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MEMORIAB
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JUAN CKISOSTOMO CRNTI lilON
REMINISCENCIAS HISTÓRICAS
SOBRE
LA GUERRA DEL PARAGUAY
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«. KAo liiUmKia I <i<y
TOMO CUARTO
1801
MEMORIAS
JUAN CKISOSTOMO CENTIjKION
O SEAN
REMINISCENCIAS HISTÓRICAS
SOBRE
LA GUERRA DEL PARAGUAY
'lils nbiivi' alt. 'IV Ililnv uwii 4»ll' li" i
il 11 'nuRt riil|i»v. n* 1)10 nlHlit tliu i1u]r.
ni ciikM iioi llirtí h> fulsf tn ftiiy iiinn
TOMO CUARTO
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PRESERVATION
COPY ADDED
ORIGI^4AL TO BE
RETAINED
FEB 3 1993
CUARTA PARTE
cAi'im.o I
tlrni-ganixnt'inn ilt*l Ejérr^ito Nncinnsl — ' Lds dict[!>nr«n*t de Lo.
íB»-Vn.|fiat.iiiiia Piisajp ilo ¿«tos por el Estero Ypecud —
Pacwlitla'lBa — Niiuvo reclutuiiiicatu — N'iievus ciinriius y diri-
¡r.ldOiiC» Fií-itmbay. C'ttpital pro\'ieoriu atrinutierailn — Araennl
a üttacupt ~ Aiiftdemia — L» -jecuadi-a snomi^B pvlietrn nn
Afiíií'iiit'íí'íl— Movimiinto del Ejéreit.o alimli.
l,a (Íeni)la del reslo tic nuesiro ejércilo on
l^tma-ValeiiliiKis produjo la dispersión de los ijue
hnhiaii podido salvitrse de la muerte, o, no ha-
lilaii caido prisioneros. I.» mavor jiarte se des-
piirratiiiiroEi en pfqtifños ¡iiiipos en los bosqucít
íiiio circundan el Polrern-Márniol, paní esfaparse
lio la persei'usión del enemigo.
(Cuando ésta cesó, marcharon por dilerentes
rund>os a Azcurra y otros puntos ii ponerse ime-
viimenle n las órdenes del Mariscal. Y tomo el
i-'neinigo en sn afán de loni;i]los prisiont-ios, ha-
. Itlfl Ocupado los pocos pusos por donde putUesen
FfUcllmetde verificar sn intento, muchos se vieron
Ltobligados ¡i t'mprendL-r su marcha a lrav6s del ox-
klenso y profundo estero de Ypecuti.
• •
^
i^
Dicho estero se extiende desde el Potrero-Már-
mol hasta el Departamento de Carapeguá para %
luego desaguarse en el Hio Paraguay, después de
recorrer una distancia de 9 leguas más o menos.
El lago Ypoá^ uno de los mayores de la Repúbli-
ca, situado entre los pueblos de Carapeguá, Quiin-
dy y Caapucú por la parte Oriental, y Oliva y Villa
Foránea por la parte Occidental, es el que contri-
buye con sus aguas a la formación de aquel estero.
Una gran extensión de la superficie del agua
estaba cubierta de plantas acuátiles, bajo las cua-
les se ocultaban víboras y otros reptiles veneno-
sos. Su profundidad general iss de una y cuarta
vara y tal vez más en algunos puntos. Hacia el
centro existen algunos canales profundos por
donde corre el agua con bastante fuerza y que
solo puede salvarse a nado o valiéndose de ma-
romas.
Los dispersos, como llevamos dicho se lan-
zaron en dicho estero a medio dia, algunos de
ellos bajo el tiroteo del enemigo que les seguía
hasta la orilla, y, marchando toda la noche sin
descanso, llegaron ya a la madrugada, a un ban-
co o cerrito que había en medio del mismo. Des-
pués de un corto descanso, prosiguieron su peno-
sa marcha, hasta encontrarse con las gentes de
una pequeña guarnición militar que en una canoa
hacia el pasaje de los que allí llegaban, al través
de una gran extensión de agua o laguna, formada
con el desagüe del Ypoá.
No es posible pintar las escenas de dolor y
desesperación que se desarrollaron entre ellos du-
rante aquel penosísimo trayecto. Crueles fueron
las penurias y sufrimientos que han tenido que
soportar. En su mayor parte heridos y todos
hambrientos, en un estado espantoso de debilidad;
los unos, por supuesto, rendidos de cansancio,
sucumbían ahogados; los otros que no podían an-
dar más, se quedaban echados sobre gruesas ma-
5
lie piíjiís que soÍiiTSulí:iti <iv lii superñcie y
'ñlli inoliiin de sus heridiis; y miu'hos olrus, ipii-
/.iis, ii coiiscciieiicia de liis nioidcdutas de lo.-, ifji-
^iHcs venenosos! . . . ¡Ah! . . , líl pasilje de Y|)iiuii
E indudíibleiueiile iiiia de liis prueltns ini'is teiri-
i u (|iie luO sometida la lealtad de los lieroíeos
trensores-<t« la Patria! . . . Llegaron u la |j¡uuin
poCKta ya a boca de noche.
Kl mayor liscohar (hoy tleneral), con una lie-
kla en el pecho (1) y las dos iiiniios dcsltosa-
i por una hala de fusil en los comhales de
Boinas Valentinas {'¿), venía entre los i'illinio.s que
' iilravesaíon aquel k-míhit; esteio, y, nulando une
la guaniieión militar menctonadu, por lu debilidad
o ílujedad dií su jefe, dejaba nmelio ijue desear
en el desempeño de su ciunlsióti lomó algunas
disposiciones enérgicas tendientes a aclivín £i(|iiella
ü operación. Ayudado de los que acompañahan,
^Tido inonlar un Ciil)ullo que le facilitó el Capí-
i Lara que en esos momentos lUfJÓ alU con la
rden de llevar los cohallos del Mariscal í|ue se
faedai'on en el cerrito del eslero, y se Irasladú a
Waffoti, antifíuo puesto del Estado (¡ue se halla a
Torta distarnia de ese luíjar, donde hizo carnear
ygonos hueves que aun se enL'uulral)im en aijuel
plahlecimieiilo rural.
De los cueros que también hal>ia allí, h'scobar
bando fabricar unos í> botes (¡u-hUa») con hastido-
i de ma<ieras que luet{o sirvieron parí acelerar
\ pasaje que se liaeia con mucha leiililud en una
'i canoa. Mientras tanto los sanos prepararon
i y cocinaron suculentos hercido» en unas
! grandes que encontraron en la misma estan-
te Ooroml Vlvsrii». 9»rBpii-
luncí OvlKd'i y PnirURL
lu« liuipUolo, D« elloa
6
*
cia, y dieron de comer a las gentes que venían
llegando, y que juntas con las que llegaron antes,
ascenderían a unos 300 o 400. De orden del mis-
mo Escobar, los paseros retrocedieron con su bo-
tes de cuero, hasta lejos en busca de los que
quedaron rezagados, o imposibilitados de marchar
llevando una buena provisión de carna asada pa-
ra reanimarlos con un poco de alimento de la
postración en que se encontraban. Al día siguien-
te, a la madrugada, regresaron, trayendo a todos
los que se encontraban vivos, pues muchos de
ellos ya habían muerto. Con eí fin de propor-
cionar a los heridos elementos de transporte^ Es-
cobar se dirigió luego en persona a la autoridad
de Carapeguá, a donde llegó en momento preci-
samente en que toda la población se preparaba
para evacuar aquel pueblo. De acuerdo con el
Jefe Político del Departamento, mandó recoger
todos los caballos de la . vecindad, otorgando un
recibo a cada uno de sus dueños, y detener la
partida de una porción de carretas cargadas de
los muebles y cachivaches de las familias, y ape-
lando a los sentimientos patrióticos y humanitarios
de esas, consiguió que se prestaran a conducir bajo
su cuidado a uno o dos heridos cada una sobre
la cordillerii donde iban a dirigirse. De modo que
hubo así caballos y carretas que fueron a buscar
a los heridos^ a donde se encontraban. A su
vuelta, los primeros fueron entregados a sus res-
pectivos dueños, y las últimas aumentadas con
muchas otras, siguieron luego viaje a su destino.
De esta manera fueron conducidos aquellos
gloriosos defensores de la Patria a Piribebuy, a
la sazón capital provisoria de la República, donde
fueron alojados y atendidos en los hospitales que
allí se habían improvisado. (1)
(i) Estos hospitales se hallaban a cargo de los cirujanos Capitanes Wen-
ceslao Velilla y Esteban Oorostiaga, hasta la toma de Piribebuy por los
aliados.
Los sanos y levemiinte huridns, asi ciue co-
liruntn fuerza, sigHÍfrnii adrliiiilo |)or distintos
runilios y fueron ílegamlo a Azcurt-a en grupilos
Uc 'J'i y 30 hombres. I,a llegada iie estos dis-
persos en esla forma y por inlervalos, l)al>ia
continuado en lodo el mes de Eneio de IH(ÍÍ).
líl mayor Escobar, con las btr¡d;is agusana-
das, se trasladó a <;erro León. Allí un practican-
le t-n cirugía se las curó. Al dia siguiente en
contestación al aviso i¡ue diera al Mariscal de su
llegada a aquel punto, recibió orden para pre-
senlarse en Azcurra.
A pesar de In fiebre que lenia y la suma
debilidad en que se encontraba, se puso ense-
jiuida en marcha. Cuando llegó, el Mariscal ie
recil)ió y Juzgando por su as|iecto que no podría
petinani'tcr mucho tiempo de pie la otVetió un
asienlo, inundándole traer de su rancho una taza
de (Mido, !üi cuanlo bebió algunas cucharadas,
quedn desmayado. Vuelto en si, el Mariscal le
lii/o algunas preguntas sobre el pasaje de Ypeeutl,
\ liiet;o le dijo que se retirara a atender su sa-
lud bajo la asislencia de uno de los médicos
del Cuarlel (ieneral. A la vez, mandó sacar con
Don Domingo l'aimü un retrato de Escobar, tal
cual se encontiaba en ese momento. Se lo sacó
sentado, sirviénilole de apoyo su espada, con
una blusa de paño azul oscuro lleno de sangre
y acribillada de balas y bis dos manos vendadas
y en cabesliillas. Harecía que el Mariscal quería
de esta numera pcrpeluar en uno de los leales
serviilorcs de la Patria el ejemplo del más be-
llo sacrificio en obsequio y defensa de esta, co-
mo una emidación al heroisuio.
K.4a ntisiua ocasión, pero no el mismo día,
el Sr. Parodi (1) sacó también los retratos de
HÍ Don Dimlng'o Pnrndl dv nnclonulliincl luainn um un |jiiidii)c<. y
' -.len dlBiiuKufúu lie íátil pnUbra Conio ur&Uor J uiuT nmliro ilvl
y
varios jefes y oficiales que se habían distin-
guido por su bravura en » los combates entre
ellos del Mariscal- sentado, con la espada envai-
nada en la mano y la estrella de Caballero de
la Orden Nacional del mérito prendida en el pe-
cho izquierdo. Esa era la única condecoración
que acostumbraba llevar durante toda la campa-
ña. En ese retrato, aunque de un gran parecido,
aparece el Mariscal bastante ceñudo y pensativo.
El Mariscal estuvo instalado en el bajo de
Azcurra desde el primero de Enero de 1869, fe-
cha en que se trasladó de Cerro-León después
de tres o cuatro días de permanencia allí, con-
forme dijimos al final del captíulo X del T. III,
p. 319 (1).
\jOS espías o bomberos despachados en peque-
ñas partidas de 8 a 10 individuos a los departa-
mentos comarcanos a vigilar el movimiento del
enemigo^ a su regreso traían los dispersos que se
encontraban ep aquellos, algunos de ellos, tal vez,
sin ánimo de volver al lado del Mariscal, que
de día en día, iba siendo más exigente en todo.
Muchos de aquellos fueron victimas a consecuen-
cio de la acusaciones falsas que hacían contra
ellos los espías, acumulándoles el cargo de que
intentaban pasarse al enemigo. El Mariscal, dan-
do fé a tales denuncias, y sin querer dar oídos
o aceptar las explicaciones que daban en propia
defensa, los mandaba pasar por las armas como
traidores sin forma de procesos siquiera.
Una de tantas víctimas fue el Capitán Fortu-
nato Montiel. Oficial pundonoroso que se había
distinguido en los combates por su bravura, como
todos los Montíeles. lenia el cuerpo lleno de
gloriosas heridas, y, sin duda, el Mariscal que-
riendo proporcionarle algún descanso a fin de
que sanara del todo de sus heridas, le nombró Jefe
(1) La casa que ocupó era propiedad de nii Sr. Ramírez, vecino y aun
existe hasta el momento que escribimos e»te tomo.
olilico (le Itaagiiii. Cumulo la evacuación do os-
I jHirliilo. oticoiilráiido.se ya kI Mariscal en Azeu-
, Moiitii-I se [mso leiitnineiite en marcha con
^an cuantas carretas cargadas de víveres hacia
bnd putilo. l.aN avan/adas del enemigo lle(;aliaii
más allá de PatÍM. Los espUm lo encoii-
desput^s de hahfr pasatio Toctiaral y lo lic-
ión con la grave acusación de que iba camino
I el cam|Mi enemigo.
Olí cstf motivo fue ongrillado y entregado a
custodia de iin:i guardia situada a la orilla
un naranjal, donde se cncontrahan tani!>i<:n
is otros más o menos por el mismo supues-
iuiagiiiario lielito. \o estaba coinpteta-
neiUe ajeno de cuanto pasalia coa respecto al
t'apitán Monticl, asi como a los demás, toda vez
que yo, creo i|ue nadie, hahia tenido t]ue ver o
hacer con ellos, Pero de repente, asf que iba
pasando hacia mi casita, el Ñtariseal me llamó
y me dijo:— ^^ Vaya a vlt al Capitán Montiel que
■eslá en tal guardia y hágale tal pref^unta* (que
no ta coiisifino porque no la conservo en la
memoria ).
En cumplimiento de esta orden me trasladé
mí lugar de la guardia, y, previo periniso del
^'icial hablé con Montiel' a distancia de unos 2(1
de a(|uella, j)arados los dos: y allt lia-
olf présenle el objeto de mi comisión y cni
ísar al verle en ese estado, le dije que espera-
í fjue sin apartarse de fti verdad, diera una
^nteslaeión satisfactoria. Kn efecto, tlió una e\-
l^acióu bástanle ra/nnable que, a mi juicio,
I ' insubsistente el contenido de la preguata-
¡spucs de una demora de diez minnlos, con el es-
" 1 halagado de la esperanza de la próxima liber-
íje aquel valiente ndlilar. regresé donde el Maris-
il a uuicn inl'ormé de la contestación de Mnnii<-I re-
""aaole la mismas palabras con que la dio. No
Icn acabé de h<iblar y con nn poca sorgiresa mia, el
10
Mariscal, con la físonomia toda demudada v darr-
do un fuerte golpe con el pié al suelo, dijo coi>
energía y voz airada, — •Miente ese picarof ...»
Enseguida, con una indicación de cabeza me di6
venia para retirarme.
Hé ahí toda la intervención que tuve en el
asunto de Montiel. Ya con posterioridad, después
que el Cuartel general como otros, acusados más
o menos del mismo género de delito, habían
sido pasados por las armas! . . • ¿A quién la res-
ponsabilidad por tan triste suceso? — A los espías
en primer lugar, 3' segundo, al Mariscal, que
daba crédito a Jos ligeros y falsos informes de
aquellos a fin de estimular su celo, prescindien-
do de mandar proceder a una prolija investiga-
ción para saber ia verdad que hubiese en cada
caso.
La misma suerte le cupo al Subtensenle Jus-
to Balbuena.
Habiendo abandonado con la noticia de la apro-
ximación del enemigo, el piquete o guardia que man-
daba en Capiatá, se refugió sólo en Itauguá que yo
entonces estaba evacuando y, después de al-
gunos días de permanencia en una casa abando-
nada fue encontrado y llevado por los espías.
Muchos o la mayor parle de esos dispersos
no iban a presentarse en Azcurra, porque con-
sideraban naturalmente que después de la derro-
ta de Lomas-Valentinas la guerra había terminado,
ignorando (jue el Mariscal hubiese salvado su vida
(le tan terrible desastre.
lis difícil, si no imposible hallar una razón
(jue justifique la conducta del Mariscal en la ma-
tanza de tantos hombres, por motivos insignifi-
cantes que ni el estado de guerra en que nos en-
contrábamos podría darles el carácter de gravedad
(jiie fuera necesario para la aplicación de una
pena tan tremenda. Cuando escuchaba alguna
alegación a favor de aquellos desgraciados^ vic-
\
11
limas con frecuencia de faltas por su ignoran-,
cía más que de ningún propósito maUcloso o
criminal^ contestaba: — «La Patria no necesita pa-
ra su defensa de «sus» malos hijos! ...» Si el re-
sultado da el valor moral de nuestros actos como
justiticativos del fin que perseguimos, fácil es
establecer la apreciación a que se presta un pro-
ceder que sobre ser injusto y cruel, cooperaba
poderosamente ai favor del enemigo, cuyo inte-
rés consistía' en disminuir el número de los que
le combatían para abreviar la consecución de sus
propósitos.
Pero fuere ello como fuese, y^ apartando por
un momento la vista de tantos horrores, reasuma-
mo;s la ilación de nuestro relato.
Con los dispersos que regresaban de Lomas-
Valentinas y los convalecientes de los hospita-
les, muchos de estos aún no tenían sus heridas
bien cicatrizadas, dio el Mariscal principio a la
reorganización del Ejército Nacional, sirviendo a
ella de base los pocos cuerpos' regulares que se
hablan salvado por no haber tomado parte en los
últimos combates.
Ea prosecución del mismo propósito y para
elevar a alguna importancia el número del nuevo
ejército, mandó hacer nuevos reclutamientos de
viejos y muchachos de 14 y 15 años. Dispuso
también que además de las guarniciones de Cerro
León consistentes en dos batallones de infantería
y un regimiento de artillería^ se presentasen en
Azcurra las de Carapeguá, Caapucú, (^aacupé, San
José y otros lugares. De esta manera, cuando el
ejército aliado se acampó en Pirayú (25 de Mayo
de 1869), ya el Mariscal contaba con 12.000 hombres
organizados con 18 piezas de artillería de plaza
y otras tantas ligeras de campaña.
Gerro-León no fué del todo evacuado, Cuan-
do fueron llamados a Azcurra los cuerpos que allí
12
fie enconíraban, qnedó una guarnición: de 600 hom-
bres al mando del Mayor Sosa, — (después Coronel.)
Las nuevas divisiones llevaban los nombres
de los jefes que los mandaban y eran las si-
guientes:
División Carmona, compuesta de 3 batallones;
ídem Franco » » 3 »
ídem Delvalle » » 3 »
ídem Escobar » * 4 (6, 7, 20 y 2 1 ).
A más de estas divisiones, habla algunos cuer-
pos sueltos tales como los batallones Riflero, Maes-
tranza, Suelto^ San Isidro^ Marinos y Aeámoroü,
Todos estos ascendían a unos 4.Ó00 hombres próxi-
mamente. Lqs batallones que componían las di-
visiones ya mencionadas no habrán tenido arriba
de 300 a 350 plazas cada uno.— Estos cuerpos or-
ganizados, que como dijimos, han servido de base
a la reorganización del ejército, han estado al prin-
cipio bajo el mando en Jefe del Capitán Romual-
do Nuñez, indusive toda la artillería, hasta que
sus respectivos jefes que seguían en los hospitales^
curándose de sus heridas fueron declarados de
alta y volvieron al servicio activo.
También había una división de caballería com-
puesta de los regimientos T, 5^, ir, 12 y 24, al
mando en jefe del General Caballero que hacía
el servicio de vanguardia en la parte Norke del
arroyo Pirayú. La primera brigada formaban el
\^ y 5° al mando del comandante Genes y la 2»
formaban el VI^ y 24° al del igual clase Victoria-
no Bernal.
Su guardia avanzada, con dos piezas de arti-
llería ligera estaba colocada en la estación de Ta-
cuaral. La del enemigo llegaba a veces hasta allí,
encontrándose acampada su vanguardia sobre el
puente de Yuquiry. El servicio de avanzada ha-
cía el regimiento 11 al mando del mayor Ansel-
mo Cañete.
13
Una ocasión, una partida de descubierta 'ene-
miga se adelantó hasta muy cerca de la estación,,
trayendo por delante, con gente armada, la máqui-
na o locomotora del ferro-carril de Asunción a
Paraguarí. Se tirotearon con los nuestros; pero
cuando vieron que entre las balas de fusil iban
también algunos tiros de cañón, retrocedieron pre-
cipitadamente.
Las disposiciones defensivas tomadas por el
Mariscal, autorizan suponer que alimentaba la
creencia en que el enemigo, al abandonar la Capi-
tal para proseguir su campaña, trataría de iniciar
sus operaciones contra nuestra posición con un
movimiento envolvente por Altos o Atyrá^ en or-
den a cortarnos la retirada y comprometernos a*
una batalla definitiva. Llevado sin duda, de esta
persuación atendió con preferencia su derecha,
extendiendo por las altas cumbres de la cordillera
su línea de defensa hasta el paso de Atyrá.
A la izquierda de esta línea se encuentra el
pueblo de Piribehuy, y habiendo sido declarado"
por el Mariscal capital provisoria de la República
poco antes de los combates de Lomas- Valentinas,
el Vice-Presidente, Don Francisco Sánchez, en vir-
tud de orden que recibió, se trasladó allí de Lu-
que con todos los empleados civiles y judiciales,,
el tesoro y archivo nacionales y una gran canti-
dad de alhajas de oro y plata pertenecientes a las-
Iglesias de Asunción.
Alrededor del pueblo se mandó levantar
una trinchera, defendida por 1.600 hombres de
Infantería y 12 bocas de fuego, al mando del te-
niente coronel Pablo Caballero. Hrihehuy se en-
cuentra en una hondonada, dominado por con-
siguiente por terrenos de mayor elevación. Esta
circunstancia natural hacía que aquella posición
fuese poco aparente para verificar una resistencia
eficaz contra un ataque serio del enemigo.
Por aquél mismo tiempo en que se dispuso
14
el carmbio del asiento del P. E. se ordenó también
la traslación de la mayor parte del arsenal de la
Capital a Altos por la laguna de IpacaraL
Muchas de las piezas fueron abandonadas en
las playas por IFalta de elementos de movilidad y
buena disposición. Pero el Mariscal, tan pronto
como se instaló en Azcurra en vista de la necesi-
dad de improvisar elementos de defensa dio or-
den al General Resquin para que, sin pérdida de
tiempo hiciese conducir aquellos útiles o piezas de
máquinas a Caacupé. Así lo hizo, estableciéndose
allí en poco tiempo una fundición donde fueron
vaciados 18 obuses cortos de bronce, v 2 cañones
de a 3 rayados destinados al uso de la caballería.
Estos trabajos fueron ejecutados bajo la . inme-
diata dirección del alférez Giménez 5^ el Capitán
Thompson, ambos de nacionalidad paraguaya.
Durante el mes de Enero de 1869 hubo mu-
chos ascensos de jefes y oficiales para reemplazar
a los que habían muerto en los últimos combates,
o que habían caído prisioneros. Así mismo fue-
ron varios condecorados con las insignias de la
orden Nacional del Mérito, entre quienes iba in-
cluso el que escribe estos apuntes, confiriéndosele
la estrella de oficial de dicha orden.
Cuando hubo terminado la organización de
los cuerpos, a fin de adiestrar a las tropas en el
manejo de armas y evoluciones tácticas, hacian
parte de tarde ejercicios en una planicie abierta
que quedaba más abajo del Cuartel General, y
era sorprendente el progreso que hicieron en agi-
lidad y porte marcial en breve tiempo, al grado
de inspirar una fundada esperanza de que su com-
portamiento futuro en los combates sería digno
de los que les precedieron.
Sin embargo, los repetidos reveses que sufrió
el Ejército Nacional en los campos de Villeta, no
pudieron menos que quebrantar el espíritu tan-
to de los jefes como el del resto de las tropas. Por
- 15
esta razón, no bastaba atender solamente la dis^-
ciplina y la organización material de estas, a fin
de responder satisfactoriameíite a las reglas lácti-
cas en las acciones, sino también — y tal vez esto
sea lo más importante, procurar de alguna mane-
ra mejorar su moral, inculcándole los principios
de Jos rigurosos (f^eberes que impone el patriotismo
y el honor en frente del enemigo. Es sabido que
el soldado instruido en las máximas de la n^oral
militar, arrostra y soporta todo cuando se tri^ta
de la gloria y del honor de la patria: fatigas, ham-
bre, sed y penalidades de todo género, sufre con
paciencia y resignación sacando fuerza y vigor 'de
los grandes recuerdos que se registran en la his^-
tória de la religión cristiana y de los ejemplos
de heroísmo que nos han transmitido los anales
de los pueblos más cultos que honraron con sus
virtudes, su ciencia y civilización a la humanidad.
El Mariscal, al parecer, penetrado de esta ne-»
ce<?idad, estableció una especie de Academia o Con-
ferencia, donde se reunían los jefes superiores y
comandantes de cuerpos a discutir y cambiar ideas
sobre asuntos relativos a disciplina. Para esto, el
Mariscal que asistía en esa reuniones diarias ma-
nifestó el deseo de que cada uno expusiera las
medidas que hubiese lomado en el sentido de
mejorar las condiciones físicas y morales de sus
trapas, acordando libertad para la emisión de las
ideas y opiniones acerca de los puntos en discu-
sión. No obstante esta manifestación, brillaba en
aquellas reuniones la elocuencia del silencio: pri-
mero por la falta de costumbre de discutir en
asamblea, y segundo por la falta de garantía de
que los conceptos u opiniones emitidos no tuvie-
sen para su autor más consecuencia que la re-
futación.
Pero desgraciadamente, en filosofía histórica
es ya una verdad indiscultible con carácter de
axioma que un elemento de mejora o de progreso
16
•^n manos de los déspotas sé corrompe o degene-
ra, convirtiéndose en nuevo instrumento de opre-
sión y tiranía. La conferencia que en su origen
era buena, útil y necesaria, muy luego resultó que
no era sino un medio escogido para sondar y
descubrir los verdaderos sentimientos de los con-
currentes respecto a la dirección y marcha de
la defensa nacional.
En corroboración de esta verdad, tenemos el
caso del Capitán Alberto Cálcena que en una
reunión de los oficíales de su cuerpo (por que
debo advertir que también era permitida dicha
conferencia en los cuerpos), usando de la especie
de libertad que se había acordado, criticó las ope-
raciones llevadas íi cabo en los campos de Ville-
ta, manifestando que el Mariscal se había equivo-
•cado en mandar librar combates aislados, y que
mejor resultado hubiera dado si hubiese concen-
trado todas las fuerzas que tenia en Lomas-Va-
lentinas, y las hubiese hecho pelear juntas.
Entonces uno de los presentes lé contestó: —
— El Mariscal no puede equivocarse . . .
—El Mariscal, repuso Cálcena, es un hombre
como cualquier otro, y por consiguiente, sucepti-
ble de equivocación. Sólo Dios no puede equi-
vocarse, y él no es Dios! . . .
Este incidente llegó a oídos del Mariscal, y
Cálcena fué condenado a andar sin espada por
mucho tiempo.
Esto sin citar los casos en que el Mariscal
contestaba con agudeza y tono reprensívo a
cualquier opinión o manifestación que en algo
contrariase su modo de pensar. De esta manera
la presencia del Mariscal en la reunión, equiva-
lía a una coartación de la libertad que era in-
dispensable para el desenvolvimiento del objeto
con que se había fundado la Conferencia o Av.ade^
niia, y, muy en breve, como consecuencia natu-
ral, dejó de funcionar, y desapareció.
17
Una división de la escuadra enemiga, compues-
ta del acorazado Bahia^ los monitores ^ Alagdas^
Ceárá, Para, P'tauhy y Santa Caiharina, y los ca-
ñoneros yhahy^ y Mearim al mando del Barón
del Pasaje, partió de la' Asunción aguas arriba
en el mes de Enero, con el propósito de perseguir
y apoderarse del resto de nuestra escuadra,
consistente en unos 6 vapores. Cuando aquellos
estuvieron a la vista y apresuraron su marcha
para dar caza a nuestros débiles buques, éstos
penetraron en é\ Manduvirá^ y para librarse de
su persecusión, echaron' a pique al Paf'aguarí en
tina las partes más estrechas de la desemboca-
dura de aquel río en el Yhagüy. Debido a esta
operación, los monitores enemigos se vieron obli-
gados a retroceder, y los nuestros continuaron
navegando tranquilamente hasta llegar por el
Yhagüy frente a la capilla Caraguatay.
Estos buques, antes de marchar de la Asun-
ción, fueron desarmados. El encargado de esta
operación fue el Capitán Romualdo Nuñez quien
organizó un batallón con sus tripulantes montando
en cureñas portátiles los cañones desembarcados.
Dicho batallón, junto con el de Macsfraiiza y el
que mandaba el mayor Franco, constituían la guar-
nición de la Capital en aquella época. De modo
que sólo quedaron 30 hombres al mando del te-
niente Viera, en uno de aquellos para conducir
aguas arriba los demás y cuidarlos, hasta nueva
determinación (1).
Por la poca profundidad del Mdnáiwirá^ y la
estrechez de su cauce o canal en algunas vueltas,
solo pudieron penetrar en él los monitores. Per-
sistente en su empeño el Harón del Pilsaje de apo-
(1) La gaarnición de la Capital, que marchó para Lomas Valen tinas-
volvió del camino de Yaguarón para Azcurra, aegAn dijimos al final del
Oap. X T. III p. 919.
18
derarse de nuestros buques, remontó aquel rio
hasta la altura del pueblo de Caraguatay^ donde estos
estaban anclados.
El Mariscal, informado de la presencia de los
monitores brasileños eu el mencionado puesto y
de que el río bajaba, formó el proyecto de apode-
rarse de ellos. Con este fin, despachó de Azcurra
el batallón de marina al mando del Capitán de
fragata Romualdo Nufiez, con instrucción de in-
corporarse un regimiento de caballería (acámoroti)
que, a las órdenes del mayor Montiel, esploraba
la costa del Yhagüy^ y de obstruir el paso de
Oarayo^ o cualquier otro bastante estrecho, a fin
de impedir que pudiesen regresar los buques ene-
migos.
El Capitán Nuñez, en cumplimiento de su co-
misión, mandó echar en el mencionado paso, ca-
rretas encadenadas, gran cantidad de piedras arran-
cadas del cerrezuelo de ese mismo punto y gruesos
trozos, y ramas de madera fresca cortados en los
bosques vecinos,
Pero una fuerte y continuada lluvia que cayó
hizo crecer el río extraordinariamente, permitiendo
a los monitores descender sin dificultad, burlán-
dose de los obstáculos que con tíinto trabajo había
mandado colocar el capitán Núfiez. Las tropas
colocadas a la costa del rio, le hicieron fuego al
pasar; pero sin causarles el menor daño.
A principios de Mayo de 1869, el ejército aliado
que ocupaba la Asunción, empezó a ponerse en
movimiento, acampándose, primero, en Ytiquyry,
más allá de Luque^ y luego extendió su línea hasta
Patiño-cué. Desde allí, los jefes aliados lanzaron
varias partidas exploradoras a los departamentos
vecinos: Itauguá, Ifá, Yaguarón y Capiatá, y tam-
bién al interior, hasta el departamento de Ybycuí;
cometiendo en todos esos pueblos actos de vio-
lencia censurables ante los ojos de la civilización
moderna.
CAPITULO n
Expansiones d^l Mariscal — Asalto al establecimiento de fun-
dición de hierro en Ybycuí — El ejército aliado se acampa
en Piraya el 25 de Mayo — Entrega de banderas a las Le-
giones Paraguayas — Protesta del Mariscal por este hecho — '
Notas cambiadas con este motivo entre el Conde D'Eu y el
Mariscal — Reflexiones sobre el juicio a que debe sujetarse éste.
El Mariscal López, no obstante las múltiples
atenciones del mando del ejército en frente de un
enemigo que, envalentonado con sus triunfos, iba
desplegando de día en día más audacia y activi-
dad, tenía sus momentos de expansión en que ex-
plicaba los motivos que habían influido en el áni-
mo del Gobierno del Paraguay para la adopción
de tal o cual medida en pro del progreso del país,
así como la razón en que se apoyaba para negar-
se a la realización de la idea de dotar al país de
una constitución democrática.
Hablando una prima noche de la elección de
los jóvenes que fueron enviados a Europa en cum-
plimiento de una resolución del Congreso de 1844
para recibir instrucciones en varios ramos de cien-
cias y artes, dijo:— Que las familias acomodadas
de la Asunción, se manifestaban recalcitrantes a
la idea y necesidad de dar una sólida educación
a sus hijos de manera que pudiesen llegar a ser
éstos útiles a la patria y a su gobierno, y que se
contentaban con facilitarles los conocimientos ele-
20
mentales que necesitaban aquellos para colocarse
detrás de los mostradores de las tiendas de ropas y
almacenes, de víveres, donde vejetaban en las ma-
las ideas y en la corrupción; que él antes de pro-
ceder a la designación de los jóvenes que fueron
a Europa, tes había propuesto enviar sus hijos
allá para educarse e instruirse a costa del Estado,
toda vez que ellas estuviesen dispuestas a costear
su manutención y ropa; pero que tuvo la desgra-
cia de que los buenos deseos del gobierno fueron
respondidos con la más completa indiferencia; que
por el momento dijeron que si, que «i, pero que
después no volvieron a resollar. Que aquellas
mismas familias más tarde, habían manifestado la
más persistente incredulidad respecto a los rápi-
dos progresos que hacían los estudiantes que ya
estaban en Europa, tanto así que las composicio-
nes que estos enviaban mensualmente en inglés
y en francés, las atribuían a los profesores que,
según decían, tenían tanto o más interés en que-
rer acreditarse desde la distancia con el gobiernp,
que los discípulos en adetantarse (1).
Ignoramos cual haya podido ser el verdadero
fundamento en que se habían apoyado las men-
cionadas familias para no haber aceptado tan
magnífica oportunidad de proporcionar una sólida
y provechosa instrucción a sus hijos. Pero par-
tiendo del hecho de que la maj^or parte de las
familias pudientes de la Capital no estaban por el
sistema de gobierno imperante en el país, es creí-
ble que no hayan querido contribuir con elemen-
tos que más tarde con toda probabilidad, habían
de prestar su concurso al sostenimiento de aquel
sistema. Esta snsposición adquiere mayor fuerza.
(1) Obedeciendo & un orden cronológico de estos apuntes, reproduci-
mos aquí esta relación que ya habíamos dado en otra publicación titu-
lada Lo» Ettudiantét dé los López, que vio la luz como apéndice a la
Sa ediecién áa nuestra conferencia en el Ateneo Paraguayo el 28 de
Knero de 18»6.
21
cuando se tiene présente que la educación oficial
adolece generalmente del inconveniente de formar
ciudadanos con escaso o' ningún espíritu de inde-
pendencia. Y en nuestro caso según los princi-
pios que servían entonces de norma a la admi-
nistración pública por más que aquellos hijos hu-
biesen vuelto animados de los mejores deseos de
servir a sus país, forzados a hacer, decir y pensar
sólo aquello que convenía a los intereses del go-
bernante para sostener su sistema, hubieran lle-
gado a ser fácilmente meros instrumentos de des-
potismo y tiranía, alejando así la esperanza de
ver un día iluminar en el horizonte la preciosa
s^urora de la libertad.
Extendiéndose a otras cosas que se relaciona-
ban con el porvenir del país, dijo esa ocasión que
habían algunos ciudadanos cuyas ideas desde los
primeros albores de la independencia nacional,
estaban en pugna con los verdaderos intereses de
la nación, y terminó exclamando: « ¡Y desgracia-
da de la patria el día que caiga en manos de
ellos !
Y luego añadió: — Yo pudiera haber sido el
hornbre más popular,* no solo en el Paraguay, si-
no tal jvez, en toda la América del Sud. Para
llegar a serlo, nada me hubiera sido más fácil
que promulgar una constitución. Pero yo no la
he querido, porque no deseo la desgracia de mi
patria. Cuando leo las constituciones de los paí-
ses vecinos, rrie quedo extasiado al contemplar
tanta belleza, pero cuando del papel vuelvo la
vista hacia la práctica, me quedo horrorizado.
Esa teoría del Mariscal no tiene nada de ex-
traño; es la de todos los déspotas. El doctor Fran-
cia profesaba más o menos la misma, y con ella
sumergió el Paraguay en el profundo abismo de
barbarie. Con la idea de establecer una Repúbli-
ca a su manera, trató de hacer desaparecer las
distinciones o condiciones sociales, haciendo una
22
tenaz persecución a las clases acomodadas y una
especie de alianza con las moléculas ordinarias
del pueblo.
Es posible que no haya habido mala fé en
semejante política; pero fué un error tanto más
criminal cuanto que por ningún costado encuen-
tra en su apoyo los principios de la sana razón y
de la moralidad. ¿Cuál era el tin de aquel siste-
ma? A dónde iba? A buscar la felicidad, a for-
mar un pueblo, ,una patria?
Pero tales objetos no se consiguen con ani-
quilar, sino con robustecer — con trillar el camino
de la civilización, cultivando la inteligencia, de-
sarrollando la razón, practicando la justicia y per-
feccionando los sentimientos del corazón — con la
enseñanza de la religión y de la moral.
Donde no hay libertad, todo progreso es efí-
mero porque la iniciativa y espontaneidad no
nacen del pueblo sino de sus gobernantes.
Ningún derecho puede ser estable, en pre-
sencia del poder que domina la inteligencia y el
sentimiento, que determina, en fin, los actos, con-
virtiendo al ser en quien Dios puso una chispa
de su divinidad, en un autómata.
La libertad que es la ley natural, jamás pue-
de ser un mal; allí donde ella reina, nunca se
interrumpe el curso regular del progreso. La
única libertad perjudicial es la omnímoda de que
gozan los déspotas, porque impide que un pueblo
llegue a ser verdaderamente grande y feliz. La
voluntad de un sólo individuo por enérgica, pa-
triótica y generosa que fuese, no puede conciliar el
desenvolvimiento de todas las esferas de la acti-
vidad humana uniformemente, cual fuera menes-
ter, para producir el resultado de una prosperidad
general sólida y duradera. He ahí explicada la
razón por qué la herencia del despotismo casi
siempre ha sido la decadencia.
Queda a la apreciación del lector la razón
23
que dio el Mariscal en la referida ocasión para ha-
berse abstenido de dolar al país de u^a constitu-
ción democrática; es decir, de una constitución
más amplia y liberal de la que hasta entonces
poseía: me refiero a la ley de 1844 estableciendo
la administración política de la República, con la
particularidad, según Alberdi, de no contener una
sola palabra de libertad— Véase sobre este tópicQ
el Cap. II. del T. I página 85 de estos apuntes.
Por aquél mismo tiempo, el Mariscal de re-
pente se dio mucho a la lectura. Durante unos
ocho días, después del almuerzo, en lugar de
hacer la siesta^ y, a pesar del calor, se sentaba
en una silla de vaqueta en el corredor abierto
de una casa pajiza vieja que había adyacente a laque
ocupaba c0n sus familias, a leer el Genio del
Cristianismo por Chateaubriand, en varios tomitos.
Cada día devoraba uno. Sin duda buscaba dis-
traer el espíritu, o tal vez atenuar o acallar el
remordimiento de su conciencia por tantos actos
de difícil o imposible justificación, con la lectu-
ra de una obra que constituye uno de los mo-
numentos más bellos del ingenio humano.
El Genio del Cristianismo^ en la época de su
aparición, ejerció una poderosa influencia, prepa-
rando el camino de la restauración del catolicis-
mo en Francia, y a la reorganización de la mis-
ma. La literatura francesa se tiñó de los colores
del Genio del Cristianismo, Los más distinguidos
escritores procuraban imitar las galanas y poéticas
frases del autor contenidas en sus páginas, y la
cátedra del Evangelio, hasta nuestros días, aún
se vale con frecuencia, para ilustrar sus argu-
mentos a favor de la fé, de cuanto se ha dicho
en ellas de las ceremonias y de los beneficios
que ha reportado al mundo y a la civilización
el cristianismo.
Por sus nuevas y notables críticas, por su
elevado, claro, atrayente y vigoroso estilo, el
24
Oenip del Cristianismo puede ser considerado co-
mo uno de los njás preciosos florones que ornan
la corona literaria, de M. de Chateaubriand, cu-
ya poderosa y brillante imaginación será siem-
pre objeto de respeto y admiración.
Cuando Voltaire empezó a atacar al cristia-
nismo, trató desde luego de apoderarse de esa
opinión calicaficada generalmente como la opi-
nión del mundo, empleando para ello toda la
agudeza de su ingenio a fin de convertir la im-
piedad en una modalidad de huen tono, Y lo
consiguió ridiculizando la religión a los ojos de
las gentes frivolas y superficiales.
El Genio del Cristianismo no ha tenido pues,
otro objeto que hacer desaparecer ese ridículo,
ese sarcasmo, que Voltaire, con sus sofismas há-
bilmente empleados, ha erigido a la categoría de
buen tono. Fara el etecto el autor del Genio del
Cristianismo no tuvo que hacer otra cosa que
considerar el cristianismo en sus relaciones con
las sociedades humanas demostrando con hechos
irrefragables los cambios verificados en la razón
y las pasiones de los hombres desde que em-
pezó su influencia en el mundo; cómo ha civi-
lizado a los pueblos bárbaros, y cómo ha mo-
dificado el geniodelasarleiy delasletras, imprimien-
do en ellas un embsUecimiento que raya en lo su-
blime y en lo maravilloso, cuya contemplación, no
solo conmueve, sino que eleva, el alma a las
regiones donde tiene su origen la virtud.
Prosigamos:
Una de las expediciones enviadas al interior
y de la cual más arriba hemos hecho mención, in-
vadió el departamento de Ibi/cui. Dicha expe-
dición iba encabezada por el oriental mayor Co-
ronado que se ^ hizo famoso por sus correrías
vandálicas en Ñeembucú, cuando el ejército aliado
estaba acampado en Tuyucué.
25
El capitán Julián Insfrán, (1) comandante de
la fábrica de hierra de aquel departamento, al te-
ner noticia del avance de la fuerza de Coronado
compuesta de unos 100 hombres en su mayor
parte paraguayos, ejn servicio de la alianza, creyen-
do que aquel jefe en prosecución de su instinto
vandálico, seguiría el camino que conduce a Caá*
zapa, donde hallaría mucho que robar, despachó
una pequeña fuerza con orden de emboscarse en
,el monte de Rivarola y de dar un golpe de
sorpresa al enemigo al pasar por allí. Este, en ,
lugar de dirigirse a Caazapá tomó la dirección de
la fábrica, yendo a acamparse a una legua de dis-
tancia de esta; quedando la fuerza en el referido
monte sin lograr su objeto ni regresar al estable-
cimiento.
Insfrán, a fin de estar al corriente del movi-
miento del enemigo, había despachado una parti-
da de espías, encabezada por un tal Molinas (Mo^
Unas pucú). Este se mantenía con su gente a cierta
distancia conveniente del campamento de Coronado,
traicionando la confianza depositada en su lealtad
y patriotismo, se puso en connivencia con aquel a
quien dio todos los destalles que precisaba para
efectuar de improviso un asalto al establecimiento de
fundición de hierro y mientras tanto, con el mayor
cinismo, mandaba dar parte de sin novedad, acon-
sejando a su comandante que estuviera tranquilo
en la plena seguridad de que inmediatamente que
el enemigo se moviese de donde estaba le parti-
ciparía.
. Insfrán, con esta seguridad, y persuadido, por
otra parte, de que Coronado no se atrevería con
tan escasa fuerza de su mando llevar un ataque
al establecimiento, el 17 de Mayo al romper e\
(!) El Teniente Pedro Saín adió era el 2o, de Insfrin, y director in-
mediato de los trabajos del Establecimiento, siendo especialista en al
de fandicldn.
;
26
día, despaíchá las cuadrillas de peones a= sos res-
pectivas faenas de costumbre. Una pequeña fuer-
za militar que habla, condujo bajo su vigilancia
a los presos y prisioneros de guerra al lugar del
trabajo a una regular distancia^ de modo que el
establecimiento quedó casi por completo despro-
visto de gentes armadas que pudiesen rechazar un
asaltó repentino del enemigo.
Aquí hubo una falta evidente de previsión
militar. La presencia del eneniigo en el depar-^
. taménto y a corta distancia de allí, imponía el
deber de estar prevenido en todos los momentos,.
y de tener reunidas todas las gentes de combate
en la fábrica, aunque fuese a costa de la su pen-
sión de los trabajos.
La fábrica se encontraba al pié de una mon-
taña de donde descendía un arroyuelo, cuya co-
rriente desviada por medio de un canal arti-
ficial, servía para poner en movimiento una de las
máquinas de tundición. El canal de desvío des-
cribía una curva volviendo a llevar las aguas al
mismo arroyo, quedando en medio una isla de
tierra firme donde estaban ubicados todos los
edificios. En los contornos estaba poblado el si-
tio de un bosque espeso e inaccesible con una so-
la entrada donde había un puente colocado sobre
el mismo arroyo.
A eso de las 8 1/2 a 9 de esa misma mañana
del 17 se presentó el eneniigo, guiado por Molinas,
frente al expresado puente. Diez o doce hombres
armados de fusil defendieron dicha entrada con
un nutrido tiroteo. El enemigo continuaba firme
en actitud amenazante, y notándose que de nuestra
paite habían algunas bajas, Insfrán concibió el
plan, para obligar al enemigo a una retirada, ñan-
quearlo por la izquierda. Con este objeto despa-
chó unos cuantos fusileros por el monte; pero
antes que estos llegaran al punto designado, fue-
ron retirados los que defendían el puente.
27 , :
El. enemigo aprovechó ese momento y pene-
tró asaltando los edificios: [>e los pocos hombres
que había en ellos, a pesar de la resistencia que
hicieron, fueron muertos y heridos, unos cuantos,
cayendo prisioneros los demás incluso el capitán
ínsfrán.
En los primeros momentos del suceso, por
conducto de don Mateo Collar, que le servia en
calidad de secretario, transmitió éste la orden al
oficial que mandaba la pequeña fuerza militar a
distancia de una legua de alli para que pronta-
mente regresara al establecimiento, trayendo a los
presos y prisioneros de guerra bien asegurados.
En cumplimiento de esta orden se puso en
marcha; pero a su regreso encontraron ya toda la
fábrica en poder del enemigo, y obedeciendo a
la intimación de éste, puesto que no cabía hacer'
otra cosa, se entregaron como prisioneros de guerra.
. Coronado, después de grandes destrozos, aban-
ilonó el establecimiento ese mismo día, llevándose
todos los prisioneros que había tomado. A corta
distancia de allí, los puso en fila, y de orden su-
ya, un piquete armado los separó y llevó al Ca-
pitán ínsfrán que estaba a la cabeza de la forma-
ción y a cuatro soldados, cerca de una isleta. donde
los pasó a degüello. Concluida esta cruel y bár-
bara operación, volvió el piquete para llevar otrois
tantos, y luego seguir hasta acabar con todos. Pe-
ro algunos oficiales paraguayos a las órdenes de
Coronado y en servicio de la alianza, indignados
por tan bárbara disposición, protestaron enérgica-
mente asumiendo una actitud amenazadora contra
aquel, si persistía, continuar la ejecución de ac-
to tan inhumano y salvaje.
Coronado, en vista de esta resuelta manifesta-
ción, desistió diciendo a los prisioneros restantes
que los perdonaba.
Momentos antes de la toma del establecimien-
to fué despachado por Ínsfrán el practicante don
28
«
Francisco Campos a Azcurra a dar parte al Ma-
riscal del suceso. El enemigo al saberlo, le man-
dó seguir hasta Ybytymí, pero sin lograr el objeta
de su persecusión.
La fábrica de hierro de Ybycui fué fundada
el añm 1854 por el gobierno de Carlos Antonio Ló-
pez. Antes como durante la guerra, prestó impor-
tantes servicios en la fabricación de cañones, ba-
las, bombas y piezas de máquinas que se precisaban
tanto en la escuadra como en el arsenal de la Ca-
pital. Allí fueron vaciados los famosos cañones
rayados denominados Criollo^ Cristiano, y General
Díaz.
La dirección de aquel establecimiento, donde
se trabajaba de dia y de noche, estuvo por algún
tiempo a cargo del Capitán Aquino (después Ge-
neral) quien a) lado de los ingeniosos ingleses que
corrían al principio con todo, habia adquirido no-
ciones de ingeniería y trabajos mecánicos. Últi-
mamente en las épocas a que se Concretan estos
apuntes, y según queda expresado, estuvo dicho
establecimiento a cargo del de igual clase, Julián
Insfrán.
Su muerte por la manera cruel e injusta en que
tuvo lugar según queda referida más arriba, fue do-
blemente sensible. Se distinguía por su ventajosa
disposición natural, de modo que en poco tiempo
adquirió los conocimientos prácticos necesarios pa-
ra dirigir y mandar ejecutar los trabajos encon-
mendados al establecimiento a completa satisfac-
ción del Gobierno, y respondiendo a las exigencias
del momento. Los servicios que prestó en dicho
puesto le hacen acreedor a la gratitud nacional.
El ejército aliado, después de haber practicado
la exploración de los terrenos más allá del arro-
yo Yuquyry^ se puso en movimiento, y el 25 de
Mayo de 1869, ocupó Tacuaral y Pirayú, constru-
yendo inmediatamente obras de defensa en esos
dos puntos.
29
El Marqués de Caxias, (fue después de sus
triunfos en Villeta, se había retirado a Wío Janei-
ro, fué reemplazado por el Conde I)' Eu, en el
comando en jefe de las fuerzas brasileñas.
El Marisca], que hasta entonces permanecía en
el bajo de la cordillera, trasladó su cuartel gene-
ral arriba de la misma, el 27 dje Mayo, en una
espaciosa casa pajiza, que con anterioridad había
mandado edificar sobre el camino real a Caacupé.
A la izquierda del cuartel general quedó instalada
la mayoría bajo un naranjal.
A corta distancia de la casa del Mariscal, y
más próxima al camino real, se edificó una capi-
Hita de forma rectangular toda de paja pero muy
bien trabajada.
Allí concurría el Mariscal, los días de fiesta
acompañado de sus ayudantes, jefes, oficiales y
tropas de franco de su escolta a oir misa que or-
dinariamente celebraba alguno de los capellanes
del ejército.
Si mal no recuerdo, estando todavía en el ba-
jo de Azcurra el Mariscal, una partida de caballe-
ría enemiga cayó de improviso sobre una guardia
avanzada de Cerro León, llevando prisionero a
casi todos los que la componían." Entre estos se
encontraba el sargento Cirilo Rivarola, quien más
tarde llegó a formar parte del gobierno provisorio
que se instaló en la Capital bajo la inmediata in-
fluencia de los aliados.
El sargento Rivarola, pertenecí» al batallón
que mandaba el mayor Cárdena, y hacía servicio
en la enfermería del cuefpo; pero por cierta falta
en que había incurrido, como pena, a más del
castigo que recibió, fue enviado a hacer el servi-
cio de guardia en Cerro León*
Los aliados, desde un principio, tuvieron
gran empeño en que una guerra eminentemente
internacional, degenerase en una lucha civil, a
fin de contar con la cooperación del pueblo a fa-
30
vor de ellos y abreviar así la consecución de sus
fines.
Llevados de esta idea admitieron una legión
compuesta de emigrados paraguayos con opiniones
opuestas a la legalidad ^existente entonces en el
país, forzaron a principios de laguerra a esos pa-
raguayos empuñar las armas contra su patria, y
mandaron desparramar en el interior proclamas in-
cendiarias incitando al pueblo a un levantamiento
contra el gobierno.
Por estos medios consiguieron en el curso de
la lucha reunir en torno suyo, un grupo bastante
considerable de paraguayos. El 25 de Mayo, el
mismo día en que tuvo lugar la ocupación de P¿-
rayúy creyeron llegada la oportunidad de enarbo-
lar la enseña nacional, como símbolo de la in-
corporación de un cuarto aliado para compartir la
obra del completo exterminio de una nación ex-
hausta y moribunda.
La ceremonia de la jura y entrega de la
bandera nacional a las legiones paraguayas fué
presidida por el general Emilio Mitre, que pro-
nunció en ese acto una alocución excitativa a
impulsar a los pobres paraguayos a sus órdenes
a combatir a sus hermanos, al lado de quienes
hasta el día antes sostenían la defensa del sue-
lo patrio.
Las frases de efecto empleadas en dicha
proclama, procurando dar un colorido de legali-
dad al acto, han de ser siempre impotentes pa-
ra justificar tan inaudito abuso. (1)
Este abuso de la bandera nacional dio lugar
a un cambio de notas entre el Mariscal López
y el Conde d' Eu, en el supuesto erróneo de
que este fuese el generalísimo de los ejércitos
aliados.
(1) Véase dicho documanto en el Apéndice.
'31
Las notas de mi referencia, son las siguientes:
«Cuartel General, Mayo 29 de 1869.
"Hace algún tiempo que los desertores y pri-
**sioneros del ejército aliado han venido diciendo
"que en aquel campo se había beiidecido la ban-
^'dera nacional de la República del Paraguay y
"yo no quise creerlo,
"Cuando suptí que V. A. Y. había; asumido
"el mando del ejército aliado, coníiando en la
"hidalguía, caballerosidad y nobleza de sentí-
"mientos, que no puedo menos que atribuir a
"ün príncipe, que tanto se debe a su nombre y
"al de su alianza, me tranquilicé sobre el uso
"qiie pudiera hacerse de la bandera de la Patria
"que tanta sangre generosa había costado a sus
"leales hijos, y no me preocupé más de los des-
"varios que hubiesen dado lugar al acto sacríle-
"go de su bendición si tal se hubiera practicado.
"Mas, esta mañana ha amanecido al frente
"de mi línea una descubierta de cuerpo de ca-
''ballería e infantería del ejército aliado', tremo-
" lando la sagrada enseña de la patria que V. A.
*"¥ combate.
"La profunda pena que como magistrado y
*'Qomo soldado me ha causado esto, será fácil
"a V. A. Y. medir en la honorabilidad .de sus
"sentimientos. Ahora vengo a rogar a V. A. Y.
*'quíera tener la dignación de mandar entregar
"en mi línea de aquí a mañana esa bandera y
^prohibir que en adelante flameen los colores
"nacionales, en las filas de su mando, ya que
"ni siquiera los desgraciados prisioneros nunca
"fueron respetados.
"Prestándose V. A. Y. a esta solicitud, como
**lo espero, habrá mantenido el lustre de su di-
"nastía' y prestado gran servicio a la humanidad:
"pues me relevará de la dura y repugnante ne-
32
"cesidad de tener que hacer efectiva la condí-
"ción establecida^ para este caso en nota 20 de
'^Noviembre de de 1865 al Kxmo Señor Briga-
"dier General don Bartolomé Mitre, Presidente
"de la República Argentina y predecesor de V.
"A. Y. en el comando en jefe del ejército alia-
••do que en el de la República tiene un consi-
"derable números de prisioneros.
"Tengo el honor de saludar a V, A. Y. con
"mi consideración muy distinguida.
(fir.) Feancisco S. López
"^. 3. A, Y, el Conde d' Euy General en Jefe del
ejército aliado.
"Comando en jefe de todas las fuer/as brasile-
ras, en operaciones en la República del Pa-
raguay.
Cuartel General en Pirayú, 29 de Mayo de 1.869,
"El abajo firmado, comandante en jefe de
"todas las fuerzas brasileras en operaciones en
"la República del Paraguay, recibió la nota que
"le dirigió, con fecha de hoy, el Mariscal Fran-
"cisco Solano López.
"En esta nota manifiesta éste, que ya hace
"algún tiempo que los desertores y prisioneros
"del ejército aliado le han dicho haberse bende-
"cido en el campo aliado la bandera nacional
"de la República del Paraguay, y que no quiso
"creerlo; pero que, hoy de mañana, apareció en
"frente de su línea una descubierta de cuerpo
"de caballería e infantería del ejército aliado
"tremolando en ella la enseña de la nación Pa-
"raguaya. .
"Agrega el señor MáViscal López, que ha-
"biéndole causado este hecho profunda pena co-
«i
33
)
*''mo magistrado y como soldado, ruega al abajo
*Tirmado, que mande entregar en su Jínea, de
^'aquí a mañana, esta bandera y prohibir que
*'de ahora en adelante, flameen Jos colores pa-
"raguayos en las filas del mando del abajo firma-
"do, xa que ni siquiera los desgraciados prisione'-
"ros nunca fueron respetados.
"(A)ncluye diciendo que, prestándose el abajo
"firmado a esta^ petición, como espera el Mariscal
"López, habrá prestado un gran servicio a la hu-
"manidad: |)ues dispensará a éste de la dura y
^'repugnante necesidad de hacer efectiva la condi-
ción establecida para este caso en nota 20 de
Noviembre de ISr);"), dirigida al Exmo señor Bri-
^'gadier General don Bartolomé Mitre, entonces
"Presidente de la República Argentina, y coman-
^'dante en jefe de los ejércitos aliados, Jos cualésí.
"dice el señor Mariscal López t4enen gran número
"de prisioneros en el de la República del Paraguay.
"El abajo firmado no tiene presente la referi-
da nota de 20 de Noviembre de 1865; pero aú«
cuando la tuviese no le sería posible dar con la
brevedad exigida, sojución a la noia, a que aho-
"ra rés|5onde, pues en virtud de las estipulaciones
"que rigen entre las naciones aliadas, no es el ge-
"neral en jefe de los ejércitos aliados, como su-
"pone el señor Mariscal López, quien puede re-
"solver y para cualquier deliberación necesita po-
"nerse de acuerdo con los comandantes de las
^^fuerzas argentinas y orientales, a las cuales, asi
''como al Gobierno imperial, dá con esta fechó,
"conocimiento de la nota del Mariscal López.
^'Se limita por ahora a hacer observar que la apa-
"rición de la bandera paraguaya en las filas aliñ-
adas tiene su explicación en eí hecho públicamen-
"te mencionado en numerosos documentos oficiales
*de que la presente guerra nunca tuvo fines hos-
"tiles a la existencia de la nacionalidad paraguaya,
"y que considerable número de paraguayos
u
u
34
*han manifestado deseos de coaperar con tas
"fuerzas aliadas, para la pacificación de su patria.
^'El abajo firmado tampoco puede dejar sin
*'reparo la alegación hecha por el iMariscal López
"de que los desgraciados prisioneros nunca fueron
"respetados. La humanidad con que los prisio-
"neros paraguayos, ya sean heridos o sanos, han
"sido invariablemente tratados por los aliados,
"que gozan hoy día, la mayor parte de ellos su plena
"libertad contrasta con las crueldades ejercidas en
"los subditos de las naciones aliadas, que tuvie-
"ron la infelicidad de caer en poder del Mariscal
"López, y que por centenares han sufrido diferen-
"tes géneros de muerte, como consta, no solo de
"las declaraciones de aquellos que escaparon, sino
*^de los mismos documentos oficíales paraguayos.
*'A1 concluir el abajo firmado deja sobre el Maris-
*'cal López la entera responsabilidad de cualquier
"aumento de malos tratos, con que, por ventura,
"este juzgue deber agravar la suerte de los pri-
"sioneros de guerra, b^jo el pretexto mencionado
"en la nota, que ahora queda contestada/^
(Fir.) Gastaó de Orleans
(Conde d' Eu)
"Cuartel General, Junio 3 de 1869.
"Tengo la honra de acusar a V. A. Y. recibo
"de la repuesta que tuvo a bien de dar, el 29 próxi-
"mo pasado Mayo a mi nota de la misma fecha,
"que fue recibida en mi línea el día 30. Pido dis-
"culpa a V. A. Y. por el error de haberme dirigi-
"do a ella, como a general en jefe del ejército
"aliado, no siéndolo sino de todas las fuerzas bra-
"síleras en operaciones en la República del Para-
**guay, y agradezco el pronto conocimiento de
"aquella comunicación que se ha servido dar a
"los señores comandantes de las tuerzas argenti-
44
35
**na y oriental, con quienes V. A. Y. necesita po-
"nerse de acuerdo, no pudiendo con esto dar con
*ia brevedad exigida una solución a la nota.
''Sin embargo el hecho dé que la bandera
'tnacional ha sido solo enarbolada por tropas
"que parten del cuartel General de V. A. Y, y \ú
^'circunstancia agravante de que hoy mismo apa-
"rece en su inmediación la misma bandera izada
"en una asta, servirán todavía de escusa a la di-^
"rección de la presente.
"Además, V. A. Y. tiene a bien limitarse por
*'ahpra a hacer observar que la aparición de la
"bandera paraguaya en las filas aliadasf tiene su
"explicación en el hecho de que la presente gue-
"rra nunca tuvo fines hostiles a la existencia
de la nacionalidad paraguaya, y que considerable
número de paraguayos han manifestado deseos
* 'de cooperar con las fuerzas aliadas a la paci-
*'iicación de su patria.
"Como V. A. Y. no tiene a la mano mi nota
*'del 20 de Noviembre de 1865 me permito acom-
pañarle una copia.
"Por ella verá V. A. Y. que desde aquella
época me había propuesto evitar en el curso
"de la guerra, la irritante tropelía de ver enar-
"bolada la bandera nacional de la república en
"las filas de sus enemigos.
"Desde aquella época he visto que estos no
"perdonaban medio para hacer que la guerra in^
"ternacional,- que principiaba, degenerase en In-
veha civil, como los mismos poderes aliados lo
"deseaban de mucho tiempo atrás en vista de
*Mos progresos del país.
"Desde entonces los aliados trabajaron más
"abierta y empeñosamente que nunca para obte-
'^ner aquel fin, ya ^ea reuniendo con halagos en
^'torno de sí unas muy pocas docenas de hombres
C(
KA
36
*'qiie nacidos en este país, vivíiui fuera de él y
"casi extraños a él; ya sea forzando a Jos prisione-
'*ros a empuñar las armas contra su patria.
*'¿Y estos son los hombres, en cuyas manos
"se pone la bandera de que desertaron de gtado
"o por fuerza? Y después que estos desgra-
"ciados cayeron por millares combatiendo su ban-
adera natal, ¿,al resto de sus últimos centenares
'*es permitido enarbolar la sagrada enseña que
"cubre los restos venerados de tantos mártires de
^'la patria? ¿Y cuál es la representación de este
"símbplo de la soberanía nacional en los filas de
"sus enemigos? Y es ahora más que nunca que
"los gobiernos aliados se creen, no diré con de-
"rechos, pero siquiera escusados, para |)erm¡tir en
"sus lilas la bandera que por tantos años han ve-
"nidt) combatiendo? Y, a un príncipe de la casa
"de Orleans cabe realizar y justific^ir esta igno-
"minia.
"V. A. sabe que si el Paraguay está en guerra, no
"la debe sino a los gobiernos aliados que se la
"hacen: ¿Y haciéndose traidores y entregándose a
"merced de estos aliados es como algunos desgra-
"ciados hijos de este suelo pueden cooperar a la
"pacificación de la República?
"¿Y esos aliados son los pretendidos paciñ*
"cadores?
"¿Se aliaron con ese fin?. Y es para esto solo
"que los poderes aliados concurren con todo el
"armamento, mantención y equipo de ese que V.
"A. llama considerable número de paraguayos?
"¿Y esos ga;>tos son ya suficientemente compen-
"sados con la sangre que esos desgraciados de-,
"rraman día a día, u otro vendrá acaso en que
"se les exija compensación?
"Permita V. A. Y. no discutir aquí los fi-
"nes de esta guerra contra la existencia de la
"nacionalidad paraguaya; pero sí afirmar que nun-
•*ca jamás ella estará sujeta a la merced de su
37
''enemigo, como parece prelemler asenlnrlo V.
"A, Y. ai mencionar la niíscrü condición en que
"algunos desniíturalizados paraguayos se hallan
"en las ñlas aliadas.
"V. A. Y. no debe olvidar que si ha encon-
"Irado almas débiles que forziir y corromper,
"tiene todavía a su frente con el l*resi<lenle de
"la República, oirás más dignas que combatir.
"En cuanto a la entera responsabilidad que
"V. A. Y. llama sobre mi por la efeclibilidad de
"las condiciones establecidas en mi nota del 20
"de Noviembre, estoy tranquilo; y un juicio más
"competente dirá si ella debe pesar sobre quien
"en previsión las estableció cuatro años antes pa-
"ra evitar los horrores, y más de nna vez por respe-:
"to a la humanidad, no las practicó; o sobre quien
"sobreponiéndose a la práctica de cuatro años de
"guerra y de tácito respeto a la ijllima de las con-
"diciones, ha querido provocar y obligar tu eje-
"cución.
"No gusto seguir a V. A. Y. en el estilo que
"ha adoptado en su respuesta, porque yo se que
"no es propio de la conocida ilustración de la ca-
"sa Beal de ürleans y debido soto a la circuns-
"tancia en que V. A. Y. se encuentra; pero que-
''do en conocimiento de lo que le dicen los esca-
"pados sobre los diferentes géneros de muerte,
"que han sufrido centenares de subditos aliados
"en mi "poder y por lo que hace a los documentos
'oficiales paraguayos, los leeré con mucho interés
"cuando alguna vez vengan a mis manos.
"Tampoco creo deber corresponderá V. A- Y.
"con lo que me llega del tratamiento de los alia-
"dos por sus desertores y prisioneros y paragua-
"yos escapados.
38
*Tengo el honor de saludar a V. A. Y. con
"mi consideración distinguida.
**(Fir,) FflANcisco Solano López*^
'[A, S, A. Y. Gastad dp. Orhans Conde d'Eu, Co-
mandante en Jefe de to4as las fuerzan bra-
sileras en operaciones en la República del
Paraguay"
Hablando de la nota contestación del Mariscal
a los jefes aliados que en Lomas Valentinas, le
intimaron deposición de armas el 24 de Diciem-
bre de 1868, dijimos que era la única nota clási-
ca que había producido la guerra.
Si bien nada tenemos que quitar ni añadir a
este juicio, debemos, «in embargo, agregar: que la
nota última del Mariscal que queda transcrita, por
el espíritu elevado que campea en ella y por la
fuerza lógica de los argumentos y razonamientos
con que se refutan y desbaratan los cargos y res-
ponsabilidades que se le imputan, puede ser con-
ceptuada como un documento notable, y ella es
digna, por lo tanto, de figurar al lado de la pri-
mera que dejamos mencionada.
La nota del Conde d'Eu, es chabacana. En
ella la figura de su autor se achica hasta llegar
a la talla de un pigmeo; pondera la humanidad
con que los prisioneros paraguayos han sido
tratados por los aliados, y sin embargo, tres
meses después ordena el degüello de los toma-
dos en Pirihehuy, y en la boca del monte de
Caraguatay, entre ellos algunos valerosos jefes
que no han tenido otro pecado que el de ha-
ber cumplido con el sagrado deber de defender
su patria.
39
¿,Cómü se conciiia el sentimieuto de humani-
dad de que hace alarde en su nota, con los ac-
tos bárbaros de crueldad que mandó ejecutar?
Del Mariscal López hay qué decir: que todas
las veces que aparece en su importante rol de
paladín de una gvim causa, exponiendo o defen-
diendo los principios del ideal que le ímpitlsara
i\ aceptar una lucha preparada desde mucho
tiempo atrás contra el Paraguay, cuyo progreso
inquietaba a sus vecinos, su figura se agiganta, su
actitud impone respeto y hasta se ven brillaren
torno suyo los destellos del genio. Sus palabras
saturadas del bálsamo del patriotismo e inspira-
das en los sublimes preceptos bíblicos ád^
quieren la fuerza mágica de penetrar hasta el
corazón. Los que las oyen, los que las escuchaq
difícilmente pueden escaparse de dejar de senr
tir, aquella influencia arrebatadora del santo y
ardoroso entusiasmo que les producen, haciendo
resonar el aire con esta o semejante exclama-
ción: ^^ Muramos todos con nuestra patria, porqm
a los vencidos sólo les queda una salud que es no
esperar salud alguna'^ (I) Óy parodiando las be-
llas palabras del jefe de los Samnitas en la pro-
clama que dirigió a su ejército momentos antes
de la célebre acción de las Horcas Gaudinas:
''"Justa es la guerra para quienes es necesaria, y
Santas son las armas en manos de quienes ningu-
na esperanza tienen sino en ellas^' (2),
El hombre, pues para el desempeño de su
iinportante misión poseía algunas grandes virtudes.
Estas imponen la admiración y el respeto de
la humanidad; pero no conquistan su amor ni
afección, y lejos de esto a veces inspiran odio, cuan-
do van acompañados de una inflexible severidad.
Catón tenía todas las grandes virtudes que los
(t) Eneida Lib. II.
(2) Tito Livio Juatum bellun quibu.s nccesarium
40 " ^
hombres pueden poseer, y apesar de la estima-
ción y el respeto que se atribuía a esas virtiules,
no era querido ni aún por sus amigos.
Por modo que, descendiendo de la altura
del rol que desempeñaba el Mariscal y donde
brillaban esas virtudes, estudiamos su personali-
dad en vista de los errores en que habla incurrido,
o, de los actos de crueldad que mandó ementar
en el último periodo de la guerra, invocando el
santo nombre de la patvia, sin que h«ya compar-
,tido con nadie su responsabilidad, su figura se
enípequeñece liasta el grado de confundirse con
la de cualquier otro personaje vulgar, $¡n ningu-
no de aquellos rasgos de nobleza, de generosidad
de magnanimidad que, atenuando la odiosidad,
inherente a aquellos aclos^ despiertan en el ánimo
de los que lo contemi)lan la simpatía, la gratitud
V hasta la admiración.
Carecía en absoluto de aquellas virtudes me-
nores que concilían y captan la afección, el pres-
tigio, la simpatía y popularidad entre sus seme-
jantes.
César no estaba exento de muchos actos bár-
baros y crueles; sin embargo, cuando se apoderó
del archivo de cartas de Pompeyo, quemó és-
tas sin leerlas, para no verse en la trist« necesi-
dad de castigar a lo& traidores, ahorrando así ma-
yores males a la humanidad y a su patria. Hé
ahí ún rasgo de alta generosidad.
Por ello, y otros igualmente nobles, fue lla-
mado por sus compatriotas el clemente/ . .
Alejandro, en medio de su poderío y grande-
za, por los tiempos que alcanzaba victoria wSobrc sus
enemigos donde quiera que llevaba el poder o
empuje irresistible de sus armas, tampoco esta-
ba exento de actos bárbaros y crueles: pero
a estos oponía otros de clemenci«, de bondad
y de magnanimidad. Después de la victoria que
ganó sobre los tebanos, la ciudad fue entregada
41
al saqueo libre de sus tropus, saciando estas sus
desenfrenadas pasiones en sus débiles y des-
graciados habitantes. Pero de los que quedaron
con vida, ninguno se le acercó a pedirle alguna
cosa qué no saliera bien despachado, prestando
con especialidad todos los oficios de humanidad
a los que durante aquella calamidad, se habian
refugiado en Atenas. Dando oído' a intrigas y
acuséiciones calumniosas mandó torturar y matara
Filólas, uno de sus nvás esforzados y valientes ge-
tierales, V envió inmediatamente orden a la Media
_para que también fuese muerto el padre de éste,
el aficiano Parnienión, el Néstor y el ülises del
rey Filipo de Macedonia, y el que" más le había
ayudado al mismo Alejandro a emprender su
campaña de Asia. Entre ^ los brindis de un fes-
tín y en un acceso de furia asesinó cobardemente a
Clito; y Calistenes, sü intermediario con Aristó-
teles, fue torturado, y luego crucificado. Según
otros, fue ahorcado! ...
En cambio perdonó y dejó en libertad a Ti-
modea que por venganza, y, a traición, arrojó
en un pozo a un jefe tracio, uno de tantos que
con sus tropas saquearon, robaron y mataron a
los habitantes de Tebas. Presentada, delante de
Alejandro por los que la conducían, este le pre-
guntó quién era. Jiespondió con entereza ser
viuda de Teágenes, el (|ue había peleado con-
tra Filipo por la libertad de los griegos, y había
muerto como general en la batalla de Queronea.
Alejandro, admirado de su respuesta, la dejó
como queda dicho, en libertad, a ella y a sus
hijos. La benignidad, el respeto y la generosi-
dad caballeresca con que traló a la madre, es-
posa de Darío, su enemigo, y a otras mujeres
ingenuas y honestas reducidas a la esclavitud
sobrepuja toda ponderación y todo el©gio y co-
loca a una gran altura su magnanimidad. Lle-
vaban aquellas una vida apartada de todo trato
42
de la vista de los demás, como si estuvieran, no
en un campo enemigo, como dice Plutarco, sino
en templo y relicario de vírgenes.
De estas breves consideraciones resulta que el
que quiera juzgar con imparcialidad y justicia al Ma-
riscal, tiene necesariamente que transportarse a
su época, hacerse cargo del- medio ambiente, de
las circunstancias psicológicas especialisimas que
rodeaban y dominaban a todos, bajo una atmófe-
r a candente de hierro y de fuego que surgía de
los combates diarios en defensa de Ja patria, y es-,
tudiar su personalidad bajo diversos puntos de
vista. Esa tarea corresponde al historiador que,
con mira desapasionada y patriótica, y un clevadq
espíritu de amor a la verdad, escriba la historia
nacional, a fin de que ésta sea fíel espejo del pasado
y lección saludable para las generaciones futuras;
Y asi como los grandes hombres de que nos
habla la historia: Aníbal, Alejandro, César y Na-
poleón no han sido juzgados por las faltas que
hayan cometido, abusando de su poder y de sus
deberes, sino por el genio y las virtudes que los
han distinguido en grado eminente, asi también
la posteridad, al formular su juicio sobre él, no
ha (le dejar de tomar en cuenta el ascendrado pa-
triotismo y la sublime abnegación que le han lle-
vado al Mariscal hasta el sacrificio, sellando con
su sangre ante el altar de la patria el juramento
de morir por ella.
El Conde d'Eu, cerró el cambio de notas con
la que dirigió al Mariscal con fecha 15 de Junio
(1.869) acusando recibo de la última de éste a que
hemos hecho referencia, acompañando como so-
lución de la del 29 de Mayo y 3 de Junio la res-
puesta que los generales aliados resolvieron de
común acuerdo darles, asi como copia de la pro-
clama dirigida al pueblo paraguayo en 29 Marzo
de ese año por los mismos, la de la alocución
pronunciada por el general Emilio Mitre esa mis-
43
ma ocasión y la de una nota que con ese fín le
pasó el mismo general al Conde d'Eu.
Para satisfacción v estudio del lector, van in-
sertas en el apéndice de este tome, la referida no-
tadel 15 de Junio y la de los generales aliados
del 12 del mismo mes y año/
Como dichos documentos no contienen nada
de nuevo ni ningún argumento que por su solidez
merezca refutación sino repetición de los que por
una razón de conveniencia han venido exponiéndor
se desde el principio de la guerra, huelga todo co**
mentarlo sobre los mismos.
CAPITULO III
Otros sucesos que haii tenido lugar en el mismo mes de Ma-
jo 1861>, en los Departamentos de Concepción, Rosario y San
Pedro — Traiciones -— Combate de Tupí-hú, impropiamente
denominado Tupí-pyta.
A más de los sucesos que llevamos referidos
hasla aquí, han tenido lugar otros en los lejanos
departamentos del norte sobre el rio Paraguay, de
los cuales vamos a ocuparnos, tan siquiera brevemente.
El enemigo, en la prosecución de s^us planes
de destruir el ejército del Mariscal, y co» la idea
de cortar todo género de protección que pudiera
éste recibir de aquellos departamentos, envió con-
siderables fuerzas al norte transportadas en los
buques de la escuadra, que se encontraban ancla-
dos frente a los puertos.
En Villa ('.oncepción hahia unos 6.000 hom-
bres de las tres armas al mando del general Cá-
mara, y en Villa del Rosario unos 5.000 hombres
a las órdenes del general Victorino, también de
las tres armas.
A principios de Mayo de 1869, tuvo noticia el
Mariscal deque el Jefe Político de Horqueta, Ayala
y los vecinos de (Concepción, José Núñez, y su
hermana Agustina Núñez, encabezados por el cu-
ra Policarpo Páez se habían embarcado en uno
de los acorazados brasileros anclados en el puer-
to de la Villa, a objeto de proponer al comandan-
te de ellos en nombre del de aquella Villa, Juan Gó-
45
mez de Pedrueza, la ocupación de la mísina, con
tal de queseobligara a garantir y respetar la vida a to-
das las familias de la Villa; ofreciendo en cambio^
no solo entregar a disposición de los aliados
la guarnición de aquel punto, sino prestarles
los elementos de movilidad que pudieran precisar
para llevar adelante sus operaciones contra nues-
tro ejército*
Él Mariscal cuando tuvo conocimiento de tan
infame traición, que se proponía cortar a éste sus
últimos recursos, sin pérdida de tiempo despachó
al sargento mayor de caballería, José Benítez, con
orden de prender al comandante Pedrue^a y proce-
der alas averiguaciones de los hechos denunciados
respecto a éste y al padre Poiicarpo Páez y de-
más personas que subieron abordo de uno de los
acorazados brasileños.
El Mariscal cometió un error inexcusable en
la designación del maj^or BenítezL para tan delica-r
da comisión porque él indudablemente no igno-
raba los, antecedentes de este militar tjue, má,s de
una vez,, había dado pruebas de un instinto violento
y bárbaro.
Consecuentes con esos antecedentes, el mayor
Benítez, en cuanto llegó a Villa Concepción, ultra*
pasando las instrucciones que tenía de averiguar
e informar al Mariscal de lo que en realidad hu-
biese habido, mandó sacrificar a una gran parte
de la guarnición y a muchas familias decentes de
la población.
Aquella horrorosa arbitrariedad produjo una
honda impresión. El Mariscal informado de ella
y de que sus órdenes habían sido desacatadas, inme-
diatamente dispuso que el mayor Benítez fuese re-
mitido con una barra de grillos al campamento
de Azcurra para ser juzgado y castigado por los
crueles y sangrientos abusos que había cometido.
Benítez fue efectivamente remitido bajo segu-
ra custodia. Pero cuando llegó al monte de Ca-
46
raguatay, sobrevino la caida de Piribehui^ que
obligó al ejército nacional a abandonar su cauípa-
. mentó de Azcurra, cayendo aquél prisionero junto
ton otros en poder de los aliados. Debido a esta
circunstancia, Benítez no recibió el castigo a que
se había hecho acreedor por sus crueles arbi-
trariedades (1).
El enemigo, de acuerdo con el comandante de
Anilla Concepción, Gómez de Pedrueza, que había
echado en completo olvido, no solo su condición
de paraguayo, sino el deber que le imponía su
posición oficial, había concertado una combinación,
primero para apoderarse de nuestra antigua pose-
sión de h'an de Azúcar, al sud de Fuerte Olimpo,
a la izquierda del Alto Paraguay entre los grados
21 y 22 de latitud entre los ríos Tereré y GíiaiGu-^
rtí, y, segundo, para ocupar la misma Villa Con-
cepción con fuerzas bastantes a impedir las reme-
sas de ganado qué se enviaban a Azcurra para el
consumo del ejército. Ambos objetos fueron lle-
vados a cabo sucesivamente y sin pérdida de
tiempo.
En la jurisdicción de la Villa de San Pedr®,
en el paraje denominado Tupi-pytá, se encontra-
ba acampado el comandante Gaicano, con una
fuerza organizada de 1.300 hombres de las tres
arm^s. Gaicano había ganado sus galones por accio-
nes de guerra en que había acreditado intrepidez y
valor. No tenía ninguna preparación, lo mismo
que la mayor parte de los militares de aquella
época, habiendo sido antes de sentar plaza en las
filas del ejército nacional, peón en una de las es-
tancias del departamento de Villa Concepción.
En Tacuatí residía la familia Tcxeira, proba-
blemente descendiente de algún portugués o bra-
sileño. Una criada de la casa le trajo un día a
Gaicano la denuncia de que dicha familia se pr€-
(1) Véase Memorias de Besquin.
47
paraba a embarcarse en uno de los acorazados
enemigos anclados en el río Paraguay siguiendo el
ejemplo de otras que, burlándose de las autorida-
des, ya habían hecho lo mismo. Con esta denun:i
cia,»Galeano la hizo traer al campamento y previas
algunas declaiaciones sumarisimas mandó lancear
a la madre e hijas que componían la familia.
Este acto cruel y bárl)aro sublevó, como es
de suponer, contra Galeano la conciencia de todos
los oficiales del campamento, y si no lomaron al
respecto alguna resolución, fue porque suponían
que hubiese obrado en virtud de orden suprema^
No tardó en recibir el condigno castigo a que se
hizo acreedor por ese asesinato como se verá lue-
go más adelante.
Pejo apartemos la vista por un momento de
tan horrible espectáculo v prosigamos.
El enemigo, informadlo de la existencia de
aquella fuerza en Tupí-pytá, resolvió llevarle un
ataque. Con este fin, desembarcó en Potrero-porá
numerosas fuerzas de las tres armas, y con el ob-
jeto de darles protección en el desenvolvimiento
de su plan de operación, hizo, subir por el río
Jfjuí hasta Cocueré un monitor de poco calado.
Tan pronto como Galeano supo que el 28 de Ma-
yo iba a ser atacado poruña fuerza muy supeiior en
número y armas^ adoptó la resolución de retirar-
se con la suya al otro lado del arroyo Aguaray-
guazúy,en busca de una posición que ofreciese
una ventaja para su defensa.
Al efecto se puso en marcha; pero antes de
realizar su propósito, estando en Tupi-hú^ le anun-
ciaron los espiar que el enemigo venia a su en-
cuentro.
Galeano, con esta noticia y sin tiempo para
efectuar la operación del pasaje, del rio formó su
linea de batalla para recibirlo en el potrero de la
estancia de Tupi-hú^ cuyos costados estaban cerca-
dos con postes de madera, y abierto su frente.
48
El cetrcado del fondo donde se extendió la
linea de batalla, iba hacia la izquierda hasta
apoyarse, formando ángulo, en un monte espeso
casi inrrompiblc, sin más acceso qué tm estre-
cho desfiladero por donde apenas podía penetrar
un hombre a pié.
La colocación de los cuerpos o unidades tác-
ticas en la linea de batallón era U siguiente:
La arüllería, compuesta ¿e dos batallones de
campaña, fue colodada en el centro, distribuyén-
dose sus piezas a derecha e izquierda, llenando
los intervalos tropas de infantería, y las alas
cubiertas por regimientos dé caballería.
Dados el paraje donde estaba formada esta
línea de batalla y la colocación de la artillería, no
podía hacerse una defensiva eficaz contra un mo-
vimiento envolvente que ejecutase el enemigo, so-
bre todo por la derecha; para corregir esta de-
ficiencia, hubiera sido necesario colocar en cada
extremo tan siquiera una media batería.
El enemigo estableció una batería en Loma
tupahó, y a lá madrugada antes de llevar el ataque
bombardeó el campamento de nuestra división.
Y como numerosas mujeres se encontraban
agrupadas en el mismo paso, creyendo que allí
estaba la mayor parte de nuestra fuerza, dirigía
sobre ellas sus bombas, matando a muchas e
inutilizando las chatas que allí se encontraban.
Al amanecer del día 30 de Mayo atacaron los
brasileros a la fuerzas de Gaicano en toda la lí-
nea; pero cargaron con redoblado energía los ba-
tallones dé infantería a la izquierda nuestra que
se apoyaba en el monte, sin echar de ver que
por ese lado sus esfuersos serían estériles. En
efecto, sufrieron varios rechazos con enormes pér-
didas. Mas no por esto dejaron dé persistir en
la idea de envolver a nuestras tropas por esa
parte, sin duda, con el propósito áe interceptar
el paso de Aguaray-gtiazú, que queda cerca de
■» 'T'-^iiy
nlli, en caso que la columna paragu;iya iiilenta-
se una retiíadit pata cruzar a la otra banda.
Vienfio pues, que la infmiteria era impotente para
lograr el objeto del ataque por ese costiido, envia-
ron allí una coinpxñia de zapadores, que ;i pesar
del fuego continuado por ambas partes, consiguie-
ron íihrir una picada en el monte.
En seguida, vino a la aj uda de la ínfanteria
un regimiento de caballería rio-grandense (¡ae car-
gó por ella con irresistible empuje, alcanzando
el éxito deseado.
Esta circunstancia produjo, como era natural,
alguna desmoralización en nne.stras filas; pero no
fue tanta que influyese a impedir la continuación
del combate aunque ya con notable desventaja.
Puede decirse que nuestra gente peleó sin je-
• fe. Gaicano, en cuanto se aproximaron las fuer-
zas enemigas a los nuestros; es decir al comienzo
mismo de la lucha^ »e apretó el gorro y se mandó
mudar al galope acompañado de su ayudante
el teniente Giménez y el padre Torres. Entonces
el bravo capitán \Ioret gritó como para que oye-
sen sus demás leales compañeros: » ¡Miren, cómo
nos abandona ¡iquel cobarde ...!!*
Las tropas, sin embargo, fieles en el cumpli-
miento de su deber, continuaron peleando durante
media hora, hasta que, muertos casi todos sus je-
jes, fueron completamente derrotados (1). En la
confusión general del ¿sálvese guien pueda.' muchos
se escaparon atravesando el Agunray a nado y en
algunas embarcaciones medio deshechas que ha-
bían en el paso: pereciendo por supuesto muchos
ahogados o por las balas enemigas que no
cesaban de llover sobre ellos,
(I) Morlcron los alKuipntca: Mayor Ortli, Jefe de luInfiinterU y her-
mano del distinguido lonrliio cnDliiln Doinlndo Antcmlo Ortiz; el capllÍH
DiM. comundance de loa rígl inte» las 3 y 6; el capliin Zarate y el tenlen
te Olménez jefe de la >iTtlller[a,. Krsquin llanm impropiuoieiite dlcbn
combata Tupi-Pyfí, ileDlendo ser l-upl-liU, donde luvo lugar, distaule í
ICEDaí de aquel.
50
Los dispersos, obedientes a la voz de sus je-
fes sobrevivientes, se organizaron a la otra ban-
da del río, y marcharon a Lima, donde se en-
contraba Galeano descansando de la fatiga de
una huida a tiempo. Pocos días después, se tras-
ladaron de allí al campamento del JRio Verde, donde
completaron su reorganización, en número de 50)
hombres, incluyendo una pequeña fuerza" suelta
que vino a incorporársele del departamento del
Rosario o Concepción.
Numerosas mujeres y familias, acampadas
cerca del paso de Tupi-hú, presenciaron cuales
otras heroinas galas el combate de sus hijos,
hermanos, parientes y esposos.
Después del triunfo de los aliados se apode-
raron de ellas como botines, y así que la solda-
desca las hubo despojado de sus alhajas y di-
neros, y saciado en ellas su feroz lascivia, las
arrearon a esas infelices, que iban derramando
lágrimas de pena por los ultrajes de la lujuria
de que fueron víctimas, a la Villa de San Pedro.
El capitán Morel, profundamente afectado co-
mo sus compañeros de armas, en su sentimiento
de lealtad y patriotismo e indignado por la con-
ducta de Galeano en Tupí-hú y por la cruel arbi-
trariedad que había ejercido, sacrificando, sin causa
a la familia de Texeira y a otras personas, resol-
vió hacer llegar esos hechos a conocimiento del
Mariscal. Al efecto asi que se acamparon en el
Rio Verde, despachó de noche, clandestinamente,
al tenitínte Avalos con un oficio en que daba
detalles al Mariscal de cuanto había ocurrido.
Al día siguiente dio parte a Galeano de que el
teniente Avalos, se había desertado por la noche.
Estando en el Río Verde, el comandante Ga-
leano tuvo informes de que los aliados, después
del combate, se habían concretado a enterrar sus
muertos, abandonando insepultos los nuestros.
3ue de esla manera llegaron a ser pasto de aves
e rapiñas y de tigres que abundaban en aque-
llos parajes.
¡Ck)sa singular!
En dos mil y tantos años, y en presencia, de
nuestra decantada civilización moderna que tanto
blasona de ilustración y de sentimientos humani-
tarios, ha venido a repetirse en un lejano rincón
de la América del Sud lo que era práctica co-
rriente entre los bárbaros de la antigüedad. Para
cerciorarse de esta verdad, no hay sino leer a
Homero en el Libro Primero de su inmortal Ilíada,
que dice:
De Aquiles de Peleo canta, Diosa,
la venganza fatal que a los Aquivos
origen fué de numerosos duelos,
y a la oscura región las fuertes almas
lanzó de muchos héroes, y la presa
sus cadáveres hizo de los perros
y de todas las av^s de rapiña. (1)
WAose limbo muberied
on the naked shore
devouring dogs and hungry
Yultures tore (2)
Galeano resolvió ponerse en marcha inmedia-
tamente a Tupi-hü, donde mandó cumplir la obra
piadosa de inhumar a los que cayeron gloriosa-
mente por su patria, cuyos cadáveres estaban ya
en estado de completa putrefacción, habiendo trans-
currido desde el día de la ocasión hasta entonces
unos 20 días!
Nuestras gentes encontraron todavía regado
de alhajas de oro y moneda de plata sellada el
52
sitio donde estuvieron acampadas las miyeres\
¿Cómo no? Las familias, muchas de ellas de for-
tuna, al abandonar sus hogares habían traído con-
sigo los objetos más valiosos que poseían. La her-
mana del acaudalado hacendado, don Luis Jara
por ejemplo, cuando llegaron a ella los brasileros,
estaba sentada sobre una caja llena de onzas de
oro y pesos plata Carlos IV! La dieron un em-
pujón y se apoderaron de su tesoro! Hicieron más
o menos lo mismo con las demás; llevando algu-
nos su avidez de hacerse de botines de valor has-
ta el extremo de reventar las orejas a las pobres
mujeres con la violencia con que le arrancábanlos
zarcillos o pendientes de oro que llevaban como
adornos /O, témpora 6 mores!
A fin de no involuQrnr el orden cronológica
que en lo posible tratamos de seguir en la relación
de los hechos que vamos consignando en estos
apuntes, cerraremos aquí este capítulo. Reasumi-
remos su continuación oportunamente, y a medida
que vayan produciéndose otros sucesos que se re^
lacionan con la campaña o defensa del departa-
mento de San Pedro y del de Villa Concepción.
CAPITULO IV
Ataque de! ejiemigo a la guardia de Sap «c ai — Combate do
Ybytymí — ídem dn et paso de Yiity o del Pirapo — ídem en
el Tebiouarj — Libertad de numerosna familias arrestadas, por
sospecha — Artificio trampa contra las locomotoras ^ Daspe-
didn del ministro nortenmericano general Martín Mac
Mahon— rTiipl-pytá — Asalto y toma de Piríbabuj por los
aliados ^ Dpgíleüo del comandante Caballero y del jefe po.
' litico don Patricio Maréeos.
Los aliados evidenteiiientu entran en uii pe-
ríodo de actividíid; asi inducen a creer las dife-
rentes columnas expedición a Has enviadas a los
departamentos comarcanos, (jaqueando, y arreando
gentes indefensas a la capital donde ,se había eri-
gido un gobierno provisorio bajo su inmediata
influencia. »
En la prosecusión de su campaña de recono-
cimL«nto desprendieron del ejércilo aliado acam-
pado en Hrayú, una gruesa columna de las tres
armas al mando del general .loaó Manuel, y diri-
giéndose a Sapucai, atacó (el 1° de .lunio de 18(í9)
una guardia paraguaya de observación compuesta
<ie 6o hombres de infantería al mando de un ca-
pitán y dos oñciales subalternos, colocada e» un
desñladero sobre el camino que va de Paraguarf a
Villa Rica.
La guardia, a pesar de la superioridad numé-
rica de la fuerza agresora, hizo una tenaz resisten-
cia. Pero Juzgando su comandante, que su posi-
54
cíón no ofrecia toda lavenlíija requerida para una de-
fensa con poca gente, resolvió retirarse a otro desfila-
dero más estratégico, situado entre Süpucai y el pue-
blo de y%/^mí, por cuyo frente corre un arroyuelo.
Allí, favorecida por la naturaleza, nuestra gen-
té sostuvo su puesto con ardor y denuedo, cau-
sando a los agresores una i)aja de iiO y tanlos
muertos, suponiéndose que, los heridos hayan sido
el doble. í^omo atacaba en masa se lograban casi
todos los tiros disparados de nuestra parle. .
I.a guardia tuvo una baja de 4) hombres en-
tre muertos y herirfos^ incluso entre ios primeros
un oficial; replegándose los rest^^ntes a la guarni-
ción de Píribehui,
Después de esta 'acción, el Mariscal mandó
organizar una fuerza qu« por su número fuese
capaz de hacer frente a la columna enemiga y dar
protección a las familias de Carapeguá^ Acahai y
Quyíndy^ que eran víctimas de todo género de hu-
millaciones de parte de las tropas aliadas.
Dicha fuerza consistía%en una división de 3000
hombres (1) más o menos de las tres armas cuyo
mando en jefe fué conferido al general Bernardino
Caballero, que en .seguida, marchó con ella a
Ybytymí.
El enemigo con un ejército de mujeres reco-
gidas de los departamentos comarcanos, estaba
acampados en este -punto.
Caballero, llevando una marcha rápida,
y con las precauciones de no ser sentido por
el enemigo, llegó a la inmediación de Ybytymí el
7 de Junio porla noche y bajo una lluvia torren-
cial. Se dispuso a atacar a la fuerza aliada al día
siguiente al amanecer. Al efecto mandó espiar a
la madrugada, y obtuvo la noticia de que acababa
de ponerse en marcha con dirección a Sapucai,
(l) Resqiiín hace conatai* de 5 mil; pero segén el mismo Caballero
se ha (íquirocado.
Sus tropas, xlespués de una marcha forzada, esta-
ban cansadas o necesitaban de algún reposo y de
íilimento antes de emprender la persecución del
enemigo.
Con este motivo, trasladó su campamento a la
inmediación del pueblo. Mandó carnear y dar de
comer bien a las tropas, tomó .todos los informes
que creía necesarios acerca del enemigo, y, luego,
escogiendo 600 hombres de los más robustos de
las tres armas, se puso en marcha en seguimiento
de él. En la mitad del camino, v calculando la
distancia que tenia que recorrer la fuerza aliada
para llegar a Sapucai, destacó 200 hombres a las
órdenes del mayor Manuel Bernal con instrucción
dé dirigirse por una senda oculta que había en el
monte, acortando así en dos o tres leguas la dis-
tancia, y se apostase en un desfiladero sobre el
camino por donde necesariamente tenía que pa-
sar el enemigo.
Este, a la caída de la tarde de aquel día, se
acampó y pernoctó con todas las mujeres que lle-
vaba en la boca del monte de Sapucai, Caballero
alcanzó ese punto ya a altas hora de la noche y
acampó muy cerca del campo enemigo, sin que
fuese sentido. Al amanecer del día siguiente dio
el golpe de sorpresa, cargando a los aliados a lan-
za V bayoneta.
Estos huyeron en desbandada abandonando
sobre el campo muchos muertos, equipos, víveres
y cuanto tenían, inclusos unas seis mil mujeresque
estaban acampadas muy cerca de allí de manera
que fuesen las primeras en sentir la aproxima-
ción de nuestra gente y dar la voz de alarma.
Felizmente no sucedió así por la hora avanzada
de la llegada de Caballero.
Los aliados siguieron el camino con dirección
a Paraguarí en su precipitada fuga; pero he ahí
que fueron a encontrarse con Bernal que les dio
la voz de alto con una descarga cerrada.
56
Los aliados, con esta nueva sorpresa, completa-
mente desmoralizados, se vieron obligados a re-
troceder precipiladamente, y al salir del monte,
intentaron llevar una desesperada carga. Pero el
nutrido fuego de la artillería e infantería no les
permitió llegar arremolineando, como una culebra,
en la mitad del terreno, tomaron la dirección de
l©s fondos de los potreros del Tebicuary^ de don-
de pudieron salvarse con pérdida de sus montados
y armas, después de haber cesado la activa per*-
secusión de nuestras gentes por los montes.
Rl triunfo alcanzado esa vez por las fuerzas
man<ladas por Caballero, hubiera sido más com-
pleto y de mayor importancia, si una parte de la
columna enemiga no se hubiese puesto a salvo
mediante a haberse adelantado coq las mujeres
que llevaba antes del encuentro, o sea antes aún
de la llegada de Caballero a Sapucai y antes tam-
bién de haber desarrollado éste su plan de com-
bate. Debido a esta circunstancia, no se había
conseguido rescatar sino una porción de las nu-
merosas mujeres que arreaban los aliados con la
idea de repoblar la capital y contar con un pue-
blo para sus lines ulteriores. De modo que todo
lo que consiguió Caballero con su operación a pe-
sar de la actividad desplegada, fué cortar la reta-
guardia a la columna enemiga y desbandarla
La expedición aliada a Ybytymi e Tbycui iba,
como ya se dijo, al mando del general brasilero,
Juan Manuel, el coronel Martínez y el comandante
Leite (alias chananeco).
líl mayor Bernal, después de escarmentar du-
ramente a los enemigos que huían con dirección
a Pirayú o Paragtiari, se replegó al general Ca-
ballero en el punto donde tuvo lugar la acción.
El sargento Estanislao Leguizamón hoy mayor,
fue enviado a la estación telegráfica de Itacurubí de
la Cordillera, con un despacho dando parte al Maris-
cal del triunto que acababa de alcanzar las fuerzas la
o/
r
«nijudo de Caballeix), Leguizamóri, en recompensa
de la actividad que desplegó ese día, venciendo
serias difíciiltades para llegar a su destino, fué
ascendido a Alférez,
Caballero, terminada su corta campaña, re-
cibió orden para regresar con su división a
Azcurra. . '
Cuando eí Mariscal tuvo .aviso, después de
estos sucesos de Sap%ucai^ que el General brasile-
ño Portinho, a la cabeza de una fuerte división
había pasado tranquilamente por la frontera de
ViUa Encarnación, dispuso que el coronel Rosen-
do Romero marchase con 1200 hombres de las
tres armas a ocupar el paso del Pirapó^ más aba-
jo de Yutyj llevando como 2'* al Sargento mayor
Manuel BernaK
Las( tropas que guarnecían la Villa Encarna-
ción al hacer su aparición Portinho en aquel pun-
to, se retiraron y vinieron a incorporarse a Ro-
mero en el mencionado paso.
El 22 de Junio, 1869, llegó Portinho al paso
y cañoneó a la fuerza de Romero, contestando
ésta a sus tiros con brío con 4 piecesitas de campa-
ña que tenía. Pero habiendo tenido algunas bajas
entre los artilleros, y creyendo desventajosa la
lucha a cañón desde la distancia, dio orden de
retirada a los campos de Caazapá. Libre el paso,
Portinho cruzó con su fuerza a la otra banda, es
decir, de la izquierda a la derecha y en seguida
marchó con dirección al paso Jará del Tehicuary
guazú, tiroteándose durante su marcha con la van-
guardia de Romero que iba en pos de él.
A la primera noche del 23 Portinho acampó
a la izquierda del Tehicuary cerca de paso Jara.
Romero también acampó a corta distancia de allí,
quedando en medio como divisoria de ambos cam-
pamentos una isla grande, en cuyas orillas estaban
58
apostadas sus avanzadas que no cesaban de ha-
cer fuego durante .toda /la noche.
Las tropas todas de Romero andaban a pié,
la caballería solo unos 50 hombres tenían
montados. Su condición física por la escasa
alimentación era pésima. Pero apesar de todos
estos inconvenientes, el 24, al despuntar la aurora,
Romero llevó un ataque al campo enemigo. Tra-
bóse durante una hora más o menos, un. reñido
combate, que tuvo el fenomenal resultado de la
retirada de ambas fuerzas adversarias sin que nin-
guna hubiese quedado dueña del campo de batalla.
Portinho hizo una precipitada retirada, rumbeando
por los bosques que pueblan las costas del Tebicuary
fue a salir al paso Fleytas sobre el mismo río, y
allí embarcándose en los monitores que, a la sazón
se encontraban anclados en dicho fuerte, partió
para la Asunción.
Romero a su vez con el parle de que los per-
trechos estaban por agotarse, se retiró lentamente
con su cansada'tropa a Caazapá. Allí pernoctó y
dio de comer a sus tropas con la frugalidad con-
siguiente a la escasez de víveres y ausencia abso-
luta de ganado vacuno y caballar. Al día siguiente
marchó a San José^ donde carneó y se proveyó
de una comisaría de muchos víveres.
Y antes de que tuvieran tiempo de descansar de
sus fatigas recibió orden de marcha para Azcurra.
Lo mismo hizo el batallón San José organizado
en el pueblo del mismo nombre por el coronel
Julián N. Godoy y bajo las órdenes del mismo.
Las bajas de Romero en el combate del paso
Jara eran entre muertos y heridos unos 150 hom-
bres más o menos. , Los cadáveres de los que mu-
rieron de una y otra parte, quedaron abandonados,
insepultos sobre el campo de batalla. No se ha
podido determinar la pérdida del enemigo; pero
^9
se supone por la gran mortandad que hubo en
sus filas en el primer choque que no habrá bajado
de líOO. (1)
A mediados del propio mes de Junio fueron
remitidos al campamento de Azcurra por las au>
toridades de campaña un crecido número de tas
familias distinguidas vecinas en su mayor parle de
las Misiones, cuyos deudos, padres, hermanos o
esposos, habían sido víctimas en la triste y dolo-
rosa hecatombe de San Fernando. Pesaba sobre
ellas \a sospecha o denuncia, falsa por supuesto,
(le haber tenido comunicación con los espías del
campamento enemigo.
A su llefgada recibió orden del Mariscal para que
procediera a una indagación, a íin de saber si rea! y
verdaderamente la imputación que se le atribuía era
o no fundada. Era tarea pesada y bastante ingrata,
tanto más cuanto que no había principio de prueba
o indicio en que pudiera uno apoyarse para estable-
cer un interrogatorio capaz de conducir al descu-
hrimionto de la verdad, y cuando, por otra parte,
existe en la conciencia de antemano la convicción
de su inocencia.
Todas tenían dinero, las que menos 5 o 6
onzas de oro sellado. A fin de evitar que fuesen
despojadas o robadas, y como quiera que venían
«n carácter de arrestadas, pedí al coronel Marcó,
jefe de la mayoría, que todas esas cantidades de
dinero fuesen rotuladas con los nombres de sus
dueños, y depositadas en la mayoría de su cargo.
Asi se hizo.
Al cabo de unos diez o doce días acabé de
hablar con cada una de ellas, y fui a dar cuenta
al Mariscal del resultado de mi comisión. Le
60
encontré de buen humor. «Y bíen« me dijo, en
cuanto me cuadré delante de él, ¿qué ha resulta-
do?— Exmo señor, a pesar de una indagación mi-
nuciosa por medio de preguntas que les he hecho^
no he podido descubrir la falta o delito que se
les imputa. -¿«Y qué hay que hacer con ellos en-
tonces?» — Exmo señor, contesté, opino que la cle-
mencia de V. E. debe pronunciarse a favor de
ellas, mandándolas poner en libertad, salvo lo que
crea más conveniente disponer V. E.
Guardó silencio un momento, dio unas cuan-
tas chupadas a su cigarro, y me dijo: «Bueno,
vaya y diga al coronel Marcó que las provea de
pasaporte, y que vuelvan a sus casas».
Grande fué la satisfacción que experimenté
con esta resolución.
El corazón bailaba de contento, pensando an-
ticipadamente^ cuan agradable iba a ser esta no-
ticia a aquellas desgraciadas familias, que han
tenido que abandonar sus hogares o residencias,
con el susto consiguiente arrastradas por una sos-
pecha infundada y calumniosa. Fui volando adon-
de el coronel Marcó a comunicarle la orden. En
seguida pasé a participarle a las familias que se
llenaron de gozo y de la más pura alegría. To-
das concurrieron inmediatamente a la mayoría a
recibir, no solo sus pasaportes sino el depósito de
dinero que a cada una correspondía, marchándose
luego a sus respectivas residencias en los depar-
tamentos de Hribebuy, Átyrá^ y Barrero Grande,
Muchas de ellas aún están vivas.
Desde que los aliados establecieron en Pirayú
su campamento, las locomotoras del ferro-carril
con numerosos vagones hacían todos los días
viajes de la Asunción y vice vers'-í.
El Mariscal no veía con agrado que el ferro
carril construido bajo la fecunda administración
de su difunto padre, estuviere prestando impor-
tantes servicios a los enemigos de la república.
61
facilitando' el transporte a su campo de hombres,
jii-mas, víveres, etc. etc.; y a esta razón resolvió
inutilizarlo con bombas rayadas dea 150 enterra-
das perpendicularmente a los costados de los rie-
les, provistas de espoletas especialmente prepara-
das que deberían estallar al contacto de las ruedas
de la máquina.
El designado para esa operación era el ma-
quinista paraguayo José Tomás Astigarraga, vecino
de la capital, acompañado de una partida de tro-
pa al mando del alférez Bedoya.
Astig;irraga, para poner en ejecución su arries-
gada comisión, se trasladó por la oscuridad de
lii noche, a Cerro pero, y de allí a altas horas, al
terra-plen, logrando colocar las bombas lo mejor
posible.
Esta vez, sin embargo, el arlificio no dio re-
sultado lo cual probaba que no había sido feliz la
colocación de las bombas. En la noche siguiente,
Astigarraga la corrigió, y cuando al día sub-siguien-
te pasó el tren, se produjo la explosión, pero sin
causar más daño que un gran susto a las gentes
que iban en él. No obstante, en nuestro campa-
mento se dio una exagerada importancia a la cosa,
y Astigarraga fué muy felicitado por el éxito de
su operación! ...
El general Mac Mahon que, según dijimos
(p. 246 del T. III), vino a reemplazar a Mr. Wash-
burn, en carácter de ministro "residente de los Es- ■
lados Unidos cerca del gobierno del i^araguay y pre-
sentó su carta de retiro al Mariscal el 24 de Junio
de 1869, en el Cuartel General de Azcurra.
Los discursos cambiados en esa ocasión son
los siguienles:
"Exmo. Señor;
"Hallyndose por terminar mi residencia cerca
"del gobierno del Parfiguay, tengo el honor de en-
"tregar a manos de V. E. la carta autógrafa del
"Presidente de los Estados Unidos, anunciando mi
62
**retíro. Es co» profundo pesar que me despida
"de V. E. en este momento de prueba en la historia
''de la República. Lo que be presenciado del
"heroísmo y perseverancia durante mi corta resi-
"dencia en el país me ba llenado de un profunda
"y duradero interés en la suerte de este pueblo.
"Confieso además con grai> sentimiento que
"deploro que se me haya frustrado la esperanza
"que habia alimentado de congratular a V. E. por
"la restauración de la paz. Espero sinceramente
"que ya estará muy cerca el día en que el ruida
"de las armas bélicas cesará para siempre dentro»
"de los límites de hi República, y que los genero-
"sos y heroicos sacrifícias del intrépido pueblo que
"preside V. E., hallarán su justa recompensa en
"la prosperidad e íuíle pendencia perpetua dé
"su patria.
"Cumplo ahora el último deber de que estoy
"encargado cerca del gobierno de V, E.^ cual es,
"expresar a V. E. la seguridad del sincero desea
"del Presidente de los Estados Unidos de robus-
"tecer y ensanchar la amistosa relación que ahora
"felizmente existe entre ambos gobiernos, y garan-
"tir a los pueblos de los dos países una continui-
"dad de los beneficios que resulten de esa relación,
"Ofrezco esta seguridad con el más grande
"placer dimanado del conocimiento de que du-
"rante mí residencia cerca del gobierno de V. E.
"nada ha ocurrido para alteraren lo más mínima
"las amistosas relaciones que existen, y espera
"muy de veras que ellas continuarán en todotiem-'
"po sin ningún embarazo.
"Agradezco muy sinceramente a V. E. por los
"muchos actos de cortesía y bondades personales
*que he recibido de V. E. durante mi residencia
*aquí de los cuales, conservaré ^toda mi vida un
"grato recuerdo. Ofrezco a V. E. mis votos por
"la felicidad de V. E. y por la de la República^'.
tí>3 .
Contestación:
** Señor Ministro:
"Había yo alimentado la esperanza de que e
'^ digno representante de la más grande República
**fuese testigo presencial de todos los heroicos 5a-
^crificios del pueblo por su existencia hasta la
**consun!iación de asía grande obra cualquiera que
'"fuese la suerte final que el Dios de la Nacione^s
•"le tenga deparada. Me lisonjean los justicieros
conceptos con que V. E. recuerda el heroísmo
del pueblo generoso y mientras nuestra voz con-
tinué apoyada para el mundo, ellos sirvan para
*que el universo sepa que aún existe la República
^del Paraguay, pugnando para volver a la libre
""comunión de las Naciones, y que una larga lucha
"^'no ha menguado su fé ni quebrantado su heroísmo.
"Muy sensible a las seguridades que V. E. acaba .
'"de expresarme en nombre de S, E. el Pi'esidente
""de los Estados Unidos, mi anhelo será propender
"al desarrollo de las amistosas relaciones de los dos
*paises, para que cuando el mió se desembarase
^de los enemigos que hoy absorben su atención
*pueda entrar en la continuidad de sus beneficios.
"Mucho estimo la expresión de gratitud y los
^benevolentes votos con que V. E. se despide, des-
^pués de una corta, pero fácil y amigable relación,
"que V. E. ha sabido mantener entre los Estados
* Unidos y el Paraguay.
"Aceptad, señor Ministro, mis votos por la
"^prosperidad de la unión americana y la felici-
-dad de V. E/'
Junio 24 de 1869.
El general Mac Mahon era todo un caballero.
De modelo distinguindo y de figura simpática, alto,
delgado, ojos azules, frente espaciosa y una fiso-
nomía risueña y agradable; como resultado del
. 64
conjunto de sus facciones*. Presenció los combates
de Lomas Valentinas, el 21 de Diciembre de 1868,
y dio prueba de valor y serenidad, porque sin que
hubiese necesidad de su parte, estuvo expuesto
como todos a las balas enemigas que conmovían la
atmósfera con sus silbidos de muerte.
El 25 o 26 del citado mes, partió de Azcurra^
acompañado de una comitiva de jefes y oficiales con
bandera de parlamento de la que formaba parte el
que escribe estos apuntes. Iban además dos o tres
carretas cargadas de los equipajes del Ministro, y
de algunos bultos que según se dijo contenían
dinero y otros objetos que el Mariscal remitia al
exterior por su intermedio. Como recuerdo de
amistad éste le regaló al General algunos objetos
de plata trabajados en el país. Los conductores de
las carretas eran unos 4 soldados que tenían orden
de continuar con M. Mahon hasta los Estados Uni-
,dos en calidad de asistentes.
Al llegar cerca del arroyo Pirapó donde el
regimiento San Martin hacía el servicio de van-
guardia del campo enemigo^ tuvo lugar un pequeño
e inesperado incidente. En cuanto llegamos frente
donde estaba acampado, se nos vino en desfilado
' y en actitud hostil casi todo el regimiento, y dos
o tres soldados que mediante la agilidad de sus
montados habían podido adelantarse dejando atrás
a los otros, se dirigieron al llegar donde estábamos
al soldado nuestro que llevaba la bandera de par-
lamento, gritando y apuntando a la vez, con su
carabina: ¡baje esa bandera, hijo tal por cual, bájela,
bájela! llevando la boca de su arma hasta
tocar al pecho del soldado. Pero éste, firme como
una estatua, no hizo el menor movimiento. Noso-
tros extrañando este recibimiento tan poco amable,
sin ningún miramiento a la bandera blanca echa-
mos mano por debajo del poncho al puño de nues-
tra espada, en prevensión de un conflicto sangriento.
Felizmente, en ese momento vino llegando al galo-
65
pe el comandante del San Martín^ Coronel Alvares,
y después de una breve conversación con el Minis-
tró americano, nos dejó pasar hasta la orilla del
Paso pé donde nos despedimos del General Mac
Mahon, regresando a Azcurra sin ser molestados.
El 24 de Julio, día onomástico del Mariscal, fué
festejado por la mañana con grandes pompas reli-
j^iosas. El panegírico del Santo estuvo a cargo del
ilustrado joven sacerdote, Candia, vecino de Itau-
guá, que pronunció esa ocasión un notable discurso.
Por la tarde, se llevó la estatua de San Fran-
cesco Solano en procesián con numeroso acompa-
ñamiento hasta la subida de la cordillera de Azcu-
rrUy de modo que el Santo dominara con su mirada
el campo enemigo.
A Panchitp López, hijo mayor del Mariscal,
se le metió entre ceja y ceja de que el Santo en
aquel momento había inclinado la cabeza, y mo-
vido los ojos. Al regreso después que todo el
mundo se había retirado, el Mariscal averiguó con
algunos jefes si era verdad lo que aseguraba su
hijo; y si el hecho hubiese sido confirmado, de
seguro que hubiera mandado labrar algún acta
para constatar de que el Santo había obrado un
milagro!.
¡Lo cómico y lo ridículo siempre andan mez-
clados aún en los actos más serios y en los mo-
mentos más solemnes de la vida! A la prima
noche se dio término a los festejos con un
espléndido banquete instalado en el corredor ex-
terior del Cuartel General. Se sentaron a la mesa
los princi[)ales y más distinguidos personajes mi-
litara y sacerdotes, A los postres se pronuncia-
ron elocuentes brindis, llenos de ideas y frases
halagadoras para el Mariscal que de paso sea di-
cho, era amigo de las alabanzas.
Durante el tiempo que estuvimos en A2cur7'a,
se publicaba en Pirihehuy un periódico llamado
66
La Estrella. Al -principio el redactor en jefe y
director era don Manuel Trífón l^ojas, ayudado
por varios colaboradores. Los artículos eran por
lo general empalagosos, llenos de exageradas ala-
banzas al Mariscal. Ninguno, dotado de un espí-
ritu recatado y modesto, hubiera tolerado algunos
de esos artículos que más que alabanzas, conte-
nían conceptos burlescos. Por no sabemos qué
chisme o cuento que llevaron al Mariscal contra
don Trifón Rojas, este fué destituido de su parslo
de redactor, y dado de alta como soldado raso en
uno de los batallones de infantería. Era Rojas
uno de los jóvenes de la época, bastante prepara-
do. Me ligaba con él vínculo de simpatía, y por
este motivo su desgracia me causó honda pena-
Traté de salvarle la vida, como se verá más ade-
lante, pero Dios dispuso otra cosa.
Según quedó referido en el capítulo prece-
dente, por esa época se tuvo noticia de que la
división al mando del comandante Galeano había
tenido un encuentro bastante reñido con numero-
sas fuerzas aliadas en el paraje llamado Tupi-hú^
y a estar a lo que se aseguraba entonces, los
nuestros habían alcanzado un triunfo; pgro más
tarde, resultó que esa noticia era incierta, debido
a un parte en que Galeano falseaba la verdad
exprofeso para encubrir la responsabilidad de su
conducta en aquella acción.
Bajo la impresión favorable del momento fué
despachado para Tupi pytá el comandante Ansel-
mo Cañete, acompañándole en calidad de ayudante
el alférez Hipólito González y don Pedro Cálcena,
este último de secretario. F'ué portador aquel del
despacho de coronel a que fué promovido Galea-r
no por la acción de Tupi hú (Tupi pyiá) y de una
condecoración de la orden nacional del mérito
para el mismo.
Después que se recibió de todo eso en Lima
y enterado de las nuevas instrucciones que se le
1i7
halna mandado, Gaicano partió para el Norle a
hacerse cargo del mando de una fuerza que se
encontraba acampada entonces en Belén eué o en
Tacuatí, quedando (láñete como jefe inlerino del
resto de columna o división de Tupi pytd, asi
denominada por haber estado acampada antes en
este paraje.
Ya con posterioridad al parle falso que tia-
leano habla tenido el cuidado de aulicipar de^de
Lima al Mariscal éste recibió el informe de Morel,
en su consecuencia fué inmedialamento enviado
el comandante Aponte al Rio Verde, en el supues-
to de que aún se hallase allí la columna, con
mstrucciones de relevar a Cañete, y que éste pa-
sase adonde Gaicano en el deparlaniento de Con-
cepción a comunicarle la orden de presentarse en
el Panadero, donde se encontraba acampada la
división de los Coroneles Delvalle y Sosa (1). Al
día siguiente de su arribo fué conducido de alli
preso at campamento del Mariscal que entonces
se encontraba cerca del Jejui, camino a San Isidro y
en justo castigo de su cobardía y crueldades, fué
fusilado de orden del Mariscal mismo.
Cañete encontró a Galeano en Tupi kú, donde
vino del Río-Verde a enterrar los cadáveres pa-
raguayos, conforme queda consignado en el capi-
tulo anterior.
El objetivo del plan de operaciones que los
aliados trataban de desarrollar contra el ejército
nacional de Azcarra, era Piribebuy, que está situa-
do ai Este de este campamento.
La calda de aquella plaza no podía no ofre-
cer grandes dificultades, porque sus condiciones
naturales, como ya hablamos observado antes
68
(Cap, l^p. 11) no reunían las ventajas requeridas
para una resistencia eficaz contra fuerzas numero-
sas y bien armadas que la atacasen.
Atento a esta circunstancia, su evacuación casi
era indispensable. Con esa medida se hubieran
salvado los materiales de guerra, que, aunque no
valían gran cosa por su clase y calidad, eran, si»
embargo, de suma necesidad para contener o repe-
ler en otro punto más estratégico el avance del
enemigo.
Allí se encontraban además guardados muchos
objetos valiosos como dijimos en el capitulo y
página citados.
El Mariscal no tuvo esa previsión.
» El Comandante Pablo Caballero era el primer
Jefe de la Plaza, y su segundo el Capitán Manuel
Solalinde, que ejercía antes la Jefatura Política de
Pirihébuy como capital provisoria reemplazándole
en este empleo don Patricio Maréeos. ►
El 2° cuerj)o del ejército brasileño y una di-
visión argentina, compuestos ambos de un total
de 20.000 hombres de la tres armas, a las órdenes
del Conde d' Eu marcharon de Fírayú, y, hacien-
do un movimiento envolvente por Sapueai, se
presentó frente a Pirihébuy^ el 10 de Agosto de
1869. En el paso de Sapueai^ había una trinche-
rita con una pequeña guarnición. Su comandante
viendo que iba a ser envuelto por el monte, tuvo
la cordura, después de cambiar algunos tiros con
los que se presentaron por el frente, de tocar
retirada, yendo por el camino de Valenzuela a
incorporarse a la guarnición de Piribebuy.
El 11 todo el día y gran parte de la noche,
empleó el Conde en los preparativos del asalto:
mandó colocar numerosa artillería al mando del
coronel Mallet al Sud sobre unas alturas que do-
minan la plaza, y cubrir la parte Norte, Sud Este
y Oeste del pueblo con las fuerzas al mando del
69
General Mena Bárrelo (Juan Manuel) que era a la
vez eomandante en Jefe del 2" Cuerpo en reem-
plazo del General Osorio que estaba enfermo, y
la división argentina a las órdenes del CoroneJ
Campos. De esta manera quedó el pueblo com-
pletamente sitiado. Fn esta circunstancia, el Con-
de mandó intimar al Comandante (Caballero la
rendición de la plaza en el concepto de que seria
iniífit toda resistencia.
El comandante Caballero le conlesló textual-
mente al Conde en estos términos; *Estoy aqni
para pelear, y si es necesario morir; pero no para
rendirme'. E! Conde escuchó con calma esta
contestación, que revelaba abnegación y decisión,
y guardó silencio.
Al amanecer del día 12 de Agosto de 1869,
envía otro parlamento a intimar a Caballero que
retirase de! recinto del reduelo a las mujeres y a
los ríifios que allí se encontraban y expuestos a
perecer inñlilmenle, Caballero contestó con la luis'-
iTia energía que la primera vez: *Decid a vues-
tro jefe que las mujeres y los niños están aqui se-
guros, y que él mandará en torriíorio paraguayo
cuando no haya uñó que lo defienda/ . . .
Después de esta esta severa y elocuente con-
testación, previo un recio bombardeo a la plaza
inicióse el ataque.
El resultado de una ludia tan desigual estaba
de antemano previsto. A la verdad ¿qué podrían
hacer IfiOü hombres mal armados, Ja mayor parte
muchachos contra 20.00(), ayuíiados de la coopera-
ción poderosa de treinta y tantas piezas de artille-
ría sistema moderno'? Y sin embargo la resistencia
fué heroica y prolongada. Duró 5 horas! Los
aliados atacaron simultáneamente por los costados
indicados. Cargaron con más encarnizamiento al
Norte porque sabían por prisioneros tomados por
ellos antes de empezar el combate que esa parle
70
estaba guarnecida por cuerpos compuestos de mu-
chachos débiles firmados los más de escopetas de
cazar y lanzas.
El General Mena Barreto^ montado en un her-
moso alazán, era el que a la cabeza de sus fuerzas,
traia el ataque con intrepidez porese costado.
Fué rechazado dos veces, retirándose a reor-
ginizar sus tropas al otro lado del arroyo Mhorevi.
A la tercera que cargó con mucho brio, como a
500 varas de la trinchera, cayó herido de una bala
de fusil en la ingle. Le alzaron y le llevaron en
peso bajo una casita de paja que había cerca. Allí
le colocaron sobre un cuero de vaca que habia y
mandaron buscar a un cirujano; pero cuando éste
vino, ya habia expirado sin que hubiese proferido
una sola palabra, y echando espumas por la boca (1).
Mientras tanto ya habían consegjiido penetrar en
la plaza por la parte Sud los que por ese costado
habían atacado, haciendo prisioneros al Coman-
dante Caballero, al Jefe Político Patricio Maréeos
y varios otros. Los dos primeros fueron in-
mediatamente conducidos ante el Conde que habló
con Caballero.
En ese momento se le acercó un ofícial o ayu-
dante que venía del teatro. del asalto al Noroeste,
a quien el Conde preguntó si habia muerto mucha
gente (Ae ellos)?
No hemos perdido tanta gente; pero ha muerto
uno que vale por muchos.
¿Quién? volvió a preguntar el Conde.
El General Mena Barreto, señor, contestó el
oficial.
¡El General Mena Barreto!!. . . repitió el Conde
con gran sorpresa, tornándose súbitamente su fiso-
nomía en una expresión colérica.
(1) Relato del Mayor Pacífico de Vargas, ayudante del Oral. Mena
Barreto.
71
Y señalando a Caballero y Maréeos dijo sin
vacilar: •Uegñéileiilus o esos, ellos tienen Ja cuU
pa!... (l)^-
La orden fué cumplida cu un abrir y cerrar
(le ojos.
¡Horro;!
Con ese acto bárbaro y cruel, manchó el
Conde su nombre y deshonró las armas brasileñas
que habían alcanzado tanto brillo bajo la hábil
dirección de ilustres y valientes generales como
Caxia, Osorio, Porto Alegre y Barón del Triunfo.
En lan abjiegacla y heroica defensa, perecieron
las dos terceras parles de la guarnición de Piribe-
buy. Los restantes 500 que quedaron vivos fueron
hechos prisioneros.
El Conde d' Bu a pesar de la desigualdad de
número entre los conibatientos, ha considerado la
toma de Piribebuy como un timbre de gloria. Tan
es asi que distinguió sobre el campo de batalla a
(IJ La verdlún du que ei General Mena Barreto habia muerto de uiiu
bala de cafldn no es eiacta. Según relato uniforme de atAgo» presenciales
que ada est&n vives, alenda uno de los mi* cariieterliados y foliaclenCeE
el Mayor Pacifico cic VarKas. uno de lus ofleUlea que alendletoii al herldr.
debajo del ranchltu cJe pn,|a mencionado, y, i\. que. no pudlendo despren
der o desabroriiar el pantalAn por la hlncliaüOn del vieiitre, lo cortó con
nn eachllllto de cubo de plata que tenia.
Adem&s el cadAvar de Heiia Bárrelo fué enterrado frente al nltar mnyor
de la Iglesia de Piribebuy. y con posterioridad, ya después de la guerra,
fué Inhuiñrtdo y colocada en una ¿aja nueva, faé traído a la Asunción, y
Inega embarcado para el Brasil. En esa ocaaldn, como conflrmaclúii de la
verdad del btcho ae vlú que el cuerpo estaba todo entero sin que le falturft
ningún miembro cosa que ni hubiera podido suceder si hubiese sido muerto
al bala de caSún.
Existen testigos vivos que presenciaron aquel acto.
La otra versión corriente entre los braallrfloa de que fué muerto por
un herido paraguayo, asi que el Oeneral Iba pagando por entre Ina cadA-
veres después de la toma de la plaza, tampoco es eiacla. No hay un solo
testigo de los muchos que estuvieron allí. Inclusive el »■ Comandante
Manuel Solaündc, que confirme semejante ver«lón, Conclusión: Mena Bn
rreto murió de bala en frente de nuestra trinchera.
La uDora Asunción Oonz&lei, sneitra di^l Dr. Traía alzó cnando ya hubo
an poco de calma, el Jcepi del Comandunte Caballero, que estaba al Inrin
del cadiver de éste, e iba enseüiíndule a muchos, dando la triste noticia
del dcBDello de aqnei valiente jefe.
72
4
a
varios jefes argentinos con la condecoración impe-
rial del Brasil titulada Recompensa a la h^avura
militar,
Y todas las v«ces que se le aproximaba -alguna
persona del ejercitó 'a hacerle algún pedido o a
solicitar alguna gracia o permiso lo primero que
le preguntaba antes de acceder a su pedido era:
¿Ha estado Vd. en el peligroso ataquí* de Piribebtiy"!
Si la respuesta era afirmativa el postulante conse-
guía inmediatamente cuanto deseaba.
El peligro no podia haber sido tanto ni tan
inntinente, si se tiene en cuenta la enorme des-
proporción de los combatientes:— ¡20.000 contra
160Ü! o sean 12 contra 1!
Sin embargo, el hecho de que los aliados ha-
yan considerado la toma de Piribebuy como un
triunfo glorioso, junto con el de la baja que
han tenido, constituye un elocuente elogio de la
bravura y abnegación heroicas de nuestros pai-
sanos que allí perecieron gloriosamente. Quie-
re decir que en proporción de las ventajas de que
dispusieron para apoderarse de aquel platillo ro-
deado de alturas, en esa proporción disminuye y
achica, como es natural, la importancia de la vic-
toria. Y una derrota heroica siempre merece la
simpatía de los pueblos y aún de los vencedores.
Por esto tenía razón aquel que dijo: que hay de-
rrotas gloriosas como victorias vergonzosas (1).
La nación recordará siempre con gratitud y
orgullo la defensa heroica de Piribebuy. El nom-
bre del valiente mártir, Pablo Caballero, y los de
sus bravos compañeros quedan grabados con le-
tras de oro en el templo de la inmortalidad.
AUi irán las generaciones venideras a inspi-
rarse en el ejemplo sublime de patriotismo, de
(I) Víctor Hugo.
abnegación y de valor de que dieron prueba sa-
crificando generosamente sus vidas en ar;i de la
patriü.
La soldíidesca, bajo la impresión de la pér-
dida de Mena íiarreln, que era muy i|uer¡ilo, des-
pués de ia louta de Ja plaza, a pesar de los es-
fuerzos de los jefes cometió muchos abusos, ma-
tando, o más bien asesinando, puesto que no era
otra cosa, a muchas gentes indefensas inútilmente.
El Archivo Nacional fué sacado de sus depó-
sitos y desparramado en medio de la plaza. Los
soldados faltos de leñas para cocinar sus puche-
ros, hicieron uso de los legajos como tizones para
alimentar el fuego de sus fogatas, ¡Cuántos im-
portantes documentos históricos no habranse con-
verlido en cenizas y humos esa vez!
Las alhajas de oro y plata de que se apode-
raron, fueron entregadíis, por consejo del Minis-
tro Parahnos, "al Gobierno Provisorio que se ha-
bíii instalado en la Asunción, con condición de
que fuesen realizadas y su importe empleado a
favor de las desgraciadas familias paraguayas.
El Gobierno Provisorio comisionó con este
objeto a uno de sus miembros, José Díaz de Be-
doya, y éste se trasladó a Buenos Aires a negociar
dichas alhajas por cuenta de la Nación. Consi-
guió - vender todas dedicando su producido a
aumentar su propia fortuna. Se abstuvo de re-
gresar a la Asunción, enviando en lugar del di-
nero. su renuncia en quese manifestaba inhibido a
continuar formando parte de un gobierno supedi-
tado por los poderes de la alianza! (1)
(I) Retrospecto del PariiKii&v por el doctor Slsnrra Camn:
Vcise la ReviBts Histíriti «fio lo. N. lo. Mano lo. 1899.
El Hospital de Piribtbui/ ¡aé Incendiado, peieclendo quemad'
machos enfermos y heridos que habian en íl. Se lenova la causa d
\
CAPITULO V
Caaciipé y los Hospitales militares. El Sr. Parodi. Retirada
del Ejército Nacional de Azcurra el 13 de Agosto de 1869.
Caraguatay. José del Rosario Miranda. Batalla del Campo
Grande de Barrero, denominada de Rubio-Ñú. Combate en
la boca del monte de Caraguatay el 18 de Agosto. Degüello
ue prisioneros. Persecución del enemigo. Arroyo Hondo
Parlamento.
Caacupé está situado sobre la cordillera de
Azcurra y es célebre como asiento del Santuario
de la legendaria Virgen de los Milagros, que atrae
allí todos los años una inmensa romería de devo-
tos o promeseros de los departamentos y puntos
más lejanos de las República y aún mismo del
exterior.
En tiempo de la guerra, después de la retira-
da de nuestro ejército de San Fernando a Villeta
o sea a Pikysyry los hospitales de sangre se ins-
talaron en ese pueblo, habilitándose para el efecto
las casas particulares.
Los soldados que salieron heridos en los com-
bates habidos en Villeta inclusives los de los 7
días en Lomas Valentinas, fueron transportados a
Caacupé. Según datos que hemos tenido a la vis-
ta, a mediados del mes de Enero de 1869, había
en aquellos hospitales entre heridos, enfermos y
convalecientes, cerca de 3000 hombres. Este nú-
mero, algo crecido, sufría una rápida diminución
con los que se daban de alta y con los que mo-
rían, que eran los menos.
s
\
76
La caída de Piribebuy impuBo la necesidad de
la inmediata desocupación de Azcurra, iJara evitar
el inminente peligro de verse nuestro ejército en-
vuelto por el enemigo.
El Mariscal, atento a esta circunstancia, dis-
puso, sin pérdida de tiempo, la retirada del Ejér-
cito.
En los mencionados hospitales de Caacupé
habían aún en esa época 1237 (1) enfermos, 13
imposibilitados para marchar, y en la carencia de
elementos de movilidad para transportarlos, resol-
vió dejarlos a cargo de un facultativo inteligente
que los atendiese con tod,o el esmero que fuese
posible.
El facultativo designado para el efecto fué
don Domingo Parodi que, en calidad de médico,
estaba al servicio del ejército nacional, asimilado al
grado de Sargento Mayor. Entre otras cosas le en-
cargó que cuando llegasen los aliados a Caacupé,
tratara de convenir con ellos respecto a la manu-
tención de los enTermos hasta que éstos estuviesen
en estado de retirarse a sus hogares.
Terminadas estas instrucciones, mandó entregar
al Sr. Parodi 700 pesos plata sellada en pago de
sus sueldos, más 3000 pesos en la misma especie,
como recompensa por los. servicios prestados al
ejército.
Además, le fueron entregados 40.000 pesos en
oro y plata sellada, 100.000 en billetes de curso
legal y 2.137 cueros escogidos, para atender a las
necesidades de los enfermos. (2)
El sefior Parodi prometió cumplir puntual-
mente el compromiso de humanidad confiado a
su honradez. No me consta que se ha3^a hecho in-
digno de tan honrosa comisión.
(1) Resqnín.
(2) ReaquÍD.
\
V
77
Concluido el arreglo de los enfermos con el
señor Parodi, el Mariscal dio orden de marcha
el 13 de Agosto de 1869 a las 5 de la tarde.
El primer duerpo del ejército compuesto de
unos 6.000 hombres a las inmediatas órdenes del
General Resquíñ, inició su marcha de retirada
aquella misma noche con dirección a Caraguatay,
El segundo cuerpo compuesto poco más o menos
de otros 6.000 hombres de las tres armas como
el primero, a las órdenes del General Caballero,
estaba encargado de escoltar las carretas del par-
que y comisaría hasta Caraguatay, Comisión bas-
tanrte arriesgada por la deficiencia de los elemen-
tos de movilidad y por tener que cruzar el extenso
campo abierto de Barrero Grande, siendo inevita-
ble la inmediata y estrecha persecusión del ene-
migo que desde el primer momento, tuvo noticia
de nuestro movimiento.
¡13 de Agosto de 1869! Fecha memorable que
señala el comienzo del martirologio del Ejército
Nacional y de una parte del pueblo paraguayo.
Ellos marcharon al sacrificio, con el espíritu er-
guido, con el ánimo sereno y resuelto a realizar
la sublime abnegación de morir por los supremos
ideales de la Patria.
¡Oh Patria! Cuanto se haga por ti es poco;
tú encierras lo más caro y sublime, y sabes ins-
pirar los más elevados y nobles sentimientos. Por
eso, después de Dios, tus hijos te consagran su
alma como el objeto más digno y justo de su
veneración y respeto, en cuyo altar juran sacrifi-
car su vida, cuando están amenazadas tu honra y
dignidad!
A la verdad, al amor a Ja patria es un sen-
timiento innato y tiene mucho de religioso. Por
eso ocupan lugar preferente y honroso en las pá-
ginas de la historia, los hombres que se han sa-
crificado por ella, y por eso son frecuentes los
\
/ 78
hechos de abnegación sublime de que han dado
prueba los pueblos más vigorosos en su defensa.
Atenas creyó que no podía sentarse nadie en
el trono que había dejado su último rey Codro;
quien, habiendo vaticinado el oráculo que ganaría
la batalla el ejército cuyo general pereciera en
ella, buscó empeñosamente la muerte a fin de que
triunfara la patria.
Por ella Mucio Scévola se lanzó al campo del
rey Pórsena bajo juramento de librar a Roma de
tan terrible enemigo; pero por equivocación ulti-
mó con su puñal al secretario que llevaba un
traje parecido al del rey. Comparecido ante éste,
puso la mano derecha sobre los carbones encen-
didos para los sacrificios. Quizo de esta manera
castigar la mano culpable por haberse equivocado
en la elección de su víctima! Con este hecho
heroico, admirado el rey, dejó libre a Scévola, y
éste por gratitud le declaró que había trescientos
hombres juramentados para matarle!
El rey, espantado, al oir semejante noticia,
aceptó algunos rehenes y se retiró salvándose
Roma así del grave e inminente peligro que le
amenazaba.
Por ella, las mujeres de Cartago murieron
heroicamente cantando bajo las llamas devorado-
ras del fuego que reducía a cenizas su ciudad.
Por ella, cayeron sepultados en una misma
tumba los trescientos de las Termopilas.
Por ella, Guzmán el . Bueno arrojó su daga
al campo moro para que degollaran a su hijo.
Por ella, se convirtieron en ruinas Sagunto y
Numancia; y por ella finalmente, se inmortaliza-
ron los bravos defensores de Zaragoza y Gerona.
La patria, invocada en los momentos supre-
mos, infunde aliento, valor y entusiasmo, y en
medio de las mayores dificultades y necesidades,
de fuerza para ejecutar aún aquello que pareciera
imposible.
79
Pero así como la historia reserva sus páginas
de oro para grabar en ellos los nombres de los
ciudadanos y de los pueblos que han dado más
elocuentes pruebas de su patriotismo y abnega-
ción, de aquellos que han despreciado su vida en
defensa de su honor; asi también guarda sus pá-
ginas de luto y de hierro, para que conozcan las
generaciones futuras, a los que han renegado de
ella o han defeccionado combatiendo contra ella;
Un negro crespón cubre la figura de Corlóla no,
porque llevó las armas de los vascos contra Ro-
ma, su patria, y eso que Roma le había despoja-
do de todos sus honores y dignidades y condena-
do al ostracismo, el mayor castigo que podía im-
ponerse a un patricio.
El amor patrio, como sentimiento natural, está
encarnado en la conciencia universal. Sin embar-
go, el cosmopolitismo o la fraternidad universal
que todo invade en la época porque atravesamos,
lo combate como combate todo lo más santo y
sagrado. Para los que profesan tan elástico prin-
cipio, la humanidad encierra todo y cual talismán
maravilloso todo lo nivela y lo sujeta a un solo
rasero; arrasando las fronteras, hace desaparecer
como por encanto las distancias que separan a
naciones y sin atender al grado de su civiliza-
ción, las confunde todas bajo un nivel común de
moral.
Sabemos que de la Revolución francesa surgió
el dogma político y social Ae libertad, igualdad y
fraternidad^ como base de la nueva organización
social que se trataba de establecer. Mas, los que
entonces s^ encargaban de la propaganda de esa
nueva doctrina, no entendían por libertad^ la licen-
cia, o sea la total ausencia de leyes que regularicen
el ejercicio de los derechos individuales; no enten-
dían por igualdad la nivelación material llevada a
consecuencias violentas y escandalosas, ni tampoco
80
entendian por fraternidad la fusión informe y
monstruosa de mil y tantos millones de habitantes
que comprende la palabra humanidad.
La fraternidad del siglo pasado se ajustaba
estrictanrente a la moral, y en este cpncepto no iba
más allá del legitimó y humanitario deseo de una
buena inteligencia y de una franca cordialidad en-
tre todos los Estados. La fraternidad de entonces
no destruía las nacionalidades, sino al contrario,
quería robustecerlas dándose las manos recíproca-
mente para llevar adelante y realizar las grandes
ideas del progreso y de la civilización moderna.
El pueblo paraguayo, amante de su indepen-
dia como base inconmovible de toda libertad poli-
tica y civil, prefirió cuando ya no le fué posible
contrarrestar la avalancha de la alianza, abrir un
ancho cementerio en su seno, y enterrarse todo allí
antes que permitir su encadenamiento, por aquello
de {{ue^un pueblo libre muere^ pero no se encadena^, , .
Sí lector, ahí van el pueblo y ejército paragua-
yos, reducidos a un pequeño grupo, a cubrir sus
cenizas bajo una ancha loza, al lado de otras ilus-
tres victimas que murieron en los campos de bata-
lla. Son pocos, pero dotados de almas grandes y
generosas que van a dar al mundo la última prueba
de cuánto idolatran su patria y su libertad y de cuán-
to aborrecen y desprecian el envilecimiento y la ca-
dena de la esclavitud!! (1)
Pero reasumamos la ilación de nuestro relato.
El Mariscal en la fecha y hora citadas se puso en
marcha montado en un caballo bayo, acompañado
de toda la oficialidad del Cuartel General y seguido
del 1er. cuerpo de ejército.
La impresión que llevábamos era, que al salir
a Barrero Grande, nos encontraríamos con el ene-
(1) El ilustre economista inglés, Lord Wolseley, hablando de la civi-
lización moderna: El Cosmopolitismo es la excrecencia de una civilizaeióu
malsana, y el producto de una filosofía Insensata y antipatriótica.»
migo, por In noticia que se lenia de qu^ el 12 del
mismo mes, día de la toma tle Plrihebuy, una colum-
na de las tres armas al mando de los Generales
Kmilio Mitre y José Anto Guimar5es, marchaba pol-
la cordillera de Altofi, con dirección a Átyrá, cal-
culándose que el objeto <le fticlia columna no sería
otro que interceptarnos el paso.
La probabilidad de un próximo combate no
abatió nuestro espíritu. Mry al contrario, cada uno
iba impregnado de un ardor entusiasta que produ-
ce el patriotismo llevado hasta el fanatismo, y dis-
puesto por lo tanto a luchar haslii morir y de una
yaz terminar gloriosamente una campaña que iba
haciéndose ya demasiado prolongada con aumento,
todos los días, de mil géneros de penalidades í
miserias.
Yii nadie se fijaba si bahía todavía elementos
para contrarrestar a los muy superiores del ene-
migo, resuelto en último caso, a falta de aquellos,
a echar mano de la desesperación que también a
veces da la victoria, según Virgilio.
De paso se detuvo el Mariscal una o dos ho-
ras en Caacupé y al continuar su marcha, mandó
decir a las numerosas mujeres que se disponían
a seguir al ejército, que podían hacerlo si quisie-
sen, pero que no estaban obligadas.
Fui entonces a dar a mi anciana madre que
con la familia se encontraba alojada en una ca-
sita a la orilla de la población, un abrazo de des-
pedida. La pohre bañada en lágrimas me abrazó
y me hecho su bendición, expresando la esperan-
za en Dios de volvernos a ver en breve. No se
había equivocado. Trabajo me costó separarme
de ella; luchaba el sentimiento del cariño filial
con el del deber basado en el honor. Este tuvo
más fuerza y Iriunfó. El lector me permitirá que
en obsequio de uno de mis más caros y privile-
giados sentimientos, inserte aquí un párrafo de
^
82
las páginas de una obrita de ficción que con e!
titulo de Viaje Nocturno^ había dado a la eslam-
pa con una dedicatoria a mi madre.
"¡Madre! . . . palabra sacramental que encierra
"todo el porvenir y la felicidad de la especie hu-
"mana, que sintetiza todas las afecciones del alma,
"que llena todo nuestro ser del perfume oloroso
"de un bienestar, de un deleite y una satisfacción
"indecible! ¿Qué corazón no se conmueve al pro-
"nunciar tan dulce nombre? ¿Quién no experi-
" menta un suave alivio en la enfermedad y un
"celestial consuelo en el dolor al pensar que posee
"una madre, cuya cariñosa solicitud, como la n>a-
"po de la Providencia, se encuentra en todas las
"circunstancias de la vida? ¿,Qué tristeza no se
"disipa, qué corazón no se ablanda con las cari-
"ñosas palabras de una madre? ¿Qué viajero no
"se anima y no se llena de fuerza y entusiasmo
"al recordar que las glorias de sus descubrimien-
"tos van a llenar también de contento y alegría
"a la que le ha dado el ser?
"¿Qué emigrado deja de sentir un bálsamo de
"alivio a las penas que oprimen la imaginación
"lejos de su país y de su familia al recibir noti-
''cia de su madre? C.uando Epaminondas, general
"de los Tebanos, ganó la famosa batalla de Leuc-
"tra exclamó gozoso: "Me alegro de este triunfo
"por el placer que causará a mi madre/^.
"¡Desgraciado del que no ha conocido una ma-
"dre, cuyas mejillas no han recibido sus calurosos
"besos, porque vivirá privado de las más tiernas
"caricias que solo ella es capaz de prodigar;
"porque no habrá gustado de ese delicioso néctar
"que destilan sus bondadosos labios en el corazón
"de sus hijos, a quienes los cría con su propia
"sangre, porque cual triste flor que nace en un
"vasto páramo, se verá aislado, librado a las amar-
"guras del rigor de las borrascas de este misera-
"ble mundo, azotado por los opuestos vientos de
83
*la caprichosa fortuna sin poder decir: ¡alíá ten*
""go un oasis donde hacer reposar un fatigado
" espíritu!'^
Yo no diré otro tanto como Eparninondas; pero
leugo la íntima convicción de qué mi madre habrá
quedado satisfecha por haber permanecido fiel al
cumplimiento de mi deber hasta el último, al lado
de los mas leales y esforzados defensores del sue-
lo patrio.
El 14, ya muy tarde, acampamos cerca del
puente de Piribebuy. El 15^ a la madrugada el
Mariscal dio orden de marcha al General Resquin,
siguiendo él por delante hasta llegar a la boca del
monte de Garaguatay. Antes de su arribo a este
punto, había mandado una descubierta hacia Ba-
rrero Grande, trayendo la noticia de que el ene-
migo se encontraba acampado en un paraje deno*
minado Pindaty, no a mucha distancia de allí.
Entre las varias disposiciones que tomó, dis-
puso que se levantara en la misma entrada del
monte sobre el camino, una trinchera con una
dotación de 1.20O) hombres de infantería v 12
piezas de artillería ligera al mando del Coronel
Pedro Hermoiía y los Comandantes Victoriano Ber-^
nal y Julián Escobar, con el objeto de entretener
al enemigo, en caso de que este desprendiese en
su persecusión algunas fuerzas de caballería.
Estando allí, a eso de la 1 1/2 de la tarde
llegó el Teniente José del Rosario Miranda, lla-
mado por el Mariscal. Momentos después mandó
ensillar el caballo y marchó por el camino que
conduce a Garaguatayí Ya muy tarde, el mismo
día 15, llegamos a ese pueblo, hospedándose el
Mariscal en casa del mismo Teniente Miranda, que
a la sazón era Jefe Político del departamento. Al
día siguiente, el 16, un enviado del General Caba-
llero le trajo la noticia de que éste venía en retirada
por el campo de Barrero Grande, perseguido de
cerca por numerosas fuerzas enemigas. El Maris-
84
cal, con su habitual calma, recibió esta noticia y
enseguida despachó al oficial mandando decir al
General Caballero que hiciera toda lá resistencia
posible.
Después de esto llamó.^ su presencia a Miranda,
que acababa de ascender a Capitán^ y le dijo:
«Quédese Vd. aquí porque ya no conviene
«llevar tras del Ejército a mujeres, niños y heridos
«No le dejo a Vd. de carnada, sino para prestar
«un importante servicio a la Patria, en el sentido
«de evitav que el ejército invasor haga mayores
«cosas. Tenga cuidado de no presentarse a ellos
«como pasado, porque en este caso no le han de
«tener consideración. Use con ellos de mucha di-
«plomada, y no les cuente a donde voy ni el ca^
mino que he tomado. Le encargo muy especial-
mente que no tome armas contra mí. Vd. es muy
joven todavía y llegará con el tiempo a prestar
importantes servicios a su país, y no conviene
que haga nada que mañana nuestros compatriotas
puedan echarle en cara, sin que Vd. tenga una
razón plausible con que disculparse (1)».
He ahí las condiciones bajo las cuales el Ma-
riscal dejó al señor Miranda en Caraguatay.
También dio orden el Mariscal al cura párroco,
José Nuñez para que notificara a las numerosas
familias que iban acompañando al ejército que
volvieran a sus hogares, y que el Jefe Miranda que-
daba encargado de darles la protección necesaria
contra los posibles avances del enemigo.
Muchas familias acataron esta disposición; pe-
ro muchas otras, prefirieron correr la suerte qu^
la Providencia deparara al ejército.
Así que terminó de dar esta órdenes, partió
el Mariscal de Caraguatay^ el 16 por la mañana,
siempre con el primer cuerpo. Verificado el pa-
(1) Relato de don José del B. Miranda.
85
sf^je (le \kagüy, este acampó en el Paso de la Patria,
sohre la carretera cíe San Kstani&lao, quedando
en el punto de salida un escuadrón de caballería
al mando del Ministro de la Guerra don Luís
Caminos.
lista fuerza se dejó alli de observación para
dar protección en un caso dado al segundo cuer-
po que, según dijimos más arriba, iba en retirada
de Azcurra^ luchando con las dificultades consi-
guientes a los malos caminos y pésimos elementos
de movilidad.
Los trabajadores encargados de cerrar los ca-
minos del gran monte de Caraguatay^ quedaron
a las órdenes de Miranda.
Kl Mariscal siguió su marcha por el campo
de Gazory y fué a parar en una casita de paja que
había sobre el camino a la orilla de un monte.
Allí reciiñó noticia de la derrota de Campo Gran-
de de Barrero, manifestando su satisfacción al
saber que se había salvado el General Caballero.
Se hace necesario dar ,una ojeada retrospecti-
va para hacernos cargo de la batalla de Campo
Grande (Rubio-Nú), de la que procuraremos dar
algunos detalles según datos que nos han sumi-
nistrado los sobrevivientes, que tomaron parte en
ella.
Como dijimos, el 13 de Agosto marchó de
Azcurra el segundo cuerpo, escoltando la inmensa
carretería del parque y comisaría del ejército. Su
marcha tenia que ser lenta a fa fuerza; los bueyes
eran tan flacos que a penas podían arrastrar a
aquellos pesados vehículos que se atascaban en los
lugares pantanosos, hundiéndose las ruedas en el
barro hasta tas masas, circunstancia que obligaba
a emplear un número considerable de soldados
en ayudar con sus débiles fuerzas a los pobres
bueyes para hacer andar las carretas.
Sin embargo, a pesar de todas estas dííiculta-
des consiguieron salvar los moutes de Caacupé.
86
Pero al salir al campo raso de Barrero Grande,
al amanecer del día 16 de Agosto fueron alcanza-
dos por las fuerzas tilladas.
El primer jefe de la división de nuestra van-
guardia (retaguardia) era el Coronel Moreno, de
artillería, y el segundo, el Comandante Franco,
de infantería.
La guerrilla enemiga inició un recio tiroteo
con la nuestra. Moreno envió entonces su ayudan-
te, el Alférez Leguizamón, a dar parte al General
Caballero que estaba en un punto denominado
tCerrito^.
Informado del hecho, mandó decir a Moreno:
que continuara haciendo fuego en retirada, tenien-
do especial cuidado de no permitir que el ene-
migo logre realizar ningún movimiento envolven-
te; que él (Caballero) no contaba con ninguna
reserva para darle protecciones, pudiendo a penas
cubrir los puntos más peligrosos amenazados tam-
bién por numerosas tuerzas enemigas; pero que
llegado el caso extremo de verse envuelto, sería
necesario formar el cuadro de táctica y defender-
se hasta sucumbir honrosamente.
Cumpliendo con estas instrucciones el Coro-
nel Moreno continuó su marcha de retirada con
el mayor orden posible. Regimientos de caballe-
ría enemiga amenazaban sus flancos, y el tiroteo
entre ambas guerrillas, seguía siendo cada vez
más recio, causándonos algunas bajas. El Coman-
dante Franco, desatendiendo los consejos de la
prudencia para utilizar mejor el -servicio de su
inteligencia y valor, se desprendió de su batallón
(el n** 6) y se fué donde estaba tendida la guerri-
lla. El enemigo, notando que el que acababa de
llegar era un jefe dirigió sus tiros sobre él, 5' con
tan buena suerte que en seguida cayó muerto de
una bala que le atravesó la cabeza.
El General Caballero, en conocimiento de tan
sensible pérdida, mandó decir a Moreno, que no
87
ithanclonara .en el campo el cadáver del comaor
dante Franco, el cual, en virtud de esta recomen-
dación, a pesar de las halas que llovian incesan-
temente sobre los nuestros, fué enterrado al ladq
de un arroyuelo. También ordenó a Moreno que
prontamente hiciera avanzar la artillería a tomar
posición en la otra banda del arro)'o Yuquyry^
uno de los brazos del P/ríbebuy^ a fin de proteger
el pasaje de las tropas por el mismo arroyo, en
previsión de un ataque serio que intentase el ene-
migo en aquel momento.
Estas instrucciones fueron llevadas a cabo con
puntualidad y prontitud; consiguiéndose, a pesar
de la estrecha persecución enemiga, verificar el
pasaje y reunir todos los cuerpos en el ángulo
que forma la junción de ambas corrientes. El Ge-
neral, entonces formó su línea de batalla apoyan-
do el flanco derecho en el Piribebuy^ la artillería
en el centro, y el flanco izquierdo se prolongó
hasta dar casi con el curso del mismo arroyo al
Este.
En esta disposición el General recibió de los
aliados el ataque que no se dejó esperar, ya la
verdad que fué formidable por el número de los
asaltantes. Fueron éstos recibidos con un nutrido
fuego de fusilería y artillería, que vomitaba con
espantosa actividad sus balas y metrallas, causan-
do estragos en las filas de aquellos, y producien-
do como era natural, en el primer ímpetu, gran
confusión en ellos Las bajas, en lucha tan en-
carnizada y tenaz, eran considerables, de una y
otra parte; pero los aliados tenían la ventaja no
solo de reponer a los muertos y heridos suyos,
sino de aumentar el efectivo de sus fuerzas con
divisiones que afluían del lado de Barrero Grande:.
— una división por el frente, otras por los flancos
y otra por la retaguardia: mientras que las bajas
nuestras no eran cubiertas o reemplazadas. De
esta manera, quedaron envueltas o rodeadas núes-
88
tras escasas fuerzas por tres poderosas columnas
enemigas. Pero esta circunstancia, a pesar de lo
abiiimadora que era, no fué bastante a desconcer-
tar a nuestra gente o a infundir el abatimiento en
su espíritu, resistiendo hasta la 5 de la tarde!
Las llamas a esa hora devoraban una . parte
del campo donde murieron carbonizados muchos
heridos. Y la porción no incendiada ofrecía a la
vista el triste y doloroso espectáculo de muertos y
heridos, esparcidos por doquier; aquellos, inertes:
éstos, palpitantes; lanzando gritos desgarradores
de dolor y de desesperación en las ansias de la
muerte! De trecho en trecho se veían armas inu-
tilizadas, uniformes, cartuchos y baulillos vacíos.
Aquellos valientes paraguayos cayeron como héroes,
peleando hasta la desesperación con todo el vigor
y la energía que infunden el patriotismo y la dis-
ciplina. ¡Ah! . . . tanto más triste y doloroso era
aquel espectáculo, cuanto que allí no se veían
después del combate aquellos ángeles de la caridad,
aquellos soldados de la Providencia, que con
camillas, hilos y vendas cumplen la sagrada misión
de prestar los auxilios de la religión y de la ciencia
a los moribundos!
Todo había terminado, es verdad; pero aíin
quedaba como resto un escaso batallón, un pelotón
de caballería y tres piezas de artillería ligera que
durante el combate se habían colocado al otro lado
del puente del Piribebuy para contener ei avance
de una columna enemiga que amenazaba por la
retaguardia. Esa pequeña fuerza estaba formada
en batalla cerca de una carretera a la orilla del
gran bosque que borda y limita aquel campojhacia el
Noroeste. En frente de aquella carretería se habían
concentrado las fuerzas enemigas como que no
había ninguna paraguaya que distrajese su atención
por ningún otro lado, y poco a poco iban avan-
zando hacia el grupo de las carretas, que parecía
ser el objetivo de su lento y pausado movimiento
• • . I • I , < > . i
El Géhei'al Caballero se encontraba próximo ^
dicha carretería acompáf^ado de 10 a 12 oficiales,
y llamando a los alféreces José Aquino y Estanislao
"Leguizamón, les dijo: «É^^ llegado el momento de
""finalizar esta contienda, y avviestro valor y arrojo
"confío esta última misión; toqiad, cuanta de ese
"debilitado pero entusiasta batallón que tenemo$
*en frente, cargad con ímpetu al enemig;o, pues,
"con el resultado, sea cual fuere habremos cumplij
"do con nuestro lema de vencer o morir] ...»
Los oficiales partieron volando a recorrer la
linea, despertando entre las tropas animación y
entusiasmo, e informándoles de la resolución del
General. Pero el enemigo, que ganando terreno
paulatlnanaente, se había colocado casi al habla,
obsci-vando el movimiento de los paraguayos, llegó
a comprender cual era la intención de éstos, y al
tiempo de iniciar la carga la infantería enemiga del
frente maniobró rápidamente, abriendo un ancho
espacio a la caballería de la retaguardia, que se
lanzó como un rayo a su encuentro. Impotente
nuestra línea para resistir cedió el centro a|
vigoroso empuje de la carga de aquella desban-
dándose el ala apoyada en la orilla del bos-
que de la que solo algunos cuantos que se abrigaron
en «ste, pudieron salvarse; muriendo o cayendo
prisioneros los demás que habían quedado en
campo raso. (1)
El General Caballero perseguido muy de cerca,
abandonando su caballo que se resistía bajar a
la zanja, vadeó a pié, el arroyo Yuquyry^ y ganó
exhausto de cansancio, lí\ espesura del monte
acompañado de dos o tres asistentes; cumpliendo
así con el encargo del Mariscal, que le había reco-
mendafdo coh niucho encarecimiento qué hó sé'
dejara tomar prisionero.
(1) Apuntes biógrafo-históricos del Mayor £staui8lao Le^uisamón, j
¡^lato del General Caballero.
90
Caballero comprendió desde el primer mo-
mento que no podía luchar contra una fuerza tan
enormemente- superior en número a la suya, y si
lo hizo fué, porque a fuerza de militar pundono-
roso, se veía obligado por el deber a defender
la retaguardia del resto de nuestro ejército, y tam-
bién porque rodeado como estaba por todos la-
dos de fuerzas enemigas, no le ((uedaba otra al-
ternativa, en la absoluta imposibilidad de continuar
su marcha de retirada. Sin embargo, consiguió
el milagro de contener con una fuerza relativa-
mente insignificante a un ejército de 20.000 hom-
bres, dando así tiempo al Mariscal para que au-
mentase la distancia que le separaba del punto a
donde se dirigía, que era San Estanislao.
Y a pesar de esa inmensa desproporción, los
paraguayos sostuvieron la lucha hasta las 5 de la
tarde; es decir, que 20.000 hombres lucharon du-
rante 8 horas contra 4.500 mal armados!
Las pérdidas de una y otra parte fueron enor-
mes; de nuestra parte, los que no murieron, ca-
jeron prisioneros, muchos de estos heridos.
Se perdieron, además, toda la artillería, 87
carretas con bueyes, armamentos, municiones y
banderas (1).
Los pocos que pudieron escaparse, marcha-
ron por distintos rumbos a incorporarse al primer
cuerpo más allá de Caraguatay.
Entre los prisioneros se encontraba el sargen-
to de caballería Emilio Aceval, actual Presidente
de la República del Paraguay.
Muy lejos estarla de su imaginación entonces
de que un día llegaría a ocupar tan elevado pues-
to. Más que nadie está en situación de compren-
der cuan caro cuesta tener una patria, y cuan
ineludible es para el que conserva ese glorioso
(t) Resquin.
91
recuerdo, el deber de encaminar su política ad-
ministrativa por el sendero que marca la aspira-
ción nacional.
De los Jefes paraguayos que cayeron en esa oca-
sión prisioneros, se distinguió el Teniente Coronel
Florentin Oviedo por la contestación que diera al
General Pedra cuando éste le hizo comparecer
ante él para tomarle declaración. Entre otras
cosas le preguntó: ¿cuál era el total del ejército
que había combatido a las órdenes del General
(Caballero?
Oviedo le contestó: «No sé señor. Pero si Vd.
quiere cerciorarse de la verdad, puede ir al cam-
po de batalla a contar los cadáveres de los para-
guayos, y agregar al número que resulte el de los
prisioneros que están presentes, y tendrá el total!!»
Cuando el General Pedra oyó esta contesta-
ción abrió tamaños ojos, y clavando en su inter-
locutor una mirada de sorpresa, guardó ún pro-
fundo silencio. Sin duda, no le causó mala impresión
la contestación, porque enseguida le mandó dar
una capa de paño. ¡Digno y gejieroso comporta-
miento de un hombre de sentimiento caballeresco!...
Al día subsiguiente de la batalla del Campo
Grande (1), es decir, el 18 de Agosto, por la ma-
ñana temprano, el General Victorino, á la cabeza
de una fuerte columna de vanguardia que partió
de Pindoty donde había estado acampada, se puso
en movimiento, b^^J^ ""^ espesa neblina o serra-
zón, hacia nuestra trinchera, que con una guar-
nición de 1.200 hombres defendía la boca del
monte de Caraguatay.
Dos soldados brasileros, que decían ser orde-
nanzas del Conde d^Eu, con dos muías cargadas
de equipajes que marcharon al mismo tiempo que
(1) Bl nombre de Rubio-Ñú que se ha dado a esa batalla, es Impro-
pio. Éuhio-ñú propiamente dicho -se encuentra del campo donde se dio la
batalla distante unas 4 leguas. £1 paraje 3e llama Campo Grande o
Dias-cvé.
92
la columna, se habiaa adelantado sin pensar, tal
vez que en el camino hubiese enemigo, y llega-*
ron bajo la obscuridad íde la neblina, a donde,
mismo estaba la avanzada de nuestra posición.
iCon una descaiga de ¡fusil de feíta,'^^¿tüe klé^' repen-
te se apercibió de ellos^ «cayeron muertos;- repar-
tiéndose no solo de los equipajes que Hevat>an
las muías, sino también délas ropas de paño qtie
llevaban puestas ellos mismos. •> -
I Los brasileros, aseguran que sus cadávetefT
desnudos estaban colgados de un árbol cuando^
tlegó allí la columna; que fué pocos momento^
^é^pués. Este último hecho no está confirmado
]^oi^ Ibs nuestros. Lo cierto es que aquellos dos
soldados fueron muertos; pero si resultara, como
4firrrian los brasileños, que fueron después colgados',
itóportári'a uq^ a¿t<j> de salvajismo digno de lamas
énéVgifca censura i
" Ll; GéWral yicjtoriiip, que sucedió después que
los rayóV. qel^spj habian disipado la neblina, en
cuanto llegó .a njiésira trinchera, llevó sobre ella
un vigoroso aiaque. La guarnición salvó el ho^
ñor de la bandera, hapiendoi umi heroica defensa
y causando enorme pérdida 9 losasaltantes. Pero
arrollados por todos lados por Jos brasileros, cua-
druplos en número, se apoderaron; de ella».
I Casi todos los nuestros que no -murieron, ca-
yeron prisioneros. Unos cuantos, entre ellos, él
Coronel Hermosa y el Mayor Vera, consiguieron
escaparse por el monte, yendo más tarde a entre-
gairse a los aliados como prisioneros de guerra.-
Entre los que cayeron prisioneros, se encon-
traban dos jefes: el Comandante de infantería Ju-
lián Escobar y el Mayor Cárdena y 16 oficiales
de distintas graduaciones (1).
El General Victorino, impulsado por un vio-
lento espíritu de venganza, no solo por la muer-
(l> Bl Gomandante YtctorUkno Bernal murió combatiendo antes de la
caída de la trinchera en poder del enemigo.
93
te de los ordenanzas brasileros más arriba men«"
eionados^ sino por la pérdida considerable que
causó a sus tropas la resistencia inesperada de ia
guaraición, cometió esa ocación un acto bárbaro
que deshonra, su nombre ante la historia: por vía
de represalia, mandó degollar a aquellos dos je-
fes y di^a; y se^is, oficiales que estaban en su poder
en calidaíi.de prisioneros de guerra! Era una fía*
grante violac^ión del derecho de genles, tanto más
cuanto no había adpptado ninguna forma de pro-
cedimiento legal, para siquiera cohonestar tan cruel
disposición. El cuadro fué. espeluznante y capasE
de hacer temblar de horror al más frío e indife-
rente- Un incidente vino, a aumentar la lugubri-
dad tétrica de aquel horrendo espectáculo. Él hi-
jo de Cárdena (1), que allí se encontraban también^
postrado de rodillas, con la vista> levantada al cie-
lo, pidió tierna y encarecidamente al General Vic*
torino por la vida de su querido padre.: Pero nada»
el General se mostró inflexible y la ejecución fué
llevada a cabo. Esta inflexibilidad de ^ Victorino
hjace presumir que obraba a impulso de una or-
d^en superior. i
Este hecho sangriento, injusto e innecesario
produjo una profunda indignación en él ejército
bjrasilefio, cuyos jefes censuraron acremente la
conducta del General Victorino. El^^sin duda, se
habris^ descartado, aduciendo la muerte de los dos
mencionados ordenanzas; pero un acto censu--
rabie (§i es ^que lo hubiese, sido) no justifica otro
e!| mayor espala, verificado en las personas más
distinguidas y condecoradas de los prisioneros en
su, poder.
No pensó el General Victorino en el concepto
a que se hacía acreedor con este abuso al ejército
(l) Juan Cárdena de Áregoá, hoy de 4o y tantos aftos,
94
aliadoque venía diciendo que traía al pueblo que
invadía, a sangi'e y fuego, la civilización y la
libertad.
No existe ningún fundamento racional en que
apoyar el pretendido derecho de matar. a un ene-
migo desarmado y rendido. ¿La venganza*? Pero
la venganza que se sacia en los vencidos reducidos
a la impotencia o a la imposibilidad de hacer
daño, no responde a ninguna de las aspiraciones
de los pueblos que gozan de la civilización cristiana
y que proceden de acuerdo con el espíritu moderno:
«El enemigo desarmado, dice Pinheiro Ferreyra,
«debe ser considerado corno un hombre que no ha
hecho sino cumplir un deber penoso. No hay
lugar a castigo, ni a reparación de parte de un
enemigo vencido o desarmado. Este ha pagado
sin duda a su patria y no debe más nada a nadie.»
Y Kant dice: «Ninguna guerra de pueblo a pueblo
libre no puede ser penal (belum punitivum) porque
la pena no puede tener lugar sino de parte de un
superior que manda hacia un subdito: lo cual no
sucede en la relación de los estados entre sí». (\)
Después de la toma de nuestra trinchera, los
aliados siguieron adelante en pos de nuestro ejér-
cito, llegando su vanguardia en el precitado día
18 a Caraguatay
El Ministro Caminos, al ver que numerosas
fuerzas se acampaban en aquella población se
marchó con su escolta a incorporarse con el
Mariscal.
Ese mismo día 18 fueron atacados los marinos
que cuidaban nuestros vapores que permanecían
anclados o varados en uno de los pasos del Thagüy.
Aquellos se defendieron hasta donde les fué posible;
pero en vista de la superioridad de la fuerza ene-
miga, cumplieron las instrucciones que tenían,
pegando fuego a los vapores (el Ypora, el Paraná^
(1) Piadier - Fodéré. T. 1- p. 2o,
95
el Eio Apa^ el Salto Guaira, el Pirabehé y el
Amambay)^ retirándose luego por la rinconada del
Saladillo i\ incorporarse al cuerpo principal de
nuestro ejército en marcha para San Estanislao.
. El Mariscal estaba entonces acampado en Valle-i^
al otro lado del campo de Gazory. Allí le alcan-
zaron el General Caballero y el Ministro Caminos.
Estando allí fueron remitidos con un piquete
una señora López con una hija de 18 a 20 años,
enviadas como sospechosas de espionaje. .Fui
comisionado por el General Resquín, a tomarles
declaración indagatoria. Fíxplicaron salisfactoria-
mente la razón que habían tenido para venir por
un camino extraviado de donde se encontraba la
guardia de donde fueron remitidas. Sin embar^
go el General Resquín, que desconfiaba de todo
el mundo, no quedó o fingió no quedarse entera-
mente satisfecho, y empezaba a insinuar la idea
<le que tal vez fuese necesiario proceder con ellos
con rigor. Pero en ese momento fui llamado por
el Mariscal precisamente para saber de lo que se
trataba. Escuchó atentamente la relación de la
deposición de las acusadas, y la opinión de que
aquellas mujeres por su facha, no robustecía la
sospecha de que fuesen espias, y, que además, el
tono con que daban sus explicaciones indicaba
que habia sinceridad en ellas.
. El Mariscal entonces me dio orden para man-
darlas poner en libertad. Cumplida que fué esta
orden, di parte al Genei'al Resquín de la suprema
resolución, sin que este, por supuesto, hiciera la
menor observación. Aquella señora aún está viva,
y siempre suele acordarse del hecho con gratitud
hacia el que en esa ocasión cumplió el grato de-
ber de contribuir a su libertad.
El 19 del misnio mes, a medio día, llegó el
Mariscal al paso del arroyo Hondo^ y después de
unas cuantas horas de descanso, vadeó a caballo
dicho arroyo que llegaba hasta la cincha, con el
96
fondo desigual y fangoso. No a mucha distancia;
en la otra banda se encontraba el establecimiento
o estancia del finado Benigno López, llamada
San Miguel.
El Mariscal se instaló en la casa de vivienda
que era bastante espaciosa. Había otra casita que
estaba llena de tercios de yerba hasta el techo;
Los ayudantes y demás oliciaies del cuartel gene-
ral se acomodaron como pudieron en frente déla
casa principal en un gran espacio vacio que habia.
Las tropas acamparon en las inmediaciones
en los lugares que se les habían señalado.
Una parte de las fuerzas quedó a retaguardia
a objeto de comboyar algunas carretas que que-
daron rezagadas en el paraje de Valle^i, a dis-
tancia de una legua más o menos del arroyo Hondo:
Dicha fuerza fué alcanzada el día 20 por la
vanguardia de la caballería enemiga, trabándose
entre ambas reñido combate por espacio de doí
horas; al cabo de las cuales nuestra fuerza, impo-
tente para continuar la lucha contra la enemi-
ga que era mucho más numerosa, hizo retirada,
y a fin de evitar la persecución de gente montada en
buenos caballos, desvió del camino real y la hizo por
una picada del monte, yendo a salir al arroyo Hondú
que cruzó o vadeó para reunirse a nuestro ejér-;^
cito acampado en la otra banda a la costa de)
arroyo Mhutuy. Tuvo una baja de 27 hombres
muertos y algunos heridos quedando en poder
del enemigo varias carretas. Una de estas perte-
necía a don José Falcón, y en uno de los baúles
que constituía su equipaje, se encontraba un grue-
so volumen de apuntes para la ' historia del Pa-
raguay que habia sacado de los docüínentos pú-*^
blicos del archivo Nacional cuando ejerció él
cargo de jefe de aquella repartición. Esta fué una
sensible pérdida. El señor Falcón hizo empeñoiS
para recuperarlo después de la guerra; pero sitf
éxito.
97
El 21 trajo el enemigo un parlamento en nues-
tra avanzada en la banda izquierda del arroyo
Hondo^ entregando al jefe de ella con encargo de
hacerla llegar al Mariscal una cubierta cerrada que
contenía una nota firmada por uno de los gene-
rales aliados de la vanguardia y un folíelo. La
nota era una intimación de rendición al Ejército
nacional, con amenaza, de no hacerlo, de pasar a
degüello desde sargento para arriba, a los que en
adelante cayeran en poder de ellos. El folleto con-
tenía escritos injuriosos para el Mariscal.
Este se indignó contra este proceder de los
aliados, diciendo que habían prostituido un medio
legal de que se sirven dos ejércitos beligerantes
para comunicarse en ciertos y determinados casos,
manifestando que en adelante no admitiría más
ningún parlamento. Subió su indignación a tal
punto que concibió la idea inicua y aventurada de
ejercer una venganza, a cuyo efecto dispuso man*
dar capturar un parlamentario enemigo.
El plan era el siguiente: Pedir un parlamen-
to que generalmente suele tener lugar en el espa-
cio de terreno equidistante de ambas- líneas de
avanzada; los encabeza^ites se aproximan para ha-
blar o conferenciar, quedando a una regular dis-
tancia los que les acompañan.
El Mariscal quería que el parlamentario pa-
raguayo se acercase bastante hasta cruzar el pes-
cuezo de su caballo con el del parlamentario enemi-
go, y que una vez colocados los dos en esta posición,
aquél le encarase su revólver al pecho de su in-
terlocutor, intimándole quietud con amenaza de
muerte si se movía.
Esta actitud debería ser seflal suficiente para
que acudiesen prontamente tres hombres de la es-
colta o retaguardia designados ya de antemano, y
asiendo una de las riendas del caballo del parla-
mentario enemigo echarse a correr rápidamente,
estimulando de atrás con sus chicotes los otros
98
dos al animal. El resto de la escolta haría frente
para contener un movimiento de avance hostil
de parte del enemigo, lo que era más que proba-
ble que hubiese sucedido.
Se comprende que todo esto debería de eje-
cutarse en un abrir y cerrar de ojos.
El jefe designado para llevar a cabo tan au-
daz y atrevida empresa fui yo. Debo confesar
con franqueza, que cuando el Mariscal me hizo
llamar y me habló de este plan, explicándome
la manera como tenía que ejecutar, un sudor frío
me inundó todo el cuerpo. Sin embargo un sen-
timiento inexplicable vino en mi ayuda, en el qué
se mezclaban el amor propio y el orgullo de rea-
lizar un acto de audacia y valentía, sin pensar en
medio del entusiasmo juvenil, en la gravedad mo-
ral del mismo. Me retiré con orden de volver-
ante él al día siguiente para despacharme. Asi
lo hice, después de haber ensillado, al romper
el día, el montado que me mandó facilitar de su
caballeriza. Felizmente, parece que la almohada
le había inspirado mejores consejos, y le hizo cam-¿
biar de idea. En cuanto me cuadré delante de él,
me dijo: «queda abandonado el proyecto, retí-
rese no más».
Se me quitó de encima un gran peso, y re-
gresé a mi carpa dando gracias a Dios, conven-
cido de que tal vez hubiera sucumbido en empre-
sa tan arriesgada.
Si los aliados hubiesen desplegado más acti-
vidad y audacia, la guerra hubiera terminado en
el Campo Grande. Interceptada la boca del mon-
te de Caraguatay, el Mariscal se hubiera visto
obligado a combatir hasta sucumbir o hubiera si-
do tomado prisionero con el resto de su destro-
zado ejército.
CAPÍTULO VI
Sftn Estanislao. Captura de espías enemigos. CoDspiración
descubierta. Fusilamientos de los comprometidos' Ascensoa.
Marcha a San Isidro (Curuguaty). Capiíbarj. Tandei.
En el establecimiento de San Miguel había como
dijimos, — una casita pajiza de bastante puntal y de
un sola pieza.— Contenia ttreioa de yerba de su-
perior calidad apilonados hasta ertecho.— El 21
por la mañana, el Mariscal levantó el campamen-
to y dio orden a los comandantes de cuerpo para
que permitieran a las tropas llevar la cantidad de
yerba que cada uno pudiese o quisiese. Era co-
sa de ver como éstas sacaban fuera los tercios y
los partían a hachazos, a fin de que cargase cada
uno la porción que pudiese llevar, en medio de
un murmullo de algazara y entusiasmo. Pero
tanta era la cantidad, que habia que a pesar de
este libre botin, muchos de ellos quedaron toda-
vía allí abandonados para los aliados! No era,
sin embargo, la yerba mate, lo que más falta ha-
cía a las tropas, sino algo más sustancial que con-
solase sus famélicos estómagos, porque si bien
por esas alturas no faltaba que comer, empezaban
a escasear los víveres, habiendo caído una gran
cantidad de ellos en poder del enemigo.
Ese mismo día, ya muy tarde, llegamos a Unión.
Allí se tuvo noticia de que el Coronel Ignacio Génez,
que habia quedado con su regimiento cerca del
Mbututf para escoltar las carretas sostuvo un re-
100
nido combate con la vanguardia enemiga que le
alcanzó, tomándole ésta 3 piezas de artillería y
unas carretas.
Génez consiguió salvarse con el resto de estas
últimas y prosiguió su marcha sin más molestia
hasta San Estanislao.
El Mariscal pernoctó en Unión, y al día si-
guiente al romper el día, prosiguió su marcha.
Las fuerzas aliadas que habían avanzado hasta
Mbuttiy, sin duda, no creyeron prudente, o na
entró en sus planes, seguir más adelante; regresa-
ron a Caraguatay, donde habían establecido su
canipamento general. De allí enviaron columnas
a ocupar diferentes puntos de la República: Villa
Rica, San Joaquín^ Caazapá^ -4/^*i ^^^ José^ Ca--
rayad e Yhú, En cada una de estas poblaciones
hicieron reconocer y acatar la autoridad del Go-
bierno provisorio de la Asunción.
El Mariscal sin ningún incidente digno de
mención, llegó con las fuerzas que le acompaña-
ban a San Estanislao, el 23, tomando alojamiento
en un antiguo edificio fiscal conocido con el nom-
bre de colegio. Estaba situado en la extremidad
de la acera derecha del cuadro del pueblo. Las
Escoltas Acá'carayá y acá-berá, fueron alojadas en
unas casas que formaban la acera izquierda del
mismo. El batallón Riflero estableció su campa-
mento a la orilla de un naranjal que había atrás
del colegio El último lance de éste estaba demo-
lido; solo quedaban los horcones y las vigas. Te-
ñía una sala bastante espaciosa y algunas piezas
interiores con puertas que comunicaban con el
patio. Este era bastante grande y cerrado en par-
te por oficinas en el fondo y una muralla con un
portón que le daba entrada por la parte Norte.
En San Estanislao empezó el Mariscal a tomar
disposiciones tendentes a concentrar las pocas fuer-
zas que había en el campamento Tapiracuáin y
101
otros puntos al Norte, a objeto de reorganizar un
ejército regular, que debería constar de cinco di-
visiones de a 2.500 hombres cada una.
Parecía que el Mariscal tenía el propósito dq
establecerse deflnitívamente en la Villa de San
Isidro (Curuguaty) y terminar allí la guerra. Esta
suposición se rol)ustece en el decreto de 31 de
Agosto, declarando dicha Villa Capital Provisoria
de la República, y con la traslación del Vice Pre-
sidente, señor Sánchez, a ese pueblo con instru-
ciones de animar a los jefes de milicias de los
partidos que aún permanecían fieles al Mariscal
como Presidente de la Nación, así como con la or-
den que dio al comandante Orzuza para que pa-
sara con su batallón a San Isidro y mandara cul->
tivar la tierra y hacer plantaciones de los cereales
más indispensables a la subsistencia, debiendo po-
nerse de acuerdo al mismo objeto con el coman-
dante de la Villa de Igatimí, Tomás Urbierta.
La autoridad de Igatimi estaba, además en-
cargada de antemano de la importante misión de
la condución del ganada vacuno remitido del de-
partamento de Concepción para el consumo del
ejército. Esa remesa se hacía por la picada de
chirigüelo, atravesando la cordillera de Mbaracayú
y el río Aguaray-Guazú, frente a Panadero.
Dos o tres días después de nuestra llegada a
San Estanislao, hubo alíennos importantes ascensos:
Mongeiós, que hasta entonces era Teniente Coro-
nel, ascendió a Coronel; los coroneles José M. Del-
gado y Francisco Hoa, a brigadieres generales, y
los generales Cnballero y Resquín, a generales de
división.
Las penalidades y fatigas de todo género y
la escasez de alimentos para satisfacer las necesi-
dades materiales del cuerpo a fin de sorportar los
trabajos de tan dura campaña, iban minando gra-
dualmente el espíritu de las tropas al extremo de
engendrar en algunos cuerpos la idea de deslizarse
102
de la lealtad y adhesión a la persona de} Marical
y^'termínar de una vez la guerra con la elimina-
ción de este. Este pensamiento venía probable-
mente elaborándose desde Azcurra, y si no se había
llevado a cabo sin duda era por que no habíQ
adquirido suficiente madurez para su desenvol-
vimiento.
El descubrimiento de este propósito criminal
dio lugar a terribles sucesos de sangre en San
Estanislao, convirtiéndolo en una segunda edicción
de San Fernando.
El recuerdo de aquella luctuosa hecatombe
en que fueron sacrificados a la implacable saña
del Mariscal tantas personas meritorias por sus
servicios y sacrificios en defensa de la causa na-
cional, hace estremecer al alma que aún se agita
tristemente destilando gota a gota el supremo
dolor que la embargara al contemplar tan inmen-
sa desgracia. Profunda fué la impresión que dejó
en los corazones de cuantos tuvieron la triste suer-
te, o más propiamente, la cruel mortificación, de
presenciarla. La mano ^tiembla y la pluma se
resiste a relatar hechos fatídicos llenos de detalles
conmovedores; pero nuestra misión y \& verdad
histórica nos imponen el deber de afrontarlos;
armémonos pues de valor y prosigamos.
De Thú despacharon los aliados tres espías
de nacionalidad paraguayos, dos hombres y una
mujer de apellido Astorga. Se dirigieron por el
camino carretero que cruza los bosques de Curur
guaty^ y el 27 de Agosto fueron capturados por
una guardia nuestra que había en el tránsito. Un
piquete se encargó de la condución de los tres
para nuestro campamento, pero así que venían
marchando por el monte, aprovechándose de la
obscuridad de la noche, huyeron los dos hombres
metiéndose en la espesura del bosque. Uno de
ellos logró escaparse y el otro fué muerto. La
mujer Astorga fué conducida a San Estanislao. A
103
su llegada fué sometida a declaración, confesaixl»:
a don Luis Caminos después de algunas vacila^
cioñes que sus campaneros hablan traido la mU
sión de reconocer nuestro campamento y volver
a dar cuenta al enemigo, y que ella tenia que cot
municarse con el Alférez Aquino de la Escolta
acáberá que decía tener un proyecto, en combina-
ción con otros: el asesinato del Mariscal.
Aquino fué inmediatamente .reducido a pri-
sión. Al principio dice que negó la acusación",
pero careado con la Astorga fué convicto y confeso.
Era aquel un mozo de unos treinta y tan*
tos años de edad, trigueño, bigotes negros y de
aspecto simpático. El Mariscal le mandó traer a
su presencia en el patio del colegio^ con los bra-
zos atados por detrás e inició con él el siguiente
diálogo:
Y bien Aquino . . . ! con que me ha querido
matar . . . ?
Si señor, por varios motivos le he querido
matar; ya hemos perdido nuestra patria, y si aún
seguimos hasta aquí debe comprender que es sólo
para acompañar a su persona. Y sin embargo de
día en día. V. E. va siendo más tirano.
— ¡Ah . . . ! con que eso es así . . , ? Pero no ha
tenido suerte ...
—Verdad señor; V. E. nos ganó la delantera
{nde tenondé michi orejhegüi); pero no ha de
faltar otro que tenga mejor suerte y logre ma-
tarle . • .
Después de este corto diálogo que lleva mu-
cha semejanza a uno de aquellos que aparecen en-
los dramas antiguos, en que tal vez por primera
vez se le habló con tanta resolución y entereza,
ordenó que le llevaran a azotar. Aquino fué con-
ducido en un estado lamentable hasta Capiibary,
donde falleció.
En seguida, por llamado del Marical $e pre-
104
sentó delante de él el Coronel Mongelós (1), a
quien le dijo: que aunque inocente, le iba a man-
dar fusilar, porque por causa de su negligencia
y descuido, iban a ser victimas muchas tropas de
su mando. Va vd. a unir su sangre a la de
ellos, le dijo con toda calma.
Mongelós contestó: que no lo merecía, por
que estaba ajeno de cuanto había sucedido, que
aún era joven, no era flojo y muy capaz de sal-
var a la |)atria y a él.
Por toda réplica, el Mariscal oirdenó al Te-
niente Pedro Ovelar, del batallón riflero, que le
sacara la espada y le llevara, como le llevó, al
pié de la muralla que formaba el cuadro del pa-
tio, y pusiera dos centinelas de vista para custo-
diarle; y a su segundo, el Mayor Riveros, le lle-
vara al mismo lugar; pero algo más separado,
también bajo la custodia de dos centinelas y man-
dara buscar un sacerdote que prestara a ambos
el último auxilio espiritual.
Riveros, desde el sitio donde estaba, dirigió
al Mariscjd algunas sentidas y conmovedoras pa-
labrasi pidiendo perdón en mérito de su juventud
y del deseo ardiente que tenía de continuar de-
fendiendo el pabellón nacional hasta derramar la
última gota de sangre.
Pero el Mariscal se manifestó inflexible.
Cuando el Teniente Ovelar (2) (hoy mayor)
llegó con su compañía de rifleros para hacer el
servicio de guardia en el mencionado patio y sé
presentó a pedir orden al Mariscal, éste le pre-
guntó bruscamente como para sorprenderle:
¿No ha sido Vd. chamuscado?
Ño, Exmo Señor . . . ! Yo estoy como aquel
que se atoró en una ventana: no entro ni salgo . . . !
(1) Mongelós era comandante de una división de la qne formaban
parte las dos mencionadas escoltas.
i») Aun est& tíyo.
loó
— Vd. entró y no salió más,— qqerrá decir, le
contestó el Mariscal sobre tablas. Ya veremos
continuó, ordenándole que mandara empabellonar
las armas a las tropas de su mando (1).
Como se vé^ aquel honroso suceso tuvo tam—
l)ién su parte cómica y sarcástica. La risa de
Demócrito!
Uno de los complicados fué el Teniente Casco,
a quien el Mariscal en su nnsma presencia le man-
dó azotar. En medio del dolor le griló: Acuérdese,
señor de que hay un Dios ante quien lodos tenemos
que comparecer a rendir cuenta de nuestras faltas,
ante quien Vd. también talvez no tarde en compa-
recer para responder por este acto de injusticia que
está mandando hacer! ...
El General Caballero recibió orden para que
rodeara el cuartel de las Escoltas con una división
de infantería y redujera a prisión a todos los com-
prometidos, entregándole al efecto una lista de
ellos. Una vez rodeado el cuartel, Caballero or-
denó que todos salieran sin armas a ponerse en
formación. Así lo hicieron y todos los compro-
metidos o comprendidos en la lista, que fueron
unos sesenta y tantos, la mayor parte de acá herá,
fueron conducidos bajo custodia al campo de
ejecución.
Esta tuvo lugar en un bajo al noroeste a corta
distancia de la población y la mandó el Mariscal en
persona a caballo—Todos fueron fusilados por la
espalda, menos Mongeiós y Riveros.
Concluido todo, vino a arrodillarse en el atrio
de la Iglesia frente a la puerta mayor a orar por
un largo rato.
— Este acto es para nosotros incalificable.
— El Coronel Mongeiós, miembro de una de
(1) El Míiriscal ordenó al entonces comandante. Patricio Escobar
(hoy General) que enviara de su división dicha compañía. Impartió su
orden al Comandante de batallón de Riflero, Capitán Villasboa, porque
dicho batallón formaba parte de su divisi'in.
106
las familias principales del Paraguay, era edecán
del Mariscal por mucho tiempo antes de alcanzar
la graduación que teuiíi. Era de aspecto sajón;
alto, delgado, rubio, de ojos azules, tuvo participa-
ción en muchos conibates, y en todos iicreditó valor,
decisión y arrojo.
El General Itesquiíi asegura en sus Memorias
(p. 143) giie Aquitio hahia concebido el plan de
iisesiníiio del Mariscal con el Coronel Mongeiós,
cinco oliciales y sus sargentos.
Disentimos del General Resquiíi, en cuanto
hace aparecer a Mongeiós, como cómplice. El
mismo Mariscal le dijo a este en presencia de mu-
chos que era inocente, pero que era culpable por
su descuido, el cual había dado lugar a la for-
mación de un conato criminal contra él.
Habiendo sido inocente, lo aducido-por el Ma-
riscal, no justiiicaba la muerte de Mongeiós, ni
tampoco la de su segundo, el mayor Riveros que
estaba en el misino caso. Fué un acto cruel y
bárbaro, sin género de atenuación, como que el
mismo en ¡lersona dirigió el juicio verbal de in-
vestigación hasta su terminación.
El Mariscal perdió la ocasión que se le pre-
sentó para manifestarse grande y magnánimo. Con
el perdón de los culpables, se hubiera elevado a
las nubes, Una vez más confirmó lo que dijimos
a su respecto en el Capítulo II p. 40 del presen-
te tomo.
Cuando tuvo noticia de que considerables fuer-
zas brasileras se habían desembnrcado en los de-
partamentos de Concepción y Rosario, con pro-
pósito probable de operar contra San Estanislao,
se apresuró a levantar de este punto el campa-
mento, poniéndose en marcha el día 30 de Agosto
por la mañana con <iirección a San Isidro.
En efecto, en aquella Villa Concepción estaba
ocu|)a(la por 6,000 hombres de las tres armas a
107
las órdenes del. General Cámara, y la Villa del
Rosario por 5.000 al mando del famoso General
Victorino,
En San Estanislao dejó el Mariscal algunas
tropas ligeras con el objeto de observar el movi-
miento del enemigo.
Al Haber que tos aliados se dirigían hacia Sun
Joaquín, dispuso que el Coronel Kosen<lo IWmero
a la cabeza de 2500 hombres que formaban la
primera división fuese a ocupar la carretera del
monte de Oaíkó, en preciiucioii de cualquier movi-
miento hostil que por esa parte intentasen aquellos.
KI 7 de Setiembre, 1869, nuestro Fjército acam-
pó sobre la margen derecha del arroyo Capiibary.
Al día siguiente, el Mariscal mandó lancear nnos
cuantos más de su Escolta (pie, decían, estaban
coriipticados con el complot de San Estanislao,
según nuevas denuncias de Aquino, que como ya
dijimgs antes, pocos días después murió. (1)
De allí fueron despachados los Coroneles Sosa
y üelvalle con la cuarta división de 2500 hombres,
a gcupar la posición de Panadero, en el departa-
mento de San Pedro, con instrucciones de establecer
su. vanguardia sobre el Eio Verde.
El 10 del propio mes de Setiembre, 1869 se
dio orden de marcha, y atravesando las picadas
de "ihábirain, Taiy caagñy v Paeohd, fué a acam-
parse el Ejército sobre la margen derecha del arroyo
Tandei-y como una legua más abajo del pueblo de
San Isidro (Curuguaty).
151 18 de Setiembre, una columna brasilera
de caballería e infantería en combinación con las
fuerzas de Villa Concepción al mando del coman-
dante Pedriieza, marchó a las 3 de la madrugada
contra BeUn-cué, a batir la fuerza nuestra allf
acampada a las ordenes del comandante Cañete,
108
I
Debe advertirse que para emprender esta ope-
ración, el enemigo no tuvo necesidad de practicar
previamente ningún reconocimiento, ¡Jorque Pe-
drueza y Avala, jefe político de Horqueta^ co-
nocedores de aquellos lugares, guiaron a aquel,
indicándoles los mejores caminos para que no
tuviera ninguna dificultad en la persecución de
sus compatriotas que continuaban luchando he-
roicamente a pesar de los escasísimos medios de
defensa con que contaban.
Cañete, al tener noticia de la venida y apro-
ximación del enemigo en número muy superior,
se retiró prudentemente <íon su fuerza, consistente
en unos mil y tantos hombres a Sanguina^cué,
dejando dos escuadrones de caballería en Belén-cuéy
para entretener al enemigo mientras ejecutaba la
operación de su retirada.
lil 19 fué esta vanguardia de ('anete atucad'a;
pero no habiendo podido conseguir el resultndo
que buscaba que era el desalojo del paso del arro-
yo Nardnguú que defendía, eí enemigo suspendió
su ataque. El jefe de la vanguardia, aprovechan-
do esta tregua, se retiró a incorporarse con el
centro de la columna que se hallaba en esos mo-
mentos en Itapytanguá,
Los brasileros en número de 2.000, no encon-
trando ya obstáculo en el mencionado paso^ con-
tinuaron su avance a marcha forzada, y ese mismo
día llegaron a Itapytanguá y atacaron a la colum-
na de Cañete quedando dueños de aquella posi-
ción.
Cañete con el resto de sus gentes que no habían
caído prisioneros/O no habían muerto, se internó
en la rinconada de Sanguinacué, abandonando al
enemigo dos piececitas de artillería que tenía y más
de 1500 cabezas de ganados de toda clase.
Cañete se portó bizarramente. Hizo lo que
109
huinaiiainente le fué posible hacer como militar,
combatiendo con fuerzas muy superiores en numero
a las suyas.
El Capitán líoo, a la cabeza de 2(K)Ü hombres,
estaba destacado en Tacuati, con orden de dar
protección a las numerosas familias que, huyendo
del enemigo de todas partes, iban a refugiarse en
aquella población. El 2Udel mismo mes deSetiembre
fué atacado por las fuerzas brasileras; y a pesar de
una tenaz y heroica resistencia, fué derrotado con
pérdida de unos 40 hombres entre inuertos y heridos.
Y como consecuencin, todas las familias quedaron
en poder del enemigo-
El Capitán Roa con el resto de sus bravas
tropas, se replegó a nuestro Ejército en Ygaiimí,
donde a la sazón se encontiaba éste acampado
sobie el arroyo Ytanaramí, dando noticias de cuan-
to había ocurrido en l^acuati.
VA orden cronológico que, en lo posible procu-
ramos seguir en la relación de los sucesos, nos
obligó saltar al departamento de Concepción.
Ahora, obedeciendo a la misma razón, tenemos
que volver a Tandei-y, para hacernos cargo de olios
que, por su índole, tal vez sean los más graves de
cuantos hasta aquí hemos ref'jrido, como luego
se verá.
En la Cordillera de San Joaquín paraje denomi-
nado Hucurati/, estiii)an apostados los (Capitanes
Duarte y Ocanipos, con una j)equeña guarnición de
200 hombres más o menos. Una columna de las fuer-
zas aliadas al mando del Conde D' Eu que mar-
chaba en esa dirección atacó aquella posición el
22 de Setiembre. La pequeña guarnición paraguaya
defendió el pa.so con mucha bravura, tanto que
consiguió rechazar a los asaltantes, haciéndoles una
considerable baja en muertos y heridos.
Los aliados, después de este rechazo, se pre-
pararon a verificar otro ataque con más vigor; a
cuyo efecto, reforzaron sus fuerzas. Los Capitanes
no
Duarte y Ocampos, eu vista de esto y convenci-
dos de que sus tropas después de tanto pelear
no estaban ya en condiciones de desplegar la mis-
ma energía de antes, resolvieron retirarse cóma-
lo hicieron, yendo a incorporarse a la división
del Coronel Rosendo Romero que estaba en el
monte de Caihó en dirección a Carimhatay, qve
queda a corta distancia de San Isidro.
El enemigo no teniendo ya más obstáculo que
vencer, prosiguió su marcha hasta San Joaquín.
La noticia de la ocupación de este pueblo por
eL enemigo, cundió en el ejército, y llegó a oido
del Corone! Venancio López y demás miembros
de la familia del Mariscal haciéndoles concebir la
idea de fugarse al enemigo.
Kn San Fernando, Venancio López, por la
espontaneidad con que declaró, mereció de su
hermano la gracia del indulto.
En Azcurra, sin embargo, sin que sepamos la
causa, fué nuevamente preso y puesto en incómu-
nicíjción. En la retirada de aquel punto, un ofi-
cial a las órdenes del Coronel Marcó, jefe de la
mayoría, fué encargado de su custodia; pero du-
rante aquella prolongada y penosa marcha, sea
por consideración o cualquier otro motivo, sé ha^
bía ido poco a poco ensanchándole la libertad,"
tanto que en Tandei-y, gozaba ya casi completa,
sin haber habido para el efecto orden o autoriza-
ción superior, permitiéndosele estar en relación
intima con todos los de la mayoría y aún con
personas extrañas a ella. Como quiera que sea,
esta circunstancia se explica fácilmente, si se tiene
en cuenta que Venancio López y Marcó, en tiem-
po de paz, habían ocupado en la Asunción impor-
tantes puestos públicos: el primero como mayor
de plaza, es decir jefe de toda la guarnición de
la Capital que en aquella época no bajaba de
.4 a 5 mil hombres, y el segundo como jefe polí-
tico que tenía a toda la población en un puño,
ni
sin dejarla siquiera resollar. El recuerdo de las
relaciones de amistad y de compañerismo de aque-
lla época y la fraternidad que un mal común en-
gendra entre aquellos que lo sufren, habian con-
tribuido indudablemente a que se hablasen y en-
tendiesen y que Marcó, compadecido de la desgracia
de su antiguo amigo, no solo le haya mitigado la
rigidez de su prisión, sino que haya íiccptado
cualquiera proposición que le hiciera aquel ten-
dente a zafarse del poder del Mariscal.
En prosecución de esta idea, Marcó de acuerdo
con Venancio, después que supieron que el enemigo
se habla apoderado de San Joaquín, hizo desertar
de la Mayoría un cabo con una carta al general
comandante de las fuerzas aliadas, pintando la
triste situación de nuestro Ejército que no contaba
con suficiente elemento para hacer una resistencia
capaz de rechazar a su adversario, e invitándole
finalmente a que avanzara sobre nuestro campamen-
to en la plena seguridad de obtener un fácil triunfo.
Desgraciadamente para ellos, las fuerzas aliadas
en -esos momentos se encontríiban más o menos
en iguales condiciones que las nuestras, viéndose
por consecuencia, en la absoluta imposibilidad de
aprovecharse de la invitación qué les ofrecía una
magnífica oportunidad para concluir la guerra.
Fracasado así este plan, trataron de echar
manos a otros medios.
El 15 de Octubre, 1869 aniversario del adveni-
miento a la Presidencia del Mariscal, éste pasó al
pueblo de Curuguaty^ y dio allí un almuerzo, a que
fueron invitadas varias familias. A los postres, el
Marical se entretuvo en conversación con una seño-
rita de la Asunción^ algo locuaz, y agotándosela
a ésta su materia de conversnción, de repente le
dijo al Mariscal: he estado en la Mayoría y estuve
conversando con Venancio que goza de muy buena
salud.
El Mariscal tomó nota de esta noticia, y a su
112
regreso ni Ejércitto o sea a Tandei-y, despachó un
ayudante con orden de que Venancio López fuese
nuevamente reducido a prisión, haciendo al mismo
tiempo comparecer ante si el Coronel Hilario Marcó,
jefe de la Mayoría. Interrogado sobre el hecho de la
libertad de Venancio sin previa autorización suya,
no acertó a dar una contestación satisfactoria: en-
tonces el Mariscal le hizo conducir arrestado a
una guardia que quedaba inmediata a la en x^ue
estaba Venancio López.
Este vio desde la distancia a su cómplice preso
y pensando que estaba descubierta la trama, pidió
al oficial que le le custodiaba que hiciese decir a
su hermano que enviara uña persona de confianza
para revelarle lo que habían proyectado.
En efecto, el Mariscal envió primero al Ministro
Caminos, después al General Resquin y por ultimo
al Vice-Presidente Sánchez. A todos tres reveló
de un mismo modo el |>lan de envenenamiento que
había proyectado llevar a cabo contra el Mariscal.
Hé ahí cómo fué descubierto el conato de en-
venenamiento y nó por medio de una sirviente
como aseguran algunos.
Venancio López creyó que con la treta de una
confesión expontánea semejante a la qué hizo en
San Fernando, obtendría el mismo resultado que
consiguió en aquel campamento, es decir, el perdón
de él y de sus hermanos. Infelizmente se equivocó.
A fin de formalizar el proceso, se crearon dos
tribunales: el 1°. compuesto del Comandante Manuel
Palacios y el (Capitán de Fragata Romualdo Núñez,
y el 2°. del Coronel Avalos y el Sargento Mayor
Bernardo Villamayor.
Cuando Venancio compareció ante uno de esos
tribunales, confesó sencilla y llanamente su com-
plicidad con Marcó y varios oficiales de la Mayoría
en un conato de asesinato por medio del veneno,
a fin de terminar la guerra, habiendo tenido pre-
113
paradas dos canoas en el rio Curuguaty, (1) para
tugarse en caso de fracasar ó^de una persecución,
Marcó a su vez fué también convicto y confeso de
la misma causa.
Venancio, Marcó y su esposa Bernarda Barrios
y el médico Castillo comprometieron en sus de-
claracibnes a doña Juana Carrillo de López y sus
dos hijas viudas Inocencia y Rafaela; a estas
como conocedoras, y a la primera, como empe-
ñada cooperadora del asesinato proyectado.
Todos los que resultaron complicados en di-
cho proceso: el médico Castillo y cinco o seis
oGciales más de la mayoría, convictos y confesos
del conato de envenenamiento y plan de fuga al
enemigo, fueron pasados por las armas excepto los
Coroneles Venancio López e Hilario Marcó. Este
último fué ejecutado en el campamento de Zanja-hú
al otro lado del monte de [gatimy después de ha-
ber soportado los más crueles sufrimientos. (2)
La madre del Mariscal, con sus dos hijas, fué
trasladada en calidad de arrestada, de Sun Isidro
a Igatimi. Cuando lleguemos a este punto se dirá
lo que allí pasó.
Algo debo decir acerca de la manera especial
en que tuvo lugar mi ascenso a Coronel.
Andaba bastante indispuesto y puedo asegurar
que mi indisposición en tiempo, normal, me hu-
biera justificado guardar cama. Tenía todo el
cuerpo lleno de erupciones cutáneas que le man-
tenían en una temperatura de fiebre constante.
(1} Dichas canoas fueron halladas escondidas en el mencionado río.
(3) No habiendo tenido yo ninguna intervención en la averiguación
de los hechos o sucesos mencionados, los datos consignados me han sido
proporcionados por los que tuvieron intervención directa en ellos, y
que ai&n están vivos. Bl Coronel Aveiro, en un concepto equivocado,
Como lo ha reconocido después, ha mezclado mi nombre al hablar de
esos sucesos en su declaración de fecha 88 de Marzo de 187o, abordo del
Igttatimi. Esa equivocación es muv comprensible, dada la circunstancia
especialísima en que la tuvo que aar, conforme él mismo lo mnniflesta
en la Nota al pie de la protesta que con fecha 3o de Junio dirigió al
Jarfial de Comercio de Rio Janeiro cuyo documento va en el Apéndice
de este tomo.
114
No había que quejarse, y como en esas regiones
casi no pasaba un día sin lloveí'', se nos pegaba,
empapada al cuerpo, la única ropa que llevá-
bamos puesta. El único . testigo de mi sufri-
miento era mi ordenanza. Este, condolido de mi
estado, preparó una especie de untura que me
propuso aplicar.
Acudí a, su caritativa proposición, y al efecto'
y a indicación del mismo,, me tendí al suelo bo-
ca abajo. , -
En esta circunstancia, v en el momento de
dar comienzo a su operación curativa mi nuevo
Galeno, se presentó ún ayudante del Mariscal,
gritando: ¡Comandante Centurión^ le llama S, Ef...
Al oir esta yoz, di un salto Como si no tuviera
nada, coatestando en el acto: ¡allá voy! ..... Con
el susto de tan inesperado llamamiento desapareció
momentáneamente mí enfermedad, no sentí más
dolor!,.... Apresuradamente me puse la blusa y
la espada y volando me presenté al Cuartel General.
Me cuadré delante del Mariscal que estaba sentado
en un saloncito improvisado de su tienda de cam-
paña. Al ratito salió y tomó asiento la. Señora
Lynch; saludándome con sonrisa de amabilidad,
¡en contestación a mi respectivo saludo. Luego
apareció un sirviente con tres copas de cognac
servidas en una bonita bandejita. La Señora Lynch
cogió' la una, el Mariscal la otra, y señalahdo la
última que quedaba me dijo: «tome esa copa».
Provistos así los tres, el Mariscal haciendo una in-
clinación de cabeza, dijo: A la salud del Coronel
Centurión! Contesté con mi reverencia, antes de
beber el contenido de mi copa^ dándole las gracias
por la inrnerecida honra que acababa de conferirme.
Muy lejos estaba yo de esperar que toda esa
ceremonia iba a tener este desetilace.
Un galón más lisonjea, como es natural, el
115
amor piopio de un militar, porque es un progreso
eu su carrera que debe ser la justa aspiración de
cuantos se sacrifican por su patria.
Pero también .significa un deber más cuyo
cumplimiento iba siendo todos los días más difícil
por las aciagas, apremiantes y crueles circunstan-
cias porque íbamos atravesando. La vida de uno
estaba pendiente de un hilo: y sin más ceremonia
que una declaración verbal, se Je hacía volver al
otro mundo!
En este concepto, un ascenso no era un halago,
sino un peligro!
CAPITULO Vil
De Tandei-y a Igatimí. El Mariscal pide parecer para el
enjuiciamiento de su madre doña Juana Carrillo de López.
Marcó y su esposa procesados. Pancha Garmendia. La divi-
sión del Coronel R. Romero se incorpora al Ejército. El
Coronel R. Romero y Comandante José Páez parten a hacerse
cargo de la columna de Tupí pytá. Manuel Trifón Rojas.
Incidente personal con el Comandante Gaona.
Kl 17 o 18 de Octubre, no recordamos bien,
dio orden de marcha. Ese mismo día a eso de la
1 p. m. pasamos el pueblo de San Isidro y fuimos
a acampar, ya al ponerse el Sol en una cañada
cerca de un boquerón. El General Delgado coman-
daba en jefe las fuerzas destinadas a proteger la
retaguardia de nuestro Ejército en marcha. Al
día siguiente, al abandonar el último campamen-
to, dejó al Mayor Verón a la cabeza de 500 hombres
de caballería a la margen derecha del rio Curuguaty;
a fin de proteger la retirada de la división del
Coronel R. Romero del monte de Cahió^ con preven-
ción al mismo tiempo de observar el movimiento
de los aliados de Villa del Rosario hacia Curuguaty.
El 20 del mismo mes, nuestro Ejército estuvo
acampado entre el Jejui-Guazú y el Jejuí-mi. De
allí, pasando por el puente de éste, fué a acamparse,
el 23, a una legua de distancia de la Villa de Ygatimi,
En este punto fué instalado un taller para arreglar
o componer las armas inutilizadas. El Mariscal
118
que se preocupnbn de todo, había mnndado condu-
cir allí con anticipación, y venciendo mil dificul-
tades, las piezas de máquina necesarias para dicha
instalación. Cuando el enemigo tuvo noticia de la
existencia de dicho taller en punto tan apartado,
no acabó de ponderar la actividad y tenaz per-
sistencia de aquel hombre extraordinario, cuya
laboriosidad v constancia eran verdaderamente sor-
prendentes.
El 28 del mismo mes fué atacado el destaca-
mento de Curuguaty al mando del Mayor Verón
por fuerzas aliadas. Después de una encarnizada
refriega con pérdidas de una y otra parte, se retiró
Verón a incorporarse ala vanguardia del General
Delgado. El enemigo fiel a su táctica de siempre
se apoderó de aquella posición, sin cuidarse de
mandar perseguir a su adversario que iba en
retirada.
El General Delgado molestado por los aliados^
efectuó con sus tropas el pasaje del Éio Jejuí puazúy
situándose en la margen derecha del mismo, espe-
rando por momento ía llegada de los aliados que
no aparecieron por ahí.
Después de una permanencia de 7 días, nos
trasladamos a Ygatimi.
El Ejército pasó al otro lado del pueblo esta-
bleciendo campamenlo a la margen izquierda del
arroyo Itanarámí.
El Mariscal instaló su cuartel General en una
casa pajiza con culatas, al lado del camino real y
rodeado de un gran narajal.
* A mano izquierda del mismo camino yendo
del pueblo, a dos cuadras de distancia más o menos,
acampó la mayoría tomando su jefe para aloja-
miento una casita de paja con culata al estilo de
campaña.
El Mariscal llegó a ygatimi^ y como es fácil supo-
119
ner preocupado del asunto de su climínnción por vi
veneno, y decisión o fuga al enemigo de los com-
plicados, en que estaban gravemente coraproinetidas
su madre y hermanas.
Dos o tres días después del establécienlo de
nuestro campamento en lianarámi^ a fin de resolver
sobre el enjuiciamiento de la niadre, reunió a su
presencia al Vice-Presidente Francisco Sánchez,
Luis Caminos, José Falcón, General Francisco T.
Resquín, Comandante Manuel Palacios, Coronel
Aveiro,Xapellanes José del Rosario Medina, Fran-
cisco Solano Fspinoza y Fidel Maíz, el vque escribe
estos apuntes y el Capitán, de Fragata Romualdo
Niiñez. Todas estas personas, en el orden en que
están nombradas, se sentaron al aire libre en unos
bancos, formando semi-círculo en frente de una
rnesá presidida por el Mariscal.
Este pidió a cada uno su parecer acerca de la
necesidad de hacer comparecer a su madre en juicio
a responder a las acusaciones que contra ella se
hicieron. Principió por don Francisco Sánchez,
que ocupaba el primer asiento a la izquierda. Este
dijo: «Za que V, E, kaga, estará bien hecho*. Al
oir esta contestación, el Mariscal golpeó la mesa y
soltando una carcajada, dijo: «/^Á, Sr Sánchez, me
ha tirado Vd. por tablar/ : Caminos y los otros
que siguieron hasta llegar a Aveiro, opinaron que
el Marical debería de sobreseer la causa a favor de
su madre y que era mucho más noble ver a un
hijo perdonar que no castigar las faltas de uña
madre. El Coronel Aveiro manifestó que a su
juicio, era de necesidad la comparecenciaí de doña
Juana C. de López ante la justicia a responder
a los cargos que pesaban sobre ella, no precisa-
mente para sujetarla a las resultas o consecuencias
de la causa, sino simplemente para constatar el
hecho de.su falta, de manera que pudiese así en-
mendarse en adelante de los errores religiosos v
120
morales (1) que padecía, foda vez que el Gobierno,
por las facultades extraordinarias que le acordaba
la ley y el derecho de gracia dé que gozaba, podía
al final librarla de todo. Los demás qué seguían
a Aveiro opinaron lo mismo que los primeros.
Cuando llegó su turno al Padre Maiz, éste discutió
largamente con el Mariscal que escuchaba y reba-
tía las oportunas citas de las Sagrada Escritura que
aducía en apoyo de sus argumentos el ilustrado sa-
cerdote a favor dé la madre del Mariscal. Yo estaba
temblando de miedo calculando que aquel debate,
que evidentemente contrariaba los propósitos de
éste, tuviese un desastroso fin para el padre Maiz.
Felizmente terminó con la aparente derrota de éste.
En seguida se dirigió a mí: ¿y Vd. qué piensa'?
Exnao. Señor, me adhiero en un todo a la opinión
del padre Maiz, le contesté. El Capellán Romualdo
Núñez, que ocupaba el último asiento, hizo lo mismo.
De modo que solo el CoronelJAveiró estuvo por
el enjuiciamiento. El Mariscal desestimando el
parecer de la mayoría, declaró, no sin sorpresa de
todo el mundo, que el único que estaba en lo
cierto era aquél; extendiéndose en consideraciones
de orden moral en el sentido de justificarla nece-
sidad de adoptar el procedimiento aconsejado por
Aveiro. «No cabe» decía, «hacer otra cosa en «pre-
sencia de la sangre de tantas gloriosas víctimas
que aún está humeando en los campos de batalla».
Desde que la opinión de la mayoría no debía
de prevalecer, '¿qué objeto tenía aquella reunión?
Pero conste en honor del Ejército y de la hu-
manidad, que ésta condenó, en la forma qué fué
(1) Refiere el mismo Aveiro y otros de los jueces snmareantes, que
la incrednlidad de la señora Carrillo de Liópe« habia llegado hasta el grado
de negar la existencia de Dios blasfemando contra él j profiriendo terri-
bles imprecaciones contra sus h^os, a quienes con el crucifijo en la mano
les habia hecho jurar para que no declarasen nada eu caso de ser llamados
a declaraciones.
Efectos de la rabia que produjo naturalmente en su ánimo al rerae
contrariada por el fracaso de sus planes.
121
posible hacerlo, el proceder que luego adoptó el
Mariscal con su desgraciada madre. El Mariscal,
una vez más hizQ lucir la omnipotencia de su padre,
exponiendo su nombre a la censura y a la crítica,
cuando pudiera haber salvado toda responsabilidad
apoyándose en el dictamen de la mayoría,
Pero sea de ello como fuese, y poniendo de
lado la mencionada junta, opinamos que la reso-
lución del Mariscal se presta a algunas reflexiones,
Y no vamos a entrar en éstas con ánimo de dis-
culpar al Mariscal, pues comprendemos que hay
actos o hechos mandados ejecutar por él que no
pueden merecer ninguna disculpa, aún teniendo
en cuenta la diñcilisima circunstancia en que se
encontraba: cabe suponer que haya querido so-
breponerse a los sentimientos filiales para poder
cumplir con toda la independencia e imparcialidad
a que los altos deberes como magistrado supremo
le obligaban en los momentos solemnes de la de-
fensa nacional, y en un asunto o causa verdade-
ramente grave que le creaba una situación bas-
tante difícil.
En efecto, <-,qué juicio hubiera merecida el
Mariscal de nacionales y extranjeros, de amigos y
enemigos, si prescindiendo de los suyos, se hu-
biera concretado a enjuiciar y castigar a los ex-
traños? De seguro que esa prescindencia o excep-
ción a favor de sus parientes, hubiera sido califi-
cada como una odiosa y repugnante parcialidad,
como un egoísmo monstruoso y sin paralelo . . .
El auto de allanamiento de su madre que, a
"pedido de los jueces, dictó después en Zanja-hú
*'y que dice: "Sea interponiendo desde ya para
**su tiempo todo mi valer en favor de mi madre,
"y en el de mis desgraciadas hermanas, todo aquello
"que la salud pública 'pueda aún permitirme (1),''
(1) Véase la exposicidn de Manuel Palacios ano de los jueces en e^
Apéndice de la obra de Masterman que su traductor David Lewis, creyó
conveniente agregarle, a pesar de la acritud de sus notas a la misma obra.
122
manifiesta que a pesar de aquella resolución^ el
hombre no se había desprendido por completo^
no había cerrado el corazón, a las consideraciones
a que naturalmente le eran acreedoras su madre
y hermanas.
Por otra parte, motivos fundados existen para
creer que el Mariscal se inspiraba en las obras
de los autores antiguos de que era asiduo lector
en tiempo de paz durante su permanencia en el
Paso de la Patria. . ,
La civilización antigua, como es sabido, que-
da muy atrás de la actual en cuanto al desarrollo
y práctica de los sentimientos de humanidad, dé
caridad y de filantropía, los cuales eran poco me-
nos que desconocidos entonces. Esos sentimien-
tos, o más propiamente, esas virtudes, son hijos
del Cristianismo. Lo que alcanzó un alto grado
de desarrollo, fue el sentimiento patrio como lo
comprueba la historia de los hechos más extraor-
dinarios porque se distinguieron los ciudadanos
más eminentes de Grecia y Roma. Un acto, mi-
rado entonces como una manifestación de grande-
za de alma, hoy tal vez seria considerado como
una extravagancia, una exageración o una locura.
Y aunque hasta cierto punto parezca una contra-
dicción, está reconocida como una verdad corrien-
te que «el sello característico de nuestro siglo es
el positivismo que tiende a materializar o a mer-
cantilizar todo.
Ese espíritu de profunda abnegación, esa fé
inquebrantable en el triunfo de la justicia y de la
verdad, y esa decidida voluntad en defensa de una
causa o de un principio llevada hasta el sacrifi-
cio de antes, ha desaparecido, y todo se reduce y
disuelve al cálculo de tanto por ciento. Y como
bien dice V. Hugo. «Hoy hay muy pocos judíos
que sean judíos, muy pocos cristianos que sean
cristianos. No se desprecia ya, no se odia ya, por
que )^a no se cree. Inmensa (desgracia! Jerusalén y
Salomón cosas muertas •Roma y Gregorio Vil,
cosas muertas. Solo existen Piuís y Voltaire» (LH-
ierature et Philosopkie meléfs, pg. 37).
Un poco de historiíi ayudará a explicar mejof
nuestro pensamiento. Después déla expulsión de
los reyes, se creó en Honia un gobierno consular
compuesto de dos cónsules; Junio fíiuto y Turquino
Colatino. Pero la Mhertad que- acordaba de con-
quistar los patriólas romanos, estuvo a punto de
perderse por la astucia y la traición. Algunos miem-
bros de lajuventud romana, amigos de ios Tarquí-
nos, proyectaron recibirá los reyes de noche en la
ciudad, y consiguieron asociar a su proyecto a los
mismos hijos del Cónsul Bruto. Uno dé los escla-
vos de ésle, se apercibió del complot y lo denunció
a los Cónsules. Una carta dingt<la a los Tarquines
fué tomada y presentada como prueba de la traición.
Los traidores fueron arrojados a la prisión y en-
seguida condenados. Viéronse entonces atados al
poste jóvenes de las familias más distinguidas; pero
sobre lodo los hijos del Cónsul atrajeron la mirada
compasiva de las gentes que se agrupaban a contem-
plar aquel triste espectáculo. Los Cónsules sentado.s
en sus poltronas, se encontraban presentes, y asi
que ordenaron a los lirtores. éstos desnudaron a
los culpables, los azotaron y luego les cortaron la
cabera.
Bruto no solo fue testigo del suplicio, sino que
presidió la ejecución de sus hijos, olvidando, dice
la historia, que era padre para obrar como Cónsul.
¿Cómo se habría mirado ese Bruto en nues-
tros días?
Sencillamente como un monstruo abominable,
de una crueldad inaudita!
Pero no nos anticipemos y prosigamos.
El rey Tarquino, después de este fracaso, pro-
curó reconquistar el trono a viva fuerza: su hijo
Arnus comandaba la caballería de vanguardia; más
atrás venia el rey en persona a la cabeza de sus
124
legiones. Los Cónsules salieran al encuentro del
enemigo. Bruto iba por delante despejando o ex-
plorando el camino.
Arnus se apercibió de él, y, montado en có-
lera, picó el caballo y se dirigió al Cónsul. Este
no se hizo esperar, y se presentó a hacer frente
a su adversario. El choque fué tan terrible, qiie
ambos se traspasaron simultáneamente con sus
lanzas y cayeron a un tiempo muertos. Sin em-
bargo, el rey Tarquino fué derrotado. El otro
cónsul sobreviviente hizo su entrada triunfal, en
Roma, y rindió a su colega Bruto los honores
fúnebres con el revestimiento de la más suntuosa
pompa.
Las damas romanas llevaron luto por Bruto
durante un año como si hubiera sido padre de
ellas. (1)
Honraron así la memoria de Bruto, porque,
sin duda, no vieron en él otra cosa que un abne-
gado patricio que tuvo la sublime virtud de mo-
rir en defensa de la libertad de su patria.
Por otra parte, no debe perderse de vista que
la defensa nacional o sea la salvación de la patria,
era una idea encarnada no solo en López, sino
en todos los ciudadanos que le acompañaban. Lo
que contribuyó poderosamente a alimentar y encen-
der el fanatismo patrio en ellos fué, a no dudar-
lo, el Tratado Secreto de Alianza, en que entre
otras cosas, estaba estipulada la repartición del te-
rritorio |)ara<4nayo (¿irt. 16). Dicho tratado era la
bestia negra que precipitaba a cada paraguayo a la
muerte, porque para éste a mérito de esa razón la
guerra llegaba a ser de vida o muerte; para él no
había más disyuntiva que libre o esclavo^ que
PATRIA o MUERTE. Y la peregrinación ¿ Cerro
Cora, con todas las angustias de sus múltiples
(1) De tiris Ilustribus Ürbt's liorna o Romulo ad Auguetum Junius
Brutus romanorum cónsul primos, sorore Tarquini natus.
125
incidencias, es una comprobación de la verdad de
este hecho. Esa peregrinación no era una imbe-
cuidad^ sino efeclo de una idea sublime llevada
al máxin^o de intensidad de qi;e es capaz el amor
a la tierra que vio nacer a cada uno,— el amor
al liogar,— el cariño al nido donde al calor de
esa lu2 bella que vemos en la dulce cuna, se in-
culcan nuestra felicidad y la esperanza en la más
risueña y encantadora ilusión del porvenir.
En ese amor al suelo sagrado de la patria está
compendiado todo cuanto hay de grande y de su-
blime, y cualquier atentado o amenaza contra él,
aumenta y aviva ese sentimiento hasta un grado
incalculable. «Hay en el país natal, dice Ovidio, yo
«no sé qué de dulce que nos llama, que nos en-
«canta y que no nos permite olvidar» es decir, se
sentimiento de profundo cariño que experimentó
Ulises, errante lejos de su tierra nalal, para solo
desear por toda felicidad apercibir el humo de su
palacio! \Imbecilidad! Expresión de un asno con
figura humana; desconocimiento del más sagrado
fuego que arde en el pecho de cada ser humano.
Pero pongamos término a esta digresión y rea-
sumamos la hilación de nuestro relato.
Mientras las cosas pasaban como quedan refe-
ridas más arriba, los tribunales continuaban fun-
cionando en ftanarámi en prosecución de la causa
incoada en Tandéi-y.
En el curso de ella, resultó por las declara-
ciones de Marcó y su esposa Bernarda Barrios,
complicada la Pancha ¡Garmendia en el conato de
envenenamiento que constituía el fondo y objeto
principal del proceso.
Los jueces entonces dispusieron su compare-
cencia. Un sargento de infantería fué enviado a
buscarla de donde se encontraba junta con otras
mujeres cofinadas de resulta de la célebre causa
seguida en San Fernando.
Una tarde ya al ponerse el Sol, venía pasando
123
con dirección a la mayoría con su acompañado.
La vio el Mariscal que se hallaba en ese momento al
lado del camino próximo al Cuartel General y
preguntando quien era la que pasaba, uno de los
presentes que estaba a su lado le dijo que era la,
Garmendia. La hizo llamar y así que se presentó
ordenó al Sargento que se retirara a su cuerpo.
Se encontraban presentes en ese momento las
siguientes personas: el Vice-Presidente Sánchez,
los señores Caminos y Falcón, los Generales Kes-
quin y Caballero, los Coroneles Patricio Escobar,
Silvestre Carniona y Aveiro, el que escribe estas
memorias, el Capitán de Fragata Romualdo Núñez,
los Comandantes Mauricio Benítez y Manuel Pala-
cios, los Capellanes Maíz y Espinoza y varios
ayudantes de servicio;
Después de los saludos y cumplimientos de
urbanidad^ el Mariscal en presencia de todo el
mundo dijo a la Garmendia: Que era conducida
a comparecer ante sus jueces a prestar declaración
en una causa grave en que estaba sindicada de
complicidad, y que le pedía como un servicio
especial que cuando fuese interrogada, depusiese
la verdad sencilla v llanamente tal cual ella tupiere
conocimiento o participación. La Garmendia algo
agitada y con viveza le interrumpió diciendo: ¡oh,
soy una mujer incapaz de mentir, y desde ya puede
preguntarme lo que desea saber.
El Mariscal le observó que no era él quien
debía interrogarla, sino sus jueces; y que era para
ante éstos que le pedía lo ya dicho. Que era escu-
sado que le interrumpiese, que el caso de que se
trataba era serio, de toda seriedad. Que le escu-
chara y pesara en todo su valor sus palabras y su
recomendación de franqueza y sinceridad. Que el
servicio que le pedía, no solo se la encarecía sino
hasta le rogaba la prestara como un recuerdo de
las relaciones de antes. Que si. así lo hacia le
prometía delante de todos I03 señores presen-
127
tes, bajo la fé de su palabra de Jefe supre-
mo de la Nación, que acto continúo a su de-
claración franca firmaria su absolución y completa
libertad; pero que si no procedia asiV, lo que no
esperaba, le privaría de esa satisfacción porque su
negativa le pondría maniatado, sin porder así fir-
marle la libertad prometida. En este sentido abun-
dó su encarecimiento previniéndole además, que
daría órdenes a sus jueces de no asentar su repuesla
negativa, si sensiblemente así sucediera, hasta que
recibiera nuevas órdenes.
Le manifestó también que ya anteriormente,
debiera haber comparecido en San Fernando ante
otros jueces por otras causas no menos graves,
pero que él entonces le había servido de escudo
y de esa manera se había salvado o no había tenido
que sufrir penalidades y todo por la amistad de
que ha hecho mención antes, agregándole que de
esta vez no le era posible proceder de igual modo
con ella, por la seriedad que le tiene significada;
pero que mediante el servicio que le pedía, podría
todavía hacer en su favor lo que le había prometido.
Después la invitó a que le acompañase en su
mesa, y mientras llegaba la hora, la hizo pasar
hacia donde se hallaba la Lynch.
Terminada la cena, ya a altas horas de la noche,
se levantaron j en presencia de los señores Sánchez,
Caminos, Resquín y Caballero, (\) le reiteró su
consejo y pedido, y enseguida fué conducida a la
mayoría a guardar arresto con recomendación de
ser bien tratada. Efectivamente en la Mavoría se
le dio una pieza donde pasó el resto de la noche. (2)
"Al día siguiente» prosigue Aveiro en su re-
"lación que va en el Apéndice de este tomo, en
(1) Yo ya no estaba allí
(2) Hasta aquí venimos ^siguiendo la relación del Coronel Aveiro,
casi literalmente por ser miiy verídica y exactísima, tal cual sucedió el
caso que relata; el que escribe estos apuntes, ha sido también uno
de los testigos presenciales.
128
^^contestación a mi carta fecha 24 de Abril de 1890,
''fué llamada por los jueces, a quienes vd. los co-
"noce, viviendo aún hoy dos de ellos; se le hizo
**la interrogación en términos genéricos, y respon-
"dió no dar razón sobre el punto interrogado ni
"sobre otro alguno, que era inocente de todo.
"Sin escribirle, por supuesto la respuesta negativa
"porque asi era la prevención del Mariscal a los
"jueces instructores, se le dio aviso y entonces
"ordenó que se le diera tregua para reflexionar y
"contestar, enviando durante tres días enteros que
"duró aquella espera, de mañana y tarde, ya a
"Camino y Falcón, ya al Coronel Aguiar, ya a
"Resquín y ya al mismo Vice-Presidente Sánchez
"y a mí, todos repetidas veces a instarle que no
"persistiera en la negativa sobre hechos averiguados
"que por su franqueza, por más comprometida
"que fuera mantenía su compromiso a su favor
"hasta que inalterable ella, por último, al cuarto
"día creo, se la mandó decir por Caminos, que ya
"que persistía en su tenacidad, la abandonaba a
"la acción libre de la justicia, para que se obre
"con ella lo que mereciera ya que había despreciado
"su palabra. Tal es el resumen y sentido de lo
"que pasó entre el Mariscal y la Garmendia.
"Se escribió su negativa a la pregunta que
"estaba pendiente y acto continuo se ordenó un
"careo con Ja esposa de Marcó, la señora Barrios,
"su principal acusadora al par de su marido, quien
"empezó a recordársela punto por punto, los sitios,
"dichos, actitudes, hechos, proyectos y personas
"que intervinieron, y entonces como rehecha la
"Garmendia muy conmovida y derramando lágri-
"mas dijo: que ya que veía que todo estaba ave-
"riguado, en fuerza de la razón confesaba que era
"cierto, pidiendo a los jueces que intervinieran
"en su favor para ante el Mariscal a fin de noretirar-
"le su promesa. Y retirada la Barrios empezó ella
"a relatar, respondiendo a los interrogatorios todo
129
"lo hubo y sabia, completamente de acuerdo con
"las declaniciones de Ins personas que la habían
"citado. Y el Mariscal a quien se hizo présente
"su pedido contestó: no se ha fiado en mi palabra
"y basta/ . . .
**Esta reminiscencia y relato, tal vez se ponga
"en duda por algunos que quieran ensalzar el
"nombre y memoria de aquella desgraciada mu-
"jer para enlodar más y anatematizar al hombre
"a quien le locó t;m funesto papel.
"No obstante el relato es la verdad, v como
"llevo dicho muchos de los nombrados aún vi-
"ven». (1)
He ahí la relación exacta de cuanto hubo res-
pecto á la Pancha Garmendia^ según pasó ante las
personas nombradas, de quienes aun viven algunos.
1^ historia, fiel espejo de los acontecimientos
pasados y juez inexorable, como expresión de la
conciencia humana, dará su veredicto con la fría
imparcialidad que incumbe a su alta y noble mi-
sión en este asunto de tan triste recordación.
Volviendo ahora a los negocios militares, de-
bemos consignar que el Coronel R. Romero con su
división, ' se incorporó al Ejército Nacional en
Itanárámí.
El Mariscal, preocupado de la provisión de
ganado para el consumo del Ejército que empe-
zaba a sufrir los crueles efectos de la escasez de
víveres, resolvió colocar jefes activos y enérgicos
a la cabeza ¡de la columna de Tupi pytá^ hasta
entonces comandada interinamente por Cañete
desde la calda de Galeano, y al efecto nombró al
(-oronel R. Romero v al teniente Coronel José
Píiez, aquél como I*' y éste como 2° comandante
(1) Remito al lector que quiera enterarse de otros detalles intere-
santo al documento citado el cual obra íntegro en el apédice. El Oene-
ral Resquii) es muy deficiente é inexacto sobre este puuto, como 8obr«
muchos otros sucesos.
I ^^Lim^mmmm^ii.
130
de aquella columna. Fueron despachados a me-
diados de Noviembre con especial recomendación
de recoger todo el ganado, vacuno que hubiese
en las estancias de Tacuaras v Pedernal. Yba con
ellos, acaudillando una cuadrilla de espías^ el al-
férez Luis Molinas, (hoy Sargento mayor) a objeto
de servir en la vanguardia de la columna de Ro-
mero, como explorador, a lo que casi siempre ha
sido destinado dicho oficial.
Hablaremos más detenidamente de los sucesos
del Departamento de Concepción en el siguiente
Capítulo.
Dijimos en el Capítulo IV, que don Manuel
Trifón Rojas, de redactor principal de La Estrella
que se publicaba en Piribebuy, había sido destina-
do a servir de soldado en un batallón, por ciertas
intrigas que algún enemigo suyo hizo llegar contra
él al Mariscal.
Un día, en cumplimiento de mi deber como
jefe de la mayoría, anduve recorriendo los cuer-
pos de infantería acampados cerca de la mayoría,
y con no poca sorpresa encontré a don Trifón
Rojas tendido en el suelo, más muerto que vivo,
por la suma debilidad que le tenía postrado.
Para intundirle algún aliento, le dije:
— ¡Ola! amigo Rojas, qué le pasa; parece que
vd. está abatido. Nada de cobardía, ánimo y valor!...
Me contestó con una vocesita muy débil.
No, señor, no estoy desanimado; pero me en-
cuentro algo indispuesto . . .
— Pues lo siento; pero no tenga cuidado, ahora
fe vamos a curar, le dije y lo dejé.
Por supuesto no se necesitaba la ciencia de
Galeno ni de Hipócrates para descubrir que la
enfermedad que padecía era la epidemia reinante:
el hambre!
A mi regreso a la mayoría, mandé orden al
jefe del batallón para que me enviara al soldado
Trifón Rojas, a prestar servicio en dicho cuerpo.
131
En eftícto, ie tuve conmigo en calidad de escri-
biente hasta la marcha de nuestro ejército de ese
panto a la margen derecha del Arroyo Guazú. Que
el lector juzgue de mi atrevimiento, pues todo eso
. lo hice en obsequio de mi antiguo amigo, señor
Rojas, sin conocimiento del Mariscal! ...
Cuando devolví a su cuerpo que fué momen-
tos antes (le levantarse e) campamento, estaba
sano y robusto;, sin embargo, no había podido
soportar- la larga y [)enosa marcha al través del
monte Igatimi. Sucumbió antes de salir al otro
lado^ según noticia que me dieron los que llega-
ron después a Arroyo Guazú.
Hasta ahora lo srento; era hombre, preparado,
y si hubiese vivido, hubiera prestado importantes
servicios a su país.
Hago mención de él no solo porque sea per-
sona instruida, sino porque gozaba de considera-
ciones en la sociedad paraguaya, consideraciones
bien merecidas por su cultura e inteligencia.
En aquellas alturas, a medida que aumenta-
ban las dificultades con que tuvo que luchar el
ejército en marcha, mayores eran las exigencias
en e¡ servicio, haciéndose todo bajo la presión
de un rigorismo que rayaba en lo absurdo. A cada
Jefe se le hacía responsable de cuanto tenía a sus
órdenes; i)ero de una manera tan absoluta, que
tenía que responder aún de las faltas ocurridas
en su cuerpo: hasta de la deserción de un solda-
do de su mando. Así se le obligaba a vigilar a
todas horas personalmente, de día y de noche, a
todas las gentes bajo sus órdenes. Si se alrasaba
en la marcha una carreta con útiles para los tra-
bajos de zapa por la insuficiencia de los elemen-
tos de movilidad, se le hacía severos cargos al
jefe, tratándole de inútil, o (\e falto de actividad
en el servicio^ que constituía poco meriOs que un
delito digno de castigo. Resultaba de este sistema
132
de rigor, que ninguno gozaba tan siquiera de un
momento de tranquilidad; todo era zozobras, agi-
tación y miedo.
Dos días antes de levantarse el campamento
de Itanarami, para continuar nuestra marcha rum-
bo a Arroyo Guazú, recibí parte de que el Coman-
dante G. . . . (1) encargado de la conducción de
las carretas de la señora Lynch, había mandado
llevar arbitrariamente de la bobada de la mayo-
ría, tres yuntas de bueyes para completar el nú-
mero que le hacía falta a fin de ponerse en mar-
cha.
La mayoría era también- cuerpo de zapadores
y a esta razón casi todas las carretas que llevaba
iban cargadas de útiles indispensables para abrir
picadas en los montes, liacer puentes, componer
caminos etc. Estos trabajos eran frecuentes du-
rante la marcha, llegando a ser de suma e indis-
pensable necesidad de que aquellos vehículos no
quedasen resagados.
Por todas estas circunstancias el parte que
recibí me produjo una impresión bastante desa-
grable. primero, porque el posible atraso de
mis carretas por falta de los bueyes que llevaron
podría acarrearme una seria responsabilidad, acom-
pañada de consecuencias tal vez funestas para mí;
y segundo, porque me dio mucha rabia que el
Comandante G. . . . faltando a un deber de corte-
sía y de respeto al superior, hubiese mandado lle-
var los bueyes sin solicitar previamente la orden
correspondiente de la mayoría o tan siquiera par-
ticipárselo. Tan grande fué el disgusto que esto
me causó, tanto más cuanto que consideraba la
acción de G. . . . como una ofensa a la dignidad
del puesto que ocupaba que no pude contenerme
(1) Aún viye y es yeeino de Limpio.
133
más, y prorrumpí en alta voz: ¿Quién es ese Co-
mandante carretero que se permite (nandar llevar
los bueyes de la mayoría, sin. recabar préviamen-
•*te la orden de su jefe ni tan siquiera tener el
•'comedimiento de participárselo cual era de su
deber?»
«No faltó quien fuera con el soplo a G. . . .
informándole de que yo le habla apellidado, Co-
mandante carretero!
G. . . . , sin pérdida de tiempo fue en queja
contra mi ante el Mariscal, que, sea dicho de pa-
so, acogía todas clases de denuncias con particu-
lar favor, como evangélicas'^ sin figurarse jamás de
que pudieran ser mentiras o calumnias. (1)
Al día siguiente a eso de las 9 de la mañana
me mandó llamar el Mariscal. Estaba sentado
debajo del naranjal a alguna distancia de la casa
que le servía de vivienda. En cuanto llegué don-
de se encontraban los ayudantes de servicio a
distancia de unos 20 metros, uno de ellos me pi-
dió la, espada ¡Mal indicio! Luego llegué hecho
así un reo a presencia de aquel, sin que yo su-
piese la causa de mi delito. En esto me interrogó:
¿,Qué es lo que ha andado diciendo?
— Exmo Señor, yo no recuerdo lo que pudie-
ra haber dicho le contesté.
— Si, hágase el olvidado, ¿o desconfía vd. de
mi justicia? prorrumpió con una voz áspera e im-
periosa.
— Exmo. Señor . . . iba a replicar, pero me
interri|mpió con el grito de ¡ayudante! . . .
Se presenta este y le ordena: llévelo allá, se-
ñalando con la mano la orilla del naranjal, sin
dejarme tiempo para decir una palabra más.
Al partir de allí tenia la plena convicción de
que iba a ser fusilado. Morir en la flor de la
(1) Téase lo que dije a este respeto en las páginas 862-363 y signlen-
tes del tomo I.
134
juventud, con la conciencia de no haber íaltado
ai cumplimiento de sus deberes, me ha parecido
uno de los trances más duros y crueles en qile
puede encontrarse un hombre, y de llapa, sin sa-
ber porqué! ...
El ayudante me condujo a la extremidad del
naranjal, al otro lado del cuartel general, donde
se encontraban formados en círculo diez o doce
jefe y oficiales. El Coronel Aguiar había sido el
designado para dirigirla representación de est;? farsa
Me hízofentrar dentro del círculo y luego pidió a G...
que estaba en la fila, su despacho de ascenso a
Teniente Coronel. Lo sacó del bolsillo v se lo
entregó. Entonces Aguiar lo leyó en alta- voz y
asi que terminó, me preguntó: /,Está vd. enterado
de que el Señor, señalando a G. ... no es un co-
mandante carretero'}
Recién entonces caí en la cuenta, y compren—
di la causa de tanta ceremonia, Todo'habia estado
arreglado para darme un susto, con menoscabo
de mi honor y de mi dignidad. Verdad es el que
el Mariscal, como ya dije en alguna parte de
estas memorias, no respetaba para nada el amor
propio, la opinión ni dignidad de los que estaban
a su servicio. Quiero decir que el mismo se en-
cargaba de ajar y de pisotear los honores con que
había creído justo distinguir a los más leales y
dignos servidores de la patria.
Con mi contestación afirmativa al Coronel
Aguiar, se disolvió el círculo, y yo volvídonde esta-
ba el Mariscal, que me mandó dar otra vez la espa-
da, y sin decirme más nada, me retiré a mi puesto
con los ojos inundados de lágrimas.
Francamente hubiera preferido que me hubie-
se mandado fusilar antes que hacerme sufrir, con
desprestigio del elevado puesto que ocupaba, el
bochorno y la vergüenza porque se me hizo pasar.
Y eso para dar cumplida satisfacción, con mi humi-
llación a un subalterno!
135
¿No hubiera sido suficiente que el mismo Ma-
riscal me hubiese hecho una reprensión por la
falta en que había incurrido en un momento de
acaloramiento, previa explicación circunstanciada
de los antecedentes que habían dado origen ai
hecho? El lector juzgará.
El 28 de Noviembre de 1869 por la mañana
se puso en marcha el Ejército de Itanárami con
rumbo al Arroyo Guazú en cuya margen derecha
se estableció el nuevo Campamento el 2 de Diciem-
bre del mismo año.
Puede decirse que en Itanárami principió el
Ejército a sufrir verdaderas penurias y hambre,
porque la ocupación de Concepción por el enemigo
no permitía la remesa de ganado, y tuvo que con-
cretarse a consumir los pocos animales que se
habían llevado del Sud.
El paraje ocupado por el Ejército dista poco del
campo de Panadero^ y a menudo se le daba esta
misma denominación, aunque impropiamente^ creo.
CAPITULO VIII
Campaña del Departanujato de Villa Coucepción. Roi|ií^io y
Pé.^z: Provectos de defección de éstos. El Coronel Genea v el
Mayor Vicente Carmona reemplazan a aquellos. Ejecuciones.
Combate de Lamas Ruguá y dispersión de los que for-
maban la columna Tupí Pytá. Degüello de prisioneros por
lo;í aliados. Única remesa de ganado vacuno enviado por el
Comandante Ürbieta,
Como dijimos, el Comandante Cañete fue reem*
pl^zado en el mando de la columna de Tupi pytá
por el Coronel Rosendo Romero y el Comandante
José Páez, que partieron de Itanárami con dirección
al Rio Verde donde a la sazón se encontraba aquella*
Así que aquellos jefes se hicieron cargo mar-,
charon con la columna al Panadero-, de este punto
a Tacuati^ de allí- a Horqueta y de este a Echeverría
cué distante como una legua del Paso Riveros-cué^
en el Aguar ay-guazú. Recorrieron esas inmensas
distancias a marchas forzadas, para escaparse de
ta persecución del enemigo, abandonando en los
caminos a las tropas que enfermaban o no podían
caminar más de cansancio. El enemigo persiguió
al principio, pero luego cesó en su persecución.
Romero y Páez desde luego no manifestaron deseos
de combatirle; de lo contrario hubieran tomado
posición en algún punto estratégico para defenderse
con ventaja.
En esas marchas celebraban los jefes frecuenteü
conferencias, tomando parte en ellas los padreíi
rss
Vázquez y Ortellado, y según versiones de perso-
nas que aún viven y que formaban esa columna^
se comunicaban por conducto de un cabo Sarna-
niego^ con uno de los encorazados surto en el rio
frente a San Pedro. Parece que habían llegada
a un acuerdo para entregarse al enemigo, y que
para el efecto Romero y Páez se habian entendi-
do con los comandantes de cuerpo- Pero trataban
de realizar este pensamiento o proyecto en una
forma disimulada de manera que quedasen cubier-
tas, hasta cierto punto para ante el pais, su honra
j responsabilidad aún cuando lo propio no pu-
diera suceder para ante su conciencia.
En efecto, cuando en las mencionadas mar-
chas que obedecían ya a un propósito preconce-
bido, llegaron a establecer campamento en Ta-
cuarita unas tres leguas al Sud de Tacuati^ los
jefes ordenaron a las tropas todas que empabe-
lloharan las armas y fueran a buscar mandioca a
una capuera abandonada, no a mucha distancia
de allí.
Al Mayor Lara que no sabía nada de lo que
se trataba de llevar a cabo sigilosamente, dieron
la comisión de salir a hacer descubierta a la ca-
beza de unos cuantos hombres.
Momentos después venía apareciendo a la in-
mediación una columna enemiga mucho más
numerosa que la paraguaj^a, y aunque de ella
tuvieron aviso los jefes a tiempo, no quisieron
darle importancia y se dejaron estar sin tomar
ninguna disposición de defensa. La columna traía
el propósito convenido de antemano de apode-
rarse de las armas empabellonadas mientras las
tropas andaban buscando que comer, de manera
que éstas a su regreso se vieran obligadas, por
la fuerza de la circunstancia, a entregarse. Pero
dio la casualidad que el enemigo de repente se
tncontró con Lara, y como éste ignoraba el plan,
139
!e hizo frente cambiando con él algunos tiros. El
jefe de la fuerza enemiga que no había esperado
encontrar ninguna resistencia, tan siquiera lete,
«entró en descon lianza, y retrocedió a pasos pre-
cipitados, creyendo, tal ve?, de buena fé, que tle
parte de los paraguajx)s la combinación no hahkt
rsigniíicado otra cosa que hacerle caer en una
celada que aquellos le hablan tendido con mucha
^.stucia. Esta, suposición no era xSino natural, da-
da la inesperada y casual resistencia de Laia.
Fracasada asi la proyectada entrega, un ofi-
cial (1) jefe de los exploradoreí> que partió con
Romero y Páez de Itanarami para prestar su ser-
vicio a la columna de su mando y que había es-
tado observando todos esos manejos desde su
uiarcha del Rio Verde^ se presentó al (loronel
Romero y le manifestó que habiéndose ya cum-
plido el tiempo en que debía volver cerca del
Mariscal a dar cuenta de su comisión deseaba
partir al día siguiente.
Romero presumiendo la intención de ;u|ucl
oficial se o|)uso diciéndole que no convenía toda*
YÍa que regresase. El oficial insistió, alegando
que como comisionado especial del Mariscal no
dependía de él (de Romero) y que a esta razón,
estaba resuelto a cumplir con su deber. En vista
de esta insistencia resuelta y poco sumisa, Rome-
ro, como castigo, le mandó poner arresta<lo en
la guardia con sus compañeros exploradores
que eran unos 4 o 5 soldados.
Por la noche se escapó con eslos, siguiendo
a pié el camino que conducía al Panadtro o sea
a Arroyo-guazú donde se encontraba acampado
nuestro Ejército. Fué seguido y alcanzado al día
siguiente por un teniente Martínez, enviado por
Romero con orden de llevarlo vivo o muertr..
(I) ' Bl AlféreR L. Molina {hoy ¡tai'Ceattt Muyor)
}40
El oficial desertor y sus compañeros se Tiicieron
a un lado del camino a la orilla de un bosque.
Intimados a rendirse, contestaron que estaban re-
sueltos a pelear hasta la muerte.
Y qíie asi, si se animaba, llegara que sería
recibido como lo merecía. Martínez, que iba ar-
mado de sable y lanza lo mismo que sus acom-
pañantes, no estaba en condiciones de luchar con
los otros que tenían armas de fuego: decidió en-
tonces regresar a donde estaba Romero a dar
cuenta de lo ocurrido.
En cuanto el oficial descubierto llegó al cann-
pnnento de Arroyo Guazú^ el Mariscal le dio
audiencia.
Escuchó con interés la relación que le daba
aquél. Encontró que el asunto era grave con todos
los indicios de una próxima entrega al enemigo.
El caso era urgente y no había que perder tiempo.
Enseguida fueron despachados a hacerse cargo
de la columna de Tupi pytá^ como 1*^. y 2^. Comanr
dantes, el Coronel 1. Genes y el Mayor Vicente
Carmona, llevando un pliego cerrado para Romero
y Páez, ordenando a éstos que se entregaran presos.
Acompañaba a Genes y Carmona el Mayor
Salinas, encargado de conducir a los presos al
campamento del Mariscal. El Mariscal al despa-
char a los nuevos jefes, les manifestó que según
se le había informado, parecía que Romero y Páez
no querían pelear más y que con marchas forzadas
habían acabado de cansar las tropas, abandonando
en los caminos a los que se cansaban o se enfer-
maban, donde morían o eran devorados por las
bestias feroces.
En efecto, los tres salieron de Arroyo Guazú
el 5 de Diciembre de 1869, a pié, con rumbo al
Panadero^ donde llegaron en la noche de ese mismo
día. El Coronel Del Valle, destacado allí con su
división, les dio de cenar, y al día siguiente, a la
madrugada, continuaron su marcha, sin llevar
141
nada que comer, ni saber el punió ó paraje donde
se encontraba la columna, que andaba trasladán-
dose de aq'uí para allá, sin ningún plan ni pro-
pósito determinado.
Se dirigieron a Tacuatiy alimentándose en el
trayecto con cocos y naranjas agrias que abundaban
en los montes. Al llega^ a ese pueblo a la caída
de la noche, vieron a uno que venía arras-
trándose, a guisa de una criatura que empieza
a gatear. Era uno de los tantos soldados abando*
nados, que iba hacia un cocotero a buscar que
comer. Dicho soldado les dio la noticia de que ha-
cia pocos días pasaron por ahí Romero y Páez a la
cabeza de su columna, y que en ese lugar fueron
abandonados él y otiros, de entre quienes ya
algunos habían muerto de miseria.
De Tacuati partieron tomando la dirección al
Sud, y llegaron a Eeheverria-cué distante una legua
del Paso de Aguaray-Guazú denominado Riveros^
eué. Allí estaba acampada la columna. Las tropas
estaban extenuadas y hambrientas, hasta el extremo
de no poder ya caminar, y en una de las peores
circunstanciáis, pues que no tenían nada que comer
ni había de donde proveerse de nada tampoco.
Genes y Carmona no encontraron a Romero
y Páez en el momento de su llegada. Habían salido
a caballo a recorrer las inmediaciones del paraje.
Al ratito regresaron, y así que se apearon fueron
rodeados por aquellos y sus demás acompañantes.
Genes entregó a Romero el pliego que llevaba, y
en cuanto acabó de enterarse de su contenido,
pasó a su segundo, y ambos sin decir está boca es
mía desprendieron tranquilamente del cinto sus
espadas y las entregaron a sus reemplazantes.
Acto continuo fueron entregados a la guardia en
calidad de, presos incomunicados. Dos días des-
pués regresó el Mayor Salinas conduciendo a los
presos bajo custodia. En cuanto llegaron a Zanja hú
donde se hallaba acampado en marcha el Maris-
142
cal, previas algunas declaraciones verbales, fueron
los dos, Romero y Páez, pasados por las armas.
Ocho días después de esta ejecución, fué en-
viado cerca de Genes, el Mayor Ri veros, ayudante
del Mariscal, llevando una lista de los coman-
dantes de cuerpos complicados en el plan de
entrega al enjemigo, con la orden de que fuesen
todos pasados por las armas. Esta orden que fué
cumplida, hace suponer que Romero y Páez en la
declaración que dieron antes morir indicaron los
nombres de los oflciales que estuvieron compro-
metidos en el asunto. El padre Vázquez fué uno
de los ejecutados. Su compañero el padrt^ Oiie-
liado fué remitido al campamento del Ejército,
donde también fué fusilado. Los únicos que se
salvaron de prisión y muerte fueion los Mayores
Zorrilla y Sosa.
El General Resquín, después de referir con
mucha inexactitud estos sucesos, afirma que ellos
causaron una consternación general en el Ejército
paraguayo. No quiero poner en duda que asi haya
sucedido, pero el que escribe estos apuntes, a pesar
del puesto que ocupaba, confiesa ingenuamente lío
haber tenido conocimiento de ellos durante nues-
tra peregrinación a Cerro Corá\ porque el Mariscal
y los pocos que estaban al corriente de ellos, guar-
daban acerca de los mismos, la más profunda
reserva. En aquellos desiertos, poblados de in-
mensos bosques, y dada las circunstancias del Ejér-
cito, el silencio llegó a adquirir más que nunca una
verdadera importancia, como medio de impedir
3ue los espíritus débiles y asustadizos se desban-
asen. Todo en secreto, y nadie podía preguntar
a otro sobre los sucesos que tenían lugar aquí y
allá sin incurrir en una indiscresión, {salvo lo»
casos en que por autorización pudiésemos hablar
de ellos libremente, lo cual sucedía a veces cuando
la noticia era favorable o alentadora.
En vista de la absoluta carencia de víveres
143
para alimentos de las tropas, Genes y Carmona
resolvieron. abandonar Ucheverria-cué y trasladarse
a la orilla de un monté, distante una cuantas leguas
de allí V no muy retirado del Panadero. Allí acam-
paron y Jpermanecieron algunos días comiendo
cocos, naranjas agrias y otras frutas silvestres que
habían en el monte. De ese punto fué enviado
ante el Mariscal el Mayor Lara acompañado de un
Sargento, ambos a pié. Al llegar al Panadero^
encontraron allí acampada una columna brasilera.
Aprovechando la obscuridad de la noche consi-
guieron con mañas apoderarse de dos caballos.
El Mayor Lara siguió viaje en uno llevando a dies-
tro al otro, y el Sargento recibió de él orden para
volver donde estaba Genes a llevarle la noticia de
que el enemigo se hallaba próximo, a fín de que
estuviese sobre aviso para recibirle cuando mar-
chase contra él.
Genes y Carmona teniendo en cuenta el estado
de su gente, juzgaron prudente marcharse a otro
punto más estratégico, que ofreciera la ventaja de
defenderse con eficacia y sin mucha exposición.
Se trasladaron a un potrero denominado Lamas-
Buguáj distante de donde estaban las tropas unas
cinco leguas.
Pero tan extenuadas estaban las tropas, qu«
emplearon tres días para hacer ese trayecto! Lamas--
JSuguá como dijimos, es un potrero natural de
una herradura con una sola entrada y rodeado de
montes espesos.
Acamparon en el fondo inmediato a la orilla
interior del monte, estableciendo sus avanzadas a
corta distancia de allí, con instrucción de que si
apareciese el enemigo, hicieran una descarga y se
replegasen al campamento de la columna.
Al día siguiente por la mañana temprano se
presentó allí el enemigo con fuerzas muy supe-
rióres. Las avanzadas paraguayas, después de
cambiar algunos tiros con la vanguardia de aque-
\
144
lias, cumplieron la orden que tenían, de reple-
garse a la columna, formándose con ésta en bata-
lla. Los brasileros, ayudados por los de la legión
paraguaya, avanzaron haciendo fuego. Después
de un recio tiroteo de una y otra parte, aquellos
desprendieron una fracción de su fuerza, y pene-
trando en el monte, realizaron movimiento en-
volvente, de modo a lomar a los paraguayos entre
dos fuegos: de frente y por la retaguardia. Genes
y Carmona se apercibieron a tiempo de esla ma-
niobra, y habida en cuenta la inferioridad de su
fuerza, entraron en el monte, disolviéndose en pe-
queños grupos, tomando cada uno el rumbo que
le convenía para ponerse a salvo de la activa
persecución del enemigo.
En la tarde de ese mismo día Genes cayó
prisionero con unos cuantos. Carmona, acompií-
ñado del Alférez Hipólito González, y otros, des-
pués de una larga correría, burlando la persecu-
ción del enemigo, sufriendo mil penalidades, con
los pies y las piernas llenas de llagas, fueron a
presentarse a los aliados en la Villa de San Pedro.
Los aliados no daban cuartel a los que cap-
turaban en la persecución que hacían a los dis-
persos de la columna de Tupi pytá.
En Plácido, departamento del Rosario, la
caballería enemiga consiguió tomar prisioneros,
después de varios días de persecución, al padre
González, teniente Cáceres, sargento Aquino y
otros más.
Estos prisioneros, encadenados unos con otros,
fueron conducidos a corta distancia sobre el ca-
mino, y allí fueron todos degollados, por el cri-
men de haber permanecido fieles a sü patria hasta
el último, según habían jurado! ... (1)
(1) El Comandante Vicente Oarmona j otros oñciitles que han fer
tenecldo a la columna de Tupi pytá, son los que nos han facilitado \o%
datos para este capítulo. Es posible que haytt algunas pequefias omi-
siones debidas a falta de la memoria, pero confiamos que estas omisiQ-
a^ no serán calificadas oomo «rroví^ como lo hi«o un crítico (sic.)!
145
iHéiihi nuestros redentores, ¡hé ;ihi los que
pre<¡on£)bnii a grito de tríilnr ])ieii a los |)risione-
ros, ¡he ¡ihi a los que decían que nos traían la
civilización y la libertad!
— De todo abusaron: del <ierecho humano y
<Iivino. ;,No convirtieron nitestfos templos y ce-
menterios en corrales de muías'.' ¿No arrojaron
«I rio. liis estatuas de los santos, y no los ¡irras-
traron por las calles de ta Asunción atados con
un lazo a la cincha de sus caballos? Que digan
los vecinos He la Villa del Rosario y de la Capi-
tal de aquella época qiie aiin están vivas. Fieles
í\ la v&rdad, no atenuamos responsabilidad ni
inventamos hechos.
Constatamos aquello que es notorio, de pó-
blica voz y fama.
. — Tal ha sido el triste fin que tuvo la cam-
paña en el Departamento de Villa (Concepción.
Los aliados, ayudados por traidores que pulula-
ban, por doquier, im^jídieron con sus persecucio-
nes que las fuerzas paraguayas fallos de elementos,
pudieran mandar ni una sola cabeza de ganado
al Ejército, no habiendo tenido otro objeto dichas
fuerzas.
Lá única remesa de 150 cabezas de ganados,
remitida del paso del Chiriguelo por el Coman-
dante 'ürbieta a cargo del Mayor Céspedes, se
extrSvió y fué a pasar por los pasos ^abajo del
Amambat/ y del Igatimi, saliendo a Ñandurocai,
donde se escaparon todos los animales, y el Ma-
yor Céspedes huyó con la gente que le acompa-
ñaba al enemigo.
CAPITULO IX
Combate de Itanaramf. El hambre aumenta. Deserción del
Sargento Mayor Manuel Berna!. Fábrica de aceite de las
semillaa de naranja agria. Orden de fuuilamiento contra mí.
Venta y toma de poaesión de una gran zona de yerbales del
Estado. £j(ic liciones. Marcha de Arroyo Gaazú a Zan^a bú.
Deserciones. Loa ríos Corrientes y Amambay. Chirimoya
renenoaa. Deseroión de mi segundo el Mayor Ascurra: su
captura y ejecnción. Pnnta Pora. Chirigüelo, Muerte de
) López.
Cuando nuestro Ejército en prosecución de su
retirada, marchó de Itanarami para Arroyo Guazú,
el General Delgfido quedó con la fuerza de su
mando guardando la boca del monte de Igatimi,
hasta que fué relevado por el Teniente Coronel
Quintana.
Los aliados que en un mes antes hablan aso-
mado la cabeza tímidamente sobre el Jejui'tní,
cuya margen derecha estaba ocupada entonces por
fuerzas paraguayas, se presentraron y atacaron a
Quintana el 30 de Noviembre, empeñándose un
reñido combate que tuvo por resultado el rechazo
de aquellos, haciéndoles una baja de ciento y tantos
hombres. Enseguida retrocedieron, tomando la
dirección de ^andüroeai, donde se encontraban
148
las familias desterradas a consecuencia de los luc-
tuosos sucesos de San Fernando. Todas fueron
recogidas y llevadas por ellos.
El campamento de Arroyo Guazú duró poco^
pero llegó a ser célebre por varios heclios notables,
algunos de ellos tristes, que tuvieron lugar en él.
El hambre, a medida que escaseaban los víveres,
iba aumentando de día en día, y en su consecuen-
cia, todos los cuerpos se encontraban en pésimas
condiciones físicas y morales. El Mariscal siguien-
do su costumbre de siempre, cerraba los ojos para
no ver la realidad del estado a que habían llegado
las cosas haciendo recaer con marcada injusticia
la responsabilidad por ello sobre los jefes o coman-
dantes de cuerpo a quienes acusaba de negligentes
y poco celosos en atender y cuidar las tropas.
Los ayudantes del cuartel general salían todos los
días, mañana y tarde, a recorrer el campamento
para darle cuenta de cualquier novedad que obser-
vasen en la disciplina y salubridad del ejército, 3%
principalmente si la comida que se daba a las
tropas estaba bien sazonada.
Los informes que le daban acerca de esta últi-
ma, del regimiento a cargo del Mayor Manuel
Bernal, eran pésimos. Bernal, en antecedente de
esta circunstancia, en el parte de la tarde en círculo
dé sus colegas^ cuando llegó su turno, se anticipó
a manifestar al Mariscal que en su regimiento,
desgraciadamente, la polenta que había mandado
preparar para su gente había salido algo quemada.
El Mariscal, clavándole una mirada terrible lé
interrumpió en tono áspero y fuerte: «¡Si!... su
polenta siempre anda mal, lo que prueba que Vd!.
es un sinvergüenza!...» Y al terminar esta frase
llamó un ayudante y le ordenó que condujera a
Bernal a la guardia de prevención en calidad de
arrestado.
Bernal, en tan apurada emergencia, entendió,
sin duda que su vida estaba desde aquel momento
I4y
pendiente tic un hilo, y pensó (¡Lie no le quedaba
~ otro camino de salv^icióii, qae el de la deserción
sin pérdida de tiempo. En efecto caminó hacia
la guardia, pidió permiso para acercarse a su caba-
llo, que ensillado, se encontraba a su paso, a
pretexto de sacar y llevar ia jerga para servirle
de lecho en su prisión. Concedido el permiso, en
\ag,nr de sacar la jerga, saltó encima del animal
y a ia vista de todo el mundo, ganó a todo escape
el monte más próximo, abandonando el caballo a
l:i orilla del mismo. Los ritieres le dispararon
algunos tiros, y otros a cabaiio le siguieron pero
sin resultado.
Manuel Bernal, hermano' mayor de Victoria-
no que murió en el combate en la boca del monte
de Qaraguatay, era un bravo y valiente oficial,
que habia tomado parte en casi todos los comba-
tes durante la pasada lucha.
Falleció ya después de la guerra en Villa Con-
cepción de donde era natural y vecino. Si la
deserción en tiempo de guerra puede alguna vez
justificarse, fué indudablemente la suya, en ausen-
cia de otro medio decoroso de salvación.
Había llegado a tal extremo la escasez de todo
que se carecía hasta de vela de sebo, o de cual-
quier otro preparado, para alumbrar de noche y
escribir los partes, listas, estados personales, etc.
En esta circunstancia buscando medio de po-
der remediar esta necesidad, encontré que tal vez
podría extraer aceite de la pepita que contiene
la semilla de la naranja agria que abundaba en
el campamento. Hice la prueba. Mandé extraer
una buena cantidad de pepitas quebrando con una
piedra las semillas, y machacadas eché en agua
hirviendo. Conseguí así recoger una cantidad su-
ficiente de aceite, con el cual hice un candil sir-
viéndome para ello de la misma cascara vacía de
la naranja agria como candileja, con un poco de
agua en el fondo y un pedacito de trapo torcido
15Ü
como mecha. Le enseñé al Mariscal y lo cele-
bró muchísimo, faltando poco para que me otor-
gase patente de invención por tan importante
descubrimiento! ...
En el mismo campamento de Arroyo guazú
pocos días después de nuestra llegada allí, el Ma-
riscal vendió a nombre del Estado a la señora
Lynch un vasto territorio con yerbales, ignorando
la especie de moneda en que se haya abonado su
importe, así como el precio de la legua.
El Vice Presidente, señor Francisco Sánchez,
haciéndose de escribano, extendió la escritura de
compra-venta, y el mismo, asumiendo el carácter
de juez en lo civil, otorgó a la señora Lynch, ante
muchos testigos, la posesión corporal del ^ bien
comprado arrancando la nueva -propietaria yuyos
que los hizo volar por el aire en señal de verda-
dera toma de posesión.
Evidentemente aquello fué un acto arbitrario
del Mariscal al que le habrá arrastrado el cariño
a su familia con detrimento de su buen nombre
como patriota. El, no estaba autorizado por nin-
guna ley del Congreso Nacional para vender las
propiedades fiscales que constituían el patrimonio
privado del Estado, ni menos, por la circunstan-
cia en que entonces se encontraba el país; pues
por más extraordinaria que fuese, en esas alturas,
ya no era posible utilizar el importe de la venta a
favor de la defensa nacional. De modo que el
Mariscal en esos momentos pensó en la suerte de
su familia, lo cual es muy natural; pero no debió
haberse olvidado de las familias de aquellos que
de día y de noche exponían su pecho a las balas
enemigas, sacrificándose en aras de la patria, de
esas familias que quedaron huérfanas de padres,
de hijos, de hermanos, sin pan y sin hogar! . . .
Un día ingresaron en la guardia de la Mayo-
ría, dos presos, uno de ellos sacerdote. Decíase
que la causa de los reos era gravísima. La guar-
yJia estaba montada con Nolihidos hambrientos y
flébiles incapaces de lesislir a ninguna fatiga. A
inedia noche quedaron todos dormidos, y los dos
apresos, aprovechando laii buena cojuntura se es-
caparon, |)robablemenle a la madrugada. El pri-
mero que tuvo conacimienlo de este hecho fué '
iiin ayndanle de) General Hesqnin que hacia e!
'servicio de ulba. El General Hesquin, queriendo
anticipar esta novedaii al Mariscal ocurrió al Cuar-
tel General más temprano que de costumbre y sin
esperar a recibir el parte de la mayoría. Resquin
"no se concretó a informar al Mari.scal del tiecho,
sino que obedeciendo a un rigorismo inhumano
'entró en apreciaciones calculadas, a predisponer
•él ánimo de aquél contra mi, haciendo pesar sobre
«1 jefe de la mayoría toda la respünsahilidad.
En efecto, en el nYomento en que iba llegando
a la 'carpa del General líesquín para darle parte
de lo que había ocurrido, recibí llamamiento del
Mariscal. Fui volando ai cuartel general, y no bien
■me acerqué adonde uslaban los ayudantes de servi-
'cio, tino de el los me pidió la espada, cumpliendo con
la consigna que se le habría dado de antemano.
Luego me adelanté con pasos firmes hasta cua-
drarme delante del Mariscal q\ie me recibió con
tina cara seria y cefíüda, y sitt detenerse a contes-
tar a mi saludo, me hecho un tremendo réspice.
Nunca se le vio tan irritado. Arrebatado de la
'cóle'ra no pudo contenerse más y terminó gritando;
¡Ayuáarites.' llévenlo a tiradle cuatro balazos! Ense-
Igüida me rodeai-n'n y me llevaroiv, cual OistiJ
'conducido por los. sayones.
Pero así que iba jJásftndo por frente de una
ué ia's puercas que caen al corredor de la casa, se
¡asbltiiiS tina cabeza que aunque no la pude ver bien,
no podía haber sido otra que la de la Señora de
Lynch, diciendo en voz humilde y suplicatoria:
¡Señor, Señor!.., ]£1 Mariscal al escuchar aquélla
voz para mi providencial, siibilameiite yolyió ep
152
SÍ y revocó la orden gritando: ¡Dejadle! . . . Los
ayudantes entonces en obedecimientq a esta nueva
disposición me abandonaron. Sin proferir una
palabra, me quedé parado a alguna distancia ais-
lado de todo el mundo en la espera de que más
luego, asi que se le amainase la cólera, me volvie-
se a llamar. Pero tal cosa no sucedió, y cuando
se hubo retirado el General Resquin y con él otros
que estaban presentes, regresé lentamente a la
mayoría.
No es necesario decir que el susto fué grande,
el trato inmerecido y la injusticia irritante; pero
a pesar de todo, estaba resignado a sufrir tranqui-
, laniente la suerte que la Providencia me depara-
ra, antes que tomar ninguna resolución indecorosa
que me manchase la frente con el baldón indedeble
de la cobardía y de la infamia.
El 8 de Diciembre, día de la Inmaculada Con-
cepción, hubo misa, y un almuerzo, parodia de
un banquete en que se sentaron varios jefes por
invitación del mismo Mariscal. Uno de los co-
mensales brindó con frases muv elocuentes, ma-
nifestando que allí donde se encontraba la ban-
dera paraguaya sostenida por la mano fuerte del
Presidente legal, allí estaba la República del Pa-
raguay. El Mariscal, al tinal, tomó la palabra y
habló largamente: perola memoria no nos ayuda pa-
ra consignar las ideas que desarrolló en esa ocasión.
El 11 del mismo mes se dio orden de mar-
cha. Todo el ejército se puso en movimiento.
Ya en los momentos de levantarse el campamento,
mi segundo, el Comandante; Antonio Barrios, vino
a pedirme órdenes respecto al piquete que custo-
diaba a las mujeres que estaban encausadas. Con
este motivo fui a caballo junto al Coronel Avei-
ro para saber cuales eran las disposiciones que
hubiese al respecto a fin de retirar la guardia, en ra-
zón deque aquellos no dependían de la mayoría de
que yo era jefe. Aveiro me contestó: que fuera a
163
consultar con el Mariscal. Me dirigí entonces al
cuartel general. Encontré al Mariscal de pié en
el corredor cerca de uno de los últimos horcones
o pilares de madera labrada. Le manifesté el
objeto que me llevaba ante él. En seguida en un
pedazo de papel blanco escribió a lápiz contra el
horcón los nombres de la Pancha Garmendia y
de las hermanas Barrios y me lo entregó con la
orden de mandarlas ejecutar. Me causó esto un
gran dolor y una profunda pena: pero por dura
que fuese, el caso no tenia remedio.
Le hice una venia y me retiré. Llamé a mi
segundo, el Comandante Barrios, a quien entregué
la lista de puño y letra del Mariscal con la orden
del mismo para su cumplimiento. (1)
He ahí sencillamente toda la verdad de tan
triste y angustioso suceso. Sobre ello se han he-
cho correr después de la guerra diversas versio-
nes, tratando de hacer recaer la responsabilidad
en personas que no tuvieron nada que ver en el
asunto, apoyándose para el efecto en consejas de
viejas y cuentos de sirvientas.
Ese mismo día, antes de ponerse en mar-
cha el Ejército fue también ejecutado el Coronel
Marcó, después de haber padecido crueles sufri-
mientos.
En prosecución de la substanciación de la
causa de envenenamiento el Mariscal hizo com-
parecer a sus hermanas ante los fiscales a prestar
declaración. Según me informaron con posterio-
ridad, una de las dos, creo que Rafaela confesó
sencillamente desde el principio hasta el fin, cuan-
to había habido respecto al proyectado filicidio, y
exhortó a su hermana que hiciera lo mismo en
la persuación de que todo estaba descubierto.
(1) Rl papelito me fué devuelto después de llevada a cabo la ejecu-
ción y ló guardé eu mi caja. Esta fué saqueada en Cerro-Coré y desa-
pareció aquel junto con otros papeles que babia en eUa
154
De Arroyo Guazú^ el Ejército en número más
o menos de 5000 hombres extenuados, se trasla-
dó a Zanja hú cerca de Panadero frente al paso
del río Aguaray guazú distante unas tres o cuatro
leguas. El viaje o la marcha, por consiguiente,
aunque penosa, fué corta. El Mariscal permaneció
allí acampado hasta el 28 de Diciembre, esperan-
do tener noticia de la columna de Tupí-hü (Tupi
pytá) y del movimiento de las fuerzas enemigas en
los departamentos de San Pedro y Concepción. Allí
fueron llevados y ejecutados los Coroneles Rome-
ro y Páez conforme queda dicho en el Cap. VIL
Alli.tamlTién a insinuación del mismo Mariscal los
fiscales que entendían en la causa de envenena-
miento le dirigieron una nota o representación,
pidiendo el allanamiento de su madre, para hacerla
comparecer y tomarle declaración. Una vez redac-
tado el oficio y firmado por los fiscales fué pre-
sentado al Mariscal, quien enseguida proveyó con
estas palabras:
«Sea interponiendo desde alíora para su tiem-
po, todo mi valer en favor de mi madre, y en el
de mis desgraciadas hermanas aquello que la ley
pueda aún permitirme».
Los que entendieron en dicha causa y que
aún están vivos nos han asegurado que el men-
cionado decreto o providencia estaba concebido,
más o menos, en esos términos, v al devolver el
oficio así proveído a uno de ellos, dijo: «Za copa
está servida^ es preciso bebería]» (1)
(1) Lios brasileros inventaron después de los últimos sucesos de Cerró
Cora el cuento de que la madre y hermanas del Mariscal estaban senten
ciadas por éste a muerte. Y el Sr. Montenegro, traductor y anotador de
las Monografías del Sr. S. Godoy, dando crédito a esa invención dice:
"La inhumación tuvo lugar al ladd izquierdo de la enramada que horas
*'antcs sirviera de cuartel geneial y muy próximo al lugar donde debían^
'^ese día ser ejecutados la madrtt y hermanos de López*\ (v. página í5—
notas) La misma providencia dictada por éste en Zarja liú está probando
que el Mariscal terminado el procoso iba a otorgar a aquellos el perdón.
Hay poca seriedad en consignar tan grave acusación como un hecho his-
tórico, sin mencionar tan siquiera la fuente de comprobación, cual fuera
menester, a fin de que su aserción no fuera considerada como un embuste
engendrado por la pasión.
155
Las actuaciones con la madre del Mariscal,
duraron nueve dias, sin resultado alguno, a pesar
de los ruegos de sus hijos Venancio y Rafaela, con
quienes fué careada.
En el mismo campamento do Zanja hú; el
Mariscal después del allanamiento, mandó recoger
<le los equipajes de su madre, las álhíijas y joyas
y lodo el dinero que llevaba en onzas de oro, |)lata
sellada v billetes, los cuales colocados en una caia
fueron entregados en depósito al Ministro Caminos.
La plata labrada y ropas pertenecientes a la misma,
las mandó encerrar en un carretón que, por falta
de bueyes, se dejó en Sama cué^ a cargo del Mayor
Félix García.
De Zanja hú partieron eh una pequeña em-
barcación por el Aguaray pqra regresar a su país
los ingenieros ingleses Mrs. Nervit y Hunter. El
Mariscal los despachó con una carta para el exte-
rior, previo pago en onzas de oro sellado lo que
se les debia por sus servicios. (1)
Puede decirse, sin alejarse mucho de la verdad^
quede Zanja M en.adelante la ruta que llevaba el
Ejército nacional, iba sembrada de cadáveres de
los que morían de hambre, de enfermedades y de ^
otras causas. El tiempo era malísimo, caían llu-
vias torrenciales casi todos los días que alternaban
con un sol fortisimo.
Como consecuencia de esa lluvia incesante, el
hospital se llenó de enfermos. La escasez de ele-
mentos de movilidad y la extenuación general del
Ejército, hacían absolutamente imposible poder
rnarchar con ellos y efectuarla penosísima travesía
del Mbaracayú. Atento a esta consideración, el
Mariscal resolvió dejar en el hospital de Zanja-M^
(1) Nanea se tuvo noticia de que loa doi ingenieros hubiesen llegado
a algunos de los puertos del litoral, lo cual hace suponer que hayan sido
muertos por el camino.
156
al le^'antar el campamento, unos 7í)0 enfermos.
Muchas mujeres que iban siguiendo al Ejército
quedaron con ellos.
A medida que avanzábamos hacia Ctrro-Corá^
iban siendo frecuentes las deserciones en grupos de
ocho y diez. Muchos, sin embargo, se perdieron
extraviados en aquellos inmensos y silenciosos
bosques donde penetraban con sus oficiales las
compañíns a buscar algo con que apaciguar el
hambre. Pero, por desgracia, aquellas vastas sole-
dades pobladas de una variedad de jigantescos
árboles, con su imponente y sordo murmullo pro-
ducidos por las gotas cristalinas del roclo o de la
lluvia que desprendiéndose de unas hojas calan
sobre otras, eran tan ingratas que exceptuando al-
gunas frutíis silvestres como la naranja agria^ la
pina del ybira^ el yacaratiá, el pacuri, el amamhay
y é[ pindó ^ no se encontraban en ella, aves o cua-
drúpedos de cazas de importancia, tales como
puercos cimarrones que abundan tanto en otros
montes del Paraguay, el venado, el tapir, el coatí,
el tigre, etc.
De los vegetales de que en esa ocasión se
hicieron uso para alimentarse, los más apetecidos
y sabrosos eran el cogollo tierno del yatai y el
corazón del arbusto llamado Amamhay, Este úl-
timo y la pina del yhira había que sancocharlos
para comerse, porque crudos, pican hasta sacar
sangre.
— He ahí los manjares con que se alimenta-
ban durante la penosn peregrinación a Cerro Corá^
los leales y valientes hijos de la patria, restos de
aquellos que con tanto denuedo y valor defendie-
ron el territorio nacional dejando rastros lumi-
nosos de heroicidad que reflejarán sobre las ge-
neraciones hasta la más remota posteridad. Ellos
seguramente ya no iban alentados de la esperanza
de triunfar 'materialmente, pero iban siguiendo a
su jefe en busca de una tumba donde encerrar
157
piadosos sus cenizas en descanso eterno, dando
asi testimonio al mundo de haber cumplido coo
su juramento y su deber. Ellos han preferidu
morir una y mil veces antes que consentir entre-
gar a sus enemigos la hermosa y rica tierra don-
de hablan nacido y gozado en su juventnd, de
los dorados ensueños de una encantadora ilusión
que constituia su felicidad.
— Cuando iban contemplando aquel grandioso
panorama de la naturaleza que se desarrollaba
delante de su vista mientras recorrían el difícil
y escobroso trayecto que llevabanr^misteriosos bos-
ques que con su majestuoso e imponente silencio
pareciera protestar contra la terquedad del capri-
cho ele un mandatario que con desprecio a la
humanidad y contra el sentimiento de la inmensa
mayoría de sus subditos, se negaba a aceptar la
paz que más de una vez le fuera propuesta en el
curso de la guerra;— -arroyos caudalosos, cuyas
aguas cristalinas corren murmurando por entre
piedras y por la fresca sombra de ramas entrela-
zadas formando bóvedas; -montañas altivas que
se lanzan a grande altura, con sus faldas cubier-
tas de una variedad de plantas y flores numero-
sas que embalsamaban la atmósfera con sus em-
briagadores aromas;— extensos y verdes campos o
sabanas con simétricas ondulaciones como mare-
jadas muertas del Océano extendiéndose hasta
perderse de vista;— y pintorescas lagunas azuladas
que heridas por el céfiro se mecían suavemente, so-
bre cuya superficie jugueteaban diversos pajaritos
de brillantes plumas: ¡ah! ... al contemplar, repi-
to, aquella naturaleza de exuberante vegetación
que en su infinita variedad de lo bello, de lo gran-
de y de lo sublime, lejos de ofrecerles como sue-
le a los que sufren, un alivio a las penas que
torturaban su alma, les llenaba de los más tristes
y angustiosos presentimientos. Se aumentaba y
exaltaba su patriotismo, es verdad, con esa con-
158
templación; más ¡ay! se les caían las alas del co-
razón como hojas marchitas; su dolor subía de
punió disolviéndose en amargas lágrimas, porque
veían cohio de momento en momento se alejaba
la esperanza de salvar esa tierra querida por la
que. taríto se habían sacrificado. (1)
Es preciso, confesar, y a ello nos impulsan
la verdad y la justicia, que ningún pueblo defen-
dió con más heroísmo el suelo patrio, ni llevó a
tan elevada abnegación el sacrificio por la inte-,
gridad nacional, como el pueblo paraguayo.
El jefe que caía al suelo, imposibilitado para
proseguir su marcha, entregaba su espada a cual-
quiera de los que iban adelante, con especial reco-
mendación de presentarla a su llegada al Mariscal,
como un testimonio de haber sucumbido como
bueno, honrándole con su fidelidad a la patria
hasta exhalar el último aliento. (2)
Pero prosigamos.
El Ejército nacional cruzó el paso dellAguaray
guazúj y siguiendo hacia la derecha, atravesó la
Cordillera del Mbaracayú, saliendo luego a los
campos del Igatimi^ Amambay y Corrientes Ues ríos
que llevan sus aguas al Paraná.
El Igatimi estaba muy bajo, y gracias a esta
circujnstancia, el pasaje se pudo verificar sin gran- .
des dificultades. De allí marchó el Mariscal a
Zanja pypucú (Zanja honda), donde estableció su
campamento el 17 de Enero, a fin de dar tiempo
(1) Tal vez haya quien califique fuera de lugar en esta narración
esta ligera y mal pergeñada descripción de 'la naturaleza. Humboldt
fué el que en su Cosmos notóla falta completa de trozos descriptivos
de la naturaleza y de las localidades en la« obras literarias de los au-
tores antiguos y en gran parte también en las de los modernos.— Jean
Jacques Rousseau es considerado como el primero .'"que ha int-^-oducido
en la literatura las descripciones de la naturaleza que tanto embellecen
y adornan cualquier narración. Por otra parte, ellos sirven para atem-
perar y mitigar la aridez de un asunto tan lleno de penosas impresiones
(2) Rl Coronel Denis. el más antiguo militar del Ejército murió en
esa peregrinación, y antes de expirar entregó su espada y kepí a un sol-
dado, con el eneargo de presentarlos ol Mariscal, como prueba de habBr
muerto gustoso, cumpliendo con su juramentó de fidelidad a la Patria.
159
a que acabara de hacer el pasaje de la artillería
y de algunas carretas, y a que llegíara a incorpo-
rársele la 4^ División, que estaba en el Panadero
al mando de los Coronetes Delvalle y Sosa, quie-
nes en cumplimiento de órdenes, abandonaron
aquella posición el día 2 de Enero de 1870, e iban
siguiendo las huellas del Ejército Nacional.
Antes de ponerse en marcha, en la mañana
del mismo día 2, la guardia avanzada del Panadero^
sobre el Río Verde fué atacada por fuerzas aliadas
que se vieron obligadas a retirarse por la tenaz
resistencia de aquella, habiendo tenido éstas una
considerable baja en muertos y heridos. Almismo
tiempo, y, en la misma fecha, hicieron los aliados
un reconocimiento sobre la vanguardia de la guar-
nición del Panadero^ en el punto denominado
Cambá sybá. También aquí salieron escarmentados.
Estos movimientos del enemigo indicaban que la
División Delvalle estaba amenazada de un ataque
por fuerzas superiores que tal vez no hubiera po-
dido combatir con ventaja. Por modo que con
orden o sin ella, razones militares le obligaban a
tocar retirada con tiempo, antes de exponerse a un
fracaso.
Al siguiente día de nuestra llegada a Zanja
pypucú^ el Mariscal ordenó al Coronel Patricio
Escobar que con las tropas de su mando mandara
echar un puente sobre la misma zanja, que, como
su nombre lo indica, es muy profunda pero an-
gosta. Terminado el trabajo que a pesar de la
escasez de elementos, fué llevado a cabo en poco
tiempo, se verificó por la noche el pasaje de la
artillería y de todas las carretas que habían llegado
allí. Los bueyes flacos 3' cansados, no pudieron
arrastrar los rodados para subir la loma al otro
lado del puente; entonces las tropas de Escobar
recibieron orden para prestarles su cooperación.
A esta razón, no había mucha exageración si se
afirmara que aquel pasaje se hizo a pulso.
\
160
El 20, viendo el Mariscal que la División
Delvaile no llegaba, siguió hacia el rio Amamhay^
llevando consigo 12 piezas de artillería de cam-
paña, la 1*. y 2*. división de infantería, la escolta
y un cuerpo de caballería a pié.
Para abreviar el camino o más bien acortar
la distancia, rumbeó por un monte ralo, poblado
de arbustos parecidos al palo de yesca. Y a fin
de dar paso a las impedimentas que venían más atrás
los jefes y oficiales se proveyeron de hachas y a
falta de etas hicieron uso de sus espadas, y em-
pesaron abrir una senda o vereda volteando los
arbustos con un golpe de hacha o de espada y un
empujón! Ápesar de la debilidad de que padecían
todos por falta de suficiente alimento, aquello fué
trabajo fácil y se hizo con entusiasmo, porque
cada uno quería acreditar su valentía en presencia
del Mariscal en el volteo de arbustos! La distancia
recorrida de esta manera sería unas seis cuadras;
luego salimos a una limpiada.
El 23 de Enero llegamos, con las fuerzas men-
cionadas, a la margen derecha del río Amambay,
bajo una lluvia torrencial- que no nos había aban-
donado, sino por cortos intervalos, desde que
salimos de Zanja hú, imposibilitando la marcha
regular de los rodados y de las tropas que, en su
consecuencia, se enfermaban y morían en todo el
camino.
A la primera noche, así que hube terminado
de señalar los lugares donde tenían que acampar-
se los diferentes cuerpos que venían llegando, di
parte y en seguida fui a echarme bajo mi carpa,
Arzamendía, mi ordenanza, me había estado es-
piando; en cuanto vio que no volví a salir más,
se me acercó avisándome que la cena estaba pron-
ta. Le dije que la sirviera. Consistía aquella en
un plato de guisito sin sal, sin ningún género de
condimento. Como el estómago a esa hora ya
necesitaba de algún consuelo, le hice honor de
161
inuy bueiiii gana. Al terminar, el bueno de Ar-
zamendia, muy orondo, me dio la nolici_a de' que
los milieos en su excursión por los ino.ntes a las
márgenes del rio, tiabíací encontrado y tniido unn
frutii muy dulce y snltrosa parecida' al ai-aticú, y
que me liabia reservado una piíra, postre. Me
la trajo. Kteclivameiite, era una especie de clii-
rimovEí silvestre, más o menos, de! mismo tiimaño
que la del Brasil; dulce como almíbar, y por
cousiguiínt^í muy agntdiible al paladar, l.ns se-
millas eran negras formadas en una carne pulpo-
sa, exactamente idénticas a las del araticú (anón).
Francamente liacia tiempo que no habla probado
un postre tan rico y excelente! Pero había sido,
como la huéspeda hermosa, mala para la bolsa,
una fruta rica muy terrible para el estómago!! . . .
A la verdad, antes de media noche ya hizo su
efecto: me dio un.i espantosa disenteria con dolo-
res atroces al estómago.
* Amanecí hecho una espina y con una debili-
dad que apenas me permitía moverme. No había
sido yo la única victima. Otros y otros que la
habían comido, también fueron atacados de la
misma enfermedad.
La fruta, por sus efectos, fué Juzgada o decla-
rada como venenosa, arbitra liamente, no porque
para ello hubiese precedido ningún examen quí-
mico!
Felizmente el Río Amambay no estaba a nado.
El agua, en medio del canal, apenas llegaba al
pecho de un hombre pero con una correnfada
bastante fuerte.
El Mariscal (iió orden al Coronel Patricio Es-
cobar, que con la práctica iba sienilo una especie
de ingeniero, para dirigir los trabajos de un puen-
te í(ue se bacía indispensable sobre aquel río para
- dar pasaje a las carretas y a la artillería. Esco-
bar, después de examinar y estudiar ambas orillas
y sondar la profundidad del canal principal, for-
162
mó su plano en la iniíiginación y fué a dar cuenta
al Mariscal, a quien explicó detalladamente cómo
iba a proceder para llevar a cabo aquel trabajo
que se hacía tanto más ímprobo y difícil por la
escasez de elementos.
El Mariscal, satisfecho del plano de Escob«nr,
le dio orden para que, sin pérdida de tiempo,
diera comienzo a ios trabajos, manifestando el
deseo de que cuanto antes estuvieran terminados.
Las barrancas del Amamhay son altas, de
modo que se imponía la necesidad de hacer gran-
des y profundas excavaciones para rebajarlas al
nivel de la playa, a fin de facilitar la subida y
bajada en ambas márgenes.
Una parte de la fuerza se ocupaba en esta
operación, turnándose con frencuencia para evitar
que se inutilizaran las tropas por el cansancio,- y
otra, en el corte y condución a pulso de las ma-
deras necesarias para la construcción del puente.
Los que hacían este trabajo, eran en su mayor
parte, jefes y oficiales.
Eran sorprendentes la actividad y el entusias-
mo que desplegaron' todos en la ejecución de
aquel enorme y penoso trabajo. Merced a esta
circunsta^ncia, a las 24 horas, quedaron allanadas
las dificultades que ofrecían tan elevados barran-
cos, y el puente listo para dar principio al pasaje.
Lo que más trabajo costó fué la colocación de
los pilotes por la mucha corriente del río, y tam-
bién porque los hombres destinados a esta opera-
ción, entraban en el agua hasta el pecho, perdien-
do así la mitad de su fuerza. Eran aquellos, gruesas
maderas aguzadas en la extremidad que tenía que
clavarse en el fondo arenoso del río, y en la otra
se amarraron sogas que tiradas de un lado a otro
por suficiente número de hombres, daban un
movimiento de vaivén a cada pilote que, en fuer-
za de ello, iba penetrando poco a poco en la tie-
rra hasta quedarse firme.
- 163
El Mariscal presenciiiba íiqucilo animando
u todos con sus palabras, chistes y bromas, que
coiitribujaii al buen humor de ellos.
líl 24 pernoctamos ya en la banda izquierda
del rio. Esa misma noche se desertó en un peti-
zo que se me había f^icililado en A/cuna, mi se-
gundo de la maydría, el Sargento mayor Azcurra;
pero fué tan desgraciado que al dia siguiente tem-
pranito fué traído por los espías que le captura-
ron en un monte en momento que estaba prepa-
rando algo que comer en una fogata. El humo
de ésta que salía sobre el monte le traicionó. El
Mariscal habló con él y en seguida sin más trá-
mite, le mandó lancear. Este hecho me dejó en
una posición bastante falsa y delicada. En efecto,
inmediatamente después fué a sentarse bajo una
enramada, rodeado de jefes y oliciates, y empezó
a hablar, y observando que me encontraba pre-
sente entre éstos, dijo dirigiéndoseme a mi: «Y vd.
también veo que ya va teniendo mala cara»!. ..
«Exmo Señor, estaré lirmt- en el cumplimien-
to de mi deber hasta el último-, le contesté. No
dijo más nada. ¡Es decir, que en esas alturas,
pretendía ya juzgar de la conciencia de uno por
el aspecto que tenia su fisonomía
Como la orden de marcha estaba dada, se
puso todo el ejército en movimiento, y después
de recorrer los campos del antiguo Jerez del Pa-
raguay, llegamos ese mismo día al ponerse el Sol,
a la margen derecha del río Corrientes estable-
ciendo allí su campamento el Mariscal.
Se practicó un reconocimiento, y se encontró
una estrecha vereda o picada que conducía a la
orilla del rio por el monte.
Al dia siguiente, el Coronel Escobar recibió
orden para que con la. gente de su división pro-
cediera a hacerla más ancha, chapeando los cos-
tados, de manera a dar paso a las carretas y ca-
flones. Asi se hizo. El rio es notable por la
164-
impetuosidad de su corriente. Por fortuna no
estaba a nado; apenas el agua Ijegaba ai pecho
de los caballos. El pasaje, sin embargo, no deja-
ba de ser difícil y peligroso, no solo por la fuer-
za de su corriente, sino porque el lecho es pe-
dregoso y lleno de hoyos 'profundos. Como es
mucho más angosto que el anferior, se discurrió
que, sin necesidad de un puente, bastaria tirar
una maroma de una orilla a otra, amarrándola
en árboles corpulentos. Aceptad^ y llevada a
práctica la idea, pasaron las tropas al otro lado
agarradas de aquella, sin que hubiese ocurrido
ninguna desgracia personal. Aquel pasaje se efec-
tuó, ¡cosa increíble!, ep medio de una algazara
general! Las carcajadas y gritos que soltaban los
soldados por cualquier incidente que ocurría
entre ellos, resonaban en el monte hasta lejos, y
subió .de punto el buen humor, cuandp vieron que
el Mariscal, para lucir su escuela de natación, se
desnudó, y, como un pez pasó al otro lado, a
nado, luchando victoriosamente contra la corriente!
El 27 el Mariscal levantó e\ campamento de
la margen izquierda del rio Corrientes, (1) y ese
mismo día a la caída de la tarde nos acampamos
en un campo abierto teniendo a la vista Punta^
Pora. Esa noche cayó una copiosa lluvia. De
allí nos trasladamos el día siguiente más allá de
Punta-Porá, distante más o menos una legua del
boquerón que da entrada a la picada de los mon-
tes de Chirigüelo que según conocedores, tiene
algo más de 4 leguas de extensión. Dicha picada
atraviesa la Cordillera de Mharacayú^ y conduce
al paraje denominado Cerro-Corá.
No a mucha distancia de allí hay una laguna
llamada Capiihary^ la cual dio el mismo nombre
(1) El General Resquin llama arroyo; pero es más propio llamarle
rio, en nuestro concepto, por el caudal de agua que lleva, y que puede
ser navegable.
163
a nuestro campamento. Después de algunos días
de demora, aguardando la incorporación de las
fuerzas que desde el paso del Igatimi venían
siguiendo la misma ruta que habíamos traído,
luchando con mil dificultades provenientes de las
lluvias 5' la carencia de elementos de movilidad,
se levantó el campamento de Capiihary y continuó
su marcha el Ejército Nacional, que se había redu-
cido a 1200 hombres, 6 piezas de artillería y
muchos enfermos.
Con este diminuto resto de aquel poderoso
ejercito que con su valor y heroismo, más de una
vez se había impuesto al enemigo, atravesamos los
montes de Chirigüelo, siguiendo para el efecto una
senda estrecha y fangosa,' sorportando crueles
penurias y bajo una copiosa lluvia.
Salimos al otro lado ya muy tarde. Nos acam-
pamos en un campixihuelo. Al día siyuienle se
mandó carnear y racionar las tropas que habían
llegarlo hasta ese punto.
. Permanecimos allí todo ese día. Vinieron a
ver al Mariscal dos indios Cayguá; regresaron
llevando en la m^ino un pedazo de carne que les
mandó dar aquél. Mnrchamo.^ al subsiguiente día,
es decir, el 8 de Febrero, 1870, y llegamos ese
mismo día a la margen izquierda del Aquidarbán,
paraje llamado Cerro-Corá estableciendo el Mariscal
su cuartel general en el centro de un gran espacio
abierto rodeado de elevados ceri'os hacia el ponien-
te y de bosques por los otros puntois.
En vista de las grandes dificultades que ofre-
cía el camino del Chirigüelo, resolvió dejar al
General Francisco Roa con 8 piezas de artillería
ligera y el personal de su dotación diciéndole que
después de su llegada a Cerro-Corá le devolvería
los bueyes que iba a utilizar en la conducción
de las carretas, para llevar las piezas al nuevo
campamento.
El Coronel Patricio Escobar quedó igualmente
166
encargado con su división, de hacer conducir to-
das las carretas que se habían rezagado atascadas
en los pantanos del camino del Chirigüelo.
Merece que tratemos en un capítulo especial
los sucesos acaecidos en Cerro^Corá y que pusieron
término al gran drama de la guerra; a esta razón
pondremos punto aquí y continuaremos en el
siguiente.
CAPITULO X
CERRO CORA
Llegamos al paraje inmortal donde tuvo lugar
el desenlace del gran drama de la guerra que por
más de un lustro spstuvo la nación paraguaya en
defensa de sus derechos.
Podemos, parodiando a Volney, exclamar:
¡Oh, tumba de Cerro Cora! ¡Cuántas útiles lecciones,
cuántas nobles y patéticas reflexiones ofreces al
espíritu que os sepa contemplar! (1)
Cerro Cora, es epopeya gigantezca que lleva
en vibrantes ecos a todos los ámbitos del mundo
civilizado el nombre glorioso de la nacionalidad
paraguaya, imponiendo respeto y admiración la
sublimidad del grandioso episodio que en él se
consumó.
Cerro Cora es el más firme pedestal en que
descansa y descansará la gloria paraguaya en el
presente como en el porvenir, y la luz que arro-
jan las graníticas y desnudas laderas de las mon-
tañas de Mbaracayú heridas por los rayos del sol
naciente, simboliza el brillo de la aureola que cir-
cunda el sepulcro donde yacen los héroes, que,
después de cien duros combates, cayeron envueltos
en la bandera nacional dando así al mundo el más
elevado ejemplo de un patriotismo que, si bien
hoy por momentos desfallece, alimentamos la más
viva fé y la más afirme convicción de que su
(1) Invocación p b. Las Ruina» de Palmira.
. 168
enseñanza, rompiendo los obstáculos que interpo-
nen la decadencia y la corrupción, pasará, a ser
firme e incontrastable en los corazones de la juven-
tud patriota que, poniendo de lado mistificaciones,
falsedades e ideas contrarias al sentimiento nacio-
nal, rendirá el homenaje de respeto y veneración
a que son acreedores los mártires que inmor-
talizaron sus nombres en tan magna y sangrienta
lucha.... ,
!0h, juventud paraguaya! vosotros no igno-
ráis que la idea de la independe4icia, en un pue-
blo como en un individuo, es ingénita, y que cuan-
tos mayores sean los sacrificios hechos para con-
quistarla y sostenerla, tanto más profundo es el
amor que ella inspira, y que por oscuro que sea
el abismo de relajación á que haya descendido
un pueblo o un individuo, jamás deja de Hegar
a su conciencia un rayo de luz que avive o for-
talezca en él ese sentimiento.
Y como no hay caso ni circunstancia en que
pueda aminorarse el valor intrínseco de esa idea,
el amor y el cariño que ella inspira a los corazo-
nes patrióticos es siempre igual, como igual es el
apego que tenemos al techo que abrigó nuestra dulce
cuna, al aire que respiramos, a la luz que vimos al
nacer y a las praderas y a los arroyuelos que han si-
do testigos mudos de nuestros primeros amores, de
nuestros inocentes y más puros placeres y de
nuestras m¿\s encantadoras fruicciones. Ante esta
verdad, confirmada por la historia de todos los
tiempos, ¿h^^brá ser tan degradado que quiera en-
cadenarse, que quiera sacrificar e] tesoro tnás
preciado y la gloria más legítima de su patria en
cambio de una humillante anexión? Solo el qiie ha
perdido toda noción de dignidad, solo un hijo es-
púreo, que se ha olvidado del regazo materno que
le dio calor y vida en su niñez, podrá alimentar
semejante pensamiento. . .
Cerro Cora, finalmente, constituye el triunfo
moral que alcanzó el Paraguay sobre sus enemigos.
Basta leer Va historia de la defensa, basta seguir
paso a paso at Ejército nacional para convencerse
<le que esle no fué derrotado sino totalmente exter-
minado. Aquellos, en realidad, no conquistaron sino
una tumba! Por eso Cerro-Cora vivirá eternamente,
porque su recuerdo, ligado como está a una de las
páginas más brillantes déla historia americana, se
ha de conservar al través de los tiempos, sirviendo a
las generaciones futuras para inspirarse en los me-
mentos supremos, un libro abierto, donde están
consignadas las más sublimes virtudes de sus
antepasados.
Y cuando las estatuas levantadas a Ídolos de
barro, o a caudillos vulgares, o a mediocridades
adocenadas, corroídas por el tiempo se desplomen
hundiéndose en las profundidades del olvido, la
tumba de Cerro Cora, como la de los griegos que
cayeron en las Termopilas, vivirá de generación
en generación hasta los más remotos siglos y al-
gún feliz numen del Pindó se encargará de cantar
en armoniosos y sonoros versos la gloria de aque-
llos héroes de hi abnegación y del sacrificio, del
honor y del deber, del ejemplo y de la firmeza,
que preririeron la muerte a ver a su patria despe-
dazada, vilipendiada y humillada por la domina-
ción desús enemigos tradicionales.
Pero pongamos término a estas reflexiones
sugeridas por la grandiosidad del cuadro, y en-
tremos con ánimo sereno e imparcial a relatarlo
más exactamente posible los detalles del gran
suceso de Cerro-Corá, es decir, del último esfuerzo
que se hizo a la voz de independencia o muerte! . , ,
El campamento de Cf.rro-Corá ocupaba un
extenso espacio semi-circular, limitado al Norte
por el Aquidabán y los bosques que pueblan su
orilla izquierda; al Sud, por los que pueblan la
orilla derecha de uno de los brazos de aquel rio,
denominado Aquidabánigiti; al Oeste, también por
170
bosques de las orillas mencionadas de ambas
corrientes formando an boquerón que dá entra-
da a Ufl abra o potrero natural, y al Este, por un
valle o planicie sin bosque por donde va el cami-
no que conduce a Chirigüelo, dis^tante nnas 4 le-
guas del campamento de Cerro-Corá. Más lejos
al Sud del brazo del Aquidabán se ven unas ele-
vadas montañas, con los lados cortados a pico^
escarpadas y desnudas de vegetación, las cuale.s
vistas desde la distancia parecen destacarse del
centro de las innnensas selvas que las rodean.
Dichas montañas están colocadas formando un
circulo; de ahí el nombre que se ha dado al pa-
raje de que se trata.
El Mariscal estableció su cuartel general en
medio del campamento al pié de una ísleta de
arbustos. Para el efecto, la hizo limpiar conser-
vando para sombra los mejores de estos. Allí se
agruparon los coches, carretpnes y carretas car-
gados desús equipajes 1. t. De ese punto al paso
(leí Aquidabán habrá unos 600 a 700 metros. Al
Norte, a unas dos o tres cuadras del cuartel gene-
raly y también al lado de una isleta, se instaló la
mayoría. A la izquierda, a media cuadra, estuvie-'
i*on acampados el batallón riflero y el escuadrón
i'scolta. El brazo del Aquidabán donde el Maris-
cal sabía ir a pescar dista del cuartel general
unas 4 cuadras.
En cuanto se instaló en Cerro Cora, el Maris-
cal tomó las siguientes disposiciones: mandó colo-
car en el paso del arroyo Tacuaras distante algo
más de una legua del Paso del Aquidabán una
guardia de 90 hombres y dos piezas de artillería
de. campaña y confió la defensa del mismo paso
del Aquidabán a los Coroneles Juan de la Cruz
Avalos y Ángel Moreno y a los TenTente-Cx)roneles
Santos y Gómez. El primero con ochenta lanceros,
ocupó el ala derecha, el segundo con cuatro piezas
y cien de tropa, ocupó el centro, y los dos últimos^
171
con cien hombre* de infantería ocuparon el
ala izquierda (1); envió al Sangento Mayor Lara
con 12 hombres de cjiballería a recorrer los esta-
blecimientos de ganado de los campos del Aqui-
daban; pero habiendo aquél dado parte de qtíe
estos estaban desprovistos <|e ganado, .despachó al
General Caballero, el día 12 de Febrero con 40
hombres en su mayor parte jefes }' oficiales, con
instrucciones de ir a Matto-Groso o sea a la comar-
ca de Villa Miranda^ a recoger y enviar al Ejército
cuanto ganado pudiese encontrar.
La provisión de ganado pgra atender la sub-
sistencia del Ejército era urgentísima. Hasta en-
tonces se mantenía con un corto número de ganado
que el Mariscal había mandado llevar de una de
sus estancias, pero ya no quedaban sino muy pocas
cabezas, a tal ejctremo que se carneaba una res
por día, con la que se racionaba 500 hombres
inclusive el cuero que se les repartía en pequeños
retazos! El cuero bien hervido, y para el efecto
hay que tenerlo en la olla al fuego unas cuantas
horas, se ablanda y se convierte en una especie de
jamón bastante bueno de comer. Pero el pobre
soldado, apurado por la aprei^iiante necesidad de
alimentarse, no podía esperar o perder el tiempo
en prepararlo como queda indicado y por pronta
(i) El señor Arturo Montenegro, tratando de refatar la opinión dé
don Silvano Godoy sobre la muerte del Mariscal en so traducción de lae
Monog^raflas de aquel dice en página 84:
Que Ldpee perseguido ocupaba una formidable posición en las breñas
impenetrables del Aquidabanigui, defendidas por l6 bocas de fuego ¡i
cerca de i9úO %ombre.e (i)
Ni fué formidable ni impenetrable la posición que ocupaba, 9or eso
llegaron y entraron fácilmente en ella las fuerzas brasileras, y en ella no
había más fuerzas que las referidas por nosotros. Apelamos en corrobo-
ración de la verdad a los estados personales de ios -cuerpos que habían en
Cerro Cora, los cuales, originales obran en la Biblioteca de don Enrique
S. López, y que están publicados en la Revista, del Instituto Paraguayo^
n. 6, raes de Marzo, año de i89T. No hubo tampoco ataque a la bayoneta,
a menos que se refiera a la matanza inútil e innecesaria de tantas gentes
vencidas e indefensas, verdaderos asesinatos cometidos por una solda-
desca brutal.
(1) Las sub-rayas son nuestras.
172
providencia, lo e«liaba sobre las brazas! AHÍ el
fuego lo achicharraba re<luci¿ndolo a una pasta
quemada y tan dura que ningún estomagó podia
digerirlo. Añádase a esto ef^an de que se servia,
consistente en raices y frutas silvestres qué las iba
a buscar en los bosques a grandes distancias, y
se tiene una alimentación que, en lugar de mejorar
)a salud de las tropas, contribuía maravillosamente
a su fatal aniquilamiento por las diversas enfer-
medades, que las causaba.
El hambre aquí asomó por completo su horren-
da cabezal, produciendo con sus puntantes dardos
entre todas las gentes los xs\ii% siniestros y deso-
íadores cuadros.
No hay pluma que los pueda pintar con los
colores con que se presentaban; no hay palabra
que pueda trasladar con exactitud a la imaginación
del lector las dolorosas escenas que a cada rato
se presentaban a Ja vista de uno. -
Al ponerse el Sol partió el General Caballero
y a eso de las 9 de la noche llegó al campamen-
to del Coronel Patricio Escobar en el Chingüelo^
encontrando a éste ocupado con su secretario en
escribir un oficio para el Mariscal, participando
a éste la muerte del Coronel Venancio López. Le
(lió a leer a Caballero el borrador, y éste, notan-
do que le daba al finado el tratamiento de Coro-
nel que el Mariscal lo había suprimido, le obser-
vó que tal vez fuese más prudente omitirlo. Si-
guiendo este oportuno consejo Escobar lo borró-
Si la memoria no me engaña, el día 13, o 14'
de Febrero, vino a Cerro-Corá un oficiad ayudante
de la División del mando de Escobar, travendo
al Mariscal el consabido oficio, y así que lo hubo
entregado, pasó a darme parte verbal en mi ca-
rácter de jefe de la mayoría, de la muerte del
Coronel Venancio López. Refiriéndome la circuns-
tancia del hecho, recuerdo que me dijo que el
oficial comandante del piquete que le llevaba
173
cusloiiiíido, al llegar a Chirigüelo, se hüliia pre-
.striitatfo ante el (Coronel Escobar, muDiíestando '
que el Coronel Venancio López tK) quería o no
podía caminar inás. Que Escobar, inmediatamen-. ,
te con esta noticia, se había tiasladado al lugar
donde se encontraba aquél,, pero que al' llegar
■ alli 1.' había bailado ja cadáver. Que informado
por los del piquete deque la 'muerte fué causada
por unos golpes que el oficial le hiihia dado con
su espada, mandó inspeccionar eí cadáver, y que
efectivamente habia encontrado señales de golpes."
Que habla buscado al oficial con la vista en
sus alrededores para pedirle cuenta de su con-
ducta; pero que no habiéndolo encontrado por
que sin duda teniendo conciencia de su falta, se
hahria escapado, habia despachado una comisión
en su persecución, pero que ésta habia regresado
sin lograr su captura. Que finalmente, el Coro-
nel Escobar había mandado enterrar e! cadáver
al lado del camino próximo a la orilla del monte.
Kn cuanto hube acabado de oir esta relación,
como era de mi deber, pasé al cuartel general a
participar el hecho al - Mariscal, quien con aire
triste, se limitó a decirme: que ya estaba enterado.
He ahí cuanto pasó acerca de la muerte del '
■ Coronel Venancio López, fl)
Los que llegaron a Cerro-Corá, con el Maris-
cal del Ejército que emprendió la retirada desde
Azcurra, ascenderían cuando más, a unos ííCK) hom-
bres la mayor parle enfermos, todos profunda-
mente quebrantados en su moral y espíritu,' por
las excesivas fatigas y penurias, según hemos ve-
nido observando, que imponía una marcha tan
prolongada llena de todo género de privaciones.
(1! El Seiif ni Bscabar podrí dar detalles mita amplios. "í no e»tt
tlemia afirmar aquí para dIMpsr cualquier dnds o falsedad, qnc el que
escribe esta memoria, nunca ha tenido nada que ver directa ni indlreii^
rameóte de <;erca ni de lejos, en las desgraelu de a^DSl hombre desde
San Fernando, hasta Chirlgcielo donde termlnd sos dias.
174
A medida que aumentaba la miseria, iba de-
cayendo más y más el ánimo basta el grado de
hallarse lodo el mundo dominado del más com-
pleto desaliento, tanto más cuanto que no se vis-
lumbraba ninguna esperanza de una pronta ad-
quisición de loS; recursos indispensables para re-
mediar las necesidades físicas de las tropas.
El Mariscal sin duda, buscando medio de
reanimarlas algún tanto, aunque era cuestión di-
fícil cuando la causa principal del mal era el
hambre, concibió la idea de distribuirles meda-
llas en premio de la lealtad y constancia de que
dieron una prueba tan relevante en aquella peno-
sa campaña.
Con este propósito, el 25 de Febrero, 1870,
mandó reunir a los principales jefes y oficiales
del Ejército, y él sentado en una silla y aquellos
sobre la gramilla frente al cuartel general forman-
do un gran semicírculo, les manifestó con.palabrds
elocuentes la pena que torturaba su corazón al
ver que se hacían correr voces de que él intenta-
ba pasarse a Bolivia. Rechazó con energía esa
suposición que dijo, importaba un desconocimien-
to de su lealtad y patriotismo, declarando que él
había jurado ante Dios y el mundo defender a su
patria hasta la muerte y que estaba dispuesto a
cumplir su juramento.
Luego se extendió largamente sobre los debe-
res y sacrificios que imponía el patriotismo, en
presencia de la sangre aún humeante que hume*
decía los campos de batajla, donde decía tantos
ciudadanos, han sacrificado sus vidas en defens^j
del suelo patrio, legando así a la posteridad un
ejemplo de abnegación y un timbre de gloria que
recordarán sus nombres en el templo de la in-
mortalidad.
Habló también del enemigo, de las pretencio-
nes tradicionales del Imperio sobre estos pueblos.
empleando a su respecto algunos chistes calculfidos
;i producir hiluridad entre los que le escuchaban.'
lín seguida levó el Decreto que conferia la'
inedalln de Amambay distribuyéndose desde luego
las cintas de que debería ir pendiente del pecho
de los agraciados. Dicha cinta era de dos colores:
colorada en la orilla y amarilla en el centro.
No sabemos si la adopción de estos colores de la
bandera española era indifon iite, o si ella obede-
cía a algún pensamiento o idea que tuviese relación
con las leyendas sublimes déla Península Ibérica.
Tal vez haya querido recordar o refrescar en la~
memoria el ejemplo de los sacrifíciús heroicos que
hicieron nuestros antepasados en el descubrimiento
y conquista de la América, y en defensa de su
independencia contra el coloso del siglo, cuyos
Jigantescos esfuerzos han sido y serán tema. cons-
tante de la admiración del mundo.
He aqui el decreto:
"El ciudadano Francisco Solano López, Maris-
"cal Presidente de la Repiihlica «Id Paraguay y
"General en jefe de sus Ejércitos, tiran Cruz de
"la Orden Nacional del Mérito, t. t„ queriendo dar
"un testimonio público de honor y de Justicia a los
'beneméritos defensores de la Patria que con ab-
" negación ejemplar y patriótica virtud hicieron la
"campaña del Amambay, cruzando dos veces la
"sierra de Mbaracayii ■
"Decreta:
"Art. I". Acuérdase una medalla conmemo-
•^rativa de honor a todos los ciudadanos que lle-
"varon a cabo la campaña de Amambay,
".Art. 2». La medalla de Amambay será oval
"de veinte y ocho por treinta y siete milímetros
"de diámetro con la estrella nacional realzada en
"medio con la palma y oliva abajo y la inscrip-
"ción circular de *Venció penurias y fatigas» en
^ ' 176
* "lA parte superior del anverso; y por reverso, la
^'inscripción circular de *El Mariscal López* en la
"parte de arriba, y en el centro •Campaña de
^ Amamhay^ 1870» con más una cadena de sierra
''en la parte inferior.
"Art. 3^ La medalla de Amambay constará
"de 1^ y 2® clase, de oro para los (lenerales y
"jefes de 1* y 2^ cla3e, de plata para los oficiales
"y tropas.
"Art. 4*^. La medalla de los Generales íle-
"vará las inscripciones y gerogliflcos realzados
"en brillantes;, la de los gefes, en rubí con la es-
"trella ndcíonal en brillantes para los Coroneles
"y la de los oficiales con inscripciones y gerogli-
"ficos de oro. .
Art. 5<*. La medalla de Amambay se llevará
"al lado izquierdo del pecho, pendiente de una
"cinta de veinte y cinco milímetros, de color na-
"ranjado y de orilla rojo. j
"Art. 60. Autorízase a los Generales, Jefes y
"Oficiales a llevar la medalla, de Amambay sin
"pedrerías los primeros y de pura plata los> se-
"gundos, con grabados^ mientras las circunstancias
"no permitan dárseles en la forma debida. ^
"Art. 7^ Los jefes de divisiones presentarán
"al Estado Mayor General del Ejército lista nomi-
"nal de íos jefes, oficiales y tropa acreedores a la
"medalla de Amambay.
'*Art. 8<>. El Ministro Secretario de Estado eh
*'el Departamento de Guerra y Marina queda en-
"cargado de la ejecución del presente decreto.
"Cuartel General en Aquidabanigüí, Febrero 25
"de 1870.
(firmado) «Francisco S. López.
"El Ministro de Guerra y Marina
(firmado) «Luís Caminos^
"Es copia:
Caminos".
179
La copia del antecedente decreto fué remitida
al Coroiii:! Panchito López, acompañada de la
siguiente nota:
"¡Viva la Repiiblicá del Paraguay!
"El Excmo. Sr. Mariscal Presidente de la Repú-
"blica ha tenido la dignación de acordar una me-
"dalla de honra a los defensores de la Patria, que
"han hecho la campaña de Amambay, por el De-
"creto Supremo que tengo el honor de acompañar
*'a V. S. S. E. el señor Mariscal Presidente, siem-
"pre celoso apreciador de todos los servicios de
"sus compatriotas, ha querido premiar en nosotros
"aquello que no hicimos, sino en fuerza de nuestro
"deber, sino que ha querido llevar su magnani-
"midad hasta realzarla medalla de Amambay por
"los términos altamente obligatorios para nosotros
"con que está concebido el Decreto de creación
"que acompaño para sus fines.
"Dios guarde a V. S. muchos años. Campa-
"mento Aquidabánigüí, Febrero 26 de 1870 (I).
(fir.) Luís Caminos"
Efectivamente, la distribución délas cintas de
la medalla de Amambay, produjo alguna animación
a los extenuados oficiales y tropa. Esa vez antes
de disolverse la reunión, los jefes y oficiales en-
tusiasmados por las elocuentes e insinuantes pala-
bras del Mariscal, todos expontáneamente renova-
ron su juramento de combatir al enemigo hasta
morir y de no retirarse de la fila aunque estuviera
uno herido.
Resolución heroica a que se recurre cuando no
queda otra arma de defensa que la desesperación,
la desesperación que como dijimos en otra publi-
cación de distinta índole, también a veces de la
iBtoB docuDientoB son anténticoa. Ellos fnemn encontrados en
% del Coronel Ponchlto. después de masrto éate. por U calianeTls
3 del Coronel Mach&do.
180
victoria, según Virgilio, cuando todos consideraban
llegada la oportunidad de alcanzar mejor vida con
la muerte, cuando ya su Jefe gritaba cual otro Eneas
para luego morir cual. otro Héctor, ^muramos todos
por nuestra patria^ porque a los vencidos solo les
queda una salud, que es no esperar salud alguna (i).
Así habremos sellado en presencia del enemigo y
del mundo que nos contempla nuestro juramento,
nuestra constancia, nuestra fé y nuestra lealtad».
El 1^ de Marzo, 1870 por la mañana tempra-
no (a eso de las 7,) algunas mujeres escapadas
de nuestra gran guardia situada sobre el paso del
arroyo Tacuaras que cruza el camino que condu-
ce a Villa Concepción, distante como queda dicho
una legua más o menos de nuestro campamento,
trajeron al Mariscal la noticia de que aquella se
encontraba en poder del enemigo, quien había
podido apoderarse de ella fácilmente, evitando
los cañones que guarnecían el paso, y llegando a
ella por la retaguardia por un camino oculto que
le había indicado un desertor paraguayo, el (Co-
ronel Silvestre Carmona, vecino del Departamento
de San Pedro, sin que fuese sentido, y en mo-
mento en que la mayor parte de la gente había
ido a los montes a buscar que comer.
En seguida despachó unos cuatro bomberos o
espías para traerle noticia del enemigo, pero ya
había sido tarde porque una o dos horas después
se sintieron tiros de cañón seguidos de un nutrido
tiroteo de fusilería en el paso del Aquidabán, don-
de había la guarnición de que hemos hablado
más arriba.
Con tan repentina y seria novedad, me llamó
apresuradamente y me ordenó que fuera a ver
inmediatamente lo que ocurría en el Paso, orde-
nando a la vez a su ayudante el Comandante Rive-
ros, para que me acompañara. Al efecto, y a in-
(1) Eneida Libro II.
181
dicación niia, éste ensilló y montó en un mulo
gordo que tenía el General Resquín, a la sazón
indispuesto desde hacia días, y salimos al trote a
dar cumplimiento a nuestra comisión.
Cuando llegamos al río, encontramos que el
enemigo, muy superior en número, ya había con-
seguido forzar el paso, habiendo matado a la mayor
parte de los que lo defendían. Volvimos entonces
a todo correr, trayendo yo la delantera, y al aproxi-
marme al cuartel General, en cuyo frente aún se
hallaba parado el Mariscal sólo, y sin bajar del
caballo, por exigirlo así la urgencia del caso, le
dije en alta voz: *¡El enemigo ha pasado el pasolT^
Entonces el Mariscal sin decir nada v dando
algunos pasos al frente y mirando hacia donde se
encontraba acampado el batallón de rifleros, gritó:
«/J. las armas todos!*
Cinco minutos después ya venía asomándose
tras de la mavoría, a distancia de dos o tres cua-
dras del Cuartel General avanzando poco a poco
hacia nuestro campamento un pelotón de caballe-
ría enemiga. (1)
Como jefe de la mayoría y montado en un
buen caballo, volé a ponerme al frente de las
escasas fuerzas de aquel cuerpo, y desplegándolas
en guerrilla procuré hacerlas avanzar sobre aquél
con la intención, si fuese posible, de hacerlas lle-
gar a las manos, por estar armado la mayor parte
de sables y lanzas, y muy pocos de armas de fuego,
para poder sostener con ventaja un tiroteo con el
enemigo. Mi segundo, el Comandante Antonio
Barrios, en cuanto estuvo desplegada la guerrilla,
hu)^ó cobardemente al monte.
Con mi movimiento de avance, la caballería
enemiga retrocedió poco a poco y luego, a la dis-
tancia de una cuadra más o menos, hizo alto, y
empezó a romper un fuego graneado sobre nues-
(1) Después supimos que era de la brigada al mando del Coronel Juan
Núfiez da Silva Tavares jefe de la vanguardia de las fuerzas brasileras.
182
tra guerrilla, que no llegaba a cíen hombres! En
esta circunstancia venia llegando el Mariscal mon-
tado en un caballo bayo flacón, acompañado de
su hijo el Coronel Panchito, también a caballo,
y algunos pocos jefes y oficiales a pié.
. Yo recorría mi guerrilla de un extremo a otro,
tratando de infundir ánimo alas tropas; En una
de esas idas y venidas, recibió mi caballo un
balazo que le bandeó el muslo, pero continuaba
asi mismo sin novedad, uno de los jefes (1) a
pié me advirtió: ^Coronel su caballo está herido»,
«Gracias», le dije, «pero parece que no siente la
herida».
No bien acabé de pronunciar estas palabras
y asi que volvía del ala derecha para la izquier-
da una bala me atravesó la cara, llevando toda
la dentadura de la mandíbula inferior de la de-
recha y la de la superior de la izquierda, que-
dando la lengua partida por el medio con la pun-
ta pendiente de uña membrana, y otra que vino
al mismo tiempo penetró en el ijar del caballo,
cayendo éste conmigo, muerto en el acto.
Felizmente pude zafarme de él, y al levan-
tarme del suelo, saliendo fuera de la línea, oí
que el Mariscal preguntaba: *¿Quién es ése que
sale?» *El Coronel Centurión papá, gravemente Ae-
rido», le contestó su hijo Panchito, que se encqn-
traba próximo.
No bien acabó de oir esta contestación, cuan-
do dio vuelta y al galopito se retiró dirigiéndose
hacia el cuartel general por el camino carretero
de Chirigüelo que pasaba un poco más arriba
ál Este.
Con mi caida se produjo el desbande, con
un suave qui pent, bajo una lluvia de balas que
cruzaban sobre nuestro campamento los batallo-
(1) El Coronel Ávelro.
183
nes que venían ya sucesivamente saliendo del
monte que puebla la orilla izquierda del Aqui-
daban. En vista de la derrota, avanzaban aque-
llos á pasos precipitados hasta penetrar én medio
de aquella confusión infernal que levantaba pol-
vareda, corriendo, hombres, mujeres y niños por
doquier, matando a balas y a bayonetazos a cuan-
tos alcanzaban, lo mismo a los que se rendían
como a los que iban huyendo casi sin aliento,
para escaparse de su furor y ensañamiento.
Hé ahí sencillamente la verdad de cuartto
ocurrió eti mi presencia a la llegada del enemigo
a Cerro-Corá, llegada que, como se comprende,
fué una verdadera sorpresa, y que tuvo lugar ien
los momentos en que la mayor parte de las pocas
tropas que había, se encontraban en los montes
buscando que conier.
Al retirarme del combate, asi que iba pasan-
do por el cuartel general, vi a la distancia al
Mariscal estrechamente perseguido por unos cuan-
tos jinetes, llevando rumbo hacia Chirigüelo, y
recorriendo la orilla del montecillcí que puebla la
márgeh derecha del Aquidabánigüíy donde solía ir
á pescar.
Bañado en sangré, con la espada en la mano
y la cara horriblemente desfigurada, yo iba andan-
do sin rumbo fijo. Cuando iba cruzando un pajal
que había al Sud del Cuartel General, sentí la voz
de una mujer que partía de un ranchito o bohip
dé cuero, diciéndome: *Mi Señor, siéntese/» Zas
me senté, sin darme cuenta dé lo que había. Era
que la mujer había visto que atrás venían unos
soldados brasileros persiguiendo a dos o tres
de los nuestros que iban huyendo del combate.
Efectivamente en nii presencia fueron éstos alcan-
zados y bayoneteados! Felizmente y merced a la
oportuna advertencia de aquella para mí provi-;
dencial 'mujer, los soldados brasileros siguieron
adelante sin que se hubiesen apercibido de mi,
184
Entonces pareciendome que ya no había peligro,
me acerqué a la orilla de un maizal que rodeaba
un grupo de árboles, y penetrando por una picada
que había, tomé abrigo a la fresca sombra de
aquellos, librándome así de los ardientes rayos de
nn sol abrazador, y sufriendo una sed devoradora
desesperante. La calmé recurriendo a la orina! (1)-
Sin duda, debido a esa circunstancia escapé
la vida y deploraré mientras viva que tan siquiera
no haya conocido quién era mi salvadora.
Pero, no obstante, siempre la recordaré con
sincera y profunda gratitud.
Serenada la tempestad, y después que todo se
habia consumado, a eso de las 2 1/2 a las 3 de la
tarde, un soldado con su bayoneta espada al cinto,
desprendido de un batallón brasilero que se había
acampado a la inmediación, iba recorriendo la
isleta como buscando algo entre los objetos de
cocina que habían abandonado allí las mujeres al
huir a los montes, y de repente me vio allí ten-
dido en el suelo y con los ojos azorados de sor-
presa dijo: ¡ohf paraguá! . . . Entonces me incorporé
y como no podía hablar, me lo hice comprender
con señas que deseaba ir donde estaba el batallón.
Previo el despojo de todas las pequeñas prendas
de valor que llevaba fuese a avisar a su jefe. Este
envió a buscarme un cabo con dos soldados. A
mi llegada tuve quedar mi nombre escrito a lápiz
en un pedacito de papel que me facilitó.
O) Esta relAcióii, con algunas complicaciones y modificaciones, es la
misma que se publicó en el Álbum de la Guerra del Paraguay, de fecha
1 de Setiembre de 1893.
No deja de ser extraño que todos los que han escrito sobre los últi-
mos sucesos de Cerro Cora, no hayan hecho mención del combate quC;
en forma regular de batalla tuvo lugar entre la fuerza de la Mayoría a
mis inmediatas órdenes y la primera o sea vanguardia enemiga que se
presentó a nuestro campamento.
La relación del Oeneral Resf^uín adolece de inexactitudes incurables
e insanables, y aparte de esta circunstancia, tiene poco valor por ser la
de un hombre que observó una conducta poco digna del elevado rango
que investía, al entrej7arse como prisionero de guerra.
185
El Jefe que parecía ver con disgusto mi con-
decoración de la estrella de oficial de la Orden
Nacional del Mérito pendiente del pecho, nne orde-
nó con imperio su entrega.
Acto continuo, me hizo conducirá una guardia
donde se encontraban prisioneros algunos de mis
antiguos compañeros uno de ellos el padre Fi-
del Maíz,
Ahora volviendo sobre la retirada del Mariscal
y su muerte que acaeció en esos mismos momentos,
y aún cuando no habíamos presenciado de visu
tan trágico suceso, hemos escuchado allí mismo
y leido después versiones de testigos presenciales
de una y otra parte que nos habilita dar de ello
una relación lo más verídica posible para ayudar
al esclarecimiento de la verdad histórica, y esta-
blecer de esta manera el juicio y a que son acree-
dores los actores ante la justicia.
El Mariscal iba persegido por seis jinetes de
caballería, uno de ellos el cabo de órdenes del
Coronel Niiñez de Silva Tavares, conocido con el
apodo de Chico Diabo^ armado de una lanza^ y en
una ensenada que forma el Aquidahánigüi consi-
guieron cortar la retirada al Mariscal, a quien in-
timaron rendición que fué contestada por éste:
muero por mi patria! Enseguida se le acercaron
el cabo y un oficial de cada lado con ademán de
apoderarse de su persona. El Mariscal que llevaba
su espada desenvainada se defendió tirando de
punta al cabo quien ladeando de un quite la es-
pada le dio un lanzazo en el bajo vientre, y el otro
o sea el oficial a su vez, le dio un sablazo sobre
la sien derecha haciendo volar al suelo el
sombrero de panamá que llevaba; pero el Ma-
riscal consiguió herir a éste en la frente.
En estas circunstancias llegaron allí montados
a caballo," dos fieles servidores del Mariscal, el
186
Capitán Arguello (Francisco^ y el Alférez Chamorro.
El Mariscal estaba hecho ascua de furia y con rabia
gritó varias veces, ordenando a los recién llegados
con toda energía: ¡Maten a esos diablos de macacos!
Arguello y Chamorro se lanzaron sobre los
brasileros sable en mano. La pelea fué recia como
puede imaginarse; hubo un entrevero espantoso.
Arremetieron furiosamente; pero la desproporción
era grande, seis contra dos! Aquellos, hechos pe-
dazos, murieron, dejando profundos rastros dé sus
sables en los cuerpos de varios de sus adversarios.
f
En este momento llegó allí a pié el Coronel
Aveiro, quien invitó al Mariscal a entrar en el
monte. Este aceptó la invitación y doblando su
caballo en presencia del enemigo formado en se-
micírculo, penetró en el bosquecillo por una es-
trecha picada hecha por los soldados que iban
en busca de frutas silvestres. Al llegar cerca de
la orilla del Aquidabánigüi, el Mariscal debilitado,
indudablemente por la pérdida dé s?ingre que
manaba de sus heridas, cayó del caballo llevando
la cabeza hacia la bajada a la corriente que era
una pendiente suave. Aveiro trató de levantarle,
pero no pudo conseguir por el mucho peso del
cuerpo. En ese momento llegaron allí sucCvSiva-
mente el mayor Cabrera y el joven Ignacio Iba-
rra, y entre los tres le levantaron conduciéndole
al arroyo; pero antes de bajarle, Cabrera a pre-
testo, de ir a buscar gente, se mandó mudar y no
volvió más.
Entonces, Aveiro e Ibarra le hicieron bajar
al agua, llevándole sostenido hasta la orilla opues-
ta que es una barranca algo elevada, y allí pro-
curaron, ayudándole de la mano, alzar sobre
aquella; pero no habiendo podido conseguir, el
mismo Mariscal les dijo que vieran si no había
otra parte más baja. Con este fln los dos se ale-
1B7
fai*on del Mariscal, que quedó recostado contra
una palmera caída que atravesaba un ángulo del
arroyo, (1)
Ibarra y Aveiro no volvieron más, porque los
infantes brasileros que iban llegando a la orilla
del arroyo hacían fuego sobre ellos.
En esos momentos hizo allí su aparición el
General Cámara a pie y, dando la voz de alto
de fuego! entró en el arroyo hasta donde estaba
a\ Mariscal, a guien se dirigió en estos términos:
"l^indase Mariscal, y entregúeme su espada,
yo le garanto los restos de su vida, yo soy el
general que manda estas fuerzas.
"Por toda contestación, me tiró una estocada.
"Entonces, prosigue el General Cámara, man-
"dé que un soldado lo desarmase, lo que fué
"ejecutado al mismo tiempo que exhalaba el úl-
"timo suspiro".
Hé ahí la versión que el General Cámara da
en su parte oficial detallada de fecha 13 de Marzo
de 1870. (2)
Más tarde, es decir en una publicación para
refutar o reclificar la relación que dio el conseje-
ro Schneider, en su obra titulada: La Guerra de la
Triple Alianza contra el Gobierno del Paraguay^
reputada como verídica por la Guceta de Porto
Alegre, el (ViMieral Cámara, refiere: que había en-
contrado al Mariscal "un |)oco adelante de la
"margen izquierda del Aquidabénigüi, caído junto
"al río apoyado el cuerpo sobre el brazo izquierdo
* y teniendo en la mano derecha la espada desen-
"vainada. Entonces diciéndole quien era le inti-
mé qu'' se considerase prisionero garantiéndole la
vida. El Mariscal me contestó que moriría por
"su patria, tirándome un golpe".
(1) Véase 1% relación inédita del Coronel Aveiro publicada en la
Rerista del Instituto, núm. 6, áfio 1897.
;1) Véase en el Apéndice.
188
"El oficial que estaba a su derecha" (pues
"dice que había otro a la izquierda) procuró herir-
"me, siendo muerto por un tiro disparado por uno
de los soldados que me habían acompañado. (1)
Que "volvió a requerirle repitiéndole la misma
"intimación; pero que empero recibió la misma
"contestación. "Entonces" dice, "llegando a su
"lado un soldado del 9^. batallón le ordené que
"le quitase la espada; el soldado obedeciéndome
"la agarró por el puño para sacársela,
«Era preciso hacer esfuerzos, y por la posi-
ción en que se hallaba el Mariscal cayó en el rio,
junto al cual tenía los pies, el cuerpo quedó de-
bajo del agua pero levantó aún sobre esta la
cabeza muriendo en seguida».
Esta versión es más explicativa, pero menos
satisfactoria que la anterior, como lo vamos a
demostrar. El General Cámara es reticenle en su
relación y ha caído en contradicciones que evi-
dencian de que no ha dicho toda la verdad.
En primer lugar, el Mariscal no podía encon-
trarse un poco adelante en la margen izquierda
del Aquidabánigüi^ como afirma.
Según hemos venido observando la barranca
de dicho arroyo en esa parte es elevada, y pre-
cisamente por esta circunstancia no pudo pasar
al otro lado, quedando allí recostado conforme
queda relacionado por uno de los que le acom-
pañaban.
Esta verdad está, además^ constatada por los
mismos brasileros testigos oculares del hecho, y
especialmente por el señor Pereira da Costa, autor
de la Historia da Guerra do Paraguay,
(1) Kra el eirajano Gaspar Bstígarribia. sobrino del famoso médico
don Vicente Estigarrlbla.
189
Dice este escritor: (1) «El tirano estaba dentro
"del agua hasta las rodillas, procurando subir la
'^barranca opuesta, el compañero extendióle la
"mano. El General Cámara se metió también en
"la corriente».
— Entregúese Mariscal! Su vida está garanti-
da. Soy el general que manda estas fuerzas.
López dio un golpe en dirección de Cámara,
y ya, en tierra, cayó de rodillas.
— Muero por mí patria! murmuró.
— «Desarme a ese hombre», ordenó Cámara.
"Un soldado del 9® de infantería se arrojó
"entonces sobre él, asegurándole por los puños,
"apesar de su resistencia. En la lucha cayó dos
"veces en el agua sumergiéndose la cabeza y sa-
"liendo con ansias a buscar respiración. En estos
""rapidisimos instantes (2) un soldado de caballería
"vino corriendo y descargándole un tiro a quema
"ropa que fué derecho al corazón. López cayó
."y una gran cantidad de sangre salió de la boca
"y de las narices: los pies quedaron dentro del
"agua y el cuerpo extendido sobre la barranca».
Esta versión del historiador brasilero coinci-
de con la que dá el Consejero Schneider sobre la
muerte del Mariscal en su obra La Guerra de la
Triple Alianza contra el Gobierno del . Paraguay^
Cap. XXXI. (3)
El General Nimez da Silva Ta vares publicó
en el Eco del Sud una refutación al General Cá-
mara, en una controversia que tuvieron sobre Ja
(1) citado por Arturo Montenegro, traductor de las Bf onografias His-
tóricas del Señor Silvano &odoj, para refutar la opinión de este acerca
de la muerte del Mariscal, en cuyo empeño ha fracasado, quedando en
pié la del Señor Godoy. El actor que cita robustece la verdad afirmada
por 6ste.
(2) Bl subrayado es del autor.
(3) La traducción de este capitulo fué publicada en la Revista del
Instituto, N. 6, año 1897 mes de Marao.
190
muerte de López y su heridor el cabo Chico DiábOy
y haciendo la relación de los sucesos, entre otras
cosas dice:
•^Intimado López para rendirse al general co-
"mandante respondió ya con diñcultad.
"^ Muero par mi patria^ con la espada en la mano»^
"y la dejó caer por el lado del general brasileño.
^'Entonces y habiéndosele tomado la muñeca
^'para ser desarmado, recibió en la región dorsal
''un balazo».
Resulta, pues evidenciado con estas citas: 1®
no ser exacto lo aseverado por Cámara en cuanto
al lugar y posición en que dice haber encontrado
al Mariscal, y 2® que no murió de las heridas
que tenia, sino del balazo que le dio el soldado
de caballería en presencia v con asentimiento^
por consiguiente, del General Cámara.
Esta es la verdad.
Verdad afirmada por el mismo General Cáma-
ra en el primer parte oficial que desde el Campa-
mento del Aquidábán en Cerro Cora dirigió con
fecha 1^ de Marzo al Mariscal de Campo Victorino
José Carneiro Monteiro, cuyo tenor es el siguiente:
'^Campamento en la izquierda del Aquidábán,
1°. de Marzo de 1870.
. "limo. V Exmo. Señor:
"Escribo a V. E. desde el campamento de Ló- .
"pez en medio de la Sierra. El tirano fué derro-
"tado, y no queriendo entregarse, fué muerto al
instante. Le intimé la orden de rendirse cuando
"ya estaba completamente derrotado y gravemente
"herido, y, no queriendo fué muerto/ (1) Doy los
"parabienes a V. E. por la terminación de la
(1) Las subrayas y puntos de admiraeiÓQ son nuestros. Rl seftor
Cámara seer^n se vé, se olvidé ya de Sns aliados
191
"guerra, por el completo desagravio que ha toma-
"uo el Brazil del tiraao del Paraguay. El Gene-
"ral Resquin y otros jefes están presos.
"Dios giiiirde a V! E.
(fir.) "José A. Correia da Cámara
"Está conforme
"Alfredo de Escragnolla Tavares
"Capitán"
Por modo que las publicaciones o relaciones
que diera el General Cámara con posterioridad
están en manifiesta contradicción con esla paladina
confesión. Se apercibió de ia mala impresión
que produjo ante la opinión pública su indigna
conducta, y trató de cohonestarla con paliativos
calculados a calmar, engendrando un sentimiento
contrario a la verdad.
Por consecuencia, la muerte del Mariscal López
reviste todo el carácter de una verdadera inmo-
lación, porque ella fue consentida y aulorixadfi
por el General brasilero, quien, como coronación
de esa indignidad dejó abandonado su cadáver a
las cobardes profanaciones de una soldadesca
desenfrenada. Estos hechos constituyen un cargo
perpetuo al General Cámara como Jefe de las fuer-
zas imperiales arrojando un negro borrón sobre
el blasón de Don Pedro II, cuya tenacidad de raza,
hizo prolongar, sin necesidad, la lucha hasta la
lompteta ruina del Paraguay (1). En este concepto,
l:i responsabilidad ante la historia, recae ineludi-
blemente sobre quien haya permitido la continua-
ción de la guerra, hasta su trágico fin en Cerro
Cora, de una guerra conquista a mano armada de
nuestro territorio, (2) de una guerra en que se
192
invocaba el santo nombre de la eivilizacién y de
la libertad/ mientras que los subditos imperiales
se vendían como mercaderías en subasta pública,
hasta el 13 de Mayo de 1888! . . .
Sean cuales fueren las faltas, los errores y aún
los crímenes con (|ue baya manchado su adminis-
tración el Mariscnl durante tan prolongada con-
tienda, selló heroicamente su juramento, cumplió
su palabra muriendo con la espada en la mano^
Su muerte es grandiosü, rayante a lo sublime, y
«jamás»^ como dice un ilustrado compatriota (1)
«consideración alguna le arrancará el titulo inmar-
cesible de apóstol y mártir de una causa grande».
Murió cual otro Héctor, y podía haber excla-
mado al morir con más razón que Francisco 1**:
Todo sé ha perdido menos el honor. Y digo con
más razón, porque éste no perdió la vida.
Su epitafio está escrito por los más eminentes
autores antiguos y modernos, por los periódicos
y por sus mismo enemigos:
Por Tucídides que en la oración fúnebre so-
bre las vícíinias de la guerra del Peloponeso (2)
dice por boca de Pericles: «ia tumba de los héroes
es el universo^ no esas columnas llenas de inscrip-
cionesff».
Por Virgilio en la persona del rey Turno, que
murió en idénticas circunstancias, defendiendo la
independencia de la patria contra Eneas y los
Troy anos:— /Dulce et decus pro patria mori//»
Por el laureado poeta inglés, Tennyson, cuan-
do canta con armoniosos versos las más nobles y
sublimes aspiraciones del espíritu humano: — «En
alguna buena causa, no en la mía, deseo morir
honrado, llorado, conocido, y derrocado como un
guerrero (3).
(1) Silvano Mosqaeira.
(i) Tucidides, Líb. XLI.
(8) Su some good canse, not in mine own.
193
Por el distinguido e inspirado poeta filósofo
chileno, Guillermo Malta que escribió al pié de
la colunana levantada en memoria del héroe v
mártir Manuel Rodríguez, la siguiente conceptuo-
sa y bella estrofa:
«¡Jamás el héroe muere!
La mano que lo hiere
En página inmortal su nombre escribe
Y el héroe mártir con su gloria vive».
Por el Congreso de los EE, Uü. de Colom-
bia, en el Decreto que dictó el 28 de Junio de
1870, en honor del pueblo paraguayo y la memo-
ria de su presidente. «El Congreso de Colombia
"* participa del dolor que en los paraguayos, ami-
"gos de su patria, ha producido la muerte del
"Mariscal Francisco S. López, cuyo valor y per-
aseverancia indomables, puestos al servicio de la
"Independencia del Paraguay, le han dado un
*lugar distinguido entre los héroes y hacen su
'*menioria digna de ser recomendada a las gene-
oraciones futuras!»
Por The Times que en un arliculo de techa
15 de Abril, 1870, sobre el Mariscal dice: "No ca-
**be duda que hizo correr sangre como agua; pero
"esto solo con el fin de establecer su ascendiente
"firmemente sobre los suyos a fin de doblegarlos
"a sus propósitos; propósitos cuyos fines eran la
**gloria y conservación del Paraguay A este enl-
ato estaba dispuesto a sacrificar todo incluso la
"vida. Jugó el lodo por el todo v lo perdió^p.
Por el New York Herald de Abril 23 de 1870,
en un artículo sobre la muerte del Mariscal don-
de dice entre otras cosas:
"Cualesquiera que fuesen los errores y las
^'faltas de López, no puede negarse que la lucha
"que llevó a los aliados fué valiente, audaz y re-
"suelta "Por cada pulgada de tierra conquistada
194
**Ios enemigos tuvieron que librar una batalla
^desesperada. Demostró ser hombre de inmensos
"recursos y uno de los más grandes soldados de
"nuestros días; cuando consideramos su captura
"y muerte, reconocemos que la conducta del Co-
"mandante brasilero ha sido en extremo bárbara!»
"Y, finalmente, por el mismo General (lámara
"que, apesar de su conducta poco hidalga, inti-
"mando rendición a un moribundo, dice: '^El
^"^ Mariscal no había caído en una emboscada, pero
"^i en una leal pelea defendiéndose con un valor
^^que, le haré justicia, honra su muerte y desdice
con su vida'\ (1)
Pero resumamos la ilación de nuestro relato.
El Coronel Panchito López al retirase del lugar
del combate, se separó de su padre y siguió el
coche de su madre, y no a mucha distancia del
Cuartel General, fué éste alcanzado, por el Teniente
Coronel Martins. Panchito, viéndose rodeado, se
defendió con bravura. El Comandante Martins le
intimó rendición, y también la madre, que desde
su coche estaba presenciando, le gritó: ríndete,
Panchito, ríndete! Pero el joven no hizo caso, y
siguió defendiéndose con su espada, hasta que una
bala disparada por un soldado, le atravesó el co-
razón y cayó muerto. Entonces Ja SeBora Lynch
se lanzó del coche y con llantos lastimeros, se
hecho sobre el cadáver de su hijo, que, ayudado
por ella, fue colocado en el asiento delantero del
vehículo.
Esto sucedió mientras el Mariscal exhalaba el
último suspiro en el arroyo Aquidabdnigtíi, El
cuerpo de éste conducido al lugar de su jnhuma-
To perish, honored, wept-for, knowon.
And. like á worrior oventhrovvonü ...
(1) Relato del Oeneral Cámara de la sorpresa y maerte del Mariscal
López, publicado en el New York Herald, Junio 29 de 1870. Reprodu-
eldo en la Revista del Instituto Paraguayo, núm. 6. afto 1897, mes de Marzo.
195
ción sobre cuatro ramns cortadas en el bosque
que puebla las orillas de aquella corriente de agua,
según informan los brasileros.
Antes del entierro, a pedido del Coronel Nu-
ñez da Silva Tavares, (después General) los docto-
res Costa Lobo y Barbosa Lisboa, lo examinaron
para atestiguar la naturaleza de las heridas, dando
como resultado de dicha operación el Certificado
que sigue:
"Nos, los abajo firmados, certificamos a pedido
"del Iltmo. Señor Coronel Juan Nuñez da Silva
"Tavares, que examinamos las heridas que produ-
"jeron la muerte del ex-Dictador y tirano de la
"República del Paraguay, Francisco Solano López,
'^encontramos las siguientes:
"Una solución de continuidad en la región
"frontal con tres pulgadas de extensión afectando
"el pellejo y el tejido celular, (1) otra producida
"con instrumento perforo-cortante en el hipócon-
"drio izquierdo con una y media pulgada de exten-
"sión, dirigida oblicuamente de abajo para arriba
"afectando el pellejo, el periionep, los intestinos
"y la vejiga; otra en el hipocondrio derecho de
"arrihíi pard abajo, teniendo dos pulgadas de
"extensión afectando el pellejo, el peritoneo y pro-
"bablemente el intestino.
"Finalmente una herida producida por bala de
"fusil en la región dorsal, (2) teniendo una sola
"abertura, quedando conservada en la caja toráxica
"la bala.
(1} Esta herida fué hecha por el Capitán Juan Pedro Núñez, ayudante
de campo del Comandante de la vanguardia, quedando herido en la cabeza
(por el Mariscal, nota del A.)
(2) Esta herida la recibió Lópea en presencia del General Cámara. I
cuando se hallaba recostado sobre la barranca del Aquidabáu.
Estas dos notas, según la dirección de la Revista de donde tomamos
obran al pie del original del certificado inserto. (Nota del A.)
i
I
196
"Y para constancia pasamos el presente.
"Villa Concepción, 25 de Marzo de 1870.
"(fir.) Dr. Manuel Cardoso da Costa Lobo
"Cirujano de Brig'ida
"Dr. Melitao Barbosa Lisboa
'^2^. Cirujano
Están las firmas reconocidas por Escribano.
"(fir.) José María da Silva''.
Los dos cadáveres, padre e hijo, fueron colo-
cados en la fosa que se había mandado cavar al
efecto; pero en vista de que no había sido sufi-
cientemente profunda, a solicitud de la señora
Lynch, se volvieron a sacar aquellos, y, ahondán-
dola, fueron enterrados los dos juntos el uno al
lado del otro, separados por una carnada de tierra.
/ Consiimatum-est !
Permanecimos en la guardia que custodiaba
a los prisioneros todo el resto del día y toda la
noche hasta la mañana del día siguiente.
Continuaba la sed molestándome de una ma-
nera mortificante; mi clamor por un poco de agua
fué escuchado con indiferencia, tanto más cuanto
que solo podría expresarlo con señas, a pesar de
que el agua no distaba de allí sino un paso.
Al día siguiente, el batallón levantó su cam-
pamento y se puso en marcha, llevando todos los
prisioneros, menos al padre Maíz y al que escribe
estos apuntes, que continuaron bajo la custodia
de la misma guardia. El hecho daba que pensar,
y nos hizo concebir sospechas muy vehementes
acerca de nuestro destino final!
197
Cuando hubo desaparecido de vista el bata-
llón en el monte del Aquidabán^ el piquete nos
condujo hasta la altura del anticuo cuailel gene-
ral donde había algunos jefes y oficiales. Llega-
do alli, con una voz de mando dio vuelta y quedó
mirando hacia el punto de donde habíamos par-
tido! Con esta maniobra nuestra sospecha iba
adquiriendo tal consistencia que se había conver-
tido en una convicción de que íbamos a ser fu-
silados! A mi no me hizo impresión alguna, por
que la idea de que iba a quedarme sin lengua y
por consiguiente mudo, para el resto de mi vida^
me hacía preferir en ese momento la muerte, y
a la verdad que bajo esa persuación la hubiera
recibido con placer! ... El padre Maíz, sin perder
su habitual serenidad, me dijo: «¡Estos nos van
a fusilar, rece un padre nuestro y el credo para
absolverle antes de morir»! . . .
Le contesté afirmativamente con un movimien-
to de cabeza de arriba abajo! . . .
No a mucha distancia de donde estábamos,
habla otro batallón brasilero acampado, el único
que aún quedaba. Se puso en orden de marcha,
y se vino hacia nosotros; pero anles de llegar hizo
alto. Desprendió luego un piquete de diez o doce
hombres al mando de un oficial y vino a relevar
al que nos custodiaba, haciéndose cargo de noso-
tros.
Esta circunstancia contribuyó extraordinaria-
mente a robustecer nuestra convicción, al extremo
que ya no nos quedaba la más mínima duda. Fran-
camente, nuestra situación llegó a ser desesperante.
¡Qué momento fué aquel! Había desaparecido hasta
la esperanza, el consuelo universal de los hombres;
y como único asidero nos quedaba Dios! ,
El primer piquete a pasos precipitados, marclió
y desapareció en el monte. Luego el batallón llegó
y colocándonos con el piquete en medio, marchó
198
también con rumbo hncia el punto de donde había-
mos venido. Creímos que nos llevaba al lugar
del suplicio! . . .
Pero después de haber andado alguna distancia,
obedeciendo a la voz de mando de su Comandante,
hizo conversión a la izquierda, y, saliendo al cami-
no real del Chirígüelo, siguió la misma dirección
de los demás cuerpos que sucesivamente habían
marchado de Cerro Cora para Villa Concepción.
¡Recién entonces volvió el espíritu en sí! . . .
A los once días de marcha constante a pié
llegamos a aquella Villa, durmiendo en los puntos
donde pernoctábamos rodeados de cuatro centi-
nelas de vista con armas cargadas. Durante ese
viaje me mantuve con caldo y agua azucarada.
A esta parte del Arroyo Negla encontiamos acam-
pada la división del Coronel Paranhos, quien nos
hizo llevar a su carpa, y con una exquisita ama-
bilidad conversó un rato con nosotros, )' al final,
nos ofreció una tacita de café. Después de tanto
tiempo de privaciones, esta bebida nos supo como
un delicioso néctar que no solo sirvió para resta-
blecer algún tanfo nuestra debilitada fuerza, sino
que dejó impresa en el fondo del alma la más
sincera gratitud hacia el pundonoroso militar que
nos obsequió con él.
En ese mismo paraje había una ambulancia.
Me llevaron allá y un Doctor me inspeccionó y
me vendó la herida, diciéndome que no había
nada que hacer, porque iba cicatrizándose rápida-
mente. Efectivamente, a nuestra llegada a Concep-
ción el día 14 de Marzo, estaba completamente
cicatrizada la herida, sin más remedio que lavaje
con agua fría, aunque continuaba todavía la hin-
chazón bastante pronunciada.
En el capítulo siguiente, que será el final,
daremos una ojeada retrospectiva para relatar
loa
atjíuilos sucesos ocurvidos iintes y despucs de la
miiiu'te del Mariscal, como compleinenlo indispen-
sable dei aiilerior, los cuales no han iiodido ser
referidos sin involucrar el orden en que venÍEiii
realizándose los heciios.
CAPITULO XI
Matanzas uespnés" del combate. Muerte del Vice - Presidente
Sánchez, y de los Coroneles Caminos y Aguiar. Expediciones
enemigas al chirigüelo y a la costa del Amambay, Muerte
del General Francisco Roa y del Coronel Del valle con varios
jefes y oBciaJes. Otros sucesos incidentales. En el Chaco y
Puerto de la Asunción. Abordo del Cañonero Igüatimí. Del
puerto déla Asunción a Eío Janeiro.
Después del combate de Cerro-Üorá^ que he-
mos referido en el capítulo precedente, la solda-
desca brasilera cometió muchos abusos; mató
iniíiil mente y con indecible crueldad a muchas
|)ers(inas indefensas, y finalmente, f)nra colmo de
atrocidad, prendió íue<4o al ciinipíijurnto, murien-
do carbonizaíios, enfermos y heridos que yacian
en los ranchos y pajonales!
El Capitán Asambuja, armado de una larga
lanza, yendo con unos cuantos hacia el cuartel
general, encontró al anciano Vice-Presidente Sán-
chez, espada en mano, cerca de una carreta- En
cuanto le vio le intimó rendición en términos ás-
peros y groseros; pero Sánchez, levantando alta
la espada con que dos días antes lé obsequiara
el Mariscal^ le contestó con ánimo resuelto: ¡<t^Con
esta espada jamás^ü . . . No bien acabó de pronun-
ciar estas palabras, cuando Asambuja le atravesó
con su lanza de parte a parte. Un joven argen-
tino que iba con ellos, picó el caballo para inter-
202
ponerse entre los dos gritando: no le mate, Capi-
tán! pero ya fué tarde, y el Vice-Presidente rodó
exánime, victima de tan cruel golpe.
El señor Sánchez era de carácter bondadoso
y nunca abusó en lo más mínimo de su posición.
Sirvió al país desde muy joven repasando en el
transcurso de su prolongada vida pública todos
los puestos de la administración civil y judicial
hasta llegar al elevado cargo d^ Vice-Presidente,
por cierto en circunstancias bien difíciles y críti-
cas. Modelo de honradez, de lealtad y de una
asidua e incansable dedicación al cumplimiento
de sus deberes oficiales, y como patriota, el más
decidido, a pesar de su ancianidad, como podrá
juzgarse por sus últimas palabras. El Mariscal
le trataba con las mayores consideraciones, y dijo
de él en cierta ocasión que «él respetaba mucho
a aquel anciano^ porque ;era su superior en edad,
dignidad y gobierno».
El Coronel Aguiar, antiguo edecán del Maris-
cal, que le había acompañado en su misión di-
plomática a Europa, tenía una pierna inutilizada
de una herida que recibió en la batalla de) 24 de
Mayo, fué herido de gravedad, 5'^ en este estado
procuró ganar el monte; pero antes de lograrlo,
fué alcanzado e ignominiosamente degollado, dos
horas después de la terminación de la lucha.
Era una bella y arrogante figura militar y un
perfecto caballero. Su lealtad y adhesión al Ma-
riscal eran inconmovibles, v éste en cambio le
demostraba los mayores aprecios.
El Coronel Luís Caminos, Ministro de Guerra
y Marina, fué muerto de un balazo a la orilla del
monte, donde probablemente iba buscando abrigo
contra la furia de las tropas enemigas.
El General Caballero, así que tuvo noticia por
sus espías que se habían encontrado con algunos
dispersos de Cerro Cora, de la muerte del Mariscal,
reunió a todos los jefes y oficiales de su mando,
203
y les dijo: Que con la muerte del Mariscal
quedaba terminada la guerra, y que a esta razón
no les quedaba otra cosa t}ue hacer que irse
a entregar a los aliados, salvo cjue estuviesen dis-
puestos, lo que no creía, a recurVir al bandidaje.
Todos contestaron unáninlemente que acatarían lo
que el General resolviese. Pintonees, previos los
preparativos de viaje, se pusieron en marctia para
Villa Concepción. Pero al aproximarse al río
Apa, cerca del paso de Bella Vista, se encontraron
con una columna brasilera que, según les infor-
maron, iba en busca del General. A ella, pues,
se entregaron en calidad de prisioneros y fueron
conducidos á Concepción.
Noticioso de que aún habia muchas tropas
paraguayas a retaguardia que no habían podido
llegar por falta de elementos de movilidad, el
éneniigb despachó comisiones al Chirígüelo y a la
costa del Ho Amambay.
El Coronel Escobar, encargado de la conduc-
ción de. una carretería, incluso un carretón con
las alhajas déla familia del Mariscal, conforme ya
dijimos al final del Cap. IX, había conseguido cru-
zar al otro lado del Chirígüelo luchando con mil
dificultades áue fueron vencidas a fuerza de una
paciente y lalioriosa persevierancia.
Estando allí, fué sorprendido con la llegada
de una pequeña columna de caballería. Su jefe
le dio la noticiA de que el Mariscal había muerto,
y así toda resistencia sería inútil Jiuesto que no le
quedaba otra alternativa que rendirse.
Escobar le contestó: que no se rehdifia sino
después de recibir confirmaciohes por algún oficial
paraguayo de la noticia que acababa de darle»
Felizmente dio la coincidencia de que en ese hio-
mentó venía llegando por él moiite él antiguo
ayudante del Mariscal, Teniente VMllalba, quien lé
2(JÍ
confirmó la notichi, diciéndole que acabafaíi de
presenciar sul)¡do en un árbol la muerte del Ma-
riscal. Que éste, momentos antes de la llegada
del enemigo al campamento, le había despachado
para llevar al General Uoa la orden de apresurai*
su marcha a Cerro Cora porque se acercaban los
aliados. No quedándole más duda acerca de la
realidad del hecho, Escobar mandó empabellonar
las armas y le dijo al jefe brasileño: que se entre-
gaba con las gentes a sus órdenes como prisionero
de guerra.
El General Roa, que, como dijimos, había
quedado en Punta Pora con nueve piezas de ar-
tillería, habiendo recibido de Cerro-Corá los bueyes
que le había prometido el Mariscal venía marchan-
do lentamente, y se encontraba en aquellos momen-
tos a muy corla distancia del lugar donde estaba
acampado Escobar. Este queriendo evitar que Roa
hiciese una resistencia estéril cuando llegase allí el
enemigo, se puso de acuerdo con el jefe brasileño
para mandarle avisar que el Mariscal había muerto,
que todo había concluido, y que se viniese adonde
estaba él (Escobar). Envió con este recado a su
ayudante el Alférez Camilo Zuloaga.
Pero el jefe brasilero impulsado por la des-
confianza, le hizo seguir a este con 10 o 12 jinetes,
y sucedió que cuando Zuloaga llegó y empezaba
a hablar con el General Roa, también y de sopetón,
iba llegando allí el piquete brasilero. Roa, sor-
prendido por la inesperada y súbita llegada de
éste, se lanzó al monte solo, y su pequeña fuerza
con toda la oficialidad fué conducida prisioneros
a Cerro Cora.
De aquí el General Cámara despachó una
pequeña fuerza expedicionaria, el día 2 de Marzo
al mando del Mayor Vasco Acevedo Freitas, llevan-
do de vaqueano o práctico al Comandante A. Gaona,
con destino a la costa del Amambay donde se en-
205
conlraba la división del Coronel Delvalle, que
como dijimos, había partido del Panadero el 2 de
Knero de 1870. (1)
Cuando dicha columna llegó al lugar donde
estaban los cañones v carretas de la artillería el
General Roa salió del monte a presentársele co-
mo prisionero de guerra; pero fué cruelmente
muerto de una descarga de mosquetería (2) que
le niandó hacer el jefe brasileño.
La columna expedicitínaria siguió, después de
esta hazaña^ su marcha internándose hasta el río
Amarnhay, por el mismo camino que habíamos
llevado.
Estando acampado en la margen derecha* de
aquel río en el mes de Febrero, Delvalle había
recibido del Mariscal una nota^ ordenándole que
facilitara gente al mayor Félix García para poder
continuar su marcha ^a Cerro-Corá^ y que él (Del-
valle), con el resto de su división, hiciera lo mis-
mo a fin de llegar a tiempo para escarmentar a
los aliados que empezaban a moverse en el Ro-
sario con propósito probable de operar contra
nosotros.
El mayor F. García se había desertado el día
antes de la llegada de la precitada nota, llevando
en onzas de oro una buena cantidad de dinero,
cié que fue despojado en el camino por algunos
bandoleros que se habían devSprendido de los que
seguían el ejército aliado.
— Delvalle, en vista del estado de extenuación
en que se encontraban sus tropas, diezmados ya
por el hambre, las enfermedades y las desercio-
(1) Cámara ofreció primero a Escobar la comisión deracomt)añar a
dicha columna como vaqueano; pero se excusó diciendo que había jurado
no tomar arma nunca contra su patria.
Esta contestación le mereció la recompensa de dos días de arrestoj
En lugar de él fué Gaona (Andrés).
(í) Como se vé, el General Roa no fué muerto en el campo de bata
lia, como asegura en su parte el General Cámara.
206
nes en grupos, reunió a sus colegas y les manifes-
tó su parecer respecto a la contestación que de-
bieran dar a la mencionada nota.
Tuvieron tres conferencias. Delvalle en la
primera trató de explorar el ánimo de sus com-
pañeros con cautelí!. En la segunda estuvo más
explícito, acerca de la resolución definitiva que
convendría tomar, dadas las críticas y apremian-
tes circunstancias de la División de su mando^
Se resolvió que en la próxima, que fué la última
CQoferencia, Delvalle presentas^ el proyecto de
contestación. En efecto, éste leyó en dicha reu-
nión el borrador de la nota que a continuación
va inserta en la que van expresados los motivos
que tuvieron en consideración para tomar la re-
solución de no continuar su marcha a Genro-Oorá
y de retirarse a los desiertos a buscar la vida se-
gún Dios les ayudare. El proyecto fué aprobado
e inmediatamente se mandó poner en limpio.
Helo aquí:
«¡Viva la República del Paraguay!
«Exmo Señor:
"Tenemos el honor de dirigirnos a V'. E. con
"el objeto de declarar franccomente a V. E. ía re-
"solución que hemos juzgado toniar en el último,
"caso en que nos hallamos en presencia de las
"dificultades que nos privan continuar apoyando
"a V. E. en la guerra, que desde mucho tiempo
"atrás demandaba más bien un golpe de armas
"que una maniobra semejante con los recursos
"que teníamos y la clase de tropa de que disponía-
**mos, para poder esperar un resultado favorable
" a la nación, cuyo sostenimiento había invocado
•*¥. E. para reunirnos bajo su estandarte soberano,
"y en cuya defensa V. E. nos ha hallado siempre
207
"a sus órdenes con lealtad y pronta obediencia.
"V^evQ aj^Qvq que sorbos instruidos de qu^ V. E.
** sigue aún adelantando su niarcha j que sobre todo
"vemos que la continuación del presente estado de
"cosas servirá más bien para el dqro aniquila-
"miento (^e nuestra Nación, bajo el yugo de una
"voluntad arbitraria y caprichosa sin esperanza de
"ningún otro resultado más que un prolongado
'^padecimiento de aquellos que aún se encuentran
"bajo los pies de V. E. nosotros convencidos de
"que nuestro deber de pa.triotisn)o ya qo nos
"obliga a más sacrificios, renunciamos formalmente
"seguir causando víctimas en la huella de V. E.
"(y víctimas antropófagas), pues el patriotismo es
"un sentimiento que Dios aprueba cuando no es
"extremado, ni opuesto al derecho de gentes; y
"Dios no fundó la sociedad civil para destruir la
"sociedad natural, sino para vigorizarla, y en este
"concepto, y en la esperanza de rendir él mayor
"servicio a la humanidad, nos retiramos en los
*^desiertos con aquellos que manifiestan igual
"voluntad a buscar nuestro recurso con nues-
''tros propios trabajos, y con el propósito fir-
**me de que en ningún tiempo serviremos de
'instrumento al enemigo invasor de nuestra na-
**cionalidad.
"Sabemos que V. E. tendrá mucho que sentir
"esta resolución, pero sabido es también que la
'^Nación ha sentido más que V. E., y esta sola
"reflexión bastará para su consuelo, puesto que
''V. E. nunca ha pensado en su desgracia.
*^En lo demás, esperamos que el Dios de las
"Naciones bendecirá la obra que nos proponemos
"con su santa ayuda y protección.
"Dios guarde a V. E. muchos años. Campa-
"mento en Amambay, Febrero 25 de 1870.
"(fir.) Juan B. Del valle— Gabriel Sosa— José
"Romero^'.
El conductor de esta nota era el Sargento
208
José Maria Pesoa, vecino de la Villa del Pilar, que
fué capturado por el enemigo én el camino cerca
del Chingúelo, ya después de la muerte del
Mariscal. (1)
El Sargento Mayor José León, que no estaba
conforme con la resolución tomada por consejo de
Delvalle, se puso en marcha camino para Cerro^
Cora. Fué perseguido y muerto!
Asi que despacharon a Pesoa, empezaron a
contramarchar durante cuatro días con sus noches,
llevando 4 carretas cargadas de víveres y una de
dinero, al cabo de las cuales llegaron frente a los
siete Cerros. Allí acamparon al lado derecho de
un monte distante del camino unas cuatro cuerdas.
Practicaron un reconocimiento y hallaron en
medio del monte un campichuelo bastante espa-
cioso para el potrero de los bueyes y con un pe-
queño estero en el centro para proveerse de agua.
Por estas ventajas y la de ser un lugar apartado
y bien abrigado determinaron establecer allí su
campamento mientras resolviesen otra cosa.
El Comandante José Romero recibió orden
para trasladarse allí con su gente y los bueyes
y que carneara uno de estos y enviara carne al
campamento de Siete Cerros donde estaban las
carretas. Romero cumplió la orden y al día si-
guiente Delvalle, le remitió una caja de dinero.
Ésa misma noche Delvalle y Sosa acompañados
de su ayudante el Teniente Vargas, enterraron en
el monte otras dos cajas llenas de plata sellada.
Al contramarcharse de la costa del Amamhay,
abandonaron allí a la disposición de la turba multa
de mujeres todas las demás carretas que ascendían
a unas veinte y tantas llenas de víveres y alguna
cantidad de dinero y bastante plata labrada. Las
(1) El Coronel Paranhos nos enseñó dicha nota, en ocasión que nos
hizo llevar a su carpa a esta parte del arroyo Negla.
209
mujeres que habían terminado de hacer sus avíos,
con sus ataditos en la cabeza, comenzaban a mar-
char cuando hete ahí que llegan los brasileros.
En cuanto estos obtuvieron la noticia de que
el resto de la división con sus jefes, se encontra-
ba en el paraje mencionado, se dirigieron inme-
diatamente allá. La fuerza o columna brasilera
era pequeña, apenas tendría unos 60 jinetes, lle-
vando de vaqueano como ya dijimos al Coman-
dante Gaona. A su llegada adonde se encontraban
Delvalle, Sosa y Romero, es decir al campichuelo,
hizo una descarga de carabina. Desprevenidos
como estaban, y con la súbita impresión de la
sorpresa todos corrieron al monte.
Los llamaron aconsejándoles que salieran que
no les había de suceder nada. Delvalle salió
junto con varios y poco a poco iban saliendo otros
más, formando un total de cincueta y tantos. Exi-
gieron a Delvalle la entrega de su espada, a lo que
él se negó, alegando que puesto que estaba ren-
dido, ya dejaba de ser enemigo, y a esta razón no
había porqué entregar su espada.
Esta contestación le mereció de atrás un pun-
tazo de sable.
En seguida, los hicieron marchar a todos a
un pajal que había a la inmediación, y allí fueron
muertos a sable y lanza, prendiendo luego fuego
al pajal; por moao que aquellos que no hubieran
acabado de morir con las armas, murieron quema-
dos! ¿Puede concebirse una cosa más bárbara y
horrorosa?
Entre las 50 o 60 víctimas se encontraban las
siguientes ])ersonas caracterizadas: el Coronel Del-
valle, el Comandante Gamarra, el Mayor Méndez,
los capellanes Hermosilla y Yahari y el canónigo
Román que por enfermedpd de los pies había
quedado en una de las carretas rezagadas.
El Capitán Alfaro que también formaba parte
del grupo conducido al sacrificio, se salvó median-
2Í0
te un reloj de oro que regaló ú un sargento Ufe
caballería brasilera quien lo alzó fen anca tie
sü caballo. {í)
Sosa y Romero se salvaron, porque tuvieron
la prudencia de no ^alit del monté cuando fueron
llamados.
No hubo, pues cottibate, ni coSa que se pa'rezca
entre la gente de Delvállé y la columna brasilera.
Y sin embargo, según refiere el General Cámara
en su parte de fecha 13 de Marzo, al Mayor Vasco
Acevedo Freitás en una breve coíliüillcacíón, le
dijo haber lencontrüdo y jbatidól uña fuerzA ál
mando del Coronel í>elválle, quien tenía dos ca-
ñones».
Eisüm Tefieátis
Así se escWbe la hlstoHa!
Uha vez desembarazado de esa manera tos
brasileros de los prisioneros empezaron a recoger
todo el dinero que liabia én el campamento: qui-
taron a las mujeres las bolsas de piala sellada aue
éstas habían sacado de las carretas para llevarías
y mandaron desenterrar las cajas que Delvalle
había ocultado en el monte y cerca del paso del
Añíambay, conduciendo todo a Villa Concepción en
diez v siete carretns!
La división Delvalle tenía jmr objetó proteger
la retaguardia (le nuestro Ejérciló én lá retirada,
y conducir las carretas del parque y de víveres.
Antes de la .operación repentina del enemigo
en GerrO'Gorá, guindos por los desertores Carmona
y Villamayor, no hubo otros sucesos dignos de
mención que los que quedan consignados, los
cuales pueden interesar a la historia. Sin embargo,
hay algunos que vamos a referir que tal vez inte-
(1) Estos datos nos fueton facilitados por el Coronel Romero qué aún
vive y qué desde el monte estuvo presenciando todo.
211
resen a la curiosidad del lector, o a los que qui-
sieran, animados de un espíritu especulativo, lle-
var su investigación al vasto campo de la moral
y de la filosofía.
Un día a eso de las 11 a. m., rae presenté al
cuartel general por asunto de servicio. El Mariscal
acababa de almorzar, y se entretenía conversando
con varias personas del mismo cuartel general.
Me apercibí de que el tema de la conversación era
la historia. Uno de aquellos, entre otras cosas,
observó, que sería muy difícil, si no imposible,
escribir la historia de la guerra, porque, decía
todos ignorábamos las disposiciones que dieron
lugar a la producción de los hechos. Entonces
yo, epilogando esta observación, dije: 1 sobre
todo para escribir la historia filosófica! , . .
El Mariscal, que estaba sentado, hizo rápida-
mente un movimiento de cabeza y dirigiéndome
una mirada que evidentemente manifestaba el
pésimo efecto que le habían producido mis pala-
bras^ dijo: r sobre todo si Vd. la escribe, yo no
la le^réff
Ignoro el sentido en que habrá entendido
aquella. . . Tentado estaba de darle una explica-
ción que disipara cualquier mala interpretación;
pero no me atreví por miedo de empeorar mi
situación exponiéndome a un resultado inesperado!
La historia, como se sabe, es la sencilla y
verídica narración de los hechos, y la filosófica,
no se concreta a esto solo, sino que entra en in-
vestigación de las causas que los produjeron. Y
si difícil era la primera, mucho más lo sería la
segunda. Hé ahí explicado el sentido en que ha-
bía hablado.
Otro día, se presentaron al cuartel general,
unos dos indios cayguá a denunciar al Mariscal
que su TAPYI, había sido asaltado por las muje-
res del campamento, quienes habían acabado de
robar todos los cereales que había en sus cápue-
?I2
ras. Los indios, prácticos en los montes y muy
andadores, acortaron el camino y llegaron ante
el Mariscal dos horas antes que las mujeres. El
Mariscal escuchó la denuncia, y, sin duda, les
Erometió impedir la repetición del hecho; pues,
abía dado orden a uno de sus ayudantes que en
cuanto llegasen las mujeres, sin considerar que
ellas habían obrado impulsadas por fuerza ma-^
yor, les mandase aplicar la pena de azote por
vía de corrección. La orden fué cumplida, en
momentos en que me encontraba ausente de la
mayoría. A mi regreso, uno de mis ayudantes
me enseñó un plato de maiz, explicándome lo que
acababa de pasar.
El Coronel Aveiro, en su narración publi-
cada en la Revista del Instituto, Marzo 1897,
n® 6, refiere que el Mariscal, después de recibir
la noticia de la toma de nuestra gran guardia por
el enemigo el 1® de Marzo, había convocado un
consejo para deliberar sobre lo que en la emer-
gencia fuera necesario resolver, pidiendo opinión
acerca de si convendría o no refugiarse en las
cordilleras inmediatas o esperar el golpe peleando
hasta morir.
Que se le había contestado que resolviese lo
que fuese conveniente a la situación. Que entonces
resolvió esperar allí al enemigo, y pelear hasta
morir todos!
No pongo en duda de que así haya sucedido;
pero no me consta personalmente, porque no es-
tuve presente en el mencionado campo. Sin duda^
por un error de recuerdo ha incluido mi nombre
éntrelos que asistieron.
Nuestro viaje hasta Concepción se verificó sin
ningún incidente. Sin embargo, para que no se
efectuase enteramente sin novedad, en todo él se
nos iba acariciando el tímpano con la música poco
agradable de que en cuanto llegásemos a aque-
lla Villa seríamos fusilados! No había razón para
213
creer tan terrible anuncio, ni para dejar de
creerlo tampoco! Porque continuaban en nuestra
memoria frescos los tristes y dolorosos recuerdos
de. Pais<indú*
Eñ el camino compré a una mujer en cuatro
pesos una rica y linda manta con listas coloradas y
azules para abrigarme de noche contra los fuertes
rocios*
k nuestra llegada nos colocaron sobre la ba-
rranca del rio, y acto continuo nos pasaron en una
embarcación al chaco. frente ala Villa. Oh! aque-
llo fué un verdadero infierno! Allí estábamos bajo
el techo roto de un rancho unos encima de otros
como sardinas, devorados de dia y de noche por
los mosquitos zancudos, gegenes y otras sabandijas
que sería cosa de nunca acabar mencionarlas.
Estábamos bajo la vigilancia de un batallón de
infantería.
Un día, apareció allí un ciudadano paraguayo
que había ocupado altos puestos públicos bajo la
administración de los López y que también cayó
prisionero en Cerro-Corá con su familia, llevando
en la mano un rollo de papel; era unmaniflesto-
protesta en nombre de los prisioneros contra el
Mariscal López! Sin duda, lo hizo para propiciarse
la simpatía y buena voluntad de los principales
jefes de la Alianza, que estaban interesados en
levantar sobre los escombros del país un monu-
mento de horror contra la memoria de aquel héroe
gigante. El lenguaje tenía todo él sabor de un
hombre profundamente despechado.
Pero sea de ello como fuese, el caso es que
nos hicieron comparecer a todos, y rodeados del
batallón, nos obligaron a poner nuestras firmas al
pié de aquel famoso documento. Yo me negué;
pero mi compañero que vio que los soldados mur-
muraban amenazas contra mí, me aconsejó que
no insistiera, para evitar una consecuencia funesta:
puesto que el acto era nulo. Recién entonces fui
214
a poner mi firma al lado de las de los otros, y
creyéndome con derecho, en cambio de tan desca-
rada y vergonzosa violencia, a alterar mi apellido,
en lugar de Centurión, pu.se' Centauro/
He ahí uno de tantos documentos nulos arran-
cados a los prisioneros de guerra por los jefes
aliados; entre aquellos debe incluirse la declara-
ción del Coronel Aveiro abordo del cañonero
brasilero Igüatemi surto en el puerto de la Asunción
con fecha 23 de Marzo de 1870. En el Apéndice,
bajo el N. 4, va la protesta de Aveiro enviada para
su publicación al Jornal do Comercio en Rio
Janeiro, en Julio dtil mismo año, donde verá el
lector los medios violentos de que se valieron
para arrancársela. (1)
Kn el Cap. V del Tomo II pág. 146 y siguientes
de estas memorias se contienen algunns reflexiones
acerca del particular, sobre las cuales nos permi-
timos llamar especialmente la atención del lector.
Del Chaco nos llevaron erpbarcados en un
transporte a vapor al puerto de la Asunción. Allí
fueron todos distribuidos a diferentes puntos. A
nosotros, al- padre Maiz y a mi, nos llevaron abordo
del cañonero brasilero igüatemi, y remachándo-
nos a cada uno una barra dé grillos, nos metieron
en la sentina del buque al pié del palo mayor —
verdadera cueva donde uno penetraba por una
estrecha y baja portezuela, y de llapa con centi-
nela de vista!
En los primeros días acudieron allí jefes y
oficiales brasileros a satisfacer la curiosidad de
(1) Las ediciones de las obras de Thompson y Masterman hechas en
BnenoB Aires, llevan agregada como apéndice una colección de declara-
piones de ese género, y qne suelen citar los que se complacen en hacer
una propaganda inicua, contra los hombres y las cosas*del Paraguay en 1»
época pasada
Es inútil; con semejante propaganda no se justifica, ni tan siquiera
ae cohonesta, el inmoral propósito que tuvieron en vista los aliados al.
combinar su plan de guerra contra el Paraguay. Allí está el tratado secreto
y su famoso protocolo, sin decir nada de la dupla alianza que Armaron
después.
215
vernos. A veces se presentaban a la puerta de
nuestra jaula, de noche, llevando un farolito con
luz para alumbrarnos y vernos bien, sin preceder
ninguna de aquellas ceremonias propias de gentes
civilizadas; y después que nos abrumaban con
una andanada de potifes acompañada de otros
calificativos igualmente injuriosos, se retiraban
echándonos más maldiciones que Cristo a Satanás!
Era imposible dormir de noche por el enjam-
bre de mosquitos que nos perseguían. Pasábamos
noches enteras contando las horas, y ocupados
incesanlemenfe en espantar con un pedazo de
lona a los tenaces bichos cantores que nos perse-
guían sin tregua. Le tocaba hacer el servicio de
alba a un robusto soldado negro. Condolido,
sin duda, de mi triste situación, me invitó para
que saliera a la sala donde dormían las tropas en
invierno, porque en verano acostumbran dormir
sobre cubierta al aire libre. Aproveché de su
generosidad, salí y me senté en una hamaca ten-
dida que había. El negro empezó a pasearse con
KU espingarda al brazo. De repente sacó del bolsi-
llo del pantalón una caramayola llena de caña y be-
bió un buen trago!
Enseguida, me la pasó y también le hice el
honor de un buen buche! Esto se repetía todas las
noches a la madrugada, amaneciendo los dos, como
diría un inglés, half sea over! — o sea entre San
Juan v Mendoza!
Después de algunos tragos se avivaba su ima-
ginación y desplegaba una locuacidad extraordi-
naria, y, yo que no podía manejar la lengua de
Camoens me concretaba a repetir la última parte
de las frases que emitía, semejante a la ninfa Eco
en su diálogo con Narciso!
— Eh! a cachaza e boa, decía él.
— Eh! Sí Señor, a cachaza e boa, contestaba yo.
Cuando ya empezaba a clarear el día, me
216
sujetaba del brazo y me llevaba arrastrando hasta
meterme en la cueva sonardo los íierros con un
ruido descomunal.
— Agora o Slgnor va a domir.
— Eh Sí Signor; voy a dormir, le contestaba!
En una de esas veladas matinales, el negro
me manifestó que irremisiblemente iba a ser fusi-
lado, y que cuando llegase ese caso, esperaba que
yo le dejase, como un recuerdo la manta que tenía.
¡Ya apareció la madre del borrego dije entre mí.
Le contesté que cómo nó! que tendría el ma-
yor placer en dejársela.
De esta manera quedó constituido el generoso
centinela que nos custodiaba, en heredero univer-
sal de la única prenda que poseía!
Un día, mi hermana fué a bordo y solicitó
permiso para verme y entregarme algunas prendas
de uso que me llevaba de casa. Concedido el per-
miso, me mandnroii sacar los grillos y subí sobre
cubierta encaminándome hacia la popa, donde
aquella me estaba esperando ansiosamente. El
negro se encontraba en ese momento entre sus
compañeros sobre cubierta a proa. Cuando me vio,
creyó de buena fé que me llevaban a fusilar, y gritó:
«¡No se olvide de la manta!!». Al oir su voz di
vuelta a mirar, y él, agitando la mano levantada, re-
pitió con más fuerza: «¡No se olvide de la manta!!...»
¡No tenga cuidado y adiós! le contesté.
No habrá sido poca su sorpresa al verme re-
gresar con vida y la manta al hombro que tuve
que llevarla después hasta Río Janeiro, por no
haberse cumplido la condición de la donación.
Permanecimos abordo de la Iguatemi siempre
engrillados, hasta principios de Abril, en . que
después de sacarnos los hierros, nos llevaron a
Humaitá, junto con varios otros compañeros, y al
cabo de algunos días de permanencia en esa an-
217
tigua fortaleza, a Río Janeiro, en calidad de pri-
sioneros de guerra, a pesar de la terminación de
la guerra (1).
Llego al fin de mi tarea.
La he emprendido sin pasión, sin odio ni
resentimiento, procurando ser fiel a las palabras
de Shakespeare que me han servido de epígrafe,
V animado únicamente del anhelo de enderezar
errores que se han padecido, de buena o mala
fé, sobre los sucesos de nuestra pasada guerra; —
errores que iban tomando, poco a poco, el carác-
ter de leyenda, haciendo para esta rectificación o
enmienda una sencilla relación de los hechos
tales cuales ellos fueron. El tiempo dirá si se ha
logrado este propósito. Hasta el presente el fallo
de la opinión pública es favorable m mi humilde
trabajo. En todo caso, creo no haber olvidado
en el curso de él, aquella regla moral de caridad
hacia los otros y dignidad hacia uno mismo.
FIN
(!) Supimos después qne el envió de los prisioneros de Cerro-Cord a
Rio, obedecía a una combinación política, relacionada con cuestión elec-
toral para la futura presidencia de la República.
APÉNDICE
N"" I
«Cuartel General en Pirayú, 12 de Junio 1869.
«Los Generales aliados lian tomado en consideración
las notas que con fecha 29 de Mayo y 3 de Junio fueron
dirigidas al Comandante en Jefe de las fuerzas brasileras
por el Mariscal Francisco Solano López, y de común acuer-
do, han resuelto darle la siguiente contestación:
Esas notas no son más, en cuanto al fondo, que una
repetición de la que con fecha 20 de Noviembre de 1865,
fué por el mismo Mariscal dirigida a S. E. el señor Briga-
dier General D. Bartolomé Mitre entonces Comandante en
Jefe de los ejércitos aliados.
Como entonces, amenaza ahora el Mariscal López con
inmolar a todos los ciudadanos de las naciones aliadas que
han tenido la desgracia de caer prisioneros de las fuerzas
que obedecen sus órdenes. Servían a la sazón de pretesto
para tan atroz amenaza, cuya ejecución nada puede, por otra
parte, justificar, una serie de imputaciones tan odiosas como
infundadas, tales como: haber los aliados reducido a la es-
clavitud un gran número de prisioneros paraguayos, obligan-
do a otros a tomar las armas contra su patria, y haber los
aliados hecho una tentativa de asesinato contra la persona
del Mariscal López.
Hoy ese pretesto se basa en el hecho de haber sido
enarbolada la bandera paraguaya por fuerzas de esa nacio-
nalidad que pelean al lado de los Ejércitos aliados.
Los Generales aliados no piensan que la ocasión era
oportuna para exponer nuevamente las circunstancias que
ha)i dado lugar a este hecho y el pensamiento, que él signi-
fica. Este pensamiento, corolario de los fines que los Go-
biernos aliados han tenido en vista prosiguiendo en la gue-
rra a que los provocaron las gratuitas agresiones del Maris-
cal López, ha sido manifestado en más de una ocasión y se
infiere una vez más de la proclamación dirigida por los
Generales aliados al jMJeblo paraguayo, con fecha 29 de
222
Marzo del x>rcsente afio. Los Generales aliados no pnedeu
por consiguiente acceder a la singular exigencia contenida
en las notas que han motivado la presente contestación.
Si lo hiciesen creerían arrojar ana mancha sobre la
dignidad de sas respectivas naciones y extralimitar las fa-
cultades qne le han sido conferidas por sas respectivos Go-
biernos.
En cnanto a la amenaza que hace el Mariscal López,
el mundo entero sabe va como han sido tratados los ciuda-
danos de las ' naciones aliadas que antes y después de la
declaración de guerra cayeron en su poder.
La gran mayoría de ellos, torturados los unos, fusilados
y lanceados los otros, yaííen desde mucho en la eternidad,
y los generales aliados tienen la triste convicción qne loiJ
que existen, si algunos existen aún, irán brevemente a reu-
nirse a esos mártires, cualquiera que sea la solución que
por los mismos sea dada a esta cuestión y así la dan por
terminada, mientras no sea tomada otra resolución por los
Gobiernos aliados, a cuyo conocimiento ha sido elevado este
asunto.
Dado en Pirayú a 12 de Junio de 1869».
(Fir.) E. Mitre— Gastao de Orleans— E. Castro.
No 2
Comando en Jefe de todas las fuerzas brasileras en opera-
ciones en la Eepública del Paraguay.
Cuartel General en Pirayú a 15 de Junio de 1869.
El abajo firmado Comandante en Jefe de todas las fuerzas
brasileras en operaciones de la Eepública del Paraguay,
acusa recibo de la nota que le dirigió el Mariscal Francisco
Solano López con fecha 3 del corriente mes, y a la cual
acompañó copia de la dirigida en 20 de Noviembre de 1865
por el mismo Mariscal al Excmo. Señor Brigadier General
don Bartolomé Mitre.
Como solución no solamente a aquella nota sino a la
de 29 de Mayo próximo pasado cabe al abajo firmado remi-
tir al señor Mariscal López la respuesta que los Generales
aliados resolvieron de común acuerdo darles.
Juzga también el abajo firmado deber juntar a este
documento la proclama dirigida al pueblo paraguayo por los
223
Greiierales aliados en 29 de Marzo del corriente año y la
alocución pronunciada en la misma ocasión por el Brigadier
General don Emilio Mitre, Comandante en Jefe del Ejército
Argentino; y también remito copia de una nota que con este
tin le fué dirigida en 14 del corriente por el mismo Briga-
dier General.
El abajo firmado debo declinar los agradecimientos
que le dirigió el Mariscal López por haber comunicado su
primera nota a los señores Comandantes de las fuerzas ar-
gentinas y Orientales, pues dándoles conocimiento de ella
apenas cumplió el riguroso, deber de lealtad que esperaría
de ellos en circunstancia idénticas.
En cuanto a la nota dirigida por el Mariscal López al
Excmo. General D. Bartolomé Mitre, el abajo firmado se juz-
ga dispensado de hacer cualesquiera observación sobre las
materias que olla contiene, pues la ilustración, talento y
sentimientos elevados de tan distingnido General no dejan
duda que le haya sido por él, en tiempo oportuno, dada la
más completa repuesta.
El abajo firmado también juzga ajeno a su misión dis-
entir los bien conocidos motivos y fines de la presente
^^uerra, y los otros, puesto que al Mariscal López plugo
mencionar en su nota del 3 de Junio. Pero como este pa-
rece ignorar el origen de los documentos paraguayos que el
abajo firmado citó en su respuesta dada a la nota de 29 de
Mayo, dirá que estos, encontrados en los diferentes campa-
mentos conquistados por las fuerzas aliadas sobre las del
JMariscal López, ya fueron publicados en los países aliados
sintiendo el abajo firmado no tenerlos a mano para incluir-
los en la presente nota.
(fir.) Gastao de Orleans
A S. E. el Señor Mariscal Francisco Solano López
No 3
Asunción, Abril 24 de 1890
Señor Coronel Don Silvestre Aveiro
Pte.
Distinguido y estimado amigo:
Me permito dirigirme a Vd. como antiguo compañero
de armas^ y ano de los testigos presenciales de las peripecias
224
y penarías de naestra pasada guerra, para rogarle qaiera
hacerme el servicio de contestarme al pie de la presente a
las pregantes sigaientes:
¿No es cierto que en el momento de levantar el Campa-
mento de nuestro ejército para ponerse en marcha de la costa
del Iguazú, al otro lado del monte Igatimi, fui a pedirle
instrucciones sobro lo que debe disponerse respecto a los
detenidos Pancha Garmendia y demás compañeros en razón
de que ellos no dependían directamente de la Mayoría de qne
yo era Jefe, y que Vd. me contestó diciéndome que fuera
a consultar ron el Mariscal?
¿No es cierto que yo nunca, ni directa, ni indirectamente,
he tenido nada que ver en el proceso o causa, que se les
siguió de orden de López?
Anticipándole las gracias por este servicio que espera
merecer de su imparcialidad y reconocida rectitud, me es
grato ofrecerme de nuevo a sus órdenes.
Ato. S. S. y amigo
Juan 0. Centurión
Seaor Coronel Don Juan C. Centurión.
De mi distinguida consideración:
Contestando a su atenta antecedente y las preguntas
que contiene. A la 1*. digo: Que ciertamente en las cir-
cunstancias y paraje que cita y sin ser las personas
aludidas de su directa dependencia o jurisdicción como Jefe
de la Mayoría del Ejército Nacional en marcha, fueron eje-
cutados por disposición expresa del Mariscal López asegurán-
dole que no hago memoria de la consulta que dice haberme
hecho y respuesta pero no niego en absoluto que tal asi haya
sucedido y que me había pedido esas instrucciones más por
la confianza y amistad que mediaba entre nosotros que por
tener atribución alguna directa sobre las mismas personas
que como presos tenían sus jueces y estos dependían masque
cualesquiera otros que sobre causas aparentes entendían en la
instrucción de los procesos, directamente del propio Mariscal
López, porque los enunciados encausados, tenían la especia-
lidad de ser procesados como complicados con la señora
madre del mismo Mariscal, sobre imputado conato Je parricidio
contra su persona, en connivencia de sus otros hijos y algu-
nos Jefes del Ejército.
225
A la 2*. digo: Que es cierto y lo atestiguaron muchas
otras personas que palparon la verdad de los sucesos con
nosotros y quieran hablar con sinceridad.
Todo el rol de Vd. no pasaba hasta entonces de hacer
vigilar la seguridad ^el recaudo de aquellas personas.
Al responderle como lo hago a sus preguntas, me per-
mitirá Vd. que me extienda algo más, recordando en obsequio
a la verdadj^histórica, los antecedentes que pieceiiíeron a aquel
fatal suceso y mediaron entre el Mariscal López y la f ancha
Garmendia.
Ouando se ventiló la célebre causa incoada en San Fernan-
do y la Garmendia que a la sazón seguía en la Capital, era por
repetidas veces y por distintas personas caracterizadas, citada
de complicidad en la conspiración o sea revolución que se
perseguía, el Mariscal borraba siempre él mismo tal nombre
de la lista que se le presentaba sin decir palabra, no obs-
tante las acusaciones y la seriedad de las personas de elevada
posición social que en sus declaración* s le incluían.
Asi ella se libró de ser presa y correr tal vez la suerte
de aquellas, bien que siguió más tarde desde Curuguaty la
suerte de los confinados de su sexo y de la familia Barrios a
cuyo lado siempre ha vivido.
Tiempo después, iniciada la causa de la señora Carrillo
de López, por revelación del Coronel don Venancio López,
su hijo, hecha sin fuerza alguna, es decir por acto expontá-
neo y solo por creer descubierto el supuesto conato de parri-
cidio, por el arresto repeutino por distintas causas del Coronel
Marcó, entonces Jefe de la Mayoría del Ejército, y que era
uno de los principales sindicados en el conato, resultó en el
curso del pi'oceso por las declaraciones del citado Marcó y
su esposa Barrios, complicada otra vez la Garmendia en el
hecho procesado.
Los jueces entonces y ya trasladado el Ejército en Itá-
narámí de Igatimí ordenaron la comparecencia de la Garmen-
dia. Un Sargento de la Mayoría, fué conductor del lugar
en que se hallaba con las confinadas.
Una tarde muy de tarde, lo recordará Vd. venia pasando
para la Mayoría con su acompañado. La vio López y pre-
guntando quien era la que pasaba, se le dijo por uno de los
presentes a su lado que era la Garmendia. La hizo llamar
López ordenando que el Sargento se retirara a su cuerpo.
Estuvieron presentes en el momento, el Vice-Presidente Sán-
chez, los Ministros, de GueiTa Caminos y de Hacienda Falcón,
226
los Generales B-esquín y Caballero, los Coroneles Vd., Esco-
bar, P. Carmena, S. Aguiar y yo. El Capellán mayor Maíz,
el Capitán de Fragata Núñez, los^ Comandantes efectivos
Benítez y honorario Palacios. Los Capellanes Espinoza y
Medina, los ayudantes de servicios y varios otros Jefes de
que no hago memoria en este momento.
En presencia de todos, después de los cumplimientos de
urbanidad, el Mariscal dijo a Garmendia: Que era conducida
a comparecer ante sus jueces a prestar su declaración en una
causa grave en que estaba sindicada de complicidad, y que le
pedía como un servicio especial, que siendo interrogada depu-
siera la verdad llana y completa, tal cual tenga conocimiento
o participación. Garmendia le interrumpió con énfasis ¡Oh,
S03^ una mujer incapaz de mentir, y que desde ya le preguntara
lo que quería saber. í^ópez le observó que no era él, quien
debía interrogarle sino sus jaeces. Y que era paia ante
éstos que le pedía lo pedido.
Que era escusado que le interrumpiera, que el caso era
serio^ de toda seriedad, que le escuchara y pesara en su valor
sus palabras y su recomeudación de franqueza y sinceridad.
Que el servicio que le pedia no solo se lo encarecía, sino que
hasta le rogaba, se le prestara como un recuerdo y obsequio
a las relaciones de antes. Que si así lo hacía, le prometía
en presencia de todos los señores presentes, bajo la fé de su
palabra de Jefe Supremo de la Nación, que acto seguido a
su declaración franca, firmaría su absolución y completa
libertad, pero que a no proceder así, lo que no esperaba, le
privaría de esa satisfacción, pues que su negativa le pondría
maniatado sin poder así firmarle la libertad prometida. En
este sentido abundó el encarecimiento, previniéndole además
que daría órdenes a sus jueces de no asentar su respuesta
T'.egativa, si así sucediera sencillamente, hasta que recibiera
nuevas órdenes. TiO trajo en mención que ya anteriormente,
debiera haber comparecido en San Fernando ante oDi*os jueces
por otras causas no menos graves pero que él le había ser-
vido de escudo y de esta manera se salvó de sufíir penali-
dades y todo por la amistad que antes se ha mencionado;
agregándole que de esta vez no le era posible proceder de
igual modo con ella, por la seriedad que le tiene significada,
pero mediante el servicio que le pedía, podía todavía hacer
en su favor lo que le tiene prometido.
Después la invitó a que le acompañase en su mesa y
mientras llegaba la hora, la hizo acompasar pa'a donde se
227
hallaba la Linch: terminada la cena ja a altas horas de la
noche, se levantaron y en presencia de los señores Sánchez,
Caminos, Resquín, Caballero y Vd. si mal no recuerdo, le
reiteró su consejo y pedido, ordenando sea llevada a la Ma-
yoría a guardar su arresto con recomendación de ser bien
tratada.
Al día sigoiente fué llamada por los jaeces, a quienes
Vd. los conoce, viviendo aún hoy dos de ellos. Se le hizo la
interrogación en términos genéricos y respondió no dar razón
sobre el punto interrogado ni sobre otro alguno, que era ino-
cente de todo. Sin escribirse por supuesto la respuesta nega-
tiva, porque así era la prevención del Maiiscal a los jueces
instructores, se le dio aviso y entonces ordenó que se le
diera tregua para reflexionar y contestar, enviando durante
tres días enteros que duró la espera, de mañana y tarde ya
a Caminos y Falcón, ya al Coronel Aguiar y a liesquín y ya
al mismo Vice-Presidedte Sánchez y a mi, todos repetidas
veces a instarle que no se diera a la negativa sobre hechos
averiguados, que por su franqueza, por más compi:ometida
que fuera, mantenía su compromiso a su favor, hasta que inal-
terable ella, por último al cuarto día creo, se la mandó decir
por Caminos que ya que persistía en su tenacidad, le aban-
donaba a la acción libre de la justicia, para que se obre en
ella lo que mereciera ya que ha despreciado su palabra.
(Tal es el resumen y sentido de lo que pasó entre el
Mariscal y Garmendia) — Se escribió su negativa a la pregunta
que estaba pendiente y acto continuo se ordenó un careo con
la esposa de Marcó, la señora Barrios, su principal acusadora
al par d? su marido, quien empezó a recordarle punto por
punto, los sitios dichos, actitudes, hechos, proyectos y personas
que intervinieron y entonces como rehecha la Garmendia muy
conmovida .y derramando lágrimas dijo que ya que veía que
todo estaba averiguado en fuerza de la razón confesaba que
era cierto, pidiendo a los jueces que intercedieran en su favor
para ante el Mariscal a no retirarle su promesa. Y retirada
la Barrios empezó ella a relatar, respondiendo a los interro-
gatorios todo lo que hubo y sabía, completamente de acuerdo
con las declaraciones de las p<».rsona8 que la habian citado.
Y el Mariscal a quien se hizo presente su pedido contestó:
no se ha fiado en mi palabra y hasta.
Esta reminiscencia y relato, tal vez se ponga en duda
por algunos que quieren «>nzalzar el nombre y memoria de
228
aquella desgracíala mujer para eulodar más y anatematizar
al hombre a quiea le coco taa funesto papel.
No obstante el relato es la verdad y como llevo dich»
muchos de los nombrados aún viven.
Por lo demás nada es extraño Coronel que la maledicen-
cia quiera cebarse sobre el nombre de Vá. y de todos aquellos
de nosotros, que en algo han figuardo en esa grande como
heroica y desastrosa lucha, pero nadie puede negar la verdad
de que bajo el régimen d-jl Mariscal López nadie tuvo albe-
drío propio, y no se movía por nadie una sola paja sin Sii
expresa voluntad inquebrantable, y ay! del que tal pretendieta
desde el más encumbrado personaje hasta el más liumilde.
Entonces, en circunstancias solemnes de una guerra
internacional, el País invadido por todos lados, por los ene-
migos codiciosos de su reposo, de sus territorios y de sa
fabulosa prosperidad, más que las Repúblicas de la coalición,
con leyes vetustas, vigentes aún < on todo su vigor, impe-
rando la ley marcial y con los principales hombres en de-
fección, ni López pudo mantener la disciplina del Ejército
defensor con paliativos, ni nosotros obrar de otro modo que
lo hecho, ante la evidencia de la justicia de la causa, dife-
rentemente que ahora, en que el ciudadano puede tener vo-
luntad propia si la garantía de leyes adelantadas a la alta-
ra de la civilización, que establecen derechos y obligaciones
limitadas asi para el gobernante como para los gobernados,
más como la cabra tira siempre al monte, y los gigantes
quieren aplastar a los chicos, sino retrocedemos, andflmos
quedos en orden a colocarnos al nivel de aquellos derechos
y obligaciones . . .
López a no dudar ejercitó el mando despóticamente»
pero también es cierto que su gobierno coincidió con la
guerra más colosal conocida en los fastos de Sud América,
y su muerte, que pudo evitar a quererlo con la mayor faci-
lidad, ahí está como un lenitivo de sus actos 3' los despojos
obrados ulteriormente de territorios nacionales, patentizan la
justicia de la causa a cuya defensa, hemos esterilizado nues-
tra lozanía y millares se han sacrificado en igual empeño.
Este asunto, en fin, es un paño que se presta a muchas
cortaduras pero lo dejaré.
Y volviendo a la Garmendia diré para concluir, que a
nadie si, es dado descifrar el enigma del grado a que ha-
brían llegado las declaraciones invocadas por el Mariscal
López en la entrevista mencionada pero cuando la Garreen-
229
dia, anulada la mano de un pretendido esposo, nn señor ex-
tranjero acaudalado que se retiró del Pais, se cuchicheó la
especie de que a nadie otro que al Mariscal, le aceptaría
la mano de esposo. Yo entonces muy joven todavía, servía
al lado del Presidente don Carlos López, y tuve ocasión de
orientarme de aquel cuchicheo.
Quisiera extenderme más, pero la omito, y disculpe por
lo agregado, suscribiéndome.
De Vd.
atte. S. S. y amigo
S. Aveíro
Abril 30 de 1890.
N° 4
Protesta del Coronel Aveiro contra la manera con qne le
tüé arrancada la declaración qne dio abordo de la Cañonera
^^Ignatemí" en 28 de Marzo de 1870. enviada para su pn-
blicación al ^^Jornal do Comercio" de Rio Janeiro en Julio
del mismo año.
Señor Redactor del «Jornal do Comercio».
Sírvase dar cabida en las columnas de su ilustrado ór-
gano de publicidad al siguiente escrito.
Su atento servidor.
J. Silvestre Aveiro.
Habiendo visto publicado en el N** 108 del «Diario
Oficial del Imperio del Brasil» la exposición que he dado
desde la cafionera «Iguatemi» en el puerto de lá Asunción,
en virtud de la orden que he recibido del Coronel Pinheiro
Guimaráes, vengo ahora a hacer en obsequio de la verdad
y justicia, a la faz de los que también yo había combatido
como han sido mis enemigos, algunas rectificaciones que son
de mucha importancia para mi.
En* primer lugar, y respectivamente a la orden mencio-
nada, debo hacer constar los términos de ella, a fin de que
no se comprenda de que yo he entrado en aquellos detalles
de propia voluntad y motivo.
La orden fué del modo siguiente:
Qué diera esa exposición.
230
I^' Sobre que empleos he tenido y como los obtuve
éuraute la admÍDistración del finado Mariscal don Francisco
Solano • López,' Presidente de la KepúWica del Paraguay.
2" Qne servicios genérale» como empleado de él yo he
prestado a su lado en la guerra fenecida.
3"^ Cuanta» veces y en que causas he servido de Juez
Fiscal.
4<* Cuales los procedimientos de rigor que se han guar-
dado en la causa de conspiración del año 68^ que se instru-
yó en San Femando, y quien era el que había encabezado
o presidido a esos tribunales.
5** Cual el tratamiento que se dio al ex-ministro José
Berges (una de las cabezas de la atroz conspiración) y quién
le mandó dar el castigq que sufrió.
6^ Los procedimientos todos guardados con la persona
de Juliana lusfrán de Martínez (agente de Benigno López).
T Mandado por quién se di6 de azotes a Venancio
López y que tratamiento han sufrido sus hermanos en lo&
tribunales.
8° El parecer (o como se llama) consejo que yo he
dado al Mariscal López para someter a su madre al juicio
público y si yo la he maltratado o no y quien la cintareó.
9** Desde cuando se adoptó las medidas de rigor en
los tribunales militares del Paraguay.
10° Mi conducta en las ocasiones de parlamento entre
los beligerantes.
11. Y en tin para que nada omitiese en esa exposición
porque se me dijo, más de una vez, que debía tener yo
entendido que nada se ignoraba y que la menor falta de
verdad u omisión, me haría más responsable todavía de lo
que yo era.
Estos son los puntos que expresamente se me señalaron
para hacer rodar sobre ellos aquella mi exposición, y ella
como se verá ahora y se habrá visto antes está conforme
a ellas.
No desconocía yo que en mi calidad de prisionero, no es-
taba obligado a responder a ese interrogatorio, y solamente
me he prestado a ello, considerando de que la guerra estaba
concluida y su Director muerto ... y las versiones muy
adulteradas y además exageradas.
Yo había pretendido obtener una audiencia de S. A. el
Conde D' Eu, para pedirle que me hiciera conducir al Bra-
sil en mi condición de prisionero, y cuando se me dijo que
231
no obtendría ya esa Audiencia, quise y pedí escribirle en
ese único sentido, pero habiéndoseme dado con tal motivo
aquella orden, tuve que llenarla en los términos qué lo he
hecho.
En segundo lugar, en mi exposición mencionada había
diclio relativamente a mi comportamiento en los parlamentos,
qne algnuas bravatas empleadas eu aquellas ocasiones, no
pasaron de palabras.
Y decía esto precisamente porque algunas veces ha-
bían provocaciones que hubieran dado lugar al empleo de
las armas entre los parlamentarios, lo cuaL no había suce-
dido por nuestra parte por el respeto que había a las ga-
rantías del caso.
Con el Coronel Pinheiró Guimaraes una ocasión tuvimos
palabras por el hecho de haber llevado en dos ocasiones
parlamentos de Pirayú, a paraguayos traidores.
Una vez le dije simplemente que los hiciera retirar
indignos de presentarse en aquel acto, y lo hizo, pero en el
misino día volvió a traerlos para otro acto, otros distintos,
y reconociéndoles de nuevo le observé que nosotros nunca
le habríamos presentido ninguna persona de otra nacionali-
dad agena a la de los venidos en los parlamentos, y que
ellos lo hacían en todas las ocasiones, llevando precisamente
a aquellos expúreos que han levantado armas contra su Pa-
tria y hermanos, pero que de aquella ocasión en adelante,
si volviesen a repetir semejante abuso, no serían ya tolerados;
Guimaraes manifestando duda sobre el signifiíado de la
palabra tolerados, no aceptó la protesta, diciendo que no estaba
autorizado para ello.
Sin embargo yo le repetí, con la seguridad de que ella se
haría efectiva, y que si no estaba autorizado, lo hiciera presente
a donde deba y que sobre lo que respecta a la duda que
manifiesta, ^suponiéndole bastante inteligente no necesitaba
explicación de aquella palabra tan vulgarmente conocida.
Y seguramente el Sr. Coronel Guimaraes aludiendo a
este pasaje, me marcó también como punto a exponer sobre
ello, por que a no ser así, cual necesidad había de querer
recordar aquellos en que bajo la bandera de paz, se acercaban
y se cambiaban algunas palabras los enemigos que tan cruda
y encarnizadamente se combatieron; y sin embargo, no eramos
nosotros que provocábamos, pero provocados, les respondíamos
como debíamos con energía.
Con esto pasaré adelante.
232
Habiendo redactado la conclusión de aquella exposíciów
bajo líis impresiones del reagi'avainiento de mí situación, y
(Toa miramientos ulteriore» ella carece de natnralidades.
Es el caso que, el día en que estaba por firmarla inti-
mado de una orden de prisión a fierro sin comnnicacióii
que sufrí, todo el tiempo que estuve en el' puerto de la Asun-
ción, y después de haber andado deBde que caí prisionero en
arresto, notificándoseme a la vez qne en cansecuencia yo
debía ser considerado y tratado como cualquier individuo do
tropa culpable es decir, no en el carácter que tenía do-
oficial superior en el ejército de mi patria.
Y aparte de esto, el Sr. Geueral Cámara me dijo en la
noche del 12 de Marzo en que me entregué prisionero, (no
sin haber ideado previamente pasar al territorio correntino,.
habiendo excusado de hacerlo por enfermedad) que ¿por qué
no había desertado de mi bandera, o asesinade al Mariscal en
vista y presencia de las medidas de crueldades y de la más
grande Urania sin ejemplo en el mundo que ejercitaba el Maris-
cal LópeZj etc. etc.? y en vista también de que la guerra ya
no podía tener un buen éxito para la causa quo defendíamos;
a lo que le respondí que sobre lo primero nuuca ni por ima-
ginación se me había pasado lo que me decía el Sr. General.
Este me preguntó también cual tirano ha sido mayor, si
Nerón en los tiempos antiguos, o el Mariscal López en este
siglo? A esta pregunta no le respondí prefiriendo en la se-
riedad del acto, el silencio, porque a hablar no sería de tal
opinión, máxime, cuando yo he sido uno de los que han acom-
pañado al Mariscal hasta sus últimos momentos y tanta parte
me ha hecho tomar en su política general interior durante
su administración suprema.
Cuando no le respondí, él contiuó diciendo de que para
él no había duda de que era el mayor el Mariscal López^
quien no contento con destruir y aniquilar a su patria, ha
querido concluir con su familia, no respetando a su propia
madre, cuya sentencia de muerte había firmado ya ese día
(aludiendo al 1°. de Marzo). A esto le expresé de que era
falso que hubiera firmado tal sentencia, que desde luego no
había, y que esto habrán visto en el Proceso respectivo qne
habrán tomado en Cerro Cora. Me replicó de que él sabía
bien y que era cierto.
No le dije más entonces; pero tal sentencia no existía y
fué solamente invención y mentira de partes y de enemigos
interesados en desprestigiar y abatir el nombre del Mariscal
233
López que ni ha pensado en tal cosa, y por «I cojitiario ha
íintieipado, cuando dio en Zanja-Hii su Docreto de aUana-
miento de la persoaa de su madre para ser conducida en los
tribunales, de que desde ya para su tiempo interponía todo su
valer en favor de su madre y e?i el dt sus hermanos todo a^tieuo
<]ue la salud pública pueda atin permitirle^ Y esto es todavía
después de haber condonado la vida a sus hermanos juzgados
por crímenes atroces y a su madre librado do sor enjuiciada
por dos veces por iguales y aún mayores crímenes.
Enseguida el General Cámara, continuando mo dijo, que
mi responsabilidad era mayor, puesto de que se sabía que
yo no solamente era un instrumento de su tiranía, sino además
(toloso y terrible sostenedor de ellos, y como tal responsable
de muchos y aún de la mayor parte de los actos del Mariscal
López, etc. A lo que le respondí que le había servido con
lealtad.
Ahí tiene Vd, me volvió a decir, es Vd. responsable
por el hecho de haber aconsejado al Mariscal López para
enjuiciar a su madíe y por el mal tratamiento que ella ha
sufrido. Que ella desde ya acumulaba sobre mí muchísi-
mos cargos juntamente con sus hijos. No lo dudo le respondí.
Porque entonces como ahora, era tal mi convicción, pues
aquellos que han atentado contra su más importante deudo
en la escala más inmediata y más no siendo ese deudo una
entidad aislada, sino el Primer Magistrado de una nación,
aquellos repito, que han atentado repetidas veces contra su
hijo, hermano y Gobierno, esperar de ellos menos, sería hacer-
les injusticia y aún ofenderles.
Además abordo del buque jefe «Princesa» a decir a
S. A. L a uno de los jefes prisionerc.s, que por qué no había
procurado venir antes (es decir desertarse) y el Jefe le con-
testó que consideraba eso. incompatible con el honor y digni-
dad de un soldado pundonoroso.
Después que caí prisionero, oí con extiañeza y asombro
que en el Ejército aliado se consideraba criminal, y como tal
responsable, a los hombres que habían servido con lealtad
a su legitimo soberano que en pro de la Patria les exigía el
cumplimiento de sus deberes sagrados para con ella, de tide-
lidad y servicios. A mí por ejemplo, prescindiendo de lo
que pasó con otros, el mismo General Cámara me hizo seve-
ro cargo sobre ese particular, con el agregado de que no
habíamos servido a la Patria, sino al Mariscal I ópcz en sus
miras y caprichos personales, y que así lejos de redundar
234
nuestros esfuerzos en benefício de la Nación, habíamos trai-
cionado a ella y a sus intereses. Asi es que había dicho
que me había equivocado creyendo que servía a mi Patria,
según el juicio de ios aliadosj J qne reconocía en mí la culpa
de haber servido con lealtad tanto tiempo y con tantos sa>
crificios.
Culpa T^T cierto bien noble en el ciudadano y en el
hombre que puede gloriarse, como yo me glorio, de su leal-
tad a su Gobierno, a su Patria y a la causa que se ha sos-
tenido por sus más vitales intereses.
Y decir que el Mariscal López ha emprendido y soste-
nido la colosal y prolongada guerra por solo bus miras y
caprichos personales, es decir lo absurdo, (tanto como aque-
llo de que la guerra no ha sido al Pueblo Paraguayo sino
a su Gobierno), pues él ha recurrido a ese recurso extremo
en pro de principios vitales para el bienestar y estabilidad
de su Patria, como Nación Soberana, cuya independencia e
intereses estaban, no solamente amenazados, sería e inme-
diatamente, sino ya conculcadas, etc. etc.
Los hechos y los documentos hablarán a este respecto
a la luz de los principios que rigen a los Pueblos cultos.
Yo no hago sino expresar lo que había pensado y pien-
so aún, como regla de mis convicciones.
Discúlpeseme esta digresión, pues en ella no llevo otro
intento que patentizar la alia moralidad de los vencedores
de legua.
Por su lado estas combinatorias acompafiadas (como
con ninguno, es decir, anteriormente), de fierro, y por otro
sabedor de que en mi Patria, la turba, multa, aquellos que
han defeccionado en la guerra y combatido a sangre y fue-
go a sus propios hermanos por razones de comodidad y de
dinero, me odiaban hasta el extremo de demandar la exhibi-
ción de mi persona para ser juzgado inmediatamente a mi
llegada a la Asunción; y recordando por otra parte la muer-
te del Mariscal López que postrado en Cerro Cora, a conse-
cuencia de g^raves heridas que ha recibido luchando brazo a
brazo con sus acometedores, un Ejército entero sin enemigos
que le resistía ya, teniéndolo rodeado en su Toder, en una
palabra, y a demás faz a faz con el General Cámara, con
quien cambió algunas palabras, no debiera haber hecho caso
de la resistencia heroica que hacía aquel hombre desde su
postración y ¡qué hombre! ... «el Soberano de una Nación>
a cuya grandeza e importancia, el tiempo y los imparciales
235
to designarán todavía (pues hasta aquí no han hablado aun
sino los que por meras ambiciones por cinco años le comba-
tieron y ios que desleales le traicionaran) recordando como
fae dicho este acontecimiento decía para mí: Si al hombre
que no debieran hacer morir lo han muerto, es decir lo han
asesinado • • • , con cuánto mayor deseo no querrán hacer lo
mismo can sus servidores que insignificantes como son antíB
la grande tif?ura del heroico Mariscal López, no atraerían
«sobre los perpetradores la atención ni la seusura de los
hombres y de los Pueblos, como puede y aún debe suceder
infaliblemente en el caso del Mariscal López.
A estas consideraciones formaba también séquito la
intiraacióii escrita que de parte de los jefes aliados fué he-
cha al Ejército paraguayo, cuando este^ se hallaba en el
Arroyo sud, de que, a no deponer las armas cuanto antes^
como querían, en adelante la guerra sería sin cuartel y todos
ío que después se aprisionaren serían pasados a degüello.
Esta intimación había tenido por precedente el degüello
de un Teniente Coronel Escobar, un Mayor Cárdenas y 16
o 17 oiciales prisioneros en el Monte de Alfonso de Cara-
guatay y del Teniente Coronel Caballero y Mayor López
en Piribebuy, y el Capitán Insfrán en Ibicui y por pospo-
dente el Coronel Aguiar en Cerro-Corá, y el Capitán Ocara-
pos en el arroyo-guazú . . . todos por la horrenda causa de
haber servido a su Patria y Gobierno con lealtad, comba-
tiendo a sus enemigos.
Y yo, queriendo alcanzar estas regiones para usar de la
palabra bajo el imperio de la verdad y en virtud de la jasta
libertad de que blasonan y que hoy venero a poner en prueba,
tuve qn« pedir la gracia que he pedido, pero en términos^
9Í bien hasta cierto punto ambiguos y obrepticios, poco con-
formes» con mis ideas y sentimientos de hombre, de ciudadano
j de soldado.
Di a entender, o mejor dicho aparenté que, prisionero
como me hallaba, declinaba de la fuerza de mis convicciones.
Esto no es así, ni está en el orden natural acreditarlo, y lo
declaro porque no podré soportar que se me señale como tal
ante los propios, ni ante los extraños.
He puesto con abnegacáón mi pobre contingente en la
guerra gigante que ha sostenido el Gobierno legítimo de mi
patria y le he servido con lealtad y dedicación y hasta con
fanatismo y cariño, porque nunca he dudado de la sinceridad
y buena fé de sus actos y de sus fines.
236
Y si él lia tenido ^ue adoptar y recurrir a medidas enér-
gicas y hasta violentas en el corso de la prolongada guerra^
también las circunstancias apremiantisimas en que ha obrado
y las terribles complicaciones que surgieron, no admitían
otro procedimienio, estando por otra parte autorizado por las
instituciones nacionales sancionadadas de anterior a su adve-
nimiento al Gobierno. Pueden haber hechos en que hayan
habido excesos, pero ambos son ya ahora del dominio de la
historia, que debe distribuir su justicia.
Yo como uno de los constantes en el fiel servicio del
Gobierno del Mariscal López, quién defendía eu heroica lid
los sagrados derechos de la Patria común de los paraguayos^
desde ya estoy sujeto al reglón como que me brinde, si
quiere ocuparse de mí en su fallo inexorable.
En mi exposición yo he dicho que en todo lo que hic&
en el servicio público, ha.bia obrado según y en virtud de
las órdenes del Mariscal López, y es la verdad, pero no e&
menos cierto de que yo le he servido, ejecutados sos órde-
nes sobre mi conciencia íntima^ y lo declaro también ésto,
pues no quisiera que con aquello se entendiese que* he tra-
tado de disculparme en la parte que pueda caberme. No es^
solamente porque él me mandaba que lo hacia, lo hacia
también porque tenía fé y convicción en ello, y penetrado
además de la necesidad y rectitud en ley y en justicia.
Trátase al Gobierno del Mariscal López después de su
muerte, de déspota, cruel, sanguinario y hasta de bruto y
estúpido . . . por los mismos que han pregonado más alto y
usufructuado más o menos, les encomios de liberal, justície-
ro, bondadoso, humanitario, sabio F. S. con que los enzalsa-
ban. En mi exposición no se había visto ningnno de aque-
llos calificativos degradantes, pues no hice, no quise ni
pensé hacerlos, y a hacerlo los míos serian los mismos qne
hice en su vida. No tengo motivos para modificarlos, y a
él ha podido contrarrestar, contener y hasta a veces hacer
fluctuar por más de un lustro la horrísona tempestad que se
desbordará contra su Patria con todo el aparato del poder,
amenazando de un soplo absorverla y anonadarla, menester
sería qne sus dotes fueran sobresalientes y su alma fuera
grande y fuerte ... Y asi lo fué.
Y tal lo demuestra el hecho de que naufragando, él
con su nave, los remeros que tan solícitos fueron en secun-
darle en vida, y que lograron salir a playa, apenas pisaron
ésta, le maldijeron^ probando asi qne solo, y muy solo, aquel
237
ÍiOTiil)re lia heeho todo lo que hizo y que ha hecho más,
-domando y sujetando a tales monstruos y haciéndose servir
4e ellos, con tanta docilidad, tan buena voluntad y exponta-
aeidad como si fueran movidos por propios resortes.
Tal lo demaestra también el hecho do que ni los uume»
rosos Generales de la alianaa que se incapacitaban y se
mudaban como paño caliente ante el Mariscal López, ni los
Oobiernos y notabilidades grandes de las potencias coaliga-
«dos pudieron con él durante la grande guerra do cinco años
de un enano con tres gigantes, y si han triunfado ha sido
4ebido únicamente a la falencia de hombres, la carencia de
recursos de todo género, y la acción funesta de la deslealtad
'de sus conciudadanos que más daños causaron que los mis-
mos invasores . . , aunque de acuerdo con estos obraron, que
til empujo de las bayonetas aunque triplicadamente más nu-
merosas, secundadas, por los mejores elementos de movilidad
y destrucción mientras que el Paraguaj^ libraba sa defensa
a sus propios medios y recursos, privado como estaba por su
posición topográfica de la comunicación con ' el mundo; lo
cual era una xlesgracia para él, no solamente para no recibir
y renovar sus recursos bélicos, más también, y más sencilla-
mente, para no hacer oir su voz en el exterior y expandir
en tiempo oportuno las causas que «le han impulsado a acep-
tar la guerra y k>s acontecimientos extraños e interesantes
on su curso desarrollados en mengua de la dignidad de los
agresores, y honor y justificación de los agredidos? Hoy no
«e sabe sino lo que se dice por los adversarios.
Hecha e»ta manifestación por la prensa imprescindible
para mí, protesto en lo demás observar religiosamente mis
obligaciones de prisionero,
Y yo, aunque he solicitado ser transportado a este país,
como prisionero, cuando se me movió del puerto de la Asunción,
ninguna satisfacción se me dio respecto a que yo venía al Bra-
sil porque hubiese pedido, y por el contrario en el puerto de
La Paz cuando allá paramos para tomar carbón el buque, y con
motivo de embarcarse un ciudadano argentino a manifestarnos
simpatía y benevolencia, esa noche tuvimos en nuestra puerta
tres postas que nos vigilaban porque había corrido el rumor
de que esa noche íbamos a desertarnos con otros Jefes supe-
riores prisioneros, lo que prueba que mi solicijud ningún
efecto ha surtido, y que he sido por mis circuntancias polí-
ticas arrastrado aquí como prisionero de guerra, después de
23»
terminada ésta, porqae a no ser así, ¿qué me importaba 9
que yo me quedase en tal o cual parte^ siendo este lugar
extraño a mi patria?
Si ante» he U'atado de esquivar por medios directos mi
situacióH^ hoy nse responsabilizo por esta publicación, más si
hay verdadera libertad en que uno exprese sns ideas y so»
sentimientos^ «eré yo dueño de hacer lo que quiera en este
sentido^ pnesto que el derecho nunca se enagena aunque fuese
ataviado con exfrafloB ropajes.
Hasta otra ocasión en qne con más medio» pneda ser
más extenso,
J. Silvestre Aveiro
Coronel
Río de Janeiro, Junio 30 de 1870,
Nota;— Esta protesta mía contra la violencia que pusieron
eu práctica conmigo para arrancar de mi la exposición que
lleva la fecha de 23 de Marzo de 1870 abordo de la caño-
nera I^uateméi surto entonces en el puerto de la Asunción,
que si bien no fué publicada en el ^Jornal do Oomercio'^ por
falta de recurso para abonar el importe de la publicación,
no es menos cierto, qué quedaron archivados los originales
en la secretaría o regencia de aquel diario. Esto pasó en los
primeros días dé Julio del mismo año en E.ío Janeiro.
Dicha mi exposición la de Marzo 1870 no tiene ni puede
tener el valor histórico que le han querido dar, por esa cir-
cunstancia especialísima eu que fué dada: encerrado dentro
de las cuatro paredes de un estrecho camarote con centinela
de vista, el espíritu abatido bajo la impresión de una amenaza
de muerte, sin poder consultar ningún documento porqne no
lo tenía« ni hablar con mis compañeros de fatiga porque estaba
incomunicado, he tenido que depender en absoluto de la memo-
ria que de suyo es frágil y falible; incurriendo consiguiente-
mente en errores e inexactitudes en la relación de algnnoB
sucesos y en la mención de nombres de las personas que
suponía habían tenido intervención en ellos.
Ahora n^ejor recapacitado, con el espíritu libre y tran-
quilo^ para juzgar de las cosas con calma e imparcialidad,
creo de mi deber declarar, en obsequio a la verdad y justicia
— únicas que deben prevalecer en la historia, — que había sufri-
do una equivocación al decir que el Coronel Centurión había
puesto en práctica en Paso-pucú con prisioneros el castigo
de azotes, no habiendo sido él sino el Capitán Matías Groiburú
239
encardado de la vigilancia de aquellos, y sin duda, autorizado
para el efecto, pues nada se hacia sin previa autorización
del Mariscal, o sin sus inmediatas inspiraciones.
Tampoco es exacto en cuanto a la añrmación genérica
de haber tenido participá(.'ión en todos los sumarlos o procesos
instruidos, ya sea en Ascurra, San Estanislao o en Tandei>y.
Casi todos eran verbales excepto algunos de impoitancia, con
intervención poco menos que directa del mismo Mariscal.
Sus servicios en realidad de verdad en esos puntos y más
adelante hasta Cerro Cora, han sido do carácter puramente
militar, habiendo sido nombrado jefe de la Mayoría en
Tandei-y, en reemplazo del CoronelgMarcó a la caida de éste
por su complicidad en el proyecto de fuga del Coronel Venan-
cio López al campamento enemigo en San Joaquín.
No me liga en la actualidad con el Coronel Centurión
mayor vínculo de amistad que el de saludarnos a veces de
lejos, y la rectificación que aquí hago a su respecto al en-
tregarle el original de mi protesta para que sirva de apén-
dice a su obra es espontánea, y debida solo porque he visto
que en estos últimos tiempos ha sido perseguido por sus
gratuitos enemigos que han esgrimido contra él la odiosa
arma de la calumnia.^
La culpa de él es la que tenemos más o menos todos
los que permanecimos fieles a nuestra bandera, la de haber
defendido nuestra patria con lealtad en los momentos supre-
mos de la guerra y de haber obedecido con esa misma leal-
tad al que mandaba a todos a nombre de la Nación — Asun-
ción. — .
(tir.) S. Aveiro
Marzo de 1897.
No 5
Parte oficial del General José Antonio Correa da Cámara
Comando de las fuerzas expedicionarias. Cuartel General
en Villa Concepción 13 de Marzo de 1870.
limo, y Excmo. Señor:
Ya tuve la honra de participar a V. E. que con fecha
9 del mes pasado marché de esta Villa, y en oficio del 6
del mismo mes, me permití exponer a V. E. el plan que
había concebido para dar un golpe certero a las fuerzas del
ex dictador.
240
Na me hallaba todavía en estado de emprender largas
marchas y la columna que confiara al Coronel Domingo
Paranhos, cuyo movimiento peudia de la remesa de 500
reses que había solicitado de V. E.
Las instrucciones como también las órdenes de su álte-
sa el señor Príncipe, Mariscal y comandante en Jefe dejan-
do a mi entero arbitrio la dirección y mando de las fuerzas
del Norte, me obligaron por tan honrosa confianza a no per-
der tiempo, a no diferir por nna sola hora a poner término
a tan larga y dolorosa guerra.
En mi citado oficio del 6 hice conocer a V. E. mi in-
tención de adelantarme a las fuerzas enemigas marchando
inmediatamente hacia Bella -Vista de donde reunido al Coro-
nel Bento Martins de Menezes, que allí se hallaba estacio-
nado con dos batallones de infantería y dos cuerpos de ca-
ballería para prosearuir en dirección a Dorados, localidad
que por los recursos que ofrece me parecía que el ex-dicta-
dor buscaría.
La columna de mi mando se compondría de 6 bocas de
fuego, 5 batallones de infantería y 4 cuerpos de caballería,
2 de los cuales destinó para recoger ganado y garantir mi
línea de cemuicaciones con Bella Vista y Paso Barrete.
El Coronel Antonio da Silva Paranhos que partiera eí día
13 del mismo mes de este lugar se dirigiría directamente
sobre la línea de retirada del enemigo, cuya retaguardia pro-
curaría alcanzar y hostilizar; pero en todo caso no ofrecer
ni aceptar ataque por no comprometer parte o toda su fuerza.
Si la picada de Chirigüelo estuviera franca por ella se
internaría en busca del Capübary, y, finalmente Dorados,
punto de reunión de las 2 columnas y objetivo común.
De cualquier noticia o declaración que obtuviere que se
relacionase con la dirección de mi marcha u ocupación de
punto estratégico, me informaría por propio seguro a fin de
resolver lo que el caso exigiere..
Su linea de comunicaciones cuyos puntos principales,
más allá del Paso Barrete, eran los ríos Guazú y Negla,
debía ser mantenida por destacamento.
Esta columna debía calcular su marcha de suerte tal que
se hallara en Dorados juntamente con la mía.
De este modo me proponía obligar a las fuerzas del ex-
dictador si por ventora como juzgaba seguro continuaba len-
tamente su marcha para Dorados encerrarlo entre sus colum-
241
ñas para forzarlo a aceptar combate decisivo, rendirse o
dispersarse por las selvas abandonándonos la artillería y el
bagage.
Con estas disposiciones partiendo el mencionado día de
esta Villa, me hallaba el 13 en la margen derecha del Aqai-
dabán, pasándolo por el correntoso Paso-Barreto que se
hallaba a nado.
Ese mismo día seguí para Bella Vista.
Próximo a aquel sitio me encontré con el Capitán del
18°. cuerpo de caballería provisorio, Pedro Rodríguez que
me traía un oficio del Coronel Bento Martins, noticia de que
el enemigo abandonando el camino de Dorados pasara el
Chírigüelo viniendo a ocupar al interior de la sierra las
alturas que separan los arroyos que enriquecen las aguas del
Aquidabán.
El Aquidabánigui era el lugar de su campamento, una
extensa colina la encerraba entre el Aquidabán y el Aquidani-
guí tributario de este con suave declive hacia éstos y teniendo
su naciente en las alturas de sierras escarpadas que abrigan
a los Caynguaes y al occidente selvas impenetrables que
rodean el Aquidabán.
Este recinto que la naturaleza parece haber querido
destinar a una defensa heroica solo podía ser abordado por
dos únicos caminos. El que yo seguía, que pasa por el Negla,
atraviesa los extensos campos de Aramburú costeando las
primeras serranías, que caen exabrupto sobre un terreno
accidentado de donde se dirige al río Guazú. ' ♦
De ahí se internan por picadas que se suceden sin inte-
rrupción, cortados por arroyos cuyas corrientes surcan pro-
fundamente los flancos de las montañas limitadas por las
sierras escarpadas de la cordillera, atraviesa los ríos Tacuaras
y Aquidabán y terminando en la planicie donde López plan-
tara sus tiendas de campaña.
El otro que pasa por Bella Vista, Dorados, Capiíbary,
Punta Pora, se interna por la picada del Chirigüelo cuya
extremidad se bifurca y sigue para el Panadero.
El enemigo en tanto se había colocado de tal manera
para no poder evitar un encuentro con nosotros si por ventura
fiado en las probabilidades, nofl diera tiempo para ocupar el
Guazú por un lado y el Chirigüelo por el otro.
En mi espíritu desde luego, tenía resuelta la cuestión
magna: López se vería forzado en su propio campamento en
medio de estas sierras y selvas que buscara como impenetrable
242
abrigo a aceptar el combate jecisivo: o retirándose perseguido,
iría encajonarse en la larga picada del Chirigüelo, donde sn
aniquilamiento sería inevitable.
Me hallaba mucho más próximo de lo que supuse de la
hora ambicionada de medirme con ese poder que fanatizó y
aniquiló una nación entera.
Cambiando ini^CKiiataQiente de reso^lucíónt^ hice acampar
las fuerzas y me diri|:i hacia Bella Vista de donde hice seguir
por el camino de D^rad^^ al Coronel Bento Martina )fenezes
cuya fuerza aumenté eou do4 eañoneai de campaña y parte de
un batallón de infantería.
Al Coronel Antonia da Silva Paranboi^ ordené ^^e mar-
chara sin pérdida de tioünipi^ y ocupara los pasos del rio
Negla esperando en este punto la reunión de mis fuerzas.
Al Coi'onel Bento Martins^ intimé que se esforzase en
ocupar la boca de la picada del chirigüelo para el día dos
del corriente, época en que podría el ex-dictador hallarse
allí si por acaso sintiese y abandonase su campamento to-
mando el único camino que le quedaba franco.
Coutramarchando de hacia el Negla me reuní con el Co-
ronel Antonio da Silva Paranhos que allí me esperaba, y el
25 del pasado mes emprendí nuevas marchas hacia Cerro
Cora.
Al siguiente día se me presentaron algunos pasados del
enemigo, entre los que se encontraba el Teniente Coronel
Solalinde.
Estos rae aseguraron que López ignoraba mi marcha, y
que el enemigo poca vigilancia acostumbraba tener en sus
posiciones.
Resolví precipitar mi marcha hacia el enemigo redu-
ciendo mi fuerza en lo posible. La dirección de la vanguar-
dia confié al infatigable y bravo Coronel Juan Núflez da
Silva Tavares, recomendándole toda prudencia y circunspec-
ción, ordenando la mayor rapidez en sus movimientos.
En tres días de marcha hálleme sobre el Guazu cerran-
do de este modo la salida del enemigo.
Me encontraba a dos leguas de yatebó. \
Mandé ocupar esta picada por los carabineros del cuer-
po provisorio décimo octavo ordenando se embarcase a fin
de apresar los espías o descubiertas que el enemigo dirigiera
por allí.
De las noticias que recibiera, mi esperanza aumentaba
de sorprender al ex-dictador en pleno día invadiendo su
243
campamento ain resistencia y haciéndole de este modo me-
dir fin caida antes de pensar eq ]^ inminencia de su rujna.
Por eso hice avanzar esg, misma }\qvMq al bravo y es-
perimentado Teniente Coronel Francisco Antonio Miarj;in8,
i5on los cí|,rabinero8 do los cuerpos 1^, 18^, 19° y 21<» y el
intrépido mayor Tloriano Vieira Peixoto al frente del 9^
batallón de infantería del que era Comandante dirigiéndose
hacia el paso Tacuaras a 5 leguas del lugar en donde yo
me hallaba.
Impartí órdenes para qne se procqrase sorprender al
enemigo que defendía ese paso con dos cañones y alguna
infantería, debiendo ir por el bosque al acercarse del paso,
hasta ocupar la margen del río, y poder converger sus fue-
gos sobre la artillerin', y cargue ^ la bayoneta cuando los
defensores fueran diezmados.
Recomendóles, que seg^n fuosQ la naturaleza del terre-
no que debían recorrer, llevasen el ataque sea protejidos
por la oscuridad de la noche a al rayar el día.
Esos dignos guerreros, marcharon toda la noche, int3r-
nados por sombrías picadas y caminos desconocidos, se po*
sesionaron de la margen del río Tacuaras sin ser sentidos,
rodeándolos más abajo del paso y por retaguardia del ene-
imigo, al romper el día^ se lanzaron sobre }a artillería, car-
gando con denuedo, antes qqie pudieran formarse y largar
nn salo tiro (1).
!N i un solo hombre perdimos en esta operación que inau-
guró ese feliz día, 1° de Marzo.
Me encontraba próximo a ese lugar, habiendo levantado
mi campamento a las tres de la madrugada, avanzando a
marcha forzada, tan luego que el camino me permitió.
Una vez allí, hice emboscar un escuadrón de caballería
«n la picada que precede al Aquidabán, y allí esperase la
llegada de la fuerza co)i que yo iba a atacar el paso de e^e
río defendido por tres cañones de pequeño calibre y al-
gnna infantería.
Nada indicaba que el enemigo nos hubiese sentido, y
los prisioneros recién tomados, me aseguraron ignorarse mi
marcha, agregado a la feliz toma de Tacuaras sin un tiro
de cañón, para anunciarlo, alentaba mi esperanza de reali^
£2yr mi proyectada operación.
■^■* "
(i) Graeias al desertor j traidor Carmona (Kota del A).
2'44
Tenía por delaiíte una picada que atravesar, iiir río as-
vadeiii". ílefeiidido por artillería que vomitaría metrallas, ei*
cuanto loí5 asaltantes vencieran las Torrentosas aguas, trope-
zaron con el espacio que ocupaban.
Si el enemigo tuviese noticia de nuestra proximidad,,
reforzaría este punto, y las defensas naturales asi aumenta-
das, t'rusU-arian nuestro intento de cerrar la retirada de
López^.
El parte que. la guarnición de Tacuaras enviaba todas
las mañanas, tardaba en llegar. López mandó un ayudante'
de campo a inquirir la causa de tal demora y tan gran falta^
íj'm pü'ío» tiros que de su campamento se oyera, no le-
hi"ieron sospechar que fuerza» superiores estuviesen tan próxi-
mas; y más bien supuso que habiéndose acercado alguna
pequeña partida del paso, hubiese sido rechazado.
Al trasponer la picada el ayudante de campo, solo notó-
nuestra einboscada cuando fué sorprendido y hecho prisionero.
Detrás de éste, después de alguna demora, dos mayores-
y once soldados fueron enviados^ para hacerse eargo de la
guarda de Tacuaras.
Seis eian lo& carabineros que yo tenía emboscados e»
medio de la picada.
La lucha se trabó entre ello» y la nueva guarnición^
que ora avanzaba, o reculaba, hasta que reciando una descarga
y teniendo dos muertos, dispersóse por el bosque cabiendo
a todos igual suerte.
Inmediatamente mandé al Teniente Coronel Martins con
sus carabineros que asaltaran Tacuaras, y al Míiyor Floriano
Peixoto con el cuerpo de su mando, avanzasen.
El primero internándose por el bosque procuraría ocupar
la barranca del río, o derecha del paso; el segundo por fuera
de la picada iría a ocupar las márgenes izquierda del mismo
punto.
Ambos convergerían sus fuegos sobre los cañones con
que el enemigo pretendería resistirnos, cargando sobre las
fuerzas, tan pronto viera la guarnición e infantería debilitarse.
Los cuerpos 19° y 21° que componen la brigada del
denodado Coronel Silva Tavares, formados al extremo de la
picada, esperarían el toque de avance, para cargar con la
bizarría que los caracteriza el paso y la artillería que
lo defendía*
Al Coronel Antonio da Silva Paranhos, que n.andaba la
columna de infantería, ordené se adelantara a la artillería
245
'^ara que no fuera embarazado en &a marcha por los obstá-
«culos que esta pudiera encontrar en la picada, y a toda prisa
marchara a apoyar el golpe qne se iba dar al enemigo: \)oy si
•fiu auxilio fuera necesario.
Una vez tomadas estas medidas, mandé tocar la señal
<ie ataque, tanto los carabineros cuanto la infantería, vencidas
que fueron las dificultades de la marcha, ocupando las barrran-
•cas rompieron nutrido fuego sobre la artilloría enemiga, que
<'ontestaba con metralla.
Mandé tocar avance.
Los lancei*os, a todo galope por la picada, invadieron el
paso, al mismo tiempo que los carabineros 3^ la infantería,
«e precipitaron a la voz do sns jefes al río acometiendo al
onemigo, cuyas metrallas les pasaban por arriba.
Ni un solo hombre fué muerto en este combate contra la
tirtillería en i)OSicion., lanzando metralla: la artillería enemiga
■quedó en nuestro poder, y de sus defensores pocos se escaparon.
A los lanceros habíales ordenado que tan pronto inva-
dieran el campamonto del ex-dictador, contornasen sus flan-
oos, y tomaran el camino do Chirigüelo, para impedir que
algim jefe de importancia se escapara por ese lado.
Cumpliendo esta orden, una vez traspuesta la picada
que conducía al campamento, se dividieron, e inundaron por
los flancos la planicie del Aquidabániqui en cuyo centro se
hallaban las fuerzas enemigas.
El Coronel Silva Tavares, oficiales d-e su estado mayon
y algunos cs^rabineros que le seguían, y unos pocos infantes
recogidos en el camino del centro, fueron a arremeter las
fuerzas a cuyo frente se hallaba el ex-dictador.
El Coronel Silva Tavares no le dio tiempo para respirar.
Le cargó, diezmó sus defensores, mutiló el piquete de
oficiales, segando con la espada de la victoria aquellas vidas,
cual ángeles del mal, se oponen a la paz y regeneración de
nn pueblo, los llevó envueltos entre polvo y humo, al centro
del bosque que cubre el Aquidabánigui*
A tan encarnizada persecución el tirano no pudo hacer
frente.
Dióse a la fuga, lanzándose para el interior del bosque»
seguido de cerca por un puñado de valientes que juraron su
exterminio, hasta que herido, desanimado, exhausto, apeóse
de su caballo, dirigiéndose hacia aquel arroyo con el inten-
to de vadearlo, cayendo de rodillas en la barranca opuesta.
246
En 6stsi posición lo encontré, cnando a pie seguí sqb
haollad-
Lo intimé se rindiera y me entregara su espada, que
yo le garantía los restos de su vida, y que yo era él Gene-
ral que mandaba las fuerzas.
Por contestación me alargó 'una estocada.
Entonces mandé que un soldado lo desarmase, lo que
fué ejecutado al mismo tiempo que exhalaba el último sus-
piro, librando la tierra de un monstruo, al Paraguay de su
tirano, y al Brasil del flajelo de la guerra.
Al mayor en comisión del Estado Mayor, de 1* clase,
José Simeón de Oliveira, miembro de la Comisión de Inge-
nieros, a quien yo había ordenado se pusiera a las órdenes
del Coronel Silva Tavares en momentos de ser atacados el
paso del Aquidabán, para secundarlo en el combate.
Los servicios de este distinguido y denodado oficial
fneroil importantísimos sieíido uno de los que más se distin-
guieron en la derrota del enemigo, persiguiendo al ex-dicta-
dor, y haciendo que los soldados le dirigieran con preferencia
stis tiroS, én sti veloz fuga hacia las selvas (1) siendo para
mi evidente que debido a ésta persecución incansable debe-
mos el fin del tirano.
Felicito a V. E. por las 'glorias que en este memorable
día obtuvieron las armas del Imperio.
Nuestras bajas aunque sensibles fueron insignifitaiites.
Hubo siete heridos, dos de ellos graves, y entre los leves dos'
oficiales.
Las pérdidas del enemigo fueron completas; en las pica-
das donde se libró la primera batalla, los pasos de los ríos,
en campo de combate, el espacio recorrido en la huida por la
selva y arroyo en qne lanzó, quedaron sembrados de cadáveres.
El número de prisioneros asciende a 244, contándose entre
ellos los Generales Resquín y Delgado, 4 coroneles, 8 tenientes
coroneles^ 19 Sargentos mayores, 3 médicos, 8 padres y un
escribano, Mme. Lynch y 4 hijos se encuentran en el número
de los prisioneros y son preciosos trofeos de este tiempo.
Al lado del coche en que ella pretendía huir, dispersa
la escolta que le guardaba, y muerto el Coronel López hijo
del ex-dictador> quien no quiso rendirse.
(1) El Mariscal se réiiró del combate, como hace todo tiíiilftair ^tté
sufre una derrota; y fué rodeado por el enemigó, defendiéndose de sué
golpes hasta que, mal herido, entró en el monte y cayó del caballo,
debilitado por la mucha sangré que había perdido.
\ .
247
16 cañonea cayeron en nuestro poder, dos banderas y
macho armamento y municionas q[ue^ hice inutilizar.
Quedaron muertos en el campo dé batalla el General
Ráá, el Více-Presidente Sánchez, el ministro Camino^, el Co-
ronel Délvalle (1) Jr niuchos oficiales superiores y subalternos.
Lá madre y hermanos del tirano que se hallaban presos
y á quienes había sido notificada la sentencia dé muerte
fueron libertados. (2)
Gran níimfero de familias eran aún los que acompaña-
ban las fuerzas del ex-dictador.
Rescatadas de tan humillante cautiverio, les fueron pro-
porcionados recursos a fin de acompañar las fuerzas hasta
esta Villa.
A la madre y hermanas del ex-dictador proporcioné
carretaüi para i^u transporte y toído cuanto necesitaren al
alcance de los recursos de que disponía;
Cumplo con uri agradable deber recomendandd a la alta
{t predación de "V. E. los importantes servicios prestados en
este memorable día por el intrépifío Coronel Juan Nú-
ñéz da Silva Taváres. Su devoción a la causa qué defen-
dernos, la infatigable solicitud que desplegó en el comando
dé lá vanguardia, á¿i cómo el valor en el combate y perse-
cución del enemigo y tirano, le hacen digno de la conside-
ración y aprecio de sus superiores.
Del mismo modo líiucho recomiendo a V. E. los servicios
y valor que en más de una vez ostentó en combate el Te-
niente Coronel Francisco Antonio Martins, comandante del
regimiento lí" 21, de caballería, los mayores Eloriano Vieira
Péixoto, comandante del batallón 9° de infantería y Eran-
cisco Marques Xavier, comandante del cuerpo 1° provisorio
de caballería de carabineros uno de los primeros en lanzarse
ai río Aqiíidabán, agregando a voz de mando el más digno
ejemplo' de valor, que sus subalternos hayan ejecutado: así
cómo él capitán Juan Pedro Rodríguez que mandaba a los
carabineros del 18^ y del escuadrón de vanguardia donde
dio exhuberantes pruebas de su actividad y valentía.
Es también un deber de justicia, recomendar a V. E.
(1) Recién el 4 d« Marzo fné muerto después de rendirse con sus otros
compañeros, entre estos el canónigo Joaqulu Román. (N. del ▲.)
(2) No es exacto. (N. del A.)
248
los oficiales de mi cuartel general, el capitán del 1er. regi-
miento de artillería a caballo Antonio José María Pego Júnior,
asistente del diputado ayudante general, agregado a esto
comando, al teniente del 31 de voluntarios de la patria José
Portas de Lima Franco, escribiente de esta repartición, al
teniente en comisión de caballería Alfredo Miranda Pinheiro
da Cijulia, mi ayudante de órdenes alférez del 19 de caba-
llería Franklin Méndez Machado y al alférez del mismo cuer-
po Joaquín da Rosa Castillo, olías Florencio da Silva Cáma-
ra, que sirven a las órdenes de este comando, por el valor
y calma con que se portaron, trasmitiendo con rapidez mis
órdenes, lo mismo que al sargento amanuence de la repartición
del Diputado del Ayudante General Etelvino José do Santos.
Me es sumamente agradable elogiar el empei\o y dedi-
cación con que siempre me secundaron los Coroneles Anto-
nio da Silva Paranhos, Federico Augusto de Mosquita, asi
como el Teniente Coronel Francisco Bibiano de Castro, que
mandaba una brigada provisoria, el mayor de artillería José
Clorindo de Queiroz, quienes, si por las circunstancias no
tuvieron ocasión de batirse con el enemigo, más de una \ez
probaron su reconocido valor, no por eso dejaron do merecer
bien de la patria y de sus ilustres jefes por los buenos ser-
vicios e interés con que coayuvaron a esta operación, alaba-
dos siempre en sus respectivos comandos.
Ese día hice acampar la infantería en el campamento
del ex-dictador, haciendo contramarcha la caballería, fuera
de la picada del iVquidabán.
El 2 de Marzo, recibí parte de que el Coronel Bento
Martins_, había traspuesto la picada del Chirigüelo, y el 12**
batallón de infantería, se hallaba acampado en el lugar don-
de derroté al enemigo.
La rápida marcha realizada por ese distinguido Coronel,
por sí solo honra y glorifíca a un jefe y en mi opinión esta
marcha viene a justificar el brillante nombre y reputación
que ha sabido conquistarse a costa de valor, perseverancia
y consumada pericia.
No puedo dejar de llamar la atención de V. E. por la
importante comisión cabalmente desempeñada por el Coronel
Bento Martins.
La confianza que tenía en este jefe, me hacía presumir
la pérdida del enemigo en medio de las sierras que le ociil-
249
taban, y este comprobó mi opinión ocnpando el úuico camino
que quedaba expedito al enemigo, el día que yo le fijé para
el inevitable y decisivo golpe proyectado.
No menos recomendables son los servicios prestados en
la ocupación de Bella Vista por el Teniente Coronel José
María Guerreiro Victorio, comandante del 18^ cuerpo de
caballería provisoria.
Su perseverancia, sus éfuerzos, el interés y celo con que
siempre ejecutó mis intenciones, privando al enemigo de los
recursos de esa localidad, retirada, batiéndolo varias veces y
aprisionando a muchos, lo hace merecedor de elogios como
uno de los muchos que contribuyeron para el feliz desenlace
de esta campaña.
Debo aún recomendar a V. E. los relevantes servicios
que con actividad e inteligencia siempre prestó, sea destacado
en Paso Barrete, como anteriormente en Tacuati el mayor en
comisión de artillería Ernesto Augusto da Cunha Mattos.
Son dignos del mayor aprecio.
Es igualmente recomendable el Teniente 2°. Cándido
Leopoldo Estoves, Comandante del contingente de pontoneros,
que siempre se mostró activo en el cumplimiento de sus deberes.
El mayor de 19<* provisorio de caballería Vasco María
de Asevedo Frutos, que mandaba los lanceros que se distin-
guieron por la picada de cbirigüelo, recorriendo una exten-
ción de veinte leguas, según una breve comunicación que me
dirigió, encontró y batió una fuerza al mando del Coronel
Delvalle, quien tenía dos cañones.
Este coronel y veinte oficiales, casi todos los oficiales,
quedaron todos muertos en el campo de batalla, la artillería
quedó en nuestro poder, fué inutilizada; los que lograron
escaparse se desparramaron en el bosque.
El camino que recorrió este mayor, hacia Panadero es-
taba sembrado de cadáveres en toda su extensión.
Mas de dos mil muertos, indica la linea de retirada del
tirano, como cuadro de disolución, hambre, de martirio y
muerte que legó a sus secuases como premio de devoción.
Llamo la atención de V. E. hacia los partes de los se-
ñores comandantes de división brigadas y cuerpos que acom-
pañan a esta expedición, y en ellos están consignados los
dignos de elogio y aprecio de V. E.
250
No puedo remitir el del 9^ batallón de infantería, qae
machas servicios prestó tomando parte «9 el combate por
encontrarse ese cuerpo en marcha y m^i^iy distante de ^s.ta
Villa.
Dios guarde a V. B.
limo, y Excmo. Señor Mariscal de Campo, Victorino
José Carneiro Monteiro.
Comandante de las fuerzas al Norte del Mandi^virá.
El Brigadier — José Antonio Correa da Cámara.
Fe de erratas más notables
Págs.
linea
donde dice
debe decir
5
18
que acompañaban
que le acompañaban
6
4
sa botes
sus botes
7
17
la ofreció
le ofreció
8
23
consecaencio
consecuencia
13
11
en que
de que
20
34
susposición
suposición
26
14
su pensión
suspensión
27
26
bárbara
bárbara
29
24
prisionero
prisioneros
30
6
laguerra
la guerra
30
18
uación
nación
48
31
redoblado
redoblada
56
39
la
al
57
1
Caballero,
Caballero.
59
14
recibió
recibí
67
32
no podía no
no podía
68
1
p. 11
p. 13
72
5
ejercitó
ejército
73
15
habranse
b ábranse
75
6
las
la
77
34
al amor
el amor
78
38
de
da
83
2
un fatigado
mi fatigado
83
22
1.2000
1.200
84
34
esta
estas
93
16
encontraban
encontraba
94
1
aliadoque
aliado que
95
8
remitidos
remitidas
95
19
ellos
ellas
105
90
D
honroso
horroroso
112
1
Ejércitto
Ejército
112
13
le le
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252
Págrs.
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donde dice
debe decir
125
16
s^
ese
125
37
cofinadas
confinadas
129
1
lo hubo
lo que hubo
147
10
presentraron
presentaron
155
5
do
de
157
o
coo
con
157
3
preferidu
preferido
167
9
gigantezca
gigantesca
174
37
pretenciones
pretensiones
182
35
sume qtii peni
sauvé qui peut
185
17
y a que
a que
185
19
persegido
perseguido
194
33
éste conducido
éste fue conduci
204
32
prisioneros
prisionera
210
10
al
el
216
24
y gritó
gritó
índice
CUARTA PARTE
Págs.
Capítulo I 3
Capítulo II . 19
Capítulo III 44
Capítulo IV 53
Capítulo V 75
Capítulo VI 99
Capítulo VII . . . . , , . . 117
Capítulo VIII 137
Capítulo IX 147
Capítulo X 167
Capítulo XI . . . . , 201
Apéndice 221
r
240
No me hallaba todavía en estado de emprender largas
marchas y la columna que confiara al Coronel Doraing'o
Paranhos, cuyo movimiento pendía de la remesa de 500
reses que habla solicitado de V. E.
Las instrucciones como también las órdenes de su álte-
sa el señor Príncipe, Mariscal y comandante en Jefe dejan-
do a mi entero arbitrio la dirección y mando de las fuerzas
del Norte, me obligaron por tan honrosa confianza a no per-
der tiempo, a no diferir por una sola hora a poner término
a tan larga y dolorosa guerra.
En mi citado oficio del 6 hice conocer a V. E. mi in-
tención de adelantarme a las fuerzas enemigas marchando
inmediatamente hacia Bella -Vista de donde reunido al Coro-
nel Bento Martins de Menezes, que allí se hallaba estacio-
nado con dos batallones de infantería y dos cuerpos de ca-
ballería para proseguir en dirección a Dorados, localidad
que por los recursos que ofrece me parecía que el ex-dicta-
dor buscaría.
La columna de mi mando se compondría de 6 bocas de
fuego, 5 batallones de infantería y 4 cuerpos de caballería,
2 de los cuales destiné para recoger ganado y garantir mi
linea de cemuicaciones con Bella Vista y Paso Barrete.
El Coronel Antonio da Silva Paranhos (lue partiera el día
18 del mismo mes de este lugar se dirigiría directamente
sobre la línea de retirada del enemigo, cuya retaguardia pro-
curaría alcanzar y hostilizar; pero en todo caso no ofrecer
ni aceptar ataque por no comprometer parte o toda su fuerza.
Si la picada de Chirigtielo estuviera franca por ella se
internaría en busca del Qapiibary, y, finalmente Dorados,
punto de reunión de las 2 columnas y objetivo común.
De cualquier noticia o declaración que obtuviere que se
relacionase con la dirección de mi marcha u ocupación de
punto estratégico, me informaría por propio seguro a fin de
resolver lo que el caso exigiere.
Su linea de comunicaciones cuyos puntos principales,
más allá del Paso Barrete, eran los ríos Guazú y Negla,
debía ser mantenida por destacamento.
Esta columna debía calcular su marcha de suerte tal que
se hallara en Dorados juntamente con la mía.
De este modo me proponía obligar a las fuerzas del ex-
dictador si por ventura como juzgaba seguro continuaba len-
tamente su marcha para Dorados encerrarlo entre sus colum-
241
ñas para forzarlo a aceptar combate decisivo, rendirse o
dispersarse por las selvas abandonándonos la artillería y el
bagage.
Con estas disposiciones partiendo el mencionado día de
esta Villa, me hallaba el 13 en la margen derecha del Aqai-
dabán, pasándolo por el cerrentoso Paso-Barreto que se
hallaba a nado.
Ese mismo día seguí para Bella Vista.
Próximo a aquel sitio me encontré con el Capitán del
18°. cuerpo de caballería provisorio, Pedro Rodríguez que
me traía un oficio del Coronel Bento Martins, noticia de que
el enemigo abandonando el camino de Dorados pasara el
Chirigüelo viniendo a ocupar al interior de la sierra las
alturas que separan los arroyos que enriquecen las aguas del
Aquidabán.
El Aquidabánigui era el lugar de su campamento, una
extensa colina la encerraba entre el Aquidabán y el Aquidani-
guí tributario de este con suave declive hacia éstos y teniendo
su naciente en las alturas de sierras escarpadas que abrigan
a los Caynguaes y al occidente selvas impenetrables que
rodean el Aquidabán.
Este recinto que la naturaleza parece haber querido
destinar a una defensa heroica solo podía ser abordado por
dos únicos caminos. El que yo seguía, que pasa por el Negla,
atraviesa los extensos campos de Aramburú costeando las
primeras serranías, que caen exabrupto sobre un terreno
accidentado de donde se dirige al río Guazú. »
De ahí se internan por picadas que se suceden sin inte-
rrupción, cortados por arroyos cuyas corrientes surcan pro-
fundamente los flancos de las montañas limitadas por las
sierras escarpadas ¿e la cordillera, atraviesa los ríos Tacuaras
y Aquidabán y terminando en la planicie donde López plan-
tara sus tiendas de campana.
El otro que pasa por Bella Vista, Dorados, Capiíbary,
Punta Pora, se interna por la picada del Chirigüelo cuya
extremidad se bifurca y sigue para el Panadero.
El enemigo en tanto se había colocado de tal manera
para no poder evitar un encuentro (!on nosotros si por ventura
fiado en las probabilidades, no8 diera tiempo para ocupar el
Guazú por un lado y el Chirigüelo por el otro.
En mi espíritu desde luego, tenía resuelta la cuestión
magna: López se vería forzado en su propio campamento en
medio de estas sierras y selvas que buscara como impenetrable
242
abrigo a aceptar el combate íecisivo: o retiráudose perseguido,
iría encajonarse en la larga picada del Chirigüelo, donde su
aniquilamiento sería inevitable.
Me hallaba mucho más próximo de le que súpose de la
hora ambicionada de medirme con ese poder que fanatizO y
aniquiló una nación entera.
Cambiando innAOfdiatameiite de vesjolución,^ hice acampar
las fuerzas y me diri|^i hacia Bella Vista de donde hice seguir
por el camino de D^rad<»^ al Coronel Bento Martina Menezes
cuya fuerza auoaeuté eou do4 eaHonea^ d^ campafla y parte de
un batallón de infantería.
Al Coronel Antauia da Silva Paranbo^i ordené, qiie laar-
chara sin pérdida de tiejtt.pft y ocupara I09 pasos del río
Negla esperando en este punto la reunión de mis fuerzas.
Al Coronel Bento Martins^ intimé que se esforzase en
ocupar la boca de la picada del chirigüelo para el día dos
del corriente, época en que podría el ex-dictador hallarse
allí si por acaso sintiese y abandonase su campamento to-
mando el único camino que le quedaba franco.
Contramarchando de hacia el Negla me reuní con el Co-
ronel Antonio da Silva Paranhos que allí me esperaba, y el
25 del pasado mes emprendí nuevas marchas hacia Cerro
Cora.
Al siguiente día se me presentaron algunos pasados del
enemigo, entre los que se encontraba el Teniente Coronel
Solalinde.
Estos rae aseguraron que López ignoraba mi marcha, y
que el enemigo poca vigilancia acostumbraba tener en sus
posiciones.
Resolví precipitar mi marcha hacia el enemigo redu-
ciendo mi fuerza en lo posible. La dirección de la vanguar-
dia confió al infatigable y bravo Coronel Juan Núflez da
Silva Tavares, recomendándole toda prudencia y circunspec-
ción, ordenando la mayor rapidez en sus movimientos.
En tres días de marcha hallóme sobre el Guazú cerran-
do de este modo la salida del enemigo.
Me encontraba a dos leguas de yatebó, 1
Mandé ocupar esta picada por los carabineros del cuer-
po provisorio décimo octavo ordenando se embarcase a fin
de apresar los espías o descubiertas que el enemigo dirigiera
por allí.
De las noticias que recibiera, mi esperanza aumentaba
de sorprender al ex-dictador en pleno día invadiendo su