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Full text of "Memorias del coronel Juan Crisóstomo Centurión ó sea Reminiscencias históricas sobre la guerra del Paraguay"

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MEMORIAB 

IfEl. L'OllONKl, 

JUAN CKISOSTOMO CRNTI lilON 



REMINISCENCIAS HISTÓRICAS 

SOBRE 

LA GUERRA DEL PARAGUAY 



• rnui PBrliir lie t-i au iialilM 
«. KAo liiUmKia I <i<y 



TOMO CUARTO 



1801 



MEMORIAS 

JUAN CKISOSTOMO CENTIjKION 

O SEAN 

REMINISCENCIAS HISTÓRICAS 

SOBRE 

LA GUERRA DEL PARAGUAY 



'lils nbiivi' alt. 'IV Ililnv uwii 4»ll' li" i 
il 11 'nuRt riil|i»v. n* 1)10 nlHlit tliu i1u]r. 
ni ciikM iioi llirtí h> fulsf tn ftiiy iiinn 



TOMO CUARTO 



.i^^itin- 






PRESERVATION 
COPY ADDED 
ORIGI^4AL TO BE 
RETAINED 

FEB 3 1993 



CUARTA PARTE 



cAi'im.o I 



tlrni-ganixnt'inn ilt*l Ejérr^ito Nncinnsl — ' Lds dict[!>nr«n*t de Lo. 
íB»-Vn.|fiat.iiiiia Piisajp ilo ¿«tos por el Estero Ypecud — 
Pacwlitla'lBa — Niiuvo reclutuiiiicatu — N'iievus ciinriius y diri- 
¡r.ldOiiC» Fií-itmbay. C'ttpital pro\'ieoriu atrinutierailn — Araennl 
a üttacupt ~ Aiiftdemia — L» -jecuadi-a snomi^B pvlietrn nn 
Afiíií'iiit'íí'íl— Movimiinto del Ejéreit.o alimli. 



l,a (Íeni)la del reslo tic nuesiro ejércilo on 
l^tma-ValeiiliiKis produjo la dispersión de los ijue 
hnhiaii podido salvitrse de la muerte, o, no ha- 
lilaii caido prisioneros. I.» mavor jiarte se des- 
piirratiiiiroEi en pfqtifños ¡iiiipos en los bosqucít 
íiiio circundan el Polrern-Márniol, paní esfaparse 
lio la persei'usión del enemigo. 

(Cuando ésta cesó, marcharon por dilerentes 

rund>os a Azcurra y otros puntos ii ponerse ime- 

viimenle n las órdenes del Mariscal. Y tomo el 

i-'neinigo en sn afán de loni;i]los prisiont-ios, ha- 

. Itlfl Ocupado los pocos pusos por donde putUesen 

FfUcllmetde verificar sn intento, muchos se vieron 

Ltobligados ¡i t'mprendL-r su marcha a lrav6s del ox- 

klenso y profundo estero de Ypecuti. 



• • 

^ 



i^ 



Dicho estero se extiende desde el Potrero-Már- 
mol hasta el Departamento de Carapeguá para % 
luego desaguarse en el Hio Paraguay, después de 
recorrer una distancia de 9 leguas más o menos. 
El lago Ypoá^ uno de los mayores de la Repúbli- 
ca, situado entre los pueblos de Carapeguá, Quiin- 
dy y Caapucú por la parte Oriental, y Oliva y Villa 
Foránea por la parte Occidental, es el que contri- 
buye con sus aguas a la formación de aquel estero. 

Una gran extensión de la superficie del agua 
estaba cubierta de plantas acuátiles, bajo las cua- 
les se ocultaban víboras y otros reptiles veneno- 
sos. Su profundidad general iss de una y cuarta 
vara y tal vez más en algunos puntos. Hacia el 
centro existen algunos canales profundos por 
donde corre el agua con bastante fuerza y que 
solo puede salvarse a nado o valiéndose de ma- 
romas. 

Los dispersos, como llevamos dicho se lan- 
zaron en dicho estero a medio dia, algunos de 
ellos bajo el tiroteo del enemigo que les seguía 
hasta la orilla, y, marchando toda la noche sin 
descanso, llegaron ya a la madrugada, a un ban- 
co o cerrito que había en medio del mismo. Des- 
pués de un corto descanso, prosiguieron su peno- 
sa marcha, hasta encontrarse con las gentes de 
una pequeña guarnición militar que en una canoa 
hacia el pasaje de los que allí llegaban, al través 
de una gran extensión de agua o laguna, formada 
con el desagüe del Ypoá. 

No es posible pintar las escenas de dolor y 
desesperación que se desarrollaron entre ellos du- 
rante aquel penosísimo trayecto. Crueles fueron 
las penurias y sufrimientos que han tenido que 
soportar. En su mayor parte heridos y todos 
hambrientos, en un estado espantoso de debilidad; 
los unos, por supuesto, rendidos de cansancio, 
sucumbían ahogados; los otros que no podían an- 
dar más, se quedaban echados sobre gruesas ma- 



5 

lie piíjiís que soÍiiTSulí:iti <iv lii superñcie y 

'ñlli inoliiin de sus heridiis; y miu'hos olrus, ipii- 

/.iis, ii coiiscciieiicia de liis nioidcdutas de lo.-, ifji- 

^iHcs venenosos! . . . ¡Ah! . . , líl pasilje de Y|)iiuii 

E indudíibleiueiile iiiia de liis prueltns ini'is teiri- 

i u (|iie luO sometida la lealtad de los lieroíeos 

trensores-<t« la Patria! . . . Llegaron u la |j¡uuin 

poCKta ya a boca de noche. 

Kl mayor liscohar (hoy tleneral), con una lie- 

kla en el pecho (1) y las dos iiiniios dcsltosa- 

i por una hala de fusil en los comhales de 

Boinas Valentinas {'¿), venía entre los i'illinio.s que 

' iilravesaíon aquel k-míhit; esteio, y, nulando une 

la guaniieión militar menctonadu, por lu debilidad 

o ílujedad dií su jefe, dejaba nmelio ijue desear 

en el desempeño de su ciunlsióti lomó algunas 

disposiciones enérgicas tendientes a aclivín £i(|iiella 

ü operación. Ayudado de los que acompañahan, 

^Tido inonlar un Ciil)ullo que le facilitó el Capí- 

i Lara que en esos momentos lUfJÓ alU con la 

rden de llevar los cohallos del Mariscal í|ue se 

faedai'on en el cerrito del eslero, y se Irasladú a 

Waffoti, antifíuo puesto del Estado (¡ue se halla a 

Torta distarnia de ese luíjar, donde hizo carnear 

ygonos hueves que aun se enL'uulral)im en aijuel 

plahlecimieiilo rural. 

De los cueros que también hal>ia allí, h'scobar 
bando fabricar unos í> botes (¡u-hUa») con hastido- 
i de ma<ieras que luet{o sirvieron parí acelerar 
\ pasaje que se liaeia con mucha leiililud en una 
'i canoa. Mientras tanto los sanos prepararon 
i y cocinaron suculentos hercido» en unas 
! grandes que encontraron en la misma estan- 



te Ooroml Vlvsrii». 9»rBpii- 

luncí OvlKd'i y PnirURL 

lu« liuipUolo, D« elloa 



6 

* 

cia, y dieron de comer a las gentes que venían 
llegando, y que juntas con las que llegaron antes, 
ascenderían a unos 300 o 400. De orden del mis- 
mo Escobar, los paseros retrocedieron con su bo- 
tes de cuero, hasta lejos en busca de los que 
quedaron rezagados, o imposibilitados de marchar 
llevando una buena provisión de carna asada pa- 
ra reanimarlos con un poco de alimento de la 
postración en que se encontraban. Al día siguien- 
te, a la madrugada, regresaron, trayendo a todos 
los que se encontraban vivos, pues muchos de 
ellos ya habían muerto. Con eí fin de propor- 
cionar a los heridos elementos de transporte^ Es- 
cobar se dirigió luego en persona a la autoridad 
de Carapeguá, a donde llegó en momento preci- 
samente en que toda la población se preparaba 
para evacuar aquel pueblo. De acuerdo con el 
Jefe Político del Departamento, mandó recoger 
todos los caballos de la . vecindad, otorgando un 
recibo a cada uno de sus dueños, y detener la 
partida de una porción de carretas cargadas de 
los muebles y cachivaches de las familias, y ape- 
lando a los sentimientos patrióticos y humanitarios 
de esas, consiguió que se prestaran a conducir bajo 
su cuidado a uno o dos heridos cada una sobre 
la cordillerii donde iban a dirigirse. De modo que 
hubo así caballos y carretas que fueron a buscar 
a los heridos^ a donde se encontraban. A su 
vuelta, los primeros fueron entregados a sus res- 
pectivos dueños, y las últimas aumentadas con 
muchas otras, siguieron luego viaje a su destino. 
De esta manera fueron conducidos aquellos 
gloriosos defensores de la Patria a Piribebuy, a 
la sazón capital provisoria de la República, donde 
fueron alojados y atendidos en los hospitales que 
allí se habían improvisado. (1) 



(i) Estos hospitales se hallaban a cargo de los cirujanos Capitanes Wen- 
ceslao Velilla y Esteban Oorostiaga, hasta la toma de Piribebuy por los 
aliados. 



Los sanos y levemiinte huridns, asi ciue co- 
liruntn fuerza, sigHÍfrnii adrliiiilo |)or distintos 
runilios y fueron ílegamlo a Azcurt-a en grupilos 
Uc 'J'i y 30 hombres. I,a llegada iie estos dis- 
persos en esla forma y por inlervalos, l)al>ia 
continuado en lodo el mes de Eneio de IH(ÍÍ). 

líl mayor Escobar, con las btr¡d;is agusana- 
das, se trasladó a <;erro León. Allí un practican- 
le t-n cirugía se las curó. Al dia siguiente en 
contestación al aviso i¡ue diera al Mariscal de su 
llegada a aquel punto, recibió orden para pre- 
senlarse en Azcurra. 

A pesar de In fiebre que lenia y la suma 
debilidad en que se encontraba, se puso ense- 
jiuida en marcha. Cuando llegó, el Mariscal ie 
recil)ió y Juzgando por su as|iecto que no podría 
petinani'tcr mucho tiempo de pie la otVetió un 
asienlo, inundándole traer de su rancho una taza 
de (Mido, !üi cuanlo bebió algunas cucharadas, 
quedn desmayado. Vuelto en si, el Mariscal le 
lii/o algunas preguntas sobre el pasaje de Ypeeutl, 
\ liiet;o le dijo que se retirara a atender su sa- 
lud bajo la asislencia de uno de los médicos 
del Cuarlel (ieneral. A la vez, mandó sacar con 
Don Domingo l'aimü un retrato de Escobar, tal 
cual se encontiaba en ese momento. Se lo sacó 
sentado, sirviénilole de apoyo su espada, con 
una blusa de paño azul oscuro lleno de sangre 
y acribillada de balas y bis dos manos vendadas 
y en cabesliillas. Harecía que el Mariscal quería 
de esta numera pcrpeluar en uno de los leales 
serviilorcs de la Patria el ejemplo del más be- 
llo sacrificio en obsequio y defensa de esta, co- 
mo una emidación al heroisuio. 

K.4a ntisiua ocasión, pero no el mismo día, 
el Sr. Parodi (1) sacó también los retratos de 

HÍ Don Dimlng'o Pnrndl dv nnclonulliincl luainn um un |jiiidii)c<. y 
' -.len dlBiiuKufúu lie íátil pnUbra Conio ur&Uor J uiuT nmliro ilvl 



y 



varios jefes y oficiales que se habían distin- 
guido por su bravura en » los combates entre 
ellos del Mariscal- sentado, con la espada envai- 
nada en la mano y la estrella de Caballero de 
la Orden Nacional del mérito prendida en el pe- 
cho izquierdo. Esa era la única condecoración 
que acostumbraba llevar durante toda la campa- 
ña. En ese retrato, aunque de un gran parecido, 
aparece el Mariscal bastante ceñudo y pensativo. 

El Mariscal estuvo instalado en el bajo de 
Azcurra desde el primero de Enero de 1869, fe- 
cha en que se trasladó de Cerro-León después 
de tres o cuatro días de permanencia allí, con- 
forme dijimos al final del captíulo X del T. III, 
p. 319 (1). 

\jOS espías o bomberos despachados en peque- 
ñas partidas de 8 a 10 individuos a los departa- 
mentos comarcanos a vigilar el movimiento del 
enemigo^ a su regreso traían los dispersos que se 
encontraban ep aquellos, algunos de ellos, tal vez, 
sin ánimo de volver al lado del Mariscal, que 
de día en día, iba siendo más exigente en todo. 
Muchos de aquellos fueron victimas a consecuen- 
cio de la acusaciones falsas que hacían contra 
ellos los espías, acumulándoles el cargo de que 
intentaban pasarse al enemigo. El Mariscal, dan- 
do fé a tales denuncias, y sin querer dar oídos 
o aceptar las explicaciones que daban en propia 
defensa, los mandaba pasar por las armas como 
traidores sin forma de procesos siquiera. 

Una de tantas víctimas fue el Capitán Fortu- 
nato Montiel. Oficial pundonoroso que se había 
distinguido en los combates por su bravura, como 
todos los Montíeles. lenia el cuerpo lleno de 
gloriosas heridas, y, sin duda, el Mariscal que- 
riendo proporcionarle algún descanso a fin de 
que sanara del todo de sus heridas, le nombró Jefe 

(1) La casa que ocupó era propiedad de nii Sr. Ramírez, vecino y aun 
existe hasta el momento que escribimos e»te tomo. 



olilico (le Itaagiiii. Cumulo la evacuación do os- 
I jHirliilo. oticoiilráiido.se ya kI Mariscal en Azeu- 
, Moiitii-I se [mso leiitnineiite en marcha con 
^an cuantas carretas cargadas de víveres hacia 
bnd putilo. l.aN avan/adas del enemigo lle(;aliaii 
más allá de PatÍM. Los espUm lo encoii- 
desput^s de hahfr pasatio Toctiaral y lo lic- 
ión con la grave acusación de que iba camino 
I el cam|Mi enemigo. 

Olí cstf motivo fue ongrillado y entregado a 
custodia de iin:i guardia situada a la orilla 
un naranjal, donde se cncontrahan tani!>i<:n 
is otros más o menos por el mismo supues- 
iuiagiiiario lielito. \o estaba coinpteta- 
neiUe ajeno de cuanto pasalia coa respecto al 
t'apitán Monticl, asi como a los demás, toda vez 
que yo, creo i|ue nadie, hahia tenido t]ue ver o 
hacer con ellos, Pero de repente, asf que iba 
pasando hacia mi casita, el Ñtariseal me llamó 
y me dijo:— ^^ Vaya a vlt al Capitán Montiel que 
■eslá en tal guardia y hágale tal pref^unta* (que 
no ta coiisifino porque no la conservo en la 
memoria ). 

En cumplimiento de esta orden me trasladé 
mí lugar de la guardia, y, previo periniso del 
^'icial hablé con Montiel' a distancia de unos 2(1 
de a(|uella, j)arados los dos: y allt lia- 
olf présenle el objeto de mi comisión y cni 
ísar al verle en ese estado, le dije que espera- 
í fjue sin apartarse de fti verdad, diera una 
^nteslaeión satisfactoria. Kn efecto, tlió una e\- 
l^acióu bástanle ra/nnable que, a mi juicio, 
I ' insubsistente el contenido de la preguata- 
¡spucs de una demora de diez minnlos, con el es- 
" 1 halagado de la esperanza de la próxima liber- 
íje aquel valiente ndlilar. regresé donde el Maris- 
il a uuicn inl'ormé de la contestación de Mnnii<-I re- 
""aaole la mismas palabras con que la dio. No 
Icn acabé de h<iblar y con nn poca sorgiresa mia, el 



10 

Mariscal, con la físonomia toda demudada v darr- 
do un fuerte golpe con el pié al suelo, dijo coi> 
energía y voz airada, — •Miente ese picarof ...» 
Enseguida, con una indicación de cabeza me di6 
venia para retirarme. 

Hé ahí toda la intervención que tuve en el 
asunto de Montiel. Ya con posterioridad, después 
que el Cuartel general como otros, acusados más 
o menos del mismo género de delito, habían 
sido pasados por las armas! . . • ¿A quién la res- 
ponsabilidad por tan triste suceso? — A los espías 
en primer lugar, 3' segundo, al Mariscal, que 
daba crédito a Jos ligeros y falsos informes de 
aquellos a fin de estimular su celo, prescindien- 
do de mandar proceder a una prolija investiga- 
ción para saber ia verdad que hubiese en cada 
caso. 

La misma suerte le cupo al Subtensenle Jus- 
to Balbuena. 

Habiendo abandonado con la noticia de la apro- 
ximación del enemigo, el piquete o guardia que man- 
daba en Capiatá, se refugió sólo en Itauguá que yo 
entonces estaba evacuando y, después de al- 
gunos días de permanencia en una casa abando- 
nada fue encontrado y llevado por los espías. 

Muchos o la mayor parle de esos dispersos 
no iban a presentarse en Azcurra, porque con- 
sideraban naturalmente que después de la derro- 
ta de Lomas-Valentinas la guerra había terminado, 
ignorando (jue el Mariscal hubiese salvado su vida 
(le tan terrible desastre. 

lis difícil, si no imposible hallar una razón 
(jue justifique la conducta del Mariscal en la ma- 
tanza de tantos hombres, por motivos insignifi- 
cantes que ni el estado de guerra en que nos en- 
contrábamos podría darles el carácter de gravedad 
(jiie fuera necesario para la aplicación de una 
pena tan tremenda. Cuando escuchaba alguna 
alegación a favor de aquellos desgraciados^ vic- 



\ 



11 

limas con frecuencia de faltas por su ignoran-, 
cía más que de ningún propósito maUcloso o 
criminal^ contestaba: — «La Patria no necesita pa- 
ra su defensa de «sus» malos hijos! ...» Si el re- 
sultado da el valor moral de nuestros actos como 
justiticativos del fin que perseguimos, fácil es 
establecer la apreciación a que se presta un pro- 
ceder que sobre ser injusto y cruel, cooperaba 
poderosamente ai favor del enemigo, cuyo inte- 
rés consistía' en disminuir el número de los que 
le combatían para abreviar la consecución de sus 
propósitos. 

Pero fuere ello como fuese, y^ apartando por 
un momento la vista de tantos horrores, reasuma- 
mo;s la ilación de nuestro relato. 

Con los dispersos que regresaban de Lomas- 
Valentinas y los convalecientes de los hospita- 
les, muchos de estos aún no tenían sus heridas 
bien cicatrizadas, dio el Mariscal principio a la 
reorganización del Ejército Nacional, sirviendo a 
ella de base los pocos cuerpos' regulares que se 
hablan salvado por no haber tomado parte en los 
últimos combates. 

Ea prosecución del mismo propósito y para 
elevar a alguna importancia el número del nuevo 
ejército, mandó hacer nuevos reclutamientos de 
viejos y muchachos de 14 y 15 años. Dispuso 
también que además de las guarniciones de Cerro 
León consistentes en dos batallones de infantería 
y un regimiento de artillería^ se presentasen en 
Azcurra las de Carapeguá, Caapucú, (^aacupé, San 
José y otros lugares. De esta manera, cuando el 
ejército aliado se acampó en Pirayú (25 de Mayo 
de 1869), ya el Mariscal contaba con 12.000 hombres 
organizados con 18 piezas de artillería de plaza 
y otras tantas ligeras de campaña. 

Gerro-León no fué del todo evacuado, Cuan- 
do fueron llamados a Azcurra los cuerpos que allí 



12 

fie enconíraban, qnedó una guarnición: de 600 hom- 
bres al mando del Mayor Sosa, — (después Coronel.) 
Las nuevas divisiones llevaban los nombres 
de los jefes que los mandaban y eran las si- 
guientes: 

División Carmona, compuesta de 3 batallones; 
ídem Franco » » 3 » 

ídem Delvalle » » 3 » 

ídem Escobar » * 4 (6, 7, 20 y 2 1 ). 

A más de estas divisiones, habla algunos cuer- 
pos sueltos tales como los batallones Riflero, Maes- 
tranza, Suelto^ San Isidro^ Marinos y Aeámoroü, 
Todos estos ascendían a unos 4.Ó00 hombres próxi- 
mamente. Lqs batallones que componían las di- 
visiones ya mencionadas no habrán tenido arriba 
de 300 a 350 plazas cada uno.— Estos cuerpos or- 
ganizados, que como dijimos, han servido de base 
a la reorganización del ejército, han estado al prin- 
cipio bajo el mando en Jefe del Capitán Romual- 
do Nuñez, indusive toda la artillería, hasta que 
sus respectivos jefes que seguían en los hospitales^ 
curándose de sus heridas fueron declarados de 
alta y volvieron al servicio activo. 

También había una división de caballería com- 
puesta de los regimientos T, 5^, ir, 12 y 24, al 
mando en jefe del General Caballero que hacía 
el servicio de vanguardia en la parte Norke del 
arroyo Pirayú. La primera brigada formaban el 
\^ y 5° al mando del comandante Genes y la 2» 
formaban el VI^ y 24° al del igual clase Victoria- 
no Bernal. 

Su guardia avanzada, con dos piezas de arti- 
llería ligera estaba colocada en la estación de Ta- 
cuaral. La del enemigo llegaba a veces hasta allí, 
encontrándose acampada su vanguardia sobre el 
puente de Yuquiry. El servicio de avanzada ha- 
cía el regimiento 11 al mando del mayor Ansel- 
mo Cañete. 



13 

Una ocasión, una partida de descubierta 'ene- 
miga se adelantó hasta muy cerca de la estación,, 
trayendo por delante, con gente armada, la máqui- 
na o locomotora del ferro-carril de Asunción a 
Paraguarí. Se tirotearon con los nuestros; pero 
cuando vieron que entre las balas de fusil iban 
también algunos tiros de cañón, retrocedieron pre- 
cipitadamente. 

Las disposiciones defensivas tomadas por el 
Mariscal, autorizan suponer que alimentaba la 
creencia en que el enemigo, al abandonar la Capi- 
tal para proseguir su campaña, trataría de iniciar 
sus operaciones contra nuestra posición con un 
movimiento envolvente por Altos o Atyrá^ en or- 
den a cortarnos la retirada y comprometernos a* 
una batalla definitiva. Llevado sin duda, de esta 
persuación atendió con preferencia su derecha, 
extendiendo por las altas cumbres de la cordillera 
su línea de defensa hasta el paso de Atyrá. 

A la izquierda de esta línea se encuentra el 
pueblo de Piribehuy, y habiendo sido declarado" 
por el Mariscal capital provisoria de la República 
poco antes de los combates de Lomas- Valentinas, 
el Vice-Presidente, Don Francisco Sánchez, en vir- 
tud de orden que recibió, se trasladó allí de Lu- 
que con todos los empleados civiles y judiciales,, 
el tesoro y archivo nacionales y una gran canti- 
dad de alhajas de oro y plata pertenecientes a las- 
Iglesias de Asunción. 

Alrededor del pueblo se mandó levantar 
una trinchera, defendida por 1.600 hombres de 
Infantería y 12 bocas de fuego, al mando del te- 
niente coronel Pablo Caballero. Hrihehuy se en- 
cuentra en una hondonada, dominado por con- 
siguiente por terrenos de mayor elevación. Esta 
circunstancia natural hacía que aquella posición 
fuese poco aparente para verificar una resistencia 
eficaz contra un ataque serio del enemigo. 

Por aquél mismo tiempo en que se dispuso 



14 

el carmbio del asiento del P. E. se ordenó también 
la traslación de la mayor parte del arsenal de la 
Capital a Altos por la laguna de IpacaraL 

Muchas de las piezas fueron abandonadas en 
las playas por IFalta de elementos de movilidad y 
buena disposición. Pero el Mariscal, tan pronto 
como se instaló en Azcurra en vista de la necesi- 
dad de improvisar elementos de defensa dio or- 
den al General Resquin para que, sin pérdida de 
tiempo hiciese conducir aquellos útiles o piezas de 
máquinas a Caacupé. Así lo hizo, estableciéndose 
allí en poco tiempo una fundición donde fueron 
vaciados 18 obuses cortos de bronce, v 2 cañones 
de a 3 rayados destinados al uso de la caballería. 
Estos trabajos fueron ejecutados bajo la . inme- 
diata dirección del alférez Giménez 5^ el Capitán 
Thompson, ambos de nacionalidad paraguaya. 

Durante el mes de Enero de 1869 hubo mu- 
chos ascensos de jefes y oficiales para reemplazar 
a los que habían muerto en los últimos combates, 
o que habían caído prisioneros. Así mismo fue- 
ron varios condecorados con las insignias de la 
orden Nacional del Mérito, entre quienes iba in- 
cluso el que escribe estos apuntes, confiriéndosele 
la estrella de oficial de dicha orden. 

Cuando hubo terminado la organización de 
los cuerpos, a fin de adiestrar a las tropas en el 
manejo de armas y evoluciones tácticas, hacian 
parte de tarde ejercicios en una planicie abierta 
que quedaba más abajo del Cuartel General, y 
era sorprendente el progreso que hicieron en agi- 
lidad y porte marcial en breve tiempo, al grado 
de inspirar una fundada esperanza de que su com- 
portamiento futuro en los combates sería digno 
de los que les precedieron. 

Sin embargo, los repetidos reveses que sufrió 
el Ejército Nacional en los campos de Villeta, no 
pudieron menos que quebrantar el espíritu tan- 
to de los jefes como el del resto de las tropas. Por 



- 15 

esta razón, no bastaba atender solamente la dis^- 
ciplina y la organización material de estas, a fin 
de responder satisfactoriameíite a las reglas lácti- 
cas en las acciones, sino también — y tal vez esto 
sea lo más importante, procurar de alguna mane- 
ra mejorar su moral, inculcándole los principios 
de Jos rigurosos (f^eberes que impone el patriotismo 
y el honor en frente del enemigo. Es sabido que 
el soldado instruido en las máximas de la n^oral 
militar, arrostra y soporta todo cuando se tri^ta 
de la gloria y del honor de la patria: fatigas, ham- 
bre, sed y penalidades de todo género, sufre con 
paciencia y resignación sacando fuerza y vigor 'de 
los grandes recuerdos que se registran en la his^- 
tória de la religión cristiana y de los ejemplos 
de heroísmo que nos han transmitido los anales 
de los pueblos más cultos que honraron con sus 
virtudes, su ciencia y civilización a la humanidad. 

El Mariscal, al parecer, penetrado de esta ne-» 
ce<?idad, estableció una especie de Academia o Con- 
ferencia, donde se reunían los jefes superiores y 
comandantes de cuerpos a discutir y cambiar ideas 
sobre asuntos relativos a disciplina. Para esto, el 
Mariscal que asistía en esa reuniones diarias ma- 
nifestó el deseo de que cada uno expusiera las 
medidas que hubiese lomado en el sentido de 
mejorar las condiciones físicas y morales de sus 
trapas, acordando libertad para la emisión de las 
ideas y opiniones acerca de los puntos en discu- 
sión. No obstante esta manifestación, brillaba en 
aquellas reuniones la elocuencia del silencio: pri- 
mero por la falta de costumbre de discutir en 
asamblea, y segundo por la falta de garantía de 
que los conceptos u opiniones emitidos no tuvie- 
sen para su autor más consecuencia que la re- 
futación. 

Pero desgraciadamente, en filosofía histórica 
es ya una verdad indiscultible con carácter de 
axioma que un elemento de mejora o de progreso 



16 

•^n manos de los déspotas sé corrompe o degene- 
ra, convirtiéndose en nuevo instrumento de opre- 
sión y tiranía. La conferencia que en su origen 
era buena, útil y necesaria, muy luego resultó que 
no era sino un medio escogido para sondar y 
descubrir los verdaderos sentimientos de los con- 
currentes respecto a la dirección y marcha de 
la defensa nacional. 

En corroboración de esta verdad, tenemos el 
caso del Capitán Alberto Cálcena que en una 
reunión de los oficíales de su cuerpo (por que 
debo advertir que también era permitida dicha 
conferencia en los cuerpos), usando de la especie 
de libertad que se había acordado, criticó las ope- 
raciones llevadas íi cabo en los campos de Ville- 
ta, manifestando que el Mariscal se había equivo- 
•cado en mandar librar combates aislados, y que 
mejor resultado hubiera dado si hubiese concen- 
trado todas las fuerzas que tenia en Lomas-Va- 
lentinas, y las hubiese hecho pelear juntas. 

Entonces uno de los presentes lé contestó: — 

— El Mariscal no puede equivocarse . . . 

—El Mariscal, repuso Cálcena, es un hombre 
como cualquier otro, y por consiguiente, sucepti- 
ble de equivocación. Sólo Dios no puede equi- 
vocarse, y él no es Dios! . . . 

Este incidente llegó a oídos del Mariscal, y 
Cálcena fué condenado a andar sin espada por 
mucho tiempo. 

Esto sin citar los casos en que el Mariscal 
contestaba con agudeza y tono reprensívo a 
cualquier opinión o manifestación que en algo 
contrariase su modo de pensar. De esta manera 
la presencia del Mariscal en la reunión, equiva- 
lía a una coartación de la libertad que era in- 
dispensable para el desenvolvimiento del objeto 
con que se había fundado la Conferencia o Av.ade^ 
niia, y, muy en breve, como consecuencia natu- 
ral, dejó de funcionar, y desapareció. 



17 

Una división de la escuadra enemiga, compues- 
ta del acorazado Bahia^ los monitores ^ Alagdas^ 
Ceárá, Para, P'tauhy y Santa Caiharina, y los ca- 
ñoneros yhahy^ y Mearim al mando del Barón 
del Pasaje, partió de la' Asunción aguas arriba 
en el mes de Enero, con el propósito de perseguir 
y apoderarse del resto de nuestra escuadra, 
consistente en unos 6 vapores. Cuando aquellos 
estuvieron a la vista y apresuraron su marcha 
para dar caza a nuestros débiles buques, éstos 
penetraron en é\ Manduvirá^ y para librarse de 
su persecusión, echaron' a pique al Paf'aguarí en 
tina las partes más estrechas de la desemboca- 
dura de aquel río en el Yhagüy. Debido a esta 
operación, los monitores enemigos se vieron obli- 
gados a retroceder, y los nuestros continuaron 
navegando tranquilamente hasta llegar por el 
Yhagüy frente a la capilla Caraguatay. 

Estos buques, antes de marchar de la Asun- 
ción, fueron desarmados. El encargado de esta 
operación fue el Capitán Romualdo Nuñez quien 
organizó un batallón con sus tripulantes montando 
en cureñas portátiles los cañones desembarcados. 
Dicho batallón, junto con el de Macsfraiiza y el 
que mandaba el mayor Franco, constituían la guar- 
nición de la Capital en aquella época. De modo 
que sólo quedaron 30 hombres al mando del te- 
niente Viera, en uno de aquellos para conducir 
aguas arriba los demás y cuidarlos, hasta nueva 
determinación (1). 

Por la poca profundidad del Mdnáiwirá^ y la 
estrechez de su cauce o canal en algunas vueltas, 
solo pudieron penetrar en él los monitores. Per- 
sistente en su empeño el Harón del Pilsaje de apo- 



(1) La gaarnición de la Capital, que marchó para Lomas Valen tinas- 
volvió del camino de Yaguarón para Azcurra, aegAn dijimos al final del 
Oap. X T. III p. 919. 



18 

derarse de nuestros buques, remontó aquel rio 
hasta la altura del pueblo de Caraguatay^ donde estos 
estaban anclados. 

El Mariscal, informado de la presencia de los 
monitores brasileños eu el mencionado puesto y 
de que el río bajaba, formó el proyecto de apode- 
rarse de ellos. Con este fin, despachó de Azcurra 
el batallón de marina al mando del Capitán de 
fragata Romualdo Nufiez, con instrucción de in- 
corporarse un regimiento de caballería (acámoroti) 
que, a las órdenes del mayor Montiel, esploraba 
la costa del Yhagüy^ y de obstruir el paso de 
Oarayo^ o cualquier otro bastante estrecho, a fin 
de impedir que pudiesen regresar los buques ene- 
migos. 

El Capitán Nuñez, en cumplimiento de su co- 
misión, mandó echar en el mencionado paso, ca- 
rretas encadenadas, gran cantidad de piedras arran- 
cadas del cerrezuelo de ese mismo punto y gruesos 
trozos, y ramas de madera fresca cortados en los 
bosques vecinos, 

Pero una fuerte y continuada lluvia que cayó 
hizo crecer el río extraordinariamente, permitiendo 
a los monitores descender sin dificultad, burlán- 
dose de los obstáculos que con tíinto trabajo había 
mandado colocar el capitán Núfiez. Las tropas 
colocadas a la costa del rio, le hicieron fuego al 
pasar; pero sin causarles el menor daño. 

A principios de Mayo de 1869, el ejército aliado 
que ocupaba la Asunción, empezó a ponerse en 
movimiento, acampándose, primero, en Ytiquyry, 
más allá de Luque^ y luego extendió su línea hasta 
Patiño-cué. Desde allí, los jefes aliados lanzaron 
varias partidas exploradoras a los departamentos 
vecinos: Itauguá, Ifá, Yaguarón y Capiatá, y tam- 
bién al interior, hasta el departamento de Ybycuí; 
cometiendo en todos esos pueblos actos de vio- 
lencia censurables ante los ojos de la civilización 
moderna. 



CAPITULO n 



Expansiones d^l Mariscal — Asalto al establecimiento de fun- 
dición de hierro en Ybycuí — El ejército aliado se acampa 
en Piraya el 25 de Mayo — Entrega de banderas a las Le- 
giones Paraguayas — Protesta del Mariscal por este hecho — ' 
Notas cambiadas con este motivo entre el Conde D'Eu y el 
Mariscal — Reflexiones sobre el juicio a que debe sujetarse éste. 



El Mariscal López, no obstante las múltiples 
atenciones del mando del ejército en frente de un 
enemigo que, envalentonado con sus triunfos, iba 
desplegando de día en día más audacia y activi- 
dad, tenía sus momentos de expansión en que ex- 
plicaba los motivos que habían influido en el áni- 
mo del Gobierno del Paraguay para la adopción 
de tal o cual medida en pro del progreso del país, 
así como la razón en que se apoyaba para negar- 
se a la realización de la idea de dotar al país de 
una constitución democrática. 

Hablando una prima noche de la elección de 
los jóvenes que fueron enviados a Europa en cum- 
plimiento de una resolución del Congreso de 1844 
para recibir instrucciones en varios ramos de cien- 
cias y artes, dijo:— Que las familias acomodadas 
de la Asunción, se manifestaban recalcitrantes a 
la idea y necesidad de dar una sólida educación 
a sus hijos de manera que pudiesen llegar a ser 
éstos útiles a la patria y a su gobierno, y que se 
contentaban con facilitarles los conocimientos ele- 



20 

mentales que necesitaban aquellos para colocarse 
detrás de los mostradores de las tiendas de ropas y 
almacenes, de víveres, donde vejetaban en las ma- 
las ideas y en la corrupción; que él antes de pro- 
ceder a la designación de los jóvenes que fueron 
a Europa, tes había propuesto enviar sus hijos 
allá para educarse e instruirse a costa del Estado, 
toda vez que ellas estuviesen dispuestas a costear 
su manutención y ropa; pero que tuvo la desgra- 
cia de que los buenos deseos del gobierno fueron 
respondidos con la más completa indiferencia; que 
por el momento dijeron que si, que «i, pero que 
después no volvieron a resollar. Que aquellas 
mismas familias más tarde, habían manifestado la 
más persistente incredulidad respecto a los rápi- 
dos progresos que hacían los estudiantes que ya 
estaban en Europa, tanto así que las composicio- 
nes que estos enviaban mensualmente en inglés 
y en francés, las atribuían a los profesores que, 
según decían, tenían tanto o más interés en que- 
rer acreditarse desde la distancia con el gobiernp, 
que los discípulos en adetantarse (1). 

Ignoramos cual haya podido ser el verdadero 
fundamento en que se habían apoyado las men- 
cionadas familias para no haber aceptado tan 
magnífica oportunidad de proporcionar una sólida 
y provechosa instrucción a sus hijos. Pero par- 
tiendo del hecho de que la maj^or parte de las 
familias pudientes de la Capital no estaban por el 
sistema de gobierno imperante en el país, es creí- 
ble que no hayan querido contribuir con elemen- 
tos que más tarde con toda probabilidad, habían 
de prestar su concurso al sostenimiento de aquel 
sistema. Esta snsposición adquiere mayor fuerza. 



(1) Obedeciendo & un orden cronológico de estos apuntes, reproduci- 
mos aquí esta relación que ya habíamos dado en otra publicación titu- 
lada Lo» Ettudiantét dé los López, que vio la luz como apéndice a la 
Sa ediecién áa nuestra conferencia en el Ateneo Paraguayo el 28 de 
Knero de 18»6. 



21 

cuando se tiene présente que la educación oficial 
adolece generalmente del inconveniente de formar 
ciudadanos con escaso o' ningún espíritu de inde- 
pendencia. Y en nuestro caso según los princi- 
pios que servían entonces de norma a la admi- 
nistración pública por más que aquellos hijos hu- 
biesen vuelto animados de los mejores deseos de 
servir a sus país, forzados a hacer, decir y pensar 
sólo aquello que convenía a los intereses del go- 
bernante para sostener su sistema, hubieran lle- 
gado a ser fácilmente meros instrumentos de des- 
potismo y tiranía, alejando así la esperanza de 
ver un día iluminar en el horizonte la preciosa 
s^urora de la libertad. 

Extendiéndose a otras cosas que se relaciona- 
ban con el porvenir del país, dijo esa ocasión que 
habían algunos ciudadanos cuyas ideas desde los 
primeros albores de la independencia nacional, 
estaban en pugna con los verdaderos intereses de 
la nación, y terminó exclamando: « ¡Y desgracia- 
da de la patria el día que caiga en manos de 
ellos ! 

Y luego añadió: — Yo pudiera haber sido el 
hornbre más popular,* no solo en el Paraguay, si- 
no tal jvez, en toda la América del Sud. Para 
llegar a serlo, nada me hubiera sido más fácil 
que promulgar una constitución. Pero yo no la 
he querido, porque no deseo la desgracia de mi 
patria. Cuando leo las constituciones de los paí- 
ses vecinos, rrie quedo extasiado al contemplar 
tanta belleza, pero cuando del papel vuelvo la 
vista hacia la práctica, me quedo horrorizado. 

Esa teoría del Mariscal no tiene nada de ex- 
traño; es la de todos los déspotas. El doctor Fran- 
cia profesaba más o menos la misma, y con ella 
sumergió el Paraguay en el profundo abismo de 
barbarie. Con la idea de establecer una Repúbli- 
ca a su manera, trató de hacer desaparecer las 
distinciones o condiciones sociales, haciendo una 



22 

tenaz persecución a las clases acomodadas y una 
especie de alianza con las moléculas ordinarias 
del pueblo. 

Es posible que no haya habido mala fé en 
semejante política; pero fué un error tanto más 
criminal cuanto que por ningún costado encuen- 
tra en su apoyo los principios de la sana razón y 
de la moralidad. ¿Cuál era el tin de aquel siste- 
ma? A dónde iba? A buscar la felicidad, a for- 
mar un pueblo, ,una patria? 

Pero tales objetos no se consiguen con ani- 
quilar, sino con robustecer — con trillar el camino 
de la civilización, cultivando la inteligencia, de- 
sarrollando la razón, practicando la justicia y per- 
feccionando los sentimientos del corazón — con la 
enseñanza de la religión y de la moral. 

Donde no hay libertad, todo progreso es efí- 
mero porque la iniciativa y espontaneidad no 
nacen del pueblo sino de sus gobernantes. 

Ningún derecho puede ser estable, en pre- 
sencia del poder que domina la inteligencia y el 
sentimiento, que determina, en fin, los actos, con- 
virtiendo al ser en quien Dios puso una chispa 
de su divinidad, en un autómata. 

La libertad que es la ley natural, jamás pue- 
de ser un mal; allí donde ella reina, nunca se 
interrumpe el curso regular del progreso. La 
única libertad perjudicial es la omnímoda de que 
gozan los déspotas, porque impide que un pueblo 
llegue a ser verdaderamente grande y feliz. La 
voluntad de un sólo individuo por enérgica, pa- 
triótica y generosa que fuese, no puede conciliar el 
desenvolvimiento de todas las esferas de la acti- 
vidad humana uniformemente, cual fuera menes- 
ter, para producir el resultado de una prosperidad 
general sólida y duradera. He ahí explicada la 
razón por qué la herencia del despotismo casi 
siempre ha sido la decadencia. 

Queda a la apreciación del lector la razón 



23 

que dio el Mariscal en la referida ocasión para ha- 
berse abstenido de dolar al país de u^a constitu- 
ción democrática; es decir, de una constitución 
más amplia y liberal de la que hasta entonces 
poseía: me refiero a la ley de 1844 estableciendo 
la administración política de la República, con la 
particularidad, según Alberdi, de no contener una 
sola palabra de libertad— Véase sobre este tópicQ 
el Cap. II. del T. I página 85 de estos apuntes. 

Por aquél mismo tiempo, el Mariscal de re- 
pente se dio mucho a la lectura. Durante unos 
ocho días, después del almuerzo, en lugar de 
hacer la siesta^ y, a pesar del calor, se sentaba 
en una silla de vaqueta en el corredor abierto 
de una casa pajiza vieja que había adyacente a laque 
ocupaba c0n sus familias, a leer el Genio del 
Cristianismo por Chateaubriand, en varios tomitos. 
Cada día devoraba uno. Sin duda buscaba dis- 
traer el espíritu, o tal vez atenuar o acallar el 
remordimiento de su conciencia por tantos actos 
de difícil o imposible justificación, con la lectu- 
ra de una obra que constituye uno de los mo- 
numentos más bellos del ingenio humano. 

El Genio del Cristianismo^ en la época de su 
aparición, ejerció una poderosa influencia, prepa- 
rando el camino de la restauración del catolicis- 
mo en Francia, y a la reorganización de la mis- 
ma. La literatura francesa se tiñó de los colores 
del Genio del Cristianismo, Los más distinguidos 
escritores procuraban imitar las galanas y poéticas 
frases del autor contenidas en sus páginas, y la 
cátedra del Evangelio, hasta nuestros días, aún 
se vale con frecuencia, para ilustrar sus argu- 
mentos a favor de la fé, de cuanto se ha dicho 
en ellas de las ceremonias y de los beneficios 
que ha reportado al mundo y a la civilización 
el cristianismo. 

Por sus nuevas y notables críticas, por su 
elevado, claro, atrayente y vigoroso estilo, el 



24 

Oenip del Cristianismo puede ser considerado co- 
mo uno de los njás preciosos florones que ornan 
la corona literaria, de M. de Chateaubriand, cu- 
ya poderosa y brillante imaginación será siem- 
pre objeto de respeto y admiración. 

Cuando Voltaire empezó a atacar al cristia- 
nismo, trató desde luego de apoderarse de esa 
opinión calicaficada generalmente como la opi- 
nión del mundo, empleando para ello toda la 
agudeza de su ingenio a fin de convertir la im- 
piedad en una modalidad de huen tono, Y lo 
consiguió ridiculizando la religión a los ojos de 
las gentes frivolas y superficiales. 

El Genio del Cristianismo no ha tenido pues, 
otro objeto que hacer desaparecer ese ridículo, 
ese sarcasmo, que Voltaire, con sus sofismas há- 
bilmente empleados, ha erigido a la categoría de 
buen tono. Fara el etecto el autor del Genio del 
Cristianismo no tuvo que hacer otra cosa que 
considerar el cristianismo en sus relaciones con 
las sociedades humanas demostrando con hechos 
irrefragables los cambios verificados en la razón 
y las pasiones de los hombres desde que em- 
pezó su influencia en el mundo; cómo ha civi- 
lizado a los pueblos bárbaros, y cómo ha mo- 
dificado el geniodelasarleiy delasletras, imprimien- 
do en ellas un embsUecimiento que raya en lo su- 
blime y en lo maravilloso, cuya contemplación, no 
solo conmueve, sino que eleva, el alma a las 
regiones donde tiene su origen la virtud. 

Prosigamos: 

Una de las expediciones enviadas al interior 
y de la cual más arriba hemos hecho mención, in- 
vadió el departamento de Ibi/cui. Dicha expe- 
dición iba encabezada por el oriental mayor Co- 
ronado que se ^ hizo famoso por sus correrías 
vandálicas en Ñeembucú, cuando el ejército aliado 
estaba acampado en Tuyucué. 



25 

El capitán Julián Insfrán, (1) comandante de 
la fábrica de hierra de aquel departamento, al te- 
ner noticia del avance de la fuerza de Coronado 
compuesta de unos 100 hombres en su mayor 
parte paraguayos, ejn servicio de la alianza, creyen- 
do que aquel jefe en prosecución de su instinto 
vandálico, seguiría el camino que conduce a Caá* 
zapa, donde hallaría mucho que robar, despachó 
una pequeña fuerza con orden de emboscarse en 
,el monte de Rivarola y de dar un golpe de 
sorpresa al enemigo al pasar por allí. Este, en , 
lugar de dirigirse a Caazapá tomó la dirección de 
la fábrica, yendo a acamparse a una legua de dis- 
tancia de esta; quedando la fuerza en el referido 
monte sin lograr su objeto ni regresar al estable- 
cimiento. 

Insfrán, a fin de estar al corriente del movi- 
miento del enemigo, había despachado una parti- 
da de espías, encabezada por un tal Molinas (Mo^ 
Unas pucú). Este se mantenía con su gente a cierta 
distancia conveniente del campamento de Coronado, 
traicionando la confianza depositada en su lealtad 
y patriotismo, se puso en connivencia con aquel a 
quien dio todos los destalles que precisaba para 
efectuar de improviso un asalto al establecimiento de 
fundición de hierro y mientras tanto, con el mayor 
cinismo, mandaba dar parte de sin novedad, acon- 
sejando a su comandante que estuviera tranquilo 
en la plena seguridad de que inmediatamente que 
el enemigo se moviese de donde estaba le parti- 
ciparía. 

. Insfrán, con esta seguridad, y persuadido, por 
otra parte, de que Coronado no se atrevería con 
tan escasa fuerza de su mando llevar un ataque 
al establecimiento, el 17 de Mayo al romper e\ 



(!) El Teniente Pedro Saín adió era el 2o, de Insfrin, y director in- 
mediato de los trabajos del Establecimiento, siendo especialista en al 
de fandicldn. 



; 



26 

día, despaíchá las cuadrillas de peones a= sos res- 
pectivas faenas de costumbre. Una pequeña fuer- 
za militar que habla, condujo bajo su vigilancia 
a los presos y prisioneros de guerra al lugar del 
trabajo a una regular distancia^ de modo que el 
establecimiento quedó casi por completo despro- 
visto de gentes armadas que pudiesen rechazar un 
asaltó repentino del enemigo. 

Aquí hubo una falta evidente de previsión 
militar. La presencia del eneniigo en el depar-^ 
. taménto y a corta distancia de allí, imponía el 
deber de estar prevenido en todos los momentos,. 
y de tener reunidas todas las gentes de combate 
en la fábrica, aunque fuese a costa de la su pen- 
sión de los trabajos. 

La fábrica se encontraba al pié de una mon- 
taña de donde descendía un arroyuelo, cuya co- 
rriente desviada por medio de un canal arti- 
ficial, servía para poner en movimiento una de las 
máquinas de tundición. El canal de desvío des- 
cribía una curva volviendo a llevar las aguas al 
mismo arroyo, quedando en medio una isla de 
tierra firme donde estaban ubicados todos los 
edificios. En los contornos estaba poblado el si- 
tio de un bosque espeso e inaccesible con una so- 
la entrada donde había un puente colocado sobre 
el mismo arroyo. 

A eso de las 8 1/2 a 9 de esa misma mañana 
del 17 se presentó el eneniigo, guiado por Molinas, 
frente al expresado puente. Diez o doce hombres 
armados de fusil defendieron dicha entrada con 
un nutrido tiroteo. El enemigo continuaba firme 
en actitud amenazante, y notándose que de nuestra 
paite habían algunas bajas, Insfrán concibió el 
plan, para obligar al enemigo a una retirada, ñan- 
quearlo por la izquierda. Con este objeto despa- 
chó unos cuantos fusileros por el monte; pero 
antes que estos llegaran al punto designado, fue- 
ron retirados los que defendían el puente. 



27 , : 

El. enemigo aprovechó ese momento y pene- 
tró asaltando los edificios: [>e los pocos hombres 
que había en ellos, a pesar de la resistencia que 
hicieron, fueron muertos y heridos, unos cuantos, 
cayendo prisioneros los demás incluso el capitán 
ínsfrán. 

En los primeros momentos del suceso, por 
conducto de don Mateo Collar, que le servia en 
calidad de secretario, transmitió éste la orden al 
oficial que mandaba la pequeña fuerza militar a 
distancia de una legua de alli para que pronta- 
mente regresara al establecimiento, trayendo a los 
presos y prisioneros de guerra bien asegurados. 

En cumplimiento de esta orden se puso en 
marcha; pero a su regreso encontraron ya toda la 
fábrica en poder del enemigo, y obedeciendo a 
la intimación de éste, puesto que no cabía hacer' 
otra cosa, se entregaron como prisioneros de guerra. 
. Coronado, después de grandes destrozos, aban- 
ilonó el establecimiento ese mismo día, llevándose 
todos los prisioneros que había tomado. A corta 
distancia de allí, los puso en fila, y de orden su- 
ya, un piquete armado los separó y llevó al Ca- 
pitán ínsfrán que estaba a la cabeza de la forma- 
ción y a cuatro soldados, cerca de una isleta. donde 
los pasó a degüello. Concluida esta cruel y bár- 
bara operación, volvió el piquete para llevar otrois 
tantos, y luego seguir hasta acabar con todos. Pe- 
ro algunos oficiales paraguayos a las órdenes de 
Coronado y en servicio de la alianza, indignados 
por tan bárbara disposición, protestaron enérgica- 
mente asumiendo una actitud amenazadora contra 
aquel, si persistía, continuar la ejecución de ac- 
to tan inhumano y salvaje. 

Coronado, en vista de esta resuelta manifesta- 
ción, desistió diciendo a los prisioneros restantes 
que los perdonaba. 

Momentos antes de la toma del establecimien- 
to fué despachado por Ínsfrán el practicante don 



28 

« 

Francisco Campos a Azcurra a dar parte al Ma- 
riscal del suceso. El enemigo al saberlo, le man- 
dó seguir hasta Ybytymí, pero sin lograr el objeta 
de su persecusión. 

La fábrica de hierro de Ybycui fué fundada 
el añm 1854 por el gobierno de Carlos Antonio Ló- 
pez. Antes como durante la guerra, prestó impor- 
tantes servicios en la fabricación de cañones, ba- 
las, bombas y piezas de máquinas que se precisaban 
tanto en la escuadra como en el arsenal de la Ca- 
pital. Allí fueron vaciados los famosos cañones 
rayados denominados Criollo^ Cristiano, y General 
Díaz. 

La dirección de aquel establecimiento, donde 
se trabajaba de dia y de noche, estuvo por algún 
tiempo a cargo del Capitán Aquino (después Ge- 
neral) quien a) lado de los ingeniosos ingleses que 
corrían al principio con todo, habia adquirido no- 
ciones de ingeniería y trabajos mecánicos. Últi- 
mamente en las épocas a que se Concretan estos 
apuntes, y según queda expresado, estuvo dicho 
establecimiento a cargo del de igual clase, Julián 
Insfrán. 

Su muerte por la manera cruel e injusta en que 
tuvo lugar según queda referida más arriba, fue do- 
blemente sensible. Se distinguía por su ventajosa 
disposición natural, de modo que en poco tiempo 
adquirió los conocimientos prácticos necesarios pa- 
ra dirigir y mandar ejecutar los trabajos encon- 
mendados al establecimiento a completa satisfac- 
ción del Gobierno, y respondiendo a las exigencias 
del momento. Los servicios que prestó en dicho 
puesto le hacen acreedor a la gratitud nacional. 
El ejército aliado, después de haber practicado 
la exploración de los terrenos más allá del arro- 
yo Yuquyry^ se puso en movimiento, y el 25 de 
Mayo de 1869, ocupó Tacuaral y Pirayú, constru- 
yendo inmediatamente obras de defensa en esos 
dos puntos. 



29 

El Marqués de Caxias, (fue después de sus 
triunfos en Villeta, se había retirado a Wío Janei- 
ro, fué reemplazado por el Conde I)' Eu, en el 
comando en jefe de las fuerzas brasileñas. 

El Marisca], que hasta entonces permanecía en 
el bajo de la cordillera, trasladó su cuartel gene- 
ral arriba de la misma, el 27 dje Mayo, en una 
espaciosa casa pajiza, que con anterioridad había 
mandado edificar sobre el camino real a Caacupé. 
A la izquierda del cuartel general quedó instalada 
la mayoría bajo un naranjal. 

A corta distancia de la casa del Mariscal, y 
más próxima al camino real, se edificó una capi- 
Hita de forma rectangular toda de paja pero muy 
bien trabajada. 

Allí concurría el Mariscal, los días de fiesta 
acompañado de sus ayudantes, jefes, oficiales y 
tropas de franco de su escolta a oir misa que or- 
dinariamente celebraba alguno de los capellanes 
del ejército. 

Si mal no recuerdo, estando todavía en el ba- 
jo de Azcurra el Mariscal, una partida de caballe- 
ría enemiga cayó de improviso sobre una guardia 
avanzada de Cerro León, llevando prisionero a 
casi todos los que la componían." Entre estos se 
encontraba el sargento Cirilo Rivarola, quien más 
tarde llegó a formar parte del gobierno provisorio 
que se instaló en la Capital bajo la inmediata in- 
fluencia de los aliados. 

El sargento Rivarola, pertenecí» al batallón 
que mandaba el mayor Cárdena, y hacía servicio 
en la enfermería del cuefpo; pero por cierta falta 
en que había incurrido, como pena, a más del 
castigo que recibió, fue enviado a hacer el servi- 
cio de guardia en Cerro León* 

Los aliados, desde un principio, tuvieron 
gran empeño en que una guerra eminentemente 
internacional, degenerase en una lucha civil, a 
fin de contar con la cooperación del pueblo a fa- 



30 

vor de ellos y abreviar así la consecución de sus 
fines. 

Llevados de esta idea admitieron una legión 
compuesta de emigrados paraguayos con opiniones 
opuestas a la legalidad ^existente entonces en el 
país, forzaron a principios de laguerra a esos pa- 
raguayos empuñar las armas contra su patria, y 
mandaron desparramar en el interior proclamas in- 
cendiarias incitando al pueblo a un levantamiento 
contra el gobierno. 

Por estos medios consiguieron en el curso de 
la lucha reunir en torno suyo, un grupo bastante 
considerable de paraguayos. El 25 de Mayo, el 
mismo día en que tuvo lugar la ocupación de P¿- 
rayúy creyeron llegada la oportunidad de enarbo- 
lar la enseña nacional, como símbolo de la in- 
corporación de un cuarto aliado para compartir la 
obra del completo exterminio de una nación ex- 
hausta y moribunda. 

La ceremonia de la jura y entrega de la 
bandera nacional a las legiones paraguayas fué 
presidida por el general Emilio Mitre, que pro- 
nunció en ese acto una alocución excitativa a 
impulsar a los pobres paraguayos a sus órdenes 
a combatir a sus hermanos, al lado de quienes 
hasta el día antes sostenían la defensa del sue- 
lo patrio. 

Las frases de efecto empleadas en dicha 
proclama, procurando dar un colorido de legali- 
dad al acto, han de ser siempre impotentes pa- 
ra justificar tan inaudito abuso. (1) 

Este abuso de la bandera nacional dio lugar 
a un cambio de notas entre el Mariscal López 
y el Conde d' Eu, en el supuesto erróneo de 
que este fuese el generalísimo de los ejércitos 
aliados. 



(1) Véase dicho documanto en el Apéndice. 



'31 
Las notas de mi referencia, son las siguientes: 

«Cuartel General, Mayo 29 de 1869. 

"Hace algún tiempo que los desertores y pri- 
**sioneros del ejército aliado han venido diciendo 
"que en aquel campo se había beiidecido la ban- 
^'dera nacional de la República del Paraguay y 
"yo no quise creerlo, 

"Cuando suptí que V. A. Y. había; asumido 
"el mando del ejército aliado, coníiando en la 
"hidalguía, caballerosidad y nobleza de sentí- 
"mientos, que no puedo menos que atribuir a 
"ün príncipe, que tanto se debe a su nombre y 
"al de su alianza, me tranquilicé sobre el uso 
"qiie pudiera hacerse de la bandera de la Patria 
"que tanta sangre generosa había costado a sus 
"leales hijos, y no me preocupé más de los des- 
"varios que hubiesen dado lugar al acto sacríle- 
"go de su bendición si tal se hubiera practicado. 

"Mas, esta mañana ha amanecido al frente 
"de mi línea una descubierta de cuerpo de ca- 
''ballería e infantería del ejército aliado', tremo- 
" lando la sagrada enseña de la patria que V. A. 
*"¥ combate. 

"La profunda pena que como magistrado y 
*'Qomo soldado me ha causado esto, será fácil 
"a V. A. Y. medir en la honorabilidad .de sus 
"sentimientos. Ahora vengo a rogar a V. A. Y. 
*'quíera tener la dignación de mandar entregar 
"en mi línea de aquí a mañana esa bandera y 
^prohibir que en adelante flameen los colores 
"nacionales, en las filas de su mando, ya que 
"ni siquiera los desgraciados prisioneros nunca 
"fueron respetados. 

"Prestándose V. A. Y. a esta solicitud, como 
**lo espero, habrá mantenido el lustre de su di- 
"nastía' y prestado gran servicio a la humanidad: 
"pues me relevará de la dura y repugnante ne- 



32 

"cesidad de tener que hacer efectiva la condí- 
"ción establecida^ para este caso en nota 20 de 
'^Noviembre de de 1865 al Kxmo Señor Briga- 
"dier General don Bartolomé Mitre, Presidente 
"de la República Argentina y predecesor de V. 
"A. Y. en el comando en jefe del ejército alia- 
••do que en el de la República tiene un consi- 
"derable números de prisioneros. 

"Tengo el honor de saludar a V, A. Y. con 
"mi consideración muy distinguida. 

(fir.) Feancisco S. López 

"^. 3. A, Y, el Conde d' Euy General en Jefe del 
ejército aliado. 

"Comando en jefe de todas las fuer/as brasile- 
ras, en operaciones en la República del Pa- 
raguay. 

Cuartel General en Pirayú, 29 de Mayo de 1.869, 

"El abajo firmado, comandante en jefe de 
"todas las fuerzas brasileras en operaciones en 
"la República del Paraguay, recibió la nota que 
"le dirigió, con fecha de hoy, el Mariscal Fran- 
"cisco Solano López. 

"En esta nota manifiesta éste, que ya hace 
"algún tiempo que los desertores y prisioneros 
"del ejército aliado le han dicho haberse bende- 
"cido en el campo aliado la bandera nacional 
"de la República del Paraguay, y que no quiso 
"creerlo; pero que, hoy de mañana, apareció en 
"frente de su línea una descubierta de cuerpo 
"de caballería e infantería del ejército aliado 
"tremolando en ella la enseña de la nación Pa- 
"raguaya. . 

"Agrega el señor MáViscal López, que ha- 
"biéndole causado este hecho profunda pena co- 



«i 



33 

) 

*''mo magistrado y como soldado, ruega al abajo 
*Tirmado, que mande entregar en su Jínea, de 
^'aquí a mañana, esta bandera y prohibir que 
*'de ahora en adelante, flameen Jos colores pa- 
"raguayos en las filas del mando del abajo firma- 
"do, xa que ni siquiera los desgraciados prisione'- 
"ros nunca fueron respetados. 

"(A)ncluye diciendo que, prestándose el abajo 
"firmado a esta^ petición, como espera el Mariscal 
"López, habrá prestado un gran servicio a la hu- 
"manidad: |)ues dispensará a éste de la dura y 
^'repugnante necesidad de hacer efectiva la condi- 
ción establecida para este caso en nota 20 de 
Noviembre de ISr);"), dirigida al Exmo señor Bri- 
^'gadier General don Bartolomé Mitre, entonces 
"Presidente de la República Argentina, y coman- 
^'dante en jefe de los ejércitos aliados, Jos cualésí. 
"dice el señor Mariscal López t4enen gran número 
"de prisioneros en el de la República del Paraguay. 
"El abajo firmado no tiene presente la referi- 
da nota de 20 de Noviembre de 1865; pero aú« 
cuando la tuviese no le sería posible dar con la 
brevedad exigida, sojución a la noia, a que aho- 
"ra rés|5onde, pues en virtud de las estipulaciones 
"que rigen entre las naciones aliadas, no es el ge- 
"neral en jefe de los ejércitos aliados, como su- 
"pone el señor Mariscal López, quien puede re- 
"solver y para cualquier deliberación necesita po- 
"nerse de acuerdo con los comandantes de las 
^^fuerzas argentinas y orientales, a las cuales, asi 
''como al Gobierno imperial, dá con esta fechó, 
"conocimiento de la nota del Mariscal López. 
^'Se limita por ahora a hacer observar que la apa- 
"rición de la bandera paraguaya en las filas aliñ- 
adas tiene su explicación en eí hecho públicamen- 
"te mencionado en numerosos documentos oficiales 
*de que la presente guerra nunca tuvo fines hos- 
"tiles a la existencia de la nacionalidad paraguaya, 
"y que considerable número de paraguayos 



u 



u 



34 

*han manifestado deseos de coaperar con tas 
"fuerzas aliadas, para la pacificación de su patria. 
^'El abajo firmado tampoco puede dejar sin 
*'reparo la alegación hecha por el iMariscal López 
"de que los desgraciados prisioneros nunca fueron 
"respetados. La humanidad con que los prisio- 
"neros paraguayos, ya sean heridos o sanos, han 
"sido invariablemente tratados por los aliados, 
"que gozan hoy día, la mayor parte de ellos su plena 
"libertad contrasta con las crueldades ejercidas en 
"los subditos de las naciones aliadas, que tuvie- 
"ron la infelicidad de caer en poder del Mariscal 
"López, y que por centenares han sufrido diferen- 
"tes géneros de muerte, como consta, no solo de 
"las declaraciones de aquellos que escaparon, sino 
*^de los mismos documentos oficíales paraguayos. 
*'A1 concluir el abajo firmado deja sobre el Maris- 
*'cal López la entera responsabilidad de cualquier 
"aumento de malos tratos, con que, por ventura, 
"este juzgue deber agravar la suerte de los pri- 
"sioneros de guerra, b^jo el pretexto mencionado 
"en la nota, que ahora queda contestada/^ 



(Fir.) Gastaó de Orleans 

(Conde d' Eu) 



"Cuartel General, Junio 3 de 1869. 

"Tengo la honra de acusar a V. A. Y. recibo 
"de la repuesta que tuvo a bien de dar, el 29 próxi- 
"mo pasado Mayo a mi nota de la misma fecha, 
"que fue recibida en mi línea el día 30. Pido dis- 
"culpa a V. A. Y. por el error de haberme dirigi- 
"do a ella, como a general en jefe del ejército 
"aliado, no siéndolo sino de todas las fuerzas bra- 
"síleras en operaciones en la República del Para- 
**guay, y agradezco el pronto conocimiento de 
"aquella comunicación que se ha servido dar a 
"los señores comandantes de las tuerzas argenti- 



44 



35 

**na y oriental, con quienes V. A. Y. necesita po- 
"nerse de acuerdo, no pudiendo con esto dar con 
*ia brevedad exigida una solución a la nota. 

''Sin embargo el hecho dé que la bandera 
'tnacional ha sido solo enarbolada por tropas 
"que parten del cuartel General de V. A. Y, y \ú 
^'circunstancia agravante de que hoy mismo apa- 
"rece en su inmediación la misma bandera izada 
"en una asta, servirán todavía de escusa a la di-^ 
"rección de la presente. 

"Además, V. A. Y. tiene a bien limitarse por 
*'ahpra a hacer observar que la aparición de la 
"bandera paraguaya en las filas aliadasf tiene su 
"explicación en el hecho de que la presente gue- 
"rra nunca tuvo fines hostiles a la existencia 
de la nacionalidad paraguaya, y que considerable 
número de paraguayos han manifestado deseos 
* 'de cooperar con las fuerzas aliadas a la paci- 
*'iicación de su patria. 

"Como V. A. Y. no tiene a la mano mi nota 
*'del 20 de Noviembre de 1865 me permito acom- 
pañarle una copia. 

"Por ella verá V. A. Y. que desde aquella 
época me había propuesto evitar en el curso 
"de la guerra, la irritante tropelía de ver enar- 
"bolada la bandera nacional de la república en 
"las filas de sus enemigos. 

"Desde aquella época he visto que estos no 
"perdonaban medio para hacer que la guerra in^ 
"ternacional,- que principiaba, degenerase en In- 
veha civil, como los mismos poderes aliados lo 
"deseaban de mucho tiempo atrás en vista de 
*Mos progresos del país. 

"Desde entonces los aliados trabajaron más 
"abierta y empeñosamente que nunca para obte- 
'^ner aquel fin, ya ^ea reuniendo con halagos en 
^'torno de sí unas muy pocas docenas de hombres 



C( 



KA 



36 

*'qiie nacidos en este país, vivíiui fuera de él y 
"casi extraños a él; ya sea forzando a Jos prisione- 
'*ros a empuñar las armas contra su patria. 

*'¿Y estos son los hombres, en cuyas manos 
"se pone la bandera de que desertaron de gtado 
"o por fuerza? Y después que estos desgra- 
"ciados cayeron por millares combatiendo su ban- 
adera natal, ¿,al resto de sus últimos centenares 
'*es permitido enarbolar la sagrada enseña que 
"cubre los restos venerados de tantos mártires de 
^'la patria? ¿Y cuál es la representación de este 
"símbplo de la soberanía nacional en los filas de 
"sus enemigos? Y es ahora más que nunca que 
"los gobiernos aliados se creen, no diré con de- 
"rechos, pero siquiera escusados, para |)erm¡tir en 
"sus lilas la bandera que por tantos años han ve- 
"nidt) combatiendo? Y, a un príncipe de la casa 
"de Orleans cabe realizar y justific^ir esta igno- 
"minia. 

"V. A. sabe que si el Paraguay está en guerra, no 
"la debe sino a los gobiernos aliados que se la 
"hacen: ¿Y haciéndose traidores y entregándose a 
"merced de estos aliados es como algunos desgra- 
"ciados hijos de este suelo pueden cooperar a la 
"pacificación de la República? 

"¿Y esos aliados son los pretendidos paciñ* 
"cadores? 

"¿Se aliaron con ese fin?. Y es para esto solo 
"que los poderes aliados concurren con todo el 
"armamento, mantención y equipo de ese que V. 
"A. llama considerable número de paraguayos? 
"¿Y esos ga;>tos son ya suficientemente compen- 
"sados con la sangre que esos desgraciados de-, 
"rraman día a día, u otro vendrá acaso en que 
"se les exija compensación? 

"Permita V. A. Y. no discutir aquí los fi- 
"nes de esta guerra contra la existencia de la 
"nacionalidad paraguaya; pero sí afirmar que nun- 
•*ca jamás ella estará sujeta a la merced de su 



37 

''enemigo, como parece prelemler asenlnrlo V. 
"A, Y. ai mencionar la niíscrü condición en que 
"algunos desniíturalizados paraguayos se hallan 
"en las ñlas aliadas. 

"V. A. Y. no debe olvidar que si ha encon- 
"Irado almas débiles que forziir y corromper, 
"tiene todavía a su frente con el l*resi<lenle de 
"la República, oirás más dignas que combatir. 
"En cuanto a la entera responsabilidad que 
"V. A. Y. llama sobre mi por la efeclibilidad de 
"las condiciones establecidas en mi nota del 20 
"de Noviembre, estoy tranquilo; y un juicio más 
"competente dirá si ella debe pesar sobre quien 
"en previsión las estableció cuatro años antes pa- 
"ra evitar los horrores, y más de nna vez por respe-: 
"to a la humanidad, no las practicó; o sobre quien 
"sobreponiéndose a la práctica de cuatro años de 
"guerra y de tácito respeto a la ijllima de las con- 
"diciones, ha querido provocar y obligar tu eje- 
"cución. 

"No gusto seguir a V. A. Y. en el estilo que 
"ha adoptado en su respuesta, porque yo se que 
"no es propio de la conocida ilustración de la ca- 
"sa Beal de ürleans y debido soto a la circuns- 
"tancia en que V. A. Y. se encuentra; pero que- 
''do en conocimiento de lo que le dicen los esca- 
"pados sobre los diferentes géneros de muerte, 
"que han sufrido centenares de subditos aliados 
"en mi "poder y por lo que hace a los documentos 
'oficiales paraguayos, los leeré con mucho interés 
"cuando alguna vez vengan a mis manos. 

"Tampoco creo deber corresponderá V. A- Y. 
"con lo que me llega del tratamiento de los alia- 
"dos por sus desertores y prisioneros y paragua- 
"yos escapados. 



38 

*Tengo el honor de saludar a V. A. Y. con 
"mi consideración distinguida. 

**(Fir,) FflANcisco Solano López*^ 

'[A, S, A. Y. Gastad dp. Orhans Conde d'Eu, Co- 
mandante en Jefe de to4as las fuerzan bra- 
sileras en operaciones en la República del 
Paraguay" 



Hablando de la nota contestación del Mariscal 
a los jefes aliados que en Lomas Valentinas, le 
intimaron deposición de armas el 24 de Diciem- 
bre de 1868, dijimos que era la única nota clási- 
ca que había producido la guerra. 

Si bien nada tenemos que quitar ni añadir a 
este juicio, debemos, «in embargo, agregar: que la 
nota última del Mariscal que queda transcrita, por 
el espíritu elevado que campea en ella y por la 
fuerza lógica de los argumentos y razonamientos 
con que se refutan y desbaratan los cargos y res- 
ponsabilidades que se le imputan, puede ser con- 
ceptuada como un documento notable, y ella es 
digna, por lo tanto, de figurar al lado de la pri- 
mera que dejamos mencionada. 

La nota del Conde d'Eu, es chabacana. En 
ella la figura de su autor se achica hasta llegar 
a la talla de un pigmeo; pondera la humanidad 
con que los prisioneros paraguayos han sido 
tratados por los aliados, y sin embargo, tres 
meses después ordena el degüello de los toma- 
dos en Pirihehuy, y en la boca del monte de 
Caraguatay, entre ellos algunos valerosos jefes 
que no han tenido otro pecado que el de ha- 
ber cumplido con el sagrado deber de defender 
su patria. 



39 

¿,Cómü se conciiia el sentimieuto de humani- 
dad de que hace alarde en su nota, con los ac- 
tos bárbaros de crueldad que mandó ejecutar? 

Del Mariscal López hay qué decir: que todas 
las veces que aparece en su importante rol de 
paladín de una gvim causa, exponiendo o defen- 
diendo los principios del ideal que le ímpitlsara 
i\ aceptar una lucha preparada desde mucho 
tiempo atrás contra el Paraguay, cuyo progreso 
inquietaba a sus vecinos, su figura se agiganta, su 
actitud impone respeto y hasta se ven brillaren 
torno suyo los destellos del genio. Sus palabras 
saturadas del bálsamo del patriotismo e inspira- 
das en los sublimes preceptos bíblicos ád^ 
quieren la fuerza mágica de penetrar hasta el 
corazón. Los que las oyen, los que las escuchaq 
difícilmente pueden escaparse de dejar de senr 
tir, aquella influencia arrebatadora del santo y 
ardoroso entusiasmo que les producen, haciendo 
resonar el aire con esta o semejante exclama- 
ción: ^^ Muramos todos con nuestra patria, porqm 
a los vencidos sólo les queda una salud que es no 
esperar salud alguna'^ (I) Óy parodiando las be- 
llas palabras del jefe de los Samnitas en la pro- 
clama que dirigió a su ejército momentos antes 
de la célebre acción de las Horcas Gaudinas: 
''"Justa es la guerra para quienes es necesaria, y 
Santas son las armas en manos de quienes ningu- 
na esperanza tienen sino en ellas^' (2), 

El hombre, pues para el desempeño de su 
iinportante misión poseía algunas grandes virtudes. 

Estas imponen la admiración y el respeto de 
la humanidad; pero no conquistan su amor ni 
afección, y lejos de esto a veces inspiran odio, cuan- 
do van acompañados de una inflexible severidad. 
Catón tenía todas las grandes virtudes que los 



(t) Eneida Lib. II. 

(2) Tito Livio Juatum bellun quibu.s nccesarium 



40 " ^ 

hombres pueden poseer, y apesar de la estima- 
ción y el respeto que se atribuía a esas virtiules, 
no era querido ni aún por sus amigos. 

Por modo que, descendiendo de la altura 
del rol que desempeñaba el Mariscal y donde 
brillaban esas virtudes, estudiamos su personali- 
dad en vista de los errores en que habla incurrido, 
o, de los actos de crueldad que mandó ementar 
en el último periodo de la guerra, invocando el 
santo nombre de la patvia, sin que h«ya compar- 
,tido con nadie su responsabilidad, su figura se 
enípequeñece liasta el grado de confundirse con 
la de cualquier otro personaje vulgar, $¡n ningu- 
no de aquellos rasgos de nobleza, de generosidad 
de magnanimidad que, atenuando la odiosidad, 
inherente a aquellos aclos^ despiertan en el ánimo 
de los que lo contemi)lan la simpatía, la gratitud 
V hasta la admiración. 

Carecía en absoluto de aquellas virtudes me- 
nores que concilían y captan la afección, el pres- 
tigio, la simpatía y popularidad entre sus seme- 
jantes. 

César no estaba exento de muchos actos bár- 
baros y crueles; sin embargo, cuando se apoderó 
del archivo de cartas de Pompeyo, quemó és- 
tas sin leerlas, para no verse en la trist« necesi- 
dad de castigar a lo& traidores, ahorrando así ma- 
yores males a la humanidad y a su patria. Hé 
ahí ún rasgo de alta generosidad. 

Por ello, y otros igualmente nobles, fue lla- 
mado por sus compatriotas el clemente/ . . 

Alejandro, en medio de su poderío y grande- 
za, por los tiempos que alcanzaba victoria wSobrc sus 
enemigos donde quiera que llevaba el poder o 
empuje irresistible de sus armas, tampoco esta- 
ba exento de actos bárbaros y crueles: pero 
a estos oponía otros de clemenci«, de bondad 
y de magnanimidad. Después de la victoria que 
ganó sobre los tebanos, la ciudad fue entregada 



41 

al saqueo libre de sus tropus, saciando estas sus 
desenfrenadas pasiones en sus débiles y des- 
graciados habitantes. Pero de los que quedaron 
con vida, ninguno se le acercó a pedirle alguna 
cosa qué no saliera bien despachado, prestando 
con especialidad todos los oficios de humanidad 
a los que durante aquella calamidad, se habian 
refugiado en Atenas. Dando oído' a intrigas y 
acuséiciones calumniosas mandó torturar y matara 
Filólas, uno de sus nvás esforzados y valientes ge- 
tierales, V envió inmediatamente orden a la Media 
_para que también fuese muerto el padre de éste, 
el aficiano Parnienión, el Néstor y el ülises del 
rey Filipo de Macedonia, y el que" más le había 
ayudado al mismo Alejandro a emprender su 
campaña de Asia. Entre ^ los brindis de un fes- 
tín y en un acceso de furia asesinó cobardemente a 
Clito; y Calistenes, sü intermediario con Aristó- 
teles, fue torturado, y luego crucificado. Según 
otros, fue ahorcado! ... 

En cambio perdonó y dejó en libertad a Ti- 
modea que por venganza, y, a traición, arrojó 
en un pozo a un jefe tracio, uno de tantos que 
con sus tropas saquearon, robaron y mataron a 
los habitantes de Tebas. Presentada, delante de 
Alejandro por los que la conducían, este le pre- 
guntó quién era. Jiespondió con entereza ser 
viuda de Teágenes, el (|ue había peleado con- 
tra Filipo por la libertad de los griegos, y había 
muerto como general en la batalla de Queronea. 

Alejandro, admirado de su respuesta, la dejó 
como queda dicho, en libertad, a ella y a sus 
hijos. La benignidad, el respeto y la generosi- 
dad caballeresca con que traló a la madre, es- 
posa de Darío, su enemigo, y a otras mujeres 
ingenuas y honestas reducidas a la esclavitud 
sobrepuja toda ponderación y todo el©gio y co- 
loca a una gran altura su magnanimidad. Lle- 
vaban aquellas una vida apartada de todo trato 



42 

de la vista de los demás, como si estuvieran, no 
en un campo enemigo, como dice Plutarco, sino 
en templo y relicario de vírgenes. 

De estas breves consideraciones resulta que el 
que quiera juzgar con imparcialidad y justicia al Ma- 
riscal, tiene necesariamente que transportarse a 
su época, hacerse cargo del- medio ambiente, de 
las circunstancias psicológicas especialisimas que 
rodeaban y dominaban a todos, bajo una atmófe- 
r a candente de hierro y de fuego que surgía de 
los combates diarios en defensa de Ja patria, y es-, 
tudiar su personalidad bajo diversos puntos de 
vista. Esa tarea corresponde al historiador que, 
con mira desapasionada y patriótica, y un clevadq 
espíritu de amor a la verdad, escriba la historia 
nacional, a fin de que ésta sea fíel espejo del pasado 
y lección saludable para las generaciones futuras; 

Y asi como los grandes hombres de que nos 
habla la historia: Aníbal, Alejandro, César y Na- 
poleón no han sido juzgados por las faltas que 
hayan cometido, abusando de su poder y de sus 
deberes, sino por el genio y las virtudes que los 
han distinguido en grado eminente, asi también 
la posteridad, al formular su juicio sobre él, no 
ha (le dejar de tomar en cuenta el ascendrado pa- 
triotismo y la sublime abnegación que le han lle- 
vado al Mariscal hasta el sacrificio, sellando con 
su sangre ante el altar de la patria el juramento 
de morir por ella. 

El Conde d'Eu, cerró el cambio de notas con 
la que dirigió al Mariscal con fecha 15 de Junio 
(1.869) acusando recibo de la última de éste a que 
hemos hecho referencia, acompañando como so- 
lución de la del 29 de Mayo y 3 de Junio la res- 
puesta que los generales aliados resolvieron de 
común acuerdo darles, asi como copia de la pro- 
clama dirigida al pueblo paraguayo en 29 Marzo 
de ese año por los mismos, la de la alocución 
pronunciada por el general Emilio Mitre esa mis- 



43 

ma ocasión y la de una nota que con ese fín le 
pasó el mismo general al Conde d'Eu. 

Para satisfacción v estudio del lector, van in- 
sertas en el apéndice de este tome, la referida no- 
tadel 15 de Junio y la de los generales aliados 
del 12 del mismo mes y año/ 

Como dichos documentos no contienen nada 
de nuevo ni ningún argumento que por su solidez 
merezca refutación sino repetición de los que por 
una razón de conveniencia han venido exponiéndor 
se desde el principio de la guerra, huelga todo co** 
mentarlo sobre los mismos. 



CAPITULO III 



Otros sucesos que haii tenido lugar en el mismo mes de Ma- 
jo 1861>, en los Departamentos de Concepción, Rosario y San 
Pedro — Traiciones -— Combate de Tupí-hú, impropiamente 

denominado Tupí-pyta. 



A más de los sucesos que llevamos referidos 
hasla aquí, han tenido lugar otros en los lejanos 
departamentos del norte sobre el rio Paraguay, de 
los cuales vamos a ocuparnos, tan siquiera brevemente. 

El enemigo, en la prosecución de s^us planes 
de destruir el ejército del Mariscal, y co» la idea 
de cortar todo género de protección que pudiera 
éste recibir de aquellos departamentos, envió con- 
siderables fuerzas al norte transportadas en los 
buques de la escuadra, que se encontraban ancla- 
dos frente a los puertos. 

En Villa ('.oncepción hahia unos 6.000 hom- 
bres de las tres armas al mando del general Cá- 
mara, y en Villa del Rosario unos 5.000 hombres 
a las órdenes del general Victorino, también de 
las tres armas. 

A principios de Mayo de 1869, tuvo noticia el 
Mariscal deque el Jefe Político de Horqueta, Ayala 
y los vecinos de (Concepción, José Núñez, y su 
hermana Agustina Núñez, encabezados por el cu- 
ra Policarpo Páez se habían embarcado en uno 
de los acorazados brasileros anclados en el puer- 
to de la Villa, a objeto de proponer al comandan- 
te de ellos en nombre del de aquella Villa, Juan Gó- 



45 

mez de Pedrueza, la ocupación de la mísina, con 
tal de queseobligara a garantir y respetar la vida a to- 
das las familias de la Villa; ofreciendo en cambio^ 
no solo entregar a disposición de los aliados 
la guarnición de aquel punto, sino prestarles 
los elementos de movilidad que pudieran precisar 
para llevar adelante sus operaciones contra nues- 
tro ejército* 

Él Mariscal cuando tuvo conocimiento de tan 
infame traición, que se proponía cortar a éste sus 
últimos recursos, sin pérdida de tiempo despachó 
al sargento mayor de caballería, José Benítez, con 
orden de prender al comandante Pedrue^a y proce- 
der alas averiguaciones de los hechos denunciados 
respecto a éste y al padre Poiicarpo Páez y de- 
más personas que subieron abordo de uno de los 
acorazados brasileños. 

El Mariscal cometió un error inexcusable en 
la designación del maj^or BenítezL para tan delica-r 
da comisión porque él indudablemente no igno- 
raba los, antecedentes de este militar tjue, má,s de 
una vez,, había dado pruebas de un instinto violento 
y bárbaro. 

Consecuentes con esos antecedentes, el mayor 
Benítez, en cuanto llegó a Villa Concepción, ultra* 
pasando las instrucciones que tenía de averiguar 
e informar al Mariscal de lo que en realidad hu- 
biese habido, mandó sacrificar a una gran parte 
de la guarnición y a muchas familias decentes de 
la población. 

Aquella horrorosa arbitrariedad produjo una 
honda impresión. El Mariscal informado de ella 
y de que sus órdenes habían sido desacatadas, inme- 
diatamente dispuso que el mayor Benítez fuese re- 
mitido con una barra de grillos al campamento 
de Azcurra para ser juzgado y castigado por los 
crueles y sangrientos abusos que había cometido. 

Benítez fue efectivamente remitido bajo segu- 
ra custodia. Pero cuando llegó al monte de Ca- 



46 

raguatay, sobrevino la caida de Piribehui^ que 
obligó al ejército nacional a abandonar su cauípa- 
. mentó de Azcurra, cayendo aquél prisionero junto 
ton otros en poder de los aliados. Debido a esta 
circunstancia, Benítez no recibió el castigo a que 
se había hecho acreedor por sus crueles arbi- 
trariedades (1). 

El enemigo, de acuerdo con el comandante de 
Anilla Concepción, Gómez de Pedrueza, que había 
echado en completo olvido, no solo su condición 
de paraguayo, sino el deber que le imponía su 
posición oficial, había concertado una combinación, 
primero para apoderarse de nuestra antigua pose- 
sión de h'an de Azúcar, al sud de Fuerte Olimpo, 
a la izquierda del Alto Paraguay entre los grados 
21 y 22 de latitud entre los ríos Tereré y GíiaiGu-^ 
rtí, y, segundo, para ocupar la misma Villa Con- 
cepción con fuerzas bastantes a impedir las reme- 
sas de ganado qué se enviaban a Azcurra para el 
consumo del ejército. Ambos objetos fueron lle- 
vados a cabo sucesivamente y sin pérdida de 
tiempo. 

En la jurisdicción de la Villa de San Pedr®, 
en el paraje denominado Tupi-pytá, se encontra- 
ba acampado el comandante Gaicano, con una 
fuerza organizada de 1.300 hombres de las tres 
arm^s. Gaicano había ganado sus galones por accio- 
nes de guerra en que había acreditado intrepidez y 
valor. No tenía ninguna preparación, lo mismo 
que la mayor parte de los militares de aquella 
época, habiendo sido antes de sentar plaza en las 
filas del ejército nacional, peón en una de las es- 
tancias del departamento de Villa Concepción. 

En Tacuatí residía la familia Tcxeira, proba- 
blemente descendiente de algún portugués o bra- 
sileño. Una criada de la casa le trajo un día a 
Gaicano la denuncia de que dicha familia se pr€- 



(1) Véase Memorias de Besquin. 



47 

paraba a embarcarse en uno de los acorazados 
enemigos anclados en el río Paraguay siguiendo el 
ejemplo de otras que, burlándose de las autorida- 
des, ya habían hecho lo mismo. Con esta denun:i 
cia,»Galeano la hizo traer al campamento y previas 
algunas declaiaciones sumarisimas mandó lancear 
a la madre e hijas que componían la familia. 

Este acto cruel y bárl)aro sublevó, como es 
de suponer, contra Galeano la conciencia de todos 
los oficiales del campamento, y si no lomaron al 
respecto alguna resolución, fue porque suponían 
que hubiese obrado en virtud de orden suprema^ 
No tardó en recibir el condigno castigo a que se 
hizo acreedor por ese asesinato como se verá lue- 
go más adelante. 

Pejo apartemos la vista por un momento de 
tan horrible espectáculo v prosigamos. 

El enemigo, informadlo de la existencia de 
aquella fuerza en Tupí-pytá, resolvió llevarle un 
ataque. Con este fin, desembarcó en Potrero-porá 
numerosas fuerzas de las tres armas, y con el ob- 
jeto de darles protección en el desenvolvimiento 
de su plan de operación, hizo, subir por el río 
Jfjuí hasta Cocueré un monitor de poco calado. 

Tan pronto como Galeano supo que el 28 de Ma- 
yo iba a ser atacado poruña fuerza muy supeiior en 
número y armas^ adoptó la resolución de retirar- 
se con la suya al otro lado del arroyo Aguaray- 
guazúy,en busca de una posición que ofreciese 
una ventaja para su defensa. 

Al efecto se puso en marcha; pero antes de 
realizar su propósito, estando en Tupi-hú^ le anun- 
ciaron los espiar que el enemigo venia a su en- 
cuentro. 

Galeano, con esta noticia y sin tiempo para 
efectuar la operación del pasaje, del rio formó su 
linea de batalla para recibirlo en el potrero de la 
estancia de Tupi-hú^ cuyos costados estaban cerca- 
dos con postes de madera, y abierto su frente. 



48 

El cetrcado del fondo donde se extendió la 
linea de batalla, iba hacia la izquierda hasta 
apoyarse, formando ángulo, en un monte espeso 
casi inrrompiblc, sin más acceso qué tm estre- 
cho desfiladero por donde apenas podía penetrar 
un hombre a pié. 

La colocación de los cuerpos o unidades tác- 
ticas en la linea de batallón era U siguiente: 

La arüllería, compuesta ¿e dos batallones de 
campaña, fue colodada en el centro, distribuyén- 
dose sus piezas a derecha e izquierda, llenando 
los intervalos tropas de infantería, y las alas 
cubiertas por regimientos dé caballería. 

Dados el paraje donde estaba formada esta 
línea de batalla y la colocación de la artillería, no 
podía hacerse una defensiva eficaz contra un mo- 
vimiento envolvente que ejecutase el enemigo, so- 
bre todo por la derecha; para corregir esta de- 
ficiencia, hubiera sido necesario colocar en cada 
extremo tan siquiera una media batería. 

El enemigo estableció una batería en Loma 
tupahó, y a lá madrugada antes de llevar el ataque 
bombardeó el campamento de nuestra división. 

Y como numerosas mujeres se encontraban 
agrupadas en el mismo paso, creyendo que allí 
estaba la mayor parte de nuestra fuerza, dirigía 
sobre ellas sus bombas, matando a muchas e 
inutilizando las chatas que allí se encontraban. 

Al amanecer del día 30 de Mayo atacaron los 
brasileros a la fuerzas de Gaicano en toda la lí- 
nea; pero cargaron con redoblado energía los ba- 
tallones dé infantería a la izquierda nuestra que 
se apoyaba en el monte, sin echar de ver que 
por ese lado sus esfuersos serían estériles. En 
efecto, sufrieron varios rechazos con enormes pér- 
didas. Mas no por esto dejaron dé persistir en 
la idea de envolver a nuestras tropas por esa 
parte, sin duda, con el propósito áe interceptar 
el paso de Aguaray-gtiazú, que queda cerca de 



■» 'T'-^iiy 



nlli, en caso que la columna paragu;iya iiilenta- 
se una retiíadit pata cruzar a la otra banda. 
Vienfio pues, que la infmiteria era impotente para 
lograr el objeto del ataque por ese costiido, envia- 
ron allí una coinpxñia de zapadores, que ;i pesar 
del fuego continuado por ambas partes, consiguie- 
ron íihrir una picada en el monte. 

En seguida, vino a la aj uda de la ínfanteria 
un regimiento de caballería rio-grandense (¡ae car- 
gó por ella con irresistible empuje, alcanzando 
el éxito deseado. 

Esta circunstancia produjo, como era natural, 
alguna desmoralización en nne.stras filas; pero no 
fue tanta que influyese a impedir la continuación 
del combate aunque ya con notable desventaja. 

Puede decirse que nuestra gente peleó sin je- 
• fe. Gaicano, en cuanto se aproximaron las fuer- 
zas enemigas a los nuestros; es decir al comienzo 
mismo de la lucha^ »e apretó el gorro y se mandó 
mudar al galope acompañado de su ayudante 
el teniente Giménez y el padre Torres. Entonces 
el bravo capitán \Ioret gritó como para que oye- 
sen sus demás leales compañeros: » ¡Miren, cómo 
nos abandona ¡iquel cobarde ...!!* 

Las tropas, sin embargo, fieles en el cumpli- 
miento de su deber, continuaron peleando durante 
media hora, hasta que, muertos casi todos sus je- 
jes, fueron completamente derrotados (1). En la 
confusión general del ¿sálvese guien pueda.' muchos 
se escaparon atravesando el Agunray a nado y en 
algunas embarcaciones medio deshechas que ha- 
bían en el paso: pereciendo por supuesto muchos 
ahogados o por las balas enemigas que no 
cesaban de llover sobre ellos, 

(I) Morlcron los alKuipntca: Mayor Ortli, Jefe de luInfiinterU y her- 
mano del distinguido lonrliio cnDliiln Doinlndo Antcmlo Ortiz; el capllÍH 
DiM. comundance de loa rígl inte» las 3 y 6; el capliin Zarate y el tenlen 
te Olménez jefe de la >iTtlller[a,. Krsquin llanm impropiuoieiite dlcbn 
combata Tupi-Pyfí, ileDlendo ser l-upl-liU, donde luvo lugar, distaule í 
ICEDaí de aquel. 



50 

Los dispersos, obedientes a la voz de sus je- 
fes sobrevivientes, se organizaron a la otra ban- 
da del río, y marcharon a Lima, donde se en- 
contraba Galeano descansando de la fatiga de 
una huida a tiempo. Pocos días después, se tras- 
ladaron de allí al campamento del JRio Verde, donde 
completaron su reorganización, en número de 50) 
hombres, incluyendo una pequeña fuerza" suelta 
que vino a incorporársele del departamento del 
Rosario o Concepción. 

Numerosas mujeres y familias, acampadas 
cerca del paso de Tupi-hú, presenciaron cuales 
otras heroinas galas el combate de sus hijos, 
hermanos, parientes y esposos. 

Después del triunfo de los aliados se apode- 
raron de ellas como botines, y así que la solda- 
desca las hubo despojado de sus alhajas y di- 
neros, y saciado en ellas su feroz lascivia, las 
arrearon a esas infelices, que iban derramando 
lágrimas de pena por los ultrajes de la lujuria 
de que fueron víctimas, a la Villa de San Pedro. 

El capitán Morel, profundamente afectado co- 
mo sus compañeros de armas, en su sentimiento 
de lealtad y patriotismo e indignado por la con- 
ducta de Galeano en Tupí-hú y por la cruel arbi- 
trariedad que había ejercido, sacrificando, sin causa 
a la familia de Texeira y a otras personas, resol- 
vió hacer llegar esos hechos a conocimiento del 
Mariscal. Al efecto asi que se acamparon en el 
Rio Verde, despachó de noche, clandestinamente, 
al tenitínte Avalos con un oficio en que daba 
detalles al Mariscal de cuanto había ocurrido. 
Al día siguiente dio parte a Galeano de que el 
teniente Avalos, se había desertado por la noche. 

Estando en el Río Verde, el comandante Ga- 
leano tuvo informes de que los aliados, después 
del combate, se habían concretado a enterrar sus 
muertos, abandonando insepultos los nuestros. 



3ue de esla manera llegaron a ser pasto de aves 
e rapiñas y de tigres que abundaban en aque- 
llos parajes. 

¡Ck)sa singular! 

En dos mil y tantos años, y en presencia, de 
nuestra decantada civilización moderna que tanto 
blasona de ilustración y de sentimientos humani- 
tarios, ha venido a repetirse en un lejano rincón 
de la América del Sud lo que era práctica co- 
rriente entre los bárbaros de la antigüedad. Para 
cerciorarse de esta verdad, no hay sino leer a 
Homero en el Libro Primero de su inmortal Ilíada, 
que dice: 

De Aquiles de Peleo canta, Diosa, 
la venganza fatal que a los Aquivos 
origen fué de numerosos duelos, 
y a la oscura región las fuertes almas 
lanzó de muchos héroes, y la presa 
sus cadáveres hizo de los perros 
y de todas las av^s de rapiña. (1) 



WAose limbo muberied 
on the naked shore 
devouring dogs and hungry 
Yultures tore (2) 



Galeano resolvió ponerse en marcha inmedia- 
tamente a Tupi-hü, donde mandó cumplir la obra 
piadosa de inhumar a los que cayeron gloriosa- 
mente por su patria, cuyos cadáveres estaban ya 
en estado de completa putrefacción, habiendo trans- 
currido desde el día de la ocasión hasta entonces 
unos 20 días! 

Nuestras gentes encontraron todavía regado 
de alhajas de oro y moneda de plata sellada el 



52 

sitio donde estuvieron acampadas las miyeres\ 
¿Cómo no? Las familias, muchas de ellas de for- 
tuna, al abandonar sus hogares habían traído con- 
sigo los objetos más valiosos que poseían. La her- 
mana del acaudalado hacendado, don Luis Jara 
por ejemplo, cuando llegaron a ella los brasileros, 
estaba sentada sobre una caja llena de onzas de 
oro y pesos plata Carlos IV! La dieron un em- 
pujón y se apoderaron de su tesoro! Hicieron más 
o menos lo mismo con las demás; llevando algu- 
nos su avidez de hacerse de botines de valor has- 
ta el extremo de reventar las orejas a las pobres 
mujeres con la violencia con que le arrancábanlos 
zarcillos o pendientes de oro que llevaban como 
adornos /O, témpora 6 mores! 

A fin de no involuQrnr el orden cronológica 
que en lo posible tratamos de seguir en la relación 
de los hechos que vamos consignando en estos 
apuntes, cerraremos aquí este capítulo. Reasumi- 
remos su continuación oportunamente, y a medida 
que vayan produciéndose otros sucesos que se re^ 
lacionan con la campaña o defensa del departa- 
mento de San Pedro y del de Villa Concepción. 



CAPITULO IV 



Ataque de! ejiemigo a la guardia de Sap «c ai — Combate do 
Ybytymí — ídem dn et paso de Yiity o del Pirapo — ídem en 
el Tebiouarj — Libertad de numerosna familias arrestadas, por 
sospecha — Artificio trampa contra las locomotoras ^ Daspe- 
didn del ministro nortenmericano general Martín Mac 
Mahon— rTiipl-pytá — Asalto y toma de Piríbabuj por los 
aliados ^ Dpgíleüo del comandante Caballero y del jefe po. 
' litico don Patricio Maréeos. 



Los aliados evidenteiiientu entran en uii pe- 
ríodo de actividíid; asi inducen a creer las dife- 
rentes columnas expedición a Has enviadas a los 
departamentos comarcanos, (jaqueando, y arreando 
gentes indefensas a la capital donde ,se había eri- 
gido un gobierno provisorio bajo su inmediata 
influencia. » 

En la prosecusión de su campaña de recono- 
cimL«nto desprendieron del ejércilo aliado acam- 
pado en Hrayú, una gruesa columna de las tres 
armas al mando del general .loaó Manuel, y diri- 
giéndose a Sapucai, atacó (el 1° de .lunio de 18(í9) 
una guardia paraguaya de observación compuesta 
<ie 6o hombres de infantería al mando de un ca- 
pitán y dos oñciales subalternos, colocada e» un 
desñladero sobre el camino que va de Paraguarf a 
Villa Rica. 

La guardia, a pesar de la superioridad numé- 
rica de la fuerza agresora, hizo una tenaz resisten- 
cia. Pero Juzgando su comandante, que su posi- 



54 

cíón no ofrecia toda lavenlíija requerida para una de- 
fensa con poca gente, resolvió retirarse a otro desfila- 
dero más estratégico, situado entre Süpucai y el pue- 
blo de y%/^mí, por cuyo frente corre un arroyuelo. 

Allí, favorecida por la naturaleza, nuestra gen- 
té sostuvo su puesto con ardor y denuedo, cau- 
sando a los agresores una i)aja de iiO y tanlos 
muertos, suponiéndose que, los heridos hayan sido 
el doble. í^omo atacaba en masa se lograban casi 
todos los tiros disparados de nuestra parle. . 

I.a guardia tuvo una baja de 4) hombres en- 
tre muertos y herirfos^ incluso entre ios primeros 
un oficial; replegándose los rest^^ntes a la guarni- 
ción de Píribehui, 

Después de esta 'acción, el Mariscal mandó 
organizar una fuerza qu« por su número fuese 
capaz de hacer frente a la columna enemiga y dar 
protección a las familias de Carapeguá^ Acahai y 
Quyíndy^ que eran víctimas de todo género de hu- 
millaciones de parte de las tropas aliadas. 

Dicha fuerza consistía%en una división de 3000 
hombres (1) más o menos de las tres armas cuyo 
mando en jefe fué conferido al general Bernardino 
Caballero, que en .seguida, marchó con ella a 
Ybytymí. 

El enemigo con un ejército de mujeres reco- 
gidas de los departamentos comarcanos, estaba 
acampados en este -punto. 

Caballero, llevando una marcha rápida, 
y con las precauciones de no ser sentido por 
el enemigo, llegó a la inmediación de Ybytymí el 
7 de Junio porla noche y bajo una lluvia torren- 
cial. Se dispuso a atacar a la fuerza aliada al día 
siguiente al amanecer. Al efecto mandó espiar a 
la madrugada, y obtuvo la noticia de que acababa 
de ponerse en marcha con dirección a Sapucai, 



(l) Resqiiín hace conatai* de 5 mil; pero segén el mismo Caballero 
se ha (íquirocado. 






Sus tropas, xlespués de una marcha forzada, esta- 
ban cansadas o necesitaban de algún reposo y de 
íilimento antes de emprender la persecución del 



enemigo. 



Con este motivo, trasladó su campamento a la 
inmediación del pueblo. Mandó carnear y dar de 
comer bien a las tropas, tomó .todos los informes 
que creía necesarios acerca del enemigo, y, luego, 
escogiendo 600 hombres de los más robustos de 
las tres armas, se puso en marcha en seguimiento 
de él. En la mitad del camino, v calculando la 
distancia que tenia que recorrer la fuerza aliada 
para llegar a Sapucai, destacó 200 hombres a las 
órdenes del mayor Manuel Bernal con instrucción 
dé dirigirse por una senda oculta que había en el 
monte, acortando así en dos o tres leguas la dis- 
tancia, y se apostase en un desfiladero sobre el 
camino por donde necesariamente tenía que pa- 
sar el enemigo. 

Este, a la caída de la tarde de aquel día, se 
acampó y pernoctó con todas las mujeres que lle- 
vaba en la boca del monte de Sapucai, Caballero 
alcanzó ese punto ya a altas hora de la noche y 
acampó muy cerca del campo enemigo, sin que 
fuese sentido. Al amanecer del día siguiente dio 
el golpe de sorpresa, cargando a los aliados a lan- 
za V bayoneta. 

Estos huyeron en desbandada abandonando 
sobre el campo muchos muertos, equipos, víveres 
y cuanto tenían, inclusos unas seis mil mujeresque 
estaban acampadas muy cerca de allí de manera 
que fuesen las primeras en sentir la aproxima- 
ción de nuestra gente y dar la voz de alarma. 
Felizmente no sucedió así por la hora avanzada 
de la llegada de Caballero. 

Los aliados siguieron el camino con dirección 
a Paraguarí en su precipitada fuga; pero he ahí 
que fueron a encontrarse con Bernal que les dio 
la voz de alto con una descarga cerrada. 



56 

Los aliados, con esta nueva sorpresa, completa- 
mente desmoralizados, se vieron obligados a re- 
troceder precipiladamente, y al salir del monte, 
intentaron llevar una desesperada carga. Pero el 
nutrido fuego de la artillería e infantería no les 
permitió llegar arremolineando, como una culebra, 
en la mitad del terreno, tomaron la dirección de 
l©s fondos de los potreros del Tebicuary^ de don- 
de pudieron salvarse con pérdida de sus montados 
y armas, después de haber cesado la activa per*- 
secusión de nuestras gentes por los montes. 

Rl triunfo alcanzado esa vez por las fuerzas 
man<ladas por Caballero, hubiera sido más com- 
pleto y de mayor importancia, si una parte de la 
columna enemiga no se hubiese puesto a salvo 
mediante a haberse adelantado coq las mujeres 
que llevaba antes del encuentro, o sea antes aún 
de la llegada de Caballero a Sapucai y antes tam- 
bién de haber desarrollado éste su plan de com- 
bate. Debido a esta circunstancia, no se había 
conseguido rescatar sino una porción de las nu- 
merosas mujeres que arreaban los aliados con la 
idea de repoblar la capital y contar con un pue- 
blo para sus lines ulteriores. De modo que todo 
lo que consiguió Caballero con su operación a pe- 
sar de la actividad desplegada, fué cortar la reta- 
guardia a la columna enemiga y desbandarla 

La expedición aliada a Ybytymi e Tbycui iba, 
como ya se dijo, al mando del general brasilero, 
Juan Manuel, el coronel Martínez y el comandante 
Leite (alias chananeco). 

líl mayor Bernal, después de escarmentar du- 
ramente a los enemigos que huían con dirección 
a Pirayú o Paragtiari, se replegó al general Ca- 
ballero en el punto donde tuvo lugar la acción. 

El sargento Estanislao Leguizamón hoy mayor, 
fue enviado a la estación telegráfica de Itacurubí de 
la Cordillera, con un despacho dando parte al Maris- 
cal del triunto que acababa de alcanzar las fuerzas la 



o/ 

r 

«nijudo de Caballeix), Leguizamóri, en recompensa 
de la actividad que desplegó ese día, venciendo 
serias difíciiltades para llegar a su destino, fué 
ascendido a Alférez, 

Caballero, terminada su corta campaña, re- 
cibió orden para regresar con su división a 
Azcurra. . ' 

Cuando eí Mariscal tuvo .aviso, después de 
estos sucesos de Sap%ucai^ que el General brasile- 
ño Portinho, a la cabeza de una fuerte división 
había pasado tranquilamente por la frontera de 
ViUa Encarnación, dispuso que el coronel Rosen- 
do Romero marchase con 1200 hombres de las 
tres armas a ocupar el paso del Pirapó^ más aba- 
jo de Yutyj llevando como 2'* al Sargento mayor 
Manuel BernaK 

Las( tropas que guarnecían la Villa Encarna- 
ción al hacer su aparición Portinho en aquel pun- 
to, se retiraron y vinieron a incorporarse a Ro- 
mero en el mencionado paso. 

El 22 de Junio, 1869, llegó Portinho al paso 
y cañoneó a la fuerza de Romero, contestando 
ésta a sus tiros con brío con 4 piecesitas de campa- 
ña que tenía. Pero habiendo tenido algunas bajas 
entre los artilleros, y creyendo desventajosa la 
lucha a cañón desde la distancia, dio orden de 
retirada a los campos de Caazapá. Libre el paso, 
Portinho cruzó con su fuerza a la otra banda, es 
decir, de la izquierda a la derecha y en seguida 
marchó con dirección al paso Jará del Tehicuary 
guazú, tiroteándose durante su marcha con la van- 
guardia de Romero que iba en pos de él. 

A la primera noche del 23 Portinho acampó 
a la izquierda del Tehicuary cerca de paso Jara. 
Romero también acampó a corta distancia de allí, 
quedando en medio como divisoria de ambos cam- 
pamentos una isla grande, en cuyas orillas estaban 



58 

apostadas sus avanzadas que no cesaban de ha- 
cer fuego durante .toda /la noche. 

Las tropas todas de Romero andaban a pié, 
la caballería solo unos 50 hombres tenían 
montados. Su condición física por la escasa 
alimentación era pésima. Pero apesar de todos 
estos inconvenientes, el 24, al despuntar la aurora, 
Romero llevó un ataque al campo enemigo. Tra- 
bóse durante una hora más o menos, un. reñido 
combate, que tuvo el fenomenal resultado de la 
retirada de ambas fuerzas adversarias sin que nin- 
guna hubiese quedado dueña del campo de batalla. 
Portinho hizo una precipitada retirada, rumbeando 
por los bosques que pueblan las costas del Tebicuary 
fue a salir al paso Fleytas sobre el mismo río, y 
allí embarcándose en los monitores que, a la sazón 
se encontraban anclados en dicho fuerte, partió 
para la Asunción. 

Romero a su vez con el parle de que los per- 
trechos estaban por agotarse, se retiró lentamente 
con su cansada'tropa a Caazapá. Allí pernoctó y 
dio de comer a sus tropas con la frugalidad con- 
siguiente a la escasez de víveres y ausencia abso- 
luta de ganado vacuno y caballar. Al día siguiente 
marchó a San José^ donde carneó y se proveyó 
de una comisaría de muchos víveres. 

Y antes de que tuvieran tiempo de descansar de 
sus fatigas recibió orden de marcha para Azcurra. 
Lo mismo hizo el batallón San José organizado 
en el pueblo del mismo nombre por el coronel 
Julián N. Godoy y bajo las órdenes del mismo. 

Las bajas de Romero en el combate del paso 
Jara eran entre muertos y heridos unos 150 hom- 
bres más o menos. , Los cadáveres de los que mu- 
rieron de una y otra parte, quedaron abandonados, 
insepultos sobre el campo de batalla. No se ha 
podido determinar la pérdida del enemigo; pero 



^9 

se supone por la gran mortandad que hubo en 
sus filas en el primer choque que no habrá bajado 
de líOO. (1) 

A mediados del propio mes de Junio fueron 
remitidos al campamento de Azcurra por las au> 
toridades de campaña un crecido número de tas 
familias distinguidas vecinas en su mayor parle de 
las Misiones, cuyos deudos, padres, hermanos o 
esposos, habían sido víctimas en la triste y dolo- 
rosa hecatombe de San Fernando. Pesaba sobre 
ellas \a sospecha o denuncia, falsa por supuesto, 
(le haber tenido comunicación con los espías del 
campamento enemigo. 

A su llefgada recibió orden del Mariscal para que 
procediera a una indagación, a íin de saber si rea! y 
verdaderamente la imputación que se le atribuía era 
o no fundada. Era tarea pesada y bastante ingrata, 
tanto más cuanto que no había principio de prueba 
o indicio en que pudiera uno apoyarse para estable- 
cer un interrogatorio capaz de conducir al descu- 
hrimionto de la verdad, y cuando, por otra parte, 
existe en la conciencia de antemano la convicción 
de su inocencia. 

Todas tenían dinero, las que menos 5 o 6 
onzas de oro sellado. A fin de evitar que fuesen 
despojadas o robadas, y como quiera que venían 
«n carácter de arrestadas, pedí al coronel Marcó, 
jefe de la mayoría, que todas esas cantidades de 
dinero fuesen rotuladas con los nombres de sus 
dueños, y depositadas en la mayoría de su cargo. 
Asi se hizo. 

Al cabo de unos diez o doce días acabé de 
hablar con cada una de ellas, y fui a dar cuenta 
al Mariscal del resultado de mi comisión. Le 



60 

encontré de buen humor. «Y bíen« me dijo, en 
cuanto me cuadré delante de él, ¿qué ha resulta- 
do?— Exmo señor, a pesar de una indagación mi- 
nuciosa por medio de preguntas que les he hecho^ 
no he podido descubrir la falta o delito que se 
les imputa. -¿«Y qué hay que hacer con ellos en- 
tonces?» — Exmo señor, contesté, opino que la cle- 
mencia de V. E. debe pronunciarse a favor de 
ellas, mandándolas poner en libertad, salvo lo que 
crea más conveniente disponer V. E. 

Guardó silencio un momento, dio unas cuan- 
tas chupadas a su cigarro, y me dijo: «Bueno, 
vaya y diga al coronel Marcó que las provea de 
pasaporte, y que vuelvan a sus casas». 

Grande fué la satisfacción que experimenté 
con esta resolución. 

El corazón bailaba de contento, pensando an- 
ticipadamente^ cuan agradable iba a ser esta no- 
ticia a aquellas desgraciadas familias, que han 
tenido que abandonar sus hogares o residencias, 
con el susto consiguiente arrastradas por una sos- 
pecha infundada y calumniosa. Fui volando adon- 
de el coronel Marcó a comunicarle la orden. En 
seguida pasé a participarle a las familias que se 
llenaron de gozo y de la más pura alegría. To- 
das concurrieron inmediatamente a la mayoría a 
recibir, no solo sus pasaportes sino el depósito de 
dinero que a cada una correspondía, marchándose 
luego a sus respectivas residencias en los depar- 
tamentos de Hribebuy, Átyrá^ y Barrero Grande, 
Muchas de ellas aún están vivas. 

Desde que los aliados establecieron en Pirayú 
su campamento, las locomotoras del ferro-carril 
con numerosos vagones hacían todos los días 
viajes de la Asunción y vice vers'-í. 

El Mariscal no veía con agrado que el ferro 
carril construido bajo la fecunda administración 
de su difunto padre, estuviere prestando impor- 
tantes servicios a los enemigos de la república. 



61 

facilitando' el transporte a su campo de hombres, 
jii-mas, víveres, etc. etc.; y a esta razón resolvió 
inutilizarlo con bombas rayadas dea 150 enterra- 
das perpendicularmente a los costados de los rie- 
les, provistas de espoletas especialmente prepara- 
das que deberían estallar al contacto de las ruedas 
de la máquina. 

El designado para esa operación era el ma- 
quinista paraguayo José Tomás Astigarraga, vecino 
de la capital, acompañado de una partida de tro- 
pa al mando del alférez Bedoya. 

Astig;irraga, para poner en ejecución su arries- 
gada comisión, se trasladó por la oscuridad de 
lii noche, a Cerro pero, y de allí a altas horas, al 
terra-plen, logrando colocar las bombas lo mejor 
posible. 

Esta vez, sin embargo, el arlificio no dio re- 
sultado lo cual probaba que no había sido feliz la 
colocación de las bombas. En la noche siguiente, 
Astigarraga la corrigió, y cuando al día sub-siguien- 
te pasó el tren, se produjo la explosión, pero sin 
causar más daño que un gran susto a las gentes 
que iban en él. No obstante, en nuestro campa- 
mento se dio una exagerada importancia a la cosa, 
y Astigarraga fué muy felicitado por el éxito de 
su operación! ... 

El general Mac Mahon que, según dijimos 
(p. 246 del T. III), vino a reemplazar a Mr. Wash- 
burn, en carácter de ministro "residente de los Es- ■ 
lados Unidos cerca del gobierno del i^araguay y pre- 
sentó su carta de retiro al Mariscal el 24 de Junio 
de 1869, en el Cuartel General de Azcurra. 

Los discursos cambiados en esa ocasión son 
los siguienles: 

"Exmo. Señor; 

"Hallyndose por terminar mi residencia cerca 
"del gobierno del Parfiguay, tengo el honor de en- 
"tregar a manos de V. E. la carta autógrafa del 
"Presidente de los Estados Unidos, anunciando mi 



62 

**retíro. Es co» profundo pesar que me despida 
"de V. E. en este momento de prueba en la historia 
''de la República. Lo que be presenciado del 
"heroísmo y perseverancia durante mi corta resi- 
"dencia en el país me ba llenado de un profunda 
"y duradero interés en la suerte de este pueblo. 

"Confieso además con grai> sentimiento que 
"deploro que se me haya frustrado la esperanza 
"que habia alimentado de congratular a V. E. por 
"la restauración de la paz. Espero sinceramente 
"que ya estará muy cerca el día en que el ruida 
"de las armas bélicas cesará para siempre dentro» 
"de los límites de hi República, y que los genero- 
"sos y heroicos sacrifícias del intrépido pueblo que 
"preside V. E., hallarán su justa recompensa en 
"la prosperidad e íuíle pendencia perpetua dé 
"su patria. 

"Cumplo ahora el último deber de que estoy 
"encargado cerca del gobierno de V, E.^ cual es, 
"expresar a V. E. la seguridad del sincero desea 
"del Presidente de los Estados Unidos de robus- 
"tecer y ensanchar la amistosa relación que ahora 
"felizmente existe entre ambos gobiernos, y garan- 
"tir a los pueblos de los dos países una continui- 
"dad de los beneficios que resulten de esa relación, 

"Ofrezco esta seguridad con el más grande 
"placer dimanado del conocimiento de que du- 
"rante mí residencia cerca del gobierno de V. E. 
"nada ha ocurrido para alteraren lo más mínima 
"las amistosas relaciones que existen, y espera 
"muy de veras que ellas continuarán en todotiem-' 
"po sin ningún embarazo. 

"Agradezco muy sinceramente a V. E. por los 
"muchos actos de cortesía y bondades personales 
*que he recibido de V. E. durante mi residencia 
*aquí de los cuales, conservaré ^toda mi vida un 
"grato recuerdo. Ofrezco a V. E. mis votos por 
"la felicidad de V. E. y por la de la República^'. 






tí>3 . 

Contestación: 

** Señor Ministro: 

"Había yo alimentado la esperanza de que e 
'^ digno representante de la más grande República 
**fuese testigo presencial de todos los heroicos 5a- 
^crificios del pueblo por su existencia hasta la 
**consun!iación de asía grande obra cualquiera que 
'"fuese la suerte final que el Dios de la Nacione^s 
•"le tenga deparada. Me lisonjean los justicieros 
conceptos con que V. E. recuerda el heroísmo 
del pueblo generoso y mientras nuestra voz con- 
tinué apoyada para el mundo, ellos sirvan para 
*que el universo sepa que aún existe la República 
^del Paraguay, pugnando para volver a la libre 
""comunión de las Naciones, y que una larga lucha 
"^'no ha menguado su fé ni quebrantado su heroísmo. 

"Muy sensible a las seguridades que V. E. acaba . 
'"de expresarme en nombre de S, E. el Pi'esidente 
""de los Estados Unidos, mi anhelo será propender 
"al desarrollo de las amistosas relaciones de los dos 
*paises, para que cuando el mió se desembarase 
^de los enemigos que hoy absorben su atención 
*pueda entrar en la continuidad de sus beneficios. 
"Mucho estimo la expresión de gratitud y los 
^benevolentes votos con que V. E. se despide, des- 
^pués de una corta, pero fácil y amigable relación, 
"que V. E. ha sabido mantener entre los Estados 
* Unidos y el Paraguay. 

"Aceptad, señor Ministro, mis votos por la 
"^prosperidad de la unión americana y la felici- 
-dad de V. E/' 

Junio 24 de 1869. 

El general Mac Mahon era todo un caballero. 
De modelo distinguindo y de figura simpática, alto, 
delgado, ojos azules, frente espaciosa y una fiso- 
nomía risueña y agradable; como resultado del 



. 64 

conjunto de sus facciones*. Presenció los combates 
de Lomas Valentinas, el 21 de Diciembre de 1868, 
y dio prueba de valor y serenidad, porque sin que 
hubiese necesidad de su parte, estuvo expuesto 
como todos a las balas enemigas que conmovían la 
atmósfera con sus silbidos de muerte. 

El 25 o 26 del citado mes, partió de Azcurra^ 
acompañado de una comitiva de jefes y oficiales con 
bandera de parlamento de la que formaba parte el 
que escribe estos apuntes. Iban además dos o tres 
carretas cargadas de los equipajes del Ministro, y 
de algunos bultos que según se dijo contenían 
dinero y otros objetos que el Mariscal remitia al 
exterior por su intermedio. Como recuerdo de 
amistad éste le regaló al General algunos objetos 
de plata trabajados en el país. Los conductores de 
las carretas eran unos 4 soldados que tenían orden 
de continuar con M. Mahon hasta los Estados Uni- 
,dos en calidad de asistentes. 

Al llegar cerca del arroyo Pirapó donde el 
regimiento San Martin hacía el servicio de van- 
guardia del campo enemigo^ tuvo lugar un pequeño 
e inesperado incidente. En cuanto llegamos frente 
donde estaba acampado, se nos vino en desfilado 
' y en actitud hostil casi todo el regimiento, y dos 
o tres soldados que mediante la agilidad de sus 
montados habían podido adelantarse dejando atrás 
a los otros, se dirigieron al llegar donde estábamos 
al soldado nuestro que llevaba la bandera de par- 
lamento, gritando y apuntando a la vez, con su 
carabina: ¡baje esa bandera, hijo tal por cual, bájela, 

bájela! llevando la boca de su arma hasta 

tocar al pecho del soldado. Pero éste, firme como 
una estatua, no hizo el menor movimiento. Noso- 
tros extrañando este recibimiento tan poco amable, 
sin ningún miramiento a la bandera blanca echa- 
mos mano por debajo del poncho al puño de nues- 
tra espada, en prevensión de un conflicto sangriento. 
Felizmente, en ese momento vino llegando al galo- 



65 

pe el comandante del San Martín^ Coronel Alvares, 
y después de una breve conversación con el Minis- 
tró americano, nos dejó pasar hasta la orilla del 
Paso pé donde nos despedimos del General Mac 
Mahon, regresando a Azcurra sin ser molestados. 

El 24 de Julio, día onomástico del Mariscal, fué 
festejado por la mañana con grandes pompas reli- 
j^iosas. El panegírico del Santo estuvo a cargo del 
ilustrado joven sacerdote, Candia, vecino de Itau- 
guá, que pronunció esa ocasión un notable discurso. 

Por la tarde, se llevó la estatua de San Fran- 
cesco Solano en procesián con numeroso acompa- 
ñamiento hasta la subida de la cordillera de Azcu- 
rrUy de modo que el Santo dominara con su mirada 
el campo enemigo. 

A Panchitp López, hijo mayor del Mariscal, 
se le metió entre ceja y ceja de que el Santo en 
aquel momento había inclinado la cabeza, y mo- 
vido los ojos. Al regreso después que todo el 
mundo se había retirado, el Mariscal averiguó con 
algunos jefes si era verdad lo que aseguraba su 
hijo; y si el hecho hubiese sido confirmado, de 
seguro que hubiera mandado labrar algún acta 
para constatar de que el Santo había obrado un 
milagro!. 

¡Lo cómico y lo ridículo siempre andan mez- 
clados aún en los actos más serios y en los mo- 
mentos más solemnes de la vida! A la prima 
noche se dio término a los festejos con un 
espléndido banquete instalado en el corredor ex- 
terior del Cuartel General. Se sentaron a la mesa 
los princi[)ales y más distinguidos personajes mi- 
litara y sacerdotes, A los postres se pronuncia- 
ron elocuentes brindis, llenos de ideas y frases 
halagadoras para el Mariscal que de paso sea di- 
cho, era amigo de las alabanzas. 

Durante el tiempo que estuvimos en A2cur7'a, 
se publicaba en Pirihehuy un periódico llamado 



66 

La Estrella. Al -principio el redactor en jefe y 
director era don Manuel Trífón l^ojas, ayudado 
por varios colaboradores. Los artículos eran por 
lo general empalagosos, llenos de exageradas ala- 
banzas al Mariscal. Ninguno, dotado de un espí- 
ritu recatado y modesto, hubiera tolerado algunos 
de esos artículos que más que alabanzas, conte- 
nían conceptos burlescos. Por no sabemos qué 
chisme o cuento que llevaron al Mariscal contra 
don Trifón Rojas, este fué destituido de su parslo 
de redactor, y dado de alta como soldado raso en 
uno de los batallones de infantería. Era Rojas 
uno de los jóvenes de la época, bastante prepara- 
do. Me ligaba con él vínculo de simpatía, y por 
este motivo su desgracia me causó honda pena- 
Traté de salvarle la vida, como se verá más ade- 
lante, pero Dios dispuso otra cosa. 

Según quedó referido en el capítulo prece- 
dente, por esa época se tuvo noticia de que la 
división al mando del comandante Galeano había 
tenido un encuentro bastante reñido con numero- 
sas fuerzas aliadas en el paraje llamado Tupi-hú^ 
y a estar a lo que se aseguraba entonces, los 
nuestros habían alcanzado un triunfo; pgro más 
tarde, resultó que esa noticia era incierta, debido 
a un parte en que Galeano falseaba la verdad 
exprofeso para encubrir la responsabilidad de su 
conducta en aquella acción. 

Bajo la impresión favorable del momento fué 
despachado para Tupi pytá el comandante Ansel- 
mo Cañete, acompañándole en calidad de ayudante 
el alférez Hipólito González y don Pedro Cálcena, 
este último de secretario. F'ué portador aquel del 
despacho de coronel a que fué promovido Galea-r 
no por la acción de Tupi hú (Tupi pyiá) y de una 
condecoración de la orden nacional del mérito 
para el mismo. 

Después que se recibió de todo eso en Lima 
y enterado de las nuevas instrucciones que se le 



1i7 

halna mandado, Gaicano partió para el Norle a 
hacerse cargo del mando de una fuerza que se 
encontraba acampada entonces en Belén eué o en 
Tacuatí, quedando (láñete como jefe inlerino del 
resto de columna o división de Tupi pytd, asi 
denominada por haber estado acampada antes en 
este paraje. 

Ya con posterioridad al parle falso que tia- 
leano habla tenido el cuidado de aulicipar de^de 
Lima al Mariscal éste recibió el informe de Morel, 
en su consecuencia fué inmedialamento enviado 
el comandante Aponte al Rio Verde, en el supues- 
to de que aún se hallase allí la columna, con 
mstrucciones de relevar a Cañete, y que éste pa- 
sase adonde Gaicano en el deparlaniento de Con- 
cepción a comunicarle la orden de presentarse en 
el Panadero, donde se encontraba acampada la 
división de los Coroneles Delvalle y Sosa (1). Al 
día siguiente de su arribo fué conducido de alli 
preso at campamento del Mariscal que entonces 
se encontraba cerca del Jejui, camino a San Isidro y 
en justo castigo de su cobardía y crueldades, fué 
fusilado de orden del Mariscal mismo. 

Cañete encontró a Galeano en Tupi kú, donde 
vino del Río-Verde a enterrar los cadáveres pa- 
raguayos, conforme queda consignado en el capi- 
tulo anterior. 

El objetivo del plan de operaciones que los 
aliados trataban de desarrollar contra el ejército 
nacional de Azcarra, era Piribebuy, que está situa- 
do ai Este de este campamento. 

La calda de aquella plaza no podía no ofre- 
cer grandes dificultades, porque sus condiciones 
naturales, como ya hablamos observado antes 



68 

(Cap, l^p. 11) no reunían las ventajas requeridas 
para una resistencia eficaz contra fuerzas numero- 
sas y bien armadas que la atacasen. 

Atento a esta circunstancia, su evacuación casi 
era indispensable. Con esa medida se hubieran 
salvado los materiales de guerra, que, aunque no 
valían gran cosa por su clase y calidad, eran, si» 
embargo, de suma necesidad para contener o repe- 
ler en otro punto más estratégico el avance del 
enemigo. 

Allí se encontraban además guardados muchos 
objetos valiosos como dijimos en el capitulo y 
página citados. 

El Mariscal no tuvo esa previsión. 
» El Comandante Pablo Caballero era el primer 
Jefe de la Plaza, y su segundo el Capitán Manuel 
Solalinde, que ejercía antes la Jefatura Política de 
Pirihébuy como capital provisoria reemplazándole 
en este empleo don Patricio Maréeos. ► 

El 2° cuerj)o del ejército brasileño y una di- 
visión argentina, compuestos ambos de un total 
de 20.000 hombres de la tres armas, a las órdenes 
del Conde d' Eu marcharon de Fírayú, y, hacien- 
do un movimiento envolvente por Sapueai, se 
presentó frente a Pirihébuy^ el 10 de Agosto de 
1869. En el paso de Sapueai^ había una trinche- 
rita con una pequeña guarnición. Su comandante 
viendo que iba a ser envuelto por el monte, tuvo 
la cordura, después de cambiar algunos tiros con 
los que se presentaron por el frente, de tocar 
retirada, yendo por el camino de Valenzuela a 
incorporarse a la guarnición de Piribebuy. 

El 11 todo el día y gran parte de la noche, 
empleó el Conde en los preparativos del asalto: 
mandó colocar numerosa artillería al mando del 
coronel Mallet al Sud sobre unas alturas que do- 
minan la plaza, y cubrir la parte Norte, Sud Este 
y Oeste del pueblo con las fuerzas al mando del 



69 

General Mena Bárrelo (Juan Manuel) que era a la 
vez eomandante en Jefe del 2" Cuerpo en reem- 
plazo del General Osorio que estaba enfermo, y 
la división argentina a las órdenes del CoroneJ 
Campos. De esta manera quedó el pueblo com- 
pletamente sitiado. Fn esta circunstancia, el Con- 
de mandó intimar al Comandante (Caballero la 
rendición de la plaza en el concepto de que seria 
iniífit toda resistencia. 

El comandante Caballero le conlesló textual- 
mente al Conde en estos términos; *Estoy aqni 
para pelear, y si es necesario morir; pero no para 
rendirme'. E! Conde escuchó con calma esta 
contestación, que revelaba abnegación y decisión, 
y guardó silencio. 

Al amanecer del día 12 de Agosto de 1869, 
envía otro parlamento a intimar a Caballero que 
retirase de! recinto del reduelo a las mujeres y a 
los ríifios que allí se encontraban y expuestos a 
perecer inñlilmenle, Caballero contestó con la luis'- 
iTia energía que la primera vez: *Decid a vues- 
tro jefe que las mujeres y los niños están aqui se- 
guros, y que él mandará en torriíorio paraguayo 
cuando no haya uñó que lo defienda/ . . . 

Después de esta esta severa y elocuente con- 
testación, previo un recio bombardeo a la plaza 
inicióse el ataque. 

El resultado de una ludia tan desigual estaba 
de antemano previsto. A la verdad ¿qué podrían 
hacer IfiOü hombres mal armados, Ja mayor parte 
muchachos contra 20.00(), ayuíiados de la coopera- 
ción poderosa de treinta y tantas piezas de artille- 
ría sistema moderno'? Y sin embargo la resistencia 
fué heroica y prolongada. Duró 5 horas! Los 
aliados atacaron simultáneamente por los costados 
indicados. Cargaron con más encarnizamiento al 
Norte porque sabían por prisioneros tomados por 
ellos antes de empezar el combate que esa parle 



70 

estaba guarnecida por cuerpos compuestos de mu- 
chachos débiles firmados los más de escopetas de 
cazar y lanzas. 

El General Mena Barreto^ montado en un her- 
moso alazán, era el que a la cabeza de sus fuerzas, 
traia el ataque con intrepidez porese costado. 

Fué rechazado dos veces, retirándose a reor- 
ginizar sus tropas al otro lado del arroyo Mhorevi. 
A la tercera que cargó con mucho brio, como a 
500 varas de la trinchera, cayó herido de una bala 
de fusil en la ingle. Le alzaron y le llevaron en 
peso bajo una casita de paja que había cerca. Allí 
le colocaron sobre un cuero de vaca que habia y 
mandaron buscar a un cirujano; pero cuando éste 
vino, ya habia expirado sin que hubiese proferido 
una sola palabra, y echando espumas por la boca (1). 

Mientras tanto ya habían consegjiido penetrar en 
la plaza por la parte Sud los que por ese costado 
habían atacado, haciendo prisioneros al Coman- 
dante Caballero, al Jefe Político Patricio Maréeos 
y varios otros. Los dos primeros fueron in- 
mediatamente conducidos ante el Conde que habló 
con Caballero. 

En ese momento se le acercó un ofícial o ayu- 
dante que venía del teatro. del asalto al Noroeste, 
a quien el Conde preguntó si habia muerto mucha 
gente (Ae ellos)? 

No hemos perdido tanta gente; pero ha muerto 
uno que vale por muchos. 

¿Quién? volvió a preguntar el Conde. 

El General Mena Barreto, señor, contestó el 
oficial. 

¡El General Mena Barreto!!. . . repitió el Conde 
con gran sorpresa, tornándose súbitamente su fiso- 
nomía en una expresión colérica. 



(1) Relato del Mayor Pacífico de Vargas, ayudante del Oral. Mena 
Barreto. 



71 

Y señalando a Caballero y Maréeos dijo sin 
vacilar: •Uegñéileiilus o esos, ellos tienen Ja cuU 
pa!... (l)^- 

La orden fué cumplida cu un abrir y cerrar 
(le ojos. 

¡Horro;! 

Con ese acto bárbaro y cruel, manchó el 
Conde su nombre y deshonró las armas brasileñas 
que habían alcanzado tanto brillo bajo la hábil 
dirección de ilustres y valientes generales como 
Caxia, Osorio, Porto Alegre y Barón del Triunfo. 

En lan abjiegacla y heroica defensa, perecieron 
las dos terceras parles de la guarnición de Piribe- 
buy. Los restantes 500 que quedaron vivos fueron 
hechos prisioneros. 

El Conde d' Bu a pesar de la desigualdad de 
número entre los conibatientos, ha considerado la 
toma de Piribebuy como un timbre de gloria. Tan 
es asi que distinguió sobre el campo de batalla a 



(IJ La verdlún du que ei General Mena Barreto habia muerto de uiiu 
bala de cafldn no es eiacta. Según relato uniforme de atAgo» presenciales 
que ada est&n vives, alenda uno de los mi* cariieterliados y foliaclenCeE 
el Mayor Pacifico cic VarKas. uno de lus ofleUlea que alendletoii al herldr. 
debajo del ranchltu cJe pn,|a mencionado, y, i\. que. no pudlendo despren 
der o desabroriiar el pantalAn por la hlncliaüOn del vieiitre, lo cortó con 
nn eachllllto de cubo de plata que tenia. 

Adem&s el cadAvar de Heiia Bárrelo fué enterrado frente al nltar mnyor 
de la Iglesia de Piribebuy. y con posterioridad, ya después de la guerra, 
fué Inhuiñrtdo y colocada en una ¿aja nueva, faé traído a la Asunción, y 
Inega embarcado para el Brasil. En esa ocaaldn, como conflrmaclúii de la 
verdad del btcho ae vlú que el cuerpo estaba todo entero sin que le falturft 
ningún miembro cosa que ni hubiera podido suceder si hubiese sido muerto 
al bala de caSún. 

Existen testigos vivos que presenciaron aquel acto. 

La otra versión corriente entre los braallrfloa de que fué muerto por 
un herido paraguayo, asi que el Oeneral Iba pagando por entre Ina cadA- 
veres después de la toma de la plaza, tampoco es eiacla. No hay un solo 
testigo de los muchos que estuvieron allí. Inclusive el »■ Comandante 
Manuel Solaündc, que confirme semejante ver«lón, Conclusión: Mena Bn 
rreto murió de bala en frente de nuestra trinchera. 

La uDora Asunción Oonz&lei, sneitra di^l Dr. Traía alzó cnando ya hubo 
an poco de calma, el Jcepi del Comandunte Caballero, que estaba al Inrin 
del cadiver de éste, e iba enseüiíndule a muchos, dando la triste noticia 
del dcBDello de aqnei valiente jefe. 



72 

4 

a 

varios jefes argentinos con la condecoración impe- 
rial del Brasil titulada Recompensa a la h^avura 
militar, 

Y todas las v«ces que se le aproximaba -alguna 
persona del ejercitó 'a hacerle algún pedido o a 
solicitar alguna gracia o permiso lo primero que 
le preguntaba antes de acceder a su pedido era: 
¿Ha estado Vd. en el peligroso ataquí* de Piribebtiy"! 
Si la respuesta era afirmativa el postulante conse- 
guía inmediatamente cuanto deseaba. 

El peligro no podia haber sido tanto ni tan 
inntinente, si se tiene en cuenta la enorme des- 
proporción de los combatientes:— ¡20.000 contra 
160Ü! o sean 12 contra 1! 

Sin embargo, el hecho de que los aliados ha- 
yan considerado la toma de Piribebuy como un 
triunfo glorioso, junto con el de la baja que 
han tenido, constituye un elocuente elogio de la 
bravura y abnegación heroicas de nuestros pai- 
sanos que allí perecieron gloriosamente. Quie- 
re decir que en proporción de las ventajas de que 
dispusieron para apoderarse de aquel platillo ro- 
deado de alturas, en esa proporción disminuye y 
achica, como es natural, la importancia de la vic- 
toria. Y una derrota heroica siempre merece la 
simpatía de los pueblos y aún de los vencedores. 
Por esto tenía razón aquel que dijo: que hay de- 
rrotas gloriosas como victorias vergonzosas (1). 

La nación recordará siempre con gratitud y 
orgullo la defensa heroica de Piribebuy. El nom- 
bre del valiente mártir, Pablo Caballero, y los de 
sus bravos compañeros quedan grabados con le- 
tras de oro en el templo de la inmortalidad. 

AUi irán las generaciones venideras a inspi- 
rarse en el ejemplo sublime de patriotismo, de 



(I) Víctor Hugo. 



abnegación y de valor de que dieron prueba sa- 
crificando generosamente sus vidas en ar;i de la 
patriü. 

La soldíidesca, bajo la impresión de la pér- 
dida de Mena íiarreln, que era muy i|uer¡ilo, des- 
pués de ia louta de Ja plaza, a pesar de los es- 
fuerzos de los jefes cometió muchos abusos, ma- 
tando, o más bien asesinando, puesto que no era 
otra cosa, a muchas gentes indefensas inútilmente. 

El Archivo Nacional fué sacado de sus depó- 
sitos y desparramado en medio de la plaza. Los 
soldados faltos de leñas para cocinar sus puche- 
ros, hicieron uso de los legajos como tizones para 
alimentar el fuego de sus fogatas, ¡Cuántos im- 
portantes documentos históricos no habranse con- 
verlido en cenizas y humos esa vez! 

Las alhajas de oro y plata de que se apode- 
raron, fueron entregadíis, por consejo del Minis- 
tro Parahnos, "al Gobierno Provisorio que se ha- 
bíii instalado en la Asunción, con condición de 
que fuesen realizadas y su importe empleado a 
favor de las desgraciadas familias paraguayas. 

El Gobierno Provisorio comisionó con este 
objeto a uno de sus miembros, José Díaz de Be- 
doya, y éste se trasladó a Buenos Aires a negociar 
dichas alhajas por cuenta de la Nación. Consi- 
guió - vender todas dedicando su producido a 
aumentar su propia fortuna. Se abstuvo de re- 
gresar a la Asunción, enviando en lugar del di- 
nero. su renuncia en quese manifestaba inhibido a 
continuar formando parte de un gobierno supedi- 
tado por los poderes de la alianza! (1) 



(I) Retrospecto del PariiKii&v por el doctor Slsnrra Camn: 
Vcise la ReviBts Histíriti «fio lo. N. lo. Mano lo. 1899. 

El Hospital de Piribtbui/ ¡aé Incendiado, peieclendo quemad' 
machos enfermos y heridos que habian en íl. Se lenova la causa d 




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CAPITULO V 



Caaciipé y los Hospitales militares. El Sr. Parodi. Retirada 
del Ejército Nacional de Azcurra el 13 de Agosto de 1869. 
Caraguatay. José del Rosario Miranda. Batalla del Campo 
Grande de Barrero, denominada de Rubio-Ñú. Combate en 
la boca del monte de Caraguatay el 18 de Agosto. Degüello 
ue prisioneros. Persecución del enemigo. Arroyo Hondo 

Parlamento. 



Caacupé está situado sobre la cordillera de 
Azcurra y es célebre como asiento del Santuario 
de la legendaria Virgen de los Milagros, que atrae 
allí todos los años una inmensa romería de devo- 
tos o promeseros de los departamentos y puntos 
más lejanos de las República y aún mismo del 
exterior. 

En tiempo de la guerra, después de la retira- 
da de nuestro ejército de San Fernando a Villeta 
o sea a Pikysyry los hospitales de sangre se ins- 
talaron en ese pueblo, habilitándose para el efecto 
las casas particulares. 

Los soldados que salieron heridos en los com- 
bates habidos en Villeta inclusives los de los 7 
días en Lomas Valentinas, fueron transportados a 
Caacupé. Según datos que hemos tenido a la vis- 
ta, a mediados del mes de Enero de 1869, había 
en aquellos hospitales entre heridos, enfermos y 
convalecientes, cerca de 3000 hombres. Este nú- 
mero, algo crecido, sufría una rápida diminución 
con los que se daban de alta y con los que mo- 
rían, que eran los menos. 






s 



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76 

La caída de Piribebuy impuBo la necesidad de 
la inmediata desocupación de Azcurra, iJara evitar 
el inminente peligro de verse nuestro ejército en- 
vuelto por el enemigo. 

El Mariscal, atento a esta circunstancia, dis- 
puso, sin pérdida de tiempo, la retirada del Ejér- 
cito. 

En los mencionados hospitales de Caacupé 
habían aún en esa época 1237 (1) enfermos, 13 
imposibilitados para marchar, y en la carencia de 
elementos de movilidad para transportarlos, resol- 
vió dejarlos a cargo de un facultativo inteligente 
que los atendiese con tod,o el esmero que fuese 
posible. 

El facultativo designado para el efecto fué 
don Domingo Parodi que, en calidad de médico, 
estaba al servicio del ejército nacional, asimilado al 
grado de Sargento Mayor. Entre otras cosas le en- 
cargó que cuando llegasen los aliados a Caacupé, 
tratara de convenir con ellos respecto a la manu- 
tención de los enTermos hasta que éstos estuviesen 
en estado de retirarse a sus hogares. 

Terminadas estas instrucciones, mandó entregar 
al Sr. Parodi 700 pesos plata sellada en pago de 
sus sueldos, más 3000 pesos en la misma especie, 
como recompensa por los. servicios prestados al 
ejército. 

Además, le fueron entregados 40.000 pesos en 
oro y plata sellada, 100.000 en billetes de curso 
legal y 2.137 cueros escogidos, para atender a las 
necesidades de los enfermos. (2) 

El sefior Parodi prometió cumplir puntual- 
mente el compromiso de humanidad confiado a 
su honradez. No me consta que se ha3^a hecho in- 
digno de tan honrosa comisión. 



(1) Resqnín. 

(2) ReaquÍD. 



\ 



V 



77 

Concluido el arreglo de los enfermos con el 
señor Parodi, el Mariscal dio orden de marcha 
el 13 de Agosto de 1869 a las 5 de la tarde. 

El primer duerpo del ejército compuesto de 
unos 6.000 hombres a las inmediatas órdenes del 
General Resquíñ, inició su marcha de retirada 
aquella misma noche con dirección a Caraguatay, 
El segundo cuerpo compuesto poco más o menos 
de otros 6.000 hombres de las tres armas como 
el primero, a las órdenes del General Caballero, 
estaba encargado de escoltar las carretas del par- 
que y comisaría hasta Caraguatay, Comisión bas- 
tanrte arriesgada por la deficiencia de los elemen- 
tos de movilidad y por tener que cruzar el extenso 
campo abierto de Barrero Grande, siendo inevita- 
ble la inmediata y estrecha persecusión del ene- 
migo que desde el primer momento, tuvo noticia 
de nuestro movimiento. 

¡13 de Agosto de 1869! Fecha memorable que 
señala el comienzo del martirologio del Ejército 
Nacional y de una parte del pueblo paraguayo. 
Ellos marcharon al sacrificio, con el espíritu er- 
guido, con el ánimo sereno y resuelto a realizar 
la sublime abnegación de morir por los supremos 
ideales de la Patria. 

¡Oh Patria! Cuanto se haga por ti es poco; 
tú encierras lo más caro y sublime, y sabes ins- 
pirar los más elevados y nobles sentimientos. Por 
eso, después de Dios, tus hijos te consagran su 
alma como el objeto más digno y justo de su 
veneración y respeto, en cuyo altar juran sacrifi- 
car su vida, cuando están amenazadas tu honra y 
dignidad! 

A la verdad, al amor a Ja patria es un sen- 
timiento innato y tiene mucho de religioso. Por 
eso ocupan lugar preferente y honroso en las pá- 
ginas de la historia, los hombres que se han sa- 
crificado por ella, y por eso son frecuentes los 



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/ 78 

hechos de abnegación sublime de que han dado 
prueba los pueblos más vigorosos en su defensa. 

Atenas creyó que no podía sentarse nadie en 
el trono que había dejado su último rey Codro; 
quien, habiendo vaticinado el oráculo que ganaría 
la batalla el ejército cuyo general pereciera en 
ella, buscó empeñosamente la muerte a fin de que 
triunfara la patria. 

Por ella Mucio Scévola se lanzó al campo del 
rey Pórsena bajo juramento de librar a Roma de 
tan terrible enemigo; pero por equivocación ulti- 
mó con su puñal al secretario que llevaba un 
traje parecido al del rey. Comparecido ante éste, 
puso la mano derecha sobre los carbones encen- 
didos para los sacrificios. Quizo de esta manera 
castigar la mano culpable por haberse equivocado 
en la elección de su víctima! Con este hecho 
heroico, admirado el rey, dejó libre a Scévola, y 
éste por gratitud le declaró que había trescientos 
hombres juramentados para matarle! 

El rey, espantado, al oir semejante noticia, 
aceptó algunos rehenes y se retiró salvándose 
Roma así del grave e inminente peligro que le 
amenazaba. 

Por ella, las mujeres de Cartago murieron 
heroicamente cantando bajo las llamas devorado- 
ras del fuego que reducía a cenizas su ciudad. 

Por ella, cayeron sepultados en una misma 
tumba los trescientos de las Termopilas. 

Por ella, Guzmán el . Bueno arrojó su daga 
al campo moro para que degollaran a su hijo. 

Por ella, se convirtieron en ruinas Sagunto y 
Numancia; y por ella finalmente, se inmortaliza- 
ron los bravos defensores de Zaragoza y Gerona. 

La patria, invocada en los momentos supre- 
mos, infunde aliento, valor y entusiasmo, y en 
medio de las mayores dificultades y necesidades, 
de fuerza para ejecutar aún aquello que pareciera 
imposible. 



79 

Pero así como la historia reserva sus páginas 
de oro para grabar en ellos los nombres de los 
ciudadanos y de los pueblos que han dado más 
elocuentes pruebas de su patriotismo y abnega- 
ción, de aquellos que han despreciado su vida en 
defensa de su honor; asi también guarda sus pá- 
ginas de luto y de hierro, para que conozcan las 
generaciones futuras, a los que han renegado de 
ella o han defeccionado combatiendo contra ella; 
Un negro crespón cubre la figura de Corlóla no, 
porque llevó las armas de los vascos contra Ro- 
ma, su patria, y eso que Roma le había despoja- 
do de todos sus honores y dignidades y condena- 
do al ostracismo, el mayor castigo que podía im- 
ponerse a un patricio. 

El amor patrio, como sentimiento natural, está 
encarnado en la conciencia universal. Sin embar- 
go, el cosmopolitismo o la fraternidad universal 
que todo invade en la época porque atravesamos, 
lo combate como combate todo lo más santo y 
sagrado. Para los que profesan tan elástico prin- 
cipio, la humanidad encierra todo y cual talismán 
maravilloso todo lo nivela y lo sujeta a un solo 
rasero; arrasando las fronteras, hace desaparecer 
como por encanto las distancias que separan a 
naciones y sin atender al grado de su civiliza- 
ción, las confunde todas bajo un nivel común de 
moral. 

Sabemos que de la Revolución francesa surgió 
el dogma político y social Ae libertad, igualdad y 
fraternidad^ como base de la nueva organización 
social que se trataba de establecer. Mas, los que 
entonces s^ encargaban de la propaganda de esa 
nueva doctrina, no entendían por libertad^ la licen- 
cia, o sea la total ausencia de leyes que regularicen 
el ejercicio de los derechos individuales; no enten- 
dían por igualdad la nivelación material llevada a 
consecuencias violentas y escandalosas, ni tampoco 



80 

entendian por fraternidad la fusión informe y 
monstruosa de mil y tantos millones de habitantes 
que comprende la palabra humanidad. 

La fraternidad del siglo pasado se ajustaba 
estrictanrente a la moral, y en este cpncepto no iba 
más allá del legitimó y humanitario deseo de una 
buena inteligencia y de una franca cordialidad en- 
tre todos los Estados. La fraternidad de entonces 
no destruía las nacionalidades, sino al contrario, 
quería robustecerlas dándose las manos recíproca- 
mente para llevar adelante y realizar las grandes 
ideas del progreso y de la civilización moderna. 

El pueblo paraguayo, amante de su indepen- 
dia como base inconmovible de toda libertad poli- 
tica y civil, prefirió cuando ya no le fué posible 
contrarrestar la avalancha de la alianza, abrir un 
ancho cementerio en su seno, y enterrarse todo allí 
antes que permitir su encadenamiento, por aquello 
de {{ue^un pueblo libre muere^ pero no se encadena^, , . 

Sí lector, ahí van el pueblo y ejército paragua- 
yos, reducidos a un pequeño grupo, a cubrir sus 
cenizas bajo una ancha loza, al lado de otras ilus- 
tres victimas que murieron en los campos de bata- 
lla. Son pocos, pero dotados de almas grandes y 
generosas que van a dar al mundo la última prueba 
de cuánto idolatran su patria y su libertad y de cuán- 
to aborrecen y desprecian el envilecimiento y la ca- 
dena de la esclavitud!! (1) 

Pero reasumamos la ilación de nuestro relato. 
El Mariscal en la fecha y hora citadas se puso en 
marcha montado en un caballo bayo, acompañado 
de toda la oficialidad del Cuartel General y seguido 
del 1er. cuerpo de ejército. 

La impresión que llevábamos era, que al salir 
a Barrero Grande, nos encontraríamos con el ene- 



(1) El ilustre economista inglés, Lord Wolseley, hablando de la civi- 
lización moderna: El Cosmopolitismo es la excrecencia de una civilizaeióu 
malsana, y el producto de una filosofía Insensata y antipatriótica.» 



migo, por In noticia que se lenia de qu^ el 12 del 
mismo mes, día de la toma tle Plrihebuy, una colum- 
na de las tres armas al mando de los Generales 
Kmilio Mitre y José Anto Guimar5es, marchaba pol- 
la cordillera de Altofi, con dirección a Átyrá, cal- 
culándose que el objeto <le fticlia columna no sería 
otro que interceptarnos el paso. 

La probabilidad de un próximo combate no 
abatió nuestro espíritu. Mry al contrario, cada uno 
iba impregnado de un ardor entusiasta que produ- 
ce el patriotismo llevado hasta el fanatismo, y dis- 
puesto por lo tanto a luchar haslii morir y de una 
yaz terminar gloriosamente una campaña que iba 
haciéndose ya demasiado prolongada con aumento, 
todos los días, de mil géneros de penalidades í 
miserias. 

Yii nadie se fijaba si bahía todavía elementos 
para contrarrestar a los muy superiores del ene- 
migo, resuelto en último caso, a falta de aquellos, 
a echar mano de la desesperación que también a 
veces da la victoria, según Virgilio. 

De paso se detuvo el Mariscal una o dos ho- 
ras en Caacupé y al continuar su marcha, mandó 
decir a las numerosas mujeres que se disponían 
a seguir al ejército, que podían hacerlo si quisie- 
sen, pero que no estaban obligadas. 

Fui entonces a dar a mi anciana madre que 
con la familia se encontraba alojada en una ca- 
sita a la orilla de la población, un abrazo de des- 
pedida. La pohre bañada en lágrimas me abrazó 
y me hecho su bendición, expresando la esperan- 
za en Dios de volvernos a ver en breve. No se 
había equivocado. Trabajo me costó separarme 
de ella; luchaba el sentimiento del cariño filial 
con el del deber basado en el honor. Este tuvo 
más fuerza y Iriunfó. El lector me permitirá que 
en obsequio de uno de mis más caros y privile- 
giados sentimientos, inserte aquí un párrafo de 



^ 



82 

las páginas de una obrita de ficción que con e! 
titulo de Viaje Nocturno^ había dado a la eslam- 
pa con una dedicatoria a mi madre. 

"¡Madre! . . . palabra sacramental que encierra 
"todo el porvenir y la felicidad de la especie hu- 
"mana, que sintetiza todas las afecciones del alma, 
"que llena todo nuestro ser del perfume oloroso 
"de un bienestar, de un deleite y una satisfacción 
"indecible! ¿Qué corazón no se conmueve al pro- 
"nunciar tan dulce nombre? ¿Quién no experi- 
" menta un suave alivio en la enfermedad y un 
"celestial consuelo en el dolor al pensar que posee 
"una madre, cuya cariñosa solicitud, como la n>a- 
"po de la Providencia, se encuentra en todas las 
"circunstancias de la vida? ¿,Qué tristeza no se 
"disipa, qué corazón no se ablanda con las cari- 
"ñosas palabras de una madre? ¿Qué viajero no 
"se anima y no se llena de fuerza y entusiasmo 
"al recordar que las glorias de sus descubrimien- 
"tos van a llenar también de contento y alegría 
"a la que le ha dado el ser? 

"¿Qué emigrado deja de sentir un bálsamo de 
"alivio a las penas que oprimen la imaginación 
"lejos de su país y de su familia al recibir noti- 
''cia de su madre? C.uando Epaminondas, general 
"de los Tebanos, ganó la famosa batalla de Leuc- 
"tra exclamó gozoso: "Me alegro de este triunfo 
"por el placer que causará a mi madre/^. 

"¡Desgraciado del que no ha conocido una ma- 
"dre, cuyas mejillas no han recibido sus calurosos 
"besos, porque vivirá privado de las más tiernas 
"caricias que solo ella es capaz de prodigar; 
"porque no habrá gustado de ese delicioso néctar 
"que destilan sus bondadosos labios en el corazón 
"de sus hijos, a quienes los cría con su propia 
"sangre, porque cual triste flor que nace en un 
"vasto páramo, se verá aislado, librado a las amar- 
"guras del rigor de las borrascas de este misera- 
"ble mundo, azotado por los opuestos vientos de 



83 

*la caprichosa fortuna sin poder decir: ¡alíá ten* 
""go un oasis donde hacer reposar un fatigado 
" espíritu!'^ 

Yo no diré otro tanto como Eparninondas; pero 
leugo la íntima convicción de qué mi madre habrá 
quedado satisfecha por haber permanecido fiel al 
cumplimiento de mi deber hasta el último, al lado 
de los mas leales y esforzados defensores del sue- 
lo patrio. 

El 14, ya muy tarde, acampamos cerca del 
puente de Piribebuy. El 15^ a la madrugada el 
Mariscal dio orden de marcha al General Resquin, 
siguiendo él por delante hasta llegar a la boca del 
monte de Garaguatay. Antes de su arribo a este 
punto, había mandado una descubierta hacia Ba- 
rrero Grande, trayendo la noticia de que el ene- 
migo se encontraba acampado en un paraje deno* 
minado Pindaty, no a mucha distancia de allí. 

Entre las varias disposiciones que tomó, dis- 
puso que se levantara en la misma entrada del 
monte sobre el camino, una trinchera con una 
dotación de 1.20O) hombres de infantería v 12 
piezas de artillería ligera al mando del Coronel 
Pedro Hermoiía y los Comandantes Victoriano Ber-^ 
nal y Julián Escobar, con el objeto de entretener 
al enemigo, en caso de que este desprendiese en 
su persecusión algunas fuerzas de caballería. 

Estando allí, a eso de la 1 1/2 de la tarde 
llegó el Teniente José del Rosario Miranda, lla- 
mado por el Mariscal. Momentos después mandó 
ensillar el caballo y marchó por el camino que 
conduce a Garaguatayí Ya muy tarde, el mismo 
día 15, llegamos a ese pueblo, hospedándose el 
Mariscal en casa del mismo Teniente Miranda, que 
a la sazón era Jefe Político del departamento. Al 
día siguiente, el 16, un enviado del General Caba- 
llero le trajo la noticia de que éste venía en retirada 
por el campo de Barrero Grande, perseguido de 
cerca por numerosas fuerzas enemigas. El Maris- 



84 

cal, con su habitual calma, recibió esta noticia y 
enseguida despachó al oficial mandando decir al 
General Caballero que hiciera toda lá resistencia 
posible. 

Después de esto llamó.^ su presencia a Miranda, 
que acababa de ascender a Capitán^ y le dijo: 

«Quédese Vd. aquí porque ya no conviene 
«llevar tras del Ejército a mujeres, niños y heridos 
«No le dejo a Vd. de carnada, sino para prestar 
«un importante servicio a la Patria, en el sentido 
«de evitav que el ejército invasor haga mayores 
«cosas. Tenga cuidado de no presentarse a ellos 
«como pasado, porque en este caso no le han de 
«tener consideración. Use con ellos de mucha di- 
«plomada, y no les cuente a donde voy ni el ca^ 
mino que he tomado. Le encargo muy especial- 
mente que no tome armas contra mí. Vd. es muy 
joven todavía y llegará con el tiempo a prestar 
importantes servicios a su país, y no conviene 
que haga nada que mañana nuestros compatriotas 
puedan echarle en cara, sin que Vd. tenga una 
razón plausible con que disculparse (1)». 

He ahí las condiciones bajo las cuales el Ma- 
riscal dejó al señor Miranda en Caraguatay. 

También dio orden el Mariscal al cura párroco, 
José Nuñez para que notificara a las numerosas 
familias que iban acompañando al ejército que 
volvieran a sus hogares, y que el Jefe Miranda que- 
daba encargado de darles la protección necesaria 
contra los posibles avances del enemigo. 

Muchas familias acataron esta disposición; pe- 
ro muchas otras, prefirieron correr la suerte qu^ 
la Providencia deparara al ejército. 

Así que terminó de dar esta órdenes, partió 
el Mariscal de Caraguatay^ el 16 por la mañana, 
siempre con el primer cuerpo. Verificado el pa- 



(1) Relato de don José del B. Miranda. 



85 

sf^je (le \kagüy, este acampó en el Paso de la Patria, 
sohre la carretera cíe San Kstani&lao, quedando 
en el punto de salida un escuadrón de caballería 
al mando del Ministro de la Guerra don Luís 
Caminos. 

lista fuerza se dejó alli de observación para 
dar protección en un caso dado al segundo cuer- 
po que, según dijimos más arriba, iba en retirada 
de Azcurra^ luchando con las dificultades consi- 
guientes a los malos caminos y pésimos elementos 
de movilidad. 

Los trabajadores encargados de cerrar los ca- 
minos del gran monte de Caraguatay^ quedaron 
a las órdenes de Miranda. 

Kl Mariscal siguió su marcha por el campo 
de Gazory y fué a parar en una casita de paja que 
había sobre el camino a la orilla de un monte. 
Allí reciiñó noticia de la derrota de Campo Gran- 
de de Barrero, manifestando su satisfacción al 
saber que se había salvado el General Caballero. 

Se hace necesario dar ,una ojeada retrospecti- 
va para hacernos cargo de la batalla de Campo 
Grande (Rubio-Nú), de la que procuraremos dar 
algunos detalles según datos que nos han sumi- 
nistrado los sobrevivientes, que tomaron parte en 
ella. 

Como dijimos, el 13 de Agosto marchó de 
Azcurra el segundo cuerpo, escoltando la inmensa 
carretería del parque y comisaría del ejército. Su 
marcha tenia que ser lenta a fa fuerza; los bueyes 
eran tan flacos que a penas podían arrastrar a 
aquellos pesados vehículos que se atascaban en los 
lugares pantanosos, hundiéndose las ruedas en el 
barro hasta tas masas, circunstancia que obligaba 
a emplear un número considerable de soldados 
en ayudar con sus débiles fuerzas a los pobres 
bueyes para hacer andar las carretas. 

Sin embargo, a pesar de todas estas dííiculta- 
des consiguieron salvar los moutes de Caacupé. 



86 

Pero al salir al campo raso de Barrero Grande, 
al amanecer del día 16 de Agosto fueron alcanza- 
dos por las fuerzas tilladas. 

El primer jefe de la división de nuestra van- 
guardia (retaguardia) era el Coronel Moreno, de 
artillería, y el segundo, el Comandante Franco, 
de infantería. 

La guerrilla enemiga inició un recio tiroteo 
con la nuestra. Moreno envió entonces su ayudan- 
te, el Alférez Leguizamón, a dar parte al General 
Caballero que estaba en un punto denominado 
tCerrito^. 

Informado del hecho, mandó decir a Moreno: 
que continuara haciendo fuego en retirada, tenien- 
do especial cuidado de no permitir que el ene- 
migo logre realizar ningún movimiento envolven- 
te; que él (Caballero) no contaba con ninguna 
reserva para darle protecciones, pudiendo a penas 
cubrir los puntos más peligrosos amenazados tam- 
bién por numerosas tuerzas enemigas; pero que 
llegado el caso extremo de verse envuelto, sería 
necesario formar el cuadro de táctica y defender- 
se hasta sucumbir honrosamente. 

Cumpliendo con estas instrucciones el Coro- 
nel Moreno continuó su marcha de retirada con 
el mayor orden posible. Regimientos de caballe- 
ría enemiga amenazaban sus flancos, y el tiroteo 
entre ambas guerrillas, seguía siendo cada vez 
más recio, causándonos algunas bajas. El Coman- 
dante Franco, desatendiendo los consejos de la 
prudencia para utilizar mejor el -servicio de su 
inteligencia y valor, se desprendió de su batallón 
(el n** 6) y se fué donde estaba tendida la guerri- 
lla. El enemigo, notando que el que acababa de 
llegar era un jefe dirigió sus tiros sobre él, 5' con 
tan buena suerte que en seguida cayó muerto de 
una bala que le atravesó la cabeza. 

El General Caballero, en conocimiento de tan 
sensible pérdida, mandó decir a Moreno, que no 



87 

ithanclonara .en el campo el cadáver del comaor 
dante Franco, el cual, en virtud de esta recomen- 
dación, a pesar de las halas que llovian incesan- 
temente sobre los nuestros, fué enterrado al ladq 
de un arroyuelo. También ordenó a Moreno que 
prontamente hiciera avanzar la artillería a tomar 
posición en la otra banda del arro)'o Yuquyry^ 
uno de los brazos del P/ríbebuy^ a fin de proteger 
el pasaje de las tropas por el mismo arroyo, en 
previsión de un ataque serio que intentase el ene- 
migo en aquel momento. 

Estas instrucciones fueron llevadas a cabo con 
puntualidad y prontitud; consiguiéndose, a pesar 
de la estrecha persecución enemiga, verificar el 
pasaje y reunir todos los cuerpos en el ángulo 
que forma la junción de ambas corrientes. El Ge- 
neral, entonces formó su línea de batalla apoyan- 
do el flanco derecho en el Piribebuy^ la artillería 
en el centro, y el flanco izquierdo se prolongó 
hasta dar casi con el curso del mismo arroyo al 
Este. 

En esta disposición el General recibió de los 
aliados el ataque que no se dejó esperar, ya la 
verdad que fué formidable por el número de los 
asaltantes. Fueron éstos recibidos con un nutrido 
fuego de fusilería y artillería, que vomitaba con 
espantosa actividad sus balas y metrallas, causan- 
do estragos en las filas de aquellos, y producien- 
do como era natural, en el primer ímpetu, gran 
confusión en ellos Las bajas, en lucha tan en- 
carnizada y tenaz, eran considerables, de una y 
otra parte; pero los aliados tenían la ventaja no 
solo de reponer a los muertos y heridos suyos, 
sino de aumentar el efectivo de sus fuerzas con 
divisiones que afluían del lado de Barrero Grande:. 
— una división por el frente, otras por los flancos 
y otra por la retaguardia: mientras que las bajas 
nuestras no eran cubiertas o reemplazadas. De 
esta manera, quedaron envueltas o rodeadas núes- 



88 

tras escasas fuerzas por tres poderosas columnas 
enemigas. Pero esta circunstancia, a pesar de lo 
abiiimadora que era, no fué bastante a desconcer- 
tar a nuestra gente o a infundir el abatimiento en 
su espíritu, resistiendo hasta la 5 de la tarde! 

Las llamas a esa hora devoraban una . parte 
del campo donde murieron carbonizados muchos 
heridos. Y la porción no incendiada ofrecía a la 
vista el triste y doloroso espectáculo de muertos y 
heridos, esparcidos por doquier; aquellos, inertes: 
éstos, palpitantes; lanzando gritos desgarradores 
de dolor y de desesperación en las ansias de la 
muerte! De trecho en trecho se veían armas inu- 
tilizadas, uniformes, cartuchos y baulillos vacíos. 
Aquellos valientes paraguayos cayeron como héroes, 
peleando hasta la desesperación con todo el vigor 
y la energía que infunden el patriotismo y la dis- 
ciplina. ¡Ah! . . . tanto más triste y doloroso era 
aquel espectáculo, cuanto que allí no se veían 
después del combate aquellos ángeles de la caridad, 
aquellos soldados de la Providencia, que con 
camillas, hilos y vendas cumplen la sagrada misión 
de prestar los auxilios de la religión y de la ciencia 
a los moribundos! 

Todo había terminado, es verdad; pero aíin 
quedaba como resto un escaso batallón, un pelotón 
de caballería y tres piezas de artillería ligera que 
durante el combate se habían colocado al otro lado 
del puente del Piribebuy para contener ei avance 
de una columna enemiga que amenazaba por la 
retaguardia. Esa pequeña fuerza estaba formada 
en batalla cerca de una carretera a la orilla del 
gran bosque que borda y limita aquel campojhacia el 
Noroeste. En frente de aquella carretería se habían 
concentrado las fuerzas enemigas como que no 
había ninguna paraguaya que distrajese su atención 
por ningún otro lado, y poco a poco iban avan- 
zando hacia el grupo de las carretas, que parecía 
ser el objetivo de su lento y pausado movimiento 



• • . I • I , < > . i 

El Géhei'al Caballero se encontraba próximo ^ 

dicha carretería acompáf^ado de 10 a 12 oficiales, 

y llamando a los alféreces José Aquino y Estanislao 

"Leguizamón, les dijo: «É^^ llegado el momento de 

""finalizar esta contienda, y avviestro valor y arrojo 

"confío esta última misión; toqiad, cuanta de ese 

"debilitado pero entusiasta batallón que tenemo$ 

*en frente, cargad con ímpetu al enemig;o, pues, 

"con el resultado, sea cual fuere habremos cumplij 

"do con nuestro lema de vencer o morir] ...» 

Los oficiales partieron volando a recorrer la 
linea, despertando entre las tropas animación y 
entusiasmo, e informándoles de la resolución del 
General. Pero el enemigo, que ganando terreno 
paulatlnanaente, se había colocado casi al habla, 
obsci-vando el movimiento de los paraguayos, llegó 
a comprender cual era la intención de éstos, y al 
tiempo de iniciar la carga la infantería enemiga del 
frente maniobró rápidamente, abriendo un ancho 
espacio a la caballería de la retaguardia, que se 
lanzó como un rayo a su encuentro. Impotente 
nuestra línea para resistir cedió el centro a| 
vigoroso empuje de la carga de aquella desban- 
dándose el ala apoyada en la orilla del bos- 
que de la que solo algunos cuantos que se abrigaron 
en «ste, pudieron salvarse; muriendo o cayendo 
prisioneros los demás que habían quedado en 
campo raso. (1) 

El General Caballero perseguido muy de cerca, 
abandonando su caballo que se resistía bajar a 
la zanja, vadeó a pié, el arroyo Yuquyry^ y ganó 
exhausto de cansancio, lí\ espesura del monte 
acompañado de dos o tres asistentes; cumpliendo 
así con el encargo del Mariscal, que le había reco- 
mendafdo coh niucho encarecimiento qué hó sé' 
dejara tomar prisionero. 



(1) Apuntes biógrafo-históricos del Mayor £staui8lao Le^uisamón, j 
¡^lato del General Caballero. 



90 

Caballero comprendió desde el primer mo- 
mento que no podía luchar contra una fuerza tan 
enormemente- superior en número a la suya, y si 
lo hizo fué, porque a fuerza de militar pundono- 
roso, se veía obligado por el deber a defender 
la retaguardia del resto de nuestro ejército, y tam- 
bién porque rodeado como estaba por todos la- 
dos de fuerzas enemigas, no le ((uedaba otra al- 
ternativa, en la absoluta imposibilidad de continuar 
su marcha de retirada. Sin embargo, consiguió 
el milagro de contener con una fuerza relativa- 
mente insignificante a un ejército de 20.000 hom- 
bres, dando así tiempo al Mariscal para que au- 
mentase la distancia que le separaba del punto a 
donde se dirigía, que era San Estanislao. 

Y a pesar de esa inmensa desproporción, los 
paraguayos sostuvieron la lucha hasta las 5 de la 
tarde; es decir, que 20.000 hombres lucharon du- 
rante 8 horas contra 4.500 mal armados! 

Las pérdidas de una y otra parte fueron enor- 
mes; de nuestra parte, los que no murieron, ca- 
jeron prisioneros, muchos de estos heridos. 

Se perdieron, además, toda la artillería, 87 
carretas con bueyes, armamentos, municiones y 
banderas (1). 

Los pocos que pudieron escaparse, marcha- 
ron por distintos rumbos a incorporarse al primer 
cuerpo más allá de Caraguatay. 

Entre los prisioneros se encontraba el sargen- 
to de caballería Emilio Aceval, actual Presidente 
de la República del Paraguay. 

Muy lejos estarla de su imaginación entonces 
de que un día llegaría a ocupar tan elevado pues- 
to. Más que nadie está en situación de compren- 
der cuan caro cuesta tener una patria, y cuan 
ineludible es para el que conserva ese glorioso 



(t) Resquin. 



91 

recuerdo, el deber de encaminar su política ad- 
ministrativa por el sendero que marca la aspira- 
ción nacional. 

De los Jefes paraguayos que cayeron en esa oca- 
sión prisioneros, se distinguió el Teniente Coronel 
Florentin Oviedo por la contestación que diera al 
General Pedra cuando éste le hizo comparecer 
ante él para tomarle declaración. Entre otras 
cosas le preguntó: ¿cuál era el total del ejército 
que había combatido a las órdenes del General 
(Caballero? 

Oviedo le contestó: «No sé señor. Pero si Vd. 
quiere cerciorarse de la verdad, puede ir al cam- 
po de batalla a contar los cadáveres de los para- 
guayos, y agregar al número que resulte el de los 
prisioneros que están presentes, y tendrá el total!!» 

Cuando el General Pedra oyó esta contesta- 
ción abrió tamaños ojos, y clavando en su inter- 
locutor una mirada de sorpresa, guardó ún pro- 
fundo silencio. Sin duda, no le causó mala impresión 
la contestación, porque enseguida le mandó dar 
una capa de paño. ¡Digno y gejieroso comporta- 
miento de un hombre de sentimiento caballeresco!... 

Al día subsiguiente de la batalla del Campo 
Grande (1), es decir, el 18 de Agosto, por la ma- 
ñana temprano, el General Victorino, á la cabeza 
de una fuerte columna de vanguardia que partió 
de Pindoty donde había estado acampada, se puso 
en movimiento, b^^J^ ""^ espesa neblina o serra- 
zón, hacia nuestra trinchera, que con una guar- 
nición de 1.200 hombres defendía la boca del 
monte de Caraguatay. 

Dos soldados brasileros, que decían ser orde- 
nanzas del Conde d^Eu, con dos muías cargadas 
de equipajes que marcharon al mismo tiempo que 



(1) Bl nombre de Rubio-Ñú que se ha dado a esa batalla, es Impro- 
pio. Éuhio-ñú propiamente dicho -se encuentra del campo donde se dio la 
batalla distante unas 4 leguas. £1 paraje 3e llama Campo Grande o 
Dias-cvé. 



92 

la columna, se habiaa adelantado sin pensar, tal 
vez que en el camino hubiese enemigo, y llega-* 
ron bajo la obscuridad íde la neblina, a donde, 
mismo estaba la avanzada de nuestra posición. 
iCon una descaiga de ¡fusil de feíta,'^^¿tüe klé^' repen- 
te se apercibió de ellos^ «cayeron muertos;- repar- 
tiéndose no solo de los equipajes que Hevat>an 
las muías, sino también délas ropas de paño qtie 
llevaban puestas ellos mismos. •> - 

I Los brasileros, aseguran que sus cadávetefT 
desnudos estaban colgados de un árbol cuando^ 
tlegó allí la columna; que fué pocos momento^ 
^é^pués. Este último hecho no está confirmado 
]^oi^ Ibs nuestros. Lo cierto es que aquellos dos 
soldados fueron muertos; pero si resultara, como 
4firrrian los brasileños, que fueron después colgados', 
itóportári'a uq^ a¿t<j> de salvajismo digno de lamas 
énéVgifca censura i 

" Ll; GéWral yicjtoriiip, que sucedió después que 
los rayóV. qel^spj habian disipado la neblina, en 
cuanto llegó .a njiésira trinchera, llevó sobre ella 
un vigoroso aiaque. La guarnición salvó el ho^ 
ñor de la bandera, hapiendoi umi heroica defensa 
y causando enorme pérdida 9 losasaltantes. Pero 
arrollados por todos lados por Jos brasileros, cua- 
druplos en número, se apoderaron; de ella». 
I Casi todos los nuestros que no -murieron, ca- 
yeron prisioneros. Unos cuantos, entre ellos, él 
Coronel Hermosa y el Mayor Vera, consiguieron 
escaparse por el monte, yendo más tarde a entre- 
gairse a los aliados como prisioneros de guerra.- 
Entre los que cayeron prisioneros, se encon- 
traban dos jefes: el Comandante de infantería Ju- 
lián Escobar y el Mayor Cárdena y 16 oficiales 
de distintas graduaciones (1). 

El General Victorino, impulsado por un vio- 
lento espíritu de venganza, no solo por la muer- 

(l> Bl Gomandante YtctorUkno Bernal murió combatiendo antes de la 
caída de la trinchera en poder del enemigo. 



93 

te de los ordenanzas brasileros más arriba men«" 
eionados^ sino por la pérdida considerable que 
causó a sus tropas la resistencia inesperada de ia 
guaraición, cometió esa ocación un acto bárbaro 
que deshonra, su nombre ante la historia: por vía 
de represalia, mandó degollar a aquellos dos je- 
fes y di^a; y se^is, oficiales que estaban en su poder 
en calidaíi.de prisioneros de guerra! Era una fía* 
grante violac^ión del derecho de genles, tanto más 
cuanto no había adpptado ninguna forma de pro- 
cedimiento legal, para siquiera cohonestar tan cruel 
disposición. El cuadro fué. espeluznante y capasE 
de hacer temblar de horror al más frío e indife- 
rente- Un incidente vino, a aumentar la lugubri- 
dad tétrica de aquel horrendo espectáculo. Él hi- 
jo de Cárdena (1), que allí se encontraban también^ 
postrado de rodillas, con la vista> levantada al cie- 
lo, pidió tierna y encarecidamente al General Vic* 
torino por la vida de su querido padre.: Pero nada» 
el General se mostró inflexible y la ejecución fué 
llevada a cabo. Esta inflexibilidad de ^ Victorino 
hjace presumir que obraba a impulso de una or- 
d^en superior. i 

Este hecho sangriento, injusto e innecesario 
produjo una profunda indignación en él ejército 
bjrasilefio, cuyos jefes censuraron acremente la 
conducta del General Victorino. El^^sin duda, se 
habris^ descartado, aduciendo la muerte de los dos 
mencionados ordenanzas; pero un acto censu-- 
rabie (§i es ^que lo hubiese, sido) no justifica otro 
e!| mayor espala, verificado en las personas más 
distinguidas y condecoradas de los prisioneros en 
su, poder. 

No pensó el General Victorino en el concepto 
a que se hacía acreedor con este abuso al ejército 



(l) Juan Cárdena de Áregoá, hoy de 4o y tantos aftos, 



94 

aliadoque venía diciendo que traía al pueblo que 
invadía, a sangi'e y fuego, la civilización y la 
libertad. 

No existe ningún fundamento racional en que 
apoyar el pretendido derecho de matar. a un ene- 
migo desarmado y rendido. ¿La venganza*? Pero 
la venganza que se sacia en los vencidos reducidos 
a la impotencia o a la imposibilidad de hacer 
daño, no responde a ninguna de las aspiraciones 
de los pueblos que gozan de la civilización cristiana 
y que proceden de acuerdo con el espíritu moderno: 
«El enemigo desarmado, dice Pinheiro Ferreyra, 
«debe ser considerado corno un hombre que no ha 
hecho sino cumplir un deber penoso. No hay 
lugar a castigo, ni a reparación de parte de un 
enemigo vencido o desarmado. Este ha pagado 
sin duda a su patria y no debe más nada a nadie.» 
Y Kant dice: «Ninguna guerra de pueblo a pueblo 
libre no puede ser penal (belum punitivum) porque 
la pena no puede tener lugar sino de parte de un 
superior que manda hacia un subdito: lo cual no 
sucede en la relación de los estados entre sí». (\) 

Después de la toma de nuestra trinchera, los 
aliados siguieron adelante en pos de nuestro ejér- 
cito, llegando su vanguardia en el precitado día 
18 a Caraguatay 

El Ministro Caminos, al ver que numerosas 
fuerzas se acampaban en aquella población se 
marchó con su escolta a incorporarse con el 
Mariscal. 

Ese mismo día 18 fueron atacados los marinos 
que cuidaban nuestros vapores que permanecían 
anclados o varados en uno de los pasos del Thagüy. 
Aquellos se defendieron hasta donde les fué posible; 
pero en vista de la superioridad de la fuerza ene- 
miga, cumplieron las instrucciones que tenían, 
pegando fuego a los vapores (el Ypora, el Paraná^ 



(1) Piadier - Fodéré. T. 1- p. 2o, 



95 

el Eio Apa^ el Salto Guaira, el Pirabehé y el 
Amambay)^ retirándose luego por la rinconada del 
Saladillo i\ incorporarse al cuerpo principal de 
nuestro ejército en marcha para San Estanislao. 
. El Mariscal estaba entonces acampado en Valle-i^ 
al otro lado del campo de Gazory. Allí le alcan- 
zaron el General Caballero y el Ministro Caminos. 

Estando allí fueron remitidos con un piquete 
una señora López con una hija de 18 a 20 años, 
enviadas como sospechosas de espionaje. .Fui 
comisionado por el General Resquín, a tomarles 
declaración indagatoria. Fíxplicaron salisfactoria- 
mente la razón que habían tenido para venir por 
un camino extraviado de donde se encontraba la 
guardia de donde fueron remitidas. Sin embar^ 
go el General Resquín, que desconfiaba de todo 
el mundo, no quedó o fingió no quedarse entera- 
mente satisfecho, y empezaba a insinuar la idea 
<le que tal vez fuese necesiario proceder con ellos 
con rigor. Pero en ese momento fui llamado por 
el Mariscal precisamente para saber de lo que se 
trataba. Escuchó atentamente la relación de la 
deposición de las acusadas, y la opinión de que 
aquellas mujeres por su facha, no robustecía la 
sospecha de que fuesen espias, y, que además, el 
tono con que daban sus explicaciones indicaba 
que habia sinceridad en ellas. 

. El Mariscal entonces me dio orden para man- 
darlas poner en libertad. Cumplida que fué esta 
orden, di parte al Genei'al Resquín de la suprema 
resolución, sin que este, por supuesto, hiciera la 
menor observación. Aquella señora aún está viva, 
y siempre suele acordarse del hecho con gratitud 
hacia el que en esa ocasión cumplió el grato de- 
ber de contribuir a su libertad. 

El 19 del misnio mes, a medio día, llegó el 
Mariscal al paso del arroyo Hondo^ y después de 
unas cuantas horas de descanso, vadeó a caballo 
dicho arroyo que llegaba hasta la cincha, con el 



96 

fondo desigual y fangoso. No a mucha distancia; 
en la otra banda se encontraba el establecimiento 
o estancia del finado Benigno López, llamada 
San Miguel. 

El Mariscal se instaló en la casa de vivienda 
que era bastante espaciosa. Había otra casita que 
estaba llena de tercios de yerba hasta el techo; 
Los ayudantes y demás oliciaies del cuartel gene- 
ral se acomodaron como pudieron en frente déla 
casa principal en un gran espacio vacio que habia. 

Las tropas acamparon en las inmediaciones 
en los lugares que se les habían señalado. 

Una parte de las fuerzas quedó a retaguardia 
a objeto de comboyar algunas carretas que que- 
daron rezagadas en el paraje de Valle^i, a dis- 
tancia de una legua más o menos del arroyo Hondo: 

Dicha fuerza fué alcanzada el día 20 por la 
vanguardia de la caballería enemiga, trabándose 
entre ambas reñido combate por espacio de doí 
horas; al cabo de las cuales nuestra fuerza, impo- 
tente para continuar la lucha contra la enemi- 
ga que era mucho más numerosa, hizo retirada, 
y a fin de evitar la persecución de gente montada en 
buenos caballos, desvió del camino real y la hizo por 
una picada del monte, yendo a salir al arroyo Hondú 
que cruzó o vadeó para reunirse a nuestro ejér-;^ 
cito acampado en la otra banda a la costa de) 
arroyo Mhutuy. Tuvo una baja de 27 hombres 
muertos y algunos heridos quedando en poder 
del enemigo varias carretas. Una de estas perte- 
necía a don José Falcón, y en uno de los baúles 
que constituía su equipaje, se encontraba un grue- 
so volumen de apuntes para la ' historia del Pa- 
raguay que habia sacado de los docüínentos pú-*^ 
blicos del archivo Nacional cuando ejerció él 
cargo de jefe de aquella repartición. Esta fué una 
sensible pérdida. El señor Falcón hizo empeñoiS 
para recuperarlo después de la guerra; pero sitf 
éxito. 



97 

El 21 trajo el enemigo un parlamento en nues- 
tra avanzada en la banda izquierda del arroyo 
Hondo^ entregando al jefe de ella con encargo de 
hacerla llegar al Mariscal una cubierta cerrada que 
contenía una nota firmada por uno de los gene- 
rales aliados de la vanguardia y un folíelo. La 
nota era una intimación de rendición al Ejército 
nacional, con amenaza, de no hacerlo, de pasar a 
degüello desde sargento para arriba, a los que en 
adelante cayeran en poder de ellos. El folleto con- 
tenía escritos injuriosos para el Mariscal. 

Este se indignó contra este proceder de los 
aliados, diciendo que habían prostituido un medio 
legal de que se sirven dos ejércitos beligerantes 
para comunicarse en ciertos y determinados casos, 
manifestando que en adelante no admitiría más 
ningún parlamento. Subió su indignación a tal 
punto que concibió la idea inicua y aventurada de 
ejercer una venganza, a cuyo efecto dispuso man* 
dar capturar un parlamentario enemigo. 

El plan era el siguiente: Pedir un parlamen- 
to que generalmente suele tener lugar en el espa- 
cio de terreno equidistante de ambas- líneas de 
avanzada; los encabeza^ites se aproximan para ha- 
blar o conferenciar, quedando a una regular dis- 
tancia los que les acompañan. 

El Mariscal quería que el parlamentario pa- 
raguayo se acercase bastante hasta cruzar el pes- 
cuezo de su caballo con el del parlamentario enemi- 
go, y que una vez colocados los dos en esta posición, 
aquél le encarase su revólver al pecho de su in- 
terlocutor, intimándole quietud con amenaza de 
muerte si se movía. 

Esta actitud debería ser seflal suficiente para 
que acudiesen prontamente tres hombres de la es- 
colta o retaguardia designados ya de antemano, y 
asiendo una de las riendas del caballo del parla- 
mentario enemigo echarse a correr rápidamente, 
estimulando de atrás con sus chicotes los otros 



98 

dos al animal. El resto de la escolta haría frente 
para contener un movimiento de avance hostil 
de parte del enemigo, lo que era más que proba- 
ble que hubiese sucedido. 

Se comprende que todo esto debería de eje- 
cutarse en un abrir y cerrar de ojos. 

El jefe designado para llevar a cabo tan au- 
daz y atrevida empresa fui yo. Debo confesar 
con franqueza, que cuando el Mariscal me hizo 
llamar y me habló de este plan, explicándome 
la manera como tenía que ejecutar, un sudor frío 
me inundó todo el cuerpo. Sin embargo un sen- 
timiento inexplicable vino en mi ayuda, en el qué 
se mezclaban el amor propio y el orgullo de rea- 
lizar un acto de audacia y valentía, sin pensar en 
medio del entusiasmo juvenil, en la gravedad mo- 
ral del mismo. Me retiré con orden de volver- 
ante él al día siguiente para despacharme. Asi 
lo hice, después de haber ensillado, al romper 
el día, el montado que me mandó facilitar de su 
caballeriza. Felizmente, parece que la almohada 
le había inspirado mejores consejos, y le hizo cam-¿ 
biar de idea. En cuanto me cuadré delante de él, 
me dijo: «queda abandonado el proyecto, retí- 
rese no más». 

Se me quitó de encima un gran peso, y re- 
gresé a mi carpa dando gracias a Dios, conven- 
cido de que tal vez hubiera sucumbido en empre- 
sa tan arriesgada. 

Si los aliados hubiesen desplegado más acti- 
vidad y audacia, la guerra hubiera terminado en 
el Campo Grande. Interceptada la boca del mon- 
te de Caraguatay, el Mariscal se hubiera visto 
obligado a combatir hasta sucumbir o hubiera si- 
do tomado prisionero con el resto de su destro- 
zado ejército. 



CAPÍTULO VI 



Sftn Estanislao. Captura de espías enemigos. CoDspiración 

descubierta. Fusilamientos de los comprometidos' Ascensoa. 

Marcha a San Isidro (Curuguaty). Capiíbarj. Tandei. 



En el establecimiento de San Miguel había como 
dijimos, — una casita pajiza de bastante puntal y de 
un sola pieza.— Contenia ttreioa de yerba de su- 
perior calidad apilonados hasta ertecho.— El 21 
por la mañana, el Mariscal levantó el campamen- 
to y dio orden a los comandantes de cuerpo para 
que permitieran a las tropas llevar la cantidad de 
yerba que cada uno pudiese o quisiese. Era co- 
sa de ver como éstas sacaban fuera los tercios y 
los partían a hachazos, a fin de que cargase cada 
uno la porción que pudiese llevar, en medio de 
un murmullo de algazara y entusiasmo. Pero 
tanta era la cantidad, que habia que a pesar de 
este libre botin, muchos de ellos quedaron toda- 
vía allí abandonados para los aliados! No era, 
sin embargo, la yerba mate, lo que más falta ha- 
cía a las tropas, sino algo más sustancial que con- 
solase sus famélicos estómagos, porque si bien 
por esas alturas no faltaba que comer, empezaban 
a escasear los víveres, habiendo caído una gran 
cantidad de ellos en poder del enemigo. 

Ese mismo día, ya muy tarde, llegamos a Unión. 
Allí se tuvo noticia de que el Coronel Ignacio Génez, 
que habia quedado con su regimiento cerca del 
Mbututf para escoltar las carretas sostuvo un re- 



100 

nido combate con la vanguardia enemiga que le 
alcanzó, tomándole ésta 3 piezas de artillería y 
unas carretas. 

Génez consiguió salvarse con el resto de estas 
últimas y prosiguió su marcha sin más molestia 
hasta San Estanislao. 

El Mariscal pernoctó en Unión, y al día si- 
guiente al romper el día, prosiguió su marcha. 

Las fuerzas aliadas que habían avanzado hasta 
Mbuttiy, sin duda, no creyeron prudente, o na 
entró en sus planes, seguir más adelante; regresa- 
ron a Caraguatay, donde habían establecido su 
canipamento general. De allí enviaron columnas 
a ocupar diferentes puntos de la República: Villa 
Rica, San Joaquín^ Caazapá^ -4/^*i ^^^ José^ Ca-- 
rayad e Yhú, En cada una de estas poblaciones 
hicieron reconocer y acatar la autoridad del Go- 
bierno provisorio de la Asunción. 

El Mariscal sin ningún incidente digno de 
mención, llegó con las fuerzas que le acompaña- 
ban a San Estanislao, el 23, tomando alojamiento 
en un antiguo edificio fiscal conocido con el nom- 
bre de colegio. Estaba situado en la extremidad 
de la acera derecha del cuadro del pueblo. Las 
Escoltas Acá'carayá y acá-berá, fueron alojadas en 
unas casas que formaban la acera izquierda del 
mismo. El batallón Riflero estableció su campa- 
mento a la orilla de un naranjal que había atrás 
del colegio El último lance de éste estaba demo- 
lido; solo quedaban los horcones y las vigas. Te- 
ñía una sala bastante espaciosa y algunas piezas 
interiores con puertas que comunicaban con el 
patio. Este era bastante grande y cerrado en par- 
te por oficinas en el fondo y una muralla con un 
portón que le daba entrada por la parte Norte. 

En San Estanislao empezó el Mariscal a tomar 
disposiciones tendentes a concentrar las pocas fuer- 
zas que había en el campamento Tapiracuáin y 



101 

otros puntos al Norte, a objeto de reorganizar un 
ejército regular, que debería constar de cinco di- 
visiones de a 2.500 hombres cada una. 

Parecía que el Mariscal tenía el propósito dq 
establecerse deflnitívamente en la Villa de San 
Isidro (Curuguaty) y terminar allí la guerra. Esta 
suposición se rol)ustece en el decreto de 31 de 
Agosto, declarando dicha Villa Capital Provisoria 
de la República, y con la traslación del Vice Pre- 
sidente, señor Sánchez, a ese pueblo con instru- 
ciones de animar a los jefes de milicias de los 
partidos que aún permanecían fieles al Mariscal 
como Presidente de la Nación, así como con la or- 
den que dio al comandante Orzuza para que pa- 
sara con su batallón a San Isidro y mandara cul-> 
tivar la tierra y hacer plantaciones de los cereales 
más indispensables a la subsistencia, debiendo po- 
nerse de acuerdo al mismo objeto con el coman- 
dante de la Villa de Igatimí, Tomás Urbierta. 

La autoridad de Igatimi estaba, además en- 
cargada de antemano de la importante misión de 
la condución del ganada vacuno remitido del de- 
partamento de Concepción para el consumo del 
ejército. Esa remesa se hacía por la picada de 
chirigüelo, atravesando la cordillera de Mbaracayú 
y el río Aguaray-Guazú, frente a Panadero. 

Dos o tres días después de nuestra llegada a 
San Estanislao, hubo alíennos importantes ascensos: 
Mongeiós, que hasta entonces era Teniente Coro- 
nel, ascendió a Coronel; los coroneles José M. Del- 
gado y Francisco Hoa, a brigadieres generales, y 
los generales Cnballero y Resquín, a generales de 
división. 

Las penalidades y fatigas de todo género y 
la escasez de alimentos para satisfacer las necesi- 
dades materiales del cuerpo a fin de sorportar los 
trabajos de tan dura campaña, iban minando gra- 
dualmente el espíritu de las tropas al extremo de 
engendrar en algunos cuerpos la idea de deslizarse 



102 

de la lealtad y adhesión a la persona de} Marical 
y^'termínar de una vez la guerra con la elimina- 
ción de este. Este pensamiento venía probable- 
mente elaborándose desde Azcurra, y si no se había 
llevado a cabo sin duda era por que no habíQ 
adquirido suficiente madurez para su desenvol- 
vimiento. 

El descubrimiento de este propósito criminal 
dio lugar a terribles sucesos de sangre en San 
Estanislao, convirtiéndolo en una segunda edicción 
de San Fernando. 

El recuerdo de aquella luctuosa hecatombe 
en que fueron sacrificados a la implacable saña 
del Mariscal tantas personas meritorias por sus 
servicios y sacrificios en defensa de la causa na- 
cional, hace estremecer al alma que aún se agita 
tristemente destilando gota a gota el supremo 
dolor que la embargara al contemplar tan inmen- 
sa desgracia. Profunda fué la impresión que dejó 
en los corazones de cuantos tuvieron la triste suer- 
te, o más propiamente, la cruel mortificación, de 
presenciarla. La mano ^tiembla y la pluma se 
resiste a relatar hechos fatídicos llenos de detalles 
conmovedores; pero nuestra misión y \& verdad 
histórica nos imponen el deber de afrontarlos; 
armémonos pues de valor y prosigamos. 

De Thú despacharon los aliados tres espías 
de nacionalidad paraguayos, dos hombres y una 
mujer de apellido Astorga. Se dirigieron por el 
camino carretero que cruza los bosques de Curur 
guaty^ y el 27 de Agosto fueron capturados por 
una guardia nuestra que había en el tránsito. Un 
piquete se encargó de la condución de los tres 
para nuestro campamento, pero así que venían 
marchando por el monte, aprovechándose de la 
obscuridad de la noche, huyeron los dos hombres 
metiéndose en la espesura del bosque. Uno de 
ellos logró escaparse y el otro fué muerto. La 
mujer Astorga fué conducida a San Estanislao. A 



103 

su llegada fué sometida a declaración, confesaixl»: 
a don Luis Caminos después de algunas vacila^ 
cioñes que sus campaneros hablan traido la mU 
sión de reconocer nuestro campamento y volver 
a dar cuenta al enemigo, y que ella tenia que cot 
municarse con el Alférez Aquino de la Escolta 
acáberá que decía tener un proyecto, en combina- 
ción con otros: el asesinato del Mariscal. 

Aquino fué inmediatamente .reducido a pri- 
sión. Al principio dice que negó la acusación", 
pero careado con la Astorga fué convicto y confeso. 

Era aquel un mozo de unos treinta y tan* 
tos años de edad, trigueño, bigotes negros y de 
aspecto simpático. El Mariscal le mandó traer a 
su presencia en el patio del colegio^ con los bra- 
zos atados por detrás e inició con él el siguiente 
diálogo: 

Y bien Aquino . . . ! con que me ha querido 
matar . . . ? 

Si señor, por varios motivos le he querido 
matar; ya hemos perdido nuestra patria, y si aún 
seguimos hasta aquí debe comprender que es sólo 
para acompañar a su persona. Y sin embargo de 
día en día. V. E. va siendo más tirano. 

— ¡Ah . . . ! con que eso es así . . , ? Pero no ha 
tenido suerte ... 

—Verdad señor; V. E. nos ganó la delantera 
{nde tenondé michi orejhegüi); pero no ha de 
faltar otro que tenga mejor suerte y logre ma- 
tarle . • . 

Después de este corto diálogo que lleva mu- 
cha semejanza a uno de aquellos que aparecen en- 
los dramas antiguos, en que tal vez por primera 
vez se le habló con tanta resolución y entereza, 
ordenó que le llevaran a azotar. Aquino fué con- 
ducido en un estado lamentable hasta Capiibary, 
donde falleció. 

En seguida, por llamado del Marical $e pre- 



104 

sentó delante de él el Coronel Mongelós (1), a 
quien le dijo: que aunque inocente, le iba a man- 
dar fusilar, porque por causa de su negligencia 
y descuido, iban a ser victimas muchas tropas de 
su mando. Va vd. a unir su sangre a la de 
ellos, le dijo con toda calma. 

Mongelós contestó: que no lo merecía, por 
que estaba ajeno de cuanto había sucedido, que 
aún era joven, no era flojo y muy capaz de sal- 
var a la |)atria y a él. 

Por toda réplica, el Mariscal oirdenó al Te- 
niente Pedro Ovelar, del batallón riflero, que le 
sacara la espada y le llevara, como le llevó, al 
pié de la muralla que formaba el cuadro del pa- 
tio, y pusiera dos centinelas de vista para custo- 
diarle; y a su segundo, el Mayor Riveros, le lle- 
vara al mismo lugar; pero algo más separado, 
también bajo la custodia de dos centinelas y man- 
dara buscar un sacerdote que prestara a ambos 
el último auxilio espiritual. 

Riveros, desde el sitio donde estaba, dirigió 
al Mariscjd algunas sentidas y conmovedoras pa- 
labrasi pidiendo perdón en mérito de su juventud 
y del deseo ardiente que tenía de continuar de- 
fendiendo el pabellón nacional hasta derramar la 
última gota de sangre. 

Pero el Mariscal se manifestó inflexible. 

Cuando el Teniente Ovelar (2) (hoy mayor) 
llegó con su compañía de rifleros para hacer el 
servicio de guardia en el mencionado patio y sé 
presentó a pedir orden al Mariscal, éste le pre- 
guntó bruscamente como para sorprenderle: 

¿No ha sido Vd. chamuscado? 

Ño, Exmo Señor . . . ! Yo estoy como aquel 
que se atoró en una ventana: no entro ni salgo . . . ! 



(1) Mongelós era comandante de una división de la qne formaban 
parte las dos mencionadas escoltas. 
i») Aun est& tíyo. 



loó 

— Vd. entró y no salió más,— qqerrá decir, le 
contestó el Mariscal sobre tablas. Ya veremos 
continuó, ordenándole que mandara empabellonar 
las armas a las tropas de su mando (1). 

Como se vé^ aquel honroso suceso tuvo tam— 
l)ién su parte cómica y sarcástica. La risa de 
Demócrito! 

Uno de los complicados fué el Teniente Casco, 
a quien el Mariscal en su nnsma presencia le man- 
dó azotar. En medio del dolor le griló: Acuérdese, 
señor de que hay un Dios ante quien lodos tenemos 
que comparecer a rendir cuenta de nuestras faltas, 
ante quien Vd. también talvez no tarde en compa- 
recer para responder por este acto de injusticia que 
está mandando hacer! ... 

El General Caballero recibió orden para que 
rodeara el cuartel de las Escoltas con una división 
de infantería y redujera a prisión a todos los com- 
prometidos, entregándole al efecto una lista de 
ellos. Una vez rodeado el cuartel, Caballero or- 
denó que todos salieran sin armas a ponerse en 
formación. Así lo hicieron y todos los compro- 
metidos o comprendidos en la lista, que fueron 
unos sesenta y tantos, la mayor parte de acá herá, 
fueron conducidos bajo custodia al campo de 
ejecución. 

Esta tuvo lugar en un bajo al noroeste a corta 
distancia de la población y la mandó el Mariscal en 
persona a caballo—Todos fueron fusilados por la 
espalda, menos Mongeiós y Riveros. 

Concluido todo, vino a arrodillarse en el atrio 
de la Iglesia frente a la puerta mayor a orar por 
un largo rato. 

— Este acto es para nosotros incalificable. 

— El Coronel Mongeiós, miembro de una de 



(1) El Míiriscal ordenó al entonces comandante. Patricio Escobar 
(hoy General) que enviara de su división dicha compañía. Impartió su 
orden al Comandante de batallón de Riflero, Capitán Villasboa, porque 
dicho batallón formaba parte de su divisi'in. 



106 

las familias principales del Paraguay, era edecán 
del Mariscal por mucho tiempo antes de alcanzar 
la graduación que teuiíi. Era de aspecto sajón; 
alto, delgado, rubio, de ojos azules, tuvo participa- 
ción en muchos conibates, y en todos iicreditó valor, 
decisión y arrojo. 

El General Itesquiíi asegura en sus Memorias 
(p. 143) giie Aquitio hahia concebido el plan de 
iisesiníiio del Mariscal con el Coronel Mongeiós, 
cinco oliciales y sus sargentos. 

Disentimos del General Resquiíi, en cuanto 
hace aparecer a Mongeiós, como cómplice. El 
mismo Mariscal le dijo a este en presencia de mu- 
chos que era inocente, pero que era culpable por 
su descuido, el cual había dado lugar a la for- 
mación de un conato criminal contra él. 

Habiendo sido inocente, lo aducido-por el Ma- 
riscal, no justiiicaba la muerte de Mongeiós, ni 
tampoco la de su segundo, el mayor Riveros que 
estaba en el misino caso. Fué un acto cruel y 
bárbaro, sin género de atenuación, como que el 
mismo en ¡lersona dirigió el juicio verbal de in- 
vestigación hasta su terminación. 

El Mariscal perdió la ocasión que se le pre- 
sentó para manifestarse grande y magnánimo. Con 
el perdón de los culpables, se hubiera elevado a 
las nubes, Una vez más confirmó lo que dijimos 
a su respecto en el Capítulo II p. 40 del presen- 
te tomo. 

Cuando tuvo noticia de que considerables fuer- 
zas brasileras se habían desembnrcado en los de- 
partamentos de Concepción y Rosario, con pro- 
pósito probable de operar contra San Estanislao, 
se apresuró a levantar de este punto el campa- 
mento, poniéndose en marcha el día 30 de Agosto 
por la mañana con <iirección a San Isidro. 

En efecto, en aquella Villa Concepción estaba 
ocu|)a(la por 6,000 hombres de las tres armas a 



107 

las órdenes del. General Cámara, y la Villa del 
Rosario por 5.000 al mando del famoso General 
Victorino, 

En San Estanislao dejó el Mariscal algunas 
tropas ligeras con el objeto de observar el movi- 
miento del enemigo. 

Al Haber que tos aliados se dirigían hacia Sun 
Joaquín, dispuso que el Coronel Kosen<lo IWmero 
a la cabeza de 2500 hombres que formaban la 
primera división fuese a ocupar la carretera del 
monte de Oaíkó, en preciiucioii de cualquier movi- 
miento hostil que por esa parte intentasen aquellos. 

KI 7 de Setiembre, 1869, nuestro Fjército acam- 
pó sobre la margen derecha del arroyo Capiibary. 
Al día siguiente, el Mariscal mandó lancear nnos 
cuantos más de su Escolta (pie, decían, estaban 
coriipticados con el complot de San Estanislao, 
según nuevas denuncias de Aquino, que como ya 
dijimgs antes, pocos días después murió. (1) 

De allí fueron despachados los Coroneles Sosa 
y üelvalle con la cuarta división de 2500 hombres, 
a gcupar la posición de Panadero, en el departa- 
mento de San Pedro, con instrucciones de establecer 
su. vanguardia sobre el Eio Verde. 

El 10 del propio mes de Setiembre, 1869 se 
dio orden de marcha, y atravesando las picadas 
de "ihábirain, Taiy caagñy v Paeohd, fué a acam- 
parse el Ejército sobre la margen derecha del arroyo 
Tandei-y como una legua más abajo del pueblo de 
San Isidro (Curuguaty). 

151 18 de Setiembre, una columna brasilera 
de caballería e infantería en combinación con las 
fuerzas de Villa Concepción al mando del coman- 
dante Pedriieza, marchó a las 3 de la madrugada 
contra BeUn-cué, a batir la fuerza nuestra allf 
acampada a las ordenes del comandante Cañete, 



108 

I 

Debe advertirse que para emprender esta ope- 
ración, el enemigo no tuvo necesidad de practicar 
previamente ningún reconocimiento, ¡Jorque Pe- 
drueza y Avala, jefe político de Horqueta^ co- 
nocedores de aquellos lugares, guiaron a aquel, 
indicándoles los mejores caminos para que no 
tuviera ninguna dificultad en la persecución de 
sus compatriotas que continuaban luchando he- 
roicamente a pesar de los escasísimos medios de 
defensa con que contaban. 

Cañete, al tener noticia de la venida y apro- 
ximación del enemigo en número muy superior, 
se retiró prudentemente <íon su fuerza, consistente 
en unos mil y tantos hombres a Sanguina^cué, 
dejando dos escuadrones de caballería en Belén-cuéy 
para entretener al enemigo mientras ejecutaba la 
operación de su retirada. 

lil 19 fué esta vanguardia de ('anete atucad'a; 
pero no habiendo podido conseguir el resultndo 
que buscaba que era el desalojo del paso del arro- 
yo Nardnguú que defendía, eí enemigo suspendió 
su ataque. El jefe de la vanguardia, aprovechan- 
do esta tregua, se retiró a incorporarse con el 
centro de la columna que se hallaba en esos mo- 
mentos en Itapytanguá, 

Los brasileros en número de 2.000, no encon- 
trando ya obstáculo en el mencionado paso^ con- 
tinuaron su avance a marcha forzada, y ese mismo 
día llegaron a Itapytanguá y atacaron a la colum- 
na de Cañete quedando dueños de aquella posi- 
ción. 

Cañete con el resto de sus gentes que no habían 
caído prisioneros/O no habían muerto, se internó 
en la rinconada de Sanguinacué, abandonando al 
enemigo dos piececitas de artillería que tenía y más 
de 1500 cabezas de ganados de toda clase. 

Cañete se portó bizarramente. Hizo lo que 



109 

huinaiiainente le fué posible hacer como militar, 
combatiendo con fuerzas muy superiores en numero 
a las suyas. 

El Capitán líoo, a la cabeza de 2(K)Ü hombres, 
estaba destacado en Tacuati, con orden de dar 
protección a las numerosas familias que, huyendo 
del enemigo de todas partes, iban a refugiarse en 
aquella población. El 2Udel mismo mes deSetiembre 
fué atacado por las fuerzas brasileras; y a pesar de 
una tenaz y heroica resistencia, fué derrotado con 
pérdida de unos 40 hombres entre inuertos y heridos. 
Y como consecuencin, todas las familias quedaron 
en poder del enemigo- 

El Capitán Roa con el resto de sus bravas 
tropas, se replegó a nuestro Ejército en Ygaiimí, 
donde a la sazón se encontiaba éste acampado 
sobie el arroyo Ytanaramí, dando noticias de cuan- 
to había ocurrido en l^acuati. 

VA orden cronológico que, en lo posible procu- 
ramos seguir en la relación de los sucesos, nos 
obligó saltar al departamento de Concepción. 

Ahora, obedeciendo a la misma razón, tenemos 
que volver a Tandei-y, para hacernos cargo de olios 
que, por su índole, tal vez sean los más graves de 
cuantos hasta aquí hemos ref'jrido, como luego 
se verá. 

En la Cordillera de San Joaquín paraje denomi- 
nado Hucurati/, estiii)an apostados los (Capitanes 
Duarte y Ocanipos, con una j)equeña guarnición de 
200 hombres más o menos. Una columna de las fuer- 
zas aliadas al mando del Conde D' Eu que mar- 
chaba en esa dirección atacó aquella posición el 
22 de Setiembre. La pequeña guarnición paraguaya 
defendió el pa.so con mucha bravura, tanto que 
consiguió rechazar a los asaltantes, haciéndoles una 
considerable baja en muertos y heridos. 

Los aliados, después de este rechazo, se pre- 
pararon a verificar otro ataque con más vigor; a 
cuyo efecto, reforzaron sus fuerzas. Los Capitanes 



no 

Duarte y Ocampos, eu vista de esto y convenci- 
dos de que sus tropas después de tanto pelear 
no estaban ya en condiciones de desplegar la mis- 
ma energía de antes, resolvieron retirarse cóma- 
lo hicieron, yendo a incorporarse a la división 
del Coronel Rosendo Romero que estaba en el 
monte de Caihó en dirección a Carimhatay, qve 
queda a corta distancia de San Isidro. 

El enemigo no teniendo ya más obstáculo que 
vencer, prosiguió su marcha hasta San Joaquín. 

La noticia de la ocupación de este pueblo por 
eL enemigo, cundió en el ejército, y llegó a oido 
del Corone! Venancio López y demás miembros 
de la familia del Mariscal haciéndoles concebir la 
idea de fugarse al enemigo. 

Kn San Fernando, Venancio López, por la 
espontaneidad con que declaró, mereció de su 
hermano la gracia del indulto. 

En Azcurra, sin embargo, sin que sepamos la 
causa, fué nuevamente preso y puesto en incómu- 
nicíjción. En la retirada de aquel punto, un ofi- 
cial a las órdenes del Coronel Marcó, jefe de la 
mayoría, fué encargado de su custodia; pero du- 
rante aquella prolongada y penosa marcha, sea 
por consideración o cualquier otro motivo, sé ha^ 
bía ido poco a poco ensanchándole la libertad," 
tanto que en Tandei-y, gozaba ya casi completa, 
sin haber habido para el efecto orden o autoriza- 
ción superior, permitiéndosele estar en relación 
intima con todos los de la mayoría y aún con 
personas extrañas a ella. Como quiera que sea, 
esta circunstancia se explica fácilmente, si se tiene 
en cuenta que Venancio López y Marcó, en tiem- 
po de paz, habían ocupado en la Asunción impor- 
tantes puestos públicos: el primero como mayor 
de plaza, es decir jefe de toda la guarnición de 
la Capital que en aquella época no bajaba de 
.4 a 5 mil hombres, y el segundo como jefe polí- 
tico que tenía a toda la población en un puño, 



ni 

sin dejarla siquiera resollar. El recuerdo de las 
relaciones de amistad y de compañerismo de aque- 
lla época y la fraternidad que un mal común en- 
gendra entre aquellos que lo sufren, habian con- 
tribuido indudablemente a que se hablasen y en- 
tendiesen y que Marcó, compadecido de la desgracia 
de su antiguo amigo, no solo le haya mitigado la 
rigidez de su prisión, sino que haya íiccptado 
cualquiera proposición que le hiciera aquel ten- 
dente a zafarse del poder del Mariscal. 

En prosecución de esta idea, Marcó de acuerdo 
con Venancio, después que supieron que el enemigo 
se habla apoderado de San Joaquín, hizo desertar 
de la Mayoría un cabo con una carta al general 
comandante de las fuerzas aliadas, pintando la 
triste situación de nuestro Ejército que no contaba 
con suficiente elemento para hacer una resistencia 
capaz de rechazar a su adversario, e invitándole 
finalmente a que avanzara sobre nuestro campamen- 
to en la plena seguridad de obtener un fácil triunfo. 
Desgraciadamente para ellos, las fuerzas aliadas 
en -esos momentos se encontríiban más o menos 
en iguales condiciones que las nuestras, viéndose 
por consecuencia, en la absoluta imposibilidad de 
aprovecharse de la invitación qué les ofrecía una 
magnífica oportunidad para concluir la guerra. 

Fracasado así este plan, trataron de echar 
manos a otros medios. 

El 15 de Octubre, 1869 aniversario del adveni- 
miento a la Presidencia del Mariscal, éste pasó al 
pueblo de Curuguaty^ y dio allí un almuerzo, a que 
fueron invitadas varias familias. A los postres, el 
Marical se entretuvo en conversación con una seño- 
rita de la Asunción^ algo locuaz, y agotándosela 
a ésta su materia de conversnción, de repente le 
dijo al Mariscal: he estado en la Mayoría y estuve 
conversando con Venancio que goza de muy buena 
salud. 

El Mariscal tomó nota de esta noticia, y a su 



112 

regreso ni Ejércitto o sea a Tandei-y, despachó un 
ayudante con orden de que Venancio López fuese 
nuevamente reducido a prisión, haciendo al mismo 
tiempo comparecer ante si el Coronel Hilario Marcó, 
jefe de la Mayoría. Interrogado sobre el hecho de la 
libertad de Venancio sin previa autorización suya, 
no acertó a dar una contestación satisfactoria: en- 
tonces el Mariscal le hizo conducir arrestado a 
una guardia que quedaba inmediata a la en x^ue 
estaba Venancio López. 

Este vio desde la distancia a su cómplice preso 
y pensando que estaba descubierta la trama, pidió 
al oficial que le le custodiaba que hiciese decir a 
su hermano que enviara uña persona de confianza 
para revelarle lo que habían proyectado. 

En efecto, el Mariscal envió primero al Ministro 
Caminos, después al General Resquin y por ultimo 
al Vice-Presidente Sánchez. A todos tres reveló 
de un mismo modo el |>lan de envenenamiento que 
había proyectado llevar a cabo contra el Mariscal. 

Hé ahí cómo fué descubierto el conato de en- 
venenamiento y nó por medio de una sirviente 
como aseguran algunos. 

Venancio López creyó que con la treta de una 
confesión expontánea semejante a la qué hizo en 
San Fernando, obtendría el mismo resultado que 
consiguió en aquel campamento, es decir, el perdón 
de él y de sus hermanos. Infelizmente se equivocó. 

A fin de formalizar el proceso, se crearon dos 
tribunales: el 1°. compuesto del Comandante Manuel 
Palacios y el (Capitán de Fragata Romualdo Núñez, 
y el 2°. del Coronel Avalos y el Sargento Mayor 
Bernardo Villamayor. 

Cuando Venancio compareció ante uno de esos 
tribunales, confesó sencilla y llanamente su com- 
plicidad con Marcó y varios oficiales de la Mayoría 
en un conato de asesinato por medio del veneno, 
a fin de terminar la guerra, habiendo tenido pre- 



113 

paradas dos canoas en el rio Curuguaty, (1) para 
tugarse en caso de fracasar ó^de una persecución, 
Marcó a su vez fué también convicto y confeso de 
la misma causa. 

Venancio, Marcó y su esposa Bernarda Barrios 
y el médico Castillo comprometieron en sus de- 
claracibnes a doña Juana Carrillo de López y sus 
dos hijas viudas Inocencia y Rafaela; a estas 
como conocedoras, y a la primera, como empe- 
ñada cooperadora del asesinato proyectado. 

Todos los que resultaron complicados en di- 
cho proceso: el médico Castillo y cinco o seis 
oGciales más de la mayoría, convictos y confesos 
del conato de envenenamiento y plan de fuga al 
enemigo, fueron pasados por las armas excepto los 
Coroneles Venancio López e Hilario Marcó. Este 
último fué ejecutado en el campamento de Zanja-hú 
al otro lado del monte de [gatimy después de ha- 
ber soportado los más crueles sufrimientos. (2) 

La madre del Mariscal, con sus dos hijas, fué 
trasladada en calidad de arrestada, de Sun Isidro 
a Igatimi. Cuando lleguemos a este punto se dirá 
lo que allí pasó. 

Algo debo decir acerca de la manera especial 
en que tuvo lugar mi ascenso a Coronel. 

Andaba bastante indispuesto y puedo asegurar 
que mi indisposición en tiempo, normal, me hu- 
biera justificado guardar cama. Tenía todo el 
cuerpo lleno de erupciones cutáneas que le man- 
tenían en una temperatura de fiebre constante. 



(1} Dichas canoas fueron halladas escondidas en el mencionado río. 

(3) No habiendo tenido yo ninguna intervención en la averiguación 
de los hechos o sucesos mencionados, los datos consignados me han sido 
proporcionados por los que tuvieron intervención directa en ellos, y 
que ai&n están vivos. Bl Coronel Aveiro, en un concepto equivocado, 
Como lo ha reconocido después, ha mezclado mi nombre al hablar de 
esos sucesos en su declaración de fecha 88 de Marzo de 187o, abordo del 
Igttatimi. Esa equivocación es muv comprensible, dada la circunstancia 
especialísima en que la tuvo que aar, conforme él mismo lo mnniflesta 
en la Nota al pie de la protesta que con fecha 3o de Junio dirigió al 
Jarfial de Comercio de Rio Janeiro cuyo documento va en el Apéndice 
de este tomo. 



114 

No había que quejarse, y como en esas regiones 
casi no pasaba un día sin lloveí'', se nos pegaba, 
empapada al cuerpo, la única ropa que llevá- 
bamos puesta. El único . testigo de mi sufri- 
miento era mi ordenanza. Este, condolido de mi 
estado, preparó una especie de untura que me 
propuso aplicar. 

Acudí a, su caritativa proposición, y al efecto' 
y a indicación del mismo,, me tendí al suelo bo- 
ca abajo. , - 

En esta circunstancia, v en el momento de 
dar comienzo a su operación curativa mi nuevo 
Galeno, se presentó ún ayudante del Mariscal, 
gritando: ¡Comandante Centurión^ le llama S, Ef... 

Al oir esta yoz, di un salto Como si no tuviera 
nada, coatestando en el acto: ¡allá voy! ..... Con 
el susto de tan inesperado llamamiento desapareció 
momentáneamente mí enfermedad, no sentí más 
dolor!,.... Apresuradamente me puse la blusa y 
la espada y volando me presenté al Cuartel General. 
Me cuadré delante del Mariscal que estaba sentado 
en un saloncito improvisado de su tienda de cam- 
paña. Al ratito salió y tomó asiento la. Señora 
Lynch; saludándome con sonrisa de amabilidad, 
¡en contestación a mi respectivo saludo. Luego 
apareció un sirviente con tres copas de cognac 
servidas en una bonita bandejita. La Señora Lynch 
cogió' la una, el Mariscal la otra, y señalahdo la 
última que quedaba me dijo: «tome esa copa». 
Provistos así los tres, el Mariscal haciendo una in- 
clinación de cabeza, dijo: A la salud del Coronel 
Centurión! Contesté con mi reverencia, antes de 
beber el contenido de mi copa^ dándole las gracias 
por la inrnerecida honra que acababa de conferirme. 

Muy lejos estaba yo de esperar que toda esa 
ceremonia iba a tener este desetilace. 

Un galón más lisonjea, como es natural, el 



115 

amor piopio de un militar, porque es un progreso 
eu su carrera que debe ser la justa aspiración de 
cuantos se sacrifican por su patria. 

Pero también .significa un deber más cuyo 
cumplimiento iba siendo todos los días más difícil 
por las aciagas, apremiantes y crueles circunstan- 
cias porque íbamos atravesando. La vida de uno 
estaba pendiente de un hilo: y sin más ceremonia 
que una declaración verbal, se Je hacía volver al 
otro mundo! 

En este concepto, un ascenso no era un halago, 
sino un peligro! 



CAPITULO Vil 



De Tandei-y a Igatimí. El Mariscal pide parecer para el 
enjuiciamiento de su madre doña Juana Carrillo de López. 
Marcó y su esposa procesados. Pancha Garmendia. La divi- 
sión del Coronel R. Romero se incorpora al Ejército. El 
Coronel R. Romero y Comandante José Páez parten a hacerse 
cargo de la columna de Tupí pytá. Manuel Trifón Rojas. 
Incidente personal con el Comandante Gaona. 



Kl 17 o 18 de Octubre, no recordamos bien, 
dio orden de marcha. Ese mismo día a eso de la 
1 p. m. pasamos el pueblo de San Isidro y fuimos 
a acampar, ya al ponerse el Sol en una cañada 
cerca de un boquerón. El General Delgado coman- 
daba en jefe las fuerzas destinadas a proteger la 
retaguardia de nuestro Ejército en marcha. Al 
día siguiente, al abandonar el último campamen- 
to, dejó al Mayor Verón a la cabeza de 500 hombres 
de caballería a la margen derecha del rio Curuguaty; 
a fin de proteger la retirada de la división del 
Coronel R. Romero del monte de Cahió^ con preven- 
ción al mismo tiempo de observar el movimiento 
de los aliados de Villa del Rosario hacia Curuguaty. 

El 20 del mismo mes, nuestro Ejército estuvo 
acampado entre el Jejui-Guazú y el Jejuí-mi. De 
allí, pasando por el puente de éste, fué a acamparse, 
el 23, a una legua de distancia de la Villa de Ygatimi, 
En este punto fué instalado un taller para arreglar 
o componer las armas inutilizadas. El Mariscal 



118 

que se preocupnbn de todo, había mnndado condu- 
cir allí con anticipación, y venciendo mil dificul- 
tades, las piezas de máquina necesarias para dicha 
instalación. Cuando el enemigo tuvo noticia de la 
existencia de dicho taller en punto tan apartado, 
no acabó de ponderar la actividad y tenaz per- 
sistencia de aquel hombre extraordinario, cuya 
laboriosidad v constancia eran verdaderamente sor- 
prendentes. 

El 28 del mismo mes fué atacado el destaca- 
mento de Curuguaty al mando del Mayor Verón 
por fuerzas aliadas. Después de una encarnizada 
refriega con pérdidas de una y otra parte, se retiró 
Verón a incorporarse ala vanguardia del General 
Delgado. El enemigo fiel a su táctica de siempre 
se apoderó de aquella posición, sin cuidarse de 
mandar perseguir a su adversario que iba en 
retirada. 

El General Delgado molestado por los aliados^ 
efectuó con sus tropas el pasaje del Éio Jejuí puazúy 
situándose en la margen derecha del mismo, espe- 
rando por momento ía llegada de los aliados que 
no aparecieron por ahí. 

Después de una permanencia de 7 días, nos 
trasladamos a Ygatimi. 

El Ejército pasó al otro lado del pueblo esta- 
bleciendo campamenlo a la margen izquierda del 
arroyo Itanarámí. 

El Mariscal instaló su cuartel General en una 
casa pajiza con culatas, al lado del camino real y 
rodeado de un gran narajal. 

* A mano izquierda del mismo camino yendo 
del pueblo, a dos cuadras de distancia más o menos, 
acampó la mayoría tomando su jefe para aloja- 
miento una casita de paja con culata al estilo de 
campaña. 

El Mariscal llegó a ygatimi^ y como es fácil supo- 



119 

ner preocupado del asunto de su climínnción por vi 
veneno, y decisión o fuga al enemigo de los com- 
plicados, en que estaban gravemente coraproinetidas 
su madre y hermanas. 

Dos o tres días después del establécienlo de 
nuestro campamento en lianarámi^ a fin de resolver 
sobre el enjuiciamiento de la niadre, reunió a su 
presencia al Vice-Presidente Francisco Sánchez, 
Luis Caminos, José Falcón, General Francisco T. 
Resquín, Comandante Manuel Palacios, Coronel 
Aveiro,Xapellanes José del Rosario Medina, Fran- 
cisco Solano Fspinoza y Fidel Maíz, el vque escribe 
estos apuntes y el Capitán, de Fragata Romualdo 
Niiñez. Todas estas personas, en el orden en que 
están nombradas, se sentaron al aire libre en unos 
bancos, formando semi-círculo en frente de una 
rnesá presidida por el Mariscal. 

Este pidió a cada uno su parecer acerca de la 
necesidad de hacer comparecer a su madre en juicio 
a responder a las acusaciones que contra ella se 
hicieron. Principió por don Francisco Sánchez, 
que ocupaba el primer asiento a la izquierda. Este 
dijo: «Za que V, E, kaga, estará bien hecho*. Al 
oir esta contestación, el Mariscal golpeó la mesa y 
soltando una carcajada, dijo: «/^Á, Sr Sánchez, me 

ha tirado Vd. por tablar/ : Caminos y los otros 

que siguieron hasta llegar a Aveiro, opinaron que 
el Marical debería de sobreseer la causa a favor de 
su madre y que era mucho más noble ver a un 
hijo perdonar que no castigar las faltas de uña 
madre. El Coronel Aveiro manifestó que a su 
juicio, era de necesidad la comparecenciaí de doña 
Juana C. de López ante la justicia a responder 
a los cargos que pesaban sobre ella, no precisa- 
mente para sujetarla a las resultas o consecuencias 
de la causa, sino simplemente para constatar el 
hecho de.su falta, de manera que pudiese así en- 
mendarse en adelante de los errores religiosos v 



120 

morales (1) que padecía, foda vez que el Gobierno, 
por las facultades extraordinarias que le acordaba 
la ley y el derecho de gracia dé que gozaba, podía 
al final librarla de todo. Los demás qué seguían 
a Aveiro opinaron lo mismo que los primeros. 
Cuando llegó su turno al Padre Maiz, éste discutió 
largamente con el Mariscal que escuchaba y reba- 
tía las oportunas citas de las Sagrada Escritura que 
aducía en apoyo de sus argumentos el ilustrado sa- 
cerdote a favor dé la madre del Mariscal. Yo estaba 
temblando de miedo calculando que aquel debate, 
que evidentemente contrariaba los propósitos de 
éste, tuviese un desastroso fin para el padre Maiz. 
Felizmente terminó con la aparente derrota de éste. 
En seguida se dirigió a mí: ¿y Vd. qué piensa'? 
Exnao. Señor, me adhiero en un todo a la opinión 
del padre Maiz, le contesté. El Capellán Romualdo 
Núñez, que ocupaba el último asiento, hizo lo mismo. 

De modo que solo el CoronelJAveiró estuvo por 
el enjuiciamiento. El Mariscal desestimando el 
parecer de la mayoría, declaró, no sin sorpresa de 
todo el mundo, que el único que estaba en lo 
cierto era aquél; extendiéndose en consideraciones 
de orden moral en el sentido de justificarla nece- 
sidad de adoptar el procedimiento aconsejado por 
Aveiro. «No cabe» decía, «hacer otra cosa en «pre- 
sencia de la sangre de tantas gloriosas víctimas 
que aún está humeando en los campos de batalla». 

Desde que la opinión de la mayoría no debía 
de prevalecer, '¿qué objeto tenía aquella reunión? 

Pero conste en honor del Ejército y de la hu- 
manidad, que ésta condenó, en la forma qué fué 



(1) Refiere el mismo Aveiro y otros de los jueces snmareantes, que 
la incrednlidad de la señora Carrillo de Liópe« habia llegado hasta el grado 
de negar la existencia de Dios blasfemando contra él j profiriendo terri- 
bles imprecaciones contra sus h^os, a quienes con el crucifijo en la mano 
les habia hecho jurar para que no declarasen nada eu caso de ser llamados 
a declaraciones. 

Efectos de la rabia que produjo naturalmente en su ánimo al rerae 
contrariada por el fracaso de sus planes. 



121 

posible hacerlo, el proceder que luego adoptó el 
Mariscal con su desgraciada madre. El Mariscal, 
una vez más hizQ lucir la omnipotencia de su padre, 
exponiendo su nombre a la censura y a la crítica, 
cuando pudiera haber salvado toda responsabilidad 
apoyándose en el dictamen de la mayoría, 

Pero sea de ello como fuese, y poniendo de 
lado la mencionada junta, opinamos que la reso- 
lución del Mariscal se presta a algunas reflexiones, 
Y no vamos a entrar en éstas con ánimo de dis- 
culpar al Mariscal, pues comprendemos que hay 
actos o hechos mandados ejecutar por él que no 
pueden merecer ninguna disculpa, aún teniendo 
en cuenta la diñcilisima circunstancia en que se 
encontraba: cabe suponer que haya querido so- 
breponerse a los sentimientos filiales para poder 
cumplir con toda la independencia e imparcialidad 
a que los altos deberes como magistrado supremo 
le obligaban en los momentos solemnes de la de- 
fensa nacional, y en un asunto o causa verdade- 
ramente grave que le creaba una situación bas- 
tante difícil. 

En efecto, <-,qué juicio hubiera merecida el 
Mariscal de nacionales y extranjeros, de amigos y 
enemigos, si prescindiendo de los suyos, se hu- 
biera concretado a enjuiciar y castigar a los ex- 
traños? De seguro que esa prescindencia o excep- 
ción a favor de sus parientes, hubiera sido califi- 
cada como una odiosa y repugnante parcialidad, 
como un egoísmo monstruoso y sin paralelo . . . 

El auto de allanamiento de su madre que, a 
"pedido de los jueces, dictó después en Zanja-hú 
*'y que dice: "Sea interponiendo desde ya para 
**su tiempo todo mi valer en favor de mi madre, 
"y en el de mis desgraciadas hermanas, todo aquello 
"que la salud pública 'pueda aún permitirme (1),'' 



(1) Véase la exposicidn de Manuel Palacios ano de los jueces en e^ 
Apéndice de la obra de Masterman que su traductor David Lewis, creyó 
conveniente agregarle, a pesar de la acritud de sus notas a la misma obra. 



122 

manifiesta que a pesar de aquella resolución^ el 
hombre no se había desprendido por completo^ 
no había cerrado el corazón, a las consideraciones 
a que naturalmente le eran acreedoras su madre 
y hermanas. 

Por otra parte, motivos fundados existen para 
creer que el Mariscal se inspiraba en las obras 
de los autores antiguos de que era asiduo lector 
en tiempo de paz durante su permanencia en el 
Paso de la Patria. . , 

La civilización antigua, como es sabido, que- 
da muy atrás de la actual en cuanto al desarrollo 
y práctica de los sentimientos de humanidad, dé 
caridad y de filantropía, los cuales eran poco me- 
nos que desconocidos entonces. Esos sentimien- 
tos, o más propiamente, esas virtudes, son hijos 
del Cristianismo. Lo que alcanzó un alto grado 
de desarrollo, fue el sentimiento patrio como lo 
comprueba la historia de los hechos más extraor- 
dinarios porque se distinguieron los ciudadanos 
más eminentes de Grecia y Roma. Un acto, mi- 
rado entonces como una manifestación de grande- 
za de alma, hoy tal vez seria considerado como 
una extravagancia, una exageración o una locura. 
Y aunque hasta cierto punto parezca una contra- 
dicción, está reconocida como una verdad corrien- 
te que «el sello característico de nuestro siglo es 
el positivismo que tiende a materializar o a mer- 
cantilizar todo. 

Ese espíritu de profunda abnegación, esa fé 
inquebrantable en el triunfo de la justicia y de la 
verdad, y esa decidida voluntad en defensa de una 
causa o de un principio llevada hasta el sacrifi- 
cio de antes, ha desaparecido, y todo se reduce y 
disuelve al cálculo de tanto por ciento. Y como 
bien dice V. Hugo. «Hoy hay muy pocos judíos 
que sean judíos, muy pocos cristianos que sean 
cristianos. No se desprecia ya, no se odia ya, por 
que )^a no se cree. Inmensa (desgracia! Jerusalén y 



Salomón cosas muertas •Roma y Gregorio Vil, 
cosas muertas. Solo existen Piuís y Voltaire» (LH- 
ierature et Philosopkie meléfs, pg. 37). 

Un poco de historiíi ayudará a explicar mejof 
nuestro pensamiento. Después déla expulsión de 
los reyes, se creó en Honia un gobierno consular 
compuesto de dos cónsules; Junio fíiuto y Turquino 
Colatino. Pero la Mhertad que- acordaba de con- 
quistar los patriólas romanos, estuvo a punto de 
perderse por la astucia y la traición. Algunos miem- 
bros de lajuventud romana, amigos de ios Tarquí- 
nos, proyectaron recibirá los reyes de noche en la 
ciudad, y consiguieron asociar a su proyecto a los 
mismos hijos del Cónsul Bruto. Uno dé los escla- 
vos de ésle, se apercibió del complot y lo denunció 
a los Cónsules. Una carta dingt<la a los Tarquines 
fué tomada y presentada como prueba de la traición. 
Los traidores fueron arrojados a la prisión y en- 
seguida condenados. Viéronse entonces atados al 
poste jóvenes de las familias más distinguidas; pero 
sobre lodo los hijos del Cónsul atrajeron la mirada 
compasiva de las gentes que se agrupaban a contem- 
plar aquel triste espectáculo. Los Cónsules sentado.s 
en sus poltronas, se encontraban presentes, y asi 
que ordenaron a los lirtores. éstos desnudaron a 
los culpables, los azotaron y luego les cortaron la 
cabera. 

Bruto no solo fue testigo del suplicio, sino que 
presidió la ejecución de sus hijos, olvidando, dice 
la historia, que era padre para obrar como Cónsul. 

¿Cómo se habría mirado ese Bruto en nues- 
tros días? 

Sencillamente como un monstruo abominable, 
de una crueldad inaudita! 

Pero no nos anticipemos y prosigamos. 

El rey Tarquino, después de este fracaso, pro- 
curó reconquistar el trono a viva fuerza: su hijo 
Arnus comandaba la caballería de vanguardia; más 
atrás venia el rey en persona a la cabeza de sus 



124 

legiones. Los Cónsules salieran al encuentro del 
enemigo. Bruto iba por delante despejando o ex- 
plorando el camino. 

Arnus se apercibió de él, y, montado en có- 
lera, picó el caballo y se dirigió al Cónsul. Este 
no se hizo esperar, y se presentó a hacer frente 
a su adversario. El choque fué tan terrible, qiie 
ambos se traspasaron simultáneamente con sus 
lanzas y cayeron a un tiempo muertos. Sin em- 
bargo, el rey Tarquino fué derrotado. El otro 
cónsul sobreviviente hizo su entrada triunfal, en 
Roma, y rindió a su colega Bruto los honores 
fúnebres con el revestimiento de la más suntuosa 
pompa. 

Las damas romanas llevaron luto por Bruto 
durante un año como si hubiera sido padre de 
ellas. (1) 

Honraron así la memoria de Bruto, porque, 
sin duda, no vieron en él otra cosa que un abne- 
gado patricio que tuvo la sublime virtud de mo- 
rir en defensa de la libertad de su patria. 

Por otra parte, no debe perderse de vista que 
la defensa nacional o sea la salvación de la patria, 
era una idea encarnada no solo en López, sino 
en todos los ciudadanos que le acompañaban. Lo 
que contribuyó poderosamente a alimentar y encen- 
der el fanatismo patrio en ellos fué, a no dudar- 
lo, el Tratado Secreto de Alianza, en que entre 
otras cosas, estaba estipulada la repartición del te- 
rritorio |)ara<4nayo (¿irt. 16). Dicho tratado era la 
bestia negra que precipitaba a cada paraguayo a la 
muerte, porque para éste a mérito de esa razón la 
guerra llegaba a ser de vida o muerte; para él no 
había más disyuntiva que libre o esclavo^ que 
PATRIA o MUERTE. Y la peregrinación ¿ Cerro 
Cora, con todas las angustias de sus múltiples 



(1) De tiris Ilustribus Ürbt's liorna o Romulo ad Auguetum Junius 
Brutus romanorum cónsul primos, sorore Tarquini natus. 



125 

incidencias, es una comprobación de la verdad de 
este hecho. Esa peregrinación no era una imbe- 
cuidad^ sino efeclo de una idea sublime llevada 
al máxin^o de intensidad de qi;e es capaz el amor 
a la tierra que vio nacer a cada uno,— el amor 
al liogar,— el cariño al nido donde al calor de 
esa lu2 bella que vemos en la dulce cuna, se in- 
culcan nuestra felicidad y la esperanza en la más 
risueña y encantadora ilusión del porvenir. 

En ese amor al suelo sagrado de la patria está 
compendiado todo cuanto hay de grande y de su- 
blime, y cualquier atentado o amenaza contra él, 
aumenta y aviva ese sentimiento hasta un grado 
incalculable. «Hay en el país natal, dice Ovidio, yo 
«no sé qué de dulce que nos llama, que nos en- 
«canta y que no nos permite olvidar» es decir, se 
sentimiento de profundo cariño que experimentó 
Ulises, errante lejos de su tierra nalal, para solo 
desear por toda felicidad apercibir el humo de su 
palacio! \Imbecilidad! Expresión de un asno con 
figura humana; desconocimiento del más sagrado 
fuego que arde en el pecho de cada ser humano. 

Pero pongamos término a esta digresión y rea- 
sumamos la hilación de nuestro relato. 

Mientras las cosas pasaban como quedan refe- 
ridas más arriba, los tribunales continuaban fun- 
cionando en ftanarámi en prosecución de la causa 
incoada en Tandéi-y. 

En el curso de ella, resultó por las declara- 
ciones de Marcó y su esposa Bernarda Barrios, 
complicada la Pancha ¡Garmendia en el conato de 
envenenamiento que constituía el fondo y objeto 
principal del proceso. 

Los jueces entonces dispusieron su compare- 
cencia. Un sargento de infantería fué enviado a 
buscarla de donde se encontraba junta con otras 
mujeres cofinadas de resulta de la célebre causa 
seguida en San Fernando. 

Una tarde ya al ponerse el Sol, venía pasando 



123 

con dirección a la mayoría con su acompañado. 
La vio el Mariscal que se hallaba en ese momento al 
lado del camino próximo al Cuartel General y 
preguntando quien era la que pasaba, uno de los 
presentes que estaba a su lado le dijo que era la, 
Garmendia. La hizo llamar y así que se presentó 
ordenó al Sargento que se retirara a su cuerpo. 

Se encontraban presentes en ese momento las 
siguientes personas: el Vice-Presidente Sánchez, 
los señores Caminos y Falcón, los Generales Kes- 
quin y Caballero, los Coroneles Patricio Escobar, 
Silvestre Carniona y Aveiro, el que escribe estas 
memorias, el Capitán de Fragata Romualdo Núñez, 
los Comandantes Mauricio Benítez y Manuel Pala- 
cios, los Capellanes Maíz y Espinoza y varios 
ayudantes de servicio; 

Después de los saludos y cumplimientos de 
urbanidad^ el Mariscal en presencia de todo el 
mundo dijo a la Garmendia: Que era conducida 
a comparecer ante sus jueces a prestar declaración 
en una causa grave en que estaba sindicada de 
complicidad, y que le pedía como un servicio 
especial que cuando fuese interrogada, depusiese 
la verdad sencilla v llanamente tal cual ella tupiere 
conocimiento o participación. La Garmendia algo 
agitada y con viveza le interrumpió diciendo: ¡oh, 
soy una mujer incapaz de mentir, y desde ya puede 
preguntarme lo que desea saber. 

El Mariscal le observó que no era él quien 
debía interrogarla, sino sus jueces; y que era para 
ante éstos que le pedía lo ya dicho. Que era escu- 
sado que le interrumpiese, que el caso de que se 
trataba era serio, de toda seriedad. Que le escu- 
chara y pesara en todo su valor sus palabras y su 
recomendación de franqueza y sinceridad. Que el 
servicio que le pedía, no solo se la encarecía sino 
hasta le rogaba la prestara como un recuerdo de 
las relaciones de antes. Que si. así lo hacia le 
prometía delante de todos I03 señores presen- 



127 

tes, bajo la fé de su palabra de Jefe supre- 
mo de la Nación, que acto continúo a su de- 
claración franca firmaria su absolución y completa 
libertad; pero que si no procedia asiV, lo que no 
esperaba, le privaría de esa satisfacción porque su 
negativa le pondría maniatado, sin porder así fir- 
marle la libertad prometida. En este sentido abun- 
dó su encarecimiento previniéndole además, que 
daría órdenes a sus jueces de no asentar su repuesla 
negativa, si sensiblemente así sucediera, hasta que 
recibiera nuevas órdenes. 

Le manifestó también que ya anteriormente, 
debiera haber comparecido en San Fernando ante 
otros jueces por otras causas no menos graves, 
pero que él entonces le había servido de escudo 
y de esa manera se había salvado o no había tenido 
que sufrir penalidades y todo por la amistad de 
que ha hecho mención antes, agregándole que de 
esta vez no le era posible proceder de igual modo 
con ella, por la seriedad que le tiene significada; 
pero que mediante el servicio que le pedía, podría 
todavía hacer en su favor lo que le había prometido. 

Después la invitó a que le acompañase en su 
mesa, y mientras llegaba la hora, la hizo pasar 
hacia donde se hallaba la Lynch. 

Terminada la cena, ya a altas horas de la noche, 
se levantaron j en presencia de los señores Sánchez, 
Caminos, Resquín y Caballero, (\) le reiteró su 
consejo y pedido, y enseguida fué conducida a la 
mayoría a guardar arresto con recomendación de 
ser bien tratada. Efectivamente en la Mavoría se 
le dio una pieza donde pasó el resto de la noche. (2) 

"Al día siguiente» prosigue Aveiro en su re- 
"lación que va en el Apéndice de este tomo, en 



(1) Yo ya no estaba allí 

(2) Hasta aquí venimos ^siguiendo la relación del Coronel Aveiro, 
casi literalmente por ser miiy verídica y exactísima, tal cual sucedió el 
caso que relata; el que escribe estos apuntes, ha sido también uno 
de los testigos presenciales. 



128 

^^contestación a mi carta fecha 24 de Abril de 1890, 
''fué llamada por los jueces, a quienes vd. los co- 
"noce, viviendo aún hoy dos de ellos; se le hizo 
**la interrogación en términos genéricos, y respon- 
"dió no dar razón sobre el punto interrogado ni 
"sobre otro alguno, que era inocente de todo. 
"Sin escribirle, por supuesto la respuesta negativa 
"porque asi era la prevención del Mariscal a los 
"jueces instructores, se le dio aviso y entonces 
"ordenó que se le diera tregua para reflexionar y 
"contestar, enviando durante tres días enteros que 
"duró aquella espera, de mañana y tarde, ya a 
"Camino y Falcón, ya al Coronel Aguiar, ya a 
"Resquín y ya al mismo Vice-Presidente Sánchez 
"y a mí, todos repetidas veces a instarle que no 
"persistiera en la negativa sobre hechos averiguados 
"que por su franqueza, por más comprometida 
"que fuera mantenía su compromiso a su favor 
"hasta que inalterable ella, por último, al cuarto 
"día creo, se la mandó decir por Caminos, que ya 
"que persistía en su tenacidad, la abandonaba a 
"la acción libre de la justicia, para que se obre 
"con ella lo que mereciera ya que había despreciado 
"su palabra. Tal es el resumen y sentido de lo 
"que pasó entre el Mariscal y la Garmendia. 

"Se escribió su negativa a la pregunta que 
"estaba pendiente y acto continuo se ordenó un 
"careo con Ja esposa de Marcó, la señora Barrios, 
"su principal acusadora al par de su marido, quien 
"empezó a recordársela punto por punto, los sitios, 
"dichos, actitudes, hechos, proyectos y personas 
"que intervinieron, y entonces como rehecha la 
"Garmendia muy conmovida y derramando lágri- 
"mas dijo: que ya que veía que todo estaba ave- 
"riguado, en fuerza de la razón confesaba que era 
"cierto, pidiendo a los jueces que intervinieran 
"en su favor para ante el Mariscal a fin de noretirar- 
"le su promesa. Y retirada la Barrios empezó ella 
"a relatar, respondiendo a los interrogatorios todo 



129 

"lo hubo y sabia, completamente de acuerdo con 
"las declaniciones de Ins personas que la habían 
"citado. Y el Mariscal a quien se hizo présente 
"su pedido contestó: no se ha fiado en mi palabra 
"y basta/ . . . 

**Esta reminiscencia y relato, tal vez se ponga 
"en duda por algunos que quieran ensalzar el 
"nombre y memoria de aquella desgraciada mu- 
"jer para enlodar más y anatematizar al hombre 
"a quien le locó t;m funesto papel. 

"No obstante el relato es la verdad, v como 
"llevo dicho muchos de los nombrados aún vi- 
"ven». (1) 

He ahí la relación exacta de cuanto hubo res- 
pecto á la Pancha Garmendia^ según pasó ante las 
personas nombradas, de quienes aun viven algunos. 

1^ historia, fiel espejo de los acontecimientos 
pasados y juez inexorable, como expresión de la 
conciencia humana, dará su veredicto con la fría 
imparcialidad que incumbe a su alta y noble mi- 
sión en este asunto de tan triste recordación. 

Volviendo ahora a los negocios militares, de- 
bemos consignar que el Coronel R. Romero con su 
división, ' se incorporó al Ejército Nacional en 
Itanárámí. 

El Mariscal, preocupado de la provisión de 
ganado para el consumo del Ejército que empe- 
zaba a sufrir los crueles efectos de la escasez de 
víveres, resolvió colocar jefes activos y enérgicos 
a la cabeza ¡de la columna de Tupi pytá^ hasta 
entonces comandada interinamente por Cañete 
desde la calda de Galeano, y al efecto nombró al 
(-oronel R. Romero v al teniente Coronel José 
Píiez, aquél como I*' y éste como 2° comandante 



(1) Remito al lector que quiera enterarse de otros detalles intere- 
santo al documento citado el cual obra íntegro en el apédice. El Oene- 
ral Resquii) es muy deficiente é inexacto sobre este puuto, como 8obr« 
muchos otros sucesos. 



I ^^Lim^mmmm^ii. 



130 

de aquella columna. Fueron despachados a me- 
diados de Noviembre con especial recomendación 
de recoger todo el ganado, vacuno que hubiese 
en las estancias de Tacuaras v Pedernal. Yba con 
ellos, acaudillando una cuadrilla de espías^ el al- 
férez Luis Molinas, (hoy Sargento mayor) a objeto 
de servir en la vanguardia de la columna de Ro- 
mero, como explorador, a lo que casi siempre ha 
sido destinado dicho oficial. 

Hablaremos más detenidamente de los sucesos 
del Departamento de Concepción en el siguiente 
Capítulo. 

Dijimos en el Capítulo IV, que don Manuel 
Trifón Rojas, de redactor principal de La Estrella 
que se publicaba en Piribebuy, había sido destina- 
do a servir de soldado en un batallón, por ciertas 
intrigas que algún enemigo suyo hizo llegar contra 
él al Mariscal. 

Un día, en cumplimiento de mi deber como 
jefe de la mayoría, anduve recorriendo los cuer- 
pos de infantería acampados cerca de la mayoría, 
y con no poca sorpresa encontré a don Trifón 
Rojas tendido en el suelo, más muerto que vivo, 
por la suma debilidad que le tenía postrado. 

Para intundirle algún aliento, le dije: 

— ¡Ola! amigo Rojas, qué le pasa; parece que 
vd. está abatido. Nada de cobardía, ánimo y valor!... 

Me contestó con una vocesita muy débil. 

No, señor, no estoy desanimado; pero me en- 
cuentro algo indispuesto . . . 

— Pues lo siento; pero no tenga cuidado, ahora 
fe vamos a curar, le dije y lo dejé. 

Por supuesto no se necesitaba la ciencia de 
Galeno ni de Hipócrates para descubrir que la 
enfermedad que padecía era la epidemia reinante: 
el hambre! 

A mi regreso a la mayoría, mandé orden al 
jefe del batallón para que me enviara al soldado 
Trifón Rojas, a prestar servicio en dicho cuerpo. 



131 

En eftícto, ie tuve conmigo en calidad de escri- 
biente hasta la marcha de nuestro ejército de ese 
panto a la margen derecha del Arroyo Guazú. Que 
el lector juzgue de mi atrevimiento, pues todo eso 
. lo hice en obsequio de mi antiguo amigo, señor 
Rojas, sin conocimiento del Mariscal! ... 

Cuando devolví a su cuerpo que fué momen- 
tos antes (le levantarse e) campamento, estaba 
sano y robusto;, sin embargo, no había podido 
soportar- la larga y [)enosa marcha al través del 
monte Igatimi. Sucumbió antes de salir al otro 
lado^ según noticia que me dieron los que llega- 
ron después a Arroyo Guazú. 

Hasta ahora lo srento; era hombre, preparado, 
y si hubiese vivido, hubiera prestado importantes 
servicios a su país. 

Hago mención de él no solo porque sea per- 
sona instruida, sino porque gozaba de considera- 
ciones en la sociedad paraguaya, consideraciones 
bien merecidas por su cultura e inteligencia. 

En aquellas alturas, a medida que aumenta- 
ban las dificultades con que tuvo que luchar el 
ejército en marcha, mayores eran las exigencias 
en e¡ servicio, haciéndose todo bajo la presión 
de un rigorismo que rayaba en lo absurdo. A cada 
Jefe se le hacía responsable de cuanto tenía a sus 
órdenes; i)ero de una manera tan absoluta, que 
tenía que responder aún de las faltas ocurridas 
en su cuerpo: hasta de la deserción de un solda- 
do de su mando. Así se le obligaba a vigilar a 
todas horas personalmente, de día y de noche, a 
todas las gentes bajo sus órdenes. Si se alrasaba 
en la marcha una carreta con útiles para los tra- 
bajos de zapa por la insuficiencia de los elemen- 
tos de movilidad, se le hacía severos cargos al 
jefe, tratándole de inútil, o (\e falto de actividad 
en el servicio^ que constituía poco meriOs que un 
delito digno de castigo. Resultaba de este sistema 



132 

de rigor, que ninguno gozaba tan siquiera de un 
momento de tranquilidad; todo era zozobras, agi- 
tación y miedo. 

Dos días antes de levantarse el campamento 
de Itanarami, para continuar nuestra marcha rum- 
bo a Arroyo Guazú, recibí parte de que el Coman- 
dante G. . . . (1) encargado de la conducción de 
las carretas de la señora Lynch, había mandado 
llevar arbitrariamente de la bobada de la mayo- 
ría, tres yuntas de bueyes para completar el nú- 
mero que le hacía falta a fin de ponerse en mar- 
cha. 

La mayoría era también- cuerpo de zapadores 
y a esta razón casi todas las carretas que llevaba 
iban cargadas de útiles indispensables para abrir 
picadas en los montes, liacer puentes, componer 
caminos etc. Estos trabajos eran frecuentes du- 
rante la marcha, llegando a ser de suma e indis- 
pensable necesidad de que aquellos vehículos no 
quedasen resagados. 

Por todas estas circunstancias el parte que 
recibí me produjo una impresión bastante desa- 
grable. primero, porque el posible atraso de 
mis carretas por falta de los bueyes que llevaron 
podría acarrearme una seria responsabilidad, acom- 
pañada de consecuencias tal vez funestas para mí; 
y segundo, porque me dio mucha rabia que el 
Comandante G. . . . faltando a un deber de corte- 
sía y de respeto al superior, hubiese mandado lle- 
var los bueyes sin solicitar previamente la orden 
correspondiente de la mayoría o tan siquiera par- 
ticipárselo. Tan grande fué el disgusto que esto 
me causó, tanto más cuanto que consideraba la 
acción de G. . . . como una ofensa a la dignidad 
del puesto que ocupaba que no pude contenerme 



(1) Aún viye y es yeeino de Limpio. 



133 

más, y prorrumpí en alta voz: ¿Quién es ese Co- 
mandante carretero que se permite (nandar llevar 
los bueyes de la mayoría, sin. recabar préviamen- 
•*te la orden de su jefe ni tan siquiera tener el 
•'comedimiento de participárselo cual era de su 
deber?» 

«No faltó quien fuera con el soplo a G. . . . 
informándole de que yo le habla apellidado, Co- 
mandante carretero! 

G. . . . , sin pérdida de tiempo fue en queja 
contra mi ante el Mariscal, que, sea dicho de pa- 
so, acogía todas clases de denuncias con particu- 
lar favor, como evangélicas'^ sin figurarse jamás de 
que pudieran ser mentiras o calumnias. (1) 

Al día siguiente a eso de las 9 de la mañana 
me mandó llamar el Mariscal. Estaba sentado 
debajo del naranjal a alguna distancia de la casa 
que le servía de vivienda. En cuanto llegué don- 
de se encontraban los ayudantes de servicio a 
distancia de unos 20 metros, uno de ellos me pi- 
dió la, espada ¡Mal indicio! Luego llegué hecho 
así un reo a presencia de aquel, sin que yo su- 
piese la causa de mi delito. En esto me interrogó: 

¿,Qué es lo que ha andado diciendo? 

— Exmo Señor, yo no recuerdo lo que pudie- 
ra haber dicho le contesté. 

— Si, hágase el olvidado, ¿o desconfía vd. de 
mi justicia? prorrumpió con una voz áspera e im- 
periosa. 

— Exmo. Señor . . . iba a replicar, pero me 
interri|mpió con el grito de ¡ayudante! . . . 

Se presenta este y le ordena: llévelo allá, se- 
ñalando con la mano la orilla del naranjal, sin 
dejarme tiempo para decir una palabra más. 

Al partir de allí tenia la plena convicción de 
que iba a ser fusilado. Morir en la flor de la 



(1) Téase lo que dije a este respeto en las páginas 862-363 y signlen- 
tes del tomo I. 



134 

juventud, con la conciencia de no haber íaltado 
ai cumplimiento de sus deberes, me ha parecido 
uno de los trances más duros y crueles en qile 
puede encontrarse un hombre, y de llapa, sin sa- 
ber porqué! ... 

El ayudante me condujo a la extremidad del 
naranjal, al otro lado del cuartel general, donde 
se encontraban formados en círculo diez o doce 
jefe y oficiales. El Coronel Aguiar había sido el 
designado para dirigirla representación de est;? farsa 
Me hízofentrar dentro del círculo y luego pidió a G... 
que estaba en la fila, su despacho de ascenso a 
Teniente Coronel. Lo sacó del bolsillo v se lo 
entregó. Entonces Aguiar lo leyó en alta- voz y 
asi que terminó, me preguntó: /,Está vd. enterado 
de que el Señor, señalando a G. ... no es un co- 
mandante carretero'} 

Recién entonces caí en la cuenta, y compren— 
di la causa de tanta ceremonia, Todo'habia estado 
arreglado para darme un susto, con menoscabo 
de mi honor y de mi dignidad. Verdad es el que 
el Mariscal, como ya dije en alguna parte de 
estas memorias, no respetaba para nada el amor 
propio, la opinión ni dignidad de los que estaban 
a su servicio. Quiero decir que el mismo se en- 
cargaba de ajar y de pisotear los honores con que 
había creído justo distinguir a los más leales y 
dignos servidores de la patria. 

Con mi contestación afirmativa al Coronel 
Aguiar, se disolvió el círculo, y yo volvídonde esta- 
ba el Mariscal, que me mandó dar otra vez la espa- 
da, y sin decirme más nada, me retiré a mi puesto 
con los ojos inundados de lágrimas. 

Francamente hubiera preferido que me hubie- 
se mandado fusilar antes que hacerme sufrir, con 
desprestigio del elevado puesto que ocupaba, el 
bochorno y la vergüenza porque se me hizo pasar. 
Y eso para dar cumplida satisfacción, con mi humi- 
llación a un subalterno! 



135 

¿No hubiera sido suficiente que el mismo Ma- 
riscal me hubiese hecho una reprensión por la 
falta en que había incurrido en un momento de 
acaloramiento, previa explicación circunstanciada 
de los antecedentes que habían dado origen ai 
hecho? El lector juzgará. 

El 28 de Noviembre de 1869 por la mañana 
se puso en marcha el Ejército de Itanárami con 
rumbo al Arroyo Guazú en cuya margen derecha 
se estableció el nuevo Campamento el 2 de Diciem- 
bre del mismo año. 

Puede decirse que en Itanárami principió el 
Ejército a sufrir verdaderas penurias y hambre, 
porque la ocupación de Concepción por el enemigo 
no permitía la remesa de ganado, y tuvo que con- 
cretarse a consumir los pocos animales que se 
habían llevado del Sud. 

El paraje ocupado por el Ejército dista poco del 
campo de Panadero^ y a menudo se le daba esta 
misma denominación, aunque impropiamente^ creo. 



CAPITULO VIII 



Campaña del Departanujato de Villa Coucepción. Roi|ií^io y 
Pé.^z: Provectos de defección de éstos. El Coronel Genea v el 
Mayor Vicente Carmona reemplazan a aquellos. Ejecuciones. 
Combate de Lamas Ruguá y dispersión de los que for- 
maban la columna Tupí Pytá. Degüello de prisioneros por 
lo;í aliados. Única remesa de ganado vacuno enviado por el 

Comandante Ürbieta, 



Como dijimos, el Comandante Cañete fue reem* 
pl^zado en el mando de la columna de Tupi pytá 
por el Coronel Rosendo Romero y el Comandante 
José Páez, que partieron de Itanárami con dirección 
al Rio Verde donde a la sazón se encontraba aquella* 

Así que aquellos jefes se hicieron cargo mar-, 
charon con la columna al Panadero-, de este punto 
a Tacuati^ de allí- a Horqueta y de este a Echeverría 
cué distante como una legua del Paso Riveros-cué^ 
en el Aguar ay-guazú. Recorrieron esas inmensas 
distancias a marchas forzadas, para escaparse de 
ta persecución del enemigo, abandonando en los 
caminos a las tropas que enfermaban o no podían 
caminar más de cansancio. El enemigo persiguió 
al principio, pero luego cesó en su persecución. 
Romero y Páez desde luego no manifestaron deseos 
de combatirle; de lo contrario hubieran tomado 
posición en algún punto estratégico para defenderse 
con ventaja. 

En esas marchas celebraban los jefes frecuenteü 
conferencias, tomando parte en ellas los padreíi 



rss 

Vázquez y Ortellado, y según versiones de perso- 
nas que aún viven y que formaban esa columna^ 
se comunicaban por conducto de un cabo Sarna- 
niego^ con uno de los encorazados surto en el rio 
frente a San Pedro. Parece que habían llegada 
a un acuerdo para entregarse al enemigo, y que 
para el efecto Romero y Páez se habian entendi- 
do con los comandantes de cuerpo- Pero trataban 
de realizar este pensamiento o proyecto en una 
forma disimulada de manera que quedasen cubier- 
tas, hasta cierto punto para ante el pais, su honra 
j responsabilidad aún cuando lo propio no pu- 
diera suceder para ante su conciencia. 

En efecto, cuando en las mencionadas mar- 
chas que obedecían ya a un propósito preconce- 
bido, llegaron a establecer campamento en Ta- 
cuarita unas tres leguas al Sud de Tacuati^ los 
jefes ordenaron a las tropas todas que empabe- 
lloharan las armas y fueran a buscar mandioca a 
una capuera abandonada, no a mucha distancia 
de allí. 

Al Mayor Lara que no sabía nada de lo que 
se trataba de llevar a cabo sigilosamente, dieron 
la comisión de salir a hacer descubierta a la ca- 
beza de unos cuantos hombres. 

Momentos después venía apareciendo a la in- 
mediación una columna enemiga mucho más 
numerosa que la paraguaj^a, y aunque de ella 
tuvieron aviso los jefes a tiempo, no quisieron 
darle importancia y se dejaron estar sin tomar 
ninguna disposición de defensa. La columna traía 
el propósito convenido de antemano de apode- 
rarse de las armas empabellonadas mientras las 
tropas andaban buscando que comer, de manera 
que éstas a su regreso se vieran obligadas, por 
la fuerza de la circunstancia, a entregarse. Pero 
dio la casualidad que el enemigo de repente se 
tncontró con Lara, y como éste ignoraba el plan, 



139 

!e hizo frente cambiando con él algunos tiros. El 
jefe de la fuerza enemiga que no había esperado 
encontrar ninguna resistencia, tan siquiera lete, 
«entró en descon lianza, y retrocedió a pasos pre- 
cipitados, creyendo, tal ve?, de buena fé, que tle 
parte de los paraguajx)s la combinación no hahkt 
rsigniíicado otra cosa que hacerle caer en una 
celada que aquellos le hablan tendido con mucha 
^.stucia. Esta, suposición no era xSino natural, da- 
da la inesperada y casual resistencia de Laia. 

Fracasada asi la proyectada entrega, un ofi- 
cial (1) jefe de los exploradoreí> que partió con 
Romero y Páez de Itanarami para prestar su ser- 
vicio a la columna de su mando y que había es- 
tado observando todos esos manejos desde su 
uiarcha del Rio Verde^ se presentó al (loronel 
Romero y le manifestó que habiéndose ya cum- 
plido el tiempo en que debía volver cerca del 
Mariscal a dar cuenta de su comisión deseaba 
partir al día siguiente. 

Romero presumiendo la intención de ;u|ucl 
oficial se o|)uso diciéndole que no convenía toda* 
YÍa que regresase. El oficial insistió, alegando 
que como comisionado especial del Mariscal no 
dependía de él (de Romero) y que a esta razón, 
estaba resuelto a cumplir con su deber. En vista 
de esta insistencia resuelta y poco sumisa, Rome- 
ro, como castigo, le mandó poner arresta<lo en 
la guardia con sus compañeros exploradores 
que eran unos 4 o 5 soldados. 

Por la noche se escapó con eslos, siguiendo 
a pié el camino que conducía al Panadtro o sea 
a Arroyo-guazú donde se encontraba acampado 
nuestro Ejército. Fué seguido y alcanzado al día 
siguiente por un teniente Martínez, enviado por 
Romero con orden de llevarlo vivo o muertr.. 



(I) ' Bl AlféreR L. Molina {hoy ¡tai'Ceattt Muyor) 



}40 

El oficial desertor y sus compañeros se Tiicieron 
a un lado del camino a la orilla de un bosque. 
Intimados a rendirse, contestaron que estaban re- 
sueltos a pelear hasta la muerte. 

Y qíie asi, si se animaba, llegara que sería 
recibido como lo merecía. Martínez, que iba ar- 
mado de sable y lanza lo mismo que sus acom- 
pañantes, no estaba en condiciones de luchar con 
los otros que tenían armas de fuego: decidió en- 
tonces regresar a donde estaba Romero a dar 
cuenta de lo ocurrido. 

En cuanto el oficial descubierto llegó al cann- 
pnnento de Arroyo Guazú^ el Mariscal le dio 
audiencia. 

Escuchó con interés la relación que le daba 
aquél. Encontró que el asunto era grave con todos 
los indicios de una próxima entrega al enemigo. 
El caso era urgente y no había que perder tiempo. 

Enseguida fueron despachados a hacerse cargo 
de la columna de Tupi pytá^ como 1*^. y 2^. Comanr 
dantes, el Coronel 1. Genes y el Mayor Vicente 
Carmona, llevando un pliego cerrado para Romero 
y Páez, ordenando a éstos que se entregaran presos. 

Acompañaba a Genes y Carmona el Mayor 
Salinas, encargado de conducir a los presos al 
campamento del Mariscal. El Mariscal al despa- 
char a los nuevos jefes, les manifestó que según 
se le había informado, parecía que Romero y Páez 
no querían pelear más y que con marchas forzadas 
habían acabado de cansar las tropas, abandonando 
en los caminos a los que se cansaban o se enfer- 
maban, donde morían o eran devorados por las 
bestias feroces. 

En efecto, los tres salieron de Arroyo Guazú 
el 5 de Diciembre de 1869, a pié, con rumbo al 
Panadero^ donde llegaron en la noche de ese mismo 
día. El Coronel Del Valle, destacado allí con su 
división, les dio de cenar, y al día siguiente, a la 
madrugada, continuaron su marcha, sin llevar 



141 

nada que comer, ni saber el punió ó paraje donde 
se encontraba la columna, que andaba trasladán- 
dose de aq'uí para allá, sin ningún plan ni pro- 
pósito determinado. 

Se dirigieron a Tacuatiy alimentándose en el 
trayecto con cocos y naranjas agrias que abundaban 
en los montes. Al llega^ a ese pueblo a la caída 
de la noche, vieron a uno que venía arras- 
trándose, a guisa de una criatura que empieza 
a gatear. Era uno de los tantos soldados abando* 
nados, que iba hacia un cocotero a buscar que 
comer. Dicho soldado les dio la noticia de que ha- 
cia pocos días pasaron por ahí Romero y Páez a la 
cabeza de su columna, y que en ese lugar fueron 
abandonados él y otiros, de entre quienes ya 
algunos habían muerto de miseria. 

De Tacuati partieron tomando la dirección al 
Sud, y llegaron a Eeheverria-cué distante una legua 
del Paso de Aguaray-Guazú denominado Riveros^ 
eué. Allí estaba acampada la columna. Las tropas 
estaban extenuadas y hambrientas, hasta el extremo 
de no poder ya caminar, y en una de las peores 
circunstanciáis, pues que no tenían nada que comer 
ni había de donde proveerse de nada tampoco. 

Genes y Carmona no encontraron a Romero 
y Páez en el momento de su llegada. Habían salido 
a caballo a recorrer las inmediaciones del paraje. 

Al ratito regresaron, y así que se apearon fueron 
rodeados por aquellos y sus demás acompañantes. 
Genes entregó a Romero el pliego que llevaba, y 
en cuanto acabó de enterarse de su contenido, 
pasó a su segundo, y ambos sin decir está boca es 
mía desprendieron tranquilamente del cinto sus 
espadas y las entregaron a sus reemplazantes. 
Acto continuo fueron entregados a la guardia en 
calidad de, presos incomunicados. Dos días des- 
pués regresó el Mayor Salinas conduciendo a los 
presos bajo custodia. En cuanto llegaron a Zanja hú 
donde se hallaba acampado en marcha el Maris- 



142 

cal, previas algunas declaraciones verbales, fueron 
los dos, Romero y Páez, pasados por las armas. 

Ocho días después de esta ejecución, fué en- 
viado cerca de Genes, el Mayor Ri veros, ayudante 
del Mariscal, llevando una lista de los coman- 
dantes de cuerpos complicados en el plan de 
entrega al enjemigo, con la orden de que fuesen 
todos pasados por las armas. Esta orden que fué 
cumplida, hace suponer que Romero y Páez en la 
declaración que dieron antes morir indicaron los 
nombres de los oflciales que estuvieron compro- 
metidos en el asunto. El padre Vázquez fué uno 
de los ejecutados. Su compañero el padrt^ Oiie- 
liado fué remitido al campamento del Ejército, 
donde también fué fusilado. Los únicos que se 
salvaron de prisión y muerte fueion los Mayores 
Zorrilla y Sosa. 

El General Resquín, después de referir con 
mucha inexactitud estos sucesos, afirma que ellos 
causaron una consternación general en el Ejército 
paraguayo. No quiero poner en duda que asi haya 
sucedido, pero el que escribe estos apuntes, a pesar 
del puesto que ocupaba, confiesa ingenuamente lío 
haber tenido conocimiento de ellos durante nues- 
tra peregrinación a Cerro Corá\ porque el Mariscal 
y los pocos que estaban al corriente de ellos, guar- 
daban acerca de los mismos, la más profunda 
reserva. En aquellos desiertos, poblados de in- 
mensos bosques, y dada las circunstancias del Ejér- 
cito, el silencio llegó a adquirir más que nunca una 
verdadera importancia, como medio de impedir 

3ue los espíritus débiles y asustadizos se desban- 
asen. Todo en secreto, y nadie podía preguntar 
a otro sobre los sucesos que tenían lugar aquí y 
allá sin incurrir en una indiscresión, {salvo lo» 
casos en que por autorización pudiésemos hablar 
de ellos libremente, lo cual sucedía a veces cuando 
la noticia era favorable o alentadora. 

En vista de la absoluta carencia de víveres 



143 

para alimentos de las tropas, Genes y Carmona 
resolvieron. abandonar Ucheverria-cué y trasladarse 
a la orilla de un monté, distante una cuantas leguas 
de allí V no muy retirado del Panadero. Allí acam- 
paron y Jpermanecieron algunos días comiendo 
cocos, naranjas agrias y otras frutas silvestres que 
habían en el monte. De ese punto fué enviado 
ante el Mariscal el Mayor Lara acompañado de un 
Sargento, ambos a pié. Al llegar al Panadero^ 
encontraron allí acampada una columna brasilera. 
Aprovechando la obscuridad de la noche consi- 
guieron con mañas apoderarse de dos caballos. 
El Mayor Lara siguió viaje en uno llevando a dies- 
tro al otro, y el Sargento recibió de él orden para 
volver donde estaba Genes a llevarle la noticia de 
que el enemigo se hallaba próximo, a fín de que 
estuviese sobre aviso para recibirle cuando mar- 
chase contra él. 

Genes y Carmona teniendo en cuenta el estado 
de su gente, juzgaron prudente marcharse a otro 
punto más estratégico, que ofreciera la ventaja de 
defenderse con eficacia y sin mucha exposición. 
Se trasladaron a un potrero denominado Lamas- 
Buguáj distante de donde estaban las tropas unas 
cinco leguas. 

Pero tan extenuadas estaban las tropas, qu« 
emplearon tres días para hacer ese trayecto! Lamas-- 
JSuguá como dijimos, es un potrero natural de 
una herradura con una sola entrada y rodeado de 
montes espesos. 

Acamparon en el fondo inmediato a la orilla 
interior del monte, estableciendo sus avanzadas a 
corta distancia de allí, con instrucción de que si 
apareciese el enemigo, hicieran una descarga y se 
replegasen al campamento de la columna. 

Al día siguiente por la mañana temprano se 
presentó allí el enemigo con fuerzas muy supe- 
rióres. Las avanzadas paraguayas, después de 
cambiar algunos tiros con la vanguardia de aque- 



\ 



144 

lias, cumplieron la orden que tenían, de reple- 
garse a la columna, formándose con ésta en bata- 
lla. Los brasileros, ayudados por los de la legión 
paraguaya, avanzaron haciendo fuego. Después 
de un recio tiroteo de una y otra parte, aquellos 
desprendieron una fracción de su fuerza, y pene- 
trando en el monte, realizaron movimiento en- 
volvente, de modo a lomar a los paraguayos entre 
dos fuegos: de frente y por la retaguardia. Genes 
y Carmona se apercibieron a tiempo de esla ma- 
niobra, y habida en cuenta la inferioridad de su 
fuerza, entraron en el monte, disolviéndose en pe- 
queños grupos, tomando cada uno el rumbo que 
le convenía para ponerse a salvo de la activa 
persecución del enemigo. 

En la tarde de ese mismo día Genes cayó 
prisionero con unos cuantos. Carmona, acompií- 
ñado del Alférez Hipólito González, y otros, des- 
pués de una larga correría, burlando la persecu- 
ción del enemigo, sufriendo mil penalidades, con 
los pies y las piernas llenas de llagas, fueron a 
presentarse a los aliados en la Villa de San Pedro. 

Los aliados no daban cuartel a los que cap- 
turaban en la persecución que hacían a los dis- 
persos de la columna de Tupi pytá. 

En Plácido, departamento del Rosario, la 
caballería enemiga consiguió tomar prisioneros, 
después de varios días de persecución, al padre 
González, teniente Cáceres, sargento Aquino y 
otros más. 

Estos prisioneros, encadenados unos con otros, 
fueron conducidos a corta distancia sobre el ca- 
mino, y allí fueron todos degollados, por el cri- 
men de haber permanecido fieles a sü patria hasta 
el último, según habían jurado! ... (1) 

(1) El Comandante Vicente Oarmona j otros oñciitles que han fer 
tenecldo a la columna de Tupi pytá, son los que nos han facilitado \o% 
datos para este capítulo. Es posible que haytt algunas pequefias omi- 
siones debidas a falta de la memoria, pero confiamos que estas omisiQ- 
a^ no serán calificadas oomo «rroví^ como lo hi«o un crítico (sic.)! 



145 

iHéiihi nuestros redentores, ¡hé ;ihi los que 
pre<¡on£)bnii a grito de tríilnr ])ieii a los |)risione- 
ros, ¡he ¡ihi a los que decían que nos traían la 
civilización y la libertad! 

— De todo abusaron: del <ierecho humano y 
<Iivino. ;,No convirtieron nitestfos templos y ce- 
menterios en corrales de muías'.' ¿No arrojaron 
«I rio. liis estatuas de los santos, y no los ¡irras- 
traron por las calles de ta Asunción atados con 
un lazo a la cincha de sus caballos? Que digan 
los vecinos He la Villa del Rosario y de la Capi- 
tal de aquella época qiie aiin están vivas. Fieles 
í\ la v&rdad, no atenuamos responsabilidad ni 
inventamos hechos. 

Constatamos aquello que es notorio, de pó- 
blica voz y fama. 

. — Tal ha sido el triste fin que tuvo la cam- 
paña en el Departamento de Villa (Concepción. 
Los aliados, ayudados por traidores que pulula- 
ban, por doquier, im^jídieron con sus persecucio- 
nes que las fuerzas paraguayas fallos de elementos, 
pudieran mandar ni una sola cabeza de ganado 
al Ejército, no habiendo tenido otro objeto dichas 
fuerzas. 

Lá única remesa de 150 cabezas de ganados, 
remitida del paso del Chiriguelo por el Coman- 
dante 'ürbieta a cargo del Mayor Céspedes, se 
extrSvió y fué a pasar por los pasos ^abajo del 
Amambat/ y del Igatimi, saliendo a Ñandurocai, 
donde se escaparon todos los animales, y el Ma- 
yor Céspedes huyó con la gente que le acompa- 
ñaba al enemigo. 



CAPITULO IX 



Combate de Itanaramf. El hambre aumenta. Deserción del 
Sargento Mayor Manuel Berna!. Fábrica de aceite de las 
semillaa de naranja agria. Orden de fuuilamiento contra mí. 
Venta y toma de poaesión de una gran zona de yerbales del 
Estado. £j(ic liciones. Marcha de Arroyo Gaazú a Zan^a bú. 
Deserciones. Loa ríos Corrientes y Amambay. Chirimoya 
renenoaa. Deseroión de mi segundo el Mayor Ascurra: su 
captura y ejecnción. Pnnta Pora. Chirigüelo, Muerte de 
) López. 



Cuando nuestro Ejército en prosecución de su 
retirada, marchó de Itanarami para Arroyo Guazú, 
el General Delgfido quedó con la fuerza de su 
mando guardando la boca del monte de Igatimi, 
hasta que fué relevado por el Teniente Coronel 
Quintana. 

Los aliados que en un mes antes hablan aso- 
mado la cabeza tímidamente sobre el Jejui'tní, 
cuya margen derecha estaba ocupada entonces por 
fuerzas paraguayas, se presentraron y atacaron a 
Quintana el 30 de Noviembre, empeñándose un 
reñido combate que tuvo por resultado el rechazo 
de aquellos, haciéndoles una baja de ciento y tantos 
hombres. Enseguida retrocedieron, tomando la 
dirección de ^andüroeai, donde se encontraban 



148 

las familias desterradas a consecuencia de los luc- 
tuosos sucesos de San Fernando. Todas fueron 
recogidas y llevadas por ellos. 

El campamento de Arroyo Guazú duró poco^ 
pero llegó a ser célebre por varios heclios notables, 
algunos de ellos tristes, que tuvieron lugar en él. 
El hambre, a medida que escaseaban los víveres, 
iba aumentando de día en día, y en su consecuen- 
cia, todos los cuerpos se encontraban en pésimas 
condiciones físicas y morales. El Mariscal siguien- 
do su costumbre de siempre, cerraba los ojos para 
no ver la realidad del estado a que habían llegado 
las cosas haciendo recaer con marcada injusticia 
la responsabilidad por ello sobre los jefes o coman- 
dantes de cuerpo a quienes acusaba de negligentes 
y poco celosos en atender y cuidar las tropas. 
Los ayudantes del cuartel general salían todos los 
días, mañana y tarde, a recorrer el campamento 
para darle cuenta de cualquier novedad que obser- 
vasen en la disciplina y salubridad del ejército, 3% 
principalmente si la comida que se daba a las 
tropas estaba bien sazonada. 

Los informes que le daban acerca de esta últi- 
ma, del regimiento a cargo del Mayor Manuel 
Bernal, eran pésimos. Bernal, en antecedente de 
esta circunstancia, en el parte de la tarde en círculo 
dé sus colegas^ cuando llegó su turno, se anticipó 
a manifestar al Mariscal que en su regimiento, 
desgraciadamente, la polenta que había mandado 
preparar para su gente había salido algo quemada. 
El Mariscal, clavándole una mirada terrible lé 
interrumpió en tono áspero y fuerte: «¡Si!... su 
polenta siempre anda mal, lo que prueba que Vd!. 
es un sinvergüenza!...» Y al terminar esta frase 
llamó un ayudante y le ordenó que condujera a 
Bernal a la guardia de prevención en calidad de 
arrestado. 

Bernal, en tan apurada emergencia, entendió, 
sin duda que su vida estaba desde aquel momento 



I4y 

pendiente tic un hilo, y pensó (¡Lie no le quedaba 
~ otro camino de salv^icióii, qae el de la deserción 
sin pérdida de tiempo. En efecto caminó hacia 
la guardia, pidió permiso para acercarse a su caba- 
llo, que ensillado, se encontraba a su paso, a 
pretexto de sacar y llevar ia jerga para servirle 
de lecho en su prisión. Concedido el permiso, en 
\ag,nr de sacar la jerga, saltó encima del animal 
y a ia vista de todo el mundo, ganó a todo escape 
el monte más próximo, abandonando el caballo a 
l:i orilla del mismo. Los ritieres le dispararon 
algunos tiros, y otros a cabaiio le siguieron pero 
sin resultado. 

Manuel Bernal, hermano' mayor de Victoria- 
no que murió en el combate en la boca del monte 
de Qaraguatay, era un bravo y valiente oficial, 
que habia tomado parte en casi todos los comba- 
tes durante la pasada lucha. 

Falleció ya después de la guerra en Villa Con- 
cepción de donde era natural y vecino. Si la 
deserción en tiempo de guerra puede alguna vez 
justificarse, fué indudablemente la suya, en ausen- 
cia de otro medio decoroso de salvación. 

Había llegado a tal extremo la escasez de todo 
que se carecía hasta de vela de sebo, o de cual- 
quier otro preparado, para alumbrar de noche y 
escribir los partes, listas, estados personales, etc. 

En esta circunstancia buscando medio de po- 
der remediar esta necesidad, encontré que tal vez 
podría extraer aceite de la pepita que contiene 
la semilla de la naranja agria que abundaba en 
el campamento. Hice la prueba. Mandé extraer 
una buena cantidad de pepitas quebrando con una 
piedra las semillas, y machacadas eché en agua 
hirviendo. Conseguí así recoger una cantidad su- 
ficiente de aceite, con el cual hice un candil sir- 
viéndome para ello de la misma cascara vacía de 
la naranja agria como candileja, con un poco de 
agua en el fondo y un pedacito de trapo torcido 



15Ü 

como mecha. Le enseñé al Mariscal y lo cele- 
bró muchísimo, faltando poco para que me otor- 
gase patente de invención por tan importante 
descubrimiento! ... 

En el mismo campamento de Arroyo guazú 
pocos días después de nuestra llegada allí, el Ma- 
riscal vendió a nombre del Estado a la señora 
Lynch un vasto territorio con yerbales, ignorando 
la especie de moneda en que se haya abonado su 
importe, así como el precio de la legua. 

El Vice Presidente, señor Francisco Sánchez, 
haciéndose de escribano, extendió la escritura de 
compra-venta, y el mismo, asumiendo el carácter 
de juez en lo civil, otorgó a la señora Lynch, ante 
muchos testigos, la posesión corporal del ^ bien 
comprado arrancando la nueva -propietaria yuyos 
que los hizo volar por el aire en señal de verda- 
dera toma de posesión. 

Evidentemente aquello fué un acto arbitrario 
del Mariscal al que le habrá arrastrado el cariño 
a su familia con detrimento de su buen nombre 
como patriota. El, no estaba autorizado por nin- 
guna ley del Congreso Nacional para vender las 
propiedades fiscales que constituían el patrimonio 
privado del Estado, ni menos, por la circunstan- 
cia en que entonces se encontraba el país; pues 
por más extraordinaria que fuese, en esas alturas, 
ya no era posible utilizar el importe de la venta a 
favor de la defensa nacional. De modo que el 
Mariscal en esos momentos pensó en la suerte de 
su familia, lo cual es muy natural; pero no debió 
haberse olvidado de las familias de aquellos que 
de día y de noche exponían su pecho a las balas 
enemigas, sacrificándose en aras de la patria, de 
esas familias que quedaron huérfanas de padres, 
de hijos, de hermanos, sin pan y sin hogar! . . . 

Un día ingresaron en la guardia de la Mayo- 
ría, dos presos, uno de ellos sacerdote. Decíase 
que la causa de los reos era gravísima. La guar- 






yJia estaba montada con Nolihidos hambrientos y 
flébiles incapaces de lesislir a ninguna fatiga. A 
inedia noche quedaron todos dormidos, y los dos 
apresos, aprovechando laii buena cojuntura se es- 
caparon, |)robablemenle a la madrugada. El pri- 
mero que tuvo conacimienlo de este hecho fué ' 
iiin ayndanle de) General Hesqnin que hacia e! 
'servicio de ulba. El General Hesquin, queriendo 
anticipar esta novedaii al Mariscal ocurrió al Cuar- 
tel General más temprano que de costumbre y sin 
esperar a recibir el parte de la mayoría. Resquin 
"no se concretó a informar al Mari.scal del tiecho, 
sino que obedeciendo a un rigorismo inhumano 
'entró en apreciaciones calculadas, a predisponer 
•él ánimo de aquél contra mi, haciendo pesar sobre 
«1 jefe de la mayoría toda la respünsahilidad. 

En efecto, en el nYomento en que iba llegando 
a la 'carpa del General líesquín para darle parte 
de lo que había ocurrido, recibí llamamiento del 
Mariscal. Fui volando ai cuartel general, y no bien 
■me acerqué adonde uslaban los ayudantes de servi- 
'cio, tino de el los me pidió la espada, cumpliendo con 
la consigna que se le habría dado de antemano. 
Luego me adelanté con pasos firmes hasta cua- 
drarme delante del Mariscal q\ie me recibió con 
tina cara seria y cefíüda, y sitt detenerse a contes- 
tar a mi saludo, me hecho un tremendo réspice. 
Nunca se le vio tan irritado. Arrebatado de la 
'cóle'ra no pudo contenerse más y terminó gritando; 
¡Ayuáarites.' llévenlo a tiradle cuatro balazos! Ense- 
Igüida me rodeai-n'n y me llevaroiv, cual OistiJ 
'conducido por los. sayones. 

Pero así que iba jJásftndo por frente de una 
ué ia's puercas que caen al corredor de la casa, se 
¡asbltiiiS tina cabeza que aunque no la pude ver bien, 
no podía haber sido otra que la de la Señora de 
Lynch, diciendo en voz humilde y suplicatoria: 
¡Señor, Señor!.., ]£1 Mariscal al escuchar aquélla 
voz para mi providencial, siibilameiite yolyió ep 



152 

SÍ y revocó la orden gritando: ¡Dejadle! . . . Los 
ayudantes entonces en obedecimientq a esta nueva 
disposición me abandonaron. Sin proferir una 
palabra, me quedé parado a alguna distancia ais- 
lado de todo el mundo en la espera de que más 
luego, asi que se le amainase la cólera, me volvie- 
se a llamar. Pero tal cosa no sucedió, y cuando 
se hubo retirado el General Resquin y con él otros 
que estaban presentes, regresé lentamente a la 
mayoría. 

No es necesario decir que el susto fué grande, 
el trato inmerecido y la injusticia irritante; pero 
a pesar de todo, estaba resignado a sufrir tranqui- 
, laniente la suerte que la Providencia me depara- 
ra, antes que tomar ninguna resolución indecorosa 
que me manchase la frente con el baldón indedeble 
de la cobardía y de la infamia. 

El 8 de Diciembre, día de la Inmaculada Con- 
cepción, hubo misa, y un almuerzo, parodia de 
un banquete en que se sentaron varios jefes por 
invitación del mismo Mariscal. Uno de los co- 
mensales brindó con frases muv elocuentes, ma- 
nifestando que allí donde se encontraba la ban- 
dera paraguaya sostenida por la mano fuerte del 
Presidente legal, allí estaba la República del Pa- 
raguay. El Mariscal, al tinal, tomó la palabra y 
habló largamente: perola memoria no nos ayuda pa- 
ra consignar las ideas que desarrolló en esa ocasión. 

El 11 del mismo mes se dio orden de mar- 
cha. Todo el ejército se puso en movimiento. 
Ya en los momentos de levantarse el campamento, 
mi segundo, el Comandante; Antonio Barrios, vino 
a pedirme órdenes respecto al piquete que custo- 
diaba a las mujeres que estaban encausadas. Con 
este motivo fui a caballo junto al Coronel Avei- 
ro para saber cuales eran las disposiciones que 
hubiese al respecto a fin de retirar la guardia, en ra- 
zón deque aquellos no dependían de la mayoría de 
que yo era jefe. Aveiro me contestó: que fuera a 



163 

consultar con el Mariscal. Me dirigí entonces al 
cuartel general. Encontré al Mariscal de pié en 
el corredor cerca de uno de los últimos horcones 
o pilares de madera labrada. Le manifesté el 
objeto que me llevaba ante él. En seguida en un 
pedazo de papel blanco escribió a lápiz contra el 
horcón los nombres de la Pancha Garmendia y 
de las hermanas Barrios y me lo entregó con la 
orden de mandarlas ejecutar. Me causó esto un 
gran dolor y una profunda pena: pero por dura 
que fuese, el caso no tenia remedio. 

Le hice una venia y me retiré. Llamé a mi 
segundo, el Comandante Barrios, a quien entregué 
la lista de puño y letra del Mariscal con la orden 
del mismo para su cumplimiento. (1) 

He ahí sencillamente toda la verdad de tan 
triste y angustioso suceso. Sobre ello se han he- 
cho correr después de la guerra diversas versio- 
nes, tratando de hacer recaer la responsabilidad 
en personas que no tuvieron nada que ver en el 
asunto, apoyándose para el efecto en consejas de 
viejas y cuentos de sirvientas. 

Ese mismo día, antes de ponerse en mar- 
cha el Ejército fue también ejecutado el Coronel 
Marcó, después de haber padecido crueles sufri- 
mientos. 

En prosecución de la substanciación de la 
causa de envenenamiento el Mariscal hizo com- 
parecer a sus hermanas ante los fiscales a prestar 
declaración. Según me informaron con posterio- 
ridad, una de las dos, creo que Rafaela confesó 
sencillamente desde el principio hasta el fin, cuan- 
to había habido respecto al proyectado filicidio, y 
exhortó a su hermana que hiciera lo mismo en 
la persuación de que todo estaba descubierto. 



(1) Rl papelito me fué devuelto después de llevada a cabo la ejecu- 
ción y ló guardé eu mi caja. Esta fué saqueada en Cerro-Coré y desa- 
pareció aquel junto con otros papeles que babia en eUa 



154 

De Arroyo Guazú^ el Ejército en número más 
o menos de 5000 hombres extenuados, se trasla- 
dó a Zanja hú cerca de Panadero frente al paso 
del río Aguaray guazú distante unas tres o cuatro 
leguas. El viaje o la marcha, por consiguiente, 
aunque penosa, fué corta. El Mariscal permaneció 
allí acampado hasta el 28 de Diciembre, esperan- 
do tener noticia de la columna de Tupí-hü (Tupi 
pytá) y del movimiento de las fuerzas enemigas en 
los departamentos de San Pedro y Concepción. Allí 
fueron llevados y ejecutados los Coroneles Rome- 
ro y Páez conforme queda dicho en el Cap. VIL 
Alli.tamlTién a insinuación del mismo Mariscal los 
fiscales que entendían en la causa de envenena- 
miento le dirigieron una nota o representación, 
pidiendo el allanamiento de su madre, para hacerla 
comparecer y tomarle declaración. Una vez redac- 
tado el oficio y firmado por los fiscales fué pre- 
sentado al Mariscal, quien enseguida proveyó con 
estas palabras: 

«Sea interponiendo desde alíora para su tiem- 
po, todo mi valer en favor de mi madre, y en el 
de mis desgraciadas hermanas aquello que la ley 
pueda aún permitirme». 

Los que entendieron en dicha causa y que 
aún están vivos nos han asegurado que el men- 
cionado decreto o providencia estaba concebido, 
más o menos, en esos términos, v al devolver el 
oficio así proveído a uno de ellos, dijo: «Za copa 
está servida^ es preciso bebería]» (1) 



(1) Lios brasileros inventaron después de los últimos sucesos de Cerró 
Cora el cuento de que la madre y hermanas del Mariscal estaban senten 
ciadas por éste a muerte. Y el Sr. Montenegro, traductor y anotador de 
las Monografías del Sr. S. Godoy, dando crédito a esa invención dice: 
"La inhumación tuvo lugar al ladd izquierdo de la enramada que horas 
*'antcs sirviera de cuartel geneial y muy próximo al lugar donde debían^ 
'^ese día ser ejecutados la madrtt y hermanos de López*\ (v. página í5— 
notas) La misma providencia dictada por éste en Zarja liú está probando 
que el Mariscal terminado el procoso iba a otorgar a aquellos el perdón. 
Hay poca seriedad en consignar tan grave acusación como un hecho his- 
tórico, sin mencionar tan siquiera la fuente de comprobación, cual fuera 
menester, a fin de que su aserción no fuera considerada como un embuste 
engendrado por la pasión. 



155 

Las actuaciones con la madre del Mariscal, 
duraron nueve dias, sin resultado alguno, a pesar 
de los ruegos de sus hijos Venancio y Rafaela, con 
quienes fué careada. 

En el mismo campamento do Zanja hú; el 
Mariscal después del allanamiento, mandó recoger 
<le los equipajes de su madre, las álhíijas y joyas 
y lodo el dinero que llevaba en onzas de oro, |)lata 
sellada v billetes, los cuales colocados en una caia 
fueron entregados en depósito al Ministro Caminos. 
La plata labrada y ropas pertenecientes a la misma, 
las mandó encerrar en un carretón que, por falta 
de bueyes, se dejó en Sama cué^ a cargo del Mayor 
Félix García. 

De Zanja hú partieron eh una pequeña em- 
barcación por el Aguaray pqra regresar a su país 
los ingenieros ingleses Mrs. Nervit y Hunter. El 
Mariscal los despachó con una carta para el exte- 
rior, previo pago en onzas de oro sellado lo que 
se les debia por sus servicios. (1) 

Puede decirse, sin alejarse mucho de la verdad^ 
quede Zanja M en.adelante la ruta que llevaba el 
Ejército nacional, iba sembrada de cadáveres de 
los que morían de hambre, de enfermedades y de ^ 
otras causas. El tiempo era malísimo, caían llu- 
vias torrenciales casi todos los días que alternaban 
con un sol fortisimo. 

Como consecuencia de esa lluvia incesante, el 
hospital se llenó de enfermos. La escasez de ele- 
mentos de movilidad y la extenuación general del 
Ejército, hacían absolutamente imposible poder 
rnarchar con ellos y efectuarla penosísima travesía 
del Mbaracayú. Atento a esta consideración, el 
Mariscal resolvió dejar en el hospital de Zanja-M^ 



(1) Nanea se tuvo noticia de que loa doi ingenieros hubiesen llegado 
a algunos de los puertos del litoral, lo cual hace suponer que hayan sido 
muertos por el camino. 



156 

al le^'antar el campamento, unos 7í)0 enfermos. 
Muchas mujeres que iban siguiendo al Ejército 
quedaron con ellos. 

A medida que avanzábamos hacia Ctrro-Corá^ 
iban siendo frecuentes las deserciones en grupos de 
ocho y diez. Muchos, sin embargo, se perdieron 
extraviados en aquellos inmensos y silenciosos 
bosques donde penetraban con sus oficiales las 
compañíns a buscar algo con que apaciguar el 
hambre. Pero, por desgracia, aquellas vastas sole- 
dades pobladas de una variedad de jigantescos 
árboles, con su imponente y sordo murmullo pro- 
ducidos por las gotas cristalinas del roclo o de la 
lluvia que desprendiéndose de unas hojas calan 
sobre otras, eran tan ingratas que exceptuando al- 
gunas frutíis silvestres como la naranja agria^ la 
pina del ybira^ el yacaratiá, el pacuri, el amamhay 
y é[ pindó ^ no se encontraban en ella, aves o cua- 
drúpedos de cazas de importancia, tales como 
puercos cimarrones que abundan tanto en otros 
montes del Paraguay, el venado, el tapir, el coatí, 
el tigre, etc. 

De los vegetales de que en esa ocasión se 
hicieron uso para alimentarse, los más apetecidos 
y sabrosos eran el cogollo tierno del yatai y el 
corazón del arbusto llamado Amamhay, Este úl- 
timo y la pina del yhira había que sancocharlos 
para comerse, porque crudos, pican hasta sacar 
sangre. 

— He ahí los manjares con que se alimenta- 
ban durante la penosn peregrinación a Cerro Corá^ 
los leales y valientes hijos de la patria, restos de 
aquellos que con tanto denuedo y valor defendie- 
ron el territorio nacional dejando rastros lumi- 
nosos de heroicidad que reflejarán sobre las ge- 
neraciones hasta la más remota posteridad. Ellos 
seguramente ya no iban alentados de la esperanza 
de triunfar 'materialmente, pero iban siguiendo a 
su jefe en busca de una tumba donde encerrar 



157 

piadosos sus cenizas en descanso eterno, dando 
asi testimonio al mundo de haber cumplido coo 
su juramento y su deber. Ellos han preferidu 
morir una y mil veces antes que consentir entre- 
gar a sus enemigos la hermosa y rica tierra don- 
de hablan nacido y gozado en su juventnd, de 
los dorados ensueños de una encantadora ilusión 
que constituia su felicidad. 

— Cuando iban contemplando aquel grandioso 
panorama de la naturaleza que se desarrollaba 
delante de su vista mientras recorrían el difícil 
y escobroso trayecto que llevabanr^misteriosos bos- 
ques que con su majestuoso e imponente silencio 
pareciera protestar contra la terquedad del capri- 
cho ele un mandatario que con desprecio a la 
humanidad y contra el sentimiento de la inmensa 
mayoría de sus subditos, se negaba a aceptar la 
paz que más de una vez le fuera propuesta en el 
curso de la guerra;— -arroyos caudalosos, cuyas 
aguas cristalinas corren murmurando por entre 
piedras y por la fresca sombra de ramas entrela- 
zadas formando bóvedas; -montañas altivas que 
se lanzan a grande altura, con sus faldas cubier- 
tas de una variedad de plantas y flores numero- 
sas que embalsamaban la atmósfera con sus em- 
briagadores aromas;— extensos y verdes campos o 
sabanas con simétricas ondulaciones como mare- 
jadas muertas del Océano extendiéndose hasta 
perderse de vista;— y pintorescas lagunas azuladas 
que heridas por el céfiro se mecían suavemente, so- 
bre cuya superficie jugueteaban diversos pajaritos 
de brillantes plumas: ¡ah! ... al contemplar, repi- 
to, aquella naturaleza de exuberante vegetación 
que en su infinita variedad de lo bello, de lo gran- 
de y de lo sublime, lejos de ofrecerles como sue- 
le a los que sufren, un alivio a las penas que 
torturaban su alma, les llenaba de los más tristes 
y angustiosos presentimientos. Se aumentaba y 
exaltaba su patriotismo, es verdad, con esa con- 



158 

templación; más ¡ay! se les caían las alas del co- 
razón como hojas marchitas; su dolor subía de 
punió disolviéndose en amargas lágrimas, porque 
veían cohio de momento en momento se alejaba 
la esperanza de salvar esa tierra querida por la 
que. taríto se habían sacrificado. (1) 

Es preciso, confesar, y a ello nos impulsan 
la verdad y la justicia, que ningún pueblo defen- 
dió con más heroísmo el suelo patrio, ni llevó a 
tan elevada abnegación el sacrificio por la inte-, 
gridad nacional, como el pueblo paraguayo. 

El jefe que caía al suelo, imposibilitado para 
proseguir su marcha, entregaba su espada a cual- 
quiera de los que iban adelante, con especial reco- 
mendación de presentarla a su llegada al Mariscal, 
como un testimonio de haber sucumbido como 
bueno, honrándole con su fidelidad a la patria 
hasta exhalar el último aliento. (2) 

Pero prosigamos. 

El Ejército nacional cruzó el paso dellAguaray 
guazúj y siguiendo hacia la derecha, atravesó la 
Cordillera del Mbaracayú, saliendo luego a los 
campos del Igatimi^ Amambay y Corrientes Ues ríos 
que llevan sus aguas al Paraná. 

El Igatimi estaba muy bajo, y gracias a esta 
circujnstancia, el pasaje se pudo verificar sin gran- . 
des dificultades. De allí marchó el Mariscal a 
Zanja pypucú (Zanja honda), donde estableció su 
campamento el 17 de Enero, a fin de dar tiempo 



(1) Tal vez haya quien califique fuera de lugar en esta narración 
esta ligera y mal pergeñada descripción de 'la naturaleza. Humboldt 
fué el que en su Cosmos notóla falta completa de trozos descriptivos 
de la naturaleza y de las localidades en la« obras literarias de los au- 
tores antiguos y en gran parte también en las de los modernos.— Jean 
Jacques Rousseau es considerado como el primero .'"que ha int-^-oducido 
en la literatura las descripciones de la naturaleza que tanto embellecen 
y adornan cualquier narración. Por otra parte, ellos sirven para atem- 
perar y mitigar la aridez de un asunto tan lleno de penosas impresiones 

(2) Rl Coronel Denis. el más antiguo militar del Ejército murió en 
esa peregrinación, y antes de expirar entregó su espada y kepí a un sol- 
dado, con el eneargo de presentarlos ol Mariscal, como prueba de habBr 
muerto gustoso, cumpliendo con su juramentó de fidelidad a la Patria. 



159 

a que acabara de hacer el pasaje de la artillería 
y de algunas carretas, y a que llegíara a incorpo- 
rársele la 4^ División, que estaba en el Panadero 
al mando de los Coronetes Delvalle y Sosa, quie- 
nes en cumplimiento de órdenes, abandonaron 
aquella posición el día 2 de Enero de 1870, e iban 
siguiendo las huellas del Ejército Nacional. 

Antes de ponerse en marcha, en la mañana 
del mismo día 2, la guardia avanzada del Panadero^ 
sobre el Río Verde fué atacada por fuerzas aliadas 
que se vieron obligadas a retirarse por la tenaz 
resistencia de aquella, habiendo tenido éstas una 
considerable baja en muertos y heridos. Almismo 
tiempo, y, en la misma fecha, hicieron los aliados 
un reconocimiento sobre la vanguardia de la guar- 
nición del Panadero^ en el punto denominado 
Cambá sybá. También aquí salieron escarmentados. 
Estos movimientos del enemigo indicaban que la 
División Delvalle estaba amenazada de un ataque 
por fuerzas superiores que tal vez no hubiera po- 
dido combatir con ventaja. Por modo que con 
orden o sin ella, razones militares le obligaban a 
tocar retirada con tiempo, antes de exponerse a un 
fracaso. 

Al siguiente día de nuestra llegada a Zanja 
pypucú^ el Mariscal ordenó al Coronel Patricio 
Escobar que con las tropas de su mando mandara 
echar un puente sobre la misma zanja, que, como 
su nombre lo indica, es muy profunda pero an- 
gosta. Terminado el trabajo que a pesar de la 
escasez de elementos, fué llevado a cabo en poco 
tiempo, se verificó por la noche el pasaje de la 
artillería y de todas las carretas que habían llegado 
allí. Los bueyes flacos 3' cansados, no pudieron 
arrastrar los rodados para subir la loma al otro 
lado del puente; entonces las tropas de Escobar 
recibieron orden para prestarles su cooperación. 
A esta razón, no había mucha exageración si se 
afirmara que aquel pasaje se hizo a pulso. 



\ 



160 

El 20, viendo el Mariscal que la División 
Delvaile no llegaba, siguió hacia el rio Amamhay^ 
llevando consigo 12 piezas de artillería de cam- 
paña, la 1*. y 2*. división de infantería, la escolta 
y un cuerpo de caballería a pié. 

Para abreviar el camino o más bien acortar 
la distancia, rumbeó por un monte ralo, poblado 
de arbustos parecidos al palo de yesca. Y a fin 
de dar paso a las impedimentas que venían más atrás 
los jefes y oficiales se proveyeron de hachas y a 
falta de etas hicieron uso de sus espadas, y em- 
pesaron abrir una senda o vereda volteando los 
arbustos con un golpe de hacha o de espada y un 
empujón! Ápesar de la debilidad de que padecían 
todos por falta de suficiente alimento, aquello fué 
trabajo fácil y se hizo con entusiasmo, porque 
cada uno quería acreditar su valentía en presencia 
del Mariscal en el volteo de arbustos! La distancia 
recorrida de esta manera sería unas seis cuadras; 
luego salimos a una limpiada. 

El 23 de Enero llegamos, con las fuerzas men- 
cionadas, a la margen derecha del río Amambay, 
bajo una lluvia torrencial- que no nos había aban- 
donado, sino por cortos intervalos, desde que 
salimos de Zanja hú, imposibilitando la marcha 
regular de los rodados y de las tropas que, en su 
consecuencia, se enfermaban y morían en todo el 
camino. 

A la primera noche, así que hube terminado 
de señalar los lugares donde tenían que acampar- 
se los diferentes cuerpos que venían llegando, di 
parte y en seguida fui a echarme bajo mi carpa, 
Arzamendía, mi ordenanza, me había estado es- 
piando; en cuanto vio que no volví a salir más, 
se me acercó avisándome que la cena estaba pron- 
ta. Le dije que la sirviera. Consistía aquella en 
un plato de guisito sin sal, sin ningún género de 
condimento. Como el estómago a esa hora ya 
necesitaba de algún consuelo, le hice honor de 



161 

inuy bueiiii gana. Al terminar, el bueno de Ar- 
zamendia, muy orondo, me dio la nolici_a de' que 
los milieos en su excursión por los ino.ntes a las 
márgenes del rio, tiabíací encontrado y tniido unn 
frutii muy dulce y snltrosa parecida' al ai-aticú, y 
que me liabia reservado una piíra, postre. Me 
la trajo. Kteclivameiite, era una especie de clii- 
rimovEí silvestre, más o menos, de! mismo tiimaño 
que la del Brasil; dulce como almíbar, y por 
cousiguiínt^í muy agntdiible al paladar, l.ns se- 
millas eran negras formadas en una carne pulpo- 
sa, exactamente idénticas a las del araticú (anón). 
Francamente liacia tiempo que no habla probado 
un postre tan rico y excelente! Pero había sido, 
como la huéspeda hermosa, mala para la bolsa, 
una fruta rica muy terrible para el estómago!! . . . 
A la verdad, antes de media noche ya hizo su 
efecto: me dio un.i espantosa disenteria con dolo- 
res atroces al estómago. 

* Amanecí hecho una espina y con una debili- 
dad que apenas me permitía moverme. No había 
sido yo la única victima. Otros y otros que la 
habían comido, también fueron atacados de la 
misma enfermedad. 

La fruta, por sus efectos, fué Juzgada o decla- 
rada como venenosa, arbitra liamente, no porque 
para ello hubiese precedido ningún examen quí- 
mico! 

Felizmente el Río Amambay no estaba a nado. 
El agua, en medio del canal, apenas llegaba al 
pecho de un hombre pero con una correnfada 
bastante fuerte. 

El Mariscal (iió orden al Coronel Patricio Es- 
cobar, que con la práctica iba sienilo una especie 
de ingeniero, para dirigir los trabajos de un puen- 
te í(ue se bacía indispensable sobre aquel río para 
- dar pasaje a las carretas y a la artillería. Esco- 
bar, después de examinar y estudiar ambas orillas 
y sondar la profundidad del canal principal, for- 



162 

mó su plano en la iniíiginación y fué a dar cuenta 
al Mariscal, a quien explicó detalladamente cómo 
iba a proceder para llevar a cabo aquel trabajo 
que se hacía tanto más ímprobo y difícil por la 
escasez de elementos. 

El Mariscal, satisfecho del plano de Escob«nr, 
le dio orden para que, sin pérdida de tiempo, 
diera comienzo a ios trabajos, manifestando el 
deseo de que cuanto antes estuvieran terminados. 

Las barrancas del Amamhay son altas, de 
modo que se imponía la necesidad de hacer gran- 
des y profundas excavaciones para rebajarlas al 
nivel de la playa, a fin de facilitar la subida y 
bajada en ambas márgenes. 

Una parte de la fuerza se ocupaba en esta 
operación, turnándose con frencuencia para evitar 
que se inutilizaran las tropas por el cansancio,- y 
otra, en el corte y condución a pulso de las ma- 
deras necesarias para la construcción del puente. 
Los que hacían este trabajo, eran en su mayor 
parte, jefes y oficiales. 

Eran sorprendentes la actividad y el entusias- 
mo que desplegaron' todos en la ejecución de 
aquel enorme y penoso trabajo. Merced a esta 
circunsta^ncia, a las 24 horas, quedaron allanadas 
las dificultades que ofrecían tan elevados barran- 
cos, y el puente listo para dar principio al pasaje. 
Lo que más trabajo costó fué la colocación de 
los pilotes por la mucha corriente del río, y tam- 
bién porque los hombres destinados a esta opera- 
ción, entraban en el agua hasta el pecho, perdien- 
do así la mitad de su fuerza. Eran aquellos, gruesas 
maderas aguzadas en la extremidad que tenía que 
clavarse en el fondo arenoso del río, y en la otra 
se amarraron sogas que tiradas de un lado a otro 
por suficiente número de hombres, daban un 
movimiento de vaivén a cada pilote que, en fuer- 
za de ello, iba penetrando poco a poco en la tie- 
rra hasta quedarse firme. 



- 163 

El Mariscal presenciiiba íiqucilo animando 
u todos con sus palabras, chistes y bromas, que 
coiitribujaii al buen humor de ellos. 

líl 24 pernoctamos ya en la banda izquierda 
del rio. Esa misma noche se desertó en un peti- 
zo que se me había f^icililado en A/cuna, mi se- 
gundo de la maydría, el Sargento mayor Azcurra; 
pero fué tan desgraciado que al dia siguiente tem- 
pranito fué traído por los espías que le captura- 
ron en un monte en momento que estaba prepa- 
rando algo que comer en una fogata. El humo 
de ésta que salía sobre el monte le traicionó. El 
Mariscal habló con él y en seguida sin más trá- 
mite, le mandó lancear. Este hecho me dejó en 
una posición bastante falsa y delicada. En efecto, 
inmediatamente después fué a sentarse bajo una 
enramada, rodeado de jefes y oliciates, y empezó 
a hablar, y observando que me encontraba pre- 
sente entre éstos, dijo dirigiéndoseme a mi: «Y vd. 
también veo que ya va teniendo mala cara»!. .. 

«Exmo Señor, estaré lirmt- en el cumplimien- 
to de mi deber hasta el último-, le contesté. No 
dijo más nada. ¡Es decir, que en esas alturas, 
pretendía ya juzgar de la conciencia de uno por 
el aspecto que tenia su fisonomía 

Como la orden de marcha estaba dada, se 
puso todo el ejército en movimiento, y después 
de recorrer los campos del antiguo Jerez del Pa- 
raguay, llegamos ese mismo día al ponerse el Sol, 
a la margen derecha del río Corrientes estable- 
ciendo allí su campamento el Mariscal. 

Se practicó un reconocimiento, y se encontró 
una estrecha vereda o picada que conducía a la 
orilla del rio por el monte. 

Al dia siguiente, el Coronel Escobar recibió 
orden para que con la. gente de su división pro- 
cediera a hacerla más ancha, chapeando los cos- 
tados, de manera a dar paso a las carretas y ca- 
flones. Asi se hizo. El rio es notable por la 



164- 

impetuosidad de su corriente. Por fortuna no 
estaba a nado; apenas el agua Ijegaba ai pecho 
de los caballos. El pasaje, sin embargo, no deja- 
ba de ser difícil y peligroso, no solo por la fuer- 
za de su corriente, sino porque el lecho es pe- 
dregoso y lleno de hoyos 'profundos. Como es 
mucho más angosto que el anferior, se discurrió 
que, sin necesidad de un puente, bastaria tirar 
una maroma de una orilla a otra, amarrándola 
en árboles corpulentos. Aceptad^ y llevada a 
práctica la idea, pasaron las tropas al otro lado 
agarradas de aquella, sin que hubiese ocurrido 
ninguna desgracia personal. Aquel pasaje se efec- 
tuó, ¡cosa increíble!, ep medio de una algazara 
general! Las carcajadas y gritos que soltaban los 
soldados por cualquier incidente que ocurría 
entre ellos, resonaban en el monte hasta lejos, y 
subió .de punto el buen humor, cuandp vieron que 
el Mariscal, para lucir su escuela de natación, se 
desnudó, y, como un pez pasó al otro lado, a 
nado, luchando victoriosamente contra la corriente! 

El 27 el Mariscal levantó e\ campamento de 
la margen izquierda del rio Corrientes, (1) y ese 
mismo día a la caída de la tarde nos acampamos 
en un campo abierto teniendo a la vista Punta^ 
Pora. Esa noche cayó una copiosa lluvia. De 
allí nos trasladamos el día siguiente más allá de 
Punta-Porá, distante más o menos una legua del 
boquerón que da entrada a la picada de los mon- 
tes de Chirigüelo que según conocedores, tiene 
algo más de 4 leguas de extensión. Dicha picada 
atraviesa la Cordillera de Mharacayú^ y conduce 
al paraje denominado Cerro-Corá. 

No a mucha distancia de allí hay una laguna 
llamada Capiihary^ la cual dio el mismo nombre 



(1) El General Resquin llama arroyo; pero es más propio llamarle 
rio, en nuestro concepto, por el caudal de agua que lleva, y que puede 
ser navegable. 



163 

a nuestro campamento. Después de algunos días 
de demora, aguardando la incorporación de las 
fuerzas que desde el paso del Igatimi venían 
siguiendo la misma ruta que habíamos traído, 
luchando con mil dificultades provenientes de las 
lluvias 5' la carencia de elementos de movilidad, 
se levantó el campamento de Capiihary y continuó 
su marcha el Ejército Nacional, que se había redu- 
cido a 1200 hombres, 6 piezas de artillería y 
muchos enfermos. 

Con este diminuto resto de aquel poderoso 
ejercito que con su valor y heroismo, más de una 
vez se había impuesto al enemigo, atravesamos los 
montes de Chirigüelo, siguiendo para el efecto una 
senda estrecha y fangosa,' sorportando crueles 
penurias y bajo una copiosa lluvia. 

Salimos al otro lado ya muy tarde. Nos acam- 
pamos en un campixihuelo. Al día siyuienle se 
mandó carnear y racionar las tropas que habían 
llegarlo hasta ese punto. 

. Permanecimos allí todo ese día. Vinieron a 
ver al Mariscal dos indios Cayguá; regresaron 
llevando en la m^ino un pedazo de carne que les 
mandó dar aquél. Mnrchamo.^ al subsiguiente día, 
es decir, el 8 de Febrero, 1870, y llegamos ese 
mismo día a la margen izquierda del Aquidarbán, 
paraje llamado Cerro-Corá estableciendo el Mariscal 
su cuartel general en el centro de un gran espacio 
abierto rodeado de elevados ceri'os hacia el ponien- 
te y de bosques por los otros puntois. 

En vista de las grandes dificultades que ofre- 
cía el camino del Chirigüelo, resolvió dejar al 
General Francisco Roa con 8 piezas de artillería 
ligera y el personal de su dotación diciéndole que 
después de su llegada a Cerro-Corá le devolvería 
los bueyes que iba a utilizar en la conducción 
de las carretas, para llevar las piezas al nuevo 
campamento. 

El Coronel Patricio Escobar quedó igualmente 



166 

encargado con su división, de hacer conducir to- 
das las carretas que se habían rezagado atascadas 
en los pantanos del camino del Chirigüelo. 

Merece que tratemos en un capítulo especial 
los sucesos acaecidos en Cerro^Corá y que pusieron 
término al gran drama de la guerra; a esta razón 
pondremos punto aquí y continuaremos en el 
siguiente. 



CAPITULO X 



CERRO CORA 



Llegamos al paraje inmortal donde tuvo lugar 
el desenlace del gran drama de la guerra que por 
más de un lustro spstuvo la nación paraguaya en 
defensa de sus derechos. 

Podemos, parodiando a Volney, exclamar: 
¡Oh, tumba de Cerro Cora! ¡Cuántas útiles lecciones, 
cuántas nobles y patéticas reflexiones ofreces al 
espíritu que os sepa contemplar! (1) 

Cerro Cora, es epopeya gigantezca que lleva 
en vibrantes ecos a todos los ámbitos del mundo 
civilizado el nombre glorioso de la nacionalidad 
paraguaya, imponiendo respeto y admiración la 
sublimidad del grandioso episodio que en él se 
consumó. 

Cerro Cora es el más firme pedestal en que 
descansa y descansará la gloria paraguaya en el 
presente como en el porvenir, y la luz que arro- 
jan las graníticas y desnudas laderas de las mon- 
tañas de Mbaracayú heridas por los rayos del sol 
naciente, simboliza el brillo de la aureola que cir- 
cunda el sepulcro donde yacen los héroes, que, 
después de cien duros combates, cayeron envueltos 
en la bandera nacional dando así al mundo el más 
elevado ejemplo de un patriotismo que, si bien 
hoy por momentos desfallece, alimentamos la más 
viva fé y la más afirme convicción de que su 



(1) Invocación p b. Las Ruina» de Palmira. 



. 168 

enseñanza, rompiendo los obstáculos que interpo- 
nen la decadencia y la corrupción, pasará, a ser 
firme e incontrastable en los corazones de la juven- 
tud patriota que, poniendo de lado mistificaciones, 
falsedades e ideas contrarias al sentimiento nacio- 
nal, rendirá el homenaje de respeto y veneración 
a que son acreedores los mártires que inmor- 
talizaron sus nombres en tan magna y sangrienta 
lucha.... , 

!0h, juventud paraguaya! vosotros no igno- 
ráis que la idea de la independe4icia, en un pue- 
blo como en un individuo, es ingénita, y que cuan- 
tos mayores sean los sacrificios hechos para con- 
quistarla y sostenerla, tanto más profundo es el 
amor que ella inspira, y que por oscuro que sea 
el abismo de relajación á que haya descendido 
un pueblo o un individuo, jamás deja de Hegar 
a su conciencia un rayo de luz que avive o for- 
talezca en él ese sentimiento. 

Y como no hay caso ni circunstancia en que 
pueda aminorarse el valor intrínseco de esa idea, 
el amor y el cariño que ella inspira a los corazo- 
nes patrióticos es siempre igual, como igual es el 
apego que tenemos al techo que abrigó nuestra dulce 
cuna, al aire que respiramos, a la luz que vimos al 
nacer y a las praderas y a los arroyuelos que han si- 
do testigos mudos de nuestros primeros amores, de 
nuestros inocentes y más puros placeres y de 
nuestras m¿\s encantadoras fruicciones. Ante esta 
verdad, confirmada por la historia de todos los 
tiempos, ¿h^^brá ser tan degradado que quiera en- 
cadenarse, que quiera sacrificar e] tesoro tnás 
preciado y la gloria más legítima de su patria en 
cambio de una humillante anexión? Solo el qiie ha 
perdido toda noción de dignidad, solo un hijo es- 
púreo, que se ha olvidado del regazo materno que 
le dio calor y vida en su niñez, podrá alimentar 
semejante pensamiento. . . 

Cerro Cora, finalmente, constituye el triunfo 



moral que alcanzó el Paraguay sobre sus enemigos. 
Basta leer Va historia de la defensa, basta seguir 
paso a paso at Ejército nacional para convencerse 
<le que esle no fué derrotado sino totalmente exter- 
minado. Aquellos, en realidad, no conquistaron sino 
una tumba! Por eso Cerro-Cora vivirá eternamente, 
porque su recuerdo, ligado como está a una de las 
páginas más brillantes déla historia americana, se 
ha de conservar al través de los tiempos, sirviendo a 
las generaciones futuras para inspirarse en los me- 
mentos supremos, un libro abierto, donde están 
consignadas las más sublimes virtudes de sus 
antepasados. 

Y cuando las estatuas levantadas a Ídolos de 
barro, o a caudillos vulgares, o a mediocridades 
adocenadas, corroídas por el tiempo se desplomen 
hundiéndose en las profundidades del olvido, la 
tumba de Cerro Cora, como la de los griegos que 
cayeron en las Termopilas, vivirá de generación 
en generación hasta los más remotos siglos y al- 
gún feliz numen del Pindó se encargará de cantar 
en armoniosos y sonoros versos la gloria de aque- 
llos héroes de hi abnegación y del sacrificio, del 
honor y del deber, del ejemplo y de la firmeza, 
que preririeron la muerte a ver a su patria despe- 
dazada, vilipendiada y humillada por la domina- 
ción desús enemigos tradicionales. 

Pero pongamos término a estas reflexiones 
sugeridas por la grandiosidad del cuadro, y en- 
tremos con ánimo sereno e imparcial a relatarlo 
más exactamente posible los detalles del gran 
suceso de Cerro-Corá, es decir, del último esfuerzo 
que se hizo a la voz de independencia o muerte! . , , 

El campamento de Cf.rro-Corá ocupaba un 
extenso espacio semi-circular, limitado al Norte 
por el Aquidabán y los bosques que pueblan su 
orilla izquierda; al Sud, por los que pueblan la 
orilla derecha de uno de los brazos de aquel rio, 
denominado Aquidabánigiti; al Oeste, también por 



170 

bosques de las orillas mencionadas de ambas 
corrientes formando an boquerón que dá entra- 
da a Ufl abra o potrero natural, y al Este, por un 
valle o planicie sin bosque por donde va el cami- 
no que conduce a Chirigüelo, dis^tante nnas 4 le- 
guas del campamento de Cerro-Corá. Más lejos 
al Sud del brazo del Aquidabán se ven unas ele- 
vadas montañas, con los lados cortados a pico^ 
escarpadas y desnudas de vegetación, las cuale.s 
vistas desde la distancia parecen destacarse del 
centro de las innnensas selvas que las rodean. 
Dichas montañas están colocadas formando un 
circulo; de ahí el nombre que se ha dado al pa- 
raje de que se trata. 

El Mariscal estableció su cuartel general en 
medio del campamento al pié de una ísleta de 
arbustos. Para el efecto, la hizo limpiar conser- 
vando para sombra los mejores de estos. Allí se 
agruparon los coches, carretpnes y carretas car- 
gados desús equipajes 1. t. De ese punto al paso 
(leí Aquidabán habrá unos 600 a 700 metros. Al 
Norte, a unas dos o tres cuadras del cuartel gene- 
raly y también al lado de una isleta, se instaló la 
mayoría. A la izquierda, a media cuadra, estuvie-' 
i*on acampados el batallón riflero y el escuadrón 
i'scolta. El brazo del Aquidabán donde el Maris- 
cal sabía ir a pescar dista del cuartel general 
unas 4 cuadras. 

En cuanto se instaló en Cerro Cora, el Maris- 
cal tomó las siguientes disposiciones: mandó colo- 
car en el paso del arroyo Tacuaras distante algo 
más de una legua del Paso del Aquidabán una 
guardia de 90 hombres y dos piezas de artillería 
de. campaña y confió la defensa del mismo paso 
del Aquidabán a los Coroneles Juan de la Cruz 
Avalos y Ángel Moreno y a los TenTente-Cx)roneles 
Santos y Gómez. El primero con ochenta lanceros, 
ocupó el ala derecha, el segundo con cuatro piezas 
y cien de tropa, ocupó el centro, y los dos últimos^ 



171 

con cien hombre* de infantería ocuparon el 
ala izquierda (1); envió al Sangento Mayor Lara 
con 12 hombres de cjiballería a recorrer los esta- 
blecimientos de ganado de los campos del Aqui- 
daban; pero habiendo aquél dado parte de qtíe 
estos estaban desprovistos <|e ganado, .despachó al 
General Caballero, el día 12 de Febrero con 40 
hombres en su mayor parte jefes }' oficiales, con 
instrucciones de ir a Matto-Groso o sea a la comar- 
ca de Villa Miranda^ a recoger y enviar al Ejército 
cuanto ganado pudiese encontrar. 

La provisión de ganado pgra atender la sub- 
sistencia del Ejército era urgentísima. Hasta en- 
tonces se mantenía con un corto número de ganado 
que el Mariscal había mandado llevar de una de 
sus estancias, pero ya no quedaban sino muy pocas 
cabezas, a tal ejctremo que se carneaba una res 
por día, con la que se racionaba 500 hombres 
inclusive el cuero que se les repartía en pequeños 
retazos! El cuero bien hervido, y para el efecto 
hay que tenerlo en la olla al fuego unas cuantas 
horas, se ablanda y se convierte en una especie de 
jamón bastante bueno de comer. Pero el pobre 
soldado, apurado por la aprei^iiante necesidad de 
alimentarse, no podía esperar o perder el tiempo 
en prepararlo como queda indicado y por pronta 



(i) El señor Arturo Montenegro, tratando de refatar la opinión dé 
don Silvano Godoy sobre la muerte del Mariscal en so traducción de lae 
Monog^raflas de aquel dice en página 84: 

Que Ldpee perseguido ocupaba una formidable posición en las breñas 
impenetrables del Aquidabanigui, defendidas por l6 bocas de fuego ¡i 
cerca de i9úO %ombre.e (i) 

Ni fué formidable ni impenetrable la posición que ocupaba, 9or eso 
llegaron y entraron fácilmente en ella las fuerzas brasileras, y en ella no 
había más fuerzas que las referidas por nosotros. Apelamos en corrobo- 
ración de la verdad a los estados personales de ios -cuerpos que habían en 
Cerro Cora, los cuales, originales obran en la Biblioteca de don Enrique 
S. López, y que están publicados en la Revista, del Instituto Paraguayo^ 
n. 6, raes de Marzo, año de i89T. No hubo tampoco ataque a la bayoneta, 
a menos que se refiera a la matanza inútil e innecesaria de tantas gentes 
vencidas e indefensas, verdaderos asesinatos cometidos por una solda- 
desca brutal. 

(1) Las sub-rayas son nuestras. 



172 

providencia, lo e«liaba sobre las brazas! AHÍ el 
fuego lo achicharraba re<luci¿ndolo a una pasta 
quemada y tan dura que ningún estomagó podia 
digerirlo. Añádase a esto ef^an de que se servia, 
consistente en raices y frutas silvestres qué las iba 
a buscar en los bosques a grandes distancias, y 
se tiene una alimentación que, en lugar de mejorar 
)a salud de las tropas, contribuía maravillosamente 
a su fatal aniquilamiento por las diversas enfer- 
medades, que las causaba. 

El hambre aquí asomó por completo su horren- 
da cabezal, produciendo con sus puntantes dardos 
entre todas las gentes los xs\ii% siniestros y deso- 
íadores cuadros. 

No hay pluma que los pueda pintar con los 
colores con que se presentaban; no hay palabra 
que pueda trasladar con exactitud a la imaginación 
del lector las dolorosas escenas que a cada rato 
se presentaban a Ja vista de uno. - 

Al ponerse el Sol partió el General Caballero 
y a eso de las 9 de la noche llegó al campamen- 
to del Coronel Patricio Escobar en el Chingüelo^ 
encontrando a éste ocupado con su secretario en 
escribir un oficio para el Mariscal, participando 
a éste la muerte del Coronel Venancio López. Le 
(lió a leer a Caballero el borrador, y éste, notan- 
do que le daba al finado el tratamiento de Coro- 
nel que el Mariscal lo había suprimido, le obser- 
vó que tal vez fuese más prudente omitirlo. Si- 
guiendo este oportuno consejo Escobar lo borró- 
Si la memoria no me engaña, el día 13, o 14' 
de Febrero, vino a Cerro-Corá un oficiad ayudante 
de la División del mando de Escobar, travendo 
al Mariscal el consabido oficio, y así que lo hubo 
entregado, pasó a darme parte verbal en mi ca- 
rácter de jefe de la mayoría, de la muerte del 
Coronel Venancio López. Refiriéndome la circuns- 
tancia del hecho, recuerdo que me dijo que el 
oficial comandante del piquete que le llevaba 



173 

cusloiiiíido, al llegar a Chirigüelo, se hüliia pre- 
.striitatfo ante el (Coronel Escobar, muDiíestando ' 
que el Coronel Venancio López tK) quería o no 
podía caminar inás. Que Escobar, inmediatamen-. , 
te con esta noticia, se había tiasladado al lugar 
donde se encontraba aquél,, pero que al' llegar 
■ alli 1.' había bailado ja cadáver. Que informado 
por los del piquete deque la 'muerte fué causada 
por unos golpes que el oficial le hiihia dado con 
su espada, mandó inspeccionar eí cadáver, y que 
efectivamente habia encontrado señales de golpes." 

Que habla buscado al oficial con la vista en 
sus alrededores para pedirle cuenta de su con- 
ducta; pero que no habiéndolo encontrado por 
que sin duda teniendo conciencia de su falta, se 
hahria escapado, habia despachado una comisión 
en su persecución, pero que ésta habia regresado 
sin lograr su captura. Que finalmente, el Coro- 
nel Escobar había mandado enterrar e! cadáver 
al lado del camino próximo a la orilla del monte. 

Kn cuanto hube acabado de oir esta relación, 
como era de mi deber, pasé al cuartel general a 
participar el hecho al - Mariscal, quien con aire 
triste, se limitó a decirme: que ya estaba enterado. 

He ahí cuanto pasó acerca de la muerte del ' 
■ Coronel Venancio López, fl) 

Los que llegaron a Cerro-Corá, con el Maris- 
cal del Ejército que emprendió la retirada desde 
Azcurra, ascenderían cuando más, a unos ííCK) hom- 
bres la mayor parle enfermos, todos profunda- 
mente quebrantados en su moral y espíritu,' por 
las excesivas fatigas y penurias, según hemos ve- 
nido observando, que imponía una marcha tan 
prolongada llena de todo género de privaciones. 

(1! El Seiif ni Bscabar podrí dar detalles mita amplios. "í no e»tt 
tlemia afirmar aquí para dIMpsr cualquier dnds o falsedad, qnc el que 
escribe esta memoria, nunca ha tenido nada que ver directa ni indlreii^ 
rameóte de <;erca ni de lejos, en las desgraelu de a^DSl hombre desde 
San Fernando, hasta Chirlgcielo donde termlnd sos dias. 



174 

A medida que aumentaba la miseria, iba de- 
cayendo más y más el ánimo basta el grado de 
hallarse lodo el mundo dominado del más com- 
pleto desaliento, tanto más cuanto que no se vis- 
lumbraba ninguna esperanza de una pronta ad- 
quisición de loS; recursos indispensables para re- 
mediar las necesidades físicas de las tropas. 

El Mariscal sin duda, buscando medio de 
reanimarlas algún tanto, aunque era cuestión di- 
fícil cuando la causa principal del mal era el 
hambre, concibió la idea de distribuirles meda- 
llas en premio de la lealtad y constancia de que 
dieron una prueba tan relevante en aquella peno- 
sa campaña. 

Con este propósito, el 25 de Febrero, 1870, 
mandó reunir a los principales jefes y oficiales 
del Ejército, y él sentado en una silla y aquellos 
sobre la gramilla frente al cuartel general forman- 
do un gran semicírculo, les manifestó con.palabrds 
elocuentes la pena que torturaba su corazón al 
ver que se hacían correr voces de que él intenta- 
ba pasarse a Bolivia. Rechazó con energía esa 
suposición que dijo, importaba un desconocimien- 
to de su lealtad y patriotismo, declarando que él 
había jurado ante Dios y el mundo defender a su 
patria hasta la muerte y que estaba dispuesto a 
cumplir su juramento. 

Luego se extendió largamente sobre los debe- 
res y sacrificios que imponía el patriotismo, en 
presencia de la sangre aún humeante que hume* 
decía los campos de batajla, donde decía tantos 
ciudadanos, han sacrificado sus vidas en defens^j 
del suelo patrio, legando así a la posteridad un 
ejemplo de abnegación y un timbre de gloria que 
recordarán sus nombres en el templo de la in- 
mortalidad. 

Habló también del enemigo, de las pretencio- 
nes tradicionales del Imperio sobre estos pueblos. 



empleando a su respecto algunos chistes calculfidos 
;i producir hiluridad entre los que le escuchaban.' 
lín seguida levó el Decreto que conferia la' 
inedalln de Amambay distribuyéndose desde luego 
las cintas de que debería ir pendiente del pecho 
de los agraciados. Dicha cinta era de dos colores: 
colorada en la orilla y amarilla en el centro. 
No sabemos si la adopción de estos colores de la 
bandera española era indifon iite, o si ella obede- 
cía a algún pensamiento o idea que tuviese relación 
con las leyendas sublimes déla Península Ibérica. 
Tal vez haya querido recordar o refrescar en la~ 
memoria el ejemplo de los sacrifíciús heroicos que 
hicieron nuestros antepasados en el descubrimiento 
y conquista de la América, y en defensa de su 
independencia contra el coloso del siglo, cuyos 
Jigantescos esfuerzos han sido y serán tema. cons- 
tante de la admiración del mundo. 

He aqui el decreto: 

"El ciudadano Francisco Solano López, Maris- 
"cal Presidente de la Repiihlica «Id Paraguay y 
"General en jefe de sus Ejércitos, tiran Cruz de 
"la Orden Nacional del Mérito, t. t„ queriendo dar 
"un testimonio público de honor y de Justicia a los 
'beneméritos defensores de la Patria que con ab- 
" negación ejemplar y patriótica virtud hicieron la 
"campaña del Amambay, cruzando dos veces la 
"sierra de Mbaracayii ■ 

"Decreta: 

"Art. I". Acuérdase una medalla conmemo- 
•^rativa de honor a todos los ciudadanos que lle- 
"varon a cabo la campaña de Amambay, 

".Art. 2». La medalla de Amambay será oval 
"de veinte y ocho por treinta y siete milímetros 
"de diámetro con la estrella nacional realzada en 
"medio con la palma y oliva abajo y la inscrip- 
"ción circular de *Venció penurias y fatigas» en 



^ ' 176 

* "lA parte superior del anverso; y por reverso, la 

^'inscripción circular de *El Mariscal López* en la 

"parte de arriba, y en el centro •Campaña de 

^ Amamhay^ 1870» con más una cadena de sierra 

''en la parte inferior. 

"Art. 3^ La medalla de Amambay constará 
"de 1^ y 2® clase, de oro para los (lenerales y 
"jefes de 1* y 2^ cla3e, de plata para los oficiales 
"y tropas. 

"Art. 4*^. La medalla de los Generales íle- 
"vará las inscripciones y gerogliflcos realzados 
"en brillantes;, la de los gefes, en rubí con la es- 
"trella ndcíonal en brillantes para los Coroneles 
"y la de los oficiales con inscripciones y gerogli- 
"ficos de oro. . 

Art. 5<*. La medalla de Amambay se llevará 
"al lado izquierdo del pecho, pendiente de una 
"cinta de veinte y cinco milímetros, de color na- 
"ranjado y de orilla rojo. j 

"Art. 60. Autorízase a los Generales, Jefes y 
"Oficiales a llevar la medalla, de Amambay sin 
"pedrerías los primeros y de pura plata los> se- 
"gundos, con grabados^ mientras las circunstancias 
"no permitan dárseles en la forma debida. ^ 

"Art. 7^ Los jefes de divisiones presentarán 
"al Estado Mayor General del Ejército lista nomi- 
"nal de íos jefes, oficiales y tropa acreedores a la 
"medalla de Amambay. 

'*Art. 8<>. El Ministro Secretario de Estado eh 
*'el Departamento de Guerra y Marina queda en- 
"cargado de la ejecución del presente decreto. 
"Cuartel General en Aquidabanigüí, Febrero 25 
"de 1870. 

(firmado) «Francisco S. López. 

"El Ministro de Guerra y Marina 
(firmado) «Luís Caminos^ 
"Es copia: 

Caminos". 



179 

La copia del antecedente decreto fué remitida 
al Coroiii:! Panchito López, acompañada de la 
siguiente nota: 

"¡Viva la Repiiblicá del Paraguay! 

"El Excmo. Sr. Mariscal Presidente de la Repú- 
"blica ha tenido la dignación de acordar una me- 
"dalla de honra a los defensores de la Patria, que 
"han hecho la campaña de Amambay, por el De- 
"creto Supremo que tengo el honor de acompañar 
*'a V. S. S. E. el señor Mariscal Presidente, siem- 
"pre celoso apreciador de todos los servicios de 
"sus compatriotas, ha querido premiar en nosotros 
"aquello que no hicimos, sino en fuerza de nuestro 
"deber, sino que ha querido llevar su magnani- 
"midad hasta realzarla medalla de Amambay por 
"los términos altamente obligatorios para nosotros 
"con que está concebido el Decreto de creación 
"que acompaño para sus fines. 

"Dios guarde a V. S. muchos años. Campa- 
"mento Aquidabánigüí, Febrero 26 de 1870 (I). 

(fir.) Luís Caminos" 

Efectivamente, la distribución délas cintas de 
la medalla de Amambay, produjo alguna animación 
a los extenuados oficiales y tropa. Esa vez antes 
de disolverse la reunión, los jefes y oficiales en- 
tusiasmados por las elocuentes e insinuantes pala- 
bras del Mariscal, todos expontáneamente renova- 
ron su juramento de combatir al enemigo hasta 
morir y de no retirarse de la fila aunque estuviera 
uno herido. 

Resolución heroica a que se recurre cuando no 
queda otra arma de defensa que la desesperación, 
la desesperación que como dijimos en otra publi- 
cación de distinta índole, también a veces de la 



iBtoB docuDientoB son anténticoa. Ellos fnemn encontrados en 
% del Coronel Ponchlto. después de masrto éate. por U calianeTls 
3 del Coronel Mach&do. 



180 

victoria, según Virgilio, cuando todos consideraban 
llegada la oportunidad de alcanzar mejor vida con 
la muerte, cuando ya su Jefe gritaba cual otro Eneas 
para luego morir cual. otro Héctor, ^muramos todos 
por nuestra patria^ porque a los vencidos solo les 
queda una salud, que es no esperar salud alguna (i). 
Así habremos sellado en presencia del enemigo y 
del mundo que nos contempla nuestro juramento, 
nuestra constancia, nuestra fé y nuestra lealtad». 

El 1^ de Marzo, 1870 por la mañana tempra- 
no (a eso de las 7,) algunas mujeres escapadas 
de nuestra gran guardia situada sobre el paso del 
arroyo Tacuaras que cruza el camino que condu- 
ce a Villa Concepción, distante como queda dicho 
una legua más o menos de nuestro campamento, 
trajeron al Mariscal la noticia de que aquella se 
encontraba en poder del enemigo, quien había 
podido apoderarse de ella fácilmente, evitando 
los cañones que guarnecían el paso, y llegando a 
ella por la retaguardia por un camino oculto que 
le había indicado un desertor paraguayo, el (Co- 
ronel Silvestre Carmona, vecino del Departamento 
de San Pedro, sin que fuese sentido, y en mo- 
mento en que la mayor parte de la gente había 
ido a los montes a buscar que comer. 

En seguida despachó unos cuatro bomberos o 
espías para traerle noticia del enemigo, pero ya 
había sido tarde porque una o dos horas después 
se sintieron tiros de cañón seguidos de un nutrido 
tiroteo de fusilería en el paso del Aquidabán, don- 
de había la guarnición de que hemos hablado 
más arriba. 

Con tan repentina y seria novedad, me llamó 
apresuradamente y me ordenó que fuera a ver 
inmediatamente lo que ocurría en el Paso, orde- 
nando a la vez a su ayudante el Comandante Rive- 
ros, para que me acompañara. Al efecto, y a in- 



(1) Eneida Libro II. 



181 

dicación niia, éste ensilló y montó en un mulo 
gordo que tenía el General Resquín, a la sazón 
indispuesto desde hacia días, y salimos al trote a 
dar cumplimiento a nuestra comisión. 

Cuando llegamos al río, encontramos que el 
enemigo, muy superior en número, ya había con- 
seguido forzar el paso, habiendo matado a la mayor 
parte de los que lo defendían. Volvimos entonces 
a todo correr, trayendo yo la delantera, y al aproxi- 
marme al cuartel General, en cuyo frente aún se 
hallaba parado el Mariscal sólo, y sin bajar del 
caballo, por exigirlo así la urgencia del caso, le 
dije en alta voz: *¡El enemigo ha pasado el pasolT^ 

Entonces el Mariscal sin decir nada v dando 
algunos pasos al frente y mirando hacia donde se 
encontraba acampado el batallón de rifleros, gritó: 
«/J. las armas todos!* 

Cinco minutos después ya venía asomándose 
tras de la mavoría, a distancia de dos o tres cua- 
dras del Cuartel General avanzando poco a poco 
hacia nuestro campamento un pelotón de caballe- 
ría enemiga. (1) 

Como jefe de la mayoría y montado en un 
buen caballo, volé a ponerme al frente de las 
escasas fuerzas de aquel cuerpo, y desplegándolas 
en guerrilla procuré hacerlas avanzar sobre aquél 
con la intención, si fuese posible, de hacerlas lle- 
gar a las manos, por estar armado la mayor parte 
de sables y lanzas, y muy pocos de armas de fuego, 
para poder sostener con ventaja un tiroteo con el 
enemigo. Mi segundo, el Comandante Antonio 
Barrios, en cuanto estuvo desplegada la guerrilla, 
hu)^ó cobardemente al monte. 

Con mi movimiento de avance, la caballería 
enemiga retrocedió poco a poco y luego, a la dis- 
tancia de una cuadra más o menos, hizo alto, y 
empezó a romper un fuego graneado sobre nues- 

(1) Después supimos que era de la brigada al mando del Coronel Juan 
Núfiez da Silva Tavares jefe de la vanguardia de las fuerzas brasileras. 



182 

tra guerrilla, que no llegaba a cíen hombres! En 
esta circunstancia venia llegando el Mariscal mon- 
tado en un caballo bayo flacón, acompañado de 
su hijo el Coronel Panchito, también a caballo, 
y algunos pocos jefes y oficiales a pié. 

. Yo recorría mi guerrilla de un extremo a otro, 
tratando de infundir ánimo alas tropas; En una 
de esas idas y venidas, recibió mi caballo un 
balazo que le bandeó el muslo, pero continuaba 
asi mismo sin novedad, uno de los jefes (1) a 
pié me advirtió: ^Coronel su caballo está herido», 
«Gracias», le dije, «pero parece que no siente la 
herida». 

No bien acabé de pronunciar estas palabras 
y asi que volvía del ala derecha para la izquier- 
da una bala me atravesó la cara, llevando toda 
la dentadura de la mandíbula inferior de la de- 
recha y la de la superior de la izquierda, que- 
dando la lengua partida por el medio con la pun- 
ta pendiente de uña membrana, y otra que vino 
al mismo tiempo penetró en el ijar del caballo, 
cayendo éste conmigo, muerto en el acto. 

Felizmente pude zafarme de él, y al levan- 
tarme del suelo, saliendo fuera de la línea, oí 
que el Mariscal preguntaba: *¿Quién es ése que 
sale?» *El Coronel Centurión papá, gravemente Ae- 
rido», le contestó su hijo Panchito, que se encqn- 
traba próximo. 

No bien acabó de oir esta contestación, cuan- 
do dio vuelta y al galopito se retiró dirigiéndose 
hacia el cuartel general por el camino carretero 
de Chirigüelo que pasaba un poco más arriba 
ál Este. 

Con mi caida se produjo el desbande, con 
un suave qui pent, bajo una lluvia de balas que 
cruzaban sobre nuestro campamento los batallo- 



(1) El Coronel Ávelro. 



183 

nes que venían ya sucesivamente saliendo del 
monte que puebla la orilla izquierda del Aqui- 
daban. En vista de la derrota, avanzaban aque- 
llos á pasos precipitados hasta penetrar én medio 
de aquella confusión infernal que levantaba pol- 
vareda, corriendo, hombres, mujeres y niños por 
doquier, matando a balas y a bayonetazos a cuan- 
tos alcanzaban, lo mismo a los que se rendían 
como a los que iban huyendo casi sin aliento, 
para escaparse de su furor y ensañamiento. 

Hé ahí sencillamente la verdad de cuartto 
ocurrió eti mi presencia a la llegada del enemigo 
a Cerro-Corá, llegada que, como se comprende, 
fué una verdadera sorpresa, y que tuvo lugar ien 
los momentos en que la mayor parte de las pocas 
tropas que había, se encontraban en los montes 
buscando que conier. 

Al retirarme del combate, asi que iba pasan- 
do por el cuartel general, vi a la distancia al 
Mariscal estrechamente perseguido por unos cuan- 
tos jinetes, llevando rumbo hacia Chirigüelo, y 
recorriendo la orilla del montecillcí que puebla la 
márgeh derecha del Aquidabánigüíy donde solía ir 
á pescar. 

Bañado en sangré, con la espada en la mano 
y la cara horriblemente desfigurada, yo iba andan- 
do sin rumbo fijo. Cuando iba cruzando un pajal 
que había al Sud del Cuartel General, sentí la voz 
de una mujer que partía de un ranchito o bohip 
dé cuero, diciéndome: *Mi Señor, siéntese/» Zas 
me senté, sin darme cuenta dé lo que había. Era 
que la mujer había visto que atrás venían unos 
soldados brasileros persiguiendo a dos o tres 
de los nuestros que iban huyendo del combate. 
Efectivamente en nii presencia fueron éstos alcan- 
zados y bayoneteados! Felizmente y merced a la 
oportuna advertencia de aquella para mí provi-; 
dencial 'mujer, los soldados brasileros siguieron 
adelante sin que se hubiesen apercibido de mi, 



184 

Entonces pareciendome que ya no había peligro, 
me acerqué a la orilla de un maizal que rodeaba 
un grupo de árboles, y penetrando por una picada 
que había, tomé abrigo a la fresca sombra de 
aquellos, librándome así de los ardientes rayos de 
nn sol abrazador, y sufriendo una sed devoradora 
desesperante. La calmé recurriendo a la orina! (1)- 

Sin duda, debido a esa circunstancia escapé 
la vida y deploraré mientras viva que tan siquiera 
no haya conocido quién era mi salvadora. 

Pero, no obstante, siempre la recordaré con 
sincera y profunda gratitud. 

Serenada la tempestad, y después que todo se 
habia consumado, a eso de las 2 1/2 a las 3 de la 
tarde, un soldado con su bayoneta espada al cinto, 
desprendido de un batallón brasilero que se había 
acampado a la inmediación, iba recorriendo la 
isleta como buscando algo entre los objetos de 
cocina que habían abandonado allí las mujeres al 
huir a los montes, y de repente me vio allí ten- 
dido en el suelo y con los ojos azorados de sor- 
presa dijo: ¡ohf paraguá! . . . Entonces me incorporé 
y como no podía hablar, me lo hice comprender 
con señas que deseaba ir donde estaba el batallón. 
Previo el despojo de todas las pequeñas prendas 
de valor que llevaba fuese a avisar a su jefe. Este 
envió a buscarme un cabo con dos soldados. A 
mi llegada tuve quedar mi nombre escrito a lápiz 
en un pedacito de papel que me facilitó. 



O) Esta relAcióii, con algunas complicaciones y modificaciones, es la 
misma que se publicó en el Álbum de la Guerra del Paraguay, de fecha 
1 de Setiembre de 1893. 

No deja de ser extraño que todos los que han escrito sobre los últi- 
mos sucesos de Cerro Cora, no hayan hecho mención del combate quC; 
en forma regular de batalla tuvo lugar entre la fuerza de la Mayoría a 
mis inmediatas órdenes y la primera o sea vanguardia enemiga que se 
presentó a nuestro campamento. 

La relación del Oeneral Resf^uín adolece de inexactitudes incurables 
e insanables, y aparte de esta circunstancia, tiene poco valor por ser la 
de un hombre que observó una conducta poco digna del elevado rango 
que investía, al entrej7arse como prisionero de guerra. 



185 

El Jefe que parecía ver con disgusto mi con- 
decoración de la estrella de oficial de la Orden 
Nacional del Mérito pendiente del pecho, nne orde- 
nó con imperio su entrega. 

Acto continuo, me hizo conducirá una guardia 
donde se encontraban prisioneros algunos de mis 
antiguos compañeros uno de ellos el padre Fi- 
del Maíz, 

Ahora volviendo sobre la retirada del Mariscal 
y su muerte que acaeció en esos mismos momentos, 
y aún cuando no habíamos presenciado de visu 
tan trágico suceso, hemos escuchado allí mismo 
y leido después versiones de testigos presenciales 
de una y otra parte que nos habilita dar de ello 
una relación lo más verídica posible para ayudar 
al esclarecimiento de la verdad histórica, y esta- 
blecer de esta manera el juicio y a que son acree- 
dores los actores ante la justicia. 

El Mariscal iba persegido por seis jinetes de 
caballería, uno de ellos el cabo de órdenes del 
Coronel Niiñez de Silva Tavares, conocido con el 
apodo de Chico Diabo^ armado de una lanza^ y en 
una ensenada que forma el Aquidahánigüi consi- 
guieron cortar la retirada al Mariscal, a quien in- 
timaron rendición que fué contestada por éste: 
muero por mi patria! Enseguida se le acercaron 
el cabo y un oficial de cada lado con ademán de 
apoderarse de su persona. El Mariscal que llevaba 
su espada desenvainada se defendió tirando de 
punta al cabo quien ladeando de un quite la es- 
pada le dio un lanzazo en el bajo vientre, y el otro 
o sea el oficial a su vez, le dio un sablazo sobre 
la sien derecha haciendo volar al suelo el 
sombrero de panamá que llevaba; pero el Ma- 
riscal consiguió herir a éste en la frente. 

En estas circunstancias llegaron allí montados 
a caballo," dos fieles servidores del Mariscal, el 



186 

Capitán Arguello (Francisco^ y el Alférez Chamorro. 
El Mariscal estaba hecho ascua de furia y con rabia 
gritó varias veces, ordenando a los recién llegados 
con toda energía: ¡Maten a esos diablos de macacos! 

Arguello y Chamorro se lanzaron sobre los 
brasileros sable en mano. La pelea fué recia como 
puede imaginarse; hubo un entrevero espantoso. 
Arremetieron furiosamente; pero la desproporción 
era grande, seis contra dos! Aquellos, hechos pe- 
dazos, murieron, dejando profundos rastros dé sus 
sables en los cuerpos de varios de sus adversarios. 

f 

En este momento llegó allí a pié el Coronel 
Aveiro, quien invitó al Mariscal a entrar en el 
monte. Este aceptó la invitación y doblando su 
caballo en presencia del enemigo formado en se- 
micírculo, penetró en el bosquecillo por una es- 
trecha picada hecha por los soldados que iban 
en busca de frutas silvestres. Al llegar cerca de 
la orilla del Aquidabánigüi, el Mariscal debilitado, 
indudablemente por la pérdida dé s?ingre que 
manaba de sus heridas, cayó del caballo llevando 
la cabeza hacia la bajada a la corriente que era 
una pendiente suave. Aveiro trató de levantarle, 
pero no pudo conseguir por el mucho peso del 
cuerpo. En ese momento llegaron allí sucCvSiva- 
mente el mayor Cabrera y el joven Ignacio Iba- 
rra, y entre los tres le levantaron conduciéndole 
al arroyo; pero antes de bajarle, Cabrera a pre- 
testo, de ir a buscar gente, se mandó mudar y no 
volvió más. 

Entonces, Aveiro e Ibarra le hicieron bajar 
al agua, llevándole sostenido hasta la orilla opues- 
ta que es una barranca algo elevada, y allí pro- 
curaron, ayudándole de la mano, alzar sobre 
aquella; pero no habiendo podido conseguir, el 
mismo Mariscal les dijo que vieran si no había 
otra parte más baja. Con este fln los dos se ale- 






1B7 

fai*on del Mariscal, que quedó recostado contra 
una palmera caída que atravesaba un ángulo del 
arroyo, (1) 

Ibarra y Aveiro no volvieron más, porque los 
infantes brasileros que iban llegando a la orilla 
del arroyo hacían fuego sobre ellos. 

En esos momentos hizo allí su aparición el 
General Cámara a pie y, dando la voz de alto 
de fuego! entró en el arroyo hasta donde estaba 
a\ Mariscal, a guien se dirigió en estos términos: 

"l^indase Mariscal, y entregúeme su espada, 
yo le garanto los restos de su vida, yo soy el 
general que manda estas fuerzas. 

"Por toda contestación, me tiró una estocada. 

"Entonces, prosigue el General Cámara, man- 
"dé que un soldado lo desarmase, lo que fué 
"ejecutado al mismo tiempo que exhalaba el úl- 
"timo suspiro". 

Hé ahí la versión que el General Cámara da 
en su parte oficial detallada de fecha 13 de Marzo 
de 1870. (2) 

Más tarde, es decir en una publicación para 
refutar o reclificar la relación que dio el conseje- 
ro Schneider, en su obra titulada: La Guerra de la 
Triple Alianza contra el Gobierno del Paraguay^ 
reputada como verídica por la Guceta de Porto 
Alegre, el (ViMieral Cámara, refiere: que había en- 
contrado al Mariscal "un |)oco adelante de la 
"margen izquierda del Aquidabénigüi, caído junto 
"al río apoyado el cuerpo sobre el brazo izquierdo 
* y teniendo en la mano derecha la espada desen- 
"vainada. Entonces diciéndole quien era le inti- 
mé qu'' se considerase prisionero garantiéndole la 
vida. El Mariscal me contestó que moriría por 
"su patria, tirándome un golpe". 






(1) Véase 1% relación inédita del Coronel Aveiro publicada en la 
Rerista del Instituto, núm. 6, áfio 1897. 
;1) Véase en el Apéndice. 



188 

"El oficial que estaba a su derecha" (pues 
"dice que había otro a la izquierda) procuró herir- 
"me, siendo muerto por un tiro disparado por uno 
de los soldados que me habían acompañado. (1) 

Que "volvió a requerirle repitiéndole la misma 
"intimación; pero que empero recibió la misma 
"contestación. "Entonces" dice, "llegando a su 
"lado un soldado del 9^. batallón le ordené que 
"le quitase la espada; el soldado obedeciéndome 
"la agarró por el puño para sacársela, 

«Era preciso hacer esfuerzos, y por la posi- 
ción en que se hallaba el Mariscal cayó en el rio, 
junto al cual tenía los pies, el cuerpo quedó de- 
bajo del agua pero levantó aún sobre esta la 
cabeza muriendo en seguida». 

Esta versión es más explicativa, pero menos 
satisfactoria que la anterior, como lo vamos a 
demostrar. El General Cámara es reticenle en su 
relación y ha caído en contradicciones que evi- 
dencian de que no ha dicho toda la verdad. 

En primer lugar, el Mariscal no podía encon- 
trarse un poco adelante en la margen izquierda 
del Aquidabánigüi^ como afirma. 

Según hemos venido observando la barranca 
de dicho arroyo en esa parte es elevada, y pre- 
cisamente por esta circunstancia no pudo pasar 
al otro lado, quedando allí recostado conforme 
queda relacionado por uno de los que le acom- 
pañaban. 

Esta verdad está, además^ constatada por los 
mismos brasileros testigos oculares del hecho, y 
especialmente por el señor Pereira da Costa, autor 
de la Historia da Guerra do Paraguay, 



(1) Kra el eirajano Gaspar Bstígarribia. sobrino del famoso médico 
don Vicente Estigarrlbla. 



189 

Dice este escritor: (1) «El tirano estaba dentro 
"del agua hasta las rodillas, procurando subir la 
'^barranca opuesta, el compañero extendióle la 
"mano. El General Cámara se metió también en 
"la corriente». 

— Entregúese Mariscal! Su vida está garanti- 
da. Soy el general que manda estas fuerzas. 

López dio un golpe en dirección de Cámara, 
y ya, en tierra, cayó de rodillas. 

— Muero por mí patria! murmuró. 

— «Desarme a ese hombre», ordenó Cámara. 

"Un soldado del 9® de infantería se arrojó 
"entonces sobre él, asegurándole por los puños, 
"apesar de su resistencia. En la lucha cayó dos 
"veces en el agua sumergiéndose la cabeza y sa- 
"liendo con ansias a buscar respiración. En estos 
""rapidisimos instantes (2) un soldado de caballería 
"vino corriendo y descargándole un tiro a quema 
"ropa que fué derecho al corazón. López cayó 
."y una gran cantidad de sangre salió de la boca 
"y de las narices: los pies quedaron dentro del 
"agua y el cuerpo extendido sobre la barranca». 

Esta versión del historiador brasilero coinci- 
de con la que dá el Consejero Schneider sobre la 
muerte del Mariscal en su obra La Guerra de la 
Triple Alianza contra el Gobierno del . Paraguay^ 
Cap. XXXI. (3) 

El General Nimez da Silva Ta vares publicó 
en el Eco del Sud una refutación al General Cá- 
mara, en una controversia que tuvieron sobre Ja 



(1) citado por Arturo Montenegro, traductor de las Bf onografias His- 
tóricas del Señor Silvano &odoj, para refutar la opinión de este acerca 
de la muerte del Mariscal, en cuyo empeño ha fracasado, quedando en 
pié la del Señor Godoy. El actor que cita robustece la verdad afirmada 
por 6ste. 

(2) Bl subrayado es del autor. 

(3) La traducción de este capitulo fué publicada en la Revista del 
Instituto, N. 6, año 1897 mes de Marao. 



190 

muerte de López y su heridor el cabo Chico DiábOy 
y haciendo la relación de los sucesos, entre otras 
cosas dice: 

•^Intimado López para rendirse al general co- 
"mandante respondió ya con diñcultad. 

"^ Muero par mi patria^ con la espada en la mano»^ 
"y la dejó caer por el lado del general brasileño. 

^'Entonces y habiéndosele tomado la muñeca 
^'para ser desarmado, recibió en la región dorsal 
''un balazo». 

Resulta, pues evidenciado con estas citas: 1® 
no ser exacto lo aseverado por Cámara en cuanto 
al lugar y posición en que dice haber encontrado 
al Mariscal, y 2® que no murió de las heridas 
que tenia, sino del balazo que le dio el soldado 
de caballería en presencia v con asentimiento^ 
por consiguiente, del General Cámara. 

Esta es la verdad. 

Verdad afirmada por el mismo General Cáma- 
ra en el primer parte oficial que desde el Campa- 
mento del Aquidábán en Cerro Cora dirigió con 
fecha 1^ de Marzo al Mariscal de Campo Victorino 
José Carneiro Monteiro, cuyo tenor es el siguiente: 

'^Campamento en la izquierda del Aquidábán, 
1°. de Marzo de 1870. 

. "limo. V Exmo. Señor: 

"Escribo a V. E. desde el campamento de Ló- . 
"pez en medio de la Sierra. El tirano fué derro- 
"tado, y no queriendo entregarse, fué muerto al 
instante. Le intimé la orden de rendirse cuando 
"ya estaba completamente derrotado y gravemente 
"herido, y, no queriendo fué muerto/ (1) Doy los 
"parabienes a V. E. por la terminación de la 



(1) Las subrayas y puntos de admiraeiÓQ son nuestros. Rl seftor 
Cámara seer^n se vé, se olvidé ya de Sns aliados 



191 

"guerra, por el completo desagravio que ha toma- 
"uo el Brazil del tiraao del Paraguay. El Gene- 
"ral Resquin y otros jefes están presos. 
"Dios giiiirde a V! E. 

(fir.) "José A. Correia da Cámara 

"Está conforme 

"Alfredo de Escragnolla Tavares 

"Capitán" 

Por modo que las publicaciones o relaciones 
que diera el General Cámara con posterioridad 
están en manifiesta contradicción con esla paladina 
confesión. Se apercibió de ia mala impresión 
que produjo ante la opinión pública su indigna 
conducta, y trató de cohonestarla con paliativos 
calculados a calmar, engendrando un sentimiento 
contrario a la verdad. 

Por consecuencia, la muerte del Mariscal López 
reviste todo el carácter de una verdadera inmo- 
lación, porque ella fue consentida y aulorixadfi 
por el General brasilero, quien, como coronación 
de esa indignidad dejó abandonado su cadáver a 
las cobardes profanaciones de una soldadesca 
desenfrenada. Estos hechos constituyen un cargo 
perpetuo al General Cámara como Jefe de las fuer- 
zas imperiales arrojando un negro borrón sobre 
el blasón de Don Pedro II, cuya tenacidad de raza, 
hizo prolongar, sin necesidad, la lucha hasta la 
lompteta ruina del Paraguay (1). En este concepto, 
l:i responsabilidad ante la historia, recae ineludi- 
blemente sobre quien haya permitido la continua- 
ción de la guerra, hasta su trágico fin en Cerro 
Cora, de una guerra conquista a mano armada de 
nuestro territorio, (2) de una guerra en que se 



192 

invocaba el santo nombre de la eivilizacién y de 
la libertad/ mientras que los subditos imperiales 
se vendían como mercaderías en subasta pública, 
hasta el 13 de Mayo de 1888! . . . 

Sean cuales fueren las faltas, los errores y aún 
los crímenes con (|ue baya manchado su adminis- 
tración el Mariscnl durante tan prolongada con- 
tienda, selló heroicamente su juramento, cumplió 
su palabra muriendo con la espada en la mano^ 
Su muerte es grandiosü, rayante a lo sublime, y 
«jamás»^ como dice un ilustrado compatriota (1) 
«consideración alguna le arrancará el titulo inmar- 
cesible de apóstol y mártir de una causa grande». 

Murió cual otro Héctor, y podía haber excla- 
mado al morir con más razón que Francisco 1**: 
Todo sé ha perdido menos el honor. Y digo con 
más razón, porque éste no perdió la vida. 

Su epitafio está escrito por los más eminentes 
autores antiguos y modernos, por los periódicos 
y por sus mismo enemigos: 

Por Tucídides que en la oración fúnebre so- 
bre las vícíinias de la guerra del Peloponeso (2) 
dice por boca de Pericles: «ia tumba de los héroes 
es el universo^ no esas columnas llenas de inscrip- 
cionesff». 

Por Virgilio en la persona del rey Turno, que 
murió en idénticas circunstancias, defendiendo la 
independencia de la patria contra Eneas y los 
Troy anos:— /Dulce et decus pro patria mori//» 

Por el laureado poeta inglés, Tennyson, cuan- 
do canta con armoniosos versos las más nobles y 
sublimes aspiraciones del espíritu humano: — «En 
alguna buena causa, no en la mía, deseo morir 
honrado, llorado, conocido, y derrocado como un 
guerrero (3). 



(1) Silvano Mosqaeira. 

(i) Tucidides, Líb. XLI. 

(8) Su some good canse, not in mine own. 



193 

Por el distinguido e inspirado poeta filósofo 
chileno, Guillermo Malta que escribió al pié de 
la colunana levantada en memoria del héroe v 
mártir Manuel Rodríguez, la siguiente conceptuo- 
sa y bella estrofa: 

«¡Jamás el héroe muere! 

La mano que lo hiere 

En página inmortal su nombre escribe 

Y el héroe mártir con su gloria vive». 

Por el Congreso de los EE, Uü. de Colom- 
bia, en el Decreto que dictó el 28 de Junio de 
1870, en honor del pueblo paraguayo y la memo- 
ria de su presidente. «El Congreso de Colombia 
"* participa del dolor que en los paraguayos, ami- 
"gos de su patria, ha producido la muerte del 
"Mariscal Francisco S. López, cuyo valor y per- 
aseverancia indomables, puestos al servicio de la 
"Independencia del Paraguay, le han dado un 
*lugar distinguido entre los héroes y hacen su 
'*menioria digna de ser recomendada a las gene- 
oraciones futuras!» 

Por The Times que en un arliculo de techa 
15 de Abril, 1870, sobre el Mariscal dice: "No ca- 
**be duda que hizo correr sangre como agua; pero 
"esto solo con el fin de establecer su ascendiente 
"firmemente sobre los suyos a fin de doblegarlos 
"a sus propósitos; propósitos cuyos fines eran la 
**gloria y conservación del Paraguay A este enl- 
ato estaba dispuesto a sacrificar todo incluso la 
"vida. Jugó el lodo por el todo v lo perdió^p. 

Por el New York Herald de Abril 23 de 1870, 
en un artículo sobre la muerte del Mariscal don- 
de dice entre otras cosas: 

"Cualesquiera que fuesen los errores y las 
^'faltas de López, no puede negarse que la lucha 
"que llevó a los aliados fué valiente, audaz y re- 
"suelta "Por cada pulgada de tierra conquistada 



194 

**Ios enemigos tuvieron que librar una batalla 
^desesperada. Demostró ser hombre de inmensos 
"recursos y uno de los más grandes soldados de 
"nuestros días; cuando consideramos su captura 
"y muerte, reconocemos que la conducta del Co- 
"mandante brasilero ha sido en extremo bárbara!» 
"Y, finalmente, por el mismo General (lámara 
"que, apesar de su conducta poco hidalga, inti- 
"mando rendición a un moribundo, dice: '^El 
^"^ Mariscal no había caído en una emboscada, pero 
"^i en una leal pelea defendiéndose con un valor 
^^que, le haré justicia, honra su muerte y desdice 
con su vida'\ (1) 

Pero resumamos la ilación de nuestro relato. 

El Coronel Panchito López al retirase del lugar 
del combate, se separó de su padre y siguió el 
coche de su madre, y no a mucha distancia del 
Cuartel General, fué éste alcanzado, por el Teniente 
Coronel Martins. Panchito, viéndose rodeado, se 
defendió con bravura. El Comandante Martins le 
intimó rendición, y también la madre, que desde 
su coche estaba presenciando, le gritó: ríndete, 
Panchito, ríndete! Pero el joven no hizo caso, y 
siguió defendiéndose con su espada, hasta que una 
bala disparada por un soldado, le atravesó el co- 
razón y cayó muerto. Entonces Ja SeBora Lynch 
se lanzó del coche y con llantos lastimeros, se 
hecho sobre el cadáver de su hijo, que, ayudado 
por ella, fue colocado en el asiento delantero del 
vehículo. 

Esto sucedió mientras el Mariscal exhalaba el 
último suspiro en el arroyo Aquidabdnigtíi, El 
cuerpo de éste conducido al lugar de su jnhuma- 



To perish, honored, wept-for, knowon. 

And. like á worrior oventhrovvonü ... 

(1) Relato del Oeneral Cámara de la sorpresa y maerte del Mariscal 
López, publicado en el New York Herald, Junio 29 de 1870. Reprodu- 
eldo en la Revista del Instituto Paraguayo, núm. 6. afto 1897, mes de Marzo. 



195 

ción sobre cuatro ramns cortadas en el bosque 
que puebla las orillas de aquella corriente de agua, 
según informan los brasileros. 

Antes del entierro, a pedido del Coronel Nu- 
ñez da Silva Tavares, (después General) los docto- 
res Costa Lobo y Barbosa Lisboa, lo examinaron 
para atestiguar la naturaleza de las heridas, dando 
como resultado de dicha operación el Certificado 
que sigue: 

"Nos, los abajo firmados, certificamos a pedido 
"del Iltmo. Señor Coronel Juan Nuñez da Silva 
"Tavares, que examinamos las heridas que produ- 
"jeron la muerte del ex-Dictador y tirano de la 
"República del Paraguay, Francisco Solano López, 
'^encontramos las siguientes: 

"Una solución de continuidad en la región 
"frontal con tres pulgadas de extensión afectando 
"el pellejo y el tejido celular, (1) otra producida 
"con instrumento perforo-cortante en el hipócon- 
"drio izquierdo con una y media pulgada de exten- 
"sión, dirigida oblicuamente de abajo para arriba 
"afectando el pellejo, el periionep, los intestinos 
"y la vejiga; otra en el hipocondrio derecho de 
"arrihíi pard abajo, teniendo dos pulgadas de 
"extensión afectando el pellejo, el peritoneo y pro- 
"bablemente el intestino. 

"Finalmente una herida producida por bala de 
"fusil en la región dorsal, (2) teniendo una sola 
"abertura, quedando conservada en la caja toráxica 
"la bala. 



(1} Esta herida fué hecha por el Capitán Juan Pedro Núñez, ayudante 
de campo del Comandante de la vanguardia, quedando herido en la cabeza 
(por el Mariscal, nota del A.) 

(2) Esta herida la recibió Lópea en presencia del General Cámara. I 

cuando se hallaba recostado sobre la barranca del Aquidabáu. 

Estas dos notas, según la dirección de la Revista de donde tomamos 
obran al pie del original del certificado inserto. (Nota del A.) 

i 



I 



196 

"Y para constancia pasamos el presente. 
"Villa Concepción, 25 de Marzo de 1870. 

"(fir.) Dr. Manuel Cardoso da Costa Lobo 

"Cirujano de Brig'ida 

"Dr. Melitao Barbosa Lisboa 
'^2^. Cirujano 

Están las firmas reconocidas por Escribano. 

"(fir.) José María da Silva''. 

Los dos cadáveres, padre e hijo, fueron colo- 
cados en la fosa que se había mandado cavar al 
efecto; pero en vista de que no había sido sufi- 
cientemente profunda, a solicitud de la señora 
Lynch, se volvieron a sacar aquellos, y, ahondán- 
dola, fueron enterrados los dos juntos el uno al 
lado del otro, separados por una carnada de tierra. 

/ Consiimatum-est ! 

Permanecimos en la guardia que custodiaba 
a los prisioneros todo el resto del día y toda la 
noche hasta la mañana del día siguiente. 

Continuaba la sed molestándome de una ma- 
nera mortificante; mi clamor por un poco de agua 
fué escuchado con indiferencia, tanto más cuanto 
que solo podría expresarlo con señas, a pesar de 
que el agua no distaba de allí sino un paso. 

Al día siguiente, el batallón levantó su cam- 
pamento y se puso en marcha, llevando todos los 
prisioneros, menos al padre Maíz y al que escribe 
estos apuntes, que continuaron bajo la custodia 
de la misma guardia. El hecho daba que pensar, 
y nos hizo concebir sospechas muy vehementes 
acerca de nuestro destino final! 



197 

Cuando hubo desaparecido de vista el bata- 
llón en el monte del Aquidabán^ el piquete nos 
condujo hasta la altura del anticuo cuailel gene- 
ral donde había algunos jefes y oficiales. Llega- 
do alli, con una voz de mando dio vuelta y quedó 
mirando hacia el punto de donde habíamos par- 
tido! Con esta maniobra nuestra sospecha iba 
adquiriendo tal consistencia que se había conver- 
tido en una convicción de que íbamos a ser fu- 
silados! A mi no me hizo impresión alguna, por 
que la idea de que iba a quedarme sin lengua y 
por consiguiente mudo, para el resto de mi vida^ 
me hacía preferir en ese momento la muerte, y 
a la verdad que bajo esa persuación la hubiera 
recibido con placer! ... El padre Maíz, sin perder 
su habitual serenidad, me dijo: «¡Estos nos van 
a fusilar, rece un padre nuestro y el credo para 
absolverle antes de morir»! . . . 

Le contesté afirmativamente con un movimien- 
to de cabeza de arriba abajo! . . . 

No a mucha distancia de donde estábamos, 
habla otro batallón brasilero acampado, el único 
que aún quedaba. Se puso en orden de marcha, 
y se vino hacia nosotros; pero anles de llegar hizo 
alto. Desprendió luego un piquete de diez o doce 
hombres al mando de un oficial y vino a relevar 
al que nos custodiaba, haciéndose cargo de noso- 
tros. 

Esta circunstancia contribuyó extraordinaria- 
mente a robustecer nuestra convicción, al extremo 
que ya no nos quedaba la más mínima duda. Fran- 
camente, nuestra situación llegó a ser desesperante. 
¡Qué momento fué aquel! Había desaparecido hasta 
la esperanza, el consuelo universal de los hombres; 
y como único asidero nos quedaba Dios! , 

El primer piquete a pasos precipitados, marclió 
y desapareció en el monte. Luego el batallón llegó 
y colocándonos con el piquete en medio, marchó 



198 

también con rumbo hncia el punto de donde había- 
mos venido. Creímos que nos llevaba al lugar 
del suplicio! . . . 

Pero después de haber andado alguna distancia, 
obedeciendo a la voz de mando de su Comandante, 
hizo conversión a la izquierda, y, saliendo al cami- 
no real del Chirígüelo, siguió la misma dirección 
de los demás cuerpos que sucesivamente habían 
marchado de Cerro Cora para Villa Concepción. 

¡Recién entonces volvió el espíritu en sí! . . . 

A los once días de marcha constante a pié 
llegamos a aquella Villa, durmiendo en los puntos 
donde pernoctábamos rodeados de cuatro centi- 
nelas de vista con armas cargadas. Durante ese 
viaje me mantuve con caldo y agua azucarada. 
A esta parte del Arroyo Negla encontiamos acam- 
pada la división del Coronel Paranhos, quien nos 
hizo llevar a su carpa, y con una exquisita ama- 
bilidad conversó un rato con nosotros, )' al final, 
nos ofreció una tacita de café. Después de tanto 
tiempo de privaciones, esta bebida nos supo como 
un delicioso néctar que no solo sirvió para resta- 
blecer algún tanfo nuestra debilitada fuerza, sino 
que dejó impresa en el fondo del alma la más 
sincera gratitud hacia el pundonoroso militar que 
nos obsequió con él. 

En ese mismo paraje había una ambulancia. 
Me llevaron allá y un Doctor me inspeccionó y 
me vendó la herida, diciéndome que no había 
nada que hacer, porque iba cicatrizándose rápida- 
mente. Efectivamente, a nuestra llegada a Concep- 
ción el día 14 de Marzo, estaba completamente 
cicatrizada la herida, sin más remedio que lavaje 
con agua fría, aunque continuaba todavía la hin- 
chazón bastante pronunciada. 

En el capítulo siguiente, que será el final, 
daremos una ojeada retrospectiva para relatar 



loa 

atjíuilos sucesos ocurvidos iintes y despucs de la 
miiiu'te del Mariscal, como compleinenlo indispen- 
sable dei aiilerior, los cuales no han iiodido ser 
referidos sin involucrar el orden en que venÍEiii 
realizándose los heciios. 



CAPITULO XI 



Matanzas uespnés" del combate. Muerte del Vice - Presidente 
Sánchez, y de los Coroneles Caminos y Aguiar. Expediciones 
enemigas al chirigüelo y a la costa del Amambay, Muerte 
del General Francisco Roa y del Coronel Del valle con varios 
jefes y oBciaJes. Otros sucesos incidentales. En el Chaco y 
Puerto de la Asunción. Abordo del Cañonero Igüatimí. Del 
puerto déla Asunción a Eío Janeiro. 



Después del combate de Cerro-Üorá^ que he- 
mos referido en el capítulo precedente, la solda- 
desca brasilera cometió muchos abusos; mató 
iniíiil mente y con indecible crueldad a muchas 
|)ers(inas indefensas, y finalmente, f)nra colmo de 
atrocidad, prendió íue<4o al ciinipíijurnto, murien- 
do carbonizaíios, enfermos y heridos que yacian 
en los ranchos y pajonales! 

El Capitán Asambuja, armado de una larga 
lanza, yendo con unos cuantos hacia el cuartel 
general, encontró al anciano Vice-Presidente Sán- 
chez, espada en mano, cerca de una carreta- En 
cuanto le vio le intimó rendición en términos ás- 
peros y groseros; pero Sánchez, levantando alta 
la espada con que dos días antes lé obsequiara 
el Mariscal^ le contestó con ánimo resuelto: ¡<t^Con 
esta espada jamás^ü . . . No bien acabó de pronun- 
ciar estas palabras, cuando Asambuja le atravesó 
con su lanza de parte a parte. Un joven argen- 
tino que iba con ellos, picó el caballo para inter- 



202 

ponerse entre los dos gritando: no le mate, Capi- 
tán! pero ya fué tarde, y el Vice-Presidente rodó 
exánime, victima de tan cruel golpe. 

El señor Sánchez era de carácter bondadoso 
y nunca abusó en lo más mínimo de su posición. 
Sirvió al país desde muy joven repasando en el 
transcurso de su prolongada vida pública todos 
los puestos de la administración civil y judicial 
hasta llegar al elevado cargo d^ Vice-Presidente, 
por cierto en circunstancias bien difíciles y críti- 
cas. Modelo de honradez, de lealtad y de una 
asidua e incansable dedicación al cumplimiento 
de sus deberes oficiales, y como patriota, el más 
decidido, a pesar de su ancianidad, como podrá 
juzgarse por sus últimas palabras. El Mariscal 
le trataba con las mayores consideraciones, y dijo 
de él en cierta ocasión que «él respetaba mucho 
a aquel anciano^ porque ;era su superior en edad, 
dignidad y gobierno». 

El Coronel Aguiar, antiguo edecán del Maris- 
cal, que le había acompañado en su misión di- 
plomática a Europa, tenía una pierna inutilizada 
de una herida que recibió en la batalla de) 24 de 
Mayo, fué herido de gravedad, 5'^ en este estado 
procuró ganar el monte; pero antes de lograrlo, 
fué alcanzado e ignominiosamente degollado, dos 
horas después de la terminación de la lucha. 

Era una bella y arrogante figura militar y un 
perfecto caballero. Su lealtad y adhesión al Ma- 
riscal eran inconmovibles, v éste en cambio le 
demostraba los mayores aprecios. 

El Coronel Luís Caminos, Ministro de Guerra 
y Marina, fué muerto de un balazo a la orilla del 
monte, donde probablemente iba buscando abrigo 
contra la furia de las tropas enemigas. 

El General Caballero, así que tuvo noticia por 
sus espías que se habían encontrado con algunos 
dispersos de Cerro Cora, de la muerte del Mariscal, 
reunió a todos los jefes y oficiales de su mando, 



203 

y les dijo: Que con la muerte del Mariscal 
quedaba terminada la guerra, y que a esta razón 
no les quedaba otra cosa t}ue hacer que irse 
a entregar a los aliados, salvo cjue estuviesen dis- 
puestos, lo que no creía, a recurVir al bandidaje. 
Todos contestaron unáninlemente que acatarían lo 
que el General resolviese. Pintonees, previos los 
preparativos de viaje, se pusieron en marctia para 
Villa Concepción. Pero al aproximarse al río 
Apa, cerca del paso de Bella Vista, se encontraron 
con una columna brasilera que, según les infor- 
maron, iba en busca del General. A ella, pues, 
se entregaron en calidad de prisioneros y fueron 
conducidos á Concepción. 

Noticioso de que aún habia muchas tropas 
paraguayas a retaguardia que no habían podido 
llegar por falta de elementos de movilidad, el 
éneniigb despachó comisiones al Chirígüelo y a la 
costa del Ho Amambay. 

El Coronel Escobar, encargado de la conduc- 
ción de. una carretería, incluso un carretón con 
las alhajas déla familia del Mariscal, conforme ya 
dijimos al final del Cap. IX, había conseguido cru- 
zar al otro lado del Chirígüelo luchando con mil 
dificultades áue fueron vencidas a fuerza de una 
paciente y lalioriosa persevierancia. 

Estando allí, fué sorprendido con la llegada 
de una pequeña columna de caballería. Su jefe 
le dio la noticiA de que el Mariscal había muerto, 
y así toda resistencia sería inútil Jiuesto que no le 
quedaba otra alternativa que rendirse. 

Escobar le contestó: que no se rehdifia sino 
después de recibir confirmaciohes por algún oficial 
paraguayo de la noticia que acababa de darle» 
Felizmente dio la coincidencia de que en ese hio- 
mentó venía llegando por él moiite él antiguo 
ayudante del Mariscal, Teniente VMllalba, quien lé 



2(JÍ 

confirmó la notichi, diciéndole que acabafaíi de 
presenciar sul)¡do en un árbol la muerte del Ma- 
riscal. Que éste, momentos antes de la llegada 
del enemigo al campamento, le había despachado 
para llevar al General Uoa la orden de apresurai* 
su marcha a Cerro Cora porque se acercaban los 
aliados. No quedándole más duda acerca de la 
realidad del hecho, Escobar mandó empabellonar 
las armas y le dijo al jefe brasileño: que se entre- 
gaba con las gentes a sus órdenes como prisionero 
de guerra. 

El General Roa, que, como dijimos, había 
quedado en Punta Pora con nueve piezas de ar- 
tillería, habiendo recibido de Cerro-Corá los bueyes 
que le había prometido el Mariscal venía marchan- 
do lentamente, y se encontraba en aquellos momen- 
tos a muy corla distancia del lugar donde estaba 
acampado Escobar. Este queriendo evitar que Roa 
hiciese una resistencia estéril cuando llegase allí el 
enemigo, se puso de acuerdo con el jefe brasileño 
para mandarle avisar que el Mariscal había muerto, 
que todo había concluido, y que se viniese adonde 
estaba él (Escobar). Envió con este recado a su 
ayudante el Alférez Camilo Zuloaga. 

Pero el jefe brasilero impulsado por la des- 
confianza, le hizo seguir a este con 10 o 12 jinetes, 
y sucedió que cuando Zuloaga llegó y empezaba 
a hablar con el General Roa, también y de sopetón, 
iba llegando allí el piquete brasilero. Roa, sor- 
prendido por la inesperada y súbita llegada de 
éste, se lanzó al monte solo, y su pequeña fuerza 
con toda la oficialidad fué conducida prisioneros 
a Cerro Cora. 

De aquí el General Cámara despachó una 
pequeña fuerza expedicionaria, el día 2 de Marzo 
al mando del Mayor Vasco Acevedo Freitas, llevan- 
do de vaqueano o práctico al Comandante A. Gaona, 
con destino a la costa del Amambay donde se en- 



205 

conlraba la división del Coronel Delvalle, que 
como dijimos, había partido del Panadero el 2 de 
Knero de 1870. (1) 

Cuando dicha columna llegó al lugar donde 
estaban los cañones v carretas de la artillería el 
General Roa salió del monte a presentársele co- 
mo prisionero de guerra; pero fué cruelmente 
muerto de una descarga de mosquetería (2) que 
le niandó hacer el jefe brasileño. 

La columna expedicitínaria siguió, después de 
esta hazaña^ su marcha internándose hasta el río 
Amarnhay, por el mismo camino que habíamos 
llevado. 

Estando acampado en la margen derecha* de 
aquel río en el mes de Febrero, Delvalle había 
recibido del Mariscal una nota^ ordenándole que 
facilitara gente al mayor Félix García para poder 
continuar su marcha ^a Cerro-Corá^ y que él (Del- 
valle), con el resto de su división, hiciera lo mis- 
mo a fin de llegar a tiempo para escarmentar a 
los aliados que empezaban a moverse en el Ro- 
sario con propósito probable de operar contra 
nosotros. 

El mayor F. García se había desertado el día 
antes de la llegada de la precitada nota, llevando 
en onzas de oro una buena cantidad de dinero, 
cié que fue despojado en el camino por algunos 
bandoleros que se habían devSprendido de los que 
seguían el ejército aliado. 

— Delvalle, en vista del estado de extenuación 
en que se encontraban sus tropas, diezmados ya 
por el hambre, las enfermedades y las desercio- 



(1) Cámara ofreció primero a Escobar la comisión deracomt)añar a 
dicha columna como vaqueano; pero se excusó diciendo que había jurado 
no tomar arma nunca contra su patria. 

Esta contestación le mereció la recompensa de dos días de arrestoj 
En lugar de él fué Gaona (Andrés). 

(í) Como se vé, el General Roa no fué muerto en el campo de bata 
lia, como asegura en su parte el General Cámara. 



206 

nes en grupos, reunió a sus colegas y les manifes- 
tó su parecer respecto a la contestación que de- 
bieran dar a la mencionada nota. 

Tuvieron tres conferencias. Delvalle en la 
primera trató de explorar el ánimo de sus com- 
pañeros con cautelí!. En la segunda estuvo más 
explícito, acerca de la resolución definitiva que 
convendría tomar, dadas las críticas y apremian- 
tes circunstancias de la División de su mando^ 
Se resolvió que en la próxima, que fué la última 
CQoferencia, Delvalle presentas^ el proyecto de 
contestación. En efecto, éste leyó en dicha reu- 
nión el borrador de la nota que a continuación 
va inserta en la que van expresados los motivos 
que tuvieron en consideración para tomar la re- 
solución de no continuar su marcha a Genro-Oorá 
y de retirarse a los desiertos a buscar la vida se- 
gún Dios les ayudare. El proyecto fué aprobado 
e inmediatamente se mandó poner en limpio. 

Helo aquí: 

«¡Viva la República del Paraguay! 

«Exmo Señor: 

"Tenemos el honor de dirigirnos a V'. E. con 
"el objeto de declarar franccomente a V. E. ía re- 
"solución que hemos juzgado toniar en el último, 
"caso en que nos hallamos en presencia de las 
"dificultades que nos privan continuar apoyando 
"a V. E. en la guerra, que desde mucho tiempo 
"atrás demandaba más bien un golpe de armas 
"que una maniobra semejante con los recursos 
"que teníamos y la clase de tropa de que disponía- 
**mos, para poder esperar un resultado favorable 
" a la nación, cuyo sostenimiento había invocado 
•*¥. E. para reunirnos bajo su estandarte soberano, 
"y en cuya defensa V. E. nos ha hallado siempre 



207 

"a sus órdenes con lealtad y pronta obediencia. 
"V^evQ aj^Qvq que sorbos instruidos de qu^ V. E. 
** sigue aún adelantando su niarcha j que sobre todo 
"vemos que la continuación del presente estado de 
"cosas servirá más bien para el dqro aniquila- 
"miento (^e nuestra Nación, bajo el yugo de una 
"voluntad arbitraria y caprichosa sin esperanza de 
"ningún otro resultado más que un prolongado 
'^padecimiento de aquellos que aún se encuentran 
"bajo los pies de V. E. nosotros convencidos de 
"que nuestro deber de pa.triotisn)o ya qo nos 
"obliga a más sacrificios, renunciamos formalmente 
"seguir causando víctimas en la huella de V. E. 
"(y víctimas antropófagas), pues el patriotismo es 
"un sentimiento que Dios aprueba cuando no es 
"extremado, ni opuesto al derecho de gentes; y 
"Dios no fundó la sociedad civil para destruir la 
"sociedad natural, sino para vigorizarla, y en este 
"concepto, y en la esperanza de rendir él mayor 
"servicio a la humanidad, nos retiramos en los 
*^desiertos con aquellos que manifiestan igual 
"voluntad a buscar nuestro recurso con nues- 
''tros propios trabajos, y con el propósito fir- 
**me de que en ningún tiempo serviremos de 
'instrumento al enemigo invasor de nuestra na- 
**cionalidad. 

"Sabemos que V. E. tendrá mucho que sentir 
"esta resolución, pero sabido es también que la 
'^Nación ha sentido más que V. E., y esta sola 
"reflexión bastará para su consuelo, puesto que 
''V. E. nunca ha pensado en su desgracia. 

*^En lo demás, esperamos que el Dios de las 
"Naciones bendecirá la obra que nos proponemos 
"con su santa ayuda y protección. 

"Dios guarde a V. E. muchos años. Campa- 
"mento en Amambay, Febrero 25 de 1870. 

"(fir.) Juan B. Del valle— Gabriel Sosa— José 
"Romero^'. 

El conductor de esta nota era el Sargento 



208 

José Maria Pesoa, vecino de la Villa del Pilar, que 
fué capturado por el enemigo én el camino cerca 
del Chingúelo, ya después de la muerte del 
Mariscal. (1) 

El Sargento Mayor José León, que no estaba 
conforme con la resolución tomada por consejo de 
Delvalle, se puso en marcha camino para Cerro^ 
Cora. Fué perseguido y muerto! 

Asi que despacharon a Pesoa, empezaron a 
contramarchar durante cuatro días con sus noches, 
llevando 4 carretas cargadas de víveres y una de 
dinero, al cabo de las cuales llegaron frente a los 
siete Cerros. Allí acamparon al lado derecho de 
un monte distante del camino unas cuatro cuerdas. 

Practicaron un reconocimiento y hallaron en 
medio del monte un campichuelo bastante espa- 
cioso para el potrero de los bueyes y con un pe- 
queño estero en el centro para proveerse de agua. 
Por estas ventajas y la de ser un lugar apartado 
y bien abrigado determinaron establecer allí su 
campamento mientras resolviesen otra cosa. 

El Comandante José Romero recibió orden 
para trasladarse allí con su gente y los bueyes 
y que carneara uno de estos y enviara carne al 
campamento de Siete Cerros donde estaban las 
carretas. Romero cumplió la orden y al día si- 
guiente Delvalle, le remitió una caja de dinero. 
Ésa misma noche Delvalle y Sosa acompañados 
de su ayudante el Teniente Vargas, enterraron en 
el monte otras dos cajas llenas de plata sellada. 

Al contramarcharse de la costa del Amamhay, 
abandonaron allí a la disposición de la turba multa 
de mujeres todas las demás carretas que ascendían 
a unas veinte y tantas llenas de víveres y alguna 
cantidad de dinero y bastante plata labrada. Las 



(1) El Coronel Paranhos nos enseñó dicha nota, en ocasión que nos 
hizo llevar a su carpa a esta parte del arroyo Negla. 



209 

mujeres que habían terminado de hacer sus avíos, 
con sus ataditos en la cabeza, comenzaban a mar- 
char cuando hete ahí que llegan los brasileros. 

En cuanto estos obtuvieron la noticia de que 
el resto de la división con sus jefes, se encontra- 
ba en el paraje mencionado, se dirigieron inme- 
diatamente allá. La fuerza o columna brasilera 
era pequeña, apenas tendría unos 60 jinetes, lle- 
vando de vaqueano como ya dijimos al Coman- 
dante Gaona. A su llegada adonde se encontraban 
Delvalle, Sosa y Romero, es decir al campichuelo, 
hizo una descarga de carabina. Desprevenidos 
como estaban, y con la súbita impresión de la 
sorpresa todos corrieron al monte. 

Los llamaron aconsejándoles que salieran que 
no les había de suceder nada. Delvalle salió 
junto con varios y poco a poco iban saliendo otros 
más, formando un total de cincueta y tantos. Exi- 
gieron a Delvalle la entrega de su espada, a lo que 
él se negó, alegando que puesto que estaba ren- 
dido, ya dejaba de ser enemigo, y a esta razón no 
había porqué entregar su espada. 

Esta contestación le mereció de atrás un pun- 
tazo de sable. 

En seguida, los hicieron marchar a todos a 
un pajal que había a la inmediación, y allí fueron 
muertos a sable y lanza, prendiendo luego fuego 
al pajal; por moao que aquellos que no hubieran 
acabado de morir con las armas, murieron quema- 
dos! ¿Puede concebirse una cosa más bárbara y 
horrorosa? 

Entre las 50 o 60 víctimas se encontraban las 
siguientes ])ersonas caracterizadas: el Coronel Del- 
valle, el Comandante Gamarra, el Mayor Méndez, 
los capellanes Hermosilla y Yahari y el canónigo 
Román que por enfermedpd de los pies había 
quedado en una de las carretas rezagadas. 

El Capitán Alfaro que también formaba parte 
del grupo conducido al sacrificio, se salvó median- 



2Í0 

te un reloj de oro que regaló ú un sargento Ufe 
caballería brasilera quien lo alzó fen anca tie 
sü caballo. {í) 

Sosa y Romero se salvaron, porque tuvieron 
la prudencia de no ^alit del monté cuando fueron 
llamados. 

No hubo, pues cottibate, ni coSa que se pa'rezca 
entre la gente de Delvállé y la columna brasilera. 
Y sin embargo, según refiere el General Cámara 
en su parte de fecha 13 de Marzo, al Mayor Vasco 
Acevedo Freitás en una breve coíliüillcacíón, le 
dijo haber lencontrüdo y jbatidól uña fuerzA ál 
mando del Coronel í>elválle, quien tenía dos ca- 
ñones». 

Eisüm Tefieátis 

Así se escWbe la hlstoHa! 

Uha vez desembarazado de esa manera tos 
brasileros de los prisioneros empezaron a recoger 
todo el dinero que liabia én el campamento: qui- 
taron a las mujeres las bolsas de piala sellada aue 
éstas habían sacado de las carretas para llevarías 
y mandaron desenterrar las cajas que Delvalle 
había ocultado en el monte y cerca del paso del 
Añíambay, conduciendo todo a Villa Concepción en 
diez v siete carretns! 

La división Delvalle tenía jmr objetó proteger 
la retaguardia (le nuestro Ejérciló én lá retirada, 
y conducir las carretas del parque y de víveres. 

Antes de la .operación repentina del enemigo 
en GerrO'Gorá, guindos por los desertores Carmona 
y Villamayor, no hubo otros sucesos dignos de 
mención que los que quedan consignados, los 
cuales pueden interesar a la historia. Sin embargo, 
hay algunos que vamos a referir que tal vez inte- 



(1) Estos datos nos fueton facilitados por el Coronel Romero qué aún 
vive y qué desde el monte estuvo presenciando todo. 



211 

resen a la curiosidad del lector, o a los que qui- 
sieran, animados de un espíritu especulativo, lle- 
var su investigación al vasto campo de la moral 
y de la filosofía. 

Un día a eso de las 11 a. m., rae presenté al 
cuartel general por asunto de servicio. El Mariscal 
acababa de almorzar, y se entretenía conversando 
con varias personas del mismo cuartel general. 
Me apercibí de que el tema de la conversación era 
la historia. Uno de aquellos, entre otras cosas, 
observó, que sería muy difícil, si no imposible, 
escribir la historia de la guerra, porque, decía 
todos ignorábamos las disposiciones que dieron 
lugar a la producción de los hechos. Entonces 
yo, epilogando esta observación, dije: 1 sobre 
todo para escribir la historia filosófica! , . . 

El Mariscal, que estaba sentado, hizo rápida- 
mente un movimiento de cabeza y dirigiéndome 
una mirada que evidentemente manifestaba el 
pésimo efecto que le habían producido mis pala- 
bras^ dijo: r sobre todo si Vd. la escribe, yo no 
la le^réff 

Ignoro el sentido en que habrá entendido 
aquella. . . Tentado estaba de darle una explica- 
ción que disipara cualquier mala interpretación; 
pero no me atreví por miedo de empeorar mi 
situación exponiéndome a un resultado inesperado! 

La historia, como se sabe, es la sencilla y 
verídica narración de los hechos, y la filosófica, 
no se concreta a esto solo, sino que entra en in- 
vestigación de las causas que los produjeron. Y 
si difícil era la primera, mucho más lo sería la 
segunda. Hé ahí explicado el sentido en que ha- 
bía hablado. 

Otro día, se presentaron al cuartel general, 
unos dos indios cayguá a denunciar al Mariscal 
que su TAPYI, había sido asaltado por las muje- 
res del campamento, quienes habían acabado de 
robar todos los cereales que había en sus cápue- 



?I2 

ras. Los indios, prácticos en los montes y muy 
andadores, acortaron el camino y llegaron ante 
el Mariscal dos horas antes que las mujeres. El 
Mariscal escuchó la denuncia, y, sin duda, les 

Erometió impedir la repetición del hecho; pues, 
abía dado orden a uno de sus ayudantes que en 
cuanto llegasen las mujeres, sin considerar que 
ellas habían obrado impulsadas por fuerza ma-^ 
yor, les mandase aplicar la pena de azote por 
vía de corrección. La orden fué cumplida, en 
momentos en que me encontraba ausente de la 
mayoría. A mi regreso, uno de mis ayudantes 
me enseñó un plato de maiz, explicándome lo que 
acababa de pasar. 

El Coronel Aveiro, en su narración publi- 
cada en la Revista del Instituto, Marzo 1897, 
n® 6, refiere que el Mariscal, después de recibir 
la noticia de la toma de nuestra gran guardia por 
el enemigo el 1® de Marzo, había convocado un 
consejo para deliberar sobre lo que en la emer- 
gencia fuera necesario resolver, pidiendo opinión 
acerca de si convendría o no refugiarse en las 
cordilleras inmediatas o esperar el golpe peleando 
hasta morir. 

Que se le había contestado que resolviese lo 
que fuese conveniente a la situación. Que entonces 
resolvió esperar allí al enemigo, y pelear hasta 
morir todos! 

No pongo en duda de que así haya sucedido; 
pero no me consta personalmente, porque no es- 
tuve presente en el mencionado campo. Sin duda^ 
por un error de recuerdo ha incluido mi nombre 
éntrelos que asistieron. 

Nuestro viaje hasta Concepción se verificó sin 
ningún incidente. Sin embargo, para que no se 
efectuase enteramente sin novedad, en todo él se 
nos iba acariciando el tímpano con la música poco 
agradable de que en cuanto llegásemos a aque- 
lla Villa seríamos fusilados! No había razón para 



213 

creer tan terrible anuncio, ni para dejar de 
creerlo tampoco! Porque continuaban en nuestra 
memoria frescos los tristes y dolorosos recuerdos 
de. Pais<indú* 

Eñ el camino compré a una mujer en cuatro 
pesos una rica y linda manta con listas coloradas y 
azules para abrigarme de noche contra los fuertes 
rocios* 

k nuestra llegada nos colocaron sobre la ba- 
rranca del rio, y acto continuo nos pasaron en una 
embarcación al chaco. frente ala Villa. Oh! aque- 
llo fué un verdadero infierno! Allí estábamos bajo 
el techo roto de un rancho unos encima de otros 
como sardinas, devorados de dia y de noche por 
los mosquitos zancudos, gegenes y otras sabandijas 
que sería cosa de nunca acabar mencionarlas. 
Estábamos bajo la vigilancia de un batallón de 
infantería. 

Un día, apareció allí un ciudadano paraguayo 
que había ocupado altos puestos públicos bajo la 
administración de los López y que también cayó 
prisionero en Cerro-Corá con su familia, llevando 
en la mano un rollo de papel; era unmaniflesto- 
protesta en nombre de los prisioneros contra el 
Mariscal López! Sin duda, lo hizo para propiciarse 
la simpatía y buena voluntad de los principales 
jefes de la Alianza, que estaban interesados en 
levantar sobre los escombros del país un monu- 
mento de horror contra la memoria de aquel héroe 
gigante. El lenguaje tenía todo él sabor de un 
hombre profundamente despechado. 

Pero sea de ello como fuese, el caso es que 
nos hicieron comparecer a todos, y rodeados del 
batallón, nos obligaron a poner nuestras firmas al 
pié de aquel famoso documento. Yo me negué; 
pero mi compañero que vio que los soldados mur- 
muraban amenazas contra mí, me aconsejó que 
no insistiera, para evitar una consecuencia funesta: 
puesto que el acto era nulo. Recién entonces fui 



214 

a poner mi firma al lado de las de los otros, y 
creyéndome con derecho, en cambio de tan desca- 
rada y vergonzosa violencia, a alterar mi apellido, 
en lugar de Centurión, pu.se' Centauro/ 

He ahí uno de tantos documentos nulos arran- 
cados a los prisioneros de guerra por los jefes 
aliados; entre aquellos debe incluirse la declara- 
ción del Coronel Aveiro abordo del cañonero 
brasilero Igüatemi surto en el puerto de la Asunción 
con fecha 23 de Marzo de 1870. En el Apéndice, 
bajo el N. 4, va la protesta de Aveiro enviada para 
su publicación al Jornal do Comercio en Rio 
Janeiro, en Julio dtil mismo año, donde verá el 
lector los medios violentos de que se valieron 
para arrancársela. (1) 

Kn el Cap. V del Tomo II pág. 146 y siguientes 
de estas memorias se contienen algunns reflexiones 
acerca del particular, sobre las cuales nos permi- 
timos llamar especialmente la atención del lector. 

Del Chaco nos llevaron erpbarcados en un 
transporte a vapor al puerto de la Asunción. Allí 
fueron todos distribuidos a diferentes puntos. A 
nosotros, al- padre Maiz y a mi, nos llevaron abordo 
del cañonero brasilero igüatemi, y remachándo- 
nos a cada uno una barra dé grillos, nos metieron 
en la sentina del buque al pié del palo mayor — 
verdadera cueva donde uno penetraba por una 
estrecha y baja portezuela, y de llapa con centi- 
nela de vista! 

En los primeros días acudieron allí jefes y 
oficiales brasileros a satisfacer la curiosidad de 



(1) Las ediciones de las obras de Thompson y Masterman hechas en 
BnenoB Aires, llevan agregada como apéndice una colección de declara- 
piones de ese género, y qne suelen citar los que se complacen en hacer 
una propaganda inicua, contra los hombres y las cosas*del Paraguay en 1» 
época pasada 

Es inútil; con semejante propaganda no se justifica, ni tan siquiera 
ae cohonesta, el inmoral propósito que tuvieron en vista los aliados al. 
combinar su plan de guerra contra el Paraguay. Allí está el tratado secreto 
y su famoso protocolo, sin decir nada de la dupla alianza que Armaron 
después. 



215 

vernos. A veces se presentaban a la puerta de 
nuestra jaula, de noche, llevando un farolito con 
luz para alumbrarnos y vernos bien, sin preceder 
ninguna de aquellas ceremonias propias de gentes 
civilizadas; y después que nos abrumaban con 
una andanada de potifes acompañada de otros 
calificativos igualmente injuriosos, se retiraban 
echándonos más maldiciones que Cristo a Satanás! 

Era imposible dormir de noche por el enjam- 
bre de mosquitos que nos perseguían. Pasábamos 
noches enteras contando las horas, y ocupados 
incesanlemenfe en espantar con un pedazo de 
lona a los tenaces bichos cantores que nos perse- 
guían sin tregua. Le tocaba hacer el servicio de 
alba a un robusto soldado negro. Condolido, 
sin duda, de mi triste situación, me invitó para 
que saliera a la sala donde dormían las tropas en 
invierno, porque en verano acostumbran dormir 
sobre cubierta al aire libre. Aproveché de su 
generosidad, salí y me senté en una hamaca ten- 
dida que había. El negro empezó a pasearse con 
KU espingarda al brazo. De repente sacó del bolsi- 
llo del pantalón una caramayola llena de caña y be- 
bió un buen trago! 

Enseguida, me la pasó y también le hice el 
honor de un buen buche! Esto se repetía todas las 
noches a la madrugada, amaneciendo los dos, como 
diría un inglés, half sea over! — o sea entre San 
Juan v Mendoza! 

Después de algunos tragos se avivaba su ima- 
ginación y desplegaba una locuacidad extraordi- 
naria, y, yo que no podía manejar la lengua de 
Camoens me concretaba a repetir la última parte 
de las frases que emitía, semejante a la ninfa Eco 
en su diálogo con Narciso! 

— Eh! a cachaza e boa, decía él. 

— Eh! Sí Señor, a cachaza e boa, contestaba yo. 

Cuando ya empezaba a clarear el día, me 



216 

sujetaba del brazo y me llevaba arrastrando hasta 
meterme en la cueva sonardo los íierros con un 
ruido descomunal. 

— Agora o Slgnor va a domir. 

— Eh Sí Signor; voy a dormir, le contestaba! 

En una de esas veladas matinales, el negro 
me manifestó que irremisiblemente iba a ser fusi- 
lado, y que cuando llegase ese caso, esperaba que 
yo le dejase, como un recuerdo la manta que tenía. 

¡Ya apareció la madre del borrego dije entre mí. 

Le contesté que cómo nó! que tendría el ma- 
yor placer en dejársela. 

De esta manera quedó constituido el generoso 
centinela que nos custodiaba, en heredero univer- 
sal de la única prenda que poseía! 

Un día, mi hermana fué a bordo y solicitó 
permiso para verme y entregarme algunas prendas 
de uso que me llevaba de casa. Concedido el per- 
miso, me mandnroii sacar los grillos y subí sobre 
cubierta encaminándome hacia la popa, donde 
aquella me estaba esperando ansiosamente. El 
negro se encontraba en ese momento entre sus 
compañeros sobre cubierta a proa. Cuando me vio, 
creyó de buena fé que me llevaban a fusilar, y gritó: 
«¡No se olvide de la manta!!». Al oir su voz di 
vuelta a mirar, y él, agitando la mano levantada, re- 
pitió con más fuerza: «¡No se olvide de la manta!!...» 

¡No tenga cuidado y adiós! le contesté. 

No habrá sido poca su sorpresa al verme re- 
gresar con vida y la manta al hombro que tuve 
que llevarla después hasta Río Janeiro, por no 
haberse cumplido la condición de la donación. 

Permanecimos abordo de la Iguatemi siempre 
engrillados, hasta principios de Abril, en . que 
después de sacarnos los hierros, nos llevaron a 
Humaitá, junto con varios otros compañeros, y al 
cabo de algunos días de permanencia en esa an- 



217 

tigua fortaleza, a Río Janeiro, en calidad de pri- 
sioneros de guerra, a pesar de la terminación de 
la guerra (1). 

Llego al fin de mi tarea. 

La he emprendido sin pasión, sin odio ni 
resentimiento, procurando ser fiel a las palabras 
de Shakespeare que me han servido de epígrafe, 
V animado únicamente del anhelo de enderezar 
errores que se han padecido, de buena o mala 
fé, sobre los sucesos de nuestra pasada guerra; — 
errores que iban tomando, poco a poco, el carác- 
ter de leyenda, haciendo para esta rectificación o 
enmienda una sencilla relación de los hechos 
tales cuales ellos fueron. El tiempo dirá si se ha 
logrado este propósito. Hasta el presente el fallo 
de la opinión pública es favorable m mi humilde 
trabajo. En todo caso, creo no haber olvidado 
en el curso de él, aquella regla moral de caridad 
hacia los otros y dignidad hacia uno mismo. 



FIN 



(!) Supimos después qne el envió de los prisioneros de Cerro-Cord a 
Rio, obedecía a una combinación política, relacionada con cuestión elec- 
toral para la futura presidencia de la República. 



APÉNDICE 



N"" I 

«Cuartel General en Pirayú, 12 de Junio 1869. 

«Los Generales aliados lian tomado en consideración 
las notas que con fecha 29 de Mayo y 3 de Junio fueron 
dirigidas al Comandante en Jefe de las fuerzas brasileras 
por el Mariscal Francisco Solano López, y de común acuer- 
do, han resuelto darle la siguiente contestación: 

Esas notas no son más, en cuanto al fondo, que una 
repetición de la que con fecha 20 de Noviembre de 1865, 
fué por el mismo Mariscal dirigida a S. E. el señor Briga- 
dier General D. Bartolomé Mitre entonces Comandante en 
Jefe de los ejércitos aliados. 

Como entonces, amenaza ahora el Mariscal López con 
inmolar a todos los ciudadanos de las naciones aliadas que 
han tenido la desgracia de caer prisioneros de las fuerzas 
que obedecen sus órdenes. Servían a la sazón de pretesto 
para tan atroz amenaza, cuya ejecución nada puede, por otra 
parte, justificar, una serie de imputaciones tan odiosas como 
infundadas, tales como: haber los aliados reducido a la es- 
clavitud un gran número de prisioneros paraguayos, obligan- 
do a otros a tomar las armas contra su patria, y haber los 
aliados hecho una tentativa de asesinato contra la persona 
del Mariscal López. 

Hoy ese pretesto se basa en el hecho de haber sido 
enarbolada la bandera paraguaya por fuerzas de esa nacio- 
nalidad que pelean al lado de los Ejércitos aliados. 

Los Generales aliados no piensan que la ocasión era 
oportuna para exponer nuevamente las circunstancias que 
ha)i dado lugar a este hecho y el pensamiento, que él signi- 
fica. Este pensamiento, corolario de los fines que los Go- 
biernos aliados han tenido en vista prosiguiendo en la gue- 
rra a que los provocaron las gratuitas agresiones del Maris- 
cal López, ha sido manifestado en más de una ocasión y se 
infiere una vez más de la proclamación dirigida por los 
Generales aliados al jMJeblo paraguayo, con fecha 29 de 



222 

Marzo del x>rcsente afio. Los Generales aliados no pnedeu 
por consiguiente acceder a la singular exigencia contenida 
en las notas que han motivado la presente contestación. 

Si lo hiciesen creerían arrojar ana mancha sobre la 
dignidad de sas respectivas naciones y extralimitar las fa- 
cultades qne le han sido conferidas por sas respectivos Go- 
biernos. 

En cnanto a la amenaza que hace el Mariscal López, 
el mundo entero sabe va como han sido tratados los ciuda- 
danos de las ' naciones aliadas que antes y después de la 
declaración de guerra cayeron en su poder. 

La gran mayoría de ellos, torturados los unos, fusilados 
y lanceados los otros, yaííen desde mucho en la eternidad, 
y los generales aliados tienen la triste convicción qne loiJ 
que existen, si algunos existen aún, irán brevemente a reu- 
nirse a esos mártires, cualquiera que sea la solución que 
por los mismos sea dada a esta cuestión y así la dan por 
terminada, mientras no sea tomada otra resolución por los 
Gobiernos aliados, a cuyo conocimiento ha sido elevado este 
asunto. 

Dado en Pirayú a 12 de Junio de 1869». 

(Fir.) E. Mitre— Gastao de Orleans— E. Castro. 

No 2 

Comando en Jefe de todas las fuerzas brasileras en opera- 
ciones en la Eepública del Paraguay. 

Cuartel General en Pirayú a 15 de Junio de 1869. 

El abajo firmado Comandante en Jefe de todas las fuerzas 
brasileras en operaciones de la Eepública del Paraguay, 
acusa recibo de la nota que le dirigió el Mariscal Francisco 
Solano López con fecha 3 del corriente mes, y a la cual 
acompañó copia de la dirigida en 20 de Noviembre de 1865 
por el mismo Mariscal al Excmo. Señor Brigadier General 
don Bartolomé Mitre. 

Como solución no solamente a aquella nota sino a la 
de 29 de Mayo próximo pasado cabe al abajo firmado remi- 
tir al señor Mariscal López la respuesta que los Generales 
aliados resolvieron de común acuerdo darles. 

Juzga también el abajo firmado deber juntar a este 
documento la proclama dirigida al pueblo paraguayo por los 



223 

Greiierales aliados en 29 de Marzo del corriente año y la 
alocución pronunciada en la misma ocasión por el Brigadier 
General don Emilio Mitre, Comandante en Jefe del Ejército 
Argentino; y también remito copia de una nota que con este 
tin le fué dirigida en 14 del corriente por el mismo Briga- 
dier General. 

El abajo firmado debo declinar los agradecimientos 
que le dirigió el Mariscal López por haber comunicado su 
primera nota a los señores Comandantes de las fuerzas ar- 
gentinas y Orientales, pues dándoles conocimiento de ella 
apenas cumplió el riguroso, deber de lealtad que esperaría 
de ellos en circunstancia idénticas. 

En cuanto a la nota dirigida por el Mariscal López al 
Excmo. General D. Bartolomé Mitre, el abajo firmado se juz- 
ga dispensado de hacer cualesquiera observación sobre las 
materias que olla contiene, pues la ilustración, talento y 
sentimientos elevados de tan distingnido General no dejan 
duda que le haya sido por él, en tiempo oportuno, dada la 
más completa repuesta. 

El abajo firmado también juzga ajeno a su misión dis- 
entir los bien conocidos motivos y fines de la presente 
^^uerra, y los otros, puesto que al Mariscal López plugo 
mencionar en su nota del 3 de Junio. Pero como este pa- 
rece ignorar el origen de los documentos paraguayos que el 
abajo firmado citó en su respuesta dada a la nota de 29 de 
Mayo, dirá que estos, encontrados en los diferentes campa- 
mentos conquistados por las fuerzas aliadas sobre las del 
JMariscal López, ya fueron publicados en los países aliados 
sintiendo el abajo firmado no tenerlos a mano para incluir- 
los en la presente nota. 

(fir.) Gastao de Orleans 

A S. E. el Señor Mariscal Francisco Solano López 

No 3 

Asunción, Abril 24 de 1890 

Señor Coronel Don Silvestre Aveiro 

Pte. 
Distinguido y estimado amigo: 

Me permito dirigirme a Vd. como antiguo compañero 
de armas^ y ano de los testigos presenciales de las peripecias 



224 

y penarías de naestra pasada guerra, para rogarle qaiera 
hacerme el servicio de contestarme al pie de la presente a 
las pregantes sigaientes: 

¿No es cierto que en el momento de levantar el Campa- 
mento de nuestro ejército para ponerse en marcha de la costa 
del Iguazú, al otro lado del monte Igatimi, fui a pedirle 
instrucciones sobro lo que debe disponerse respecto a los 
detenidos Pancha Garmendia y demás compañeros en razón 
de que ellos no dependían directamente de la Mayoría de qne 
yo era Jefe, y que Vd. me contestó diciéndome que fuera 
a consultar ron el Mariscal? 

¿No es cierto que yo nunca, ni directa, ni indirectamente, 
he tenido nada que ver en el proceso o causa, que se les 
siguió de orden de López? 

Anticipándole las gracias por este servicio que espera 
merecer de su imparcialidad y reconocida rectitud, me es 
grato ofrecerme de nuevo a sus órdenes. 

Ato. S. S. y amigo 

Juan 0. Centurión 



Seaor Coronel Don Juan C. Centurión. 

De mi distinguida consideración: 

Contestando a su atenta antecedente y las preguntas 
que contiene. A la 1*. digo: Que ciertamente en las cir- 
cunstancias y paraje que cita y sin ser las personas 
aludidas de su directa dependencia o jurisdicción como Jefe 
de la Mayoría del Ejército Nacional en marcha, fueron eje- 
cutados por disposición expresa del Mariscal López asegurán- 
dole que no hago memoria de la consulta que dice haberme 
hecho y respuesta pero no niego en absoluto que tal asi haya 
sucedido y que me había pedido esas instrucciones más por 
la confianza y amistad que mediaba entre nosotros que por 
tener atribución alguna directa sobre las mismas personas 
que como presos tenían sus jueces y estos dependían masque 
cualesquiera otros que sobre causas aparentes entendían en la 
instrucción de los procesos, directamente del propio Mariscal 
López, porque los enunciados encausados, tenían la especia- 
lidad de ser procesados como complicados con la señora 
madre del mismo Mariscal, sobre imputado conato Je parricidio 
contra su persona, en connivencia de sus otros hijos y algu- 
nos Jefes del Ejército. 



225 

A la 2*. digo: Que es cierto y lo atestiguaron muchas 
otras personas que palparon la verdad de los sucesos con 
nosotros y quieran hablar con sinceridad. 

Todo el rol de Vd. no pasaba hasta entonces de hacer 
vigilar la seguridad ^el recaudo de aquellas personas. 

Al responderle como lo hago a sus preguntas, me per- 
mitirá Vd. que me extienda algo más, recordando en obsequio 
a la verdadj^histórica, los antecedentes que pieceiiíeron a aquel 
fatal suceso y mediaron entre el Mariscal López y la f ancha 
Garmendia. 

Ouando se ventiló la célebre causa incoada en San Fernan- 
do y la Garmendia que a la sazón seguía en la Capital, era por 
repetidas veces y por distintas personas caracterizadas, citada 
de complicidad en la conspiración o sea revolución que se 
perseguía, el Mariscal borraba siempre él mismo tal nombre 
de la lista que se le presentaba sin decir palabra, no obs- 
tante las acusaciones y la seriedad de las personas de elevada 
posición social que en sus declaración* s le incluían. 

Asi ella se libró de ser presa y correr tal vez la suerte 
de aquellas, bien que siguió más tarde desde Curuguaty la 
suerte de los confinados de su sexo y de la familia Barrios a 
cuyo lado siempre ha vivido. 

Tiempo después, iniciada la causa de la señora Carrillo 
de López, por revelación del Coronel don Venancio López, 
su hijo, hecha sin fuerza alguna, es decir por acto expontá- 
neo y solo por creer descubierto el supuesto conato de parri- 
cidio, por el arresto repeutino por distintas causas del Coronel 
Marcó, entonces Jefe de la Mayoría del Ejército, y que era 
uno de los principales sindicados en el conato, resultó en el 
curso del pi'oceso por las declaraciones del citado Marcó y 
su esposa Barrios, complicada otra vez la Garmendia en el 
hecho procesado. 

Los jueces entonces y ya trasladado el Ejército en Itá- 
narámí de Igatimí ordenaron la comparecencia de la Garmen- 
dia. Un Sargento de la Mayoría, fué conductor del lugar 
en que se hallaba con las confinadas. 

Una tarde muy de tarde, lo recordará Vd. venia pasando 
para la Mayoría con su acompañado. La vio López y pre- 
guntando quien era la que pasaba, se le dijo por uno de los 
presentes a su lado que era la Garmendia. La hizo llamar 
López ordenando que el Sargento se retirara a su cuerpo. 
Estuvieron presentes en el momento, el Vice-Presidente Sán- 
chez, los Ministros, de GueiTa Caminos y de Hacienda Falcón, 



226 

los Generales B-esquín y Caballero, los Coroneles Vd., Esco- 
bar, P. Carmena, S. Aguiar y yo. El Capellán mayor Maíz, 
el Capitán de Fragata Núñez, los^ Comandantes efectivos 
Benítez y honorario Palacios. Los Capellanes Espinoza y 
Medina, los ayudantes de servicios y varios otros Jefes de 
que no hago memoria en este momento. 

En presencia de todos, después de los cumplimientos de 
urbanidad, el Mariscal dijo a Garmendia: Que era conducida 
a comparecer ante sus jueces a prestar su declaración en una 
causa grave en que estaba sindicada de complicidad, y que le 
pedía como un servicio especial, que siendo interrogada depu- 
siera la verdad llana y completa, tal cual tenga conocimiento 
o participación. Garmendia le interrumpió con énfasis ¡Oh, 
S03^ una mujer incapaz de mentir, y que desde ya le preguntara 
lo que quería saber. í^ópez le observó que no era él, quien 
debía interrogarle sino sus jaeces. Y que era paia ante 
éstos que le pedía lo pedido. 

Que era escusado que le interrumpiera, que el caso era 
serio^ de toda seriedad, que le escuchara y pesara en su valor 
sus palabras y su recomeudación de franqueza y sinceridad. 
Que el servicio que le pedia no solo se lo encarecía, sino que 
hasta le rogaba, se le prestara como un recuerdo y obsequio 
a las relaciones de antes. Que si así lo hacía, le prometía 
en presencia de todos los señores presentes, bajo la fé de su 
palabra de Jefe Supremo de la Nación, que acto seguido a 
su declaración franca, firmaría su absolución y completa 
libertad, pero que a no proceder así, lo que no esperaba, le 
privaría de esa satisfacción, pues que su negativa le pondría 
maniatado sin poder así firmarle la libertad prometida. En 
este sentido abundó el encarecimiento, previniéndole además 
que daría órdenes a sus jueces de no asentar su respuesta 
T'.egativa, si así sucediera sencillamente, hasta que recibiera 
nuevas órdenes. TiO trajo en mención que ya anteriormente, 
debiera haber comparecido en San Fernando ante oDi*os jueces 
por otras causas no menos graves pero que él le había ser- 
vido de escudo y de esta manera se salvó de sufíir penali- 
dades y todo por la amistad que antes se ha mencionado; 
agregándole que de esta vez no le era posible proceder de 
igual modo con ella, por la seriedad que le tiene significada, 
pero mediante el servicio que le pedía, podía todavía hacer 
en su favor lo que le tiene prometido. 

Después la invitó a que le acompañase en su mesa y 
mientras llegaba la hora, la hizo acompasar pa'a donde se 



227 

hallaba la Linch: terminada la cena ja a altas horas de la 
noche, se levantaron y en presencia de los señores Sánchez, 
Caminos, Resquín, Caballero y Vd. si mal no recuerdo, le 
reiteró su consejo y pedido, ordenando sea llevada a la Ma- 
yoría a guardar su arresto con recomendación de ser bien 
tratada. 

Al día sigoiente fué llamada por los jaeces, a quienes 
Vd. los conoce, viviendo aún hoy dos de ellos. Se le hizo la 
interrogación en términos genéricos y respondió no dar razón 
sobre el punto interrogado ni sobre otro alguno, que era ino- 
cente de todo. Sin escribirse por supuesto la respuesta nega- 
tiva, porque así era la prevención del Maiiscal a los jueces 
instructores, se le dio aviso y entonces ordenó que se le 
diera tregua para reflexionar y contestar, enviando durante 
tres días enteros que duró la espera, de mañana y tarde ya 
a Caminos y Falcón, ya al Coronel Aguiar y a liesquín y ya 
al mismo Vice-Presidedte Sánchez y a mi, todos repetidas 
veces a instarle que no se diera a la negativa sobre hechos 
averiguados, que por su franqueza, por más compi:ometida 
que fuera, mantenía su compromiso a su favor, hasta que inal- 
terable ella, por último al cuarto día creo, se la mandó decir 
por Caminos que ya que persistía en su tenacidad, le aban- 
donaba a la acción libre de la justicia, para que se obre en 
ella lo que mereciera ya que ha despreciado su palabra. 

(Tal es el resumen y sentido de lo que pasó entre el 
Mariscal y Garmendia) — Se escribió su negativa a la pregunta 
que estaba pendiente y acto continuo se ordenó un careo con 
la esposa de Marcó, la señora Barrios, su principal acusadora 
al par d? su marido, quien empezó a recordarle punto por 
punto, los sitios dichos, actitudes, hechos, proyectos y personas 
que intervinieron y entonces como rehecha la Garmendia muy 
conmovida .y derramando lágrimas dijo que ya que veía que 
todo estaba averiguado en fuerza de la razón confesaba que 
era cierto, pidiendo a los jueces que intercedieran en su favor 
para ante el Mariscal a no retirarle su promesa. Y retirada 
la Barrios empezó ella a relatar, respondiendo a los interro- 
gatorios todo lo que hubo y sabía, completamente de acuerdo 
con las declaraciones de las p<».rsona8 que la habian citado. 
Y el Mariscal a quien se hizo presente su pedido contestó: 
no se ha fiado en mi palabra y hasta. 

Esta reminiscencia y relato, tal vez se ponga en duda 
por algunos que quieren «>nzalzar el nombre y memoria de 



228 

aquella desgracíala mujer para eulodar más y anatematizar 
al hombre a quiea le coco taa funesto papel. 

No obstante el relato es la verdad y como llevo dich» 
muchos de los nombrados aún viven. 

Por lo demás nada es extraño Coronel que la maledicen- 
cia quiera cebarse sobre el nombre de Vá. y de todos aquellos 
de nosotros, que en algo han figuardo en esa grande como 
heroica y desastrosa lucha, pero nadie puede negar la verdad 
de que bajo el régimen d-jl Mariscal López nadie tuvo albe- 
drío propio, y no se movía por nadie una sola paja sin Sii 
expresa voluntad inquebrantable, y ay! del que tal pretendieta 
desde el más encumbrado personaje hasta el más liumilde. 

Entonces, en circunstancias solemnes de una guerra 
internacional, el País invadido por todos lados, por los ene- 
migos codiciosos de su reposo, de sus territorios y de sa 
fabulosa prosperidad, más que las Repúblicas de la coalición, 
con leyes vetustas, vigentes aún < on todo su vigor, impe- 
rando la ley marcial y con los principales hombres en de- 
fección, ni López pudo mantener la disciplina del Ejército 
defensor con paliativos, ni nosotros obrar de otro modo que 
lo hecho, ante la evidencia de la justicia de la causa, dife- 
rentemente que ahora, en que el ciudadano puede tener vo- 
luntad propia si la garantía de leyes adelantadas a la alta- 
ra de la civilización, que establecen derechos y obligaciones 
limitadas asi para el gobernante como para los gobernados, 
más como la cabra tira siempre al monte, y los gigantes 
quieren aplastar a los chicos, sino retrocedemos, andflmos 
quedos en orden a colocarnos al nivel de aquellos derechos 
y obligaciones . . . 

López a no dudar ejercitó el mando despóticamente» 
pero también es cierto que su gobierno coincidió con la 
guerra más colosal conocida en los fastos de Sud América, 
y su muerte, que pudo evitar a quererlo con la mayor faci- 
lidad, ahí está como un lenitivo de sus actos 3' los despojos 
obrados ulteriormente de territorios nacionales, patentizan la 
justicia de la causa a cuya defensa, hemos esterilizado nues- 
tra lozanía y millares se han sacrificado en igual empeño. 
Este asunto, en fin, es un paño que se presta a muchas 
cortaduras pero lo dejaré. 

Y volviendo a la Garmendia diré para concluir, que a 
nadie si, es dado descifrar el enigma del grado a que ha- 
brían llegado las declaraciones invocadas por el Mariscal 
López en la entrevista mencionada pero cuando la Garreen- 



229 

dia, anulada la mano de un pretendido esposo, nn señor ex- 
tranjero acaudalado que se retiró del Pais, se cuchicheó la 
especie de que a nadie otro que al Mariscal, le aceptaría 
la mano de esposo. Yo entonces muy joven todavía, servía 
al lado del Presidente don Carlos López, y tuve ocasión de 
orientarme de aquel cuchicheo. 

Quisiera extenderme más, pero la omito, y disculpe por 
lo agregado, suscribiéndome. 

De Vd. 

atte. S. S. y amigo 

S. Aveíro 
Abril 30 de 1890. 

N° 4 

Protesta del Coronel Aveiro contra la manera con qne le 
tüé arrancada la declaración qne dio abordo de la Cañonera 
^^Ignatemí" en 28 de Marzo de 1870. enviada para su pn- 
blicación al ^^Jornal do Comercio" de Rio Janeiro en Julio 

del mismo año. 

Señor Redactor del «Jornal do Comercio». 

Sírvase dar cabida en las columnas de su ilustrado ór- 
gano de publicidad al siguiente escrito. 

Su atento servidor. 

J. Silvestre Aveiro. 

Habiendo visto publicado en el N** 108 del «Diario 
Oficial del Imperio del Brasil» la exposición que he dado 
desde la cafionera «Iguatemi» en el puerto de lá Asunción, 
en virtud de la orden que he recibido del Coronel Pinheiro 
Guimaráes, vengo ahora a hacer en obsequio de la verdad 
y justicia, a la faz de los que también yo había combatido 
como han sido mis enemigos, algunas rectificaciones que son 
de mucha importancia para mi. 

En* primer lugar, y respectivamente a la orden mencio- 
nada, debo hacer constar los términos de ella, a fin de que 
no se comprenda de que yo he entrado en aquellos detalles 
de propia voluntad y motivo. 

La orden fué del modo siguiente: 

Qué diera esa exposición. 



230 

I^' Sobre que empleos he tenido y como los obtuve 
éuraute la admÍDistración del finado Mariscal don Francisco 
Solano • López,' Presidente de la KepúWica del Paraguay. 

2" Qne servicios genérale» como empleado de él yo he 
prestado a su lado en la guerra fenecida. 

3"^ Cuanta» veces y en que causas he servido de Juez 
Fiscal. 

4<* Cuales los procedimientos de rigor que se han guar- 
dado en la causa de conspiración del año 68^ que se instru- 
yó en San Femando, y quien era el que había encabezado 
o presidido a esos tribunales. 

5** Cual el tratamiento que se dio al ex-ministro José 
Berges (una de las cabezas de la atroz conspiración) y quién 
le mandó dar el castigq que sufrió. 

6^ Los procedimientos todos guardados con la persona 
de Juliana lusfrán de Martínez (agente de Benigno López). 

T Mandado por quién se di6 de azotes a Venancio 
López y que tratamiento han sufrido sus hermanos en lo& 
tribunales. 

8° El parecer (o como se llama) consejo que yo he 
dado al Mariscal López para someter a su madre al juicio 
público y si yo la he maltratado o no y quien la cintareó. 

9** Desde cuando se adoptó las medidas de rigor en 
los tribunales militares del Paraguay. 

10° Mi conducta en las ocasiones de parlamento entre 
los beligerantes. 

11. Y en tin para que nada omitiese en esa exposición 
porque se me dijo, más de una vez, que debía tener yo 
entendido que nada se ignoraba y que la menor falta de 
verdad u omisión, me haría más responsable todavía de lo 
que yo era. 

Estos son los puntos que expresamente se me señalaron 
para hacer rodar sobre ellos aquella mi exposición, y ella 
como se verá ahora y se habrá visto antes está conforme 
a ellas. 

No desconocía yo que en mi calidad de prisionero, no es- 
taba obligado a responder a ese interrogatorio, y solamente 
me he prestado a ello, considerando de que la guerra estaba 
concluida y su Director muerto ... y las versiones muy 
adulteradas y además exageradas. 

Yo había pretendido obtener una audiencia de S. A. el 
Conde D' Eu, para pedirle que me hiciera conducir al Bra- 
sil en mi condición de prisionero, y cuando se me dijo que 



231 

no obtendría ya esa Audiencia, quise y pedí escribirle en 
ese único sentido, pero habiéndoseme dado con tal motivo 
aquella orden, tuve que llenarla en los términos qué lo he 
hecho. 

En segundo lugar, en mi exposición mencionada había 
diclio relativamente a mi comportamiento en los parlamentos, 
qne algnuas bravatas empleadas eu aquellas ocasiones, no 
pasaron de palabras. 

Y decía esto precisamente porque algunas veces ha- 
bían provocaciones que hubieran dado lugar al empleo de 
las armas entre los parlamentarios, lo cuaL no había suce- 
dido por nuestra parte por el respeto que había a las ga- 
rantías del caso. 

Con el Coronel Pinheiró Guimaraes una ocasión tuvimos 
palabras por el hecho de haber llevado en dos ocasiones 
parlamentos de Pirayú, a paraguayos traidores. 

Una vez le dije simplemente que los hiciera retirar 
indignos de presentarse en aquel acto, y lo hizo, pero en el 
misino día volvió a traerlos para otro acto, otros distintos, 
y reconociéndoles de nuevo le observé que nosotros nunca 
le habríamos presentido ninguna persona de otra nacionali- 
dad agena a la de los venidos en los parlamentos, y que 
ellos lo hacían en todas las ocasiones, llevando precisamente 
a aquellos expúreos que han levantado armas contra su Pa- 
tria y hermanos, pero que de aquella ocasión en adelante, 
si volviesen a repetir semejante abuso, no serían ya tolerados; 

Guimaraes manifestando duda sobre el signifiíado de la 
palabra tolerados, no aceptó la protesta, diciendo que no estaba 
autorizado para ello. 

Sin embargo yo le repetí, con la seguridad de que ella se 
haría efectiva, y que si no estaba autorizado, lo hiciera presente 
a donde deba y que sobre lo que respecta a la duda que 
manifiesta, ^suponiéndole bastante inteligente no necesitaba 
explicación de aquella palabra tan vulgarmente conocida. 

Y seguramente el Sr. Coronel Guimaraes aludiendo a 
este pasaje, me marcó también como punto a exponer sobre 
ello, por que a no ser así, cual necesidad había de querer 
recordar aquellos en que bajo la bandera de paz, se acercaban 
y se cambiaban algunas palabras los enemigos que tan cruda 
y encarnizadamente se combatieron; y sin embargo, no eramos 
nosotros que provocábamos, pero provocados, les respondíamos 
como debíamos con energía. 

Con esto pasaré adelante. 



232 

Habiendo redactado la conclusión de aquella exposíciów 
bajo líis impresiones del reagi'avainiento de mí situación, y 
(Toa miramientos ulteriore» ella carece de natnralidades. 

Es el caso que, el día en que estaba por firmarla inti- 
mado de una orden de prisión a fierro sin comnnicacióii 
que sufrí, todo el tiempo que estuve en el' puerto de la Asun- 
ción, y después de haber andado deBde que caí prisionero en 
arresto, notificándoseme a la vez qne en cansecuencia yo 
debía ser considerado y tratado como cualquier individuo do 

tropa culpable es decir, no en el carácter que tenía do- 

oficial superior en el ejército de mi patria. 

Y aparte de esto, el Sr. Geueral Cámara me dijo en la 
noche del 12 de Marzo en que me entregué prisionero, (no 
sin haber ideado previamente pasar al territorio correntino,. 
habiendo excusado de hacerlo por enfermedad) que ¿por qué 
no había desertado de mi bandera, o asesinade al Mariscal en 
vista y presencia de las medidas de crueldades y de la más 
grande Urania sin ejemplo en el mundo que ejercitaba el Maris- 
cal LópeZj etc. etc.? y en vista también de que la guerra ya 
no podía tener un buen éxito para la causa quo defendíamos; 
a lo que le respondí que sobre lo primero nuuca ni por ima- 
ginación se me había pasado lo que me decía el Sr. General. 

Este me preguntó también cual tirano ha sido mayor, si 
Nerón en los tiempos antiguos, o el Mariscal López en este 
siglo? A esta pregunta no le respondí prefiriendo en la se- 
riedad del acto, el silencio, porque a hablar no sería de tal 
opinión, máxime, cuando yo he sido uno de los que han acom- 
pañado al Mariscal hasta sus últimos momentos y tanta parte 
me ha hecho tomar en su política general interior durante 
su administración suprema. 

Cuando no le respondí, él contiuó diciendo de que para 
él no había duda de que era el mayor el Mariscal López^ 
quien no contento con destruir y aniquilar a su patria, ha 
querido concluir con su familia, no respetando a su propia 
madre, cuya sentencia de muerte había firmado ya ese día 
(aludiendo al 1°. de Marzo). A esto le expresé de que era 
falso que hubiera firmado tal sentencia, que desde luego no 
había, y que esto habrán visto en el Proceso respectivo qne 
habrán tomado en Cerro Cora. Me replicó de que él sabía 
bien y que era cierto. 

No le dije más entonces; pero tal sentencia no existía y 
fué solamente invención y mentira de partes y de enemigos 
interesados en desprestigiar y abatir el nombre del Mariscal 



233 

López que ni ha pensado en tal cosa, y por «I cojitiario ha 
íintieipado, cuando dio en Zanja-Hii su Docreto de aUana- 
miento de la persoaa de su madre para ser conducida en los 
tribunales, de que desde ya para su tiempo interponía todo su 
valer en favor de su madre y e?i el dt sus hermanos todo a^tieuo 
<]ue la salud pública pueda atin permitirle^ Y esto es todavía 
después de haber condonado la vida a sus hermanos juzgados 
por crímenes atroces y a su madre librado do sor enjuiciada 
por dos veces por iguales y aún mayores crímenes. 

Enseguida el General Cámara, continuando mo dijo, que 
mi responsabilidad era mayor, puesto de que se sabía que 
yo no solamente era un instrumento de su tiranía, sino además 
(toloso y terrible sostenedor de ellos, y como tal responsable 
de muchos y aún de la mayor parte de los actos del Mariscal 
López, etc. A lo que le respondí que le había servido con 
lealtad. 

Ahí tiene Vd, me volvió a decir, es Vd. responsable 
por el hecho de haber aconsejado al Mariscal López para 
enjuiciar a su madíe y por el mal tratamiento que ella ha 
sufrido. Que ella desde ya acumulaba sobre mí muchísi- 
mos cargos juntamente con sus hijos. No lo dudo le respondí. 

Porque entonces como ahora, era tal mi convicción, pues 
aquellos que han atentado contra su más importante deudo 
en la escala más inmediata y más no siendo ese deudo una 
entidad aislada, sino el Primer Magistrado de una nación, 
aquellos repito, que han atentado repetidas veces contra su 
hijo, hermano y Gobierno, esperar de ellos menos, sería hacer- 
les injusticia y aún ofenderles. 

Además abordo del buque jefe «Princesa» a decir a 
S. A. L a uno de los jefes prisionerc.s, que por qué no había 
procurado venir antes (es decir desertarse) y el Jefe le con- 
testó que consideraba eso. incompatible con el honor y digni- 
dad de un soldado pundonoroso. 

Después que caí prisionero, oí con extiañeza y asombro 
que en el Ejército aliado se consideraba criminal, y como tal 
responsable, a los hombres que habían servido con lealtad 
a su legitimo soberano que en pro de la Patria les exigía el 
cumplimiento de sus deberes sagrados para con ella, de tide- 
lidad y servicios. A mí por ejemplo, prescindiendo de lo 
que pasó con otros, el mismo General Cámara me hizo seve- 
ro cargo sobre ese particular, con el agregado de que no 
habíamos servido a la Patria, sino al Mariscal I ópcz en sus 
miras y caprichos personales, y que así lejos de redundar 



234 

nuestros esfuerzos en benefício de la Nación, habíamos trai- 
cionado a ella y a sus intereses. Asi es que había dicho 
que me había equivocado creyendo que servía a mi Patria, 
según el juicio de ios aliadosj J qne reconocía en mí la culpa 
de haber servido con lealtad tanto tiempo y con tantos sa> 
crificios. 

Culpa T^T cierto bien noble en el ciudadano y en el 
hombre que puede gloriarse, como yo me glorio, de su leal- 
tad a su Gobierno, a su Patria y a la causa que se ha sos- 
tenido por sus más vitales intereses. 

Y decir que el Mariscal López ha emprendido y soste- 
nido la colosal y prolongada guerra por solo bus miras y 
caprichos personales, es decir lo absurdo, (tanto como aque- 
llo de que la guerra no ha sido al Pueblo Paraguayo sino 
a su Gobierno), pues él ha recurrido a ese recurso extremo 
en pro de principios vitales para el bienestar y estabilidad 
de su Patria, como Nación Soberana, cuya independencia e 
intereses estaban, no solamente amenazados, sería e inme- 
diatamente, sino ya conculcadas, etc. etc. 

Los hechos y los documentos hablarán a este respecto 
a la luz de los principios que rigen a los Pueblos cultos. 

Yo no hago sino expresar lo que había pensado y pien- 
so aún, como regla de mis convicciones. 

Discúlpeseme esta digresión, pues en ella no llevo otro 
intento que patentizar la alia moralidad de los vencedores 
de legua. 

Por su lado estas combinatorias acompafiadas (como 
con ninguno, es decir, anteriormente), de fierro, y por otro 
sabedor de que en mi Patria, la turba, multa, aquellos que 
han defeccionado en la guerra y combatido a sangre y fue- 
go a sus propios hermanos por razones de comodidad y de 
dinero, me odiaban hasta el extremo de demandar la exhibi- 
ción de mi persona para ser juzgado inmediatamente a mi 
llegada a la Asunción; y recordando por otra parte la muer- 
te del Mariscal López que postrado en Cerro Cora, a conse- 
cuencia de g^raves heridas que ha recibido luchando brazo a 
brazo con sus acometedores, un Ejército entero sin enemigos 
que le resistía ya, teniéndolo rodeado en su Toder, en una 
palabra, y a demás faz a faz con el General Cámara, con 
quien cambió algunas palabras, no debiera haber hecho caso 
de la resistencia heroica que hacía aquel hombre desde su 
postración y ¡qué hombre! ... «el Soberano de una Nación> 
a cuya grandeza e importancia, el tiempo y los imparciales 



235 

to designarán todavía (pues hasta aquí no han hablado aun 
sino los que por meras ambiciones por cinco años le comba- 
tieron y ios que desleales le traicionaran) recordando como 
fae dicho este acontecimiento decía para mí: Si al hombre 
que no debieran hacer morir lo han muerto, es decir lo han 
asesinado • • • , con cuánto mayor deseo no querrán hacer lo 
mismo can sus servidores que insignificantes como son antíB 
la grande tif?ura del heroico Mariscal López, no atraerían 
«sobre los perpetradores la atención ni la seusura de los 
hombres y de los Pueblos, como puede y aún debe suceder 
infaliblemente en el caso del Mariscal López. 

A estas consideraciones formaba también séquito la 
intiraacióii escrita que de parte de los jefes aliados fué he- 
cha al Ejército paraguayo, cuando este^ se hallaba en el 
Arroyo sud, de que, a no deponer las armas cuanto antes^ 
como querían, en adelante la guerra sería sin cuartel y todos 
ío que después se aprisionaren serían pasados a degüello. 
Esta intimación había tenido por precedente el degüello 
de un Teniente Coronel Escobar, un Mayor Cárdenas y 16 
o 17 oiciales prisioneros en el Monte de Alfonso de Cara- 
guatay y del Teniente Coronel Caballero y Mayor López 
en Piribebuy, y el Capitán Insfrán en Ibicui y por pospo- 
dente el Coronel Aguiar en Cerro-Corá, y el Capitán Ocara- 
pos en el arroyo-guazú . . . todos por la horrenda causa de 
haber servido a su Patria y Gobierno con lealtad, comba- 
tiendo a sus enemigos. 

Y yo, queriendo alcanzar estas regiones para usar de la 
palabra bajo el imperio de la verdad y en virtud de la jasta 
libertad de que blasonan y que hoy venero a poner en prueba, 
tuve qn« pedir la gracia que he pedido, pero en términos^ 
9Í bien hasta cierto punto ambiguos y obrepticios, poco con- 
formes» con mis ideas y sentimientos de hombre, de ciudadano 
j de soldado. 

Di a entender, o mejor dicho aparenté que, prisionero 
como me hallaba, declinaba de la fuerza de mis convicciones. 
Esto no es así, ni está en el orden natural acreditarlo, y lo 
declaro porque no podré soportar que se me señale como tal 
ante los propios, ni ante los extraños. 

He puesto con abnegacáón mi pobre contingente en la 
guerra gigante que ha sostenido el Gobierno legítimo de mi 
patria y le he servido con lealtad y dedicación y hasta con 
fanatismo y cariño, porque nunca he dudado de la sinceridad 
y buena fé de sus actos y de sus fines. 



236 

Y si él lia tenido ^ue adoptar y recurrir a medidas enér- 
gicas y hasta violentas en el corso de la prolongada guerra^ 
también las circunstancias apremiantisimas en que ha obrado 
y las terribles complicaciones que surgieron, no admitían 
otro procedimienio, estando por otra parte autorizado por las 
instituciones nacionales sancionadadas de anterior a su adve- 
nimiento al Gobierno. Pueden haber hechos en que hayan 
habido excesos, pero ambos son ya ahora del dominio de la 
historia, que debe distribuir su justicia. 

Yo como uno de los constantes en el fiel servicio del 
Gobierno del Mariscal López, quién defendía eu heroica lid 
los sagrados derechos de la Patria común de los paraguayos^ 
desde ya estoy sujeto al reglón como que me brinde, si 
quiere ocuparse de mí en su fallo inexorable. 

En mi exposición yo he dicho que en todo lo que hic& 
en el servicio público, ha.bia obrado según y en virtud de 
las órdenes del Mariscal López, y es la verdad, pero no e& 
menos cierto de que yo le he servido, ejecutados sos órde- 
nes sobre mi conciencia íntima^ y lo declaro también ésto, 
pues no quisiera que con aquello se entendiese que* he tra- 
tado de disculparme en la parte que pueda caberme. No es^ 
solamente porque él me mandaba que lo hacia, lo hacia 
también porque tenía fé y convicción en ello, y penetrado 
además de la necesidad y rectitud en ley y en justicia. 

Trátase al Gobierno del Mariscal López después de su 
muerte, de déspota, cruel, sanguinario y hasta de bruto y 
estúpido . . . por los mismos que han pregonado más alto y 
usufructuado más o menos, les encomios de liberal, justície- 
ro, bondadoso, humanitario, sabio F. S. con que los enzalsa- 
ban. En mi exposición no se había visto ningnno de aque- 
llos calificativos degradantes, pues no hice, no quise ni 
pensé hacerlos, y a hacerlo los míos serian los mismos qne 
hice en su vida. No tengo motivos para modificarlos, y a 
él ha podido contrarrestar, contener y hasta a veces hacer 
fluctuar por más de un lustro la horrísona tempestad que se 
desbordará contra su Patria con todo el aparato del poder, 
amenazando de un soplo absorverla y anonadarla, menester 
sería qne sus dotes fueran sobresalientes y su alma fuera 
grande y fuerte ... Y asi lo fué. 

Y tal lo demuestra el hecho de que naufragando, él 
con su nave, los remeros que tan solícitos fueron en secun- 
darle en vida, y que lograron salir a playa, apenas pisaron 
ésta, le maldijeron^ probando asi qne solo, y muy solo, aquel 



237 

ÍiOTiil)re lia heeho todo lo que hizo y que ha hecho más, 
-domando y sujetando a tales monstruos y haciéndose servir 
4e ellos, con tanta docilidad, tan buena voluntad y exponta- 
aeidad como si fueran movidos por propios resortes. 

Tal lo demaestra también el hecho do que ni los uume» 
rosos Generales de la alianaa que se incapacitaban y se 
mudaban como paño caliente ante el Mariscal López, ni los 
Oobiernos y notabilidades grandes de las potencias coaliga- 
«dos pudieron con él durante la grande guerra do cinco años 
de un enano con tres gigantes, y si han triunfado ha sido 
4ebido únicamente a la falencia de hombres, la carencia de 
recursos de todo género, y la acción funesta de la deslealtad 
'de sus conciudadanos que más daños causaron que los mis- 
mos invasores . . , aunque de acuerdo con estos obraron, que 
til empujo de las bayonetas aunque triplicadamente más nu- 
merosas, secundadas, por los mejores elementos de movilidad 
y destrucción mientras que el Paraguaj^ libraba sa defensa 
a sus propios medios y recursos, privado como estaba por su 
posición topográfica de la comunicación con ' el mundo; lo 
cual era una xlesgracia para él, no solamente para no recibir 
y renovar sus recursos bélicos, más también, y más sencilla- 
mente, para no hacer oir su voz en el exterior y expandir 
en tiempo oportuno las causas que «le han impulsado a acep- 
tar la guerra y k>s acontecimientos extraños e interesantes 
on su curso desarrollados en mengua de la dignidad de los 
agresores, y honor y justificación de los agredidos? Hoy no 
«e sabe sino lo que se dice por los adversarios. 

Hecha e»ta manifestación por la prensa imprescindible 
para mí, protesto en lo demás observar religiosamente mis 
obligaciones de prisionero, 

Y yo, aunque he solicitado ser transportado a este país, 
como prisionero, cuando se me movió del puerto de la Asunción, 
ninguna satisfacción se me dio respecto a que yo venía al Bra- 
sil porque hubiese pedido, y por el contrario en el puerto de 
La Paz cuando allá paramos para tomar carbón el buque, y con 
motivo de embarcarse un ciudadano argentino a manifestarnos 
simpatía y benevolencia, esa noche tuvimos en nuestra puerta 
tres postas que nos vigilaban porque había corrido el rumor 
de que esa noche íbamos a desertarnos con otros Jefes supe- 
riores prisioneros, lo que prueba que mi solicijud ningún 
efecto ha surtido, y que he sido por mis circuntancias polí- 
ticas arrastrado aquí como prisionero de guerra, después de 



23» 

terminada ésta, porqae a no ser así, ¿qué me importaba 9 
que yo me quedase en tal o cual parte^ siendo este lugar 
extraño a mi patria? 

Si ante» he U'atado de esquivar por medios directos mi 
situacióH^ hoy nse responsabilizo por esta publicación, más si 
hay verdadera libertad en que uno exprese sns ideas y so» 
sentimientos^ «eré yo dueño de hacer lo que quiera en este 
sentido^ pnesto que el derecho nunca se enagena aunque fuese 
ataviado con exfrafloB ropajes. 

Hasta otra ocasión en qne con más medio» pneda ser 
más extenso, 

J. Silvestre Aveiro 
Coronel 
Río de Janeiro, Junio 30 de 1870, 

Nota;— Esta protesta mía contra la violencia que pusieron 
eu práctica conmigo para arrancar de mi la exposición que 
lleva la fecha de 23 de Marzo de 1870 abordo de la caño- 
nera I^uateméi surto entonces en el puerto de la Asunción, 
que si bien no fué publicada en el ^Jornal do Oomercio'^ por 
falta de recurso para abonar el importe de la publicación, 
no es menos cierto, qué quedaron archivados los originales 
en la secretaría o regencia de aquel diario. Esto pasó en los 
primeros días dé Julio del mismo año en E.ío Janeiro. 

Dicha mi exposición la de Marzo 1870 no tiene ni puede 
tener el valor histórico que le han querido dar, por esa cir- 
cunstancia especialísima eu que fué dada: encerrado dentro 
de las cuatro paredes de un estrecho camarote con centinela 
de vista, el espíritu abatido bajo la impresión de una amenaza 
de muerte, sin poder consultar ningún documento porqne no 
lo tenía« ni hablar con mis compañeros de fatiga porque estaba 
incomunicado, he tenido que depender en absoluto de la memo- 
ria que de suyo es frágil y falible; incurriendo consiguiente- 
mente en errores e inexactitudes en la relación de algnnoB 
sucesos y en la mención de nombres de las personas que 
suponía habían tenido intervención en ellos. 

Ahora n^ejor recapacitado, con el espíritu libre y tran- 
quilo^ para juzgar de las cosas con calma e imparcialidad, 
creo de mi deber declarar, en obsequio a la verdad y justicia 
— únicas que deben prevalecer en la historia, — que había sufri- 
do una equivocación al decir que el Coronel Centurión había 
puesto en práctica en Paso-pucú con prisioneros el castigo 
de azotes, no habiendo sido él sino el Capitán Matías Groiburú 



239 

encardado de la vigilancia de aquellos, y sin duda, autorizado 
para el efecto, pues nada se hacia sin previa autorización 
del Mariscal, o sin sus inmediatas inspiraciones. 

Tampoco es exacto en cuanto a la añrmación genérica 
de haber tenido participá(.'ión en todos los sumarlos o procesos 
instruidos, ya sea en Ascurra, San Estanislao o en Tandei>y. 
Casi todos eran verbales excepto algunos de impoitancia, con 
intervención poco menos que directa del mismo Mariscal. 
Sus servicios en realidad de verdad en esos puntos y más 
adelante hasta Cerro Cora, han sido do carácter puramente 
militar, habiendo sido nombrado jefe de la Mayoría en 
Tandei-y, en reemplazo del CoronelgMarcó a la caida de éste 
por su complicidad en el proyecto de fuga del Coronel Venan- 
cio López al campamento enemigo en San Joaquín. 

No me liga en la actualidad con el Coronel Centurión 
mayor vínculo de amistad que el de saludarnos a veces de 
lejos, y la rectificación que aquí hago a su respecto al en- 
tregarle el original de mi protesta para que sirva de apén- 
dice a su obra es espontánea, y debida solo porque he visto 
que en estos últimos tiempos ha sido perseguido por sus 
gratuitos enemigos que han esgrimido contra él la odiosa 
arma de la calumnia.^ 

La culpa de él es la que tenemos más o menos todos 
los que permanecimos fieles a nuestra bandera, la de haber 
defendido nuestra patria con lealtad en los momentos supre- 
mos de la guerra y de haber obedecido con esa misma leal- 
tad al que mandaba a todos a nombre de la Nación — Asun- 
ción. — . 

(tir.) S. Aveiro 
Marzo de 1897. 

No 5 

Parte oficial del General José Antonio Correa da Cámara 

Comando de las fuerzas expedicionarias. Cuartel General 
en Villa Concepción 13 de Marzo de 1870. 

limo, y Excmo. Señor: 
Ya tuve la honra de participar a V. E. que con fecha 
9 del mes pasado marché de esta Villa, y en oficio del 6 
del mismo mes, me permití exponer a V. E. el plan que 
había concebido para dar un golpe certero a las fuerzas del 
ex dictador. 



240 

Na me hallaba todavía en estado de emprender largas 
marchas y la columna que confiara al Coronel Domingo 
Paranhos, cuyo movimiento peudia de la remesa de 500 
reses que había solicitado de V. E. 

Las instrucciones como también las órdenes de su álte- 
sa el señor Príncipe, Mariscal y comandante en Jefe dejan- 
do a mi entero arbitrio la dirección y mando de las fuerzas 
del Norte, me obligaron por tan honrosa confianza a no per- 
der tiempo, a no diferir por nna sola hora a poner término 
a tan larga y dolorosa guerra. 

En mi citado oficio del 6 hice conocer a V. E. mi in- 
tención de adelantarme a las fuerzas enemigas marchando 
inmediatamente hacia Bella -Vista de donde reunido al Coro- 
nel Bento Martins de Menezes, que allí se hallaba estacio- 
nado con dos batallones de infantería y dos cuerpos de ca- 
ballería para prosearuir en dirección a Dorados, localidad 
que por los recursos que ofrece me parecía que el ex-dicta- 
dor buscaría. 

La columna de mi mando se compondría de 6 bocas de 
fuego, 5 batallones de infantería y 4 cuerpos de caballería, 
2 de los cuales destinó para recoger ganado y garantir mi 
línea de cemuicaciones con Bella Vista y Paso Barrete. 

El Coronel Antonio da Silva Paranhos que partiera eí día 
13 del mismo mes de este lugar se dirigiría directamente 
sobre la línea de retirada del enemigo, cuya retaguardia pro- 
curaría alcanzar y hostilizar; pero en todo caso no ofrecer 
ni aceptar ataque por no comprometer parte o toda su fuerza. 

Si la picada de Chirigüelo estuviera franca por ella se 
internaría en busca del Capübary, y, finalmente Dorados, 
punto de reunión de las 2 columnas y objetivo común. 

De cualquier noticia o declaración que obtuviere que se 
relacionase con la dirección de mi marcha u ocupación de 
punto estratégico, me informaría por propio seguro a fin de 
resolver lo que el caso exigiere.. 

Su linea de comunicaciones cuyos puntos principales, 
más allá del Paso Barrete, eran los ríos Guazú y Negla, 
debía ser mantenida por destacamento. 

Esta columna debía calcular su marcha de suerte tal que 
se hallara en Dorados juntamente con la mía. 

De este modo me proponía obligar a las fuerzas del ex- 
dictador si por ventora como juzgaba seguro continuaba len- 
tamente su marcha para Dorados encerrarlo entre sus colum- 



241 

ñas para forzarlo a aceptar combate decisivo, rendirse o 
dispersarse por las selvas abandonándonos la artillería y el 
bagage. 

Con estas disposiciones partiendo el mencionado día de 
esta Villa, me hallaba el 13 en la margen derecha del Aqai- 
dabán, pasándolo por el correntoso Paso-Barreto que se 
hallaba a nado. 

Ese mismo día seguí para Bella Vista. 

Próximo a aquel sitio me encontré con el Capitán del 
18°. cuerpo de caballería provisorio, Pedro Rodríguez que 
me traía un oficio del Coronel Bento Martins, noticia de que 
el enemigo abandonando el camino de Dorados pasara el 
Chírigüelo viniendo a ocupar al interior de la sierra las 
alturas que separan los arroyos que enriquecen las aguas del 
Aquidabán. 

El Aquidabánigui era el lugar de su campamento, una 
extensa colina la encerraba entre el Aquidabán y el Aquidani- 
guí tributario de este con suave declive hacia éstos y teniendo 
su naciente en las alturas de sierras escarpadas que abrigan 
a los Caynguaes y al occidente selvas impenetrables que 
rodean el Aquidabán. 

Este recinto que la naturaleza parece haber querido 
destinar a una defensa heroica solo podía ser abordado por 
dos únicos caminos. El que yo seguía, que pasa por el Negla, 
atraviesa los extensos campos de Aramburú costeando las 
primeras serranías, que caen exabrupto sobre un terreno 
accidentado de donde se dirige al río Guazú. ' ♦ 

De ahí se internan por picadas que se suceden sin inte- 
rrupción, cortados por arroyos cuyas corrientes surcan pro- 
fundamente los flancos de las montañas limitadas por las 
sierras escarpadas de la cordillera, atraviesa los ríos Tacuaras 
y Aquidabán y terminando en la planicie donde López plan- 
tara sus tiendas de campaña. 

El otro que pasa por Bella Vista, Dorados, Capiíbary, 
Punta Pora, se interna por la picada del Chirigüelo cuya 
extremidad se bifurca y sigue para el Panadero. 

El enemigo en tanto se había colocado de tal manera 
para no poder evitar un encuentro con nosotros si por ventura 
fiado en las probabilidades, nofl diera tiempo para ocupar el 
Guazú por un lado y el Chirigüelo por el otro. 

En mi espíritu desde luego, tenía resuelta la cuestión 
magna: López se vería forzado en su propio campamento en 
medio de estas sierras y selvas que buscara como impenetrable 



242 

abrigo a aceptar el combate jecisivo: o retirándose perseguido, 
iría encajonarse en la larga picada del Chirigüelo, donde sn 
aniquilamiento sería inevitable. 

Me hallaba mucho más próximo de lo que supuse de la 
hora ambicionada de medirme con ese poder que fanatizó y 
aniquiló una nación entera. 

Cambiando ini^CKiiataQiente de reso^lucíónt^ hice acampar 
las fuerzas y me diri|:i hacia Bella Vista de donde hice seguir 
por el camino de D^rad^^ al Coronel Bento Martina )fenezes 
cuya fuerza aumenté eou do4 eañoneai de campaña y parte de 
un batallón de infantería. 

Al Coronel Antonia da Silva Paranboi^ ordené ^^e mar- 
chara sin pérdida de tioünipi^ y ocupara los pasos del rio 
Negla esperando en este punto la reunión de mis fuerzas. 

Al Coi'onel Bento Martins^ intimé que se esforzase en 
ocupar la boca de la picada del chirigüelo para el día dos 
del corriente, época en que podría el ex-dictador hallarse 
allí si por acaso sintiese y abandonase su campamento to- 
mando el único camino que le quedaba franco. 

Coutramarchando de hacia el Negla me reuní con el Co- 
ronel Antonio da Silva Paranhos que allí me esperaba, y el 
25 del pasado mes emprendí nuevas marchas hacia Cerro 
Cora. 

Al siguiente día se me presentaron algunos pasados del 
enemigo, entre los que se encontraba el Teniente Coronel 
Solalinde. 

Estos rae aseguraron que López ignoraba mi marcha, y 
que el enemigo poca vigilancia acostumbraba tener en sus 
posiciones. 

Resolví precipitar mi marcha hacia el enemigo redu- 
ciendo mi fuerza en lo posible. La dirección de la vanguar- 
dia confié al infatigable y bravo Coronel Juan Núflez da 
Silva Tavares, recomendándole toda prudencia y circunspec- 
ción, ordenando la mayor rapidez en sus movimientos. 

En tres días de marcha hálleme sobre el Guazu cerran- 
do de este modo la salida del enemigo. 

Me encontraba a dos leguas de yatebó. \ 

Mandé ocupar esta picada por los carabineros del cuer- 
po provisorio décimo octavo ordenando se embarcase a fin 
de apresar los espías o descubiertas que el enemigo dirigiera 
por allí. 

De las noticias que recibiera, mi esperanza aumentaba 
de sorprender al ex-dictador en pleno día invadiendo su 



243 

campamento ain resistencia y haciéndole de este modo me- 
dir fin caida antes de pensar eq ]^ inminencia de su rujna. 

Por eso hice avanzar esg, misma }\qvMq al bravo y es- 
perimentado Teniente Coronel Francisco Antonio Miarj;in8, 
i5on los cí|,rabinero8 do los cuerpos 1^, 18^, 19° y 21<» y el 
intrépido mayor Tloriano Vieira Peixoto al frente del 9^ 
batallón de infantería del que era Comandante dirigiéndose 
hacia el paso Tacuaras a 5 leguas del lugar en donde yo 
me hallaba. 

Impartí órdenes para qne se procqrase sorprender al 
enemigo que defendía ese paso con dos cañones y alguna 
infantería, debiendo ir por el bosque al acercarse del paso, 
hasta ocupar la margen del río, y poder converger sus fue- 
gos sobre la artillerin', y cargue ^ la bayoneta cuando los 
defensores fueran diezmados. 

Recomendóles, que seg^n fuosQ la naturaleza del terre- 
no que debían recorrer, llevasen el ataque sea protejidos 
por la oscuridad de la noche a al rayar el día. 

Esos dignos guerreros, marcharon toda la noche, int3r- 
nados por sombrías picadas y caminos desconocidos, se po* 
sesionaron de la margen del río Tacuaras sin ser sentidos, 
rodeándolos más abajo del paso y por retaguardia del ene- 
imigo, al romper el día^ se lanzaron sobre }a artillería, car- 
gando con denuedo, antes qqie pudieran formarse y largar 
nn salo tiro (1). 

!N i un solo hombre perdimos en esta operación que inau- 
guró ese feliz día, 1° de Marzo. 

Me encontraba próximo a ese lugar, habiendo levantado 
mi campamento a las tres de la madrugada, avanzando a 
marcha forzada, tan luego que el camino me permitió. 

Una vez allí, hice emboscar un escuadrón de caballería 
«n la picada que precede al Aquidabán, y allí esperase la 
llegada de la fuerza co)i que yo iba a atacar el paso de e^e 
río defendido por tres cañones de pequeño calibre y al- 
gnna infantería. 

Nada indicaba que el enemigo nos hubiese sentido, y 
los prisioneros recién tomados, me aseguraron ignorarse mi 
marcha, agregado a la feliz toma de Tacuaras sin un tiro 
de cañón, para anunciarlo, alentaba mi esperanza de reali^ 
£2yr mi proyectada operación. 



■^■* " 



(i) Graeias al desertor j traidor Carmona (Kota del A). 



2'44 

Tenía por delaiíte una picada que atravesar, iiir río as- 
vadeiii". ílefeiidido por artillería que vomitaría metrallas, ei* 
cuanto loí5 asaltantes vencieran las Torrentosas aguas, trope- 
zaron con el espacio que ocupaban. 

Si el enemigo tuviese noticia de nuestra proximidad,, 
reforzaría este punto, y las defensas naturales asi aumenta- 
das, t'rusU-arian nuestro intento de cerrar la retirada de 
López^. 

El parte que. la guarnición de Tacuaras enviaba todas 
las mañanas, tardaba en llegar. López mandó un ayudante' 
de campo a inquirir la causa de tal demora y tan gran falta^ 

íj'm pü'ío» tiros que de su campamento se oyera, no le- 
hi"ieron sospechar que fuerza» superiores estuviesen tan próxi- 
mas; y más bien supuso que habiéndose acercado alguna 
pequeña partida del paso, hubiese sido rechazado. 

Al trasponer la picada el ayudante de campo, solo notó- 
nuestra einboscada cuando fué sorprendido y hecho prisionero. 

Detrás de éste, después de alguna demora, dos mayores- 
y once soldados fueron enviados^ para hacerse eargo de la 
guarda de Tacuaras. 

Seis eian lo& carabineros que yo tenía emboscados e» 
medio de la picada. 

La lucha se trabó entre ello» y la nueva guarnición^ 
que ora avanzaba, o reculaba, hasta que reciando una descarga 
y teniendo dos muertos, dispersóse por el bosque cabiendo 
a todos igual suerte. 

Inmediatamente mandé al Teniente Coronel Martins con 
sus carabineros que asaltaran Tacuaras, y al Míiyor Floriano 
Peixoto con el cuerpo de su mando, avanzasen. 

El primero internándose por el bosque procuraría ocupar 
la barranca del río, o derecha del paso; el segundo por fuera 
de la picada iría a ocupar las márgenes izquierda del mismo 
punto. 

Ambos convergerían sus fuegos sobre los cañones con 
que el enemigo pretendería resistirnos, cargando sobre las 
fuerzas, tan pronto viera la guarnición e infantería debilitarse. 

Los cuerpos 19° y 21° que componen la brigada del 
denodado Coronel Silva Tavares, formados al extremo de la 
picada, esperarían el toque de avance, para cargar con la 
bizarría que los caracteriza el paso y la artillería que 
lo defendía* 

Al Coronel Antonio da Silva Paranhos, que n.andaba la 
columna de infantería, ordené se adelantara a la artillería 



245 

'^ara que no fuera embarazado en &a marcha por los obstá- 
«culos que esta pudiera encontrar en la picada, y a toda prisa 
marchara a apoyar el golpe qne se iba dar al enemigo: \)oy si 
•fiu auxilio fuera necesario. 

Una vez tomadas estas medidas, mandé tocar la señal 
<ie ataque, tanto los carabineros cuanto la infantería, vencidas 
que fueron las dificultades de la marcha, ocupando las barrran- 
•cas rompieron nutrido fuego sobre la artilloría enemiga, que 
<'ontestaba con metralla. 

Mandé tocar avance. 

Los lancei*os, a todo galope por la picada, invadieron el 
paso, al mismo tiempo que los carabineros 3^ la infantería, 
«e precipitaron a la voz do sns jefes al río acometiendo al 
onemigo, cuyas metrallas les pasaban por arriba. 

Ni un solo hombre fué muerto en este combate contra la 
tirtillería en i)OSicion., lanzando metralla: la artillería enemiga 
■quedó en nuestro poder, y de sus defensores pocos se escaparon. 

A los lanceros habíales ordenado que tan pronto inva- 
dieran el campamonto del ex-dictador, contornasen sus flan- 
oos, y tomaran el camino do Chirigüelo, para impedir que 
algim jefe de importancia se escapara por ese lado. 

Cumpliendo esta orden, una vez traspuesta la picada 
que conducía al campamento, se dividieron, e inundaron por 
los flancos la planicie del Aquidabániqui en cuyo centro se 
hallaban las fuerzas enemigas. 

El Coronel Silva Tavares, oficiales d-e su estado mayon 
y algunos cs^rabineros que le seguían, y unos pocos infantes 
recogidos en el camino del centro, fueron a arremeter las 
fuerzas a cuyo frente se hallaba el ex-dictador. 

El Coronel Silva Tavares no le dio tiempo para respirar. 

Le cargó, diezmó sus defensores, mutiló el piquete de 
oficiales, segando con la espada de la victoria aquellas vidas, 
cual ángeles del mal, se oponen a la paz y regeneración de 
nn pueblo, los llevó envueltos entre polvo y humo, al centro 
del bosque que cubre el Aquidabánigui* 

A tan encarnizada persecución el tirano no pudo hacer 
frente. 

Dióse a la fuga, lanzándose para el interior del bosque» 
seguido de cerca por un puñado de valientes que juraron su 
exterminio, hasta que herido, desanimado, exhausto, apeóse 
de su caballo, dirigiéndose hacia aquel arroyo con el inten- 
to de vadearlo, cayendo de rodillas en la barranca opuesta. 



246 

En 6stsi posición lo encontré, cnando a pie seguí sqb 
haollad- 

Lo intimé se rindiera y me entregara su espada, que 
yo le garantía los restos de su vida, y que yo era él Gene- 
ral que mandaba las fuerzas. 

Por contestación me alargó 'una estocada. 

Entonces mandé que un soldado lo desarmase, lo que 
fué ejecutado al mismo tiempo que exhalaba el último sus- 
piro, librando la tierra de un monstruo, al Paraguay de su 
tirano, y al Brasil del flajelo de la guerra. 

Al mayor en comisión del Estado Mayor, de 1* clase, 
José Simeón de Oliveira, miembro de la Comisión de Inge- 
nieros, a quien yo había ordenado se pusiera a las órdenes 
del Coronel Silva Tavares en momentos de ser atacados el 
paso del Aquidabán, para secundarlo en el combate. 

Los servicios de este distinguido y denodado oficial 
fneroil importantísimos sieíido uno de los que más se distin- 
guieron en la derrota del enemigo, persiguiendo al ex-dicta- 
dor, y haciendo que los soldados le dirigieran con preferencia 
stis tiroS, én sti veloz fuga hacia las selvas (1) siendo para 
mi evidente que debido a ésta persecución incansable debe- 
mos el fin del tirano. 

Felicito a V. E. por las 'glorias que en este memorable 
día obtuvieron las armas del Imperio. 

Nuestras bajas aunque sensibles fueron insignifitaiites. 
Hubo siete heridos, dos de ellos graves, y entre los leves dos' 
oficiales. 

Las pérdidas del enemigo fueron completas; en las pica- 
das donde se libró la primera batalla, los pasos de los ríos, 
en campo de combate, el espacio recorrido en la huida por la 
selva y arroyo en qne lanzó, quedaron sembrados de cadáveres. 

El número de prisioneros asciende a 244, contándose entre 
ellos los Generales Resquín y Delgado, 4 coroneles, 8 tenientes 
coroneles^ 19 Sargentos mayores, 3 médicos, 8 padres y un 
escribano, Mme. Lynch y 4 hijos se encuentran en el número 
de los prisioneros y son preciosos trofeos de este tiempo. 

Al lado del coche en que ella pretendía huir, dispersa 
la escolta que le guardaba, y muerto el Coronel López hijo 
del ex-dictador> quien no quiso rendirse. 



(1) El Mariscal se réiiró del combate, como hace todo tiíiilftair ^tté 
sufre una derrota; y fué rodeado por el enemigó, defendiéndose de sué 
golpes hasta que, mal herido, entró en el monte y cayó del caballo, 
debilitado por la mucha sangré que había perdido. 



\ . 



247 

16 cañonea cayeron en nuestro poder, dos banderas y 
macho armamento y municionas q[ue^ hice inutilizar. 

Quedaron muertos en el campo dé batalla el General 
Ráá, el Více-Presidente Sánchez, el ministro Camino^, el Co- 
ronel Délvalle (1) Jr niuchos oficiales superiores y subalternos. 

Lá madre y hermanos del tirano que se hallaban presos 
y á quienes había sido notificada la sentencia dé muerte 
fueron libertados. (2) 

Gran níimfero de familias eran aún los que acompaña- 
ban las fuerzas del ex-dictador. 

Rescatadas de tan humillante cautiverio, les fueron pro- 
porcionados recursos a fin de acompañar las fuerzas hasta 
esta Villa. 

A la madre y hermanas del ex-dictador proporcioné 
carretaüi para i^u transporte y toído cuanto necesitaren al 
alcance de los recursos de que disponía; 

Cumplo con uri agradable deber recomendandd a la alta 
{t predación de "V. E. los importantes servicios prestados en 
este memorable día por el intrépifío Coronel Juan Nú- 
ñéz da Silva Taváres. Su devoción a la causa qué defen- 
dernos, la infatigable solicitud que desplegó en el comando 
dé lá vanguardia, á¿i cómo el valor en el combate y perse- 
cución del enemigo y tirano, le hacen digno de la conside- 
ración y aprecio de sus superiores. 

Del mismo modo líiucho recomiendo a V. E. los servicios 
y valor que en más de una vez ostentó en combate el Te- 
niente Coronel Francisco Antonio Martins, comandante del 
regimiento lí" 21, de caballería, los mayores Eloriano Vieira 
Péixoto, comandante del batallón 9° de infantería y Eran- 
cisco Marques Xavier, comandante del cuerpo 1° provisorio 
de caballería de carabineros uno de los primeros en lanzarse 
ai río Aqiíidabán, agregando a voz de mando el más digno 
ejemplo' de valor, que sus subalternos hayan ejecutado: así 
cómo él capitán Juan Pedro Rodríguez que mandaba a los 
carabineros del 18^ y del escuadrón de vanguardia donde 
dio exhuberantes pruebas de su actividad y valentía. 

Es también un deber de justicia, recomendar a V. E. 



(1) Recién el 4 d« Marzo fné muerto después de rendirse con sus otros 
compañeros, entre estos el canónigo Joaqulu Román. (N. del ▲.) 

(2) No es exacto. (N. del A.) 



248 

los oficiales de mi cuartel general, el capitán del 1er. regi- 
miento de artillería a caballo Antonio José María Pego Júnior, 
asistente del diputado ayudante general, agregado a esto 
comando, al teniente del 31 de voluntarios de la patria José 
Portas de Lima Franco, escribiente de esta repartición, al 
teniente en comisión de caballería Alfredo Miranda Pinheiro 
da Cijulia, mi ayudante de órdenes alférez del 19 de caba- 
llería Franklin Méndez Machado y al alférez del mismo cuer- 
po Joaquín da Rosa Castillo, olías Florencio da Silva Cáma- 
ra, que sirven a las órdenes de este comando, por el valor 
y calma con que se portaron, trasmitiendo con rapidez mis 
órdenes, lo mismo que al sargento amanuence de la repartición 
del Diputado del Ayudante General Etelvino José do Santos. 

Me es sumamente agradable elogiar el empei\o y dedi- 
cación con que siempre me secundaron los Coroneles Anto- 
nio da Silva Paranhos, Federico Augusto de Mosquita, asi 
como el Teniente Coronel Francisco Bibiano de Castro, que 
mandaba una brigada provisoria, el mayor de artillería José 
Clorindo de Queiroz, quienes, si por las circunstancias no 
tuvieron ocasión de batirse con el enemigo, más de una \ez 
probaron su reconocido valor, no por eso dejaron do merecer 
bien de la patria y de sus ilustres jefes por los buenos ser- 
vicios e interés con que coayuvaron a esta operación, alaba- 
dos siempre en sus respectivos comandos. 

Ese día hice acampar la infantería en el campamento 
del ex-dictador, haciendo contramarcha la caballería, fuera 
de la picada del iVquidabán. 

El 2 de Marzo, recibí parte de que el Coronel Bento 
Martins_, había traspuesto la picada del Chirigüelo, y el 12** 
batallón de infantería, se hallaba acampado en el lugar don- 
de derroté al enemigo. 

La rápida marcha realizada por ese distinguido Coronel, 
por sí solo honra y glorifíca a un jefe y en mi opinión esta 
marcha viene a justificar el brillante nombre y reputación 
que ha sabido conquistarse a costa de valor, perseverancia 
y consumada pericia. 

No puedo dejar de llamar la atención de V. E. por la 
importante comisión cabalmente desempeñada por el Coronel 
Bento Martins. 

La confianza que tenía en este jefe, me hacía presumir 
la pérdida del enemigo en medio de las sierras que le ociil- 



249 

taban, y este comprobó mi opinión ocnpando el úuico camino 
que quedaba expedito al enemigo, el día que yo le fijé para 
el inevitable y decisivo golpe proyectado. 

No menos recomendables son los servicios prestados en 
la ocupación de Bella Vista por el Teniente Coronel José 
María Guerreiro Victorio, comandante del 18^ cuerpo de 
caballería provisoria. 

Su perseverancia, sus éfuerzos, el interés y celo con que 
siempre ejecutó mis intenciones, privando al enemigo de los 
recursos de esa localidad, retirada, batiéndolo varias veces y 
aprisionando a muchos, lo hace merecedor de elogios como 
uno de los muchos que contribuyeron para el feliz desenlace 
de esta campaña. 

Debo aún recomendar a V. E. los relevantes servicios 
que con actividad e inteligencia siempre prestó, sea destacado 
en Paso Barrete, como anteriormente en Tacuati el mayor en 
comisión de artillería Ernesto Augusto da Cunha Mattos. 
Son dignos del mayor aprecio. 

Es igualmente recomendable el Teniente 2°. Cándido 
Leopoldo Estoves, Comandante del contingente de pontoneros, 
que siempre se mostró activo en el cumplimiento de sus deberes. 

El mayor de 19<* provisorio de caballería Vasco María 
de Asevedo Frutos, que mandaba los lanceros que se distin- 
guieron por la picada de cbirigüelo, recorriendo una exten- 
ción de veinte leguas, según una breve comunicación que me 
dirigió, encontró y batió una fuerza al mando del Coronel 
Delvalle, quien tenía dos cañones. 

Este coronel y veinte oficiales, casi todos los oficiales, 
quedaron todos muertos en el campo de batalla, la artillería 
quedó en nuestro poder, fué inutilizada; los que lograron 
escaparse se desparramaron en el bosque. 

El camino que recorrió este mayor, hacia Panadero es- 
taba sembrado de cadáveres en toda su extensión. 

Mas de dos mil muertos, indica la linea de retirada del 
tirano, como cuadro de disolución, hambre, de martirio y 
muerte que legó a sus secuases como premio de devoción. 

Llamo la atención de V. E. hacia los partes de los se- 
ñores comandantes de división brigadas y cuerpos que acom- 
pañan a esta expedición, y en ellos están consignados los 
dignos de elogio y aprecio de V. E. 



250 

No puedo remitir el del 9^ batallón de infantería, qae 
machas servicios prestó tomando parte «9 el combate por 
encontrarse ese cuerpo en marcha y m^i^iy distante de ^s.ta 
Villa. 

Dios guarde a V. B. 

limo, y Excmo. Señor Mariscal de Campo, Victorino 
José Carneiro Monteiro. 

Comandante de las fuerzas al Norte del Mandi^virá. 
El Brigadier — José Antonio Correa da Cámara. 



Fe de erratas más notables 



Págs. 


linea 


donde dice 


debe decir 


5 


18 


que acompañaban 


que le acompañaban 


6 


4 


sa botes 


sus botes 


7 


17 


la ofreció 


le ofreció 


8 


23 


consecaencio 


consecuencia 


13 


11 


en que 


de que 


20 


34 


susposición 


suposición 


26 


14 


su pensión 


suspensión 


27 


26 


bárbara 


bárbara 


29 


24 


prisionero 


prisioneros 


30 


6 


laguerra 


la guerra 


30 


18 


uación 


nación 


48 


31 


redoblado 


redoblada 


56 


39 


la 


al 


57 


1 


Caballero, 


Caballero. 


59 


14 


recibió 


recibí 


67 


32 


no podía no 


no podía 


68 


1 


p. 11 


p. 13 


72 


5 


ejercitó 


ejército 


73 


15 


habranse 


b ábranse 


75 


6 


las 


la 


77 


34 


al amor 


el amor 


78 


38 


de 


da 


83 


2 


un fatigado 


mi fatigado 


83 


22 


1.2000 


1.200 


84 


34 


esta 


estas 


93 


16 


encontraban 


encontraba 


94 


1 


aliadoque 


aliado que 


95 


8 


remitidos 


remitidas 


95 


19 


ellos 


ellas 


105 


90 

D 


honroso 


horroroso 


112 


1 


Ejércitto 


Ejército 


112 


13 


le le 


le 



252 



Págrs. 


linea 


donde dice 


debe decir 


125 


16 


s^ 


ese 


125 


37 


cofinadas 


confinadas 


129 


1 


lo hubo 


lo que hubo 


147 


10 


presentraron 


presentaron 


155 


5 


do 


de 


157 


o 


coo 


con 


157 


3 


preferidu 


preferido 


167 


9 


gigantezca 


gigantesca 


174 


37 


pretenciones 


pretensiones 


182 


35 


sume qtii peni 


sauvé qui peut 


185 


17 


y a que 


a que 


185 


19 


persegido 


perseguido 


194 


33 


éste conducido 


éste fue conduci 


204 


32 


prisioneros 


prisionera 


210 


10 


al 


el 


216 


24 


y gritó 


gritó 






índice 



CUARTA PARTE 



Págs. 

Capítulo I 3 

Capítulo II . 19 

Capítulo III 44 

Capítulo IV 53 

Capítulo V 75 

Capítulo VI 99 

Capítulo VII . . . . , , . . 117 

Capítulo VIII 137 

Capítulo IX 147 

Capítulo X 167 

Capítulo XI . . . . , 201 

Apéndice 221 



r 



240 

No me hallaba todavía en estado de emprender largas 
marchas y la columna que confiara al Coronel Doraing'o 
Paranhos, cuyo movimiento pendía de la remesa de 500 
reses que habla solicitado de V. E. 

Las instrucciones como también las órdenes de su álte- 
sa el señor Príncipe, Mariscal y comandante en Jefe dejan- 
do a mi entero arbitrio la dirección y mando de las fuerzas 
del Norte, me obligaron por tan honrosa confianza a no per- 
der tiempo, a no diferir por una sola hora a poner término 
a tan larga y dolorosa guerra. 

En mi citado oficio del 6 hice conocer a V. E. mi in- 
tención de adelantarme a las fuerzas enemigas marchando 
inmediatamente hacia Bella -Vista de donde reunido al Coro- 
nel Bento Martins de Menezes, que allí se hallaba estacio- 
nado con dos batallones de infantería y dos cuerpos de ca- 
ballería para proseguir en dirección a Dorados, localidad 
que por los recursos que ofrece me parecía que el ex-dicta- 
dor buscaría. 

La columna de mi mando se compondría de 6 bocas de 
fuego, 5 batallones de infantería y 4 cuerpos de caballería, 
2 de los cuales destiné para recoger ganado y garantir mi 
linea de cemuicaciones con Bella Vista y Paso Barrete. 

El Coronel Antonio da Silva Paranhos (lue partiera el día 
18 del mismo mes de este lugar se dirigiría directamente 
sobre la línea de retirada del enemigo, cuya retaguardia pro- 
curaría alcanzar y hostilizar; pero en todo caso no ofrecer 
ni aceptar ataque por no comprometer parte o toda su fuerza. 

Si la picada de Chirigtielo estuviera franca por ella se 
internaría en busca del Qapiibary, y, finalmente Dorados, 
punto de reunión de las 2 columnas y objetivo común. 

De cualquier noticia o declaración que obtuviere que se 
relacionase con la dirección de mi marcha u ocupación de 
punto estratégico, me informaría por propio seguro a fin de 
resolver lo que el caso exigiere. 

Su linea de comunicaciones cuyos puntos principales, 
más allá del Paso Barrete, eran los ríos Guazú y Negla, 
debía ser mantenida por destacamento. 

Esta columna debía calcular su marcha de suerte tal que 
se hallara en Dorados juntamente con la mía. 

De este modo me proponía obligar a las fuerzas del ex- 
dictador si por ventura como juzgaba seguro continuaba len- 
tamente su marcha para Dorados encerrarlo entre sus colum- 



241 

ñas para forzarlo a aceptar combate decisivo, rendirse o 
dispersarse por las selvas abandonándonos la artillería y el 
bagage. 

Con estas disposiciones partiendo el mencionado día de 
esta Villa, me hallaba el 13 en la margen derecha del Aqai- 
dabán, pasándolo por el cerrentoso Paso-Barreto que se 
hallaba a nado. 

Ese mismo día seguí para Bella Vista. 

Próximo a aquel sitio me encontré con el Capitán del 
18°. cuerpo de caballería provisorio, Pedro Rodríguez que 
me traía un oficio del Coronel Bento Martins, noticia de que 
el enemigo abandonando el camino de Dorados pasara el 
Chirigüelo viniendo a ocupar al interior de la sierra las 
alturas que separan los arroyos que enriquecen las aguas del 
Aquidabán. 

El Aquidabánigui era el lugar de su campamento, una 
extensa colina la encerraba entre el Aquidabán y el Aquidani- 
guí tributario de este con suave declive hacia éstos y teniendo 
su naciente en las alturas de sierras escarpadas que abrigan 
a los Caynguaes y al occidente selvas impenetrables que 
rodean el Aquidabán. 

Este recinto que la naturaleza parece haber querido 
destinar a una defensa heroica solo podía ser abordado por 
dos únicos caminos. El que yo seguía, que pasa por el Negla, 
atraviesa los extensos campos de Aramburú costeando las 
primeras serranías, que caen exabrupto sobre un terreno 
accidentado de donde se dirige al río Guazú. » 

De ahí se internan por picadas que se suceden sin inte- 
rrupción, cortados por arroyos cuyas corrientes surcan pro- 
fundamente los flancos de las montañas limitadas por las 
sierras escarpadas ¿e la cordillera, atraviesa los ríos Tacuaras 
y Aquidabán y terminando en la planicie donde López plan- 
tara sus tiendas de campana. 

El otro que pasa por Bella Vista, Dorados, Capiíbary, 
Punta Pora, se interna por la picada del Chirigüelo cuya 
extremidad se bifurca y sigue para el Panadero. 

El enemigo en tanto se había colocado de tal manera 
para no poder evitar un encuentro (!on nosotros si por ventura 
fiado en las probabilidades, no8 diera tiempo para ocupar el 
Guazú por un lado y el Chirigüelo por el otro. 

En mi espíritu desde luego, tenía resuelta la cuestión 
magna: López se vería forzado en su propio campamento en 
medio de estas sierras y selvas que buscara como impenetrable 



242 

abrigo a aceptar el combate íecisivo: o retiráudose perseguido, 
iría encajonarse en la larga picada del Chirigüelo, donde su 
aniquilamiento sería inevitable. 

Me hallaba mucho más próximo de le que súpose de la 
hora ambicionada de medirme con ese poder que fanatizO y 
aniquiló una nación entera. 

Cambiando innAOfdiatameiite de vesjolución,^ hice acampar 
las fuerzas y me diri|^i hacia Bella Vista de donde hice seguir 
por el camino de D^rad<»^ al Coronel Bento Martina Menezes 
cuya fuerza auoaeuté eou do4 eaHonea^ d^ campafla y parte de 
un batallón de infantería. 

Al Coronel Antauia da Silva Paranbo^i ordené, qiie laar- 
chara sin pérdida de tiejtt.pft y ocupara I09 pasos del río 
Negla esperando en este punto la reunión de mis fuerzas. 

Al Coronel Bento Martins^ intimé que se esforzase en 
ocupar la boca de la picada del chirigüelo para el día dos 
del corriente, época en que podría el ex-dictador hallarse 
allí si por acaso sintiese y abandonase su campamento to- 
mando el único camino que le quedaba franco. 

Contramarchando de hacia el Negla me reuní con el Co- 
ronel Antonio da Silva Paranhos que allí me esperaba, y el 
25 del pasado mes emprendí nuevas marchas hacia Cerro 
Cora. 

Al siguiente día se me presentaron algunos pasados del 
enemigo, entre los que se encontraba el Teniente Coronel 
Solalinde. 

Estos rae aseguraron que López ignoraba mi marcha, y 
que el enemigo poca vigilancia acostumbraba tener en sus 
posiciones. 

Resolví precipitar mi marcha hacia el enemigo redu- 
ciendo mi fuerza en lo posible. La dirección de la vanguar- 
dia confió al infatigable y bravo Coronel Juan Núflez da 
Silva Tavares, recomendándole toda prudencia y circunspec- 
ción, ordenando la mayor rapidez en sus movimientos. 

En tres días de marcha hallóme sobre el Guazú cerran- 
do de este modo la salida del enemigo. 

Me encontraba a dos leguas de yatebó, 1 

Mandé ocupar esta picada por los carabineros del cuer- 
po provisorio décimo octavo ordenando se embarcase a fin 
de apresar los espías o descubiertas que el enemigo dirigiera 
por allí. 

De las noticias que recibiera, mi esperanza aumentaba 
de sorprender al ex-dictador en pleno día invadiendo su