos  como  éste: 

i  Al  peso  de  los  auos 

lo  eminente  se  rinde, 
que  á  lo  fácil  del  Uempo 
no  liay  conquista  difícil  (10!)*  • 

Rebelde  siempre  nuestra  naturaleza  á  corregirse  por 
la  enseñanza  que  le  dan  los  sucesos  que  tiene  á  la  vista, 
rara  vez  se  fija  en  el  sentido  íntimo  de  ellos:  compren- 
diéndolo asi  el  gran  poeta,  quiere  mostrar  los  estragos 
del  tiempo  prácticamente,  y  anticipa  al  joven  lo  que 
pensará  cuando  llegue  á  viejo,  enseñándole  así  que  no 
debe  perder  los  años  de  la  juventud,  porque 

A  la  vista  de  las  canas, 
como  perdidos,  es  cierto 
que  se  avergüenzan  los  auos 
de  haber  pasado  tan  presto  (iO^)* 

La  fortuna,  ciega  y  desatentada,  vierte  sus  dones  ü  la 
ventura  y  es  inconstante  en  sus  favores:  por  eso  se  pres- 
ta tanto  á  las  reflexiones  de  un  filósofo,  y  sirve  de  asun- 
to para  aconsejar  y  dar  enseñanza  al  hombre.  Calderón 
lo  dice: 

que  es  tal 
de  la  fortuna  ei  desddn, 
que  apenas  nos  baca  ua  bien 
cuando  la  desquita  un  mal  (403). 

Cree  también 


que  ella  favorece  más 

á  quien  lo  mereca  menos  (404), 


Y  alguna  vez  afirma 


637 

que  siempre  la  fortuna 
fué  sagrado  del  cobarde  (^05). 

Con  lo  cual  no  contradice,  aunque  al  pronto  lo  parezca, 
la  máxima  que  atribuye  la  fortuna  á  los  audaces;  pues 
si  á  éstos  favorece  á  menudo,  tampoco  es  raro  que  bus-, 
que  á  los  que  huyen  de  ella. 

Los  casos  dificultosos 
y  con  razón  envidiados, 
inténtanlos  los  osados 
y  acábanlos  los  dichosos  (106). 

Demuestra  asimismo  Calderón  el  estudio  que  de  los 
efectos  de  la  veleidosa  fortuna  había  hecho,  sacando  las 
más  saludables  consecuencias  al  comparatrla  con  el  rayo; 

Porque  el  rayo  y  la 'fortuna 
su  mayor  efecto  hacen 
en  la  eminencia  del  monte 
que  en  la  humildad  de  los  valles  (407). 

Á  los  que  intentan  asaltar  el  poder,  aconseja  cuerda- 
mente que  no  olviden  lo  que  á  otros  ha  sucedido: 

Tú  eras  ayer  un  soldado, 
y  hoy  tienes  cetro  real; 
yo  era  ayer  un  general, 
y  hoy  soy  un  hombre  afrentado; 
tú  has  subido  y  yo  he  bajado: 
y  pues  yo  bajo,  advirtiendo 
sube,  Aureliano,  y  temiendo 
el  día  que  ha  de  venir; 
pues  has  hallado  al  subir 
otro  que  viene  cayendo  (<08). 

Que  no  se  fíen  de  la  suerte  encarga  á  los  afortunados, 
porque 


638 

maña  Da  es  otro  dk, 
y  á  una  déhíl,  frágil  vuelta^ 
se  truecan  bs  monarquías 
y  los  imperios  se  truecan  (*0Í>), 

Por  ültimOí  en  frase  enérgica,  eleyadísima  y  pro- 
funda, dice  á  todo  el  mundo,  dirigiéndose  á  una  sola 
persona: 

Y  cuando  de  la  fortuna 
huelles  la  cerviz  suprema, 
del  so!  no  estarás  por  eso 
ni  más  lejos  ai  más  cerca  (t^o). 

Hermoso  pensamiento ,  que  con  briosa  valen  ti  a  mues- 
tra la  pequenez  de  la  dicha  humana,  comparada  con  el 
grandioso  destino  futuro  del  hombre. 

La  existencia,  paréntesis  abierto  al  nacer ^  y  en  el  cual 
permanecemos  sin  pensar  que  ha  de  cerrarse;  la  Wda, 
que  nos  empeñamos  en  recargar  de  necesidadca  ann  á 
costa  de  nuestra  conciencia,  y  por  la  cual  caminamos 
muchas  veces  al  heroísmo  ó  al  crimen,  ¿que  es? 

Vanidad  de  vanidades, 
una  ílor 
que  con  el  sol  amanece 
y  fallece  con  el  sol  (Hl). 

Esto  há  dicho  Calderón  f  repitiendo  un  concepto  que 
muchos  habían  ya  expresado;  pero  nadie  antes  que  él 
había  contestado  así  á  la  eterna  pregunta: 

¿Qué  es  la  vida?  Una  ilusión , 
una  sombra,  una  ficción , 
y  el  mayor  bien  es  pequeño; 
que  toda  la  vida  es  sueño, 
y  los  sneños,  sueüos  son  (Ht); 

Admirable  definición  que  contiene  todo  el  pensamien- 


^m 


639 

to  de  una  obra,  pasmo,  como  concepción  filosófica,  de 
propios  y  extraños. 

Tal  vez  el  hombre  no  ha  recibido  de  Dios  prenda  tan 
preciosa  como  la  voluntad,  reguladoi^a  de  todos  nues- 
tros actos,  más  fuerte  en  cada  individuo  que  todos  los 
poderes  juntos  del  mundo  .contra  él  reunidos,  y  más  in- 
domable que  todas  las  pasiones  d€  que  el  alma  humana 
es  capaz.  Nada  existe  en  nosotros  bastante  poderoso 
para  anular  la  voluntad;  y  por  virtud  exclusivamente 
suya,  puede  el  hombre  vencerse  siempre  que  lo  exija  el 
deber: 

.  Porque  si  á  tí  mismo  tá 
no  te  vences,  será  indicio 
que  de  ti  misnoio  olvidado, 
no  te  acuerdas  de  tí  mismo  (H3).  .       ' 

No  podía  Calderón  olvidarse  de  que  el  libré  albedrío 
es  materia  esencial  del  dogma  católico,  y  por  los  versos 
citados  se  ve  perfectamente  que  lo  había  estudiado  en  la 
ciencia  que  trata  de  las  cosas  de  Dios.  En  ciertas  cuali- 
dades compiten  otros  poetas  con  Calderón;  pero  nadie 
supo  dar  como  él  forma  dramática  á  los  asuntos  dogmá- 
ticos, místicos  y  teológicos  más  abstrusos  y  más  difíciles 
de  tratar.  Asombran  el  desenfado  y  seguridad  con  que 
maneja  en  la  escena  los  efectos  de  la  voluntad  j  y  secu- 
lariza los  conceptos  más  profundos  de  la  religión  catóU- 
ca.  Recordad  estas  elevadas  sentencias: 

¡Qué  poco  me  desvanece' 
el  aplauso,  cuando  temo 
que  no  venzo  á  mi  enemigo 
si  á  m(  mismo  no  me  venzo  t  (H I), 

El  hombre  tiene 
imperio' sobre  si  propio; 


6ia 

j  aii  k»  esfuerzos  httiiiaiios« 
llainaiido  imo  TÍaneo  lados  (i*^)* 

Calderón,  cuando  elegía  tm  asonfo,  lo  estudiaba  á  con- 
ciencia; y  estudiado  con  la  ajt-nda  de  sa  finísimo  instin- 
to dramático,  veía  hasta  donde  podía  Ue^r,  y  de  donde 
no  era  lícito  ni  artístico  pasar.  Por  eso,  al  decir  que  esle 
poeta  llevó  al  teatro  las  cosas  más  recónditas  y  escabro- 
sas, estoy  muy  lejos  de  creer  íjne  hubiera  podido  tratar 
todo  linaje  de  asuntos:  afirmo  sólo  que  tenía  la  facultad 
de  discernir  cuáles  de  entre  los  que  parecían  imposibles 
eran,  sin  embargo,  fáciles  de  poner  al  alcance  del  vul- 
go desarrollándolos  acertadamente.  Su  talen to^  sü  ox* 
periencia,  su  genio  y  saber  la  guiaban  por  éstos,  al  pa- 
recer, inexplorables  países. 

El  bien  j^  el  mal  que  los  hombres  hacemos  cae  tam- 
bién bajo  el  código  moral  de  Calderón,  y  no  solamente 
los  estudia  en  su  origen,  sino  que  legisla  sobre  eUos.  Ya 
sienta  por  principio  que 

de  las  Gosas  mal  bochas, 
ni  es  el  ejemplo  disculpa 
DI  el  dehto  consecueneía  {if^}, 

ya  presenta  el  bien  y  el  mal  naciendo  de  una  misma 
causa  y  produciendo  contrarios  efectos: 

De  un  lísonjeTO  clavel 
que  hermoso  á  la  vista  engaib, 
tina  dulc^p  otra  cruel, 
saca  ponzoña  la  arana , 
la  abeja  destila  m¡ñ\  (H7]« 

No  es  posible  recomendar  el  bien  con  más  eficacia  que 
lo  hace  Calderón  en  estos  cuatro  Tersos: 

De  hacer  algún  bien,  es  tal 
la  atabanzat  Don  Guillen. 


641 

que  haciendo  uno  ajeno  bien 
no  se  siente  el  .propio  mal  (^  18), 

Ni  tampoco  puede  exigirse  manera  de  practicarlo  más 
conforme  con  el  verdadero  espíritu  cristiano,  puesto 

Que  el  que  á  un  afligido  ve 
y  se  le  deja  aQígido 
avergonzarse,  no  da 
sino  vende  el  beneficio  (^^9). 

Dios,  Rey  y  honor  era  el  lema  de  nuestros  antepasa- 
dos; y  con  ser  tan  admirable  el  sentido  de  estas  tres  pa- 
labras, aun  lo  eran  más  la  fe,  la  pureza,  la  devoción  y 
el  noble  ardimiento  con  que  se  rendía  culto  á  estos  tres 
principios,  escritos  en  todo  corazón  español.  Por  ellos 
peleaban  desde  el  primer  general  hasta  el  último  solda- 
do: presentes  los  tuvieron  los  escritores  grandes  y  pe- 
queños, que  dedicaron  su  ingenio  al  cultivo  de  las  letras: 
no  había  noble,  ni  hidalgo,  ni  plebeyo  que  en  sus  actos 
públicos  y  en  sus  relaciones  privadas  no  acatase  la  re- 
ligión, la  autoridad  y  la  familia.  La  patria — no  hay  que 
decirlo— la  patria  estaba  en  todo.  En  amarla  gozábanse 
entonces  y  se  gozan,  por  fortuna,  todavía  los  españoles. 
Este  pueblo  hizo  la  patria  luchando  siete  siglos  bajo  la 
bandera  de  su  Dios,  acaudillado  por  sus  reyes,  y  con- 
quistando palmo  á  pahno  la  tierra  donde  depositó  su 
honra  y  su  familia.  Mientras  haya  una  cruz  ante  la  cual 
nos  descubramos  con  fe  sincera  y  corazón  sano;  mien- 
tras haya  una  autoridad  legítima  á  quien  por  amor  y 
por  deber  respetemos;  mientras  aliente  en  nuestro  pecho 
el  honor  castellano  sin  mezclas  extrañas,  podrá  suceder 
que  no  vayamos  á  la  cabeza  de  lo  que  llaman  civiliza- 
ción y  progreso  modernos;  pero  las  armas  extranjeras  no 
invadirán  impunemente  la  tierra  de  la  patria,  y  la  inde- 

41 


pendencia  de  &paM  no  suctmilitm  iin  It  defeiia  de  ses 
íújcm.  Con  esos  ttm  piineipíos  nadie  nosba  fammOado  on 
BOéstro  saelot  ellos  son  para  oosDtras  bisioria^  ctvüiza* 
ciuD^  grandeza^  poder,  todo  lo  que  oonstiliíTe  tía  pueblo 
independiente.  ;Ay  de  nosotros  el  día  que  ks^  perdamos! 
Eipana  como  nacionalidad  habui  complido  n  deitino  en 
la  (ierra. 

CalderóD,  en  su  doble  concepto  d^  et^pati  .  l-¿riTimo  il»^ 
pnra  rara  y  de  escritor  con  Tocaddn  e^ecíaimma  a  re- 
presentar el  carácter  de  su  pueblo,  que  «a  el  propio 
HITO,  dedicó  lo  mejor  de  sn  vida  j  de  so  entendimiento 
á  exponer  y  santificar  los  tres  prinei{Ma$  qoe  daban 
aliento  y  ¥ida  á  la  nación  donde  había  tenido  la  dieba 
de  nacer»  La  religión  católica  fué  el  múTil  más  podero- 
so de  su  iDspiración:  á  ella  consagró  la  admirable  epo- 
peya teológica  llamada  Auios  sacrwmmMcs^  que  ya  en 
luminoso  trabajo  apreció  aquí  un  sabio  Académico,  dan* 
do  todo  su  valor  á  las  incomparables  cualidades  del  teó- 
logo poeta.  Insensato  atreTimianto  seria  en  mi  qoerer 
añadir  una  sola  palabra  á  lo  que  dijo  aquel  insigne  lit^- 
rato;  pero  aunque  omita  todo  lo  concerniente  á  los  AaJos 
sacrameniúleSy  no  puedo  por  menos  de  reoordaí"  ^^^'"' '  ^^^ 
lo  que  en  sus  dramas  escribió  de  la  religión  de  / 
to*  Como  creyente  fen^oroso  quiso  dejar  muestras  per- 
durables de  su  firme  creencia,  interpretando  asi  la  de 
sus  compatriotas.  No  debo  ahora  examinar  el  pensa- 
miento paramente  religioso  y  teológico  de  varias  de  sus 
obras;  pero  sí  eitar^  aunque  muy  á  la  ligera «  algunos  de 
los  conceptos  de  esta  índole  con  que  casi  todas  ellas  es- 
tán enriquecidas.  Nunca  este  alentado  ingenio  penetró 
más  allá  de  lo  que  á  la  raxón  humana  le  es  lícito,  por- 
que creía  que 


643 

Lo  que  Dios  quiere  guardar, 
lo  guarda  sin  que  se  sepa 

cómo  ni  por  qué  lo  guarda 

dígalo  su  providencia  (120). 

Sabía  que  á  ciertos  misterios  jamás  llegará  el  hombre, 
y  que  es  vana  soberbia  querer  investigarlos;  pero  no  por 
eso  tenía  en  menos  la  dignidad  humana:  antes  bien  la 
consideraba  en  tanto,  que  no  hallaba  nada  mayor  que 
admirar  en  el  Hacedor  Supremo  que  su  creación. 

Gran  autor  debe  de  ser 
el  que  con  eterna  calma 
á  cada  cuerpo  da  un  alma 
y  una  vida  á  cada  sor  (<24), 

La  verdad^  muchas  veces  desconocida  y  ultrajada  en 
la  tierra,  la  busca  él  donde  tiene  su  origen: 

Acudamos  á  lo  eterno, 
que  es  la  fama  vividora, 
donde  ni  duermen  las  dichas, 
ni  las  grandezas  reposan  (422}. 

Con  este  sublime  concepto  define  el  signo  sagrado  de 
nuestra  redención: 

£1  madero  soberano, 
iris  de  paz  que  se  puso 
entre  las  iras  del  cielo 
y  los  delitos  del  mundo  (123). 

No  se  muestra  menos  teólogo  y  moralizador  al  ense- 
ñar hasta  qué  punto  están  obligados  los  hombres  á  obe- 
decer á  sus  superiores,  y  cuándo  no  deben  hacerlo.  No 
olviden,  pues,  los  que  rigen  los  pueblos  que 

En  lo  justo 
dice  el  cielo  que  obedezca 


511 


el  csebro  i  s 

ponioe  sí  el  señor  dtjem 

á  un  esclava  qae  pee^ri, 

obÜgieíóti  sa  tupiera 

de  obedecerle;  porque 

quien  peea  mandado,  peea  (tii;. 

MfBlieos  en  la  verdadera  acepción  de  la  palabra^  ele- 
cadísimos  y  di^os  del  mejor  de  noestros  mentores  al- 
oéticas, son  los  iigaientes  pensamientos: 

par  ffid  ido  unariera 
D»os,  sí  Miis  nmiido  no  tmlikrac 
lue^  eres  lú  cnu  por  mi, 
ffne  Bks  no  moriera  en  li 
6Í  yo  pecador  ao  foeni  (tiv. 

Pera  ¿qct4  nuil  nn  es  mortal, 
si  tnortal  el  hombre  e^. 
y  en  esle  eaiifuso  ^ismo 
la  enfermedad  de  si  nüstno 
le  rkne  á  oíatar  después? 
Hoiabre,  mini  que  no  estés 
descoidado;  La  verdad 
si^Qp,  qae  hay  ctArfiidíi^I, 
y  otra  f^nfermeilad  o<í  e^f>ercs 
que  i^  avise,  pues  tú  errs 
lu  tDavor  anfermediid  [  tí<). 

Pisando  la  tierra  dum 
de  i!oaltciua  el  ho«i)!ife  e&tá^ 
y  cá'la  paso  qye  da 
es  sobre  su  sepultura  (ii"). 

Después  de  Dios,  el  Rey  era  lo  más  respetable  para 
un  español  del  siglo  xvín  considerábase  la  monarquía 
eomo  una  instilación  da  derecho  dÍTÍno,  y  ésla  es  la 
aiu^eola  de  la  majestad  real  en  aquellos  tiempos.  En  los 


645 

nuestros,  á  lo  que  parece,  las  cosas  han  cambiado  mu- 
cho; y  aunque  Dios  es  también  quien  hace  los  reyes,  la 
ayuda  de  las  constituciones  es  indispensable  para  que  ló 
sean.  Por  ello,  sin  duda,  no  comprendemos  bien  ahora 
algunos  de  los  conceptos  que  Calderón  y  los  poetas  coe-- 
táñeos  suyos  introducían  en  muchas  de  sus  obras.  Hoy 
sería  inverosímil  decir,  como  dice  Calderón: 

que  quien  mira  al  rey  la  cara 
segura  tiene  la  vida  (ít8), 

y  condenable  por  reaccionario  suponer 

que  nadie  ha  de  juzgar 
á  los  reyes,  sino  Dios  (<29). 

Gracias  si  se  consigue  en  los  pueblos  monárquicos  que 
pase  por  cierto  aquello  de 

que  no  ka  de  tener  ninguno 
enterezas  con  su  rey  (430), 

y  gracias  también  si,  á  lo  menos,  ya  que  no  verdad  prác- 
tica, es  teoría  sana  y  respetable  lo  de  que 

Es  la  sangre  de  los  nobles, 
por  justicia  y  por  derecho, 
patrimonio  de  los  reyes  (^31). 

Tal  vez  consistirá  en  que,  por  pura  bondad,  sin  duda, 
los  reyes  á  la  moderna  no  participan  de  la  opinión  de 
nuestro  poeta,  que  creía 

que  el  temor  sobre  el  amor 
da  estimación  y  respeto  (432). 

Pero  lo  cierto  es  que  si  bien  hoy  los  actos  de  infidelidad 
y  de  rebeldia  á  la  autoridad  suprema  del  Estado  se  re- 
piten con  dolorosa  frecuencia,  en  cambio  los  actos  de 


64e 

abnegación  y  de  sacrificio  incondicional  de  los  vasallos 
andan  por  las  nubes»  Busquen  los  que  aconsejan  á  los 
reyes,  ya  que  á  éstos  no  alcanza  la  responsabilidad  de 
los  actos  de  sus  gobiernos,  la  manera  de  hacerlos  felices 
en  ol  concepto  que  indica  Calderón; 

¡Felice  y  más  que  felicej 
el  quc^  aoiado  de  su  pueblo, 
día  que  en  público  sale 
ve  á  sus  vasallos  conlentosl  t<33)» 

Si  Dios  y  el  Rey  eran  las  dos  primeras  obligaciones 
de  todo  buen  español  del  siglo  xvii^  el  honor  imponía 
deberes^  no  contra  Dios,  pero  sí  muchas  veces  contra  el 
propio  Rey;  porque  según  Calderón,  tan  amanto  de  la 
monarquía^  era  preciso  no  olvidar 

que  si  en  un  vasallo  fiel 

no  hiiy  contra  el  poder  espada, 

hay  honor  ooatra  el  poder  (^3^), 

y  que 

Al  Rey  la  haeiendíi  y  la  yída 
se  debe;  pero  el  liúnor 
C5  pairimoDÍo  del  alma, 
y  el  alma  soto  es  de  Dios  (139)* 

No  dirán  los  enemigos  de  los  tiempos  pasados  que  el 
poeta  que  consignó  tal  doctrina  pecaba  de  adulador  y 
servil,  ni  mucho  menos  que  escribía  bajo  el  yugo  de  un 
tirano:  esta  manera  de  pensar  está  tan  lejos  del  despo- 
tismo  como  de  la  democracia. 

Efe  evidente  que  si  el  honor  del  individuo  imponía  res- 
peto al  mismo  Rey,  más  debía  imponerlo  á  cualquiera 
otra  criatura  humana;  y  hasta  tal  punto,  que  bien  pue- 
de decirse  que  en  esto  del  lionor  no  había  materia  pan^a. 


647 

Porque  el  honor 
es  de  materia  tan  frágil, 
que  con  una  acción  se  quiebra 
y  se  mancha  con  un  aire  (436); 

y  manchado  el  honor,  según  uno  de  los  más  famosos 
personajes  de  Calderón,  sólo  con  sangre  se  lava. 

En  esto,  como  en  todo,  el  príncipe  de  nuestros  poetas 
dramáticos  interpretaba  las  ideas  de  su  siglo  y  de  su  so- 
ciedad; pero  reservándose  el  derecho  de  condenarlas, 
cuando  así  lo  creía  justo:  por  eso,  si  bien  es  cierto  que 
unas  veces  opinaba 

Que  si  mil  muertes  hubiera 
que  padecer  y  sufrir, 
por  un  átomo  de  honor 
aun  fueran  pocas  las  mil  (137), 

y  otras  decía 

Que  del  honor 
son  tan  severas  las  leyes, 
que  mandan  que  el  ofendido 
sin  ningún  riesgo  se  vengue  (438), 

también  lo  es  que  al  propio  tiempo  se  lamentaba  amar- 
gamente de  aquellas  injusticias  sociales  que,  sea  dicho 
de  paso,  no  se  han  corregido  aún.  Pasaba  porque  las 
manchas  del  honor  se  lavaran  sólo  con  sangre;  pero  de- 
jaba escrito  que 

Poco  del  honor  sabía 
el  legislador  tirano 
que  puso  en  ajena  mano 
mi  opinión,  y  no  en  la  mía  (139). 

Parecíale  bien  que  no  bastaran  mil  vidas  para  darlas 
por  un  átomo  de  honor;  pero  sentía  que  fuera  por 


648 

ley  Iraiilora 

ia  iiFrenta  de  quien  la  lloríi 
y  na  de  qnien  [a  comete  (UO), 

Y  por  último,  para  justificar  en  cierto  modo  el  durí-- 
simo  Cüdig-o  del  honor ^  exclamaba: 

Higor  qne  el  cielo  previene, 
desdicha  que  el  tiempo  ortlena, 

es  que  uno  tenga  la  pena 

lie  la  culpa  que  no  tiene  (í^O. 

Mucho  más  y  sobre  otras  materias  muy  interesantes 
podría  citar  de  lo  que  sin  maduro  examen  he  recogido 
del  teatro  de  Calderón;  pero  con  lo  citado  creo  que  bas- 
ta para  demostrar  lo  que  me  propuse- 

Toda  obra  dramática  que,  además  de  las  cualidades 
que  el  arte  exige,  contiene  un  pensamiento  social  mora- 
lizador^  expuesto  con  claridad  y  lógicamente  desarrolla- 
do, aventaja  en  mucho  á  aquéllas  cuyo  único  fin  es  de- 
leitar honestamente  al  público;  pero  también  estimo  po- 
sible enseñar  y  aun  moralizar  escribiendo^  como  lo  hi- 
cieron nuestros  poetas,  sin  el  propósito  deliberado  de 
corregir  un  vicio  social  por  medio  de  la  acción  dramá- 
tica, Al  elegir  á  Calderón  como  moralista  para  lema  de 
mi  discurso,  he  prescindido  de  la  enseñanza  que  encie- 
rran las  fábulas  y  los  caracteres  por  él  creados,  porque 
mi  objeto  era  sólo  probar  que  del  diiUogo  de  sus  come- 
dias podía  sacarse  un  código  moral,  capaz  de  guiar  al 
hombre  por  buen  camino.  Tengo  por  sano  y  moraliza- 
do r^  no  solamente  lo  que  he  citado,  sino  también  lo  que 
he  omilidoi  pienso  que  en  todos  y  en  cada  uno  de  estos 
dramas  resplandece  la  más  pura  doctrina  católica;  y  si, 
como  dice  un  escritor  moderno^  la  moral  de  una  obra 
está  menos  en  ella  que  en  su  aulor,  preciso  m  declarar 


649 

que  Calderón  fué,  á  la  vez  que  ingenio  de  los  mayores 
que  ha  tenido  el  mundo,  hombre  tan  honrado  y  virtuo- 
so como  el  que  más. 

Sin  aspiraciones  de  critico  profundo,  ni  mucho  menos 
de  sabio  comentador,  sino  sencillamente  con  el  carácter 
de  humilde  expositor  de  la  doctrina  moral  de  D.  Pedro 
Calderón  de  la  Barca,  he  venido  á  pagaros  mínima  par- 
te de  la  enorme  deuda  que  con  vosotros  tengo  contraí- 
da: me  daré,  pues,  por  muy  satisfecho  si  he  conseguido 
que  el  brillo  de  las  riquísimas  joyas  del  sumo  poeta  os 
haya  deslumhrado  hasta  el  punto  de  no  reparar  en  lo 
tosco  y  pobre  del  engarce  que  yo  les  he  puesto. 

He  dicho. 


NOTAS. 


(I)  Garab  Guliárez.  Eclipse  Parcial:  acto  I**,  esc*  ti. 

(f )  El  maiisirm  de  la  jardines:  aelo  I  .*,  ese.  sti. 

{Z)  Nú  Éiemprt  lo  pmr  ef  cierta:  ado  i/,  ese.  nr. 

(1)  la  píáa  es  meño:  aeto  I/»  esc  iim. 

(5)  Él  ivioj^r  líwiii^íriío,  tm  ctIo$:  acio  i/,  e^%  \ , 

(6)  Antoia  j^  oterreei^o:  acto  S/,  esc«  t* 

(7)  l'^m  mmer  á  amar^  querer  vmcerie:  ada  l.%  esc.  v. 
{^)  El  iteréis  á  tmtK  acta  3.',  esc,  ?iti- 

(9)  Amtgtd,  amante  y  Imk  telo  i/,  ese.  tfti. 

(lOj  ¿a  ftija  dtl  aire:  aclo  !/,  esa  n. 

(H)  La  Sibila  del  Oriente:  acto  3t%  e¿c,  iti* 

(IS)  El  oeam  y  el  error.  &elo  1,%  esc.  xxr, 

(IS)  la  hija  del  aire:  acto  %*,  €sc.  i. 

(14)  Bt  acato  y  e/  error:  aelo  3,%  eáo.  ji. 

(15)  MI  iegimdo  Scipiún:  aelo  1/ 
(16]  tdem  id.  iii. 

(17)  Para  vencer  a  amor^  querer  vencerles  aelo  t/,  ese,  nf 

(18)  £í  Con^/e  ¿ueaíior:  aeto  i,\  ese.  su. 
(id)  ¿a  vida  es  sueño:  acto  3/,  ©se,  i, 
(20)  /ucías  Macahco:  acto  1.*.  esc.  iii. 

(24)  Darlo  todo  ij  m  dar  nada:  acto  3,*,  <?sc,  xiJ, 
{%!}  Argenis  y  Poliurco:  acto  3.*,  esc,  xii. 

(23)  £i  astrólogo  fingido:  ücto  I/,  esc.  ii. 

(24}  El  alcaide  de  si  mismo:  acto  1.'»  esc«  iii* 

(25)  La  hija  del  aire:  acto  2/,  esc.  vii, 

(26)  El  monstruo  de  la  fortuna:  acto  l.%  esc.  xíl 
(27J  Ap-adecer  y  no  aman  acto  I.",  esc.  xiiu 
(28)  X^uiV  Pérez  el  Gallego:  acto  I/,  esc.  tit. 


651 

(29)  El  acaso  y  el  error:  acto  2.',  esc.  ix. 

(30)  Los  tres  mayores  prodigios:  acto  3.* 

(31)  Amigo,  amante  y  leal:  acto  3/,  esc.  x. 

(32)  Casa  con  dos  puertas  mala  es  de  guardar:  acto  4 .%  esc.  ly. 

(33)  El  mayor  monstruo,  los  celos:  acto  2.',  esc.  x. 

(34)  Enfermar  con  el  remedio:  acto  1.',  esc.  viií. 

(35)  El  laurel  de  Apolo:  acto  2.',  esc.  x. 

(36)  Nadie  fie  su  secreto:  acto  2.",  esc.  i. 

(37)  De  una  causa  dos  efectos:  acto  3.*,  esc.  x. 

(38)  Apolo  y  Climene:  acto  2.' 

(39)  Saber  del  mal  y  del  bien:  acto  2.",  esc.  viii. 

(40)  Casa  con  dos  puertas  mala  es  de  guardar:  acto  I.",  esc.  x. 

(41 )  El  Pastor  Pido:  acto  3.* 

(42)  La  devoción  de  la  Cruz:  acto  2.',  esc.  xiv. 

(43)  Bien  vengas  mal:  acto  2.%  esc.  vií. 

(44)  ídem:  acto  1.",  esc.  xv. 

(45)  ídem:  acto  2.%  esc.  vi. 

(46)  El  alcalde  de  Zalamea:  acto  2.',  esc.  xxi. 

(47)  Amor^  honor  y  poder:  acto  I.',  esc.  xvii. 

(48)  El  astrólogo  fingido:  acto  4.%  esc.  ix. 

(49)  Las  manos  blancas  no  ofenden:  acto  I.',  esc.  vin. 

(50)  Con  quien  vengo,  vengo:  acto  2.*,  esc.  xiii. 

(51)  Celos  aun  del  aire  matan:  acto  3.',  esc.  xi. 

(52)  El  castillo  de  Lindabridis:  acto  3.",  esc,  £. 

(53)  Agradecer  y  no  amar:  acto  2.*,  esc.  i. 

(54)  El  mayor  monstruo,  los  celos:  acto  2.",. esc.  x. 

(55)  El  médico  de  su  honra:  acto  2/,  esc.  xvi. 

(56)  Gustos  y  disgustos  son  no  más  que  vnaginación:  acto  1 .',  es- 
cena XI. 

(57)  El  médico  de  su  honra:  acto  2.",  esc.  iv. 

(58)  ídem  id.  id. 

(59)  Cada  uno  para  si:  acto  2.*,  esc.  iiu 

(60)  El  pintor  de  su  deshonra:  acto  3.',  esc.  v. 

(61)  El  mayor  monstruo,  los  celos:  acto  2.*,  esc.  x. 

(62)  ¿Cuál  es  mayor  perfección?:  acto  3.",  esc.  xxv. 

(63)  Los  tres  afectos  de  amor:  acto  4.',  esc.  x. 

(64)  La  devoción  de  la  Cruz:  acto  2.',  esc.  xi. 

(65)  Fieras  afemina  amor:  acto  4.* 

(66)  El  alcalde  de  Zalamea:  acto  3.*,  esc,  xi. 

(67)  Fortunas  de  Andrómeda  y  Perseo:  acto  4.** 


■1 

^^^^^F                          l^^^^^^^^^l 

^^^H(l»} 

La  Virgen  del  Sagrario:  acto  2.*,  esc.  x.                   ^^^^^^| 

^^^^^H 

Fortunas  de  Andrutnedn  y  Perteo:  aclo  (•*                    ^^^^^H 

^^^V 

Gatioí  y  disgtittos  son  no  más  que  imaginación',  dci»  i.*,  rs-     ^H 

^^^^^V                                                                                                   ^1 

^^H 

Los  tres  afectos  de  amor:  acto  (.*,  ose.  it.                                 ^H 

^^H 

Amar  después  de  la  muerte:  acto  3.*,  esc.  ^  iii-                         ^| 

^^H 

ídem  id.  V. 

^^H 

A'a<ft«  fie  su  secreto:  acto  3.*,  esc.  xxv. 

^^H 

£a  devoción  de  la  Cruz:  acto  1  ,*,  esc.  in. 

^^H 

Guárdate  del  agua  mansa:  acto  f  .*,  esc.  u. 

^^H 

El  astrólogo  fingido:  acto  1.*,  esc.  i. 

^^B 

vlmai'  después  de  la  muerte:  acto  1.*.  esc.  it. 

^^K 

Cada  uno  para  si:  aclo  1  .*,  esc.  xtx. 

^^F 

SI  Conde  Lucanor:  acto  1.*,  esc.  siv. 

^H 

la  Gran  Cenohia:  aclo  3.",  esc.  it. 

^H 

idcm:  aclo  8.*,  esc.  u. 

^H 

la  hija  del  aire:  acto  i.*,  esc,  ii  de  la  secunda  parte. 

^H 

El  Conde  Lucanor:  aclo  2.*,  ese.  ix. 

^H 

Amor,  honor  y  poder:  aclo  3.',  esc.  iit. 

^H 

La  dama  duende:  acto  2.",  esc,  n. 

^H 

Afectos  de  odio  y  de  amor:  acto  3.*,  esc.  mi. 

^H 

Los  cabellos  de  Absalón:  aclo  3.*,  esc.  sst. 

^H 

Duelos  de  amor  y  lealtad:  aclo  3.*,  esc  xiii. 

^H 

El  sitio  de  Breda:  aclo  3.*,  esc.  vii. 

^H 

Los  cabellos  de  Absalón:  acto  3-*,  esc.  viii. 

^H 

¿as  manos  blancas  no  ofenden:  aclo  3.*,  esc.  xi. 

^H                     (93) 

El  segundo  Scipióa:  acto  3.' 

^H            (»«} 

La  cisma  de  IngahUerra:  aclo  3,*,  esc.  vij. 

^H 

A  secreto  agravio  secreta  venganza:  acto  3.*,  esc.  vh. 

^H 

La  hija  del  aire:  acto  2.',  esc.  ix  de  Ja  segunda  parle. 

^H 

El  segundo  Scijñóít:  acto  2.* 

^H 

Amar  después  de  la  jituerle:  aclo  3.*,  eso.  viii. 

^H 

Las  armas  de  la  hennosura:  aclo  3.*,  esc.  vit. 

^H 

Bien  vengas  mal:  aclo  1.*,  esc.  it. 

^^H 

El  Príncipe  Constante:  acto  1.°,  esc.  t. 

^H 

El  hijo  del  Sol,  Faetón:  acto  1.' 

^H 

Amar  desptu's  de  la  mmrte;  aclo  2.',  esc.  v. 

^H 

Los  tres  afectos  de  amor:  acto  ).",  esc.  xiti. 

^H 

Judas  Mticabeo:  acto  1  .*,  esc.  is. 

^H 

¿7  hijo  ih-l  Sal,  raelóu:  aclo  t." 

653 

(107)  Sorber  del  mal  y  del  bien',  acto  \  /,  esc.  xu. 

f^08)  La  Gran  Cenobia:  aclo  í.*,  esc.  iii. 

(109)  ídem:  acto  3.%  esc.  n. 

(H 0)  El  hijo  del  Sol,  Faetón:  acto  2.' 

(1 H )  Las  cadenas  del  demonio:  acto  3.',  esc.  ii. 

(H2)  La  vida  es  sueño:  acto  2.',  esc.  xix. 

( H3)  El  pintor  de  su  deshonra:  aclo  2.',  esc.  iv. 

(\  1 4)  El  segundo  Scipión:  acto  2.' 

(115)  ¿05  cabellos  de  Absalón:  acto  1.*,  esc.  ii. 

(116)  La  desdicha  de  la  voz:  acto  2.*,  esc.  ii. 

(117)  La  cisma  de  IngalateiTa:  acto  2.',  esc.  iv. 

(118)  Gustos  y  disgustos  son  no  más  que  imaginación:  acto  2.'',  es- 
cena ni. 

(H9)  Los  hijos  de  la  fortuna:  acto  1/,  esc.  vn. 

(120)  Dicha  y  desdicha  del  nombre:  acto  2.',  esc.  xvc. 

(121)  El  monstruo  de  los  jardines:  acto  1.',  esc.  xi. 
(1^2)  La  vida  es  sueño:  acto  3.*,  esc.  x. 

(123)  La  exaltación  de  la  Cruz:  acto  1.',  esc.  ix. 

(124)  El  PHncipe  Constante:  acto  2.%  esc.  vii. 

(125)  La  devoción  de  la  Cruz:  acto  3.*,  esc.  xr. 

(126)  El  Principe  Constante:  acto  3.*,  esc.  vm. 

(127)  ídem  id.  id. 

(128)  El  alcaide  de  si  mismo:  acto  3,*,  esc.  xii. 

(129)  Saber  del  mal  y  del  bien:  acto  1.",  esc,  vin. 

(130)  Ídem:  acto  3.%  esc.  i. 

(131)  No  hay  cosa  como  callar:  acto  1.',  esc.  xv. 

(132)  Argenis  y  Foliarlo:  acto  I.',  esc   iv. 

(133)  Los  tres  afectos  de  amor:  acto  1 .",  esc.  ni. 

(134)  Amor,  honor  y  poder:  acto  1.',  esc.  xvii. 

(135)  El  alcalde  de  Zalamea:  acto  1.',  esc.  xviii. 

(136)  La  vida  es  sueño:  acto  1.',  esc.  iv, 

(137)  Antes  que  todo  es  mi  dama:  acto  3.%  esc.  xi. 

(138)  La  desdicha  de  la  voz:  acto  3.',  esc.  i. 

(139)  El  pintor  de  su  deshonra:  acto  3.*,  esc.  xiu. 

(140)  ídem:  acto  3.",  esc.  xiii. 

(141)  Gustos  y  disgustos  son  no  más  que  imaginación:  acto  3.*,  es- 
cena XVi. 


CONTESTACIÓN 


iHa 


Eicto.  S«.  D.  íDBILIANO  FMAIEZ-GIIEM  Y  OM 


AL  PRBCKDEIÍTE  DTSCUBSO  BEL  3».  CiTAUÍA. 


Sbnor^: 


Tócame  la  honrosa  distinción  de  llevar  en  este  dia  la 
voz  de  Ja  Academia  Española  para  dar  moy  afecliiosa 
bienvenida  al  correcto  escritor,  al  distinguido  poeta  Don 
Mariano  Catalina,  de  cuva  laboriosidad  v  buenos  estn*- 
dios,  realzados  por  envidiable  nobleza  de  carácter,  la 
Academia  se  promete  cooperación  activa  y  útil  en  sus 
difíciles  y  asiduas  tareas  literarias. 

Cuánto  vale  como  escritor  y  poeta  el  Sr.  Catalina,  ya 
lo  ha  quüatado  inapelable  autoridad,  reconocida  y  aca- 
tada universalmente  por  su  rectitud,  ciencia  y  maravi- 
lloso juiciOi  y  á  quien  unánimes  confiasteis  vosotros  el 
delicado  y  honrosísimo  cargo  de  la  censura-  He  aquí  las 
palabras  de  tan  sabio  critico,  en  el  prólogo  de  las  Poe- 
sías^  eanlares  ?/  leyenda.^  del  nuevo  compañero: 

«No  es  Catalina  poeta  que  babitualmente  se  remonte 
en  alas  del  estro  arre  balado  de  Píndaro;  mas  sin  volar 
á  las  alturas  en  que  suele  resplandecer  el  fogoso  liris- 
mo que  á  veces  nos  enamora  y  seduce  tanto  en  las  odas 


655 

del  Maestro  León  ó  de  San  Juan  de  la  Cruz,  sabe  insi- 
nuarse en  el  ánimo  y  atraerlo  y  encantarlo  con  persua- 
sivo lenguaje. 

>Ni  es  la  poesía  amatoria  la  única  fuente  donde  busca 
y  recibe  Catalina  felices  inspiraciones.  La  santidad,  la 
virtud,  el  heroísmo,  el  poder,  cuanto  levanta  el  espíritu 
y  lo  dirige  á  contemplar  el  esplendor  de  las  grandezas 
morales  y  á  gozarse  en  ellas,  atrae  y  cautiva  á  nuestro 
poeta,  dictándole  versos  muy  honrosos  para  su  numen  y 
recto  juicio,  pero  todavía  más  para  los  nobles  senti-, 
mientes  que  abriga  en  el  corazón.  Conocedor  de  su  tiem- 
po y  de  la  enfermedad  moral  que  ahora  lo  contagia  todo, 
enfermedad  que  produce  donde  quiera  grandes  catástro- 
fes, augurándolas  mayores — si  los  que  rigen  la  sociedad 
no  se  esfuerzan  por  restaurar  la  fe  en  el  alma  de  los 
pueblos  poniendo  diques  al  torrente  de  las  doctrinas  de- 
letéreas que  los  vician  y  corrompen, — duélese  Catalina 
de  la  desastrosa  ceguedad  del  hombre  que  por  torcidos 
caminos 

busca  la  ciencia,  y  la  verdad  no  alcanza, 

porque  no  es  posible  alcanzarla  cuando  se  toma  por  luz 
de  verdadera  ciencia  el  engañoso  y  pasajero  fulgor  de 
deslumbrantes  errores.  > 

Y  si  el  propio  Sr.  Cañete,  de  quien  es  parecer  tan 
exacto  y  discreto,  le  hubiera  de  dar  sobre  las  obras  dra- 
máticas del  mismo  autor,  ¿quién  duda  sino  que  le  pon- 
dría en  su  punto  de  ésta  ó  semejante  manera? 

^Cuando  más  se  recreaba  el  estragado  paladar  de  la 
multitud  con  los  asquerosos  manjares  que  donde  quiera 
le  ofrecía  el  género  bufo,  Catalina  protestó  en  la  escena 
contra  tamaña  degradación,  arrojándose  á  luchar  con  la 


corriente  del  nial  gusto-  Ejemplo  hermoso  de  valor  y  ile 
conciencia  arf  ísüeaj  su  primer  ensayo  dramático  le  pro- 
porcionó el  triunfo  más  lisonjero,  j  aquellos  mismos  que 
entonces  parecían  fascinados  por  las  repugnantes  cari- 
caturas de  La  Gran  Duquesa^  se  sintieron  como  Yenci- 
dos  ante  los  puros  j  delicados  amores  del  gran  cantor 
da  La  Jenisalén  Libertada.  Ni  fué  menos  gloriosa  vic- 
toria la  qtie  obtuvo  con  Luchas  de  Amor^  donde  en  fá- 
bula muy  bien  trazada  descubre  por  alta  manera 

'  que  en  ol  alma  hay  libertad 

para  lachar  y  veacer, 
si  quiere  la  voluntad. 

»Mas  aunque  sólo  hubiese  escrito  el  drama  lleno  de 
interés  y  de  sana  filosofía  moral  que  intitula  No  hay  bmn 
fin  por  mal  camino^  aplaudid  í simo  en  todas  sus  repre* 
senfaciones,  merecería  Catalina  figurar  entre  los  mejo- 
res dramáticos  íle  nuestros  días.  jQuó  sabor  tón  castizo  y 
tan  en  la  buena  tradición  española  el  de  este  singular 
poema  escénico!  En  él  se  unen  la  discreción  y  el  arrojo 
á  la  originalidad  de  la  inventiva,  y  se  pintan  caractereí^ 
y  pasioneSj  no  ya  como  los  sueña  la  imaginación  extra- 
viada, sino  con  el  fuego  y  colorido  de  la  verdad,  y  en  sa- 
broso estilo  esmaltado  de  profundas  sentencias  ó  de  feli- 
ces rasgos  poéticos  adecuados  á  la  índole  y  situación  de 
los  personajes.  í> 

El  vivo  y  sincero  amor  á  toda  clase  de  buenas  letras 
que  avalora  y  reaka  al  Académico  electo,  le  ha  llevado 
en  más  de  una  ocasión  á  recorrer  otros  dominios  que  los 
de  la  dramática  y  lírica,  también  lloridos  y  gloriosos.  Y 
las  monografías  que  publicó,  ya  describiendo  y  aprecian- 
do las  Urnas  cinerarias  de  nuestro  Museo  Arqueológico 


657 
Nacional,  ya  examinando  La  pintura  en  la  Edad  Media^ 
extasiado  ante  una  tabla  del  Beato  Angélico,  modelos 
preciosos  ambos  de  bien  encaminadas  investigaciones, 
de  buen  gusto  y  peregrino  arte,  hallan  siempre  en  varo- 
nes doctos  ingenuas  y  merecidas  alabanzas. 

Nuestro  elegido  viene  además  á  ocupar  el  sillón  va- 
cante, como  por  derecho  hereditario,  renovando  en  nues- 
tro libro  de  oro  un  nombre  que  así  fue  prenda  de  sólido 
y  profundo  saber,  como  de  prudencia  y  discreción  extre- 
madas. Y  al  mostrarse,  como  acabáis  de  ver,  tan  agra- 
decido á  la  memoria  de  su  ilustre  pariente  y  antecesor 
en  estos  codiciados  honores,  nos  da  la  medida  de  cuánto 
debemos  esperar  de  sus  bien  nacidos  pensamientos.  La 
nobleza  de  corazón  es  el  mayor  realce  del  hombre. 
¿Quién  más  desdichado  y  aborrecible  que  el  que  no  sabe 
ni  agradecer  ni  amar?  Infeliz,  porque  no  ama  ni  puede 
amar,  llamó  la  santa  y  prodigiosa  doctora  de  Ávila  al 
demonio.  ¿Qué  se  ha  de  esperar  de  quien  no  ama  sino  á 
sí  mismo,  de  quien  se  imagina  que  todo  se  lo  debe  á  sí 
propio,  del  ingrato,  semejante  á  las  arenas  de  la  Libia, 
que  tragan  codiciosas  las  aguas  del  cielo  sin  ornarse  ja- 
más de  flores  y  verdura? 

Bien  venido  sea,  pues,  quien  dichoso  atesora  dotes  de 
ingenio  y  de  corazón  excelentes,  y  quien  ha  de  prestar- 
nos auxilio  verdadero  con  los  sazonados  frutos  de  su  en- 
tendimiento é  instrucción  y  con  las  prendas  valiosas  de 
su  carácter. 

En  testimonio  de  ello,  acaba  de  elegir  por  materia  de 
su  discurso  <la  moral  en  los  dramas  de  Calderón. >  ¡Cal- 
derón: el  mayor  de  nuestros  dramáticos  antiguos  en  la 
cumbre  del  arte  español;  entendimiento  gigante,  apa- 
centado en  abismos  luminosos  de  Teología,  poéticos  y 

42 


as 

profimdísimos;  espejo  fiel  de  las  creencias  y  senüíiuen 
los  de  la  nacióE  española,  exaltados,  idealizados  y  i 
figurados  por  m  poderosa  fantasía!  Poeías  como  Caí  t — 
ron  de  la  Barca,  son  los  hijos  predilectos,  al  par  que  los 
bienhechores  de  una  raxa^  á  la  cual  pagan  con  n^ra  I" 
qne  de  ella  recibieron.  Y  en  tales  incomparables  inge- 
nios se  condensa  toda  la  fuerza  y  energía  de  nn  siglo  y 
do  una  civilización.  En  sus  escritos  vive  perenne  la  flor 
más  fragante  y  pura  del  sentimiento  naeionah  Parecen 
hombres  de  sólo  un  cuerpo  y  muchas  almas,  como  do 
Shakespeare  se  ha  dicho.  No  se  absorben  en  la  estéril  y 
egoísta  contemplación  de  sus  propios  afectos  y  dolores, 
sino  que  salen  de  si  mismos  y  dan  voz  y  forma  á  la  idea 
y  á  la  pa^iun  que  yace  indefinida  y  latente  en  el  alma  de 
las  muclíedumbres,  en  el  corazón  de  su  siglo.  í Dónde 
corona  más  gloriosa  que  la  de  poeta  nacional,  épico  f* 
flramático?  Perder  y  olvidar  la  propia  fisonomía;  bañar- 
se, por  decirlo  así,  en  la  corriente  de  la  vida  univei-sal; 
expresar  por  alta  manera  lo  que  todos  sienten  y  pieasan 
de  un  modo  vago  y  confuso;  dirigir  á  nobles  fines  el  in- 
quieto ardor  ó  impremeditado  arrojo  de  la  niuUUud,  re- 
frenando en  ella  los  instintos  feroces  y  desarrollando  Im 
más  hazañosos  y  bellos,— es  ser  más  que  gran  poeta,  es 
rivalizar  con  los  autores  de  las  epopeyas  primilivas,  con 
los  primeros  fundadores  y  civilizadores  de  los  pueblos. 
¿Quien  agotará  la^^  alabanzas  de  Galderón?  Repetidaa 
veces  se  han  prodigado  en  este  sitio  por  doctos  compa— 
ñeros.  Cuál,  apreciándole  y  considerándole  poeta  simbci- 
lico,  que  en  sus  Áuto.^  Sacramentales  expuso  con  tanta 
riqueza  y  prodigalidad  de  estilo  como  profundidad  teoló- 
gica uno  de  los  más  alfós  misterio-?  de  la  fe  cristiana,  el 
adorable  y  sacratísimo  de  la  Eucaristía.  Cuál  hubo  de 


G59 

extenderse  en  consideraciones  generales,  rápidas  ó  inge- 
niosas, puesta  la  mira  en  el  conjunto  prodigioso  de  los 
escénicos  poemas  calderonianos.  Y  aun  cabe  estudiarle 
de  otras  muchas  interesantes  y  diversas  maneras:  ya  co- 
mo poeta  trágico  y  analizador  singular  de  la  fiera  pasión 
de  los  celos,  en  El  Tetrarca  de  Jerusalérij  en  El  Médico 
de  su  honraj  en  Á  secreto  agramo  secreta  venganza  y 
en  El  pintor  de  su  deshonra^  ya  como  artista  habilísimo 
en  dar  forma  dramática  y  tangible  á  puras  ideas  y  abs- 
tracciones de  la  mente;  ya  como  sabio  maestro  del  dra- 
ma religioso;  ya  como  pintor  el  más  ameno  y  fiel  de  las 
costumbres  de  su  tiempo,  en  las  comedias  de  capa  y  es- 
pada. 

Tal,  y  tan  grande,  fecundo  y  vario  es  el  estudio  que 
acerca  de  Calderón  puede  hacerse;  y  á  nadie  habrá  de 
causar  extrañeza  que  lo  sea  constante  y  predilecto  para 
doctos  y  sesudos  críticos  alemanes,  desde  Augusto  Gui- 
llermo Schlegel,  que  admiraba  en  el  poeta  la  encarna- 
ción y  prototipo  del  arte  católico,  hasta  Schacky  Schmidt, 
que  menudamente  disecan  y  analizan  su  teatro.  Causas 
entre  sí  muy  diversas,  y  algunas,  á  no  dudar,  indepen- 
dientes del  mérito  real  y  positivo  del  gran  dramático  es- 
pañol, originan  el  férvido  entusiasmo  de  los  alemanes. 
Consiste  la  primera,  en  el  amor  de  los  críticos  de  aque- 
lla raza  á  las  literaturas  indígenas;  y  bien  se  sabe  que 
Calderón  y  los  poetas  que  le  rodeaban  en  inferior  pues- 
to, eran  españolísimos,  sin  deber  nada,  ó  muy  poco,  á 
griegos,  latinos  é  italianos.  Estimo  por  segunda,  el  es- 
píritu simbólico  de  los  poemas  calderonianos,  y  la  des- 
treza en  cubrir  con  los  velos  del  arte  las  más  hondas  y 
abstrusas  nociones  de  Filosofía  y  de  Teología.  Quizá,  en 
fin,  debiéramos  reputar  como  tercera,  la  falta  de  indivi- 


660 

dualidad  en  los  caracteres  que  se  achaca,  tal  vez  con  lii- 
ptírbole  ó  injusticia,  á  Calderón;  vociferándose  que  las 
más  de  sus  fig^uras  dramáticas,  damas  y  caballeros  ena- 
morados y  celososj  antes  parecen  tipos  convencionales 
que  personas  de  carne  y  hueso;  de  donde  su  teatro  viene 
á  resuKar  menos  humano  y  más  ideal  que  el  de  Sliakes- 
peare,  y  es  notorio  que  los  críticos  alemanes  han  peca- 
dü  en  exceso  de  idealismo* 

Nuestro  compañero  toma  á  su  cargo  alabar  al  Dramá- 
tico por  muy  distinto  rumbo.  Le  estudia  como  inlórpreto 
de  las  ideas  morales  de  su  tiempo,  dominándolas  casi 
siempre,  y  algunas  veces  dejándose  subyugar  por  olíais. 
Dicliosamente,  y  fuera  de  las  caídas  y  resabios  anejos  a 
la  pobre  condición  humana,  la  moral  del  siglo  de  Calde- 
rón bien  merecía  inspirar  á  tan  gran  poeta* 

España,  libre  dol  agareno,  señora  do  Flandes,  Milán, 
Ñápeles  y  Sicilia,  y  teniendo  por  vasallo  un  Nuevo  Mun- 
do, se  ve  inesperadamente  á  riesgo  de  perder  el  talismán 
que  le  valió  tanta  grandeza.  La  crisis  religiosa  y  poli  ti- 
ca del  siglo  XVI  se  resolvió  aquí  de  muy  contrario  modo 
que  en  el  resto  de  Europa,  Vuelve  España  en  sí  pronto, 
y  con  sabia  providencia  y  muy  entera  resolución  co*- 
mienza  por  acrisolar  su  fe;  y  en  vez  de  seducir  astuta  y 
de  hacer  esclavo  al  pueblo  con  mentidas  palabras  de  re- 
forma, ilustración,  ciencia  y  liberlad,  lo  ilustra  y  lo  re- 
genera y  lo  engrandece  con  obras;  3^  el  tosco  labrador, 
el  humilde  oficial  y  el  simple  soldado,  enriquecidos  con 
la  palabra  divina,  oída  á  todas  horas  y  en  toda  parte,  y 
engalanados  con  el  manto  de  la  pureza,  de  la  modestia 
y  de  la  caridad,  llegan  á  ser  dueños  y  señores  de  sí  mis- 
mos, no  vil  é  inconscieníe  rebaño  de  siervos,  á  entrar 
con  llavo  de  oro  en  el  alcázar  de  la  verdad,  á  igualarse 


661 

con  los  sabios  y  á  formar  con  ellos  un  solo  corazón  y  un 
solo  pensamiento. 

Pues  de  este  gran  pueblo  de  ciudadanos  y  teólogos,  de 
esta  verdadera  y  santa  democracia  que  tenía  puesta  su 
alma  en  Aquél  que  es  la  verdad,  el  camino  y  la  vida, 
Calderón  fué  el  poeta.  Para  él  escribió;  como  él  pensaba 
y  sentía,  y  le  habló  en  su  mismo  lenguaje.  Aquel  pue- 
blo tenía  cultura  amplia,  variada  y  de  sólido  fundamen- 
to, y  por  ello  fué  realmente  libre.  Todos  los  pormenores 
históricos,  y  apotegmas  y  rasgos  del  Antiguo  y  Nuevo 
Testamento,  así  como  todos  los  principios  y  reglas  de 
sana  y  bienhechora  Filosofía,  eran  familiares  á  nuestro 
pueblo  español  de  los  siglos  de  oro;  y  lleno  de  esperan- 
za, de  caridad  y  de  fe,  se  arrobaba  y  embebecía  en  los 
salvadores  misterios  de  la  reina  y  emperatriz  de  las  cien- 
cias. Aquel  pueblo  adoraba  y  buscaba  á  Dios  sobre  todas 
las  cosas,  y  no  esperaba  á  tenerlas  todas  bajo  su  mano 
para  amarle. 

Recordad  los  Autos  Sacramentales  de  Calderón;  ima- 
ginaos que  los  veis  representar  á  la  luz  del  día  en  calles, 
plazas  y  encrucijadas,  sobre  teatros  armados  en  carros 
inmensos  y  poderosos,  que  por  mañana  y  tarde  se  tras- 
ladan á  sitios  diferentes;  reparad  en  aquellos  grandílo- 
cuos versos,  en  aquellas  atrevidas  imágenes,  en  aque- 
llos símbolos  y  figuras,  arcanidades  y  alusiones  y  reve- 
laciones teológicas,  y  decidme  si  el  pueblo  que  se  agol- 
paba en  derredor,  anheloso  de  oir  callando,  y  aprender 
y  levantarse  del  polvo  y  del  cieno,  era  un  pueblo  de  es- 
clavos, de  imbéciles  y  de  idiotas.  ¡Cuántos  sabios  de 
otras  edades  se  trocarían  por  el  más  roto  y  andrajoso  de 
aquella  sabia  plebe!  ¡Cuántos  se  reconocerían  ignorantes 
comparados  con  ellal 


Aquel  pueblo,  y  no  podía  ser  otra  cosa,  después  que 
á  Dios,  ania  de  todo  corazón  á  la  patria,  y  se  goza  en 
sus  hechos  gloriosímmos  presentes  y  pasados.  No  recibe 
secreto  y  pórfido  sueldo  de  los  irreeonoiliables  eñemií^s 
de  España^  sino  que  los  vence  y  humilla  á  las  márgenes 
del  Escalda j  del  Somma  y  del  Olanto*  Corre  á  morir  por 
sólo  su  Dios  y  por  su  patria,  y  jamás  avenlura  neciamen* 
te  la  vida.  Cae  mordido  por  traidoras  serpientes  en  los 
virginales  bosques  de  América;  y  antes  de  cerrar  para 
siempre  los  ojos,  sha  en  su  diestra  la  cruz  que  lo  llevó 
á  ganar  almas  para  el  cielo  on  tan  apartadas  regiones, 
envía  un  suspiro  de  amor  a  la  dulco  y  amada  patria,  y 
siente  con  gozo  que  se  desalan  los  lazos  de  la  vida  y  que 
en  verdadero  triunfo  sube  el  alma  al  cerco  délas  estre- 
llas inmortales. 

¡Qué  héroes  aquéllosl  ¿En  qué  se  parecen  á  los  ruido- 
sos y  vanos  ídolos  que  forja  la  interesable  y  envenena- 
dora ambición^  envueltos  en  pestífero  incienso  de  l^aje- 
za,  en  pedrisco  y  lluvia  de  huecas  palabras,  de  ofertas 
bizarras  y  magníficas  que  no  se  han  de  cumplir  jamás, 
y  para  lo  bueno,  generoso  y  fecundo^  semejantes  á  \m 
navio  pintado,  hinchadas  todas  las  velas,  pero  que  no  se 
mueve?  Entonces,  y  no  para  aquellos  españoles,  nació  ol 
refrán  de  Palabras  sin  obras^  vikuela  sm  auerda:^. 

Otro  tercer  elemento  da  vida,  á  más  de  los  dos  pri- 
meros y  principales  de  la  fe  y  del  paíriotismo,  engran- 
deció á  los  españoles  del  tiempo  de  GervanteSi  Lope  y 
Calílerón  de  la  Barca:  el  honor,  que  en  ellos  vino  á  te- 
ner condiciones  y  virtud  de  segunda  naturaleza*  El  res- 
peto y  consideración  a  la  mujer;  el  buen  nombre  y  esti- 
mación de  la  madre,  del  marido,  de  los  hijos,  de  la  fa- 
milia; el  cumplimiento  de  la  palabra  empeñada;  ol  saori- 


663 

ficio,  la  hidalguía  y  la  generosidad,  todo  ello  servía  de 
regulador  al  comportamiento  del  hombre  bien  nacido, 
aun  cuando,  muchas  veces,  el  culto  idolátrico  del  honor 
le  hiciese  atropellar  por  todo. 

El  amor  al  rey  templábase  por  el  inviolado  principio 
de  honra  y  dignidad  personal,  que  infundía  valor  y  en- 
tereza á  un  personaje  de  Calderón  para  exclamar,  en  ver- 
sos que  nos  ha  recordado  el  Sr.  Catalina,  pero  que  nun- 
ca ha  de  poner  en  olvido  quien  sienta  latir  un  corazón 
hidalgo: 

Al  rey  la  hacienda  y  la  vida 

Se  ha  de  dar;  pero  el  honor 

£s  patrimonio  del  alma, 

Y  el  alma  sólo  es  de  Dios. 

¡Fil  honor!  después  del  fervor  religioso  y  del  patriotis- 
mo, la  idea  que  más  hondas  y  más  vigorosas  raíces  echó 
en  nuestros  antiguos  españoles. 

No  dejaré  yo  de  reconocer  que  entonces  y  ahora  y 
siempre,  sin  género  de  duda,  el  hombre  en  particular  y 
algunas  clases  sociales,  eran,  son  y  seguirán  siendo  el 
mismo  y  las  mismas:  conjunto  miserable  de  enconadas 
pasiones,  de  soberbia,  codicia,  envidia,  ambición  y  vi- 
leza. Pero  el  pueblo,  la  nación  española,  merced  al  cul- 
to sincero  y  ferviente  del  honor  y  del  decoro,  no  fué  una 
nación  de  facinerosos  y  desalmados.  Podrán  los  favori- 
tos de  los  príncipes  dilapidar  el  tesoro  público  para  en- 
riquecerse; podrán  atrepellar  por  la  vida  y  la  honra; 
pero  D.  Rodrigo  Calderón  perderá  por  ello  la  cabeza  en 
afrentoso  patíbulo,  y  D.  Gaspar  de  Guzmán  morirá  de 
aburrimiento  y  despecho,  desterrado,  solitario  y  aborre- 
cido. No  hubo  entonces  glorificación  ni  fama  postuma 
sino  para  los  sabios  y  santos  y  caritativos  y  humildes, 


66i 

para  los  grandes  maestros  de  la  vida  cristiana  y  para  los 
portentos  del  divino  amor,  para  los  Ignacios,  Toraases 
de  Viüaniievaj  Teresas  y  Juanes  de  la  Cruz:  nadie  á  sa- 
biendas se  atrevió  á  llamar  bueno  á  lo  malo,  ni  naalo  á 
lü  bueno;  el  vicio  no  usurpo  sus  fueros  á  la  virtud,  y  en 
los  potentados  de  la  tierra  supo  negociar  tanto  el  temor 
como  el  castigo.  Bien  le  padecieron  los  que  anibicioñan 
el  mando  y  han  menester  buscar  amigos  v  consentirles 
mucho j  puefs  á  muy  doloroso  precio  se  suelen  comprar 
tales  menesteres;  bien  sintieron  en  cabeza  propia  la  efi- 
cacia del  proverbio  de  que  En  fucia  del  Conde  nú  mates 
al  hombre,  y  ]nen  sabían  todos  que  ningún  delito  ni  cri- 
men había  de  quedar  impune*  Y  se  llegaron  á  formar 
buenas  y  ejemplares  costumbres  públicas,  porque,  res- 
petada la  autoridad  real j  hubo  un  principo  que  entreg<'i 
su  tesoro  á  los  más  leales,  sus  armas  á  los  más  valien- 
tes y  pundonorosos,  la  justicia  á  los  más  enteros,  la  cen- 
sura pública  á  los  más  celosos,  el  trabajo  á  los  más  aptos 
y  fuertes,  las  prelacias  á  los  más  devotos  y  caritativos, 
y  el  gobierno  á  los  más  sabios  y  virtuosos.  ¡Felices  losí 
tiempos  en  que  se  escriban,  no  mercedes  y  prodigalida- 
des de  reyes,  sino  incomparables  servicios  de  vasallos! 
¡Imperio  dichoso  aquél  donde  reinaron  la  prudencia  y  la 
justicia;  donde  á  insignes  merecimientos  no  se  sobrepu- 
so jamás  la  desvergüenza  y  audacia  de  los  ignoran- 
tes, engendradora  siempre  de  los  mayores  infortunios; 
donde  nadie  hizo  alto,  ni  en  la  necia  presunción  de  los 
que  creen  saberlo  y  poderlo  todo  y  so  engañan ^  ni  en  los 
arbitristas  políticos,  más  satisfechos  de  si  que  de  su  cien- 
cia, los  cuales  en  muchas  cosas  no  saben  nada,  y  en  las 
pocas  que  saben  yerran  mucho!  < ¡Pueblo  mísero,  decía 
Platón,  aquél  donde  lo  falso  vence  á  lo  verdadero;  don- 


665 

de  no  halla  dique  el  perniciosísimo  ingenio* de  los  am- 
biciosos; donde  la  libertad,  demasiada  y  mal  regida,  se 
trueca  en  insoportable  servidumbre!  >  <Todos  hacen  lo 
que  el  poderoso  quiere  que  se  haga,>  añade  Aristóteles, 
y  la  experiencia  desgraciadamente  lo  acredita;  porque, 
con  efecto,  la  lluvia,  ó  destructora  ó  vivificadora,  des- 
ciende de  lo  alto. 

Amamantados  nuestros  príncipes  y  repúblicos  de  los 
siglos  de  oro  en  las  máximas  de  la  eterna  sabiduría,  y 
también  de  la  humana,  prodigada  en  obras  inmortales 
por  soberanos  entendimientos,  y  gozándose  en  oir  á  los 
viejos  que  nos  enseñan  nuestra  vida  futura,  todos,  gran- 
des y  pequeños,  competían  por  sobresalir  en  la  virtud 
del  ánimo,  en  la  elevación  del  pensamiento,  en  la  her- 
mosura de  la  palabra. 

De  ahí  el  afán  de  Calderón  y  de  los  que  merecían  se- 
ñalados favores  á  las  Musas  del  Teatro,  por  hacer  muy 
discretos  á  los  personajes  de  sus  comedias  y  poner  en  sus 
labios  sentencias  las  más  bien  formuladas,  rasgos  de  in- 
genio los  más  felices,  maravillosa  delicadeza  y  ternura, 
r-audales,  en  fin,  de  experiencia  y  sabiduría. 

Todo  iba  encaminado  á  realzar  al  hombre,  á  empe- 
ñarle en  estimar  su  propia  dignidad  y  en  parecer  mejor 
de  lo  que  es  realmente,  por  lo  mezquino  y  flaco  de  su 
naturaleza;  y  todo  ello,  para  sacar  luego  la  consecuen- 
cia fecunda  y  regeneradora  de  que  tal  debe  el  hombre 
ser  como  quiere  parecer. 

La  fe,  el  patriotismo,  el  honor  alimentan  y  vigorizan 
nuestro  antiguo  teatro,  haciendo  amables  las  heroicas 
virtudes,  encarnadas  en  seres  humanos,  llenas  de  he- 
chicero movimiento;  sin  dejar,  como  los  griegos  en  sus 
tragedias,  á  cuidado  del  Coro  el  frío  consejo,  el  elogio 


innecesario j  la  exclamación  estéril,  la  impertinente  ple- 
garia. 

Siendo  tan  moralizadora  y  deleitosa  la  filosofía  del 
antiguo  teatro  español;  hiriendo  inmediatamento  y  fiján- 
dose en  la  imaginación  y  en  la  memoria  del  auditorio 
las  máximas  de  enseñanza  y  advertencia,  por  la  hermo- 
sura del  concepto  y  por  la  perfección  y  encanto  de  la 
forma, — los  grandes  y  proceres  no  tuvieron  insensato 
Yalor  para  achicarse  ante  la  multitud  familiarizándose 
públicamente  con  picaros  y  rufianes  y  aprendiendo  y 
usando  lenguaje  de  tahernas.  Los  virreyes  salían  para 
su  gobierno  realzados  con  la  esplendida  fama  de  que  lle- 
vaban consigo  por  secretarios  y  familiares  á  los  más  in- 
signes escritores  y  poetas;  y  ningún  magnata  dejó  de 
atraer  á  sí,  por  consejeros  cam aradas  y  amigos^  á  hom- 
bres de  peregrina  donosura  y  gala  en  el  sentir  y  el  ex- 
presar, valióndose  de  ellos  aun  para  redactar  las  más 
íntimas  y  secretas  epístolas,  ansiando  mostrai^e  á  los 
ojos  de  las  mujeres  y  do  la  sociedad  culta  como  dueños 
y  señolees  prepotentes  de  la  lengua  y  estilo  de  los  diosea. 
Para  sorprender  las  flaquezas  y  vicios  privados,  en  aque- 
lla sociedad  escogida,  es  menester  arrancar  su  secreto  á 
los  más  particulares  y  ocultos  archivos;  porque  fue  tan- 
ta la  adoración  que  aquella  edad  rindió  A  los  destelloa 
hermosísimos  del  ingenio  y  del  galano  escrilnr»  que  se 
Je  abatieron  y  rindieron  las  fuerzas,  cuando  quiso  rom- 
per cartas  que  algún  día,  ante  el  severo  juicio  de  la  pos- 
teridad, habían  de  presentar  á  ciertos  magnates,  muy 
otros  de  lo  que  ellos  quisieron  parecer  á  sus  contempo- 
ráneos, Pero,  ¿cómo  despedazar  papel  donde  puso  la  ma- 
no ó  probó  la  pluma  Lope  de  Vega  Carpió,  á  quien  lla- 
mó Cervantes  con  razón  monstrm  de  la  natarahia^  v 


"VW 


667  -^^ 

el  cual  tuvo  complacencia  en  decir:  <Yo  nunca  me  son- 
rojaría por  ignorar  las  primeras  lenguas  de  Europa,  y  se 
me  encendería  de  vergüenza  el  rostro  si  no  hablase  y 
escribiese  con  ultimada  perfección  mi  natal  lengua  cas-  -3, 

tellana?>  ^^ 

Decidido  empeño  fué,  pues,  el  de  nuestros  dramáti- 
cos, en  herir  el  amor  propio  de  las  clases  elevadas,  ofre- 
ciéndoles en  toda  parte  ejemplos  de  lo  que  debían  ser,  y 
del  religioso  culto  que  tenían  obligación  de  rendir  al  ho- 
nor, como  hidalgos  y  caballeros  y  puestos  por  la  Pro- 
videncia para  espejo  y  luz  de  los  menores.  El  mismo 
tremendo  castigo  del  adulterio,  que  Calderón,  llevando 
al  teatro  verdaderas  historias,  presentó  en  JSl  Médico  de 
su  honra  y  en  ií  Secreto  agravio^  evidencia  con  su  dra- 
coniana severidad  el  imperio  de  la  ley  ótica,  y  la  fuerza 
del  espíritu  patriarcal  dominante  en  la  familia  española, 
que  hacía  ser  rarísimas  las  infracciones  contra  la  casti- 
dad en  damas  de  acrisolada  nobleza. 

Deja  Calderón  para  gente  menuda  y  baladí  el  sambe- 
nito de  los  vicios  que  surgen  de  la  fatuidad,  necedad  é 
ignorancia.  Sólo  en  piezas  entremesiles,  como  en  El  Dra- 
goncillo por  ejemplo,  se  atreve  á  sacar  verdadero  entre 
burlas  y  veras  el  refrán  de  Cornudo  y  apaleado^  cual  ya 
Timoneda  lo  había  hecho  en  su  Comedia  Cornelia.  Cer- 
vantes, Lope,  Quevedo,  Alarcón,  Tirso,  Rojas  y  Morolo 
reservaron  el  escándalo  de  la  prostitución,  de  la  estafa 
y  del  robo  organizado  científica  y  artísticamente,  para 
hombres  raheces  y  despreciables;  y  los  altos  pensamien- 
tos, las  memorables  hazañas  y  el  carácter  firme  y  segu- 
ro, para  los  príncipes,  caballeros  é  hidalgos,  para  el 
pueblo  sencillo,  para  los  honrados  labradores.  Ni  más 
ni  menos  Calderón  de  la  Barca,  desde  El  Prbicipe  Cons- 


'■'^\Ú 


frat* 


668 

Éanie^  invicto  mártir  de  la  fe  y  gloria  del  reino  lusitano: 
desde  el  D,  Garlos  de  No  siempre  lo  peor  es  cierto^  tmi 
heroico,  generoso  y  desinteresado  en  su  amor,  hasta  £1 

Alcalde  de  Zalamea^  en  quien  á  maravilla  se  conlundeG 
y  hacen  una  misma  cosa  la  venganza  de  la  propia  ofensa 
y  el  más  elevado  sentimiento  de  la  jusücia»  Y  esta  ele- 
vación y  grandeza  moral  de  nuestro  teatro  se  origina  y 
proviene  da  que  en  aquella  edad,  como  he  dicho,  loilos 
ambicionaban  mostrarse  al  público  mejores  de  lo  qae 
eran  en  secreto.  Así,  pues,  cuando  la  sátira, 

que  á  grandes  premios  y  a  desgramas  gub, 

los  desarrehozu  alguna  vez  y  los  arrojó  á  la  vergüenza 
y  menosprecio  de  las  gentes,  no  se  detuvieron  en  aiTe- 
bafar  vida  por  honra.  Precisamente,  Vida  por  honra  in- 
titulo nueslro  inolvidaljle  IlarLzenbusch  su  drama  bellí- 
simo en  que  pintó  el  desastroso  fln  del  Conde  de  Villa- 
mediana.  Por  el  contrario,  menguados  y  perdidos  ya  úl 
propio  valer  y  la  estimación  de  la  honraj  entronizada  la 
bárbara  ceguedad  y  tiranía  furiosa  de  los  que  nada  ni  en 
nada  creen,  y  se  desatinan  por  no  dejar  que  los  demás 
crean, — la  caricatura  y  la  sátira  modernas,  liechas  pa- 
satiempo y  moneda  corrientej  desautorizan  y  envilecen 
á  los  grandes,  y  ni  levantan  ni  sosiegan  á  los  pequeños. 
La  sátira  de  Cervantes  en  Emconele  y  Cortadillo^  y  de 
Quevedo  en  El  Buscón  llamado  Don  Pablos,  iba  derecha 
y  aguzada  al  corazón  del  vicio,  y  no  á  la  honra  del  vi^ 
cioso*  Ahora  se  hunden  y  pisotean  en  el  cieno  y  se  arras- 
tran por  el  lodo  personas  y  no  vicios,  ¿No  está  la  venta- 
ja de  parle  de  la  sátira  antigua?  ¡Cuan  alto  y  severo 
modo  ds  contemplar  la  vida  humana,  el  que  en  nuestros 
dramáticos  y  novelistas  resplandece!  ¿Quién  no  se  goza 


669 

en  la  santa  aureola  de  virtud,  de  resignación,  de  ino- 
cencia, de  alegría  y  de  segura  esperanza,  que  ostentan 
la  Gitanilla  y  la  Ilustre'  Fregona  de  Cervantes,  dignas 
de  verse,  como  se  llegan  á  ver  á  deshora,  en  próspero 
estado  á  un  voltear  la  rueda  de  la  fortuna? 

El  Sr.  Catalina  demuestra  bien,  en  su  elegante  discur- 
so, que  sólo  conquista  los  inmarcesibles  y  eternos  lau- 
reles del  arte  quien,  como  Calderón,  realza  al  hombre 
sobre  el  humilde  barro,  y  enciende  á  la  multitud  en  el 
amor  de  lo  santo,  de  lo  grande  y  bello.  El  ejemplo  del 
Sr.  Catalina,  formando  uno  que  pudiéramos  llamar  dic- 
cionario de  la  moral  de  los  dramas  calderonianos,  debie- 
ra ser  imitado  respecto  de  bs  de  Lope,  Alarcón,  Tirso, 
Rojas,  Moreto  y  otros  muy  apreciables  ingenios  de  nues- 
tros siglos  de  oro;  ensanchando  este  diccionario  con  las 
regocijadas  facecias,  rasgos  y  lindísimas  frases  que  ava- 
loran el  antiguo  teatro  español,  para  común  enseñanza 
y  deleite,  auxilio  y  utilidad  de  los  amantes  del  verdade- 
ro saber,  y  para  estudio  fecundo  y  constante  de  la  índo- 
le, condiciones  y  bellezas  de  nuestra  hermosa  lengua 
castellana. 

Señores,  no  debo  por  más  tiempo  abusar  de  vuestra 
indulgencia,  ni  retardar  al  nuevo  compañero  el  placer 
de  recibir  la  medalla  ganada  legítimamente.  Posesióne- 
se ya  del  sillón  que  largos  y  felices  años  ilustró  el  señor 
D.  Alejandro  Olivan,  prodigio  de  laboriosidad  incansa- 
ble, de  afabilidad  ó  indulgencia,  de  ánimo  apacible  y 
generoso,  quien  tiene  igual  amor  al  estudio  y  parecidas 
condiciones  de  carácter. 

Las  dotes  y  prendas  académicas  del  elegido,  el  mayor 
lucimiento  de  la  Corporación  en  tan  solemne  acto,  y  el 
nombre  glorioso  de  Calderón  de  la  Barca  demandaban 


Q7rt 

"p^ara  el  encargo  que  cumplo,  no  ©1  estéril  ylñál  coJUva- 
do  ingenio  mío,  no  mi  pobre  imaginación  alorida  por  la 
nieva  de  las  canas,  sino  el  acento  sonoroso,  la  gala,  do- 
naire y  amenidad  de  los  que  sois  maestros  del  bien  de- 
cir y  del  juzgar  soberanamente.  Al  llevar  hoy  vuestra 
voz  en  este  sitio,  al  saludar  con  efusión  en  vuestro  nom- 
bre al  Sr*  D.  Mariano  Catalina^  y  al  rendir  aplauso  en- 
tusiasta al  autor  inmortal  de  La  Vida  es  Sueño  y  de  El 
Mágico  Prodigioso^  ha]}ía  menester  yo  que  me  prestarais 
un  solo  rayo  de  la  luz  que  os  circunda <  Pero  reconocien- 
do mi  pequenez  y  vuestra  suma  consideración  para  con- 
migo,  he  de  poner  fln  á  este  discurso  haciendo  mías  las 
palabras  del  antiguo  poeta: 

Quien  quiera  mi  eolendi miento, 
Büsqnele  en  mi  voluntad. 


índice 


Discurso  del  Excmo.  Sr.  D,  Gaspar  Núñez  de  Arce 5 

Contestación  del  Excmo.  Sr.  D.  Juan  Va  lera  al  Discurso  del  Sr.  Nu- 

ñez  de  Arce • 4D 

Discurso  del  Excmo.  Sr.  D.  Pedro  Antonio  de  Alarcón 71 

Contestación  del  Excmo.  Sr.  D.  Cándido  Nocedal  al  Discurso  de  Don 

Pedro  Antonio  de  Alarcón • U  i 

Discurso  que  el  Excmo.  Sr.  D.  Eduardo  Saavedra  leyó  en  Junt;i  pu- 
blica de  la  Real  Academia  Española  el  día  29  de  diciciiibn^  de 
4878,  al  tomar  posesión  de  su  plaza  de  Académico  de  nüinnro. . .     \iú 
Contestación  del  Excmo  Sr.  D.  Antonio  Cánovas  del  Castillo  ;il  pre- 
cedente Discurso  del  Sr.  Saavedra i  &:i 

Apéndices  al  Discurso  del  Excmo.  Sr.  D.  Eduardo  Saavedra 237 

Discurso  del  Excmo.  Sr.  Conde  de  Casa -Valencia  .  • 3í  3 

Contestación  del  Excmo.  Sr.  D.  Juan  Valera  al  Discurso  del  Sr.  Con- 
de de  Casa-Valencia • 378 

Discurso  del  Excmo.  Sr.  D.  Tomás  de  Corral  y  Oña,  Marqués  di-  Sau 

Gregorio 403 

Contestación  del  Excmo.  Sr.  D.  Tomás  Rodríguez  Rubí  al  nisí^ur^^r^ 

del  Sr.  Marques  de  San  Gregorio , 469 

Discurso  que  el  Excmo.  Sr.  D.  Emilio  Castelar  leyó  en  Junfn  puhli- 
ca  de  la  Real  Academia  Española  el  día  25  de  abril  de  488i),  ;i[  ^iir 
recibido  solemnemente  en  dicha  Corporación  como  indiviihto  do 

número •....• 485> 

Contestación  del  Sr.  D.  Francisco  de  Paula  Canalejas  al  prcrcdonte 

Discurso  del  Sr.  Castelar 57  5 

Discurso  del  Sr.  D.  Mariano  Catalina 5fl(í 

Contestación  del  Excmo  Sr.  D.  Aureliano  Fernández-Guerrt  y  (Jihc 
al  Discurso  del  Sr.  Catalina fi54 


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