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Full text of "Misiones capuchinas en Africa"

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Biblioteca  «MISSIONALIA  HISPANICA» 
Publicada  por  el  Instituto  Santo  Toribio  de  Mogrovejo 


VOL.  VII 

MISIONES  CAPUCHINAS  EN  AFRICA 

I 

LA    MISION    DEL  CONGO 


MISIONES  CAPUCHINAS 


EN  AERICA      /^'' " 

JAN  23  1953 


I 


LA  MISION  DEL  CONGO 

por  el 

P.  MATEO  DE  ANGUIANO,  O.  F.  M.  CAP., 

con  introducción  y  notas  del 

P.  BUENAVENTURA  DE  CARROCERA,  O.  F.  M.  CAP. 


Consejo  Superior  de  Investigaciones  Científicas 
Instituto  Santo  Toribio  de  MoGkovEjo 
Madrid,  mcml 


EDICIONES  JURA-SAN    LORENZO,  U-MADRID 


Puede  imprimirse: 

Fr.  JOSE  M."  DE  Chana,  O.  F.  M.  CAP. 
Min.  Prov. 
Madrid,  17  de  marzo  de  1948 


Nihil  obstat: 

Dr.  Andrés  de  Lucas 
Censor 


Imrímase: 

t  Casimiro  Morcillo 
Obispo  Auxiliar  y  Vic.  Gen. 
Madrid,  20  de  marzo  de  1948 


INTRODUCCION 


I,    La  misión  capuchina  del  Congo. 


Era  en  1482  cuando  un  ilustre  navegante  portugués,  Diego 
^ao,  arribaba  con  sus  naves  a  las  costas  del  Congo.  Al  desembar- 
car y  levantar  allí  una  cruz  de  piedra  para  perpetuo  recuerdo,  to- 
maba posesión  de  aquellas  tierras  africanas  en  nombre  del  rey  de 
Portugal,  y  aquellos  pueblos,  tan  desconocidos  como  olvidados, 
comienzaron  a  entrar  en  contacto  con  el  mundo  civilizado. 

Nueve  años  más  tarde,  en  1491,  se  iniciaba  la  evangelización 
de  aquel  país.  Diferentes  Ordenes  religiosas  enviaron  allá,  con 
emulante  celo  apostólico,  sus  misioneros  :  los  Dominicos,  los  Fran- 
ciscanos y  la  Congregación  de  Canónigos  de  San  Juan  Evange- 
lista lo  hiciieron  ya  desd^  esa  fecha  (i).  Más  tarde  lo  hicieron  los 
Jesuítas,  en  1547  (2),  y  ilos  Carmelitas  Descalzos,  en  1582  (3). 

El  apostolado  se  hacía,  sin  embargo,  muy  duro  ;  era  necesario 
enviar  continuamente  nuevo  personal  para  ocupar  el  puesto  de 
otros  a  quienes  la  muerte  había  arrebatado  en  plena  actividad.  Por 
eso,  y  en  vista  del  poco  fruto  que  se  obtenía,  casi  todos  los  reli- 
giosos se  fueron  retirando,  haciéndolo  finalmente  los  Carmelitas 
Descalzos  en  161 5  (4). 

Habían  quedado,  es  cierto,  algunos  sacerdotes  seculares,  pero 
eran  sobradamente  insuficientes  para  tan  dilatado  territorio.  En 
vista  de  lo  cual,  Alvaro  III,  rey  del  Congo  a  la  sazón,  pidió  en 
161 8  al  Sumo  Pontífice  Paulo  V  le  enviara  misioneros  capuchinos 


(1)  J.  PELLICER  DE  TOBAR.  Misión  evangélica  al  Reino  de  Congo  por  la 
Seráfica  Religión  de  los  Capuchinos,  Madrid,  1649,  prólogo. 

(2)  ID.,  ibid. 

(3)  Cfr.  FLORENCIO  DEL  NIÑO  JESUS,  C.  D.  La  Misión  del  Congo  y  los 
Carmelitas  y  la  Propaganda  Fide,  Pamplona,  1929. 

(4)  ID.,  ibid. — Notas  para  una  Cronología  Eclesiástica  e  Missionaria  do  Congo 
t  Angola  (1491-1944),  en  la  revista  Arquivos  de  Angola,  2.»  serie,  II  (1944),  p.  44. 


MIS.  CAPS.  EN  ÁFRICA.  LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


que  pudieran  aüender  a  las  necesidades  espirituales  de  sus  sub- 
ditos. 

Como  luego  veremos  por  la  relación  del  P.  Anguiano,  no 
obstante  los  buenos  deseos  del  Papa  y,  asimismo,  de  los  desti- 
nados en  esa  ocasión  a  la  misión  mencionada,  que  lo  fueron  pre- 
cisamente doce  capuchinos  españoles,  no  pudo  llevarse  a  cabo. 
Influyó  en  ello,  en  primer  lugar,  la  muerte  de  Paulo  V,  acaecida 
el  28  de  enero  de  1621,  y  aunque  su  sucesor,  Gregorio  XV,  abri- 
gaba los  mismos  proyectos  de  evangelización  del  Congo,  luego 
vinieron  a  tierra  con  la  muerte  de  cuantos  soberanos  estaban  inte- 
resados en  esa  espiritual  empresa.  Felipe  III  fallecía,  en  efecto, 
el  31  de  marzo  de  1621  ;  Alvaro  III,  rey  del  Congo,  le  seguía 
en  mayo  de  1622,  y  el  propio  Gregorio  XV  bajaba  también  al 
sepulcro  un  año  después,  el  8  de  julio  de  1623. 

En  los  siguientes  años  los  reyes  del  Congo  se  suceden  y  se 
suplantan  rápidamente.  Por  fin,  Alvaro  VI,  elevado  al  trono  ha- 
cia primeros  de  1637,  se  adelanta  a  enviar  sus  respetos  al  Papa 
y  renueva  la  súplica  de  sus  antecesores  para  que  se  le  envíen 
((misioneros  celosos  y  desintieresados» . 

La  idea  es  tomada  en  la  corte  romana  con  el  mismo  calor  de 
antaño.  Se  designan  los  misioneros  que  habrían  de  ir  ya  a  me- 
diados de  1640,  pero  primero  por  habersie  levantado  Portugal  en 
armas  contra  Castilla,  y  luego  por  otras  varias  dificultades  prác- 
ticamente la  primera  expedición  de  misioneros  no  se  pudo  llevar 
a  cabo  hasta  los  primeros  meses  de  1645.  Esa  expedición  iba  inte- 
grada por  cinco  Capuchios  italianos  y  siete  españoles.  El  25  de 
mayo  de  1645,  fiesta  de  la  Ascensión,  llegaban  al  punto  de  des- 
tino. 

A  esa  expedición  siguió  otra,  inüegiada  por  cuatro  italianos, 
que  en  marzo  de  1646  llegaban  a  Loanda,  capital  del  reino  de 
Angola  ;  pero  los  calvinistas  holandeses,  dueños  entonces  de 
Loanda,  les  hicieron  volverse  a  Europa. 

Dos  años  más  tarde,  gracias  a  las  gestiones  de  Fr.  Francisco 
de  Pamplona,  que  había  regresado  del  Congo  en  el  mismo  navio 
que  llevó  la  primera  expedición  de  misioneros,  pudo  enviarse  una 
tercera,  compuesta  de  ocho  italianos  y  seis  españoles.  Embarca- 
dos en  Cádiz  en  octubre  de  1647.  llegaban  felizmiente  a  su  destino 
el  6  de  marzo  de  1648. 

Fueron  esos  seis  Capuchinos  españoles  los  últimos  que  mar- 
charon a  la  misión  del  Congo  ;  no  porque  los  españoles  dejasen 
de  sentir  muy  hondamente  el  ideal  de  las  misiones,  sino  porque 


INTRODUCCIÓN 


XI 


cuestiones  de  política  internacional  impidieron  que  allí  llegaran  no 
sólo  Capuchinos  españoles  o  nacidos  en  provincias  sujetas  a  Es- 
paña, sino  que,  según  también  condiciones  estipuladas  entre  el 
rey  del  Congo  y  los  portugueses  para  hacer  las  paces,  no  debía 
admitirsie  en  el  Congo  ((ninguno  de  ellos  que  fueren  embarcados  en 
navios  de  Castilla»  (5).  Por  ese  motivo,  desde  1658  hasta  1835, 
estuvo  la  misión  exclusivamente  a  cargo  de  Capuchinos  italianos. 

La  labor  de  unos  y  otros  fué  verdaderamente  extraordinaria. 
Desde  luego  haremos  constar,  sin  que  esto  ceda  en  menoscabo 
de  nadie,  que  el  apostolado  ejercido  por  las  otras  Ordenes  reli- 
giosas fué  por  poco  tiempo  y  con  éxito  poco  lisonjero.  Y  cierta- 
mente que  ninguna  superó  a  los  Capuchinos  ni  en  los  frutos  y 
éxitos  logrados  ni  tampoco  en  el  número  de  residencias  y  cen- 
tros misionales  por  ellos  formados  en  esa  región  africana  y  mu- 
cho menos  aun  en  el  número  de  misioneros  que  allí  trabajaron. 
Pasan,  en  efecto,  de  cuatrocientos  los  Capuchinos  que  en  menos 
de  dos  siglos  y  con  un  fin  enteramente  espiritual  llegaron  al  Con- 
go y  Angola  (6).  Su  sudor  y  también  su  sangre  fecundaron  esa 
parte  de  suelo  africano  e  hicieron  brotar  en  él  los  gérmenes  sagra- 
dos del  cristianismo  y  de  la  civilización. 

Allí  trabajaron  sin  descanso,  y  casi  podíamos  decir  sin  medida, 
y  antes  de  sucumbir  víctimas  unos  del  clima  martirizador  y  otros 
sacrificados  por  el  fanatismo  de  los  fetichistas,  muchos  de  esos 
héroes  supieron  juntar  al  celo  apostólico  del  misionero  la  fina  ob- 
servación del  explorador  y  la  inteligente  actividad  del  sabio.  Tra- 
bajando ya  entonces  en  regiones  aun  hoy  día  desconocidas,  supie- 
ron estudiar  la  lengua  de  los  indígenas,  la  historia  y  la  geografía, 
prestando  a  la  ciencia  muy  señalados  favores. 

Fué  precisamente  Fernando  de  Lesseps  quien  así  lo  recono- 
ció con  palabras  muy  encomiásticas  en  el  discurso  de  apertura  del 
tercer  Congreso  Internacional  de  Geografía,  celebrado  en  Ve- 
necia  en  1881.  Como  uin  tributo  de  justicia  proclamó  entonces  a 
los  tres  Capuchinos  misioneros  en  el  Congo,  PP.  Cavazzi,  Carli  y 
Zucchelli,  como  tres  sabios  e  inteligentes  misioneros  beneméritos 


(5)  Carta  del  P.  Buenaventura  de  Sorrento  al  P.  Juan  Francisco  de  Roma,  ambos 
Capuchinos  y  misioneros  en  el  Congo  (Genova,  21  de  abril  de  1650)  (Archivo  de  Si- 
mancas.— Estado,  Leg.  2670). 

Loanda  fué  recuperada  por  los  portugueses  el  15  de  agosto  de  1648  y  las  paces 
fueron  hechas  en  abril  de  1649. 

(6)  HILDEBRAND  [DE  HOOGLEDE],  O.  F.  M.  Cap.  Le  Martyr  Georges  de 
Geel  et  les  debuts  de  la  Mission  du  Congo  (1645-1652),  Anvers,  1940,  p.  40. 


MIS.  CAPS.  EN  ÁFRICA.  LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


de  la  ciencia,  que  habían  recogido,  acerca  del  continente  africano, 
datos  de  suma  importancia  (7). 

Sin  embargo,  lo  más  meritorio  de  un  misionero  no  es  precisa- 
mente aquello  que  la  ciencia  puede  alabar,  aunque  se  trate  de 
grandes  descubrimientos.  Su  labor  se  ha  de  medir  por  los  progre- 
sos realizados  en  orden  a  la  evangelización  y  civilización  de  los 
naturales  que  le  fueron  encomendados. 

Pero  también  en  esto  es  muy  digno  de  notarse  y  estudiarse 
cuanto  los  misioneros  Capuchinos  llevaron  a  cabo  en  el  Congo. 
Mas  ya  que  la  presente  historia  del  P.  Mateo  de  Anguiano  se 
ciñe  únicamente  a  lo  realizado  durante  el  tiempo  que  allí  estuvie- 
ron los  Capuchinos  españoles,  es  decir,  desde  1645  hasta  1658, 
a  lo  hecho  en  esos  años  nos  ceñiremos  también  ahora. 

Para  que  más  claramente  se  ponga  de  manifiesto,  vamos  a  se- 
ñalar las  dificultades  que  les  salieron  al  paso,  que  por  cierto  fueron 
muchas  y  de  no  poca  monta.  Las  agruparemos  en  tres  puntos. 

I .  Procedía  desde  luego  la  mayor  dificultad  de  los  propios 
habitantes  del  Congo.  No  existía  entre  ellos  la  idolatría  propia- 
mente dicha,  pero,  en  calnbio,  eran  sumamente  supersticiosos, 
mejor  dicho,  fetichistas,  hasta  el  punto  de  tener  en  gran  venera- 
ción cosas  verdaderamente  ridiculas,  como  idolillos,  imágenes  gro- 
tescas, estatuillas  de  hombres  o  de  mujeres,  serpientes  disecadas, 
cuernos  de  animales  y,  lo  que  es  más  de  admirar,  hasta  algunos 
árboiles.  Todas  esas  cosas  no  eran  veneradas  por  lo  que  eran  en 
sí,  ni  siquiera  por  lo  que  representaban,  sino  por  cierta  fuerza 
misteriosa  que  creían  radicaba  en  ellas,  o  por  no  sé  qué  influencia 
que  les  atribuían. 

Consiguientes  con  esa  persuasión,  tenían  en  gran  estima  a  los 


(7)  ID.,  ibid.  Las  obras  de  los  tres  mencionados  Capuchinos  llevan  los  siguientes 
títulos  : 

GIOV.  ANT.  [CAVAZZI]  DA  MONTECUCCOLO.  O.  F.  M.  Cap.  Istorica  des- 
cristone  de  tre  regni  Congo,  Matamba  et  Angola  ...e  delle  missioni  apostoliche  eser- 
citatevi  da  Religiosi  Capuccini,  Bologna,  1687.  La  segunda  edición  se  hizo  en  Milán, 
1690,  y  una  tercera,  moderna,  en  Tivoli,  1{).37.  El  P.  LABAT,  O.  P.,  la  tradujo,  bas- 
tante libremente,  al  francés  con  el  título  :  Relation  hislorique  de  l'Ethiopic  accidén- 
tale, contenant  la  description  des  Rovaumes  de  Congo,  Angolle  et  Matamba,  traduite 
de  l'italien  du  P.  Cai'azñ...,  París  1732,  5  vols.  Hay  también  una  traducción  alema- 
na, hecha  por  los  Capuchinos  de  Baviera,  impresa  en  1694  en  München. 

DIONISIO  [CARLI]  DA  PIACENZA,  O.  F.  M.  Cap.  /;  moro  trasportato  nell'in- 
clita  citta  di  Venetia,  Bassano,  1687.  También  esta  obra  ha  sido  publicada  por  el  Pa- 
dre Labat,  formando  parte  del  tomo  V,  pp.  92-268.  Ha  sido  asimismo  publicada  mu- 
chas veces  en  las  colecciones  de  viajes  más  célebres. 

ANTONIO  [ZUCCHELLI]  DA  GRADISCA,  O.  F.  M.  Cap.  Relasioni  del  Viag- 
gio  e  Missioni  di  Congo,  Venezia,  1712. 


INTRODUCCIÓN 


XIII 


que  se  valían  de  todos  esos  objetos  para,  con  gestos  ridículos  y 
fingidas  oraciones,  curarles  de  sus  enfermedades  y  hacer  aparen- 
tes maravillas.  Esos  médicos  o  curanderos  que  eran  a  la  vez  adi- 
vinos o  hechiceros  y  también  sacerdotes  o  encargados  de  los  feti- 
ches, ejercían  sobre  los  naturales  una  influencia  decisiva  y  eficaz. 
Por  eso  precisamente  los  misioneros  los  consideraron  siempre  como 
los  peores  enemigos  del  cristianismo.  Y  no  sin  razón  ;  porque  uno 
de  los  mayores  defectos  de  los  congoleses  era  la  inconstancia,  o, 
como  dice  el  P.  Cavazzi,  «inestabilidad  en  las  resoluciones  tomadas 
y  en  la  verdad  abrazada»  (8).  Y  esos  cultivadores  d'e  ídoílos  o  fe- 
tiches, verdaderos  hechiceros  y  embaucadores,  llenos  de  rabia  con- 
tra los  misioneros  y  aprovechándose  de  ese  modo  de  ser  de  los 
indígenas,  volvían  a  la  carga  con  los  neófitos  o  recién  convertidos, 
((bastando  una  nonada,  como  añade  el  mismo  P.  Cavazzi,  para  ca- 
lentarles los  cascos  y  hacerles  volver  al  paganismo»  (9). 

No  es  extraño,  pues,  que  los  misioneros  les  declarasen  guerra 
sin  cuartel  y  que  en  todas  partes  y  por  todos  los  medios  tratasen 
de  hacer  desaparecer  tales  hechiceros  y  destruir  los  fetiches,  va- 
liéndose incluso  para  ello  del  poder  civil.  Más  de  una  vez  expu- 
sieron también  sus  vidas  por  tratar  de  extirpar  del  todo  esas  su^ 
persticiones.  Entraban  por  las  casas  y,  ayudados  en  esa  labor  por 
los  niños  de  la  escuela,  que  les  acompañaban,  recogían  cuantos  ob- 
jetos de  esos  encontraban,  hacían  con  ellos  montones  y  a  la  voz 
de  :  Exurge,  Domine,  et  judica  causam  tuam,  les  prendían  fuego 
a  vista  de  todo  el  pueblo,  que  presenciaba  la  fogata  aterrorizado 
y  temeroso  del  castigo,  menos  el  n ganga  o  hechicero  que,  cons- 
ciente de  sus  engaños,  permanecía  impasible.  Más  de  un  misionero 
perdió  la  vida  en  uno  de  esos  actos,  siendo  el  primero  el  P.  Jorge 
dfe  Gela,  en  1652,  cuya  causa  de  beatificación  ha  sido  ya  introdu- 
cida. 

Sin  embargo  de  eso,  pocos  años  después  el  P.  Cavazzi  podía 
hacer  constar  con  satisfacción  que,  gracias  ((al  celo  del  rey  del  Con- 
go y  a  los  gobernadores  de  Pemba,  de  Bamba  y  de  Soñó,  aquellas 
regiones  se  veían  casi  totalmente  libres  de  tan  torpe  contagio»  (10). 

Peor  que  todo  eso,  de  mayor  influencia  y  de  consecuencias  más 
decisivas  era  el  vicio  del  amancebamiento .  Al  llegar  los  misioneros 


(8)  CAVAZZI,  o.  c,  Libro  III,  cap.  I,  núm.  2,  p.  179  de  la  edición  de  1937, 
de  la  que  nos  servimos  por  no  tener  otra  a  mano  para  las  citas. 

(9)  Ibid. 

(10)  Ibid.,  Libro  I,  cap.  IV,  núm.  14,  p.  51. 


XIV 


MIS.  CAPS.  EN  ÁFRICA.  LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


por  muy  contados  se  daban  los  que  no  tuviesen  varias  mujeres.  V 
ese  vicio  fué  tanto  más  difícil  de  desterrar  cuanto  que  no  era  pre- 
cisamente el  hombre  quien  más  se  oponía,  sino  las  mismas  mujeres 
o  concubinas,  las  cuales  por  otra  parte  tenían  que  llevar  el  trabajo 
de  casa  y  de  la  tierra  y  proporcionar  comida  y  vestidos  al  marido ; 
que  pasaba  su  vida  en  una  completa  v  culpable  ociosidad,  fuera  del 
tiempo  de  guerras,  en  que  debía  empuñar  las  armas  y  salir  a  cam- 
paña. 

Como  fácilmente  se  deja  comprender  el  ejemplo  de  los  magna- 
tes y  gobernadores  influía  decisivamente  en  todo  eso  ;  de  tal  ma- 
nera, que  donde  ellos  no  se  casaban  ni  llevaban  vida  honesta  y  arre- 
glada, no  había  tampoco  posibilidad  de  que  los  subditos  y  el  pue- 
blo lo  hiciesen,  como  se  pondrá  bien  de  manifiesto  en  los  hechos 
narrados  en  el  curso  de  esta  historia. 

2.  Los  Misioneros  Capuchinos,  llegados  al  Congo  en  1645  y 
en  las  siguientes  expediciones,  tropezaron  necesariamente  con  otra 
gran  dificultad  :  la  de  la  lengua.  Y  digo  necesariamente,  porque  no 
tuvieron,  como  en  otros  puntos  de  misión,  gramática  alguna  por  la 
que  pudiesen  aprender  la  lengua  del  país  antes  de  embarcarse,  ni 
siquiera  un  mal  diccionario  que  a  ello  les  ayudase,  pues  ni  una  ni 
otro  existían. 

Por  otra  parte,  como  confiesa  el  P.  Cavazzi  (11),  «dificultad 
principalísima  para  la  evangelización  del  Congo  es  la  ausencia  com- 
pleta de  una  lengua  que  pueda  reducirse  a  reglas  gramaticales.  Pa- 
labras y  vocablos  son  usados  por  los  naturales  de  modo  desacos- 
tumbrado e  inefable  para  los  europeos  ;  para  ellos  basta  el  hacerse 
entender...  No  hay  orden,  ni  fijeza,  unidad  ni  razonable  igualdad 
en  el  lenguaje.  Mejor  aun  que  la  palabra  es  el  gesto,  la  mirada  lo 
que  habla.  Se  puede  imaginar  por  eso  la  dificultad  que  nosotros 
experimentamos  al  tener  que  exponer  ideas  tan  ajenas  a  la  inteli- 
gencia de  los  naturales,  y  misterios  que  resultan  a  veces  difíciles 
de  expresar  aun  en  lenguas  bien  formadas.  Para  éstos  — termina — 
todo  es  materia  y  vientre» . 

Y  esto  lo  decía  el  P.  Cavazzi  cuando  habían  pasado  los  tiempos 
peores  y  más  difíciles  y  cuando  los  misioneros  contaban  ya  con  gra- 
máticas, con  diccionarios  y  catecismos. 

No  era,  sin  embargo,  problema  insoluble  el  de  la  lengua,  aun- 
que tuviera  muchísimas  dificultades.  Por  eso  los  misioneros  ya 


(11)    Ibid.,  Libro  IV,  cap,  I,  núm.  1,  p.  253. 


INTRODUCCIÓN 


XV 


desde  su  llegada  se  dieron  a  trabajar  en  ello  ;  de  otro  modo  sus  es- 
fuerzos y  sus  fatigas  hubieran  resultado  poco  menos  que  inútiles 
al  desconocer  o  no  entender  la  lengua  congolesa. 

Pero  para  eso  se  requería  bastante  tiempo,  factor  muy  impor- 
tante para  los  misioneros,  y  con  objeto  de  que  no  pasara  inútil- 
mente, les  fué  forzoso  en  los  principios,  y  aun  en  los  primeros  años, 
valerse  de  intérpretes,  incluso  para  la  administración  del  Sacra- 
mento de  la  Confesión,  con  los  peligros  que  todo  esto  deja  suponer. 

Esos  intérpretes  unas  veces  eran  naturales  del  país,  que  habían 
aprendido  la  lengua  portuguesa,  y  otras,  portugueses  que  llevaban 
ya  largos  años  viviendo  en  ei  Congo  y  conocían  su  lengua.  Unos 
y  otros  eran  pagados  por  el  rey  o  por  los  oficiales  y  vivían  luego  a 
expensas  del  misionero,  de  las  limosnas  que  a  éste  generosamente 
le  daban  los  fieles,  pues  los  Capuchinos  no  exigieron  nunca  retri- 
bución alguna  por  la  administración  de  los  Sacramentos,  (¡siendo 
precisamente  el  desinterés — reconoce  muy  acertadamente  el  P.  Ca- 
vazzi — ,  la  base  del  éxito  de  nuestro  ministerio»  (12). 

Muy  pronto  los  intérpretes,  no  contentos  con  la  paga  y  con  la 
comida,  se  volvieron  interesados  y  avariciosos,  hasta  el  punto 
de  que,  aun  en  contra  de  la  terminante  prohibición  de  los  misione- 
ros, exigían  ocultamente  a  los  fieles  limosnas  y  recompensas,  ame- 
nazándoles incluso  con  que  no  les  valían  los  Sacramentos  si  se  ne- 
gaban a  darlas.  Con  ese  proceder  los  fieles  se  retraían  de  los  Sa- 
cramentos, y  el  P.  Cavazzi  llegó  a  confesar  con  amargura  que  (das 
pérdidas  espirituales  eran  proporcionadas  a  la  poca  vergüenza  de 
esta  gente  pésima  que  hacía  de  intérpretes,  así  como  por  el  escán- 
dalo que  daban».  Hasta  el  punto  de  que  el  P.  Antonio  de  Teruel 
dice,  por  su  parte,  que  fueron  ((de  mucho  estorbo  para  la  conver- 
sión de  las  almas»  (13)- 

Por  esos  múltiples  motivos  y  por  considerarlo  una  necesidad 
perentoria,  los  misioneros  se  dieron  de  lleno  al  estudio  de  la  lengua, 
alcanzando  al  poco  tiempo  muy  lisonjeros  éxitos.  De  tal  modo 
que  a  los  dos  años  y  medio,  a  primeros  de  1648,  el  P.  Juan  de 


(12)  Ibid..  Libro  IV,  cap.  I.  núm.  4,  p.  2.55. 

(13)  ANTONIO  DE  TERUEL,  O.  F.  M.  Cap.  Descripción  narrativa  de  la  Mi- 
sión Seráfica  de  los  Padres  Capuchinos  y  sits  progresos  en  el  reino  del  Congo....  con 
una  adición  de  dos  relaciones,  una  copiosa  del  Reino  del  Congo  y  costumbres  de  sus 
moradores.  Ms-,  p.  102.  De  dicha  descripción  hay  dos  textos  distintos  en  nuestra  Bi- 
blioteca Nacional  :  uno  completo,  el  del  manuscrito  íió33,  y  otro  el  del  ms.  3.574,  que 
no  llega  sino  hasta  el  capítulo  XXIV  y  lo  restante  son  papeles  que  debieron  servir 
para  la  composición  de  la  obra  tal  como  se  halla  en  el  otro  manuscrito.  Citamos  siem- 
pre el  primero. 


XVI 


MIS.  CAPS.  EN  ÁFRICA.  LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


Santiago  podía  escribir  :  ((Dos  áe  mis  compañeros,  que  están  muy 
adelantados  en  la  lengua,  atenderán  del  todo  a  perfeccionarse  en 
ella  para  poderla  enseñar  a  los  demás,  que  es  la  más  importante 
diligencia  por  haber  poquísimos  intérpretes,  y,  de  los  pocos,  nin- 
guno que  tenga  gusto  de  que  sepamos  su  lengua  ni  la  hablemos, 
por  el  fin  que  ellos  se  saben  ;  y  con  esto  y  con  la  nueva  crianza 
que  se  va  haciendo  de  la  juventud,  espero  en  nuestro  Señor  que 
dentro  de  pocos  años  se  ha  de  reducir  aquello  del  todo  a  buen 
gobierno»  (14). 

Con  esos  dos  religiosos  ((muy  adelantados  en  la  lengua»  y  con 
otros  que  fueron  llegando  se  formó  en  la  capital  del  reino,  San 
Salvador,  una  especie  de  seminario  o  academia  de  filología  con- 
golesa ;  allí  eran  instruidos  los  nuevos  misioneros,  al  menos  en 
lo  más  común  y  ordinario,  antes  de  partir  para  los  distintos  puntos 
de  su  apostolado  (15). 

Con  esa  iniciación  en  la  lengua  congolesa  y  luego  el  propio 
esfuerzo  llegaron  los  misioneros  a  poder  predicar  en  la  lengua  del 
país.  No  descendemos  concretamente  a  los  distintos  religiosos, 
pues  ya  lo  hemos  hecho  en  otro  lugar,  probando  cómo  todos,  al 
poco  tiempo  de  llegar,  ejercían  sus  ministerios  sin  necesidad  de 
intérpretes  (16). 

A  ello  les  ayudó  mucho  la  composición  de  un  Vocabulario  en 
tres  lenguas  :  latín,  castellano  y  congolés.  Dicho  Vocabulario  tri- 
lingüe fué  obra  del  sacerdote  mulato  don  Manuel  Roboredo  y  al 
mismo  tiempo  de  los  Capuchinos  españoles,  quizá  más  de  éstos 
que  de  aquél,  y  sobre  todo  del  P.  Buenaventura  de  Cerdeña,  como 
ya  hemos  expuesto  y  probado  en  otro  estudio  (17).  De  ese  Voca- 
bulario, y  con  ocasión  de  estar  los  nuevos  misioneros  en  San  Sal- 
vador para  iniciarse  en  la  lengua,  procuraba  sacar  cada  uno  copias 
para  su  uso  particular  (18). 


(14)  JUAN  DE  SANTIAGO,  O.  F.  M.  Cap.  Breve  relación  de  lo  sucedido  a 
doce  Religiosos  Capuchinos  que  la  Santa  Sede  Apostólica  envió  por  Misionarios 
Apostólicos  al  Reino  de  Congo.  Ms.,  p.  173  (B.  del  Palacio  Nacional  de  Madrid, 
Ms.  772).  Según  dice  el  autor  en  la  dedicatoria,  es  esta  obra  una  recopilación  «de 
una  relación  muy  dilatada  que  el  P.  Fr.  Buenaventura  de  Alessano,  Prefecto  de  nues- 
tra Misión  en  Congo,  me  mandó  remitir  a  la  Sacra  Congregación  de  Fide  Propa- 
ganda». A  pesar  de  nuestras  recientes  pesquisas  en  el  Archivo  de  Propaganda  Fide 
y  en  la  Biblioteca  Vaticana,  no  hemos  logrado  encontrar  esta  relación  más  lata. 

(15)  HILDEBRAND,  o.  c.  p.  261. 

(16)  Cfr.  mi  artículo  Los  Capuchinos  españoles  en  el  Congo  y  el  primer  diccio- 
nario congolés,  en  Missionalia  Hispánica,  11  (1945),  pp.  216  ss. 

(17)  Ibid. 

(18)  Así  lo  ejecutó,  efectivamente,  entre  otros,  el  P.  Jerónimo  de  Montesar- 
chio,  como  más  tarde  diremos,  y  así  lo  hizo  también  el  P.  Jorge  de  Gela,  cuya  copia 


INTRODUCCIÓN 


XVII 


Y,  aparte  de  otros  catecismos  y  gramáticas  que  compusieron, 
fueron  notables  los  trabajos  lingüísticos  del  P.  Antonio  de  Teruel. 

El  mismo  los  refiere  así,  escribiendo  a  la  Sda.  Congregación 
(Murcia,  i8  de  febrero  de  1662)  :  Un  manual  para  gente  del 
Congo.  2°  Un  libro  de  Catecismos  copioso  para  las  misiones,  con 
instrucción  para  administrar  los  Sacramentos  y  con  muchos  ejem- 
plos. 3  °  Un  libro  de  sermones  y  pláticas  de  entre  año,  según  sus 
costumbres.  4.°  Un  libro  de  las  festividades  de  Nuestra  Señora, 
en  particular  del  Rosario,  con  varios  ejemplos.  5.°  Un  libro  de 
oración  para  enseñarla  a  los  provectos,  llamados  congregados,  con 
todas  las  meditaciones.  6.°  Un  Vocabulario  en  cuatro  lenguas  : 
latina,  italiana,  española  y  conguesa.  7.°  Una  gramática  y  sintaxis 
para  aprender  la  lengua  fácilmente»  (19). 

Varios  de  estos  libros,  como  ya  se  indica,  los  escribió  el  P.  Te- 
ruel para  utilidad  de  los  que  formaban  parte  de  las  Congregaciones 
de  cristianos  piadosos,  que  los  misioneros  establecieron  primero  en 
San  Salvador  y  luego  fueron  asimismo  organizando  en  todos  los 
centros  misionales,  y  para  las  que  formaron  estatutos  especiales, 
como  luego  se  dirá  en  el  texto. 

Así,  con  esfuerzo  constante,  con  personal  ahinco  y  también  con 
sorprendente  celeridad,  lograron  los  misioneros  Capuchinos  del 
Congo  dominar  la  lengua  del  país,  que  para  los  europeos  encierra 
dificultades  sin  cuento  y  casi  insuperables. 

3.  Se  sintió  también,  y  ya  desde  el  primer  momento,  otra 
contrariedad,  y  fué  la  escasez  de  operarios  evangélicos.  No  es  que 
la  Orden  Capuchina,  a  cuyo  cargo  corría  la  misión,  dejase  de  en- 
viar misioneros  y  por  cierto  en  abundancia,  como  ya  lo  hemos 
hecho  notar  ;  pero  el  clima  africano  era  terriblemente  martiriza- 
dor.  Ni  era  solamente  el  calor  ;  a  ello  se  juntaban  las  lluvias  per- 
sistentes y  el  clima  húmedo  y  cálido  al  mismo  tiempo  ;  y  como  por 
otra  parte  la  alimentación  era  muy  insana  y  muy  pobre,  todo  con- 


se  ha  conservado  y  se  guarda  en  la  B.  N.  de  Roma  ;  de  ella  hablaremos  lueg-o,  aun- 
que ya  me  he  ocupado  extensamente  en  el  mencionado  artículo.  Cfr.  también  P.  HIL- 
DEBRAND,  o.  c,  pp.  261  ss. 

(19)  Archivo  de  Prop.  Fiáe.—Scritt.  ant.,  vol.  2.50,  ff.  .580-81.  Refiere  también  que 
había  enviado  estos  papeles  al  P.  General,  quien  le  había  animado  mucho  a  que  los 
imprimiese,  por  lo  que  pedia  a  la  Congregación  su  ayuda  para  imprimirlos.  A  lo 
que  contestó  aquélla  (22  de  mayo  de  1662)  que  exhibiese  los  libros  para  ver  si  eran 
dignos  de  impresión  (Ibid.,  p.  381v.).  Con  ese  mismo  fin  presenta  el  P.  Procurador 
general  una  súplica  a  la  Congregación  (17  julio),  pero  ésta  le  lesponde  (17  de  ju- 
lio) que  había  prohibido  se  imprimiesen  libros  de  misiones  sin  examinarlos  antes,  y 
ver  si  eran  dignos  de  imprimirse  (Ibid.,  ff.  382  y  385v.). 


XVIII 


MIS.  CAPS.  EN  ÁFRICA.  LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


tribuía  a  desgastar  en  breve  las  fuerzas  y  energías,  minando  nota- 
blemente la  salud  y  terminando  muy  pronto  aun  con  los  más 
robustos. 

Además,  la  enorme  distancia  de  Europa  al  Congo,  los  muchos 
inconvenientes  de  la  larga  travesía,  el  entorpecimiento  para  el 
envío  de  misioneros,  debido  a  razones  políticas  de  ningún  peso 
y  carentes  por  completo  de  fundamento,  todo  hizo  que  los  Capu- 
chinos del  Congo  pensasen  en  resolver  la  cuestión  del  personal  de 
otro  modo  que  con  el  envío  constante  y  casi  anual  de  nuevos  opera- 
rios evangélicos.  Y  trataron  de  solucionar  ese  importantísimo  pro- 
blema tal  como  hoy  en  día  precisamente  quiere  la  Iglesia  y  sobre 
todo  los  últimos  Papas,  es  decir,  con  la  formación  del  clero  indí- 
gena. A  ello  les  animó  grandemente  el  modo  de  ser  de  los  natu- 
rales, difíciles  de  conocer  a  fondo,  suspicaces,  astutos  e  hipócritas. 
Nadie  mejor  que  sus  propios  paisanos  podría  conocer  sus  cualida- 
des buenas  y  malas  y  consiguientemente  tratar  de  resolver  más 
adecuadamente  lo  que  hoy  en  día  se  viene  llamando  el  problema  de 
ia  psicología  de  la  conversión. 

Ya  hemos  estudiado  en  otro  lugar  cuanto  los  misioneros  del 
Congo  hicieron  en  orden  a  la  formación  del  clero  indígena  (20). 
Para  ello  no  se  contentaron  con  abrir  escuelas  en  San  Salvador, 
en  Soñó  y  en  otras  partes,  donde  los  niños  y  jóvenes  aprendían  a 
leer  y  escribir,  sino  que  al  mismo  tiempo  les  enseñaban  la  gramá- 
tica latina.  Así  ya  en  los  primeros  años  nos  dice  el  P.  Juan  de  San- 
tiago que  el  Prefecto,  P.  Buenaventura  de  Alessano,  además  de 
ios  trabajos  que  tenía  en  la  escuela,  escribía  los  cuadernos  «para 
los  estudiantes  de  gramática  en  lengua  latina,  portuguesa  y  mori- 
conga»,  añadiendo  asimismo  que  el  P.  Buenaventura  de  Cerdeña 
se  dedicaba  primeramente  a  enseñar  la  doctrina  y  a  enseñar  a  leer 
y  escribir  a  los  niños,  y  luego  iba  con  los  gramáticos  y  ayudaba  al 
P.  Prefecto  en  sus  trabajos  de  ((enseñanza  de  la  lengua  latina»  (12). 

Esto  mismo  lo  corrobora  Pellicer,  cuando  afirma  ya  en  1649 
que  ((habían  fundado  dos  escuelas  en  el  Congo  los  misioneros  para 
que  se  críen  sujetos  para  ordenarse  (22). 

Y  a  ese  mismo  propósito  escribe  el  P.  Teruel,  hablando  sobre 
las  escuelas  que  el  rey  del  Congo  mandó  levantar  en  San  Salvador 


(20)  Cfr,  mi  estudio  Los  Capuchinos  espaíwles  ev,  el  Con^o  y  sus  trabajos  en  pro 
de  la  formación  del  clero  iníligcna.  en  España  Misionera,  II  (1945),  pp.  180-200. 

(21)  SANTIAGO,  ms.  c,  pp.  1.50-152. 

(22)  PELLICER,  o.  c.,  f.  46  c. 


INTRODUCCIÓN 


XIX 


para  los  misioneros  :  ((Lo  mismo  hizo  en  la  escuela  que  fabricó  in- 
mediatamente a  la  casa  para  enseñar  a  los  mozos  a  leer  y  escribir 
y  la  gramática,  y  hacerles  en  esta  forma  hábiles  y  capaces  para  que 
con  el  tiempo  pudiesen  ser  ordenados  sacerdotesn .  Y,  refiriendo  a 
continuación  los  trabajos  que  tenían  los  misioneros  en  las  escuelas, 
añade  :  (¡Se  ocupaban  los  religiosos  en  escribir  no  sólo  lo  que  toca 
a  los  primeros  rudimentos,  sino  el  arte  de  la  gramática,  dando  a 
cada  estudiante  los  cuadernos  en  lengua  latina,  con  la  explicación 
en  la  castellana  y  conguesa»  (23). 

Y  ese  medio  es  precisamente  el  que  también  señala  el  P.  Ca- 
vazzi  para  verse  libre  de  intérpretes  y  tener  ((ministros  seguros  y 
versados  en  el  conocimiento  de  la  lengua  ambonda  y  en  los  otros 
dialectos»  (24). 

Por  eso  ya  desde  1646  se  impusieron  esa  tarea  los  misioneros. 
Y  el  P.  Angel  de  Valencia,  que  en  octubre  de  dicho  año  venía  del 
Congo  a  Roma,  adonde  llegó  en  marzo  de  1648,  como  embajador 
del  rey  del  Congo,  trató  por  todos  los  medios  posibles  para  conse- 
guir para  la  misión  un  Obispo,  ((no  para  que  fuese  Obispo  de  la 
ciudad  y  diócesis  de  San  Salvador  y  Angola,  sino  para  que  asistiese 
en  aquel  reino,  adonde  pudiese  ordenar  sacerdotes  de  los  mismos 
naturalesyy .  Y  nuevamente  repite  la  misma  idea  en  la  exposición 
o  memorial  presentado  a  Felipe  IV  en  1649,  diciendo  es  necesario 
el  Obispo  ((para  que,  asistiendo  en  el  Congo,  ordenase  sacerdotes 
de  los  mismos  naturales,  habiendo  puesto  ya  con  este  fin  dos 
escuelas  los  primeros  misioneros  que  pasamos  allá,  para  que  algu- 
nos de  los  que  tuviesen  más  capacidad,  aprendan  lo  necesario 
para  poderse  ordenar)).  Y  expone  entre  otras  razones  :  ((Porque  si 
bien  con  los  misioneros  que  van  ahora  y  los  que  estaban  allá,  habrá 
buen  número  de  ellos,  pero  no  son  bastantes  para  reino  tan  gran- 
de ;  y,  dado  que  lo  fueran,  no  son  eternos,  sino  que  han  de  morir. 
y,  no  ordenando  algunos  de  nuevo,  ha  de  quedar  aquella  pobre 
gente  sin  remedio,  siendo  tan  dificultoso,  como  se  experimenta,  el 
ir  todos  de  estas  partes  [Europa]»  (25).  Razones  que  también  Pe- 
Uicer  expone  en  su  conocida  obra,  añadiendo  :  ((Que  con  esto  ten- 
drán entera  enseñanza  aquellos  pueblos  católicos,  perseverará  allí 


(23)  TERUEL,  ms.  c,  p.  50. 

(24)  CAVAZZI,  Libro  IV,  n.«  4. 

(25)  Memorial  del  P.  Angel  de  Valencia  a  Felipe  IV  (Archivo  de  Simancas.  Es 
tado,  Leg.  2.669).  Cfr.  también  mi  artículo  en  España  Misionera,  pp.  202-204,  donde 
se  ha  copiado  casi  íntegro  el  citado  memorial 


XX 


MIS.  CAPS.  EN'ÁFRICA.  LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


la  Iglesia  y  será  un  seminario  pará  la  conversión  de  tantos  reinos 
que  allí  carecen  de  la  luz  evangélica»  (26). 

Y  si  bien  es  cierto  que  no  tuvo  efecto  el  designio  de  llevar 
un  Obispo  ((in  partibus  infidelium»  al  Congo,  aunque  fué  nombra- 
do y  se  consagró,  por  haberse  opuesto  a  ello  el  Cardenal  Albornoz, 
sí  lo  tuvo  la  idea  de  la  formación  del  clero  indígena  por  medio  de 
las  escuelas  de  latinidad,  y  que  de  ellas  salieron  efectivamente  va- 
rios sacerdotes,  como  nos  lo  testifican  el  P.  Teruel  (26a)  y  el  Pa- 
dre Cavazzi  (27). 

El  primero  de  ellos,  P.  Teruel,  al  escribir  su  obra  manuscrita, 
ya  citada,  el  año  1662,  recogía  en  ella  las  últimas  noticias  de  la 
misión,  que  le  había  comunicado  uno  de  los  misioneros,  Padre 
Antonio  M.*  de  Monteprandone  :  «También  me  dió  la  noticia  por 
cartas,  que  el  Sumo  Pontífice  Alejandro  VII  escribió  al  rey  del 
Congo  [debe  ser  el  que  reina]  con  seis  religiosos  que  envió  con 
orden  de  fundar  seminarios  o  colegios  de  mozos  para  que  se  críen 
en  ellos  y  aprendan  letras  y  buenas  costumbres,  dando  el  cargo  de 
todo  a  nuestros  religiosos.  La  Sacra  Congregación  de  la  Propa- 
gación se  ha  ofrecido  a  pagar  el  gasto  y  ha  nombrado  en  Lisboa  un 
Procurador...  No  hay  duda  que,  si  esto  llega  a  efectuarse,  ha  de 
ser  de  gran  conveniencia  y  adelantamiento  de  aquel  reino  en  lo 
espiritual,  y  siempre  se  deseó  ;  porque,  criados  los  muchachos  en 
doctrina  y  santas  costumbres,  como  sabedores  de  las  malas  de  su 
reino  y  de  su  lengua,  ayudarán  mucho,  ordenados  sacerdotes,  a 
los  misioneros.  Y  mientras  no  se  haga  esto,  no  es  posible  arrancar 
de  raíz  la  mala  semilla  de  los  ritos  gentílicos  y  vicios» . 

Persuadidos  de  esa  misma  necesidad  y  de  esas  razones,  los  mi- 
sioneros insistieron  frecuentemente  ante  la  Congregación  de  Pro- 
Propaganda  Fide  para  que  se  organizase  un  seminario  donde  pu- 
diesen educarse  jóvenes  indígenas  con  destino  al  sacerdocio. 

Así  lo  hace,  por  ejemplo,  el  P.  Serafín  de  Cortona,  quien, 
hacia  1654,  pide  a  Propaganda  la  creación  de  un  seminario  en 
Angola,  Mazangano  o  San  Salvador  (27a). 

Asimismo,  entre  las  observaciones  que  en  1664  hace  a  la  Con- 
gre^farió'.i  el  Procurador  de  la  Orden,  respecto  de  la  misión  del 
Congo,  una  era  que  aprobaba  la  institución  de  un  seminario  en  San 


(26)  PELLICER,  o.  c,  f.  46v. 
(26a)    TERUEL,  nis.  c,  p.  122. 

(27)  CAVAZZI,  o.  c,  Libro  VII,  n.  10. 

(27a)    Archivo  de  Propaganda  Fide.—Scritt.  ant.,  vol.  250,   ff.  171-172. 


INTRODUCCIÓN 


XXI 


Salvador  para  la  formación  del  clero  indígena  (28).  Y  otro  misio- 
nero— hacia  1675 — ,  exponiendo  los  motivos  por  qué  la  fe  no 
hacía  en  el  Congo  los  progresos  esperados,  juzgaba  de  toda  nece- 
sidad el  envío  de  un  Obispo  para  que  ordenase  cierto  número  de 
jóvenes,  después  que  hubiesen  hecho  sus  estudios  en  las  escue- 
las ;  para  él  el  clero  indígena  era  de  una  necesidad  perentoria  (28a). 

Poco  tiempo  después,  el  P.  Gabriel  de  Villa  del  Foro,  tratando 
de  los  medios  para  el  buen  gobierno  y  progresos  de  la  misión  del 
Congo,  sugería  a  Propaganda  la  idea  de  que  se  hiciese  venir  a 
Roma  cierto  número  de  jóvenes  indígenas  para  que.  instruidos 
convenientemente  y  ordenados  sacerdotes,  pudiesen  luego  llevar 
a  cabo  la  evangelización  de  sus  compatriotas  del  Congo  (28b). 

Finalmente,  a  principios  del  siguiente  siglo,  el  P.  Eustaquio 
de  Ravena,  insistía,  como  medio  necesario  de  consolidación  de 
la  misión,  sobre  el  envío  de  un  Obispo  y  la  creación  de  un  semi- 
nario donde  se  enseñase  a  50  o  60  jóvenes  lo  principal  y  más  nece- 
sario para  poder  ordenarse  sacerdotes,  a  fin  de  que  luego  puedan 
hacer  de  curas  en  las  distintas  provincias  del  Congo.  Hasta  envía 
a  la  Congregación  unos  planos  de  lo  que  pudieran  ser  la  casa  del 
Obispo  y  el  seminario  (28c). 

No  obstante  que  esos  deseos  y  proyectos  de  los  misioneros  no 
tuvieron  plena  realización,  podemos  afirmar  que  con  la  formación 
de  algunos  sacerdotes  indígenas,  con  la  educación  e  instrucción 
de  los  niños  y  jóvenes  en  las  escuelas,  con  el  fomento  de  la 
piedad  por  medio  de  las  Congregaciones,  con  el  estudio  y  cono- 
cimiento de  la  lengua  del  país,  lograron  los  Capuchinos  misione- 
ros en  el  Congo  los  frutos  abundantes  que  el  lector  puede  conocer 
a  través  de  las  páginas  de  esta  obra  del  P.  Anguiano. 


(28)  ibid..  f.  34. 

(28a)  Archivo  de  Propaganda  Fide. — Scritt.  rif.  nei  Congressi,  vol.  I  Congo, 
ff.  136-142. 

(28b)   Ibid.,  ff.  43-4. 
(28c)    Ibid.,  ff.  62-65. 


II,    Vida  y  escritos  del  P.  Mateo  de  Anguiano. 


Ya  es  sobremanera  abundante  la  bibliografía  impresa  relativa 
a  las  Misiones  Capuchinas  en  el  Congo  (29).  Así  y  todo  son  tam- 
bién todavía  numerosas  las  relaciones  que  sobre  tan  interesante 
tema  permanecen  manuscritas  e  inéditas  en  bibliotecas  públicas  y 
privadas.  Entre  ellas,  aparte  de  la  debida  a  la  pluma  del  P.  Mateo 
de  Anguiano,  hemos  descubierto  y  luego  dado  a  conocer  otras  dos 
autógrafas,  escritas  asimismo  por  dos  Capuchinos  españoles,  mi- 
sioneros en  aquellas  apartadas  regiones  africans,  el  P.  Juan  de 
Santiago  y  el  P.  Antonio  de  Teruel,  existente  la  primera  en  la 
Biblioteca  del  Palacio  Nacional  de  Madrid  y  la  segunda,  al  igual 
que  la  del  P.  Anguiano,  en  la  sección  de  manuscritos  de  nuestra 
Boblioteca  Nacional  (30). 


(29)  Puede  consultarse  para  ello  el  trabajo  completo  del  P.  EDUARDO  DE 
ALENQON,  O.  F.  M.  Cap.,  Biblia grapliie  Capticino-Congolaise,  en  N ceñandia  Fran- 
ciscana, I  (1914).  y  Avalecta  Ord.  FF.  Min.  Capnccinorum,  VI  (1890),  pp.  363-4,  v 
P.  MELCHIOR  A  POBLADURA,  O.  F.  M.  Cap.,  Historia  generalis  Ordinis  Fr.  All 
norum  Capuccinorum. — Pars  secunda  (1019-1701),  vol.   II,  Romae,  1948,  pp.  350-52. 

A  mayor  abundamiento,  aparte  de  las  obras  ya  citadas,  haremos  mención  de  al- 
gunas otras  : 

ROCCO  DA  CESINALE,  O.  F.  M.  Cap.  Storia  dclk  Missioni  dei  Cappuccini,  III, 
Roma,  1873,  pp.  517-673. 

CLEMENTE  DA  TERZORIO,  O.  F.  M.  Cap.  Le  Missioni  dei  Minori  Cappuccini. 
Sunto  storico,  X,  Roma,  1938,  pp.  539-55. 

E.  DE  JONGHE  ET  TH.  SIMAR,  Archives  Congolaiscs,  fase.  I,  Bruxelles,  1919. 
que  han  recogido  y  extractado  la  mayor  parte  de  los  documento.s  relativos  a  te  épo- 
ca de  la  misión  del  Congo  que  nos  interesa  y  que  historiamos,  conservados  en  el 
Archivo  de  Propaganda  Fide 

(30)  Las  obras  sumamente  interesantes  de  estos  dos  Capuchinos  españoles  ya 
quedan  citadas.  Sólo  añadimos  respecto  de  su  importancia  histórica,  geográfica  y  et- 
nográfica, que  de  ellas  pudiera  decirse  lo  mismo  que  Lesseps  afirmó  de  las  de  Ca- 
vazzi,  Carli  y  Zucchelli 

Véase  también  nuestro  trabajo  Dos  relaciones  inéditas  sobre  la  Misión  Capuchina 
del  Congo,  en  Collectanea  Franciscana,  XVI  (1946).  pp.  192-124,  donde  se  ha  dado 


INTRODUCCIÓN 


XXIII 


Al  celebrarse  en  1945  el  tercer  centenario  de  la  iniciación  de  la 
mencionada  misión  del  Congo,  tuve  el  pensamiento  de  publicar  un 
trabajo  de  conjunto  que  fuese  a  la  vez  como  su  historia  completa, 
hecha  a  base  de  esas  y  otras  relaciones  y  estudios  ;  trabajo  en  el 
que  se  recogerían  también  las  muchas  y  provechosas  enseñanzas 
prácticas  que  saltan  a  la  vista  con  la  simple  lectura  de  esos  manus- 
critos y  libros. 

Sin  embargo,  ese  pensamiento  no  tuvo  su  realización.  Otros, 
más  competentes  en  la  materia  y  sin  duda  con  mejor  criterio, 
me  aconsejaron  que,  en  vez  de  emprender  ese  trabajo  de  conjunto, 
ya  de  por  sí  difícil  y  escabroso,  mi  labor  se  redujese  solamente  a 
publicar  una  de  esas  interesantes  relaciones. 

Puesto  a  escoger,  no  había  lugar  a  duda.  Las  de  los  PP.  San- 
tiago y  Teruel,  interesantísimas  en  extremo,  tenían  no  obstante  sus 
inconvenientes.  La  del  P.  Juan  de  Santiago  no  llegaba  sino  hasta 
1648,  año  de  su  vuelta  a  España,  muy  enfermo  y  achacoso.  La  del 
P.  Antonio  de  Teruel  continuaba  diez  años  más,  hasta  1658,  fecha 
en  que  asimismo  estaba  de  vuelta  de  la  misión  ;  pero  las  noticias 
por  él  personalmente  recogidas,  no  daban  idea  sino  de  parte  de 
los  trabajos  y  éxitos  alcanzados  por  los  misioneros. 

Por  eso  escogí,  ya  desde  el  primer  momento,  el  manuscrito  del 
P.  Anguiano,  quien  recogió  en  él  no  sólo  las  noticias  dadas  por  los 
dos  mencionados  PP.  Santiago  y  Teruel,  sino  que  a  ellas  añadió 
las  que  le  suministraron  las  relaciones  y  cartas  particulares  de  otros 
misioneros,  como  luego  hemos  de  ver. 

Consiguientemente,  la  obra  que  hoy  ofrezco  es  debida  a  la 
pluma  del  mejor  de  los  historiadores  Capuchinos  españoles  Padre 
Mateo  de  Anguiano,  hijo  preclaro  de  la  provincia  de  Castilla. 
A  modo  de  presentación  de  su  personalidad  van  encaminadas  estas 
notas  que  sirven  de  prólogo  a  su  interesante  y  meritísima  historia 
de  la  misión  del  Congo.  En  ellas  estudiaré  los  hechos  más  salientes 
de  su  vida,  por  desgracia  poco  conocida,  y  pararé  mientes  de  modo 
particular  en  su  producción  literaria. 

a)    Su  VIDA. 

El  P.  Anguiano  fué  natural  de  la  Rioja.  Así  lo  hace  constar 
con  satisfacción  justamente  en  la  misma  portada  de  la  primera  de 


la  descripción  de  esos  dos  manuscritos  y  se  ha  hecho  resaltar  su  importancia  y  al 
mismo  tiempo  la  veracidad  de  las  noticias  en  ellos  consignadas.  También  anotamos 
los  principales  datos  de  la  vida  de  sus  autores. 


XXIV 


MIS.  CAPS.  EN  ÁFRICA.  LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


SUS  obras,  Disciplina  Religiosa.  Su  nombre  de  pila  fué  el  de  Juan 
García  y  en  la  villa  de  Anguiano  (Logroño)  tuvo  lugar  su  na- 
cimiento en  1649.  En  vano,  pues,  Cayetano  Garran  (31)  se  ha 
esforzado  en  buscar  en  el  libro  de  Bautismos  de  dicha  villa  el  ape- 
llido ((Anguiano»  para  poder  determinar  concretamente  cuál  de 
ellos  ha  correspondido  a  nuestro  biografiado,  no  advirtiendo  que 
entre  los  Capuchinos  se  toma  el  apellido  del  pueblo  natal. 

Cuando  contaba  solamente  diecisiete  o  dieciocho  años  vistió  el 
sayal  capuchino  en  fecha  memorable,  que  también  el  mismo  Padre 
Anguiano  no  dejará  de  consignar  y  repetir  en  sus  obras,  es  decir, 
en  la  festividad  de  las  Llagas  de  San  Francisco,  17  de  septiembre 
de  1666  ((en  el  ejemplarísimo  convento  de  Salamanca;  quiera 
Nuestro  Señor  que  haya  sido^ — añade — ,  para  mayor  honra  y 
gloria  de  su  Majestad  divina,  pues  no  dudo  nací  en  un  Seminario 
de  santos»  (32). 

Creemos  que  ya  antes  de  ingresar  en  la  Orden  tenía  hechos  sus 
estudios,  quizás  jurídicos,  y  posiblemente  en  la  misma  Universidad 
de  Salamanca,  que  luego  completará  hasta  su  ordenación  sacerdo- 
tal, que  tuvo  lugar  el  23  de  diciembre  de  1673,  en  Madrid  (33). 

Prueba  inequívoca  del  mucho  crédito  que  muy  pronto  adquirió 
y  del  grande  aprecio  en  que  era  tenido  por  todos,  nos  lo  pone 
de  manifiesto  el  hecho  de  que  solamente  cuatro  años  después  de  su 
ordenación  y  cuando  no  contaba  sino  veintiocho  de  edad,  los 
Superiores  le  encomendaban  el  delicado  encargo  de  formar  el 
manual  o  ceremonial  por  el  que  se  regirá  la  provincia  de  Castilla 
por  más  de  un  siglo  ;  libro  que  tendrá  extraor(iinaria  importancia  y 
que  habrá  de  ser  al  mismo  tiempo  verdadero  manual  de  educación 
de  los  aspirantes  y  jóvenes  y  asimismo  norma  y  gxiía  que  necesa- 
riamente debían  seguir  todos  los  religiosos  en  los  actos  de  co- 
munidad. 

Aunque,  como  él  mismo  confiesa,  se  creyó  inexperto  y  poco 
capacitado  para  tal  empresa,  al  fin  lo  ejecutó  y,  según  dirá  uno  de 


(31)  C.  GARRAN.  Galería  de  Riojanos  ilustres,  I,  Valladolid,  1888-89,  pp.  219-221. 

(32)  Paraíso  en  el  desierto...,  Madrid,  1713.  p.  187.— Lo  Nueva  JerusaUn,  Ma- 
drid, 1709,  dedicatoria,  f.  3r.— BUENAVENTURA  DE  CIUDAD  RODRIGO,  O. 
F  M  Cap  Estadística  general  de  los  Frailes  Menores  Capuchuios  de  la  Provincia  de 
Castilla,  Salamanca,  1910,  n.»  672.-BUENAVENTURA  DE  CARROCERA,  O.  F.  M. 
Cap.  Ne erólo gio  de  los  Frailes  Menores  Capuchinos  de  la  Provincia  del  Sagrado  Co- 
razón de  Castilla  (1609-1943),  Madrid,  1943,  p.  167. 

(33)  Cfr.  B.  DE  CIUDAD  RODRIGO,  o.  c.—Viridario  auténtico  en  que  flore- 
cen siempre  vivas  las  memorias  de  lo  que  pertenece  al  buen  gobierno  de  esta  Pro- 
vincia de  Castilla,  Ms.,  f.  13v.  (Archivo  Prov.  de  Capuchinas  de  Castilla,  1/00005). 


INTRODUCCIÓN 


XXV 


los  censores,  el  P.  Basilio  de  Zamora,  «como  tan  bien  enseñado  a 
acertar  en  todos  los  empleos  y  oficios  en  que  nuestra  Sagrada  Reli- 
gión le  ha  ocupado,  en  esta  obra  no  tiene  defecto  ni  cosa  que  deba 
omitirse,  antes  bien,  muchos  adornos  de  claridad,  brevedad  mo- 
destia, gravedad  y  compostura»  (34).  Por  eso  y  en  vista  de  sus 
aciertos  en  reducir  a  compendio  y  orden  los  muchos  manuales  y  ce- 
remoniales manuscritos  que  se  conservaban  en  la  provincia,  espe- 
cialmente en  los  noviciados,  los  Superiores  lo  mandaron  observar 
puntualmente  por  decreto  de  la  Definición  del  10  de  septiembre 
de  1677  (35). 

Además,  en  ese  mismo  año  y  sin  duda  al  propio  tiempo  que  se 
le  encomendaba  la  redacción  del  citado  manual,  era  designado  para 
Procurador  de  la  provincia  de  Castilla.  Práctimanete  venía  a  ser 
ese  un  cargo  de  mucha  responsabilidad.  Su  obligación  era  el  de- 
fender los  privilegios  y  derechos  de  los  religiosos  en  los  diversos 
pleitos  y  litigios  que  pudieran  suscitarse  con  otras  Ordenes  reli- 
giosas o  con  particulares,  lo  mismo  ante  los  tribunales  civiles,  como 
el  Consejo  de  Castilla,  etc.,  que.  sobre  todo,  ante  el  Nuncio.  De 
modo  que  necesariamente  suponía  en  quien  desempeñaba  dicho 
cargo,  no  escasos  conocimientos  del  Derecho  (36). 

Desde  1678  fué  juntamente  Procurador  y  Secretario  Provin- 
cial. Asimismo,  desde  1681  a  1683,  fué  designado  para  Guardián 
o  Superior  del  convento  de  Alcalá  de  Henares,  que  era  justamente 
entonces  también  noviciado.  Años  después,  en  1690,  era  nombra- 
do para  el  mismo  cargo  en  el  convento  de  Santa  Leocadia  de  To- 
ledo, y  lo  es  asimismo  en  1711  del  convento  de  Capuchinos  de  Ma- 
drid, llamado  La  Paciencia.  Por  fin,  desde  1713  y  casi  hasta  su 
muerte  fué  elegido  Definidor  o  Consejero  Provincal  (37). 

No  obstante  esos  cargos  por  él  desempeñados,  podemos  decir 
que  las  actividades  del  P.  Anguiano  no  se  emplearon  tanto  en  el 
gobierno  de  los  religiosos  ni  aun  en  el  ministero  de  la  predicación. 


(34')  M.  DE  ANGUIANO,  Disciplina  religiosa  de  ¡os  Frailes  Menores  Capuchi- 
nos...', Madrid,  1678,  f.  4v. 

(35)  Ibid.,  ff.  lOv.— 12r. 

(36)  No  tenemos  de  su  actuación  sino  un  alegato  que  escribió  en  1678  defen- 
diendo algunos  nombramientos  que  el  P.  Provincial,  Martin  de  Torrecilla,  había  he- 
cho, en  contra  de  lo  propugnado  por  otros  religiosos,  con  motivo  del  pleito  entablado 
ante  el  Nuncio.  Cfr.  MARTIN  DE  TORRECILLA,  O.  F.  M.  Cap.,  Consultas,  ale- 
gatos, apologías,  etc.,  t.  II,  2.»  ed.,  Madrid,  1702,  pp.  416-427. 

(37)  Cfr.  B.  DE  CARROCERA,  Necrologio,  o.  c,  p.  1Q7.— Erario  divino  de  la 
Sagrada  Religión  de  los  Frailes  Menores  Capuchinos  en  la  Provincia  de  Castilla. 
Parte  III,  ed.  por  el  P.  B.  DE  CIUDAD  RODRIGO,  O.  F.  M.  Cap.,  Salaman- 
ca, 1909,  p.  80  ss. 


XXVI 


MIS.  CAPS.  EN  ÁFRICA.  LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


como  en  escribir  libros.  Ha  habido,  es  cierto,  algunos  escritores 
que  llegan  incluso  a  decir  de  él,  como  lo  hace  el  P.  Bolonia  (38), 
que  estuvo  de  misionero  en  América  ;  pero  téngase  por  cierto  que 
tal  afirmación  carece  de  fundamento,  aunque  sus  libros,  según  más 
tarde  veremos,  están  todos  ellos  repletos  de  curiosas  noticias  sobre 
las  distintas  misiones  capuchinas,  lo  mismo  en  América  que  en 
otras  partes  del  mundo. 

Por  do  demás  su  salud  no  debió  ser  muy  buena.  Ya  en  1695, 
encontrándose  destinado  por  la  obediencia  en  el  convento  de  La- 
guardia  (Logroño),  y  habiéndosele  encomendado  gestionase  una 
nueva  fundación  en  la  villa  de  Haro,  que  por  cierto  encontraba 
grandes  dificultades  de  parte  de  otras  Ordenes  religiosas,  exponía 
así  su  necesidad  al  P.  Provincial  :  ¡(En  atención  a  que  me  hallo 
cada  día  más  falto  de  fuerzas  y  salud,  ya  que  he  estado  aquí  desde 
que  V.  C.  comenzó  su  provincialato  [1693],  trabajando  y  sirvien- 
do dentro  y  fuera  de  casa  cuanto  he  podido,  sin  perdonar  ministe- 
rio alguno,  se  sirva  representar  mi  necesidad  a  los  PP.  Provincial 
y  Definidores  que  salieren,  y  me  concedan  el  consuelo  de  mudarme 
a  casa  donde  el  trabajo  sea  proporcionado  a  mis  fuerzas.  Ya  me 
hallo  con  cerca  de  treinta  años  de  hábito,  y  con  hartos  achaques 
habituales,  aunque  con  ninguna  virtud.  En  casas  pequeñas  y  hos- 
picios sé  muy  bien  de  experiencia  lo  que  se  padece»  (39). 

Sin  embargo  de  ello  no  dejó  sus  aficiones  literarias  ;  prosiguió 
publicando  y  componiendo  libros  y  casi  podemos  decir  que  la  muer- 
te le  sorprendió  con  la  pluma  en  la  mano,  escribiendo  y  traba- 
jando en  pro  de  la  Orden.  Tanto  es  así,  que,  pocos  años  antes 
de  su  fallecimiento,  cuando  ya  contaba,  según  él  mismo  nos  dice, 
cincuenta  y  seis  años  de  religión  y  setenta  y  uno  de  edad,  todavía 
le  preocupan  las  cosas  de  la  Orden  y  se  siente  animoso  para  escri- 
bir en  latín,  aunque  con  letra  bastante  temblorosa,  una  carta  al 
Postulador  general  (12  de  enero  de  1721),  dándole  noticia  de  al- 
gunos hechos  de  la  vida  de  San  Lorenzo  de  Brindis,  cuyo  proceso 
de  beatificación  entonces  se  trabajaba,  e  interesándole  acerca  de 
varios  milagros  que  se  atribuían  a  su  intercesión  (40). 

Cinco  años  más  tarde,  el  13  de  febrero  de  1726,  entregaba  su 


(38)  BERNARDUS  A  BONONIA,  O.  F.  M.  Cap.  Bibliotheca  scriptorum  Ord. 
Min.  S.  Francisci  Capuccinonim,  Venetiis,  1747,  pp.  187-8. 

(39)  Carta  autógrafa  suya  (Laguardia.  25  de  marzo  de  1695)  (Archivo  Provincial 
de  Capuchinos  de  Castilla,  16/00004.»). 

(40)  Carta  autógrafa  (Madrid.  12  de  enero  de  1721)  (Archivo  Prov.  de  Capuchi- 
nos de  Castilla,  12/00038). 


INTRODUCCIÓN 


XXVII 


alma  al  Señor  en  el  convento  capuchino  de  La  Paciencia,  de  Ma- 
drid, convento  donde  llevaba  residiendo  bastantes  años  (40a). 

h)     Sus  ESCRITOS. 

Ya  el  P.  Bolonia  (41)  pudo  decir  de  él  que  había  sido  hombre 
muy  trabajador  y  muy  provechoso  y  útil  a  todos  ;  verdad  que  no 
podemos  por  menos  de  reconocer  también.  Y,  desde  luego,  y  en 
primer  término  queremos  apuntar  que  entre  otras  cualidades,  una 
que  a  cada  paso  resalta  en  todos  sus  escritos,  es  el  amor  a  la  Orden 
Capuchina  y  asimismo  su  solicitud  y  cuidado  por  dar  a  conocer 
y  publicar  sus  glorias  en  todos  ellos,  y,  aún  podíamos  añadir,  en 
algunos  casos,  oportuna  e  importunamente. 

Sus  escritos  son  casi  exclusivamente  históricos  y,  a  excepción 
de  uno,  todos  relativos  a  los  Capuchinos  y  especialmente  a  sus 
misiones.  Vamos  a  enunciarlos  y  describirlos  seguidamente. 

1.  — Disciplina/  Religiosa/  de  los  Menores  Capuchinos/  de  nuestro 
Seraphico  Padre /San  Francisco,  '/para  ía  educación  de  la  juventud^  dic 
esta  Santa  Provimcia  de  la/  Encarnación  de  las  dos/  Castillas./  Com- 
puesta por  el  P  Fr.  Matheo  de/  Anguiano  (Rioxano)  Predicador,  y 
Procurador  de  dicha/  Pfouincia  en  esta  Corte./  Dedícala'/  a  su  Sera- 
phico Padre,  y  Patriarca/  San  Frcmcisco ,  Alférez  de  Christo./  Año 
(Escudo  de  la  Orden)  1678./  Con  privilegio/  en  Madrid:  Por  luán  Gar- 
cía Infangon. 

210   X   155  mm.  ;  12  ff.-312  pp.-2  ff. 

Fué  ésta  la  primera  de  sus  producciones,  como  ya  dejamos 
dicho.  Tuvo  para  los  Capuchinos  de  Castilla  suma  importancia 
educativa  y  aun  hoy  en  día  es  una  de  las  mejores  fuentes  de  infor- 
mación para  conocer  el  espíritu  que  animaba  a  los  religiosos  cas- 
tellanos del  siglo  XVII.  Tiene  asimismo  su  mérito  para  los  bibliófi- 
los, pues  son  muy  raros  los  ejemplares. 

2.  — Vida,  y  virtudes/  del/  Capvchino/  español,/  el  Venerable  Sier- 
vo de  Dios/  Fray  Franci^sco  de  Pamplona,  Religioso/  Lego  de  la  Sa- 
grada Orden  de  Menores/  Capuchinos./  Llamado  en  el  siglo/  D.  Ti- 
bvrcio  de  Redin.'/  Cavallero  de  la  Orden  de  Santiago,/  Señor  de  la  Ilus- 
trissima  Casa  de  Redin,  \)  Barón  de  Vi-'/  guezal  en  el  Re<yno  de  Nava- 


f40a)  Carta  (sin  fecha)  del  P.  Lorenzo  de  Toledo.  Capuchino,  a  Don  Francisco 
Jturriza,  en  la  que  le  comunica  aljjunas  noticias  relativas  al  cuerpo  de  Fr.  Francisco 
de  Pamplona  y  le  dice  que  el  P.  Anguiano  habia  fallecido  «idibus  februarii»  de  dicho 
año  1726  (Archivo  Prov.  de  Capuchinos  de  Navarra. — Varia. — 1603-1770.) 

(41)    O.  c,  p.  187. 


XXVIII 


MIS.  CAPS.  EN  ÁFRICA.  LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


rra.l  Conságrala/  a  la  Concepci\ón  Purissima,/  é  Inmaculada  de  Ma- 
ría Santissima  Señora  Nuestra,  su  me-/  ñor  esclavo,  ei  Padre  Fray 
Matheo  de  Anguiano,/  Religioso/Capuchino,  Predicador,  y  Secretaría 
que  ha  sido  de  la  Pro-/  vincia  de  Castilla,  y  Guardian  del  Convento  de 
Alcalá  del  Henares:  Por  mano  del  Ilustrissimo  señor  Don  Carlos/  Ra- 
mirez  d'c  Arellano,  dei  Consejo,  y  Cámara/  de  su  Magesfad,  etc./  Con 
licencia./  En  Madrid:  Por  Lorenzo  Garda. 
220  X  150  mm.  ;  20  ff.-240  pp.-2  ff. 

Aunque  dicha  obra  no  lleva  fecha  de  impresión,  se  sabe  salió 
a  luz  pública  en  1685  ;  de  ese  año  son  las  aprobaciones  y  censuras 
y  asimismo  la  fe  de  erratas. 

Como  puede  fácilmente  figurarse  el  lector,  la  obra  versa  sobre 
la  vida  de  Fr.  Francisco  de  Pamplona,  ilustre  Capuchino,  que, 
aunque  en  la  Orden  escogió  el  estado  de  Hermano  Lego,  descen- 
día de  ilustre  familia  y  había  desempeñado  en  el  siglo  muy  altos 
puestos.  El  fué  luego  el  iniciador,  mejor  aún,  el  organizador  de 
varias  de  las  misiones  capuchinas. 

El  P.  Anguiano  divide  su  libro  en  tres  grandes  partes.  La  pri- 
mera la  dedica  a  la  vida  de  Fr.  Francisco  cuando  seglar  ;  en  la  se- 
gunda le  considera  y  estudia  en  su  vida  religiosa  hasta  su  muerte  ;  y 
la  tercera  la  consagra  a  narrar  los  sucesos  y  éxitos  de  las  misiones  de 
los  Capuchinos  españoles,  no  sólo  de  aquellas  en  las  que  Fr.  Fran- 
cisco tuvo  parte  o  fué  el  iniciador,  sino  también  de  aquellas  otras 
que  los  Capuchinos  españoles  tuvieron  en  el  siglo  xvii,  lo  mismo 
en  Africa  :  Congo,  Benín  y  Guinea,  como  a  su  vez  en  América  : 
Darién,  Cumaná  y  Llanos  de  Caracas. 

Como  su  autor  dice  en  el  prólogo,  no  se  puso  a  escribir  este 
libro  sin  antes  haberse  informado  bien  de  todo  lo  concerniente  a  la 
vida  del  V.  Fr.  Francisco,  así  de  seglar  como  de  religioso,  valién- 
dose de  fuentes  autorizadas  y  dignas  de  mayor  crédito.  Y,  cierta- 
mente, podemos  afirmarlo  así,  que  sus  noticias  son  en  un  todo  acer- 
tadas y  seguras. 

Tuvo  esta  obra  una  segunda  edición  en  1704,  que  lleva  la  si- 
guiente portada  : 

+  /  Vida,  y  lArtudes/  de  el/  Capuchino  español,/  el  V.  Siervo  de 
Dios'/  Fr.  Francisco  de  Pamplona,/  Religioso  Lego  de  la  Seraphica 
Religión  de  los  Menores  Capuchinos  de  N.  Padfic  Sa'n/  Francisco,  y  el 
primer  Missionario  Apostólico  de  las  Provin-/  cias  de  España,  para 
el  Reyno  del  Congo  en  Africa,/  y  para  lo^  Indios  infieles  en  la/  Ame- 
rica./ Llamado  en  el  siglo  Don  Tiburcio  de  Redin,'/  Cavallcro  del  Or- 
den de  Santiago,/  Señor  de  la  Ilustrissima  Casa  de  Redin,  en  el  Reyno 
de  Navarra,  Barón  de  Viguesal,  y  Capitán  de  los  mxis/  célebres,  y  fof 


INTRODUCCIÓN 


XXIX 


mos'os  de  su  SigloJ/,  Conságrala/  al  mysteño  de  la  Concepción  Purissl- 
mal  De  la  Madre  de  Dios,  ski  pecado  original,  Maria  Señora  Nuestra/ 
su  menor  esclavo,  el  P.  Fr.  Matheo  de  Anguiano,  Rdigioso  Ca-/  pu- 
chino,  Predicador  de  la  Santa  Provincia  de  Castilla,  Procurador,  y/ 
Secretario  que  ha  sido  de  ella,  y  Guardian  del  Convento  de  Alcalá  de/ 
Henares,  y  del  Real  de  Santa  Leocadia  de  la  Imperiail  Ciudad/  de  To- 
ledo./ En  Madrid,  en  la  Imprenta  Real:  por  loseph  Rodrigues/  á  costa 
de  Francisco  Laso  Mercader  de  Libros,  enfrente  de  las  Gradas/  de  San 
Felipe:  Año  de  llOJf. 

220  X  150  mm.  ;  16  ff.-350  pp.-12  ff. 

Ni  que  decir  tiene  que  esta  segunda  edición  es  mucho  más 
completa  que  la  primera  en  muchas  noticias  relativas  a  las  misiones, 
noticias  que  el  autor  fué  adquiriendo  por  las  relaciones  y  cartas  de 
los  propios  misioneros. 

Tanto  una  como  otra  edición  son  también  muy  codiciadas  por 
ios  bibliófilos. 

3.  h/  Mission  Apostólica/  en  la  Isla  de/  La  Trinidad  de  Barlo- 
vento,/ y  en  Santo  Thome  de  Guayan^,/  Provlnch,  de  El  Dorado,/  y 
relación  sumaria  de  efl  martirio/  Que  efn  ella  padecieron  los  Venerables 
Padres  Fray  Este-/  imn  de  San  Fállu,  y  Fray  Marcos  de  Vique,  Pre- 
dicadores,/ y  el  Venerable  Fray  Raymundo  de  Figuerola,  Religioso/ 
Lego,  Missionarios  Capuchinos,  hijos  de  la  Santa/  Provincia  de  Cata- 
luña, el  dia  primero  de  Di)-/  xiembre  de  el  año  passado  de  1699,  en  el/. 
Pueblo  de  los  Arenales  de  dicha  Isla./  Escrita/  Por  d  Padre  Fray  Ma- 
theo de  Anguiano,/  Religioso  Capuchino,  y  Predicador/  de  la  Provin- 
cia de  Castilla,/  y  recogida  de  las  Cartas  que  escrivieron  al  Rey  nues- 
tro/  señor,  y  á  su  Consejo  Real  de  Indias,  los  ve'zinos  de  la/  Ciudad  de 
San  loseph  de  Oruña,  y  a  su  Provincia/  los  Religiosos  que  assiten  en 
aquella  Mission./  Dala/  a  la  estampa/  Don  Pedro  de  Aragón  y  Ca- 
ñas,/ por  su  devoción  á  la  Religión. 

(Al  final):  Impressa  en  Madrid.  Año  de  1702. 

178  X  114  mm.  ;  16  pp. 

Aunque  lleva  ese  título  no  sólo  se  habla  de  la  misión  de  los 
Capuchinos  catalanes  en  la  Isla  de  Trinidad  y  asimismo  se  hace 
relación  del  martirio  de  los  mencionados  misioneros,  sino  que  luego 
se  hace  un  breve  resumen  de  todas  las  misiones  de  los  Capuchinos 
en  América  :  Darién,  Cumana,  Llanos  de  Caracas  y  Maracaibo. 

Esta  obra  ha  sido  publicada  íntegramente  en  Colección  de 
libros  raros  o  curiosos  que  tratan  de  América. — Segunda  serie. — 
Tomo  XXII. — Relaciones  históricas  de  las  Misiones  de  Padres 
Capuchinos  en  Venezuela.  Siglos  xvii  y  xviii.  Madrid,  1928, 

PP-  95-143- 


XXX 


MIS.  CAPS.  EN  ÁFRICA.  LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


4.  h/  Mission  Apostólica/  del  Maracaybo,/  y  relación  svmaria  del 

niartyrio,/  qz'e  padeció  a  manos  de  los  indhs  gentiles'/  De  la  Sierra 
desta  Ciudad,  por  Septiembre  de  mil  seiscientos  y  no-/  venta  y  quatro, 
el  Venerable  Fr.  Gregorio  de  Ibi,  Reliigioso  Lego/  Capuchino,  de  la 
Provincia  de  Valencia,  y  natural  de  Ibi,  ha-/  liándose  con  otros  en  la 
conversión  de  los  Indios  infieles,  por/  orden  del  Rey  nuestro  señor  Don 
Carlos  II,  que  está  en  gloria./  Sacada  del  informe  que  remitieron  á  su 
Magcstad.  y  á  su  Consejo/  de  Indias,  el  Cabildo  Eclesiástico,  y  el  Se- 
cular el  año  de  mil  seis-/  cientos  y  noventa  y  siete;  y  d-e  la  noticia  qm 
ha  dado  el  R.  P.  Fray/  Pablo  de  Orihuela,  Missionero  Apostólico,  y 
Prefecto  que/  fue  de  la  Mission  de  Capuchinos  de  la  Provincia  de/  Ca- 
racas, y  al  presente  de  la  del/  Maracaybo ./  Escrita/  Por  el  P.  Fr.  Ma- 
theo  de  Anguiano ,  Religioso/  Capuchino ,  y  Predicador  de  la  Provincia 
de/  Castilla./  Dala  a  la  estampa  por  sv  devoción/  á  la  Religión,  Don 
Pedro  Fernández/  Riesco./  En  Madrid:  En  la  Imprenta  Real,  Calle 
del  Carmen,/  Por  Joseph  Rodri'gu/C'Z.  Año  de  1102. 

154  X  113  mm.  ;  10  pp. 

Versa  sobre  la  misión  de  Maracaibo  encomendada  en  1693  a 
los  Capuchinos  valencianos,  dando  algunos  datos  interesantes  so- 
bre los  trabajos  allí  realizados  por  los  misioneros  ;  pero  sobre  todo 
se  detiene  a  relatar  el  martirio  de  Fr.  Gregorio  de  Ibi. 

Como  la  obra  anterior,  también  se  ha  publicado  esta  relación 
en  la  mencionada  Colección  de  libros  raros  o  curiosos  que  tratan 
de  América,  etc.,  pp.  61-93. 

Se  reprodujo  asimismo  íntegra  en  la  revista  (¡El  Mensajero 
Seráfico»,  de  los  PP.  Capuchinos  de  Castilla,  II  (i 884-1 885), 
PP-  49-57.  110-113. 

Los  ejemplares  de  ambas  relaciones  son  rarísimos  y  muy  esti- 
mables. 

5.  — Compendio  historial/  de  la  Provincia/  de  la  Rioja,/  de  sus  San- 
tos, y  milagrosos  santuarios./  Escrito/  por  el  P.  Fray  Matheo  de  An- 
guiano,/ Predicador  Capuchino,  de  la  Provincia  de  la  Encarna-/  cion, 
de  las  dos  Castillas,  y  Guardian  que  ha  sido/  de  los  Conventos  de  ella 
de  Alcalá  db  He'/  nares,  y  de  Tn^ledo./  Publicóle ,/  y  le  da  a  la  estam- 
pa, con  las/  Licencias  necessarias,  y  de  la  Religión,  Don  Domingo/ 
Hidalgo  de  Torres,  y  la  Cerda.  Cavallero  del  Abito  de/  Santiago,  ve- 
cino de  la  Villa  de  Anguiano ./  sobrino  del  Autor./  Y  le  dedica/  al 
Eminentissimo  Señor  D.  Francisco/  de  Borja,  Ponce  de  León,  y  Ara- 
gón, Presbítero  Carde-/  nal,  Y  obispo  de  Calahorra,  y  la  Calzada./ 
Segunda  imprcssion./  Con  privilegio.  En  Madrid:  Por  Antonio  Gon-/ 
gales  de  Reyes.  Año  de  170-^./  A  costa  de  Francisco  Laso,  Mercader 
de  Libros,  enf)\;nt\e  de  Sari/  Félipc  el  Real. 

220  X  150  mm.  ;  14  ff.-724  pp.-14  ff. 


INTRODUCCIÓN 


XXXI 


Esta  obra,  que  aparece  como  una  segunda  edición,  realmente 
se  había  publicado  antes,  en  1701,  pero  a  nombre  del  sobrino  del 
P.  Angxiiano  y  con  la  siguiente  portada  : 

Compendio  historial/  de  la  Provincia/  de  Ja  Rioja,/  de  sus  Santos, 
y/  Santuarios.'/  Dedícale/  Al  Eminentissimo  Señor/  Don  Francisco  de 
Borja  Ponce  de  León  y/  Aragón,  Presvytero  Cardenal  de  ¡a  Santa'/  Ro- 
m-ana Iglesia,  y  Obispo  de  Cala-/  horra,  y  la  Calzada'/  Su  Subdito,  y 
mas  afecto  servidor  Don  Domingo/  Hidalgo  de  Torres  y  la  Cerda, 
Cavallero  del/  Abito  de  Santiago,  vecino  de  la  Villa/  de  Anguiuno ./ 
Con  privilegio./  En  Madrid:  Por  Juan  García  Infanzón,/  Impressor  de 
la  S.  Cruzada,  Año  ée  1101.'/  A  costa  de  Francisco  Laso,  Mercader  de 
Libros:  Hallase  en  su  Casa,/  enfrente  de  San  Felipe  el  Real. 

220  X  150  mm.  :  14  ff.-724  pp.-14  ff. 

En  realidad  de  verdad  se  trata,  al  parecer,  de  una  sola  edición, 
pues  comparándolas,  sólo  se  diferencian  en  la  portada  y  en  el 
£  8,  donde  van  las  aprobaciones  de  los  censores  de  la  Orden  ;  pero 
todo  lo  demás  es  exactamente  lo  mismo,  como  ya  lo  reconocieron 
Muñoz  y  Romero  (42)  y  Salvá  (43). 

Sin  embargo,  no  compartimos  la  opinión  de  estos  escritores 
cuando  afirman  que  el  P.  Anguiano,  verdadero  autor  de  la  obra, 
la  publicó  a  nombre  de  su  sobrino  «por  no  someterse  a  la  censura 
de  los  individuos  de  la  Orden» ,  pero  que  ((habiendo  visto  que  esta 
publicación  no  había  parecido  mal  a  los  de  su  hábito,  puso  en  la 
misma  edición  otra  portada» .  No  vemos  motivo  alguno  para  que 
los  Capuchinos  hubiesen  rechazado  dicha  obra  y  consiguientemen- 
te para  que  el  P.  Angxiiano  temiera  su  censura. 

6. — Epitome  historial,/  y  conqvista  espiritual/  del  imperio  abyssino,/ 
en  Etiopia  la  alta./  o  sobre  Egypto./  a  cvyo  emperador  svelen/  llamar 
Preste  Juan,  los  de  Europa./  Conságrale  rendido/  al  Eterno,  \<  Divino 
Padre,/  Primera  Persona  de  la  Trinidad/  BeatissimaJ  Frav  Matheo 
de  Angviano ./  Predicador  Capvchino.  de  la/  Sarita  Provincia  de  la  En- 
camación de  las  dos  Castillas,  Procurador,'/  y  Secretario  que  ha  sido 
de  ella,  y  Guardian  de  sus  Conventos/  de  las  Cinidades  de  Alcalá  de  He- 
nares, y  de  la/  Imperial  de  Toledo./  Con  privilegio:  En  Madrid,/  Por 
Antonio  Gongález  de  Reyes.  Año  de  1706./  A  costa  de  Francisco  Laso. 
Mercader  de  Libros:  Véndese/  en  su  casa,  enfrente  de  las  Gradas  de 
S.  Felipe  el  Real. 

205  X  150  mm.  :  16  ff.-201  pp.-6  ff. 


(42)  T.  MUÑOZ  Y  ROMERO.  Diccionario  biblio gráfico-histórico  de  los  anti- 
guos reinos,  proz'incias .  ciudades,  villas,  iglesias  y  santuarios  de  España,  Madrid, 
1858,  p.  224. 

(43)  P.  SALVA  Y  MALLEN.  Catálogo  de  la  Biblioteca  de  Salvá,  II,  Valen- 
cia, 1872,  p.  440,  n.o  2.816. 


XXXII 


MIS.  CAPS.  EN  ÁFRICA.  LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


En  la  primera  parte  de  la  obra  se  ocupa  de  las  Misiones  de  los 
Capuchinos  en  Abisinia,  de  los  progresos  allí  realizados  y  del  mar- 
tirio de  dos  de  ellos,  hoy  en  día  elevados  al  honor  de  los  altares, 
los  Beatos  Agatángelo  y  Casiano.  Pero  en  la  segunda  parte  habla 
de  las  misiones  de  los  Capuchinos  españoles  en  el  Congo  y  Amé- 
rica, anotando  asimismo  los  mártires  que  en  ellas  hubo  y  los  frutos 
conseguidos,  que  a  la  verdad  no  fueron  pocos  ni  de  poca  consi- 
deración. 

7.  — La  Nueva  J erusalen,/  en  que  la  perfidia  hebraica/  reiteró  con 
uveros  vltrages/  la  Passion  de  Christo,/  Salvador  del  Mvndo,/  en  sv 
sacrosanta  imagen/  del  Crucifixo/  de  la  Paciencia,/  en  Madrid:/,  Y 
augustos,  y  perenes  desagravios/  de  nuestr'os  Catholicos  Monarcas,^ 
Don  Pheíipe  Qzvrto  el  Grande,/  y  Doña  Isabel  de  Borbón,/  y  de  svs 
svcessores ,/  en  sv  Real  Convento/  de  la  Paciencia  de  Christo/  de  Me- 
nores Capuchinos  de  nuestro  Seráfico  Padre/  San  Francisco./  Dedica 
esta  historia/  a  Christo  Crvcificado/  sv  avtor,  el  P.  Fr.  Matheo  de 
Angviano,/  Pre^dicador  Capuchino ,  Procurador,  y  Secretario ,  que  ha 
sido,/  desta  Provincia  de  Castilla,  y  Guardian  de  los  Conventos'/  de  las 
Ciudades  de  Aicalá  de  Henares,  y  de  Toledo :/  Por  mano  de  Don  Bar- 
tolomé Flon  y  Morales,/  Secretario  de  su  Magestad,  y  espe'cial.  Devo- 
to del  Santissimo  Christo,/  y  Bienhechor  de  la  Religión./  Con  licen- 
cia. En  Madrid.  En  la  Imprení'a  de  Manuel  Ruh  de  Murga,/  Año  de 
1109. 

200  X  150  mm.  ;  17  ff.-384  pp.-8  ff. 

Dedicó  esta  obra  a  relatarnos  la  historia  del  famoso  Cristo  de 
La  Paciencia  y  del  convento  de  Capuchinos  que  llevó  el  mismo  nom- 
bre en  la  corte.  En  ella  se  muestra  el  P.  Anguiano  una  vez  más 
perfecto  historiador  y  conocedor  de  cuantos  documentos  se  relacio- 
naban con  el  asunto.  De  tal  manera  que,  después  de  haber  exa- 
minado cuantos  documentos  existen  sobre  el  particular,  lo  mismo 
en  los  Archivos  públicos  que  en  el  Provincial  de  los  Capuchinos 
de  Castilla,  nos  hemos  convencido  plenamente  de  que  no  los  des- 
conocía y  de  que  a  base  de  ellos  escribió  este  libro.  Por  eso  creemos 
se  le  puede  seguir  en  un  todo,  así  en  el  relato  como  en  las  fechas, 
aunque  tenemos  que  confesar  que  se  muestra,  por  desgracia,  en 
su  estilo  resabiado  del  gusto  de  la  época. 

8.  — Parayso/  en  el  desierto./  donde  se  gozan/  espirituales  delicias,/ 
y  se  alivian  las  penas/  de  los  afligidos,/  constituido/  En  el  Devotissi- 
mo  Santuario  del  Real  Bosque  del  Pardo,/  donde  es  venerada  la  Ima- 
gen Sagrada  de  Christo  S.  N./'cn  el  Sepulcro,  en  el  Convento  Real  de 
los  Capuchinos,/  y  frefquentemente  visitada  de  los  Monarcas  Catho-'/i 
lieos,  y  de  todos  los  Fieles  de  la  Corte,'/  y  de  su  Comarca./  Dedica  es- 


INTRODUCCIÓN 


xxxm 


ta  historia/  A  la  Suprema  Magestad  de  Christo,  Redemptor  del  Mwv- 
doj  depositado  en  el  Sepulcro,  su  redimido,  y  el  menor/  de  sus  Sier- 
vos,/ Fr.  Matheo  de  Anguiano,/  Pr'edica-dor  Capuchino,  Hijo  de  esta 
Santa  Provincia  de  la/  Encarnación  de  las  dos  Castillas,  varias  vczes 
Guardian,'/  y  al  presente  del  Real  de  la  Paciencia/  de  Madrid./  Con  li- 
cencia:  En  Madrid.  Año  de  1113  /  En  la  Imprenta  de  Agustin  Fernan- 
dez./ A  costa  d-:  Francisco  Lasso,  M&rcader  de  Libros,  enfrente  de  S. 
Felipe  el  Real. 

200  X  150  mm.  ;  10  ff.-240  pp.-S  ff. 

Justamente,  al  celebrarse  el  primer  centenario  de  la  fundación 
del  convento  de  Capuchinos  de  El  Pardo,  escribía  el  P.  Anguiano 
la  presente  obra,  que  viene  a  ser  una  historia  completa  de  cuanto 
dice  relación  al  mencionado  convento,  tan  antiguo  como  solitario, 
convertido  después  en  venerando  santuario  y  lugar  de  piadosas  ro- 
merías, cuando  Felipe  III  regaló  a  los  Capuchinos  de  aquel  Real 
Sitio,  en  1615,  la  meritísima  talla  de  Cristo  yacente,  bella  escultura 
de  Gregorio  Hernández  y,  para  muchos  artistas,  la  mejor  de 
sus  obras. 

Una  vez  más  repetimos  cuanto  del  precedente  hemos  dicho  : 
también  en  este  libro  se  muestra  el  P.  Angtiiano  muy  escrupuloso 
y  fidedigno  historiador,  analizando  los  hechos  y  las  fechas  y  deter- 
minando con  esmerado  criterio  cuanto  podría  resultar  dudoso  o 
menos  probado.  Después  de  compulsar  los  documentos  originales 
que  en  el  Archivo  Provincial  de  Castilla  se  conservan,  podemos 
afirmar  que  todos  ellos  los  tuvo  muy  a  la  vista  el  P.  Anguiano 
para  redactar  su  importante  historia. 

Aparte  de  esos  trabajos  que  vieron  la  luz  pública,  compuso 
también,  y  esto  ya  antes  de  1702,  según  testimonio  del  P.  Martín 
de  Torrecilla,  que  le  conoció  y  trató,  la  siguiente  obra  que  creemos 
no  llegó  a  imprim-'rse  :  Remedio  de  distraídos  y  antídoto  de  virtuo- 
sos, con  la  práctica  de  los  Ejercicios  espirituales  de  los  diez  días 
para  toda  suerte  de  personas,  en  8.°  (44). 

Se  le  ha  atribuido  también  esta  otra,  que  a  nuestro  juicio  tam- 
poco debe  ser  de  él  :  Historia  de  Nuestra  Señora  de  Lomos  de 
Orias.  1722  (45). 


(44-)  MARTIN  DE  TORRECILLA.  O.  F.  M.  Cap.  .\pologem4i.  espejo  y  exce- 
lencias de  la  Seráfica  Religión  de  Menores  Capuchinos.  Madrid.  1701.  p.  18.5. 

(45)  BONONÍA,  o.  c,  p.  ISS.— El  Pbro.  Don  Pedro  González  y  González,  en 
su  conferencia  Bibliografía  Riojana  (Logroño,  1927,  p.  2.5)  dice,  hablando  de  la  Ba- 
sílica de  Nuestra  Señora  de  Lomos  de  Orios.  en  Villoslada,  que  »el  beneficiado  Sán- 
chez Salvador  publicó  en  1722  la  Historia  de  la  Imagen,  templo  y  hospedería,  con 
reseña  de  variados  sucesos  calificados  de  milagrosos».  A  la  vista  tenemos  esa  obra 


XXXIV 


MIS.  CAPS.  EN  ÁFRICA.  LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


Escribió  también  la  Crónica  de  los  Menores  Capuchinos  de 
nuestro  Seráfico  Padre  San  Francisco  de  esta  Provincia  de  la 
Encarnación  de  las  dos  Castillas,  manuscrito  que  se  conservaba 
en  el  convento  de  Capuchinos  del  Prado  de  Madrid  y  que  Baena 
consultó  para  su  conocida  obra.  Tenía  también  el  título  de  Memo- 
rias historiales ,  y  precisamente  la  segunda  parte  de  esa  Crónica 
la  constituía  el  manuscrito  sobre  las  Misiones  Capuchinas,  que 
ahora  publicamos,  como  luego  diremos  (46). 

Asimismo  su  actividad  y  sus  aficiones  históricas  se  ponen  bien 
de  manifiesto  en  muchas  notas  puestas  al  margen  de  gran  número 
de  documentos  del  Archivo  Provincial  de  Capuchinos  de  Castilla, 
haciendo  aclaraciones,  rectificando  fechas,  etc.  (47).  Lo  propio 
se  diga  de  los  muchos  e  interesantes  documentos  relativos  a  las 
Misiones  Capuchinas,  lo  mismo  en  Africa  que  en  América,  que  se 
conservan  en  la  sección  de  manuscritos  de  nuestra  Biblioteca  Na- 
cionail,  y  que  han  sido  en  gran  parte  utilizados  por  el  P.  Baltasar 
de  Lodares  (48)  y  por  el  P.  Froilán  de  Rionegro  (49). 


c)    Historia  de  la  Misión  del  Congo. 

Comencemos  por  decir  que  la  obra  de  más  importancia  escrita 
jjor  el  P.  Anguiano  sobre  misiones  es  sin  género  de  duda  la  que 


del  Ldo.  D.  Juan  Fernández  (no  Sánchez)  Salvador,  que  ostenta  el  siguiente  título: 
«Historia  de  la  milagrosa  imagen  de  Nuestra  Señora  llamada  de  Lomos  de  Ortos,  co- 
locada en  lo  eminente  de  la  Sierra  Cebollera,  perteneciente  a  la  tierra  de  los  Cameros 
y  a  la  jurisdicción  de  la  noble  Titila  de  Vill oslada-a,  Madrid,  1722. 

No  sabemos  por  qué  ha  sido  atribuida  al  P.  Anguiano,  cuando  en  realidad  no  hizo 
sino  dar  su  aprobación  (Madrid,  17  de  junio  de  1720)  para  que  pudiera  imprimirse. 

(46)  Cfr.  T.  ANTONIO  ALVAREZ  Y  BAENA.  Hijos  de  Madrid,  ilustres  en 
santidad,  dignidades,  armas,  ciencias  y  artes,  t.  Ill,  Madrid,  1790,  pp.  50-52,  en  que 
habla  del  Capuchino  P.  José  de  Madrid,  y  t.  II,  p.  429,  en  que  traza  la  biografía 
de  otro  Capuchino,  P.  Isidro  de  Madrid,  citando  unas  veces  la  Crónica  manuscrita 
del  P.  Anguiano,  y  otras  Memorias  historiales,  del  mismo. 

(47)  Cfr.,  r?r  ejemplo,  la  larga  nota  que  puso  a!  manuscrito  Anales  de  los  Frai- 
les Menores  d,,  Castilla  (Archivo  Prov.  de  Capuchinos  de  Castilla,  1/00014),  gra- 
cias a  la  cual  se  sabe  quién  es  el  autor,  P.  Félix  de  Granada,  O.  F.  M.  Cap.  Dichos 
Anales  fueron  publicados  por  el  P.  B.  DE  CIUDAD  RODRIGO,  Salamanca,  1910. 

(48)  BALTASAR  DE  LODARES,  O.  F.  M.  Cap.  Los  Franciscanos  Capuchinos 
en  Venezuela,  .S  vols.,  2.»  ed.,  Caracas,  1929-19.''.l. 

(49)  FROILAN  DE  RIONEGRO,  O.  F.  M.  Cap.  Relaciones  de  las  Misiones 
de  los  PP.  Capuchinos  en  ¡as  antiguas  provincias  españolas,  hoy  República  de  Ve- 
nezuela (10.50-1817),  tomos  I  y  II,  Sevilla,  1918. 

ID.- — Misiones  de  ¡os  PP.  Capuchinos.  Documentos  del  Gobierno  central  de  la 
unidad  de  ¡a  raza  en  la  exploración,  población,  pacificación,  evangeHzación  y  civiH- 
sación  de  ¡as  antiguas  provincias  españolas,  hoy  Repiiblica  de  Venesueia,  Ponte- 
vedra, 1930. 


INTRODUCCIÓN 


XXXV 


hasta  hoy  permaneció  inédita  y  se  conserva  en  la  sección  de  ma- 
nuscritos de  nuestra  Biblioteca  Nacional,  Ms.  18.178. 

Dicho  manuscrito  carece  de  portada  ;  tal  vez,  y  ásí  lo  persuade 
la  foliación  que  lleva,  era  continuación  de  la  primera  parte  de  la 
mencionada  Crónica  de  los  Capuchinos  de  Castilla,  cuyo  paradero 
desconocemos.  Tiene,  sin  embargo,  este  sencillo  epígrafe  :  Segun- 
da Parte./  Déla  Chronica  délos  Menores  Capuchinos  de  Nuestro 
se-l  rajico  Padre  San  Francisco  desta  Provincia  deila  Encar-/ 
nación  délas  dos  Castillas. 

Mide  313  X  220  mm.  y  tiene  en  total  312  Folios  numerados, 
aunque  con  foliación  muy  irregular. 

Va  dividido  en  tres  extensos  libros.  El  primero  trata  de  las  mi- 
siones de  los  Capuchinos  en  el  Congo  y  comienza  en  el  f.  236  y 
continúa  correlativamente  hasta  el  273  ;  siguen  después  los 
ff  96-180  y  187-197  y,  por  fin,  lleva  añadidas  7  hojas  sin  nume- 
rar. El  segundo  libro,  que  trata  de  las  misiones  que  han  tenido  los 
Capuchinos  españoles  en  otros  reinos  de  Africa,  ocupa  los  ff.  196 
al  264,  llevando  la  foliación  toda  seguida  ;  y  el  tercero,  que  versa 
sobre  las  misiones  habidas  en  América,  también  por  los  Capuchi- 
nos españoles  y  hasta  la  fecha  de  escribirse,  1716,  comienza  en  el 
f.  265  y  llega  hasta  el  final. 

Todo  el  primer  libro,  el  más  lato  de  los  tres  y  que  versa  úni- 
camente sobre  las  misiones  del  Congo,  es  el  que  ahora  publica- 
mos. El  segundo  vendrá  a  formar,  según  esperamos,  el  segundo 
tomo  de  las  Misiones  Capuchinas  en  Africa  ;  y  el  tercero  ha  sido 
publicado  íntegramente  por  el  P.  Froilán  de  Rionegro,  O.  F.  M. 
Cap.  (50). 

Autor.  Según  ya  indicamos,  este  interesante  manuscrito  no 
lleva  portada,  como  tampoco  consta  en  él  el  nombre  de  su  autor.  Sin 
embargo,  no  puede  ponerse  en  tela  de  juicio  que  es  todo  él  obra 
del  P.  Mateo  de  Anguiano.  Basta  para  persuadirse  de  ello  exami- 
nar la  letra  y  compulsarla  con  otros  escritos  originales  suyos,  tales 
como  la  mencionada  carta  escrita  en  1695  desde  Laguardia,  etc. 

Además,  bien  a  las  claras  lo  dice  él  mismo  cuando,  al  trazar 
brevemente  la  biografía  de  Fr.  Francisco  de  Pamplona,  añade  : 
((Cuya  admirable  vida  saqué  a  la  luz  el  año  de  1704,  con  el  título  : 
El  Capuchino  español»  (51). 


(50)  ID. — Relaciones  de  las  Misiones  de  los  PP.  Capuchinos,  o.  c,  t.  11,  pá- 
ginas 80-214. 

(51)  Ibid.,  p.  144,  cap.  XII,  n.»  7. 


XXXVI 


MIS.  CAPS.  EN  ÁFRICA.  LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


Fecha.  El  mismo  P.  Anguiano  nos  indica  también  el  año  en 
que  lo  escribió,  por  lo  menos  el  libo  tercero,  cuando  al  final  de  él 
y  hablando  de  los  frutos  espirituales  conseguidos  por  los  Capu- 
chinos en  América,  dice  que  ha  expuesto  lo  sucedido  en  los  sesenta 
y  ocho  años  que  llevaban  allí,  desde  1648,  en  que  fueron  por  pri- 
mera vez  al  Darién  ((hasta  el  presente  año  de  1716»  (52). 

Fuentes.  El  P.  Anguiano  no  escribió  sus  obras,  como  ya  he- 
mos hecho  notar,  sino  a  base  de  documentos  por  él  vistos  y  con- 
sultados. No  negamos  que  en  algunas  cosas  tenga  a  su  vez  defi- 
ciencias, principalmente  en  alguna  fecha,  pero  bien  podemos  ase- 
gurar que  no  perdonaba  diligencia  para  informarse  debidamente 
de  todo  a  fin  de  que  no  le  pudiesen  tildar  de  ligero.  Así  lo  confiesa 
él  mismo  cuando  escribe  :  ((Con  lo  dicho  hasta  aquí  he  dado  las 
noticias  que  he  podido  adquirir  en  espacio  de  algunos  años  que 
ha  que  me  dediqué  a  recogerlas  para  honra  y  gloria  de  Dios  y 
común  edificación»  (53). 

Y  que  así  lo  hacía  efectivamente  son  buena  prueba,  entre  otros, 
los  testimonios  que  vamos  a  aducir.  Varias  veces  nos  habla  de  las 
relaciones  del  P.  Francisco  de  Veas  y  del  P.  Buenaventura  de  Co- 
rella  (Cfr.  cap.  XXII,  núm.  2)  y  sobre  todo  dice  al  final  del  capí- 
tulo LIX,  hablando  del  regreso  a  España  de  los  Padres  Antonio 
de  Teruel  y  Buenaventura  de  Corella  :  ((Debémosles  gran  par- 
te de  las  noticias  de  esta  relación,  especialmente  al  P.  Fr.  An- 
tonio de  Teruel,  el  cual  fué  fidelísimo  observador  de  los  sucesos 
de  su  tiempo,  y  como  testigo  de  vista  refiere  en  su  relación  cuanto 
sucedió  desde  que  llegó  al  Congo,  el  año  de  1647,  hasta  el  de  1658, 
en  que  volvió  a  España.  De  sus  originales,  de  los  del  P.  Fr.  Juan 
de  Santiago  y  de  las  relaciones  que  se  dieron  a  la  estampa  el  año 
de  1649  en  Madrid  y  fueron  publicadas  por  don  José  Pellicer  de 
Tobar,  Cronista  mayor  del  señor  rey  D.  Felipe  IV,  el  Grande, 
se  ha  formado  ésta,  a  las  cuales  principalmente  seguiremos  en  ¡as 
restantes  de  la  Zinga  y  del  Benín,  añadiendo  las  noticias  que  por 
otras  vías  hemos  podido  adquirir»  (núm.  18). 

También,  al  hablar  de  las  misiones  de  Cumaná  y  Llanos  de  Ca- 
racas, pone  como  fuentes  de  información  los  ((escritos  de  los  Padres 
F"r.  José  de  Carabantes  y  Fr.  José  de  Nájera,  ambos  misioneros 


(52)  Ibid.,  p.  nS,  cap.  XVIII,  n.»  1. 

(53)  Ibid. 


INTRODUCCIÓN 


XXXVII 


de  dichas  misiones»  (54).  Asimismo  en  varias  partes  trae  las  pala- 
bras del  P.  Pablo  de  Orihuela,  Prefecto  de  las  mencionadas  misio- 
nes, cuya  carta  copia  al  pie  de  la  letra  al  trazar  la  biografía  de  los 
distintos  misioneros  (55)- 

Contenido.  Concretándonos  al  libro  primero,  que  ahora  parti- 
cularmente nos  interesa,  el  P.  Anguiano  ha  querido  trazarnos  en 
él  la  historia  completa  de  toda  la  misión  del  Congo,  desde  sus  co- 
mienzos, mejor  diríamos,  desde  los  intentos  de  fundación  hasta  el 
año  1658  en  que  volvieron  a  España  los  últimos  capuchinos  espa- 
ñoles misioneros  en  aquellas  apartadas  regiones  africanas.  Desde 
entonces  quedó  la  misión  al  cuidado  exclusivo  de  los  capuchinos 
italianos,  ya  que  a  los  españoles  se  les  cerró  la  puerta  y  aun  la  posi- 
bilidad de  entrada  por  razones  de  estado,  alegadas  por  Jos  portu- 
gueses dueños  de  Angola  y  de  su  capital  Loanda,  razones  que  en 
buena  ley  no  existían  ni  hubo  tampoco  fundamento  alguno  para 
sospecharlas. 

A  través  de  las  páginas  de  esta  historia  se  puede  seguir  paso 
a  paso  a  los  misioneros  en  las  distintas  partes,  reinos  o  ducados 
que  les  tocó  evangelizar.  En  sus  variadas  narraciones  se  ponen 
bien  de  manifiesto  las  dificultades,  verdaderamente  insuperables  en 
algunos  casos,  surgidas  en  todos  los  órdenes  y  de  parte  de  toda 
clase  de  personas,  y  asimismo  el  esfuerzo  de  los  misioneros  por 
llevar  adelante  su  empresa  sin  decaer  de  ánimo.  Y  juntamente  con 
ello  los  éxitos  alcanzados  en  el  aprendizaje  de  la  lengua,  en  la 
instrucción  de  los  naturales,  en  la  administración  de  los  Sacramen- 
tos y  aun  hasta  en  la  formación  espiritual  escogida  y  esmerada  de 
aquéllos,  como  más  claramente  habrá  podido  apreciar  el  lector  en 
la  primera  parte  de  esta  introducción. 

Para  complemento  de  su  obra  ha  puesto  al  final  un  resumen  de 
toda  la  misión  y  de  cuanto  en  ella  hicieron  los  religiosos  desde  1658 
hasta  1705.  Y,  por  últmo,  la  lista  de  todos  los  misioneros  que  pasa- 
ron al  Congo  desde  1645  hasta  1705,  que  fueron  en  total  doscien- 
tos treinta. 


Concluímos  esta  ya  larga  introducción  advirtiendo  que  sacamos 
a  luz  pública  esta  interesante  y  bien  documentada  obra  del  P.  Ma- 


f54)    Ibid..  p.  140,  cap.  XI,  n.»  14. 
(55)    Ibid.,  p.  1.56,  cap.  XIV,  n."  17. 


XXXVIII 


MIS.  CAPS.  EN  ÁFRICA.  LA  MISIÓN  DliL  CONGO 


teo  de  Anguiano,  tal  y  como  él  nos  la  dejó  manuscrita,  sin  cambiar 
palabras  ni  expresiones  ni  tampoco  variando  los  nombres  de  las 
provincias,  ciudades  o  villas  del  Congo.  Ni  siquiera  hemos  que- 
rido cambiar  el  enunciado  de  los  capítulos,  pues,  aunque  compren- 
demos que  más  de  una  vez  no  refleja  bien  el  contenido  de  los  mis- 
mos, los  hemos  dejado  así,  guiados  por  ese  criterio  de  no  alterar 
nada  y  de  que  la  impresión  sea  en  un  todo  conforme  al  original. 

Sin  embargo,  hemos  añadido  numerosas  notas  con  objeto  de 
ilustrar  en  ocasiones  las  afirmaciones  del  P.  Anguiano  y  comple- 
tar en  otras  la  narración  con  fechas  y  datos  de  suma  conveniencia. 
A  veces  se  ha  hecho  necesario  ponerlas  para  que  mejor  se  vea  la 
ilación  de  unos  hechos  con  otros  y  pueda  apreciarse  la  unidad 
existente  entre  los  diversos  capítulos  de  esta  historia. 

Fr.  Buenaventura  de  Carrocera, 
O.  F.  M.  Cap. 


INDICE    DE  CAPITULOS 


Páginas 


Introducción   IX-XLI 

Capítulo  I. — Donde  se  da  noticia  del  principio  de  la  Cristiandad 
del  reino  del  Congo,  que  es  uno  de  los  etiópicos  de  Africa,  y 
de  la  sucesión  de  sus  reyes  cristianos    3-10 

Capítulo  II. — Donde  se  refieren  algunos  sucesos  notables  del  reino 
del  Congo  y  se  prosigue  la  sucesión  de  sus  reyes  hasta  que 
entraron  en  él  nuestros  Capuchinos    13-  21 

Capítulo  III. — Continúase  la  sucesión  de  los  reyes  del  Congo  y  pi- 
den con  nuevas  instancias  a  la  Silla  Apostólica  la  Misión  de 
los  Capuchinos  y  al  fin  la  logran   25-  32 

Capítulo  IV. — De  las  grandes  tribulaciones  que  padecieron  los  mi- 
sioneros desde  que  se  embarcaron  hasta  llegar  al  Congo   35  "4 1 

Capítulo  V. — De  lo  que  les  sucedió  a  los  misioneros  en  el  puerto 
de  Pinda  con  un  navio  de  herejes  holandeses,  de  sus  hostili- 
dades y  cómo  cesaron  ésas  por  el  auxiho  de  Dios  y  de  los 
naturales   45-  52 

Capítulo  VI. — Empiezan  los  misioneros  a  ejercitar  su  apostóUco  mi- 
nisterio; pártese  para  Europa  el  capitán  Falconi  con  dos  de 
ellos  y  errferman  gravemente  los  demás    55-  61 

Capítulo  VII. — En  que,  para  mayor  conocimiento  de  los  trabajos 
que  los  religiosos  padecieron  y  padecen  en  aquellas  misiones 
de  Africa,  se  trata  del  temperamento  y  manjares  ordinarios 
del  Congo   65-  70 

Capítulo  VIII. — Del  gobierno  político  de  los  del  Congo,  de  su  co- 
mercio, habitaciones,  trajes,  guerras  y  estilos  de  los  de  la 
Corte   73-  79 

Capítulo  IX. — De  cómo  el  rey  y  ei  Cabildo  de  San  Salvador  en- 


XLII 


MIS.  CAPS.  EN  ÁFRICA.  LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


Páginas 


viaron  un  embajador  a  los  misioneros,  de  la  partida  de  algu- 
nos de  ellos  y  cómo  fueron  recibidos  del  rey  con  grandes 
demostraciones  de  afecto  y  devoción    83-  89 

Capítulo  X. — Hace  el  rey  a  los  Padres  nuevas  demostraciones  para 
más  sincerarse  de  las  calumnias  pasadas,  permíteles  que  pa- 
guen las  visitas  y  concítanse  contra  ellos  los  portugueses   93-97 

Capítulo  XI. — Envía  el  rey  a  los  misioneros  un  gran  regalo,  señá- 
lales sitio  por  su  mano  para  huerta,  y  dícese  cómo  ejercitaron 
su  ministerio  en  aquella  corte,  y  su  grande  ejemplo   101-106 

Capítulo  XII. — De  las  Congregaciones  que  los  misioneros  instituye- 
ron en  San  Salvador,  de  sus  frutos  y  del  estilo  que  tenían  en 
confesar  hasta  que  supieron  bien  la  lengua   109  116 

Capítulo  XIII. — De  cómo  los  holandeses  de  Angola  cogieron  un  na- 
vio portugués  y  en  él  a  cuatro  Capuchinos  que  envió  al  Con- 
go la  Sacra  Congregación,  y  el  rey  envió  dos  embajadores 
para  überarlos    1 19-123 

Capítulo  XIV. — Conclúyese  la  controversia,  quedan  corridos  los  he- 
rejes, despiden  con  la  negativa  a  los  embajadores  y  a  la  vuelta 
ocurren  varios  sucesos  notables   1 27-1 31 

Capítulo  XV. — ^De  cómo  el  rey  hizo  fabricar  en  su  corte  casa  para 
los  reUgiosos  y  escuelas  para  la  juventud,  y  de  la  conversión 
singular  de  im  hereje   I35-I39 

Capítulo  XVI. — De  las  dihgencias  que  hicieron  los  reUgiosos  para 
establecer  las  paces  entre  el  rey  y  el  conde  de  Soñó,  y  cómo 
éste  les  entregó  el  príncipe   143-147 

Capítulo  XVII. — Del  modo  cómo  se  dispuso  la  entrega  del  príncipe 
y  de  las  demostraciones  de  piedad  y  agradecimiento  a  Dios 
y  a  su  Santísima  Madre  con  que  le  recibió  el  rey   151-154 

Capítulo  XVIII. — Cómo  envió  el  rey  dos  Padres  de  la  misión  por 
embajadores:  uno  al  Papa  y  otro  al  príncipe  de  Orange,  y 
cómo  la  Sacra  Congregación  nombró  más  misioneros  a  instan- 
cias de  Fr.  Francisco  de  Pamplona   157-164 

Capítulo  XIX. — Parte  de  Cádiz  la  nueva  misión  para  el  Congo; 


ÍNDICE  DE  CAPÍTULOS 


XLIII 


Páginas 


dase  noticia  de  su  viaje  y  entrada  en  Soñó  y  de  varios  su-  ^ 
cesos  que  ocurrieron   167-173 

Capítulo  XX. — Salen  del  puerto  de  Pinda  las  embarcaciones;  llegan 
a  la  tierra  del  Calamar  y  a  la  isla  de  Añobón,  hace  en  ambas 
partes  insigne  fruto  el  P.  Fr.  Juan  de  Santiago,  perece  mucha 
gente  y,  por  último,  todas  tres  embarcaciones    177-184 

Capítulo  XXI. — Llega  la  respuesta  del  aviso  de  San  Salvador;  pár- 
tense  para  aquella  corte  los  nuevos  misioneros,  pasan  grandes 
trabajos  en  el  viaje,  enferman  todos  y  mueren  algunos    187-192 


Capítulo  XXII. — Júntanse  todos  los  misioneros  para  repartirse  por 
las  provincias  del  reino;  háceles  una  breve  exhortación  el  Pre- 
fecto, alentándoles  a  los  trabajos;  destina  los  que  han  de  ir 
fuera  de  la  corte  y  manda  el  rey  que  lleven  una  carta  suya 
para  que  en  todas  partes  los  admitan  y  asistan  con  lo  necesario.  195-202 

Capítulo  XXIII. — Dase  principio  a  la  misión  de  la  provincia  de 
Bata;  refiérense  algunos  sucesos  del  viaje  y  sus  feUces  prin- 


cipios   205-209 

Capítulo  XXIV. — Continúase  la  misión  del  ducado  de  Bata,  refié- 
rense los  ejercicios  ordinarios  y  varias  penaUdades  que  se  ofre- 
cían en  ellas   213-220 

Capítulo  XXV. — De  otros  trabajos  que  se  padecían  en  el  ducado  de 
Bata  y  de  la  causa  que  sobrevino  para  dejarle  los  Padres  a 
quienes  se  encomendó  y  pasar  a  hacer  imsión  a  otras  pro- 
vincias del  reino   223-229 

Capítulo  XXVT. — En  que  se  refiere  la  muerte  del  P.  Fr.  Buena- 
ventura de  Cerdeña  y  se  da  noticia  de  los  sucesos  particulares 

de  la  misión  del  condado  de  Huandu   233-241 

Capítulo  XXVII. — En  que  se  prosigue  la  materia  del  capítulo  pre- 
cedente   245-250 

Capítulo  XXVIII. — Cómo  los  dos  misioneros  de  la  Zinga  se  par- 
tieron para  San  Salvador  y  de  allí  pasaron  a  plantar  la  misión 
al  marquesado  de  Encusu;  refiérense  varios  trabajos  y  suce- 
sos que  les  acaecieron  en  ella   253-260 


XLIV 


MIS.  CAPS.  EN  ÁFRICA.  LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


Páginas 


Capítulo  XXIX. — De  las  misiones  de  Soñó  y  Loanda  y  sucesos  par- 
ticulares de  ellas   263-272 

Capítulo  XXX. — De  los  progresos  de  la  misión  del  ducado  de  Sun- 

di  y  de  algunos  casos  maravillosos  que  sucedieron  en  ella  ...  275-281 

Capítulo  XXXI. — Prosiguen  la  misión  del  marquesado  de  Encusu 
los  Padres  Fr.  José  de  Pernambuco  y  Antonio  de  Teruel  por 
muerte  del  P.  Fr.  Gabriel  de  Valencia;  dase  noticia  de  este 
religioso  y  de  los  sucesos  que  ocurrieron   285-292 

Capítulo  XXXII. — En  que  se  refieren  algunos  casos  notables  que 
sucedieron  por  este  tiempo  en  San  Salvador  para  aliento  de 
los  misioneros   295-302 

Capítulo  XXXIII. — De  la  embajada  de  los  Padres  Fr.  Angel  de 

Valencia  y  Fr.  Juan  Francisco  de  Roma,  y  sus  resultas    305-309 

Capítulo  XXXIV. — Refiérese  el  viaje  del  P.  Fr.  Angel  de  Valencia 
a  España  y  cómo  la  Majestad  Católica  de  nuestro  monarca 
D.  Felipe  IV  mandó  dar  los  despachos  y  medios  necesarios 
para  la  conducción  de  ambas  misiones    313-317 

Capítulo  XXXV. — Ponese  el  tenor  del  decreto  para  el  envío  de  las 
dos  misiones  y  dase  noticia  de  los  sujetos  que  fueron  nom- 
brados para  ellas    321-326 

Capítulo  XXXVI. — Parten  ambas  misiones  de  Cádiz,  refiérese  su 
navegacién;  llegan  a  Canarias,  y  desde  allí  se  dividieron  cada 
una  para  su  reino.  Aportan  a  Soñó  los  del  Congo,  donde  hallan 
la  noticia  de  la  muerte  del  P.  Fr.  Buenaventura  de  Alessano, 
Prefecto  de  la  misión   329-334 

Capítulo  XXXVII. — Comienza  a  ejercer  su  oficio  de  Prefecto  el 
P.  Fr.  Jenaro  de  Ñola;  padecen  varias  enfermedades  los  nue- 
vos misioneros;  mueren  algunos  y  llegan  los  demás  a  San 
Salvador;  hácese  al  rey  la  corrección  de  sus  faltas  públicas, 
disimula  el  enojo  y  comienza  la  persecución  de  la  misión  ...    337  341 

Capítulo  XXXVIII. — Dejan  los  religiosos  de  Encusu  aquella  misión 
y  pasan  al  marquesado  de  Pemba;  díccse  la  causa  de  la  mu- 
danza y  el  fruto  que  se  hizo  en  Pemba   345-350 

Capítulo  XXXIX. — Plántase  la  misión  en  el  ducado  de  Bamba; 


ÍNDICE  DE  CAPÍTULOS 


XLV 


Páginas 


llega  nuevo  Prefecto  de  Roma;  piden  los  portugueses  de 
Loanda  para  su  consuelo  al  pasado;  pónense  en  buen  esta- 
do las  reducciones ;  descúbrese  el  enojo  del  rey  y  varios  ritos 
gentílicos  en  el  reino   353-360 

Capítulo  XL. — Manifiéstase  más  a  las  claras  el  odio  que  el  rey  con- 
cibió desde  la  corrección  de  los  religiosos  contra  ellos  y  otras 
personas  de  primera  calidad,  a  quienes  mandó  quitar  la  vida 
por  parecerle  habían  descubierto  sus  faltas  a  los  Padres  ...  363-369 

Capítulo  XLI. — En  que  se  trata  de  la  misión  del  señorío  de  Ma- 
tari,  vecino  al  ducado  de  Simdi;  de  la  muerte  del  P.  Fr.  Jor- 
ge de  Gela  y  del  P.  Fr.  Jenaro  de  Ñola    373*380 

Capítulo  XLII. — En  que  se  da  noticia  de  la  muerte  de  los  Padres 
Fr.  José  de  Pernambuco  y  Fr.  Francisco  de  Veas  y  de  su 
vida  ejemplar   383-389 

Capítulo  XLIII. — ^Prosigúese  la  misión  de  Encusu;  descúbrense 
esperanzas  de  un  gran  progreso  espiritual,  frústranse  en -mu- 
cha parte  y  dícese  la  razón  por  qué   393*398 


Capítulo  XLIV. — De  los  progresos  y  ejercicios  espirituales  de  la 

misión  de  Pemba  y  de  algunos  sucesos  que  ocurrieron  en  lia.  401-406 

Capítulo  XLV. — Envía  nuevos  misioneros  la  Sacra  Congregación; 
llegan  a  tomar  puerto  a  Loanda  y  embarázanles  pasar  al  Con- 
go los  portugueses  de  esta  plaza  por  los  motivos  de  las  gue- 


rras con  Castilla   409-414 

Capítulo  XLVL — ^De  la  persecución  que  movió  el  rey  del  Congo 
contra  la  misión  y  cómo  los  portugueses  de  la  Cámara  de 
Loanda  se  opusieron  a  sus  designios    417-423 

Capítulo  XLVIL — Experiméntanse  nuevos  progresos  en  la  misión 
de  Pemba;  plántase  de  nuevo  la  de  Dande,  señorío  sujeto  al 
reino  de  los  Abandos,  y  dícense  sus  circunstancias    427-432 

Capítulo  XLVIII. — De  una  traición  que  se  conjuró  contra  el  rey 
y  muerte  de  los  autores  de  ella;  cómo  juraron  al  príncipe 
por  sucesor  en  la  corona  de  su  padre  y  después  de  la  muer- 
te de  éste  comenzó  a  reinar  felizmente    435-441 


XLVI 


MIS.  CAPS.  EN  Africa,  la  misión  del  congo 


Páginas 

Capítulo  XLIX. — 'Dase  noticia  de  los  felices  principios  del  rey 
D.  Alonso,  último  de  este  nombre  en  el  Congo;  refiérense 
sumariamente  los  frutos  espirituales  de  él  y  la  vuelta  para 
España  de  los  Padres  Fr.  Antonio  de  Teruel  y  Fr.  Buena- 
ventura de  Corella   445-453 

Capítulo  L. — En  que  se  da  noticia  del  estado  presente  del  reino 
del  Congo  hasta  el  año  de  mil  setecientos  y  cinco  y  de  varios 
sucesos  notables    457-461 

Capítulo  LI. — En  que  se  hace  mención  de  los  misioneros  que  hasta 
hoy  ha  enviado  la  Sacra  Congregación  al  Congo  desde  que 
fueron  a  ese  reino  los  primeros  Capuchinos    465-479 

Indice  alfabético  de  personas,  cosas  y  lugares   481-494 


CAPITULO  PRIMERO 


Donde  se  da  noticia  del  principio  de  la  Cristiandad  del 
reino  del  Congo,  que  es  uno  de  los  etiópicos  de  Africa, 
y  de  la  sucesión  de  sus  reyes  cristianos 


1. — Para  proceder  con  mayor  claridad  en  esta  materia,  por  ser  de 
tierras  tan  remotas  de  nuestra  España,  aunque  muy  cursadas  de  nuestros 
religiosos  a  costa  de  inmensos  trabajos,  doy  principio  a  ella  por  la  ex- 
plicación del  nombre  de  Etiopía.  Este  es  genérico  y  comprende  en  su 
lata  significación  todos  aquellos  reinos  y  provincias  cuyos  habitadores 
son  de  color  negro  ;  porque  a  todos  ellos  comúnmente  les  llamamos 
etíopes  y  a  sus  tierras  Etiopía,  no  obstante  que  en  unas  son  más  mo- 
renos que  en  otras  los  naturales,  cuya  cualidad,  según  el  mejor  sentir, 
les  proviene  ab  intrínseco  y  no  'del  ardor  grande  del  sol,  pues  aún  en 
tierras  frías  nacen  con  el  mismo  color  negro.  Abrazan  con  esa  misma 
generalidad  ese  nombre  las  tierras  que  tiran  desde  las  playas  del  Mar 
Rojo  de  la  banda  de  Arabia  hasta  Palestina,  las  cuales,  aun  en  las  Sa- 
gradas Letras,  se  llaman  Etiopía.  El  mismo  nombre  tienen  las  que  co- 
rren de  la  parte  de  Africa,  saliendo  de  Egipto  a  lo  largo  del  Mar  Rojo, 
y  desembocando  por  las  puertas  de  ese  mar,  no  sólo  las  que  tiran  hasta 
el  Cabo  de  Guardafui,  que  cae  en  doce  grados  de  la  línea,  sino  también 
todo  lo  que  se  extiende  hasta  el  Cabo  de  Buena  Esperanza,  y  doblando 
este  cabo,  todo  lo  que  hay  de  tierra  hasta  Angola  y  Cabo  Verde.  Por- 
que a  todos  los  que  pueblan  estas  costas  y  fierras  ks  llamamos  etíopes, 
y  a  sus  reinos  Etiopía.  Los  modernos  geógrafos,  en  la  tabla  de  Africa, 
estrechan  más  a  Etiopía,  porque  dividen  la  parte  de  Africa  en  seis  re- 
giones, como  son  :  Egipto,  Berbería,  Numídia  o  Vildedulgería,  Sarra 
o  Libia,  Nigritas  y  Etiopía,  y  a  cada  una  de  ellas  dan  sus  términos  y 
límites.  Y  cuando  llegan  a  hablar  de  Etiopía,  la  dividen  en  dos,  a  una 
de  las  cuales  llaman  superior  o  interior  y  a  la  otra  la  dicen  inferior  o 
exterior.  Una  y  otra  han  sido  y  son  cultivadas  en  la  fe  por  nuestros 


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MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


Capuchinos  y  de  muchos  años  a  esta  parte.  Pero  dejando  por  ahora 
lo  tocante  a  la  superior,  empezaremos  por  la  inferior,  y  en  primer 
lugar  por  el  reino  llamado  del  Congo. 

2.  — No  conocieron  este  reino  los  antiguos  geógrafos,  juzgando  por 
inhabitable  aquella  parte  de  tierra,  situada  debajo  de  la  zona  tórrida  :  y 
asi  Ptolomeo,  en  la  descripción  de  Africa,  no  le  nombra  ;  antes,  cuando 
concluye  con  la  Etiopa  interior,  o  sobre  Egipto,  comprendió  la  Nubia 
y  toda  aquella  parte  que  se  conoce  con  nombre'  de  Guinea,  que  es  la 
Etiopía  exterior,  y  parando  allí  dice  que  se  termina  por  el  occidente 
y  mediodía  con  la  tierra  incógnita  y  con  el  seno  grande  del  mar  e^xte 
rior.  Esta  tierra  incógnita,  según  buena  demarcación,  venia  a  empezar 
en  el  Cabo  de  las  Palmas  y  corría  hasta  el  de  Buena  Esperanza ;  y  el 
mar  exterior  era  el  que  los  antiguos  llamaban  Piélago  de  las  Hipadas, 
empezándole  desde  el  Mar  Rojo,  de  Orietite  a  Mediodía,  y  haciendo 
uno  los  dos  Océanos  que  ahora  se  distinguen  en  Indico  y  Etiópico. 
Estrabón,  cuando  divide  las  Etiopias,  parte  siguiendo  y  parte  refutando 
a  Homero,  Eurípides,  Esquilo  y  Eforo.  afirma  que  cuantos  intenta- 
ron navegar  el  mar  de  Africa,  ya  empezasen  su  navegación  desde  el 
estrecho  de  Gibraltar,  ya  por  el  Mar  Rojo  o  Seno  Arábico  antes  de 
contar  la  línea,  unos  del  Mediodía  al  Oriente',  por  el  Cabo  de  las  Pal- 
mas, y  otros  del  Oriente  al  Mediodía,  por  el  Cabo  de  Guardafuí,  vol- 
vían atrás,  amedrentados  de  los  peligros  y  horrores  de  aquellos  mares. 
Y  en  fin :  todos  le  daban  nombre  de  Etiopía  a  aqiiella  tierra  que  era 
el  término  de  su  navegación ;  y  a  estos  mares  impenetrables  les  dió 
nombre  de  establo  de  los  caballos  del  sol  y  de'  carro  de  la  aurora,  y 
no  a  la  Etiopía  vecina  a  Egipto  donde  la  había  señalado  Eurípedes. 
Empero,  aunque  en  las  Sagradas  Letras  y  en  las  profanas  se  hace  men- 
ción de  Etiopía  la  Alta,  llamada  también  interior,  y  sobre  Egipto,  que 
pertenece  al  imperio  de  los  Abisinios,  y  de  la  Oriental,  que  confina  con 
Arabia  y  Mesopotamia  y  era  de  los  Madianitas,  con  todo  eso  en  ningu- 
na de  ellas  se  comprende  el  reino  del  Congo,  supuesto  que  ninguno  de 
los  geógrafos  griegos  ni  latinos  hizo  memoria  de  provincia  alguna  es- 
pecial de  cuantas  caen  detrás  de  la  equinoccial. 

3.  — Tuvo  principio  la  navegación  del  mar  océano  y  conquista  de 
Africa  en  tiempo  del  Infante  Don  Enrique  de  Portugal,  con  cuya  no- 
ticia, deseoso  el  Papa  Nicolao  V  de  que  aquella  gentilidad  se  redujese 
a  la  fe  cristiana,  les  concedió  a  los  Reyes  de  Portugal  esas  conquistas, 
según  refiere  Antúnez  de  Portugal ;  y  en  esa  misma  ocasión  les  con- 
cedió también  toda  la  Guinea  y  mares  adyacentes.  Después  Calixto  III, 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


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por  Bula  del  año  de  1456,  confirmó  la  de  Nicolao  V  con  el  aumento 
de  patronazgo  y  presentación  de  beneficios.  Dichas  Bulas  fueron  des- 
pués confirmadas  por  Sixto  IV  eti  el  año  de  1481,  según  refiere  el  mis- 
mo autor  Antúnez  de  Portugal  (1).  Así,  pues,  estuvo  por  tantos  siglos 
ignorado  y  desconocido  de  las  gentes  de  Europa  el  reino  del  Congo, 
es  a  saber,  hasta  el  año  de  nuestro  Salvador  de  1485,  en  que  el  Rey  Don 
Juan  II  de  Portugal,  deseando  proseguir  el  descubrimiento  de  Gui- 
nea y  de  la  India,  que  el  Infante'  Don  Enrique  había  empezado,  envió 
a  Diego  Cao  con  su  armada  y  descubrió  el  reino  del  Congo. 

4.  — En  esa  misma  ocasión,  habiendo  dado  fondo  en  el  puerto  de 
Pinda,  donde  desemboca  el  rio  Zaire  en  el  mar,  y  pertenece  al  Con- 
dado de  Soñó,  saltó  en  tierra  y  trató  luego  amistad  con  el  Mani,  lla- 
mado después  Conde  de  Soñó,  que  es  uno  de  los  mayores  señores  de 
aquel  reino,  a  cuyo  estado  pertenece  el  dicho  puerto  y  es  por  donde 
entran  siempre  los  de  Europa.  Este  nombre  de  Maní  es  común  a  los 
grandes  señores  en  el  Congo,  a  que  añaden  el  del  estado  que  posean 
y  de  que  son  duques,  marqueses  y  condes,  como  Mani  Soñó,  Alani 
Pemba,  Mani  Bamba,  y  a  este  modo.  A  los  demás  que  no  tienen  es- 
tado, aunque  son  grandes  señores,  les  llaman  comúnmente  Manicon- 
gos  para  diferenciarlos  de  los  que  tienen  estado.  Después  les  introdu- 
jeron los  portugueses  los  títulos  de  duques,  marqueses  y  condes,  y  de 
señores  de  vasallos  y  otras  poHticas,  que  hasta  hoy  usan,  y  varias  cos- 
tumbres de  su  tierra.  Hecha,  pues,  la  amistad  con  el  Mani  Soñó  o 
conde  de  Soñó,  se  volvió  a  Portugal  con  su  armada  Diego  Cao  y  dió 
noticia  de  su  descubrimiento. 

5.  — Después  se  gastaron  cinco  años  en  embajadas  y  pláticas.  Luego 
en  el  de  1490,  por  el  mes  de  diciembre,  envió  el  Rey  de  Portugal  otra 
armada  con  Gonqalo  de  Sousa,  que  murió  a  vista  de  la  Isla  de  Santia- 
go de  Cabo  Verde,  al  cual  sucedió  en  el  cargo  de  general  Rui  de 
Sousa,  su  primo  hermano.  Este  llegó  con  su  armada  al  mismo  puerto 
de  Pinda,  a  29  de  marzo  del  año  de  1491,  llevando  consigo  Religiosos 
de  N.  P.  San  Francisco,  ornamentos,  cruces,  campanas  y  varios  artí- 
fices necesarios  de  que  carecían  totalmente.  Fué  recibido  el  general  del 
Mani  Soñó,  que  era  tío  del  Rey  del  Congo,  con  suma  alegría  y  co- 
mún regocijo.  Y  así  él  como  un  hijo  que  tenía,  fueron  catequizados  y 
se  bautizaron  el  día  de  la  Resurrección  del  Señor  de  dicho  año.  Lla- 
móse el  padre  Don  Manuel,  y  el  hijo  Don  Antonio,  y  éstos  fueron 


(1)  Cfr.  DOMINICUS  ANTUNEZ  (PORTUGAL).  Tractatus  de  donationibus  ju- 
rium  et  bonorum  regiae  coronae,  2.*  ed.,  Lugduni,  1699. 


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MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


los  primeros  cristianos  del  reino  del  Congo,  porque  hasta  entonces 
todos  fueron  gentiles  y  bárbaros.  De  aquí  tomaron  empeño  algunos 
autores  para  decir  que'  el  primer  rey  cristiano  del  Congo  se  llamó  Don 
Manuel,  lo  cual  no  fué  así,  y  la  equivocación  procedía  del  Maní  Soñó 
cuyos  estados  son  los  primeros  por  aquella  parte  del  puerto  de  Pinda 
y  son  muy  dilatados,  y  hoy  se  llama  comúnmente,  allá  y  acá,  el  con- 
dado de  Soñó  (la). 

6. — Desde  el  condado  de  Soñó  pasaron  adelante  hasta  llegar  a  la 
banza  o  corte  del  rey  del  Congo,  situada  en  la  provincia  de  Pemba, 
donde  le  visitaron  y  trataron  despacio.  Recibiólos  con  sumo  agrado  y 
cortejo,  estimando  mucho  el  presente  de  varias  cosas  que  le  llevaron 
del  Rey  de  Portugal.  Empezaron  luego  a  tratar  de  lo  principal,  cate- 
quizaron al  rey  y  a  seis  de  sus  Maníes  y  los  bautizaron  solemnemente 
en  un  oratorio  que  los  Religiosos  pusieron  en  su  palacio  el  día  de  la 
Santa  Cruz  de  mayo  del  año  de  1491.  Hizo  la  función  del  bautismo  el 
que  iba  por  superior  de  los  demás  Religiosos  y  se  llamaba  Fray  Juan, 
y  en  él  puso  por  nombre  al  rey  el  de  Juan,  de  que  usó  en  adelante  en 
memoria  del  Rey  Don  Juan  de  Portugal,  a  quien  debía  tan  señalado 
favor.  Los  seis  Maníes  se  llamaron  Don  Francisco,  Don  Gonzalo,  Don 
Jorge,  Don  Lope,  Don  Diego  y  Don  Rodrigo.  Después  se  fabricó  una 
iglesia,  y  con  tal  brievedad,  que  habiéndose  puesto  la  primera  piedra  el 
día  6  de  mayo,  se  acabó  a  primero  de  junio.  En  ese  ínterin  murió  el  Pa- 
dre Fr.  Juan,  estrenando  así  la  tierra  del  Congo  los  hijos  de  la  Reli- 
gión Seráfica.  Sucedióle  en  la  prelacia  Fr.  Antonio,  cuyo  apellido,  como 
eJ  de  su  antecesor,  ignoramos,  y  el  día  2  de  junio  bautizó  a  la  reina  so- 
lemnemente, y  ésta  en  memoria  de  la  de  Portugal  se  llamó  Doña  Leo- 
nor, y  de  dos  hijos  varones  que  tenían,  el  mayor  recibió  el  bautismo  y  se  • 
llamó  Don  Alonso  ;  el  menor,  cuyo  nombre  era  Panssa  Aquitima,  se 


(la)  Pueden  verse  datos  más  concretos  sobre  lo  que  aquí  s«  dice  en  Notas  para 
una  Cronología  Eclesiástica  e  Missionaria  do  Congo  e  Angola  (1491-1944),  en  !a 
revista  Arquivos  de  Angola,  2.'-  serie,  II  (1944),  n.°  7,  pp.  37-93. 

Como  alli  se  afirma  (p.  37),  tres  Ordenes  religiosas  se  disputan  la  gloria  de  haber 
sido  los  primeros  evangelizadores  del  Congo  :  los  Padres  o  Canónigo,s  de  San  Juan 
Evangelista,  los  Franciscanos  y  los  Dominicos.  Los  primeros  misioneros  llegaron 
al  Congo  el  3  de  abril  de  1491. 

Asimismo,  para  mejor  conocimiento  de  lo  que  luego  se  dirá,  vamos  a  poner  la 
lista  de  los  reyes  cristianos  del  Congo  desde  1491  a  1670.  Fueron  los  siguientes : 
luán  I,  Alfonso  I,  Pedro  I,  Pedro  II,  Diego  I,  Enrique  I,  Alvaro  I,  Alvaro  II, 
Bernardo  I,  Alvaro  III,  Pedro  II,  García  I,  Ambrosio  I,  Alvaro  IV,  Alvaro  V, 
Antonio  I,  Alvaro  VI,  García  II  y  Alvaro  VII. 

Lo  mismo  para  la  cronología  eclesiástica  del  Congo  que  para  la  historia  civil  del 
mismo,  puede  consultarse  con  mucha  utilidad  la  obra  del  VIZCONDE  PAIVA  MAN- 
SO, Historia  do  Covgo  (Documentos),  Lisboa,  1877,  donde  se  han  recogido  muy  in- 
teresantes documentos  de  varios  archivos. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


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quedó  en  su  ceguedad  y  no  quiso  admitir  la  fe  cristiana.  Hallóse  por 
e's€  tiempo  una  cruz  milagrosa,  como  de  media  vara,  de  piedra,  muy 
diferente  de  la  de  aquel  reino  y  de  color  negro.  Por  este  hallazgo  se 
intituló  la  igksia  con  el  nombre  de  Santa  Cruz.  Y  asimismo  se  le  mudó 
el  nombre  de'  la  ciudad  capital  y  se  le  dió  el  de  San  Salvador,  que  hasta 
hoy  conserva  (2).  Las  ciudades  en  este  reino  se  llaman  Banza,  y  las 
villas  y  lugares,  Libata. 

7.  — Sucedió  todo  lo  referido  en  tiempo  que  el  rey  tenia  alistado  su 
ejército  real  contra  cierto  Mani,  vasallo  suyo,  que  se  le  había  rebelado, 
y  era  señor  de  algunas  islas  del  río  Zaire.  En  esta  ocasión,  antes  de 
salir  a  campaña,  bendijo  Fr.  Antonio  el  estandarte  real,  en  el  cual  se 
puso  la  Cruz  que  le  envió  el  Rey  de  Portugal.  Recibióle  el  del  Congo 
quitado  el  sombrero  y  puesto  de  rodillas,  y  luego  se  lo  entregó  a  Don 
Gonzalo,  nombrándole  por  su  Alférez  Mayor.  Asistióle  en  esa  guerra 
Rui  de  Sousa,  juntándose  con  otros  portugueses  a  su  ejército,  que  pa- 
saba de  ochocientos  mil  hombres  de  pelea  y  ocupaba  cinco  leguas  de 
distrito.  Tuvo  en  ella  feliz  suceso,  pues  venció  a  su  enemigo  y  le  quitó 
el  estado  y  le  degradó  de  todos  lois  honores  de  caballero.  Después  se 
fueron  quemando  muchos  ídolos,  de  que  por  todo  el  reino  había  gran 
cantidad  ;  luego  se  despidió  Rui  de  Sousa  y  se  redujo  a  Portugal,  a 
donde  llegó  el  año  siguiente.  Con  su  deseado  arribo  recibió  el  Rey 
Don  Juan  II  suma  alegría,  y  mayor  cuando  supo  quedaba  ya  plantada 
en  el  Congo  la  fe  de  Cristo  Señor  nuestro.  De  lo  dicho  se  colige  ma- 
nifiestamente cuánto  discreparon  Genebrardo,  Venero  y  otros  autores, 
que  ponen  estos  sucesos  en  el  año  de  1503,  siendo  lo  cierto  lo  que 
queda  referido,  y  lo  cual  se  comprueba  con  lo  que  escribe  García  de 
Resende  como  testigo  de  vista  y  cronista  que  fué  del  mismo  Rey  Don 
Juan  II. 

8.  — Quedaron  desde  entonces  en  el  Congo  cuatro  religiosos  de  nues- 
tro Padre  San  Francisco  y  muchos  portugueses,  y  fueron  cultivando 
aquella  nueva  cristiandad,  poniendo  cruces  en  los  caminos  y  plazas,  le- 
vantando iglesias  y  erigiendo  altares.  Todo  esto  sucedió  en  vida  del 
rey  Don  Juan,  primer  cristiano,  que  con  celo  admirable  de  la  fe  pro- 
curó se  propagase.  Mientras  vivió  no  dejó  de  quemar  ídolos  y  simula- 
cros del  demonio,  de  que  había  gran  suma  por  todo  el  reino.  De  los 


(2)  La  primera  iglesia  levantada  en  el  Congo  se  concluyó  a  primeros  de  julio 
de  1491  y  se  le  puso  por  titular  Santa  María,  que  luego,  en  recuerdo  sin  duda  de 
la  cruz  de  que  aquí  se  habla,  se  le  llamó  de  Santa  Cruz  (Notas  para  una  Cronolo- 
gía, etc..  p.  37). 


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MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


años  de  su  reinado  no  hay  cosa  cierta  ;  sólo  se  sabe  que  le  sucedió  eti 
la  corona  su  hijo  Don  Alonso,  que  fué  no  menos  celoso  de  la  fe  que 
su  padre  en  cincuenta  años  que  poseyó  el  reino.  Bien  es  verdad  que  en 
su  tiempo  no  fué  tan  fácil  leí  estabk'cer  las  buenas  costumbres  y  el  arran- 
car los  malos  y  perversos  vicios  que  tenían,  como  lo  fué  el  plantarla, 
a  que  se'  añadió  que  el  príncipe  Panssa  Aqultima,  su  hermano,  perseve- 
rando en  su  idolatría  con  el  resto  de  los  gentiles,  persiguió  furiosamen- 
te a  los  recién  convertidos,  a  cuya  causa  se  encendió  entre  los  unos  y 
los  otros  una  muy  sangrienta  guerra.  En  el  discurso  de'  ella,  hallándose 
el  rey  Don  Alonso  en  cierta  banza  con  solos  veinte  portugueses,  le 
cercó  Panssa  Aquitima  con  más  de  veinte  mil  idólatras  de  su  séquito, 
y  siéndoles  preciso  pelear,  obró  Dios  con  ellos  grandes  maravillas.  El 
rey  y  los  portugueses  vieron  al  tiempo  de  empezarse  el  combate  un  res- 
plandor admirable  en  el  cielo,  y  en  medio  de  él  cinco  espadas  de  fueg*o, 
que  tomó  de  allí  adelante  por  armas  de  su  escudo  y  hasta  hoy  las  con- 
servan sus  sucesores.  Acometieron  a  los  gentiles,  invocando  a  la  usan- 
za española  el  auxilio  de  Dios  y  la  protección  de  nuestro  glorioso 
Apóstol  Santiago  y  primer  padre  espiritual  a  quien  veneran  mucho  des- 
de entonces,  y  los  desbarataron  y  vencieron,  con  prisión  de  su  prínci- 
pe, el  cual  murió  en  la  prisión,  que  allá  es  pública  y  muy  rigurosa,  por- 
que los  amarran  a  un  poste  de  la  plaza  con  fuertes  cadenas  de  hierro, 
pero  muy  feroz  y  obstinado.  Con  todo  eso,  así  él  como  todos  sus  sol- 
dados confesaron  uniformemente  que  habían  sido  vencidos  por  una  Se- 
ñora hermosísima,  de  color  blanco  y  por  un  caballero  montado  a  ca- 
ballo, que  traía  en  el  pecho  una  cruz  roja  muy  resplandeciente  (2a).  Que- 
dó después  de  este  milagroso  suceso  muy  temido  y  muy  respetado  el  rey, 
y,  juntando  sus  Maníes,  mandó  recoger  cuantos  ídolos  habían  quedado 
en  su  reino  y  de  todos  mandó  hacer  una  .solemne  hoguera  a  su  vista, 
sobre  la  cumbre  de  un  monte  alto,  para  que  allí  fuesen  abrasados  y  rie- 
ducidos  a  ceniza. 

9. — Dió  después  nuevas  asistencias  a  esta  cristiandad  el  Rey  Don 
Manuel  de  Portugal,  enviando,  antes  del  año  de  1521,  doce'  religiosos 
de  N.  P.  San  Francisco  y  por  Superior  de  ellos  al  Padre  Fr.  Juan  Ma- 
rín, con  nuevos  ornamentos  y  arquitectos.  El  Rey  Don  Alonso  del 
Congo  dió  la  obediencia  al  Papa,  enviando  para  ese  efecto  al  Príncipe 


(^jl)    Fara  estos  sucesos  y  cuantos  tuvieron  lugar  durante  el  reinado  de  estos  mo 
narcas,  por  espacio  de  un  siglo  (1491-ir)91),  cfr.  DUARTE  LOPEZ  ET  FILIPPO 
PIGAFETTA,  Relatione  de  Reame  de  Congo  ct  delle  circonvecine  contradi,  Roma, 
(1591),  y  la  edición  facsímil,  Lisboa,  1949,  pp.  43  ss. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


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Don  Enrique,  su  hijo,  con  grande  acompañamiento  (3).  Murió  el  rey 
el  año  de  1530,  habiendo  reinado  cincuenta.  Sucedióle  en  la  corona  su 
hijo  mayor  Don  Pedro,  pero  por  poco  tiempo  ;  mas  en  su  reinado  fué 
enviado  Obispo  a  la  Isla  de  Santo  Tomé,  pegante  a  la  línea  equinoc- 
cial. Y  ese  mismo  Obispo  lo  fué  también  del  Congo  y  fundó  la  cate- 
dral de  San  Salvador  del  Congo  y  puso  en  ella  veintiocho  canónigos 
con  sus  dignidades,  al  cual  le  sucedió  en  el  Obispado  un  príncipe  de 
la  sangre  real  del  Congo,  que  pasó  a  Roma,  estudió  y  murió  en  el  ca- 
mino, a  la  vuelta  (4). 

10. — Por  muerte  de  Don  Pedro  fué  electo  por  rey  del  Congo  Don 
Francisco,  cuarto  de  los  reyes  cristianos  de  aquel  reino.  Murió  dentro 
de  pocos  días,  y  entonces  eligieron  por  su  sucesor  a  Don  Diego,  su 
primo  hermano,  len  cuyo  tiempo  el  Rey  Don  Juan  III  de  Portu- 
gal, que  murió  el  año  de  1557,  envió  a  reforzar  aquella  cristiandad. 
Pasaron  al  Congo  algunos  Padres  de  la  Compañía  de  Jesús  y  reduje- 
ron a  cinco  mil  idólatras,  fundaron  tres  iglesias  y  enseñaron  a  leer  a 
seiscientos  niños,  y  entonces  entró  en  el  Congo  su  tercer  Obispo,  de 
nación  portugués  (5).  Muerto  el  Rey  Don  Diego,  hubo  grandes  dis- 
cordias sobre  el  sucesor,  y  tales  que  en  ellas  fueron  pasados  a  cuchillo 
cuantos  portugueses  se 'hallaban  en  San  Salvador,  excepto  los  eclesiás- 
ticos. Causa  dieron  bastante  para  ello  con  su  altivez  y  soberbia.  Por 
último,  consiguió  la  corona  Don  Enrique,  hermano  del  rey  difunto.  Su 
reinado  fué  corto,  porque  murió  en  una  batalla  contra  los  Ancicanos, 


{^)  La  llegada  de  esos  nuevos  misioneros,  enviados  por  el  rey  de  Portugal,  Don 
Manuel,  tuvo  lugar  en  1509,  y  en  1513  Don  Alfonso  I  del  Congo  envió  al  Papa 
Julio  II  una  embajada  de  la  que  formaba  parte  el  hijo  del  rey,  Don  Enrique,  quien 
en  1518  fué  designado  Obispo  titular,  volviendo  al  Congo  en  1521  con  otra  expedi- 
ción de  misioneros  (Cfr.  Notas  para  una  Cronología,  etc.,  pp.  37-38).  Esta  expedición 
de  misioneros  se  componía  de  cinco  Franciscanos,  cinco  Agustinos  y  cinco  Domini- 
cos, con  otros  varios  Sacerdotes  del  Clero  Secular  (Cfr.  P.  CAVAZZI,  o.  c,  Tivo- 
li,  193T,  Libro  II,  cap.  IV,  p.  164,  núm.  17,  y  D.  LOPEZ  ET  F.  PIGAFETTA,  o.  c, 
página  54. 

(4)  El  Obispado  de  Santo  Tomé,  al  que  quedó  agregado  el  Congo,  fué  creado 
por  Clemente  VII  el  8  de  noviembre  de  1534 ;  fué  su  primer  Obispo  Don  Diego 
Ortiz  de  Villegas,  que  ocupó  aquella  silla  los  años  1534-1540  (cfr.  Notas  para  una 
cronología,  etc.,  p.  39,  y  lista  de  los  Obispos  de  Santo  Tomé  y  el  Congo,  ibid.,  pái- 
gina  94).  Dicho  primer  Obispo  manifestó  deseos  de  que  su  sucesor  fuese  de  sangre 
real  y  del  Congo,  y  efectivamente  asi  se  hizo.  Este  principe  fué  a  Roma  a  consagrar- 
se, pero  de  regreso  de  la  Ciudad  Eterna  murió  en  el  viaje  (Cfr.  P.  CAVAZZI,  o.  C, 
Libro  II,  cap.  IV,  p.  164,  n.»  18). 

(5)  Juan  III  de  Portugal  envió  al  Congo  Misioneros  Jesuítas  el  9  de  agosto 
de  1547,  no  llegando  a  su  destino  hasta  el  18  de  marzo  de  1548 ;  el  20  de  mayo  en-- 
traban  en  la  capital  del  reino,  San  Salvador,  donde  fundaron  un  colegio  (Notas  pard 
una  Cronología,  etc.,  p.  39).  CAVAZZI  (o.  c,  p.  164)  dice  que  no  sólo  se  enviaron 
entonces  Jesuítas,  sino  también  otros  religiosos.  Reinaba  por  aquel  tiempo  en  el 
Congo  Don  Diego  1. 


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10  MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 

a  quienes  tienen  los  del  Congo  por  antropófagos  y  son  los  primeros 
al  acabar  de  contar  la  línea  equinoccial. 

11. — Después  de  Don  Enrique  entró  Don  Alvaro,  su  hijo,  primero 
de  este  nombre  y  séptimo  rey  cristiano  de  los  que  hubo  desde  el  año 
de  1485  hasta  el  de  1557.  Este,  antes  del  bautismo,  se  llamó  Mneluqui- 
ni,  para  distinguirle  de  otros,  según  su  antigua  costumbre,  que  es  bien 
ridicula,  según  veremos.  Reconcilióse  con  los  portugueses,  que  vivían 
en  varias  provincias  de  su  reino,  y  se  envió  a  disculpar  con  el  Rey  Don 
Sebastián  y  con  el  Obispo  de  Santo  Tomé,  por  lo  sucedido  en  San 
Salvador  con  los  de  la  nación  portuguesa,  después  de  la  muerte  del 
Rey  Don  Diego.  El  Obispo  pasó  al  Congo  y  reformó  el  clero  y  a  la 
vuelta  para  su  Isla  de  Santo  Tomé  murió.  En  tiempo  de  este  rey  hubo 
grandes  guerras,  porque  los  Giagos  o  Giacas  entraron  en  el  Congo 
con  poderoso  ejército  y  dieron  sangrientas  batallas,  y  tales  que  per- 
dió casi  todo  su  reino.  Retiróse  con  sus  Maníes  y  con  los  portugueses 
que  le  asistían  a  una  isla  del  Zaire,  llamada  del  Caballo.  Socorrióle  el 
Rey  Don  Sebastián  con  seiscientos  portugueses  y  con  ese  auxilio  y 
principalmente  con  el  de  Dios,  echó  fuera  a  sus  enemigos  y  recuperó 
sus  estados.  El  obispado  se  dió  a  Don  Antonio,  natural  de  Castilla, 
que  pasó  al  Congo  con  dos  religiosos  y  cuatro  sacerdotes.  Reinó  Don 
Alvaro  treinta  años  y  murió  en  el  de  1587,  y  durante  su  reinado  suce- 
dió el  horroroso  caso  siguiente  (6). 


(6)  En  la  lista  de  los  Obispos  de  Santo  Tomé  y  del  Congo  no  figura  tal  Don 
Antonio,  sino  que  por  estos  años  (1578-1591)  lo  fué  Fr.  Martín  de  Ulloa. 

Durante  el  reinado  de  Don  Alvaro  I,  en  marzo  de  1582,  eran  enviados  al  Congo 
los  primeros  Carmelitas  Descalzos,  a  causa  de  la  falta  que  se  notaba  de  misione- 
ros ;  se  embarcaron  en  abril,  pero  no  llegaron  a  su  destino  por  ir  a  pique  la  nave. 
Una  segunda  expedición  de  estos  mismos  religiosos  no  fué  más  afortunada,  pues, 
perseguido  el  navio  por  corsarios,  se  vió  obligado  a  regresar  a  Lisboa.  Por  fin, 
una  tercera  expedición,  compuesta  de  dos  Padres  y  un  Hermano  Lego,  marcha  al 
Congo  en  noviembre  de  1584  con  el  nuevo  Obispo  Fr.  Martín  de  Ulloa  (Cfr.  Notas, 
etcétera,  pp.  41,  y  FLORENCIO  DEL  NIÑO  JESUS,  C.  D.  :  Lo  misión  del 
Congo  y  los  Carmelitas  y  la  Propaganda  Fide,  Pamplona,  1929). 


CAPITULO  II 


I 


I 


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I 


Donde  se  refieren  algunos  sucesos  notables  del  reino  del 
Congo  y  se  prosigue  la  sucesión  de  sus  reyes  hasta  que 
entraron  en  él  nuestros  Capuchinos 


1. — Antes  que  pasemos  adelante  con  la  sucesión  de  los  reyes,  no 
excuso  el  referir  tres  sucesos  muy  notables  que  acaecieron  en  tiempo 
de  los  reyes  antecesores  a  Don  Alvaro,  primero  de  este  nombre,  a  los 
cuales  doy  principio  con  el  siguiente  que  sucedió  en  tiempo  de  su  rei- 
nado. Tuvo,  pues,  este  rey  por  su  privado  a  un  Mani  llamado  Don 
Francisco,  el  cual,  aunque  había  sido  cristiano  hasta  que  entró  en  la 
privanza,  después  apostató  de  la  fe.  Llevaba  tan  agriamente  la  predi- 
cación evangélica,  que  un  día,  no  pudiendo  ya  sufrir  lo  que  el  predi- 
cador decía  contra  las  idolatrías  y  amancebamientos,  en  que  incurrían 
muchos  todavía,  y  él  más  que  ninguno,  se  levantó  de  repente  hecho 
una  furia  infernal  y  empezó  a  decir  a  los  circunstantes :  que  tratasen 
de  volverse  a  sus  ídolos  y  amancebamientos,  como  lo  hacían  los  gen- 
tiles sus  vecinos,  pues  se  hallaban  mejor  con  ellos  y  estaban  más  ricos 
que  no  después  que  los  dejaron.  No  tardó  el  cielo  en  tomar  venganza 
de  acción  tan  escandalosa  y  de  tan  detestable  ministro,  porque  le  qui- 
tó Dios  la  vida  brevemente,  sin  darle  lugar  al  arrepentimiento,  y  su 
alma  infeliz  fué  depositada  en  el  infierno  y  poco  después  con  ella  tam- 
bién su  cuerpo.  Diéronle  sepultura  en  la  iglesia  de  Santa  Cruz  y  en  la 
siguiente  noche  se  movió  tan  horrible  v  furiosa  tempestad  de  truenos, 
relámpagos  y  rayos  que,  atemorizada  la  gente,  se  salió  de  las  casas  y 
se  fué  a  la  iglesia  a  j>edir  a  Dios  misericordia,  juzgando  ser  castigo 
del  cielo  y  que  su  ruina  estaba  cerca.  Hallándose  en  ese  conflicto  vie- 
ron abierta  la  sepultura  del  blasfemo  difunto,  y  aunque  asustados  con 
la  tempestad,  todavía  lo  quedaron  mucho  más  con  ese  nuevo  accidente 
y  la  registraron.  Pero  ni  dentro  ni  fuera  de  ella  se  halló  el  cadáver, 
con  que  se  persuadieron  todos  a  que  los  demonios  por  justos  juicios 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


de  Dios  habían  fraguado  aquella  espantosa  tempestad  y  sacado  el  cuer- 
po del  difunto  para  llevarle  al  infierno  con  su  infeliz  alma.  Con  tan  no- 
table castigo  todos  escarmentaron  y  de  allí  adelante'  apreciaron  la  fe 
cristiana  que  se  les  predicaba.  Por  ese  tiempo  se  hallaban  en  San  Sal- 
vador religiosos  de  N.  P.  San  Francisco,  los  cuales  escribieron  el  caso 
a  Roma  y  por  mandato  del  Sumo  Pontífice  se  autenticó  para  perpetua 
memoria  y  escarmiento  de  los  venideros. 

2.  — El  segundo  caso  sucedió  también  en  San  Salvador  aunque  en 
tiempo  de  otro  rey  diferente  dell  pasado.  Temía  el  tal  rey  en  su  palacio 
dos  ídolos  ocultos,  a  quienes  hacía  frecuentes  adoraciones  y  obsequios, 
y  no  contento  con  eso,  provocó  a  un  esclavo  suyo,  muy  buen  cristiano, 
a  que  hiciese  Jo  mismo,  y  él  lo  resistió  varonilmente.  Viendo  el  rey  no 
sólo  su  constancia  en  la  fe,  sino  también  el  que'  le  afeaba  tan  abominable 
pecado,  lleno  de  furiosa  rabia,  le  mandó  cortar  la  cabeza.  Pero  apenas 
le  hirió  el  verdugo,  cuando  muchos  de  los  circunstantes  vieron  descen- 
der sobre  él  una  nube  del  cielo  muy  clara  y  resplandeciente,  que  servía 
de  trono  real  a  una  Señora  hermosísima  y  de  gran  majestad,  la  cual, 
con  mucha  benignidad  y  amor,  cogió  su  aÜma  y  se  la  llevó  consigo  al 
cielo.  Todos  quedaron  atónitos  cuando  vieron  este  prodigio  y  se  per- 
suadieron haber  sido  aquella  Señora  la  Virgen  Santísima. 

3.  — El  caso  tercero  sucedió  en  los  tiempos  antecedentes  y  en  la  mis- 
ma corte  de  San  Salvador  y  acaeció  en  la  siguiente  forma.  Hallábase 
predicando  un  religioso  de'  N.  P.  San  Francisco  a  gran  número  dt 
gente  y  exhortándolos  a  la  constancia  en  la  fe  y  buenas  costumbres, 
que  como  cristianos  debían  guardar  ;  de  repente  se  levantó  muy  furio- 
so un  grande  hechicero  y  empezó  a  contradecir  lo  que  el  predicador 
apostólico  les  enseñaba,  diciéndoles  a  voz  en  grito :  «Amigos  y  paisa- 
no's  míos,  no  creáis  nada  de  cuanto  este  predicador  os  dice :  creedme 
a  níí  que  soy  vuestro  natural  y  vecino  y  os  aconsejo  lo  que  más  os  con- 
viene.» Pero,  ¡oh,  grandeza  de  Dios!,  apenas  acabó  de  pronunciar  la 
última  palabra,  cuando  instantáneamente  cayó  sobre'  él  un  rayo  del 
cielo,  que  le  redujo  a  ceniza.  El  suceso  fué  formidable  y  con  su  aspec- 
to quedó  el  auditorio  muy  compungido  y  desengañado  de  la  falsa  ense- 
ñanza de  aquel  maldito  hechicero  y  de  los  demás.  Y  de  allí  adelante  to- 
maban la  doctrina  católica  de  los  misioneros  apostólicos  con  grande 
aprecio  y  veneración. 

4.  — Prosiguiendo  ahora  en  la  sucesión  de  los  reyes  cristianos  digo 
que,  después  de  la  muerte  del  Rey  Don  Ailvaro  primero,  se  hizo  por  los 
Maníes  la  elección  en  la  forma  acostumbrada  y  le  tocó  la  suerte  a  un 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


15 


hijo  suyo  llamado  también  Don  Alvaro,  cuyo  distintivo  era  Npansu 
Animi.  De  estos  cognomentos  usan  desde  que'  nacen  y  de  ordinario  to- 
dos son  de  cosas  ridiculas,  como  de  palo,  caña,  estera  y  cosas  semejan- 
tes. Este  rey  solicitó  por  medio  de  sus  embajadores,  primero  con  el 
Rey  Don  Sebastián  de  Portugal,  después  con  el  Rey  Don  Enrique  y 
luego  con  nuestro  Monarca  Don  Felipe  II,  que'  le  enviasen  predicado- 
res evangélicos  para  mantener  y  dilatar  la  fe  cristiana  en  su  reino.  Pero 
con  estos  buenos  deseos  le  cogió  la  muerte,  a  los  nueve  días  de  agosto 
del  año  de  1614  y  en  el  veintisiete  de  su  reinado.  El  día  siguiente  en- 
tró a  reinar  su  hermano  Don  Bernardo,  Mnnnza  Amuhemba,  que  per- 
dió la  vida  infaustamente  en  una  traición  que  le  armaron  sus  enemigos 
con  el  influjo  de  Don  Antonio  de  Silva,  duque  de  Bamba,  y  sólo  reinó 
un  año  (7). 

5.— En  el  mes  de  agosto  de  1615  fué  electo  por  Rey  Don  Alva- 
ro III,  Nimi  Amanzu,  hijo  de  Don  Alvaro  II,  aunque  no  legítimo,  por 
cuya  causa  en  el  principio  de  su  reinado  no  fué  muy  respetado  de  sus 
vasallos.  En  su  tiempo  pasaron  por  segunda  vez  al  Congo  los  Padres 
de  la  Compañía  de  Jesús  y  en  esa  ocasión  fundaron  el  colegio  de  Luan- 
da en  el  reino  de  Angola,  sujeto  a  los  portugueses.  Después,  en  el  añ'o 
de  1618,  envió  una  solemne  embajada  al  Papa  Paulo  V,  quien  decretó 
la  primera  misión  de  nuestros  Capuchinos,  y  sucedió  lo  que  adelante 
se  dirá.  Conjuráronse  contra  este  rey  un  hermano  suyo  y  una  herma- 
na, que  con  sus  faccionarios  le  hicieron  guerra  para  quitarle  la  corona. 
Pero  saliendo  a  campaña,  les  dió  una  batalla  en  que  quedaron  vencidos 
los  rebeldes  y  muertos  muchos  con  su  general.  Luego,  a  imitación  de 
nuciros  Reyes  Católicos,  en  el  mismo  sitio  donde  ganó  la  victoria, 
mandó  erigir  una  iglesia  a  Dios  con  la  advocación  de  nuestra  Señora. 
Murió  finalmente,  dejando  en  mucha  observancia  y  aumento  la  religión 
católica.  Son  los  naturales  del  Congo  muy  amantes  de  sus  reyes,  pero 
con  facilidad  se  alborotan  y  conjuran  contra  ellos,  que  es  cosa  bien  ex- 
traña, a  que  les  impele  también  el  darse  la  corona  por  elección  y  no 


(7)  Durante  e!  reinado  de  Don  Alvaro  II,  Clemente  VIII,  por  su  Bula  Super 
specula  militantis  Ecclesiae  (20  de  mayo  de  1596),  crea  el  Obispado  del  Congo  con 
el  titular  de  San  Salvador,  extensivo  al  Congo  y  Angola,  desmembrándolo  de  Santo 
Tomé  ;  se  pone  la  Sede  en  San  Salvador  y  queda  como  sufragáneo  de  Lisboa  :  se 
erige  la  iglesia  en  catedral  y  se  constituye  el  Cabildo,  que  consta  de  tres  Dignida- 
des y  nueve  Canónigos.  Un  año  más  tarde,  el  primer  Obispo  del  Congo  y  Angola, 
el  Franciscano  Fr,  Miguel  Rangel,  comienza  la  visita  de  su  diócesis  (Cfr.  Notas, 
etcétera,  43). 

Asimismo  en  1610  llega  al  Congo  una  nueva  expedición  de  misioneros  Carmelitas 
Descalzos,  que  evangelizan  aquel  reino  hasta  1615  (ibid,  p.  44). 


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MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


por  sucesión  hereditaria.  En  su  tiempo  se  le  concedió  la  presentación 
de  Obispo  al  señor  Rey  Don  Felipe  II,  que  lo  era  ya  de  Portugal. 
Tuvo  el  cetro  Don  Alvaro  III  siete  años  y  falleció  a  4  de  mayo  del  año 
de  1622. 

6. — Dicha  embajada  la  trajo  cierto  marqués  del  Congo,  acompaña- 
do de  doscientos  nobles  de  la  misma  nación,  que  al  uso  de  Portugal  los 
llaman  fidalgos,  los  cuales,  durante  el  viaje,  poco  a  poco  se  fueron  mu- 
riendo los  más.  Recibióla  Su  Santidad  humanísimamente  y  hospedó  al 
embajador  en  su  propio  palacio  de  San  Pedro.  Pasados  pocos  días  en- 
fermó de  muerte  el  embajador,  por  lo  cual  no  pudo  cumplir  con  la  fun- 
ción solemne  de  dar  por  sí  mismo  la  obediencia  y  hacer  la  entrada  pú- 
blica que  se  acostumbra.  Visitáronle  los  mejores  médicos,  y  para  su 
curación  se  hicieron  cuantas  diligencias  fueron  posibles,  aunque  todas 
fueron  ineficaces  para  recuperar  la  salud.  Pasó  a  verle  personalmente 
Su  Santidad  y  notaron  los  que  le  asistían,  que  al  mirarle  el  enfermo, 
empezó  éste  a  Verter  copiosas  lágrimas  de  devoción,  y,  pre.guntándo- 
le  después  la  causa,  respondió  diciendo :  que  cuando  entró  el  Vicario 
de  Cristo  por  la  puerta,  le  vió  rodeado  de  resplandores.  Di  jóle  el  San- 
tísimo Pastor  palabras  de  sumo  consuelo,  y  para  más  alentarle,  le  dió 
por  su  misma  mano  una  taza  de'  sustancia,  que  es  el  último  extremo  de 
caridad  y  afecto  de  Padre  común  de  los  fieles.  Ultimadamente.  reco- 
nociendo que  la  enfermedad  era  de  muerte,  le  e'chó  su  bendición  y  le 
concedió  indulgencia  plenaria  de  sus  pecados,  con  la  cual,  después  de 
haber  recibido  los  Sacramentos,  pasó  a  la  otra  vida.  Fué  después  de- 
positado en  Santa  María  la  Mayor,  en  la  capilla  de  Sixto  V,  y  se  Te  hizo 
el  mayor  funeral  que  vió  Roma,  y  de  allí  fué  trasladado  su  cuerpo  a  la 
entrada  del  coro,  a  un  sepulcro  suntuoso  de  alabastro,  donde  hoy  se  ve 
su  vulto  de  pórfido  negro  y  su  epitafio  con  letras  de  oro  (8).  La  emba- 
jada solemne  la  dió  después  a  Su  Santidad  el  Protonotario  Apostólico 
Juan  Bautista  Vives,  canónigo  de  Valencia  y  Arcediano  de  Alcira,  que 
era  agente  del  rey  del  Congo,  y  quedó  desde  entonces  por  su  embaja- 
dor ordinario  y  como  tal  solicitó  luego  el  despacho  de  nuestra  misión. 


(8)  El  embajador  del  Congo  al  Papa  se  llamaba  Don  Antonio  Manuel ;  fué  nieto 
de  Alvaro  II  y  enviado  por  Alvaro  III  a  Paulo  V  para  prestarle  obediencia  y  pe- 
dirle misioneros.  El  autor  de  las  Notas  para  una  Cronología  (p.  44)  pone  este  hecho 
equivocadamente  en  1608.  Puede  verse  la  carta  del  rey  del  Congo  al  Papa  en  Bu- 
Ilarium  Ord.  FF.  Min.  Capuccinorum,  VII,  Romae,  1752,  192. 

El  P.  CESINALE,  o.  c,  III,  p.  524,  nota  5.»,  añade  que  el  busto  del  mencio- 
nado embajador  y  la  inscripción  se  encuentran  en  la  sacristía  de  Santa  María  la 
Mayor  de  Roma. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


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7.  — Una  de  las  circunstancias  que  motivaron  al  Rey  Don  Alvaro  III 
para  pedir  en  dicha  embajada  a  Su  Santidad  positivamente  Capuchinos, 
como  los  pidió  aun  sin  conocerlos,  fué  la  buena  fama  que  llegó  a  sus 
oídos  de  su  mucha  caridad,  grande  observancia  regular,  pobreza  evan- 
gélica y  sumo  desinterés  de  los  bienes  temporales.  Este  singular  ejem- 
plo deseó  ver  en  su  reino  dicho  rey  para  el  aumento  de  la  fe  y  refor- 
mación de  las  malas  costumbres  de  sus  vasallos.  Porque,  como  enseña 
la  experiencia,  a  causa  del  malo  que  suelen  ver  los  naturales  en  algu- 
nos seglares  de  Europa,  desprecian  nuestra  fe  y  la  doctrina  evangélica 
de  los  buenos  ministros  de  la  Iglesia.  De  donde  resulta  el  no  poder  ha- 
cer éstos  progreso  alguno  en  largos  tiempos,  porque  destruyen  unos 
lo  que  edifican  los  otros.  Esta  fué  la  causa  principal  por  que,  habiendo 
pasado  ciento  cincuenta  años  desde  que  se  plantó  la  fe  en  el  Congo 
hasta  que  llegaron  los  nuestros,  no  se  vió  fruto  considerable  y  el  su- 
vertirse a  cada  paso  los  naturales. 

8.  — Las  naciones  de  Europa  que  residen  de  asiento  en  aquellos  rei- 
nos etiópicos,  por  causa  del  comercio  temporal,  son  muchas,  y  como 
allí  se  ven  el  hereje,  el  judío  y  el  mal  católico  y  la  vida  lidenciosa  que 
tienen,  no  sólo  hacen  odioso,  para  los  que  aun  no  están  convertidos,  el 
nombre  de  Dios  y  su  ley  santa,  pero  arguyen  de  ahí  que  no  puede  ser 
justa  la  ley  que  tolera  tan  depravadas  acciones.  Y  como  los  comercian- 
tes y  los  Misioneros  son  de  un  mismo  color,  infieren,  aunque  bárbara- 
mente, que  todos  son  semejantes  en  las  malas  costumbres,  y  perseve- 
ran en  ese  concepto  hasta  que  el  tiempo  y  Dios  principalmente  les  da 
a  conocer  la  diferencia  que  hay  entre  malos  y  buenos  cristianos.  Mu- 
chos beneficios  han  recibido  los  del  Congo  de  los  portugueses  y  a  ellos 
deben  el  principal,  que  es  haber  plantado  en  él  la  fe  ;  mas  después,  por 
los  excesos  de  algunos  particulares,  todos  eran  aborrecidos  de  los  ne- 
gros, así  los  malos  como  los  buenos,  y  en  tanto  grado,  que  gustan  más 
del  comercio  con  otras  naciones  que  con  ellos.  Desluce  esta  gloria  de 
la  nación  portuguesa  una  política  muy  perjudicial,  que  tiene  y  consiste 
en  que  ordinariamente,  como  usan  galeras,  envían  a  aquellas  partes,  así 
para  los  presidios  como  para  poblar  los  lugares,  a  cuantos  delincuentes 
y  facinerosos  pueden  haber  a  las  manos  ;  y,  como  esos  son  viciosos  y 
de  malas  inclinaciones,  en  viéndose  allá,  se  desmandan  en  todo,  sin  te- 
mor ni  medida,  y  muchos  viveti  como  gentiles. 

9.  — Pero  volviendo  al  punto  de  la  dicha  embajada,  procuró  Su  San- 
tidad el  más  breve  despacho  de  la  misión,  y  habiéndole  parecido  ser  lo 
más  acertado,  el  que  fuesen  a  ella  los  Capuchinos  de  las  provincias  de 

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MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


España,  mandó  al  embajador  Juan  Bautista  Vives,  que  en  su  nombre 
lo  propusiera  a  los  provinciales  y  custodios  que  se  hallaban  entonces 
en  Roma  a  la  celebración  del  Capítulo  General.  Fué  el  embajador  al 
convento  y  juntando  a  los  Padres  españoles,  les  propuso  el  orden  que 
tenía  del  rey  del  Congo  y  lo  mucho  que  deseaba  verlos  en  su  reino  para 
gozar  de  su  ejemplo  y  doctrina,  y  últimamente  concluyó  su  razonamien- 
to, diciendo  que  Su  Santidad,  a  quien  la  Religión  debió  mucho,  gusta- 
ba de  ello.  Todos  se  ofrecieron  prontamente  a  cuanto  gustase  mandar- 
les, y  estimó  mucho  Su  Beatitud,  su  rendimiento  y  afectuosa  obediencia. 
Estando  la  materia  eti  este  estado,  llegó  al  convento  el  Eminentísimo 
Señor  Cardenal  Don  Gabriel  de  Trejo,  embajador  de  España,  y  en  pre- 
sencia de  nuestro  General,  exhortó  y  animó  a  los  Capuchinos  españo- 
les a  empresa  tan  del  servicio  de  Dios,  declarándoles  asimismo  cómo 
era  del  agrado  de  nuestro  Rey  Católico  el  que  fuesen  a  esa  misión  Ca- 
puchinos de  sus  provincias  de  España  (9). 

10. — Con  estas  recomendaciones  se  dió  principio  a  la  disposición  de 
esta  apostólica  misión,  y,  aunque  bastaba  cualquiera  de  ellas,  quiso 
Dios  que  concurriesen  todas  juntas  para  el  mejor  efecto.  Y  si  bien  no 
le  surtió  por  e'ntonces,  como  se  deseaba,  pero  al  fin  se  vino  a  lograr 
por  los  mismos  medios,  como  veremos  más  adelante,  y  hasta  hoy  se  lo- 
gra ;  y  no  hay  que  admirar,  pues,  a  empresas  grandes  del  servicio  de 
Dios,  siempre  les  preceden  grandes  dificultades.  Como  la  misión  se  ha- 
bía de  dirigir  por  la  vía  de  España  y  era  necesario  prevenir  los  sujetos 
y  dar  forma  para  la  embarcación,  se  le  cometió  la  comisión  a  Fr.  Luis 
de  Zaragoza  Caspense,  Provincial  de  Aragón  y  Definidor  General  (10). 


(9)  El  citado  Capítulo  General  de  los  Capuchinos  tuvo  lugar  en  Roma  el  1  de 
junio  de  1618,  bajo  la  presidencia  del  Cardenal  español  Trejo,  y  en  él  se  determinó 
«que  a  instancias  de!  rey  de!  Congo,  se  enviase  a  aquel  reino  un  Visitador  genera! 
con  otros  seis  religiosos  españoles  (Analccta  Ord.  FF.  Min.  Capuccinorum.  V  (1889), 
298).  El  propio  Cardenal  influyó  para  que  precisamente  fuesen  designados  los  Ca- 
puchinos españoles.  Y  tal  fué  el  entusiasmo  que  en  ellos  se  despertó,  que,  según 
testimonio  del  Carmelita  P.  Marcos  de  Guadalajara  ( Quinta  parte  de  ¡a  historia  pon- 
tifical y  católica,  Madrid,  16.50,  p.  246),  «en  Roma  todos  se  ofrecieron  animosamente, 
V  en  especial  el  R.  P.  Luis  de  Zaragozas. 

Cfr.  P.  MELCHOR  DE  POBLADURA,  O.  F.  M.  Cap.,  Génesis  del  movimiento 
misional  en  las  provincias  capuchinas  de  España  (1618-1650),  Estudios  Franciscanos,  50 
(1949),  p.  211  ss.,  donde  se  dan  preciosos  datos  sobre  la  iniciación  de  esta  misión  y 
se  pone  de  relieve  la  influencia  en  ello  del  Cardenal  Trejo  y  del  prelado  español  Juan 
Bautista  Vives. 

(10)  El  P.  Luis  de  Zaragoza,  más  comúnmente  conocido  por  el  Caspense,  sin 
duda  por  ser  natural  de  Caspe,  nació  en  1578  y  murió  en  1647.  A  la  celebración  de 
dicho  Capítulo  General,  era  Custodio  de  su  Provincia  de  Aragón ;  más  tarde  fué 
también  Ministro  Provincial  y  luego,  en  1637,  Definidor  General  de  la  Orden  (Cfr. 
FELICE  DA  MARETO,  O.  F.  M.  Cap.  Tavole  dei  CapitoH  Generali  dell'Ordine  dei 
FF.  MM.  Cappuccini  con  molte  notizie  illustrative,  Parma,  1940,  137).  Fué  insigne 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


19 


No  se  puede  bien  ponderar  la  conmoción  santa  que  ocasionó  en  los  áni- 
mos de  los  religiosos  de  las  seis  provincias  de  España  el  orden  de  Su 
Santidad,  ni  el  fervor  y  celo  santo  con  que  todos  a  porfía  deseaban  go- 
zar de  la  ocasión  para  sacrificar  a  Dios  sus  vidas  en  empleo  tan  de  su 
agrado.  Pasaron  de  cuatrocientos  los  que  pidieron  ser  admitidos  a  la 
misión,  todos  los  cuales  eran  de  vida  muy  aprobada  y  los  más  de  ellos 
eran  de  mucha  graduación  ;  porque  había  entre  ellos  número  considera- 
ble' de  Padres  de  Provincia,  Definidores,  Custodios  y  Guardianes  (11). 
Mas  para  que  se  vea  la  singular  piedad  del  Santísimo  Pastor  y  también 
las  devotas  instancias  del  Rey  Don  Alvaro  III,  referiré  a  la  letra  la  car- 
ta de  Su  Santidad,  que,  en  respuesta  de  su  petición,  habían  de  llevar  los 
misioneros,  la  cual,  traducida  en  nuestro  idioma  castellano,  dice  así : 

«A  nuestro  muy  amado  hijo  en  Cristo  ALVARO,  rey  dd  Congo. 
PAULO  PAPA  V. 

Muy  amado  hijo  en  Cristo  :  salud.  Enviamos  a  V.  Majestad  los  va- 
rones religiosos  de  la  áspera  y  estrecha  Regla  de  la  Orden  de  San 
Francisco,  que  llamamos  Capuchinos,  que  V.  Majestad,  así  por  cartas 
como  por  medio  de  tu  embajador  el  maestro  Jtian  Bautista  Vives,  re- 
frendario, con  tanta  instancia  nos  ha  pedido.  Estos,  abrasados  de]  celo 
de  la  honra  de  Dios  y  llevados  del  deseo  de  la  salvación  de  las  almas, 
pasan  a  esas  tierras  a  pelear  animosamente  contra  el  enemigo  del  lina- 
je humano.  Pequeño  es  el  rebaño,  pero  armado  de  la  virtud  divina, 
como  fuerte  y  esforzado  ejército,  vencerá  y  triunfará,  con  el  favor  y 
gracia  del  Señor,  de  la  impiedad  y  maldad  y  de  todos  los  demás  vicios 
que  se  hallan  tan  extendidos  por  esas  regiones  ;  lo  cual  no  será  gran 
maravilla,  pues  el  mismo  Señor,  por  medio  de  doce  Apóstoles,  envia- 

teólogío  y  filósofo.  Escribió  un  Cursus  theologicus ,  complecícns  praecipuas  materias 
quae  in  Scholis  tradi  et  legi  solent,  secundum  ordinem  D.  Thomae  (Lugduni,  1641^43, 
1666),  un  Cursus  philosophicus  secundum  eumdem  ordinem  y  una  Apología  in  defen- 
sionem  Annalium  Zachariae  Boverii  (Caesaraugustae,  1645). 

Cfr.  para  su  biografía  Lo  Orden  Capuchina  en  Aragón.  Apuntes  históricos  y  bio- 
gráficos de  la  antigua  Provincia  de  Capuchinos  de  Aragón,  por  el  P.  ILDEFONSO 
DE  CIUARRIZ.  O.  F.  M.  Cap.,  Zaragoza,  1945,  pp.  375-78. 

(11)  Cfr.  MARCOS  DE  GUADALAJARA,  o.  c,  p.  246,  donde  dice  que  los  que 
pidieron  ir  «pasaron  de  cuatrocientos,  y  de  ellos  muchos  Guardianes,  otros  Lec- 
toras y  Predicadores». 

Paulo  V  escribió  al  rey  del  Congo  una  carta  (31  de  agosto  de  1620)  anunciándole 
que  cuanto  antes  irian  los  misioneros  pedidos  (Cfr.  Bullarium  Ord.  FF.  Min.  Cap. 
uccinorum,  VIL  p.  192).  Y  cuando  ya  estaba  preparados  los  doce  misioneros  esco- 
gidos de  entre  los  españoles,  cuyos  nombres  desconocemos,  a  excepción  del  P.  Luis 
de  Zaragoza,  nuevamente  Paulo  V  le  anuncia  la  pronta  ida  de  los  misioneros  pe- 
didos, con  la  carta  que  a  continuación  pone  el  P.  Anguiano  y  que  puede  verse  en 
el  Bullarium,  VII,  p.  193.  Asimismo,  el  sucesor  de  Paulo  V  en  el  pontificado,  Gre- 
gorio XV,  envia  al  rey  una  nueva  carta  anunciándole  lo  mismo  (19  de  marzo 
de  1621)  (Ibid.,  p.  193). 


20 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


dos  por  todo  el  mundo,  lo  llenó  de  luz  y  claridad  de  la  divina  verdad, 
quitando  y  desterrando  primero  de  todo  punto  las  sombras  y  tinieblas 
de  sus  errores.  Haga,  pues,  ahora  el  mismo  Señor  esos  efectos  en  el 
reino  de  V.  Majestad  y  en  sus  convecinos  por  medio  de  estos  otros 
doce  que  con  su  Superior  pasan  a  Africa,  para  honra  y  gloria  suya  y 
para  la  salvación  de  tantos  pueblos.  Reciba  V.  Majestad  a  Cristo  en 
sus  pobres,  los  cuales,  por  unirse  y  allegarse  más  firmemente  con  Dios 
y  por  servirle  con  más  veras,  se'  han  desapropiado  de  todas  las  cosas 
del  mundo.  Desnudos  van  de  fuera  de  riquezas  y  de  bienes  temporales, 
mas  dentro  llevan  las  sólidas  virtudes  y  verdaderas  riquezas  de  la  sa- 
biduría y  ciencia  de  Dios,  con  que  abundante  y  copiosamente  pueden 
enriquecer  los  reinos  y  naciones  de  Africa.  Y  no  podemos  dudar,  antes 
bien  tienemos  por  cierto  de  la  piedad  singular  con  que  V.  Majestad  con 
tanta  instancia  ha  pedido  y  llamado  a  estos  religiosos  desde  tierras  tan 
remotas,  que  cuando  los  tenga  presentes,  con  la  misma  benignidad  y 
clemencia  los  favorecerá  y  amparará  continuamente,  y  con  eso  podrán 
ellos  conseguir  el  fin  de  su  misión  y  dar  el  fruto  abundante  que  se  de- 
sea. Y  también  otros  religiosos,  animados  con  su  ejemplo  y  llevados 
del  celo  y  piedad  de'  V.  Majestad  pasarán  gustosos  a  esas  partes  a  pro- 
seguir la  obra  de  Dios  y  con  sus  oraciones  y  ejemplos  no  le  serán  de 
pequeño  servicio  y  acrecentamiento  a  V.  Majestad.  Nos,  pues,  que  con 
verdadero  y  paternal  afecto  tenemos  a  V.  Majestad  en  lo  íintimo  del  co- 
razón, en  las  entrañas  de  Cristo  Jesús,  y  que  deseamos  y  procuramos 
su  bien  y  acrecentamiento,  como  el  propio  nuestro,  cuanto  con  el  Se- 
ñor pudiéremos,  no  cesaremos  jamás  de  favoreceros  y  ayudaros.  Y  en 
el  ínterin  suplicamos  a  la  divina  bondad  que  con  la  abundancia  de  su 
gracia  prospere  continuamente  el  e'stajdo  de  V.  Majestad,  a  quien  una 
y  mil  veces  con  cordial  afecto  damos  nuestra  paternal  y  apostólica  ben- 
dición. 

Dada  en  Roma,  en  Santa  María,  a  13  de  enero  de  1621,  en  el  año 
dieciséis  de  nuestro  Pontificado.» 

11. — Este  fué  e'l  tenor  de  dicha  carta  y  en  ella  se  ve  presagiado 
cuanto  después  sucedió  y  hoy  sucede,  pues  los  Capuchinos  han  cultiva- 
do mucho  aquellos  reinos  y  cogido  en  ellos  para  Dios  innumerables 
frutos  de  almas.  No  empero  tuvo  por  entonces  su  cumplido  efecto  esta 
misión  por  haber  ocurrido  la  muerte  del  sobredicho  Papa  y  la  de  nues- 
tro Monarca  Don  Felipe  III,  en  el  mismo  año  de  1621  (12).  De  esta 


(12)  Efectivamente:  Felipe  III  fallecía  el  31  de  marzo  de  1621;  un  año  después, 
en  mayo  de  1622,  fallecía  también  Alvaro  111,  rey  del  Congo,  que  había  pedido  la 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


21 


misión  hace  mención  Habraham  Bzobio  en  la  continuación  de  los  Ana- 
les de  Baronio.  También  Fr.  Marcos  de  Guadalajara  y  Javier  en  la 
quinta  parte  de  su  Historia  Pontifical,  donde  pone  dicha  carta  de  Pau- 
lo V  en  los  lugares  citados  a  la  margen. 


misión  ;  y  el  8  de  julio  de  1623  les  seguía  Gregorio  XV.  Con  eso  aquella  primera 
misión  de  Capuchinos  españoles  quedó  sin  llevarse  a  cabo. 

Difícil  es  poder  señalar  la  verdadera  causa  del  fracaso.  Quizás  sea  la  más  acertada 
la  propuesta  por  el  Capuchino  P.  Gaspar  de  Soria,  escribiendo  a  Propaganda  Fide 
(8  de  julio  de  1633),  que  se  debió  ta  no  haber  dado  licencia  el  Consejo  de  Portugal» 
(Cfr.  P.  POBLADURA,  art.  c.  pp.  214-216). 


CAPITULO  III 


Continúase  la  sucesión  de  los  reyes  del  Congo  y  piden  con 
nuevas  instancias  a  la  Silla  Apostólica  la  Misión  de  los 
Capuchinos  y  al  fin  la  logran 


1.  — Muerto  Don  Alvaro  III,  según  dejamos  dicho,  le  sucedió  en  la 
corona  Don  Pedro  II,  Ncanga  Amubemba,  a  los  veintiséis  días  de 
mayo  del  mismo  año  de  1622,  y,  después  de  dos  años  de  reinado,  tuvie- 
ron fin  sus  días  en  el  mes  de  abril  de  1624.  Después  eligieron  a  Don 
García,  primero  de  este  nombre,  Mubemba  Anzenga,  su  hijo,  que  rei- 
nó otros  dos  años  y  pasó  de  esta  vida  a  26  de  junio  de  1626.  Sucedióle 
don  Ambrosio,  Nimi  Acanga  Campacala,  y  sólo  cinco  años  ocupó  el 
trono  real,  porque  falleció  a  7  de  marzo  de  1630.  Por  su  muerte  fué 
jurado  rey  el  día  siguiente  Don  Alvaro  IV,  Musinga  Anzu,  hijo  de 
Don  Alvaro  III,  que,  después  de  otros  cinco  años  de  reinado,  pagó  el 
común  tributo  de  los  mortales  en  24  de  febrero  de  1636.  Sucesivamen- 
te, al  tercer  día  siguiente  obtuvo  la  corona  Don  Alvaro  V,  Npanga 
Animi  Finguiz,  y  la  logró  poco,  pues  antes  de  medio  año  pereció  en 
la  guerra  que  levantó  contra  él  el  duque  de  Bamba,  su  vasallo,  jtmta- 
mente  con  toda  la  nobleza  de  aquel  reino. 

2.  — Después  fué  coronado  por  rey  el  mismo  duque  de  Bamba,  el  día 
27  de  febrero  del  mismo  año  de  1636.  Llamóse  Don  Alvaro  VI  en  su 
coronación,  y  por  cognomento,  Nimi  Aluquini,  Anzenze,  Antumba. 
Este  rey  fué  quien  solicitó  por  su  embajador  con  el  Papa  Urbano  VIII, 
el  que  enviase  a  su  reino  Capuchinos,  y  a  sus  instancias  envió  Su  San- 
tidad la  primera  misión  de  ellos,  que  pasó  al  Congo,  según  más  ade- 
lante veremos.  Reinó  cinco  años,  al  cabo  de  los  cuales  murió  el  día  22 
de  febrero  de  1641.  Luego,  en  el  siguiente  día,  le  sucedió  su  hermano 
Don  García  II,  llamado  Ncanga,  Aluquini,  Nzenze,  Antumba.  Recibió 
este  rey  la  sobredicha  misión  y  en  el  tiempo  de  su  reinado  tuvo  gran- 


26 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


des  progresos  la  fe  católica,  como  ya  veremos.  Reinaba  por  los  años 
de  1658,  y  después  de  algunos  meses  supimos  que  había  muerto  y  que 
le  había  sucedido  en  la  corona  su  hijo  primogénito  Don  Alonso,  al  cual 
en  vida  hizo  jurar  por  su  sucesor,  no  obstante  que'  no  había  ejemplar 
de  eso  en  aquel  reino,  mas  al  fin  lo  consiguió  y  fué  el  décimoctavo  de 
los  reyes  cristianos  de'  aquella  corona,  de  los  cuales  los  más  han  muer- 
to violentamente  por  causa  de  las  conspiraciones,  bandos  y  ambición 
de  reinar  de  aquellos  Maníes,  que,  como  todos  son  de  sangre  real,  siem- 
pre aspiran  a  la  corona  por  cuantos  medios  pueden,  aunque  sean  los 
más  inicuos.  Esta  pasión  ée  reinar  no  sólo  se  experimenta  en  el  reino 
del  Congo,  sino  casi  generalmente  en  todos  los  demás  reinos  africanos, 
donde  se  dan  las  coronas  por  elección  y  no  por  sucesión  hereditaria. 
De  esto  se  siguen  grandes  daños  a  la  religión  católica  y  a  los  vasallos 
de  tales  reinos,  y  aun  al  presente,  cuando  esto  escribo,  hay  gran  cisma 
tn  el  Congo  con  dos  pretendientes  de  la  corona,  que  ha  tiempo  que  se 
están  guerreando  sobre  ella,  por  no  haberse  conformado  los  Maníes  en 
la  elección,  de  cuya  discordia  hablaré  más  adelante. 

3. — Con  la  muerte  de  Paulo  V  y  del  rey  católico  Don  Felipe  III  pa- 
rece se  había  de  suspender  el  despacho  de  la  misión;  mas  no  fué  así, 
porque  al  uno  le  sucedió  en  el  mismo  año  de  1621  Gregorio  XV,  y  al 
otro,  su  hijo  heredero  Don  Felipe  IV,  eil  Grande,  y  uno  y  otro  volvie- 
ron a  tratar  con  gran  celo  de  dicha  misión,  instando  sobre  ello  el  em- 
bajador del  Congo  Juan  Bautista  Vives  ;  y  para  su  mejor  efecto  escri- 
bió su  Beatitud  al  Rey  Don  Alvaro  VI  la  siguiente  carta,  que  se  halla 
en  el  Breviario  Cronológico  de  nuestro  Capuchino  Coriolano  (13),  la 
cual,  traducida  en  castellano,  dice  así : 

«Al  muy  amado  en  Cristo  hijo  nuestro  ALVARO  rey  del  Congo, 
¡lustre.  GREGORIO  PAPA  XV. 

Carísimo  en  Cristo  hijo  nuestro,  salud  y  apostólica  bendición.  Paulo 
Papa  V  de  santa  memoria,  antes  de  pasar  de  esta  vida  al  eterno  des- 
canso, deseoso  de  satisfacer  al  afecto  y  petición  de  Tu  Majestad  y 
atender  a  la  grande  utilidad  espiritual  de  las  almas  de  ese  dilatado  reino 
y  de  los  demás  vecinos  a  él,  tenía  destinados  para  obra  tan  divina  mi- 
nistros Religiosos  cuales  son  los  siervos  de  Dios  de  la  familia  de  San 
Francisco,  que  llamamos  Capuchinos.  Mas  habiendo  ocurrido  la  muerte 
del  mismo  Paulo  V  antes  de  haber  concluido  dichos  Religiosos  sus  d¡- 


(13j  FRANCISCOS  LONG.  A  CORIOLANO,  O.  F.  M.  Cap.  Breviarium  Chro- 
nologicum,  Lugduni,  1623,  an.  1621,  p.  445.  También  la  trae  el  BuUaritim.  Vil,  193, 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


27 


ligencias  y  los  avíos  necesarios  para  pasar  a  Africa  y  emprender  tan 
larga  navegación,  no  pudo  ver  «1  fin  de  negocio  de  tanta  importancia  y 
que  deseó  en  gran  manera  ver  efectuado.  Por  tanto,  habiendo  Nos  su- 
cedido en  su  lugar,  aunque  con  méritos  desiguales,  siendo  Dios  el  autor, 
y  amando  a  Tu  Majestad  con  paternal  afecto  en  la  caridad  de  Cristo, 
por  la  real  piedad  que  resplandece  en  tu  ánimo,  así  de  celo  de  la  Reli- 
gión Católica  como  de  rendimiento  a  esta  Silla  Apostólica  de  San  Pe- 
dro, pusimos  el  cuidado  y  solicitud  conveniente  para  la  más  breve  ex- 
pedición de  dichos  Capuchinos.  Estos,  con  nuestra  bendición,  se  enca- 
minan ya  para  Tu  Majestad  y  esperamos  en  la  divina  gracia  lograr  por 
su  medio  frutos  muy  pingues ;  y,  por  lo  que  toca  a  Tu  Majestad,  no 
dudamos  recibiréis  a  estos  siervos  de  Dios  benignamente,  cuando  con 
tanto  afecto  y  con  tantas  instancias  nos  los  has  pedido  ;  ni  que  procu- 
rarás patrocinarlos  con  tu  real  autoridad  en  todo  tiempo,  mayormente 
cuando  no  por  otro  fin  que  el  de  solicitar  la  salvación  de  las  almas  por 
nuestro  mandato  se  esfuerzan  todos  a  emprender  tan  largo  y  penoso 
viaje,  sin  reparar  en  riesgos  y  peligros  ni  aun  en  perder  las  vidas,  si 
fuere  necesario,  a  trueque  de  hacer  a  Dios  ese  obsequio  y  mirar  a  su 
mayor  gloria  y  satisfacer  al  piadoso  deseo  de  Tu  Majestad.  Verdade- 
ramente, cualquier  beneficio  que  Tu  Majestad  hiciere  a  estos  obreros 
del  Padre  celestial  de  familias,  lo  recibirá  el  mismo  Señor  como  propio 
y  lo  remunerará  con  bienes  eternos,  los  cuales  eficazmente  conceda  a 
Tu  Majestad  el  mismo  Señor  a  quien  asimismo  cordialmente  segunda 
vez  otorgamos  nuestra  bendición. 

Dada  en  Roma,  en  San  Pedro,  a  19  de  marzo  de  1621,  y  de  nues- 
tro Pontificado  año  primero» 

4. — No  deseó  menos  este  gran  Pontífice  quie  su  antetesor,  ver  efec- 
tuada la  misión,  y  en  sus  días  hizo  lo  posible  para  ello  ;  mas  los  juicios 
de  Dios  son  incomprensibles,  y  así,  aunque  por  su  parte  estuvieron  li- 
berados los  despachos  y  lo  mismo  por  la  del  Rey  N.  S.  Don  Felipe  IV, 
la  concurrencia  de  sucesos  adversos  fué  tal,  que  tampoco  se  puso  en 
práctica  hasta  después  de  algunos  años,  en  que  ya  gobernaba  la  nave 
de  San  Pedro  el  Papa  Urbano  VIII,  devotísimo  también  de  los  Capu- 
chinos, quien  sucedió  en  el  Pontificado,  desde  el  año  1623,  a  Grego- 
rio XV.  Precedieron  al  año  1621  dos  formidables  cometas,  como  pre- 
sagio de  las  calamidades  futuras,  y  experimentó  Europa  sus  efectos  en 
las  muertes  ya  mencionadas.  Sobre  ese  golpe  se  repitieron  sucesivamen- 
te los  muchos  que  afligieron  a  nuestra  España  ;  porque  desde  entonces 
se  empezaron  las  guerras  con  Holanda,  las  de  Italia  con  Francia  y  las 


28 


MISIONES  CAPUCHINAS  KN  ÁKRICjV 


de  España  con  Francia  por  Fuenterrabía.  Luego  se  siguieron  los  tu- 
multos de  Cataluña,  que  duraron  más  de  ocho  años,  y,  dos  antes  de 
ajustarse,  empezaron  las  guerras  de  Portugal.  En  el  ínterin  se  padecie- 
ron infortunios,  pestes,  alteraciones  de  pueblos,  falsificaciones  de  mo- 
neda, mudanzas  de  ellas,  y  todo  concurrió  al  atraso  de  dicha  misión, 
hasta  que  el  Señor  soberano  la  volvió  a  suscitar  de  nuevo. 

5.  — Escribió,  pues,  el  rey  Don  Alvaro  VI  al  Papa  Urbano  VIII  con 
nuevas  y  mayores  instancias  el  año  de  1639  sobre  el  punto  de  la  misión 
de  los  Capuchinos,  que  había  pedido  a  sus  antecesores  ;  y  Su  Santidad, 
como  celosísimo  de  la  propagación  de  nuestra  santa  fe  y  grandemente 
deseoso  de  la  salvación  de  las  almas,  admitió  la  petición  con  especial 
benignidad  y  sin  alguna  dilación  envió  con  su  Breve  Apostólico  y  carta 
para  dicho  rey  seis  Capuchinos  italianos,  cuyos  nombres  eran :  Fr.  Bue- 
naventura de  Alessano,  Predicador  y  Guardián  de  la  Provincia  de  Roma, 
al  cual  la  Sacra  Congregación  de  Propaganda  Fide  nombró  por  Pre- 
fecto de  esta  apostólica  misión  (14)  ;  Fr.  Antonio  de  la  Torella,  Guar- 
dián y  Maestro  de  novicios  de  la  Provincia  de  Nápoles ;  Fr.  Jenaro  de 
Ñola,  Definidor  y  Lector  de  Teología  de  la  misma  Provincia  ;  Fr.  Juan 
Francisco  de  Roma,  Predicador  de  la  de  Roma,  y  dos  Religiosos  Legos 
de  la  misma  Provincia.  Todos  los  cuales  partieron  de  Roma  y,  embar- 
cándose en  Liorna  el  año  de  1640,  vinieron  a  tomar  puerto  a  Lis- 
boa (15). 

6.  — En  esta  ciudad,  corte  del  reino  de  Portugal,  estuvieron  aposen- 
tados en  casa  de  Jerónimo  Bataglini,  entonces  vicecolector  de  Portu- 


(14)  El  25  de  junio  de  1640,  la  Sagrada  Congregación  de  Propaganda  Fide 
encargaba  la  misión  del  Congo  a  la  Provincia  Capuchina  de  Roma,  y  con  esa  misma 
fecha  designaba  por  Prefecto  de  dicha  misión  al  P.  Buenaventura  de  Alessano  ( Bul- 
íarium  Ord.  FF.  Min.  Cap.,  VII,  194).  Prácticamente,  sin  embargo,  fué  una  misión 
de  la  que  más  bien  estuvo  encargado  el  P.  Procurador  de  la  Orden,  quien  enviaba 
a  ella  religiosos  de  distintas  Provincias. 

No  podemos  por  menos  de  hacer  notar  que  desde  el  principio  del  descubrimiento 
y  conquista  del  Congo,  el  apostolado  y  la  evangelización  corrió  a  cargo  de  distintas 
Ordenes  religiosas  y  Sacerdotes  seculares,  tomando  a  su  cargo  los  reyes  de  Por- 
tugal el  enviar  misioneros.  Pero  desde  ese  año  1640  se  va  a  entrar  en  un  nuevo  pe- 
riodo de  evangelización  :  la  Santa  Sede  toma  desde  esa  fecha,  por  medio  de  la  Pro- 
paganda Fide,  el  proveer  de  misioneros  y  apóstoles  el  reino  del  Congo  (Cfr.  Notas 
para  una  Cronología,  etc.,  p.  47). 

(15)  En  vez  del  P.  Jenaro  de  Ñola  fué  designado  para  ir  a  !a  misión  el  P.  José 
de  Milán  en  25  de  junio  de  1640,  juntamente  con  los  Hermanos  Legos  Fr.  Antonio 
de  Lugagnano  y  Fr.  Marcos  del  Olmo ;  pero  luego  el  P.  Jenaro  ocupó  el  puesto 
del  P.  José. 

Con  motivo  de  la  designación  de  los  misioneros  y  de  su  embarque  rumbo  a 
Lisboa,  el  Papa  escribía  una  carta  al  rey  del  Congo  recomendándole  vivamente  los 
religiosos  (16  de  julio  de  1640)  (Cfr.  Bullarium,  etc.,  III,  131,  y  VII,  194). 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


29 


gal,  quien  los  mantuvo  con  mucha  candad  por  espacio  de  diez  meses. 
Durante  ese  tiempo  solicitaron  con  toda  diligencia  el  pasaporte  para 
poder  navegar  al  Congo  en  cualquier  navio  que  se  hiciese  a  la  vela 
la  vuelta  de  Angola,  por  haber  allí  casi  siempre  oportunidad  para  se- 
mejante viaje  y  para  otros  reinos  vecinos.  Pero  con  la  novedad  que 
sobrevino  el  mismo  año  del  levantamiento  de  Portugal,  aclamando  por 
su  rey  al  duque  de  Braganza  los  portugueses,  el  día  6  de  diciembre,  se 
empezaron  las  guerras  con  Castilla.  Estas  se  prosiguieron  desde  el  año 
sobredicho  de  1640  hasta  el  11  de  marzo  de  1668,  y  con  esa  ocasión 
fueron  tantas  las  dificultades  que  pusieron  varios  ministros  de  ese  reino, 
que  no  hubo  forma  de  conseguir  ni  pasaporte  ni  embarcación. 

7 — Viendo  tan  mal  despacho  y  que  se  le  añadía  a  la  pretensión  otra 
nueva  dificultad  con  la  noticia  que  se  tuvo  de  que  los  holandeses  se 
habían  apoderado  del  reino  de  Angola  y  echado  fuera  a  los  portugue- 
ses, desistieron  los  misioneros  de  la  pretensión  por  aquella  vía,  por  rte- 
conocer  que,  aunque  consiguiesen  el  pasaporte,  no  les  podía  aprovechar 
para  cosa  alguna,  estando  ya  Angola  por  los  holandeses  (16).  En  esta 
tribulación  se  vieron  los  devotos  misioneros,  y  de  aquí  se  fueron  si- 
guiendo otras  muchas,  a  que  cooperó  el  adversario  del  género  huma- 
no, temeroso  del  sumo  daño  que  había  de  venirle  de  esta  apostólica 
misión,  que  ha  sido  y  es  de  las  más  fructuosas  de  cuantas  mantiene'  la 
Religión  de  los  Capuchinos  por  todas  las  cuatro  partes  del  mundo.  Re- 
solvieron por  último  volver  a  Roma  para  informar  a  Su  Santidad  y 
tomar  la  dirección  que  fuese  servido  darles.  Habiendo  vue'lto  a  Roma 
para  ese  efecto,  sobrevinieron  luego  las  guerras  de  Italia,  y  por  éstas 
y  Dor  las  demás  ocurrencias  que  se'  ofrecieron,  se  suspendió  el  viaje 
del  Congo  hasta  el  año  siguiente  de  1643,  en  que  con  la  ocasión  de  ce- 
lebrarse en  Roma  el  Capítulo  General,  se  trató  de'  nuevo  su  prosecu- 
ción con  consulta  y  parecer  de  Su  Santidad,  el  cual  ordenó  que  los 
misioneros  solicitasen  la  embarcación  por  medio  de  nuestro  Católico 
Monarca  Don  Felipe  IV  (17). 

8. — Ordenó  asimismo  Su  Santidad  que  para  el  más  breve  expediente 
y  para  que  los  hijos  de  las  Provincias  de  España  tuviesen  parte  en  tan 
heroico  empleo,  se'  admitiesen  a  la  misión  Fr.  Miguel  de  Sessa,  sacer- 


(16)  Luanda,  capital  del  reino  de  Angola,  fué  tomada  a  los  portugueses  por  los 
holandeses  el  26  de  agosto  de  1641. 

(17)  El  Capítulo  general  de  los  Capuchinos  tuvo  lugar  el  22  de  mayo  de  164.1 
y  en  él  fué  elegido  Superior  de  toda  la  Orden  el  V.  P.  Inocencio  de  Caltagirone. 
quien  tomó  muy  a  pechos  el  llevar  adelante  la  mencionada  misión. 


3° 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


dote  de  singular  virtud,  y  Fr.  Francisco  de  Pamplona,  Lego,  que  pocos 
años  antes  habia  tomado  el  hábito,  dejando  con  el  nombre  de  Don  Ti- 
burcio  de  Redín  sus  grandes  puestos  militares  para  ser  un  nuevo  ejem- 
plar de  penitentes.  Con  este  ilustre  caudillo  se  prometieron  los  compa- 
ñeros feliz  suceso  en  su  pretensión,  y  no  les  salió  vana  su  esperanza, 
pues  a  él  únicamente,  después  de  Dios,  se  le  debió  no  sólo  la  conduc- 
ción de  esta  célebre  misión,  sino  también  cuantas  resultaron  de  ella  y 
hasta  hoy  han  hecho  los  nuestros  en  Africa  y  América,  promoviendo 
unas  con  su  ejemplo  y  consejo,  y  otras  emprendiéndolas  por  sí  mis- 
mo (18). 

9.  — Partieron  de  Roma  los  misioneros  itaHanos,  y  desde  Génova 
vinieron  embarcados  hasta  Vinaroz,  donde  saltó  en  tierra  el  Prefecto, 
Fr.  Buenaventura  de  Alessano,  con  un  compañero,  y  de  allí  pasó  a  Za- 
ragoza a  participar  el  orden  que  traía  de  Su  Santidad  a  Fr.  Miguel  de 
Sessa  y  a  Fr.  Francisco  de  Pamplona,  hijos  de  la  Provincia  de  Ara- 
gón. Los  demás  compañeros  tiraron  en  derechura  a  Sevilla  para  espe- 
rarlos allí  (19).  Vino  luego  a  Madrid  el  Prefecto  con  Fr.  Francisco  de 
Pamplona,  y  por  primera  diligencia  se  fué  éste  a  poner  a  los  pies  de 
Su  Majestad,  quien  por  su  gran  celo  de  la  fe  y  por  lo  mucho  que 
deseaba  su  propagación  y  amaba  a  Fr.  Francisco,  le  concedió  cuanto 
pidió  para  la  Misión,  y  demás  a  más  mandó  se  le's  diese  a  los  misione- 
ros mil  escudos  de  limosna  de  su  bolsillo  para  ornamentos  y  alhajas 
del  culto  divino.  Viendo,  pues,  el  buen  despacho  y  la  generosidad  con 
que  Su  Majestad  se  ofreció  a  todos  los  gastos  de  la  conducción,  así  por 
su  consejo  como  por  juzgar  el  Prefecto  que  era  corto  el  número  de  los 
misioneros  para  dar  cobro  a  tanta  mies  como  esperaban  hallar  en  el 
Congo  y  reinos  vecinos  de  él,  trató  Fr.  Francisco  de  que  se  aumentase 
de  religiosos  de  estas  Provincias  de  España,  hasta  doce',  que  fué  el 
número  que  la  Santidad  de  Paulo  V  señaló  la  vez  primera. 

10.  — Trataron  el  Prefecto  y  Fr.  Francisco  esta  pretensión  de  orden 
de  Su  Maje'stad  con  el  Nuncio  de  Su  Santidad,  el  cual  se  la  concedió 
y  se  encargó  de  dar  aviso  luego  a  Roma  al  Sumo  Pontífice  y  a  la  Sacra 


(18)  Fr.  Francisco  de  Pamplona  fué  admitido  a  formar  parte  de  aquella  expe- 
dición de  misioneros  el  12  de  marzo  de  1042,  y  el  21  de  julio  de  164.3  lo  fué  el 
P.  Miguel  de  .Sessa,  religioso  de  origen  napolitano,  pero  que  formaba  parte  de  In 
Provincia  de  Aragón,  a  la  que  asimismo  pertenecía  Fr.  Francisco  (Cfr.  CESINA- 
LE,  o.  c,  III,  p.  .^.30,  notas  1  y  2,  donde  se  ponen  las  determinaciones  de  la  Sa- 
grada Congregación  de  Propaganda  Fide.  admitiéndoles). 

(19)  Los  otros  compañeros  del  P.  Prefecto,  Buenaventura  de  Alessano.  eran  : 
PP.  Jenaro  de  Ñola,  Buenaventura  de  Sorrento,  Juan  Francisco  de  Roma  y  el  Her- 
mano Lego  Fr.  Angel  de  Lorena,  llamado  otras  veces  de  Nancy. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


31 


Congregación  de  Propaganda  Fide,  como  lo  ejecutó.  Los  religiosos 
que  s€  añadieron  a  los  ya  nombrados  fueron :  Fr.  José  de  Antequera, 
Definidor,  de  la  Provincia  de  Andalucía  ;  Fr.  Angel  de  Valencia,  Pre- 
dicador y  Guardián,  de  la  de  Valencia ;  Fr.  Buenaventura  de  Cerdeña, 
Lector  de  Teología,  Guardián  y  Definidor,  de  la  de  Castilla  ;  Fr.  Juan 
de  Santiago,  sacerdote,  de  la  misma  Provincia ;  Fr.  Jerónimo  de'  La 
Puebla,  lego,  de  la  de  Aragón ;  todos  los  cuales  fueron  hombres  de 
gran  virtud  y  de  admirables  prendas  para  el  ministerio  (20).  Partieron 
todos  de  Madrid  para  Sevilla  alegres  y  gozosos  y  en  llegando,  empe- 
zaron a  tratar  de  la  embarcación  y  del  avío  necesario  para  ella.  Cual- 
quiera se  persuadirá  que,  habiendo  negociado  tan  felizmente  estos  Pa- 
dres en  Madrid  con  ett  rey  nuestro  señor  y  sus  ministros,  no  tendrían 
ya  más  que  hacer  sino  embarcarse  y  proseguir  su  viaje  ;  pero  no  suce- 
dió así ;  porque,  no  obstante  el  buen  despacho  que  llevaban,  se  levan- 
taron varias  contradicciones  que  les  dieron  mucho  ejercicio  de  pacien- 
cia ;  y  por  último,  en  demandas  y  respuestas,  se  pasaron  más  de  cator- 
ce meses  primero  que  se  llegaron  a  embarcar. 

11. — Apenas  se  vencieron  estas  dificultades  por  el  infatigable  des- 
velo y  solicitud  de  Fr.  Francisco  de  Pamplona,  cuando  Juan  Bernardo 
Falconi,  genovés,  y  Baltasar  López,  portugués,  piloto  de  grande  ex- 
periencia en  el  océano,  hallándose  en  Sevilla  al  tiempo  que  se  buscaba 
la  embarcación  para  el  Congo,  se  ofrecieron  con  gran  piedad  a  con- 
ducir la  misión,  para  cuyo  efecto,  por  la  especial  devoción  a  nuestro 


(20)  Los  mencionados  religiosos  fueron  admitidos  a  la  misión  por  determinación 
de  Propaganda  Fide  del  25  de  abril  de  1644  (Cír.  CESINALE,  o.  c,  530,  nota  3). 

Sabemos  que  los  dos  Padres  de  la  Provincia  de  Castilla,  Buenaventura  de  Cer- 
deña y  Juan  de  Santiago,  lo  habían  solicitado  en  una  carta  que,  firmada  por  am 
bos,  dirigieron  a  la  Congregación  el  11  de  febrero  de  1644  (Archivo  de  Propagan 
da. — Scritt.  ant.,  vo!.  123,  fol.  ]46v.).  En  ella  hacían  constar  que  el  P.  Buenaven- 
tura de  Alessano,  que  entonces  se  encontraba  en  Madrid,  había  aprobado  su  buen 
deseo  y  no  tenía  inconveniente  en  admitirlos. 

Bien  podemos  decir  por  otra  parte,  que  si  esa  expedición  tuvo  éxito  se  debió  a  la 
influencia  de  Fr.  Francisco  de  Pamplona.  Este  presentó  un  memorial  al  Consein 
de  Indias,  en  nombre  de  los  otros  misioneros  del  Congo,  en  el  que  exponía  había 
llegado  a  su  noticia  que  los  ingleses  y  holandeses  habían  introducido  y  sembrado  la 
herejía  en  el  reino  del  Congo ;  por  lo  cual  pide  que,  en  caso  de  no  poder  desem- 
barcar allí,  se  les  permita  pasar  a  Filipinas  o  al  Japón.  En  vista  de  ello,  Don  Ga- 
briel Ocaña  y  .Piarcón  requiere  en  nombre  del  Consejo  el  parecer  de  los  Superiores 
de  Castilla  (26  de  septiembre  de  1644).  A  ello  contestan  el  P.  Provincial  y  Definido- 
res de  Castilla  (1  de  octubre  de  1644)  diciendo  que,  aunque  la  empresa  de  ir  al  Con- 
go, país  de  infieles,  y  expuestos  a  ser  apresados  durante  el  viaje,  es  difícil,  sin  em- 
bargo, esa  es  la  misión  que  tienen  del  Papa.  Por  el  contrario,  el  pasar  a  Filipinas 
o  al  Japón  no  creen  puedan  hacerlo,  por  no  estar  para  ello  autorizados  ni  por  el 
P.  General  de  la  Orden  ni  por  la  Congregación  de  Propaganda  Fide  (Cfr.  estos 
documentos  en  Misiones  de  Capuchinos  en  cl  Congo  y  Cunianá,  B.  N. — Ms.  3818, 
ff.  44  y  45). 


32 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


Padre  San  Francisco  y  a  nuestra  Religión,  con  mucho  coste'  y  gasto  y 
sin  reparar  en  los  intereses  que  ofreció  Su  Majestad,  compraron  navio 
y  le  equiparon  en  la  playa  de  Sanlúcar  de  Barrameda.  Llegó  última- 
mente el  día  señalado  para  la  embarcación,  que  fué  a  20  de  enero 
de  1645,  tanto  más  alegre  para  los  fervorosos  misioneros  cuanto  más 
deseado  había  sido.  Ya  se  hallaban  todos  en  nuestro  convento  de  San- 
lúcar, y  de  alli  salieron  procesionalmente  con  la  comunidad  y  nume- 
roso pueblo,  que  los  fue  siguiendo  por  su  gran  devoción.  Estando  ya 
en  la  playa,  se  despidieron  de  todos  y  se  metieron  en  el  bajel  aprestado  ; 
pero,  porque  no  k  faltase  a  este  gran  consuelo  su  tribulación,  permi- 
tió Dios,  para  mayor  gloria  suya  y  mérito  de  sus  siervos,  que,  poco 
antes  de  embarcarse,  tuviesen  la  noticia  de  que  el  rey  del  Congo  había 
prevaricado  de  la  fe  a  persuasiones  de  los  holandeses,  que  comercia- 
ban en  sus  tierras  y  se  hallaban  señores  de  Angola.  Pero  aunque  la 
voz  fué  falsa,  como  se  experimentó  después,  con  todo  eso,  en  el  ínte- 
rin les  sirvió  de  no  pequeña  pena  la  noticia  por  ser  tan  poco  favorable 
a  sus  piadosas  intenciones. 

12. — Ya  tenemos  embarcados  a  nuestros  devotos  misioneros,  suje- 
tos a  los  combates  del  mar  y  expuestos  a  sus  riesgos  y  peligros  casi 
continuos.  En  el  ínterin  que  esos  llegan,  repasaremos  los  nombres  de 
los  misioneros  embarcados,  para  mayor  claridad  de  la  historia  y  co- 
nocimiento de  ellos.  De  las  dos  Provincias  de  Italia:  Fr.  Buenaventura 
de'  Alessano,  Prefecto  de  la  Misión  ;  Fr.  Jenaro  de  Ñola,  Fr.  Buenaven- 
tura de  Sorrento,  Fr.  Juan  Francisco  de  Roma  y  Fr.  Angel  de  Lore- 
na,  lego.  Los  religiosos  de  las  Provincias  de  España  fueron  los  siguien- 
tes: Fr.  José  de  Antequera,  Fr.  Angel  de  Valencia,  Fr.  Buenaventura 
de  Cerdeña,  Fr.  Juan  de  Santiago,  Fr.  Miguel  de  Sessa,  y  Fr.  Fran- 
cisco de  Pamplona  y  Fr.  Jerónimo  de  La  Puebla,  legos.  En  total  fue- 
ron doce :  diez  Predicadores  muy  fervorosos  y  todos  hombres  de  gran 
celo  y  de  conocida  virtud. 


CAPITULO  IV 


3 


De  las  grandes  tribulaciones  que  padecieron  los  Misioneros 
desde  que  se  embarcaron  hasta  llegar  al  Congo 


1.  — Apenas  entraron  en  el  bajel  los  Misioneros,  cuando,  disponién- 
dolo Dios  así,  cesó  el  viento  favorable  y  sobrevino  el  contrario,  y  con 
tal  permanencia,  que  les  fué  preciso  detenerse  en  la  playa  de  Sanlú- 
car  más  de  quince  días,  sirviéndoles  de  no  pequeña  mortificación  esa 
detención,  asi  por  ver  lo  que  se  dilataba  el  viaje  como  por  las  devotas 
ansias  que  tenian  de  empezar  a  ejercer  su  santo  ministerio  en  beneficio 
de  las  almas  y  para  oponerse  a  los  dogmas  pestilenciales  de  los  holan- 
deses de  Angola,  vecinos  ya  al  Congo.  Pero  templando  tan  fervorosos 
deseos  con  una  humilde  resignación  y  generosa  paciencia,  se  dejaron 
gobernar  de  la  Divina  Providencia,  que  dispone  todas  las  cosas  según 
conviene.  Hacian  cada  día  los  mismos  ejercicios  espirituales  que  se 
acostumbran  en  nuestros  conventos,  sin  omitir  alguno,  antes  añadien- 
do otros  particulares  para  alcanzar  de  la  piedad  divina  el  buen  suceso 
de  su  viaje  y  el  viento  propicio  que  necesitaban  para  proseguirle.  Para 
ejercitarse  en  los  actos  de  comunidad  referidos,  salían  a  tierra  tarde 
y  mañana,  y  en  la  iglesia  de  Nuestra  Señora  de  Bonanza,  vecina  a  la 
playa  y  distante  del  convento  más  de  una  legua,  cantaban  el  oficio  di- 
vino, celebraban  las  Misas,  hacían  las  disciplinas  y  tenian  las  horas  de 
oración  acostumbradas  ;  y,  en  concluyendo  con  ésto,  se  volvían  al  na- 
vio. Esto  mismo  ejercitaron  después,  respectivamente,  por  todo  el  tiem- 
po que  duró  el  viaje. 

2.  — El  día  i  de  febrero  del  mismo  año  fué  Dios  servido  que  cesase 
el  viento  contrario  y  viniese  el  favorable,  y  con  eso,  dando  gracias  a 
Dios,  se  hicieron  a  la  vela  con  gozo  y  alegría.  Duróles  poco  ese  con- 
suelo y  la  prosperidad  del  viento,  pues,  al  cerrar  la  noche,  se  volvió  a 
levantar  el  aire  contrario  y  con  mayor  violencia,  moviendo  una  tan  ho- 


36 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


rrorosa  tormenta  que  todos  s€  juzgaron  por  perdidos.  Acrecentó  el 
rÍ€sgo  el  ver  que,  no  habiéndose  apartado  mucho  de  tierra  el  bajel,  le 
llevaba  el  ímpetu  de  las  hondas  a  dar  derechametite  al  Cabo  de  San 
Vicente,  perpetua  ladronera  de  moros,  sin  ser  posible  enderezar  la 
proa  a  otra  parte  ;  con  que  ni  el  piloto  ni  los  demás  esperaban  otro  su- 
ceso que  la  pérdida  de  la  nave  y  de  las  vidas.  Juzgue  el  piadoso  cuán- 
tas serían  las  oraciones  y  plegarias  de  los  afligidos  navegantes  en  ese 
aprieto.  Por  último,  pasada  la  media  noche,  a  tiempo  que  ya  el  navio 
iba  a  dar  en  tierra,  cesó  el  viento  furioso  y  sobrevino  el  favorable,  con 
el  cual  se  pudo  librar  del  peligro  y,  sin  embargo  de  estar  el  mar  muy 
alto  y  contrario,  con  todo  eso  la  generosidad  del  viento  fué  tal,  que 
prevaleció  contra  su  furia.  Llegada  la  mañana,  dieron  a  Dios  las  gra- 
cias y  se  repararon  algo  de  la  fatiga  de  la  noche.  Esta  fué  la  primera 
y  última  tribulación  de  esta  especie  hasta  llegar  a  tomar  la  línea,  adon- 
de' experimentaron  varios  y  adversos  temporales,  como  ya  veremos. 

3.  — Prosiguieron  su  viaje  felizmente  hasta  llegar  a  las  Islas  Cana- 
rias, donde  fué  preciso  saltar  a  tierra  para  proveerse  el  capitán  de  al- 
gunas cosas  necesarias,  y  allí  fueron  muy  agasajados  de  la  gente  noble", 
como  siempre  lo  han  sido  los  muchos  Capuchinos  que  han  arribado  a 
ellas.  Al  tiempo  de  volver  a  entrar  en  el  navio  para  marchar,  les  armó 
el  enemigo  un  enredo,  como  suyo,  que  a  no  haberlo  Dios  remediado, 
hubieran  padecido  una  larga  dilación.  El  caso  fué  que  los  grumetes 
del  navio,  temiendo  como  muchachos  así  el  perder  la  vida  en  el  Congo 
por  las  cOsas  que  habían  oído  decir  de  los  holandeses,  como  por  los  pe- 
ligros de  la  navegación,  que  es  larga  y  arriesgada,  antes  de  salir  del 
puerto  resolvieron  entre  si  el  desamparar  secretamente  una  noche  el 
bajel,  y  para  eso  salir  a  tierra  en  una  sola  lancha  que  tenía,  y  escon- 
derse en  parte  donde  no  pudiesen  ser  hallados  fácilmente.  En  esta  re- 
solución estuvieron  algunos  días ;  mas,  según  ellos  confesaron  des- 
pués, los  ocupó  tal  miedo,  que  no  se  atrevieron  a  ejecutar  la  resolu- 
ción, excepto  uno,  que  la  llevó  adelante.  Los  demás  se  admiraban  de 
sí  mismos  y  decían  claramente  que  había  sido  fuerza  superior,  que  no 
alcanzaban,  la  que  les  compelió  a  desistir  del  intento  y  desvaneció  sus 
trazas. 

4.  — Al  riesgo  referido  se  siguieron  otros  notablemente  peligrosos 
y  molestos,  porque,  debajo  de  la  línea,  algunos  grados  antes  y  después 
de  cortarla,  se  vieron  muy  atribulados  con  los  raros  accidentes  de  aque- 
llos mares,  que  son  no  menos  frecuentes  que  peligrosos.  Experimén- 
tanse  ciertos  nublados  muy  densos,  llamados  trebonadas,  que  sucesiva- 


La  misión  del  congo 


37 


mente  se  van  formando.  Esos  son  horribles  a  la  vista,  y  de  improviso, 
agitados  de  furiosos  vientos,  arrojan  tanta  copia  de  agua  sobre  el  na- 
vio, si  le  cogen,  que  parece  un  diluvio,  y  si  no  se  amainan  con  suma 
presteza  las  velas,  corre  manifiesto  peligro  de  hacerse  pedazos,  y  así 
es  preciso  entonces  dejarle  correr  según  el  impulso  de  las  aguas  y  el 
Ímpetu  del  viento.  De  aquí  resulta  muchas  veces  que,  habiendo  nave- 
gado con  uno  algún  trecho,  después,  levantándose  con  otro  nuevo  tre- 
bonada,  se  vuelve  en  poco  tiempo  a  desandar  lo  andado.  Padecían  por 
esta  causa,  así  los  marineros  como  los  religiosos,  increíble  fatiga,  tanto 
por  el  trabajo  de  alargar  y  amainar  las  velas  como  por  lo  mucho  que 
se  mojaban,  pues  apenas  se  Ies  secaba  la  ropa,  cuando  se  volvían  a 
mojar.  También  son  muy  frecuentes  por  aquellos  parajes  ciertos  torbe- 
llinos furiosísimos  que,  haciendo  un  remolino,  parece  que  elevan  al 
cielo  el  navio  ;  llámanse  mangas,  y  son  tan  impetuosos,  que  en  tierra 
suelen  arrancar  de  raíz  los  árboles  más  pesados  y  fuertes,  y  arrebatan 
cuanto  encuentran  y  lo  llevan  por  el  aire.  En  el  mar  hacen  la  misma 
operación  con  las  embarcaciones,  pues,  destrozando  los  árboles  mayo- 
res y  menores,  los  levantan  altísimamente,  y  luego,  de  golpe,  los  se- 
pultan en  lo  más  profundo.  Y  cuando  no  encuentran  navios,  cogen  tan 
gran  copia  de  agua  del  mismo  mar  que,  en  volviendo  a  caer  en  él,  pa- 
rece vienen  diluvios. 

5. — Para  ocurrir  a  estos  riesgos  de  las  mangas  no  hay  prevención 
humana  ni  más  remedio  que  el  del  cielo,  y  prepararse  para  la  muerte. 
Con  todo  eso,  en  algunas  ocasiones  que  les  acometieron  las  mangas 
a  nuestros  navegantes,  hallaron  eficaz  remedio  en  la  reliquia  del  Santo 
Lignum  Crucis,  que  llevaba  Fr.  Francisco  de  Pamplona,  y  de  su  mano 
le  dió  el  rey  nuestro  señor  Don  Felipe  IV  al  despedirse  de  Su  Majes- 
tad, sacándole  de  su  pecho  en  señal  de  lo  mucho  que  amaba  a  este 
siervo  de  Dios.  Lo  cual  era  de  suerte  que,  en  formándose  el  nublado, 
trebonada  o  manga,  ya  fuese  de  día  o  de  noche,  apenas  se  ponía  en- 
frente el  Prefecto  con  la  santa  reliquia,  cuando  visiblemente  se  desha- 
cía o  daba  vueltas  alrededor  del  navio,  pero,  siguiendo  sus  tomos,  al 
cabo  se  desaparecía.  Otro  extremo  muy  diferente  y  no  poco  molesto 
experimentaron  nuestros  navegantes,  y  singularmente  adonde  hallaban 
corrientes  muy  violentas,  que  son  ciertas  calmas  que  ocasionan  gran 
dilación.  Hasta  allí  el  principal  cuidado  del  piloto  había  sido  granjear 
grados  de  altura  para  encontrar  los  vientos  generales,  los  cuales  per- 
cibió a  veinticuatro  grados  del  Polo  Antártico  ;  pero,  volviendo  des- 
pués a  alejarse  de  él,  se  acercaron  otra  vez  a  la  línea  equinoccial  par|a 
coger  por  la  parte  de  arriba  al  impetuoso  río  de  Pinda,  que  está  en 


^8  MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 

cinco  grados  y  medio  de  la  banda  del  Sur.  Su  corriente  es  tan  rápida, 
que  sucede  a  veces  detener  cuarenta  días  los  bajeles  cuando  navegan 
de  norte  a  sur,  y  por  eso  es  dificultoso  de  tomar  el  puerto.  Con  que 
hallándose  sin  haber  descubierto  tierra  y  sin  haber  podido  tomar  la 
altura  del  sol  en  espacio  de  dos  o  tres  días  por  causa  de  los  nublados, 
era  de  suma  aflicción  a  todos  por  ser  preciso  volverla  a  buscar  otra 
vez  con  mucha  dilación  y  no  menos  riesgo  de  que  faltasen  el  agua  y 
el  bastimento. 

6.  — Hallándose,  pues,  en  estas  angustias,  acudieron  como  siempre  a 
Dios  y  a  su  Santísima  Madre  con  fervorosas  oraciones  y  súplicas,  pi- 
diendo socorro  en  tan  urgente  necesidad,  y  el  Señor  dispuso  que,  al 
cabo  de  tres  días,  se  descubriese  el  sol,  y,  tomada  la  altura,  se  halla- 
ron algunos  grados  más  de  ventaja,  no  obstante  las  calmas  y  las  co- 
rrientes contrarias,  con  notable  admiración  del  piloto  y  marineros. 
Todos  rindieron  las  gracias  a  su  Majestad  divina  por  tan  señalado 
favor,  cuyo  poder  infinito  no  está  sujeto  ni  limitado  a  las  criaturas 
para  hacer  en  todo  su  voluntad  y  la  de  sus  fieles  siervos  cuando  éstos, 
con  fe  viva  y  humilde,  acuden  a  las  puertas  de  su  misericordia.  Final- 
mente, pasados  tantos  trabajos,  les  envió  Dios  viento  favorable  y  des- 
cubrieron tierra  el  día  20  de  mayo,  que  fué  de  imponderable  alegría 
para  todos,  viendo  ya  su  esperanza  tan  vetina  al  logro  de  su  deseo. 
Pero  mucho  más  sin  comparación  lo  fué  el  día  que  entraron  en  el  puer- 
to de  Pinda,  que  fué  el  término  de  tan  larga  y  peligrosa  navegación. 
De  este  tan  singular  gozo  nadie  se  puede  hacer  capaz  si  no  es  el  que 
hubiere  navegado  y  experimentado  lo  que  es  andar  largo  tiempo  en  el 
mar  sin  ver  otra  cosa  que  cielo  y  agua,  y  sin  saber  la  altura  y  paraje 
en  que  se  halla.  Llegaron,  por  último,  al  deseado  puerto  de  Pinda,  que 
es  el  mismo  por  donde  entraron  en  el  reino  del  Congo  los  primeros 
Frailes  Menores  que  plantaron  en  él  la  fe  católica,  y  fué  su  feliz  arri- 
bo a  25  de  mayo  de  1645,  en  que  cayó  la  Ascensión  del  Señor  a  los  cie- 
los y  mandó  a  sus  discípulos  ir  a  predicar  su  Evangelio  por  todo  el 
mundo.  Dieron  a  Dios  las  gracias  cantando  el  Te  Deum,  y  después, 
unos  a  otros,  repetidos  parabienes  con  recíprocos  abrazos  (21). 

7.  — Fórmase  ese  puerto  de  un  remanso  del  río  Zaire,  que  con  su 
curso  y  la  gran  copia  de  agua  que  trae  cuando  llega  al  reino  del  Congo, 
deja  formadas  muchas  y  grandes  islas,  todas  pobladas  de  gente.  Su 


(21)  Sobre  las  ciii;nn.sta)icias  del  viaje,  así  como  sobre  las  primeras  impresione? 
de  los  misioneros  recibidas  a  su  Ucíjada  a  tierra  del  Congo,  hay  una  muy  inteiesan- 
te  carta  del  P.  Juan  de  .Santiago,   fechada  en  Pinda.  11  de  junio  de  164»,  fiesta 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


39 


boca,  al  entrar  en  el  mar,  tiene  de  ancho  más  de  veintiuna  millas  y 
entra  con  increíble  ímpetu,  y  allí  tiene  término  su  curso,  habiéndole 
empezado  desde  Etiopía  la  alta  o  sobre  Egipto.  Luego  que  dieron  fon- 
do, echaron  el  batel  al  agua,  y  el  capitán  con  algunos  soldados  bien 
armados  entraron  en  él  y  salieron  a  tierra  para  ver  si  descubrían  algún 
paisano  o  población  cercana  que  les  informase  del  camino  que  habían 
de  seguir  los  misioneros  en  desembarcando.  Fueron  penetrando  male- 
zas y,  después  de  largo  rato,  llegaron  a  un  llano  donde  encontraron 
una  iglesia  pequeña,  hecha  de  madera  y  paja,  j>ero  con  su  altar  para 
decir  Misa,  y  delante  de  ella  una  cruz  grande.  Este  hallazgo  fué  para 
todos  de  sumo  consuelo,  y  de  él  tomaron  motivo  los  religiosos  para 
persuadirse  que  aquellos  pueblos  no  estaban  pervertidos  de  los  herejes 
holandeses  ;  con  que,  no  habiendo  encontrado  persona  alguna  de  quien 
tomar  noticia,  como  se  fuese  acercando  la  noche,  trataron  de  volverse 
al  navio,  donde  refirieron  a  los  Padres  el  hallazgo  de  la  iglesia  y  de 
la  cruz.  Grande  fué,  sin  duda,  la  que  después  tuvieron  en  el  mismo 
puerto,  aún  antes  de  salir  a  tierra ;  de  ella  hablaremos  después,  y  aho- 
ra daremos  noticia  del  sumo  ejemplo  que  los  misioneros  dieron  en  el 
bajel  durante  el  tiempo  de  su  larga  navegación. 

8. — No  es  justo  el  omitir  el  dar  noticia  del  maravilloso  ejemplo  quie 
dieron  los  misioneros  en  su  viaje  y  del  gran  fruto  que  consiguieron  con 
él,  lo  cual  conduce  para  la  gloria  de  Dios,  edificación  de  los  fieles  y 
ejemplo  de  los  religiosos,  que  cada  día  pasan  a  predicar  la  fe  a  tierras 
de  infieles.  Con  ser  al  parecer  difícil  de  componer  en  un  bajel  la  vida 
regular,  lo  consiguieron  los  misioneros  y  pudieron  casi  por  todo  el  via- 
je continuar  los  ejercicios  espirituales  de  oración  y  mortificación  que 
practica  la  Orden  cuotidianamente'  en  sus  conventos.  De  iglesia  y  ora- 
torio les  servía  la  cámara  de  popa ;  allí  se  celebraban  al  día  dos  Misas 
a  io  menos,  y  no  en  seco,  y  los  quie  no  las  decían,  hasta  llegar  su  turno, 
comulgaban  en  la  primera  y  daban  gracias  en  la  segunda.  Pero  en  los 
días  de  precepto  la  decían  todos,  si  no  es  cuando  se  alborotaba  el  mar. 
El  tiempo  se  repartía,  así  de  día  como  die  noche,  con  uniforme  regula- 
ridad, y  tal  que  parecía  haberse  convertido  el  navio  en  monasterio  muy 


de  la  Santísima  Trinidad  (Archivo  de  Propaganda  Fide. — Scritl.  ant.,  vol.  247,  f.  120 
V  127.— Hay  también  una  copia  de  diciia  carta  en  la  B.  del  Palacio  Nacional  de  Ma- 
drid, Ms.  2.557,  ff.  1-2). 

Casi  lo  misino,  juntamente  con  los  progresos  de  la  misión,  nos  los  refiere  en  otra 
carta  el  P.  Angel  de  Valencia  (8  de  junio  de  1646).  (Cfr.  «Copia  fielmente  sacada  de 
una  relación  que  el  Padre  Fr.  Angel  de  Valencia...  escribió  a  esta  Provincia  de  An- 
datuzia...  su  fecha  en  la  ciudad  de  Pinda» ...  Impresa  en  Cádiz,  en  1646. — B.  N. — Ms. 
3.818,  ff.  130-131). 


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MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


reformado.  Tocábase  la  campana  a  las  horas  dispuestas,  y  con  su  se- 
ñal acudían  luego  a  la  cámara  de  popa,  y  todos  juntos  ejecutaban  los 
actos  d)e  comunidad  que  estila  la  Religión  (22). 

9.  — Atendían  asimismo  al  bien  espiritual  de  los  seglares,  enseñán- 
doles cada  día  la  doctrina  cristiana  y  explicándoles  los  misterios  de 
nuestra  santa  fe.  Tres  días  en  la  semana  les  hacían  pláticas  espiritua- 
les, y  los  domingos  y  fiestas  se  les  leía  la  vida  de  algún  santo,  y  des- 
pués, el  que  leía,  hacía  sobre  ella  algunas  reflexiones  y  ponderaciones 
morales  convenientes  al  auditorio.  A  todo  asistían  así  el  capitán  como 
el  piloto  y  todos  los  oficiales  y  marineros.  Pero  sobre  todo,  en  lo  que 
se  puso  mayor  diligencia  fué  en  la  frecuencia  de  los  Sacramentos,  lo 
cual  se  logró  de  suerte  que  era  para  alabar  a  Dios  el  ver  tantas  confe- 
siones y  Comuniones  en  los  domingos  y  fiestas,  cosa  que  aun  en  los 
mismos  marineros  les  causaba  admiración,  por  no  haber  visto  jamás 
otra  semejante  ni  más  devota  y  religiosa  navegación.  Para  dar  prin- 
cipio al  día  se  decían,  en  amaneciendo,  las  Letanías  mayores,  implo- 
rando el  auxilio  de  Dios  y  la  intercesión  de  los  Santos.  Por  la  tarde, 
antes  de  recogerse,  cantaban  con  solemnidad  y  devoción  las  de  Nues- 
tra Señora  delante  de  una  imagen  suya,  para  lo  cual  ponían  dos  bu- 
jías en  sus  faroles.  De  noche  les  asistían  también  los  religiosos  acom- 
pañándoles y  dándoles  saludables  consejos,  cuando  ellos,  por  sus  cuar- 
tos, hacían  la  centinela.  Con  eso  se  evitaban  pláticas  impertinentes,  y 
a  veces  perjudiciales,  en  que  suelen  ocupar  el  tiempo  para  no  dejarse 
vencer  del  sueño  y  estar  más  vigilantes. 

10.  — Pero  como  el  ejemplo  mueve  mucho  más  que  las  palabras,  en 
él  principalmente  pusieron  los  religiosos  el  mayor  estudio.  Admirában- 
se de  ver  al  Prefecto  y  a  los  demás  Padres  barrer  la  popa  del  navio, 
ser  sacristanes  a  semanas  y  ayudar  a  los  marineros  y  grumetes  en  cuan- 
to podían.  Pero,  sobre  todo,  lo  que  más  les  llevaba  la  atención,  era  el 
ver  a  Fr.  Francisco  de  Pamplona,  a  quien  habían  conocido  pocos  años 
antes  en  la  altura  de  sus  grandes  puestos  militares,  fregar  los  platos  y 
escudillas  y  hacer  cuantos  oficios  humildes  se  ofrecían  ;  y  con  tal  gus- 
to y  aplicación,  que  no  permitió  que  otro  alguno  se  ocupase  en  ellos 
durante  el  viaje.  Con  los  enfermos  seglares,  que  hubo  algunos,  aun- 
que no  de  mucho  cuidado,  ejercitaron  los  religiosos  cuantos  oficios  de 
caridad  alcanzaron,  sirviéndoles  personalmente  y  a  todas  horas.  En  fin: 


(22)  La  mencionada  carta  del  P.  Santiago  da  muy  interesantes  pormenores  sobre 
la  vida  llevada  por  los  religiosos  en  el  barco  durante  la  travesía. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


41 


fué  tan  poderoso  y  eficaz  ese  ejemplo,  con  los  demás  que  vieron  en 
aquellos  santos  religiosos,  que  muchos,  a  imitación  suya,  se  alentaron 
a  ayunar,  disciplinarse  y  a  otras  mortificaciones  particulares,  de  las  que 
veían  practicar  a  los  Padres,  ya  en  comunidad  y  ya  privadamente. 

11. — Pero  donde  se  manifestó  más  el  fruto  que  los  devotos  misio- 
neros hicieron  en  la  gente  del  bajel,  fué  al  tiempo  que  éste  se  hubo  de 
volver  a  Europa,  porque  le  sirvió  de  tanta  pena  a  la  gente  de  él  el  ver- 
se privados  de  la  amable  compañía  de  tan  santos  religiosos,  que  mu- 
chos de  ellos  pidieron  con  vivas  ansias  al  Prefecto  los  admitiese  por 
compañeros  en  su  apostólico  ministerio.  Y,  para  mayor  prueba  de  su 
vocación,  renunciaron  en  sus  manos  cuanto  tenían  y  los  sueldos  que 
les  pertenecían  de  su  trabajo,  deseando  únicamente  servir  a  Dios  y  a 
los  religiosos  en  la  conversión  de  las  almas,  aunque  fuese  con  el  hábi- 
to de  donados.  El  Prefecto  alabó  sus  fervorosos  deseos,  pero  los  di- 
suadió de  esa  pretensión,  alegándoles  muchas  y  muy  prudentes  razo- 
nes, y,  entre  otras,  diciéndoles  que  en  España  podrían  ejecutar  más 
cómodamente  sus  buenos  propósitos  en  los  conventos  que  Dios  les  ins- 
pirase. Con  eso  los  consoló  y  esforzó,  y  por  último  les  encargó  que  no 
olvidasen  tantos  y  tan  saludables  consejos  como  se  les  habían  dado 
hasta  entonces.  De  todo  lo  cual  se  puede  bien  colegir  la  grande  ope- 
ración que  hizo  en  sus  almas  el  ejemplo  de  los  varones  seráficos.  En 
esa  misma  forma  se  han  portado  en  las  navegaciones  los  misioneros  de 
otras  misiones  y  con  eso  han  logrado  en  los  mares  grandes  frutos  y 
conversiones  de  almas. 


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I 


CAPITULO  V 


De  lo  que  les  sucedió  a  los  misioneros  en  el  pueblo  de 
Pinda  con  un  navio  de  herejes  holandeses,  de  sus  hosti- 
Hdades  y  cómo  cesaron  esas  por  el  auxilio  de  Dios  y  de 

los  naturales. 


1.  — Volvkndo  ahora  a  buscar  a  nuestros  misioneros,  a  quienes  de- 
jamos todavía  embarcados  y  al  parecer  seguros  de  toda  hostilidad  en 
el  puerto  de  Pinda,  sucedió  que,  estando  ya  discurriendo  sobre  su  des- 
embarco, la  mañana  siguiente  vieron  venir  con  gran  velocidad  un  na- 
vio grande  de  holandeses,  que  en  breve  rato  se  acercó  al  nuestro.  Ad- 
virtió el  capitán  Falconi  el  designio  que  era  de  quitarle  el  suyo,  y  man- 
dó abrir  las  troneras  y  echar  fuera  la  artillería  y  que  la  gente  se  pusie- 
se en  arma  y  ocupasen  los  puestos  con  la  que  había  para  recibir  al 
enemigo.  Causó  grande  turbación  a  los  Padres  este  impensado  acciden- 
te y  más  el  considerar  era  de  mayor  porte  el  bajel  enemigo  y  que  los 
ánimos  iban  quebrantados  de  tan  larga  y  penosa  navegación  ;  pero,  re- 
conocietido  que  era  preciso  o  rendirse  miserablemente,  perdiéndolo 
todo  y  las  vidas,  o  pelear  hasta  morir,  trataron  de  disponerse  para  la 
defensa. 

2.  — Repararon  los  religiosos  las  ventajas  del  bajel  enemigo  y  en  el 
desmayo  de  nuestra  gente,  y  el  capitán  Falconi  pidió  al  Prefecto  que 
mandase  a  Fr.  Francisco  de  Pamplona  que  gobernase  a  la  gente  de 
guerra,  pues  lo  sabía  hacer  por  los  muchos  años  que  militó  en  mar  y 
tierra,  y  que  él  cuidaría  de  la  marinería.  Mandóselo  y  él  obedeció  pron- 
tamente, y  a  todos  los  demás  religiosos  les  ordenó  que  tomasen  las  ar- 
mas y  ayudasen  en  lo  que  pudiesen.  Mandó  que  todos  se  confesasen  y 
los  exhortó  después  a  pelear,  poniendo  toda  su  confianza  en  Dios,  por 
cuya  causa  peleaban.  Después  se  disfrazó  Fr.  Francisco  y  tomando  una 
espada  y  una  rodela  empezó  con  celo  católico  a  gobernar  la  soldades- 


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MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


ca,  repartiendo  la  gente  por  sus  puestos.  Infundió  en  todos  tal  valor 
con  sus  palabras  y  vigilancia,  andando  de  unas  partes  a  otras,  que  casi 
deseaban  empezase  el  combate  para  hacer  cada  uno  su  deber  en  tan 
forzoso  aprieto  y  €n  tan  católica  demanda.  Estando  ya  todos  armados 
y  en  sus  puestos  convenientes,  se  acercó  el  navio  holandés  a  tiro  de 
pistola  del  nuestro,  y,  viendo  que  no  tenia  bandera  alguna,  preguntó 
el  capitán  hoJandés,  como  suelen:  «¿Qué  giente?»  A  que  Falconi  le  res- 
pondió diciendo  :  «Gente  del  mar».  Esta  respuesta  tan  equívoca  le  dió 
mucho  que  sospechar  y  haciendo  un  caracol  con  su  bajel,  sin  hablar 
más  palabra,  se  engolfó  hasta  casi  perderlo  de  vista. 

3.  — Con  esa  retirada  se'  sosegó  la  gente  un  poco  y  aun  se  persua- 
dieron a  que  no  se  había  atrevido  a  embestirles  por  haberlos  visto  tan 
prevenidos  y  dispuestos  para  pelear ;  pero  se  desengañaron  luego, 
porque  volvió  a  ellos  con  suma  velocidad.  Con  eso  tomaron  segunda 
vez  las  armas  y  los  puestos,  juzgando  sería  ya  fija  la  batalla.  El  ánimo 
del  enemigo  era  apresar  nuestro  bajel,  para  cuyo  efecto  y  poderlo  eje- 
cutar con  más  seguridad,  quiso  reconocer  primero  el  mar  y  explorar 
si  iba  en  su  conserva  alguna  embarcación.  Hicieron  los  religiosos  va- 
rias súplicas  a  Dios  y  a  su  Madre  Santísima  para  que  los  librase  de  tan 
manifiesto  peligro.  Oyólos  su  Majestad  divina  y  con  tanta  benignidad, 
que  llegando  el  enemigo  a  tiro  de  cañón,  en  lugar  de  disparar  su  ar- 
tillería, echó  las  áncoras  y,  arrojando  al  mar  una  lancha,  envió  dos 
hombres  de  porte  a  bordo  de  nuestro  navio,  para  hacer  el  siguiente  re- 
querimiento. Preguntaron  en  lengua  portuguesa,  qué  gente  tenía  la 
nave,  que  de  dónde  había  venido  a  aquel  puerto,  qué  buscaban  en  aque- 
lla región  y  si  llevaban  pasaporte  de  los  superiores  del  comercio  de 
Holanda.  El  capitán  Falconi,  reconociendo  las  astucias  de  los  comisa- 
rios, usó  de  las  palabras  equívocas  siguientes  y  respondió :  Que  su 
capitán  había  saltado  en  tierra,  por  lo  cual  no  podía  mostrar  el  pasa- 
porte :  que  si  deseaban  verlo,  fuesen  a  buscarlo  a  la  ciudad  ;  que  el  ba- 
jel era  de  Europa  y  había  venido  a  aquel  puerto  a  negocio  especial  y 
de  mucha  importancia  del  señor  Don  Daniel  de  Silva,  conde  de  .Soñó. 

4.  — Con  esta  respuesta  se  volvieron  los  comisarios  a  su  bajel  e  in- 
formaron de  todo  al  capitán,  pero  éste,  poco  satisfecho  de  la  respues- 
ta, volvió  a  enviar  a  los  mismos  comisarios  con  nuevas  réplicas,  escrir 
tas  en  un  papel,  añadiendo  a  ellas  amenazas.  Respondióles  Falconi  di- 
ciendo :  Que  a  no  mirar  al  respeto  debido  al  príncipe,  en  cuyo  puerto 
se  hallaba,  no  hubiera  dado  lugar  a  tantas  demandas  y  réplicas,  pero 
que  tuviesen  entendido  que,  si  ellos  empezaban  la  guerra,  procuraría 


1 


V 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


47 


defenderse  ;  que  era  ya  sobrada  osadía  la  suya  después  de  haber  satis 
fecho  a  sus  preguntas,  no  debiendo  hacerlo  en  puerto  ajeno  y  sin  agra- 
vio suyo.  Al  tiempo  que  Falconi  escribía  esta  respuesta  usó  Fr.  Fran- 
cisco de  Pamplona  de  la  siguiente  estratagema.  Hizo  que  los  religio- 
sos se  metiesen  en  la  cámara  de  popa  y  allí,  ocultos  sin  que  los  pudie- 
sen ver  los  comisarios,  tratasen  en  voz  alta,  que  ellos  lo  pudiesen  en- 
tender, de'  sucesos  militares  y  de  cuán  perniciosa  era  la  secta  de  los 
holandeses,  y  que  variasen  las  voces  para  que  concibiesen  la  muche- 
dumbre de  gente  que  había  y  que  no  les  temían,  antes  bien  que  desea- 
ban el  combate.  Tomaron  el  papel  los  comisarios  y  volvieron  a  su  ba- 
jel y,  llenos  de  miedo,  informaron  a  su  capitán  de  lo  que  habían  vi^o 
y  oído.  Con  eso  se  templó  el  orgullo  de  los  enemigos  y  en  el  corto 
tiempo  que  quedaba  de  la  tarde  y  de  la  noche,  aunque  los  nuestros  no 
dejaron  las  armas  de  las  manos,  estuvieron  siempre  en  vela  y  con  no 
pocos  sobresaltos,  pero  no  fueron  molestados  de  los  enemigos,  aun- 
que lo  temieron. 

5.  — En  amaneciendo  vieron  que  el  capitán  holandés  tomó  su  lancha 
y  que  con  algunos  soldados  y  marineros  partió  a  toda  prisa  a  hablar 
al  conde  de  Soñó  :  empero,  juzgando  el  capitán  Falconi  por  inconve- 
niente el  que  el  enemigo  informase  primero,  aprestó  su  lancha  y  con 
gente  armada  y  los  Padres  Fr.  Buenaventura  de  Cerdeña  y  Fr.  Jenaro 
de  Ñola,  disfrazados,  procuró  hacerse  hacia  la  boca  del  río  Zaire  con 
la  brevedad  que  pudo.  El  holandés  hizo  todas  sus  diligencias  para  lle- 
gar primero,  pero  fué  Dios  servido  que  no  lo  lograse  por  llevar  pocos 
remeros  e  ir  el  río  tan  rápido,  a  cuya  causa  le  fué  preciso  retroceder 
para  .surtirse  de  más  remeros.  En  el  ínterin  fueron  bogando  los  nues- 
tros y.  como  cogieron  ventaja,  pudieron  llegar  a  perderse  de  su  vista. 
Pero,  porque  a  esta  fortuna  no  le  faltase  algún  azar,  en  empezando  a 
entrar  por  las  espesuras  de  las  islas  intermedias,  se  vieron  en  gran  con- 
flicto por  ignorar  el  viaje,  y  no  hallando  persona  alguna,  con  estar  to- 
das muy  pobladas  de  gente,  que  les  diese  luz  de  él  para  proseguirle, 
cayeron  en  gran  perplejidad  sobre  lo  que  habían  de  ejecutar.  Estando 
deliberando  sobre  este  punto,  llegó  cerca  de  ellos  la  lancha  del  holan- 
dés, ya  bien  surtida  de  gente  de  guerra  y  de  remeros,  y  los  nuestros 
acordaron  entonces  que  les  era  lo  más  acertado  y  seguro  el  irla  si- 
guiendo para  proseguir  el  viaje. 

6.  — Así  lo  hicieron  los  nuestros,  aunque  les  duró  poco  trecho  esa 
fortuna,  porque  por  las  vueltas  y  revueltas  de  las  islas  vinieron  a  per- 
derla de  vista,  quedando  confusos,  sin  saber  qué  hacer  y  con  bastantes 


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MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


temores  de  que  el  «nemigo  llegase  antes.  Afligióse  mucho  el  capitán 
Falconi  y  los  Padres  le  procuraron  alentar,  poniendo  toda  su  confian- 
za «n  Dios,  y  su  Majestad  divina  atendió  a  sus  ruegos,  disponiéndoles 
el  camino  por  una  brecha  de  tierra  que  vieron  entre  los  árboles.  Sa- 
lieron del  río  y  fueron  caminando  a  pie,  aunque  con  gran  fatiga,  hasta 
llegar  a  la  falda  de  una  eminencia,  y,  subiendo  a  ella,  descubrieron  al- 
gunas casas.  Después,  poco  más  adelante,  encontraron  una  plaza  muy 
espaciosa  y  en  ella  una  iglesia  de  maderos  y  paja,  con  su  campana  y 
una  cruz  delante  de  la  puerta.  Entraron  a  haoer  oración  y  vieron  sobre 
el  altar  una  imagen  de  relieve  de  la  Concepción  Purísima  de  Nuestra 
Señora,  otra  de  nuestro  Padre  San  Antonio  de  Padua,  también  de  re- 
lieve. Hallaron  asimismo  un  cuadro  mediano  y  muy  antiguo  con  la  vera 
efigies  de  nuestro  Seráfico  P.  San  Francisco,  abrazado  con  la  cruz. 

7.  — Fué  grande  el  júbilo  que  les  causó  ese  hallazgo,  y  con  él  cobra- 
ron firmie  esperanza  de  que  todo  les  había  de  suceder  felizmente  coft 
tan  poderosos  protectores,  a  quienes  se  encomendaron  con  íntimo  afec- 
to. En  el  ínterin  concurrieron  a  la  iglesia  muchos  negros,  y  ésos,  vien- 
do a  los  Padres  con  los  Crucifijos  en  el  pecho,  se  ponían  de  rodillas  y 
les  pedían  su  bendición  con  no  menos  alegría  que  devoción.  Luego  se 
levantaban  y  daban  palmadas  a  compás  y  vueltas  a  una  parte  y  a  otra 
para  manifestar  el  gozo  de  su  llegada  ;  y  con  razón  a  la  verdad,  pues 
había  muchos  años  que  no  habían  visto  sacerdote  alguno  hasta  enton- 
ces. Entre  la  gente  que  concurrió  entonces  se  hallaron  algunos  negros 
de  buena  razón  y  que  sabían  bastantemente  la  lengua  portuguesa.  Im- 
portó mucho  esto,  porque  les  dijeron  cómo  aquella  era  la  población  de 
Pinda  y  se  ofrecieron  gustosos  a  servirles  de  intérpretes  para  ir  a  ha- 
blar al  conde,  que  residía  en  la  banza  de  Soñó,  casi  una  legua  distante 
de  Pinda.  Adelantáronse  algunos  de  ellos  a  darle  el  aviso  al  conde  y 
con  su  noticia  se  conmovió  toda  la  banza,  de  suerte  que,  al  entrar  por 
ella  los  dos  Padres,  fué  tan  grande  el  concurso  de  la  gente,  que  ape- 
nas podían  andar  por  las  calles  por  ponérseles  todos  delante  de  rodi- 
llas para  que  les  echasen  su  bendición. 

8.  — En  llegando  a  la  presencia  del  conde,  se  levantó  de  su  silla  y 
con  imponderable  alegría  y  reverencia,  puesto  de  rodillas,  les  fué  abra- 
zando y  les  besó  la  mano.  Después,  antes  de  pasar  a  otras  demostra- 
cion«s  y  coloquios,  le  informaron  de  lo  que  les  sucedía  en  el  puerto 
con  un  navio  holandés,  donde  quedaban  los  demás  Padres,  todavía  em- 
barcados, por  no  atreverse  a  saltar  en  tierra,  temiendo  las  hostilidades 
de  los  herejes.  A  ese  tiempo  supieron  cómo  aun  no  había  llegado  a  la 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


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banza  el  capitán  holandés,  o  porque  rodeó  en  tierra,  o  porque  erró  el 
viaje  en  el  rio,  o,  lo  que  es  más  cierto,  porque  lo  dispuso  así  el  Padre 
celestial  de  las  misericordias  para  consuelo  y  seguridad  de  sus  fieles 
siervos.  Hizose  muy  capaz  el  conde  de  la  pretensión  del  holandés  y  fué 
tal  su  sentimiento  de  que  quisiese  hacerse  dueño  del  puerto  y  estorbar 
a  los  religiosos  la  entrada  en  sus  tierras,  que,  en  llegando  a  su  presen- 
cia poco  después,  no  sólo  lo  reprendió  ásperamente,  sino  que  al  capi- 
tán y  a  los  que  le  acompañaban  los  mandó  poner  en  la  cárcel.  Luego 
dió  orden  a  Don  Miguel  de  Castro,  su  pariente,  para  que  partiese  al 
instante  con  mucha  gente  armada  para  defender  a  los  religiosos  y  gen- 
te del  bajel  del  capitán  Falconi,  y  para  mayor  seguridad  mandó  al  mis- 
mo tiempo  a  otro  fidalgo  muy  noble  que  fuese  al  navio  holandés  con 
igual  número  de  soldados  para  impedir  cualquier  hostilidad  que  inten- 
tase. Con  ese  resguardo  se  volvió  Falconi,  dándole  las  gracias  al  con- 
de, acompañado  de  muchos  negros  armados  que  gustaron  de  quedarsie 
en  el  navio  hasta  que  el  día  siguiente  desembarcasen  los  religiosos  pa- 
ra llevarlos  a  Soñó. 

9. — Llegó  Falconi  con  toda  la  gente  de  guerra,  destinada  para  am- 
bos navios  con  sus  cabos,  y,  apenas  entró  en  el  suyo  con  la  gente, 
cuando  empezaron  a  respirar  los  Padres  y  luego  sin  más  dilación  pa- 
saron al  de  los  holandeses  y  les  notificaron  el  orden  que  llevaban  del 
conde  y  cómo  por  sus  atrevimientos  quedaban  presos  su  capitán  y  com- 
pañeros. No  es  ponderable  el  gozo  que  les  causó  a  los  negros  el  ver 
a  los  religiosos,  hicieron  mil  demostraciones  de  alegría  y,  habiéndolos 
agasajado  lo  mejor  que  se  pudo,  hicieron  diferentes  repiques  con  la 
campana,  y  blancos  y  negros  cantaban  a  Dios  alabanzas  y,  eti  esa  for- 
ma y  con  ios  regocijos  que  permitía  el  puerto,  se  pasó  la  mayor  parte 
de  aquella  noche.  Los  golpes  de  la  campana  y  las  voces  de  los  que  can- 
taban, fueron  para  los  herejes  que  las  oían,  truenos  de  imponderable 
tormento.  Amaneció  el  domingo  siguiente  y  se  renovaron  los  júbilos 
con  festivas  demostraciones  ;  enarboláronse  las  banderas  y  gallardetes 
y  salieron  de  su  retiro  los  religiosos,  ya  sin  disfraz  alguno,  y  empeza 
ron  a  pasearse  por  el  navio  para  que  los  enemigos  los  viesen.  Esto  fué 
para  ellos  de  sumo  tormento,  pero  de  imponderable  alborozo  oara  Ío 
católicos  blancos  y  negros,  y  para  éstos  especialmente",  que  no  habien 
do  oído  Misa  en  muchos  años  por  falta  de  sacerdotes,  la  oyeron  aquel 
día  en  el  navio  y  se  celebró  con  la  solemnidad  posible.  Lo  mismo  hi- 
cieron los  Padres  que  se  quedaron  en  Soñó,  y  ésos  bendijeron  el  agua 
y  cantaron  el  asperges.  También  hicieron  pláticas  espirituales,  valién- 
dose de  intérpretes  para  ello,  y  toda  aquella  gente  asistió  con  mucha 


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MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


devoción  y  reverencia  a  ellas  y  así  el  conde,  como  todos  los  demás,  no 
cesaban  de  dar  gracias  a  Dios  por  haberles  enviado  varones  tan  apos- 
tólicos. 

10.  — Por  la  tard^  desembarcaron  los  Padres  con  el  capitán  Falconi, 
excepto  dos,  uno  sacerdote  y  otro  lego,  que  se  quedaron  en  el  navio 
para  decir  Misa,  confesar  y  consolar  a  la  gente  de  él  y  para  que  des- 
embarcasen y  condujesen  a  Pinda  los  ornamentos  y  cosas  de  la  misión. 
Los  demás  llegaron  a  Soñó  y,  antes  de  entrar  en  la  banza,  salió  inmen- 
sa gente  a  recibirlos  y,  con  tal  alegría  y  devoción,  que  conforme  iban 
pasando,  les  pedían  de  rodillas  la  bendición.  Después  de  recibida  se  le- 
vantaban y  hacían  varias  mudanzas,  dando  palmadas  y  cantando  en  su 
lengua  N ganza,  Npungu,  que  es  lo  mismo  que  sacerdotes  de  Dios,  y 
esto  lo  repetían  muchas  veces.  El  conde,  sabiendo  su  llegada,  salió  has- 
ta su  puerta,  acompañado  de  toda  la  nobleza,  y  los  recibió  con  sumo 
afecto,  abrazando  a  cada  uno  de  rodillas,  y  después  les  hizo  sentar.  Sacó 
luego  el  Prefecto  el  Breve  de  Su  Santidad  y  le  dió  razón  de  su  ida  a 
aquel  reino,  y  él  lo  tomó  y  con  gran  reverencia  lo  besó  y  puso  sobre 
la  cabeza.  Luego  se  lo  entregó  a  su  secretario  para  que  se  lo  explicase 
en  su  lengua  nativa  ;  oido  después,  celebró  con  demostraciones  católicas 
su  dicha  y  lo  muy  agradecido  que  se  hallaba  al  Sumo  Pontífice  por  tal 
favor  y  beneficio. 

11.  — Pasó  inmediatamente  a  ajustar  la  contienda  de  los  dos  capita- 
nes y  mandó  traer  a  su  presencia  al  holandés,  al  que  fué  acompañando 
su  factor.  En  llegando,  como  vió  allí  a  los  religiosos  con  sus  crucifi- 
jos al  pecho,  se  quedó  atónito.  Díjole  entonces  el  conde  que  dijese  lo 
que  tenía  que  alegar  en  su  pretensión.  A  lo  cual,  ciego  de  cólera  y  lleno 
de  turbación,  respondió:  que  si  había  recibido  disgusto  por  haber  apor- 
tado a  aquellas  costas  el  bajel  católico,  donde  los  estados  de  Holanda 
tenían  su  comercio  sentado  sin  su  pasaporte,  mucho  más  disgustado 
quedaba  por  haber  conducido  a  los  Capuchinos  a  aquel  reino  por  ser 
enemigos  de  su  religión  protestante  y,  sobre  todo,  lo  que  más  sentía 
era  el  ver  el  grande  afecto  con  que  su  Excelencia  los  admitía  en  su  es- 
tado, contraviniendo  en  ello  a  los  pactos  con  que  se  estableció  el  co- 
mercio, siendo  uno  de  ellos  el  que  no  admitiría  en  sus  tierras  y  puerto 
gente  que  fuese  enemiga  de  Holanda.  A  esto  respondió  el  conde  como 
muy  católico  príncipe,  diciendo :  Que  por  gente  enemiga  de  los  holan- 
deses se  entendía  la  que  les  hacía  guerra  con  armas,  pero  no  los  mi- 
nistros evangélicos  enviados  por  el  Sumo  Pontífice  ;  que  él  era  hijo 
obediente  suyo  y  de  la  santa  Sede  Apostólica,  y  que,  si  hubiera  hecho 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


51 


tales  pactos,  fuera  no  hijo,  sino  enemigo  declarado  de  ella  en  perjui- 
cio propio  suyo  y  de  sus  vasallos  ;  que  si  a  los  holandeses  les  había 
permitido  la  entrada  «n  sus  estados,  había  sido  precisamente  por  el  co- 
mercio temporal,  pero  no  en  manera  alguna  para  qu€  se  entrometiesen 
en  materias  de  religión  ni  en  el  libre  y  natural  dominio  de  los  estados 
que  Dios  le  había  dado. 

12.  — Habiendo  oído  el  perverso  hereje  al  conde,  procuró  meterle 
miedo,  diciendo  con  astucia  que  mirase  bien  su  Excelencia  lo  que  de- 
terminaba en  aquel  negocio  porque,  en  sabiendo  los  directores  de  Ho- 
landa lo  que  pasaba,  le  moverían  guerra  sangrienta,  y  aun  añadió  que 
no  se  darían  por  satisfechos  hasta  que  mandase  desterrar  de  todos  sus 
estados  a  los  Capuchinos.  El  conde,  muy  enfadado  de  tal  audacia,  le 
dijo :  Obren  sus  directores  lo  que  quisieren,  que  yo  y  todos  mis  vasa- 
llos estamos  dispuestos  a  perder  las  vidas  en  defensa  de  los  Padres. 
Nótese  aquí  de  paso  que  la  voz  que  corrió  en  España  de  que  los  holan- 
deses habían  pervertido  a  los  del  Congo,  fué  falsa  :  pero,  como  ellos 
se  habían  apoderado  de  Angola  poco  antes,  les  pareció  fácil  hacer  lo 
mismo  del  Congo  e  introducir  su  secta  en  ese  reino,  y  de  ellos  nació 
la  voz  y  lo  iban  trazando  así  con  su  infernal  astucia  :  y  así  llevó  Dios 
a  los  Capuchinos  a  tal  razón,  que  se  pudieron  oponer  a  tan  detestable 
intento  y  por  eso  sintieron  tanto  su  entrada  en  el  Congo.  El  mismo 
rey  les  dió  después  grandes  satisfacciones  e  hizo  quemar  públicamente 
ciertos  catecismos  que  habían  llevado  a  su  corte  y  sintió  mortalmente 
la  mala  voz  que  habían  esparcido  contra  él  y  sus  vasallos  por  Europa. 
Los  tales  catecismos  iban  impresos  en  lengua  portuguesa  y  se  los  die- 
ron al  rey,  como  otras  cosas,  de  regalo  ;  tanta  como  ésta  es  la  astucia 
y  malicia  de  los  herejes. 

13.  — Viendo,  por  último,  los  circunstantes  la  indignación  del  conde 
y  que  el  holandés  quería  replicarle  de  nuevo,  empezaron  a  inquietarse 
de  suerte  que  le  fué  preciso  callar  y  cesar  en  sus  arrogancias,  propias 
de  herejes,  pues  todos  son  soberbios.  Cesó  por  entonces  la  contienda 
y,  despidiéndose'  los  religiosos  del  conde,  les  hizo  grandes  y  muy  afec- 
tuosos ofrecimientos  de  su  persona  y  casa,  y  mandó  que  se  les  diese 
alojamiento  en  Pinda  por  ser  la  población  más  vecina  al  puerto  para 
poder  desde  allí  conducir  más  fácilmente  las  cosas  de  la  misión  que  aun 
se  estaban  en  la  nave.  El  malvado  holandés,  viendo  frustrado  su  inten- 
to, pidió  por  merced  al  conde  le  diese  libertad  para  asistir  a  sus  depen- 
dencias, dándole  palabra  de  que  no  haría  molestia  alguna  ni  a  los  mi- 
sioneros ni  al  bajel  de  Falconi,  con  que  juzgando  que  procedía  senci- 


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MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


llámente  en  la  promesa,  se  la  concedió.  Pero,  apenas  se  vió  libre,  cuan- 
do empezó  a  prorrumpir  en  amenazas,  diciendo  a  Falconi,  en  presencia 
de  algunos,  que,  en  llegando  al  puerto,  le  había  de  echar  a  fondo  su 
navio.  Con  este  nuevo  motivo  volvió  Falconi  al  conde,  pidiendo  le  am- 
parase y  a  los  Padres,  pues  el  arrepentimiento  del  holandés  se  había 
ya  explicado  con  nuevas  amenazas  contra  todos. 

14. — Apenas  oyó  el  conde  el  suceso,  cuando  salió  como  un  león  a 
la  puerta  de  su  palacio  e  hizo  señal  de  tocar  alarma,  dando  desmesu- 
rados gritos  e  hiriéndose  la  boca  con  la  mano  aprisa.  Brevemente  se 
juntaron  muchos  escuadrones  y  marchó  con  ellos  el  mismo  conde  en 
seguimiento  del  holandés  y  de  su  factor,  que  iban  huyendo  a  toda  pri- 
sa ;  mas,  como  los  negros  son  velocísimos  en  correr,  a  cosa  de  media 
legua  los  alcanzaron  y  los  hicieton  prisioneros.  Fueron  llevados  des- 
pués a  la  presencia  del  conde,  quien  había  resuelto  mandarlos  degollar  ; 
pero  se  suspendió  el  castigo  por  la  interposición  de  muchos  y  haberse 
ellos  humillado.  Con  todo  eso  mandó  que  les  pusiesen  en  la  cárcel  y 
con  buena  guardia  en  la  banza  de  Soñó,  y  por  instancias  que  hicieron, 
no  les  quiso  dar  libertad  hasta  que  el  capitán  Falconi  despachó  todas 
sus  dependencias.  Pero,  no  obstante  este  resguardo,  al  salir  del  bajel 
los  dos  religiosos  que  quedaron  en  él  para  desembarcar  las  cosas  de  la 
misión  y  conducirlas  a  Pinda,  experimentaron  una  grande  alevosía  de 
la  gente  del  navio  enemigo,  porque,  sabedores  de  lo  que  le  pasaba  a 
su  capitán,  apenas  vieron  desviarse  la  lancha  de  nuestro  bajel,  cuando 
dispararon  una  pieza  de  bronce  con  bala,  con  ánimo  de  matar  a  los  dos 
religiosos.  No  lograron  su  mal  intento,  aunque  pasó  por  medio  de  am- 
bos la  bala,  porque  Dios  los  libró.  Pero,  vista  la  maldad,  al  punto  les 
hizo  responder  con  otra  mayor  el  piloto  Baltasar  López.  Supo  el  conde 
el  caso  y  fué  en  persona  a  la  cárcel  y  amenazó  al  capitán  con  pena  de 
muerte,  si  no  mandaba  a  los  suyos  que  se  abstuviesen  de  ofender  al  na- 
vio de  Falconi,  y  la  amenaza  fué  de  calidad,  que  le  obligó  a  escribir  al 
piloto,  diciéndole :  que  si  quería  verlle  vivo  dejase  de  molestar  al  navio 
católico.  Con  eso  cesó  tan  porfiada  y  extravagante  contienda  y  los  re- 
ligiosos salieron  de  sustos, 


CAPITULO  VI 


Empiezan  los  misioneros  a  ejercitar  su  apostólico  minis- 
terio; pártese  para  Europa  el  capitán  Falconi  con  dos  de 
ellos  y  enferman  gravemente  los  demás. 


1.  — Después  d€  tantas  tribulaciones  como  hasta  aquí  padecieron 
nuestros  fervorosos  misioneros,  viéndose  ya  en  tierra  y  en  la  palestra 
deseada,  empezaron  a  ejercitar  su  ministerio  con  increíble  aplicación. 
Causóles  gran  lástima  ver  tantos  millones  de  almas  redimidas  con  la 
sangre  preciosísima  de  Cristo,  casi  en  su  último  precipicio  por  falta  de 
mantenimiento  espiritual  y  de  quien  se  le  administrase,  teniendo  todos 
generalmente  pronta  voluntad  para  recibirla.  Hacía  muchos  años  que 
carecía  aquel  reino  de  operarios  evangélicos  y,  sobre  estar  en  él  poco 
arraigada  la  fe,  la  vecindad  de  los  reinos  gentiles  tenía  inficionados  los 
ánimos  y  a  muchos  pervertidos  con  el  veneno  de  sus  vicios  y  supersti- 
ciones. Carecían  muchos  del  santo  Bautismo  y  casi  no  se  conocía  otra 
cosa  en  todo  el  Congo  sino  torpezas,  manteniendo  cada  uno  las  man- 
cebas que  podía  sustentar,  sin  tratar  de  casarse.  Son  muy  dadas  al  ocio 
aquellas  gentes  y  amiguísimos  de  bailes  muy  torpes  y  ejercían  continuos 
latrocinios  para  mantener  la  vida.  Sobre  todo  se  guerreaban  unos  a 
otros  casi  continuamente  y  sólo  hacían  grande  aprecio  de  los  hechioe- 
ros  que  les  enseñaban  mil  supersticiones,  los  cuales  siempre  han  sido 
enemigos  de  los  misioneros  y  por  cuyo  medio  les  ha  hecho  mayores 
daños  el  demonio. 

2.  — Reconocieron  aquellos  Padres,  no  sin  gran  dolor,  el  infinito  nú- 
mero de  almas  que  en  los  siglos  pasados  habían  perecido  y  hallaron  por 
buenos  informes  y  experiencia  que  de  cuatro  partes  de  la  gente  del  rei- 
no, las  tres  eran  de  gentiles,  y  la  otra,  aunque  estaban  bautizados,  de 
tan  malos  cristianos,  que  eran  tan  malos  en  las  costumbres  como  los 
gentiles.  Todo  esto  estimulaba  grandemente  a  los  misioneros  para  tra- 


56 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


bajar  incesantemente  en  la  conversión  de  aquellas  almas.  Cada  uno  pa- 
recía en  el  celo  un  San  Pablo  y  con  voz  de  trompeta  que  resonaba  por 
todo  «1  reino  y  aun  por  los  circunvecinos,  les  predicaban  penitencia  y 
procuraban  todos  arrancar  vicios  y  plantar  virtudes  cristianas  casi  no 
conocidas  en  aquel  reino.  Era  tal  la  conmoción  de  la  gente  y  el  fervor 
de  los  predicadores,  que  se  conocía  bien  hablaba  por  sus  voces  el  Es- 
píritu Divino.  Con  este  socorro  del  cielo  fué  Dios  servido  lograsen  en 
gran  parte  su  trabajo  y  desvelo,  aunque  predicaban  por  medio  de'  los 
intérpretes  ;  lo  cual  se  reconoció  por  el  gran  concurso  de  la  gente  a  los 
sermones,  Misas  y  Sacramentos,  y  en  que  muchos  dejaron  las  concu- 
binas y  se'  casaron,  viviendo  de  allí  adelante  cristianamente. 

8. — A  más  de  lo  dicho,  eran  tantos  los  que  acudían  a  recibir  el  san- 
to Bautismo,  que  hubo  misionero  que  en  sólo  medio  día  bautizó  más 
de  trescientos,  entre  párvulos  y  adultos.  En  tan  cortos  días  se  fué  au- 
mentando el  fruto  de  calidad  que,  para  recogerle  con  mayor  providen- 
cia, destinaron  unos  para  los  bautismos,  otros  para  predicar  y  otros 
para  administrar  los  Sacramentos  de  la  penitencia.  Eucaristía  y  Extre- 
maunción, ayudar  a  bien  morir  y  enterrar  los  muertos.  A  pocos  días, 
viendo  la  gente  el  celo  y  caridad  con  que'  aquellos  Padres  cuidaban  de 
todos,  empezaron  a  publicar  por  todas  partes  que  eran  unos  hombres 
venidos  del  cielo.  Llamábanlos  los  Padres  de  la  misericordia  y  les  da- 
ban otros  elogios  seme'jantes.  Acudía  gente  de  las  partes  más  remotas 
a  recibir  el  santo  Bautismo  de  su  mano,  llevando  las  madres  a  sus  hi- 
juelos en  los  brazos  muchas  leguas,  siendo  espectáculo  de  la  mayor  ter- 
nura el  ver  llegar  a  todas  horas  numerosas  tropas  de  hombres  y  de  mu- 
jeres con  sus  criaturas,  pidiendo  de  rodillas  y  a  voces  el  santo  Bautis- 
mo. Administrábanselo  los  Padres  con  suma  benignidad,  aunque  con 
sumo  trabajo,  porque,  como  observaban  todas  las  ceremonias  del  Ri- 
tual Romano  y  eran  tantos  los  que  venían  a  recibirlo,  apenas  les  daban 
lugar  para  comer  y  reposar. 

4. — Fué  preciso  administrar  este  Sacramento  solemnemente,  así  por 
la  mucha  devoción  con  que  la  gente  lo  recibía,  como  por  ser  cosa  nue- 
va en  aquella  tierra  el  ver  bautizar  con  solemnidad,  pero  principalmen- 
te para  quitar  algunos  abusos  perniciosos  que  con  el  tiempo  se  habían 
introducido  ;  porque,  cuando  el  sacerdote  seglar  bautizaba,  no  hacía 
otra  ceremonia  que  poner  al  niño  o  adulto  un  grano  de  sal  en  la  boca, 
y  después  le  echaban  el  agua  en  la  cabeza,  diciendo  :  «Yo  te  bautizo 
en  el  nombre  del  Padre  y  del  Hijo  y  del  Espíritu  Santo».  Demás  de 
esto  había  abierto  la  avaricia  puerta  a  un  gran  desorden  y  tal  que  r«ti- 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


57 


raba  a  muchos  de  llegar  a  recibir  tan  necesario  Sacramento  para  la  sal- 
vación, porque  el  sacerdote  no  quería  administrarle,  si  el  adulto  o  los 
padres  de  los  párvulos  no  le  contribuían  con  una  gallina  y  tanta  mone- 
da del  país  cuanta  correspondía  a  un  real  de  por  acá,  que  son  unos  ca- 
racolillos pequeños.  Con  que,  viendo  entonces  aquella  gente  que  los 
religiosos  bautizaban  solemnemente  y  sin  interés  alguno,  aunque  le 
ofrecían  de  buena  gana,  quedaban  sumamente  edificados  y  en  todas  par- 
tes eran  aclamados  por  su  piedad  y  misericordia,  y  todos  los  amaban 
con  notable  cariño. 

5.  — En  esos  santos  ejercicios  de  predicar  y  bautizar,  confesar  y  ad- 
ministrar los  demás  Sacramentos,  visitar  los  enfermos,  componer  dis- 
cordias y  enterrar  los  muertos,  se  ocuparon  los  misioneros  algunos  días 
en  la  libata  de  Pinda  y  en  la  banza  de  Soñó,  pasando  cada  día  dos  le- 
guas <le  un  arenal  muy  trabajoso  para  ellos,  por  lo  ardiente  del  sol  que 
allí  hiere  perpendicularmente  y  deja  abrasando  la  arena  ;  a  cuya  causa 
andaban  hin  sandalias  para  poder  caminar.  A  estos  trabajos  se  añadían 
otros  de  hambre,  sed  y  mal  dormir,  porque  el  mantenimiento  del  país 
era  corto  y  de  poca  sustancia  ;  la  bebida  era  agua  del  río  y  ésa  calien- 
te por  la  actividad  del  sol  y  de  más  a  más  salobre.  No  quisieron  aque- 
llos seráficos  obreros  y  observantísimos  Frailes  Menores,  que  se  des- 
embarcase del  navio  sustento  alguno  de  Europa  para  entrar  apostóli- 
camente predicando  en  aquel  reino,  fiados  únicamente  en  la  Providen- 
cia divina  y  en  la  piedad  de  los  fieles. 

6.  — Pero  con  ser  tan  excesivos  los  trabajos  cotidianos  en  ambas  po- 
blaciones, todo  se  les  hacía  gustoso  a  vista  del  fruto  que  experimenta- 
ban en  las  almas.  Considerando  esto  el  Prefecto  y  que  era  mucha  la 
mies  y  pocos  líos  operarios,  y  sabiendo  que,  sino  en  San  Salvador  que 
es  la  corte,  que  había  algunos  sacerdotes,  lo  restante  del  reino  carecía 
de  ellos  ;  y  allegándose  a  eso  el  que  otros  reinos  vecinos  de  gentiles 
deseaban  recibir  nuestra  santa  fe,  acordaron  que  volviesen  a  Europa 
en  el  mismo  navio  el  P.  Fr.  Miguel  de  Sessa  y  Fr.  Francisco  de  Pam- 
plona para  solicitar  en  Roma  mayor  número  de  religiosos,  informando 
a  Su  Santidad  y  a  la  Sacra  Congregación  de  todo,  como  lo  hicieron,  y 
sucedió  lo  que  adelante  veremos.  Con  esta  resolución  dispuso  el  capi- 
tán su  vuelta  a  Europa,  habiéndose  detenido  aun  quince  días  en  el  puer- 
to. Para  él  y  su  gente  fué  de  sumo  consuelo  el  traer  en  su  compañía 
a  los  dos  religiosos.  Hiciéronse  a  la  vela  y  a  la  mitad  del  viaje  encon- 
traron un  navio  grande  inglés,  y  Fr.  Francisco  rogó  al  capitán  de  él 
que',  supuesto  iba  en  derechura  de  Inglaterra,  se  sirviese  de  traerlos  en 


58 


MISIONKS  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


SU  compañía,  lo  cual  hizo  con  mucha  generosidad,  disponiéndolo  Dios 
así  para  que  con  más  brevedad  pudiesen  ser  socorridos  los  del  Congo, 
como  lo  fueron.  El  navio  de  Falconi,  según  se  supo  después,  encalló 
y  al  fin  le  vinieron  a  robar  otros  dos  pasajeros,  a  quienes  pidió  soco- 
rro, y  padecieron  varios  trabajos,  pero  se  los  remuneró  Dios  después 
y  volvió  a  mejorar  de  fortuna,  a  más  del  premio  que  consiguió  para 
la  vida  eterna,  por  la  gran  caridad  que  usó  siempre  con  los  nuestros. 

7.  — Apenas  salió  del  puerto  de  Pinda  el  sobredicho  bajel,  cuando 
a  los  que  quedaron  en  Pinda  les  empezó  a  ejecutar  el  clima,  como  sue- 
le a  cuantos  llegan  de  Europa,  a  que  ayudó  no  poco  el  excesivo  tra- 
bajo de  cada  día.  Ya  desde  aquí  se  mudaron  las  adversidades  pasadas 
en  otras  muy  diferentes  y  no  menos  molestas,  porque  empezaron  a  sen- 
tir varias  complicaciones  de  humores,  flaqueza  y  dolores  agudos,  de 
calidad  que  brevemente  enfermaron  todos  gravemente,  excepto  los  Pa- 
dres Fr.  José  de  Antequera  y  Fr.  Angel  de  Valencia.  Estos  dos,  por  no 
omitir  la  solemnidad  del  Corpus  ni  dejar  alguna  demostración  en  re- 
verencia del  augustísimo  Sacramento,  y  para  consuelo  y  edificación  de 
aquellos  pueblos,  pasaron  la  víspera  desde  Pinda  a  Soñó,  llevando  con- 
sigo la  custodia,  el  dosel  y  ornamentos  necesarios  para  la  función,  y 
todo  sobre  sus  hombros.  Después  acomodaron  el  altar  en  la  iglesia  de 
San  Antonio  de  Padua,  supliendo,  en  lugar  de  colgaduras,  ramos  y 
palmas  que  mandaron  traer,  asi  para  la  iglesia  como  para  adornar  las 
calles.  Al  día  siguiente  cantaron  la  Misa  y  se  hizo  la  procesión  solemne, 
acompañando  al  Santísimo  el  conde  y  los  fidalgos  con  velas  encendidas, 
y  todos  ataviados  con  sus  mejores  galas.  La  gente  común  hizo  su 
cuerpo  aparte,  formando  lucidas  soldadescas  y  bien  ordenados  escua- 
drones, con  variedad  de  banderas  y  de  armas.  Estos  seguían  la  Cruz, 
disparando  los  mosquetes  de  cuando  en  cuando,  y,  empezando  el  verso 
Tantum  ergo,  hacían  sus  salvas  reales  con  toda  la  mosquetería  de  que 
tiene  el  conde  buen  número  y  se  los  han  llevado  allá  las  naciones  del 
norte.  Entre  unos  y  otros  iban  con  el  mismo  orden  diferentes  danzas 
y  variedad  de  instrumentos  músicos  y  de  guerra.  El  uno  de  los  Padres 
llevaba  la  Custodia,  y  el  otro  el  incensario,  y  ambos  cantaban  los  him- 
nos, diciendo  cada  uno  su  verso. 

8.  — De  esta  suerte  y  con  grande  orden  y  concierto,  y  aun  mejor 
que  en  Europa,  pasaron  por  las  calles  principales  con  suma  devoción 
y  reverencia.  Estuvo  su  Majestad  descubierto  hasta  la  tarde,  reveren- 
ciado de  todos,  y  fué  a  la  verdad  un  día  el  más  festivo  y  de  mayor 
gozo  que  jamás  habían  visto  aquellas  gentes,  y  les  sirvió  mucho  para 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


59 


ratificarse  en  la  fe  católica,  que  profesaban,  y  desde  entonces  venera- 
ron sumamente  ese  sacrosanto  Sacramento.  Encerróse  después  en  el 
Sagrario  con  toda  la  música  de  instrumentos  y  asistencia  de'  toda  aque- 
lla corte  con  luces,  y  quedaron  pasmados  y  sumamente  gozosos,  dando 
mil  gracias  a  Dios  y  unos  a  otros  mil  parabienes  por  haber  gozado  de 
tan  soberano  favor  y  de  la  dicha  que  no  consiguieron  todos  sus  ante- 
pasados. Acabada  la  función,  se  volvieron  los  devotos  Padres  a  Pinda, 
y  el  uno  llegó  con  calentura  y  el  otro  enfermó  dentro  de  pocos  días, 
y  aún  vino  a  ser  el  primero  que  murió  ;  con  que  ya  no  había  alguno 
sano  que  pudiese  cuidar  de  los  naturales  ni  aun  de  sí  mismos. 

9.  — Fuéronse  agravando  las  enfermedades  de  todos,  y  tanto,  que  era 
verdaderamente  espectáculo  digno  de  la  mayor  compasión  ver  en  aque- 
lla angustia  tantos  y  tan  piadosos  ministros  de  Dios  al  abrigo  de  una 
pequeña  choza,  o,  por  mejor  decir,  al  desabrigo  de  una  cabana  que  ni 
tenía  puertas  ni  ventanas  y  sus  paredes  eran  de  paja  y  el  tejado  de 
hojas  de  palma,  por  el  cual  entraban  sin  defensa  el  sol,  la  luna,  el  aire 
y  el  sereno,  con  cuyas  influencias  se  les  aumentaba  el  ardor  de  las  ca- 
lenturas. Sus  camas  eran  de  la  dura  tierra,  sin  más  colchón  que  un 
poco  de  paja,  y  tan  estrecha  la  habitación,  que  les  era  preciso  encoger 
los  píes  para  no  tropezar  unos  con  otros  ;  a  que  se  añadía  la  circuns- 
tancia de  verse  en  tierra  extraña  y  sin  conocimiento  de'  sus  moradores 
ni  tener  a  quien  volver  los  ojos  sino  sólo  a  Dios.  Carecían  de  médicos 
y  de  medicinas,  que  por  allá  no  hay  nada  de  eso,  y  eran  a  todas  horas 
perseguidos  de  hormigas,  ratones  y  topos,  especialmente  de  ciertas  sa- 
bandijas llamadas  dragoncillos,  que  no  les  dejaban  reposar.  Y  en  fin : 
se  veían  reducidos  a  tal  miseria,  que  ya  no  esperaban  otra  cosa  sino 
darse  unos  a  otros  sepultura  ;  para  cuyo  efecto  se  prepararon  todos  con 
los  Sacramentos,  esforzándose  uno  a  decir  Misa  para  comulgarlos, 
siendo  el  primero  que  salió  de  esta  vida  el  último  que  cayó  enfermo, 
que  fué  el  Padre  Fr.  José  de  Antequera,  de  cuya  vida  hablaremos  al 
fin  de  este  capítulo,  por  ser  muy  digna  de  memoria  para  nuestro 
ejemplo. 

10.  — Pero,  aunque  todos  se  llegaron  a  ver  tan  próximos  a  la  muer- 
te y  por  horas  esperaban  seguir  a  su  santo  compañero,  con  todo  eso, 
contentándose  el  Señor  por  entonces  con  el  diezmo,  dejó  con  vida  a 
los  demás  para  que  pudiesen  trabajar  en  su  viña  y  no  quedasen  aque- 
llas pobres  almas  destituidas  de  remedio  y  pasto  espiritual.  Consoló 
después  su  Maj-estad  divina  y  confortó  a  sus  siervos  espiritual  y  cor- 
poralmente,  de  suerte  que  poco  a  poco  fueron  saliendo  del  peligro  y 


6o 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


recuperando  la  salud.  En  lo  espiritual  los  consoló,  porque  aquel  mis- 
mo padecer  y  tan  a  secas,  se  lo  convirtió  en  tanta  dulzura  de  sus  almas, 
que,  viendo  lo  ocasionaba  el  haber  procurado  su  mayor  honra  y  gloria 
y  el  deseo  de  la  salvación  de  los  prójimos,  no  cesaban  de  darle  gra- 
cias porque  se  había  servido  de  hacerles  dignos  de  padecer  algo  por  su 
amor.  Confortóles  también  corporalmente,  moviendo  el  ánimo  del  con- 
de para  que,  en  sabiendo  su  extrema  necesidad,  los  socorriese  cada  día 
con  limosna  de  aves,  huevos  y  frutas.  Y,  si  bien  las  primeras  calentu- 
ras los  rindieron  a  todos,  con  todo  eso  le  conservó  su  Majestad  algu- 
nas fuerzas  a  Fr.  Jerónimo  de  La  Puebla,  Religioso  Lego,  que  había 
sido  muchos  años  enfermero  de  Zaragoza,  para  que,  en  medio  de  su 
dolencia,  pudiese  asistir  a  los  demás,  como  lo  hizo  y  con  gran  caridad, 
sangrándolos,  echándoles  las  ventosas,  dándoles  a  sus  horas  los  refres- 
co y  aderezándoles  la  comida. 

11.  — Con  eso,  y  principalmente  con  el  auxilio  divino,  fueron  pasan- 
do su  trabajo  y  el  examen  que  el  Señor  hizo  de  su  paciencia  y  cons- 
tancia, del  cual  salieron  con  muchos  medros  espirituales  y  con  mayo- 
res fervores  para  trabajar  en  su  apostólico  ministerio.  Dió  en  esa  oca- 
sión el  conde  muestras  de  príncipe  generoso  y  de  singular  devoto  de 
nuestro  Seráfico  Padre  y  de  sus  hijos  los  Capuchinos,  pues  en  todo  el 
tiempo  que  duraron  las  enfermedades,  apenas  hubo  día  que  no  les  en- 
viase regalo  y  los  fuese  a  visitar  personalmente.  Y,  si  tal  vez  omitía 
esa  diligencia  por  sus  ocupaciones,  enviaba  un  fidalgo  muy  noble  a 
saber  de  su  salud  y  si  necesitaban  de  alguna  cosa  para  su  asistencia. 
Con  que  se  ve  aquí  cuán  bien  les  remuneró  Dios  el  no  haber  sacado 
provisión  alguna  del  navio  y  arrojado  todo  su  cuidado  en  su  amorosa  y 
paternal  Providencia. 

12.  — Vida  y  virtudes  de  Fr.  José  de  Antequera,  Predicador.  Acerca 
de  la  vida  y  virtudes  del  Padre  Fr.  José  de  Antequera,  hijo  de  la  Pro- 
vincia de  Andalucía,  varón  verdaderamente  apostólico,  lo  que  sabemos 
es  que  en  atención  a  sus  grandes  virtudes  le  ocupó  su  Provincia  en  va- 
rios ministerios  de  la  mayor  confianza,  como  son  los  de  Maestro  de 
Novicios,  Guardián  y  Definidor.  Fué  hombre  incansable  en  la  oración, 
mortificación  y  abstinencia,  de  profunda  humildad  y  de  caridad  exce- 
lente para  con  Dios  y  los  prójimos.  Esta  le  trajo  por  muchos  años 
con  perpetuas  ansias  de  sacrificarle  su  vida  en  la  conversión  de  los 
infieles  a  nuestra  santa  fe.  Logró  la  ocasión  y  pasó  con  los  demás  a 
e.sta  misión,  dando  a  todos  en  mar  y  tierra  grandes  ejemplos  en  todas 
virtudes.  Cortóle  Dios  los  pasos  tan  a  los  principios,  pero,  supliendo 


LA  MISIÓN  DF.L  CONGO 


6i 


con  los  deseos  de  su  generoso  espíritu  las  insignes  obras  qu^e  tenía 
ideadas,  cogió  €n  breve  tiempo  el  fruto  de  muchos  años. 

13.— Fué  devotísimo  de  la  Reina  de  los  Angeles,  la  cual  k  favore 
ció  muchas  veces  en  varios  aprietos,  y  especialmente  en  el  mayor  y 
más  tremendo  de  todos,  que  es  la  muerte.  Y  así  le  sacó  de'  este  mise- 
rable mundo  la  víspera  de  su  Visitación  a  Santa  Isabel,  que  es  la  fiesta 
dedicada  a  la  milagrosa  imagen  de  nuestra  Señora  de  Buen  Viaje,  que' 
se  venera  en  nuestro  convento  de  Sanlúcar  de  Barrameda,  con  quien 
tuvo  especial  devoción.  Recibió  los  Santos  Sacramentos  con  notable 
ternura,  de  mano  del  P.  Fr.  Buenaventura  de  Cerdeña,  y,  con  esta 
católica  prevención  hecha  un  día  antes  de  su  tránsito,  pasó  al  eterno 
descanso  a  gozar  el  premio  de  sus  muchos  trabajos.  Murió  el  día  pri- 
mero de  julio  de  1645.  Su  muerte  fué  como  un  dulce  sueño,  y  después 
de  ella  quedó  su  rostro  tan  hermoso  y  risueño  y  sus  miembros  tan  tra- 
tables como  si  estuviera  vivo.  Dióle  sepultura  el  mismo  religioso  con 
la  decencia  posible  en  la  iglesia  de  Pinda,  aunque  con  más  lágrimas 
que  aparato,  y  allí  yacen  sus  cenizas  hasta  hoy.  Mucho  sintieron  los 
demás  la  pérdida  de  tan  santo  compañero  :  pero  sirvió  de  consuelo  a  su 
pena  el  reconocer  piadosamente  tenían  ya  en  la  presencia  de  Dios  un 
nuevo  intercesor  que  les  ayudaría  con  sus  continuas  súplicas  a  la  to- 
lerancia de  los  trabajos  y  al  mejor  logro  de'  su  pretensión  en  la  con- 
versión de  las  almas  (23). 


(23)    El  P.  José  de  Antequera  falleció  el  1  de  julio  de  1645  .   -  Cfr.  JUAN  DE 

SANTIAGO,  ms.  c,  p.  79.— AMBROSIO  DE  VALENCTNA,  O    F.  M.  Cap.,  Re 

sefia  histórica  de  la  Provincia  de  Capuchinos  de  Andalucía  y  -larones  ilustren...,  III, 
Sevilla,  1907,  pp.  113-144. 


CAPITULO  VII 


En  que,  para  mayor  conocimiento  de  los  trabajos  que  los 
Religiosos  padecieron  y  padecen  en  aquellas  misiones  de 
Africa,  se  trata  del  temperamento  y  manjares  ordinarios 

del  Congo. 


1.  — Está  situado  el  reino  del  Congo  en  aquella  costa  de  Africa  que 
mira  al  océano  etiópico,  empezando  cinco  grados  de  la  otra  parte  de 
la  línea  equinoccial  y  extendiéndose  hacia  mediodía  hasta  cerca  de 
once,  conforme  a  la  descripción  que  hoy  se  hace,  siendo  así  que  en  lo 
antiguo  fué  mucho  más  dilatado  ;  empero,  por  guerras  y  rebeliones, 
se  ha  ceñido  a  lo  dicho.  Antiguamente'  empezaba  desde  el  cabo  de  Santa 
Catalina,  dos  grados  y  medio  de  la  equinoccial,  y  se  extendía  hacia  el 
Mediodía  hasta  el  cabo  Negro.  Al  occidente  confinaba,  como  hoy,  con 
el  mar  de  Etiopía  ;  pero  al  Mediodía  «ran  sus  límite's  las  montañas  de 
la  Luna  y  la  nación  de  los  cafres.  Al  Oriente,  las  celebradas  lagunas 
Zaire  y  Zambre ;  al  Septentrión,  el  reino  de  Benín,  y  comprendía  de's- 
de  dos  grados  y  medio  de  la  línea  hasta  trece,  y  tenía  de  longitud  sete- 
cientas y  setenta  millas.  Hoy  son  menores  sus  confines,  según  se  ha 
dicho,  si  bien  posee  la  Isla  del  Principie,  que  es  una  rama  de  los  ríos 
Dande  o  Bengo  y  del  Coanza. 

2.  — Este  reino  está  dividido  en  seis  dilatadas  Provincias,  que  go- 
biernan duques,  marqueses  y  condes,  cuyos  títulos  da  el  rey  de  por  vida. 
Las  de  Bamba  y  Soñó  yacen  a  la  costa  del  mar  dicho,  y  las  otras 
cuatro,  que  son  Sundi,  Pango,  Bata  y  Pemba,  se  extienden  la  tierra 
adentro,  entre  las  cuales  hay  otros  estados  menores  que  gobiernan 
marqueses,  condes  y  señores  de  vasallos.  La  mayor  de  todas  es  la  de 
Bamba,  la  cual,  en  tiempos  pasados,  era  capaz  de'  poner  en  campaña 
cuatrocientos  mil  hombres  de  pelea,  siendo  sólo  la  sexta  parte  del  rei- 
no ;  mas  ahora  apenas  llegarán  a  doscientos  mil,  por  las  muchas  gue- 

5 


66 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


rras  civiles  con  que  se  ha  arruinado  el  reino.  Esta  confina  hoy  por  la 
parte  de  Oriente  con  la  Etiopia,  si  bien  media  mucho  país  desierto,  y 
su  propio  confin  es  el  río  Umba  con  el  Zaire  hasta  el  lago  Aquebun- 
da  y  tierra  de  Mekmba.  Al  Septentrión  está  el  reino  de  Loango  ;  al 
Mediodía  el  de  Angola,  quedando  sin  confinar  por  el  Occidente  sin 
nación  alguna,  porque  toda  aquella  costa  mira  al  océano  etiópico.  Los 
ríos  son  muchos,  pero  los  más  principales  y  conocidos  son  los  siguien- 
tes:  el  Zaire,  Lelonda,  Ambriz,  Loze,  Onzo,  Dande  y  el  Bengo.  El 
Zaire  es  el  mayor  de  todos  ellos.  El  reino  es  montuoso  y  tiene  valles 
profundísimos,  excepto  aquella  parte  que  está  cercana  al  mar,  que, 
siendo  muy  arenosa,  está  igualmente  más  baja. 

3.  — El  clima  es  tan  nocivo  a  los  naturales  de  Europa,  que  parece 
estar  corrupto  el  aire  para  ellos,  y  de  ahí  resultan  continuas  enferme- 
dades de  tabardillos  y  fiebres  malignas.  Y  así  es  como  de  fe,  que,  en 
llegando  los  misioneros  de  Europa  a  estas  tierras,  luego  enferman  mor- 
talme'nte.  Y,  aunque  salgan  del  primer  peligro,  no  por  eso  se  dan  por 
seguros  hasta  volver  a  enfermar  en  las  misiones  de  las  provincias,  y 
si  entonces  escapan,  como  no  vivan  y  convalezcan  en  el  mismo  clima, 
no  están  seguros.  La  convalecencia  de  la  primera  enfermedad  dura 
muchos  meses,  y  a  veces  un  año,  y  entonces  llaman  baquianos  a  los  que 
salen  de  la  enfermedad,  que  quiere  decir  seguros  y  de  prueba  ;  si  bien 
mejor  se  les  puede  dar  el  nombre  de  siempre  enfermos,  porque  real- 
mente siempre  viven  achacosos  v  con  el  color  del  rostro  como  difun- 
tos. También  sucede,  en  correspondencia  de  esto  mismo,  que,  con  ser 
benigno  el  temple  de  Loanda,  donde  hay  médicos,  cirujanos  y  boticas, 
que  en  las  tierras  propias  del  Congo  no  hay  nada  de  eso,  en  recogién- 
dose los  religiosos  al  hospicio  que  allí  tenemos,  luego  enferman  por 
causa  de  la  diversidad  del  clima.  Y,  aunque  hay  algunos  enterrados  en 
la  bóveda  de  él,  ninguno  ha  muerto  viviendo  en  él,  sino  viniendo  de 
fuera  con  el  mal  de  la  muerte. 

4.  — A  esas  enfermedades  casi  continuas  y  ardientes  contribuyen  mu- 
cho lo  ardiente  del  sol,  la  corrupción  del  aire,  la  cortedad  y  vileza  de 
los  manjares,  la  falta  ordinaria  de  agua,  la  .gran  distancia  de  unas  po- 
blaciones a  otras,  el  no  haber  especie  alguna  de  caballerías,  lo  áspero 
de  los  caminos,  sin  vetitas  ni  mesones,  que  más  parecen  sendas  de  ca- 
bras que  caminos  reales,  y  con  ser  tan  estrechos  y  poco  trillados  de 
los  pasajeros,  están  cercados  de  pajas,  altas  como  media  pica  y  grue- 
«as  como  las  cañas  de  Europa.  Todo  esto  ocasiona  grandes  fatigas  e 
impide  la  ventilación  del  aire,  y  para  nuestra  descalcez  es  molestísimo, 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


67 


porque  zahieren  los  pies  a  cada  paso  con  los  fragmentos  que  hay  por 
las  tales  sendas  de  esas  pajas.  La  medicina  más  ordinaria  para  templar 
y  curar  tan  ardientes  enfermedades,  que  corrompen  la  sangre,  son  las 
sangrías.  Y  ya  les  han  ido  enseñando  los  religiosos  a  los  negros  el 
modo  cómo  las  han  de  hacer,  y  usan  de  las  lancetas  de  Europa,  lo  que 
de  antes  no  usaban. 

5.  — Cuán  inmensos  trabajos  se  padecen  en  esas  tierras,  sólo  Dios 
lo  conoce,  por  cuyo  amor  se  llevan  y  se  hacen  tolerables.  Las  lluvias 
son  muchas  y  empiezan  ordinariamente  desde  mayo  y  se  continúan  hasta 
septiembre.  Los  calores  empiezan  desde  los  fines  de  septiembre  y  duran 
hasta  el  principio  de  mayo,  y  los  mayores  son  en  diciembre  y  enero, 
todo  al  contrario  de  Europa.  Preceden  a  las  lluvias  furiosísimos  vien- 
tos y  horrorosas  tempestades  y  nublados  tan  oscuros,  que  entristecen 
mucho  los  ánimos,  y  esto  sucede  cada  día  en  ese  tiempo,  despidiendo 
de  si  muchos  truenos,  relámpagos,  rayos  y  centellas.  Si  faltasen  estas 
aguas  regulares,  es  sin  duda  que  se  se'carían  todas  las  plantas  y  que  la 
tierra  no  produciría  ni  una  sola  hierba,  y  aun  perecerían  las  criaturas 
todas,  como  sucede  cuando  alguna  vez  son  cortas.  En  el  resto  del  año 
no  llueve,  pero  cae  al  amanecer  todos  los  días  una  rociada  df  agua 
muy  menuda,  con  que  se  conserva  la  humedad  de  la  tierra. 

6.  — Los  ejercicios  de  predicar,  doctrinar,  catequizar,  confesar,  co- 
mulgar, casar,  ayudar  a  bien  morir,  enterrar,  componer  discordias  y 
otros  semejantes  son  tan  continuos,  que  desde  la  mañana  hasta  la  noche 
no  se  descansa.  Las  residencias  y  hospicios  en  que  viven  los  misioneros, 
o  por  mejor  decir  a  donde  se  recogen  en  el  tiempo  de  las  lluvias,  por 
no  poder  entonces  salir  a  recorrer  las  tierras,  son  las  siguientes :  Loan- 
da,  que  es  puerto  de  mar  enfrente  de  Angola  y  de'  temple  benigno  ; 
Mazangano,  Cayenda,  Dande,  Bengo,  Incusu,  Quibangu,  Soñó  y  Bam- 
ba. Están  tan  distantes  unas  de  otras,  que  de  Loanda  a  Mazangano 
hay  sesenta  leguas  ;  de  Mazangano  a  Cayenda  hay  muchas  más  ;  de 
Loanda  para  el  Bengo  hay  siete  leguas  :  del  Bengo  al  Dande  hay  trein- 
ta ;  del  Dande  hasta  Bamba  se  ponen  diez  jornadas  :  de  Bamba  hasta 
Incusu,  cinco  ;  de  Incusu  hasta  Quibangu,  otras  cinco  jornadas  ;  de 
Quibangu  y  de  Bamba  hasta  Soñó  hay  trece  jornadas  ;  de  Loanda  has- 
ta Soñó,  por  mar,  hay  de  cinco  a  seis  jornadas. 

7.  — Acostumbran  los  del  Congo  a  la  salida  de  su  invierno,  que  es 
a  los  últimos  de  septiembre,  beneficiar  la  tierra  por  empezar  entonces 
las  lluvias ;  luego  siembran,  y,  en  llegando  diciembre,  con  brevedad 
cogen  los  frutos.  A  los  principio!;  de  enero  hacen  otra  sementera,  y 


68 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


a  fin  de  abril  recogen  «1  fruto  ;  de  suerte  que  ambas  cosechas  se  hacen 
en  el  verano  de  allá,  porque  en  su  invierno  ni  cogen  ni  siembran.  Co- 
nócese ser  fértil  la  tierra  porque,  sin  arar  ni  cabar,  con  muy  poco  que 
la  mueven  con  una  piqueta  pequeña,  lo  bastante  para  cubrir  la  semilla, 
recogen  copiosos  frutos.  Nunca  reservan  de  un  año  para  otro,  ni  siem- 
bran más  de  lo  que  les  basta  para  comer  ;  así  porque  ellos  son  malos 
trabajadores  y  sin  industria,  como  porque  no  se  lo  hurten  los  pasaje- 
ros. El  trigo  de  España  no  produce  allá  ;  el  que  usan  y  le  han  llevado 
allá  los  portugueses,  es  €l  maíz,  y  de  él  tienen  abundancia.  También  tie- 
nen varias  especies  de  mijo,  semejantes  a  la  avena,  unas  son  blancas  y 
otras  coloradas,  y  alguna  hay  tan  menuda  como  granos  de  mostaza, 
y  hasta  ■es  la  más  estimada  por  tener  mejor  sabor,  a  la  cual  llaman 
luco  y  es  infinito  lo  que  se  multiplica. 

8.  — Para  hacer  harina  de  dichas  semillas  no  tienen  molinos  ni  ta- 
honas ;  pero  se  valen  de  unos  morteros  grandes  de  piedra  o  de  ma- 
dera, y  allí  las  majan,  humedeciéndolas  antes.  Después  las  ciernen  y  sa- 
can el  salvado  con  unos  cedazos  de  pajas  muy  finas  y  sutiles.  El  pan  no 
lo  saben  beneficiar  ni  tienen  hornos  para  cocerle  ;  lo  que  hacen  es.  poco 
antes  de  comer,  poner  una  holla  con  agua  a  la  lumbre  y,  en  hirviendo, 
echan  la  harina  suficiente  y  la  van  revolviendo  con  un  palo  hasta  que 
se  embebe  toda  el  agua  y  queda  como  masa.  Después  la  sacan  y  la 
dejan  reposar  y  sudar  entre  alguna  ropa  algún  rato.  Luego  la  comen 
en  lugar  de  pan  y  no  les  hace  daño  alguno  ;  pero  esta  masa  sólo  dura 
tres  días  y,  si  pasa  de  ahí,  se  corrompe  y  no  se  puede  comer  :  llaman 
a  este  género  de'  pan  en  su  lengua  nfundi.  Los  portugueses  les  han 
enseñado  otro  modo  mejor,  que  es  hacer  unas  tortillas  de  la  misma 
masa  y  las  tuestan  a  la  lumbre  sobre  unas  como  parrillas  de  alambre 
y  quedan  como  pan  cocido  de  acá,  y  se  puede  comer,  y  ellos  le  llaman 
nbolo.  Noto  aquí  de  paso,  con  la  ocasión  de  este  vocablo,  que  como 
aquellos  negros  son  apretados  de  narices,  ganguean  mucho  y  casi  los 
más  vocablos  los  pronuncian  echando  delante  la  letra  n. 

9.  — También  usan,  en  lugar  de  pan,  de  una  raíz  llamada  mandioca, 
que  es  al  modo  de  la  chirivía  de  por  acá  ;  es  gruesa  y,  cuando  la  arran- 
can de  la  tierra,  es  venenosa  ;  pero,  para  quitarle  el  veneno,  la  abren 
por  medio  y  la  echan  en  agua,  y  después  de  dos  o  tres  días  la  sacan 
y  la  ponen  al  sol  para  que  se  seque.  Luego,  para  comerla,  la  ponen 
sobre  las  brasas  y  la  tienen  allí  hasta  que  está  un  poco  blanda.  Es  muy 
desabrida,  aunque  la  usan  frecuentemente  y  aun  suelen  hacer  harina 
de  ella,  al  modo  que  de  las  semillas.  Otras  veces,  después  de  secas 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


69 


y  purificadas,  las  rallan  y  ponen  al  sol,  y  de  esta  suerte  las  conservan 
en  costales,  y  sin  otro  beneficio  la  comen  así  con  cuchara  en  lugar  de 
pan.  Usan  de  esta  harina  más  comúnmente  para  hacer  potajes,  porque, 
echada  en  el  caldo,  crece  de  tal  suerte  que  parece  pan  esponjado.  La 
planta  que  produce  esta  raíz  es  un  arbolillo  pequeño  que  apenas  tiene 
tronco,  aunque  sí  muy  esparcidos  ramos.  No  lleva  semilla,  pero  cor- 
tando los  ramos  y  haciéndolos  trozos  de  palmo  y  medio  y  enterrándo- 
los en  unos  montoncillos  de  tierra  con  las  puntas  hacia  fuera,  produ- 
cen luego,  y  no  una,  sino  muchas  raíces ;  y  así  éstas,  como  la  harina 
de  ellas,  se  pueden  conservar  por  largo  tiempo. 

10.  — En  el  Congo  no  hay  vino  de  uvas,  aunque  los  portugueses  al 
principio  pusieron  viñas ;  pero  era  tanta  la  abundancia  que  daban  de 
vino,  que  las  desceparon,  y  también  para  vender  el  vino  que'  conducen 
de  porte  de  sus  tierras.  Y  así,  la  harina  de  trigo  y  el  vino  de  vides  para 
el  santo  sacrificio  de  la  Misa,  ordinariamente  va  de  Europa,  y  los  mi- 
sioneros necesitan  siempre  de  ir  con  provisión  de  uno  y  otro  y  de 
hierros  para  hacer  las  hostias.  También  necesitan  llevar  de  las  harinas 
referidas  y  varias  legumbres  de  las  que  da  la  tierra,  como  son  ciertas 
especies  de  haba,  alubias  y  alberjones  para  hacer  potajes,  que  es  su 
ordinario  mantenimiento  después  de  tantas  fatigas.  Los  negros  hacen 
varios  vinos  para  su  uso  ordinario,  ya  de  palmas  y  ya  de  otras  cosas, 
según  los  materiales  que  hallan  en  cada  provincia,  y  con  ellos  se  suelen 
embriagar  fácilmente.  Para  cuyos  paladares  es  tan  gustoso  lo  dulce 
como  lo  amargo.  Carne  y  pescado  comen  poco,  si  no  es  los  maníes  y 
fidalgos,  siendo  así  que  pudieran  todos  lograr  uno  y  otro  con  abun- 
dancia ;  pero  son  tan  flojos  y  sin  género  de  industria  ni  providencia, 
que  de  uno  y  otro  se  privan. 

11.  — De  los  animales  domésticos  de  Europa  se  hallan  en  el  Congo 
algunos,  como  son  vacas,  cabras,  ovejas,  cerdos,  gallinas,  palomas  y 
otros  géneros  de  aves.  Las  vacas  son  grandes,  pero  los  novillos  son  de 
poca  fortaleza,  y  sólo  al  rey  y  a  los  maníes  se  les  permite  tener  va- 
cadas. No  hacen  queso  ni  aprovechan  la  leche,  por  no  saber  ordeñar  las 
ovejas,  cabras  y  vacas.  Las  ovejas  no  crían  lana,  y  su  piel  es  lisa  como 
la  del  caballo.  Hay  también  muchos  animales  monteses  y  especialmen- 
te elefantes,  cuya  carne  es  sabrosa  y  la  trompa  es  muy  regalada.  Hay 
muchos  búfalos,  ciervos,  cabras  monteses  y  bueyes  selváticos.  Apro- 
vechan las  carnes  de  los  animales  que  cazan,  y  también  las  pieles,  para 
venderlas  a  los  de  Europa.  Están  llenos  los  montes  de  leones,  tigres, 
osos,  lobos  y  zorras  y  de  innumerables  monos  y  micos,  y  aun  en  la 


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MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


provincia  de  Pemba  se  hallan  también  gatos  de  algalia.  En  esa  misma 
provincia  se  cria  la  cebra,  que  si  la  domesticasen,  podía  servir  de  muli», 
por  ser  semejante  a  ella,  aunque  más  hermosa  por  tener  toda  la  piel 
listeada  de  blanco,  negro  y  leonado  oscuro.  Los  pescados  son  mucnos 
y  totalmente  diversos  de  los  de  Europa,  y  se  coge  uno  que  en  el  color 
y  sabor  no  se  distingue  de  las  pechugas  de  la  gallina.  Generalmente 
hablando,  están  desnudos  de  flores  de  buen  olor  los  campos,  y  por  eso 
es  amarga  la  miel,  de  la  cual  hay  suma  abundancia  en  los  montes,  y 
recogen  la  cera  para  venderla.  Todas  las  aves  y  pájaros  tienen  hermo- 
sa vista  por  la  variedad  de  matices  en  las  plumas,  pero  tienen  todas 
desapacible  el  canto  y  muy  melancólico.  La  sal  es  como  la  de  piedra, 
y  sólo  el  rey  tiene  dominio  sobre  las  salinas,  y,  cuando  quiere'  castigar 
a  algún  maní  o  provincia,  prohibe  que  se  les  venda  sal.  Acerca  de  la 
moneda  que  usan  trataremos  más  adelante,  como  también  de  otras  cosas 
que  conducen  a  esta  historia  (2á). 


(2-1)    Cfr.  para  cuanto  va  expuesto  en  este  capitulo  el  P.  CAVAZZI,  o.  c,  Libio  1. 
capítulos  II-IV  ;  PELLICER,  o.  c,  en  su  segunda  parte  que  así  la  titula:  Descrip 
ción  del  Reino  de  Congo,  su  sitio,  provincias ,  ríos  y  confines,  ele.  (f.  47  y  ss.)  ;  PA- 
DRE TERUEL,  o.  c,  ms.  3533,  pp.  158-182:  Narración  copiosa  de  las  cosas  nota 
bles  del  Congo  y  costumbres  de  sus  moradores. 


1 


CAPITULO  VIII 


Del  gobierno  político  de  los  del  Congo,  de  su  comercio, 
habitaciones,  trajes,  guerras  y  estilos  de  los  de  la  Corte 


1.  — En  el  ínterin  que  nuestros  misioneros  convalecen  de  sus  enfer- 
medades, proseguiremos  en  dar  noticia  de  las  cosas  más  particulares 
de  ese  reino,  a  más  de  la  que  hemos  -dado  hasta  aquí,  reservando  al- 
gunas para  más  adelante,  para  mejor  inteligencia  de  varios  sucesos 
que  se  ofrecerán  y  por  evitar  repeticiones.  Muchas  cosas  omito  de  pro- 
pósito, porque  sólo  pueden  servir  a  la  curiosidad  y  nada  a  la  utilidad 
y  provecho  espiritual,  que  es  lo  que  busco  y  nos  importa.  Vivían  los 
del  Congo,  antes  de  comenzar  a  cultivarlos  los  Capuchinos,  sin  polí- 
tica racional,  poco  metios  que  bárbaros  ;  pero  después,  poco  a  poco, 
con  el  trato  y  comunicación  de  más  de  sesenta  años,  los  han  ido  po- 
niendo en  política  racional  y  cristiana,  aunque  no  sin  grande  trabajo. 
No  hay  en  este  reino  correos,  y,  para  haber  de  dar  algún  aviso  o  remi- 
tir alguna  carta,  es  necesario  enviar  algún  peón,  y  primero  que  va  y 
vuelve,  se  pasa  muchísimo  tiempo.  Son  muy  tardos  y  perezosos  en  re- 
solver los  negocios,  aunque  les  importen  mucho.  En  el  Consejo  de 
Estado  entran  los  maníes,  y  todos  los  que  gobiernan  las  provincias 
tienen  en  la  corte  otros  maníes  que  cuidan  de  sus  negocios,  a  quienes 
contribuyen  cada  año  con  alguna  porción,  y  esos  se  llaman  con  el  mis- 
mo apellido  que  los  propietarios,  como  Maní  Soñó,  Maní  Pemba,  etcé- 
tera. En  las  ciudades  y  villas  tienen  sus  gobernadores,  a  quienes  lla- 
man Coluntos;  éstos  corren  con  los  negocios  civiles  y  criminales  y  los 
concluyen  en  breve  tiempo  y  en  la  siguiente  forma . 

2.  — Siéntase  el  colunto  en  medio  de  la  plaza,  en  una  silla  sobre  una 
alfombra,  y  tiene'  la  vara  en  la  mano.  A  los  lados  se  ponen  algunos 
de  los  más  inteligentes  y  prudentes,  pero  sentados  en  el  suelo.  Luego 
llegan  los  litigantes  y  se  ponen  en  medio,  de  rodillas,  a  decir  cada  uno 


74 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


SU  razón.  En  habiendo  hablado  éstos,  les  da  el  juez  licencia  para  que 
cada  uno  elija  por  su  abogado  al  que  quisiere  de  los  presentes.  Des- 
pués empiezan  a  defender  sus  partes,  y,  en  habiendo  hablado  ambos 
asesores  todo  lo  que  alcanzan  en  la  materia,  cesa  el  juicio  y  pronuncia 
el  colunto  la  sentencia  ;  y,  sin  más  apelación,  se  concluye  el  pleito. 
Todos  los  juicios  son  verbales,  sin  gastar  en  ellos  ni  una  hoja  de  papel 
y  sin  costas  de  escribanos,  procuradores  y  asesores,  atendiendo  a  sola 
la  justicia  natural  que  dicta  la  razón  y  ser  mejor  el  derecho  del  uno 
que  del  otro.  En  las  causas  criminales  hay  la  misma  brevedad,  y  la 
sentencia  se  efectúa  luego  sin  dilación.  Si  el  delito  es  contra  la  perso- 
na real,  probado  ése,  se  le  da  riguroso  castigo  al  delincuente,  porque 
le  arrastran  por  las  calles  públicas  y  después  en  la  plaza  le  degüellan 
y  le  hacen  cuartos.  También  pegan  fuego  a  su  casa  y  hacienda  y  hasta 
los  árboles  le  arrancan.  Si  el  delito  es  ordinario,  pero  grave,  le  cuelgan 
de  un  árbol,  y  a  este  modo  tienen  otras  penas,  según  varios  delitos. 
Las  cárceles  son  unos  postes  gruesos  de  madera,  puestos  en  las  plazas, 
donde  amarran  a  los  presos  con  grillos  y  cadenas,  y  allí  están  al  sol  y 
al  agua,  pero  con  guardas. 

3. — No  son  dados  los  del  Congo  al  tráfico,  aunque  desde  que  entra- 
ron en  él  las  naciones  de  Europa,  se  han  ido  aplicando  a  feriarles  sus 
géneros  comerciales,  pero  sin  salir  de  su  tierra,  por  no  tener  embar- 
caciones, excepto  algunas  canoas,  ni  especie  alguna  de  caballerías.  Los 
géneros  que  tienen  comerciales  son  cera,  pieles  de  vaca  y  de  búfalo  y 
otras,  y  mucho  marfil  por  la  abundancia  que  hay  de  elefantes.  Si  fue- 
ran más  aplicados,  sin  duda  que  pudieran  hacerse  muchos  ricos  ;  pero 
no  lo  son,  y  los  extranjeros  les  llevan  paños,  telas,  hierros,  armas  y 
otras  cosas  necesarias  para  los  oficios  mecánicos.  Alguna  plata  y  oro 
perciben  el  rey  y  los  maníes  con  esos  comercios,  pero  poco,  que  de 
tributos  no  tienen  cosa  alguna  de  moneda  de  metal  por  falta  de  minas. 
Acerca  de  su  moneda  usual,  que'  son  ciertos  caracolillos,  y  del  sitio 
donde  se  crian,  que  es  su  mina,  se  dará  razón  más  adelante.  Las  casas, 
casi  generalmente  son  todas  de  maderos  y  paja,  y  es  rara  la  que  tiene 
dos  altos,  y  rarísimo  el  edificio  que  hay  de  piedra,  excepto  la  iglesia  ca- 
tedral de  San  Salvador,  y  esto  no  por  falta  de  piedra,  porque  hay  mu- 
cha y  buena,  sino  por  su  poca  industria.  Todas  las  casas  tienen  patios, 
y  muchos  las  de  los  maníes  y  fidalgos,  pero  mal  dispuestas  y  con  apo- 
sentos pequeños  y  puertas  muy  angostas.  Las  camas  son  de  palos  cru- 
zados, cubiertos  con  una  estera  de  varios  colores,  levantadas  del  suelo 
como  palmo  y  medio  ;  y  con  ser  el  sitio  donde  cada  uno  la  tiene  tan 
corto  que  apenas  caben  tendidos,  con  todo  eso,  en  ese  mismo  sitio 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


75 


hacen  lumbre  todas  las  noches  antes  de'  acostarse,  y  aunque  sea  en  ca- 
niculares. Verdad  es  que  las  noches  por  allá  son  siempre  frescas,  aun- 
que no  frías,  y  son  iguales  con  los  días,  sin  diferencia  perceptible. 

4.  — Todos,  así  hombres  como  mujeres,  andan  vestidos  más  o  menos 
bien.  El  rey,  los  maníes  y  fidalgos  gastan  soberbias  galas  de  paños 
y  telas  de  Europa,  aunque  su  género  de  vestuario  es  muy  diverso  del 
de  Europa.  La  gente  común  se  viste  de  herbajes  de  la  tierra,  que  ellos 
benefician,  como  el  lino  y  cáñamo  por  acá,  y  les  dan  varios  colores, 
para  lo  cual  tienen  diferentes  tinturas.  Pero  es  cosa  notable  que  todos 
los  hombres,  hasta  el  rey,  llevan  siempre  pendiente  de  la  cintura  un 
pedazo  de  piel  de  alguna  fiera,  como  de  león  o  tigre,  para  dar  con  eso 
a  entender  que  son  valerosos  y  que  saben  matar  las  fieras.  El  rey  la 
usa  pequeña,  pero  los  demás  como  de  media  vara.  Zapatos,  pocos  los 
usan,  excepto  los  nobles,  y  generalmente  usan  sombrero  ;  y  en  él  lleva 
bordada  la  corona  siempre  el  rey  y  con  muchas  piedras  preciosas,  y 
al  cuello  lleva  muy  ricas  cadenas,  joyas  y  muchas  sartas  de  perlas  y  co- 
rales en  las  muñecas,  y  así,  respectivamente,  los  maníes  y  fidalgos  y 
sus  mujeres.  De  medio  cuerpo  arriba  se  ponen  sobre  la  camisa  una  mu- 
ceta  hasta  la  cintura,  y  en  ella  llevan  el  hábito  de  Cristo  los  caballeros 
de  cuya  Orden  es  Gran  Maestre  el  rey,  y  hay  muchísimos.  Sobre  la  tal 
muceta  llevan  una  capa  larga,  la  que  cada  uno  puede  y  del  color  que 
quiere,  aunque  gustan  más  del  negro.  En  lugar  de  la  muceta  usan  las 
mujeres  de  ciertas  sedas  muy  curiosas  y  llenas  de  franjas,  y  sólo  el 
Ijrazo  derecho  llevan  descubierto  ;  y  también  tienen  sus  ingredientes 
para  refinar  su  color  negro  y  ponerlo  más  lustroso.  Todos  nacen  blan- 
cos, pero  las  madres  untan  los  hijos  con  ciertos  aceites  y  los  tienen  al 
sol  todo  un  día,  que  es  milagro  no  perezcan,  y  con  eso  quedan  negros, 
a  lo  cual  ayuda  principalmente  alguna  cualidad  intrínseca.  Esto  se  co- 
noce en  que  muchos  nacen  muy  blancos  y,  por  más  que  los  untan,  nunca 
se  vuelven  negros,  y  son  cortísimos  de  vista  y  tienen  el  pelo  como  los 
demás,  aunque  de  color  rubio. 

5.  — En  todo  el  reino  del  Congo  no  hay  ciudad  murada  ni  torre  ni 
casa  fuerte  o  castillo,  y  todas  las  fronteras  están  indefensas.  iLos  mon- 
tes y  cerros  les  sirven  de  defensa  cuando  tienen  guerras.  Son  los  na- 
turales inclinados  a  ellas,  fuertes  y  bien  dispuestos,  pero,  por  falta  de 
disciplina  militar,  perecen  muchos  millares  en  ellas.  Dispónense  breve- 
mente para  salir  a  campaña,  porque,  en  tomando  las  armas  y  algo  que 
comer  que  llevan  de  sus  casas,  acuden  luego  sus  escuadrones  para  for- 
mar el  ejército.  Este  lleva  su  general,  maestres  de  campo,  capitanes  y 


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MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


Otros  oficiales  inferiores,  y  en  llegando  a  dar  vista  al  enemigo  en  campo 
raso,  se  hace  señal  de  acometer  con  los  tambores  y  cornetas  que  llevan. 
Los  escuadrones  se  embisten  por  su  orden  y,  con  flechas  que  se  tiran, 
caen  a  tierra  los  más  de  una  y  otra  parte.  Después  pelean  espada  en 
mano  y  con  los  chuzos  y  lanzas,  y  con  tal  ímpetu  y  confusión,  que  en 
menos  de  una  hora  se  llena  el  campo  de  muertos  y  se  acaba  la  batalla. 
Si  alguna  parte  desmaya  o  si  vuelve  las  espaldas  algún  escuadrón,  el 
resto  del  ejército  hace  lo  mismo,  y  entonces,  llenos  de  confusión,  si- 
guen los  contrarios  al  alcance  y  hacen  gran  destrozo  en  los  fugitivos, 
porque  éstos  no  saben  rehacerse  jamás.  Los  que  salen  con  vida,  huyen 
a  sus  casas  velozmente,  y  con  eso  se  acabó  la  guerra. 

G.— A  causa  de  estar  en  el  Congo  tan  distantes  las  poblaciones  unas 
de  otras  y  no  haber  ventas  en  los  caminos,  padecen  los  caminantes  suma 
petialidad  y  muchos  riesgos  de  la  vida.  Por  lo  cual  necesitan  llevar  pro- 
visión de  un  lugar  a  otro  ;  y  para  recogerse  de  noche,  si  no  hay  po- 
blación, hacen  en  el  mismo  camino  una  choza  de  ramos  y  fajina,  don- 
de se  albergan.  Casi  los  más  hacen  esas  provisiones  robando  y  quitan- 
do cuanto  pueden  a  los  pobres  vecinos  de  los  lugares  pequeños ;  y  es 
tal  el  desorden,  que  llegan  a  ellos  ya  el  maní,  ya  el  fidalgo,  cargados 
de  esclavos,  y  dos  que  sean,  quieren  que  los  paisanos  les  den  de  comer 
a  todo  pasto  de  balde.  Cierto  es  que  se  lo  darían,  y  de  buena  gana,  y 
aun  a  toda  la  comitiva ;  pero  los  criados  y  esclavos  son  tan  insolentes, 
que  sin  esperar  a  que  les  den  lo  que  les  piden,  se  arrojan  a  robar  cuanto 
hallan,  dentro  y  fuera  de  las  casas,  como  quien  entra  a  saco  en  tiempo 
de  guerra.  Y  como  ven  que  los  amos  no  los  reprenden  ni  castigan,  ni 
los  pacientes  se  atreven  a  resistirles,  por  ser  esclavos  de  personas  tan 
nobles,  sólo  remedian  su  daño  con  ponerse  a  llorar  y  a  dar  gritos  las- 
timosos. 

7. — Esta  mala  costumbre  es  causa  de  muchos  daños,  y  en  gran  parte 
de  la  destrucción  de  aquel  reino,  porque  aquellos  pueblos  no  se  aumen- 
tan de  vecinos,  antes  se  aniquilan,  y  los  que  quedan,  temiendo  ser  ro- 
bados, dejan  de  sembrar  con  abundancia  y  de  criar  aves  y  ganados  de 
cerda  y  otros,  apeteciendo  antes  padecer  necesidad  que  trabajar  para 
que  otros  se  lo  coman  y  lo  hurten.  A  más  de  esos  daños,  resulta  otro 
no  menor,  y  es  que  por  esa  causa  desamparan  sus  casas  y  se  van  a  vivir 
a  los  montes  y  espesuras,  donde  no  tienen  doctrina  ni  Sacramentos  ni 
ellos  ni  sus  hijos ;  pero  ni  aun  con  eso  están  seguros  de  tan  frecuentes 
latrocinios.  De  todo  lo  cual  resulta  estar  los  caminos  desamparados 
y  no  hallar  los  misioneros  en  ellos  abrigo  alguno  ni  qué  comer.  Mucho 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


77 


han  trabajado  para  quitar  tan  pernicioso  abuso,  pero  como  los  causado- 
res del  daño  son  los  maníes  y  fidalgos  del  reino,  y  éstos  son  tan  inte- 
resados en  la  materia,  no  lo  han  podido  remediar  hasta  hoy.  Además, 
que  el  rey  no  se  atreve  a  apretar  demasiado  en  eso,  temiendo  algún 
levantamiento  contra  sí,  porque,  como  es  el  reino  electivo,  aunque 
aquellas  gentes  son  muy  amantes  de  sus  reyes  y  señores  naturales,  con 
eso  son  inclinados  a  novedades  y  a  rebelarse  fácilmente  contra  ellos  con 
cualquier  pretexto,  y  así  hay  guerras  civiles  entre  ellos  casi  continuas, 
que  tienen  destruido  el  reino. 

8.  — Los  estilos  de  aquella  Corte  son  varios  y  ostentosos  en  aquello 
que  es  capaz  el  país  ;  pero  como  no  hay  coches  ni  literas,  no  cuidan 
de  otra  cosa  que  de  ostentar  su  grandeza  con  buenas  galas.  La  gente 
noble  es  muy  puntosa  y  ceremoniática  ;  con  el  tiempo  se  han  ido  pu- 
liendo y  aún  adelantándose  en  la  vanidad.  Regularmente'  hablando  son 
de  buen  arte  y  capacidad,  y  casi  todos  entienden  v  hablan  la  lengua 
portuguesa.  Su  idioma  propio  es  difícil  de  aprender  y  de  hablar  y  en 
algunas  provincias  es  casi  disímil.  El  rey  tiene  varios  guardias  que  le 
acompañan  cuando  sale  de  palacio  y  de  noche  y  de  día.  También  tiene 
su  capilla  de  música  de  instrumentos  y  voces,  y  siempre,  como  no  esté 
enfermo,  asiste  a  los  oficios  divinos  y  sermón,  o  a  la  catedral  o  a  la 
iglesia  del  colegio  de  la  Compañía  o  a  la  nuestra.  Pero,  sin  embargo 
de  eso,  tiene  su  oratorio  en  palacio  y  su  capellán  que  le  dice  Misa.  Para 
regocijar  la  Corte  suelen  hacer  en  la  plaza  mayor  cierta  fiesta  que  lla- 
man sangamento,  y  se  reduce  a  salir  los  nobles  en  cuadrillas  y  hacer 
ciertos  alardes  con  las  armas,  unos  de  una  parte  y  otros  de  otra,  y  lo 
mismo  el  rey,  y  después  corren  todos  confusamente  como  que  se  van 
a  coger  unos  a  otros.  Para  este  festejo  llevan  tambores  y  otros  varios 
instrumentos  de  guerra,  que  hacen  gran  ruido,  y  todos  quedan  muy 
gustosos. 

9.  — Las  reinas  nunca  salen  de  palacio  y  se  sirven  de  muchas  damas 
y  meninas,  ni  tratan  con  nadie  si  no  es  con  ellas,  y  tienen  su  palacio 
aparte  y  muy  capaz,  pegado  al  del  rey.  Cuando  éste  sale  a  algún  viaje, 
va  metido  en  una  red  muy  rica  de  seda,  con  sus  franjones  y  borlas  de 
plata  y  oro,  con  sus  almohadas  de  damasco  y  un  quitasol  de  tela  pre- 
ciosa. Esa  red  la  toman  de  las  puntas  los  esclavos  y,  atándolas  a  dos 
palos,  caminan  con  gran  velocidad  y,  en  cansándose  ésos,  toman  otros 
los  palos,  y  de  esa  suerte  se  van  remudando.  A  éstos  que  llevan  la  red 
les  dan  el  nombre  de  caballos  ligeros,  y  en  esa  misma  forma  caminan 
en  sus  viajes  los  maníes  y  fidalgos  y  todos  los  que  pueden,  porque  no 


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MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


hay  otro  modo  que  ése  o  el  irse  a  pie.  Par«ce  increíble  la  velocidad 
con  que  corren,  con  llevar  tanta  carga  ;  pero  son  fuertes  y  muy  ágiles, 
y  procuran  entonces  aliviarse  de  ropa,  excepto  lo  que  pide  la  hones- 
tidad. 

10.  — Poniendo  fin  a  la  noticia  general  de  los  usos  y  costumbres  del 
reino  del  Congo,  y  habiendo  sido  él  rey  Don  Alvaro  VI  el  que  pidió  al 
Papa  nuestra  misión  el  año  de  1639,  y  Don  García  TT  el  que  la  recibió 
en  el  de  1645,  es  preciso  referir,  y  no  pasar  en  silencio,  un  hecho  me- 
morable de  estos  dos  príncipes  hermanos  y  que  sucedió  el  uno  al  otro 
en  la  corona,  por  ser  de  los  más  heroicos  y  cristianos  que  ha  visto  el 
orbe.  Sucedió,  pues,  que  el  rey  Alvaro  V  los  persiguió  con  todo  su 
poder,  sin  más  motivo  que  el  ser  bien  vistos  generalmente  y  mozos 
de  gallardo  brío.  Su  fin  era  prenderlos  para  quitarles  la  vida,  y  con 
eso  asegurarse  mejor  en  el  Gobierno.  Pero  ellos,  ayudados  de  su 
inocencia,  y  principalmente  de  Dios,  por  medio  de  la  intercesión  de 
su  Purísima  Madre,  alistaron  la  gente  que'  pudieron  de  sus  estados  y 
se  pusieron  en  defensa.  Todo  les  sucedió  tan  prósperamente,  que  en 
una  batalla  que  les  dió  el  mismo  rey  en  persona,  después  de  otras  que 
habían  precedido,  le  derrotaron  enteramente  su  ejército  y  él  solo  vino 
a  dar  en  sus  manos,  casi  muerto  del  cansancio,  de  la  sed  y  de  la  ham- 
bre', de  forma  que  pudieron  quitarle  la  vida  a  su  salvo  y  acabar  con 
quien  tanto  los  había  perseguido  y  tan  injustamente. 

11.  — Pero,  favorecidos  de  Dios  y  superiores  a  si  mismos,  hicieron 
una  acción  tan  heroica,  que  excede  a  cuantas  refieren  los  anales  de 
Alejandro  y  de  César,  y  fué  vencerse  a  sí  mismos,  hallándose  tan  agra- 
viados y  tan  injustamente  perseguidos  ;  pues  viendo  a  su  rey  en  estado 
de  tanta  calamidad  y  casi  a  los  umbrales  de  la  muerte,  así  por  el  susto 
como  por  las  ofras  causas,  no  sólo  no  le  quitaron  la  vida,  sino  que 
con  piadosísisimas  entrañas  .se  postraron  a  sus  pies,  y  luego  inmedia- 
tamente, sin  darle  el  menor  sentimiento,  le  sirvieron  la  vianda  que  te- 
nían para  sí  y  le  recrearon  cuanto  les  fué  posible.  Después,  tomando 
entre  los  dos  hermanos  una  red,  de  las  que  usan  en  los  viajes,  pusie- 
ron en  ella  a  su  vencido  rey  y  le'  llevaron  algunas  millas,  hasta  poner- 
le en  parte  segura  y  en  pacifica  posesión  de  su  reino.  Alcanzando  con 
esta  victoria  de  sí  mismos  otra  más  gloriosa  y  plausible  que  la  que 
habían  conseguido  con  el  vencimiento  y  cautiverio  de  su  rey.  Ejem- 
plar, por  cierto,  raro  y  digno  de  perpetua  memoria  para  la  instrucción 
de  la  fe,  lealtad,  piedad  y  urbanidad  que  los  vasallos  deben  tener  y 
guardar  con  sus  reyes,  principes  y  se-ñores  naturales.  Premióles  Dios 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


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tan  heroica  cuanto  cristiana  acción  con  que  ambos  hermanos  fuesen 
inmediatamente  reyes  al  cabo  de  algún  tiempo  :  primero,  Don  Alva- 
ro VI,  y  luego.  Don  García  II. 

12. — A  éste  le  sucedió  en  el  principio  de  su  reinado,  el  año  de  1641, 
cuando  pasaron  de  Angola  al  Congo  los  holandeses  a  establecer  su 
comercio,  que  entre  las  cosas  ricas  que  le  presentaron  para  ganarle 
la  voluntad,  le  metieron  un  Hbro  impreso  en  lengua  portugue'sa,  cu- 
riosa y  costosamente  encuadernado,  lleno  de  herejías  de  Calvino  y  de 
Lutero.  para  irle  poco  a  poco  sugeriendo  sus  errores  y  pervertirle'  de 
la  fe  católica  romana  y,  consiguientemente,  a  sus  vasallos.  Advirtió 
el  rey  eil  designio  y  mandó  a  un  confidente  que  se  le  leyese,  y,  ha- 
biéndose hecho  capaz  de  lo  que  contenía,  dió  orden  para  que  se  jun- 
tasen los  grandes  y  plebeyos  de  toda  la  corte'  en  la  plaza  mayor  y  que 
en  ella  se  encendiese  una  grande  hoguera.  Y  después,  en  presencia 
de  todos  y  de  los  mismos  holandeses,  hizo  un  largo  razonamiento  y 
muy  fervoroso,  con  que  exhortó  a  sus  vasallos  a  la  constancia  y  fiel 
observancia  de  la  fe  católica  romana,  y  al  fin  de  él,  con  gran  despre- 
cio, arrojó  el  libro  en  el  fuego.  Luego,  con  la  espada  en  la  mano  y 
vuelto  el  rostro  hacia  la  iglesia  catedral,  hizo  de  nuevo  la  protesta  de 
la  fe,  confesando  públicamente  estaba  siempre  pronto  a  verter  por  ella 
su  sangre  y  dar  la  vida  por  su  conservación.  Con  esta  demostración 
tan  católica,  y  que  corrió  por  todo  el  reino  brevemente,  quedaron  ad- 
vertidos los  vasallos  para  no  dejarse  engañar  en  adelante,  y  los  ho- 
landeses escarmentados  de  calidad,  que  nunca  más  se  han  atrevido  a 
hacer  semejantes  tentativas,  porque,  sin  duda,  los  harian  pedazos  los 
naturales. 


CAPITULO  IX 


6 


i 


I 


I 

I 


De  cómo  el  rey  y  el  cabildo  de  San  Salvador  enviaron  un 
embajador  a  los  misioneros,  de  la  partida  de  algunos  de 
ellos  y  cómo  fueron  recibidos  del  rey  con  grandes  demos- 
traciones de  afecto  y  devoción. 


1.  — Volviendo  ahora  a  buscar  a  nuestros  devotos  misioneros,  a 
quienes  dejamos  en  Pinda,  padeciendo  sus  graves  enfermedades,  los 
hallaremos  aun  no  bien  convalecientes  y,  en  medio  de  eso,  engolfados 
en  negocios  de  gran  consideración,  así  para  el  mejor  expediente  de 
su  apostólico  ministerio  como  para  establecer  la  paz  común  en  aquel 
reino,  entonces  muy  turbado  con  guerras  y  discordias  entre  el  rey  y 
el  conde  de  Soñó,  que  también  tiene  titulo  de  principe.  A  estas  dis- 
cordias precedieron  varios  motivos  ;  pero  los  que  llegaron  a  entender 
aquellos  Padres  consistían  en  la  desconfianza  y  poca  seguridad  con 
que  vivía  el  conde  del  rey  y  éste  del  conde.  Pretendía  el  rey  no  sólo 
conservarse  en  el  gobierno,  sino  también  dejar  por  su  sucesor  en  la 
corona  a  su  hijo  mayor  y  hacerla  hereditaria  en  su  casa.  El  conde  pre- 
tendía mantenerse  en  su  estado  y  no  quería  venir  en  eso  ni  perder 
la  acción  que  podía  tener  a  la  corona  en  la  primera  vacante.  Fuéronse 
encrespando  las  cosas  de  manera  que',  habiendo  enviado  el  rey  a  lla- 
mar al  conde  para  que  pasase  a  la  corte,  se  excusó  varias  veces  y 
no  fué.  Después  se  acriminó  el  negocio  tanto,  que  envió  el  rey  ejér- 
cito poderoso  contra  el  conde  para  prenderle  y  castigarle ;  pero  él 
con  su  gente  salió  a  campaña  y  no  sólo  derrotó  al  ejército  del  rey, 
sino  que  hizo  prisionero  de  guerra  al  hijo  primogénito  del  rey,  que 
había  ido  por  lugarteniente  general  de  su  ejército ;  lo  cual  sucedió 
quince  días  antes  que  llegasen  a  aquel  reino  los  misioneros. 

2.  — Enconados  así  los  ánimos  y  deseando  éstos  hallar  camino  para 
pacificarlos,  hablaron  al  conde  varias  veces,  persuadiéndole  se  rindie- 


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MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


se  a  la  obediencia  del  rey,  mayormente  habiéndoles  mostrado  una  car- 
ta suya,  en  que  le'  convidaba  con  la  paz,  entre  cuyas  cláusulas  decía : 
Que  si  iba  a  la  Corte  con  el  príncipe  su  hijo,  en  compañía  de  los  Pa- 
dres Capuchinos  del  Seráfico  Padre  San  Francisco,  no  dudase  que  le 
recibiría  con  benevolencia,  llevando  tales  padrinos.  En  medio  de  esta 
expresión  no  se  fiaba  el  conde  de  tales  promesas,  v  sus  amigos  y  pa 
rientes  que  tenía  en  Soñó  y  en  la  corte  le  persuadían  que  no  se  fiase 
de  tales  palabras,  pues  a  la  corta  o  a  la  larga  se  había  de  vengar  de 
él.  Viéndole  el  Prefecto  tan  tenaz,  después  de  varias  réplicas,  le  habló 
con  resolución  y  le  dijo  :  Señor,  a  mí  se  me  retarda  el  viaje  de  pasar 
a  la  corte  para  darle  al  rey  la  embajada  que  traigo  del  Sumo  Pontí- 
fice, y  si  prosigue  V.  E.  en  detenerme,  sepa  que  incurrirá  en  las  ex- 
comuniones que  hay  puestas  por  los  Pontífices  contra  los  que'  impi- 
den maliciosamente  a  los  misioneros  apostólicos  el  libre  ejercicio  de 
su  ministerio.  Apenas  oyó  esto,  cuando  al  instante  se  rindió  protes- 
tando que  él  era  hijo  obediente  de  la  Santa  Sede  Apostólica  y  que  en 
obsequio  suyo  quería  sacrificarlo  todo  ;  que  si  hasta  entonces  los  había 
detenido,  entreteniendo  su  partida,  era  por  la  pena  que  sentía  de  care- 
cer de  su  amable'  compañía,  y  que,  en  el  punto  de  la  paz,  él  la  deseaba 
mucho  y  entregaría  el  príncipe  al  rey  con  tal  que  Su  Majestad  cum- 
pliese dos  condiciones  :  la  una,  que  no  le  obligase  a  salir  de  su  estado, 
y  la  otra,  que  no  le  hiciese'  la  guerra. 

í?. — El  Prefecto  le  aseguró  trataría  ese  negocio  con  toda  eficacia  y 
le  dijo  confiaba  en  Dios  que  se  habían  de  allanar  todas  las  dificulta- 
des presentes.  Con  esa  promesa,  que  no  salió  vana,  aunque  se  retardó 
algn  tiempo,  pasó  el  conde  a  darle  al  Prefecto  gente  práctica  que  le 
acompañase  a  la  corte,  sin  la  cual  era  cosa  imposible  hacer  el  viaje. 
Determinó  salir  el  día  de  Nuestra  Señora  de  agosto  y  llevar  consigo 
a  los  Padres  Fr.  Buenaventura  de  Cerdeña  y  Fr.  Juan  Francisco  de' 
Roma  y  a  Fr.  Jerónimo  de  La  Puebla.  I,os  demás  se  quedaron  en  Soñó, 
continuando  su  convalecencia,  para  proseguir  después  sus  misiones  por 
todo  el  condado.  Dispuesto  ya  el  viaje,  llegó  noticia  de  que  venía  de 
la  corte  un  sacerdote  con  cartas  del  rey  y  del  Cabildo  de  la  catedral 
para  el  Prefecto  y  sus  compañeros,  a  cuya  causa  fué  preciso  suspender 
el  viaje  y  esperarle,  por  hallarse  ya  cerca  de  Soñó.  TJegó  el  sacerdote 
el  día  siguiente  y  entregó  al  Prefecto  las  cartas  que  venían  llenas  de 
favores  y  honras,  manifestando  los  grandes  deseos  que'  todos  tenían 
de  verlos  en  San  Salvador.  Respondió  el  Prefecto  a  las  cartas  con  la 
debida  urbanidad  y  agradecimiento,  participándoles  cómo  inmediata- 
mente se  ponía  en  camino  con  algunos  de  sus  compañeros.  Despidióse 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


85 


el  enviado  y  marchó  luego,  yendo  gozosísimo  con  tales  nuevas.  Lo 
mismo  hizo  el  Prefecto  con  el  conde  y  demás  personas  nobles,  y  toma- 
ron el  camino  para  San  Salvador,  pero  con  más  espacio,  por  su  poca 
salud  die'  todos  sus  compañeros  y  haber  de  ir  a  pie. 

i. — Los  trabajos  que  padecieron  en  ese  viaje  fueron  sobremanera 
grandes,  porque  fué  preciso  caminar  por  un  desierto  inculto,  subiendo 
y  bajando  montes  asperísimos  y  vadear  muchos  rios,  pasando  seis  días 
continuos  sin  hallar  habitación  alguna  de  racionales,  aunque  sí  mu- 
chas de  fieras  que  pueblan  aquellos  montes.  Y  así  fué  providencia  del 
cielo  el  que  no  volviesen  a  enfermar  de  nuevo,  y  aun  el  perder  la  vida 
por  el  poco  sustento  y  fatiga  del  sol  y  del  camino.  Suavizóles  el  Señor 
soberano  tantos  trabajos  y  penalidades,  primero  con  los  socorros  de 
su  divina  asistencia,  y  segundariamente  con  haber  bautizado  infinidad 
de  niños  durante  el  viaje,  así  del  condado  de  Soñó  como  de  las  tierras 
del  rey,  que  están  a  la  salida  del  desierto  referido.  Después,  a  distan- 
cia de  tres  jornadas  de  la  corte,  noticioso  el  rey  de  su  cercanía,  les 
escribió  en  lengua  portuguesa  con  un  caballero  muy  ilustre,  pidiendo 
se  sirviesen  de  detenerse  un  poco  y  darle  lugar  para  sahr  en  persona 
con  toda  su  corte  a  recibirlos.  Pero  el  Prefecto  le  respondió  dándo- 
le rendidas  gracias  por  tan  gran  favor,  y  le  suplicó  se  abstuviese  de 
tal  demostración,  por  no  ser  conforme  a  nuestro  humilde  estado,  y 
que  con  el  benepilácito  de  S.  M.  dispondrían  su  entrada  en  la  corte 
a  prima  noche,  solos  y  sin  séquito  de  acompañamiento,  como  pobres 
peregrinos  hijos  de  San  Francisco. 

o. — Vista  esa  respuesta,  tan  cortés  como  humilde,  quedó  admirado 
el  rey  y  sumamente  edificado,  y  al  instante  volvió  a  escribir  con  el 
mismo  caballero,  diciendo  que  se  conformaba  con  su  parecer  y  sólo 
por  darles  ese  gusto.  Prosiguieron  su  viaje  y  etitraron  en  la  corte  a 
prima  noche,  sin  ruido  de  acompañamiento  y  con  toda  modestia  y  si- 
lencio ;  llegaron  cerca  de  la  iglesia  catedral  y,  postrados  en  el  suelo, 
dieron  afectuosas  gracias  a  Dios  por  haberlos  llevado  hasta  allí,  al 
cabo  de  tantas  fatigas  y  trabajos  como  habían  padecido  desde  que  sa- 
lieron de  España.  Acabada  su  oración  y  hacimiento  de  gracias,  fueron 
a  ser  huéspedes  del  sacerdote  que  llevó  la  primera  embajada  a  Soñó, 
y  se  llamaba  Don  Miguel  de  Roboredo.  Fué  hermano  legítimo  del  rey 
Don  Alvaro  V  y  etitonces  era  capellán  del  rey  y  había  salido  a  reci- 
birlos a  cinco  leguas  de  camino.  Premióle  Dios  a  este  piadoso  sacer- 
lote  el  buen  hospedaje  que  hizo  a  los  pobres  seráficos  en  su  casa,  por 
que,  después  de  no  largo  tiempo,  le  hospedó  en  la  suya  N.  P.  San 


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MISIONES  CAi'UCHINAS  EN  ÁFRICA 


Francisco.  Tomó  nuestro  santo  hábito  y  profesó  allí,  con  gran  devo- 
ción y  edificación  de  aquella  Corte.  Llamóse  Fr.  Francisco  de  San 
Salvador,  y  después  les  sirvió  de  principal  intérprete  a  los  compañeros 
para  hacer  cate'cismo  y  vocabulario  de  la  lengua  del  reino,  y  él  pre- 
dicaba con  gran  fervor  y  fué  varón  de  gran  virtud  y  por  todos  cami- 
nos Utilísimo  a  la  misión  (25). 

6.  — Apenas  habían  entrado  aquellos  Padres  en  la  casa  de  su  hués- 
ped, Don  Miguel  de  Reboredo,  cuando  le  avisó  un  criado  cómo  el 
rey  estaba  ya  a  la  puerta,  que  quería  ver  a  los  religiosos.  No  le  dió 
lugar  su  grande  afecto  y  devoción  a  esperar  a  la  mañana,  y  así,  en 
sabiendo  su  llegada,  salió  luego  de'  palacio  y  les  fué  a  visitar,  aunque 
era  ya  de  noche,  bien  que  con  suficiente  número  de  criados  y  buena 
guardia  de  soldados  para  cualquier  contingencia  que  se  pudiese  ofre- 
cer de  parte  de  sus  émulos,  que  a  la  verdad  eran  muchos  y  vivían  muy 
desabridos  y  aun  ofendidos  de  su  gobierno  por  varios  sucesos  pasa- 
dos. En  entrando  en  la  pieza,  se  levantaron  los  Padres,  y  Don  Miguel 
le  señaló  cuál  era  el  Prefecto,  y  luego,  sin  hablar  palabra,  se  puso 
de  rodillas  y  le  abrazó  con  notable  humildad  y  afecto.  Recibióle  tam- 
bién de  rodillas  el  Prefecto,  y  así  estuvieron  abrazados  un  buen  rato, 
besándole  las  manos  y  el  hábito,  causando  admiración  y  aun  lágrimas 
de  ternura  a  todos  los  circunstantes.  Con  los  compañeros  hizo  las 
mismas  demostraciones  y  siempre  de  rodillas.  Y  ya  que  hubo  acabado 
de  abrazarlos  a  todos,  se  levantó  y  se  sentó  en  un  banco  raso  y  les 
mandó  que  todos  se  sentasen  junto  a  S.  M.  Empezó  después  a  platicar 
con  ellos  por  medio  de  su  capellán,  Don  Miguel,  que  sirvió  de  intér- 
prete, y  la  conversación  se  redujo  a  explicar  cuán  grande  era  el  júbilo 
que  sentía  en  su  alma  con  la  llegada  a  aquella  corte  de  Padres  tan  de- 
seados, y  especialmente  en  tiempos  en  que  todas  sus  provincias  se  ha- 
llaban sumamente  necesitadas  del  auxilio  de  tan  apostólicos  obreros, 
por  lo  cual  daba  a  Dios  las  gracias. 

7.  — Tomó  después  la  mano  el  Prefecto  y,  habiéndole  significado  al 
rey  el  singular  afecto  con  que  le  amaba  el  Sumo  Pontífice  y  a  todos 

í 


^'¿o)    Ül  P.  Anguiano,  lo  mismo  aquí  que  en  otras  partes,  llama  a  este  sacerdote 
Miguel  Roboredo,  siendo  así  que  su  verdadero  nombre  es  el  de  Manuel.  Ayudó  mu- 
chísimo a  los  misioneros  con  su  influencia  y  más  aun  en  el  aprendizaje  de  la  lengua,  i 
como  luego  hemos  de  hacer  notar  mejor.  Murió  el  29  de  octubre  de  Ififl."»,  en  la  ba-  [ 
talla  de  Ambuíla,  en  la  que  fué  derrotado  el  rey  del  Congo  ;  siguió  siendo  capuchino  ' 
hasta  su  muerte. 

T,a  fecha  de  llegada  de  lo^;  Capuchinos  a  San  Salvador,  capital  del  Congo,  fué  el 
2  de  septiembre  de  1645. 


LA  MISIÓN  DRL  CONGO 


87 


SUS  vasallos,  le  ponderó  el  gran  cuidado  que  ponia  en  socorrerlos  de 
misioneros  apostólicos  y  le  tendría  en  adelante.  Refirió  todas  las  difi- 
cultades que  se  habían  ofrecido  no  por  su  parte  ni  por  parte  de  la  re- 
ligión, sino  por  accidentes  de  los  tiempos  y  falta  de  embarcaciones. 
Que  él  y  sus  compañeros  venían  muy  gustosos  a  servirle  en  lo  que 
pudiesen,  y  que  toda  la  religión  le  amaba  y  le  serviría  en  adelante, 
como  lo  vería  por  experiencia,  en  fe  de  lo  cual  había  enviado  a  Roma 
dos  de  sus  compañeros  a  pedir  mayor  número  de  religiosos,  por  reco- 
nocer eran  pocos  y  muy  dilatado  €l  reino.  Estas  y  otras  razones  ex- 
presó el  Prefecto  con  los  más  vivos  afectos  que'  pudo,  y  el  rey  las  oyó 
con  singular  alegría  y  les  repitió  las  gracias  por  todo.  Después  se  dis- 
currió sobre  varias  materias,  en  que  se  gastaron  dos  horas,  y  al  fin 
de  ellas  se  despidió  de  los  Padres,  haciendo  las  mismas  demostracio- 
nes que  hizo  a  la  entrada  y  con  la  misma  humildad  y  reverencia.  De 
todo  lo  cual  coligieron  aquellos  Padres  cuan  falsa  había  sido  la  voz 
que,  así  en  España  como  en  Soñó,  había  corrido  contra  rey  tan  cató- 
lico, y  que  fué  la  emulación  quien  la  dió  cuerpo. 

8. — El  día  siguiente,  que  fué  a  los  tres  de  septiembre  de  1645,  tu- 
vieron los  Padres  la  audiencia  pública  de  su  embajada.  Recibióla  el 
rey  en  su  capilla,  después  de'  haber  oído  Misa,  y  para  esta  función  sacó 
la  mejor  gala  de  brocado  de  oro  que  tenía.  Estaba  sembrada  de  perlas 
y  de  otras  piedras  preciosas ;  al  cuello  tenía  pendientes  diferentes  ca- 
denas de  oro,  lazos  y  joyas  de  mucho  precio.  El  sitial  era  una  silla 
labrada  al  uso  del  país,  pero  forrada  en  terciopelo  carmesí  y  ricame'nte 
tachonado.  A  los  pies  tenía  un  tapete  grande,  con  algunas  almohadas, 
todo  del  mismo  terciopelo,  guarnecido  con  flecos  y  borlas  de  seda  y 
oro.  Asistieron  en  la  capilla  el  capellán  Don  Miguel  y  algunos  de  los 
maníes  o  grandes  del  reino,  que  se  hallaban  en  la  corte.  Pero  afuera 
había  número  crecido  de  tíitulos  y  fidalgos,  y  más  afuera  y  en  la  plaza 
de  palacio,  había  lucidísimos  guardias  y  muchos  escuadrones  bien  for- 
mados, puestos  unos  y  otros  en  dos  filas.  Al  tiempo  de  entrar  los  Pa- 
dres se  quitó  el  rey  el  sombrero  y  luego  se  puso  de  rodillas  y  fué 
abrazando  cariñosamente  de  uno  en  uno  a  los  religiosos  y  les  besó  el 
hábito  por  tres  veces.  Volvió  después  a  la  silla  y  los  mandó  sentar 
en  asientos  del  país.  Entonces  el  Prefecto,  con  el  debido  acatamiento, 
le  puso  en  la  mano  el  Breve  que  llevaba  de  Su  Santidad  y  la  carta 
particular  que  le  enviaba.  Uno  y  otro  recibió  de  rodillas,  vuelto  el 
rostro  hacia  el  altar,  y,  besando  por  tres  veces  así  el  Breve  como  la 
carta,  con  raras  muestras  de  devoción  puso  uno  y  otro  sobre'  su  cabe- 
za, dejando  a  todos  admirados. 


88 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


í). — Sentóse  después  y  mandó  al  capellán  k  leyese  el  Breve  y  que 
se  le  explicase  en  su  lengua  nativa,  reservando  la  carta  para  leerla  a 
solas  más  despacio.  Leyó  el  secretario  el  Breve,  que  lo  era  el  mismo 
capellán,  y,  al  tiempo  de  volvérsele  al  Prefecto,  el  rey  hizo  las  mismas 
ceremonias  de  besarfle  tres  veces  y  ponerlo  sobre  su  cabeza,  que  hizo 
cuando  lo  recibió.  Luego  pasó  a  significar  en  su  lengua  el  sumo  gozo 
que  su  alma  sentia  con  el  Breve  y  carta  de  Su  Santidad,  lo  cual,  dijo,  es- 
timaba más  que  todos  los  tesoros  del  mundo.  Hizo  después  a  los  Pa- 
dres varios  ofrecimientos  de  su  persona  y  reino,  mostrando  en  todo 
un  ánimo  generoso  y  un  rendimiento  devotísimo  a  la  Santa  Sede  Apos- 
tólica. Dió  también  las  gracias  al  Prefecto  por  el  favor  que  la  Religión 
le  había  hecho  en  enviarle  sus  hijos,  y  con  esto  se  despidieron,  abra- 
zándoles ed  rey  en  la  misma  forma  que  los  recibió  al  principio.  De  allí 
adelante  tuvieron  aquellos  Padres  otras  muchas  audiencias  secretas,  y 
en  la  siguiente  a  la  pasada  presentó  el  Prefecto  al  rey  y  a  la  reina 
diferentes  cosas  de  devoción  y,  entre  ellas,  una  carta  de  Hermandad 
de  nuestro  Padre  General,  por  la  cual  los  hacía  participantes  de  los 
frutos  y  bienes  espirituales  de  la  Orden.  Y  para  recibir  ésta,  como 
también  la  Bendición  Apostólica  del  Sumo  Pontífice,  se  puso  de  rodi- 
llas. Estimó  mucho  las  reliquias  y  cosas  de  devoción  que  se  le  presen- 
taron y  las  mandó  poner  en  su  capilla  con  toda  decencia. 

10. — En  los  días  siguientes  se  fué  informando  de  los  Padres  de 
cuanto  necesitaba  saber  y  no  quiso  permitir  que  persona  alguna  de 
excepción  hablase  con  ellos  hasta  que  se  hubo  satisfecho  de  todo. 
Después  no  hubo  alguna  que  dejase  de  visitarlos  y  con  demostracio- 
nes notables  de  urbanidad  y  agasajo.  Dió  después  a  los  religiosos  el 
rey  la  iglesia  de  Nuestra  Señora  de  la  Victoria,  que  él  mismo  había 
mandado  fabricar  poco  antes,  la  cual,  aunque  sus  paredes  son  de  tie- 
rra, son  buenas  y  fuertes  y  están  blanqueadas  por  dentro  y  fuera.  Ha- 
bíala consagrado  a  la  Reina  de  los  Angeles,  en  agradecimiento  de  las 
victorias  que'  había  conseguido  antes  y  después  de  entrar  a  reinar,  y, 
por  ser  templo  tan  de  su  devoción,  quiso  donársele  a  los  Padres  para 
que  sirviesen  en  él  de  capellanes  a  la  Madre  de  Dios,  y  con  tan  sobe- 
rano principio  echaron  los  cimientos  al  primer  convento  y  custodia  del 
Congo,  que  hasta  hoy  mantiene  nuestra  Seráfica  Capucha.  También 
les  hizo  acomodar  una  casa  adyacente,  con  su  huerta  muy  capaz,  todo 
dentro  de  la  ciudad,  con  el  ánimo  de  edificarles  después  allí  convento 
de  planta,  luego  que  pasasen  las  lluvias,  como  lo  hizo. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


89 


11.  — Mandó  otro  día  hacer  reseña  y  s€  juntó  casi  toda  la  gente 
en  la  plaza  mayor,  y  exhortó  a  todos  que,  pues  que  Dios  les  había 
favorecido  tanto  en  enviarles  tan  apostólicos  varones,  que  procurasen 
de  enmendar  sus  vidas,  viviendo  católicamente  y  aprovechándose  de 
su  santa  doctrina,  quitar  las  malas  costumbres  y  aprender  las  buenas 
y  virtuosas.  Importó  mucho  esa  exhortación  y  el  rey  la  hizo  con  gran- 
de energía,  porque  era  discreto  y  naturalmente  elocuente.  Protestó 
cómo  había  deseado  mucho  venir  a  Roma  a  besar  el  pie  a  Su  Santidad 
y  a  manifestar  a  los  reyes  y  príncipes  católicos  la  falsedad  que  a  él  y 
a  todos  sus  vasallos  les  habían  imputado  d€  que  habían  admitido  las 
herejías  de  los  holandeses  cuando  se  apoderaron  de  Angola  ;  acerca 
de  lo  cual  se  quejaba  vivamente  de  ciertos  portugueses  residentes  en 
su  reino  y  en  los  circunvecinos,  por  causa  del  comercio,  los  cuales, 
decía,  le  habían  sido  siempre  contrarios  y  mal  afectos  por  sus  particu- 
lares intereses. 

12.  — El  punto  y  honra  de  príncipe  católico  le  picó  tanto,  que  quiso 
comprar  un  navio  para  venir  a  Roma  personalmente,  y  lo  hubiera  eje- 
cutado, si  el  Prefecto  no  se  lo  hubiera  impedido  con  gravísimas  razo- 
nes. Aconsejóle  que  tuviese  paciencia  y  que  sacrificase  a  Dios  su  sen- 
timiento, pues  en  llegando  a  Roma  los  dos  religiosos  que  volvieron  a 
España,  ellos  informarían  de  la  verdad  a  Su  Santidad  y  a  la  Sacra 
Congregación,  y  desvanecerían  la  mala  voz  esparcida  y,  como  fieles 
testigos,  referirían  las  singulares  muestras  de  ReHgión  católica  que 
habían  visto  y  experimentado  en  Pinda  y  Soñó.  Los  manicongos  sen- 
tían amargamente  el  desdoro  que'  se  había  seguido  a  su  nación,  y  aun 
la  gente  vulgar  se  quejaba  agriamente  de  los  portugueses,  y  sucedió 
lo  que  veremos  adelante. 


'I 


CAPITULO  X 


I 

I 

I 


Hace  el  rey  a  los  Padres  nuevas  demostraciones  para  más 
sincerarse  de  las  calumnias  pasadas,  permíteles  que  paguen 
las  visitas  y  concítanse  contra  ellos  los  portugueses. 


1.  — Fué  alta  providencia  del  cielo  el  que  llegasen  los  Capuchinos 
en  aquella  ocasión  a  San  Salvador,  porque  con  eso  evitaron  dos  gran- 
des daños :  el  uno,  de  que  los  holandeses  se  abstuvie&en  de  la  preten- 
sión de  propagar  en  ella  el  veneno  de  sus  errores  para  inficionar  todo 
el  reino  ;  el  otro,  para  apagar  el  fuego  de  las  discordias  mortales  que 
se  había  encendido  algunos  años  antes  entre  los  manicongos  y  los 
portugueses  residentes  en  aquellas  tierras.  Esas  se  volvieron  a  encen- 
der de  nuevo,  hallándose  allí  ya  el  Prefecto  con  sus  compañeros,  y 
con  los  motivos  que  veremos,  todos  muy  ajenos  de  razón,  de  verdad 
y  de  justicia.  Para  dichos  Padres  fué  materia  no  poco  molesta  el  haber 
de  oír  las  quejas  de  los  naturales  contra  los  portugueses  y  las  de  éstos 
contra  aquéllos,  y,  aunque  procuraron  componerlos,  no  se  pudo  con- 
seguir fácilmente  en  largos  tiempos,  padeciendo  por  ello  también  sus 
calumnias  los  pobres  religiosos,  hasta  que  se  desengañaron  los  portu- 
gueses y  conocieron  su  desinterés  y  su  modo  de  proceder  apostólico. 

2.  — Pasadas,  pues,  las  demostraciones  del  rey  de  afecto  y  devo- 
ción, ya  mencionadas  en  el  capítulo  antecedente,  mandó  a  su  secreta- 
rio, para  más  sincerarse  de  las  calumnias  que  le  habían  impuesto,  el 
que  les  leyese  a  los  Padres  dos  papeles  firmados  :  el  uno  de  los  canó- 
nigos de'  la  catedral,  pro  Capítulo,  y  el  otro  del  R.  P.  Rector  de  la 
Compañía  de  aquella  corte  ;  todos  los  cuales  eran  originarios  de  Por- 
tugal y  no  poco  afectos  a  su  nación  ;  por  lo  cual  se  les  debía  aún  ma- 
yor crédito  en  la  atestación  uniforme  de  los  dichos  papeles.  En  el 
primero  se  contenía  el  suceso,  ya  referido,  cuando,  tomada  Angola 
por  los  holandeses,  pasando  al  Congo  éstos  a  establecer  su  comercio 


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MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


y  a  diseminar  sus  herejías  y  lo  que  hizo  entonces,  manifestando  públi- 
camente ser  profesor  de'  la  fe  católica  romana.  En  el  segundo  papel 
se  contenía  cómo  después  de  haberse  apoderado  dichos  holandeses,  a 
fuerza  de  armas,  de  Angola  y  de  otras  plazas  de  aquellas  conquistas, 
y  echado  fuera  los  portugueses  que  las  poseían,  S.  M.  no  sólo  no  les 
dió  auxilio  a  los  holandeses  pero  despachó  diferentes  personas  por 
sus  provincias,  convidando  a  los  portugueses  que  vagueaban  por  ellas 
para  que  fuesen  a  su  corte,  donde  los  ampararía  y  defendería  ;  que 
algunos  aceptaron  la  oferta  y  que  esos  vivían  y  tenían  en  pie  sus  ha- 
ciendas ;  pero  que  los  que  no  quisieron  valerse  de  ese  favor  habían 
perecido  a  manos  de  los  holandeses,  por  ser  ellos  muy  aborrecidos  por 
su  soberbia  y  ruines  tratos  con  ellos  ;  que  a  ésos  no  los  pudo  defendfer 
de  la  furia  popular,  como  defendió  a  los  otros,  y  que,  aunque  algunos 
dieron  auxilio  a  los  holandeses,  fué  irritados,  y  sin  intervención  suya 
ni  poderlo  remediar. 

3.  — ^Todo  lo  sobredicho  sucedió  por  los  años  de  1640  y  siguiente, 
antes  de  llegar  al  Congo  los  Capuchinos  ;  pero  sin  embargo,  cuando 
llegaron  a  ese  reino,  el  año  1645,  todavía  duraban  las  discordias  entre 
las  naciones,  y  no  satisfechos  los  naturales,  por  el  odio  concebido  con- 
tra los  portugueses,  quisieron  acabar  con  ellos  y  sin  duda  lo  hubie- 
ran hecho,  si  Dios  poderosamente  no  los  hubiera  detenido  y  los  reli- 
giosos no  se  hubieran  interpuesto  para  templar  a  unos  y  a  otros.  De 
tan  cristianos  oficios  y  dignos  de  toda  estimación,  si  se  consideraran 
debidamente,  resultó,  para  mayor  corona  suya,  mover  los  portugueses 
con  sus  cavilaciones  una  oposición  notable  contra  ellos,  que  les  dió 
mucho  que  padecer  y  en  que  merecer.  Dios,  empero,  volvió  por  su 
causa  y  se  desengañaron  de  sus  vanas  fantasías  e  imaginaciones  fan- 
tásticas y,  de  desafectos  y  contrarios,  se  convirtieron  en  especiales 
devotos  y  bienhechores. 

4.  — Habiendo  ya  concluido  el  rey  sus  dependencias  con  los  religio- 
sos y  sincerándose  con  ellos  de'  las  calumnias  referidas,  les  dió  permiso 
para  que  pudiesen  pagar  las  visitas  que  les  habían  hecho  los  maníes 
y  fidalgos  de  la  corte.  Pagáronla,  en  primer  lugar,  al  Ilustrísimo  Ca- 
bildo, estando  congregado  capitularmente  en  su  iglesia.  Y,  después  de 
recíprocos  y  urbanos  cumplimientos,  sacó  el  Prefecto  él  Breve  Apos- 
tólico que  llevaba  y  se  lo  presentó  y  le  pidió  su  beneplácito  para  acep- 
tar la  iglesia,  por  ser  en  Sede  vacante,  y  el  sitio  que  el  rey  gustase 
darles  para  su  morada.  Halláronse  a  la  sazón  el  Vicario  General,  el 
Arcediano  y  otro  canónigo  anciano  ;  los  demás  estaban  enfermos  o  au- 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


95 


sentes  de  la  corte.  Pero  de  los  seglares  cortesanos  fueron  muchos  los 
que  asistieron  a  la  función.  Habló  el  Arcediano  por  todos  y  concluyó 
su  racionamiento  diciendo :  que  reparaba  que  no  hubiesen  ido  al  Con- 
go por  la  vía  de  Portugal  y  en  que  el  Breve  de  Su  Santidad  no  iba 
refrendado  del  rey  Don  Juan  de  Portugal,  ni  de  algún  embajador  o 
ministro  suyo.  Era  este  Arcediano  portugués  y  muy  apasionado  por 
su  nación  y,  aunque  también  lo  era  el  canónigo  anciano,  con  todo 
eso  no  se  entrometía  en  materias  de  Estado  ni  en  lo  que  no  le  impor- 
taba. Por  cuya  causa  era  de  todos  bien  visto  y  muy  querido  del  Vica- 
rio y  de  los  demás  canónigos,  todos  los  cuales  son  criollos  y  descen- 
dían de  Portugal  o  por  parte  de  padre  o  por  parte  de  madre.  Por  esa 
causa,  y  por  el  reparo  que  hizo  el  Arcediano,  juzgaron  aquellos  Pa- 
dres se  les  haría  algún  mal  oficio  que  les  impidiese  la  prosecución  de 
su  ministerio.  Mas,  satisfaciéndole  con  la  verdad  del  hecho,  cesó  el 
inconveniente  que  recelaron,  y  obtuvieron  el  permiso  que  pidieron  con 
mucho  gusto  suyo  y  de  toda  la  corte  que  lio  deseaba  ver  ya  efectuado. 

5.  — Al  primer  punto  de  la  objeción  del  Arcediano  satisfizo  el  Pre- 
fecto, diciendo :  Que  la  embarcación  para  aquel  reino  se  le  había  ne- 
gado en  Lisboa,  después  de  diez  meses  que  había  estado  en  aquella 
ciudad  solicitándola.  Al  segundo  respondió  que  la  Silla  Apostólica  aun 
no  había  conocido  por  rey  de  Portugal  al  duque  de  Braganza.  Al  ter- 
cero respondió :  Que  el  rey  del  Congo  era  absoluto  y  no  sujeto  a  otro 
rey  y  con  su  beneplácito  podían  entrar  en  su  reino  los  cristianos  cató- 
licos y  cualesquiera  persona  sin  pasaporte  de  otros  principes.  Y,  últi- 
mamente, que,  cuando  no  hubiese  esas  razones,  bastaba  el  haber  sido 
enviados  por  la  Santa  Sede'  Apostólica  y  con  ciencia  cierta  de  todo  lo 
dicho,  la  cual  es  sobre  todos  los  reyes  cristianos  y  no  está  obligada 
a  subordinar  las  misiones  de  los  ministros  evangélicos  a  los  reyes,  sí 
bien  lo  podía  hacer  graciosamente  cuando  quisiese  y  juzgase  convienir. 

6.  — Además  que,  pues  la  Sacra  Congregación,  con  consulta  de  Su 
Santidad,  los  había  enviado  sin  aquel  requisito,  antes  bien  mandado 
solicitar  la  embarcación  por  medio  del  Rey  Católico  Felipe  IV,  no  de- 
bía de  ser  necesario.  Pero  que,  no  obstante  eso,  si  Su  Majestad  con- 
guesa  y  el  Capítulo  no  los  admitía  en  el  Congo,  pasarían  sin  repug- 
nancia a  plantar  su  misión  a  otras  tierras  con  la  bendición  de  Dios, 
pues  había  muchos  reinos  de  gentiles  a  donde  poder  trabajar  y  ejer- 
citar su  ministerio.  En  oyendo  esto  el  Arcediano,  cesó  en  las  réplicas 
y  quedó  tan  manso,  que  dijo  :  Que  había  propuesto  aquella  dificultad 
no  por  apasionado  a  Portugal,  sino  sólo  para  que  se  entendiese  que 


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MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


había  en  el  Cabildo  hombres  de  letras.  A  lo  cual  le  respondió  el  Pre- 
fecto diciendo  :  Que  en  otras  mayores  agudezas  y  más  oportunas  oca- 
sionies  esperaban  aquellos  Padres  conocer  su  gran  talento  y  aprender 
muchas  cosas  y,  principalmente,  de  su  virtud.  Con  eso  quedaron  admi- 
tidos del  Cabildo  y  se  despidieron  de  los  Capitulares  con  mucha  paz 
y  urbanidad. 

7.  — Pero,  aunque  nunca  se  prometieron  contradicción  alguna,  y  me- 
nos de  esa  especie  y  de  semejante  sujeto,  a  quien  por  parte  alguna 
le  tocaba  introducirse  en  materias  de'  Estado,  con  todo  reconocieron 
que  por  aquella  vía  se  les  habían  de  ofrecer  otras  muchas  en  adelante. 
Lo  cual  ha  sido  de  suerte,  hasta  estos  últimos  tiempos,  que  han  dado 
mucho  que  padecer  los  naturales  de  Portugal,  que  habitan  en  aquellas 
tierras,  a  los  Capuchinos  que  las  frecuentan  para  la  conversión  de  las 
almas,  sin  más  motivo  que  sus  razones  de  Estado. 

8.  — Poco  después  del  suceso  referido  les  sobrevino  a  los  Padres 
otra  nueva  y  aun  mayor  borrasca  por  medio  de  un  portugués  residen- 
te en  aquella  corte,  y  fué  con  tal  vehemencia  su  etnpeño,  que  los  eóle- 
siásticos  de  Mazangano,  donde'  estaban  fortificados  los  portugueses, 
que  se  retiraron  de  Angola  cuando  entraron  los  holandeses,  negaron 
la  obediencia  al  Capítulo,  Sede  vacante,  del  Congo,  juntamente  con 
el  gobernador  de  aquella  plaza,  que  domina  algunas  tierras  de  negros, 
V  en  lo  espiritual  siempre  han  sido  subditos  del  Obispo  y  del  Capítulo, 
.Sede  vacante,  dal  Congo  :  dando  por  motivo  que  éste  había  negado  la 
obediencia  al  rey  Don  Juan  de  Portugal  y  dádosela  el  rey  de  Casti- 
lla, supuesto  que  había  admitido  a  los  misioneros  que  fueron  por  or- 
den suya.  Para  ese  efecto  enviaron  cierto  embajador  con  instrucciones 
de  lo  que  había  de'  ejecutar  y,  entrie  otros  puntos,  se  le  mandó  que 
pidiese  al  rey  que  mandase  luego  salir  de  su  reino  a  los  misioneros  Ca- 
puchinos, por  ser  vasallos  del  rey  de  Castilla. 

9.  — Llegaron  a  entender  aquellos  Padres  lo  que  tan  sin  razón  ni 
justicia  se  maquinaba  contra  ellos  y  en  daño  de  las  pobres  almas  de 
aquellas  tierras.  No  quisieron,  con  todo  eso,  dar  el  menor  sentimiento 
de  su  agravio,  sino  dejarle  a  Dios  su  causa  y  dedicarse  a  un  total  su- 
frimiento, rogando  a  Dios  por  los  que  les  calumniaban,  esmerándose 
en  hacerles  todo  el  bien  que  podían,  y  aun  con  más  amor  y  afabilidad 
que  a  los  demás.  Duró  esa  pretensión  algunos  días,  y  de  esa  suerte, 
volviendo  gracias  por  agravios,  granjearon  la  voluntad  de  todos  los 
eclesiásticos  y  seglares  y  de  los  portugueses,  y  en  tanto  grado,  que 
lodos  los  socorrían  según  su  posibilidad,  y  aun  rl  embajador  de  Mazan- 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


97 


gano  fué  uno  de  los  mayores  devotos  que  tuvieron,  el  cual,  con  la 
comunicación  de  los  religiosos,  vino  en  claro  conocimiento  de  su  mu- 
cha virtud  y  que  sólo  buscaban  el  bien  de  las  almas.  A  cuya  causa  no 
quiso  hablar  palabra  al  rey  sobre  el  punto  que  tanto  It  habían  encar- 
gado de  que  los  mandase  salir  de  su  reino. 

10. — Pasada  esa  borrasca,  trazada  por  el  común  enemigo  del  géne- 
ro humano,  con  la  licencia  del  Capítulo,  Sede  vacante,  que  ya  tenían, 
pasaron  aquellos  Padres  a  tomar  la  posesión  de  la  iglesia  de  Nuestra 
Señora  de  la  Victoria,  de  que  ya  el  rey  les  babía  hecho  donación.  Pero 
como  les  faltase  sacristía,  trató  S.  M.  de  que  se  hiciese  luego  y  para 
ello,  a  imitación  del  emperador  Constantino  el  Magno,  llevó  sobre  sus 
hombros  doce  piedras.  Y,  movidos  de  su  ejemplo,  hicieron  lo  mismo 
los  maníes  o  grandes  señores  y  los  caballeros  de  la  corte,  con  que 
se  acabó  presto  la  sacristía.  Ese  santo  templo  es  muy  devoto  y  en 
él  preside  la  sagrada  imagen  de  la  Purísima  Concepción  de  Nuestra 
Señora,  Patrona  de  toda  nuestra  Seráfica  Religión  y  muy  particular- 
mente de  esa  apostólica  misión  y  Custodia  del  Congo,  pues,  como  se 
puede  notar,  en  todas  sus  tormentas  de  mar  y  en  todos  sus  trabajos 
de  tierra  siempre  recurrieron  a  María  Santísima  y  hallaron  en  su  am- 
paro la  seguridad,  el  alivio  y  todo  consuelo. 


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CAPITULO  XI 


Envía  el  rey  a  los  misioneros  un  gran  regalo,  señálales 
sitio  por  su  mano  para  huerta,  y  dícese  cómo  ejercitaron 
su  ministerio  en  aquella  Corte  y  su  grande  ejemplo. 


1.  — Cada  día  se  admiraban  más  los  cortesanos  de  San  Salvador  y 
se  confundían  más,  viendo  los  ejemplos  admirables  de  los  misioneros 
en  todas  líneas  ;  pero,  sobre  todo,  les  llevó  más  la  atención  a  admirar 
su  desasimiento  de'  las  cosas  temporales,  faustos  y  aplausos,  la  tole- 
rancia en  las  adversidades,  su  modestia,  su  templanza,  contentándose 
con  lo  muy  preciso,  su  afabilidad  con  todos,  y  el  ver  prácticamente  que 
sólo  y  en  todo  buscaban  a  Dios  y  la  salvación  de  las  almas,  para  cuyo 
efecto  no  perdonaban  trabajo  ya  de'  día,  ya  de  noche  ;  atendían  con 
suma  caridad  a  los  prójimos  en  todas  sus  necesidades  espirituales  y 
corporales,  predicando,  confesando,  instruyendo  «n  la  doctrina  evan- 
gélica a  todos,  grandes  y  pequeños.  Todo  esto  se  atetidía  y  considera- 
ba ;  pero  lo  que  les  pasmó,  por  cosa  muy  singular  e  inusitada,  y  acaso 
jamás  vista  en  aquel  reino,  fué  la  acción  siguiente  con  la  cual  sellaron 
y  confirmaron  el  crédito  de  varones  apostólicos  que  tenían,  quedando 
en  pleno  conocimiento  de  que  eran  hombres  que  practicaban  consigo 
mismos  cuanto  predicaban  a  los  otros  para  la  reformación  de  sus  cos- 
tumbres. 

2.  — Envióles,  pues,  el  rey  un  regalo  magnífico  y  a  la  verdad  de  mu- 
cho valor  para  aquella  tierra  ;  ése  se  componía  de  diferentes  animales 
vivos,  como  cerdos,  cabras,  gallinas,  harina  y  cantidad  de  grano  para 
hacer  pan  y  demás  a  más  hasta  doscientos  ducados  de  la  moneda  usual 
del  país,  cincuenta  para  cada  uno  de  los  religiosos,  y  un  recaudo  muy 
cumplido.  Para  esta  ocasión  reservamos  tratar  de  las  monedas  del  Con 
go,  de  las  cuales  trataremos  ahora,  como  también  de  la  mina  de  donde 
las  sacan.  Esa  moneda  con  que  todos  comercian,  son  ciertos  caracoli- 


102 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


líos  marítimos  qu€  se  crían  en  una  isleta  dentro  del  mar,  la  cual  está 
enfrente  de  Angola  y  viene  a  formar  el  puerto  de  San  Pablo  de  Loan- 
da.  Lllámase  la  Isla  del  Rey  por  ser  del  del  Congo  y  a  donde  tiene  la 
pesquería  de  dichos  caracolillos.  Esta  viene  a  caer  cerca  de  las  dos  bo- 
cas por  donde  entran  en  el  mar  el  Dande  y  el  Bengo,  ríos  de  Angola. 
A  la  parte  del  Bengo  yace  el  puerto  de  San  Pablo,  y  aunque  es  ciudad 
marítima  de  Angola,  toma  el  apellido  de  otra,  por  estar  vecino  a  la  isla 
de  Loanda.  De  esos  caracolillos  hay  sus  diferencias,  porque  unos  son 
mayores  y  otros  menores.  Los  más  pequeños  son  del  tamaño  de  un 
grano  de  trigo,  y  ésos  y  los  grandes  son  de  un  mismo  color  y  hechura.. 
Los  que  son  mayores  tienen  más  valor,  de  suerte  que  mil  de  ellos  va- 
len por  diez  mil  de  los  más  pequeños.  El  modo  de  contratarlos  no  es 
por  número,  sino  por  medidas,  que  allí  llaman  cofos,  y  ésas  están  mar- 
cadas con  las  armas  reales.  Esta,  en  fin,  es  la  moneda  de  aquel  reino 
y  con  ella  se  comercia  entre  ellos  sin  admitir  otros  metales  (26). 

3. — El  Prefecto,  habiendo  visto  tan  excesivo  presente  y  reconocido 
que  no  era  conveniente  admitirlo,  respondió  a  los  fidalgos  que  lo  lle- 
varon, diciendo  :  que  lo  estimaba  sumamente,  pero  que  él  y  sus  compa- 
ñeros profesaban  la  Regla  de  nuestro  Padre  San  Francisco,  la  cual  les 
prohibía  recibir  no  sólo  dinero,  sino  también  cualquiera  otra  limosna 
superflua  y  de  mucho  valor,  como  lo  era  aquélla  ;  que  nuestro  modo 
de  vivir  se  practicaba  mendigando,  como  pobres,  pidiendo  de  puerta  en 
puerta  limosna,  no  de  dinero  o  cosa  semejante,  sino  de  las  cosas  nece- 
sarias para  vivir  en  su  propia  especie,  por  amor  de  Dios,  sin  poder  te- 
ner hacienda  alguna  en  la  tierra  ;  y  que  así  se  volviesen  con  el  regalo 
y  de  su  parte  y  también  de  sus  compañeros  diesen  rendidas  gracias  y 
que  ya  iría  él  a  ponerse  a  los  pies  de  S.  M.  cuanto  antes  pudiera.  Cau- 
sóles notable  admiración  esta  renuncia  a  los  fidalgos  y,  reparando  en 
que  el  rey  su  señor  sentiría  el  que  se  volviesen  con  el  regalo  a  su  pre- 
sencia, les  motivó  a  instar  al  Prefecto  para  que  lo  recibiese.  No  lo  ad- 
mitió y  para  su  seguridad  les  ofreció  que  él  saldría  a  todos  los  riesgos 
que  se  les  pudiesen  ofrecer,  pero  que  no  temiesen  la  indignación  del 
rey,  porque  Dios,  por  la  intercesión  de  San  Francisco,  nuestro  Padre, 
infundiría  en  su  ánimo  tal  capacidad  que  echaría  a  la  mejor  parte  cuau- 


(2(i;  Mü  era  solamente  en  el  Congo  donde  se  iL^aban  como  moneda  estos  caraco- 
lillos, sino  que,  según  testimonio  del  P.  José  de  Nájera,  Capuchino,  misionero  a  me- 
diados del  siglo  XVII  en  el  reino  de  Arda,  próximo  al  Congo,  se  empleaban  con 
ese  mismo  fin  en  toda  aquella  costa  africana  (Cfr.  su  Espejo  Místico  en  que  el  hom- 
bre interior  se  mira  prácticamente  ilustrado,  Madrid,  1672,  tal  lector»,  f.  9  v.  y  pá- 
gina 278). 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


103 


to  ellos  obraban  para  mayor  pureza  de  la  observancia  de  su  santa  Re- 
gla. Con  eso  volvieron  intacto  di  regalo  al  rey  y  así  ést€  como  la  cor- 
te toda,  cuando  lo  supo,  se  pasmaron  de  semejante  acción,  haciendo 
grande  aprecio  de  la  virtud  y  desinterés  de  aquellos  Padres  y  d-e  la  Or- 
den por  la  extremada  pobreza  que  profesa.  Premióles  Dios  esa  ejem- 
plar acción,  con  que  de  allí  adelante  enviasen  abundantes  limosnas  de 
las  cosas  necesarias  en  su  propia  especie,  y  a  veces  eran  tantas,  que 
se  las  volvían  a  los  bienhechores  porque  sólo  admitían  lo  preciso  y 
no  más. 

4.  — Por  eso  y  por  ver  que  todos  sus  desvelos,  trabajos  y  fetigas  que 
padecían,  se  encaminaban  únicamente  a  Dios  y  a  la  salvación  de  las 
almas,  los  amaban  cordialmente  todos  los  de  aquella  corte,  desde  el 
menor  al  mayor,  y  los  miraban  con  sumo  respeto.  De  aquí  sabían  las 
noticias  y  su  buena  fama  volaba,  no  sólo  por  todo  el  reino,  sino  que 
también  se  extendía  hasta  los  reinos  vecinos,  que  entonces  eran  de  gen- 
tiles y  hoy  por  la  bondad  de  Dios  son  de  cristianos  católicos,  como  ire- 
mos viendo.  Había  introducido  el  demonio  en  aquellas  tierras  por  me- 
dio de  los  hechiceros,  de  que  hay  inmensa  copia  y  los  llaman  en  unas 
partes  ngangas  y  en  otras  catumas  y  singuillas,  que  son  como  sus 
sacerdotes  y  capitales  enemigos  de  los  misioneros,  que  éstos  no  les  pro- 
curaban el  bien  que  les  predicaban,  como  ellos,  sino  su  propio  interés 
temporal.  Pero,  como  él  buen  ejemplo  mueve  tanto  y  le  daban  grande  en 
todas  partes,  de  ahí  resultó  el  desengañarse  todos  y  conocer  eran  verda- 
deros ministros  de  Dios  y  que  no  buscaban  otra  cosa  que  las  almas  redi- 
midas con  su  preciosísima  sangre.  En  cuantas  súplicas  hicieron  los  reyes 
del  Congo  a  la  Santa  Sede  Apostólica,  siempre  pusieron  esta  condi- 
ción :  que  les  enviase  ministros  tales,  que  fuesen  totalmente  desintere- 
sados de  las  cosas  de  este  mundo  y  que  sólo  buscasen  la  gloria  de 
Dios  y  la  salvación  de  las  almas,  y  por  noticias  que  tuvieron  del  modo 
de  vivir  de  los  Capuchinos,  por  eso  los  pidieron  positivamente  para  su 
reino  por  ser  pobre  y  falto  de  un  todo,  por  ser  sus  naturales  dejadísi- 
mos, sin  industria  y  nada  aplicados  al  comercio  humano  y  a  adquirir 
para  vivir  y  conservar  sus  familias. 

5.  — Creciendo  más  y  más  cada  día  la  devoción  del  rey  a  los  religio- 
sos, deseoso  de  acomodarles  la  vivienda  hasta  que  llegase  el  tiempo 
oportuno  de  hacerles  el  convento,  se  fué  una  mañana  muy  temprano 
a  nuestra  iglesia,  y,  después  de  haber  oído  Misa,  les  dijo  que  quería 
darles  junto  a  ella  un  pedazo  de  tierra  adyacente  a  la  misma  casa  para 
que  hiciesen  huerta.  Agradecieron  aquellos  Padres  el  favor  y  luego  in- 


104 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


mediatamente  él  mismo  por  su  mano  señaló  el  distrito  y  fué  poniendo 
a  trechos  unas  estacas  clavadas  en  el  suelo  por  todo  el  ámbito,  para 
lo  cual  se  metió  por  medio  de  las  matas  y  hierbas  que  estaban  harto 
crecidas  y  llenas  de  agua  del  rocío  de  la  noche,  sin  ser  bastante  a  dete^ 
nerle  los  corteses  y  humildes  ruegos  de  ellos,  ni  poder  recabar  enco- 
mendase a  otra  persona  aquella  acción.  Con  ésta  y  las  demás  demos- 
traciones de  piedad  y  devoción  edificaba  a  sus  vasallos,  los  cuales,  a 
vista  de  su  ejemplo,  procuraban  imitarle  en  cuanto  podían.  Fué  esto 
en  tanto  grado,  que  hasta  los  niños  de  poca  edad  les  iban  a  besar  el 
hábito  y  la  mano  cuando  los  encontraban.  Otras  veces,  viéndolos  pasar 
de  lejos  y  no  poder  llegar  a  eso,  se  ponían  de  rodillas  y  les  pedían  la 
I>endición ;  mas  lo  ordinario  era  esperarles  de  rodillas  y  puestas  las 
manos  para  que  los  bendijesen  y,  en  habiendo  recibido  la  bendición, 
les  hacían  cortesía  y  se  levantaban  muy  gozosos  de  su  buena  suerte. 

6.  — Al  paso  que  crecía  cada  día  más  el  afecto  y  devoción  de  la  gen- 
te para  con  los  religiosos,  se  iba  también  aumentando  el  fruto  espiri- 
tual de  las  almas  por  sus  continuas  predicaciones,  pues,  además  de  los 
sermones  casi  continuos,  que  predicaban  en  la  catedral,  predicaban 
también  en  nuestra  iglesia  a  la  Misa  conventual  todos  los  domingos  y 
fiestas  de  precepto.  Los  sábados  por  la  tarde  se  hacían  pláticas  más  bre- 
ves ;  después  se  cantaban  las  letanías  de  nuestra  Señora,  la  Salve  y  va- 
rias oraciones  y  todo  se  concluía  con  un  acto  fervoroso  de  contrición. 
Los  domingos  por  la  tarde  salían  procesionalmente  por  las  calles  can- 
tando la  doctrina  cristiana  en  lengua  conguesa,  a  la  cual  daban  princi- 
pio los  niños  de  la  escuela,  luego  se  ingerían  con  ellos  cuantas  perso- 
nas iban  encontrando  por  las  calles  y  en  habiendo  dado  vuelta  por  las 
más  principales,  se  volvían  a  la  iglesia  del  convento  y  allí  se  les  expli- 
caban los  misterios  de  nuestra  santa  fe  y  los  mandamientos  de  la  ley 
de  Dios  y  de  la  Iglesia,  teniendo  para  los  muchachos  algunos  premios 
de  devoción,  que  es  el  piadoso  atractivo  de  su  tierna  edad. 

7.  — Tres  días  a  la  semana  se  rezaba  a  coro  el  Rosario  de  nuestra 
Señora,  con  sus  ofrecimientos  en  lengua  del  país  ;  y  a  todos  esos  san- 
tos ejercicios  asistían  muy  puntuales  así  los  fidalgos  como  los  señores 
más  nobles  de  la  corte.  A  la  Misa  de  alba  era  siempre  grande  el  con- 
curso y  principalmente  en  los  días  de  precepto  y  no  por  eso  dejaban 
de  oír  otras  muchas  y  con  gran  devoción  y  modestia,  sino  para  darle 
a  Dios  las  primicias  del  día.  De  ordinario  madrugaban  tanto,  que  una 
hora  antes  de  amanecer  ya  solía  haber  más  de  mil  personas  esperando 
en  la  plazuela  a  que  se  abriese  la  iglesia.  Habían  tomado  todos  tal  de- 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


105 


voción  a  aquel  santo  templo  que,  como  a  sitio  de  su  espiritual  recrea- 
ción, le  llamaban  el  paraíso.  Y,  sin  embargo  de  ser  bastantemente  ca- 
paz, por  ser  tanta  íla  gente,  se  atropellaban  unos  a  otros,  y  muchos  se 
quedaban  fuera  y  se  ponían  de  rodillas  en  la  plazuela,  hasta  que  se  aca- 
baba la  Misa  u  otros  devotos  ejercicios. 

8.  — La  frecuencia  de  los  santos  Sacramentos,  de  Penitencia  y  Euca- 
ristía era  de  suerte,  especialmente  en  la  Cuaresma  y  en  los  domingos 
y  días  de  fiesta  de  precepto,  que  no  bastaban  tres  confesores  que  asis- 
tían por  todo  el  día  cada  uno  con  dos  intérpretes.  Vióse  luego  el  fruto 
de  la  recepción  piadosa  de  estos  santos  Sacramentos  en  la  grande  en- 
mienda de  los  vicios  y  abusos  gentíhcos,  muy  particularmente  en  salir 
innumerables  personas  de  sus  públicos  amancebamientos,  casándose  le- 
gítimamente, cosa  que  hasta  entonces  se  hacía  rara  vez.  Los  canóni- 
gos, viendo  esto,  daban  repetidas  gracias  a  los  religiosos,  así  por  la 
reducción  de  tantas  almas  perdidas  y  encenagadas  en  sus  escandalosos 
vicios,  como  por  la  ayuda  de  costa  que  de  esta  se  les  seguía,  espiritual 
y  temporalmente. 

9.  — A  los  frutos  referidos  se  siguió  otro  no  menos  provechoso  para 
las  almas,  cual  fué  el  de  la  oración  y  penitencia  ;  porque  como  los  reli- 
giosos a  prima  noche  hacían  la  disciplina,  después  de  una  hora  de  ora- 
ción mental,  muchos  seglares  piadosos  deseaban  imitarles  en  lo  que  po- 
dían ;  y  así  se  juntaban  fuera  de  la  iglesia,  en  la  plazuela  inmediata,  y 
allí  tenían  su  hora  de  oración  y  después  se  disciplinaban  en  las  espal- 
das, en  empezando  los  Padres,  y  lo  hacían  con  harto  fervor.  En  la  Cua- 
resma se  predicaba  todos  los  viernes,  a  la  hora  de  la  seis  de  la  tarde, 
la  Pasión  de  Nuestro  Redentor  y,  en  acabando  el  sermón,  se  descubría 
un  Santo  Crucifijo  con  dos  luces  y  se  cantaba  el  salmo  Miserere,  a  que 
ayudaban  los  negrillos  de  mejores  voces.  Después  enviaban  fuera  de  la 
iglesia  a  las  mujeres  y  se  empezaba  la  disciplina,  y  era  cosa  de'  admi- 
ración ver  el  fervor  con  que  asistían  los  hombres  a  ella  y  el  concurso 
que  había  de  disciplinantes  dentro  y  fuera  de  la  iglesia. 

10.  — En  la  Semana  Santa  se  aumentaban  los  ejercicios  y  disciplinas, 
y  la  del  Jueves  Santo  era  pública  y  de  sangre,  como  en  España,  aun- 
que con  más  devoción  que  se  suele  hacer  en  algunas  partes.  Ordenóse, 
pues,  la  procesión  ese  día  por  la  tarde  y  concurrió  a  ella  tanta  gente, 
que  entre  hombres  y  mujeres  pasaron  de  tres  mil,  sin  entrar  en  ese 
número  los  muchachos  y  muchachas  de  poca  edad,  y  todos  azotándose, 
pero  con  gran  silencio  y  valor  y  tal,  que  vertieron  mucha  sangre  y 
casi  dejaron  regadas  las  calles  con  ella  y  aun  en  muchos  días  no  se  qui- 


to6 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


taron  las  señales.  Al  pasar  por  delante  del  Santísimo  Sacramento  ha- 
cían todos  una  ceremonia  bien  singular  y  que  les  causó  extrañeza  a  los 
Padres,  y  era  volver  las  espaldas  a  Su  Majestad  un  breve  rato  y  en- 
tonces se  daban  recios  azotes.  Preguntaron  después  los  religiosos  el 
motivo  de  aquella  acción  y  les  respondieron  que  lo  hacían  en  señal  de 
especial  dolor  y  arrepentimiento  de  haber  ofendido  a  Dios,  y  que  el  dar- 
se entonces  tan  recios  golpes,  era  como  decir :  «Veis  aquí,  Señor,  es- 
tas espaldas  bañadas  en  sangre  que,  sacada  a  voluntarios  golpes,  te  la 
ofrecemos  por  testigo  que  haga  fe  del  gran  dolor  y  sentimiento  que 
tenemos  de  las  gravísimas  culpas  que  os  obligaron  para  nuestra  salva- 
ción a  verter  la  vuestra  preciosísima :  misericordia,  Señor,  mi-seri- 
cordia.» 

11. — Quedaron  los  religiosos  muy  edificados  cuando  supieron  el  mo- 
tivo de  tan  ejemplar  acción  y  en  gente  tan  poco  cultivada  hasta  enton- 
c<°s,  ponderando,  sobre  todo,  cuán  sencillamente  y  sin  sombra  de  va- 
nidad procedían  todos  en  semejantes  ocasiones.  En  acabando  la  carrera 
destinada  para  la  procesión,  se  iban  a  curar  a  sus  casas  y  luego  vol- 
vían a  la  plazuela  del  convento  y  al  pie  <le  una  cruz  grande,  que  hay 
en  ella,  dejaban  los  ramales  y  las  pobres  túnicas  ensangrentadas,  como 
despojos  de  su  triunfo.  Viéronse  últimamente  aumentados  y  perfeccio- 
nados todos  los  ejercicios  espirituales  referidos  en  dos  Congregaciones 
que  aquellos  Padres  instituyeron,  a  las  cuales  se  dió  principio  con  los 
más  principales  fidalgos  que  se  redujeron  a  profesar  vida  más  ajustada, 
como  luego  veremos. 


CAPITULO  XII 


De  las  Congregaciones  que  los  Misioneros  instituyeron  en 
San  Salvador,  de  sus  frutos  y  del  estilo  que  tenían  en  con- 
fesar hasta  que  supieron  bien  la  lengua. 


1.  — ^Con  la  continua  enseñanza  y  grande  ejemplo  de  los  misioneros, 
fué  muy  singular  el  fruto  que  en  breve  tiempo  se  cogió  en  San  Salva- 
dor, y  tanto  que  muchos  no  sólo  salían  del  mal  estado  en  que  habíían 
vivido  hasta  entonces,  sino  que  con  toda  aplicación  virtuosa  procura- 
ban aprovechar  en  la  perfección  cristiana.  Para  ese  fin,  además  de  la 
frecuencia  de  los  Santos  Sacramentos  de  la  Penitencia  y  Eucaristía, 
usaban  diferentes  mortificaciones,  ya  exteriores  y  ya  interiores,  y  gas- 
taban algunas  horas  en  la  oración  mental.  Con  que,  para  alentarlos  a 
la  perseverancia,  trataron  aquellos  Padres  de  instituir  dos  Congrega- 
ciones devotas  en  que  se  establecieron  las  siguientes  ordenaciones,  dis- 
poniendo que  la  una  fuera  para  los  hombres  y  la  otra  para  las  mujeres, 
de  forma  que  se  lograse  el  fin  y  se  evitase  cualquier  desorden  y  con- 
fusión. 

2.  — Alistáronse  en  ellas  las  personas  más  nobles  y  principales,  pero 
por  justos  motivos  se  dió  lugar  a  que  también  pudiesen  entrar  otras 
de  menor  lustre  y  calidad,  con  tal  que  concurriesen  en  ellas  las  condi- 
ciones necesarias.  Un  día  en  la  semana,  por  la  mañana,  se  juntaban  los 
hombres  en  la  iglesia,  y  otro  día  las  mujeres,  a  hora  competente.  Há- 
daseles una  plática  espiritual  y,  en  acabando,  cada  congregación  se 
postraba  en  tierra  y  con  humildad  iban  diciendo  sus  defectos  públicos 
veniales  en  que  habían  incurrido  por  la  semana.  Después  pedían  se  les 
aplicase  alguna  penitencia  saludable  para  satisfacer  en  algo  a  Dios,  y 
el  religioso  que  asistía  a  esa  función,  le  daba  a  cada  uno  una  suave  rfe- 
prensión  y  doctrina  sobre  el  punto  de  las  faltas  y  después  una  mortifi- 
cación ligera.  Concluido  este  primer  ejercicio,  se  leía  una  meditación 


lio 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


O  d€  los  cuatro  novísimos  o  de  la  Pasión  del  Señor,  y  sobre  ella  tenían 
media  hora  de  oración  mental.  Confesaban  y  comulgaban  una  vez  ca<la 
mes  y  también  en  las  fiestas  más  solemnes  que  ocurrían,  para  lo  cual 
cuidaban  de'  avisar  los  de  una  congregación  a  otra,  para  que  estuvie- 
sen prevenidos  y  dispuestos.  A  todos  se  les  encargaba  diesen  noticia 
al  Prefecto  de  los  enfermos  para  administrarles  los  Sacramentos  y  lo 
mismo  cuando  morían,  para  que  se  tratase  de  su  entiírro  en  la  iglesia  ; 
porque  en  todo  eso  había  de  antes  mil  abusos  y  ofensas  de  Dios  y  en- 
terraban sus  muertos  por  los  campos,  como  bestias,  para  que  no  olie- 
sen  mal. 

3.  — Tenían  también  a  su  cargo  el  amonestar  a  sus  parientes,  veci- 
nos y  amigos  para  que  dejasen  los  amancebamientos,  supersticiones  y 
vicios  secretos  y  se  redujesen  a  vivir  en  santo  temor  de  Dios,  con  lo 
cual  se  iban  reconociendo  maravillosos  progresos  y  aumentándose  el 
número  de  los  Congregantes,  no  sin  gran  confusión  de  los  que,  por  no 
desprenderse  de  sus  vicios,  se  quedaban  fuera.  Asimismo,  para  el  me- 
jor gobierno  de  dichas  Congregaciones,  se  estableció  que  hubiese  en 
cada  una  un  rector  secular,  y  para  la  de  las  mujeres  una  rectora,  per- 
sonas de  todo  respeto,  virtud  y  caridad,  y  juntamente  los  oficiales  y 
oficialas  necesarios  para  el  buen  régimen  y  concierto  de  las  acciones. 
Y  para  que  a  todos  constase  lo  que  habían  de  observar,  se  hicieron  los 
estatutos  siguientes : 

4.  — «A  honor  y  gloria  de  Dios  Omnipotente,  de  las  cinco  llagas  de 
Cristo  Sefíor  nuestro,  de  la  Purísima  Concepción  de  su  Santísima  Ma- 
dre y  de  las  cinco  letras  que  se  incluyen  en  los  dulcísimos  y  veneraíbles 
nombres  de  Jesús  y  María,  se  han  de  observar  en  nuestra  Congrega- 
ción las  cinco  cosas  siguientes :  En  primer  lugar  la  ley  de  Dios  y  los 
preceptos  de  la  Santa  Madre  Iglesia,  en  lo  cual  queda  incluida  la  de- 
testación de  todos  los  vicios  y  ritos  gentílicos.  La  segunda,  que  todos 
los  días,  cuando  no  tuvieren  impedimento  legítimo,  oigan  Misa.  La  ter- 
cera, que  hagan  cada  día  el  examen  de  conciencia  dos  veces,  es  a  sa- 
ber, a  mediodía  y  a  la  noche,  o  a  lo  menos  una  vez  antes  de  acostarse, 
concluyéndole  siempre  con  un  acto  de  contrición.  La  cuarta,  que  todos 
los  días  hagan  un  cuarto  de  hora  de  oración  mental,  para  la  cual  pue- 
dan elegir  el  tiempo  que  les  pareciere  más  acomodado,  según  las  ocu- 
paciones de  cada  uno,  y  que  después  recen  la  Corona  breve  de  nuestra 
Señora,  que  se  compone  de  doce  Avemarias  y  tres  Padrenuestros,  en 
memoria  de  los  favores  y  privilegios  que  hizo  a  esta  Reina  Santísima 
cada  una  de  las  tres  Divinas  Personas.  La  quinta,  que  todos  los  con- 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


III 


gregantes,  así  hombres  como  mujeres,  tengan  diligente  cuidado  y  mu- 
cha caridad  con  los  enfermos  de  su  Congregación,  visitándolos  a  me- 
nudo y  procurándoles  el  remedio  espiritual  y  también  el  corporal,  en 
cuanto  pudieren.  Y  cuando  muriere  algún  congregante,  deban  asistir 
los  demás  a  su  entierro,  encomendándole  a  Dios  ;  y  lo  mismo  se  les 
aconseja  que  hagan  con  los  demás  enfermos,  particularmente  con  los 
pobres,  visitándolos  y  socorriéndolos  con  lo  que  pudieren,  procurando 
ante  todas  cosas  el  que  se  confiesen  y  reciban  los  Santos  Sacramentos. 

5.  — Para  todo  lo  cual  tomarán  por  especiales  abogados  y  se  propon- 
drán por  ejemplares  de  éstas  y  otras  excelentes  virtudes,  a  los  santos 
de  nuestra  Tercera  Orden,  San  'Luis,  rey  de  Francia,  y  a  San  Elceario, 
conde  de  Aniano,  a  las  dos  Santas  Isabeles,  la  una  reina  de  Portugal 
y  la  otra  hija  del  rey  de  Hungría,  todos  los  cuales,  con  grandes  actos 
de  caridad  y  religión,  se  ejercitaron  en  estos  ministerios.  Estas  cinco 
cosas  sobredichas  se  han  de  guardar  en  nuestras  congregaciones,  ad- 
virtiendo que  ninguna  de  ellas  impone  nueva  obligación  de  pecado  mor- 
tal ni  venial,  sino  la  que  la  ley  de  Dios  trae  consigo  y  por  ella  somos 
obligados  a  guardar»  (27). 

6.  — Habiendo,  pues,  dicho  hasta  aquí  los  frutos  que  se  siguieron  de 
todos  los  santos  ejercicios  referidos,  conviene  dar  ahora  noticia  de  una 
maravilla  especial  que  se  experimentaba  en  aquellos  principios  y  duró 
por  algunos  meses,  hasta  que  aquellos  Padres  pudieron  entender  bien 
la  lengua  conguesa,  para  que  se  vea  haber  sido  obra  de  la  Divina  Sa- 
biduría, y  que,  cuando  el  Señor  es  servido,  sabe  obrar  prodigios  por 
los  medios  y  caminos  a  nuestro  juicio  menos  proporcionados.  Ya  de- 
jamos dicho  cómo  eran  muy  frecuentes  las  pláticas  y  sermones  y  las 
confesiones,  pero  no  el  medio  y  forma  como  uno  y  otro  se  hacía.  Di- 
rémoslo  ahora  y  servirá  de  aviso  para  los  religiosos  que  en  adelante  se 
emplearen  en  semejantes  misiones,  y  en  primer  lugar  trataremos  del 
estilo  que  tenían  en  predicar,  hasta  que  supieron  bien  la  lengua  del  país, 
y  era  en  esta  forma.  Valíase  el  predicador  de  un  intérprete  diestro  en 


(27)  El  P.  TERUEL,  ms.  c.  pp.  37-40,  trata  piecisaniente  de  estas  Congregacio 
nes  establecidas  por  los  Capuchinos  en  San  Salvador  y  luego  también  en  todos  los 
centros  misionales,  y  no  sólo  pone  los  estatutos  mencionados  por  el  P.  Anguiano, 
sino  que  añade  también  otras  Ordenaciones  y  las  Condiciones  que  han  de  tener  los 
que  hubieren  de  ser  admitidos  en  la  Congregación.  Esto  nos  prueba  que  no  se  tra- 
taba ya  de  cristianos  vulgares,  podemos  decir,  sino  de  personas  fervorosas.  Cfr.  nues- 
tro artículo  :  Dos  relaciones  inéditas  sobre  ¡a  misión  capuchina  del  Congo,  en  Collec- 
tanea  Franciscana.  16  (1946),  pp.  123-4.  donde  se  copian  dichas  Ordenaciones  y  Con- 
diciones. 


112 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


la  lengua  portuguesa  y  en  la  de  la  misma  tierra,  al  cual  se  le  instruía 
primero  muy  bien  ;  y,  al  tiempo  de  celebrar  la  Misa,  después  de  aca- 
bado el  Evangelio,  se  sentaba  el  celebrante  o  predicador  en  una  silla  y 
cerca  de  él  se  ponía  en  pie  el  intérprete,  sobre  la  peana  del  altar.  Di- 
vidían el  sermón  en  tres  puntos  y,  dicho  el  primero  con  la  mayor  ex- 
presión posible,  mandaban  al  intérprete  que  lo  repitiese  en  la  lengua 
del  país;  luego,  el  segundo  y  el  tercero,  y  se  concluía  el  sermón. 

7.  — El  fruto  que  de  esta  suerte  se  conseguía  era,  sin  duda,  admira- 
ble' y  no  poco  copioso,  porque,  aunque  el  medio  parece  desproporcio- 
nado, con  todo  eso,  concurriendo  la  Divina  Providencia  con  modo  par- 
ticular, se  sazonaba  de  suerte  que  daba  su  efecto  cumplido  ;  y  si  bien 
el  intérprete  no  puede  darle  al  razonamiento  aquella  energía  y  eficacia 
que  el  predicador,  con  todo  eso,  viendo  sus  acciones  el  pueblo  y  el  fer- 
vor con  que  predicaba  y  al  mismo  tiempo  estimulándoles  las  concien- 
cias sus  culpas,  cuando  después  por  la  voz  del  intérprete  llegaban  a  oír 
la  repetición  de  lo  que  el  predicador  había  dicho  antes,  juntándose  lo 
uno  con  lo  otro,  se  compungían  y  reducían  a  dolor  de  sus  pecados.  Los 
efectos  del  fruto  que  se  hacían  se  manifestaban  claramente  en  la  refor- 
mación de  costumbres,  porque  fueron  muchos  los  que  dejaron  las  su- 
persticiones y  ritos  gentílicos  y  las  concubinas  y  se  casaron  según 
Dios  y  la  Iglesia  disponen,  y  después  vivieron  en  santo  matrimonio  y 
con  edificación  común.  Este  vicio  infe'rnal  estaba  tan  arraigado  en 
aquellas  tierras,  que  era  raro  el  que  se  casaba,  teniendo  cada  hombre 
cuantas  mancebas  podía  sustentar,  como  hoy  sucede  en  aquellos  reinos 
de  gentiles,  y  este  punto  es  el  que  ha  dado  más  que  hacer  a  los  misio- 
neros siempre  y  en  todas  partes. 

8.  — Las  confesiones,  que  es  donde  hay  más  que  admirar,  se  hacían 
también  por  medio  de  los  intérpretes,  lo  cual  no  era  cosa  nueva  en 
aquel  reino,  antes  sí  muy  antigua,  y  los  penitentes  se  confiesan  en  esa 
forma  de  buena  gana,  así  porque  tienen  en  confesarse  más  sencillez  y 
menos  empacho,  que  otras  naciones,  como  porque  quedan  más  satisfe- 
chos a  su  parecer,  diciendo  sus  pecados  inmediatamente  al  intérprete 
que  al  confesor,  y  es  que  juzgan  que  éste  no  está  tan  capaz  de  sus  fla- 
quezas ni  sabe  sus  malicias  por  ser  extranjero,  como  el  intérprete  que 
e's  paisano  y  vecino  y  lo  alcanza  todo  para  explicarlo  como  fué.  En 
esta  conformidad  corrieron  los  misioneros  algunos  meses  hasta  que 
se  enteraron  bien  de  la  lengua.  Mas,  aunque  les  costaba  mucho  traba- 
jo, era  preciso  valerse  de  ese  medio,  porque  sino  se  estarían  ociosos  y 
no  harían  fruto  alguno  en  largo  tiempo,  mayormente  en  esa  tierra  a 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


113 


donde  el  lenguaje  es  muy  difícil  de  aprender,  porque,  fuera  de  ser  to- 
talmente diverso  de  las  lenguas  de  Europa  en  la  pronunciación,  forman 
tantas  síncopas,  que  es  dificultosísimo  el  pronunciar  sus  voces,  y,  si  los 
de  Europa  no  acompañan  el  sonido  de  la  voz  con  el  término  de  su  idio- 
ma, como  ellos  acostumbran,  no  entienden  palabra.  Por  lo  cual  es  pre- 
ciso que  los  misioneros  que  ignoran  la  lengua  se  valgan  de  los  intér- 
pretes hasta  saberla,  si  no  quieren  estar  ociosos  muchos  meses  y  aun 
años.  En  la  que  allá  predicaban  y  confesaban  a  los  principios  era  en  la 
portuguesa,  de  la  cual  tienen  más  noticia  por  todos  aquellos  reinos  etió- 
picos, que  no  de  la  nuestra  castellana,  aunque  en  San  Salvador  y  Soñó 
la  entienden  muchos  de  los  fidalgos. 

9.  — Volviendo  ahora  a  buscar  a  los  Padres,  que  quedaron  enfermos 
en  el  condado  de  Soñó,  los  hallaremos  no  sólo  sanos,  sino  también  ha- 
ciendo insigne  fruto  en  las  almas,  valiéndose  también  de'  los  intérpre- 
tes. Había  estado  aquel  condado,  por  causa  de  las  guerras,  muchos  años 
sin  sacerdote  alguno,  y  toda  aquella  gente,  que  es  inmensa,  se  hallaba 
en  extrema  necesidad  espiritual,  y  tanto  que  se  morían  muchísimos  pár- 
vulos sin  haber  quien  les  administrase  el  santo  Bautismo.  Los  adultos 
no  le  habían  recibido  y  los  viejos  y  los  mozos  solían  acabar  la  vida 
envueltos  en  sus  antiguos  vicios  y  amancebamientos.  Sepultaban  a  los 
difuntos  cristianos,  no  en  lugar  sagrado,  sino  en  los  campos  como  bes- 
tias. La  gente',  por  falta  de  doctrina  y  de  quien  se  la  enseñase,  conser- 
vaba sus  antiguos  ritos  gentílicos  y  vicios.  Con  esa  nueva  luz  que  Dios 
les  envió,  empezaron  a  salir  de  la  ceguedad  en  que  habían  vivido  ;  bau- 
tizáronse millares  de  párvulos  y  de  adultos  y  muchos  de  los  más  princi- 
pales ñdalgos  y  señores  de  vasallos  tomaron  el  estado  de  matrimonio, 
según  el  orden  de  la  Iglesia,  y  dejaron  las  concubinas,  y  a  su  ejemplo 
hicieron  lo  mismo  muchos  de  los  plebeyos  y  esclavos,  y  después  vivían 
como  buenos  cristianos  y  frecuentaban  los  santos  Sacramentos. 

10.  — Para  esta  obra  del  cielo  y  ganar  las  voluntades  y  poderlas  tra- 
tar con  más  amor  y  confianza,  tomaba  cada  misionero  su  intérprete  e 
iban  de  casa  en  casa  exhortando  con  gran  blandura  primero  a  los  fidal- 
gos y  después  a  los  demás  para  que  dejasen  el  mal  estado  en  que  vivían 
y  se  redujesen  a  contraer  matrimonio  según  Dios  y  la  Iglesia  tienen 
dispuesto  y  quitar  el  público  escándalo,  que  ésta  era  la  primera  diligen- 
cia, sin  la  cual  era  imposible  dar  paso  adelante  en  las  conversiones.  A 
los  plebeyos  y  esclavos  les  persuadían  lo  mismo,  pero  éstos  no  se  re- 
solvían hasta  ver  lo  que  hacían  los  nobles,  no  porque  no  se  redujeran, 
desde  luego,  sino  por  temor  de  ellos  y  por  la  nota  que  se  les  seguiría 


114 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


por  su  conversión  a  los  mismos  fidalgos  y  a  señores  de  vasallos,  y  te- 
mer su  indignación  y  malos  tratamientos,  que  es  cosa  bien  lastimosa. 

11.  — Al  fin  fué  Dios  servido  de  mover  a  muchos  por  ese  medio  a 
casarse  y  a  salir  de  sus  perversos  vicios  y  del  estado  concubinario  tan 
antiguo  como  general  en  aquellas  miserables  tierras.  Ocasión  hubo  en 
que,  predicando  por  intérprete  un  misionero  en  la  iglesia,  al  fin  del  ser- 
món sacó  el  Santo  Cristo,  como  acostumbran  siempre,  y  sin  otra  dili- 
gencia se  levantaron  repentinamente  seis  fidalgos  de  los  más  califica- 
dos y  más  perdidos  y  se  arrojaron  a  sus  pies,  he'chos  arroyos  de  lá- 
grimas sus  ojos,  y  con  tal  arrepentimiento,  que  luego  dejaron  las  con- 
cubinas y  se  casaron  ;  de  lo  cual  quedó  la  demás  gente  grandemente 
edificada  e  instruida  de'  lo  que  debía  de  hacer.  Con  este  ejemplo  se  mo- 
vieron muchos  a  lo  mismo  y  aun  sucedían  casos  semejantes  en  los  más 
sermones  por  disposición  divina.  De  suerte  que  solía  levantarse  el  más 
noble  del  auditorio  y,  arrepentido  de  su  mala  vida,  ejecutaba  acción  se- 
mejante a  la  referida  y  le  seguían  otros  muchos  de  todas  las  jerarquías. 

12.  — No  fué  de  pequeña  confusión  todo  lo  referido  para  un  hereje 
holandés  que  re'sidía  en  Soñó  por  factor  de  los  directores  de  Holanda 
y  para  sus  compañeros  y  paisanos,  y  el  ver  en  tan  corto  tiempo  tanto 
aprovechamiento  espiritual  en  gente  tan  bozal  e  inculta,  el  cual,  aun- 
que era  declarado  enemigo  de  los  católicos  romanos,  con  todo  eso  en 
lo  exterior  se  mostraba  afable  y  benigno  ;  a  ese  hereje  procuró  ganarle 
la  voluntad  el  Padre  Fr.  Juan  de  Santiago,  hijo  insigne'  de  nuestra  san- 
ta Provincia  de  Castilla,  con  ánimo  de  reducirle  a  la  fe  católica  ;  mas, 
aunque  a  !os  principios  se  exasperó  mucho  y  tanto,  que  solía  decir  se 
mataría  primero  a  puñaladas  que  dejar  su  religión  de  Calvino,  que'  él 
llamaba  santa  y  católica,  después  se  fué  amasando  con  el  trato  y  razo- 
nes del  santo  Padre  y  vino  a  conocer  la  falsedad  de  su  secta.  Y  es  san 
duda  que  desde  entonces  se  hubiera  reconciliado  con  la  Iglesia,  si  el 
temor  de  perder  su  hacienda  y  de  padecer  otros  daños  no  se  hubieran 
interpuesto. 

13.  — Al  fin  vivía  con  ese  deseo  y  esperaba  lograrle  en  dando  forma 
a  su  hacienda,  pero,  ya  que  él  por  entonces  no  logró  esa  dicha,  la  con- 
siguieron todos  sus  esclavos  gentiles,  que  no  eran  pocos.  Y  aun  él  mis- 
mo asistía  a  los  catecismos  y  bautismos  con  particular  gusto.  Y  para 
consuelo  de  ellos  mismos  y  edificación  de  los  demás,  se  celebraban  con 
toda  solemnidad  que  ordena  el  ceremonial  romano.  Mandóles  dicho  Pa- 
dre que  dijesen  dos  veces  en  cada  semana  la  doctrina  cristiana  en  voz 
alta  para  que  se  les  imprimiese  mejor  en  la  memoria   y  el  factor  los 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


exhortaba  a  ello  con  gran  puntualidad.  También  consintió  que  llevasen 
Rosarios  y  medallas  al  cuello,  que  es  lo  que  los  herejes  no  usan  y  abo- 
minan de  ello.  Quedó  desde  entonces  tan  devoto  a  los  Capuchinos,  que 
los  socorría  muchas  veces  con  buenas  limosnas  y  de  cosas  precisas. 
Dios  haya  habido  misericordia  de  su  alma  y  la  tenga  de  todos. 

14.  — También  se  instituyó  en  Soñó  }a  Congregación  de  San  Salva- 
dor y  en  la  misma  conformidad  y  con  ella  se  experimentaron  efectos 
maravillosos,  así  en  la  frecuencia  de  los  Sacramentos  como  en  la  extir- 
pación de  los  ritos  gentílicos  y  supersticiosos,  como  convenía.  Los  con- 
gregantes cuidaban  mucho  de  avisar  a  los  Padres  cuando  había  algún 
enfermo  para  que  le  diesen  los  Sacramentos  y  ayudarle  a  bien  morir ; 
y,  si  acaso  moría  estando  ellos  ausentes,  advertían  a  los  congregantes 
que  lo  enterrasen  en  lugar  sagrado  y  con  la  decencia  que  pudiesen. 
Nada  de  esto  se  hacía  antes  de  llegar  los  nuestros  a  esa  tierra  y  así 
morían  los  más  sin  Sacramentos  y  luego  los  llevaban  al  campo  para  en- 
terrarlos en  él.  Muchos  dejaron  las  concubinas  y  se  casaron  y  vivían 
ejemplarmente,  pero  otros,  que  perseveraron  obstinados  en  sus  vicios, 
acabaron  infelizmente  y  se  vieron  horrores,  con  que  escarmentaron  to- 
dos. A  éstos  se  les  privaba  de  sepultura  eclesiástica  y  los  hacían  llevar 
a  los  campos  ;  pero  a  los  que  morían  como  cristianos,  aunque  fuesen 
esclavos,  se  les  hacía  su  entierro  en  la  iglesia  con  la  piedad  y  decencia 
posible,  yendo  los  religiosos  por  el  cuerpo,  acompañados  de  los  mu- 
chachos de  la  escuela  y  de  los  congregantes.  Todo  esto  se  hacía  a  fin 
de  que  por  esa  diferencia  conociesen  el  caso  que  hace  la  Iglesia  de  sus 
hijos  verdaderos  y  el  desprecio  con  que  mira  a  los  que  no  lo  son. 

15.  — Viendo  el  enemigo  común  del  género  humano  tantos  progre- 
sos espirituales  y  temiendo  que  cada  día  habían  de  ser  mayores  y  más 
copiosos,  valiéndose  de  hombres  perdidos,  les  armó  a  los  misioneros 
un  enredo  como  suyo,  sembrando  cizaña  en  los  corazones  de  los  bue- 
nos y  aun  del  mismo  conde,  para  que  todo  se  destruyese  y  perdiese. 
Persuadiéronle  que  aquella  santa  Congregación,  que  habían  instituido 
de  los  fidalgos,  se  encaminaba  a  disponer  una  conspiración  secreta  con- 
tra él  para  quitarle  la  vida  y  hacerle  al  rey  ese  obsequio.  Pero,  como 
no  hay  consejo  contra  Dios  ni  las  trazas  humanas  pueden  prevalecer 
contra  las  disposiciones  divinas,  el  mismo  Señor  que  fué  el  autor  de 
tan  piadosa  y  provechosa  institución,  desvaneció  con  su  divino  poder 
la  humareda  que  levantó  el  infierno  contra  ella,  desengañando  al  conde 
para  que  no  diese  oídos  a  los  mal  intencionados  como  de  allí  adelante 
lo  hizo.  Muchos  sucesos  semejantes  se  ofrecieron,  que  fuera  cosa  can- 


ii6 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


sada  el  referirlos,  todo  trazado  por  el  demonio  para  inquietar  los  áni- 
mos, pero,  aunque  todo  llovía  sobre  los  misioneros,  al  cabo  vencía  Dios 
y  ellos  con  su  humilde  sufrimiento. 

16. — En  habiendo  dado  forma  a  la  corte  de  Soñó  y  cultivádola  bas- 
tantemente', se  partieron  para  diversas  partes  del  condado  para  los 
mismos  fines.  Levantaron  muchas  iglesias  y  altares  y  convirtieron  a  la 
fe  a  innumerables  almas  de  gentiles  de  los  que  vivían  de  la  otra  parte 
del  Zaire.  Bautizaron  un  número  crecidísimo  de  párvulos  y,  con  sus  ser- 
mones y  grande  ejemplo,  redujeron  a  muchos  ya  cristianos  a  vivir  se- 
gún la  ley  de  Dios  y  se  casaron  legítimamente.  En  las  islas  del  río 
Zaire,  que  estaba  pobladísimo  de*  gente,  eran  sinnúmero  los  que  acu- 
dían a  bautizarse  de  todas  partes  y  algunos  ya  tan  adultos,  que  pasa- 
ban de  treinta  años.  A  los  que  hallaban  capaces,  bautizaban,  y  a  los  que 
no,  los  remitían  a  Soñó  para  acabar  de  instruirlos,  y  después  los  bau- 
tizaban. 


CAPITULO  XIII 


De  cómo  los  holandeses  de  Angola  cogieron  un  navio  por- 
tugués y  en  él  a  cuatro  Capuchinos  que  envió  al  Congo  la 
Sacra  Congregación,  y  el  rey  envió  dos  embajadores  para 

liberarlos. 


1.  — Con  toda  prosperidad,  como  hemos  visto  hasta  aquí,  corrían  los 
sucesos  del  Congo  y  la  fe  santa  se'  iba  extendiendo  por  los  confines  de 
los  reinos  gentiles.  Parecía  haberse  convertido  en  un  paraíso  aquella 
tierra,  siendo  antes  un  bosque  impenetrable  de  vicios  y  de'  enormidades. 
Pero,  porque  no  faltasen  trabajos,  dispuso  el  Señor  soberano  que  luego 
empezasen  a  sentirlos  por  varios  caminos.  El  año  siguiente  de  1646, 
cerca  de  la  Semana  Santa,  llegó  un  aviso  a  San  Salvador  de  cómo  un 
navio  holandés  en  que  iban  algunos  sujetos  principales  y  un  nuevo  di- 
rector o  gobernador  al  puerto  de  Angola,  habiendo  encontrado  dos  ba- 
jeles portugueses  que  pasaban  a  Mazangano,  peleó  con  ellos  y  al  uno 
lo  echó  a  fondo  y  al  otro  lo  apresó.  Y  que  asimismo  quedaban  prisio- 
neros cuatro  Capuchinos,  hijos  de  la  Provincia  de  Genova,  que  la  Sacra 
Congregación  enviaba  al  Congo  para  reforzar  aquella  misión,  tan  ne- 
cesitada de  operarios  evangélicos. 

2.  — Este  fué  el  principio  de  varios  trabajos  que  se  fueron  siguiendo 
y  encadenando  unos  con  otros.  Sintió  mucho  ell  rey  esa  noticia  y  no  me- 
nos el  Prefecto  y  sus  compañeros,  pero,  pareciéndole  al  rey  que  bas- 
taría pedirlos  él  para  que  luego  les  diesen  libertad,  escribió  a  los  direc- 
tores de  Angola,  diciendo :  estimaría  le  remitiesen  aquellos  cuatro  Ca- 
puchinos de  cualquier  suerte  que  gustasen,  esto  es,  o  graciosamente  o 
por  interés,  porque  los  necesitaba  en  su  corte.  Respondiéronle  los  di- 
rectores que  ya  los  habían  remitido  al  Brasil  para  que,  desde  allí,  los 
llevasen  a  Europa  en  la  primera  ocasión  que  se  ofreciese.  No  se  satis- 
fizo el  rey  con  esa  respuesta  y,  recelando  otras  malas  consecuencias 


120 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


para  adelante,  mandó  llamar  al  Prefecto  y  le  comunicó  la  carta,  y  de 
aquella  sesión  resultó  determinar  el  rey  que  su  confesor  y  el  Padre 
Fr.  Buenaventura  de  Cerdeña  fuesen  a  Angola  con  el  carácter  de  em- 
bajadores suyos  a  pedir  los  cuatro  religiosos  que  se  decían  estaban  en 
u'n  navio  de  aquel  puerto,  y,  en  caso  de  que  los  hubiesen  llevado  al 
Brasil,  los  hiciesen  volver  luego,  o,  dado  caso  que  estuviesen  ya  en 
Europa,  se  declarasen  sobre  lo  que  determinaban  hacer  con  los  demás 
religiosos  que  en  adelante  pasasen  a  su  reino,  para  que  con  su  resolu- 
ción tomase  forma  en  lo  que  le  convenía  obrar,  y  les  encargó  la  más 
breve  resolución. 

3.  — El  camino  desde  San  Sajlvador  a  Loanda,  sobre  ser  de  más  de 
ochenta  leguas,  es  sumamente  fragoso  y  peligroso,  y  por  ambas  cau- 
sas le  fué  a  dicho  Padre  molestísimo,  aunque  no  por  eso  dejó  día  algu- 
no de  celebrar  el  santo  sacrificio  de  la  Misa,  poniendo  altar  en  la  cam- 
paña por  no  haber  iglesia  alguna  en  todo  el  resto  del  viaje.  Acudían  los 
moradores  de  los  pueblos  a  oírla  y  vertían  copiosas  lágrimas  de  puro 
gozo,  lamentándose  por  otra  parte  de  su  desgracia,  pues  había  mu- 
chos años  que  no  la  habían  oído.  Dábanle  al  Padre  mil  bendiciones  y 
le  rogaban  instantemente  procurase  socorrerlos  con  el  pasto  espiritual 
de  que  tanto  necesitaban  para  su  salvación.  Ofrecióselo  para  la  vuelta 
del  viaje  y,  no  pudiendo  detenerse,  prosiguió  el  camino  hasta  Angola. 
Durante  el  viaje  le  libró  nuestro  Señor  por  virtud  del  santo  sacrificio 
de  la  Misa  de  innumerables  riesgos  de  la  vida,  que  se  ofrecieron  a  cada 
paso,  ya  acometiéndole  leones  y  tigres  y  ya  otras  fieras  de  que  abunda 
mucho  aquella  tierra. 

4.  — Llegaron,  por  último,  a  Angola  y  les  causó  gran  compasión  el 
ver  aquella  ciudad  de  Loanda,  que  poco  antes  era  de  católicos,  ya  por 
su  desdicha  y  pecados  poblada  de  herejes,  profanados  sus  templos,  des- 
truidos los  altares,  reducidos  a  establos  las  iglesias  o  a  lonjas  de  mer- 
caderes y,  en  fin,  hecha  un  espectáculo  y  ruina  de  la  divina  justicia, 
que  así  castiga  por  sus  vicios  a  los  malos  católicos.  El  mismo  día  que 
llegaron,  presentaron  a  los  directores  las  cartas  de  creencia  y  les  pro- 
pusieron la  embajada  del  rey.  Acordáronles  el  sentimiento  de  S.  M.  y 
que  en  los  tratados  de  amistad  y  comercio,  pactados  y  firmados  de  una 
y  otra  parte,  había  quedado  capitulado :  Que  los  holandeses  en  manera 
alguna  se  habían  de  entrometer  en  puntos  de  religión  ni  estorbar  el 
paso  de  los  misioneros  evangélicos  que  la  Iglesia  Romana  enviase  a 
aquellos  reinos  y  provincias  de  sus  dominios,  y  que,  e"n  virtud  de  (so, 
pedían  les  entregasen  los  cuatro  Capuchinos  que  habían  hecho  prisio- 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


121 


ñeros  (28).  Los  directores  oyeron  la  petición  y  pidieron  tiempo  para 
responder  y  que'  todo  se  lo  diesen  por  escrito.  Con  esa  respuesta  se 
despidieron  los  embajadores  y  el  P.  Fr.  Buenaventura  de  Cerdeña,  des- 
de la  posada,  les  remitió  un  papel  en  que  se  contenía  cuanto  les  había 
dicho  de  palabra,  añadiendo  otras  razones  eficaces  que  conducían  al  me- 
jor y  más  breve  despacho  de  su  pretensión. 

5.  — Tardaron  en  responder  ocho  días  y,  al  cabo  de  ellos,  enviaron 
a  llamar  a  los  embajadores,  citándolos  para  la  casa  de  su  contratación. 
En  llegando,  los  introdujeron  en  una  sala  donde  estaban  todos  senta- 
dos en  forma  de  tribunal,  con  su  presidente  y  secretario.  Repitió  el  Pa- 
dre su  petición  y  cuanto  había  precedido  hasta  entonces,  a  lo  cual  res- 
pondieron por  escrito,  mandándole  al  secretario  leyese  en  público  el  pa- 
pel de  su  respuesta,  en  el  cual  se  contenían  los  tres  puntos  siguientes, 
que,  sobre  no  ser  del  caso,  sólo  se  dirigían  a  provocar  al  santo  Padre, 
pensando  vanamente  que  habían  de  triunfar  de  él ;  pero  quedaron  tan 
mal  y  con  tal  ignominia,  que  les  pesó  después  de  la  tal  provocación. 

6.  — En  el  primer  punto  lo  que  se  contenía  era  hablar  sacrilegamen- 
te de  nuestra  Seráfica  Religión,  tratando  al  Padre  con  gran  desacato, 
desvergüenza  y  audacia  propia  de  herejes,  llamándole  otro  segundo  Ju- 
das, que,  con  hábito  humilde  y  razones  suaves  y  fingidas,  pretendía  en- 
gañarlos, añadiendo  sobre  eso  muchas  contumelias  y  palabras  indignas 
de  pronunciarse.  En  el  segundo  punto  se  contenían  muchos  vituperios 
y  blasfemias  contra  la  Iglesia  Romana,  contra  sus  fieles  hijos  y  espe- 
cialmente contra  el  Sumo  Pontífice.  En  el  tercer  punto  se  contenían  va- 
rios elogios  y  aplausos  de  su  secta  de  Calvino,  trayendo,  para  confir- 
mación de  sus  errores,  varias  razones  aparentes  y  de  muy  flaco  funda- 
mento, echando  por  clave  de  todas  el  decir  que  habían  ellos  cogido  el 
navio  ddl  capitán  Falconi  en  que  él  y  sus  compañeros  habían  pasado  al 
Congo,  gloriándose  mucho  de  este  trágico  suceso  y  haciendo  de  él  gran 
misterio  en  apoyo  de'  la  excelencia  de  su  secta  calviniana. 

7.  — Oyó,  pues,  el  santo  Padre  lo  contenido  en  el  papvel  con  pacien- 
cia y  serenidad  de  ánimo,  sacrificando  a  Dios  sus  propias  injurias  y  per- 
donando a  los  que  así  le'  maltrataban.  Pidió  luego  a  su  Majestad  divina 


(28)  Efectivamente  :  conforme  a!  acuerdo  celebrado  entre  el  rey  del  Congo  Don 
García  y  los  holandeses,  éstos  se  habían  comprometido  a  respetar  la  religión  cató- 
lica. Por  eso,  y  en  vista  de  su  comportamiento  con  aquellos  Capuchinos  italianos,  el 
rey  envió  a  su  confesor  y  capellán  Don  Manuel  Roboredo  y  al  P.  Buenaventura  de 
Cerdeña,  como  sus  embajadores,  para  pedirles  explicación  de  su  proceder  (Cfr.  PA- 
DRE HILDEBRAND,  o.  c,  p.  97). 


122 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


luz  y  fortaleza  para  volver  por  la  honra  de  su  Iglesia,  tan  infamemente 
ajada  de  las  lenguas  sucias  de  tan  obstinados  herejes,  haciéndole  gra- 
cias por  haberle  puesto  en  ocasión  tan  oportuna  para  ese  efecto  y  a 
donde  con  su  ayuda  esperaba  ver  triunfar  la  verdad,  de  la  mentira,  la 
religión  católica,  de  los  herejes  sus  enemigos,  y  con  propia  confusión 
y  terror  de  ellos.  Era  dicho  Padre  varón  doctísimo,  de  ingenio  claro 
y  muy  versado  en  las  controversias  y,  sobre  todo,  de  muchas  y  exce- 
lentes virtudes,  como  ya  diremos  cuando  lleguemos  a  tratar  de  su  santa 
vida.  Invocó  en  su  auxilio  la  protección  de  la  Reina  de  los  Angeles,  de 
quien  era  especial  devoto,  y  cuya  visitación  a  Santa  Isabel  se  celebraba 
aquel  día.  Dejáronle  decir  cuanto  quiso  y  empezó  a  hablar  con  pere- 
grina modestia,  sosiego  y  tan  sólidas  razones,  que  se  pasmaron  los  he- 
rejes y  ya  se  hallaban  arrepentidos  de  su  insolente'  provocación  ;  mas 
con  todo  eso  dijo  sobre  cada  punto  en  particular  altísimas  cosas. 

8.  — En  cuanto  al  punto  primero,  que  sólo  tocaba  en  injurias  contra 
su  persona  y  profesión,  dijo :  que  les  perdonaba  por  amor  de  Dios  de 
todo  corazón  aquellas  contumelias  y  baldones,  añadiendo  que,  como  mi- 
nistro de  Dios,  aunque  indigno,  y  discípulo  de  Cristo,  maestro  de  la 
vida  y  de  toda  perfección,  cuyos  ejemplos  debía  imitar,  humilde  y  afec- 
tuosamente rogaba  al  Eterno  Padre  los  perdonase,  advirtiéndoles  que, 
si  con  aquel  papel,  tan  afrentoso  y  lleno  de  injurias,  le  daban  de  bofe- 
tadas en  una  mejilla,  no  dudasen  que  les  presentaría  la  otra  para  que 
le  diesen  otras  muchas.  Esta  doctrina  enseñó  Cristo  con  obras  y  pala- 
bras ;  ésta  siguieron  los  Apóstoles  ;  ésta  seguimos  a  imitación  suya  los 
Capuchinos,  pero  vosotros,  engañados  con  los  errores  de  Lutero  y  Cal- 
vino,  hombres  perdidos,  no  la  seguís. 

9.  — En  cuanto  al  segundo  punto  dijo  con  voz  más  alta  y  grave  y 
levantándose  de  la  silla  un  poco :  que  la  Iglesia  Católica,  Apostólica, 
Romana,  era  la  madre  de  la  verdad  y  la  que  enseña  y  conserva  la  ver- 
dadera fe  y  religión,  como  los  mismos  Apóstoles  la  enseñaron  y  predi- 
caron ;  y  que  quien  se  aparta  de  ella  y  de  la  obediencia  de  su  cabeza, 
que  es  el  Sumo  Pontífice,  es  hijo  de  perdición  y  monstruo  disforme, 
añadiendo  que,  en  testimonio  de  esa  verdad,  no  sólo  perdería  la  vida  que 
gozaba,  sino  muchas  que  tuviera.  Debajo  de  este  presupuesto  empezó 
a  alegar  textos  de'  la  Sagrada  Escritura,  tradiciones  apostólicas  y  Con- 
cilios, probando  las  verdades  católicas  que  afirmó,  refutando  después 
los  errores  de  Calvino  aún  con  sus  mismos  textos,  sacando  por  conclu- 
sión de  todo  que  sus  secuaces  mantenían  tales  errores  más  por  vivir 
vida  libre  y  relajada  que  por  celo  de  la  verdad  y  de  la  religión.  En 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


123 


cuanto  al  tercer  punto,  en  que  con  vanos  encomios  e  hiperbólicos 
aplausos  solemnizaban  la  mayor  excelencia  de  su  religión  por  haber 
ellos  cogido  el  navio  del  capitán  Falconi,  que  llevó  la  misión  al  Congo, 
de  cuyo  trágico  suceso  dejamos  ya  hecha  mención,  dijo  que  se  admi- 
raba que  hombres  de  juicio  apoyasen  la  excelencia  de  su  religión  con 
un  suceso  tan  contingente.  Pero  que,  si  ese  era  su  único  apoyo,  lo  mis- 
mo pudieran  alegar  los  moros,  los  gentiles  y  paganos  que  a  ellos  les 
habían  cogido  y  cogen  cada  día  muchos  navios.  Satisfizo  todas  sus  ob- 
jeciones abundantísimamente  y  los  dejó  pasmados,  pero,  no  obstante 
eso,  volvieron  a  provocarle  otras  veces. 


♦ 


CAPITULO  XIV 


I 


Concluyese  la  controversia,  quedan  corridos  los  herejes, 
despiden  con  la  negativa  a  los  embajadores  y,  a  la  vuelta, 
ocurren  varios  sucesos  notables. 


1.  — Habiendo,  pues,  oído  los  herejes  las  graves  y  eficaces  razones  del 
santo  y  doctísimo  varón,  trabajaron  cuanto  pudieron  para  satisfacer  a 
ellas,  pero  fueron  tan  frivolas  sus  respuestas  y  tan  fuertes  las  réplicas 
con  que  se  las  desvaneció,  que  al  fin,  confusos  y  avergonzados,  calla- 
ron y  no  tuvieron  qué  responder.  Y  aunque  les  dió  tiempo  para  ello, 
con  ánimo  de  convertirlos  y  sacarlos  de  su  ceguedad,  se  excusaron  por 
entonces,  diciendo  que  ellos  no  habían  estudiado.  Replicóles  a  eso  di- 
ciendo :  Pues  haced  que  vengan  aquí  vuestros  predicadores,  que  ellos 
responderán  por  vosotros,  pues  son  vuestros  maestros  ;  pero  quiero  que 
se  junten  todos  los  de  vuestra  nación  a  la  disputa,  porque'  confío  en 
Dios  sacar  a  muchos  de  los  errores  con  que  viven  engañados.  Muchas 
instancias  les  hizo  sobre  esto  a  los  directores,  pero  en  manera  alguna 
vinieron  en  ello,  y  la  causa  era  porque  estaban  con  ellos  los  predicantes 
y  se  hallaban  esos  corridos  y  afrentados.  Duró  muchas  horas  la  contro- 
versia y,  al  fin  de  ella,  tratando  de  su  embajada,  respondieron :  Que  no 
habían  de  entregar  los  cuatro  religiosos  prisioneros  ni  otros  cualesquie- 
ra que  cogiesen  porque  ellos  deseaban  propagar  su  secta  de  Calvino  en 
todos  aquellos  reinos.  Así  lo  hubieran  hecho,  si  Dios  no  los  hubiera 
castigado  brevemente,  quitándoles  la  ocasión,  porque  al  fin  volvieron 
los  portugueses  a  restaurar  el  Brasil  y  también  todo  lo  que  tenían  de 
Angolla,  pereciendo  muchos  de  ellos. 

2.  — Volvieron  varias  veces  los  herejes  a  llamar  al  Padre  y  le  propu- 
sieron algunas  sofisterías  que  habían  discurrido,  pensando  quedar  más 
airosos  que  hasta  allí  habían  quedado.  Pero  fué  Dios  servido  que  que- 
dasen tanto  más  afrentosamente  corridos  cuanto  más  arrogantemente 


128 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


confiaban  en  su  loca  presunción  y  soberbia.  Y  así  se  hubieron  de  aco- 
ger a  su  primera  evasión  y  excusa,  diciendo  que  no  habían  estudiado 
y  que  por  eso  no  le  satisfacían  a  sus  argumentos.  Mucho  les  apretó  con 
deseo  de  sacarlos  de  su  ceguedad,  pero  cada  vez  más  obstinados,  se 
quedaron  en  ella.  Todo  el  tiempo  que  estuvieron  en  aquella  ciudad, 
hasta  disponer  su  vuelta  al  Congo,  que  no  fueron  pocos  días,  los  tu- 
vieron con  guardas  en  la  posada,  o  porque  el  Padre  no  predicase,  que 
sabían  lo  deseaba  hacer,  o  porque  algunos  católicos  ocultos  que  ha- 
bía no  conversasen  con  él,  particularmente  dos  mercaderes,  uno  caste- 
llano y  otro  flamenco,  y,  aunque  estos  dos  profesaban  públicamente 
nuestra  santa  fe  católica  y  pidieron  licencia  a  los  directores  para  visitar 
al  Padre  y  al  confesor  del  rey,  para  con  ese  pretexto  confesarse,  no 
hubo  medio  de  concedérsela. 

3.  — En  ese  ínterin  enfermó  de  peligro  el  flamenco  y,  deseoso  de  re- 
cibir los  Santos  Sacramentos,  halló  tanta  repugnancia  en  los  directo- 
res, que  no  lo  pudo  conseguir.  Supo  el  Padre  lo  que  pasaba  y  se  re- 
solvió a  socorrer  aquella  necesidad  a  todo  riesgo  de  la  vida,  que  tanta 
como  esto  era  su  caridad.  Para  ese  efecto  le  pareció  ser  conveniente 
meterse  en  un  rollo  de  estera  y,  cubierto  en  forma  de  fardo,  hacerse 
llevar  a  su  casa  en  hombros  de  algunos  negros.  Así  lo  pensó  y  así  lo 
hubiera  ejecutado,  si  los  mismos  mercaderes  no  se  lo  hubieran  impedi- 
do por  el  mucho  riesgo  a  que  se  exponía  y  el  daño  que  a  todos  les 
podía  resultar  si  llegase  a  ser  descubierto  de  alguno  de  los  esclavos  en 
cuyo  secreto  había  poco  que  fiar. 

4.  — Desvanecido  ese  medio,  probó  el  caritativo  Padre  a  ver  si  podía 
recabar  de  los  directores  le  concediesen  licencia  para  despedirse  de  los 
católicos.  Las  instancias  que'  Ies  hizo  fueron  tantas  y  tan  apretantes, 
que  al  fin  se  lo  concedieron.  Confesólos  a  ambos  y  les  dió  la  Sagrada 
Comunión,  y  de  este  modo  los  dejó  muy  consolados.  Ellos  quedaron  tan 
agradecidos  y  devotos  a  la  Orden  y  a  su  bienhechor,  que  le  socorrie- 
ron con  todo  lo  necesario  y  le  dieron  para  la  misión  vino  y  harina  que 
era  lo  que  más  necesitaban,  por  hallarse  con  dificultad  en  aquellas  tie- 
rras y  ser  preciso  uno  y  otro  para  las  Misas.  Y  aun  de  allí  adelante 
les  enviaban  sus  socorros  de  esas  dos  especies  al  Congo. 

5.  — No  tuvo  efecto  la  embajada,  según  se  ha  visto,  para  recuperar 
los  cuatro  religiosos  genoveses,  ni  fuera  fácil  su  restauración,  porque, 
según  supieron,  apenas  saltaron  en  tierra,  después  de  tan  larga  y  pe- 
nosa navegación,  cuando  pasaron  a  ser  prisioneros  y  los  despojaron  de 
cuanto  llevaban  y  dentro  de  tres  días  los  metieron  en  un  barcón  viejo, 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


129 


haciéndoles  mil  violencias,  y  con  muy  poco  bastimento,  y  ése  vilísimo, 
los  llevaron  al  Brasil,  a  la  ciudad  de  Pernambuco,  y  desde  alli  a  Ho- 
landa. Muchos  trabajos  padecieron  en  esa  navegación  los  pobres  reli- 
giosos, y  tales,  que  a  vista  de  las  islas  Canarias  murió  uno  de  ellos  lla- 
mado Fr.  Salvador  de  Génova,  y  no  fué  poco  el  que  los  demás  llegasen 
con  vida  a  Holanda,  y  después  a  su  Provincia,  llevando  siempre  tan  a 
la  vista  enemigos  tan  sin  Dios  (29). 

6.  — Con  todo  eso,  ya  que  no  tuvo  efecto  la  embajada  para  el  fin 
principal,  no  dejó  de  producir  algunos  efectos  de  gran  gloria  de  Dios 
y  utilidad  de  las  almas.  Uno  de  ellos  fué  el  haber  rescatado  del  poder 
de  dichos  herejes  dos  pinturas,  una  de  la  Concepción  Purísima  de  Nues- 
tra Señora,  y  otra  de  nuestro  glorioso  San  Félix  de  Cantalicio.  Em- 
pero, para  que  veneremos  las  maravillas  de  Dios,  diremos  lo  que  su- 
cedió con  la  pintura  de  Nuestra  Señora,  muchos  tiempos  antes  que  vi- 
niese a  parar  a  las  manos  de  dichos  herejes.  Sucedió,  pues,  cuando  el 
Padre  Buenaventura  de  Alessano,  Prefecto  de  esta  Misión,  llegó  con 
sus  cinco  compañeros  a  Lisboa,  mandados  del  Papa  Urbano  VHI,  el 
año  áe  1G40,  según  se  dijo  ya  en  otra  parte,  sabiendo  cierta  señora 
condesa,  muy  devota  de  la  Religión,  que  pasaban  a  la  conversión  de  los 
infieles  de  Africa,  a  fin  de  que  se  acordasen  de  ella,  para  encomendarla 
a  Dios,  les  dió  esa  sagrada  imagen  para  que  la  pusiesen  en  el  altar 
mayor  del  primer  convento  que  allá  fundasen.  Pero,  como  por  enton- 
ces no  hallaron  despacho  en  Lisboa  a  causa  de  las  guerras  y  les  fué 
preciso  volver  a  Roma,  tomaron  la  santa  imagen  y  con  el  justo  agra- 
decimiento se  la  restituyeron  a  la  devota  condesa. 

7.  — Después,  en  el  año  de  1645,  pasando  a  Lisboa  el  P.  Fr.  Buena- 
ventura de  Taggia  con  sus  compañeros  a  solicitar  allí  embarcación 
para  el  Congo,  la  misma  condesa,  sabiendo  su  pretensión,  le  presentó 
la  sagrada  imagen.  Recibióla  para  el  fin  sobredicho  y  en  llegando  a 
Angola  fueron  presos  y  despojados  de  todo  cuanto  llevaban  para  el 
socorro  de  la  misión,  y  de  allí  los  pasaron  al  Brasil  y  a  Holanda,  se- 
gún se  dijo  ;  con  que  la  imagen  de  Nuestra  Señora  y  la  de  San  Félix 
vinieron  a  parar  en  poder  de  uno  de  los  mencionados  directores,  el  cual 
las  hizo  poner  en  una  sala  de  su  casa,  no  por  devoción  a  las  santas 


(29)  I.os  cuatro  religiosos  italianos  se  llamaban :  PP.  Buenaventura  de  Tag-g-ia. 
Francisco  Maria  de  Ventimiglia  y  Salvador  de  Génova  y  el  Hno.  Lego  Fr.  Pedro 
de  Dolcedo.  El  P.  Salvador  murió  durante  la  travesía,  el  14  de  agosto,  y  su  cadáver 
fué  arrojado  a!  mar.  Los  otros  fueron  llevados  a  Amsterdam  para  ser  juzgados.  Des- 
pués de  estar  detenidos  dos  meses,  fueron  puestos  en  libertad  (Cfr.  P.  HILDE- 
BRAND,  o.  c,  pp.  95-6). 

9 


130 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


imágenes,  que  antes  las  aborrecía,  sino  por  adorno  y  bien  parecer,  o 
por  si  acaso  con  el  tiempo  las  podria  vender  y  sacar  de  ellas  algún  in- 
terés, por  ser  en  extremo  codicioso.  Yendo  los  dos  embajadores  un  día 
a  visitarle,  vieron  las  dos  pinturas  y  quedaron  aficionados  a  ellas.  De- 
searon con  impulso  especial  sacarlas  de  poder  de  los  herejes,  no  du- 
dando que'  eran  despojos  de  lo  que  habían  quitado  a  los  Padres  geno- 
veses.  Con  ese  deseo  discurrió  el  P.  Fr.  Buenaventura  de  Cerdeña  en 
el  medio  para  lograrlas.  Bien  quisiera  hacer  la  petición  desde  luego, 
pero  le  detenían  dos  razones  :  la  una,  que  en  los  días  antecedentes  el 
tal  sujeto  fué  el  que  se  dió  por  más  ofendido  en  la  controversia,  y 
tanto  que  al  santo  Padre  le  dijo  muchos  oprobios  y  contumelias  ;  la 
otra,  porque,  en  sentir  de  todos,  era  el  tal  muy  avariento  y  quería  que 
se  las  pagasen  y  se  tenía  por  cierto  que  no  las  daría  graciosametite. 

8.  — Pero,  eso  no  obstante,  encomendando  a  Dios  el  negocio  y  a 
su  Santísima  Madre,  puso  su  petición  en  un  memorial  y  el  día  siguiente 
se  lo  dió  al  director,  para  que  se  lo  entregase  a  su  mujer,  juzgando 
que  ella,  por  tal,  sería  más  piadosa  y  de  mejor  natural.  Leyóle  y,  son- 
riéndose,  dijo  :  Que  sin  duda  tendría  mal  despacho  porque  su  mujer 
era  buena  calvinista  y  más  interesada  que  liberal  y  aún  en  cosas  de 
poco  valor,  fuera  de  que  Jas  pinturas  las  tenía  destinadas  para  adorno 
de  su  sala.  El  Padre  le  replicó  diciendo  que  no  se  perdía  nada  en  que 
le  entregase  aquel  papel  y  que  él  se  contentaba  con  eso.  Entró  el  di- 
rector riéndose'  a  donde  estaba  su  mujer  y  le  dió  el  memorial  y,  des- 
pués de  haber  altercado  mucho  con  ella  sobre  el  caso,  salió  y  dijo  al 
Padre  cómo  ya  su  mujer  estaba  resuelta  a  entregarle  graciosamente  las 
pinturas  y  que  él  por  su  parte  se  las  concedía.  Fué  luego  la  mujer  y  por 
sus  propias  manos  las  descolgó  y  las  encajonó  para  que  no  se  maltra- 
tasen en  el  camino  y  se  las  envió  a  su  posada. 

9.  — Celebró  el  santo  Padre  esta  fortuna  cuando  vió  en  su  poder  las 
pinturas  y  se  admiraron  no  poco  los  católicos  cuando  supieron  el  caso. 
Llevólas  a  San  Salvador  y,  apenas  las  vió  el  Prefecto,  cuando  conoció 
ser  aquella  imagen  de  la  Concepción  Purísima  la  misma  que  le'  dió  en 
Lisboa  la  condesa.  Celebraron  todos  su  llegada,  dándose  mil  parabie- 
nes de  que  por  medios  y  modos  tan  extraños  se  les  hubiese  ido  a  su 
casa  y  compañía.  Colocáronla  en  el  altar  mayor  y  pusieron  a  los  lados 
las  imágenes  de  nuestro  Padre  San  Francisco  y  de  San  Félix,  y  en  ese 
día  se'  cumplió  el  deseo  de  la  buena  condesa  que  dió  la  imagen.  Asistió 
el  rey  con  toda  la  corte  a  la  colocación,  lo  cual  se  celebró  con  toda 
solemnidad,  y  desde  entonces  es  muy  venerada  de  todos. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


10. — Ya  dijimos  cómo  a  la  ida  a  Angola  ofreció  el  bendito  Padre  a 
innumerables  personas  que  k  salieron  al  camino,  que  a  la  vuelta  las 
consolaría,  como  lo  cumplió.  Predicó  en  muchos  pueblos  la  palabra  di- 
vina y  administró  los  santos  Sacramentos  del  Bautismo,  Penitencia  y 
Eucaristía  y  el  del  Matrimonio  a  millares  de  personas.  Estos  son  los 
despojos  que  logró  su  espíritu  en  tan  larga  y  penosa  jornada,  demás 
de  habet  vuelto  por  la  honra  de  Dios  y  de  su  Iglesia  en  Loanda,  a  don- 
de, con  sus  disputas  doctísimas,  hizo  callar  a  los  herejes  blasfemos, 
que  tan  desvergonzadamente  hablaban  contra  la  Iglesia  Católica  y  su 
suprema  cabeza  y  contra  la  Religión  de  los  Capuchinos,  que  siempre 
ha  hecho  guerra  a  sus  errores  y  delirios.  Finalmente,  como  ya  veremos, 
por  justos  juicios  de  Dios  fué  abatida  su  soberbia  y  Dios  vengó  sus 
agravios  ayudando  a  los  portugueses  para  que  con  sus  armas  restau- 
rasen lo  que  les  habían  quitado  en  el  Brasil  y  en  Angola. 


I 


CAPITULO  XV 


De  cómo  el  rey  hizo  fabricar  en  su  corte  casa  para  los 
religiosos  y  escuelas  para  la  juventud,  y  de  la  conversión 

singular  de  un  hereje. 


1.  — En  volviendo  el  P.  Fr.  Buenaventura  de  Cerdetia  de  su  embaja- 
da de  Angola,  trató  el  rey  de  edificarles  casa  a  los  religiosos  por  ser 
pequeña  y  vieja  la  que  tenían  y  haber  padecido  en  ella  muchas  inco- 
modidades por  espacio  de  nueve  meses.  Hasta  entonces  no  se  había 
podido  tomar  forma  en  esta  materia,  asi  por  hallarse  Su  Majestad  ocu- 
pado en  negocios  graves  de  estado,  como  porque  los  fidalgos  no  se 
atrevían  a  ello,  aunque  lo  deseaban,  por  no  desazonarle,  mayormente 
sabiendo  había  ofrecido  a  los  Padres  hacerla  a  sus  expensas.  Todos 
con  todo  eso  sentían  la  tardanza,  empero  quien  mostró  mayor  celo  y 
compasión  de  la  incomodidad  de  los  Padres  fué  una  tía  del  mismo  rey, 
princesa  a  la  verdad  de  grande  autoridad  y  prudencia,  que  tenía  el  tí- 
tulo de  Manimucaza,  que  es  de  los  mayores  y  más  decorosos  de  aquel 
reino  entre  los  que  poseen  los  señores  congueses. 

2.  — Esta  princesa,  cuyo  nombre  era  doña  Leonor,  y  otra  llamada 
doña  Isabel,  hermana  del  rey,  matrona  también  de  gran'  respeto  y  cor- 
dura, desearon  mucho  remediar  aquella  necesidad  por  el  singular  afec- 
to que  tenían  a  la  Religión,  el  cual  fué  de  suerte  que  muchos  días  les 
enviaban  de  sus  casas  la  comida  aderezada  a  los  religiosos.  Pero,  vien- 
do la  tardanza  del  rey  y  que  sus  diligencias  se  les  frustraban,  desechan- 
do temores  y  movidas  de  compasión,  tomaron  a  su  cargo  el  dar  prin- 
cipio a  la  obra  y  trataron  de  buscar  y  prevenir  los  materiales  necesa- 
rios. Con  este  designio  se  partió  doña  Isabel  secretamente  de  la  corte, 
sin  hablar  palabra  al  rey  su  hermano  ni  a  otra  persona  alguna,  sino  sólo 
a  su  tía  doña  Leonor,  y,  acompañada  de  sus  damas  y  esclavos,  se  metió 
en  un  bosque  y  mandó  cortar  la  madera  necesaria.  Después  la  mandó 


136 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


Ikvar  a  casa  de  su  tía  y,  con  el  pretexto  de  que  pretendía  hacer  para 
sí  un  palacio,  se  detuvo  en  el  bosque  muchos  días,  al  sol  y  a  la  incle- 
mencia del  tiempo,  hasta  que  los  esclavos  condujeron  toda  la  madera, 
sin  embargo  de  haber  adquirido  alguna  indisposición  corporal  por  los 
muchos  calores. 

3.  — Volvió  después  a  la  corte  y  un  día,  hallándose  con  la  tía,  fué 
el  rey  a  visitarla,  y  con  esta  ocasión  le  mostraron  en  los  patios  la  pre- 
vención que  habían  hecho  para  la  casa  de  los  religiosos.  Admiróse  el 
rey  de  verla  y  más  cuando  le  dijeron  el  modo  cómo  se  había  dispuesto. 
Agradecióles  mucho  aquella  acción  y,  volviéndose  a  los  fidalgos  que  le 
acompañaban,  les  dijo  que  se  avergozasen  de  ver  lo  que  una  mujer 
había  ejecutado  en  tan  pocos  días  y  con  tanto  secreto,  cuando  ellos  en 
tantos  meses  no  habían  sabido  hacerlo. 

4.  — De  allí  a  pocos  días  fué  el  rey  a  nuestra  iglesia  ;  dijo  la  Misa 
el  Prefecto  y  en  su  presencia  bendijo  el  sitio  donde  se  había  de  hacer 
el  convento  ;  y,  cuando  se  comenzó  la  fábrica,  quiso  Su  Majestad  poner 
por  su  mano  en  tierra  el  primer  madero  y  a  su  imitación  hicieron  lo 
mismo  los  fidalgos  que  le  acompañaban.  Prosiguióse  la  obra  después 
con  toda  diligencia  y  con  eso  se  acabó  presto  ;  pero  es  digno  de  memo- 
ria lo  que  el  rey  ejecutó  en  la  arquitectura  de  ella,  porque  él  mismo, 
al  señalar  el  sitio,  anduvo  con  una  vara  en  la  mano  tomando  las  me- 
didas del  dormitorio,  celdas  y  demás  oficinas,  y  esto  descubierta  la  ca- 
beza y  al  rigor  del  sol  y  casi  el  espacio  de  un  día,  lo  cual  continuó  los 
siguientes,  a  tarde  y  mañana,  asistiendo  a  todo  con  grande  admiración  y 
edificación  de  la  corte. 

5.  — Lo  mismo  hizo  en  las  escuelas  que  mandó  fabricar  inmediata- 
mente al  convento,  para  que  en  ellas  pudiesen  los  religiosos  con  más 
conveniencia  atende'r  a  la  enseñanza  y  educación  de  la  juventud  del 
reino.  Conclujda  la  fábrica,  mandó  .Su  Majestad  llamar  a  todos  los 
nobles  de  la  corte  y  les  hizo  un  largo  razonamiento,  exhortándoles  a 
que  se  aprovechasen  de  tan  buena  ocasión,  enviando  a  sus  hijos  a  la 
escuela,  pues  sabían  por  experiencia  la  grande  ignorancia  de  todo  el 
reino  y  que  apenas  se  hallaba  en  él  quien  supiera  la  lengua  latina,  y 
sobre  todo  para  que  fuesen  in,struídos  en  virtud  y  en  buenas  costum- 
bres. Despidió  a  los  nobles  entonces,  pero,  pareciéndole  pedía  el  caso 
más  recomendación,  mandó  segunda  vez  convocarlos  y  que  el  P.  Fray 
Buenaventura  de  Cerdeña  les  hiciese  una  plática  sobre  el  caso  ;  hízola, 
e'  inmediatamente  Su  Majestad  les  volvió  a  repetir  la  exhortación  pri. 
mera.  Desde  entonces  se  comenzaron  a  enseñar  todas  las  buenas  le- 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


tras  y  virtud  a  los  de  la  corte  y  fué  tan  eficaz  la  persuasión  preteden- 
te,  que  el  primer  día  que  se  abrió  la  escuela,  se  llenó  tanto  de  niños  y 
de  mozos,  que  no  cabían  en  la  primera  aula,  siendo  así  que  es  muy 
capaz.  Acudieron  puntuales  todos  los  hijos  del  rey  para  mover  con  su 
ejemplo  a  los  demás,  y  con  eso  no  faltaba  ninguno  de  los  fidalgoá  (30). 

6.  — En  la  ciudad  de  Soñó  se  hizo  lo  mismo  que  en  la  corte,  y  hvibo 
tiempo  en  que  acudieron  cerca  de  seiscientos  muchachos  para  ser  en- 
señados, comenzando  desde  el  Christus.  Este  ejercicio  era  de  los  más 
principales  y  provechosos  al  bien  espiritual  y  temporal  de  aquel  reino, 
pues,  a  la  verdad,  de  la  buena  educación  de  la  juventud  depende  en  gran 
parte  e]  aumento  de  la  cristiandad  y  virtud,  porque  como  los  niños  aún 
no  han  experimentado  los  vicios  y  beben  pura  y  sin  mezcla  la  leche  de 
la  doctrina  católica,  se  crían  con  aborrecimiento  a  lo  malo  y  con  apli- 
cación a  lo  bueno,  lo  cual  se  veía  a  cada  paso  por  el  efecto,  pues  cuan- 
do los  Padres  administraban  los  santos  Sacramentos,  servían  los  dis- 
cípulos de  ayudantes  y,  acompañándoles  en  las  misiones,  les  daban  no- 
ticias de  las  casas  donde  había  ídolos  o  sacos  de  trastos  para  hacer  su- 
persticiones, mostrándose  muy  celosos  de  la  fe  santa  en  que'  se  cria- 
ban (31). 

7.  — En  esta  nueva  universidad  fundada  en  reino  tan  extraño  y  bozal 
a  expensas  del  fervoroso  celo  de  los  hijos  de  la  Capucha,  se  comenzó  a 
enseñar  primeramente  la  doctrina  cristiana  y  el  amor  y  temor  santo  de 
Dios.  Luego  a  leer  y  escribir  y  cantar,  y  después  la  Gramática  y  Re- 
tórica, las  Artes  y  la  Teología  escolástica  y  moral.  Los  primeros  maes- 
tros fueron  los  hijos  de  la  Provincia  de  Castilla,  así  en  San  Salvador 
como  en  Soñó,  que  por  más  prácticos  en  la  lengua  del  país  y  en  aten- 
ción a  sus  relevantes  prendas,  se  les  encargó  ese  ministerio.  En  San 


(30)  Los  misioneros  del  Congo  dieron  grandísima  importancia  a  estas  escuelas 
de  niños  y  jóvenes  ;  por  eso  las  establecieron  a  su  vez  en  todos  los  centros  misiona- 
les conforme  los  iban  fundando.  De  ellas  decía  el  P.  Teruel  :  «Este  ejercicio  no  es 
de  los  menos  principales  de  los  misioneros,  pues  de  la  cultura  de  la  juventud  depende 
en  gran  parte  el  aumento  de  la  cristiandad,  porque,  como  no  han  experimentado  los 
vicios  y  beben  la  leche  de  la  verdadera  doctrina,  conocen  temprano  lo  malo  que  han 
de  aborrecer  y  lo  bueno  que  deben  abrazar,  y  se  hacen  aptos  para  enseñar  a  los  de- 
más» (Ms.  c,  pp.  50-51).  Y  añade:  «Teníase  lección  a  la  mañana  y  a  la  tarde;  en- 
señábase a  leer  y  escribir  y  la  gramática  ;  decíanse  las  oraciones  v  enseñábanse  los 
catecismos.  Repartíase  el  tienijio.  gastando  por  la  mañana  hora  v  media  con  los  que 
leían  y  escribían,  y  otra  hora  y  media  con  los  gramáticos  ;  v  lo  mismo  se  hacía  por 
la  tarde  ;  y  como  al  principio  no  había  bastantes  cartillas  ni  libros,  se  ocupaban  los 
religiosos  en  escribir  no  sólo  lo  que  toca  a  los  primeros  rudimentos,  sino  el  arte  de 
la  gramática»  (Ibid.,  p.  76). 

(31)  En  efecto  :  según  propia  confesión  de  los  misioneros,  fueron  aquellos  niños 
y  jóvenes  educados  en  las  escuelas  los  mejores  coadjutores  en  sus  excursiones  apos- 
tólicas. 


138 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  AFRICA 


Salvador  asistió  el  P.  Fr.  Buenaventura  de  Cerdeña  y  en  Soñó  el  Pa- 
dre Fr.  Juan  de  Santiago,  hasta  que  después  fueron  sabiendo  otros  la 
lengua  y  pudieron  ayudarles  a  trabajar  en  estos  ministerios  (32). 

8.  — Por  este  mismo  tiempo  sucedió  la  conversión  de  un  hereje,  que 
por  haber  sido  singular  merece  ser  referida,  para  que  por  ella  lodos 
alabemos  al  Señor  celestial  y  admiremos  sus  misericordias  y  juicios  in- 
apelables. Había,  pues,  en  San  Salvador  una  casa  a  donde  se  recogían 
todos  los  herejes  holandeses  que  asistían  en  la  corte  por  causa  del  co- 
mercio. Tuvo  noticia  el  Prefecto  de  un  enfermo  pobre  y  con  el  aviso 
que  le  dieron  de  su  enfermedad  tomó  un  niño  de  la  escuela  y  salió  de 
casa  con  ánimo  de  ir  a  confesarle.  El  Padre  ignoraba  la  casa  dd  enfer- 
mo y  el  niño,  por  su  consejo,  echó  por  la  parte  más  breve  y  de  menos 
bullicio  ;  pero  nuestro  Señor  lo  ordenó  de  suerte  que,  sin  saber  a  dónde 
iban,  llegaron  a  pasar  por  la  casa  de  los  herejes  sin  tener  noticias  de 
que  viviesen  allí. 

9.  — Al  emparejar  por  la  puerta,  salió  repentinamente  un  hombre 
blanco  que  se  presumió  haber  sido  ángel  del  cielo,  y  le  dijo  cómo  en 
aquella  casa  había  un  enfermo  de  mucho  peligro.  El  Prefecto,  movido 
de  especial  compasión,  entró  a  visitarle  y  halló  que  lo  estaba  en  todos 
modos  y  aun  más  en  el  alma  que  en  el  cuerpo,  por  la  pertinacia  gran- 
de con  que  defendía  su  secta.  Desengañóle  de  sus  errores  y  le  advirtió 
que  se  moría  sin  remedio  humano  ;  ponderóle'  el  mal  estado  de  su  alma 
y  cuán  cerca  se  hallaba  del  infierno  si  no  se  convertía  a  la  fe  católica 
romana  y  se  confesaba  de  sus  culpas  pasadas,  detestando  primero  los 
errores  en  que  había  vivido  ;  díjole  otras  muchas  razones  importantes, 
así  de  temor  como  de  consuelo  y  confianza  en  Dios,  y  se  despidió  de 
él  por  no  hacer  falta  al  otro  enfermo  por  quien  salió  de  casa. 

10.  — Fué  y  confesó  a  éste,  se  volvió  al  convento  y  aquella  noche 
hizo  larga  oración  por  sus  enfermos  y  singularmente  clamó  a  Dios  por 
la  reducción  del  hereje.  El  día  siguiente  envió  al  P.  Fr.  Juan  Francis- 
co de  Roma  para  que  lo  visitase,  y  fué  el  Señor  servido  le  hallase  ya 
reducido  y  muy  contrito.  Detestó  sus  errores  y,  admitido  a  la  unión 


(32)  Asi  fué  en  verdad  :  el  P.  Buenaventura  de  Cerdeña  asistió  en  San  Salvador 
desd«  la  llegada  hasta  septiembre  <le  1648  y  «en  sus  principios  trabajó  mucho,  tanto 
en  la  doctrina  y  conversión  de  aquella  gente  como  en  la  fundación  de  las  escuelas, 
siendo  el  primero  que  puso  orden  en  ellas,  comiioniendo  los  rudimentos  de  la  gramá- 
tica en  lengua  castellana  y  conguesa»  (P.  TERUEL,  ms.  c,  p.  86). 

Por  su  parte  el  P.  Santiago  asistió  en  Soñó  y,  según  propio  testimonio,  tenia  en 
su  escuela  580  niños  a  quienes  instruia  en  la  doctrina  cristiana  (Ms.  c,  p.  158). 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


139 


católica,  se  confesó  de  sus  pecados  con  grande  arrepentimiento  y, 
con  catas  saludables  prevenciones  y  los  demás  Sacramentos  de  la  Igle- 
sia, pasó  de  esta  vida  temporal  a  la  eterna  y  bienaventurada,  como  pia- 
dosamente se  debe  esperar  de  la  infinita  misericordia  de  Dios,  que  no 
busca  la  muerte  del  pecador,  sino  que  se  convierta  y  viva. 

11. — Fué  este  caso  de  mucha  edificación  para  toda  aquella  corte  y 
con  él  se  confirmó  la  gente  en  la  verdad  de  nuestra  santa  fe,  tomando 
al  mismo  tiempo  notable  horror  a  la  secta  de  los  herejes.  Apreciaban 
cada  día  más  a  los  religosos  y  veneraban  sumamente  su  doctrina  y  la 
solicitud  con  que  procuraban  el  bien  de  las  almas  sin  perdonar  trabajo 
alguno.  Hízosele  entierro  solemne  al  reción  convertido  y  reconocieron 
la  estimación  que  hace  la  Iglesia  de  sus  hijos  legítimos  y  el  desprecio 
con  que  trata  el  cuerpo  de  los  bastardos  y  espurios  que  mueren  en 
sus  errores. 


CAPITULO  XVI 


De  las  diligencias  que  hicieron  los  religiosos  para  estable- 
cer las  paces  entre  el  rey  y  el  conde  de  Soñó,  y  cómo  éste 

les  entregó  el  príncipe. 


1.  — Aunque  los  sucesos  de  la  Religión  Católica  corrían  con  bastan- 
te prosperidad  por  todas  partes  y  cada  día  se  prometían  los  Padres 
nuevos  y  mayores  progresos,  con  todo  eso  se  recelaban  prudentes  que 
no  podía  subsistir  el  fruto  he'cho  ni  dar  paso  adelante  mientras  no  ce- 
sasen las  guerras  entre  el  rey  y  el  conde  de  Soñó.  A  fin,  pues,  de  poner 
término  a  ellas,  aplicaron  todo  el  estudio  posible,  bien  que  hasta  la 
ocasión  presente  no  pudieron  recabarlo,  así  porque  lo  permitía  Dios, 
por  sus  inescrutables  juicios,  como  porque  el  demonio  no  cesaba  de  su- 
ministrar motivos  con  que  cada  día  se  fuesen  encancerando  más  los 
ánimos. 

2.  — ^Llegó  a  términos  tan  desesperados  la  materia,  que  mientras  el 
confesor  del  rey  y  el  P.  Fr.  Buenaventura  de  Cerdeña  estuvieron  en 
Angola,  a  la  embajada  que  se  les  encomendó,  impaciente  el  rey  de  que 
su  primogénito  estuviese  tanto  tiempo  en  poder  del  conde  su  vasallo, 
no  obstante  que  le  trataba  con  la  debida  decencia,  determinó  hacerle 
una  nueva  grande  guerra  para  recuperarlo  ;  lo  cual,  entendido  del  con- 
de y  de  los  suyos,  se  previno  valeroso  para  la  batalla.  Llegaron  ambos 
ejércitos  a  las  manos  el  día  de  Santiago  y  los  de  Soñó,  aunque  infe- 
riores en  armas,  como  más  experimentados  en  la  milicia  y  como  pe- 
leaban por  las  vidas,  resistieron  tan  esforzados,  que  al  fin  quedaron 
vencedores,  con  muerte  de  muchos  soldados  del  ejército  del  rey  y  del 
duque  de  Bamba,  que  iba  por  general  ;  y  aunque  también  murieron 
muchos  fidalgos  de  la  parte  del  conde,  con  todo  eso,  la  victoria  se 
aclamó  por  él  y  los  suyos. 


144 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


3.  — Con  esta  derrota  quedó  el  rey  indignadísimo  y  casi  fuera  de  sí 
y  estuvo  resuelto  algunos  días  a  volver  contra  el  conde  en  persona  con 
potentísimo  ejército,  y  tal  que,  según  la  costumbre  antigua  de  aquel 
reino,  son  obligados  so  pena  de  la  vida  a  seguirle  todos  cuantos  puedan 
manejar  las  armas,  excepto  los  niños  pequeños,  las  mujeres,  los  en- 
fermos y  muy  viejos.  No  empero  eje'cutó  esta  resolución  así  por  el 
consejo  de  los  Padres,  que  no  lo  juzgaron  conveniente,  como  por  re- 
celarse de  que  el  conde,  irritado,  podía  mandar  quitarle  Ta  vida  al  prín- 
cipe, o,  como  otros  discurrían,  se  podía  temer  que,  si  salía  de  la  corte, 
se  suscitase  contra  él  alguna  conspiración  o  levantamiento  por  no  ser 
bien  visto  de  sus  vasallos  desde  su  exaltación  al  trono  real  y  tener 
muchos  malcontentos  y  aun  agraviados  por  varios  castigos  que  había 
mandado  hacer  en  muchas  personas  de  la  primera  sangre'. 

4.  — Pensó,  pues,  este  negocio  con  más  acuerdo  y  madurez  y  trató 
de  solicitar  la  libertad  del  príncipe  por  medio  de  los  holandeses  en  esta 
forma.  Escribió  a  su  confesor  y  al  P.  Buenaventura  de  Cerdeña,  que, 
como  ya  dijimos,  se  hallaban  en  Angola,  diciéndoles  negociasen  con  los 
directores  la  expedición  de  esita  pretensión  tan  de  su  cariño  y  que  le 
tenía  tan  cuidadoso.  Ejecutáronlo  así,  y  los  directores,  por  hacerle  ese 
obsequio,  aprestaron  un  navio  grande  con  mucha  gente  y  armas  y  se 
partieron  luego  a  Soñó.  El  capitán,  muy  orgulloso,  saltó  en  tierra,  y, 
acompañado  de  sus  sdldados,  entró  a  hablar  al  conde';  propúsole  la  pre- 
tensión que  llevaba  y  concluyó  dicendo  que  él  iba  totalmente  r€^íuelto  a 
llevarse  consigo  al  prílncipe  y  que,  si  no  se  le  daba  su  Excelencia,  tu- 
viese' por  cierto  que  los  directores  le  pubhcaban  desde  luego  la  guerra. 

5.  — Oyó  el  conde  la  propuesta  del  capitán  sin  la  menor  turbación 
y,  disimulando  con  semblante  risueño  el  enfado  y  audacia  del  hereje,  le 
mandó  se  esperase  un  poco.  En  e'l  ínterin  mandó  tocar  al  arma  y  salió 
con  su  gente  a  la  plaza  donde  ya  estaban  puestos  con  orden  los  es- 
cuadrones. Sentóse  con  mucho  sosiego  y  majestad  en  una  silla  rica- 
mente guarnecida  y  dió  orden  para  que  las  compañías,  por  espacio  de 
media  hora  escasa,  muceasen  e  hiciesen  diferentes  alardes  a  vista  de 
los  holandeses.  Después,  volviéndose  al  capitán,  le  dijo  que'  tratase  de 
marchar  cuanto  antes  y  que  entendiese  que  de  ningún  modo  había  de 
entregar  al  príncipe  su  sobrino,  hijo  de  tan  gran  rey  como  el  del  Congo, 
y  menos  a  unos  mercaderes  holandeses  y  herejes.  Con  esta  respuesta 
significada  con  ademanes  de  indignación  y  soberanía,  se  volvió  el  capi- 
tán al  navio  y  con  más  miedo  y  prisa  de  lo  que  pensó  ;  luego  se  hizo 
a  la  vela  para  Angola  y  desistieron  de  la  pretensión  totalmente. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


M5 


6.  — Frustrado  este  medio  y  reconociendo  los  Padres  lo  enconado 
de  los  ánimos,  así  por  la  parte  del  rey  como  por  la  del  conde,  discu- 
rrieron que  esta  pretensión  se  había  de  encaminar  por  otros  medios 
más  eficaces  y  templados.  Hicieron  a  Dios  muchas  rogativas  secretas 
y  aplicaron  su  estudio  en  suavizar  al  rey  para  que  perdonase  al  conde 
por  ser  tan  gran  vasallo,  y  los  religiosos  de  Soñó  hicieron  lo  mismo 
con  el  conde  para  que  se  rindie'se  a  la  obediencia  debida  a  su  rey,  pre- 
firiéndose a  conseguirle  d[  perdón  de  lo  pasado  y  a  restituirle  a  su  gra- 
cia con  tal  que  les  entregase  al  principe.  Recordáronle  asimismo  la  gran 
cuenta  que  daría  a  Dios  si  desechaba  aquella  ocasión,  mayormente 
cuando  el  rey  deseaba  el  ajuste  de  la  paz  y  eran  infinitas  las  almas  que 
perecían  en  la  guerra,  de  lo  cual  resultaban  grandes  intereses  para  el 
deinonio  y  muchas  ofensas  para  Dios. 

7.  — Duraron  estas  pláticas  algunos  días,  resistiéndose  el  conde  con 
varios  pretextos,  pero  como  al  poder  divino.no  hay  resistencia,  al  fin, 
cuando  a  humano  juicio  se  hallaban  las  cosas  de  peor  calidad,  fué  sn 
Majestad  divina  servida  de  mover  el  corazón  de  este  príncipe  a  soli- 
citar la  paz  con  su  rey,  y  con  tal  eficacia  que  para  este  efecto  despachó 
luego  un  correo  con  dos  pliegos  ;  el  uno  para  el  Prefecto,  a  quien  pe- 
día hiciese  sus  partes  y  tomase  a  su  cuidado  el  ajuste  de  la  paz  y  que 
pusiese  el  adjunto  en  manos  del  rey,  al  cual  con  el'  debido  rendimiento 
representaba  los  muchos  motivos  que  tuvo  para  no  venir  en  la  deman- 
da del  capitán  holandés,  y  entre  ellos  el  no  haberle  parecido  ni  seguro 
ni  decente  entregar  un  tan  gran  príncipe  a  un  mercader  y  hereje :  que 
si  S.  M.  gustaba,  enviase  dos  religiosos  y  que  a  ellos  se  lo  entrega- 
ríia  luego. 

8.  — Llevó  el  Prefecto  el  pliego  y  se  le  entregó  al  rey.  haciendo  cuan- 
tos buenos  oficios  pudo  con  S.  M.  para  el  perdón  del  conde.  Consiguiólo 
felizmente  y  más  que  hubiera  pedido.  Corrió  luego  la  voz  y  no  es 
creíble  el  regocijo  que  causó  la  noticia  en  todo  el  reino,  pues,  aunque 
la  pía  afección  no  era  mucha,  era  con  todo  eso  deseable  la  paz  después 
de  tan  porfiadas  y  sangrientas  guerras,  y  como  el  motivo  principal  de 
ellas  consistía  en  la  retención  del  príncipe,  luego  que  cesó  éste  se  pro- 
metieron todos  el  alivio  y  tranquilidad  que  deseaban.  No  hay  duda 
sino  que  esta  tan  repentina  mudanza  fué  obra  de'  la  diestra  del  Excelso  : 
admiróse  por  tal,  según  la  constitución  de  las  cosas,  y  se  celebró  con 
el  debido  hacimiento  de  gracias.  Mas  por  cuanto  fué  medio  impulsivo 
para  resolución  tan  eficaz  y  repentina  el  caso  siguiente,  lo  referiré  a  la 
ktra  según  y  como  se  escribió  entonces,  notando  lo  que  de  él  pudie- 

10 


146  MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 

f 

ron  entender  los  Padres  que  asistían  en  la  misma  ciudad  de'  Soñó  don- 
de acaeció,  y  cada  uno  podrá  d«spués  discurrir  sobre  él  !o  que  mejor  le 
pareciere. 

9.  — Parece  ser  que  el  día  3  de  octubre,  víspera  de  nuestro  Seráfico 
P.  S.  Francisco,  poco  después  del  Avemaria,  se  hallaban  en  la  plazue- 
la de  la  Iglesia  de  nuestro  convento  algunos  de  los  más  principales  fi- 
dalgos,  conversando  y  gozando  del  fresco  de'  la  marea.  Detuviéronse 
allí  algunas  horas  y,  queriendo  levantarse  para  irse  a  recoger  a  sus 
casas,  repentinamente  oyeron  una  voz  delicada  que  con  eco  extraordi- 
nario llamaba  a  uno  de  los  circunstantes,  natural  de  San  Salvador  y 
entonces  prisionero  por  haberle  cogido  en  la  última  campaña.  Causóles 
a  todos  novedad  la  voz  y  juntos  fueron  a  ver  quién  había  llamado  : 
hallaron  cerca  de  la  puerta  de  la  misma  iglesia  un  niño  de  poca  edad, 
parecido  a  los  del  país  y  cubierto  el  cuerpecito  con  una  capa  muy  larga 
y  en  la  forma  y  ademán  siguiente. 

10.  — Tenía  levantado  el  brazo  derecho  sobre  el  hombro  v  en  la 
mano  un  manojo  de  saetas  con  las  puntas  encontradas  entre  sí.  Admi- 
rados los  fidalgos  de  tan  raro  espectáculo,  le  preguntaron  de  dónde  era 
y  a  qué  había  venido,  a  lo  cual,  con  semblante  grave  y  sin  levantar  Tos 
ojos  del  suelo,  respondió:  Que  él  era  el  que  se  había  hallado  presente 
cuando  los  primeros  cristianos  fueron  a  aquel  re'ino  y  pusieron  la  pri- 
mera cruz  en  el  puerto  de  Pinda,  y  que  venia  mandado  de  la  Reina  de 
los  Angeles.  Replicáronle  los  fidalgos  diciendo :  Sea  enhorabue'na  ;  pero 
¿cómo  si  venís  de  parte  de  tan  benigna  princesa  traéis  flechas  en  la 
mano,  que  indican  rigores,  siendo  como  es  su  Majestad  Madre  de  pie- 
dad y  misericordia?  Respondió  que  aquellas  flechas  eran  de  amor  y  de 
paz,  pero  que  el  arco  y  flechas  de  guerra  los  había  dejado  arrimados  a 
un  árbol  ve'cino,  señalándole  con  el  dedo. 

11.  — Preguntáronle  más  los  fidalgos :  Quién  era  y  qué  quería  :  a 
que  el  niño  respondió  de  esta  suerte :  No  falta  en  este  condado  quien 
me  conozca  ;  mi  intento  es  hablar  al  conde  v  a  todos  los  fidalgos  de 
su  corte  ;  no  dudéis  de  lo  que  os  he  dicho  y,  en  prueba  de  ser  verdad, 
hacer  la  experiencia  que  quisiereis,  e'ohándome  en  el  fuego  o  arroján- 
dome en  el  mar,  pues  os  aseguro  que  ni  las  llamas  me  abrasarán  ni 
me  anegarán  las  aguas.  Pronunciaba  estas  razones  con  tal  peso  y  gra- 
vedad de  rostro,  que  fué  notable  la  admiración,  temor  y  reverencia  que 
les  infundió  a  todos  los  circunstantes  y,  como  ellos  mismos  confesaron 
después,  tenían  por  caso  imposible  en  lo  natural  el  que  en  un  niño  de 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


tan  poca  ^áaá  pudkse  haber  tales  razones  si  no  fuese  de  región  su- 
perior. 

12.  — Dieron  luego  aviso  al  conde  de  lo  que'  pasaba,  y  con  silencio 
y  recato  mandó  le  llevasen  a  palacio  al  niño  y  que  los  guardas  no  le 
perdiesen  de  vista  ni  dejasen  solo.  Observaron  los  que  cuidaron  de  él 
aquella  noche  que  nunca  habí'a  bajado  el  brazo  ni  dejado  de  la  mano  las 
dechas  ni  dormido  o  sentádose.  Unos,  atónitos  del  exceso,  no  se  atre- 
vian  a  hablarle  palabra  ;  otros  huian  de  adonde  estaba  y  todos,  ocu- 
pados de  mil  recelos,  temían  algún  fin  infausto.  Al  fin,  a  poco  más  de 
la  media  noche,  mandó  e'l  conde  tocar  a  rebato  para  que  se  convocase 
la  gente  y  estuviese  en  vela,  por  lo  que  podia  suceder,  temeroso  de  al- 
guna invasión. 

13.  — A  la  mañana  envió  el  conde  algunos  fidalgos  de  su  mayor  con 
fianza  para  que  el  niño  les  dijese  lo  que  tenía  que  hablarle  y  para  ver 
si  alguno  le  conocía .  No  empero  se  atrevió  a  llamarle  a  su  presencia  ni 
pudo  ser  conocido  de  alguno  ni  averiguarse  de  dónde  era,  porque, 
aunque  hablaba  la  lengua  del  Congo,  por  e'l  modo  y  otras  circunstan- 
cias reconocieron  no  era  de  aquel  reino  ni  de  o'tro  de  los  circunveci- 
nos. Hiciéronle  vivas  instancias  para  que  manifestase  el  secreto  de  su 
pe'cho  ;  mas  respondió  que  no  lo  había  de  decir  sino  en  presencia  del 
conde  y  de  los  fidalgos  de  su  corte,  añadiendo  siempre  que  entendiesen 
que  había  muchos  en  la  ciudad  que  le  conocían. 

14.  — ^Llegó  la  noticia  del  caso  a  los  religiosos  y,  con  deseo  de  ave- 
riguarle, le  instaron  mucho  al  conde  para  que  llevase  al  niño  a  nuestra 
iglesia,  o  que  les  dejase  ir  a  donde  estaba  para  conjurarle  de  parte'  de 
Dios  y  sacar  en  limpio  si  era  cosa  suya  o  invención  diabólica.  Mas  no 
hubo  forma  de  permitirlo,  no  obstante  que  a  los  fidalgos  de  la  guardia 
se  les  amenazó  con  las  ce'nsuras  de  la  iglesia  por  el  poco  caso  que 
hacían  de  los  exorcismos  de  ella  y  de  sus  legítimos  ministros,  a  quie- 
nes pertenece  el  examen  de  semejantes  casos. 

15.  — Estando  en  estas  altercaciones,  les  llegó  noticia  a  los  Padres 
de  cómo  el  niño  se  había  desaparecido,  sin  saber  cómo  ni  por  dónde, 
y  desde  aquel  punto  acabó  el  conde  de  resolverse  a  enviar  el  principe 
prisionero  al  rey  su  padre.  Con  esta  noticia  cesaron  las  diligencias:  el 
conde  prosiguió  en  su  propósito  y  escribió,  según  se  dijo,  al  Prefec 
to  para  que  hablase  al  rey  y  dispusiese  la  materia  en  la  mejor  forma 
que  pudiese.  Del  niño  no  se  tuvo  más  noticia  que  la  referida,  pero  por 
los  efectos  se  infiere  ser  cosa  de  superior  región  ;  hízose  la  entrega  del 

ipríncipe  y  fué  en  la  forma  siguiente. 


CAPITULO  XVII 


Del  modo  cómo  se  dispuso  la  entrega  del  príncipe  y  de  las 
demostraciones  de  piedad  y  agradecimiento  a  Dios  y  a  su 
Santísima  Madre  con  que  le  recibió  el  rey. 


1.  — Habiendo,  pues,  el  Prefecto  recibido  las  cartas  del  conde  y  co- 
municádoselas  al  rey,  recabó  con  S.  M.  cuanto  el  conde  deseaba  para 
la  seguridad  de  su  persona  y  establecimiento  de  la  paz.  Después  se 
trató  de  enviar  por  el  príncipe  y  para  este  efecto  nombró  el  Prefecto 
a  los  Padres  Fr.  Angel  de  Valencia  y  Fr.  Juan  Francisco  de  Roma 
y  al  Hermano  Fr.  Antonio  de  Ayamonte.  Mas,  porque  este  religioso 
último  no  estaba  en  el  número  de  los  doce  que  pasaron  de  España  y 
se  ingiere  aqui  de  nuevo,  es  preciso  decir  en  breve  su  conversión  y  el 
modo  cómo  se  incorporó  con  los  demás,  cuya  noticia  será  de  edifica- 
ción y  pertenece  a  la  integridad  de  la  historia. 

2.  — Ya  dijimos  en  otra  parte  el  singular  ejemplo  de  los  Padres  en 
tiempo  de  su  embarcación  y  cómo  muchos  de  los  marineros,  movidos 
de  él,  no  sólo  reformaron  sus  vidas  pero  procuraron  adelantarse  en 
la  perfección,  y  tanto,  que,  olvidados  de  sus  propios  intereses,  desea- 
ban acompañar  y  servir  a  los  Padres  en  su  apostólico  ministerio.  En- 
tre ellos  se  mostró  más  fervoroso  un  mozo  soltero  de  muy  buenas  pren- 
das, llamado  Antonio  de  los  Santos,  el  cual,  tocado  eficazmente  del 
divino  amor,  porfió  tanto  en  seguirles,  que  fué  preciso  darle  el  hábito 
con  intento  de  enviar  a  pedir  licencia  en  la  primera  ocasión  a  nuestro 
Rvdmo.  P.  General  para  concederle  a  su  tiempo  la  profesión,  o  remi- 
tirle a  Europa  para  el  caso.  Prosiguió  desde  entonces  en  hábito  de 
donado  y  fué  de  mucho  auxilio  y  consuelo  para  los  Padres,  entre  los 
cuales  le  numeraremos  desde  aquí. 

3.  — Llegaron,  pues,  los  tres  a  Soñó  ;  dieron  las  cartas  que  llevaban 
al  conde,  una  de  parte  del  rey  y  otra  del  Prefecto  ;  recibiólas  muy  gus- 


152 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁERICA 


toso  y  luego  inmediatamente  les  entregó  al  príncipe,  a  quien  acom- 
pañó en  la  jornada  el  Padre  Fr.  Juan  de  Santiago,  en  virtud  de  orden 
que  tenía  del  Prefecto  para  pasar  a  San  Salvador  con  los  demás.  En 
saliendo  del  condado,  entregaron  al  príncipe  a  ciertos  caballeros  con- 
fidentes del  rey,  que  le  estaban  esperando,  y  a  los  cuales  fué  siguiendo 
le  Padre  Fr.  Juan  de  Santiago.  Los  demás  Padres  pasaron  a  Angola 
con  los  despachos  y  orden  que  adelante  se  dirá.  Prosiguió  el  príncipe 
su  viaje  para  San  Salvador  ;  pero,  habiendo  tenido  orden  de  su  padre 
para  detenerse  en  cierto  lugar  cercano,  hasta  que  señalase  día  para 
hacer  la  entrada  en  la  corte,  se  suspendió  por  algunos  días  y  en  el  ín- 
terin sucedió  caer  enfermo,  aunque  no  de  mucho  cuidado,  el  Padre 
Fr.  Juan  de  Santiago. 

4.  — Supo  el  rey  su  indisposición  y,  deseoso  de  atender  a  la  necesi- 
dad del  buen  religioso  y  a  su  devoto  designio,  le  habló  de  esta  suerte 
al  Prefecto :  Hágoos  saber,  Padre,  cómo  después  de  mucho  tiempo 
que  estuve  casado,  deseé  tener  un  hijo  y,  como  se  dilatase  el  cumpli- 
miento de  mi  deseo,  por  consejo  de  un  sacerdote  virtuoso,  me  valí  del 
patrocinio  de  la  Concepción  Purísima  de  Nuestra  Señora  y,  después  de 
muchas  súplicas  y  rogativas,  me  concedió  Dios  al  príncipe  mi  hijo.  Res- 
pecto de  eso  y  haber  sido  la  Virgen  Santísima  la  medianera  de  este  be- 
neficio, he  resuelto  no  recibirle  ni  verle  en  la  corte  sino  en  el  día  de 
su  Concepción  Inmaculada  y  en  la  iglesia  dedicada  a  e'ste  sagrado  mis- 
terio. Por  tanto,  podrá  venirse  luego  el  Padre  Fr.  Juan,  pues  está  en- 
fermo, y  mi  hijo  entrará  secretamente  la  víspera  de  la  fiesta  en  casa 
de  V.  Paternidad,  y  el  día  siguiente,  estando  yo  en  la  iglesia,  después 
del  sermón,  le  sacarán  a  ella  los  Padres  para  que  yo  se  lo  ofrezca  a 
Nuestra  Señora,  por  cuyo  amor  y  reverencia  quiero  privarme  hasta 
entonces  de  su  vista. 

5.  — ^Mucho  se  edificaron  de  esto  todos  aquellos  Padres  y  lo  esta- 
ban no  menos  de  ver  la  singular  devoción  y  puntualidad  con  que  asis- 
tía a  la  misa  cantada  que  hacía  celebrar  en  reverencia  de  la  Virgen 
todos  los  sábados  del  año  y  en  sus  festividades.  Llegó,  en  fin,  el  día 
señalado  para  la  entrada  del  príncipe  y  se  ejecutó  en  la  forma  que 
S.  M.  había  determinado.  Diéronle  los  Padres  noticia  de  cómo  se  ha- 
llaba ya  en  el  convento,  y  el  día  siguiente,  que  fué  el  de  la  Concepción 
Purísima  de  Nuestra  Señora,  asistió  S.  M.  a  la  misa  y  sermón  y,  des- 
pués de  haber  confesado  y  comulgado,  se  ordenó  la  procesión  en  que 
salió  el  príncipe  a  la  iglesia,  acompañado  del  Prefecto  y  del  Padre 
Fr.  Juan  de  Santiago  ;  llevaba  en  la  cabeza  una  guirnalda  de  flores, 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


los  ojos  bajos,  puestas  las  manos  y  el  rosario  al  cuello  en  señal  de 
haber  sido  rescatado  por  la  intercesión  de  la  Reina  Santísima,  después 
de  tan  largo  tiempo. 

6.  — Comenzó  la  procesión  desde  la  puerta  del  convento  y  fué  ha- 
ciendo círculo  por  la  plazuela  contigua  a  él  :  precedía  la  cruz  y  se- 
guíanse muchos  nobles  cantando  con  los  religiosos  el  Avemaria  y  la 
Sahe  en  lengua  del  país  ;  en  medio  de  la  procesión  iba  un  cuadro  de 
la  Concepción  Purísima,  muy  adornado  de  flores,  y  en  último  lugar 
el  príncipe  con  el  Prefecto  y  con  el  Padre  Fr.  Juan  de  Santiago.  En 
esta  conformidad,  estando  casi  todo  el  pueblo  presente,  entraron  en  la 
iglesia ;  hicieron  oración  al  Santísimo  y  llegó  el  Prefecto  y  entregó 
el  príncipe  al  rey  con  la  debida  sumisión ;  hízole  una  breve  plática  en 
orden  a  que  fuese  agradecido  a  Dios  y  a  la  Virgen  Santísima  y  a  que 
procurase  criar  sus  hijos  en  tan  santa  devoción,  pues  sabía  los  muchos 
beneficios  que  había  recibido  por  intercesión  de  la  Reina  Santísima. 

7.  —Besóle  S.  M.  después  el  hábito  y  lo  mismo  a  los  demás  reli- 
giosos y  luego  abrazó  al  príncipe  con  el  afecto  y  ternura  de  padre  que 
tanto  le  estimaba.  Concluida  esta  función,  puso  S.  M.  el  príncipe  a  su 
lado  y  se  comenzó  la  misa  conventual,  la  cual  cantó  aquel  día  el  con- 
fesor, y,  en  llegando  al  ofertorio,  se  volvió  al  pueblo  para  recibir  la 
ofrenda  que  S.  M.  hizo,  la  cual  acompañó  con  este  devoto  razonamien- 
to :  «Ofrezco  a  Vos,  Reina  soberana  y  Madre  de  Dios  purísima,  de  lo 
íntimo  de  mi  afecto,  esta  dulce  prenda  y  querido  hijo  que  me  fué  con- 
cedido y  rescatado  por  vuestra  poderosa  intercesión,  para  que  sea  vues- 
tro perpetuo  esclavo  y  devoto.  También  se  lo  ofrezco  al  Seráfico  Padre 
San  Francisco,  pues  por  medio  de  sus  hijos  los  Capuchinos  lo  he  re- 
cuperado y  traído  desde  Soñó  a  esta  corte.» 

8.  — Concluyóse  esta  devota  ceremonia  y  la  misa  no  sin  lágrimas  de 
ternura  en  los  circunstantes  y  después,  por  la  tarde,  sin  reparar  S.  M. 
en  lo  mucho  que  llovía,  volvió  con  el  príncipe  a  nuestra  iglesia,  a  pie 
y  descalzo,  a  hacer  las  diligencias  del  jubileo  que  se  gana  en  ella,  y 
debe  notarse  de  paso  procedía  siempre  con  esa  humildad  en  semejan- 
tes ocasiones  y  especialmente  en  la  Semana  Santa,  que,  después  de 
haber  andado  las  estaciones,  lavaba  los  pies  a  doce  pobres  y  les  daba 
de  comer  en  su  palacio,  sirviéndoles  por  sí  mismo  la  vianda.  Imitando 
en  esto  a  nuestros  católicos  y  piadosísimos  reyes  de  España,  que  con 
semejante  acción  edifican  el  mundo  y  honran  al  rey  de  los  reyes,  Cris- 
to Jesús,  que  fué  el  primero  que  ejecutó  tan  profunda  humildad  antes 
de  su  Pasión,  con  doce  pobres  pescadores,  para  nuestro  ejemplo. 


154 


MISIONAS  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


9. — El  día  siguiente  envió  S.  M.  al  príncipe  a  nuestra  escuela  con 
los  demás  hermanos  y,  reconociendo  éste  la  merced  que  había  reci- 
bido por  medio  de  la  Virgen  Santísima,  se  firmó  de  allí  en  adelante 
el  enclavo  de  la  Madre  de  Dios.  Creció  asimismo  en  su  pecho  la  devo- 
ción con  nuestro  Seráfico  Padre  San  Francisco  y  muy  particularmen- 
te con  nuestro  San  Félix  de  Cantalicio,  cuya  intercesión  invocaba  siem- 
pre en  sus  necesidades  y  juzgaba  haber  influido  mucho  para  conseguir 
la  libertad.  Esta  devoción  heredó  de  su  piadoso  padre,  el  cual  la  tenía 
tan  afectuosa  al  santo  como  lo  mostraba  el  singular  aprecio  que  ha- 
cía de  su  imagen,  estimando  tanto  una  que  le  dió  el  Prefecto,  que  él 
mismo  por  sus  manos  le  labró  una  guarnición  muy  curiosa  y  la  tenía 
puesta  a  la  cabecera  de  su  cama.  Finalmente,  con  la  recuperación  del 
príncipe  se  serenaron  los  ánimos  y  la  materia  de  las  reducciones  tomó 
mejor  semblante  ;  comenzáronse  a  tirar  más  dilatadas  líneas  para  nue- 
vos progresos  en  la  fe  y  se  dispusieron  las  embajadas  siguientes. 


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CAPITULO  XVIII 


Cómo  envió  el  rey  dos  Padres  de  la  misión  por  embajado- 
res: uno,  al  Papa,  y  otro,  al  príncipe  de  Orange,  y  cómo 
la  Sacra  Congregación  nombró  más  misioneros  a  instan- 
cias de  Fr.  Francisco  de  Pamplona. 


1  — La  ocurrencia  de  los  sucesos  del  presente  capítulo  pedía  más  di- 
fusa noticia  de  la  que  daremos  ;  mas  es  preciso  ceñirnos  en  la  relación 
para  recoger  algunos  cabos  sueltos  y  enlazarlos  aquí  como  en  su  pro- 
pio lugar.  Tenemos  ya  en  viaje  dos  embajadores,  uno  para  el  Sumo 
Pontífice  y  otro  para  el  príncipe  de  Orange  ;  llámannos  estas  embaja 
das  y  sus  efectos.  Dejamos  embarcados  y  a  la  inconstancia  de  los  ma- 
res a  los  siervos  de  Dios  Fr.  Miguel  de  Sessa  y  Fr.  Francisco  de 
Pamplona  con  el  capitán  Falconi,  que  los  condujo  al  Congo,  y  nos 
espera  en  su  vuelta  a  Europa  una  no  esperada  tragedia,  coronada  con 
felicidad  de  sucesos,  después  de  varios  contrastes  de  fortuna.  Estos  y 
otros  motivos,  acreedores  de  esta  historia,  nos  ejecutan  aquí  y  es  for- 
zoso satisfacer  a  ellos,  aunque  con  brevedad  inexcusable  y  a  cada  uno 
por  su  orden. 

2. — ^Luego,  pues,  que  los  Padres  Fr.  Angel  de  Valencia,  Fr.  Juan 
Francisco  de  Roma  y  el  Hermano  Fr.  Antonio  de  Ayamonte  dejaron 
al  príncipe  del  Congo  en  los  estados  de  su  padre  y  al  cargo  de  los 
fidalgos  que  lo  esperaban,  según  se  dijo  en  el  capítulo  pasado,  prosi- 
guieron su  viaje'  para  el  reino  de  Angola  a  solicitar  embarcación  para 
Holanda  y  ejecutar  dos  embajadas  que  traían  del  rey :  una  para  el  Papa 
y  otra  para  el  Príncipe  de  Orange.  De  la  embajada  de  Su  Santidad 
hablaremos  en  otra  parte,  que  la  ocurrencia  de  los  sucesos  no  nos  lo 
permite  ahora  :  además,  que  las  resultas  de  ella  piden  difusa  mención 
y  cedieron  en  aumento  de  otra  misión  diferente  de  la  del  Congo  y  en 
beneficio  de!  reino  de  Benín, 


158  MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 

3.  — Los  trabajos  que  padecieron  estos  dos  Padres  en  su  viaje  has- 
ta llegar  a  Angola  no  son  ponderables,  pues,  además  de  ser  de  muchas 
leguas  y  la  mayor  parte  desierto,  le  pasaron  en  tiempo  de  Adviento, 
cuyos  ayunos  son  de  precepto  para  todos  los  Menores,  y  con  tanta  in- 
comodidad y  falta  de  manjares,  que  se  sustentaban  con  raíces  y  legum- 
bres cocidas  con  sal,  y  de  ésta  carecían  no  pocas  veces.  Dormían  las 
más  noches  en  la  campaña,  cercados  de  fieras  y  con  mil  sobresaltos  : 
afligíanles  los  mosquitos  y  otras  sabandijas  molestas  del  país,  y  asi 
de  día  como  de  noche  eran  ordinariamente  combatidos  de  las  influen- 
cias de  los  elementos,  lo  cual  duró  por  espacio  de  mes  y  medio.  Pero 
si  fueron  grandes  las  penalidades  y  fatigas  de  este  tan  dilatado  viaje, 
no  fueron  inferiores  los  consuelos  espirituales  con  que  la  Majestad  de 
Dios  recreó  sus  almas,  premiándoles  de  contado  sus  trabajos  con  favo- 
res visibles,  pues  fueron  sinnúmero  los  niños  y  adultos  que  bautiza- 
ron en  el  discurso  del  viaje,  deteniéndose  para  este  efecto  y  adminis- 
trar los  demás  Sacramentos,  según  lo  pedía  la  necesidad  ;  el  cual  es 
premio  excelente  de  los  misioneros  y  el  de  mayor  consuelo  para  tem- 
plar las  fatigas  de  su  ministerio,  pues,  como  dice  San  Dionisio  Areo- 
pagita  :  Divinissimum  oninium  divinorum  est  cooperan  in  salutem  ani- 
marum  (33).  Y  la  pluma  del  Espíritu  Santo  en  los  Proverbios:  Eruc 
eos  qul  diicuntur  ad  morfeni,  ct  qui  trahnntur  ad  interitum,  liberare  itc 
cesses  (34). 

4.  — Confirmó  el  Cielo  lo  dicho  con  el  siguiente  suceso  ;  pues  ha- 
biendo dormido  una  noche,  entre  otras,  en  la  campaña  estos  Padres, 
madrugaron  por  la  mañana  y  comenzaron  a  proseguir  su  viaje.  A  cosa 
de  media  legua,  poco  menos,  echó  de  ver  el  Padre  Fr.  Juan  Francisco 
de  Roma  que  le  faltaba  la  imagen  del  Crucifijo  que  solía  llevar  en  el 
pecho  y  es  el  compañero  inseparable  de  los  misioneros  ;  comenzó  a 
desconsolarse  por  tal  pérdida  y  a  culpar  su  descuido  ;  pero,  discurrien- 
do se  le  habría  caído  en  el  sitio  adonde  durmieron,  pidió  a  los  com- 
pañeros se  detuviesen  allí  mientras  volvía  a  buscarlo.  Hiciéronlo  así, 
y  el  buen  religioso  fué  con  toda  diligencia  al  sitio,  vacilando  consigo 
cómo  podría  haber  sucedido  el  caso  llevando  la  santa  imagen  al  cuello 
v  bastantemente  afianzada, 

5.  — Con  esta  perplejidad,  sin  entender  el  misterio  y  secretos  del 
Altísimo,  llegó  al  sitio  donde  habían  descansado  la  noche  precedente, 


CVS)  S.  DYONISIU.S.  De  Coele.iti  Hierarchia.  cap. 
(34)    Prov.,  24,  11. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


e  inopinadamente  encontró  en  él  gran  número  de  gente,  que.  por  la 
noticia  que  habia  corrido  en  la  comarca,  había  venido  en  seguimiento 
de  los  Padres,  cargados  hombres  y  mujeres  de  niños  para  que  se  los 
bautizasen ;  pero,  por  presto  que  llegaron,  ya  habían  partido  en  conti- 
nuación de  su  viaje.  Halló  el  Padre  Fr.  Juan  Francisco  muy  descon- 
solados a  los  pobres  negros  y  ya  a  punto  de  volverse  a  sus  casas  ; 
pero,  en  llegándose  a  ellos,  comenzaron  a  dar  voces  de  alegría  y  jú- 
bilo y  juntos  todos  se  pusieron  a  sus  pies,  pidiéndole  bautizase  sus 
niños  y  les  echase  la  bendición.  Refiriéronle  lo  que  había  pasado  y 
cómo  habían  caminado  muchas  leguas  por  alcanzarlos  ;  pero  que.  vien- 
do los  habían  perdido  en  aquel  tránsito,  estaban  ya  resueltos  a  volver- 
se, si  no  aciertan  a  verle  que  iba  hacia  ellos. 

6.  — Admiróse  el  buen  Padre  y  no  cesaba  de'  dar  gracias  a  Dios  de 
que  le  hubiese  tomado  por  instrumento  para  el  socorro  espiritual  de 
tantas  almas  ;  bautizó  todos  los  párvulos  y  adultos  que  no  lo  estaban, 
consolóles  y  dióles  la  bendición  y,  al  fin,  encontró  en  el  mismo  sitio 
el  Santo  Crucifijo.  Prosiguió  su  viaje  y  refirió  a  los  compañeros  lo 
que  queda  mencionado,  y  en  hacimiento  de  gracias  cantaron  el  himno 
Te  Deum  laudanius  y  en  estos  y  semejantes  ejercicios  pasaron  el  tiem- 
po hasta  llegar  a  Angola,  donde  fueron  muy  bien  recibidos  de  los  di- 
rectores. 

7.  — Entregaron  las  cartas  del  rey  en  que  con  todo  empeño  k's  pedía 
diesen  embarcación  para  Holanda  a  dichos  Padres.  Ofrecieron  hacerlo 
en  la  primera  ocasión  y  asi  lo  cumplieron  ;  pero  no  tuvo  efecto  hasta 
después  de  mes  y  medio.  Detuviéronse  a  esperarla  ese  tiempo  y  en  el 
ínterin  se'  ocuparon  en  cultivar  aquella  parte  de  católicos  que  residía 
en  Angola,  que,  como  carecían  de  sacerdotes,  les  fué  muy  provechoso 
su  arribo,  y  los  asistieron  con  mucha  caridad  en  sus  necesidades  hasta 
que  se  hicieron  a  la  vela  en  un  bajel  que  navegaba  al  Brasil,  que  fué 
el  día  de  la  Purificación  de  Nuestra  Señora,  a  2  de  febrero  de  1647. 

8.  — Tardaron  en  llegar  a  Pernambuco  cuarenta  días  y.  en  desem- 
barcando, supieron  cómo  habían  estado  allí  los  Padres  genoveses  pri- 
sioneros y  que  ya  habían  llegado  a  Holanda  todos,  excepto  el  que  mu- 
rió a  vista  de  Canarias,  que  fué  sepultado  en  el  mar.  De  Pernambuco, 
después  de  algunos  días,  partieron  con  tres  navios  y,  después  de  tres  me~ 
ses  de  navegación,  llegaron  a  desembarcar  a  Holanda  ;  pasaron  desde 
el  puerto  a  La  Haya  por  tietra,  que  es  la  corte  del  Príncipe  de  Oran- 
ge,  adonde  por  espacio  de  cincuenta  días  y  más  que  los  detuvieron 
antes  de  despachartlos,  concurrieron  muchos  católicos  a  verlos  y  con- 


i6o 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


solarse  con  ellos,  a  muchos  de  los  cuales  administraron  los  Santos  Sa- 
cramentos, aunque  con  cautela  y  secreto,  por  los  riesgos  que  se  po- 
dían seguir. 

9.  — Pidieron  luego  audiencia  al  Príncipe  y  ordenó  que  fuesen  a  ella 
con  hábitos  de  seglares,  a  fin  de  que  no  les  sucediesen  algunos  malos 
tratamientos  de  los  herejes.  Dieron  su  embajada  y  ésta  contenía,  en 
suma,  la  queja  de  que  los  directores  de  Angola  y  de  aquellas  costas 
no  daban  lugar  a  que  pudiesen  entrar  en  el  reino  del  Congo  los  Ca- 
puchinos, siendo  llamados  del  rey,  si  no  llevaban  pasaporte  de  los  su- 
periores del  Parlamento  y  comercio  ;  por  lo  cual  pedía  el  rey  a  Su  Al- 
teza mandase  dar  su  despacho  para  que,  pues  eran  amigos,  no  se  les 
embarazase  el  paso  en  adelante,  además  de  no  haber  motivo  justo  para 
contradecirlo. 

10.  — El  conde  Mauricio  de  Nassau,  aunque  hereje,  mostró  a  los 
embajadores  especial  afecto  y  deseó  cuanto  pudo  el  buen  logro  de  su 
pretensión  ;  mas  no  hubo  forma  de  conseguir  lo  que  pedían,  a  causa 
de'  que  el  negocio  pendía  no  sólo  del  Príncipe  sino  también  del  Parla- 
mento ;  por  lo  cual  fué  preciso  acudir  a  él  y  proponerle  por  medio  de 
un  memorial.  Esta  diligencia  fué  también  infructuosa  para  el  caso, 
porque,  deiípués  de  muchas  altercaciones,  respondieron  con  la  negati- 
va, siendo  el  promotor  de  ella  en  particular  un  hereje  celante  , de  mala 
digestión,  que  en  público  Parlamento  se  levantó  y  dijo  que  de  ninguna 
manera  se  debía  conceder  tal  pasaporte,  pues  permitiendo  ellos  que 
entrasen  los  Capuchinos  en  el  Congo  a  sembrar  la  doctrina  de  los  pa- 
pistas, que  así  nos  llaman  a  los  católicos  romanos,  cooperaban  en  un 
pecado  muy  grave  por  el  cual  los  castigaría  Dios  severamente. 

11.  — Con  esta  contradicción  enmudecieron  todos  y  nadie  se  atrevió 
a  impugnarle.  Volvieron  al  Principe  por  la  respuesta  para  el  rey  y  por 
el  pasaporte  para  su  viaje  ;  y,  antes  de  salir  de  La  Haya,  los  consoló 
Dios  concediéndoles  más  que  pedían  y  castigando  a  los  herejes  con 
proporcionada  pena  a  su  delito  ;  porque  por  el  mismo  tiempo  llegó  la 
nueva  de  cómo  ya  habían  perdido  Pernambuco  y  alcanzádola  los  por- 
tugueses, y  que  éstos  mismos  pasaron  a  Angola  y  se  apoderaron  de 
ella,  desterrando  de  todos  aquellos  mares  a  los  holandeses.  De  esta 
suerte  castigó  el  Cielo  la  culpa  del  Parlamento  en  negar  petición  tan 
justa  y  por  todas  buenas  razones  debida  ;  para  que  se  entienda  que : 
Per  quae  peccat  quis,  per  haec  et  torquetur  (35)  :  y  también  que :  Muir 

(35)    Sap.,  11,  17.  ....  i 


I 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


l6l 


ta  peccatoris  flagella  ;  spewantem  autem  in  Domino,  misericordia  cir- 
cumdabit  (36). 

12.  — Asimismo,  mientras  dichos  Padres  estuvieron  en  La  Haya,  ad- 
quirieron noticia  cierta  e  individual  de  la  pérdida  del  navio  del  capitán 
Falconi  que  los  condujo  al  Congo,  y  en  que  volvieron  a  Europa  Fray 
Miguel  de  Sessa  y  Fr.  Francisco  de  Pamplona.  Sucedió,  pues,  que  na- 
vegando con  próspero  viento,  irremediablemente  vino  a  dar  en  un  ba- 
jío y  encalló,  de  suerte  que  no  fué  posible  moverlo.  Viendo  capitán  y 
piloto  que  no  podian  desencallarlo,  esperaron  que  pasase  algi'm  bajel 
para  pedirle  auxilio  ;  acertaron  a  ver  a  lo  lejos  uno  de  ingleses  que 
pasaba  a  comerciar  ;  llamáronle  con  la  seña  acostumbrada,  disparando 
una  pieza,  y  se  acercó  a  ellos. 

13.  — Pidiéronle  permitiese  pasar  a  su  navio  la  artillería  y  fardos  de 
peso  para  aligerar  el  vaso  y  desencallarlo  ;  concedióselo,  y  ayudaron  a 
ello  los  marineros;  pero,  preso  de  la  codicia,  viéndolo  ya  todo  en  su 
poder,  faltando  a  la  fidelidad  y  obrando  vilmente,  se  hizo  a  la  vela  y, 
sin  hablar  palabra,  se  dejó  el  navio  como  se  estaba  y  toda  aquella  gen- 
te con  el  desconsuelo  que  se  puede  imaginar.  Poco  después  sobrevino 
otro  bajel  de  holandeses  que  costeaba  aquellos  mares  y,  viéndole  de 
aquella  suerte,  dió  sobre  él  con  sus  armas  ;  pero  como  la  gente  se 
hallaba  incapaz  de  defensa,  se  le  rindió  luego  con  pérdida  de  todo  cuan- 
to había  quedado.  Esta  tragedia  le  sucedió  al  capitán  Falconi  con  su 
navio,  después  de  los  muchos  debates  que  luvo  con  los  holandeses  en 
Pinda  y  Soñó  ;  y  aun  al  tiempo  de  encallar  fué  tanta  la  violencia,  que 
pensó  perder  la  vida  y  lo  mismo  cuantos  venían  embarcados  en  él.  Al 
fin,  después  de  algún  tiempo,  llegaron  todos  a  Europa  y,  como  mejor 
pudo,  armó  otro  navio,  con  el  cual  le  fué  tan  bien,  que  en  pocos  me- 
ses volvió  a  restaurar  lo  perdido  y  a  adquirir  caudal  considerable. 

14.  — En  esta  tragedia  se  ve  la  inconstancia  de  las  cosas  humanas 
y  lo  que  dice  el  Eclesiástico  al  capítulo  43,  es  a  saber:  Qui  navigant 
mare,  enarrent  perkula  ejus  (37),  y  que,  aunque  Dios  mortificó  por 
entonces  a  este  capitán,  después  lo  mejoró  de  fortuna,  para  que  se  en- 
tienda que  su  providencia  es  admirable  y  que  en  las  adversidades,  y 
más  de  los  buenos  católicos,  como  lo  era  éste,  no  tira  a  destruir  sino 
a  mejorar,  y  así :  Deus  mortificat  et  viiñficát,  deducit  ad  inferas  et  re- 
ducit  (38).  Siendo  lo  más  regular  en  su  divino  consejo  lo  que  su  Ma- 


(36)  Psalm.,  31.  13. 

(37)  Eccles.,  43.  26. 

(38)  I  Reg.,  2,  6. 

11 

f 


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MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


jestad  dijo  por  San  Juan,  es  a  saber:  Qtios  amo,  arguo  et  castigo  (39), 
para  que  por  medio  de'  la  adversidad  y  tribulación  se  aviven  los  afectos 
y  se  enderecen  las  acciones  a  buscar  los  bienes  eternos,  pues,  como 
dijo  San  Gregorio  Magno:  Mala  quae  nos  premunt,  ad  Deum  venir c 
compellunt,  a  que  se  ha  de  añadir  que  adonde  no  hay  estímulo  que 
pique,  cualquiera  se  da  por  desentendido. 

15.  — Otro  motivo  bien  particular  de  la  divina  Providencia  tuvo  la 
tragedia  referida,  que  nos  provoca  a  nueva  admiración  de  sus  ocultos 
juicios  y  a  repetirle  las  gracias  por  el  sefíalado  favor  que  hizo  a  sus 
siervos  Fr.  Miguel  de  Sessa  y  Fr.  Francisco  de  Pamplona,  pues,  ha- 
biendo salido  de  Pinda  en  el  mismo  navio  para  Europa,  poco  antes  de 
encallar  tuvieron  ocasión  de  meterse  en  otro  de  ingleses  que  encon- 
traron en  alta  mar  y  venía  a  Inglaterra,  resolución  que  tomaron  con 
particular  impulso,  a  fin  de  abreviar  por  ese  medio  el  viaje,  como  su- 
cedió en  efecto,  y,  a  no  haberles  Dios  ofrecido  esa  ocasión,  al  pare- 
cer poco  oportuna,  por  la  poca  seguridad  de  los  herejes,  y  estimulá- 
doles  a  aceptarla,  hubieran  padecido  mucha  dilación  y  trabajo. 

16.  — Llegaron  dichos  Padres  con  felicidad  a  Inglaterra  y  desde 
allí  pasaron  a  Francia  y  a  España,  a  su  provincia  de  Aragón,  cami- 
nando por  tierra  lo  que  hay  desde  Bretaña  a  Zaragoza,  para  informar 
a  los  prelados  del  buen  suceso  de  la  misión  y  dejar  allí  Fr.  Francisco 
al  Padre  Fr.  Miguel  para  que  se'  curase  de  sus  muchos  achaques  con- 
traídos en  tan  larga  navegación  y  en  tan  penoso  viaje,  y  tomar  com- 
pañero para  Roma  que  le  pudiese  seguir  con  la  brevedad  que  deseaba 
y  pedía  la  comisión  que  traía,  para  que  se  socorriese  de  mayor  número 
de  operarios  la  misión  del  Congo,  que  corría  con  tanta  prosperidad  y 
los  necesitaba  tanto  para  remedio  común  de  los  naturales  y  convecinos 
que  deseaban  abrazar  nuestra  santa  fe. 

17.  — Vida  y  virtudes  del  Padre  Fr.  Miguel  de  Sessa. — En  los  pocos 
días  que  se  detuvo  en  Zaragoza  el  siervo  de  Dios  Fr.  Francisco  de 
Pamplona  se  le  aumentaron  los  accidentes  al  Padre  Fr.  Miguel  de  Ses- 
sa y,  como  le  hallaron  tan  postrado  y  rendido,  pusieron  fin  a  su  vida 
temporal,  trasladando  Dios  su  alma,  como  piadosamente  creo,  a  la  eter- 
na y  feliz,  para  ponerle  en  posesión  de  la  gloria  que  procuró  merecer 
con  su  vida  inculpable  y  con  el  continuo  ejercicio  de  virtudes  heroicas 
que  entre  propios  y  entre  extraños  le  publicaban  varón  verdaderamen- 
te apostólico. 


(89)   .\poc  ,  lí». 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


163 


Era  este  siervo  de  Dios  hombre  de  singular  pureza  y  de  natural 
muy  Cándido  y  sin  doblez,  grandemente  aplicado  a  los  ejercicios  de  la 
propia  abnegación  y  de  la  oración ;  llegó  a  conseguir  un  muy  alto 
grado  de  contemplación,  y  tanto,  que  padecía  en  ella  muchas  veces 
raptos,  éxtasis  y  otros  excesos  mentales  y  soberanos.  Sus  conversa- 
ciones ordinarias  eran  siempre  de  cosas  celestiales  y  sus  palabras  tan 
inflamadas  del  divino  amor,  que  le  causaban  suavísimos  deliquios  y 
enardecían  los  ánimos  de  los  que  las  oían. 

18.  — Es  apoyo  de  su  grande  y  casi  continua  elevación  de  espíritu 
lo  que  repetidas  veces  solía  decir  cierto  conde  aragonés,  muy  afecto 
de  la  Orden,  en  ocasiones  que  se  ofreció  oír  hablar  al  siervo  de  Dios 
con  la  condesa  su  mujer,  señora  muy  virtuosa,  que  después  fué  capu- 
china, fundadora  del  convento  de  Huesca.  «Temo — decía — que  el  Pa- 
dre Fr.  Miguel  y  la  condesa,  en  alguna  de  estas  sus  conferencias  espi- 
rituales, se  nos  han  de  subir  al  cielo  y  volar  por  esas  nubes.»  Muchas 
cosas  particulares  le  acaecieron  de  grande  edificación,  cuya  memoria 
omitimos,  por  no  dilatar  el  volumen  más  de  lo  justo  ;  mas  espero  en 
Dios  no  faltará  en  su  provincia  quien  a  su  tiempo  haga  debida  con- 
memoración de  ellas  (40). 

19.  — Habiendo,  pues,  acaecido  la  muerte  del  Padre  Fr.  Miguel  de 
Sessa,  tomó  compañero  Fr.  Francisco  de  Pamplona  y,  guiado  de'  su 
fervoroso  celo,  partió  luego  para  Roma  a  los  veinticuatro  de  junio  del 
año  1646.  En  llegando  presentó  las  cartas  del  Prefecto  al  Papa,  a  la 
Sacra  Congregación  y  al  Pro(j:urador  General  de  la  Orden,  a  todos  los 
ruaks  informó  de  la  feliz  entrada  de  la  misión  en  el  Congo,  de  los 
progresos  de  ella  y  de  la  necesidad  que  tenía  de  mayor  número  de  ope- 
rarios. Con  este  informe  y  por  acuerdo  de  Su  Santidad,  cometió  la 
Sacra  Congregación  la  comisión  de  presentar  doce  sujetos  idóneos  al 
Procurador  General  de  la  Orden  ;  el  cual,  con  la  brevedad  posible,  la 
puso  en  ejecución  y  nombró  los  religiosos  siguientes. 

20.  — Primeramente,  por  Superior  y  cabeza  de  los  demás,  al  Padre 
Fr.  Dionisio  de  Piacenza,  varias  veces  Definidor  de  su  Provincia  y 
Visitador  general  de  otras  y  misionero  apostólico  en  el  reino  de  Túnez 
por  algunos  años  ;  al  Padre  Fr.  Juan  María  de  Pavía,  de  la  Provincia 
de  Bolonia,  de  donde  era  también  natural  el  Padre  Fr.  Dionisio.  A 


(40)  El  P.  CIAURRIZ.  o.  c.  p.  244-49.  trae  la  biografía  del  P.  Sessa  y  pone 
como  fecha  de  su  muerte  el  año  de  1647  en  Zaragoza.  Creemos  sin  embargo  haya 
sucedido  su  muerte  en  164fi.  pues  todos  lo?  historiadores  dicen  tuvo  lugar  poco  tiem- 
po después  He  su  llegada. 


i64 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


los  Padres  Fr.  Francisco  de  Veas  y  Fr.  José  de  Fernambuco,  de  la  Pro- 
vincia de  Castilla ;  al  Padre  Fr.  Serafín  de  Cortona,  de  la  de  Toscana  ; 
al  Padre  Fr.  Antonio  María  de  Monteprandone,  de  la  de  la  Marca  de 
Ancona ;  al  Padre  Fr.  Buenaventura  de  Corella,  de  la  de  Navarra ;  al 
Padre  Fr.  Antonio  de  Teruel,  de  la  de  Valencia  ;  al  Padre  Fr.  Fran- 
cisco de  Zelento,  de  la  de  Ñapóles,  todos  predicadores  ;  a  los  Padres 
Fr.  Pedro  de  Ravena,  de  la  de  Roma  ;  Fr.  Jerónimo  de  Montesarchio, 
de  la  de  Nápoles ;  Fr.  Carlos  de  Génova,  de  la  de  Génova,  todos 
sacerdotes  ;  a  Fr.  Félix  de  Villar,  de  la  de  Aragón,  y  a  Fr.  Humilde 
de  San  Félix,  de  la  de  Bolonia,  ambos  religiosos  legos. 

21. — Hecha  presentación  de  los  sujetos  referidos,  los  aprobó  la  Sa- 
cra Congregación  y  mandó  se  les  remitiesen  los  despachos  y  patentes 
para  que  con  ellas  se  partiesen  para  Cádiz  a  disponer  la  embarcación. 
Empero,  por  haber  enfermado  dos  de'  ellos,  sustituyó  el  Prefecto,  con 
la  autoridad  que  tenía  de'  la  Sacra  Congregación,  en  lugar  de  ellos,  al 
Padre  Fr.  Gabriel  de  Valencia,  predicador,  y  al  Hermano  Fr.  Fran- 
cisco de  Licodia,  lego,  de  la  Provincia  de'  Siracusa.  Corrió  el  despacho 
de  esta  misión  por  la  dirección  del  siervo  de  Dios  Fr.  Francisco  de 
Pamplona,  y  recabó  de  nue'stro  católico  monarca  los  medios  necesa- 
rios para  su  despacho,  y  al  mismo  tiempo  consiguió  él  ir  con  otros 
compañeros  a  la  misión  del  Darién,  de  lo  cual  se  hablará  difusamente 
en  su  lugar  (41). 


(41)  Sabemos  que  los  religiosos  enviados  entonces  al  Congo  eran  catorce,  aun- 
que en  los  nombres  hay  algunas  discrepancias.  Al  P.  Carlos  le  hace  el  P.  Cavazzi 
natural  no  de  Génova,  sino  de  Taggia.  Fr.  Humilde  de  San  Félix,  por  haber  caído 
enfermo,  fué  sustituido  por  Fr.  Francisco  de  l  icodia,  y  asimismo  el  P.  Gabriel  de 
Valencia  sustituyó  al  P.  Francisco  de  Zelento. 


V 


CAPITULO  XIX 


Parte  de  Cádiz  la  nueva  misión  para  el  Congo;  dase 
noticia  de  su  viaje  y  entrada  en  Soñó  y  de  varios  suce- 
sos que  ocurrieron. 


1.  — Habiendo,  pues,  el  señor  rey  Don  Felipe  IV,  por  su  gran  pie- 
dad y  celo  católico,  sabido  los  progresos  del  Congo  v  cómo  se  dispo- 
nía el  reforzar  de  nuevos  operarios  aquella  apostólica  misión,  inclinado 
a  los  ruegos  del  siervo  de  Dios  Fr.  Francisco  de  Pamplona,  mandó 
despachar  su  decreto  a  la  casa  de  contratación  de  Sevilla  para  que  se 
hiciese  público  en  el  comercio  cómo  S.  M.  daba  permiso  a  la  persona 
o  personas  que  quisiesen  conducir  dicha  misión,  para  que  pudiesen  car- 
gar de  negros  y  llevarlos  a  Cartagena  de  Indias  o  a  otra  cualquier 
parte  de  tierra  firme,  para  que,  de  lo  que  procediese  de  ellos,  se  paga- 
se el  flete  y  lo  demás  necesario  para  el  sustento  de  los  misioneros. 

2.  — Sabido  este  permiso,  hubo  muchas  personas  de'  Sevilla  que  soli- 
citaron les  cupiese  la  suerte,  tanto  por  tener  algún  mérito  en  la  con- 
ducción de  los  religiosos,  para  empleo  tan  del  agrado  de  Dios,  como 
por  lograr  la  conveniencia  que  se  prometían  en  acrecentamiento  de  sus 
caudales.  Tocóles  la  suerte  a  ciertos  caballeros  navarros,  vecinos  de 
Sevilla,  y  fletaron  para  este  efecto  una  nave  inglesa  de  treinta  y  seis 
piezas  de  artillería,  y,  acordándoles  lo  que  le  habia  sucedido  al  capitán 
Falconi  por  las  hostilidades  de  los  holandeses  que  trafican  por  las  cos- 
tas de  Angola  y  reinos  convecinos,  aprestaron  también,  para  mayor 
seguridad,  una  fragata  y  una  saetía. 

3.  — Dispuestas  las  embarcaciones  en  Cádiz  y  juntos  los  religiosos, 
a  4  de  octubre,  día  de  nuestro  Seráfico  Padre  San  Francisco,  después 
de  vísperas,  llegó  al  convento  el  señor  Obispo  de  aquella  ciudad  y  les 
hizo  una  devota  plática.  Después  les  echó  su  bendición  y  todos  pro- 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


cesionalmente,  acompañados  de  innumerable  gente  y  de  la  Comunidad, 
llegaron  al  puerto  donde  se  despidieron  unos  de  otros,  y,  tomando 
falúas,  se  hicifron  al  agua  para  entrar  en  el  navio.  Luego  el  día  de 
Santa  Teresa  del  año  1647,  con  viento  en  popa,  se  hicieron  a  la  vela 
todas  tres  embarcaciones  y  prosiguieron  su  viaje  felizmente,  aunque 
con  algunos  sustos  del  mar,  que  nunca  faltan  y,  eti  espacio  de  diez  días, 
llegaron  a  desembarcar  a  Canarias.  Aquí  se  detuvieron  otros  diez  días, 
mientras  el  capitán  se  proveyó  de  algunas  cosas  necesarias ;  pero  en 
el  ínterin  no  estuvieron  ociosos,  antes  bien  se  ocuparon  en  predicar 
y  confesar  la  gente,  siendo  los  concursos  tan  numerosos,  que  apenas 
les  daban  lugar  para  tomar  la  refección  ordinaria.  El  fruto  que  en 
esta  ocasión  se  hizo  fué  maravilloso  y  nada  inferior  al  que  en  otras 
muchas  ocasiones  han  he'cho  en  estas  islas  los  nuestros. 

4.  — Pasados  los  diez  días,  se  volvieron  a  embarcar  y,  aunque  el 
viento  por  entonces  fué  favorable,  después  sobrevinieron  unas  grandes 
calmas  y  lluvias  que  duraron  casi  un  mes.  Experimentaron  la  conve- 
niencia de  haber  llevado  las  tres  embarcaciones  para  mayor  seguridad, 
pues,  a  no  ser  el  navio  de  tan  buena  calidad  e  ir  tan  bien  acompañado, 
corría  peligro  de  que  los  hubiesen  cogido  y  hecho  prisioneros  ;  pues 
lo  uno  pasaron  casi  a  la  hora  del  mediodía  a  vista  de  Angola,  y  lo  otro 
por  habet  encontrado  en  diferentes  parajes  otras  embarcaciones  gran- 
des de  corsarios  y  enemigos,  que,  descubriendo  la  nao  y  viéndola  tan 
bien  artillada  y  las  otras  embarcaciones  en  su  conserva,  les  huían  el 
cuerpo  sin  atreverse  a  llegar  por  no  dar  en  sus  manos. 

5.  — Este  riesgo  despreció  un  navio  francés,  pero  pagó  su  arrojo 
quedando  por  presa  de  los  nuestros.  Lo  mismo  sucedió  en  la  isla  del 
Príncipe,  de  vuelta  del  Congo,  con  un  pingüe  y  una  fragata  de  holan- 
deses que  corseaban  por  aquellos  mares  y  hacían  gravísimos  daños  a 
los  pasajeros.  Durante  las  calmas  sucedió  que  un  pez,  llamado  espada, 
que  la  tiene  en  la  cabeza,  acometió  con  tal  violencia  a  la  fragata,  que 
traspasó  con  ella  los  maderos  y  una  arca  contigua  a  ellos  :  tanta  es  la 
fuerza  de}  tal  pez  y  tanta  la  fortaleza  de  los  animales  en  su  centro  y 
elementos  ;  mas,  al  fin,  quedó  preso  y  sin  poder  moverse.  Pocos  gra- 
dos antes  de  llegar  a  tocar  la  Libra,  perdieron  nuestros  navegantes 
el  norte  ;  mas,  aunque  algunos  han  dicho  que  en  pasando  de  la  otra 
parte  no  influye  en  la  aguja,  reconocieron  su  engaño  manifiesto,  pues  el 
norte  influye  en  todos  los  parajes  del  mundo  ;  sólo  hay  esta  diferen- 
cia :  que  de  la  otra  parte  de  la  línea  no  se  ve  estrella  que  constituya 
polo  ;  pero  en  su  lugar  se  mira  una  cantidad  de  estrellas  de  tal  suerte 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


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colocadas,  qu«  vienen  a  formar  muchas  cruces,  unas  grandes  y  otras 
pequeñas,  a  lo  cual  llaman  el  crucero  los  marinos. 

6.  — Todo  el  tiempo  de  la  embarcación,  que  duró  casi  cinco  meses, 
pasaron  nuestros  navegantes  con  bastante  conveniencia  espiritual  y 
temporal,  porque  como  el  navio  era  grande,  ocupaban  toda  la  cámara 
de  popa  y  en  ella  hacían  todos  los  ejercicios  cotidianos,  como  si  se 
hallaran  en  el  convento.  Predicaban  y  administraban  frecuentemente 
los  Sacramentos  a  la  gente  y  por  este  medio  fué  nuestro  Señor  ser- 
vido de  alumbrar  a  tres  herejes  ingleses  del  navio,  los  cuales  se  con- 
virtieron a  nuestra  santa  fe  católica  antes  de  llegar  al  Congo.  El  uno 
de  ellos,  en  opinión  de  los  demás,  era  el  docto  y  más  sagaz  y,  viendo 
a  los  religiosos  que  disputaban  con  él,  solían  decir  muy  confiados : 
guárdense  los  Padres,  no  sea  que  los  reduzca  el  que  pretenden  reducir ; 
pero  fué  Dios  servido  que  fuese  éste  el  primero  de  los  convertidos. 
Cosa  era  por  cierto  lastimosa  ver  tantos  hombres  tan  bien  agracia- 
dos, corteses  y  de  buenos  respetos  y  en  medio  de  eso  tan  ciegos  y 
obstinados  en  sus  sectas  y  errores. 

7.  — A  los  nueve  días  de  marzo  de  1647  llegaron  las  embarcaciones 
al  río  Zaire  y  fueton  a  tomar  puerto  a  Pinda,  adonde  dos  años  antes  ha- 
bía llegado  el  navio  que  condujo  los  primeros  misioneros  :  pero  si  bien 
los  presentes  no  padecieron  tempestades  como  los  otros,  con  todo  eso 
experimentaron  muchas  alteraciones  del  mar.  Cinco  grados  debajo  de 
la  linea  hacia  el  norte,  que  llaman  tramontana,  y  otros  cinco  hacia  el 
sur,  que  dicen  mediodía  o  austro,  se  vieron  en  el  mar  innumerables 
pescados,  que  parecía  estar  el  agua  bullendo  con  sus  continuos  saltos. 
Estos  se  pescan  en  gran  cantidad  y  tan  fácilmente,  que  apenas  se  arro- 
ja el  anzuelo,  cuando  se  sube  el  pez,  y  cuando  aun  no  está  clarto  el 
día,  no  es  necesario  añadirle  cebo  ;  llámase  pez  dorado,  por  tener  el 
lomo  de  color  de  oro  ;  es  casi  de  dos  palmos  y  medio  y  de  lindb  sabor. 

8.  — Con  esta  especie  de  peces  tuvieron  particular  recreo  los  nave- 
gantes, sirviéndoles  de  motivo  especial  para  alabar  a  Dios,  como  tam- 
bién otra  especie  diferente  de  ciertos  pescados,  del  tamaño  de  aren- 
ques, que  vuelan  por  el  aire;  su  color  es  azul  sobre  las  escamas  y 
lo  restante  blanco  ;  tienen  las  alas  junto  a  la  cabeza,  como  los  demás 
peces,  y  son  de  la  misma  hechura  pero  mucho  mayores  sin  compara- 
ción. Estos  peces  salen  del  agua  y  se  elevan  en  alto  ;  pero  el  vuelo  es 
muy  breve  y  sólo  dura  hasta  que  se  les  secan  las  alas  ;  después  caen 
al  mar  y  suelen  padecer  el  riesgo  siguiente. 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


9.  — Su  contrario  de  este  pez  volador  es  el  dorado  ;  persigúele  con 
tal  ahinco  que  sólo  atiende  a  comérsele ;  por  esta  causa  y  huir  de  ese 
riesgo,  cuando  le  ve  venir  contra  sí,  alza  el  vuelo  fuera  del  agua  y  de 
esa  suerte  se  e'scapa  de  aquel  primer  golpe ;  mas  el  dorado  que  por  el 
instinto  reconoce  la  calidad  del  que  vuela  y  que  se  detiene  poco  en  el 
aire  y  vuelve  al  mar,  mientras  él  va  volando,  el  dorado  le'  va  siguien- 
do llevando  siempre  el  un  ojo  arriba,  y  con  tal  velocidad  y  destreza, 
que  cuando  el  volador  se  ve  forzado  a  caer,  se  halla  el  dorado  allí  con 
la  boca  abierta  y  se  lo  traga.  Otro  contrario  tiene  este  pobre  pez  por 
causa  de  sus  vuelos,  que  es  cierta  especie  de  pajaretes  grandes  que  vue- 
lan en  bandadas  numerosa.s  por  aquellos  mares.  Estos,  viendo  volar  al 
pe'z,  se  calan  sobre  él  y  le  despedazan  ;  de  suerte  que,  bien  considera- 
do, este  pez  es  tan  desafortunado  que  no  tiene  seguridad  en  el  aire  ni 
en  el  agua. 

10.  — No  les  fué  menos  diversible  a  nuestros  caminantes  el  navegar 
el  Zaire,  porque,  conteniendo  en  si,  según  se  dijo,  tanto  número  de 
isletas,  componen  en  el  agua  misma  tantas,  tan  derechas  y  hermosas 
calles,  que  hacen  maravilla  a  quien  las  ve.  Cada  isla  produce  cierta  es- 
pecie de  árbol  al  modo  de  un  laurel  real  y  muy  vecino  a  la  orilla ;  este 
árbol  e's  de  dos  pies  de  alto,  tiene  las  ramas  muy  espesas,  verdes  y  tan 
iguales,  que  el  mayor  cuidado  del  arte  no  pudiera  hacer  lo  que  allí  pule 
el  menor  descuido  de  la  naturaleza.  En  la  cima  de  este  árbol  nace  una 
raíz  que  desciende  a  la  tierra  igualmente ;  es  del  tamaño  de  un  dedo 
en  lo  grueso,  y  llegando  al  agua  y  a  la  tierra  nace  de  ella  otra  planta 
y  en  esta  forma  se  va  multiplicando,  de  suerte  que  las  márgenes  vienen 
a  se'r  espesísimas  y  muy  altas.  Con  que  siendo  el  agua  tan  pura  y  cris- 
talina y  los  enrejados  de  una  ribera  y  otra  tan  empinados  y  verdes  y 
los  brazos  del  río  tan  espaciosos  y  largos,  ya  se  puede  entender  cuán 
apacible  y  delifiosa  será  la  navegación  por  tal  rio. 

11.  — Pero  volviendo  a  nue'stro  principal  asunto,  luego  que  se  vie- 
ron los  navegantes  en  el  puerto  deseado,  todos  con  salud  y  libres  de 
riesgo,  celebraron  su  arribo  feliz  con  las  demostraciones  acostumbra- 
das ;  dieron  a  Dios  las  gracias  y  cantaron  a  dos  coros  el  himno  Te 
Dcuin  laudamus.  Después  echaron  el  bajel  al  agua  y  el  capitán  con  dos 
de  los  misioneros  fueron  al  lugar  de  Pinda  y  desde  allí  a  Soñó,  adon- 
de residía  el  conde  entonces,  para  darle  aviso  de  su  llegada  al  puerto 
y  de  cómo  quedaban  en  él  los  compañeros  esperando  su  beneplácito. 

12.  — A  la  sazón  asistían  en  Soñó  los  Padres  Fr.  Buenaventura  de 
Sorrento  y  Fr.  Juan  de  Santiago,  que  ya  se  había  vuelto  de  San  Sal- 


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LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


vador  por  haberle  cargado  allá  con  más  vehemencia  sus  achaques  y 
continuos  dolores.  Apenas  vieron  a  los  nuevos  compañeros,  cuando 
respiraron  a  nueva  vida  por  lo  mucho  que  necesitaban  de  su  auxilio  ; 
saludáronse  fraternal  y  afectuosamente  y  participaron  su  llegada  al  con- 
de, el  cual  la  celebró  con  muchas  muestras  de  placer,  y  por  su  orden 
fueron  a  Pinda  con  el  P.  Fr.  Buenaventura  de  Sorrento  dos  naaigos 
parientes  suyos  para  conducir  a  Soñó  a  Jos  misioneros  del  navio. 

13.  — Tratóse  luego  de  desembarcar  la  ropa  y,  metiéndose  los  misio- 
neros en  canoas,  llegaron  al  lugar  de  Pinda,  de  adonde,  después  de  dos 
días,  partieron  para  Soñó.  Salió  el  P.  Fr.  Juan  de  Santiago  a  recibir- 
los, acompañado  de  innumerable  pueblo  y  de  todos  los  muchachos  de 
la  escuela,  que  serian  más  de  dos  mil  solos  éstos  ;  iban  cantando  Ja 
doctrina  cristiana  y  las  oraciones  en  lengua  del  país,  y  con  tal  concier- 
to y  devoción,  que  a  los  nuevos  misioneros  les  sirvió  de  motivo  de  ter- 
nura y  de  no  poca  admiración  ver  cómo  en  tan  breve  tiempo  habían 
doctrinado  aquellos  Padres  tanta  multitud  de  muchachos,  y  más  cuan- 
do vieron  lo  bien  instruidos  que  estaban  en  todo  y  la  gracia  y  pronti- 
tud con  que  ayudaban  las  misas  y  respondían  a  las  preguntas  que  les 
hacían  de  los  misterios  de  nuestra  santa  fe  católica. 

14.  — Con  este  tan  devoto  acompañamiento  entraron  en  nuestra  igle- 
sia de  Soñó  ;  allí  se  cantó  el  Te  Deum  laudamus  en  hacimiento  de  gra- 
cias y  con  tanto  júbilo  espiritual,  que  apenas  acertaban  a  pronunciar 
las  palabras  por  la  copia  de  lágrimas  que  exhalaban  de  ternura  por 
verse  ya  en  compañía  de  sus  hermanos  y  en  la  palestra  de  sus  más  di- 
chosas lides.  Después  hizo  una  fervorosa  plática  el  Prefecto  de  la  nue- 
va misión,  dando  a  entender  al  pueblo  la  causa  de  su  ida  a  aquella  tie- 
rra, lo  mucho  que  debían  al  Sumo  Pontífice  y  especialmente  a  Dios  por 
enviarles  ministros  suyos  para  su  enseñanza  y  remedio  espirituaJ.  Ex- 
hortóles a  que  se  aprovechasen  de  ocasión  tan  oportuna  y  a  que  per- 
severasen en  el  bien  comenzado.  Con  esto  se  despidieron  de  la  gente 
y  ésta  fué  muy  consolada,  celebrando  su  dicha  a  gritos  por  las  calles. 

15.  — Luego  fueron  todos  los  Padres  con  el  capitán  a  visitar  al  con- 
de ;  halláronle  en  el  patio  de  su  palacio,  que  es  muy  capaz,  ricamente 
vestido  de  una  ropa  de  brocado  de  oro  y  muy  lleno  de  joyas  y  cadenas 
de  sumo  precio.  Alrededor  de  palacio  había  mucha  gente  de  guerra 
que  guardaba  su  persona,  lo  cual  hizo  o  por  ostentar  su  grandeza  y  va- 
nidad, que  en  esto  son  nimios  aquellos  señores,  o  por  mostrar  su  valor 
y  potencia  por  la  causa  que  luego  veremos. 


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MISIONES  CAPUCHINAS  EN  AFRICA 


16.  — Recibióles  con  mucho  afecto,  mostrando  haberle  sido  de  esp'í- 
cial  gusto  su  llegada ;  fuéles  abrazando  uno  a  uno  y  besándoles  el  há- 
bito, y,  después  de  haberle  dado  cuenta  de  cómo  iban  mandados  del 
Sumo  Pontífice  y  de  la  Sacra  Congregación  a  aquel  reino,  les  ofreció 
su  amparo  y  auxilio  en  cuanto  necesitasen  para  la  mejor  ejecución  de 
su  ministerio.  Despidiéronse  y  luego  inmediatamente  les  envió  algunos 
regalos  de  cosas  del  país.  El  día  siguiente  acordaron  de  despachar  un 
correo  a  los  Padres  que  residían  en  San  Salvador  con  el  aviso  de  su 
feliz  arribo,  y,  en  el  ínterin  que  volvía,  se  comenzaron  a  estrenar  en 
su  apostólico  ministerio,  bautizando  y  administrando  los  demás  Sacra- 
mentos, especialmente  en  la  Semana  Santa,  para  que  los  naturales  cum- 
pliesen con  la  Iglesia.  Hicieron  también  su  altar  y  monumento  para 
más  solemnizarla  y,  aunque  pobre  de  alhajas,  estuvo  muy  devoto  y 
para  aquella  gente  fué  de  mucho  consuelo,  como  para  los  Padres,  el 
v&r  la  procesión  de  los  disciplinantes  en  que  iba  innumerable  gente, 
unos  azotándose  y  otros  con  velas  encendidas,  y  todos  con  gran  si- 
kncio,  devoción  y  compostura. 

17.  — Ocupados  los  religiosos  en  estos  o  semejantes  ejercicios  de  pie- 
dad, esperaban  de  día  en  día  la  respuesta  de  los  Padres  de  San  Salva- 
dor ;  pero,  aunque  e}  propio  que  llevó  las  cartas  prometió  llegar  en 
cuatro  días,  con  todo  eso  se  pasaron  más  de  doce  antes  que  tuvieran 
noticia  de  su  llegada.  Despacharon  de  nuevo  otros  dos  mensajeros  y 
sucedió  lo  mismo  ;  con  eso  entraron  en  sospecha  de  que  el  conde  y  sus 
fidalgos  les  impedían  el  viaje,  lo  cual  fué  así ;  y  el  motivo  consistió  en 
una  vana  presunción  sugerida  por  el  común  adversario  para  inquietar 
los  ánimos.  Portábase  con  el  rey,  después  de  las  paces,  como  león  ene- 
migo reconciliado  ;  y,  poco  seguro  de  sus  palabras,  sospechó  que  las 
tres  embarcaciones  por  la  parte  del  Zaire  y  el  ejército  del  rey  por  tie- 
rra, todos  a  un  mismo  tiempo,  le  querían  hacer  guerra,  tomando  por 
asunto  para  la  sospecha  el  juzgar  vanamente  que  los  Padres  que  se 
embarcaron  en  Angola  para  traer  las  embajadas  al  Papa  y  al  Principe 
de  Orange,  habían  venido  a  solicitar  en  Europa  aquel  auxilio  militar 
en  favor  del  rey  para  acabar  de  una  vez  con  él  y  su  gente. 

18.  — Con  esta  sospecha  vivió  algunos  días  el  conde  ;  empero,  car- 
gando más  la  consideración  en  las  largas  experiencias  que  tenia  de  la 
virtud  y  sinceridad  de  los  religiosos  y  en  que  todos  sus  medios  los  or- 
denaban a  la  mayor  extensión  de  la  fe  y  bien  de  las  almas  y  a  la  paz 
común,  se  quietó  y  no  hizo  la  menor  demostración  ni  tampoco  sus  fi- 
dalgos, antes  bien  se  portaron  de  modo  que  no  faltaron  a  obsequio  al- 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


'¿uno  urbanidad,  devoción  y  agasajo,  y,  lo  que  es  más,  que  en  me- 
dio de  sus  imaginados  rételos,  oían  con  aprecio  y  reverencia  las  amo- 
nestaciones y  correcciones  que  ¡os  Padres  les  hacían,  y  singularmente 
cl  conde.  Al  fin  se  desengañaron  totalmente  y  convirtieron  las  sospe- 
chas en  agasajos  y  corrieron  de  esa  suerte  los  Padres  hasta  que  llegó 
la  respuesta  y  tomaron  mejor  forma  las  cosas. 

19.  — Vida  y  virtudes  de  Fr.  Angel  de  Lorena. — Por  conclusión  de 
este  capítulo  se  nos  ofrece  de  paso  la  muerte  de  Fr.  Angel  de'  Lorena, 
religioso  lego,  que  residía  en  Soñó  en  compañía  de  los  Padres  Fr.  Juan 
de  Santiago  y  Fr.  Buenaventura  de  Sorrento,  la  cual  acaeció  poco  an- 
tes que  llegasen  los  Padres  de  la  segunda  misión.  Fué,  pues,  Fr.  Angel 
hijo  de  la  Provincia  de  Toscana  y  varón  de  excelentes  virtudes  ;  sirvió 
muchos  años  de  enfermero  en  el  convento  de  Roma  y  ejercitó  el  mis- 
mo ministerio  en  la  misión,  con  tal  gracia  y  caridad,  que  era  el  des- 
canso y  alivio  de  los  religiosos  :  para  todos  se  mostraba  madre  piado- 
sísima, que  así  llamaba  nuestro  P.  S.  Francisco  a  sus  frailes  le'gos,  y 
él,  por  satisfacer  a  ese  nombre  perfectamente,  no  sólo  sangraba  y  cu- 
raba diHgentemente  a  los  religiosos,  pero,  en  habiendo  acabado  con 
su  asistencia,  recorría  las  casas  de  los  pobres  enfermos  de  la  ciudad, 
que',  como  faltos  de  médicos  y  medicinas,  padecían  gran  trabajo  y 
miseria. 

20.  — Los  ratos  que,  después  de  cumplir  con  su  obligación  ordina- 
ria, le  quedaban  libres,  los  empleaba  en  enseñar  a  los  niños  las  leta- 
nías de  nuestra  Señora  y,  poniéndose  en  medio  de  ellos,  los  ensayaba 
en  el  modo  cómo  las  habían  de  cantar,  para  lo  cual  tomó  muy  a  pecho 
el  estudiar  la  lengua  y  llegó  a  entenderla  bastanteme'nte.  Con  los  niños 
huérfanos  tenía  especial  caridad  y  los  socorría  cuanto  le  era  posible  y 
enseñaba  las  oraciones.  Llegó  el  día  de  su  muerte  y  se  dispuso  con  los 
Santos  Sacramentos  y  fervorosísimos  actos  ;  a  todo  se  halló  presente 
el  conde  con  sus  fidalgos  y  se  admiraron  de  ver  la  buena  disposición 
con  que  un  pobre  capuchino  sale'  de  esta  vida  miserable  y  el  gozo  con 
que  el  siervo  de  Dios  rindió  su  espíritu  al  Creador.  Acompañaron  to- 
dos el  entierro,  y  los  pobres  y  huérfanos,  como  tan  beneficiados  de  su 
mano,  hicieron  el  duelo,  mostrando  en  sus  lágrimas  y  sollozos  la  pena 
que  tenían  por  la  pérdida  de  su  bienhechor.  Consoló  Dios  a  sus  dos 
compañeros  con  la  llegada  de  los  nuevos  misioneros  y  ellos  le  dieron 
las  gracias  por  el  nuevo  socorro  (42). 

(42)  Fr.  Angel  de  Lorena.  llamado  también  de  Nancy.  excelente  enfermero,  fa- 
lleció el  12  de  marzo  de  1647.  El  P.  Santiago  (Ms.  c,  p.  1491  habla  de  él  con  gran- 
des encomios. 


CAPITULO  XX 


Salen  del  puerto  de  Pinda  las  embarcaciones;  llegan  a  la 
tierra  del  Calamar  y  a  la  isla  de  Asunción,  hace  en 
ambas  partes  insigne  fruto  el  P.  Fr.  Juan  de  Santiago, 
perece  mucha  gente  en  el  mar  y  por  último  todas  tres 

embarcaciones. 


1.  — ¡Oh  alteza  de  las  riquezas,  de  la  sabiduría  y  cien-cia  de  Dios! 
¡Cuán  incomprensibles  son  sus  juicios  — exclama  S.  Pablo —  c  invesfi- 
gables  sus  caminos!  (43).  No  hay  cosa  en  la  vida  humana,  por  mínima 
que  sea,  que  con  elocuencia  muda  deje  de  publicar  su  grandeza  ;  todas 
son  pregoneras  de  su  divino  poder  y  sabiduría.  Pero  lo  que  más  re- 
monta nuestras  cortas  inteligencias  hasta  parar  en  profundas  admira- 
ciones, no  e's  tanto  lo  que  ordinariamente  experimentamos,  cuanto  lo 
que  pocas  veces  se  ve  o  se  dispone  por  medios  irregulares  o  por  cami- 
nos al  parecer  contrarios  a  la  común  expectación. 

2.  — Vida  y  virtudes  del  P.  Fr.  Juan  de  Santiago. — En  la  materia  de 
este'  capítulo  hallaremos  tantos  asuntos  para  usurparle  las  palabras  re- 
feridas a  San  Pablo,  que  desde  luego  podemos  comenzar  a  repetirlas, 
no  sólo  por  admiración,  sino  por  hacimientos  de  gracias  por  las  mu- 
chas que  dispuso  el  cielo  en  el  discurso  de  esta  navegación,  así  con  los 
fieleí  como  con  los  infieles,  por  los  medios  y  modos  que  iremos  viendo, 
tomando  la  Majestad  divina  por  instrumento,  para  beneficio  de  tantas 
almas,  un  humilde  siervo  suyo,  cual  fué  el  P.  Fr.  Juan  de  Santiago,  y 
esto  en  ocasión  que  la  falta  de  salud  y  muy  recios  dolores  apenas  !e 
daban  treguas  para  cuidar  de  si,  verificándose'  en  él  lo  que  dijo  S.  Am- 
brosio en  caso  semejante :  Magnus  Dominus  qui  aliorum  mérito  ig- 
noscit  aliis  et  dum  aliis  probat,  aliis  relaxat  errata. 


(43)    Rom.,  11,  33. 


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MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


3.  — Detúvose,  pues,  el  navio  con  las  demás  embarcaciones  en  el 
puerto  de'  Pinda  más  de  un  mes  para  surtirse  de  agua  y  leña  ;  en  el  ín- 
terin ejercitó  nuestro  Señor  al  P.  Fr.  Juan  de  Santiago  con  muy  recios 
dolores,  y  tanto,  que  le  fué  preciso  solicitar  obediencia  del  Prefecto 
para  volverse  a  España  y  ver  si,  mudando  de  aires,  podía  recuperar  su 
salud.  Obtúvola  y  con  eso  se  embarcó  en  el  navio  y  se  hicieron  a  la 
vela  para  el  Calamar,  que  es  tierra  de  gentiles,  a  donde  el  capitán  car- 
gó de'  negros  para  llevarlos  a  Cartagena  de  las  Indias  y  sacar  el  coste 
de  la  conducción  de  los  misioneros,  según  el  asiento  que  había  hecho. 
Vióse  luego  una  especialisima  providencia  en  que  fuese  con  esta  arma- 
da el  P.  Fr.  Juan  de  Santiago  para  que  pudiese  asistir  en  el  último 
trance  de  la  vida  a  muchos  marineros  que,  a  no  ir  él  allí,  hubieran 
muerto  sin  los  Santos  Sacramentos  y  con  el  desconsuelo  que  se  puede 
considerar  (44). 

4.  — Padecieron  inmensos  trabajos  en  toda  la  costa  del  Calamar  y 
no  menores  peligros  de  anegarse  por  haber  en  aquellos  parajes  muchos 
bajíos  y  por  ser  muy  frecuentes  las  tempestades  que  It's  combatían  cer- 
ca de  tierra,  a  cuya  vista  dieron  fondo  y  estuvieron  cerca  de  ocho  me- 
ses. Apenas  se  hubieron  embarcado,  cuando  en  término  de  cuatro  días 
se  llevó  nuestro  Señor  para  si  al  capellán  del  navio,  que  era  un  religio- 
so agustino  irlandés,  muy  virtuoso  y  ejemplar,  el  cual  con  celo  de  pa- 
sar a  Irlanda  a  la  conversión  de  sus  naturales,  se  acomodó  por  capellán 
del  navio,  pareciéndole  que  a  la  vuelta  podría  lograr  sus  buenos  de 
seos.  Pero  el  Señor  le  destinó  para  otra  parte  y  le  sacó  de  esta  vida 
para  darle  e}  premio  de  sus  trabajos  y  que  hiciese  la  guía  a  otros  mu- 
chos que  murieron  en  este  viaje,  cuya  muerte  era  tan  acelerada,  que 
nadie  se  daba  por  seguro  y  todos  esperaban  el  último  golpe  por  ins- 
tantes. 

5.  — Pero  aunque  el  P.  Fr.  Juan,  según  lo  natural,  parecía  sería  el 
primero  que  estrenase  los  filos  de  la  parca  por  sus  muchos  achaques, 
la  Majestad  divina,  atenta  siempre  al  común  bien  de  las  almas,  le  con- 
servó la  vida  y  dió  suficientes  fuerzas  para  que,  en  conflicto  tan  común, 
pudiese  atender  a  todos  y  socorrerlos  en  su  mayor  necesidad,  adminis- 
trándoles los  Santos  Sacramentos  y  disponiéndolos  para  aquel  último 
trance  en  que  se  aventura  una  eternidad  de  gloria  o  de  pena  eterna. 

i 

(44)  Todo  cuanto  aquí  refiere  el  P.  Anguiano  sobre  lo  que  le  sucedió  al  P.  San- 
tiago durante  la  travesía,  lo  ha  tomado,  lesumíéndolo,  de  lo  que  el  propio  P.  í^an- 
tiago  nos  refiere  en  su  interesante  relación  (pp.  176-186), 

i 

Jl 

t 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


179 


6.  — Asimismo  administró  los  Santos  Sacramentos  a  algunos  negros 
que  se  rescataron  en  Pinda,  valiéndose  para  ello  de  su  lengua,  en  que' 
estaba  bastantemente  diestro,  los  cuales  murieron  de  la  común  epide- 
mia y  con  señales  de  verdadera  contrición.  Bautizó  también  dentro  del 
navio  más  de  doscientos  negrillos  que  compró  el  capitán  de  los  genti- 
les del  Calamar,  de  los  cuales  murieron  los  más  poco  después  del  bau- 
tismo. Convirtió  un  negro,  hereje  calvinista  y  muy  ladino,  que  se  co- 
gió con  dos  navios  de  holandeses  cerca  de  la  isla  del  Príncipe,  el  cual 
desde  niño  se  había  criado  en  Amsterdam  en  casa  de  unos  calvinistas 
y  después  les  sirvió  de  intérprete  para  negociar  con  los  negros  de  aque- 
llas costas.  Enfermó  e'ste  negro,  como  los  demás,  y,  viéndole  tan  de 
peligro  el  P.  Fr.  Juan,  se  dedicó  a  predicarle  y  con  la  divina  gracia 
y  sus  santas  exhortaciones  vino  a  conquistar  su  tenacidad,  de  suerte 
que  abrazó  nuestra  santa  fe  católica  y  abjuró  públicamente  la  herejía 
en  presencia  de  los  ingleses  del  navio.  Confesóse  luego  y  recibió  los 
demás  Sacramentos  con  grande  arrepentimiento,  y  con  esta  prepara- 
ción y  la  de  muchos  actos  fervorosísimos  de  todas  virtudes,  acabó  su 
vida  dentro  de  pocas  horas,  dejando  muy  edificados  a  los  católicos  y 
bien  confusos  a  los  herejes. 

7.  — Habita  la  tierra  del  Calamar  una  gente  sumamente  bárbara  ;  to- 
dos andan  desnudos  de  pies  a  cabeza,  excepto  lo  que'  pide  la  decencia, 
y  a  todos  los  trae  el  demonio  embaucados  con  mil  suertes  de  errores 
y  supersticiones.  Cuando  a  alguno  se  le  quiebra  alguna  holla,  cántaro, 
plato  o  escudilla  o  cosa  semejante,  toma  un  pedazo  de  la  tal  alhaja  y, 
atándola  a  la  rama  de  un  árbol,  la  adora  por  su  Dios  y  le  ofrece  sacri- 
ficios de  algún  pedazo  de  cabra,  vino  o  de  cosas  semejantes,  en  gratifi- 
cación del  tiempo  que  le  sirvió.  Y  para  estos  sacrificios,  si  se  persua- 
den que'  aquel  su  ídolo  ha  comido  algo  de  las  ofrendas,  que  de  ordina- 
rio o  lo  hacen  otros  negros  o  se  lo  comen  pájaros  o  aves  de  rapiña, 
hacen  convite  general  a  todos  los  parientes  y  amigos,  y  tomando  fle- 
chas y  tambores  y  bien  que  beber,  celebran  e'l  buen  suceso,  y,  para 
más  solemnidad,  se  pintan  todo  el  cuerpo,  que  es  su  única  gala,  con 
cierto  betún  colorado. 

8.  — A  los  tales  idolillos  les  llaman  Jesús  pequeño,  palabras  que  han 
oído  y  tomado,  aunque  supersticiosamente,  de  algunos  cristianos  de 
Europa,  de  los  que  van  a  comerciar  negros  a  aquellas  costas.  Con  la 
misma  barbaridad  llaman  Jesús  grande  a  una  imagen  de  nuestro  Padre 
San  Antonio  de  Padua,  que  tenían  colocada  en  una  casilla,  que  por  ven- 


i8o 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  Al-RICA 


tura  la  cogieron  en  algún  navio  de  los  que  suelen  perecer  a  la  entrada 
del  rio. 

í). — De  estos  errores  y  barbaridades  encontró  mucho  el  P.  Fr.  Juan 
en  las  ocasiones  que  saltó  en  tierra  en  las  riberas  del  Calamar  y,  entre' 
otras  notables,  encontró  la  siguiente.  Reparó,  pues,  que  una  negra,  muy 
vieja  y  consumida,  llevaba  al  cuello  una  argolla  de  hierro,  que  pesaba 
más  de  catorce  libras,  que  es  el  rescate  que  daban  por  cada  negro,  y, 
preguntándola  que  a  qué  propósito  traía  aquella  argolla,  respondió  que 
para  que  la  sirviese  de'  rescate  en  la  otra  vida  ;  que  para  eso  la  traía 
desde  muchos  años  antes  y  la  había  de  llevar  hasta  su  muerte  sin  qui- 
társela de  noche  ni  de  día.  Admiróse  el  buen  religioso  y  le  causó  gran- 
de dolor  ver  que  hubiese  quien  sirviese  al  demonio  con  tan  dura  peni- 
tencia y  que  tendrá  por  premio  un  penar  eterno  ;  hizo  lo  posible  para 
desengañarla  y  reducirla  a  la  fe,  mas  no  tuvo  remedio. 

10.  — Otros  mártires  del  demonio,  casi  de  la  misma  calidad,  encon- 
tró dicho  Padre  en  la  tierra  Alba,  que  llaman  de  los  Embois,  poco  dis- 
tante del  río  del  Calamar,  donde  se  retiró  el  navio  para  hacer  aguada 
y  socorrerse  de  leña.  Vió  muchos  negros  que  llegaban  a  bordo  del  na- 
vio a  vender  pescado,  huevos  y  otros  mantenimientos,  todos  los  cualles 
estaban  circuncidados  y  llevaban  diferentes  invenciones  ridiculas.  Unos 
tenían  agujereadas  las  narices  y  atravesadas  en  ellas  unas  varitas  del- 
gadas del  tamaño  de  un  palmo,  sin  tener  en  ello  otra  conveniencia  que 
el  dolor  que  les  causaba  y  hacer  aquel  alarde. 

11.  — Otros  tenían  limados  los  dientes  y  tan  agudos  como  los  pe- 
rros. Otros  traian  formada  en  las  carnes  una  como  banda  de  cicatrices 
gruesas  y  relevadas  que  les  cogía  los  hombros,  los  pechos  y  las  espal- 
das. De  esta  misma  gala  iban  adornadas  las  mujeres,  pero  con  la  dife- 
rencia de  ser  las  sajaduras  muy  menudas  y  en  todo  el  cuerpo,  forman- 
do con  ellas  diferentes  labores.  Del  pelo,  que  lo  tienen  muy  crecido, 
hacen  otros  mil  labores  muy  extraordinarios,  y  con  estos  usos  y  trajes 
mezclan  mil  torpezas  indignas  de  pronunciarse.  De  todo  lo  cual  se  vale 
el  demonio  para  su  ruina  y  perdición,  y  con  estos  desatinos  los  tiene 
tan  ciegos,  que'  andan  como  enajenados  y  fuera  de  si.  t 

12.  — Pero  volviendo  a  nuestros  navegantes,  y  cesando  en  la  digre- 
sión incidente,  estuvieron,  según  se  ha  dicho,  ocupados  ocho  meses  en 
el  rescate  de'  los  esclavos,  y  aunque  necesitaban  de  más  tiempo  para 
cargar,  la  falta  de  víveres  obligó  al  capitán  a  hacerse  a  la  vela,  sin  em- 
bargo de  estar  rota  la  nao  y  tan  mal  parada,  que,  para  sacar  el  agua 


i 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


que  hacia,  era  necesario  darles  de  noche  y  de'  día  a  dos  bombas  de  rue- 
da. Con  este  riesgo  tan  manifiesto  se  aventuró  el  capitán  a  pasar  un 
golfo  de  más  de  mil  y  ochocientas  leguas  para  ir  a  Cartagena  de  las 
Indias,  fiado  únicamente'  en  la  Providencia  divina  y  en  que,  si  no  toma- 
ba esa  resolución,  al  parecer  de  muchos  temeraria,  era  forzoso  quedar- 
se todos  en  aquella  tierra  de  gentiles  hasta  perecer  de  hambre  y  ser 
pasto  de  aquellos  bárbaros,  los  cuales  comúnmente  se  sustentan  de 
carne  humana. 

13.  — Continuaron,  pues,  su  viaje,  y  como  Dios  nuestro  Señor  había 
tomado  en  él  al  P.  Fr.  Juan  de  Santiago  por  instrumento  para  el  re- 
medio espiritual  y  salvación  de  muchas  almas,  dispuso  su  providencia 
que  cerca  de  la  línea  descubrieron  la  isla  de  Añobón,  vecina  de  la  de 
Santo  Tomé,  y  que,  por  ir  tan  faltos  de  mantenimientos,  arribasen  a 
ella  para  tomar  algún  refresco.  Dieron  fondo  el  día  de  la  Purificación 
de  Nuestra  Señora,  y  pareciéndole  a  dicho  Padre  que  no  dejaría  de  ha- 
ber que  purificar  en  las  conciencias  de  aque'llos  isleños,  por  ser  paraje 
remoto,  guiado  de  impulso  particular,  se  resolvió  a  saltar  en  tierra  para 
ayudarlos  en  lo  que  pudiese. 

14.  — Conoció  luego  la  gran  necesidad  espiritual  que  tenían,  pues, 
apenas  puso  los  pies  en  tierra,  cuando  salió  la  gente  a  recibirle  y  se 
pusieron  todos  de  rodillas,  pidiéndole  la  bendición  y  que  les  diese  a 
adorar  el  Santo  Crucifijo  que  llevaba  en  el  pecho.  Todos  los  de  la  isla 
son  negros  y  todos  hablan  portugués ;  con  eso,  y  no  pasar  de  quinien- 
tas las  personas  que  residían  en  ella,  por  ser  pequeña  y  de  solas  cinco 
kguas  de  ámbito,  y  la  propiedad  y  vecinos  de  un  fidalgo  de  Lisboa, 
cuyos  esclavos  eran  todos,  se  alentó  el  P.  Fr.  Juan  a  hacerles  algunas 
pláticas  y  a  confesarlos  a  todos,  para  cuyo  efecto  dedicó  dos  días,  que 
era  cuanto  podía  hacer  mientras  la  gente  del  navio  se  refrescaba  para 
proseguir  el  viaje. 

15.  — Llevaron  después  al  Padre  a  casa  del  Gobernador  que'  era  un 
portugués,  y  él  le  recibió  con  toda  urbanidad,  celebrando  su  llegada 
no  con  menor  júbilo  que  los  negros  ;  díjole  cómo  todos  eran  cristia- 
nos, pero,  tan  depauperados  de  socorro  espiritual,  que  habia  años  que 
carecían  de  sacerdote  y  de  quien  les  pudiese  enseñar  la  doctrina  cris- 
tiana, y  que  lo  peor  del  caso  era  que'  vivían  sin  esperanza  de  remedio 
desde  que  los  holandeses  se  habían  apoderado  de  la  isla  de  Santo  To- 
mé. Enternecióse  el  buen  religioso  oyendo  estas  cosas  y,  acordándose 
de  la  sobra  que  hay  de  ministros  evangélicos  en  Portugal,  se  admiró 


l82 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


mucho  de  que  el  dueño  de  la  isla  no  hubiese  buscado  alguno  para  ella, 
pues  era  posesión  suya  y  la  disfrutaba  cada  año. 

16.  — Por  otra  parte  s€  alegró  mucho  de  que  Dios  le  hubiese  condu- 
cido allí  para  su  remedio.  Comenzó  su  misión  y  ea  las  pláticas  les  ex- 
hortó a  dejar  los  vicios  y  especialmente  los  amancebamientos,  que  es 
el  común  despeñadero  de  aquellas  naciones  ;  mandóles  se  preparasen 
para  hacer  cada  uno  confesión  general  y  para  la  Sagrada  Comunión, 
y  que,  pues  Dios  les  enviaba  tan  buena  ocasión,  procurasen  lograrla 
y  vivir  de  allí  adelante  con  santo  temor  suyo  ;  que  no  se  excusase  na- 
die de  llegar  a  sus  pies,  pues  a  todas  horas,  de  día  y  de  noche,  le  ha- 
llarían en  la  iglesia  para  oírlos  de  penitencia  y  doctrinarlos,  lo  cual  cum- 
plió, tomando  muy  pocas  horas  para  el  reposo  de  su  persona  y  muchos 
achaques. 

17.  — Confesaron  y  comulgaron  todos  con  señales  de  grande  arre- 
pentimiento de  sus  culpas  y  después  bautizó  los  párvulos,  que  eran  más 
de  doscientos,  y  sucesivamente  casó  a  todos  los  que  vivían  amanceba- 
dos y  eran  capaces  de  contraer  matrimonio,  que  en  todos  fueron  seten- 
ta. Hízoles  una  fervorosa  plática  al  tiempo  de  despedirse,  exhortándo- 
los a  la  perseverancia  en  el  bien.  Sintieron  mucho  su  partida  y  la  solem- 
nizaron con  hartas  lágrimas  por  ver  cuán  poco  les  había  durado  aque- 
lla dicha.  Acompañóles  en  ellas  el  buen  Padre,  considerando  la  orfan- 
dad de  tantas  almas  redimidas  con  la  preciosa  sangre  de  Jesucristo. 
Socorriéronle  para  el  viaje  liberalmente  con  lo  que  pudieron  de  su  cor- 
tedad de  frutos  :  diéronle  cincuenta  gallinas  y  otras  cosas  comestibles 
y  a  propósito  para  los  enfermos,  con  las  cuales  se  remediaron  los  en- 
fermos del  navio,  manifestándose  aun  en  esto  la  paternal  providencia 
de  Dios  y  el  cuidado  que  tiene  de  los  suyos  en  todas  partes.  Con  e'l  in- 
forme que  hizo  después  a  la  Sacra  Congregación  se  proveyó  de  Capu- 
chinos para  que  cuidasen  de  la  gente  de  esta  isla,  como  hasta  hoy  lo 
hacen  (45). 

IS. — Desde  esta  isla  fueron  atravesando  el  golfo  referido  y  llegaron 
a  dar  vista  a  Cartagena,  aunque  con  pérdida  de  nueva  gente  que  pe- 
reció en  la  epidemia  que  padecieron  desde  el  principio,  pues,  entre  blan- 
cos y  negros,  pasaron  de  más  de  quinientos :  los  cincuenta  blancos  y 


'401  La  relación  tantas  veces  citada  del  P.  Juan  de  Santiago  no  es  sino  una  re- 
copilación «de  una  relación  muy  dilatada  que  el  P.  Fr.  Buenaventura  de  Alessano  me 
mandó  remitir  a  la  Sacra  Congregación  de  Fide  Propaganda»  (Ms.  c,  p.  3,  dedica 
toria).  Dicho  informe  lato  enviado  a  la  Congregación  no  se  ha  logrado  encontrar. 


La  misión  del  congo 


183 


los  demás  negros.  Procuraron  tomar  el  puerto  de  Cartagena,  mas  no 
fué  posible  a  causa  de  una  recísima  tormenta  que  se  levantó  y  duró  más 
de  veinticuatro  horas  ;  con  eso  enderezaron  la  proa  para  Puertovelo, 
que  dista  de  Cartagena  ochenta  leguas.  Luego,  al  querer  entrar  la  nao 
en  el  puerto,  acertó  a  pasar  la  capitana  de  la  escuadra  de  Cartagena  y, 
sabiendo  de  los  que  iban  en  ella,  cómo  se  hallaban  allí  los  galeones  de 
España,  dispuso  el  P.  Fr.  Juan  el  pasarse  a  la  capitana  y  con  eso  dejó 
su  navio  en  Puertovelo  y  él  pasó  a  Cartagena. 

19.  — En  esta  ciudad,  siempre  devotísima  de  la  Orden,  encontró  mu- 
chas personas  de  todos  estados,  que  a  porfía  solicitaban  el  llevarle  a 
sus  casas  para  curarle  y  regalarle.  En  el  ínterin  que  se  despachaban 
los  galeones  se  repuso  algo  de  las  fatigas  de  su  navegación  y  le  llegó 
el  aviso  de  cómo  el  navio  inglés,  en  que  padeció  por  Dios  tantos  tra- 
bajos y  ejercitó  tantas  obras  de  piedad,  luego  que  entró  en  el  puerto 
y  dió  fondo,  se  fué  a  pique  sin  poderlo  remediar,  aunque  sin  pérdida 
de  persona  alguna.  Donde  se  descubre  otra  nueva  maravilla  con  que  se 
esmaltan  las  demás  y  se  nos  manifiesta  le  conservó  Dios  con  singularí- 
sima providencia  hasta  llegar  al  puerto  su  fidelísimo  siervo  y  gran  ce- 
lador de  su  honra  y  gloria  y  de  la  salvación  de  sus  prójimos  (46). 

20.  — Calificase  esto  mismo  con  lo  que  acaeció  a  Jas  demás  embar- 
caciones, pues  en  el  discurso  del  viaje  para  Cartagena,  que  duró  un 
año,  se  fué  a  fondo  la  fragata  y  el  pingüe  que  cogieron  a  los  holande- 
ses. El  mismo  francés  que  apresaron  cerca  de  las  Canarias  se  quemó 
y  también  otra  fragata  ;  la  saetía  se  llegó  a  maltratar  de  tal  suerte,  que 
la  dejaron  por  irjútil.  Con  que  se  vino  a  deshacer  como  humo  toda  aque- 
lla escuadra  y  seit^perdíó  cuanto  habían  gastado  sus  dueños  en  aprestar- 
la ;  pero  por  otro\  camino  les  proveyó  Dios  de  remedio  y  conveniencias 
suficientes,  reserváindoles  el  premio  principal  del  buen  celo  y  caridad 
con  que  llevaron  a  los  misioneros,  para  la  otra  vida,  como  se  debe  es- 
perar de  su  infinita  bondad,  pues  es  máxima  especial  de  su  divina  pro- 
videncia premiar  en  esta  vida  un  trabajo  grande  con  otros  mayores, 
para  que  de  esa  suerte  se  aumente  el  mérito  y  crezca  el  premio. 


(46)  El  P.  Santiago  salió  de  Pinda  el  13  de  abril  de  1648  y  llegó  a  Cartagena  de 
Indias  el  16  de  abril  de  1649 ;  allí  se  encontró  con  varios  religiosos  capuchinos,  unos 
de  la  Provincia  de  Andalucía  y  otros  de  la  de  Castilla,  los  cuales  habían  llegado  ha- 
cia poco  tiempo,  después  de  dejar  la  misión  de  Guinea,  que  se  les  había  encomen- 
dado en  1646,  por  no  haber  querido  los  de  aquellos  reinos  admitir  la  misión.  Cuatro 
de  ellos  se  embarcaron  con  el  P.  Santiago,  llegando  a  España  en  septiembre  de  1649 
(Cfr.  Ms.  del  P.  Santiago,  p.  183  ss.). 


1^4 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  AFRICA 


21. — Ultimamente,  el  año  de  1649,  pasó  a  España  en  los  galeones 
el  P.  Fr.  Juan  de  Santiago,  adonde  vivió  después  algunos  años,  ejer- 
citado de  sus  muchos  achaques,  contraídos  en  servicio  de  Dios  y  en 
la  conversión  de  las  almas.  Fué  hombre  de  admirable  espíritu,  y  con 
su  doctrina  y  ejemplo  encaminó  a  muchos  a  la  perfección  evangélica  ; 
alcanzó  muy  alto  grado  de  contemplación  y  era  casi  continuo  en  esta 
enseñanza.  Escribió  varios  tratados  espirituales  en  lengua  castellana, 
de  los  cuales  sólo  se'  ha  impreso  el  Arte  de  bien  morir.  También  escri- 
bió la  relación  de  su  viaje  al  Congo  y  los  rudimentos  de  la  doctrina 
cristiana  y  gramática  en  lengua  conguesa  para  la  educación  de  los  de 
Congo.  Vivió  siempre  como  abeja  solícita  de  la  casa  de  Dios,  juntando 
la  acción  a  la  contemplación  y  adelantándose  cada  día  en  perfección, 
hasta  que,  lleno  de  méritos  y  buenas  obras,  cerró  dichosamente  el  pa- 
réntesis de  su  vida  en  el  convento  de  Toledo,  dejando  a  la  posteridad 
suavísimos  olores,  la  fragancia  de  sus  virtudes,  con  que  hace  perdura- 
ble su  memoria  a  los  siglos  presentes  y  venideros  (4:7). 


(4o  Kl  P.  MARTIN  DE  TORRECILA,  O.  F,  M.  Cap.,  Apologema,  espejo  y 
excelencia  de  la  Seráfica  Religión  de  Menores  Capuchinos,  Madrid,  1701,  p.  169,  dice 
que  escribió  una  Relación  de  la  Misión  de  los  Capuchinos  al  Congo  y  de  los  frutos 
que  allí  se  hacían,  añadiendo  que  andaba  impresa  pero  que  no  había  llegado  a  sus 
manos.  Dicha  relación  no  es  otra  que  la  contenida  en  el  manuscrito  citado ;  pero 
creemos  no  llegó  a  imprimirse,  como  tampoco  los  rudimentos  de  la  doctrina  cristia- 
na y  gramática  en  lengua  conguesa,  de  que  aqui  nos  habla  el  P.  Anguiano.  En  cam- 
bio sí  se  publicó  la  otra  obra  por  él  mencionada  que  lleva  el  siguiente  título  :  Re- 
cuerdo de  dormidos.  Refugio  de  atribulados.  Socorro  de  agonizantes.  En  breve  ma- 
nual de  advertencias,  y  devotos  afectos.  Utilissimo.  Para  prevenir  en  vida  vna  acer- 
tada muer  te,  y  alentar  a  los  que  se  hallan  en  su  vltimo  trance.  Dedicado  A  la  Ex- 
celentissima  señora  Doña  María  de  Guadalupe,  Duquesa  de  Albeyro  y  de  Maqueda. 
Recopilado  por  el  Padre  Fray  Juan  de  Santiago,  Religioso  Capuchino  de  la  Pro- 
vincia de  Castilla.  En  Madrid.  Por  Melchor  Sánchez.  1672.  (15-288  folios;  110x75  mm.) 

Según  el  P.  Torrecilla  dicha  obra  se  imprimió  después  de  su  muerte. 


CAPITULO  XXI 


V 


Llega  la  respuesta  del  aviso  de  San  Salvador;  pártense 
para  aquella  corte  los  nuevos  misioneros;  pasan  grandes 
trabajos  en  el  viaje,  enferman  todos  y  mueren  algunos. 


1.  — En  el  capítulo  precedente  ponderamos,  por  la  materia  que  nos 
administró,  cuán  inefables  son  los  juicios  de  Dios  ;  en  el  presente  se 
nos  ofrecen  nuevos  motivos  para  conocer  y  admirar  cuán  investigables 
son  sus  caminos.  Salimos  de  una  tragedia  llena  de  varios  sucesos,  y  al 
primer  paso  nos  hallamos  en  otra  por  diferente  camino.  Dispusieron 
el  suyo  los  nuevos  misioneros,  pero,  no  obstante,  aunque,  como  dice 
el  Sabio :  Cor  hominu  disponii  viam  suam,  sed  Domini  est  disponere 
gressus  suos  (48). 

2.  — Repitieron  los  mensajeros  a  San  Salvador,  pero,  como  los  man- 
daba detener  el  conde,  según  dijimos,  primero  que  tuviesen  respuesta 
de  sus  cartas,  se  pasó  un  mes.  Después  que  partió  de  Pinda  el  navio 
inglés  y  las  demás  embarcaciones,  salió  el  conde  de  la  sospecha  que 
tenía  concebida  de  que  habían  ido  por  mandato  de'  nuestro  Rey  Católico 
a  dar  socorro  al  del  Congo  para  rendirle  a  él  y  a  su  gente  a  fuego  de 
armas.  Con  su  partida  se  sosegaron  todos  y  alzó  el  conde  el  mandato 
que  había  hecho  promulgar  de  que,  so  pena  de  la  vida  y  traidor  de  su 
persona  y  patria,  nadie  fuese  osado  salir  de  su  estado  ni  a  llevar  cartas 
de  los  Padres  a  San  Salvador  hasta  tener  nueva  orden. 

3.  — Llegó,  en  fin,  la  respuesta  que  esperaban  del  Prefecto  de  San 
Salvador,  y  ya  en  ese  tiempo  habían  enfermado  tres ;  acordaron  que  se 
quedasen  en  Soñó  otros  tres,  así  para  asistir  a  los  enfermos  como  para 
proseguir  el  cultivo  espiritual  de  aquel  condado.  Los  restantes  se  des- 


4Sj    Prov..  16,  9. 


188 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  AFRICA 


pidieron  del  conde  y  tomaron  el  viaje  para  San  Salvador  a  principio  de 
abril.  Comenzáronle  por  este  orden,  que  fué  salir  por  diferentes  cami- 
nos para  juntarse  en  cierta  población  que  está  fuera  del  condado.  En 
llegando  a  ella  dispuso  el  Viceprefecto  que  se  dividiesen  de  dos  en 
dos  con  las  cargas  para  mayor  seguridad  y  brevedad  ;  y  es  que  estos 
Padres,  sabiendo  la  dificultad  con  que  se  conducía  a  aquella  tierra  el 
vino  y  harina  para  las  misas  y  la  necesidad  que  tenían  los  de  San  Sal- 
vador de  uno  y  otro,  pues  no  habían  recibido  socorro  alguno  de  Euro- 
pa desde  que  pasaron  al  Congo,  procuraron  hacet  provisión  de  ambos 
géneros  y  de  otras  cosas  necesarias  en  Cádiz  y  en  Canarias  (49). 

4.  — Apenas,  pues,  salieron  de  Soñó  con  el  convoy  de  gente  que  les 
dió  el  conde  para  llevar  las  cargas,  cuando,  a  cosa  de  una  legua  de  ca- 
mino, las  dejaron  en  una  libata  pequeña  y  se  huyeron,  todos.  Con  eso 
les  fué  preciso  esperar  a  que  viniesen  otros  a  cargarlas,  los  cuales  hi- 
cieron lo  mismo  que  los  primeros.  Tienen  por  costumbre  los  negros  el 
no  pasar  de  la  primera  población  o  libata  que  encuetitran,  y  la  observan 
de  calidad  que,  si  hay  otra  más  cerca,  aunque  esté  algo  desviada  del 
camino,  rodean  y  se  van  a  ella  y  desde  allí  se  escapan,  y,  por  más  gritos 
que  les  den,  no  hay  forma  de  reducirlos.  Muchas  veces  sucede  estar  algo 
lejos  la  libata,  y  lo  que  suelen  hacer  en  tal  caso  es  dejar  las  cargas  en 
el  campo  cuando  mejor  les  parece. 

5.  — Con  estos  y  semejantes  accidentes  harto  penosos,  llegaron  di- 
chos Padres  a  la  población  determinada,  donde  se  juntaron  todos,  pero 
a  tiempo  que  ya  no  había  alguno  de  ellos  sano  por  haber  enfermado 
todos  con  la  fatiga  del  camino  y  falta  de  sustento  ;  que  como  los  ne- 
gros no  conocían  la  caridad,  no  hallaban  quien  les  diese  el  menor  soco- 
rro, y  muchas  veces  aun  agua  no  solían  tener  a  causa  de  no  saber  la 
tierra.  Entre  todos,  el  que  llegó  más  maltratado  y  aun  casi  muerto,  fué 
el  P.  Viceprefecto  ;  llevábanle  dos  ne'gros  en  una  red  del  país,  y  de  la 
misma  suerte  al  P.  Carlos  de  Génova,  su  compañero,  que  iba  tan  malo 
como  él  ;  con  que,  considerando  la  angustia  y  aflicción  en  que  todos  se 
hallaban,  resolvió  enviar  dos  de  ellos  a  San  Salvador  para  dar  aviso  y 
que  viniesen  por  ellos. 

6.  — Destinó  para  esta  jornada  al  P.  Fr.  José  de  Pernambuco  y  Fray 
Antonio  de  Teruel,  que,  aunque  enfermos  de  tercianas,  fué  preciso  que 
por  menos  fatigados  se  pusiesen  en  camino  lue'go  para  remedio  de  to- 


(49)  Marcharon  entonces  a  San  Salvador  los  PP.  Dionisio  de  Piacenza,  Carlos 
de  Taggia  (o  de  Génova),  Antonio  de  Teruel  y  José  de  Pernambuco. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


189 


dos.  Los  trabajos  que  padecieron  en  él  los  dos  caminantes  no  son  pon- 
derabks  ;  sola  la  paciencia  pudo  darles  algún  alivio  y  aliento  librado 
en  la  esperanza  del  premio  eterno.  Con  todo  eso,  la  providencia  del  Al- 
tísimo, que  siempre  lo  atiende  todo  y  nunca  envia  mayor  trabajo  del 
que  con  su  ayuda  se  pueda  soportar,  templó  de  tal  suerte  su  fatiga,  que 
pudiesen  alternativamente  socorrerse  el  uno  al  otro  :  de  forma  que  el 
día  que  el  uno  tenía  la  terciana,  el  otro  estaba  libre  de  ella,  y  de  esa 
suerte  se  fueron  sirviendo  y  ayudando  el  uno  al  otro  hasta  llegar  a  la 
corte. 

7.  — En  el  discurso  del  viaje  les  sucedió  llegar  a  la  libata  de  cierta 
señora,  hija  del  rey,  según  le  dijeron,  y,  habiendo  salido  el  P.  Fr.  An- 
tonio a  buscar  por  ella  algún  socorro,  halló  en  el  campo  algunas  matas 
de  pepinos,  cogió  media  docena  y,  viendo  ocupados  unos  negros  en  co- 
cer unas  hierbas,  se  los  dió  para  que  se  los  cociesen  con  ellas  ;  tanta 
fué  su  necesidad  y  falta  de  sustento.  Tomó  luego  sus  pepinos  y  se  fué 
a  la  choza  adonde  dejó  al  compañero  con  la  terciana  :  iba  muy  con- 
tento y  dando  gracias  a  Dios  por  haber  hallado  aquella  fruta,  aunque 
tan  poco  a  propósito  para  enfermos  :  y,  antes  de  llegar  a  la  choza,  le 
salió  al  camino  un  negro,  que  le  puso  en  la  mano  una  gallina  sin  ha- 
blarle palabra  ni  hacer  otra  acción  que  dejársela  y  escaparse,  al  cual 
jamás  volvió  a  ver. 

8.  — ^Tuvo  dicho  Padre  este  suceso  por  especial  favor  de  la  divina 
providencia  y  se  hace  más  notable  y  prodigioso  si  se  nota,  entre  otras, 
la  circunstancia  de  que  aquella  gente  no  suele  ofrecer  de  comer  a  quien 
no  conoce,  antes,  si  se  les  pide  algo,  responden  luego  diciendo  :  Paga-, 
mentó,  pagamento,  palabra  que'  han  aprendido  de  los  portugueses  que 
comercian  por  allá  ;  y  aun  era  necesario  darles  alguna  medalla  o  cruz 
de  Caravaca  cuando  se  les  ofrecía  a  los  Padres  haber  menester  alguna 
cosa  por  mínima  que  fuese. 

9.  — Con  este  socorro  tan  oportuno  se  remediaron  los  dos  enfermos 
aquel  día  y  el  siguiente  ;  después  les  fué  a  ver  la  señora  de  la  libata  y 
les  regaló  con  unas  cañas  dulces  de  que  abunda  aquel  territorio.  Supie- 
ron cómo  no  era  hija  del  rey,  sino  una  señora  de  gran  calidad,  la  cual, 
como  también  otras  personas  semejantes,  así  hombres  como  mujeres, 
acostumbran  llamarse  hijos  del  rey  por  señal  y  distintivo  de  su  gran 
nobleza.  Desde  esta  libata  pasaron  dichos  Padres  a  otra  y  en  ella  en- 
contraron alguna  gente  que  enviaba  el  rey  para  conducirlos  a  la  corte 
en  virtud  de  la  noticia  que  había  recibido  de  su  partida  de  Soñó. 


190 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


10.  — Con  este  encuentro  respiraron  los  Padres  y  tuvieron  algún  ali- 
vio por  ser  gente  segura  y  conocida,  y  así,  quedándose  con  ellos  un  fi- 
dalgo  principal,  que  sabía  bien  la  lengua  portuguesa,  los  demás  prosi- 
guieron el  viaje  hasta  la  libata  adonde  se  hallaban  los  compañeros  en- 
fermos ;  y,  como  era  fiel  la  guía,  pudieron  de  allí<  adelante  proseguir 
derechamente  los  dos  su  camino  y  llegar  brevetnente  a  San  Salvador. 
Entraron  de  noche  en  la  ciudad  por  obviar  el  ruido  de  la  gente,  mas  les 
aprovechó  poco  esta  diligencia,  pues  se  divulgó  luego  su  llegada  y  tan- 
to, que  apenas  habían  dado  noticia  al  Prefecto  del  trabajo  en  que  que- 
daban los  compañeros,  cuando  llegó  el  rey  a  visitarlos.  Abrazólos, 
puesto  de  rodillas,  tres  veces  y  otras  tantas  les  besó  el  hábito  como 
acostumbraba  con  todos,  mostrándoseles  muy  afable  y  devoto. 

11.  — En  el  convento  se  les  procuró  asistir  a  los  enfermos  con  la  ca- 
ridad posible  y  se  le  encargó  su  asistencia  a  Fr.  Jerónimo  de  La  Pue- 
bla, que'  había  sido  enfermero  muchos  años  en  el  convento  de  Zarago- 
za de  Aragón  y  tenía  larga  experiencia  en  la  curación  de  los  enfermos  : 
pero,  no  obstante,  las  enfermedades  se  les  agravaron  de  suerte  que'  fué 
necesario  darles  de  allíi  a  pocos  días  los  Santos  Sacramentos.  En  el  ín- 
terin fueron  llegando  los  de'más  enfermos  que  quedaron  en  el  camino, 
los  cuales  dieron  la  noticia  de  cómo  el  día  siguiente,  después  de  la  par- 
tida de  los  primeros,  fué  nuestro  Señor  servido  de  llevarse  para  sí  al 
Padre  Viceprefecto  Fr.  Dionisio  de  Piacenza,  y  también  de  allí  a  seis 
días  a  su  compañero  Fr.  Carlos  de  Génova  ;  de  uno  y  otro  es  debido 
hacer  conmemoración  por  sus  virtudes  y  vida  ejemplar,  bien  que  con 
la  brevedad  que  hemos  observado  hasta  aquí  con  otros  siervos  de  Dios, 
que  murieron  con  aprobación  de  varones  santos. 

12— Vida  y  virtudes  del  P.  Fr.  Dionisio  de  Piacen-a .—Be]  Pach-e 
Fray  Dionisio  de  Piacenza,  a  quien  la  Sacra  Congregación  nombró  por 
Viceprefecto  para  llevar  esta  nueva  misión,  hablan  las  relaciones  con 
especial  ve'neración  y  devoto  encarecimiento  de  sus  excelentes  virtudes  ; 
entre  ellas  ponderan  singularmente  su  caridad  y  el  abrasado  celo  ([ue 
ardía  en  su  pecho  de  la  conversión  de  los  infieles.  Dondequiera  que 
se  hablaba  de  esta  materia,  se  encendía  de  suerte  y  con  tales  ansias, 
que  prorrumpía  luego  en  copiosas  y  devotas  lágrimas  por  la  pena  que 
le  causaba  el  que  hubiese  en  el  mundo  quien  dejara  de  conocer,  amar 
y  servir  a  Dios.  Este  celo  santo  le  motivó  a  salir  de  la  quietud  de  su 
celda  y  a  exponerse  a  los  riesgos  continuos  de  la  vida,  y  con  licencia 
de  los  Superiores  se  alistó  en  la  misión  de  Túnez,  a  donde  perseveró 
algunos  años,  hasta  que  la  Sacra  Congregación  le  enyió  al  Congo.  Era 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


191 


predicador  excelente  y  de  prendas  tan  sobresalientes  para  el  gobierno, 
que  la  Religión  le  ocupó  en  los  puestos  que  en  otra  parte  dijimos.  Re- 
cibió los  Santos  Sacramentos  y  al  cabo  pasó  de  esta  vida  empleado  en 
su  antigua  vocación,  como  lo  deseó  siempre  (50). 

13.  — Vida  y  virtudes  del  P.  Fr.  Carlos  de  Genova. — Siguióle  luego  el 
Padre  Fr.  Carlos  de  Génova,  varón  no  menos  ejemplar,  el  cual  asi- 
mismo había  gastado  muchos  años  en  la  misión  de  la  i.sla  llamada  Ta- 
barca,  vecina  de  Africa,  cuya  posesión  es  de'  la  ilustre  familia  de  los 
Lomaliros  de  Génova  (51).  De  esta  misión  acabó  de  llegar  a  tiempo 
que  se  disponía  la  del  Congo,  y  por  su  virtud  y  vida  ejemplar  fué  alis- 
tado en  ella,  siendo  ya  de  edad  muy  mayor.  Era  hombre  de  generoso 
espíritu  y  de  ánimo  infatigable  ;  ardía  continuamente  en  amor  de  Dios 
y  en  deseos  de  la  salvación  de  los  prójimos.  Al  cabo  le  llegaron  a  pos- 
trar las  fuerzas  sus  muchos  trabajos,  pero  no  a  su  espíritu,  y  así  murió 
haciendo  devotísimos  actos  de  todas  virtudes  y  alentando  a  los  compa- 
ñeros a  emprender  cosas  grandes  en  servicio  de  Dios.  Fué  sepultado 
con  el  Viceprefecto,  su  compañero  antiguo,  y  en  ese  día  se  vió  ocupar 
ambos  una  misma  sepultura  para  que,  aun  después  de  muertos,  no  se 
separasen  los  que  habían  vivido  unidos  en  caridad  muy  estrecha  en  el 
discurso  de  su  vida  religiosa. 

14.  — Las  enfermedades  de  los  demás  se  fueron  continuando  y  dura- 
ron más  de  un  mes  ;  en  ese  ínterin  fueron  llamados  a  San  Salvador  los 
Padres  que  quedaron  en  Soñó,  aun  no  bien  convalecidos.  Estos  y  los 
demás  se  fueron  reforzando  con  la  buena  asistencia,  porque,  aunque  el 
regalo  era  poco,  por  la  pobreza  de  la  tierra  y  no  haber  colchones  sino 
unas  pobres  esteras,  ni  pan,  vino,  carnero  ni  otros  manjares  de  Euro- 
pa y  mucho  menos  médicos  y  boticas,  dulces  y  frutas,  excepto  algunos 
nicefos  o  plátanos,  con  todo  eso  tuvieron  algunas  gallinas  y  huevos  y 
algo  de  carne  de  puerco  y  cabra,  con  que  hacerles  el  puchero  y  las  sus- 
tancias. 

Este  fué  el  primer  trabajo  con  que  Dios  comenzó  a  ensayar  a  sus 
siervos  para  que  no  extrañasen  los  muchos  que  en  adelante  habían  de 
padecer,  los  cuales  fueron  tantos  y  tales,  que,  asíl  como  la  casa  de  Job 
fué  combatida  de  los  vietitos  por  las  cuatro  esquinas  y  no  hubo  cosa 


(50)  El  P.  Dionisio  de  Piacenza,  designado  Vice-Prefecto  de  la  Misión,  falleció 
en  el  mes  de  mayo  de  1648  y  dos  dias  después  el  P.  Carlos  de  Taggia  o  de  Génova. 

(51)  Esta  isla  de  Tabarca  pertenecía  en  realidad  de  verdad  a  la  misión  de  Túnez, 
encomendada  a  los  Capuchinos  en  1624  (Cfr.  CLEMENS  A  TERZORIO,  O.  F.  M. 
Cap.,  Manuale  hisioricum  Missionum  Ord.  FF.  Min.  Capuccinontm,  Tsola  del  L.iri, 
1926,  pp.  230  ss.). 


192 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  Al-RICA 


que  no  moviese  el  demonio  contra  su  persona  para  consternar  su  pa- 
ciencia en  virtud  de  la  permisión  divina  que  la  expuso  a  ese  examen 
para  mayor  exaltación  suya  y  gloria  de  su  Majestad,  así  también  no 
hubo  trabajo  que  no  padeciesen,  ni  piedra  que  dejase  de  mover  contra 
esta  misión  Satanás  y  sus  secuaces  ;  pero  al  fin  venció  Dios,  y  la  ver- 
dad triunfó  de  la  mentira  y  todo  redundó  en  mayor  crédito  y  estima- 
ción de  los  seráficos  obreros.  No  podía  suceder  otra  cosa,  haciendo 
como  hacían  la  causa  de'  Dios  a  tanta  costa,  pues :  Scimus  autcm  quo- 
niam  diligentibus  Deum,  omnia  cooperantur  in  bonum  (52). 

15. — En  habiendo  convalecido  todos,  fueron  de  comunidad  a  besar 
la  mano  al  rey  ;  recibiólos  con  la  estimación  y  reverencia  que  varias 
veces  hemos  dicho.  Después  les  mandó  sentar  y  discurrió  un  rato  con 
ellos  sobre  varias  materias  ;  díjoles,  por  último,  el  Prefecto  que  allí'  los 
tenía  S.  M.  a  todos,  dispuestos  ya  para  salir  por  el  reino  y  sus  provin- 
cias a  las  misiones  y  que  sólo  esperaban  su  beneplácito.  Agradeció  mu- 
cho esta  atención  y  no  sin  lágrimas  :  que  no  sabía  con  qué  recompen- 
sar a  la  Religión  aquel  favor  que  le  hacía  y  a  todos  sus  vasallos,  y  es- 
pecialmente al  Papa,  por  la  solicitud  con  que  miraba  por  las  ovejas  de 
su  reino  con  amor  tan  de  padre  ;  añadió  más,  y  dijo  que  acabasen  de 
convalecer  bien  y  que  después  tratarí'a  con  él  el  punto  y  determinarían 
lo  que  se  debía  hacer  (53). 


(52)  Rom.,  8,  28.  ' 

(53)  Los  PP.  Teruel  y  Pernambuco  y  más  larde  el  P.  Jerónimo  de  Montesar- 
chio,  Antonio  de  Monteprandone  y  Gabriel  de  Valencia  fueron  destinados  a  San  Sal- 
vador donde  se  había  establecido  una  a  modo  de  academia,  bajo  la  dirección  de  Robo- 
redo,  con  el  fin  de  que  los  misioneros  se  impusiesen  en  la  lengua  del  pais  (Cfr.  PA- 
DRE HILDEBRAND,  o.  c,  p.  261,  y  nuestro  estudio  Los  Capuchinos  españoles  en 
el  Congo  y  el  primer  diccionario  congolés,  en  Missionalia  Hispánica,  II  (1945),  p.  214). 


CAPITULO  XXII 


13 


Júntansc  todos  los  misioneros  para  repartirse  por  las 
provincias  del  reino;  háceles  una  breve  exhortación  el 
Prefecto,  alentándoles  a  los  trabajos;  destina  los  que  han 
de  ir  fuera  de  la  corte  y  manda  el  rey  que  lleven  una 
carta  suya  para  que  en  todas  partes  los  admitan  y  asistan 

con  lo  necesario. 


1.  — Hallándose  ya  buenos  los  religiosos  de  su  última  enfermedad  y 
todos  con  vivas  ansias  de  comenzar  a  ejercitar  sus  fervorosos  deseos  en 
beneficio  de  las  almas,  se  trató  luego  de  que  se  repartiesen  por  las  pro- 
vincias principales  del  reino  para  darle  a  un  mismo  tiempo  la  labor  y 
cultura  evangélica  que'  necesitaba  y  a  que  iban  destinados.  Juntáronse, 
pues,  para  este  efecto  un  día  en  la  iglesia  y,  después  de  larga  oración, 
en  que  suplicaron  a  nuestro  Señor  les  encaminase  por  donde  fuese  más 
de  su  agrado  y  utilidad  de'  las  almas,  se  sometieron  todos  con  humil- 
dad y  resignación  a  la  disposición  del  Prefecto  para  que  hiciese  el  re- 
partimiento según  y  como  le  pareciese  convenía. 

2.  — Viendo  su  fervor  y  rendimiento,  les  significó  cuán  edificado  se 
hallaba  y  aun  confuso,  pues,  habiéndole  Dios  asignado  por  su  cabeza 
y  superior,  reconocía  serles  muy  inferior  en  el  espíritu  y  virtudes  ;  mas 
que  ñaba  mucho  de  su  Majestad  santísima  que,  por  medio  de'  sus  ora- 
ciones y  consejo,  le  daría  luz  para  el  mejor  acierto  en  su  gobierno.  Des- 
de aquí  prosiguió  diciendo :  «Ya,  Padres  y  Hermanos  amantísimos,  sa- 
béis el  orden  que  tenemos  del  Sumo  Pontífice  y  de  la  Sacra  Congrega 
ción :  la  confianza  que  ha  hecho  de  nosotros  como  de  verdaderos  hijos 
de  la  santa  Iglesia  romana,  y  la  obligación  que  nos  corre  de  trabajar 
fielmente  en  la  viña  evangélica,  así  para  no  degenerar  del  honroso  tí- 
ulo  de  hijos  legítimos  de  tal  madre,  como  para  satisfacer  debidamente 


196 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


a  la  vocación  especial  del  Espíritu  Santo  que  nos  ha  destinado  para  el 
más  alto  y  excelente  ministerio  de  cuantos  ejercitan  los  hombres  en  la 
tierra. 

3. — «Por  tanto,  una  y  repetidas  veces  digo  con  el  Vaso  de  elección, 
no  como  prelado  que  manda  con  imperio  y  soberanía,  sí  como  carísimo 
hermano  y  el  más  inferior  de  todos :  Frati*es,  iñdete  vocationem  ves- 
tram ;  no  os  olvidéh  de  vuestra  vocación  (54) ;  tenadla  siempre  delante 
de  los  ojos  del  alma  e  insistid  en  cumplir  con  ella,  pues,  si  así  lo  hi- 
ciereis, como  lo  espero,  lograréis  el  fruto  de  vuestros  trabajos  y  alcan- 
zaréis la  victoria  que  todos  deseamos  de  lo^  tres  más  poderosos  enemi- 
gos del  género  humano. 

i. — «Muchos  son  los  trabajos  a  que  está  vinculado  nuestro  ministe- 
rio ;  anunciónolos  el  mismo  Cristo  cuando  instituyó  predicadores  del 
mundo  a  sus  sagrados  Apóstoles  ;  excusado  es  el  repetirlos,  pues  no 
los  ignoráis ;  sólo  no  excuso  advertiros  que  en  todos  los  que  os  acae- 
cieren, os  propongáis  por  vivo  ejemplar  para  la  imitación  al  mismo 
Cristo,  y  que  os  acomodéis  en  todo  lo  posible  al  saludable  consejo  de 
San  Pablo  :  In  ómnibus  te  ipsum  prebe  ^exemplum  bonorum  operum,  in 
doctrina,  in  inte  grítate ,  ¡n  gravitatc,  etc.  (55),  procurando  arreglaros 
a  la  doctrina  de  este  beatísimo  Apóstol,  el  cual  dice  de  si  que :  Om- 
nium  me  servuni  feci,  cum  libcr  essem  ex  ómnibus,  ut  plures  lucrifa- 
cerem,  y  en  el  verso  siguiente  de  la  misma  Epístola  :  Factus  sum  in- 
firmis  infirmus  ut  infirmas  lucrifacerem,  y  con  mayor  extensión  des- 
pués :   Omnibus  omnia  factus  sum  ut  onvnes  facerem  salvos  (56). 

5. — «Conviene,  pues,  mucho  considerar  el  estado  presente  de  las  co- 
sas, la  fragilidad  de  los  hombres,  lo  poco  radicados  que  se  hallan  en 
la  fe  y  buenas  costumbres  y  que,  si  apretamos  demasiado  la  mano  con 
celo  menos  discreto,  puede  ser  que,  por  querer  reducirlos  a  todos,  no 
ganemos  a  ninguno:  Praedica  verbum.  insta  opporfunc,  importune, 
a/rgue,  obsecra,  increpa,  nos  aconseja  a  todos  San  Pablo,  pero  añade  y 
dice  que  esto  sea:  In  omm  patietntia  (57).  De  esta  suerte'  se  consigue 
el  fruto  entre  racionales,  no  con  rigores  ni  asperezas,  mayormente  en- 
tre gente  de  esta  calidad  ;  además,  que,  como  dice  el  Sabio  en  sus 
Proverbios:  Ou¡  vehementer  cmungit.  cUcil  san guineni  (58),  y  el  Ecle- 


1.54)  I  Corint.,  1,  26. 

(55)  Tit.,  2,  7. 

(56)  I  Corint..  9,  19.  22. 

(57)  Timot..  4,  2. 

(58)  Prov  .  30.  33. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


197 


siastés :  Noli  esse  justus  multum  ñeque  plus  sapias  quam  necesse  est, 
ne  obstupescas  (59). 

6.  — «También  quiero  acordaros,  Padres  carísimos,  os  guardéis  gran- 
demente de  una  tentación  diabólica  que  suele,  como  la  carcoma  a  la 
madera,  ir  poco  a  poco  menoscabando  el  celo  y  destruyendo  la  cari- 
dad. Esto  consiste  en  persuadir  el  enemigo  a  que  pierde  el  tiempo  con 
su  ministerio  el  operario  evangélico,  en  viendo  que  los  hombres  no 
se  convierten,  o  que  los  ya  reducidos  se  vuelven  otra  vez  a  sus  vicios 
antiguos.  Verdaderamente  que  esta  tentación  es  tanto  más  formidable 
cuanto  es  más  dorado  el  pretexto  y  título  con  que  el  adversario  del 
género  humano  la  suele  sugerir.  No  es  obra  nuestra,  Padres  míos,  el 
convertir  las  almas  ni  el  conservarlas  firmes  en  la  fe  y  gracia  recibida. 
A  otra  potend''  mayor  le  toca  eso,  que  es  únicamente  a  Dios  ;  lo  que 
a  nosotros  nos  aconseja  es  que  hagamos  lo  posible  para  ese  efecto, 
no  nos  toca  otra  cosa.  En  eso  debemos  insistir,  trabajar  y  perseverar 
fielmente,  clamando  al  cielo  de  día  y  de  noche  para  que  llueva  sobre 
la  tierra  estéril  y  se  fecunde,  y  conceda  la  benignidad  divina  la  virtud 
de  crecer  y  multiplicarse  a  lo  que  plantareis :  Ego  plantavi,  Apollo 
rigavk,  sed  Deus  incrementum  dedit  (60). 

7.  — «Ocurrió  a  esta  tentación  para  que  no  errásemos  el  apóstol  San- 
tiago en  su  canónica  cuando  dijo:  Patientes  igitur  estote,  fratres,  us- 
que  ad  adventum  Domini.  Ecce  agrícola  especial  pretiosum  fructum 
terrae,  patienter  ferens  doñee  accipiat  temporane'íum  et  serotinum,  y 
pasando  de  la  metáfora  del  labrador  al  operario  evangélico,  saca  la 
consecuencia  de  ese  antecedente  y  concluye  diciendo  :  Patientes  igitur 
estote  et  vos  et  confírmate  corda  vestra  quoniam  adventus  Domini  ap- 
propinquavit  (61).  Por  tanto,  nadie  desmaye  en  su  ministerio  si  la  parjte 
que  le  tocare  fuese  estéril ;  a  trabajar  venimos,  no  a  descansar :  haga 
cada  uno  lo  que  es  de  su  parte'  y  espere  de  Dios  el  premio  :  Unus- 
quisque  autem  propriam  mercedem  accipiet  secundum  suum  laborem. 
Para  esto  nos  trajo  Dios  a  su  viña,  no  nos  pide  otra  cosa  ;  y  así  no 
nos  engañe  el  enemigo :  Dei  enim  sumus  adjutores :  Dei  agricultura 
estis,  Dei  edificatio  estis  (62). 

8.  — «No  con  mejor  fin  que  el  precedente  suele  también  Satanás  su- 
gerir otro  veneno  en  los  siervos  de  Dios  que  se  ocupan  en  la  conver- 


(59)  Eccles.,  7,  IT. 

(60)  I  Corint.,  n,  6. 

(61)  Jac,  5,  7-8. 

(62)  1  Corint.,  3  8-9., 


198 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


sión  de  las  almas,  sembrando  poco  a  poco  en  sus  ánimos  discordias 
y  comenzando  esta  peste  por  la  contrariedad  de  dictámenes.  Terrible 
tentación  es  ésta  y  tanto  que  ha  causado  en  el  mundo  inexplicables 
daños  ;  bastaba  para  conocerla  y  huir  de  ella  ver  que  se  ordena  a  des- 
truir y  que  en  todo  se  opone  a  la  caridad,  cuyo  empleo  es  unir,  con- 
cordar y  fortificar  lo  unido.  A  eso  tiró  Satanás  la  noche  de  la  cena, 
cuando,  como  refiere  San  Lucas,  comenzaron  los  Apóstoles  a  conten- 
der quién  había  de  sucedetle  a  Cristo  en  la  superioridad :  Facta  est 
autem  et  contentio  inter  eos,  quis  eormn  viderátur  esse  major  (63).  Pero 
ocurrió  vigilante  el  divino  Pastor  al  daño  que  se  comenzaba  a  fra- 
guar, y  así  cesó  y  no  pasó  adelante'  por  haberla  atajado  muy  a  los 
principios :  Simón,  Simón,  ecce  Satanás  cxpetivit  vos  ut  cribaret  siciat 
triticum,  ego  autem  rogavi  pr*o  te,  añadiendo  para  su  instrucción  y 
de  los  demás  superiores :  Et  tu  aliquando  conversus,  confirma  fratres 
tuos. 

9.  — «Detente  era,  al  parecer,  en  la  ocasión,  la  propuesta,  mayor- 
mente estando  tan  próxima  la  muerte  de  Cristo  Señor  nuestro,  pero 
Satanás  no  echó  la  especie  porque  él  desease  que  quedase  la  Iglesia 
con  éste  o  el  otro  superior,  sino  porque  por  ese  medio  daba  principio 
a  la  desunión  y  variedad  de  dictámenes  para  dividirlos,  e  impedía  por 
ese  medio  los  insignes  progresos  que  habían  de  hacer  en  adelante  uni- 
dos en  espíritu.  El  contraveneno  de  esta  tentación  nos  lo  descubrió 
nuestro  sapientísimo  Médico,  y  así  dijo:  Qui  major  est  in  vobis,  fíat 
ííCMií  minor,  et  qui  praecessor  est,  sicut  ministrator  (64).  Arreglán- 
donos, pues,  todos  a  este  consejo,  hallaremos  el  acierto,  no  tendrá 
lugar  la  tentación  en  daño  de  las  pobres  almas  y  siendo  pocos  en 
número  podremos  trabajar  por  muchos. 

10.  — «Por  tanto,  les  ruego,  Padres  carísimos,  que  no  haya  entre 
vosotros  tergiversaciones :  a  una  misma  vocación  somos  llamados, 
a  un  mismo  dueño  servimos,  y  así :  Alter  alterius  onera  pártate  et  sic 
adimplebitis  legcm  Christi  (65).  Este  es  el  blanco  adonde  se  endere- 
zan nuestros  deseos  y  pensamientos,  y  de  la  legítima  observancia  de 
estos  dos  tan  saludables  preceptos  pende  el  total  acierto  de  nuestras 
operaciones :  Diliges  Dominum  Deum  tuum  ex  todo  corde  tuo  et  ex 
tota  anima  tuo  et  ex  tota  mente   tua.  Diliges  proximum  tuum  sicut 


(63)  Luc,  22,  24,  31-32. 

(64)  Luc.  22,  2fi. 

(65)  Galat.,  6,  2. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


199 


teipsom.  In  liis  duobus  mandatis  universa  lex  pcndet  et  prophetae  (66). 
Este  mismo  amor  fraternal  nos  encomienda  en  su  Regla  el  Seráfico 
Padre  dicieíido :  Aconsejo,  amonesto  y  exhorto  a  mis  frailes  en  el 
Señor  Jesucristo,  que,  cuando  van  por  el  mundo,  no  litiguen  ni  con- 
tiendan con  palabras  ni  juzguen  a  los  otros;  más  sean  mites,  pacíficos, 
modestos,  mansos  v  humildes,  honestamente  hablando  a  todos  como 
conviene  (67). 

11.  — «Finalmente,  Padres  y  Hermanos  amantísimos,  fío  de  vuestra 
prudencia  y  virtud  el  desempeño  de  nuestra  misión,  y  espero  ver  muy 
colmados  frutos  de  piedad  y  religión  en  este  reino  y  en  los  circunve- 
cinos, y  poder  decir  de  cada  uno  de  vosotros  muchas  veces  con  San 
Pablo,  que  sois  Gaudium  meum  et  corona  mea  (68).  Para  que'  yo  logre 
esta  dicha  aconsejo  a  cada  uno  con  el  mismo  Apóstol  lo  que  ordenó 
a  su  discípulo  Timoteo:  Atiende  tibi  et  doctrinae,  insta  in  illis;  hoc 
enhn  faciens  et  te  ipsum  salvum  facies  et  eos  qui  te  audiunt  (09).  Con 
esto  ruego  a  Dios  os  llene  de  su  bendición  y  guie  en  paz.» 

12.  — Concluida  esta  breve  exhortación  del  Prefecto,  renovaron  todos 
la  obediencia  en  sus  manos,  y  con  verdadera  humildad,  en  señal  de 
la  prontitud  de  su  ánimo,  se  postraron  en  el  suelo  y  le  pidieron  la 
bendición  para  ponerse  luego  en  camino.  Diósela,  despidiéndose  de 
todos  con  lágrimas  y  recíprocos  abrazos,  y,  según  lo  que  había  preme- 
ditado y  le  pareció  más  conveniente,  los  distribuyó  en  esta  forma :  al 
ducado  de  Sundo  envió  a  los  Padres  Fr.  Buenaventura  de  Sorrento  y 
Fr.  Jerónimo  de  Montesarchio  ;  al  ducado  de  Bamba,  al  P.  Fr.  Buen- 
aventura de  Cerdeña,  con  un  intérprete  ;  al  marquesado  de  Huandu,  a 
los  Padres  Fr.  Buenaventura  de  Corella  y  Fr.  Francisco  de  Veas  ;  al 
condado  de  Soñó,  a  los  Padres  Fr.  Juan  María  de  Pavía  y  Fr.  Sera- 
fín de  Cortona ;  al  ducado  de  Bata,  a  los  Padres  Fr.  Antonio  de  Te- 
ruel y  Fr.  Gabriel  de  Valencia. 

13.  — ^Los  demás  Padres,  con  el  Prefecto,  se  quedaron  en  San  Sal- 
vador para  la  misión  de'  la  comarca  y  de  la  misma  ciudad  y  para  en- 
viarlos a  otras  partes,  según  la  ocurrencia  de  los  sucesos  y  oportuni- 
dad de  los  tiempos.  Este  repartimiento  se  hizo  con  consulta  y  bene- 
plácito del  rey,  y  S.  M.,  así  por  manifestar  su  celo  por  la  exaltación 


(66j  Math.,  22,  37-39. 

(67)  Regla  de  San  Francisco,  capítulo  III. 

(68)  Philipp.,  4,  1. 

(69)  Timot.,  4,  16. 


200 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  AFRICA 


de  la  fe,  como  el  singular  afecto  que  tenía  a  los  religiosos,  les  mandó 
dar  a  todos  una  carta  abierta  para  los  señores  de  las  provincias  y 
para  los  colunias,  que  son  los  gobernadores  de  las  ciudades,  escrita  en 
idioma  portugués,  cuyo  tenor,  vuelto  en  castellano,  es  el  siguiente; 

14.  — «Alabado  sea  el  Santísimo  Sacramento  del  Altar  y  la  Purísima 
Concepción  de  la  siempre  Virgen  María,  concebida  sin  pecado  original 
desde  el  prime'r  instante  de  su  ser. 

«Don  García  II,  por  la  gracia  de  Dios,  rey  de  Congo  :  a  todas  mis 
provincias,  banzas  y  libatas,  y  principalmente  a  todos  los  duques,  mar- 
queses y  condes  ;  a  los  coluntos,  fidalgos  y  vasallos,  que  de  presente 
están  y  en  adelante  estuvieren  bajo  de  mi  dominio  y  obediencia,  desea- 
mos salud  y  prosperidad  en  nuestro  Señor  Jesucristo. 

«Fidelísimos  vasallos  míos  y  muy  amados  hijos.  Grandes  han  sido 
los  beneficios  que  siempre  ha  hecho  Dios  a  este  reino,  principalmente 
después  que  amaneció  en  él  la  luz  del  Evangelio  y  la  verdad  de  la 
santa  Iglesia  católica  romana,  cuidando  siempre  de  enviarnos  minis- 
tros evangélicos  que  nos  enseñen  el  camino  del  cielo  y  los  medios  por 
donde  hemos  de  ir  a  él.  Mas  en  estos  tiempos  presentes  ha  manifesta- 
do nuestro  Señor  su  especial  misericordia  con  nosotros,  porque  cuan- 
do estaban  las  puertas  de  nuestro  remedio  más  cerradas  y  ocurrían 
mayores  dificultades  e  impedimentos  para  que  viniesen  sacerdotes,  en- 
tonces el  Sumo  Pontífice  Romano,  Vicario  de  nuestro  Señor  Jesucris- 
to en  la  tierra  y  padre  universal  de  todos  los  cristianos,  a  quien  es- 
tamos obligados  a  obedecer,  inspirado  de  Dios  y  usando  de  su  benig- 
nidad con  nosotros,  se  ha  servido  de  enviarnos  religiosos,  hijos  del 
glorioso  Padre  S.  Francisco,  los  cuales  son  verdaderamente  siervos  de 
Dios  y  no  buscan  en  este  mundo  oro,  plata  ni  otras  comodidades  tem- 
porales, sino  sola  la  gloria  del  mismo  Dios  y  la  salvación  de  nuestras 
almas,  a  imitación  de  nuestro  Señor  Jesucristo,  que,  siendo  rey  sobe- 
rano y  Señor  del  universo,  se  hizo  pobre  por  nuestro  amor. 

15.  — «Así,  pues,  estos  religiosos,  dejando  todas  las  cosas  y  conve- 
niencias de  este  siglo,  se  han  hecho  pobres  por  su  amor  y  han  venido 
a  estas  nuestras  tierras  con  muy  grandes  trabajos  que  han  padecido 
por  mar  y  por  los  caminos,  solamente  por  la  mayor  gloria  de  Dios  y 
para  administrarnos  los  Santos  Sacramentos,  predicar  la  divina  pala- 
bra, enseñarnos  buenas  costumbres,  apartarnos  de  las  malas  y  enca- 
minarnos de  todos  modos  a  la  gloria  eterna.  Por  tanto,  fidelísimos 
vasallos  míos  y  muy  amados  hijos,  por  el  amor  que  debemos  a  nues- 
tro Señor  Jesucristo,  os  pedimos  y  encargamos  cuanto  nos  es  posible, 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


201 


que  los  recibáis  en  todas  partes  como  ángeles  venidos  del  cielo  para 
nuestro  remedio  ;  los  améis,  reverenciéis  y  obedezcáis,  como  a  nuestros 
Padres  espirituales,  y  sigáis  en  todo  los  saludables  y  santos  consejos 
que  os  dieren,  pues  verdaderamente  lo  que  ellos  más  desean  es  nues- 
tro bien  epiritual  y  la  tranquilidad  de  este  reino. 

16.  — «También  os  mostraréis  liberales  con  ellos,  haciéndoles  limos- 
na para  que  puedan  sustentar  y  conservas  sus  vidas  y  trabajar  en  este 
reino  en  su  santo  ministerio,  que  esto  es  justo  y  debido  a  la  caridad 
que  con  nosotros  ejercitan.  Dejad  los  amancebamientos,  las  hechiceriás 
y  supersticiones,  los  hurtos,  odios  y  enemistades  y  todo  vicio  y  escán- 
dalo ;  procurad  vivir  de  aquí  en  adelante  cristianamente,  pues  no  igno- 
ráis que  todos  somos  mortales  ni  que  habemos  de  dar  cuenta  estrecha 
a  Dios  de  nuestras  vidas,  y  asimismo  sabéis  que  los  buenos  irán  al 
cielo,  a  gozar  de  la  gloria  eterna,  y  los  malos  al  infierno,  a  ser  ator- 
mentados para  siempre  en  compañía  de  los  demonios. 

17.  — «Sirvamos,  pues,  a  nuestro  Señor  Jesucristo,  que  murió  en 
una  cruz  por  nuestro  amor  ;  seamos  agradecidos  a  ios  muchos  bene- 
ficios que  hemos  recibido  de  sus  liberalisimas  manos  y  vivamos  como 
buenos  cristianos,  firmes  y  constantes  siempre  en  la  santa  fe  católica 
romana.  Por  mi  parte  os  hago  saber  que,  aunque  pecador,  estoy  dispues- 
to a  perder  antes  la  vida  y  el  reino  y  cuanto  tengo  y  puedo  tener, 
que  dejar  de  ser  católico  romano,  y  así  ruego  a  todos  vosotros  mis 
hijos,  que  guardéis  los  santos  mandamientos  de  Dios  y  de  la  fe  que 
profesamos,  pues  si  lo  hiciéreis  así,  nuestro  Señor  Jesucristo  os  dará 
muy  grande  premio,  y  a  mí  me  tendréis  por  vuestro  amigo  y  os  amaré 
como  padre  y  estimaré  como  hijos  muy  queridos. 

18.  — -«Pero  si  hiciereis  lo  contrario,  ofenderéis  gravemente  a  Dios 
y  El  os  castigará  severamente,  como  juez  soberano  y  riguroso,  y  yo 
también  de  mi  parte  aplicaré  el  condigno  castigo  a  cuantos  ingratos 
y  desconocidos  no  admitiesen  a  dichos  religiosos  o  despreciasen  la 
doctrina  y  saludables  consejos  que  nos  dieren.  Ni  por  esto,  hijos  y 
hermanos  míos,  me  tengáis  por  cruel,  pues  os  hago  saber  que  tengo 
obligación  no  sólo  de  premiar  a  los  buenos,  sino  también  de  castigar 
a  los  malos,  y  que  no  sólo  he  de  dar  cuenta  a  Dios  de  mi  alma,  pero 
también  de  las  vuestras,  lo  cual  respectivamente  les  pertenece  también 
a  los  cabezas  de  las  provincias  y  a  los  coluntos  de  las  banzas  y  libatas 
en  orden  a  sus  inferiores. 

19.  — «Otrosi,  que  el  Sumo  Pontiiñce,  Vicario  de  nuestro  Señor 
Jesucristo,  en  una  carta  que  me  escribió,  llena  de  mil  favores  y  hon- 


202 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


ras,  me  ordena  que,  como  vuestro  rey  y  legítimo  señor  que  soy,  os 
mande  lo  que  en  este  mi  decreto  os  escribo  y,  como  hijo  obediente 
a  sus  preceptos,  os  lo  anuncio  y  notifico  para  que  así  lo  tengáis  en- 
tendido y  procuréis  observar  con  el  mismo  rendimiento.  Finalmente, 
hijos  míos,  como  vuestro  padre,  rey  y  señor  natural,  deseo  grande- 
mente que  seáis  buenos  cristianos  para  que  os  libréis  de  las  penas  del 
infierno  y  gozéis  para  siempre  de  la  gloria  en  compañía  de  los  bien- 
aventurados y  principalmente  de  la  siempre  Virgen  María  y  de  su  san- 
tísimo Hijo  Jesucristo  y  de  la  Santísima  Trinidad,  Padre,  Hijo  y  Es- 
píritu Santo,  que  es  un  solo  Dios  que  vive  y  reina  para  siempre,  cuya 
es  la  honra  y  gloria  por  todos  los  siglos  de'  los  siglos.  Amén. — Fe- 
cha en  nuestra  corte  de  San  Salvador,  a  19  de  septiembre  de  1648. — 
El  rey,  Don  García»  (70). 

20. — Con  esta  carta  de  favor,  y  principalmente  con  el  auxilio  di- 
vino, salieron  los  Padres  nombrados  de  la  corte  a  sembrar  la  palabra 
evangélica  por  las  provincias  del  reino,  llevando  cada  uno  su  intér- 
prete para  poder  ejercer  su  ministerio  con  más  conveniencia  y  utilidad 
de  los  naturales.  Desde  aquí  les  iremos  siguiendo  los  pasos  y  discu- 
rriendo por  la  misión  de  cada  uno,  según  nos  lo  permitiere'  la  varie- 
dad de  los  sucesos  y  ocurrencias,  que  fueron  tales  y  tan  notables, 
que  no  es  posible  dejar  de  cortar  el  hilo  muchas  veces  e  introducir 
varias  digresiones,  si  no  es  faltando  a  lo  sustancial  de  la  historia. 


(70)  Cfr.,  dicha  carta  en  su  original  portugués  en  PAIVA  M.'KNSO,  o.  c,  pp. 
197-19». 


CAPITULO  xxm 


i 


Dásc  principio  a  la  misión  de  la  Provincia  de  Bata;  refié- 
rensc  algunos  sucesos  del  viaje  y  sus  felices  principios. 


1.  — -Comenzaron  su  viaje  nuestros  seráficos  obreros  y,  armados  de 
la  virtud  divina,  con  santa  emulación,  publicaron  sangrienta  guerra 
desde  luego  al  infierno,  diciendo  a  voz  en  grito,  como  esforzados  sol- 
dados de  Cristo:  Exurgat  Deus  et  dissipMur  inim'ici  ejus  et  fugiant 
qui  oderunt  eum  a  facie  ejus.  Empezaron,  pues,  a  ejercitar  con  gran 
celo  y  fervor  su  apostólico  ministerio,  bautizando  a  los  que  no  lo  es- 
taban, que  eran  muchos,  catequizando  e'  instruyendo  a  los  necesitados 
y  administrando  los  santos  Sacramentos  y  cuantas  obras  de  piedad 
se  ofrecían,  que,  entre  gente  tan  necesitada  de  todo  auxilio  espiritual, 
se  alcanzaban  unos  ejercicios  a  otros. 

2.  — En  esta  forma  iban  discurriendo  por  los  caminos  hasta  llegar 
a  las  provincias  adonde  se  les  había  consignado  la  residencia  ;  con- 
movíanse los  pueblos  a  penitencia  y,  viéndolos  compungidos,  les  anun- 
ciaban el  reino  de  Dios  y  les  convidaban  con  su  misericordia.  Halla- 
ron muchos  ídolos  y  no  pocos  hechiceros,  y,  para  curarlos  de  esta 
lepra  infernal,  les  pegaban  fuego,  haciendo  solemnes  hogueras.  Eri- 
gieron muchas  iglesias  con  altares  para  que'  acudieran  a  darle  a  Dios 
el  culto  y  adoración  que  se  le  debe  ;  fundaron  escuelas  para  la  edu- 
cación de  los  niños  y  diferentes  congregaciones,  al  modo  de  las  de 
San  Salvador,  y  a  todo  asistía  Dios  con  su  admirable  providencia, 
dándoles  valor  suficiente  para  llevar  los  trabajos  que  se  ofrecían,  los 
cuales,  por  muchos  e  insuperables,  fueran  incomportables  a  las  fuer- 
zas humanas.  Este  es  el  premio  y  paga  de  contado  de  los  que  traba- 
jan fielmente  en  su  servicio ;  y  así  dijo  S.  Gregorio :  Virtus  boni 
operis  perseverantia  est. 


2o6 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


3.  — A  las  penalidades  comunes  de  hambre,  sed,  cansancio,  vigilias 
y  excesivos  calores,  se  allegaban  muchas  veces  calumnias,  desprecios 
y  persecuciones,  que  son  las  margaritas  y  piedras  preciosas  con  que 
se  esmalta  ordinariamente  el  ministerio  apostólico  y  con  que  se  aviva 
fl  celo  y  fe'rvor  de  los  que  la  ejercitan  ;  en  razón  de  lo  cual  decía  el 
Apóstol :  Maledicimur  ef  benedicimus ;  persecutionem  patimur  et  sus- 
tirtemus  ;  blasphemamur  et  obsecram/us  (71),  y  Santiago  en  su  Epís- 
tola canónica:  Omne  gaudiuvi  existimatc,  fratres  inei,  cum  in  tenta- 
tionci  varías  incideritis  (72).  De  esto  se  irá  diciendo  más  en  particular 
conforme  fuere  ocurriendo  ;  singularmente  notaremos  ahora  lo  que  les 
ocurrió  a  los  dos  Padres  que  fueron  al  ducado  de  Bata,  a  medida  de 
lo  cual  se  puede  entender  lo  que  les  sucedió  a  los  demás  por  haber 
poca  diferencia  en  los  países  y  menos  en  las  costumbres  de  la  gente. 

4.  — Tocóles,  según  se  ha  dicho,  esta  provincia  de  Bata  a  los  Padres 
Fr.  Antonio  de  Teruel  y  Fr.  Gabriel  de  Valencia,  cuya  banza  o  ciu- 
dad principal  está  distante  de  San  Salvador  cuarenta  leguas,  y  en  ella, 
como  en  propia  libata,  reside  ordinariamente  el  duque.  Apenas  se 
apartaron  de  la  corte  como  dos  jornadas,  cuando  salió  a  recibirlos 
innumerable  gente  con  niños  y  adultos  para  que  los  bautizasen,  los 
cuales  hacía  muchos  años  que  no  habían  visto  sacerdote  alguno  en 
su  tierra.  Muchas  veces  sucedió  juntarse  para  este  efecto  más  de 
doscientas  personas,  entre  pequeños  y  grandes,  y  de  esta  suerte  a 
cada  paso  hallaban  tropas  de  gente  que  salía  a  buscarlos  al  camino 
movidos  de  las  noticias  que  corrían  y  del  celo  y  piedad  con  que  los 
recibían  a  todos  en  cualquier  parte  que'  los  encontraban. 

5.  — Llegaron  finalmente  a  Gongo  de  Bata,  lugar  adonde,  por  causa 
de  las  ferias  que  allí  se  hacen,  es  grande  el  concurso  de  la  gente,  no 
sólo  de  la  misma  provincia  sino  de'  otras  de  gentiles  ;  y  aun  Tos  por- 
tugeses  las  suelen  frecuentar  por  hallar  allí  los  géneros  que  comercian 
con  más  conveniencia  que  en  otras  partes.  En  esta  población  hallaron 
un  sacerdote  portugués  que  hacía  oficio  de  cura  ;  hallábase  muy  en- 
fermo y  casi  desahuciado  de  remedio  ;  fueron  los  Padres  a  visitarle  y 
a  pedirle  licencia  para  bautizar  y  administrar  los  demás  Sacramentos, 
y  él  se  la  concedió  con  mucho  agrado  y  les  suplicó  con  muchas  lá- 
grimas le'  asistiesen  en  su  enfermedad,  pues  conocía  se  acercaba  su 
muerte  y  que  Dios  se  los  había  enviado  para  su  mayor  consuelo.  Con- 


(71)  I  Corint..  4.  12-13. 

(72)  Jac,  1,  2. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


207 


fesóse  generalmente,  cosa  que  no  había  podido  hacer  en  muchos  años 
por  no  haber  visto  sacerdote  alguno  en  aquella  tierra  ;  recibió  el  Viá- 
tico y  Extremaunción  y  se  preparó  para  el  último  golpe  con  muchos 
y  fervorosos  actos,  y,  con  esta  tan  católica  prevención,  salió  el  día 
siguiente  de  este  miserable  destierro  para  la  vida  eterna. 

6.  — En  esta  población,  por  ser  de  las  calidades  referidas.  Ies  pa- 
reció conveniente  hacer  asiento,  y  con  ese  designio  y  poder  exten 
derse  desde  allí  a  las  partes  de  gentiles  vecinos,  comenzaron  a  plan- 
tar la  misión  predicando  los  primeros  sermones  y  haciendo  las  pri- 
meras doctrinas  el  día  4  de  octubre,  dedicado  a  la  festividad  de  núes 
tro  Seráfico  P.  S.  Francisco,  en  el  cual  el  año  antecedente  se  embar- 
caron en  Cádiz.  Fueron  prosiguiendo  sus  sermones  y  ejercicios  con 
mucho  consuelo  suyo  y  admiración  notable  de  aquellos  pobres  negros, 
pues,  como  ellos  decían,  era  aquella  la  vez  primera  que  en  todo  el 
discurso  de  su  vida  habían  oído  predicar  y  explicar  de  aquel  modo  Icr 
doctrina  cristiana. 

7.  — En  sabiendo  el  duque  la  resolución  de  los  Padres,  les  escribió 
una  carta  llena  de  favores  y  agradecimientos  por  la  caridad  que  usa- 
ban con  sus  vasallos,  la  cual  concluyó  diciendo :  que  los  deseaba  más 
cerca  de  sí  para  poder  gozar  de  su  santa  doctrina  y  que,  en  habiéndo- 
les labrado  casa  para  su  habitación,  enviaría  gente  que  los  condujese 
a  su  libata.  Lo  cual  sucedió  así.  pues,  pasados  ocho  días,  envió  a  su 
secretario  con  gerite  suficiente  para  que  los  llevasen  a  Bata,  que  dista 
de  la  población  de  Gongo  como  seis  leguas,  poco  más  o  menos. 

8.  — Partieron,  pues,  de  Gongo  y,  como  llegasen  ya  de  noche  a 
Bata,  los  llevaron  a  la  casa  que  les  tenían  prevenida  :  ésta  era  de  palos, 
cañas  y  paja,  al  modo  de  las  barracas  de  la  huerta  de  Murcia,  y  en 
ella  tenían  preparadas  dos  camas,  también  de  caña,  cubiertas  con  una 
estera,  al  uso  del  país.  Sucedió  haber  llovido  mucho  los  días  antece- 
dente's  y,  como  los  naturales  son  poco  curiosos  y  el  suelo  era  de  are- 
na, la  hallaron  bañada  en  agua,  y  en  esta  forma  lo  estuvo  sietnpre,  sin 
poder  jamás  enjugarla,  siendo  su  habitación,  sobre  desacomodada  pa- 
ra el  ministerio  muy  malsana  y  que  les  perjudicó  no  poco  en  la  salud. 

9.  — Pero.  ; quién  dejará  de  persuadirse  que.  siendo  estos  Padres 
llamados  y  buscados  con  tantas  demostraciones  de  afecto  y  devoción 
de  un  duque,  el  mayor  y  más  principal  entre  los  maníes  del  reino,  que 
por  tal  se  apellida  abuelo  del  rey,  no  habían  de  tener  luego  un  re- 
caudo de  su  parte  y  una  buena  cena,  que  para  ellos  hubiera  sido  co- 


208 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


mida,  pues  no  habían  probado  bocado  en  todo  el  día  sino  al  partirse 
de  Gongo?  Así  lo  pensaron,  mas  no  sucedió  así,  porque,  dejándolos 
solos  en  su  casa,  se  fué  la  gente  a  las  suyas  y  no  hicieron  más  me- 
moria de  ellos.  Esperaron  algunas  horas,  creyendo  les  enviaría  el 
mismo  secretario  con  alguna  cosa  para  comer,  pero  viendo  que  era 
ya  muy  tarde  y  que  no  llegaba  nadie  a  la  puerta,  trataron  de  reco- 
gerse, dando  a  Dios  las  gracias  por  el  suceso  y  por  hallarse  tan  po- 
bres que  aun  la  luz  para  acostarse  les  faltó. 

10.  — A  la  mañana  siguiente  fué  el  secretario  a  darles  los  buenos 
días  y,  recelando  por  lo  pasado  si  había  alguna  novedad  en  el  duque, 
le  dijeron  habían  extrañado  el  que  Su  Excelencia  no  les  hubiese  so- 
corrido con  alguna  cosa  para  cenar ;  a  lo  cual  Ies  respondió  dicien- 
do :  «No  lo  extrañen  Vuestras  Paternidades,  pues  yo  padecí  el  mismo 
trabajo  con  ser  su  criado  y  doméstico  ;  la  causa  no  ha  sido  otra  que 
ir  con  el  estilo  recibido  en  esta  tierra,  adonde  se  tiene  por  costum- 
bre dejar  en  ayunas  a  los  huéspedes  y  sin  algún  socorro  el  día  y  la 
noche"  que  llegan.» 

11.  — Lo  cual  hallaron  ser  así  en  todas  aquellas  provincias,  sin  que 
circunstancia  alguna  sea  bastante  para  invertir  tal  costumbre,  de  que 
en  prueba  lo  que  le  sucedió  en  otra  ocasión  a  uno  de  los  Padre's  en 
el  marquesado  de  Encusu,  pues  habiéndole  enviado  a  llamar  el  mar- 
qués para  que  le  confesase  por  haber  de  ir  a  dar  una  batalla  a  su 
enemigo,  después  de  haber  caminado  el  religioso  cuatro  días,  y  el  úl- 
timo sin  desayunarse  él  ni  los  negros  que  le  acompañaban,  le'  envió 
a  decir  que  se  acordase  S.  E.  de  que  estaban  en  ayunas.  Pero  él  res- 
pondió :  «Decidle  al  Padre  que  se  acueste'  y  descanse,  que  mañana 
haré  diligencia  para  socorrerle  con  alguna  cosa.»  E.stos  son  los  rega- 
los de  equellas  míseras  tierras,  los  cuales,  por  amor  de  Dios,  se  pa- 
san alegremente". 

12.  — Vino  ei  día  siguiente,  y  ya  tarde  fué  el  duque  a  visitarlos; 
abrazólos  y  besóles  el  hábito  con  mucha  ternura  y  piedad,  manifes- 
tando con  acciones  y  palabras  el  singular  gusto  y  consuelo  que  reci- 
bía su  alma  de  verlos  en  sus  estados  y  lo  agradecido  que  estaba  a 
Dios  y  al  rey  por  la  merced  que  en  ello  le  habían  hecho.  Presentá- 
ronle la  carta  que  llevaban  y  le  propusieron  convenía  se  fabricase  una 
iglesia  cerca  del  hospicio  para  poder  con  más  conveniencia  predicar, 
decir  Misa  y  administrar  los  Santos  Sacramentos.  Ofrecióse  a  todo 
con  mucha  prontitud  y  aun  a  edificar  casa  más  capaz  donde  pudieran 
caber  los  niños  de  la  escuela,  para  lo  cual  en  aquel  primer  fervor 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


209 


mandó  hacer  la  traza  y  traer  los  materiales  necesarios  a  la  plazuela 
del  hospicio  ;  empero  no  se  puso  mano  en  ella  en  espacio  de  año  y 
medio  que  estuvieron  alli  dichos  Padres,  ni  aun  pudieron  recabar  que 
mandase  hacer  unas  puertas  de  cañas  para  el  hospicio,  entretenién- 
dose siempre  con  buenas  palabras  y  esperanzas. 

13.  — Muchos  fidalgos  y  vasallos  principales  sentían  la  incomodi- 
dad de  los  religiosos  :  pero,  como  el  duque  es  el  dueño  absoluto  y  se 
había  encargado  de  la  fábrica,  aunque  veían  su  grande  omisión  y  de- 
seaban ellos  hacerla  a  su  costa,  ninguno  se  atrevió  a  emprenderla,  te- 
miendo su  indignación.  Por  esta  causa  les  fué  preciso  haber  de  pasar 
con  aquella  estrechez  y  con  otras  muchas  incomodidades,  pues  no  sólo 
aderezaban  allí  su  pobre  comida,  sino  que  allí  también  enseñaban  a 
los  muchachos  y  perpetuamente  se  mojaban  por  las  continuas  aguas  y 
falta  de  reparo. 

14.  — De  esta  suerte  pasaron,  hasta  que  después  de  muchos  meses, 
se  resolvieron  por  sí  mismos  a  juntar  gente  que,  con  algunas  cosillas 
de  devoción  que  se  les  dió,  trajeron  cantidad  de  paja  y  cubrieron  el 
techo  con  que  se  repararon  en  parte  de  la  incomodidad  ordinaria.  De 
esta  calidad  son  los  descuidos  de  aquellos  señores  maníes,  los  cuales 
son  tardísimos  así  eti  el  despacho  de  los  negocios  como  en  ejecutar 
las  resoluciones,  y  si  bien  no  tienen  palabra  mala,  son  muy  pocas  las 
obras  que  hacen,  antes,  con  sus  omisiones,  dan  grande  ejercicio  de 
paciencia  a  los  misioneros  ;  pero  ello  era  forzoso  haber  de  pasar  por 
esas  y  otras  muchas  penalidades  por  no  malograr  el  fruto  principal 
de  las  almas. 


14 


i 


] 

I 


CAPITULO  XXIV 


i 


Continúase  la  misión  del  ducado  de  Bata,  refiérense  los 
ejercicios  ordinarios  y  varias  penalidades  que  se  ofrecían 

en  ella. 


1.  — Aunque  el  ducado  de  Bata  es  muy  dilatado  y  poblado  de  gente 
y  su  duque  es  el  mayor  y  más  principal  del  reino,  pues,  como  ellos 
dicen,  le  reconocen  vasallaje  algunos  reyes  getitiles,  con  todo  eso  la 
población  de  Bata  no  es  muy  grande,  a  causa  de  que  éste  y  otros  prín- 
cipes semejantes  de  aquella  corona  estilan  vivir  retirados  con  sola  su 
familia  y  algunos  fidalgos  que  les  acompañan  con  las  suyas  en  el  lu- 
gar donde  mejor  les  parece,  aunque  no  haya  vecindad.  Y  así  se  hallan 
en  sus  estados  poblaciones  mucho  mayores  y  más  numerosas  de  gente 
que  no  Bata,  y  por  esta  misma  causa  acudían  pocos  muchachos  a  la 
escuela,  y  aun  eran  tan  pocos  por  entonces,  que  su  número  se  redu- 
ela a  los  hijos  del  duque  y  a  los  de  los  fidalgos  y  a  otros  pocos  de  la 
gente  común. 

2.  — Con  este  número  de  muchachos  comenzaron  los  Padres  los  ejer- 
cicios de  la  doctrina  y,  aun  después  de  bien  instruidos,  los  llevaban 
consigo  por  la  comarca  y  les  ayudaban  mucho  para  el  buen  logro  de 
sus  misiones.  Acudían  a  la  doctrina  el  duque  y  sus  fidalgos  y  manda- 
ba a  toda  la  gente  de  su  familia  que  asistiese  a  oírla  explicar,  sirvién- 
doles de  atractivo  el  oírla  cantar  a  los  muchachos  y  responder  pronta- 
mente a  las  preguntas  que  les  hacían.  En  los  domingos  y  fiestas  de 
precepto,  además  de  las  doctrinas,  añadían  los  Padres  dos  sermones  : 
el  uno  lo  predicaban  a  la  misa  que  se  decía  por  la  mañana  para  la  gen- 
te común,  y  el  otro,  en  la  que'  oía  el  duque.  En  ésta  era  siempre  ma- 
yor el  auditorio,  porque  asistían  también  a  ella  los  fidalgos  con  su 
acompañamiento  de  criados  y  esclavos. 


214 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


3.  — Esta  misa  se  celebraba  ordinariamente  comenzando  a  la  una  y 
media  de  la  tarde,  valiéndose  para  ello  de  las  facultades  y  privilegios, 
porque  el  duque  y  los  fidalgos  no  se  quedasen  sin  misa,  y  es  el  caso 
que  solía  ir  tarde  a  la  iglesia,  y,  porque  pudiesen  asistir  a  la  misa  y 
sermón,  era  forzoso  esperar  a  que  fuese.  Varias  veces  le  advirtieron 
los  Padres  la  incomodidad  que  les  ocasionaba  su  pereza  y  aun  a  los 
fidalgos  de  su  séquito,  pero  ni  por  eso  ni  por  más  recaudos  que  solían 
enviarle,  no  había  forma  de  sacarle  de'  su  paso,  dando  siempre  por  ex- 
cusa el  decir  que  se  estaba  vistiendo,  siendo  así  que  todo  el  vestuario 
se  reducía  a  ponerse  una  camisa  y  una  capa  de  bayeta. 

4.  — La  causa  de  su  tardanza,  según  se  averiguó,  consistía  en  que 
se  a  costaba  a  las  dos  y  tres  de  la  noche  por  vivir  al  revés  de  la  gente 
racional  y  al  uso  diabólico  que  se  ha  introducido  en  este  último  siglo, 
aun  en  Europa,  entre  los  nobles,  para  hacer  de  la  noche  día  y  del  díla 
noche,  y  conformar  esta  vanidad  con  el  padre  de  las  tinieblas,  que  se 
la  ha  sugerido  poco  a  poco,  no  para  mayor  conveniencia  sino  para  su 
mayor  ruina  espiritual  y  temporal  y  pervertir  en  ellos  el  buen  uso  del 
tiempo  y  de  la  razón.  Por  esta  causa  se  levantaba  muy  tarde  ;  después, 
almorzaba  despacio  y  cuando  salía  de  palacio  solía  ser  la  una.  Con  eso 
se  dilataba  el  tiempo  y  las  más'*de'  las  veces  acababan  la  misa  a  las 
tres  de  la  tarde  y,  si  no  lograran  la  coyuntura  para  poder  predicar, 
no  era  fácil  el  conseguir  que  se  juntaran  a  otra  hora  ni  que  los 
intérpretes  asistiesen.  De  aquí  resultaba  que,  cuando  los  Padres  iban 
a  tomar  su  pobre  refección,  era  ya  tardísimo,  y  con  eso  y  el  cansancio 
de  los  ejercicios  precedentes  y  continuados  recibían  suma  molestia. 
La  cetia  o  colación  también  solía  ser  tarde  y,  por  falta  de  candil  o 
velas,  se  servían  de  la  luz  de  los  tizones,  que  son  las  bujías  ordinarias 
del  país. 

5.  — Pasados  algunos  días,  se  casó  el  duque  con  una  sobrina  del  rey, 
y  como  fuese  costumbre  o,  más  propiamente,  introducción  diabólica, 
llevar  las  novias  a  casa  de  sus  maridos  antes  de  desposarse,  a  fin,  como 
ellos  decían,  de  experimentarse  unos  a  otros  los  naturales  y  condicio- 
nes, por  no  llamarse  a  engaño  y  vivir  perpetuamente  disgustados,  le 
dieron  a  ente'nder  al  duque  cuán  perniciosa  costumbre  era  aquélla  y 
cuán  contra  toda  razón  cristiana  y  política  y  que  convenía  que  S.  E. 
procurase  impedirla,  yendo  delante  de  todos  con  el  buen  ejemplo.  Ofre- 
ció hacerlo  y  así'  se  dispuso  que,  en  llegando  a  la  banza  la  duquesa,  la 
llevasen  a  la  iglesia  del  hospicio,  donde  el  duque  la  esperó  con  su  acom- 
pañamiento ;  confesaron  y  comulgaron  ambos  y  los  desposaron  y  lúe- 


1 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


215 


go  se  fueron  a  palacio  muy  gustosos,  y  la  demás  gente,  edificada  y 
advertida  de  lo  que  debían  hacer  en  semejantes  ocasiones. 

6.  — Después  de  los  días  de  la  boda,  hallándose  los  Padres  recogi- 
dos en  su  hospicio,  oyeron  muchas  voces  en  su  plazuela  y,  reconocien- 
do tumultuaba  la  gente,  salieron  a  apaciguarla,  ignorando  lo  que  pa- 
saba. En  saliendo  vieron  que  la  duquesa  estaba  en  su  red,  esperando 
se  juntasen  los  esclavos  y  esclavas  de  su  servicio  para  marchar  a  la 
corte.  Preguntaron  la  causa  de  aquella  novedad  tan  impensada  y  res- 
pondió muy  sentida  que  el  duque  no  la  trataba  con  la  estimación  que 
debía,  porque  no  la  vestía  según  su  calidad,  y  que,  enfadada  de  su  tra- 
to, se  iba  a  vivir  a  la  corte.  Exhortáronla  los  Padres  a  que  se  dejase 
de  tal  intento  y  con  buen  modo  la  redujeron  a  palacio  ;  hablaron  al 
duque  y  se  compuso  la  discordia  y  después  vivieron  con  mucha  paz. 
A  la  verdad  fué  providencia  de  Dios  especial  el  que  los  Padres  estu- 
viesen tan  a  tiempo  al  suceso,  pues,  si  no  detienen  a  la  duquesa,  se  hu- 
bieran seguido  muchos  disgustos  entre  el  duque  y  el  rey. 

7.  — Viéndose,  pues,  en  tan  limitados  términos,  trataron  de  salir  a 
hacer  misiones  por  toda  la  provincia.  El  P.  Antonio  de  Teruel,  por  ser 
de  buena  edad  y  mayor  robustez  que  su  compañero  Fr.  Gabriel  de 
Valencia,  pudo  hacerlas  más  continuas  y  dilatadas,  si  bien  el  Padre 
Ir.  Gabriel,  aunque  maltratado  de  una  larga  enfermedad  que  había 
tenido,  por  ser  muy  fervoroso  y  celoso  de  la  salvación  de  las  almas, 
emprendió  cuantas  pudo.  Para  este  efecto  les  pareció  acertado  pedirle 
al  duque  una  carta  para  los  gobernadores  y  fidalgos  de  las  poblaciones 
en  orden  a  que  diesen  el  auxilio  convenietite  para  el  mejor  logro  de 
su  ministerio  ;  hízolo  puntualmente  y  mandó  a  su  secretario  escribiese 
al  pie  de  la  carta  del  rey  las  siguientes  líneas  en  lengua  portuguesa : 

8.  — {Jesús,  Marta.  Sobre  la  carta  que  S.  M.  (Dios  le  guarde)  me 
ha  enviado,  y  al  pie  del  despacho  en  ella  contenido  acerca  de  los  Pa- 
dres Capuchinos  que  vienen  a  instruirnos  en  santas  costumbres  y  en 
los  misterios  sagrados  de  la  fe  católica  romana,  para  que,  estando  fir- 
mes en  ella  y  viviendo  cristianamente  salvemos  nuestras  almas,  he 
icordado  escribir  estos  renglones  para  satisfacer  así  a  mi  obligación 
;omo  al  afecto  que  a  dichos  Padres  profeso.  Mando,  pues,  a  los  fidal- 
gos, coluntos  y  demás  vasallos  míos,  de  cualquier  estado  y  condición 
lue  sean,  que  ejecuten  y  cumplan,  como  verdaderos  hijos  de  la  Iglesia 
'  buenos  cristianos,  cuanto  en  la  carta  y  despacho  de  S.  M.  se  contie- 


2l6 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


ne,  así  en  orden  a  la  reformación  de  las  costumbres  como  en  orden 
al  respeto,  amor  y  agradecimiento  que  deben  mostrar  a  dichos  Padres, 
a  los  cuales  tenemos  obligación  de  respetar  y  servir  como  a  sagrados 
ministros  del  mismo  Dios ;  y  a  quien  hiciese  lo  contrario,  lo  castigaré 
rigurosamente. — Dado  en  nuestra  banza  de  Bata,  a  16  de  noviembre 
de  1648. — Don  Manuel  Alfonso,  duque  de  Bata»  (73). 

9.  — iCon  Ja  carta  del  rey  y  esta  recomendación  del  duque  salieron 
dichos  Padres  a  recorrer  la  Provincia,  llevando  en  sus  misiones  el  or- 
den siguiente ;  en  llegando  a  cualquier  banza  o  libata,  enviaban  a  lla- 
mar al  señor  o  colunto  y  le  le'ían  sus  despachos ;  después  le  pedían 
mandase  juntar  toda  la  gente  para  enseñarles  la  doctrina  y  predicarles, 
y  que  trajesen  los  niños  o  adultos  que  aun  no  estaban  bautizados ;  lue- 
go se  daba  forma  para  que  se  hiciese  iglesia  competente  adonde  no 
la  había ;  mientras  se  fabricaba,  que  se  hace  fácil  y  brevemente,  llega- 
ban los  que  viven  fuera  de  poblado,  que  son  muchos,  y  en  ese  mismo 
tiempo  se  informaban  de  los  más  piadosos  fidalgos,  de  los  abusos  y 
vicios  comunes  de  la  gente  y  del  número  que  había  de  sujetos  enlaza- 
dos en  la  pública  torpeza  de  las  concubinas,  porque  el  que  menos  solía 
tener  tres  o  cuatro,  y  aun  había  fida'lgo  que  tenía  treinta,  y  otros  más, 
y  todas  en  su  casa,  como  mujeres  propias. 

10.  — La  causa  de  esta  poligamia  y  vicio  tan  pernicioso  y  torpe  es 
bien  extraña,  porque,  fuera  de  arrebatarles  a  él  su  ciego  apetito,  no 
tienen  gasto  alguno  con  tanta  mujer,  antes  bien  ellas  sustentan  a  los 
amigos  a  causa  de  que  en  aquel  reino  son  las  mujeres  las  que  trabajan 
y  cuidan  de  la  hacienda,  lo  cual  sucede  así  en  las  más  provincias  de 
aquellos  climas.  Diéronles,  pues,  a  entender  la  torpeza  de  su  vicio  y 
cuán  ajeno  era  de  hombres  cristianos  el  vivir  amancebados  y  más  con 
tantas  mujeres,  pues,  además  de  estar  por  esa  causa  eti  desgracia  de 
Dios,  privados  del  derecho  de  la  Iglesia  y  condenados  durante  su  mal 
estado  a  las  eternas  penas  del  infierno,  por  ser  contra  la  ley  natural  y 
divina,  es  también  contra  las  costumbres  santas  de  la  cristiandad,  don- 
de cada  marido  tiene  una  mujer  y  no  más,  y  cada  mujer  im  marido  en 
matrimonio  santo. 

11. — Que  el  tener  muchas  mujeres  era  infamia  aun  entre  gentiles 
que  alcanzan  alguna  luz  de  razón,  y  que  los  hijos  que  nacían  de  seme- 


(73)    Cfr.  el  original  portugués  en  PAIVA  MAN.SO.  o.  c,  p.  1!)9. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


217 


jante  comercio  concubinario  eran  espurios  y  bastardos,  y  los  del  santo 
matrimonio,  legítimos  ;  que  el  Sumo  Pontífice'  les  enviaba  para  que  les 
administrasen  este  Santo  Sacramento,  con  los  demás  de  la  Iglesia,  y 
que  ésa  era  también  la  voluntad  del  rey  y  del  duque,  los  cuales  casti- 
garían severamente'  a  cuantos  quisiesen  perseverar  en  tan  infame  y 
pernicioso  estado.  Donde  más  cargaron  la  mano  sobre  este  punto  fué 
en  los  nobles,  en  los  señores  de  los  lugares  y  en  los  gobernadores, 
como  en  primer  ejemplar  para  el  bien  o  para  el  mal  común.  Muchos 
se  excusaban  de  casarse,  no  tanto  para  seguir  el  rumbo  de  su  apetito 
sensual,  cuanto  por  otro  abuso  de  vanidad  y  locura,  diciendo  no  tenían 
medios  para  vestir  de  gala  el  día  de  los  desposorios,  siendo  así  que 
todo  su  adorno  se  reduce,  en  los  más,  a  un  pedazo  de  tela  del  país, 
(le  las  hojas  de  la  palma,  con  que  cubren  lo  que  pide'  la  honestidad,  y 
a  una  piel  de  cualquier  animal,  que  se  ponen  por  banda,  todo  lo  cual 
se  halla  fácilmente  y  es  de  muy  poco  valor. 

12.  — En  llegando  a  estar  junta  la  gente,  se'  iban  los  Padres  a  la 
plaza  y  se  cantaba  la  doctrina  cristiana ;  luego  la  explicaban,  detenién- 
dose en  los  puntos  que  había  más  necesidad,  y  se  concluía  la  función 
con  un  fervoroso  acto  de  contrición.  Decíanles  misa  por  las  mañanas, 
la  cual  no  habían  oído  en  muchos  años,  ni  aun  sabían  muchos  lo  que 
era  misa.  Acabado  el  Evangelio,  se  les  predicaba,  explicándoles  los 
misterios  de  la  misa  y  la  real  presencia  de  Cristo,  bien  nuestro,  en  el 
augustísimo  Sacramento  del  altar.  En  acabando  la  misa  bautizaban  los 
párvulos,  y  en  el  ínterin  los  muchachos  de  la  escuela,  qse  estaban  más 
hábiles  en  la  doctrina,  catequizaban  a  los  adultos,  haciéndoles  pregun- 
tas de  ella.  Luego  tomaban  la  mano  los  Padres  y  los  acababan  de  ins- 
truir, y  últimamente  les  mandaban  hacer  el  acto  de  contrición  de  sus 
culpas  pasadas  y  los  bautizaban.  Si  había  alguno  que  confesar,  los  re- 
servaban para  la  tarde,  y  este  ejercicio  se  hacía  cotidianamente,  dete- 
niéndose en  las  poblaciones  según  lo  pedía  la  necesidad  y  número  de 
gente . 

13.  — El  trabajo  que  resultaba  de  dichas  misiones  era  excesivo  y 
singularmente  se  padecía  mucho  con  los  adultos,  por  su  rudeza.  Suce- 
día de  ordinario  llegar  tarde  la  noticia  de  la  venida  de  los  religiosos, 
y  con  eso  y  el  buscar  padrinos,  que  en  esto  son  muy  observantes  y  ha- 
cen grande  aprecio  de  este  parentesco  espiritual,  los  detenían  mucho 
tiempo  con  harta  molestia.  Otras  veces  sucedió  estar  ya  de  partida 
para  otros  lugares  y  llegar  algunos  negros  para  que  los  catequizasen 


2l8 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


y  bautizasen,  y  si  a  éstos  les  decían  que  pasasen  con  ellos  a  la  pobla- 
ción vecina  para  catequizarlos  con  más  espacio  y  convt  niencia,  res- 
pondían que  no  podían,  que  tratasen  de  bautizarlos  allí  y  que  si  no, 
ellos  comerían  sal,  como  los  otros. 

14.  — Esta  respuesta  habían  tomado,  así  de  lo  que  habían  oído  se 
hacía  en  el  bautismo,  de  poner  sal  en  la  boca,  como  del  nombre  que 
incautamente  dieron  al  bautismo,  por  la  ignorancia  de  la  lengua,  los 
primeros  que  comenzaron  a  bautizar  aquellas  gentes  ;  de  modo  que, 
como  hasta  la  entrada  de  los  nuestros  ni  se  hacía  otra  ceremonia  que 
la  de  poner  un  grano  de  sal  en  la  boca  del  párvulo  o  adulto,  y  después 
echarle  el  agua,  diciendo  las  palabras  que  son  la  forma  de  este  Sa- 
cramento, dieron  en  llamar  este  santo  labacro  Ncuria  Nmungua,  que 
quiere  decir  comer  sal.  Con  esto  la  gente,  como  bozal  y  ruda,  y  más 
en  estas  naciones,  juzgaba  que,  con  comer  sal,  quedaban  bautizados. 

15.  — En  razón  de  esto  le  sucedió  al  P.  Fr.  Antonio  de  Teruel  el 
caso  .siguiente.  Llegóse  a  él  un  fidalgo,  señor  de  vasallos  y  muy  pre- 
ciado de  discreto,  el  cual,  presumiendo  había  hecho  una  cosa  grande 
y  que  había  llevado  al  cielo  un  alma,  le  dijo  muy  ufano  :  «Sepa  Vues- 
tra Paternidad  que  he  bautizado  un  niño  muerto.»  Conoció  el  Padre 
el  desatino  y,  para  sacarle  del  error  en  que  estaba,  le  preguntó  qué 
era  lo  que  había  hecho.  Respondió  que  ponerle  sal  en  la  boca  y  decir- 
le las  palabras:  «Yo  te  bautizo»,  etc.  Por  esta  causa,  y  para  sacar  la 
gente  de  este'  error,  procuraron  los  Padres  introducir  otro  nombre, 
llamándole  bautismo  o  lavatorio  santo,  y  en  esa  conformidad  lo  pusie- 
ron en  el  catecismo  y  se  lo  hacían  cantar  después  a  Jos  niños,  para 
que  se'  borrase  el  nombre  de  comer  sal  y  éste  le  tuviesen  en  memoria.» 

16.  — Otro  trabajo  padecían  estos  Padres  y  los  demás  en  nada  infe- 
rior al  referido,  y  era  que,  cuando  habían  de  partir  de  un  lugar  a  otro, 
como  era  preciso  que  el  señor  o  gobernador  les  diese  gente  que  lle- 
vase la  ropa  de  sacristía  y  algún  maíz  o  raíces  para  sustentarse,  en  sa- 
biendo los  negros  que  se  acercaba  la  partida,  cogían  y  se  escondían 
por  los  bosques,  por  huir  de  ese  trabajo.  Esta  era  la  paga  y  agradeci- 
miento ordinario  de  aquella  gente,  después  del  trabajo  que  tenían  con 
ellos  en  predicarles,  bautizarlos,  confesarlos  y  administrarles  los  d?más 
Sacramentos.  En  fin,  la  materia  se  disponía  de  suerte  que  era  preciso 
haber  de  salir  los  señores  o  gobernadores  a  buscarlos  por  los  campos, 
traerlos  por  la  fuerza,  y  solían  ser  las  doce  del  día  cuando  llegaban, 
tomaban  las  cargas,  pero,  como  venían  de  mala  gana,  corrían  con  ellas, 


LA  MISIÓN  DKL  CONGO 


219 


según  estilo,  de  suerte  que  les  hacían  ir  a  los  Padres  reventando,  por 
no  perderlos  de  vista,  y  pasando  terribles  calores  y  fatigas.  Llegaban 
a  las  poblaciones  y  de  ordinario  tan  rendidos  del  hambre,  sed  y  can- 
sancio, que  apetias  se  podían  menear  ;  de  todo  lo  cual  resultaba  luego 
el  caer  enfermos  y  perder  las  fuerzas. 

17.  — Cuando  entraban  en  los  lugares  ponían  especial  cuidado  en  sa- 
ber las  casas  adonde  había  ítíolos  y  sacos  de  trastos  supersticiosos 
con  que  se  curaba  la  gente  en  las  enfermedades.  En  hallando  algo  de 
esto,  lo  cogían  y  le  pegaban  fuego  ;  sentíanlo  los  dueños  a  par  de 
muerte  y  procuraban  ocultarlo  cuanto  podían.  Para  descubrir  estas 
cosas  se  valían  los  Padres  de  los  negrillos  de  su  escuela,  que'  los  aaom- 
pañaban,  y,  en  viendo  éstos  que  alguna  persona  se  curaba  con  seme- 
jantes invenciones,  se  lo  advertían  a  los  Padres  y  acudían  luego  a 
casa  del  enfermo  ;  pero,  apenas  los  veían  entrar  por  ella,  cuando  huían 
cuantas  personas  asistían  a  la  curación. 

18.  — Con  esto  quedaban  solos  los  enfermos  ;  cogían  los  trastos  y 
I    los  quemaban   y  a  ellos  los  reprendían  como  convenía,  enseñándoles 

el  modo  cómo  se  debían  curar,  que  es  por  la  aplicación  de  remedios 
naturales,  y  principalmente  procurando  purificar  las  conciencias  y  res- 
'  tituirse  a  la  gracia  y  amistad  de  Dios :  In  semita  justitiac,  vita — dice 
el  sabio — ;  iter  autem  devium  ducit  ad  mortem  (74).  Lo  cual  tiene  lu- 
gar no  sólo  en  el  sentido  moral,  sino  también  en  el  literal,  pues  no 
hay  dolor  más  penetrante  que  así  atormente  al  alma  y  el  cuerpo  en 
tiempo  de  enfermedad  que  la  espina  de  la  mala  conciencia.  Esta  con- 
sume la  vida  y  abrasa  el  alma,  y  así  podemos  decir  de  ella,  con  más 
propiedad  que  Ovidio  de  otra  pena,  que  le  da  trato  de  cuerda  al  enfer- 
mo y  le  abrasa  el  corazón :  Strangulat  inclusus  dolor,  atque  cor  aestuat 
intus. 

19.  — Finalmente,  estos  y  los  demás  trabajos  eran  tolerables  con 
la  gracia  de  nuestro  Señor,  y  en  ellos  hallaban  estos  Padres  muchas 
ayudas  de  costa  de  su  soberana  liberalidad  sin  los  cuales  no  fuera  da- 
ble el  comportamiento.  Sólo  les  era  amargo  y  grandemente  sensible 
el  ver  que  muchos  se  subvertían  y,  dando  de  mano  a  los  saludables 
consejos  con  que  los  educaban,  se  volvían  al  vómito  de  sus  torpezas 
y  hechicerías.  En  la  banza  de  Bata  ofrecieron  los  fidalgos  a  los  Padres 
se  casarían  luego  y  dejarían  las  concubinas  ;  pero  de  todos  no  fué  sino 


üi)    Prov.,  12,  28. 


220 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


uno,  y,  reprendiéndoles  delante  del  mismo  duque  porque  no  cumplían 
la  palabra  que  habían  dado,  satisfizo  por  ellos,  diciendo  que  las  mu- 
jeres tenían  la  culpa,  porque  ellas  rehusaban  casarse.  En  esto  pararon 
todas  las  amenazas  del  duque,  y  así,  por  estos  y  semejantes  sucesos, 
conocieron  los  Padres  que  todas  las  promesas  eran  cumplimientos  y 
que  no  le  temían  al  duque  ni  aun  al  rey  en  materias  de  costumbres. 
Algunos  en  medio  de  eso,  ya  libres  y  ya  esclavos,  se  casaron  luego, 
pero  fueron  pocos  respecto  de  los  muchos  que  se  esperaban. 


1 


CAPITULO  XXV 


I 


De  otros  trabajos  que  se  padecían  en  el  ducado  de  Bata 
y  de  la  causa  que  sobrevino  para  dejarle  los  Padres  a 
quienes  se  encomendó  y  pasar  ha  hacer  misión  a  otras 

provincias  del  reino. 


1.  — Era  costumbre  antigua  del  reino  el  dar  un  paño  de  palma  de 
una  vara  de  largo  cuando  se  administraba  el  bautismo  a  los  niños,  y 
por  los  adultos  se  daban  dos  o  moneda  equivalente  a  ellos,  de  cuya 
limosna  se  sustentaban  los  curas  cuando  los  había.  A  los  principios, 
llevando  adelante  su  costumbre,  les  contribuían  a  nuestros  religiosos 
con  la  misma  porción ;  mas  como  nuestra  seráfica  Regla  prohiba  el  re- 
cibir dineros  y  pecunia,  no  sólo  no  los  admitieron,  pero  les  hicieron 
saber  a  los  negros  que  no  se  recibían  semejantes  limosnas,  sí  empero 
las  que  voluntariamente  les  quisiesen  hacer,  por  amor  de  Dios,  de  las 
cosas  comestibles  en  su  propia  especie,  para  su  sustento  y  el  de'  los 
intérpretes  y  gente  que  ks  acompañaba  en  los  caminos. 

2.  — Demás  de  esto,  reconociendo  el  poco  posible  de  la  gente  y  te- 
miendo que  los  muy  pobres  se  retirarían  de  llegar  al  bautismo,  les 
anunciaron  que  nadie  dejase  de  bautizarse  ni  de  llevar  sus  niños,  aun- 
que no  tuviese  cosa  alguna  que  poder  dar  de  limosna,  pues  los  bauti- 
zarían a  todos  por  amor  de  Dios  con  mucho  gusto  y  con  el  mismo  les 
servirían  y  ayudarían  en  cuanto  ¡es  fue'se  f>osible.  Corrió  la  noticia  por 
todas  partes  y  se  les  imprimió  tan  bien,  que  de  ahí  adelante  no  les 
acudían  a  los  religiosos  con  cosa  alguna  para  su  preciso  sustento,  y 
todos  parecían  pobres  de  solemnidad.  Por  algunos  días  padecieron  ne- 
cesidad considerable  y  recurrían  a  las  hierbas  del  campo  para  poder 
mantenerse,  y  aunque  atribuían  el  suceso  a  la  cortedad  de  los  ánimos 
y  a  los  pocos  medios  que  tienen,  con  todo  eso  les  causó  extrañeza  el 
que  algunos  de  los  más  acomodados  o  fidalgos  no  se  prefiriese  a  so- 


224 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


correrlos  con  alguna  cosa,  constándoles  de  su  necesidad  y  suma  po- 
breza. 

3.  — Apretados,  pues,  de  la  penuria  y  acordándose  de  las  palabraí 
de  Cristo  Señor  nue'stro,  Dignus  est  opetar'tus  cibo  suo  (75),  manifesJ 
taron  su  necesidad  a  alofunos  de  los  nobles  para  que  los  socorriesen 
con  algunas  legumbres  e  insinuándoles  la  recíproca  caridad  que  debían 
tener  con  ellos,  pues  le's  estaban  sirviendo  a  todas  horas  en  lo  espi- 
ritual sin  interés  alguno,  añadiertdo  que  extrañaban  mucho  la  esca.sez 
de  la  giente  cuando  les  constaba  no  tenían  otros  medios  con  que  sus- 
tentarse sino  las  limosnas  que  le's  hacían.  Admiráronse  mucho  los  su- 
jetos a  quienes  llegaron,  y  constándoles  a  éstos  que  los  más  que  se  iban 
a  bautizar  llevan  algunas  cosas  comestibles  de  limosna,  entraron  en 
sospecha  de  que  se  las  disipaban  antes  de  llegar  a  sus  manos. 

4.  — Examinaron  bien  lo  que  pasaba  y  vinieron  a  descubrir  que  el 
demonio  de  la  codicia  se  había  apoderado  de  algunos  negros  que'  se 
mostraban  familiares,  los  cuales,  con  maña  y  sagacidad,  salían  a  los 
caminos  y,  antes  de  llegar  la  gente,  les  prevenían  diciendo  que  apre- 
surasen el  paso,  porque  los  Padres  estaban  esperando  ;  que  les  diesen 
a  ellos  lo  que  llevaban,  porque  los  Padres  no  tomaban  nada  para  sí  y 
que  a  ellos,  por  intérpretes,  se  les  debía  dar  la  limosna.  Con  esta  pre- 
vención, no  maliciando  la  gente  el  engaño,  les  daban  cuanto  llevaban  ; 
ellos  se  quedaban  con  todo  y  los  pobres  religiosos  perecían  de  ham- 
bre. Publicóse  la  maldad  de  los  tales  negros,  y  para  obviar  semejante 
desorden,  se  les  notificó  de  nuevo  a  todos  que  no  les  obligaban  a  dar 
cosa  alguna  por  la  administración  de  los  Sacramentos,  pero  que',  si 
movidos  por  piedad  y  por  vía  de  limosna,  llevasen  algunas  cosas  comes- 
tibles, no  las  entregasen  a  otros  que  a  ellos,  pues  ni  les  pertenecía  ni 
hasta  entonces  habían  dado  permiso  para  ello  a  negro  alguno  en  todo 
el  reino  (76). 


(7.5)    Math.,  10,  10. 

(76)  Podemos  decir  que.  si  los  intérpretes  fueron  al  principio  una  ayuda  y  una 
necesidad  para  los  misioneros,  se  convirtieron  m.ís  tarde  en  verdaderos  ob.stáculos 
para  la  conversión  de  los  naturales.  De  tal  modo  que  el  V.  Cavazzi  llega  a  decir  que 
«las  pérdidas  espirituales  eran  proporcionadas  a  la  poca  vergüenza  de  esta  gente  pe 
sima  que  hacia  de  intérpretes,  asi  como  por  el  escándalo  que  daban  y  el  fácil  aleja 
miento  del  misionero,  que  no  tenia  otra  casa  para  habitación  sino  una  cueva  y  por 
toda  cama  una  piel».  Añade  en  cambio  que  precisamente  «el  desinterés  es  la  base 
del  éxito  de  nuestro  ministerio».  Por  eso  lanza  contra  los  intérpretes  los  más  terri 
bles  improperios,  llamándoles  «engañadores,  malignos,  ladrones,  mentirosos  y  ene 
migos  de  nuestro  fe,  simoniacos,  hipócritas,  traidores,  raza  de  estafadores,  católico* 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


225 


5.  — Con  esta  prevención  se  corrigió  el  desorden  de'  los  maliciosos, 
y  la  gente  acudía  con  lo  que  podía  para  ayuda  del  sustento  de  sus  Pa- 
dres espirituales,  y,  habiendo  pasado  año  y  medio  entre  estas  y  otras 
penalidades,  llegó  un  sacerdote  secular  a  la  banza  de  Bata  con  el  título 
de  cura  o  párroco  de  aquella  provincia.  Este  instó  mucho  a  los  Padres 
a  que'  tomasen  la  limosna  ordinaria  de  los  paños  y  moneda  del  país, 
alegando  que  la  gente  no  acudiría  a  éj  en  los  bautismos  y  que  aguar- 
darían a  que  ellos  saliesen  a  las  misiones  para  excusar  la  contribución 
de  las  limosnas  de  que  él  se  había  de  sustentar. 

6.  —  Disuadiósele  de  este  intento,  satisfaciéndole  con  el  texto  de 
nuestra  Regla  y  con  otras  razones,  mediante  las  cuales  se  aquietó  por 
entonces  ;  pero,  pareciéndole  no  podía  tener  inconveniente  el  que  fuese 
un  esclavo  suyo  con  los  Padres  para  recibir  dichas  limosnas,  se  lo  pro- 
puso e  instó  mucho  sobre  ello.  Consideraron  los  Padres  este'  negocio 
con  madurez  y,  deseando  atender  a  todo  con  equidad  y  que  no  se  le 
perjudicase  a  aquel  pobre  sacerdote  en  cosa  alguna  ni  se  embarazase 
el  bien  de  las  almas,  pues  lo  uno  se  había  de  sustentar  el  sacerdote  de 
aquellas  limosnas,  lo  otro,  los  naturales  son  tan  pobres,  que  muchos 
o  parte'  considerable  de  ellos  no  acudían  al  bautismo  por  su  pobreza, 
acordaron  noticiar  del  caso  a  la  Sacra  Congregación,  para  que  deter- 
minase lo  que  se  debía  practicar  en  adelante,  representándole  las  razo- 
nes que  ocurrían,  y  entre  días,  por  parte  de  los  religiosos,  el  que  en 
todo  el  reino  por  entonces  se  hallaban  solos  tres  sacerdotes  seculares, 
los  cuales  por  no  ser  teólogos  ni  de  tan  suficiente  literatura  como  con- 
venía, y  por  ignorar  la  lengua,  no  predicaban  ni  catequizaban  a  los 
adultos,  por  lo  que  éstos  se  quedaban  en  sus  errores  y  amancebamien- 
tos, y  se  limitaban  a  bautizar  sólo  los  párvulos. 

7.  — Convinieron,  pues,  de  un  acuerdo  el  que  se  remitiese  este  infor- 
me a  Roma  y  en  el  ínterin  dejaron  los  Padres  aquella  provincia  con  la 
ocasión  que  diremos  después.  El  sacerdote  se  quedó  en  su  curato  y  la 
Sacra  Congregación  determinó  que,  pasadas  cinco  le'guas  del  lugar 
donde  residiese  el  cura,  pudiesen  los  religiosos  libremente  administrar 
los  Sacramentos,  sirviéndoles  a  los  mismos  sacerdotes  de  mucho  con- 
suelo y  alivio,  exhortando  los  Padres  a  los  feligreses  a  que  ayudasen 


en  apariencia,  pero  en  realidad  peores  que  los  lobos  rapaces  de  que  nos  habla  Jesu- 
cristo en  el  Evangelio». 

A  ello  añade  el  P.  Teruel  (Ms.,  c,  p.  102),  que  una  de  las  razones  de  por  qué  se 
I  dedicó  con  todo  ahinco  al   aprendizaje  de  la  lengua  congolesa,   cosa  que  antes 
le  parecía  imposible,  fué  «por  librarse  de  los  intérpretes  que  son  de  mucho  estorbo 
para  la  conversión  de  las  almasi. 

15 


226 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


y  sirviesen  a  sus  propios  párrocos  en  lo  que  pudiesen  para  que  pasasen 
la  vida  decentemente. 

8.  — Casi  al  mismo  tiempo  que  llegó  a  la  banza  el  sobredicho  sacer- 
dote suce'dió  que  el  duque  de  Bata  tuvo  orden  del  rey  para  que  fuese 
a  la  corte  ;  el  llamamiento  se  ordenaba  a  que  llevase  el  feudo  o  tribu- 
to que  acostumbraban  pagar  de  tres  en  tres  años  los  señores  de  las 
provincias,  los  cuales  recogen  en  sus  tesoros  las  contribuciones  de  los 
vasallos,  y,  en  llegando  el  plazo,  las  llevan  en  persona  al  rey  con  gran 
puntualidad  y  sin  gastos  tanto  en  conducciones,  ministros,  ejecutores 
y  contadurías,  como  sucede  en  estos  reinos  de  España.  Arbitrio  a  la 
verdad  digno  de  considerarse  y  que  le  propuso  con  ciertas  modifica- 
ciones en  un  manifiesto  para  alivio  'de  los  vasallos  el  limo.  Sr.  D.  An- 
tonio de  Contreras,  del  Consejo  y  Cámara  de  S.  M.,  ministro  gran- 
demente celoso  de  la  gloria  de  Dios  y  del  servicio  del  rey,  cuyas  ceni- 
zas yacen  en  nuestro  convento  de  Segovia.  que  fundó  a  sus  expensas 
con  religiosa  magnificencia. 

9.  — Con  esta  ocasión  se  despobló  toda  la  banza  y  la  mayor  parte 
de  la  provincia  de  Bata.  Salió  para  su  viaje'  el  duque  y  con  él  todos 
los  fidalgos  acompañándole,  a  los  cuales  les  corre  la  obligación  de  pa- 
gar respectivamente  y  de  acompañar  a  sus  señores,  y  este  viaje  dura 
regularmente  un  año  en  ida  y  vuelta,  y  lo  hacen  todos  a  costa  de  sus 
propias  expensas.  En  el  ínterin  se  quedan  las  mujeres  en  sus  casas  y 
se  portan  con  tal  recato,  que  no  salen  de  ellas  hasta  que  vuelven  los 
maridos.  Por  esta  causa  y  ver  que  nadie  acudía  a  las  pláticas  y  ejer- 
cicios de  la  misión,  ni  habían  de  acudir  en  todo  el  año,  dieron  aviso  los 
dos  Padres  a  quienes  tocó  esta  provincia,  al  Prefecto,  para  que  les 
señalase  campo  a  donde  trabajar  en  su  ministerio. 

10.  — Con  su  informe  resolvió  el  Prefecto  que  el  P.  Fr.  Gabriel  de 
Valencia  pasase  al  marquesado  de  Encusu,  a  donde  se  hallaba  entonces 
el  P.  Fr.  José  de  Pernambuco,  y  que  el  P.  Fr.  Antonio  de  Teruel  pa- 
sase al  ducado  de  Sundi,  adonde  asistían  dos  misioneros.  Partióse, 
pues,  el  P.  Fr.  Gabriel  a  Encusu,  que  dista  de  Bata  veinticinco  leguas, 
y  el  P.  Fr.  Antonio  se  encaminó  a  Sundi,  que  está  más  distante  por  la 
parte  contraria.  En  este  camino  a  Sundi  está  el  señorío  de  Matari ;  go- 
bernábale por  entonces  una  señora  pariente  del  rey,  a  quien,  por  so 
gran  nobleza,  llamaban  su  hermana.  Recibió  esta  señora  al  P.  Fr.  An- 
tonio con  mucho  agasajo  y  devoción,  y  le  sucedió  que,  poco  despuési 
de  haberse  recogido,  se  comenzó  a  mover  cierto  ruido  y  griterío  que 
le  inquietaron  notablemente.  Estando  en  este  desvelo  el  Padre   y  re- 


LA  MISIÓN  DHL  CONGO 


227 


cdando  algún  motín  de  la  gente,  salió  de  su  aposento  y,  acompañado 
de  un  negrillo,  se  fué  poco  a  poco  hacia  la  parte  de  las  voces  ;  el  mu- 
chacho paró  el  oído  y  en  lengua  portuguesa  le  dijo  al  Padre  lo  que 
pudo  percibir  y  que  no  era  riña   sino  baile. 

11.  — Llegaron  a  la  casa  donde  se  hacía  y.  no  dudando  sería  con 
intervención  del  demonio,  según  la  degradada  costumbre  de  la  tierra, 
halló  en  ella  un  hechicero  con  mucha  gente,  que  bailaban  y  gritaban 
confusamente.  Apenas  le  vieron  entrar,  cuando  todos  echaron  a  huir, 
menos  un  loco,  que  por  tal  le  tenían  en  cepo,  al  cual  el  hechicero,  por 
sus  intereses,  pretendía  dar  salud  con  sus  diabólicas  supersticiones. 
Pasó  luego  el  Padre  a  la  choza  del  hechicero  y  halló  unos  sacos  llenos 
de  trastos  supersticiosos,  hízoselos  pedazos  y  después  los  arrojó.  Por 
la  mañana  dió  cuenta  a  la  señora  de'  la  población  de  lo  que  había  pa- 
sado y  le  afeó  mucho  el  que.  siendo  católica,  permitiese  en  su  Estado 
tan  perniciosos  hombres,  cuyas  medicinas  eran  diabólicas  y  sólo  a  pro- 
pósito oara  quitar  la  vida  del  alma  y  del  cuerpo.  Casi  lo  mismo  suce- 
dió a  dicho  Padre  en  este'  viaje  en  otro  lugar  ;  pero,  por  ser  tan  or- 
dinario en  los  misioneros  el  encontrar  lances  semejantes,  los  dejare- 
mos de  referir,  por  no  cansar. 

12.  — Fuéle  a  dicho  Padre  este  viaje'  no  menos  penoso  que  otros 
muchos  que  hizo,  así  por  haberle  hecho  rodear  mucho  los  negros  que 
le  condujeron,  como  por  ser  la  gente  de  aquel  país  más  bárbara  y  gro- 
sera, y  tanto,  que  tal  vez  le  sucedía  dejarle  las  cargas  de  las  cosas  de 
la  misión  al  mejor  tiempo  y  en  despoblado  y  pedirle  la  paga  del  por- 
tazgo. Un  día,  entre  otros,  le  sucedió  que,  estando  para  partirse  de 
una  libata  a  otra,  no  había  persona  que  quisiese'  acompañarle  ;  llegaron 
al  mismo  tiempo  muchos  con  sus  niños  en  los  brazos  para  que  se  los 
bautizase  y,  viendo  que  no  tenía  otro  remedio,  les  ofreció  que  lo  ha- 
ría con  mucho  gusto,  con  tal  que  algunos  le  acompañasen  hasta  la  pri- 
mera libata.  Ellos  le  dieron  palabra  de  acompañarle  y  en  fe  de  ello  se 
detuvo  a  bautizar  los  niños  :  mas  apenas  hubo  acabado,  cuando  comen- 
zaron todos  a  huir  y  le  dejaron  solo. 

13.  — Hizo  las  diligencias  posibles  para  ver  si  hallaba  algunos  y  en 
ellas  pasó  la  mañana  hasta  el  mediodía ;  pero  como  no  parecía  nadie, 
recurrió  al  gobernador  y  le  rogó  le  diese  gente  que  le  convoyase,  res- 
pecto de  ser  los  caminos  tan  incultos,  difíciles  y  peligrosos,  como  va- 
rias veces  hemos  dicho.  Fué  el  gobernador  y  trajo  cuatro  negros  ;  to- 


228 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁI-RICA 


marón  las  cargas  y  uno  tras  de  otro  comenzaron  a  caminar  con  tal  velo- 
cidad, que  el  Padre,  corriendo  a  toda  prisa,  aun  no  les  pudo  alcanzar,  y 
aunque  hizo  todo  lo  posible,  así  por  no  perder  la  senda  como  porque  no 
se  las  echasen  entre  algunas  matas  o  pantanos,  al  cabo  los  perdió  de 
vista  y  a  la  falda  de  un  montecillo  se  halló  con  ellas  en  el  suelo,  sin 
parecer  por  allí  negro  alguno,  quedando  con  la  aflicción  que  se  puede 
considerar  en  tierra  tan  intratable  y  poblada  de  fieras. 

14.  — Dió  gracias  a  Dios  por  lo  que  le  sucedía  y,  librando  en  su  di-  j 
vina  providencia  el  remedio,  comenzó  a  rezar  vísperas.  Apetias  hubo 
dicho  Deus,  in  adjutorium  méum  intende,  cuando,  repentinamente  y 
por  camino  no  usado,  le  deparó  su  Majestad  divina  un  hombre  que 
dijo  ser  vecino  de  San  Salvador,  el  cual  llevaba  una  lanza  en  la  mano, 

y  en  lengua  portuguesa  le  preguntó  qué  hacía  allí  solo  y  con  aquellas 
cargas.  El  Padre  k  respondió,  contándole  lo  que  le  hibía  sucedido  y 
el  desconsuelo  en  que  se  hallaba.  Sintió  mucho  el  hombre  el  ruin  modo 
de  aquella  gente,  y  como  él  era  cortesano  y  la  de  la  corte  es  más  ur- 
bana y  caritativa,  le  ofreció  que  iría  luego  a  buscar  negros  que  le 
acompañasen  hasta  la  libata.  Fuése  y  al  cabo  de  tres  horas  volvió  con 
ellos. 

15.  — ^Tomaron  éstos  las  cargas  y  las  llevaron  hasta  un  lugar  del 
marquesado,  adonde  los  naturales  usaron  con  dicho  Padre  de  mucha 
caridad,  regalándole  lo  mejor  que  pudieron  :  que  de  esta  suerte  suele 
Dios  acudir  a  sus  siervos  y  ministros  en  semejantes  ocasiones,  convir- 
tiendo muchas  veces  los  afanes  y  fatigas  en  alivio  y  refrigerio,  para 
que,  por  una  parte,  no  les  falte  el  ejercicio  de  la  cruz  que  van  a  buscar 
por  su  amor,  y,  por  otra,  no  desfallezcan  las  fuerzas  para  poderla  He-  : 
var,  reservándoles  para  la  otra  vida  el  premio  y  descanso,  que  ha  de  t 
durar  por  toda  la  eternidad. 

16.  — Finalmente,  por  los  lances  hasta  aquí   mencionados,   que  les 
acaecieron  a  los  Padres  Fr.  Gabriel  de  Valencia  y  Fr.  Antonio  de  Te-  i 
ruel,  a  quienes  dejamos  ya  fuera  del  ducado  de  Bata,  podrá  el  piadosoi 
lector  reconocer  los  que  en  tierra  y  gente  semejantes  les  acaecerían  a 
los  demás  misioneros  que  se  hallaban  en  la  misma  ocupación  en  otras  | 
provincias.  No  se  pueden  fácilmente  ajustar  los  sucesos  para  hacer  de 
ellos  mención  conse'cutivamente  ;  y,  cuando  se  intentase,  sería  cosa  muy 
prolija  y  cansada  haber  de  ir  discurriendo  por  cada  uno  de  los  misione-  I 
ros.  Por  obviar  ese  inconveniente  y  que  a  la  historia  no  le  falte  la  sa- 
zón que  le  da  la  diversidad  de  sujetos  y  sucesos,  hablaremos  de  aquí  | 


LA  MISIÓN  DKL  CONGO 


adelante  de  sólo  lo  particular  que  hallamos  haber  sucedido  a  los  demás 
compañeros,  dejando  por  suficiente,  para  venir  en  conocimiento  de  lo 
común  y  ordinario,  lo  que'  hasta  aquí  se  ha  referido  de  los  Padres  Fray 
Gabriel  de  Valencia  y  Fr.  Antonio  de  Teruel  en  el  ducado  de  Bata. 


I 


CAPITULO  XXVI 


En  que  se  refiere  la  muerte  del  P.  Fr.  Buenaventura  de 
Cerdeña  y  se  da  noticia  de  los  sucesos  particulares  de  la 
misión  del  condado  de  Huandu. 


1.  — Habiendo  tratado  de  la  misión  de  Bata  y  sucesos  de  ella  sin  ha- 
cer conmemoración  de  las  demás,  pasaremos  ahora  a  recorrerlas,  pues 
en  el  intervalo  de  tiempo  que  trabajaron  en  ella  los  Padres  a  quienes 
se  encomendó,  sucedieron  en  las  otras  sucesos  notables  que  nos  llaman 
a  su  narración,  la  cual  se  hará  por  su  antigüedad,  guardando  el  mismo 
orden  sucesivo  para  excusar  digresiones  cuanto  fuere  posible,  y  así  pa- 
saremos ahora  a  tratar  de  la  Bamba,  adonde  asistió  el  P.  Fr.  Buena- 
ventura de  Cerdeña,  de  cuya  virtud,  celo,  letras  y  prudencia  tantas  ve- 
ces hasta  aquí  hemos  hecho  mención,  y  ahora  con  más  extensión  la 
continuaremos,  por  acercarnos  ya  a  su  dichoso  tránsito,  al  cual  prece- 
dieron las  fatigas  y  trabajos  siguientes. 

2.  — Sucedió,  pues,  que  poco  antes  de  salir  dicho  Padre  con  su  in- 
térprete a  la  provincia  de  Bamba,  que  fué  la  que  le  tocó  en  el  reparti- 
miento, llegaron  avisos  de  San  Salvador  de  cómo  los  portugueses  ha- 
bían aportado  a  Loanda  con  cierta  escuadra  de'  bajeles  y  se  habían  apo- 
derado de  aquella  plaza  y  echado  fuera  a  los  holandeses  que  la  ocupa- 
ban. Con  esta  noticia,  receloso  el  rey  de  algún  movimiento  de  los  por- 
tugueses hacia  sus  estados,  determinó  que  el  P.  Fr.  Buenaventura  de 
Cerdeña,  por  sus  aventajadas  prendas,  estuviese  a  la  vista  para  ocurrir 
a  lo  que  se  ofreciese  y  templar  el  ánimo  del  gobernador  de  Loanda. 

8. — Con  esta  instrucción  salió  dicho  Padre  de  la  corte  para  la  pro- 
vincia de  Bamba  y,  a  pocos  días  que  llegó,  supo  de  cierto  el  suceso  y 
el  estado  que  tenían  las  cosas  de  Angola.  Pero  por  cuanto  conduce  la 
noticia  individual  de  la  restauración  de  esa  plaza,  así  para  el  asunto  pre- 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  AfRICA 


senté  como  para  lo  que  después  diremos  de  la  misión  de  los  estados 
de  la  Reina  Zinga  (76a),  la  referiremos  brevemente  según  lo  hallamos  en 
nuestros  manuscritos  originales,  la  cual  sucedió  en  esta  forma. 

i. — Por  los  años  de  1648,  en  el  mes  de  agosto,  teniendo  noticia  los 
portugueses  que  muchos  de  los  holandeses  que  residían  en  la  plaza  de 
San  Pablo  de  Loanda,  cabeza  del  reino  de  Angola,  con  ocasión  de  si- 
tiar la  fortaleza  de  Mazangano,  adonde  se  habían  retirado  los  portu- 
gueses cuando  perdieron  a  Loanda  el  año  de'  1645,  se  habían  incorpo- 
rado con  el  ejército  de  la  Reina  Zinga  y  dejado  casi  sin  presidio  a 
Loanda,  se  acercaron  al  puerto  con  cinco  bajeles  y  quinientos  hombres 
para  restaurar  la  plaza.  Llevó  esta  armada  a  su  cargo  Salvador  Co- 
rrea de  Sá  y  Benavides,  y,  aunque  dentro  del  mismo  puerto  se  le  fué 
a  pique  la  almiranta,  con  pérdida  de  la  gente  que  en  ella  iba,  con  todo 
eso,  como  era  soldado  de  valor  y  muy  práctico  en  las  armas,  viendo 
oportunidad  tan  sazonada,  arrojó  la  gente  en  tierra  y  a  pocos  lances 
se  apoderó  de  la  plaza  y  desde  entonces  la  mantienen  los  portugueses. 
Sucedió  esta  restauración  el  día  15  de  agosto,  en  que  celebra  la  Igle- 
sia la  festividad  de  la  Asunción  de  Nuestra  Señora  a  los  cielos  y  por 
haber  sucedido  en  ese  día,  se  llama  desde  entonces  la  plaza  entre  los 
portugueses  San  Pablo  de  la  Asunción. 

5.  — Restaurada  Loanda,  dejando  en  ella  el  presidio  suficiente,  echa- 
ron voz  los  portugueses,  que  querían  pasar  a  Mazangano  a  socorrer 
a  los  sitiados.  Llegó  la  noticia  y,  juzgando  los  holandeses  que  eran 
más  en  número  los  pK)rtugueses,  como  lo  creyeron  también  los  de 
Loanda,  unos  y  otros  se  rindieron  luego  sin  intervención  de  más  pól- 
vora y  velas  que  el  miedo  que  concibieron  con  la  entrada  de  los  cinco 
bajeles  de  guerra  en  el  puerto  en  tiempo  tan  oportuno.  Con  esta  oca- 
sión se  libraron  del  cerco  los  sitiados  de  Mazangano,  y  los  holandeses 
se  dividieron  en  dos  partes :  unos  quedaron  a  la  obediencia  de  los  por- 
tugueses y  otros  pasaron  a  Pernambuco  en  embarcaciones  que  les  die- 
ron para  ello. 

6.  — La  Reina  Zinga,  a  quien  ayudaban  los  holandeses,  aunque 
muy  ofendida  de  los  portugueses  por  haberla  despojado  los  años  antes 
del  reino  de  los  Abandos,  levantó  también  el  cerco,  luego  que  se  vió 
sola,  no  obstante  que  su  ejército  era  grande  y  había  llegado  a  poner 
en  mucho  aprieto  a  Mazangano,  a  quien  hace  notablemente  fuerte  un 


(76a)  El  P.  Anguiano  trata  latamente  de  esta  misión  en  otra  parte  de  este  mismo 
manuscrito,  o  sea  en  el  Libro  segundo,  ff.  196-201.  . 


La  misión  DEt  CONGO 


235 


rio  caudaloso  qu«  le  circunda.  Desde  aqui  partió  la  Zinga  con  su  gente 
a  intentar  otra  nueva  conquista  ;  metióse  la  tierra  adentro  y  dejó  en 
posesión  a  los  portugueses.  De  la  conversión  de  esta  reina  a  la  fe  y  de 
las  resultas  de  sus  guerras  se  irá  dando  noticia  conforme  a  la  ocurren- 
cia de  los  sucesos,  y  ahora  proseguiremos  con  los  portugueses. 

7.  — iQuedó,  pues,  libre  la  tierra  de  los  contrarios  referidos  y  por 
gobernador  y  capitán  general  de  ella  en  Loanda,  su  restaurador  Sal- 
vador de  Sá  y  Benavides,  hijo  de'  padre  portugués  y  de  madre  caste- 
llana. Puso  en  orden  los  presidios,  y,  como  los  portugueses  se  hallaban 
sentidos  de  los  de  Congo,  porque  éstos  habían  dado  socorro  a  los  ho- 
landeses cuando  cogieron  a  Loanda  y  también  porque  muchos  de  sus 
esclavos,  que  en  aquella  ocasión  se  pasaron  al  Congo,  habían  sido  ad- 
mitidos del  rey  y  se  servía  de  ellos,  determinó  hacerles  guerra  y  la 
mandó  publicar  en  Loanda  y  por  todo  el  reino  de  los  Abandos,  sujeto 
a  la  misma  plaza. 

8.  — Pasó  la  noticia  al  Congo  y  llegó  a  oídos  del  P.  Fr.  Buenaven- 
tura de  Cerdeña,  que  se  hallaba  ya  en  la  provincia  de  Bamba  en  sus 
misiones,  y  tanto  por  obedecer  al  rey,  en  lo  que  le  tenía  encargado, 
como  por  obviar  al  estrago  de  la  guerra  y  las  malas  consecuencias  que 
de  ella  se  habian  de  seguir  en  daño  de  las  almas,  al  punto  se  puso  en 
camino  para  Loanda,  distante  de  la  banza  donde  residía  entonces  cin- 
cuenta leguas.  Habló  al  gobernador  y  satisfizo  a  las  quejas  de  los  de 
su  nación,  y  con  su  santo  celo  y  razones  cristianas  recabó  con  él  el 
que  no  se  rompiese  la  paz  con  el  rey  de  Congo.  Ofrecióselo  así  el  gober- 
nador y,  en  confianza  de  su  promesa,  se  serenaron  por  entonces  los 
ánimos  y  el  Padre  se  volvió  otra  vez  a  su  banza  de  Bamba  a  proseguir 
los  ejercicios  de  su  misión,  y  de  allí  a  pocos  días  pasó  a  San  Salvador, 
a  dar  noticia  al  rey  del  ajuste  de  la  paz  con  el  gobernador,  que  todo 
viene  a  ser  camino  de  ochenta  leguas. 

9.  — Habiendo  hecho  este  viaje  con  tanta  prisa,  a  pie  y  con  gran  des- 
comodidad, ya  se  deja  conocer  la  fatiga  y  trabajo  que  le  ocasionaría, 
pero,  aunque  fué  mucho  lo  que  padeció,  con  todo  eso  le  conservó  Dios 
las  fuerzas  hasta  concluir  la  pretensión.  Informó  al  rey  del  estado  de 
las  cosas  y  de  lo  que  había  obrado  en  servicio  suyo  y  bien  común  de 
sus  vasallos.  Estimóselo  mucho,  pero  ofreciéronse  luego  nuevas  difi- 
cultades en  razón  de  los  tratados  de  paz,  que  los  del  Congo  son  muy 
tardos  en  resolver  y  obrar  a  que  ayuda  mucho  su  pobreza,  y  el  gober- 
nador de  Loanda,  no  satisfecho  de  los  congueses,  publicó  de  nuevo  la 
iguerra. 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  AFRICA 


10.  — Con  este  aviso,  inflamado  el  caritativo  Padre  en  celo  de  la  glo- 
ria de  Dios,  se  sacrificó  a  la  Majestad  divina  por  la  paz  y  quietud  de 
sus  prójimos  y  volvió  a  emprender  el  mismo  viaje  para  Loanda  con  la 
celeridad  que  pedia  la  materia,  y  consiguientemente  atrepellando  por 
mil  incomodidades  que  le  postraron  grandemente  las  fuerzas.  Premióle 
Dios  su  buen  celo  en  concederle  lo  que  deseaba ;  trató  las  materias  con 
singular  prudencia  y  destreza  y  el  gobernador  se  dió  por  satisfecho  y 
aun  le  quedó  muy  afecto  a  dicho  Padre  y  a  sus  santos  compañeros  por 
los  buenos  oficios  que  hacían  en  razón  de  la  paz  entre  príncipes  cristia- 
nos. Teniendo  muy  presente  el  que  poco  antes  habían  recibido  los  de  su 
nación  en  la  recuperación  de  la  plaza,  pues  con  el  consejo  e  informe  de 
los  Padres  Fr.  Angel  de  Valencia  y  Fr.  Juan  Francisco  de  Roma, 
cuando  pasaron  al  Brasil  para  traer  sus  embajadas  al  Papa  y  al  Prín- 
cipe de  Orange,  el  año  precedente  de  1647,  se  previno  la  armada  de 
los  cinco  bajeles  y  se  lanzaron  de  aquellas  costas  los  holandeses,  cuya 
vecindad,  por  ser  de  herejes  y  enemigos  de  nuestra  santa  fe  católica, 
era  a  todos  molesta  y  perjudicial. 

11.  — Habiendo  logrado  dicho  Padre  los  ajustes  de  la  paz  con  el  go- 
bernador (77),  como  era  forzoso  volver  a  informar  al  rey  de  todo  lo 
tratado,  sin  reparar  en  lo  dilatado  del  camino  ni  en  que  se  hallaba  ya 
enfermo,  se  puso  en  una  red  y  luego  sin  dilación  marchó  para  San  Sal- 
vador. Acaeció  este  último  viaje  por  el  tiempo  de  las  lluvias,  que  en 
aquel  tiempo  comienzan  a  últimos  de  septiembre,  que  es  cuando  fenece 
allá  el  invierno,  y  duran  mucho  tiempo.  Con  este  nuevo  accidente  y  no 
secársele  el  hábito  en  todo  el  viaje,  se  le  agravó  la  enfermedad.  Co- 
menzáronle unas  recias  calenturas  que  le  duraron  un  mes,  y,  aunque  en 
la  corte  se  k  hicieron  todos  los  remedios  posibles,  al  cabo  le  postró 
la  enfermedad  de  suerte  que  rindió  su  espíritu  al  Creador  brevemente, 
habiéndose  dispuesto  para  ello  con  muchos  actos  heroicos  de  todas  las 
virtudes  con  universal  edificación  del  rey  y  de  cuantos  cortesanos  se 
hallaron  presentes  a  su  tránsito  y  entierro. 


(77)  Dichas  paces  se  ajustaron  en  marzo  y  abril  de  1649  entre  Salvador  Correa 
y  los  embajadores  del  rey  del  Congo  García  II :  P.  Domingo  Cardoso,  rector  de 
colegio  de  la  Compañía  de  Jesús  en  San  Salvador  ;  P.  Buenaventura  de  Cérdeña,  Ca- 
puchino ;  Don  Sebastián  de  Meneses  y  Don  Sebastián  Teles  Barret  Maniquinangua 

Entre  los  artículos  de  «sas  paces  se  concertaron  los  siguientes  :  «Que  el  rey  de 
Congo  no  permita  que  ni  castellanos  ni  holandeses  moren  o  pasen  por  el  reino  a  la 
reina  Zinga.  Que  la  comunicación  de  los  Padres  Capuchinos  que  moran  en  el  Congo, 
con  Roma,  se  haga  por  Portugal  y  Angola. — Que  el  rey  de  Congo  no  consienta  que 
a  sus  puertos  venga  navio  alguno  de  enemigos,  particularmente  de  castellanos  u  ho- 
landeses sin  su  pasaporte»  (Cfr.  PAIVA  MANSO,  o.  c,  pp.  200-202.— Arquivos  de 
Angola.  2.»  serie,  11,  1944.  pp.  16{»-173), 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


12.  — Fué  sentidísima  su  muerte  de  sus  compañeros  por  haber  per- 
dido un  hermano  tan  santo  y  de  tanta  importancia  para  el  ministerio 
de  las  misiones,  en  quien  tenían  padre,  doctor  y  consejero  para  todas 
sus  necesidades.  Los  cortesanos  semejantemente  conocieron  la  pérdida 
y  celebraron  sus  exequias  con  copiosas  y  devotas  lágrimas  ;  unos  de- 
cían: «Ya  murió  nuestro  padre  y  maestro,  ya  falleció  el  consuelo  de 
la  república» ;  otros  no  con  menor  aflicción  repetían  las  mismas  ende- 
chas, añadiendo :  «Ya  se  ausentó  de  nosotros  el  padre  de  la  patria,  el 
maestro  de  este  reino,  el  pacificador  de  nuestras  discordias,  el  amparo 
de  los  pobres  y  el  consuelo  de  todos».  En  medio  de  su  tristeza  y  de 
llanto  tan  universal,  se  consolaba  la  gente  con  la  esperanza  de  tenerle 
en  el  cielo  por  protector  y  amparo.  Y  creyendo  piadosamente  se  halla- 
ba ya  en  posesión  de  la  gloria  eterna,  le  repetían  parabienes  y  se  en- 
comendaban en  sus  ruegos  y  méritos,  alegando  cada  uno  los  buenos 
oficios  que  de  él  habían  recibido  en  vida  para  que  se  los  continuase  en 
adelante. 

13.  — Su  vida  fué  de  todos  modos  admirable  ;  de  ella  podemos  decir 
lo  que  San  Máximo  de  San  Eusebio  Vercelense,  que :  Virtutum  ejus 
gratia  non  scrmonibus  expone'nda  est  sed  operibus  comprobanda.  Fué 
hijo  de  padres  nobles  y  ricos,  de  la  isla  de'  Cerdeña.  En  la  niñez  se  crió 
en  todo  temor  de  Dios,  aprendió  las  primeras  letras  y  descubrió  tan 
aventajado  ingenio,  que  lo  dedicaron  al  estudio  de  las  ciencias.  Con 
este  designio  lo  enviaron  a  la  Universidad  de  Salamanca,  a  donde  vivió 
algunos  años  ;  allí  se  portó  con  tal  circunspección  y  recogimiento,  que 
no  sabía  más  calles  que  la  de  la  iglesia  y  la  del  estudio.  Estas  frecuen- 
taba como  únicamente  necesarias  para  vacar  al  ejercicio  de  las  letras 
y  entregarse  a  la  piedad  y  devoción.  En  su  trato  y  conversaciones  era 
modestísimo  ;  compadecíase  de  los  pobres  y  los  socorría  con  liberali- 
dad ;  dábanle  muy  en  rostro  las  desenvolturas  de  los  otros  condiscípu- 
los suyos  y,  temiendo  inficionarse  del  veneno  que  suele  comunicarse  de 
las  malas  compañías,  trató  de  retirarse  del  todo  del  mundo.  Su  voca- 
ción a  la  religión  fué  singular  y  le  sirvió  de  causa  instrumental  la  cam- 
pana del  convento  cuando  tocaba  a  media  noche,  cuyos  golpes  resona- 
ban en  sus  oídos  y  le  parecía  le  decían:  «Vete,  no  te  detengas,  y  acom- 
paña a  mis  siervos  en  mis  alabanzas». 

14.  — Tomó  el  hábito  de  los  Capuchinos  en  aquella  ciudad  y  desde 
entonces  se  entregó  de  veras  a  Dios  y  fué  un  vivo  retrato  de  perfec- 
ción ;  su  humildad  fué  profunda  y  tanto  que  sus  mayores  delicias  las 
tenía  consignadas  en  el  desprecio  y  abatimiento.  Con  ser  insigne'  juris- 


23» 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


ta  y  excelentísimo  teólogo,  jamás  le  vieron  hacer  el  menor  alarde  de 
su  saber ;  ni  cuando  argüía  quiso  tirar  a  concluir  a  alguno,  excepto  a 
los  herejes,  así  por  mortificar  la  propia  excelencia  como  por  no  oca- 
sionar pudor  a  los  que  sabían  menos.  Para  este  efecto  prevenía  siempre 
al  compañero  y  le  decía  que,  en  habiendo  batallado  lo  suficiente,  le  ti- 
rase del  manto  ;  hacíale  seña  y  después,  con  gran  destreza,  fortalecía 
la  razón  del  que  impugnaba  y  lo  disponía  de  suerte  que  éste  quedase 
al  parecer  vencedor. 

15.  — En  la  oración  y  mortificación,  en  la  pobreza  y  observancia  de 
la  Regla  seráfica  fué  austerísimo  ;  por  estos  medios  llegó  a  inflamarse 
tanto  en  el  amor  divino,  que  sólo  deseaba  tener  ocasión  adonde  sacri- 
ficar la  vida  por  la  salvación  de  sus  prójimos.  «¿De  qué  sirve  — solía 
decir —  nuestro  estudio  si  no  lo  empleamos  en  restaurarle  a  Dios  tan- 
tas almas  como  el  demonio  le  tiene  usurpadas  con  sus  engaños  y  astu- 
cias?» Acordábase  frecuentemente  de  aquella  maravillosa  sentencia  del 
Apóstol  de  los  indios,  S.  Francisco  Javier,  que  dice :  Mihi  vero  persepe 
venit  in  mentem  chxuni  Europae  Academias  versari  et  insani  modo  vo- 
ciferari,  conque  qui  doctrinae  plus  habent  quam  charitatis,  his  compellerc 
vertís:  Heu!  quam  ingens  dnimarun  numerus  vestro  virio  periit  et  ex- 
dusus  coelo  defurbatur  ad  inferas  (78). 

16.  — Mandóle  el  Santo  Tribunal  de  Valladolid  que  arguyese  al  pro- 
tervo Don  Lo|>e  de  Vera  y  habiéndole  concluido,  se  levantó  furioso  y 
le  dió  una  gran  bofetada,  que  llevó  con  suma  paciencia  y  edificación  de 
los  circunstantes. 

Finalmente,  abrasado  en  el  amor  divino  y  lleno  df  compasión  a  sus 
prójimos,  con  vivísimos  deseos  de  ayudarles,  solicitó  el  que  se  le  alis- 
tase en  esta  apostólica  misión  ;  consiguiólo  y,  posponiendo  todas  las 
conveniencias  del  retiro  de'  su  celda,  renunció  los  oficios  de  Dedfinidor, 
Custodio  y  Guardián,  que  ocupaba  en  Valladolid,  y  pasó  con  los  demás 
religiosos  al  Congo.  En  este  reino  trabajó  tan  fielmente  como  hemos 
visto  hasta  el  año  de  1648,  en  que  pasó  de  esta  vida  a  la  eterna  a  re- 
cibir el  premio  de  sus  grandes  fatigas  en  el  mes  de  noviembre,  cerca 
de  la  festividad  de  San  Andrés  Apóstol.  Después  de'  su  dichoso  trán- 
sito mostró  Dios  cuán  aventajados  fueron  sus  méritos  por  la  revela- 
ción maravillosa  que  referiremos  más  adelante.  De  éste  su  siervo  y  sin- 
gular ornamento  de  nuestra  Provincia  de  Castilla  y  de'  sus  heroicos  he- 


(78)    SOLORZANO,  De  Jure  hidiarum.  lib.  2,  cap.  16,  núni.  39. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


ches  en  el  Congo  podemos  decir  con  gran  razón  y  concluir  con  San 
Máximo  en  el  lugar  ya  citado,  que:  Quidquid  igitur  in  hac  sancta  ple- 
be potest  essc  viriutis  et  gratiae,  de  Itoc  quasi  quodam  fonte  lucidissi- 
mo  omnium  rivulorum  puritas  emanavit  (79). 

17.  — Ya  dijimos  cómo  a  los  Padres  Fr.  Buenaventura  de  Corella  y 
Fray  Francisco  de  Veas  les  tocó  la  misión  del  condado  Huandu  en  el 
repartimiento  que  se  hizo  de  las  provincias.  Ahora  trataremos  de  ella 
siguiendo  el  orden  comenzado.  Tiene,  pues,  este  condado  en  sus  confi- 
nes al  septentrión  y  occidente  la  provincia  de  Pemba  :  al  oriente,  los 
reinos  de  gentiles,  y  al  mediodía  los  marquesados  de  Embuela  y  Am- 
buila.  Llegaron  dichos  Padres  a  la  banza  principal  en  compañía  del  Pa- 
dre Fr.  Buenavenura  de  Cerdeña  y  de  su  intérprete  Don  Calixto,  los 
cuales,  pasados  dos  dias,  partieron  para  Bamba  y  desde  alli,  dentro  de 
breve  tiempo,  a  Loanda  a  los  efectos  que  dejamos  referidos.  El  mismo 
día  que  llegaron  a  la  banza  de  Huandu.  por  ser  festivo,  convocaron  la 
gente  y  propusieron  la  misión,  pero  con  haber  sido  grande  y  plausible 
el  recibimiento  que  se  les  hizo,  al  cabo  les  sucedió  lo  que  a  Cristo  nues- 
tro Señor  el  día  de  Ramos  en  la  entrada  solemne  que  hizo  en  Jerusa- 
lén :  que  no  hubo  quien  le  convidase  a  comer. 

18.  — Bien  creyeron  que  el  conde  u  otro  fidalgo  les  hubiese  hecho 
algún  agasajo,  mayormente  constándoks  de  su  pobreza  y  del  trabajo 
que  habían  tenido  aquel  día  desde  la  mañana,  pero  ninguno  reparó  en 
eso  y  así  hubieron  de  apelar  a  la  mesa  del  intérprete  Don  Calixto,  cuya 
vianda  se  compuso  de  unos  ratones.  Los  negros  de  esta  provincia,  si 
bien  tti  el  nombre  eran  cristianos,  en  las  costumbres  más  parecían  eran 
gentiles  que  otra  cosa.  Su  perversidad  había  llegado  a  términos  tan  infe- 
lices que  en  distancia  de  ochenta  leguas  no  hallaron  siquiera  uno  que 
iuera  casado  legítimamente,  por  estar  todos  no  sólo  enfrascados  en  sus 
torpezas,  sino  cargados  de  mancebas,  según  la  perversa  costumbre  del 
reino  y  de  los  demás  vecinos. 

19.  — Alentábales  a  este  infernal  desorden,  el  infernal  ejemplo  que' 
veían  en  el  conde  su  señor  y  príncipe,  de  quien  copiaban  en  sí  ése  y 


(79)  El  P.  Buenaventura,  aunque  se  firmaba  de  Cerdeña.  fué  natural  de  Nuoro 
(Cerdeña)  y  se  llamó  Antonio  Angel  Pirela  ;  tomó  el  hábito  capuchino  en  Salamanca 
el  19  de  octubre  de  1629  y  se  ordenó  en  1637.  Fué  Lector  de  Filosofía  (1640-44)  y 
Guardián  del  convento  de  Valladolid  y  Definidor  (1644).  No  se  sabe  a  punto  fijo  el 
dia  exacto  de  su  muerte  ;  parece  lo  más  probable  haya  sido  el  14  de  mayo  de  1649 
(Cfr.  nuestro  Necrologio.  o.  c,  p.  126). 

El  P.  Teruel  (Ms.  c,  pp.  86-87)  le  tributa  muy  grandes  encomios. 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


Otros  muchos  vicios,  pues,  según  les  informó  el  intérprete,  no  sólo  te- 
nía doscientas  mancebas,  pero  observaba  varios  ritos  gentílicos,  entre 
los  cuales  era  uno  que,  de  cuatro  en  cuatro  días,  hacía  ciertas  ceremo- 
nias en  honra  del  demonio.  Era  tan  observante  en  esto,  que  por  esa 
causa  no  quiso  recibir  en  audiencia  a  los  Padres  el  día  que  fueron  a 
hablarle.  Extrañaron  mucho  el  que  no  se  dejase  ver,  pero  los  criados 
les  satisfacieron,  diciendo  estaba  haciendo  sus  sacrificios. 

20.  — No  obstante  lo  dicho,  comenzaron  a  predicar  y  enseñar  la  doc- 
trina a  todos,  confiando  en  la  protección  divina  les  había  de  dar  victo- 
ria de  todos  los  enemigos,  y  les  sucedió  tan  prósperamente',  que  bauti- 
zaron innumerable  gente'  y  un  día  con  otro  se  bautizarían  hasta  cuatro- 
cientas almas.  Casaron  a  muchos,  según  el  orden  de  la  Iglesia,  y  to- 
maron las  cosas  de  la  religión  otro  diferente  temperamento  del  que 
tenían,  y  aun  hubieran  sido  mayores  los  progresos  si  no  fuera  por  la 
falta  de  tiempo  y  haberse  interpuesto  la  ocasión  que  luego  diremos, 
mediante  la  cual  sólo  pudieron  trabajar  allí  por  espacio  de  quince  días. 
Los  juicios  de  Dios  son  incomprensibles  y  en  esta  ocasión  se  nos  des- 
cubren soberanamente  raros  y  admirables  por  todos  caminos. 

21.  — En  el  ínterin  que  llegó  el  accidente  para  cortar  el  hilo  de  la 
misión,  sucedieron  en  ella  varias  cosas  particulares  como  acontecía  en 
las  demás  partes  ;  de  ellas  notaremos  una  por  ser  más  especial  y  ex- 
traordinaria, la  cual  le  acaeció  al  Padre  Fr.  Francisco  de  Veas.  Llegó, 
pues,  este  religioso  a  una  libata,  donde  supo  había  cantidad  de  ídolos, 
y  él,  inflamado  en  el  celo  de  la  honra  y  gloria  de  Dios,  fué  sacando  los 
c|ue  pudo  de  las  casas.  Apenas  hubo  reunido  unos  pocos,  cuando  co- 
menzó la  gente  a  amotinarse  contra  él ;  despreció  sus  amenazas  y  qui- 
so proseguir  sus  diligencias,  creyendo  echarían  a  huir,  como  solían  en 
otras  partes,  pero  estuvieron  tan  tenaces  en  defenderle  la  entrada  en 
las  casas,  que  le  amenazaron  con  la  muerte  y  no  se  apartaron  de'  las 
puertas. 

22.  — Quiso,  no  obstante,  perseverar  en  sacarles  los  ídolos,  aunque 
fuese  a  costa  de  la  vida  ;  preparóse  para  el  caso  y,  aunque  por  breve 
rato,  les  predicó  sobre  el  punto,  anunciándoles  la  grande  ofensa  que 
hacían  a  Dios  y  «r  castigo  que  tendrían  de  su  mano  si  no  trataban  de 
arrojar  de  sí  aquellos  simulacros  y  alhajas  del  demonio.  Oyéronle  este 
racionamiento  y,  probando  de  nuevo  a  querer  entrar  en  una  casa  para 
sacar  los  ídolos,  se  opusieron  fuertemente  los  vecinos  y  le  dijeron  las 
palabras  siguientes:  «¿Qué  piensa  el  Padre  hacer  con  su  porfía?  ¿En- 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


241 


tiende  que  ha  de  morir  mártir?  Pues  advierta  que  no  le  quitaremos  la 
vida  por  ese  fin,  sino  por  otros  que  nosotros  tenemos.»  Quedóse  atóni- 
to el  buen  religioso  de  oír  tales  razones,  pero,  aunque  no  le  puso  pavor 
la  amenaza,  sugerida  propiamente  del  demonio,  con  todo  eso,  viéndo- 
les tan  rebeldes  y  obstinados,  trató  de  dejarlos  y  suspendió  la  diligen- 
cia para  ocasión  más  oponuna. 


16 


CAPITULO  XXVII 


1 

I 


En  que  se  prosigue  la  materia  del  capítulo  precedente. 


1.  — La  ocasión  por  qu€  cesó  tan  brevemente  la  misión  de  Huandu 
fué  la  siguiente.  Hallábase  la  reina  Zinga  muy  ofendida  del  conde  por 
haberle  matado  en  tiempos  pasados  algunos  capitanes  de  su  ejército  y, 
sin  embargo  de  que  tenía  paces  con  el  rey  del  Congo,  luego  que'  le- 
vantó el  sitio  de  Mazangano  se  fué  derecha  con  su  gente  a  vengar  el 
agravio.  Entró  por  el  condado  de  Huandu  con  poderosísimo  ejército, 
que  constaba  de  más  de  cincuenta  mil  soldados,  entre  hombres  y  mu- 
jeres, que  también  éstas  pelean,  por  allá,  unos  y  otros  ejercitados  por 
muchos  años  en  la  milicia.  Llegó  la  noticia  a  la  banza  y  el  conde  no  le 
pareció  acertado  aguardar  el  golpe  en  ella  y  menos  el  retirarse  al  abri- 
go y  defensa  de  los  montes,  como  se  lo  aconsejaron  los  religiosos,  pa- 
reciéndoles  ser  esto  lo  más  conveniente  para  obviar  muertes,  y  que  la 
reina  se  daría  por  satisfecha  con  que  le  dejasen  libre  la  entrada  en  la 
banza. 

2.  — Por  último,  el  conde,  picado  de  la  vanidad  y  sin  atender  a  la  su- 
perioridad del  ejército  de  la  Zinga  ni  al  consejo  de  los  religiosos,  de- 
terminó salirle  al  encuentro  con  su  gente  y  presentarle'  la  batalla,  te- 
niendo puesta  toda  su  confianza  en  su  valor  y  en  que  los  suyos  sabían 
bien  la  tierra  y  los  contrarios  no.  Hizo  reseña  para  juntar  sus  huestes 
y  el  día  5  de  octubre  de  1648  dividió  la  gente  en  dos  trozos :  el  uno  lo 
llevó  el  capitán  general  y  el  otro  el  mismo  conde.  Antes  de  partirse  les 
dijeron  misa  los  Padres  y  les  exhortaron  a  todos  a  que  se  previniese'n 
con  verdadera  j>enitencia,  confesándose  enteramente  de  sus  culpas  y 
con  firme  propósito  de  la  e'nmienda  y  especialmente  de  dejar  las  man- 
cebas y  de  casarse  conforme  al  orden  de  la  Iglesia. 

3.  — Oyeron  las  pláticas  que  se  les  hizo,  mas,  con  el  sobresalto  de 
la  guerra  y  estar  tan  poco  acostumbrados  a  las  cosas  del  servicio  de 


246 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


Dios  y  a  la  frecuencia  de  los  Santos  Sacramentos,  no  hacían  caso  de  la 
confesión.  Solos  tres  fidalgos,  naturales  de  San  Salvador,  que  se  halla- 
ron alli,  y  el  intéprete'  se  previnieron  con  los  Santos  Sacramentos  ;  los 
demás  no  cuidaron  de  eso.  Al  fin  comenzaron  a  marchar  los  escuadro- 
nes y,  por  que  no  les  faltase  a  la  hora  de  la  batalla  quien  les  exhortase 
a  hacer  un  fervoroso  acto  de  contrición,  le  encargaron  al  intérprete 
que,  ant€s  de  comenzar  a  acometer  al  enemigo,  les  mandase  hacer  di- 
cho acto  con  el  mayor  fervor  posible.  No  sería  poco  el  qu*  acertasen 
con  él  y  más  en  aquella  hora,  pues  quien  no  se  ha  acostumbrado  en 
vida  y  en  tiempo  de  paz  a  arrepentirse,  será  milagro  lo  sepa  hacer  en 
tiempo  de  guerra  y  a  la  hora  de  la  muerte. 

4.  — Tomó  la  derrota  el  conde  por  un  lado  y  el  capitán  general  por 
otro  ;  éste  tuvo  la  suerte  de  no  encontrar  al  enemigo,  y  así  libró  bien  ; 
pero  el  conde,  con  su  gente,  pagó  la  pena  de  su  arrojo  y  temeridad. 
Llegó  brevemente  a  corearse  con  el  ejército  de  la  Zinga  y,  habiendo 
estado  tres  días  a  su  vista  sin  hacerse  hostilidad  alguna,  después  al 
cuarto  día  se  acometieron  furiosamente  ;  mas  como  los  contrarios  eran 
muchos  en  número  y  más  versados  eti  las  armas,  a  los  primeros  encuen- 
tros los  vencieron,  quedando  muerto  el  conde  con  más  de  quinientos 
de  los  suyos  ;  los  demás  se  procuraron  retirar  a  las  eminencias  de  los 
montes,  que  son  los  castillos  y  murallas  de  su  defensa. 

5.  — Súpose  después  en  la  banza  la  muerte  del  conde  y  la  derrota  de 
su  gente,  y  al  punto  la  poca  que  había  quedado,  porque  las  mujeres  y 
niños  ya  se  habían  subido  a  los  montes,  comenzó  a  dar  gritos  y  alari- 
dos y  se  puso  en  fuga,  no  de  otra  suerte  que  ovejas  descarriadas.  De- 
járonse solos  a  los  religiosos  y  en  menos  de  un  cuarto  de  hora  ya  no 
había  en  la  población  persona  alguna.  Con  esta  ocasión  estuvieron  tres 
días  solos  con  un  negrillo  que  ks  ayudaba  a  misa,  sin  tener  otro  basti- 
mento que  una  corta  cantidad  de  legumbres.  Retiráronse  a  una  iglesia 
pequeña  que  habían  fabricado  y  metieron  en  ella  la  ropa  de  la  sacristía, 
no  dudando  que  los  enemigos  se  acercarían  luego  a  saquear  la  banza, 
como,  en  efecto,  sucedió. 

6.  — Adelantáronse  a  explorar  la  plaza  hasta  doscientos  hombres,  tan 
fieros  y  horribles  en  el  aspecto,  que  parecían  unos  demonios.  Llevaban 
desnudo  todo  el  cuerpo,  menos  lo  que  la  decencia  pide  ocultar,  para 
lo  cual  se  servían  de  un  delantalillo  de  cierta  tela  de  hierba  de  media 
vara  de  largo  y  ancho.  La  cara  la  llevaban  pintada  con  un  betún  blan- 
co, la  cabeza  adornada  de  un  turbante  o  corona  de  diferentes  plumas 
de  aves  y  en  lugar  de  banda  una  cantidad  de  dientes  y  muelas  de  tigres, 


i 


LA  MISIÓN  bn.  CONGO 


247 


leones  y  otras  fieras  del  país  ;  y  con  ademán  formidable  y  prevenidos 
los  arcos  y  flechas  se  fueron  acercando  a  la  iglesia.  El  lenguaje  era 
muy  bárbaro  y  el  eco  tan  desapacible,  que  más  parecían  lobos  que 
aullan  que  hombres  que  hablan. 

7.  — Los  religiosos,  sabiendo  era  fiera  esta  gente  y  tan  inhumana 
que  mataban  los  hombres  para  comérselos,  escondieron  debajo  del  al- 
tar al  negrillo  que  les  acompañaba  y  se  pusieron  a  orar  y  a  preparar 
sus  ánimos  para  cualquier  trabajo  que  Dios  les  enviase.  Después  toma- 
ron los  Crucifijos  y,  armados  de  fe  y  confianza  en  la  divina  protección, 
salieron  de  la  iglesia  por  medio  de  los  bárbaros  a  ver  qué  querían ;  no 
hablaron  palabra  que  pudiesen  ente'nder,  pero,  diciendo  y  haciendo,  se 
metieron  los  más  de  ellos  en  la  iglesia  y,  cogiendo  la  caja  de  las  vesti- 
duras sagradas  y  una  botija  de  vino,  que  tenían  para  las  misas,  y  se 
alzaron  con  ello.  Otros  llegaron  a  registrar  el  altar  y,  encontrando  al 
negrillo,  le  sacaion  fuera;  el  pobrecillo,  viéndose  en  sus  manos,  comen- 
zó a  llorar  amargamente,  temiendo  ser  pasto  de  aquellas  fieras,  pero 
no  le  hicieron  daño  alguno  ni  a  los  Padres. 

8.  — En  lo  que  se  cebaron  como  bestias  fué  en  las  legumbres  y,  en 
habiendo  dado  fin  a  ellas,  les  mandaron  entrar  en  medio  de  los  escua- 
drones y  los  llevaron  como  prisioneros  a  la  reina  su  señora,  que  con 
su  ejército  quedaba  dos  leguas  atrás.  Avisáronla  de  la  llegada  de  los 
Padres  y  envió  un  recaudo  con  su  capitán,  que  parecía  un  filisteo,  di- 
ciendo que  se  aguardasen  allí  hasta  tener  nueva  orden.  En  ese  ínterin 
vieron  pasar  uno  de  aquellos  gentiles  cargado  con  medio  cuerpo,  de  la 
cintura  abajo,  que  era  de  los  que  habían  muerto  en  la  batalla.  Después 
se  acercó  a  ellos  un  escuadrón  de  soldados  con  sus  banderas  y  tambo- 
res y  estuvo  a  la  vista  como  de  guarnición  hasta  que  les  fué  orden  pafa 
que'  los  condujesen  a  la  tien-da  de  la  reina,  lo  cual  hicieron  con  muy 
buena  traza  militar,  poniéndose  en  dos  filas  iguales  y  con  los  arcos  y 
flechas  a  guisa  de  pelea. 

9.  — Llegaron  a  la  tienda  de  la  reina  y  la  hallaron  sentada  con  ma- 
jestad en  una  silla  ricamente  guarnecida  ;  causaba  respeto  el  verla  y 
aun  temor  t«ner  así  ella  como  todos  sus  capitanes  los  arcos  y  flechas 
en  las  manos.  Luego  se  acercaron  a  la  silla  y  al  instante  se  levantó  y 
Ies  hizo  cortesía.  Ya  su  secretario  la  había  informado  cómo  eran  mi- 
sioneros del  Sumo  Pontífice  y  de  los  ejercicios  en  que  se  ocupaban  en 
aquellas  tierras.  Quiso  entonces  uno  de  aquellos  Padres  darle  a  adorar 
el  Crucifijo  que  llevaba  en  la  mano,  mas  ella  se  retiró  y  volvió  el  rostro 


248 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  AFRICA 


hacia  el  secretario  y  le  preguntó  qué  cosa  era  aquella  ;  de  lo  cual  coli- 
gieron que  no  tenia  noticia  de  las  sagradas  imágenes. 

10.  — Púsose  el  religioso  el  Crucifijo  al  cuello  y  la  reina  los  mandó 
sentar  y,  después  de  saludarles  con  grande  afabilidad  por  medio  de  su 
intérprete,  les  dijo  que  deseaba  sumamente  tenerlos  eti  sus  tierras  para 
que  a  ella  y  a  sus  vasallos  los  instruyesen  en  la  fe  cristiana  y  buenas 
costumbres.  Respondiéronla  que  deseaban  también  ellos  servir  a  Su 
Majestad  en  eso  mismo  y  que  siempre  que  gustase  mandarlos  llamar, 
la  obedecerían  con  mucho  gusto.  Díjoles  más:  que  tuviesen  buen  áni- 
mo y  no  se'  admirasen  de  aquellas  hostilidades  y  muertes,  pues  eran  su- 
cesos ordinarios  de  la  guerra :  que  ella  deseaba  dejarla  y  los  quería  te- 
ner consigo  en  tiempo  de  mucha  paz. 

11.  — Maravilláronse  los  Padres  de  ver  en  la  reina  tanta  piedad,  do- 
cilidad y  afe'cto  a  la  religión  cristiana  ;  dieron  a  Dios  muchas  gracias 
por  el  suceso  y  reconocieron  en  él  una  especial  providencia  del  cielo 
para  el  logro  de  su  salvación  y  de  los  maravillosos  frutos  que  se  consi- 
guieron en  los  estados  que  conquistó  después  de  esta  guerra  en  un  rei- 
no de  gentiles.  Pasada  esta  primera  audiencia  le  ordenó  a  su  secretario 
aposentase  a  los  Padres  en  una  tienda  apartada  de'  la  suya  y  que,  res- 
pecto de  ir  fatigados  del  camino,  les  diese  luego  un  refresco  y  los  de- 
jase descansar. 

12.  — Llevólos  a  una  barraca  de  paja,  cerca  de  la  cual  tenían  su  alo- 
jamiento algunos  soldados  ;  vieron  en  el  rancho  una  grande  hoguera 
y  alrededor  diferentes  negros,  que  con  gira  y  bulla  estaban  asando  car- 
ne humana  ;  unos,  piernas  ;  otros,  brazos,  y  otros,  espaldas  de'  sus  ene- 
migos que  habían  muerto  en  la  batalla  ;  y  cerca  de  éstos,  otros  cuan- 
tos soldados  que  despedazaban  los  cuerpos  como  carniceros  y  los  re- 
partían a  los  que  iban  llegando.  Causóles  este  espectáculo  a  los  Padres 
increíble  horror  y,  lastimados  de  ver  tal  atrocidad,  salieron  de  la  barra- 
ca pidiendo  a  Dios  misericordia  con  lágrimas  y  suspiros  diciendo :  «No 
quiera  Dios  que  nuestros  ojos  vean  tan  inhumana  crueldad»,  y  se'  reti- 
raron de  aquel  sitio. 

13.  — Dieron  luego  aviso  de  su  salida  a  la  reina  y  al  instante  les  man- 
dó ir  a  su  presencia;  en  llegando  les  habló  de  esta  suerte:  «Padres 
míos,  siento  vuestro  desconsuelo  ;  sabed  que  yo  y  mis  capitanes  no  co- 
memos carne  humana,  sino  los  soldados  ordinarios ;  no  os  admiréis  la 
coman,  que  están  acostumbrados  a  ella  y  no  es  fácil  e'n  tiempo  de  gue- 
rra quitarles  esa  costumbre.»  Mandó  hiego  que  les  pusiesen  alojamien- 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


249 


to  cerca  de  su  tienda  y  tomaron  el  refresco  que  les  envió,  que  fué  un 
plato  de  carne  de  venado,  con  lo  demás  necesario,  y  de  allí  adelante,  a 
sus  horas,  les  envió  la  misma  vianda  con  una  de  sus  doncellas  o  meni- 
nas y  dos  capitanes,  con  un  recaudo  tan  cortés  y  afable  como  era  decir : 
«Que  la  reina  su  señora  enviaba  aquel  regalo  a  sus  hijos,  que  le  comie- 
sen sin  recelo,  que  no  era  carne  humana.» 

14.  — Tres  días  detuvo  la  reina  a  dichos  Padres  en  su  ejército  y  en 
ese  espacio  de  tiempo  la  visitaron  muchas  veces  y  le  dieron  difusa  no- 
ticia de  la  religión  católica ;  oíales  con  singular  gusto  y  le  parecía  todo 
muy  bien.  Con  esta  ocasión  la  exhortaron  a  que  la  abrazase  y  dejase 
los  errores  que  seguía  y  a  que  se  recogiese  con  su  gente  a  poblaciones 
para  tratar  de  servir  a  Dios  ;  y  asimismo  la  rogaron  que  no  permitiese 
que  los  soldados  comiesen  carne  humana  por  ser  manjar  tan  horribls, 
no  sólo  a  los  cristianos,  sino  a  los  mismos  gentiles,  y  acción  más  pro- 
pia de  fieras  silvestres  que  de  hombres  racionales. 

15.  — Respondióles  diciendo  :  «Padres,  deseo  recogerme  con  mi  gen- 
te a  poblaciones  y  os  ofrezco  hacerlo  cuanto  antes  para  que  todos  tra- 
temos de  vivir  bien  ;  pero,  en  cuanto  a  quitarles  la  costumbre  de  comer 
carne  humana  a  los  soldados,  no  es  posible  durante  la  guerra.»  No  qui- 
sieron apretar  más  la  materia  por  entonces;  y  asi.  en  confianza  de  la 
palabra  que  les  había  dado  de  llevarlos  a  su  tierra  en  tiempo  de  paz 
para  que  la  instruyesen  en  la  fe  católica,  lo  dejaron  por  no  desazonarla. 
Suplicáronla,  por  último,  se  sirviese  de  darles  licencia  para  partirse  a 
San  Salvador  a  dar  la  noticia  a  su  Prelado  de  sus  buenos  deseos  y  de 
las  honras  que  les  había  hecho.  Concediósela  con  mucha  benignidad, 
tanto  por  hacerles  ese  agasajo  como  porque  tenía  ya  determinado  el 
marchar  luego  a  conquistar  un  reino  de  gentiles  que  confina  con  sus 
tierras  y  se  llama  Matamba. 

16.  — Acaeció  por  entonces  hallarse  allí  un  embajador  del  rey  del 
Congo  y  para  mayor  seguridad  de  los  Padres  le  mandó  la  reina  los 
acompañase  hasta  San  Salvador.  Ordenó  asimismo  les  diesen  provisión 
para  el  camino,  y  los  despenseros  les  entregaron  a  los  criados  del  em- 
bajador un  cerdo,  cantidad  de  legumbres,  harina  y  sal  :  fineza  a  la  ver- 
dad de  mucha  estimación  y  liberalidad  en  aquella  tierra,  aunque  fué 
muy  corta  provisión  para  tanta  gente,  pues  sólo  el  embajador  llevaba 
consigo  a  su  mujer  y  más  de  cuarenta  personas. 


17. — Despidiéronse  estos  Padres  de  la  reina,  dando  las  gracias  y 
icordándola  tuviese  en  memoria  lo  que  le  habían  predicado  en  orden 


250 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


4 


a  su  salvación.  Manifestó  de  nuevo  sus  buenos  deseos  ;  dijo  que  a  su 
tiempo  les  avisaría,  como  lo  hizo,  y  sucedió  lo  que  en  su  lugar  dire- 
mos, que  es  bien  para  alabar  a  Dios  y  uno  de  los  frutos  admirables  que 
consiguieron  los  Capuchinos  con  el  divino  auxilio  en  estas  misiones  de 
Africa.  Esta  resolución  tomaron  dichos  Padres  con  ánimo  de  partici- 
parle al  Prefecto  cuanto  les  había  pasado,  así  en  la  banza  de  Huandu 
como  con  la  reina  Zinga,  y  también  a  fin  de  que  los  ocupase  en  alguna 
nueva  misión  o  los  incorporase  en  las  otras  del  reino,  respecto  de  que 
en  Huandu  en  mucho  tiempo  no  había  esperanza  de  hacer  algún  fruto 
por  la  pérdida  de  la  gente  y  estar  la  restante  desparramada  por  los  mon- 
tes, y  principalmente  por  no  tener  cabeza  que  los  gobernase  hasta  la 
elección  del  nuevo  conde,  que  todo  prometía  largas  dilaciones  (80). 


(SO)  Esta  reina  se  llamó  Nzinga  ¡Mbandi  Ngola.  más  célebre  y  más  conocida  con 
el  sobrenombre  de  Zinga.  Se  bautizó  a  los  40  años  en  Loanda,  en  1622,  y  tomó  en- 
tonces el  nombre  de  Da.  Ana  de  Sonsa,  aunque  conservó  su  antiguo  nombre,  y  se 
distinguió  por  las  muchas  guerras  en  que  intervino.  En  1656  pasaron  los  Capuchinos 
a  evangelizar  su  reino,  haciéndolo  el  primero  el  P.  Antonio  de  Gaeta.  Desde  enton- 
ces se  convirtió  de  veras  al  cristianismo  y  murió  a  los  81  años  de  edad,  el  17  de  di- 
ciembre de  1662  (Cfr.  Notas  para  una  Cronología,  etc.,  pp.  45  y  50-51). 


1 


CAPITULO  XXVIII 


I 


• 

i 


r 


Cómo  los  dos  misioneros  de  la  Zinga  se  partieron  para  San 
Salvador  y  de  allí  pasaron  a  plantar  la  misión  al  marque- 
sado de  Encusu;  refiérense  varios  trabajos  y  sucesos  que 

les  acaecieron  en  ella. 


1.  — Partieron  los  dos  misioneros  de  la  Zinga  para  San  Salvador  en 
compañía  del  embajador  referido,  y  hubo  bien  que  ofrecer  a  Dios  en 
este  viaje,  porque  tuvieron  muchos  sobresaltos  por  espacio  de  cinco 
días,  en  los  cuales  no  encontraron  otra  cosa  que  fieras,  elefantes,  bue- 
yes selváticos  y  otros  semejantes.  Al  quinto  día  se  les  acabó  la  provi- 
sión y  a  todos  les  apretó  el  hambre  y  sed  de  calidad,  que  les  fué  preci- 
so a  la  gente  del  acompañamiento  sustentarse  de'  langostas  de  que  está 
cubierta  aquella  tierra.  Para  los  religiosos  no  hubo  otro  mantenimiento 
que  unas  legumbres  que  reservó  el  embajador,  las  cuales  hizo  cocer  y 
poner  en  un  costal  para  el  viaje. 

2.  — Fuéles  también  notablemente  molesto  el  camino  por  la  aspereza 
del  territorio  y  especialmente  por  haber  pasado  todo  un  día  por  cierto 
paraje  tan  poblado  de  hormigas  que  cubrían  el  suelo,  y  son  tan  fieras  que 
les  roían  los  pies.  Tardaron  en  llegar  a  San  Salvador  veinte  días,  a 
donde  se  detuvieron  después  cuatro  meses  para  repararse  de  las  fatigas 
de  tan  larga  y  penosa  jornada.  Luego  les  ordenó  el  Prefecto  que  fue- 
ran a  plantar  la  misión  al  marquesado  de  Encusu,  cuya  banza  principal 
dista  de  la  corte  cuarenta  leguas. 

3.  — En  esta  nueva  peregrinación  hasta  Encusu  hubo  también  mu 
cho  que  padecer  por  Jas  grandes  incomodidades  del  país  y  pasos  peli- 
grosos de  los  ríos  y  lagunas.  Algunas  veces  les  sucedía  caminar  distan- 
cias de  media  legua  y  otras  veces  más  por  partes  donde  les  llegaba  el 
agua  hasta  las  rodillas,  a  que  se  juntaba  el  temor  de  ser  asaltados  de 


254 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


los  cocodrilos  o  caimanes  que  se  crían  «n  aquel  paraje,  y  en  tierra,  de 
los  elefantes,  de  todo  lo  cual  abunda  el  marquesado.  Empero  todo  esto 
fué  poco  respecto  de  lo  que  padecieron  con  la  barbaridad  d¿  aquellas 
gentes,  por  ser  más  fieros  que  los  brutos  y  tanto,  que  podemos  decir 
se  hallaban  en  ellas  juntas  todas  las  barbaridades,  vicios  y  supersticio- 
nes que  estaban  repartidas  por  las  demás  provincias.  Hallaron  hechi- 
ceros sin  número,  ídojos  y  sus  sacerdotes  a  cada  paso,  nuevos  casos 
de  invocación  del  demonio,  a  todos  amancebados  y  llenos  de  vicios  de 
mil  maneras  y  reducido  todo  a  un  retrato  del  infierno  por  sus  pecados 
y  maldades. 

4.  — (Llegaron  a  dicha  banza  el  día  de  los  Santos  Inocentes  y  no  ha- 
llaron en  toda  ella  quien  supiese  hacer  la  señal  de  la  cruz,  excepto  una 
negrilla  natural  de  San  Salvador,  que  sabía  bien  la  doctrina  cristiana. 
Fuéles  preciso  a  los  Padres  valerse  de  ella  y  del  intérprete  para  ense- 
ñarla a  los  demás.  El  día  siguiente  propusieron  la  misión  y,  después  de 
haberles  anunciado  el  fin  a  que  iban  y  lo  que  les  importaba  aprovechar- 
se de  tan  buena  ocasión  para  salir  del  mal  estado  en  que  vivían  y  res- 
tituirse a  la  amistad  de  Dios,  les  exhortaron  a  que  acudieran  a  las  mi- 
sas y  sermones  y  a  que  enviasen  sus  hijos  a  la  escuela  para  que  apren- 
diesen la  doctrina  cristianá  y  buenas  costumbres.  Leyéronles  la  carta 
del  rey  en  que  les  mandaba  lo  mismo  ;  y,  aunque  por  la  novedad  acudió 
alguna  gente  el  primer  domingo  a  misa  y  por  la  tarde  a  la  doctrina,  en 
el  siguiente  ya  era  menos  la  que  acudió,  y  ninguno  por  la  tarde  a  la 
plática  y  doctrina.  Viendo  tal  tibieza  y  descuido,  acordaron  valerse  de 
la  autoridad  del  marqués,  pareciéndoles  ser  un  medio  eficaz  para  com- 
pelerlos a  que  acudiesen. 

5.  — No  dejó  de  surtir  algún  efecto  esta  diligencia  y  poco  a  poco  se 
fueron  disponiendo  los  ánimos.  Comenzóse  la  labor  evangélica  y,  ha- 
biendo sabido  los  Padres  que  en  una  libata  que  estaba  a  dos  leguas  de 
la  banza  tenia  la  gente  cierto  ídolo  célebre,  que  llamaban  el  dios  del 
campo  y  le  estimaban  sobremanera,  se  resolvió  el  P.  Fr.  Buenaventu- 
ra de  Corella  a  ir  y  cogerle  para  quemarlo.  Dispuso  con  silencio  el  viaje 
y  llevó  en  su  compañía  al  intérprete  y  algunos  criados  de  éste' ;  pero, 
cuando  llegó  a  la  libata,  ya  lo  habían  escondido.  No  obstante,  mandó 
juntar  la  gente  y  les  hizo  una  plática  en  que  les  reprendió  sus  vicios 
e  idolatrías,  ponderándoles  mucho  cuán  gran  pecado  cometían  en  ado- 
rar al  demonio,  siendo  cristianos. 

6.  — Pidióles  después  el  ídolo  para  llevarlo  a  la  banza  y  pegarle  fue- 
go en  la  plaza  ;  negáronsele  y,  viendo  que  no  le  bastaban  ruegos  ni 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


exhortaciones  para  que  se  lo  manifestasen,  mostró  con  ardiente  celo 
y  una  santa  indignación  de  que  quería  dar  cuenta  al  rey  de'  lo  que  pa- 
saba y,  por  ver  si  se  movían  a  entregar  el  ídolo,  le  dijo  al  gobernador 
que  se  dispusiese  porque  le  había  de  llevar  a  la  presencia  del  rey,  en 
quien  hallaría  el  castigo  de  su  culpa.  Ninguno  de  estos  medios  bastó 
para  el  caso,  antes  comenzó  a  tumultuar  la  gente  y  a  irritarse,  de  suer- 
te que  le  fué  preciso  al  Padre  omitir  la  pretensión  para  tiempo  más 
oportuno. 

7.  — Volvióse  después  a  la  banza  y  la  halló  también  amotinada  con- 
tra su  compañero  ;  a  uno  y  otro  les  dijeron  mil  oprobios  y,  entre  ellos, 
que  iban  a  engañarlos,  y  por  último  les  amenazaron  con  la  muerte  y 
que  en  el  ínterin  tuviesen  entendido  que  no  habían  de  salir  de  la  banza 
a  parte'  alguna  sin  licencia  y  permiso  del  marqués.  Alborotada  la  gente 
en  esta  forma,  se  dedicaron  a  sosegarla  y  a  ponerla  en  razón,  dándoks 
a  entender  cómo  no  pretendían  sino  su  salvación  y  el  sacar  sus  almas 
de  pecado.  Y  últimamente  les  hicieron  saber  que'  habían  de  ejercer  su 
ministerio  apostólico  libremente  para  provecho  de  sus  almas  y  cumpli- 
miento de  su  obHgación.  Hablaron  al  marqués  para  que  mandase  entre- 
gar el  ídolo  y  también  escribieron  al  rey,  pero  todas  fueron  diligencias 
infructuosas  para  el  caso  por  estar  tocados  todos  del  mismo  contagio. 

8.  — Viendo  que  no  habían  podido  descubrir  el  ídolo,  pasaron  a  poner 
fuego  a  otro  no  menos  venenoso  y  tanto  más  perjudicial  cuanto  le  te- 
nía cada  uno  más  radicado  «n  los  huesos.  Este  era  el  vicio  infernal  de 
1^  lascivia  y  estado  concubinario,  el  cual  suele  andar  conjunto  con  la 
idolatría.  Hizo  el  P.  Fr.  Buenaventura  vivísimas  instancias  con  el  mar- 
qués y  fidalgos  principales  en  orden  a  que  dejasen  las  concubinas  y  s« 
casasen,  pues,  en  no  empezando  las  cabezas  a  reformarse  en  las  cos- 
tumbres, no  se  puede  recabar  nada  con  los  vasallos  y  esclavos.  Empe- 
ro no  hubo  forma  de  reducirlos  a  eso,  dando  todos  por  excusa  el  decir 
que  eran  caballeros  y  que  no  les  era  decente  casarse  con  mujeres  al- 
deanas del  país,  sino  con  las  de  la  corte,  que  eran  conformes  a  su  ca- 
lidad. 

9.  — Verdaderamente  que  podemos  decir  de  los  naturales  de  este  mar- 
quesado por  sus  vicios  y  perversidades,  lo  que  San  Pablo  refiere  en  la 
Epístola  a  Tito,  su  discípulo,  de  los  de  Creta  o  Candía:  Cretenses  sem^ 
per  mendaces,  malote  bcstiae,  ventre  pigri  (81),  pues,  en  medio  de  Ma- 


(81)  Tit.,  1,  12. 


256 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


sonar  esta  gente  de  cristianos  y  de  estar  bautizados,  sólo  tenían  el 
nombre  de  tales  y  el  carácter  del  bautismo,  con  que  su  fe  en  Jesucristo 
se  reducía  a  sola  una  denominación  extrínseca,  confesando  a  Dios  con 
los  labios  y  negándole  con  las  obras,  que  es  tan  malo,  si  no  peor,  que 
ser  gentiles,  pues  confitentur  se  nosse  Dewn,  factis  autem  negant, 
cum  sint  abomina biles  et  incredibiles  et  ad  onim  opus  bonum  repro- 
bi  (82).  Con  todo  eso  perseveraron  los  Padres  en  reducirlos  a  verda- 
dera penitencia,  confiando  en  que  la  piedad  divina  les  concedería  algún 
fruto  con  el  tiempo,  aunque  los  ánimos  se  mostraban  tan  fieros  y  obs- 
tinados. 

10.  — Pasados  dos  meses,  tuvo  or-den  el  P.  Fr.  Buenaventura  de  Co- 
rella  del  Prefecto  para  ir  a  San  Salvador  a  suplir  al  P.  Fr.  José  de 
Pernambuco,  que  hasta  entonces  había  asistido  en  aquella  corte  ense- 
ñando a  leer  y  escribir  a  los  muchachos,  y  ejetcitando  ías  ocupaciones 
ordinarias  del  pulpito  y  confesando.  Informó  el  P.  Fr.  Buenaventura 
al  Prefecto  de  lo  que  pasaba  en  el  marquesado  de  Encusu  y,  por  más 
práctico  en  la  lengua  y  para  que  se  fuera  repartiendo  el  trabajo,  envió 
a  Encusu  al  P.  Fr.  José  para  que  ayudase  al  P.  Fr.  Francisco  de  Veas 
con  orden  de  que,  en  teniendo  ocasión,  se  alargasen  hasta  el  marque- 
sado de  Zombo  que  es  vecino  al  de  Encusu. 

11.  — ^Llegó  el  P.  Fr.  José  de  Pernambuco  y  trabajó  esforzadamen- 
te y  con  su  trabajo  y  el  auxilio  de  su  compañero  Fr.  Francisco,  y  es- 
pecialmente con  el  de  Dios,  con  las  continuas  pláticas  y  exhortaciones 
y  mucha  paciencia,  fué  Dios  servido  que  se  redujesen  muchos  a  vivir 
cristianamente.  Después  se  extendieron  al  marquesado  de  Zombo  ;  en 
él  bautizaron  a  innumerables  personas  que  no  lo  estaban,  predicaron  y 
enseñaron  la  doctrina  cristiana ;  derribaron  ídolos  y  abrasaron  a  los 
que  llaman  quinpaces,  que  son  ciertos  sitios  o  casas  apartadas  adonde 
se  solían  juntar  hombres  y  mujeres  con  forma  de  cofradía,  a  su  pare- 
cer Hcita  y  santa,  y  cometían  mil  torpezas  sin  reparar  en  sexo  ni  pa- 
rentesco. 

12.  — También  sentían  a  par  de  muerte  el  que'  les  quemasen  estas 
casas  diabólicas,  en  razón  de  lo  cual  reíeriremos  lo  que  le  sucedió  ca- 
mino de  Zombo  al  intérprete  del  P.  Fr.  José  de  Pernambuco.  Mandóle 
que  se'  adelantase  un  poco  a  la  banza  de  Zombo  y  en  el  ínterin  se  quedó 
el  Padre  pegando  fuego  con  los  muchachos  a  una  de  las  casas  referi- 


(82)    'Jit..  J,  t«. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


das.  Súpolo  la  gente  que  solía  acudir  a  ella  y  le  salió  al  encuentro  al 
intérprete,  que  se  llamaba  D.  Ventura,  hombre  virtuoso  y  que  había 
sido  embajador  en  Holanda.  Apenas  le  hubieron  a  las  manos,  cuando  le 
acometieron  furiosamente  y  le  dieron  muchos  palos  y  golpes  tan  re- 
cios, que  derramó  mucha  sangre  y  le  dejaron  por  muerto.  Volvió  en 
sí  como  pudo  y,  viéndose  solo,  se  levantó  del  suelo  y  se  fué  a  una  cruz 
que  estaba  cerca  del  camino  y  con  la  misma  sangre  escribió  en  ella 
estas  palabras:  Aquí  mataron  al  mártir  Buenaventura  por  la  defensa 
de  la  fe  católica.  Y  después  se  fué  a  la  banza  que  está  cerca. 

13.  — Pasadas  algunas  horas  llegó  el  P.  Fr.  José  a  hacer  oración 
a  la  misma  cruz  y  kyó  el  sobredicho  letrero,  con  que  juzgó  sería  muer- 
to su  intérprete.  Dió  gracias  a  Dios  por  su  fejiz  suerte  y,  teniéndole 
por  mártir,  prosiguió  el  camino,  discurriendo  adónde  habrían  echado 
su  cuerpo  los  matadores  ;  entró  en  la  banza  y,  hallándole  vivo,  le  dijo 
sonriéndose:  «¿Qué  tragedia  es  ésta,  amigo  Buenaventura?  ¿Vos  vivo, 
cuando  yo  juzgué  que  teníamos  ya  en  Congo  un  mártir  negro?»  Res- 
pondióle el  intérprete  diciéndole :  «Padre :  como  me  vi  tan  cerca  de 
serlo  y  me  dieron  tantos  palos,  escribí  aquellas  palabras  de  Ja  cruz, 
teniendo  por  cierto  que  Vuestra  Paternidad  había  de  ir,  como  acostum- 
braba, a  adorarla,  a  fin  de  que  supiese,  si  me  mataban  por  dicha,  que 
Buenaventura  moría  como  católico  y  por  defensa  de  la  fe  santa  que 
profesa  la  Iglesia  romana. 

14.  — Al  P.  Fr.  Francisco  de  Veas  le  sucedieron  por  su  parte  dos  ca- 
sos bien  notables,  cuya  noticia  puede  conducir  mucho  para  confusión  de 
los  que,  teniendo  más  luz  y  obligaciones  de  ser  buenos  cristianos,  no 
sólo  no  aman  ni  sirven  a  Dios,  único  soberano  dueño  de  lo  visible  e 
invisible,  pero  ni  aun  le  dan  el  culto  y  veneración  extrínseco  que  solían 
dar  a  sus  ídolos  y  simulacros  muchos  de  los  negros  de  esta  provincia. 
Sucedió,  pues,  que  caminando  dicho  Padre  desde  Encusu  para  Zombo 
a  verse  con  su  compañero  Fr.  José,  para  la  disposición  de  algunas  co- 
sas, llegó  a  cierta  libata  y  los  muchachos  que  le  acompañaban,  como 
advertidos  ya  en  la  materia,  le  dieron  noticia  de  que  allí  cerca  había 
cierta  casa  encantada  de  un  nganga  ngombo,  o  sacerdote  de  ídolos, 
grandísimo  hechicero. 

15.  — Fuése  el  Padre  derecho  a  ella  y,  en  entrando,  encontró  canti- 
dad de'  ídolos  y  de  sacos  llenos  de  trastos  para  hechizos  y  el  nganga 
ngombo,  que  era  un  viejo  de  baja  figura  y  tan  estropeado,  que  apenas 
se  podía  tener  en  pie'.  Como  vió  éste  al  Padre  en  su  casa  y  que  iba  re- 
cogiendo los  ídolos  para  quitárselos,  comenzó  a  dar  gritos  ;  acudieron 

17 


258 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


los  vecinos  al  ruido  de  las  voces  y  en  breve  rato  se  juntaron  todos  los 
de  la  población.  Viéndolos  ya  juntos  los  reprendió  el  Padre  áspera- 
mente, siguiendo  el  consejo  de  San  Pablo  dado  a  Tito  su  discípulo 
para  los  de  Creta,  en  ocasión  semejante:  Omnia  munda  rnundis :  coin- 
quinatis  aufem  et  ¡nfidelibus  nihil  est  mundum,  sed  inquinatae  sunf 
corum  et  mens  et  conscientia.  Quam  ob  causam  increpa  ilins  dure,  ut 
sani  sint  in  fide  (83). 

16.  — Después  hizo  pegar  fuego  a  los  ídolos  y  sacos,  con  que  vien- 
do el  destrozo  que  hacía  en  ellos,  no  sólo  k  amenazaron  con  la  muerte 
y  a  los  que  iban  con  él,  pero,  arrojándose  a  las  llamas  de  la  hoguera 
muchos,  sacaron  los  que  pudieron,  aunque  medio  quemados,  y  echaron 
a  huir  con  ellos.  Los  demás,  prosiguiendo  en  su  furia  y  amenazas,  qui- 
sieron acabar  con  el  Padre  y  su  gente,  con  que  le  fué  preciso  suspen- 
der por  entonces  la  quema  de  la  casa  y,  cogiendo  los  ídolos  restantes, 
los  mandó  llevar  a  la  banza  de  Zombo  para  hacer  de  ellos  una  solemne 
hoguera  en  la  plaza  y  que  sirviese  esta  acción  de  castigo  ejemplar  a 
todos  los  de  la  provincia  que  adolecían  de  semejante  peste. 

17.  — Sintieron  esto  los  negros  de  la  libata  notablemente  y,  en  ven- 
ganza del  caso,  no  le  quisieron  llevar  al  Padre  la  ropa  de  la  sacristía  ; 
con  que  se  vió  precisado  a  dejársela  allí  y  partirse  con  los  ídolos.  Ape 
ñas  le  vió  marchar  el  viejo  hechicero,  cuando  partió  arrastrando  tras 
de  él  y  le  fué  siguiendo  por  espacio  de  una  milla,  pidiéndole  con  vo- 
ces, lágrimas  y  gemidos  le  diese  las  imágenes,  que  así  los  llamaba. 
Repitió  voces  y  gritos  sin  modo  ni  tasa,  pero  como  el  Padre  no  hacía 
caso  de  sus  ruegos  y  plegarias,  llamó  aparte  los  muchachos  que  iban 
cargados  con  los  ídolos  y  les  ofreció  dádivas  y  demás  aun  un  cerdo  si 
les  sacaban  al  Padre  los  ídolos  y  se  los  volvían. 

18.  — Refiriéronle  los  muchachos  lo  que  había  pasado  y  el  religioso 
se  quedó  atónito,  considerando  que  aquel  hombre  desdichado  y  carga- 
do de  años  amaba  más  tierna  y  cordialmente  a  sus  ídolos,  fábrica  de 
sus  manos,  que  innumerables  cristianos  a  Dios,  nuestro  único  bien. 
Señor  y  Creador  de  todo  lo  visible  e  invisible.  Caso  bien  semejante, 
por  cierto,  al  que  se  refiere  en  el  capítulo  dieciocho  del  Hbro  de  los 
Jueces,  pues,  habiéndole  hurtado  ciertos  soldados  un  ídolo  a  Micas, 
gentil  e  idólatra,  les  fué  siguiendo,  dando  lastimosas  voces,  y  pregun- 
tándole por  qué  lloraba,  respondió  diciendo  :  «Bueno  es  eso  :  habéis- 


(83)   Tit..  1.  14-15, 


f 

1 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


259 


me  quitado  mis  dioses,  obras  de  mis  manos,  ¿y  m^  preguntáis  que  por 
qué  doy  gritos?»  Déos  meos  quos  mihi  fcci  tulistis  et  dicilis :  quid  tibí' 
cst?  (84).  Pero  aun  hizo  más  el  otro,  pues  llegó  a  ofrecer  dádivas  por 
el  rescate  de  sus  ídolos. 

19.  — En  el  mismo  camino  dt  vuelta  para  Encusu  le  sucedió  a  dicho 
Padre  otro  caso  bien  notable  ;  llegó  a  cierta  libata  diferente  de  la  pa- 
sada y,  como  tenía  ordenado  a  los  muchachos  que  le  acompañaban 
que,  en  viendo  ídolos  o  señales  dí-  hechiceros  le  avisasen,  ellos  se  ade- 
lantaron y  hallaron  una  mujer  con  un  niño  en  los  brazos,  la  cual  tenía 
un  ídolo  y  algunos  envoltorios  de'  hechiceros.  Dijéronselo  al  Padre  y  fué 
allá ;  reprendióla,  como  era  justo,  y  pidióle  le  entregase  los  ídolos  ; 
respondió  que  de  ninguna  suerte,  porque  aquel  ídolo  daba  y  guardaba 
la  vida  a  su  hijo.  Procuró  el  religioso  sacarla  de  aquel  error  y,  viendo 
que  aun  resistía  el  dar  el  ídolo  y  trastos,  mandó  a  los  muchachos  que 
se  lo  quitasen.  Cogiólos  y  redújolos  a  ceniza,  y  también  la  casa,  para 
escarmiento  de  otros. 

20.  — Al  P.  Fr.  Jerónimo  de  Montesarchio  en  otra  provincia  le  su- 
cedió otro  caso  semejante  y  aun  de  mayor  admiración,  pues  habiendo 
quemado  unos  ídolos,  lo  sintió  tanto  una  mujer  que  los  tenía,  que  se 
cayó  desmayada  en  tierra  y  estuvo  por  largo  rato  casi  difunta,  que  es 
cuanto  hay  que  ponderar.  Todos  nuestros  religiosos  tuvieron  mucho 
que  trabajar  en  esta  materia  y  por  esta  causa,  si  Dios  no  los  librara 
poderosamente,  estuvieron  varias  veces  a  punto  de  perder  la  vida  por 
ser  cosa  intolerable  a  los  naturales  el  que  les  quemasen  los  ídolos,  y 
tanto,  que  se  arrojaban  al  fuego  para  sacarlos  y  huían  con  ellos. 

21.  — Padecieron  los  Padres  de  esta  provincia  de  Encusu  innumera- 
bles trabajos  de  varios  modos,  y  en  una  ocasión  especialmente  tuvieron 
por  cierto  el  que  acabasen  con  ellos.  Fué  el  caso  que  había  en  la  igle- 
sia de  la  banza  principal  unos  sepulcros  elevados  de  ciertos  fidalgos 
que  estaban  allí  enterrados,  y,  tanto  por  estar  en  medio  de  ella  y  em- 
barazar el  paso,  como  por  haber  muerto  impenitentes,  sin  Sacramen- 
tos y  cargados  de  mancebas,  les  pareció  conveniente  quitarlos  de  allí  y 
echarles  fuera  de  sagrado.  Súpolo  la  gente  y  se  conmovieron,  de  suer- 
te que  quisieron  poner  en  ellos  las  manos  y  matarlos.  Tuvo  noticia  el 
rey  del  desacato  de  la  gente  y  mandó  prender  a  los  principales  agre- 
sores del  tumulto  y  descomedimiento  y  determinó  que  fuesen  castiga- 


(84)    Judie,  18,  24. 


26o 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


dos  con  pena  capital.  Intercedieron  por  ellos  los  Padres  y,  después  de 
muchas  súplicas,  los  perdonó. 

22. — Al  fin,  con  la  caridad  y  tolerancia,  con  las  exhortaciones  y  doc- 
trinas, se  fueron  ablandando  aquellos  empedernidos  corazones  y  se  re- 
dujeron a  buena  forma  de  vida.  Casaron  a  muchos  de  aquellas  dos  pro- 
vincias y,  entre  ellos,  a  nueve  fidalgos  de  la  banza  de  Encusu  ;  pero 
como  la  mujer  de  uno  de  ellos  tuviese  sospechas  de  que  le  hacia  trai- 
ción, s€  apartó  luego  de  él  y  no  hubo  forma  de  reducirla  a  que  vol- 
viese a  hacer  vida  maridable  con  él.  Fué  éste  un  mal  ejemplar  para 
los  restantes  y  tanto,  que  de  allí  en  adelante  no  se  quisieron  casar 
otros  de  la  misma  banza,  temiendo  no  les  sucediese  otro  tanto.  Sienten 
terriblemente  el  que  los  maridos  no  les  guarden  fidelidad. 


I 


CAPITULO  XXIX 


( 

r 


De  las  misiones  de  Soñó  y  Loanda  y  sucesos  par- 
ticulares de  ellas. 


1- — ^Con  el  cultivo  espiritual  que  por  todas  partes  dieron  los  nues- 
tros a  las  provincias  del  reino  del  Congo,  no  sólo  en  él  fué  plausible 
su  celo  apostólico  sino  que  se  extendió  su  opinión  a  los  vecinos,  y  de 
tal  manera  se  vino  a  difundir,  que  no  sólo  la  reina  Zinga  y  otros  reyes 
gentiles  los  llamaron  para  sus  tierras  sino  también  los  portugueses 
que  residían  en  Loanda,  para  cuyo  efecto  conviene  presuponer  que  no 
sólo  los  necesitaban  para  su  reino  de  los  Abandos,  sino  principalmen- 
te para  solicitar  la  renovacón  de  costumbres  de  los  moradores  de  la 
misma  plaza  de  Loanda,  porque,  habiendo  precedido  las  guerras  con 
los  holandeses,  su  trato  y  mala  vecindad,  la  concurrencia  de  varias  na- 
ciones a  su  puerto  y  constar  la  mayor  parte  de  todos  aquellos  presi- 
dios de  gente  libre  y  depositada  en  ellos  por  sus  excesos,  según  la  po- 
lítica que  se  practica  en  Portugal,  había  llegado  la  relajación  de  cos- 
tumbres a  tan  infeliz  estado,  que  pedía  pronto  y  eficaz  remedio. 

2. — Instados,  pues,  los  ministros  eclesiásticos  y  seglares  de  Loanda 
del  temor  de  Dios  y  de  su  misma  obligación  y,  viendo  tal  corrupción 
de  costumbres,  acordaron  pedir  Capuchinos  para  su  remedio,  y,  com- 
prometiéndose todos  en  su  gobernador  y  capitán  general,  Salvador  Co- 
rrea de  Sá  y  Benavides,  escribió  éste  al  Prefecto  de  Congo  pidién- 
dole se  sirviese  de  enviarle  algunos  de  sus  religiosos  para  que  hiciesen 
misión  en  Loanda,  por  hallarse  con  suma  necesidad  aquella  ciudad  y  su 
tierra ;  en  lo  cual  haría  a  Dios  un  gran  servicio  y  a  todos  sus  vecinos 
una  obra  de  gran  piedad,  a  que  todos  procurarían  corresponder  con  el 
justo  agradecimiento  en  cuanto  se  les  ofreciese  para  su  santo  minis- 
terio . 


2^4 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


3.  — Leyó  el  Prefecto  la  carta,  cuyo  contenido  se  reducía  a  lo  re- 
ferido, y,  hallando  ser  justa  la  petición,  escribió  a  los  Padres  que  resi- 
dían en  Soñó  para  que,  por  más  cercanos  y  poder  ir  embarcados  en 
breve  tiempo,  pasasen  a  Loanda  a  plantar  allí  la  misión.  Con  este  orden 
se  partió  el  P.  Fr.  Serafín  de  Cortona,  llevando  en  su  compañía  al 
Hermano  Fr.  Francisco  de  Licodia.  Fueron  a  desembarcar  a  Luanda 
y  los  portugueses  los  admitieron  con  tal  benevolencia,  que  luego  in- 
mediatamente a  los  primeros  sermones,  por  común  acuerdo  de  ecle- 
siásticos y  seglares,  les  entregaron  para  su  habitación  y  ejercicios  or- 
dinarios la  iglesia  de  cierta  cofradía,  que  es  muy  capaz,  y  desde  enton- 
ces tenemos  allí  convento  (85). 

4.  — Predicaba  dicho  Padre  con  admirable  fervor  y  eficacia,  y,  des- 
pués de  haber  reducido  la  gente  al  amor  y  temor  santo  de  Dios  y  gas- 
tado muchos  días  en  componer  enemistades,  desórdenes  y  satisfaccio- 
nes, ya  que  vió  cuán  benigno  le  había  asistido  el  Cielo,  pues  parecía 
aquella  ciudad  un  paraíso  de  delicias  espirituales,  para  asegurar  mejor 
los  frutos  conseguidos,  fundó  las  congregaciones  siguientes :  una  de 
los  eclesiásticos  y  otra  de  los  seglares,  los  cuales  acudian  tres  días  en 
la  semana  a  nuestra  iglesia  a  las  pláticas,  Rosario  y  disciplinas,  como 
en  el  Congo.  Decían  sus  defectos  al  Padre  en  pública  congregación  y 
los  corregía  y  daba  alguna  breve  penitencia  que  les  servía  de  recuerdo 
para  la  enmienda  y  andar  vigilantes  en  el  servicio  de  Dios.  Tenían  sus 
oficiales  y  celadores  para  todo,  y  con  estos  devotos  ejercicios  y  la  fne- 
cuencia  de  los  Santos  Sacramentos,  no  es  ponderable  el  fruto  que  has- 
ta hoy  se  experimenta  en  Loanda  y  el  ejemplo  de  virtud  que  se  ve  en 
esta  ciudad. 

5.  — Entre  otras  santas  instituciones  que  dejó  en  ella  este  insigne 
operario  fué  la  de  la  oración  de  las  Cuaretita  Horas.  Celébrase  en 
Loanda  con  tanta  piedad  y  devoción  en  la  Semana  Santa,  que  aseguran 
los  religiosos  que  lo  han  visto,  ser  una  cosa  del  cielo  y  el  remedio  más 
saludable  para  el  provecho  de  las  almas  y  apartarlas  de  sus  vicios,  de 
cuantos  ha  inventado  la  piedad  cristiana.  El  primer  instituidor  de  esta 
santa  y  sagrada  invención  fué  el  V.  P.  Fr.  José  de  Ferno,  hijo  esclare- 
cido de  la  Capucha  y  devotiísimo  de  la  pasión  y  muerte  de  nuestro 


(85)  Se  establecieron  en  Loanda  los  predichos  religiosos  a  mediados  de  diciem- 
bre de  1G49,  tomando  posesión  de  la  ermita  de  San  Antonio  donde  levantaron  hos- 
picio o  residencia.  A  fines  de  1654,  siendo  Preíecto  de  la  misión  el  P.  Jacinto  de  Ve- 
tralla,  puso  en  I.oanda  la  sede  de  la  Prefectura,  buscando  el  evitar  asi  muchas  in- 
trigas de  parte  del  rey  del  Congo  (Cfr.  Ñolas  para  vua  Cronología,  etc.,  p.  49;. 


La  misión  del  congo 


2¿5 


Redentor.  El  modo  como  se  practicó  «n  Italia,  donde  tuvo  su  princi- 
pio, €S  muy  diverso  del  que  se  usa  en  España.  Gobiérnanse  en  la  fun- 
ción los  de  Loanda  por  el  estilo  de  Italia,  pues  es  el  siguietite. 

6.  — Tiénese  patente  el  Santísimo  Sacramento  y,  para  ganar  jubileo, 
'confiesan  y  comulgan  los  fieles.  Después,  uno  de  los  religiosos,  que 
comúnmente  suele  ser  el  predicador  de  la  Cuaresma,  predica  todas  las 
Cuarenta  Horas  por  espacio  de  un  cuarto  de  hora  en  cada  una,  poco 
más  o  menos,  y,  si  predica  en  horas  interpoladas,  se  reparten  en  tres 
días,  comenzando  desde  el  Domingo  de  Ramos ;  mas  la  indulgencia  no 
se  gana  sino  en  las  Cuarenta  Horas  primeras.  Exhorta  al  pueblo  a 
la  imitación  de  la  Pasión  del  Señor,  tomando  tema  proporcionado  al 
asunto,  a  la  destrucción  de  los  vicios  y  al  séquito  de  las  virtudes,  y 
concluye  siempre  con  un  acto  fervoroso  de  contrición,  y  se  termina  la 
¡función  con  una  disciplina  en  las  espaldas,  en  la  cual  se  canta  el  Mise- 
rere y  otras  devotas  oraciones. 

7.  — Repártense  las  horas  por  su  orden  ;  primero  asiste  el  Obispo 

0  su  Vicario  con  todos  los  canónigos  y  sacerdotes  de  la  catedral,  los 
cuales  van  procesionalmente  con  las  mortificaciones  que  les  dicta  su 
devoción.  Luego  le  siguen  a  otra  hora  las  parroquias  con  los  curas  ; 
luego,  el  gobernador  y  regidores  ;  luego,  los  capitanes,  cada  uno  con 
los  soldados  de  su  compañía.  Tras  de  éstos,  los  ciudadanos  por  sus 
Eufemios,  y  asi  los  maestros  de  escuela,  con  sus  discípulos,  y  hasta  los 

"asclavos  tienen  también  su  hora.  Las  mujeres,  ya  casadas  y  ya  donce- 
las,  van  aparte  y  a  hora  competente  de  día,  para  obviar  cualquier 
lesorden. 

8.  — De  manera  que  no  queda  nadie  en  la  ciudad  que  deje  de  acudir 

1  e'ste  santo  ejercicio  ;  todos  van  de  comunidad  procesionalmente  con 
ai  cruz  y  a  sus  horas  y  por  sus  turnos,  y  con  tal  puntualidad,  que  an- 
es  de  salir  de  la  iglesia  un  gremio,  ya  está  el  que  sigue  esperando  a  la 
)uerta.  La  iglesia  casi  siempre  está  llena  de  gente,  porque  mu- 
:hos,  después  de  haber  hecho  su  función,  se  vuelven  a  oír  las  otras 
)láticas,  y  en  el  ínterin  que  el  predicador  toma  algún  alivio,  suele  su- 
plir otro  por  él. 

9.  — Como  los  ejercicios  son  tantos  y  de  tanta  piedad  y  los  sermo- 
les  todos  a  la  hora  y  con  el  fervor  posible,  resultan  de  ellos  increí- 
)les  frutos.  Lo  primero  se  detestan  los  vicios  y  se  purifican  las  con- 
:iencias  con  los  Santos  Sacramentos  ;  luego  se  le  da  a  Dios  una  públi- 
a  satisfacción  de  los  pecados  cometidos  y  se  le  pide  perdón  y  miseri- 


266 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


cordia.  Allí  se  reconcilian  públicamente  las  «nemistades,  cesan  los  odios  ^ 

y  rencillas.  Asiste  a  todo  el  predicador  y,  según  la  nómina  que  le  han  P 

dado  los  superiores  y  cabezas  de  cada  gremio,  dispone  las  cosas  para  ' 
que  tengan  su  logro  con  la  mayor  prudencia  y  discreción  posible. 

10.  — De  esta  mudanza  del  P.  Fr.  Serafín  de  Cortona  a  Loanda  se 
siguió  otra  de  San  Salvador  a  Soñó,  pues,  para  suplir  su  falta,  envió' 
el  Prefecto  luego  al  P.  Fr.  Buenaventura  de'  Corella  a  aquel  conda- 
do, y,  en  lugar  de  éste,  llevó  a  San  Salvador  al  P.  Fr.  Francisco  de 
Veas,  que  residía  en  Encusu,  de  suerte  que  quedó  solo  en  aquella  mi-' 
sión  el  P.  Fr.  José  de  Pernambuco,  hasta  que  el  P.  Fr.  Gabriel  de  i 
Valencia,  que  asistió  primero  en  Bata,  le  fué  a  ayudar   para  dar  la 
labor  conveniente  a  todo  el  marquesado  de  Encusu.  Esta  delación  de 
las  mudanzas  de  los  sujetos  es  precisa  para  la  mayor  inteligencia  dC' 
los  sucesos,  las  cuales  eran  inexcusables    por  los  accidentes  que  se 
ofrecían  a  cada  paso,  así  de  falta  de  salud  y  reparo,  como  por  ocurrir  i 
prontamente  a  la  necesidad  de  los  pueblos  y  peticiones  de  los  prínci- 
pes, que  tal  vez  gustaban  más  de  unos  sujetos  que  de  otros,  y  por 
lograr  el  fruto  principal  era  preciso  darles  gusto  en  lo  que  se  pedía. 

11.  — En  llegando  a  Soñó  el  P.  Fr.  Buenaventura  de  Corella,  qu€i 
fué  en  el  año  de  1649,  creyó  ser  admitido  del  conde  con  el  agasajo  que 
solía  recibir  a  todos  sus  compañeros,  pero  le  halló  tan  mudado,  que  le 
puso  en  gran  confusión  su  semblante.  Extrañólo  el  Padre  mucho  e, 
ignorante  de  la  causa,  procuró  investigar  el  fundame'nto  de  aquella  no-j 
vedad,  no  dudando  sería  alguna  invención  diabólica,  dirigida  a  la  ruina 
espiritual  de  las  almas  y  a  impedir  los  progresos  de  aquella  misión., 
.Sucedió  asi  puntualmente,  porque,  informado  bien  de  todo,  supo  cómo 
al  conde  se  le'  había  puesto  en  la  cabeza  que  él  le  iba  a  matar  con  he- 
chizos, representándole  su  fantasía  ser  esto  cierto,  respecto  de  no  fri- 
sar bien  con  el  rey  y  haber  venido  el  Padre  de  la  corte  y  dádole  noti-  i 
cias  de  cómo  S.  M.  quedaba  con  buena  salud  y  la  corte  quieta  y  pa-; 
ci'fica. 

12.  — Procuró  su  secretario,  que  se  llamaba  don  Miguel  y  era  muy, 
buen  cristiano,  apearle  de  su  fantástico  temor,  reconviniéndole  con 
razones  muy  prudentes,  y,  por  último,  le  dijo  que  bien  sabía  de  expe- 
riencia lo  mucho  que  a  S.  E.  estimaban  los  Capuchinos  y  los  buenos 
oficios  que  le  habían  hecho  en  los  sucesos  pasados  con  el  rey,  y,  eti 
fin,  que  su  trato  era  muy  leal  y  religioso  y  no  se  podía  sospechar  taV^ 
intento  de  un  sacerdote  y  ministro  evangélico,  destinado  para  aquel  H 
ministerio  por  el  Sumo  Pontífice.  Respondióle  el  conde  diciendo:  «To- 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


267 


do  eso  es  verdad  y  yo  no  dudo  de  la  virtud  y  santidad  del  Padre  ; 
pero  sin  entenderlo  él,  pudo  el  rey,  al  despedirse,  haberle  dado  los  he- 
chizos para  quitarme  la  vida.» 

13.  — De  esta  fantástica  presunción  resultó  con  todo  eso  el  no  dar- 
le el  conde  audiencia  privada  al  Padre  por  algunos  días,  y  es  el  caso 
que  de  miedo  de  la  difidencia  que  tenía  al  rey  por  los  sucesos  pasados, 
todos  los  más  en  aquella  tierra,  y  especialmente  los  nobles,  viven  en 
un  error  ridículo  de  que  unos  a  otros  se  matan  con  hechizos  ;  con  que, 
en  muriendo  alguno,  aunque  sea  de  muerte  natural  y  de  puro  viejo, 
creen  que  sus  contrarios  le  mataron  con  hechizos.  Mucho  se  trabajó 
en  todas  partes  para  apartar  de  este  error  a  las  gentes,  pero  en  los 
fidalgos  hacían  poca  mella  las  razones,  por  ser  poderosos  y  cuidar  con 
estudio  nimio  de  la  conservación  de  la  vida,  sin  acabar  de  persuadirse 
a  que  ella  y  la  muerte  están  en  la  mano  de  Dios  omnipotente :  In  quo 
vivimus,  movemu-r  et  sumus. 

14.  — Por  último  se  vino  a  desengañar  el  conde  con  el  tiempo,  pero, 
apenas  salieron  los  Padres  de  este  embarazo,  cuando  dentro  de  dos 
meses  se  hallaron  en  otro  de  peor  calidad.  Sucedió,  pues,  que  estando 
un  día  el  mismo  religioso  tomándoles  la  lección  a  los  muchachos  de 
la  escuela,  a  la  puerta  de  nuestra  iglesia,  que  está  dedicada  a  San  An- 
tonio de  Padua,  oyó  un  grande  estruendo  de  voces  ;  preguntó  a  los 
muchachos  la  causa  de  tal  gira  y  algazara  y  le  respondieron  diciendo 
que  se  hacia  aquella  fiesta  por  una  victoria  que  había  tenido  el  gober- 
nador de  Choa,  el  cual  en  cierto  reencuentro  con  la  gente  del  rey  en 
los  confines  del  condado,  había  muerto  unos  cuantos  hombres  cuyas 
cabezas  traían  al  conde  y  andaban  jugando  con  ellas  en  señal  de  triunfo. 

15.  — Apenas  se  informó  el  Padre  del  suceso,  cuando  llegaron  con 
las  cabezas  a  su  presencia  hasta  trescientas  personas,  y  las  pusieron  al 
pie  de  la  cruz  que  está  en  la  plazuela  de  la  misma  iglesia.  Fué  a  verlas 
para  recogerlas,  y  la  gente  le  dijo  que  las  dejase  estar  allí  hasta  que 
ellos  las  llevasen  a  la  tierra  de  los  gentiles  de  la  otra  parte  del  Zaire. 
Detúvose  hasta  saber  si  las  tales  cabezas  eran  de  cristianos  ;  supo  de 
cierto  que  sí  y  con  esa  noticia  fué  y  las  recogió  para  enterrarlas  en 
sagrado,  no  obstante  que  se  le  resistieron  los  guardas. 

16.  — Dieron  luego  cuenta  al  conde  y  dentro  de  una  hora  le  envió 
a  decir  con  tres  intérpretes  tratase  de  entregar  las  cabezas  que  había 
recogido  en  la  iglesia,  para  que  constase  de  aquella  victoria.  Respon- 
dióles el  Padre  que  dijesen  a  S.  E.  que  era  ministro  de  Dios  y  de  su 


268  MISIONES  CAPUCHINAS  UN  ÁFRICA 

Iglesia,  y  aquellas  cabezas  de  cristianos  católicos,  y  que,  como  tal, 
estaba  obligado  a  recogerlas  y  a  depositarlas  en  lugar  sagrado,  que  es 
el  que  les  toca  a  los  fieles,  y  que  asi  no  le  mandase  tal  cosa  S.  E.,  pues 
se  preciaba  de  ser  buen  católico  romano. 

17.  — A  este  recaudo  se  siguió  el  segundo  en  la  misma  forma  y  tam- 
bién la  misma  respuesta.  Envió  el  conde  el  tercero,  pero  con  amena- 
zas, diciendo  que  tratase  de  dar  las  cabezas  de  bien  a  bien,  porque  si 
no  se  las  quitaría  por  la  fuerza.  Respondióle  el  Padre  que'  hiciera  lo 
que  gustase,  pero  que  entendiera  S.  E.  que  estaba  aparejado  a  dar  su 
propia  cabeza  antes  que  permitir  se  sacase'n  de  la  iglesia  las  de  aque- 
llos fieles  difuntos.  Estando  la  materia  en  esta  contienda,  tomó  el  Pa- 
dre las  cabezas  y  aquella  noche,  con  consulta  del  secretario  don  Mi- 
guel, que  fué  uno  de  los  que  llevaron  los  recaudos,  las  enterró  en  la 
iglesia.  Súpolo  el  conde  y,  enfadado  del  caso,  envió  doscientos  hom- 
bres con  arcos  y  flechas  y  un  tambor  para  que  sacasen  las  cabezas. 
Llegaron  al  hospicio  y  comenzaron  a  pedir  a  gritos  y  con  amenazas 
que  les  entregaran  las  cabezas,  pero,  no  obstante  su  gritería  y  haber 
probado  a  derribar  las  tapias,  al  cabo,  viendo  que  el  Padre  no  hacía 
caso  de  sus  amenazas,  se  volvieron  sin  ejecutar  la  comisión  que  lle- 
vaban. 

18.  — El  día  siguiente  por  la  mañana,  estando  el  Padre  diciendo 
misa,  ante's  de  comenzar  el  Evangelio,  se  volvió  a  los  circunstantes 
que  le  oían  y  les  dijo  que  las  cabezas  estaban  ya  enterradas  en  la  igle- 
sia y  que  les  amonestaba  dijesen  al  conde  se  abstuviese  de  hacer  cual- 
quier desacato  o  violencia,  porque,  si  tal  hacía,  provocaría  contra  sí  la 
ira  de  Dios  y  de  San  Antonio  de  Padua,  cuya  era  aquella  iglesia.  A 
todos  estos  lances  se  halló  solo  el  P.  Fr.  Buenaventura  de  Corella, 
por  andar  entonces  en  misión  por  el  condado  su  compañero  el  Padre 
Fr.  Juan  María  de  Pavía.  Anunciáronle  al  conde  lo  que  el  Padre  había 
dicho  en  la  misa  ;  pero,  en  lugar  de  aplacarse,  se  enfureció  más  y  al 
instante  envió  su  colunto  con  un  tambor  y  gente  armada  y,  llegando 
a  la  sepultura,  sacaron  las  cabezas  y  se  las  llevaron  y  aquella  tarde 
tuvieron  gran  fiesta  con  ellas  en  la  misma  plazuela  de  la  iglesia. 

19.  — El  día  siguiente,  celebrando  misa  el  Padre,  tuvo  su  acostum- 
brada plática  al  pueblo  y  les  predicó  sobre  el  punto  y  la  reverencia 
debida  al  templo  santo,  y,  por  último,  declaró  por  excomulgado  al  con- 
de. Dióse  por  muy  ofendido  del  caso  y  tanto,  que  mandó  echar  luego 
un  pregón  por  toda  la  banza,  en  que  mandaba  que  nadie  fuese  a  nues- 
tra iglesia  a  oír  misa  ni  a  confesarse:  que  no  entrasen  en  ella  ni  lie- 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


269 


vasen  los  niños  a  bautizar:  que  los  padres  de  los  muchachos  de  la  es- 
cuela no  saliesen  de  casa :  que  nadie  fuese  osado  a  llevarle  al  Padre 
leña,  agua  o  cosa  alguna  para  su  servicio,  y  que  le  quitasen  el  mucha- 
cho que'  le  ayudaba  a  misa. 

20.  — Con  esta  novedad  se  conturbó  la  gente  sin  saber  qué  hacerse. 
El  religioso  llevó  con  tolerancia  su  trabajo  y  se  preparó  para  la  muer- 
te, juzgando  que  pararla  eti  eso  el  enojo  del  conde.  Pa,sáronse  algunos 
días  sin  dar  muestras  de  arrepentimiento  el  conde  ;  en  el  ínterin  co- 
rrió la  voz  del  caso  por  todo  el  condado  y  con  su  noticia  se  volvió  a 
la  banza  su  compañero  el  P.  Fr.  Juan  María  de  Pavía,  que  había  sa- 
lido, según  se  dijo,  a  hacer  misión  por  la  comarca.  Los  parientes  del 
conde,  especialmente  su  hermano  don  Crisóstomo,  que  había  sido  de 
la  congregación  de  San  Salvador  y  criádose  con  la  buena  doctrina  que 
allí  se'  enseña,  le  aconsejaron  que  se  humillase  a  la  iglesia  y  pidiese 
la  absolución  de  la  excomunión.  Alegáronle  cuantas  razones  supieron, 
y  especialmente  el  suceso  siguiente,  que  por  moderno  y  notorio  le  tenía 
muy  en  la  memoria. 

21.  — Sucedió,  pues,  que,  pocos  años  antes  que  llegasen  allí  los  Ca- 
puchinos, arribó  al  puerto  de  Pinda  el  Obispo,  y  como  los  naturales 
de  esta  población,  por  influencia  de  los  holandeses,  no  le  quisiesen  de- 
jar desembarcar  ni  pasar  a  San  Salvador,  a  donde  dirigía  su  viaje  para 
visitar  la  catedral,  él  mismo  les  amonestó  que  mirasen  lo  que  hacían  y 
que  no  se  dejasen  llevar  de  las  influencias  de  los  herejes  holandeses,  que 
eran  enemigos  declarados  de  la  Iglesia  romana  y  de  la  religión  cató- 
lica. Con  todo  eso,  tenaces  en  su  primer  resolución,  no  hicieron  caso 
de  la  amonestación  ;  di  joles  el  Obispo  que,  si  no  trataban  de  darle  paso, 
los  excomulgaría  y  usaría  con  ellos  de"  las  armas  de  la  Iglesia,  pues 
se  mostraban  tan  protervos.  No  entendían  mucho  este  lenguaje  ni  sa- 
bían la  fuerza  y  virtud  oculta  de  la  excomunión  y,  para  dársela  a  co- 
nocer, desde  el  barco  donde  se  hallaba  a  la  orilla  del  puerto,  le  echó 
su  maldición  a  un  árbol  verde  y  muy  frondoso  que  estaba  allí  cerca, 
como  hizo  Cristo  Señor  nuestro  a  la  higuera,  según  refieren  San  Ma- 
teo y  San  Marcos,  cuando  dijo :  Nunquam  ex  te  frucUis  nascatur  in 
sempiternum  (86). 

22.  — Apenas  hubo  pronunciado  la  maldición,  cuando  el  árbol,  así 
como  la  higuera  del  Evangelio,  se  secó  al  instante  ;  admiráronse  los 


(8«)   Math.,  21,  19. 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


circunstantes  de  ver  tan  raro  prodigio,  pero,  para  que  acabasen  de 
desengañarse  y  de  conocer  su  potestad  y  la  virtud  que  se  encierra  en 
ella  para  atar  y  desatar  las  ligaduras  puestas  por  los  ministros  legíti- 
mos de  la  Iglesia,  le  levantó  la  madición  al  árbol  y  le  bendijo,  hacien- 
do la  señal  de  la  cruz  sobre  su  corteza.  Al  instante  reverdeció  el  árbol 
seco  y  se  volvió  a  poblar  de  hojas  y  a  gozar  de  su  antigua  frescura. 
Acordáronle  al  conde  este  caso  y  con  su  memoria  se  acabó  de  rendir 
al  consejo  de  sus  deudos  ;  temió  el  rigor  de  las  censuras  y  con  rendi- 
miento pidió  la  absolución,  la  cual  le  concedió  el  P.  Fr.  Juan  María 
de  Pavia,  por  orden  de  su  compañero. 

23.  — Aquí  se  ve  cuán  formidables  son  las  censuras  de  la  Iglesia  : 
algunos,  sin  temor  y  sin  vergüenza,  se  las  tragan  como  agua,  pero, 
al  fin,  la  justicia  divina  venga  sus  agravios  y  los  contentores  experi- 
mentan los  efectos  en  sí  brevemente,  como  le  sucedió  al  conde.  Sólo 
los  nombres  que  le  dan  los  sacros  cánones  y  Ponífices  a  la  excomu- 
nión, tomados  de  sus  efectos,  ponen  grima;  ¿qué  será  el  experimentar 
su  eficacia?  Según  nuestro  Coriolano,  en  su  Breviario  Cronológico, 
tiene  los  nombres  siguientes  :  Censura  divina  o  eclesiástica,  districción 
eclesiástica  o  ligadura  ;  llámase  también  anatema,  anatema  maranata, 
muerte,  medicina,  lanza  o  cuchillo  del  Obispo,  vara  de  hierro,  nervio  de 
la  disciplina  eclesiástica  y,  en  fin,  la  mayor  de  todas  las  penas  que 
pone  la  Iglesia,  la  cual,  adhuc  injuste  lata,  no  se  deja  menospreciar. 

24.  — Después  de  la  absolución  del  conde,  solicitada  más  por  miedo 
servil  que  por  humilde'  reconocimiento,  pasaron  como  veinte  días,  al 
cabo  de  los  cuales  cayó  enfermo  y  no  se  levantó  más  de  la  cama.  Fué 
el  P.  Fr.  Juan  María  de'  Pavía  a  visitarle  y  a  exhortarle  dejase  las 
concubinas  y  a  que  se  dispusiese  para  recibir  los  Santos  Sacramentos 
de  la  Iglesia  y  a  que  diese  alguna  honrada  satisfacción  a  muchas  per- 
sonas nobles  a  quienes  había  hecho  muchas  injurias.  Respondió,  aun 
no  habiéndosele  pedido  lo  riguroso  de'  que  él  mismo  les  pidiese  per- 
dón, que  estaba  cansado  y  que  él  avisaría  en  otra  ocasión. 

25.  — Continuaron  esta  diligencia  los  religiosos  por  medio  de  su  her- 
mano, pero  siempre  respondía  que  aun  había  tiempo  para  esas  dili- 
gencias. Todo  su  cuidado  lo  puso  e'n  hacer  remedio  para  la  vida  cadu- 
ca y  para  su  perdición,  pues,  según  supieron  los  Padres  de  personas 
fidedignas  temerosas  de  Dios,  había  hecho  traer  a  su  casa  hechiceros 
y  sacerdotes  gentiles  de  la  otra  parte'  del  Zaire  para  que  le  curasen 
a  su  modo,  los  cuales  le  habían  hecho  creer  que  no  moriría  de  aque- 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


271 


.  lia  enfermedad.  También  les  dijeron  sosjyechaban  que  el  conde  estaba 
]  ¡tocado  del  error  de  los  que  piensan  que  no  hay  más  vida  que  la  pre- 
.  senté,  y,  según  murió,  se  hacía  creíble  la  sospecha. 

26.  — Ultimamente  llegó  la  hora  fatal  y,  estando  para  expirar,  fue- 
'  ¡ron  sus  parientes  a  avisar  a  los  Padres,  no  habiendo  antes  dádoles  en- 

Itrada  más  de  la  vez  primera.  Fué  allá  d  P.  Fr.  Juan  María  de  Pavía 
ly  le  halló  ya  en  estado  tal,  que  no  pudo  hacer  nada,  y  luego  breve- 
imente  expiró.  El  día  siguiente  concurrió  la  gente  más  principal  del  es- 
tado a  su  entierro,  por  tenerlos  avisados  ya  algunos  días  antes,  y  ha- 
biendo llegado  los  parientes  a  pedir  licencia  a  los  religiosos  para  abrir 
la  sepultura,  les  respondieron  que  no  había  lugar  ni  podían  dar  licen- 
cia para  ello,  por  haber  muerto  impenitente  y  contumaz  en  sus  vicios 
y  errores. 

27.  — Con  esta  respuesta  y  constarles  de  la  verdad,  se  fueron  y  le  lle- 
varon a  enterrar  sin  solemnidad  alguna  eclesiástica  a  la  iglesia  de  San 
Miguel,  que  es  donde  tienen  los  condes  su  entierro.  Viendo  la  gente 
de  los  lugares  que  no  se  tocaban  las  campanas  ni  asistían  los  Padres  a 
dar  sepultura  al  cuerpo,  se  comenzaron  a  amotinar,  pero  los  ciudada- 
nos de  la  banza  se  opusieron  a  sus  quejas  y  los  sosegaron,  informán- 
doles de  lo  que  había  pasado.  A  otros  menos  capaces  del  caso  les  sa- 
tisfacieron  diciendo  que  ya  los  Padres  habían  dado  su  razón  y  que, 
respecto  de  no  poder  obrar  otra  cosa,  debían  conformarse  con  su  pa- 
recer, pues  les  tocaba  gobernarse  por  las  disposiciones  de  la  Iglesia.' 

28.  — Dentro  de  seis  días  se  hizo  la  elección  del  conde  en  la  persona 
de  Don  Miguel  de  Silva,  primo  hermano  del  difunto,  aclamándole  por 
;er  buen  caballero  y  piadoso,  en  oposición  de  Don  Crisóstomo,  herma- 
10  del  conde,  pareciéndoles  que  éste  sería  cruel  como  su  hermano.  Con 
a  nueva  elección  tomaron  otro  temperamento  las  conversiones  y  res- 
piraron algo  los  misioneros.  Sucedióle  al  nuevo  conde  lo  que  a  Saúl, 
jue  dos  años  vivió  bien  y  siempre  juzgaron  se  ajustaría  con  el  rey,  mas 
10  lo  hizo,  antes  sí  prosiguió  las  crueldades  y  amancebamientos  de  sus 
intepasados  y  aun  quiso  matar  a  su  propia  mujer  y  nombrar  por  con- 
desa a  su  concubina.  Opusiéronse  a  ello  los  religiosos,  viendo  tal  des- 
varío y  la  inocencia  de  la  condesa,  en  quien  había  puesto  dolo  sin  más 
notivo  que  su  ciega  pasión  e  inclinación  a  la  manceba. 

29.  — Sosegóse  esta  tormenta,  que  fué  muy  furiosa,  por  la  miseri- 
íordia  del  Señor  y  continuas  exhortaciones  de  los  religiosos,  y  volvió 
1^  condesa  a  palacio,  pero  no  más  quiso  cohabitar  cop  ella.  Murió  estJe 


272 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


conde  en  el  año  de  1658.  reconocido  y  penitente,  habiendo  recibido  los 
Santos  Sacramentos  muy  devotamente,  el  cual,  aunque  por  la  fragili- 
dad humana,  se  dejó  arrastrar  de  sus  vicios  y  pasiones  desordenadas, 
con  todo  eso  en  el  punto  de  religión  fué  muy  fiel  y  mostró  gran  reve- 
rencia a  la  Iglesia  y  a  sus  ministros  y  aun  muchas  veces  solía  ponerse 
a  cantar  con  los  muchachos  cuando  oficiaban  la  misa  los  días  festivos, 
por  su  devoción  y  dar  ejemplo  a  los  nobles. 


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CAPITULO  XXX 


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De  los  progresos  de  la  misión  del  ducado  de  Sundi  y  de 
algunos  casos  maravillosos  que  sucedieron  en  ella. 


1.  — Fueron  a  plantar  la  misión  del  ducado  de  Sun<li  los  Padres  Fray 
Buenaventura  de  Sorre'nto  y  Fr.  Jerónimo  de  Montesarchio,  ambos  na- 
politanos y  varones  de  gran  perfección  de  vida.  Fabricaron  en  la  banza 
principal,  que  es  donde  asisten  los  duques,  una  casa  e  iglesia  contigua 
a  ella  y,  aunque  había  otras,  por  atender  a  un  sacerdote  seglar  que  re- 
sidía en  ella  y  a  la  mayor  comodidad  de  los  fieles,  administraban  los 
Sacramentos  de  la  Penitencia  y  Eucaristía  en  la  nueva,  y  en  ella  se  ha- 
cían los  demás  ejercicios  de  las  doctrinas  y  sermones.  Y,  por  arreglar- 
se al  decreto  de  la  Sacra  Congregación,  sólo  cuando  salían  a  hacer  las 
misiones  por  la  comarca  administraban  los  Sacramentos  del  bautismo  y 
del  matrimonio,  pue's,  apartándose  cinco  leguas  de  la  población  donde 
residía  el  cura,  podían  libremente  administrar  todos  los  Sacramentos, 
como  el  propio  párroco  en  su  parroquia. 

2.  — Es  este  ducado  de  Sundi  muy  dilatado  y  tiene  en  sus  confines 
algTinos  reinos  de  gentiles,  por  lo  cual  habíla  ocasión  para  poder  dila- 
tarse los  Padres  en  sus  misiones.  Se  salieron  a  ellas  y  Dios  les  favo- 
reció de  suerte  que  derribaron  muchos  ídolos  y  cogieron  copiosos  fru- 
tos de  religión  y  piedad.  Casaron  a  cuantos  hallaron  dispuestos  y  admi- 
nistraron el  santo  bautismo  a  innumerables  niños  y  adultos,  lo  cual  fué 
en  tanto  grado,  que  sólo  el  P.  Fr.  Jerónimo  bautizó  por  su  mano  en 
espacio  de  tre's  años  a  más  de  treinta  mil  personas  y,  como  observó  un 
religioso,  halló  que  dicho  Padre  fué  tan  feliz  en  esta  parte,  que  pasaron 
de  más  de  cien  mil  las  almas  a  quienes  administró  este  santo  y  tan  ne- 
cesario Sacramento,  entre  párvulos  y  adultos,  pero  por  espacio  de  más 
años  de  los  tres  referidos. 


276 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


3.  — No  trabajó  menos  ni  fué  menos  afortunado  su  compañero  el  Pa- 
dre Fr.  Buenaventura  de  Sorrento  en  el  poco  tiempo  que  asistió  en  esta 
provincia,  que  sería  un  año,  porque  a  la  verdad  era  incansable  en  la 
reducción  de  las  almas.  Al  fin  del  año  de  residencia  fué  preciso  par- 
tirse a  San  Salvador  por  orden  del  Prefecto  y  petición  del  rey,  que 
acordaron  enviarle  a  Europa  a  proponer  algunas  dudas  a  la  Sacra  Con- 
gregación y  a  disponer  la  forma  más  conveniente  para  que  así  en  Lis- 
boa como  en  Loanda  no  se  les  estorbase  el  paso  a  los  misioneros  que 
habían  de  ir  en  adelante  al  Congo  y  a  otros  reinos  vecinos.  Mas  los 
portugueses,  por  sus  razones  de  estado  y  por  ser  tan  vivas  las  guerras 
con  Castilla  y  ser  el  Padre  napolitano  y  vasallo  de  nuestro  Rey  Católico, 
lo  llevaron  tan  mal,  que  le  hicieron  padecer  mucho  y  pasar  por  las  mo- 
lestias que  diremos  en  otra  parte,  dándose  en  ello  la  mano  los  de  Loan- 
da con  los  de  Lisboa  (87). 

4.  — A  este  religioso  le  sucedió  que,  habiendo  quemado  unos  ídolos 
y  trastos  de  hechizos  en  cierta  libata,  se  alborotó  la  gente  contra  él  y, 
pasando  de  las  palabras  a  las  obras,  le  cogieron  y  le  dieron  muchos 
golpes  y  le  llevaron  arrastrando  con  ímpetu  y  furia  por  espacio  de  me- 
dia milla.  Este  trabajo  llevó  el  fervoroso  Padre  con  tanta  alegría  y  pa- 
ciencia, que  aseguraba  después  a  sus  compañeros,  que  en  toda  su  vida 


(87)  El  P.  Buenaventura  de  Sorrento,  al  ser  enviado  a  Europa,  llevaba  varias  em- 
bajadas :  entre  ellas  la  de  entregar  en  Lisboa  los  tratados  de  paz  entre  el  rey  del 
Congo  y  el  gobernador  de  Loanda,  Correa  de  Sá  y  Benavides  ;  dar  asimismo,  en  nom- 
bre del  rey  del  Congo  y  de  los  Misioneros,  la  obediencia  al  rey  de  Portugal  ;  pre- 
sentar a  la  Sda.  Congregación  de  Propaganda  varias  dudas  sobre  la  administración 
de  los  Sacramentos  y  por  fin  ver  el  modo  de  evitar  las  muchas  dificultades  que  se 
oponian  para  la  ida  de  nuevos  misioneros  al  Congo  (cfr.  P.  CAVAZZI,  o.  c,  Lib.  IV, 
capítulo  in,  P-  276  ss.).  Se  embarcó  en  Loanda  a  fines  de  diciembre  de  1649  y  llegó 
a  Lisboa  el  'AO  de  marzo  de  1650  ;  alli  presentó  los  tratados  de  paz  mencionados  y  la 
carta  del  P.  Prefecto  Buenaventura  de  Alessano  (25  noviembre  de  1649)  a  Don 
Juan  IV,  participándole  envia  a  Lisboa  al  P.  B.  de  Sorrento  para  prestarle  obedien- 
cia en  nombre  del  rey  del  Congo  y  de  los  Capuchinos  (PAIVA,  Manso,  o.  c,  pp. 
210-211).  Se  dirigió  luego  a  Roma  adonde  llegó  el  8  de  julio  de  1650.  Cumplida  su 
misión  en  la  Ciudad  Eterna,  se  dirigió  a  Lisboa  en  compañía  de  tres  nuevos  misione- 
ros ;  eran  éstos  el  P.  Jacinto  de  Vetralla.  que  iba  nombrado  Prefecto  de  la  misión  ; 
el  P.  Antonio  de  Lisboa  y  Fr.  Nicolás  de  Nardó.  Llegados  a  la  capital  portuguesa 
en  julio  de  lO.")!,  solicitó  nuevamente  la  confirmación  de  los  tratados  de  i)az  arriba 
mencionados.  Consultado  el  Consejo  de  Ultramar  por  el  rey,  aquel  fué  de  parecer 
«se  admitiesen  los  Capuchinos  para  predicar  el  Santo  Evangelio  en  el  reino  del  Con- 
go, con  condición  de  que  hiciesen  el  viaje  por  el  reino  de  Portugal  directamente  a 
Angola,  y  que  los  misioneros  no  fuesen  castellanos  ni  naturales  de  reino  o  estados 
sujetos  a  Castilla  ni  hijos  de  sus  provincias»  (Cfr.  Arquivos  de  Angola,  2.»  serie,  II 
(1944),  pp.  185-188). 

Consiguientemente  y  por  las  razones  indicadas,  al  P.  Buenaventura  y  a  Fr.  Nico- 
lás, por  ser  italianos  pero  de  provincias  sujetas  a  Castilla,  no  se  les  permitió  embar- 
car. Pudo  sin  embargo  el  primero  hacerlo  luego  en  Marsella  y  logró  llegar  por  fin 
al  Congo  donde  estuvo  hasta  1655  (Cfr.  CAVAZZI.  1.  c). 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


277 


había  tenido  mayor  júbilo  que  mientras  le  llevaron  arrastrando.  Al  fin 
se  despidió  del  Prefecto  y  con  su  betidición  y  orden  del  rey  emprendió 
el  viaje  para  Europa  a  los  negocios  que  se  le  habían  encomendado,  los 
cuales,  dispuestos  y  concluidos,  se  volvió  a  la  misión,  habiéndole  acae- 
cido los  varios  accidentes  que  adelante  referiremos. 

5.  — Por  la  ausencia  de  este  religioso  fué  enviado  a  Sundi  el  P.  Fray 
Antonio  María  de  Monteprandone,  de  quien  ya  dijimos  en  otra  parte 
había  estado  en  Matari  detenido  algún  tiempo,  bautizando,  doctrinando 
y  administrando  los  Sacramentos  por  su  comarca  antes  de  llegar.  Con 
el  nuevo  compañero  pudo  el  P.  Fr.  Jerónimo  de  Montesarchio,  que 
habla  ya  muy  bien  la  lengua  conguesa,  discurrir  más  libremente',  sin  el 
embarazo  de  intérprete,  por  toda  aquella  dilatada  provincia  en  su  santo 
ministerio  (88). 

6.  — Desde  sus  confines  se  alargó  a  Macoco,  que  era  reino  de  gen- 
tiles, navegando  alguna  parte  del  río  Zaire.  Recibiéronle  el  rey  y  sus 
vasallos  con  grandes  muestras  de  benevolencia  y  deseos  de  reducirse 
todos  a  nuestra  santa  fe,  pero,  por  las  circunstancias  siguientes,  fué  pre- 
ciso dejarlos  y  volverse  a  Sundi.  Este  fué  uno  de  los  reinos  que  pidie- 
ron Capuchinos  al  Papa  para  su  enseñanza  y,  aunque  dió  orden  la  Sa- 
cra Congregación  para  que  se  plantas*  allí  la  misión,  el  corto  número 
que  había  de  obreros*  para  los  reinos  del  Congo,  de  la  Zinga  y  Aban- 
dos,  fué  causa  de  que  por  entonces  no  se  ejecutase  y  el  P.  Fr.  Jeró- 
nimo, así  por  eso  como  por  faltarle  intérprete,  que  es  ya  otra  lengua 
distinta,  hubo  de  volverse  a  proseguir  al  ducado  de  Sundi. 

7.  — A  este  gran  siervo  de  Dios  le  sucedieron  varias  cosas  prodigio- 
sas, de  las  cuales  referiremos  dos  bien  notables  y  sabidas  entre  sus  com- 
pañeros por  las  muchas  veces  que  las  oyeron  referir  a  los  naturales, 
donde  acaecieron.  El  primer  caso  fué  así.  Pasaba  haciendo  misión  por 
una  libata  y  encontró  en  ella  a  un  nganga  ngombo  o  maestro  de  su- 
persticiones y  hechicerías  ;  éste  se  hallaba  actualmente  curando  una  mu- 
jer enferma ;  vióle  el  Padre  los  signos  y  visajes  que  hacía  y,  llevado 


(88)  Lo  mismo  el  P.  Antonio  Ma.  de  Monteprandone,  que  el  P.  Jerónimo  de 
Montesarchio,  estudiaron  la  lengua  congolesa  en  San  Salvador  a  mediados  de  1648 
y  al  poco  tiempo  de  su  arribo  al  Congo.  El  P.  Montesarchio  nos  dice  en  su  obra  ma- 
nuscrita Viaggio  del  Gongho,  que  entonces  sacó  para  su  uso  particular  una  copia  del 
Vocabulario  que  se  había  compuesto  y  que,  como  luego  diremos,  era  trilingüe  :  La- 
tino, castellano  y  congolés  ;  obra  de  la  que  fueron  autores  los  Capuchinos  españoles 
que  alli  estaban  de  misioneros  (Cfr.  P.  HILDEBRAND,  o.  c,  p.  264,  y  mi  artículo 
Los  Capuchinos  españoles  en  el  Congo  y  el  primer  diccionario  congolés,  en  Missio- 
nalia  Hispánica,  II  (1945),  pp.  209-230). 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  AFRICA 


del  celo  de  la  honra  y  gloria  de  Dios,  así  como  otro  Finees,  hijo  de 
Eleazar,  no  con  puñal,  como  aquél,  ni  quitándole  la  vida,  como  se  la 
quitó  a  Zambri  y  a  su  torpe  consorte  Cozbi,  sí  con  el  báculo  que  lle- 
vaba le  dió  unos  grandes  golpes  que  le  hizo  salir  huyendo  de  la  casa 
y  dejar  allí  todos  los  trastos  de  sus  hechicerías.  Recogió  luego  todas 
las  invenciones  y  sacos  que  había  traído  para  la  cura  de  la  enferma  pa- 
ra pegarles  fue'go,  y,  en  acabando  con  esa  diligencia,  entró  a  repren- 
der a  la  enferma  «1  que  se  dejara  aplicar  tan  diabólicas  medicinas. 

8.  — Halló  ya  muerta  la  mujer  y  que  el  maldito  espíritu  del  hechice- 
ro la  había  quitado  la  vida  con  la  bebida  ponzoñosa  que  llaman  la  en- 
casa, que  es  un  veneno  irremediable  y  pózima  inventada  por  Satanás  y 
practicado  de  sus  innumerables  esclavos  los  hechiceros  para  destruc- 
ción de  la  vida  humana.  La  causa  de  los  visajes  que  hacía  al  tiempo  que 
el  religioso  le  acechaba,  no  nació  de  que  él  pretendiese  ya  darle  salud 
a  la  mujer,  sino  de  que,  viéndola  muerta  y  que  la  había  él  quitado  la 
vida,  quiso  disimular  su  pecado  y  dar  a  entender  que  la  curaba,  como 
si  estuviera  enferma  y  no  muerta.  Al  fin,  compadecido  el  santo  Padre 
de  suceso  tan  infeliz,  hizo  oración  a  Dios  y  con  tal  fe  y  eficacia,  que 
sin  otra  diligencia  y  formar  sobre  el  cadáver  la  señal  de  la  cruz,  la  re- 
sucitó al  momento  buena  y  sana.  Quedaron  los  circunstantes  justamen- 
te admirados  del  prodigio  y  la  mujer  muy  desengañada  y  arrepentida 
de  sus  culpas. 

9.  — ^E]  segundo  caso  que  se  refiere  de  este  bendito  Padre  sucedió 
hallándose  en  la  provincia  de  Esebo,  vecina  a  la  de  Sundi,  a  donde  fué 
a  apaciguar  cierta  guerra  que  se  movió  entre  el  señor  de  allá  y  sus  va- 
sallos, los  cuales  se  habían  rebelado  contra  él  sin  motivo  ni  razón.  Era 
el  conde  de  Esebo  natural  de  San  Salvador  ;  llamábase  Don  Gregorio 
y,  desde  que  habían  llegado  a  aquella  corte  los  Capuchinos,  se  había 
criado  con  su  doctrina  y  ejemplo,  asistiendo  muy  puntual  a  las  congre- 
gaciones. Tenía  devoción  de  rezar  a  coros  con  su  familia  el  Rosario  die 
la  Virgen  todos  los  días,  como  se  le  había  enseñado.  Estando,  pues, 
para  salir  a  dar  la  batalla,  le  encargó  a  su  mujer  y  criados  que,  en  el 
ínterin  que  peleaba,  le  rezasen  el  santo  Rosario,  como  soban,  para  que 
la  Virgen  le  concediese  la  victoria  de  sus  enemigos,  que  pasaban  de 
veinte  mil,  siendo  así  que  sus  soldados  aun  no  llegaban  a  cincuenta 
hombres. 

10.  — Hízose  la  señal  de  acometer  y,  a  los  primeros  encuentros,  co 
menzaron  a  huir  los  rebeldes,  con  ser  tantos,  y  al  fin  desampararon  el 
campo  y  pidieron  perdón  al  conde  y  él  los  recibió  benignamente.  He- 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


279 


chas  las  paces,  ks  preguntaron  a  los  cabos  la  causa  de  su  fuga  igno- 
miniosa, a  lo  cual  respondieron  todos  contestemente,  diciendo  que  cuan- 
do comenzaron  a  pelear,  vieron  cinco  muje'res  blancas  adornadas  de  ri- 
cas y  preciosas  galas,  y  una  singularmente,  cuyo  resplandor  y  hermo- 
sura de  rostro  era  tan  grande,  que  excedía  las  luces  del  sol  en  el  me- 
diodía, la  cual  llevaba  en  la  mano  una  cruz,  y  que  todas  iban  acompa- 
ñando al  conde  y  haciéndole  aire  con  unas  toallas  blancas  y  a  sus  sol- 
dados en  la  forma  que  se  acostumbra  en  aquel  reino,  cuando  se  hacen 
las  fiestas  reales  que  llaman  sanganvento  ;  y  que,  viendo  ellos  una  ma- 
ravilla tan  rara  y  oyendo  al  mismo  tiempo  horribles  y  espantosos  true- 
nos, como  si  viniese  contra  ellos  un  ejército  poderosísimo  de  mosque- 
teros, cayeron  en  tal  cobardía  y  temor,  que  no  supieron  qué  hacer,  sino 
huir  por  no  perder  la  vida. 

11.  ^ — Este  milagroso  suceso  se  escribió  de'spués  a  Roma  y  le  auten- 
ticó el  mismo  P.  Fr.  Jerónimo  de  Montesarchio.  del  cual  depusieron 
con  juramento  y  firmaron  con  la  señal  de  la  cruz  por  no  saber  escribir, 
entre  otros  muchos,  diez  coluntos  o  gobernadores  de'  lugares,  que  se 
hallaron  en  la  batalla  y  fueron  de  los  rebeldes.  Así  premia  Dios  a  los 
que  procuran  honrar  a  su  Santísima  Madre  y  rezarla  el  santo  Rosario 
cada  día,  la  cual  no  hay  duda  asistió  en  tan  grande  aprieto  a  su  devo- 
to conde,  con  algunas  santas  vírgenes  que  le  iban  acompañando  como 
a  su  reina  y  señora.  De  donde  sacamos  cuán  grata  es  a  los  ojos  de  esta 
divina  Señora  la  devoción  del  Rosario  para  ocurrir  a  todas  nuestras  ne- 
cesidades y  peligros,  y  también  cuáles  principales  armas  con  que  debe 
pelear  el  cristiano,  son  la  devota  oración,  la  contrición  verdadera  y  la 
total  confianza  en  Dios  y  en  el  patrocinio  de  su  Santísima  Madre,  que 
son  los  arneses  con  que  se  adornó  el  conde  de  Esebo  antes  de  salir  a 
campaña. 

12.  — Pero,  volviendo  a  los  sucesos  del  ducado  de  Sundi,  acaeció  que, 
poco  después  que  llegó  a  él  el  P.  Fr.  Antonio  de  Teruel,  cuando  dejó 
a  Bata  y  se  le  mandó  pasar  a  ayudar  a  los  Padres  napolitanos  de  esta 
misión,  llegó  también  el  duque  a  la  banza  de  Sundi  de  cierto  viaje.  Era 
este  príncipe  hijo  del  rey  Don  Alvaro  V  y  sobrino  de  Don  García  II, 
que  actualmente  reinaba.  Con  su  llegada  se  ofrecieron  algunos  emba- 
razos considerables,  a  causa  de  que'  había  estado  algunos  meses  de  la 
otra  parte  de  sus  estados  entre  los  gentiles,  dándose  a  vicios  y  pasa- 
tiempos, con  la  seguridad  de  haber  de  por  medio  un  río  que  divide  su 
estado  de  las  tietras  vecinas  de  los  gentiles  y  parecerle  no  llegaría  a 
oídos  del  rey  su  tío  su  ausencia,  que  fué  de  seis  meses. 


2^0 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


13. — Al  cabo  de  este  tiempo  s€  volvió  a  su  casa,  trayendo  consigo, 
con  gran  pompa  y  acompañamiento  de  esclavos,  una  manceba  puesta 
en  una  red.  Supo  lo  que  pasaba  la  duquesa  y,  ofendida  del  caso,  juntó 
a  todos  sus  criados  y  esclavos  y,  armados  con  sus  arcos  y  flechas,  sa- 
lieron a  estorbar  la  entrada  de  la  manceba.  En  llegando  a  la  banza,  el 
duque  ordenó  sus  escuadrones  y,  estando  ya  para  acometerse,  salieron 
los  religiosos  y  procuraron  con  ruegos  y  súplicas  templar  los  ánimos 
de  ambos,  acordándole  al  duque  los  muchos  estragos  que  se  habían  dd 
seguir  y  lo  que  sentina  la  acción  el  rey  su  tío. 

14- — Pasadas  como  dos  o  tres  horas  en  esta  diligencia,  vinieron  a 
recabar  con  él  que  mandase  retirar  la  manceba  y  enviarla  a  su  tierra. 
La  duquesa  en  el  ínterin  se  recogió  a  nuestra  iglesia  y,  después  de  des- 
pedida la  manceba,  llevaron  los  Padres  al  duque  a  que  la  viese  y  le  pi- 
diese perdón.  Hízolo  así  y  le  ofreció  dos  esclavos  muchachos  en  se- 
ñal de  rendimiento,  según  la  costumbre  del  reino,  adonde  es  estilo  ofre- 
cer el  que  se  confiesa  culpado  y  vencido  alguna  dádiva  al  inocente  y 
vencedor.  Con  eso  quedaron  en  paz,  pero  castigó  Dios  al  duque  por  su 
escándalo  brevemente,  privándole  del  estado  en  la  forma  siguiente. 

15.  — Era  mozo  ardiente  y  de  altivos  pensamientos  y,  como  el  rey 
conocía  su  altivez  y  no  ignoraba  el  viaje  pasado,  temeroso  de  que  se 
alzase  con  aquella  provincia  y  se  hiciese  príncipe  absoluto  de  ella  con 
el  auxilio  de  los  reyes  gentiles  vecinos,  que  induce  sospecha  vehemente 
el  estar  los  duques  largo  tiempo  de  la  otra  parte  del  río,  dentro  de  po- 
cos días  le  escribió,  mandándole  se  llegase  a  la  corte.  El  pretexto  que 
tomó  para  llevarle  fué  decirle  que  se  hallaba  viejo  y  cansado  y  que 
quería  dejarle  por  su  sucesor  en  el  reino,  por  reconocer  en  él  prendas 
suficientes  y  ser  su  hijo  el  príncipe  muchacho  de  poca  edad  y  menos 
experiencia.  Sonóle  bien  al  duque  !a  proposición  y,  como  a  los  ambi- 
ciosos no  se  les  pone  nada  por  delante,  él,  con  su  ardimiento  y  ansiaj 
de  reinar,  lo  juzgó  todo  tan  llano,  que  ya  lo  daba  por  hecho.  Partieron 
a  toda  prisa  a  San  Salvador  y,  en  llegando,  le  mortificó  su  tío  bastan- 
temente y  le  privó  del  estado,  dejándole  en  la  esfera  de  fidalgo  particu- 
lar por  toda  su  vida. 

16.  — En  esta  jornada  del  duque  ]e  acompañó  el  P.  Antonio  María 
de  Monteprandone,  por  haber  tenido  orden  del  Prefecto  de  que,  en  sa- 
biendo habían  desembarcado  nuevos  misioneros  que  esperaba  por  días, 
se  encaminase  a  Loanda  o  Soñó  para  volverse  a  curar  a  Europa  de  los 
continuos  achaques  que  padecía.  Ofrecióse  luego  ocasión  de  embarca- 
ción y  con  ella  pasó  a  Roma  ;  allí  convaleció  de  sus  males  y  luego  fué 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


nombrado  por  Vice-Prefecto  de  la  misión  segunda  del  Benín  y,  por  di- 
ficultades que  se  le  ofrecieron  en  Lisboa,  se  quedó  allí  algún  tiempo 
por  Procurador  de  todas  las  misiones  de  Africa,  hasta  que  fué  nombra- 
do Prefecto  de  la  Georgia  o  Colao,  a  la  cual  no  pudo  pasar  por  haberle 
sobrevenido  nuevos  accidentes  y,  al  fin,  se  quedó  en  Roma,  donde  mu- 
rió con  grande  ejemplo  y  edificación. 


CAPITULO  XXXI 


I 


I 


I 


Prosiguen  la  misión  del  marquesado  de  Encusu  los  Padres 
Fr.  José  de  Pemambuco  y  Antonio  de  Teruel  por  muerte 
del  P.  Fr.  Gabriel  de  Valencia;  dase  noticia  de  este  reli- 
gioso y  de  los  sucesos  que  ocurrieron. 


1.  — En  el  capitulo  XXVIII  se  comenzó  a  tratar  de  esta  misión  de 
Encusu.  Murió  trabajando  fielmente  en  ella  el  P.  Fr.  Gabriel  de  Va- 
lencia y  por  esta  causa  le  mandó  el  Prefecto  al  P.  Fr.  Antonio  de  Te- 
ruel pasase  de  Sundi  a  ayudar  al  P.  Fr.  José  de  Pernambuco,  que  se 
hallaba  solo  con  un  Hermano  Lego.  Antes,  pues,  de  proseguir  dicha 
misión,  daremos  noticias  de  la  vida  y  muerte  del  P.  Fr.  Gabriel,  en 
cuyo  ejemplo  nos  quedaron  muchos  motivos  de  gran  edificación  y  es 
preciso  no  pasarlos  en  silencio.  Pues  en  medio  de  la  falta  continua  de 
salud  que  tuvo  desde  que  entró  en  el  Congo,  no  cesó  de  ayudar  en  cuan- 
to pudo  a  sus  compañeros,  sirviéndole  de  alas  para  volar  en  la  con- 
versión de  las  almas  su  admirable  cejo,  y  de  báculo  para  sustentar  sus 
cansados  y  afligidos  miembros  una  invicta  paciencia. 

2.  — Fué  varias  veces  Guardián  de  su  Provincia  de  Valencia  y  deseo- 
so de  dedicarse  todo  a  la  conversión  de  los  prójimos,  pasó  con  los  de- 
más religiosos  al  Congo,  según  dijimos,  siendo  ya  de  edad  de  cincuen- 
ta y  un  años,  y,  aunque  el  tiempo  que  vivió  en  la  Orden  lo  empleó  en 
tantos  ejercicios  de  ayunos,  de  oración  y  penitencias,  con  todo  eso  su 
asi>ecto  no  mostraba  tan  crecida  edad  por  ser  naturalmente  robusto 
y  de  buena  complexión.  En  Soñó  tuvo  una  enfermedad  terrible,  de  la 
cuaí  nunca  pudo  convalecer  perfectamente ;  fuéronsele  menoscabando 
las  fuerzas  poco  a  poco  y,  viéndose  ya  casi  exhausto,  le  decía  a  Dios 
con  singular  ternura  y  humildad :  «Señor  y  bien  mío  único :  bien  sa- 
béis mis  deseos  de  trabajar  en  vuestro  servicio  y  en  la  conversión  de 


286  MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 

l 

estas  almas  y  también  mi  falta  de  fuerzas,  pero,  pues  me  queréis  de 
esta  suerte,  así  también  os  quiero  y  no  salir  un  punto  de  vuestro  di- 
vino beneplácito.» 

3.  — En  Bata,  estando  ausente  su  primer  compañero  el  P.  Fr.  An- 
tonio de  Teruel,  le  dieron  unas  tercianas,  que  le  privaban  del  sentido, 
y  como  se  hallaba  solo  con  un  esclavo  de  un  portugués  que'  le  asistía 

y  éste  apenas  le  entraba  en  casa,  padeció  gran  penuria  el  buen  religioso  í 
y  tanta  que,  pasado  el  delirio,  le  era  preciso  levantarse  de  la  tarima  a  • 
hacer  lumbre  ;  ponía  al  puchero  un  poco  de  tocino,  quitándole  primero 
los  gusanos  que  tenia  y,  después  de  cocido  y  de  quitársele  la  calentura, 
echaba  en  el  caldo  un  poco  de  nfundi,  que  es  harina  de  maíz,  y  hacía 
unas  sopas,  y  con  esto  se  sustentaba  sin  tener  otra  cosa  a  que  apelar 
por  la  suma  pobreza  y  miseria  de  los  naturales. 

4.  — Sin  embargo  de  eso  fué  Dios  servido  que  convaleciese  de  esta 
enfermedad,  aunque  los  achaques  habituales  nunca  cesaron.  Pasó  lue- 
go de  Bata  a  Encusu  con  orden  del  Prefecto,  cuando  se  dividió  del  Pa- 
dre Fr.  Antonio  de  Teruel,  y,  aunque  le  llevaron  en  una  red,  como  era 
mucha  su  flaqueza,  le  sobrevino  una  calentura  lenta  en  el  viaje,  que  le 
consumió  las  fuerzas  y  le  dejó  sólo  la  piel  y  los  huesios,  quitándole  al 
mismo  tiempo  las  ganas  de  comer,  de  suerte  que  no  podía  atravesar 
bocado  por  su  grande  inapetencia. 

5.  — Instaba  por  este  tiempo  la  necesidad  de  hacer  una  misión  por 
la  provincia  de  Zombo,  vecina  a  Encusu,  y  aunque  el  P.  Fr.  José  de 
Pernambuco  la  quería  dilatar  por  verle  tan  postrado,  el  celoso  Padre 
ie  exhortó  a  que  la  hiciese  cuanto  antes  y  no  la  suspendiese  por  mirar 
a  su  asistencia,  prefiriendo  la  necesidad  espiritual  de  sus  prójimos  a  la 
suya  corporal.  Con  sus  instancias,  después  de  haberle  administrado  los 
Santos  Sacramentos,  se  partió  el  P.  Fr.  José  a  su  misión,  quedándose 
cerca  para  poderle  acudir,  en  dándole  aviso  en  el  último  aprieto  de  la 
vida. 

6.  — Quedó  para  servirle,  en  lo  que  se  ofreciese,  un  religioso  lego, 
mas  no  pasaron  ocho  días  cuando  entregó  al  Señor  su  alma  en  manos 
del  compañero,  habiéndose  preparado  antes  para  ello  con  fervorosos 
actos  y  esperando  con  rara  conformidad  este  ú'ltimo  golpe.  Su  pacien- 
cia fué  maravillosa  y  así  ésta  como  sus  grandes  virtudes  y  trabajos  pa- 
decidos en  la  conversión  de  las  almas,  se  los  premió  Dios  libérrima- 
mente,  y  tanto,  que  se  creyó  piadosamente  salió  su  alma  purificada  del 
todo  de  esta  vida  miserable  para  entrar   desde  luego   en  el  descanso 


LA  MISIÓ^I  DEL  CONGO 


287 


eterno  ;  sobre  lo  cual  hubo  los  fundamentos  que  referiremos  más  ade- 
lante, como  en  su  propio  lugar  (88a). 

7.  — Con  esta  ocasión  pasó  de  Sundi  a  Encusu  el  P.  Fr.  Antonio  de 
Teruel  y  en  la  primera  jornada  le  sucedió  ir  a  parar  a  una  libata  gran- 
de, poblada  dos  meses  antes  de  innumerable  gente,  la  cual  halló  desier- 
ta y  sin  un  alma,  por  haberla  desamparado  todos  ios  vecinos  con  fuga 
tan  acelerada,  que  se  dejaron  en  las  eras  los  frutos  que  habían  re'co- 
gido  en  agosto.  La  causa  de  la  fuga  consistió  en  la  venida  del  duque 
a  'la  banza  y,  por  huir  los  vecinos  de  las  extorsiones  de  sus  criados  y 
esclavos,  lo  dejaron  todo  y  se  retiraron  a  los  montes,  y  esta  es  una  de 
las  grandes  calamidades  que  padece  aquel  reino  y  muy  difícil  de  re- 
mediar. 

8.  — Al  día  siguiente  llegó  dicho  Padre  a  la  banza  de  Pango,  cerca 
de  la  cual  le  sucedió  el  caso  que  3'a  referimos  de  haberle  dejado  la  ropa 
los  negros  en  mitad  del  camino,  hasta  que  lo  socorrió  Dios  de  otros  que 
se  la  condujeron  a  la  primera  libata.  Acordándose,  pues,  de  este  suce- 
so, le  pidió  al  marqués  de  Pango  se  sirviese  de  darle  gente  que  le  con- 
voyase hasta  Gongo  de  Bata  :  llamó  ti  marqués  a  un  sobrino  suyo  y  le 
dijo  que,  pena  de  incurrir  en  su  indignación,  le  mandaba  fuera  con  el 
Padre  y  la  gente  suficiente  hasta  dicha  población.  Son  a  la  verdad  cor- 
teses los  señores  del  Congo  con  los  religiosos,  pero  los  vasallos  se  sa- 
len con  cuanto  quieren,  porque  no  tienen  castigo  y,  como  son  incons- 
tantes, con  gran  facilidad  se  amotinan  contra  sus  señores  y  éstos,  por 
odiar  las  rebeliones,  les  toleran  muchas  demasías,  si  bien  en  punto  de 
sus  intereses  propios  no  se  reservan  con  nadie. 

9.  — Entre  Gongo  de  Bata  y  Encusu  media  la  provincia  de  Zombo  ; 
aquí  encontró  dicho  Padre  a  un  criollo  o  mulato,  amigo  suyo  antiguo 
y  muy  hombre  de  bien,  el  cual  le  refirió  el  caso  siguiente,  que  es  bien 
digno  de  notarse  y  hacía  muy  pocos  días  que  había  sucedido  en  la  mis- 
ma banza  de  Zombo.  Residía  este  hombre  en  Congo,  tratando  y  con- 
tratando en  las  ferias  que  allí  se  hacen,  y,  descuidándose  un  día,  se  le 
huyeron  dos  esclavos  y  se  fueron  a  Zombo  para  ampararse  de  la  gente 
de  aquella  tierra.  Echólos  de  menos  y.  en  compañía  de  un  pariente  su- 


(88a)  Su  muerte  tuvo  lugar  e!  7  de  agosto  de  16.50.  a  los  60  años  de  edad  y  4o  de 
su  vida  religiosa  (Cfr.  EUGENIO  DE  VALENCIA,  O.  F.  M.  Cap.  Necrologio  his 
tórico  seráfico  de  los  Frailes  Menores  Capuchinos  de  la  Provincia  de  la  Preciosísima 
Sangre  de  Cristo,  de  Valencia  (1596-1947),  2.»  ed.,  Valencia,  1947,  P-  259). 


288 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


yo,  se  partió  luego  a  buscarlos  y,  sabiendo  hablan  entrado  en  Zombo,  ] 
hizo  las  diligencias  para  cobrarlos.  J 

10.  — Llegó  a  pedírselos  a  los  que  los  habían  acogido  en  sus  casas  j 
y,  por  no  querérselos  entregar,  se  vió  forzado  a  ponerles  pleito  sobre  j 
el  caso.  Acudió  con  la  demanda  al  juez  y,  estando  éste  sentado  en  mi-  « 
fad  de  la  plaza  y  rodeado  de  gente  como  se  acostumbra,  alegó  sus  ra-  I 
zones  y  también  la  parte  contraria,  porque  en  este  reino  cada  uno  de  I 
los  litigantes  es  procurador  y  abogado  de  sí  mismo  y  los  juicios  se  fe-  ' 
necen  tan  presto  como  se  comienzan.  Halló  el  juez  que  el  criollo  tenía  j| 
justicia  y,  estando  ya  para  pronunciar  la  sentencia  en  su  favor,  vieron  f 
repentinamente  oscurecerse  el  sol  y  llenarse  de  nubes  negras  y  muy  es-  ' 
pesas  el  cielo  y  que  se  acercaba  a  ellos  un  recio  torbellino  de  aire  y  de 
agua. 

11.  — Causóles  a  todos  increíble  pavor  el  accidente  y,  armándose  el 
criollo  con  la  señal  de  la  cruz,  invocando  muchas  veces  el  nombre  dul- 
císimo de  Jesús,  se  volvió  hacia  lo  más  denso  del  nublado  y  le  puso 
delante  la  cruz.  Apenas  la  hubo  formado,  cuando  se  deshizo  como 
humo.  Cesó  la  tempestad  y  se  dividieron  en  cuatro  partes  las  nubes, 
atribuyendo  el  criollo  suceso  tan  repetino  y  maravilloso  a  la  virtud  de 
la  santa  cruz  y  a  la  eficacia  del  nombre  santísimo  de  Jesús  que  se  la 
comunicó,  muriendo  en  ella  para  nuestro  remedio,  y  la  venida  de  la 
tempestad,  a  algunos  hechizos  de  los  contrarios  para  que  con  esa  oca- 
sión temiese  el  juez  y  no  diera  la  sentencia  contra  ellos.  Halló  después 
haber  sido  esto  así  y  por  librarse  de  tan  maldita  gente  tuvo  por  bien  de 
venir  con  ellos  a  concierto,  contentándose  con  el  uno  de  los  esclavos 
y  dejándoles  el  otro. 

12.  — Pasó  el  P.  Fr.  Antonio  a  Encusu  a  3  de  octubre  del  año  de 
IH50  y  le  recibió  su  compañero  Fr.  José  de  Pernambuco  con  grande 
júbilo  espiritual,  por  hallarse  solo  con  un  religioso  lego  que  asistió  allí 
poco  tiempo  y  haber  mucho  que  trabajar  en  aquella  misión.  El  intér- 
prete se  le  había  ido  a  San  Salvador,  con  que  fué  preciso  valerse  de  su 
habilidad.  Con  esta  ocasión  comenzó  el  P.  Fr.  José  a  predicar  por  es- 
crito en  lengua  del  país  y  fué  tan  importante',  que  en  poco  tiempo  la 
llegó  a  hablar  con  perfección.  Al  P.  Fr.  Antonio  le  sucedió  lo  mismo 
y.  valiéndose  de  un  vocabulario  que  habían  hecho  otros,  en  el  ínterin 
que  su  compañero  fué  a  confesar  al  conde  de  Huandu,  que  le  envió  a 
llamar  para  prepararse  con  los  Santos  Sacramentos,  antes  de  salir  a 
campaña  contra  cierto  fidalgo  que  se  le  había  levantado  en  el  estado, 
se  aplicó  al  estudio  de  la  lengua  con  tal  cuidado,  que  se  hizo  dueño  de 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


289 


ella  y  pudo  después  componer  varios  papeles  y  libros  para  alivio  de  los 
misioneros  nuevos  (89). 

13.  — Trabajaron  mucho  estos  dos  religiosos  por  espacio  de  un  año 
en  este  marquesado  y,  aunque  con  poca  gente',  hacían  siempre  los  mis- 
mos ejercicios  cotidianos  que  en  San  Salvador,  a  los  cuales  asistía  or- 
dinariamente el  marqués  ;  pero  los  vasallos,  como  indómitos  e  inclina- 
dos al  ocio,  no  ocudían  con  traza  y  así  era  necesario  llevarlos  por  fuer- 
za a  la  iglesia.  La  población  de  Encusu  es  la  mayor  del  reino  después 
de  la  de  San  Salvador  y  todos  los  naturales  de  esta  provincia  son  no- 
tablemente inclinados  a  bailes  y  a  la  ociosidad.  Celebrábanles  cada  no- 
che con  tales  gritos  y  ruidos  de  los  golpes  que  se  daban  en  los  brazos, 
que  no  dejaban  pegar  los  ojos  a  los  religiosos.  Muchas  veces  salían 
ellos  con  las  disciplinas  en  la  mano,  a  fin  de'  estorbar  tan  mala  vecin- 
dad y  tan  perjudiciales  bailes,  pero,  viendo  que  se  acercaban,  echaban 
a  huir  y  se  iban  a  proseguir  a  otra  parte. 

14.  — Cuando  les  exhortaban  a  que  dejasen  las  mancebas  y  se  casa- 
sen, ofrecian  hacerlo  pero,  en  llegando  a  la  ejecución,  se  retiraban 
del  caso,  dando  buenas  esperanzas  para  adelante.  El  último  suceso  que 
referimos  de  esta  misión  en  otra  parte,  de  la  mujer  que  se  separó  de 
su  marido  por  las  sospechas  que  de  él  tenía,  fué  ejemplar  tan  pernicio- 
so, que  de  allí  en  adelante  no  hubo  forma  de  que  se  casase  otra  por 
temor  de  que  les  hiciesen  traición  los  maridos.  Con  esto  y  no  dárseles 
mucho  a  ellos  por  vivir  más  al  son  de  sus  torpes  apetitos,  se  consiguió 
poco  fruto  y  vivían  los  Padres  con  algún  desconsuelo  entre  gente  tan 
obstinada.  Pero  por  el  mismo  tiempo  los  consoló  nuestro  Señor  para 
que  en  medio  de  su  trabajo  y  aflicción  no  desfalleciesen  y  pudiesen  per- 
severar gustosos,  esperando  el  premio  de  sus  trabajos  de  su  poderosa 
y  liberal  mano  en  la  bienaventuranza.  Cuál  y  cómo  fuese  este  consuelo 


(89)  El  Vocabulario  de  que  aqui  se  habla  y  del  que  también  dan  noticias  otras 
muchas  relaciones,  se  compuso  en  San  Salvador  ;  do  él  sacaron  luego  copias  los  dis- 
tintos misioneros  para  su  uso  y  la  única  copia  que  se  conoce  es  la  que  para  sí  hizo 
el  P.  Jorge  de  Gela,  capuchino  flamenco,  del  que  luego  hablaremos.  Dicha  copia  se 
conserva  en  la  B.  N.  de  Roma  (Fondi  Minori.  1896,  Mss.  Varía,  274).  El  mencionado 
vocabulario  era  trilingüe,  como  ya  dijimos,  y  fué  compuesto  por  Don  Manuel  Robo- 
redo  y  por  los  Capuchinos  españoles,  sobre  todo  el  P.  Buenaventura  de  Cerdeña. 

En  1928  y  con  el  titulo  Le  plus  anden  Dictionaire  Bantu  publicaron  ese  texto  los 
jesuitas  J.  Van  Wing  y  C.  Penders,  pero  no  conforme  al  original  sino  en  congolés, 
francés  y  flamenco  (Cfr,  nuestro  articulo  arriba  citado). 

Aparte  de  eso  el  P.  Antonio  de  Teruel  compuso  más  tarde  otro  Vocabulario  más 
completo  y  además  cuadrilingüe  :  Latín,  castellano,  italiano  y  congolés.  Compuso 
asimismo  otros  muchos  libros  para  utilidad  de  los  fieles,  según  abajo  indicaremos 
(Cfr.  también  nuestro  artículo  mencionado). 

l'J 


290 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  Ai'RICA 


se  dirá  en  el  capítulo  siguiente  con  la  extensión  que  piden  los  sucesos 
memorables  que  allí  se  refieren. 

15.  — Ahora  concluiremos  éste,  dando  noticia  de  la  ocasión  de  la  gue- 
rra que  se  movió  contra  el  conde  de  Huandu,  a  quien  fué  a  confesar 
el  Padre  Fr.  José  de  Pernambuco,  pues  toca  en  la  misma  materia  pre- 
sente y  no  hace  al  caso  para  adelante.  Ya  dijimos  cómo  la  reina  Zinga 
había  conseguido  la  victoria  y  muerto  al  conde  de  Huandu  con  muchos 
de  sus  soldados  y  lo  que  sucedió  después  de  esta  derrota.  Partióse  la 
Zinga  con  su  ejército  después  de  haber  vengado  su  agravio  y,  viendo 
los  de  Huandu  que  se  hallaban  sin  cabeza  que  los  gobernase,  se  reduje- 
ron de  los  montes  adonde  se  habían  retirado  y  se  volvieron  a  la  banza, 
convocaron  los  fidalgos  de  la  provincia  y  trataron  de  elegir  conde. 

16.  — Los  pretendientes  principales  eran  dos  hermanos  del  conde  di- 
funto, o  porque  realmente  eran  sus  hermanos  o  porque  eran  parientes 
muy  cercanos,  que  en  este  reino  acostumbran  a  llamar  hermanos  a  to- 
dos los  parientes,  aunque  con  alguna  diferencia,  que  no  es  fácil  de  en- 
tender sino  de  quien  fuese'  práctco  en  la  lengua.  De  estos  dos  herma- 
nos eligió  la  provincia  por  su  conde  al  menor  y  le  dió  luego  la  pose- 
sión ;  en  el  ínterin  el  mayor,  viendo  que  no  había  de  negociar  nada  con 
los  paisanos,  se'  fué  a  San  Salvador  y  se  casó  con  una  parienta  del  rey, 
juzgando  negociaría  mejor  por  esta  vía,  como  le  sucedió,  pue's,  sin  em- 
bargo de  haber  elegido  la  plebe  a  su  hermano,  por  no  haber  confirma- 
do el  rey  la  elección,  le'  nombró  por  conde  a  él  y  le  dió  licencia  para 
que  fuese  a  despojar  de]  estado  al  electo. 

17.  — Dispúsose  el  conde  para  la  defensa  y  juntó  hasta  mil  hombres 
de  gue'rra,  pero,  pareciéndole  ser  número  corto  para  invadir  al  ejér- 
cito contrario,  se  valió  de  la  amistad  que  tenía  con  el  marqués  de  En- 
cusu  y  le  pidió  socorro.  Fueron  éste  y  sus  fidalgos  a  consultar  con  los 
Padres  este  negocio  y  a  tomar  su  parecer  :  la  respuesta  que  se  les  dió 
fué  decirles  que,  si  salían  a  la  guerra,  a  que  les  veían  determinados, 
tratasen  primero  de  ponerse  bien  con  Dios  ;  que  dejasen  las  concubi- 
nas y  se  casasen  como  Dios  manda,  y  que  después  se  preparasen  con 
los  Santos  Sacramentos  de  la  Penitencia  y  Eucaristía,  por  ser  tan  in- 
ciertos los  sucesos  de  las  guerras  y  tan  de  ordinario  morir  en  ellas  los 
que  las  hacen. 

18.  — A  esto  respondieron  los  fidalgos  diciendo  que  los  confesasen 
por  entonces  y  que,  en  volviendo  de  la  guerra,  se  casarían.  Conocieron 
los  religiosos  que  todas  sus  palabras  eran  de  cumplimiento,  como  lo 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


291 


habían  sido  otras  muchas  que  les  habían  dado  sobre  el  caso  en  varias 
ocasiones,  y  así  no  les  pareció  acertado  el  confesarlos  por  no  contra- 
venir a  lo  que  nos  enseñó  Cristo  bien  nuestro  cuando  nos  dijo  :  Nolite 
daré  sanctum  canibus  ñeque  mittatis  margaritas  ante  parcos.  Y  así  lo 
que  hicieron  fué  representarles  el  peligro  de  la  vida  y  riesgo  conocido 
en  que  se  hallaban  de  perder  sus  almas  por  la  falta  de  verdadera  con- 
trición y  propósito  de  salir  del  mal  estado  en  que  vivían,  y  que  en  cas^ 
tigo  de  sus  culpas  seria  muy  posible  que  perdiesen  la  batalla  y  murie- 
sen todos.  «No  puede  ser  eso  — dijeron — ,  porque  nosotros  llevamos  el 
Rosario  al  cuello  y  los  contrarios  no  acostumbran  a  traerlo  así,  y  por 
tanto  confiamos  en  Dios  de  conseguirla.»  Respondieron  los  Padres  di- 
ciendo :  «Bueno  es  eso  si  juntamente  tratáis  de  reconciliaros  con  Dios 
de  verdad;  p^ro  importa  poco  llevar  el  Rosario  al  cuello,  cuando  tenéis 
voluntariamente  en  el  alma  y  tan  de  asfento  al  demonio  ;  y  así  para 
que  el  Rosario  os  aproveche  es  necesario  lanzar  de  vosotros  primero 
al  demonio.» 

19.  — Nada  de  esto  fué  bastante  para  reducirles  a  verdadera  peniten- 
cia y,  como  estaban  tan  resueltos  a  sahr  a  la  guerra  sin  aguardar  más 
razones,  tocaron  a  marchar  y  se  fueron  de  la  banza  en  busca  del  con- 
de de  Huandu.  En  partiendo  de  la  banza  determinaron  los  Padres,  reco- 
nociendo el  gran  peligro  de  su  salvación,  que  a  lo  menos  el  uno  fuese 
en  su  seguimiento  para  predicarles  antes  de  la  batalla  y  exhortarlos  a 
verdadera  penitencia  y,  después  de  un  acto  fervoroso  de  contrición,  ab- 
solverlos en  la  mejor  forma  posible,  pues  sería  dable  se  arrepintieran 
de  corazón,  viéndose  ya  cercanos  a  la  pelea.  Fué  a  esta  función  el  Pa- 
dre Fr.  Antonio  de  Teruel  y  los  halló  acuartelados  ceTca  de  una  po- 
blación al  abrigo  de  sus  barracas  formadas  de  ramos,  que  es  lo  que  les 
sirve  de  tiendas  de  campaña. 

20.  — Allí  supo  el  Padre  cómo  estaban  resueltos  a  volverse,  tomando 
por  pretexto  que  no  tenían  orden  del  rey  para  pasar  adelante  o  por 
otros  motivos  que  ellos  no  quisieron  declarar.  Por  esta  causa  se  volvió 
el  Padre  y  les  dejó,  pero,  porque  su  buen  celo  no  quedase  sin  premio 
y  no  volviese  sin  triunfo  de  la  guerra  y  las  manos  vacías  de  despojos, 
le  concedió  Dios  el  ganarle  un  alma  que,  acabada  de  bautizar,  se  fué 
al  eterno  descanso,  en  lo  cual  se  ve  lo  que  e's  la  fuerza  de  la  predestina- 
ción y  los  inescrutables  juicios  del  Omnipotente  en  sus  caminos  y  dis- 
posiciones, pues,  habiendo  llegado  este  religioso  a  la  libata,  vecina  al 
ejército,  con  ánimo,  de  dar  la  vuelta  al  Encusu  y  tomar  la  mañana,  se 
recogió  aquella  noche  temprano.  Apenas  comenzó  a  dormir,  cuando 


292 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


despertó  y  oyó  un  ruido  extraordinario  de  voces  de  un  confuso  y  las- 
timoso llanto  ;  salió  a  la  calle  y  se  encaminó  hacia  la  casa  donde  sona- 
ban las  voces  para  ver  si  había  sucedido  alguna  fatalidad  y  remediar  lo 
que  pudiese.  Entró  y  encontró  en  ella  cantidad  de  hombres  y  mujeres 
al  fuego,  cantando,  llorando  y  bailando  juntamente,  que  parece  cosa  in- 
creíble, aunque  en  la  verdad  pasó  así,  siendo  el  motivo  de  variedad  de 
afectos  tan  encontrados  el  que  se  estaba  muriendo  un  niño  de  pocos 
días,  al  cual  pretendían  curar  con  aquellas  ceremonias  y  hechicerías,  que 
es  la  cura  ordinaria  que  les  ha  sugerido  Satanás  conforme  a  sus  genios 
e  inclinaciones. 

21. — Informóse  del  caso  el  Padre  y,  viendo  la  barbaridad  de  aquella 
gente  y  que,  estando  él  tan  cerca,  no  le  habían  avisado  para  que  bauti- 
zase al  niño,  les  reprendió  ásperamente  ;  comenzaron  a  huir  los  más  y 
sólo  que'daron  allí  la  madre  del  niño  y  otras  dos  o  tres  personas  ;  pidió 
agua  y  bautizó  al  niño  y  dentro  de  pocas  horas  se  fué  a  gozar  de  Dios, 
habiéndole  conservado  Dios  la  vida  hasta  recibir  este  santo  Sacramen- 
to para  su  mayor  felicidad  y  para  consuelo  espiritual  del  religioso,  el 
cual  le  tuvo  tan  grande  por  reconocer  le  había  tomado  Dios  por  instru- 
mento para  la  salvación  de  aquella  alma  ;  por  lo  cual  le  dió  las  gracias 
y  se  partió  al  día  siguiente  para  el  hospicio.  El  marqués  y  su  gente  se 
volvieron  luego  a  la  banza  de  Encusu,  sin  haber  dado  paso  adelante,  en 
medio  de  su  orgullo  y  gana  de  pelear  ;  y  dentro  de  poco  tiempo  se  tuvo 
noticia  de  que,  habiendo  presentado  batalla  al  conde  de  Huandu  con  sus 
mil  hombres,  fué  derrotado  del  contrario  con  muerte  de  la  mayor  parte, 
y,  puesto  en  fuga,  se  retiró  con  el  resto  de  la  gente  a  los  confines  del 
condado,  donde  fundó  nueva  banza  para  sí. 


CAPITULO  XXXII 


í 


En  que  se  refieren  algunos  casos  notables  que  sucedieron 
por  este  tiempo  en  San  Salvador  para  aliento 
de  los  misioneros. 


1.  — Propio  es  de  este  santo  ministerio  sembrar  con  lágrimas,  tra- 
bajos y  penurias  la  palabra  evangélica,  según  lo  predijo  mucho  antes  el 
Rey  Profeta:  Emites  ibant  et  flebant,  inittcntes  semina  sua  (90),  pero 
también  están  vinculados  a  esos  trabajos  y  lágrimas  los  premios  y  go- 
zos eternos,  después  de  la  labor  y  peregrinación  temporal  de  esta  vida, 
la  cual,  por  larga  y  penosa  que  sea,  siempre  es  corta  y  ligera  respecto 
del  cúmulo  de  bienes  y  felicidades  que  se  siguen  a  ella.  Y  así,  aunque 
preceden  a  la  ida  tantos  afanes  y  penalidades  que  abruman  y  fatigan, 
no  por  eso  deben  desmayar  en  sus  tareas,  pues,  si  perseveran  fieles  en 
ellas,  a  la  vuelta  se  convertirá  su  tristeza  en  gozo  y  entonces  dirán  sin 
zozobra  :  dichosos  trabajos  que  tanta  dicha  nos  ocasionan,  y  cantarán 
akgres  con  David :  Venientes  autem  venient  cum  exulfatione,  portan- 
tes manipulas  suos  (91). 

2.  — Para  confirmación  de  lo  dicho  y  aliento  de  los  nuestros,  y  espe- 
cialmente de  los  Padres  que  asistían  en  el  marquesado  de  Encusu,  adonde 
era  mucho  el  trabajo  y  poco  el  fruto  por  la  tibieza  de  unos  y  obstina- 
ción de  los  más  en  sus  vicios,  les  previno  el  cielo  el  consuelo  suficiente, 
moviendo  Dios  al  tiempo  de  su  mayor  aflicción  el  ánimo  del  P.  Fray 
Francisco  de  Veas,  que  residía  entonces  en  San  Salvador,  para  que  pu- 
siese por  escrito  los  dos  casos  siguientes  que  sucedieron  en  aquella 
corte  y  les  remitiese  una  copia  de  ellos  a  los  demás  misioneros  del 
reino  para  que  diesen  gracias  a  Dios  por  todo  y  se  esforzasen  a  tra- 


(90)  Psalm,.  125,  7. 

(91)  Psalm..  12.5,  8. 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


bajar  fielmente'  y  preparasen  sus  ánimos  para  los  trabajos  y  persecu- 
ciones que  en  la  visión  siguiente  se  Ies  anunciaba  y  después  sucedieron 
puntualmente. 

3.  — Habia  en  San  Salvador  una  mujer  casada,  sencilla  y  temerosa 
de  Dios,  la  cual  era  congregante  de  la  congregación  de  la  Purísima 
Concepción  y  del  Rosario  de  Nuestra  Señora.  Fué  un  día  su  marido 
al  convento,  muy  triste  y  afligido,  a  llamar  al  P.  Fr.  Francisco  de  Veas, 
que  solía  confesarla,  y  le  dijo  que  su  mujer  estaba  muy  enferma  de 
cierto  accidente  repentino  que  le  había  dado  y  que  tenia  que  hablarle, 
para  lo  cual  le  suplicaba  se  llegase  a  su  casa.  El  Padre  juzgó  que  que- 
rría confesarse  y  así,  sin  más  dilación,  se  fué  con  el  marido  a  su  casa. 
Entró  en  ella  y  halló  a  la  mujer  en  brazos  de  otra,  acompañada  de  al- 
gunas vecinas,  y,  tan  postrada,  que  apenas  tenía  facultad  para  pro- 
nunciar las  palabras. 

4.  — Preguntó  el  Padre  si  quería  reconciliar-se  y  respondió  que  no 
tenía  entonces  necesidad :  que  para  lo  que  le  había  enviado  a  llamar  era 
para  referirle  una  visión  que  había  tenido,  en  la  cual  se  le  había  man- 
dado la  comunicase'  con  su  confesor.  Apartó  la  gente  y  comenzó  a  re- 
ferirla en  esta  forma :  «Sabrá  Vuestra  Paternidad  cómo  estando  enco- 
mendándome a  Dios,  repentinamente  quedé  privada  de  los  sentidos  : 
luego  vino  el  ángel  San  Gabriel  y  me  cogió  de  la  mano  derecha  y  me 
llevó  por  un  camino  tan  angosto,  que  apenas  podía  sentar  ambos  pies. 
Delante  de  mí  vi  que  iba  nuestro  S.  P.  S.  Francisco,  cuya  santa  cuer- 
da me  servía  de  báculo  para  no  caer  por  senda  tan  estrecha.  Por  últi- 
mo, llegamos  a  una  gran  corte,  que  no  parecía  ser  la  celestial ;  allí  vi 
a  Cristo  Señor  nuestro,  sentado  en  un  trono  de  gran  majestad  y  glo- 
ria, y  alrededor  a  los  Santos  Apóstoles,  a  S.  Miguel  al  lado  derecho  y 
a  nuestro  P.  S.  Francisco  al  izquierdo,  el  cual  se  puso  allí  con  una 
vara  en  la  mano  ;  detrás  de  los  cuales  se  descubría  una  infinidad  de 
santos  y  bienaventurados  y  entre  ellos  conocí  al  P.  Fr.  Buenaventura 
de  Cerdeña  y  Fr.  Gabriel  de  Valencia,  vestidos  y  adornados  de  unas 
ropas  muy  preciosas. 

5.  — «Apenas  fui  puesta  en  la  presencia  del  soberano  juez,  cuando 
llegaron  dos  crueles  verdugos,  de  figura  tan  horrenda  que  me  causa- 
ron gran  temor  y  espanto,  los  cuales  presentaron  en  aquel  tribunal 
severo  el  alma  de  un  infeliz  pecador  que  acababa  entonces  de  salir  de 
su  cuerpo.  Estos  comenzaron  a  alegar  que  aquella  alma  era  suya,  por 
haber  muerto  en  pecado  aquel  hombre  :  dió  el  juez  supremo  sentencia 
de  condenación  contra  ella,  y.  aunque  mostraba  pedía  perdón  de  sus 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


297 


culpas  con  lágrimas  y  suspiros,  no  le  valieron  sus  ruegos,  porque  le 
fué  respondido  que  ya  no  era  tiempo  de  misericordia,  sino  de  justicia, 
y  así  aquellos  verdugos  la  arrebataron  y  se  la  llevaron  al  infierno. 

6.  — «Concluido  este  juicio,  comenzó  el  divino  juez  a  pedirme  cuenta 
de  mi  vida  y  a  hacerme  cargo  de  todas  las  culpas  que  habia  cometido 
y  omisiones  que  había  tenido,  especialmente  en  rezar  el  Rosario  de  la 
Virgen  de  cuya  congregación  soy  hermana.  Yo  no  hallé  qué  respon- 
der y,  viéndome  convencida  y  lo  que  había  pasado,  comencé  a  tem- 
blar, juzgando  sucedería  de  mí  lo  que  del  alma  del  otro  pecador  des- 
dichado. Pero  no  fué  así,  porque  tuve  en  mi  favor  el  haberme  confe- 
sado de  todas  mis  culpas  con  verdadero  dolor  y  haberme  aplicado  el 
Padre  algunas  indulgencias  :  con  esto  me  dieron  por  libre  y  yo  quedé 
muy  alegre  y  gozosa. 

7.  — «Después  se  acercó  a  mi  el  P.  Fr.  Buenaventura  de  Cerdeña  y 
me  animó  y  consoló  mucho,  diciéndome  que  sufriera  con  paciencia  la 
enfermedad  que  me  sobrevendría  desde  entonces,  porque  Dios  me  que- 
ría llevar  por  camino  de  espinas  y  trabajos,  como  el  que  había  visto, 
intes  de  llegar  allí),  para  que,  en  muriendo,  vaya  derecha  mi  alma  a  go- 
?ar  de  aquella  gloria  y  bienaventuranza.  Añadió  después:  «Dirásles  a  mis 
lermanos  y  compañeros  los  misioneros  que  se  alienten  a  llevar  con 
imoroso  sufrimiento  los  trabajos  que  padecen  y  las  persecuciones  que 
lan  de  tener ;  que  no  desmayen  en  lo  comenzado,  porque  les  tiene  el 
>eñor  aparejada  grande  gloria.» 

8.  — «Acabado  esto,  que  apenas  duró  el  espacio  de  un  Avemaria,  me 
•-Ogió  de  la  mano  el  mismo  ángel  S.  Gabriel,  yendo  delante  nuestro 
5.  P.  S.  Francisco,  como  al  principio,  y  me  llevó  por  un  camino  muy 
incho  y  espacioso  y  tan  trillado  de  los  muchos  que  por  él  pasaban,  que 
10  se  veía  en  él  ni  siquiera  una  hierba.  Llegamos  al  término  y  halla- 
nos  en  él  un  despeñadero  tan  grande,  que  ponía  grima,  debajo  del 
ual  había  un  foso  tan  profundo  que  sólo  el  mirarle  causaba  horror. 
KWí  vi  confusamente  infinita  multitud  de  condenados,  cuyas  penas  eran 

1    troces,  y  tantas  que  no  se  podían  comprender. 

9.  — «Las  tinieblas  de  este  lugar  desventurado  eran  espesas,  que  no 
.aban  lugar  a  que  se  viese  cosa  alguna  distintamente  ;  sólo  se  oían 
iantos  y  gemidos  tristísimos  que  melancolizaban  ;  mas  con  todo  eso  me 
ueron  mostradas  muchas  almas  de  gente  de  esta  tierra,  que  estaban  allí 
or  los  pecados  de  amancebamientos  y  hurtos.  Apartóme  el  ángel  de 

■    ste  sitio  y  me  dijo  que  enviase  a  llamar  a  mi  confesor  y  le  refiriese 


29^ 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


estas  cosas  para  que  las  predicase,  y,  hallándome  entonces  sin  habla  y 
sin  vista,  me  dió  el  mismo  ángel  la  hierba  nmonsusu  (es  del  pais  y 
a  modo  de  albaca),  con  la  cual  dijo  me  tocase  los  ojos  y  la  garganta ;  i 
hícelo  así  y  con  eso  pude  ver».  Hasta  aquí  la  visión.  ' 

10.  — Refería  estas  cosas  la  mujer  temblando  y  de  allí  adelante 
siempre  que  oía  nombrar  las  penas  del  infierno,  comenzaba  a  llorar 
amargamente  y  a  estremecérsele  el  cuerpo.  Oyó  el  P.  Fr.  Francisco  de 
Veas  toda  su  relación  y  dándole  sobre  ella  la  doctrina  conveniente,  la 
dejó  y  se  volvió  al  convento.  El  día  siguiente,  con  deseo  de  informarse 
mejor  del  caso,  hizo  nuevo  examen  dicho  Padre  y  por  no  estar  muy 
versado  en  la  lengua,  llevó  consigo  un  intérprete  ;  mandó  a  la  mujer 
que  en  su  presencia  le  refiriese  lo  que  le  había  comunicado  el  día  an- 
tecedente ;  obedecídok  luego  e  hizo  la  misma  relación  con  toda  pun-i 
tualidad,  padeciendo  entonces  los  temblores  y  estremecimientos  que  la 
vez  primera. 

11.  — Informado  el  P.  Fr.  Francisco  a  su  satisfacción,  comunicó  el 
suceso  con  el  Prefecto  y  demás  religiosos,  los  cuales  hicieron  examen 
de  la  materia  y  hallaron  haber  sido  cierta  la  visión  y  revelación.  LoT 
primero  porque  en  sujeto  tan  sencillo  no  cabía  relación  tan  concordada 

y  de  cosas  tan  notables,  hablando  naturalmente,  pues  no  hacía  poco  en 
saber  bien  las  oraciones,  cuánto  más  distinguir  los  dos  caminos,  ancho 
y  angosto,  con  las  otras  circunstancias.  Lo  segundo,  porque  son  muy 
propios  efectos  de  semejantes  comunicaciones  los  temblores  y  desfa- 
llecimientos, que  le  causaban  las  especies  que  le  quedaron  impresas  en 
el  alma,  así  del  juicio  como  del  infierno  y  de  los  dos  caminos.  Lo  ter- 
cero, porque  estos  favores  soberanos  los  ordena  Dios  regularmente 
para  mayor  utilidad  espiritual  de  las  almas,  y  en  esta  mujer  hizo  tal 
operación  la  comuncación  referida,  que  de  allí  adelante  vivió  con  mucho 
ejemplo.  Lo  cuarto,  porque  desde  entonces  se  comenzaron  a  verificar 
las  cosas  que  le  anunció  el  P.  Fr.  Buenaventura  de  Cerdeña,  para  sí  y 
para  los  religiosos,  pues  desde  aquel  día  sieTnpre  estuvo  enferma  y  con 
grandes  dolores,  que  sufrió  con  admirable  paciencia  y  resignación  hasta 
la  muerte.  También  comenzaron  desde  entonces  las  persecuciones  y 
éstas  fueron  de  la  calidad  que  veremos  más  adelante  :  por  todo  lo  cual 
y  el  examen  siguiente  conocieron  haber  sido  de  Dios  la  visión  y  revé 
lación  y  no  fraguada  por  el  enemigo  ni  imaginada  por  la  misma  mujer 

12.  — Pasado  algún  tiempo  llegó  a  San  Salvador  el  P.  Fr.  Antonic 
de  Teruel  y,  ya  noticioso  del  caso  con  la  ocasión  siguiente,  supo  df 
la  misma  mujer  cuanto  se  ha  referido.  Salió  dicho  Padre  un  día  a  núes 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


299 


tra  iglesia  y  otra  buena  mujer  casada,  a  quien,  según  le  habían  dicho 
otros  Padres,  solía  nuestro  Señor  favorecer  y  revelarla  algunas  cosas, 
le  dijo  por  medio  de  un  intérprete  que  tenía  que  comunicarle  de  parte 
de  Dios  una  cosa  de  mucha  importancia.  El  Padre  receló  sería  en  mate- 
ria tocante  al  prójimo  y,  para  hacerse  más  capaz,  llamó  a  un  intérpre- 
te cuerdo  y  temeroso  de  Dios  y,  encargándole  el  secreto  que  pedíla  la 
gravedad  de  la  materia  y  diciéndole  la  ofensa  tan  grande  que  hacía  a 
su  Majestad  divina  y  a  su  prójimo  en  revelarla,  le  ordenó  escuchase 
a  aquella  mujer  lo  que  tenia  que  decirle. 

13.  — Oyóla  el  intérprete  y  dijo  cómo  Dios  estaba  muy  airado  contra 
el  rey  por  tenerle  muy  ofendido  por  sus  pecados  y  escándalos  y  que 
estaba  determinado  a  castigarle  severamente  si  no  trataba  de  enmen- 
darse ;  que  se  lo  decía  al  Padre  para  que  él,  como  ministro  de  Dios,  se 
lo  advirtiese  o  le  aconsejase  lo  que  ella  debía  hacer  en  este  caso.  Te- 
miendo el  P.  Fr.  Antonio  fuese  ilusión,  aunque  no  dudaba  era  cierto 
el  escándalo  del  rey,  y  admitiendo  juntamente  el  daño  que  se  le  podía 
seguir  a  la  mujer,  por  ser  hombre  terrible  de  condición  y  vengativo  y 
que  había  de  venir  en  conocimiento  de  ella  y  mandarla  matar,  como 
había  hecho  con  otras,  con  ánimo  de  averiguar  si  era  fingido  o  verda- 
dero lo  que  había  dicho,  la  examinó  en  esta  forma. 

14.  — Llamóla  y  díjola ;  «Hermana :  ya  me  he  enterado  de  vuestro 
recaudo,  pero  no  parece  conveniente  que  yo  hable  al  rey  ;  mirad  vos  si 
os  atrevéis  a  decírselo,  no  obstante'  los  daños  que  se  os  puedan  seguir 
de  que  os  quite  la  vida  por  su  fiereza  de  condición  y  presumir  lo  ha- 
béis consultado  con  nosotros.»  Respondió  la  mujer  diciendo:  «Si  Vues- 
tra Paternidad  me  lo  manda  o  aconseja,  desde  aquí  iré  a  hablarle  y,  a 
trueque  de  ejecutar  la  voluntad  divina  y  el  consejo  de  Vuestra  Pater- 
nidad, me  expondré  a  que  me  persiga  y  quite  la  vida.»  Dijo  esto  la  mu- 
icr  con  gran  resolución  por  una  parte  y  con  igual  rendimiento  por  otra 
al  consejo  y  determinación  del  Padre  ;  pero,  aunque  ésta  fuera  señal 
de  buen  espíritu  y  en  la  opinión  de  los  demás  religiosos  tenía  asegurado 

crédito,  por  haberla  hallado  puntual  en  los  sucesos  y  dedicada  siem- 
pre a  lo  mejor  y  más  perfecto,  con  ejemplo  y  edificación  singular  de 
aquella  corte,  con  todo  eso  no  tuvo  por  acertado  el  dejarla  ir  ni  tam- 
poco el  hablarle  él  al  rey  privadamente,  así  porque  fueran  indubitables 
los  daños  que  recelaba  y  él  endurecerse  más  su  corazón,  como  porque  en 
los  sermones  y  pláticas,  que  de  ordinario  acudía  a  ellas,  se  podía  enca- 
minar el  aviso  con  más  claridad  y  menos  nota.  Por  tanto,  le  dijo  que 


300 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


encomendase  a  Dios  el  negocio  y  que  en  otra  ocasión  más  oportuna  le 
advertiría  privadamente  de  sus  pecados  y  escándalos. 

15.  — Nótase  aquí  para  adelant-e  que  la  persecución  que  ks  vino  luego 
a  todos  los  misioneros  y  les  anunció  en  la  revelación  de  la  otra  mujer 
el  P.  Fr.  Buenaventura  de  Cerdeña,  tuvo  su  principio  en  la  corrección 
que  se  hizo  privadamente  al  rey,  aunque  con  la  prudencia  y  discrección 
que  se  verá,  no  obstante  las  advertencias  indirectas  en  las  pláticas  y 
ser  ya  público  su  escándalo.  Pero  en  el  ínterin  referiremos  el  examen 
que  hizo  en  esta  misma  ocasión  el  P.  Fr.  Antonio  de  la  revelación  pri- 
mera. Encontró  a  la  mujer  que  la  tuvo  en  la  iglesia  y  llegando  adonde 
estaba  la  saludó  y  preguntó  algunas  cosas  para  más  certificarse  de  lo 
que  le  habían  escrito  a  Encusu.  Mandóle  a  la  mujer  que  le  refiriese  lo 
que  había  pasado  y  ella  se  lo  manifestó  con  la  misma  puntualidad  que 
lo  dijo,  acabado  de  suceder.  Pero  con  todo  eso  le  hizo  algunas  réplicas 
para  más  asegurarse  ;  la  una  fué  que  ¿  cómo  habiendo  muerto  ya  en- 
tonces otros  religiosos,  no  vió  en  aqviella  gloria  más  que  a  los  Padres 
Fray  Buenaventura  de  Cerdeña  y  Fr.  Gabriel  de  Valencia?  Respondió 
a  esto  :  «Padre,  otros  había  allí  también,  además  de  los  dos,  pero  como 
yo  no  los  vi  nunca  en  esta  ciudad,  no  los  pude  conocer ;  habían  muerto 
en  otras  provincias.» 

16.  — Preguntóle  más:  «Dígame:  si  solas  las  almas  están  en  el  cie- 
lo y  no  los  cuerpos  y  allí  no  hay  vestidos  ni  hábitos,  ¿cómo  conoció 
eran  Capuchinos  los  Padres  que  vió  en  aquella  gloria?»  Respondióle 

a  esta  pregunta  diciendo:  «¡Oh  Padre  mío!  Muy  diferentes  hábitos  , 
son  aquéllos,  que  son  de  gloria ;  pero  muy  a  las  claras  se  veía  eran  Ca- 
puchinos.» Otras  preguntas  le  hizo  a  este  modo  y  a  todas  respondió 
con  mucha  propiedad ;  por  todo  lo  cual  quedó  satisfecho  dicho  Padre 
de  que  lo  que  se  le  había  escrito  era  cierto  y  así  no  pasó  más  adelante 
en  la  averiguación ;  y  reconocietido  se  comenzaba  ya  la  persecución  que 
les  anunciaba  uno  y  otro  suceso,  trató  de  disponer  su  ánimo,  como  les 
demás  Padres,  para  padecer  y  sufrir  lo  que  Dios  fuese  servido  en- 
viarles, j 

17.  — Otro  caso  sucedió  por  este  mismo  tiempo  en  .San  Salvador,  en 
que  se  manifiesta  la  misericordia  de  Dios  para  con  los  pecadores  y  la 
piedad  de  su  Santísima  Madre  en  ser  nuestra  abogada  y  medianera. 
Nadie  extrañe  tales  prodigios  en  reinos  tan  remotos  y  adonde  abundan 
los  vicios  con  tanta  copia,  como  hemos  visto,  pues  la  mano  de  Dios  no 
está  abreviada  a  solos  los  reinos  católicos  ni  a  las  buenas  almas  que 
habitan  en  ellos,  porque  en  todas  partes  tiene  Dios  quien  le  conozca, 


II 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


301 


ame  y  sirva,  y  esto  «n  todos  tiempos  y  edades.  Verificándose  en  eso  lo 
que  predijo  el  profeta  Joel  y  explicó  a  los  hebreos  de  Jerusalén  San 
Pedro,  después  de  la  venida  del  Espíritu  Santo  sobre  los  Apóstoles  v 
discípulos,  como  se  refiere  en  el  capítulo  II  de  los  Actos  Apostólicos, 
cuyas  palabras  son  las  siguientes  y  se  pudieran  comprobar  con  muchos 
y  raros  ejemplos  maravillosos  de  los  siglos  pasados  y  presentes :  Et 
erit  in  iiozñssimis  diebus,  dick  Dominus,  effundam  de  Spiritu  meo  super 
omnem  carnem;  et  prophetabunt  filii  vestri  ct  filiae  vestrae,  et  juvencs 
vestri  visión^  videbunt  et  séniores  vestri  somnia  somniabunt.  Et  qui- 
dem  super  servos  meos  et  super  ancillas  meas  m  diebus  illis  effundam. 
de  Spiritu  meo  et  prophetabunt ,  et  dabo  prodvgia  in  coelum  sursum  el 
signa  in  térra  deorsum,  sangninem,  et  rgiiem  et  vaporem  fumi  (92). 

18.  — El  caso,  pues,  sucedió  de  esta  forma.  Enfermó  un  hombre  ca- 
sado y,  habiéndose  confesado  conforme  lo  tenían  dispuesto  los  religio- 
sos, porque  no  muriera  sin  Sacramentos,  como  miserable  se  dejó  ven- 
cer del  enemigo  y  calló  en  la  confesión  el  que  actualmente  tenía  una 
manceba.  Habiendo  sucedido  esto  así,  quedó  el  hombre  con  el  remor- 
dimiento de  conciencia  que  se  puede  presumir,  que  en  tales  casos  el 
mayor  verdugo  es  el  estímulo  de  la  propia  conciencia  ;  pero  con  todo 
eso  se  quedó  en  su  culpa  y  sin  procurar  salir  de  ella.  A  este  tiempo  la 
majestad  de  Dios,  usando  de  su  infinita  misericordia,  en  vez  de  cestigar 
a  este  hombre  severamente,  'le  dispuso  a  la  gracia  por  el  medio  siguien- 
te, para  que  conozcamos  cuán  cierto  es  que  su  Majestad  no  desea  la 
muerte  del  pecador,  por  abominable  que  sea,  sino  que  se  convierta  y 
viva. 

19.  — Estaba,  pues,  este  hombre  sentado  al  fuego,  vacilando  sobre  el 
sacrilegio  que  había  cometido  en  callar  su  pecado  en  la  confesión,  y 
en  e,ste  tiempo  llegó  una  mujer  venerable  a  él,  tapada  con  una  manti- 
lla blanca,  y  'le  dijo :  «Levántate  y  vente  conmigo,  porque  mi  hijo  te 
espera  para  decirte  lo  que  conviene  a  tu  salvación.»  Salieron  ambos  de 
casa  y,  habiendo  caminado  algún  espacio  fuera  de  la  población  sin  ha- 
blar palabra,  se  le  apareció  luego  Cristo  Señor  nuestro,  puesto  en  la 
cruz,  y  le  dijo  las  siguientes  palabras :  «Mira  lo  que  por  ti  he  padeci- 
do y  la  sangre  que  vierten  mis  llagas.  — reparó  corría  sangre  de  todas 
ellas — ,  y  tú.  en  lugar  de  serme  agradecido  viviendo  en  santidad  y  jus- 
ticia, me  ofendes  a  todas  horas  y  has  intentado  engañar  a  mis  ministros 
en  la  confesión.  Basta  ya  lo  pasado :  confiesa  enteramente  tus  culpas  v 


f92)   Joel.  2,  28-30. 


302 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


trata  de  vivir  en  pure'za  contentándote  con  la  mujer  propia  :  y  si  no 
lo  haces,  sabe  que  vas  muy  presto  a  padecer  eternamente  en  los  in- 
fiernos.» 

20. — Dijo  estas  palabras  el  S^ñor  con  rara  severidad  y  luego  desapa- 
reció la  visión  ;  pero  quedó  el  hombre  tan  compungido  por  una  parte 
y  tan  temeroso  por  otra,  que  luego  inmediatamente  envió  a  llamar  al 
confesor  y  públicamente  se  confesó  de  sus  culpas  con  gran  dolor  y 
arrepentimiento.  Despidió  la  manceba  y  contó  lo  que  había  pasado  a 
los  circunstantes  y  de  allí  a  pocos  días,  estando  ya  muy  enmendado  en 
la  vida,  permitió  Dios  perdiese  el  juicio,  disponiéndolo  así  su  Majes- 
tad por  ser  infinita  su  misericordia,  a  lo  que  se  puede  creer  piadosa- 
mente para  que  no  tuviese  ocasión  de  perder  en  adelante  su  amistad  y 
gracia,  según  lo  que  dice  del  justo  el  libro  de  la  Sabiduría,  es  a  saber: 
Placens  Dco  factus  est  dilectus,  et  v'wens  inter  peccatores  translcutus 
est.  Rapitus  est  iie  nmlitia  mutaret  intellectum  ejus,  aut  ne  fictio  deci- 
peret  aniinam  illius  (93).  » 


m)    .Sap.,  4,  10. 

i 

i 


CAPITULO  XXXIII 


\ 


De  la  embajada  de  los  Padres  Fr,  Angel  de  Valencia  y 
Fr.  Juan  Francisco  de  Roma  y  sus  resultas. 


1.  — En  el  capítulo  XVIII  dejamos  a  estos  Padres  despedidos  del 
Príncipe  de  Orange  con  la  negativa  a  la  petición  que  hicieron  por  parte 
del  rey  del  Congo,  en  orden  a  que  los  de  la  Cámara  de  Holanda  die- 
sen pasaporte  a  los  Capuchinos  que  en  adelante  navegasen  aquellos 
mares  a  sus  misiones.  Al  mismo  tiempo  recuperaron  los  portugueses 
a  Angola,  con  que  no  fué  necesario  el  pasaporte  de  los  holandeses  ;  y 
así  pasaron  dichos  Padres  a  Flandes  y  desde  allí  a  Roma  a  dar  la  em- 
bajada que  llevaban  al  Sumo  Pontífice,  habiendo  gastado  año  y  medio 
desde  que  salieron  del  Congo  en  tan  largo  y  penoso  viaje. 

2.  — En  llegando  a  Roma  visitaron  a  los  Eminentísimos  Cardenales 
de  la  Sacra  Congregación  de  Propaganda  Fide  ;  diéronles  noticia  de  los 
felices  progresos  de  la  misión  y  del  intento  con  que  los  enviaba  el  rey 
de  Congo.  Solicitaron  después  audiencia  secreta  de  Su  Santidad  y  en 
ella  le  refirieron  a  Su  Beatitud  los  motivos  de  la  embajada  ;  cuan  obe- 
diente hijo  a  aquella  Santa  Sede  era  el  rey,  el  singular  afecto  con  que 
recibió  en  su  reino  a  los  religiosos  y  el  fruto  que  se  hacía  y  esperaban 
conseguir  no  sólo  en  el  Congo  sino  también  en  otros  reinos  vecinos, 
si  se  aumentase  el  número  de  operarios.  Mostró  Su  Santidad,  como 
Padre  amantísimo  y  celosísimo  de  su  grey,  el  gozo  y  consuelo  espiri- 
tual que  había  recibido  con  tal  informe  y,  después  de  haber  discurrido 
sobre  varias  cosas,  tocantes  a  aquellas  cristiandades  de  Africa,  les  echó 
su  bendición  y  los  despidió  diciendo  que  daría  brevemente  orden  para 
la  función  pública  en  que  diesen  la  obedieticia  en  nombre  del  rey  (94). 


(94)  Los  PP.  Angel  de  Valencia  y  Juan  Francisco  de  Roma  llegaron  a  la  Ciudad 
Eterna  el  19  de  marzo  de  1648.  Lo  que  sucedió  en  las  audiencias  habidas  con  el  Papa 


20 


3o6 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


3.  — Señalóles  para  este  efecto  el  día  9  de  mayo  del  año  1648,  y  con 
asistencia  de  muchos  señores  Cardenales,  Arzobispos,  Obispos  y  Pre- 
lados dieron  la  obediencia  con  todas  las  ceremonias  que  se  acostum- 
bran y  se  pudiera,  aunque  se  hiciera  en  nombre  de  uno  de  los  mayores 
reyes  de  Europa,  pues,  a  la  verdad,  no  le  faltó  circunstancia  alguna, 
sino  sólo  la  cabalgata,  la  cual  excusaron  los  Padres  embajadores  por 
atender  a  la  modestia  de  su  hábito  y  profesión.  Nuestro  Rvdmo.  P.  Fray 
Simpliciano  de  Milán,  entonces  Procurador  de  la  Curia  y  después  dig- 
nísimo General  de  la  Orden,  hizo  una  breve  y  elegante  oración  en  ala- 
banza de]  rey  Don  García  II  y  después  los  Padres  embajadores  dieron 
la  obediencia  en  su  nombre  a  Su  Beatitud  y  le  presentaron  las  cartas 
de  obediencia  y  creencia,  escritas  en  lengua  portuguesa,  que  traduci- 
das al  castellano,  dicen  así : 

Carta  de  Obediencia 

4.  — «Santísimo  Padre :  Doy  a  Vuestra  Santidad  con  todo  mi  afecto  la 
obediencia,  como  hijo  que  soy  de  la  Santa  Iglesia  Romana,  y  junta- 
mente las  debidas  gracias  por  el  cuidado  que  Vuestra  Beatitud  ha  te- 
nido de  enviarme  ministros  evangélicos  para  este  reino  del  Congo.  Su- 
plico a  Vuestra  Santidad  que  los  que  me  enviase  de  aquí  adelante, 
sean  religiosos  de  San  Francisco  Capuchinos,  porque  yo  y  todo  mi  reino 
los  estimamos  mucho,  como  a  verdaderos  siervos  de  Dios,  y  sean  en 
buen  número,  porque  el  reino  es  grande  y  en  todo  él  no  hay  sino  dieci- 
seis sacerdotes  y  por  esta  razón  padecen  los  pueblos  en  lo  espiritual 
mucho.  También  suplico  a  Vuestra  Santidad  que,  junto  con  los  minis- 
tros evangélicos,  se  digne  enviar  Obispos  a  este  reino  para  que  puedan 
consagrar  otros  Obispos  y  ordenar  sacerdotes,  para  que  de  esta  forma 
venga  a  conservarse  la  religión  católica  en  el  Congo.  Y,  finalmente: 
Vuestra  Beatitud  se  digne  también  de  concederme  las  gracias  que  yo 
he  comunicado  a  boca  a  mis  embajadores  para  el  bien  universal  de  este 
reino,  las  cuales  no  van  por  escrito  por  no  cansar  a  Vuestra  Santidad, 
cuya  persona  y  dignidad  suprema  conserve  nuestro  Señor  para  bien 
de  la  cristiandad.  Del  Congo,  a  5  de  octubre  de  1646.  Hijo  obedientí- 
simo  de  Vuestra  Santidad,  el  rey  Don  García.» 

Carta  de  creencia 

5.  — «Santísimo  Padre :  Por  esta  mi  carta  de  creencia  y  escritura,  fir- 
mada de  mi  mano  y  sellada  con  el  sello  de  mis  armas  reales,  constituyo 

cfr.  Bullarium  Ord.  FF.  Min.  Cap.,  VII,  p.  195,  y  PAIVA  MANSO,  o.  c,  pp.  189-92,  ' 
que  In  toma  del  Bullarium.  Aqui  puede  verse  también  la  carta  de  obediencia  que  en- 
tonces dió  el  rey  del  Congo  al  Pn()a  fp.  197).  i 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


307 


por  mis  embajadores  a  Vuestra  Santidad  a  los  Reverendos  Padres  Fray 
Angel  de  Valencia  y  Fr.  Juan  Francisco  de  Roma,  predicadores  Capu- 
chinos, Misioneros  Apostólicos  en  este  reino  del  Congo,  y  les  doy  todo 
mi  poder  y  facultad,  como  si  yo  personalmente  y  por  mi  propia  real 
persona  lo  hiciese,  para  poder  decir,  hablar  y  alegar  en  todas  las  ma- 
terias importantes  al  bien  y  utilidad  de  esta  corona  del  Congo  con  Vues- 
tra Beatitud,  y  que  en  todo  se  les  dé  entero  crédito.  Que  todo  cuanto 
trataren  y  determinaren  con  Vuestra  Santidad  en  mi  nombre,  lo  doy 
por  bien  hecho  y  por  firme  y  valedero.  Del  Congo,  a  5  de  octubre 
de  1646.  Hijo  obedientísimo  de  Vuestra  Santidad,  el  rey  Don  García.» 

6.  — Su  Beatitud,  después  de  haberlos  recibido  con  paternal  amor, 
significó  el  gozo  grande  que  tenía  en  oír  que  el  rey  fuera  tan  obe- 
diente y  devoto  hijo  de  la  Santa  Sede  Apostólica  ;  que  él,  como  Pastor 
universal  de  la  santa  Iglesia,  tendría  siempre  particular  cuidado  de  su 
persona  y  no  faltaría  a  dar  entera  satisfacción  a  las  súplicas  que  el  rey 
le  hacía  en  cuanto  fuese  posible.  Mudando  luego  de  estilo,  aunque  no 
de  afecto,  pasó  luego  a  exhortar  a  los  embajadores  peleasen  valerosa- 
mente e'n  servicio  de  Dios  y  de  la  Santa  Sede,  animándoles  con  palabras 
de  sumo  consuelo  a  la  perseverancia  y  tolerancia  en  los  trabajos  y 
ofreciéndoles  todo  auxilio  necesario. 

7.  — Concluida  esta  devota  y  reverente  función,  les  dió  Su  Santidad 
su  Apostólica  Bendición,  y,  haciendo  la  genuflexión  acostumbrada,  se 
retiraron  fuera  de  la  pieza  de  la  audiencia.  Quedáronse  con  Su  Santi- 
dad los  Eminentísimos  Cardenales  de  la  Sacra  Congregación  de  Pro- 
paganda Fide  y  les  encomendó  la  expedición  de  la  misión  del  Congo  y 
la  del  Benín,  que  se  decretó  entonces.  La  Sacra  Congregación  trató 
luego  de  la  materia  y  de  satisfacer  a  los  ruegos  devotos  del  rey  Don 
García;  determinóse  enviarle  Obispo  y  treinta  y  cuatro  religiosos,  que 
se  nombraron  con  la  brevedad  posible  por  irse  ya  acercando  los  calo- 
res y  mutaciones.  También  concedió  Su  Santidad  la  mayor  parte  de  las 
gracias  que  pidió  el  rey,  y  demás  a  más  le  envió,  por  señal  de  especial 
amor  y  paternal  afecto,  una  corona  bendita  de  su  mano,  de  plata  so- 
bredorada y  guarnecida  de  diferentes  piedras  preciosas,  con  la  carta 
o  breve  siguiente,  que,  traducido  del  latín  en  castellano,  dice'  así: 

8.  — «INOCENCIO  PAPA  X.— Carísimo  en  Crísto  hijo  nuestro: 
Salud  y  Apostólica  Bendición. — ^Teniendo  en  el  amor  y  caridad  pater- 
nal de  nuestro  pecho,  conforme  al  oficio  de  nuestro  apostolado,  todos 


3o8 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


los  pueblos  del  orb^  cristiano,  atendemos  con  más  particular  cuidado 
a  aquellas  ovejas  del  rebaño  de  Cristo,  que  viven  bajo  de  otras  partes 
del  cielo  más  distantes  y  remotas  de  nosotros,  para  que  los  que  aparta 
de  su  amantísimo  Pastor  la  distancia  de  las  tierras,  los  junte  a  su  abri- 
go la  continua  cercanía  del  amor  y  vigilancia.  Nos,  pues,  cuidando  con 
especial  benevolencia  de  tu  Majestad  y  reino  del  Congo,  según  habrás 
entendido  por  otras  letras  nuestras,  y  mirándoos  paternalmente  por 
causa  de  la  religión,  hemos  visto  el  deseado  y  devoto  reconocimiento 
de  la  obediencia  que  has  dado  a  Nos  y  a  nuestra  Santa  Sede  ;  el  cual, 
recomendado  del  abundante  testimonio  de  tus  cartas  y  de  la  embajada 
de  nuestros  amados  hijos  Fr.  Angel  de  Valencia  y  Fr.  Juan  Francisco 
de  Roma,  del  Orden  de  los  Capuchinos,  la  recibimos  con  nuestra  apos- 
tólica benignidad,  de  muy  buena  gana,  abrazando  amantísimamente  a 
tus  embajadores,  de  los  cuales  hemos  entendido  tus  necesidades  espi- 
rituales y  las  de  las  iglesias  de  ese  reino  ;  daremos  en  breve  forma,  se- 
gún Dios  quisiere,  para  que  se  acuda  conforme  la  posibilidad  y  el 
tiempo  a  vuestro  remedio.  En  el  ínterin  nos  hemos  alegrado  sumamen- 
te por  la  sed  que  tenemos  de  la  salud  de  vuestras  almas,  de  tu  insigne 
piedad  en  defender  con  tanta  dihgencia  esos  pueblos  del  contagio  asi 
de  los  infieles  como  de  los  herejes,  y  te  exhortamos  a  que  lo  continúes 
con  mayor  esfuerzo  más  y  más  cada  día.  Que  como  no  se  les  ha  dado 
debajo  del  cielo  otro  nombre  en  el  cual  conviene  que  nos  salvemos,  si- 
no el  nombre  de  Jesús,  así  falsamente  usurpan  la  gloria  de  este  nom 
bre  los  que  se  apartan  del  rebaño  de  Cristo  y  de  la  guarda  de  su  Pas- 
tor, a  quien  el  mismo  Cristo  Señor  nuestro  encomendó  sus  ovejas  pa- 
ra que  las  apacentase.  Así,  pues,  carísimo  en  Cristo  hijo  nuestro,  con 
todas  las  fuerzas  de  tu  ánimo,  trabaja  tanto  en  conservar  como  en  di- 
latar en  esas  partes  la  verdadera  fe  de  Jesucristo,  en  la  cual  sólo  ^está 
la  salud  ;  y  con  todo  el  corazón  ten  cuidado  en  cultivar  la  justicia,  la 
piedad  y  las  demás  cristianas  virtudes,  que  con  gran  gozo  hemos  oído 
te  ha  concedido  el  Padre  de  las  lumbres  y,  aumentadas  suavemente, 
puedes  estar  persuadido  que  tus  cosas  y  las  de  tu  reino  estarán  perpe- 
tuamente en  nuestro  corazón.  En  lo  demás  deseamos  que  el  Omnipo- 
tente Rey  de  los  reyes,  dé  a  tu  Majestad,  a  la  reina  tu  mujer  y  a  tus 
hijos,  felices  sucesos  colmados  de  su  verdadera  alegría  ;  a  los  cuales 
damos  amantísimamente  nuestra  Apostólica  Bendición  para  salud  de 
las  almas  y  de  los  cuerpos.  Dadas  en  Roma,  en  Santa  María  la  Mayor, 
debajo  del  anillo  del  Pescador,  día  veinte  de  mayo  de  mil  seiscientos 
y  cuarenta  y  ocho,  y  de  nuestro  Pontificado  el  año  cuarto.»  El  sobres- 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


309 


crito  decía  así :  «Al  carísimo  «11  Cristo  hijo  Don  García,  rey  del 
Congo»  (95). 

9. — En  esta  misma  ocasión,  juntamente'  con  el  socorro  de  religio- 
sos que  la  Sacra  Congregación  mandó  despachar  para  el  Congo,  insti- 
tuyó otra  nueva  misión  para  el  reino  de  Benín,  cercano  al  del  Congo, 
nombrando  por  Prefecto  de  ella  al  P.  Fr.  Angel  de  Valencia,  uno  de 
los  embajadores,  con  otros  catorce  religiosos.  De  esta  misión  habla- 
remos en  su  lugar  y  ahora  continuaremos  con  las  resultas  de  la  em- 
bajada, después  de'  la  cual  fué  nombrado  Viceprefecto  para  conducir 
al  Congo  los  nuevos  misioneros,  el  P.  Fr.  Juan  Francisco  de  Roma, 
el  cual  asimismo  llevó  la  corona  al  rey,  por  los  accidentes  que  ocu- 
rrieron antes  de  salir  de  Roma  dicho  Padre  (96). 


(95)  Cfr.  el  texto  latino  de  esta  carta  en  el  liiiUarimii.  VII,  p.  197. 

(96)  Tres  cosas  pidieron  los  dos  mencionados  Padres,  llegados  a  Roma  como  em- 
bajadores del  rey  del  Congo  :  nuevos  misioneros,  un  Obispo  para  el  Congo  y  una 
corona  para  el  rey  y  asimismo  que  se  declarase  al  hijo  con  derecho  a  sucesión.  En 
cuanto  a  esto  último  Roma  nada  dijo  :  se  contentó  con  enviar  al  rey  una  corona  ben- 
decida por  el  Papa.  En  cuanto  al  Obispo  ya  veremos  en  los  capítulos  siguientes  lo 
que  hubo,  asi  como  respecto  a  los  misioneros  pedidos.  Por  de  pronto  el  P.  Angel 
de  Valencia,  nombrado  Prefecto  de  la  nueva  misión  del  Benin,  se  embarcó  rápida- 
mente para  España  a  gestionar  embarcación.  El  P.  Juan  Francisco  quedó  en  Roma, 
ventilando  el  asunto  del  Obispo  y  otros  pormenores. 


I 


t 


I 


I 


CAPITULO  XXXIV 


I 


Refiérese  el  viaje  del  P.  Fr,  Angel  de  Valencia  a  España 
y  cómo  la  Majestad  Católica  de  nuestro  monarca  don 
Felipe  IV  mandó  dar  los  despachos  y  medios  necesarios 
para  la  conducción  de  ambas  misiones. 


» 


1.  — 'Habiendo  corrido  con  la  prosperidad  que  hemos  visto  los  des- 
pachos de  la  embajada  y  en  tan  breve  tiempo  como  se  ve,  pues  aun  no 
llegaron  los  días  a  doce,  así  por  el  abrasado  celo  de  Su  Beatitud  como 
por  la  vigilancia  de  los  Eminentísimos  Cardenales  de  la  Sacra  Congre- 
gación en  resolver  las  materias  que  propusieron  los  embajadores,  pudo 
despacharse  presto  el  P.  Fr.  Angel  de  Valencia  para  venir  a  España 
a  dar  forma  conveniente  para  el  navio  de  ambas  misiones.  Con  este 
designio,  habiendo  besado  el  pie  a  Su  Santidad  y  tomado  su  bendición 
y  licencia,  salió  de  Roma  con  Fr.  Félix  de  Mons  a  los  primeros  de  ju- 
nio, dejando  allí  al  P.  Fr.  Juan  Francisco  de  Roma,  con  quien  había 
venido  del  Congo,  para  que  acompañase  al  Obispo  que  la  Sacra  Con- 
gregación había  nombrado  para  aquel  reino  y  para  que  llevase  la  co- 
rona que  S.  S.  enviaba  al  rey,  dejando  asimismo  resuelto  que  se  habían 
de  venir  a  juntar  con  el  favor  de  Dios  unos  y  otros  misioneros  a  España 
en  el  puerto  de  Cádiz. 

2.  — En  saliendo  dicho  Padre  de  Roma  fué  a  visitar  la  casa  santa  de 
Loreto  para  consagrarle  en  ella  a  Dios  y  a  su  Santísima  Madre  la  nue- 
va peregrinación  emprendida  por  su  amor.  Desde  allí  pasó  a  Génova 
a  buscar  los  misioneros  que  ya  con  igual  fervor  le  esperaban  para  em- 
barcarse a  España.  Ofrecióse  conducirlos  no  sólo  a  este  reino,  sino  al 
del  Congo,  gustando  de  ello  nuestro  católico  monarca,  Paulo  Mara- 
botte,  devotísimo  de  la  Capucha  y  capitán  de  un  famoso  galeón  nuevo 
llamado  la  Reina  Ester.  Pero  llegando  nuevos  avisos  de  que  aun  se  de- 


314 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


t«nía  la  armada  francesa  en  las  costas  de  Génova  con  mira  de  coger  el 
nuevo  bajel  con  las  muchas  y  ricas  mercancías  de  que  iba  cargado,  ha- 
biendo pocos  días  ames  dado  caza  a  siete  galeras  de  Nápoles  y  a  Jua- 
netín  Doria,  su  general,  hasta  casi  dentro  del  puerto  de  Génova,  rece- 
ló el  capitán  algún  mal  suceso  y  así  resolvió  prudentemente  detenerse 
algunos  días  hasta  que,  enterado  de  que  los  franceses  se  habían  retira- 
do a  Tolón,  determinó  hacerse  a  la  vela  a  once  de  septiembre  de  1648, 
rogando  a  los  religiosos  que  se  embarcasen  dos  días  antes. 

3.  — Hízose  esta  función  con  devota  solemnidad,  acompañando  a  los 
misioneros  procensionalmente  los  religiosos  del  convento  de  'la  Purísi- 
ma Concepción  y  la  mayor  parte  de  la  nobleza  de  aquella  ciudad  en 
barcos  y  falucas  que  aprestaron  para  el  caso.  Apenas  llegaron  al  ga- 
león cuando  una  marita  que  corría  se  convirtió  en  tormenta  espantosa, 
que  duró  dos  días,  en  Jos  cua'les  no  habiendo  concluido  el  capitán  sus 
negocios  y  siendo  preciso  el  detenerse  más  tiempo,  considerando  el  Pa- 
dre Fr.  Angel  el  daño  de  cualquier  detención  por  corta  que  fuese,  para 
negociar  en  Madrid  la  segunda  embarcación  para  los  del  Congo,  y 
viendo  que  partía  de  Génova  para  España  Don  Francisco  de  Andrada 
y  Castro,  Arzobispo  de  Palermo  y  electo  Obispo  de  Jaén,  volvió  a  tie- 
rra y  i-e  suplicó  se  sirviese  de  admitirk  en  su  navio.  Aceptó  el  ruego 
este  Iillmo.  Prelado,  esclarecido  en  sangre,  en  letras  y  en  religión,  y, 
uni'endo  la  piedad  con  la  grandeza,  tuvo  a  su  mesa  todo  el  viaje  a  los 
Padres  Fr.  Angel  de  Valencia  y  Félix  de  Mons,  asistiéndoles  en  todo 
con  regia  magnificencia. 

4.  — Llegaron  a  Valencia  felizmente  y  desde  allí  vinieron  a  Madrid. 
En  el  convento  de  San  Antonio  se  repararon  algunos  días  de  las  fati- 
gas de  tan  largo  viaje  y  luego  pusieron  en  ejecución  la  pretensión  de 
los  bajeles  y  navios  necesarios  para  la  conducción  de  ambas  misiones. 
Para  el  mejor  efecto  de  ella  fué  el  P.  Fr.  Angel  a  visitar  al  Nuncio  de 
Su  Santidad,  Don  Julio  Rospigliosi,  Arzobispo  de  Tarso  ;  presentóle 
las  cartas  de  recomendación  que  trajo  deí  Pontífice  y  de  la  Sacra  Con- 
gregación para  que  favoreciese  la  causa  de  la  misión  con  nuestro  Rey 
Católico. 

5.  — Por  este  medio  tuvo  el  P.  Fr.  Angel  audiencia  con  S.  M.  y  puso 
en  sus  reales  manos  el  Breve  de  S.  S.,  en  el  cual  representaba  los  be- 
neficios que  los  reyes  del  Congo  habían  recibido  de  los  serenísimos  Re- 
yes Católicos,  sus  gloriosos  progenitores,  pidiendo  los  continuase  con 
el  rey  presente,  confiando  de  su  real  celo  y  grandeza  y  de  lo  que  le  de- 
bía la  religión  católica,  ampararía  esta  misión.  Con  el  Breve  acompañó 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


dicho  Padre  la  carta  de  creencia  del  rey  Don  García,  dando  cuenta  a 
Su  Majestad  de  los  sucesos  de  la  misión  hecha  debajo  de  su  real  auxi- 
lio, así  de  palabra  como  por  escrito,  presentándote  la  relación  de  ella 
según  se  imprimió  en  Italia  en  lengua  toscana  (97). 

6.  — Faltan  palabras  para  referir  la  grande  y  rara  benignidad  con  que 
nuestro  Católico  Monarca  oyó  el  razonamiento  de  dicho  Padre  y  reci- 
bió el  Breve  de  S.  S.,  la  carta  del  rey  del  Congo  y  la  relación,  mos- 
trando y  dando  a  entender  cuánto  se  alegraba  de  saber  lo  que  Dios  ha- 
bía obrado  en  aquellas  partes  y  el  fruto  que  por  medio  de  los  misione- 
ros se  había  cogido.  Con  que  de  su  grata,  piadosa  y  cristiana  respues- 
ta concibió  ei  P.  Fr.  Angel  segurísimas  prendas  de  su  buen  despacho. 
Remitiólo  al  Consejo  de  Estado,  al  de  Indias  y  Junta  de  Portugal  y, 
comenzando  a  correr  por  todos  tres  el  negocio,  no  pudo  efectuarse  con 
la  brevedad  que  el  sumo  celo  de'  sus  ministros  deseaba.  Y  así,  para  darle 
más  calor,  volviendo  a  hablar  el  Nuncio  a  S.  M.,  representando  las  con- 
veniencias de  esta  misión,  ios  deseos  de  Su  Beatitud  y  las  instancias  del 
rey  del  Congo,  dió  esta  católica  respuesta:  «Cuando  este  negocio  no 
fuera  gusto  de  Su  Santidad,  bástame  a  mí  ser  tan  conocidamente  de  la 
gloria  de  Dios  y  salvación  de  tantas  almas  para  que  lo  haga  despachar 
con  brevedad».  Palabras  por  cierto  dignas  de  monarca  tan  grande,  pri- 
mogénito de  la  Iglesia  y  columna  suya  y  que  deben  esculpirse  en  los 
corazones  de  los  prestntes  y  venideros  que  son  los  bronces  más  per- 
durables. 

7.  — Tuvo  después  otra  audiencia  el  P.  Fr.  Angel,  señalada  por  Su 
Majestad  para  el  domingo  de  Ramos  por  la  tarde,  que,  como  en  ella 
se  había  de  tratar  de  la  honra  de  Dios  y  exaltación  de  su  santísimo 
nombre,  tuvo  gusto  en  oírle  en  día  tan  solemne'  y  en  que  se  hallaba  tan 
desocupado  de  otras  tan  grandes  materias,  como  ocurren  en  esta  mo- 
narquía. De  la  gratitud  y  regia  benevolencia  de  S.  M.  en  esta  segunda 
audie'ncia  recibió  dicho  Padre  más  confianza  para  representar  de  nuevo 
con  el  debido  rendimiento  los  muchos  bienes  espirituales  que  con  la 
brevedad  del  despacho  se  podían  conseguir  y  los  inconvenie'ntes  que  de 
la  tardanza  de  él  podían  resultar  ;  a  lo  cual  no  con  menos  agrado  y  apa- 
cibilidad  que  en  la  primera  audiencia   sino  con  mucha  mayor,  le  res- 


(97)  Se  trata  de  la  relación  del  P.  JUAN  FRANCISCO  DE  ROMA,  que  se  im- 
primió con  el  siguiente  título  :  Breve  Relacione  del  successo  della  Missione  dei  Ca- 
ppucini  al  Regno  del  Congo...,  Roma  (1648).  En  ese  mismo  año  se  publicó  la  segun- 
da edición  en  Nápoles. 


316 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


pondió  repetidas  veces  S.  M.  diciendo  :  «Que  con  mucho  gusto  k  ha- 
ría despachar.» 

8. — Viéronse  muy  presto  los  efectos  de  su  admirable  celo,  pues  hizo 
consulta  el  Consejo  de  Estado  a  S.  M.  a  nu€ve  de  abril  y  dió  su  parie- 
cer  en  esta  materia  la  Junta  de  Portugal,  por  incluirse  el  Congo  en  la 
demarcación  de  este  reino,  según  lo  prescrito  por  la  Santidad  de  Ale- 
jandro VI  en  la  Bula  expedida  y  declaración  hecha  el  año  de  1493,  donde 
el  duque  de  Abranles,  su  presidente,  en  quien  corrieron  iguales  el  celo 
del  servicio  de  Dios  y  del  rey,  y  Don  Gabriel  de  Almeida,  secretario 
de  ella,  esforzaron  las  conveniencias  de  la  misión  y  con  la  consulta  y 
parecer  referido,  fué  servido  S.  M.  de  resolver  lo  siguiente: 

0. — Que  por  el  Consejo  de  Indias  se  diese  embarcación  a  Fr.  An- 
gel de  Valencia  y  a  cuarenta  y  tres  compañeros  para  las  misiones  del 
Congo  y  del  Benín  y  las  demás  cosas  necesarias  para  su  viaje  y  todo 
el  favor  y  ayuda  que  fuese  menester  para  el  buen  efecto  de  su  jornada, 
por  ser  como  es  enderezada  a  una  obra  tan  heroica  como  la  de  la  con- 
versión de  tantas  almas.  Este  fué  el  tenor  del  decreto  y  de  esta  reso- 
lución dió  aviso  Don  Fernando  Ruiz  de  Contreras,  Caballero  del  Or- 
den de  Santiago,  del  ConSiejo  Real  de  las  Indias,  Secretario  del  Supre- 
mo de  Estado  y  del  Despacho  general,  después  de  haber  esforzado  esta 
negociación  con  todo  celo,  piedad  y  devoción  en  la  parte  que  le  pt'do 
tocar,  a  Don  Juan  Bautista  Sáenz  de  Navarrete,  caballero  del  Orden 
de  Alcántara,  del  Consejo  de  S.  M.  y  su  Secretario  en  el  Real  de  In- 
dias, que  con  igual  cristiandad  y  fineza  asistió  a  la  ejecución  última  de 
esta  materia. 

10.  — Pocos  dias  después,  para  abreviarlo  más,  se  sirvió  S.  M.  desde 
el  Real  Sitio  de  Aranjuez  enviar  otro  decreto  en  confirmación  del  pri- 
mero, mucho  más  cumplido,  pues  hablaba  en  él  S.  M.  mismo  con  el 
Consejo  de  Indias  y  venía  firmado  de  su  real  mano.  Con  que  se  volvió 
a  reconocer  el  sumo  e  incomparable  celo  y  piedad  cristiana  de  nuestro 
rey,  y  más  hallándose  fuera  de  Madrid  y  en  las  recreaciones  del  cam- 
po, no  perdió  de  vista  la  causa  de  Dios,  que  había  tenido  tan  a  su 
cargo. 

11.  — Deseaba  el  Consejo  la  más  pronta  ejecución,  pero  la  forma  y 
el  modo  de  disponerla  tenía  muchas  dificultades  que'  vencer  y  en  alla- 
narlas les  fué  preciso  gastar  algunos  días,  y  al  P.  Fr.  Angel  también  el 
volver  por  tercera  vez  a  los  pies  de  S.  M.  y  hacer  nuevas  instancia.^ 
con  Don  Luis  Méndez  de  Haro  y  Guzmán,  Marqués  del  Carpió  y  Du- 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


que'  de  Olivares,  su  primer  ministro,  que  desde  el  principio  favoreció, 
guió  y  fué  la  mayor  parte  en  la  dirección  de  esta  materia,  como  podía 
y  debía  esperarse  de  su  cristianísimo  celo. 

12. — Venciéronse  los  inconvenientes,  confirmando  S.  M.  por  bercera 
vez  con  benignísima  piedad  la  merced  primera  y,  viéndose  el  último  de- 
creto en  el  Consejo  de  Indias  a  dos  de  agosto,  día  de  Nuestra  Señora 
de  los  Angeles,  tan  conocidamente  protectora  de  la  Orden  y  de  esta 
apostólica  misión,  acabó  de  tener  el  expediente  deseado  la  pretensión. 
Porque  Don  García  de  Avellaneda  y  Haro,  Conde  de  Castilla,  como 
Presidente  del  Consejo,  mostrando  su  devoción  y  piedad  y  todo  el  Con- 
sejo pleno  resolvieron  se  ejecutara  puntualmetite  el  orden  que  S.  M.  ha- 
bía dado,  despachando  la  merced  en  la  forma  que  veremos  en  el  capí'"- 
tulo  siguiente. 


I 


CAPITULO  XXXV 


! 


I 


I 

:iál 


Póncse  el  tenor  del  decreto  para  el  envío  de  las  dos 
misiones  y  dáse  noticia  de  los  sujetos  que  fueron  nom- 
brados para  ellas. 


1.  — Una  de  las  grand-es  fatigas  que  se  padecen  en  las  misiones  es, 
sin  duda,  la  que  se  incluye  en  la  disposición  y  prevención  de  ellas,  pues 
primero  que  llegan  a  efectuarse  los  medios,  avios  y  condiciones,  se  pa- 
san muchos  meses  y  aun  años  de  gran  mortificación,  así  en  acudir  a 
los  tribunales  como  en  visitar  los  ministros  de  ellos,  a  veces  con  aguas 
y  malos  temporales,  pasando  muchos  dias,  aun  corriendo  prósperamen- 
te los  negocios,  en  los  patios  y  antesalas,  sin  poder  lograr  ocasión  por 
los  muchos  y  continuos  embarazos  de  los  Consejos  y  ministros.  De 
donde'  se  infiere  les  viene  a  tocar  la  mayor  parte  del  trabajo  a  los  Pa- 
dres que  por  su  ministerio  o  por  comisión  se  dedican  a  solicitar  seme- 
jantes despachos.  En  cuya  solicitud  suele  de  ordinario  hacer  de  las  su- 
yas el  adversario  común  para  retardar,  ya  que  no  pueda  impedir,  por 
no  darle  Dios  esa  permisión,  los  negocios  y  su  más  breve  expediente. 

2.  — Mucho  le  costó  al  P.  Fr.  Angel  de  Valencia  esta  negociación  y 
se  reconoce  en  que,  habiendo  corrido  las  cosas  prósperamente,  gastó 
en  diligenciar  el  despacho  desde'  el  29  de  noviembre  de  1648  hasta  el  1 
de  febrero  de  1651,  en  que  se  embarcaron  ambas  misiones  en  Cádiz. 
También  le  tocó  su  buen  pedazo  al  P.  Fr.  Francisco  de  Roma  en  dis- 
poner las  cosas  de  su  misión  hasta  conducirla  a  Cádiz,  pues,  habiendo 
determinado  la  Sacra  Congregación,  según  dijimos,  enviar  Obispo  al 
Congo  y  que  éste  fuera  Capuchino,  los  religiosos,  por  su  humildad,  lo 
recusaron  con  la  eficacia  posible  y  así  eligió  para  esa  dignidad  a  un 

21 


322 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


sacerdote  romano  virtuoso,  que  poco  antes  habia  convertido  en  colegio 
su  casa  y  deseaba  pasar  con  alguna  misión  a  Persia  (98). 

3. — Aprobó  S.  S.  el  dicho  nombramiento  y,  después  de  consagrar 
para  el  Congo  a  dicho  Obispo,  le  dió  facultad  Su  Beatitud  para  que  | 
pudiese  allá  consagrar  Obispos  con  asistencia  de  los  Padres  misioneros. 
Supo  esta  elección  el  Emmo.  Cardenal  Don  Bernardino  Albornoz,  en-  [ 
tonces  embajador  de  España,  y  como  tal  se  opuso  a  ella,  alegando  to- 
caba a  nuestro  rey  católico  el  nombramiento,  como  a  rey  de  Portugal,  ( 
por  haberle  dado  el'  Papa  Clemente  VIII  el  jus  patronatus  de  presentar  i 
Obispo  al  señor  Rey  Felipe  II.  Con  este  motivo  se  suspendieron  las  co-  ; 
sas  hasta  dar  cuenta  a  S.  M.  el  Cardenal  Albornoz. 

4- — Supo  el  P.  Fr.  Angel  el  nuevo  embarazo  de  Roma  y,  para  ocu- 
rrir a  las  diligencias  que  se  podían  interponer  en  menoscabo  de  las  mi-  ; 
siones,  representó  a  S.  M.  lo  mucho  que  importaba  fuese  dicho  Obis-  , 
po  al  Congo  para  que  la  religión  y  fe  cristiana  se  estableciera  y  aumen-  |  i 
tase  en  aquel  reino  ;  y  respondió  S.  M.  con  su  acostumbrada  piedad  y  '  \ 
celo,  diciendo  :  «Dejadlo  a  mí,  no  tengáis  cuidado».  Y,  pasados  ocho  ( 
días,  le  mandó  dar  el  despacho  con  estas  palabras  dignas  de  tan  cató- 
lico monarca :  «Vaya  — dijo —  al  Congo  el  Obispo  que  ha  nombrado  la 
Sacra  Congregación  de  Propaganda  Fide  :  establézcase  la  fe  de  Cristo  ,  , 
en  aquel  reino  ;  atiéndase  a  la  gloria  de  Dios  y  salvación  de  las  almas  ¡ 
y  en  ninguna  razón  de  Estado  se  repare.»  ,  j 

\ 

5. — Este  despacho  de  S.  M.,  tan  digno  de  eterna  memoria,  entregó 
su  secretario,  Don  Fernando  Ruiz  de  Contreras.  al  P.  Fr.  Angel  de 
Valencia,  en  dos  pliegos  sellados  con  el  sello  mayor  de  las  armas  de 
Su  Majestad.  El  uno  para  el  Cardenal  Albornoz  y  el  otro  para  el  duque 
del  Infantado,  entonces  embajador  de  Roma.  Remitiólos  ambos  al  Pro- 
curador general  de  la  Orden,  que  lo  era  nuestro  Rmo.  P.  Simpliciano 
de  Milán,  el  cual  respondió  al  recibo  diciendo :  que  se  había  edificado 
sobremanera  la  Sacra  Congregación  de  ver  Ta  piedad  y  celo  incompa- 
rables de  nuestro  católico  monarca,  pero  que  el  Obispo  nombrado  pa- 


(98)  El  nombramiento  de  dicho  Obispo  m  partibus  infideliuni  jiara  el  Congo  fué 
efectivamente  un  hecho  Lo  más  n.itural  era  que  hubiese  .sido  un  Capuchino  ;  pero 
el  Procurador  general  de  la  Orden  pidió  fuese  designado  un  sacerdote  secular.  coiih> 
as!  se  hizo  en  efecto  en  la  persona  de  un  sacerdote  napolitano  de  relevantes  prenda.-, 
llamado  Francisco  Stayban,  siendo  nombrado  el  3  de  agosto  de  1648  Administrador 
Apostólico  del  Congo  v  Arzobispo  de  Constantina  (Cfr.  P.  TERUEL,  ms.  c.  p.  112, 
y  P.  HILDEBRAND.  o.  c,  p.  109V 


I 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


ra  el  Congo  se  habia  partido  ya  para  una  misión  de  Persia  (99).  Por 
esta  causa  no  se  envió  Obispo  al  Congo  entonces,  según  se  deseaba  y 
convenía,  y,  porque  no  se  retardase  más  la  embarcación,  mandó  Su  Ma- 
jestad al  Consejo  de  Indias  librar  cuanto  antes  los  despachos,  como  lo 
hizo  en  la  forma  siguiente. 

(i. — EL  REY. — Mis  Presidente  y  jueces  oficiales  de  la  Casa  de  Con- 
tratación de  la  ciudad  de  Sevilla :  Fr.  Angel  de  Valencia,  de  la  Orden 
de  los  Capuchinos,  me  ha  representado  por  la  via  de  mi  Consejo  de 
Estado,  que,  habiendo  pasado  al  reino  del  Congo  con  licencia  mía  en 
compañía  de  los  primeros  misioneros  de'  su  Religión,  que  fueron  a  él, 
después  de  muchos  trabajos  que  padecieron,  se  les  admitió  para  la  pre- 
dicación y  enseñanza  de  nuestra  santa  fe  católica.  Y,  reconociendo  aquel 
rey  el  fruto  qut  habian  hecho  y  deseando  se  continuase  la  predicación, 
le  envió  para  su  embajada  para  que  en  su  nombre  acudiese  a  S.  S.  y  a 
mí  y  pidiese  obreros  que  nuevamente  volviesen  a  la  predicación  del 
Santo  Evangelio  ;  para  cuyo  efecto  se  necesitaba  de  cuarentra  y  tres  re- 
ligiosos, por  traer  a  su  cargo  dos  misiones :  la  una  en  el  reino  del 
Congo  y  la  otra  en  el  del  Benín,  para  la  cual  le  había  nombrado  la  Sa- 
cra Congregación  de  Propaganda  Pide  por  Prefecto,  y  que,  respecto  de 
su  instituto  y  pobreza  y  que  viven  de  limosna,  no  podrían  ejecutar  su  in- 
tento por  sí  solos,  suplicóme  que  para  que  obra  tan  del  servicio  de 
Dios  tenga  efecto,  fuese  servido  de  dar  licencia  a  algún  capitán  dueño 
de  mar  para  que  los  llevase,  concediéndole  permisión  para  que  de  aque- 
llos reinos  pueda  sacar  alguna  cantidad  de  esclavos  negros  y  navegar- 
los  -j.  los  puertos  de  las  Indias,  pagando  los  derechos  que  debiese.  Y 
habiéndoseme  consultado  sobre  ello  por  el  dicho  mi  Consejo  de  Esta- 
do, tuve  por  bien  de  remitir  al  de  Indias  el  punto  de  la  licencia  de  sacar 
esclavos  del  reino  del  Congo  para  llevarlos  a  ellas,  ordenando  se  viese 
lo  que  convenía  hacer  y  se  me  consultase.  Después  de  lo  cual  resolví 
por  consultas  de  dicho  mi  Consejo  de  Estado  y  de  la  Junta  de  Portu- 


(99)  Efectivamente :  asi  sucedió.  El  Cardenal  se  opuso  resueltamente  al  envío 
de  dicho  Obispo  al  Congo,  pretextando  el  derecho  de  presentación  por  parte  del  rey 
de  España.  No  obstante  que  el  P.  Angel  de  Valencia  insistió  ante  Felipe  IV,  expo- 
niendo que  dicho  Obispo  no  llevaba  más  fin  que  atender  a  las  necesidades  de  la  mi- 
sión del  Congo  y  para  que  pudiese  ordenar  sacerdotes,  y  no  obstante  que  el  Consejo 
de  Estado,  vistas  las  razones  del  P.  Valencia,  las  dió  por  buenas  y  mandó  al  Car- 
denal -Albornoz  no  se  opusiese  al  nombramiento  de  dicho  Obispo,  cuando  se  comunicó 
a  Roma  esa  decisión,  ya  el  mencionado  Obispo  había  partido  para  Persia  (Cfr.  el  me- 
morial del  P.  Valencia  y  las  contestaciones  del  Consejo  de  Estado  (Simancas. — Esta- 
do, Leg.  2.669)  en  nuestro  trabajo  Los  Capuchinas  españoles  en  el  Congo  y  sus  tra- 
bajos en  pro  de  la  formación  del  clero  indígena,  en  España  Misionera.  II  (1945),  p. 
200-206). 


324 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


gal,  que  por  el  de  Indias  se  diese  al  dicho  Fr.  Angel  de  Valencia  y  a 
los  demás  religiosos  que  ha  de  llevar  consigo,  embarcación  y  las  de- 
más cosas  necesarias  para  su  viaje  y  todo  él  favor  y  ayuda  que  fuera 
menester  para  conseguirla.  Y,  por  no  haberse  hecho,  me  volvió  a  re- 
presentar las  causas  y  consideraciones  que  se  ofrecían  para  que  tuviese 
efecto  esta  misión  y  se  facilitase  el  darle  la  embarcación  y  permisión 
que  tenía  para  su  viaje  y  de  los  dichos  cuarenta  y  tres  religiosos.  Y, 
atendiendo  a  la  justificación  de  ellas  y  a  lo  que  debo  asistir  y  ayudar 
a  tan  santo  y  piadoso  intento  para  la  propagación  de  la  santa  fe  ca- 
tólica, he  resuelto  últimamente  que  con  el  dicho  Fr.  Angel  de'  Valen- 
cia y  los  demás  religiosos  que  hubiesen  de  pasar  con  él  al  reino  del 
Congo,  se  haga  lo  mismo  que  se  hizo  con  Fr.  Francisco  de  Pamplona 
y  los  que  llevó  consigo,  así  en  cuanto  a  darle  la  embarcación  como  en 
todo  lo  demás  ;  en  cuya  conformidad  os  mando  dispongáis  el  viaje  del 
dicho  Fr.  Angel  de  Valencia  y  de  los  cuarenta  y  tres  religiosos  que 
van  con  él  a  las  dichas  misiones,  buscando  persona  para  que  se  encar- 
gue de  llevarlos  y,  habiéndola  hallado,  ajustaréis  con  ella  la  per- 
misión que  se  les  hubiere  de  dar  para  navegar  esclavos  negros  a  tierra 
firme  o  Nueva  España  en  el  número  que  pareciere  conveniente  y  nece- 
sario respectivamente  en  esto  al  mayor  número  de  personas  que  ahora 
ha  de  llevar  el  dicho  Fr.  Angel  de  Valencia.  De  suerte  que  el  cómputo 
de'  la  permisión  de  los  negros  para  la  costa  y  el  porte  del  navio  sea  uno 
y  otro  en  proporción  de  la  que  se  concedió  al  dicho  Fr.  Francisco  de 
Pamplona  para  13  compañeros.  Y  con  esta  concesión  se  hará  la  regula- 
ción de  modo  que  se  puedan  suplir  los  gastos  que  hubieran  de'  hacer  los 
dichos  43  religiosos  que  ha  de  llevar  el  dicho  Fr.  Angel ;  de 
Suerte  que  vayan  remediados  y  consolados  y  que  el  que  los  llevare 
tenga  algún  aprovechamiento,  con  calidad  que  haya  de  pagar  en  los 
puertos  de  las  Indias  los  derechos  que  debiere  de  las  piezas  de  escla- 
vos que  se  le  permitieren  navegar  para  que  lo  que  esto  importare  se 
convierta  en  la  paga  y  satisfacción  de  los  juristas  e  interesados.  Y, 
ajustada  la  dicha  permisión  en  la  forma  referida  y  habiendo  asegurado 
con  fianzas  la  permisión,  la  persona  con  quien  concertáredes,  que  cum- 
plirá el  asiento  que  con  éí  hiciéredes  en  razón  de  llevar  los  dichos  re- 
ligiosos derechamente  a  la  parte  del  reino  del  Congo  y  del  Benín,  que 
ellos  señalaren,  les  daréis  el  despacho  y  registro  necesario  para  hacer 
su  viaje  a  los  puertos  de  tierra  firme  o  Nueva  España,  que  se  acostum- 
bra y  llevar  a  ellos  los  negros  que  se  concedieren,  para  que  los  gober- 
nadores y  oficiales  de  mi  Hacienda  los  dejen  entrar,  pagando  los  de- 
rechos que  debieren  ;  a  los  cuales  advertiréis   cobren  lo  que  importa- 


La  misión  del  congo 


325 


ren  y  qu€  lo  remitan  luego  a  esa  casa  para  convertirlo  en  la  paga  y 
satisfacción  de  los  juristas  e  interesados  en  la  renta  de  esclavos  ne- 
gros, y  en  orden  a  esto  prevendréis  todo  lo  que  tuviéredes  por  más 
conveniente  para  el  buen  cobro  de  ello  y  que  así  es  mi  voluntad,  sin 
embargo  de  estar  prohibido  navegar  negros  a  'las  Indias,  que  por  esta 
vez  dispenso  con  las  órdenes  que  de  ello  tratan,  quedando  en  su  pu- 
reza y  vigor  para  lo  demás  adelante.  Encárgoos  que  por  ser  esta  obra 
tan  del  servicio  de  Dios,  procedáis  en  el  cumplimiento  referido  con 
toda  brevedad  para  que  los  religiosos  no  se  detengan  en  esa  ciudad, 
sino  que  sin  dilación  alguna  partan  a  la  conversión  de  aquellos  infieles. 
Y  de  lo  que  en  razón  de  este  hiciéredes  y  ejecutáredes,  me  daréis  cuen- 
ta muy  particularmente  en  el  mi  Consejo  de  las  Indias.  Fecha  en  Ma- 
drid, a  once  de  agosto  de  mil  seiscientos  y  cuarenta  y  nueve  años. — 
YO  EL  REY.  Por  mandado  del  rey  nuestro  señor,  Juan  Bautista  Sáenz 
Navarrete.  Señalada  de  los  de  la  Cámara  del  Consejo  Real  de  las  In- 
dias (100). 

7.  — Este  fué  el  tenor  del  despacho,  y  de  esta  misma  calidad  otros 
que  antes  y  después  de  estas  dos  misiones  en  otras  mandó  dar  S.  M.,  en 
todos  los  cuales  resplandece  su  admirable  piedad  y  celo  de  la  religicm 
católica  y  la  suma  devoción  y  afecto  que  tuvo  a  la  Capucha.  Por  lo 
cual  y  por  otros  muchos  favores  y  beneficios  que  le  hizo  en  ,  tiempo 
de  su  reinado,  vive  y  vivirá  para  siempre  grabada  su  memoria  en  los 
corazones  de  sus  hijos,  y  especialmente  en  los  de  la  Provincia  de  Cah- 
tilla,  por  más  favorecidos  de  su  real  amparo  y  magnificencia,  para 
quienes,  a  expensas  de  su  Real  Patrimonio,  mandó  fabricar  los  con- 
ventos reales  de  El  Pardo  y  de  Santa  Leocadia  de  Toledo,  y  juntamen- 
te con  su  dignísima  consorte,  la  señora  reina  Doña  Isabel  de  Borbón, 
el  de  Madrid  llamado  de  La  Paciencia,  en  reverencia  y  desagravio  de  las 
injurias  que  ciertos  pérfidos  judíos  hicieron  en  aquel  sitio  a  la  sacro- 
santa imagen  de  Cristo  crucificado. 

8.  — Aunque  fueron  nombrados  cuarenta  y  tres  religiosos  para  am- 
bas misiones,  no  pudieron  pasar  todos  a  ellas,  así  por  haber  muerto 
algunos  como  por  causa  de  la  peste  que  se  padecía  entonces,  en  la  cual 
murieron  otros.  De  los  nombrados  para  el  Benín  fueron  con  su  Pre- 
fecto, Fr.  Angel  de  Valencia,  los  siguientes :  Fr.  Tomás  Gregorio  de 
Huesca,  Fr.  José  de  Jijona,  Fr.  Eugenio  de  Flandes,  Fr.  Bartolomé 


(100)  PELLICER,  o.  c,  í.  44v.  También  lo  copia  PAIVA  MANSO,  o.  c,  pp. 
208  210. 


326 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


de  Viana,  Fr.  Felipe  de'  Híjar  y  los  Hermanos  Fr.  Gaspar  de  Sos  y 
Fray  Alonso  de  Tolosa,  Religiosos  Legos. 

9. — Para  la  misión  del  Congo  fueron  con  su  Viceprefecto,  Fray 
Juan  Francisco  de  Roma,  los  siguientes :  Fr.  Esteban  de'  Ravena,  Fray 
Francisco  María  de  Escío,  Fr.  Jerónimo  de  Luca,  Fr.  Francisco  María 
de  Volterra,  Fr.  Erasmo  d€  Forno,  Fr.  Jorge  de  Gela,  Fr.  Jerónimo  de 
Cerdeña,  Fr.  Angel  María  de  Cerdeña,  Fr.  Bernardino  de  Hungría, 
Fr.  iLudovico  de  Pistoya,  y  los  Hermanos  Fr.  José  de  Bassano,  Fr.  Ju- 
nípero de  San  Severino  y  Fr.  Isidoro  de  Minglonico,  Religiosos  Legos  ; 
todos  de  espíritu  muy  alentado,  de  virtud  aprobada  y  de  las  prendas  y 
suficiencia  de  letras  y  prudencia  que  se  requiere,  pues  los  más  no  sólo 
eran  predicadores  pero  habían  ocupado  diferentes  puestos  v  prelacias 
en  sus  Provincias  (101). 


ilOlj  Hemos  de  advertir  que  mientras  todos  los  historiadores  convienen  en  dar 
los  nombres  de  los  religiosos  destinados  a  la  misión  del  Benín,  hay  grandísima  va- 
riedad por  lo  que  se  refiere  a  los  del  Congo  ;  tanto  que  mientras  el  P.  CAVAZZi 
(o.  c,  Libro  V,  cap.  I,  p.  318)  cita  treinta  y  uno,  el  P.  CESINALE  (o.  c,  III.  p. 
577)  no  pone  más  que  dieciocho.  Tampoco  convienen  en  muchos  nombres. 


CAPITULO  XXXVI 


I 


I 


Parten  ambas  misiones  de  Cádiz,  refiérese  su  navegación; 
llegan  a  Canarias,  y  desde  allí  se  dividieron  cada  una 
para  su  reino.  Aportan  a  Soñó  los  del  Congo,  donde 
hallan  la  noticia  de  la  muerte  del  Padre  Fr.  Buenaven- 
tura de  Alessano,  Prefecto  de  la  misión. 


1.  — Partióse  de  Madrid  para  Sevilla  el  P.  Fr.  Angel  de  Valencia 
con  los  despachos  de  S.  M.  para  el  Presidente  y  jueces  oficiales  de  l'a 
Casa  de  la  Contratación,  y  ya  a  este  tiempo  le  esperaba  en  Cádiz  con 
los  religiosos  de  Italia  el  P.  Fr.  Juan  Francisco  de'  Roma,  a  quienes 
condujo  allí  desde  Génova,  según  dijimos,  Paulo  Marabotte,  buscán- 
dose después  dos  bajeles  buenos,  y  el  asentista  que  hizo  la  obligación  de 
conducirlos,  les  proveyó,  según  el  orden  de  S.  M.,  de  todo  lo  necesa- 
rio para  el  viaje  con  mucha  liberalidad  y  abundancia.  Concluidos  los 
negocios  en  Sevilla,  fué  a  nuestro  convento  el  Sr.  Arzobispo  Pimental 
y  les  dió  su  bendición  a  los  Padres  misioneros  que  se  hallaron  allí. 
Después  los  fué  a  despedir  la  Comunidad  procesionalmente  hasta  la 
orilla  del  río  Guadalquivir,  donde  tenían  prevenido  un  barco  longo  para 
pasar  a  Cádiz. 

2.  — Desde  aquí  prosiguieron  su  viaje,  haciéndose  a  la  vela  el  día  1  de 
febrero  del  año  1651,  cada  misión  en  su  navio,  en  los  cuales  ell  día  si- 
guiente, dedicado  al  misterio  de  la  Purificación  de  nuestra  Señora,  di- 
jeron sus  misas  e  hicieron  la  ceremonia  de  bendecir  las  candelas  y  la 
procesión.  En  el  discurso  del  viaje  todos  los  días  decían  misa,  canta- 
ban Vísperas  y  Completas  y  las  Horas  Menores  con  las  letanías  de  nues- 
tra Señora.  Levantábanse  poco  después  de  media  noche,  rezaban  las 
letanías  mayores  y  tenían  una  hora  de'  oración  mental,  sirviéndoles  de 
oratorio  y  coro  para  estos  y  otros  santos  ejercicios  comunes  y  priva- 
dos la  cámara  de  popa. 


330 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  AFRICA 


y. — Con  este  orden  de  vida  y  próspero  viento  llegaron  a  desembar- 
car a  la  Gran  Canaria,  donde  fueron  recibidos  con  suma  caridad  y  aga- 
sajo, como  sietnpre,  del  gobernador  y  de  toda  la  nobleza  y  ministros 
de  S.  M.,  todos  los  cuales  instaron  mucho  a  los  Padres  sobre  su  an- 
tigua pretensión  de  que  se  quedasen  alli  algunos  para  fundar  convenio 
en  la  isla.  No  llevaban  orden  de  los  Superiores  para  eso  y  así  se  ex- 
cusaron con  ese  título,  satisfaciendo  a  sus  devotos  y  afectuosos  ruegos 
con  recíprocos  agradecimientos  y  con  emplearse  el  tiempo  que  allí  es- 
tuvieron en  hacer  misión,  predicando  y  confesando  a  la  gente  de  la 
isla  con  suma  edificación  de  todos,  hasta  que  volvieron  a  meterse'  en 
los  navios. 

i. — Partieron  de  Canarias  los  dos  bajeóles,  tomando  cada  uno  desde 
allí  diferente  rumbo.  En  tratando  de  la  misión  del  Benín,  diremos  sus 
particularidades  ;  ahora  la  dejaremos  en  este  estado  y  proseguiremos 
con  la  del  Congo  hasta  concluirla.  Fueron,  pues,  navegando  con  el 
deseo  de  ir  a  tomar  puesto  a  Pinda,  pero,  a  pocos  días,  porque  no  les 
faltase  el  ejercicio  de  paciencia,  permitió  Dios  les  saliese  al  encuentro 
im  navio  pechelingue  de  herejes  piratas,  muy  bien  armado  de  gente  y 
municiones  de  guerra.  Embistió  luego  con  el  de  los  misioneros,  cau- 
sándoles la  turbación  que  se  deja  conocer.  Encomendáronse  muy  de 
veras  a  Dios  y  a  la  Reina  santísima  de  los  ángeles  y,  viendo  la  forzosa 
y  que  no  había  otro  remedio  en  lo  humano  que  o  entregarse  para  pe- 
recer miserablemente  o  pelear  para  defenderse,  resolvieron  tomar  las 
armas  y  ayudar  en  lo  que'  pudiesen. 

5.  — Asistióles  Dios  tan  benigno  en  el  combate,  que  al  fin  salieron 
vencedores,  quedando  muertos  muchos  de  los  contrarios  y  destruido  el 
navio  y,  para  que  la  victoria  fuese  más  gloriosa  y  no  se  pudiese  dudar 
se  había  conseguido  con  auxilios  especiales  del  cielo,  permitió  la  Ma- 
jestad divina  que,  sin  embargo  de  haber  disparado  los  herejes  piratas 
innumerables  cañonazos,  así  de  artillería  como  de  mosquetes  y  arcabu- 
ces, ninguno  de  los  nuestros  recibió  el  menor  daño  ni  su  bajel,  siendo 
muy  considerable  el  que  tuvo  el  de  los  contrarios,  d  cual,  según  des- 
pués se  supo,  llegó  tan  destrozado  a  uno  de  aquellos  puertos  de  Africa, 
que  quedó  inútil  para  poder  volver  a  servir  en  adelante. 

6.  — Al  fin,  desembarazados  de  este  tropiezo,  cantaron  a  Dios  las 
gracias  por  la  victoria,  siendo  tan  señalada,  que  pudieron  decir :  Can- 
temus  Donúno,  glorióse  enim  magnificatus  est,  equum  et  ascensorem 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


33t 


projecit  in  mare,  etc.  (102).  Prosiguieron  el  viaje  felizmente,  hasta 
lle'gar  a  Pinda,  puerto  de  Soñó  ;  allí  desembarcaron  y,  en  llegando  a  la 
banza,  supieron  de  los  religiosos  que  residían  en  ella  cómo  pocos  días 
antes  había  pasado  de  esta  vida  a  la  otra  en  San  Salvador  el  P.  Fray 
Buenaventura  de  Alessano,  primer  Superior  y  Prefecto  de  aquella  mi- 
sión, cuyas  virtudes  admirables  nos  llaman  a  una  devota  digresión  en 
la  cual  observaremos  el  orden  y  brevedad  que  con  otros  religiosos  de 
quienes  hasta  aquí  hemos  hecho  mención  en  sus  propios  fugares  (103). 

7.  — Fué  el  P.  Fr.  Buenaventura  de  Alessano  hijo  de  la  Provincia  de 
Roma  y  de  tan  santas  costumbres  y  buenas  prendas,  que  ocupó  en 
ella  varios  puestos  y  aun,  cuando  le  nombró  Prefecto  Ta  Sacra  Congre- 
gación para  el  Congo,  se  hallaba  actualmetite  Guardián  de  uno  de  sus 
conventos.  Dotóle  Dios  de  un  espíritu  generoso  y  muy  robusto  y,  para 
ensayarse  en  el  ministerio  que  después  ejercitó  con  singular  pruden- 
cia y  alabanza  de  todos,  así  propios  como  extraños,  se'  entregó  desde  su 
entrada  en  la  religión  a  un  género  de  vida  maravilloso.  Su  oración  era 
tan  frecuente  y  fervorosa  que  parecía  vivía  de  solo  ese  manjar ;  en  ella 
padecía  continuos  éxtasis  y  fuera  de  ella  andaba  siempre  elevado.  De 
aquí  procedían  efectos  tan  soberanos,  que  se  abrasaba  en  amor  de 
Dios  y  en  celo  de  la  salvación  de  las  almas  de  sus  prójimos  y,  para 
desahogo  de  tan  sagrado  volcán,  no  habla  medio  que  no  intentase  por 
costoso  que  fuese. 

8.  — Era  incansable  en  atormentar  su  cuerpo  con  rigurosas  discipli- 
nas, cilicios  y  austeridades,  entre  las  cuales  observó  por  muchos  años 
una  bien  extraordinaria  y  singular,  cual  fué  no  comer  ni  beber  cosa 
alguna  sino  de  ocho  a  ocho  días,  que  venía  a  ser  los  domingos.  Si  bien 
eti  el  Congo  le  rogaron  sus  compañeros,  viendo  sus  grandes  fatigas  y 
la  poca  sustancia  de  los  manjares,  templa&e  aquel  rigor,  tomando  cada 
día  alguna  cosa,  y  el  santo  Padre,  por  condescender  con  sus  devotas  y 
continuas  instancias,  les  obedeció  en  eso,  más  por  mostrarse  rendido 
y  complacer  a  sus  ruegos  que'  por  dar  al  natural  ese  alivio,  y  así  se 
redujo  a  comer  cada  día  tres  o  cuatro  nicefos  o  plátanos,  lo  cual  obser- 
vó hasta  la  muerte. 

9.  — Causábales  a  todos  admiración  su  rara  abstinencia  y  sobre  todo 
el  que,  comiendo  los  domingos  el  manjar  que  se  servía  en  la  comuni- 


(102)  Exod.,  15,  1. 

(103)  El  P.  Buenaventura  de  Alessano  falleció  el  2  de  abril  de  1651,  cuando  se 
disponía  a  pasar  a  misionar  al  reino  de  Macoco,  para  lo  cual  había  obtenido  previo 
permiso  de  la  Congregación. 


332 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


dad,  nunca  le  hacía  daño,  a  que  se  añadió  otra  circunstancia  de  no  me- 
nor admiración,  cual  era  tener  siempre  buena  salud  y  muy  vivos  los 
colores  del  rostro,  aún  siendo  ya  anciano.  Las  influencias  del  tiempo 
jamás  le  inmutaban,  de  suerte  que  ni  sentía  el  frío  ni  el  calor  y,  con 
set  tan  excesivo  el  de  aquella  tierra,  nunca  sudaba.  Era  de  mediana 
estatura  y  de  aspecto  venerable  y  gracioso,  y  de  tan  amable  conversa- 
ción que  se  llevaba  tras  de  sí  los  afectos  de  cuantos  le  trataban.  De 
este  venerable  varón  podía  decirse,  según  refieren  sus  compañeros,  lo 
que  el  Doctor  Irrefragable  Alejandro  de  Ales  solía  decir  de  su  discípu- 
lo y  Seráfico  Doctor  San  Buenaventura,  al  contemplar  en  éj  la  igualdad 
de  sus  costumbres,  la  santidad  de  vida,  la  hermosura  de  su  cuerpo,  la 
modestia  de  su  rostro,  su  condición  afable  y  la  dulzura  de  sus  pala- 
bras: «Que  no  parecía  haber  pecado  en  él  Adán.» 

10.  — Nunca  le  vieron  ocioso  y  siempre  bien  ocupado  ;  los  pocos  ratos 
que  le  dejaban  libre  las  ocupaciones  del  gobierno,  las  gastaba  entre  día 
o  en  la  celda  escribiendo  los  rudimentos  de  la  Gramática  para  instruc- 
cWyn  de  la  juventud,  o  en  el  confesonario.  Viendo  ya  plantada  en  aquel 
reino  'la  misión  tan  felizmente,  deseó  mucho  pasar  a  comunicar  la  luz 
del  Santo  Evangelio  al  reino  de  Macoco,  que  entonces  era  todo  de  gen- 
tiles, y  desde  allí  al  imperio  de  los  abisinios,  para  cuyo  efecto  escribió 
a  la  Sacra  Congregación  suplicándola  señalase  Prefecto  para  la  misión 
del  Congo  ;  mas  cuando  llegó  la  licencia,  ya  había  pasado  a  mejor  vida, 
a  gozar,  como  se  cree  piadosamente,  el  premio  de  sus  virtudes  y  traba- 
jos. Tenía  orden,  eti  las  facultades  que  se  le  concedieron  en  Roma,  de 
nombrar  sucesor  en  el  oficio  ;  y,  después  de  muerto,  hallaron  entre  sus 
papeles  el  nombramiento  que  tenía  ya  hecho  en  la  persona  del  Padre 
Fray  Jenaro  de  Ñola,  compañero  suyo  antiguo  y  religioso  de  aventa- 
jadas prendas,  el  cual  quedó  por  Prefecto  hasta  que  dejó  el  oficio  por 
los  motivos  que  adelante  veremos. 

11.  — Antes  de  pasar  el  P.  Fr.  Buenaventura  de  Alessano  a  esta  mi- 
sión del  Congo,  estuvo  algunos  años  trabajando  en  la  de  Constantino- 
pla,  en  la  cual  tuvo  por  compañeros,  entre  otros,  al  P.  Fr.  Bernardino 
de  Hungría,  que  a  'la  sazón  residía  en  el  Congo,  varón  a  todas  luces 
grande  y  de  quien  varias  veces  hemos  hecho  mención.  En  Constanti 
nopla  tuvieron  ambos  compañeros  diferentes  ocasiones  en  que  experi- 
mentaron el  buen  pasaje  del  Gran  Turco  para  con  los  Capuchinos,  pues 
hallaron  en  él  benignidad,  estimación  y  buen  tratamiento,  negociándo- 
les Dios  primeramente  este  auxilio  y  benevolencia  de  aquel  infeliz 
príncipe,  y,  secundariamente,  su  modestia,  pobreza  y  desinterés  de  las 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


333 


cosas  de  esta  vida,  materia  en  que  reparan  todas  las  naciones  del  orbe 
y  especialmente  los  turcos  por  su  nativa  avaricia.  Con  eso  y  ver  que 
los  nuestros  aplican  únicamente  su  cuidado  en  aquellas  tierras  de  sus 
dominios  a  la  salvación  de  las  almas,  sin  atender  a  otros  fines  tempo- 
rales, no  conformes  a  la  predicación  evangélica,  no  sólo  les  permite  en 
sus  reinos  en  diferentes  misiones,  pero  hallan  en  todas  partes  buen 
pasaje. 

12.  — Es  muy  digno  de  memoria  el  suceso  que  les  acaeció  a  dichos 
Padres  en  este  tiempo  con  el  abuelo  de  Mahomet  IV.  que  al  presente 
tiene  el  cetro  del  imperio  otomano,  hallándose  ambos  en  Constantino- 
pla,  celebrando  en  el  barrio  de  los  cristianos  la  procesión  del  Corpus. 
Sucedió,  pues,  que  al  mismo  tiempo  acertó  a  pasar  por  la  misma  calle 
el  Gran  Turco  en  su  carroza,  y,  admirado  éste,  sobre  curioso,  de  ver 
la  devoción  y  reverencia  con  que  hacían  su  procesión  los  cristianos, 
mandó  parar  el  coche  y  que  el  Padre  que  llevaba  la  custodia  se'  acer- 
case al  estribo  para  verla. 

13.  — Llegó  el  religioso  y  los  cristianos  con  sus  luces  y  le  preguntó 
qué  función  quería  ser  aquella.  A  lo  cual  respondió :  «Que  aquel  culto 
y  solemnidad  se  la  consagraban  los  cristianos  a  la  Majestad  suprema 
de  Cristo,  hijo  de  Dios  vivo,  que  por  nuestro  amor  y  su  infinita  mi- 
sericordia se  habia  hecho  hombre  y  redimidonos  con  su  pasión  y  muerte 
del  pecado  y  del  infierno  y  merecídonos  la  gloria  eterna  ;  el  cual,  como 
todopoderoso  y  amante  finísimo  de  sus  redimidos,  después  de  muerto 
y  resucitado,  quiso  quedarse  para  siempre  entre  nosotros  sacramenta- 
do debajo  de  aquellos  accidentes  que  veía  en  la  sagrada  hostia  para 
remedio  común  de  nuestras  necesidades,  y  que,  en  memoria  y  agra- 
decimiento de  tan  soberanos  beneficios,  le  ofrecían  aquel  culto  y  reve- 
rencia cada  año,  según  S.  M.  veía.» 

14.  — Mandóle  después  que  se  acercase  más  para  ver  bien  el  viril ; 
puso  las  manos  en  la  peana  de  la  custodia,  sin  quitarse  los  guantes  y, 
lleno  de  admiración,  prorrumpió  en  estas  palabras :  «Grande  es  vues- 
tra fe,  grande  es  vuestra  fe,  grande  es  vuestra  fe.»  Apartó  l'as  manos 
y  mandó  prosiguiesen  su  procesión ;  díjole  el  religioso  entonces  se  sir- 
viese S.  M.  de  darle  los  guantes,  porque,  habiendo  tocado  con  ellos 
cosa  tan  sagrada,  no  era  justo  ni  decente  sirviesen  a  usos  profanos  ni 
a  cosa  que  no  fuese  del  culto  divino.  En  oyendo  esto,  se  los  quitó  al 
instante  y  se  los  dió  sin  pasar  a  más  razonamientos.  Partió  luego  el 
coche  y  con  eso  prosiguió  la  procesión. 


334 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


15. — Vióse  manifiestamente  en  esta  ocasión  el  afecto  y  benignidad 
de  este  infeliz  emperador  para  con  los  Capuchinos  y  la  excelencia  de 
nuestra  santa  fe  católica,  pues  fué  alabada  y  aplaudida  por  grande  y 
admirable  con  repetidas  admiraciones  de  un  infiel  en  medio  del  caos 
de  tinieblas  y  de  errores  «n  que  vivía.  Finalmente  cumplió  sus  dias  el 
V.  P.  Fr.  Buenaventura  de  Alessano  y  para  cerrar  el  último  se  previno 
con  los  santos  Sacramentos.  Dió  a  sus  subditos  muchos  y  saludables 
documentos  y,  cargado  de  méritos  y  virtudes,  eii  una  santa  y  venerable 
ancianidad,  pasó  de  esta  vida  a  la  eterna  a  gozar  el  premio  de  sus  tra- 
bajos. Fué  sepultado  en  la  iglesia  de  nuestro  convento  de  San  Salva- 
dor, concurriendo  a  su  entierro  toda  aquella  corte,  aclamándole  todos 
por  varón  santo  y  verdaderamente  lo  fué.  Esta  es  la  noticia  que  hemos 
podido  adquirir  de  sus  religiosas  operaciones ;  de  lo  singular  de  su  vida 
no  se  duda  habrá  cosas  muy  especiales,  pero  aquí  sólo  tratamos  de  lo 
público  y  notorio  a  los  que  le  trataron  y  comunicaron  durante  la  mi- 
sión. 


CAPITULO  XXXVIÍ 


( 


i 


Comienza  a  ejercer  su  oficio  de  Prefecto  el  P.  Jenaro  de 
Ñola;  padecen  varias  enfermedades  los  nuevos  misioneros; 
mueren  algunos  y  llegan  los  demás  a  San  Salvador;  háce- 
sele  al  rey  la  correción  de  sus  faltas  públicas,  disimula 
el  enojo  y  comienza  la  persecución  de  la  misión. 


1.  — 'Habiendo  muerto  el  P.  Fr.  Buenaventura  de  Alessano  y  dejado 
por  su  sucesor  al  P.  Fr.  Jenaro  de  Ñola,  comenzó  éste  a  ejercer  su 
oficio  de  Prefecto  y  a  gobernar  las  misiones  del  Congo.  En  el  tiempo 
de  su  prefectura  tuvo  mucho  que'  ofrecer  a  Dios  por  los  motivos  que 
iremos  viendo,  pero  la  robustez  de  su  espíritu  y  virtud  magnánima, 
junto  con  el  auxilio  divino,  le  dieron  valor  para  todo.  A  poco  tietnpo 
de  entrado  en  el  gobierno  llegó  la  nueva  misión  a  Soñó  y  con  más 
prevención  de  las  cosas  necesarias  y  forzosas  para  el  ministerio  que 
fueron  los  primeros  y  segundos  misioneros.  Diéronles  noticia  en  Eu- 
ropa los  Padres  Fr.  Angel  de  Valencia  y  Fr.  Juan  Francisco  de  Roma 
de  la  falta  que  hacía  en  el  Congo  de  todo  'lo  que  conduce  al  ministe- 
rio, y  con  eso  llevaron  para  cada  misionero  un  baúl  con  ropa  de  sacris 
tía  y  algunas  arcas  de  libros  e  instrumentos  para  cultivar  las  huertas  , 
todo  lo  cual  se  repartió  entre  todos  por  hallarse  faltos  de  estas  cosas 
y  no  encontrarlas  fácilmente  en  el  reino  ni  en  Ibs  vecinos. 

2.  — En  llegando  a  Soñó  enfermaron  algunos  gravemente,  probándo- 
les el  clima,  como  sucede  a  todos  los  que  pasan  de  Europa.  Los  demás 
tiraron  rectamente  a  San  Salvador  con  el  P.  Fr.  Juan  Francisco  de 
Roma,  que  deseaba  llegar  para  dar  razón  de  su  embajada  después  de 
tan  largo  tiempo.  Apenas  llegaron  a  la  corte  cuando  lo  supo  el  rey  y 
sin  dilación  alguna  les  fué  a  visitar,  recibiéndolos  con  las  ceremonias 
de  piedad  y  agasajo  que  en  otras  ocasiones,  especialmente  al  Padre  em- 

22 


338 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


bajador,  el  cual  en  aquella  primera  visita  le  hizo  relación  de  su  emba- 
jada y  de  lo  mucho  que  el  Sumo  Pontífice  se  había  alegrado  de  su  obe- 
diencia, insiinuándole  el  paternal  afecto  con  que  deseaba  los  aumentos 
espirituales  y  temporales  de  S.  M.  y  de  todo  su  reino,  y  que,  como  a 
hijo  muy  amado,  le  tendría  siempre'  en  su  memoria  para  asistirle  con  ' 
especiales  favores  y  gracias,  como  S.  M.  lo  podía  reconocer  por  el 
Breve  de  S.  S.  que  llevaba  y  la  corona  real  que  le  enviaba. 

3.  — Quedó  gozosísimo  con  esta  relación  y  muy  en  su  gracia  el  Pa- 
dre Fr.  Juan  Francisco  por  lo  bien  que  lo  había  hecho  en  su  embaja- 
da. Despidióse  luego  de  los  Padres  y,  conociendo  habían  de  ser  en 
adelante  frecuentes  las  visitas,  antes  de  entregarle  la  corona,  se  discu- 
rrió el  modo  para  lograr  con  esa  ocasión  la  coyuntura  más  convenien- 
te para  el  efe'cto  que  deseaban  y  los  traía  no  sólo  cuidadosos  sino  escru- 
pulosos en  suspender  más  largo  tiempo  'la  ejecución.  Habían,  pues,  al- 
gunos meses  antes  celádoles  a  los  Padres  ciertos  excesos  y  vicios  pú- 
blicos del  rey,  pueda  ser  que  a  él  le  parecieran  ocultos ;  que  el  culpado 

y  enfrascado  en  las  culpas  suele  ser  en  esta  parte  de  la  caHdad  de  la  i 
perdiz,  que,  con  tener  escondida  la  cabeza,  imagina  que  nadie  la  ve  el 
cuerpo.  Mas  éstos  llegaron  a  ser  tan  públicos,  que  vivía  la  corte  y  aun 
el  reino  escandalizados  y  todo  era  clamores  y  susurros,  descargando 
este  cuidado  en  las  conciencias  de  los  religiosos  para  que'  solicitasen 
el  remedio  como  ministros  de'  Dios  e  independientes  de  todo  temporal 
respeto . 

4.  — Conocieron  luego  los  Padres  los  daños  que  se  iban  derivando 
de  tan  malos  ejemplos  y  que  todo  cedía  en  ruina  de  las  almas  y  en  me- 
noscabo de  lo  que  habían  trabajado  hasta  etitonces,  verificándose  a  la 
letra  en  esto  lo  que  dijo  San  Agustín,  hablando  de  los  pastores  y  su-  ( 
perlones,  es  a  saber:  Omnis  qiii  in  conspelctu  eorum  quibus  praepost- 
tus  est,  male  zñiñt,  quantum  in  ipso  est,  ottmes  occidit,  et  forte  qui 
imitatur,  morUur,  qui  non  imitatur,  vivit;  tamen  quantum  ad  illmn  per- 
tinet,  ambos  occidit.  Por  lo  cual  no  sólo  es  justa  la  corrección  sino  de-  ) 
bida,  pues  lo  uno  publice  peccantes  palam  sunt  corripiendi,  segúii  San 
Pablo,  y  lo  otro,  según  la  instrucción  que  da  a  su  discípulo  Timoteo, 
Peccantes  coram  ómnibus  argüe,  ut  et  ceteri  timorem  habeant  (104). 

.1 

5.  — Viendo  estos  desórdenes  y  clamores  del  pueblo  y  que  cada  día  '| 
se  iban  esforzando  más  las  voces,  se  hicieron  cargo  del  remedio  lios  » 


(104)    I  Timot.,  5,  20. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


339 


Padres  y  k  solicitaron  por  los  medios  más  prudentes  y  discretos  que 
alcanzaron,  procurando  en  todo  la  mayor  gloria  die  Dios  y  los  aciertos 
y  buen  crédito  del  rey  para  aumento  de  su  corona  y  de  !a  cristiandad 
de  ella.  A  los  principios  se  procuró  dar  doctrina  general  en  los  sermo- 
nes contra  los  vicios  de  la  tiranía  y  lascivia,  en  que  principalmente  cul- 
paban al  rey,  pero,  como  no  se  diese  por  entendido  ni  se  viese  enmien- 
da, fué  preciso  guiar  la  materia  por  otro  camino  y,  pareciendo  el  más 
decente  y  templado  hablarle  a  solas,  cuando  volviese  al  convento  a  ver 
a  su  embajador,  se  acordó  se  ejecutase  así. 

6.  — Fué  el  día  siguiente  a  visitar,  como  solía,  a  los  nuevos  misione- 
ros y,  después  de  recíprocos  y  urbanos  cortejos,  mandó  el  Prefecto  se 
retirasen  los  Padres  compañeros  y  qu-e  se  quedasen  con  él  los  Padres 
Fray  Juan  Francisco  de  Roma  y  Fr.  Francisco  de  Veas,  éste  para  ser- 
vir de  intérprete,  por  ser  ya  muy  práctico  en  la  lengua,  y  el  otro  por 
lo  que  le  estimaba  el  rey.  En  viéndose  solos,  le  dijo  el  Prefecto  al  Pa- 
dre Francisco  le  hiciese  relación  a  S.  M.  de  los  puntos  que  le  había  co- 
municado a  solas  y,  captada  primero  la  Ucencia  para  hablarle,  comenzó 
su  razonamiento  en  esta  forma. 

7.  — «Señor :  por  los  informes  que  ha  hecho  a  Vuestra  Majestad  su 
embajador,  el  P.  Fr.  Juan  Francisco,  que  está  presente,  habrá  enten- 
dido io  mucho  que  el  supremo  Padre  y  Pastor  de  la  Iglesia  católica 
ama  y  estima  la  persona  de  V.  M.  y  a  todos  sus  vasallos,  especialmen- 
te por  lo  que  ha  sabido  del  gran  celo  de  V.  M.  en  que  se  propague  y 
dilate  la  religión  católica  y  se  arranquen  los  vicios  y  malas  costum- 
bres que  ofuscan  la  hermosura  de  la  virtud  y  el  decoro  de  un  reino 
cristiano.  Para  este  fin  ofrece  Su  Beatitud  todo  auxilio  a  V.  M.,  libra- 
do en  los  sacrosantos  méritos  de  Cristo  y  en  los  de  sus  escogidos,  de 
cuyo  tesoro  dispensa  y  dispensará  siempre  liberalisimamente  con  Vues- 
tra Majestad,  y,  por  lo  que  toca  a  medios  temporales,  anda  tan  próvi- 
do y  vigilante,  como  se  ve,  pues  no  cesa  de  enviar  operarios  que  cul- 
tiven este  reino,  en  medio  de  la  distancia  que  se  interpone  y  de'  los  gran, 
des  trabajos  y  peligros  de  la  vida  que  se  padecen  por  mar  y  por  tierra. 

8.  — «También  habrá  reconocido  V.  M.  en  nuestro  trato,  pues  hace 
algunos  años  que  lo  experimenta,  cuán  fieles  capellanes  suyos  somos  y 
lo  mucho  que  nos  hemos  esmerado  en  servirle,  gratificando  en  eso  los 
favores  que  de  V.  M.  hemos  recibido.  En  esta  consideración  y  respec- 
to de  reconocernos  acreedores  a  tos  créditos  de  V.  M.  por  muchos  tí- 
tulos y  singularmente  por  ver  deslucidos  con  hechos  contrarios  cuan- 


340 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


tos  actos  heroicos  ha  ejercitado  hasta  estos  últimos  tiempos,  de  que  se 
han  seguido  muchas  malas  consecuencias  y  escándalos  en  la  república, 
no  excuso  representar  a  V.  M.  primeramente  las  ofensas  de  Dios  para 
que'  las  evite  y  se  arrepienta  de  ellas,  pues,  aunque  todos  los  pecados 
dañan  y  se  deben  evitar,  aquellos  principalmente  deben  excusarse  que 
sirven  de  tropiezo  y  escándalo  a  la  república,  por  cualquiera  de  los  cua- 
jes, según  enseña  S.  Gregorio,  es  digno  el  agresor  de  tantas  muertes 
cuantas  son  las  personas  que  ha  escandalizado  con  su  mal  ejemplo,  en 
lo  cual  habla  el  santo  de  los  príncipes  y  superiores  por  lo  que  les  toca 
dar  buen  ejemplo. 

9.  — «Secundariamente  tengo  que  suplicar  a  V.  M.  que,  supuesto  son 
tan  notorias  'las  cosas  y  que  el  Sumo  Pontífice  le  envía  a  V.  M.  una 
corona  real  en  señal  del  especial  amor  que  le  profesa  y  que  ésta  la  ha 
de'  recibir  V.  M.  públicamente,  por  ser  bendita  de  su  mano,  será  bien 
que  esto  se  haga  de  calidad  que  conozcan  todos  los  vasallos  la  tiene 
bien  merecida.  La  mejor  satisfacción  para  el  pueblo  es  poner  total  en- 
mienda en  'los  vicios  y  especialmente  en  abstenerse  del  galanteo  de  la 
princesa  cuñada  de  V.  M.,  moderando  los  ímpetus  de  la  cólera  en  la 
administración  de  la  justicia  y  portándose  con  equidad  y  benignidad 
con  los  vasallos,  mayormente  con  los  príncipes,  pues  son  las  columnas 
principales  que'  sustentan  el  edificio  de  una  monarquía.  V.  M.  ha  eje- 
cutado tales  y  tales  crueldades,  ajenas  de  un  príncipe  cristiano  y  de 
toda  buena  razón,  por  cuyos  motivos  es  poco  amado.  Algunos  viven 
mortificados  y  oprimidos  y  otros,  y  no  los  menos,  desenfrenadamente, 
por  vet  el  mal  ejemplo  de  V.  M.  y  lisonjearle  en  eso.  Hay  también  en 
el  reino  muchas  hechicerías  y  supersticiones  y  necesita  V.  M.  ocurrir 
a  este  daño  con  su  real  autoridad  para  que  cese. 

10.  — «Finalmente,  Señor,  el  estado  y  constitución  de  las  cosas  es 
éste  y  su  noticia  nos  llega  vivamente  al  alma,  por  lo  que  deseamos  la 
gloria  de  Dios,  la  salvación  de  los  hombres  y  el  buen  crédito  de  V.  M.  y 
que  en  todo  el  mundo  sea  notorio  su  ceío  de  la  religión  católica.  Ha- 
llámonos  padres  y  maestros  espirituales  de  V.  M.  y  como  tales  debe- 
mos atender  a  su  persona  y  operaciones  y  singularmente  a  su  salva- 
ción. Esto  conviene'  así  y  no  careciéramos  de  culpa  y  reprensión,  si  en 
materia  de  tanta  consecuencia  obrásemos  de  otra  suerte  o  con  menos 
claridad.  Cesando  estos  inconvenientes,  tendrá  V.  M.  a  Dios  propicio, 
gozará  pacíficamnte  su  corona  y  la  religión  cristiana  tendrá  el  argu- 
mento que  deseamos.» 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO  341 

11.  — Oyó  la  corrección  el  rey  con  silencio  y  al  parecer  con  estima- 
ción, pero  con  gran  sentimiento  interior  por  verse  descubierto  en  sus 
faltas  y  más  delante  de  los  que  deseaba  tener  por  testigos  irrefraga- 
bles de  su  celo  en  el  servicio  de  Dios  y  que  era  forzoso  noticiasen  al 
Papa  de  todo  si  no  se  calificaba  con  la  enmienda.  Disimuló  cuanto  pu- 
do 'la  pena  pero  no  tanto  que  no  la  manifestase  algo  desde  entonces  ; 
despidióse  de  los  Padres  con  disimulo,  sin  faltar  a  aquellas  demostra- 
ciones de  piedad  que  acostumbraba,  y,  porque  no  cogiese  de  susto  a 
los  demás  religiosos  el  secreto,  y  anduviesen  advertidos,  se  lo  partici- 
pó después  el  Prefecto.  De  allí  a  pocos  días  comenzaron  a  reconocer 
la  acedía  de  ánimo  que  ocultaba  en  su  pecho  y  que  el  saludable  consejo 
se  le  había  convertido  en  ponzoña.  Vióse  lo  primero  en  que  no  le  mos- 
traba el  afecto  que  solía  al  Prefecto,  siendo  su  amigo  antiguo,  ni  al 
Padre  Fr.  Francisco  de  Veas,  a  quien  también  tenía  particular  cariño. 
También  se  reconoció  en  el  poco  agasajo  que  hizo  de  allí  adelante  al 
Padre  Fr.  Juan  Francisco  de  Roma  y,  si  bien  como  astuto  no  arrojó 
entonces,  como  solía,  el  vene'no  que  había  concebido,  pero  cuanto  tar- 
dó más  en  lanzarle  de  sí,  fué  después  más  cruel  el  despique  v  tanto, 
que  llegó  al  extremo  que  adelante  veremos. 

12.  — ^Por  este  mismo  tiempo  murieron  algunos  misioneros  de  los 
nuevos  ;  en  Soñó  el  P.  Fr.  Erasmo  de  Forno,  flamenco,  después  de  ha- 
ber padecido  con  invicta  paciencia  los  dolores  continuos  de  una  llaga 
encancerada  en  una  pierna  :  en  San  Salvador  murió  el  P.  Fr.  Jeróni- 
mo de  Cerdeña,  de  una  recia  enfermedad  de  calenturas,  ocasionada  de 
los  trabajos  del  camino  y  destemplanza  del  clima.  Allí  enfermaron 
también  los  Padres  Fr.  Angel  María  de  Ordeña  y  Fr.  Jerónimo  de 
Luca,  de  hidropesía,  causada  de  las  malas  aguas,  ardor  de  la  tierra  y 
falta  de  sustento.  Por  esta  causa  les  envió  el  Prefecto  al  convento  de 
Loanda  para  ver  si  con  la  asistencia  de  médico  y  mejor  sustento  po- 
dían convalecer ;  mas  no  les  surtió  efecto  la  mudanza  y  así  dentro 
de  pocos  días,  habiéndose  preparado  con  los  Santos  Sacramentos,  les 
sacó  Dios  de  las  servidumbres  de'  esta  vida  mortal  para  el  eterno  des- 
canso, premiándoles,  como  se  espera  de  su  infinita  bondad,  en  tan  cor 
to  tiempo,  lo  mucho  que  desearon  adelantarse  en  su  servicio  y  en  la 
conversión  de  las  almas. 


CAPITULO  XXXVIÍI 


Dejan  los  religiosos  de  Encusu  aquella  misión  y  pasan 
al  marquesado  de  Pemba;  dícese  la  causa  de  la  mudanza 
y  el  fruto  que  se  hizo  en  Pemba. 


1.  — Hasta  aquí  hemos  tenido  ocupados  en  la  cultura  espiritual  de 
Encusu  a  los  Padres  Fr.  José  de  Pernambuco  y  Fr.  Antonio  de  Te- 
ruel ;  campo  a  la  verdad  estéril  por  las  malas  inclinaciones  y  calidades 
de  sus  naturales,  pero,  respecto  de  que  pasaron  luego  a  otro  ameno  y 
fecundo,  cual  es  el  marquesado  de  Pemba,  conviene  decir  primero  el 
motivo  que  tuvieron  para  hacer  este  tránsito  y  suponer  ante  todas  co- 
sas que  no  deben  desmayar  los  misioneros  por  ver  el  poco  fruto  que 
a  veces  se  suele  hacer  en  algunas  provincias,  en  medio  del  trabajo  y 
afanes  que  les  cuesta  el  reducir  a  penitencia  a  los  hombres.  Lo  uno 
porque  su  premio  no  está  precisamente  vinculado  en  las  reducciones, 
sino  en  los  trabajos  y  desvelos  que  en  ellos  se  padecen.  Ite  et  vos  in 
vineam  meam  et  quod  justum  fuerit,  dabo  vobis  (105).  Esto  es  lo  que 
manda  el  Padre  celestial  de  familias  a  sus  ministros  y  lo  que  a  ellos  les 
toca ;  lo  demás  es  obra  de  su  divino  poder  y  misericordia,  que  la  prac- 
tica cuándo  y  cómo  es  servido. 

2.  — Lo  otro  porque,  o  Dios  justifica  su  causa  para  mayor  cargo  y 
condenación  de  tales  gentes  rebeldes  a  sus  llamamientos  y  a  las  voces 
d€  sus  predicadores,  o  quiere  ejercitar  a  éstos  con  trabajos  para  zan- 
jar en  ellos  insensiblemente  y  poco  a  poco  los  sólidos  cimientos  del 
edificio  espiritual  que  pretende  levantar  después  en  las  tales  tierras  o 
provincias,  segTÍn  la  disposición  de  los  tiempos  prefinidos  en  sus  divi- 
nos decretos.  Por  tanto,  ni  el  operario  evangélico  debe  cesar  en  su  mi- 


(105)    Math.,  20,  4. 


346 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  Al'RICA 


nisterio  por  no  coger  el  fruto  colmado  que  desea,  pues  al  fin :  Qui  se- 
nvimnt  in  lacrimis,  in  íxwltaííone  metent  (106),  ni  tampoco  vanagloriar- 
se cuando  encontrase  frutos  pingües  y  abundantes,  pues,  como  dice 
San  Pablo  :  Ñeque  qui  planlat  est  aliquid,  yiequc  qui  rigat,  sed  qui  in- 
crementum  dat,  Deus.  Con  cuyas  palabras  consuenan  las  del  Rey  Pro- 
feta al  salmo  126:  Nisi  Dominus  aedificaverit  domum,  in  vanum  labora- 
7>erunt,  qui  aedificant  eatii  (107). 

3.  — Habiendo,  pues,  trabajado  dichos  Padres  por  espacio  de  un  año 
en  el  territorio  estéril  de  Encusu,  sin  reconocer  fruto  notable  en  sus 
vecinos  ni  esperanza  de  verle  en  mucho  tiempo,  trataron  de'  pasar  a 
otra  provincia,  donde  con  más  veras  abrazasen  la  doctrina  evangélica 
y  se  les  luciese  su  trabajo  ;  pero  con  todo  eso,  estimulados  del  desam- 
paro en  que  quedaria  aquella  gente,  si  se  ausentaban,  no  se  atrevieron 
a  ejecutar  ese  designio  sin  consultarlo  primero  con  Dios  en  la  oración 
y  después  con  el  Prefecto  para  que  dispusiese  lo  que  juzgase  más  con- 
veniente. 

4.  — Estando  en  estos  intentos  les  abrió  Dios  camino  para  el  caso 
con  el  accidiente  que  sobrevino  entonces  de  las  guerras  siguientes,  con 
las  cuales  se  conturba  todo  y  se  les  embaraza  a  los  misioneros  ,su  em- 
pleo. Es  el  marqués  de  Encusu,  como  los  demás  títulos  del  reino,  nom- 
brado por  elección  del  pueblo  y  la  confirmación  le  toca  al  rey  ;  pero, 
habiendo  elegido  a  éste  y  dádole  la  obediencia  todos,  sólo  un  primo 
suyo  que  había  pretendido  serlo,  se  la  negó  y  procuró  echarle  de  la 
silla  a  fuerza  de  armas  para  alzarse  con  el  estado.  Para  este  efecto  se 
retiró  de  la  banza  de  Encusu  y  se  pasó  luego  a  ciertas  libatas  de  los 
confines  de  un  reino  de  gentiles  y  desde  allí  escribió  al  rey,  pidiéndo- 
le favor  y  ofreciéndose  por  su  vasallo,  si  le  ponía  en  posesión  del  mar- 
quesado que  su  primo  le  había  quitado  con  sus  inteligencias. 

5.  — Sentóle  al  rey  gentil  bien  la  proposición  del  fidalgo  y,  deseoso 
de  la  gran  ocasión,  envió  un  embajador  al  marqués  de  Encusu,  que 
en  su  nombre  le  dió  el  recaudo  siguiente:  «Hágoos  saber  cómo  ese 
estado  que  ocupáis  no  es  vuestro  y  que  le  pertenece  a  vuestro  primo, 
el  cual  se  ha  amparado  de  mí  para  que  le  ponga  en  posesión  ;  estoy  en 
hacerlo  cuanto  antes,  pero,  si  vos  quisiereis  reconocer  vasallaje  y  su- 
jeción a  mi  corona,  os  mantendré  en  pacífica  posesión  ;  pero  si  no,  os 
despojaré  de  él,  haciéndoos  guerra,  y,  para  dar  principio  a  ella,  me 


(106)  Psalm.,  125,  6. 

(107)  Psalm.,  126,  1. 


La  misión  del  congo 


347 


remitiréis  luego  un  donativo  »  Pidió  una  cosa  exorbitante  y  tanto  por 
eso  como  por  no  faltar  a  la  fidelidad  debida  a  su  rey  natural,  k  res- 
pondió el  marqués  al  embajador :  «Decid  a  vuestro  rey  que  sólo  reco- 
nozco por  superior  temporal  al  rey  del  Congo  y  que  a  él  sólo  pago  y 
pagaré  e]  tributo  que  debo  ;  que  si  moviere  guerra,  procuraré  defen- 
derme.> 

6.  — Fuese  el  embajador  gentil  y,  en  el  ínterin  que  sucedieron  estas 
cosas,  salió  el  P.  Fr.  Antonio  de  Teruel  por  la  comarca  con  tres  mu- 
chachos de  la  escuela  y  fué  haciendo  misión,  bautizando  y  enseñando 
la  doctrina  por  todas  partes.  Llegó  en  esta  ocasión  a  cierta  libata  al 
ponerse  el  sol  y,  no  habiendo  encontrado  al  señor  o  colunto,  se  reco- 
gió en  una  casilla  con  ánimo  de  hablarle  por  la  mañana  para  que  con- 
vocase la  gente  para  predicarle  y  enseñarle  la  doctrina.  Apenas  se 
hubo  recogido,  cuando  comenzaron  a  dar  voces  los  muchachos,  di- 
ciendo :  Vita,  vita,  vita,  que  en  su  lengua  es  lo  mismo  que :  guerra, 
guerra,  guerra.  Llamólos  el  Padre  y  les  preguntó  la  causa  de  sus  vo- 
ces, a  lo  cual  respondieron  que  el  pueblo  estaba  alborotado  y  que  la 
gente  iba  desamparando  la  libata,  porque  el  rey  gentil  se  iba  acercan- 
do a  Encusu  contra  el  marqués  con  un  poderosísimo  ejército. 

7.  — Por  la  mañana  ya  no  parecía  un  alma  en  toda  la  libata  y  así  re- 
solvió volverse,  juzgando  sería  lo  mismo  en  las  demás,  como  con 
efecto  sucedió,  pues  las  halló  todas  despobladas.  Al  pasar  dicho  Pa- 
dre por  cierto  valle,  descubrió  un  trozo  de  gente  de  los  enemigos  en 
una  colina  y,  habiéndola  visto  los  muchachos,  llorando  y  cargados  de 
miedo,  le  dijeron :  «Padre,  vamos  aprisa,  porque  estos  gentiles  son 
fieros  y  comen  carne  humana.»  Consolólos  el  Padre,  diciéndoles  no 
temiesen  y  que  Dios  'les  defendería  de  su  furia  ;  fué  así,  pues  a  breve 
rato  desaparecieron  sin  haberles  hecho  la  menor  molestia. 

8.  — Prosiguió  el  camino  y  llegó  a  una  población  grande  adonde 
halló  toda  la  gente  de  la  comarca  puesta  en  arma,  esperando  al  ene- 
migo. Juntólos  a  todos  en  la  plaza  y  les  hizo  una  fervorosa  plática  en 
que  les  declaró  el  peligro  en  que  se  hallaban,  y  que  por  tanto  estaban 
obligados  a  ponerse  bien  con  Dios,  confesándose  de  todos  sus  pecados 
con  verdadero  dolor  y  propósito  de  la  enmienda,  en  dejar  las  supers- 
ticiones, amancebamientos  y  los  demás  vicios.  Diéronle  palabra  de  ha- 
cerlo así,  pero,  por  ser  mucha  la  gente  y  estar  tan  cerca  del  enemigo, 
se  confesaron  todos  juntos  en  general  como  sucede  en  los  ejércitos 
antes  de  dar  la  batalla,  y,  después  de  haber  hecho  muchos  actos  de 


348 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


contrición  y  dado  materia  en  la  conformidad  que  allí  se  estila,  los  ab- 
solvió también  generalmente,  advirtiéndoles  primero  que,  si  escapa- 
ban del  peligro  presente,  debían  en  otra  confesión  declarar  cada  uno 
sus  pecados  al  confesor  con  toda  especificación. 

9.  — Despidióse  de  la  gente  y  tomó  el  camino  para  Encusu  y  cerca 
de  esta  banza,  en  un  monte  donde  había  un  llano  muy  espacioso,  en- 
contró los  viejos  y  enfermos,  las  mujeres  y  los  niños  de  todos  aque- 
llos 'lugares,  tendidos  por  los  prados  unos  y  otros  en  sus  barracas. 
Unos  cocían  hierbas  y  otros  asaban  raíces,  y  todos  se'  hallaban  afligi- 
dos, esperando  el  mal  suceso  de  la  guerra  y  el  perecer  después  de  ella 
por  falta  de  sustento,  pues,  con  la  prisa  del  rebato,  no  sacaron  cosas 
de  sus  casas  y  salieron  huyendo.  Llegó,  en  ñn,  a  Encusu  y  halló  al 
marqués  con  mucha  gente  de  guerra,  resuelto  a  oponerse  al  enemigo, 
no  obstante'  que  era  poca  para  resistir  al  ejército  que  llevaba  el  gentil, 
pues,  según  dijeron  los  espías,  se  componía  de  cerca  de  cincuenta  mil 
soldados,  añadiendo  se  hallaba  ya  muy  cerca  y  que  su  gente  era  esco-. 
gida. 

10.  — Estando  las  cosas  en  esta  disposición  y  viendo  los  Padres  era 
inevitable  la  guerra  y  que  la  gente  enemiga  era  barbarísima,  determi- 
naron que  el  uno  pasase  a  otra  provincia  de  la  otra  parte  del  río,  dis- 
tante como  dos  jornadas,  y  que  llevase  la  ropa  de  la  sacristía  y  los  li- 
bros, y  que  el  otro  se  quedase  en  la  banza  hasta  tener  aviso  de  que  el 
gentil  se  acercaba  para  tomar  el  cuadro  y  aderezo  del  altar  y  marchar 
con  ello  a  juntarse  en  un  mismo  lugar.  Salió  el  P.  Fr.  Antonio  de  Te- 
ruel el  primero  y  le  acompañaron  algunos  esclavos  del  marqués,  y  su 
compañero,  como  más  práctico  en  la  lengua,  se  quedó  en  la  banza, 
hasta  que,  pasados  ocho  días,  le  fué  preciso  retirarse  a  otro  lugar  dis- 
tante jornada  y  media  del  otro  en  que  se  hallaba  el  P.  Fr.  Antonio. 

11.  — Habida  noticia  del  caso,  vino  éste  a  ver  a  su  compañero  Fray 
José,  el  cual  le  contó  lo  que  pasaba  y  cómo  aquel  trozo  de  gente  de 
guerra,  que,  según  dijimos,  se  descubrió  en  una  colina  cuando  dicho 
Padre  volvía  a  Encusu,  era  un  cabo  principal  que,  con  mil  hombres, 
se  apartó  del  ejército  del  gentil  por  ciertas  diferencias  que  había  teni- 
do con  su  rey  y  se  pasaba  a  servir  al  marqués,  el  cual  dijo  después 
que,  el  haber  echado  por  otra  parte  luego  que  descubrió  al  Padre  en 
el  valle,  fué  por  haber  entendido  era  misionero  del  Papa  y  por  excu- 
sarle la  molestia  y  temor  que  podía  recibir,  que  hasta  esta  gente  bár- 
bara les  tenía  respeto  y  se  le  tienen  siempre  a  los  demás  religiosos. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


349 


12.  — Estuvieron  dichos  Padr-es  un  mes  trabajando  en  aquellas  liba- 
tas,  predicando  y  bautizando  hasta  ver  en  qué  paraba  la  conmoción  de 
la  guerra.  Vieron  cómo  ésta  iba  despacio  y  que  en  largo  tiempo  no 
podían  hacer  nada  ;  con  esa  ocasión  y  haber  tenido  ordeti  del  Prefecto 
para  ello,  dejaron  la  provincia  de  Encusu  y  se  partieron  para  la  de 
Pemba.  En  sabiendo  el  marqués  su  resolución,  les  envió  un  fidalgo, 
suplicándoles  no  le  desamparasen :  que  él  ofrecía  con  los  suyos  vivir 
cristianamente  de  allí  adelante  y  obedecerles  en  todo  lo  que  le  manda- 
sen y  que  a  lo  menos  se  quedase  con  él  en  su  estado  el  P.  Fr.  Anto- 
nio para  tener  a'lgún  consuelo  espiritual.  Respondiéronle  que  era  fuer- 
za obedecer  a  su  Prelado  en  lo  que  les  ordenaba  ;  empero  que  el  Pa- 
dre Fr.  Antonio  tendría  cuidado  de  visitarlos  algunas  veces  ;  en  cuya 
conformidad  iba  la  orden  del  Prefecto. 

13.  — En  este  viaje  tuvieron  estos  Padres  varias  molestias  ocasiona- 
das del  continuo  trabajo  y  al  fin  enfermaron,  de  suerte  que  con  mu- 
cho trabajo  llegaron  a  Pemba,  después  de  veinticuatro  días.  Hallaron 
en  esta  banza  al  P.  Fr.  Francisco  de  Veas  y  al  Hno.  Fr.  Jerónimo  de 
La  Puebla,  que  habían  ido  a  fundar  la  misión  y  tenían  orden  para  alar- 
garse a  otras  provincias  vecinas.  Era  al  presente  marqués  de  Pemba 
Don  Alvaro,  hijo  del  rey  Don  Pedro  II  y  hermano  de  Don  García  I, 
difuntos,  y  de  Don  Lázaro  y  Don  Pedro,  que  vivían  en  San  Salvador. 
Con  el  amparo  de  este  principe,  que  fué  muy  temeroso  de  Dios  e  in- 
clinado a  la  virtud,  tuvo  grandes  progresos  la  misión.  Fabricóse  casa 
con  celdas  para  los  religiosos  junto  a  la  iglesia  de  la  banza,  que  es 
bien  capaz,  y  como  toda  la  mayor  parte  de  la  gente  que  residía  en  ella, 
era  natural  de  San  Salvador,  porque  siempre  los  señores  procuran, 
cuando  el  rey  los  confirma,  llevarse  consigo  a  sus  parientes  y  aliados, 
y  los  más  habían  sido  congregantes  allá,  luego  se  pusieron  las  cosas 
en  buen  orden. 

14.  — Hiciéronse  congregaciones  y  confraternidades,  así  de  hombres 
como  de  mujeres  ;  frecuentábanse  los  Sacramentos  mucho  y  se  admi- 
nistraban todos  los  días  el  del  bautismo  y  matrimonio.  Púsose  escuela 
y  acudían  a  ella  los  muchachos  y  mozos  con  gran  puntualidad.  Predi- 
caban los  Padres  los  domingos  y  días  de  fiesta,  y  por  las  tardes  salían 
en  procesión  por  las  calles  con  todos  los  muchachos  y  gente  que  se  les 
llegaba  ;  cantaban  la  doctrina  cristiana  y  luego  la  explicaban  y  se  con- 
cluía la  función  con  un  ejemplo  y  un  acto  fervoroso  de  contrición.  Fi- 
nalmente, esta  fué  una  de  las  misiones  que  rindieron  más  frutos  y  con- 
versiones, ayudando  a  todo  primero  la  gracia  del  Señor  celestial  y  des- 


350 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


pues  el  buen  ejemplo  de  su  principe  y  señor  natural,  el  cual  era  casado 
y  muy  fiel  a  su  consorte  y  aborrecía  grandemente  las  ofensas  de  Dios. 

15. — Desde  esta  provincia  se  extendieron  los  Padres  Fr.  José  de 
Pernambuco  y  Fr.  Francisco  de  Veas  a  las  de  Ambucia  y  Ambuila,  su- 
jetas antes  en  todo  al  rey  del  Congo,  pero  entonces,  por  haber  ya  re- 
cuperado a  Loanda  los  portugueses,  reconocían  a  éstos  vasallaje,  y  aun 
hoy  pagan  tributo  a  ambas  coronas  ;  pero  en  medio  de  eso  son  tan 
indómitos,  que  obedecen  cuando  quieren  y  les  está  bien.  La  gente  de 
estas  dos  provincias  conservaba  entonces  la  costumbre  de  comer  carne 
humana  y  los  marqueses  de  una  de  ellas  comian  por  más  regalo  solos 
los  pechos.  Los  trabajos  que  aquí  padecieron  los  Padres  no  son  expli- 
cables ;  enseñaban  y  predicaban  continuamente,  pero  reconocían  poco 
fruto  en  razón  de  dejar  los  amancebamientos  y  ritos  gentílicos.  Con 
todo  eso  no  dejó  de  hacerse  alguno  en  medio  de  ser  tan  bárbara  la 
gente  y  fuera  más  considerable  si  los  religiosos  pudiesen  permanecer 
de  asiento  en  semejantes  tierras  ;  mas  no  es  posible  por  ocasión  de  los 
accidentes  que  se  ofrecen  a  cada  paso. 


CAPITULO  XXXIX 


Plántase  la  misión  en  el  ducado  de  Bamba;  llega  nuevo 
Prefecto  de  Roma;  piden  los  portugueses  de  Loanda  para 
su  consuelo  al  pasado;  pónense  en  buen  estado  las  re- 
ducciones; descúbrese  el  enojo  del  rey  y  varios  ritos 
gentílicos  en  el  reino. 


1. — Tocóle  la  provincia  de  Bamba  en  el  primer  repartimiento  al  Pa- 
dre Fr.  Buenaventura  de  Cerdeña  ;  pero,  por  la  ocasión  de  la  guerra, 
que  publicaron  los  portugueses,  asistió  allí  poco  tiempo,  con  que  se 
quedó  sin  operarios,  hasta  que  se  compusieron  las  materias  de  una  y 
otra  parte.  Entonces  fué  a  plantar  aquella  misión  el  P.  Fr.  Ludovico 
de  Pistoya  y,  después  de  algunos  meses,  con  orden  del  Prefecto  pasó 
a  ayudarle  el  P.  Fr.  Antonio  de  Teruel,  que  se'  hallaba  en  Pemba. 
Esta  provincia  de  Bamba  es  muy  dilatada  y  la  mayor  de  todas  las  del 
Congo  ;  tiene  en  sus  confines,  por  el  occidente,  a  Luanda,  Dande  y 
otras  tierras  marítimas,  y  por  el  mediodía  al  reino  de  los  Abandos,  del 
cual  fué  despojada  la  reina  Zinga  y  hoy  lo  poseen  los  portugueses. 

3. — ^^El  duque  es  capitán  general  del  reino  y  a  éste  le  elige  el  rey 
y  ordinariamente  nombra  al  sujeto  de  mayor  confianza  por  la  cercanía 
de  los  portugueses  y  holandeses.  En  esta  ocasión  era  duque  de  Bam- 
ba cierto  fidalgo  yerno  del  rey,  el  cual  consiguió  ese  estado  por  el  ca- 
samiento con  la  princesa,  no  obstante  que  no  es  regular  el  dársela  a 
personas  de  menos  calidad  que  a  los  descendientes  inmediatos  de  re- 
yes. El  motivo  que  hubo  para  que  el  rey  hiciese  elección  de  este  fidal- 
go, fué  por  no  fiarse  de  otros  príncipes  ni  tener  de  ellos  la  satisfac- 
ción que  de  éste,  y  también  para  despicarse  de  Don  Lázaro,  hermano 
mayor  de  Don  Pedro  y  del  marqués  de  Pemba,  hijos  del  rey  Don  Pe- 
dro II  y  hermanos  de  Don  García  I,  difuntos  ;  al  cual,  que  vivía  en 

23 


354 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


la  corte  con  su  hermano  Don  Pedro,  le  ofreció  el  rey  por  mujer  a  su 
hija  y  por  dote  con  ella  este  ducado,  con  designio  de  emparentar  con 
esa  casa  y  asegurarse  más  bien  en  el  reino,  teniendo  de  su  parte  a  es- 
tos príncipes  que,  sobre  ser  grandes,  eran  muy  amados  de  todos.  Mas 
Don  Lázaro  no  quiso  aceptar  el  partido,  juzgándolo  por  cosa  de  me- 
nos reputación,  y  así  le  respondió  al  rey,  cuando  le  hizo  la  propuesta, 
que  para  ser  duque  de  Bamba  le  sobraban  méritos  y  que  así  no  tenia 
necesidad  de'  casarse  con  su  hija.  De  esta  respuesta  tan  seca  se  disgus- 
tó mucho  el  rey ;  nombró  por  duque  al  fidalgo  referido  y  le  casó  con 
la  princesa,  y  después  hubo  las  tragedias  que  adelante  veremos. 

3.  — Apenas  llegó  a  la  banza  ei  P.  Fr.  Ludovico  de  Pistoya,  cuando 
se  introdujo  una  discordia  entre  el  duque  y  la  duquesa,  fundada  en 
ciertas  mal  entendidas  razones,  por  donde  vino  a  sospechar  que  la  du- 
quesa le  había  hecho  traición  con  otro  fidalgo  grande.  Pasaron  los  ce- 
los tan  adelante,  que  quiso  proceder  jurídicamente  contra  ella,  avocán- 
dose la  causa  y  haciéndose  juez  de  ella,  siendo  parte,  y  no  teniendo 
fundamento  alguno  de  razón.  Entró  a  ajustar  esta  materia  el  P.  Fray 
Ludovico  y,  con  la  ayuda  de  Dios  y  las  razones  que  le  ponderó  al  du- 
que, se  sosegó  en  sus  mal  fundadas  sospechas,  y  desde  entonces  co- 
rrieron con  mucha  paz.  Fué  providencia  del  cielo  llegase  este  religio- 
so a  tan  buen  tiempo,  que,  si  el  duque  pasara  a  ejecutar  lo  que  tenía 
intento,  es  sin  duda  que  se  hubieran  movido  unas  guerras  muy  san- 
grientas, por  lo  que  se  ofendería  del  caso  el  rey. 

4.  — Sosegada  esta  tempestad,  comenzaron  los  Padres  su  misión  y 
en  espacio  de  cinco  meses  que  residieron  en  aquella  banza,  edificaron 
casa  e  iglesia  capaz  para  poder  hacer  sus  ejercicios,  así  porque  la  an- 
tigua de  la  banza  estaba  lejos,  como  por  no  caber  en  ella  la  gente'.  No 
dejó  de  hacerse  fruto  considerable  en  las  almas,  pero  no  tan  colmado 
como  en  otras  provincias,  y  es  sin  duda  que  hubiese  sido  mayor  si 
no  fuera  por  los  accidentes  que  ocurrieron,  como  en  otras  partes.  En- 
tre ellos  fué  uno  el  haber  arribado  a  Luanda  el  P.  Fr.  Jacinto  de  Ve- 
tralla,  que  llevaba  despachos  de  la  Sacra  Congregación  para  gobernar 
aquellas  misiones  como  Prefecto  y  superior  de  ellas,  a  causa  de  que, 
según  se  dijo  en  otra  parte,  lo  había  pedido  a  la  misma  Congregación 
el  P.  Fr.  Buenaventura  de  Alessano  para  exonerarse  del  oficio  y  poder 
pasar  a  hacer  misión  al  reino  de  Macoco,  que  es  de  la  otra  parte  del 
Zaire,  y  desde  allí  al  imperio  abisinio. 

5.  — Al  tiempo  que  llegaron  las  cartas  a  Roma  se  hallaba  allí  e'l  Pa- 
dre Fr.  Jacinto  de  Vetralla  y,  habiéndole  otorgado  la  Sacra  Congre- 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


355 


gación  su  petición  al  P.  Fr.  Bvienaveiitura,  nombró  por  Prefecto  del 
Congo  al'  P.  Fr.  Jacinto,  en  caso  que  el  otro  se'  determinase  a  pasar 
a  los  gentiles  d^  Macoco,  pero,  como  ya  era  muerto  y  había  dejado 
por  su  sustituto  al  P.  Fr.  Jenaro  de  Ñola,  y  éste  desease  con  muchas 
veras  exonerarse  dej  oficio  por  ser  grande  su  humildad  y  tener  nativo 
horror  a  cosas  de  gobierno,  luego  que  supo  la  llegada  a  Luanda  del 
Padre  Fr.  Jacinto  y  el  orden  que  llevaba,  aunque  condicionado,  renun- 
ció en  él  su  oficio  y  con  eso  logró  el  consuelo  que  deseaba  y  excusó 
la  controversia  que  podía  originarse  sobre  el  caso,  habiendo  dos  cabe- 
zas. Pasó  de  Luanda  a  Bamba  el  nuevo  Prefecto  y  tomó  por  compa- 
ñero al  P.  Fr.  Antonio  de  Teruel  para  que  le  condujese  a  San  Salva- 
dor, y  después  dejarle  allí  en  lugar  del  P.  Fr.  Jenaro  de  Ñola,  a  quien 
había  resuelto  enviar  a  Luanda  a  instancias  de  los  portugueses,  que  se 
lo  habían  pedido  para  su  consuelo  espiritual  por  el  gran  concepto  que 
tenian  de  su  virtud. 

6.  — Divulgóse  en  San  Salvador  la  noticia  del  nuevo  Prefecto  y  fué 
de  sumo  gusto  para  el  rey,  por  juzgar  se  vería  libre  con  eso  del  Padre 
Fray  Jenaro  de  Ñola  y  de  los  demás  que  poco  antes  le  habían  hecho 
la  corrección  de  sus  vicios  ;  y,  para  lograr  sus  ideas,  procuró  captarle 
la  voluntad  con  diferentes  demostraciones  de  agasajos  y  finezas  ;  pero, 
enterado  de  lo  que  pasaba,  se  previno  y  fué  dando  tiempo  al  tiempo. 
Dista  de  la  corte  la  banza  de  Bamba  algunas  treinta  leguas,  y,  sabien- 
do el  rey  se  acercaba  ya  el  nuevo  Prefecto,  mandó  a  su  hijo  segundo, 
mancebo  de  poca  edad,  saHese  dos  jornadas  de  la  corte  con  otros  prín- 
cipes de  su  tiempo  y  mucho  acompañamiento  de  fidalgos  y  criados  a 
recibirle  y  agasajarle.  Luego  el  día  que  llegaron  a  San  Salvador,  man- 
dó saHr  a  todos  los  maníes  y  fidalgos  una  legua  fuera  de  la  corte, 
para  que  le  acompañasen  en  la  entrada,  sacando  todos  ostentosas  ga- 
las para  lucir  la  función,  y  hasta  el  mismo  rey  le  estuvo  esperando  en 
la^  iglesia  de  Santiago,  donde,  arrodillado  en  tierra,  como  solía,  le  abra- 
zó y  besó  el  hábito  por  tres  veces,  y  lo  mismo  al  compañero  con  gran- 
des muestras  de  alegría. 

7.  — Despidiéronse  los  Padres  y  pasaron  al  convento,  pero  apenas 
anocheció,  cuando  fué  el  rey  a  visitarlos  de  secreto,  continuando  esta 
aciói?  por  muchas  noches  hasta  explorar  el  ánimo  del  nuevo  Prefecto 
y  darle  satisfacción  de  lo  que  su  antecesor  y  demás  Padres  le  habían 
corregido.  Pasados  algunos  días,  ordenó  al  P.  Jenaro  pasase  a  Loan- 
da  en  virtud  de  habérsele  pedido  los  portugueses  de  aquella  ciudad, 
por  lo  que  estimaban  y  veneraban  a  dicho  Padre  y  ser  conveniente  allí 


356 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


SU  asistencia.  Apenas  supo  el  rey  su  partida  cuando,  sin  poder  conte- 
nerse, exhaló  por  los  labios  parte  del  veneno  concebido  en  su  ánimo 
contra  éste  y  los  demás  Padres  desde  la  corrección  y  así  celebró  su 
partida  con  grande  alborozo  y  tales  demostraciones,  que  el  Prefecto 
conoció  bien  a  las  claras  tenía  oculto  en  el  pecho  algún  áspid  que  con 
el  tiempo  ks  había  de  dar  mucha  ocasión  de  paciencia,  como  sucedió, 
pero  no  tan  presto   que  no  se  pasasen  algunos  meses  primero. 

8.  — No  obstante  lo  dicho,  con  €se  agasajo  y  favor  del  rey  en  lo  pú- 
blico se  pusieron  las  cosas  de  la  misión  en  mejor  estado  así  en  la  cor- 
te como  en  las  demás  provincias,  y  las  reducciones  iban  fn  mucho  au- 
mento cada  día,  no  sin  grande  consuelo  espiritual  de  todos  aquellos 
Padres.  Quedaron  en  San  Salvador  con  el  Prefecto  los  Padres  Fr.  An- 
tonio de  Teruel  y  Fr.  Bernardino  de  Hungría  y,  aunque'  todos  gozaban 
poca  salud  entonces,  no  por  eso  cesaron  los  ejercicios  de  la  enseñanza 
y  predicación,  antes  bien  se  frecuentaban  más  los  Sacramentos  y  acu- 
dían más  mozos  y  muchachos  a  las  escuelas  para  aprender  a  leer  y  es- 
cribir y  la  doctrina,  la  Gramática  y  buenas  costumbres.  El  trabajo  que 
tuvieron  entonces  estos  Padres  fué  excesivo  a  sus  fuerzas,  pero  la  Ma- 
jestad de  Dios,  que  todo  lo  atiende'  con  paternal  providencia,  los  con- 
soló o  recreó  enviándoles  al  mismo  tiempo  un  compañero  nuevo  que 
trabajó  mucho  y  les  fué  de  grande  importancia  para  los  trabajos  pre- 
sentes y  venideros. 

9.  — Este  nuevo  operario  fué  el  P.  Fr.  Francisco  de  San  Salvador, 
sujeto  de  aventajadas  prendas  y  muy  práctico  en  la  lengua  y  estilos 
del  país,  por  ser  natural  y  haber  nacido  y  criádose  en  aquella  corte. 
Llamábase  en  el  siglo  Don  Miguel  de  Roboredo,  el  cual,  siendo  cape- 
llán mayor  del  rey  y  hermano  legitimo  de  Don  Alvaro  V,  fué  por  su 
embajador  a  Soñó  cuando  llegaron  allí  los  primeros  misioneros  para 
conducirlos  a  la  corte  y,  en  premio  de  la  caridad  que  usó  con  ellos 
en  el  viaje  y  en  su  casa,  mientras  estuvieron  en  ella,  hasta  pasarse  al 
convento,  le  dió  Dios  la  vocación  de'  ser  religioso.  Recibiólo  el  nuevo 
Prefecto  con  licencia  del  General  de  la  Orden  y  le  puso  por  nombre 
Fray  Francisco  de  San  Salvador.  En  los  seis  primeros  meses  de  novi- 
ciado sólo  atendió  a  los  ejercicios  interiores  y  a  radicarse  en  el  espí- 
ritu nuevamente  concebido  ;  después  se  le  dió  licencia  para  confesar 
y  servir  en  todo  como  los  demás. 

10.  Con  este  nuevo  auxilio  y  en  tiempo  tan  oportuno  pudo  el  Pre- 
fecto enviar  a  Bamba  al  P.  Fr.  Bernardino  de  Hungría  para  que  ayuda- 
se en  aquella  misión  al  P.  Fr.  Ludovico  de  Pistoya,  que  se  hallaba  solo 


LA  MISION  DEL  CONGO 


357 


Fueron  prosiguiendo  estos  religiosos  sus  ejercicios  y  después  de  algu- 
nos meses  acordaron  entre  sí  de  salir  por  toda  la  comarca.  Extendióse 
el  P.  Fr.  Bernardino  hacia  aquella  parte  de  la  provincia  que  confina 
con  el  mar,  y  no  es  ponderabl-e  la  ceguedad  en  que  vivía  aquella  gente 
miserable  por  sus  pecados  y  vicios.  Baste  decir  que  adoraban  los  ár- 
boles como  a  Dios  y  les  hacían  varios  cultos  y  sacrificios,  cuidando 
cíe  ellos  más  que  de  sus  hijos  y  que  de  la  propia  vida. 

11.  — De  estos  árboles  halló  el  P.  Fr.  Bernardino  algunos  plantados 
a  las  puertas  de  las  casas  y  tan  pintados  los  troncos  con  variedad  de 
colores  y  especialmente  bermejo,  que  estaban  hermosos  a  la  vista.  Al 
])rincipio  juzgó  que  aquel  engalanar  los  árboles  de  aquel  género  sería 
algTÍn  vano  entretenimiento  de  los  mozos  y  rufianes,  o  invención  seme- 
jante a  la  que  se  practica  en  España  de  poner  en  las  plazuelas  ciertos 
árboles  el  día  primero  de  mayo,  coronados  de  ramos  y  cintas  para 
anunciar  la  primavera  y  señalar  aquel  sitio  por  teatro  de  los  bailes, 
cuyo  origen  también  es  gentílico.  Informóse  del  caso  y  vino  a  saber 
cómo  los  adoraban  por  sus  dioses  y  que  como  a  tales  les  hacían  aquel 
culto,  pasando  tan  adelante  su  locura,  que  repartían  las  ramas  por  la 
gente  de  la  familia,  de  tal  forma  que  la  mayor  le  tocaba  al  dueño  de 
la  casa  y  las  demás  a  las  mancebas  y  a  los  hijos. 

12.  — Estos  guardaban  cuidadosamente  que  las  ramas  no  recibiesen 
daño  alguno,  porque  temían,  si  se  descuidaban,  que  luego  les  había  de 
suceder  alguna  fatalidad,  mayormente  si  hallaban  cortada  alguna  rama, 
que  al  instante  se  juzgaban  perdidos  y  no  había  consuelo  para  ellos. 
Fuélos  desengañando  el  P.  Fr.  Bernardino  de  estos  errores  y  para  qui- 
tarles la  ocasión  de  esta  superstición  e  idolatría,  tomó  un  hacha  y  fué 
cortando  cuantos  árboles  les  halló  delante  de  las  puertas,  y  les  pegó 
fuego.  Con  eso,  viendo  la  gente  que  no  le  sucedía  mal  alguno,  se  des- 
engañaron y  conocieron  era  vano  y  diabólico  su  temor ;  con  todo  eso, 
el  demonio  tenía  tan  cogidos  a  algunos  con  esta  invención,  que  le  su- 
cedió a  dicho  Padre  llegar  a  cierta  libata  adonde  halló  uno  de  estos 
árboles  y,  habiéndolo  cortado  sin  saberlo  los  dueños,  apenas  lo  vieron 
derribado,  cuando  todos  los  de  aquella  familia  se  fueron  huyendo  de 
aquella  tierra,  dejando  su  casa  y  cuanto  tenían  en  ella  por  parecerles 
que  el  árbol  estaría  enojado  contra  ellos  y  que  les  había  de  quitar  la 
vida. 

13.  — En  esta  misma  ocasión  descubrió  dicho  religioso  por  medio 
de  los  muchachos  que  le  acompañaban,  al  patriarca  o  primer  catedrá 
tico  de  todos  los  nganga  vgombas  del  reino,  que  los  tenían  como  a  sus 


358 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


sacerdotes  y  oráculos  por  ser  grandes  hechiceros  con  pactos  explícitos 
con  el  demonio.  Fué  a  su  casa  de  éste,  que  vivía  ea  una  libata  cerca- 
na a  la  banza  de  Bamba  y  le  prendió  para  hacer  inquisición  de  sus  dia- 
bólicos enredos  y  descubrir  las  sinagogas  de  Satanás  que  él  goberna- 
ba, para  castigar  a  los  cómplices  y  pegar  fuego  a  las  cosas  e  instru- 
mentos de  que  usaban.  El  hallazgo  de  esta  mina  infernal  fué  de  gran 
consecuencia  para  adelante,  porque  con  eso  se  descubrieron  muchas 
supersticiones  que  había  ocultas  en  el  reino  y  se  puso  toda  eficacia  en 
extinguirlas,  las  cuales  hasta  entonces  no  habían  sido  entendidas  de 
los  religiosos  por  celárselas  la  gente  y  especialmente  los  nobles. 

14.  — Era  el  tal  patriarca  nganga  un  viejo  de  más  de  setenta  añoj, 
el  cual,  desde  tiempo  inmemorial,  conservaba  en  su  familia  aquel  oficio 
y  dignidad.  Registró  el  P.  Fr.  Bernardino  la  casa  y  halló  cinco  o  seis 
ídolos ;  dos  grandes,  el  uno  con  cara  de  hombre  y  el  otro  de  mujer  ; 
los  demás  eran  pequeños,  y,  según  decía  el  viejo,  éstos  eran  hijos  do 
los  grandes.  Mandóles  a  los  muchachos  cargasen  con  ellos  y  él  se  llevó 
al  viejo  a  la  banza  y  en  el  camino  le  confesó  todo  lo  referido,  añadien- 
do que  su  vida  y  la  de  todos  los  de'  su  linaje  consistía  en  la  fiel  guarda 
de  aquellos  sus  dioses,  a  quienes  tenía  puestos  sus  nombres  particu 
lares. 

15.  — El  religioso  hizo  lo  posible'  para  sacarle  de  aquel  engaño  y  por 
última  diligencia  mandó  hacer  una  hoguera  y  echó  en  ella  uno  de  los 
ídolos,  el  cual  al  instante  se  convirtió  en  cenizas.  Apenas  le  vió  el  vie- 
jo arder,  cuando  comenzó  a  hacer  gestos  y  visajes  espantosos  o  por 
el  sentimiento  de'  ver  se  le  quemaba  su  ídolo,  o  por  admiración  de  que 
no  les  sucedía  desgracia  alguna  a  los  circunstantes,  como  él  había  creí- 
do. Al  fin  vino  a  confesar  el  engaño  en  que  había  vivido  hasta  enton- 
ces y  con  muchos  ruegos  le  pidió  al  Padre  le  diese  libertad,  ofrecién- 
dole no  volver  más  a  su  oficio.  El  religioso  le  consoló  con  buenas  ra- 
zones y  con  esperanza  del  perdón,  pero  juzgó  por  más  conveniente  al 
bien  público  no  proceder  allí  contra  él  sino  remitirlo  a  San  Salvador 
con  los  ídolos,  para  que  le  constase  al  rey  el  suceso  y  supiese  lo  que 
tenía  en  su  reino  y  procurase  evitarlo. 

16.  — Estando  los  Padres  en  esta  resolución,  llegó  a  la  banza  un  fi- 
dalgo  mozo  de  San  Salvador  a  ciertos  negocios  del  rey  con  el  duque. 
Había  sido  este  caballero  discípulo  de  gramática  del  P.  Fr.  Antonio 
de  Terue'l  y,  como  era  conocido  y  su  maestro  se  hallaba  entonces  en  la 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


359 


corte,  le  pareció  al  P.  Fr.  Bernardino  sería  acertado  entregarle  el  vie- 
jo nganga  y  los  ídolos  para  que  allá  los  presentasen  al  rey  e'n  volvien- 
do. El  fidalgo  ofreció  llevarlos  y,  con  efecto,  los  sacó  de  la  banza  de 
Bamba,  pero  cumplió  tan  mal  con  el  encargo,  que  a  las  primeras  jor- 
nadas se  le  e'scapó  el  viejo  y  los  ídolos  no  parecieron  más,  o  fuese  por- 
que el  viejo  con  hechizos  se  escapó  y  escondió  sus  ídolos,  o  porque  el 
mismo  fidalgo  le  dió  libertad  por  excusarle  al  rey  el  empacho  que'  ha- 
bía de  tener  y  no  caer  en  su  desgracia,  o  acaso  porque  sus  criados  le 
ayudaron  al  viejo  y  le  hicieron  espaldas  ;  ello  no  se  supo  más  de  los 
ídolos  ni  del  nganga,  aunque  se  hicieron  hartas  diligencias.  Y  es.  sin 
duda  que  para  el  rey  hubiera  sido  motivo  de  gran  pesar  si  hubieran 
llegado  a  la  corte,  pues,  aunque  se  mostraba  celoso  de  la  religión  ca- 
tólica en  lo  público,  con  todo  eso  no  dejaban  de  murmurarle  que  se 
vaha  ocultamente  de  algunas  supersticiones. 

17.  — Con  la  noticia  de  estos  y  otros  sucesos  semejantes  comenza- 
ron a  predicar  los  Padres  sobre  esta  materia  y,  como  los  nobles  eran 
los  más  lacrados  en  ella,  lo  sentían  vivamente  ;  con  todo  eso  la  gra- 
vedad de  la  materia  pedía  mucha  acrimonia,  aunque'  en  lo  público  pro- 
curaban sincerarse,  pues,  como  dice  San  Gregorio,  de  sentencia  de  San 
Pablo:  Vera  e\tenim  fides  est  quae  in  hoc  quod  verbis  dkit,  morlbivs. 
non  contradicit.  Por  esta  causa  de  ver  descubiertas  las  supersticiones, 
llegaron  algunos  a  amenazar  a  los  intérpretes,  creyendo  eran  ellos 
los  que  se  los  habían  manifestado  a  los  Padres,  y  ya  no  se  atrevían  a 
propalarles  nada  porque  no  les  matasen.  Esta  peste  estuvo  oculta  por 
más  de  cinco  años  hasta  que  fué  Dios  servido  la  descubriesen  los  re- 
ligiosos con  su  trabajo  e  industria,  a  lo  cual  ayudó  mucho  un  intérpre- 
te virtuoso  que  estudiaba  en  nuestro  convento  con  ánimo  de  ordenar- 
se sacerdote. 

18.  — El  primero  que  predicó  en  la  corte  contra  estos  infernales  ri- 
tos fué  el  P.  Fr.  Buenaventura  de  Corella  ;  hizo  sobre  la  materia  un 
sermón  muy  fervoroso,  al  cual  asistió  el  rey  con  lo  principal  de  la 
corte  y  les  afeó  mucho  tan  abominable  vicio  y  la  malicia  en  haberlo 
ocultado  hasta  entonces.  Ponderóles  los  castigos  que  Dios  había  eje- 
cutado en  los  de  su  pueblo  por  semejante  idolatría,  la  gravedad  de  este 
pecado  y  la  obligación  y  necesidad  que  tenían  de  manifestarle  para 
aplicar  el  remedio  conveniente,  pues,  de  no  hacerlo,  se  seguiría  su  to- 
tal ruina,  según  lo  que  dice  el  Espíritu  Santo  por  el  Sabio  :  Qui  abs- 
covdit  ulcera  sua.  non  dirigefur,  y  por  el  contrario  la  salud  de  su  alma 


36o 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


al  que  descubra  sus  llagas:  Qui  autem  confcssus  fueñt  et  reliqueril 
ea,  miserkordiam  consequitur  (108). 

19.  — Acabado  e!  sermón,  tomó  la  mano  el  rey  y,  para  mostrar  su 
fidelidad,  hizo  al  pueblo  un  grave  y  solemne  razonamiento,  apoyando 
cuanto  había  dicho  el  predicador.  Exhortó  a  todos  a  que  dejasen  aque- 
llas vanas  supersticiones  y  ritos  gientílicos  y  amenazó  a  los  rebeldes 
con  severos  castigos.  Esto  sucedió  en  nuestra  iglesia  y  de  allí  adelan- 
te se  predicó  sobre  la  materia  en  todas  las  provincias  del  reino,  con 
cuya  diligencia  se  fueron  extirpando  tan  diabólicas  supersticiones  y 
abusos.  Esta  cautela  había  sugerido  Satanás  en  los  ánimos  con  tal  sa- 
gacidad, que  en  tan  largo  tiempo,  como  dijimos,  no  llegaron  a  saber 
los  Padres  e\  desorden  que  había,  por  !o  cual  no  se  reprendía  en  par- 
ticular este  vicio,  ni  ellos  prevenían  la  enmienda  como  después  que 
se  descubrió. 

20.  — Sintieron  el  rey  y  los  nobles  se  hubiese  descubierto  esta  llaga 
y  tanto  que,  si  acaso  por  medio  de  los  muchachos  de  la  escuela  o  de 
los  intérpretes,  llegaban  a  saber  algo  los  religiosos,  ellos  llenos  de 
temor  les  suplicaban  lo  tuviesen  en  silencio  y  que  los  disculpasen  con 
los  señores,  porque  no  les  solicitasen  la  muerte.  De  aquí  se  originó  el 
comenzar  el  rey  a  despicarse  de  la  corrección  pasada,  no  ya  con  ce- 
lajes, como  hasta  entonces,  sino  a  lo  descubierto,  mostrando  ser  lo 
que  dice  el  Espílritu  Santo  en  los  Proverbios :  Leo  rugiens  et  ursus 
essuriens,  princeps  impius  super  poptdum  pauperem  (109).  Pues  desde 
entonces  fué  sacando  algunos  fidalgos  mozos  del  estudio  donde  apren- 
dían buenas  costumbres  y  letras,  con  el  pretexto  de  enviarlos  a  dife- 
rentes provincias  a  tratar  negocios  políticos  de  su  servicio  o  más  pro- 
piamente de  su  perdición.  De  lo  cual  resultaron  otros  daños  en  el  rei- 
no, pues,  apartados  de  la  enseñanza  de'  las  letras  y  buenas  costumbres, 
con  que  podían  ser  de  mucho  provecho  a  sí  mismos  y  a  la  república, 
por  el  vano  temor  de  que  no  propalasen  los  vicios  y  ritos  gentílicos  de 
los  señores,  unos  y  otros  se  separaron  de  la  luz  y  se  engolfaron  en  las 
tinieblas,  y  muchos  de  ellos  se  quedaron  con  su  ignorancia  y  con  las 
malas  costuml)res  en  que  se  habían  criado  desde  su  niñez. 


fl08)  Prov..  28.  1.".. 
(109)    Prov..  28. 


CAPITULO  XL 


Manifiéstase  más  a  las  claras  el  odio  que  el  rey  concibió 
desde  la  corrección  de  los  religiosos  contra  ellos  y  otras 
personas  de  la  primera  calidad,  a  quienes  mandó  quitar 
la  vida,  por  parecerle  habían  descubierto  sus 
faltas  a  los  Padres. 


1.  — No  hay  monstruo  tan  formidable  como  un  ánimo  asistido  de  la 
pasión  y  del  poder,  ni  la  serpiente  hidra  arrojó  tantas  cabezas,  como 
suele  ejecutar  monstruosidades  un  principe  apasionado.  Sólo  Dios, 
con  su  infinito  poder,  es  bastante  para  reprimir  tales  ánimos,  pues 
fuerzas  humanas  no  alcanzan.  Mas  al  fin  para  todos  ha  de  haber  juicio 
y  justicia,  y  será  tanto  más  severa  cuanto  fué  mayor  el  abuso  de  la  dig- 
nidad y  del  poder :  Cum  axcepero  tetnpus,  ego  justitias  judicabo  (llO). 
Hasta  este  tiempo  fué  meditando  Don  García  II  el  despique  de  la  co- 
rrección cortés  y  caritativa  que  le  hicieron  los  nuestros ;  pero  como 
ésta  cayó  en  ánimo  inficionado,  altivo,  caviloso  y  vengativo,  pasó  a  ser 
veneno  mortífero  la  triaca,  y  así  poco  a  poco  se  fué  apoderando  la  pon- 
zoña de  su  corazón,  hasta  que  no  cupo  más  y  comenzó  a  exhalarla  por 
todos  sus  sentidos  y  potencias  con  ignominia  de  su  persona  y  grande- 
za, pues :  Cor  ejus  congregavít  miquitatcm  sibi. 

2.  — Desde  el  principio  de  su  reinado  fué  el  rey  Don  García  poco 
amado  de  sus  vasallos  y  éstos  conocieron  bastantemente  lo  que  en  ade- 
lante les  había  de  suceder  ;  pero,  cediendo  al  tiempo  y  a  la  violencia, 
le  eligieron  más  por  temor  que  por  voluntad.  El  caso  pasó  en  esta  for- 
ma y  corrió  por  estos  pasos.  Hallábase  Don  Alvaro  VI  conde  de  Bam- 
ba, y  Don  García  II  marqués  de  Choa,  siendo  éste  el  de  menos  edad  ; 


(110)    Psalm.,  74,  2. 


364 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


movióks  guerra  el  rey  Don  Alvaro  V  y,  habiendo  conseguido  la  vic- 
toria los  dos  hermanos  y  triunfado  de  si  mismos,  según  dijimos  en 
otra  parte,  el  rey  volvió  de  nuevo  a  publicarles  la  guerra,  o  por  mal 
aconsejado,  o  por  verse  poco  seguro  de  ellos.  En  esta  ocasión  alcan- 
zaron también  la  victoria  del  ejército  enemigo,  pero  no  la  de  si  mis- 
mos, como  la  vez  primera,  pues,  haciendo  prisionero  a  su  rey.  Je  de- 
gollaron cruelmente,  no  obstante  que  les  pidió  la  vida  con  humildes 
ruegos,  protestando  había  sido  mal  aconsejado  en  hacerles  guerra  y 
ofreciéndoles  su  gracia  y  amistad  para  en  adelante. 

3.  — Muerto  el  rey,  según  se  ha  dicho,  se  trató  de  elegir  sucesor,  y 
los  electores  pusieron  los  ojos  en  el  duque  de  Bamba  y  le  aclamaron 
rey,  atendiendo  a  su  valor  y  condición  apacible.  Rehusó  por  algunos 
días  la  corona  y,  viendo  su  hermano  el  marqués  de  Choa,  que  no  que- 
ría admitirla,  lleno  de  ambición  le  dijo :  que  tratase  de  admitirla,  o 
ver  lo  que  determinaba ;  pero  que  si  no,  la  tomaría  para  sí  sin  atender 
otros  respetos  ni  a  que  se  hallaba  hermano  menor.  Al  fin  Ja  admitió  el 
duque  y  en  su  asunción  al  cetro  se  llamó  Don  Alvaro  VI.  Gobernó  por 
espacio  de  cinco  años  y,  habiendo  enfermado  del  mal  de  que  murió, 
luego  que  tuvo  Don  García,  ya  duque  de  Bamba,  la  noticia  de  su 
muerte  por  aviso  que  le  dió  cierto  amigo  suyo,  canónigo  de  San  Sal- 
vador, que  después  fué  su  confesor,  se  puso  con  gran  presteza  y  buen 
número  de  soldados  a  vista  de  la  ciudad,  con  ánimo  de  conseguir  por 
fuerza  lo  que  no  pudiese  alcanzare  por  otros  medios.  Turbóse  la  corte 
con  esta  novedad  y,  aunque  los  electores  tenían  premeditado  elegir  por 
rey  a  otro,  temiendo  su  poder  y  osadía,  le  eligieron  a  Don  García  y  le 
dieron  luego  la  posesión  del  reino. 

4.  — Habiendo,  pues,  entrado  a  reinar  con  esta  violencia  y  repugnan- 
cia común  de  todos,  reconoció  que  no  le  miraban  con  pía  afección  y 
así  procuraba  guardarse  y  con  tal  cautela,  que  jamás  quiso  comer  con 
los  fidalgos,  según  es  costumbre  algunas  veces,  aunque  en  diferente 
mesa.  Dormía  de  día  y  velaba  de  noche,  rondando  toda  la  ciudad  para 
saber  lo  que"  pasaba,  viviendo  sobresaltado  siempre  y  formidoloso  de 
todos,  y,  si  acaso  llegaba  a  sospechar  que  alguno  podía  intentar  sacu- 
dir el  yugo  o  que  la  plebe  se  ladeaba  hacia  él  por  particular  afecto, 
tomaba  el  pretexto  que  le  parecía  y  le  enviaba  con  algún  puesto  hono- 
rífico a  otra  provincia  y,  pasados  algunos  días,  daba  orden  secreta 
para  que  le  cortasen  la  cabeza.  Por  esta  causa  era  temido  de  todos, 
grandes  y  pequeños,  y  ninguno  se  fiaba  de  sus  palabras  halagüeñas  ni 
de  sus  promesas. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


5.  — Asi  corría  Don  Garcia  II  en  su  reinado  y,  aunque  los  religio- 
sos, con  ej  respeto  debido  a  la  majestad,  le  procuraron  guiar  por  el 
camino  del  acierto,  dándole  a  entender  con  el  sabio  que:  Misericordia 
ei  veritas  custodiunt  regem,  et  roboratur  clementia  tronus  ejus  (111), 
con  todo  eso  no  fueron  bastantes  sus  diligencias  para  templar  su  natu- 
ral fogoso  y  vengativo  ;  ante's  sí  se  fueron  aum^entando  las  crueldades, 
así  en  lo  secreto  como  en  lo  público,  especialmente  desde  la  corrección 
de  sus  excesos  y  demasías,  que  se  le  hizo  al  tiempo  de  entregarle  la 
corona  bendita  que  le  envió  el  Sumo  Pontífice,  siendo  la  espina  que 
más  le  hería  el  que'  se  hubiese  llegado  a  entender  el  galanteo  porfiado 
y  escandaloso  con  que  pretendía  conquistar  el  ánimo  de  la  princesa,  su 
cuñada  y  hermana  de  la  reina,  siendo  persona  de  sumo  respeto  por  sus 
aventajadas  prendas,  honestidad  y  virtud. 

6.  — Pasado  largo  tiempo  con  disimulo,  llegó  a  sospechar  que  nadie 
podía  haber  propalado  sus  faltas  a  los  religiosos  sino  el  intérprete 
Don  Ambrosio,  el  cual  era  hombre  desinteresado,  virtuoso  y  muy  asis- 
tente a  nuestra  iglesia  y  convento,  o  la  princesa  Doña  Leonor  Mam 
ziinha-npuyigid,  hija  de  rey  y  título  el  mayor  de  los  cuatro  principales 
que  se  dan  a  las  señoras  del  Consejo  Real,  por  vivir  muy  disgustada 
de  sus  operaciones  y  ser  muy  temerosa  de  Dios  y  de  gran  ^alentó  en 
medio  de  ser  ya  de  edad  muy  crecida,  o  la  princesa  su  cuñada,  que  tam- 
bién se  llamaba  Doña  Leonor ;  las  cuales  se  confesaban  en  el  convento 
y  desde  el  principio  asistieron  con  mucho  ejemplo  y  edificación  de  la 
corte  a  todos  los  ejercicios  espirituales  que  en  él  se  hacían  cotidiana- 
mente. Guiado,  pues,  de  esta  sospecha  y  creyendo  que  estas  señoras  y 
Don  Ambrosio  habían  notificado  a  los  Padres  sus  vicios,  ordenó  un  día 
que  todos  tres  fuesen  presos  para  proceder  contra  ellos  y  castigarlos 
severamente. 

7.  — Ejecutóse  la  prisión  y  fué  de  sumo  sentimiento  y  escándalo  para 
la  corte  y  aun  para  el  reino,  porque  el  intérprete  era  fidalgo  muy  no- 
ble y  por  sus  virtudes  y  buen  trato  muy  amado  de  todos.  Doña  Leonor 
la  anciana,  de  la  misma  suerte  era  muy  respetada  por  su  gran  nobleza 
y  virtud,  y  semejantemente  la  princesa,  hermana  de  la  reina.  La  pri- 
sión fué  inhumana  porque  son  crueles  aquellos  naturales  cuando  pren- 
den alguna  persona,  pues  no  respetan  calidad,  sexo  ni  edad  y  ordina- 
riamente llevan  con  estruendo  al  pobre  preso.  A  la  princesa,  cuñada  del 


(111)   Prov.,  20.  28. 


366 


MISIONES  CAPUCHINAS  liN  ÁFRICA 


rey,  la  asieron  los  alguaciles  de  un  pi€  y  con  tal  violencia,  que  la  de- 
rribaron en  tierra  y  del  golpe  que  dió,  quedó  muy  maltratada ;  quejó- 
se la  buena  señora  con  el  dolor  que  le  ocasionó  la  caída,  pero  el  rey, 
cuando  lo  supo,  lo  celebró  con  risa  y  donaire.  Al  fin  los  amarraron  con 
cadenas  a  todos  a  los  postes  de  las  casas,  a  cada  uno  de  por  si,  que 
éstas  son  Sus  cárceles,  y  en  ellas  padecen  los  presos  muy  grandes  pe- 
nalidades y  afrentas. 

8.  — Divulgóse  por  la  corte'  el  suceso  y,  escandalizados  todos,  nobles 
y  plebeyos,  se  quedaron  atónitos  y  comenzaron  a  tumultuar,  pidiendo 
a  Dios  venganza  de  la  crueldad  e  injusticia  que  se  usaba  con  personas 
de  tan  relevante  calidad  y  de  virtud  tan  conocida.  Supo  el  rey  lo  que 
pasaba  y  lo  mal  que  había  parecido  la  acción,  con  que  para  dorar  su 
yerro  y  honestar  su  venganza  con  apariencia  de  justicia,  mandó  hacer 
reseña  para  que  todos  los  nobles  y  cortesanos  se  juntasen  a  hora  seña- 
lada en  la  plaza  principal,  para  cuyo  efecto  también  mandó  llamar  a 
todos  los  canónigos  y  eclesiásticos  y  también  a  los  religiosos. 

9.  — En  estando  todos  juntos  comenzó  a  dar  satisfacción  de  su  cruel- 
dad, diciendo  cómo  había  mandado  prender  a  los  sujetos  referidos  por 
ser  traidores  a  su  persona  y  rebeldes  a  sus  mandatos,  y  que,  por  tanto, 
eran  dignos  de  muerte,  la  cual  se  ejecutaría  indispensablemente  con 
ellos  y  con  cuantos  en  adelante  no  tuviesen  la  lealtad  y  rendimiento  de- 
bido a  su  persona.  Atemorizóse  la  gente,  viendo  en  su  resolución  tal 
severidad  y,  por  huir  de  los  filos  del  cuchillo,  nadie  se  atrevió  a  hablar 
palabra,  remitiendo  a  la  piedad  de  los  religiosos  el  reducir  el  rey  a  me- 
jor acuerdo.  Así  lo  hicieron,  procurando  templarle  con  cristianas  y 
prudentes  razones  que  bastaran  a  ablandar  un  bronce,  pero  nada  bastó 
para  aplacar  su  enojo.  De  donde  argüyeron  los  Padres  no  pararía  allí 
su  despique  sino  que  también  a  ellos  les  alcanzarían  las  resultas,  como 
sucedió  y  veremos  en  otra  parte  ;  empero  por  entonces  no  se  ejecuta- 
ron más  crueldades  que  las  referidas. 

10.  — Pasados  algunos  días  de  prisión  dió  orden  secreta  a  los  minis- 
tros para  que  le  cortasen  la  cabeza  a  Don  Ambrosio,  y  a  la  hermana 
de  la  reina,  demás  de  la  cabeza,  el  brazo  derecho,  y  que  fuese  deste- 
rrada, o  más  propiamente  presa,  la  princesa  Doña  Leonor,  a  quien 
llevó  un  fidalgo  a  los  confines  de  aquella  provincia,  con  instrucción  de 
que  en  el  camino  le  cortase  la  cabeza.  Salieron  de  la  corte  y  el  fidalgo 
anduvo  tan  cristiano  y  caballero  que,  mirando  a  Dios  y  a  la  inocencia 
de  la  buena  señora  y  considerando   su   ancianidad  y  grandeza,  no  se 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


atrevió  a  poner  en  ella  sus  manos.  Lo  más  que  hizo  fué  dejarla  en  la 
población  desterrada  por  el  rey  :  alli  vivió  con  gran  trabajo  y  miseria 
hasta  acabar  la  vida,  según  dijeron  algunos,  pero  lo  más  cierto  fué, 
como  dijeron  otros,  que  dentro  de  poco  tiempo  le  cortaron  la  cabeza 
y  lo  mismo  al  fidalgo  que  la  llevó,  porqu-e  le  había  perdonado  la  vida. 
Ello  no  &e  supo  jamás  del  fin  de  la  buena  princesa,  porque,  atemoriza- 
da la  gente  con  tan  crueles  castigos,  no  sólo  no  respondian  a  lo  que 
los  Padres  Ies  preguntaban,  oero  aun  de  sí  mismos  se  cautelaban  por- 
que no  se  ejecutase  en  sus  personas  y  familias  semejante  destrozo. 

11.  — Todo  esto  hizo  el  rey  Don  García  con  notable  disimulo  y  se- 
veridad de  rostro,  sin  mostrar  en  ese  tiempo  el  menor  sentimiento  a  los 
religiosos,  antes  bien  acudía  con  la  misma  puntualidad  que  solía  al  con- 
vento y  a  la  iglesia.  Sintióse  empero  en  el  reino  grandemente  este  trá- 
gico y  lastimoso  suceso  y  fué  sin  duda  arbitrio  de  Satanás  el  mal 
acuerdo  del  rey  dirigido  a  disponer  la  total  ruina  de  la  misión.  Vióse 
ser  así.  pues  los  intérpretes  rehusaban  entrar  en  la  iglesia  y  aun  el  ha- 
blar en  otra  parte  a  los  religiosos.  El  pueblo  no  asistía  con  aquel  fer- 
vor y  frecuencia  a  las  pláticas  y  ejercicios,  como  de  antes,  y,  en  fin, 
hasta  los  muchachos  de  la  escuela  y  estudio  se  comenzaron  a  retirar, 
V,  pues  no  hicieron  lo  mismo  todos  los  demás  de  la  corte,  fué  mara- 
villa. 

12.  — Gran  prudencia  y  mucho  [temor]  de  Dios  es  menester  para 
gobernar  las  acciones  los  ministros  evangélicos  en  tiempos  tan  calami- 
tosos ;  pulsaron  con  toda  discreción  al  enfermo  y,  no  hallándole  reme- 
dio eficaz  por  entonces,  remitieron  a  Dios  y  al  tiempo  la  cura  ;  arbi- 
trio a  la  verdad  cuerdo,  tolerar  un  mal  menor  para  obviar  otro  mayor. 
Muchas  y  muy  malas  hubieran  sido  las  consecuencias  de  la  tragedia  re- 
ferida, si  a  aquellos  Padres  les  hubiera  faltado  la  debida  madurez  y  a 
su  gran  celo  algunas  de  las  circunstancias  que  componen  esta  excelen- 
te virtud,  las  cuales  son  tantas  y  piden  tanta  discreción,  que  por  eso 
viene  a  ser  muy  difícil  de  practicar  con  el  debido  acierto. 

13.  — Un  maravilloso  ejemplo  tenemos  en  el  Evangelio  para  nuestra 
enseñanza  en  las  ocasiones  de  semejantes  contratiempos  ;  dibujónosle  el 
maestro  de  la  vida.  Cristo  Jesús,  en  aquella  parábola  de  la  cizaña. 
Arrojóla  entre  el  buen  trigo  Satanás:  Inimtcus  hoin.o  hoc  fccit:  pero 
celosos  los  siervos  del  Padre  de  familias  y  compasivos  de  ver  en  he- 
redad tan  hermosa  y  sembrada  de  buena  semilla  tal  plaga  de  cizaña  que 
la  consumía  y  sofocaba,  le  pidieron  licencia  para   ir   a   arrancarla  en 


368 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


ocasión  en  que  ella  y  el  trigo  estaban  todavía  verdes  y  no  era  fácil  el 
distinguirlos.  Cualquiera  juzgara  por  santo  y  cuerdo  el  celo  de'  estos 
siervos  ;  mas  el  que  enmienda  a  los  sabios,  no  lo  juzgó  conveniente 
entonces  por  el  peligro  que  había  en  arrancar  las  macollas  del  buen  tri- 
go a  vuelta  de  las  matas  de  la  cizaña,  y  así  les  mandó  detenerse  y  que 
esperasen  hasta  el  tiempo  de  la  siega,  que  es  el  más  conveniente  para 
apartar  la  buena  semilla  de  la  mala:  Sinite  utraque  crescere  usque  ad 
messem;  et  in  tenipore  messis,  dicam  messoribus :  colligite  prhnum  ci- 
sania  et  alliigate  ea  in  fascículos  ad  comhurendum  ;  triticum  auteim  con- 
grégale in  horreuin  meuni  (112). 

lí. — No  -era,  pues,  tiempo  ni  ocasión  madura  la  presente  de  las  al- 
teraciones referidas  para  esgrimir  la  espada  del  celo  santo  con  el  rey 
Don  García  ;  y  si  entonces,  cuando  navegaba  sin  timón  ni  vela  e'n  el 
proceloso  mar  de  su  ira  y  cólera,  se  le  hubiese  hecho  más  reria  oposi- 
ción a  sus  ímpetus  que  la  de  los  ruegos  humildes,  e's  sin  duda  hubiera 
dado  al  través  y  pasado  a  mayores  precipicios  y  aun  hubiera  hecho 
naufragar  a  muchos  buenos  cristianos.  En  medio  de  tantas  turbulen- 
cias no  desamparó  Dios  a  los  suyos,  que,  aunque  faltaron  los  intérpre- 
tes, no  por  e'so  les  privó  a  los  buenos  y  devotos  cristianos  del  pasto 
espiritual  que  necesitaban,  antes  en  cierto  modo  los  mejoró  porque  co- 
menzó a  confesar  Fr.  Francisco  de  San  Salvador,  natural  del  país  y 
muy  práctico  en  la  lengua,  el  cual  no  sólo  era  maestro  de  los  intérpre- 
tes pero  tenía  individuales  noticias  de  los  abusos,  supersticiones  y  ma- 
las inclinaciones  de  los  naturales. 

15. — Con  este  auxilio  y  en  tiempo  tan  oportuno  se  continuaron  los 
ejercicios  espirituales  de  la  corte,  en  medio  de  que  no  se  escapó  Fray 
Francisco  de  la  persecución  del  rey,  pues  llegó  a  recelarse  que,  como 
natural  de  la  tierra,  revelaba  a  los  compañeros  sus  vicios,  sobre  lo  cual 
añadía  la  difidencia  que  concibió  de  él  en  tiempos  pasados  a  causa  de 
ser  hermano  de  legítimo  matrimonio  dt'  Don  Alvaro  V,  a  quien  quita- 
ron la  vida  Don  García  y  su  hermano  Don  Alfonso  VI ;  y,  aunque 
después  de  ordenado  de  sacerdote,  le  tuvo  por  su  capellán  mayor  y  co- 
rrieron bien,  nada  de  eso  fué  bastante  para  deponer  las  sospechas  que 
tenía,  de  que  no  le  era  afecto,  ni  aun  se  quietó  jamás  en  estos  recelos, 
antes  los  tuvo  mayores  desde  que  le  vió  religioso,  así  por  los  motivos 
referidos  como  por  saber  era  muy  íntimo  y  familiar  de  los  sujetos  que 


(112)    Math.,  V¿,  30. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO  369 

mandó  degollar  y  especialmente  por  ver  que  confesaba  a  casi  toda  la 
ciudad,  sin  tener  necesidad  de  intérprete. 

16. — Era  verdaderamente  Fr.  Francisco  hombre  de  excelentes  pren- 
das y  de  claro  y  agudo  ingenio  y  con  el  trato  de  los  religiosos  se  ha- 
bla adelantado  mucho  en  las  virtudes,  y,  como  le  guiaba  Dios  para  ser- 
virse de  él  en  tiempos  tan  terribles,  k  adornó  de  todas  las  partes  que 
necesitaba  para  ser  un  grande  operario  como  realmente  lo  fué.  Ayudó 
mucho  a  sus  compañeros  y,  para  que  se  ahorrasen  de  intérpretes,  les 
hizo  vocabulario  de  la  lengua  y  otros  escritos  importantísimos.  Nada 
de  esto  se  le  ocultó  al  rey  y  por  esa  causa,  sin  otro  motivo,  le  dijo  al 
Prefecto  un  día  que  le  hiciese  gusto  de  sacar  de  aquel  convento  a  Fray 
Francisco  y  le  enviase  a  otra  provincia.  Parecióle  al  Prefecto  por  en- 
tonces sería  acertado  enviarle  a  Loanda  hasta  que  las  cosas  tomasen 
mejor  temperamento  ;  pero,  apenas  lo  supo  el  rey,  cuando  volvió  a  re- 
plicar al  Prefecto  diciendo  que  no  gustaba  de  que  fuese'  Fr.  Francisco 
a  Loanda  sino  a  Sundi  o  a  otra  provincia  de  su  reino.  Empero,  rece- 
lándose del  rey  por  su  crueldad  y  por  las  causas  dichas  y  temiendo  le 
mandase  matar  con  la  cautela  que  solía,  lo  defendió  el  Prefecto  con 
todo  valor  y  eficacia,  y  por  último  se  quedó  en  San  Salvador,  para  ali- 
vio y  consuelo  de  todos,  así  religiosos  como  seglares,  y  vivió  y  murió 
allí  santamente  (113). 


(113)  Manuel  Roboredo  tomó  el  hábito  capuchino  en  1652  v  después  del  novi- 
ciado hizo  su  profesión  e]  15  de  agosto  de  1653  ;  se  llamó  en  la  Orden  P.  Francisco 
de  San  Salvador.  Ayudó  muchísimo  a  los  Misionero?  en  todos  los  órdenes,  sobre  todo 
en  el  aprendizaje  de  la  lengua  congolesa.  Tuvo  parte  muy  principal  en  la  composi- 
ción del  Vocabulario  trilingüe  que  se  hizo  para  uso  de  los  misioneios  (Cfr.  P.  HIL- 
DEBRAND,  o.  c,  p.  261  ss.,  y  nuestro  estudio  Los  Capuchinos  españoles  en  el  Con^ 
go  y  el  primer  diccionario  congolés  en  Missionalia  Hispánica,  II  (1945),  pp.  213  ss.). 
No  murió,  como  dice  el  P.  Anguiano,  en  San  Salvador,  sino  en  la  batalla  de  Am- 
buila,  dada  el  29  de  octubre  de  1665,  entre  el  rey  del  Congo  Don  Antonio  I,  del  que 
era  capellán,  y  Don  T.uis  Lopes  de  Segueira. 


CAPITULO  XLI 


¡I 

ll 

/ 

I 


En  que  se  trata  de  la  misión  del  señorío  de  Matan,  ve- 
cino al  ducado  de  Sundi;  de  la  muerte  del  P.  Fr.  Jorge 
de  Gela  y  del  P.  Fr.  Jenaro  de  Ñola. 


1.  — ^Jamás  en  las  obras  grandes  del  servicio  de  Dios  y  utilidad  espi- 
ritual de  los  prójimos  faltan  contradicciones  y  aun  persecuciones  ;  pero, 
al  paso  que  éstas  crecen,  se  aumenta  también  el  premio  y  galardón  de 
los  que  las  padecen:  Cum  maledixerint  vobis,  et  persecuti  vos  fuerint, 
et  dixerint  omne  maluni  adversum  vos  mentientes,  propter  me ;  gaude- 
te,  et  exultate,  quoniam  merces  vestra  copiosa  est  in  coelis  (114).  Con 
estas  admirables  palabras  alentó  Cristo,  bien  nuestro,  a  sus  sagrados 
discípulos  en  aquel  célebre  sermón  del  monte,  añadiendo  para  mayor 
consuelo  suyo  y  que  no  juzgasen  era  cosa  nueva  en  el  mundo  el  pade- 
cer calumnias  y  persecuciones  los  predicadores  y  ministros  del  Altísi- 
mo, sino  muy  antiguo:  Sic  enim  persecuti  sunt  prophetas  qui  fuerunt 
ante  vos. 

2.  — Si  se  repara  atentamente  en  las  que  en  este  reino  del  Congo  se 
levantaron  contra  los  nuestros,  hallaremos  nuevamente  verificado  a  la 
letra  cuanto  Ies  anunció  Cristo  Señor  nuestro  a  sus  apóstoles  en  esa 
ocasión  y  cumplida  puntualmente  la  revelación  que  tuvo  aquella  buena 
mujer  de  San  Salvador,  que  dejamos  referida  en  otra  parte,  pues,  en- 
tre las  cosas  que  le"  previno  el  P.  Fr.  Buenaventura  de  Cerdeña,  fué 
una :  «Dirásles  a  mis  hermanos  y  compañeros  los  misioneros,  que  se 
alienten  a  llevar  con  amoroso  sufrimiento  los  trabajos  que  padecen  y 
las  persecuciones  que'  han  de  tener :  que  no  desmayen  en  lo  comenzado 
porque  les  tiene  el  Señor  aparejada  grande  gloria». 


(114)    Math.,  5.  11. 


374 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


3.  — ^Los  primeros,  pues,  que  en  esta  tan  deshecha  tormenta  experi- 
mentaron los  vientos  furiosos  de  la  persecución  y  consiguientemente  el 
copioso  premio  del  sufrimiento  y  humilde  tolerancia,  fueron  los  Padres 
Fray  Jenaro  de  Ñola  y  Fr.  Jorge  de  Gela,  los  cuales  murieron  casi  por 
el  mismo  tiempo,  aunque  no  en  un  mismo  lugar  ni  de  una  misma  suer- 
te, pero  sí,  en  cierto  modo,  perseguidos  del  rey.  Mas  porque  ocurrió 
primero  la  muerte  del  P.  Fr.  Jorge  de  Gela,  hablaremos  primero  de  él 
y  de  sus  trabajos  y  después  del  P.  Fr.  Jenaro  de  Ñola,  con  cuya  dicho- 
.sa  vida  y  feliz  tránsito  pondremos  fin  a  este  capítulo. 

4.  — Vida  y  virtudes  dci  P.  Fr.  Jorge  de  Gela. — El  P.  Fr.  Jorge  de 
Gela,  de  nación  flamenco,  fué  uno  de  los  religiosos  que  pasaron  al  Con- 
go en  la  tercera  misión.  Alistóse  en  ella  siendo  de  edad  de  veintiocho 
años,  poco  más,  y  con  las  reglas  y  cartilla  de  la  lengua  conguesa  que' 
trajeron  a  Europa  los  Padres  Fr.  Angel  de  Valencia  y  Fr.  Juan  Fran- 
cisco de  Roma,  se  hizo  bastantemente  noticioso  en  breve  tiempo  por 
ser  de  claro  y  perspicaz  ingenio.  Vivió  poco  tiempo  en  la  misión,  pero 
trabajó  mucho  en  ella,  mientras  pudo,  no  sólo  en  la  conversión  de  los 
negros  sino  también  en  la  de  los  holandeses  que  residían  entonces  en 
aquel  reino.  Tuvo  su  residencia  en  el  señorío  de  Matari,  que  goberna- 
ba en  aquel  tiempo  cierta  señora  parienta  muy  cercana  del  rey,  la  cual 
pidió  con  instancias  al  Prefecto  le  enviase  reHgiosos  que  cultivasen  su 
estado.  Concedióselos  y  mandó  al  P.  Fr.  Antonio  María  de  Monte- 
prandone  cuidase  de  aquella  misión,  cuando  fué  este  religioso  al  con- 
dado de  Sundi,  en  cuyo  viaje  desde  San  Salvador  está  Matari.  Trabajó 
allí  por  espacio  de  seis  meses  con  mucha  aplicación  y  fruto  y  después 
pasó  a  Sundi  y  le'  sucedió  en  aquella  misión  el  P.  Fr.  Jorge  de  Gela, 
el  cual  continuó  los  ejercicios  establecidos  y  conversiones,  hasta  que 
por  orden  del  Prefecto  pasó  al  ducado  de  Bata. 

5.  — La  causa  que  intervino  para  esta  mudanza  fué  que  dos  holande- 
ses católicos,  a  quienes  los  nuestros  habían  reducido,  le  pidieron  al 
Prefecto  que,  respecto  de  hallarse  muchos  de  su  nación,  que  aun  eran 
herejes,  en  Gongo  de  Bata,  por  causa  de  las  ferias  que  allí  se  hacen,  y 
otros  que  acudían  de  otras  partes  de  los  que  fueron  echados  de  Ango- 
la, cuando  recuperaron  los  portugueses  sus  plazas,  sería  conveniente  el 
que  asistiese  en  aquella  banza  el  P.  Fr.  Jorge  de  Gela,  para  predicar- 
les, así  por  entender  este  religioso  su  lengua,  como  porque  tomarían 
mejor  de  él  cualquier  buen  ejemplo  que  de  otros,  por  ser  su  vecino  y 
paisano  y  estar  versado  en  las  controversias  de  los  errores  y  engaños 
que  padecían. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


375 


6.  — Con  este  designio  pasó  el  P.  Fr.  Jorge  a  Gongo  de  Bata  y  te 
asistió  Dios  tan  benignamente,  que  en  breve  tiempo  redujo  a  nuestra 
santa  fe  católica  a  casi  todos  los  herejes  que  allí  había.  Conseguido  ese 
triunfo  fué  a  San  Salvador  a  dar  cuenta  al  Prefecto  de  lo  que  había 
obrado  ;  allí  se  detuvo  algunos  días,  hasta  que  le  mandaron  salir  con  el 
Padre  Fr.  Jenaro  de  Ñola  ;  a  éste,  para  pasar  a  Luanda,  y  al  otro,  para 
volver  a  Gongo  de  Bata  a  proseguir  en  aquella  misión.  Cuando  salió 
de  Matari  se  dejó  allí  la  ropa  de  la  sacristía  con  intento  de  volver  pres- 
to a  aquella  residencia,  pero,  como  el  Prefecto  le  ordenó  otra  cosa, 
tomó  el  camino  para  Matari  y  fué  a  recoger  la  ropa  y  libros  para  lle- 
varla a  Gongo  de  Bata. 

7.  — Prosiguió  el  viaje  el  P.  Fr.  Jenaro  para  Loanda,  y  el  P.  Fray 
Jorge  partió  de  Matari  para  Gongo  con  la  ropa.  A  las  primeras  jor- 
nadas le  sucedió  llegar  a  una  libata  donde  poco  antes  había  hecho  mi- 
sión ;  halló  la  gente  de  ella  ocupada  en  varios  ritos  gentílicos  y  supers- 
ticiones. Reprendióla  severamente  y,  con  celo  de  la  honra  de  Dios,  co- 
menzó a  dar  con  el  báculo  a  los  ídolos  para  hacerlos  pedazos  a  su  vis- 
ta ;  mas,  apenas  vió  ila  gente  el  destrozo  que  iba  haciendo,  cuando  en 
lugar  de  huir,  como  lo  tenían  de  costumbre  en  llegando  los  misione- 
ros, a  guisa  de  unas  furias  infernales,  así  hombres  como  mujeres,  unos 
con  palos  y  otros  con  piedras  o  con  lo  que  hallaban  más  a  mano,  le 
acometieron  de  suerte,  que  le  dejaron  casi  muerto  por  los  muchos  gol- 
I>es  que  le  dieron. 

8.  — Al  principio,  como  los  vió  tan  resuehos,  quiso  detenerlos  por 
que  no  pasasen  con  daño  de  sus  almas  y  de  sus  vidas  a  ejecutar  la  ven- 
ganza de  sus  ídolos  destrozados  ;  pero  nada  bastó  para  templar  su  odio, 
y  así,  cercándole  por  todas  partes,  le  dieron  tantos  palos  y  golpes,  que 
le  derribaron  en  el  suelo.  Como  le  vieron  casi  muerto,  comenzaron  a 
huir  los  más  ;  pero  volviendo  en  sí,  como  pudo  se  incorporó  y  le  pidió 
a  uno  que  le  diese  por  amor  de  Dios  un  poco  de  agua  por  ser  grande 
la  sed  que  le  afligía,  así  por  la  ocasión  de  la  fatiga  del  camino  porque 
acababa  de  llegar  entonces,  como  por  la  de  los  palos.  Fué  el  negro  y, 
en  lugar  de  agua,  le  trajo  un  vaso  de  vino  del  país,  que  es  el  que  sacan 
de  las  palmas ;  bebióle  y  luego  inmediatamente  se  le  fué  hinchando  to- 
do el  cuerpo,  o  porque  el  vino  tenía  ponzoña,  o  porque  al  Padre  le  co- 
gió tan  molido  y  maltratado,  o,  finalmente,  por  concurrir  juntas  todas 
esas  circunstancias,  según  se  presumió  por  los  efectos. 


376 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁERICA 


9.  — Con  esta  mala  disposición  tomó  el  camino  y  como  mejor  pudo 
llegó  a  Gongo  de'  Bata,  adonde  se  le  fué  agravando  la  enfermedad. 
Desde  aquí  avisó  al  Prefecto  de  lo  que  Qe  sucedía  y  éste  habló  al  rey 
para  que  mandase  llevarle  a  San  Salvador  para  curarle.  Hízolo  el  rey 
y  despachó  dos  esclavos  con  una  red  para  que  le  llevasen  en  ella ;  em- 
pero, por  presto  que  fueron,  ya  cuando  llegaron  lo  hallaron  muerto  y 
se  volvieron. 

En  sabiendo  su  muerte  el  Prefecto,  hizo  cuantas  diligencias  pudo 
para  averiguar  eil  motivo  y  circunstancias  de  ella,  pero  sólo  pudo  ave- 
riguar lo  que  llevamos  referido,  a  causa  de  que  los  agresores,  temero- 
sos del  castigo  del  rey,  no  quisieron  declarar  jamás  la  verdad  del 
hecho.  Pero,  sin  embargo,  el  común  sentir  y  deposición  de  los  más  ve- 
rídicos fué  siempre  que  el  celoso  siervo  de  Dios  murió  por  los  motivos 
referidos,  y,  habiendo  sucedido  en  esa  conformidad,  metece  justa- 
mente ser  contado  en  el  número  de  Jos  mártires  que  por  la  fe  y  re- 
ligión católica  perdieron  sus  vidas. 

10.  — No  se  halló  religioso  alguno  en  Gongo  de  Bata  en  esta  oca- 
sión, pero  para  consuelo  suyo  y  manifestación  de  que  la  muerte  del 
siervo  de  Dios  había  sido  preciosa  en  su  divino  acatamiento,  permitió 
su  Majestad  que  el  cadáver,  con  estar  tan  molido  de  los  golpes  y  en- 
venenado y  ser  la  tierra  tan  ardiente  que  en  breve  rato  se  corrompen 
ios  cuerpos,  aún  después  de  muchas  horas  que  tardaron  en  darle  se- 
pultura, no  sólo  no  se  experimentase  corrupción  o  mal  olor,  pero  desde 
el  instante  que  entró  en  la  iglesia  hasta  que  le  dieron  sepultura,  por 
todo  el  tiempo  que  duraron  las  exequias,  no  cesó  de  exhalar  de  su  ros- 
tro un  sudor  copioso  cual  si  fuera  de  un  viviente ;  lo  cual  fué  con  tal 
exceso,  que  un  holandés  católico,  que  se  halló  presente,  estuvo  conti- 
nuamente enjugándoselo  con  un  lienzo,  causando  a  todos  admiración 
asi  este  efecto ,  tan  nunca  visto  en  aquella  tierra,  como  el  que  se  hu- 
biese conservado  el  cuerpo  sin  corrupción,  después  de  tantas  horas. 

11.  — Dióle  sepultura  al  siervo  de  Dios,  según  parece,  el  cura  de  la 
parroquia  de  Bata  en  la  banza  de  Gongo,  y  su  feliz  tránsito  fué  en 
el  año  de  1652,  aunque  no  sabemos  el  día  fijo.  Las  relaciones  del  Congo 
hablan  de  las  virtudes  de  este  religioso  con  sumo  aprecio  y  a  lo  dicho 
añaden  cómo  los  miserables  agresores  tuvieron  después  el  condigno  cas- 
tigo de  su  sacrilego  atrevimiento,  pues  tomó  a  su  cargo  6l  rey  el  ave- 
riguar el  delito  y  en  pena  de  él  castigó  a  unos  que  halló  ser  más  cul- 
pados y  a  todos  los  demás  los  condenó  a  esclavitud  y  los  remitió  a 
Loanda  para  venderlos  a  los  portugueses.  De  éstos  hubo  dos  mucha- 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


377 


chos  que  cayeron  en  poder  del  vicario  de  la  ig'lesia  principal  de  aquella 
ciudad;  empero  otros  dos  negrillos,  esclavos  del  mismo  dueño,  jamás 
quisieron  comer  con  ellos,  teniéndolos  por  excomulgados  por  haberle 
quitado  la  vida,  como  ellos  decían,  al  nganga  del  Papa  o  sacerdote  ro- 
mano (115). 

12.  — Vida  y  virtudes  del  P.  Jenaro  de  Ñola. — Poco  después,  en  el 
mismo  año,  murió  el  P.  Fr.  Jenaro  de  Ñola  en  Luanda.  Envióle  allá 
el  Prefecto  a  instancias  de  los  portugueses  de  aquella  plaza,  que  por  el 
gran  concepto  que  tenían  de  su  virtud  le  deseaban  en  su  compañía, 
ayudando  a  sus  devotos  ruegos  el  haber  hallado  conveniente  retirarle 
allá  de  San  Salvador  para  que  el  rey  se  templase  en  el  enojo  concebido 
contra  él  por  la  corrección  qu^  íe  hizo  siendo  Prefecto  y  superior  de 
la  misión. 

Fué,  pues,  este  venerable  Padre  Lector  de  Teología  en  su  Pro- 
vincia de  Nápoles  y,  cuando  salió  de  ella  para  el  Congo,  se  hallaba  ac- 
tualmente Guardián  y  Definidor.  Todo  lo  renunció  por  amor  de  Dios  y 
por  entregarse  más  desembarazado  a  la  conversión  de  las  almas,  a  que 
se  sintió  poderosamente  inolinado,  considerando  lo  mucho  que  hizo  y 
padeció  por  ellas  el  Hijo  de  Dios  y  las  innumerables  que  perecen  por 
falta  de  quien  las  guíe  y  encamine  por  la  senda  derecha  de  la  sal- 
vación. 

13.  — Adornóle  Dios  de  tantas  y  tan  excelentes  virtudes,  que  era  un 
vivo  retrato  de  perfección  y  tan  primoroso,  que  merece  entrar  en  el 
número  de  aquellas  dichosas  almas  a  quienes  se  les  apJica  con  justa 
alusión  el  ser  varita  de  humo,  compuesta  de  aromas  de  mirra  e  in- 
cienso y  de  todas  las  especies  y  confecciones  olorosas,  y  así  con  la  voz 
del  divino  esposo,  llenos  de  júbilo  y  admiración,  podemos  decir  de  su 
bendita  alma,  al  verla  salir  deQ  desierto  de  este  mundo  para  los  gozos 
eternos  de  la  gloria:  Quae  est  ista  quae  ascetidit  per  desertum  sicut 
virgula  fumi  ex  aronmtibus  myrrae  et  fhnris  et  unk'ersi  pulveris  pig- 
¡mntarii?  (116). 


(115)  La  vida  de  este  religioso,  tenido  como  mártir,  la  escribió  el  P.  HILDE- 
BRAND,  O.  F.  M.  Cap.,  Le  Martyr  Georges  de  Geel  et  les  debuts  de  la  Mission  du 
Congo  (1645-1652),  Anvers,  1940.  Es  obra  sumamente  interesante  y  en  la  que  se  han 
recogido  muchísimas  noticias  y  documentos  referentes  a  la  misión  capuchina  en  el 
Congo. 

La  fecha  exacta  del  martirio  del  P.  Jorge  de  Gala  no  se  sabe  a  punto  fijo  ;  pare- 
ce tuvo  lugar  cerca  de  la  fiesta  de  la  Inmaculada  de  16.52. 

(116)  Cant.,  3,  6. 


378 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


14.  — Las  fragancias  que  en  vida  y  después  de  muerto  exhaló  este 
apostólico  varón  con  sus  virtudes,  fueron  muchas  y  suavísimas,  y  tales 
que,  si  se  busca  en  él  la  humildad,  la  había  adquirido  tan  profunda 
que,  en  medio  de  ser  muy  docto,  se  reputaba  por  el  más  insipiente  y 
siempre  consultaba  sus  dudas,  aunque  fuese  con  otros  de  menos  sa- 
ber, acomodándose  en  lo  justo  y  piadoso  al  sentir  ajeno,  por  parecerle 
más  acertado  que  el  propio  y  tener  la  ocasión  de  humillarse.  Si  se 
miraba  a  la  compostura  exterior  e  interior,  resplandecía  en  él  tal  pu- 
reza de  ánimo,  taí  blandura  de  condición  y  tal  suavidad  de  costum- 
bres, que,  a  quien  llegaba  a  tratarle,  le  parecía  o  que  conversaba 
con  un  ángel  humano  o  que  tenía  presente  un  hombre  angélico. 

15.  — Su  paciencia  y  su  sufrimiento  en  los  trabajos  fué  tan  rara,  que 
nadie  le  vió  jamás  desabrido  ni  quejoso  por  grandes  que  fuesen  ;  antes 
bien,  esmaltaba  esta  virtud  con  la  perfecta  caridad  fraterna,  ya  conso- 
lando a  los  enfermos  y  afligidos  en  sus  penas  y  dolores  con  mucho 
agrado  y  compasión,  ya  sintiendo  bien  de  todos,  excusando  las  faltas 
de  sus  prójimos  y  echando  (las  cosas  a  la  mejor  parte.  En  el  ejercicio 
y  práctica  de  la  oración  era,  sobre  incansable,  intensísimo  y  de  cali- 
dad que,  fuera  de  muchas  horas  que  gastaba  en  ella,  en  común  y  en 
particular,  andaba  siempre  elevado  y  como  extático  por  la  vehemencia 
de  su  espíritu  en  no  perder  un  punto  a  Dios  de  vista. 

16.  — Ocupado  su  interior  en  tan  soberano  empleo,  no  saha  de  su 
boca  palabra  que  no  fuese  dirigida  a  la  mayor  honra  de  Dios  y  para 
edificación  de  sus  prójimos,  pero  por  cuanto,  según  el  Apóstol,  adonde 
está  el  espíritu  verdadero,  allí  se  halla  (la  libertad,  la  suya  en  decir, 
cuando  lo  pedía  el  caso,  ya  en  el  pulpito  o  fuera  de  él,  era  muy  supe- 
rior, pero  acompañada  de  la  sal  conveniente,  de  la  prudencia  y  discre- 
ción, como  se  vió  en  la  corrección  que  hizo  al  rey  cuando  le  advirtió 
los  vicios  con  que  tenía  escandailizado  su  reino.  Aprendió  la  lengua 
conguesa  excelentemente  y  con  eso  confesaba  y  predicaba  sin  el  em- 
barazo de  los  intérpretes  y  con  mucho  gusto  de  los  naturales  y  no 
menor  fruto,  y,  como  era  ya  tan  práctico  en  ella,  se  dedicó  a  enseñar- 
les a  los  muchachos  la  gramática,  en  cuyo  ministerio  gastó  más  de 
tres  años. 

17.  — En  Loanda  fué  recibido  de  los  portugueses  con  general  aplau- 
so y  aclamación  de  santo  y  varón  prodigioso  ;  allí  residió  un  año,  poco 
más  o  menos,  ejercitando  su  ministerio  apostólico  de  predicar  y  con- 
fesar y  otras  obras  de  singular  piedad  y  edificación,  con  todo  lo  cual 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


379 


hizo  indecible  fruto  en  las  almas  ;  pero,  postrado  de  éstos  y  otros  mu- 
chos y  continuos  trabajos,  al  fin  del  año  vino  a  enfermar  gravemente 
y,  después  de  una  devotísima  preparación,  recibidos  los  santos  Sacra- 
mentos, dejó  la  carga  pesada  del  cuerpo  y  su  alma  pasó  al  descanso 
eterno,  acompañada  de  los  cortesanos  del  cielo,  en  la  forma  que  luego 
diremos. 

18.  — Apenas  murió,  cuando  comenzó  toda  la  ciudad  a  celebrar  sus 
exequias,  no  con  suspiros  y  lágrimas  de  tristeza,  sino  con  festivos  jú- 
bilos y  devotas  aclamaciones,  dándose  mil  enhorabuenas  por  su  dicho- 
sa suerte  en  tener  en  su  república  las  reliquias  y  el  cadáver  de  varón 
tan  santo  y  ejemplar.  Recogieron  cuidadosos  las  pobres  alhajillas  que 
tenía  y  las  repartieron  entre  las  personas  de  más  suposición ;  uno 
llevó  el  manto,  otro,  el  báculo,  otro,  el  breviario,  otro,  las  disciplinas, 
otro,  las  sandalias,  y  de  esta  suerte  se  fueron  repartiendo  todas  para 
satisfacer  a  la  piedad  de  los  fieles,  que  indistintamente  todos  le  vene- 
raban por  santo.  Obró  nuestro  Señor  después  algunos  mitlagros  por  el 
contacto  de  estas  reliquias  y  méritos  de  su  siervo  y  comúnmente  se 
las  aplicaban  a  los  enfermos  por  antidoto  en  lodas  sus  dolencias,  lle- 
vándolas de  casa  en  casa. 

19.  — A  la  aclamación  referida  de  los  ciudadanos  de  Loanda  se  si- 
guió la  de  los  cortesanos  del  ciello,  publicada  para  mayor  seguridad 
por  la  voz  de  un  niño,  en  cuya  edad  e  inocencia  no  cabía  falacia  en  la 
narración  del  suceso,  cuando  las  demás  circunstancias  no  lo  manifes- 
tasen admirable  y  prodigioso.  El  caso  pasó  en  esta  forma.  Vivía  en 
Loanda  un  portugués  honrado  y  devoto  de  la  Orden,  el  cual  tenía  un 
niño  de  siete  a  ocho  años  ;  dormían  ambos  en  una  misma  cama  y,  es- 
tando acostados  y  durmiendo  la  noche  en  que'  murió  el  siervo  de  Dios, 
a  cosa  de  la  media  noche  despertó  el  niño  y,  lleno  de  admiración  y 
alegría,  comenzó  a  decir  a  voces:  «¡Oh,  padre,  oh,  padre!,  mira  qué 
resplandor  tan  grande,  mira  qué  procesión  tan  hermosa,  que  sube  al 
cielo,  y  en  ella,  muy  glorioso  y  alegre,  el  P.  Fr.  Jenaro.» 

Despertó  el  padre  a  las  voces  del  niño  y,  juzgando  que  soñaba,  le 
mandó  callar  y  se  volvió  a  dormir  ;  pero  a  breve  rato  comenzó  el  niño 
a  repetir  las  mismas  admiraciones,  levantando  más  la  voz.  Despertó 
el  padre  y  preguntó  al  muchacho  la  causa  de  sus  voces  y  él  refirió 
la  visión  que  se  le  había  manifestado,  eti  que  vió  subir  al  cielo  ail  Padre 
Fr.  Jenaro,  acompañado  de  los  cortesanos  que  en  él  habitan,  de  todos 
los  cuales  se  formaba  una  solemnísima  procesión  llena  de  claridad  y 


38o 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


resplandores.  Persuadióse  el  portugués  a  que  era  cierta  la  visión  y 
para  más  confirmarse'  en  ello,  fué  por  la  mañana  al  convento  y  averiguó 
la  hora  en  que  el  P.  Fr.  Jenaro  había  muerto  y  supo  que  fué  a  la  misma 
en  que  su  hijo  tuvo  la  visión,  y  así,  a  la  aclamación  común,  se  añadió 
este  nutYo  apoyo  en  calificación  de  la  virtud  y  méritos  del  siervo  de 
Dios. 


CAPITULO  XLII 


En  que  se  da  noticia  de  la  muerte  de  los  Padres  Fr.  José 
de  Pemambuco  y  Fr.  Francisco  de  Veas, 
y  de  su  vida  ejemplar. 


1.  — En  las  divinas  instrucciones  con  que  el  maestro  de  la  vida,  Cristo 
Jesús,  doctrinó  a  sus  discípulos  y  en  cabeza  de  ellos  a  todos  los  pre- 
dicadores -evang-élicos  que  les  hablan  de  suceder  en  el  ministerio,  no 
sólo  se  les  encargó  el  que  se  desapropien  de  todo  lo  terreno  y  el  que 
se  abracen  con  la  cruz  y  mortificación,  procurando  ser  luz  a  todos  con 
el  bien  obrar,  pero  que  vivan  con  tal  estudio  y  vigilancia  en  el  sen'i- 
cio  del  Señor  soberano,  que  en  cualquier  día  y  hora  que  llegara  a 
pulsar  a  sus  puertas,  al  mismo  instante  le  abran:  Ut  cuni  zfcnerit  et 
puisaverit,  confestim  aperiant  ci  (117).  Circunstancia  a  la  verdad  tan 
necesaria  en  todos,  y  especialmente  en  los  obreros  evangélicos,  que,  si 
falta,  tendrán  por  castigo  el  vapulahit  multís,  que  dice  Cristo  en  el 
msimo  texto,  si  ya  no  el  nescio  vos  de  las  vírgenes  necias.  Pero,  si 
viven  en  perpetua  centinela  de  sí  mismos,  serán  para  siempre  dicho- 
sos y  bienaventurados,  siendo  eJ  mismo  Cristo  el  que  asi  los  canoniza 
por  las  palabras  siguientes :  Beati  servi  illi,  quos,  cum  venerit  Domi- 
nus,  invenerit  vigilantes, 

2.  — Del  número  de  estos  dichosos  operarios  debemos  considerar 
a  los  Padres  Fr.  José  de  Pernambuco  y  Fr.  Francisco  de  Veas,  hijos 
de  la  Provincia  de  Castilla,  y  varones  tan  atentos  a  la  observancia  de 
los  divinos  preceptos  y  al  seráfico  Instituto,  como  por  el  contexto  de 
su  vida  se  puede  conocer.  No  murieron  en  un  mismo  día,  aunque  sí  en 
un  mismo  año  y  lugar,  que  fué  en  el  de  1653  y  en  la  banza  de  Pemba, 


(1171    Luc.  VI.  36-37. 


384 


MISIONES  CAPUCHINAS  KN  ÁFRICA 


adonde  trabajaron  hasta  la  muerte,  haciendo  increíble  fruto  en  ella  y 
en  todo  aquel  marquesado,  después  de  haber  cultivado  otras  tierras 
del  reino,  en  que  padecieron  inmensos  trabajos  por  la  conversión  de 
las  almas,  llevando  siempre  por  timbre,  a  imitación  de  Cristo,  no  parar 
ni  descansar  hasta  dar  la  vida  por  su  Majestad  divina  en  servicio  de 
sus  prójimos,  proponiéndose  por  tema  las  palabras  de  San  Juan :  In 
hoc  cognovimus  ccuñtatem  Dei,  quoniam  Ule  animan  suam  pro  nobis 
posuk,  et  nos  debeniiis  pro  fratrihus  an'inws  poneré  (118). 

3.  — Vida  y  virtudes  del  P.  Fr.  José  dé  Pernmnbuco. — Nació  el  Padre 
Fray  José  de  Pernambuco  en  el  Brasil,  en  ila  ciudad  de  su  apellido,  de 
donde,  en  teniendo  edad  competente,  vino  a  Salamanca  a  estudiar.  Aquí 
le  llamó  Dios  a  la  religión  de  los  Capuchinos  y  desde  su  noviciado 
resplandeció  siempre  en  todo  género  de  virtudes.  Ardía  en  su  pecho 
un  celo  fervorosísimo  de  la  conversión  de  las  almas  y,  como  tan  no- 
ticioso de  los  muchos  que  se  perdían  en  ilos  reinos  de  Africa,  vecinos 
a  su  patria,  deseó  mucho  dedicarse  a  solicitarles  el  remedio.  Para  este 
efecto  manifestó  sus  buenos  deseos  a  los  superiores  y  éstos,  atendien- 
do a  su  vida  ejemplar  y  suficiencia,  le  concedieron  el  que  pasase  con 
otros  al  Congo.  Y  si  bien  su  complexón  era  dielicada  y  atenuada  con  la 
continua  mortificación,  con  todo  eso  le  había  dotado  Dios  de  un  áni- 
mo esforzado  e  invencible  para  todo  género  de  penalidades,  y,  me- 
diante eso,  con  el  divino  auxilio,  pudo  emprender  varias  misiones  y 
ser  uno  de  los  misioneros  que  con  mayor  fervor  y  solicitud  trabajaron 
en  extirpar  los  vicios  y  errores  de  aquel  reino  y  en  plantar  las  virtu- 
des, ayudándole  mucho  en  esto  el  haber  entendido  con  facilidad  la 
lengua  del  país. 

4.  — La  compostura  exterior,  y  mucho  más  la  del  hombre  interior, 
era  singular,  y  su  conversación  tan  afable  y  graciosa,  que  componía 
a  los  que  le  trataban.  Asistió  algunos  meses  en  San  Salvador  a  los  mu- 
chachos de  la  escuela  y  demás  de  eso  a  la  predicación  y  confesonario  ; 
pero  con  residir  en  aquella  corte  muchos  portugueses  y  paisanos  su- 
yos, jamás  se  dió  a  conocer,  por  vivir  más  desasido  de  todo  afecto 
humano,  lo  cual  observó  con  tal  entereza,  que  ni  aun  ellos  lo  supie- 
ron hasta  que  se  mudó  a  Encusu,  de  que  quedaron  admirados  y  edi- 
ficados. Dos  años  asistió  en  el  marquesado  de  Encusu,  de  donde  pasó 
al  de  Pemba,  y  en  todas  estas  partes  continuó  las  misiones,  llevando 


(1181    I  loann  .  16, 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


excesivo  trabajo,  así  por  no  tener  intérprete  como  porque  las  hizo 
solo  y  cargaba  sobre  sus  hombros  el  peso  todo  de  las  que  fmprendió. 

5.  — Sucedióle  en  algunas  ocasiones  caminar  en  tiempo  de  las  llu- 
vias y,  por  haber  errado  el  camino,  quedarse  de  noche  a  descansar  en 
sitios  húmedos  y  pantanosos  ;  otras,  caer  en  los  rios,  porque  como  no 
hay  puentes  sino  algunos  maderos  atravesados,  y  éstos  de  ordinario 
están  cubiertos  de  agua  y  espadañas,  es  fácil  deslizar  y  caer.  Así  le  su- 
cedió varias  veces  y,  como  se  mojaba  todo  y  no  tenía  otro  hábito  con 
que  mudarse,  se  le'  enjugaba  el  agua  en  el  cuerpo  ;  con  que  por  esta 
causa  y  los  continuos  trabajos  vino  a  padecer  una  fluxión  de  pecho 
muy  penosa   con  una  tos  que  le  afligía  continuamente. 

6.  — Era  religioso  de  conciencia  tan  pura  y  serena,  como  se  mani- 
fiesta en  el  suceso  siguiente  ;  pues,  caminando  con  el  P.  Fr.  Antonio 
de  Teruel  a  Pemba,  se  le  hizo  una  apostema  en  la  garganta,  de  que 
se  llegó  a  ver  tan  apretado  que,  una  noche  particularmente,  pensó  se 
había  de  ahogar.  Pidióle'  al  compañero  le  confesase  para  morir  y,  como 
éste  declara  en  su  relación,  la  confesión  se  redujo  a  dar  materia  sufi- 
ciente de  la  vida  del  siglo  para  la  absolución,  no  obstante  que  recorrió 
generalmente  toda  su  vida.  Tan  ajustado  como  esto  había  vivido  en  la 
profesión  religiosa  y  tan  vigilante  en  el  cumpllimiento  de  los  divinos 
preceptos,  siendo  no  menos  admirable  el  ver  con  cuan  alegre  sem- 
blante esperaba  la  muerte  resignado  en  la  voluntad  del  Señor:  efecto, 
a  la  verdad,  propio  de  la  buena  conciencia,  al  paso  que  lo  es  de  la  mala 
e  intrincada  el  esperarla  con  turbación  e  inquietud  de  ánimo  y  falta  de 
resignación,  pues,  como  dice  S.  Gregorio  el  Magno :  «Aquel  abre  pron- 
tamente la  puerta  al  juez  soberano  cuando  con  amor  le  tspera  y  recibe 
en  el  último  trance ;  pero  el  que  lo  rehusa  y  se  hace  sordo,  tiembla  como 
reo  y  todo  se  le  convierte  en  congojas  y  zozobras:  Aperire  eidni  judi- 
ci  pulsanti  non  vult,  qui  exire  de  corpore  trepidat  ét  Tñdere  éutn  quent 
contempsisse  se  miminit  judicem  formidat.y»  Al  fin,  fué  Dios  servido 
darle  más  tiempo  para  merecer,  permitiendo  que  sin  diligencia  humana 
ni  medicina,  que  no  la  había,  se  le  reventase  la  apostema  y  que  que- 
dase bueno  de  aquel  accidente. 

7.  — En  Pemba  se  le  añadió  a  la  tos  una  calentura  lenta,  que  poco 
a  poco  le  fué  acabando,  y,  hallándose'  ya  cercano  a  la  muerte,  le  dijo 
el  P.  Fr.  Francisco  de  Veas:  «Ea,  mi  Padre  carisimo :  buen  ánimo, 
que  ya  se  le  acerca  a  Vuestra  Caridad  la  hora  deseada  en  que  el  Señor 
celestial  le  llama  a  su  reino.»  Penetróle  vivamente  el  alma  este  anuncio, 


25 


386 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


y  lleno  de  júbilo  y  confianza,  sin  poderse  contener,  se  incorporó  en  la 
tarima  y,  puesto  de  rodillas,  elevados  los  ojos  en  el  cielo,  como  si  la 
voz  hubiera  sonado  allá,  prorrumpió  con  gran  ternura  en  estas  pala- 
bras: uLaetatus  sum  in  his  quae  dicta  sunt  mihi:  in  domum  Domini 
ibimus:  Alegrado  me  he  con  la  buena  nueva  que  me  han  dado,  de  que 
iré  presto  a  la  casa  del  rey  soberano».  Desde  entonces  comenzó 
un  devotísimo  coloquio  con  su  Majestad,  y,  recreado  su  espíritu  con 
la  memoria  y  esperanza  de  irle  a  ver  y  gozar  por  toda  la  eternidad, 
acabó  el  curso  de  su  vida  temporal  con  gran  dulzura  y  suavidad  (119). 

8. — Vida  y  virtudes  del  P.  Fr.  Francisco  de  Veas. — Muerto  el  Padre 
Fray  José  de  Pernambuco,  quedó  solo  en  Pemba  el  P.  Fr.  Francisco 
de  Veas,  con  el  Hermano  Fr.  Jerónimo  de'  La  Puebla,  religioso  lego 
de  lia  Provincia  de  Aragón,  pero  ya  muy  falto  de  salud  y  cargado  de 
achaques,  y  tanto,  que  arrojó  cantidad  de  sangre  por  la  boca  por  un 
mal  de  pecho  que  le  sobrevino.  Envió  un  negro  a  San  Salvador,  pidién- 
dole al  Prefecto  se  sirviese  de  enviarle  un  sacerdote  que  le  administrase 
ios  Sacramentos,  y,  como  se  hallase  con  salud  el  P.  Fr.  Antonio  de 
Teruel,  se  le  encargó  fuese  a  asistirile.  Púsose  en  camino  diez  días  antes 
de  Navidad,  juzgando  poder  llegar  la  víspera:  mas,  por  no  atreverse 
los  negros  que  le  guiaban  a  vadear  el  rio,  le  fué  preciso  rodear  mucho, 
y  así  no  pudo  llegar  hasta  el  día  tercero  de'  Pascua. 

ft. — En  llegando  encontró  al  P.  Fr.  Ludovico  de  Pistoya,  que  te- 
niendo aviso  en  Bamba,  por  otro  mensajero,  del  aprieto  en  que  se  ha- 
llaba el  P.  Fr.  Francisco,  había  ido  a  administrarle  los  Sacramentos. 
Cesóle  por  entonces  el  accidente',  aunque  le  dejó  muy  quebrantado  de 
fuerzas,  y  por  esta  causa,  aunque  el  Prefecto  tenía  intento  de  que  el 
Padre  Fr.  Antonio  volviese  a  San  Salvador,  resolvió  dejarle  en  aquelln 
banza  por  entonces.  Por  este  tiempo  se  ofreció  el  accidente  siguiente, 
con  cuya  ocasión  se  le  agravó  más  la  enfermedad  de'  pecho  al  P.  Fray 
Francisco  y  se  le  añadieron  otros  achaques  nuevos. 

Sucedió,  pues,  que  al  marqués  se  le  rebeíaron  ciertos  pue'blos  de  sn 


(119)  El  P.  José  de  Pernambuco,  perteneciente  a  la  Provincia  de  Castilla,  tomó 
el  hábito  en  Salamanca  el  20  de  abril  de  1634.  Fué  nombrado  en  1644  Maestro  do 
nuevos  y  de  Gramática  en  el  convento  de  Toro.  Conocía  muy  bien  la  lengua  del 
Congo  y  predicaba  en  ella.  Animado  con  su  ejemplo  comen/.ó  también  el  P.  Teruel 
a  estudiar  con  ahinco  la  lengua.  De  él  ha  hecho  muy  cumplido  elogio  en  su  Descrip 
ción  narrativa  de  la  7tiisión  seráfica  de  los  Capuchinos  y  sus  progresos  en  el  reino 
del  Congo,  ms.  c,  pp.  129-130.  No  dice  sin  embargo  la  fecha  exacta  de  su  muer 
te,  que  sucedió  en  el  me.s  de  noviembre  de  1653  en  Pemba  (Cfr.  nuestro  Necrologio. 

o.'c..  p.  trrn. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


jurisdicción  y  dominio  y  le  negaron  los  tributos  que  solían  pagarle  ; 
por  esta  causa  determinó  tomar  las  armas  contra  ellos  y  sujetarlos 
por  la  fuerza  a  su  obediencia.  Pidió  a  los  religiosos  entonces  se  sirvie- 
sen de  que  fuese  uno  a  acompañarle  para  su  consuelo  espiritual  y  para 
confesar  la  gente  de  su  ejército.  Ofrecióse  para  este  viaje  el  P.  Fray 
Francisco,  por  ser  el  más  inteligente  en  la  lengua  del  país  y  desosó  de 
morir  trabajando  en  su  ministerio,  y  por  único  alivio  sólo  admitió  el 
que  fuese  en  su  compañía  Fr.  Jerónimo  de  La  Puebla. 

10.  — Salió  el  marqués  con  su  ejército  y  el  Padre  en  su  seguimiento, 
pero,  como  no  llevaban  bastimentos  ni  allá  se  acostumbra  a  hacer  pre- 
vención para  la  gente,  porque  se  sustentan  los  soldados  de  lo  que  pillan 
en  los  lugares,  que  al  cabo  todo  ello  es  poco  y  de  mala  calidad,  y  de- 
más de  eso  no  tienen  reparo  alguno  en  los  alojamientos  ni  aun  los 
marqueses,  sino  alguna  mala  cabaña  que  hacen  de  ramos,  y  sobre  esto 
se  añadiese  la  fatiga  del  camino  y  ser  tiempo  de  lluvias,  con  todas  esas 
incomodidades  y  dormir  sobre  la  tierra  húmeda  y  caer  todo  sobre  su 
poca  salud,  vino  a  enfermar  de  suerte  que  se  puso  como  hidrópico  y 
jamás  pudo  volver  a  cobrar  fuerzas,  antes  se  le  fueron  atenuando  hasta 
que  dentro  de  pocos  días  murió. 

11.  — Fué  este  bendito  religioso  el  más  mozo  de  la  misión  segunda, 
y  se  conoce  haber  sido  su  vocación  a  ella  muy  especial  y  semejante  a 
la  de  los  apóstoles  por  la  presteza  con  que  obedeció  al  primer  llama- 
miento. Sucedióle,  pues,  que  habiendo  acabado  los  estudios  de  la  teo- 
logía, se  le  instituyó  predicador  y  casi  al  mismo  tiempo  le  llegó  pa- 
tente para  pasar  con  los  demás  compañeros  al  Congo,  sin  haberlo  pe- 
dido o  solicitado  jamás  ;  la  cual  admitió  al  instante,  teniendo  a  particu- 
lar favor  de  nuestro  Señor  el  que  su  Majestad  hubiese  querido  servirse 
dt  él  en  aquel  ministerio  por  medio  tan  extraordinario  y  de  él  nunca 
esperado  ;  de  lo  cual  hacia  muchas  veces  memoria  entre  sus  compañe- 
ros, añadiendo  por  su  rara  humildad  con  San  Gregorio  que ;  Qui  ca- 
ritatem  erga  alterum  non  liabet,  praedicationis  officium  suscipere  nul- 
latenus  debet.  Pero  que,  supuesto  le  había  nuestro  Señor  destinado 
para  el  ministerio  por  especial  providencia,  no  cumplia  con  menos  que 
con  trabajar,  como  lo  hizo,  hasta  dar  la  vida  en  él. 

12.  — Guiado,  pues,  de  este  caritativo  celo  de  la  gloria  de  Dios  y 
salvación  de  sus  prójimos,  no  perdonó  trabajo  ni  fatiga  por  íograr  el 
fin  de  su  vocación.  Enfermó,  como  todos,  en  San  Salvador  al  princi- 
pio ;  después,  aun  no  bien  convalecido,  fué  en  compañía  del  P.  Buena- 


388 


MISIONES  CAPUCHINAS  P.N  ÁFRICA 


ventura  de  Corella  a  la  provincia  de  Huandu  ;  allí  trabajó  fielmente 
hasta  la  derrota  del  conde  en  la  batalla  que  le  dió  la  reina  Zinga  ;  des- 
pués pasó  al  marquesado  de  Encusu,  adonde  asistió  un  año  con  su 
compañero  el  P.  Fr.  José  de  Pernambuco,  y  le  sucedieron  las  cosas 
que  dejamos  referidas  en  los  capítulos  que  tratan  de  aquella  misión. 
Desde  Encusu  fué  a  San  Salvador ;  en  esta  corte  trabajó  mucho  en  el 
pulpito  y  confesonario,  y  como  era  diestro  en  la  lengua,  suplía  por 
muchos.  Aquí  confesó  a  aquella  buena  mujer  que  tuvo  la  visión  y  re- 
velación que  queda  referida  en  otra  parte  y  aquí  sirvió  de  intérprete 
al  Prefecto,  Fr.  Jenaro  de  Ñola,  para  la  corrección  que  se  le  hizo  al 
rey  por  sus  demasías  y  vicios. 

13.  — Por  esta  causa  cayó,  como  los  demás  Padres,  en  su  desgracia, 
y  porque  le  miraba  ya  con  fastidio  y  no  había  que  fiar  de  su  calidaz  y 
vengativo  genio,  por  apartarle  de  todo  riesgo,  le  mandó  el  Prefecto  que 
fuese  con  Fr.  Jerónimo  de  La  Puebla  a  fundar  la  misión  de  Pemba. 
En  este  marquesado  hizo  increíble  fruto,  y  tanto,  que  parece'  echó  Dios 
su  bendición  en  esta  provincia.  Pero  más  adelante  trataremos  de  esta 
materia  en  particular .  y  ahora  daremos  fin  a  la  vida  de  este  siervo  fiel 
del  Altísimo.  Fué  hombre  de  condición  apacible  y  de  conciencia  tan 
pura,  que,  hallándose  cercano  a  la  muerte,  se  confesó  generalmente 
con  el  P.  Fr.  Antonio  de  Teruel,  y  con  suma  brevedad.  Después  reci- 
bió el  Viático  y,  antes  de  recibir  la  Extremaunción,  volvió  a  repetir 
su  confesión  en  dos  palabras. 

14.  — Finalmente:  poco  antes  de  morir,  estando  hablando  con  el 
compañero  de  la  bienaventuranza  d«  los  justos,  lleno  de  fe  y  confianza 
en  la  misericordia  de  Dios,  comenzó  a  enardecerse'  en  ansias  de  irle 
a  ver  y  gozar:  que  de  esta  suerte  procede  quien  siempre  ha  vivido 
atento  a  los  divinos  preceptos;  Qui  autem  de  sua  spe  et  operatione  se- 
rums esf,  pulsanti  confestim  aperit,  guia  laetus  judicem  sustinet  ei 
dum  tempus  propinquae  mortis  advenerit,  de  gloria  retributionis  hila- 
rescU  (120).  Comenzando  desde'  entonces  a  experimentar  los  vislumbres 
de  la  gloria  que  les  espera,  y  sintiendo  en  la  hora  de  la  última  y  más 
terrible  batalla  de  la  vida  humana  a  todo  Dios  en  su  auxilio,  de  suerte 
que  puedan  decir  con  el  rey  profeta:  Deus  noster  refugium  et  virtus. 
adjutor  in  tñbtdationibus,  quae  invenerunt  nos  nimis;  propterea  non 


(120)    S.  Gregorio  Magno 


LA  MISIÓN  I)1£L  CONOU 


389 


timebimus  dum  turbabitur  térra,  et  transferentur  montes  in  cor  ma- 
ris  (121). 

A  brev€  rato,  con  las  ansias  de  un  tiernísimo  deliquio,  le  sobrevino 
un  desmayo  y  dijo  al  compañero :  «Ya,  Padre  mío,  me  llama  nuestro 
Señor  y  está  próxima  mi  muerte  ;  administradme  luego  el  Santo  Oleo.» 
Recibióle  y  al  instante  expiró  y  se  fué  al  descanso  eterno,  como  pia- 
dosamente' creemos  (122). 


(121)  Psalm.,  45,  1-2. 

(122)  Fué  uno  de  los  que  más  pronto  y  mejor  aprendieron  la  Ien¡,'ua  del  Congo. 
Fué  a  aquella  misión  apenas  se  había  ordenado  de  sacerdote.  Por  su  dominio  de  la 
lengua  congolesa  fué  elegido  para  hacer  al  rey  la  corrección  de  sus  vicios,  en  pre 
sencia  del  P.  Jenaro  de  Ñola,  que  era  Prefecto  entonces.  De  él  habla  también  con 
gran  encomio  el  P.  Teruel  (ms.  c,  pp.  130-131)  y  dice  entre  otras  cosas  :  «Con  este 
Padre  empecé  a  trabajar  un  catecismo  para  enseñarle  en  la  escuela  a  los  muchachos 
e  instruir  a  los  adultos,  que  pedían  el  bautismo,  el  cual  perfeccioné  después  con  otros 
intérpretes.» 

No  señala  tampoco  día  de  su  muerte,  pero  por  sus  palabras  parece  deducirse  mu- 
rió en  los  primeros  días  del  mes  de  enero  de  1654. 


« 


CAPITULO  XLllI 


I 

i 


Prosigúese  la  misión  de  Encusu;  dcscúbrense  esperanzas 
de  un  gran  progreso  espiritual;  frústranse  en  mucha 
parte  y  dícese  la  razón  por  qué. 


1.  — Asistieron  en  el  marquesado  de  Encusu  los  Padres  Fr.  José  de 
Pernambuco  y  Fr.  Antonio  de  Teruel  sin  coger  en  él  fruto  considera- 
ble, especialme'nte  en  el  punto  de  dejar  los  fidalgos  las  concubinas.  Sa- 
lieron después  de  esta  provincia  por  las  causas  que  dijimos  en  su  pro- 
pio lugar  y,  antes  de  volver  a  ella,  se  pasaron  como  dos  años,  al  fin 
de  los  cuales  recibió  el  P.  Fr,  Antonio  una  carta  en  Pemba  en  que  Ma- 
nicusu,  o  el  marqués  de  Encusu,  le  pedía  con  todo  encarecimiento  se 
acordase  de  él  y  de  sus  pobres  vasallos,  alegando  eran  también  hijos 
como  los  demás  y  la  orfandad  en  que  se  hallaban  y  la  necesidad  que 
había  de  ministros  que  les  administrasen  los  santos  Sacramentos  del 
bautismo,  penitencia  y  matrimonio. 

Con  este  motivo  y  ver  el  P.  Fr.  Antonio  su  desamparo  y  que  el 
Prefecto  le  había  encargado  procurase  dar  una  vuelta  por  aquel  mar- 
quesado, en  teniendo  ocasión,  dejó  en  Pemba  al  P.  Fr.  Ludovico  de 
Pistoya  con  el  Hermano  Fr.  Jerónimo  de  La  Puebla,  y  con  algrinos 
mozos  de  la  escuela  y  la  gente  que  le  dió  el  marqués,  se  puso  en  ca- 
mino para  Encusu. 

2.  — Llegó  a  la  banza  y  le  recibió  el  marqués  con  gran  regocijo,  no 
siendo  inferior  el  gozo  que  tuvo  el  Padre  después  que  le  oyó  decir  que 
no  sólo  él  sino  sus  fidalgos  y  esclavos  estaban  en  total  resolución  de 
casarse  según  Dios  y  la  Iglesia  tienen  determinado.  Admiróse  el  Padre 
de  la  proposición,  por  conocer  la  veleidad  de  aquella  gente  especial- 
mente, y  así  le  dijo  ai  marqués  si  hablaba  de  veras  o  con  disimulo. 
Respondióle  que  lo  decía  con  todas  veras,  porque  no  gustaba  de  casar- 


394 


MISIONHS  CAPUCHINAS  liN  AfRICA 


se  en  la  corte,  como  el  rey  quería  y  era  estilo,  sino  en  sus  tierras  con 
persona  conocida.  Hase  de  suponer  que  este  marqués  tenía  muchas 
mancebas  y  que  tres  o  cuatro  años  antes,  cuando  pasó  a  dar  la  obe- 
diencia al  rey,  quiso  éste  casarle  con  una  parienta  suya ;  mas  al  tiempo 
de  los  ajustes,  por  no  ser  cosa  de  su  gusto,  fingió  con  gran  disimulo 
que  tenía  avisos  de  que  k  movían  guerra  en  su  estado,  y  con  ese  pre- 
texto se  despidió  del  rey  y  se  quedó  en  calma  el  casamiento  y  el  tomar 
estado.  Y,  aunque  los  Padres  en  varias  ocasiones  le  predicaron  mucho 
sobre  este  punto,  siempre  fué  dando  largas  con  diferentes  causas  y  se 
quedó  sin  casar  y  en  sus  antiguas  torpezas. 

3.  — ^Hallándole,  pues,  ahora  resuelto  a  casarse,  se  alegró  mucho  el 
Padre  Fr.  Antonio  y,  para  que  las  cosas  fuesen  ordenadamente,  le 
aconsejó  que  escribiese  un  fidalgo  al  rey  con  recaudo  cortés,  pidiéndo- 
le licencia  para  casarse,  sin  'la  cual  no  se  casan  los  señores,  y  que  para 
facilitarla  más  él  escribiría  también  al  Prefecto  para  que  intercediese 
con  S.  M.  Ejecutóse  el  consejo  del  Padre  y  el  Prefecto  habló  al  rey  y 
le  otorgó  su  petición  diciendo :  «Manicusu  es  falaz  y  caviloso  ;  por  no 
casarse  con  mi  sobrina  fingió  la  guerra  ;  mas,  pues  ahora  trata  de  eso, 
vengo  en  ello:  cásese  y  sea  con  quien  quisiere.» 

4.  — Llegó  la  respuesta  del  permiso,  y  el  Prefecto  en  la  suya  le  avisó 
al  P.  Fr.  Antonio  cómo  Manienzu — el  que  asistía  en  la  corte — quedaba 
muy  sentido  de  que  el  marqués  no  le  hubiese  dado  parte  del  casamien- 
to. Háse  de  suponer  que  es  costumbre  antigua  de  aquella  gente  tener 
siempre  en  la  corte  uno  de  los  fidalgos  más  calificados  de  ella,  que  hace 
oficio  de  protector  de  cada  provincia  y  estado  de  los  que  privativamen- 
te penden,  cuanto  a  la  elección,  de  los  votos  de  los  vasallos,  y  por 
mano  del  tal  corren  todos  los  negocios  de  aquel  estado  ;  el  cual  goza 
del  mismo  título  de  conde  o  marqués  que  el  propietario,  y  siempre 
que  éste  paga  los  tributos  al  rey,  le  contribuye  también  a  él  su  parti- 
da respectivamente.  No  advirtió  el  marqués  esta  circunstancia  de  pedir 
al  sustituto  de  la  corte  su  beneplácito,  con  que,  por  excusarle  disgu.s- 
tos,  le  aconsejó  el  P.  Fr.  Antonio  volviese  a  enviar  el  correo,  dándole 
parte  de  su  casamiento,  como  lo  hizo. 

5.  — En  el  ínterin  que  llegaba  la  respuesta  salió  dicho  Padre  a  hacer 
misión  por  la  comarca  de  la  banza,  y  antes  de  saíir  previno  al  marqués 
diciéndole  hablaría  a  todos  los  fidalgos  y  coluntos  de  las  Hbatas  para 
que  se  casasen  y  pudiesen  prevenirse  para  las  fiestas  de  Navidad,  en  las 
cuales  determinaba  se  celebrasen  !os  casamientos  de  todos,  y  que  para 


LA  MíSiÓN  UHL  CONGO 


395 


€>te  efecto  acudiesen  a  la  banza.  Aprobó  el  marqués  el  dictamen  y  en 
esa  conformidad  hizo  e!  P.  Fr.  Antonio  su  misión.  Detúvose  poco  más 
de  un  mes,  predicando,  bautizando  y  administrando  los  demás  Sacra- 
mentos, y  por  último  exhortando  a  los  fidalgos  y  coluntos  a  que  de- 
jasen los  amancebamientos  y  se  ajustasen  al  santo  matrimonio,  como 
tenía  determinado  hacerlo  el  marqués  su  señor,  eligiendo  libremente  por 
mujer  la  que  a  cada  uno  le  pareciese,  sin  contravenir  a  los  derechos. 

tí. — Todos  le  dieron  palabra  de  hacerlo  asi  y  cada  uno  }e  señaló  la 
mujer  con  quien  había  de  contraer  matrimonio.  Con  esto  volvió  el 
Padre  a  la  banza  muy  gozoso,  y  al  mismo  tiempo  llegó  el  correo  de 
San  Salvador  con  el  consentimiento  del  protector  y  la  confirmación  del 
rey.  Vióse  el  Padre  con  el  marqués  y  le  dió  cuenta  de  lo  que  había 
ajustado  con  sus  vasallos  y  de  cómo  todos  estaban  en  casarse.  Pidióle 
que  escogiese  mujer  y  que  dejase  las  demás  ;  pero  la  respuesta  que  le 
dió  fué  que  él  no  podía  casarse  sino  en  la  corte  y  con  persona  de  su 
calidad.  Díjok  el  Padre:  «Pues,  ¿cómo  V.  E.  me  ha  engañado  de  esta 
suerte?»  Respondióle  muy  sereno:  «Yo  no  he  mentido.»  Pasó  a  re- 
convenirle el  Padre  con  otras  muchas  razones,  pero  a  todas  satisfizo  con 
esa  misma  respuesta,  haciendo  salir  de  tino  al  buen  religioso  con  tales 
frialdades  y  resolución  tan  extravagante. 

7.  — Ignorando,  pues,  la  causa  de  esta  novedad,  llegó  a  saber  el  Pa- 
dre al  cabo  de  algunos  dias  cómo  un  hijo  del  marqués,  que  vivía  en 
la  corte,  había  llevado  muy  a  mal  el  que  su  padre  se  casase  con  otra 
que  con  parienta  del  rey  y  que  éste  le  había  disuadido  por  cartas  del 
casamiento  que  intentaba,  con  lo  cual  se  desvaneció  todo  y  no  hubo 
alguno  de  los  fidalgos  que  quisiese  cumplir  su  palabra.  Viendo  el  buen 
religioso  frustrado  su  trabajo,  ya  que  no  para  el  mérito,  a  lo  menos 
para  lo  tratado,  y  reconociendo  no  había  de  sacar  fruto  de  aquella  gente 
en  mucho  tiempo,  les  dejó  y  se  volvió  a  su  residencia  de  Pemba,  pa- 
sando en  el  camino  muy  grandes  incomodidades,  que  por  ser  tan  co- 
munes en  los  viajes  de  aquella  tierra  las  omitimos. 

8.  — Al  cabo  de  dos  años  volvió  por  segunda  vez  el  marqués  de  En- 
cusu  a  enviar  otro  correo  al  P.  Fr.  Antonio,  pidiendo  fuese  a  conso- 
larle a  él  y  a  su  gente  con  su  presencia,  significándole  la  falta  que  te- 
nían de  ministros  que  les  enseñase  el  camino  del  cielo  y  administrase 
los  Santos  Sacramentos,  dándole  juntamente  palabra  de  que  cumplirían 
cuanto  les  mandase  y  que  estuviese  cierto  no  sería  como  la  vez  pasa- 
da. El  P.  Fr.  Antonio,  aunque  desconfiado  de  tales  promesas,  por  la 


396 


MISIONES  CAPUCHINAS  hN  AfRK;a 


vekidad  de  aquella  gente,  deseoso  de  hacer  a  Dios  algún  particular  s<r 
vicio  y  por  el  consuelo  de  algunas  personas  buenas,  que  se  hallaban  sin 
remedio  entre  bestias  tan  indómitas,  resolvió  pasar  a  Encusu ;  pero  al 
fin,  por  causa  de  las  lluvias,  vino  a  enfermar  y  como  pudo  llegó  hasta 
una  libata  que  dista  dos  leguas  de  la  banza  del  marqués. 

9.  — Súpole  éste  y  le  envió  un  sobrino  suyo  para  que  de"  su  parte  le 
diese  la  bienvenida  y  le  significase  cuánto  le  estimaban  todos  aquella 
visita  y  que  le  suplicaba  no  entrase  en  la  banza  hasta  otro  día  en  que 
saldría  a  recibirle  con  toda  su  corte.  El  Padre,  como  se  hallaba  falto 
de  salud  y  por  excusar  el  ruido  y  bullicio  de  la  gente,  cogió  y  se  partió 
luego,  y,  a  un  cuarto  de  legua  antes  de  llegar  a  la  banza,  se  encontró 
con  toda  la  gente  que  juntamente  con  los  niños  de  la  escuela,  cantando 
todos  la  doctrina,  salieron  a  recibirle.  Luego  a  breve  rato  salió  el  mar- 
qués con  sus  fidalgos  y,  después  de'  alegres  demostraciones  de  todos, 
llevándole  en  medio,  caminaron  procesionalmente  hasta  la  iglesia.  Hizo 
oración  el  Padre  y  se  despidió  del  marqués  y  de  la  gente  y  se  fué  a 
recoger  con  la  que  llevaba  de  Pemba  para  conducir  la  ropa  a  la  casa 
que  habían  fabricado  para  su  alojamiento. 

10.  — El  día  siguiente  le  fué  a  visitar  el  marqués  y  le  dijo  cómo  ya 
había  echado  de  su  casa  a  las  mancebas  y  que  trataría  de  casarse  con 
una  de  ellas,  y  harían  lo  mismo  sus  criados  y  esclavos,  que  eran  mu- 
chos. Como  el  Padre  tenía  tantas  experiencias  de  su  inconstancia,  por 
no  exasperarle,  le  alabó  el  buen  propósito,  pero  por  último  le  dijo : 
que  le  hacía  saber  que  sólo  había  emprendido  aquel  viaje  movido  de 
pura  caridad  y  para  más  justificar  de  su  parte  la  causa  de  Dios ;  que 
no  se  fiaba  de  promesas,  sino  de  obras ;  que,  si  gustaban  de  resolverse 
a  tratar  de  lo  que  tanto  les  importaba,  que  se  detendría  allí,  pero  que 
si  no,  se  volvería  luego  por  no  perder  tiempo. 

11.  — Esperanzas  hubo  al  principio  de  algún  fruto  considerable,  peTo 
al  cabo  se  vino  a  reducir  a  que  se  casasen  tres  o  cuatro  esclavos  del 
marqués  y  a  que  un  primo  suyo  ofreció  lo  mismo,  en  disponiendo  las 
cosas  necesarias  para  la  boda ;  pero  ni  al  marqués  ni  a  los  demás  fidal- 
gos y  coluntos  no  hubo  forma  de  reducirlos  a  eso.  En  el  ínterin  que  se 
disponía  la  boda  del  primo,  hizo  el  Padre  su  misión  acostumbrada  por 
la  provincia  y  se  alargó  a  la  de  Zombo,  pero  a  la  vuelta,  una  jornada 
antes  de  la  banza  de  Encusu,  se  comenzó  a  rugir  un  rumor  grande  de 
guerra  y  todo  él  vino  a  parar  en  que  el  primo  del  marqués,  que  se  ajus- 
taba a  casarse,  había  huido  por  no  sujetarse  a  eso. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


397 


12.  — I>e  aquí  se  infiere  cuán  perniciosos  son  los  escándalos  de  los 
príncipes  y  señores,  pues,' como  ellos  viven,  así  suelen  vivir  también 
los  vasallos:  Moiñle  mutatur  semper  cum  principe  vulgus.  Pero  al  paso 
que  les  corre  mayor  obligación  de  dar  buen  «jemplo  a  sus  vasallos  e  in- 
feriores, y  con  él  pueden  asegurar  la  reformación  de  las  costumbres, 
pues ;  Nec  sic  inflectere  scnstis  humanos  edicta  valere,  quam  vita  re- 
gentis;  así  también  les  será  pedida  estrechísima  cuenta  y  mayor  sin 
comparación  que  a  los  demás :  Judicium  duñsshnum  fiet  his  qui  prae- 
suni,  y  consiguientemente  pagarán  con  rigurosos  castigos  los  pecados 
que  cometieron  abusando  de  la  superioridad:  Potentes  potenter  tor- 
menta patientur  (123),  si  ya  no  es  que  hagan  verdadera  penitencia  de 
ellos  antes  de  entrar  en  tan  riguroso  juicio,  que  no  será  pequeña  for- 
tuna y  aun  por  rara  y  singular  la  tiene  S.  Juan  Crisóstomo  por  mara- 
villa ;  en  fe  de  lo  cual  dice :  Miror  an  aliquis  ex  rectoribus  sit  salvus,  y 
su  traductor  de  griego  en  latín  añadió  a  la  margen  de  esta  formidable 
sentencia :  Ex  rectoribus  vix  aliquis  salvus :  que  apenas  se  salva  alguno 
de  los  muchos  que  gobiernan. 

13.  — Por  tanto,  no  excuso  decir  con  el  santo  rey  profeta  que  abran 
los  ojos  los  príncipes  y  cuantos  rigen  y  gobiernan  las  repúblicas  para 
obviar  los  escándalos  y  abusos,  procurando  ser  los  más  observantes  en 
los  divinos  preceptos :  Et  nunc  reges  intelligite,  erudimini  qui  judicatis 
terram:  servite  Domino  in  timore  et  exsultate  ei  cum  tremor e  (124). 
Así  porque  su  mayor  ruina  procede  ordinariamente  de  esa  causa:  Haec 
via  iliorum  scandalum  ipsis,  como  porque  escándalos  y  escandalosos  se- 
rán recogidos  por  los  ángeles  y  arrojados  en  el  fuego  eterno,  adonde 
con  perpetuo  llanto  y  crugir  de  dientes  pagarán  siempre  los  daños  que 
causaron  con  ellos;  y  así':  Qui  habet  aures  audiendi,  audiat. 

14.  — En  esta  banza,  pues,  de  Encusu.  tan  estéril  de-  virtudes  y  tan 
poblada  de  vicios,  se  detuvo  el  P.  Fr.  Antonio  de  Teruel  como  dos 
meses,  al  fin  de  los  cuales  enfermó  de  unas  calenturas  que  le  postra- 
ron mucho  ;  pero  su  celo  era  grande  y  no  por  eso  dejó  de  trabajar 
cuanto  pudo  en  su  ministerio,  hasta  que  finalmente'  se  le  agravó  la  en- 
fermedad y  cesó.  Tuvo  suerte  de  hallar  allí  un  negro  forastero  que  le 
sangró  cuatro  veces  y  con  esa  evacuación  mejoró.  Después  trató  de 
volverse  a  su  residencia  de  Pemba,  donde  las  cosas  de  la  fe  y  religión 
iban  en  grande  prosperidad,  al  paso  que  en  Encusu  se  hallaban  tan  atra- 


(123)  Sap..  6.  6-7. 
(184>    Psalni.   2.  10 


398 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


sadas  por  los  pecados  y  perversidad  de  su  príncipe  en  los  amanceba- 
mientos. Quiso  éste  detener  al  Padre  con  deseo  de  que  hiciese  asiento 
en  sus  tierras,  |>ero,  reconociendo  su  veleidad  y  que  no  guardaba  pa- 
labra, le  reprendió  varias  veces  y  se  despidió  de  él. 

15. — En  'la  ceguedad  de  este  príncipe  y  de  sus  vasallos  por  el  infa- 
me vicio  de  la  lujuria,  se  conoce  claramente  lo  que  dijo  el  Sabio  en 
sus  Proverbios,  es  a  saber :  que  la  ramera  es  hoyo  profundo,  y  la  mu- 
jer ajena,  pozo  angosto:  Fovea  enim  profunda  est  meretrix,  et  puieus 
angustus,  alieva  (125).  En  los  cuales  es  fácil  tropezar  y  caer,  pero  más 
que  difícil  el  salir,  aunque  para  ello  se  apliquen  las  mayores  diligencias. 
Por  esta  causa  dijo  S.  Agustín:  ínter  omnia  certamhui  christianorum, 
duriora  sunt  castitatis,  ubi  continua  est  pugna  et  rara  vktoria,  y  así : 
Qui  stat,  videat  ne  cadaf.  Sea  el  único  remedio  clamar  continuamente  a 
Dios  y  servir  afectuosamente  a  la  que  es  madre  de  la  pureza,  huyendo 
las  ocasiones,  que  es  el  mejor  modo  de  deshacer  tales  tentaciones,  pues 
si  no  :   Qui  am-at  periculum,  pe>'ibit  in  illo. 


(125)    Prov.,  23,  27. 


CAPITULO  XLIV 


i 


4 


De  los  progresos  y  ejercicios  espirituales  de  la  misión 
de  Pemba  y  de  algunos  sucesos  que  ocurrieron  en  ella. 


1.  — En  la  banza  de  Pemba,  con  la  asistencia  del  Señor  soberano  y 
la  aplicación  a  la  virtud  del  marqués,  tuvo  la  fe  y  religión  mucho  au- 
mento, al  paso  que  la  de  Encusu  se  quedó  eti  su  obstinación  y  perver- 
sidad por  el  escándalo  y  vida  relajada  de  su  príncipe,  verificándose  en 
estos  dos  marqueses  y  en  sus  vasallos  lo  que  dice'  el  Espíritu  Santo  por 
el  Eclesiástico  y  nos  muestra  cada  día  la  experiencia,  esto  es :  Secun- 
dum  judicem  populi  sic  et  ministri  ejus,  et  qualis  rector  est  civitatis, 
teles  et  inhabitantes  in  ea:  Que  cual  es  el  juez  así  son  los  ministros,  y 
tales  los  ciudadanos  cual  es  el  que  los  gobierna  (126). 

2.  — El  fruto,  pues,  que  en  esta  provincia  cogieron  los  Padres  Fray 
José  de  Pernambuco  y  Fr.  Francisco  de  Veas,  fué  muy  considerable, 
lográndoseles  bien  el  trabajo  con  que  procuraron  cultivarla.  Este  se  ma- 
nifiesta bastantemente  €n  los  muchos  casamientos  que  hicieron  ;  en  la 
frecuencia  de  los  Sacramentos  de  la  Penitencia  y  Eucaristía,  que  fué 
grande  ;  en  la  puntualidad  de  los  ejercicios  espirituales,  que  se  practi- 
caban, y  en  las  muchas  y  devotas  congregaciones  que  se  instituyeron. 
Parecía  la  banza  de  Pemba  un  remedo  del  paraíso  en  el  buen  orden  y 
concierto  de  sus  moradores,  al  paso  que  la  de  Encusu  un  retrato  del  in- 
fierno por  el  desorden  y  torpezas  de  sus  vecinos.  Y,  como  era  tanto 
lo  adelantado,  pudo  proseguirla  con  menos  trabajo  el  P.  Fr.  Antonio 
de  Teruel  cerca  de  cinco  años  que  residió  en  esta  misión,  al  cual,  des 
pués  de  la  muerte  de  los  dos  Padres  de  Castilla,  ayudó  en  ella  el  Padre 
Fray  Ludovico  de  Pistoya  y  el  hermano  Fr.  Jerónimo  de  La  Puebla. 


(126)    Ecclesiast..  10,  2. 

26 


» 


402 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


3. — Asistian  innumerables  muchachos  y  mozos  a  la  escuela,  y  éstos 
y  la  gente  mayor  a  la  iglesia  con  gran  frecu«ncia,  especialmente  a  misa. 
Los  más  la  oían  cada  día  y  con  mucha  reverencia  ;  pero  en  los  domin 
gos  y  fiestas  era  tanto  el  concurso,  que  apenas  cabían  en  el  templo, 
siendo  bien  capaz.  En  estos  días,  antes  de  celebrar  1a  conventual,  se 
cantaba  la  doctrina  cristiana  y  salían  seis  niños  a  disputarla,  pregun- 
tando unos  y  respondiendo  otros,  acerca  de  los  misterios  y  artículos  d« 
nuestra  santa  fe'.  Después  salia  la  misa  y,  en  acabando  el  Evangelio, 
predicaba  uno  de  los  Padres. 

i- — Los  lunes,  miércoles,  viernes  y  sábados  se  rezaba  el  Rosario  a 
coro :  los  hombres  a  uno  y  las  mujeres  y  niños  a  otro,  y  era  para  ala- 
bar a  Dios,  según  dicen  las  relaciones,  verlos  a  todos  de  rodillas,  hora 
y  media,  perseverando  en  esta  devoción  y  otros  santos  ejercicios.  En 
los  tres  días  referidos  se  hacíu  por  la  mañana  plática  a  los  congregan- 
tes acerca  de  la  oración  mental,  enseñándoles  cómo  la  habían  de  ejer- 
citar. Después  se  leía  un  punto  espiritual  de  la  Pasión  o  novísimos  y 
tenían  oración  un  rato.  En  los  mismos  días  por  la  tarde  se  hacía  señal 
con  la  campana  y  acudían  a  la  hora  de  oración  que  se  tenía  entonces, 
después  de  la  cual  se  hacia  la  disciplina. 

5.  — Los  sábados  por  la  tarde  se  les  predicaba  un  ejemplo  y  se  les 
moralizaba,  procurando  aficionarles  a  la  devoción  con  la  Reina  de  los 
ángeles ;  luego  se  cantaba  la  Salve  y,  en  acabando,  salían  fuera  de  la 
iglesia  las  mujeres  y  se  quedaban  los  hombres  y  hacían  la  disciplina. 
Y  así  estos  ejercicios  como  otros  se  concluían  siempre  con  un  fervoro- 
so acto  de  contrición,  pidiendo  a  Dios  perdón  y  perseverancia  en  el 
bien  comenzado.  Así  corrían  tas  cosas  de  la  religión  en  la  banza  de 
Pemba  y  no  era  inferior  el  fruto  que  se  hacía  en  lo  restante  del  mar- 
quesado ;  todo  lo  cual,  después  de  Dios,  dimanaba  del  buen  ejemplo  del 
marqués,  a  quien  procuraban  imitar  ¡os  vasallos. 

6.  — En  el  discurso  del  tiempo  que  residió  en  Pemba  el  P.  Fr.  An- 
tonio de  Teruel  salió  a  recorrer  la  provincia  varias  veces,  y  entre  otras 
se  alargó  haciendo  misión  hasta  los  confines  del  condado  de  Huandu, 
adonde  el  conde  que  nombró  el  rey,  después  de  perdida  la  batalla,  se- 
gún dijimos  en  su  lugar,  se  retiró  con  la  gente  que  le  quedó,  con  la 
cual  y  las  mujeres  y  niños  fundó  una  banza  numerosa  en  que  hizo  asieti- 
lo  y  residió  hasta  su  muerte.  Tuvo  noticia  el  P.  Fr.  Antonio  de  cómo 
este  fidalgo  se  hallaba  muy  enfermo  y,  movido  de  piedad,  porque  no 


LA  AlISIÓN  DEL  CONGO 


muriese  sin  Sacramentos,  se  dió  prisa  para  llegar  a  ella.  Envió  después 
un  recaudo  diciendo  cómo  deseaba  verle  y  saber  de  su  salud  ;  pero  la 
respuesta  fué  decir  que  no  estaba  enfermo  ni  aun  en  la  banza.  Pare- 
cióle al  Padre  que  la  tal  respuesta  o  era  cavilación  del  fidalgo  o  su- 
puesta de  sus  criados,  o  lo  más  cierto  de  algún  hechicero  que  le  esta- 
ría curando.  Con  estas  sospechas  se  fué  el  Padre  a  palacio,  mas  no 
hubo  forma  de  dejarle  entrar  a  ver  al  enfermo. 

7.  — Dejóle,  no  sin  compasión  de  su  alma,  y,  después  de  haber  bau- 
tizado a  muchos  y  administrado  los  demás  Sacramentos,  se  volvió  a 
Pímba.  A  pocos  días  le  llegó  el  aviso  de  cómo  ya  había  muerto  el  in- 
feliz fidalgo  y  entonces  cayeron  en  la  cuenta  de  su  yerro  los  parientes. 
¡Oh!,  válgame  Dios,  lo  que  pasa  de  esto  en  el  mundo  y  aun  en  tierras 
donde  la  gente  se  precia  de  muy  católica ;  pues,  por  no  disgustar  en 
nada  al  enfermo,  rico  y  poderoso,  ni  se  le  ha  de  nombrar  al  confesor, 
ni  el  testamento,  ni  los  Sacramentos  ni  aun  el  nombre  de  Jesús.  Mas  al 
fin  sucede  ello  :  que  mueren  como  brutos  y  toda  su  pompa  y  vanidad 
cae  de  golpe  con  ellos  al  fuego  eterno  :  Periit  memoria  corum  cum  so- 
nitu.  Sirviendo  entonces  los  dobks  de  las  campanas,  no  para  memoria 
y  compasión  del  difunto,  que  así  murió,  sino  para  olvido  de  su  alma. 

8.  — Entró  después  en  la  pretensión  del  Estado  un  hermano  de  este 
infeliz  y  desdichado,  y  con  el  favor  y  auxilio  que'  le  dió  el  rey,  movió 
guerra  al  conde  que  poseía  el  estado  y  le  venció  y  mató  y  tomó  la  po- 
sesión de  él.  Este  fin  tuvo  el  conde  de  Huandu,  electo  por  el  pueblo 
después  de  las  guerras  que  se  movieron  contra  él  y  en  que  quedó  ven- 
cedor por  entonces,  según  dejamos  referido  en  otra  parte.  Cosa  es  que 
maravilla  ver  las  alteraciones  que  padece  a  cada  paso  esta  nación ;  la 
facilidad  con  que  se  destempla,  la  frecuencia  con  que  se  alborotan  y 
toman  ¡as  armas  y  los  infinitos  que  perecen  en  sus  guerras  civiles.  Pero 
a  la  verdad  no  hay  que  admirarnos  de  lo  que  sucede,  sino  de  lo  que  no 
sucede ;  pues  siendo  esclavos  de  los  vicios,  de  ia  avaricia  y  torpeza,  y 
sirviendo  a  tantos  y  tan  perversos  monstruos,  lo  natural  es  destruirs^e 
y  aniquilarse,  según  la  enseñanza  de  Cristo  :  Regnum  in  se  ipsum  di- 
vissum,  dessalabitur.  Pero  yo  juzgo  que  su  mayor  castigo  es  dejarlos 
Dios  correr  por  el  camino  de  su  perdición :  Ibunt  in  adinventionibus 
suij.  Y  así  podemos  decir  a  estos  y  otros  semejantes  con  Santiago  en 
su  Epístola  canónica:  «¿De  dónde  vienen  entre  vosotros  las  guerras 
y  discordias  ?  ¿  De  dónde  sino  de  vuestras  concupiscencias  que  pelean 
en  vuestros  miembros?  Deseáis  y  no  conseguís:  os  envidiáis,  mordéis 


404 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


y  consumís  unos  a  otros  con  «nvidias,  litigios  y  guerras,  y  al  fin  os  que- 
dáis y  morís  desdichadamínte  sin  lo  que  ilícitamente  pretendéis»  (127). 

9- — Por  este  mismo  tiempo  que  residió  en  Pemba  el  P.  Fr.  Antonio 
de  Teruel  sucedió  la  tragedia  siguiente :  que  el  demonio  nunca  pierde 
tiempo  ni  cesa  de  perturbar  la  paz  para  destruir  las  almas.  Moviéronse, 
pues,  ciertas  diferencias  entre  el  señor  de  Ambuila,  que  es  provincia 
distinta  de  Pemba,  y  un  sobrino  suyo.  Retiróse  éste  de  su  tierra  y  se 
fué  a  patrocinar  del  marqués  de  Pemba,  y  él,  como  buen  caballero,  le 
amparó.  Súpolo  el  tío  y,  ofendido  gravemente  del  caso,  escribió  al  rey, 
suplicándole  mandase  al  marqués  le  entregase  a  su  sobrino  para  casti- 
garle, y,  para  que  tuviese  mejor  efecto  la  súplica,  le  ofreció  un  dona- 
tivo considerable. 

10.  — El  rey  tomó  a  su  cuidado  este  negocio,  o  porque  deseaba  te 
ner  grato  a  tal  señor  o  por  lograr  el  donativo  :  al  fin  envió  un  minis- 
tro con  gente  suficiente  con  orden  de  que  le  prendiesen,  mandando  ex- 
presamente al  marqués  no  sólo  que  le'  entregase,  sino  que  diese  todo 
auxilio  al  juez  para  el  caso.  Vióse  el  buen  marqués  perplejo,  sin  saber 
qué  medio  tomar  en  la  materia  para  no  faltar  a  Dios,  a  la  obediencia 
del  rey  ni  a  la  confianza  que  de  él  había  hecho  aquel  fidalgo.  Resolvió 
por  último  obedecer  al  rey,  temiendo  su  indignación  si  no  lo  hacía  y  el 
daño  propio  y  de  los  suyos.  Con  esta  resolución  envió  a  llamar  al  fidal- 
go y  él,  en  confianza  de  su  palabra,  se  presentó  en  la  banza  con  otro 
camarada  suyo.  Apenas  entraron  en  ella,  cuando  la  gente  del  rey  les 
echó  la  mano  ;  quisieron  llevarlos  luego  ante  el  comisario  de  la  causa, 
pero  el  fidalgo  sobrino  del  señor  de  Ambuila  se  resistió,  diciendo  que 
no  era  punto  suyo  el  ir  a  casa  de'  hombre  de  menos  calidad  que  la  su- 
ya: que  si  quería  ir  a  su  posada,  fuese  en  enhorabuena,  pero  que  si  no. 
él  no  había  de  entrar  por  sus  puertas.  Poco  le  aprovechó  al  miserable 
su  punto  y  vanidad  ;  antes  bien  fué  causa  de  que  se  acelerase  el  castigo 
y  su  perdición,  pues,  como  vieron  que  se  resistía,  sin  esperar  más  or- 
den le  cortaron  la  cabeza  en  el  mismo  puesto  donde  le  prendieron. 

11.  — Este  caso  sucedió  en  la  plaza  que  está  enfre'nte  de  nuestro  con- 
vento ;  con  que  al  ruido  de  la  gente  salió  el  P.  Fr.  Antonio  de  Teruel 
y  halló  el  cadáver  desnudo  y  tendido  en  el  suelo,  bañado  en  su  misma 
sangre,  y  vió  cómo  llevaban  preso  al  camarada  para  hacer  en  él  seme- 
jante justicia.  Temeroso  entonces  de  que  le  matasen  como  al  otro  sin 


ntT)    Tac.  4. 


LA  MISIÓN  DKL  CONGO 


confesión,  se  metió  e¡  Padre  por  medio  de  la  gente,  como  pudo,  pero 
lo  llevaron  con  tal  grito  y  atropellamiento,  que  no  pararon  hasta  po- 
nerle preso  y  encadenado  en  una  casa. 

12.  — El  Padre  se  fué  derecho  al  marqués  y  le  afeó  la  acción  de  ha- 
berle quitado  la  vida  al  fidalgo  a  las  puertas  de  la  iglesia,  sin  avisarle 
primero  para  confesarle.  Excusóse  el  marqués  diciendo  que  no  tenía 
parte  en  aquella  muerte  por  haberla  ejecutado  por  mandato  del  rey  sus 
ministros.  Con  todo  eso  recabó  con  ellos  le  diesen  lugar  para  ir  a  con- 
fesar al  preso,  y  después  le  quitaron  la  vida  como  al  otro.  Fué  este  per- 
miso un  favor  muy  singular,  porque  es  costumbre  entre  aquellas  gen- 
tes, aunque  tan  crueles  con  los  delincuentes,  que  en  tocándole  al  reo 
un  sacerdote,  le  han  de  dar  por  libre  y  absuelto  de  toda  pena,  y  porque 
el  Padre  no  tocase  al  preso,  abrieron  un  agujero  por  la  pared  y  por 
allí  V  confesó.  Pidióles  luego  a  los  ministros  que  si  le  quitaban  la  vida 
le'  enterrasen  en  sagrado,  mas,  aunque  le  dieron  palabra  de  hacerlo,  no 
la  cumplieron  y,  a  hora  de  media  noche,  le  sacaron  a  un  monte  y  k 
degollaron,  dejándose  alli  el  cadáver  para  alimento  de  las  fieras, 

13.  — Toda  esta  provincia  es  muy  infestada  de  ellas,  más  que  las  otras 
del  reino  ;  hállanse  a  cada  paso  leones,  tigres,  elefantes,  lobos  y  bue- 
yes selváticos,  y  todas  las  noches  oían  los  religiosos  sus  bramidos  des- 
oe  muy  cerca.  Hacen  por  los  montes  sendas  que  equivocan  los  cami- 
nos y  la  gente  ignorante  de  los  pueblos,  pensando  caminar  rectamen- 
te, suele  ir  a  parar  a  las  cuevas  donde  habitan  y  la  despedazan,  y  al 
cabo  de  año  es  considerable  el  número  de  los  que  perecen  de  esta  suer- 
te. Sucedió  en  la  misma  banza  de  Pemba,  poco  antes  que  llegasen  nues- 
tros religiosos,  cebarse  una  leona  en  la  gente  y,  con  tal  audacia,  que 
hizo  grandes  estragos.  Salieron  los  vecinos  diferentes  veces  a  matarla, 
unos  con  arcos  y  flechas  y  otros  con  lanzas  y  espadas  ;  pero,  en  una 
ocasión  que'  la  cercaron,  le  acometió  a  un  sobrino  del  marqués,  que 
después  les  sirvió  a  los  Padres  de  intérprete,  y  se  tuvo  por  milagro  el 
que  no  le  despedazase.  El  mozo  era  virtuoso  y  viéndose  tan  apretado, 
invocó  en  su  auxilio  el  dulcísimo  nombre  de  Jesús  con  mucha  fe  y  con- 
fianza y  al  instante  soltó  la  fiera  la  presa,  y  sin  hacerle  el  menor  daño 
pasó  de  largo  y  luego  a  pocos  pasos  cayó  en  un  hoyo  profundo,  de 
donde  no  pudo  salir  y  la  mataron. 

14.  — Hallándose  ya  en  esta  misma  banza  el  P.  Fr.  Antonio  de'  Te- 
ruel con  solo  un  Hermano  donado,  padecieron  el  mismo  riesgo  con  un 
león  que  todas  las  noches  discurría  por  la  población,  y  fué  tanto  el  daño 


406 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


que  hizo  en  las  mismas  casas,  que  en  muy  poco  tiempo  se  contaron  cer- 
ca de  veinte  muertos,  entre  los  cuales  se  halló  un  pariente  del  marqués, 
que  poco  antes  se  había  casado.  Pusiéronle  muchos  lazos  y  trampas 
por  las  sendas,  pero  siempre  se  escapó.  Determinaron  salir  los  vecinos 
con  armas  y  flechas,  y  era  tanto  el  miedo  que  les  causaba  con  sus  ru- 
gidos, que  se  volvían  atrás  cortados  y  despavoridos.  Cuando  el  león  lle- 
gaba a  verse  cercado  de  la  gente,  cerraba  con  ella  y  despedazaba  a  mu- 
chos ;  por  último  vino  a  morir  de  las  heridas  de  las  flechas  que  recibió, 
las  cuales  poco  a  poco  se  le  fueron  encancerando,  hasta  que  le  quitaron 
la  vida.  Trajéronle  a  la  banza  para  que  los  Padres  le  viesen  y  se  ad- 
miraron de  ver  animal  tan  fiero  y  monstruoso  de  cuerpo. 

15.  — Por  haber,  pues,  tantos  leones  y  fieras,  usaban  los  Padres, 
cuando  iban  a  las  misiones,  del  remedio  del  fuego  y  hacían  grandes  ho- 
gueras para  que  no  se  acercasen.  Recogíanse  antes  de  ponerse  el  sol 
y,  hasta  que  hubiese  salido,  no  caminaban,  por  ser  entonces  la  hora  y 
el  tiempo  en  que  de  ordinario  es  retiran  a  sus  cuevas,  según  lo  que  dice 
David  al  salmo  103:  Possuisti  tenebras  et  facta  cst  nox;  in  ipsa  per- 
transibunt  omnes  bestiae  silvae.  Catuli,  rugientes  ut  rapiant  et  quaerant 
a  Deo  escam  sibi.  Ortus  est  sol  et  congregati  sunt  et  in  cubilibus  suis 
eolio cabuntur.  Si  bien  muchas  veces  salen  de  esta  regla,  especialmente 
si  les  aprieta  el  hambre,  que  entonces  también  saleti  de  día  y  discurren 
por  todas  partes. 

16.  — La  causa  de  haber  en  el  marquesado  de  Pemba  tanta  abundan- 
cia de  leones  y  fieras  de  todos  géneros  es  porque  en  este  país  se  crían 
muchos  bueyes  selváticos  de  los  cuales  se  sustentan,  y,  aunque  éstos 
son  fieros  y  matan  los  hombres  con  las  rodillas,  con  todo  eso  no  se 
pueden  defender  de  los  leones.  Allégase  a  esta  causa  la  fragosidad  de 
la  tierra,  el  ser  tan  montuosa  y  la  poca  habilidad  de  los  naturales  en 
rozar  los  montes  y  en  matar  semejantes  brutos.  Por  eí^ta  causa  viven 
siempre  con  manifiesto  peligro  y  con  gran  miedo  de  ser  asaltados  de 
las  fieras,  y  no  menor  los  misioneros  que  frecuentan  aquellas  tierras. 
Mas  Dios,  por  cuyo  amor  se  exponen  a  tantos  peligros  de  la  vida,  los 
defiende  y  ayuda,  experimentando  a  cada  paso  su  especialísima  provi- 
dencia, sin  la  cual  no  fuera  posible  ocurrir  a  tantos  riesgos  como  a  cada 
paso  se  ofrecen,  dándoles  alas  para  volar  a  estos  ángeles  veloces,  que 
así  los  llama  la  Escritura,  la  fervorosa  caridad,  de  la  cual  dice  S.  Juan 
en  su  Epístola  primera :  Perfecta  caritas  foras  mittit  timorem,  quoniam 
timor  poenam  habet,  qui  autem  timct,  non  est  perfectus  in  caritate. 


CAPITULO  XLV 


Envía  nuevos  misioneros  la  Sacra  Congregación;  llegan 
a  tomar  puerto  a  Loanda  y  embarázanles  pasar  al  Con- 
go los  portugueses  de  esta  plaza  por  los  motivos  de  las 

guerras  con  Castilla. 


1.  — Después  que  los  portugueses  se  apoderaron  de  la  plaza  de 
Loanda  y  echaron  fuera  de  sus  distritos  a  los  holandeses,  según  en  otra 
parte  dijimos,  se  comenzó  a  dificultar  más  el  paso  para  el  Congo  a 
nuestros  misioneros,  a  causa  de'  que  entre  los  congueses  y  portugueses 
se  hicieron  paces  y  se  enviaron  embajadores  de  una  parte  a  otra  para 
mantenerlas.  Jurólas  el  rey  Don  García  y  para  esta  función  mandó  con- 
vocar a  todos  sus  fidalgos  y  gente  popular,  según  su  estilo,  y  principal- 
mente ordenó  asistiesen  a  la  jura  los  canónigos  de  la  catedral,  el  Re- 
verendo P.  Rector  de  la  Compañía  y  nuestros  religiosos,  a  todos  los 
cuales  s€'  les  dió  asiento  a  la  puerta  de  la  iglesia  mayor  (128). 

2.  — En  estando  todos  juntos  salió  el  rey  vestido  de  preciosas  galas, 
con  corona  y  cetro  real  y  acompañado  de  toda  la  grandeza  ;  sentóse  en 
su  trono  y  comenzó  a  hacer  su  razonamiento,  en  que'  manifestó  la  con- 
veniencia de  las  paces  con  Portugal.  Excusóse  de  las  persecuciones  que 
los  de  esta  nación  habían  padecido  en  su  reino  cuando  les  quitaron  a 
Luanda  los  holandeses ;  quejóse  mucho  de  algunos  que  residían  en  ella, 
tratándolos  de  inquietos  y  altivos ;  a  otros  alabó  mucho  por  su  buen 
modo,  especialmente  a  los  naturales  de  Europa.  Hizo,  pues,  el  jura- 
mento sobre  los  santos  cuatro  Evangelios,  teniendo  el  misal  el  Vicario 
General  o  Gobernador,  Sede  vacante,  y  se  dió  fin  a  la  función  con  un 


(V¿ii)  Va  hemos  hablado  arriba  de  los  tratados  de  paz  concertados  entre  el  rey 
del  Congo  y  el  Gobernador  de  Loanda. 


410 


MISIONAS  CAPUCHINAS  KN  ÁFKICA 


general  sanganitnio,  qu€  es  lo  que  allá  se  acostumbra  en  los  regocijos 
públicos  y  más  solemnes.  Salió  e¡  rey  el  primero  a  escaramuzar  con  su 
alfange  y  rodela,  llevando  desnudo  el  cuerpo  de  medio  arriba,  y  suplien- 
do los  tornos  y  corbetas  del  caballo,  que  allá  no  los  hay,  con  sus  pro- 
pios pies.  Luego  salió  su  hijo  el  príncipe  y  los  fidalgos  a  hacer  sus 
alardes,  y  últimamente  el  resto  de  la  gente  de  guerra  confusamente, 
como  suelen  en  las  batallas,  y  se  dió  fin  a  la  función. 

3.  — Bien  creyeron  nuestros  misioneros  que  el  establecimiento  de  es- 
tas paces  entre  las  dos  coronas  les  sería  en  adelante  de  mucho  alivio, 
pero  sucedió  tan  a}  contrario,  que  desde  entonces  comenzaron  a  pade- 
cer mayores  contradicciones,  calumnias  y  aun  persecuciones,  que  jamás 
padecieron,  bien  que  los  motivos  del  rey  y  de  los  portugueses  fueron 
diversos,  pero  para  el  caso  y  ruina  de  la  misión  todos  se  adunaron,  su- 
cediendo en  esta  parte'  lo  que  en  la  muerte  de  Cristo  Señor  nuestro,  para 
mayor  ejercicio  de  sus  siervos,  pues:  Et  facti  sunt  amici  Herodes  et 
Filatus  in  ipsa  die,  nam  antea  inhnici  erant  ad  invicem  (129).  Lo  uno 
porque  desde  entonces  comenzó  el  rey  a  exhalar  por  todas  partes  la 
saña  del  enojo  contenido  contra  los  nuestros  por  la  corrección  pasada ; 
lo  otro  porque  los  portugueses  del  país,  viendo  tan  buena  ocasión,  qui- 
sieron lograr  sus  antiguos  deseos  de  desterrar  de  aquellas  costas  a 
cuantos  tenían  o  juzgaban  tener  relación  de  vasallaje  con  nuestro  ca- 
tólico monarca  por  conformarse  con  los  de  su  nación. 

4.  — Apenas,  pues,  se  juraron  y  formaron  las  paces,  cuando,  instruí- 
do  de  Portugal  el  gobernador  de  Loanda,  determinó  cerrar  la  puerta 
a  cuantos  misioneros  fuesen  de  Europa,  mandados  de  ¡a  Sacra  Con- 
gregación para  el  Congo,  sino  es  que  pasasen  por  el  registro  de  su 
puerto  y  con  pasaporte  de  Portugal,  tirando  en  esto  a  diferentes  razo- 
nes de  Estado  que  ocurrieron  con  la  conmoción  de  las  guerras  entre 
Castilla  y  Portugal.  La  una,  el  recelarse  de  todos  que  las  iban  a  con- 
quistar por  aquellas  partes  ;  la  otra,  el  despicarse  de  que  no  se'  adm-- 
tiese  en  Roma  el  embajador  de  Portugal  ni  se  le  diese  al  duque  de  Bra 
ganza  por  la  Silla  Apostólica  los  honores  y  preeminencias  que  obtuvo 
después  de  concluidas  las  guerras. 

5.  — Poco  después  de  las  paces  con  el  rey  de  Congo  sucedió  aportar 
a  Luanda  un  navio  extranjero,  el  cual  pidió  licencia  al  Gobernador  pa- 
ra negociar  la  navegación  de  negros.  Diósela  y  con  esa  ocasión  saltó 


(129)    Luc,  23,  12. 


LA  MISIÓN  OUL  CONGO 


en  tierra  el  P.  Fr.  Buenaventura  de  Sorrento,  que  fué  uno  de  los  pri- 
meros misioneros  y  de  los  más  excelentes  operarios  y  el  que'  con  orden 
del  rey  Don  Garcia  y  del  Prefecto  de  la  Misión  se  embarcó  para  Por- 
tugal dos  años  antes,  según  se  dijo  en  su  lugar,  para  solicitar  el  paso 
de  los  religiosos  que  en  adelante  enviase  la  Sacra  Congregación  al 
Congo.  Habiendo,  pues,  cumplido  este  religioso  con  su  comisión,  tuvo 
la  repulsa  en  Portugal ;  luego  pasó  a  Roma  y  despachó  los  negocios 
que  llevaba  para  la  Sacra  Congregación  ;  después  se  vino  a  Portugal 
a  buscar  embarcación  ;  hallóla  y  estando  ya  embarcado  en  Lisboa  para 
volver  al  Congo  a  su  misión,  le  mandaron  desembarcar  y  que  se  fuese 
a  Italia,  por  haber  entendido  los  ministros  de  Portugal  que  dicho  Pa- 
dre' era  napolitano  y  vasallo  de  nuestro  Rey  Católico,  y  tener  orden  ex- 
presa de  que  ninguno  que  lo  fuese  se  le  diese  pasaporte  por  juzgarlos 
sospechosos  a  todos  de  cualquier  estado  y  profesión  que  fuesen,  y  de 
más  a  más  por  el  despique  de  no  admitir  en  Roma  embajador  de  Por- 
tugal. 

6.  — Con  esta  contradicción  tomó  este  religioso  el  viaje  para  Cádiz 
y  hallando  en  su  puerto  que  el  navio  extranjero  referido  estaba  para 
hacerse  a  la  vela  a  negociar  negros  en  Loanda  y  sus  costas,  se  metió 
en  él  y  sin  el  menor  recelo  de  contradicción  corrió  su  viaje  y  desem- 
barcó en  Loanda.  Apenas  le  vieron  en  tierra  los  de  la  Cámara  de  esta 
plaza,  cuando  comenzaron  a  mover  tal  alboroto  por  el  orden  que  te- 
nían de  Portugal,  que  a  los  Padres  que  residían  desde  el  principio  en 
el  convento  de  aquella  ciudad,  les  fué  preciso  dar  orden  para  que  se 
ausentase  de  allí  y  pasase  en  tm  barco  a  Soñó,  creyendo  que  con  esa 
diligencia  se  sosegarían  los  ánimos  y  sus  mal  fundados  recelos.  Pero 
eso  no  obstante  aun  no  estuvo  allí  seguro,  porque  no  hubo  forma  de 
quietarse  hasta  que  le  hicieron  volver  a  Loanda  y  le  remitieron  a  Lis- 
boa en  una  carabela  que  partía  para  Portugal,  dando  aviso  de  cómo  di- 
cho Padre  había  ido  sin  pasaporte. 

7.  — En  llegando  a  Lisboa  trataron  de  prenderle,  pero,  ayudado  de 
Dios  y  noticioso  de  lo  que  se  maquinaba  contra  él,  ■viéndose  indefenso 
de  Roma  y  falto  de  auxilio  humano,  se  escapó  como  pudo  y  se  metió 
en  un  bajel  que  estaba  para  partir  a  Liorna.  De  esta  suerte  redimió  su 
vejación  y  pasó  a  Italia,  donde  asistió  algún  tiempo  hasta  que  la  Sacra 
Congregación,  atendiendo  a  su  gran  celo  y  aventajadas  prendas,  le 
nombró  por  Prefecto  de  la  misión  de  la  Georgia  o  Coleo  y  sucedió  lo 
que  adelante  veremos. 


412 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  AFRICA 


8.  — Alterados  los  ánimos  d€  los  portugueses  con  este  accidente  y 
enconados  con  las  guerras  entre  ellos  y  los  castellanos,  se  cerró  la 
puerta  para  el  Congo,  de  suerte  que  se  les  negó  el  paso  a  otros  nue- 
vos misioneros  que  llegaron  a  Loanda,  enviados  por  la  Sacra  Congre- 
gación el  año  siguiente-,  que  fué  el  de  1656,  no  obstante  que  eran  ita- 
lianos y  en  cosa  alguna  dependientes  de  nuestro  católico  monarca,  sino 
totalmente  subditos  de  la  Silla  Apostólica,  cuya  suprema  cabeza  atiende 
con  solicitud  y  paternal  afecto  €n  todos  tiempos  al  remedio  espiritual 
de  sus  hijos  y,  como  Pastor  universal  de  la  Iglesia,  a  dar  a  todas  sus 
ovejas  el  pasto  que  necesitan  para  que  no  perezcan  de  hambre  por  muy 
remotas  que  estén  de  su  presencia  (130). 

9.  — Ya  vimos  la  solicitud  de  los  Sumos  Pontífices  Paulo  V,  Grego- 
rio XV,  Urbano  VIII  e  Inocencio  X  en  procurársele  a  las  del  reino 
del  Congo  por  medio  de  las  misiones ;  ahora  se  nos  propone  a  la  vista 
la  de  nuestro  muy  Santo  Padre  Alejandro  VII  en  continuarlo  con  no 
menor  celo  de  la  fe  y  deseo  de  la  mayor  utilidad  de  su  grey ;  el  cual 
envió  los  misioneros  referidos  por  medio  de  la  Sacra  Congregación  por 
otra  vía  que  la  de  Portugal,  pues  la  suprema  cabeza  no  perjudica  en 
ello  las  regalías  de  los  príncipes  temporales  ni  jamás  se  desapropia  del 
derecho  legítimo  que  le  compete  por  su  dignidad  suprema,  aunque  alias 
las  comuniquen  graciosamente  otros,  que  pueden  y  suelen  concederle, 
y  por  no  atender  a  éstos  se  ven  en  Europa  muchos  abusos  y  fuera  de 
ella  grandes  monstruosidades  ejecutadas  por  los  europeos  con  daños 
gravísimos  de  las  almas,  pretextándolo  todo  con  razones  de  estado, 
aparentes  y  sin  fundamento. 

10.  — Habiendo,  pues,  entendido  el  gobernador  de  Loanda  que  dichos 
Padres  no  habían  ido  por  la  vía  de  Portugal  ni  llevaban  pasaporte  de 
Lisboa,  dió  orden  par  que  no  desembarcasen.  Replicáronle  los  religio- 
sos, diciendo  no  había  motivo  razonable  para  embarazarles  el  paso  y 
que  aquel  agravio  principalmente  se  lo  hacía  al  Sumo  Pontífice  que  los 
había  enviado  y  que  a  lo  menos,  por  no  incurrir  en  las  censuras  fulmi- 
nadas contra  los  que  impiden  su  ministerio  a  los  misioneros  apostóli- 


(130)  La  expedición  de  misioneros  de  que  aquí  se  habla,  compuesta  de  catorce 
religiosos,  entre  los  cuales  se  hallaba  el  P.  Cavazzi  (Juan  Antonio  de  Montecúcculo), 
salió  de  Cádiz  en  los  primeros  meses  de  1654  y  llegó  a  Angola  el  11  de  noviembre. 
Por  no  llevar  el  pasaporte  de  Portugal  y  además  proceder  de  puerto  sujeto  a  Cas- 
tilla, tuvo  muchas  dificultades  para  desembarcar,  como  luego  se  dice. 

Esc  mismo  año  de  1654  (no  16.'j6,  como  dice  el  P.  Anguiano),  el  Prefecto  trasladó 
su  residencia  de  San  Salvador  a  Loanda,  para  evitar  compromisos  y  contradicciones 
de  parte  del  rey  del  Congo. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


eos,  debía  abstenerse  de  hacerles  semejante  vejación,  después  de  tan 
largo  y  peligroso  viaje,  dirigido  únicamente  a  la  salvación  de  las  almas. 

11.  — Que  mirase  con  piedad  cristiana  el  daño  que  se  les  seguía  a 
las  de  aquellos  reinos  por  falta  de  ministros,  de  lo  cual  le  harían  cargo 
en  el  tribunal  de  la  divina  justicia,  adonde  no  pasan  políticas  humanas 
ni  razones  de  Estado  que  destruyen  la  caridad  y  el  logro  de  la  sangre 
de  Cristo  en  sus  redimidos.  Y  finalmente,  que  considerase,  pues  era 
cristiano  y  católico  romano,  que  excedía  los  límites  de  las  concesiones 
pontificias,  pues  aunque  a  los  reyes  antiguos  les  concedieron  las  inves- 
tiduras de  aquellas  y  semejantes  naciones  y  otros  muchos  privilegios, 
fué  con  la  obligación  de  propagar  en  ellas  el  Santo  Evangelio  y  de 
proveerlas  de  ministros  que  se  le  predicasen,  lo  cual  no  se  hacía,  an- 
tes sí  se  les  estorbaba  a  ellos  sin  más  motivo  que  el  de  sus  particulares 
razones  de  estado. 

12.  — Reconvenido  el  gobernador  con  estas  y  semejantes  razones  de 
igual  peso,  conoció  la  justificación  de  los  religiosos,  y  constándok  por 
la  larga  experiencia  que  tenía  de  los  demás  que  habían  residido  en  el 
convento  de  Loanda  y  en  el  Congo,  cuán  solícitos  habían  procedido  en 
su  ministerio,  sin  mezclarse  en  negocios  ajenos  de  él,  resolvió  no  de- 
jarlos desembarcar  sino  con  condición  de  que  habían  de  pasar  a  la  con- 
versión de  los  negros  del  reino  de  los  Abandos,  sujeto  a  los  mismos 
portugueses.  Los  religiosos,  por  obviar  contiendas  y  por  no  volver  a 
desandar  lo  andado  sin  fruto,  aceptaron  la  condición  y  se  dedicaron  a 
la  conversión  de  los  Abandos. 

13.  — Tuvo  aviso  de  este  suceso  el  Prefecto  del  Congo  y  para  poner 
en  orden  aquella  misión  y  ver  los  despachos  que  llevaban  de  la  Sacra 
Congregación,  determinó  pasar  a  Loanda.  Pidió  algunos  esclavos  que 
le  condujesen  por  ser  los  caminos  tan  difíciles  y  peligrosos,  y  el  rey, 
aunque  contra  su  voluntad,  viendo  su  resolución,  al  fin  se  los  concedió, 
precediendo  a  esto  los  motivos  que  veremos  en  el  capítulo  siguiente  y 
comenzando  ya  desde  entonces  descubiertamente  a  desahogar  su  có- 
lera y  el  odio  que  había  concebido  contra  los  nuestros  por  la  repren 
sión  pasada,  de  que  quedó  notablemente  ofendido. 

14.  — Llegó  el  Prefecto  a  Loanda  y  halló  a  sus  nuevos  misioneros 
resueltos  a  cultivar  el  reino  de  los  Abandos  por  la  oposición  de  los  por- 
tugueses ;  vió  los  despachos  que  llevaban  de  la  Sacra  Congregación  y 
cómo  Su  Santidad  mandaba  se  fundasen  otras  muchas  misiones :  una 
en  el  reino  de  Macoco.  y  otra  en  el  nuevamente  conquistado  por  la  reí 


414 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


na  Ztnga,  para  cuyo  efecto  ordenó  que,  juntos  los  misioneros  antiguos 
y  modernos,  eligiesen  dos  Prefectos.  Participó  el  del  Congo  esta  orden 
a  los  religiosos  de  su  obediencia  para  que,  enviándoles  la  citatoria,  acu- 
diesen a  la  elección. 

15. — En  el  ínterin  descubrió  en  Loanda  la  trama  que  satanás  había 
urdido  para  acabar  de  una  vez  con  todas  aquellas  misiones,  moviendo 
para  el  caso  cuantas  piedras  pudo  y  halló  dispuestas  para  fraguar  la 
máquina  que  poco  a  poco  había  ido  levantando  a  proporción  de'  su  in- 
fernal malicia.  De  esta  materia  trataremos  en  los  capítulos  siguientes 
y  ahora  pondremos  fin  a  éste  con  decir  el  fin  de  dicha  elección,  la  cual 
no  se  pudo  efectuar  por  las  alteraciones  que  se  temieron  en  el  Congo 
sí  salían  de  aquel  reino  los  nuestros  para  I.oanda,  y  así  la  hubieron  de 
hacer  los  Padres  que  se  hallaron  en  esta  ciudad  y  en  ella  sólo  se  nom 
bró  Prefecto  para  los  estados  de  la  Zinga  por  haber  falta  de  misione- 
ros, hasta  que  llegasen  otros  de  nuevo.  Con  este  accidente  soltó  la  pre- 
sa el  rey  del  Congo  y  vertió  el  veneno  que  ocupaba  su  corazón ;  tiró 
dardos  por  todas  partes  satanás  y  aquellos  pobres  religiosos  se  llega- 
ron a  ver  anegados  en  un  mar  de  tribulaciones,  de  todo  lo  cual  les  sacó 
Dios,  concediéndoles :  Salutem  de  inimicis  nostñs  et  de  manu  onintum 
qui  oderunt  nos,  para  que  su  triunfo  fuese  más  glorioso  y  plausible. 


CAPITULO  XLVI 


I 


'I 


De  la  persecución  que  movió  el  rey  del  Congo  contra 
la  misión  y  cómo  los  portugueses  de  la  Cámara  de  Loanda 
se  opusieron  a  sus  designios. 


1.  — Vencido  satanás  tn  tantas  y  tan  reñidas  campañas  como  hasta 
aquí  hemos  referido,  en  que  con  el  auxilio  divino  quedaron  victoriosos 
y  triunfantes  los  militares  seráficos  de  la  pequeña  grey  evangélica  en 
la  conquista  espiritual  del  reino  del  Congo,  juntó  todas  sus  fuei'zas  in- 
fernales para  dar  el  más  sangriento  avance  que  pudo  premeditar  su  ma- 
licia. Pero  para  que  quedase  más  afrentosamente  vencido,  permitió 
Dios  que'  así  como  a  la  casa  de  Job  le  acometió  el  huracán  por  todas 
cuatro  esquinas  a  un  mismo  tiempo,  esforzado  de  las  furias  infernales, 
también  a  esta  célebre  misión  le  pusiesen  secretas  minas  y  baterías  por 
todos  lados  para  aniquilarla  de]  todo. 

2.  — Reparó  Orígenes  en  el  modo  de  plantar  satanás  sus  escuadrones 
en  esta  ocasión  contra  el  invencible  Job,  esmero  de  la  omnipotencia  di 
vina,  y  dice  que  :  Exivit  díabolus  a  facie  Domini  tanquam  lupus  rapiens, 
tanquam  leo  rugiens,  tanqtuam  ursus  sanguinem  appetens,  tanquam  ma- 
lignus  serpens,  tanquam  vípera,  saeva  ac  perniciossa.  Para  que'  se  en- 
tienda que  esta  furia  infernal,  en  dándole  permisión,  no  se'  contenta  con 
hacernos  un  daño  solo,  sino  todos  cuantos  puede.  De  esta  suerte  y  por 
estos  medios  combatió  la  fortaleza  incontrastable  de'  este  santísimo  va- 
rón, no  sólo  hiriendo  su  persona:  Ulcere  pessimo  a  planta  pedís  usquc 
al  vertUem  ejus,  sino  los  cimientos  de  su  casa  hasta  derribarla  en  tierra 
y  destrozar  sus  hijos :  Concussit  quatuor  ángulos  domus,  quae  corruens 
opressit  liberos  suos,  todo  a  fin,  según  Orígenes,  de  desahogar  su  fu- 
ria: Ut  ostenderet  ferociam  otque  animtiin  suum  homicidiialem,  siendo 
así  que,  supuesta  la  permisión  divina,  bastaba  para  ruina  de  la  casa  e! 
haberla  acometido  por  un  solo  costado. 

27 


4i8 


MISIONES  CAPUCHINAS   EN  ÁFRICA 


3.  — Muchas  veces  se  ven  en  el  mundo  reiterados  los  sucesos  de  los 
siglos  pasados,  y  en  esto  tiene  idea  proporcionada  el  presente  si  se  pon- 
deran bien  sus  circunstancias.  El  primer  tiro  lo  disparó  el  rey  Don  Gar- 
cía, después  de  la  corrección  que  se  le  hizo,  contra  el  P.  Fr.  Jacinto  de 
Vetralla,  Superior  y  Prefecto  de  «la  misión,  a  quien  le  viene  ajustado 
lo  que  dijo  S.  Rafael  a  Tobías,  es  a  saber:  Quia  acceptus  eras  Deo, 
necesse  fuit  ut  tentatio  probar et  te.  Llegó,  pues,  este  Padre  a  comuni- 
carle su  viaje  para  Loanda  y  a  pedirle  algunos  esclavos  que  le  acompa- 
ñasen. Sintió  mucho  el  que  intentase  tal  viaje'  por  el  temor  de  que  con 
esa  ocasión  se  habian  de  descubrir  sus  ideas  y  cortar  los  pasos  a  sus 
negociados,  dirigidos  de  antemano  a  un  terrible  despique  y  a  una  ruina 
total  de  la  misión,  que  insensiblemente  había  ido  madurando  con  el  mal 
acordado  consejo  de  algunos  portugueses  criollos  que  la  deseaban,  así 
por  eximirse  de  las  santas  amonestaciones  de  los  nuestros,  para  vivir 
libremente,  como  por  acreditar  su  celo  en  obsequio  de  su  nación  en 
aquellas  costas  de  sus  conquistas,  y  más  en  tiempo  que  se  disputaban 
con  las  armas  los  derechos  de  ella  y  del  reino  capital,  en  el  cual  son 
más  apreciables  los  obsequios  y  premiado  cualquier  aviso,  ya  sea  cierto 
o  incierto.  Y  como,  según  San  Jerónimo,  a  vista  de  las  armas  no  hay 
ley  ni  observancia  de  la  religión,  faltando  esto,  todo  se  atrepella  y  sólo 
se  atiende  a  los  intereses  temporales  vinculados  en  la  común  turbación 
de  los  ánimos. 

4.  — Hecha  la  proposición  por  el  Prefecto,  intentó  el  rey  detenerle, 
tratándole'  mal  de  palabra  y  mostrándose  ingrato  a  cuantos  beneficios 
había  recibido  de  la  Orden  y  de  cada  uno  de  sus  hijos  los  misioneros  y 
especialmente  de  la  Santa  Sede  Apostólica.  Por  último,  después  de  una 
larga  sesión  encaminada  a  dete'nerle,  se  valió  el  Prefecto  de  las  armas 
de  la  Iglesia  y  le  dijo,  que  si  S.  M.  no  desistía  de  su  intento  en  dete- 
nerle, sería  preciso  declararle'  incurso  en  las  censuras  fulminadas  con- 
tra los  que  impiden  el  libre  uso  de  su  ministerio  a  los  misioneros  apos- 
tólicos, lo  cual  mantendría  con  toda  resolución  hasta  ver  la  enmienda 
o  perder  la  vida.  Temió  el  rey  este  golpe  y  la  eficaz  resolución  del  Pre- 
fecto y,  aunque  involuntario,  al  fin  le  dejó  hacer  su  viaje  y  le  dió  ne- 
gros que  le  condujesen  a  Loanda. 

5.  — El  segundo  tiro  contra  la  misión  le  hicieron  principalmente  al- 
gunos portugueses  criollos  de  San  Salvador,  los  cuales,  así  por  despi- 
carse del  gobernador  y  oficiales  de  la  Cámara  de  Loanda  como  por 
congraciarse  con  el  rey  Don  García,  que  deseaba  vivamente  enviar  dos 
embajadores  a  Portugal  a  dar  sentidas  quejas  contra  ellos  por  sbs  par- 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


419 


ticularcs  fines  y  conveniencias,  influyeron  al  rey  para  que  escribiese  di- 
ferentes cartas  a  Loanda  para  facilitar  con  los  de  la  Cámara  el  que  de- 
Jasen  embarcar  a  sus  embajadores,  y,  como  tuviese  librada  en  la  ida 
de  éstos  su  esperanza,  quiso  acompañarles  con  sus  cartas  en  que  osten- 
ta ser  muy  leal  y  fiel  amigo  de  la  nación  portuguesa  y  de  su  rey  Don 
Juan  IV,  juzgando  que,  insinuándoles  materias  de  su  servicio,  no  st 
atreverían  a  repugnar  la  embarcación  de  los  embajadores,  antes  bien 
Ies  franquearían  el  paso.  El  pretexto  de  toda  esta  máquina  se  fundó  en 
que  los  misioneros  eran  castellanos  y  en  que  no  habían  ido  por  la  vía 
de  Portugal  ni  con  el  pasaporte  de  su  nuevo  rey  Don  Juan  IV  y  en 
que  habiendo  sido  conducidos  a  expensas  del  rey  nuestro  señor  Don 
Felipe  IV,  que  sea  en  gloria,  se  podía  temer  iban  mandados  de  S.  M. 
para  sublevar  aquellas  gentes  contra  Portugal.  Estas  mismas  objecio- 
nes opuso  el  Arcediano,  según  ya  vimos  en  el  capítulo  X,  y  de  estos 
mismos  pretextos  se  valieron  después  otros  criollos  portugueses,  como 
iremos  viendo,  lo  cual  duró  hasta  que  se  acabó  la  guerra  de  Castilla  y 
Portugal. 

6.  — Descifróle  todas  sus  máximas  con  la  verdad  del  hecho  el  gober- 
nador y  sobre  este  punto  le  recargó  como  era  justo,  concluyendo  con 
decirle  que  pues  S.  M.,  después  de  recibidos  tantos  beneficios,  estima- 
ba tan  poco  a  los  religiosos,  que  no  sólo  los  calumniaba  pero  aun  le 
significaba  recibiría  gusto  de  que  saliesen  fuera  de  aquellos  reinos,  se 
sirviese  de  dejarlos  ir  a  sus  tierras  adonde  los  admitirían  con  mucho 
gusto  y  estimación.  Recibió  el  rey  esta  respuesta  y,  hallándose  descu- 
bierto en  sus  ideas  por  el  gobernador  y  ministros  de  la  Cámara  de 
Loanda,  tomó  diferente  acuerdo  y  se  abstuvo  de  ejecutar  el  primero, 
y,  al  tiempo  de  recibir  la  carta,  viendo  frustrados  sus  negociados,  pro- 
rrumpió delante  del  mensajero  y  circunstantes,  que  después  lo  refirie- 
ron, en  Jas  siguientes  palabras:  «Bueno  fuera  que  me  sacase  el  gober- 
nador los  misioneros  y  no  los  remitiera  a  Europa  sino  a  su  reino  de  los 
Abandos.» 

7.  — Con  esta  carta  del  gobernador  cayó  de  golpe'  la  máquina  que 
se  había  levantado  contra  la  misión ;  divulgóse  por  el  Congo  el  caso  y 
cómo  querían  los  religiosos  dejarle  por  las  ingratitudes  del  rey,  pero, 
apenas  llegó  a  sus  oídos  la  noticia,  cuando,  temiendo  algún  alboroto 
de  los  pueblos  y  señores,  mudó  de  intento  y  convirtió  en  obsequios  de 
los  religiosos  los  desaires  y  calumnias.  Escribióle  luego  al  Prefecto, 
pidiéndole  encarecidamente  se  volviese  a  su  corte,  porque  sentía  mu- 
cho el  verse  privado  de  su  compañía.  En  esta  ocasión  no  se  dió  por  en- 


420 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


tendido  de  lo  que  había  precedido,  pero  el  Prefecto  le  respondió  con 
estilo  grave  y  prudente,  anunciándole  cuanto  había  sabido,  diciendo 
por  último  que  S.  M.  pesase  a  sus  solas  los  agravios  que  a  él  y  a  sus 
compañeros  les  había  hecho  y,  que  sin  dar  una  pública  y  decente  satis- 
facción, no  le  convenía  volver  a  su  reino,  mayormente  habiendo  puesto 
tanto  dolo  en  la  misión  del  Papa,  como  constaba  por  las  cartas  que 
había  escrito  a  Loanda. 

8.  — Esta  carta  le  hizo  grande  armonía  y  con  ella  y  la  alteración  de 
los  ánimos  de  sus  vasallos  por  lo  que  había  maquinado  contra  los  reli- 
giosos, acabó  de  caer  en  la  cuenta  y  conocer  su  precipicio.  Tocóle  Dios, 
a  lo  que  se  pudo  presumir,  con  la  centella  de  su  temor  santo  y  luegt) 
inmediatamente  volvió  a  escribir  al  Prefecto,  suplicándole  se  volviese 
a  su  corte  y  que  no  hiciese  novedad  en  mudarse  a  otro  reino  con  la  mi 
sión:  que  él  ofrecía  darle  satisfacción  cumplida  de  todo.  Al  punto  de 
las  cartas  respondió  diciendo  que  no  eran  suyas  sino  supuestas  de  al- 
gún mal  afecto.  Con  estas  instancias  se  rindió  el  caritativo  Padre  y 
ofreció  volver  luego  que  pusiese  en  torma  las  cosas  de  la  nueva  misión, 
que  se  había  de  emplear  en  el  reino  de  los  Abandos,  mirando  en  esto 
no  a  su  agravio  pasado  sino  al  bien  espiritual  de  su  alma  y  de  las  de 
aquel  reino,  pues:  Gratanter  siiscipit  osculum  columbinum  pulcherrima 
et  modestissima  caritas;  dentem  caninum  vel  evitat  castissivia  cautissi- 
maque  humilitas,  vel  retundit  solidissima  veritas  (S.  Agustín). 

9.  —  ¡Oh!  ¡Válgame  Dios:  cuánto  puede  una  pasión  humana  no 
mortificada:  qué  de  yerros  comete  un  príncipe  vengativo  y  cuántos  in- 
consideradamente se  arrojan  a  desahogar  su  cólera  por  las  primeras 
ideas  de'  sú  fantasía!  Para  emprender  cualquier  negocio,  por  arduo  que 
sea,  rara  vez  falta  una  brecha  o  aparente  o  verdadera ;  pero,  para  salir 
de  él  con  decencia,  no  siempre  se  encuentra  la  puerta :  y  asi,  antes  de 
intentar  la  entrada,  es  necesario  considerar  la  salida,  para  que  no  se 
siga  luego  el  arrepentimiento,  las  más  veces  sin  fruto  y  siempre  con 
confusión  e  ignominia.  Más  le  valiera  al  rey  haber  oído  con  piedad  los 
saludables  consejos  de  los  misioneros,  que  no  el  convertir  sus  iras  con- 
tra los  inocentes  por  modos  y  medios  tan  indignos.  Si  así  lo  hubiera 
hecho,  experimentara  el  fruto  de  ¡a  buena  conciencia  y  sosiego  de  su 
reino  y  no  el  deslustre  y  fealdad  de  sus  resoluciones,  pues :  Qui  abjicit 
disciplinam,  desplcit  animam  suam;  qui  autent  acquiescit  increpationi- 
hus.  possesor  est  coráis  (131). 


(181)    Prov.,  15.  « 


LA  MISIÓN  DEL  CÜNUU  42 1 

10.  — Con  el  arrepentimiento  del  rey  volvieron  las  cosas  de'  la  misión 
a  su  antigua  tranquilidad ;  no  empero  se  experimentó  la  misma  enmien- 
da en  sus  secuaces,  pues  hubo  uno  tan  rebelde,  que  quiso  llevar  ade- 
lante su  engaño  y,  no  contento  con  los  daños  perpetrados,  escribió  a 
Portugal  cuanto  había  imaginado  y  aun  intentó  pasar  por  sí  mismo  a 
Lisboa  para  referirlos  al  rey  y  a  sus  ministros,  juzgando  conseguir  un 
premio  considerable.  Pero  ¡oh  juicios  de  Dios  admirables!  Apenas 
echó  el  pie  en  un  esquife  para  embarcarse  cuando  experimentó  el  cas- 
tigo del  cielo,  pronunciado  por  el  sabio  en  sus  Proverbios,  cayéndose 
muerto  repentinamente:  Falsus  testis  non  erit  impunitus,  et  qui  loqui- 
tiir  mendacia,  peribit  (132).  Caso  a  la  verdad  bien  lastimoso  y  de  no 
pequeño  terror  para  cuantos  lo  supieron,  teniéndole  por  condigno  cas- 
tigo de  su  culpa  y  dañada  intención. 

11.  — Este  infeliz  sujeto  se  empeñó  tan  ciegamente  en  difundir  la  no- 
ticia de  ¡os  sucesos  pasados,  que  al  fin  se  extendió  hasta  Portugal,  y 
aunque  el  gobernador  y  los  de  la  Cámara  de  Luanda  habían  ya  infor- 
mado de  la  verdad  a  su  rey,  apoyando  Ja  virtud  y  sinceridad  de  los  nues- 
tros como  testigos  oculares  y  con  las  experiencias  de  muchos  años, 
con  todo  eso  no  dejó  de  hacer  algún  mal  efecto  el  veneno  de  este  infe- 
liz, de'  suerte  que  alterase  el  ánimo  del  rey  de  Portugal  y  de  sus  mi- 
nistros para  embarazarles  en  adelante  a  los  nuestros  ej  paso  a  la  con- 
versión de  ¡as  almas  de  aquellas  conquistas.  Aquí  se  ve  manifiestamen- 
te cuán  poderoso  es  un  engaño  ultramarino,  la  dificultad  con  que  se 
averigua  y  lo  que  padecen  los  inocentes  en  tierras  tan  remotas.  El  pri- 
mer golpe  de  este  depravado  aviso  se  descargó  contra  los  nuestros  en 
esta  forma. 

12.  — Resolvió  el  rey  de  Portugal  retirar  de  aquellas  conquistas  a  los 
Capuchinos  y,  para  sustituir  en  su  lugar  otros  misioneros,  mandó  lla- 
mar al  Visitador  general  de  ¡os  Padres  Menores  Recoletos  de¡  Brasil, 
que  llaman  de  Sari  Antonio,  que  por  entonces  residía  en  Lisboa  y  aca- 
baba de  llegar  de  Roma  de  negociar  ¡a  división  de  su  provincia  de  la 
de  Portugal.  Pidióle  a  dicho  Padre  religiosos  para  ¡a  misión  del  Con- 
go y  él,  que  era  sujeto  de  mucha  experiencia,  respondió  que  no  le  po- 
día ofrecer  a  S.  M.  sino  solos  seis  y  que  para  la  conducción  de  cada 
uno  eran  necesarios  a  lo  menos  trescientos  ducados  de  plata.  En  oyen- 
do esto  el  rey  y  hallando  tan  corto  número  le  dijo :  «Dejadlo  estar, 
que  de  Italia  irán  ¡os  Capuchinos».  Lo  cual  les  refirió  así  a  nuestros  re- 


(132)    Prov..  19,  9. 


422 


MISIONi-S  CAPUCHINAS  £N  ÁFRICA 


ligiosos  el  mismo  Visitador  pasando  éstos  por  su  convento  de  la  Bahía 
en  el  Brasil. 

13.  — No  es  tan  fácil,  como  algunos  piensan,  el  mantener  una  misión 
y  menos  muchas,  especialmente  en  aquellos  reinos  etiópicos,  que  son 
muy  dilatados  y  sólo  abundantes  de'  vicios,  enfermedades  y  pobreza,  y 
sólo  para  esta  misión  del  Congo  en  menos  de  diez  años  dió  la  Religión 
más  de  setenta  misioneros,  esto  es,  sin  los  que  se  volvieron  a  Italia 
desde  el  camino  por  accidentes  que  dejamos  referidos,  y  sin  los  que  pa- 
saron a  otras  naciones  y  reinos  circunvecinos,  Y  así  todas  las  tres  pro- 
vincias de  los  Padres  reformados  de  Portugal  no  bastan  para  una  mi- 
sión, pues  es  preciso  acudir  con  religiosos  continuamente.  Lo  que  se 
confirma  con  la  práctica  y  experiencia,  pues  ninguno  de  ellos  asiste  en 
el  reino  de  los  Abandos,  que  es  de  los  portugueses,  y  aun  en  Loanda 
sólo  se  hallan  tres  comunidades,  que  son  el  convento  de  Padres  Terce- 
ros de  nuestro  P."  S.  Francisco  y  el  colegio  de  la  Compañía  de  Jesús, 
ambos  con  número  muy  corto  de  religiosos,  y  la  nuestra,  que  es  donde 
tienen  su  principal  albergue  los  Padres  de  la  misión  de  Angola  y  otras 
circunvecinas. 

14.  — Cuando  Jos  portugueses  descubrieron  el  reino  del  Congo,  fue- 
ron a  la  reducción  de  sus  naturales  algunos  Padres  de  los  Recoletos  y 
luego  le  dejaron  o  porque  murieron  todos  brevemente  o  porque  los 
restantes  se  volvieron  a  su  patria  a  causa  de  las  fatigas  del  país  y  con- 
tinuas enfermedades  que  se  padecen.  Y  aun  el  mismo  Visitador  gene- 
ral, arriba  referido,  confesó  llanamente  no  podían  ellos  dar  misioneros 
suficientes  porque  sería  destruir  de  religiosos  aquellas  provincias.  Y  a 
la  verdad,  generalmente  hablando,  los  religiosos  de  Portugal,  según  se 
ve  por  el  efecto  y  tienen  bien  experimentado  los  nuestros,  son  poco  dedi- 
cados al  ejercicio  de  dichas  misiones  y,  si  lo  fueran  más,  no  estuvieran 
tan  yermas  de  operarios  sus  conquistas,  como  lo  están. 

15.  — Peto,  aunque  el  rey  de  Portugal  dijo  que  los  Capuchinos  de 
Italia  irían  a  dicha  misión,  no  tuvo  tal  intención  ni  aun  dió  lugar  a  que 
pasasen  por  sus  tierras,  hasta  que  el  Sumo  Pontífice,  después  de  mu- 
chos años  de  guerras  con  Castilla,  le  escribió  como  a  rey  de  Portugal 
y  admitió  en  Roma  su  embajador  ;  y  aun  después  ha  habido  para  ello 
no  pocas  dificultades,  y  aunque  la  experiencia  de  tantos  años  pueda  ha- 
ber desengañado  a  los  de  esta  nación,-  que  sólo  vamos  a  sus  conquistas 
a  ganar  almas  para  Dios  de  las  infinitas  que  tienen  a  su  cargo  y  están 
expuestas  a  su  última  perdición,  por  no  socorrerlas  de  ministros  evan- 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


gélicos,  como  son  obligados,  y  que  en  esto  procedemos  con  el  mérito 
de  la  obediencia  de'  la  Santa  Sede  Apostólica  y  de  nuestros  superiores, 
con  todo  eso,  como  podrá  notar  el  curioso  €n  ésta  y  en  las  relaciones 
restantes,  no  son  creíbles  las  contradicciones  que  han  padecido  y  pa- 
decen los  nuestros  que  se  ocupan  en  la  reducción  de  los  infieles  de  las 
conquistas  de  Africa,  asi  por  sus  razones  de  estado  como  porque  mu- 
chos de  los  oficiales  reales  que  las  gobiernan,  sienten  a  par  de  muerte 
ser  reprendidos  de  sus  demasías  intolerables. 

16.  — De  todo  lo  cual  se  infiere  cuán  astuto  y  sangriento  procedió  el 
común  adversario  en  el  arbitrio  que  sugirió  al  rey  del  Congo  por  si  y 
por  los  lados  que  le  ayudaron  a  la  calumnia  referida.  En  lo  cual  se  ve 
manifiestamente  que  ti/ó,  como  Holofernes  y  sus  secuaces,  a  ejecutar 
con  todos  aquellos  dilatados  reinos  lo  que  con  la  ciudad  de'  Betulia, 
pues,  para  tomarla  a  menos  costa  y  que  ella  se  rindiese  más  presto, 
mandó  quitarla  el  agua  y  romper  los  conductos  por  donde  entraba,  esto 
es,  el  agua  de  la  doctrina  evangélica  con  que  eran  ilustrados  y  alimen- 
tados, y  los  conductos,  que  son  los  ministros  evangélicos,  para  que  no 
entrando  por  ellos  el  agua  clara  v  saludable  de  la  doctrina  del  cielo, 
pereciesen  de  sed  y  se  entregasen  para  ser  perpetuamente  sus  esclavos. 

17.  — Concluyo,  finalmente,  con  el  Angélico  Doctor  Sto.  Tomás  y 
digo  que  los  príncipes  de  la  tierra  fueron  instituidos  por  Dios,  no  para 
aumentar  sus  tesoros  y  patrimonios,  sino  para  que  procuren  la  común 
utilidad  y  provecho  de  sus  vasallos.  Esto  es,  según  explica  el  R.  Padre 
Leonardo  Lessio,  que  todos  los  del  principado  o  reino  vivan  en  paz  y 
honestidad  ;  impedir  y  quitar  cuanto  les  fuere  posible  todos  los  abusos 
y  corruptelas  en  materia  de  religión  y  costumbres.  Esta  misma  obliga- 
ción respectivamente  les  corre  a  sus  ministros  y  sustitutos,  y  por  más 
pretextos  y  razones  de  estado  que  aleguen,  mientras  se  frustra  e}  fin 
principal,  todas  las  demás  son  de  ningún  momento. 


CAPITULO  XLVII 


1 


i 


Experimcntanse  nuevos  progresos  en  la  misión  de  Pemba; 
plántase  de  nuevo  la  de  Dande,  señorío  sujeto  al  reino 
de.  los  Abandos,  y  dícense  sus  circunstancias. 


1.  — No  se  turba  la  perfecta  caridad  ni  con  los  cierzos  fríos  de  la  in- 
gratitud ni  con  las  muchas  aguas  de  la  contradicción,  antes  bien  se'  in- 
tensa más  en  su  ardor,  sirviéndole  de  esmaltes  y  rubíes  las  centellas 
que  despide  agitada  de  sus  contrarios.  Rayos  de  castigos  y  venganzas 
parece  habían  de  salir  del  sacrosanto  cuerpo  de  Cristo  cuando  el  duro 
hierro  de  nuestras  culpas,  a  impulsos  de  un  hombre  de  todos  modos  cie- 
go, abrió  su  sagrado  costado  ;  pero  fué  tan  a)  contrario  que,  en  lugar 
de  castigarnos  severo,  nos  franqueó  los  tesoros  de  su  infinita  miseri- 
cordia, verificándose  eti  esto  lo  que  dice  S.  Juan,  es  a  saber :  Cum  dile- 
xisset  suos  qui  erant  in  mundo,  m  finem  dilexit  eos  ;  esto  es,  que  a  vis- 
ta de  la  mayor  contradicción  y  resistencia  de  la  ingratitud,  hizo  sagra- 
do alarde  de  su  omnipotencia,  colmándonos  de'  infinitos  favores  y  be- 
neficios. 

2.  — Emulos,  pues,  de  este  sagrado  Etna  de  amor  los  nuestros,  como 
primorosos  discípulos  de  su  divina  escuela,  no  sólo  procuraron  desde 
el  principio  de  su  misión  copiar  en  sí  los  ejemplos  de  su  santísima  vida, 
como  hemos  visto  hasta  aqui,  pero  también  los  que  nos  dejó  en  su 
muerte,  esmerándose  tanto  en  su  imitación,  que,  al  mismo  paso  que  se 
aumentaban  las  contradicciones  e  ingratitudes,  crecían  también  los  be- 
neficios para  con  todos,  al  modo  de  aquel  pedernal  misterioso  del  de- 
sierto de  Cades,  que  hirió  Moisés  con  la  vara,  que  a  la  repetición  de 
los  golpes  y  murmuraciones  del  pueblo  no  sólo  dió  agua  pero  con  tan- 
ta copia  y  abundancia,  que  pudieron  beber  los  hombres  y  los  jumentos : 
Percutiens  zñrga  bis  silicem,  egressae  sunt  aquae  largissimae,  ita  ut  po- 


428 


MISIONES  CAPUCHINAS  ÜN  ÁKKICA 


pulus  biberet  eí  jumenta  (133).  Esta  es  la  excelencia  grande  de  la  ca- 
ridad, tener  agua  para  apagar  la  sed  de  los  que  la  calumnian  y  persi- 
guen en  el  centro  de  sus  mayores  ardores,  calor  para  templar  los  rigo 
res  de  los  fríos  y  el  comunicarse  siempre  benigna  no  sólo  a  quien  la 
busca  pero  aun  a  los  que  la  desprecian. 

3. — Así  procedían  nuestros  devotos  misioneros  del  Congo  por  el 
tiempo  y  ocasión  en  que  el  rey  escribió  a  Loanda  las  cartas  referidas, 
y  llegó  a  Portugal  la  noticia  de  la  calumnia  ;  pues  no  sólo  se  aplicaron 
con  más  adhesión  al  cultivo  espiritual  de  aquel  reino  sino  también  se 
extendieron  al  de  los  Abandos  y  a  la  provincia  de  Dande,  sujetos  a  los 
portugueses.  Hallábase  por  este  tiempo  en  Pemba  el  P.  Fr.  Antonio 
de  Teruel  y,  si  bien  en  esta  banza  se  veía  cada  día  mayor  fruto  y  apro- 
vechamiento en  las  almas,  con  todo  eso  abundaban  los  vicios  por  la 
provincia,  especialmente  el  de  la  lascivia,  y  con  tal  exceso,  que  había 
muchos  cargados  de  concubinas,  imitando  en  esto  los  vasallos  y  cria- 
dos a  sus  señores,  de  suerte  que  casi  todos  vivían  amancebados.  Mas 
reconociendo  el  celoso  Padre  que  si  éstos  no  se  casaban  según  el  or- 
den de  la  Iglesia,  era  más  que  difícil  el  poder  reducir  a  eso  a  los  vasa- 
llos, habló  sobre  la  materia  al  marqués  y  le  pidió  los  mandase  juntar 
en  su  banza  para  un  día  señalado  y  poder,  en  estando  juntos,  predicar- 
les acerca  del  santo  matrimonio,  y  que  S.  E.  le  ayudase  a  sacarlos  de 
tan  horrenda  piscina,  por  ser  obra  muy  del  agrado  de  Dios  y  también 
de  su  obligación,  privando,  si  fuere  necesario,  de  los  puestos  y  gobier- 
nos a  los  señores  y  fidalgos  de  las  banzas  y  libatas,  si  no  quisiesen  re- 
ducirse a  razón,  y  sustituyendo  otros  buenos  en  ellos,  pues  estaba  esto 
en  su  arbitrio  y  el  motivo  era  justo.  ^ 

i. — Púsolo  por  obra  el  marqués  que,  como  buen  cristiano  y  teme- 
roso de  Dios,  deseaba  la  salvación  de  sus  vasallos.  Llegó  el  día  seña- 
lado y  le  envió  un  recaudo  al  P.  Fr.  Antonio,  diciendo  le  hacía  saber 
cómo  ya  tenía  juntos  en  su  palacio  los  sujetos  referidos  y  que  así  le 
suplicaba  fuese  luego  allá.  Fué  el  Padre  al  instante  y  halló  al  marqués 
acompañado  de  mucha  gente.  En  saludándose,  tomaron  sillas  y  el  mar- 
qués comenzó  a  hablar  de  esta  suerte:  «Padre  mío:  todos  los  que  aquí 
veis  presentes  son  los  señores  y  vicarios  de  los  pueblos  de  mi  marque- 
sado» ;  — tiene  cada  población  un  vicario  o  teniente,  a  quien  ellos  lla- 
man quizenguele,  y  éste  ocupa  el  segundo  lugar  en  el  gobierno  y  su 
elección  toca  al  señor  de  ella — .  Fuéselos  nombrando  uno  por  uno  y 


n33)    Níim.,  20,  U. 


I.A  MISIÓN  DEL  CONGO 


429 


también  diciéndole  quién  estaba  casado  y  quién  amancebado  y,  sino 
todos,  casi  los  más  lo  estaban  y  aun  con  muchas  mancebas.  Pidióle 
luego  a]  Padre  les  predicase  lo  que  convenia  para  salir  de  tan  mal  es- 
tado y  que  después  él  les  hablaría  sobre  el  mismo  asunto. 

5.  — Hizoles  el  Padre  una  plática  muy  fervorosa  acerca  de  la  obliga- 
ción que  tenian  de  vivir  como  buenos  cristianos,  contentándose  cada 
uno  con  una  sola  mujer  en  matrimonio  santo,  y  asimismo  les  ponderó 
estaban  obligados  por  razón  de  sus  oficios  a  dar  buen  ejemplo  a  sus 
inferiores  y  a  no  escandalizarlos  con  su  mala  vida,  pues  no  hay  peste 
que  así  contamine  la  república  como  la  vida  escandalosa  del  que  la  go- 
bierna. Anuncióles  también  la  gloria  del  cielo  que  perdían  y  los  tor- 
mentos eternos  que  granjeaban  si  no  trataban  de  salir  de  tan  infeliz 
estado,  y  últimamente  el  castigo  que  ejecutaría  en  todos  ellos  el  mar- 
qués su  señor,  que  irremisiblemente  les  quitaría  luego  los  puestos  y 
rentas  que  gozaban  y  se  los  daría  a  otros  fidalgos  que  viviesen  cristia- 
namente. 

6.  — Tomó  luego  la  mano  el  marqués  y  les  hizo  un  largo  y  católico 
razonamiento  sobre  el  mismo  asunto,  concluyendo  con  decir  que  pon- 
dría en  ejecución  las  amenazas  anunciadas  por  el  P.  Fr.  Antonio  si  no 
trataban  luego  de  disponerse  al  santo  matrimonio,  por  ser  cosa  que 
tanto  conducía  a  su  salvación  y  al  bien  público  y  particular  de  su  esta- 
do. Con  estas  amonestaciones  acabaron  de  resolverse  a  dejar  los  aman- 
cebamientos y  casarse'.  El  Padre  le  fué  preguntando  a  cada  uno  cuán- 
tas mancebas  tenía  y  cuál  escogía  de  ellas  para  mujer  propia  ;  cada 
uno  escogió  la  suya  y  fueron  preferidas  aquellas  de  quienes  tenian  ya 
hijos. 

7.  — Solos  dos  fidalgos  hubo  en  quienes  se  halló  alguna  resistencia 
«n  reducirse  al  matrimonio,  el  uno  por  vivir  a  su  libertad  y  el  otro 
por  lo  mismo  y  estar  amancebado  con  dos  hermanas,  con  una  de  las 
cuales  tenía  hijos  y  quería  casarse  con  ella ;  mas,  por  no  dispensar  en 
parentesco  tan  cercano  y  especialmente  para  no  hacer  ejemplar  para 
otros,  si  lo  tuviesen  en  este  primer  grado  de  afinidad,  y  porque  escar- 
mentasen de  amancebarse  con  dos  hermanas,  le  ordenó  el  Padre  que 
eligiese  otra  mujer  y  el  fidalgo  admitió  el  consejo.  Al  otro  por  su 
rebeldía  le'  inhibió  la  entrada  en  la  iglesia  para  traerle  con  esa  pena 
a  buen  acuerdo  y  poner  miedo  a  los  demás.  De  esta  suerte  se  concluyó 
negocio  de  tanta  importancia  y  fué  floreciendo  en  aquella  provincia 
la  fe'  y  religión  siempre  con  mayor  incremento. 


43° 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


8.  — Por  este  mismo  tiempo  le  llegó  a  dicho  Padre  obediencia  del  Pre- 
fecto en  que  le  ordenaba  se  llegase  a  Dande,  que  es  adonde  etitra  en 
el  mar  el  gran  río  de  este  nombre,  para  comunicarle  algunos  negocios 
de  importancia.  Partióse  luego  y  le  dejó  encargada  la  misión  de  Pemba 
al  P.  Fr.  Esteban  de  Ravena,  que  acababa  de  llegar  entonces.  Comunicó 
el  P.  Fr.  Antonio  su  partida  al  marqués  y  sintió  grandemente  la  pro- 
posición, porque  con  la  respuesta  del  gobernador  de  Loanda,  en  que 
pedía  al  rey  le  enviase  los  misioneros,  entró  éste  en  sospechas  de  que 
se  querían  ausentar  de  su  reino  y  procuró  cancelar  la  materia,  de  suer 
te  que  no  era  fácil  disponer  la  salida  sin  su  orden  o  sin  que  lo  llegase 
a  entender.  Por  esta  causa  ninguno  de  los  señores  se  atrevía  a  dar 
favor  a  los  Padres  para  ausentarse  de  su  banza  por  no  incurrir  en  la 
indignación  del  rey,  y,  como  sin  gente  práctica  que  sepa  bien  los  ca- 
minos, es  imposible  emprenderlo,  por  equivocarse  a  cada  paso  con  las 
sendas  de  las  fieras  y  leones,  se  le's  imposibilitó  la  salida  a  muchos 
aun  para  cosas  muy  precisas  de  su  ministerio,  hasta  que  se  sosegó  el 
rey  y  volvieron  las  materias  a  su  antiguo  curso. 

9.  — No  obstante  lo  dicho  y  que  apenas  hace  viaje  algún  misionero  o 
persona  forastera  cuando  luego  llega  a  noticia  del  rey,  le  persuadió  el 
Padre  Fr.  Antonio  al  marqués  le  diese  gente  que  le  condujese  a  Dande, 
y,  aunque  éste  lo  recusó  mucho  por  no  privarse  de  su  compañía  y  por- 
que andaba  con  mucho  recato  en  las  disposiciones  del  rey  por  ocasión 
de'  saber  se  fiaba  poco  de  él  y  de  sus  hermanos,  por  ser  los  que  con 
más  razón  y  valimiento  podían  aspirar  a  la  corona,  al  fin  se  vino  a  ren- 
dir y  le  otorgó  la  salida.  Antes  de  arrancar  de  la  banza  se  ofreció  en- 
viar a  Bamba  un  hermano  donado  y,  con  los  temores  que  tenía  el 
marqués,  pretendió  estorbar  su  partida,  diciendo  que  sin  orden  espe- 
cial del  rey  no  podía  permitir  se  hiciese  mudanza  alguna ;  el  P.  Fr.  An- 
tonio sacó  la  cara  y  al  fin  consiguió  dejase  ir  al  donado.  Previno  des- 
pués su  viaje  en  fe  de  lo  tratado  con  el  marqués  y  éste  volvió  de  nuevo 
a  hacer  esfuerzos  por  detenerle  por  las  causas  referidas  ;  mas  por  úl- 
timo, manifestándole  las  censuras  contra  los  que  impiden  a  los  misio- 
neros apostólicos  el  libre  uso  de  su  ministerio  y  el  orden  del  Prefecto 
para  ir  a  Bamba,  por  donde  había  de  pasar,  pero  ocultándole  la  obe- 
diencia para  Dande,  alcanzó  de  él  el  permiso  y  le  dió  gente  que  le  con- 
dujese hasta  la  primera  libata,  y  desde  allí,  experimentando  las  fatigas 
y  trabajos  ordinarios  que  en  otros  viajes,  llegó  a  Bamba  y  prosiguió 
hasta  Dande,  que  es  camino  de  setenta  leguas. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


10.  — Esta  provincia  Dande  es  tierra  del  Congo,  pero  cuando  los 
portugueses  volvieron  a  recuperar  a  Loanda,  como  se  sentían  agra- 
viados de  la  gente  del  Congo,  por  haber  dado  auxilio  a  los  holande- 
ses, cuando  la  tomaron,  se  despicaron  de  ellos,  alzándose  con  este  se- 
ñorío y  sujetándole  a  su  obediencia.  En  llegando,  pues,  dicho  Padre  a 
Dande,  encontró  nueva  orden  del  Prefecto  para  que  se  acercase  a 
Loanda.  Ejecutólo  así  y,  en  viéndose  con  él,  le  dijo  cómo  tenía  deter- 
minado venir  él  o  el  Prefecto  de  los  Abandos  a  Roma  para  traer  un 
religioso  nuevo  que  había  tomado  allí  el  hábito,  en  habiendo  profesa- 
do, y  juntamente  a  comunicar  algunos  negocios  precisos  de  las  misio- 
nes. Pero  también  había  discurrido  sería  más  acertado  lo  trajese  dicho 
Padre  y  con  esa  ocasión  podría  lograr  la  de  imprimir  los  libros  que  te- 
nía escritos  de  la  lengua  del  Congo  (134).  Suspendióse  por  entonces 
esta  resolución  y  con  eso  se  volvió  e'l  P.  Fr.  Antonio  a  Dande  adonde 
se  fabricó  iglesia  y  casa  para  celebrar  los  oficios  divinos  y  enseñar  a 
los  muchachos.  Desde  allí  se  alargó  haciendo  misión  por  todo  el  Dande 
y  tierras  de  los  Abandos,  llevando  consigo  intérpretes  por  ser  aquella 
lengua  muy  diferente  de  la  del  Congo. 

11.  — Pasó  en  esta  peregrinación  muchos  trabajos  y  sustos  el  Padre 
Fray  Antonio,  por  ser  este'  país  de  Dande  sumamente  molestado  de 
leones  y  fieras  y  de  varias  sabandijas.  Acaecióle  un  día  pasar  por  cierto 
paraje  muy  peligroso  y,  aunque  en  sí  no  experimentó  daño  alguno,  supo 
después  cómo  le  había  acometido  un  león  fiero  a  cierto  alférez  portu- 
gués ;  éste  anduvo  tan  valiente  y  esforzado  que  se  abrazó  al  león  y. 
dándole  con  un  puñal  por  el  corazón,  le  derribó  en  el  suelo,  pero  tam- 
bién perdió  la  vida  el  esforzado  alférez.  Mas  sin  embargo  fué  mucho 
ánimo  e]  del  alférez  y  acción  digna  del  valor  portugués  ponerse  a  lu- 
char con  el  león  y  no  aturdirse'  con  sus  espantosos  rugidos,  con  que 
turban  el  aire  por  muy  larga  distancia  y  hacen  estremecerse  los  ár- 
boles. 

12.  — Asimismo  es  esta  tierra  grandemente  infestada  de  una  plaga 
de  mosquitos  o  cínifes,  semejantes  a  los  de  Egipto,  y  tanto  que  cubren 
el  cielo,  como  suelen  las  nubes,  singularmente  en  empezando  a  po- 
nerse el  sol,  y  es  de  manera  que,  para  que  no  se  llenase  la  casa  de  ellos, 
necesitaba  el  Padre  cerrar  la  puerta  y  salirse  de  ella  y  para  haber  de 


(134)  Ya  hemos  referido  en  la  introducción  las  obras  que  el  P.  Teruel,  aparte 
de  la  relación  de  la  misión  del  Congo,  compuso  para  utilidad  de  los  misioneros  _v 
asimismo  de  los  naturales  :  el  Vocabulario  cuadrilingüe  y  los  libros  de  meditación  y 
devoción  y  asimismo  los  sermonarios,  todo  ello  en  lengua  congolesa. 


432  MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 

tomar  alguna  refección  había  de  ser  paseándose  y  aventándolos  de  si. 
Después,  al  tiempo  de  recogerse,  entraba  en  su  albergue  bien  maltra- 
tado y  herido  de  sus  aguijones,  y  a  no  haberle  deparado  Dios  un  pa- 
bellón, que  es  lo  que'  usan  todos  los  portugueses  criollos  de  aquella 
tierra,  fuera  imposible  dejarle  reposar  un  punto,  y  aun  eso  no  obstan- 
te, cuando  despertaba,  se  hallaba  herido  y  llena  toda  la  casa  de  tan  mo 
lestas  sabandijas.  La  misa  decía  siempre  con  notable  penalidad  y,  aun- 
que continuamente  hacía  aire  un  negro  con  ramos  de  árboles,  era  tanta 
la  copia  de  mosquitos,  que  no  se  podía  valer.  Seis  meses  estuvo  dicho 
Padre  eti  esta  tierra  y  purgatorio,  el  cual,  para  los  pobres  negros,  que 
andan  medio  desnudos,  es  un  tormento  intolerable.  ' 

13. — En  el  río  que  da  nombre  a  la  provincia,  se  hallan  innumera- 
bles cocodrilos ;  son  fieros  y  traidores  y  muchas  veces  se  comen  a  la 
gente  que  va  a  sacar  agua  de  él.  Navególe  el  P.  Fr.  Antonio  en  una 
canoa  por  espacio  de  ocho  leguas  y  halló  por  su  ribera  gran  cantidad 
de  ellos  tomando  el  sol,  pero  al  ruido  de  los  remos  de  la  canoa  se 
arrojaron  al  agua  con  ímpetu  y  velocidad.  Son  tan  fieros,  que  era  ne- 
cesario ir  muy  cuidadosos  los  pasajeros  en  no  sacar  las  manos  de  la 
canoa  porque  corren  con  ligereza  y  con  la  cola  o  con  la  boca  arrebatan 
a]  que  en  eso  se  descuida ;  algunos  hay  de  desmesurada  grandeza  y 
regularmente  todos  son  monstruosos.  Hállanse  también  en  el  mismo 
río  muchos  caballos  marinos,  los  cuales  salen  de  noche  a  pacer  por 
los  campos ;  son  de  la  misma  hechura  que  los  caballos  de  tierra,  pero 
muy  cortos  de  piernas.  De  este  pez  comen  los  negros  en  las  Cuares- 
mas y  vigilias,  sin  embargo  de  que  guisado  o  cocido  no  se'  distingue 
de  Ja  carne  de  vaca.  Por  la  fiereza  y  abundancia  de  éstos  y  de  los  co- 
codrilos, es  muy  peligrosa  la  navegación  del  Dande. 


CAPITULO  XLVIII 


I 


De  una  traición  que  se  conjuró  contra  el  rey  y  muerte 
de  los  autores  de  ella;  cómo  juraron  al  príncipe  por  su- 
cesor en  la  corona  de  su  padre  y  después  de  la  muerte 
de  éste  comenzó  a  reinar  felizmente. 


1.  — No  es  ponderable  cuán  belicosos  son  los  ánimos  de  esta  nación, 
ni  parece  creíble  que,  amando  con  amor  cordial  a  su  rey  y  príncipes, 
por  muy  ligeros  motivos  se  conspiran  contra  ellos,  como  sucede  a  cada 
paso.  Dan  muchos  alientos  a  los  hombres  para  las  conspiraciones  de 
este  reino  las  elecciones  frecuentes  que  hay  de  reyes  y  señores  y  de 
ellas  salen  siempre  los  bandos  y  parcialidades,  y,  aunque  por  entonces 
ceden  a  la  mayor  parte,  con  todo  eso  nunca  se  quietan  los  que  han 
tenido  séquito  de  votos,  antes  bien  o  mal  contentos  de  la  elección  pa- 
sada o  sobradamente  ambiciosos  para  la  futura,  comienzan  desde  luego 
a  tirar  líneas  por  todas  partes,  las  cuales,  siendo  a  su  parece'r  rectas, 
suelen  salirles  muy  torcidas  para  el  caso  y  muy  derechas  para  su  muer- 
te y  perdición,  como  les  sucedió  a  los  de  la  conspiración  presente  : 
peto,  antes  de  tratar  de  ella,  es  preciso  decir  el  motivo  por  donde  co- 
menzó y  que  no  le  puede  haber  justificado  para  que  los  vasallos  se  atre- 
van a  quitarle  a  su  rey  la  vida  y  el  reino  por  su  propia  autoridad. 

2.  — Obligación  hay  precisa  de  amar,  obedecer  y  honrar  cada  uno 
a  su  rey  y  señor  natural  y,  e'stá  tantas  veces  repetido  en  las  divinas 
letras,  que  apenas  hay  cosa  más  común.  Omnis  anim-a  —dice  S.  Pa- 
blo— ,  potestatñbus  sublimioribus  subdita  sit,  y  da  luego  la  razón,  di- 
ciendo :  Non  est  enitn  potestas  nisi  a  Deo ;  quae  autem.  swnt  a  Deo,  or- 
dinatae  sunt  (135).  Por  tanto,  quien  les  niega  e'sos  respetos  y  obsequios 


(135)    Rom.,  13.  1 


436 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


falta  a  su  obligación  y  resiste  a  ¡a  ordenación  divina:  Itaque  qui  resi- 
sta potestati,  Dei  ordinationi  resistit.  Hasta  aqui  ninguno  de  sano  juicio 
y  voluntad  recta  hallará  qué  replicar  ;  en  lo  que  pueda  ser  tenga  alguna 
duda  es  en  si  les  debe  los  mismos  obsequios  al  rey  o  príncipe  tiranos 
y  crueles,  que  a  lo,s  buenos  y  ajustados  a  sus  obligaciones,  a  lo  cual 
responde  San  Pedro  en  su  primera  canónica  diciendo :  «Que  no  sólo  se 
debe  honrar,  servir  y  obedecer  a  los  buenos  y  modestos,  sino  también 
a  los  díscolos,  sean  como  fueren»  ;  en  lo  cual  está  depositada  la  ma- 
yor excelencia  del  vasallo  y  subdito,  pues  obedecet  y  servir  al  princi- 
pe y  superior  cuando  manda  con  justificación  o  castiga  con  la  misma, 
no  es  obra  de  tantos  quilates,  como  padecer  en  silencio  y  rendimiento 
los  atropellamientos,  aflicciones  e  injusticias  que  se  suelen  ofrecer.  Haec 
est  enim  gratia  si  propter  Dei  conscimtiam  sustinet  quis  trisiitias, 
patiens  injuste  (136). 

3.  — Muchos,  ignorando  esta  tan  saludable  doctrina  o  precipitados 
de  sus  genios  y  malas  inclinaciones,  en  lugar  de  sacrificarse  a  su  obli- 
gación y  de'  dejarle  a  Dios  su  causa,  atropellan  por  todo  y  sacudiendo 
el  yugo  de  la  obediencia,  se  constituyen  no  sólo  fiscales  y  verdugos 
de  sus  príncipes  y  cabezas,  sino  también  jueces  y  superiores  para  qui- 
tarles la  vida,  pareciéndoles  que  Dios  se  tarda  o  que'  no  ve  las  injus- 
ticias que  padecen  ;  mas  es  engaño  manifiesto,  pues,  como  dice  la  Sa- 
biduría: Horrende  et  cito  apparebit  vobls;  quoníam  judicium  durissi- 
mum  his,  qui  praesunt  fiet  (137).  Y  poco  después  añade'  y  dice:  For- 
tíoribus  autem  fortior  instat  cruciatio :  que  no  sólo  ejecutará  Dios  en 
tales  príncipes  tiranos  horrendos  castigos  y  mayores  en  los  que  fueren 
más  crueles  para  con  sus  vasallos  e  inferiore's,  pero  que  tomará  en  ello 
la  mano  presto  y  muy  presto :  que  eso  significan  las  palabras  del  tex- 
to cito  e  instat.  De  todo  lo  cual  se  infiere  no  ser  lícito  procurarles  la 
muerte  por  terribles  que  sean  ;  y  afirmar  lo  contrario  es  proposición 
herética,  condenada  por  tal  en  el  Concilio  Constanciense. 

4.  — Era,  pues,  Don  García  II  rey  del  Congo  sujeto  verdaderamente 
digno  por  sus  prendas  naturales  del  re'ino  que  poseía ;  tenía  sutil  inge- 
nio, juicio  claro,  liberalidad  generosa  con  otras  prendas  estimables  y 
en  su  persona  representaba  con  respeto  la  majestad  real ;  de  suerte'  que, 
aun  con  ser  de  color  negro,  ostentaba  la  grandeza  de  un  emperador  y 
pxidiera  ser  bien  vi.sto  y  atendido  aun  entre  los  grandes  reyes  y  prínci- 


(136)  I  Petr.,  2.  13  ss. 

(137)  Sap.,  6,  6. 


LA  MISIÓN  DEL  CÜNUO 


437 


pes  de  Europa.  Mostrábase  muy  devoto  a  las  cosas  de  la  religión  ca- 
tólica y  del  servicio  de  Dios,  y  en  atención  a  esto  mandó  fabricar  nuefi- 
tra  iglesia  de  San  Salvador  y  la  de  los  Reverendos  Padres  de  la  Com- 
pañía de  Jesús  y  además  de  eso  otros  cuatro  o  cinco  templos  que  eran 
de  tapias  de  tierra,  los  hizo  labrar  de  piedra  y  cal,  cosa  que  hasta  en- 
tonces no  había  hecho  ninguno  de  los  reyes  sus  predecesores. 

5.  — Deslucía  empero  en  gran  parte  estos  méritos  y  adornos  natura- 
les con  otras  acciones  indignas  y  feas,  pues  solía  valerse  de  algunas 
supersticiones  y  abusos  infernales  en  sus  enfermedades  y  achaques,  per- 
mitiéndolos también  en  su  reino  para  el  mismo  efecto  y  a  los  quitomes, 
que  son  grandes  hechiceros  y  los  tienen  por  sacerdotes  de  los  gentiles 
y  conservadores  del  reino  y  de  las  vidas.  Y,  aunque  nuestros  misione- 
ros le  afearon  este  vicio  y,  por  obedecerles,  ofreció  la  enmienda  y  quitó 
unos  pocos,  después  los  volvió  a  sus  lugares  a  proseguir  en  su  maldito 
oficio,  pareciéndole  que  si  no  lo  hacía  así,  había  de  morir  presto.  Y 
aun  la  tía  y  hermana  del  mismo  rey  culparon  a  un  muchacho  de  nuestra 
escuela,  llamado  Simón,  atribuyéndole  que  había  sido  éste  quien  les 
descubrió  a  los  Padres  los  secretos  del  reino,  añadiendo  que,  si  prohi- 
bían el  que  no  hubiese  quitomes,  se  moriría  el  rey  luego 

6.  — También  afeaban  mucho  las  prendas  de  Don  García  los  vicio* 
de'  ambición  y  crueldad,  que  son  muy  vecinas  estas  dos  pasiones  en 
quien  tiene  poder,  y  así  andan  siempre  juntas.  Era  toda  su  ansia  y  des- 
velo mantenerse  en  e!  reino  con  toda  libertad  y  soberanía,  sin  que  na- 
die le  fuese'  a  la  mano  en  cosa  alguna ;  y  con  el  mismo  hipo  deseaba 
hacerle  hereditario  en  su  casa  y  descendencia,  siendo  desde  «ab  initio» 
electivo ;  para  lo  cual  mañosamente  fué  cogiendo  los  puestos  y  empa- 
rentando con  todos  los  mayores  señores  de  él.  De  aquí  tuvo  su  origen 
la  traición,  siguiente,  pues  entre  los  pretensores  de  la  corona,  para 
después  de  sus  días,  había  tres,  que  eran  los  má^  principales  y  de 
más  séquito,  es  a  saber:  Don  Lázaro,  Don  Alvaro  y  Don  Pedro,  todos 
hijos  del  rey  Don  Pedro  II  y  he'rmanos  de  Don  García  I.  Eran  estos 
príncipes  de  muy  generosas  prendas  y  grandemente  estimados  del  pue- 
blo y  en  quien  tenían  todos  puestos  los  ojos  para  la  elección  futura, 
e-n  falleciendo  el  rey ;  el  cual,  por  reconocerlo  así,  no  se  atrevía  a  mos- 
trar con  ellos  sus  rigores,  aunque  vivía  poco  satisfecho  de  su  afecto. 

7.  — Empeño  es  más  que  vulgar,  aunque  sea  en  los  reyes  y  príncipes, 
pretender  hacer  propio  y  despótico  lo  que  se  les  da  sólo  en  adminis- 
tración y  por  tiempo  limitado,  y  más  habiendo  muchos  interesados  con 


438 


MISIüNKS  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


acción  y  buen  derecho  a  la  dignidad  o  cetro.  Punto  es  ocasionado  a 
muchas  lides  y  debates  y  de  que  no  se  puede  esperar  suceso  bueno  y, 
aunque  algunos  lo  han  conseguido,  han  sido  muy  pocos  y  no  sin  gran- 
des zozobras,  pues  la  tiranía  siempre  vive  sobresaltada  y  en  perpetuo 
tormento  de  sí  misma  y  lo  más  común  es  cae'r  de  golpe  con  desdoro 
e  ignominia  al  levantar  el  vuelo  para  remontarse ;  Dejecisti  eos,  dice 
el  Espíritu  Santo  por  boca  de  David,  dum  allevafentur .  Son  los  tales 
imitadores  de  Lucifer  y  sus  secuaces,  y  así  no  es  mucho  se  despeñen  y 
precipiten  con  sus  ministros. 

8.  — Con  todo  eso  llegó  a  conseguir  el  rey  Don  García  el  ver  jura- 
do por  príncipe  y  sucesor  del  reino  su  hijo  Don  Alonso,  pero  intervi- 
niendo muchos  sobresaltos  y  la  tragedia  siguiente,  en  que  pudo  perder 
la  vida  él  y  toda  su  familia.  Tal  vez  estando  sentado  en  su  trono  real 
solía  llegar  a  hablarle  Don  Lázaro,  el  mayor  de  los  tres  hermanos,  y 
al  tiempo  de  besarle  la  mano,  le  decía  con  disimulo  y  aparente  gra- 
cejo:  «Bien  quisierais  vos,  Don  Lázaro,  sentaros  en  esta  silla.»  «Todo, 
señor,  puede  ser  — decía —  si  vivimos»,  respondiéndole  en  el  mismo 
tono.  Esto  por  entonces  pasaba  por  gracejo  ;  mas  sin  embargo  cada 
uno  procuraba  vivir  con  cuidado.  Llegó  la  ocasión  de  querer  el  rey 
casar  una  hija  suya  con  Don  Lázaro,  juzgando  sería  medio  éste  para 
asegurarse  de  él  y  de  sus  hermanos  ;  mas  no  hizo  caso  de  la  proposi- 
ción ;  de  lo  cual,  aunque  disimuló  por  entonces,  quedó  muy  desazona- 
do el  rey.  Después  trató  de  casar  al  príncipe  su  hijo  con  una  hija  na- 
tural del  segundo  hermano,  que  era  Don  Alvaro,  marqués  de  Pemba, 
habida  con  cierta  reina  viuda,  que  entre  aquellos  señores  negros  no  se 
repara  en  las  bastardías,  especialmente  entre  los  inferiores  al  rey.  Para 
tratar  este  negocio  envió  a  Pemba  a  Don  Pedro,  que'  era  el  tercero  de 
los  hermanos,  y  al  fin  se  efectuó  el  casamiento. 

9.  — Desde  aquí  pasó  el  rey  a  hacer  jurar  por  príncipe  heredero  del 
reino  a  su  hijo  primogénito,  Don  Alonso,  y  para  este  efecto  mandó 
juntar  a  todos  los  señores  de  la  corte  y  con  orden  especial  a  Don  Al- 
varo, marqués  de  Pemba,  su  consuegro.  Salió  el  marqués  con  toda  su 
gente,  según  costumbre,  y,  en  llegando  a  San  Salvador,  como  el  rey 
se  temía  más  de  los  tres  hermanos  que  del  resto  de  los  otros  señores 
y  maníes,  a  ellos  principalmente  les  obligó  al  juramento,  el  cual  hicie- 
ron más  por  temor  y  violencia  que  por  voluntad  y  gusto.  Concluyóse 
la  función  y  desde  entonces  quedó  Don  Alonso  príncipe  jurado  del 
reino,  pero  los  tres  hermanos  muy  ofendidos  y  disgustados  del  caso, 
por  ver  frustradas  sus  esperanzas  y  que  ya  se  les  había  cerrado  la 


439 


puerta  a  la  pretensión  en  la  elección  futura.  De  ahí  se  siguió  luego 
solicitar  el  despique  para  ver  si  podían  volver  a  reintegrar  su  espe- 
ranza. Tomó  a  su  cargo  este  empeño  Don  Pedro,  por  ser  el  más  mozo 
y  más  ardiente,  y,  sin  dar  parte  a  los  demás  hermanos,  aconsejándose 
con  otros  fidalgos  sus  parciales,  de  la  misma  edad,  resolvió  descargar 
su  enojo  y  agravio,  quitándole  la  vida  al  rey  alevosamente. 

10.  — Con  este  designio  y  mal  acuerdo  salió  un  día  de  casa  Don  Pe- 
dro y  se  fué  a  cierta  iglesia  por  donde  había  de  pasar  el  rey,  con  áni- 
mo de  darle  de  puñaladas  ;  los  confidentes  anduvieron  tan  poco  leales, 
o  Dios  que  lo  permitió  así,  que,  antes  de  llegar  el  caso,  ya  había  tenido 
el  aviso  el  rey.  Mandó  prender  a  Don  Pedro  en  el  mismo  sitio  y  des- 
pués a  Don  Lázaro,  juzgando  ser  el  principal  autor  de  aquella  cons- 
piración ;  mandó  asimismo  prender  a  los  fidalgos  aliados  y  luego  des- 
pachó un  correo  al  duque  de  Bamba,  que  es  el  capitán  general  del 
reino,  con  orden  que  juntase  gente  de  armas  y  se  partiese  a  Pemba 
para  prender  a  Don  Alvaro.  Fué  el  duque  a  toda  prisa  con  su  gente  de 
milicia  y  plantó  los  escuadrones  a  vista  de'  la  banza  de  Pemba  ;  envióle 
un  recaudo  al  marqués,  diciendo  se  diese  preso  por  el  rey  y  que  no  se 
resistiese  porque  le  sucedería  mal. 

11.  — Salió  el  marqués,  fiado  eti  su  inocencia,  y  respondió  que  él 
siempre  había  sido  muy  obediente  a  su  rey  y  lo  era  entonces,  y  por 
tanto,  que  no  era  necesario  llevarle  preso,  pues  él  de  su  voluntad  iría 
a  ponerse'  a  sus  pies  ;  además,  que,  siendo  el  motivo  de  la  prisión  la 
conspiración  y  alevosía  de  su  hermano  Don  Pedro,  residente  en  la  corte, 
él  no  había  tenido  parte  en  el  delito  en  manera  alguna,  pues  la  había 
ejecutado  sin  su  consejo.  Así  lo  declaró  Don  Pedro,  tomándole  la  con- 
fesión delante  del  rey,  diciendo  que  él  sólo  había  sido  el  traidor  y  no 
sus  hermanos  Don  Lázaro  y  Don  Alvaro.  El  duque  de  Bamba,  fiado 
en  la  palabra  del  marqués,  se  volvió  con  su  gente,  viendo  arrancar  al 
marqués  con  la  de  su  parte'  y  encaminarse  a  la  corte.  Con  este  seguro, 
a  poco  más  de  dos  jornadas  tomó  el  marqués  otra  resolución  y  con- 
siderando su  riesgo  y  el  ánimo  vengativo  del  rey,  quiso  ocurrir  a  su 
daño,  ausentándose  del  reino  y  favoreciéndose  de  sus  amigos.  Torció 
el  camino  de  la  corte  y  se  pasó  al  marquesado  de  Choa,  que  entonces 
estaba  por  el  sonde  de  Soñó,  rebelde  al  rey ;  y  con  esta  fuga,  siendo 
inocente,  se  declaró  por  culpado  y  cómplice  en  el  delito  de  su  her- 
mano. 

12.  — Pasados  algunos  días  en  las  averiguaciones  trató  el  rey  de  que 
se  hiciese  justicia  en  los  autores  de  la  conspiración  y  mandó  les  cor- 


440 


MISIONES  GAl'UCHINAS  EN  ÁFRICA 


tasen  las  cabezas  a  Don  Pedro  y  a  Don  Lázaro  y  también  a  un  sobri- 
no áe  éstos  y  a  los  fidalgo,s  que  ks  siguieron  en  la  traición,  todos  los 
cuales  eran  vecinos  de  San  Salvador.  A  Don  Alvaro  se  le  sentenció  en 
la  misma  pena,  declarándole  traidor  y  rebelde  a  su  rey,  y,  si  estuviera 
presente,  se  le  hubiera  quitado  la  cabeza  como  a  los  demás  ;  pero  al 
ñn  vino  a  caer  en  los  lazos  que  le  armaron  y  pereció  infaustamente. 
Pidió  este  desgraciado  príncipe  auxilio  a  los  portugueses  para  defen- 
derse d'e  las  asechanzas  del  rey ;  ofreciéronsele  y,  pasando  incautamen- 
te con  un  trozo  de  gente  a  unirse  con  los  portugueses  en  Bamba,  al 
tiempo  que  éstos  iban  a  hacerle  guerra  al  rey,  como  ya  otras  dos  veces 
lo  habían  intentado  por  particulares  motivos  y  permisión  divina  en 
castigo  de  la  calumnia  que  fraguó  contra  los  misioneros,  que  tantas 
veces  lo  habían  estorbado,  bien  a  costa  de  su  salud  y  vidas,  noticioso 
el  duque  por  sus  espías,  salió  con  su  ejército  hacia  el  río  Ambriz  y 
le  hizo  frente  con  una  emboscada ;  acometiéronle  furiosos  y  a  pocos 
lances  lo  prendieron  sin  poderse  resistir  y  luego  inmediatamente  le 
cortaron  la  cabeza  en  el  mismo  sitio. 

13. — De  esta  suerte  acabaron  los  tres  hermanos,  tan  amados  y  que- 
ridos del  pueblo,  y  éste'  es  el  fin  y  paradero  ordinario  de  cuantos  ma- 
quinan traiciones  a  sus  reyes  y  señores  naturales.  Por  tanto  aconseja 
a  todos  el  Sabio  escarmienten  y  tíeman  tan  infaustos  fines,  pues  son 
consecuentes  a  semejantes  traiciones  y  alevosías :  Time  dotninutn,  fili 
mi,  et  )'egem  et  cum  detractoribus  non  commiscearís,  quoniam  repente 
consurget  perditio  eorum,  et  ruhvam  utriusque  quis  novit?  Con  esto 
mantuvo  el  rey  su  corona,  si  bien  la  gozó  después  poco  tiempo,  por 
haber  puesto  término  a  sus  días  la  mu^erte  ;  que  éste  es  el  fin  y  para- 
dero de  las  ideas  humanas,  del  cual,  según  el  Sabio,  son  los  vecinos 
más  cercanos  los  reyes  y  potestades :  Omnis  potcntatus  brevis  vita, 
y  poco  después :  Rex  hodie  est  et  eras  morietur.  Gran  motivo  es  éste 
para  que  todos  vivan  ajustados  a  sus  muchas  obligaciones  ;  pero  juzgo 
son  pocos  los  que  se  aprovechan  de  esta  considetación  saludable  ;  al 
fin  de  la  vida  lo  llorarán  con  amargura  y  quizá  sin  esperanza  de  reme- 
dio, mas  pues  le  hay  mientras  se  viva :  Praebete  aur^s  vos  qui  conti- 
netis  nuiltitudiv es  et  placetis  vobis  in  turbis  nationum.  Pues,  como  pro- 
sigue la  Sabiduría ;  Qui  enim  custodierint  justa  juste,  justificabuntur, 
ei  qui  didicerint  ista,  invenient  quid  respondeant  (138). 


(138)    Sap.,  «,  3  y  11. 


LA  MISIÓN  DEL  CONÜO 


441 


14. — De  la  muerte  del  rey  Don  García  II  no  tenemos  más  noticia 
por  haber  salido  antes  de'  sus  tierras  los  Padres  Fr.  Antonio  de  Teruel 
y  Fr.  Buenaventura  de  Corella,  que  fueron  los  últimos  españoles  que 
asistieron  en  aquella  misión ;  pero  se  presume  piadosamente  sería  con 
la  prevención  de  los  santos  Sacramentos  y  el  debido  arrepentimiento 
de  sus  excesos  pasados,  respecto  de  haber  reconocido  su  yerro  en  la 
calumnia  contra  los  nuestros  y  haberle  ofrecido  al  Prefecto  cumplida 
satisfacción  de  todo  y  sujetarse  a  su  consejo  y  dirección.  Sucedióle  en 
el  reino  Don  Alonso,  su  hijo,  como  príncipe  jurado,  el  cual  comenzó 
a  reinar  felizmente  y  dando  las  muestras  de  bueno  y  católico  rey,  que 
veremos  en  e]  siguiente  capítulo. 


CAPITULO  XLIX 


Dase  noticia  de  los  felices  principios  del  rey  Don  Alonso, 
último  de  este  nombre  en  el  Congo;  refiérense  sumaria- 
mente los  frutos  espirituales  de  él  y  la  vuelta  para  Es- 
pana  de  los  Padres  Fr.  Antonio  de  Teruel  y  Fr.  Buena- 
ventura de  Corella. 


1.  — Luego  qufc  entró  a  reinar  Don  Alonso,  comenzó  a  dar  mues- 
tras <Í€  muy  fiel  y  leal  hijo  de  la  Iglesia  católica  romana,  a  que  le  ayu- 
daba mucho  su  natural  apacible  y  la  buena  educación  que  tuvo  desde 
su  niñez  en  los  nuestros.  Amparólos  mucho  y  procuró  fuesen  en  au- 
mento las  misiones,  reconociendo  el  gran  bien  que'  de  ellas  se  le  había 
seguido  a  aquel  reino.  Sobre  esto  escribió  al  Papa  Alejandro  VII  y 
con  tal  eficacia  y  celo  de  la  honra  de  Dios  y  exaltación  de  nuestra  santa 
fe,  que  alentó  a  Su  Santidad  a  enviarle  luego  seis  religiosos  de  nues- 
tras provincias  de  Italia,  con  orden  de  fundar  seminarios  o  colegios  de 
mozos  para  que  se  criasen  en  ellos  y  aprendiesen  letras  y  buenas  cos- 
tumbres, dando  el  cargo  de  todo  a  los  mismos  religiosos.  La  Sacra 
Congregación  de  Propaganda  Fide  se  ofreció  a  pagar  el  gasto  y  nom- 
bró en  Lisboa  un  Procurador  que  cuidase  de  todo  lo  necesario  y  por 
ser  tan  interesado  en  esta  buena  obra  el  rey,  se  k'  escribió  ayudase 
también  con  alguna  pensión. 

2.  — No  hay  duda  que  si  esto  llega  a  efecto,  como  lo  tengo  por  cierto, 
es  el  único  remedio  para  la  reducción  de  aquellas  gentes,  pues,  criados 
los  muchachos  en  doctrina  y  santas  costumbres,  como  sabedores  de 
las  malas  del  país  y  prácticos  en  la  lengua,  pueden  ayudar  mucho  y, 
más  siendo  sacerdotes,  a  los  misioneros.  Pero  para  que  tenga  el  pia- 
doso lector  nuevos  motivos  con  que  alabar  al  Señor  omnipotente  y  co 
nozca  cuán  admirable  es  su  piedad  aun  en  regiones  tan  remotas  y  ane- 


446 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


gadas  en  vicios  y  supersticiones,  y  también  para  nuevo  aliento  de  cuan- 
tos se  reconociesen  llamados  de  Dios  para  tan  santo  y  apostólico  em- 
pleo, diremos  brevemente  alguna  cosa  de  los  grandes  y  maravillosos 
frutos  que  con  la  ayuda  divina  han  conseguido  en  aquellas  tierras  nues- 
tros Capuchinos. 

3. — Primeramente  se  debe  volver  los  ojo,s  a  cuanto  se  ha  referido 
hasta  aquí,  que  a  la  verdad  es  mucho  y  digno  de  toda  ponderación  por 
los  inmensos  trabajos  que  ha  costado  a  los  misionero?,  en  cuya  cató- 
lica conquista  acabaron  sus  vidas  no  sólo  los  Padres  de  quienes  he- 
mos hecho  mención,  sino  después  otros  muchos  de  gran  virtud  y  per- 
fección. Después  se  debe'  ponderar  su  celo  y  fervor  en  ampliar  y  dila- 
tar la  fe  por  los  demás  reinos  circunvecinos  al  del  Congo,  en  que  han 
trabajado  y  trabajan  los  nuestros  desde  entonces  con  infatigable  soli- 
citud, sin  embargo  de  la  contrariedad  de'  los  climas  y  peligros  conti- 
nuos de  la  vida  por  mar  y  por  tierra,  siendo  éstos  de  tan  subidos  qui- 
lates a  veces  y  tantos  en  número,  que  en  tierra  pudieron  decir  se  lle- 
garon a  ver  tan  atribulados,  que  les  congojaba  la  misma  vida :  Ita  ut 
toederet  nos  etiam  vivero,  y  en  mar:  Aquac  praevaluerunt  nimis,  de 
cuyos  peligros  no  dudó  decir  Stobeo :  Quisquís  mare  navigat,  is  aut 
insanit,  aut  mendicus  est,  aut  mori  cupit. 

i. — Asimismo  se  debe  atender  a  los  infinitos  errores,  supersticio- 
nes y  vicios  que  con  su  doctrina  y  ejemplo  se  han  extirpado  ;  los  tem- 
plos que  se  erigieron,  las  devotas  y  piadosas  congregaciones  que  se 
fundaron  ;  los  innumerables  casamie'ntos  que  según  el  orden  de  la  santa 
madre  Iglesia  se  celebraron ;  con  cuya  diligencia  han  apartado  aque- 
llas gentes  ciegas  del  infame  vicio  del  amancebamiento,  casi  connatu- 
ralizado entre  ellos,  y  reducídolos  a  vivir  cristianamente  por  medio  de 
los  santos  Sacramentos  y  continuas  predicaciones.  El  número  de  los 
bautizados  excede  el  guarismo  y  sólo  Dios,  a  cuyos  ojos  todo  está 
presente,  lo  puede  comprender  y  saber.  Cierto  religioso  aragonés,  lla- 
mado Fr.  Félix  del  Villar,  que  fué  uno  de  los  que  pasaron  al  Congo 
en  la  segunda  misión  y  después  volvió  a  España,  tuvo  en  esto  alguna 
curiosidad  devota  y  observó  desde  que  llegó  hasta  que  volvió,  que  en 
solos  cuatro  años  que  asistió  en  aquel  r'eino,  pasaban  los  bautizados  por 
mano  de  los  mismos  religiosos  de  más  de  seiscientos  mil,  entre  párvu- 
los y  adultos.  ¿Qué  diremos  de  los  que  antes  y  después  bautizaron, 
habiendo  corrido  hasta  ahora  desde  el  principio  más  de  setenta  años  y 
más  administrándose  este  sacramento  continuamente?  Júzguelo  el  pia- 
doso y  démosle  todos  a  Dios  las  gracias  por  ello,  diciendo  con  S.  Pa- 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


447 


blo  :  Benedictus  Deus  et  Pater  Doinini  J esu  Christi,  Pater  misericor- 
diarum  et  Deus  totms  consolattonis,  qui  comolatur  nos  in  omni  tribu- 
latione  nostra,  ut  possimus  et  ipsi  consolari  eos  qui  in  omni  praessura 
sunt,  per  exhortationem,  qua  exhortamur  et  ipsi  a  Dea  (139). 

5.  — Al  presente  se  hallan  aquellas  misiones  en  grande  crédito  y  au- 
mento, pu'cs,  sin  embargo  de  ser  difícil  la  conducción  de  los  religiosos 
a  aquellos  reinos  africanos,  por  tener  tomados  todos  los  puertos,  unos 
los  portugueses,  otros  los  ingleses,  franceses  y  holandeses,  con  todo 
eso  mantiene  nuestra  seráfica  familia  en  solo  el  reino  del  Congo  una 
Custodia  que  es  casi  Provincia  y  en  ella  hay  conventos  de  residencia  en 
San  Salvador,  en  Soñó,  en  Bamba,  en  Sundi  y  en  otras  partes  del  mis- 
mo reino,  demás  de  los  que  hay  en  Angola  y  en  otros  reinos  vecinos. 
Hoy  corren  dichas  misiones  por  cuenta  de'  los  Capuchinos  de  Italia  y 
las  tienen  muy  asistidas  de  fervorosos  operarios,  que  se  emplean  ince- 
santemente en  la  conversión  de  las  almas  y  extirpación  de'  los  vicios. 
De  los  frutos  restantes,  hasta  el  año  de  1658,  en  que  llegaron  a  Espa- 
ña los  Padres  Fr.  Antonio  de  Teruel  y  Fr.  Buenaventura  de  Corella, 
que  fueron  los  últimos  que  quedaron  en  el  Congo,  tratan,  según  tengo 
entendido,  las  relaciones  de  Italia,  y  por  esta  causa,  como  también  por 
limitarme  a  solos  los  de  mi  nación,  pongo  fin  a  esta  relación  en  este 
estado. 

6.  — Trabajaron  fielmente  los  dichos  Padres  en  el  tiempo  que  residie- 
ron en  aquellas  misiones  ;  después,  en  virtud  de  la  comisión  del  Prefec- 
to y  para  poder  estampar  los  libros  que  tenía  trabajados  el  P.  Fr.  An- 
tonio, vinieron  a  Loanda  para  pasar  a  Europa.  Allí  se  vieron  con  el 
Prefecto  y  recibieron  su  bendición  y  patente.  Pero,  antes  de  embarcar 
se  para  el  Brasil,  recelando  habrían  llegado  a  Portugal  las  cartas  de 
los  émulos  de  la  misión  y  que  las  noticias  se  habrían  extendido  por  los 
puertos  y  poblaciones  de  sus  conquistas  por  donde  habían  de  pasar, 
acordaron  exhibirse  al  gobernador  y  Cámara  de  Loanda,  pidiendo  por 
un  memorial  se  les  diese  una  certificación  y  testimonio  auténtico  para 
su  defensa  y  resguardo  en  razón  de  los  buenos  procedimientos  y  since- 
ridad de  los  nuestros  en  todos  aquellos  reinos,  la  cual  se  les  concedió 
con  mucho  agrado,  y  de  su  contenido  se  arguye  no  sólo  la  verdad  y 
sinceridad  de  los  nuestros  sino  también  lo  mucho  que  han  trabajado 
en  aquellas  partes  y  el  crédito  y  estimación  que  tuvieron  siempre'  por 
su  buen  proceder  y  solicitud  en  el  bien  espiritual  de  todos.  Dicha  cer- 


(139)    II  Corint.,  1,  3-4 


448 


AilSIOKES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


tificación  original  está  «scrita  t-n  la  lengua  portuguesa,  la  cual,  tradu- 
cida fielmente  en  castellano,  es  del  tenor  siguiente: 

7.  — Certificación  del  Gobernador  de  Loando. — «Luis  Martínez  de 
Soussa  Chichoro,  del  Consejo  de  S.  M.,  Comendador  de  Santa  Maria 
de  Ayroes,  Gobernador  y  Capitán  general  de  estos  reinos  de  Angola, 
sus  provincias  y  conquistas,  etc.  Certifico  cómo  al  tiempo  que  vine  a 
servir  este  gobierno,  hallo  residiendo  en  estas  cristiandades  que  hay 
por  los  términos  de  este  reino,  a  los  Reverendos  Padres  Papuchinos 
misioneros,  predicadores  evangélicos,  que  con  los  dfimás  fueron  envia- 
dos de  Roma  por  la  Sacra  Congregación  de  la  Propagación  de  la  Fe, 
los  cuales  continuaron  en  las  dichas  cristiandades  en  gran  beneficio  de 
las  almas  y  aumento  de'  nuestra  santa  fe  por  tiempo  de  diez  años,  con 
forme  ja  orden  de  su  misión,  sufriendo  y  padeciendo  gravísimas  inco- 
modidades para  la  salud  de  la  vida  humana,  demás  de  los  peligros  que 
corren  los  que  andan  entre  bárbaros,  como  lo  son  los  de  esta  Etiopia, 
adustos  y  contumaces.  Y  por  la  doctrina  y  buen  ejemplo  y  su  singular 
pobreza  y  humildad  son  los  de  este  hábito  aplaudidos  y  amados  de  Jos 
mismos  bárbaros,  cuyos  potentados  y  aun  de  los  más  crueles  y  adustos 
en  sus  engaños  y  errores,  me  enviaron  a  pedir  religiosos  de  esta  Or- 
den, los  cuales  me  consta  han  bautizado  grandísimo  número  de  paga- 
nos y  que  tienen  iglesias,  mandadas  fabricar  por  los  mismos  señores 
de  las  tierras,  y  otros  grandes  misterios  de  que  me  tienen  dado  aviso 
por  muchas  veces.  Y  por  ser  estos  religiosos  — en  razón  de  lo  dilatado 
de  las  tierras  y  número  de  los  naturales,  y  ellos  solos  los  que  única- 
mente trabajan  en  la  conversión  de  las  almas — ,  muy  pocos  respecto 
de  lo  mucho  que  hay  a  que  acudir,  no  son  los  progresos  mucho  mayo- 
res. Y  por  cuanto  me  consta  ser  verdad  todo  lo  feferido,  mandé  dar 
esta  certificación  jurada  en  Jos  Santos  cuatro  Evangelios,  firmada  de 
mi  mano  y  sellada  con  el  sello  de  mis  armas.  Fecha  en  San  Pablo  de 
la  Asunción  o  Loanda,  en  veinte  de  abril  del  año  de  mil  y  seiscientos 
y  cincuenta  y  siete. — Luis  Martínez  de  Soussa  Chichoro.»  (140). 

8.  — Con  este  instrumento  tan  fidedigno  y  de  tanto  crédito  y  abono 
de  los  nuestros  en  razón  de  su  virtud,  sinceridad  y  celo  admirable  de 
la  salvación  de  las  almas,  partieron  dichos  Padres  de  Loanda  ;  hicié- 
ronse  a  la  vela  a  los  últimos  <le  abril  y  en  espacio  de  un  mes  llegaron 
a   la   Bahía,  que  es  puerto  y  ciudad  principal  de  Brasil,  adonde  estu- 


(140)  Esta  misma  carta  la  ha  copiado  e!  P.  Anguiano  en  su  obra  :  Epitome  Itü 
torial  y  conquista  espiritual  del  imperio  abisinio...,  Madrid,  1706,  pp.  110-120. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


449 


vieron  dos  mes«s  aguardando  embarcación  para  Lisboa,  muy  agasaja- 
dos de  los  Padres  Recoletos  d*  nuestro  S.  P.  S.  Francisco,  que  llaman 
de  San  Antonio,  y  tienen  una  provincia  separada  de  los  de  Portugal. 
En  el  ínterin  salió  de  Loanda  el  Gobernador  Luis  Martínez  df  Soussa 
Chichoro  con  dos  Padres  italianos  que  venían  a  Roma  por  orden  del 
Prefecto  a  negocios  de  la  misión,  y  porque  el  viaje  no  careciese  de  tra- 
gedias y  trabajos,  como  los  demás,  y  se  halle  en  el  fin  alguna  propor- 
ción con  los  principios,  sucedieron  los  lances  siguientes. 

9.  — Salió,  pues,  de  Loanda  dicho  Gobernador  con  los  dos  religio- 
sos referidos  y  dos  sobrinos  suyos  y  el  día  de  nuestro  P.  Santo  Do- 
mingo, al  amanecer,  descubrieron  tierra  y  cerca  de  ella  un  navio  de  ho- 
landeses. Acercóse  éste  con  velocidad  n  la  fragata  en  que  iba  el  gober- 
nador con  los  demás  que  salieron  en  su  compañía  de  Loanda,  y  a  po- 
cos lances  la  apresaron  los  holandeses,  alzándose  con  cuanto  llevaba, 
que',  según  los  prácticos,  importó  la  presa  más  de  un  millón.  Pelearon 
los  portugueses  valerosamente ;  mas  al  fin  murió  el  gobernador  de  un 
mosquetazo  y  otros  camaradas  suyos  ;  con  esta  desgracia  desfallecieron 
los  demás  y  se  rindieron  al  holandés.  Después  mandó  salir  de  la  fra- 
gata a  los  religiosos  y  portugueses  que  habían  quedado  y  los  echaron 
en  una  isleta  desierta,  llamada  de  la  Traición,  para  que  pereciesen  de 
hambre. 

10.  — Tomó  luego  la  fragata  con  ochocientos  negros  y  lo  demás  que 
halló  en  ella  y  se'  volvió  a  su  factoría  ;  con  esto  quedaron  destituidos 
de  remedio  humano  ;  enterraron  en  ella  al  gobernador  difunto,  habien- 
do alcanzado  su  cadáver  por  gran  favor  de  los  holandeses.  Pasaron  seis 
días  en  este  trabajo,  sustentándose  de  hierbas  y  alguna  fruta  o  raíz  que 
hallaron,  al  cabo  de  los  cuales,  viéndose  perecer  sin  remedio,  se  alen- 
tó un  marinero  a  vadear  tres  ríos  muy  caudalosos  que  entran  en  el 
mar,  y  de  esta  suerte  atravesando  algunas  leguas,  parte  por  agua  y  par- 
te por  tierra,  zozobrando  entre  mil  peligros,  llegó  y  dió  aviso  de  lo  que 
pasaba  a  una  fortaleza  de  portugueses  que  llaman  Copay.  Admiráronse 
del  valor  del  marinero  y  al  instante  alistaron  una  faluca  con  socorro 
competente  y  fueron  por  los  de  la  isla  ;  después  ¡os  condujeron  a  la 
fortaleza  y  desde  allí  a  la  ciudad  de  Copaiba  y  a  Pernambuco,  de  donde 
los  religiosos  italianos  se  embarcaron  para  Lisboa  y  desde  allí  pasaron 
a  Roma. 

11.  — No  fué  disímil  a  esta  }a  tragedia  de  los  Padres  Fr.  Antonio  d'e 
Teruel  y  Fr.  Buenaventura  de  Corella,  pues  al  cabo  de  los  dos  meses, 

29 


450 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


que  residieron  en  la  ciudad  de  Bahía,  se  les  ofreció  ocasión  de  embar- 
carse con  el  gobernador  que  había  acabado  su  oficio  y  se  volvía  a  Por- 
tugal. Este  anduvo  más  prevenido  en  el  viaje,  escarmentado  de  lo  que 
le  había  sucedido  a  Luis  Martínez  de  Soussa  Chichoro,  y  así  hizo 
aprestar  un  navio  nuevo  propio  de  sesenta  cañones  y  dos  carabelas  de 
mercaderes.  Con  esta  armada  salieron  dichos  Padres  del  puerto  de  la 
Bahía  y,  a  pocas  leguas  de  navegación,  descubrieron  dos  navios  pe- 
chelingues,  que  los  fueron  siguiendo  todo  el  viaje  con  ánimo  de  lograr 
alguna  presa  y,  como  eran  ligeros  y  no  llevaban  carga,  a  cada  paso 
les  tomaban  a  los  portugueses  el  barlovento. 

12.  — De  esta  suerte  fueron  corriendo  su  viaje  sin  atreveVs*  los  pe- 

chelingues  a  explicar  su  designio  con  las  armas,  juzgando  lograr  sin 
fuego  algo  de  la  presa,  con  aguardar  a  que  se  ofreciese  accidente  en 
que  se  desviasen  un  poco  las  carabelas,  las  cuales  y  el  navio  del  gober- 
nador corrían  poco  por  venir  muy  cargadas  de  azúcar  y  de  otros  géne- 
ros. Hallándose,  pues,  a  poco  más  de  doscientas  leguas  de  Lisboa,  per- 
mitió Dios  que  el  mismo  día  de'  N.  S.  P.  S.  Francisco,  cuando  ya  se 
daban  los  parabienes  los  pasajeros,  repentinamente  sobreviniese  una 
borrasca  tan  fiera,  que  les  duró  cuatro  días  y  les  puso  muchas  veces  a 
pique  de  anegarse. 

13.  — Con  este  no  esperado  accidente  se  dividieron  las  embarcaciones, 
que  fué  lo  que  deseaban  los  pechelingues,  y  así  uno  de  ellos  cogió  una 
carabela  de  los  portugueses.  Después  se  sosegó  el  mar  y  volvieron  a 
descubrir  los  bajeles  pechelingues  con  la  presa,  sin  haberse  persuadido 
hasta  entonces  que  su  designio  era  apresar  las  tres  embarcaciones.  En 
viéndolos  los  portugueses  se  fueron  acercando  a  ellos,  juzgando  eran 
amigos;  mas  estando  cerca,  conocieron  su  engaño,  porque  acelerando 
el  curso  uno  de  ellos,  se  arrimó  al  navio  portugués  en  que  iban  los  re- 
ligiosos y  el  gobernador  y  comenzó  a  disparar.  Pelearon  por  espacio 
de  tres  horas  y  fué  tan  reñido  el  combate,  que'  sin  embargo  de  hallarse 
maltratado  el  pechelingue,  después  de  una  breve  retirada  que  hizo  para 
componer  lao  velas  y  jarcias,  volvió  segunda  vez  a  pelear  pero,  inquie- 
tándose el  mar  con  una  borrasca  repentina  y  la  oscuridad  de  la  noche, 
se  puso  fin  a  la  contienda. 

14.  — Apenas  amaneció  cuando  los  portugueses  remendaron  sus  ve- 
las por  haber  quedado  destrozadas  de  los  cañonazos,  a  causa  de  que  el 
enemigo,  con  deseo  de  lograr  entera  la  presa,  había  asestado  sus  tiros 
a  ellas  para  cortarlas.  Pero,  antes  de  comenzar  a  marchar,  descubrieron 
a  lo  lejos  otra  nave  pechelingue  que  en  brevísimo  rato  les  hizo  frente. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


mas  aunque  intentó  nuevo  combate  y  aun  abordarlas,  no  lo  pudo  con- 
seguir, porque  con  toda  la  diligencia  posible  se  fueron  arrimando  al 
puerto  de  Andra,  que  es  uno  de  las  Islas  Terceras,  adonde  se  acogie- 
ron. En  esta  refriega  pasada  experimentaron  los  nuestros  la  protección 
soberana  de  la  Reina  de  los  ángeles  pues,  con  llover  sobre  ellos  y  sobre 
los  portugueses  infinitas  balas,  ninguno  recibió  el  menor  daño  y,  aun- 
que al  capitán  del  navio  le  pasó  una  bala  de  artillería  por  debajo  de  la»- 
piernas,  no  k'  ofendió  cosa  alguna. 

15.  — Todo  lo  cual  se  atribuyó  con  razón  a  la  protección  divina  y  a 
la  intercesión  de  la  que  es  Madre  de  misericordia,  a  quien  procuraron 
obligar  todos  con  devotos  ruegos  y  súplicas,  pues,  demás  de  haber  acu- 
dido en  el  discurso  del  viaje  con  edificación  y  provecho  de  sus  almas 
a  todos  los  ejercicios  espirituales  que  hacían  los  religiosos,  es  a  saber, 
a  las  misas,  sermones  y  doctrina  tres  días  cada  semana  y  a  los  Sacra- 
mentos de  la  Penitencia  y  Eucaristía  frecuentemente,  ninguno  faltó  a 
rezar  el  Santo  Rosario  y  Letanías  de  la  Virgen  Santísima,  lo  cual  se 
hacía  todos  los  días  con  sumo  afecto  y  devoción.  En  comenzándose  el 
combate,  acordándose  de  infinitos  ejemplares  y  no  dudando  ser  medio 
eficacísimo  para  defenderse  de  todos  peligros  acudir  a  la  Reina  Santí- 
sima, determinaron  que  la  gente  de  armas  ocupase  sus  puestos  para 
la  defensa  y  los  inhábiles  se  retirasen  con  los  religiosos  a  rezar  el  Ro 
.sario  de  la  Virgen  Santísima  para  que  de  esa  suerte,  así  como  Moisés 
con  su  pueblo  en  la  salida  de  Egipto,  puesta  la  confianza  en  Dios  y  en 
su  Santísima  Madre,  alcanzasen  la  victoria.  Así  lo  experimentaron  y 
con  tal  felicidad,  que  al  contrario  le  hicieron  mucho  daño,  sin  recibir 
la  menor  lesión,  excepto  en  las  velas,  en  medio  de  llover  por  todas  par- 
tes infinitas  balas. 

16,  — Por  este  medio  libró  Dios  a  sus  siervos  de  tan  manifiesto  pe- 
ligro y  de  tan  porfiado  combate'.  Ojalá  que  en  todos  nuestros  trabajos 
y  necesidades  acudiésemos  a  su  Santísima  Madre,  pues  con  eso  expe- 
rimentaríamos sus  favores  y  con  tal  abundancia  que  no  dudó  decir  San 
Germán,  Patriarca  de  Constantinopla,  que :  Nemo  salutem  consequitur. 
nisi  per  te,  Sancta  Virgo;  nemo  dohrum  vacuus  nisi  te  opitufante,  Vir- 
go purissima;  nemo  beneficio  aliquo  divinitus  afficitur,  nisi  te  media- 
trice.  Virgo  castissima;  nemo  peccatis  absolvitur  nisr  te  patrocinante. 
Virgo  quovh  honor e  ac  laude  dignissima.  En  la  ciudad  de  Andra  se  de- 
tuvieron cuatro  meses  nuestros  religiosos  ejercitando  su  apostólico  mi- 
nisterio, hasta  que  se  les  ofreció  ocasión  de  venir  a  España.  Arribó 
después  un  navio  de  ingleses  al  puerto   y,  sabiendo  había  de  pasar  a 


453 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


Lisboa,  se  embarcaron  en  él ;  pero,  sobreviniendo  unos  vientos  furio- 
sos, embocó  el  bajel  por  el  estrecho  de  Gibraltar  y,  hallándose  cerca 
de  esta  población,  k  rogaron  al  capitán  les  permitiese  salir  a  tierra.  El 
Padre  Fr.  Antonio  de  Teruel  se  hallaba  con  vehementes  dolores  de  la 
gota  por  entonces,  y  también  con  poca  salud  el  P.  Fr.  Buenaventura 
de  Corella.  Con  esta  ocasión,  compadeciéndose  de  ellos  el  capitán,  les 
dió  la  lancha  y  saltaron  en  tierra,  agradeciéndole  el  favor,  así  porque 
llevaba  orden  de  no  desembarcar  a  ningún  pasajero  sino  en  Lisboa, 
como  porque  el  tal  era  hereje  y  no  esperaban  de  su  natural  tan  singu- 
lar obsequio. 

17. — Desde  Gibraltar  vinieron  dichos  Padres  a  Cádiz,  de  donde  se 
partieron  para  sus  provincias.  El  P.  Fr.  Antonio  para  la  de  Valencia, 
adonde  acabó  su  vida,  ejercitado  de  trabajos  y  enfermedades  contraí- 
das en  la  misión.  El  P.  Fr.  Buenaventura  de  Corella  semejantemente 
acabó  su  carrera  después  de  algunos  años.  Uno  y  otro  fueron  de  aven- 
tajadas prendas  y  letras  y  de  maravilloso  celo  de  la  salvación  de  las  al- 
mas;  por  estos  adornos  y  especialmente  por  el  de  su  vida  ejemplar 
fueron  varias  veces  empleados  en  sus  Provincias  en  los  oficios  de  Guar- 
dián y  Definidor  con  aprobación  común ;  el  uno,  en  la  de  Valencia  y  el 
otro,  en  la  de  Navarra.  El  P.  Fr.  Antonio  tengo  entendido  está  s.epul- 
tado  en  el  convento  de  Murcia  adonde  fué  Guardián,  y  el  P.  Fr.  Bue- 
naventura de  Corella  en  el  de  Cádiz,  a  donde  le  cogió  el  mal  de  que 
murió,  siendo  confesor  dej  Excmo.  Sr.  Duque  de  Aveiro,  General  dt 
la  Armada,  el  cual  Je  nombró  por  Vicario  general  de  ella  y  se  excusó 
de  esa  honra,  aceptando  sólo  la  de  ser  su  confesor,  por  mandárselo  h 
rbediencia  y  poder  más  libremente  ejercitarse  en  las  misiones.  Cogió 
mucho  fruto  en  los  soldados  con  su  ejemplo  y  predicación,  y  su  muerte 
fué  muy  sentida  de  todos  por  tener  en  él  padre,  maestro  y  todo  con- 
suelo (141). 


(141)  Del  P.  Buenaventura  de  Corella  no  poseemos  otros  datos  que  los  aquí 
apuntados.  El  P.  Teruel  contaba  solamente  17  años  al  vestir  el  sayal  capuchino  el  12 
de  junio  de  1621.  Se  dedicó  a  la  predicación  con  gran  entusiasmo  ;  fué  Guardián  del 
-onvento  de  Tortosa  y  de  Murcia  y  asimismo  dos  veces  Definidor.  Después  de  estar 
en  el  Congo,  trabajando  muy  intensamente,  se  volvió  a  España,  con  lo»  pretextos 
aparentes  apuntados  por  el  P.  Anguiano,  pero  en  realidad  de  verdad  porque,  puestas 
las  cosas  en  el  estado  de  tirantez  en  que  se  hallaban,  por  fútiles  razones  políticas  y 
peligros  que  los  portugueses  se  forjaban,  era  mejor  a  la  marcha  de  la  misión  no  hu- 
biese en  ella  españoles.  Vuelto  a  su  Provincia  de  Valencia  se  dedicó  a  completar  los 
trabajos  lingüísticos  que  había  comenzado  en  el  Congo  y  de  los  que  ya  hemos  ha- 
blado. Finalmente,  siendo  Guardián  de  Murcia  y  Definidor  Provincial  falleció  en  di- 
cho convento  el  17  de  febrero  de  1665  (Cfr.  Crónicas  de  la  Provincia  de  Valrncia. 
Parir  H.  )ip   101-107. — Ms,  del  Archivo  Provincial  de  Capuchinos  de  Valencia). 


LA  MISIÓN  DEL  CX)>iG<) 


453 


18. — Su  arribo  de  estos  religiosos  a  España  fué  el  año  de  1658.  De- 
bérnosles gran  parte  de  las  noticias  de  esta  relación  y  especialmente  al 
Padre  Fr.  Antonio  de  Teruel,  el  cual  fué  fidelísimo  observador  de  los 
sucesos  de  su  tiempo  y  como  testigo  d.e  vista  refiere  en  su  relación 
cuanto  sucedió  desde  que  llegó  al  Congo,  el  año  de  1647,  hasta  el  de 
1658,  en  que  volvió  a  España.  De  sus  originales,  de  los  del  P.  Fr.  Juan 
de  Santiago  y  de  las  Relaciones  que  se  dieron  a  la  estampa  el  año  de 
1649  en  Madrid  y  fueron  publicadas  por  Don  José  Pellicer  de  Tobar, 
Cronista  mayor  del  señor  rey  Don  Felipe  IV,  el  Grande  (142),  se  ha 
formado  ésta ;  a  los  cuales  principalmente  seguiremos  en  las  restantes 
de  la  Zinga  y  del  Benín,  añadiendo  las  noticias  que'  por  otras  vías  he- 
mos podido  adquirir.  Pero  respecto  de  haberse  ¡do  dando  la  mano  unas 
misiones  a  otras,  formaremos  la  siguiente,  que  es  la  tercera  en  orden, 
de  las  relaciones  de  la  Zinga,  del  Benín,  de  Arda  y  reinos  de  Guinea, 
con  que  concluiremos  lo  tocante  a  la  Etiopia  y  a  Ja  solicitud  de  nues- 
tros Capuchinos  de  España  en  la  conversión  de  sus  naturales  (143). 


(142)  Se  refiere  a  ía  conocida  obra  Misión  apó^tólica  al  reino  de  Congo  por  la 
Seráfica  Religión  de  los  Capuchinos,  Madrid,  1649.  Como  el  mismo  autor  confiesa, 
las  noticias  que  en  ella  da,  le  habían  sido  comunicadas  por  los  propios  misioneros 
capuchinos  que  entonces  se  encontraban  en  Madrid,  PP.  Angel  de  Valencia  y  Juan 
Francisco  de  Roma. 

(143)  Todas  estas  misiones,  a  cargo  también  y  exclusivamente  de  los  Capuchinos 
españoles,  ocupan  el  segunda  libro  del  manuscrito  del  P.  Anguiano,  como  ya  dijimos 
en  el  prólogo,  y  formarán  también  el  segundo  tomo  de  la  historia  de  las  Misiones 
Capuchinas  en  Africa. 


I 

I 

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CAPITULO  L 


En  que  se  da  noticia  del  estado  presente  del  reino  del 
Congo  hasta  el  año  de  mil  setecientos  y  cinco  y  de  varios 
X  sucesos  notables. 


1. — Las  últimas  noticias  que  he  podido  lograr  para  dar  fin  a  esta  cé- 
lebre misión  y  tan  antigua  que  empezó  desde  el  año  de  1645  y  de  la 
cual  han  resultado  otras  muchas  en  aquellos  reinos  etiópicos  de  la  costa 
occidental  de  Africa,  me  las  participó  desde  Cádiz  el  año  pasado  de 
1705  el  R.  P.  Fr.  Francisco  de  Pavia,  hallándose  allí  de  tránsito  para 
Italia  de  vuelta  del  Congo  donde  ha  residido  por  espacio  de  veintiocho 
años,  habiendo  sido  dos  veces  Superior  y  Prefecto  de  dicha  misión  por 
dos  septenios.  De  este  testigo  tan  práctico  y  calificado  por  su  mucha 
virtud  y  prendas,  he  sabido  las  noticias  que  aquí  doy  y  son  las  siguien- 
tes (144). 

«Jamás  — dice — ,  ha  dejado  de  enviar  Ja  Sacra  Congregación  de  Pro- 
paganda Fide  religiosos  nuestros  a  predicar  el  Santo  Evangelio  en 
aquellas  tierras,  de  los  cuales  hasta  hoy  se  numeran  doscientos  y  trein- 
ta y  uno  los  que  han  cultivado  el  reino  del  Congo,  sin  los  que  han  pa- 
sado a  cultivar  los  reinos  circunvecinos,  cuales  son  el  de  Angola,  el  de 
Singúela,  el  de  Dongo,  el  de  Engobela,  el  de  Matamba,  llamado  tam- 
bién de  la  Zinga.  En  otros  reinos  o  islas  de  gentiles  también  hacemos 


(144)  Del  mismo  P.  Francisco  de  Pavia  publicó  también  el  P.  Anguiano  otra  ex- 
tensa carta  en  la  que  asimismo  da  muy  interesantes  noticias  sobre  la  misión  del  Con- 
go y  de  los  reinos  circunvecinos.  Las  noticias  de  una  y  otra  carta  coinciden  en  su 
m.iy'or  parte  (Cfr.  Epítome  historial  y  conquista  espiritual  del  imperio  abisinio,  o.  c». 
pp.  122-140). 

Del  P.  Andrés  de  Pavía,  que  no  debe  confundirse  con  el  mencionado  P.  Francisco, 
pero  que  fué  también  misionero  en  el  Congo  los  años  1685  a  1701,  existe  en  nuestra 
B.  N.  de  Madrid  un  interesantísimo  diario  que  él  tituló :  Viaggio  Apostólico  alie 
Missioni  delV Africa  íM.<;.  3.165,  ff  68r.— 132v.). 


458 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  AFRICA 


misiones,  aunque  de  paso,  porque  nos  lo  permiten  sus  reyes,  en  los 
cuaks  se  bautizan  millares  de  párvulos,  de  los  cuaks  es  cierto  que  los 
más  se  salvan  por  morir  en  el  estado  de  la  inocencia,  ya  de  viruelas, 
ya  de  otras  enfermedades  y  epidemias,  que  comúnmente  suelen  padecer 
en  aquella  tierna  edad. 

2.  — «La  última  relación  que  envié  a  Roma  de  las  almas  convertidas 
y  bautizadas  por  nuestros  misioneros  fué  de  ciento  y  ochenta  mil  y  más. 
Los  casamientos  según  el  orden  de  la  Iglesia  fueron  más  de  veinte  mil. 
Continuamente  se  administra  el  sacramento  del  bautismo  y  en  todas 
partes  y  no  es  fácil  reducir  a  guarismo  las  almas  que  le  han  recibido 
desde  que  entraron  los  nuestros  en  aquellas  tierras  a  predicar  la  fe.  Mi- 
sioneros ha  habido,  que  durante  el  tiempo  de  su  precisa  residencia,  que 
son  siete  años,  contaron  quién  cincuenta  mil  y  quién  sesenta  mil  y  más. 
Incomparablemente  fuera  mayor  el  número  de  los  bautizados,  si  se  les. 
administrase  este  sacramento  a  los  adultos  que  k  solicitan.  Pero  a  és- 
tos se  les  dificulta  y  no  se  les  concede  sino  es  en  el  artículo  de  la  muer- 
te, y  a  los  que  se  casan  legítimamente  y  se  pasan  a  vivir  a  las  pobla- 
ciones donde  hay  cristiandad,  iglesias  y  ministros  de  ellas,  que  les  en- 
.señan  a  vivir  católicamente.  Porque  de  otra  suerte  es  moralmente  im- 
posible el  que  dejen  las  concubinas,  las  supersticiones  e  idolatrías  con 
que  se  han  criado  y  viven. 

3.  — «No  matan  en  estas  tierras  a  los  misioneros  a  hierro,  como  en 
otras  partes,  pero  si  con  venenos  fortísimos  y  muy  cautelosamente. 
Más  son  de  ciento  los  que  han  muerto  con  tal  género  de  martirio  ;  de 
lo  cual  ni  nos  quejamos  ni  hacemos  cargo  a  alguno,  dejándolo  correr 
por  cuenta  de  Dios.  Antes  bien,  en  llegando  la  noticia  de  la  muerte  de 
algún  misionero  ocasionada  del  veneno,  tiene  no  poco  que  hacer  el  Pre- 
fecto en  modificar  el  celo  de  los  otros  que  se  ofrecen  luego  a  sustituir 
el  lugar  del  difunto,  por  si  acaso  les  toca  la  suerte  de  alcanzar  seme- 
jante martirio.  Los  blancos  y  los  negros  viven  admirados  de  esto,  vien- 
do que  avanzan  por  los  peligros  de  la  vida  siendo  tantos  y  tan  ciertos. 
Los  ejecutadores  de  estas  muertes  son  los  hechiceros  y  ministros  dia- 
bólicos, que  viven  en  aquella  gentilidad,  aunque  ocultos,  a  los  cuales 
miran  y  atienden  como  a  sus  sacerdotes,  predicantes  y  médicos,  no  obs- 
tante que  con  sus  curaciones  diabólicas  matan  a  los  más  que  se  curan 
con  ellos.  Esos  son  capitales  enemigos  de  los  misioneros,  y  ésto»  pre- 
dican continuamente  contra  sus  infernales  doctrinas,  hechicerías,  tor- 
pezas e  idolatrías. 


LA  MISIÓN  DHL  CONGO 


459 


i. — «Estos  hechiceros  tienen  varioss  nombres,  como  son  nganga  en- 
gombos,  catuanas,  singuillas  y  otros  semejantes ;  todos  tienen  pacto 
explícito  con  el  demonio  y  le  hacen  continuos  sacrificios.  Procuran  des- 
truir cuanto  edifican  con  su  doctrina  y  ejemplo  los  misioneros  y,  a  no 
ser  por  las  continuas  sugestiones  de  estos  malditos  hombres,  es  sin 
duda  que  estuvieran  ya  reducidos  a  la  fe  los  más  reinos  de  esa  Etiopia 
inferior.  Otro  inconveniente  gravísimo  se  experimenta  en  el  Congo, 
que  atrasa  y  aun  impide  mucho  }os  progresos  espirituales  y  la  predi- 
cación evangélica.  Nace  ese  daño  de  ser  electiva  la  corona  y  darse  por 
votos  de  los  maníes.  Esa  suele  andar  entre  los  descendientes  de  dos  li- 
najes muy  antiguos,  cuyos  apellidos  son  Quimolace  y  Quhnpongo  y  de 
uno  y  otro  hay  dilatada  parentela.  Estos  se  suelen  hacer  guerra  entre 
sí  y  siempre  viven  opuestos  tiranizándose  las  vidas,  a  cuya  causa  viven 
poco  aquellos  reyes  y  tienen  destruido  el  reino,  y  tanto  que  no  es  hoy 
la  mitad  de  lo  que  fué  antiguamente.  Suele  suceder  muchas  veces  ele- 
gir dos  y  tres  reyes  y  levantarse  de  aquí  un  gran  cisma,  que  no  se  apa- 
ga en  muchos  años,  como  al  presente  lo  hay.  Y  aunque  han  trabajado 
mucho  los  misioneros  para  que  se  conformen  y  no  destruyan  el  reino 
con  sus  continuas  guerras  y  desavenencias,  con  todo  eso  no  lo  han  po- 
dido conseguir  por  ser  ordinariamente  puntosos,  vanos  y  tercos  en  sus 
dictámenes. 

5.  — ((Al  presente  padece  ese  reino  esa  desdicha  porque  hay  un  rey 
llamado  Don  Pedro  Alfonso,  denominado  Aguarosada  Serclonia,  el 
cual  de  muchos  es  obedecido,  pero  al  mismo  tiempo  hay  otro,  que  es 
su  primo  hermano,  llamado  Don  Juan,  hijo  de  otro  Don  Juan,  dicho 
Sambantamba,  que  también  fué  rey.  Este  no  se  atreve  a  pasar  de  los 
montes  de  Quibongo  para  ¡a  corte  de  San  Salvador,  temeroso  de  ser 
degollado.  Deseoso,  pues,  de  la  paz  y  común  sosiego  de!  reino,  salí  a 
la  visita  de  nuestros  conventos  de  residencia,  haciendo  de  paso  misio- 
nes, y  procuré  cuanto  pude  y  a  costa  de  no  pocas  leguas  y  trabajos,  el 
que  se  concordasen  y  conviniesen  en  uno.  Por  último,  ayudado  de  Dios 
y  venciendo  varias  dificultades  y  llevando  hartas  pesadumbres,  vine  a 
conseguir  de  la  mayor  parte  de  los  manicongos  la  uniformidad  de  los 
votos  en  la  persona  de  Don  Pedro  Alfonso,  y  pasaron  luego  a  aclamar- 
le, haciendo  el  sangamento  y  funciones  de  alegría  que  acostumbran. 

6.  — «Mas  como  el  partido  de  Don  Juan  estaba  en  el  reino  de  Bula, 
me  fué  preciso  pasar  a  él  para  que  viniese  en  la  elección.  Allí  vi  y  tra- 
té despacio  a  Don  Juan,  al  cual,  aunque  parece  le  tocaba  el  reino,  en 
fuerza  de  la  elección,  pero  le  hallé  insensato,  idólatra  público  e  incapaz 


46o 


MISIONES  CAPUCHINAS  HN  AFRICA 


por  sus  delirios  de  reinar,  según  los  establecimientos  del  reino.  Todos 
los  consejeros  y  manicongos  del  partido  de  éste  alabaron  a  Dios  y  vi- 
nieron en  la  elección  que  se  había  hecho  en  la  persona  de  Don  Pedro 
Alfonso.  Concordados  los  ánimos,  salió  como  furia  infernal,  turbándolo 
todo,  la  princesa  Doña  Elena,  que  sintió  a  par  de  muerte  el  perder  el 
dominio  y  autoridad  que  ejercía  como  reina  por  ser  hermana  de  Don 
Juan.  Pretendió  esa  princesa  que,  ya  que  su  hermano  estaba  incapaz, 
eligiesen  por  rey  al  príncipe  Don  José,  yerno  suyo.  Con  esta  novedad 
lo  alteró  todo  y,  aunque  el  yerno  en  lo  exterior  le  aconsejaba  desistie- 
se de  la  pretensión,  no  hubo  forma  de  eso.  Viendo  yo  en  tan  mal  es- 
tado la  materia,  mi  falta  d,e  fuerzas  y  salud,  al  cabo  de  tantas  fatigas, 
les  hice  a  todos  la  última  reconvención,  protestando  delante  de  Dios 
hacerles  cargo  de  todos  los  daños  que  por  sus  culpas  venían  al  reino 
y  de  lo  mucho  que  padecí  y  trabajé  por  concordarlos. 

7.  — «Despedíme  para  proseguir  mi  visita,  viendo  que  no  podía  ajus- 
tar  nada  por  la  mala  y  perversa  cizaña  que  sembró  en  los  ánimos  la 
princesa  Doña  Elena.  Antes  de  partirme  supe  y  averigüé  varios  deli- 
tos suyos  contra  nuestra  santa  fe  católica,  con  los  cuales  tenía  escan- 
dalizado el  reino.  Tenía  por  suya  cierta  población  en  !a  cual  ella  y  sus 
consejeros  se  juntaban  a  idolatrar,  invocando  a  los  demonios  y  hacién- 
doles varios  sacrificios  por  sí  y  por  medio  de  sus  hechiceros.  Sabiendo 
ésto  y  reconociendo  mi  obligación,  los  amonesté  y  reprendí  para  que 
se  enmendasen,  pero,  perseverando  ella  y  ellos  en  sus  maldades,  pasé 
a  excomulgarlos.  Enviáronme  diferentes  embajadores,  pidiéndome  la 
absolución,  pero  siempre  respondí  que  estaba  pronto  a  dársela,  siendo 
cierto  su  arrepentimiento,  quitando  los  escándalos  y  dando  plena  satis- 
facción a  la  Iglesia  y  cumpliendo  la  penitencia  que  les  impusiese.  Da- 
ban buenas  palabras  siempre,  pero  no  cesaron  en  sus  malditas  obras 
hasta  que  Dios  ejecutó  en  ellos  un  castigo  horroroso.  La  Doña  Elena 
murió  luego  repentinamente ;  lo  mismo  les  sucedió  a  todos  sus  conse- 
jeros, publicando  todos  los  demás  haber  sido  castigo  del  cielo  por  sus 
idolatrías,  desprecio  de  la  excomunión  y  escándalo  del  reino.  Asi  mu- 
rieron estos  infelices  y  con  su  muerte  se  pasaron  los  más  de  aquel  par- 
tido a]  de  Don  Pedro  Alfonso  que  era  temeroso  de  Dios  y  religioso 
en  sus  costumbres. 

8.  — «Otro  caso  me  sucedió  parecido  al  referido  en  el  gran  ducado  de 
Sundi,  con  el  marqués  de  Esebo,  llamado  Don  Duarte.  Este,  estando 
excomulgado  por  vivir  muchos  años  había  amancebado  con  una  prima 
suya  de  la  cual  tenía  hijas  casaderas,  no  hacía  caso  de  la  excomunión  ; 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


461 


a  cuya  causa  me  fué  preciso  publicarle  vitando  con  todas  las  ceremo- 
nias que  usa  la  Iglesia.  Acudieron  a  mí  el  duque  de  Sundi,  su  tío,  y 
otros  señores,  prometiendo  de  traerle  a  mi  presencia,  reconocido  y  arre- 
pentido, para  lo  cual  le'  concedí  tres  días  de  tiempo.  Fué  caso  raro, 
que,  apenas  le  publiqué  excomulgado  vitando  en  la  iglesia,  cuando  en 
el  lugar  donde  vivía  se  secó  el  río  y  también  se  secaron  los  frutos  y 
sementeras  y  hasta  los  hombres  se  entristecieron  de  suerte,  que  per- 
dieron el  color  y  parecían  difuntos. 

9.  — «Por  último  vino  a  mi  presencia,  al  parecer  humillado  y  arrepen 
tido,  pidiendo  la  absolución,  }a  cual  le  concedí  después  de  haberle  apar- 
tado de  la  amiga  y  ofrecido  casarse  y  cumplir  las  penitencias  que  le  or- 
dené. Advertíle  que  mirase  bien  las  promesas  que  hacía  a  Dios,  el  cual 
no  puede  ser  engañado  y  tiene  la  mano  levantada  contra  los  contuma- 
ces y  fementidos,  que  desprecian  las  censuras  de  la  Iglesia,  y  no  suele 
tardar  en  descargarla.  Así  le  sucedió,  volviendo  a  la  mala  amistad  an- 
tigua, porque,  después  de  cuatro  semanas,  yendo  a  dar  una  batalla  al 
marqués  de  Pango,  fué  herido  con  cuatro  flechas  y  luego  murió  sin 
confesión  ni  seña]  de  dolor  de  sus  pecados. 

10.  — «Es  cosa  lastimosa  lo  que  sucede  en  este  reino  por  las  eleccio- 
nes, así  de  la  corona  como  de  los  títulos,  a  los  cuales  confirma  el  rey 
y  Jos  eligen  los  vasallos.  Tales  elecciones,  como  son  tan  frecuentes, 
causan  gravísimos  daños  en  lo  espiritual  y  temporal,  porque  con  la  gue- 
rra todo  se  perturba  y  no  se  atiende  a  lo  espiritual,  y  las  reducciones 
a  la  fe  se  ponen  de  mala  calidad.  En  lo  temporal  es  asimismo  gravísi- 
mo el  daño  que  recibe  el  reino  y,  según  va,  se  puede  temer  que  le  pier- 
dan. En  e]  año  de  1557,  reinando  Don  Alvaro  I  de  este  nombre,  le  llegó 
a  perder,  y  aunque  después  le  volvió  a  recuperar,  pero  no  todo.  Des- 
pués poco  a  poco  han  ido  perdiendo  los  reinos  de  los  Ambendos  o 
Abandos,  Matamba,  Angola,  Quizama,  Angoy,  Cacongo,  los  siet^  rei- 
nos de  Congere,  Amolaza  y  los  Papelungos,  el  Zaire,  los  Ancicos,  An- 
zicana  y  Loango.  Y  en  fin,  no  es  hoy  la  media  prte  de  lo  que  fué,  aun- 
que el  rey  se  intitula  señor  de  todos  esos  reinos,  mas  no  lo  es.» 


CAPITULO  LI 


1 


En  que  se  hace  mención  de  los  misioneros  que  hasta  hoy 
ha  enviado  la  Sacra  Congregación  al  Congo  desde  que 
fueron  a  ese  reino  los  primeros  Capuchinos. 


1.  — Prosigiñendo  las  noticias  del  capítulo  precedente,  dice  así  el  Pa- 
dre Fr.  Francisco  de  Pavía :  «Las  maravillas  que  Dios  ha  obrado  por 
midió  de  Jos  religiosos  que  han  asistido  en  estas  misiones,  son  tantas, 
que,  si  se  hubiesen  de  referir,  sería  necesario  hacer  muchos  volúmenes. 
Yo  remití  a  Italia  casi  todos  mis  papeles,  por  lo  cual  y  la  gran  falta 
de  salud,  no  puedo  extenderme  todo  lo  que  quisiera  y  me  limito  a  las 
cortas  noticias  que  aquí  doy  y  de  que  al  presente  me  acuerdo,  que 
como  han  pasado  tantos  años,  no  es  fácil  acordarme  de  todas. 

Del  Padre  Fr.  Antonio  de  Sarrabeza,  hijo  de  la  Provincia  de  Tos- 
cana,  se  refieren  varios  prodigios  y  entre  ellos,  que  predicando  a  los 
negros  en  ¡a  lengua  ambonda,  todos  le  entendían  como  si  les  hablase 
en  su  lengua  nativa,  siendo  de  naciones  y  lenguas  muy  diversas.  Tam- 
bién se  refiere  de  este  siervo  de  Dios  que,  yendo  al  imperio  de  Gan- 
guela  a  predicar  la  fe,  pasando  por  el  desierto  adonde'  no  hay  casa  al- 
guna ni  árbol,  hallándose  en  su  compañía  muchos  Pombeiros,  que  son 
negros  mercaderes,  esclavos  de  los  criollos  portugueses,  les  mandó 
juntar  sus  cargas  y  que  ellos  se  acercasen  a  él  por  ser  furiosos  los  vien- 
tos y  grande  la  lluvia  que  les  amenazaba.  Fué  cosa  admirable  que,  con 
estar  en  campo  raso,  no  cayó  sobre  ellos  ni  una  gota  de  agua  ni  les 
perjudicó  cosa  alguna  el  viento  con  ser  tan  furioso. 

2.  — «El  P.  Fr.  Juan  María  de  Pavía,  de  la  Provincia  de  Bolonia,  fué 
varón  admirable  ;  por  sus  oraciones  y  méritos  obró  nuestro  Señor  mu- 
chos milagros  y  predijo  el  día  de'  su  muerte  y  el  de  una  niña  natural 
de  Loanda,  ¡o  cual,  estando  ambos  buenos  por  entonces,  se  cumplió 
puntualmente,  muriendo  dicho  Padre  y  el  siguiente  día  la  niña,  que  era 

30 


466 


MISIONES  CAPUCHINAS  F.N  ÁFRICA 


de  pocos  años,  a  la  cual  convidó  para  él  cielo,  diciéndola  en  presencia 
d€  su  madre:  «Vamos,  hija,  al  cielo,  que  ya  el  Señor  nos  llama  a  su 
gloria.» 

3. — «El  P.  Fr.  Benedicto  de  Lucignano,  de  la  Provincia  de  Tosca- 
na,  resplandeció  en  todas  las  virtudes  y  le  honró  Dios  con  singulares 
prodigios.  Murió  en  Matamba  y,  apenas  expiró,  cuando  toda  la  vacada 
de  la  reina  Zinga,  sin  quedar  una,  salió  del  sitio  donde  estaba  recogi- 
da y  de  dos  en  dos  fueron  berreando  hasta  la  puerta  de  la  iglesia, 
como  si  llorasen  la  muerte  del  santo  Padre,  y,  después  de  un  buen  ra- 
to, se  volvieron  a  su  encerramiento.  Esa  misma  diligencia,  a  la  misma 
hora  y  en  la  misma  forma,  la  repitieron  las  vacas  en  los  dos  dias  si- 
guientes, causando  suma  admiración  a  toda  aquella  ciudad.  Así  como 
murió  este  santo  religioáo,  se  apareció  a  dos  amigos  suyos  vecinos  de 
Loanda,  a  quienes  pidió  algunos  paños  de  lienzo  para  curarse  las  lla- 
gas que  padecía.  Y,  yendo  a  buscarlos,  se  les  desapareció  de  la  vista, 
pero  con  todo  eso  recogieron  los  paños  y  se'  los  enviaron  al  convento 
creyendo  estaba  ya  en  él ;  pero,  sabiendo  que  no  había  llegado  ni  se 
tenía  noticia  de  él,  cayeron  en  cuenta  de  que'  había  salido  de  este  mise- 
rable mundo.  Son  muchas  las  jornadas  que  hay  desde  Matamba  hasta 
Loanda  y  después  se  comprobó  cómo  a  la  misma  hora  y  día  en  que 
expiró,  se  apareció  a  sus  dos  amigos. 

i. — «Fr.  Francisco  de  Licodia,  Religioso  Lego  de  la  Provincia  de 
Siracusa  de  Sicilia,  que  fué  compañero  de  nuestro  General  Fr.  Inocen- 
co  de  Caltagirone,  varón  admirable  en  virtudes  y  prodigios,  pasó  des- 
pués a  la  misión  del  Congo,  donde  vivió  muchos  años,  obrando  Dios 
por  sus  oraciones  y  méritos  en  vida  y  después  de  su  muerte  muchos  y 
grandes  milagros,  y  tan  continuos,  que  se  le  remitió  orden  por  parte 
de  la  Sacra  Congregación  al  Obispo  de  Santo  Tomé  para  que  los  com- 
probase e  hiciese  información  jurídica  de  ellos  y  de  su  vida  admirable', 
para  promoverle  a  }a  beatificación,  la  cual  ya  se  ha  remitido  a  Roma, 
y,  según  se  dice,  son  más  de  veinte  los  muertos  que  ha  resucitado. 

5. — «Otro  religioso,  de  cuyo  nombre  al  presente  no  me  acuerdo,  ha- 
biéndose embarcado  en  el  puerto  de  Loanda  para  el  Brasil,  murió  a  los 
cuatro  o  seis  días  y  le  sepultaron,  como  suelen,  en  el  mar.  Pero,  ¡caso 
raro!  ;  a  la  misma  hora  se  halló  su  cuerpo  en  la  orilla  de  la  playa  de 
la  Bahía  del  Brasil  y  de  allí  fué  llevado  a  la  catedral  donde  le  dieron 
honorífica  sepultura.  Llegó  el  navio  a  ese  puerto  después  de  un  mes 
y,  preguntando  a  la  gente  de  él  si  había  muerto  en  él  algún  Capuchi- 
no, todos  respondieron  que  sí,  dando  las  señas  de  él  y  diciendo  el  día 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


467 


y  la  hora  en  que  murió  y  fué  sepultado  en  el  mar,  y  todos  conocieron 
haberle  Dios  llevado  milagrosamente  a  tierra. 

6.  — «No  es  menos  prodigioso  el  suceso  siguiente  y  es  muy  digno  de 
notarse.  Acaeció  el  año  de  1692  hacer  viaje  para  Lisboa  desde  Loanda 
el  P.  Fr.  Juan  de  Belluno,  hijo  de  la  Provincia  de  Venecia,  y  pocos 
dias  antes  de  descubrir  tierra,  murió.  Fuéronle  a  amortajar  para  darle 
sepultura  en  el  mar  y  le  hallaron  que  tenía  impresas  en  las  manos,  en 
los  pies  y  en  el  costado  las  llagas,  cosa  que  les  causó  suma  admiración  ; 
mas  con  todo  eso,  aunque  con  gran  sentimiento  de  todos,  lo  echaron 
al  mar.  Depusieron  de  esto  con  juramento  el  capitán  y  marineros, 
como  testigos  de  vista,  después  que  llegaron  a  Lisboa,  y,  sabedor  del 
caso  el  rey  Don  Pedro,  los  mandó  llamar  y  los  reprendió  mucho  porque 
no  trajeron  a  Lisboa  e}  cadáver.  Fué  este  bendito  Padre  gran  misio- 
nero y  por  muchos  años,  primero,  en  las  tierras  de  Venecia  y  después, 
en  las  del  Congo,  y  en  todas  partes  de  sumo  ejemplo. 

7.  — «No  digo  más,  aunque  hay  mucho  que  decir  de  otros  muchos  mi- 
sioneros que  han  muerto  en  estas  tierras  con  fama  común  de  varones 
santos,  de  los  cuales  los  seculares,  ya  eclesiásticos  ya  seglares,  blan- 
cos y  negros,  pregonan  grandes  maravillas  de  Dios,  que  les  han  visto 
obrar.  Dos  cosas  no  excuso  decir  y  ambas  notables :  la  primera  es 
que  hasta  hoy  no  ha  muerto  misionero  alguno,  viviendo  en  el  descanso 
del  convento  de  Loanda,  sino  viniendo  de  fuera  enfermos  y  desahucia- 
dos de  remedio  humano.  La  segunda  es  que,  pasados  veinte  dias  o 
poco  más,  aunque  se  abra  la  sepultura  del  último  que  fué  enterrado  en 
ella  para  sepultar  otro  religioso,  jamás  hasta  hoy  se  ha  visto  en  las 
sepultura  sabandija  alguna  de  las  que  suele  haber  en  otras  partes  y  aun 
en  aquella  ciudad.  Sobre  esta  maravilla  se  añade  otra  y  es  que  de  las 
tales  sepulturas  sale,  en  abriéndolas,  un  olor  muy  suave,  que  admira 
a  todos.  Y  asi,  cuando  se  abre  alguna  sepultura,  suelen  acudir  a  la  bó- 
veda donde  están,  que  es  muy  capaz  y  tiene  una  muy  buena  escalera 
de  piedra,  los  eclesiásticos,  los  religiosos  y  los  seglares  a  ver  y  admi- 
rar esas  maravillas,  y  hasta  las  mujeres  entran  sin  horror  en  dicha  bó- 
veda, sirviendo  a  todos  de  especial  motivo  para  alabar  a  Dios.  Muchos 
y  admirables  religiosos  son  los  que  aquí  hay  sepultados.» 

8.  — Para  conclusión  de  lo  dicho  me  ha  parecido  conveniente  hacer 
el  siguiente  catálogo  de  los  religiosos  que  la  Sacra  Congregación  de 
Propaganda  Fide  ha  enviado  al  Congo  desde  el  año  de  1645  hasta  el 
presente  de  1705,  donde  se  notan  sus  nombres,  sus  grados,  sus  provin- 


468 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


cias,  los  años  en  que  fueron  y  algunas  particularidades  que  ocurrieron 
en  sus  viajes  (145). 

Año  de  1645 

El  P.  Fr.  Buenaventura  de  Alessano,  Predicador  y  Definidor,  de  la 
Provincia  de  Roma. 

El  P.  Fr.  Juan  Francisco  de  Roma,  Predicador  y  Custodio  que  fué  de 
la  misma  Provincia. 

El  P.  Fr.  Jenaro  de  Ñola,  Lector  de  Teología  y  Definidor,  de  la  Pro- 
vin,cia  de  Nápoles. 

El  P.  Fr.  Buenaventura  de  Sorrento,  Predicador  y  Definidor,  de  la  Pro- 
vincia de  Nápoles. 

E]  P.  Fr.  Buenaventura  de  Cerdeña,  Lector  de  Teología,  Guardián, 
Custodio  y  Definidor,  de  la  Provincia  de  Castilla. 

El  P.  Fr.  Juan  de  Santiago,  Predicador  y  Maestro  de  nuevos,  de  la 
misma  Provincia  de  Castilla. 

El  P.  Fr.  José  de  Antequera,  Predicador,  Maestro  de  novicios,  Guar- 
dián y  Definidor,  de  la  Provincia  de  Andalucía. 

El  P.  Fr.  Angel  de  Valencia,  Predicador  y  Guardián,  de  la  Provincia 
de  Valencia. 

El  P.  Fr.  Miguel  de  Sessa,  Predicador,  de'  la  Provincia  de  Aragón. 
E]  Hno.  Fr.  Francisco  de  Pamplona,  Redín,  de  la  misma  Provincia  de 
Aragón. 

El  Hno.  Fr.  Angel  de  Lorena,  de  la  Provincia  de  Toscana. 
El  Hno.  Fr.  Jerónimo  de  La  Puebla,  de  la  Provincia  de  Aragón.  To- 
dos tres  Legos. 

Año  de  1646 

El  P.  Fr.  Buenaventura  de  Taggia,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Gé- 

nova,  de  la  que  fueron  también  los  siguientes : 
El  P.  Fr.  Francisco  de  Ventimilla.  Predicador. 

(145)  La  lista  de  los  misioneros  capuchinos  que  a  continuación  nos  da  el  P.  An- 
guiano,  nos  hará  formar  idea  de  la  gran  importancia  que  se  dió  a  la  misión  del  Congo. 
La  Orden  Capuchina  envió  durante  sesenta  años  (1645-1705)  nada  menos  que  doscien- 
tos treinta  religiosos. 

Quizás  esta  lista  se  la  haya  facilitado  al  autor  el  mencionado  P.  Francisco  de  Pa 
vía.  al  enviarle  juntamente  las  cartas  copiadas. 

Advertimos  que  en  ella  algunos  nombres  van  repetidos  en  varias  expediciones  ;  la 
razón  es  porque,  habiendo  regresado  a  Europa  por  distintos  motivos,  volvieron  de 
nuevo  más  adelante  a  la  misión. 

Por  otra  parte,  no  pudiendo  compulsar  la  exactitud  de  los  nombres  y  sobre  todo 
de  los  pueblos  italianos  de  donde  eran  naturales  los  misioneros,  los  damos  tal  como 
los  encontramos  en  el  manuscrito  del  P.  Anguiano. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


469 


El  P.  Salvador  de  Génova,  Predicador. 
El  Hno.  Fr.  Pedro  de  Dolceto,  Lego. 

Estos  cuatro  religiosos  fueron  presos  de  los  holandeses  y  llevados  a 
Amsterdam,  y,  como  eran  herejes,  k  quitaron  la  vida  en  el  mar  a  pu- 
ros malos  tratamientos  al  P.  Fr.  Salvador  de  Génova. 

Año  de  1648 

El  P.  Fr.  Dionisio  d<r  Piacenza,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Bo- 
lonia. 

El  P.  Fr.  Carlos  de  Taggia,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Génova. 
El  P.  Fr.  Gabriel  de  Valencia,  Predicador  y  varias  veces  Guardián,  de 

la  Provincia  de  Valencia. 
El  P.  Fr.  Antonio  de  Teruel,  Predicador  y  Guardián,  de  la  Provincia 

de  Valencia. 

El  P.  Fr.  Antonio  Maria  de  Monteprandone,  Predicador,  de  la  Provin- 
cia de  la  Marca. 

El  P.  Fr.  Serafín  de  Cortona,  Predicador  y  Definidor,  de  la  Provincia 
de  Toscana. 

El  P.  Fr.  Pedro  de  Ravena,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Bolonia. 
El  P.  Fr.  Jerónimo  de  Montesarchio,  Predicador,  de  la  Provincia  de 
Nápoles. 

El  P.  Fr.  José  de  Pemambuco,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Cas- 
tilla. 

El  P.  Fr.  Francisco  de  Veas,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Castilla. 
El  P.  Fr.  Juan  María  de  Pavía,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Bo- 
lonia. 

El  P.  Fr.  Buenaventura  de  Corella,  Predicador,  d«  la  Provincia  de 
Aragón. 

El  Hno.  Fr.  Félix  del  Villar,  de  Ja  Provincia  de  Aragón. 

El  Hno.  Fr.  Francisco  de  Licodia,  de  la  Provincia  de  Siracusa. 

El  Hno.  Fr.  Humüde  de  San  Félix,  de  la  Provincia  de  Bolonia. 

Año  de  1651 

El  P.  Fr.  Juan  Francisco  Romano,  Predicador  y  Definidor,  de  la  Pro- 
vincia de  Roma. 

El  P.  Fr.  Antonio  de  Sarrabeza,  Lector  de  Teología,  de  la  Provincia 

de  Toscana. 

El  P.  Fr.  Erasmo  de  Forno,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Roma. 
El  P.  Fr.  Esteban  de  Ravena,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Bolonia. 


47° 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


El  P.  Fr.  Francisco  María  de  Scio,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Ge- 
nova. 

El  P.  Fr.  Bernardino  Húngaro,  Predicador,  de  la  Provincia  de'  Roma. 
El  P.  Fr.  Bernardino  de  Coniliano,  Predicador,  de  la  Provincia  de 
Toscana. 

El  P.  Fr.  Bernardino  de  Roca  Corneta,  Predicador,  de  la  Provincia 
de  Bolonia. 

El  P.  Fr.  Luis  de  Pistoya,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Toscana. 
El  P.  Fr.  Jorge  de  Gela,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Roma. 
El  P.  Fr.  Jerón,imo  de  Luca,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Toscana. 
El  P.  Fr.  Andrés  de  Anciano,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Umbría. 
El  P.  Fr.  Francisco  María  de  Volterra,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de 
Toscana. 

El  P.  Fr.  Gregorio  de  Oristán,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Cer- 
deña. 

El  P.  Fr.  Angel  de  Ayacio,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Córcega. 
El.  Hno.  Fr.  Marcelo  de  Vaña  Cavallo,  de  la  Provincia  de  Bolonia. 
El  Hno.  Fr.  Isidro  de  Milunico,  de  la  Provincia  de  Nápoles. 
El  Hno.  Fr.  José  de  Bassano,  de  la  Provincia  de  Roma. 

En  este  año  tomó  el  hábito  y  después  profesó  en  el  convento  de 
San  Salvador,  de  orden  de  la  Sacra  Congregación,  el  P.  Fr.  Francisco 
de  San  Salvador,  hallándose  capellán  mayor  del  rey  Don  García  II  y 
hermano  legitimo  del  rey  Don  Alvaro  V  del  Congo. 

Año  de  1652 

El  P.  Fr.  Jacinto  de  Vetralla.  Predicador,  de  la  Provincia  de  Roma, 
y  Definidor. 

El  P.  Fr.  Marcelino  de  Pallano,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Roma. 

El  P.  Fr.  Antonio  de  Lisboa,  Sacerdote',  de  la  Provincia  de  Roma. 

El  P.  Fr.  Buenaventura  de  Sorrento,  Predicador,  y  Maestro  de  novi- 
cios, de  la  Provincia  de  Nápoles. 

El  P.  Fr.  Antonio  de  Gaeta,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Nápoles. 

El  P.  Fr.  Antonio  de  Sarrabeza,  Predicador  y  Definidor,  de  la  Pro- 
vincia de  Toscana. 

El  P.  Fr.  Benedicto  de  Lussiniano,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Tos- 
cana. 

El  P.  Fr.  Bernardino  de  Sena,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Tos- 
cana. 

El  P.  Fr.  Felipe  de  Sena,  de  la  Provincia  de  Toscana. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGÓ 


El  P.  Fr.  Crisóstomo  de  Génova,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Ge- 
nova. 

El  f.  Fr.  Roque  de  Génova,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Génova. 
El  P.  Fr.  Clemente  de  Maenza,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Roma. 
El  P.  Fr.  Juan  Francisco  de  la  Fábrica,  Sacerdote,  de  la  Provincia 
de  Bolonia. 

El  P.  Fr.  Juan  Antonio  de  Montecucculo,  Predicador,  de  la  Provincia 
de  Bolonia. 

El  Hno.  Fr.  Gil  de  Amberes,  de  la  Provincia  de  Andalucía. 
El  Hno.  Fr.  Ignacio  de  Valsasna,  de  la  Provincia  de  Milán. 
El  Hno.  Fr.  Francisco  de  Licodia,  de  la  Provincia  de  Siracusa. 
El  Hno.  Fr.  Leonardo  de  Nardo,  de  la  Provincia  de  Otranto. 

Año  de  1660 

El  P.  Fr.  Bernardino  de  Sena,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Toscana. 
El  P.  Fr.  Angel  de  Florencia,  Predicador,  de  la  misma  Provincia. 
El  P.  Fr.  Victorio  de  Pistoya,  Predicador,  de  la  misma  Provincia. 
El  P.  Fr.  Juan  Bautista  de  Saleyano,  Lector  de  Teología,  de  la  Pro- 
vincia de  Roma. 

El  P.  Fr.  Arcángel  de  Viansano,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Roma. 
El  Hno.  Fr.  Gabriel  de  Veletri,  de  la  misma  Provincia. 

Año  de  1664 

El  P.  Fr.  Segismundo  de  Ferrara,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Bo- 
lonia. 

El  P.  Fr.  Buenaventura  de  Cento,  Predicador,  de  la  misma  Provincia. 
El  P.  Fr.  Francisco  María  de  Valscana,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de 
Píamente. 

El  P.  Fr.  Buenaventura  de  Espoleto.  Predicador,  de  la  Provincia  de 
Umbría. 

El  P.  Fr.  José  de  Alatri,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Roma. 
El  P.  Fr.  José  de  Fano,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  la  Marca. 
El  P.  Fr.  Miguel  del  Burgo,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  la  Umbría. 
El  P.  Fr.  Miguel  de  Budrio,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Bolonia. 
El  P.  Fr.  Esteban  de  Melia,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  la  Umbría. 
El  Hno.  Fr.  Alberto  de'  Minerbio,  de  la  Provincia  de  Córcega. 
El  Hno.  Fr.  Miguel  de  Camerino,  de  la  Provincia  de  !a  Marca. 


472 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


Año  de  1667 

El  1".  Fr.  Crisóstomo  de  Génova,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Ge- 
nova. 

El  P.  Fr.  Buenaventura  de  Salto,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Bo- 
lonia. 

El  P.  Fr.  Dionisio  de  Piacenza,  Predicador,  de  la  misma  Provincia. 
El  P.  Fr.  Felipe  de  Caleció,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Roma. 
El  P.  Fr.  José  María  de  Buceto,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Bo-  • 
lonia. 

El  P.  Fr.  Crisóstomo  de  Quialonsa,  Predicador,  de  la  Provincia  de 
Bretaña. 

El  P.  Fr.  Gregorio  de  Perucha,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  la  Um- 
bría. 

El  P.  Fr.  Miguel  Angel  de  Regio,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Bo- 
lonia. 

El  P.  Fr.  Pablo  de  Monte  Sanseverino,  Predicador,  de  la  Provincia 
de  Toscana. 

El  P.  Fr.  Pedro  de  Barchi,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  la  Umbría. 
El  Hno.  Fr.  Bartolomé  de  Perucha,  de  la  misma  Provincia. 
El  Hno.  Fr.  Miguel  de  Orvieto,  de  la  Provincia  de  Roma. 
El  Hno.  Fr.  Luis  de  Génova,  de  la  Provincia  de  Génova. 

Año  de  1672 

El  P.  Fr.  Luis  de  Pistoya,  Predicador,  Definidor,  de  la  Provincia  de 
Toscana. 

El  P.  Fr.  Francisco  María  de  Florencia,    Predicador,    de   la  misma 
Provincia. 

El  P.  Fr.  Andrés  de  Buti,  Sacerdote,  de  la  misma  Provincia. 
El  P.  Fr.  Ambrosio  de  Florencia,  Sacerdote,  de  la  misma  Provincia. 
El  P.  Fr.  Juan  de  Romano,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Bressa. 
El  P.  Fr.  Antonio  de  Piacenza,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Bressa. 
El  P.  Fr.  Tomás  de  Séstula,   Predicador,  de  la  Provincia  de  Lom- 
bardía. 

El  Hno.  Fr.  Plácido  de  Casino,  de  la  Provincia  del  Abruzo. 

Año  de  1673 

El  P.  Fr.  Juan  Antonio  de  Montecucculo,  Predicador,  de  la  Provincia 
de  Bolonia. 

El  Hno.  Fr.  Gabriel  de  Veletri,  de  la  Provincia  de  Roma. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


473 


Año  de  1674 

El  P.  Fr.  Juan  María  de  Udine,  Predicador,  de  la  Provincia  de  V^e- 
necia. 

El  Hno.  Fr.  Miguel  de  Camerino,  de  la  Provincia  de  la  Marca. 

Año  de  1676 

El  P.  Fr.  Miguel  de  Turin,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Piamonte. 
El  P.  Fr.  Fortunato  de  Viela,  Predicador,  de  Ja  misma  Provincia. 
El  P.  Fr.  Basilio  de  Verona,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Venecia. 
El  P.  Fr.  Jerónimo  de  Panaco,  Sacerdote,  de  la  misma  Provincia. 
El  P.  Fr.  Juan  Bautista  de  Viela,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Pia- 
monte. 

El  Hno.  Fr.  Plácido  de  Fossano,  de  la  misma  Provincia. 

Año  de  1677 

El  P.  Fr.  Pablo  Francisco  del  Puerto,  Predicador  y  Maestro  de  novi- 
cios, de  la  Provincia  de  Genova. 

El  P.  Fr.  José  de  Saona,  Predicador  y  Maestro  de  novicios,  de  la 
misma  Provincia. 

El  P.  Fr.  Juan  Bautista  de  Malta.  Predicador,  de  la  Provincia  de  Si- 
racusa. 

El  P.  Fr.  Domingo  de  Saboyardo,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Roma. 
El  P.  Fr.  Francisco  de  Obada,  Predicador  y  Secretario  de  la  Provincia 
de  Génova. 

El  P.  Fr.  Pablo  de  Lissano,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Toscana. 
El  P.  Fr.  Pablo  de  Varrase.  Predicador  y  Procurador  general  de  las 

misiones  de  la  Provincia  de  Génova. 
El  P.  Fr.  Redempto  de  Ferentino,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Roma. 
El  P.  Fr.  Gil  de  Recio,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Génova. 
El  P.  Fr.  Pablo  de  Lissano,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Toscana. 
El  P.  Fr.  Pablo  de  Varrase,  Predicador  y  Procurador  general  de  las 

misiones  de  la  Provincia  de  Génova. 
El  P.  Fr.  Gil  de'  Recio,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Génova. 

Año  de  1678 

El  P.  Fr.  Francisco  María  de  Pavía,  Predicador,  de  la  Provincia  de 
Milán. 

El  P.  Fr.  Julio  Francisco  de  Romañano,  Predicador 


474 


MISIONES  CAPUCHINAS  EN  AFRICA 


El  P.  Fr.  Jácome  Francisco  de  Pavía,  Sacerdote. 

El  P.  Fr.  Francisco  de  Pavía,  Predicador,  todos  de  la   misma  Pro- 
vincia. 

El  P.  Fr.  Querubín  Milanés,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Roma. 
El  Hno.  Fr.  Clemente  de  Pavía,  de  la  Provincia  de  Milán. 

Estos  seis  religiosos  se  embarcaron  en  Génova  para  Lisboa  en  el 
navio  de  Nuestra  Señora  de  Loreto  y  a  los  cinco  días  de  navegación 
se  encontraron  con  siete  bajeles  de  moros  de  Argel  sobre  el  cabo  de 
Gata  y  pelearon  desde  la  mañana  hasta  la  noche,  en  cuyo  combate  que- 
daron heridos  los  Padres  Fr.  Francisco  María,  Fr.  Julio  Francisco  y 
Fray  Francisco.  Pero  como  estuviese  embarcado  el  P.  Fr.  Francisco 
María  en  el  navio  San  Miguel  del  capitán  Presea,  que  era  poco  fuerte, 
le  abordaron  los  moros  y  cautivaron  a  dicho  Padre  herido  y  lo  lleva- 
ron a  Argel,  adonde  se  dedicó  a  servir  a  los  apestados  cristianos  y 
en  cuyo  santo  ejercicio  murió  santamente.  Ganó  entonces  para  Dios 
al  capitán  comandante  de  la  escuadra  enemiga,  que  era  un  renegado, 
llamado  el  Bursa,  de  nación  genovés,  al  cual  reconcilió  con  la  Iglesia, 
le  confesó  y  dispuso  para  bien  morir  por  haber  salido  mortalmente  he- 
rido de  ¡a  pelea. 

Año  de  1681 

El  P.  Fr.  José  María  de  Sestri,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Génova. 
El  Hno.  Fr.  Esteban  Romano,  de  la  Provincia  de  Roma. 

Año  de  1682 

El  P.  Fr.  José  María  de  Buceto,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Lom- 
bardía. 

El  P.  Fr.  Francisco  de  Sercharro,  Lector  de  Teología,  de  la  Provincia 
de  Basilicata. 

El  P.  Fr.  Pedro  de  Coniliano,  Predicador  y  Secretario  de  la  Provincia 
de  Venecia. 

El  P.  Fr.  Juan  de  Belluno,  Predicador,  de  la  misma  Provincia. 
El  P.  Fr.  Juan  Bautista  de  Malta,    Predicador,   de   la   Provincia  de 
Otranto. 

El  P.  Fr.  Bernardo  de  Saona,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Génova. 

El  P.  Fr.  Pedro  de  Trisilico,  Sacerdote. 

El  P.  Fr.  Gabriel  de  San  Marcelo,  Sacerdote. 

El  P.  Fr.  Roberto  de  Florencia,  Sacerdote,  todos  tres  de  la  Provin- 
cia de  Toscana. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


475 


El  P.  Fr.  Benedicto  de  Velbedere,  Predicador,  de  la  Provincia  de 
Roma. 

El  P.  Fr.  Andrés  de  Venacó,  sacerdote,  de  la  Provincia  de  Córcega. 

Año  de  1683 

El  P.  Fr.  Amadeo  de  Vieno,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Bressa. 
El  P.  Fr.  Francisco  de  Beti,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Cerdeña. 
El  P.  Fr.  Jerónimo  de  Sorrento,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Ña- 
póles. 

Año  de  1684 

El  P.  Fr.  Juan  de  Romano,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Bressa. 

El  P.  Fr.  Francisco  de  Monteleón,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Cer- 
deña, el  cual  murió  siendo  Prefecto  de  la  Isla  de  Santo  Tomé  y 
hace  Dios  por  él  muchos  prodigios. 

El  Hno.  Fr.  Luis  de  Turín,  de  la  Provincia  de  Piamonte. 

Año  de  1687 

El  P.  Fr.  Tomás  de  Séstula.  Predicador,  de  la  Provincia  de  Lom- 
bardía. 

El  P.  Fr.  Angel  Francisco  de  Milán,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de 
Milán. 

El  P.  Fr.  Leopoldo  de  Milán,  Predicador,  de  la  misma  Provincia. 
El  P.  Fr.  Joaquin  de  Florencia,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Tos- 
cana. 

El  P.  Fr.  Juan  de  Mistreta,  Predicador  y  Guardián,  de  la  Provincia 
de  Mesina. 

El  P.  Fr.  Esteban  de  Florencia,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Toscana. 

El  P.  Fr.  Zacarías  de  Milán,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Milán. 

El  P.  Fr.  Andrés  de  Pavia,  Predicador,  de  la  misma  Provincia. 

El  P.  Fr.  Pablo  de  Montelongo,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Génova. 

El  P.  Fr.  Basilio  de  Palermo,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Palermo. 

El  Hno.  Fr.  Julio  de  Horta,  de  la  Provincia  de  Milán. 

E!  Hno.  Fr.  Jerónimo  de  Florencia,  de  la  Provincia  de  Toscana. 

El  Hno.  Fr.  Juan  Bautista  de  Enego,  de  la  Provincia  de  la  Umbría. 

Año  de  1690 

El  P.  Fr.  Sebastián  de  Ayacio,  Maestro  de  novicios,  de  la  Provincia 
de  Córcega. 


476  MISIONES  CAPUCHINAS  tN  ÁFRICA 

El  P.  Fr.  Juan  de  Beluno,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Venecia. 
El  P.  Fr.  Lucas  de  Caltanaseta,  Lector  de  Teología,  de  la  Provincia 
de  Palermo. 

El  P.  Fr.  Bernardo  de  Mazareno,  Predicador,  Maestro  de  novicios  y 

Secretario  de  la  Provincia  de  Siracusa. 
El  P.  Fr.  Vicente  María  de  Florencia,  Lector  de  Teología  y  Definidor 

de  la  Provincia  de  Toscana. 
El  P.  Fr.  Domingo  de  Brando,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Córcega. 
El  P.  Fr.  Francisco   de   Colevechio,  Sacerdote,    de  la    Provincia  de 

Roma. 

El  P.  Fr.  Marcelino  de  Atri,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Abruzo. 
El  P.  Fr.  Jacinto  de  Florencia,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Tos- 
cana. 

El  P.  Fr.  Jorge  de  Casalpuitolengua,  Predicador,  de  la  Provincia  de 
Bolonia. 

El  P.  Fr.  Basilio  de  Palermo,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Palermo. 

El  Hno.  Fr.  Gil  de  Palasso,  de  la  misma  Provincia. 

El  Hno.  Fr.  Hilarión  de  Frascati,  de  la  Provincia  de  Roma. 

Año  de  1692 

El  P.  Fr.  Pedro  Pablo  de  Valencia,  Predicador,  de  la  Provincia  de 
Roma,  con  otros  cuatro  que  por  enfermos  y  por  consejo  de  los  mé- 
dicos no  pasaron  de  Génova. 

Año  de  1693 

El  P.  Fr.  Miguel  Angel  de  Nápoles,  Predicador  y  Guardián,  de  la  Pro- 
-  vincía  de  Nápoles,  y  al  presente  Prefecto  de  las  misiones  del  Brasil. 
El  P.  Fr.  Francisco  de  Amalfi.  Predicador  y  Guardián,  de  la  misma 
Provincia. 

El  P.  Fr.  Jerónimo  de  Sorrento,  Sacerdote,  de  la  misma  Provincia. 
El  P.  Fr.  Dionisio  de  la  Pieve,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Córcega. 
El  P.  Fr.  Francisco  María  de  Cortona,  Predicador,  de  la  Provincia  de 
Toscana. 

El  P.  Fr.  Bernardo  de  Nápoles,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Ná- 
poles. 

El  Hno.  Fr.  Félix  de  Ñola,  de  la  misma  Provincia. 

Año  de  1694 

El  P.  Fr.  Francisco  de  Pavía,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Milán. 
El  P.  Fr.  Joaquín  de  Florencia,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Tos- 
cana. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


477 


El  P.  Fr.  Domingo  de  Brando,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Córcega. 
El  P.  Fr.  Luis  de  Fermo,  Predicador,  de  la  Provincia  de  la  Marca. 
El  P.  Fr.  Pablo  María  de  Recanati.  Predicador,   de   la  misma  Pro- 
vincia. 

El  P.  Fr.  Angel  María  de  la  Rocacontrada,  Predicador,  de  la  misma 
Provincia. 

El  P.  Fr.  José  María  de  Mazerata,  Predicador,  de  la  misma  Provincia. 
El  P.  Fr.  Domingo  de  Yassi,  Predicador,  de  Ja  Provincia  de  Mesina. 
El  P.  Fr.  Bernardino  de  Empoli,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Tos- 
cana. 

El  P.  Fr.  Felipe  de  Sena,  Predicador,  de  la  misma  Provincia. 

El  Hno.  Fr.  Carlos  Francisco  de'  Milán,  de  la  Provincia  de  Milán. 

Año  de  1695 

El  P.  Fr.  Bartolomé  de  Carru,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Píamen- 
te con  otros  cuatro,  de  los  cuales  dos  murieron  en  el  camino  y  dos, 
pasada  la  enfermedad  en  Genova,  llegaron  al  Congo  el  año  de  1696. 
y  son : 

El  P.  Fr.  Bernardo  de  Florencia.  Predicador,  de  la  Provincia  de  Tos- 
cana. 

El  P.  Fr.  Antonio  María  de  Florencia,  Sacerdote,  de  la  misma  Pro- 
vincia. 

Año  de  1697 

El  P.  Fr.  Salvador  de  Lagonegro,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Ba- 
silicata. 

El  P.  Fr.  Pedro  de  Totino,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Otranto. 
El  P.  Fr.  Francisco  de  Vietro,  Lector  de  Teología,  de  la  Provincia 
de  Basilícata. 

El  P.  Fr.  Juan  María  de  Barleta,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Tos- 
cana. 

El  P.  Fr.  Domingo  de  Zachi.  Predicador,  de  la  Provincia  de  Mesina. 
El  P.  Fr.  Honorato  de  Ferrara.  Predicador,  de  la  Provincia  de  Bo- 
lonia. 

El  P.  Fr.  Luis  de  Fiorensola,  Predicado-.-,  de  la  Provincia  de  Lom- 
bardia. 

El  P.  Fr.  Tomás  de  Angucarri.  Predicador,  de  la  Provincia  de  la 
Umbría. 


478 


MIsrONES  CAPUCHINAS  EN  ÁFRICA 


Año  de  1698 

El  P.  Fr.  Antonio  de  Gradisca,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Estiria. 
El  P.  Fr.  Bernardo  de  Castel  San  Juan,  Sacerdote-,  de  la  Provincia  de 

Lombardía,  con  otros  dos,  que  por  enfermos  no  pudieron  pasar  de 

Génova. 

Año  de  1699 

El  P.  Fr.  Carlos  María  de  Massa  de  Carrara,  Predicador,  de  la  Pro- 
vincia de  Bolonia. 

El  P.  Fr.  Bernardo  de  Gallo,  Predicador,   de   la    Provincia   de  San 
Angel. 

El  P.  Fr.  Carlos  Felipe  de  Besanqon,  Predicador,  de  la  Provincia  de 
Milán. 

Año  de  1700 

El  P.  Fr.  Isidro  de  Torrella,  Sacerdote  y  Guardián,  de  la  Provincia  de 
Génova. 

El  P.  Fr.  Felipe  de  Alteta.  Predicador,  de  la  Provincia  de  la  Marca. 

Año  de  1701 

El  P.  Fr.  Benedicto  de  Lentini,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Sira- 
cusa. 

El  P.  Fr.  Buenaventura  de  Saviñano,  Predicador,  de  la  Provincia  de 
Bolonia. 

El  P.  Fr.  Lorenzo  de  Luca,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Toscana. 
El  P.  Fr.  Bernardo  de  Sinigalia,  Predicador,   de  la  Provincia   de  la 
Marca. 

El  P.  Fr.  Daniel  de  Milán,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Milán. 
El  Hno.  Fr.  Antonio  de  Corta,  de  la  misma  Provincia. 
El  Hno.  Fr.  Daniel  de  Milán,  de  la  Provincia  de  Roma. 

Año  de  1702 

El  P.  Fr.  Lucas  de  Caltanaseta,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Sira- 
cusa. 

El  P.  Fr.  Félix  de  Asculi,  Predicador,  de  la  Provincia  de  la  Marca. 

Año  de  1703 

El  P.  Fr.  Francisco  de  Medina  del  Campo,  Predicador,  de  la  Provin- 
cia de  Mesina. 


LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


479 


El  P.  Fr.  Francisco  de  Treina,  de  la  misma  Provincia. 

El  P.  Fr.  Miguel  Angel  de  Rometa,  Predicador,  de  la  misma  Provin- 
cia. Cautiváronle  unos  moros  argelinos  y,  después  de  veinticuatro 
horas,  fué  libre  por  haber  cogido  su  navio  otra  nave  pechelingüe. 

El  P.  Fr.  Juan  Pablo  de  Tiboli,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Roma. 

El  P.  Fr.  Gabriel  de  Bolonia,  Predicador  y  Guardián,  de  la  Provincia 
de  Bolonia. 

El  P.  Fr.  Custodio  de  Ravena,  Sacerdote',  de  la  misma  Provincia. 

Año  de  1704 

El  Hno.  Fr.  Venancio  de  Venecia,  de  la  Provincia  de  Venecia,  con 
otros  cinco  religiosos,  perseguidos  por  espacio  de  dos  días  de  cor- 
sarios moros,  se  volvieron  a  sus  Provincias. 

Año  de  1705 

El  P.  Fr.  Columbano  de  Bolonia,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Bo- 
lonia. 

El  P.  Fr.  Agustín  de  Ravena,  Sacerdote,  de  la  misma  Provincia. 
El  P.  Fr.  Hipólito  de  Burgo  San  Donino,  Predicador,  de  la  Provincia 
de  Lombardía. 

El  P.  Fr.  Ignacio  de  Capodefiume,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de  Bo- 
lonia. 

El  P.  Fr.  Francisco  María  de  Señi,  Sacerdote,  de  la  Provincia  de 
Roma. 

El  P.  Fr.  Francisco  de  Collevechio,  Sacerdote,  de  la  misma  Provincia. 
El  P.  Fr.  Agustín  de  Ravena,  Predicador,  de  la  Provincia  de  Bolonia. 
El  Hno.  Fr.  Diego  de  Monte  Albedo,  de  la  Provincia  de  la  Marca. 


Estas  son  las  últimas  noticias  que  he  podido  adquirir  hasta  hoy,  de 
esta  célebre  misión  del  reino  del  Congo  y  de  otros  adyacentes,  que  con- 
tinuamente cultivan  nuestros  religiosos. 

De'  otras  que  de  ella  han  resultado  iremos  dando  noticia  desde  aqui, 
donde  hallarán  los  piadosos  cosas  muy  notables  y  de  gran  gloria  de 
Dios  y  edificación  de  todos, 


( 


É 


INDICE  ALFABETICO 


A 


Abandos,  reino  de  los,  263,  353,  413,  427-28,  461. 

Agustín  de  Ravena,  Cap.,  479. 

Agustinos  (PP.),  9. 

Alberto  de  Minerbio,  Cap.,  471. 

Albornoz,  Card.  Bemardino,  XX,  322  ss. 

Alejandro  VI,  316. 

Alejandro  VII,  XX,  412,  445. 

Almeida,  Gabriel,  316. 

Alfonso  I  del  Congo,  6,  8. 

Alfonso,  Manuel,  216. 

Alonso  de  Tolosa,  Cap.,  326. 

Alvarez  y  Baena,  J.  A.,  XXXIV. 

Alvaro  I  del  Congo,  6,  10,  461;  — II,  6,  15-16;  — III,  IX,  X.  6,  I5-I7;  19-20,  25; 

—IV,  6,  25;  —V,  6,  25,  78,  85,  279,  363,  368,  470;  —VI,  X,  6,  25-26,  78-79, 

264,  368;  —VII,  6. 
Amadeo  de  Vieno,  Cap.,  475. 
Ambriz,  66. 

Ambrosio  I  del  Congo,  6. 
Ambrosio  de  Florencia,  Cap.,  472. 
Ambrosio  de  Valencina,  Cap.,  61. 
Ambucia,  350. 

Ambuíla,  86,  239,  350,  369,  404. 
Amolaza,  reino  de,  461. 
Ancicana,  reino  de,  461. 
Andeos,  reino  de  los,  461. 
Andrada  y  Castro,  Francisco  de.  314. 
Andrés  de  Anciano,  Cap.,  470. 
Andrés  de  Buti,  Cap.,  472. 


Como  no  es  fácil  poder  compulsar  la  exactitud  de  muchos  pueblos  de  donde  fueron 
originarios  los  Capuchinos  italianos  que  se  citan,  les  damos  tal  y  como  los  encontra- 
mos en  el  original.  Asimismo,  siendo  tan  vario  el  modo  de  escribir  los  nombres  de 
las  provincias  y  pueblos  del  Congo,  los  consignamos  en  un  todo  como  nos  los  da  el 
P.  Anguiano 

Se  advierte  también  que,  para  evitar  repeticiones  inútiles,  empleamos  la  abrevia- 
tura Cap.,  equivalente  a  Capuchino, 


484 


MIS.  CAPS.  EN  ÁFRICA.  LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


Andrés  de  Pavía,  Cap.,  457,  475. 

Andrés  de  Venaco,  Cap.,  475. 

Angel  de  Ayacio,  Cap.,  470. 

Angel  M.'^  de  Cerdeña,  Cap ,  326, 

Angel  de  Florencia,  Cap.,  471. 

A.ngel  de  Lorena,  Cap.,  30,  32,  173,  469. 

Angel  Fr.  de  Milán,  Cap.,  475. 

Angel  M.^  de  Rccacontrada,  Cap.,  477. 

Angel  de  Valencia,  Cap.,  XIX,  31-32,  39,  58,  151,  157,  236,  305  ss.,  313  ss.,  321  ss., 
374,  468. 

Angola,  reino  de,  3,  15,  29,  51,  66,  96,  102,  119  ss,,  234,  461. 

Angoy,  reino  de,  461. 

Antonio  I  del  Congo,  6. 

Antonio,  Fr,  O.  F.  M.,  6-7. 

Antonio  de  Ayamonte,  Cap.,  151,  157. 

Antonio  de  Corla,  Cap,,  478. 

Antonio  de  Florencia,  Cap.,  477. 

Antonio  de  Gaeta,  Cap.,  250,  470. 

Antonio  de  Gradisca,  Cap.,  XI,  XII,  XIII,  478. 

Antonio  de  Lisboa,  Cap.,  276,  470. 

Antonio  de  Lugagnano,  Cap.,  28. 

Antonio  de  Padua  (S.),  268. 

Antonio  de  Piacenza,  Cap.,  472. 

Antonio  M.-''  de  Monteprandone,  Cap.,  XX,  164,  192,  277,  280,  374,  469, 
Antonio  de  Sarrabeza,  Cap.,  465,  469-70. 

Antonio  de  Teruel,  Cap.,  XV,  XVI-XXIII,  XXXV,  70,  iii,  137,  164,  188,  192,  199, 
206  ss.,  215,  218,  225-26,  228-29,  239,  279,  285  ss.,  291,  298-300,  322,  345, 
347-49,  353,  356,  358,  385,  388,  393  ss.,  401  ss.,  428  ss.,  441,  445  ss.,  469. 

Antonio  de  Torella,  Cap.,  28. 

Antúnez  de  Portugal,  Domingo,  4-5. 

Añobón,  isla  de,  181. 

Aquebunda,  lago  de,  66. 

Arabia,  3-4. 

Arcángel  de  Viansana,  Cap.,  471. 
Arda,  102,  453. 
Aveiro,  duque  de,  452. 
Avellaneda  y  Haro,  García  de,  317, 


B 


Baltasar  de  Lodares,  Cap.,  XXXIV. 

Bamba,  ducado  de,  15,  65,  67;  misión  de,  199,  233  ss.,  235,  353  ss. 

Bata,  ducado  de,  65,  199;  misión  de,  205  ss.,  213  ss.,  223  ss.,  286. 

Bartolomé  de  Carru,  Cap.,  477. 

Bartolomé  de  Perucha,  Cap.,  472. 

Bartolomé  de  Viana,  Cap.,  325. 

Bataglini,  Jerónimo,  28. 

Basilio  de  Palermo,  Cap,,  475-76. 

Basilio  de  Verona,  Cap.,  473. 

Basilio  de  Zamora,  Cap.,  XXV. 

Benedicto  de  Lentini,  Cap.,  478. 

Benedicto  de  Lucignano,  Cap.,  466,  470. 

Benedicto  de  Velvedere,  Cap ,  475. 

Bengo,  reino  de,  65-67,  102. 


ÍNDICE  ALFABÉTICO  DE  PERSONAS^  COSAS  Y  LUGARES 


485 


Benin,  reino  de,  65;  misión  de,  281,  307,  316,  321  ss.,  325,  329  ss.,  453. 

Bernardino  de  Coniliano,  Cap.,  470. 

Bernardino  de  Empoli,  Cap.,  477. 

Bemardino  de  Hungría,  Cap.,  326,  332,  356-59,  470. 

Bernardino  de  Roca  Corneta,  Cap.,  470. 

Bernardino  de  Sena,  Cap.,  470-71. 

Bernardo  de  Bolonia,  Cap.,  XXVI,  XXVII,  XXXIII. 

Bernardo  I  del  Congo,  6. 

Bernardo  de  Castel  San  Juan,  Cap  ,  478. 

Bernardo  de  Florencia,  Cap.,  47*7. 

Bernardo  de  Gallo,  Cap.,  478. 

Bernardo  de  Mazareno,  Cap.,  476. 

Bernardo  de  Nápoles,  Cap.,  476. 

Bernardo  de  Saona,  Cap.,  474. 

Bernardo  de  Sinigalia,  Cap.,  478. 

Bonanza,  Ntra.  Sra.  de,  35. 

Brasil,  129,  13I5  236. 

Buenaventura,  don,  257. 

Buenaventura  de  Alessano,  Cap,  XVI,  XVIII,  28,  30-32,  129,  182,  276,  329  ss.,  337, 
355,  468. 

Buenaventura  de  Carrocera,  Cap.,  XXIV,  XXV. 
Buenaventura  de  Cento,  Cap.,  471. 

Buenaventura  de  Cerdeña,  Cap.,  XVIII,  31-32,  47,  61,  84,  120-21,  130  134,  136,  138, 

143-44,  199,  239  ss.,  289,  296  ss.,  353,  373,  388,  468. 
Buenaventura  de  Ciudad  Rodrigo,  Cap.,  XXIV,  XXV,  XXVI. 

Buenaventura  de  Corella,  Cap.,  XXXVI,  164,  199,  239,  254  ss.,  266,  268,  359,.  441, 

445  ss.,  469. 
Buenaventura  de  Espoleto,  Cap.,  471. 
Buenaventura  de  Salto,  Cap.,  472. 
Buenaventura  de  Saviñano,  Cap.,  478. 

Buenaventura  de  Sorreno,  Cap.,  XI,  30,  32,  171-73,  199,  275,  410,  468,  470. 
Buenaventura  de  Taggia,  Cap.,  129,  468. 
Buen  Viaje,  Ntra.  Sra.  de,  61. 


C 


Cabo  de  Buena  Esperanza,  3. 
Cabo  Guardafui,  3-4. 
Cabo  de  las  Palmas,  4. 
Cabo  de  Santa  Catalina,  65. 
Cabo  de  San  Vicente,  36. 
Cabo  Verde,  3,  5. 

Cádiz,  164,  167,  321,  329,  412,  452,  458. 

Cacongo,  reino  de,  461. 

Calamar,  tierra  de,  177  ss. 

Calixto  III,  4. 

Calixto,  don,  239. 

Canarias,  islas,  129,  168,  329-30. 

Canónigos  de  S.  Juan  Evangelista,  IX,  6 

^áo,  Diego,  IX,  5. 

Capuchinos  (PP-),  X-XI  ss.,  misión  de  los,  15,  17-18,  25-27,  51,  421,  etc.;  expedicio- 
nes, 28,  32,  163-64,  326. 
Cardoso,  Domingo,  S.  J.,  237. 
Carli,  v.  Dionisio  de  Piacenza. 


486 


MIS.  CAPS  EN  ÁFRICA.  LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


Carlos  Francisco  de  Besan^on,  Cap.,  478. 

Carlos  de  Génova  (o  de  Taggia),  Cap.,  164,  188,  191,  469. 

Carlos  M.*  de  Massa  de  Carrara,  Cap.,  478. 

Carlos  Fr.  de  Milán,  Cap.,  477. 

Carmelitas  Descalzos  (PP.),  10,  15. 

Cartagena  de  Indias,  167,  182-83. 

Castro,  Miguel  de,  49. 

Cavazzi,  Juan  Ant.  de  Montecúccolo,  Cap,  X,  XIII,  XIV,  XIX,  XX,  XXII,  9,  70, 

224,  276,  326,  412,  471-72. 
Cayenda,  67. 
Clemente  VII,  9. 
Clemente  VIII,  15,  322. 
Clemente  de  Maenza,  Cap.,  471. 
Clemente  "is  Pavía,  Cap.,  474. 
Clemente  de  Terzorio,  Cap.,  XXII,  191. 
Clero  indígena,  XVIII  ss. 
Coanza,  65. 

Colimibano  de  Bolonia,  Cap.,  479. 
Congere,  reino  de,  461. 

Congo,  reino  del,  4-6,  51;  descripción,  65  ss  ;  vida  y  costumbres,  73  ss. 
Congregaciones  piadosas  en  el  Congo,  106,  109  ss.,  115. 
Constantinopla,  332-33. 
Contreras,  Antonio  de,  226. 

Correa  de  Sá  y  Benavides,  Salvador,  234-35,  263,  270. 
Crisóstomo  de  Génova,  Cap.,  471-72. 
Crisóstomo  de  Quialonsa,  Cap,  472. 
Cuarenta  Horas,,  ejercicio  de  las,  264  ss. 
Custodio  de  Ravena,  Cap,  479. 


D 


Dande,  reino,  65-67,  102;  misión,  42-f-2S,  430  ss. 

Daniel  de  Milán,  Cap.,  478. 

Diego  I  del  Congo,  6,  9. 

Diego  de  Monte  Albedo,  Cap.,  479. 

Dionisio  de  Piacenza,  Cap  ,  X,  XII,  XXII,  163,  188,  190-91,  469,  472. 

Dionisio  de  la  Pieve,  Cap.,  476. 

Domingo  de  Brando,  Cap  ,  476. 

Domingo  de  Saboyardo,  Cap.,  473. 

Domingo  de  Yassi,  Cap.,  477. 

Domingo  de  Zachi,  Cap.,  478, 

Dominicos  (PP.),  IX,  6,  9. 

Doria,  Juanetín,  314. 


£ 


Eduardo  de  Alen<;on,  Cap.,  XXII. 
Eforo,  4. 

Ejercicios  de  devoción,  402  ss. 

Embajada  del  rey  del  Congo  al  Papa,  305  ss. 


ÍNDICE  ALFABÉTICO  DE  PERSONAS,  COSAS  Y  LUGARES 


487 


Embucia,  239. 

Enrique  I  del  Congo,  6. 

Enrique  de  Portugal,  4. 

Encusu,  marquesado  de,  67,  208,  226;   misión  de,  253,  256,  259-60,  266,  285-86, 

288-89,  292,  345  ss.,  384,  388,  393  ss.,  401. 
Erasmo  de  Forno,  Cap.,  326,  341,  469. 
Escuelas  en  el  Congo,  136  ss  ,  402. 
Esebo,  278,  460. 
España,  i8,  2-J,  162,  445,  453. 
Esquilo,  4. 

Esteban  de  Feliú,  Cap.,  XXIX. 
Esteban  de  Florencia,  Cap.,  475. 
Esteban  de  JVIelia,  Cap.,  471. 
Esteban  de  Ravena,  Cap.,  326,  430,  469. 
Esteban  de  Roma,  Cap.,  474. 
Estrabón,  4. 

Eugenio  de  Flandes,  Cap.,  325. 
Eugenio  de  Valencia,  Cap.,  287. 
Eurípides,  4. 

Eustaquio  de  Ravena,  Cap.,  XXI. 


F 


Falconi,  Juan  Bernardo,  31,  45-47,  49,  51-52,  55,  58,  121,  123,  157. 
Felipe  II  de  España,  15-16. 
Felipe  III,  X,  20,  26. 

Felipe  IV  de  España,  XIX,  XXXVI,  26-27,  29,  37,  167,  313  ss.,  322  ss.,  419. 

Felipe  de  Alteta,  Cap.,  478. 

Felipe  de  Caleció,  Cap.,  472. 

Felipe  de  Híjar,  Cap.,  326. 

FeUpe  de  Sena,  Cap.,  470,  ¿^fj. 

Félix  de  Asculi,  Cap.,  478. 

Félix  de  Cantalicio  (S.),  Cap.,  129-30,  154. 

Félix  de  Granada,  Cap.,  XXXIV. 

Félix  de  Mareto,  Cap.,  18. 

Félix  de  Mons,  Cap.,  313-14. 

Félix  de  Ñola,  Cap.,  476. 

Félix  del  Villar,  Cap.,  164,  446,  469. 

FiEpinas,  31. 

Florencio  de!  Niño  Jesús,  O.  C.  D.,  IX,  10. 
Fortunato  de  Viela,  Cap.,  473. 
Francia,  27,  162. 

Franciscanos  (PP.),  IX,  5-7,  9,  14. 

Francisco  de  Amalfi,  Cap.,  476. 

Francisco  de  Asís  (S.),  130,  154. 

Francisco  de  Beti,  Cap.,  475. 

Francisco  de  Cclevechio,  Cap.,  476,  479. 

Francisco  L.  de  Coriolano,  Cap.,  26,  270. 

Francisco  M    de  Cortona,  Cap ,  476. 

Francisco  M.'  de  Escio,  Cap.,  326,  47'o. 

Francisco  M."  de  Florencia,  Cap.,  472. 

Francisco  de  Licodia,  Cap..  164,  264,  466,  469,  471. 

Francisco  de  Medina  del  Campo,  Cap.,  478. 

Francisco  de  Monteleón,  Cap.,  475. 


488 


MIS.  CAPS.  EN  ÁFRICA.  LA  MISIÓN  DBL  CONGO 


Francisco  de  Ovada,  Cap.,  473. 

Francisco  M.^  de  Pav.'a,  Cap.,  457  ss.,  465  ss  ,  468,  473-74,  476. 
Francisco  de  Pamplona,  Cap.,  X,  XXVII-VIII,  XXXV,  30-32,  37,  40,  45,  47,  57,  157, 
161-64,  167. 

Francisco  de  San  Salvador,  Cap.,  356,  368-69,  470;  v.  Roboredo,  Manuel. 
Francisco  M.''  de  Señi,  Cap.,  479. 
Francisco  de  Sercharro,  Cap.,  474. 
Francisco  de  Treina,  Cap.,  479, 
Francisco  de  Valscano,  Cap.,  471. 

Francisco  de  Veas,  Cap.,  XXXVI,  164,  199,  239-40,  256-57,  266,  295-96,  298,  339, 

34i>  349-50,  383,  385  ss.,  401,  469. 
Francisco  de  Ventimiglia,  Cap.,  129,  468. 
Francisco  de  Volturra,  Cap.,  326,  470. 
Francisco  de  Zelento,  Cap.,  164. 
Froilán  de  Rionegro,  Cap  ,  XXXIV,  XXXV. 
Fuenterrabía,  28. 


G 


Gabriel  de  Bolonia,  Cap.,  479. 
Gabriel  de  San  Marcelo,  Cap.,  474. 

Gabriel  de  Valencia,  Cap.,  164,  192,  199,  206,  215,  226,  228-29,  266,  285  ss ,  296, 

300,  469. 
Gabriel  de  Veletri,  Cap.,  471. 
Gabriel  de  ViUa  del  Foro,  Cap.,  XXI. 
García  I  del  Congo,  6,  437. 

García  II  del  Congo,  6,  25,  78-79,  200,  236,  279,  306  ss  ,  363  ss.,  409-10,  436,  441, 
470. 

Garrán,  C,  XXIV. 

Gaspar  de  Soria,  Cap.,  21. 

Gaspar  de  Sos,,  Cap,,  326. 

Genebrardo,  7. 

Georgia,  281,  410. 

Gibraltar,  452. 

Gil  de  Amberes,  Cap.,  471. 

Gil  de  Palasso,  Cap.,  476. 

Gil  de  Recio,  473. 

Giacas  o  Giagas,  10. 

Gobierno  del  Congo,  73  ss. 

Gongo  de  Bata,  206-7,  287,  376, 

Gregorio  XV,  X,  19,  21,  26-27,  412. 

Gregorio  de  Ibi,  Cap.,  XXX. 

Gregorio  de  Oristán,  Cap.,  470. 

Gregorio  de  Perucha,  Cap.,  472. 


H 


Haya  (La),  160-61. 

Hilarión  de  Frascati,  Cap.,  476. 

Hildebrand  de  Hooglede,  Cap  ,  XI.  XVI,  XVII,  121,  129,  192,  277,  322,  369. 
Hipólito  de  Burgo  San  Donino,  Cap,  479. 


ÍNDICE  ALFABÉTICO  DE  PERSONAS,  COSAS  Y  LUGARES 


Holanda,  27,  50,  129,  159. 

Holandeses  herejes  de  Angola,  29,  119  ss.,  127  ss.,  234,  409. 
Homero,  4. 

Honorato  de  Ferrara,  Cap.,  477. 

Huandu,  condado  de,  199;  misión  de,  239,  245,  250,  288,  2Q0-92,  388,  402-3. 
Humilde  de  San  Félix,  Cap.,  164,  169. 


1 


Ignacio  di  Capodefiume,  Cap  ,  479. 
Ignacio  de  Valsasna,  Cap.,  471. 
Ildeíonse  de  Ciáurriz,  Cap.,  19,  163. 
Inglaterra,  162. 
Inocencio  X,  307,  412. 
Intérpretes,  112  ss.,  224  25. 
Isidoro  de  Minglonico,  Cap.,  326,  470. 
Isidoro  de  Torrella,  Cap.,  478. 
Isidro  de  Madrid,  Cap,  XXXIV. 
Italia,  27. 


J 


Jacinto  de  Florencia,  Cap.,  476. 

Jacinto  de  Vetralla,  Cap.,  264,  276,  354-55,  418,  470. 
Jácome  Francisco  de  Pavía,  Cap.,  474. 
Japón,  31. 

Jenaro  de  Ñola,  Cap,  28,  30,  32,  47,  332,  337  ss.,  354-55,  373,  377  ss.,  388-89, 
Jerónimo  de  Cerdeña,  Cap.,  326,  341. 
Jerónimo  de  Florencia,  Cap.,  475. 

Jerónimo  de  La  Puebla,  Cap.,  32,  60,  84,  349,  386-88,  401,  468. 
Jerónimo  de  Luca,  Cap.,  326,  341,  470. 

Jerónimo  de  Montesarchio,  Cap.,  XVI,  164,  192,  199,  259,  275,  277,  279,  469. 

Jerónimo  de  Panaco,  Cap.,  475. 

Jerónimo  de  Sorrento,  Cap.,  475-76. 

jesuítas  (PP.\  9,  15,  409,  422,  437. 

Joaquín  de  Florencia.  Cap.,  475-76. 

jonghe,  E.  de,  XXIl". 

Jcrge  de  Gela.  Cap  ,  XIII,  XVI,  289,  326,  373  ss.,  470. 
Jorge  de  Casalpuitolengua,  Cap.,  476. 
José  de  Alatri,  Cap.,  471. 

José  de  Antequera,  Cap,  331-32,  58-59,  60-61,  468. 

José  de  Bassano,  Cap.,  326,  470. 

José  M.^  de  Boceto,  Cap.,  472,  474. 

José  de  Carabantes,  Cap.,  XXXVI. 

José  de  Fano,  Cap.,  471. 

José  de  Fermo,  Cap.,  264. 

José  de  Jijona,  Cap.,  325. 

José  de  Macereta.  Cap.,  476. 

José  de  Madrid,  Cap ,  XXXIV. 

José  de  Milán,  Cap ,  28. 

José  de  Nájera,  Cap.,  XXXVI,  102. 


490 


MIS.  CAPS.  EN  ÁFRICA.  LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


José  de  Pemambuco,  Cap.,  164,  188,  192,  226,  256-57,  266,  285-86,  288,  290,  345, 

348,  350,  383  ss.,  388,  393,  401,  469. 
José  de  Savona,  Cap.,  473. 
José  M.''  de  Sestri,  Cap.,  474. 
Juan  I  del  Congo,  6, 
Juan  II  de  Portual,  5-7. 
Juan  III  de  Portugal,  9. 
Juan  IV  de  Portugal,  419. 
Juan,  Fr.,  O.  F.  M.,  6. 
Juan  M.*  de  Barleta,  Cap.,  476. 
Juan  M."  de  Belluno,  Cap.,  467,  474,  476. 
Juan  Bautista  de  Enego,  Cap.,  475. 
Juan  Francisco  de  Fábrica,  Cap.,  471. 
Juan  Bautista  de  Malta,  Cap.,  473-74. 
Juan  de  Mistreta,  Cap.,  475. 
Juan  Ant.  de  Montecúccolo,  Cap.,  v.  Cavazzi. 
Juan  M.*  de  Pavía,  Cap  ,  163,  199,  268-71,  465,  469. 

Juan  Francisco  de  Roma,  Cap.,  XI,  28,  30,  32,  84,  138,  151,  157,  159,  236,  305  ss.,  315, 

321,  326,  329  ss.,  337-39,  341,  374,  468  69. 
Juan  de  Romano,  Cap.,  472,  475. 
Juan  Bautista  de  Saleyano,  Cap.,  471. 

Juan  de  Santiago,  Cap.,  XV,  XVI,  XVIII,  XXII,  XXXVI,  31-32,  38,  40,  61,  114,  138, 

152-53)  170-71,  i73>  ^11  ss.,  453,  468. 
Juan  Pablo  de  Tíboli,  Cap.,  476. 
Juan  M.^  de  Udine,  Cap.,  473. 
Juan  Bautista  de  Viela,  Cap.,  473. 
Julio  II,  9. 

Julio  de  Horta,  Cap  ,  475. 

Julio  Francisco  de  Romañano,  Cap.^  473. 

Junip>ero  de  San  Severino,  Cap.,  326. 


L 


Labat,  O.  P.,  XII. 
Lelonda,  río,  66. 

Lengua  del  Congo,  XIV  ss.,  iii  ss.,  225,  277,  431. 
Leonardo  de  Nardo,  Cap.,  471. 
Leopoldo  de  Milán,  Cap.,  475. 
Lesseps,  Fernando  de,  XI,  XXII. 
Lisboa,  28,  129,  449. 

Loanda,  29,  66-67,  102,  120,  233,  235-36;  misión  de,  263  ss.,  353-55,  409  ss.,  412  ss. 

Loango,  reino  de,  461. 

López,  Baltasar,  31,  52. 

López,  Duarte,  8. 

Lorenzo  de  Luca,  Cap.,  478. 

Lorenzo  de  Toledo,  Cap.,  XXVII. 

Loze,  río,  66. 

Lorenzo  de  Caltaniseta,  Cap.,  476. 

Ludovico  de  Pistoya,  Cap,  326,  353,  356-57,  386,  393,  40i,  410,  472. 
Luis  de  Fermo,  Cap.,  477. 
Luis  de  Fiorensola,  Cap.,  477. 
Luis  de  Génova,  Cap.,  472. 
Luis  de  Turín,  Cap.,  475. 


ÍNDICE  ALFABÉTICO  DE  PERSONAS^  COSAS  Y  LUGARES 


491 


M 


Maccco,  reino  de,  277,  331-32,  354,  413. 

Madrid,  30-31,  314,  316. 

Mahomet  IV,  333. 

Manuel  de  Portugal,  8,  9. 

Marabotte,  Paulo,  313. 

Marcelino  de  Atri,  Cap.,  476. 

Marcelino  de  Pallano,  Cap.,  470. 

Marcos  de  Guadalajara,  O.  C.  D.,  18-19,  21. 

Marcos  de  Vique,  Cap.,  XXIX. 

Marín,  Fr.  Juan,  O.  F.  M.,  8. 

Martín  de  Torrecilla,  Cap.,  XXV,  XXXIII,  184. 

Aíartínez  de  Sousa  Chichoro,  Luis,  446  ss. 

Matamba,  249,  461. 

Matari,  misión  de,  277,  373  ss. 

Mateo  de  Anguiano,  Cap.,  X,  XII,  XXII  ss.,  178,  234,  369,  412,  457,  468. 
Mazangano,  67,  96,  119,  234,  245. 
Melchor  de  Pobladura,  Cap.,  XXII,  18,  21. 
Melemba,  río,  66. 

Méndez  de  haro  y  Guzmán,  Luis,  316. 

Meneses,  Sebastián  de,  236. 

Miguel  de  Budrio,  Cap.,  471. 

Miguel  de  Burgo,  Cap.,  471. 

Miguel  de  Camerino,  Cap.,  471,  473. 

Miguel  Angel  de  Ñápeles,  Cap,,  476. 

Miguel  de  Orvieto,  Cap.,  472. 

Miguel  Angel  de  Regio,  Cap.,  4-^2. 

Miguel  Angel  de  Remeta,  Cap.,  479. 

Miguel  de  Sessa.  Cap  ,  29  30,  32,  57,  157,  161-63,  468. 

Monedas  del  Congo,  102. 

Muñoz  y  Romero,  T.,  XXXI. 


N 


Nassau,  Mauricio  de,  160;  v.  Orange,  Príncipe  de. 
Nicolás  de  Nardo,  Cap.,  276. 
Nicolao  V,  4-5. 


O 


Obispos  del  Congo,  9-10. 

Obispo  para  el  Congo,  XIX  ss.,  307,  309,  321  as. 
Ocaña  y  Alarcón,  Gabriel,  31. 
Olivares,  conde-duque  de,  316, 
Onzo,  río,  66. 

Orange,  Príncipe  de,  157  ss.,  236,  305  ss. 
Ortiz  de  Villegas,  Diego,  9. 
Ovidio,  219. 


492 


MIS.  CAPS.  EN  ÁFRICA.  LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


P 


Pablo  de  Lisano,  Cap.,  473. 

Pablo  de  Montelongo,  Cap.,  475. 

Pablo  de  Monte  Sanseverino,  Cap.,  472 

Pablo  de  Orihuela,  Cap.,  XXX,  XXXVII. 

Pablo  Francisco  del  Puerto,  Cap.,  473. 

Pablo  de  Varrase,  Cap.,  473. 

Paciencia  (La),  convento  de,  XV,  XXXII,  325. 

Paiva  Manso,  Vizconde,  6,  200,  216,  236,  296,  306,  325. 

Pango,  65. 

Pardo  (El),  convento,  XXXII,  325, 

Papelungos,  reino  de,  461. 

Paulo  V,  IX,  X,  15-16,  19,  26,  30,  412. 

Pedro  I  del  Congo,  6. 

Pedro  II  del  Congo,  6,  25,  353,  437, 

Pedro  III  del  Congo,  6. 

Pedro  de  Barchi,  Cap.,  472. 

Pedro  de  Coniüano,  Cap.,  4-^4. 

Pedro  de  Dolcedo,  Cap.,  129,  469. 

Pedro  de  Ravena,  Cap.,  164,  469. 

Pedro  de  Totino,  Cap.,  476. 

Pedro  de  Trisilico,  Cap.,  474. 

Pedro  Pablo  de  Valencia,  Cap.,  476. 

PeUicer  de  Tobar,  José,  IX,  XVIII-XX,  XXXVI,  70,  325,  453. 

Pemba,  provincia  de,  6,  65,  70;  misión  de,  345  ss.,  349,  388,  397,  401  ss.,  427  ss. 

Penders,  C,  S.  I.,  289. 

Pernambuco,  129,  159-60,  449. 

Pinda,  puerto,  5-6,  45  ss.,  48,  51-52,  57-58,  83,  170-71,  330- 
Plácido  de  Casino,  Cap.,  472. 
Plácido  de  Fossano,  Cap.,  475. 
Portugal,  28,  236,  409-10,  419,  422. 
Puertovelo,  183. 


Q 


Querubín  de  Milán,  Cap,  474. 
Quibangu,  67. 
Quizama,  reino  de,  461. 


R 


Raimundo  de  Figuerpla,  Cap.,  XXIX. 
Rangel,  Fr.  Miguel,  O.  F.  M  ,  15. 
Recoletos  (PP.  Menores),  421,  449. 
Redempto  de  Ferentino,  Cap.,  473, 
Redín,  Tiburcio  de,  v.  Francisco  de  Pamplona. 
Reyes  del  Congo,  6  ss.,  14  ss  ,  25  ss. 
Roberto  de  Florencia,  Cap'.,  474. 


ÍNDICE  ALFABÉTICO  DE  PERSONAS,  COSAS  Y  LUGARES 


493 


Roboredo,  Manuel,  85-87,  121,  192,  2895  v.  Francisco  de  San  Salvador. 
Roma,  9,  30,  129,  449- 

Roque  de  Cesinale,  Cap.,  XXII,  16,  31,  326. 
Roque  de  Génova,  Cap.,  471. 
Rospigliosi,  Julio,  314. 
Rui  de  Sousa,  5,  7. 


S 


Sacramentos,  modo  de  administrarlos,  XV  ss.,  iii  ss.,  224  ss. 

Sáenz  de  Navarrete,  Juan  Bautista,  316. 

Salvá  y  Malleu,  R,  XXXXI. 

Salvador  de  Génova,  Cap.,  129,  469 

Salvador  de  Lagonegro,  Cap.,  477. 

Sanlúcar  de  Barrameda,  32,  35,  61. 

San  Salvador,  9,  15,  83  ss.,  86,  93,  115,  137-38,  192,  295,  etc. 

Santa  Leocadia  de  Toledo,  convento,  325. 

Santa  María  la  Mayor,  16. 

Santo  Tomé,  isla  de,  9;  obispado  de,  9,  15. 

.Sebapiián  de  Ayacio,  Cap.,  475. 

Sebastián  de  Portugal,  15. 

Scg-smundo  de  Ferrara,  Cap.,  471. 

Serafín  de  Cortona,  Cap.,  XX,  164,  199,  264,  266,  469. 

Sevil'a,  3I;  167. 

Silva,  Antonio  de,  15. 

Silva,  Daniel  de,  46. 

Silvn,  Miguel  de,  271. 

Simar,  Th.,  XXII. 

SimpÚciano  de  Milán,  Cap.,  306,  322. 

Sixto  IV,  5. 

Sixto  V,  16. 

Soñó,  condado  de,  5-6,  52,  58,  65,  67,  85;  conde  de,  5,  47-49,  143  ss.,  151  ss.,  misión 

de,  113,  11516,  137-38,  170-71,  199,  263  ss. 
Sousa,  Gonzalo  de,  5. 
Srayban,  Francisco,  322. 

Sundi,  ducado  de,  65,  199,  226;  misión  de,  275,  277,  279,  373. 


T 


Taberca,  isla  de,  191. 
Teles  Barrer,  Sebastián,  236. 
Terceros  de  S,  Francisco  (PP.),  422. 
Tomás  de  Angucarri,  Cap.,  477. 
Tomás  Gregorio  de  Huesca,  Cap.,  325. 
Tomás  de  Séstula,  Cap.,  472,  475. 
Trejo,  Card.  Gabriel  de,  18. 


U 


Ulloa.  Fr.  Martín  de,  10. 
Umba,  66. 

Urbano  VIH,  25.  27-28,  129,  412. 


494 


MIS.  CAPS.  EN  ÁFRICA.  LA  MISIÓN  DEL  CONGO 


V 


Van  Wing,  J.,  S.  I.,  289. 
Venancio  de  Veneda,  Cap.,  479. 
Venero,  7. 

Vera,  Lope  de,  238. 
Vicente  M.^  de  Florencia,  Cap.,  476. 
Victoria,  Ntra,  Sra.  de  la,  89. 
Victorio  de  Pistoya,  Cap.,  471. 
Vives,  Juan  Bautista,  16,  18,  26. 

Vocabulario  congolés,  XVI-XVII,  277,  289,  369,  431. 


Z 


Zacarías  de  Florencia,  Cap.,  475. 

Zaire,  río,  5,  7,  10,  38,  65-66,  116,  169,  etc.;  reino  del,  461. 
Zambre,  65. 
Zaragoza,  162-63. 

Zinga,  reina,  234-36,  245-46,  250,  253,  290,  388,  414,  453- 
Zombo,  reino,  256,  258,  287,  396. 
ZuccheUi,  V.  Antonio  de  Gradisea. 


El  Congo:  sus  ciudades,  montañas  y  rios,  según  Duarte  López  y  F.  PioAi  etta  (Rehlione  del  reame  di  Congo,  Roma,  1591). 


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El  reino  del  Congo,  según  el  P.  Labat  (Relatin 


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historíque  de  l'Ethiopie  accidéntale. .,  t.  1). 


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