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Biblioteca «MISSIONALIA HISPANICA»
Publicada por el Instituto Santo Toribio de Mogrovejo
VOL. VII
MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA
I
LA MISION DEL CONGO
MISIONES CAPUCHINAS
EN AERICA /^'' "
JAN 23 1953
I
LA MISION DEL CONGO
por el
P. MATEO DE ANGUIANO, O. F. M. CAP.,
con introducción y notas del
P. BUENAVENTURA DE CARROCERA, O. F. M. CAP.
Consejo Superior de Investigaciones Científicas
Instituto Santo Toribio de MoGkovEjo
Madrid, mcml
EDICIONES JURA-SAN LORENZO, U-MADRID
Puede imprimirse:
Fr. JOSE M." DE Chana, O. F. M. CAP.
Min. Prov.
Madrid, 17 de marzo de 1948
Nihil obstat:
Dr. Andrés de Lucas
Censor
Imrímase:
t Casimiro Morcillo
Obispo Auxiliar y Vic. Gen.
Madrid, 20 de marzo de 1948
INTRODUCCION
I, La misión capuchina del Congo.
Era en 1482 cuando un ilustre navegante portugués, Diego
^ao, arribaba con sus naves a las costas del Congo. Al desembar-
car y levantar allí una cruz de piedra para perpetuo recuerdo, to-
maba posesión de aquellas tierras africanas en nombre del rey de
Portugal, y aquellos pueblos, tan desconocidos como olvidados,
comienzaron a entrar en contacto con el mundo civilizado.
Nueve años más tarde, en 1491, se iniciaba la evangelización
de aquel país. Diferentes Ordenes religiosas enviaron allá, con
emulante celo apostólico, sus misioneros : los Dominicos, los Fran-
ciscanos y la Congregación de Canónigos de San Juan Evange-
lista lo hiciieron ya desd^ esa fecha (i). Más tarde lo hicieron los
Jesuítas, en 1547 (2), y ilos Carmelitas Descalzos, en 1582 (3).
El apostolado se hacía, sin embargo, muy duro ; era necesario
enviar continuamente nuevo personal para ocupar el puesto de
otros a quienes la muerte había arrebatado en plena actividad. Por
eso, y en vista del poco fruto que se obtenía, casi todos los reli-
giosos se fueron retirando, haciéndolo finalmente los Carmelitas
Descalzos en 161 5 (4).
Habían quedado, es cierto, algunos sacerdotes seculares, pero
eran sobradamente insuficientes para tan dilatado territorio. En
vista de lo cual, Alvaro III, rey del Congo a la sazón, pidió en
161 8 al Sumo Pontífice Paulo V le enviara misioneros capuchinos
(1) J. PELLICER DE TOBAR. Misión evangélica al Reino de Congo por la
Seráfica Religión de los Capuchinos, Madrid, 1649, prólogo.
(2) ID., ibid.
(3) Cfr. FLORENCIO DEL NIÑO JESUS, C. D. La Misión del Congo y los
Carmelitas y la Propaganda Fide, Pamplona, 1929.
(4) ID., ibid. — Notas para una Cronología Eclesiástica e Missionaria do Congo
t Angola (1491-1944), en la revista Arquivos de Angola, 2.» serie, II (1944), p. 44.
MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO
que pudieran aüender a las necesidades espirituales de sus sub-
ditos.
Como luego veremos por la relación del P. Anguiano, no
obstante los buenos deseos del Papa y, asimismo, de los desti-
nados en esa ocasión a la misión mencionada, que lo fueron pre-
cisamente doce capuchinos españoles, no pudo llevarse a cabo.
Influyó en ello, en primer lugar, la muerte de Paulo V, acaecida
el 28 de enero de 1621, y aunque su sucesor, Gregorio XV, abri-
gaba los mismos proyectos de evangelización del Congo, luego
vinieron a tierra con la muerte de cuantos soberanos estaban inte-
resados en esa espiritual empresa. Felipe III fallecía, en efecto,
el 31 de marzo de 1621 ; Alvaro III, rey del Congo, le seguía
en mayo de 1622, y el propio Gregorio XV bajaba también al
sepulcro un año después, el 8 de julio de 1623.
En los siguientes años los reyes del Congo se suceden y se
suplantan rápidamente. Por fin, Alvaro VI, elevado al trono ha-
cia primeros de 1637, se adelanta a enviar sus respetos al Papa
y renueva la súplica de sus antecesores para que se le envíen
((misioneros celosos y desintieresados» .
La idea es tomada en la corte romana con el mismo calor de
antaño. Se designan los misioneros que habrían de ir ya a me-
diados de 1640, pero primero por habersie levantado Portugal en
armas contra Castilla, y luego por otras varias dificultades prác-
ticamente la primera expedición de misioneros no se pudo llevar
a cabo hasta los primeros meses de 1645. Esa expedición iba inte-
grada por cinco Capuchios italianos y siete españoles. El 25 de
mayo de 1645, fiesta de la Ascensión, llegaban al punto de des-
tino.
A esa expedición siguió otra, inüegiada por cuatro italianos,
que en marzo de 1646 llegaban a Loanda, capital del reino de
Angola ; pero los calvinistas holandeses, dueños entonces de
Loanda, les hicieron volverse a Europa.
Dos años más tarde, gracias a las gestiones de Fr. Francisco
de Pamplona, que había regresado del Congo en el mismo navio
que llevó la primera expedición de misioneros, pudo enviarse una
tercera, compuesta de ocho italianos y seis españoles. Embarca-
dos en Cádiz en octubre de 1647. llegaban felizmiente a su destino
el 6 de marzo de 1648.
Fueron esos seis Capuchinos españoles los últimos que mar-
charon a la misión del Congo ; no porque los españoles dejasen
de sentir muy hondamente el ideal de las misiones, sino porque
INTRODUCCIÓN
XI
cuestiones de política internacional impidieron que allí llegaran no
sólo Capuchinos españoles o nacidos en provincias sujetas a Es-
paña, sino que, según también condiciones estipuladas entre el
rey del Congo y los portugueses para hacer las paces, no debía
admitirsie en el Congo ((ninguno de ellos que fueren embarcados en
navios de Castilla» (5). Por ese motivo, desde 1658 hasta 1835,
estuvo la misión exclusivamente a cargo de Capuchinos italianos.
La labor de unos y otros fué verdaderamente extraordinaria.
Desde luego haremos constar, sin que esto ceda en menoscabo
de nadie, que el apostolado ejercido por las otras Ordenes reli-
giosas fué por poco tiempo y con éxito poco lisonjero. Y cierta-
mente que ninguna superó a los Capuchinos ni en los frutos y
éxitos logrados ni tampoco en el número de residencias y cen-
tros misionales por ellos formados en esa región africana y mu-
cho menos aun en el número de misioneros que allí trabajaron.
Pasan, en efecto, de cuatrocientos los Capuchinos que en menos
de dos siglos y con un fin enteramente espiritual llegaron al Con-
go y Angola (6). Su sudor y también su sangre fecundaron esa
parte de suelo africano e hicieron brotar en él los gérmenes sagra-
dos del cristianismo y de la civilización.
Allí trabajaron sin descanso, y casi podíamos decir sin medida,
y antes de sucumbir víctimas unos del clima martirizador y otros
sacrificados por el fanatismo de los fetichistas, muchos de esos
héroes supieron juntar al celo apostólico del misionero la fina ob-
servación del explorador y la inteligente actividad del sabio. Tra-
bajando ya entonces en regiones aun hoy día desconocidas, supie-
ron estudiar la lengua de los indígenas, la historia y la geografía,
prestando a la ciencia muy señalados favores.
Fué precisamente Fernando de Lesseps quien así lo recono-
ció con palabras muy encomiásticas en el discurso de apertura del
tercer Congreso Internacional de Geografía, celebrado en Ve-
necia en 1881. Como uin tributo de justicia proclamó entonces a
los tres Capuchinos misioneros en el Congo, PP. Cavazzi, Carli y
Zucchelli, como tres sabios e inteligentes misioneros beneméritos
(5) Carta del P. Buenaventura de Sorrento al P. Juan Francisco de Roma, ambos
Capuchinos y misioneros en el Congo (Genova, 21 de abril de 1650) (Archivo de Si-
mancas.— Estado, Leg. 2670).
Loanda fué recuperada por los portugueses el 15 de agosto de 1648 y las paces
fueron hechas en abril de 1649.
(6) HILDEBRAND [DE HOOGLEDE], O. F. M. Cap. Le Martyr Georges de
Geel et les debuts de la Mission du Congo (1645-1652), Anvers, 1940, p. 40.
MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO
de la ciencia, que habían recogido, acerca del continente africano,
datos de suma importancia (7).
Sin embargo, lo más meritorio de un misionero no es precisa-
mente aquello que la ciencia puede alabar, aunque se trate de
grandes descubrimientos. Su labor se ha de medir por los progre-
sos realizados en orden a la evangelización y civilización de los
naturales que le fueron encomendados.
Pero también en esto es muy digno de notarse y estudiarse
cuanto los misioneros Capuchinos llevaron a cabo en el Congo.
Mas ya que la presente historia del P. Mateo de Anguiano se
ciñe únicamente a lo realizado durante el tiempo que allí estuvie-
ron los Capuchinos españoles, es decir, desde 1645 hasta 1658,
a lo hecho en esos años nos ceñiremos también ahora.
Para que más claramente se ponga de manifiesto, vamos a se-
ñalar las dificultades que les salieron al paso, que por cierto fueron
muchas y de no poca monta. Las agruparemos en tres puntos.
I . Procedía desde luego la mayor dificultad de los propios
habitantes del Congo. No existía entre ellos la idolatría propia-
mente dicha, pero, en calnbio, eran sumamente supersticiosos,
mejor dicho, fetichistas, hasta el punto de tener en gran venera-
ción cosas verdaderamente ridiculas, como idolillos, imágenes gro-
tescas, estatuillas de hombres o de mujeres, serpientes disecadas,
cuernos de animales y, lo que es más de admirar, hasta algunos
árboiles. Todas esas cosas no eran veneradas por lo que eran en
sí, ni siquiera por lo que representaban, sino por cierta fuerza
misteriosa que creían radicaba en ellas, o por no sé qué influencia
que les atribuían.
Consiguientes con esa persuasión, tenían en gran estima a los
(7) ID., ibid. Las obras de los tres mencionados Capuchinos llevan los siguientes
títulos :
GIOV. ANT. [CAVAZZI] DA MONTECUCCOLO. O. F. M. Cap. Istorica des-
cristone de tre regni Congo, Matamba et Angola ...e delle missioni apostoliche eser-
citatevi da Religiosi Capuccini, Bologna, 1687. La segunda edición se hizo en Milán,
1690, y una tercera, moderna, en Tivoli, 1{).37. El P. LABAT, O. P., la tradujo, bas-
tante libremente, al francés con el título : Relation hislorique de l'Ethiopic accidén-
tale, contenant la description des Rovaumes de Congo, Angolle et Matamba, traduite
de l'italien du P. Cai'azñ..., París 1732, 5 vols. Hay también una traducción alema-
na, hecha por los Capuchinos de Baviera, impresa en 1694 en München.
DIONISIO [CARLI] DA PIACENZA, O. F. M. Cap. /; moro trasportato nell'in-
clita citta di Venetia, Bassano, 1687. También esta obra ha sido publicada por el Pa-
dre Labat, formando parte del tomo V, pp. 92-268. Ha sido asimismo publicada mu-
chas veces en las colecciones de viajes más célebres.
ANTONIO [ZUCCHELLI] DA GRADISCA, O. F. M. Cap. Relasioni del Viag-
gio e Missioni di Congo, Venezia, 1712.
INTRODUCCIÓN
XIII
que se valían de todos esos objetos para, con gestos ridículos y
fingidas oraciones, curarles de sus enfermedades y hacer aparen-
tes maravillas. Esos médicos o curanderos que eran a la vez adi-
vinos o hechiceros y también sacerdotes o encargados de los feti-
ches, ejercían sobre los naturales una influencia decisiva y eficaz.
Por eso precisamente los misioneros los consideraron siempre como
los peores enemigos del cristianismo. Y no sin razón ; porque uno
de los mayores defectos de los congoleses era la inconstancia, o,
como dice el P. Cavazzi, «inestabilidad en las resoluciones tomadas
y en la verdad abrazada» (8). Y esos cultivadores d'e ídoílos o fe-
tiches, verdaderos hechiceros y embaucadores, llenos de rabia con-
tra los misioneros y aprovechándose de ese modo de ser de los
indígenas, volvían a la carga con los neófitos o recién convertidos,
((bastando una nonada, como añade el mismo P. Cavazzi, para ca-
lentarles los cascos y hacerles volver al paganismo» (9).
No es extraño, pues, que los misioneros les declarasen guerra
sin cuartel y que en todas partes y por todos los medios tratasen
de hacer desaparecer tales hechiceros y destruir los fetiches, va-
liéndose incluso para ello del poder civil. Más de una vez expu-
sieron también sus vidas por tratar de extirpar del todo esas su^
persticiones. Entraban por las casas y, ayudados en esa labor por
los niños de la escuela, que les acompañaban, recogían cuantos ob-
jetos de esos encontraban, hacían con ellos montones y a la voz
de : Exurge, Domine, et judica causam tuam, les prendían fuego
a vista de todo el pueblo, que presenciaba la fogata aterrorizado
y temeroso del castigo, menos el n ganga o hechicero que, cons-
ciente de sus engaños, permanecía impasible. Más de un misionero
perdió la vida en uno de esos actos, siendo el primero el P. Jorge
dfe Gela, en 1652, cuya causa de beatificación ha sido ya introdu-
cida.
Sin embargo de eso, pocos años después el P. Cavazzi podía
hacer constar con satisfacción que, gracias ((al celo del rey del Con-
go y a los gobernadores de Pemba, de Bamba y de Soñó, aquellas
regiones se veían casi totalmente libres de tan torpe contagio» (10).
Peor que todo eso, de mayor influencia y de consecuencias más
decisivas era el vicio del amancebamiento . Al llegar los misioneros
(8) CAVAZZI, o. c, Libro III, cap. I, núm. 2, p. 179 de la edición de 1937,
de la que nos servimos por no tener otra a mano para las citas.
(9) Ibid.
(10) Ibid., Libro I, cap. IV, núm. 14, p. 51.
XIV
MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO
por muy contados se daban los que no tuviesen varias mujeres. V
ese vicio fué tanto más difícil de desterrar cuanto que no era pre-
cisamente el hombre quien más se oponía, sino las mismas mujeres
o concubinas, las cuales por otra parte tenían que llevar el trabajo
de casa y de la tierra y proporcionar comida y vestidos al marido ;
que pasaba su vida en una completa v culpable ociosidad, fuera del
tiempo de guerras, en que debía empuñar las armas y salir a cam-
paña.
Como fácilmente se deja comprender el ejemplo de los magna-
tes y gobernadores influía decisivamente en todo eso ; de tal ma-
nera, que donde ellos no se casaban ni llevaban vida honesta y arre-
glada, no había tampoco posibilidad de que los subditos y el pue-
blo lo hiciesen, como se pondrá bien de manifiesto en los hechos
narrados en el curso de esta historia.
2. Los Misioneros Capuchinos, llegados al Congo en 1645 y
en las siguientes expediciones, tropezaron necesariamente con otra
gran dificultad : la de la lengua. Y digo necesariamente, porque no
tuvieron, como en otros puntos de misión, gramática alguna por la
que pudiesen aprender la lengua del país antes de embarcarse, ni
siquiera un mal diccionario que a ello les ayudase, pues ni una ni
otro existían.
Por otra parte, como confiesa el P. Cavazzi (11), «dificultad
principalísima para la evangelización del Congo es la ausencia com-
pleta de una lengua que pueda reducirse a reglas gramaticales. Pa-
labras y vocablos son usados por los naturales de modo desacos-
tumbrado e inefable para los europeos ; para ellos basta el hacerse
entender... No hay orden, ni fijeza, unidad ni razonable igualdad
en el lenguaje. Mejor aun que la palabra es el gesto, la mirada lo
que habla. Se puede imaginar por eso la dificultad que nosotros
experimentamos al tener que exponer ideas tan ajenas a la inteli-
gencia de los naturales, y misterios que resultan a veces difíciles
de expresar aun en lenguas bien formadas. Para éstos — termina —
todo es materia y vientre» .
Y esto lo decía el P. Cavazzi cuando habían pasado los tiempos
peores y más difíciles y cuando los misioneros contaban ya con gra-
máticas, con diccionarios y catecismos.
No era, sin embargo, problema insoluble el de la lengua, aun-
que tuviera muchísimas dificultades. Por eso los misioneros ya
(11) Ibid., Libro IV, cap, I, núm. 1, p. 253.
INTRODUCCIÓN
XV
desde su llegada se dieron a trabajar en ello ; de otro modo sus es-
fuerzos y sus fatigas hubieran resultado poco menos que inútiles
al desconocer o no entender la lengua congolesa.
Pero para eso se requería bastante tiempo, factor muy impor-
tante para los misioneros, y con objeto de que no pasara inútil-
mente, les fué forzoso en los principios, y aun en los primeros años,
valerse de intérpretes, incluso para la administración del Sacra-
mento de la Confesión, con los peligros que todo esto deja suponer.
Esos intérpretes unas veces eran naturales del país, que habían
aprendido la lengua portuguesa, y otras, portugueses que llevaban
ya largos años viviendo en ei Congo y conocían su lengua. Unos
y otros eran pagados por el rey o por los oficiales y vivían luego a
expensas del misionero, de las limosnas que a éste generosamente
le daban los fieles, pues los Capuchinos no exigieron nunca retri-
bución alguna por la administración de los Sacramentos, (¡siendo
precisamente el desinterés — reconoce muy acertadamente el P. Ca-
vazzi — , la base del éxito de nuestro ministerio» (12).
Muy pronto los intérpretes, no contentos con la paga y con la
comida, se volvieron interesados y avariciosos, hasta el punto
de que, aun en contra de la terminante prohibición de los misione-
ros, exigían ocultamente a los fieles limosnas y recompensas, ame-
nazándoles incluso con que no les valían los Sacramentos si se ne-
gaban a darlas. Con ese proceder los fieles se retraían de los Sa-
cramentos, y el P. Cavazzi llegó a confesar con amargura que (das
pérdidas espirituales eran proporcionadas a la poca vergüenza de
esta gente pésima que hacía de intérpretes, así como por el escán-
dalo que daban». Hasta el punto de que el P. Antonio de Teruel
dice, por su parte, que fueron ((de mucho estorbo para la conver-
sión de las almas» (13)-
Por esos múltiples motivos y por considerarlo una necesidad
perentoria, los misioneros se dieron de lleno al estudio de la lengua,
alcanzando al poco tiempo muy lisonjeros éxitos. De tal modo
que a los dos años y medio, a primeros de 1648, el P. Juan de
(12) Ibid.. Libro IV, cap. I. núm. 4, p. 2.55.
(13) ANTONIO DE TERUEL, O. F. M. Cap. Descripción narrativa de la Mi-
sión Seráfica de los Padres Capuchinos y sits progresos en el reino del Congo.... con
una adición de dos relaciones, una copiosa del Reino del Congo y costumbres de sus
moradores. Ms-, p. 102. De dicha descripción hay dos textos distintos en nuestra Bi-
blioteca Nacional : uno completo, el del manuscrito íió33, y otro el del ms. 3.574, que
no llega sino hasta el capítulo XXIV y lo restante son papeles que debieron servir
para la composición de la obra tal como se halla en el otro manuscrito. Citamos siem-
pre el primero.
XVI
MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO
Santiago podía escribir : ((Dos áe mis compañeros, que están muy
adelantados en la lengua, atenderán del todo a perfeccionarse en
ella para poderla enseñar a los demás, que es la más importante
diligencia por haber poquísimos intérpretes, y, de los pocos, nin-
guno que tenga gusto de que sepamos su lengua ni la hablemos,
por el fin que ellos se saben ; y con esto y con la nueva crianza
que se va haciendo de la juventud, espero en nuestro Señor que
dentro de pocos años se ha de reducir aquello del todo a buen
gobierno» (14).
Con esos dos religiosos ((muy adelantados en la lengua» y con
otros que fueron llegando se formó en la capital del reino, San
Salvador, una especie de seminario o academia de filología con-
golesa ; allí eran instruidos los nuevos misioneros, al menos en
lo más común y ordinario, antes de partir para los distintos puntos
de su apostolado (15).
Con esa iniciación en la lengua congolesa y luego el propio
esfuerzo llegaron los misioneros a poder predicar en la lengua del
país. No descendemos concretamente a los distintos religiosos,
pues ya lo hemos hecho en otro lugar, probando cómo todos, al
poco tiempo de llegar, ejercían sus ministerios sin necesidad de
intérpretes (16).
A ello les ayudó mucho la composición de un Vocabulario en
tres lenguas : latín, castellano y congolés. Dicho Vocabulario tri-
lingüe fué obra del sacerdote mulato don Manuel Roboredo y al
mismo tiempo de los Capuchinos españoles, quizá más de éstos
que de aquél, y sobre todo del P. Buenaventura de Cerdeña, como
ya hemos expuesto y probado en otro estudio (17). De ese Voca-
bulario, y con ocasión de estar los nuevos misioneros en San Sal-
vador para iniciarse en la lengua, procuraba sacar cada uno copias
para su uso particular (18).
(14) JUAN DE SANTIAGO, O. F. M. Cap. Breve relación de lo sucedido a
doce Religiosos Capuchinos que la Santa Sede Apostólica envió por Misionarios
Apostólicos al Reino de Congo. Ms., p. 173 (B. del Palacio Nacional de Madrid,
Ms. 772). Según dice el autor en la dedicatoria, es esta obra una recopilación «de
una relación muy dilatada que el P. Fr. Buenaventura de Alessano, Prefecto de nues-
tra Misión en Congo, me mandó remitir a la Sacra Congregación de Fide Propa-
ganda». A pesar de nuestras recientes pesquisas en el Archivo de Propaganda Fide
y en la Biblioteca Vaticana, no hemos logrado encontrar esta relación más lata.
(15) HILDEBRAND, o. c. p. 261.
(16) Cfr. mi artículo Los Capuchinos españoles en el Congo y el primer diccio-
nario congolés, en Missionalia Hispánica, 11 (1945), pp. 216 ss.
(17) Ibid.
(18) Así lo ejecutó, efectivamente, entre otros, el P. Jerónimo de Montesar-
chio, como más tarde diremos, y así lo hizo también el P. Jorge de Gela, cuya copia
INTRODUCCIÓN
XVII
Y, aparte de otros catecismos y gramáticas que compusieron,
fueron notables los trabajos lingüísticos del P. Antonio de Teruel.
El mismo los refiere así, escribiendo a la Sda. Congregación
(Murcia, i8 de febrero de 1662) : Un manual para gente del
Congo. 2° Un libro de Catecismos copioso para las misiones, con
instrucción para administrar los Sacramentos y con muchos ejem-
plos. 3 ° Un libro de sermones y pláticas de entre año, según sus
costumbres. 4.° Un libro de las festividades de Nuestra Señora,
en particular del Rosario, con varios ejemplos. 5.° Un libro de
oración para enseñarla a los provectos, llamados congregados, con
todas las meditaciones. 6.° Un Vocabulario en cuatro lenguas :
latina, italiana, española y conguesa. 7.° Una gramática y sintaxis
para aprender la lengua fácilmente» (19).
Varios de estos libros, como ya se indica, los escribió el P. Te-
ruel para utilidad de los que formaban parte de las Congregaciones
de cristianos piadosos, que los misioneros establecieron primero en
San Salvador y luego fueron asimismo organizando en todos los
centros misionales, y para las que formaron estatutos especiales,
como luego se dirá en el texto.
Así, con esfuerzo constante, con personal ahinco y también con
sorprendente celeridad, lograron los misioneros Capuchinos del
Congo dominar la lengua del país, que para los europeos encierra
dificultades sin cuento y casi insuperables.
3. Se sintió también, y ya desde el primer momento, otra
contrariedad, y fué la escasez de operarios evangélicos. No es que
la Orden Capuchina, a cuyo cargo corría la misión, dejase de en-
viar misioneros y por cierto en abundancia, como ya lo hemos
hecho notar ; pero el clima africano era terriblemente martiriza-
dor. Ni era solamente el calor ; a ello se juntaban las lluvias per-
sistentes y el clima húmedo y cálido al mismo tiempo ; y como por
otra parte la alimentación era muy insana y muy pobre, todo con-
se ha conservado y se guarda en la B. N. de Roma ; de ella hablaremos lueg-o, aun-
que ya me he ocupado extensamente en el mencionado artículo. Cfr. también P. HIL-
DEBRAND, o. c, pp. 261 ss.
(19) Archivo de Prop. Fiáe.—Scritt. ant., vol. 2.50, ff. .580-81. Refiere también que
había enviado estos papeles al P. General, quien le había animado mucho a que los
imprimiese, por lo que pedia a la Congregación su ayuda para imprimirlos. A lo
que contestó aquélla (22 de mayo de 1662) que exhibiese los libros para ver si eran
dignos de impresión (Ibid., p. 381v.). Con ese mismo fin presenta el P. Procurador
general una súplica a la Congregación (17 julio), pero ésta le lesponde (17 de ju-
lio) que había prohibido se imprimiesen libros de misiones sin examinarlos antes, y
ver si eran dignos de imprimirse (Ibid., ff. 382 y 385v.).
XVIII
MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO
tribuía a desgastar en breve las fuerzas y energías, minando nota-
blemente la salud y terminando muy pronto aun con los más
robustos.
Además, la enorme distancia de Europa al Congo, los muchos
inconvenientes de la larga travesía, el entorpecimiento para el
envío de misioneros, debido a razones políticas de ningún peso
y carentes por completo de fundamento, todo hizo que los Capu-
chinos del Congo pensasen en resolver la cuestión del personal de
otro modo que con el envío constante y casi anual de nuevos opera-
rios evangélicos. Y trataron de solucionar ese importantísimo pro-
blema tal como hoy en día precisamente quiere la Iglesia y sobre
todo los últimos Papas, es decir, con la formación del clero indí-
gena. A ello les animó grandemente el modo de ser de los natu-
rales, difíciles de conocer a fondo, suspicaces, astutos e hipócritas.
Nadie mejor que sus propios paisanos podría conocer sus cualida-
des buenas y malas y consiguientemente tratar de resolver más
adecuadamente lo que hoy en día se viene llamando el problema de
ia psicología de la conversión.
Ya hemos estudiado en otro lugar cuanto los misioneros del
Congo hicieron en orden a la formación del clero indígena (20).
Para ello no se contentaron con abrir escuelas en San Salvador,
en Soñó y en otras partes, donde los niños y jóvenes aprendían a
leer y escribir, sino que al mismo tiempo les enseñaban la gramá-
tica latina. Así ya en los primeros años nos dice el P. Juan de San-
tiago que el Prefecto, P. Buenaventura de Alessano, además de
ios trabajos que tenía en la escuela, escribía los cuadernos «para
los estudiantes de gramática en lengua latina, portuguesa y mori-
conga», añadiendo asimismo que el P. Buenaventura de Cerdeña
se dedicaba primeramente a enseñar la doctrina y a enseñar a leer
y escribir a los niños, y luego iba con los gramáticos y ayudaba al
P. Prefecto en sus trabajos de ((enseñanza de la lengua latina» (12).
Esto mismo lo corrobora Pellicer, cuando afirma ya en 1649
que ((habían fundado dos escuelas en el Congo los misioneros para
que se críen sujetos para ordenarse (22).
Y a ese mismo propósito escribe el P. Teruel, hablando sobre
las escuelas que el rey del Congo mandó levantar en San Salvador
(20) Cfr, mi estudio Los Capuchinos espaíwles ev, el Con^o y sus trabajos en pro
de la formación del clero iníligcna. en España Misionera, II (1945), pp. 180-200.
(21) SANTIAGO, ms. c, pp. 1.50-152.
(22) PELLICER, o. c., f. 46 c.
INTRODUCCIÓN
XIX
para los misioneros : ((Lo mismo hizo en la escuela que fabricó in-
mediatamente a la casa para enseñar a los mozos a leer y escribir
y la gramática, y hacerles en esta forma hábiles y capaces para que
con el tiempo pudiesen ser ordenados sacerdotesn . Y, refiriendo a
continuación los trabajos que tenían los misioneros en las escuelas,
añade : (¡Se ocupaban los religiosos en escribir no sólo lo que toca
a los primeros rudimentos, sino el arte de la gramática, dando a
cada estudiante los cuadernos en lengua latina, con la explicación
en la castellana y conguesa» (23).
Y ese medio es precisamente el que también señala el P. Ca-
vazzi para verse libre de intérpretes y tener ((ministros seguros y
versados en el conocimiento de la lengua ambonda y en los otros
dialectos» (24).
Por eso ya desde 1646 se impusieron esa tarea los misioneros.
Y el P. Angel de Valencia, que en octubre de dicho año venía del
Congo a Roma, adonde llegó en marzo de 1648, como embajador
del rey del Congo, trató por todos los medios posibles para conse-
guir para la misión un Obispo, ((no para que fuese Obispo de la
ciudad y diócesis de San Salvador y Angola, sino para que asistiese
en aquel reino, adonde pudiese ordenar sacerdotes de los mismos
naturalesyy . Y nuevamente repite la misma idea en la exposición
o memorial presentado a Felipe IV en 1649, diciendo es necesario
el Obispo ((para que, asistiendo en el Congo, ordenase sacerdotes
de los mismos naturales, habiendo puesto ya con este fin dos
escuelas los primeros misioneros que pasamos allá, para que algu-
nos de los que tuviesen más capacidad, aprendan lo necesario
para poderse ordenar)). Y expone entre otras razones : ((Porque si
bien con los misioneros que van ahora y los que estaban allá, habrá
buen número de ellos, pero no son bastantes para reino tan gran-
de ; y, dado que lo fueran, no son eternos, sino que han de morir.
y, no ordenando algunos de nuevo, ha de quedar aquella pobre
gente sin remedio, siendo tan dificultoso, como se experimenta, el
ir todos de estas partes [Europa]» (25). Razones que también Pe-
Uicer expone en su conocida obra, añadiendo : ((Que con esto ten-
drán entera enseñanza aquellos pueblos católicos, perseverará allí
(23) TERUEL, ms. c, p. 50.
(24) CAVAZZI, Libro IV, n.« 4.
(25) Memorial del P. Angel de Valencia a Felipe IV (Archivo de Simancas. Es
tado, Leg. 2.669). Cfr. también mi artículo en España Misionera, pp. 202-204, donde
se ha copiado casi íntegro el citado memorial
XX
MIS. CAPS. EN'ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO
la Iglesia y será un seminario pará la conversión de tantos reinos
que allí carecen de la luz evangélica» (26).
Y si bien es cierto que no tuvo efecto el designio de llevar
un Obispo ((in partibus infidelium» al Congo, aunque fué nombra-
do y se consagró, por haberse opuesto a ello el Cardenal Albornoz,
sí lo tuvo la idea de la formación del clero indígena por medio de
las escuelas de latinidad, y que de ellas salieron efectivamente va-
rios sacerdotes, como nos lo testifican el P. Teruel (26a) y el Pa-
dre Cavazzi (27).
El primero de ellos, P. Teruel, al escribir su obra manuscrita,
ya citada, el año 1662, recogía en ella las últimas noticias de la
misión, que le había comunicado uno de los misioneros, Padre
Antonio M.* de Monteprandone : «También me dió la noticia por
cartas, que el Sumo Pontífice Alejandro VII escribió al rey del
Congo [debe ser el que reina] con seis religiosos que envió con
orden de fundar seminarios o colegios de mozos para que se críen
en ellos y aprendan letras y buenas costumbres, dando el cargo de
todo a nuestros religiosos. La Sacra Congregación de la Propa-
gación se ha ofrecido a pagar el gasto y ha nombrado en Lisboa un
Procurador... No hay duda que, si esto llega a efectuarse, ha de
ser de gran conveniencia y adelantamiento de aquel reino en lo
espiritual, y siempre se deseó ; porque, criados los muchachos en
doctrina y santas costumbres, como sabedores de las malas de su
reino y de su lengua, ayudarán mucho, ordenados sacerdotes, a
los misioneros. Y mientras no se haga esto, no es posible arrancar
de raíz la mala semilla de los ritos gentílicos y vicios» .
Persuadidos de esa misma necesidad y de esas razones, los mi-
sioneros insistieron frecuentemente ante la Congregación de Pro-
Propaganda Fide para que se organizase un seminario donde pu-
diesen educarse jóvenes indígenas con destino al sacerdocio.
Así lo hace, por ejemplo, el P. Serafín de Cortona, quien,
hacia 1654, pide a Propaganda la creación de un seminario en
Angola, Mazangano o San Salvador (27a).
Asimismo, entre las observaciones que en 1664 hace a la Con-
gre^farió'.i el Procurador de la Orden, respecto de la misión del
Congo, una era que aprobaba la institución de un seminario en San
(26) PELLICER, o. c, f. 46v.
(26a) TERUEL, nis. c, p. 122.
(27) CAVAZZI, o. c, Libro VII, n. 10.
(27a) Archivo de Propaganda Fide.—Scritt. ant., vol. 250, ff. 171-172.
INTRODUCCIÓN
XXI
Salvador para la formación del clero indígena (28). Y otro misio-
nero— hacia 1675 — , exponiendo los motivos por qué la fe no
hacía en el Congo los progresos esperados, juzgaba de toda nece-
sidad el envío de un Obispo para que ordenase cierto número de
jóvenes, después que hubiesen hecho sus estudios en las escue-
las ; para él el clero indígena era de una necesidad perentoria (28a).
Poco tiempo después, el P. Gabriel de Villa del Foro, tratando
de los medios para el buen gobierno y progresos de la misión del
Congo, sugería a Propaganda la idea de que se hiciese venir a
Roma cierto número de jóvenes indígenas para que. instruidos
convenientemente y ordenados sacerdotes, pudiesen luego llevar
a cabo la evangelización de sus compatriotas del Congo (28b).
Finalmente, a principios del siguiente siglo, el P. Eustaquio
de Ravena, insistía, como medio necesario de consolidación de
la misión, sobre el envío de un Obispo y la creación de un semi-
nario donde se enseñase a 50 o 60 jóvenes lo principal y más nece-
sario para poder ordenarse sacerdotes, a fin de que luego puedan
hacer de curas en las distintas provincias del Congo. Hasta envía
a la Congregación unos planos de lo que pudieran ser la casa del
Obispo y el seminario (28c).
No obstante que esos deseos y proyectos de los misioneros no
tuvieron plena realización, podemos afirmar que con la formación
de algunos sacerdotes indígenas, con la educación e instrucción
de los niños y jóvenes en las escuelas, con el fomento de la
piedad por medio de las Congregaciones, con el estudio y cono-
cimiento de la lengua del país, lograron los Capuchinos misione-
ros en el Congo los frutos abundantes que el lector puede conocer
a través de las páginas de esta obra del P. Anguiano.
(28) ibid.. f. 34.
(28a) Archivo de Propaganda Fide. — Scritt. rif. nei Congressi, vol. I Congo,
ff. 136-142.
(28b) Ibid., ff. 43-4.
(28c) Ibid., ff. 62-65.
II, Vida y escritos del P. Mateo de Anguiano.
Ya es sobremanera abundante la bibliografía impresa relativa
a las Misiones Capuchinas en el Congo (29). Así y todo son tam-
bién todavía numerosas las relaciones que sobre tan interesante
tema permanecen manuscritas e inéditas en bibliotecas públicas y
privadas. Entre ellas, aparte de la debida a la pluma del P. Mateo
de Anguiano, hemos descubierto y luego dado a conocer otras dos
autógrafas, escritas asimismo por dos Capuchinos españoles, mi-
sioneros en aquellas apartadas regiones africans, el P. Juan de
Santiago y el P. Antonio de Teruel, existente la primera en la
Biblioteca del Palacio Nacional de Madrid y la segunda, al igual
que la del P. Anguiano, en la sección de manuscritos de nuestra
Boblioteca Nacional (30).
(29) Puede consultarse para ello el trabajo completo del P. EDUARDO DE
ALENQON, O. F. M. Cap., Biblia grapliie Capticino-Congolaise, en N ceñandia Fran-
ciscana, I (1914). y Avalecta Ord. FF. Min. Capnccinorum, VI (1890), pp. 363-4, v
P. MELCHIOR A POBLADURA, O. F. M. Cap., Historia generalis Ordinis Fr. All
norum Capuccinorum. — Pars secunda (1019-1701), vol. II, Romae, 1948, pp. 350-52.
A mayor abundamiento, aparte de las obras ya citadas, haremos mención de al-
gunas otras :
ROCCO DA CESINALE, O. F. M. Cap. Storia dclk Missioni dei Cappuccini, III,
Roma, 1873, pp. 517-673.
CLEMENTE DA TERZORIO, O. F. M. Cap. Le Missioni dei Minori Cappuccini.
Sunto storico, X, Roma, 1938, pp. 539-55.
E. DE JONGHE ET TH. SIMAR, Archives Congolaiscs, fase. I, Bruxelles, 1919.
que han recogido y extractado la mayor parte de los documento.s relativos a te épo-
ca de la misión del Congo que nos interesa y que historiamos, conservados en el
Archivo de Propaganda Fide
(30) Las obras sumamente interesantes de estos dos Capuchinos españoles ya
quedan citadas. Sólo añadimos respecto de su importancia histórica, geográfica y et-
nográfica, que de ellas pudiera decirse lo mismo que Lesseps afirmó de las de Ca-
vazzi, Carli y Zucchelli
Véase también nuestro trabajo Dos relaciones inéditas sobre la Misión Capuchina
del Congo, en Collectanea Franciscana, XVI (1946). pp. 192-124, donde se ha dado
INTRODUCCIÓN
XXIII
Al celebrarse en 1945 el tercer centenario de la iniciación de la
mencionada misión del Congo, tuve el pensamiento de publicar un
trabajo de conjunto que fuese a la vez como su historia completa,
hecha a base de esas y otras relaciones y estudios ; trabajo en el
que se recogerían también las muchas y provechosas enseñanzas
prácticas que saltan a la vista con la simple lectura de esos manus-
critos y libros.
Sin embargo, ese pensamiento no tuvo su realización. Otros,
más competentes en la materia y sin duda con mejor criterio,
me aconsejaron que, en vez de emprender ese trabajo de conjunto,
ya de por sí difícil y escabroso, mi labor se redujese solamente a
publicar una de esas interesantes relaciones.
Puesto a escoger, no había lugar a duda. Las de los PP. San-
tiago y Teruel, interesantísimas en extremo, tenían no obstante sus
inconvenientes. La del P. Juan de Santiago no llegaba sino hasta
1648, año de su vuelta a España, muy enfermo y achacoso. La del
P. Antonio de Teruel continuaba diez años más, hasta 1658, fecha
en que asimismo estaba de vuelta de la misión ; pero las noticias
por él personalmente recogidas, no daban idea sino de parte de
los trabajos y éxitos alcanzados por los misioneros.
Por eso escogí, ya desde el primer momento, el manuscrito del
P. Anguiano, quien recogió en él no sólo las noticias dadas por los
dos mencionados PP. Santiago y Teruel, sino que a ellas añadió
las que le suministraron las relaciones y cartas particulares de otros
misioneros, como luego hemos de ver.
Consiguientemente, la obra que hoy ofrezco es debida a la
pluma del mejor de los historiadores Capuchinos españoles Padre
Mateo de Anguiano, hijo preclaro de la provincia de Castilla.
A modo de presentación de su personalidad van encaminadas estas
notas que sirven de prólogo a su interesante y meritísima historia
de la misión del Congo. En ellas estudiaré los hechos más salientes
de su vida, por desgracia poco conocida, y pararé mientes de modo
particular en su producción literaria.
a) Su VIDA.
El P. Anguiano fué natural de la Rioja. Así lo hace constar
con satisfacción justamente en la misma portada de la primera de
la descripción de esos dos manuscritos y se ha hecho resaltar su importancia y al
mismo tiempo la veracidad de las noticias en ellos consignadas. También anotamos
los principales datos de la vida de sus autores.
XXIV
MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO
SUS obras, Disciplina Religiosa. Su nombre de pila fué el de Juan
García y en la villa de Anguiano (Logroño) tuvo lugar su na-
cimiento en 1649. En vano, pues, Cayetano Garran (31) se ha
esforzado en buscar en el libro de Bautismos de dicha villa el ape-
llido ((Anguiano» para poder determinar concretamente cuál de
ellos ha correspondido a nuestro biografiado, no advirtiendo que
entre los Capuchinos se toma el apellido del pueblo natal.
Cuando contaba solamente diecisiete o dieciocho años vistió el
sayal capuchino en fecha memorable, que también el mismo Padre
Anguiano no dejará de consignar y repetir en sus obras, es decir,
en la festividad de las Llagas de San Francisco, 17 de septiembre
de 1666 ((en el ejemplarísimo convento de Salamanca; quiera
Nuestro Señor que haya sido^ — añade — , para mayor honra y
gloria de su Majestad divina, pues no dudo nací en un Seminario
de santos» (32).
Creemos que ya antes de ingresar en la Orden tenía hechos sus
estudios, quizás jurídicos, y posiblemente en la misma Universidad
de Salamanca, que luego completará hasta su ordenación sacerdo-
tal, que tuvo lugar el 23 de diciembre de 1673, en Madrid (33).
Prueba inequívoca del mucho crédito que muy pronto adquirió
y del grande aprecio en que era tenido por todos, nos lo pone
de manifiesto el hecho de que solamente cuatro años después de su
ordenación y cuando no contaba sino veintiocho de edad, los
Superiores le encomendaban el delicado encargo de formar el
manual o ceremonial por el que se regirá la provincia de Castilla
por más de un siglo ; libro que tendrá extraor(iinaria importancia y
que habrá de ser al mismo tiempo verdadero manual de educación
de los aspirantes y jóvenes y asimismo norma y gxiía que necesa-
riamente debían seguir todos los religiosos en los actos de co-
munidad.
Aunque, como él mismo confiesa, se creyó inexperto y poco
capacitado para tal empresa, al fin lo ejecutó y, según dirá uno de
(31) C. GARRAN. Galería de Riojanos ilustres, I, Valladolid, 1888-89, pp. 219-221.
(32) Paraíso en el desierto..., Madrid, 1713. p. 187.— Lo Nueva JerusaUn, Ma-
drid, 1709, dedicatoria, f. 3r.— BUENAVENTURA DE CIUDAD RODRIGO, O.
F M Cap Estadística general de los Frailes Menores Capuchuios de la Provincia de
Castilla, Salamanca, 1910, n.» 672.-BUENAVENTURA DE CARROCERA, O. F. M.
Cap. Ne erólo gio de los Frailes Menores Capuchinos de la Provincia del Sagrado Co-
razón de Castilla (1609-1943), Madrid, 1943, p. 167.
(33) Cfr. B. DE CIUDAD RODRIGO, o. c.—Viridario auténtico en que flore-
cen siempre vivas las memorias de lo que pertenece al buen gobierno de esta Pro-
vincia de Castilla, Ms., f. 13v. (Archivo Prov. de Capuchinas de Castilla, 1/00005).
INTRODUCCIÓN
XXV
los censores, el P. Basilio de Zamora, «como tan bien enseñado a
acertar en todos los empleos y oficios en que nuestra Sagrada Reli-
gión le ha ocupado, en esta obra no tiene defecto ni cosa que deba
omitirse, antes bien, muchos adornos de claridad, brevedad mo-
destia, gravedad y compostura» (34). Por eso y en vista de sus
aciertos en reducir a compendio y orden los muchos manuales y ce-
remoniales manuscritos que se conservaban en la provincia, espe-
cialmente en los noviciados, los Superiores lo mandaron observar
puntualmente por decreto de la Definición del 10 de septiembre
de 1677 (35).
Además, en ese mismo año y sin duda al propio tiempo que se
le encomendaba la redacción del citado manual, era designado para
Procurador de la provincia de Castilla. Práctimanete venía a ser
ese un cargo de mucha responsabilidad. Su obligación era el de-
fender los privilegios y derechos de los religiosos en los diversos
pleitos y litigios que pudieran suscitarse con otras Ordenes reli-
giosas o con particulares, lo mismo ante los tribunales civiles, como
el Consejo de Castilla, etc., que. sobre todo, ante el Nuncio. De
modo que necesariamente suponía en quien desempeñaba dicho
cargo, no escasos conocimientos del Derecho (36).
Desde 1678 fué juntamente Procurador y Secretario Provin-
cial. Asimismo, desde 1681 a 1683, fué designado para Guardián
o Superior del convento de Alcalá de Henares, que era justamente
entonces también noviciado. Años después, en 1690, era nombra-
do para el mismo cargo en el convento de Santa Leocadia de To-
ledo, y lo es asimismo en 1711 del convento de Capuchinos de Ma-
drid, llamado La Paciencia. Por fin, desde 1713 y casi hasta su
muerte fué elegido Definidor o Consejero Provincal (37).
No obstante esos cargos por él desempeñados, podemos decir
que las actividades del P. Anguiano no se emplearon tanto en el
gobierno de los religiosos ni aun en el ministero de la predicación.
(34') M. DE ANGUIANO, Disciplina religiosa de ¡os Frailes Menores Capuchi-
nos...', Madrid, 1678, f. 4v.
(35) Ibid., ff. lOv.— 12r.
(36) No tenemos de su actuación sino un alegato que escribió en 1678 defen-
diendo algunos nombramientos que el P. Provincial, Martin de Torrecilla, había he-
cho, en contra de lo propugnado por otros religiosos, con motivo del pleito entablado
ante el Nuncio. Cfr. MARTIN DE TORRECILLA, O. F. M. Cap., Consultas, ale-
gatos, apologías, etc., t. II, 2.» ed., Madrid, 1702, pp. 416-427.
(37) Cfr. B. DE CARROCERA, Necrologio, o. c, p. 1Q7.— Erario divino de la
Sagrada Religión de los Frailes Menores Capuchinos en la Provincia de Castilla.
Parte III, ed. por el P. B. DE CIUDAD RODRIGO, O. F. M. Cap., Salaman-
ca, 1909, p. 80 ss.
XXVI
MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO
como en escribir libros. Ha habido, es cierto, algunos escritores
que llegan incluso a decir de él, como lo hace el P. Bolonia (38),
que estuvo de misionero en América ; pero téngase por cierto que
tal afirmación carece de fundamento, aunque sus libros, según más
tarde veremos, están todos ellos repletos de curiosas noticias sobre
las distintas misiones capuchinas, lo mismo en América que en
otras partes del mundo.
Por do demás su salud no debió ser muy buena. Ya en 1695,
encontrándose destinado por la obediencia en el convento de La-
guardia (Logroño), y habiéndosele encomendado gestionase una
nueva fundación en la villa de Haro, que por cierto encontraba
grandes dificultades de parte de otras Ordenes religiosas, exponía
así su necesidad al P. Provincial : ¡(En atención a que me hallo
cada día más falto de fuerzas y salud, ya que he estado aquí desde
que V. C. comenzó su provincialato [1693], trabajando y sirvien-
do dentro y fuera de casa cuanto he podido, sin perdonar ministe-
rio alguno, se sirva representar mi necesidad a los PP. Provincial
y Definidores que salieren, y me concedan el consuelo de mudarme
a casa donde el trabajo sea proporcionado a mis fuerzas. Ya me
hallo con cerca de treinta años de hábito, y con hartos achaques
habituales, aunque con ninguna virtud. En casas pequeñas y hos-
picios sé muy bien de experiencia lo que se padece» (39).
Sin embargo de ello no dejó sus aficiones literarias ; prosiguió
publicando y componiendo libros y casi podemos decir que la muer-
te le sorprendió con la pluma en la mano, escribiendo y traba-
jando en pro de la Orden. Tanto es así, que, pocos años antes
de su fallecimiento, cuando ya contaba, según él mismo nos dice,
cincuenta y seis años de religión y setenta y uno de edad, todavía
le preocupan las cosas de la Orden y se siente animoso para escri-
bir en latín, aunque con letra bastante temblorosa, una carta al
Postulador general (12 de enero de 1721), dándole noticia de al-
gunos hechos de la vida de San Lorenzo de Brindis, cuyo proceso
de beatificación entonces se trabajaba, e interesándole acerca de
varios milagros que se atribuían a su intercesión (40).
Cinco años más tarde, el 13 de febrero de 1726, entregaba su
(38) BERNARDUS A BONONIA, O. F. M. Cap. Bibliotheca scriptorum Ord.
Min. S. Francisci Capuccinonim, Venetiis, 1747, pp. 187-8.
(39) Carta autógrafa suya (Laguardia. 25 de marzo de 1695) (Archivo Provincial
de Capuchinos de Castilla, 16/00004.»).
(40) Carta autógrafa (Madrid. 12 de enero de 1721) (Archivo Prov. de Capuchi-
nos de Castilla, 12/00038).
INTRODUCCIÓN
XXVII
alma al Señor en el convento capuchino de La Paciencia, de Ma-
drid, convento donde llevaba residiendo bastantes años (40a).
h) Sus ESCRITOS.
Ya el P. Bolonia (41) pudo decir de él que había sido hombre
muy trabajador y muy provechoso y útil a todos ; verdad que no
podemos por menos de reconocer también. Y, desde luego, y en
primer término queremos apuntar que entre otras cualidades, una
que a cada paso resalta en todos sus escritos, es el amor a la Orden
Capuchina y asimismo su solicitud y cuidado por dar a conocer
y publicar sus glorias en todos ellos, y, aún podíamos añadir, en
algunos casos, oportuna e importunamente.
Sus escritos son casi exclusivamente históricos y, a excepción
de uno, todos relativos a los Capuchinos y especialmente a sus
misiones. Vamos a enunciarlos y describirlos seguidamente.
1. — Disciplina/ Religiosa/ de los Menores Capuchinos/ de nuestro
Seraphico Padre /San Francisco, '/para ía educación de la juventud^ dic
esta Santa Provimcia de la/ Encarnación de las dos/ Castillas./ Com-
puesta por el P Fr. Matheo de/ Anguiano (Rioxano) Predicador, y
Procurador de dicha/ Pfouincia en esta Corte./ Dedícala'/ a su Sera-
phico Padre, y Patriarca/ San Frcmcisco , Alférez de Christo./ Año
(Escudo de la Orden) 1678./ Con privilegio/ en Madrid: Por luán Gar-
cía Infangon.
210 X 155 mm. ; 12 ff.-312 pp.-2 ff.
Fué ésta la primera de sus producciones, como ya dejamos
dicho. Tuvo para los Capuchinos de Castilla suma importancia
educativa y aun hoy en día es una de las mejores fuentes de infor-
mación para conocer el espíritu que animaba a los religiosos cas-
tellanos del siglo XVII. Tiene asimismo su mérito para los bibliófi-
los, pues son muy raros los ejemplares.
2. — Vida, y virtudes/ del/ Capvchino/ español,/ el Venerable Sier-
vo de Dios/ Fray Franci^sco de Pamplona, Religioso/ Lego de la Sa-
grada Orden de Menores/ Capuchinos./ Llamado en el siglo/ D. Ti-
bvrcio de Redin.'/ Cavallero de la Orden de Santiago,/ Señor de la Ilus-
trissima Casa de Redin, \) Barón de Vi-'/ guezal en el Re<yno de Nava-
f40a) Carta (sin fecha) del P. Lorenzo de Toledo. Capuchino, a Don Francisco
Jturriza, en la que le comunica aljjunas noticias relativas al cuerpo de Fr. Francisco
de Pamplona y le dice que el P. Anguiano habia fallecido «idibus februarii» de dicho
año 1726 (Archivo Prov. de Capuchinos de Navarra. — Varia. — 1603-1770.)
(41) O. c, p. 187.
XXVIII
MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO
rra.l Conságrala/ a la Concepci\ón Purissima,/ é Inmaculada de Ma-
ría Santissima Señora Nuestra, su me-/ ñor esclavo, ei Padre Fray
Matheo de Anguiano,/ Religioso/Capuchino, Predicador, y Secretaría
que ha sido de la Pro-/ vincia de Castilla, y Guardian del Convento de
Alcalá del Henares: Por mano del Ilustrissimo señor Don Carlos/ Ra-
mirez d'c Arellano, dei Consejo, y Cámara/ de su Magesfad, etc./ Con
licencia./ En Madrid: Por Lorenzo Garda.
220 X 150 mm. ; 20 ff.-240 pp.-2 ff.
Aunque dicha obra no lleva fecha de impresión, se sabe salió
a luz pública en 1685 ; de ese año son las aprobaciones y censuras
y asimismo la fe de erratas.
Como puede fácilmente figurarse el lector, la obra versa sobre
la vida de Fr. Francisco de Pamplona, ilustre Capuchino, que,
aunque en la Orden escogió el estado de Hermano Lego, descen-
día de ilustre familia y había desempeñado en el siglo muy altos
puestos. El fué luego el iniciador, mejor aún, el organizador de
varias de las misiones capuchinas.
El P. Anguiano divide su libro en tres grandes partes. La pri-
mera la dedica a la vida de Fr. Francisco cuando seglar ; en la se-
gunda le considera y estudia en su vida religiosa hasta su muerte ; y
la tercera la consagra a narrar los sucesos y éxitos de las misiones de
los Capuchinos españoles, no sólo de aquellas en las que Fr. Fran-
cisco tuvo parte o fué el iniciador, sino también de aquellas otras
que los Capuchinos españoles tuvieron en el siglo xvii, lo mismo
en Africa : Congo, Benín y Guinea, como a su vez en América :
Darién, Cumaná y Llanos de Caracas.
Como su autor dice en el prólogo, no se puso a escribir este
libro sin antes haberse informado bien de todo lo concerniente a la
vida del V. Fr. Francisco, así de seglar como de religioso, valién-
dose de fuentes autorizadas y dignas de mayor crédito. Y, cierta-
mente, podemos afirmarlo así, que sus noticias son en un todo acer-
tadas y seguras.
Tuvo esta obra una segunda edición en 1704, que lleva la si-
guiente portada :
+ / Vida, y lArtudes/ de el/ Capuchino español,/ el V. Siervo de
Dios'/ Fr. Francisco de Pamplona,/ Religioso Lego de la Seraphica
Religión de los Menores Capuchinos de N. Padfic Sa'n/ Francisco, y el
primer Missionario Apostólico de las Provin-/ cias de España, para
el Reyno del Congo en Africa,/ y para lo^ Indios infieles en la/ Ame-
rica./ Llamado en el siglo Don Tiburcio de Redin,'/ Cavallcro del Or-
den de Santiago,/ Señor de la Ilustrissima Casa de Redin, en el Reyno
de Navarra, Barón de Viguesal, y Capitán de los mxis/ célebres, y fof
INTRODUCCIÓN
XXIX
mos'os de su SigloJ/, Conságrala/ al mysteño de la Concepción Purissl-
mal De la Madre de Dios, ski pecado original, Maria Señora Nuestra/
su menor esclavo, el P. Fr. Matheo de Anguiano, Rdigioso Ca-/ pu-
chino, Predicador de la Santa Provincia de Castilla, Procurador, y/
Secretario que ha sido de ella, y Guardian del Convento de Alcalá de/
Henares, y del Real de Santa Leocadia de la Imperiail Ciudad/ de To-
ledo./ En Madrid, en la Imprenta Real: por loseph Rodrigues/ á costa
de Francisco Laso Mercader de Libros, enfrente de las Gradas/ de San
Felipe: Año de llOJf.
220 X 150 mm. ; 16 ff.-350 pp.-12 ff.
Ni que decir tiene que esta segunda edición es mucho más
completa que la primera en muchas noticias relativas a las misiones,
noticias que el autor fué adquiriendo por las relaciones y cartas de
los propios misioneros.
Tanto una como otra edición son también muy codiciadas por
ios bibliófilos.
3. h/ Mission Apostólica/ en la Isla de/ La Trinidad de Barlo-
vento,/ y en Santo Thome de Guayan^,/ Provlnch, de El Dorado,/ y
relación sumaria de efl martirio/ Que efn ella padecieron los Venerables
Padres Fray Este-/ imn de San Fállu, y Fray Marcos de Vique, Pre-
dicadores,/ y el Venerable Fray Raymundo de Figuerola, Religioso/
Lego, Missionarios Capuchinos, hijos de la Santa/ Provincia de Cata-
luña, el dia primero de Di)-/ xiembre de el año passado de 1699, en el/.
Pueblo de los Arenales de dicha Isla./ Escrita/ Por d Padre Fray Ma-
theo de Anguiano,/ Religioso Capuchino, y Predicador/ de la Provin-
cia de Castilla,/ y recogida de las Cartas que escrivieron al Rey nues-
tro/ señor, y á su Consejo Real de Indias, los ve'zinos de la/ Ciudad de
San loseph de Oruña, y a su Provincia/ los Religiosos que assiten en
aquella Mission./ Dala/ a la estampa/ Don Pedro de Aragón y Ca-
ñas,/ por su devoción á la Religión.
(Al final): Impressa en Madrid. Año de 1702.
178 X 114 mm. ; 16 pp.
Aunque lleva ese título no sólo se habla de la misión de los
Capuchinos catalanes en la Isla de Trinidad y asimismo se hace
relación del martirio de los mencionados misioneros, sino que luego
se hace un breve resumen de todas las misiones de los Capuchinos
en América : Darién, Cumana, Llanos de Caracas y Maracaibo.
Esta obra ha sido publicada íntegramente en Colección de
libros raros o curiosos que tratan de América. — Segunda serie. —
Tomo XXII. — Relaciones históricas de las Misiones de Padres
Capuchinos en Venezuela. Siglos xvii y xviii. Madrid, 1928,
PP- 95-143-
XXX
MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO
4. h/ Mission Apostólica/ del Maracaybo,/ y relación svmaria del
niartyrio,/ qz'e padeció a manos de los indhs gentiles'/ De la Sierra
desta Ciudad, por Septiembre de mil seiscientos y no-/ venta y quatro,
el Venerable Fr. Gregorio de Ibi, Reliigioso Lego/ Capuchino, de la
Provincia de Valencia, y natural de Ibi, ha-/ liándose con otros en la
conversión de los Indios infieles, por/ orden del Rey nuestro señor Don
Carlos II, que está en gloria./ Sacada del informe que remitieron á su
Magcstad. y á su Consejo/ de Indias, el Cabildo Eclesiástico, y el Se-
cular el año de mil seis-/ cientos y noventa y siete; y d-e la noticia qm
ha dado el R. P. Fray/ Pablo de Orihuela, Missionero Apostólico, y
Prefecto que/ fue de la Mission de Capuchinos de la Provincia de/ Ca-
racas, y al presente de la del/ Maracaybo ./ Escrita/ Por el P. Fr. Ma-
theo de Anguiano , Religioso/ Capuchino , y Predicador de la Provincia
de/ Castilla./ Dala a la estampa por sv devoción/ á la Religión, Don
Pedro Fernández/ Riesco./ En Madrid: En la Imprenta Real, Calle
del Carmen,/ Por Joseph Rodri'gu/C'Z. Año de 1102.
154 X 113 mm. ; 10 pp.
Versa sobre la misión de Maracaibo encomendada en 1693 a
los Capuchinos valencianos, dando algunos datos interesantes so-
bre los trabajos allí realizados por los misioneros ; pero sobre todo
se detiene a relatar el martirio de Fr. Gregorio de Ibi.
Como la obra anterior, también se ha publicado esta relación
en la mencionada Colección de libros raros o curiosos que tratan
de América, etc., pp. 61-93.
Se reprodujo asimismo íntegra en la revista (¡El Mensajero
Seráfico», de los PP. Capuchinos de Castilla, II (i 884-1 885),
PP- 49-57. 110-113.
Los ejemplares de ambas relaciones son rarísimos y muy esti-
mables.
5. — Compendio historial/ de la Provincia/ de la Rioja,/ de sus San-
tos, y milagrosos santuarios./ Escrito/ por el P. Fray Matheo de An-
guiano,/ Predicador Capuchino, de la Provincia de la Encarna-/ cion,
de las dos Castillas, y Guardian que ha sido/ de los Conventos de ella
de Alcalá db He'/ nares, y de Tn^ledo./ Publicóle ,/ y le da a la estam-
pa, con las/ Licencias necessarias, y de la Religión, Don Domingo/
Hidalgo de Torres, y la Cerda. Cavallero del Abito de/ Santiago, ve-
cino de la Villa de Anguiano ./ sobrino del Autor./ Y le dedica/ al
Eminentissimo Señor D. Francisco/ de Borja, Ponce de León, y Ara-
gón, Presbítero Carde-/ nal, Y obispo de Calahorra, y la Calzada./
Segunda imprcssion./ Con privilegio. En Madrid: Por Antonio Gon-/
gales de Reyes. Año de 170-^./ A costa de Francisco Laso, Mercader
de Libros, enf)\;nt\e de Sari/ Félipc el Real.
220 X 150 mm. ; 14 ff.-724 pp.-14 ff.
INTRODUCCIÓN
XXXI
Esta obra, que aparece como una segunda edición, realmente
se había publicado antes, en 1701, pero a nombre del sobrino del
P. Angxiiano y con la siguiente portada :
Compendio historial/ de la Provincia/ de Ja Rioja,/ de sus Santos,
y/ Santuarios.'/ Dedícale/ Al Eminentissimo Señor/ Don Francisco de
Borja Ponce de León y/ Aragón, Presvytero Cardenal de ¡a Santa'/ Ro-
m-ana Iglesia, y Obispo de Cala-/ horra, y la Calzada'/ Su Subdito, y
mas afecto servidor Don Domingo/ Hidalgo de Torres y la Cerda,
Cavallero del/ Abito de Santiago, vecino de la Villa/ de Anguiuno ./
Con privilegio./ En Madrid: Por Juan García Infanzón,/ Impressor de
la S. Cruzada, Año ée 1101.'/ A costa de Francisco Laso, Mercader de
Libros: Hallase en su Casa,/ enfrente de San Felipe el Real.
220 X 150 mm. : 14 ff.-724 pp.-14 ff.
En realidad de verdad se trata, al parecer, de una sola edición,
pues comparándolas, sólo se diferencian en la portada y en el
£ 8, donde van las aprobaciones de los censores de la Orden ; pero
todo lo demás es exactamente lo mismo, como ya lo reconocieron
Muñoz y Romero (42) y Salvá (43).
Sin embargo, no compartimos la opinión de estos escritores
cuando afirman que el P. Anguiano, verdadero autor de la obra,
la publicó a nombre de su sobrino «por no someterse a la censura
de los individuos de la Orden» , pero que ((habiendo visto que esta
publicación no había parecido mal a los de su hábito, puso en la
misma edición otra portada» . No vemos motivo alguno para que
los Capuchinos hubiesen rechazado dicha obra y consiguientemen-
te para que el P. Angxiiano temiera su censura.
6. — Epitome historial,/ y conqvista espiritual/ del imperio abyssino,/
en Etiopia la alta./ o sobre Egypto./ a cvyo emperador svelen/ llamar
Preste Juan, los de Europa./ Conságrale rendido/ al Eterno, \< Divino
Padre,/ Primera Persona de la Trinidad/ BeatissimaJ Frav Matheo
de Angviano ./ Predicador Capvchino. de la/ Sarita Provincia de la En-
camación de las dos Castillas, Procurador,'/ y Secretario que ha sido
de ella, y Guardian de sus Conventos/ de las Cinidades de Alcalá de He-
nares, y de la/ Imperial de Toledo./ Con privilegio: En Madrid,/ Por
Antonio Gongález de Reyes. Año de 1706./ A costa de Francisco Laso.
Mercader de Libros: Véndese/ en su casa, enfrente de las Gradas de
S. Felipe el Real.
205 X 150 mm. : 16 ff.-201 pp.-6 ff.
(42) T. MUÑOZ Y ROMERO. Diccionario biblio gráfico-histórico de los anti-
guos reinos, proz'incias . ciudades, villas, iglesias y santuarios de España, Madrid,
1858, p. 224.
(43) P. SALVA Y MALLEN. Catálogo de la Biblioteca de Salvá, II, Valen-
cia, 1872, p. 440, n.o 2.816.
XXXII
MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO
En la primera parte de la obra se ocupa de las Misiones de los
Capuchinos en Abisinia, de los progresos allí realizados y del mar-
tirio de dos de ellos, hoy en día elevados al honor de los altares,
los Beatos Agatángelo y Casiano. Pero en la segunda parte habla
de las misiones de los Capuchinos españoles en el Congo y Amé-
rica, anotando asimismo los mártires que en ellas hubo y los frutos
conseguidos, que a la verdad no fueron pocos ni de poca consi-
deración.
7. — La Nueva J erusalen,/ en que la perfidia hebraica/ reiteró con
uveros vltrages/ la Passion de Christo,/ Salvador del Mvndo,/ en sv
sacrosanta imagen/ del Crucifixo/ de la Paciencia,/ en Madrid:/, Y
augustos, y perenes desagravios/ de nuestr'os Catholicos Monarcas,^
Don Pheíipe Qzvrto el Grande,/ y Doña Isabel de Borbón,/ y de svs
svcessores ,/ en sv Real Convento/ de la Paciencia de Christo/ de Me-
nores Capuchinos de nuestro Seráfico Padre/ San Francisco./ Dedica
esta historia/ a Christo Crvcificado/ sv avtor, el P. Fr. Matheo de
Angviano,/ Pre^dicador Capuchino , Procurador, y Secretario , que ha
sido,/ desta Provincia de Castilla, y Guardian de los Conventos'/ de las
Ciudades de Aicalá de Henares, y de Toledo :/ Por mano de Don Bar-
tolomé Flon y Morales,/ Secretario de su Magestad, y espe'cial. Devo-
to del Santissimo Christo,/ y Bienhechor de la Religión./ Con licen-
cia. En Madrid. En la Imprení'a de Manuel Ruh de Murga,/ Año de
1109.
200 X 150 mm. ; 17 ff.-384 pp.-8 ff.
Dedicó esta obra a relatarnos la historia del famoso Cristo de
La Paciencia y del convento de Capuchinos que llevó el mismo nom-
bre en la corte. En ella se muestra el P. Anguiano una vez más
perfecto historiador y conocedor de cuantos documentos se relacio-
naban con el asunto. De tal manera que, después de haber exa-
minado cuantos documentos existen sobre el particular, lo mismo
en los Archivos públicos que en el Provincial de los Capuchinos
de Castilla, nos hemos convencido plenamente de que no los des-
conocía y de que a base de ellos escribió este libro. Por eso creemos
se le puede seguir en un todo, así en el relato como en las fechas,
aunque tenemos que confesar que se muestra, por desgracia, en
su estilo resabiado del gusto de la época.
8. — Parayso/ en el desierto./ donde se gozan/ espirituales delicias,/
y se alivian las penas/ de los afligidos,/ constituido/ En el Devotissi-
mo Santuario del Real Bosque del Pardo,/ donde es venerada la Ima-
gen Sagrada de Christo S. N./'cn el Sepulcro, en el Convento Real de
los Capuchinos,/ y frefquentemente visitada de los Monarcas Catho-'/i
lieos, y de todos los Fieles de la Corte,'/ y de su Comarca./ Dedica es-
INTRODUCCIÓN
xxxm
ta historia/ A la Suprema Magestad de Christo, Redemptor del Mwv-
doj depositado en el Sepulcro, su redimido, y el menor/ de sus Sier-
vos,/ Fr. Matheo de Anguiano,/ Pr'edica-dor Capuchino, Hijo de esta
Santa Provincia de la/ Encarnación de las dos Castillas, varias vczes
Guardian,'/ y al presente del Real de la Paciencia/ de Madrid./ Con li-
cencia: En Madrid. Año de 1113 / En la Imprenta de Agustin Fernan-
dez./ A costa d-: Francisco Lasso, M&rcader de Libros, enfrente de S.
Felipe el Real.
200 X 150 mm. ; 10 ff.-240 pp.-S ff.
Justamente, al celebrarse el primer centenario de la fundación
del convento de Capuchinos de El Pardo, escribía el P. Anguiano
la presente obra, que viene a ser una historia completa de cuanto
dice relación al mencionado convento, tan antiguo como solitario,
convertido después en venerando santuario y lugar de piadosas ro-
merías, cuando Felipe III regaló a los Capuchinos de aquel Real
Sitio, en 1615, la meritísima talla de Cristo yacente, bella escultura
de Gregorio Hernández y, para muchos artistas, la mejor de
sus obras.
Una vez más repetimos cuanto del precedente hemos dicho :
también en este libro se muestra el P. Angtiiano muy escrupuloso
y fidedigno historiador, analizando los hechos y las fechas y deter-
minando con esmerado criterio cuanto podría resultar dudoso o
menos probado. Después de compulsar los documentos originales
que en el Archivo Provincial de Castilla se conservan, podemos
afirmar que todos ellos los tuvo muy a la vista el P. Anguiano
para redactar su importante historia.
Aparte de esos trabajos que vieron la luz pública, compuso
también, y esto ya antes de 1702, según testimonio del P. Martín
de Torrecilla, que le conoció y trató, la siguiente obra que creemos
no llegó a imprim-'rse : Remedio de distraídos y antídoto de virtuo-
sos, con la práctica de los Ejercicios espirituales de los diez días
para toda suerte de personas, en 8.° (44).
Se le ha atribuido también esta otra, que a nuestro juicio tam-
poco debe ser de él : Historia de Nuestra Señora de Lomos de
Orias. 1722 (45).
(44-) MARTIN DE TORRECILLA. O. F. M. Cap. .\pologem4i. espejo y exce-
lencias de la Seráfica Religión de Menores Capuchinos. Madrid. 1701. p. 18.5.
(45) BONONÍA, o. c, p. ISS.— El Pbro. Don Pedro González y González, en
su conferencia Bibliografía Riojana (Logroño, 1927, p. 2.5) dice, hablando de la Ba-
sílica de Nuestra Señora de Lomos de Orios. en Villoslada, que »el beneficiado Sán-
chez Salvador publicó en 1722 la Historia de la Imagen, templo y hospedería, con
reseña de variados sucesos calificados de milagrosos». A la vista tenemos esa obra
XXXIV
MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO
Escribió también la Crónica de los Menores Capuchinos de
nuestro Seráfico Padre San Francisco de esta Provincia de la
Encarnación de las dos Castillas, manuscrito que se conservaba
en el convento de Capuchinos del Prado de Madrid y que Baena
consultó para su conocida obra. Tenía también el título de Memo-
rias historiales , y precisamente la segunda parte de esa Crónica
la constituía el manuscrito sobre las Misiones Capuchinas, que
ahora publicamos, como luego diremos (46).
Asimismo su actividad y sus aficiones históricas se ponen bien
de manifiesto en muchas notas puestas al margen de gran número
de documentos del Archivo Provincial de Capuchinos de Castilla,
haciendo aclaraciones, rectificando fechas, etc. (47). Lo propio
se diga de los muchos e interesantes documentos relativos a las
Misiones Capuchinas, lo mismo en Africa que en América, que se
conservan en la sección de manuscritos de nuestra Biblioteca Na-
cionail, y que han sido en gran parte utilizados por el P. Baltasar
de Lodares (48) y por el P. Froilán de Rionegro (49).
c) Historia de la Misión del Congo.
Comencemos por decir que la obra de más importancia escrita
jjor el P. Anguiano sobre misiones es sin género de duda la que
del Ldo. D. Juan Fernández (no Sánchez) Salvador, que ostenta el siguiente título:
«Historia de la milagrosa imagen de Nuestra Señora llamada de Lomos de Ortos, co-
locada en lo eminente de la Sierra Cebollera, perteneciente a la tierra de los Cameros
y a la jurisdicción de la noble Titila de Vill oslada-a, Madrid, 1722.
No sabemos por qué ha sido atribuida al P. Anguiano, cuando en realidad no hizo
sino dar su aprobación (Madrid, 17 de junio de 1720) para que pudiera imprimirse.
(46) Cfr. T. ANTONIO ALVAREZ Y BAENA. Hijos de Madrid, ilustres en
santidad, dignidades, armas, ciencias y artes, t. Ill, Madrid, 1790, pp. 50-52, en que
habla del Capuchino P. José de Madrid, y t. II, p. 429, en que traza la biografía
de otro Capuchino, P. Isidro de Madrid, citando unas veces la Crónica manuscrita
del P. Anguiano, y otras Memorias historiales, del mismo.
(47) Cfr., r?r ejemplo, la larga nota que puso a! manuscrito Anales de los Frai-
les Menores d,, Castilla (Archivo Prov. de Capuchinos de Castilla, 1/00014), gra-
cias a la cual se sabe quién es el autor, P. Félix de Granada, O. F. M. Cap. Dichos
Anales fueron publicados por el P. B. DE CIUDAD RODRIGO, Salamanca, 1910.
(48) BALTASAR DE LODARES, O. F. M. Cap. Los Franciscanos Capuchinos
en Venezuela, .S vols., 2.» ed., Caracas, 1929-19.''.l.
(49) FROILAN DE RIONEGRO, O. F. M. Cap. Relaciones de las Misiones
de los PP. Capuchinos en ¡as antiguas provincias españolas, hoy República de Ve-
nezuela (10.50-1817), tomos I y II, Sevilla, 1918.
ID.- — Misiones de ¡os PP. Capuchinos. Documentos del Gobierno central de la
unidad de ¡a raza en la exploración, población, pacificación, evangeHzación y civiH-
sación de ¡as antiguas provincias españolas, hoy Repiiblica de Venesueia, Ponte-
vedra, 1930.
INTRODUCCIÓN
XXXV
hasta hoy permaneció inédita y se conserva en la sección de ma-
nuscritos de nuestra Biblioteca Nacional, Ms. 18.178.
Dicho manuscrito carece de portada ; tal vez, y ásí lo persuade
la foliación que lleva, era continuación de la primera parte de la
mencionada Crónica de los Capuchinos de Castilla, cuyo paradero
desconocemos. Tiene, sin embargo, este sencillo epígrafe : Segun-
da Parte./ Déla Chronica délos Menores Capuchinos de Nuestro
se-l rajico Padre San Francisco desta Provincia deila Encar-/
nación délas dos Castillas.
Mide 313 X 220 mm. y tiene en total 312 Folios numerados,
aunque con foliación muy irregular.
Va dividido en tres extensos libros. El primero trata de las mi-
siones de los Capuchinos en el Congo y comienza en el f. 236 y
continúa correlativamente hasta el 273 ; siguen después los
ff 96-180 y 187-197 y, por fin, lleva añadidas 7 hojas sin nume-
rar. El segundo libro, que trata de las misiones que han tenido los
Capuchinos españoles en otros reinos de Africa, ocupa los ff. 196
al 264, llevando la foliación toda seguida ; y el tercero, que versa
sobre las misiones habidas en América, también por los Capuchi-
nos españoles y hasta la fecha de escribirse, 1716, comienza en el
f. 265 y llega hasta el final.
Todo el primer libro, el más lato de los tres y que versa úni-
camente sobre las misiones del Congo, es el que ahora publica-
mos. El segundo vendrá a formar, según esperamos, el segundo
tomo de las Misiones Capuchinas en Africa ; y el tercero ha sido
publicado íntegramente por el P. Froilán de Rionegro, O. F. M.
Cap. (50).
Autor. Según ya indicamos, este interesante manuscrito no
lleva portada, como tampoco consta en él el nombre de su autor. Sin
embargo, no puede ponerse en tela de juicio que es todo él obra
del P. Mateo de Anguiano. Basta para persuadirse de ello exami-
nar la letra y compulsarla con otros escritos originales suyos, tales
como la mencionada carta escrita en 1695 desde Laguardia, etc.
Además, bien a las claras lo dice él mismo cuando, al trazar
brevemente la biografía de Fr. Francisco de Pamplona, añade :
((Cuya admirable vida saqué a la luz el año de 1704, con el título :
El Capuchino español» (51).
(50) ID. — Relaciones de las Misiones de los PP. Capuchinos, o. c, t. 11, pá-
ginas 80-214.
(51) Ibid., p. 144, cap. XII, n.» 7.
XXXVI
MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO
Fecha. El mismo P. Anguiano nos indica también el año en
que lo escribió, por lo menos el libo tercero, cuando al final de él
y hablando de los frutos espirituales conseguidos por los Capu-
chinos en América, dice que ha expuesto lo sucedido en los sesenta
y ocho años que llevaban allí, desde 1648, en que fueron por pri-
mera vez al Darién ((hasta el presente año de 1716» (52).
Fuentes. El P. Anguiano no escribió sus obras, como ya he-
mos hecho notar, sino a base de documentos por él vistos y con-
sultados. No negamos que en algunas cosas tenga a su vez defi-
ciencias, principalmente en alguna fecha, pero bien podemos ase-
gurar que no perdonaba diligencia para informarse debidamente
de todo a fin de que no le pudiesen tildar de ligero. Así lo confiesa
él mismo cuando escribe : ((Con lo dicho hasta aquí he dado las
noticias que he podido adquirir en espacio de algunos años que
ha que me dediqué a recogerlas para honra y gloria de Dios y
común edificación» (53).
Y que así lo hacía efectivamente son buena prueba, entre otros,
los testimonios que vamos a aducir. Varias veces nos habla de las
relaciones del P. Francisco de Veas y del P. Buenaventura de Co-
rella (Cfr. cap. XXII, núm. 2) y sobre todo dice al final del capí-
tulo LIX, hablando del regreso a España de los Padres Antonio
de Teruel y Buenaventura de Corella : ((Debémosles gran par-
te de las noticias de esta relación, especialmente al P. Fr. An-
tonio de Teruel, el cual fué fidelísimo observador de los sucesos
de su tiempo, y como testigo de vista refiere en su relación cuanto
sucedió desde que llegó al Congo, el año de 1647, hasta el de 1658,
en que volvió a España. De sus originales, de los del P. Fr. Juan
de Santiago y de las relaciones que se dieron a la estampa el año
de 1649 en Madrid y fueron publicadas por don José Pellicer de
Tobar, Cronista mayor del señor rey D. Felipe IV, el Grande,
se ha formado ésta, a las cuales principalmente seguiremos en ¡as
restantes de la Zinga y del Benín, añadiendo las noticias que por
otras vías hemos podido adquirir» (núm. 18).
También, al hablar de las misiones de Cumaná y Llanos de Ca-
racas, pone como fuentes de información los ((escritos de los Padres
F"r. José de Carabantes y Fr. José de Nájera, ambos misioneros
(52) Ibid., p. nS, cap. XVIII, n.» 1.
(53) Ibid.
INTRODUCCIÓN
XXXVII
de dichas misiones» (54). Asimismo en varias partes trae las pala-
bras del P. Pablo de Orihuela, Prefecto de las mencionadas misio-
nes, cuya carta copia al pie de la letra al trazar la biografía de los
distintos misioneros (55)-
Contenido. Concretándonos al libro primero, que ahora parti-
cularmente nos interesa, el P. Anguiano ha querido trazarnos en
él la historia completa de toda la misión del Congo, desde sus co-
mienzos, mejor diríamos, desde los intentos de fundación hasta el
año 1658 en que volvieron a España los últimos capuchinos espa-
ñoles misioneros en aquellas apartadas regiones africanas. Desde
entonces quedó la misión al cuidado exclusivo de los capuchinos
italianos, ya que a los españoles se les cerró la puerta y aun la posi-
bilidad de entrada por razones de estado, alegadas por Jos portu-
gueses dueños de Angola y de su capital Loanda, razones que en
buena ley no existían ni hubo tampoco fundamento alguno para
sospecharlas.
A través de las páginas de esta historia se puede seguir paso
a paso a los misioneros en las distintas partes, reinos o ducados
que les tocó evangelizar. En sus variadas narraciones se ponen
bien de manifiesto las dificultades, verdaderamente insuperables en
algunos casos, surgidas en todos los órdenes y de parte de toda
clase de personas, y asimismo el esfuerzo de los misioneros por
llevar adelante su empresa sin decaer de ánimo. Y juntamente con
ello los éxitos alcanzados en el aprendizaje de la lengua, en la
instrucción de los naturales, en la administración de los Sacramen-
tos y aun hasta en la formación espiritual escogida y esmerada de
aquéllos, como más claramente habrá podido apreciar el lector en
la primera parte de esta introducción.
Para complemento de su obra ha puesto al final un resumen de
toda la misión y de cuanto en ella hicieron los religiosos desde 1658
hasta 1705. Y, por últmo, la lista de todos los misioneros que pasa-
ron al Congo desde 1645 hasta 1705, que fueron en total doscien-
tos treinta.
Concluímos esta ya larga introducción advirtiendo que sacamos
a luz pública esta interesante y bien documentada obra del P. Ma-
f54) Ibid.. p. 140, cap. XI, n.» 14.
(55) Ibid., p. 1.56, cap. XIV, n." 17.
XXXVIII
MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DliL CONGO
teo de Anguiano, tal y como él nos la dejó manuscrita, sin cambiar
palabras ni expresiones ni tampoco variando los nombres de las
provincias, ciudades o villas del Congo. Ni siquiera hemos que-
rido cambiar el enunciado de los capítulos, pues, aunque compren-
demos que más de una vez no refleja bien el contenido de los mis-
mos, los hemos dejado así, guiados por ese criterio de no alterar
nada y de que la impresión sea en un todo conforme al original.
Sin embargo, hemos añadido numerosas notas con objeto de
ilustrar en ocasiones las afirmaciones del P. Anguiano y comple-
tar en otras la narración con fechas y datos de suma conveniencia.
A veces se ha hecho necesario ponerlas para que mejor se vea la
ilación de unos hechos con otros y pueda apreciarse la unidad
existente entre los diversos capítulos de esta historia.
Fr. Buenaventura de Carrocera,
O. F. M. Cap.
INDICE DE CAPITULOS
Páginas
Introducción IX-XLI
Capítulo I. — Donde se da noticia del principio de la Cristiandad
del reino del Congo, que es uno de los etiópicos de Africa, y
de la sucesión de sus reyes cristianos 3-10
Capítulo II. — Donde se refieren algunos sucesos notables del reino
del Congo y se prosigue la sucesión de sus reyes hasta que
entraron en él nuestros Capuchinos 13- 21
Capítulo III. — Continúase la sucesión de los reyes del Congo y pi-
den con nuevas instancias a la Silla Apostólica la Misión de
los Capuchinos y al fin la logran 25- 32
Capítulo IV. — De las grandes tribulaciones que padecieron los mi-
sioneros desde que se embarcaron hasta llegar al Congo 35 "4 1
Capítulo V. — De lo que les sucedió a los misioneros en el puerto
de Pinda con un navio de herejes holandeses, de sus hostili-
dades y cómo cesaron ésas por el auxiho de Dios y de los
naturales 45- 52
Capítulo VI. — Empiezan los misioneros a ejercitar su apostóUco mi-
nisterio; pártese para Europa el capitán Falconi con dos de
ellos y errferman gravemente los demás 55- 61
Capítulo VII. — En que, para mayor conocimiento de los trabajos
que los religiosos padecieron y padecen en aquellas misiones
de Africa, se trata del temperamento y manjares ordinarios
del Congo 65- 70
Capítulo VIII. — Del gobierno político de los del Congo, de su co-
mercio, habitaciones, trajes, guerras y estilos de los de la
Corte 73- 79
Capítulo IX. — De cómo el rey y ei Cabildo de San Salvador en-
XLII
MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO
Páginas
viaron un embajador a los misioneros, de la partida de algu-
nos de ellos y cómo fueron recibidos del rey con grandes
demostraciones de afecto y devoción 83- 89
Capítulo X. — Hace el rey a los Padres nuevas demostraciones para
más sincerarse de las calumnias pasadas, permíteles que pa-
guen las visitas y concítanse contra ellos los portugueses 93-97
Capítulo XI. — Envía el rey a los misioneros un gran regalo, señá-
lales sitio por su mano para huerta, y dícese cómo ejercitaron
su ministerio en aquella corte, y su grande ejemplo 101-106
Capítulo XII. — De las Congregaciones que los misioneros instituye-
ron en San Salvador, de sus frutos y del estilo que tenían en
confesar hasta que supieron bien la lengua 109 116
Capítulo XIII. — De cómo los holandeses de Angola cogieron un na-
vio portugués y en él a cuatro Capuchinos que envió al Con-
go la Sacra Congregación, y el rey envió dos embajadores
para überarlos 1 19-123
Capítulo XIV. — Conclúyese la controversia, quedan corridos los he-
rejes, despiden con la negativa a los embajadores y a la vuelta
ocurren varios sucesos notables 1 27-1 31
Capítulo XV. — ^De cómo el rey hizo fabricar en su corte casa para
los reUgiosos y escuelas para la juventud, y de la conversión
singular de im hereje I35-I39
Capítulo XVI. — De las dihgencias que hicieron los reUgiosos para
establecer las paces entre el rey y el conde de Soñó, y cómo
éste les entregó el príncipe 143-147
Capítulo XVII. — Del modo cómo se dispuso la entrega del príncipe
y de las demostraciones de piedad y agradecimiento a Dios
y a su Santísima Madre con que le recibió el rey 151-154
Capítulo XVIII. — Cómo envió el rey dos Padres de la misión por
embajadores: uno al Papa y otro al príncipe de Orange, y
cómo la Sacra Congregación nombró más misioneros a instan-
cias de Fr. Francisco de Pamplona 157-164
Capítulo XIX. — Parte de Cádiz la nueva misión para el Congo;
ÍNDICE DE CAPÍTULOS
XLIII
Páginas
dase noticia de su viaje y entrada en Soñó y de varios su- ^
cesos que ocurrieron 167-173
Capítulo XX. — Salen del puerto de Pinda las embarcaciones; llegan
a la tierra del Calamar y a la isla de Añobón, hace en ambas
partes insigne fruto el P. Fr. Juan de Santiago, perece mucha
gente y, por último, todas tres embarcaciones 177-184
Capítulo XXI. — Llega la respuesta del aviso de San Salvador; pár-
tense para aquella corte los nuevos misioneros, pasan grandes
trabajos en el viaje, enferman todos y mueren algunos 187-192
Capítulo XXII. — Júntanse todos los misioneros para repartirse por
las provincias del reino; háceles una breve exhortación el Pre-
fecto, alentándoles a los trabajos; destina los que han de ir
fuera de la corte y manda el rey que lleven una carta suya
para que en todas partes los admitan y asistan con lo necesario. 195-202
Capítulo XXIII. — Dase principio a la misión de la provincia de
Bata; refiérense algunos sucesos del viaje y sus feUces prin-
cipios 205-209
Capítulo XXIV. — Continúase la misión del ducado de Bata, refié-
rense los ejercicios ordinarios y varias penaUdades que se ofre-
cían en ellas 213-220
Capítulo XXV. — De otros trabajos que se padecían en el ducado de
Bata y de la causa que sobrevino para dejarle los Padres a
quienes se encomendó y pasar a hacer imsión a otras pro-
vincias del reino 223-229
Capítulo XXVT. — En que se refiere la muerte del P. Fr. Buena-
ventura de Cerdeña y se da noticia de los sucesos particulares
de la misión del condado de Huandu 233-241
Capítulo XXVII. — En que se prosigue la materia del capítulo pre-
cedente 245-250
Capítulo XXVIII. — Cómo los dos misioneros de la Zinga se par-
tieron para San Salvador y de allí pasaron a plantar la misión
al marquesado de Encusu; refiérense varios trabajos y suce-
sos que les acaecieron en ella 253-260
XLIV
MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO
Páginas
Capítulo XXIX. — De las misiones de Soñó y Loanda y sucesos par-
ticulares de ellas 263-272
Capítulo XXX. — De los progresos de la misión del ducado de Sun-
di y de algunos casos maravillosos que sucedieron en ella ... 275-281
Capítulo XXXI. — Prosiguen la misión del marquesado de Encusu
los Padres Fr. José de Pernambuco y Antonio de Teruel por
muerte del P. Fr. Gabriel de Valencia; dase noticia de este
religioso y de los sucesos que ocurrieron 285-292
Capítulo XXXII. — En que se refieren algunos casos notables que
sucedieron por este tiempo en San Salvador para aliento de
los misioneros 295-302
Capítulo XXXIII. — De la embajada de los Padres Fr. Angel de
Valencia y Fr. Juan Francisco de Roma, y sus resultas 305-309
Capítulo XXXIV. — Refiérese el viaje del P. Fr. Angel de Valencia
a España y cómo la Majestad Católica de nuestro monarca
D. Felipe IV mandó dar los despachos y medios necesarios
para la conducción de ambas misiones 313-317
Capítulo XXXV. — Ponese el tenor del decreto para el envío de las
dos misiones y dase noticia de los sujetos que fueron nom-
brados para ellas 321-326
Capítulo XXXVI. — Parten ambas misiones de Cádiz, refiérese su
navegacién; llegan a Canarias, y desde allí se dividieron cada
una para su reino. Aportan a Soñó los del Congo, donde hallan
la noticia de la muerte del P. Fr. Buenaventura de Alessano,
Prefecto de la misión 329-334
Capítulo XXXVII. — Comienza a ejercer su oficio de Prefecto el
P. Fr. Jenaro de Ñola; padecen varias enfermedades los nue-
vos misioneros; mueren algunos y llegan los demás a San
Salvador; hácese al rey la corrección de sus faltas públicas,
disimula el enojo y comienza la persecución de la misión ... 337 341
Capítulo XXXVIII. — Dejan los religiosos de Encusu aquella misión
y pasan al marquesado de Pemba; díccse la causa de la mu-
danza y el fruto que se hizo en Pemba 345-350
Capítulo XXXIX. — Plántase la misión en el ducado de Bamba;
ÍNDICE DE CAPÍTULOS
XLV
Páginas
llega nuevo Prefecto de Roma; piden los portugueses de
Loanda para su consuelo al pasado; pónense en buen esta-
do las reducciones ; descúbrese el enojo del rey y varios ritos
gentílicos en el reino 353-360
Capítulo XL. — Manifiéstase más a las claras el odio que el rey con-
cibió desde la corrección de los religiosos contra ellos y otras
personas de primera calidad, a quienes mandó quitar la vida
por parecerle habían descubierto sus faltas a los Padres ... 363-369
Capítulo XLI. — En que se trata de la misión del señorío de Ma-
tari, vecino al ducado de Simdi; de la muerte del P. Fr. Jor-
ge de Gela y del P. Fr. Jenaro de Ñola 373*380
Capítulo XLII. — En que se da noticia de la muerte de los Padres
Fr. José de Pernambuco y Fr. Francisco de Veas y de su
vida ejemplar 383-389
Capítulo XLIII. — ^Prosigúese la misión de Encusu; descúbrense
esperanzas de un gran progreso espiritual, frústranse en -mu-
cha parte y dícese la razón por qué 393*398
Capítulo XLIV. — De los progresos y ejercicios espirituales de la
misión de Pemba y de algunos sucesos que ocurrieron en lia. 401-406
Capítulo XLV. — Envía nuevos misioneros la Sacra Congregación;
llegan a tomar puerto a Loanda y embarázanles pasar al Con-
go los portugueses de esta plaza por los motivos de las gue-
rras con Castilla 409-414
Capítulo XLVL — ^De la persecución que movió el rey del Congo
contra la misión y cómo los portugueses de la Cámara de
Loanda se opusieron a sus designios 417-423
Capítulo XLVIL — Experiméntanse nuevos progresos en la misión
de Pemba; plántase de nuevo la de Dande, señorío sujeto al
reino de los Abandos, y dícense sus circunstancias 427-432
Capítulo XLVIII. — De una traición que se conjuró contra el rey
y muerte de los autores de ella; cómo juraron al príncipe
por sucesor en la corona de su padre y después de la muer-
te de éste comenzó a reinar felizmente 435-441
XLVI
MIS. CAPS. EN Africa, la misión del congo
Páginas
Capítulo XLIX. — 'Dase noticia de los felices principios del rey
D. Alonso, último de este nombre en el Congo; refiérense
sumariamente los frutos espirituales de él y la vuelta para
España de los Padres Fr. Antonio de Teruel y Fr. Buena-
ventura de Corella 445-453
Capítulo L. — En que se da noticia del estado presente del reino
del Congo hasta el año de mil setecientos y cinco y de varios
sucesos notables 457-461
Capítulo LI. — En que se hace mención de los misioneros que hasta
hoy ha enviado la Sacra Congregación al Congo desde que
fueron a ese reino los primeros Capuchinos 465-479
Indice alfabético de personas, cosas y lugares 481-494
CAPITULO PRIMERO
Donde se da noticia del principio de la Cristiandad del
reino del Congo, que es uno de los etiópicos de Africa,
y de la sucesión de sus reyes cristianos
1. — Para proceder con mayor claridad en esta materia, por ser de
tierras tan remotas de nuestra España, aunque muy cursadas de nuestros
religiosos a costa de inmensos trabajos, doy principio a ella por la ex-
plicación del nombre de Etiopía. Este es genérico y comprende en su
lata significación todos aquellos reinos y provincias cuyos habitadores
son de color negro ; porque a todos ellos comúnmente les llamamos
etíopes y a sus tierras Etiopía, no obstante que en unas son más mo-
renos que en otras los naturales, cuya cualidad, según el mejor sentir,
les proviene ab intrínseco y no 'del ardor grande del sol, pues aún en
tierras frías nacen con el mismo color negro. Abrazan con esa misma
generalidad ese nombre las tierras que tiran desde las playas del Mar
Rojo de la banda de Arabia hasta Palestina, las cuales, aun en las Sa-
gradas Letras, se llaman Etiopía. El mismo nombre tienen las que co-
rren de la parte de Africa, saliendo de Egipto a lo largo del Mar Rojo,
y desembocando por las puertas de ese mar, no sólo las que tiran hasta
el Cabo de Guardafui, que cae en doce grados de la línea, sino también
todo lo que se extiende hasta el Cabo de Buena Esperanza, y doblando
este cabo, todo lo que hay de tierra hasta Angola y Cabo Verde. Por-
que a todos los que pueblan estas costas y fierras ks llamamos etíopes,
y a sus reinos Etiopía. Los modernos geógrafos, en la tabla de Africa,
estrechan más a Etiopía, porque dividen la parte de Africa en seis re-
giones, como son : Egipto, Berbería, Numídia o Vildedulgería, Sarra
o Libia, Nigritas y Etiopía, y a cada una de ellas dan sus términos y
límites. Y cuando llegan a hablar de Etiopía, la dividen en dos, a una
de las cuales llaman superior o interior y a la otra la dicen inferior o
exterior. Una y otra han sido y son cultivadas en la fe por nuestros
4
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
Capuchinos y de muchos años a esta parte. Pero dejando por ahora
lo tocante a la superior, empezaremos por la inferior, y en primer
lugar por el reino llamado del Congo.
2. — No conocieron este reino los antiguos geógrafos, juzgando por
inhabitable aquella parte de tierra, situada debajo de la zona tórrida : y
asi Ptolomeo, en la descripción de Africa, no le nombra ; antes, cuando
concluye con la Etiopa interior, o sobre Egipto, comprendió la Nubia
y toda aquella parte que se conoce con nombre' de Guinea, que es la
Etiopía exterior, y parando allí dice que se termina por el occidente
y mediodía con la tierra incógnita y con el seno grande del mar e^xte
rior. Esta tierra incógnita, según buena demarcación, venia a empezar
en el Cabo de las Palmas y corría hasta el de Buena Esperanza ; y el
mar exterior era el que los antiguos llamaban Piélago de las Hipadas,
empezándole desde el Mar Rojo, de Orietite a Mediodía, y haciendo
uno los dos Océanos que ahora se distinguen en Indico y Etiópico.
Estrabón, cuando divide las Etiopias, parte siguiendo y parte refutando
a Homero, Eurípides, Esquilo y Eforo. afirma que cuantos intenta-
ron navegar el mar de Africa, ya empezasen su navegación desde el
estrecho de Gibraltar, ya por el Mar Rojo o Seno Arábico antes de
contar la línea, unos del Mediodía al Oriente', por el Cabo de las Pal-
mas, y otros del Oriente al Mediodía, por el Cabo de Guardafuí, vol-
vían atrás, amedrentados de los peligros y horrores de aquellos mares.
Y en fin : todos le daban nombre de Etiopía a aqiiella tierra que era
el término de su navegación ; y a estos mares impenetrables les dió
nombre de establo de los caballos del sol y de' carro de la aurora, y
no a la Etiopía vecina a Egipto donde la había señalado Eurípedes.
Empero, aunque en las Sagradas Letras y en las profanas se hace men-
ción de Etiopía la Alta, llamada también interior, y sobre Egipto, que
pertenece al imperio de los Abisinios, y de la Oriental, que confina con
Arabia y Mesopotamia y era de los Madianitas, con todo eso en ningu-
na de ellas se comprende el reino del Congo, supuesto que ninguno de
los geógrafos griegos ni latinos hizo memoria de provincia alguna es-
pecial de cuantas caen detrás de la equinoccial.
3. — Tuvo principio la navegación del mar océano y conquista de
Africa en tiempo del Infante Don Enrique de Portugal, con cuya no-
ticia, deseoso el Papa Nicolao V de que aquella gentilidad se redujese
a la fe cristiana, les concedió a los Reyes de Portugal esas conquistas,
según refiere Antúnez de Portugal ; y en esa misma ocasión les con-
cedió también toda la Guinea y mares adyacentes. Después Calixto III,
LA MISIÓN DEL CONGO
5
por Bula del año de 1456, confirmó la de Nicolao V con el aumento
de patronazgo y presentación de beneficios. Dichas Bulas fueron des-
pués confirmadas por Sixto IV eti el año de 1481, según refiere el mis-
mo autor Antúnez de Portugal (1). Así, pues, estuvo por tantos siglos
ignorado y desconocido de las gentes de Europa el reino del Congo,
es a saber, hasta el año de nuestro Salvador de 1485, en que el Rey Don
Juan II de Portugal, deseando proseguir el descubrimiento de Gui-
nea y de la India, que el Infante' Don Enrique había empezado, envió
a Diego Cao con su armada y descubrió el reino del Congo.
4. — En esa misma ocasión, habiendo dado fondo en el puerto de
Pinda, donde desemboca el rio Zaire en el mar, y pertenece al Con-
dado de Soñó, saltó en tierra y trató luego amistad con el Mani, lla-
mado después Conde de Soñó, que es uno de los mayores señores de
aquel reino, a cuyo estado pertenece el dicho puerto y es por donde
entran siempre los de Europa. Este nombre de Maní es común a los
grandes señores en el Congo, a que añaden el del estado que posean
y de que son duques, marqueses y condes, como Mani Soñó, Alani
Pemba, Mani Bamba, y a este modo. A los demás que no tienen es-
tado, aunque son grandes señores, les llaman comúnmente Manicon-
gos para diferenciarlos de los que tienen estado. Después les introdu-
jeron los portugueses los títulos de duques, marqueses y condes, y de
señores de vasallos y otras poHticas, que hasta hoy usan, y varias cos-
tumbres de su tierra. Hecha, pues, la amistad con el Mani Soñó o
conde de Soñó, se volvió a Portugal con su armada Diego Cao y dió
noticia de su descubrimiento.
5. — Después se gastaron cinco años en embajadas y pláticas. Luego
en el de 1490, por el mes de diciembre, envió el Rey de Portugal otra
armada con Gonqalo de Sousa, que murió a vista de la Isla de Santia-
go de Cabo Verde, al cual sucedió en el cargo de general Rui de
Sousa, su primo hermano. Este llegó con su armada al mismo puerto
de Pinda, a 29 de marzo del año de 1491, llevando consigo Religiosos
de N. P. San Francisco, ornamentos, cruces, campanas y varios artí-
fices necesarios de que carecían totalmente. Fué recibido el general del
Mani Soñó, que era tío del Rey del Congo, con suma alegría y co-
mún regocijo. Y así él como un hijo que tenía, fueron catequizados y
se bautizaron el día de la Resurrección del Señor de dicho año. Lla-
móse el padre Don Manuel, y el hijo Don Antonio, y éstos fueron
(1) Cfr. DOMINICUS ANTUNEZ (PORTUGAL). Tractatus de donationibus ju-
rium et bonorum regiae coronae, 2.* ed., Lugduni, 1699.
6
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
los primeros cristianos del reino del Congo, porque hasta entonces
todos fueron gentiles y bárbaros. De aquí tomaron empeño algunos
autores para decir que' el primer rey cristiano del Congo se llamó Don
Manuel, lo cual no fué así, y la equivocación procedía del Maní Soñó
cuyos estados son los primeros por aquella parte del puerto de Pinda
y son muy dilatados, y hoy se llama comúnmente, allá y acá, el con-
dado de Soñó (la).
6. — Desde el condado de Soñó pasaron adelante hasta llegar a la
banza o corte del rey del Congo, situada en la provincia de Pemba,
donde le visitaron y trataron despacio. Recibiólos con sumo agrado y
cortejo, estimando mucho el presente de varias cosas que le llevaron
del Rey de Portugal. Empezaron luego a tratar de lo principal, cate-
quizaron al rey y a seis de sus Maníes y los bautizaron solemnemente
en un oratorio que los Religiosos pusieron en su palacio el día de la
Santa Cruz de mayo del año de 1491. Hizo la función del bautismo el
que iba por superior de los demás Religiosos y se llamaba Fray Juan,
y en él puso por nombre al rey el de Juan, de que usó en adelante en
memoria del Rey Don Juan de Portugal, a quien debía tan señalado
favor. Los seis Maníes se llamaron Don Francisco, Don Gonzalo, Don
Jorge, Don Lope, Don Diego y Don Rodrigo. Después se fabricó una
iglesia, y con tal brievedad, que habiéndose puesto la primera piedra el
día 6 de mayo, se acabó a primero de junio. En ese ínterin murió el Pa-
dre Fr. Juan, estrenando así la tierra del Congo los hijos de la Reli-
gión Seráfica. Sucedióle en la prelacia Fr. Antonio, cuyo apellido, como
eJ de su antecesor, ignoramos, y el día 2 de junio bautizó a la reina so-
lemnemente, y ésta en memoria de la de Portugal se llamó Doña Leo-
nor, y de dos hijos varones que tenían, el mayor recibió el bautismo y se •
llamó Don Alonso ; el menor, cuyo nombre era Panssa Aquitima, se
(la) Pueden verse datos más concretos sobre lo que aquí s« dice en Notas para
una Cronología Eclesiástica e Missionaria do Congo e Angola (1491-1944), en !a
revista Arquivos de Angola, 2.'- serie, II (1944), n.° 7, pp. 37-93.
Como alli se afirma (p. 37), tres Ordenes religiosas se disputan la gloria de haber
sido los primeros evangelizadores del Congo : los Padres o Canónigo,s de San Juan
Evangelista, los Franciscanos y los Dominicos. Los primeros misioneros llegaron
al Congo el 3 de abril de 1491.
Asimismo, para mejor conocimiento de lo que luego se dirá, vamos a poner la
lista de los reyes cristianos del Congo desde 1491 a 1670. Fueron los siguientes :
luán I, Alfonso I, Pedro I, Pedro II, Diego I, Enrique I, Alvaro I, Alvaro II,
Bernardo I, Alvaro III, Pedro II, García I, Ambrosio I, Alvaro IV, Alvaro V,
Antonio I, Alvaro VI, García II y Alvaro VII.
Lo mismo para la cronología eclesiástica del Congo que para la historia civil del
mismo, puede consultarse con mucha utilidad la obra del VIZCONDE PAIVA MAN-
SO, Historia do Covgo (Documentos), Lisboa, 1877, donde se han recogido muy in-
teresantes documentos de varios archivos.
LA MISIÓN DEL CONGO
7
quedó en su ceguedad y no quiso admitir la fe cristiana. Hallóse por
e's€ tiempo una cruz milagrosa, como de media vara, de piedra, muy
diferente de la de aquel reino y de color negro. Por este hallazgo se
intituló la igksia con el nombre de Santa Cruz. Y asimismo se le mudó
el nombre de' la ciudad capital y se le dió el de San Salvador, que hasta
hoy conserva (2). Las ciudades en este reino se llaman Banza, y las
villas y lugares, Libata.
7. — Sucedió todo lo referido en tiempo que el rey tenia alistado su
ejército real contra cierto Mani, vasallo suyo, que se le había rebelado,
y era señor de algunas islas del río Zaire. En esta ocasión, antes de
salir a campaña, bendijo Fr. Antonio el estandarte real, en el cual se
puso la Cruz que le envió el Rey de Portugal. Recibióle el del Congo
quitado el sombrero y puesto de rodillas, y luego se lo entregó a Don
Gonzalo, nombrándole por su Alférez Mayor. Asistióle en esa guerra
Rui de Sousa, juntándose con otros portugueses a su ejército, que pa-
saba de ochocientos mil hombres de pelea y ocupaba cinco leguas de
distrito. Tuvo en ella feliz suceso, pues venció a su enemigo y le quitó
el estado y le degradó de todos lois honores de caballero. Después se
fueron quemando muchos ídolos, de que por todo el reino había gran
cantidad ; luego se despidió Rui de Sousa y se redujo a Portugal, a
donde llegó el año siguiente. Con su deseado arribo recibió el Rey
Don Juan II suma alegría, y mayor cuando supo quedaba ya plantada
en el Congo la fe de Cristo Señor nuestro. De lo dicho se colige ma-
nifiestamente cuánto discreparon Genebrardo, Venero y otros autores,
que ponen estos sucesos en el año de 1503, siendo lo cierto lo que
queda referido, y lo cual se comprueba con lo que escribe García de
Resende como testigo de vista y cronista que fué del mismo Rey Don
Juan II.
8. — Quedaron desde entonces en el Congo cuatro religiosos de nues-
tro Padre San Francisco y muchos portugueses, y fueron cultivando
aquella nueva cristiandad, poniendo cruces en los caminos y plazas, le-
vantando iglesias y erigiendo altares. Todo esto sucedió en vida del
rey Don Juan, primer cristiano, que con celo admirable de la fe pro-
curó se propagase. Mientras vivió no dejó de quemar ídolos y simula-
cros del demonio, de que había gran suma por todo el reino. De los
(2) La primera iglesia levantada en el Congo se concluyó a primeros de julio
de 1491 y se le puso por titular Santa María, que luego, en recuerdo sin duda de
la cruz de que aquí se habla, se le llamó de Santa Cruz (Notas para una Cronolo-
gía, etc.. p. 37).
8
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
años de su reinado no hay cosa cierta ; sólo se sabe que le sucedió eti
la corona su hijo Don Alonso, que fué no menos celoso de la fe que
su padre en cincuenta años que poseyó el reino. Bien es verdad que en
su tiempo no fué tan fácil leí estabk'cer las buenas costumbres y el arran-
car los malos y perversos vicios que tenían, como lo fué el plantarla,
a que se' añadió que el príncipe Panssa Aqultima, su hermano, perseve-
rando en su idolatría con el resto de los gentiles, persiguió furiosamen-
te a los recién convertidos, a cuya causa se encendió entre los unos y
los otros una muy sangrienta guerra. En el discurso de' ella, hallándose
el rey Don Alonso en cierta banza con solos veinte portugueses, le
cercó Panssa Aquitima con más de veinte mil idólatras de su séquito,
y siéndoles preciso pelear, obró Dios con ellos grandes maravillas. El
rey y los portugueses vieron al tiempo de empezarse el combate un res-
plandor admirable en el cielo, y en medio de él cinco espadas de fueg*o,
que tomó de allí adelante por armas de su escudo y hasta hoy las con-
servan sus sucesores. Acometieron a los gentiles, invocando a la usan-
za española el auxilio de Dios y la protección de nuestro glorioso
Apóstol Santiago y primer padre espiritual a quien veneran mucho des-
de entonces, y los desbarataron y vencieron, con prisión de su prínci-
pe, el cual murió en la prisión, que allá es pública y muy rigurosa, por-
que los amarran a un poste de la plaza con fuertes cadenas de hierro,
pero muy feroz y obstinado. Con todo eso, así él como todos sus sol-
dados confesaron uniformemente que habían sido vencidos por una Se-
ñora hermosísima, de color blanco y por un caballero montado a ca-
ballo, que traía en el pecho una cruz roja muy resplandeciente (2a). Que-
dó después de este milagroso suceso muy temido y muy respetado el rey,
y, juntando sus Maníes, mandó recoger cuantos ídolos habían quedado
en su reino y de todos mandó hacer una .solemne hoguera a su vista,
sobre la cumbre de un monte alto, para que allí fuesen abrasados y rie-
ducidos a ceniza.
9. — Dió después nuevas asistencias a esta cristiandad el Rey Don
Manuel de Portugal, enviando, antes del año de 1521, doce' religiosos
de N. P. San Francisco y por Superior de ellos al Padre Fr. Juan Ma-
rín, con nuevos ornamentos y arquitectos. El Rey Don Alonso del
Congo dió la obediencia al Papa, enviando para ese efecto al Príncipe
(^jl) Fara estos sucesos y cuantos tuvieron lugar durante el reinado de estos mo
narcas, por espacio de un siglo (1491-ir)91), cfr. DUARTE LOPEZ ET FILIPPO
PIGAFETTA, Relatione de Reame de Congo ct delle circonvecine contradi, Roma,
(1591), y la edición facsímil, Lisboa, 1949, pp. 43 ss.
LA MISIÓN DEL CONGO
9
Don Enrique, su hijo, con grande acompañamiento (3). Murió el rey
el año de 1530, habiendo reinado cincuenta. Sucedióle en la corona su
hijo mayor Don Pedro, pero por poco tiempo ; mas en su reinado fué
enviado Obispo a la Isla de Santo Tomé, pegante a la línea equinoc-
cial. Y ese mismo Obispo lo fué también del Congo y fundó la cate-
dral de San Salvador del Congo y puso en ella veintiocho canónigos
con sus dignidades, al cual le sucedió en el Obispado un príncipe de
la sangre real del Congo, que pasó a Roma, estudió y murió en el ca-
mino, a la vuelta (4).
10. — Por muerte de Don Pedro fué electo por rey del Congo Don
Francisco, cuarto de los reyes cristianos de aquel reino. Murió dentro
de pocos días, y entonces eligieron por su sucesor a Don Diego, su
primo hermano, len cuyo tiempo el Rey Don Juan III de Portu-
gal, que murió el año de 1557, envió a reforzar aquella cristiandad.
Pasaron al Congo algunos Padres de la Compañía de Jesús y reduje-
ron a cinco mil idólatras, fundaron tres iglesias y enseñaron a leer a
seiscientos niños, y entonces entró en el Congo su tercer Obispo, de
nación portugués (5). Muerto el Rey Don Diego, hubo grandes dis-
cordias sobre el sucesor, y tales que en ellas fueron pasados a cuchillo
cuantos portugueses se 'hallaban en San Salvador, excepto los eclesiás-
ticos. Causa dieron bastante para ello con su altivez y soberbia. Por
último, consiguió la corona Don Enrique, hermano del rey difunto. Su
reinado fué corto, porque murió en una batalla contra los Ancicanos,
{^) La llegada de esos nuevos misioneros, enviados por el rey de Portugal, Don
Manuel, tuvo lugar en 1509, y en 1513 Don Alfonso I del Congo envió al Papa
Julio II una embajada de la que formaba parte el hijo del rey, Don Enrique, quien
en 1518 fué designado Obispo titular, volviendo al Congo en 1521 con otra expedi-
ción de misioneros (Cfr. Notas para una Cronología, etc., pp. 37-38). Esta expedición
de misioneros se componía de cinco Franciscanos, cinco Agustinos y cinco Domini-
cos, con otros varios Sacerdotes del Clero Secular (Cfr. P. CAVAZZI, o. c, Tivo-
li, 193T, Libro II, cap. IV, p. 164, núm. 17, y D. LOPEZ ET F. PIGAFETTA, o. c,
página 54.
(4) El Obispado de Santo Tomé, al que quedó agregado el Congo, fué creado
por Clemente VII el 8 de noviembre de 1534 ; fué su primer Obispo Don Diego
Ortiz de Villegas, que ocupó aquella silla los años 1534-1540 (cfr. Notas para una
cronología, etc., p. 39, y lista de los Obispos de Santo Tomé y el Congo, ibid., pái-
gina 94). Dicho primer Obispo manifestó deseos de que su sucesor fuese de sangre
real y del Congo, y efectivamente asi se hizo. Este principe fué a Roma a consagrar-
se, pero de regreso de la Ciudad Eterna murió en el viaje (Cfr. P. CAVAZZI, o. C,
Libro II, cap. IV, p. 164, n.» 18).
(5) Juan III de Portugal envió al Congo Misioneros Jesuítas el 9 de agosto
de 1547, no llegando a su destino hasta el 18 de marzo de 1548 ; el 20 de mayo en--
traban en la capital del reino, San Salvador, donde fundaron un colegio (Notas pard
una Cronología, etc., p. 39). CAVAZZI (o. c, p. 164) dice que no sólo se enviaron
entonces Jesuítas, sino también otros religiosos. Reinaba por aquel tiempo en el
Congo Don Diego 1.
/
10 MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
a quienes tienen los del Congo por antropófagos y son los primeros
al acabar de contar la línea equinoccial.
11. — Después de Don Enrique entró Don Alvaro, su hijo, primero
de este nombre y séptimo rey cristiano de los que hubo desde el año
de 1485 hasta el de 1557. Este, antes del bautismo, se llamó Mneluqui-
ni, para distinguirle de otros, según su antigua costumbre, que es bien
ridicula, según veremos. Reconcilióse con los portugueses, que vivían
en varias provincias de su reino, y se envió a disculpar con el Rey Don
Sebastián y con el Obispo de Santo Tomé, por lo sucedido en San
Salvador con los de la nación portuguesa, después de la muerte del
Rey Don Diego. El Obispo pasó al Congo y reformó el clero y a la
vuelta para su Isla de Santo Tomé murió. En tiempo de este rey hubo
grandes guerras, porque los Giagos o Giacas entraron en el Congo
con poderoso ejército y dieron sangrientas batallas, y tales que per-
dió casi todo su reino. Retiróse con sus Maníes y con los portugueses
que le asistían a una isla del Zaire, llamada del Caballo. Socorrióle el
Rey Don Sebastián con seiscientos portugueses y con ese auxilio y
principalmente con el de Dios, echó fuera a sus enemigos y recuperó
sus estados. El obispado se dió a Don Antonio, natural de Castilla,
que pasó al Congo con dos religiosos y cuatro sacerdotes. Reinó Don
Alvaro treinta años y murió en el de 1587, y durante su reinado suce-
dió el horroroso caso siguiente (6).
(6) En la lista de los Obispos de Santo Tomé y del Congo no figura tal Don
Antonio, sino que por estos años (1578-1591) lo fué Fr. Martín de Ulloa.
Durante el reinado de Don Alvaro I, en marzo de 1582, eran enviados al Congo
los primeros Carmelitas Descalzos, a causa de la falta que se notaba de misione-
ros ; se embarcaron en abril, pero no llegaron a su destino por ir a pique la nave.
Una segunda expedición de estos mismos religiosos no fué más afortunada, pues,
perseguido el navio por corsarios, se vió obligado a regresar a Lisboa. Por fin,
una tercera expedición, compuesta de dos Padres y un Hermano Lego, marcha al
Congo en noviembre de 1584 con el nuevo Obispo Fr. Martín de Ulloa (Cfr. Notas,
etcétera, pp. 41, y FLORENCIO DEL NIÑO JESUS, C. D. : Lo misión del
Congo y los Carmelitas y la Propaganda Fide, Pamplona, 1929).
CAPITULO II
I
I
/
I
Donde se refieren algunos sucesos notables del reino del
Congo y se prosigue la sucesión de sus reyes hasta que
entraron en él nuestros Capuchinos
1. — Antes que pasemos adelante con la sucesión de los reyes, no
excuso el referir tres sucesos muy notables que acaecieron en tiempo
de los reyes antecesores a Don Alvaro, primero de este nombre, a los
cuales doy principio con el siguiente que sucedió en tiempo de su rei-
nado. Tuvo, pues, este rey por su privado a un Mani llamado Don
Francisco, el cual, aunque había sido cristiano hasta que entró en la
privanza, después apostató de la fe. Llevaba tan agriamente la predi-
cación evangélica, que un día, no pudiendo ya sufrir lo que el predi-
cador decía contra las idolatrías y amancebamientos, en que incurrían
muchos todavía, y él más que ninguno, se levantó de repente hecho
una furia infernal y empezó a decir a los circunstantes : que tratasen
de volverse a sus ídolos y amancebamientos, como lo hacían los gen-
tiles sus vecinos, pues se hallaban mejor con ellos y estaban más ricos
que no después que los dejaron. No tardó el cielo en tomar venganza
de acción tan escandalosa y de tan detestable ministro, porque le qui-
tó Dios la vida brevemente, sin darle lugar al arrepentimiento, y su
alma infeliz fué depositada en el infierno y poco después con ella tam-
bién su cuerpo. Diéronle sepultura en la iglesia de Santa Cruz y en la
siguiente noche se movió tan horrible v furiosa tempestad de truenos,
relámpagos y rayos que, atemorizada la gente, se salió de las casas y
se fué a la iglesia a j>edir a Dios misericordia, juzgando ser castigo
del cielo y que su ruina estaba cerca. Hallándose en ese conflicto vie-
ron abierta la sepultura del blasfemo difunto, y aunque asustados con
la tempestad, todavía lo quedaron mucho más con ese nuevo accidente
y la registraron. Pero ni dentro ni fuera de ella se halló el cadáver,
con que se persuadieron todos a que los demonios por justos juicios
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
de Dios habían fraguado aquella espantosa tempestad y sacado el cuer-
po del difunto para llevarle al infierno con su infeliz alma. Con tan no-
table castigo todos escarmentaron y de allí adelante' apreciaron la fe
cristiana que se les predicaba. Por ese tiempo se hallaban en San Sal-
vador religiosos de N. P. San Francisco, los cuales escribieron el caso
a Roma y por mandato del Sumo Pontífice se autenticó para perpetua
memoria y escarmiento de los venideros.
2. — El segundo caso sucedió también en San Salvador aunque en
tiempo de otro rey diferente dell pasado. Temía el tal rey en su palacio
dos ídolos ocultos, a quienes hacía frecuentes adoraciones y obsequios,
y no contento con eso, provocó a un esclavo suyo, muy buen cristiano,
a que hiciese Jo mismo, y él lo resistió varonilmente. Viendo el rey no
sólo su constancia en la fe, sino también el que' le afeaba tan abominable
pecado, lleno de furiosa rabia, le mandó cortar la cabeza. Pero apenas
le hirió el verdugo, cuando muchos de los circunstantes vieron descen-
der sobre él una nube del cielo muy clara y resplandeciente, que servía
de trono real a una Señora hermosísima y de gran majestad, la cual,
con mucha benignidad y amor, cogió su aÜma y se la llevó consigo al
cielo. Todos quedaron atónitos cuando vieron este prodigio y se per-
suadieron haber sido aquella Señora la Virgen Santísima.
3. — El caso tercero sucedió en los tiempos antecedentes y en la mis-
ma corte de San Salvador y acaeció en la siguiente forma. Hallábase
predicando un religioso de' N. P. San Francisco a gran número dt
gente y exhortándolos a la constancia en la fe y buenas costumbres,
que como cristianos debían guardar ; de repente se levantó muy furio-
so un grande hechicero y empezó a contradecir lo que el predicador
apostólico les enseñaba, diciéndoles a voz en grito : «Amigos y paisa-
no's míos, no creáis nada de cuanto este predicador os dice : creedme
a níí que soy vuestro natural y vecino y os aconsejo lo que más os con-
viene.» Pero, ¡oh, grandeza de Dios!, apenas acabó de pronunciar la
última palabra, cuando instantáneamente cayó sobre' él un rayo del
cielo, que le redujo a ceniza. El suceso fué formidable y con su aspec-
to quedó el auditorio muy compungido y desengañado de la falsa ense-
ñanza de aquel maldito hechicero y de los demás. Y de allí adelante to-
maban la doctrina católica de los misioneros apostólicos con grande
aprecio y veneración.
4. — Prosiguiendo ahora en la sucesión de los reyes cristianos digo
que, después de la muerte del Rey Don Ailvaro primero, se hizo por los
Maníes la elección en la forma acostumbrada y le tocó la suerte a un
LA MISIÓN DEL CONGO
15
hijo suyo llamado también Don Alvaro, cuyo distintivo era Npansu
Animi. De estos cognomentos usan desde que' nacen y de ordinario to-
dos son de cosas ridiculas, como de palo, caña, estera y cosas semejan-
tes. Este rey solicitó por medio de sus embajadores, primero con el
Rey Don Sebastián de Portugal, después con el Rey Don Enrique y
luego con nuestro Monarca Don Felipe II, que' le enviasen predicado-
res evangélicos para mantener y dilatar la fe cristiana en su reino. Pero
con estos buenos deseos le cogió la muerte, a los nueve días de agosto
del año de 1614 y en el veintisiete de su reinado. El día siguiente en-
tró a reinar su hermano Don Bernardo, Mnnnza Amuhemba, que per-
dió la vida infaustamente en una traición que le armaron sus enemigos
con el influjo de Don Antonio de Silva, duque de Bamba, y sólo reinó
un año (7).
5.— En el mes de agosto de 1615 fué electo por Rey Don Alva-
ro III, Nimi Amanzu, hijo de Don Alvaro II, aunque no legítimo, por
cuya causa en el principio de su reinado no fué muy respetado de sus
vasallos. En su tiempo pasaron por segunda vez al Congo los Padres
de la Compañía de Jesús y en esa ocasión fundaron el colegio de Luan-
da en el reino de Angola, sujeto a los portugueses. Después, en el añ'o
de 1618, envió una solemne embajada al Papa Paulo V, quien decretó
la primera misión de nuestros Capuchinos, y sucedió lo que adelante
se dirá. Conjuráronse contra este rey un hermano suyo y una herma-
na, que con sus faccionarios le hicieron guerra para quitarle la corona.
Pero saliendo a campaña, les dió una batalla en que quedaron vencidos
los rebeldes y muertos muchos con su general. Luego, a imitación de
nuciros Reyes Católicos, en el mismo sitio donde ganó la victoria,
mandó erigir una iglesia a Dios con la advocación de nuestra Señora.
Murió finalmente, dejando en mucha observancia y aumento la religión
católica. Son los naturales del Congo muy amantes de sus reyes, pero
con facilidad se alborotan y conjuran contra ellos, que es cosa bien ex-
traña, a que les impele también el darse la corona por elección y no
(7) Durante e! reinado de Don Alvaro II, Clemente VIII, por su Bula Super
specula militantis Ecclesiae (20 de mayo de 1596), crea el Obispado del Congo con
el titular de San Salvador, extensivo al Congo y Angola, desmembrándolo de Santo
Tomé ; se pone la Sede en San Salvador y queda como sufragáneo de Lisboa : se
erige la iglesia en catedral y se constituye el Cabildo, que consta de tres Dignida-
des y nueve Canónigos. Un año más tarde, el primer Obispo del Congo y Angola,
el Franciscano Fr, Miguel Rangel, comienza la visita de su diócesis (Cfr. Notas,
etcétera, 43).
Asimismo en 1610 llega al Congo una nueva expedición de misioneros Carmelitas
Descalzos, que evangelizan aquel reino hasta 1615 (ibid, p. 44).
i6
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
por sucesión hereditaria. En su tiempo se le concedió la presentación
de Obispo al señor Rey Don Felipe II, que lo era ya de Portugal.
Tuvo el cetro Don Alvaro III siete años y falleció a 4 de mayo del año
de 1622.
6. — Dicha embajada la trajo cierto marqués del Congo, acompaña-
do de doscientos nobles de la misma nación, que al uso de Portugal los
llaman fidalgos, los cuales, durante el viaje, poco a poco se fueron mu-
riendo los más. Recibióla Su Santidad humanísimamente y hospedó al
embajador en su propio palacio de San Pedro. Pasados pocos días en-
fermó de muerte el embajador, por lo cual no pudo cumplir con la fun-
ción solemne de dar por sí mismo la obediencia y hacer la entrada pú-
blica que se acostumbra. Visitáronle los mejores médicos, y para su
curación se hicieron cuantas diligencias fueron posibles, aunque todas
fueron ineficaces para recuperar la salud. Pasó a verle personalmente
Su Santidad y notaron los que le asistían, que al mirarle el enfermo,
empezó éste a Verter copiosas lágrimas de devoción, y, pre.guntándo-
le después la causa, respondió diciendo : que cuando entró el Vicario
de Cristo por la puerta, le vió rodeado de resplandores. Di jóle el San-
tísimo Pastor palabras de sumo consuelo, y para más alentarle, le dió
por su misma mano una taza de' sustancia, que es el último extremo de
caridad y afecto de Padre común de los fieles. Ultimadamente. reco-
nociendo que la enfermedad era de muerte, le e'chó su bendición y le
concedió indulgencia plenaria de sus pecados, con la cual, después de
haber recibido los Sacramentos, pasó a la otra vida. Fué después de-
positado en Santa María la Mayor, en la capilla de Sixto V, y se Te hizo
el mayor funeral que vió Roma, y de allí fué trasladado su cuerpo a la
entrada del coro, a un sepulcro suntuoso de alabastro, donde hoy se ve
su vulto de pórfido negro y su epitafio con letras de oro (8). La emba-
jada solemne la dió después a Su Santidad el Protonotario Apostólico
Juan Bautista Vives, canónigo de Valencia y Arcediano de Alcira, que
era agente del rey del Congo, y quedó desde entonces por su embaja-
dor ordinario y como tal solicitó luego el despacho de nuestra misión.
(8) El embajador del Congo al Papa se llamaba Don Antonio Manuel ; fué nieto
de Alvaro II y enviado por Alvaro III a Paulo V para prestarle obediencia y pe-
dirle misioneros. El autor de las Notas para una Cronología (p. 44) pone este hecho
equivocadamente en 1608. Puede verse la carta del rey del Congo al Papa en Bu-
Ilarium Ord. FF. Min. Capuccinorum, VII, Romae, 1752, 192.
El P. CESINALE, o. c, III, p. 524, nota 5.», añade que el busto del mencio-
nado embajador y la inscripción se encuentran en la sacristía de Santa María la
Mayor de Roma.
LA MISIÓN DEL CONGO
17
7. — Una de las circunstancias que motivaron al Rey Don Alvaro III
para pedir en dicha embajada a Su Santidad positivamente Capuchinos,
como los pidió aun sin conocerlos, fué la buena fama que llegó a sus
oídos de su mucha caridad, grande observancia regular, pobreza evan-
gélica y sumo desinterés de los bienes temporales. Este singular ejem-
plo deseó ver en su reino dicho rey para el aumento de la fe y refor-
mación de las malas costumbres de sus vasallos. Porque, como enseña
la experiencia, a causa del malo que suelen ver los naturales en algu-
nos seglares de Europa, desprecian nuestra fe y la doctrina evangélica
de los buenos ministros de la Iglesia. De donde resulta el no poder ha-
cer éstos progreso alguno en largos tiempos, porque destruyen unos
lo que edifican los otros. Esta fué la causa principal por que, habiendo
pasado ciento cincuenta años desde que se plantó la fe en el Congo
hasta que llegaron los nuestros, no se vió fruto considerable y el su-
vertirse a cada paso los naturales.
8. — Las naciones de Europa que residen de asiento en aquellos rei-
nos etiópicos, por causa del comercio temporal, son muchas, y como
allí se ven el hereje, el judío y el mal católico y la vida lidenciosa que
tienen, no sólo hacen odioso, para los que aun no están convertidos, el
nombre de Dios y su ley santa, pero arguyen de ahí que no puede ser
justa la ley que tolera tan depravadas acciones. Y como los comercian-
tes y los Misioneros son de un mismo color, infieren, aunque bárbara-
mente, que todos son semejantes en las malas costumbres, y perseve-
ran en ese concepto hasta que el tiempo y Dios principalmente les da
a conocer la diferencia que hay entre malos y buenos cristianos. Mu-
chos beneficios han recibido los del Congo de los portugueses y a ellos
deben el principal, que es haber plantado en él la fe ; mas después, por
los excesos de algunos particulares, todos eran aborrecidos de los ne-
gros, así los malos como los buenos, y en tanto grado, que gustan más
del comercio con otras naciones que con ellos. Desluce esta gloria de
la nación portuguesa una política muy perjudicial, que tiene y consiste
en que ordinariamente, como usan galeras, envían a aquellas partes, así
para los presidios como para poblar los lugares, a cuantos delincuentes
y facinerosos pueden haber a las manos ; y, como esos son viciosos y
de malas inclinaciones, en viéndose allá, se desmandan en todo, sin te-
mor ni medida, y muchos viveti como gentiles.
9. — Pero volviendo al punto de la dicha embajada, procuró Su San-
tidad el más breve despacho de la misión, y habiéndole parecido ser lo
más acertado, el que fuesen a ella los Capuchinos de las provincias de
2
i8
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
España, mandó al embajador Juan Bautista Vives, que en su nombre
lo propusiera a los provinciales y custodios que se hallaban entonces
en Roma a la celebración del Capítulo General. Fué el embajador al
convento y juntando a los Padres españoles, les propuso el orden que
tenía del rey del Congo y lo mucho que deseaba verlos en su reino para
gozar de su ejemplo y doctrina, y últimamente concluyó su razonamien-
to, diciendo que Su Santidad, a quien la Religión debió mucho, gusta-
ba de ello. Todos se ofrecieron prontamente a cuanto gustase mandar-
les, y estimó mucho Su Beatitud, su rendimiento y afectuosa obediencia.
Estando la materia eti este estado, llegó al convento el Eminentísimo
Señor Cardenal Don Gabriel de Trejo, embajador de España, y en pre-
sencia de nuestro General, exhortó y animó a los Capuchinos españo-
les a empresa tan del servicio de Dios, declarándoles asimismo cómo
era del agrado de nuestro Rey Católico el que fuesen a esa misión Ca-
puchinos de sus provincias de España (9).
10. — Con estas recomendaciones se dió principio a la disposición de
esta apostólica misión, y, aunque bastaba cualquiera de ellas, quiso
Dios que concurriesen todas juntas para el mejor efecto. Y si bien no
le surtió por e'ntonces, como se deseaba, pero al fin se vino a lograr
por los mismos medios, como veremos más adelante, y hasta hoy se lo-
gra ; y no hay que admirar, pues, a empresas grandes del servicio de
Dios, siempre les preceden grandes dificultades. Como la misión se ha-
bía de dirigir por la vía de España y era necesario prevenir los sujetos
y dar forma para la embarcación, se le cometió la comisión a Fr. Luis
de Zaragoza Caspense, Provincial de Aragón y Definidor General (10).
(9) El citado Capítulo General de los Capuchinos tuvo lugar en Roma el 1 de
junio de 1618, bajo la presidencia del Cardenal español Trejo, y en él se determinó
«que a instancias de! rey de! Congo, se enviase a aquel reino un Visitador genera!
con otros seis religiosos españoles (Analccta Ord. FF. Min. Capuccinorum. V (1889),
298). El propio Cardenal influyó para que precisamente fuesen designados los Ca-
puchinos españoles. Y tal fué el entusiasmo que en ellos se despertó, que, según
testimonio del Carmelita P. Marcos de Guadalajara ( Quinta parte de ¡a historia pon-
tifical y católica, Madrid, 16.50, p. 246), «en Roma todos se ofrecieron animosamente,
V en especial el R. P. Luis de Zaragozas.
Cfr. P. MELCHOR DE POBLADURA, O. F. M. Cap., Génesis del movimiento
misional en las provincias capuchinas de España (1618-1650), Estudios Franciscanos, 50
(1949), p. 211 ss., donde se dan preciosos datos sobre la iniciación de esta misión y
se pone de relieve la influencia en ello del Cardenal Trejo y del prelado español Juan
Bautista Vives.
(10) El P. Luis de Zaragoza, más comúnmente conocido por el Caspense, sin
duda por ser natural de Caspe, nació en 1578 y murió en 1647. A la celebración de
dicho Capítulo General, era Custodio de su Provincia de Aragón ; más tarde fué
también Ministro Provincial y luego, en 1637, Definidor General de la Orden (Cfr.
FELICE DA MARETO, O. F. M. Cap. Tavole dei CapitoH Generali dell'Ordine dei
FF. MM. Cappuccini con molte notizie illustrative, Parma, 1940, 137). Fué insigne
LA MISIÓN DEL CONGO
19
No se puede bien ponderar la conmoción santa que ocasionó en los áni-
mos de los religiosos de las seis provincias de España el orden de Su
Santidad, ni el fervor y celo santo con que todos a porfía deseaban go-
zar de la ocasión para sacrificar a Dios sus vidas en empleo tan de su
agrado. Pasaron de cuatrocientos los que pidieron ser admitidos a la
misión, todos los cuales eran de vida muy aprobada y los más de ellos
eran de mucha graduación ; porque había entre ellos número considera-
ble' de Padres de Provincia, Definidores, Custodios y Guardianes (11).
Mas para que se vea la singular piedad del Santísimo Pastor y también
las devotas instancias del Rey Don Alvaro III, referiré a la letra la car-
ta de Su Santidad, que, en respuesta de su petición, habían de llevar los
misioneros, la cual, traducida en nuestro idioma castellano, dice así :
«A nuestro muy amado hijo en Cristo ALVARO, rey dd Congo.
PAULO PAPA V.
Muy amado hijo en Cristo : salud. Enviamos a V. Majestad los va-
rones religiosos de la áspera y estrecha Regla de la Orden de San
Francisco, que llamamos Capuchinos, que V. Majestad, así por cartas
como por medio de tu embajador el maestro Jtian Bautista Vives, re-
frendario, con tanta instancia nos ha pedido. Estos, abrasados de] celo
de la honra de Dios y llevados del deseo de la salvación de las almas,
pasan a esas tierras a pelear animosamente contra el enemigo del lina-
je humano. Pequeño es el rebaño, pero armado de la virtud divina,
como fuerte y esforzado ejército, vencerá y triunfará, con el favor y
gracia del Señor, de la impiedad y maldad y de todos los demás vicios
que se hallan tan extendidos por esas regiones ; lo cual no será gran
maravilla, pues el mismo Señor, por medio de doce Apóstoles, envia-
teólogío y filósofo. Escribió un Cursus theologicus , complecícns praecipuas materias
quae in Scholis tradi et legi solent, secundum ordinem D. Thomae (Lugduni, 1641^43,
1666), un Cursus philosophicus secundum eumdem ordinem y una Apología in defen-
sionem Annalium Zachariae Boverii (Caesaraugustae, 1645).
Cfr. para su biografía Lo Orden Capuchina en Aragón. Apuntes históricos y bio-
gráficos de la antigua Provincia de Capuchinos de Aragón, por el P. ILDEFONSO
DE CIUARRIZ. O. F. M. Cap., Zaragoza, 1945, pp. 375-78.
(11) Cfr. MARCOS DE GUADALAJARA, o. c, p. 246, donde dice que los que
pidieron ir «pasaron de cuatrocientos, y de ellos muchos Guardianes, otros Lec-
toras y Predicadores».
Paulo V escribió al rey del Congo una carta (31 de agosto de 1620) anunciándole
que cuanto antes irian los misioneros pedidos (Cfr. Bullarium Ord. FF. Min. Cap.
uccinorum, VIL p. 192). Y cuando ya estaba preparados los doce misioneros esco-
gidos de entre los españoles, cuyos nombres desconocemos, a excepción del P. Luis
de Zaragoza, nuevamente Paulo V le anuncia la pronta ida de los misioneros pe-
didos, con la carta que a continuación pone el P. Anguiano y que puede verse en
el Bullarium, VII, p. 193. Asimismo, el sucesor de Paulo V en el pontificado, Gre-
gorio XV, envia al rey una nueva carta anunciándole lo mismo (19 de marzo
de 1621) (Ibid., p. 193).
20
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
dos por todo el mundo, lo llenó de luz y claridad de la divina verdad,
quitando y desterrando primero de todo punto las sombras y tinieblas
de sus errores. Haga, pues, ahora el mismo Señor esos efectos en el
reino de V. Majestad y en sus convecinos por medio de estos otros
doce que con su Superior pasan a Africa, para honra y gloria suya y
para la salvación de tantos pueblos. Reciba V. Majestad a Cristo en
sus pobres, los cuales, por unirse y allegarse más firmemente con Dios
y por servirle con más veras, se' han desapropiado de todas las cosas
del mundo. Desnudos van de fuera de riquezas y de bienes temporales,
mas dentro llevan las sólidas virtudes y verdaderas riquezas de la sa-
biduría y ciencia de Dios, con que abundante y copiosamente pueden
enriquecer los reinos y naciones de Africa. Y no podemos dudar, antes
bien tienemos por cierto de la piedad singular con que V. Majestad con
tanta instancia ha pedido y llamado a estos religiosos desde tierras tan
remotas, que cuando los tenga presentes, con la misma benignidad y
clemencia los favorecerá y amparará continuamente, y con eso podrán
ellos conseguir el fin de su misión y dar el fruto abundante que se de-
sea. Y también otros religiosos, animados con su ejemplo y llevados
del celo y piedad de' V. Majestad pasarán gustosos a esas partes a pro-
seguir la obra de Dios y con sus oraciones y ejemplos no le serán de
pequeño servicio y acrecentamiento a V. Majestad. Nos, pues, que con
verdadero y paternal afecto tenemos a V. Majestad en lo íintimo del co-
razón, en las entrañas de Cristo Jesús, y que deseamos y procuramos
su bien y acrecentamiento, como el propio nuestro, cuanto con el Se-
ñor pudiéremos, no cesaremos jamás de favoreceros y ayudaros. Y en
el ínterin suplicamos a la divina bondad que con la abundancia de su
gracia prospere continuamente el e'stajdo de V. Majestad, a quien una
y mil veces con cordial afecto damos nuestra paternal y apostólica ben-
dición.
Dada en Roma, en Santa María, a 13 de enero de 1621, en el año
dieciséis de nuestro Pontificado.»
11. — Este fué e'l tenor de dicha carta y en ella se ve presagiado
cuanto después sucedió y hoy sucede, pues los Capuchinos han cultiva-
do mucho aquellos reinos y cogido en ellos para Dios innumerables
frutos de almas. No empero tuvo por entonces su cumplido efecto esta
misión por haber ocurrido la muerte del sobredicho Papa y la de nues-
tro Monarca Don Felipe III, en el mismo año de 1621 (12). De esta
(12) Efectivamente: Felipe III fallecía el 31 de marzo de 1621; un año después,
en mayo de 1622, fallecía también Alvaro 111, rey del Congo, que había pedido la
LA MISIÓN DEL CONGO
21
misión hace mención Habraham Bzobio en la continuación de los Ana-
les de Baronio. También Fr. Marcos de Guadalajara y Javier en la
quinta parte de su Historia Pontifical, donde pone dicha carta de Pau-
lo V en los lugares citados a la margen.
misión ; y el 8 de julio de 1623 les seguía Gregorio XV. Con eso aquella primera
misión de Capuchinos españoles quedó sin llevarse a cabo.
Difícil es poder señalar la verdadera causa del fracaso. Quizás sea la más acertada
la propuesta por el Capuchino P. Gaspar de Soria, escribiendo a Propaganda Fide
(8 de julio de 1633), que se debió ta no haber dado licencia el Consejo de Portugal»
(Cfr. P. POBLADURA, art. c. pp. 214-216).
CAPITULO III
Continúase la sucesión de los reyes del Congo y piden con
nuevas instancias a la Silla Apostólica la Misión de los
Capuchinos y al fin la logran
1. — Muerto Don Alvaro III, según dejamos dicho, le sucedió en la
corona Don Pedro II, Ncanga Amubemba, a los veintiséis días de
mayo del mismo año de 1622, y, después de dos años de reinado, tuvie-
ron fin sus días en el mes de abril de 1624. Después eligieron a Don
García, primero de este nombre, Mubemba Anzenga, su hijo, que rei-
nó otros dos años y pasó de esta vida a 26 de junio de 1626. Sucedióle
don Ambrosio, Nimi Acanga Campacala, y sólo cinco años ocupó el
trono real, porque falleció a 7 de marzo de 1630. Por su muerte fué
jurado rey el día siguiente Don Alvaro IV, Musinga Anzu, hijo de
Don Alvaro III, que, después de otros cinco años de reinado, pagó el
común tributo de los mortales en 24 de febrero de 1636. Sucesivamen-
te, al tercer día siguiente obtuvo la corona Don Alvaro V, Npanga
Animi Finguiz, y la logró poco, pues antes de medio año pereció en
la guerra que levantó contra él el duque de Bamba, su vasallo, jtmta-
mente con toda la nobleza de aquel reino.
2. — Después fué coronado por rey el mismo duque de Bamba, el día
27 de febrero del mismo año de 1636. Llamóse Don Alvaro VI en su
coronación, y por cognomento, Nimi Aluquini, Anzenze, Antumba.
Este rey fué quien solicitó por su embajador con el Papa Urbano VIII,
el que enviase a su reino Capuchinos, y a sus instancias envió Su San-
tidad la primera misión de ellos, que pasó al Congo, según más ade-
lante veremos. Reinó cinco años, al cabo de los cuales murió el día 22
de febrero de 1641. Luego, en el siguiente día, le sucedió su hermano
Don García II, llamado Ncanga, Aluquini, Nzenze, Antumba. Recibió
este rey la sobredicha misión y en el tiempo de su reinado tuvo gran-
26
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
des progresos la fe católica, como ya veremos. Reinaba por los años
de 1658, y después de algunos meses supimos que había muerto y que
le había sucedido en la corona su hijo primogénito Don Alonso, al cual
en vida hizo jurar por su sucesor, no obstante que' no había ejemplar
de eso en aquel reino, mas al fin lo consiguió y fué el décimoctavo de
los reyes cristianos de' aquella corona, de los cuales los más han muer-
to violentamente por causa de las conspiraciones, bandos y ambición
de reinar de aquellos Maníes, que, como todos son de sangre real, siem-
pre aspiran a la corona por cuantos medios pueden, aunque sean los
más inicuos. Esta pasión ée reinar no sólo se experimenta en el reino
del Congo, sino casi generalmente en todos los demás reinos africanos,
donde se dan las coronas por elección y no por sucesión hereditaria.
De esto se siguen grandes daños a la religión católica y a los vasallos
de tales reinos, y aun al presente, cuando esto escribo, hay gran cisma
tn el Congo con dos pretendientes de la corona, que ha tiempo que se
están guerreando sobre ella, por no haberse conformado los Maníes en
la elección, de cuya discordia hablaré más adelante.
3. — Con la muerte de Paulo V y del rey católico Don Felipe III pa-
rece se había de suspender el despacho de la misión; mas no fué así,
porque al uno le sucedió en el mismo año de 1621 Gregorio XV, y al
otro, su hijo heredero Don Felipe IV, eil Grande, y uno y otro volvie-
ron a tratar con gran celo de dicha misión, instando sobre ello el em-
bajador del Congo Juan Bautista Vives ; y para su mejor efecto escri-
bió su Beatitud al Rey Don Alvaro VI la siguiente carta, que se halla
en el Breviario Cronológico de nuestro Capuchino Coriolano (13), la
cual, traducida en castellano, dice así :
«Al muy amado en Cristo hijo nuestro ALVARO rey del Congo,
¡lustre. GREGORIO PAPA XV.
Carísimo en Cristo hijo nuestro, salud y apostólica bendición. Paulo
Papa V de santa memoria, antes de pasar de esta vida al eterno des-
canso, deseoso de satisfacer al afecto y petición de Tu Majestad y
atender a la grande utilidad espiritual de las almas de ese dilatado reino
y de los demás vecinos a él, tenía destinados para obra tan divina mi-
nistros Religiosos cuales son los siervos de Dios de la familia de San
Francisco, que llamamos Capuchinos. Mas habiendo ocurrido la muerte
del mismo Paulo V antes de haber concluido dichos Religiosos sus d¡-
(13j FRANCISCOS LONG. A CORIOLANO, O. F. M. Cap. Breviarium Chro-
nologicum, Lugduni, 1623, an. 1621, p. 445. También la trae el BuUaritim. Vil, 193,
LA MISIÓN DEL CONGO
27
ligencias y los avíos necesarios para pasar a Africa y emprender tan
larga navegación, no pudo ver «1 fin de negocio de tanta importancia y
que deseó en gran manera ver efectuado. Por tanto, habiendo Nos su-
cedido en su lugar, aunque con méritos desiguales, siendo Dios el autor,
y amando a Tu Majestad con paternal afecto en la caridad de Cristo,
por la real piedad que resplandece en tu ánimo, así de celo de la Reli-
gión Católica como de rendimiento a esta Silla Apostólica de San Pe-
dro, pusimos el cuidado y solicitud conveniente para la más breve ex-
pedición de dichos Capuchinos. Estos, con nuestra bendición, se enca-
minan ya para Tu Majestad y esperamos en la divina gracia lograr por
su medio frutos muy pingues ; y, por lo que toca a Tu Majestad, no
dudamos recibiréis a estos siervos de Dios benignamente, cuando con
tanto afecto y con tantas instancias nos los has pedido ; ni que procu-
rarás patrocinarlos con tu real autoridad en todo tiempo, mayormente
cuando no por otro fin que el de solicitar la salvación de las almas por
nuestro mandato se esfuerzan todos a emprender tan largo y penoso
viaje, sin reparar en riesgos y peligros ni aun en perder las vidas, si
fuere necesario, a trueque de hacer a Dios ese obsequio y mirar a su
mayor gloria y satisfacer al piadoso deseo de Tu Majestad. Verdade-
ramente, cualquier beneficio que Tu Majestad hiciere a estos obreros
del Padre celestial de familias, lo recibirá el mismo Señor como propio
y lo remunerará con bienes eternos, los cuales eficazmente conceda a
Tu Majestad el mismo Señor a quien asimismo cordialmente segunda
vez otorgamos nuestra bendición.
Dada en Roma, en San Pedro, a 19 de marzo de 1621, y de nues-
tro Pontificado año primero»
4. — No deseó menos este gran Pontífice quie su antetesor, ver efec-
tuada la misión, y en sus días hizo lo posible para ello ; mas los juicios
de Dios son incomprensibles, y así, aunque por su parte estuvieron li-
berados los despachos y lo mismo por la del Rey N. S. Don Felipe IV,
la concurrencia de sucesos adversos fué tal, que tampoco se puso en
práctica hasta después de algunos años, en que ya gobernaba la nave
de San Pedro el Papa Urbano VIII, devotísimo también de los Capu-
chinos, quien sucedió en el Pontificado, desde el año 1623, a Grego-
rio XV. Precedieron al año 1621 dos formidables cometas, como pre-
sagio de las calamidades futuras, y experimentó Europa sus efectos en
las muertes ya mencionadas. Sobre ese golpe se repitieron sucesivamen-
te los muchos que afligieron a nuestra España ; porque desde entonces
se empezaron las guerras con Holanda, las de Italia con Francia y las
28
MISIONES CAPUCHINAS KN ÁKRICjV
de España con Francia por Fuenterrabía. Luego se siguieron los tu-
multos de Cataluña, que duraron más de ocho años, y, dos antes de
ajustarse, empezaron las guerras de Portugal. En el ínterin se padecie-
ron infortunios, pestes, alteraciones de pueblos, falsificaciones de mo-
neda, mudanzas de ellas, y todo concurrió al atraso de dicha misión,
hasta que el Señor soberano la volvió a suscitar de nuevo.
5. — Escribió, pues, el rey Don Alvaro VI al Papa Urbano VIII con
nuevas y mayores instancias el año de 1639 sobre el punto de la misión
de los Capuchinos, que había pedido a sus antecesores ; y Su Santidad,
como celosísimo de la propagación de nuestra santa fe y grandemente
deseoso de la salvación de las almas, admitió la petición con especial
benignidad y sin alguna dilación envió con su Breve Apostólico y carta
para dicho rey seis Capuchinos italianos, cuyos nombres eran : Fr. Bue-
naventura de Alessano, Predicador y Guardián de la Provincia de Roma,
al cual la Sacra Congregación de Propaganda Fide nombró por Pre-
fecto de esta apostólica misión (14) ; Fr. Antonio de la Torella, Guar-
dián y Maestro de novicios de la Provincia de Nápoles ; Fr. Jenaro de
Ñola, Definidor y Lector de Teología de la misma Provincia ; Fr. Juan
Francisco de Roma, Predicador de la de Roma, y dos Religiosos Legos
de la misma Provincia. Todos los cuales partieron de Roma y, embar-
cándose en Liorna el año de 1640, vinieron a tomar puerto a Lis-
boa (15).
6. — En esta ciudad, corte del reino de Portugal, estuvieron aposen-
tados en casa de Jerónimo Bataglini, entonces vicecolector de Portu-
(14) El 25 de junio de 1640, la Sagrada Congregación de Propaganda Fide
encargaba la misión del Congo a la Provincia Capuchina de Roma, y con esa misma
fecha designaba por Prefecto de dicha misión al P. Buenaventura de Alessano ( Bul-
íarium Ord. FF. Min. Cap., VII, 194). Prácticamente, sin embargo, fué una misión
de la que más bien estuvo encargado el P. Procurador de la Orden, quien enviaba
a ella religiosos de distintas Provincias.
No podemos por menos de hacer notar que desde el principio del descubrimiento
y conquista del Congo, el apostolado y la evangelización corrió a cargo de distintas
Ordenes religiosas y Sacerdotes seculares, tomando a su cargo los reyes de Por-
tugal el enviar misioneros. Pero desde ese año 1640 se va a entrar en un nuevo pe-
riodo de evangelización : la Santa Sede toma desde esa fecha, por medio de la Pro-
paganda Fide, el proveer de misioneros y apóstoles el reino del Congo (Cfr. Notas
para una Cronología, etc., p. 47).
(15) En vez del P. Jenaro de Ñola fué designado para ir a !a misión el P. José
de Milán en 25 de junio de 1640, juntamente con los Hermanos Legos Fr. Antonio
de Lugagnano y Fr. Marcos del Olmo ; pero luego el P. Jenaro ocupó el puesto
del P. José.
Con motivo de la designación de los misioneros y de su embarque rumbo a
Lisboa, el Papa escribía una carta al rey del Congo recomendándole vivamente los
religiosos (16 de julio de 1640) (Cfr. Bullarium, etc., III, 131, y VII, 194).
LA MISIÓN DEL CONGO
29
gal, quien los mantuvo con mucha candad por espacio de diez meses.
Durante ese tiempo solicitaron con toda diligencia el pasaporte para
poder navegar al Congo en cualquier navio que se hiciese a la vela
la vuelta de Angola, por haber allí casi siempre oportunidad para se-
mejante viaje y para otros reinos vecinos. Pero con la novedad que
sobrevino el mismo año del levantamiento de Portugal, aclamando por
su rey al duque de Braganza los portugueses, el día 6 de diciembre, se
empezaron las guerras con Castilla. Estas se prosiguieron desde el año
sobredicho de 1640 hasta el 11 de marzo de 1668, y con esa ocasión
fueron tantas las dificultades que pusieron varios ministros de ese reino,
que no hubo forma de conseguir ni pasaporte ni embarcación.
7 — Viendo tan mal despacho y que se le añadía a la pretensión otra
nueva dificultad con la noticia que se tuvo de que los holandeses se
habían apoderado del reino de Angola y echado fuera a los portugue-
ses, desistieron los misioneros de la pretensión por aquella vía, por rte-
conocer que, aunque consiguiesen el pasaporte, no les podía aprovechar
para cosa alguna, estando ya Angola por los holandeses (16). En esta
tribulación se vieron los devotos misioneros, y de aquí se fueron si-
guiendo otras muchas, a que cooperó el adversario del género huma-
no, temeroso del sumo daño que había de venirle de esta apostólica
misión, que ha sido y es de las más fructuosas de cuantas mantiene' la
Religión de los Capuchinos por todas las cuatro partes del mundo. Re-
solvieron por último volver a Roma para informar a Su Santidad y
tomar la dirección que fuese servido darles. Habiendo vue'lto a Roma
para ese efecto, sobrevinieron luego las guerras de Italia, y por éstas
y Dor las demás ocurrencias que se' ofrecieron, se suspendió el viaje
del Congo hasta el año siguiente de 1643, en que con la ocasión de ce-
lebrarse en Roma el Capítulo General, se trató de' nuevo su prosecu-
ción con consulta y parecer de Su Santidad, el cual ordenó que los
misioneros solicitasen la embarcación por medio de nuestro Católico
Monarca Don Felipe IV (17).
8. — Ordenó asimismo Su Santidad que para el más breve expediente
y para que los hijos de las Provincias de España tuviesen parte en tan
heroico empleo, se' admitiesen a la misión Fr. Miguel de Sessa, sacer-
(16) Luanda, capital del reino de Angola, fué tomada a los portugueses por los
holandeses el 26 de agosto de 1641.
(17) El Capítulo general de los Capuchinos tuvo lugar el 22 de mayo de 164.1
y en él fué elegido Superior de toda la Orden el V. P. Inocencio de Caltagirone.
quien tomó muy a pechos el llevar adelante la mencionada misión.
3°
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
dote de singular virtud, y Fr. Francisco de Pamplona, Lego, que pocos
años antes habia tomado el hábito, dejando con el nombre de Don Ti-
burcio de Redín sus grandes puestos militares para ser un nuevo ejem-
plar de penitentes. Con este ilustre caudillo se prometieron los compa-
ñeros feliz suceso en su pretensión, y no les salió vana su esperanza,
pues a él únicamente, después de Dios, se le debió no sólo la conduc-
ción de esta célebre misión, sino también cuantas resultaron de ella y
hasta hoy han hecho los nuestros en Africa y América, promoviendo
unas con su ejemplo y consejo, y otras emprendiéndolas por sí mis-
mo (18).
9. — Partieron de Roma los misioneros itaHanos, y desde Génova
vinieron embarcados hasta Vinaroz, donde saltó en tierra el Prefecto,
Fr. Buenaventura de Alessano, con un compañero, y de allí pasó a Za-
ragoza a participar el orden que traía de Su Santidad a Fr. Miguel de
Sessa y a Fr. Francisco de Pamplona, hijos de la Provincia de Ara-
gón. Los demás compañeros tiraron en derechura a Sevilla para espe-
rarlos allí (19). Vino luego a Madrid el Prefecto con Fr. Francisco de
Pamplona, y por primera diligencia se fué éste a poner a los pies de
Su Majestad, quien por su gran celo de la fe y por lo mucho que
deseaba su propagación y amaba a Fr. Francisco, le concedió cuanto
pidió para la Misión, y demás a más mandó se le's diese a los misione-
ros mil escudos de limosna de su bolsillo para ornamentos y alhajas
del culto divino. Viendo, pues, el buen despacho y la generosidad con
que Su Majestad se ofreció a todos los gastos de la conducción, así por
su consejo como por juzgar el Prefecto que era corto el número de los
misioneros para dar cobro a tanta mies como esperaban hallar en el
Congo y reinos vecinos de él, trató Fr. Francisco de que se aumentase
de religiosos de estas Provincias de España, hasta doce', que fué el
número que la Santidad de Paulo V señaló la vez primera.
10. — Trataron el Prefecto y Fr. Francisco esta pretensión de orden
de Su Maje'stad con el Nuncio de Su Santidad, el cual se la concedió
y se encargó de dar aviso luego a Roma al Sumo Pontífice y a la Sacra
(18) Fr. Francisco de Pamplona fué admitido a formar parte de aquella expe-
dición de misioneros el 12 de marzo de 1042, y el 21 de julio de 164.3 lo fué el
P. Miguel de .Sessa, religioso de origen napolitano, pero que formaba parte de In
Provincia de Aragón, a la que asimismo pertenecía Fr. Francisco (Cfr. CESINA-
LE, o. c, III, p. .^.30, notas 1 y 2, donde se ponen las determinaciones de la Sa-
grada Congregación de Propaganda Fide. admitiéndoles).
(19) Los otros compañeros del P. Prefecto, Buenaventura de Alessano. eran :
PP. Jenaro de Ñola, Buenaventura de Sorrento, Juan Francisco de Roma y el Her-
mano Lego Fr. Angel de Lorena, llamado otras veces de Nancy.
LA MISIÓN DEL CONGO
31
Congregación de Propaganda Fide, como lo ejecutó. Los religiosos
que s€ añadieron a los ya nombrados fueron : Fr. José de Antequera,
Definidor, de la Provincia de Andalucía ; Fr. Angel de Valencia, Pre-
dicador y Guardián, de la de Valencia ; Fr. Buenaventura de Cerdeña,
Lector de Teología, Guardián y Definidor, de la de Castilla ; Fr. Juan
de Santiago, sacerdote, de la misma Provincia ; Fr. Jerónimo de' La
Puebla, lego, de la de Aragón ; todos los cuales fueron hombres de
gran virtud y de admirables prendas para el ministerio (20). Partieron
todos de Madrid para Sevilla alegres y gozosos y en llegando, empe-
zaron a tratar de la embarcación y del avío necesario para ella. Cual-
quiera se persuadirá que, habiendo negociado tan felizmente estos Pa-
dres en Madrid con ett rey nuestro señor y sus ministros, no tendrían
ya más que hacer sino embarcarse y proseguir su viaje ; pero no suce-
dió así ; porque, no obstante el buen despacho que llevaban, se levan-
taron varias contradicciones que les dieron mucho ejercicio de pacien-
cia ; y por último, en demandas y respuestas, se pasaron más de cator-
ce meses primero que se llegaron a embarcar.
11. — Apenas se vencieron estas dificultades por el infatigable des-
velo y solicitud de Fr. Francisco de Pamplona, cuando Juan Bernardo
Falconi, genovés, y Baltasar López, portugués, piloto de grande ex-
periencia en el océano, hallándose en Sevilla al tiempo que se buscaba
la embarcación para el Congo, se ofrecieron con gran piedad a con-
ducir la misión, para cuyo efecto, por la especial devoción a nuestro
(20) Los mencionados religiosos fueron admitidos a la misión por determinación
de Propaganda Fide del 25 de abril de 1644 (Cír. CESINALE, o. c, 530, nota 3).
Sabemos que los dos Padres de la Provincia de Castilla, Buenaventura de Cer-
deña y Juan de Santiago, lo habían solicitado en una carta que, firmada por am
bos, dirigieron a la Congregación el 11 de febrero de 1644 (Archivo de Propagan
da. — Scritt. ant., vo!. 123, fol. ]46v.). En ella hacían constar que el P. Buenaven-
tura de Alessano, que entonces se encontraba en Madrid, había aprobado su buen
deseo y no tenía inconveniente en admitirlos.
Bien podemos decir por otra parte, que si esa expedición tuvo éxito se debió a la
influencia de Fr. Francisco de Pamplona. Este presentó un memorial al Consein
de Indias, en nombre de los otros misioneros del Congo, en el que exponía había
llegado a su noticia que los ingleses y holandeses habían introducido y sembrado la
herejía en el reino del Congo ; por lo cual pide que, en caso de no poder desem-
barcar allí, se les permita pasar a Filipinas o al Japón. En vista de ello, Don Ga-
briel Ocaña y .Piarcón requiere en nombre del Consejo el parecer de los Superiores
de Castilla (26 de septiembre de 1644). A ello contestan el P. Provincial y Definido-
res de Castilla (1 de octubre de 1644) diciendo que, aunque la empresa de ir al Con-
go, país de infieles, y expuestos a ser apresados durante el viaje, es difícil, sin em-
bargo, esa es la misión que tienen del Papa. Por el contrario, el pasar a Filipinas
o al Japón no creen puedan hacerlo, por no estar para ello autorizados ni por el
P. General de la Orden ni por la Congregación de Propaganda Fide (Cfr. estos
documentos en Misiones de Capuchinos en cl Congo y Cunianá, B. N. — Ms. 3818,
ff. 44 y 45).
32
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
Padre San Francisco y a nuestra Religión, con mucho coste' y gasto y
sin reparar en los intereses que ofreció Su Majestad, compraron navio
y le equiparon en la playa de Sanlúcar de Barrameda. Llegó última-
mente el día señalado para la embarcación, que fué a 20 de enero
de 1645, tanto más alegre para los fervorosos misioneros cuanto más
deseado había sido. Ya se hallaban todos en nuestro convento de San-
lúcar, y de alli salieron procesionalmente con la comunidad y nume-
roso pueblo, que los fue siguiendo por su gran devoción. Estando ya
en la playa, se despidieron de todos y se metieron en el bajel aprestado ;
pero, porque no k faltase a este gran consuelo su tribulación, permi-
tió Dios, para mayor gloria suya y mérito de sus siervos, que, poco
antes de embarcarse, tuviesen la noticia de que el rey del Congo había
prevaricado de la fe a persuasiones de los holandeses, que comercia-
ban en sus tierras y se hallaban señores de Angola. Pero aunque la
voz fué falsa, como se experimentó después, con todo eso, en el ínte-
rin les sirvió de no pequeña pena la noticia por ser tan poco favorable
a sus piadosas intenciones.
12. — Ya tenemos embarcados a nuestros devotos misioneros, suje-
tos a los combates del mar y expuestos a sus riesgos y peligros casi
continuos. En el ínterin que esos llegan, repasaremos los nombres de
los misioneros embarcados, para mayor claridad de la historia y co-
nocimiento de ellos. De las dos Provincias de Italia: Fr. Buenaventura
de' Alessano, Prefecto de la Misión ; Fr. Jenaro de Ñola, Fr. Buenaven-
tura de Sorrento, Fr. Juan Francisco de Roma y Fr. Angel de Lore-
na, lego. Los religiosos de las Provincias de España fueron los siguien-
tes: Fr. José de Antequera, Fr. Angel de Valencia, Fr. Buenaventura
de Cerdeña, Fr. Juan de Santiago, Fr. Miguel de Sessa, y Fr. Fran-
cisco de Pamplona y Fr. Jerónimo de La Puebla, legos. En total fue-
ron doce : diez Predicadores muy fervorosos y todos hombres de gran
celo y de conocida virtud.
CAPITULO IV
3
De las grandes tribulaciones que padecieron los Misioneros
desde que se embarcaron hasta llegar al Congo
1. — Apenas entraron en el bajel los Misioneros, cuando, disponién-
dolo Dios así, cesó el viento favorable y sobrevino el contrario, y con
tal permanencia, que les fué preciso detenerse en la playa de Sanlú-
car más de quince días, sirviéndoles de no pequeña mortificación esa
detención, asi por ver lo que se dilataba el viaje como por las devotas
ansias que tenian de empezar a ejercer su santo ministerio en beneficio
de las almas y para oponerse a los dogmas pestilenciales de los holan-
deses de Angola, vecinos ya al Congo. Pero templando tan fervorosos
deseos con una humilde resignación y generosa paciencia, se dejaron
gobernar de la Divina Providencia, que dispone todas las cosas según
conviene. Hacian cada día los mismos ejercicios espirituales que se
acostumbran en nuestros conventos, sin omitir alguno, antes añadien-
do otros particulares para alcanzar de la piedad divina el buen suceso
de su viaje y el viento propicio que necesitaban para proseguirle. Para
ejercitarse en los actos de comunidad referidos, salían a tierra tarde
y mañana, y en la iglesia de Nuestra Señora de Bonanza, vecina a la
playa y distante del convento más de una legua, cantaban el oficio di-
vino, celebraban las Misas, hacían las disciplinas y tenian las horas de
oración acostumbradas ; y, en concluyendo con ésto, se volvían al na-
vio. Esto mismo ejercitaron después, respectivamente, por todo el tiem-
po que duró el viaje.
2. — El día i de febrero del mismo año fué Dios servido que cesase
el viento contrario y viniese el favorable, y con eso, dando gracias a
Dios, se hicieron a la vela con gozo y alegría. Duróles poco ese con-
suelo y la prosperidad del viento, pues, al cerrar la noche, se volvió a
levantar el aire contrario y con mayor violencia, moviendo una tan ho-
36
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
rrorosa tormenta que todos s€ juzgaron por perdidos. Acrecentó el
rÍ€sgo el ver que, no habiéndose apartado mucho de tierra el bajel, le
llevaba el ímpetu de las hondas a dar derechametite al Cabo de San
Vicente, perpetua ladronera de moros, sin ser posible enderezar la
proa a otra parte ; con que ni el piloto ni los demás esperaban otro su-
ceso que la pérdida de la nave y de las vidas. Juzgue el piadoso cuán-
tas serían las oraciones y plegarias de los afligidos navegantes en ese
aprieto. Por último, pasada la media noche, a tiempo que ya el navio
iba a dar en tierra, cesó el viento furioso y sobrevino el favorable, con
el cual se pudo librar del peligro y, sin embargo de estar el mar muy
alto y contrario, con todo eso la generosidad del viento fué tal, que
prevaleció contra su furia. Llegada la mañana, dieron a Dios las gra-
cias y se repararon algo de la fatiga de la noche. Esta fué la primera
y última tribulación de esta especie hasta llegar a tomar la línea, adon-
de' experimentaron varios y adversos temporales, como ya veremos.
3. — Prosiguieron su viaje felizmente hasta llegar a las Islas Cana-
rias, donde fué preciso saltar a tierra para proveerse el capitán de al-
gunas cosas necesarias, y allí fueron muy agasajados de la gente noble",
como siempre lo han sido los muchos Capuchinos que han arribado a
ellas. Al tiempo de volver a entrar en el navio para marchar, les armó
el enemigo un enredo, como suyo, que a no haberlo Dios remediado,
hubieran padecido una larga dilación. El caso fué que los grumetes
del navio, temiendo como muchachos así el perder la vida en el Congo
por las cOsas que habían oído decir de los holandeses, como por los pe-
ligros de la navegación, que es larga y arriesgada, antes de salir del
puerto resolvieron entre si el desamparar secretamente una noche el
bajel, y para eso salir a tierra en una sola lancha que tenía, y escon-
derse en parte donde no pudiesen ser hallados fácilmente. En esta re-
solución estuvieron algunos días ; mas, según ellos confesaron des-
pués, los ocupó tal miedo, que no se atrevieron a ejecutar la resolu-
ción, excepto uno, que la llevó adelante. Los demás se admiraban de
sí mismos y decían claramente que había sido fuerza superior, que no
alcanzaban, la que les compelió a desistir del intento y desvaneció sus
trazas.
4. — Al riesgo referido se siguieron otros notablemente peligrosos
y molestos, porque, debajo de la línea, algunos grados antes y después
de cortarla, se vieron muy atribulados con los raros accidentes de aque-
llos mares, que son no menos frecuentes que peligrosos. Experimén-
tanse ciertos nublados muy densos, llamados trebonadas, que sucesiva-
La misión del congo
37
mente se van formando. Esos son horribles a la vista, y de improviso,
agitados de furiosos vientos, arrojan tanta copia de agua sobre el na-
vio, si le cogen, que parece un diluvio, y si no se amainan con suma
presteza las velas, corre manifiesto peligro de hacerse pedazos, y así
es preciso entonces dejarle correr según el impulso de las aguas y el
Ímpetu del viento. De aquí resulta muchas veces que, habiendo nave-
gado con uno algún trecho, después, levantándose con otro nuevo tre-
bonada, se vuelve en poco tiempo a desandar lo andado. Padecían por
esta causa, así los marineros como los religiosos, increíble fatiga, tanto
por el trabajo de alargar y amainar las velas como por lo mucho que
se mojaban, pues apenas se Ies secaba la ropa, cuando se volvían a
mojar. También son muy frecuentes por aquellos parajes ciertos torbe-
llinos furiosísimos que, haciendo un remolino, parece que elevan al
cielo el navio ; llámanse mangas, y son tan impetuosos, que en tierra
suelen arrancar de raíz los árboles más pesados y fuertes, y arrebatan
cuanto encuentran y lo llevan por el aire. En el mar hacen la misma
operación con las embarcaciones, pues, destrozando los árboles mayo-
res y menores, los levantan altísimamente, y luego, de golpe, los se-
pultan en lo más profundo. Y cuando no encuentran navios, cogen tan
gran copia de agua del mismo mar que, en volviendo a caer en él, pa-
rece vienen diluvios.
5. — Para ocurrir a estos riesgos de las mangas no hay prevención
humana ni más remedio que el del cielo, y prepararse para la muerte.
Con todo eso, en algunas ocasiones que les acometieron las mangas
a nuestros navegantes, hallaron eficaz remedio en la reliquia del Santo
Lignum Crucis, que llevaba Fr. Francisco de Pamplona, y de su mano
le dió el rey nuestro señor Don Felipe IV al despedirse de Su Majes-
tad, sacándole de su pecho en señal de lo mucho que amaba a este
siervo de Dios. Lo cual era de suerte que, en formándose el nublado,
trebonada o manga, ya fuese de día o de noche, apenas se ponía en-
frente el Prefecto con la santa reliquia, cuando visiblemente se desha-
cía o daba vueltas alrededor del navio, pero, siguiendo sus tomos, al
cabo se desaparecía. Otro extremo muy diferente y no poco molesto
experimentaron nuestros navegantes, y singularmente adonde hallaban
corrientes muy violentas, que son ciertas calmas que ocasionan gran
dilación. Hasta allí el principal cuidado del piloto había sido granjear
grados de altura para encontrar los vientos generales, los cuales per-
cibió a veinticuatro grados del Polo Antártico ; pero, volviendo des-
pués a alejarse de él, se acercaron otra vez a la línea equinoccial par|a
coger por la parte de arriba al impetuoso río de Pinda, que está en
^8 MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
cinco grados y medio de la banda del Sur. Su corriente es tan rápida,
que sucede a veces detener cuarenta días los bajeles cuando navegan
de norte a sur, y por eso es dificultoso de tomar el puerto. Con que
hallándose sin haber descubierto tierra y sin haber podido tomar la
altura del sol en espacio de dos o tres días por causa de los nublados,
era de suma aflicción a todos por ser preciso volverla a buscar otra
vez con mucha dilación y no menos riesgo de que faltasen el agua y
el bastimento.
6. — Hallándose, pues, en estas angustias, acudieron como siempre a
Dios y a su Santísima Madre con fervorosas oraciones y súplicas, pi-
diendo socorro en tan urgente necesidad, y el Señor dispuso que, al
cabo de tres días, se descubriese el sol, y, tomada la altura, se halla-
ron algunos grados más de ventaja, no obstante las calmas y las co-
rrientes contrarias, con notable admiración del piloto y marineros.
Todos rindieron las gracias a su Majestad divina por tan señalado
favor, cuyo poder infinito no está sujeto ni limitado a las criaturas
para hacer en todo su voluntad y la de sus fieles siervos cuando éstos,
con fe viva y humilde, acuden a las puertas de su misericordia. Final-
mente, pasados tantos trabajos, les envió Dios viento favorable y des-
cubrieron tierra el día 20 de mayo, que fué de imponderable alegría
para todos, viendo ya su esperanza tan vetina al logro de su deseo.
Pero mucho más sin comparación lo fué el día que entraron en el puer-
to de Pinda, que fué el término de tan larga y peligrosa navegación.
De este tan singular gozo nadie se puede hacer capaz si no es el que
hubiere navegado y experimentado lo que es andar largo tiempo en el
mar sin ver otra cosa que cielo y agua, y sin saber la altura y paraje
en que se halla. Llegaron, por último, al deseado puerto de Pinda, que
es el mismo por donde entraron en el reino del Congo los primeros
Frailes Menores que plantaron en él la fe católica, y fué su feliz arri-
bo a 25 de mayo de 1645, en que cayó la Ascensión del Señor a los cie-
los y mandó a sus discípulos ir a predicar su Evangelio por todo el
mundo. Dieron a Dios las gracias cantando el Te Deum, y después,
unos a otros, repetidos parabienes con recíprocos abrazos (21).
7. — Fórmase ese puerto de un remanso del río Zaire, que con su
curso y la gran copia de agua que trae cuando llega al reino del Congo,
deja formadas muchas y grandes islas, todas pobladas de gente. Su
(21) Sobre las ciii;nn.sta)icias del viaje, así como sobre las primeras impresione?
de los misioneros recibidas a su Ucíjada a tierra del Congo, hay una muy inteiesan-
te carta del P. Juan de .Santiago, fechada en Pinda. 11 de junio de 164», fiesta
LA MISIÓN DEL CONGO
39
boca, al entrar en el mar, tiene de ancho más de veintiuna millas y
entra con increíble ímpetu, y allí tiene término su curso, habiéndole
empezado desde Etiopía la alta o sobre Egipto. Luego que dieron fon-
do, echaron el batel al agua, y el capitán con algunos soldados bien
armados entraron en él y salieron a tierra para ver si descubrían algún
paisano o población cercana que les informase del camino que habían
de seguir los misioneros en desembarcando. Fueron penetrando male-
zas y, después de largo rato, llegaron a un llano donde encontraron
una iglesia pequeña, hecha de madera y paja, j>ero con su altar para
decir Misa, y delante de ella una cruz grande. Este hallazgo fué para
todos de sumo consuelo, y de él tomaron motivo los religiosos para
persuadirse que aquellos pueblos no estaban pervertidos de los herejes
holandeses ; con que, no habiendo encontrado persona alguna de quien
tomar noticia, como se fuese acercando la noche, trataron de volverse
al navio, donde refirieron a los Padres el hallazgo de la iglesia y de
la cruz. Grande fué, sin duda, la que después tuvieron en el mismo
puerto, aún antes de salir a tierra ; de ella hablaremos después, y aho-
ra daremos noticia del sumo ejemplo que los misioneros dieron en el
bajel durante el tiempo de su larga navegación.
8. — No es justo el omitir el dar noticia del maravilloso ejemplo quie
dieron los misioneros en su viaje y del gran fruto que consiguieron con
él, lo cual conduce para la gloria de Dios, edificación de los fieles y
ejemplo de los religiosos, que cada día pasan a predicar la fe a tierras
de infieles. Con ser al parecer difícil de componer en un bajel la vida
regular, lo consiguieron los misioneros y pudieron casi por todo el via-
je continuar los ejercicios espirituales de oración y mortificación que
practica la Orden cuotidianamente' en sus conventos. De iglesia y ora-
torio les servía la cámara de popa ; allí se celebraban al día dos Misas
a io menos, y no en seco, y los quie no las decían, hasta llegar su turno,
comulgaban en la primera y daban gracias en la segunda. Pero en los
días de precepto la decían todos, si no es cuando se alborotaba el mar.
El tiempo se repartía, así de día como die noche, con uniforme regula-
ridad, y tal que parecía haberse convertido el navio en monasterio muy
de la Santísima Trinidad (Archivo de Propaganda Fide. — Scritl. ant., vol. 247, f. 120
V 127.— Hay también una copia de diciia carta en la B. del Palacio Nacional de Ma-
drid, Ms. 2.557, ff. 1-2).
Casi lo misino, juntamente con los progresos de la misión, nos los refiere en otra
carta el P. Angel de Valencia (8 de junio de 1646). (Cfr. «Copia fielmente sacada de
una relación que el Padre Fr. Angel de Valencia... escribió a esta Provincia de An-
datuzia... su fecha en la ciudad de Pinda» ... Impresa en Cádiz, en 1646. — B. N. — Ms.
3.818, ff. 130-131).
40
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
reformado. Tocábase la campana a las horas dispuestas, y con su se-
ñal acudían luego a la cámara de popa, y todos juntos ejecutaban los
actos d)e comunidad que estila la Religión (22).
9. — Atendían asimismo al bien espiritual de los seglares, enseñán-
doles cada día la doctrina cristiana y explicándoles los misterios de
nuestra santa fe. Tres días en la semana les hacían pláticas espiritua-
les, y los domingos y fiestas se les leía la vida de algún santo, y des-
pués, el que leía, hacía sobre ella algunas reflexiones y ponderaciones
morales convenientes al auditorio. A todo asistían así el capitán como
el piloto y todos los oficiales y marineros. Pero sobre todo, en lo que
se puso mayor diligencia fué en la frecuencia de los Sacramentos, lo
cual se logró de suerte que era para alabar a Dios el ver tantas confe-
siones y Comuniones en los domingos y fiestas, cosa que aun en los
mismos marineros les causaba admiración, por no haber visto jamás
otra semejante ni más devota y religiosa navegación. Para dar prin-
cipio al día se decían, en amaneciendo, las Letanías mayores, implo-
rando el auxilio de Dios y la intercesión de los Santos. Por la tarde,
antes de recogerse, cantaban con solemnidad y devoción las de Nues-
tra Señora delante de una imagen suya, para lo cual ponían dos bu-
jías en sus faroles. De noche les asistían también los religiosos acom-
pañándoles y dándoles saludables consejos, cuando ellos, por sus cuar-
tos, hacían la centinela. Con eso se evitaban pláticas impertinentes, y
a veces perjudiciales, en que suelen ocupar el tiempo para no dejarse
vencer del sueño y estar más vigilantes.
10. — Pero como el ejemplo mueve mucho más que las palabras, en
él principalmente pusieron los religiosos el mayor estudio. Admirában-
se de ver al Prefecto y a los demás Padres barrer la popa del navio,
ser sacristanes a semanas y ayudar a los marineros y grumetes en cuan-
to podían. Pero, sobre todo, lo que más les llevaba la atención, era el
ver a Fr. Francisco de Pamplona, a quien habían conocido pocos años
antes en la altura de sus grandes puestos militares, fregar los platos y
escudillas y hacer cuantos oficios humildes se ofrecían ; y con tal gus-
to y aplicación, que no permitió que otro alguno se ocupase en ellos
durante el viaje. Con los enfermos seglares, que hubo algunos, aun-
que no de mucho cuidado, ejercitaron los religiosos cuantos oficios de
caridad alcanzaron, sirviéndoles personalmente y a todas horas. En fin:
(22) La mencionada carta del P. Santiago da muy interesantes pormenores sobre
la vida llevada por los religiosos en el barco durante la travesía.
LA MISIÓN DEL CONGO
41
fué tan poderoso y eficaz ese ejemplo, con los demás que vieron en
aquellos santos religiosos, que muchos, a imitación suya, se alentaron
a ayunar, disciplinarse y a otras mortificaciones particulares, de las que
veían practicar a los Padres, ya en comunidad y ya privadamente.
11. — Pero donde se manifestó más el fruto que los devotos misio-
neros hicieron en la gente del bajel, fué al tiempo que éste se hubo de
volver a Europa, porque le sirvió de tanta pena a la gente de él el ver-
se privados de la amable compañía de tan santos religiosos, que mu-
chos de ellos pidieron con vivas ansias al Prefecto los admitiese por
compañeros en su apostólico ministerio. Y, para mayor prueba de su
vocación, renunciaron en sus manos cuanto tenían y los sueldos que
les pertenecían de su trabajo, deseando únicamente servir a Dios y a
los religiosos en la conversión de las almas, aunque fuese con el hábi-
to de donados. El Prefecto alabó sus fervorosos deseos, pero los di-
suadió de esa pretensión, alegándoles muchas y muy prudentes razo-
nes, y, entre otras, diciéndoles que en España podrían ejecutar más
cómodamente sus buenos propósitos en los conventos que Dios les ins-
pirase. Con eso los consoló y esforzó, y por último les encargó que no
olvidasen tantos y tan saludables consejos como se les habían dado
hasta entonces. De todo lo cual se puede bien colegir la grande ope-
ración que hizo en sus almas el ejemplo de los varones seráficos. En
esa misma forma se han portado en las navegaciones los misioneros de
otras misiones y con eso han logrado en los mares grandes frutos y
conversiones de almas.
\
I
I
CAPITULO V
De lo que les sucedió a los misioneros en el pueblo de
Pinda con un navio de herejes holandeses, de sus hosti-
Hdades y cómo cesaron esas por el auxilio de Dios y de
los naturales.
1. — Volvkndo ahora a buscar a nuestros misioneros, a quienes de-
jamos todavía embarcados y al parecer seguros de toda hostilidad en
el puerto de Pinda, sucedió que, estando ya discurriendo sobre su des-
embarco, la mañana siguiente vieron venir con gran velocidad un na-
vio grande de holandeses, que en breve rato se acercó al nuestro. Ad-
virtió el capitán Falconi el designio que era de quitarle el suyo, y man-
dó abrir las troneras y echar fuera la artillería y que la gente se pusie-
se en arma y ocupasen los puestos con la que había para recibir al
enemigo. Causó grande turbación a los Padres este impensado acciden-
te y más el considerar era de mayor porte el bajel enemigo y que los
ánimos iban quebrantados de tan larga y penosa navegación ; pero, re-
conocietido que era preciso o rendirse miserablemente, perdiéndolo
todo y las vidas, o pelear hasta morir, trataron de disponerse para la
defensa.
2. — Repararon los religiosos las ventajas del bajel enemigo y en el
desmayo de nuestra gente, y el capitán Falconi pidió al Prefecto que
mandase a Fr. Francisco de Pamplona que gobernase a la gente de
guerra, pues lo sabía hacer por los muchos años que militó en mar y
tierra, y que él cuidaría de la marinería. Mandóselo y él obedeció pron-
tamente, y a todos los demás religiosos les ordenó que tomasen las ar-
mas y ayudasen en lo que pudiesen. Mandó que todos se confesasen y
los exhortó después a pelear, poniendo toda su confianza en Dios, por
cuya causa peleaban. Después se disfrazó Fr. Francisco y tomando una
espada y una rodela empezó con celo católico a gobernar la soldades-
46
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
ca, repartiendo la gente por sus puestos. Infundió en todos tal valor
con sus palabras y vigilancia, andando de unas partes a otras, que casi
deseaban empezase el combate para hacer cada uno su deber en tan
forzoso aprieto y €n tan católica demanda. Estando ya todos armados
y en sus puestos convenientes, se acercó el navio holandés a tiro de
pistola del nuestro, y, viendo que no tenia bandera alguna, preguntó
el capitán hoJandés, como suelen: «¿Qué giente?» A que Falconi le res-
pondió diciendo : «Gente del mar». Esta respuesta tan equívoca le dió
mucho que sospechar y haciendo un caracol con su bajel, sin hablar
más palabra, se engolfó hasta casi perderlo de vista.
3. — Con esa retirada se' sosegó la gente un poco y aun se persua-
dieron a que no se había atrevido a embestirles por haberlos visto tan
prevenidos y dispuestos para pelear ; pero se desengañaron luego,
porque volvió a ellos con suma velocidad. Con eso tomaron segunda
vez las armas y los puestos, juzgando sería ya fija la batalla. El ánimo
del enemigo era apresar nuestro bajel, para cuyo efecto y poderlo eje-
cutar con más seguridad, quiso reconocer primero el mar y explorar
si iba en su conserva alguna embarcación. Hicieron los religiosos va-
rias súplicas a Dios y a su Madre Santísima para que los librase de tan
manifiesto peligro. Oyólos su Majestad divina y con tanta benignidad,
que llegando el enemigo a tiro de cañón, en lugar de disparar su ar-
tillería, echó las áncoras y, arrojando al mar una lancha, envió dos
hombres de porte a bordo de nuestro navio, para hacer el siguiente re-
querimiento. Preguntaron en lengua portuguesa, qué gente tenía la
nave, que de dónde había venido a aquel puerto, qué buscaban en aque-
lla región y si llevaban pasaporte de los superiores del comercio de
Holanda. El capitán Falconi, reconociendo las astucias de los comisa-
rios, usó de las palabras equívocas siguientes y respondió : Que su
capitán había saltado en tierra, por lo cual no podía mostrar el pasa-
porte : que si deseaban verlo, fuesen a buscarlo a la ciudad ; que el ba-
jel era de Europa y había venido a aquel puerto a negocio especial y
de mucha importancia del señor Don Daniel de Silva, conde de .Soñó.
4. — Con esta respuesta se volvieron los comisarios a su bajel e in-
formaron de todo al capitán, pero éste, poco satisfecho de la respues-
ta, volvió a enviar a los mismos comisarios con nuevas réplicas, escrir
tas en un papel, añadiendo a ellas amenazas. Respondióles Falconi di-
ciendo : Que a no mirar al respeto debido al príncipe, en cuyo puerto
se hallaba, no hubiera dado lugar a tantas demandas y réplicas, pero
que tuviesen entendido que, si ellos empezaban la guerra, procuraría
1
V
LA MISIÓN DEL CONGO
47
defenderse ; que era ya sobrada osadía la suya después de haber satis
fecho a sus preguntas, no debiendo hacerlo en puerto ajeno y sin agra-
vio suyo. Al tiempo que Falconi escribía esta respuesta usó Fr. Fran-
cisco de Pamplona de la siguiente estratagema. Hizo que los religio-
sos se metiesen en la cámara de popa y allí, ocultos sin que los pudie-
sen ver los comisarios, tratasen en voz alta, que ellos lo pudiesen en-
tender, de' sucesos militares y de cuán perniciosa era la secta de los
holandeses, y que variasen las voces para que concibiesen la muche-
dumbre de gente que había y que no les temían, antes bien que desea-
ban el combate. Tomaron el papel los comisarios y volvieron a su ba-
jel y, llenos de miedo, informaron a su capitán de lo que habían vi^o
y oído. Con eso se templó el orgullo de los enemigos y en el corto
tiempo que quedaba de la tarde y de la noche, aunque los nuestros no
dejaron las armas de las manos, estuvieron siempre en vela y con no
pocos sobresaltos, pero no fueron molestados de los enemigos, aun-
que lo temieron.
5. — En amaneciendo vieron que el capitán holandés tomó su lancha
y que con algunos soldados y marineros partió a toda prisa a hablar
al conde de Soñó : empero, juzgando el capitán Falconi por inconve-
niente el que el enemigo informase primero, aprestó su lancha y con
gente armada y los Padres Fr. Buenaventura de Cerdeña y Fr. Jenaro
de Ñola, disfrazados, procuró hacerse hacia la boca del río Zaire con
la brevedad que pudo. El holandés hizo todas sus diligencias para lle-
gar primero, pero fué Dios servido que no lo lograse por llevar pocos
remeros e ir el río tan rápido, a cuya causa le fué preciso retroceder
para .surtirse de más remeros. En el ínterin fueron bogando los nues-
tros y. como cogieron ventaja, pudieron llegar a perderse de su vista.
Pero, porque a esta fortuna no le faltase algún azar, en empezando a
entrar por las espesuras de las islas intermedias, se vieron en gran con-
flicto por ignorar el viaje, y no hallando persona alguna, con estar to-
das muy pobladas de gente, que les diese luz de él para proseguirle,
cayeron en gran perplejidad sobre lo que habían de ejecutar. Estando
deliberando sobre este punto, llegó cerca de ellos la lancha del holan-
dés, ya bien surtida de gente de guerra y de remeros, y los nuestros
acordaron entonces que les era lo más acertado y seguro el irla si-
guiendo para proseguir el viaje.
6. — Así lo hicieron los nuestros, aunque les duró poco trecho esa
fortuna, porque por las vueltas y revueltas de las islas vinieron a per-
derla de vista, quedando confusos, sin saber qué hacer y con bastantes
48
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
temores de que el «nemigo llegase antes. Afligióse mucho el capitán
Falconi y los Padres le procuraron alentar, poniendo toda su confian-
za «n Dios, y su Majestad divina atendió a sus ruegos, disponiéndoles
el camino por una brecha de tierra que vieron entre los árboles. Sa-
lieron del río y fueron caminando a pie, aunque con gran fatiga, hasta
llegar a la falda de una eminencia, y, subiendo a ella, descubrieron al-
gunas casas. Después, poco más adelante, encontraron una plaza muy
espaciosa y en ella una iglesia de maderos y paja, con su campana y
una cruz delante de la puerta. Entraron a haoer oración y vieron sobre
el altar una imagen de relieve de la Concepción Purísima de Nuestra
Señora, otra de nuestro Padre San Antonio de Padua, también de re-
lieve. Hallaron asimismo un cuadro mediano y muy antiguo con la vera
efigies de nuestro Seráfico P. San Francisco, abrazado con la cruz.
7. — Fué grande el júbilo que les causó ese hallazgo, y con él cobra-
ron firmie esperanza de que todo les había de suceder felizmente coft
tan poderosos protectores, a quienes se encomendaron con íntimo afec-
to. En el ínterin concurrieron a la iglesia muchos negros, y ésos, vien-
do a los Padres con los Crucifijos en el pecho, se ponían de rodillas y
les pedían su bendición con no menos alegría que devoción. Luego se
levantaban y daban palmadas a compás y vueltas a una parte y a otra
para manifestar el gozo de su llegada ; y con razón a la verdad, pues
había muchos años que no habían visto sacerdote alguno hasta enton-
ces. Entre la gente que concurrió entonces se hallaron algunos negros
de buena razón y que sabían bastantemente la lengua portuguesa. Im-
portó mucho esto, porque les dijeron cómo aquella era la población de
Pinda y se ofrecieron gustosos a servirles de intérpretes para ir a ha-
blar al conde, que residía en la banza de Soñó, casi una legua distante
de Pinda. Adelantáronse algunos de ellos a darle el aviso al conde y
con su noticia se conmovió toda la banza, de suerte que, al entrar por
ella los dos Padres, fué tan grande el concurso de la gente, que ape-
nas podían andar por las calles por ponérseles todos delante de rodi-
llas para que les echasen su bendición.
8. — En llegando a la presencia del conde, se levantó de su silla y
con imponderable alegría y reverencia, puesto de rodillas, les fué abra-
zando y les besó la mano. Después, antes de pasar a otras demostra-
cion«s y coloquios, le informaron de lo que les sucedía en el puerto
con un navio holandés, donde quedaban los demás Padres, todavía em-
barcados, por no atreverse a saltar en tierra, temiendo las hostilidades
de los herejes. A ese tiempo supieron cómo aun no había llegado a la
LA MISIÓN DEL CONGO
49
banza el capitán holandés, o porque rodeó en tierra, o porque erró el
viaje en el rio, o, lo que es más cierto, porque lo dispuso así el Padre
celestial de las misericordias para consuelo y seguridad de sus fieles
siervos. Hizose muy capaz el conde de la pretensión del holandés y fué
tal su sentimiento de que quisiese hacerse dueño del puerto y estorbar
a los religiosos la entrada en sus tierras, que, en llegando a su presen-
cia poco después, no sólo lo reprendió ásperamente, sino que al capi-
tán y a los que le acompañaban los mandó poner en la cárcel. Luego
dió orden a Don Miguel de Castro, su pariente, para que partiese al
instante con mucha gente armada para defender a los religiosos y gen-
te del bajel del capitán Falconi, y para mayor seguridad mandó al mis-
mo tiempo a otro fidalgo muy noble que fuese al navio holandés con
igual número de soldados para impedir cualquier hostilidad que inten-
tase. Con ese resguardo se volvió Falconi, dándole las gracias al con-
de, acompañado de muchos negros armados que gustaron de quedarsie
en el navio hasta que el día siguiente desembarcasen los religiosos pa-
ra llevarlos a Soñó.
9. — Llegó Falconi con toda la gente de guerra, destinada para am-
bos navios con sus cabos, y, apenas entró en el suyo con la gente,
cuando empezaron a respirar los Padres y luego sin más dilación pa-
saron al de los holandeses y les notificaron el orden que llevaban del
conde y cómo por sus atrevimientos quedaban presos su capitán y com-
pañeros. No es ponderable el gozo que les causó a los negros el ver
a los religiosos, hicieron mil demostraciones de alegría y, habiéndolos
agasajado lo mejor que se pudo, hicieron diferentes repiques con la
campana, y blancos y negros cantaban a Dios alabanzas y, eti esa for-
ma y con ios regocijos que permitía el puerto, se pasó la mayor parte
de aquella noche. Los golpes de la campana y las voces de los que can-
taban, fueron para los herejes que las oían, truenos de imponderable
tormento. Amaneció el domingo siguiente y se renovaron los júbilos
con festivas demostraciones ; enarboláronse las banderas y gallardetes
y salieron de su retiro los religiosos, ya sin disfraz alguno, y empeza
ron a pasearse por el navio para que los enemigos los viesen. Esto fué
para ellos de sumo tormento, pero de imponderable alborozo oara Ío
católicos blancos y negros, y para éstos especialmente", que no habien
do oído Misa en muchos años por falta de sacerdotes, la oyeron aquel
día en el navio y se celebró con la solemnidad posible. Lo mismo hi-
cieron los Padres que se quedaron en Soñó, y ésos bendijeron el agua
y cantaron el asperges. También hicieron pláticas espirituales, valién-
dose de intérpretes para ello, y toda aquella gente asistió con mucha
4
50
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
devoción y reverencia a ellas y así el conde, como todos los demás, no
cesaban de dar gracias a Dios por haberles enviado varones tan apos-
tólicos.
10. — Por la tard^ desembarcaron los Padres con el capitán Falconi,
excepto dos, uno sacerdote y otro lego, que se quedaron en el navio
para decir Misa, confesar y consolar a la gente de él y para que des-
embarcasen y condujesen a Pinda los ornamentos y cosas de la misión.
Los demás llegaron a Soñó y, antes de entrar en la banza, salió inmen-
sa gente a recibirlos y, con tal alegría y devoción, que conforme iban
pasando, les pedían de rodillas la bendición. Después de recibida se le-
vantaban y hacían varias mudanzas, dando palmadas y cantando en su
lengua N ganza, Npungu, que es lo mismo que sacerdotes de Dios, y
esto lo repetían muchas veces. El conde, sabiendo su llegada, salió has-
ta su puerta, acompañado de toda la nobleza, y los recibió con sumo
afecto, abrazando a cada uno de rodillas, y después les hizo sentar. Sacó
luego el Prefecto el Breve de Su Santidad y le dió razón de su ida a
aquel reino, y él lo tomó y con gran reverencia lo besó y puso sobre
la cabeza. Luego se lo entregó a su secretario para que se lo explicase
en su lengua nativa ; oido después, celebró con demostraciones católicas
su dicha y lo muy agradecido que se hallaba al Sumo Pontífice por tal
favor y beneficio.
11. — Pasó inmediatamente a ajustar la contienda de los dos capita-
nes y mandó traer a su presencia al holandés, al que fué acompañando
su factor. En llegando, como vió allí a los religiosos con sus crucifi-
jos al pecho, se quedó atónito. Díjole entonces el conde que dijese lo
que tenía que alegar en su pretensión. A lo cual, ciego de cólera y lleno
de turbación, respondió: que si había recibido disgusto por haber apor-
tado a aquellas costas el bajel católico, donde los estados de Holanda
tenían su comercio sentado sin su pasaporte, mucho más disgustado
quedaba por haber conducido a los Capuchinos a aquel reino por ser
enemigos de su religión protestante y, sobre todo, lo que más sentía
era el ver el grande afecto con que su Excelencia los admitía en su es-
tado, contraviniendo en ello a los pactos con que se estableció el co-
mercio, siendo uno de ellos el que no admitiría en sus tierras y puerto
gente que fuese enemiga de Holanda. A esto respondió el conde como
muy católico príncipe, diciendo : Que por gente enemiga de los holan-
deses se entendía la que les hacía guerra con armas, pero no los mi-
nistros evangélicos enviados por el Sumo Pontífice ; que él era hijo
obediente suyo y de la santa Sede Apostólica, y que, si hubiera hecho
LA MISIÓN DEL CONGO
51
tales pactos, fuera no hijo, sino enemigo declarado de ella en perjui-
cio propio suyo y de sus vasallos ; que si a los holandeses les había
permitido la entrada «n sus estados, había sido precisamente por el co-
mercio temporal, pero no en manera alguna para qu€ se entrometiesen
en materias de religión ni en el libre y natural dominio de los estados
que Dios le había dado.
12. — Habiendo oído el perverso hereje al conde, procuró meterle
miedo, diciendo con astucia que mirase bien su Excelencia lo que de-
terminaba en aquel negocio porque, en sabiendo los directores de Ho-
landa lo que pasaba, le moverían guerra sangrienta, y aun añadió que
no se darían por satisfechos hasta que mandase desterrar de todos sus
estados a los Capuchinos. El conde, muy enfadado de tal audacia, le
dijo : Obren sus directores lo que quisieren, que yo y todos mis vasa-
llos estamos dispuestos a perder las vidas en defensa de los Padres.
Nótese aquí de paso que la voz que corrió en España de que los holan-
deses habían pervertido a los del Congo, fué falsa : pero, como ellos
se habían apoderado de Angola poco antes, les pareció fácil hacer lo
mismo del Congo e introducir su secta en ese reino, y de ellos nació
la voz y lo iban trazando así con su infernal astucia : y así llevó Dios
a los Capuchinos a tal razón, que se pudieron oponer a tan detestable
intento y por eso sintieron tanto su entrada en el Congo. El mismo
rey les dió después grandes satisfacciones e hizo quemar públicamente
ciertos catecismos que habían llevado a su corte y sintió mortalmente
la mala voz que habían esparcido contra él y sus vasallos por Europa.
Los tales catecismos iban impresos en lengua portuguesa y se los die-
ron al rey, como otras cosas, de regalo ; tanta como ésta es la astucia
y malicia de los herejes.
13. — Viendo, por último, los circunstantes la indignación del conde
y que el holandés quería replicarle de nuevo, empezaron a inquietarse
de suerte que le fué preciso callar y cesar en sus arrogancias, propias
de herejes, pues todos son soberbios. Cesó por entonces la contienda
y, despidiéndose' los religiosos del conde, les hizo grandes y muy afec-
tuosos ofrecimientos de su persona y casa, y mandó que se les diese
alojamiento en Pinda por ser la población más vecina al puerto para
poder desde allí conducir más fácilmente las cosas de la misión que aun
se estaban en la nave. El malvado holandés, viendo frustrado su inten-
to, pidió por merced al conde le diese libertad para asistir a sus depen-
dencias, dándole palabra de que no haría molestia alguna ni a los mi-
sioneros ni al bajel de Falconi, con que juzgando que procedía senci-
52
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
llámente en la promesa, se la concedió. Pero, apenas se vió libre, cuan-
do empezó a prorrumpir en amenazas, diciendo a Falconi, en presencia
de algunos, que, en llegando al puerto, le había de echar a fondo su
navio. Con este nuevo motivo volvió Falconi al conde, pidiendo le am-
parase y a los Padres, pues el arrepentimiento del holandés se había
ya explicado con nuevas amenazas contra todos.
14. — Apenas oyó el conde el suceso, cuando salió como un león a
la puerta de su palacio e hizo señal de tocar alarma, dando desmesu-
rados gritos e hiriéndose la boca con la mano aprisa. Brevemente se
juntaron muchos escuadrones y marchó con ellos el mismo conde en
seguimiento del holandés y de su factor, que iban huyendo a toda pri-
sa ; mas, como los negros son velocísimos en correr, a cosa de media
legua los alcanzaron y los hicieton prisioneros. Fueron llevados des-
pués a la presencia del conde, quien había resuelto mandarlos degollar ;
pero se suspendió el castigo por la interposición de muchos y haberse
ellos humillado. Con todo eso mandó que les pusiesen en la cárcel y
con buena guardia en la banza de Soñó, y por instancias que hicieron,
no les quiso dar libertad hasta que el capitán Falconi despachó todas
sus dependencias. Pero, no obstante este resguardo, al salir del bajel
los dos religiosos que quedaron en él para desembarcar las cosas de la
misión y conducirlas a Pinda, experimentaron una grande alevosía de
la gente del navio enemigo, porque, sabedores de lo que le pasaba a
su capitán, apenas vieron desviarse la lancha de nuestro bajel, cuando
dispararon una pieza de bronce con bala, con ánimo de matar a los dos
religiosos. No lograron su mal intento, aunque pasó por medio de am-
bos la bala, porque Dios los libró. Pero, vista la maldad, al punto les
hizo responder con otra mayor el piloto Baltasar López. Supo el conde
el caso y fué en persona a la cárcel y amenazó al capitán con pena de
muerte, si no mandaba a los suyos que se abstuviesen de ofender al na-
vio de Falconi, y la amenaza fué de calidad, que le obligó a escribir al
piloto, diciéndole : que si quería verlle vivo dejase de molestar al navio
católico. Con eso cesó tan porfiada y extravagante contienda y los re-
ligiosos salieron de sustos,
CAPITULO VI
Empiezan los misioneros a ejercitar su apostólico minis-
terio; pártese para Europa el capitán Falconi con dos de
ellos y enferman gravemente los demás.
1. — Después d€ tantas tribulaciones como hasta aquí padecieron
nuestros fervorosos misioneros, viéndose ya en tierra y en la palestra
deseada, empezaron a ejercitar su ministerio con increíble aplicación.
Causóles gran lástima ver tantos millones de almas redimidas con la
sangre preciosísima de Cristo, casi en su último precipicio por falta de
mantenimiento espiritual y de quien se le administrase, teniendo todos
generalmente pronta voluntad para recibirla. Hacía muchos años que
carecía aquel reino de operarios evangélicos y, sobre estar en él poco
arraigada la fe, la vecindad de los reinos gentiles tenía inficionados los
ánimos y a muchos pervertidos con el veneno de sus vicios y supersti-
ciones. Carecían muchos del santo Bautismo y casi no se conocía otra
cosa en todo el Congo sino torpezas, manteniendo cada uno las man-
cebas que podía sustentar, sin tratar de casarse. Son muy dadas al ocio
aquellas gentes y amiguísimos de bailes muy torpes y ejercían continuos
latrocinios para mantener la vida. Sobre todo se guerreaban unos a
otros casi continuamente y sólo hacían grande aprecio de los hechioe-
ros que les enseñaban mil supersticiones, los cuales siempre han sido
enemigos de los misioneros y por cuyo medio les ha hecho mayores
daños el demonio.
2. — Reconocieron aquellos Padres, no sin gran dolor, el infinito nú-
mero de almas que en los siglos pasados habían perecido y hallaron por
buenos informes y experiencia que de cuatro partes de la gente del rei-
no, las tres eran de gentiles, y la otra, aunque estaban bautizados, de
tan malos cristianos, que eran tan malos en las costumbres como los
gentiles. Todo esto estimulaba grandemente a los misioneros para tra-
56
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
bajar incesantemente en la conversión de aquellas almas. Cada uno pa-
recía en el celo un San Pablo y con voz de trompeta que resonaba por
todo «1 reino y aun por los circunvecinos, les predicaban penitencia y
procuraban todos arrancar vicios y plantar virtudes cristianas casi no
conocidas en aquel reino. Era tal la conmoción de la gente y el fervor
de los predicadores, que se conocía bien hablaba por sus voces el Es-
píritu Divino. Con este socorro del cielo fué Dios servido lograsen en
gran parte su trabajo y desvelo, aunque predicaban por medio de' los
intérpretes ; lo cual se reconoció por el gran concurso de la gente a los
sermones, Misas y Sacramentos, y en que muchos dejaron las concu-
binas y se' casaron, viviendo de allí adelante cristianamente.
8. — A más de lo dicho, eran tantos los que acudían a recibir el san-
to Bautismo, que hubo misionero que en sólo medio día bautizó más
de trescientos, entre párvulos y adultos. En tan cortos días se fué au-
mentando el fruto de calidad que, para recogerle con mayor providen-
cia, destinaron unos para los bautismos, otros para predicar y otros
para administrar los Sacramentos de la penitencia. Eucaristía y Extre-
maunción, ayudar a bien morir y enterrar los muertos. A pocos días,
viendo la gente el celo y caridad con que' aquellos Padres cuidaban de
todos, empezaron a publicar por todas partes que eran unos hombres
venidos del cielo. Llamábanlos los Padres de la misericordia y les da-
ban otros elogios seme'jantes. Acudía gente de las partes más remotas
a recibir el santo Bautismo de su mano, llevando las madres a sus hi-
juelos en los brazos muchas leguas, siendo espectáculo de la mayor ter-
nura el ver llegar a todas horas numerosas tropas de hombres y de mu-
jeres con sus criaturas, pidiendo de rodillas y a voces el santo Bautis-
mo. Administrábanselo los Padres con suma benignidad, aunque con
sumo trabajo, porque, como observaban todas las ceremonias del Ri-
tual Romano y eran tantos los que venían a recibirlo, apenas les daban
lugar para comer y reposar.
4. — Fué preciso administrar este Sacramento solemnemente, así por
la mucha devoción con que la gente lo recibía, como por ser cosa nue-
va en aquella tierra el ver bautizar con solemnidad, pero principalmen-
te para quitar algunos abusos perniciosos que con el tiempo se habían
introducido ; porque, cuando el sacerdote seglar bautizaba, no hacía
otra ceremonia que poner al niño o adulto un grano de sal en la boca,
y después le echaban el agua en la cabeza, diciendo : «Yo te bautizo
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Demás de
esto había abierto la avaricia puerta a un gran desorden y tal que r«ti-
LA MISIÓN DEL CONGO
57
raba a muchos de llegar a recibir tan necesario Sacramento para la sal-
vación, porque el sacerdote no quería administrarle, si el adulto o los
padres de los párvulos no le contribuían con una gallina y tanta mone-
da del país cuanta correspondía a un real de por acá, que son unos ca-
racolillos pequeños. Con que, viendo entonces aquella gente que los
religiosos bautizaban solemnemente y sin interés alguno, aunque le
ofrecían de buena gana, quedaban sumamente edificados y en todas par-
tes eran aclamados por su piedad y misericordia, y todos los amaban
con notable cariño.
5. — En esos santos ejercicios de predicar y bautizar, confesar y ad-
ministrar los demás Sacramentos, visitar los enfermos, componer dis-
cordias y enterrar los muertos, se ocuparon los misioneros algunos días
en la libata de Pinda y en la banza de Soñó, pasando cada día dos le-
guas <le un arenal muy trabajoso para ellos, por lo ardiente del sol que
allí hiere perpendicularmente y deja abrasando la arena ; a cuya causa
andaban hin sandalias para poder caminar. A estos trabajos se añadían
otros de hambre, sed y mal dormir, porque el mantenimiento del país
era corto y de poca sustancia ; la bebida era agua del río y ésa calien-
te por la actividad del sol y de más a más salobre. No quisieron aque-
llos seráficos obreros y observantísimos Frailes Menores, que se des-
embarcase del navio sustento alguno de Europa para entrar apostóli-
camente predicando en aquel reino, fiados únicamente en la Providen-
cia divina y en la piedad de los fieles.
6. — Pero con ser tan excesivos los trabajos cotidianos en ambas po-
blaciones, todo se les hacía gustoso a vista del fruto que experimenta-
ban en las almas. Considerando esto el Prefecto y que era mucha la
mies y pocos líos operarios, y sabiendo que, sino en San Salvador que
es la corte, que había algunos sacerdotes, lo restante del reino carecía
de ellos ; y allegándose a eso el que otros reinos vecinos de gentiles
deseaban recibir nuestra santa fe, acordaron que volviesen a Europa
en el mismo navio el P. Fr. Miguel de Sessa y Fr. Francisco de Pam-
plona para solicitar en Roma mayor número de religiosos, informando
a Su Santidad y a la Sacra Congregación de todo, como lo hicieron, y
sucedió lo que adelante veremos. Con esta resolución dispuso el capi-
tán su vuelta a Europa, habiéndose detenido aun quince días en el puer-
to. Para él y su gente fué de sumo consuelo el traer en su compañía
a los dos religiosos. Hiciéronse a la vela y a la mitad del viaje encon-
traron un navio grande inglés, y Fr. Francisco rogó al capitán de él
que', supuesto iba en derechura de Inglaterra, se sirviese de traerlos en
58
MISIONKS CAPUCHINAS EN ÁFRICA
SU compañía, lo cual hizo con mucha generosidad, disponiéndolo Dios
así para que con más brevedad pudiesen ser socorridos los del Congo,
como lo fueron. El navio de Falconi, según se supo después, encalló
y al fin le vinieron a robar otros dos pasajeros, a quienes pidió soco-
rro, y padecieron varios trabajos, pero se los remuneró Dios después
y volvió a mejorar de fortuna, a más del premio que consiguió para
la vida eterna, por la gran caridad que usó siempre con los nuestros.
7. — Apenas salió del puerto de Pinda el sobredicho bajel, cuando
a los que quedaron en Pinda les empezó a ejecutar el clima, como sue-
le a cuantos llegan de Europa, a que ayudó no poco el excesivo tra-
bajo de cada día. Ya desde aquí se mudaron las adversidades pasadas
en otras muy diferentes y no menos molestas, porque empezaron a sen-
tir varias complicaciones de humores, flaqueza y dolores agudos, de
calidad que brevemente enfermaron todos gravemente, excepto los Pa-
dres Fr. José de Antequera y Fr. Angel de Valencia. Estos dos, por no
omitir la solemnidad del Corpus ni dejar alguna demostración en re-
verencia del augustísimo Sacramento, y para consuelo y edificación de
aquellos pueblos, pasaron la víspera desde Pinda a Soñó, llevando con-
sigo la custodia, el dosel y ornamentos necesarios para la función, y
todo sobre sus hombros. Después acomodaron el altar en la iglesia de
San Antonio de Padua, supliendo, en lugar de colgaduras, ramos y
palmas que mandaron traer, asi para la iglesia como para adornar las
calles. Al día siguiente cantaron la Misa y se hizo la procesión solemne,
acompañando al Santísimo el conde y los fidalgos con velas encendidas,
y todos ataviados con sus mejores galas. La gente común hizo su
cuerpo aparte, formando lucidas soldadescas y bien ordenados escua-
drones, con variedad de banderas y de armas. Estos seguían la Cruz,
disparando los mosquetes de cuando en cuando, y, empezando el verso
Tantum ergo, hacían sus salvas reales con toda la mosquetería de que
tiene el conde buen número y se los han llevado allá las naciones del
norte. Entre unos y otros iban con el mismo orden diferentes danzas
y variedad de instrumentos músicos y de guerra. El uno de los Padres
llevaba la Custodia, y el otro el incensario, y ambos cantaban los him-
nos, diciendo cada uno su verso.
8. — De esta suerte y con grande orden y concierto, y aun mejor
que en Europa, pasaron por las calles principales con suma devoción
y reverencia. Estuvo su Majestad descubierto hasta la tarde, reveren-
ciado de todos, y fué a la verdad un día el más festivo y de mayor
gozo que jamás habían visto aquellas gentes, y les sirvió mucho para
LA MISIÓN DEL CONGO
59
ratificarse en la fe católica, que profesaban, y desde entonces venera-
ron sumamente ese sacrosanto Sacramento. Encerróse después en el
Sagrario con toda la música de instrumentos y asistencia de' toda aque-
lla corte con luces, y quedaron pasmados y sumamente gozosos, dando
mil gracias a Dios y unos a otros mil parabienes por haber gozado de
tan soberano favor y de la dicha que no consiguieron todos sus ante-
pasados. Acabada la función, se volvieron los devotos Padres a Pinda,
y el uno llegó con calentura y el otro enfermó dentro de pocos días,
y aún vino a ser el primero que murió ; con que ya no había alguno
sano que pudiese cuidar de los naturales ni aun de sí mismos.
9. — Fuéronse agravando las enfermedades de todos, y tanto, que era
verdaderamente espectáculo digno de la mayor compasión ver en aque-
lla angustia tantos y tan piadosos ministros de Dios al abrigo de una
pequeña choza, o, por mejor decir, al desabrigo de una cabana que ni
tenía puertas ni ventanas y sus paredes eran de paja y el tejado de
hojas de palma, por el cual entraban sin defensa el sol, la luna, el aire
y el sereno, con cuyas influencias se les aumentaba el ardor de las ca-
lenturas. Sus camas eran de la dura tierra, sin más colchón que un
poco de paja, y tan estrecha la habitación, que les era preciso encoger
los píes para no tropezar unos con otros ; a que se añadía la circuns-
tancia de verse en tierra extraña y sin conocimiento de' sus moradores
ni tener a quien volver los ojos sino sólo a Dios. Carecían de médicos
y de medicinas, que por allá no hay nada de eso, y eran a todas horas
perseguidos de hormigas, ratones y topos, especialmente de ciertas sa-
bandijas llamadas dragoncillos, que no les dejaban reposar. Y en fin :
se veían reducidos a tal miseria, que ya no esperaban otra cosa sino
darse unos a otros sepultura ; para cuyo efecto se prepararon todos con
los Sacramentos, esforzándose uno a decir Misa para comulgarlos,
siendo el primero que salió de esta vida el último que cayó enfermo,
que fué el Padre Fr. José de Antequera, de cuya vida hablaremos al
fin de este capítulo, por ser muy digna de memoria para nuestro
ejemplo.
10. — Pero, aunque todos se llegaron a ver tan próximos a la muer-
te y por horas esperaban seguir a su santo compañero, con todo eso,
contentándose el Señor por entonces con el diezmo, dejó con vida a
los demás para que pudiesen trabajar en su viña y no quedasen aque-
llas pobres almas destituidas de remedio y pasto espiritual. Consoló
después su Maj-estad divina y confortó a sus siervos espiritual y cor-
poralmente, de suerte que poco a poco fueron saliendo del peligro y
6o
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
recuperando la salud. En lo espiritual los consoló, porque aquel mis-
mo padecer y tan a secas, se lo convirtió en tanta dulzura de sus almas,
que, viendo lo ocasionaba el haber procurado su mayor honra y gloria
y el deseo de la salvación de los prójimos, no cesaban de darle gra-
cias porque se había servido de hacerles dignos de padecer algo por su
amor. Confortóles también corporalmente, moviendo el ánimo del con-
de para que, en sabiendo su extrema necesidad, los socorriese cada día
con limosna de aves, huevos y frutas. Y, si bien las primeras calentu-
ras los rindieron a todos, con todo eso le conservó su Majestad algu-
nas fuerzas a Fr. Jerónimo de La Puebla, Religioso Lego, que había
sido muchos años enfermero de Zaragoza, para que, en medio de su
dolencia, pudiese asistir a los demás, como lo hizo y con gran caridad,
sangrándolos, echándoles las ventosas, dándoles a sus horas los refres-
co y aderezándoles la comida.
11. — Con eso, y principalmente con el auxilio divino, fueron pasan-
do su trabajo y el examen que el Señor hizo de su paciencia y cons-
tancia, del cual salieron con muchos medros espirituales y con mayo-
res fervores para trabajar en su apostólico ministerio. Dió en esa oca-
sión el conde muestras de príncipe generoso y de singular devoto de
nuestro Seráfico Padre y de sus hijos los Capuchinos, pues en todo el
tiempo que duraron las enfermedades, apenas hubo día que no les en-
viase regalo y los fuese a visitar personalmente. Y, si tal vez omitía
esa diligencia por sus ocupaciones, enviaba un fidalgo muy noble a
saber de su salud y si necesitaban de alguna cosa para su asistencia.
Con que se ve aquí cuán bien les remuneró Dios el no haber sacado
provisión alguna del navio y arrojado todo su cuidado en su amorosa y
paternal Providencia.
12. — Vida y virtudes de Fr. José de Antequera, Predicador. Acerca
de la vida y virtudes del Padre Fr. José de Antequera, hijo de la Pro-
vincia de Andalucía, varón verdaderamente apostólico, lo que sabemos
es que en atención a sus grandes virtudes le ocupó su Provincia en va-
rios ministerios de la mayor confianza, como son los de Maestro de
Novicios, Guardián y Definidor. Fué hombre incansable en la oración,
mortificación y abstinencia, de profunda humildad y de caridad exce-
lente para con Dios y los prójimos. Esta le trajo por muchos años
con perpetuas ansias de sacrificarle su vida en la conversión de los
infieles a nuestra santa fe. Logró la ocasión y pasó con los demás a
e.sta misión, dando a todos en mar y tierra grandes ejemplos en todas
virtudes. Cortóle Dios los pasos tan a los principios, pero, supliendo
LA MISIÓN DF.L CONGO
6i
con los deseos de su generoso espíritu las insignes obras qu^e tenía
ideadas, cogió €n breve tiempo el fruto de muchos años.
13.— Fué devotísimo de la Reina de los Angeles, la cual k favore
ció muchas veces en varios aprietos, y especialmente en el mayor y
más tremendo de todos, que es la muerte. Y así le sacó de' este mise-
rable mundo la víspera de su Visitación a Santa Isabel, que es la fiesta
dedicada a la milagrosa imagen de nuestra Señora de Buen Viaje, que'
se venera en nuestro convento de Sanlúcar de Barrameda, con quien
tuvo especial devoción. Recibió los Santos Sacramentos con notable
ternura, de mano del P. Fr. Buenaventura de Cerdeña, y, con esta
católica prevención hecha un día antes de su tránsito, pasó al eterno
descanso a gozar el premio de sus muchos trabajos. Murió el día pri-
mero de julio de 1645. Su muerte fué como un dulce sueño, y después
de ella quedó su rostro tan hermoso y risueño y sus miembros tan tra-
tables como si estuviera vivo. Dióle sepultura el mismo religioso con
la decencia posible en la iglesia de Pinda, aunque con más lágrimas
que aparato, y allí yacen sus cenizas hasta hoy. Mucho sintieron los
demás la pérdida de tan santo compañero : pero sirvió de consuelo a su
pena el reconocer piadosamente tenían ya en la presencia de Dios un
nuevo intercesor que les ayudaría con sus continuas súplicas a la to-
lerancia de los trabajos y al mejor logro de' su pretensión en la con-
versión de las almas (23).
(23) El P. José de Antequera falleció el 1 de julio de 1645 . - Cfr. JUAN DE
SANTIAGO, ms. c, p. 79.— AMBROSIO DE VALENCTNA, O F. M. Cap., Re
sefia histórica de la Provincia de Capuchinos de Andalucía y -larones ilustren..., III,
Sevilla, 1907, pp. 113-144.
CAPITULO VII
En que, para mayor conocimiento de los trabajos que los
Religiosos padecieron y padecen en aquellas misiones de
Africa, se trata del temperamento y manjares ordinarios
del Congo.
1. — Está situado el reino del Congo en aquella costa de Africa que
mira al océano etiópico, empezando cinco grados de la otra parte de
la línea equinoccial y extendiéndose hacia mediodía hasta cerca de
once, conforme a la descripción que hoy se hace, siendo así que en lo
antiguo fué mucho más dilatado ; empero, por guerras y rebeliones,
se ha ceñido a lo dicho. Antiguamente' empezaba desde el cabo de Santa
Catalina, dos grados y medio de la equinoccial, y se extendía hacia el
Mediodía hasta el cabo Negro. Al occidente confinaba, como hoy, con
el mar de Etiopía ; pero al Mediodía «ran sus límite's las montañas de
la Luna y la nación de los cafres. Al Oriente, las celebradas lagunas
Zaire y Zambre ; al Septentrión, el reino de Benín, y comprendía de's-
de dos grados y medio de la línea hasta trece, y tenía de longitud sete-
cientas y setenta millas. Hoy son menores sus confines, según se ha
dicho, si bien posee la Isla del Principie, que es una rama de los ríos
Dande o Bengo y del Coanza.
2. — Este reino está dividido en seis dilatadas Provincias, que go-
biernan duques, marqueses y condes, cuyos títulos da el rey de por vida.
Las de Bamba y Soñó yacen a la costa del mar dicho, y las otras
cuatro, que son Sundi, Pango, Bata y Pemba, se extienden la tierra
adentro, entre las cuales hay otros estados menores que gobiernan
marqueses, condes y señores de vasallos. La mayor de todas es la de
Bamba, la cual, en tiempos pasados, era capaz de' poner en campaña
cuatrocientos mil hombres de pelea, siendo sólo la sexta parte del rei-
no ; mas ahora apenas llegarán a doscientos mil, por las muchas gue-
5
66
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
rras civiles con que se ha arruinado el reino. Esta confina hoy por la
parte de Oriente con la Etiopia, si bien media mucho país desierto, y
su propio confin es el río Umba con el Zaire hasta el lago Aquebun-
da y tierra de Mekmba. Al Septentrión está el reino de Loango ; al
Mediodía el de Angola, quedando sin confinar por el Occidente sin
nación alguna, porque toda aquella costa mira al océano etiópico. Los
ríos son muchos, pero los más principales y conocidos son los siguien-
tes: el Zaire, Lelonda, Ambriz, Loze, Onzo, Dande y el Bengo. El
Zaire es el mayor de todos ellos. El reino es montuoso y tiene valles
profundísimos, excepto aquella parte que está cercana al mar, que,
siendo muy arenosa, está igualmente más baja.
3. — El clima es tan nocivo a los naturales de Europa, que parece
estar corrupto el aire para ellos, y de ahí resultan continuas enferme-
dades de tabardillos y fiebres malignas. Y así es como de fe, que, en
llegando los misioneros de Europa a estas tierras, luego enferman mor-
talme'nte. Y, aunque salgan del primer peligro, no por eso se dan por
seguros hasta volver a enfermar en las misiones de las provincias, y
si entonces escapan, como no vivan y convalezcan en el mismo clima,
no están seguros. La convalecencia de la primera enfermedad dura
muchos meses, y a veces un año, y entonces llaman baquianos a los que
salen de la enfermedad, que quiere decir seguros y de prueba ; si bien
mejor se les puede dar el nombre de siempre enfermos, porque real-
mente siempre viven achacosos v con el color del rostro como difun-
tos. También sucede, en correspondencia de esto mismo, que, con ser
benigno el temple de Loanda, donde hay médicos, cirujanos y boticas,
que en las tierras propias del Congo no hay nada de eso, en recogién-
dose los religiosos al hospicio que allí tenemos, luego enferman por
causa de la diversidad del clima. Y, aunque hay algunos enterrados en
la bóveda de él, ninguno ha muerto viviendo en él, sino viniendo de
fuera con el mal de la muerte.
4. — A esas enfermedades casi continuas y ardientes contribuyen mu-
cho lo ardiente del sol, la corrupción del aire, la cortedad y vileza de
los manjares, la falta ordinaria de agua, la .gran distancia de unas po-
blaciones a otras, el no haber especie alguna de caballerías, lo áspero
de los caminos, sin vetitas ni mesones, que más parecen sendas de ca-
bras que caminos reales, y con ser tan estrechos y poco trillados de
los pasajeros, están cercados de pajas, altas como media pica y grue-
«as como las cañas de Europa. Todo esto ocasiona grandes fatigas e
impide la ventilación del aire, y para nuestra descalcez es molestísimo,
LA MISIÓN DEL CONGO
67
porque zahieren los pies a cada paso con los fragmentos que hay por
las tales sendas de esas pajas. La medicina más ordinaria para templar
y curar tan ardientes enfermedades, que corrompen la sangre, son las
sangrías. Y ya les han ido enseñando los religiosos a los negros el
modo cómo las han de hacer, y usan de las lancetas de Europa, lo que
de antes no usaban.
5. — Cuán inmensos trabajos se padecen en esas tierras, sólo Dios
lo conoce, por cuyo amor se llevan y se hacen tolerables. Las lluvias
son muchas y empiezan ordinariamente desde mayo y se continúan hasta
septiembre. Los calores empiezan desde los fines de septiembre y duran
hasta el principio de mayo, y los mayores son en diciembre y enero,
todo al contrario de Europa. Preceden a las lluvias furiosísimos vien-
tos y horrorosas tempestades y nublados tan oscuros, que entristecen
mucho los ánimos, y esto sucede cada día en ese tiempo, despidiendo
de si muchos truenos, relámpagos, rayos y centellas. Si faltasen estas
aguas regulares, es sin duda que se se'carían todas las plantas y que la
tierra no produciría ni una sola hierba, y aun perecerían las criaturas
todas, como sucede cuando alguna vez son cortas. En el resto del año
no llueve, pero cae al amanecer todos los días una rociada df agua
muy menuda, con que se conserva la humedad de la tierra.
6. — Los ejercicios de predicar, doctrinar, catequizar, confesar, co-
mulgar, casar, ayudar a bien morir, enterrar, componer discordias y
otros semejantes son tan continuos, que desde la mañana hasta la noche
no se descansa. Las residencias y hospicios en que viven los misioneros,
o por mejor decir a donde se recogen en el tiempo de las lluvias, por
no poder entonces salir a recorrer las tierras, son las siguientes : Loan-
da, que es puerto de mar enfrente de Angola y de' temple benigno ;
Mazangano, Cayenda, Dande, Bengo, Incusu, Quibangu, Soñó y Bam-
ba. Están tan distantes unas de otras, que de Loanda a Mazangano
hay sesenta leguas ; de Mazangano a Cayenda hay muchas más ; de
Loanda para el Bengo hay siete leguas : del Bengo al Dande hay trein-
ta ; del Dande hasta Bamba se ponen diez jornadas : de Bamba hasta
Incusu, cinco ; de Incusu hasta Quibangu, otras cinco jornadas ; de
Quibangu y de Bamba hasta Soñó hay trece jornadas ; de Loanda has-
ta Soñó, por mar, hay de cinco a seis jornadas.
7. — Acostumbran los del Congo a la salida de su invierno, que es
a los últimos de septiembre, beneficiar la tierra por empezar entonces
las lluvias ; luego siembran, y, en llegando diciembre, con brevedad
cogen los frutos. A los principio!; de enero hacen otra sementera, y
68
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
a fin de abril recogen «1 fruto ; de suerte que ambas cosechas se hacen
en el verano de allá, porque en su invierno ni cogen ni siembran. Co-
nócese ser fértil la tierra porque, sin arar ni cabar, con muy poco que
la mueven con una piqueta pequeña, lo bastante para cubrir la semilla,
recogen copiosos frutos. Nunca reservan de un año para otro, ni siem-
bran más de lo que les basta para comer ; así porque ellos son malos
trabajadores y sin industria, como porque no se lo hurten los pasaje-
ros. El trigo de España no produce allá ; el que usan y le han llevado
allá los portugueses, es €l maíz, y de él tienen abundancia. También tie-
nen varias especies de mijo, semejantes a la avena, unas son blancas y
otras coloradas, y alguna hay tan menuda como granos de mostaza,
y hasta ■es la más estimada por tener mejor sabor, a la cual llaman
luco y es infinito lo que se multiplica.
8. — Para hacer harina de dichas semillas no tienen molinos ni ta-
honas ; pero se valen de unos morteros grandes de piedra o de ma-
dera, y allí las majan, humedeciéndolas antes. Después las ciernen y sa-
can el salvado con unos cedazos de pajas muy finas y sutiles. El pan no
lo saben beneficiar ni tienen hornos para cocerle ; lo que hacen es. poco
antes de comer, poner una holla con agua a la lumbre y, en hirviendo,
echan la harina suficiente y la van revolviendo con un palo hasta que
se embebe toda el agua y queda como masa. Después la sacan y la
dejan reposar y sudar entre alguna ropa algún rato. Luego la comen
en lugar de pan y no les hace daño alguno ; pero esta masa sólo dura
tres días y, si pasa de ahí, se corrompe y no se puede comer : llaman
a este género de' pan en su lengua nfundi. Los portugueses les han
enseñado otro modo mejor, que es hacer unas tortillas de la misma
masa y las tuestan a la lumbre sobre unas como parrillas de alambre
y quedan como pan cocido de acá, y se puede comer, y ellos le llaman
nbolo. Noto aquí de paso, con la ocasión de este vocablo, que como
aquellos negros son apretados de narices, ganguean mucho y casi los
más vocablos los pronuncian echando delante la letra n.
9. — También usan, en lugar de pan, de una raíz llamada mandioca,
que es al modo de la chirivía de por acá ; es gruesa y, cuando la arran-
can de la tierra, es venenosa ; pero, para quitarle el veneno, la abren
por medio y la echan en agua, y después de dos o tres días la sacan
y la ponen al sol para que se seque. Luego, para comerla, la ponen
sobre las brasas y la tienen allí hasta que está un poco blanda. Es muy
desabrida, aunque la usan frecuentemente y aun suelen hacer harina
de ella, al modo que de las semillas. Otras veces, después de secas
LA MISIÓN DEL CONGO
69
y purificadas, las rallan y ponen al sol, y de esta suerte las conservan
en costales, y sin otro beneficio la comen así con cuchara en lugar de
pan. Usan de esta harina más comúnmente para hacer potajes, porque,
echada en el caldo, crece de tal suerte que parece pan esponjado. La
planta que produce esta raíz es un arbolillo pequeño que apenas tiene
tronco, aunque sí muy esparcidos ramos. No lleva semilla, pero cor-
tando los ramos y haciéndolos trozos de palmo y medio y enterrándo-
los en unos montoncillos de tierra con las puntas hacia fuera, produ-
cen luego, y no una, sino muchas raíces ; y así éstas, como la harina
de ellas, se pueden conservar por largo tiempo.
10. — En el Congo no hay vino de uvas, aunque los portugueses al
principio pusieron viñas ; pero era tanta la abundancia que daban de
vino, que las desceparon, y también para vender el vino que' conducen
de porte de sus tierras. Y así, la harina de trigo y el vino de vides para
el santo sacrificio de la Misa, ordinariamente va de Europa, y los mi-
sioneros necesitan siempre de ir con provisión de uno y otro y de
hierros para hacer las hostias. También necesitan llevar de las harinas
referidas y varias legumbres de las que da la tierra, como son ciertas
especies de haba, alubias y alberjones para hacer potajes, que es su
ordinario mantenimiento después de tantas fatigas. Los negros hacen
varios vinos para su uso ordinario, ya de palmas y ya de otras cosas,
según los materiales que hallan en cada provincia, y con ellos se suelen
embriagar fácilmente. Para cuyos paladares es tan gustoso lo dulce
como lo amargo. Carne y pescado comen poco, si no es los maníes y
fidalgos, siendo así que pudieran todos lograr uno y otro con abun-
dancia ; pero son tan flojos y sin género de industria ni providencia,
que de uno y otro se privan.
11. — De los animales domésticos de Europa se hallan en el Congo
algunos, como son vacas, cabras, ovejas, cerdos, gallinas, palomas y
otros géneros de aves. Las vacas son grandes, pero los novillos son de
poca fortaleza, y sólo al rey y a los maníes se les permite tener va-
cadas. No hacen queso ni aprovechan la leche, por no saber ordeñar las
ovejas, cabras y vacas. Las ovejas no crían lana, y su piel es lisa como
la del caballo. Hay también muchos animales monteses y especialmen-
te elefantes, cuya carne es sabrosa y la trompa es muy regalada. Hay
muchos búfalos, ciervos, cabras monteses y bueyes selváticos. Apro-
vechan las carnes de los animales que cazan, y también las pieles, para
venderlas a los de Europa. Están llenos los montes de leones, tigres,
osos, lobos y zorras y de innumerables monos y micos, y aun en la
70
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
provincia de Pemba se hallan también gatos de algalia. En esa misma
provincia se cria la cebra, que si la domesticasen, podía servir de muli»,
por ser semejante a ella, aunque más hermosa por tener toda la piel
listeada de blanco, negro y leonado oscuro. Los pescados son mucnos
y totalmente diversos de los de Europa, y se coge uno que en el color
y sabor no se distingue de las pechugas de la gallina. Generalmente
hablando, están desnudos de flores de buen olor los campos, y por eso
es amarga la miel, de la cual hay suma abundancia en los montes, y
recogen la cera para venderla. Todas las aves y pájaros tienen hermo-
sa vista por la variedad de matices en las plumas, pero tienen todas
desapacible el canto y muy melancólico. La sal es como la de piedra,
y sólo el rey tiene dominio sobre las salinas, y, cuando quiere' castigar
a algún maní o provincia, prohibe que se les venda sal. Acerca de la
moneda que usan trataremos más adelante, como también de otras cosas
que conducen a esta historia (2á).
(2-1) Cfr. para cuanto va expuesto en este capitulo el P. CAVAZZI, o. c, Libio 1.
capítulos II-IV ; PELLICER, o. c, en su segunda parte que así la titula: Descrip
ción del Reino de Congo, su sitio, provincias , ríos y confines, ele. (f. 47 y ss.) ; PA-
DRE TERUEL, o. c, ms. 3533, pp. 158-182: Narración copiosa de las cosas nota
bles del Congo y costumbres de sus moradores.
1
CAPITULO VIII
Del gobierno político de los del Congo, de su comercio,
habitaciones, trajes, guerras y estilos de los de la Corte
1. — En el ínterin que nuestros misioneros convalecen de sus enfer-
medades, proseguiremos en dar noticia de las cosas más particulares
de ese reino, a más de la que hemos -dado hasta aquí, reservando al-
gunas para más adelante, para mejor inteligencia de varios sucesos
que se ofrecerán y por evitar repeticiones. Muchas cosas omito de pro-
pósito, porque sólo pueden servir a la curiosidad y nada a la utilidad
y provecho espiritual, que es lo que busco y nos importa. Vivían los
del Congo, antes de comenzar a cultivarlos los Capuchinos, sin polí-
tica racional, poco metios que bárbaros ; pero después, poco a poco,
con el trato y comunicación de más de sesenta años, los han ido po-
niendo en política racional y cristiana, aunque no sin grande trabajo.
No hay en este reino correos, y, para haber de dar algún aviso o remi-
tir alguna carta, es necesario enviar algún peón, y primero que va y
vuelve, se pasa muchísimo tiempo. Son muy tardos y perezosos en re-
solver los negocios, aunque les importen mucho. En el Consejo de
Estado entran los maníes, y todos los que gobiernan las provincias
tienen en la corte otros maníes que cuidan de sus negocios, a quienes
contribuyen cada año con alguna porción, y esos se llaman con el mis-
mo apellido que los propietarios, como Maní Soñó, Maní Pemba, etcé-
tera. En las ciudades y villas tienen sus gobernadores, a quienes lla-
man Coluntos; éstos corren con los negocios civiles y criminales y los
concluyen en breve tiempo y en la siguiente forma .
2. — Siéntase el colunto en medio de la plaza, en una silla sobre una
alfombra, y tiene' la vara en la mano. A los lados se ponen algunos
de los más inteligentes y prudentes, pero sentados en el suelo. Luego
llegan los litigantes y se ponen en medio, de rodillas, a decir cada uno
74
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
SU razón. En habiendo hablado éstos, les da el juez licencia para que
cada uno elija por su abogado al que quisiere de los presentes. Des-
pués empiezan a defender sus partes, y, en habiendo hablado ambos
asesores todo lo que alcanzan en la materia, cesa el juicio y pronuncia
el colunto la sentencia ; y, sin más apelación, se concluye el pleito.
Todos los juicios son verbales, sin gastar en ellos ni una hoja de papel
y sin costas de escribanos, procuradores y asesores, atendiendo a sola
la justicia natural que dicta la razón y ser mejor el derecho del uno
que del otro. En las causas criminales hay la misma brevedad, y la
sentencia se efectúa luego sin dilación. Si el delito es contra la perso-
na real, probado ése, se le da riguroso castigo al delincuente, porque
le arrastran por las calles públicas y después en la plaza le degüellan
y le hacen cuartos. También pegan fuego a su casa y hacienda y hasta
los árboles le arrancan. Si el delito es ordinario, pero grave, le cuelgan
de un árbol, y a este modo tienen otras penas, según varios delitos.
Las cárceles son unos postes gruesos de madera, puestos en las plazas,
donde amarran a los presos con grillos y cadenas, y allí están al sol y
al agua, pero con guardas.
3. — No son dados los del Congo al tráfico, aunque desde que entra-
ron en él las naciones de Europa, se han ido aplicando a feriarles sus
géneros comerciales, pero sin salir de su tierra, por no tener embar-
caciones, excepto algunas canoas, ni especie alguna de caballerías. Los
géneros que tienen comerciales son cera, pieles de vaca y de búfalo y
otras, y mucho marfil por la abundancia que hay de elefantes. Si fue-
ran más aplicados, sin duda que pudieran hacerse muchos ricos ; pero
no lo son, y los extranjeros les llevan paños, telas, hierros, armas y
otras cosas necesarias para los oficios mecánicos. Alguna plata y oro
perciben el rey y los maníes con esos comercios, pero poco, que de
tributos no tienen cosa alguna de moneda de metal por falta de minas.
Acerca de su moneda usual, que' son ciertos caracolillos, y del sitio
donde se crian, que es su mina, se dará razón más adelante. Las casas,
casi generalmente son todas de maderos y paja, y es rara la que tiene
dos altos, y rarísimo el edificio que hay de piedra, excepto la iglesia ca-
tedral de San Salvador, y esto no por falta de piedra, porque hay mu-
cha y buena, sino por su poca industria. Todas las casas tienen patios,
y muchos las de los maníes y fidalgos, pero mal dispuestas y con apo-
sentos pequeños y puertas muy angostas. Las camas son de palos cru-
zados, cubiertos con una estera de varios colores, levantadas del suelo
como palmo y medio ; y con ser el sitio donde cada uno la tiene tan
corto que apenas caben tendidos, con todo eso, en ese mismo sitio
LA MISIÓN DEL CONGO
75
hacen lumbre todas las noches antes de' acostarse, y aunque sea en ca-
niculares. Verdad es que las noches por allá son siempre frescas, aun-
que no frías, y son iguales con los días, sin diferencia perceptible.
4. — Todos, así hombres como mujeres, andan vestidos más o menos
bien. El rey, los maníes y fidalgos gastan soberbias galas de paños
y telas de Europa, aunque su género de vestuario es muy diverso del
de Europa. La gente común se viste de herbajes de la tierra, que ellos
benefician, como el lino y cáñamo por acá, y les dan varios colores,
para lo cual tienen diferentes tinturas. Pero es cosa notable que todos
los hombres, hasta el rey, llevan siempre pendiente de la cintura un
pedazo de piel de alguna fiera, como de león o tigre, para dar con eso
a entender que son valerosos y que saben matar las fieras. El rey la
usa pequeña, pero los demás como de media vara. Zapatos, pocos los
usan, excepto los nobles, y generalmente usan sombrero ; y en él lleva
bordada la corona siempre el rey y con muchas piedras preciosas, y
al cuello lleva muy ricas cadenas, joyas y muchas sartas de perlas y co-
rales en las muñecas, y así, respectivamente, los maníes y fidalgos y
sus mujeres. De medio cuerpo arriba se ponen sobre la camisa una mu-
ceta hasta la cintura, y en ella llevan el hábito de Cristo los caballeros
de cuya Orden es Gran Maestre el rey, y hay muchísimos. Sobre la tal
muceta llevan una capa larga, la que cada uno puede y del color que
quiere, aunque gustan más del negro. En lugar de la muceta usan las
mujeres de ciertas sedas muy curiosas y llenas de franjas, y sólo el
Ijrazo derecho llevan descubierto ; y también tienen sus ingredientes
para refinar su color negro y ponerlo más lustroso. Todos nacen blan-
cos, pero las madres untan los hijos con ciertos aceites y los tienen al
sol todo un día, que es milagro no perezcan, y con eso quedan negros,
a lo cual ayuda principalmente alguna cualidad intrínseca. Esto se co-
noce en que muchos nacen muy blancos y, por más que los untan, nunca
se vuelven negros, y son cortísimos de vista y tienen el pelo como los
demás, aunque de color rubio.
5. — En todo el reino del Congo no hay ciudad murada ni torre ni
casa fuerte o castillo, y todas las fronteras están indefensas. iLos mon-
tes y cerros les sirven de defensa cuando tienen guerras. Son los na-
turales inclinados a ellas, fuertes y bien dispuestos, pero, por falta de
disciplina militar, perecen muchos millares en ellas. Dispónense breve-
mente para salir a campaña, porque, en tomando las armas y algo que
comer que llevan de sus casas, acuden luego sus escuadrones para for-
mar el ejército. Este lleva su general, maestres de campo, capitanes y
76
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
Otros oficiales inferiores, y en llegando a dar vista al enemigo en campo
raso, se hace señal de acometer con los tambores y cornetas que llevan.
Los escuadrones se embisten por su orden y, con flechas que se tiran,
caen a tierra los más de una y otra parte. Después pelean espada en
mano y con los chuzos y lanzas, y con tal ímpetu y confusión, que en
menos de una hora se llena el campo de muertos y se acaba la batalla.
Si alguna parte desmaya o si vuelve las espaldas algún escuadrón, el
resto del ejército hace lo mismo, y entonces, llenos de confusión, si-
guen los contrarios al alcance y hacen gran destrozo en los fugitivos,
porque éstos no saben rehacerse jamás. Los que salen con vida, huyen
a sus casas velozmente, y con eso se acabó la guerra.
G.— A causa de estar en el Congo tan distantes las poblaciones unas
de otras y no haber ventas en los caminos, padecen los caminantes suma
petialidad y muchos riesgos de la vida. Por lo cual necesitan llevar pro-
visión de un lugar a otro ; y para recogerse de noche, si no hay po-
blación, hacen en el mismo camino una choza de ramos y fajina, don-
de se albergan. Casi los más hacen esas provisiones robando y quitan-
do cuanto pueden a los pobres vecinos de los lugares pequeños ; y es
tal el desorden, que llegan a ellos ya el maní, ya el fidalgo, cargados
de esclavos, y dos que sean, quieren que los paisanos les den de comer
a todo pasto de balde. Cierto es que se lo darían, y de buena gana, y
aun a toda la comitiva ; pero los criados y esclavos son tan insolentes,
que sin esperar a que les den lo que les piden, se arrojan a robar cuanto
hallan, dentro y fuera de las casas, como quien entra a saco en tiempo
de guerra. Y como ven que los amos no los reprenden ni castigan, ni
los pacientes se atreven a resistirles, por ser esclavos de personas tan
nobles, sólo remedian su daño con ponerse a llorar y a dar gritos las-
timosos.
7. — Esta mala costumbre es causa de muchos daños, y en gran parte
de la destrucción de aquel reino, porque aquellos pueblos no se aumen-
tan de vecinos, antes se aniquilan, y los que quedan, temiendo ser ro-
bados, dejan de sembrar con abundancia y de criar aves y ganados de
cerda y otros, apeteciendo antes padecer necesidad que trabajar para
que otros se lo coman y lo hurten. A más de esos daños, resulta otro
no menor, y es que por esa causa desamparan sus casas y se van a vivir
a los montes y espesuras, donde no tienen doctrina ni Sacramentos ni
ellos ni sus hijos ; pero ni aun con eso están seguros de tan frecuentes
latrocinios. De todo lo cual resulta estar los caminos desamparados
y no hallar los misioneros en ellos abrigo alguno ni qué comer. Mucho
LA MISIÓN DEL CONGO
77
han trabajado para quitar tan pernicioso abuso, pero como los causado-
res del daño son los maníes y fidalgos del reino, y éstos son tan inte-
resados en la materia, no lo han podido remediar hasta hoy. Además,
que el rey no se atreve a apretar demasiado en eso, temiendo algún
levantamiento contra sí, porque, como es el reino electivo, aunque
aquellas gentes son muy amantes de sus reyes y señores naturales, con
eso son inclinados a novedades y a rebelarse fácilmente contra ellos con
cualquier pretexto, y así hay guerras civiles entre ellos casi continuas,
que tienen destruido el reino.
8. — Los estilos de aquella Corte son varios y ostentosos en aquello
que es capaz el país ; pero como no hay coches ni literas, no cuidan
de otra cosa que de ostentar su grandeza con buenas galas. La gente
noble es muy puntosa y ceremoniática ; con el tiempo se han ido pu-
liendo y aún adelantándose en la vanidad. Regularmente' hablando son
de buen arte y capacidad, y casi todos entienden v hablan la lengua
portuguesa. Su idioma propio es difícil de aprender y de hablar y en
algunas provincias es casi disímil. El rey tiene varios guardias que le
acompañan cuando sale de palacio y de noche y de día. También tiene
su capilla de música de instrumentos y voces, y siempre, como no esté
enfermo, asiste a los oficios divinos y sermón, o a la catedral o a la
iglesia del colegio de la Compañía o a la nuestra. Pero, sin embargo
de eso, tiene su oratorio en palacio y su capellán que le dice Misa. Para
regocijar la Corte suelen hacer en la plaza mayor cierta fiesta que lla-
man sangamento, y se reduce a salir los nobles en cuadrillas y hacer
ciertos alardes con las armas, unos de una parte y otros de otra, y lo
mismo el rey, y después corren todos confusamente como que se van
a coger unos a otros. Para este festejo llevan tambores y otros varios
instrumentos de guerra, que hacen gran ruido, y todos quedan muy
gustosos.
9. — Las reinas nunca salen de palacio y se sirven de muchas damas
y meninas, ni tratan con nadie si no es con ellas, y tienen su palacio
aparte y muy capaz, pegado al del rey. Cuando éste sale a algún viaje,
va metido en una red muy rica de seda, con sus franjones y borlas de
plata y oro, con sus almohadas de damasco y un quitasol de tela pre-
ciosa. Esa red la toman de las puntas los esclavos y, atándolas a dos
palos, caminan con gran velocidad y, en cansándose ésos, toman otros
los palos, y de esa suerte se van remudando. A éstos que llevan la red
les dan el nombre de caballos ligeros, y en esa misma forma caminan
en sus viajes los maníes y fidalgos y todos los que pueden, porque no
78
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
hay otro modo que ése o el irse a pie. Par«ce increíble la velocidad
con que corren, con llevar tanta carga ; pero son fuertes y muy ágiles,
y procuran entonces aliviarse de ropa, excepto lo que pide la hones-
tidad.
10. — Poniendo fin a la noticia general de los usos y costumbres del
reino del Congo, y habiendo sido él rey Don Alvaro VI el que pidió al
Papa nuestra misión el año de 1639, y Don García TT el que la recibió
en el de 1645, es preciso referir, y no pasar en silencio, un hecho me-
morable de estos dos príncipes hermanos y que sucedió el uno al otro
en la corona, por ser de los más heroicos y cristianos que ha visto el
orbe. Sucedió, pues, que el rey Alvaro V los persiguió con todo su
poder, sin más motivo que el ser bien vistos generalmente y mozos
de gallardo brío. Su fin era prenderlos para quitarles la vida, y con
eso asegurarse mejor en el Gobierno. Pero ellos, ayudados de su
inocencia, y principalmente de Dios, por medio de la intercesión de
su Purísima Madre, alistaron la gente que' pudieron de sus estados y
se pusieron en defensa. Todo les sucedió tan prósperamente, que en
una batalla que les dió el mismo rey en persona, después de otras que
habían precedido, le derrotaron enteramente su ejército y él solo vino
a dar en sus manos, casi muerto del cansancio, de la sed y de la ham-
bre', de forma que pudieron quitarle la vida a su salvo y acabar con
quien tanto los había perseguido y tan injustamente.
11. — Pero, favorecidos de Dios y superiores a si mismos, hicieron
una acción tan heroica, que excede a cuantas refieren los anales de
Alejandro y de César, y fué vencerse a sí mismos, hallándose tan agra-
viados y tan injustamente perseguidos ; pues viendo a su rey en estado
de tanta calamidad y casi a los umbrales de la muerte, así por el susto
como por las ofras causas, no sólo no le quitaron la vida, sino que
con piadosísisimas entrañas .se postraron a sus pies, y luego inmedia-
tamente, sin darle el menor sentimiento, le sirvieron la vianda que te-
nían para sí y le recrearon cuanto les fué posible. Después, tomando
entre los dos hermanos una red, de las que usan en los viajes, pusie-
ron en ella a su vencido rey y le' llevaron algunas millas, hasta poner-
le en parte segura y en pacifica posesión de su reino. Alcanzando con
esta victoria de sí mismos otra más gloriosa y plausible que la que
habían conseguido con el vencimiento y cautiverio de su rey. Ejem-
plar, por cierto, raro y digno de perpetua memoria para la instrucción
de la fe, lealtad, piedad y urbanidad que los vasallos deben tener y
guardar con sus reyes, principes y se-ñores naturales. Premióles Dios
LA MISIÓN DEL CONGO
79
tan heroica cuanto cristiana acción con que ambos hermanos fuesen
inmediatamente reyes al cabo de algún tiempo : primero, Don Alva-
ro VI, y luego. Don García II.
12. — A éste le sucedió en el principio de su reinado, el año de 1641,
cuando pasaron de Angola al Congo los holandeses a establecer su
comercio, que entre las cosas ricas que le presentaron para ganarle
la voluntad, le metieron un Hbro impreso en lengua portugue'sa, cu-
riosa y costosamente encuadernado, lleno de herejías de Calvino y de
Lutero. para irle poco a poco sugeriendo sus errores y pervertirle' de
la fe católica romana y, consiguientemente, a sus vasallos. Advirtió
el rey eil designio y mandó a un confidente que se le leyese, y, ha-
biéndose hecho capaz de lo que contenía, dió orden para que se jun-
tasen los grandes y plebeyos de toda la corte' en la plaza mayor y que
en ella se encendiese una grande hoguera. Y después, en presencia
de todos y de los mismos holandeses, hizo un largo razonamiento y
muy fervoroso, con que exhortó a sus vasallos a la constancia y fiel
observancia de la fe católica romana, y al fin de él, con gran despre-
cio, arrojó el libro en el fuego. Luego, con la espada en la mano y
vuelto el rostro hacia la iglesia catedral, hizo de nuevo la protesta de
la fe, confesando públicamente estaba siempre pronto a verter por ella
su sangre y dar la vida por su conservación. Con esta demostración
tan católica, y que corrió por todo el reino brevemente, quedaron ad-
vertidos los vasallos para no dejarse engañar en adelante, y los ho-
landeses escarmentados de calidad, que nunca más se han atrevido a
hacer semejantes tentativas, porque, sin duda, los harian pedazos los
naturales.
CAPITULO IX
6
i
I
I
I
De cómo el rey y el cabildo de San Salvador enviaron un
embajador a los misioneros, de la partida de algunos de
ellos y cómo fueron recibidos del rey con grandes demos-
traciones de afecto y devoción.
1. — Volviendo ahora a buscar a nuestros devotos misioneros, a
quienes dejamos en Pinda, padeciendo sus graves enfermedades, los
hallaremos aun no bien convalecientes y, en medio de eso, engolfados
en negocios de gran consideración, así para el mejor expediente de
su apostólico ministerio como para establecer la paz común en aquel
reino, entonces muy turbado con guerras y discordias entre el rey y
el conde de Soñó, que también tiene titulo de principe. A estas dis-
cordias precedieron varios motivos ; pero los que llegaron a entender
aquellos Padres consistían en la desconfianza y poca seguridad con
que vivía el conde del rey y éste del conde. Pretendía el rey no sólo
conservarse en el gobierno, sino también dejar por su sucesor en la
corona a su hijo mayor y hacerla hereditaria en su casa. El conde pre-
tendía mantenerse en su estado y no quería venir en eso ni perder
la acción que podía tener a la corona en la primera vacante. Fuéronse
encrespando las cosas de manera que', habiendo enviado el rey a lla-
mar al conde para que pasase a la corte, se excusó varias veces y
no fué. Después se acriminó el negocio tanto, que envió el rey ejér-
cito poderoso contra el conde para prenderle y castigarle ; pero él
con su gente salió a campaña y no sólo derrotó al ejército del rey,
sino que hizo prisionero de guerra al hijo primogénito del rey, que
había ido por lugarteniente general de su ejército ; lo cual sucedió
quince días antes que llegasen a aquel reino los misioneros.
2. — Enconados así los ánimos y deseando éstos hallar camino para
pacificarlos, hablaron al conde varias veces, persuadiéndole se rindie-
84
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
se a la obediencia del rey, mayormente habiéndoles mostrado una car-
ta suya, en que le' convidaba con la paz, entre cuyas cláusulas decía :
Que si iba a la Corte con el príncipe su hijo, en compañía de los Pa-
dres Capuchinos del Seráfico Padre San Francisco, no dudase que le
recibiría con benevolencia, llevando tales padrinos. En medio de esta
expresión no se fiaba el conde de tales promesas, v sus amigos y pa
rientes que tenía en Soñó y en la corte le persuadían que no se fiase
de tales palabras, pues a la corta o a la larga se había de vengar de
él. Viéndole el Prefecto tan tenaz, después de varias réplicas, le habló
con resolución y le dijo : Señor, a mí se me retarda el viaje de pasar
a la corte para darle al rey la embajada que traigo del Sumo Pontí-
fice, y si prosigue V. E. en detenerme, sepa que incurrirá en las ex-
comuniones que hay puestas por los Pontífices contra los que' impi-
den maliciosamente a los misioneros apostólicos el libre ejercicio de
su ministerio. Apenas oyó esto, cuando al instante se rindió protes-
tando que él era hijo obediente de la Santa Sede Apostólica y que en
obsequio suyo quería sacrificarlo todo ; que si hasta entonces los había
detenido, entreteniendo su partida, era por la pena que sentía de care-
cer de su amable' compañía, y que, en el punto de la paz, él la deseaba
mucho y entregaría el príncipe al rey con tal que Su Majestad cum-
pliese dos condiciones : la una, que no le obligase a salir de su estado,
y la otra, que no le hiciese' la guerra.
í?. — El Prefecto le aseguró trataría ese negocio con toda eficacia y
le dijo confiaba en Dios que se habían de allanar todas las dificulta-
des presentes. Con esa promesa, que no salió vana, aunque se retardó
algn tiempo, pasó el conde a darle al Prefecto gente práctica que le
acompañase a la corte, sin la cual era cosa imposible hacer el viaje.
Determinó salir el día de Nuestra Señora de agosto y llevar consigo
a los Padres Fr. Buenaventura de Cerdeña y Fr. Juan Francisco de'
Roma y a Fr. Jerónimo de La Puebla. I,os demás se quedaron en Soñó,
continuando su convalecencia, para proseguir después sus misiones por
todo el condado. Dispuesto ya el viaje, llegó noticia de que venía de
la corte un sacerdote con cartas del rey y del Cabildo de la catedral
para el Prefecto y sus compañeros, a cuya causa fué preciso suspender
el viaje y esperarle, por hallarse ya cerca de Soñó. TJegó el sacerdote
el día siguiente y entregó al Prefecto las cartas que venían llenas de
favores y honras, manifestando los grandes deseos que' todos tenían
de verlos en San Salvador. Respondió el Prefecto a las cartas con la
debida urbanidad y agradecimiento, participándoles cómo inmediata-
mente se ponía en camino con algunos de sus compañeros. Despidióse
LA MISIÓN DEL CONGO
85
el enviado y marchó luego, yendo gozosísimo con tales nuevas. Lo
mismo hizo el Prefecto con el conde y demás personas nobles, y toma-
ron el camino para San Salvador, pero con más espacio, por su poca
salud die' todos sus compañeros y haber de ir a pie.
i. — Los trabajos que padecieron en ese viaje fueron sobremanera
grandes, porque fué preciso caminar por un desierto inculto, subiendo
y bajando montes asperísimos y vadear muchos rios, pasando seis días
continuos sin hallar habitación alguna de racionales, aunque sí mu-
chas de fieras que pueblan aquellos montes. Y así fué providencia del
cielo el que no volviesen a enfermar de nuevo, y aun el perder la vida
por el poco sustento y fatiga del sol y del camino. Suavizóles el Señor
soberano tantos trabajos y penalidades, primero con los socorros de
su divina asistencia, y segundariamente con haber bautizado infinidad
de niños durante el viaje, así del condado de Soñó como de las tierras
del rey, que están a la salida del desierto referido. Después, a distan-
cia de tres jornadas de la corte, noticioso el rey de su cercanía, les
escribió en lengua portuguesa con un caballero muy ilustre, pidiendo
se sirviesen de detenerse un poco y darle lugar para sahr en persona
con toda su corte a recibirlos. Pero el Prefecto le respondió dándo-
le rendidas gracias por tan gran favor, y le suplicó se abstuviese de
tal demostración, por no ser conforme a nuestro humilde estado, y
que con el benepilácito de S. M. dispondrían su entrada en la corte
a prima noche, solos y sin séquito de acompañamiento, como pobres
peregrinos hijos de San Francisco.
o. — Vista esa respuesta, tan cortés como humilde, quedó admirado
el rey y sumamente edificado, y al instante volvió a escribir con el
mismo caballero, diciendo que se conformaba con su parecer y sólo
por darles ese gusto. Prosiguieron su viaje y etitraron en la corte a
prima noche, sin ruido de acompañamiento y con toda modestia y si-
lencio ; llegaron cerca de la iglesia catedral y, postrados en el suelo,
dieron afectuosas gracias a Dios por haberlos llevado hasta allí, al
cabo de tantas fatigas y trabajos como habían padecido desde que sa-
lieron de España. Acabada su oración y hacimiento de gracias, fueron
a ser huéspedes del sacerdote que llevó la primera embajada a Soñó,
y se llamaba Don Miguel de Roboredo. Fué hermano legítimo del rey
Don Alvaro V y etitonces era capellán del rey y había salido a reci-
birlos a cinco leguas de camino. Premióle Dios a este piadoso sacer-
lote el buen hospedaje que hizo a los pobres seráficos en su casa, por
que, después de no largo tiempo, le hospedó en la suya N. P. San
86
MISIONES CAi'UCHINAS EN ÁFRICA
Francisco. Tomó nuestro santo hábito y profesó allí, con gran devo-
ción y edificación de aquella Corte. Llamóse Fr. Francisco de San
Salvador, y después les sirvió de principal intérprete a los compañeros
para hacer cate'cismo y vocabulario de la lengua del reino, y él pre-
dicaba con gran fervor y fué varón de gran virtud y por todos cami-
nos Utilísimo a la misión (25).
6. — Apenas habían entrado aquellos Padres en la casa de su hués-
ped, Don Miguel de Reboredo, cuando le avisó un criado cómo el
rey estaba ya a la puerta, que quería ver a los religiosos. No le dió
lugar su grande afecto y devoción a esperar a la mañana, y así, en
sabiendo su llegada, salió luego de' palacio y les fué a visitar, aunque
era ya de noche, bien que con suficiente número de criados y buena
guardia de soldados para cualquier contingencia que se pudiese ofre-
cer de parte de sus émulos, que a la verdad eran muchos y vivían muy
desabridos y aun ofendidos de su gobierno por varios sucesos pasa-
dos. En entrando en la pieza, se levantaron los Padres, y Don Miguel
le señaló cuál era el Prefecto, y luego, sin hablar palabra, se puso
de rodillas y le abrazó con notable humildad y afecto. Recibióle tam-
bién de rodillas el Prefecto, y así estuvieron abrazados un buen rato,
besándole las manos y el hábito, causando admiración y aun lágrimas
de ternura a todos los circunstantes. Con los compañeros hizo las
mismas demostraciones y siempre de rodillas. Y ya que hubo acabado
de abrazarlos a todos, se levantó y se sentó en un banco raso y les
mandó que todos se sentasen junto a S. M. Empezó después a platicar
con ellos por medio de su capellán, Don Miguel, que sirvió de intér-
prete, y la conversación se redujo a explicar cuán grande era el júbilo
que sentía en su alma con la llegada a aquella corte de Padres tan de-
seados, y especialmente en tiempos en que todas sus provincias se ha-
llaban sumamente necesitadas del auxilio de tan apostólicos obreros,
por lo cual daba a Dios las gracias.
7. — Tomó después la mano el Prefecto y, habiéndole significado al
rey el singular afecto con que le amaba el Sumo Pontífice y a todos
í
^'¿o) Ül P. Anguiano, lo mismo aquí que en otras partes, llama a este sacerdote
Miguel Roboredo, siendo así que su verdadero nombre es el de Manuel. Ayudó mu-
chísimo a los misioneros con su influencia y más aun en el aprendizaje de la lengua, i
como luego hemos de hacer notar mejor. Murió el 29 de octubre de Ififl."», en la ba- [
talla de Ambuíla, en la que fué derrotado el rey del Congo ; siguió siendo capuchino '
hasta su muerte.
T,a fecha de llegada de lo^; Capuchinos a San Salvador, capital del Congo, fué el
2 de septiembre de 1645.
LA MISIÓN DRL CONGO
87
SUS vasallos, le ponderó el gran cuidado que ponia en socorrerlos de
misioneros apostólicos y le tendría en adelante. Refirió todas las difi-
cultades que se habían ofrecido no por su parte ni por parte de la re-
ligión, sino por accidentes de los tiempos y falta de embarcaciones.
Que él y sus compañeros venían muy gustosos a servirle en lo que
pudiesen, y que toda la religión le amaba y le serviría en adelante,
como lo vería por experiencia, en fe de lo cual había enviado a Roma
dos de sus compañeros a pedir mayor número de religiosos, por reco-
nocer eran pocos y muy dilatado €l reino. Estas y otras razones ex-
presó el Prefecto con los más vivos afectos que' pudo, y el rey las oyó
con singular alegría y les repitió las gracias por todo. Después se dis-
currió sobre varias materias, en que se gastaron dos horas, y al fin
de ellas se despidió de los Padres, haciendo las mismas demostracio-
nes que hizo a la entrada y con la misma humildad y reverencia. De
todo lo cual coligieron aquellos Padres cuan falsa había sido la voz
que, así en España como en Soñó, había corrido contra rey tan cató-
lico, y que fué la emulación quien la dió cuerpo.
8. — El día siguiente, que fué a los tres de septiembre de 1645, tu-
vieron los Padres la audiencia pública de su embajada. Recibióla el
rey en su capilla, después de' haber oído Misa, y para esta función sacó
la mejor gala de brocado de oro que tenía. Estaba sembrada de perlas
y de otras piedras preciosas ; al cuello tenía pendientes diferentes ca-
denas de oro, lazos y joyas de mucho precio. El sitial era una silla
labrada al uso del país, pero forrada en terciopelo carmesí y ricame'nte
tachonado. A los pies tenía un tapete grande, con algunas almohadas,
todo del mismo terciopelo, guarnecido con flecos y borlas de seda y
oro. Asistieron en la capilla el capellán Don Miguel y algunos de los
maníes o grandes del reino, que se hallaban en la corte. Pero afuera
había número crecido de tíitulos y fidalgos, y más afuera y en la plaza
de palacio, había lucidísimos guardias y muchos escuadrones bien for-
mados, puestos unos y otros en dos filas. Al tiempo de entrar los Pa-
dres se quitó el rey el sombrero y luego se puso de rodillas y fué
abrazando cariñosamente de uno en uno a los religiosos y les besó el
hábito por tres veces. Volvió después a la silla y los mandó sentar
en asientos del país. Entonces el Prefecto, con el debido acatamiento,
le puso en la mano el Breve que llevaba de Su Santidad y la carta
particular que le enviaba. Uno y otro recibió de rodillas, vuelto el
rostro hacia el altar, y, besando por tres veces así el Breve como la
carta, con raras muestras de devoción puso uno y otro sobre' su cabe-
za, dejando a todos admirados.
88
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
í). — Sentóse después y mandó al capellán k leyese el Breve y que
se le explicase en su lengua nativa, reservando la carta para leerla a
solas más despacio. Leyó el secretario el Breve, que lo era el mismo
capellán, y, al tiempo de volvérsele al Prefecto, el rey hizo las mismas
ceremonias de besarfle tres veces y ponerlo sobre su cabeza, que hizo
cuando lo recibió. Luego pasó a significar en su lengua el sumo gozo
que su alma sentia con el Breve y carta de Su Santidad, lo cual, dijo, es-
timaba más que todos los tesoros del mundo. Hizo después a los Pa-
dres varios ofrecimientos de su persona y reino, mostrando en todo
un ánimo generoso y un rendimiento devotísimo a la Santa Sede Apos-
tólica. Dió también las gracias al Prefecto por el favor que la Religión
le había hecho en enviarle sus hijos, y con esto se despidieron, abra-
zándoles ed rey en la misma forma que los recibió al principio. De allí
adelante tuvieron aquellos Padres otras muchas audiencias secretas, y
en la siguiente a la pasada presentó el Prefecto al rey y a la reina
diferentes cosas de devoción y, entre ellas, una carta de Hermandad
de nuestro Padre General, por la cual los hacía participantes de los
frutos y bienes espirituales de la Orden. Y para recibir ésta, como
también la Bendición Apostólica del Sumo Pontífice, se puso de rodi-
llas. Estimó mucho las reliquias y cosas de devoción que se le presen-
taron y las mandó poner en su capilla con toda decencia.
10. — En los días siguientes se fué informando de los Padres de
cuanto necesitaba saber y no quiso permitir que persona alguna de
excepción hablase con ellos hasta que se hubo satisfecho de todo.
Después no hubo alguna que dejase de visitarlos y con demostracio-
nes notables de urbanidad y agasajo. Dió después a los religiosos el
rey la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria, que él mismo había
mandado fabricar poco antes, la cual, aunque sus paredes son de tie-
rra, son buenas y fuertes y están blanqueadas por dentro y fuera. Ha-
bíala consagrado a la Reina de los Angeles, en agradecimiento de las
victorias que' había conseguido antes y después de entrar a reinar, y,
por ser templo tan de su devoción, quiso donársele a los Padres para
que sirviesen en él de capellanes a la Madre de Dios, y con tan sobe-
rano principio echaron los cimientos al primer convento y custodia del
Congo, que hasta hoy mantiene nuestra Seráfica Capucha. También
les hizo acomodar una casa adyacente, con su huerta muy capaz, todo
dentro de la ciudad, con el ánimo de edificarles después allí convento
de planta, luego que pasasen las lluvias, como lo hizo.
LA MISIÓN DEL CONGO
89
11. — Mandó otro día hacer reseña y s€ juntó casi toda la gente
en la plaza mayor, y exhortó a todos que, pues que Dios les había
favorecido tanto en enviarles tan apostólicos varones, que procurasen
de enmendar sus vidas, viviendo católicamente y aprovechándose de
su santa doctrina, quitar las malas costumbres y aprender las buenas
y virtuosas. Importó mucho esa exhortación y el rey la hizo con gran-
de energía, porque era discreto y naturalmente elocuente. Protestó
cómo había deseado mucho venir a Roma a besar el pie a Su Santidad
y a manifestar a los reyes y príncipes católicos la falsedad que a él y
a todos sus vasallos les habían imputado d€ que habían admitido las
herejías de los holandeses cuando se apoderaron de Angola ; acerca
de lo cual se quejaba vivamente de ciertos portugueses residentes en
su reino y en los circunvecinos, por causa del comercio, los cuales,
decía, le habían sido siempre contrarios y mal afectos por sus particu-
lares intereses.
12. — El punto y honra de príncipe católico le picó tanto, que quiso
comprar un navio para venir a Roma personalmente, y lo hubiera eje-
cutado, si el Prefecto no se lo hubiera impedido con gravísimas razo-
nes. Aconsejóle que tuviese paciencia y que sacrificase a Dios su sen-
timiento, pues en llegando a Roma los dos religiosos que volvieron a
España, ellos informarían de la verdad a Su Santidad y a la Sacra
Congregación, y desvanecerían la mala voz esparcida y, como fieles
testigos, referirían las singulares muestras de ReHgión católica que
habían visto y experimentado en Pinda y Soñó. Los manicongos sen-
tían amargamente el desdoro que' se había seguido a su nación, y aun
la gente vulgar se quejaba agriamente de los portugueses, y sucedió
lo que veremos adelante.
'I
CAPITULO X
I
I
I
Hace el rey a los Padres nuevas demostraciones para más
sincerarse de las calumnias pasadas, permíteles que paguen
las visitas y concítanse contra ellos los portugueses.
1. — Fué alta providencia del cielo el que llegasen los Capuchinos
en aquella ocasión a San Salvador, porque con eso evitaron dos gran-
des daños : el uno, de que los holandeses se abstuvie&en de la preten-
sión de propagar en ella el veneno de sus errores para inficionar todo
el reino ; el otro, para apagar el fuego de las discordias mortales que
se había encendido algunos años antes entre los manicongos y los
portugueses residentes en aquellas tierras. Esas se volvieron a encen-
der de nuevo, hallándose allí ya el Prefecto con sus compañeros, y
con los motivos que veremos, todos muy ajenos de razón, de verdad
y de justicia. Para dichos Padres fué materia no poco molesta el haber
de oír las quejas de los naturales contra los portugueses y las de éstos
contra aquéllos, y, aunque procuraron componerlos, no se pudo con-
seguir fácilmente en largos tiempos, padeciendo por ello también sus
calumnias los pobres religiosos, hasta que se desengañaron los portu-
gueses y conocieron su desinterés y su modo de proceder apostólico.
2. — Pasadas, pues, las demostraciones del rey de afecto y devo-
ción, ya mencionadas en el capítulo antecedente, mandó a su secreta-
rio, para más sincerarse de las calumnias que le habían impuesto, el
que les leyese a los Padres dos papeles firmados : el uno de los canó-
nigos de' la catedral, pro Capítulo, y el otro del R. P. Rector de la
Compañía de aquella corte ; todos los cuales eran originarios de Por-
tugal y no poco afectos a su nación ; por lo cual se les debía aún ma-
yor crédito en la atestación uniforme de los dichos papeles. En el
primero se contenía el suceso, ya referido, cuando, tomada Angola
por los holandeses, pasando al Congo éstos a establecer su comercio
94
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
y a diseminar sus herejías y lo que hizo entonces, manifestando públi-
camente ser profesor de' la fe católica romana. En el segundo papel
se contenía cómo después de haberse apoderado dichos holandeses, a
fuerza de armas, de Angola y de otras plazas de aquellas conquistas,
y echado fuera los portugueses que las poseían, S. M. no sólo no les
dió auxilio a los holandeses pero despachó diferentes personas por
sus provincias, convidando a los portugueses que vagueaban por ellas
para que fuesen a su corte, donde los ampararía y defendería ; que
algunos aceptaron la oferta y que esos vivían y tenían en pie sus ha-
ciendas ; pero que los que no quisieron valerse de ese favor habían
perecido a manos de los holandeses, por ser ellos muy aborrecidos por
su soberbia y ruines tratos con ellos ; que a ésos no los pudo defendfer
de la furia popular, como defendió a los otros, y que, aunque algunos
dieron auxilio a los holandeses, fué irritados, y sin intervención suya
ni poderlo remediar.
3. — ^Todo lo sobredicho sucedió por los años de 1640 y siguiente,
antes de llegar al Congo los Capuchinos ; pero sin embargo, cuando
llegaron a ese reino, el año 1645, todavía duraban las discordias entre
las naciones, y no satisfechos los naturales, por el odio concebido con-
tra los portugueses, quisieron acabar con ellos y sin duda lo hubie-
ran hecho, si Dios poderosamente no los hubiera detenido y los reli-
giosos no se hubieran interpuesto para templar a unos y a otros. De
tan cristianos oficios y dignos de toda estimación, si se consideraran
debidamente, resultó, para mayor corona suya, mover los portugueses
con sus cavilaciones una oposición notable contra ellos, que les dió
mucho que padecer y en que merecer. Dios, empero, volvió por su
causa y se desengañaron de sus vanas fantasías e imaginaciones fan-
tásticas y, de desafectos y contrarios, se convirtieron en especiales
devotos y bienhechores.
4. — Habiendo ya concluido el rey sus dependencias con los religio-
sos y sincerándose con ellos de' las calumnias referidas, les dió permiso
para que pudiesen pagar las visitas que les habían hecho los maníes
y fidalgos de la corte. Pagáronla, en primer lugar, al Ilustrísimo Ca-
bildo, estando congregado capitularmente en su iglesia. Y, después de
recíprocos y urbanos cumplimientos, sacó el Prefecto él Breve Apos-
tólico que llevaba y se lo presentó y le pidió su beneplácito para acep-
tar la iglesia, por ser en Sede vacante, y el sitio que el rey gustase
darles para su morada. Halláronse a la sazón el Vicario General, el
Arcediano y otro canónigo anciano ; los demás estaban enfermos o au-
LA MISIÓN DEL CONGO
95
sentes de la corte. Pero de los seglares cortesanos fueron muchos los
que asistieron a la función. Habló el Arcediano por todos y concluyó
su racionamiento diciendo : que reparaba que no hubiesen ido al Con-
go por la vía de Portugal y en que el Breve de Su Santidad no iba
refrendado del rey Don Juan de Portugal, ni de algún embajador o
ministro suyo. Era este Arcediano portugués y muy apasionado por
su nación y, aunque también lo era el canónigo anciano, con todo
eso no se entrometía en materias de Estado ni en lo que no le impor-
taba. Por cuya causa era de todos bien visto y muy querido del Vica-
rio y de los demás canónigos, todos los cuales son criollos y descen-
dían de Portugal o por parte de padre o por parte de madre. Por esa
causa, y por el reparo que hizo el Arcediano, juzgaron aquellos Pa-
dres se les haría algún mal oficio que les impidiese la prosecución de
su ministerio. Mas, satisfaciéndole con la verdad del hecho, cesó el
inconveniente que recelaron, y obtuvieron el permiso que pidieron con
mucho gusto suyo y de toda la corte que lio deseaba ver ya efectuado.
5. — Al primer punto de la objeción del Arcediano satisfizo el Pre-
fecto, diciendo : Que la embarcación para aquel reino se le había ne-
gado en Lisboa, después de diez meses que había estado en aquella
ciudad solicitándola. Al segundo respondió que la Silla Apostólica aun
no había conocido por rey de Portugal al duque de Braganza. Al ter-
cero respondió : Que el rey del Congo era absoluto y no sujeto a otro
rey y con su beneplácito podían entrar en su reino los cristianos cató-
licos y cualesquiera persona sin pasaporte de otros principes. Y, últi-
mamente, que, cuando no hubiese esas razones, bastaba el haber sido
enviados por la Santa Sede' Apostólica y con ciencia cierta de todo lo
dicho, la cual es sobre todos los reyes cristianos y no está obligada
a subordinar las misiones de los ministros evangélicos a los reyes, sí
bien lo podía hacer graciosamente cuando quisiese y juzgase convienir.
6. — Además que, pues la Sacra Congregación, con consulta de Su
Santidad, los había enviado sin aquel requisito, antes bien mandado
solicitar la embarcación por medio del Rey Católico Felipe IV, no de-
bía de ser necesario. Pero que, no obstante eso, si Su Majestad con-
guesa y el Capítulo no los admitía en el Congo, pasarían sin repug-
nancia a plantar su misión a otras tierras con la bendición de Dios,
pues había muchos reinos de gentiles a donde poder trabajar y ejer-
citar su ministerio. En oyendo esto el Arcediano, cesó en las réplicas
y quedó tan manso, que dijo : Que había propuesto aquella dificultad
no por apasionado a Portugal, sino sólo para que se entendiese que
96
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
había en el Cabildo hombres de letras. A lo cual le respondió el Pre-
fecto diciendo : Que en otras mayores agudezas y más oportunas oca-
sionies esperaban aquellos Padres conocer su gran talento y aprender
muchas cosas y, principalmente, de su virtud. Con eso quedaron admi-
tidos del Cabildo y se despidieron de los Capitulares con mucha paz
y urbanidad.
7. — Pero, aunque nunca se prometieron contradicción alguna, y me-
nos de esa especie y de semejante sujeto, a quien por parte alguna
le tocaba introducirse en materias de' Estado, con todo reconocieron
que por aquella vía se les habían de ofrecer otras muchas en adelante.
Lo cual ha sido de suerte, hasta estos últimos tiempos, que han dado
mucho que padecer los naturales de Portugal, que habitan en aquellas
tierras, a los Capuchinos que las frecuentan para la conversión de las
almas, sin más motivo que sus razones de Estado.
8. — Poco después del suceso referido les sobrevino a los Padres
otra nueva y aun mayor borrasca por medio de un portugués residen-
te en aquella corte, y fué con tal vehemencia su etnpeño, que los eóle-
siásticos de Mazangano, donde' estaban fortificados los portugueses,
que se retiraron de Angola cuando entraron los holandeses, negaron
la obediencia al Capítulo, Sede vacante, del Congo, juntamente con
el gobernador de aquella plaza, que domina algunas tierras de negros,
V en lo espiritual siempre han sido subditos del Obispo y del Capítulo,
.Sede vacante, dal Congo : dando por motivo que éste había negado la
obediencia al rey Don Juan de Portugal y dádosela el rey de Casti-
lla, supuesto que había admitido a los misioneros que fueron por or-
den suya. Para ese efecto enviaron cierto embajador con instrucciones
de lo que había de' ejecutar y, entrie otros puntos, se le mandó que
pidiese al rey que mandase luego salir de su reino a los misioneros Ca-
puchinos, por ser vasallos del rey de Castilla.
9. — Llegaron a entender aquellos Padres lo que tan sin razón ni
justicia se maquinaba contra ellos y en daño de las pobres almas de
aquellas tierras. No quisieron, con todo eso, dar el menor sentimiento
de su agravio, sino dejarle a Dios su causa y dedicarse a un total su-
frimiento, rogando a Dios por los que les calumniaban, esmerándose
en hacerles todo el bien que podían, y aun con más amor y afabilidad
que a los demás. Duró esa pretensión algunos días, y de esa suerte,
volviendo gracias por agravios, granjearon la voluntad de todos los
eclesiásticos y seglares y de los portugueses, y en tanto grado, que
lodos los socorrían según su posibilidad, y aun rl embajador de Mazan-
LA MISIÓN DEL CONGO
97
gano fué uno de los mayores devotos que tuvieron, el cual, con la
comunicación de los religiosos, vino en claro conocimiento de su mu-
cha virtud y que sólo buscaban el bien de las almas. A cuya causa no
quiso hablar palabra al rey sobre el punto que tanto It habían encar-
gado de que los mandase salir de su reino.
10. — Pasada esa borrasca, trazada por el común enemigo del géne-
ro humano, con la licencia del Capítulo, Sede vacante, que ya tenían,
pasaron aquellos Padres a tomar la posesión de la iglesia de Nuestra
Señora de la Victoria, de que ya el rey les babía hecho donación. Pero
como les faltase sacristía, trató S. M. de que se hiciese luego y para
ello, a imitación del emperador Constantino el Magno, llevó sobre sus
hombros doce piedras. Y, movidos de su ejemplo, hicieron lo mismo
los maníes o grandes señores y los caballeros de la corte, con que
se acabó presto la sacristía. Ese santo templo es muy devoto y en
él preside la sagrada imagen de la Purísima Concepción de Nuestra
Señora, Patrona de toda nuestra Seráfica Religión y muy particular-
mente de esa apostólica misión y Custodia del Congo, pues, como se
puede notar, en todas sus tormentas de mar y en todos sus trabajos
de tierra siempre recurrieron a María Santísima y hallaron en su am-
paro la seguridad, el alivio y todo consuelo.
7
CAPITULO XI
Envía el rey a los misioneros un gran regalo, señálales
sitio por su mano para huerta, y dícese cómo ejercitaron
su ministerio en aquella Corte y su grande ejemplo.
1. — Cada día se admiraban más los cortesanos de San Salvador y
se confundían más, viendo los ejemplos admirables de los misioneros
en todas líneas ; pero, sobre todo, les llevó más la atención a admirar
su desasimiento de' las cosas temporales, faustos y aplausos, la tole-
rancia en las adversidades, su modestia, su templanza, contentándose
con lo muy preciso, su afabilidad con todos, y el ver prácticamente que
sólo y en todo buscaban a Dios y la salvación de las almas, para cuyo
efecto no perdonaban trabajo ya de' día, ya de noche ; atendían con
suma caridad a los prójimos en todas sus necesidades espirituales y
corporales, predicando, confesando, instruyendo «n la doctrina evan-
gélica a todos, grandes y pequeños. Todo esto se atetidía y considera-
ba ; pero lo que les pasmó, por cosa muy singular e inusitada, y acaso
jamás vista en aquel reino, fué la acción siguiente con la cual sellaron
y confirmaron el crédito de varones apostólicos que tenían, quedando
en pleno conocimiento de que eran hombres que practicaban consigo
mismos cuanto predicaban a los otros para la reformación de sus cos-
tumbres.
2. — Envióles, pues, el rey un regalo magnífico y a la verdad de mu-
cho valor para aquella tierra ; ése se componía de diferentes animales
vivos, como cerdos, cabras, gallinas, harina y cantidad de grano para
hacer pan y demás a más hasta doscientos ducados de la moneda usual
del país, cincuenta para cada uno de los religiosos, y un recaudo muy
cumplido. Para esta ocasión reservamos tratar de las monedas del Con
go, de las cuales trataremos ahora, como también de la mina de donde
las sacan. Esa moneda con que todos comercian, son ciertos caracoli-
102
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
líos marítimos qu€ se crían en una isleta dentro del mar, la cual está
enfrente de Angola y viene a formar el puerto de San Pablo de Loan-
da. Lllámase la Isla del Rey por ser del del Congo y a donde tiene la
pesquería de dichos caracolillos. Esta viene a caer cerca de las dos bo-
cas por donde entran en el mar el Dande y el Bengo, ríos de Angola.
A la parte del Bengo yace el puerto de San Pablo, y aunque es ciudad
marítima de Angola, toma el apellido de otra, por estar vecino a la isla
de Loanda. De esos caracolillos hay sus diferencias, porque unos son
mayores y otros menores. Los más pequeños son del tamaño de un
grano de trigo, y ésos y los grandes son de un mismo color y hechura..
Los que son mayores tienen más valor, de suerte que mil de ellos va-
len por diez mil de los más pequeños. El modo de contratarlos no es
por número, sino por medidas, que allí llaman cofos, y ésas están mar-
cadas con las armas reales. Esta, en fin, es la moneda de aquel reino
y con ella se comercia entre ellos sin admitir otros metales (26).
3. — El Prefecto, habiendo visto tan excesivo presente y reconocido
que no era conveniente admitirlo, respondió a los fidalgos que lo lle-
varon, diciendo : que lo estimaba sumamente, pero que él y sus compa-
ñeros profesaban la Regla de nuestro Padre San Francisco, la cual les
prohibía recibir no sólo dinero, sino también cualquiera otra limosna
superflua y de mucho valor, como lo era aquélla ; que nuestro modo
de vivir se practicaba mendigando, como pobres, pidiendo de puerta en
puerta limosna, no de dinero o cosa semejante, sino de las cosas nece-
sarias para vivir en su propia especie, por amor de Dios, sin poder te-
ner hacienda alguna en la tierra ; y que así se volviesen con el regalo
y de su parte y también de sus compañeros diesen rendidas gracias y
que ya iría él a ponerse a los pies de S. M. cuanto antes pudiera. Cau-
sóles notable admiración esta renuncia a los fidalgos y, reparando en
que el rey su señor sentiría el que se volviesen con el regalo a su pre-
sencia, les motivó a instar al Prefecto para que lo recibiese. No lo ad-
mitió y para su seguridad les ofreció que él saldría a todos los riesgos
que se les pudiesen ofrecer, pero que no temiesen la indignación del
rey, porque Dios, por la intercesión de San Francisco, nuestro Padre,
infundiría en su ánimo tal capacidad que echaría a la mejor parte cuau-
(2(i; Mü era solamente en el Congo donde se iL^aban como moneda estos caraco-
lillos, sino que, según testimonio del P. José de Nájera, Capuchino, misionero a me-
diados del siglo XVII en el reino de Arda, próximo al Congo, se empleaban con
ese mismo fin en toda aquella costa africana (Cfr. su Espejo Místico en que el hom-
bre interior se mira prácticamente ilustrado, Madrid, 1672, tal lector», f. 9 v. y pá-
gina 278).
LA MISIÓN DEL CONGO
103
to ellos obraban para mayor pureza de la observancia de su santa Re-
gla. Con eso volvieron intacto di regalo al rey y así ést€ como la cor-
te toda, cuando lo supo, se pasmaron de semejante acción, haciendo
grande aprecio de la virtud y desinterés de aquellos Padres y d-e la Or-
den por la extremada pobreza que profesa. Premióles Dios esa ejem-
plar acción, con que de allí adelante enviasen abundantes limosnas de
las cosas necesarias en su propia especie, y a veces eran tantas, que
se las volvían a los bienhechores porque sólo admitían lo preciso y
no más.
4. — Por eso y por ver que todos sus desvelos, trabajos y fetigas que
padecían, se encaminaban únicamente a Dios y a la salvación de las
almas, los amaban cordialmente todos los de aquella corte, desde el
menor al mayor, y los miraban con sumo respeto. De aquí sabían las
noticias y su buena fama volaba, no sólo por todo el reino, sino que
también se extendía hasta los reinos vecinos, que entonces eran de gen-
tiles y hoy por la bondad de Dios son de cristianos católicos, como ire-
mos viendo. Había introducido el demonio en aquellas tierras por me-
dio de los hechiceros, de que hay inmensa copia y los llaman en unas
partes ngangas y en otras catumas y singuillas, que son como sus
sacerdotes y capitales enemigos de los misioneros, que éstos no les pro-
curaban el bien que les predicaban, como ellos, sino su propio interés
temporal. Pero, como él buen ejemplo mueve tanto y le daban grande en
todas partes, de ahí resultó el desengañarse todos y conocer eran verda-
deros ministros de Dios y que no buscaban otra cosa que las almas redi-
midas con su preciosísima sangre. En cuantas súplicas hicieron los reyes
del Congo a la Santa Sede Apostólica, siempre pusieron esta condi-
ción : que les enviase ministros tales, que fuesen totalmente desintere-
sados de las cosas de este mundo y que sólo buscasen la gloria de
Dios y la salvación de las almas, y por noticias que tuvieron del modo
de vivir de los Capuchinos, por eso los pidieron positivamente para su
reino por ser pobre y falto de un todo, por ser sus naturales dejadísi-
mos, sin industria y nada aplicados al comercio humano y a adquirir
para vivir y conservar sus familias.
5. — Creciendo más y más cada día la devoción del rey a los religio-
sos, deseoso de acomodarles la vivienda hasta que llegase el tiempo
oportuno de hacerles el convento, se fué una mañana muy temprano
a nuestra iglesia, y, después de haber oído Misa, les dijo que quería
darles junto a ella un pedazo de tierra adyacente a la misma casa para
que hiciesen huerta. Agradecieron aquellos Padres el favor y luego in-
104
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
mediatamente él mismo por su mano señaló el distrito y fué poniendo
a trechos unas estacas clavadas en el suelo por todo el ámbito, para
lo cual se metió por medio de las matas y hierbas que estaban harto
crecidas y llenas de agua del rocío de la noche, sin ser bastante a dete^
nerle los corteses y humildes ruegos de ellos, ni poder recabar enco-
mendase a otra persona aquella acción. Con ésta y las demás demos-
traciones de piedad y devoción edificaba a sus vasallos, los cuales, a
vista de su ejemplo, procuraban imitarle en cuanto podían. Fué esto
en tanto grado, que hasta los niños de poca edad les iban a besar el
hábito y la mano cuando los encontraban. Otras veces, viéndolos pasar
de lejos y no poder llegar a eso, se ponían de rodillas y les pedían la
I>endición ; mas lo ordinario era esperarles de rodillas y puestas las
manos para que los bendijesen y, en habiendo recibido la bendición,
les hacían cortesía y se levantaban muy gozosos de su buena suerte.
6. — Al paso que crecía cada día más el afecto y devoción de la gen-
te para con los religiosos, se iba también aumentando el fruto espiri-
tual de las almas por sus continuas predicaciones, pues, además de los
sermones casi continuos, que predicaban en la catedral, predicaban
también en nuestra iglesia a la Misa conventual todos los domingos y
fiestas de precepto. Los sábados por la tarde se hacían pláticas más bre-
ves ; después se cantaban las letanías de nuestra Señora, la Salve y va-
rias oraciones y todo se concluía con un acto fervoroso de contrición.
Los domingos por la tarde salían procesionalmente por las calles can-
tando la doctrina cristiana en lengua conguesa, a la cual daban princi-
pio los niños de la escuela, luego se ingerían con ellos cuantas perso-
nas iban encontrando por las calles y en habiendo dado vuelta por las
más principales, se volvían a la iglesia del convento y allí se les expli-
caban los misterios de nuestra santa fe y los mandamientos de la ley
de Dios y de la Iglesia, teniendo para los muchachos algunos premios
de devoción, que es el piadoso atractivo de su tierna edad.
7. — Tres días a la semana se rezaba a coro el Rosario de nuestra
Señora, con sus ofrecimientos en lengua del país ; y a todos esos san-
tos ejercicios asistían muy puntuales así los fidalgos como los señores
más nobles de la corte. A la Misa de alba era siempre grande el con-
curso y principalmente en los días de precepto y no por eso dejaban
de oír otras muchas y con gran devoción y modestia, sino para darle
a Dios las primicias del día. De ordinario madrugaban tanto, que una
hora antes de amanecer ya solía haber más de mil personas esperando
en la plazuela a que se abriese la iglesia. Habían tomado todos tal de-
LA MISIÓN DEL CONGO
105
voción a aquel santo templo que, como a sitio de su espiritual recrea-
ción, le llamaban el paraíso. Y, sin embargo de ser bastantemente ca-
paz, por ser tanta íla gente, se atropellaban unos a otros, y muchos se
quedaban fuera y se ponían de rodillas en la plazuela, hasta que se aca-
baba la Misa u otros devotos ejercicios.
8. — La frecuencia de los santos Sacramentos, de Penitencia y Euca-
ristía era de suerte, especialmente en la Cuaresma y en los domingos
y días de fiesta de precepto, que no bastaban tres confesores que asis-
tían por todo el día cada uno con dos intérpretes. Vióse luego el fruto
de la recepción piadosa de estos santos Sacramentos en la grande en-
mienda de los vicios y abusos gentíhcos, muy particularmente en salir
innumerables personas de sus públicos amancebamientos, casándose le-
gítimamente, cosa que hasta entonces se hacía rara vez. Los canóni-
gos, viendo esto, daban repetidas gracias a los religiosos, así por la
reducción de tantas almas perdidas y encenagadas en sus escandalosos
vicios, como por la ayuda de costa que de esta se les seguía, espiritual
y temporalmente.
9. — A los frutos referidos se siguió otro no menos provechoso para
las almas, cual fué el de la oración y penitencia ; porque como los reli-
giosos a prima noche hacían la disciplina, después de una hora de ora-
ción mental, muchos seglares piadosos deseaban imitarles en lo que po-
dían ; y así se juntaban fuera de la iglesia, en la plazuela inmediata, y
allí tenían su hora de oración y después se disciplinaban en las espal-
das, en empezando los Padres, y lo hacían con harto fervor. En la Cua-
resma se predicaba todos los viernes, a la hora de la seis de la tarde,
la Pasión de Nuestro Redentor y, en acabando el sermón, se descubría
un Santo Crucifijo con dos luces y se cantaba el salmo Miserere, a que
ayudaban los negrillos de mejores voces. Después enviaban fuera de la
iglesia a las mujeres y se empezaba la disciplina, y era cosa de' admi-
ración ver el fervor con que asistían los hombres a ella y el concurso
que había de disciplinantes dentro y fuera de la iglesia.
10. — En la Semana Santa se aumentaban los ejercicios y disciplinas,
y la del Jueves Santo era pública y de sangre, como en España, aun-
que con más devoción que se suele hacer en algunas partes. Ordenóse,
pues, la procesión ese día por la tarde y concurrió a ella tanta gente,
que entre hombres y mujeres pasaron de tres mil, sin entrar en ese
número los muchachos y muchachas de poca edad, y todos azotándose,
pero con gran silencio y valor y tal, que vertieron mucha sangre y
casi dejaron regadas las calles con ella y aun en muchos días no se qui-
to6
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
taron las señales. Al pasar por delante del Santísimo Sacramento ha-
cían todos una ceremonia bien singular y que les causó extrañeza a los
Padres, y era volver las espaldas a Su Majestad un breve rato y en-
tonces se daban recios azotes. Preguntaron después los religiosos el
motivo de aquella acción y les respondieron que lo hacían en señal de
especial dolor y arrepentimiento de haber ofendido a Dios, y que el dar-
se entonces tan recios golpes, era como decir : «Veis aquí, Señor, es-
tas espaldas bañadas en sangre que, sacada a voluntarios golpes, te la
ofrecemos por testigo que haga fe del gran dolor y sentimiento que
tenemos de las gravísimas culpas que os obligaron para nuestra salva-
ción a verter la vuestra preciosísima : misericordia, Señor, mi-seri-
cordia.»
11. — Quedaron los religiosos muy edificados cuando supieron el mo-
tivo de tan ejemplar acción y en gente tan poco cultivada hasta enton-
c<°s, ponderando, sobre todo, cuán sencillamente y sin sombra de va-
nidad procedían todos en semejantes ocasiones. En acabando la carrera
destinada para la procesión, se iban a curar a sus casas y luego vol-
vían a la plazuela del convento y al pie <le una cruz grande, que hay
en ella, dejaban los ramales y las pobres túnicas ensangrentadas, como
despojos de su triunfo. Viéronse últimamente aumentados y perfeccio-
nados todos los ejercicios espirituales referidos en dos Congregaciones
que aquellos Padres instituyeron, a las cuales se dió principio con los
más principales fidalgos que se redujeron a profesar vida más ajustada,
como luego veremos.
CAPITULO XII
De las Congregaciones que los Misioneros instituyeron en
San Salvador, de sus frutos y del estilo que tenían en con-
fesar hasta que supieron bien la lengua.
1. — ^Con la continua enseñanza y grande ejemplo de los misioneros,
fué muy singular el fruto que en breve tiempo se cogió en San Salva-
dor, y tanto que muchos no sólo salían del mal estado en que habíían
vivido hasta entonces, sino que con toda aplicación virtuosa procura-
ban aprovechar en la perfección cristiana. Para ese fin, además de la
frecuencia de los Santos Sacramentos de la Penitencia y Eucaristía,
usaban diferentes mortificaciones, ya exteriores y ya interiores, y gas-
taban algunas horas en la oración mental. Con que, para alentarlos a
la perseverancia, trataron aquellos Padres de instituir dos Congrega-
ciones devotas en que se establecieron las siguientes ordenaciones, dis-
poniendo que la una fuera para los hombres y la otra para las mujeres,
de forma que se lograse el fin y se evitase cualquier desorden y con-
fusión.
2. — Alistáronse en ellas las personas más nobles y principales, pero
por justos motivos se dió lugar a que también pudiesen entrar otras
de menor lustre y calidad, con tal que concurriesen en ellas las condi-
ciones necesarias. Un día en la semana, por la mañana, se juntaban los
hombres en la iglesia, y otro día las mujeres, a hora competente. Há-
daseles una plática espiritual y, en acabando, cada congregación se
postraba en tierra y con humildad iban diciendo sus defectos públicos
veniales en que habían incurrido por la semana. Después pedían se les
aplicase alguna penitencia saludable para satisfacer en algo a Dios, y
el religioso que asistía a esa función, le daba a cada uno una suave rfe-
prensión y doctrina sobre el punto de las faltas y después una mortifi-
cación ligera. Concluido este primer ejercicio, se leía una meditación
lio
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
O d€ los cuatro novísimos o de la Pasión del Señor, y sobre ella tenían
media hora de oración mental. Confesaban y comulgaban una vez ca<la
mes y también en las fiestas más solemnes que ocurrían, para lo cual
cuidaban de' avisar los de una congregación a otra, para que estuvie-
sen prevenidos y dispuestos. A todos se les encargaba diesen noticia
al Prefecto de los enfermos para administrarles los Sacramentos y lo
mismo cuando morían, para que se tratase de su entiírro en la iglesia ;
porque en todo eso había de antes mil abusos y ofensas de Dios y en-
terraban sus muertos por los campos, como bestias, para que no olie-
sen mal.
3. — Tenían también a su cargo el amonestar a sus parientes, veci-
nos y amigos para que dejasen los amancebamientos, supersticiones y
vicios secretos y se redujesen a vivir en santo temor de Dios, con lo
cual se iban reconociendo maravillosos progresos y aumentándose el
número de los Congregantes, no sin gran confusión de los que, por no
desprenderse de sus vicios, se quedaban fuera. Asimismo, para el me-
jor gobierno de dichas Congregaciones, se estableció que hubiese en
cada una un rector secular, y para la de las mujeres una rectora, per-
sonas de todo respeto, virtud y caridad, y juntamente los oficiales y
oficialas necesarios para el buen régimen y concierto de las acciones.
Y para que a todos constase lo que habían de observar, se hicieron los
estatutos siguientes :
4. — «A honor y gloria de Dios Omnipotente, de las cinco llagas de
Cristo Sefíor nuestro, de la Purísima Concepción de su Santísima Ma-
dre y de las cinco letras que se incluyen en los dulcísimos y veneraíbles
nombres de Jesús y María, se han de observar en nuestra Congrega-
ción las cinco cosas siguientes : En primer lugar la ley de Dios y los
preceptos de la Santa Madre Iglesia, en lo cual queda incluida la de-
testación de todos los vicios y ritos gentílicos. La segunda, que todos
los días, cuando no tuvieren impedimento legítimo, oigan Misa. La ter-
cera, que hagan cada día el examen de conciencia dos veces, es a sa-
ber, a mediodía y a la noche, o a lo menos una vez antes de acostarse,
concluyéndole siempre con un acto de contrición. La cuarta, que todos
los días hagan un cuarto de hora de oración mental, para la cual pue-
dan elegir el tiempo que les pareciere más acomodado, según las ocu-
paciones de cada uno, y que después recen la Corona breve de nuestra
Señora, que se compone de doce Avemarias y tres Padrenuestros, en
memoria de los favores y privilegios que hizo a esta Reina Santísima
cada una de las tres Divinas Personas. La quinta, que todos los con-
LA MISIÓN DEL CONGO
III
gregantes, así hombres como mujeres, tengan diligente cuidado y mu-
cha caridad con los enfermos de su Congregación, visitándolos a me-
nudo y procurándoles el remedio espiritual y también el corporal, en
cuanto pudieren. Y cuando muriere algún congregante, deban asistir
los demás a su entierro, encomendándole a Dios ; y lo mismo se les
aconseja que hagan con los demás enfermos, particularmente con los
pobres, visitándolos y socorriéndolos con lo que pudieren, procurando
ante todas cosas el que se confiesen y reciban los Santos Sacramentos.
5. — Para todo lo cual tomarán por especiales abogados y se propon-
drán por ejemplares de éstas y otras excelentes virtudes, a los santos
de nuestra Tercera Orden, San 'Luis, rey de Francia, y a San Elceario,
conde de Aniano, a las dos Santas Isabeles, la una reina de Portugal
y la otra hija del rey de Hungría, todos los cuales, con grandes actos
de caridad y religión, se ejercitaron en estos ministerios. Estas cinco
cosas sobredichas se han de guardar en nuestras congregaciones, ad-
virtiendo que ninguna de ellas impone nueva obligación de pecado mor-
tal ni venial, sino la que la ley de Dios trae consigo y por ella somos
obligados a guardar» (27).
6. — Habiendo, pues, dicho hasta aquí los frutos que se siguieron de
todos los santos ejercicios referidos, conviene dar ahora noticia de una
maravilla especial que se experimentaba en aquellos principios y duró
por algunos meses, hasta que aquellos Padres pudieron entender bien
la lengua conguesa, para que se vea haber sido obra de la Divina Sa-
biduría, y que, cuando el Señor es servido, sabe obrar prodigios por
los medios y caminos a nuestro juicio menos proporcionados. Ya de-
jamos dicho cómo eran muy frecuentes las pláticas y sermones y las
confesiones, pero no el medio y forma como uno y otro se hacía. Di-
rémoslo ahora y servirá de aviso para los religiosos que en adelante se
emplearen en semejantes misiones, y en primer lugar trataremos del
estilo que tenían en predicar, hasta que supieron bien la lengua del país,
y era en esta forma. Valíase el predicador de un intérprete diestro en
(27) El P. TERUEL, ms. c. pp. 37-40, trata piecisaniente de estas Congregacio
nes establecidas por los Capuchinos en San Salvador y luego también en todos los
centros misionales, y no sólo pone los estatutos mencionados por el P. Anguiano,
sino que añade también otras Ordenaciones y las Condiciones que han de tener los
que hubieren de ser admitidos en la Congregación. Esto nos prueba que no se tra-
taba ya de cristianos vulgares, podemos decir, sino de personas fervorosas. Cfr. nues-
tro artículo : Dos relaciones inéditas sobre ¡a misión capuchina del Congo, en Collec-
tanea Franciscana. 16 (1946), pp. 123-4. donde se copian dichas Ordenaciones y Con-
diciones.
112
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
la lengua portuguesa y en la de la misma tierra, al cual se le instruía
primero muy bien ; y, al tiempo de celebrar la Misa, después de aca-
bado el Evangelio, se sentaba el celebrante o predicador en una silla y
cerca de él se ponía en pie el intérprete, sobre la peana del altar. Di-
vidían el sermón en tres puntos y, dicho el primero con la mayor ex-
presión posible, mandaban al intérprete que lo repitiese en la lengua
del país; luego, el segundo y el tercero, y se concluía el sermón.
7. — El fruto que de esta suerte se conseguía era, sin duda, admira-
ble' y no poco copioso, porque, aunque el medio parece desproporcio-
nado, con todo eso, concurriendo la Divina Providencia con modo par-
ticular, se sazonaba de suerte que daba su efecto cumplido ; y si bien
el intérprete no puede darle al razonamiento aquella energía y eficacia
que el predicador, con todo eso, viendo sus acciones el pueblo y el fer-
vor con que predicaba y al mismo tiempo estimulándoles las concien-
cias sus culpas, cuando después por la voz del intérprete llegaban a oír
la repetición de lo que el predicador había dicho antes, juntándose lo
uno con lo otro, se compungían y reducían a dolor de sus pecados. Los
efectos del fruto que se hacían se manifestaban claramente en la refor-
mación de costumbres, porque fueron muchos los que dejaron las su-
persticiones y ritos gentílicos y las concubinas y se casaron según
Dios y la Iglesia disponen, y después vivieron en santo matrimonio y
con edificación común. Este vicio infe'rnal estaba tan arraigado en
aquellas tierras, que era raro el que se casaba, teniendo cada hombre
cuantas mancebas podía sustentar, como hoy sucede en aquellos reinos
de gentiles, y este punto es el que ha dado más que hacer a los misio-
neros siempre y en todas partes.
8. — Las confesiones, que es donde hay más que admirar, se hacían
también por medio de los intérpretes, lo cual no era cosa nueva en
aquel reino, antes sí muy antigua, y los penitentes se confiesan en esa
forma de buena gana, así porque tienen en confesarse más sencillez y
menos empacho, que otras naciones, como porque quedan más satisfe-
chos a su parecer, diciendo sus pecados inmediatamente al intérprete
que al confesor, y es que juzgan que éste no está tan capaz de sus fla-
quezas ni sabe sus malicias por ser extranjero, como el intérprete que
e's paisano y vecino y lo alcanza todo para explicarlo como fué. En
esta conformidad corrieron los misioneros algunos meses hasta que
se enteraron bien de la lengua. Mas, aunque les costaba mucho traba-
jo, era preciso valerse de ese medio, porque sino se estarían ociosos y
no harían fruto alguno en largo tiempo, mayormente en esa tierra a
LA MISIÓN DEL CONGO
113
donde el lenguaje es muy difícil de aprender, porque, fuera de ser to-
talmente diverso de las lenguas de Europa en la pronunciación, forman
tantas síncopas, que es dificultosísimo el pronunciar sus voces, y, si los
de Europa no acompañan el sonido de la voz con el término de su idio-
ma, como ellos acostumbran, no entienden palabra. Por lo cual es pre-
ciso que los misioneros que ignoran la lengua se valgan de los intér-
pretes hasta saberla, si no quieren estar ociosos muchos meses y aun
años. En la que allá predicaban y confesaban a los principios era en la
portuguesa, de la cual tienen más noticia por todos aquellos reinos etió-
picos, que no de la nuestra castellana, aunque en San Salvador y Soñó
la entienden muchos de los fidalgos.
9. — Volviendo ahora a buscar a los Padres, que quedaron enfermos
en el condado de Soñó, los hallaremos no sólo sanos, sino también ha-
ciendo insigne fruto en las almas, valiéndose también de' los intérpre-
tes. Había estado aquel condado, por causa de las guerras, muchos años
sin sacerdote alguno, y toda aquella gente, que es inmensa, se hallaba
en extrema necesidad espiritual, y tanto que se morían muchísimos pár-
vulos sin haber quien les administrase el santo Bautismo. Los adultos
no le habían recibido y los viejos y los mozos solían acabar la vida
envueltos en sus antiguos vicios y amancebamientos. Sepultaban a los
difuntos cristianos, no en lugar sagrado, sino en los campos como bes-
tias. La gente', por falta de doctrina y de quien se la enseñase, conser-
vaba sus antiguos ritos gentílicos y vicios. Con esa nueva luz que Dios
les envió, empezaron a salir de la ceguedad en que habían vivido ; bau-
tizáronse millares de párvulos y de adultos y muchos de los más princi-
pales ñdalgos y señores de vasallos tomaron el estado de matrimonio,
según el orden de la Iglesia, y dejaron las concubinas, y a su ejemplo
hicieron lo mismo muchos de los plebeyos y esclavos, y después vivían
como buenos cristianos y frecuentaban los santos Sacramentos.
10. — Para esta obra del cielo y ganar las voluntades y poderlas tra-
tar con más amor y confianza, tomaba cada misionero su intérprete e
iban de casa en casa exhortando con gran blandura primero a los fidal-
gos y después a los demás para que dejasen el mal estado en que vivían
y se redujesen a contraer matrimonio según Dios y la Iglesia tienen
dispuesto y quitar el público escándalo, que ésta era la primera diligen-
cia, sin la cual era imposible dar paso adelante en las conversiones. A
los plebeyos y esclavos les persuadían lo mismo, pero éstos no se re-
solvían hasta ver lo que hacían los nobles, no porque no se redujeran,
desde luego, sino por temor de ellos y por la nota que se les seguiría
114
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
por su conversión a los mismos fidalgos y a señores de vasallos, y te-
mer su indignación y malos tratamientos, que es cosa bien lastimosa.
11. — Al fin fué Dios servido de mover a muchos por ese medio a
casarse y a salir de sus perversos vicios y del estado concubinario tan
antiguo como general en aquellas miserables tierras. Ocasión hubo en
que, predicando por intérprete un misionero en la iglesia, al fin del ser-
món sacó el Santo Cristo, como acostumbran siempre, y sin otra dili-
gencia se levantaron repentinamente seis fidalgos de los más califica-
dos y más perdidos y se arrojaron a sus pies, he'chos arroyos de lá-
grimas sus ojos, y con tal arrepentimiento, que luego dejaron las con-
cubinas y se casaron ; de lo cual quedó la demás gente grandemente
edificada e instruida de' lo que debía de hacer. Con este ejemplo se mo-
vieron muchos a lo mismo y aun sucedían casos semejantes en los más
sermones por disposición divina. De suerte que solía levantarse el más
noble del auditorio y, arrepentido de su mala vida, ejecutaba acción se-
mejante a la referida y le seguían otros muchos de todas las jerarquías.
12. — No fué de pequeña confusión todo lo referido para un hereje
holandés que re'sidía en Soñó por factor de los directores de Holanda
y para sus compañeros y paisanos, y el ver en tan corto tiempo tanto
aprovechamiento espiritual en gente tan bozal e inculta, el cual, aun-
que era declarado enemigo de los católicos romanos, con todo eso en
lo exterior se mostraba afable y benigno ; a ese hereje procuró ganarle
la voluntad el Padre Fr. Juan de Santiago, hijo insigne' de nuestra san-
ta Provincia de Castilla, con ánimo de reducirle a la fe católica ; mas,
aunque a !os principios se exasperó mucho y tanto, que solía decir se
mataría primero a puñaladas que dejar su religión de Calvino, que' él
llamaba santa y católica, después se fué amasando con el trato y razo-
nes del santo Padre y vino a conocer la falsedad de su secta. Y es san
duda que desde entonces se hubiera reconciliado con la Iglesia, si el
temor de perder su hacienda y de padecer otros daños no se hubieran
interpuesto.
13. — Al fin vivía con ese deseo y esperaba lograrle en dando forma
a su hacienda, pero, ya que él por entonces no logró esa dicha, la con-
siguieron todos sus esclavos gentiles, que no eran pocos. Y aun él mis-
mo asistía a los catecismos y bautismos con particular gusto. Y para
consuelo de ellos mismos y edificación de los demás, se celebraban con
toda solemnidad que ordena el ceremonial romano. Mandóles dicho Pa-
dre que dijesen dos veces en cada semana la doctrina cristiana en voz
alta para que se les imprimiese mejor en la memoria y el factor los
LA MISIÓN DEL CONGO
exhortaba a ello con gran puntualidad. También consintió que llevasen
Rosarios y medallas al cuello, que es lo que los herejes no usan y abo-
minan de ello. Quedó desde entonces tan devoto a los Capuchinos, que
los socorría muchas veces con buenas limosnas y de cosas precisas.
Dios haya habido misericordia de su alma y la tenga de todos.
14. — También se instituyó en Soñó }a Congregación de San Salva-
dor y en la misma conformidad y con ella se experimentaron efectos
maravillosos, así en la frecuencia de los Sacramentos como en la extir-
pación de los ritos gentílicos y supersticiosos, como convenía. Los con-
gregantes cuidaban mucho de avisar a los Padres cuando había algún
enfermo para que le diesen los Sacramentos y ayudarle a bien morir ;
y, si acaso moría estando ellos ausentes, advertían a los congregantes
que lo enterrasen en lugar sagrado y con la decencia que pudiesen.
Nada de esto se hacía antes de llegar los nuestros a esa tierra y así
morían los más sin Sacramentos y luego los llevaban al campo para en-
terrarlos en él. Muchos dejaron las concubinas y se casaron y vivían
ejemplarmente, pero otros, que perseveraron obstinados en sus vicios,
acabaron infelizmente y se vieron horrores, con que escarmentaron to-
dos. A éstos se les privaba de sepultura eclesiástica y los hacían llevar
a los campos ; pero a los que morían como cristianos, aunque fuesen
esclavos, se les hacía su entierro en la iglesia con la piedad y decencia
posible, yendo los religiosos por el cuerpo, acompañados de los mu-
chachos de la escuela y de los congregantes. Todo esto se hacía a fin
de que por esa diferencia conociesen el caso que hace la Iglesia de sus
hijos verdaderos y el desprecio con que mira a los que no lo son.
15. — Viendo el enemigo común del género humano tantos progre-
sos espirituales y temiendo que cada día habían de ser mayores y más
copiosos, valiéndose de hombres perdidos, les armó a los misioneros
un enredo como suyo, sembrando cizaña en los corazones de los bue-
nos y aun del mismo conde, para que todo se destruyese y perdiese.
Persuadiéronle que aquella santa Congregación, que habían instituido
de los fidalgos, se encaminaba a disponer una conspiración secreta con-
tra él para quitarle la vida y hacerle al rey ese obsequio. Pero, como
no hay consejo contra Dios ni las trazas humanas pueden prevalecer
contra las disposiciones divinas, el mismo Señor que fué el autor de
tan piadosa y provechosa institución, desvaneció con su divino poder
la humareda que levantó el infierno contra ella, desengañando al conde
para que no diese oídos a los mal intencionados como de allí adelante
lo hizo. Muchos sucesos semejantes se ofrecieron, que fuera cosa can-
ii6
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
sada el referirlos, todo trazado por el demonio para inquietar los áni-
mos, pero, aunque todo llovía sobre los misioneros, al cabo vencía Dios
y ellos con su humilde sufrimiento.
16. — En habiendo dado forma a la corte de Soñó y cultivádola bas-
tantemente', se partieron para diversas partes del condado para los
mismos fines. Levantaron muchas iglesias y altares y convirtieron a la
fe a innumerables almas de gentiles de los que vivían de la otra parte
del Zaire. Bautizaron un número crecidísimo de párvulos y, con sus ser-
mones y grande ejemplo, redujeron a muchos ya cristianos a vivir se-
gún la ley de Dios y se casaron legítimamente. En las islas del río
Zaire, que estaba pobladísimo de* gente, eran sinnúmero los que acu-
dían a bautizarse de todas partes y algunos ya tan adultos, que pasa-
ban de treinta años. A los que hallaban capaces, bautizaban, y a los que
no, los remitían a Soñó para acabar de instruirlos, y después los bau-
tizaban.
CAPITULO XIII
De cómo los holandeses de Angola cogieron un navio por-
tugués y en él a cuatro Capuchinos que envió al Congo la
Sacra Congregación, y el rey envió dos embajadores para
liberarlos.
1. — Con toda prosperidad, como hemos visto hasta aquí, corrían los
sucesos del Congo y la fe santa se' iba extendiendo por los confines de
los reinos gentiles. Parecía haberse convertido en un paraíso aquella
tierra, siendo antes un bosque impenetrable de vicios y de' enormidades.
Pero, porque no faltasen trabajos, dispuso el Señor soberano que luego
empezasen a sentirlos por varios caminos. El año siguiente de 1646,
cerca de la Semana Santa, llegó un aviso a San Salvador de cómo un
navio holandés en que iban algunos sujetos principales y un nuevo di-
rector o gobernador al puerto de Angola, habiendo encontrado dos ba-
jeles portugueses que pasaban a Mazangano, peleó con ellos y al uno
lo echó a fondo y al otro lo apresó. Y que asimismo quedaban prisio-
neros cuatro Capuchinos, hijos de la Provincia de Genova, que la Sacra
Congregación enviaba al Congo para reforzar aquella misión, tan ne-
cesitada de operarios evangélicos.
2. — Este fué el principio de varios trabajos que se fueron siguiendo
y encadenando unos con otros. Sintió mucho ell rey esa noticia y no me-
nos el Prefecto y sus compañeros, pero, pareciéndole al rey que bas-
taría pedirlos él para que luego les diesen libertad, escribió a los direc-
tores de Angola, diciendo : estimaría le remitiesen aquellos cuatro Ca-
puchinos de cualquier suerte que gustasen, esto es, o graciosamente o
por interés, porque los necesitaba en su corte. Respondiéronle los di-
rectores que ya los habían remitido al Brasil para que, desde allí, los
llevasen a Europa en la primera ocasión que se ofreciese. No se satis-
fizo el rey con esa respuesta y, recelando otras malas consecuencias
120
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
para adelante, mandó llamar al Prefecto y le comunicó la carta, y de
aquella sesión resultó determinar el rey que su confesor y el Padre
Fr. Buenaventura de Cerdeña fuesen a Angola con el carácter de em-
bajadores suyos a pedir los cuatro religiosos que se decían estaban en
u'n navio de aquel puerto, y, en caso de que los hubiesen llevado al
Brasil, los hiciesen volver luego, o, dado caso que estuviesen ya en
Europa, se declarasen sobre lo que determinaban hacer con los demás
religiosos que en adelante pasasen a su reino, para que con su resolu-
ción tomase forma en lo que le convenía obrar, y les encargó la más
breve resolución.
3. — El camino desde San Sajlvador a Loanda, sobre ser de más de
ochenta leguas, es sumamente fragoso y peligroso, y por ambas cau-
sas le fué a dicho Padre molestísimo, aunque no por eso dejó día algu-
no de celebrar el santo sacrificio de la Misa, poniendo altar en la cam-
paña por no haber iglesia alguna en todo el resto del viaje. Acudían los
moradores de los pueblos a oírla y vertían copiosas lágrimas de puro
gozo, lamentándose por otra parte de su desgracia, pues había mu-
chos años que no la habían oído. Dábanle al Padre mil bendiciones y
le rogaban instantemente procurase socorrerlos con el pasto espiritual
de que tanto necesitaban para su salvación. Ofrecióselo para la vuelta
del viaje y, no pudiendo detenerse, prosiguió el camino hasta Angola.
Durante el viaje le libró nuestro Señor por virtud del santo sacrificio
de la Misa de innumerables riesgos de la vida, que se ofrecieron a cada
paso, ya acometiéndole leones y tigres y ya otras fieras de que abunda
mucho aquella tierra.
4. — Llegaron, por último, a Angola y les causó gran compasión el
ver aquella ciudad de Loanda, que poco antes era de católicos, ya por
su desdicha y pecados poblada de herejes, profanados sus templos, des-
truidos los altares, reducidos a establos las iglesias o a lonjas de mer-
caderes y, en fin, hecha un espectáculo y ruina de la divina justicia,
que así castiga por sus vicios a los malos católicos. El mismo día que
llegaron, presentaron a los directores las cartas de creencia y les pro-
pusieron la embajada del rey. Acordáronles el sentimiento de S. M. y
que en los tratados de amistad y comercio, pactados y firmados de una
y otra parte, había quedado capitulado : Que los holandeses en manera
alguna se habían de entrometer en puntos de religión ni estorbar el
paso de los misioneros evangélicos que la Iglesia Romana enviase a
aquellos reinos y provincias de sus dominios, y que, e"n virtud de (so,
pedían les entregasen los cuatro Capuchinos que habían hecho prisio-
LA MISIÓN DEL CONGO
121
ñeros (28). Los directores oyeron la petición y pidieron tiempo para
responder y que' todo se lo diesen por escrito. Con esa respuesta se
despidieron los embajadores y el P. Fr. Buenaventura de Cerdeña, des-
de la posada, les remitió un papel en que se contenía cuanto les había
dicho de palabra, añadiendo otras razones eficaces que conducían al me-
jor y más breve despacho de su pretensión.
5. — Tardaron en responder ocho días y, al cabo de ellos, enviaron
a llamar a los embajadores, citándolos para la casa de su contratación.
En llegando, los introdujeron en una sala donde estaban todos senta-
dos en forma de tribunal, con su presidente y secretario. Repitió el Pa-
dre su petición y cuanto había precedido hasta entonces, a lo cual res-
pondieron por escrito, mandándole al secretario leyese en público el pa-
pel de su respuesta, en el cual se contenían los tres puntos siguientes,
que, sobre no ser del caso, sólo se dirigían a provocar al santo Padre,
pensando vanamente que habían de triunfar de él ; pero quedaron tan
mal y con tal ignominia, que les pesó después de la tal provocación.
6. — En el primer punto lo que se contenía era hablar sacrilegamen-
te de nuestra Seráfica Religión, tratando al Padre con gran desacato,
desvergüenza y audacia propia de herejes, llamándole otro segundo Ju-
das, que, con hábito humilde y razones suaves y fingidas, pretendía en-
gañarlos, añadiendo sobre eso muchas contumelias y palabras indignas
de pronunciarse. En el segundo punto se contenían muchos vituperios
y blasfemias contra la Iglesia Romana, contra sus fieles hijos y espe-
cialmente contra el Sumo Pontífice. En el tercer punto se contenían va-
rios elogios y aplausos de su secta de Calvino, trayendo, para confir-
mación de sus errores, varias razones aparentes y de muy flaco funda-
mento, echando por clave de todas el decir que habían ellos cogido el
navio ddl capitán Falconi en que él y sus compañeros habían pasado al
Congo, gloriándose mucho de este trágico suceso y haciendo de él gran
misterio en apoyo de' la excelencia de su secta calviniana.
7. — Oyó, pues, el santo Padre lo contenido en el papvel con pacien-
cia y serenidad de ánimo, sacrificando a Dios sus propias injurias y per-
donando a los que así le' maltrataban. Pidió luego a su Majestad divina
(28) Efectivamente : conforme a! acuerdo celebrado entre el rey del Congo Don
García y los holandeses, éstos se habían comprometido a respetar la religión cató-
lica. Por eso, y en vista de su comportamiento con aquellos Capuchinos italianos, el
rey envió a su confesor y capellán Don Manuel Roboredo y al P. Buenaventura de
Cerdeña, como sus embajadores, para pedirles explicación de su proceder (Cfr. PA-
DRE HILDEBRAND, o. c, p. 97).
122
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
luz y fortaleza para volver por la honra de su Iglesia, tan infamemente
ajada de las lenguas sucias de tan obstinados herejes, haciéndole gra-
cias por haberle puesto en ocasión tan oportuna para ese efecto y a
donde con su ayuda esperaba ver triunfar la verdad, de la mentira, la
religión católica, de los herejes sus enemigos, y con propia confusión
y terror de ellos. Era dicho Padre varón doctísimo, de ingenio claro
y muy versado en las controversias y, sobre todo, de muchas y exce-
lentes virtudes, como ya diremos cuando lleguemos a tratar de su santa
vida. Invocó en su auxilio la protección de la Reina de los Angeles, de
quien era especial devoto, y cuya visitación a Santa Isabel se celebraba
aquel día. Dejáronle decir cuanto quiso y empezó a hablar con pere-
grina modestia, sosiego y tan sólidas razones, que se pasmaron los he-
rejes y ya se hallaban arrepentidos de su insolente' provocación ; mas
con todo eso dijo sobre cada punto en particular altísimas cosas.
8. — En cuanto al punto primero, que sólo tocaba en injurias contra
su persona y profesión, dijo : que les perdonaba por amor de Dios de
todo corazón aquellas contumelias y baldones, añadiendo que, como mi-
nistro de Dios, aunque indigno, y discípulo de Cristo, maestro de la
vida y de toda perfección, cuyos ejemplos debía imitar, humilde y afec-
tuosamente rogaba al Eterno Padre los perdonase, advirtiéndoles que,
si con aquel papel, tan afrentoso y lleno de injurias, le daban de bofe-
tadas en una mejilla, no dudasen que les presentaría la otra para que
le diesen otras muchas. Esta doctrina enseñó Cristo con obras y pala-
bras ; ésta siguieron los Apóstoles ; ésta seguimos a imitación suya los
Capuchinos, pero vosotros, engañados con los errores de Lutero y Cal-
vino, hombres perdidos, no la seguís.
9. — En cuanto al segundo punto dijo con voz más alta y grave y
levantándose de la silla un poco : que la Iglesia Católica, Apostólica,
Romana, era la madre de la verdad y la que enseña y conserva la ver-
dadera fe y religión, como los mismos Apóstoles la enseñaron y predi-
caron ; y que quien se aparta de ella y de la obediencia de su cabeza,
que es el Sumo Pontífice, es hijo de perdición y monstruo disforme,
añadiendo que, en testimonio de esa verdad, no sólo perdería la vida que
gozaba, sino muchas que tuviera. Debajo de este presupuesto empezó
a alegar textos de' la Sagrada Escritura, tradiciones apostólicas y Con-
cilios, probando las verdades católicas que afirmó, refutando después
los errores de Calvino aún con sus mismos textos, sacando por conclu-
sión de todo que sus secuaces mantenían tales errores más por vivir
vida libre y relajada que por celo de la verdad y de la religión. En
LA MISIÓN DEL CONGO
123
cuanto al tercer punto, en que con vanos encomios e hiperbólicos
aplausos solemnizaban la mayor excelencia de su religión por haber
ellos cogido el navio del capitán Falconi, que llevó la misión al Congo,
de cuyo trágico suceso dejamos ya hecha mención, dijo que se admi-
raba que hombres de juicio apoyasen la excelencia de su religión con
un suceso tan contingente. Pero que, si ese era su único apoyo, lo mis-
mo pudieran alegar los moros, los gentiles y paganos que a ellos les
habían cogido y cogen cada día muchos navios. Satisfizo todas sus ob-
jeciones abundantísimamente y los dejó pasmados, pero, no obstante
eso, volvieron a provocarle otras veces.
♦
CAPITULO XIV
I
Concluyese la controversia, quedan corridos los herejes,
despiden con la negativa a los embajadores y, a la vuelta,
ocurren varios sucesos notables.
1. — Habiendo, pues, oído los herejes las graves y eficaces razones del
santo y doctísimo varón, trabajaron cuanto pudieron para satisfacer a
ellas, pero fueron tan frivolas sus respuestas y tan fuertes las réplicas
con que se las desvaneció, que al fin, confusos y avergonzados, calla-
ron y no tuvieron qué responder. Y aunque les dió tiempo para ello,
con ánimo de convertirlos y sacarlos de su ceguedad, se excusaron por
entonces, diciendo que ellos no habían estudiado. Replicóles a eso di-
ciendo : Pues haced que vengan aquí vuestros predicadores, que ellos
responderán por vosotros, pues son vuestros maestros ; pero quiero que
se junten todos los de vuestra nación a la disputa, porque' confío en
Dios sacar a muchos de los errores con que viven engañados. Muchas
instancias les hizo sobre esto a los directores, pero en manera alguna
vinieron en ello, y la causa era porque estaban con ellos los predicantes
y se hallaban esos corridos y afrentados. Duró muchas horas la contro-
versia y, al fin de ella, tratando de su embajada, respondieron : Que no
habían de entregar los cuatro religiosos prisioneros ni otros cualesquie-
ra que cogiesen porque ellos deseaban propagar su secta de Calvino en
todos aquellos reinos. Así lo hubieran hecho, si Dios no los hubiera
castigado brevemente, quitándoles la ocasión, porque al fin volvieron
los portugueses a restaurar el Brasil y también todo lo que tenían de
Angolla, pereciendo muchos de ellos.
2. — Volvieron varias veces los herejes a llamar al Padre y le propu-
sieron algunas sofisterías que habían discurrido, pensando quedar más
airosos que hasta allí habían quedado. Pero fué Dios servido que que-
dasen tanto más afrentosamente corridos cuanto más arrogantemente
128
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
confiaban en su loca presunción y soberbia. Y así se hubieron de aco-
ger a su primera evasión y excusa, diciendo que no habían estudiado
y que por eso no le satisfacían a sus argumentos. Mucho les apretó con
deseo de sacarlos de su ceguedad, pero cada vez más obstinados, se
quedaron en ella. Todo el tiempo que estuvieron en aquella ciudad,
hasta disponer su vuelta al Congo, que no fueron pocos días, los tu-
vieron con guardas en la posada, o porque el Padre no predicase, que
sabían lo deseaba hacer, o porque algunos católicos ocultos que ha-
bía no conversasen con él, particularmente dos mercaderes, uno caste-
llano y otro flamenco, y, aunque estos dos profesaban públicamente
nuestra santa fe católica y pidieron licencia a los directores para visitar
al Padre y al confesor del rey, para con ese pretexto confesarse, no
hubo medio de concedérsela.
3. — En ese ínterin enfermó de peligro el flamenco y, deseoso de re-
cibir los Santos Sacramentos, halló tanta repugnancia en los directo-
res, que no lo pudo conseguir. Supo el Padre lo que pasaba y se re-
solvió a socorrer aquella necesidad a todo riesgo de la vida, que tanta
como esto era su caridad. Para ese efecto le pareció ser conveniente
meterse en un rollo de estera y, cubierto en forma de fardo, hacerse
llevar a su casa en hombros de algunos negros. Así lo pensó y así lo
hubiera ejecutado, si los mismos mercaderes no se lo hubieran impedi-
do por el mucho riesgo a que se exponía y el daño que a todos les
podía resultar si llegase a ser descubierto de alguno de los esclavos en
cuyo secreto había poco que fiar.
4. — Desvanecido ese medio, probó el caritativo Padre a ver si podía
recabar de los directores le concediesen licencia para despedirse de los
católicos. Las instancias que' Ies hizo fueron tantas y tan apretantes,
que al fin se lo concedieron. Confesólos a ambos y les dió la Sagrada
Comunión, y de este modo los dejó muy consolados. Ellos quedaron tan
agradecidos y devotos a la Orden y a su bienhechor, que le socorrie-
ron con todo lo necesario y le dieron para la misión vino y harina que
era lo que más necesitaban, por hallarse con dificultad en aquellas tie-
rras y ser preciso uno y otro para las Misas. Y aun de allí adelante
les enviaban sus socorros de esas dos especies al Congo.
5. — No tuvo efecto la embajada, según se ha visto, para recuperar
los cuatro religiosos genoveses, ni fuera fácil su restauración, porque,
según supieron, apenas saltaron en tierra, después de tan larga y pe-
nosa navegación, cuando pasaron a ser prisioneros y los despojaron de
cuanto llevaban y dentro de tres días los metieron en un barcón viejo,
LA MISIÓN DEL CONGO
129
haciéndoles mil violencias, y con muy poco bastimento, y ése vilísimo,
los llevaron al Brasil, a la ciudad de Pernambuco, y desde alli a Ho-
landa. Muchos trabajos padecieron en esa navegación los pobres reli-
giosos, y tales, que a vista de las islas Canarias murió uno de ellos lla-
mado Fr. Salvador de Génova, y no fué poco el que los demás llegasen
con vida a Holanda, y después a su Provincia, llevando siempre tan a
la vista enemigos tan sin Dios (29).
6. — Con todo eso, ya que no tuvo efecto la embajada para el fin
principal, no dejó de producir algunos efectos de gran gloria de Dios
y utilidad de las almas. Uno de ellos fué el haber rescatado del poder
de dichos herejes dos pinturas, una de la Concepción Purísima de Nues-
tra Señora, y otra de nuestro glorioso San Félix de Cantalicio. Em-
pero, para que veneremos las maravillas de Dios, diremos lo que su-
cedió con la pintura de Nuestra Señora, muchos tiempos antes que vi-
niese a parar a las manos de dichos herejes. Sucedió, pues, cuando el
Padre Buenaventura de Alessano, Prefecto de esta Misión, llegó con
sus cinco compañeros a Lisboa, mandados del Papa Urbano VHI, el
año áe 1G40, según se dijo ya en otra parte, sabiendo cierta señora
condesa, muy devota de la Religión, que pasaban a la conversión de los
infieles de Africa, a fin de que se acordasen de ella, para encomendarla
a Dios, les dió esa sagrada imagen para que la pusiesen en el altar
mayor del primer convento que allá fundasen. Pero, como por enton-
ces no hallaron despacho en Lisboa a causa de las guerras y les fué
preciso volver a Roma, tomaron la santa imagen y con el justo agra-
decimiento se la restituyeron a la devota condesa.
7. — Después, en el año de 1645, pasando a Lisboa el P. Fr. Buena-
ventura de Taggia con sus compañeros a solicitar allí embarcación
para el Congo, la misma condesa, sabiendo su pretensión, le presentó
la sagrada imagen. Recibióla para el fin sobredicho y en llegando a
Angola fueron presos y despojados de todo cuanto llevaban para el
socorro de la misión, y de allí los pasaron al Brasil y a Holanda, se-
gún se dijo ; con que la imagen de Nuestra Señora y la de San Félix
vinieron a parar en poder de uno de los mencionados directores, el cual
las hizo poner en una sala de su casa, no por devoción a las santas
(29) I.os cuatro religiosos italianos se llamaban : PP. Buenaventura de Tag-g-ia.
Francisco Maria de Ventimiglia y Salvador de Génova y el Hno. Lego Fr. Pedro
de Dolcedo. El P. Salvador murió durante la travesía, el 14 de agosto, y su cadáver
fué arrojado a! mar. Los otros fueron llevados a Amsterdam para ser juzgados. Des-
pués de estar detenidos dos meses, fueron puestos en libertad (Cfr. P. HILDE-
BRAND, o. c, pp. 95-6).
9
130
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
imágenes, que antes las aborrecía, sino por adorno y bien parecer, o
por si acaso con el tiempo las podria vender y sacar de ellas algún in-
terés, por ser en extremo codicioso. Yendo los dos embajadores un día
a visitarle, vieron las dos pinturas y quedaron aficionados a ellas. De-
searon con impulso especial sacarlas de poder de los herejes, no du-
dando que' eran despojos de lo que habían quitado a los Padres geno-
veses. Con ese deseo discurrió el P. Fr. Buenaventura de Cerdeña en
el medio para lograrlas. Bien quisiera hacer la petición desde luego,
pero le detenían dos razones : la una, que en los días antecedentes el
tal sujeto fué el que se dió por más ofendido en la controversia, y
tanto que al santo Padre le dijo muchos oprobios y contumelias ; la
otra, porque, en sentir de todos, era el tal muy avariento y quería que
se las pagasen y se tenía por cierto que no las daría graciosametite.
8. — Pero, eso no obstante, encomendando a Dios el negocio y a
su Santísima Madre, puso su petición en un memorial y el día siguiente
se lo dió al director, para que se lo entregase a su mujer, juzgando
que ella, por tal, sería más piadosa y de mejor natural. Leyóle y, son-
riéndose, dijo : Que sin duda tendría mal despacho porque su mujer
era buena calvinista y más interesada que liberal y aún en cosas de
poco valor, fuera de que Jas pinturas las tenía destinadas para adorno
de su sala. El Padre le replicó diciendo que no se perdía nada en que
le entregase aquel papel y que él se contentaba con eso. Entró el di-
rector riéndose' a donde estaba su mujer y le dió el memorial y, des-
pués de haber altercado mucho con ella sobre el caso, salió y dijo al
Padre cómo ya su mujer estaba resuelta a entregarle graciosamente las
pinturas y que él por su parte se las concedía. Fué luego la mujer y por
sus propias manos las descolgó y las encajonó para que no se maltra-
tasen en el camino y se las envió a su posada.
9. — Celebró el santo Padre esta fortuna cuando vió en su poder las
pinturas y se admiraron no poco los católicos cuando supieron el caso.
Llevólas a San Salvador y, apenas las vió el Prefecto, cuando conoció
ser aquella imagen de la Concepción Purísima la misma que le' dió en
Lisboa la condesa. Celebraron todos su llegada, dándose mil parabie-
nes de que por medios y modos tan extraños se les hubiese ido a su
casa y compañía. Colocáronla en el altar mayor y pusieron a los lados
las imágenes de nuestro Padre San Francisco y de San Félix, y en ese
día se' cumplió el deseo de la buena condesa que dió la imagen. Asistió
el rey con toda la corte a la colocación, lo cual se celebró con toda
solemnidad, y desde entonces es muy venerada de todos.
LA MISIÓN DEL CONGO
10. — Ya dijimos cómo a la ida a Angola ofreció el bendito Padre a
innumerables personas que k salieron al camino, que a la vuelta las
consolaría, como lo cumplió. Predicó en muchos pueblos la palabra di-
vina y administró los santos Sacramentos del Bautismo, Penitencia y
Eucaristía y el del Matrimonio a millares de personas. Estos son los
despojos que logró su espíritu en tan larga y penosa jornada, demás
de habet vuelto por la honra de Dios y de su Iglesia en Loanda, a don-
de, con sus disputas doctísimas, hizo callar a los herejes blasfemos,
que tan desvergonzadamente hablaban contra la Iglesia Católica y su
suprema cabeza y contra la Religión de los Capuchinos, que siempre
ha hecho guerra a sus errores y delirios. Finalmente, como ya veremos,
por justos juicios de Dios fué abatida su soberbia y Dios vengó sus
agravios ayudando a los portugueses para que con sus armas restau-
rasen lo que les habían quitado en el Brasil y en Angola.
I
CAPITULO XV
De cómo el rey hizo fabricar en su corte casa para los
religiosos y escuelas para la juventud, y de la conversión
singular de un hereje.
1. — En volviendo el P. Fr. Buenaventura de Cerdetia de su embaja-
da de Angola, trató el rey de edificarles casa a los religiosos por ser
pequeña y vieja la que tenían y haber padecido en ella muchas inco-
modidades por espacio de nueve meses. Hasta entonces no se había
podido tomar forma en esta materia, asi por hallarse Su Majestad ocu-
pado en negocios graves de estado, como porque los fidalgos no se
atrevían a ello, aunque lo deseaban, por no desazonarle, mayormente
sabiendo había ofrecido a los Padres hacerla a sus expensas. Todos
con todo eso sentían la tardanza, empero quien mostró mayor celo y
compasión de la incomodidad de los Padres fué una tía del mismo rey,
princesa a la verdad de grande autoridad y prudencia, que tenía el tí-
tulo de Manimucaza, que es de los mayores y más decorosos de aquel
reino entre los que poseen los señores congueses.
2. — Esta princesa, cuyo nombre era doña Leonor, y otra llamada
doña Isabel, hermana del rey, matrona también de gran' respeto y cor-
dura, desearon mucho remediar aquella necesidad por el singular afec-
to que tenían a la Religión, el cual fué de suerte que muchos días les
enviaban de sus casas la comida aderezada a los religiosos. Pero, vien-
do la tardanza del rey y que sus diligencias se les frustraban, desechan-
do temores y movidas de compasión, tomaron a su cargo el dar prin-
cipio a la obra y trataron de buscar y prevenir los materiales necesa-
rios. Con este designio se partió doña Isabel secretamente de la corte,
sin hablar palabra al rey su hermano ni a otra persona alguna, sino sólo
a su tía doña Leonor, y, acompañada de sus damas y esclavos, se metió
en un bosque y mandó cortar la madera necesaria. Después la mandó
136
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
Ikvar a casa de su tía y, con el pretexto de que pretendía hacer para
sí un palacio, se detuvo en el bosque muchos días, al sol y a la incle-
mencia del tiempo, hasta que los esclavos condujeron toda la madera,
sin embargo de haber adquirido alguna indisposición corporal por los
muchos calores.
3. — Volvió después a la corte y un día, hallándose con la tía, fué
el rey a visitarla, y con esta ocasión le mostraron en los patios la pre-
vención que habían hecho para la casa de los religiosos. Admiróse el
rey de verla y más cuando le dijeron el modo cómo se había dispuesto.
Agradecióles mucho aquella acción y, volviéndose a los fidalgos que le
acompañaban, les dijo que se avergozasen de ver lo que una mujer
había ejecutado en tan pocos días y con tanto secreto, cuando ellos en
tantos meses no habían sabido hacerlo.
4. — De allí a pocos días fué el rey a nuestra iglesia ; dijo la Misa
el Prefecto y en su presencia bendijo el sitio donde se había de hacer
el convento ; y, cuando se comenzó la fábrica, quiso Su Majestad poner
por su mano en tierra el primer madero y a su imitación hicieron lo
mismo los fidalgos que le acompañaban. Prosiguióse la obra después
con toda diligencia y con eso se acabó presto ; pero es digno de memo-
ria lo que el rey ejecutó en la arquitectura de ella, porque él mismo,
al señalar el sitio, anduvo con una vara en la mano tomando las me-
didas del dormitorio, celdas y demás oficinas, y esto descubierta la ca-
beza y al rigor del sol y casi el espacio de un día, lo cual continuó los
siguientes, a tarde y mañana, asistiendo a todo con grande admiración y
edificación de la corte.
5. — Lo mismo hizo en las escuelas que mandó fabricar inmediata-
mente al convento, para que en ellas pudiesen los religiosos con más
conveniencia atende'r a la enseñanza y educación de la juventud del
reino. Conclujda la fábrica, mandó .Su Majestad llamar a todos los
nobles de la corte y les hizo un largo razonamiento, exhortándoles a
que se aprovechasen de tan buena ocasión, enviando a sus hijos a la
escuela, pues sabían por experiencia la grande ignorancia de todo el
reino y que apenas se hallaba en él quien supiera la lengua latina, y
sobre todo para que fuesen in,struídos en virtud y en buenas costum-
bres. Despidió a los nobles entonces, pero, pareciéndole pedía el caso
más recomendación, mandó segunda vez convocarlos y que el P. Fray
Buenaventura de Cerdeña les hiciese una plática sobre el caso ; hízola,
e' inmediatamente Su Majestad les volvió a repetir la exhortación pri.
mera. Desde entonces se comenzaron a enseñar todas las buenas le-
LA MISIÓN DEL CONGO
tras y virtud a los de la corte y fué tan eficaz la persuasión preteden-
te, que el primer día que se abrió la escuela, se llenó tanto de niños y
de mozos, que no cabían en la primera aula, siendo así que es muy
capaz. Acudieron puntuales todos los hijos del rey para mover con su
ejemplo a los demás, y con eso no faltaba ninguno de los fidalgoá (30).
6. — En la ciudad de Soñó se hizo lo mismo que en la corte, y hvibo
tiempo en que acudieron cerca de seiscientos muchachos para ser en-
señados, comenzando desde el Christus. Este ejercicio era de los más
principales y provechosos al bien espiritual y temporal de aquel reino,
pues, a la verdad, de la buena educación de la juventud depende en gran
parte e] aumento de la cristiandad y virtud, porque como los niños aún
no han experimentado los vicios y beben pura y sin mezcla la leche de
la doctrina católica, se crían con aborrecimiento a lo malo y con apli-
cación a lo bueno, lo cual se veía a cada paso por el efecto, pues cuan-
do los Padres administraban los santos Sacramentos, servían los dis-
cípulos de ayudantes y, acompañándoles en las misiones, les daban no-
ticias de las casas donde había ídolos o sacos de trastos para hacer su-
persticiones, mostrándose muy celosos de la fe santa en que' se cria-
ban (31).
7. — En esta nueva universidad fundada en reino tan extraño y bozal
a expensas del fervoroso celo de los hijos de la Capucha, se comenzó a
enseñar primeramente la doctrina cristiana y el amor y temor santo de
Dios. Luego a leer y escribir y cantar, y después la Gramática y Re-
tórica, las Artes y la Teología escolástica y moral. Los primeros maes-
tros fueron los hijos de la Provincia de Castilla, así en San Salvador
como en Soñó, que por más prácticos en la lengua del país y en aten-
ción a sus relevantes prendas, se les encargó ese ministerio. En San
(30) Los misioneros del Congo dieron grandísima importancia a estas escuelas
de niños y jóvenes ; por eso las establecieron a su vez en todos los centros misiona-
les conforme los iban fundando. De ellas decía el P. Teruel : «Este ejercicio no es
de los menos principales de los misioneros, pues de la cultura de la juventud depende
en gran parte el aumento de la cristiandad, porque, como no han experimentado los
vicios y beben la leche de la verdadera doctrina, conocen temprano lo malo que han
de aborrecer y lo bueno que deben abrazar, y se hacen aptos para enseñar a los de-
más» (Ms. c, pp. 50-51). Y añade: «Teníase lección a la mañana y a la tarde; en-
señábase a leer y escribir y la gramática ; decíanse las oraciones v enseñábanse los
catecismos. Repartíase el tienijio. gastando por la mañana hora v media con los que
leían y escribían, y otra hora y media con los gramáticos ; v lo mismo se hacía por
la tarde ; y como al principio no había bastantes cartillas ni libros, se ocupaban los
religiosos en escribir no sólo lo que toca a los primeros rudimentos, sino el arte de
la gramática» (Ibid., p. 76).
(31) En efecto : según propia confesión de los misioneros, fueron aquellos niños
y jóvenes educados en las escuelas los mejores coadjutores en sus excursiones apos-
tólicas.
138
MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA
Salvador asistió el P. Fr. Buenaventura de Cerdeña y en Soñó el Pa-
dre Fr. Juan de Santiago, hasta que después fueron sabiendo otros la
lengua y pudieron ayudarles a trabajar en estos ministerios (32).
8. — Por este mismo tiempo sucedió la conversión de un hereje, que
por haber sido singular merece ser referida, para que por ella lodos
alabemos al Señor celestial y admiremos sus misericordias y juicios in-
apelables. Había, pues, en San Salvador una casa a donde se recogían
todos los herejes holandeses que asistían en la corte por causa del co-
mercio. Tuvo noticia el Prefecto de un enfermo pobre y con el aviso
que le dieron de su enfermedad tomó un niño de la escuela y salió de
casa con ánimo de ir a confesarle. El Padre ignoraba la casa dd enfer-
mo y el niño, por su consejo, echó por la parte más breve y de menos
bullicio ; pero nuestro Señor lo ordenó de suerte que, sin saber a dónde
iban, llegaron a pasar por la casa de los herejes sin tener noticias de
que viviesen allí.
9. — Al emparejar por la puerta, salió repentinamente un hombre
blanco que se presumió haber sido ángel del cielo, y le dijo cómo en
aquella casa había un enfermo de mucho peligro. El Prefecto, movido
de especial compasión, entró a visitarle y halló que lo estaba en todos
modos y aun más en el alma que en el cuerpo, por la pertinacia gran-
de con que defendía su secta. Desengañóle de sus errores y le advirtió
que se moría sin remedio humano ; ponderóle' el mal estado de su alma
y cuán cerca se hallaba del infierno si no se convertía a la fe católica
romana y se confesaba de sus culpas pasadas, detestando primero los
errores en que había vivido ; díjole otras muchas razones importantes,
así de temor como de consuelo y confianza en Dios, y se despidió de
él por no hacer falta al otro enfermo por quien salió de casa.
10. — Fué y confesó a éste, se volvió al convento y aquella noche
hizo larga oración por sus enfermos y singularmente clamó a Dios por
la reducción del hereje. El día siguiente envió al P. Fr. Juan Francis-
co de Roma para que lo visitase, y fué el Señor servido le hallase ya
reducido y muy contrito. Detestó sus errores y, admitido a la unión
(32) Asi fué en verdad : el P. Buenaventura de Cerdeña asistió en San Salvador
desd« la llegada hasta septiembre <le 1648 y «en sus principios trabajó mucho, tanto
en la doctrina y conversión de aquella gente como en la fundación de las escuelas,
siendo el primero que puso orden en ellas, comiioniendo los rudimentos de la gramá-
tica en lengua castellana y conguesa» (P. TERUEL, ms. c, p. 86).
Por su parte el P. Santiago asistió en Soñó y, según propio testimonio, tenia en
su escuela 580 niños a quienes instruia en la doctrina cristiana (Ms. c, p. 158).
LA MISIÓN DEL CONGO
139
católica, se confesó de sus pecados con grande arrepentimiento y,
con catas saludables prevenciones y los demás Sacramentos de la Igle-
sia, pasó de esta vida temporal a la eterna y bienaventurada, como pia-
dosamente se debe esperar de la infinita misericordia de Dios, que no
busca la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.
11. — Fué este caso de mucha edificación para toda aquella corte y
con él se confirmó la gente en la verdad de nuestra santa fe, tomando
al mismo tiempo notable horror a la secta de los herejes. Apreciaban
cada día más a los religosos y veneraban sumamente su doctrina y la
solicitud con que procuraban el bien de las almas sin perdonar trabajo
alguno. Hízosele entierro solemne al reción convertido y reconocieron
la estimación que hace la Iglesia de sus hijos legítimos y el desprecio
con que trata el cuerpo de los bastardos y espurios que mueren en
sus errores.
CAPITULO XVI
De las diligencias que hicieron los religiosos para estable-
cer las paces entre el rey y el conde de Soñó, y cómo éste
les entregó el príncipe.
1. — Aunque los sucesos de la Religión Católica corrían con bastan-
te prosperidad por todas partes y cada día se prometían los Padres
nuevos y mayores progresos, con todo eso se recelaban prudentes que
no podía subsistir el fruto he'cho ni dar paso adelante mientras no ce-
sasen las guerras entre el rey y el conde de Soñó. A fin, pues, de poner
término a ellas, aplicaron todo el estudio posible, bien que hasta la
ocasión presente no pudieron recabarlo, así porque lo permitía Dios,
por sus inescrutables juicios, como porque el demonio no cesaba de su-
ministrar motivos con que cada día se fuesen encancerando más los
ánimos.
2. — ^Llegó a términos tan desesperados la materia, que mientras el
confesor del rey y el P. Fr. Buenaventura de Cerdeña estuvieron en
Angola, a la embajada que se les encomendó, impaciente el rey de que
su primogénito estuviese tanto tiempo en poder del conde su vasallo,
no obstante que le trataba con la debida decencia, determinó hacerle
una nueva grande guerra para recuperarlo ; lo cual, entendido del con-
de y de los suyos, se previno valeroso para la batalla. Llegaron ambos
ejércitos a las manos el día de Santiago y los de Soñó, aunque infe-
riores en armas, como más experimentados en la milicia y como pe-
leaban por las vidas, resistieron tan esforzados, que al fin quedaron
vencedores, con muerte de muchos soldados del ejército del rey y del
duque de Bamba, que iba por general ; y aunque también murieron
muchos fidalgos de la parte del conde, con todo eso, la victoria se
aclamó por él y los suyos.
144
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
3. — Con esta derrota quedó el rey indignadísimo y casi fuera de sí
y estuvo resuelto algunos días a volver contra el conde en persona con
potentísimo ejército, y tal que, según la costumbre antigua de aquel
reino, son obligados so pena de la vida a seguirle todos cuantos puedan
manejar las armas, excepto los niños pequeños, las mujeres, los en-
fermos y muy viejos. No empero eje'cutó esta resolución así por el
consejo de los Padres, que no lo juzgaron conveniente, como por re-
celarse de que el conde, irritado, podía mandar quitarle Ta vida al prín-
cipe, o, como otros discurrían, se podía temer que, si salía de la corte,
se suscitase contra él alguna conspiración o levantamiento por no ser
bien visto de sus vasallos desde su exaltación al trono real y tener
muchos malcontentos y aun agraviados por varios castigos que había
mandado hacer en muchas personas de la primera sangre'.
4. — Pensó, pues, este negocio con más acuerdo y madurez y trató
de solicitar la libertad del príncipe por medio de los holandeses en esta
forma. Escribió a su confesor y al P. Buenaventura de Cerdeña, que,
como ya dijimos, se hallaban en Angola, diciéndoles negociasen con los
directores la expedición de esita pretensión tan de su cariño y que le
tenía tan cuidadoso. Ejecutáronlo así, y los directores, por hacerle ese
obsequio, aprestaron un navio grande con mucha gente y armas y se
partieron luego a Soñó. El capitán, muy orgulloso, saltó en tierra, y,
acompañado de sus sdldados, entró a hablar al conde'; propúsole la pre-
tensión que llevaba y concluyó dicendo que él iba totalmente r€^íuelto a
llevarse consigo al prílncipe y que, si no se le daba su Excelencia, tu-
viese' por cierto que los directores le pubhcaban desde luego la guerra.
5. — Oyó el conde la propuesta del capitán sin la menor turbación
y, disimulando con semblante risueño el enfado y audacia del hereje, le
mandó se esperase un poco. En e'l ínterin mandó tocar al arma y salió
con su gente a la plaza donde ya estaban puestos con orden los es-
cuadrones. Sentóse con mucho sosiego y majestad en una silla rica-
mente guarnecida y dió orden para que las compañías, por espacio de
media hora escasa, muceasen e hiciesen diferentes alardes a vista de
los holandeses. Después, volviéndose al capitán, le dijo que' tratase de
marchar cuanto antes y que entendiese que de ningún modo había de
entregar al príncipe su sobrino, hijo de tan gran rey como el del Congo,
y menos a unos mercaderes holandeses y herejes. Con esta respuesta
significada con ademanes de indignación y soberanía, se volvió el capi-
tán al navio y con más miedo y prisa de lo que pensó ; luego se hizo
a la vela para Angola y desistieron de la pretensión totalmente.
LA MISIÓN DEL CONGO
M5
6. — Frustrado este medio y reconociendo los Padres lo enconado
de los ánimos, así por la parte del rey como por la del conde, discu-
rrieron que esta pretensión se había de encaminar por otros medios
más eficaces y templados. Hicieron a Dios muchas rogativas secretas
y aplicaron su estudio en suavizar al rey para que perdonase al conde
por ser tan gran vasallo, y los religiosos de Soñó hicieron lo mismo
con el conde para que se rindie'se a la obediencia debida a su rey, pre-
firiéndose a conseguirle d[ perdón de lo pasado y a restituirle a su gra-
cia con tal que les entregase al principe. Recordáronle asimismo la gran
cuenta que daría a Dios si desechaba aquella ocasión, mayormente
cuando el rey deseaba el ajuste de la paz y eran infinitas las almas que
perecían en la guerra, de lo cual resultaban grandes intereses para el
deinonio y muchas ofensas para Dios.
7. — Duraron estas pláticas algunos días, resistiéndose el conde con
varios pretextos, pero como al poder divino.no hay resistencia, al fin,
cuando a humano juicio se hallaban las cosas de peor calidad, fué sn
Majestad divina servida de mover el corazón de este príncipe a soli-
citar la paz con su rey, y con tal eficacia que para este efecto despachó
luego un correo con dos pliegos ; el uno para el Prefecto, a quien pe-
día hiciese sus partes y tomase a su cuidado el ajuste de la paz y que
pusiese el adjunto en manos del rey, al cual con el' debido rendimiento
representaba los muchos motivos que tuvo para no venir en la deman-
da del capitán holandés, y entre ellos el no haberle parecido ni seguro
ni decente entregar un tan gran príncipe a un mercader y hereje : que
si S. M. gustaba, enviase dos religiosos y que a ellos se lo entrega-
ríia luego.
8. — Llevó el Prefecto el pliego y se le entregó al rey. haciendo cuan-
tos buenos oficios pudo con S. M. para el perdón del conde. Consiguiólo
felizmente y más que hubiera pedido. Corrió luego la voz y no es
creíble el regocijo que causó la noticia en todo el reino, pues, aunque
la pía afección no era mucha, era con todo eso deseable la paz después
de tan porfiadas y sangrientas guerras, y como el motivo principal de
ellas consistía en la retención del príncipe, luego que cesó éste se pro-
metieron todos el alivio y tranquilidad que deseaban. No hay duda
sino que esta tan repentina mudanza fué obra de' la diestra del Excelso :
admiróse por tal, según la constitución de las cosas, y se celebró con
el debido hacimiento de gracias. Mas por cuanto fué medio impulsivo
para resolución tan eficaz y repentina el caso siguiente, lo referiré a la
ktra según y como se escribió entonces, notando lo que de él pudie-
10
146 MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
f
ron entender los Padres que asistían en la misma ciudad de' Soñó don-
de acaeció, y cada uno podrá d«spués discurrir sobre él !o que mejor le
pareciere.
9. — Parece ser que el día 3 de octubre, víspera de nuestro Seráfico
P. S. Francisco, poco después del Avemaria, se hallaban en la plazue-
la de la Iglesia de nuestro convento algunos de los más principales fi-
dalgos, conversando y gozando del fresco de' la marea. Detuviéronse
allí algunas horas y, queriendo levantarse para irse a recoger a sus
casas, repentinamente oyeron una voz delicada que con eco extraordi-
nario llamaba a uno de los circunstantes, natural de San Salvador y
entonces prisionero por haberle cogido en la última campaña. Causóles
a todos novedad la voz y juntos fueron a ver quién había llamado :
hallaron cerca de la puerta de la misma iglesia un niño de poca edad,
parecido a los del país y cubierto el cuerpecito con una capa muy larga
y en la forma y ademán siguiente.
10. — Tenía levantado el brazo derecho sobre el hombro v en la
mano un manojo de saetas con las puntas encontradas entre sí. Admi-
rados los fidalgos de tan raro espectáculo, le preguntaron de dónde era
y a qué había venido, a lo cual, con semblante grave y sin levantar Tos
ojos del suelo, respondió: Que él era el que se había hallado presente
cuando los primeros cristianos fueron a aquel re'ino y pusieron la pri-
mera cruz en el puerto de Pinda, y que venia mandado de la Reina de
los Angeles. Replicáronle los fidalgos diciendo : Sea enhorabue'na ; pero
¿cómo si venís de parte de tan benigna princesa traéis flechas en la
mano, que indican rigores, siendo como es su Majestad Madre de pie-
dad y misericordia? Respondió que aquellas flechas eran de amor y de
paz, pero que el arco y flechas de guerra los había dejado arrimados a
un árbol ve'cino, señalándole con el dedo.
11. — Preguntáronle más los fidalgos : Quién era y qué quería : a
que el niño respondió de esta suerte : No falta en este condado quien
me conozca ; mi intento es hablar al conde v a todos los fidalgos de
su corte ; no dudéis de lo que os he dicho y, en prueba de ser verdad,
hacer la experiencia que quisiereis, e'ohándome en el fuego o arroján-
dome en el mar, pues os aseguro que ni las llamas me abrasarán ni
me anegarán las aguas. Pronunciaba estas razones con tal peso y gra-
vedad de rostro, que fué notable la admiración, temor y reverencia que
les infundió a todos los circunstantes y, como ellos mismos confesaron
después, tenían por caso imposible en lo natural el que en un niño de
LA MISIÓN DEL CONGO
tan poca ^áaá pudkse haber tales razones si no fuese de región su-
perior.
12. — Dieron luego aviso al conde de lo que' pasaba, y con silencio
y recato mandó le llevasen a palacio al niño y que los guardas no le
perdiesen de vista ni dejasen solo. Observaron los que cuidaron de él
aquella noche que nunca habí'a bajado el brazo ni dejado de la mano las
dechas ni dormido o sentádose. Unos, atónitos del exceso, no se atre-
vian a hablarle palabra ; otros huian de adonde estaba y todos, ocu-
pados de mil recelos, temían algún fin infausto. Al fin, a poco más de
la media noche, mandó e'l conde tocar a rebato para que se convocase
la gente y estuviese en vela, por lo que podia suceder, temeroso de al-
guna invasión.
13. — A la mañana envió el conde algunos fidalgos de su mayor con
fianza para que el niño les dijese lo que tenía que hablarle y para ver
si alguno le conocía . No empero se atrevió a llamarle a su presencia ni
pudo ser conocido de alguno ni averiguarse de dónde era, porque,
aunque hablaba la lengua del Congo, por e'l modo y otras circunstan-
cias reconocieron no era de aquel reino ni de o'tro de los circunveci-
nos. Hiciéronle vivas instancias para que manifestase el secreto de su
pe'cho ; mas respondió que no lo había de decir sino en presencia del
conde y de los fidalgos de su corte, añadiendo siempre que entendiesen
que había muchos en la ciudad que le conocían.
14. — ^Llegó la noticia del caso a los religiosos y, con deseo de ave-
riguarle, le instaron mucho al conde para que llevase al niño a nuestra
iglesia, o que les dejase ir a donde estaba para conjurarle de parte' de
Dios y sacar en limpio si era cosa suya o invención diabólica. Mas no
hubo forma de permitirlo, no obstante que a los fidalgos de la guardia
se les amenazó con las ce'nsuras de la iglesia por el poco caso que
hacían de los exorcismos de ella y de sus legítimos ministros, a quie-
nes pertenece el examen de semejantes casos.
15. — Estando en estas altercaciones, les llegó noticia a los Padres
de cómo el niño se había desaparecido, sin saber cómo ni por dónde,
y desde aquel punto acabó el conde de resolverse a enviar el principe
prisionero al rey su padre. Con esta noticia cesaron las diligencias: el
conde prosiguió en su propósito y escribió, según se dijo, al Prefec
to para que hablase al rey y dispusiese la materia en la mejor forma
que pudiese. Del niño no se tuvo más noticia que la referida, pero por
los efectos se infiere ser cosa de superior región ; hízose la entrega del
ipríncipe y fué en la forma siguiente.
CAPITULO XVII
Del modo cómo se dispuso la entrega del príncipe y de las
demostraciones de piedad y agradecimiento a Dios y a su
Santísima Madre con que le recibió el rey.
1. — Habiendo, pues, el Prefecto recibido las cartas del conde y co-
municádoselas al rey, recabó con S. M. cuanto el conde deseaba para
la seguridad de su persona y establecimiento de la paz. Después se
trató de enviar por el príncipe y para este efecto nombró el Prefecto
a los Padres Fr. Angel de Valencia y Fr. Juan Francisco de Roma
y al Hermano Fr. Antonio de Ayamonte. Mas, porque este religioso
último no estaba en el número de los doce que pasaron de España y
se ingiere aqui de nuevo, es preciso decir en breve su conversión y el
modo cómo se incorporó con los demás, cuya noticia será de edifica-
ción y pertenece a la integridad de la historia.
2. — Ya dijimos en otra parte el singular ejemplo de los Padres en
tiempo de su embarcación y cómo muchos de los marineros, movidos
de él, no sólo reformaron sus vidas pero procuraron adelantarse en
la perfección, y tanto, que, olvidados de sus propios intereses, desea-
ban acompañar y servir a los Padres en su apostólico ministerio. En-
tre ellos se mostró más fervoroso un mozo soltero de muy buenas pren-
das, llamado Antonio de los Santos, el cual, tocado eficazmente del
divino amor, porfió tanto en seguirles, que fué preciso darle el hábito
con intento de enviar a pedir licencia en la primera ocasión a nuestro
Rvdmo. P. General para concederle a su tiempo la profesión, o remi-
tirle a Europa para el caso. Prosiguió desde entonces en hábito de
donado y fué de mucho auxilio y consuelo para los Padres, entre los
cuales le numeraremos desde aquí.
3. — Llegaron, pues, los tres a Soñó ; dieron las cartas que llevaban
al conde, una de parte del rey y otra del Prefecto ; recibiólas muy gus-
152
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁERICA
toso y luego inmediatamente les entregó al príncipe, a quien acom-
pañó en la jornada el Padre Fr. Juan de Santiago, en virtud de orden
que tenía del Prefecto para pasar a San Salvador con los demás. En
saliendo del condado, entregaron al príncipe a ciertos caballeros con-
fidentes del rey, que le estaban esperando, y a los cuales fué siguiendo
le Padre Fr. Juan de Santiago. Los demás Padres pasaron a Angola
con los despachos y orden que adelante se dirá. Prosiguió el príncipe
su viaje para San Salvador ; pero, habiendo tenido orden de su padre
para detenerse en cierto lugar cercano, hasta que señalase día para
hacer la entrada en la corte, se suspendió por algunos días y en el ín-
terin sucedió caer enfermo, aunque no de mucho cuidado, el Padre
Fr. Juan de Santiago.
4. — Supo el rey su indisposición y, deseoso de atender a la necesi-
dad del buen religioso y a su devoto designio, le habló de esta suerte
al Prefecto : Hágoos saber, Padre, cómo después de mucho tiempo
que estuve casado, deseé tener un hijo y, como se dilatase el cumpli-
miento de mi deseo, por consejo de un sacerdote virtuoso, me valí del
patrocinio de la Concepción Purísima de Nuestra Señora y, después de
muchas súplicas y rogativas, me concedió Dios al príncipe mi hijo. Res-
pecto de eso y haber sido la Virgen Santísima la medianera de este be-
neficio, he resuelto no recibirle ni verle en la corte sino en el día de
su Concepción Inmaculada y en la iglesia dedicada a e'ste sagrado mis-
terio. Por tanto, podrá venirse luego el Padre Fr. Juan, pues está en-
fermo, y mi hijo entrará secretamente la víspera de la fiesta en casa
de V. Paternidad, y el día siguiente, estando yo en la iglesia, después
del sermón, le sacarán a ella los Padres para que yo se lo ofrezca a
Nuestra Señora, por cuyo amor y reverencia quiero privarme hasta
entonces de su vista.
5. — ^Mucho se edificaron de esto todos aquellos Padres y lo esta-
ban no menos de ver la singular devoción y puntualidad con que asis-
tía a la misa cantada que hacía celebrar en reverencia de la Virgen
todos los sábados del año y en sus festividades. Llegó, en fin, el día
señalado para la entrada del príncipe y se ejecutó en la forma que
S. M. había determinado. Diéronle los Padres noticia de cómo se ha-
llaba ya en el convento, y el día siguiente, que fué el de la Concepción
Purísima de Nuestra Señora, asistió S. M. a la misa y sermón y, des-
pués de haber confesado y comulgado, se ordenó la procesión en que
salió el príncipe a la iglesia, acompañado del Prefecto y del Padre
Fr. Juan de Santiago ; llevaba en la cabeza una guirnalda de flores,
LA MISIÓN DEL CONGO
los ojos bajos, puestas las manos y el rosario al cuello en señal de
haber sido rescatado por la intercesión de la Reina Santísima, después
de tan largo tiempo.
6. — Comenzó la procesión desde la puerta del convento y fué ha-
ciendo círculo por la plazuela contigua a él : precedía la cruz y se-
guíanse muchos nobles cantando con los religiosos el Avemaria y la
Sahe en lengua del país ; en medio de la procesión iba un cuadro de
la Concepción Purísima, muy adornado de flores, y en último lugar
el príncipe con el Prefecto y con el Padre Fr. Juan de Santiago. En
esta conformidad, estando casi todo el pueblo presente, entraron en la
iglesia ; hicieron oración al Santísimo y llegó el Prefecto y entregó
el príncipe al rey con la debida sumisión ; hízole una breve plática en
orden a que fuese agradecido a Dios y a la Virgen Santísima y a que
procurase criar sus hijos en tan santa devoción, pues sabía los muchos
beneficios que había recibido por intercesión de la Reina Santísima.
7. —Besóle S. M. después el hábito y lo mismo a los demás reli-
giosos y luego abrazó al príncipe con el afecto y ternura de padre que
tanto le estimaba. Concluida esta función, puso S. M. el príncipe a su
lado y se comenzó la misa conventual, la cual cantó aquel día el con-
fesor, y, en llegando al ofertorio, se volvió al pueblo para recibir la
ofrenda que S. M. hizo, la cual acompañó con este devoto razonamien-
to : «Ofrezco a Vos, Reina soberana y Madre de Dios purísima, de lo
íntimo de mi afecto, esta dulce prenda y querido hijo que me fué con-
cedido y rescatado por vuestra poderosa intercesión, para que sea vues-
tro perpetuo esclavo y devoto. También se lo ofrezco al Seráfico Padre
San Francisco, pues por medio de sus hijos los Capuchinos lo he re-
cuperado y traído desde Soñó a esta corte.»
8. — Concluyóse esta devota ceremonia y la misa no sin lágrimas de
ternura en los circunstantes y después, por la tarde, sin reparar S. M.
en lo mucho que llovía, volvió con el príncipe a nuestra iglesia, a pie
y descalzo, a hacer las diligencias del jubileo que se gana en ella, y
debe notarse de paso procedía siempre con esa humildad en semejan-
tes ocasiones y especialmente en la Semana Santa, que, después de
haber andado las estaciones, lavaba los pies a doce pobres y les daba
de comer en su palacio, sirviéndoles por sí mismo la vianda. Imitando
en esto a nuestros católicos y piadosísimos reyes de España, que con
semejante acción edifican el mundo y honran al rey de los reyes, Cris-
to Jesús, que fué el primero que ejecutó tan profunda humildad antes
de su Pasión, con doce pobres pescadores, para nuestro ejemplo.
154
MISIONAS CAPUCHINAS EN ÁFRICA
9. — El día siguiente envió S. M. al príncipe a nuestra escuela con
los demás hermanos y, reconociendo éste la merced que había reci-
bido por medio de la Virgen Santísima, se firmó de allí en adelante
el enclavo de la Madre de Dios. Creció asimismo en su pecho la devo-
ción con nuestro Seráfico Padre San Francisco y muy particularmen-
te con nuestro San Félix de Cantalicio, cuya intercesión invocaba siem-
pre en sus necesidades y juzgaba haber influido mucho para conseguir
la libertad. Esta devoción heredó de su piadoso padre, el cual la tenía
tan afectuosa al santo como lo mostraba el singular aprecio que ha-
cía de su imagen, estimando tanto una que le dió el Prefecto, que él
mismo por sus manos le labró una guarnición muy curiosa y la tenía
puesta a la cabecera de su cama. Finalmente, con la recuperación del
príncipe se serenaron los ánimos y la materia de las reducciones tomó
mejor semblante ; comenzáronse a tirar más dilatadas líneas para nue-
vos progresos en la fe y se dispusieron las embajadas siguientes.
/
CAPITULO XVIII
Cómo envió el rey dos Padres de la misión por embajado-
res: uno, al Papa, y otro, al príncipe de Orange, y cómo
la Sacra Congregación nombró más misioneros a instan-
cias de Fr. Francisco de Pamplona.
1 — La ocurrencia de los sucesos del presente capítulo pedía más di-
fusa noticia de la que daremos ; mas es preciso ceñirnos en la relación
para recoger algunos cabos sueltos y enlazarlos aquí como en su pro-
pio lugar. Tenemos ya en viaje dos embajadores, uno para el Sumo
Pontífice y otro para el príncipe de Orange ; llámannos estas embaja
das y sus efectos. Dejamos embarcados y a la inconstancia de los ma-
res a los siervos de Dios Fr. Miguel de Sessa y Fr. Francisco de
Pamplona con el capitán Falconi, que los condujo al Congo, y nos
espera en su vuelta a Europa una no esperada tragedia, coronada con
felicidad de sucesos, después de varios contrastes de fortuna. Estos y
otros motivos, acreedores de esta historia, nos ejecutan aquí y es for-
zoso satisfacer a ellos, aunque con brevedad inexcusable y a cada uno
por su orden.
2. — ^Luego, pues, que los Padres Fr. Angel de Valencia, Fr. Juan
Francisco de Roma y el Hermano Fr. Antonio de Ayamonte dejaron
al príncipe del Congo en los estados de su padre y al cargo de los
fidalgos que lo esperaban, según se dijo en el capítulo pasado, prosi-
guieron su viaje' para el reino de Angola a solicitar embarcación para
Holanda y ejecutar dos embajadas que traían del rey : una para el Papa
y otra para el Príncipe de Orange. De la embajada de Su Santidad
hablaremos en otra parte, que la ocurrencia de los sucesos no nos lo
permite ahora : además, que las resultas de ella piden difusa mención
y cedieron en aumento de otra misión diferente de la del Congo y en
beneficio de! reino de Benín,
158 MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
3. — Los trabajos que padecieron estos dos Padres en su viaje has-
ta llegar a Angola no son ponderables, pues, además de ser de muchas
leguas y la mayor parte desierto, le pasaron en tiempo de Adviento,
cuyos ayunos son de precepto para todos los Menores, y con tanta in-
comodidad y falta de manjares, que se sustentaban con raíces y legum-
bres cocidas con sal, y de ésta carecían no pocas veces. Dormían las
más noches en la campaña, cercados de fieras y con mil sobresaltos :
afligíanles los mosquitos y otras sabandijas molestas del país, y asi
de día como de noche eran ordinariamente combatidos de las influen-
cias de los elementos, lo cual duró por espacio de mes y medio. Pero
si fueron grandes las penalidades y fatigas de este tan dilatado viaje,
no fueron inferiores los consuelos espirituales con que la Majestad de
Dios recreó sus almas, premiándoles de contado sus trabajos con favo-
res visibles, pues fueron sinnúmero los niños y adultos que bautiza-
ron en el discurso del viaje, deteniéndose para este efecto y adminis-
trar los demás Sacramentos, según lo pedía la necesidad ; el cual es
premio excelente de los misioneros y el de mayor consuelo para tem-
plar las fatigas de su ministerio, pues, como dice San Dionisio Areo-
pagita : Divinissimum oninium divinorum est cooperan in salutem ani-
marum (33). Y la pluma del Espíritu Santo en los Proverbios: Eruc
eos qul diicuntur ad morfeni, ct qui trahnntur ad interitum, liberare itc
cesses (34).
4. — Confirmó el Cielo lo dicho con el siguiente suceso ; pues ha-
biendo dormido una noche, entre otras, en la campaña estos Padres,
madrugaron por la mañana y comenzaron a proseguir su viaje. A cosa
de media legua, poco menos, echó de ver el Padre Fr. Juan Francisco
de Roma que le faltaba la imagen del Crucifijo que solía llevar en el
pecho y es el compañero inseparable de los misioneros ; comenzó a
desconsolarse por tal pérdida y a culpar su descuido ; pero, discurrien-
do se le habría caído en el sitio adonde durmieron, pidió a los com-
pañeros se detuviesen allí mientras volvía a buscarlo. Hiciéronlo así,
y el buen religioso fué con toda diligencia al sitio, vacilando consigo
cómo podría haber sucedido el caso llevando la santa imagen al cuello
v bastantemente afianzada,
5. — Con esta perplejidad, sin entender el misterio y secretos del
Altísimo, llegó al sitio donde habían descansado la noche precedente,
CVS) S. DYONISIU.S. De Coele.iti Hierarchia. cap.
(34) Prov., 24, 11.
LA MISIÓN DEL CONGO
e inopinadamente encontró en él gran número de gente, que. por la
noticia que habia corrido en la comarca, había venido en seguimiento
de los Padres, cargados hombres y mujeres de niños para que se los
bautizasen ; pero, por presto que llegaron, ya habían partido en conti-
nuación de su viaje. Halló el Padre Fr. Juan Francisco muy descon-
solados a los pobres negros y ya a punto de volverse a sus casas ;
pero, en llegándose a ellos, comenzaron a dar voces de alegría y jú-
bilo y juntos todos se pusieron a sus pies, pidiéndole bautizase sus
niños y les echase la bendición. Refiriéronle lo que había pasado y
cómo habían caminado muchas leguas por alcanzarlos ; pero que. vien-
do los habían perdido en aquel tránsito, estaban ya resueltos a volver-
se, si no aciertan a verle que iba hacia ellos.
6. — Admiróse el buen Padre y no cesaba de' dar gracias a Dios de
que le hubiese tomado por instrumento para el socorro espiritual de
tantas almas ; bautizó todos los párvulos y adultos que no lo estaban,
consolóles y dióles la bendición y, al fin, encontró en el mismo sitio
el Santo Crucifijo. Prosiguió su viaje y refirió a los compañeros lo
que queda mencionado, y en hacimiento de gracias cantaron el himno
Te Deum laudanius y en estos y semejantes ejercicios pasaron el tiem-
po hasta llegar a Angola, donde fueron muy bien recibidos de los di-
rectores.
7. — Entregaron las cartas del rey en que con todo empeño k's pedía
diesen embarcación para Holanda a dichos Padres. Ofrecieron hacerlo
en la primera ocasión y asi lo cumplieron ; pero no tuvo efecto hasta
después de mes y medio. Detuviéronse a esperarla ese tiempo y en el
ínterin se' ocuparon en cultivar aquella parte de católicos que residía
en Angola, que, como carecían de sacerdotes, les fué muy provechoso
su arribo, y los asistieron con mucha caridad en sus necesidades hasta
que se hicieron a la vela en un bajel que navegaba al Brasil, que fué
el día de la Purificación de Nuestra Señora, a 2 de febrero de 1647.
8. — Tardaron en llegar a Pernambuco cuarenta días y. en desem-
barcando, supieron cómo habían estado allí los Padres genoveses pri-
sioneros y que ya habían llegado a Holanda todos, excepto el que mu-
rió a vista de Canarias, que fué sepultado en el mar. De Pernambuco,
después de algunos días, partieron con tres navios y, después de tres me~
ses de navegación, llegaron a desembarcar a Holanda ; pasaron desde
el puerto a La Haya por tietra, que es la corte del Príncipe de Oran-
ge, adonde por espacio de cincuenta días y más que los detuvieron
antes de despachartlos, concurrieron muchos católicos a verlos y con-
i6o
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
solarse con ellos, a muchos de los cuales administraron los Santos Sa-
cramentos, aunque con cautela y secreto, por los riesgos que se po-
dían seguir.
9. — Pidieron luego audiencia al Príncipe y ordenó que fuesen a ella
con hábitos de seglares, a fin de que no les sucediesen algunos malos
tratamientos de los herejes. Dieron su embajada y ésta contenía, en
suma, la queja de que los directores de Angola y de aquellas costas
no daban lugar a que pudiesen entrar en el reino del Congo los Ca-
puchinos, siendo llamados del rey, si no llevaban pasaporte de los su-
periores del Parlamento y comercio ; por lo cual pedía el rey a Su Al-
teza mandase dar su despacho para que, pues eran amigos, no se les
embarazase el paso en adelante, además de no haber motivo justo para
contradecirlo.
10. — El conde Mauricio de Nassau, aunque hereje, mostró a los
embajadores especial afecto y deseó cuanto pudo el buen logro de su
pretensión ; mas no hubo forma de conseguir lo que pedían, a causa
de' que el negocio pendía no sólo del Príncipe sino también del Parla-
mento ; por lo cual fué preciso acudir a él y proponerle por medio de
un memorial. Esta diligencia fué también infructuosa para el caso,
porque, deiípués de muchas altercaciones, respondieron con la negati-
va, siendo el promotor de ella en particular un hereje celante , de mala
digestión, que en público Parlamento se levantó y dijo que de ninguna
manera se debía conceder tal pasaporte, pues permitiendo ellos que
entrasen los Capuchinos en el Congo a sembrar la doctrina de los pa-
pistas, que así nos llaman a los católicos romanos, cooperaban en un
pecado muy grave por el cual los castigaría Dios severamente.
11. — Con esta contradicción enmudecieron todos y nadie se atrevió
a impugnarle. Volvieron al Principe por la respuesta para el rey y por
el pasaporte para su viaje ; y, antes de salir de La Haya, los consoló
Dios concediéndoles más que pedían y castigando a los herejes con
proporcionada pena a su delito ; porque por el mismo tiempo llegó la
nueva de cómo ya habían perdido Pernambuco y alcanzádola los por-
tugueses, y que éstos mismos pasaron a Angola y se apoderaron de
ella, desterrando de todos aquellos mares a los holandeses. De esta
suerte castigó el Cielo la culpa del Parlamento en negar petición tan
justa y por todas buenas razones debida ; para que se entienda que :
Per quae peccat quis, per haec et torquetur (35) : y también que : Muir
(35) Sap., 11, 17. .... i
I
LA MISIÓN DEL CONGO
l6l
ta peccatoris flagella ; spewantem autem in Domino, misericordia cir-
cumdabit (36).
12. — Asimismo, mientras dichos Padres estuvieron en La Haya, ad-
quirieron noticia cierta e individual de la pérdida del navio del capitán
Falconi que los condujo al Congo, y en que volvieron a Europa Fray
Miguel de Sessa y Fr. Francisco de Pamplona. Sucedió, pues, que na-
vegando con próspero viento, irremediablemente vino a dar en un ba-
jío y encalló, de suerte que no fué posible moverlo. Viendo capitán y
piloto que no podian desencallarlo, esperaron que pasase algi'm bajel
para pedirle auxilio ; acertaron a ver a lo lejos uno de ingleses que
pasaba a comerciar ; llamáronle con la seña acostumbrada, disparando
una pieza, y se acercó a ellos.
13. — Pidiéronle permitiese pasar a su navio la artillería y fardos de
peso para aligerar el vaso y desencallarlo ; concedióselo, y ayudaron a
ello los marineros; pero, preso de la codicia, viéndolo ya todo en su
poder, faltando a la fidelidad y obrando vilmente, se hizo a la vela y,
sin hablar palabra, se dejó el navio como se estaba y toda aquella gen-
te con el desconsuelo que se puede imaginar. Poco después sobrevino
otro bajel de holandeses que costeaba aquellos mares y, viéndole de
aquella suerte, dió sobre él con sus armas ; pero como la gente se
hallaba incapaz de defensa, se le rindió luego con pérdida de todo cuan-
to había quedado. Esta tragedia le sucedió al capitán Falconi con su
navio, después de los muchos debates que luvo con los holandeses en
Pinda y Soñó ; y aun al tiempo de encallar fué tanta la violencia, que
pensó perder la vida y lo mismo cuantos venían embarcados en él. Al
fin, después de algún tiempo, llegaron todos a Europa y, como mejor
pudo, armó otro navio, con el cual le fué tan bien, que en pocos me-
ses volvió a restaurar lo perdido y a adquirir caudal considerable.
14. — En esta tragedia se ve la inconstancia de las cosas humanas
y lo que dice el Eclesiástico al capítulo 43, es a saber: Qui navigant
mare, enarrent perkula ejus (37), y que, aunque Dios mortificó por
entonces a este capitán, después lo mejoró de fortuna, para que se en-
tienda que su providencia es admirable y que en las adversidades, y
más de los buenos católicos, como lo era éste, no tira a destruir sino
a mejorar, y así : Deus mortificat et viiñficát, deducit ad inferas et re-
ducit (38). Siendo lo más regular en su divino consejo lo que su Ma-
(36) Psalm., 31. 13.
(37) Eccles., 43. 26.
(38) I Reg., 2, 6.
11
f
l62
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
jestad dijo por San Juan, es a saber: Qtios amo, arguo et castigo (39),
para que por medio de' la adversidad y tribulación se aviven los afectos
y se enderecen las acciones a buscar los bienes eternos, pues, como
dijo San Gregorio Magno: Mala quae nos premunt, ad Deum venir c
compellunt, a que se ha de añadir que adonde no hay estímulo que
pique, cualquiera se da por desentendido.
15. — Otro motivo bien particular de la divina Providencia tuvo la
tragedia referida, que nos provoca a nueva admiración de sus ocultos
juicios y a repetirle las gracias por el sefíalado favor que hizo a sus
siervos Fr. Miguel de Sessa y Fr. Francisco de Pamplona, pues, ha-
biendo salido de Pinda en el mismo navio para Europa, poco antes de
encallar tuvieron ocasión de meterse en otro de ingleses que encon-
traron en alta mar y venía a Inglaterra, resolución que tomaron con
particular impulso, a fin de abreviar por ese medio el viaje, como su-
cedió en efecto, y, a no haberles Dios ofrecido esa ocasión, al pare-
cer poco oportuna, por la poca seguridad de los herejes, y estimulá-
doles a aceptarla, hubieran padecido mucha dilación y trabajo.
16. — Llegaron dichos Padres con felicidad a Inglaterra y desde
allí pasaron a Francia y a España, a su provincia de Aragón, cami-
nando por tierra lo que hay desde Bretaña a Zaragoza, para informar
a los prelados del buen suceso de la misión y dejar allí Fr. Francisco
al Padre Fr. Miguel para que se' curase de sus muchos achaques con-
traídos en tan larga navegación y en tan penoso viaje, y tomar com-
pañero para Roma que le pudiese seguir con la brevedad que deseaba
y pedía la comisión que traía, para que se socorriese de mayor número
de operarios la misión del Congo, que corría con tanta prosperidad y
los necesitaba tanto para remedio común de los naturales y convecinos
que deseaban abrazar nuestra santa fe.
17. — Vida y virtudes del Padre Fr. Miguel de Sessa. — En los pocos
días que se detuvo en Zaragoza el siervo de Dios Fr. Francisco de
Pamplona se le aumentaron los accidentes al Padre Fr. Miguel de Ses-
sa y, como le hallaron tan postrado y rendido, pusieron fin a su vida
temporal, trasladando Dios su alma, como piadosamente creo, a la eter-
na y feliz, para ponerle en posesión de la gloria que procuró merecer
con su vida inculpable y con el continuo ejercicio de virtudes heroicas
que entre propios y entre extraños le publicaban varón verdaderamen-
te apostólico.
(89) .\poc , lí».
LA MISIÓN DEL CONGO
163
Era este siervo de Dios hombre de singular pureza y de natural
muy Cándido y sin doblez, grandemente aplicado a los ejercicios de la
propia abnegación y de la oración ; llegó a conseguir un muy alto
grado de contemplación, y tanto, que padecía en ella muchas veces
raptos, éxtasis y otros excesos mentales y soberanos. Sus conversa-
ciones ordinarias eran siempre de cosas celestiales y sus palabras tan
inflamadas del divino amor, que le causaban suavísimos deliquios y
enardecían los ánimos de los que las oían.
18. — Es apoyo de su grande y casi continua elevación de espíritu
lo que repetidas veces solía decir cierto conde aragonés, muy afecto
de la Orden, en ocasiones que se ofreció oír hablar al siervo de Dios
con la condesa su mujer, señora muy virtuosa, que después fué capu-
china, fundadora del convento de Huesca. «Temo — decía — que el Pa-
dre Fr. Miguel y la condesa, en alguna de estas sus conferencias espi-
rituales, se nos han de subir al cielo y volar por esas nubes.» Muchas
cosas particulares le acaecieron de grande edificación, cuya memoria
omitimos, por no dilatar el volumen más de lo justo ; mas espero en
Dios no faltará en su provincia quien a su tiempo haga debida con-
memoración de ellas (40).
19. — Habiendo, pues, acaecido la muerte del Padre Fr. Miguel de
Sessa, tomó compañero Fr. Francisco de Pamplona y, guiado de' su
fervoroso celo, partió luego para Roma a los veinticuatro de junio del
año 1646. En llegando presentó las cartas del Prefecto al Papa, a la
Sacra Congregación y al Pro(j:urador General de la Orden, a todos los
ruaks informó de la feliz entrada de la misión en el Congo, de los
progresos de ella y de la necesidad que tenía de mayor número de ope-
rarios. Con este informe y por acuerdo de Su Santidad, cometió la
Sacra Congregación la comisión de presentar doce sujetos idóneos al
Procurador General de la Orden ; el cual, con la brevedad posible, la
puso en ejecución y nombró los religiosos siguientes.
20. — Primeramente, por Superior y cabeza de los demás, al Padre
Fr. Dionisio de Piacenza, varias veces Definidor de su Provincia y
Visitador general de otras y misionero apostólico en el reino de Túnez
por algunos años ; al Padre Fr. Juan María de Pavía, de la Provincia
de Bolonia, de donde era también natural el Padre Fr. Dionisio. A
(40) El P. CIAURRIZ. o. c. p. 244-49. trae la biografía del P. Sessa y pone
como fecha de su muerte el año de 1647 en Zaragoza. Creemos sin embargo haya
sucedido su muerte en 164fi. pues todos lo? historiadores dicen tuvo lugar poco tiem-
po después He su llegada.
i64
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
los Padres Fr. Francisco de Veas y Fr. José de Fernambuco, de la Pro-
vincia de Castilla ; al Padre Fr. Serafín de Cortona, de la de Toscana ;
al Padre Fr. Antonio María de Monteprandone, de la de la Marca de
Ancona ; al Padre Fr. Buenaventura de Corella, de la de Navarra ; al
Padre Fr. Antonio de Teruel, de la de Valencia ; al Padre Fr. Fran-
cisco de Zelento, de la de Ñapóles, todos predicadores ; a los Padres
Fr. Pedro de Ravena, de la de Roma ; Fr. Jerónimo de Montesarchio,
de la de Nápoles ; Fr. Carlos de Génova, de la de Génova, todos
sacerdotes ; a Fr. Félix de Villar, de la de Aragón, y a Fr. Humilde
de San Félix, de la de Bolonia, ambos religiosos legos.
21. — Hecha presentación de los sujetos referidos, los aprobó la Sa-
cra Congregación y mandó se les remitiesen los despachos y patentes
para que con ellas se partiesen para Cádiz a disponer la embarcación.
Empero, por haber enfermado dos de' ellos, sustituyó el Prefecto, con
la autoridad que tenía de' la Sacra Congregación, en lugar de ellos, al
Padre Fr. Gabriel de Valencia, predicador, y al Hermano Fr. Fran-
cisco de Licodia, lego, de la Provincia de' Siracusa. Corrió el despacho
de esta misión por la dirección del siervo de Dios Fr. Francisco de
Pamplona, y recabó de nue'stro católico monarca los medios necesa-
rios para su despacho, y al mismo tiempo consiguió él ir con otros
compañeros a la misión del Darién, de lo cual se hablará difusamente
en su lugar (41).
(41) Sabemos que los religiosos enviados entonces al Congo eran catorce, aun-
que en los nombres hay algunas discrepancias. Al P. Carlos le hace el P. Cavazzi
natural no de Génova, sino de Taggia. Fr. Humilde de San Félix, por haber caído
enfermo, fué sustituido por Fr. Francisco de l icodia, y asimismo el P. Gabriel de
Valencia sustituyó al P. Francisco de Zelento.
V
CAPITULO XIX
Parte de Cádiz la nueva misión para el Congo; dase
noticia de su viaje y entrada en Soñó y de varios suce-
sos que ocurrieron.
1. — Habiendo, pues, el señor rey Don Felipe IV, por su gran pie-
dad y celo católico, sabido los progresos del Congo v cómo se dispo-
nía el reforzar de nuevos operarios aquella apostólica misión, inclinado
a los ruegos del siervo de Dios Fr. Francisco de Pamplona, mandó
despachar su decreto a la casa de contratación de Sevilla para que se
hiciese público en el comercio cómo S. M. daba permiso a la persona
o personas que quisiesen conducir dicha misión, para que pudiesen car-
gar de negros y llevarlos a Cartagena de Indias o a otra cualquier
parte de tierra firme, para que, de lo que procediese de ellos, se paga-
se el flete y lo demás necesario para el sustento de los misioneros.
2. — Sabido este permiso, hubo muchas personas de' Sevilla que soli-
citaron les cupiese la suerte, tanto por tener algún mérito en la con-
ducción de los religiosos, para empleo tan del agrado de Dios, como
por lograr la conveniencia que se prometían en acrecentamiento de sus
caudales. Tocóles la suerte a ciertos caballeros navarros, vecinos de
Sevilla, y fletaron para este efecto una nave inglesa de treinta y seis
piezas de artillería, y, acordándoles lo que le habia sucedido al capitán
Falconi por las hostilidades de los holandeses que trafican por las cos-
tas de Angola y reinos convecinos, aprestaron también, para mayor
seguridad, una fragata y una saetía.
3. — Dispuestas las embarcaciones en Cádiz y juntos los religiosos,
a 4 de octubre, día de nuestro Seráfico Padre San Francisco, después
de vísperas, llegó al convento el señor Obispo de aquella ciudad y les
hizo una devota plática. Después les echó su bendición y todos pro-
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
cesionalmente, acompañados de innumerable gente y de la Comunidad,
llegaron al puerto donde se despidieron unos de otros, y, tomando
falúas, se hicifron al agua para entrar en el navio. Luego el día de
Santa Teresa del año 1647, con viento en popa, se hicieron a la vela
todas tres embarcaciones y prosiguieron su viaje felizmente, aunque
con algunos sustos del mar, que nunca faltan y, eti espacio de diez días,
llegaron a desembarcar a Canarias. Aquí se detuvieron otros diez días,
mientras el capitán se proveyó de algunas cosas necesarias ; pero en
el ínterin no estuvieron ociosos, antes bien se ocuparon en predicar
y confesar la gente, siendo los concursos tan numerosos, que apenas
les daban lugar para tomar la refección ordinaria. El fruto que en
esta ocasión se hizo fué maravilloso y nada inferior al que en otras
muchas ocasiones han he'cho en estas islas los nuestros.
4. — Pasados los diez días, se volvieron a embarcar y, aunque el
viento por entonces fué favorable, después sobrevinieron unas grandes
calmas y lluvias que duraron casi un mes. Experimentaron la conve-
niencia de haber llevado las tres embarcaciones para mayor seguridad,
pues, a no ser el navio de tan buena calidad e ir tan bien acompañado,
corría peligro de que los hubiesen cogido y hecho prisioneros ; pues
lo uno pasaron casi a la hora del mediodía a vista de Angola, y lo otro
por habet encontrado en diferentes parajes otras embarcaciones gran-
des de corsarios y enemigos, que, descubriendo la nao y viéndola tan
bien artillada y las otras embarcaciones en su conserva, les huían el
cuerpo sin atreverse a llegar por no dar en sus manos.
5. — Este riesgo despreció un navio francés, pero pagó su arrojo
quedando por presa de los nuestros. Lo mismo sucedió en la isla del
Príncipe, de vuelta del Congo, con un pingüe y una fragata de holan-
deses que corseaban por aquellos mares y hacían gravísimos daños a
los pasajeros. Durante las calmas sucedió que un pez, llamado espada,
que la tiene en la cabeza, acometió con tal violencia a la fragata, que
traspasó con ella los maderos y una arca contigua a ellos : tanta es la
fuerza de} tal pez y tanta la fortaleza de los animales en su centro y
elementos ; mas, al fin, quedó preso y sin poder moverse. Pocos gra-
dos antes de llegar a tocar la Libra, perdieron nuestros navegantes
el norte ; mas, aunque algunos han dicho que en pasando de la otra
parte no influye en la aguja, reconocieron su engaño manifiesto, pues el
norte influye en todos los parajes del mundo ; sólo hay esta diferen-
cia : que de la otra parte de la línea no se ve estrella que constituya
polo ; pero en su lugar se mira una cantidad de estrellas de tal suerte
LA MISIÓN DEL CONGO
169
colocadas, qu« vienen a formar muchas cruces, unas grandes y otras
pequeñas, a lo cual llaman el crucero los marinos.
6. — Todo el tiempo de la embarcación, que duró casi cinco meses,
pasaron nuestros navegantes con bastante conveniencia espiritual y
temporal, porque como el navio era grande, ocupaban toda la cámara
de popa y en ella hacían todos los ejercicios cotidianos, como si se
hallaran en el convento. Predicaban y administraban frecuentemente
los Sacramentos a la gente y por este medio fué nuestro Señor ser-
vido de alumbrar a tres herejes ingleses del navio, los cuales se con-
virtieron a nuestra santa fe católica antes de llegar al Congo. El uno
de ellos, en opinión de los demás, era el docto y más sagaz y, viendo
a los religiosos que disputaban con él, solían decir muy confiados :
guárdense los Padres, no sea que los reduzca el que pretenden reducir ;
pero fué Dios servido que fuese éste el primero de los convertidos.
Cosa era por cierto lastimosa ver tantos hombres tan bien agracia-
dos, corteses y de buenos respetos y en medio de eso tan ciegos y
obstinados en sus sectas y errores.
7. — A los nueve días de marzo de 1647 llegaron las embarcaciones
al río Zaire y fueton a tomar puerto a Pinda, adonde dos años antes ha-
bía llegado el navio que condujo los primeros misioneros : pero si bien
los presentes no padecieron tempestades como los otros, con todo eso
experimentaron muchas alteraciones del mar. Cinco grados debajo de
la linea hacia el norte, que llaman tramontana, y otros cinco hacia el
sur, que dicen mediodía o austro, se vieron en el mar innumerables
pescados, que parecía estar el agua bullendo con sus continuos saltos.
Estos se pescan en gran cantidad y tan fácilmente, que apenas se arro-
ja el anzuelo, cuando se sube el pez, y cuando aun no está clarto el
día, no es necesario añadirle cebo ; llámase pez dorado, por tener el
lomo de color de oro ; es casi de dos palmos y medio y de lindb sabor.
8. — Con esta especie de peces tuvieron particular recreo los nave-
gantes, sirviéndoles de motivo especial para alabar a Dios, como tam-
bién otra especie diferente de ciertos pescados, del tamaño de aren-
ques, que vuelan por el aire; su color es azul sobre las escamas y
lo restante blanco ; tienen las alas junto a la cabeza, como los demás
peces, y son de la misma hechura pero mucho mayores sin compara-
ción. Estos peces salen del agua y se elevan en alto ; pero el vuelo es
muy breve y sólo dura hasta que se les secan las alas ; después caen
al mar y suelen padecer el riesgo siguiente.
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
9. — Su contrario de este pez volador es el dorado ; persigúele con
tal ahinco que sólo atiende a comérsele ; por esta causa y huir de ese
riesgo, cuando le ve venir contra sí, alza el vuelo fuera del agua y de
esa suerte se e'scapa de aquel primer golpe ; mas el dorado que por el
instinto reconoce la calidad del que vuela y que se detiene poco en el
aire y vuelve al mar, mientras él va volando, el dorado le' va siguien-
do llevando siempre el un ojo arriba, y con tal velocidad y destreza,
que cuando el volador se ve forzado a caer, se halla el dorado allí con
la boca abierta y se lo traga. Otro contrario tiene este pobre pez por
causa de sus vuelos, que es cierta especie de pajaretes grandes que vue-
lan en bandadas numerosa.s por aquellos mares. Estos, viendo volar al
pe'z, se calan sobre él y le despedazan ; de suerte que, bien considera-
do, este pez es tan desafortunado que no tiene seguridad en el aire ni
en el agua.
10. — No les fué menos diversible a nuestros caminantes el navegar
el Zaire, porque, conteniendo en si, según se dijo, tanto número de
isletas, componen en el agua misma tantas, tan derechas y hermosas
calles, que hacen maravilla a quien las ve. Cada isla produce cierta es-
pecie de árbol al modo de un laurel real y muy vecino a la orilla ; este
árbol e's de dos pies de alto, tiene las ramas muy espesas, verdes y tan
iguales, que el mayor cuidado del arte no pudiera hacer lo que allí pule
el menor descuido de la naturaleza. En la cima de este árbol nace una
raíz que desciende a la tierra igualmente ; es del tamaño de un dedo
en lo grueso, y llegando al agua y a la tierra nace de ella otra planta
y en esta forma se va multiplicando, de suerte que las márgenes vienen
a se'r espesísimas y muy altas. Con que siendo el agua tan pura y cris-
talina y los enrejados de una ribera y otra tan empinados y verdes y
los brazos del río tan espaciosos y largos, ya se puede entender cuán
apacible y delifiosa será la navegación por tal rio.
11. — Pero volviendo a nue'stro principal asunto, luego que se vie-
ron los navegantes en el puerto deseado, todos con salud y libres de
riesgo, celebraron su arribo feliz con las demostraciones acostumbra-
das ; dieron a Dios las gracias y cantaron a dos coros el himno Te
Dcuin laudamus. Después echaron el bajel al agua y el capitán con dos
de los misioneros fueron al lugar de Pinda y desde allí a Soñó, adon-
de residía el conde entonces, para darle aviso de su llegada al puerto
y de cómo quedaban en él los compañeros esperando su beneplácito.
12. — A la sazón asistían en Soñó los Padres Fr. Buenaventura de
Sorrento y Fr. Juan de Santiago, que ya se había vuelto de San Sal-
i
«
LA MISIÓN DEL CONGO
vador por haberle cargado allá con más vehemencia sus achaques y
continuos dolores. Apenas vieron a los nuevos compañeros, cuando
respiraron a nueva vida por lo mucho que necesitaban de su auxilio ;
saludáronse fraternal y afectuosamente y participaron su llegada al con-
de, el cual la celebró con muchas muestras de placer, y por su orden
fueron a Pinda con el P. Fr. Buenaventura de Sorrento dos naaigos
parientes suyos para conducir a Soñó a Jos misioneros del navio.
13. — Tratóse luego de desembarcar la ropa y, metiéndose los misio-
neros en canoas, llegaron al lugar de Pinda, de adonde, después de dos
días, partieron para Soñó. Salió el P. Fr. Juan de Santiago a recibir-
los, acompañado de innumerable pueblo y de todos los muchachos de
la escuela, que serian más de dos mil solos éstos ; iban cantando Ja
doctrina cristiana y las oraciones en lengua del país, y con tal concier-
to y devoción, que a los nuevos misioneros les sirvió de motivo de ter-
nura y de no poca admiración ver cómo en tan breve tiempo habían
doctrinado aquellos Padres tanta multitud de muchachos, y más cuan-
do vieron lo bien instruidos que estaban en todo y la gracia y pronti-
tud con que ayudaban las misas y respondían a las preguntas que les
hacían de los misterios de nuestra santa fe católica.
14. — Con este tan devoto acompañamiento entraron en nuestra igle-
sia de Soñó ; allí se cantó el Te Deum laudamus en hacimiento de gra-
cias y con tanto júbilo espiritual, que apenas acertaban a pronunciar
las palabras por la copia de lágrimas que exhalaban de ternura por
verse ya en compañía de sus hermanos y en la palestra de sus más di-
chosas lides. Después hizo una fervorosa plática el Prefecto de la nue-
va misión, dando a entender al pueblo la causa de su ida a aquella tie-
rra, lo mucho que debían al Sumo Pontífice y especialmente a Dios por
enviarles ministros suyos para su enseñanza y remedio espirituaJ. Ex-
hortóles a que se aprovechasen de ocasión tan oportuna y a que per-
severasen en el bien comenzado. Con esto se despidieron de la gente
y ésta fué muy consolada, celebrando su dicha a gritos por las calles.
15. — Luego fueron todos los Padres con el capitán a visitar al con-
de ; halláronle en el patio de su palacio, que es muy capaz, ricamente
vestido de una ropa de brocado de oro y muy lleno de joyas y cadenas
de sumo precio. Alrededor de palacio había mucha gente de guerra
que guardaba su persona, lo cual hizo o por ostentar su grandeza y va-
nidad, que en esto son nimios aquellos señores, o por mostrar su valor
y potencia por la causa que luego veremos.
1^2
MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA
16. — Recibióles con mucho afecto, mostrando haberle sido de esp'í-
cial gusto su llegada ; fuéles abrazando uno a uno y besándoles el há-
bito, y, después de haberle dado cuenta de cómo iban mandados del
Sumo Pontífice y de la Sacra Congregación a aquel reino, les ofreció
su amparo y auxilio en cuanto necesitasen para la mejor ejecución de
su ministerio. Despidiéronse y luego inmediatamente les envió algunos
regalos de cosas del país. El día siguiente acordaron de despachar un
correo a los Padres que residían en San Salvador con el aviso de su
feliz arribo, y, en el ínterin que volvía, se comenzaron a estrenar en
su apostólico ministerio, bautizando y administrando los demás Sacra-
mentos, especialmente en la Semana Santa, para que los naturales cum-
pliesen con la Iglesia. Hicieron también su altar y monumento para
más solemnizarla y, aunque pobre de alhajas, estuvo muy devoto y
para aquella gente fué de mucho consuelo, como para los Padres, el
v&r la procesión de los disciplinantes en que iba innumerable gente,
unos azotándose y otros con velas encendidas, y todos con gran si-
kncio, devoción y compostura.
17. — Ocupados los religiosos en estos o semejantes ejercicios de pie-
dad, esperaban de día en día la respuesta de los Padres de San Salva-
dor ; pero, aunque e} propio que llevó las cartas prometió llegar en
cuatro días, con todo eso se pasaron más de doce antes que tuvieran
noticia de su llegada. Despacharon de nuevo otros dos mensajeros y
sucedió lo mismo ; con eso entraron en sospecha de que el conde y sus
fidalgos les impedían el viaje, lo cual fué así ; y el motivo consistió en
una vana presunción sugerida por el común adversario para inquietar
los ánimos. Portábase con el rey, después de las paces, como león ene-
migo reconciliado ; y, poco seguro de sus palabras, sospechó que las
tres embarcaciones por la parte del Zaire y el ejército del rey por tie-
rra, todos a un mismo tiempo, le querían hacer guerra, tomando por
asunto para la sospecha el juzgar vanamente que los Padres que se
embarcaron en Angola para traer las embajadas al Papa y al Principe
de Orange, habían venido a solicitar en Europa aquel auxilio militar
en favor del rey para acabar de una vez con él y su gente.
18. — Con esta sospecha vivió algunos días el conde ; empero, car-
gando más la consideración en las largas experiencias que tenia de la
virtud y sinceridad de los religiosos y en que todos sus medios los or-
denaban a la mayor extensión de la fe y bien de las almas y a la paz
común, se quietó y no hizo la menor demostración ni tampoco sus fi-
dalgos, antes bien se portaron de modo que no faltaron a obsequio al-
LA MISIÓN DEL CONGO
'¿uno urbanidad, devoción y agasajo, y, lo que es más, que en me-
dio de sus imaginados rételos, oían con aprecio y reverencia las amo-
nestaciones y correcciones que ¡os Padres les hacían, y singularmente
cl conde. Al fin se desengañaron totalmente y convirtieron las sospe-
chas en agasajos y corrieron de esa suerte los Padres hasta que llegó
la respuesta y tomaron mejor forma las cosas.
19. — Vida y virtudes de Fr. Angel de Lorena. — Por conclusión de
este capítulo se nos ofrece de paso la muerte de Fr. Angel de' Lorena,
religioso lego, que residía en Soñó en compañía de los Padres Fr. Juan
de Santiago y Fr. Buenaventura de Sorrento, la cual acaeció poco an-
tes que llegasen los Padres de la segunda misión. Fué, pues, Fr. Angel
hijo de la Provincia de Toscana y varón de excelentes virtudes ; sirvió
muchos años de enfermero en el convento de Roma y ejercitó el mis-
mo ministerio en la misión, con tal gracia y caridad, que era el des-
canso y alivio de los religiosos : para todos se mostraba madre piado-
sísima, que así llamaba nuestro P. S. Francisco a sus frailes le'gos, y
él, por satisfacer a ese nombre perfectamente, no sólo sangraba y cu-
raba diHgentemente a los religiosos, pero, en habiendo acabado con
su asistencia, recorría las casas de los pobres enfermos de la ciudad,
que', como faltos de médicos y medicinas, padecían gran trabajo y
miseria.
20. — Los ratos que, después de cumplir con su obligación ordina-
ria, le quedaban libres, los empleaba en enseñar a los niños las leta-
nías de nuestra Señora y, poniéndose en medio de ellos, los ensayaba
en el modo cómo las habían de cantar, para lo cual tomó muy a pecho
el estudiar la lengua y llegó a entenderla bastanteme'nte. Con los niños
huérfanos tenía especial caridad y los socorría cuanto le era posible y
enseñaba las oraciones. Llegó el día de su muerte y se dispuso con los
Santos Sacramentos y fervorosísimos actos ; a todo se halló presente
el conde con sus fidalgos y se admiraron de ver la buena disposición
con que un pobre capuchino sale' de esta vida miserable y el gozo con
que el siervo de Dios rindió su espíritu al Creador. Acompañaron to-
dos el entierro, y los pobres y huérfanos, como tan beneficiados de su
mano, hicieron el duelo, mostrando en sus lágrimas y sollozos la pena
que tenían por la pérdida de su bienhechor. Consoló Dios a sus dos
compañeros con la llegada de los nuevos misioneros y ellos le dieron
las gracias por el nuevo socorro (42).
(42) Fr. Angel de Lorena. llamado también de Nancy. excelente enfermero, fa-
lleció el 12 de marzo de 1647. El P. Santiago (Ms. c, p. 1491 habla de él con gran-
des encomios.
CAPITULO XX
Salen del puerto de Pinda las embarcaciones; llegan a la
tierra del Calamar y a la isla de Asunción, hace en
ambas partes insigne fruto el P. Fr. Juan de Santiago,
perece mucha gente en el mar y por último todas tres
embarcaciones.
1. — ¡Oh alteza de las riquezas, de la sabiduría y cien-cia de Dios!
¡Cuán incomprensibles son sus juicios — exclama S. Pablo — c invesfi-
gables sus caminos! (43). No hay cosa en la vida humana, por mínima
que sea, que con elocuencia muda deje de publicar su grandeza ; todas
son pregoneras de su divino poder y sabiduría. Pero lo que más re-
monta nuestras cortas inteligencias hasta parar en profundas admira-
ciones, no e's tanto lo que ordinariamente experimentamos, cuanto lo
que pocas veces se ve o se dispone por medios irregulares o por cami-
nos al parecer contrarios a la común expectación.
2. — Vida y virtudes del P. Fr. Juan de Santiago. — En la materia de
este' capítulo hallaremos tantos asuntos para usurparle las palabras re-
feridas a San Pablo, que desde luego podemos comenzar a repetirlas,
no sólo por admiración, sino por hacimientos de gracias por las mu-
chas que dispuso el cielo en el discurso de esta navegación, así con los
fieleí como con los infieles, por los medios y modos que iremos viendo,
tomando la Majestad divina por instrumento, para beneficio de tantas
almas, un humilde siervo suyo, cual fué el P. Fr. Juan de Santiago, y
esto en ocasión que la falta de salud y muy recios dolores apenas !e
daban treguas para cuidar de si, verificándose' en él lo que dijo S. Am-
brosio en caso semejante : Magnus Dominus qui aliorum mérito ig-
noscit aliis et dum aliis probat, aliis relaxat errata.
(43) Rom., 11, 33.
12
178
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
3. — Detúvose, pues, el navio con las demás embarcaciones en el
puerto de' Pinda más de un mes para surtirse de agua y leña ; en el ín-
terin ejercitó nuestro Señor al P. Fr. Juan de Santiago con muy recios
dolores, y tanto, que le fué preciso solicitar obediencia del Prefecto
para volverse a España y ver si, mudando de aires, podía recuperar su
salud. Obtúvola y con eso se embarcó en el navio y se hicieron a la
vela para el Calamar, que es tierra de gentiles, a donde el capitán car-
gó de' negros para llevarlos a Cartagena de las Indias y sacar el coste
de la conducción de los misioneros, según el asiento que había hecho.
Vióse luego una especialisima providencia en que fuese con esta arma-
da el P. Fr. Juan de Santiago para que pudiese asistir en el último
trance de la vida a muchos marineros que, a no ir él allí, hubieran
muerto sin los Santos Sacramentos y con el desconsuelo que se puede
considerar (44).
4. — Padecieron inmensos trabajos en toda la costa del Calamar y
no menores peligros de anegarse por haber en aquellos parajes muchos
bajíos y por ser muy frecuentes las tempestades que It's combatían cer-
ca de tierra, a cuya vista dieron fondo y estuvieron cerca de ocho me-
ses. Apenas se hubieron embarcado, cuando en término de cuatro días
se llevó nuestro Señor para si al capellán del navio, que era un religio-
so agustino irlandés, muy virtuoso y ejemplar, el cual con celo de pa-
sar a Irlanda a la conversión de sus naturales, se acomodó por capellán
del navio, pareciéndole que a la vuelta podría lograr sus buenos de
seos. Pero el Señor le destinó para otra parte y le sacó de esta vida
para darle e} premio de sus trabajos y que hiciese la guía a otros mu-
chos que murieron en este viaje, cuya muerte era tan acelerada, que
nadie se daba por seguro y todos esperaban el último golpe por ins-
tantes.
5. — Pero aunque el P. Fr. Juan, según lo natural, parecía sería el
primero que estrenase los filos de la parca por sus muchos achaques,
la Majestad divina, atenta siempre al común bien de las almas, le con-
servó la vida y dió suficientes fuerzas para que, en conflicto tan común,
pudiese atender a todos y socorrerlos en su mayor necesidad, adminis-
trándoles los Santos Sacramentos y disponiéndolos para aquel último
trance en que se aventura una eternidad de gloria o de pena eterna.
i
(44) Todo cuanto aquí refiere el P. Anguiano sobre lo que le sucedió al P. San-
tiago durante la travesía, lo ha tomado, lesumíéndolo, de lo que el propio P. í^an-
tiago nos refiere en su interesante relación (pp. 176-186),
i
Jl
t
LA MISIÓN DEL CONGO
179
6. — Asimismo administró los Santos Sacramentos a algunos negros
que se rescataron en Pinda, valiéndose para ello de su lengua, en que'
estaba bastantemente diestro, los cuales murieron de la común epide-
mia y con señales de verdadera contrición. Bautizó también dentro del
navio más de doscientos negrillos que compró el capitán de los genti-
les del Calamar, de los cuales murieron los más poco después del bau-
tismo. Convirtió un negro, hereje calvinista y muy ladino, que se co-
gió con dos navios de holandeses cerca de la isla del Príncipe, el cual
desde niño se había criado en Amsterdam en casa de unos calvinistas
y después les sirvió de intérprete para negociar con los negros de aque-
llas costas. Enfermó e'ste negro, como los demás, y, viéndole tan de
peligro el P. Fr. Juan, se dedicó a predicarle y con la divina gracia
y sus santas exhortaciones vino a conquistar su tenacidad, de suerte
que abrazó nuestra santa fe católica y abjuró públicamente la herejía
en presencia de los ingleses del navio. Confesóse luego y recibió los
demás Sacramentos con grande arrepentimiento, y con esta prepara-
ción y la de muchos actos fervorosísimos de todas virtudes, acabó su
vida dentro de pocas horas, dejando muy edificados a los católicos y
bien confusos a los herejes.
7. — Habita la tierra del Calamar una gente sumamente bárbara ; to-
dos andan desnudos de pies a cabeza, excepto lo que' pide la decencia,
y a todos los trae el demonio embaucados con mil suertes de errores
y supersticiones. Cuando a alguno se le quiebra alguna holla, cántaro,
plato o escudilla o cosa semejante, toma un pedazo de la tal alhaja y,
atándola a la rama de un árbol, la adora por su Dios y le ofrece sacri-
ficios de algún pedazo de cabra, vino o de cosas semejantes, en gratifi-
cación del tiempo que le sirvió. Y para estos sacrificios, si se persua-
den que' aquel su ídolo ha comido algo de las ofrendas, que de ordina-
rio o lo hacen otros negros o se lo comen pájaros o aves de rapiña,
hacen convite general a todos los parientes y amigos, y tomando fle-
chas y tambores y bien que beber, celebran e'l buen suceso, y, para
más solemnidad, se pintan todo el cuerpo, que es su única gala, con
cierto betún colorado.
8. — A los tales idolillos les llaman Jesús pequeño, palabras que han
oído y tomado, aunque supersticiosamente, de algunos cristianos de
Europa, de los que van a comerciar negros a aquellas costas. Con la
misma barbaridad llaman Jesús grande a una imagen de nuestro Padre
San Antonio de Padua, que tenían colocada en una casilla, que por ven-
i8o
MISIONES CAPUCHINAS EN Al-RICA
tura la cogieron en algún navio de los que suelen perecer a la entrada
del rio.
í). — De estos errores y barbaridades encontró mucho el P. Fr. Juan
en las ocasiones que saltó en tierra en las riberas del Calamar y, entre'
otras notables, encontró la siguiente. Reparó, pues, que una negra, muy
vieja y consumida, llevaba al cuello una argolla de hierro, que pesaba
más de catorce libras, que es el rescate que daban por cada negro, y,
preguntándola que a qué propósito traía aquella argolla, respondió que
para que la sirviese de' rescate en la otra vida ; que para eso la traía
desde muchos años antes y la había de llevar hasta su muerte sin qui-
társela de noche ni de día. Admiróse el buen religioso y le causó gran-
de dolor ver que hubiese quien sirviese al demonio con tan dura peni-
tencia y que tendrá por premio un penar eterno ; hizo lo posible para
desengañarla y reducirla a la fe, mas no tuvo remedio.
10. — Otros mártires del demonio, casi de la misma calidad, encon-
tró dicho Padre en la tierra Alba, que llaman de los Embois, poco dis-
tante del río del Calamar, donde se retiró el navio para hacer aguada
y socorrerse de leña. Vió muchos negros que llegaban a bordo del na-
vio a vender pescado, huevos y otros mantenimientos, todos los cualles
estaban circuncidados y llevaban diferentes invenciones ridiculas. Unos
tenían agujereadas las narices y atravesadas en ellas unas varitas del-
gadas del tamaño de un palmo, sin tener en ello otra conveniencia que
el dolor que les causaba y hacer aquel alarde.
11. — Otros tenían limados los dientes y tan agudos como los pe-
rros. Otros traian formada en las carnes una como banda de cicatrices
gruesas y relevadas que les cogía los hombros, los pechos y las espal-
das. De esta misma gala iban adornadas las mujeres, pero con la dife-
rencia de ser las sajaduras muy menudas y en todo el cuerpo, forman-
do con ellas diferentes labores. Del pelo, que lo tienen muy crecido,
hacen otros mil labores muy extraordinarios, y con estos usos y trajes
mezclan mil torpezas indignas de pronunciarse. De todo lo cual se vale
el demonio para su ruina y perdición, y con estos desatinos los tiene
tan ciegos, que' andan como enajenados y fuera de si. t
12. — Pero volviendo a nuestros navegantes, y cesando en la digre-
sión incidente, estuvieron, según se ha dicho, ocupados ocho meses en
el rescate de' los esclavos, y aunque necesitaban de más tiempo para
cargar, la falta de víveres obligó al capitán a hacerse a la vela, sin em-
bargo de estar rota la nao y tan mal parada, que, para sacar el agua
i
LA MISIÓN DEL CONGO
que hacia, era necesario darles de noche y de' día a dos bombas de rue-
da. Con este riesgo tan manifiesto se aventuró el capitán a pasar un
golfo de más de mil y ochocientas leguas para ir a Cartagena de las
Indias, fiado únicamente' en la Providencia divina y en que, si no toma-
ba esa resolución, al parecer de muchos temeraria, era forzoso quedar-
se todos en aquella tierra de gentiles hasta perecer de hambre y ser
pasto de aquellos bárbaros, los cuales comúnmente se sustentan de
carne humana.
13. — Continuaron, pues, su viaje, y como Dios nuestro Señor había
tomado en él al P. Fr. Juan de Santiago por instrumento para el re-
medio espiritual y salvación de muchas almas, dispuso su providencia
que cerca de la línea descubrieron la isla de Añobón, vecina de la de
Santo Tomé, y que, por ir tan faltos de mantenimientos, arribasen a
ella para tomar algún refresco. Dieron fondo el día de la Purificación
de Nuestra Señora, y pareciéndole a dicho Padre que no dejaría de ha-
ber que purificar en las conciencias de aque'llos isleños, por ser paraje
remoto, guiado de impulso particular, se resolvió a saltar en tierra para
ayudarlos en lo que pudiese.
14. — Conoció luego la gran necesidad espiritual que tenían, pues,
apenas puso los pies en tierra, cuando salió la gente a recibirle y se
pusieron todos de rodillas, pidiéndole la bendición y que les diese a
adorar el Santo Crucifijo que llevaba en el pecho. Todos los de la isla
son negros y todos hablan portugués ; con eso, y no pasar de quinien-
tas las personas que residían en ella, por ser pequeña y de solas cinco
kguas de ámbito, y la propiedad y vecinos de un fidalgo de Lisboa,
cuyos esclavos eran todos, se alentó el P. Fr. Juan a hacerles algunas
pláticas y a confesarlos a todos, para cuyo efecto dedicó dos días, que
era cuanto podía hacer mientras la gente del navio se refrescaba para
proseguir el viaje.
15. — Llevaron después al Padre a casa del Gobernador que' era un
portugués, y él le recibió con toda urbanidad, celebrando su llegada
no con menor júbilo que los negros ; díjole cómo todos eran cristia-
nos, pero, tan depauperados de socorro espiritual, que habia años que
carecían de sacerdote y de quien les pudiese enseñar la doctrina cris-
tiana, y que lo peor del caso era que' vivían sin esperanza de remedio
desde que los holandeses se habían apoderado de la isla de Santo To-
mé. Enternecióse el buen religioso oyendo estas cosas y, acordándose
de la sobra que hay de ministros evangélicos en Portugal, se admiró
l82
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
mucho de que el dueño de la isla no hubiese buscado alguno para ella,
pues era posesión suya y la disfrutaba cada año.
16. — Por otra parte s€ alegró mucho de que Dios le hubiese condu-
cido allí para su remedio. Comenzó su misión y ea las pláticas les ex-
hortó a dejar los vicios y especialmente los amancebamientos, que es
el común despeñadero de aquellas naciones ; mandóles se preparasen
para hacer cada uno confesión general y para la Sagrada Comunión,
y que, pues Dios les enviaba tan buena ocasión, procurasen lograrla
y vivir de allí adelante con santo temor suyo ; que no se excusase na-
die de llegar a sus pies, pues a todas horas, de día y de noche, le ha-
llarían en la iglesia para oírlos de penitencia y doctrinarlos, lo cual cum-
plió, tomando muy pocas horas para el reposo de su persona y muchos
achaques.
17. — Confesaron y comulgaron todos con señales de grande arre-
pentimiento de sus culpas y después bautizó los párvulos, que eran más
de doscientos, y sucesivamente casó a todos los que vivían amanceba-
dos y eran capaces de contraer matrimonio, que en todos fueron seten-
ta. Hízoles una fervorosa plática al tiempo de despedirse, exhortándo-
los a la perseverancia en el bien. Sintieron mucho su partida y la solem-
nizaron con hartas lágrimas por ver cuán poco les había durado aque-
lla dicha. Acompañóles en ellas el buen Padre, considerando la orfan-
dad de tantas almas redimidas con la preciosa sangre de Jesucristo.
Socorriéronle para el viaje liberalmente con lo que pudieron de su cor-
tedad de frutos : diéronle cincuenta gallinas y otras cosas comestibles
y a propósito para los enfermos, con las cuales se remediaron los en-
fermos del navio, manifestándose aun en esto la paternal providencia
de Dios y el cuidado que tiene de los suyos en todas partes. Con e'l in-
forme que hizo después a la Sacra Congregación se proveyó de Capu-
chinos para que cuidasen de la gente de esta isla, como hasta hoy lo
hacen (45).
IS. — Desde esta isla fueron atravesando el golfo referido y llegaron
a dar vista a Cartagena, aunque con pérdida de nueva gente que pe-
reció en la epidemia que padecieron desde el principio, pues, entre blan-
cos y negros, pasaron de más de quinientos : los cincuenta blancos y
'401 La relación tantas veces citada del P. Juan de Santiago no es sino una re-
copilación «de una relación muy dilatada que el P. Fr. Buenaventura de Alessano me
mandó remitir a la Sacra Congregación de Fide Propaganda» (Ms. c, p. 3, dedica
toria). Dicho informe lato enviado a la Congregación no se ha logrado encontrar.
La misión del congo
183
los demás negros. Procuraron tomar el puerto de Cartagena, mas no
fué posible a causa de una recísima tormenta que se levantó y duró más
de veinticuatro horas ; con eso enderezaron la proa para Puertovelo,
que dista de Cartagena ochenta leguas. Luego, al querer entrar la nao
en el puerto, acertó a pasar la capitana de la escuadra de Cartagena y,
sabiendo de los que iban en ella, cómo se hallaban allí los galeones de
España, dispuso el P. Fr. Juan el pasarse a la capitana y con eso dejó
su navio en Puertovelo y él pasó a Cartagena.
19. — En esta ciudad, siempre devotísima de la Orden, encontró mu-
chas personas de todos estados, que a porfía solicitaban el llevarle a
sus casas para curarle y regalarle. En el ínterin que se despachaban
los galeones se repuso algo de las fatigas de su navegación y le llegó
el aviso de cómo el navio inglés, en que padeció por Dios tantos tra-
bajos y ejercitó tantas obras de piedad, luego que entró en el puerto
y dió fondo, se fué a pique sin poderlo remediar, aunque sin pérdida
de persona alguna. Donde se descubre otra nueva maravilla con que se
esmaltan las demás y se nos manifiesta le conservó Dios con singularí-
sima providencia hasta llegar al puerto su fidelísimo siervo y gran ce-
lador de su honra y gloria y de la salvación de sus prójimos (46).
20. — Calificase esto mismo con lo que acaeció a Jas demás embar-
caciones, pues en el discurso del viaje para Cartagena, que duró un
año, se fué a fondo la fragata y el pingüe que cogieron a los holande-
ses. El mismo francés que apresaron cerca de las Canarias se quemó
y también otra fragata ; la saetía se llegó a maltratar de tal suerte, que
la dejaron por irjútil. Con que se vino a deshacer como humo toda aque-
lla escuadra y seit^perdíó cuanto habían gastado sus dueños en aprestar-
la ; pero por otro\ camino les proveyó Dios de remedio y conveniencias
suficientes, reserváindoles el premio principal del buen celo y caridad
con que llevaron a los misioneros, para la otra vida, como se debe es-
perar de su infinita bondad, pues es máxima especial de su divina pro-
videncia premiar en esta vida un trabajo grande con otros mayores,
para que de esa suerte se aumente el mérito y crezca el premio.
(46) El P. Santiago salió de Pinda el 13 de abril de 1648 y llegó a Cartagena de
Indias el 16 de abril de 1649 ; allí se encontró con varios religiosos capuchinos, unos
de la Provincia de Andalucía y otros de la de Castilla, los cuales habían llegado ha-
cia poco tiempo, después de dejar la misión de Guinea, que se les había encomen-
dado en 1646, por no haber querido los de aquellos reinos admitir la misión. Cuatro
de ellos se embarcaron con el P. Santiago, llegando a España en septiembre de 1649
(Cfr. Ms. del P. Santiago, p. 183 ss.).
1^4
MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA
21. — Ultimamente, el año de 1649, pasó a España en los galeones
el P. Fr. Juan de Santiago, adonde vivió después algunos años, ejer-
citado de sus muchos achaques, contraídos en servicio de Dios y en
la conversión de las almas. Fué hombre de admirable espíritu, y con
su doctrina y ejemplo encaminó a muchos a la perfección evangélica ;
alcanzó muy alto grado de contemplación y era casi continuo en esta
enseñanza. Escribió varios tratados espirituales en lengua castellana,
de los cuales sólo se' ha impreso el Arte de bien morir. También escri-
bió la relación de su viaje al Congo y los rudimentos de la doctrina
cristiana y gramática en lengua conguesa para la educación de los de
Congo. Vivió siempre como abeja solícita de la casa de Dios, juntando
la acción a la contemplación y adelantándose cada día en perfección,
hasta que, lleno de méritos y buenas obras, cerró dichosamente el pa-
réntesis de su vida en el convento de Toledo, dejando a la posteridad
suavísimos olores, la fragancia de sus virtudes, con que hace perdura-
ble su memoria a los siglos presentes y venideros (4:7).
(4o Kl P. MARTIN DE TORRECILA, O. F, M. Cap., Apologema, espejo y
excelencia de la Seráfica Religión de Menores Capuchinos, Madrid, 1701, p. 169, dice
que escribió una Relación de la Misión de los Capuchinos al Congo y de los frutos
que allí se hacían, añadiendo que andaba impresa pero que no había llegado a sus
manos. Dicha relación no es otra que la contenida en el manuscrito citado ; pero
creemos no llegó a imprimirse, como tampoco los rudimentos de la doctrina cristia-
na y gramática en lengua conguesa, de que aqui nos habla el P. Anguiano. En cam-
bio sí se publicó la otra obra por él mencionada que lleva el siguiente título : Re-
cuerdo de dormidos. Refugio de atribulados. Socorro de agonizantes. En breve ma-
nual de advertencias, y devotos afectos. Utilissimo. Para prevenir en vida vna acer-
tada muer te, y alentar a los que se hallan en su vltimo trance. Dedicado A la Ex-
celentissima señora Doña María de Guadalupe, Duquesa de Albeyro y de Maqueda.
Recopilado por el Padre Fray Juan de Santiago, Religioso Capuchino de la Pro-
vincia de Castilla. En Madrid. Por Melchor Sánchez. 1672. (15-288 folios; 110x75 mm.)
Según el P. Torrecilla dicha obra se imprimió después de su muerte.
CAPITULO XXI
V
Llega la respuesta del aviso de San Salvador; pártense
para aquella corte los nuevos misioneros; pasan grandes
trabajos en el viaje, enferman todos y mueren algunos.
1. — En el capítulo precedente ponderamos, por la materia que nos
administró, cuán inefables son los juicios de Dios ; en el presente se
nos ofrecen nuevos motivos para conocer y admirar cuán investigables
son sus caminos. Salimos de una tragedia llena de varios sucesos, y al
primer paso nos hallamos en otra por diferente camino. Dispusieron
el suyo los nuevos misioneros, pero, no obstante, aunque, como dice
el Sabio : Cor hominu disponii viam suam, sed Domini est disponere
gressus suos (48).
2. — Repitieron los mensajeros a San Salvador, pero, como los man-
daba detener el conde, según dijimos, primero que tuviesen respuesta
de sus cartas, se pasó un mes. Después que partió de Pinda el navio
inglés y las demás embarcaciones, salió el conde de la sospecha que
tenía concebida de que habían ido por mandato de' nuestro Rey Católico
a dar socorro al del Congo para rendirle a él y a su gente a fuego de
armas. Con su partida se sosegaron todos y alzó el conde el mandato
que había hecho promulgar de que, so pena de la vida y traidor de su
persona y patria, nadie fuese osado salir de su estado ni a llevar cartas
de los Padres a San Salvador hasta tener nueva orden.
3. — Llegó, en fin, la respuesta que esperaban del Prefecto de San
Salvador, y ya en ese tiempo habían enfermado tres ; acordaron que se
quedasen en Soñó otros tres, así para asistir a los enfermos como para
proseguir el cultivo espiritual de aquel condado. Los restantes se des-
4Sj Prov.. 16, 9.
188
MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA
pidieron del conde y tomaron el viaje para San Salvador a principio de
abril. Comenzáronle por este orden, que fué salir por diferentes cami-
nos para juntarse en cierta población que está fuera del condado. En
llegando a ella dispuso el Viceprefecto que se dividiesen de dos en
dos con las cargas para mayor seguridad y brevedad ; y es que estos
Padres, sabiendo la dificultad con que se conducía a aquella tierra el
vino y harina para las misas y la necesidad que tenían los de San Sal-
vador de uno y otro, pues no habían recibido socorro alguno de Euro-
pa desde que pasaron al Congo, procuraron hacet provisión de ambos
géneros y de otras cosas necesarias en Cádiz y en Canarias (49).
4. — Apenas, pues, salieron de Soñó con el convoy de gente que les
dió el conde para llevar las cargas, cuando, a cosa de una legua de ca-
mino, las dejaron en una libata pequeña y se huyeron, todos. Con eso
les fué preciso esperar a que viniesen otros a cargarlas, los cuales hi-
cieron lo mismo que los primeros. Tienen por costumbre los negros el
no pasar de la primera población o libata que encuetitran, y la observan
de calidad que, si hay otra más cerca, aunque esté algo desviada del
camino, rodean y se van a ella y desde allí se escapan, y, por más gritos
que les den, no hay forma de reducirlos. Muchas veces sucede estar algo
lejos la libata, y lo que suelen hacer en tal caso es dejar las cargas en
el campo cuando mejor les parece.
5. — Con estos y semejantes accidentes harto penosos, llegaron di-
chos Padres a la población determinada, donde se juntaron todos, pero
a tiempo que ya no había alguno de ellos sano por haber enfermado
todos con la fatiga del camino y falta de sustento ; que como los ne-
gros no conocían la caridad, no hallaban quien les diese el menor soco-
rro, y muchas veces aun agua no solían tener a causa de no saber la
tierra. Entre todos, el que llegó más maltratado y aun casi muerto, fué
el P. Viceprefecto ; llevábanle dos ne'gros en una red del país, y de la
misma suerte al P. Carlos de Génova, su compañero, que iba tan malo
como él ; con que, considerando la angustia y aflicción en que todos se
hallaban, resolvió enviar dos de ellos a San Salvador para dar aviso y
que viniesen por ellos.
6. — Destinó para esta jornada al P. Fr. José de Pernambuco y Fray
Antonio de Teruel, que, aunque enfermos de tercianas, fué preciso que
por menos fatigados se pusiesen en camino lue'go para remedio de to-
(49) Marcharon entonces a San Salvador los PP. Dionisio de Piacenza, Carlos
de Taggia (o de Génova), Antonio de Teruel y José de Pernambuco.
LA MISIÓN DEL CONGO
189
dos. Los trabajos que padecieron en él los dos caminantes no son pon-
derabks ; sola la paciencia pudo darles algún alivio y aliento librado
en la esperanza del premio eterno. Con todo eso, la providencia del Al-
tísimo, que siempre lo atiende todo y nunca envia mayor trabajo del
que con su ayuda se pueda soportar, templó de tal suerte su fatiga, que
pudiesen alternativamente socorrerse el uno al otro : de forma que el
día que el uno tenía la terciana, el otro estaba libre de ella, y de esa
suerte se fueron sirviendo y ayudando el uno al otro hasta llegar a la
corte.
7. — En el discurso del viaje les sucedió llegar a la libata de cierta
señora, hija del rey, según le dijeron, y, habiendo salido el P. Fr. An-
tonio a buscar por ella algún socorro, halló en el campo algunas matas
de pepinos, cogió media docena y, viendo ocupados unos negros en co-
cer unas hierbas, se los dió para que se los cociesen con ellas ; tanta
fué su necesidad y falta de sustento. Tomó luego sus pepinos y se fué
a la choza adonde dejó al compañero con la terciana : iba muy con-
tento y dando gracias a Dios por haber hallado aquella fruta, aunque
tan poco a propósito para enfermos : y, antes de llegar a la choza, le
salió al camino un negro, que le puso en la mano una gallina sin ha-
blarle palabra ni hacer otra acción que dejársela y escaparse, al cual
jamás volvió a ver.
8. — ^Tuvo dicho Padre este suceso por especial favor de la divina
providencia y se hace más notable y prodigioso si se nota, entre otras,
la circunstancia de que aquella gente no suele ofrecer de comer a quien
no conoce, antes, si se les pide algo, responden luego diciendo : Paga-,
mentó, pagamento, palabra que' han aprendido de los portugueses que
comercian por allá ; y aun era necesario darles alguna medalla o cruz
de Caravaca cuando se les ofrecía a los Padres haber menester alguna
cosa por mínima que fuese.
9. — Con este socorro tan oportuno se remediaron los dos enfermos
aquel día y el siguiente ; después les fué a ver la señora de la libata y
les regaló con unas cañas dulces de que abunda aquel territorio. Supie-
ron cómo no era hija del rey, sino una señora de gran calidad, la cual,
como también otras personas semejantes, así hombres como mujeres,
acostumbran llamarse hijos del rey por señal y distintivo de su gran
nobleza. Desde esta libata pasaron dichos Padres a otra y en ella en-
contraron alguna gente que enviaba el rey para conducirlos a la corte
en virtud de la noticia que había recibido de su partida de Soñó.
190
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
10. — Con este encuentro respiraron los Padres y tuvieron algún ali-
vio por ser gente segura y conocida, y así, quedándose con ellos un fi-
dalgo principal, que sabía bien la lengua portuguesa, los demás prosi-
guieron el viaje hasta la libata adonde se hallaban los compañeros en-
fermos ; y, como era fiel la guía, pudieron de allí< adelante proseguir
derechamente los dos su camino y llegar brevetnente a San Salvador.
Entraron de noche en la ciudad por obviar el ruido de la gente, mas les
aprovechó poco esta diligencia, pues se divulgó luego su llegada y tan-
to, que apenas habían dado noticia al Prefecto del trabajo en que que-
daban los compañeros, cuando llegó el rey a visitarlos. Abrazólos,
puesto de rodillas, tres veces y otras tantas les besó el hábito como
acostumbraba con todos, mostrándoseles muy afable y devoto.
11. — En el convento se les procuró asistir a los enfermos con la ca-
ridad posible y se le encargó su asistencia a Fr. Jerónimo de La Pue-
bla, que' había sido enfermero muchos años en el convento de Zarago-
za de Aragón y tenía larga experiencia en la curación de los enfermos :
pero, no obstante, las enfermedades se les agravaron de suerte que' fué
necesario darles de allíi a pocos días los Santos Sacramentos. En el ín-
terin fueron llegando los de'más enfermos que quedaron en el camino,
los cuales dieron la noticia de cómo el día siguiente, después de la par-
tida de los primeros, fué nuestro Señor servido de llevarse para sí al
Padre Viceprefecto Fr. Dionisio de Piacenza, y también de allí a seis
días a su compañero Fr. Carlos de Génova ; de uno y otro es debido
hacer conmemoración por sus virtudes y vida ejemplar, bien que con
la brevedad que hemos observado hasta aquí con otros siervos de Dios,
que murieron con aprobación de varones santos.
12— Vida y virtudes del P. Fr. Dionisio de Piacen-a .—Be] Pach-e
Fray Dionisio de Piacenza, a quien la Sacra Congregación nombró por
Viceprefecto para llevar esta nueva misión, hablan las relaciones con
especial ve'neración y devoto encarecimiento de sus excelentes virtudes ;
entre ellas ponderan singularmente su caridad y el abrasado celo ([ue
ardía en su pecho de la conversión de los infieles. Dondequiera que
se hablaba de esta materia, se encendía de suerte y con tales ansias,
que prorrumpía luego en copiosas y devotas lágrimas por la pena que
le causaba el que hubiese en el mundo quien dejara de conocer, amar
y servir a Dios. Este celo santo le motivó a salir de la quietud de su
celda y a exponerse a los riesgos continuos de la vida, y con licencia
de los Superiores se alistó en la misión de Túnez, a donde perseveró
algunos años, hasta que la Sacra Congregación le enyió al Congo. Era
LA MISIÓN DEL CONGO
191
predicador excelente y de prendas tan sobresalientes para el gobierno,
que la Religión le ocupó en los puestos que en otra parte dijimos. Re-
cibió los Santos Sacramentos y al cabo pasó de esta vida empleado en
su antigua vocación, como lo deseó siempre (50).
13. — Vida y virtudes del P. Fr. Carlos de Genova. — Siguióle luego el
Padre Fr. Carlos de Génova, varón no menos ejemplar, el cual asi-
mismo había gastado muchos años en la misión de la i.sla llamada Ta-
barca, vecina de Africa, cuya posesión es de' la ilustre familia de los
Lomaliros de Génova (51). De esta misión acabó de llegar a tiempo
que se disponía la del Congo, y por su virtud y vida ejemplar fué alis-
tado en ella, siendo ya de edad muy mayor. Era hombre de generoso
espíritu y de ánimo infatigable ; ardía continuamente en amor de Dios
y en deseos de la salvación de los prójimos. Al cabo le llegaron a pos-
trar las fuerzas sus muchos trabajos, pero no a su espíritu, y así murió
haciendo devotísimos actos de todas virtudes y alentando a los compa-
ñeros a emprender cosas grandes en servicio de Dios. Fué sepultado
con el Viceprefecto, su compañero antiguo, y en ese día se vió ocupar
ambos una misma sepultura para que, aun después de muertos, no se
separasen los que habían vivido unidos en caridad muy estrecha en el
discurso de su vida religiosa.
14. — Las enfermedades de los demás se fueron continuando y dura-
ron más de un mes ; en ese ínterin fueron llamados a San Salvador los
Padres que quedaron en Soñó, aun no bien convalecidos. Estos y los
demás se fueron reforzando con la buena asistencia, porque, aunque el
regalo era poco, por la pobreza de la tierra y no haber colchones sino
unas pobres esteras, ni pan, vino, carnero ni otros manjares de Euro-
pa y mucho menos médicos y boticas, dulces y frutas, excepto algunos
nicefos o plátanos, con todo eso tuvieron algunas gallinas y huevos y
algo de carne de puerco y cabra, con que hacerles el puchero y las sus-
tancias.
Este fué el primer trabajo con que Dios comenzó a ensayar a sus
siervos para que no extrañasen los muchos que en adelante habían de
padecer, los cuales fueron tantos y tales, que, asíl como la casa de Job
fué combatida de los vietitos por las cuatro esquinas y no hubo cosa
(50) El P. Dionisio de Piacenza, designado Vice-Prefecto de la Misión, falleció
en el mes de mayo de 1648 y dos dias después el P. Carlos de Taggia o de Génova.
(51) Esta isla de Tabarca pertenecía en realidad de verdad a la misión de Túnez,
encomendada a los Capuchinos en 1624 (Cfr. CLEMENS A TERZORIO, O. F. M.
Cap., Manuale hisioricum Missionum Ord. FF. Min. Capuccinontm, Tsola del L.iri,
1926, pp. 230 ss.).
192
MISIONES CAPUCHINAS EN Al-RICA
que no moviese el demonio contra su persona para consternar su pa-
ciencia en virtud de la permisión divina que la expuso a ese examen
para mayor exaltación suya y gloria de su Majestad, así también no
hubo trabajo que no padeciesen, ni piedra que dejase de mover contra
esta misión Satanás y sus secuaces ; pero al fin venció Dios, y la ver-
dad triunfó de la mentira y todo redundó en mayor crédito y estima-
ción de los seráficos obreros. No podía suceder otra cosa, haciendo
como hacían la causa de' Dios a tanta costa, pues : Scimus autcm quo-
niam diligentibus Deum, omnia cooperantur in bonum (52).
15. — En habiendo convalecido todos, fueron de comunidad a besar
la mano al rey ; recibiólos con la estimación y reverencia que varias
veces hemos dicho. Después les mandó sentar y discurrió un rato con
ellos sobre varias materias ; díjoles, por último, el Prefecto que allí' los
tenía S. M. a todos, dispuestos ya para salir por el reino y sus provin-
cias a las misiones y que sólo esperaban su beneplácito. Agradeció mu-
cho esta atención y no sin lágrimas : que no sabía con qué recompen-
sar a la Religión aquel favor que le hacía y a todos sus vasallos, y es-
pecialmente al Papa, por la solicitud con que miraba por las ovejas de
su reino con amor tan de padre ; añadió más, y dijo que acabasen de
convalecer bien y que después tratarí'a con él el punto y determinarían
lo que se debía hacer (53).
(52) Rom., 8, 28. '
(53) Los PP. Teruel y Pernambuco y más larde el P. Jerónimo de Montesar-
chio, Antonio de Monteprandone y Gabriel de Valencia fueron destinados a San Sal-
vador donde se había establecido una a modo de academia, bajo la dirección de Robo-
redo, con el fin de que los misioneros se impusiesen en la lengua del pais (Cfr. PA-
DRE HILDEBRAND, o. c, p. 261, y nuestro estudio Los Capuchinos españoles en
el Congo y el primer diccionario congolés, en Missionalia Hispánica, II (1945), p. 214).
CAPITULO XXII
13
Júntansc todos los misioneros para repartirse por las
provincias del reino; háceles una breve exhortación el
Prefecto, alentándoles a los trabajos; destina los que han
de ir fuera de la corte y manda el rey que lleven una
carta suya para que en todas partes los admitan y asistan
con lo necesario.
1. — Hallándose ya buenos los religiosos de su última enfermedad y
todos con vivas ansias de comenzar a ejercitar sus fervorosos deseos en
beneficio de las almas, se trató luego de que se repartiesen por las pro-
vincias principales del reino para darle a un mismo tiempo la labor y
cultura evangélica que' necesitaba y a que iban destinados. Juntáronse,
pues, para este efecto un día en la iglesia y, después de larga oración,
en que suplicaron a nuestro Señor les encaminase por donde fuese más
de su agrado y utilidad de' las almas, se sometieron todos con humil-
dad y resignación a la disposición del Prefecto para que hiciese el re-
partimiento según y como le pareciese convenía.
2. — Viendo su fervor y rendimiento, les significó cuán edificado se
hallaba y aun confuso, pues, habiéndole Dios asignado por su cabeza
y superior, reconocía serles muy inferior en el espíritu y virtudes ; mas
que ñaba mucho de su Majestad santísima que, por medio de' sus ora-
ciones y consejo, le daría luz para el mejor acierto en su gobierno. Des-
de aquí prosiguió diciendo : «Ya, Padres y Hermanos amantísimos, sa-
béis el orden que tenemos del Sumo Pontífice y de la Sacra Congrega
ción : la confianza que ha hecho de nosotros como de verdaderos hijos
de la santa Iglesia romana, y la obligación que nos corre de trabajar
fielmente en la viña evangélica, así para no degenerar del honroso tí-
ulo de hijos legítimos de tal madre, como para satisfacer debidamente
196
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
a la vocación especial del Espíritu Santo que nos ha destinado para el
más alto y excelente ministerio de cuantos ejercitan los hombres en la
tierra.
3. — «Por tanto, una y repetidas veces digo con el Vaso de elección,
no como prelado que manda con imperio y soberanía, sí como carísimo
hermano y el más inferior de todos : Frati*es, iñdete vocationem ves-
tram ; no os olvidéh de vuestra vocación (54) ; tenadla siempre delante
de los ojos del alma e insistid en cumplir con ella, pues, si así lo hi-
ciereis, como lo espero, lograréis el fruto de vuestros trabajos y alcan-
zaréis la victoria que todos deseamos de lo^ tres más poderosos enemi-
gos del género humano.
i. — «Muchos son los trabajos a que está vinculado nuestro ministe-
rio ; anunciónolos el mismo Cristo cuando instituyó predicadores del
mundo a sus sagrados Apóstoles ; excusado es el repetirlos, pues no
los ignoráis ; sólo no excuso advertiros que en todos los que os acae-
cieren, os propongáis por vivo ejemplar para la imitación al mismo
Cristo, y que os acomodéis en todo lo posible al saludable consejo de
San Pablo : In ómnibus te ipsum prebe ^exemplum bonorum operum, in
doctrina, in inte grítate , ¡n gravitatc, etc. (55), procurando arreglaros
a la doctrina de este beatísimo Apóstol, el cual dice de si que : Om-
nium me servuni feci, cum libcr essem ex ómnibus, ut plures lucrifa-
cerem, y en el verso siguiente de la misma Epístola : Factus sum in-
firmis infirmus ut infirmas lucrifacerem, y con mayor extensión des-
pués : Omnibus omnia factus sum ut onvnes facerem salvos (56).
5. — «Conviene, pues, mucho considerar el estado presente de las co-
sas, la fragilidad de los hombres, lo poco radicados que se hallan en
la fe y buenas costumbres y que, si apretamos demasiado la mano con
celo menos discreto, puede ser que, por querer reducirlos a todos, no
ganemos a ninguno: Praedica verbum. insta opporfunc, importune,
a/rgue, obsecra, increpa, nos aconseja a todos San Pablo, pero añade y
dice que esto sea: In omm patietntia (57). De esta suerte' se consigue
el fruto entre racionales, no con rigores ni asperezas, mayormente en-
tre gente de esta calidad ; además, que, como dice el Sabio en sus
Proverbios: Ou¡ vehementer cmungit. cUcil san guineni (58), y el Ecle-
1.54) I Corint., 1, 26.
(55) Tit., 2, 7.
(56) I Corint.. 9, 19. 22.
(57) Timot.. 4, 2.
(58) Prov . 30. 33.
LA MISIÓN DEL CONGO
197
siastés : Noli esse justus multum ñeque plus sapias quam necesse est,
ne obstupescas (59).
6. — «También quiero acordaros, Padres carísimos, os guardéis gran-
demente de una tentación diabólica que suele, como la carcoma a la
madera, ir poco a poco menoscabando el celo y destruyendo la cari-
dad. Esto consiste en persuadir el enemigo a que pierde el tiempo con
su ministerio el operario evangélico, en viendo que los hombres no
se convierten, o que los ya reducidos se vuelven otra vez a sus vicios
antiguos. Verdaderamente que esta tentación es tanto más formidable
cuanto es más dorado el pretexto y título con que el adversario del
género humano la suele sugerir. No es obra nuestra, Padres míos, el
convertir las almas ni el conservarlas firmes en la fe y gracia recibida.
A otra potend'' mayor le toca eso, que es únicamente a Dios ; lo que
a nosotros nos aconseja es que hagamos lo posible para ese efecto,
no nos toca otra cosa. En eso debemos insistir, trabajar y perseverar
fielmente, clamando al cielo de día y de noche para que llueva sobre
la tierra estéril y se fecunde, y conceda la benignidad divina la virtud
de crecer y multiplicarse a lo que plantareis : Ego plantavi, Apollo
rigavk, sed Deus incrementum dedit (60).
7. — «Ocurrió a esta tentación para que no errásemos el apóstol San-
tiago en su canónica cuando dijo: Patientes igitur estote, fratres, us-
que ad adventum Domini. Ecce agrícola especial pretiosum fructum
terrae, patienter ferens doñee accipiat temporane'íum et serotinum, y
pasando de la metáfora del labrador al operario evangélico, saca la
consecuencia de ese antecedente y concluye diciendo : Patientes igitur
estote et vos et confírmate corda vestra quoniam adventus Domini ap-
propinquavit (61). Por tanto, nadie desmaye en su ministerio si la parjte
que le tocare fuese estéril ; a trabajar venimos, no a descansar : haga
cada uno lo que es de su parte' y espere de Dios el premio : Unus-
quisque autem propriam mercedem accipiet secundum suum laborem.
Para esto nos trajo Dios a su viña, no nos pide otra cosa ; y así no
nos engañe el enemigo : Dei enim sumus adjutores : Dei agricultura
estis, Dei edificatio estis (62).
8. — «No con mejor fin que el precedente suele también Satanás su-
gerir otro veneno en los siervos de Dios que se ocupan en la conver-
(59) Eccles., 7, IT.
(60) I Corint., n, 6.
(61) Jac, 5, 7-8.
(62) 1 Corint., 3 8-9.,
198
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
sión de las almas, sembrando poco a poco en sus ánimos discordias
y comenzando esta peste por la contrariedad de dictámenes. Terrible
tentación es ésta y tanto que ha causado en el mundo inexplicables
daños ; bastaba para conocerla y huir de ella ver que se ordena a des-
truir y que en todo se opone a la caridad, cuyo empleo es unir, con-
cordar y fortificar lo unido. A eso tiró Satanás la noche de la cena,
cuando, como refiere San Lucas, comenzaron los Apóstoles a conten-
der quién había de sucedetle a Cristo en la superioridad : Facta est
autem et contentio inter eos, quis eormn viderátur esse major (63). Pero
ocurrió vigilante el divino Pastor al daño que se comenzaba a fra-
guar, y así cesó y no pasó adelante' por haberla atajado muy a los
principios : Simón, Simón, ecce Satanás cxpetivit vos ut cribaret siciat
triticum, ego autem rogavi pr*o te, añadiendo para su instrucción y
de los demás superiores : Et tu aliquando conversus, confirma fratres
tuos.
9. — «Detente era, al parecer, en la ocasión, la propuesta, mayor-
mente estando tan próxima la muerte de Cristo Señor nuestro, pero
Satanás no echó la especie porque él desease que quedase la Iglesia
con éste o el otro superior, sino porque por ese medio daba principio
a la desunión y variedad de dictámenes para dividirlos, e impedía por
ese medio los insignes progresos que habían de hacer en adelante uni-
dos en espíritu. El contraveneno de esta tentación nos lo descubrió
nuestro sapientísimo Médico, y así dijo: Qui major est in vobis, fíat
ííCMií minor, et qui praecessor est, sicut ministrator (64). Arreglán-
donos, pues, todos a este consejo, hallaremos el acierto, no tendrá
lugar la tentación en daño de las pobres almas y siendo pocos en
número podremos trabajar por muchos.
10. — «Por tanto, les ruego, Padres carísimos, que no haya entre
vosotros tergiversaciones : a una misma vocación somos llamados,
a un mismo dueño servimos, y así : Alter alterius onera pártate et sic
adimplebitis legcm Christi (65). Este es el blanco adonde se endere-
zan nuestros deseos y pensamientos, y de la legítima observancia de
estos dos tan saludables preceptos pende el total acierto de nuestras
operaciones : Diliges Dominum Deum tuum ex todo corde tuo et ex
tota anima tuo et ex tota mente tua. Diliges proximum tuum sicut
(63) Luc, 22, 24, 31-32.
(64) Luc. 22, 2fi.
(65) Galat., 6, 2.
LA MISIÓN DEL CONGO
199
teipsom. In liis duobus mandatis universa lex pcndet et prophetae (66).
Este mismo amor fraternal nos encomienda en su Regla el Seráfico
Padre dicieíido : Aconsejo, amonesto y exhorto a mis frailes en el
Señor Jesucristo, que, cuando van por el mundo, no litiguen ni con-
tiendan con palabras ni juzguen a los otros; más sean mites, pacíficos,
modestos, mansos v humildes, honestamente hablando a todos como
conviene (67).
11. — «Finalmente, Padres y Hermanos amantísimos, fío de vuestra
prudencia y virtud el desempeño de nuestra misión, y espero ver muy
colmados frutos de piedad y religión en este reino y en los circunve-
cinos, y poder decir de cada uno de vosotros muchas veces con San
Pablo, que sois Gaudium meum et corona mea (68). Para que' yo logre
esta dicha aconsejo a cada uno con el mismo Apóstol lo que ordenó
a su discípulo Timoteo: Atiende tibi et doctrinae, insta in illis; hoc
enhn faciens et te ipsum salvum facies et eos qui te audiunt (09). Con
esto ruego a Dios os llene de su bendición y guie en paz.»
12. — Concluida esta breve exhortación del Prefecto, renovaron todos
la obediencia en sus manos, y con verdadera humildad, en señal de
la prontitud de su ánimo, se postraron en el suelo y le pidieron la
bendición para ponerse luego en camino. Diósela, despidiéndose de
todos con lágrimas y recíprocos abrazos, y, según lo que había preme-
ditado y le pareció más conveniente, los distribuyó en esta forma : al
ducado de Sundo envió a los Padres Fr. Buenaventura de Sorrento y
Fr. Jerónimo de Montesarchio ; al ducado de Bamba, al P. Fr. Buen-
aventura de Cerdeña, con un intérprete ; al marquesado de Huandu, a
los Padres Fr. Buenaventura de Corella y Fr. Francisco de Veas ; al
condado de Soñó, a los Padres Fr. Juan María de Pavía y Fr. Sera-
fín de Cortona ; al ducado de Bata, a los Padres Fr. Antonio de Te-
ruel y Fr. Gabriel de Valencia.
13. — ^Los demás Padres, con el Prefecto, se quedaron en San Sal-
vador para la misión de' la comarca y de la misma ciudad y para en-
viarlos a otras partes, según la ocurrencia de los sucesos y oportuni-
dad de los tiempos. Este repartimiento se hizo con consulta y bene-
plácito del rey, y S. M., así por manifestar su celo por la exaltación
(66j Math., 22, 37-39.
(67) Regla de San Francisco, capítulo III.
(68) Philipp., 4, 1.
(69) Timot., 4, 16.
200
MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA
de la fe, como el singular afecto que tenía a los religiosos, les mandó
dar a todos una carta abierta para los señores de las provincias y
para los colunias, que son los gobernadores de las ciudades, escrita en
idioma portugués, cuyo tenor, vuelto en castellano, es el siguiente;
14. — «Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar y la Purísima
Concepción de la siempre Virgen María, concebida sin pecado original
desde el prime'r instante de su ser.
«Don García II, por la gracia de Dios, rey de Congo : a todas mis
provincias, banzas y libatas, y principalmente a todos los duques, mar-
queses y condes ; a los coluntos, fidalgos y vasallos, que de presente
están y en adelante estuvieren bajo de mi dominio y obediencia, desea-
mos salud y prosperidad en nuestro Señor Jesucristo.
«Fidelísimos vasallos míos y muy amados hijos. Grandes han sido
los beneficios que siempre ha hecho Dios a este reino, principalmente
después que amaneció en él la luz del Evangelio y la verdad de la
santa Iglesia católica romana, cuidando siempre de enviarnos minis-
tros evangélicos que nos enseñen el camino del cielo y los medios por
donde hemos de ir a él. Mas en estos tiempos presentes ha manifesta-
do nuestro Señor su especial misericordia con nosotros, porque cuan-
do estaban las puertas de nuestro remedio más cerradas y ocurrían
mayores dificultades e impedimentos para que viniesen sacerdotes, en-
tonces el Sumo Pontífice Romano, Vicario de nuestro Señor Jesucris-
to en la tierra y padre universal de todos los cristianos, a quien es-
tamos obligados a obedecer, inspirado de Dios y usando de su benig-
nidad con nosotros, se ha servido de enviarnos religiosos, hijos del
glorioso Padre S. Francisco, los cuales son verdaderamente siervos de
Dios y no buscan en este mundo oro, plata ni otras comodidades tem-
porales, sino sola la gloria del mismo Dios y la salvación de nuestras
almas, a imitación de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rey sobe-
rano y Señor del universo, se hizo pobre por nuestro amor.
15. — «Así, pues, estos religiosos, dejando todas las cosas y conve-
niencias de este siglo, se han hecho pobres por su amor y han venido
a estas nuestras tierras con muy grandes trabajos que han padecido
por mar y por los caminos, solamente por la mayor gloria de Dios y
para administrarnos los Santos Sacramentos, predicar la divina pala-
bra, enseñarnos buenas costumbres, apartarnos de las malas y enca-
minarnos de todos modos a la gloria eterna. Por tanto, fidelísimos
vasallos míos y muy amados hijos, por el amor que debemos a nues-
tro Señor Jesucristo, os pedimos y encargamos cuanto nos es posible,
LA MISIÓN DEL CONGO
201
que los recibáis en todas partes como ángeles venidos del cielo para
nuestro remedio ; los améis, reverenciéis y obedezcáis, como a nuestros
Padres espirituales, y sigáis en todo los saludables y santos consejos
que os dieren, pues verdaderamente lo que ellos más desean es nues-
tro bien epiritual y la tranquilidad de este reino.
16. — «También os mostraréis liberales con ellos, haciéndoles limos-
na para que puedan sustentar y conservas sus vidas y trabajar en este
reino en su santo ministerio, que esto es justo y debido a la caridad
que con nosotros ejercitan. Dejad los amancebamientos, las hechiceriás
y supersticiones, los hurtos, odios y enemistades y todo vicio y escán-
dalo ; procurad vivir de aquí en adelante cristianamente, pues no igno-
ráis que todos somos mortales ni que habemos de dar cuenta estrecha
a Dios de nuestras vidas, y asimismo sabéis que los buenos irán al
cielo, a gozar de la gloria eterna, y los malos al infierno, a ser ator-
mentados para siempre en compañía de los demonios.
17. — «Sirvamos, pues, a nuestro Señor Jesucristo, que murió en
una cruz por nuestro amor ; seamos agradecidos a ios muchos bene-
ficios que hemos recibido de sus liberalisimas manos y vivamos como
buenos cristianos, firmes y constantes siempre en la santa fe católica
romana. Por mi parte os hago saber que, aunque pecador, estoy dispues-
to a perder antes la vida y el reino y cuanto tengo y puedo tener,
que dejar de ser católico romano, y así ruego a todos vosotros mis
hijos, que guardéis los santos mandamientos de Dios y de la fe que
profesamos, pues si lo hiciéreis así, nuestro Señor Jesucristo os dará
muy grande premio, y a mí me tendréis por vuestro amigo y os amaré
como padre y estimaré como hijos muy queridos.
18. — -«Pero si hiciereis lo contrario, ofenderéis gravemente a Dios
y El os castigará severamente, como juez soberano y riguroso, y yo
también de mi parte aplicaré el condigno castigo a cuantos ingratos
y desconocidos no admitiesen a dichos religiosos o despreciasen la
doctrina y saludables consejos que nos dieren. Ni por esto, hijos y
hermanos míos, me tengáis por cruel, pues os hago saber que tengo
obligación no sólo de premiar a los buenos, sino también de castigar
a los malos, y que no sólo he de dar cuenta a Dios de mi alma, pero
también de las vuestras, lo cual respectivamente les pertenece también
a los cabezas de las provincias y a los coluntos de las banzas y libatas
en orden a sus inferiores.
19. — «Otrosi, que el Sumo Pontiiñce, Vicario de nuestro Señor
Jesucristo, en una carta que me escribió, llena de mil favores y hon-
202
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
ras, me ordena que, como vuestro rey y legítimo señor que soy, os
mande lo que en este mi decreto os escribo y, como hijo obediente
a sus preceptos, os lo anuncio y notifico para que así lo tengáis en-
tendido y procuréis observar con el mismo rendimiento. Finalmente,
hijos míos, como vuestro padre, rey y señor natural, deseo grande-
mente que seáis buenos cristianos para que os libréis de las penas del
infierno y gozéis para siempre de la gloria en compañía de los bien-
aventurados y principalmente de la siempre Virgen María y de su san-
tísimo Hijo Jesucristo y de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Es-
píritu Santo, que es un solo Dios que vive y reina para siempre, cuya
es la honra y gloria por todos los siglos de' los siglos. Amén. — Fe-
cha en nuestra corte de San Salvador, a 19 de septiembre de 1648. —
El rey, Don García» (70).
20. — Con esta carta de favor, y principalmente con el auxilio di-
vino, salieron los Padres nombrados de la corte a sembrar la palabra
evangélica por las provincias del reino, llevando cada uno su intér-
prete para poder ejercer su ministerio con más conveniencia y utilidad
de los naturales. Desde aquí les iremos siguiendo los pasos y discu-
rriendo por la misión de cada uno, según nos lo permitiere' la varie-
dad de los sucesos y ocurrencias, que fueron tales y tan notables,
que no es posible dejar de cortar el hilo muchas veces e introducir
varias digresiones, si no es faltando a lo sustancial de la historia.
(70) Cfr., dicha carta en su original portugués en PAIVA M.'KNSO, o. c, pp.
197-19».
CAPITULO xxm
i
Dásc principio a la misión de la Provincia de Bata; refié-
rensc algunos sucesos del viaje y sus felices principios.
1. — -Comenzaron su viaje nuestros seráficos obreros y, armados de
la virtud divina, con santa emulación, publicaron sangrienta guerra
desde luego al infierno, diciendo a voz en grito, como esforzados sol-
dados de Cristo: Exurgat Deus et dissipMur inim'ici ejus et fugiant
qui oderunt eum a facie ejus. Empezaron, pues, a ejercitar con gran
celo y fervor su apostólico ministerio, bautizando a los que no lo es-
taban, que eran muchos, catequizando e' instruyendo a los necesitados
y administrando los santos Sacramentos y cuantas obras de piedad
se ofrecían, que, entre gente tan necesitada de todo auxilio espiritual,
se alcanzaban unos ejercicios a otros.
2. — En esta forma iban discurriendo por los caminos hasta llegar
a las provincias adonde se les había consignado la residencia ; con-
movíanse los pueblos a penitencia y, viéndolos compungidos, les anun-
ciaban el reino de Dios y les convidaban con su misericordia. Halla-
ron muchos ídolos y no pocos hechiceros, y, para curarlos de esta
lepra infernal, les pegaban fuego, haciendo solemnes hogueras. Eri-
gieron muchas iglesias con altares para que' acudieran a darle a Dios
el culto y adoración que se le debe ; fundaron escuelas para la edu-
cación de los niños y diferentes congregaciones, al modo de las de
San Salvador, y a todo asistía Dios con su admirable providencia,
dándoles valor suficiente para llevar los trabajos que se ofrecían, los
cuales, por muchos e insuperables, fueran incomportables a las fuer-
zas humanas. Este es el premio y paga de contado de los que traba-
jan fielmente en su servicio ; y así dijo S. Gregorio : Virtus boni
operis perseverantia est.
2o6
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
3. — A las penalidades comunes de hambre, sed, cansancio, vigilias
y excesivos calores, se allegaban muchas veces calumnias, desprecios
y persecuciones, que son las margaritas y piedras preciosas con que
se esmalta ordinariamente el ministerio apostólico y con que se aviva
fl celo y fe'rvor de los que la ejercitan ; en razón de lo cual decía el
Apóstol : Maledicimur ef benedicimus ; persecutionem patimur et sus-
tirtemus ; blasphemamur et obsecram/us (71), y Santiago en su Epís-
tola canónica: Omne gaudiuvi existimatc, fratres inei, cum in tenta-
tionci varías incideritis (72). De esto se irá diciendo más en particular
conforme fuere ocurriendo ; singularmente notaremos ahora lo que les
ocurrió a los dos Padres que fueron al ducado de Bata, a medida de
lo cual se puede entender lo que les sucedió a los demás por haber
poca diferencia en los países y menos en las costumbres de la gente.
4. — Tocóles, según se ha dicho, esta provincia de Bata a los Padres
Fr. Antonio de Teruel y Fr. Gabriel de Valencia, cuya banza o ciu-
dad principal está distante de San Salvador cuarenta leguas, y en ella,
como en propia libata, reside ordinariamente el duque. Apenas se
apartaron de la corte como dos jornadas, cuando salió a recibirlos
innumerable gente con niños y adultos para que los bautizasen, los
cuales hacía muchos años que no habían visto sacerdote alguno en
su tierra. Muchas veces sucedió juntarse para este efecto más de
doscientas personas, entre pequeños y grandes, y de esta suerte a
cada paso hallaban tropas de gente que salía a buscarlos al camino
movidos de las noticias que corrían y del celo y piedad con que los
recibían a todos en cualquier parte que' los encontraban.
5. — Llegaron finalmente a Gongo de Bata, lugar adonde, por causa
de las ferias que allí se hacen, es grande el concurso de la gente, no
sólo de la misma provincia sino de' otras de gentiles ; y aun Tos por-
tugeses las suelen frecuentar por hallar allí los géneros que comercian
con más conveniencia que en otras partes. En esta población hallaron
un sacerdote portugués que hacía oficio de cura ; hallábase muy en-
fermo y casi desahuciado de remedio ; fueron los Padres a visitarle y
a pedirle licencia para bautizar y administrar los demás Sacramentos,
y él se la concedió con mucho agrado y les suplicó con muchas lá-
grimas le' asistiesen en su enfermedad, pues conocía se acercaba su
muerte y que Dios se los había enviado para su mayor consuelo. Con-
(71) I Corint.. 4. 12-13.
(72) Jac, 1, 2.
LA MISIÓN DEL CONGO
207
fesóse generalmente, cosa que no había podido hacer en muchos años
por no haber visto sacerdote alguno en aquella tierra ; recibió el Viá-
tico y Extremaunción y se preparó para el último golpe con muchos
y fervorosos actos, y, con esta tan católica prevención, salió el día
siguiente de este miserable destierro para la vida eterna.
6. — En esta población, por ser de las calidades referidas. Ies pa-
reció conveniente hacer asiento, y con ese designio y poder exten
derse desde allí a las partes de gentiles vecinos, comenzaron a plan-
tar la misión predicando los primeros sermones y haciendo las pri-
meras doctrinas el día 4 de octubre, dedicado a la festividad de núes
tro Seráfico P. S. Francisco, en el cual el año antecedente se embar-
caron en Cádiz. Fueron prosiguiendo sus sermones y ejercicios con
mucho consuelo suyo y admiración notable de aquellos pobres negros,
pues, como ellos decían, era aquella la vez primera que en todo el
discurso de su vida habían oído predicar y explicar de aquel modo Icr
doctrina cristiana.
7. — En sabiendo el duque la resolución de los Padres, les escribió
una carta llena de favores y agradecimientos por la caridad que usa-
ban con sus vasallos, la cual concluyó diciendo : que los deseaba más
cerca de sí para poder gozar de su santa doctrina y que, en habiéndo-
les labrado casa para su habitación, enviaría gente que los condujese
a su libata. Lo cual sucedió así. pues, pasados ocho días, envió a su
secretario con gerite suficiente para que los llevasen a Bata, que dista
de la población de Gongo como seis leguas, poco más o menos.
8. — Partieron, pues, de Gongo y, como llegasen ya de noche a
Bata, los llevaron a la casa que les tenían prevenida : ésta era de palos,
cañas y paja, al modo de las barracas de la huerta de Murcia, y en
ella tenían preparadas dos camas, también de caña, cubiertas con una
estera, al uso del país. Sucedió haber llovido mucho los días antece-
dente's y, como los naturales son poco curiosos y el suelo era de are-
na, la hallaron bañada en agua, y en esta forma lo estuvo sietnpre, sin
poder jamás enjugarla, siendo su habitación, sobre desacomodada pa-
ra el ministerio muy malsana y que les perjudicó no poco en la salud.
9. — Pero. ; quién dejará de persuadirse que. siendo estos Padres
llamados y buscados con tantas demostraciones de afecto y devoción
de un duque, el mayor y más principal entre los maníes del reino, que
por tal se apellida abuelo del rey, no habían de tener luego un re-
caudo de su parte y una buena cena, que para ellos hubiera sido co-
208
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
mida, pues no habían probado bocado en todo el día sino al partirse
de Gongo? Así lo pensaron, mas no sucedió así, porque, dejándolos
solos en su casa, se fué la gente a las suyas y no hicieron más me-
moria de ellos. Esperaron algunas horas, creyendo les enviaría el
mismo secretario con alguna cosa para comer, pero viendo que era
ya muy tarde y que no llegaba nadie a la puerta, trataron de reco-
gerse, dando a Dios las gracias por el suceso y por hallarse tan po-
bres que aun la luz para acostarse les faltó.
10. — A la mañana siguiente fué el secretario a darles los buenos
días y, recelando por lo pasado si había alguna novedad en el duque,
le dijeron habían extrañado el que Su Excelencia no les hubiese so-
corrido con alguna cosa para cenar ; a lo cual Ies respondió dicien-
do : «No lo extrañen Vuestras Paternidades, pues yo padecí el mismo
trabajo con ser su criado y doméstico ; la causa no ha sido otra que
ir con el estilo recibido en esta tierra, adonde se tiene por costum-
bre dejar en ayunas a los huéspedes y sin algún socorro el día y la
noche" que llegan.»
11. — Lo cual hallaron ser así en todas aquellas provincias, sin que
circunstancia alguna sea bastante para invertir tal costumbre, de que
en prueba lo que le sucedió en otra ocasión a uno de los Padre's en
el marquesado de Encusu, pues habiéndole enviado a llamar el mar-
qués para que le confesase por haber de ir a dar una batalla a su
enemigo, después de haber caminado el religioso cuatro días, y el úl-
timo sin desayunarse él ni los negros que le acompañaban, le' envió
a decir que se acordase S. E. de que estaban en ayunas. Pero él res-
pondió : «Decidle al Padre que se acueste' y descanse, que mañana
haré diligencia para socorrerle con alguna cosa.» E.stos son los rega-
los de equellas míseras tierras, los cuales, por amor de Dios, se pa-
san alegremente".
12. — Vino ei día siguiente, y ya tarde fué el duque a visitarlos;
abrazólos y besóles el hábito con mucha ternura y piedad, manifes-
tando con acciones y palabras el singular gusto y consuelo que reci-
bía su alma de verlos en sus estados y lo agradecido que estaba a
Dios y al rey por la merced que en ello le habían hecho. Presentá-
ronle la carta que llevaban y le propusieron convenía se fabricase una
iglesia cerca del hospicio para poder con más conveniencia predicar,
decir Misa y administrar los Santos Sacramentos. Ofrecióse a todo
con mucha prontitud y aun a edificar casa más capaz donde pudieran
caber los niños de la escuela, para lo cual en aquel primer fervor
LA MISIÓN DEL CONGO
209
mandó hacer la traza y traer los materiales necesarios a la plazuela
del hospicio ; empero no se puso mano en ella en espacio de año y
medio que estuvieron alli dichos Padres, ni aun pudieron recabar que
mandase hacer unas puertas de cañas para el hospicio, entretenién-
dose siempre con buenas palabras y esperanzas.
13. — Muchos fidalgos y vasallos principales sentían la incomodi-
dad de los religiosos : pero, como el duque es el dueño absoluto y se
había encargado de la fábrica, aunque veían su grande omisión y de-
seaban ellos hacerla a su costa, ninguno se atrevió a emprenderla, te-
miendo su indignación. Por esta causa les fué preciso haber de pasar
con aquella estrechez y con otras muchas incomodidades, pues no sólo
aderezaban allí su pobre comida, sino que allí también enseñaban a
los muchachos y perpetuamente se mojaban por las continuas aguas y
falta de reparo.
14. — De esta suerte pasaron, hasta que después de muchos meses,
se resolvieron por sí mismos a juntar gente que, con algunas cosillas
de devoción que se les dió, trajeron cantidad de paja y cubrieron el
techo con que se repararon en parte de la incomodidad ordinaria. De
esta calidad son los descuidos de aquellos señores maníes, los cuales
son tardísimos así eti el despacho de los negocios como en ejecutar
las resoluciones, y si bien no tienen palabra mala, son muy pocas las
obras que hacen, antes, con sus omisiones, dan grande ejercicio de
paciencia a los misioneros ; pero ello era forzoso haber de pasar por
esas y otras muchas penalidades por no malograr el fruto principal
de las almas.
14
i
]
I
CAPITULO XXIV
i
Continúase la misión del ducado de Bata, refiérense los
ejercicios ordinarios y varias penalidades que se ofrecían
en ella.
1. — Aunque el ducado de Bata es muy dilatado y poblado de gente
y su duque es el mayor y más principal del reino, pues, como ellos
dicen, le reconocen vasallaje algunos reyes getitiles, con todo eso la
población de Bata no es muy grande, a causa de que éste y otros prín-
cipes semejantes de aquella corona estilan vivir retirados con sola su
familia y algunos fidalgos que les acompañan con las suyas en el lu-
gar donde mejor les parece, aunque no haya vecindad. Y así se hallan
en sus estados poblaciones mucho mayores y más numerosas de gente
que no Bata, y por esta misma causa acudían pocos muchachos a la
escuela, y aun eran tan pocos por entonces, que su número se redu-
ela a los hijos del duque y a los de los fidalgos y a otros pocos de la
gente común.
2. — Con este número de muchachos comenzaron los Padres los ejer-
cicios de la doctrina y, aun después de bien instruidos, los llevaban
consigo por la comarca y les ayudaban mucho para el buen logro de
sus misiones. Acudían a la doctrina el duque y sus fidalgos y manda-
ba a toda la gente de su familia que asistiese a oírla explicar, sirvién-
doles de atractivo el oírla cantar a los muchachos y responder pronta-
mente a las preguntas que les hacían. En los domingos y fiestas de
precepto, además de las doctrinas, añadían los Padres dos sermones :
el uno lo predicaban a la misa que se decía por la mañana para la gen-
te común, y el otro, en la que' oía el duque. En ésta era siempre ma-
yor el auditorio, porque asistían también a ella los fidalgos con su
acompañamiento de criados y esclavos.
214
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
3. — Esta misa se celebraba ordinariamente comenzando a la una y
media de la tarde, valiéndose para ello de las facultades y privilegios,
porque el duque y los fidalgos no se quedasen sin misa, y es el caso
que solía ir tarde a la iglesia, y, porque pudiesen asistir a la misa y
sermón, era forzoso esperar a que fuese. Varias veces le advirtieron
los Padres la incomodidad que les ocasionaba su pereza y aun a los
fidalgos de su séquito, pero ni por eso ni por más recaudos que solían
enviarle, no había forma de sacarle de' su paso, dando siempre por ex-
cusa el decir que se estaba vistiendo, siendo así que todo el vestuario
se reducía a ponerse una camisa y una capa de bayeta.
4. — La causa de su tardanza, según se averiguó, consistía en que
se a costaba a las dos y tres de la noche por vivir al revés de la gente
racional y al uso diabólico que se ha introducido en este último siglo,
aun en Europa, entre los nobles, para hacer de la noche día y del díla
noche, y conformar esta vanidad con el padre de las tinieblas, que se
la ha sugerido poco a poco, no para mayor conveniencia sino para su
mayor ruina espiritual y temporal y pervertir en ellos el buen uso del
tiempo y de la razón. Por esta causa se levantaba muy tarde ; después,
almorzaba despacio y cuando salía de palacio solía ser la una. Con eso
se dilataba el tiempo y las más'*de' las veces acababan la misa a las
tres de la tarde y, si no lograran la coyuntura para poder predicar,
no era fácil el conseguir que se juntaran a otra hora ni que los
intérpretes asistiesen. De aquí resultaba que, cuando los Padres iban
a tomar su pobre refección, era ya tardísimo, y con eso y el cansancio
de los ejercicios precedentes y continuados recibían suma molestia.
La cetia o colación también solía ser tarde y, por falta de candil o
velas, se servían de la luz de los tizones, que son las bujías ordinarias
del país.
5. — Pasados algunos días, se casó el duque con una sobrina del rey,
y como fuese costumbre o, más propiamente, introducción diabólica,
llevar las novias a casa de sus maridos antes de desposarse, a fin, como
ellos decían, de experimentarse unos a otros los naturales y condicio-
nes, por no llamarse a engaño y vivir perpetuamente disgustados, le
dieron a ente'nder al duque cuán perniciosa costumbre era aquélla y
cuán contra toda razón cristiana y política y que convenía que S. E.
procurase impedirla, yendo delante de todos con el buen ejemplo. Ofre-
ció hacerlo y así' se dispuso que, en llegando a la banza la duquesa, la
llevasen a la iglesia del hospicio, donde el duque la esperó con su acom-
pañamiento ; confesaron y comulgaron ambos y los desposaron y lúe-
1
LA MISIÓN DEL CONGO
215
go se fueron a palacio muy gustosos, y la demás gente, edificada y
advertida de lo que debían hacer en semejantes ocasiones.
6. — Después de los días de la boda, hallándose los Padres recogi-
dos en su hospicio, oyeron muchas voces en su plazuela y, reconocien-
do tumultuaba la gente, salieron a apaciguarla, ignorando lo que pa-
saba. En saliendo vieron que la duquesa estaba en su red, esperando
se juntasen los esclavos y esclavas de su servicio para marchar a la
corte. Preguntaron la causa de aquella novedad tan impensada y res-
pondió muy sentida que el duque no la trataba con la estimación que
debía, porque no la vestía según su calidad, y que, enfadada de su tra-
to, se iba a vivir a la corte. Exhortáronla los Padres a que se dejase
de tal intento y con buen modo la redujeron a palacio ; hablaron al
duque y se compuso la discordia y después vivieron con mucha paz.
A la verdad fué providencia de Dios especial el que los Padres estu-
viesen tan a tiempo al suceso, pues, si no detienen a la duquesa, se hu-
bieran seguido muchos disgustos entre el duque y el rey.
7. — Viéndose, pues, en tan limitados términos, trataron de salir a
hacer misiones por toda la provincia. El P. Antonio de Teruel, por ser
de buena edad y mayor robustez que su compañero Fr. Gabriel de
Valencia, pudo hacerlas más continuas y dilatadas, si bien el Padre
Ir. Gabriel, aunque maltratado de una larga enfermedad que había
tenido, por ser muy fervoroso y celoso de la salvación de las almas,
emprendió cuantas pudo. Para este efecto les pareció acertado pedirle
al duque una carta para los gobernadores y fidalgos de las poblaciones
en orden a que diesen el auxilio convenietite para el mejor logro de
su ministerio ; hízolo puntualmente y mandó a su secretario escribiese
al pie de la carta del rey las siguientes líneas en lengua portuguesa :
8. — {Jesús, Marta. Sobre la carta que S. M. (Dios le guarde) me
ha enviado, y al pie del despacho en ella contenido acerca de los Pa-
dres Capuchinos que vienen a instruirnos en santas costumbres y en
los misterios sagrados de la fe católica romana, para que, estando fir-
mes en ella y viviendo cristianamente salvemos nuestras almas, he
icordado escribir estos renglones para satisfacer así a mi obligación
;omo al afecto que a dichos Padres profeso. Mando, pues, a los fidal-
gos, coluntos y demás vasallos míos, de cualquier estado y condición
lue sean, que ejecuten y cumplan, como verdaderos hijos de la Iglesia
' buenos cristianos, cuanto en la carta y despacho de S. M. se contie-
2l6
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
ne, así en orden a la reformación de las costumbres como en orden
al respeto, amor y agradecimiento que deben mostrar a dichos Padres,
a los cuales tenemos obligación de respetar y servir como a sagrados
ministros del mismo Dios ; y a quien hiciese lo contrario, lo castigaré
rigurosamente. — Dado en nuestra banza de Bata, a 16 de noviembre
de 1648. — Don Manuel Alfonso, duque de Bata» (73).
9. — iCon Ja carta del rey y esta recomendación del duque salieron
dichos Padres a recorrer la Provincia, llevando en sus misiones el or-
den siguiente ; en llegando a cualquier banza o libata, enviaban a lla-
mar al señor o colunto y le le'ían sus despachos ; después le pedían
mandase juntar toda la gente para enseñarles la doctrina y predicarles,
y que trajesen los niños o adultos que aun no estaban bautizados ; lue-
go se daba forma para que se hiciese iglesia competente adonde no
la había ; mientras se fabricaba, que se hace fácil y brevemente, llega-
ban los que viven fuera de poblado, que son muchos, y en ese mismo
tiempo se informaban de los más piadosos fidalgos, de los abusos y
vicios comunes de la gente y del número que había de sujetos enlaza-
dos en la pública torpeza de las concubinas, porque el que menos solía
tener tres o cuatro, y aun había fida'lgo que tenía treinta, y otros más,
y todas en su casa, como mujeres propias.
10. — La causa de esta poligamia y vicio tan pernicioso y torpe es
bien extraña, porque, fuera de arrebatarles a él su ciego apetito, no
tienen gasto alguno con tanta mujer, antes bien ellas sustentan a los
amigos a causa de que en aquel reino son las mujeres las que trabajan
y cuidan de la hacienda, lo cual sucede así en las más provincias de
aquellos climas. Diéronles, pues, a entender la torpeza de su vicio y
cuán ajeno era de hombres cristianos el vivir amancebados y más con
tantas mujeres, pues, además de estar por esa causa eti desgracia de
Dios, privados del derecho de la Iglesia y condenados durante su mal
estado a las eternas penas del infierno, por ser contra la ley natural y
divina, es también contra las costumbres santas de la cristiandad, don-
de cada marido tiene una mujer y no más, y cada mujer im marido en
matrimonio santo.
11. — Que el tener muchas mujeres era infamia aun entre gentiles
que alcanzan alguna luz de razón, y que los hijos que nacían de seme-
(73) Cfr. el original portugués en PAIVA MAN.SO. o. c, p. 1!)9.
LA MISIÓN DEL CONGO
217
jante comercio concubinario eran espurios y bastardos, y los del santo
matrimonio, legítimos ; que el Sumo Pontífice' les enviaba para que les
administrasen este Santo Sacramento, con los demás de la Iglesia, y
que ésa era también la voluntad del rey y del duque, los cuales casti-
garían severamente' a cuantos quisiesen perseverar en tan infame y
pernicioso estado. Donde más cargaron la mano sobre este punto fué
en los nobles, en los señores de los lugares y en los gobernadores,
como en primer ejemplar para el bien o para el mal común. Muchos
se excusaban de casarse, no tanto para seguir el rumbo de su apetito
sensual, cuanto por otro abuso de vanidad y locura, diciendo no tenían
medios para vestir de gala el día de los desposorios, siendo así que
todo su adorno se reduce, en los más, a un pedazo de tela del país,
(le las hojas de la palma, con que cubren lo que pide' la honestidad, y
a una piel de cualquier animal, que se ponen por banda, todo lo cual
se halla fácilmente y es de muy poco valor.
12. — En llegando a estar junta la gente, se' iban los Padres a la
plaza y se cantaba la doctrina cristiana ; luego la explicaban, detenién-
dose en los puntos que había más necesidad, y se concluía la función
con un fervoroso acto de contrición. Decíanles misa por las mañanas,
la cual no habían oído en muchos años, ni aun sabían muchos lo que
era misa. Acabado el Evangelio, se les predicaba, explicándoles los
misterios de la misa y la real presencia de Cristo, bien nuestro, en el
augustísimo Sacramento del altar. En acabando la misa bautizaban los
párvulos, y en el ínterin los muchachos de la escuela, qse estaban más
hábiles en la doctrina, catequizaban a los adultos, haciéndoles pregun-
tas de ella. Luego tomaban la mano los Padres y los acababan de ins-
truir, y últimamente les mandaban hacer el acto de contrición de sus
culpas pasadas y los bautizaban. Si había alguno que confesar, los re-
servaban para la tarde, y este ejercicio se hacía cotidianamente, dete-
niéndose en las poblaciones según lo pedía la necesidad y número de
gente .
13. — El trabajo que resultaba de dichas misiones era excesivo y
singularmente se padecía mucho con los adultos, por su rudeza. Suce-
día de ordinario llegar tarde la noticia de la venida de los religiosos,
y con eso y el buscar padrinos, que en esto son muy observantes y ha-
cen grande aprecio de este parentesco espiritual, los detenían mucho
tiempo con harta molestia. Otras veces sucedió estar ya de partida
para otros lugares y llegar algunos negros para que los catequizasen
2l8
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
y bautizasen, y si a éstos les decían que pasasen con ellos a la pobla-
ción vecina para catequizarlos con más espacio y convt niencia, res-
pondían que no podían, que tratasen de bautizarlos allí y que si no,
ellos comerían sal, como los otros.
14. — Esta respuesta habían tomado, así de lo que habían oído se
hacía en el bautismo, de poner sal en la boca, como del nombre que
incautamente dieron al bautismo, por la ignorancia de la lengua, los
primeros que comenzaron a bautizar aquellas gentes ; de modo que,
como hasta la entrada de los nuestros ni se hacía otra ceremonia que
la de poner un grano de sal en la boca del párvulo o adulto, y después
echarle el agua, diciendo las palabras que son la forma de este Sa-
cramento, dieron en llamar este santo labacro Ncuria Nmungua, que
quiere decir comer sal. Con esto la gente, como bozal y ruda, y más
en estas naciones, juzgaba que, con comer sal, quedaban bautizados.
15. — En razón de esto le sucedió al P. Fr. Antonio de Teruel el
caso .siguiente. Llegóse a él un fidalgo, señor de vasallos y muy pre-
ciado de discreto, el cual, presumiendo había hecho una cosa grande
y que había llevado al cielo un alma, le dijo muy ufano : «Sepa Vues-
tra Paternidad que he bautizado un niño muerto.» Conoció el Padre
el desatino y, para sacarle del error en que estaba, le preguntó qué
era lo que había hecho. Respondió que ponerle sal en la boca y decir-
le las palabras: «Yo te bautizo», etc. Por esta causa, y para sacar la
gente de este' error, procuraron los Padres introducir otro nombre,
llamándole bautismo o lavatorio santo, y en esa conformidad lo pusie-
ron en el catecismo y se lo hacían cantar después a Jos niños, para
que se' borrase el nombre de comer sal y éste le tuviesen en memoria.»
16. — Otro trabajo padecían estos Padres y los demás en nada infe-
rior al referido, y era que, cuando habían de partir de un lugar a otro,
como era preciso que el señor o gobernador les diese gente que lle-
vase la ropa de sacristía y algún maíz o raíces para sustentarse, en sa-
biendo los negros que se acercaba la partida, cogían y se escondían
por los bosques, por huir de ese trabajo. Esta era la paga y agradeci-
miento ordinario de aquella gente, después del trabajo que tenían con
ellos en predicarles, bautizarlos, confesarlos y administrarles los d?más
Sacramentos. En fin, la materia se disponía de suerte que era preciso
haber de salir los señores o gobernadores a buscarlos por los campos,
traerlos por la fuerza, y solían ser las doce del día cuando llegaban,
tomaban las cargas, pero, como venían de mala gana, corrían con ellas,
LA MISIÓN DKL CONGO
219
según estilo, de suerte que les hacían ir a los Padres reventando, por
no perderlos de vista, y pasando terribles calores y fatigas. Llegaban
a las poblaciones y de ordinario tan rendidos del hambre, sed y can-
sancio, que apetias se podían menear ; de todo lo cual resultaba luego
el caer enfermos y perder las fuerzas.
17. — Cuando entraban en los lugares ponían especial cuidado en sa-
ber las casas adonde había ítíolos y sacos de trastos supersticiosos
con que se curaba la gente en las enfermedades. En hallando algo de
esto, lo cogían y le pegaban fuego ; sentíanlo los dueños a par de
muerte y procuraban ocultarlo cuanto podían. Para descubrir estas
cosas se valían los Padres de los negrillos de su escuela, que' los aaom-
pañaban, y, en viendo éstos que alguna persona se curaba con seme-
jantes invenciones, se lo advertían a los Padres y acudían luego a
casa del enfermo ; pero, apenas los veían entrar por ella, cuando huían
cuantas personas asistían a la curación.
18. — Con esto quedaban solos los enfermos ; cogían los trastos y
I los quemaban y a ellos los reprendían como convenía, enseñándoles
el modo cómo se debían curar, que es por la aplicación de remedios
naturales, y principalmente procurando purificar las conciencias y res-
' tituirse a la gracia y amistad de Dios : In semita justitiac, vita — dice
el sabio — ; iter autem devium ducit ad mortem (74). Lo cual tiene lu-
gar no sólo en el sentido moral, sino también en el literal, pues no
hay dolor más penetrante que así atormente al alma y el cuerpo en
tiempo de enfermedad que la espina de la mala conciencia. Esta con-
sume la vida y abrasa el alma, y así podemos decir de ella, con más
propiedad que Ovidio de otra pena, que le da trato de cuerda al enfer-
mo y le abrasa el corazón : Strangulat inclusus dolor, atque cor aestuat
intus.
19. — Finalmente, estos y los demás trabajos eran tolerables con
la gracia de nuestro Señor, y en ellos hallaban estos Padres muchas
ayudas de costa de su soberana liberalidad sin los cuales no fuera da-
ble el comportamiento. Sólo les era amargo y grandemente sensible
el ver que muchos se subvertían y, dando de mano a los saludables
consejos con que los educaban, se volvían al vómito de sus torpezas
y hechicerías. En la banza de Bata ofrecieron los fidalgos a los Padres
se casarían luego y dejarían las concubinas ; pero de todos no fué sino
üi) Prov., 12, 28.
220
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
uno, y, reprendiéndoles delante del mismo duque porque no cumplían
la palabra que habían dado, satisfizo por ellos, diciendo que las mu-
jeres tenían la culpa, porque ellas rehusaban casarse. En esto pararon
todas las amenazas del duque, y así, por estos y semejantes sucesos,
conocieron los Padres que todas las promesas eran cumplimientos y
que no le temían al duque ni aun al rey en materias de costumbres.
Algunos en medio de eso, ya libres y ya esclavos, se casaron luego,
pero fueron pocos respecto de los muchos que se esperaban.
1
CAPITULO XXV
I
De otros trabajos que se padecían en el ducado de Bata
y de la causa que sobrevino para dejarle los Padres a
quienes se encomendó y pasar ha hacer misión a otras
provincias del reino.
1. — Era costumbre antigua del reino el dar un paño de palma de
una vara de largo cuando se administraba el bautismo a los niños, y
por los adultos se daban dos o moneda equivalente a ellos, de cuya
limosna se sustentaban los curas cuando los había. A los principios,
llevando adelante su costumbre, les contribuían a nuestros religiosos
con la misma porción ; mas como nuestra seráfica Regla prohiba el re-
cibir dineros y pecunia, no sólo no los admitieron, pero les hicieron
saber a los negros que no se recibían semejantes limosnas, sí empero
las que voluntariamente les quisiesen hacer, por amor de Dios, de las
cosas comestibles en su propia especie, para su sustento y el de' los
intérpretes y gente que ks acompañaba en los caminos.
2. — Demás de esto, reconociendo el poco posible de la gente y te-
miendo que los muy pobres se retirarían de llegar al bautismo, les
anunciaron que nadie dejase de bautizarse ni de llevar sus niños, aun-
que no tuviese cosa alguna que poder dar de limosna, pues los bauti-
zarían a todos por amor de Dios con mucho gusto y con el mismo les
servirían y ayudarían en cuanto ¡es fue'se f>osible. Corrió la noticia por
todas partes y se les imprimió tan bien, que de ahí adelante no les
acudían a los religiosos con cosa alguna para su preciso sustento, y
todos parecían pobres de solemnidad. Por algunos días padecieron ne-
cesidad considerable y recurrían a las hierbas del campo para poder
mantenerse, y aunque atribuían el suceso a la cortedad de los ánimos
y a los pocos medios que tienen, con todo eso les causó extrañeza el
que algunos de los más acomodados o fidalgos no se prefiriese a so-
224
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
correrlos con alguna cosa, constándoles de su necesidad y suma po-
breza.
3. — Apretados, pues, de la penuria y acordándose de las palabraí
de Cristo Señor nue'stro, Dignus est opetar'tus cibo suo (75), manifesJ
taron su necesidad a alofunos de los nobles para que los socorriesen
con algunas legumbres e insinuándoles la recíproca caridad que debían
tener con ellos, pues le's estaban sirviendo a todas horas en lo espi-
ritual sin interés alguno, añadiertdo que extrañaban mucho la esca.sez
de la giente cuando les constaba no tenían otros medios con que sus-
tentarse sino las limosnas que le's hacían. Admiráronse mucho los su-
jetos a quienes llegaron, y constándoles a éstos que los más que se iban
a bautizar llevan algunas cosas comestibles de limosna, entraron en
sospecha de que se las disipaban antes de llegar a sus manos.
4. — Examinaron bien lo que pasaba y vinieron a descubrir que el
demonio de la codicia se había apoderado de algunos negros que' se
mostraban familiares, los cuales, con maña y sagacidad, salían a los
caminos y, antes de llegar la gente, les prevenían diciendo que apre-
surasen el paso, porque los Padres estaban esperando ; que les diesen
a ellos lo que llevaban, porque los Padres no tomaban nada para sí y
que a ellos, por intérpretes, se les debía dar la limosna. Con esta pre-
vención, no maliciando la gente el engaño, les daban cuanto llevaban ;
ellos se quedaban con todo y los pobres religiosos perecían de ham-
bre. Publicóse la maldad de los tales negros, y para obviar semejante
desorden, se les notificó de nuevo a todos que no les obligaban a dar
cosa alguna por la administración de los Sacramentos, pero que', si
movidos por piedad y por vía de limosna, llevasen algunas cosas comes-
tibles, no las entregasen a otros que a ellos, pues ni les pertenecía ni
hasta entonces habían dado permiso para ello a negro alguno en todo
el reino (76).
(7.5) Math., 10, 10.
(76) Podemos decir que. si los intérpretes fueron al principio una ayuda y una
necesidad para los misioneros, se convirtieron m.ís tarde en verdaderos ob.stáculos
para la conversión de los naturales. De tal modo que el V. Cavazzi llega a decir que
«las pérdidas espirituales eran proporcionadas a la poca vergüenza de esta gente pe
sima que hacia de intérpretes, asi como por el escándalo que daban y el fácil aleja
miento del misionero, que no tenia otra casa para habitación sino una cueva y por
toda cama una piel». Añade en cambio que precisamente «el desinterés es la base
del éxito de nuestro ministerio». Por eso lanza contra los intérpretes los más terri
bles improperios, llamándoles «engañadores, malignos, ladrones, mentirosos y ene
migos de nuestro fe, simoniacos, hipócritas, traidores, raza de estafadores, católico*
LA MISIÓN DEL CONGO
225
5. — Con esta prevención se corrigió el desorden de' los maliciosos,
y la gente acudía con lo que podía para ayuda del sustento de sus Pa-
dres espirituales, y, habiendo pasado año y medio entre estas y otras
penalidades, llegó un sacerdote secular a la banza de Bata con el título
de cura o párroco de aquella provincia. Este instó mucho a los Padres
a que' tomasen la limosna ordinaria de los paños y moneda del país,
alegando que la gente no acudiría a éj en los bautismos y que aguar-
darían a que ellos saliesen a las misiones para excusar la contribución
de las limosnas de que él se había de sustentar.
6. — Disuadiósele de este intento, satisfaciéndole con el texto de
nuestra Regla y con otras razones, mediante las cuales se aquietó por
entonces ; pero, pareciéndole no podía tener inconveniente el que fuese
un esclavo suyo con los Padres para recibir dichas limosnas, se lo pro-
puso e instó mucho sobre ello. Consideraron los Padres este' negocio
con madurez y, deseando atender a todo con equidad y que no se le
perjudicase a aquel pobre sacerdote en cosa alguna ni se embarazase
el bien de las almas, pues lo uno se había de sustentar el sacerdote de
aquellas limosnas, lo otro, los naturales son tan pobres, que muchos
o parte' considerable de ellos no acudían al bautismo por su pobreza,
acordaron noticiar del caso a la Sacra Congregación, para que deter-
minase lo que se debía practicar en adelante, representándole las razo-
nes que ocurrían, y entre días, por parte de los religiosos, el que en
todo el reino por entonces se hallaban solos tres sacerdotes seculares,
los cuales por no ser teólogos ni de tan suficiente literatura como con-
venía, y por ignorar la lengua, no predicaban ni catequizaban a los
adultos, por lo que éstos se quedaban en sus errores y amancebamien-
tos, y se limitaban a bautizar sólo los párvulos.
7. — Convinieron, pues, de un acuerdo el que se remitiese este infor-
me a Roma y en el ínterin dejaron los Padres aquella provincia con la
ocasión que diremos después. El sacerdote se quedó en su curato y la
Sacra Congregación determinó que, pasadas cinco le'guas del lugar
donde residiese el cura, pudiesen los religiosos libremente administrar
los Sacramentos, sirviéndoles a los mismos sacerdotes de mucho con-
suelo y alivio, exhortando los Padres a los feligreses a que ayudasen
en apariencia, pero en realidad peores que los lobos rapaces de que nos habla Jesu-
cristo en el Evangelio».
A ello añade el P. Teruel (Ms., c, p. 102), que una de las razones de por qué se
I dedicó con todo ahinco al aprendizaje de la lengua congolesa, cosa que antes
le parecía imposible, fué «por librarse de los intérpretes que son de mucho estorbo
para la conversión de las almasi.
15
226
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
y sirviesen a sus propios párrocos en lo que pudiesen para que pasasen
la vida decentemente.
8. — Casi al mismo tiempo que llegó a la banza el sobredicho sacer-
dote suce'dió que el duque de Bata tuvo orden del rey para que fuese
a la corte ; el llamamiento se ordenaba a que llevase el feudo o tribu-
to que acostumbraban pagar de tres en tres años los señores de las
provincias, los cuales recogen en sus tesoros las contribuciones de los
vasallos, y, en llegando el plazo, las llevan en persona al rey con gran
puntualidad y sin gastos tanto en conducciones, ministros, ejecutores
y contadurías, como sucede en estos reinos de España. Arbitrio a la
verdad digno de considerarse y que le propuso con ciertas modifica-
ciones en un manifiesto para alivio 'de los vasallos el limo. Sr. D. An-
tonio de Contreras, del Consejo y Cámara de S. M., ministro gran-
demente celoso de la gloria de Dios y del servicio del rey, cuyas ceni-
zas yacen en nuestro convento de Segovia. que fundó a sus expensas
con religiosa magnificencia.
9. — Con esta ocasión se despobló toda la banza y la mayor parte
de la provincia de Bata. Salió para su viaje' el duque y con él todos
los fidalgos acompañándole, a los cuales les corre la obligación de pa-
gar respectivamente y de acompañar a sus señores, y este viaje dura
regularmente un año en ida y vuelta, y lo hacen todos a costa de sus
propias expensas. En el ínterin se quedan las mujeres en sus casas y
se portan con tal recato, que no salen de ellas hasta que vuelven los
maridos. Por esta causa y ver que nadie acudía a las pláticas y ejer-
cicios de la misión, ni habían de acudir en todo el año, dieron aviso los
dos Padres a quienes tocó esta provincia, al Prefecto, para que les
señalase campo a donde trabajar en su ministerio.
10. — Con su informe resolvió el Prefecto que el P. Fr. Gabriel de
Valencia pasase al marquesado de Encusu, a donde se hallaba entonces
el P. Fr. José de Pernambuco, y que el P. Fr. Antonio de Teruel pa-
sase al ducado de Sundi, adonde asistían dos misioneros. Partióse,
pues, el P. Fr. Gabriel a Encusu, que dista de Bata veinticinco leguas,
y el P. Fr. Antonio se encaminó a Sundi, que está más distante por la
parte contraria. En este camino a Sundi está el señorío de Matari ; go-
bernábale por entonces una señora pariente del rey, a quien, por so
gran nobleza, llamaban su hermana. Recibió esta señora al P. Fr. An-
tonio con mucho agasajo y devoción, y le sucedió que, poco despuési
de haberse recogido, se comenzó a mover cierto ruido y griterío que
le inquietaron notablemente. Estando en este desvelo el Padre y re-
LA MISIÓN DHL CONGO
227
cdando algún motín de la gente, salió de su aposento y, acompañado
de un negrillo, se fué poco a poco hacia la parte de las voces ; el mu-
chacho paró el oído y en lengua portuguesa le dijo al Padre lo que
pudo percibir y que no era riña sino baile.
11. — Llegaron a la casa donde se hacía y. no dudando sería con
intervención del demonio, según la degradada costumbre de la tierra,
halló en ella un hechicero con mucha gente, que bailaban y gritaban
confusamente. Apenas le vieron entrar, cuando todos echaron a huir,
menos un loco, que por tal le tenían en cepo, al cual el hechicero, por
sus intereses, pretendía dar salud con sus diabólicas supersticiones.
Pasó luego el Padre a la choza del hechicero y halló unos sacos llenos
de trastos supersticiosos, hízoselos pedazos y después los arrojó. Por
la mañana dió cuenta a la señora de' la población de lo que había pa-
sado y le afeó mucho el que. siendo católica, permitiese en su Estado
tan perniciosos hombres, cuyas medicinas eran diabólicas y sólo a pro-
pósito oara quitar la vida del alma y del cuerpo. Casi lo mismo suce-
dió a dicho Padre en este' viaje en otro lugar ; pero, por ser tan or-
dinario en los misioneros el encontrar lances semejantes, los dejare-
mos de referir, por no cansar.
12. — Fuéle a dicho Padre este viaje' no menos penoso que otros
muchos que hizo, así por haberle hecho rodear mucho los negros que
le condujeron, como por ser la gente de aquel país más bárbara y gro-
sera, y tanto, que tal vez le sucedía dejarle las cargas de las cosas de
la misión al mejor tiempo y en despoblado y pedirle la paga del por-
tazgo. Un día, entre otros, le sucedió que, estando para partirse de
una libata a otra, no había persona que quisiese' acompañarle ; llegaron
al mismo tiempo muchos con sus niños en los brazos para que se los
bautizase y, viendo que no tenía otro remedio, les ofreció que lo ha-
ría con mucho gusto, con tal que algunos le acompañasen hasta la pri-
mera libata. Ellos le dieron palabra de acompañarle y en fe de ello se
detuvo a bautizar los niños : mas apenas hubo acabado, cuando comen-
zaron todos a huir y le dejaron solo.
13. — Hizo las diligencias posibles para ver si hallaba algunos y en
ellas pasó la mañana hasta el mediodía ; pero como no parecía nadie,
recurrió al gobernador y le rogó le diese gente que le convoyase, res-
pecto de ser los caminos tan incultos, difíciles y peligrosos, como va-
rias veces hemos dicho. Fué el gobernador y trajo cuatro negros ; to-
228
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁI-RICA
marón las cargas y uno tras de otro comenzaron a caminar con tal velo-
cidad, que el Padre, corriendo a toda prisa, aun no les pudo alcanzar, y
aunque hizo todo lo posible, así por no perder la senda como porque no
se las echasen entre algunas matas o pantanos, al cabo los perdió de
vista y a la falda de un montecillo se halló con ellas en el suelo, sin
parecer por allí negro alguno, quedando con la aflicción que se puede
considerar en tierra tan intratable y poblada de fieras.
14. — Dió gracias a Dios por lo que le sucedía y, librando en su di- j
vina providencia el remedio, comenzó a rezar vísperas. Apetias hubo
dicho Deus, in adjutorium méum intende, cuando, repentinamente y
por camino no usado, le deparó su Majestad divina un hombre que
dijo ser vecino de San Salvador, el cual llevaba una lanza en la mano,
y en lengua portuguesa le preguntó qué hacía allí solo y con aquellas
cargas. El Padre k respondió, contándole lo que le hibía sucedido y
el desconsuelo en que se hallaba. Sintió mucho el hombre el ruin modo
de aquella gente, y como él era cortesano y la de la corte es más ur-
bana y caritativa, le ofreció que iría luego a buscar negros que le
acompañasen hasta la libata. Fuése y al cabo de tres horas volvió con
ellos.
15. — ^Tomaron éstos las cargas y las llevaron hasta un lugar del
marquesado, adonde los naturales usaron con dicho Padre de mucha
caridad, regalándole lo mejor que pudieron : que de esta suerte suele
Dios acudir a sus siervos y ministros en semejantes ocasiones, convir-
tiendo muchas veces los afanes y fatigas en alivio y refrigerio, para
que, por una parte, no les falte el ejercicio de la cruz que van a buscar
por su amor, y, por otra, no desfallezcan las fuerzas para poderla He- :
var, reservándoles para la otra vida el premio y descanso, que ha de t
durar por toda la eternidad.
16. — Finalmente, por los lances hasta aquí mencionados, que les
acaecieron a los Padres Fr. Gabriel de Valencia y Fr. Antonio de Te- i
ruel, a quienes dejamos ya fuera del ducado de Bata, podrá el piadosoi
lector reconocer los que en tierra y gente semejantes les acaecerían a
los demás misioneros que se hallaban en la misma ocupación en otras |
provincias. No se pueden fácilmente ajustar los sucesos para hacer de
ellos mención conse'cutivamente ; y, cuando se intentase, sería cosa muy
prolija y cansada haber de ir discurriendo por cada uno de los misione- I
ros. Por obviar ese inconveniente y que a la historia no le falte la sa-
zón que le da la diversidad de sujetos y sucesos, hablaremos de aquí |
LA MISIÓN DKL CONGO
adelante de sólo lo particular que hallamos haber sucedido a los demás
compañeros, dejando por suficiente, para venir en conocimiento de lo
común y ordinario, lo que' hasta aquí se ha referido de los Padres Fray
Gabriel de Valencia y Fr. Antonio de Teruel en el ducado de Bata.
I
CAPITULO XXVI
En que se refiere la muerte del P. Fr. Buenaventura de
Cerdeña y se da noticia de los sucesos particulares de la
misión del condado de Huandu.
1. — Habiendo tratado de la misión de Bata y sucesos de ella sin ha-
cer conmemoración de las demás, pasaremos ahora a recorrerlas, pues
en el intervalo de tiempo que trabajaron en ella los Padres a quienes
se encomendó, sucedieron en las otras sucesos notables que nos llaman
a su narración, la cual se hará por su antigüedad, guardando el mismo
orden sucesivo para excusar digresiones cuanto fuere posible, y así pa-
saremos ahora a tratar de la Bamba, adonde asistió el P. Fr. Buena-
ventura de Cerdeña, de cuya virtud, celo, letras y prudencia tantas ve-
ces hasta aquí hemos hecho mención, y ahora con más extensión la
continuaremos, por acercarnos ya a su dichoso tránsito, al cual prece-
dieron las fatigas y trabajos siguientes.
2. — Sucedió, pues, que poco antes de salir dicho Padre con su in-
térprete a la provincia de Bamba, que fué la que le tocó en el reparti-
miento, llegaron avisos de San Salvador de cómo los portugueses ha-
bían aportado a Loanda con cierta escuadra de' bajeles y se habían apo-
derado de aquella plaza y echado fuera a los holandeses que la ocupa-
ban. Con esta noticia, receloso el rey de algún movimiento de los por-
tugueses hacia sus estados, determinó que el P. Fr. Buenaventura de
Cerdeña, por sus aventajadas prendas, estuviese a la vista para ocurrir
a lo que se ofreciese y templar el ánimo del gobernador de Loanda.
8. — Con esta instrucción salió dicho Padre de la corte para la pro-
vincia de Bamba y, a pocos días que llegó, supo de cierto el suceso y
el estado que tenían las cosas de Angola. Pero por cuanto conduce la
noticia individual de la restauración de esa plaza, así para el asunto pre-
MISIONES CAPUCHINAS EN AfRICA
senté como para lo que después diremos de la misión de los estados
de la Reina Zinga (76a), la referiremos brevemente según lo hallamos en
nuestros manuscritos originales, la cual sucedió en esta forma.
i. — Por los años de 1648, en el mes de agosto, teniendo noticia los
portugueses que muchos de los holandeses que residían en la plaza de
San Pablo de Loanda, cabeza del reino de Angola, con ocasión de si-
tiar la fortaleza de Mazangano, adonde se habían retirado los portu-
gueses cuando perdieron a Loanda el año de' 1645, se habían incorpo-
rado con el ejército de la Reina Zinga y dejado casi sin presidio a
Loanda, se acercaron al puerto con cinco bajeles y quinientos hombres
para restaurar la plaza. Llevó esta armada a su cargo Salvador Co-
rrea de Sá y Benavides, y, aunque dentro del mismo puerto se le fué
a pique la almiranta, con pérdida de la gente que en ella iba, con todo
eso, como era soldado de valor y muy práctico en las armas, viendo
oportunidad tan sazonada, arrojó la gente en tierra y a pocos lances
se apoderó de la plaza y desde entonces la mantienen los portugueses.
Sucedió esta restauración el día 15 de agosto, en que celebra la Igle-
sia la festividad de la Asunción de Nuestra Señora a los cielos y por
haber sucedido en ese día, se llama desde entonces la plaza entre los
portugueses San Pablo de la Asunción.
5. — Restaurada Loanda, dejando en ella el presidio suficiente, echa-
ron voz los portugueses, que querían pasar a Mazangano a socorrer
a los sitiados. Llegó la noticia y, juzgando los holandeses que eran
más en número los pK)rtugueses, como lo creyeron también los de
Loanda, unos y otros se rindieron luego sin intervención de más pól-
vora y velas que el miedo que concibieron con la entrada de los cinco
bajeles de guerra en el puerto en tiempo tan oportuno. Con esta oca-
sión se libraron del cerco los sitiados de Mazangano, y los holandeses
se dividieron en dos partes : unos quedaron a la obediencia de los por-
tugueses y otros pasaron a Pernambuco en embarcaciones que les die-
ron para ello.
6. — La Reina Zinga, a quien ayudaban los holandeses, aunque
muy ofendida de los portugueses por haberla despojado los años antes
del reino de los Abandos, levantó también el cerco, luego que se vió
sola, no obstante que su ejército era grande y había llegado a poner
en mucho aprieto a Mazangano, a quien hace notablemente fuerte un
(76a) El P. Anguiano trata latamente de esta misión en otra parte de este mismo
manuscrito, o sea en el Libro segundo, ff. 196-201. .
La misión DEt CONGO
235
rio caudaloso qu« le circunda. Desde aqui partió la Zinga con su gente
a intentar otra nueva conquista ; metióse la tierra adentro y dejó en
posesión a los portugueses. De la conversión de esta reina a la fe y de
las resultas de sus guerras se irá dando noticia conforme a la ocurren-
cia de los sucesos, y ahora proseguiremos con los portugueses.
7. — iQuedó, pues, libre la tierra de los contrarios referidos y por
gobernador y capitán general de ella en Loanda, su restaurador Sal-
vador de Sá y Benavides, hijo de' padre portugués y de madre caste-
llana. Puso en orden los presidios, y, como los portugueses se hallaban
sentidos de los de Congo, porque éstos habían dado socorro a los ho-
landeses cuando cogieron a Loanda y también porque muchos de sus
esclavos, que en aquella ocasión se pasaron al Congo, habían sido ad-
mitidos del rey y se servía de ellos, determinó hacerles guerra y la
mandó publicar en Loanda y por todo el reino de los Abandos, sujeto
a la misma plaza.
8. — Pasó la noticia al Congo y llegó a oídos del P. Fr. Buenaven-
tura de Cerdeña, que se hallaba ya en la provincia de Bamba en sus
misiones, y tanto por obedecer al rey, en lo que le tenía encargado,
como por obviar al estrago de la guerra y las malas consecuencias que
de ella se habian de seguir en daño de las almas, al punto se puso en
camino para Loanda, distante de la banza donde residía entonces cin-
cuenta leguas. Habló al gobernador y satisfizo a las quejas de los de
su nación, y con su santo celo y razones cristianas recabó con él el
que no se rompiese la paz con el rey de Congo. Ofrecióselo así el gober-
nador y, en confianza de su promesa, se serenaron por entonces los
ánimos y el Padre se volvió otra vez a su banza de Bamba a proseguir
los ejercicios de su misión, y de allí a pocos días pasó a San Salvador,
a dar noticia al rey del ajuste de la paz con el gobernador, que todo
viene a ser camino de ochenta leguas.
9. — Habiendo hecho este viaje con tanta prisa, a pie y con gran des-
comodidad, ya se deja conocer la fatiga y trabajo que le ocasionaría,
pero, aunque fué mucho lo que padeció, con todo eso le conservó Dios
las fuerzas hasta concluir la pretensión. Informó al rey del estado de
las cosas y de lo que había obrado en servicio suyo y bien común de
sus vasallos. Estimóselo mucho, pero ofreciéronse luego nuevas difi-
cultades en razón de los tratados de paz, que los del Congo son muy
tardos en resolver y obrar a que ayuda mucho su pobreza, y el gober-
nador de Loanda, no satisfecho de los congueses, publicó de nuevo la
iguerra.
MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA
10. — Con este aviso, inflamado el caritativo Padre en celo de la glo-
ria de Dios, se sacrificó a la Majestad divina por la paz y quietud de
sus prójimos y volvió a emprender el mismo viaje para Loanda con la
celeridad que pedia la materia, y consiguientemente atrepellando por
mil incomodidades que le postraron grandemente las fuerzas. Premióle
Dios su buen celo en concederle lo que deseaba ; trató las materias con
singular prudencia y destreza y el gobernador se dió por satisfecho y
aun le quedó muy afecto a dicho Padre y a sus santos compañeros por
los buenos oficios que hacían en razón de la paz entre príncipes cristia-
nos. Teniendo muy presente el que poco antes habían recibido los de su
nación en la recuperación de la plaza, pues con el consejo e informe de
los Padres Fr. Angel de Valencia y Fr. Juan Francisco de Roma,
cuando pasaron al Brasil para traer sus embajadas al Papa y al Prín-
cipe de Orange, el año precedente de 1647, se previno la armada de
los cinco bajeles y se lanzaron de aquellas costas los holandeses, cuya
vecindad, por ser de herejes y enemigos de nuestra santa fe católica,
era a todos molesta y perjudicial.
11. — Habiendo logrado dicho Padre los ajustes de la paz con el go-
bernador (77), como era forzoso volver a informar al rey de todo lo
tratado, sin reparar en lo dilatado del camino ni en que se hallaba ya
enfermo, se puso en una red y luego sin dilación marchó para San Sal-
vador. Acaeció este último viaje por el tiempo de las lluvias, que en
aquel tiempo comienzan a últimos de septiembre, que es cuando fenece
allá el invierno, y duran mucho tiempo. Con este nuevo accidente y no
secársele el hábito en todo el viaje, se le agravó la enfermedad. Co-
menzáronle unas recias calenturas que le duraron un mes, y, aunque en
la corte se k hicieron todos los remedios posibles, al cabo le postró
la enfermedad de suerte que rindió su espíritu al Creador brevemente,
habiéndose dispuesto para ello con muchos actos heroicos de todas las
virtudes con universal edificación del rey y de cuantos cortesanos se
hallaron presentes a su tránsito y entierro.
(77) Dichas paces se ajustaron en marzo y abril de 1649 entre Salvador Correa
y los embajadores del rey del Congo García II : P. Domingo Cardoso, rector de
colegio de la Compañía de Jesús en San Salvador ; P. Buenaventura de Cérdeña, Ca-
puchino ; Don Sebastián de Meneses y Don Sebastián Teles Barret Maniquinangua
Entre los artículos de «sas paces se concertaron los siguientes : «Que el rey de
Congo no permita que ni castellanos ni holandeses moren o pasen por el reino a la
reina Zinga. Que la comunicación de los Padres Capuchinos que moran en el Congo,
con Roma, se haga por Portugal y Angola. — Que el rey de Congo no consienta que
a sus puertos venga navio alguno de enemigos, particularmente de castellanos u ho-
landeses sin su pasaporte» (Cfr. PAIVA MANSO, o. c, pp. 200-202.— Arquivos de
Angola. 2.» serie, 11, 1944. pp. 16{»-173),
LA MISIÓN DEL CONGO
12. — Fué sentidísima su muerte de sus compañeros por haber per-
dido un hermano tan santo y de tanta importancia para el ministerio
de las misiones, en quien tenían padre, doctor y consejero para todas
sus necesidades. Los cortesanos semejantemente conocieron la pérdida
y celebraron sus exequias con copiosas y devotas lágrimas ; unos de-
cían: «Ya murió nuestro padre y maestro, ya falleció el consuelo de
la república» ; otros no con menor aflicción repetían las mismas ende-
chas, añadiendo : «Ya se ausentó de nosotros el padre de la patria, el
maestro de este reino, el pacificador de nuestras discordias, el amparo
de los pobres y el consuelo de todos». En medio de su tristeza y de
llanto tan universal, se consolaba la gente con la esperanza de tenerle
en el cielo por protector y amparo. Y creyendo piadosamente se halla-
ba ya en posesión de la gloria eterna, le repetían parabienes y se en-
comendaban en sus ruegos y méritos, alegando cada uno los buenos
oficios que de él habían recibido en vida para que se los continuase en
adelante.
13. — Su vida fué de todos modos admirable ; de ella podemos decir
lo que San Máximo de San Eusebio Vercelense, que : Virtutum ejus
gratia non scrmonibus expone'nda est sed operibus comprobanda. Fué
hijo de padres nobles y ricos, de la isla de' Cerdeña. En la niñez se crió
en todo temor de Dios, aprendió las primeras letras y descubrió tan
aventajado ingenio, que lo dedicaron al estudio de las ciencias. Con
este designio lo enviaron a la Universidad de Salamanca, a donde vivió
algunos años ; allí se portó con tal circunspección y recogimiento, que
no sabía más calles que la de la iglesia y la del estudio. Estas frecuen-
taba como únicamente necesarias para vacar al ejercicio de las letras
y entregarse a la piedad y devoción. En su trato y conversaciones era
modestísimo ; compadecíase de los pobres y los socorría con liberali-
dad ; dábanle muy en rostro las desenvolturas de los otros condiscípu-
los suyos y, temiendo inficionarse del veneno que suele comunicarse de
las malas compañías, trató de retirarse del todo del mundo. Su voca-
ción a la religión fué singular y le sirvió de causa instrumental la cam-
pana del convento cuando tocaba a media noche, cuyos golpes resona-
ban en sus oídos y le parecía le decían: «Vete, no te detengas, y acom-
paña a mis siervos en mis alabanzas».
14. — Tomó el hábito de los Capuchinos en aquella ciudad y desde
entonces se entregó de veras a Dios y fué un vivo retrato de perfec-
ción ; su humildad fué profunda y tanto que sus mayores delicias las
tenía consignadas en el desprecio y abatimiento. Con ser insigne' juris-
23»
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
ta y excelentísimo teólogo, jamás le vieron hacer el menor alarde de
su saber ; ni cuando argüía quiso tirar a concluir a alguno, excepto a
los herejes, así por mortificar la propia excelencia como por no oca-
sionar pudor a los que sabían menos. Para este efecto prevenía siempre
al compañero y le decía que, en habiendo batallado lo suficiente, le ti-
rase del manto ; hacíale seña y después, con gran destreza, fortalecía
la razón del que impugnaba y lo disponía de suerte que éste quedase
al parecer vencedor.
15. — En la oración y mortificación, en la pobreza y observancia de
la Regla seráfica fué austerísimo ; por estos medios llegó a inflamarse
tanto en el amor divino, que sólo deseaba tener ocasión adonde sacri-
ficar la vida por la salvación de sus prójimos. «¿De qué sirve — solía
decir — nuestro estudio si no lo empleamos en restaurarle a Dios tan-
tas almas como el demonio le tiene usurpadas con sus engaños y astu-
cias?» Acordábase frecuentemente de aquella maravillosa sentencia del
Apóstol de los indios, S. Francisco Javier, que dice : Mihi vero persepe
venit in mentem chxuni Europae Academias versari et insani modo vo-
ciferari, conque qui doctrinae plus habent quam charitatis, his compellerc
vertís: Heu! quam ingens dnimarun numerus vestro virio periit et ex-
dusus coelo defurbatur ad inferas (78).
16. — Mandóle el Santo Tribunal de Valladolid que arguyese al pro-
tervo Don Lo|>e de Vera y habiéndole concluido, se levantó furioso y
le dió una gran bofetada, que llevó con suma paciencia y edificación de
los circunstantes.
Finalmente, abrasado en el amor divino y lleno df compasión a sus
prójimos, con vivísimos deseos de ayudarles, solicitó el que se le alis-
tase en esta apostólica misión ; consiguiólo y, posponiendo todas las
conveniencias del retiro de' su celda, renunció los oficios de Dedfinidor,
Custodio y Guardián, que ocupaba en Valladolid, y pasó con los demás
religiosos al Congo. En este reino trabajó tan fielmente como hemos
visto hasta el año de 1648, en que pasó de esta vida a la eterna a re-
cibir el premio de sus grandes fatigas en el mes de noviembre, cerca
de la festividad de San Andrés Apóstol. Después de' su dichoso trán-
sito mostró Dios cuán aventajados fueron sus méritos por la revela-
ción maravillosa que referiremos más adelante. De éste su siervo y sin-
gular ornamento de nuestra Provincia de Castilla y de' sus heroicos he-
(78) SOLORZANO, De Jure hidiarum. lib. 2, cap. 16, núni. 39.
LA MISIÓN DEL CONGO
ches en el Congo podemos decir con gran razón y concluir con San
Máximo en el lugar ya citado, que: Quidquid igitur in hac sancta ple-
be potest essc viriutis et gratiae, de Itoc quasi quodam fonte lucidissi-
mo omnium rivulorum puritas emanavit (79).
17. — Ya dijimos cómo a los Padres Fr. Buenaventura de Corella y
Fray Francisco de Veas les tocó la misión del condado Huandu en el
repartimiento que se hizo de las provincias. Ahora trataremos de ella
siguiendo el orden comenzado. Tiene, pues, este condado en sus confi-
nes al septentrión y occidente la provincia de Pemba : al oriente, los
reinos de gentiles, y al mediodía los marquesados de Embuela y Am-
buila. Llegaron dichos Padres a la banza principal en compañía del Pa-
dre Fr. Buenavenura de Cerdeña y de su intérprete Don Calixto, los
cuales, pasados dos dias, partieron para Bamba y desde alli, dentro de
breve tiempo, a Loanda a los efectos que dejamos referidos. El mismo
día que llegaron a la banza de Huandu. por ser festivo, convocaron la
gente y propusieron la misión, pero con haber sido grande y plausible
el recibimiento que se les hizo, al cabo les sucedió lo que a Cristo nues-
tro Señor el día de Ramos en la entrada solemne que hizo en Jerusa-
lén : que no hubo quien le convidase a comer.
18. — Bien creyeron que el conde u otro fidalgo les hubiese hecho
algún agasajo, mayormente constándoks de su pobreza y del trabajo
que habían tenido aquel día desde la mañana, pero ninguno reparó en
eso y así hubieron de apelar a la mesa del intérprete Don Calixto, cuya
vianda se compuso de unos ratones. Los negros de esta provincia, si
bien tti el nombre eran cristianos, en las costumbres más parecían eran
gentiles que otra cosa. Su perversidad había llegado a términos tan infe-
lices que en distancia de ochenta leguas no hallaron siquiera uno que
iuera casado legítimamente, por estar todos no sólo enfrascados en sus
torpezas, sino cargados de mancebas, según la perversa costumbre del
reino y de los demás vecinos.
19. — Alentábales a este infernal desorden, el infernal ejemplo que'
veían en el conde su señor y príncipe, de quien copiaban en sí ése y
(79) El P. Buenaventura, aunque se firmaba de Cerdeña. fué natural de Nuoro
(Cerdeña) y se llamó Antonio Angel Pirela ; tomó el hábito capuchino en Salamanca
el 19 de octubre de 1629 y se ordenó en 1637. Fué Lector de Filosofía (1640-44) y
Guardián del convento de Valladolid y Definidor (1644). No se sabe a punto fijo el
dia exacto de su muerte ; parece lo más probable haya sido el 14 de mayo de 1649
(Cfr. nuestro Necrologio. o. c, p. 126).
El P. Teruel (Ms. c, pp. 86-87) le tributa muy grandes encomios.
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
Otros muchos vicios, pues, según les informó el intérprete, no sólo te-
nía doscientas mancebas, pero observaba varios ritos gentílicos, entre
los cuales era uno que, de cuatro en cuatro días, hacía ciertas ceremo-
nias en honra del demonio. Era tan observante en esto, que por esa
causa no quiso recibir en audiencia a los Padres el día que fueron a
hablarle. Extrañaron mucho el que no se dejase ver, pero los criados
les satisfacieron, diciendo estaba haciendo sus sacrificios.
20. — No obstante lo dicho, comenzaron a predicar y enseñar la doc-
trina a todos, confiando en la protección divina les había de dar victo-
ria de todos los enemigos, y les sucedió tan prósperamente', que bauti-
zaron innumerable gente' y un día con otro se bautizarían hasta cuatro-
cientas almas. Casaron a muchos, según el orden de la Iglesia, y to-
maron las cosas de la religión otro diferente temperamento del que
tenían, y aun hubieran sido mayores los progresos si no fuera por la
falta de tiempo y haberse interpuesto la ocasión que luego diremos,
mediante la cual sólo pudieron trabajar allí por espacio de quince días.
Los juicios de Dios son incomprensibles y en esta ocasión se nos des-
cubren soberanamente raros y admirables por todos caminos.
21. — En el ínterin que llegó el accidente para cortar el hilo de la
misión, sucedieron en ella varias cosas particulares como acontecía en
las demás partes ; de ellas notaremos una por ser más especial y ex-
traordinaria, la cual le acaeció al Padre Fr. Francisco de Veas. Llegó,
pues, este religioso a una libata, donde supo había cantidad de ídolos,
y él, inflamado en el celo de la honra y gloria de Dios, fué sacando los
c|ue pudo de las casas. Apenas hubo reunido unos pocos, cuando co-
menzó la gente a amotinarse contra él ; despreció sus amenazas y qui-
so proseguir sus diligencias, creyendo echarían a huir, como solían en
otras partes, pero estuvieron tan tenaces en defenderle la entrada en
las casas, que le amenazaron con la muerte y no se apartaron de' las
puertas.
22. — Quiso, no obstante, perseverar en sacarles los ídolos, aunque
fuese a costa de la vida ; preparóse para el caso y, aunque por breve
rato, les predicó sobre el punto, anunciándoles la grande ofensa que
hacían a Dios y «r castigo que tendrían de su mano si no trataban de
arrojar de sí aquellos simulacros y alhajas del demonio. Oyéronle este
racionamiento y, probando de nuevo a querer entrar en una casa para
sacar los ídolos, se opusieron fuertemente los vecinos y le dijeron las
palabras siguientes: «¿Qué piensa el Padre hacer con su porfía? ¿En-
LA MISIÓN DEL CONGO
241
tiende que ha de morir mártir? Pues advierta que no le quitaremos la
vida por ese fin, sino por otros que nosotros tenemos.» Quedóse atóni-
to el buen religioso de oír tales razones, pero, aunque no le puso pavor
la amenaza, sugerida propiamente del demonio, con todo eso, viéndo-
les tan rebeldes y obstinados, trató de dejarlos y suspendió la diligen-
cia para ocasión más oponuna.
16
CAPITULO XXVII
1
I
En que se prosigue la materia del capítulo precedente.
1. — La ocasión por qu€ cesó tan brevemente la misión de Huandu
fué la siguiente. Hallábase la reina Zinga muy ofendida del conde por
haberle matado en tiempos pasados algunos capitanes de su ejército y,
sin embargo de que tenía paces con el rey del Congo, luego que' le-
vantó el sitio de Mazangano se fué derecha con su gente a vengar el
agravio. Entró por el condado de Huandu con poderosísimo ejército,
que constaba de más de cincuenta mil soldados, entre hombres y mu-
jeres, que también éstas pelean, por allá, unos y otros ejercitados por
muchos años en la milicia. Llegó la noticia a la banza y el conde no le
pareció acertado aguardar el golpe en ella y menos el retirarse al abri-
go y defensa de los montes, como se lo aconsejaron los religiosos, pa-
reciéndoles ser esto lo más conveniente para obviar muertes, y que la
reina se daría por satisfecha con que le dejasen libre la entrada en la
banza.
2. — Por último, el conde, picado de la vanidad y sin atender a la su-
perioridad del ejército de la Zinga ni al consejo de los religiosos, de-
terminó salirle al encuentro con su gente y presentarle' la batalla, te-
niendo puesta toda su confianza en su valor y en que los suyos sabían
bien la tierra y los contrarios no. Hizo reseña para juntar sus huestes
y el día 5 de octubre de 1648 dividió la gente en dos trozos : el uno lo
llevó el capitán general y el otro el mismo conde. Antes de partirse les
dijeron misa los Padres y les exhortaron a todos a que se previniese'n
con verdadera j>enitencia, confesándose enteramente de sus culpas y
con firme propósito de la e'nmienda y especialmente de dejar las man-
cebas y de casarse conforme al orden de la Iglesia.
3. — Oyeron las pláticas que se les hizo, mas, con el sobresalto de
la guerra y estar tan poco acostumbrados a las cosas del servicio de
246
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
Dios y a la frecuencia de los Santos Sacramentos, no hacían caso de la
confesión. Solos tres fidalgos, naturales de San Salvador, que se halla-
ron alli, y el intéprete' se previnieron con los Santos Sacramentos ; los
demás no cuidaron de eso. Al fin comenzaron a marchar los escuadro-
nes y, por que no les faltase a la hora de la batalla quien les exhortase
a hacer un fervoroso acto de contrición, le encargaron al intérprete
que, ant€s de comenzar a acometer al enemigo, les mandase hacer di-
cho acto con el mayor fervor posible. No sería poco el qu* acertasen
con él y más en aquella hora, pues quien no se ha acostumbrado en
vida y en tiempo de paz a arrepentirse, será milagro lo sepa hacer en
tiempo de guerra y a la hora de la muerte.
4. — Tomó la derrota el conde por un lado y el capitán general por
otro ; éste tuvo la suerte de no encontrar al enemigo, y así libró bien ;
pero el conde, con su gente, pagó la pena de su arrojo y temeridad.
Llegó brevemente a corearse con el ejército de la Zinga y, habiendo
estado tres días a su vista sin hacerse hostilidad alguna, después al
cuarto día se acometieron furiosamente ; mas como los contrarios eran
muchos en número y más versados eti las armas, a los primeros encuen-
tros los vencieron, quedando muerto el conde con más de quinientos
de los suyos ; los demás se procuraron retirar a las eminencias de los
montes, que son los castillos y murallas de su defensa.
5. — Súpose después en la banza la muerte del conde y la derrota de
su gente, y al punto la poca que había quedado, porque las mujeres y
niños ya se habían subido a los montes, comenzó a dar gritos y alari-
dos y se puso en fuga, no de otra suerte que ovejas descarriadas. De-
járonse solos a los religiosos y en menos de un cuarto de hora ya no
había en la población persona alguna. Con esta ocasión estuvieron tres
días solos con un negrillo que ks ayudaba a misa, sin tener otro basti-
mento que una corta cantidad de legumbres. Retiráronse a una iglesia
pequeña que habían fabricado y metieron en ella la ropa de la sacristía,
no dudando que los enemigos se acercarían luego a saquear la banza,
como, en efecto, sucedió.
6. — Adelantáronse a explorar la plaza hasta doscientos hombres, tan
fieros y horribles en el aspecto, que parecían unos demonios. Llevaban
desnudo todo el cuerpo, menos lo que la decencia pide ocultar, para
lo cual se servían de un delantalillo de cierta tela de hierba de media
vara de largo y ancho. La cara la llevaban pintada con un betún blan-
co, la cabeza adornada de un turbante o corona de diferentes plumas
de aves y en lugar de banda una cantidad de dientes y muelas de tigres,
i
LA MISIÓN bn. CONGO
247
leones y otras fieras del país ; y con ademán formidable y prevenidos
los arcos y flechas se fueron acercando a la iglesia. El lenguaje era
muy bárbaro y el eco tan desapacible, que más parecían lobos que
aullan que hombres que hablan.
7. — Los religiosos, sabiendo era fiera esta gente y tan inhumana
que mataban los hombres para comérselos, escondieron debajo del al-
tar al negrillo que les acompañaba y se pusieron a orar y a preparar
sus ánimos para cualquier trabajo que Dios les enviase. Después toma-
ron los Crucifijos y, armados de fe y confianza en la divina protección,
salieron de la iglesia por medio de los bárbaros a ver qué querían ; no
hablaron palabra que pudiesen ente'nder, pero, diciendo y haciendo, se
metieron los más de ellos en la iglesia y, cogiendo la caja de las vesti-
duras sagradas y una botija de vino, que tenían para las misas, y se
alzaron con ello. Otros llegaron a registrar el altar y, encontrando al
negrillo, le sacaion fuera; el pobrecillo, viéndose en sus manos, comen-
zó a llorar amargamente, temiendo ser pasto de aquellas fieras, pero
no le hicieron daño alguno ni a los Padres.
8. — En lo que se cebaron como bestias fué en las legumbres y, en
habiendo dado fin a ellas, les mandaron entrar en medio de los escua-
drones y los llevaron como prisioneros a la reina su señora, que con
su ejército quedaba dos leguas atrás. Avisáronla de la llegada de los
Padres y envió un recaudo con su capitán, que parecía un filisteo, di-
ciendo que se aguardasen allí hasta tener nueva orden. En ese ínterin
vieron pasar uno de aquellos gentiles cargado con medio cuerpo, de la
cintura abajo, que era de los que habían muerto en la batalla. Después
se acercó a ellos un escuadrón de soldados con sus banderas y tambo-
res y estuvo a la vista como de guarnición hasta que les fué orden pafa
que' los condujesen a la tien-da de la reina, lo cual hicieron con muy
buena traza militar, poniéndose en dos filas iguales y con los arcos y
flechas a guisa de pelea.
9. — Llegaron a la tienda de la reina y la hallaron sentada con ma-
jestad en una silla ricamente guarnecida ; causaba respeto el verla y
aun temor t«ner así ella como todos sus capitanes los arcos y flechas
en las manos. Luego se acercaron a la silla y al instante se levantó y
Ies hizo cortesía. Ya su secretario la había informado cómo eran mi-
sioneros del Sumo Pontífice y de los ejercicios en que se ocupaban en
aquellas tierras. Quiso entonces uno de aquellos Padres darle a adorar
el Crucifijo que llevaba en la mano, mas ella se retiró y volvió el rostro
248
MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA
hacia el secretario y le preguntó qué cosa era aquella ; de lo cual coli-
gieron que no tenia noticia de las sagradas imágenes.
10. — Púsose el religioso el Crucifijo al cuello y la reina los mandó
sentar y, después de saludarles con grande afabilidad por medio de su
intérprete, les dijo que deseaba sumamente tenerlos eti sus tierras para
que a ella y a sus vasallos los instruyesen en la fe cristiana y buenas
costumbres. Respondiéronla que deseaban también ellos servir a Su
Majestad en eso mismo y que siempre que gustase mandarlos llamar,
la obedecerían con mucho gusto. Díjoles más: que tuviesen buen áni-
mo y no se' admirasen de aquellas hostilidades y muertes, pues eran su-
cesos ordinarios de la guerra : que ella deseaba dejarla y los quería te-
ner consigo en tiempo de mucha paz.
11. — Maravilláronse los Padres de ver en la reina tanta piedad, do-
cilidad y afe'cto a la religión cristiana ; dieron a Dios muchas gracias
por el suceso y reconocieron en él una especial providencia del cielo
para el logro de su salvación y de los maravillosos frutos que se consi-
guieron en los estados que conquistó después de esta guerra en un rei-
no de gentiles. Pasada esta primera audiencia le ordenó a su secretario
aposentase a los Padres en una tienda apartada de' la suya y que, res-
pecto de ir fatigados del camino, les diese luego un refresco y los de-
jase descansar.
12. — Llevólos a una barraca de paja, cerca de la cual tenían su alo-
jamiento algunos soldados ; vieron en el rancho una grande hoguera
y alrededor diferentes negros, que con gira y bulla estaban asando car-
ne humana ; unos, piernas ; otros, brazos, y otros, espaldas de' sus ene-
migos que habían muerto en la batalla ; y cerca de éstos, otros cuan-
tos soldados que despedazaban los cuerpos como carniceros y los re-
partían a los que iban llegando. Causóles este espectáculo a los Padres
increíble horror y, lastimados de ver tal atrocidad, salieron de la barra-
ca pidiendo a Dios misericordia con lágrimas y suspiros diciendo : «No
quiera Dios que nuestros ojos vean tan inhumana crueldad», y se' reti-
raron de aquel sitio.
13. — Dieron luego aviso de su salida a la reina y al instante les man-
dó ir a su presencia; en llegando les habló de esta suerte: «Padres
míos, siento vuestro desconsuelo ; sabed que yo y mis capitanes no co-
memos carne humana, sino los soldados ordinarios ; no os admiréis la
coman, que están acostumbrados a ella y no es fácil e'n tiempo de gue-
rra quitarles esa costumbre.» Mandó hiego que les pusiesen alojamien-
LA MISIÓN DEL CONGO
249
to cerca de su tienda y tomaron el refresco que les envió, que fué un
plato de carne de venado, con lo demás necesario, y de allí adelante, a
sus horas, les envió la misma vianda con una de sus doncellas o meni-
nas y dos capitanes, con un recaudo tan cortés y afable como era decir :
«Que la reina su señora enviaba aquel regalo a sus hijos, que le comie-
sen sin recelo, que no era carne humana.»
14. — Tres días detuvo la reina a dichos Padres en su ejército y en
ese espacio de tiempo la visitaron muchas veces y le dieron difusa no-
ticia de la religión católica ; oíales con singular gusto y le parecía todo
muy bien. Con esta ocasión la exhortaron a que la abrazase y dejase
los errores que seguía y a que se recogiese con su gente a poblaciones
para tratar de servir a Dios ; y asimismo la rogaron que no permitiese
que los soldados comiesen carne humana por ser manjar tan horribls,
no sólo a los cristianos, sino a los mismos gentiles, y acción más pro-
pia de fieras silvestres que de hombres racionales.
15. — Respondióles diciendo : «Padres, deseo recogerme con mi gen-
te a poblaciones y os ofrezco hacerlo cuanto antes para que todos tra-
temos de vivir bien ; pero, en cuanto a quitarles la costumbre de comer
carne humana a los soldados, no es posible durante la guerra.» No qui-
sieron apretar más la materia por entonces; y asi. en confianza de la
palabra que les había dado de llevarlos a su tierra en tiempo de paz
para que la instruyesen en la fe católica, lo dejaron por no desazonarla.
Suplicáronla, por último, se sirviese de darles licencia para partirse a
San Salvador a dar la noticia a su Prelado de sus buenos deseos y de
las honras que les había hecho. Concediósela con mucha benignidad,
tanto por hacerles ese agasajo como porque tenía ya determinado el
marchar luego a conquistar un reino de gentiles que confina con sus
tierras y se llama Matamba.
16. — Acaeció por entonces hallarse allí un embajador del rey del
Congo y para mayor seguridad de los Padres le mandó la reina los
acompañase hasta San Salvador. Ordenó asimismo les diesen provisión
para el camino, y los despenseros les entregaron a los criados del em-
bajador un cerdo, cantidad de legumbres, harina y sal : fineza a la ver-
dad de mucha estimación y liberalidad en aquella tierra, aunque fué
muy corta provisión para tanta gente, pues sólo el embajador llevaba
consigo a su mujer y más de cuarenta personas.
17. — Despidiéronse estos Padres de la reina, dando las gracias y
icordándola tuviese en memoria lo que le habían predicado en orden
250
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
4
a su salvación. Manifestó de nuevo sus buenos deseos ; dijo que a su
tiempo les avisaría, como lo hizo, y sucedió lo que en su lugar dire-
mos, que es bien para alabar a Dios y uno de los frutos admirables que
consiguieron los Capuchinos con el divino auxilio en estas misiones de
Africa. Esta resolución tomaron dichos Padres con ánimo de partici-
parle al Prefecto cuanto les había pasado, así en la banza de Huandu
como con la reina Zinga, y también a fin de que los ocupase en alguna
nueva misión o los incorporase en las otras del reino, respecto de que
en Huandu en mucho tiempo no había esperanza de hacer algún fruto
por la pérdida de la gente y estar la restante desparramada por los mon-
tes, y principalmente por no tener cabeza que los gobernase hasta la
elección del nuevo conde, que todo prometía largas dilaciones (80).
(SO) Esta reina se llamó Nzinga ¡Mbandi Ngola. más célebre y más conocida con
el sobrenombre de Zinga. Se bautizó a los 40 años en Loanda, en 1622, y tomó en-
tonces el nombre de Da. Ana de Sonsa, aunque conservó su antiguo nombre, y se
distinguió por las muchas guerras en que intervino. En 1656 pasaron los Capuchinos
a evangelizar su reino, haciéndolo el primero el P. Antonio de Gaeta. Desde enton-
ces se convirtió de veras al cristianismo y murió a los 81 años de edad, el 17 de di-
ciembre de 1662 (Cfr. Notas para una Cronología, etc., pp. 45 y 50-51).
1
CAPITULO XXVIII
I
•
i
r
Cómo los dos misioneros de la Zinga se partieron para San
Salvador y de allí pasaron a plantar la misión al marque-
sado de Encusu; refiérense varios trabajos y sucesos que
les acaecieron en ella.
1. — Partieron los dos misioneros de la Zinga para San Salvador en
compañía del embajador referido, y hubo bien que ofrecer a Dios en
este viaje, porque tuvieron muchos sobresaltos por espacio de cinco
días, en los cuales no encontraron otra cosa que fieras, elefantes, bue-
yes selváticos y otros semejantes. Al quinto día se les acabó la provi-
sión y a todos les apretó el hambre y sed de calidad, que les fué preci-
so a la gente del acompañamiento sustentarse de' langostas de que está
cubierta aquella tierra. Para los religiosos no hubo otro mantenimiento
que unas legumbres que reservó el embajador, las cuales hizo cocer y
poner en un costal para el viaje.
2. — Fuéles también notablemente molesto el camino por la aspereza
del territorio y especialmente por haber pasado todo un día por cierto
paraje tan poblado de hormigas que cubrían el suelo, y son tan fieras que
les roían los pies. Tardaron en llegar a San Salvador veinte días, a
donde se detuvieron después cuatro meses para repararse de las fatigas
de tan larga y penosa jornada. Luego les ordenó el Prefecto que fue-
ran a plantar la misión al marquesado de Encusu, cuya banza principal
dista de la corte cuarenta leguas.
3. — En esta nueva peregrinación hasta Encusu hubo también mu
cho que padecer por Jas grandes incomodidades del país y pasos peli-
grosos de los ríos y lagunas. Algunas veces les sucedía caminar distan-
cias de media legua y otras veces más por partes donde les llegaba el
agua hasta las rodillas, a que se juntaba el temor de ser asaltados de
254
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
los cocodrilos o caimanes que se crían «n aquel paraje, y en tierra, de
los elefantes, de todo lo cual abunda el marquesado. Empero todo esto
fué poco respecto de lo que padecieron con la barbaridad d¿ aquellas
gentes, por ser más fieros que los brutos y tanto, que podemos decir
se hallaban en ellas juntas todas las barbaridades, vicios y supersticio-
nes que estaban repartidas por las demás provincias. Hallaron hechi-
ceros sin número, ídojos y sus sacerdotes a cada paso, nuevos casos
de invocación del demonio, a todos amancebados y llenos de vicios de
mil maneras y reducido todo a un retrato del infierno por sus pecados
y maldades.
4. — (Llegaron a dicha banza el día de los Santos Inocentes y no ha-
llaron en toda ella quien supiese hacer la señal de la cruz, excepto una
negrilla natural de San Salvador, que sabía bien la doctrina cristiana.
Fuéles preciso a los Padres valerse de ella y del intérprete para ense-
ñarla a los demás. El día siguiente propusieron la misión y, después de
haberles anunciado el fin a que iban y lo que les importaba aprovechar-
se de tan buena ocasión para salir del mal estado en que vivían y res-
tituirse a la amistad de Dios, les exhortaron a que acudieran a las mi-
sas y sermones y a que enviasen sus hijos a la escuela para que apren-
diesen la doctrina cristianá y buenas costumbres. Leyéronles la carta
del rey en que les mandaba lo mismo ; y, aunque por la novedad acudió
alguna gente el primer domingo a misa y por la tarde a la doctrina, en
el siguiente ya era menos la que acudió, y ninguno por la tarde a la
plática y doctrina. Viendo tal tibieza y descuido, acordaron valerse de
la autoridad del marqués, pareciéndoles ser un medio eficaz para com-
pelerlos a que acudiesen.
5. — No dejó de surtir algún efecto esta diligencia y poco a poco se
fueron disponiendo los ánimos. Comenzóse la labor evangélica y, ha-
biendo sabido los Padres que en una libata que estaba a dos leguas de
la banza tenia la gente cierto ídolo célebre, que llamaban el dios del
campo y le estimaban sobremanera, se resolvió el P. Fr. Buenaventu-
ra de Corella a ir y cogerle para quemarlo. Dispuso con silencio el viaje
y llevó en su compañía al intérprete y algunos criados de éste' ; pero,
cuando llegó a la libata, ya lo habían escondido. No obstante, mandó
juntar la gente y les hizo una plática en que les reprendió sus vicios
e idolatrías, ponderándoles mucho cuán gran pecado cometían en ado-
rar al demonio, siendo cristianos.
6. — Pidióles después el ídolo para llevarlo a la banza y pegarle fue-
go en la plaza ; negáronsele y, viendo que no le bastaban ruegos ni
LA MISIÓN DEL CONGO
exhortaciones para que se lo manifestasen, mostró con ardiente celo
y una santa indignación de que quería dar cuenta al rey de' lo que pa-
saba y, por ver si se movían a entregar el ídolo, le dijo al gobernador
que se dispusiese porque le había de llevar a la presencia del rey, en
quien hallaría el castigo de su culpa. Ninguno de estos medios bastó
para el caso, antes comenzó a tumultuar la gente y a irritarse, de suer-
te que le fué preciso al Padre omitir la pretensión para tiempo más
oportuno.
7. — Volvióse después a la banza y la halló también amotinada con-
tra su compañero ; a uno y otro les dijeron mil oprobios y, entre ellos,
que iban a engañarlos, y por último les amenazaron con la muerte y
que en el ínterin tuviesen entendido que no habían de salir de la banza
a parte' alguna sin licencia y permiso del marqués. Alborotada la gente
en esta forma, se dedicaron a sosegarla y a ponerla en razón, dándoks
a entender cómo no pretendían sino su salvación y el sacar sus almas
de pecado. Y últimamente les hicieron saber que' habían de ejercer su
ministerio apostólico libremente para provecho de sus almas y cumpli-
miento de su obHgación. Hablaron al marqués para que mandase entre-
gar el ídolo y también escribieron al rey, pero todas fueron diligencias
infructuosas para el caso por estar tocados todos del mismo contagio.
8. — Viendo que no habían podido descubrir el ídolo, pasaron a poner
fuego a otro no menos venenoso y tanto más perjudicial cuanto le te-
nía cada uno más radicado «n los huesos. Este era el vicio infernal de
1^ lascivia y estado concubinario, el cual suele andar conjunto con la
idolatría. Hizo el P. Fr. Buenaventura vivísimas instancias con el mar-
qués y fidalgos principales en orden a que dejasen las concubinas y s«
casasen, pues, en no empezando las cabezas a reformarse en las cos-
tumbres, no se puede recabar nada con los vasallos y esclavos. Empe-
ro no hubo forma de reducirlos a eso, dando todos por excusa el decir
que eran caballeros y que no les era decente casarse con mujeres al-
deanas del país, sino con las de la corte, que eran conformes a su ca-
lidad.
9. — Verdaderamente que podemos decir de los naturales de este mar-
quesado por sus vicios y perversidades, lo que San Pablo refiere en la
Epístola a Tito, su discípulo, de los de Creta o Candía: Cretenses sem^
per mendaces, malote bcstiae, ventre pigri (81), pues, en medio de Ma-
(81) Tit., 1, 12.
256
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
sonar esta gente de cristianos y de estar bautizados, sólo tenían el
nombre de tales y el carácter del bautismo, con que su fe en Jesucristo
se reducía a sola una denominación extrínseca, confesando a Dios con
los labios y negándole con las obras, que es tan malo, si no peor, que
ser gentiles, pues confitentur se nosse Dewn, factis autem negant,
cum sint abomina biles et incredibiles et ad onim opus bonum repro-
bi (82). Con todo eso perseveraron los Padres en reducirlos a verda-
dera penitencia, confiando en que la piedad divina les concedería algún
fruto con el tiempo, aunque los ánimos se mostraban tan fieros y obs-
tinados.
10. — Pasados dos meses, tuvo or-den el P. Fr. Buenaventura de Co-
rella del Prefecto para ir a San Salvador a suplir al P. Fr. José de
Pernambuco, que hasta entonces había asistido en aquella corte ense-
ñando a leer y escribir a los muchachos, y ejetcitando ías ocupaciones
ordinarias del pulpito y confesando. Informó el P. Fr. Buenaventura
al Prefecto de lo que pasaba en el marquesado de Encusu y, por más
práctico en la lengua y para que se fuera repartiendo el trabajo, envió
a Encusu al P. Fr. José para que ayudase al P. Fr. Francisco de Veas
con orden de que, en teniendo ocasión, se alargasen hasta el marque-
sado de Zombo que es vecino al de Encusu.
11. — ^Llegó el P. Fr. José de Pernambuco y trabajó esforzadamen-
te y con su trabajo y el auxilio de su compañero Fr. Francisco, y es-
pecialmente con el de Dios, con las continuas pláticas y exhortaciones
y mucha paciencia, fué Dios servido que se redujesen muchos a vivir
cristianamente. Después se extendieron al marquesado de Zombo ; en
él bautizaron a innumerables personas que no lo estaban, predicaron y
enseñaron la doctrina cristiana ; derribaron ídolos y abrasaron a los
que llaman quinpaces, que son ciertos sitios o casas apartadas adonde
se solían juntar hombres y mujeres con forma de cofradía, a su pare-
cer Hcita y santa, y cometían mil torpezas sin reparar en sexo ni pa-
rentesco.
12. — También sentían a par de muerte el que' les quemasen estas
casas diabólicas, en razón de lo cual reíeriremos lo que le sucedió ca-
mino de Zombo al intérprete del P. Fr. José de Pernambuco. Mandóle
que se' adelantase un poco a la banza de Zombo y en el ínterin se quedó
el Padre pegando fuego con los muchachos a una de las casas referi-
(82) 'Jit.. J, t«.
LA MISIÓN DEL CONGO
das. Súpolo la gente que solía acudir a ella y le salió al encuentro al
intérprete, que se llamaba D. Ventura, hombre virtuoso y que había
sido embajador en Holanda. Apenas le hubieron a las manos, cuando le
acometieron furiosamente y le dieron muchos palos y golpes tan re-
cios, que derramó mucha sangre y le dejaron por muerto. Volvió en
sí como pudo y, viéndose solo, se levantó del suelo y se fué a una cruz
que estaba cerca del camino y con la misma sangre escribió en ella
estas palabras: Aquí mataron al mártir Buenaventura por la defensa
de la fe católica. Y después se fué a la banza que está cerca.
13. — Pasadas algunas horas llegó el P. Fr. José a hacer oración
a la misma cruz y kyó el sobredicho letrero, con que juzgó sería muer-
to su intérprete. Dió gracias a Dios por su fejiz suerte y, teniéndole
por mártir, prosiguió el camino, discurriendo adónde habrían echado
su cuerpo los matadores ; entró en la banza y, hallándole vivo, le dijo
sonriéndose: «¿Qué tragedia es ésta, amigo Buenaventura? ¿Vos vivo,
cuando yo juzgué que teníamos ya en Congo un mártir negro?» Res-
pondióle el intérprete diciéndole : «Padre : como me vi tan cerca de
serlo y me dieron tantos palos, escribí aquellas palabras de Ja cruz,
teniendo por cierto que Vuestra Paternidad había de ir, como acostum-
braba, a adorarla, a fin de que supiese, si me mataban por dicha, que
Buenaventura moría como católico y por defensa de la fe santa que
profesa la Iglesia romana.
14. — Al P. Fr. Francisco de Veas le sucedieron por su parte dos ca-
sos bien notables, cuya noticia puede conducir mucho para confusión de
los que, teniendo más luz y obligaciones de ser buenos cristianos, no
sólo no aman ni sirven a Dios, único soberano dueño de lo visible e
invisible, pero ni aun le dan el culto y veneración extrínseco que solían
dar a sus ídolos y simulacros muchos de los negros de esta provincia.
Sucedió, pues, que caminando dicho Padre desde Encusu para Zombo
a verse con su compañero Fr. José, para la disposición de algunas co-
sas, llegó a cierta libata y los muchachos que le acompañaban, como
advertidos ya en la materia, le dieron noticia de que allí cerca había
cierta casa encantada de un nganga ngombo, o sacerdote de ídolos,
grandísimo hechicero.
15. — Fuése el Padre derecho a ella y, en entrando, encontró canti-
dad de' ídolos y de sacos llenos de trastos para hechizos y el nganga
ngombo, que era un viejo de baja figura y tan estropeado, que apenas
se podía tener en pie'. Como vió éste al Padre en su casa y que iba re-
cogiendo los ídolos para quitárselos, comenzó a dar gritos ; acudieron
17
258
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
los vecinos al ruido de las voces y en breve rato se juntaron todos los
de la población. Viéndolos ya juntos los reprendió el Padre áspera-
mente, siguiendo el consejo de San Pablo dado a Tito su discípulo
para los de Creta, en ocasión semejante: Omnia munda rnundis : coin-
quinatis aufem et ¡nfidelibus nihil est mundum, sed inquinatae sunf
corum et mens et conscientia. Quam ob causam increpa ilins dure, ut
sani sint in fide (83).
16. — Después hizo pegar fuego a los ídolos y sacos, con que vien-
do el destrozo que hacía en ellos, no sólo k amenazaron con la muerte
y a los que iban con él, pero, arrojándose a las llamas de la hoguera
muchos, sacaron los que pudieron, aunque medio quemados, y echaron
a huir con ellos. Los demás, prosiguiendo en su furia y amenazas, qui-
sieron acabar con el Padre y su gente, con que le fué preciso suspen-
der por entonces la quema de la casa y, cogiendo los ídolos restantes,
los mandó llevar a la banza de Zombo para hacer de ellos una solemne
hoguera en la plaza y que sirviese esta acción de castigo ejemplar a
todos los de la provincia que adolecían de semejante peste.
17. — Sintieron esto los negros de la libata notablemente y, en ven-
ganza del caso, no le quisieron llevar al Padre la ropa de la sacristía ;
con que se vió precisado a dejársela allí y partirse con los ídolos. Ape
ñas le vió marchar el viejo hechicero, cuando partió arrastrando tras
de él y le fué siguiendo por espacio de una milla, pidiéndole con vo-
ces, lágrimas y gemidos le diese las imágenes, que así los llamaba.
Repitió voces y gritos sin modo ni tasa, pero como el Padre no hacía
caso de sus ruegos y plegarias, llamó aparte los muchachos que iban
cargados con los ídolos y les ofreció dádivas y demás aun un cerdo si
les sacaban al Padre los ídolos y se los volvían.
18. — Refiriéronle los muchachos lo que había pasado y el religioso
se quedó atónito, considerando que aquel hombre desdichado y carga-
do de años amaba más tierna y cordialmente a sus ídolos, fábrica de
sus manos, que innumerables cristianos a Dios, nuestro único bien.
Señor y Creador de todo lo visible e invisible. Caso bien semejante,
por cierto, al que se refiere en el capítulo dieciocho del Hbro de los
Jueces, pues, habiéndole hurtado ciertos soldados un ídolo a Micas,
gentil e idólatra, les fué siguiendo, dando lastimosas voces, y pregun-
tándole por qué lloraba, respondió diciendo : «Bueno es eso : habéis-
(83) Tit.. 1. 14-15,
f
1
LA MISIÓN DEL CONGO
259
me quitado mis dioses, obras de mis manos, ¿y m^ preguntáis que por
qué doy gritos?» Déos meos quos mihi fcci tulistis et dicilis : quid tibí'
cst? (84). Pero aun hizo más el otro, pues llegó a ofrecer dádivas por
el rescate de sus ídolos.
19. — En el mismo camino dt vuelta para Encusu le sucedió a dicho
Padre otro caso bien notable ; llegó a cierta libata diferente de la pa-
sada y, como tenía ordenado a los muchachos que le acompañaban
que, en viendo ídolos o señales dí- hechiceros le avisasen, ellos se ade-
lantaron y hallaron una mujer con un niño en los brazos, la cual tenía
un ídolo y algunos envoltorios de' hechiceros. Dijéronselo al Padre y fué
allá ; reprendióla, como era justo, y pidióle le entregase los ídolos ;
respondió que de ninguna suerte, porque aquel ídolo daba y guardaba
la vida a su hijo. Procuró el religioso sacarla de aquel error y, viendo
que aun resistía el dar el ídolo y trastos, mandó a los muchachos que
se lo quitasen. Cogiólos y redújolos a ceniza, y también la casa, para
escarmiento de otros.
20. — Al P. Fr. Jerónimo de Montesarchio en otra provincia le su-
cedió otro caso semejante y aun de mayor admiración, pues habiendo
quemado unos ídolos, lo sintió tanto una mujer que los tenía, que se
cayó desmayada en tierra y estuvo por largo rato casi difunta, que es
cuanto hay que ponderar. Todos nuestros religiosos tuvieron mucho
que trabajar en esta materia y por esta causa, si Dios no los librara
poderosamente, estuvieron varias veces a punto de perder la vida por
ser cosa intolerable a los naturales el que les quemasen los ídolos, y
tanto, que se arrojaban al fuego para sacarlos y huían con ellos.
21. — Padecieron los Padres de esta provincia de Encusu innumera-
bles trabajos de varios modos, y en una ocasión especialmente tuvieron
por cierto el que acabasen con ellos. Fué el caso que había en la igle-
sia de la banza principal unos sepulcros elevados de ciertos fidalgos
que estaban allí enterrados, y, tanto por estar en medio de ella y em-
barazar el paso, como por haber muerto impenitentes, sin Sacramen-
tos y cargados de mancebas, les pareció conveniente quitarlos de allí y
echarles fuera de sagrado. Súpolo la gente y se conmovieron, de suer-
te que quisieron poner en ellos las manos y matarlos. Tuvo noticia el
rey del desacato de la gente y mandó prender a los principales agre-
sores del tumulto y descomedimiento y determinó que fuesen castiga-
(84) Judie, 18, 24.
26o
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
dos con pena capital. Intercedieron por ellos los Padres y, después de
muchas súplicas, los perdonó.
22. — Al fin, con la caridad y tolerancia, con las exhortaciones y doc-
trinas, se fueron ablandando aquellos empedernidos corazones y se re-
dujeron a buena forma de vida. Casaron a muchos de aquellas dos pro-
vincias y, entre ellos, a nueve fidalgos de la banza de Encusu ; pero
como la mujer de uno de ellos tuviese sospechas de que le hacia trai-
ción, s€ apartó luego de él y no hubo forma de reducirla a que vol-
viese a hacer vida maridable con él. Fué éste un mal ejemplar para
los restantes y tanto, que de allí en adelante no se quisieron casar
otros de la misma banza, temiendo no les sucediese otro tanto. Sienten
terriblemente el que los maridos no les guarden fidelidad.
I
CAPITULO XXIX
(
r
De las misiones de Soñó y Loanda y sucesos par-
ticulares de ellas.
1- — ^Con el cultivo espiritual que por todas partes dieron los nues-
tros a las provincias del reino del Congo, no sólo en él fué plausible
su celo apostólico sino que se extendió su opinión a los vecinos, y de
tal manera se vino a difundir, que no sólo la reina Zinga y otros reyes
gentiles los llamaron para sus tierras sino también los portugueses
que residían en Loanda, para cuyo efecto conviene presuponer que no
sólo los necesitaban para su reino de los Abandos, sino principalmen-
te para solicitar la renovacón de costumbres de los moradores de la
misma plaza de Loanda, porque, habiendo precedido las guerras con
los holandeses, su trato y mala vecindad, la concurrencia de varias na-
ciones a su puerto y constar la mayor parte de todos aquellos presi-
dios de gente libre y depositada en ellos por sus excesos, según la po-
lítica que se practica en Portugal, había llegado la relajación de cos-
tumbres a tan infeliz estado, que pedía pronto y eficaz remedio.
2. — Instados, pues, los ministros eclesiásticos y seglares de Loanda
del temor de Dios y de su misma obligación y, viendo tal corrupción
de costumbres, acordaron pedir Capuchinos para su remedio, y, com-
prometiéndose todos en su gobernador y capitán general, Salvador Co-
rrea de Sá y Benavides, escribió éste al Prefecto de Congo pidién-
dole se sirviese de enviarle algunos de sus religiosos para que hiciesen
misión en Loanda, por hallarse con suma necesidad aquella ciudad y su
tierra ; en lo cual haría a Dios un gran servicio y a todos sus vecinos
una obra de gran piedad, a que todos procurarían corresponder con el
justo agradecimiento en cuanto se les ofreciese para su santo minis-
terio .
2^4
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
3. — Leyó el Prefecto la carta, cuyo contenido se reducía a lo re-
ferido, y, hallando ser justa la petición, escribió a los Padres que resi-
dían en Soñó para que, por más cercanos y poder ir embarcados en
breve tiempo, pasasen a Loanda a plantar allí la misión. Con este orden
se partió el P. Fr. Serafín de Cortona, llevando en su compañía al
Hermano Fr. Francisco de Licodia. Fueron a desembarcar a Luanda
y los portugueses los admitieron con tal benevolencia, que luego in-
mediatamente a los primeros sermones, por común acuerdo de ecle-
siásticos y seglares, les entregaron para su habitación y ejercicios or-
dinarios la iglesia de cierta cofradía, que es muy capaz, y desde enton-
ces tenemos allí convento (85).
4. — Predicaba dicho Padre con admirable fervor y eficacia, y, des-
pués de haber reducido la gente al amor y temor santo de Dios y gas-
tado muchos días en componer enemistades, desórdenes y satisfaccio-
nes, ya que vió cuán benigno le había asistido el Cielo, pues parecía
aquella ciudad un paraíso de delicias espirituales, para asegurar mejor
los frutos conseguidos, fundó las congregaciones siguientes : una de
los eclesiásticos y otra de los seglares, los cuales acudian tres días en
la semana a nuestra iglesia a las pláticas, Rosario y disciplinas, como
en el Congo. Decían sus defectos al Padre en pública congregación y
los corregía y daba alguna breve penitencia que les servía de recuerdo
para la enmienda y andar vigilantes en el servicio de Dios. Tenían sus
oficiales y celadores para todo, y con estos devotos ejercicios y la fne-
cuencia de los Santos Sacramentos, no es ponderable el fruto que has-
ta hoy se experimenta en Loanda y el ejemplo de virtud que se ve en
esta ciudad.
5. — Entre otras santas instituciones que dejó en ella este insigne
operario fué la de la oración de las Cuaretita Horas. Celébrase en
Loanda con tanta piedad y devoción en la Semana Santa, que aseguran
los religiosos que lo han visto, ser una cosa del cielo y el remedio más
saludable para el provecho de las almas y apartarlas de sus vicios, de
cuantos ha inventado la piedad cristiana. El primer instituidor de esta
santa y sagrada invención fué el V. P. Fr. José de Ferno, hijo esclare-
cido de la Capucha y devotiísimo de la pasión y muerte de nuestro
(85) Se establecieron en Loanda los predichos religiosos a mediados de diciem-
bre de 1G49, tomando posesión de la ermita de San Antonio donde levantaron hos-
picio o residencia. A fines de 1654, siendo Preíecto de la misión el P. Jacinto de Ve-
tralla, puso en I.oanda la sede de la Prefectura, buscando el evitar asi muchas in-
trigas de parte del rey del Congo (Cfr. Ñolas para vua Cronología, etc., p. 49;.
La misión del congo
2¿5
Redentor. El modo como se practicó «n Italia, donde tuvo su princi-
pio, €S muy diverso del que se usa en España. Gobiérnanse en la fun-
ción los de Loanda por el estilo de Italia, pues es el siguietite.
6. — Tiénese patente el Santísimo Sacramento y, para ganar jubileo,
'confiesan y comulgan los fieles. Después, uno de los religiosos, que
comúnmente suele ser el predicador de la Cuaresma, predica todas las
Cuarenta Horas por espacio de un cuarto de hora en cada una, poco
más o menos, y, si predica en horas interpoladas, se reparten en tres
días, comenzando desde el Domingo de Ramos ; mas la indulgencia no
se gana sino en las Cuarenta Horas primeras. Exhorta al pueblo a
la imitación de la Pasión del Señor, tomando tema proporcionado al
asunto, a la destrucción de los vicios y al séquito de las virtudes, y
concluye siempre con un acto fervoroso de contrición, y se termina la
¡función con una disciplina en las espaldas, en la cual se canta el Mise-
rere y otras devotas oraciones.
7. — Repártense las horas por su orden ; primero asiste el Obispo
0 su Vicario con todos los canónigos y sacerdotes de la catedral, los
cuales van procesionalmente con las mortificaciones que les dicta su
devoción. Luego le siguen a otra hora las parroquias con los curas ;
luego, el gobernador y regidores ; luego, los capitanes, cada uno con
los soldados de su compañía. Tras de éstos, los ciudadanos por sus
Eufemios, y asi los maestros de escuela, con sus discípulos, y hasta los
"asclavos tienen también su hora. Las mujeres, ya casadas y ya donce-
las, van aparte y a hora competente de día, para obviar cualquier
lesorden.
8. — De manera que no queda nadie en la ciudad que deje de acudir
1 e'ste santo ejercicio ; todos van de comunidad procesionalmente con
ai cruz y a sus horas y por sus turnos, y con tal puntualidad, que an-
es de salir de la iglesia un gremio, ya está el que sigue esperando a la
)uerta. La iglesia casi siempre está llena de gente, porque mu-
:hos, después de haber hecho su función, se vuelven a oír las otras
)láticas, y en el ínterin que el predicador toma algún alivio, suele su-
plir otro por él.
9. — Como los ejercicios son tantos y de tanta piedad y los sermo-
les todos a la hora y con el fervor posible, resultan de ellos increí-
)les frutos. Lo primero se detestan los vicios y se purifican las con-
:iencias con los Santos Sacramentos ; luego se le da a Dios una públi-
a satisfacción de los pecados cometidos y se le pide perdón y miseri-
266
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
cordia. Allí se reconcilian públicamente las «nemistades, cesan los odios ^
y rencillas. Asiste a todo el predicador y, según la nómina que le han P
dado los superiores y cabezas de cada gremio, dispone las cosas para '
que tengan su logro con la mayor prudencia y discreción posible.
10. — De esta mudanza del P. Fr. Serafín de Cortona a Loanda se
siguió otra de San Salvador a Soñó, pues, para suplir su falta, envió'
el Prefecto luego al P. Fr. Buenaventura de' Corella a aquel conda-
do, y, en lugar de éste, llevó a San Salvador al P. Fr. Francisco de
Veas, que residía en Encusu, de suerte que quedó solo en aquella mi-'
sión el P. Fr. José de Pernambuco, hasta que el P. Fr. Gabriel de i
Valencia, que asistió primero en Bata, le fué a ayudar para dar la
labor conveniente a todo el marquesado de Encusu. Esta delación de
las mudanzas de los sujetos es precisa para la mayor inteligencia dC'
los sucesos, las cuales eran inexcusables por los accidentes que se
ofrecían a cada paso, así de falta de salud y reparo, como por ocurrir i
prontamente a la necesidad de los pueblos y peticiones de los prínci-
pes, que tal vez gustaban más de unos sujetos que de otros, y por
lograr el fruto principal era preciso darles gusto en lo que se pedía.
11. — En llegando a Soñó el P. Fr. Buenaventura de Corella, qu€i
fué en el año de 1649, creyó ser admitido del conde con el agasajo que
solía recibir a todos sus compañeros, pero le halló tan mudado, que le
puso en gran confusión su semblante. Extrañólo el Padre mucho e,
ignorante de la causa, procuró investigar el fundame'nto de aquella no-j
vedad, no dudando sería alguna invención diabólica, dirigida a la ruina
espiritual de las almas y a impedir los progresos de aquella misión.,
.Sucedió asi puntualmente, porque, informado bien de todo, supo cómo
al conde se le' había puesto en la cabeza que él le iba a matar con he-
chizos, representándole su fantasía ser esto cierto, respecto de no fri-
sar bien con el rey y haber venido el Padre de la corte y dádole noti- i
cias de cómo S. M. quedaba con buena salud y la corte quieta y pa-;
ci'fica.
12. — Procuró su secretario, que se llamaba don Miguel y era muy,
buen cristiano, apearle de su fantástico temor, reconviniéndole con
razones muy prudentes, y, por último, le dijo que bien sabía de expe-
riencia lo mucho que a S. E. estimaban los Capuchinos y los buenos
oficios que le habían hecho en los sucesos pasados con el rey, y, eti
fin, que su trato era muy leal y religioso y no se podía sospechar taV^
intento de un sacerdote y ministro evangélico, destinado para aquel H
ministerio por el Sumo Pontífice. Respondióle el conde diciendo: «To-
LA MISIÓN DEL CONGO
267
do eso es verdad y yo no dudo de la virtud y santidad del Padre ;
pero sin entenderlo él, pudo el rey, al despedirse, haberle dado los he-
chizos para quitarme la vida.»
13. — De esta fantástica presunción resultó con todo eso el no dar-
le el conde audiencia privada al Padre por algunos días, y es el caso
que de miedo de la difidencia que tenía al rey por los sucesos pasados,
todos los más en aquella tierra, y especialmente los nobles, viven en
un error ridículo de que unos a otros se matan con hechizos ; con que,
en muriendo alguno, aunque sea de muerte natural y de puro viejo,
creen que sus contrarios le mataron con hechizos. Mucho se trabajó
en todas partes para apartar de este error a las gentes, pero en los
fidalgos hacían poca mella las razones, por ser poderosos y cuidar con
estudio nimio de la conservación de la vida, sin acabar de persuadirse
a que ella y la muerte están en la mano de Dios omnipotente : In quo
vivimus, movemu-r et sumus.
14. — Por último se vino a desengañar el conde con el tiempo, pero,
apenas salieron los Padres de este embarazo, cuando dentro de dos
meses se hallaron en otro de peor calidad. Sucedió, pues, que estando
un día el mismo religioso tomándoles la lección a los muchachos de
la escuela, a la puerta de nuestra iglesia, que está dedicada a San An-
tonio de Padua, oyó un grande estruendo de voces ; preguntó a los
muchachos la causa de tal gira y algazara y le respondieron diciendo
que se hacia aquella fiesta por una victoria que había tenido el gober-
nador de Choa, el cual en cierto reencuentro con la gente del rey en
los confines del condado, había muerto unos cuantos hombres cuyas
cabezas traían al conde y andaban jugando con ellas en señal de triunfo.
15. — Apenas se informó el Padre del suceso, cuando llegaron con
las cabezas a su presencia hasta trescientas personas, y las pusieron al
pie de la cruz que está en la plazuela de la misma iglesia. Fué a verlas
para recogerlas, y la gente le dijo que las dejase estar allí hasta que
ellos las llevasen a la tierra de los gentiles de la otra parte del Zaire.
Detúvose hasta saber si las tales cabezas eran de cristianos ; supo de
cierto que sí y con esa noticia fué y las recogió para enterrarlas en
sagrado, no obstante que se le resistieron los guardas.
16. — Dieron luego cuenta al conde y dentro de una hora le envió
a decir con tres intérpretes tratase de entregar las cabezas que había
recogido en la iglesia, para que constase de aquella victoria. Respon-
dióles el Padre que dijesen a S. E. que era ministro de Dios y de su
268 MISIONES CAPUCHINAS UN ÁFRICA
Iglesia, y aquellas cabezas de cristianos católicos, y que, como tal,
estaba obligado a recogerlas y a depositarlas en lugar sagrado, que es
el que les toca a los fieles, y que asi no le mandase tal cosa S. E., pues
se preciaba de ser buen católico romano.
17. — A este recaudo se siguió el segundo en la misma forma y tam-
bién la misma respuesta. Envió el conde el tercero, pero con amena-
zas, diciendo que tratase de dar las cabezas de bien a bien, porque si
no se las quitaría por la fuerza. Respondióle el Padre que' hiciera lo
que gustase, pero que entendiera S. E. que estaba aparejado a dar su
propia cabeza antes que permitir se sacase'n de la iglesia las de aque-
llos fieles difuntos. Estando la materia en esta contienda, tomó el Pa-
dre las cabezas y aquella noche, con consulta del secretario don Mi-
guel, que fué uno de los que llevaron los recaudos, las enterró en la
iglesia. Súpolo el conde y, enfadado del caso, envió doscientos hom-
bres con arcos y flechas y un tambor para que sacasen las cabezas.
Llegaron al hospicio y comenzaron a pedir a gritos y con amenazas
que les entregaran las cabezas, pero, no obstante su gritería y haber
probado a derribar las tapias, al cabo, viendo que el Padre no hacía
caso de sus amenazas, se volvieron sin ejecutar la comisión que lle-
vaban.
18. — El día siguiente por la mañana, estando el Padre diciendo
misa, ante's de comenzar el Evangelio, se volvió a los circunstantes
que le oían y les dijo que las cabezas estaban ya enterradas en la igle-
sia y que les amonestaba dijesen al conde se abstuviese de hacer cual-
quier desacato o violencia, porque, si tal hacía, provocaría contra sí la
ira de Dios y de San Antonio de Padua, cuya era aquella iglesia. A
todos estos lances se halló solo el P. Fr. Buenaventura de Corella,
por andar entonces en misión por el condado su compañero el Padre
Fr. Juan María de Pavía. Anunciáronle al conde lo que el Padre había
dicho en la misa ; pero, en lugar de aplacarse, se enfureció más y al
instante envió su colunto con un tambor y gente armada y, llegando
a la sepultura, sacaron las cabezas y se las llevaron y aquella tarde
tuvieron gran fiesta con ellas en la misma plazuela de la iglesia.
19. — El día siguiente, celebrando misa el Padre, tuvo su acostum-
brada plática al pueblo y les predicó sobre el punto y la reverencia
debida al templo santo, y, por último, declaró por excomulgado al con-
de. Dióse por muy ofendido del caso y tanto, que mandó echar luego
un pregón por toda la banza, en que mandaba que nadie fuese a nues-
tra iglesia a oír misa ni a confesarse: que no entrasen en ella ni lie-
LA MISIÓN DEL CONGO
269
vasen los niños a bautizar: que los padres de los muchachos de la es-
cuela no saliesen de casa : que nadie fuese osado a llevarle al Padre
leña, agua o cosa alguna para su servicio, y que le quitasen el mucha-
cho que' le ayudaba a misa.
20. — Con esta novedad se conturbó la gente sin saber qué hacerse.
El religioso llevó con tolerancia su trabajo y se preparó para la muer-
te, juzgando que pararla eti eso el enojo del conde. Pa,sáronse algunos
días sin dar muestras de arrepentimiento el conde ; en el ínterin co-
rrió la voz del caso por todo el condado y con su noticia se volvió a
la banza su compañero el P. Fr. Juan María de Pavía, que había sa-
lido, según se dijo, a hacer misión por la comarca. Los parientes del
conde, especialmente su hermano don Crisóstomo, que había sido de
la congregación de San Salvador y criádose con la buena doctrina que
allí se' enseña, le aconsejaron que se humillase a la iglesia y pidiese
la absolución de la excomunión. Alegáronle cuantas razones supieron,
y especialmente el suceso siguiente, que por moderno y notorio le tenía
muy en la memoria.
21. — Sucedió, pues, que, pocos años antes que llegasen allí los Ca-
puchinos, arribó al puerto de Pinda el Obispo, y como los naturales
de esta población, por influencia de los holandeses, no le quisiesen de-
jar desembarcar ni pasar a San Salvador, a donde dirigía su viaje para
visitar la catedral, él mismo les amonestó que mirasen lo que hacían y
que no se dejasen llevar de las influencias de los herejes holandeses, que
eran enemigos declarados de la Iglesia romana y de la religión cató-
lica. Con todo eso, tenaces en su primer resolución, no hicieron caso
de la amonestación ; di joles el Obispo que, si no trataban de darle paso,
los excomulgaría y usaría con ellos de" las armas de la Iglesia, pues
se mostraban tan protervos. No entendían mucho este lenguaje ni sa-
bían la fuerza y virtud oculta de la excomunión y, para dársela a co-
nocer, desde el barco donde se hallaba a la orilla del puerto, le echó
su maldición a un árbol verde y muy frondoso que estaba allí cerca,
como hizo Cristo Señor nuestro a la higuera, según refieren San Ma-
teo y San Marcos, cuando dijo : Nunquam ex te frucUis nascatur in
sempiternum (86).
22. — Apenas hubo pronunciado la maldición, cuando el árbol, así
como la higuera del Evangelio, se secó al instante ; admiráronse los
(8«) Math., 21, 19.
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
circunstantes de ver tan raro prodigio, pero, para que acabasen de
desengañarse y de conocer su potestad y la virtud que se encierra en
ella para atar y desatar las ligaduras puestas por los ministros legíti-
mos de la Iglesia, le levantó la madición al árbol y le bendijo, hacien-
do la señal de la cruz sobre su corteza. Al instante reverdeció el árbol
seco y se volvió a poblar de hojas y a gozar de su antigua frescura.
Acordáronle al conde este caso y con su memoria se acabó de rendir
al consejo de sus deudos ; temió el rigor de las censuras y con rendi-
miento pidió la absolución, la cual le concedió el P. Fr. Juan María
de Pavia, por orden de su compañero.
23. — Aquí se ve cuán formidables son las censuras de la Iglesia :
algunos, sin temor y sin vergüenza, se las tragan como agua, pero,
al fin, la justicia divina venga sus agravios y los contentores experi-
mentan los efectos en sí brevemente, como le sucedió al conde. Sólo
los nombres que le dan los sacros cánones y Ponífices a la excomu-
nión, tomados de sus efectos, ponen grima; ¿qué será el experimentar
su eficacia? Según nuestro Coriolano, en su Breviario Cronológico,
tiene los nombres siguientes : Censura divina o eclesiástica, districción
eclesiástica o ligadura ; llámase también anatema, anatema maranata,
muerte, medicina, lanza o cuchillo del Obispo, vara de hierro, nervio de
la disciplina eclesiástica y, en fin, la mayor de todas las penas que
pone la Iglesia, la cual, adhuc injuste lata, no se deja menospreciar.
24. — Después de la absolución del conde, solicitada más por miedo
servil que por humilde' reconocimiento, pasaron como veinte días, al
cabo de los cuales cayó enfermo y no se levantó más de la cama. Fué
el P. Fr. Juan María de' Pavía a visitarle y a exhortarle dejase las
concubinas y a que se dispusiese para recibir los Santos Sacramentos
de la Iglesia y a que diese alguna honrada satisfacción a muchas per-
sonas nobles a quienes había hecho muchas injurias. Respondió, aun
no habiéndosele pedido lo riguroso de' que él mismo les pidiese per-
dón, que estaba cansado y que él avisaría en otra ocasión.
25. — Continuaron esta diligencia los religiosos por medio de su her-
mano, pero siempre respondía que aun había tiempo para esas dili-
gencias. Todo su cuidado lo puso e'n hacer remedio para la vida cadu-
ca y para su perdición, pues, según supieron los Padres de personas
fidedignas temerosas de Dios, había hecho traer a su casa hechiceros
y sacerdotes gentiles de la otra parte' del Zaire para que le curasen
a su modo, los cuales le habían hecho creer que no moriría de aque-
LA MISIÓN DEL CONGO
271
. lia enfermedad. También les dijeron sosjyechaban que el conde estaba
] ¡tocado del error de los que piensan que no hay más vida que la pre-
. senté, y, según murió, se hacía creíble la sospecha.
26. — Ultimamente llegó la hora fatal y, estando para expirar, fue-
' ¡ron sus parientes a avisar a los Padres, no habiendo antes dádoles en-
Itrada más de la vez primera. Fué allá d P. Fr. Juan María de Pavía
ly le halló ya en estado tal, que no pudo hacer nada, y luego breve-
imente expiró. El día siguiente concurrió la gente más principal del es-
tado a su entierro, por tenerlos avisados ya algunos días antes, y ha-
biendo llegado los parientes a pedir licencia a los religiosos para abrir
la sepultura, les respondieron que no había lugar ni podían dar licen-
cia para ello, por haber muerto impenitente y contumaz en sus vicios
y errores.
27. — Con esta respuesta y constarles de la verdad, se fueron y le lle-
varon a enterrar sin solemnidad alguna eclesiástica a la iglesia de San
Miguel, que es donde tienen los condes su entierro. Viendo la gente
de los lugares que no se tocaban las campanas ni asistían los Padres a
dar sepultura al cuerpo, se comenzaron a amotinar, pero los ciudada-
nos de la banza se opusieron a sus quejas y los sosegaron, informán-
doles de lo que había pasado. A otros menos capaces del caso les sa-
tisfacieron diciendo que ya los Padres habían dado su razón y que,
respecto de no poder obrar otra cosa, debían conformarse con su pa-
recer, pues les tocaba gobernarse por las disposiciones de la Iglesia.'
28. — Dentro de seis días se hizo la elección del conde en la persona
de Don Miguel de Silva, primo hermano del difunto, aclamándole por
;er buen caballero y piadoso, en oposición de Don Crisóstomo, herma-
10 del conde, pareciéndoles que éste sería cruel como su hermano. Con
a nueva elección tomaron otro temperamento las conversiones y res-
piraron algo los misioneros. Sucedióle al nuevo conde lo que a Saúl,
jue dos años vivió bien y siempre juzgaron se ajustaría con el rey, mas
10 lo hizo, antes sí prosiguió las crueldades y amancebamientos de sus
intepasados y aun quiso matar a su propia mujer y nombrar por con-
desa a su concubina. Opusiéronse a ello los religiosos, viendo tal des-
varío y la inocencia de la condesa, en quien había puesto dolo sin más
notivo que su ciega pasión e inclinación a la manceba.
29. — Sosegóse esta tormenta, que fué muy furiosa, por la miseri-
íordia del Señor y continuas exhortaciones de los religiosos, y volvió
1^ condesa a palacio, pero no más quiso cohabitar cop ella. Murió estJe
272
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
conde en el año de 1658. reconocido y penitente, habiendo recibido los
Santos Sacramentos muy devotamente, el cual, aunque por la fragili-
dad humana, se dejó arrastrar de sus vicios y pasiones desordenadas,
con todo eso en el punto de religión fué muy fiel y mostró gran reve-
rencia a la Iglesia y a sus ministros y aun muchas veces solía ponerse
a cantar con los muchachos cuando oficiaban la misa los días festivos,
por su devoción y dar ejemplo a los nobles.
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I
CAPITULO XXX
18
I
I
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!
De los progresos de la misión del ducado de Sundi y de
algunos casos maravillosos que sucedieron en ella.
1. — Fueron a plantar la misión del ducado de Sun<li los Padres Fray
Buenaventura de Sorre'nto y Fr. Jerónimo de Montesarchio, ambos na-
politanos y varones de gran perfección de vida. Fabricaron en la banza
principal, que es donde asisten los duques, una casa e iglesia contigua
a ella y, aunque había otras, por atender a un sacerdote seglar que re-
sidía en ella y a la mayor comodidad de los fieles, administraban los
Sacramentos de la Penitencia y Eucaristía en la nueva, y en ella se ha-
cían los demás ejercicios de las doctrinas y sermones. Y, por arreglar-
se al decreto de la Sacra Congregación, sólo cuando salían a hacer las
misiones por la comarca administraban los Sacramentos del bautismo y
del matrimonio, pue's, apartándose cinco leguas de la población donde
residía el cura, podían libremente administrar todos los Sacramentos,
como el propio párroco en su parroquia.
2. — Es este ducado de Sundi muy dilatado y tiene en sus confines
algTinos reinos de gentiles, por lo cual habíla ocasión para poder dila-
tarse los Padres en sus misiones. Se salieron a ellas y Dios les favo-
reció de suerte que derribaron muchos ídolos y cogieron copiosos fru-
tos de religión y piedad. Casaron a cuantos hallaron dispuestos y admi-
nistraron el santo bautismo a innumerables niños y adultos, lo cual fué
en tanto grado, que sólo el P. Fr. Jerónimo bautizó por su mano en
espacio de tre's años a más de treinta mil personas y, como observó un
religioso, halló que dicho Padre fué tan feliz en esta parte, que pasaron
de más de cien mil las almas a quienes administró este santo y tan ne-
cesario Sacramento, entre párvulos y adultos, pero por espacio de más
años de los tres referidos.
276
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
3. — No trabajó menos ni fué menos afortunado su compañero el Pa-
dre Fr. Buenaventura de Sorrento en el poco tiempo que asistió en esta
provincia, que sería un año, porque a la verdad era incansable en la
reducción de las almas. Al fin del año de residencia fué preciso par-
tirse a San Salvador por orden del Prefecto y petición del rey, que
acordaron enviarle a Europa a proponer algunas dudas a la Sacra Con-
gregación y a disponer la forma más conveniente para que así en Lis-
boa como en Loanda no se les estorbase el paso a los misioneros que
habían de ir en adelante al Congo y a otros reinos vecinos. Mas los
portugueses, por sus razones de estado y por ser tan vivas las guerras
con Castilla y ser el Padre napolitano y vasallo de nuestro Rey Católico,
lo llevaron tan mal, que le hicieron padecer mucho y pasar por las mo-
lestias que diremos en otra parte, dándose en ello la mano los de Loan-
da con los de Lisboa (87).
4. — A este religioso le sucedió que, habiendo quemado unos ídolos
y trastos de hechizos en cierta libata, se alborotó la gente contra él y,
pasando de las palabras a las obras, le cogieron y le dieron muchos
golpes y le llevaron arrastrando con ímpetu y furia por espacio de me-
dia milla. Este trabajo llevó el fervoroso Padre con tanta alegría y pa-
ciencia, que aseguraba después a sus compañeros, que en toda su vida
(87) El P. Buenaventura de Sorrento, al ser enviado a Europa, llevaba varias em-
bajadas : entre ellas la de entregar en Lisboa los tratados de paz entre el rey del
Congo y el gobernador de Loanda, Correa de Sá y Benavides ; dar asimismo, en nom-
bre del rey del Congo y de los Misioneros, la obediencia al rey de Portugal ; pre-
sentar a la Sda. Congregación de Propaganda varias dudas sobre la administración
de los Sacramentos y por fin ver el modo de evitar las muchas dificultades que se
oponian para la ida de nuevos misioneros al Congo (cfr. P. CAVAZZI, o. c, Lib. IV,
capítulo in, P- 276 ss.). Se embarcó en Loanda a fines de diciembre de 1649 y llegó
a Lisboa el 'AO de marzo de 1650 ; alli presentó los tratados de paz mencionados y la
carta del P. Prefecto Buenaventura de Alessano (25 noviembre de 1649) a Don
Juan IV, participándole envia a Lisboa al P. B. de Sorrento para prestarle obedien-
cia en nombre del rey del Congo y de los Capuchinos (PAIVA, Manso, o. c, pp.
210-211). Se dirigió luego a Roma adonde llegó el 8 de julio de 1650. Cumplida su
misión en la Ciudad Eterna, se dirigió a Lisboa en compañía de tres nuevos misione-
ros ; eran éstos el P. Jacinto de Vetralla. que iba nombrado Prefecto de la misión ;
el P. Antonio de Lisboa y Fr. Nicolás de Nardó. Llegados a la capital portuguesa
en julio de lO.")!, solicitó nuevamente la confirmación de los tratados de i)az arriba
mencionados. Consultado el Consejo de Ultramar por el rey, aquel fué de parecer
«se admitiesen los Capuchinos para predicar el Santo Evangelio en el reino del Con-
go, con condición de que hiciesen el viaje por el reino de Portugal directamente a
Angola, y que los misioneros no fuesen castellanos ni naturales de reino o estados
sujetos a Castilla ni hijos de sus provincias» (Cfr. Arquivos de Angola, 2.» serie, II
(1944), pp. 185-188).
Consiguientemente y por las razones indicadas, al P. Buenaventura y a Fr. Nico-
lás, por ser italianos pero de provincias sujetas a Castilla, no se les permitió embar-
car. Pudo sin embargo el primero hacerlo luego en Marsella y logró llegar por fin
al Congo donde estuvo hasta 1655 (Cfr. CAVAZZI. 1. c).
LA MISIÓN DEL CONGO
277
había tenido mayor júbilo que mientras le llevaron arrastrando. Al fin
se despidió del Prefecto y con su betidición y orden del rey emprendió
el viaje para Europa a los negocios que se le habían encomendado, los
cuales, dispuestos y concluidos, se volvió a la misión, habiéndole acae-
cido los varios accidentes que adelante referiremos.
5. — Por la ausencia de este religioso fué enviado a Sundi el P. Fray
Antonio María de Monteprandone, de quien ya dijimos en otra parte
había estado en Matari detenido algún tiempo, bautizando, doctrinando
y administrando los Sacramentos por su comarca antes de llegar. Con
el nuevo compañero pudo el P. Fr. Jerónimo de Montesarchio, que
habla ya muy bien la lengua conguesa, discurrir más libremente', sin el
embarazo de intérprete, por toda aquella dilatada provincia en su santo
ministerio (88).
6. — Desde sus confines se alargó a Macoco, que era reino de gen-
tiles, navegando alguna parte del río Zaire. Recibiéronle el rey y sus
vasallos con grandes muestras de benevolencia y deseos de reducirse
todos a nuestra santa fe, pero, por las circunstancias siguientes, fué pre-
ciso dejarlos y volverse a Sundi. Este fué uno de los reinos que pidie-
ron Capuchinos al Papa para su enseñanza y, aunque dió orden la Sa-
cra Congregación para que se plantas* allí la misión, el corto número
que había de obreros* para los reinos del Congo, de la Zinga y Aban-
dos, fué causa de que por entonces no se ejecutase y el P. Fr. Jeró-
nimo, así por eso como por faltarle intérprete, que es ya otra lengua
distinta, hubo de volverse a proseguir al ducado de Sundi.
7. — A este gran siervo de Dios le sucedieron varias cosas prodigio-
sas, de las cuales referiremos dos bien notables y sabidas entre sus com-
pañeros por las muchas veces que las oyeron referir a los naturales,
donde acaecieron. El primer caso fué así. Pasaba haciendo misión por
una libata y encontró en ella a un nganga ngombo o maestro de su-
persticiones y hechicerías ; éste se hallaba actualmente curando una mu-
jer enferma ; vióle el Padre los signos y visajes que hacía y, llevado
(88) Lo mismo el P. Antonio Ma. de Monteprandone, que el P. Jerónimo de
Montesarchio, estudiaron la lengua congolesa en San Salvador a mediados de 1648
y al poco tiempo de su arribo al Congo. El P. Montesarchio nos dice en su obra ma-
nuscrita Viaggio del Gongho, que entonces sacó para su uso particular una copia del
Vocabulario que se había compuesto y que, como luego diremos, era trilingüe : La-
tino, castellano y congolés ; obra de la que fueron autores los Capuchinos españoles
que alli estaban de misioneros (Cfr. P. HILDEBRAND, o. c, p. 264, y mi artículo
Los Capuchinos españoles en el Congo y el primer diccionario congolés, en Missio-
nalia Hispánica, II (1945), pp. 209-230).
MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA
del celo de la honra y gloria de Dios, así como otro Finees, hijo de
Eleazar, no con puñal, como aquél, ni quitándole la vida, como se la
quitó a Zambri y a su torpe consorte Cozbi, sí con el báculo que lle-
vaba le dió unos grandes golpes que le hizo salir huyendo de la casa
y dejar allí todos los trastos de sus hechicerías. Recogió luego todas
las invenciones y sacos que había traído para la cura de la enferma pa-
ra pegarles fue'go, y, en acabando con esa diligencia, entró a repren-
der a la enferma «1 que se dejara aplicar tan diabólicas medicinas.
8. — Halló ya muerta la mujer y que el maldito espíritu del hechice-
ro la había quitado la vida con la bebida ponzoñosa que llaman la en-
casa, que es un veneno irremediable y pózima inventada por Satanás y
practicado de sus innumerables esclavos los hechiceros para destruc-
ción de la vida humana. La causa de los visajes que hacía al tiempo que
el religioso le acechaba, no nació de que él pretendiese ya darle salud
a la mujer, sino de que, viéndola muerta y que la había él quitado la
vida, quiso disimular su pecado y dar a entender que la curaba, como
si estuviera enferma y no muerta. Al fin, compadecido el santo Padre
de suceso tan infeliz, hizo oración a Dios y con tal fe y eficacia, que
sin otra diligencia y formar sobre el cadáver la señal de la cruz, la re-
sucitó al momento buena y sana. Quedaron los circunstantes justamen-
te admirados del prodigio y la mujer muy desengañada y arrepentida
de sus culpas.
9. — ^E] segundo caso que se refiere de este bendito Padre sucedió
hallándose en la provincia de Esebo, vecina a la de Sundi, a donde fué
a apaciguar cierta guerra que se movió entre el señor de allá y sus va-
sallos, los cuales se habían rebelado contra él sin motivo ni razón. Era
el conde de Esebo natural de San Salvador ; llamábase Don Gregorio
y, desde que habían llegado a aquella corte los Capuchinos, se había
criado con su doctrina y ejemplo, asistiendo muy puntual a las congre-
gaciones. Tenía devoción de rezar a coros con su familia el Rosario die
la Virgen todos los días, como se le había enseñado. Estando, pues,
para salir a dar la batalla, le encargó a su mujer y criados que, en el
ínterin que peleaba, le rezasen el santo Rosario, como soban, para que
la Virgen le concediese la victoria de sus enemigos, que pasaban de
veinte mil, siendo así que sus soldados aun no llegaban a cincuenta
hombres.
10. — Hízose la señal de acometer y, a los primeros encuentros, co
menzaron a huir los rebeldes, con ser tantos, y al fin desampararon el
campo y pidieron perdón al conde y él los recibió benignamente. He-
LA MISIÓN DEL CONGO
279
chas las paces, ks preguntaron a los cabos la causa de su fuga igno-
miniosa, a lo cual respondieron todos contestemente, diciendo que cuan-
do comenzaron a pelear, vieron cinco muje'res blancas adornadas de ri-
cas y preciosas galas, y una singularmente, cuyo resplandor y hermo-
sura de rostro era tan grande, que excedía las luces del sol en el me-
diodía, la cual llevaba en la mano una cruz, y que todas iban acompa-
ñando al conde y haciéndole aire con unas toallas blancas y a sus sol-
dados en la forma que se acostumbra en aquel reino, cuando se hacen
las fiestas reales que llaman sanganvento ; y que, viendo ellos una ma-
ravilla tan rara y oyendo al mismo tiempo horribles y espantosos true-
nos, como si viniese contra ellos un ejército poderosísimo de mosque-
teros, cayeron en tal cobardía y temor, que no supieron qué hacer, sino
huir por no perder la vida.
11. ^ — Este milagroso suceso se escribió de'spués a Roma y le auten-
ticó el mismo P. Fr. Jerónimo de Montesarchio. del cual depusieron
con juramento y firmaron con la señal de la cruz por no saber escribir,
entre otros muchos, diez coluntos o gobernadores de' lugares, que se
hallaron en la batalla y fueron de los rebeldes. Así premia Dios a los
que procuran honrar a su Santísima Madre y rezarla el santo Rosario
cada día, la cual no hay duda asistió en tan grande aprieto a su devo-
to conde, con algunas santas vírgenes que le iban acompañando como
a su reina y señora. De donde sacamos cuán grata es a los ojos de esta
divina Señora la devoción del Rosario para ocurrir a todas nuestras ne-
cesidades y peligros, y también cuáles principales armas con que debe
pelear el cristiano, son la devota oración, la contrición verdadera y la
total confianza en Dios y en el patrocinio de su Santísima Madre, que
son los arneses con que se adornó el conde de Esebo antes de salir a
campaña.
12. — Pero, volviendo a los sucesos del ducado de Sundi, acaeció que,
poco después que llegó a él el P. Fr. Antonio de Teruel, cuando dejó
a Bata y se le mandó pasar a ayudar a los Padres napolitanos de esta
misión, llegó también el duque a la banza de Sundi de cierto viaje. Era
este príncipe hijo del rey Don Alvaro V y sobrino de Don García II,
que actualmente reinaba. Con su llegada se ofrecieron algunos emba-
razos considerables, a causa de que' había estado algunos meses de la
otra parte de sus estados entre los gentiles, dándose a vicios y pasa-
tiempos, con la seguridad de haber de por medio un río que divide su
estado de las tietras vecinas de los gentiles y parecerle no llegaría a
oídos del rey su tío su ausencia, que fué de seis meses.
2^0
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
13. — Al cabo de este tiempo s€ volvió a su casa, trayendo consigo,
con gran pompa y acompañamiento de esclavos, una manceba puesta
en una red. Supo lo que pasaba la duquesa y, ofendida del caso, juntó
a todos sus criados y esclavos y, armados con sus arcos y flechas, sa-
lieron a estorbar la entrada de la manceba. En llegando a la banza, el
duque ordenó sus escuadrones y, estando ya para acometerse, salieron
los religiosos y procuraron con ruegos y súplicas templar los ánimos
de ambos, acordándole al duque los muchos estragos que se habían dd
seguir y lo que sentina la acción el rey su tío.
14- — Pasadas como dos o tres horas en esta diligencia, vinieron a
recabar con él que mandase retirar la manceba y enviarla a su tierra.
La duquesa en el ínterin se recogió a nuestra iglesia y, después de des-
pedida la manceba, llevaron los Padres al duque a que la viese y le pi-
diese perdón. Hízolo así y le ofreció dos esclavos muchachos en se-
ñal de rendimiento, según la costumbre del reino, adonde es estilo ofre-
cer el que se confiesa culpado y vencido alguna dádiva al inocente y
vencedor. Con eso quedaron en paz, pero castigó Dios al duque por su
escándalo brevemente, privándole del estado en la forma siguiente.
15. — Era mozo ardiente y de altivos pensamientos y, como el rey
conocía su altivez y no ignoraba el viaje pasado, temeroso de que se
alzase con aquella provincia y se hiciese príncipe absoluto de ella con
el auxilio de los reyes gentiles vecinos, que induce sospecha vehemente
el estar los duques largo tiempo de la otra parte del río, dentro de po-
cos días le escribió, mandándole se llegase a la corte. El pretexto que
tomó para llevarle fué decirle que se hallaba viejo y cansado y que
quería dejarle por su sucesor en el reino, por reconocer en él prendas
suficientes y ser su hijo el príncipe muchacho de poca edad y menos
experiencia. Sonóle bien al duque !a proposición y, como a los ambi-
ciosos no se les pone nada por delante, él, con su ardimiento y ansiaj
de reinar, lo juzgó todo tan llano, que ya lo daba por hecho. Partieron
a toda prisa a San Salvador y, en llegando, le mortificó su tío bastan-
temente y le privó del estado, dejándole en la esfera de fidalgo particu-
lar por toda su vida.
16. — En esta jornada del duque ]e acompañó el P. Antonio María
de Monteprandone, por haber tenido orden del Prefecto de que, en sa-
biendo habían desembarcado nuevos misioneros que esperaba por días,
se encaminase a Loanda o Soñó para volverse a curar a Europa de los
continuos achaques que padecía. Ofrecióse luego ocasión de embarca-
ción y con ella pasó a Roma ; allí convaleció de sus males y luego fué
LA MISIÓN DEL CONGO
nombrado por Vice-Prefecto de la misión segunda del Benín y, por di-
ficultades que se le ofrecieron en Lisboa, se quedó allí algún tiempo
por Procurador de todas las misiones de Africa, hasta que fué nombra-
do Prefecto de la Georgia o Colao, a la cual no pudo pasar por haberle
sobrevenido nuevos accidentes y, al fin, se quedó en Roma, donde mu-
rió con grande ejemplo y edificación.
CAPITULO XXXI
I
I
I
Prosiguen la misión del marquesado de Encusu los Padres
Fr. José de Pemambuco y Antonio de Teruel por muerte
del P. Fr. Gabriel de Valencia; dase noticia de este reli-
gioso y de los sucesos que ocurrieron.
1. — En el capitulo XXVIII se comenzó a tratar de esta misión de
Encusu. Murió trabajando fielmente en ella el P. Fr. Gabriel de Va-
lencia y por esta causa le mandó el Prefecto al P. Fr. Antonio de Te-
ruel pasase de Sundi a ayudar al P. Fr. José de Pernambuco, que se
hallaba solo con un Hermano Lego. Antes, pues, de proseguir dicha
misión, daremos noticias de la vida y muerte del P. Fr. Gabriel, en
cuyo ejemplo nos quedaron muchos motivos de gran edificación y es
preciso no pasarlos en silencio. Pues en medio de la falta continua de
salud que tuvo desde que entró en el Congo, no cesó de ayudar en cuan-
to pudo a sus compañeros, sirviéndole de alas para volar en la con-
versión de las almas su admirable cejo, y de báculo para sustentar sus
cansados y afligidos miembros una invicta paciencia.
2. — Fué varias veces Guardián de su Provincia de Valencia y deseo-
so de dedicarse todo a la conversión de los prójimos, pasó con los de-
más religiosos al Congo, según dijimos, siendo ya de edad de cincuen-
ta y un años, y, aunque el tiempo que vivió en la Orden lo empleó en
tantos ejercicios de ayunos, de oración y penitencias, con todo eso su
asi>ecto no mostraba tan crecida edad por ser naturalmente robusto
y de buena complexión. En Soñó tuvo una enfermedad terrible, de la
cuaí nunca pudo convalecer perfectamente ; fuéronsele menoscabando
las fuerzas poco a poco y, viéndose ya casi exhausto, le decía a Dios
con singular ternura y humildad : «Señor y bien mío único : bien sa-
béis mis deseos de trabajar en vuestro servicio y en la conversión de
286 MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
l
estas almas y también mi falta de fuerzas, pero, pues me queréis de
esta suerte, así también os quiero y no salir un punto de vuestro di-
vino beneplácito.»
3. — En Bata, estando ausente su primer compañero el P. Fr. An-
tonio de Teruel, le dieron unas tercianas, que le privaban del sentido,
y como se hallaba solo con un esclavo de un portugués que' le asistía
y éste apenas le entraba en casa, padeció gran penuria el buen religioso í
y tanta que, pasado el delirio, le era preciso levantarse de la tarima a •
hacer lumbre ; ponía al puchero un poco de tocino, quitándole primero
los gusanos que tenia y, después de cocido y de quitársele la calentura,
echaba en el caldo un poco de nfundi, que es harina de maíz, y hacía
unas sopas, y con esto se sustentaba sin tener otra cosa a que apelar
por la suma pobreza y miseria de los naturales.
4. — Sin embargo de eso fué Dios servido que convaleciese de esta
enfermedad, aunque los achaques habituales nunca cesaron. Pasó lue-
go de Bata a Encusu con orden del Prefecto, cuando se dividió del Pa-
dre Fr. Antonio de Teruel, y, aunque le llevaron en una red, como era
mucha su flaqueza, le sobrevino una calentura lenta en el viaje, que le
consumió las fuerzas y le dejó sólo la piel y los huesios, quitándole al
mismo tiempo las ganas de comer, de suerte que no podía atravesar
bocado por su grande inapetencia.
5. — Instaba por este tiempo la necesidad de hacer una misión por
la provincia de Zombo, vecina a Encusu, y aunque el P. Fr. José de
Pernambuco la quería dilatar por verle tan postrado, el celoso Padre
ie exhortó a que la hiciese cuanto antes y no la suspendiese por mirar
a su asistencia, prefiriendo la necesidad espiritual de sus prójimos a la
suya corporal. Con sus instancias, después de haberle administrado los
Santos Sacramentos, se partió el P. Fr. José a su misión, quedándose
cerca para poderle acudir, en dándole aviso en el último aprieto de la
vida.
6. — Quedó para servirle, en lo que se ofreciese, un religioso lego,
mas no pasaron ocho días cuando entregó al Señor su alma en manos
del compañero, habiéndose preparado antes para ello con fervorosos
actos y esperando con rara conformidad este ú'ltimo golpe. Su pacien-
cia fué maravillosa y así ésta como sus grandes virtudes y trabajos pa-
decidos en la conversión de las almas, se los premió Dios libérrima-
mente, y tanto, que se creyó piadosamente salió su alma purificada del
todo de esta vida miserable para entrar desde luego en el descanso
LA MISIÓ^I DEL CONGO
287
eterno ; sobre lo cual hubo los fundamentos que referiremos más ade-
lante, como en su propio lugar (88a).
7. — Con esta ocasión pasó de Sundi a Encusu el P. Fr. Antonio de
Teruel y en la primera jornada le sucedió ir a parar a una libata gran-
de, poblada dos meses antes de innumerable gente, la cual halló desier-
ta y sin un alma, por haberla desamparado todos ios vecinos con fuga
tan acelerada, que se dejaron en las eras los frutos que habían re'co-
gido en agosto. La causa de la fuga consistió en la venida del duque
a 'la banza y, por huir los vecinos de las extorsiones de sus criados y
esclavos, lo dejaron todo y se retiraron a los montes, y esta es una de
las grandes calamidades que padece aquel reino y muy difícil de re-
mediar.
8. — Al día siguiente llegó dicho Padre a la banza de Pango, cerca
de la cual le sucedió el caso que 3'a referimos de haberle dejado la ropa
los negros en mitad del camino, hasta que lo socorrió Dios de otros que
se la condujeron a la primera libata. Acordándose, pues, de este suce-
so, le pidió al marqués de Pango se sirviese de darle gente que le con-
voyase hasta Gongo de Bata : llamó ti marqués a un sobrino suyo y le
dijo que, pena de incurrir en su indignación, le mandaba fuera con el
Padre y la gente suficiente hasta dicha población. Son a la verdad cor-
teses los señores del Congo con los religiosos, pero los vasallos se sa-
len con cuanto quieren, porque no tienen castigo y, como son incons-
tantes, con gran facilidad se amotinan contra sus señores y éstos, por
odiar las rebeliones, les toleran muchas demasías, si bien en punto de
sus intereses propios no se reservan con nadie.
9. — Entre Gongo de Bata y Encusu media la provincia de Zombo ;
aquí encontró dicho Padre a un criollo o mulato, amigo suyo antiguo
y muy hombre de bien, el cual le refirió el caso siguiente, que es bien
digno de notarse y hacía muy pocos días que había sucedido en la mis-
ma banza de Zombo. Residía este hombre en Congo, tratando y con-
tratando en las ferias que allí se hacen, y, descuidándose un día, se le
huyeron dos esclavos y se fueron a Zombo para ampararse de la gente
de aquella tierra. Echólos de menos y. en compañía de un pariente su-
(88a) Su muerte tuvo lugar e! 7 de agosto de 16.50. a los 60 años de edad y 4o de
su vida religiosa (Cfr. EUGENIO DE VALENCIA, O. F. M. Cap. Necrologio his
tórico seráfico de los Frailes Menores Capuchinos de la Provincia de la Preciosísima
Sangre de Cristo, de Valencia (1596-1947), 2.» ed., Valencia, 1947, P- 259).
288
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
yo, se partió luego a buscarlos y, sabiendo hablan entrado en Zombo, ]
hizo las diligencias para cobrarlos. J
10. — Llegó a pedírselos a los que los habían acogido en sus casas j
y, por no querérselos entregar, se vió forzado a ponerles pleito sobre j
el caso. Acudió con la demanda al juez y, estando éste sentado en mi- «
fad de la plaza y rodeado de gente como se acostumbra, alegó sus ra- I
zones y también la parte contraria, porque en este reino cada uno de I
los litigantes es procurador y abogado de sí mismo y los juicios se fe- '
necen tan presto como se comienzan. Halló el juez que el criollo tenía j|
justicia y, estando ya para pronunciar la sentencia en su favor, vieron f
repentinamente oscurecerse el sol y llenarse de nubes negras y muy es- '
pesas el cielo y que se acercaba a ellos un recio torbellino de aire y de
agua.
11. — Causóles a todos increíble pavor el accidente y, armándose el
criollo con la señal de la cruz, invocando muchas veces el nombre dul-
císimo de Jesús, se volvió hacia lo más denso del nublado y le puso
delante la cruz. Apenas la hubo formado, cuando se deshizo como
humo. Cesó la tempestad y se dividieron en cuatro partes las nubes,
atribuyendo el criollo suceso tan repetino y maravilloso a la virtud de
la santa cruz y a la eficacia del nombre santísimo de Jesús que se la
comunicó, muriendo en ella para nuestro remedio, y la venida de la
tempestad, a algunos hechizos de los contrarios para que con esa oca-
sión temiese el juez y no diera la sentencia contra ellos. Halló después
haber sido esto así y por librarse de tan maldita gente tuvo por bien de
venir con ellos a concierto, contentándose con el uno de los esclavos
y dejándoles el otro.
12. — Pasó el P. Fr. Antonio a Encusu a 3 de octubre del año de
IH50 y le recibió su compañero Fr. José de Pernambuco con grande
júbilo espiritual, por hallarse solo con un religioso lego que asistió allí
poco tiempo y haber mucho que trabajar en aquella misión. El intér-
prete se le había ido a San Salvador, con que fué preciso valerse de su
habilidad. Con esta ocasión comenzó el P. Fr. José a predicar por es-
crito en lengua del país y fué tan importante', que en poco tiempo la
llegó a hablar con perfección. Al P. Fr. Antonio le sucedió lo mismo
y. valiéndose de un vocabulario que habían hecho otros, en el ínterin
que su compañero fué a confesar al conde de Huandu, que le envió a
llamar para prepararse con los Santos Sacramentos, antes de salir a
campaña contra cierto fidalgo que se le había levantado en el estado,
se aplicó al estudio de la lengua con tal cuidado, que se hizo dueño de
LA MISIÓN DEL CONGO
289
ella y pudo después componer varios papeles y libros para alivio de los
misioneros nuevos (89).
13. — Trabajaron mucho estos dos religiosos por espacio de un año
en este marquesado y, aunque con poca gente', hacían siempre los mis-
mos ejercicios cotidianos que en San Salvador, a los cuales asistía or-
dinariamente el marqués ; pero los vasallos, como indómitos e inclina-
dos al ocio, no ocudían con traza y así era necesario llevarlos por fuer-
za a la iglesia. La población de Encusu es la mayor del reino después
de la de San Salvador y todos los naturales de esta provincia son no-
tablemente inclinados a bailes y a la ociosidad. Celebrábanles cada no-
che con tales gritos y ruidos de los golpes que se daban en los brazos,
que no dejaban pegar los ojos a los religiosos. Muchas veces salían
ellos con las disciplinas en la mano, a fin de' estorbar tan mala vecin-
dad y tan perjudiciales bailes, pero, viendo que se acercaban, echaban
a huir y se iban a proseguir a otra parte.
14. — Cuando les exhortaban a que dejasen las mancebas y se casa-
sen, ofrecian hacerlo pero, en llegando a la ejecución, se retiraban
del caso, dando buenas esperanzas para adelante. El último suceso que
referimos de esta misión en otra parte, de la mujer que se separó de
su marido por las sospechas que de él tenía, fué ejemplar tan pernicio-
so, que de allí en adelante no hubo forma de que se casase otra por
temor de que les hiciesen traición los maridos. Con esto y no dárseles
mucho a ellos por vivir más al son de sus torpes apetitos, se consiguió
poco fruto y vivían los Padres con algún desconsuelo entre gente tan
obstinada. Pero por el mismo tiempo los consoló nuestro Señor para
que en medio de su trabajo y aflicción no desfalleciesen y pudiesen per-
severar gustosos, esperando el premio de sus trabajos de su poderosa
y liberal mano en la bienaventuranza. Cuál y cómo fuese este consuelo
(89) El Vocabulario de que aqui se habla y del que también dan noticias otras
muchas relaciones, se compuso en San Salvador ; do él sacaron luego copias los dis-
tintos misioneros para su uso y la única copia que se conoce es la que para sí hizo
el P. Jorge de Gela, capuchino flamenco, del que luego hablaremos. Dicha copia se
conserva en la B. N. de Roma (Fondi Minori. 1896, Mss. Varía, 274). El mencionado
vocabulario era trilingüe, como ya dijimos, y fué compuesto por Don Manuel Robo-
redo y por los Capuchinos españoles, sobre todo el P. Buenaventura de Cerdeña.
En 1928 y con el titulo Le plus anden Dictionaire Bantu publicaron ese texto los
jesuitas J. Van Wing y C. Penders, pero no conforme al original sino en congolés,
francés y flamenco (Cfr, nuestro articulo arriba citado).
Aparte de eso el P. Antonio de Teruel compuso más tarde otro Vocabulario más
completo y además cuadrilingüe : Latín, castellano, italiano y congolés. Compuso
asimismo otros muchos libros para utilidad de los fieles, según abajo indicaremos
(Cfr. también nuestro artículo mencionado).
l'J
290
MISIONES CAPUCHINAS EN Ai'RICA
se dirá en el capítulo siguiente con la extensión que piden los sucesos
memorables que allí se refieren.
15. — Ahora concluiremos éste, dando noticia de la ocasión de la gue-
rra que se movió contra el conde de Huandu, a quien fué a confesar
el Padre Fr. José de Pernambuco, pues toca en la misma materia pre-
sente y no hace al caso para adelante. Ya dijimos cómo la reina Zinga
había conseguido la victoria y muerto al conde de Huandu con muchos
de sus soldados y lo que sucedió después de esta derrota. Partióse la
Zinga con su ejército después de haber vengado su agravio y, viendo
los de Huandu que se hallaban sin cabeza que los gobernase, se reduje-
ron de los montes adonde se habían retirado y se volvieron a la banza,
convocaron los fidalgos de la provincia y trataron de elegir conde.
16. — Los pretendientes principales eran dos hermanos del conde di-
funto, o porque realmente eran sus hermanos o porque eran parientes
muy cercanos, que en este reino acostumbran a llamar hermanos a to-
dos los parientes, aunque con alguna diferencia, que no es fácil de en-
tender sino de quien fuese' práctco en la lengua. De estos dos herma-
nos eligió la provincia por su conde al menor y le dió luego la pose-
sión ; en el ínterin el mayor, viendo que no había de negociar nada con
los paisanos, se' fué a San Salvador y se casó con una parienta del rey,
juzgando negociaría mejor por esta vía, como le sucedió, pue's, sin em-
bargo de haber elegido la plebe a su hermano, por no haber confirma-
do el rey la elección, le' nombró por conde a él y le dió licencia para
que fuese a despojar de] estado al electo.
17. — Dispúsose el conde para la defensa y juntó hasta mil hombres
de gue'rra, pero, pareciéndole ser número corto para invadir al ejér-
cito contrario, se valió de la amistad que tenía con el marqués de En-
cusu y le pidió socorro. Fueron éste y sus fidalgos a consultar con los
Padres este negocio y a tomar su parecer : la respuesta que se les dió
fué decirles que, si salían a la guerra, a que les veían determinados,
tratasen primero de ponerse bien con Dios ; que dejasen las concubi-
nas y se casasen como Dios manda, y que después se preparasen con
los Santos Sacramentos de la Penitencia y Eucaristía, por ser tan in-
ciertos los sucesos de las guerras y tan de ordinario morir en ellas los
que las hacen.
18. — A esto respondieron los fidalgos diciendo que los confesasen
por entonces y que, en volviendo de la guerra, se casarían. Conocieron
los religiosos que todas sus palabras eran de cumplimiento, como lo
LA MISIÓN DEL CONGO
291
habían sido otras muchas que les habían dado sobre el caso en varias
ocasiones, y así no les pareció acertado el confesarlos por no contra-
venir a lo que nos enseñó Cristo bien nuestro cuando nos dijo : Nolite
daré sanctum canibus ñeque mittatis margaritas ante parcos. Y así lo
que hicieron fué representarles el peligro de la vida y riesgo conocido
en que se hallaban de perder sus almas por la falta de verdadera con-
trición y propósito de salir del mal estado en que vivían, y que en cas^
tigo de sus culpas seria muy posible que perdiesen la batalla y murie-
sen todos. «No puede ser eso — dijeron — , porque nosotros llevamos el
Rosario al cuello y los contrarios no acostumbran a traerlo así, y por
tanto confiamos en Dios de conseguirla.» Respondieron los Padres di-
ciendo : «Bueno es eso si juntamente tratáis de reconciliaros con Dios
de verdad; p^ro importa poco llevar el Rosario al cuello, cuando tenéis
voluntariamente en el alma y tan de asfento al demonio ; y así para
que el Rosario os aproveche es necesario lanzar de vosotros primero
al demonio.»
19. — Nada de esto fué bastante para reducirles a verdadera peniten-
cia y, como estaban tan resueltos a sahr a la guerra sin aguardar más
razones, tocaron a marchar y se fueron de la banza en busca del con-
de de Huandu. En partiendo de la banza determinaron los Padres, reco-
nociendo el gran peligro de su salvación, que a lo menos el uno fuese
en su seguimiento para predicarles antes de la batalla y exhortarlos a
verdadera penitencia y, después de un acto fervoroso de contrición, ab-
solverlos en la mejor forma posible, pues sería dable se arrepintieran
de corazón, viéndose ya cercanos a la pelea. Fué a esta función el Pa-
dre Fr. Antonio de Teruel y los halló acuartelados ceTca de una po-
blación al abrigo de sus barracas formadas de ramos, que es lo que les
sirve de tiendas de campaña.
20. — Allí supo el Padre cómo estaban resueltos a volverse, tomando
por pretexto que no tenían orden del rey para pasar adelante o por
otros motivos que ellos no quisieron declarar. Por esta causa se volvió
el Padre y les dejó, pero, porque su buen celo no quedase sin premio
y no volviese sin triunfo de la guerra y las manos vacías de despojos,
le concedió Dios el ganarle un alma que, acabada de bautizar, se fué
al eterno descanso, en lo cual se ve lo que e's la fuerza de la predestina-
ción y los inescrutables juicios del Omnipotente en sus caminos y dis-
posiciones, pues, habiendo llegado este religioso a la libata, vecina al
ejército, con ánimo, de dar la vuelta al Encusu y tomar la mañana, se
recogió aquella noche temprano. Apenas comenzó a dormir, cuando
292
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
despertó y oyó un ruido extraordinario de voces de un confuso y las-
timoso llanto ; salió a la calle y se encaminó hacia la casa donde sona-
ban las voces para ver si había sucedido alguna fatalidad y remediar lo
que pudiese. Entró y encontró en ella cantidad de hombres y mujeres
al fuego, cantando, llorando y bailando juntamente, que parece cosa in-
creíble, aunque en la verdad pasó así, siendo el motivo de variedad de
afectos tan encontrados el que se estaba muriendo un niño de pocos
días, al cual pretendían curar con aquellas ceremonias y hechicerías, que
es la cura ordinaria que les ha sugerido Satanás conforme a sus genios
e inclinaciones.
21. — Informóse del caso el Padre y, viendo la barbaridad de aquella
gente y que, estando él tan cerca, no le habían avisado para que bauti-
zase al niño, les reprendió ásperamente ; comenzaron a huir los más y
sólo que'daron allí la madre del niño y otras dos o tres personas ; pidió
agua y bautizó al niño y dentro de pocas horas se fué a gozar de Dios,
habiéndole conservado Dios la vida hasta recibir este santo Sacramen-
to para su mayor felicidad y para consuelo espiritual del religioso, el
cual le tuvo tan grande por reconocer le había tomado Dios por instru-
mento para la salvación de aquella alma ; por lo cual le dió las gracias
y se partió al día siguiente para el hospicio. El marqués y su gente se
volvieron luego a la banza de Encusu, sin haber dado paso adelante, en
medio de su orgullo y gana de pelear ; y dentro de poco tiempo se tuvo
noticia de que, habiendo presentado batalla al conde de Huandu con sus
mil hombres, fué derrotado del contrario con muerte de la mayor parte,
y, puesto en fuga, se retiró con el resto de la gente a los confines del
condado, donde fundó nueva banza para sí.
CAPITULO XXXII
í
En que se refieren algunos casos notables que sucedieron
por este tiempo en San Salvador para aliento
de los misioneros.
1. — Propio es de este santo ministerio sembrar con lágrimas, tra-
bajos y penurias la palabra evangélica, según lo predijo mucho antes el
Rey Profeta: Emites ibant et flebant, inittcntes semina sua (90), pero
también están vinculados a esos trabajos y lágrimas los premios y go-
zos eternos, después de la labor y peregrinación temporal de esta vida,
la cual, por larga y penosa que sea, siempre es corta y ligera respecto
del cúmulo de bienes y felicidades que se siguen a ella. Y así, aunque
preceden a la ida tantos afanes y penalidades que abruman y fatigan,
no por eso deben desmayar en sus tareas, pues, si perseveran fieles en
ellas, a la vuelta se convertirá su tristeza en gozo y entonces dirán sin
zozobra : dichosos trabajos que tanta dicha nos ocasionan, y cantarán
akgres con David : Venientes autem venient cum exulfatione, portan-
tes manipulas suos (91).
2. — Para confirmación de lo dicho y aliento de los nuestros, y espe-
cialmente de los Padres que asistían en el marquesado de Encusu, adonde
era mucho el trabajo y poco el fruto por la tibieza de unos y obstina-
ción de los más en sus vicios, les previno el cielo el consuelo suficiente,
moviendo Dios al tiempo de su mayor aflicción el ánimo del P. Fray
Francisco de Veas, que residía entonces en San Salvador, para que pu-
siese por escrito los dos casos siguientes que sucedieron en aquella
corte y les remitiese una copia de ellos a los demás misioneros del
reino para que diesen gracias a Dios por todo y se esforzasen a tra-
(90) Psalm,. 125, 7.
(91) Psalm.. 12.5, 8.
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
bajar fielmente' y preparasen sus ánimos para los trabajos y persecu-
ciones que en la visión siguiente se Ies anunciaba y después sucedieron
puntualmente.
3. — Habia en San Salvador una mujer casada, sencilla y temerosa
de Dios, la cual era congregante de la congregación de la Purísima
Concepción y del Rosario de Nuestra Señora. Fué un día su marido
al convento, muy triste y afligido, a llamar al P. Fr. Francisco de Veas,
que solía confesarla, y le dijo que su mujer estaba muy enferma de
cierto accidente repentino que le había dado y que tenia que hablarle,
para lo cual le suplicaba se llegase a su casa. El Padre juzgó que que-
rría confesarse y así, sin más dilación, se fué con el marido a su casa.
Entró en ella y halló a la mujer en brazos de otra, acompañada de al-
gunas vecinas, y, tan postrada, que apenas tenía facultad para pro-
nunciar las palabras.
4. — Preguntó el Padre si quería reconciliar-se y respondió que no
tenía entonces necesidad : que para lo que le había enviado a llamar era
para referirle una visión que había tenido, en la cual se le había man-
dado la comunicase' con su confesor. Apartó la gente y comenzó a re-
ferirla en esta forma : «Sabrá Vuestra Paternidad cómo estando enco-
mendándome a Dios, repentinamente quedé privada de los sentidos :
luego vino el ángel San Gabriel y me cogió de la mano derecha y me
llevó por un camino tan angosto, que apenas podía sentar ambos pies.
Delante de mí vi que iba nuestro S. P. S. Francisco, cuya santa cuer-
da me servía de báculo para no caer por senda tan estrecha. Por últi-
mo, llegamos a una gran corte, que no parecía ser la celestial ; allí vi
a Cristo Señor nuestro, sentado en un trono de gran majestad y glo-
ria, y alrededor a los Santos Apóstoles, a S. Miguel al lado derecho y
a nuestro P. S. Francisco al izquierdo, el cual se puso allí con una
vara en la mano ; detrás de los cuales se descubría una infinidad de
santos y bienaventurados y entre ellos conocí al P. Fr. Buenaventura
de Cerdeña y Fr. Gabriel de Valencia, vestidos y adornados de unas
ropas muy preciosas.
5. — «Apenas fui puesta en la presencia del soberano juez, cuando
llegaron dos crueles verdugos, de figura tan horrenda que me causa-
ron gran temor y espanto, los cuales presentaron en aquel tribunal
severo el alma de un infeliz pecador que acababa entonces de salir de
su cuerpo. Estos comenzaron a alegar que aquella alma era suya, por
haber muerto en pecado aquel hombre : dió el juez supremo sentencia
de condenación contra ella, y. aunque mostraba pedía perdón de sus
LA MISIÓN DEL CONGO
297
culpas con lágrimas y suspiros, no le valieron sus ruegos, porque le
fué respondido que ya no era tiempo de misericordia, sino de justicia,
y así aquellos verdugos la arrebataron y se la llevaron al infierno.
6. — «Concluido este juicio, comenzó el divino juez a pedirme cuenta
de mi vida y a hacerme cargo de todas las culpas que habia cometido
y omisiones que había tenido, especialmente en rezar el Rosario de la
Virgen de cuya congregación soy hermana. Yo no hallé qué respon-
der y, viéndome convencida y lo que había pasado, comencé a tem-
blar, juzgando sucedería de mí lo que del alma del otro pecador des-
dichado. Pero no fué así, porque tuve en mi favor el haberme confe-
sado de todas mis culpas con verdadero dolor y haberme aplicado el
Padre algunas indulgencias : con esto me dieron por libre y yo quedé
muy alegre y gozosa.
7. — «Después se acercó a mi el P. Fr. Buenaventura de Cerdeña y
me animó y consoló mucho, diciéndome que sufriera con paciencia la
enfermedad que me sobrevendría desde entonces, porque Dios me que-
ría llevar por camino de espinas y trabajos, como el que había visto,
intes de llegar allí), para que, en muriendo, vaya derecha mi alma a go-
?ar de aquella gloria y bienaventuranza. Añadió después: «Dirásles a mis
lermanos y compañeros los misioneros que se alienten a llevar con
imoroso sufrimiento los trabajos que padecen y las persecuciones que
lan de tener ; que no desmayen en lo comenzado, porque les tiene el
>eñor aparejada grande gloria.»
8. — «Acabado esto, que apenas duró el espacio de un Avemaria, me
•-Ogió de la mano el mismo ángel S. Gabriel, yendo delante nuestro
5. P. S. Francisco, como al principio, y me llevó por un camino muy
incho y espacioso y tan trillado de los muchos que por él pasaban, que
10 se veía en él ni siquiera una hierba. Llegamos al término y halla-
nos en él un despeñadero tan grande, que ponía grima, debajo del
ual había un foso tan profundo que sólo el mirarle causaba horror.
KWí vi confusamente infinita multitud de condenados, cuyas penas eran
1 troces, y tantas que no se podían comprender.
9. — «Las tinieblas de este lugar desventurado eran espesas, que no
.aban lugar a que se viese cosa alguna distintamente ; sólo se oían
iantos y gemidos tristísimos que melancolizaban ; mas con todo eso me
ueron mostradas muchas almas de gente de esta tierra, que estaban allí
or los pecados de amancebamientos y hurtos. Apartóme el ángel de
■ ste sitio y me dijo que enviase a llamar a mi confesor y le refiriese
29^
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
estas cosas para que las predicase, y, hallándome entonces sin habla y
sin vista, me dió el mismo ángel la hierba nmonsusu (es del pais y
a modo de albaca), con la cual dijo me tocase los ojos y la garganta ; i
hícelo así y con eso pude ver». Hasta aquí la visión. '
10. — Refería estas cosas la mujer temblando y de allí adelante
siempre que oía nombrar las penas del infierno, comenzaba a llorar
amargamente y a estremecérsele el cuerpo. Oyó el P. Fr. Francisco de
Veas toda su relación y dándole sobre ella la doctrina conveniente, la
dejó y se volvió al convento. El día siguiente, con deseo de informarse
mejor del caso, hizo nuevo examen dicho Padre y por no estar muy
versado en la lengua, llevó consigo un intérprete ; mandó a la mujer
que en su presencia le refiriese lo que le había comunicado el día an-
tecedente ; obedecídok luego e hizo la misma relación con toda pun-i
tualidad, padeciendo entonces los temblores y estremecimientos que la
vez primera.
11. — Informado el P. Fr. Francisco a su satisfacción, comunicó el
suceso con el Prefecto y demás religiosos, los cuales hicieron examen
de la materia y hallaron haber sido cierta la visión y revelación. LoT
primero porque en sujeto tan sencillo no cabía relación tan concordada
y de cosas tan notables, hablando naturalmente, pues no hacía poco en
saber bien las oraciones, cuánto más distinguir los dos caminos, ancho
y angosto, con las otras circunstancias. Lo segundo, porque son muy
propios efectos de semejantes comunicaciones los temblores y desfa-
llecimientos, que le causaban las especies que le quedaron impresas en
el alma, así del juicio como del infierno y de los dos caminos. Lo ter-
cero, porque estos favores soberanos los ordena Dios regularmente
para mayor utilidad espiritual de las almas, y en esta mujer hizo tal
operación la comuncación referida, que de allí adelante vivió con mucho
ejemplo. Lo cuarto, porque desde entonces se comenzaron a verificar
las cosas que le anunció el P. Fr. Buenaventura de Cerdeña, para sí y
para los religiosos, pues desde aquel día sieTnpre estuvo enferma y con
grandes dolores, que sufrió con admirable paciencia y resignación hasta
la muerte. También comenzaron desde entonces las persecuciones y
éstas fueron de la calidad que veremos más adelante : por todo lo cual
y el examen siguiente conocieron haber sido de Dios la visión y revé
lación y no fraguada por el enemigo ni imaginada por la misma mujer
12. — Pasado algún tiempo llegó a San Salvador el P. Fr. Antonic
de Teruel y, ya noticioso del caso con la ocasión siguiente, supo df
la misma mujer cuanto se ha referido. Salió dicho Padre un día a núes
LA MISIÓN DEL CONGO
299
tra iglesia y otra buena mujer casada, a quien, según le habían dicho
otros Padres, solía nuestro Señor favorecer y revelarla algunas cosas,
le dijo por medio de un intérprete que tenía que comunicarle de parte
de Dios una cosa de mucha importancia. El Padre receló sería en mate-
ria tocante al prójimo y, para hacerse más capaz, llamó a un intérpre-
te cuerdo y temeroso de Dios y, encargándole el secreto que pedíla la
gravedad de la materia y diciéndole la ofensa tan grande que hacía a
su Majestad divina y a su prójimo en revelarla, le ordenó escuchase
a aquella mujer lo que tenia que decirle.
13. — Oyóla el intérprete y dijo cómo Dios estaba muy airado contra
el rey por tenerle muy ofendido por sus pecados y escándalos y que
estaba determinado a castigarle severamente si no trataba de enmen-
darse ; que se lo decía al Padre para que él, como ministro de Dios, se
lo advirtiese o le aconsejase lo que ella debía hacer en este caso. Te-
miendo el P. Fr. Antonio fuese ilusión, aunque no dudaba era cierto
el escándalo del rey, y admitiendo juntamente el daño que se le podía
seguir a la mujer, por ser hombre terrible de condición y vengativo y
que había de venir en conocimiento de ella y mandarla matar, como
había hecho con otras, con ánimo de averiguar si era fingido o verda-
dero lo que había dicho, la examinó en esta forma.
14. — Llamóla y díjola ; «Hermana : ya me he enterado de vuestro
recaudo, pero no parece conveniente que yo hable al rey ; mirad vos si
os atrevéis a decírselo, no obstante' los daños que se os puedan seguir
de que os quite la vida por su fiereza de condición y presumir lo ha-
béis consultado con nosotros.» Respondió la mujer diciendo: «Si Vues-
tra Paternidad me lo manda o aconseja, desde aquí iré a hablarle y, a
trueque de ejecutar la voluntad divina y el consejo de Vuestra Pater-
nidad, me expondré a que me persiga y quite la vida.» Dijo esto la mu-
icr con gran resolución por una parte y con igual rendimiento por otra
al consejo y determinación del Padre ; pero, aunque ésta fuera señal
de buen espíritu y en la opinión de los demás religiosos tenía asegurado
crédito, por haberla hallado puntual en los sucesos y dedicada siem-
pre a lo mejor y más perfecto, con ejemplo y edificación singular de
aquella corte, con todo eso no tuvo por acertado el dejarla ir ni tam-
poco el hablarle él al rey privadamente, así porque fueran indubitables
los daños que recelaba y él endurecerse más su corazón, como porque en
los sermones y pláticas, que de ordinario acudía a ellas, se podía enca-
minar el aviso con más claridad y menos nota. Por tanto, le dijo que
300
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
encomendase a Dios el negocio y que en otra ocasión más oportuna le
advertiría privadamente de sus pecados y escándalos.
15. — Nótase aquí para adelant-e que la persecución que ks vino luego
a todos los misioneros y les anunció en la revelación de la otra mujer
el P. Fr. Buenaventura de Cerdeña, tuvo su principio en la corrección
que se hizo privadamente al rey, aunque con la prudencia y discrección
que se verá, no obstante las advertencias indirectas en las pláticas y
ser ya público su escándalo. Pero en el ínterin referiremos el examen
que hizo en esta misma ocasión el P. Fr. Antonio de la revelación pri-
mera. Encontró a la mujer que la tuvo en la iglesia y llegando adonde
estaba la saludó y preguntó algunas cosas para más certificarse de lo
que le habían escrito a Encusu. Mandóle a la mujer que le refiriese lo
que había pasado y ella se lo manifestó con la misma puntualidad que
lo dijo, acabado de suceder. Pero con todo eso le hizo algunas réplicas
para más asegurarse ; la una fué que ¿ cómo habiendo muerto ya en-
tonces otros religiosos, no vió en aqviella gloria más que a los Padres
Fray Buenaventura de Cerdeña y Fr. Gabriel de Valencia? Respondió
a esto : «Padre, otros había allí también, además de los dos, pero como
yo no los vi nunca en esta ciudad, no los pude conocer ; habían muerto
en otras provincias.»
16. — Preguntóle más: «Dígame: si solas las almas están en el cie-
lo y no los cuerpos y allí no hay vestidos ni hábitos, ¿cómo conoció
eran Capuchinos los Padres que vió en aquella gloria?» Respondióle
a esta pregunta diciendo: «¡Oh Padre mío! Muy diferentes hábitos ,
son aquéllos, que son de gloria ; pero muy a las claras se veía eran Ca-
puchinos.» Otras preguntas le hizo a este modo y a todas respondió
con mucha propiedad ; por todo lo cual quedó satisfecho dicho Padre
de que lo que se le había escrito era cierto y así no pasó más adelante
en la averiguación ; y reconocietido se comenzaba ya la persecución que
les anunciaba uno y otro suceso, trató de disponer su ánimo, como les
demás Padres, para padecer y sufrir lo que Dios fuese servido en-
viarles, j
17. — Otro caso sucedió por este mismo tiempo en .San Salvador, en
que se manifiesta la misericordia de Dios para con los pecadores y la
piedad de su Santísima Madre en ser nuestra abogada y medianera.
Nadie extrañe tales prodigios en reinos tan remotos y adonde abundan
los vicios con tanta copia, como hemos visto, pues la mano de Dios no
está abreviada a solos los reinos católicos ni a las buenas almas que
habitan en ellos, porque en todas partes tiene Dios quien le conozca,
II
LA MISIÓN DEL CONGO
301
ame y sirva, y esto «n todos tiempos y edades. Verificándose en eso lo
que predijo el profeta Joel y explicó a los hebreos de Jerusalén San
Pedro, después de la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles v
discípulos, como se refiere en el capítulo II de los Actos Apostólicos,
cuyas palabras son las siguientes y se pudieran comprobar con muchos
y raros ejemplos maravillosos de los siglos pasados y presentes : Et
erit in iiozñssimis diebus, dick Dominus, effundam de Spiritu meo super
omnem carnem; et prophetabunt filii vestri ct filiae vestrae, et juvencs
vestri visión^ videbunt et séniores vestri somnia somniabunt. Et qui-
dem super servos meos et super ancillas meas m diebus illis effundam.
de Spiritu meo et prophetabunt , et dabo prodvgia in coelum sursum el
signa in térra deorsum, sangninem, et rgiiem et vaporem fumi (92).
18. — El caso, pues, sucedió de esta forma. Enfermó un hombre ca-
sado y, habiéndose confesado conforme lo tenían dispuesto los religio-
sos, porque no muriera sin Sacramentos, como miserable se dejó ven-
cer del enemigo y calló en la confesión el que actualmente tenía una
manceba. Habiendo sucedido esto así, quedó el hombre con el remor-
dimiento de conciencia que se puede presumir, que en tales casos el
mayor verdugo es el estímulo de la propia conciencia ; pero con todo
eso se quedó en su culpa y sin procurar salir de ella. A este tiempo la
majestad de Dios, usando de su infinita misericordia, en vez de cestigar
a este hombre severamente, 'le dispuso a la gracia por el medio siguien-
te, para que conozcamos cuán cierto es que su Majestad no desea la
muerte del pecador, por abominable que sea, sino que se convierta y
viva.
19. — Estaba, pues, este hombre sentado al fuego, vacilando sobre el
sacrilegio que había cometido en callar su pecado en la confesión, y
en e,ste tiempo llegó una mujer venerable a él, tapada con una manti-
lla blanca, y 'le dijo : «Levántate y vente conmigo, porque mi hijo te
espera para decirte lo que conviene a tu salvación.» Salieron ambos de
casa y, habiendo caminado algún espacio fuera de la población sin ha-
blar palabra, se le apareció luego Cristo Señor nuestro, puesto en la
cruz, y le dijo las siguientes palabras : «Mira lo que por ti he padeci-
do y la sangre que vierten mis llagas. — reparó corría sangre de todas
ellas — , y tú. en lugar de serme agradecido viviendo en santidad y jus-
ticia, me ofendes a todas horas y has intentado engañar a mis ministros
en la confesión. Basta ya lo pasado : confiesa enteramente tus culpas v
f92) Joel. 2, 28-30.
302
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
trata de vivir en pure'za contentándote con la mujer propia : y si no
lo haces, sabe que vas muy presto a padecer eternamente en los in-
fiernos.»
20. — Dijo estas palabras el S^ñor con rara severidad y luego desapa-
reció la visión ; pero quedó el hombre tan compungido por una parte
y tan temeroso por otra, que luego inmediatamente envió a llamar al
confesor y públicamente se confesó de sus culpas con gran dolor y
arrepentimiento. Despidió la manceba y contó lo que había pasado a
los circunstantes y de allí a pocos días, estando ya muy enmendado en
la vida, permitió Dios perdiese el juicio, disponiéndolo así su Majes-
tad por ser infinita su misericordia, a lo que se puede creer piadosa-
mente para que no tuviese ocasión de perder en adelante su amistad y
gracia, según lo que dice del justo el libro de la Sabiduría, es a saber:
Placens Dco factus est dilectus, et v'wens inter peccatores translcutus
est. Rapitus est iie nmlitia mutaret intellectum ejus, aut ne fictio deci-
peret aniinam illius (93). »
m) .Sap., 4, 10.
i
i
CAPITULO XXXIII
\
De la embajada de los Padres Fr, Angel de Valencia y
Fr. Juan Francisco de Roma y sus resultas.
1. — En el capítulo XVIII dejamos a estos Padres despedidos del
Príncipe de Orange con la negativa a la petición que hicieron por parte
del rey del Congo, en orden a que los de la Cámara de Holanda die-
sen pasaporte a los Capuchinos que en adelante navegasen aquellos
mares a sus misiones. Al mismo tiempo recuperaron los portugueses
a Angola, con que no fué necesario el pasaporte de los holandeses ; y
así pasaron dichos Padres a Flandes y desde allí a Roma a dar la em-
bajada que llevaban al Sumo Pontífice, habiendo gastado año y medio
desde que salieron del Congo en tan largo y penoso viaje.
2. — En llegando a Roma visitaron a los Eminentísimos Cardenales
de la Sacra Congregación de Propaganda Fide ; diéronles noticia de los
felices progresos de la misión y del intento con que los enviaba el rey
de Congo. Solicitaron después audiencia secreta de Su Santidad y en
ella le refirieron a Su Beatitud los motivos de la embajada ; cuan obe-
diente hijo a aquella Santa Sede era el rey, el singular afecto con que
recibió en su reino a los religiosos y el fruto que se hacía y esperaban
conseguir no sólo en el Congo sino también en otros reinos vecinos,
si se aumentase el número de operarios. Mostró Su Santidad, como
Padre amantísimo y celosísimo de su grey, el gozo y consuelo espiri-
tual que había recibido con tal informe y, después de haber discurrido
sobre varias cosas, tocantes a aquellas cristiandades de Africa, les echó
su bendición y los despidió diciendo que daría brevemente orden para
la función pública en que diesen la obedieticia en nombre del rey (94).
(94) Los PP. Angel de Valencia y Juan Francisco de Roma llegaron a la Ciudad
Eterna el 19 de marzo de 1648. Lo que sucedió en las audiencias habidas con el Papa
20
3o6
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
3. — Señalóles para este efecto el día 9 de mayo del año 1648, y con
asistencia de muchos señores Cardenales, Arzobispos, Obispos y Pre-
lados dieron la obediencia con todas las ceremonias que se acostum-
bran y se pudiera, aunque se hiciera en nombre de uno de los mayores
reyes de Europa, pues, a la verdad, no le faltó circunstancia alguna,
sino sólo la cabalgata, la cual excusaron los Padres embajadores por
atender a la modestia de su hábito y profesión. Nuestro Rvdmo. P. Fray
Simpliciano de Milán, entonces Procurador de la Curia y después dig-
nísimo General de la Orden, hizo una breve y elegante oración en ala-
banza de] rey Don García II y después los Padres embajadores dieron
la obediencia en su nombre a Su Beatitud y le presentaron las cartas
de obediencia y creencia, escritas en lengua portuguesa, que traduci-
das al castellano, dicen así :
Carta de Obediencia
4. — «Santísimo Padre : Doy a Vuestra Santidad con todo mi afecto la
obediencia, como hijo que soy de la Santa Iglesia Romana, y junta-
mente las debidas gracias por el cuidado que Vuestra Beatitud ha te-
nido de enviarme ministros evangélicos para este reino del Congo. Su-
plico a Vuestra Santidad que los que me enviase de aquí adelante,
sean religiosos de San Francisco Capuchinos, porque yo y todo mi reino
los estimamos mucho, como a verdaderos siervos de Dios, y sean en
buen número, porque el reino es grande y en todo él no hay sino dieci-
seis sacerdotes y por esta razón padecen los pueblos en lo espiritual
mucho. También suplico a Vuestra Santidad que, junto con los minis-
tros evangélicos, se digne enviar Obispos a este reino para que puedan
consagrar otros Obispos y ordenar sacerdotes, para que de esta forma
venga a conservarse la religión católica en el Congo. Y, finalmente:
Vuestra Beatitud se digne también de concederme las gracias que yo
he comunicado a boca a mis embajadores para el bien universal de este
reino, las cuales no van por escrito por no cansar a Vuestra Santidad,
cuya persona y dignidad suprema conserve nuestro Señor para bien
de la cristiandad. Del Congo, a 5 de octubre de 1646. Hijo obedientí-
simo de Vuestra Santidad, el rey Don García.»
Carta de creencia
5. — «Santísimo Padre : Por esta mi carta de creencia y escritura, fir-
mada de mi mano y sellada con el sello de mis armas reales, constituyo
cfr. Bullarium Ord. FF. Min. Cap., VII, p. 195, y PAIVA MANSO, o. c, pp. 189-92, '
que In toma del Bullarium. Aqui puede verse también la carta de obediencia que en-
tonces dió el rey del Congo al Pn()a fp. 197). i
LA MISIÓN DEL CONGO
307
por mis embajadores a Vuestra Santidad a los Reverendos Padres Fray
Angel de Valencia y Fr. Juan Francisco de Roma, predicadores Capu-
chinos, Misioneros Apostólicos en este reino del Congo, y les doy todo
mi poder y facultad, como si yo personalmente y por mi propia real
persona lo hiciese, para poder decir, hablar y alegar en todas las ma-
terias importantes al bien y utilidad de esta corona del Congo con Vues-
tra Beatitud, y que en todo se les dé entero crédito. Que todo cuanto
trataren y determinaren con Vuestra Santidad en mi nombre, lo doy
por bien hecho y por firme y valedero. Del Congo, a 5 de octubre
de 1646. Hijo obedientísimo de Vuestra Santidad, el rey Don García.»
6. — Su Beatitud, después de haberlos recibido con paternal amor,
significó el gozo grande que tenía en oír que el rey fuera tan obe-
diente y devoto hijo de la Santa Sede Apostólica ; que él, como Pastor
universal de la santa Iglesia, tendría siempre particular cuidado de su
persona y no faltaría a dar entera satisfacción a las súplicas que el rey
le hacía en cuanto fuese posible. Mudando luego de estilo, aunque no
de afecto, pasó luego a exhortar a los embajadores peleasen valerosa-
mente e'n servicio de Dios y de la Santa Sede, animándoles con palabras
de sumo consuelo a la perseverancia y tolerancia en los trabajos y
ofreciéndoles todo auxilio necesario.
7. — Concluida esta devota y reverente función, les dió Su Santidad
su Apostólica Bendición, y, haciendo la genuflexión acostumbrada, se
retiraron fuera de la pieza de la audiencia. Quedáronse con Su Santi-
dad los Eminentísimos Cardenales de la Sacra Congregación de Pro-
paganda Fide y les encomendó la expedición de la misión del Congo y
la del Benín, que se decretó entonces. La Sacra Congregación trató
luego de la materia y de satisfacer a los ruegos devotos del rey Don
García; determinóse enviarle Obispo y treinta y cuatro religiosos, que
se nombraron con la brevedad posible por irse ya acercando los calo-
res y mutaciones. También concedió Su Santidad la mayor parte de las
gracias que pidió el rey, y demás a más le envió, por señal de especial
amor y paternal afecto, una corona bendita de su mano, de plata so-
bredorada y guarnecida de diferentes piedras preciosas, con la carta
o breve siguiente, que, traducido del latín en castellano, dice' así:
8. — «INOCENCIO PAPA X.— Carísimo en Crísto hijo nuestro:
Salud y Apostólica Bendición. — ^Teniendo en el amor y caridad pater-
nal de nuestro pecho, conforme al oficio de nuestro apostolado, todos
3o8
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
los pueblos del orb^ cristiano, atendemos con más particular cuidado
a aquellas ovejas del rebaño de Cristo, que viven bajo de otras partes
del cielo más distantes y remotas de nosotros, para que los que aparta
de su amantísimo Pastor la distancia de las tierras, los junte a su abri-
go la continua cercanía del amor y vigilancia. Nos, pues, cuidando con
especial benevolencia de tu Majestad y reino del Congo, según habrás
entendido por otras letras nuestras, y mirándoos paternalmente por
causa de la religión, hemos visto el deseado y devoto reconocimiento
de la obediencia que has dado a Nos y a nuestra Santa Sede ; el cual,
recomendado del abundante testimonio de tus cartas y de la embajada
de nuestros amados hijos Fr. Angel de Valencia y Fr. Juan Francisco
de Roma, del Orden de los Capuchinos, la recibimos con nuestra apos-
tólica benignidad, de muy buena gana, abrazando amantísimamente a
tus embajadores, de los cuales hemos entendido tus necesidades espi-
rituales y las de las iglesias de ese reino ; daremos en breve forma, se-
gún Dios quisiere, para que se acuda conforme la posibilidad y el
tiempo a vuestro remedio. En el ínterin nos hemos alegrado sumamen-
te por la sed que tenemos de la salud de vuestras almas, de tu insigne
piedad en defender con tanta dihgencia esos pueblos del contagio asi
de los infieles como de los herejes, y te exhortamos a que lo continúes
con mayor esfuerzo más y más cada día. Que como no se les ha dado
debajo del cielo otro nombre en el cual conviene que nos salvemos, si-
no el nombre de Jesús, así falsamente usurpan la gloria de este nom
bre los que se apartan del rebaño de Cristo y de la guarda de su Pas-
tor, a quien el mismo Cristo Señor nuestro encomendó sus ovejas pa-
ra que las apacentase. Así, pues, carísimo en Cristo hijo nuestro, con
todas las fuerzas de tu ánimo, trabaja tanto en conservar como en di-
latar en esas partes la verdadera fe de Jesucristo, en la cual sólo ^está
la salud ; y con todo el corazón ten cuidado en cultivar la justicia, la
piedad y las demás cristianas virtudes, que con gran gozo hemos oído
te ha concedido el Padre de las lumbres y, aumentadas suavemente,
puedes estar persuadido que tus cosas y las de tu reino estarán perpe-
tuamente en nuestro corazón. En lo demás deseamos que el Omnipo-
tente Rey de los reyes, dé a tu Majestad, a la reina tu mujer y a tus
hijos, felices sucesos colmados de su verdadera alegría ; a los cuales
damos amantísimamente nuestra Apostólica Bendición para salud de
las almas y de los cuerpos. Dadas en Roma, en Santa María la Mayor,
debajo del anillo del Pescador, día veinte de mayo de mil seiscientos
y cuarenta y ocho, y de nuestro Pontificado el año cuarto.» El sobres-
LA MISIÓN DEL CONGO
309
crito decía así : «Al carísimo «11 Cristo hijo Don García, rey del
Congo» (95).
9. — En esta misma ocasión, juntamente' con el socorro de religio-
sos que la Sacra Congregación mandó despachar para el Congo, insti-
tuyó otra nueva misión para el reino de Benín, cercano al del Congo,
nombrando por Prefecto de ella al P. Fr. Angel de Valencia, uno de
los embajadores, con otros catorce religiosos. De esta misión habla-
remos en su lugar y ahora continuaremos con las resultas de la em-
bajada, después de' la cual fué nombrado Viceprefecto para conducir
al Congo los nuevos misioneros, el P. Fr. Juan Francisco de Roma,
el cual asimismo llevó la corona al rey, por los accidentes que ocu-
rrieron antes de salir de Roma dicho Padre (96).
(95) Cfr. el texto latino de esta carta en el liiiUarimii. VII, p. 197.
(96) Tres cosas pidieron los dos mencionados Padres, llegados a Roma como em-
bajadores del rey del Congo : nuevos misioneros, un Obispo para el Congo y una
corona para el rey y asimismo que se declarase al hijo con derecho a sucesión. En
cuanto a esto último Roma nada dijo : se contentó con enviar al rey una corona ben-
decida por el Papa. En cuanto al Obispo ya veremos en los capítulos siguientes lo
que hubo, asi como respecto a los misioneros pedidos. Por de pronto el P. Angel
de Valencia, nombrado Prefecto de la nueva misión del Benin, se embarcó rápida-
mente para España a gestionar embarcación. El P. Juan Francisco quedó en Roma,
ventilando el asunto del Obispo y otros pormenores.
I
t
I
I
CAPITULO XXXIV
I
Refiérese el viaje del P. Fr, Angel de Valencia a España
y cómo la Majestad Católica de nuestro monarca don
Felipe IV mandó dar los despachos y medios necesarios
para la conducción de ambas misiones.
»
1. — 'Habiendo corrido con la prosperidad que hemos visto los des-
pachos de la embajada y en tan breve tiempo como se ve, pues aun no
llegaron los días a doce, así por el abrasado celo de Su Beatitud como
por la vigilancia de los Eminentísimos Cardenales de la Sacra Congre-
gación en resolver las materias que propusieron los embajadores, pudo
despacharse presto el P. Fr. Angel de Valencia para venir a España
a dar forma conveniente para el navio de ambas misiones. Con este
designio, habiendo besado el pie a Su Santidad y tomado su bendición
y licencia, salió de Roma con Fr. Félix de Mons a los primeros de ju-
nio, dejando allí al P. Fr. Juan Francisco de Roma, con quien había
venido del Congo, para que acompañase al Obispo que la Sacra Con-
gregación había nombrado para aquel reino y para que llevase la co-
rona que S. S. enviaba al rey, dejando asimismo resuelto que se habían
de venir a juntar con el favor de Dios unos y otros misioneros a España
en el puerto de Cádiz.
2. — En saliendo dicho Padre de Roma fué a visitar la casa santa de
Loreto para consagrarle en ella a Dios y a su Santísima Madre la nue-
va peregrinación emprendida por su amor. Desde allí pasó a Génova
a buscar los misioneros que ya con igual fervor le esperaban para em-
barcarse a España. Ofrecióse conducirlos no sólo a este reino, sino al
del Congo, gustando de ello nuestro católico monarca, Paulo Mara-
botte, devotísimo de la Capucha y capitán de un famoso galeón nuevo
llamado la Reina Ester. Pero llegando nuevos avisos de que aun se de-
314
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
t«nía la armada francesa en las costas de Génova con mira de coger el
nuevo bajel con las muchas y ricas mercancías de que iba cargado, ha-
biendo pocos días ames dado caza a siete galeras de Nápoles y a Jua-
netín Doria, su general, hasta casi dentro del puerto de Génova, rece-
ló el capitán algún mal suceso y así resolvió prudentemente detenerse
algunos días hasta que, enterado de que los franceses se habían retira-
do a Tolón, determinó hacerse a la vela a once de septiembre de 1648,
rogando a los religiosos que se embarcasen dos días antes.
3. — Hízose esta función con devota solemnidad, acompañando a los
misioneros procensionalmente los religiosos del convento de 'la Purísi-
ma Concepción y la mayor parte de la nobleza de aquella ciudad en
barcos y falucas que aprestaron para el caso. Apenas llegaron al ga-
león cuando una marita que corría se convirtió en tormenta espantosa,
que duró dos días, en Jos cua'les no habiendo concluido el capitán sus
negocios y siendo preciso el detenerse más tiempo, considerando el Pa-
dre Fr. Angel el daño de cualquier detención por corta que fuese, para
negociar en Madrid la segunda embarcación para los del Congo, y
viendo que partía de Génova para España Don Francisco de Andrada
y Castro, Arzobispo de Palermo y electo Obispo de Jaén, volvió a tie-
rra y i-e suplicó se sirviese de admitirk en su navio. Aceptó el ruego
este Iillmo. Prelado, esclarecido en sangre, en letras y en religión, y,
uni'endo la piedad con la grandeza, tuvo a su mesa todo el viaje a los
Padres Fr. Angel de Valencia y Félix de Mons, asistiéndoles en todo
con regia magnificencia.
4. — Llegaron a Valencia felizmente y desde allí vinieron a Madrid.
En el convento de San Antonio se repararon algunos días de las fati-
gas de tan largo viaje y luego pusieron en ejecución la pretensión de
los bajeles y navios necesarios para la conducción de ambas misiones.
Para el mejor efecto de ella fué el P. Fr. Angel a visitar al Nuncio de
Su Santidad, Don Julio Rospigliosi, Arzobispo de Tarso ; presentóle
las cartas de recomendación que trajo deí Pontífice y de la Sacra Con-
gregación para que favoreciese la causa de la misión con nuestro Rey
Católico.
5. — Por este medio tuvo el P. Fr. Angel audiencia con S. M. y puso
en sus reales manos el Breve de S. S., en el cual representaba los be-
neficios que los reyes del Congo habían recibido de los serenísimos Re-
yes Católicos, sus gloriosos progenitores, pidiendo los continuase con
el rey presente, confiando de su real celo y grandeza y de lo que le de-
bía la religión católica, ampararía esta misión. Con el Breve acompañó
LA MISIÓN DEL CONGO
dicho Padre la carta de creencia del rey Don García, dando cuenta a
Su Majestad de los sucesos de la misión hecha debajo de su real auxi-
lio, así de palabra como por escrito, presentándote la relación de ella
según se imprimió en Italia en lengua toscana (97).
6. — Faltan palabras para referir la grande y rara benignidad con que
nuestro Católico Monarca oyó el razonamiento de dicho Padre y reci-
bió el Breve de S. S., la carta del rey del Congo y la relación, mos-
trando y dando a entender cuánto se alegraba de saber lo que Dios ha-
bía obrado en aquellas partes y el fruto que por medio de los misione-
ros se había cogido. Con que de su grata, piadosa y cristiana respues-
ta concibió ei P. Fr. Angel segurísimas prendas de su buen despacho.
Remitiólo al Consejo de Estado, al de Indias y Junta de Portugal y,
comenzando a correr por todos tres el negocio, no pudo efectuarse con
la brevedad que el sumo celo de' sus ministros deseaba. Y así, para darle
más calor, volviendo a hablar el Nuncio a S. M., representando las con-
veniencias de esta misión, ios deseos de Su Beatitud y las instancias del
rey del Congo, dió esta católica respuesta: «Cuando este negocio no
fuera gusto de Su Santidad, bástame a mí ser tan conocidamente de la
gloria de Dios y salvación de tantas almas para que lo haga despachar
con brevedad». Palabras por cierto dignas de monarca tan grande, pri-
mogénito de la Iglesia y columna suya y que deben esculpirse en los
corazones de los prestntes y venideros que son los bronces más per-
durables.
7. — Tuvo después otra audiencia el P. Fr. Angel, señalada por Su
Majestad para el domingo de Ramos por la tarde, que, como en ella
se había de tratar de la honra de Dios y exaltación de su santísimo
nombre, tuvo gusto en oírle en día tan solemne' y en que se hallaba tan
desocupado de otras tan grandes materias, como ocurren en esta mo-
narquía. De la gratitud y regia benevolencia de S. M. en esta segunda
audie'ncia recibió dicho Padre más confianza para representar de nuevo
con el debido rendimiento los muchos bienes espirituales que con la
brevedad del despacho se podían conseguir y los inconvenie'ntes que de
la tardanza de él podían resultar ; a lo cual no con menos agrado y apa-
cibilidad que en la primera audiencia sino con mucha mayor, le res-
(97) Se trata de la relación del P. JUAN FRANCISCO DE ROMA, que se im-
primió con el siguiente título : Breve Relacione del successo della Missione dei Ca-
ppucini al Regno del Congo..., Roma (1648). En ese mismo año se publicó la segun-
da edición en Nápoles.
316
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
pondió repetidas veces S. M. diciendo : «Que con mucho gusto k ha-
ría despachar.»
8. — Viéronse muy presto los efectos de su admirable celo, pues hizo
consulta el Consejo de Estado a S. M. a nu€ve de abril y dió su parie-
cer en esta materia la Junta de Portugal, por incluirse el Congo en la
demarcación de este reino, según lo prescrito por la Santidad de Ale-
jandro VI en la Bula expedida y declaración hecha el año de 1493, donde
el duque de Abranles, su presidente, en quien corrieron iguales el celo
del servicio de Dios y del rey, y Don Gabriel de Almeida, secretario
de ella, esforzaron las conveniencias de la misión y con la consulta y
parecer referido, fué servido S. M. de resolver lo siguiente:
0. — Que por el Consejo de Indias se diese embarcación a Fr. An-
gel de Valencia y a cuarenta y tres compañeros para las misiones del
Congo y del Benín y las demás cosas necesarias para su viaje y todo
el favor y ayuda que fuese menester para el buen efecto de su jornada,
por ser como es enderezada a una obra tan heroica como la de la con-
versión de tantas almas. Este fué el tenor del decreto y de esta reso-
lución dió aviso Don Fernando Ruiz de Contreras, Caballero del Or-
den de Santiago, del ConSiejo Real de las Indias, Secretario del Supre-
mo de Estado y del Despacho general, después de haber esforzado esta
negociación con todo celo, piedad y devoción en la parte que le pt'do
tocar, a Don Juan Bautista Sáenz de Navarrete, caballero del Orden
de Alcántara, del Consejo de S. M. y su Secretario en el Real de In-
dias, que con igual cristiandad y fineza asistió a la ejecución última de
esta materia.
10. — Pocos dias después, para abreviarlo más, se sirvió S. M. desde
el Real Sitio de Aranjuez enviar otro decreto en confirmación del pri-
mero, mucho más cumplido, pues hablaba en él S. M. mismo con el
Consejo de Indias y venía firmado de su real mano. Con que se volvió
a reconocer el sumo e incomparable celo y piedad cristiana de nuestro
rey, y más hallándose fuera de Madrid y en las recreaciones del cam-
po, no perdió de vista la causa de Dios, que había tenido tan a su
cargo.
11. — Deseaba el Consejo la más pronta ejecución, pero la forma y
el modo de disponerla tenía muchas dificultades que' vencer y en alla-
narlas les fué preciso gastar algunos días, y al P. Fr. Angel también el
volver por tercera vez a los pies de S. M. y hacer nuevas instancia.^
con Don Luis Méndez de Haro y Guzmán, Marqués del Carpió y Du-
LA MISIÓN DEL CONGO
que' de Olivares, su primer ministro, que desde el principio favoreció,
guió y fué la mayor parte en la dirección de esta materia, como podía
y debía esperarse de su cristianísimo celo.
12. — Venciéronse los inconvenientes, confirmando S. M. por bercera
vez con benignísima piedad la merced primera y, viéndose el último de-
creto en el Consejo de Indias a dos de agosto, día de Nuestra Señora
de los Angeles, tan conocidamente protectora de la Orden y de esta
apostólica misión, acabó de tener el expediente deseado la pretensión.
Porque Don García de Avellaneda y Haro, Conde de Castilla, como
Presidente del Consejo, mostrando su devoción y piedad y todo el Con-
sejo pleno resolvieron se ejecutara puntualmetite el orden que S. M. ha-
bía dado, despachando la merced en la forma que veremos en el capí'"-
tulo siguiente.
I
CAPITULO XXXV
!
I
I
:iál
Póncse el tenor del decreto para el envío de las dos
misiones y dáse noticia de los sujetos que fueron nom-
brados para ellas.
1. — Una de las grand-es fatigas que se padecen en las misiones es,
sin duda, la que se incluye en la disposición y prevención de ellas, pues
primero que llegan a efectuarse los medios, avios y condiciones, se pa-
san muchos meses y aun años de gran mortificación, así en acudir a
los tribunales como en visitar los ministros de ellos, a veces con aguas
y malos temporales, pasando muchos dias, aun corriendo prósperamen-
te los negocios, en los patios y antesalas, sin poder lograr ocasión por
los muchos y continuos embarazos de los Consejos y ministros. De
donde' se infiere les viene a tocar la mayor parte del trabajo a los Pa-
dres que por su ministerio o por comisión se dedican a solicitar seme-
jantes despachos. En cuya solicitud suele de ordinario hacer de las su-
yas el adversario común para retardar, ya que no pueda impedir, por
no darle Dios esa permisión, los negocios y su más breve expediente.
2. — Mucho le costó al P. Fr. Angel de Valencia esta negociación y
se reconoce en que, habiendo corrido las cosas prósperamente, gastó
en diligenciar el despacho desde' el 29 de noviembre de 1648 hasta el 1
de febrero de 1651, en que se embarcaron ambas misiones en Cádiz.
También le tocó su buen pedazo al P. Fr. Francisco de Roma en dis-
poner las cosas de su misión hasta conducirla a Cádiz, pues, habiendo
determinado la Sacra Congregación, según dijimos, enviar Obispo al
Congo y que éste fuera Capuchino, los religiosos, por su humildad, lo
recusaron con la eficacia posible y así eligió para esa dignidad a un
21
322
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
sacerdote romano virtuoso, que poco antes habia convertido en colegio
su casa y deseaba pasar con alguna misión a Persia (98).
3. — Aprobó S. S. el dicho nombramiento y, después de consagrar
para el Congo a dicho Obispo, le dió facultad Su Beatitud para que |
pudiese allá consagrar Obispos con asistencia de los Padres misioneros.
Supo esta elección el Emmo. Cardenal Don Bernardino Albornoz, en- [
tonces embajador de España, y como tal se opuso a ella, alegando to-
caba a nuestro rey católico el nombramiento, como a rey de Portugal, (
por haberle dado el' Papa Clemente VIII el jus patronatus de presentar i
Obispo al señor Rey Felipe II. Con este motivo se suspendieron las co- ;
sas hasta dar cuenta a S. M. el Cardenal Albornoz.
4- — Supo el P. Fr. Angel el nuevo embarazo de Roma y, para ocu-
rrir a las diligencias que se podían interponer en menoscabo de las mi- ;
siones, representó a S. M. lo mucho que importaba fuese dicho Obis- ,
po al Congo para que la religión y fe cristiana se estableciera y aumen- | i
tase en aquel reino ; y respondió S. M. con su acostumbrada piedad y ' \
celo, diciendo : «Dejadlo a mí, no tengáis cuidado». Y, pasados ocho (
días, le mandó dar el despacho con estas palabras dignas de tan cató-
lico monarca : «Vaya — dijo — al Congo el Obispo que ha nombrado la
Sacra Congregación de Propaganda Fide : establézcase la fe de Cristo , ,
en aquel reino ; atiéndase a la gloria de Dios y salvación de las almas ¡
y en ninguna razón de Estado se repare.» , j
\
5. — Este despacho de S. M., tan digno de eterna memoria, entregó
su secretario, Don Fernando Ruiz de Contreras. al P. Fr. Angel de
Valencia, en dos pliegos sellados con el sello mayor de las armas de
Su Majestad. El uno para el Cardenal Albornoz y el otro para el duque
del Infantado, entonces embajador de Roma. Remitiólos ambos al Pro-
curador general de la Orden, que lo era nuestro Rmo. P. Simpliciano
de Milán, el cual respondió al recibo diciendo : que se había edificado
sobremanera la Sacra Congregación de ver Ta piedad y celo incompa-
rables de nuestro católico monarca, pero que el Obispo nombrado pa-
(98) El nombramiento de dicho Obispo m partibus infideliuni jiara el Congo fué
efectivamente un hecho Lo más n.itural era que hubiese .sido un Capuchino ; pero
el Procurador general de la Orden pidió fuese designado un sacerdote secular. coiih>
as! se hizo en efecto en la persona de un sacerdote napolitano de relevantes prenda.-,
llamado Francisco Stayban, siendo nombrado el 3 de agosto de 1648 Administrador
Apostólico del Congo v Arzobispo de Constantina (Cfr. P. TERUEL, ms. c. p. 112,
y P. HILDEBRAND. o. c, p. 109V
I
LA MISIÓN DEL CONGO
ra el Congo se habia partido ya para una misión de Persia (99). Por
esta causa no se envió Obispo al Congo entonces, según se deseaba y
convenía, y, porque no se retardase más la embarcación, mandó Su Ma-
jestad al Consejo de Indias librar cuanto antes los despachos, como lo
hizo en la forma siguiente.
(i. — EL REY. — Mis Presidente y jueces oficiales de la Casa de Con-
tratación de la ciudad de Sevilla : Fr. Angel de Valencia, de la Orden
de los Capuchinos, me ha representado por la via de mi Consejo de
Estado, que, habiendo pasado al reino del Congo con licencia mía en
compañía de los primeros misioneros de' su Religión, que fueron a él,
después de muchos trabajos que padecieron, se les admitió para la pre-
dicación y enseñanza de nuestra santa fe católica. Y, reconociendo aquel
rey el fruto qut habian hecho y deseando se continuase la predicación,
le envió para su embajada para que en su nombre acudiese a S. S. y a
mí y pidiese obreros que nuevamente volviesen a la predicación del
Santo Evangelio ; para cuyo efecto se necesitaba de cuarentra y tres re-
ligiosos, por traer a su cargo dos misiones : la una en el reino del
Congo y la otra en el del Benín, para la cual le había nombrado la Sa-
cra Congregación de Propaganda Pide por Prefecto, y que, respecto de
su instituto y pobreza y que viven de limosna, no podrían ejecutar su in-
tento por sí solos, suplicóme que para que obra tan del servicio de
Dios tenga efecto, fuese servido de dar licencia a algún capitán dueño
de mar para que los llevase, concediéndole permisión para que de aque-
llos reinos pueda sacar alguna cantidad de esclavos negros y navegar-
los -j. los puertos de las Indias, pagando los derechos que debiese. Y
habiéndoseme consultado sobre ello por el dicho mi Consejo de Esta-
do, tuve por bien de remitir al de Indias el punto de la licencia de sacar
esclavos del reino del Congo para llevarlos a ellas, ordenando se viese
lo que convenía hacer y se me consultase. Después de lo cual resolví
por consultas de dicho mi Consejo de Estado y de la Junta de Portu-
(99) Efectivamente : asi sucedió. El Cardenal se opuso resueltamente al envío
de dicho Obispo al Congo, pretextando el derecho de presentación por parte del rey
de España. No obstante que el P. Angel de Valencia insistió ante Felipe IV, expo-
niendo que dicho Obispo no llevaba más fin que atender a las necesidades de la mi-
sión del Congo y para que pudiese ordenar sacerdotes, y no obstante que el Consejo
de Estado, vistas las razones del P. Valencia, las dió por buenas y mandó al Car-
denal -Albornoz no se opusiese al nombramiento de dicho Obispo, cuando se comunicó
a Roma esa decisión, ya el mencionado Obispo había partido para Persia (Cfr. el me-
morial del P. Valencia y las contestaciones del Consejo de Estado (Simancas. — Esta-
do, Leg. 2.669) en nuestro trabajo Los Capuchinas españoles en el Congo y sus tra-
bajos en pro de la formación del clero indígena, en España Misionera. II (1945), p.
200-206).
324
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
gal, que por el de Indias se diese al dicho Fr. Angel de Valencia y a
los demás religiosos que ha de llevar consigo, embarcación y las de-
más cosas necesarias para su viaje y todo él favor y ayuda que fuera
menester para conseguirla. Y, por no haberse hecho, me volvió a re-
presentar las causas y consideraciones que se ofrecían para que tuviese
efecto esta misión y se facilitase el darle la embarcación y permisión
que tenía para su viaje y de los dichos cuarenta y tres religiosos. Y,
atendiendo a la justificación de ellas y a lo que debo asistir y ayudar
a tan santo y piadoso intento para la propagación de la santa fe ca-
tólica, he resuelto últimamente que con el dicho Fr. Angel de' Valen-
cia y los demás religiosos que hubiesen de pasar con él al reino del
Congo, se haga lo mismo que se hizo con Fr. Francisco de Pamplona
y los que llevó consigo, así en cuanto a darle la embarcación como en
todo lo demás ; en cuya conformidad os mando dispongáis el viaje del
dicho Fr. Angel de Valencia y de los cuarenta y tres religiosos que
van con él a las dichas misiones, buscando persona para que se encar-
gue de llevarlos y, habiéndola hallado, ajustaréis con ella la per-
misión que se les hubiere de dar para navegar esclavos negros a tierra
firme o Nueva España en el número que pareciere conveniente y nece-
sario respectivamente en esto al mayor número de personas que ahora
ha de llevar el dicho Fr. Angel de Valencia. De suerte que el cómputo
de' la permisión de los negros para la costa y el porte del navio sea uno
y otro en proporción de la que se concedió al dicho Fr. Francisco de
Pamplona para 13 compañeros. Y con esta concesión se hará la regula-
ción de modo que se puedan suplir los gastos que hubieran de' hacer los
dichos 43 religiosos que ha de llevar el dicho Fr. Angel ; de
Suerte que vayan remediados y consolados y que el que los llevare
tenga algún aprovechamiento, con calidad que haya de pagar en los
puertos de las Indias los derechos que debiere de las piezas de escla-
vos que se le permitieren navegar para que lo que esto importare se
convierta en la paga y satisfacción de los juristas e interesados. Y,
ajustada la dicha permisión en la forma referida y habiendo asegurado
con fianzas la permisión, la persona con quien concertáredes, que cum-
plirá el asiento que con éí hiciéredes en razón de llevar los dichos re-
ligiosos derechamente a la parte del reino del Congo y del Benín, que
ellos señalaren, les daréis el despacho y registro necesario para hacer
su viaje a los puertos de tierra firme o Nueva España, que se acostum-
bra y llevar a ellos los negros que se concedieren, para que los gober-
nadores y oficiales de mi Hacienda los dejen entrar, pagando los de-
rechos que debieren ; a los cuales advertiréis cobren lo que importa-
La misión del congo
325
ren y qu€ lo remitan luego a esa casa para convertirlo en la paga y
satisfacción de los juristas e interesados en la renta de esclavos ne-
gros, y en orden a esto prevendréis todo lo que tuviéredes por más
conveniente para el buen cobro de ello y que así es mi voluntad, sin
embargo de estar prohibido navegar negros a 'las Indias, que por esta
vez dispenso con las órdenes que de ello tratan, quedando en su pu-
reza y vigor para lo demás adelante. Encárgoos que por ser esta obra
tan del servicio de Dios, procedáis en el cumplimiento referido con
toda brevedad para que los religiosos no se detengan en esa ciudad,
sino que sin dilación alguna partan a la conversión de aquellos infieles.
Y de lo que en razón de este hiciéredes y ejecutáredes, me daréis cuen-
ta muy particularmente en el mi Consejo de las Indias. Fecha en Ma-
drid, a once de agosto de mil seiscientos y cuarenta y nueve años. —
YO EL REY. Por mandado del rey nuestro señor, Juan Bautista Sáenz
Navarrete. Señalada de los de la Cámara del Consejo Real de las In-
dias (100).
7. — Este fué el tenor del despacho, y de esta misma calidad otros
que antes y después de estas dos misiones en otras mandó dar S. M., en
todos los cuales resplandece su admirable piedad y celo de la religicm
católica y la suma devoción y afecto que tuvo a la Capucha. Por lo
cual y por otros muchos favores y beneficios que le hizo en , tiempo
de su reinado, vive y vivirá para siempre grabada su memoria en los
corazones de sus hijos, y especialmente en los de la Provincia de Cah-
tilla, por más favorecidos de su real amparo y magnificencia, para
quienes, a expensas de su Real Patrimonio, mandó fabricar los con-
ventos reales de El Pardo y de Santa Leocadia de Toledo, y juntamen-
te con su dignísima consorte, la señora reina Doña Isabel de Borbón,
el de Madrid llamado de La Paciencia, en reverencia y desagravio de las
injurias que ciertos pérfidos judíos hicieron en aquel sitio a la sacro-
santa imagen de Cristo crucificado.
8. — Aunque fueron nombrados cuarenta y tres religiosos para am-
bas misiones, no pudieron pasar todos a ellas, así por haber muerto
algunos como por causa de la peste que se padecía entonces, en la cual
murieron otros. De los nombrados para el Benín fueron con su Pre-
fecto, Fr. Angel de Valencia, los siguientes : Fr. Tomás Gregorio de
Huesca, Fr. José de Jijona, Fr. Eugenio de Flandes, Fr. Bartolomé
(100) PELLICER, o. c, í. 44v. También lo copia PAIVA MANSO, o. c, pp.
208 210.
326
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
de Viana, Fr. Felipe de' Híjar y los Hermanos Fr. Gaspar de Sos y
Fray Alonso de Tolosa, Religiosos Legos.
9. — Para la misión del Congo fueron con su Viceprefecto, Fray
Juan Francisco de Roma, los siguientes : Fr. Esteban de' Ravena, Fray
Francisco María de Escío, Fr. Jerónimo de Luca, Fr. Francisco María
de Volterra, Fr. Erasmo d€ Forno, Fr. Jorge de Gela, Fr. Jerónimo de
Cerdeña, Fr. Angel María de Cerdeña, Fr. Bernardino de Hungría,
Fr. iLudovico de Pistoya, y los Hermanos Fr. José de Bassano, Fr. Ju-
nípero de San Severino y Fr. Isidoro de Minglonico, Religiosos Legos ;
todos de espíritu muy alentado, de virtud aprobada y de las prendas y
suficiencia de letras y prudencia que se requiere, pues los más no sólo
eran predicadores pero habían ocupado diferentes puestos v prelacias
en sus Provincias (101).
ilOlj Hemos de advertir que mientras todos los historiadores convienen en dar
los nombres de los religiosos destinados a la misión del Benín, hay grandísima va-
riedad por lo que se refiere a los del Congo ; tanto que mientras el P. CAVAZZi
(o. c, Libro V, cap. I, p. 318) cita treinta y uno, el P. CESINALE (o. c, III. p.
577) no pone más que dieciocho. Tampoco convienen en muchos nombres.
CAPITULO XXXVI
I
I
Parten ambas misiones de Cádiz, refiérese su navegación;
llegan a Canarias, y desde allí se dividieron cada una
para su reino. Aportan a Soñó los del Congo, donde
hallan la noticia de la muerte del Padre Fr. Buenaven-
tura de Alessano, Prefecto de la misión.
1. — Partióse de Madrid para Sevilla el P. Fr. Angel de Valencia
con los despachos de S. M. para el Presidente y jueces oficiales de l'a
Casa de la Contratación, y ya a este tiempo le esperaba en Cádiz con
los religiosos de Italia el P. Fr. Juan Francisco de' Roma, a quienes
condujo allí desde Génova, según dijimos, Paulo Marabotte, buscán-
dose después dos bajeles buenos, y el asentista que hizo la obligación de
conducirlos, les proveyó, según el orden de S. M., de todo lo necesa-
rio para el viaje con mucha liberalidad y abundancia. Concluidos los
negocios en Sevilla, fué a nuestro convento el Sr. Arzobispo Pimental
y les dió su bendición a los Padres misioneros que se hallaron allí.
Después los fué a despedir la Comunidad procesionalmente hasta la
orilla del río Guadalquivir, donde tenían prevenido un barco longo para
pasar a Cádiz.
2. — Desde aquí prosiguieron su viaje, haciéndose a la vela el día 1 de
febrero del año 1651, cada misión en su navio, en los cuales ell día si-
guiente, dedicado al misterio de la Purificación de nuestra Señora, di-
jeron sus misas e hicieron la ceremonia de bendecir las candelas y la
procesión. En el discurso del viaje todos los días decían misa, canta-
ban Vísperas y Completas y las Horas Menores con las letanías de nues-
tra Señora. Levantábanse poco después de media noche, rezaban las
letanías mayores y tenían una hora de' oración mental, sirviéndoles de
oratorio y coro para estos y otros santos ejercicios comunes y priva-
dos la cámara de popa.
330
MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA
y. — Con este orden de vida y próspero viento llegaron a desembar-
car a la Gran Canaria, donde fueron recibidos con suma caridad y aga-
sajo, como sietnpre, del gobernador y de toda la nobleza y ministros
de S. M., todos los cuales instaron mucho a los Padres sobre su an-
tigua pretensión de que se quedasen alli algunos para fundar convenio
en la isla. No llevaban orden de los Superiores para eso y así se ex-
cusaron con ese título, satisfaciendo a sus devotos y afectuosos ruegos
con recíprocos agradecimientos y con emplearse el tiempo que allí es-
tuvieron en hacer misión, predicando y confesando a la gente de la
isla con suma edificación de todos, hasta que volvieron a meterse' en
los navios.
i. — Partieron de Canarias los dos bajeóles, tomando cada uno desde
allí diferente rumbo. En tratando de la misión del Benín, diremos sus
particularidades ; ahora la dejaremos en este estado y proseguiremos
con la del Congo hasta concluirla. Fueron, pues, navegando con el
deseo de ir a tomar puesto a Pinda, pero, a pocos días, porque no les
faltase el ejercicio de paciencia, permitió Dios les saliese al encuentro
im navio pechelingue de herejes piratas, muy bien armado de gente y
municiones de guerra. Embistió luego con el de los misioneros, cau-
sándoles la turbación que se deja conocer. Encomendáronse muy de
veras a Dios y a la Reina santísima de los ángeles y, viendo la forzosa
y que no había otro remedio en lo humano que o entregarse para pe-
recer miserablemente o pelear para defenderse, resolvieron tomar las
armas y ayudar en lo que' pudiesen.
5. — Asistióles Dios tan benigno en el combate, que al fin salieron
vencedores, quedando muertos muchos de los contrarios y destruido el
navio y, para que la victoria fuese más gloriosa y no se pudiese dudar
se había conseguido con auxilios especiales del cielo, permitió la Ma-
jestad divina que, sin embargo de haber disparado los herejes piratas
innumerables cañonazos, así de artillería como de mosquetes y arcabu-
ces, ninguno de los nuestros recibió el menor daño ni su bajel, siendo
muy considerable el que tuvo el de los contrarios, d cual, según des-
pués se supo, llegó tan destrozado a uno de aquellos puertos de Africa,
que quedó inútil para poder volver a servir en adelante.
6. — Al fin, desembarazados de este tropiezo, cantaron a Dios las
gracias por la victoria, siendo tan señalada, que pudieron decir : Can-
temus Donúno, glorióse enim magnificatus est, equum et ascensorem
LA MISIÓN DEL CONGO
33t
projecit in mare, etc. (102). Prosiguieron el viaje felizmente, hasta
lle'gar a Pinda, puerto de Soñó ; allí desembarcaron y, en llegando a la
banza, supieron de los religiosos que residían en ella cómo pocos días
antes había pasado de esta vida a la otra en San Salvador el P. Fray
Buenaventura de Alessano, primer Superior y Prefecto de aquella mi-
sión, cuyas virtudes admirables nos llaman a una devota digresión en
la cual observaremos el orden y brevedad que con otros religiosos de
quienes hasta aquí hemos hecho mención en sus propios fugares (103).
7. — Fué el P. Fr. Buenaventura de Alessano hijo de la Provincia de
Roma y de tan santas costumbres y buenas prendas, que ocupó en
ella varios puestos y aun, cuando le nombró Prefecto Ta Sacra Congre-
gación para el Congo, se hallaba actualmetite Guardián de uno de sus
conventos. Dotóle Dios de un espíritu generoso y muy robusto y, para
ensayarse en el ministerio que después ejercitó con singular pruden-
cia y alabanza de todos, así propios como extraños, se' entregó desde su
entrada en la religión a un género de vida maravilloso. Su oración era
tan frecuente y fervorosa que parecía vivía de solo ese manjar ; en ella
padecía continuos éxtasis y fuera de ella andaba siempre elevado. De
aquí procedían efectos tan soberanos, que se abrasaba en amor de
Dios y en celo de la salvación de las almas de sus prójimos y, para
desahogo de tan sagrado volcán, no habla medio que no intentase por
costoso que fuese.
8. — Era incansable en atormentar su cuerpo con rigurosas discipli-
nas, cilicios y austeridades, entre las cuales observó por muchos años
una bien extraordinaria y singular, cual fué no comer ni beber cosa
alguna sino de ocho a ocho días, que venía a ser los domingos. Si bien
eti el Congo le rogaron sus compañeros, viendo sus grandes fatigas y
la poca sustancia de los manjares, templa&e aquel rigor, tomando cada
día alguna cosa, y el santo Padre, por condescender con sus devotas y
continuas instancias, les obedeció en eso, más por mostrarse rendido
y complacer a sus ruegos que' por dar al natural ese alivio, y así se
redujo a comer cada día tres o cuatro nicefos o plátanos, lo cual obser-
vó hasta la muerte.
9. — Causábales a todos admiración su rara abstinencia y sobre todo
el que, comiendo los domingos el manjar que se servía en la comuni-
(102) Exod., 15, 1.
(103) El P. Buenaventura de Alessano falleció el 2 de abril de 1651, cuando se
disponía a pasar a misionar al reino de Macoco, para lo cual había obtenido previo
permiso de la Congregación.
332
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
dad, nunca le hacía daño, a que se añadió otra circunstancia de no me-
nor admiración, cual era tener siempre buena salud y muy vivos los
colores del rostro, aún siendo ya anciano. Las influencias del tiempo
jamás le inmutaban, de suerte que ni sentía el frío ni el calor y, con
set tan excesivo el de aquella tierra, nunca sudaba. Era de mediana
estatura y de aspecto venerable y gracioso, y de tan amable conversa-
ción que se llevaba tras de sí los afectos de cuantos le trataban. De
este venerable varón podía decirse, según refieren sus compañeros, lo
que el Doctor Irrefragable Alejandro de Ales solía decir de su discípu-
lo y Seráfico Doctor San Buenaventura, al contemplar en éj la igualdad
de sus costumbres, la santidad de vida, la hermosura de su cuerpo, la
modestia de su rostro, su condición afable y la dulzura de sus pala-
bras: «Que no parecía haber pecado en él Adán.»
10. — Nunca le vieron ocioso y siempre bien ocupado ; los pocos ratos
que le dejaban libre las ocupaciones del gobierno, las gastaba entre día
o en la celda escribiendo los rudimentos de la Gramática para instruc-
cWyn de la juventud, o en el confesonario. Viendo ya plantada en aquel
reino 'la misión tan felizmente, deseó mucho pasar a comunicar la luz
del Santo Evangelio al reino de Macoco, que entonces era todo de gen-
tiles, y desde allí al imperio de los abisinios, para cuyo efecto escribió
a la Sacra Congregación suplicándola señalase Prefecto para la misión
del Congo ; mas cuando llegó la licencia, ya había pasado a mejor vida,
a gozar, como se cree piadosamente, el premio de sus virtudes y traba-
jos. Tenía orden, eti las facultades que se le concedieron en Roma, de
nombrar sucesor en el oficio ; y, después de muerto, hallaron entre sus
papeles el nombramiento que tenía ya hecho en la persona del Padre
Fray Jenaro de Ñola, compañero suyo antiguo y religioso de aventa-
jadas prendas, el cual quedó por Prefecto hasta que dejó el oficio por
los motivos que adelante veremos.
11. — Antes de pasar el P. Fr. Buenaventura de Alessano a esta mi-
sión del Congo, estuvo algunos años trabajando en la de Constantino-
pla, en la cual tuvo por compañeros, entre otros, al P. Fr. Bernardino
de Hungría, que a 'la sazón residía en el Congo, varón a todas luces
grande y de quien varias veces hemos hecho mención. En Constanti
nopla tuvieron ambos compañeros diferentes ocasiones en que experi-
mentaron el buen pasaje del Gran Turco para con los Capuchinos, pues
hallaron en él benignidad, estimación y buen tratamiento, negociándo-
les Dios primeramente este auxilio y benevolencia de aquel infeliz
príncipe, y, secundariamente, su modestia, pobreza y desinterés de las
LA MISIÓN DEL CONGO
333
cosas de esta vida, materia en que reparan todas las naciones del orbe
y especialmente los turcos por su nativa avaricia. Con eso y ver que
los nuestros aplican únicamente su cuidado en aquellas tierras de sus
dominios a la salvación de las almas, sin atender a otros fines tempo-
rales, no conformes a la predicación evangélica, no sólo les permite en
sus reinos en diferentes misiones, pero hallan en todas partes buen
pasaje.
12. — Es muy digno de memoria el suceso que les acaeció a dichos
Padres en este tiempo con el abuelo de Mahomet IV. que al presente
tiene el cetro del imperio otomano, hallándose ambos en Constantino-
pla, celebrando en el barrio de los cristianos la procesión del Corpus.
Sucedió, pues, que al mismo tiempo acertó a pasar por la misma calle
el Gran Turco en su carroza, y, admirado éste, sobre curioso, de ver
la devoción y reverencia con que hacían su procesión los cristianos,
mandó parar el coche y que el Padre que llevaba la custodia se' acer-
case al estribo para verla.
13. — Llegó el religioso y los cristianos con sus luces y le preguntó
qué función quería ser aquella. A lo cual respondió : «Que aquel culto
y solemnidad se la consagraban los cristianos a la Majestad suprema
de Cristo, hijo de Dios vivo, que por nuestro amor y su infinita mi-
sericordia se habia hecho hombre y redimidonos con su pasión y muerte
del pecado y del infierno y merecídonos la gloria eterna ; el cual, como
todopoderoso y amante finísimo de sus redimidos, después de muerto
y resucitado, quiso quedarse para siempre entre nosotros sacramenta-
do debajo de aquellos accidentes que veía en la sagrada hostia para
remedio común de nuestras necesidades, y que, en memoria y agra-
decimiento de tan soberanos beneficios, le ofrecían aquel culto y reve-
rencia cada año, según S. M. veía.»
14. — Mandóle después que se acercase más para ver bien el viril ;
puso las manos en la peana de la custodia, sin quitarse los guantes y,
lleno de admiración, prorrumpió en estas palabras : «Grande es vues-
tra fe, grande es vuestra fe, grande es vuestra fe.» Apartó l'as manos
y mandó prosiguiesen su procesión ; díjole el religioso entonces se sir-
viese S. M. de darle los guantes, porque, habiendo tocado con ellos
cosa tan sagrada, no era justo ni decente sirviesen a usos profanos ni
a cosa que no fuese del culto divino. En oyendo esto, se los quitó al
instante y se los dió sin pasar a más razonamientos. Partió luego el
coche y con eso prosiguió la procesión.
334
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
15. — Vióse manifiestamente en esta ocasión el afecto y benignidad
de este infeliz emperador para con los Capuchinos y la excelencia de
nuestra santa fe católica, pues fué alabada y aplaudida por grande y
admirable con repetidas admiraciones de un infiel en medio del caos
de tinieblas y de errores «n que vivía. Finalmente cumplió sus dias el
V. P. Fr. Buenaventura de Alessano y para cerrar el último se previno
con los santos Sacramentos. Dió a sus subditos muchos y saludables
documentos y, cargado de méritos y virtudes, eii una santa y venerable
ancianidad, pasó de esta vida a la eterna a gozar el premio de sus tra-
bajos. Fué sepultado en la iglesia de nuestro convento de San Salva-
dor, concurriendo a su entierro toda aquella corte, aclamándole todos
por varón santo y verdaderamente lo fué. Esta es la noticia que hemos
podido adquirir de sus religiosas operaciones ; de lo singular de su vida
no se duda habrá cosas muy especiales, pero aquí sólo tratamos de lo
público y notorio a los que le trataron y comunicaron durante la mi-
sión.
CAPITULO XXXVIÍ
(
i
Comienza a ejercer su oficio de Prefecto el P. Jenaro de
Ñola; padecen varias enfermedades los nuevos misioneros;
mueren algunos y llegan los demás a San Salvador; háce-
sele al rey la correción de sus faltas públicas, disimula
el enojo y comienza la persecución de la misión.
1. — 'Habiendo muerto el P. Fr. Buenaventura de Alessano y dejado
por su sucesor al P. Fr. Jenaro de Ñola, comenzó éste a ejercer su
oficio de Prefecto y a gobernar las misiones del Congo. En el tiempo
de su prefectura tuvo mucho que' ofrecer a Dios por los motivos que
iremos viendo, pero la robustez de su espíritu y virtud magnánima,
junto con el auxilio divino, le dieron valor para todo. A poco tietnpo
de entrado en el gobierno llegó la nueva misión a Soñó y con más
prevención de las cosas necesarias y forzosas para el ministerio que
fueron los primeros y segundos misioneros. Diéronles noticia en Eu-
ropa los Padres Fr. Angel de Valencia y Fr. Juan Francisco de Roma
de la falta que hacía en el Congo de todo 'lo que conduce al ministe-
rio, y con eso llevaron para cada misionero un baúl con ropa de sacris
tía y algunas arcas de libros e instrumentos para cultivar las huertas ,
todo lo cual se repartió entre todos por hallarse faltos de estas cosas
y no encontrarlas fácilmente en el reino ni en Ibs vecinos.
2. — En llegando a Soñó enfermaron algunos gravemente, probándo-
les el clima, como sucede a todos los que pasan de Europa. Los demás
tiraron rectamente a San Salvador con el P. Fr. Juan Francisco de
Roma, que deseaba llegar para dar razón de su embajada después de
tan largo tiempo. Apenas llegaron a la corte cuando lo supo el rey y
sin dilación alguna les fué a visitar, recibiéndolos con las ceremonias
de piedad y agasajo que en otras ocasiones, especialmente al Padre em-
22
338
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
bajador, el cual en aquella primera visita le hizo relación de su emba-
jada y de lo mucho que el Sumo Pontífice se había alegrado de su obe-
diencia, insiinuándole el paternal afecto con que deseaba los aumentos
espirituales y temporales de S. M. y de todo su reino, y que, como a
hijo muy amado, le tendría siempre' en su memoria para asistirle con '
especiales favores y gracias, como S. M. lo podía reconocer por el
Breve de S. S. que llevaba y la corona real que le enviaba.
3. — Quedó gozosísimo con esta relación y muy en su gracia el Pa-
dre Fr. Juan Francisco por lo bien que lo había hecho en su embaja-
da. Despidióse luego de los Padres y, conociendo habían de ser en
adelante frecuentes las visitas, antes de entregarle la corona, se discu-
rrió el modo para lograr con esa ocasión la coyuntura más convenien-
te para el efe'cto que deseaban y los traía no sólo cuidadosos sino escru-
pulosos en suspender más largo tiempo 'la ejecución. Habían, pues, al-
gunos meses antes celádoles a los Padres ciertos excesos y vicios pú-
blicos del rey, pueda ser que a él le parecieran ocultos ; que el culpado
y enfrascado en las culpas suele ser en esta parte de la caHdad de la i
perdiz, que, con tener escondida la cabeza, imagina que nadie la ve el
cuerpo. Mas éstos llegaron a ser tan públicos, que vivía la corte y aun
el reino escandalizados y todo era clamores y susurros, descargando
este cuidado en las conciencias de los religiosos para que' solicitasen
el remedio como ministros de' Dios e independientes de todo temporal
respeto .
4. — Conocieron luego los Padres los daños que se iban derivando
de tan malos ejemplos y que todo cedía en ruina de las almas y en me-
noscabo de lo que habían trabajado hasta etitonces, verificándose a la
letra en esto lo que dijo San Agustín, hablando de los pastores y su- (
perlones, es a saber: Omnis qiii in conspelctu eorum quibus praepost-
tus est, male zñiñt, quantum in ipso est, ottmes occidit, et forte qui
imitatur, morUur, qui non imitatur, vivit; tamen quantum ad illmn per-
tinet, ambos occidit. Por lo cual no sólo es justa la corrección sino de- )
bida, pues lo uno publice peccantes palam sunt corripiendi, segúii San
Pablo, y lo otro, según la instrucción que da a su discípulo Timoteo,
Peccantes coram ómnibus argüe, ut et ceteri timorem habeant (104).
.1
5. — Viendo estos desórdenes y clamores del pueblo y que cada día '|
se iban esforzando más las voces, se hicieron cargo del remedio lios »
(104) I Timot., 5, 20.
LA MISIÓN DEL CONGO
339
Padres y k solicitaron por los medios más prudentes y discretos que
alcanzaron, procurando en todo la mayor gloria die Dios y los aciertos
y buen crédito del rey para aumento de su corona y de !a cristiandad
de ella. A los principios se procuró dar doctrina general en los sermo-
nes contra los vicios de la tiranía y lascivia, en que principalmente cul-
paban al rey, pero, como no se diese por entendido ni se viese enmien-
da, fué preciso guiar la materia por otro camino y, pareciendo el más
decente y templado hablarle a solas, cuando volviese al convento a ver
a su embajador, se acordó se ejecutase así.
6. — Fué el día siguiente a visitar, como solía, a los nuevos misione-
ros y, después de recíprocos y urbanos cortejos, mandó el Prefecto se
retirasen los Padres compañeros y qu-e se quedasen con él los Padres
Fray Juan Francisco de Roma y Fr. Francisco de Veas, éste para ser-
vir de intérprete, por ser ya muy práctico en la lengua, y el otro por
lo que le estimaba el rey. En viéndose solos, le dijo el Prefecto al Pa-
dre Francisco le hiciese relación a S. M. de los puntos que le había co-
municado a solas y, captada primero la Ucencia para hablarle, comenzó
su razonamiento en esta forma.
7. — «Señor : por los informes que ha hecho a Vuestra Majestad su
embajador, el P. Fr. Juan Francisco, que está presente, habrá enten-
dido io mucho que el supremo Padre y Pastor de la Iglesia católica
ama y estima la persona de V. M. y a todos sus vasallos, especialmen-
te por lo que ha sabido del gran celo de V. M. en que se propague y
dilate la religión católica y se arranquen los vicios y malas costum-
bres que ofuscan la hermosura de la virtud y el decoro de un reino
cristiano. Para este fin ofrece Su Beatitud todo auxilio a V. M., libra-
do en los sacrosantos méritos de Cristo y en los de sus escogidos, de
cuyo tesoro dispensa y dispensará siempre liberalisimamente con Vues-
tra Majestad, y, por lo que toca a medios temporales, anda tan próvi-
do y vigilante, como se ve, pues no cesa de enviar operarios que cul-
tiven este reino, en medio de la distancia que se interpone y de' los gran,
des trabajos y peligros de la vida que se padecen por mar y por tierra.
8. — «También habrá reconocido V. M. en nuestro trato, pues hace
algunos años que lo experimenta, cuán fieles capellanes suyos somos y
lo mucho que nos hemos esmerado en servirle, gratificando en eso los
favores que de V. M. hemos recibido. En esta consideración y respec-
to de reconocernos acreedores a tos créditos de V. M. por muchos tí-
tulos y singularmente por ver deslucidos con hechos contrarios cuan-
340
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
tos actos heroicos ha ejercitado hasta estos últimos tiempos, de que se
han seguido muchas malas consecuencias y escándalos en la república,
no excuso representar a V. M. primeramente las ofensas de Dios para
que' las evite y se arrepienta de ellas, pues, aunque todos los pecados
dañan y se deben evitar, aquellos principalmente deben excusarse que
sirven de tropiezo y escándalo a la república, por cualquiera de los cua-
jes, según enseña S. Gregorio, es digno el agresor de tantas muertes
cuantas son las personas que ha escandalizado con su mal ejemplo, en
lo cual habla el santo de los príncipes y superiores por lo que les toca
dar buen ejemplo.
9. — «Secundariamente tengo que suplicar a V. M. que, supuesto son
tan notorias 'las cosas y que el Sumo Pontífice le envía a V. M. una
corona real en señal del especial amor que le profesa y que ésta la ha
de' recibir V. M. públicamente, por ser bendita de su mano, será bien
que esto se haga de calidad que conozcan todos los vasallos la tiene
bien merecida. La mejor satisfacción para el pueblo es poner total en-
mienda en 'los vicios y especialmente en abstenerse del galanteo de la
princesa cuñada de V. M., moderando los ímpetus de la cólera en la
administración de la justicia y portándose con equidad y benignidad
con los vasallos, mayormente con los príncipes, pues son las columnas
principales que' sustentan el edificio de una monarquía. V. M. ha eje-
cutado tales y tales crueldades, ajenas de un príncipe cristiano y de
toda buena razón, por cuyos motivos es poco amado. Algunos viven
mortificados y oprimidos y otros, y no los menos, desenfrenadamente,
por vet el mal ejemplo de V. M. y lisonjearle en eso. Hay también en
el reino muchas hechicerías y supersticiones y necesita V. M. ocurrir
a este daño con su real autoridad para que cese.
10. — «Finalmente, Señor, el estado y constitución de las cosas es
éste y su noticia nos llega vivamente al alma, por lo que deseamos la
gloria de Dios, la salvación de los hombres y el buen crédito de V. M. y
que en todo el mundo sea notorio su ceío de la religión católica. Ha-
llámonos padres y maestros espirituales de V. M. y como tales debe-
mos atender a su persona y operaciones y singularmente a su salva-
ción. Esto conviene' así y no careciéramos de culpa y reprensión, si en
materia de tanta consecuencia obrásemos de otra suerte o con menos
claridad. Cesando estos inconvenientes, tendrá V. M. a Dios propicio,
gozará pacíficamnte su corona y la religión cristiana tendrá el argu-
mento que deseamos.»
LA MISIÓN DEL CONGO 341
11. — Oyó la corrección el rey con silencio y al parecer con estima-
ción, pero con gran sentimiento interior por verse descubierto en sus
faltas y más delante de los que deseaba tener por testigos irrefraga-
bles de su celo en el servicio de Dios y que era forzoso noticiasen al
Papa de todo si no se calificaba con la enmienda. Disimuló cuanto pu-
do 'la pena pero no tanto que no la manifestase algo desde entonces ;
despidióse de los Padres con disimulo, sin faltar a aquellas demostra-
ciones de piedad que acostumbraba, y, porque no cogiese de susto a
los demás religiosos el secreto, y anduviesen advertidos, se lo partici-
pó después el Prefecto. De allí a pocos días comenzaron a reconocer
la acedía de ánimo que ocultaba en su pecho y que el saludable consejo
se le había convertido en ponzoña. Vióse lo primero en que no le mos-
traba el afecto que solía al Prefecto, siendo su amigo antiguo, ni al
Padre Fr. Francisco de Veas, a quien también tenía particular cariño.
También se reconoció en el poco agasajo que hizo de allí adelante al
Padre Fr. Juan Francisco de Roma y, si bien como astuto no arrojó
entonces, como solía, el vene'no que había concebido, pero cuanto tar-
dó más en lanzarle de sí, fué después más cruel el despique v tanto,
que llegó al extremo que adelante veremos.
12. — ^Por este mismo tiempo murieron algunos misioneros de los
nuevos ; en Soñó el P. Fr. Erasmo de Forno, flamenco, después de ha-
ber padecido con invicta paciencia los dolores continuos de una llaga
encancerada en una pierna : en San Salvador murió el P. Fr. Jeróni-
mo de Cerdeña, de una recia enfermedad de calenturas, ocasionada de
los trabajos del camino y destemplanza del clima. Allí enfermaron
también los Padres Fr. Angel María de Ordeña y Fr. Jerónimo de
Luca, de hidropesía, causada de las malas aguas, ardor de la tierra y
falta de sustento. Por esta causa les envió el Prefecto al convento de
Loanda para ver si con la asistencia de médico y mejor sustento po-
dían convalecer ; mas no les surtió efecto la mudanza y así dentro
de pocos días, habiéndose preparado con los Santos Sacramentos, les
sacó Dios de las servidumbres de' esta vida mortal para el eterno des-
canso, premiándoles, como se espera de su infinita bondad, en tan cor
to tiempo, lo mucho que desearon adelantarse en su servicio y en la
conversión de las almas.
CAPITULO XXXVIÍI
Dejan los religiosos de Encusu aquella misión y pasan
al marquesado de Pemba; dícese la causa de la mudanza
y el fruto que se hizo en Pemba.
1. — Hasta aquí hemos tenido ocupados en la cultura espiritual de
Encusu a los Padres Fr. José de Pernambuco y Fr. Antonio de Te-
ruel ; campo a la verdad estéril por las malas inclinaciones y calidades
de sus naturales, pero, respecto de que pasaron luego a otro ameno y
fecundo, cual es el marquesado de Pemba, conviene decir primero el
motivo que tuvieron para hacer este tránsito y suponer ante todas co-
sas que no deben desmayar los misioneros por ver el poco fruto que
a veces se suele hacer en algunas provincias, en medio del trabajo y
afanes que les cuesta el reducir a penitencia a los hombres. Lo uno
porque su premio no está precisamente vinculado en las reducciones,
sino en los trabajos y desvelos que en ellos se padecen. Ite et vos in
vineam meam et quod justum fuerit, dabo vobis (105). Esto es lo que
manda el Padre celestial de familias a sus ministros y lo que a ellos les
toca ; lo demás es obra de su divino poder y misericordia, que la prac-
tica cuándo y cómo es servido.
2. — Lo otro porque, o Dios justifica su causa para mayor cargo y
condenación de tales gentes rebeldes a sus llamamientos y a las voces
d€ sus predicadores, o quiere ejercitar a éstos con trabajos para zan-
jar en ellos insensiblemente y poco a poco los sólidos cimientos del
edificio espiritual que pretende levantar después en las tales tierras o
provincias, segTÍn la disposición de los tiempos prefinidos en sus divi-
nos decretos. Por tanto, ni el operario evangélico debe cesar en su mi-
(105) Math., 20, 4.
346
MISIONES CAPUCHINAS EN Al'RICA
nisterio por no coger el fruto colmado que desea, pues al fin : Qui se-
nvimnt in lacrimis, in íxwltaííone metent (106), ni tampoco vanagloriar-
se cuando encontrase frutos pingües y abundantes, pues, como dice
San Pablo : Ñeque qui planlat est aliquid, yiequc qui rigat, sed qui in-
crementum dat, Deus. Con cuyas palabras consuenan las del Rey Pro-
feta al salmo 126: Nisi Dominus aedificaverit domum, in vanum labora-
7>erunt, qui aedificant eatii (107).
3. — Habiendo, pues, trabajado dichos Padres por espacio de un año
en el territorio estéril de Encusu, sin reconocer fruto notable en sus
vecinos ni esperanza de verle en mucho tiempo, trataron de' pasar a
otra provincia, donde con más veras abrazasen la doctrina evangélica
y se les luciese su trabajo ; pero con todo eso, estimulados del desam-
paro en que quedaria aquella gente, si se ausentaban, no se atrevieron
a ejecutar ese designio sin consultarlo primero con Dios en la oración
y después con el Prefecto para que dispusiese lo que juzgase más con-
veniente.
4. — Estando en estos intentos les abrió Dios camino para el caso
con el accidiente que sobrevino entonces de las guerras siguientes, con
las cuales se conturba todo y se les embaraza a los misioneros ,su em-
pleo. Es el marqués de Encusu, como los demás títulos del reino, nom-
brado por elección del pueblo y la confirmación le toca al rey ; pero,
habiendo elegido a éste y dádole la obediencia todos, sólo un primo
suyo que había pretendido serlo, se la negó y procuró echarle de la
silla a fuerza de armas para alzarse con el estado. Para este efecto se
retiró de la banza de Encusu y se pasó luego a ciertas libatas de los
confines de un reino de gentiles y desde allí escribió al rey, pidiéndo-
le favor y ofreciéndose por su vasallo, si le ponía en posesión del mar-
quesado que su primo le había quitado con sus inteligencias.
5. — Sentóle al rey gentil bien la proposición del fidalgo y, deseoso
de la gran ocasión, envió un embajador al marqués de Encusu, que
en su nombre le dió el recaudo siguiente: «Hágoos saber cómo ese
estado que ocupáis no es vuestro y que le pertenece a vuestro primo,
el cual se ha amparado de mí para que le ponga en posesión ; estoy en
hacerlo cuanto antes, pero, si vos quisiereis reconocer vasallaje y su-
jeción a mi corona, os mantendré en pacífica posesión ; pero si no, os
despojaré de él, haciéndoos guerra, y, para dar principio a ella, me
(106) Psalm., 125, 6.
(107) Psalm., 126, 1.
La misión del congo
347
remitiréis luego un donativo » Pidió una cosa exorbitante y tanto por
eso como por no faltar a la fidelidad debida a su rey natural, k res-
pondió el marqués al embajador : «Decid a vuestro rey que sólo reco-
nozco por superior temporal al rey del Congo y que a él sólo pago y
pagaré e] tributo que debo ; que si moviere guerra, procuraré defen-
derme.>
6. — Fuese el embajador gentil y, en el ínterin que sucedieron estas
cosas, salió el P. Fr. Antonio de Teruel por la comarca con tres mu-
chachos de la escuela y fué haciendo misión, bautizando y enseñando
la doctrina por todas partes. Llegó en esta ocasión a cierta libata al
ponerse el sol y, no habiendo encontrado al señor o colunto, se reco-
gió en una casilla con ánimo de hablarle por la mañana para que con-
vocase la gente para predicarle y enseñarle la doctrina. Apenas se
hubo recogido, cuando comenzaron a dar voces los muchachos, di-
ciendo : Vita, vita, vita, que en su lengua es lo mismo que : guerra,
guerra, guerra. Llamólos el Padre y les preguntó la causa de sus vo-
ces, a lo cual respondieron que el pueblo estaba alborotado y que la
gente iba desamparando la libata, porque el rey gentil se iba acercan-
do a Encusu contra el marqués con un poderosísimo ejército.
7. — Por la mañana ya no parecía un alma en toda la libata y así re-
solvió volverse, juzgando sería lo mismo en las demás, como con
efecto sucedió, pues las halló todas despobladas. Al pasar dicho Pa-
dre por cierto valle, descubrió un trozo de gente de los enemigos en
una colina y, habiéndola visto los muchachos, llorando y cargados de
miedo, le dijeron : «Padre, vamos aprisa, porque estos gentiles son
fieros y comen carne humana.» Consolólos el Padre, diciéndoles no
temiesen y que Dios 'les defendería de su furia ; fué así, pues a breve
rato desaparecieron sin haberles hecho la menor molestia.
8. — Prosiguió el camino y llegó a una población grande adonde
halló toda la gente de la comarca puesta en arma, esperando al ene-
migo. Juntólos a todos en la plaza y les hizo una fervorosa plática en
que les declaró el peligro en que se hallaban, y que por tanto estaban
obligados a ponerse bien con Dios, confesándose de todos sus pecados
con verdadero dolor y propósito de la enmienda, en dejar las supers-
ticiones, amancebamientos y los demás vicios. Diéronle palabra de ha-
cerlo así, pero, por ser mucha la gente y estar tan cerca del enemigo,
se confesaron todos juntos en general como sucede en los ejércitos
antes de dar la batalla, y, después de haber hecho muchos actos de
348
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
contrición y dado materia en la conformidad que allí se estila, los ab-
solvió también generalmente, advirtiéndoles primero que, si escapa-
ban del peligro presente, debían en otra confesión declarar cada uno
sus pecados al confesor con toda especificación.
9. — Despidióse de la gente y tomó el camino para Encusu y cerca
de esta banza, en un monte donde había un llano muy espacioso, en-
contró los viejos y enfermos, las mujeres y los niños de todos aque-
llos 'lugares, tendidos por los prados unos y otros en sus barracas.
Unos cocían hierbas y otros asaban raíces, y todos se' hallaban afligi-
dos, esperando el mal suceso de la guerra y el perecer después de ella
por falta de sustento, pues, con la prisa del rebato, no sacaron cosas
de sus casas y salieron huyendo. Llegó, en ñn, a Encusu y halló al
marqués con mucha gente de guerra, resuelto a oponerse al enemigo,
no obstante' que era poca para resistir al ejército que llevaba el gentil,
pues, según dijeron los espías, se componía de cerca de cincuenta mil
soldados, añadiendo se hallaba ya muy cerca y que su gente era esco-.
gida.
10. — Estando las cosas en esta disposición y viendo los Padres era
inevitable la guerra y que la gente enemiga era barbarísima, determi-
naron que el uno pasase a otra provincia de la otra parte del río, dis-
tante como dos jornadas, y que llevase la ropa de la sacristía y los li-
bros, y que el otro se quedase en la banza hasta tener aviso de que el
gentil se acercaba para tomar el cuadro y aderezo del altar y marchar
con ello a juntarse en un mismo lugar. Salió el P. Fr. Antonio de Te-
ruel el primero y le acompañaron algunos esclavos del marqués, y su
compañero, como más práctico en la lengua, se quedó en la banza,
hasta que, pasados ocho días, le fué preciso retirarse a otro lugar dis-
tante jornada y media del otro en que se hallaba el P. Fr. Antonio.
11. — Habida noticia del caso, vino éste a ver a su compañero Fray
José, el cual le contó lo que pasaba y cómo aquel trozo de gente de
guerra, que, según dijimos, se descubrió en una colina cuando dicho
Padre volvía a Encusu, era un cabo principal que, con mil hombres,
se apartó del ejército del gentil por ciertas diferencias que había teni-
do con su rey y se pasaba a servir al marqués, el cual dijo después
que, el haber echado por otra parte luego que descubrió al Padre en
el valle, fué por haber entendido era misionero del Papa y por excu-
sarle la molestia y temor que podía recibir, que hasta esta gente bár-
bara les tenía respeto y se le tienen siempre a los demás religiosos.
LA MISIÓN DEL CONGO
349
12. — Estuvieron dichos Padr-es un mes trabajando en aquellas liba-
tas, predicando y bautizando hasta ver en qué paraba la conmoción de
la guerra. Vieron cómo ésta iba despacio y que en largo tiempo no
podían hacer nada ; con esa ocasión y haber tenido ordeti del Prefecto
para ello, dejaron la provincia de Encusu y se partieron para la de
Pemba. En sabiendo el marqués su resolución, les envió un fidalgo,
suplicándoles no le desamparasen : que él ofrecía con los suyos vivir
cristianamente de allí adelante y obedecerles en todo lo que le manda-
sen y que a lo menos se quedase con él en su estado el P. Fr. Anto-
nio para tener a'lgún consuelo espiritual. Respondiéronle que era fuer-
za obedecer a su Prelado en lo que les ordenaba ; empero que el Pa-
dre Fr. Antonio tendría cuidado de visitarlos algunas veces ; en cuya
conformidad iba la orden del Prefecto.
13. — En este viaje tuvieron estos Padres varias molestias ocasiona-
das del continuo trabajo y al fin enfermaron, de suerte que con mu-
cho trabajo llegaron a Pemba, después de veinticuatro días. Hallaron
en esta banza al P. Fr. Francisco de Veas y al Hno. Fr. Jerónimo de
La Puebla, que habían ido a fundar la misión y tenían orden para alar-
garse a otras provincias vecinas. Era al presente marqués de Pemba
Don Alvaro, hijo del rey Don Pedro II y hermano de Don García I,
difuntos, y de Don Lázaro y Don Pedro, que vivían en San Salvador.
Con el amparo de este principe, que fué muy temeroso de Dios e in-
clinado a la virtud, tuvo grandes progresos la misión. Fabricóse casa
con celdas para los religiosos junto a la iglesia de la banza, que es
bien capaz, y como toda la mayor parte de la gente que residía en ella,
era natural de San Salvador, porque siempre los señores procuran,
cuando el rey los confirma, llevarse consigo a sus parientes y aliados,
y los más habían sido congregantes allá, luego se pusieron las cosas
en buen orden.
14. — Hiciéronse congregaciones y confraternidades, así de hombres
como de mujeres ; frecuentábanse los Sacramentos mucho y se admi-
nistraban todos los días el del bautismo y matrimonio. Púsose escuela
y acudían a ella los muchachos y mozos con gran puntualidad. Predi-
caban los Padres los domingos y días de fiesta, y por las tardes salían
en procesión por las calles con todos los muchachos y gente que se les
llegaba ; cantaban la doctrina cristiana y luego la explicaban y se con-
cluía la función con un ejemplo y un acto fervoroso de contrición. Fi-
nalmente, esta fué una de las misiones que rindieron más frutos y con-
versiones, ayudando a todo primero la gracia del Señor celestial y des-
350
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
pues el buen ejemplo de su principe y señor natural, el cual era casado
y muy fiel a su consorte y aborrecía grandemente las ofensas de Dios.
15. — Desde esta provincia se extendieron los Padres Fr. José de
Pernambuco y Fr. Francisco de Veas a las de Ambucia y Ambuila, su-
jetas antes en todo al rey del Congo, pero entonces, por haber ya re-
cuperado a Loanda los portugueses, reconocían a éstos vasallaje, y aun
hoy pagan tributo a ambas coronas ; pero en medio de eso son tan
indómitos, que obedecen cuando quieren y les está bien. La gente de
estas dos provincias conservaba entonces la costumbre de comer carne
humana y los marqueses de una de ellas comian por más regalo solos
los pechos. Los trabajos que aquí padecieron los Padres no son expli-
cables ; enseñaban y predicaban continuamente, pero reconocían poco
fruto en razón de dejar los amancebamientos y ritos gentílicos. Con
todo eso no dejó de hacerse alguno en medio de ser tan bárbara la
gente y fuera más considerable si los religiosos pudiesen permanecer
de asiento en semejantes tierras ; mas no es posible por ocasión de los
accidentes que se ofrecen a cada paso.
CAPITULO XXXIX
Plántase la misión en el ducado de Bamba; llega nuevo
Prefecto de Roma; piden los portugueses de Loanda para
su consuelo al pasado; pónense en buen estado las re-
ducciones; descúbrese el enojo del rey y varios ritos
gentílicos en el reino.
1. — Tocóle la provincia de Bamba en el primer repartimiento al Pa-
dre Fr. Buenaventura de Cerdeña ; pero, por la ocasión de la guerra,
que publicaron los portugueses, asistió allí poco tiempo, con que se
quedó sin operarios, hasta que se compusieron las materias de una y
otra parte. Entonces fué a plantar aquella misión el P. Fr. Ludovico
de Pistoya y, después de algunos meses, con orden del Prefecto pasó
a ayudarle el P. Fr. Antonio de Teruel, que se' hallaba en Pemba.
Esta provincia de Bamba es muy dilatada y la mayor de todas las del
Congo ; tiene en sus confines, por el occidente, a Luanda, Dande y
otras tierras marítimas, y por el mediodía al reino de los Abandos, del
cual fué despojada la reina Zinga y hoy lo poseen los portugueses.
3. — ^^El duque es capitán general del reino y a éste le elige el rey
y ordinariamente nombra al sujeto de mayor confianza por la cercanía
de los portugueses y holandeses. En esta ocasión era duque de Bam-
ba cierto fidalgo yerno del rey, el cual consiguió ese estado por el ca-
samiento con la princesa, no obstante que no es regular el dársela a
personas de menos calidad que a los descendientes inmediatos de re-
yes. El motivo que hubo para que el rey hiciese elección de este fidal-
go, fué por no fiarse de otros príncipes ni tener de ellos la satisfac-
ción que de éste, y también para despicarse de Don Lázaro, hermano
mayor de Don Pedro y del marqués de Pemba, hijos del rey Don Pe-
dro II y hermanos de Don García I, difuntos ; al cual, que vivía en
23
354
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
la corte con su hermano Don Pedro, le ofreció el rey por mujer a su
hija y por dote con ella este ducado, con designio de emparentar con
esa casa y asegurarse más bien en el reino, teniendo de su parte a es-
tos príncipes que, sobre ser grandes, eran muy amados de todos. Mas
Don Lázaro no quiso aceptar el partido, juzgándolo por cosa de me-
nos reputación, y así le respondió al rey, cuando le hizo la propuesta,
que para ser duque de Bamba le sobraban méritos y que así no tenia
necesidad de' casarse con su hija. De esta respuesta tan seca se disgus-
tó mucho el rey ; nombró por duque al fidalgo referido y le casó con
la princesa, y después hubo las tragedias que adelante veremos.
3. — Apenas llegó a la banza ei P. Fr. Ludovico de Pistoya, cuando
se introdujo una discordia entre el duque y la duquesa, fundada en
ciertas mal entendidas razones, por donde vino a sospechar que la du-
quesa le había hecho traición con otro fidalgo grande. Pasaron los ce-
los tan adelante, que quiso proceder jurídicamente contra ella, avocán-
dose la causa y haciéndose juez de ella, siendo parte, y no teniendo
fundamento alguno de razón. Entró a ajustar esta materia el P. Fray
Ludovico y, con la ayuda de Dios y las razones que le ponderó al du-
que, se sosegó en sus mal fundadas sospechas, y desde entonces co-
rrieron con mucha paz. Fué providencia del cielo llegase este religio-
so a tan buen tiempo, que, si el duque pasara a ejecutar lo que tenía
intento, es sin duda que se hubieran movido unas guerras muy san-
grientas, por lo que se ofendería del caso el rey.
4. — Sosegada esta tempestad, comenzaron los Padres su misión y
en espacio de cinco meses que residieron en aquella banza, edificaron
casa e iglesia capaz para poder hacer sus ejercicios, así porque la an-
tigua de la banza estaba lejos, como por no caber en ella la gente'. No
dejó de hacerse fruto considerable en las almas, pero no tan colmado
como en otras provincias, y es sin duda que hubiese sido mayor si
no fuera por los accidentes que ocurrieron, como en otras partes. En-
tre ellos fué uno el haber arribado a Luanda el P. Fr. Jacinto de Ve-
tralla, que llevaba despachos de la Sacra Congregación para gobernar
aquellas misiones como Prefecto y superior de ellas, a causa de que,
según se dijo en otra parte, lo había pedido a la misma Congregación
el P. Fr. Buenaventura de Alessano para exonerarse del oficio y poder
pasar a hacer misión al reino de Macoco, que es de la otra parte del
Zaire, y desde allí al imperio abisinio.
5. — Al tiempo que llegaron las cartas a Roma se hallaba allí e'l Pa-
dre Fr. Jacinto de Vetralla y, habiéndole otorgado la Sacra Congre-
LA MISIÓN DEL CONGO
355
gación su petición al P. Fr. Bvienaveiitura, nombró por Prefecto del
Congo al' P. Fr. Jacinto, en caso que el otro se' determinase a pasar
a los gentiles d^ Macoco, pero, como ya era muerto y había dejado
por su sustituto al P. Fr. Jenaro de Ñola, y éste desease con muchas
veras exonerarse dej oficio por ser grande su humildad y tener nativo
horror a cosas de gobierno, luego que supo la llegada a Luanda del
Padre Fr. Jacinto y el orden que llevaba, aunque condicionado, renun-
ció en él su oficio y con eso logró el consuelo que deseaba y excusó
la controversia que podía originarse sobre el caso, habiendo dos cabe-
zas. Pasó de Luanda a Bamba el nuevo Prefecto y tomó por compa-
ñero al P. Fr. Antonio de Teruel para que le condujese a San Salva-
dor, y después dejarle allí en lugar del P. Fr. Jenaro de Ñola, a quien
había resuelto enviar a Luanda a instancias de los portugueses, que se
lo habían pedido para su consuelo espiritual por el gran concepto que
tenian de su virtud.
6. — Divulgóse en San Salvador la noticia del nuevo Prefecto y fué
de sumo gusto para el rey, por juzgar se vería libre con eso del Padre
Fray Jenaro de Ñola y de los demás que poco antes le habían hecho
la corrección de sus vicios ; y, para lograr sus ideas, procuró captarle
la voluntad con diferentes demostraciones de agasajos y finezas ; pero,
enterado de lo que pasaba, se previno y fué dando tiempo al tiempo.
Dista de la corte la banza de Bamba algunas treinta leguas, y, sabien-
do el rey se acercaba ya el nuevo Prefecto, mandó a su hijo segundo,
mancebo de poca edad, saHese dos jornadas de la corte con otros prín-
cipes de su tiempo y mucho acompañamiento de fidalgos y criados a
recibirle y agasajarle. Luego el día que llegaron a San Salvador, man-
dó saHr a todos los maníes y fidalgos una legua fuera de la corte,
para que le acompañasen en la entrada, sacando todos ostentosas ga-
las para lucir la función, y hasta el mismo rey le estuvo esperando en
la^ iglesia de Santiago, donde, arrodillado en tierra, como solía, le abra-
zó y besó el hábito por tres veces, y lo mismo al compañero con gran-
des muestras de alegría.
7. — Despidiéronse los Padres y pasaron al convento, pero apenas
anocheció, cuando fué el rey a visitarlos de secreto, continuando esta
aciói? por muchas noches hasta explorar el ánimo del nuevo Prefecto
y darle satisfacción de lo que su antecesor y demás Padres le habían
corregido. Pasados algunos días, ordenó al P. Jenaro pasase a Loan-
da en virtud de habérsele pedido los portugueses de aquella ciudad,
por lo que estimaban y veneraban a dicho Padre y ser conveniente allí
356
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
SU asistencia. Apenas supo el rey su partida cuando, sin poder conte-
nerse, exhaló por los labios parte del veneno concebido en su ánimo
contra éste y los demás Padres desde la corrección y así celebró su
partida con grande alborozo y tales demostraciones, que el Prefecto
conoció bien a las claras tenía oculto en el pecho algún áspid que con
el tiempo ks había de dar mucha ocasión de paciencia, como sucedió,
pero no tan presto que no se pasasen algunos meses primero.
8. — No obstante lo dicho, con €se agasajo y favor del rey en lo pú-
blico se pusieron las cosas de la misión en mejor estado así en la cor-
te como en las demás provincias, y las reducciones iban fn mucho au-
mento cada día, no sin grande consuelo espiritual de todos aquellos
Padres. Quedaron en San Salvador con el Prefecto los Padres Fr. An-
tonio de Teruel y Fr. Bernardino de Hungría y, aunque' todos gozaban
poca salud entonces, no por eso cesaron los ejercicios de la enseñanza
y predicación, antes bien se frecuentaban más los Sacramentos y acu-
dían más mozos y muchachos a las escuelas para aprender a leer y es-
cribir y la doctrina, la Gramática y buenas costumbres. El trabajo que
tuvieron entonces estos Padres fué excesivo a sus fuerzas, pero la Ma-
jestad de Dios, que todo lo atiende' con paternal providencia, los con-
soló o recreó enviándoles al mismo tiempo un compañero nuevo que
trabajó mucho y les fué de grande importancia para los trabajos pre-
sentes y venideros.
9. — Este nuevo operario fué el P. Fr. Francisco de San Salvador,
sujeto de aventajadas prendas y muy práctico en la lengua y estilos
del país, por ser natural y haber nacido y criádose en aquella corte.
Llamábase en el siglo Don Miguel de Roboredo, el cual, siendo cape-
llán mayor del rey y hermano legitimo de Don Alvaro V, fué por su
embajador a Soñó cuando llegaron allí los primeros misioneros para
conducirlos a la corte y, en premio de la caridad que usó con ellos
en el viaje y en su casa, mientras estuvieron en ella, hasta pasarse al
convento, le dió Dios la vocación de' ser religioso. Recibiólo el nuevo
Prefecto con licencia del General de la Orden y le puso por nombre
Fray Francisco de San Salvador. En los seis primeros meses de novi-
ciado sólo atendió a los ejercicios interiores y a radicarse en el espí-
ritu nuevamente concebido ; después se le dió licencia para confesar
y servir en todo como los demás.
10. Con este nuevo auxilio y en tiempo tan oportuno pudo el Pre-
fecto enviar a Bamba al P. Fr. Bernardino de Hungría para que ayuda-
se en aquella misión al P. Fr. Ludovico de Pistoya, que se hallaba solo
LA MISION DEL CONGO
357
Fueron prosiguiendo estos religiosos sus ejercicios y después de algu-
nos meses acordaron entre sí de salir por toda la comarca. Extendióse
el P. Fr. Bernardino hacia aquella parte de la provincia que confina
con el mar, y no es ponderabl-e la ceguedad en que vivía aquella gente
miserable por sus pecados y vicios. Baste decir que adoraban los ár-
boles como a Dios y les hacían varios cultos y sacrificios, cuidando
cíe ellos más que de sus hijos y que de la propia vida.
11. — De estos árboles halló el P. Fr. Bernardino algunos plantados
a las puertas de las casas y tan pintados los troncos con variedad de
colores y especialmente bermejo, que estaban hermosos a la vista. Al
])rincipio juzgó que aquel engalanar los árboles de aquel género sería
algTÍn vano entretenimiento de los mozos y rufianes, o invención seme-
jante a la que se practica en España de poner en las plazuelas ciertos
árboles el día primero de mayo, coronados de ramos y cintas para
anunciar la primavera y señalar aquel sitio por teatro de los bailes,
cuyo origen también es gentílico. Informóse del caso y vino a saber
cómo los adoraban por sus dioses y que como a tales les hacían aquel
culto, pasando tan adelante su locura, que repartían las ramas por la
gente de la familia, de tal forma que la mayor le tocaba al dueño de
la casa y las demás a las mancebas y a los hijos.
12. — Estos guardaban cuidadosamente que las ramas no recibiesen
daño alguno, porque temían, si se descuidaban, que luego les había de
suceder alguna fatalidad, mayormente si hallaban cortada alguna rama,
que al instante se juzgaban perdidos y no había consuelo para ellos.
Fuélos desengañando el P. Fr. Bernardino de estos errores y para qui-
tarles la ocasión de esta superstición e idolatría, tomó un hacha y fué
cortando cuantos árboles les halló delante de las puertas, y les pegó
fuego. Con eso, viendo la gente que no le sucedía mal alguno, se des-
engañaron y conocieron era vano y diabólico su temor ; con todo eso,
el demonio tenía tan cogidos a algunos con esta invención, que le su-
cedió a dicho Padre llegar a cierta libata adonde halló uno de estos
árboles y, habiéndolo cortado sin saberlo los dueños, apenas lo vieron
derribado, cuando todos los de aquella familia se fueron huyendo de
aquella tierra, dejando su casa y cuanto tenían en ella por parecerles
que el árbol estaría enojado contra ellos y que les había de quitar la
vida.
13. — En esta misma ocasión descubrió dicho religioso por medio
de los muchachos que le acompañaban, al patriarca o primer catedrá
tico de todos los nganga vgombas del reino, que los tenían como a sus
358
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
sacerdotes y oráculos por ser grandes hechiceros con pactos explícitos
con el demonio. Fué a su casa de éste, que vivía ea una libata cerca-
na a la banza de Bamba y le prendió para hacer inquisición de sus dia-
bólicos enredos y descubrir las sinagogas de Satanás que él goberna-
ba, para castigar a los cómplices y pegar fuego a las cosas e instru-
mentos de que usaban. El hallazgo de esta mina infernal fué de gran
consecuencia para adelante, porque con eso se descubrieron muchas
supersticiones que había ocultas en el reino y se puso toda eficacia en
extinguirlas, las cuales hasta entonces no habían sido entendidas de
los religiosos por celárselas la gente y especialmente los nobles.
14. — Era el tal patriarca nganga un viejo de más de setenta añoj,
el cual, desde tiempo inmemorial, conservaba en su familia aquel oficio
y dignidad. Registró el P. Fr. Bernardino la casa y halló cinco o seis
ídolos ; dos grandes, el uno con cara de hombre y el otro de mujer ;
los demás eran pequeños, y, según decía el viejo, éstos eran hijos do
los grandes. Mandóles a los muchachos cargasen con ellos y él se llevó
al viejo a la banza y en el camino le confesó todo lo referido, añadien-
do que su vida y la de todos los de' su linaje consistía en la fiel guarda
de aquellos sus dioses, a quienes tenía puestos sus nombres particu
lares.
15. — El religioso hizo lo posible' para sacarle de aquel engaño y por
última diligencia mandó hacer una hoguera y echó en ella uno de los
ídolos, el cual al instante se convirtió en cenizas. Apenas le vió el vie-
jo arder, cuando comenzó a hacer gestos y visajes espantosos o por
el sentimiento de' ver se le quemaba su ídolo, o por admiración de que
no les sucedía desgracia alguna a los circunstantes, como él había creí-
do. Al fin vino a confesar el engaño en que había vivido hasta enton-
ces y con muchos ruegos le pidió al Padre le diese libertad, ofrecién-
dole no volver más a su oficio. El religioso le consoló con buenas ra-
zones y con esperanza del perdón, pero juzgó por más conveniente al
bien público no proceder allí contra él sino remitirlo a San Salvador
con los ídolos, para que le constase al rey el suceso y supiese lo que
tenía en su reino y procurase evitarlo.
16. — Estando los Padres en esta resolución, llegó a la banza un fi-
dalgo mozo de San Salvador a ciertos negocios del rey con el duque.
Había sido este caballero discípulo de gramática del P. Fr. Antonio
de Terue'l y, como era conocido y su maestro se hallaba entonces en la
LA MISIÓN DEL CONGO
359
corte, le pareció al P. Fr. Bernardino sería acertado entregarle el vie-
jo nganga y los ídolos para que allá los presentasen al rey e'n volvien-
do. El fidalgo ofreció llevarlos y, con efecto, los sacó de la banza de
Bamba, pero cumplió tan mal con el encargo, que a las primeras jor-
nadas se le e'scapó el viejo y los ídolos no parecieron más, o fuese por-
que el viejo con hechizos se escapó y escondió sus ídolos, o porque el
mismo fidalgo le dió libertad por excusarle al rey el empacho que' ha-
bía de tener y no caer en su desgracia, o acaso porque sus criados le
ayudaron al viejo y le hicieron espaldas ; ello no se supo más de los
ídolos ni del nganga, aunque se hicieron hartas diligencias. Y es. sin
duda que para el rey hubiera sido motivo de gran pesar si hubieran
llegado a la corte, pues, aunque se mostraba celoso de la religión ca-
tólica en lo público, con todo eso no dejaban de murmurarle que se
vaha ocultamente de algunas supersticiones.
17. — Con la noticia de estos y otros sucesos semejantes comenza-
ron a predicar los Padres sobre esta materia y, como los nobles eran
los más lacrados en ella, lo sentían vivamente ; con todo eso la gra-
vedad de la materia pedía mucha acrimonia, aunque' en lo público pro-
curaban sincerarse, pues, como dice San Gregorio, de sentencia de San
Pablo: Vera e\tenim fides est quae in hoc quod verbis dkit, morlbivs.
non contradicit. Por esta causa de ver descubiertas las supersticiones,
llegaron algunos a amenazar a los intérpretes, creyendo eran ellos
los que se los habían manifestado a los Padres, y ya no se atrevían a
propalarles nada porque no les matasen. Esta peste estuvo oculta por
más de cinco años hasta que fué Dios servido la descubriesen los re-
ligiosos con su trabajo e industria, a lo cual ayudó mucho un intérpre-
te virtuoso que estudiaba en nuestro convento con ánimo de ordenar-
se sacerdote.
18. — El primero que predicó en la corte contra estos infernales ri-
tos fué el P. Fr. Buenaventura de Corella ; hizo sobre la materia un
sermón muy fervoroso, al cual asistió el rey con lo principal de la
corte y les afeó mucho tan abominable vicio y la malicia en haberlo
ocultado hasta entonces. Ponderóles los castigos que Dios había eje-
cutado en los de su pueblo por semejante idolatría, la gravedad de este
pecado y la obligación y necesidad que tenían de manifestarle para
aplicar el remedio conveniente, pues, de no hacerlo, se seguiría su to-
tal ruina, según lo que dice el Espíritu Santo por el Sabio : Qui abs-
covdit ulcera sua. non dirigefur, y por el contrario la salud de su alma
36o
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
al que descubra sus llagas: Qui autem confcssus fueñt et reliqueril
ea, miserkordiam consequitur (108).
19. — Acabado e! sermón, tomó la mano el rey y, para mostrar su
fidelidad, hizo al pueblo un grave y solemne razonamiento, apoyando
cuanto había dicho el predicador. Exhortó a todos a que dejasen aque-
llas vanas supersticiones y ritos gientílicos y amenazó a los rebeldes
con severos castigos. Esto sucedió en nuestra iglesia y de allí adelan-
te se predicó sobre la materia en todas las provincias del reino, con
cuya diligencia se fueron extirpando tan diabólicas supersticiones y
abusos. Esta cautela había sugerido Satanás en los ánimos con tal sa-
gacidad, que en tan largo tiempo, como dijimos, no llegaron a saber
los Padres e\ desorden que había, por !o cual no se reprendía en par-
ticular este vicio, ni ellos prevenían la enmienda como después que
se descubrió.
20. — Sintieron el rey y los nobles se hubiese descubierto esta llaga
y tanto que, si acaso por medio de los muchachos de la escuela o de
los intérpretes, llegaban a saber algo los religiosos, ellos llenos de
temor les suplicaban lo tuviesen en silencio y que los disculpasen con
los señores, porque no les solicitasen la muerte. De aquí se originó el
comenzar el rey a despicarse de la corrección pasada, no ya con ce-
lajes, como hasta entonces, sino a lo descubierto, mostrando ser lo
que dice el Espílritu Santo en los Proverbios : Leo rugiens et ursus
essuriens, princeps impius super poptdum pauperem (109). Pues desde
entonces fué sacando algunos fidalgos mozos del estudio donde apren-
dían buenas costumbres y letras, con el pretexto de enviarlos a dife-
rentes provincias a tratar negocios políticos de su servicio o más pro-
piamente de su perdición. De lo cual resultaron otros daños en el rei-
no, pues, apartados de la enseñanza de' las letras y buenas costumbres,
con que podían ser de mucho provecho a sí mismos y a la república,
por el vano temor de que no propalasen los vicios y ritos gentílicos de
los señores, unos y otros se separaron de la luz y se engolfaron en las
tinieblas, y muchos de ellos se quedaron con su ignorancia y con las
malas costuml)res en que se habían criado desde su niñez.
fl08) Prov.. 28. 1."..
(109) Prov.. 28.
CAPITULO XL
Manifiéstase más a las claras el odio que el rey concibió
desde la corrección de los religiosos contra ellos y otras
personas de la primera calidad, a quienes mandó quitar
la vida, por parecerle habían descubierto sus
faltas a los Padres.
1. — No hay monstruo tan formidable como un ánimo asistido de la
pasión y del poder, ni la serpiente hidra arrojó tantas cabezas, como
suele ejecutar monstruosidades un principe apasionado. Sólo Dios,
con su infinito poder, es bastante para reprimir tales ánimos, pues
fuerzas humanas no alcanzan. Mas al fin para todos ha de haber juicio
y justicia, y será tanto más severa cuanto fué mayor el abuso de la dig-
nidad y del poder : Cum axcepero tetnpus, ego justitias judicabo (llO).
Hasta este tiempo fué meditando Don García II el despique de la co-
rrección cortés y caritativa que le hicieron los nuestros ; pero como
ésta cayó en ánimo inficionado, altivo, caviloso y vengativo, pasó a ser
veneno mortífero la triaca, y así poco a poco se fué apoderando la pon-
zoña de su corazón, hasta que no cupo más y comenzó a exhalarla por
todos sus sentidos y potencias con ignominia de su persona y grande-
za, pues : Cor ejus congregavít miquitatcm sibi.
2. — Desde el principio de su reinado fué el rey Don García poco
amado de sus vasallos y éstos conocieron bastantemente lo que en ade-
lante les había de suceder ; pero, cediendo al tiempo y a la violencia,
le eligieron más por temor que por voluntad. El caso pasó en esta for-
ma y corrió por estos pasos. Hallábase Don Alvaro VI conde de Bam-
ba, y Don García II marqués de Choa, siendo éste el de menos edad ;
(110) Psalm., 74, 2.
364
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
movióks guerra el rey Don Alvaro V y, habiendo conseguido la vic-
toria los dos hermanos y triunfado de si mismos, según dijimos en
otra parte, el rey volvió de nuevo a publicarles la guerra, o por mal
aconsejado, o por verse poco seguro de ellos. En esta ocasión alcan-
zaron también la victoria del ejército enemigo, pero no la de si mis-
mos, como la vez primera, pues, haciendo prisionero a su rey. Je de-
gollaron cruelmente, no obstante que les pidió la vida con humildes
ruegos, protestando había sido mal aconsejado en hacerles guerra y
ofreciéndoles su gracia y amistad para en adelante.
3. — Muerto el rey, según se ha dicho, se trató de elegir sucesor, y
los electores pusieron los ojos en el duque de Bamba y le aclamaron
rey, atendiendo a su valor y condición apacible. Rehusó por algunos
días la corona y, viendo su hermano el marqués de Choa, que no que-
ría admitirla, lleno de ambición le dijo : que tratase de admitirla, o
ver lo que determinaba ; pero que si no, la tomaría para sí sin atender
otros respetos ni a que se hallaba hermano menor. Al fin Ja admitió el
duque y en su asunción al cetro se llamó Don Alvaro VI. Gobernó por
espacio de cinco años y, habiendo enfermado del mal de que murió,
luego que tuvo Don García, ya duque de Bamba, la noticia de su
muerte por aviso que le dió cierto amigo suyo, canónigo de San Sal-
vador, que después fué su confesor, se puso con gran presteza y buen
número de soldados a vista de la ciudad, con ánimo de conseguir por
fuerza lo que no pudiese alcanzare por otros medios. Turbóse la corte
con esta novedad y, aunque los electores tenían premeditado elegir por
rey a otro, temiendo su poder y osadía, le eligieron a Don García y le
dieron luego la posesión del reino.
4. — Habiendo, pues, entrado a reinar con esta violencia y repugnan-
cia común de todos, reconoció que no le miraban con pía afección y
así procuraba guardarse y con tal cautela, que jamás quiso comer con
los fidalgos, según es costumbre algunas veces, aunque en diferente
mesa. Dormía de día y velaba de noche, rondando toda la ciudad para
saber lo que" pasaba, viviendo sobresaltado siempre y formidoloso de
todos, y, si acaso llegaba a sospechar que alguno podía intentar sacu-
dir el yugo o que la plebe se ladeaba hacia él por particular afecto,
tomaba el pretexto que le parecía y le enviaba con algún puesto hono-
rífico a otra provincia y, pasados algunos días, daba orden secreta
para que le cortasen la cabeza. Por esta causa era temido de todos,
grandes y pequeños, y ninguno se fiaba de sus palabras halagüeñas ni
de sus promesas.
LA MISIÓN DEL CONGO
5. — Asi corría Don Garcia II en su reinado y, aunque los religio-
sos, con ej respeto debido a la majestad, le procuraron guiar por el
camino del acierto, dándole a entender con el sabio que: Misericordia
ei veritas custodiunt regem, et roboratur clementia tronus ejus (111),
con todo eso no fueron bastantes sus diligencias para templar su natu-
ral fogoso y vengativo ; ante's sí se fueron aum^entando las crueldades,
así en lo secreto como en lo público, especialmente desde la corrección
de sus excesos y demasías, que se le hizo al tiempo de entregarle la
corona bendita que le envió el Sumo Pontífice, siendo la espina que
más le hería el que' se hubiese llegado a entender el galanteo porfiado
y escandaloso con que pretendía conquistar el ánimo de la princesa, su
cuñada y hermana de la reina, siendo persona de sumo respeto por sus
aventajadas prendas, honestidad y virtud.
6. — Pasado largo tiempo con disimulo, llegó a sospechar que nadie
podía haber propalado sus faltas a los religiosos sino el intérprete
Don Ambrosio, el cual era hombre desinteresado, virtuoso y muy asis-
tente a nuestra iglesia y convento, o la princesa Doña Leonor Mam
ziinha-npuyigid, hija de rey y título el mayor de los cuatro principales
que se dan a las señoras del Consejo Real, por vivir muy disgustada
de sus operaciones y ser muy temerosa de Dios y de gran ^alentó en
medio de ser ya de edad muy crecida, o la princesa su cuñada, que tam-
bién se llamaba Doña Leonor ; las cuales se confesaban en el convento
y desde el principio asistieron con mucho ejemplo y edificación de la
corte a todos los ejercicios espirituales que en él se hacían cotidiana-
mente. Guiado, pues, de esta sospecha y creyendo que estas señoras y
Don Ambrosio habían notificado a los Padres sus vicios, ordenó un día
que todos tres fuesen presos para proceder contra ellos y castigarlos
severamente.
7. — Ejecutóse la prisión y fué de sumo sentimiento y escándalo para
la corte y aun para el reino, porque el intérprete era fidalgo muy no-
ble y por sus virtudes y buen trato muy amado de todos. Doña Leonor
la anciana, de la misma suerte era muy respetada por su gran nobleza
y virtud, y semejantemente la princesa, hermana de la reina. La pri-
sión fué inhumana porque son crueles aquellos naturales cuando pren-
den alguna persona, pues no respetan calidad, sexo ni edad y ordina-
riamente llevan con estruendo al pobre preso. A la princesa, cuñada del
(111) Prov., 20. 28.
366
MISIONES CAPUCHINAS liN ÁFRICA
rey, la asieron los alguaciles de un pi€ y con tal violencia, que la de-
rribaron en tierra y del golpe que dió, quedó muy maltratada ; quejó-
se la buena señora con el dolor que le ocasionó la caída, pero el rey,
cuando lo supo, lo celebró con risa y donaire. Al fin los amarraron con
cadenas a todos a los postes de las casas, a cada uno de por si, que
éstas son Sus cárceles, y en ellas padecen los presos muy grandes pe-
nalidades y afrentas.
8. — Divulgóse por la corte' el suceso y, escandalizados todos, nobles
y plebeyos, se quedaron atónitos y comenzaron a tumultuar, pidiendo
a Dios venganza de la crueldad e injusticia que se usaba con personas
de tan relevante calidad y de virtud tan conocida. Supo el rey lo que
pasaba y lo mal que había parecido la acción, con que para dorar su
yerro y honestar su venganza con apariencia de justicia, mandó hacer
reseña para que todos los nobles y cortesanos se juntasen a hora seña-
lada en la plaza principal, para cuyo efecto también mandó llamar a
todos los canónigos y eclesiásticos y también a los religiosos.
9. — En estando todos juntos comenzó a dar satisfacción de su cruel-
dad, diciendo cómo había mandado prender a los sujetos referidos por
ser traidores a su persona y rebeldes a sus mandatos, y que, por tanto,
eran dignos de muerte, la cual se ejecutaría indispensablemente con
ellos y con cuantos en adelante no tuviesen la lealtad y rendimiento de-
bido a su persona. Atemorizóse la gente, viendo en su resolución tal
severidad y, por huir de los filos del cuchillo, nadie se atrevió a hablar
palabra, remitiendo a la piedad de los religiosos el reducir el rey a me-
jor acuerdo. Así lo hicieron, procurando templarle con cristianas y
prudentes razones que bastaran a ablandar un bronce, pero nada bastó
para aplacar su enojo. De donde argüyeron los Padres no pararía allí
su despique sino que también a ellos les alcanzarían las resultas, como
sucedió y veremos en otra parte ; empero por entonces no se ejecuta-
ron más crueldades que las referidas.
10. — Pasados algunos días de prisión dió orden secreta a los minis-
tros para que le cortasen la cabeza a Don Ambrosio, y a la hermana
de la reina, demás de la cabeza, el brazo derecho, y que fuese deste-
rrada, o más propiamente presa, la princesa Doña Leonor, a quien
llevó un fidalgo a los confines de aquella provincia, con instrucción de
que en el camino le cortase la cabeza. Salieron de la corte y el fidalgo
anduvo tan cristiano y caballero que, mirando a Dios y a la inocencia
de la buena señora y considerando su ancianidad y grandeza, no se
LA MISIÓN DEL CONGO
atrevió a poner en ella sus manos. Lo más que hizo fué dejarla en la
población desterrada por el rey : alli vivió con gran trabajo y miseria
hasta acabar la vida, según dijeron algunos, pero lo más cierto fué,
como dijeron otros, que dentro de poco tiempo le cortaron la cabeza
y lo mismo al fidalgo que la llevó, porqu-e le había perdonado la vida.
Ello no &e supo jamás del fin de la buena princesa, porque, atemoriza-
da la gente con tan crueles castigos, no sólo no respondian a lo que
los Padres Ies preguntaban, oero aun de sí mismos se cautelaban por-
que no se ejecutase en sus personas y familias semejante destrozo.
11. — Todo esto hizo el rey Don García con notable disimulo y se-
veridad de rostro, sin mostrar en ese tiempo el menor sentimiento a los
religiosos, antes bien acudía con la misma puntualidad que solía al con-
vento y a la iglesia. Sintióse empero en el reino grandemente este trá-
gico y lastimoso suceso y fué sin duda arbitrio de Satanás el mal
acuerdo del rey dirigido a disponer la total ruina de la misión. Vióse
ser así. pues los intérpretes rehusaban entrar en la iglesia y aun el ha-
blar en otra parte a los religiosos. El pueblo no asistía con aquel fer-
vor y frecuencia a las pláticas y ejercicios, como de antes, y, en fin,
hasta los muchachos de la escuela y estudio se comenzaron a retirar,
V, pues no hicieron lo mismo todos los demás de la corte, fué mara-
villa.
12. — Gran prudencia y mucho [temor] de Dios es menester para
gobernar las acciones los ministros evangélicos en tiempos tan calami-
tosos ; pulsaron con toda discreción al enfermo y, no hallándole reme-
dio eficaz por entonces, remitieron a Dios y al tiempo la cura ; arbi-
trio a la verdad cuerdo, tolerar un mal menor para obviar otro mayor.
Muchas y muy malas hubieran sido las consecuencias de la tragedia re-
ferida, si a aquellos Padres les hubiera faltado la debida madurez y a
su gran celo algunas de las circunstancias que componen esta excelen-
te virtud, las cuales son tantas y piden tanta discreción, que por eso
viene a ser muy difícil de practicar con el debido acierto.
13. — Un maravilloso ejemplo tenemos en el Evangelio para nuestra
enseñanza en las ocasiones de semejantes contratiempos ; dibujónosle el
maestro de la vida. Cristo Jesús, en aquella parábola de la cizaña.
Arrojóla entre el buen trigo Satanás: Inimtcus hoin.o hoc fccit: pero
celosos los siervos del Padre de familias y compasivos de ver en he-
redad tan hermosa y sembrada de buena semilla tal plaga de cizaña que
la consumía y sofocaba, le pidieron licencia para ir a arrancarla en
368
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
ocasión en que ella y el trigo estaban todavía verdes y no era fácil el
distinguirlos. Cualquiera juzgara por santo y cuerdo el celo de' estos
siervos ; mas el que enmienda a los sabios, no lo juzgó conveniente
entonces por el peligro que había en arrancar las macollas del buen tri-
go a vuelta de las matas de la cizaña, y así les mandó detenerse y que
esperasen hasta el tiempo de la siega, que es el más conveniente para
apartar la buena semilla de la mala: Sinite utraque crescere usque ad
messem; et in tenipore messis, dicam messoribus : colligite prhnum ci-
sania et alliigate ea in fascículos ad comhurendum ; triticum auteim con-
grégale in horreuin meuni (112).
lí. — No -era, pues, tiempo ni ocasión madura la presente de las al-
teraciones referidas para esgrimir la espada del celo santo con el rey
Don García ; y si entonces, cuando navegaba sin timón ni vela e'n el
proceloso mar de su ira y cólera, se le hubiese hecho más reria oposi-
ción a sus ímpetus que la de los ruegos humildes, e's sin duda hubiera
dado al través y pasado a mayores precipicios y aun hubiera hecho
naufragar a muchos buenos cristianos. En medio de tantas turbulen-
cias no desamparó Dios a los suyos, que, aunque faltaron los intérpre-
tes, no por e'so les privó a los buenos y devotos cristianos del pasto
espiritual que necesitaban, antes en cierto modo los mejoró porque co-
menzó a confesar Fr. Francisco de San Salvador, natural del país y
muy práctico en la lengua, el cual no sólo era maestro de los intérpre-
tes pero tenía individuales noticias de los abusos, supersticiones y ma-
las inclinaciones de los naturales.
15. — Con este auxilio y en tiempo tan oportuno se continuaron los
ejercicios espirituales de la corte, en medio de que no se escapó Fray
Francisco de la persecución del rey, pues llegó a recelarse que, como
natural de la tierra, revelaba a los compañeros sus vicios, sobre lo cual
añadía la difidencia que concibió de él en tiempos pasados a causa de
ser hermano de legítimo matrimonio dt' Don Alvaro V, a quien quita-
ron la vida Don García y su hermano Don Alfonso VI ; y, aunque
después de ordenado de sacerdote, le tuvo por su capellán mayor y co-
rrieron bien, nada de eso fué bastante para deponer las sospechas que
tenía, de que no le era afecto, ni aun se quietó jamás en estos recelos,
antes los tuvo mayores desde que le vió religioso, así por los motivos
referidos como por saber era muy íntimo y familiar de los sujetos que
(112) Math., V¿, 30.
LA MISIÓN DEL CONGO 369
mandó degollar y especialmente por ver que confesaba a casi toda la
ciudad, sin tener necesidad de intérprete.
16. — Era verdaderamente Fr. Francisco hombre de excelentes pren-
das y de claro y agudo ingenio y con el trato de los religiosos se ha-
bla adelantado mucho en las virtudes, y, como le guiaba Dios para ser-
virse de él en tiempos tan terribles, k adornó de todas las partes que
necesitaba para ser un grande operario como realmente lo fué. Ayudó
mucho a sus compañeros y, para que se ahorrasen de intérpretes, les
hizo vocabulario de la lengua y otros escritos importantísimos. Nada
de esto se le ocultó al rey y por esa causa, sin otro motivo, le dijo al
Prefecto un día que le hiciese gusto de sacar de aquel convento a Fray
Francisco y le enviase a otra provincia. Parecióle al Prefecto por en-
tonces sería acertado enviarle a Loanda hasta que las cosas tomasen
mejor temperamento ; pero, apenas lo supo el rey, cuando volvió a re-
plicar al Prefecto diciendo que no gustaba de que fuese' Fr. Francisco
a Loanda sino a Sundi o a otra provincia de su reino. Empero, rece-
lándose del rey por su crueldad y por las causas dichas y temiendo le
mandase matar con la cautela que solía, lo defendió el Prefecto con
todo valor y eficacia, y por último se quedó en San Salvador, para ali-
vio y consuelo de todos, así religiosos como seglares, y vivió y murió
allí santamente (113).
(113) Manuel Roboredo tomó el hábito capuchino en 1652 v después del novi-
ciado hizo su profesión e] 15 de agosto de 1653 ; se llamó en la Orden P. Francisco
de San Salvador. Ayudó muchísimo a los Misionero? en todos los órdenes, sobre todo
en el aprendizaje de la lengua congolesa. Tuvo parte muy principal en la composi-
ción del Vocabulario trilingüe que se hizo para uso de los misioneios (Cfr. P. HIL-
DEBRAND, o. c, p. 261 ss., y nuestro estudio Los Capuchinos españoles en el Con^
go y el primer diccionario congolés en Missionalia Hispánica, II (1945), pp. 213 ss.).
No murió, como dice el P. Anguiano, en San Salvador, sino en la batalla de Am-
buila, dada el 29 de octubre de 1665, entre el rey del Congo Don Antonio I, del que
era capellán, y Don T.uis Lopes de Segueira.
CAPITULO XLI
¡I
ll
/
I
En que se trata de la misión del señorío de Matan, ve-
cino al ducado de Sundi; de la muerte del P. Fr. Jorge
de Gela y del P. Fr. Jenaro de Ñola.
1. — ^Jamás en las obras grandes del servicio de Dios y utilidad espi-
ritual de los prójimos faltan contradicciones y aun persecuciones ; pero,
al paso que éstas crecen, se aumenta también el premio y galardón de
los que las padecen: Cum maledixerint vobis, et persecuti vos fuerint,
et dixerint omne maluni adversum vos mentientes, propter me ; gaude-
te, et exultate, quoniam merces vestra copiosa est in coelis (114). Con
estas admirables palabras alentó Cristo, bien nuestro, a sus sagrados
discípulos en aquel célebre sermón del monte, añadiendo para mayor
consuelo suyo y que no juzgasen era cosa nueva en el mundo el pade-
cer calumnias y persecuciones los predicadores y ministros del Altísi-
mo, sino muy antiguo: Sic enim persecuti sunt prophetas qui fuerunt
ante vos.
2. — Si se repara atentamente en las que en este reino del Congo se
levantaron contra los nuestros, hallaremos nuevamente verificado a la
letra cuanto Ies anunció Cristo Señor nuestro a sus apóstoles en esa
ocasión y cumplida puntualmente la revelación que tuvo aquella buena
mujer de San Salvador, que dejamos referida en otra parte, pues, en-
tre las cosas que le" previno el P. Fr. Buenaventura de Cerdeña, fué
una : «Dirásles a mis hermanos y compañeros los misioneros, que se
alienten a llevar con amoroso sufrimiento los trabajos que padecen y
las persecuciones que' han de tener : que no desmayen en lo comenzado
porque les tiene el Señor aparejada grande gloria».
(114) Math., 5. 11.
374
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
3. — ^Los primeros, pues, que en esta tan deshecha tormenta experi-
mentaron los vientos furiosos de la persecución y consiguientemente el
copioso premio del sufrimiento y humilde tolerancia, fueron los Padres
Fray Jenaro de Ñola y Fr. Jorge de Gela, los cuales murieron casi por
el mismo tiempo, aunque no en un mismo lugar ni de una misma suer-
te, pero sí, en cierto modo, perseguidos del rey. Mas porque ocurrió
primero la muerte del P. Fr. Jorge de Gela, hablaremos primero de él
y de sus trabajos y después del P. Fr. Jenaro de Ñola, con cuya dicho-
.sa vida y feliz tránsito pondremos fin a este capítulo.
4. — Vida y virtudes dci P. Fr. Jorge de Gela. — El P. Fr. Jorge de
Gela, de nación flamenco, fué uno de los religiosos que pasaron al Con-
go en la tercera misión. Alistóse en ella siendo de edad de veintiocho
años, poco más, y con las reglas y cartilla de la lengua conguesa que'
trajeron a Europa los Padres Fr. Angel de Valencia y Fr. Juan Fran-
cisco de Roma, se hizo bastantemente noticioso en breve tiempo por
ser de claro y perspicaz ingenio. Vivió poco tiempo en la misión, pero
trabajó mucho en ella, mientras pudo, no sólo en la conversión de los
negros sino también en la de los holandeses que residían entonces en
aquel reino. Tuvo su residencia en el señorío de Matari, que goberna-
ba en aquel tiempo cierta señora parienta muy cercana del rey, la cual
pidió con instancias al Prefecto le enviase reHgiosos que cultivasen su
estado. Concedióselos y mandó al P. Fr. Antonio María de Monte-
prandone cuidase de aquella misión, cuando fué este religioso al con-
dado de Sundi, en cuyo viaje desde San Salvador está Matari. Trabajó
allí por espacio de seis meses con mucha aplicación y fruto y después
pasó a Sundi y le' sucedió en aquella misión el P. Fr. Jorge de Gela,
el cual continuó los ejercicios establecidos y conversiones, hasta que
por orden del Prefecto pasó al ducado de Bata.
5. — La causa que intervino para esta mudanza fué que dos holande-
ses católicos, a quienes los nuestros habían reducido, le pidieron al
Prefecto que, respecto de hallarse muchos de su nación, que aun eran
herejes, en Gongo de Bata, por causa de las ferias que allí se hacen, y
otros que acudían de otras partes de los que fueron echados de Ango-
la, cuando recuperaron los portugueses sus plazas, sería conveniente el
que asistiese en aquella banza el P. Fr. Jorge de Gela, para predicar-
les, así por entender este religioso su lengua, como porque tomarían
mejor de él cualquier buen ejemplo que de otros, por ser su vecino y
paisano y estar versado en las controversias de los errores y engaños
que padecían.
LA MISIÓN DEL CONGO
375
6. — Con este designio pasó el P. Fr. Jorge a Gongo de Bata y te
asistió Dios tan benignamente, que en breve tiempo redujo a nuestra
santa fe católica a casi todos los herejes que allí había. Conseguido ese
triunfo fué a San Salvador a dar cuenta al Prefecto de lo que había
obrado ; allí se detuvo algunos días, hasta que le mandaron salir con el
Padre Fr. Jenaro de Ñola ; a éste, para pasar a Luanda, y al otro, para
volver a Gongo de Bata a proseguir en aquella misión. Cuando salió
de Matari se dejó allí la ropa de la sacristía con intento de volver pres-
to a aquella residencia, pero, como el Prefecto le ordenó otra cosa,
tomó el camino para Matari y fué a recoger la ropa y libros para lle-
varla a Gongo de Bata.
7. — Prosiguió el viaje el P. Fr. Jenaro para Loanda, y el P. Fray
Jorge partió de Matari para Gongo con la ropa. A las primeras jor-
nadas le sucedió llegar a una libata donde poco antes había hecho mi-
sión ; halló la gente de ella ocupada en varios ritos gentílicos y supers-
ticiones. Reprendióla severamente y, con celo de la honra de Dios, co-
menzó a dar con el báculo a los ídolos para hacerlos pedazos a su vis-
ta ; mas, apenas vió ila gente el destrozo que iba haciendo, cuando en
lugar de huir, como lo tenían de costumbre en llegando los misione-
ros, a guisa de unas furias infernales, así hombres como mujeres, unos
con palos y otros con piedras o con lo que hallaban más a mano, le
acometieron de suerte, que le dejaron casi muerto por los muchos gol-
I>es que le dieron.
8. — Al principio, como los vió tan resuehos, quiso detenerlos por
que no pasasen con daño de sus almas y de sus vidas a ejecutar la ven-
ganza de sus ídolos destrozados ; pero nada bastó para templar su odio,
y así, cercándole por todas partes, le dieron tantos palos y golpes, que
le derribaron en el suelo. Como le vieron casi muerto, comenzaron a
huir los más ; pero volviendo en sí, como pudo se incorporó y le pidió
a uno que le diese por amor de Dios un poco de agua por ser grande
la sed que le afligía, así por la ocasión de la fatiga del camino porque
acababa de llegar entonces, como por la de los palos. Fué el negro y,
en lugar de agua, le trajo un vaso de vino del país, que es el que sacan
de las palmas ; bebióle y luego inmediatamente se le fué hinchando to-
do el cuerpo, o porque el vino tenía ponzoña, o porque al Padre le co-
gió tan molido y maltratado, o, finalmente, por concurrir juntas todas
esas circunstancias, según se presumió por los efectos.
376
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁERICA
9. — Con esta mala disposición tomó el camino y como mejor pudo
llegó a Gongo de' Bata, adonde se le fué agravando la enfermedad.
Desde aquí avisó al Prefecto de lo que Qe sucedía y éste habló al rey
para que mandase llevarle a San Salvador para curarle. Hízolo el rey
y despachó dos esclavos con una red para que le llevasen en ella ; em-
pero, por presto que fueron, ya cuando llegaron lo hallaron muerto y
se volvieron.
En sabiendo su muerte el Prefecto, hizo cuantas diligencias pudo
para averiguar eil motivo y circunstancias de ella, pero sólo pudo ave-
riguar lo que llevamos referido, a causa de que los agresores, temero-
sos del castigo del rey, no quisieron declarar jamás la verdad del
hecho. Pero, sin embargo, el común sentir y deposición de los más ve-
rídicos fué siempre que el celoso siervo de Dios murió por los motivos
referidos, y, habiendo sucedido en esa conformidad, metece justa-
mente ser contado en el número de Jos mártires que por la fe y re-
ligión católica perdieron sus vidas.
10. — No se halló religioso alguno en Gongo de Bata en esta oca-
sión, pero para consuelo suyo y manifestación de que la muerte del
siervo de Dios había sido preciosa en su divino acatamiento, permitió
su Majestad que el cadáver, con estar tan molido de los golpes y en-
venenado y ser la tierra tan ardiente que en breve rato se corrompen
ios cuerpos, aún después de muchas horas que tardaron en darle se-
pultura, no sólo no se experimentase corrupción o mal olor, pero desde
el instante que entró en la iglesia hasta que le dieron sepultura, por
todo el tiempo que duraron las exequias, no cesó de exhalar de su ros-
tro un sudor copioso cual si fuera de un viviente ; lo cual fué con tal
exceso, que un holandés católico, que se halló presente, estuvo conti-
nuamente enjugándoselo con un lienzo, causando a todos admiración
asi este efecto , tan nunca visto en aquella tierra, como el que se hu-
biese conservado el cuerpo sin corrupción, después de tantas horas.
11. — Dióle sepultura al siervo de Dios, según parece, el cura de la
parroquia de Bata en la banza de Gongo, y su feliz tránsito fué en
el año de 1652, aunque no sabemos el día fijo. Las relaciones del Congo
hablan de las virtudes de este religioso con sumo aprecio y a lo dicho
añaden cómo los miserables agresores tuvieron después el condigno cas-
tigo de su sacrilego atrevimiento, pues tomó a su cargo 6l rey el ave-
riguar el delito y en pena de él castigó a unos que halló ser más cul-
pados y a todos los demás los condenó a esclavitud y los remitió a
Loanda para venderlos a los portugueses. De éstos hubo dos mucha-
LA MISIÓN DEL CONGO
377
chos que cayeron en poder del vicario de la ig'lesia principal de aquella
ciudad; empero otros dos negrillos, esclavos del mismo dueño, jamás
quisieron comer con ellos, teniéndolos por excomulgados por haberle
quitado la vida, como ellos decían, al nganga del Papa o sacerdote ro-
mano (115).
12. — Vida y virtudes del P. Jenaro de Ñola. — Poco después, en el
mismo año, murió el P. Fr. Jenaro de Ñola en Luanda. Envióle allá
el Prefecto a instancias de los portugueses de aquella plaza, que por el
gran concepto que tenían de su virtud le deseaban en su compañía,
ayudando a sus devotos ruegos el haber hallado conveniente retirarle
allá de San Salvador para que el rey se templase en el enojo concebido
contra él por la corrección qu^ íe hizo siendo Prefecto y superior de
la misión.
Fué, pues, este venerable Padre Lector de Teología en su Pro-
vincia de Nápoles y, cuando salió de ella para el Congo, se hallaba ac-
tualmente Guardián y Definidor. Todo lo renunció por amor de Dios y
por entregarse más desembarazado a la conversión de las almas, a que
se sintió poderosamente inolinado, considerando lo mucho que hizo y
padeció por ellas el Hijo de Dios y las innumerables que perecen por
falta de quien las guíe y encamine por la senda derecha de la sal-
vación.
13. — Adornóle Dios de tantas y tan excelentes virtudes, que era un
vivo retrato de perfección y tan primoroso, que merece entrar en el
número de aquellas dichosas almas a quienes se les apJica con justa
alusión el ser varita de humo, compuesta de aromas de mirra e in-
cienso y de todas las especies y confecciones olorosas, y así con la voz
del divino esposo, llenos de júbilo y admiración, podemos decir de su
bendita alma, al verla salir deQ desierto de este mundo para los gozos
eternos de la gloria: Quae est ista quae ascetidit per desertum sicut
virgula fumi ex aronmtibus myrrae et fhnris et unk'ersi pulveris pig-
¡mntarii? (116).
(115) La vida de este religioso, tenido como mártir, la escribió el P. HILDE-
BRAND, O. F. M. Cap., Le Martyr Georges de Geel et les debuts de la Mission du
Congo (1645-1652), Anvers, 1940. Es obra sumamente interesante y en la que se han
recogido muchísimas noticias y documentos referentes a la misión capuchina en el
Congo.
La fecha exacta del martirio del P. Jorge de Gala no se sabe a punto fijo ; pare-
ce tuvo lugar cerca de la fiesta de la Inmaculada de 16.52.
(116) Cant., 3, 6.
378
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
14. — Las fragancias que en vida y después de muerto exhaló este
apostólico varón con sus virtudes, fueron muchas y suavísimas, y tales
que, si se busca en él la humildad, la había adquirido tan profunda
que, en medio de ser muy docto, se reputaba por el más insipiente y
siempre consultaba sus dudas, aunque fuese con otros de menos sa-
ber, acomodándose en lo justo y piadoso al sentir ajeno, por parecerle
más acertado que el propio y tener la ocasión de humillarse. Si se
miraba a la compostura exterior e interior, resplandecía en él tal pu-
reza de ánimo, taí blandura de condición y tal suavidad de costum-
bres, que, a quien llegaba a tratarle, le parecía o que conversaba
con un ángel humano o que tenía presente un hombre angélico.
15. — Su paciencia y su sufrimiento en los trabajos fué tan rara, que
nadie le vió jamás desabrido ni quejoso por grandes que fuesen ; antes
bien, esmaltaba esta virtud con la perfecta caridad fraterna, ya conso-
lando a los enfermos y afligidos en sus penas y dolores con mucho
agrado y compasión, ya sintiendo bien de todos, excusando las faltas
de sus prójimos y echando (las cosas a la mejor parte. En el ejercicio
y práctica de la oración era, sobre incansable, intensísimo y de cali-
dad que, fuera de muchas horas que gastaba en ella, en común y en
particular, andaba siempre elevado y como extático por la vehemencia
de su espíritu en no perder un punto a Dios de vista.
16. — Ocupado su interior en tan soberano empleo, no saha de su
boca palabra que no fuese dirigida a la mayor honra de Dios y para
edificación de sus prójimos, pero por cuanto, según el Apóstol, adonde
está el espíritu verdadero, allí se halla (la libertad, la suya en decir,
cuando lo pedía el caso, ya en el pulpito o fuera de él, era muy supe-
rior, pero acompañada de la sal conveniente, de la prudencia y discre-
ción, como se vió en la corrección que hizo al rey cuando le advirtió
los vicios con que tenía escandailizado su reino. Aprendió la lengua
conguesa excelentemente y con eso confesaba y predicaba sin el em-
barazo de los intérpretes y con mucho gusto de los naturales y no
menor fruto, y, como era ya tan práctico en ella, se dedicó a enseñar-
les a los muchachos la gramática, en cuyo ministerio gastó más de
tres años.
17. — En Loanda fué recibido de los portugueses con general aplau-
so y aclamación de santo y varón prodigioso ; allí residió un año, poco
más o menos, ejercitando su ministerio apostólico de predicar y con-
fesar y otras obras de singular piedad y edificación, con todo lo cual
LA MISIÓN DEL CONGO
379
hizo indecible fruto en las almas ; pero, postrado de éstos y otros mu-
chos y continuos trabajos, al fin del año vino a enfermar gravemente
y, después de una devotísima preparación, recibidos los santos Sacra-
mentos, dejó la carga pesada del cuerpo y su alma pasó al descanso
eterno, acompañada de los cortesanos del cielo, en la forma que luego
diremos.
18. — Apenas murió, cuando comenzó toda la ciudad a celebrar sus
exequias, no con suspiros y lágrimas de tristeza, sino con festivos jú-
bilos y devotas aclamaciones, dándose mil enhorabuenas por su dicho-
sa suerte en tener en su república las reliquias y el cadáver de varón
tan santo y ejemplar. Recogieron cuidadosos las pobres alhajillas que
tenía y las repartieron entre las personas de más suposición ; uno
llevó el manto, otro, el báculo, otro, el breviario, otro, las disciplinas,
otro, las sandalias, y de esta suerte se fueron repartiendo todas para
satisfacer a la piedad de los fieles, que indistintamente todos le vene-
raban por santo. Obró nuestro Señor después algunos mitlagros por el
contacto de estas reliquias y méritos de su siervo y comúnmente se
las aplicaban a los enfermos por antidoto en lodas sus dolencias, lle-
vándolas de casa en casa.
19. — A la aclamación referida de los ciudadanos de Loanda se si-
guió la de los cortesanos del ciello, publicada para mayor seguridad
por la voz de un niño, en cuya edad e inocencia no cabía falacia en la
narración del suceso, cuando las demás circunstancias no lo manifes-
tasen admirable y prodigioso. El caso pasó en esta forma. Vivía en
Loanda un portugués honrado y devoto de la Orden, el cual tenía un
niño de siete a ocho años ; dormían ambos en una misma cama y, es-
tando acostados y durmiendo la noche en que' murió el siervo de Dios,
a cosa de la media noche despertó el niño y, lleno de admiración y
alegría, comenzó a decir a voces: «¡Oh, padre, oh, padre!, mira qué
resplandor tan grande, mira qué procesión tan hermosa, que sube al
cielo, y en ella, muy glorioso y alegre, el P. Fr. Jenaro.»
Despertó el padre a las voces del niño y, juzgando que soñaba, le
mandó callar y se volvió a dormir ; pero a breve rato comenzó el niño
a repetir las mismas admiraciones, levantando más la voz. Despertó
el padre y preguntó al muchacho la causa de sus voces y él refirió
la visión que se le había manifestado, eti que vió subir al cielo ail Padre
Fr. Jenaro, acompañado de los cortesanos que en él habitan, de todos
los cuales se formaba una solemnísima procesión llena de claridad y
38o
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
resplandores. Persuadióse el portugués a que era cierta la visión y
para más confirmarse' en ello, fué por la mañana al convento y averiguó
la hora en que el P. Fr. Jenaro había muerto y supo que fué a la misma
en que su hijo tuvo la visión, y así, a la aclamación común, se añadió
este nutYo apoyo en calificación de la virtud y méritos del siervo de
Dios.
CAPITULO XLII
En que se da noticia de la muerte de los Padres Fr. José
de Pemambuco y Fr. Francisco de Veas,
y de su vida ejemplar.
1. — En las divinas instrucciones con que el maestro de la vida, Cristo
Jesús, doctrinó a sus discípulos y en cabeza de ellos a todos los pre-
dicadores -evang-élicos que les hablan de suceder en el ministerio, no
sólo se les encargó el que se desapropien de todo lo terreno y el que
se abracen con la cruz y mortificación, procurando ser luz a todos con
el bien obrar, pero que vivan con tal estudio y vigilancia en el sen'i-
cio del Señor soberano, que en cualquier día y hora que llegara a
pulsar a sus puertas, al mismo instante le abran: Ut cuni zfcnerit et
puisaverit, confestim aperiant ci (117). Circunstancia a la verdad tan
necesaria en todos, y especialmente en los obreros evangélicos, que, si
falta, tendrán por castigo el vapulahit multís, que dice Cristo en el
msimo texto, si ya no el nescio vos de las vírgenes necias. Pero, si
viven en perpetua centinela de sí mismos, serán para siempre dicho-
sos y bienaventurados, siendo eJ mismo Cristo el que asi los canoniza
por las palabras siguientes : Beati servi illi, quos, cum venerit Domi-
nus, invenerit vigilantes,
2. — Del número de estos dichosos operarios debemos considerar
a los Padres Fr. José de Pernambuco y Fr. Francisco de Veas, hijos
de la Provincia de Castilla, y varones tan atentos a la observancia de
los divinos preceptos y al seráfico Instituto, como por el contexto de
su vida se puede conocer. No murieron en un mismo día, aunque sí en
un mismo año y lugar, que fué en el de 1653 y en la banza de Pemba,
(1171 Luc. VI. 36-37.
384
MISIONES CAPUCHINAS KN ÁFRICA
adonde trabajaron hasta la muerte, haciendo increíble fruto en ella y
en todo aquel marquesado, después de haber cultivado otras tierras
del reino, en que padecieron inmensos trabajos por la conversión de
las almas, llevando siempre por timbre, a imitación de Cristo, no parar
ni descansar hasta dar la vida por su Majestad divina en servicio de
sus prójimos, proponiéndose por tema las palabras de San Juan : In
hoc cognovimus ccuñtatem Dei, quoniam Ule animan suam pro nobis
posuk, et nos debeniiis pro fratrihus an'inws poneré (118).
3. — Vida y virtudes del P. Fr. José dé Pernmnbuco. — Nació el Padre
Fray José de Pernambuco en el Brasil, en ila ciudad de su apellido, de
donde, en teniendo edad competente, vino a Salamanca a estudiar. Aquí
le llamó Dios a la religión de los Capuchinos y desde su noviciado
resplandeció siempre en todo género de virtudes. Ardía en su pecho
un celo fervorosísimo de la conversión de las almas y, como tan no-
ticioso de los muchos que se perdían en ilos reinos de Africa, vecinos
a su patria, deseó mucho dedicarse a solicitarles el remedio. Para este
efecto manifestó sus buenos deseos a los superiores y éstos, atendien-
do a su vida ejemplar y suficiencia, le concedieron el que pasase con
otros al Congo. Y si bien su complexón era dielicada y atenuada con la
continua mortificación, con todo eso le había dotado Dios de un áni-
mo esforzado e invencible para todo género de penalidades, y, me-
diante eso, con el divino auxilio, pudo emprender varias misiones y
ser uno de los misioneros que con mayor fervor y solicitud trabajaron
en extirpar los vicios y errores de aquel reino y en plantar las virtu-
des, ayudándole mucho en esto el haber entendido con facilidad la
lengua del país.
4. — La compostura exterior, y mucho más la del hombre interior,
era singular, y su conversación tan afable y graciosa, que componía
a los que le trataban. Asistió algunos meses en San Salvador a los mu-
chachos de la escuela y demás de eso a la predicación y confesonario ;
pero con residir en aquella corte muchos portugueses y paisanos su-
yos, jamás se dió a conocer, por vivir más desasido de todo afecto
humano, lo cual observó con tal entereza, que ni aun ellos lo supie-
ron hasta que se mudó a Encusu, de que quedaron admirados y edi-
ficados. Dos años asistió en el marquesado de Encusu, de donde pasó
al de Pemba, y en todas estas partes continuó las misiones, llevando
(1181 I loann . 16,
LA MISIÓN DEL CONGO
excesivo trabajo, así por no tener intérprete como porque las hizo
solo y cargaba sobre sus hombros el peso todo de las que fmprendió.
5. — Sucedióle en algunas ocasiones caminar en tiempo de las llu-
vias y, por haber errado el camino, quedarse de noche a descansar en
sitios húmedos y pantanosos ; otras, caer en los rios, porque como no
hay puentes sino algunos maderos atravesados, y éstos de ordinario
están cubiertos de agua y espadañas, es fácil deslizar y caer. Así le su-
cedió varias veces y, como se mojaba todo y no tenía otro hábito con
que mudarse, se le' enjugaba el agua en el cuerpo ; con que por esta
causa y los continuos trabajos vino a padecer una fluxión de pecho
muy penosa con una tos que le afligía continuamente.
6. — Era religioso de conciencia tan pura y serena, como se mani-
fiesta en el suceso siguiente ; pues, caminando con el P. Fr. Antonio
de Teruel a Pemba, se le hizo una apostema en la garganta, de que
se llegó a ver tan apretado que, una noche particularmente, pensó se
había de ahogar. Pidióle' al compañero le confesase para morir y, como
éste declara en su relación, la confesión se redujo a dar materia sufi-
ciente de la vida del siglo para la absolución, no obstante que recorrió
generalmente toda su vida. Tan ajustado como esto había vivido en la
profesión religiosa y tan vigilante en el cumpllimiento de los divinos
preceptos, siendo no menos admirable el ver con cuan alegre sem-
blante esperaba la muerte resignado en la voluntad del Señor: efecto,
a la verdad, propio de la buena conciencia, al paso que lo es de la mala
e intrincada el esperarla con turbación e inquietud de ánimo y falta de
resignación, pues, como dice S. Gregorio el Magno : «Aquel abre pron-
tamente la puerta al juez soberano cuando con amor le tspera y recibe
en el último trance ; pero el que lo rehusa y se hace sordo, tiembla como
reo y todo se le convierte en congojas y zozobras: Aperire eidni judi-
ci pulsanti non vult, qui exire de corpore trepidat ét Tñdere éutn quent
contempsisse se miminit judicem formidat.y» Al fin, fué Dios servido
darle más tiempo para merecer, permitiendo que sin diligencia humana
ni medicina, que no la había, se le reventase la apostema y que que-
dase bueno de aquel accidente.
7. — En Pemba se le añadió a la tos una calentura lenta, que poco
a poco le fué acabando, y, hallándose' ya cercano a la muerte, le dijo
el P. Fr. Francisco de Veas: «Ea, mi Padre carisimo : buen ánimo,
que ya se le acerca a Vuestra Caridad la hora deseada en que el Señor
celestial le llama a su reino.» Penetróle vivamente el alma este anuncio,
25
386
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
y lleno de júbilo y confianza, sin poderse contener, se incorporó en la
tarima y, puesto de rodillas, elevados los ojos en el cielo, como si la
voz hubiera sonado allá, prorrumpió con gran ternura en estas pala-
bras: uLaetatus sum in his quae dicta sunt mihi: in domum Domini
ibimus: Alegrado me he con la buena nueva que me han dado, de que
iré presto a la casa del rey soberano». Desde entonces comenzó
un devotísimo coloquio con su Majestad, y, recreado su espíritu con
la memoria y esperanza de irle a ver y gozar por toda la eternidad,
acabó el curso de su vida temporal con gran dulzura y suavidad (119).
8. — Vida y virtudes del P. Fr. Francisco de Veas. — Muerto el Padre
Fray José de Pernambuco, quedó solo en Pemba el P. Fr. Francisco
de Veas, con el Hermano Fr. Jerónimo de' La Puebla, religioso lego
de lia Provincia de Aragón, pero ya muy falto de salud y cargado de
achaques, y tanto, que arrojó cantidad de sangre por la boca por un
mal de pecho que le sobrevino. Envió un negro a San Salvador, pidién-
dole al Prefecto se sirviese de enviarle un sacerdote que le administrase
ios Sacramentos, y, como se hallase con salud el P. Fr. Antonio de
Teruel, se le encargó fuese a asistirile. Púsose en camino diez días antes
de Navidad, juzgando poder llegar la víspera: mas, por no atreverse
los negros que le guiaban a vadear el rio, le fué preciso rodear mucho,
y así no pudo llegar hasta el día tercero de' Pascua.
ft. — En llegando encontró al P. Fr. Ludovico de Pistoya, que te-
niendo aviso en Bamba, por otro mensajero, del aprieto en que se ha-
llaba el P. Fr. Francisco, había ido a administrarle los Sacramentos.
Cesóle por entonces el accidente', aunque le dejó muy quebrantado de
fuerzas, y por esta causa, aunque el Prefecto tenía intento de que el
Padre Fr. Antonio volviese a San Salvador, resolvió dejarle en aquelln
banza por entonces. Por este tiempo se ofreció el accidente siguiente,
con cuya ocasión se le agravó más la enfermedad de' pecho al P. Fray
Francisco y se le añadieron otros achaques nuevos.
Sucedió, pues, que al marqués se le rebeíaron ciertos pue'blos de sn
(119) El P. José de Pernambuco, perteneciente a la Provincia de Castilla, tomó
el hábito en Salamanca el 20 de abril de 1634. Fué nombrado en 1644 Maestro do
nuevos y de Gramática en el convento de Toro. Conocía muy bien la lengua del
Congo y predicaba en ella. Animado con su ejemplo comen/.ó también el P. Teruel
a estudiar con ahinco la lengua. De él ha hecho muy cumplido elogio en su Descrip
ción narrativa de la 7tiisión seráfica de los Capuchinos y sus progresos en el reino
del Congo, ms. c, pp. 129-130. No dice sin embargo la fecha exacta de su muer
te, que sucedió en el me.s de noviembre de 1653 en Pemba (Cfr. nuestro Necrologio.
o.'c.. p. trrn.
LA MISIÓN DEL CONGO
jurisdicción y dominio y le negaron los tributos que solían pagarle ;
por esta causa determinó tomar las armas contra ellos y sujetarlos
por la fuerza a su obediencia. Pidió a los religiosos entonces se sirvie-
sen de que fuese uno a acompañarle para su consuelo espiritual y para
confesar la gente de su ejército. Ofrecióse para este viaje el P. Fray
Francisco, por ser el más inteligente en la lengua del país y desosó de
morir trabajando en su ministerio, y por único alivio sólo admitió el
que fuese en su compañía Fr. Jerónimo de La Puebla.
10. — Salió el marqués con su ejército y el Padre en su seguimiento,
pero, como no llevaban bastimentos ni allá se acostumbra a hacer pre-
vención para la gente, porque se sustentan los soldados de lo que pillan
en los lugares, que al cabo todo ello es poco y de mala calidad, y de-
más de eso no tienen reparo alguno en los alojamientos ni aun los
marqueses, sino alguna mala cabaña que hacen de ramos, y sobre esto
se añadiese la fatiga del camino y ser tiempo de lluvias, con todas esas
incomodidades y dormir sobre la tierra húmeda y caer todo sobre su
poca salud, vino a enfermar de suerte que se puso como hidrópico y
jamás pudo volver a cobrar fuerzas, antes se le fueron atenuando hasta
que dentro de pocos días murió.
11. — Fué este bendito religioso el más mozo de la misión segunda,
y se conoce haber sido su vocación a ella muy especial y semejante a
la de los apóstoles por la presteza con que obedeció al primer llama-
miento. Sucedióle, pues, que habiendo acabado los estudios de la teo-
logía, se le instituyó predicador y casi al mismo tiempo le llegó pa-
tente para pasar con los demás compañeros al Congo, sin haberlo pe-
dido o solicitado jamás ; la cual admitió al instante, teniendo a particu-
lar favor de nuestro Señor el que su Majestad hubiese querido servirse
dt él en aquel ministerio por medio tan extraordinario y de él nunca
esperado ; de lo cual hacia muchas veces memoria entre sus compañe-
ros, añadiendo por su rara humildad con San Gregorio que ; Qui ca-
ritatem erga alterum non liabet, praedicationis officium suscipere nul-
latenus debet. Pero que, supuesto le había nuestro Señor destinado
para el ministerio por especial providencia, no cumplia con menos que
con trabajar, como lo hizo, hasta dar la vida en él.
12. — Guiado, pues, de este caritativo celo de la gloria de Dios y
salvación de sus prójimos, no perdonó trabajo ni fatiga por íograr el
fin de su vocación. Enfermó, como todos, en San Salvador al princi-
pio ; después, aun no bien convalecido, fué en compañía del P. Buena-
388
MISIONES CAPUCHINAS P.N ÁFRICA
ventura de Corella a la provincia de Huandu ; allí trabajó fielmente
hasta la derrota del conde en la batalla que le dió la reina Zinga ; des-
pués pasó al marquesado de Encusu, adonde asistió un año con su
compañero el P. Fr. José de Pernambuco, y le sucedieron las cosas
que dejamos referidas en los capítulos que tratan de aquella misión.
Desde Encusu fué a San Salvador ; en esta corte trabajó mucho en el
pulpito y confesonario, y como era diestro en la lengua, suplía por
muchos. Aquí confesó a aquella buena mujer que tuvo la visión y re-
velación que queda referida en otra parte y aquí sirvió de intérprete
al Prefecto, Fr. Jenaro de Ñola, para la corrección que se le hizo al
rey por sus demasías y vicios.
13. — Por esta causa cayó, como los demás Padres, en su desgracia,
y porque le miraba ya con fastidio y no había que fiar de su calidaz y
vengativo genio, por apartarle de todo riesgo, le mandó el Prefecto que
fuese con Fr. Jerónimo de La Puebla a fundar la misión de Pemba.
En este marquesado hizo increíble fruto, y tanto, que parece' echó Dios
su bendición en esta provincia. Pero más adelante trataremos de esta
materia en particular . y ahora daremos fin a la vida de este siervo fiel
del Altísimo. Fué hombre de condición apacible y de conciencia tan
pura, que, hallándose cercano a la muerte, se confesó generalmente
con el P. Fr. Antonio de Teruel, y con suma brevedad. Después reci-
bió el Viático y, antes de recibir la Extremaunción, volvió a repetir
su confesión en dos palabras.
14. — Finalmente: poco antes de morir, estando hablando con el
compañero de la bienaventuranza d« los justos, lleno de fe y confianza
en la misericordia de Dios, comenzó a enardecerse' en ansias de irle
a ver y gozar: que de esta suerte procede quien siempre ha vivido
atento a los divinos preceptos; Qui autem de sua spe et operatione se-
rums esf, pulsanti confestim aperit, guia laetus judicem sustinet ei
dum tempus propinquae mortis advenerit, de gloria retributionis hila-
rescU (120). Comenzando desde' entonces a experimentar los vislumbres
de la gloria que les espera, y sintiendo en la hora de la última y más
terrible batalla de la vida humana a todo Dios en su auxilio, de suerte
que puedan decir con el rey profeta: Deus noster refugium et virtus.
adjutor in tñbtdationibus, quae invenerunt nos nimis; propterea non
(120) S. Gregorio Magno
LA MISIÓN I)1£L CONOU
389
timebimus dum turbabitur térra, et transferentur montes in cor ma-
ris (121).
A brev€ rato, con las ansias de un tiernísimo deliquio, le sobrevino
un desmayo y dijo al compañero : «Ya, Padre mío, me llama nuestro
Señor y está próxima mi muerte ; administradme luego el Santo Oleo.»
Recibióle y al instante expiró y se fué al descanso eterno, como pia-
dosamente' creemos (122).
(121) Psalm., 45, 1-2.
(122) Fué uno de los que más pronto y mejor aprendieron la Ien¡,'ua del Congo.
Fué a aquella misión apenas se había ordenado de sacerdote. Por su dominio de la
lengua congolesa fué elegido para hacer al rey la corrección de sus vicios, en pre
sencia del P. Jenaro de Ñola, que era Prefecto entonces. De él habla también con
gran encomio el P. Teruel (ms. c, pp. 130-131) y dice entre otras cosas : «Con este
Padre empecé a trabajar un catecismo para enseñarle en la escuela a los muchachos
e instruir a los adultos, que pedían el bautismo, el cual perfeccioné después con otros
intérpretes.»
No señala tampoco día de su muerte, pero por sus palabras parece deducirse mu-
rió en los primeros días del mes de enero de 1654.
«
CAPITULO XLllI
I
i
Prosigúese la misión de Encusu; dcscúbrense esperanzas
de un gran progreso espiritual; frústranse en mucha
parte y dícese la razón por qué.
1. — Asistieron en el marquesado de Encusu los Padres Fr. José de
Pernambuco y Fr. Antonio de Teruel sin coger en él fruto considera-
ble, especialme'nte en el punto de dejar los fidalgos las concubinas. Sa-
lieron después de esta provincia por las causas que dijimos en su pro-
pio lugar y, antes de volver a ella, se pasaron como dos años, al fin
de los cuales recibió el P. Fr, Antonio una carta en Pemba en que Ma-
nicusu, o el marqués de Encusu, le pedía con todo encarecimiento se
acordase de él y de sus pobres vasallos, alegando eran también hijos
como los demás y la orfandad en que se hallaban y la necesidad que
había de ministros que les administrasen los santos Sacramentos del
bautismo, penitencia y matrimonio.
Con este motivo y ver el P. Fr. Antonio su desamparo y que el
Prefecto le había encargado procurase dar una vuelta por aquel mar-
quesado, en teniendo ocasión, dejó en Pemba al P. Fr. Ludovico de
Pistoya con el Hermano Fr. Jerónimo de La Puebla, y con algrinos
mozos de la escuela y la gente que le dió el marqués, se puso en ca-
mino para Encusu.
2. — Llegó a la banza y le recibió el marqués con gran regocijo, no
siendo inferior el gozo que tuvo el Padre después que le oyó decir que
no sólo él sino sus fidalgos y esclavos estaban en total resolución de
casarse según Dios y la Iglesia tienen determinado. Admiróse el Padre
de la proposición, por conocer la veleidad de aquella gente especial-
mente, y así le dijo ai marqués si hablaba de veras o con disimulo.
Respondióle que lo decía con todas veras, porque no gustaba de casar-
394
MISIONHS CAPUCHINAS liN AfRICA
se en la corte, como el rey quería y era estilo, sino en sus tierras con
persona conocida. Hase de suponer que este marqués tenía muchas
mancebas y que tres o cuatro años antes, cuando pasó a dar la obe-
diencia al rey, quiso éste casarle con una parienta suya ; mas al tiempo
de los ajustes, por no ser cosa de su gusto, fingió con gran disimulo
que tenía avisos de que k movían guerra en su estado, y con ese pre-
texto se despidió del rey y se quedó en calma el casamiento y el tomar
estado. Y, aunque los Padres en varias ocasiones le predicaron mucho
sobre este punto, siempre fué dando largas con diferentes causas y se
quedó sin casar y en sus antiguas torpezas.
3. — ^Hallándole, pues, ahora resuelto a casarse, se alegró mucho el
Padre Fr. Antonio y, para que las cosas fuesen ordenadamente, le
aconsejó que escribiese un fidalgo al rey con recaudo cortés, pidiéndo-
le licencia para casarse, sin 'la cual no se casan los señores, y que para
facilitarla más él escribiría también al Prefecto para que intercediese
con S. M. Ejecutóse el consejo del Padre y el Prefecto habló al rey y
le otorgó su petición diciendo : «Manicusu es falaz y caviloso ; por no
casarse con mi sobrina fingió la guerra ; mas, pues ahora trata de eso,
vengo en ello: cásese y sea con quien quisiere.»
4. — Llegó la respuesta del permiso, y el Prefecto en la suya le avisó
al P. Fr. Antonio cómo Manienzu — el que asistía en la corte — quedaba
muy sentido de que el marqués no le hubiese dado parte del casamien-
to. Háse de suponer que es costumbre antigua de aquella gente tener
siempre en la corte uno de los fidalgos más calificados de ella, que hace
oficio de protector de cada provincia y estado de los que privativamen-
te penden, cuanto a la elección, de los votos de los vasallos, y por
mano del tal corren todos los negocios de aquel estado ; el cual goza
del mismo título de conde o marqués que el propietario, y siempre
que éste paga los tributos al rey, le contribuye también a él su parti-
da respectivamente. No advirtió el marqués esta circunstancia de pedir
al sustituto de la corte su beneplácito, con que, por excusarle disgu.s-
tos, le aconsejó el P. Fr. Antonio volviese a enviar el correo, dándole
parte de su casamiento, como lo hizo.
5. — En el ínterin que llegaba la respuesta salió dicho Padre a hacer
misión por la comarca de la banza, y antes de saíir previno al marqués
diciéndole hablaría a todos los fidalgos y coluntos de las Hbatas para
que se casasen y pudiesen prevenirse para las fiestas de Navidad, en las
cuales determinaba se celebrasen !os casamientos de todos, y que para
LA MíSiÓN UHL CONGO
395
€>te efecto acudiesen a la banza. Aprobó el marqués el dictamen y en
esa conformidad hizo e! P. Fr. Antonio su misión. Detúvose poco más
de un mes, predicando, bautizando y administrando los demás Sacra-
mentos, y por último exhortando a los fidalgos y coluntos a que de-
jasen los amancebamientos y se ajustasen al santo matrimonio, como
tenía determinado hacerlo el marqués su señor, eligiendo libremente por
mujer la que a cada uno le pareciese, sin contravenir a los derechos.
tí. — Todos le dieron palabra de hacerlo asi y cada uno }e señaló la
mujer con quien había de contraer matrimonio. Con esto volvió el
Padre a la banza muy gozoso, y al mismo tiempo llegó el correo de
San Salvador con el consentimiento del protector y la confirmación del
rey. Vióse el Padre con el marqués y le dió cuenta de lo que había
ajustado con sus vasallos y de cómo todos estaban en casarse. Pidióle
que escogiese mujer y que dejase las demás ; pero la respuesta que le
dió fué que él no podía casarse sino en la corte y con persona de su
calidad. Díjok el Padre: «Pues, ¿cómo V. E. me ha engañado de esta
suerte?» Respondióle muy sereno: «Yo no he mentido.» Pasó a re-
convenirle el Padre con otras muchas razones, pero a todas satisfizo con
esa misma respuesta, haciendo salir de tino al buen religioso con tales
frialdades y resolución tan extravagante.
7. — Ignorando, pues, la causa de esta novedad, llegó a saber el Pa-
dre al cabo de algunos dias cómo un hijo del marqués, que vivía en
la corte, había llevado muy a mal el que su padre se casase con otra
que con parienta del rey y que éste le había disuadido por cartas del
casamiento que intentaba, con lo cual se desvaneció todo y no hubo
alguno de los fidalgos que quisiese cumplir su palabra. Viendo el buen
religioso frustrado su trabajo, ya que no para el mérito, a lo menos
para lo tratado, y reconociendo no había de sacar fruto de aquella gente
en mucho tiempo, les dejó y se volvió a su residencia de Pemba, pa-
sando en el camino muy grandes incomodidades, que por ser tan co-
munes en los viajes de aquella tierra las omitimos.
8. — Al cabo de dos años volvió por segunda vez el marqués de En-
cusu a enviar otro correo al P. Fr. Antonio, pidiendo fuese a conso-
larle a él y a su gente con su presencia, significándole la falta que te-
nían de ministros que les enseñase el camino del cielo y administrase
los Santos Sacramentos, dándole juntamente palabra de que cumplirían
cuanto les mandase y que estuviese cierto no sería como la vez pasa-
da. El P. Fr. Antonio, aunque desconfiado de tales promesas, por la
396
MISIONES CAPUCHINAS hN AfRK;a
vekidad de aquella gente, deseoso de hacer a Dios algún particular s<r
vicio y por el consuelo de algunas personas buenas, que se hallaban sin
remedio entre bestias tan indómitas, resolvió pasar a Encusu ; pero al
fin, por causa de las lluvias, vino a enfermar y como pudo llegó hasta
una libata que dista dos leguas de la banza del marqués.
9. — Súpole éste y le envió un sobrino suyo para que de" su parte le
diese la bienvenida y le significase cuánto le estimaban todos aquella
visita y que le suplicaba no entrase en la banza hasta otro día en que
saldría a recibirle con toda su corte. El Padre, como se hallaba falto
de salud y por excusar el ruido y bullicio de la gente, cogió y se partió
luego, y, a un cuarto de legua antes de llegar a la banza, se encontró
con toda la gente que juntamente con los niños de la escuela, cantando
todos la doctrina, salieron a recibirle. Luego a breve rato salió el mar-
qués con sus fidalgos y, después de' alegres demostraciones de todos,
llevándole en medio, caminaron procesionalmente hasta la iglesia. Hizo
oración el Padre y se despidió del marqués y de la gente y se fué a
recoger con la que llevaba de Pemba para conducir la ropa a la casa
que habían fabricado para su alojamiento.
10. — El día siguiente le fué a visitar el marqués y le dijo cómo ya
había echado de su casa a las mancebas y que trataría de casarse con
una de ellas, y harían lo mismo sus criados y esclavos, que eran mu-
chos. Como el Padre tenía tantas experiencias de su inconstancia, por
no exasperarle, le alabó el buen propósito, pero por último le dijo :
que le hacía saber que sólo había emprendido aquel viaje movido de
pura caridad y para más justificar de su parte la causa de Dios ; que
no se fiaba de promesas, sino de obras ; que, si gustaban de resolverse
a tratar de lo que tanto les importaba, que se detendría allí, pero que
si no, se volvería luego por no perder tiempo.
11. — Esperanzas hubo al principio de algún fruto considerable, peTo
al cabo se vino a reducir a que se casasen tres o cuatro esclavos del
marqués y a que un primo suyo ofreció lo mismo, en disponiendo las
cosas necesarias para la boda ; pero ni al marqués ni a los demás fidal-
gos y coluntos no hubo forma de reducirlos a eso. En el ínterin que se
disponía la boda del primo, hizo el Padre su misión acostumbrada por
la provincia y se alargó a la de Zombo, pero a la vuelta, una jornada
antes de la banza de Encusu, se comenzó a rugir un rumor grande de
guerra y todo él vino a parar en que el primo del marqués, que se ajus-
taba a casarse, había huido por no sujetarse a eso.
LA MISIÓN DEL CONGO
397
12. — I>e aquí se infiere cuán perniciosos son los escándalos de los
príncipes y señores, pues,' como ellos viven, así suelen vivir también
los vasallos: Moiñle mutatur semper cum principe vulgus. Pero al paso
que les corre mayor obligación de dar buen «jemplo a sus vasallos e in-
feriores, y con él pueden asegurar la reformación de las costumbres,
pues ; Nec sic inflectere scnstis humanos edicta valere, quam vita re-
gentis; así también les será pedida estrechísima cuenta y mayor sin
comparación que a los demás : Judicium duñsshnum fiet his qui prae-
suni, y consiguientemente pagarán con rigurosos castigos los pecados
que cometieron abusando de la superioridad: Potentes potenter tor-
menta patientur (123), si ya no es que hagan verdadera penitencia de
ellos antes de entrar en tan riguroso juicio, que no será pequeña for-
tuna y aun por rara y singular la tiene S. Juan Crisóstomo por mara-
villa ; en fe de lo cual dice : Miror an aliquis ex rectoribus sit salvus, y
su traductor de griego en latín añadió a la margen de esta formidable
sentencia : Ex rectoribus vix aliquis salvus : que apenas se salva alguno
de los muchos que gobiernan.
13. — Por tanto, no excuso decir con el santo rey profeta que abran
los ojos los príncipes y cuantos rigen y gobiernan las repúblicas para
obviar los escándalos y abusos, procurando ser los más observantes en
los divinos preceptos : Et nunc reges intelligite, erudimini qui judicatis
terram: servite Domino in timore et exsultate ei cum tremor e (124).
Así porque su mayor ruina procede ordinariamente de esa causa: Haec
via iliorum scandalum ipsis, como porque escándalos y escandalosos se-
rán recogidos por los ángeles y arrojados en el fuego eterno, adonde
con perpetuo llanto y crugir de dientes pagarán siempre los daños que
causaron con ellos; y así': Qui habet aures audiendi, audiat.
14. — En esta banza, pues, de Encusu. tan estéril de- virtudes y tan
poblada de vicios, se detuvo el P. Fr. Antonio de Teruel como dos
meses, al fin de los cuales enfermó de unas calenturas que le postra-
ron mucho ; pero su celo era grande y no por eso dejó de trabajar
cuanto pudo en su ministerio, hasta que finalmente' se le agravó la en-
fermedad y cesó. Tuvo suerte de hallar allí un negro forastero que le
sangró cuatro veces y con esa evacuación mejoró. Después trató de
volverse a su residencia de Pemba, donde las cosas de la fe y religión
iban en grande prosperidad, al paso que en Encusu se hallaban tan atra-
(123) Sap.. 6. 6-7.
(184> Psalni. 2. 10
398
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
sadas por los pecados y perversidad de su príncipe en los amanceba-
mientos. Quiso éste detener al Padre con deseo de que hiciese asiento
en sus tierras, |>ero, reconociendo su veleidad y que no guardaba pa-
labra, le reprendió varias veces y se despidió de él.
15. — En 'la ceguedad de este príncipe y de sus vasallos por el infa-
me vicio de la lujuria, se conoce claramente lo que dijo el Sabio en
sus Proverbios, es a saber : que la ramera es hoyo profundo, y la mu-
jer ajena, pozo angosto: Fovea enim profunda est meretrix, et puieus
angustus, alieva (125). En los cuales es fácil tropezar y caer, pero más
que difícil el salir, aunque para ello se apliquen las mayores diligencias.
Por esta causa dijo S. Agustín: ínter omnia certamhui christianorum,
duriora sunt castitatis, ubi continua est pugna et rara vktoria, y así :
Qui stat, videat ne cadaf. Sea el único remedio clamar continuamente a
Dios y servir afectuosamente a la que es madre de la pureza, huyendo
las ocasiones, que es el mejor modo de deshacer tales tentaciones, pues
si no : Qui am-at periculum, pe>'ibit in illo.
(125) Prov., 23, 27.
CAPITULO XLIV
i
4
De los progresos y ejercicios espirituales de la misión
de Pemba y de algunos sucesos que ocurrieron en ella.
1. — En la banza de Pemba, con la asistencia del Señor soberano y
la aplicación a la virtud del marqués, tuvo la fe y religión mucho au-
mento, al paso que la de Encusu se quedó eti su obstinación y perver-
sidad por el escándalo y vida relajada de su príncipe, verificándose en
estos dos marqueses y en sus vasallos lo que dice' el Espíritu Santo por
el Eclesiástico y nos muestra cada día la experiencia, esto es : Secun-
dum judicem populi sic et ministri ejus, et qualis rector est civitatis,
teles et inhabitantes in ea: Que cual es el juez así son los ministros, y
tales los ciudadanos cual es el que los gobierna (126).
2. — El fruto, pues, que en esta provincia cogieron los Padres Fray
José de Pernambuco y Fr. Francisco de Veas, fué muy considerable,
lográndoseles bien el trabajo con que procuraron cultivarla. Este se ma-
nifiesta bastantemente €n los muchos casamientos que hicieron ; en la
frecuencia de los Sacramentos de la Penitencia y Eucaristía, que fué
grande ; en la puntualidad de los ejercicios espirituales, que se practi-
caban, y en las muchas y devotas congregaciones que se instituyeron.
Parecía la banza de Pemba un remedo del paraíso en el buen orden y
concierto de sus moradores, al paso que la de Encusu un retrato del in-
fierno por el desorden y torpezas de sus vecinos. Y, como era tanto
lo adelantado, pudo proseguirla con menos trabajo el P. Fr. Antonio
de Teruel cerca de cinco años que residió en esta misión, al cual, des
pués de la muerte de los dos Padres de Castilla, ayudó en ella el Padre
Fray Ludovico de Pistoya y el hermano Fr. Jerónimo de La Puebla.
(126) Ecclesiast.. 10, 2.
26
»
402
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
3. — Asistian innumerables muchachos y mozos a la escuela, y éstos
y la gente mayor a la iglesia con gran frecu«ncia, especialmente a misa.
Los más la oían cada día y con mucha reverencia ; pero en los domin
gos y fiestas era tanto el concurso, que apenas cabían en el templo,
siendo bien capaz. En estos días, antes de celebrar 1a conventual, se
cantaba la doctrina cristiana y salían seis niños a disputarla, pregun-
tando unos y respondiendo otros, acerca de los misterios y artículos d«
nuestra santa fe'. Después salia la misa y, en acabando el Evangelio,
predicaba uno de los Padres.
i- — Los lunes, miércoles, viernes y sábados se rezaba el Rosario a
coro : los hombres a uno y las mujeres y niños a otro, y era para ala-
bar a Dios, según dicen las relaciones, verlos a todos de rodillas, hora
y media, perseverando en esta devoción y otros santos ejercicios. En
los tres días referidos se hacíu por la mañana plática a los congregan-
tes acerca de la oración mental, enseñándoles cómo la habían de ejer-
citar. Después se leía un punto espiritual de la Pasión o novísimos y
tenían oración un rato. En los mismos días por la tarde se hacía señal
con la campana y acudían a la hora de oración que se tenía entonces,
después de la cual se hacia la disciplina.
5. — Los sábados por la tarde se les predicaba un ejemplo y se les
moralizaba, procurando aficionarles a la devoción con la Reina de los
ángeles ; luego se cantaba la Salve y, en acabando, salían fuera de la
iglesia las mujeres y se quedaban los hombres y hacían la disciplina.
Y así estos ejercicios como otros se concluían siempre con un fervoro-
so acto de contrición, pidiendo a Dios perdón y perseverancia en el
bien comenzado. Así corrían tas cosas de la religión en la banza de
Pemba y no era inferior el fruto que se hacía en lo restante del mar-
quesado ; todo lo cual, después de Dios, dimanaba del buen ejemplo del
marqués, a quien procuraban imitar ¡os vasallos.
6. — En el discurso del tiempo que residió en Pemba el P. Fr. An-
tonio de Teruel salió a recorrer la provincia varias veces, y entre otras
se alargó haciendo misión hasta los confines del condado de Huandu,
adonde el conde que nombró el rey, después de perdida la batalla, se-
gún dijimos en su lugar, se retiró con la gente que le quedó, con la
cual y las mujeres y niños fundó una banza numerosa en que hizo asieti-
lo y residió hasta su muerte. Tuvo noticia el P. Fr. Antonio de cómo
este fidalgo se hallaba muy enfermo y, movido de piedad, porque no
LA AlISIÓN DEL CONGO
muriese sin Sacramentos, se dió prisa para llegar a ella. Envió después
un recaudo diciendo cómo deseaba verle y saber de su salud ; pero la
respuesta fué decir que no estaba enfermo ni aun en la banza. Pare-
cióle al Padre que la tal respuesta o era cavilación del fidalgo o su-
puesta de sus criados, o lo más cierto de algún hechicero que le esta-
ría curando. Con estas sospechas se fué el Padre a palacio, mas no
hubo forma de dejarle entrar a ver al enfermo.
7. — Dejóle, no sin compasión de su alma, y, después de haber bau-
tizado a muchos y administrado los demás Sacramentos, se volvió a
Pímba. A pocos días le llegó el aviso de cómo ya había muerto el in-
feliz fidalgo y entonces cayeron en la cuenta de su yerro los parientes.
¡Oh!, válgame Dios, lo que pasa de esto en el mundo y aun en tierras
donde la gente se precia de muy católica ; pues, por no disgustar en
nada al enfermo, rico y poderoso, ni se le ha de nombrar al confesor,
ni el testamento, ni los Sacramentos ni aun el nombre de Jesús. Mas al
fin sucede ello : que mueren como brutos y toda su pompa y vanidad
cae de golpe con ellos al fuego eterno : Periit memoria corum cum so-
nitu. Sirviendo entonces los dobks de las campanas, no para memoria
y compasión del difunto, que así murió, sino para olvido de su alma.
8. — Entró después en la pretensión del Estado un hermano de este
infeliz y desdichado, y con el favor y auxilio que' le dió el rey, movió
guerra al conde que poseía el estado y le venció y mató y tomó la po-
sesión de él. Este fin tuvo el conde de Huandu, electo por el pueblo
después de las guerras que se movieron contra él y en que quedó ven-
cedor por entonces, según dejamos referido en otra parte. Cosa es que
maravilla ver las alteraciones que padece a cada paso esta nación ; la
facilidad con que se destempla, la frecuencia con que se alborotan y
toman ¡as armas y los infinitos que perecen en sus guerras civiles. Pero
a la verdad no hay que admirarnos de lo que sucede, sino de lo que no
sucede ; pues siendo esclavos de los vicios, de ia avaricia y torpeza, y
sirviendo a tantos y tan perversos monstruos, lo natural es destruirs^e
y aniquilarse, según la enseñanza de Cristo : Regnum in se ipsum di-
vissum, dessalabitur. Pero yo juzgo que su mayor castigo es dejarlos
Dios correr por el camino de su perdición : Ibunt in adinventionibus
suij. Y así podemos decir a estos y otros semejantes con Santiago en
su Epístola canónica: «¿De dónde vienen entre vosotros las guerras
y discordias ? ¿ De dónde sino de vuestras concupiscencias que pelean
en vuestros miembros? Deseáis y no conseguís: os envidiáis, mordéis
404
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
y consumís unos a otros con «nvidias, litigios y guerras, y al fin os que-
dáis y morís desdichadamínte sin lo que ilícitamente pretendéis» (127).
9- — Por este mismo tiempo que residió en Pemba el P. Fr. Antonio
de Teruel sucedió la tragedia siguiente : que el demonio nunca pierde
tiempo ni cesa de perturbar la paz para destruir las almas. Moviéronse,
pues, ciertas diferencias entre el señor de Ambuila, que es provincia
distinta de Pemba, y un sobrino suyo. Retiróse éste de su tierra y se
fué a patrocinar del marqués de Pemba, y él, como buen caballero, le
amparó. Súpolo el tío y, ofendido gravemente del caso, escribió al rey,
suplicándole mandase al marqués le entregase a su sobrino para casti-
garle, y, para que tuviese mejor efecto la súplica, le ofreció un dona-
tivo considerable.
10. — El rey tomó a su cuidado este negocio, o porque deseaba te
ner grato a tal señor o por lograr el donativo : al fin envió un minis-
tro con gente suficiente con orden de que le prendiesen, mandando ex-
presamente al marqués no sólo que le' entregase, sino que diese todo
auxilio al juez para el caso. Vióse el buen marqués perplejo, sin saber
qué medio tomar en la materia para no faltar a Dios, a la obediencia
del rey ni a la confianza que de él había hecho aquel fidalgo. Resolvió
por último obedecer al rey, temiendo su indignación si no lo hacía y el
daño propio y de los suyos. Con esta resolución envió a llamar al fidal-
go y él, en confianza de su palabra, se presentó en la banza con otro
camarada suyo. Apenas entraron en ella, cuando la gente del rey les
echó la mano ; quisieron llevarlos luego ante el comisario de la causa,
pero el fidalgo sobrino del señor de Ambuila se resistió, diciendo que
no era punto suyo el ir a casa de' hombre de menos calidad que la su-
ya: que si quería ir a su posada, fuese en enhorabuena, pero que si no.
él no había de entrar por sus puertas. Poco le aprovechó al miserable
su punto y vanidad ; antes bien fué causa de que se acelerase el castigo
y su perdición, pues, como vieron que se resistía, sin esperar más or-
den le cortaron la cabeza en el mismo puesto donde le prendieron.
11. — Este caso sucedió en la plaza que está enfre'nte de nuestro con-
vento ; con que al ruido de la gente salió el P. Fr. Antonio de Teruel
y halló el cadáver desnudo y tendido en el suelo, bañado en su misma
sangre, y vió cómo llevaban preso al camarada para hacer en él seme-
jante justicia. Temeroso entonces de que le matasen como al otro sin
ntT) Tac. 4.
LA MISIÓN DKL CONGO
confesión, se metió e¡ Padre por medio de la gente, como pudo, pero
lo llevaron con tal grito y atropellamiento, que no pararon hasta po-
nerle preso y encadenado en una casa.
12. — El Padre se fué derecho al marqués y le afeó la acción de ha-
berle quitado la vida al fidalgo a las puertas de la iglesia, sin avisarle
primero para confesarle. Excusóse el marqués diciendo que no tenía
parte en aquella muerte por haberla ejecutado por mandato del rey sus
ministros. Con todo eso recabó con ellos le diesen lugar para ir a con-
fesar al preso, y después le quitaron la vida como al otro. Fué este per-
miso un favor muy singular, porque es costumbre entre aquellas gen-
tes, aunque tan crueles con los delincuentes, que en tocándole al reo
un sacerdote, le han de dar por libre y absuelto de toda pena, y porque
el Padre no tocase al preso, abrieron un agujero por la pared y por
allí V confesó. Pidióles luego a los ministros que si le quitaban la vida
le' enterrasen en sagrado, mas, aunque le dieron palabra de hacerlo, no
la cumplieron y, a hora de media noche, le sacaron a un monte y k
degollaron, dejándose alli el cadáver para alimento de las fieras,
13. — Toda esta provincia es muy infestada de ellas, más que las otras
del reino ; hállanse a cada paso leones, tigres, elefantes, lobos y bue-
yes selváticos, y todas las noches oían los religiosos sus bramidos des-
oe muy cerca. Hacen por los montes sendas que equivocan los cami-
nos y la gente ignorante de los pueblos, pensando caminar rectamen-
te, suele ir a parar a las cuevas donde habitan y la despedazan, y al
cabo de año es considerable el número de los que perecen de esta suer-
te. Sucedió en la misma banza de Pemba, poco antes que llegasen nues-
tros religiosos, cebarse una leona en la gente y, con tal audacia, que
hizo grandes estragos. Salieron los vecinos diferentes veces a matarla,
unos con arcos y flechas y otros con lanzas y espadas ; pero, en una
ocasión que' la cercaron, le acometió a un sobrino del marqués, que
después les sirvió a los Padres de intérprete, y se tuvo por milagro el
que no le despedazase. El mozo era virtuoso y viéndose tan apretado,
invocó en su auxilio el dulcísimo nombre de Jesús con mucha fe y con-
fianza y al instante soltó la fiera la presa, y sin hacerle el menor daño
pasó de largo y luego a pocos pasos cayó en un hoyo profundo, de
donde no pudo salir y la mataron.
14. — Hallándose ya en esta misma banza el P. Fr. Antonio de' Te-
ruel con solo un Hermano donado, padecieron el mismo riesgo con un
león que todas las noches discurría por la población, y fué tanto el daño
406
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
que hizo en las mismas casas, que en muy poco tiempo se contaron cer-
ca de veinte muertos, entre los cuales se halló un pariente del marqués,
que poco antes se había casado. Pusiéronle muchos lazos y trampas
por las sendas, pero siempre se escapó. Determinaron salir los vecinos
con armas y flechas, y era tanto el miedo que les causaba con sus ru-
gidos, que se volvían atrás cortados y despavoridos. Cuando el león lle-
gaba a verse cercado de la gente, cerraba con ella y despedazaba a mu-
chos ; por último vino a morir de las heridas de las flechas que recibió,
las cuales poco a poco se le fueron encancerando, hasta que le quitaron
la vida. Trajéronle a la banza para que los Padres le viesen y se ad-
miraron de ver animal tan fiero y monstruoso de cuerpo.
15. — Por haber, pues, tantos leones y fieras, usaban los Padres,
cuando iban a las misiones, del remedio del fuego y hacían grandes ho-
gueras para que no se acercasen. Recogíanse antes de ponerse el sol
y, hasta que hubiese salido, no caminaban, por ser entonces la hora y
el tiempo en que de ordinario es retiran a sus cuevas, según lo que dice
David al salmo 103: Possuisti tenebras et facta cst nox; in ipsa per-
transibunt omnes bestiae silvae. Catuli, rugientes ut rapiant et quaerant
a Deo escam sibi. Ortus est sol et congregati sunt et in cubilibus suis
eolio cabuntur. Si bien muchas veces salen de esta regla, especialmente
si les aprieta el hambre, que entonces también saleti de día y discurren
por todas partes.
16. — La causa de haber en el marquesado de Pemba tanta abundan-
cia de leones y fieras de todos géneros es porque en este país se crían
muchos bueyes selváticos de los cuales se sustentan, y, aunque éstos
son fieros y matan los hombres con las rodillas, con todo eso no se
pueden defender de los leones. Allégase a esta causa la fragosidad de
la tierra, el ser tan montuosa y la poca habilidad de los naturales en
rozar los montes y en matar semejantes brutos. Por eí^ta causa viven
siempre con manifiesto peligro y con gran miedo de ser asaltados de
las fieras, y no menor los misioneros que frecuentan aquellas tierras.
Mas Dios, por cuyo amor se exponen a tantos peligros de la vida, los
defiende y ayuda, experimentando a cada paso su especialísima provi-
dencia, sin la cual no fuera posible ocurrir a tantos riesgos como a cada
paso se ofrecen, dándoles alas para volar a estos ángeles veloces, que
así los llama la Escritura, la fervorosa caridad, de la cual dice S. Juan
en su Epístola primera : Perfecta caritas foras mittit timorem, quoniam
timor poenam habet, qui autem timct, non est perfectus in caritate.
CAPITULO XLV
Envía nuevos misioneros la Sacra Congregación; llegan
a tomar puerto a Loanda y embarázanles pasar al Con-
go los portugueses de esta plaza por los motivos de las
guerras con Castilla.
1. — Después que los portugueses se apoderaron de la plaza de
Loanda y echaron fuera de sus distritos a los holandeses, según en otra
parte dijimos, se comenzó a dificultar más el paso para el Congo a
nuestros misioneros, a causa de' que entre los congueses y portugueses
se hicieron paces y se enviaron embajadores de una parte a otra para
mantenerlas. Jurólas el rey Don García y para esta función mandó con-
vocar a todos sus fidalgos y gente popular, según su estilo, y principal-
mente ordenó asistiesen a la jura los canónigos de la catedral, el Re-
verendo P. Rector de la Compañía y nuestros religiosos, a todos los
cuales s€' les dió asiento a la puerta de la iglesia mayor (128).
2. — En estando todos juntos salió el rey vestido de preciosas galas,
con corona y cetro real y acompañado de toda la grandeza ; sentóse en
su trono y comenzó a hacer su razonamiento, en que' manifestó la con-
veniencia de las paces con Portugal. Excusóse de las persecuciones que
los de esta nación habían padecido en su reino cuando les quitaron a
Luanda los holandeses ; quejóse mucho de algunos que residían en ella,
tratándolos de inquietos y altivos ; a otros alabó mucho por su buen
modo, especialmente a los naturales de Europa. Hizo, pues, el jura-
mento sobre los santos cuatro Evangelios, teniendo el misal el Vicario
General o Gobernador, Sede vacante, y se dió fin a la función con un
(V¿ii) Va hemos hablado arriba de los tratados de paz concertados entre el rey
del Congo y el Gobernador de Loanda.
410
MISIONAS CAPUCHINAS KN ÁFKICA
general sanganitnio, qu€ es lo que allá se acostumbra en los regocijos
públicos y más solemnes. Salió e¡ rey el primero a escaramuzar con su
alfange y rodela, llevando desnudo el cuerpo de medio arriba, y suplien-
do los tornos y corbetas del caballo, que allá no los hay, con sus pro-
pios pies. Luego salió su hijo el príncipe y los fidalgos a hacer sus
alardes, y últimamente el resto de la gente de guerra confusamente,
como suelen en las batallas, y se dió fin a la función.
3. — Bien creyeron nuestros misioneros que el establecimiento de es-
tas paces entre las dos coronas les sería en adelante de mucho alivio,
pero sucedió tan a} contrario, que desde entonces comenzaron a pade-
cer mayores contradicciones, calumnias y aun persecuciones, que jamás
padecieron, bien que los motivos del rey y de los portugueses fueron
diversos, pero para el caso y ruina de la misión todos se adunaron, su-
cediendo en esta parte' lo que en la muerte de Cristo Señor nuestro, para
mayor ejercicio de sus siervos, pues: Et facti sunt amici Herodes et
Filatus in ipsa die, nam antea inhnici erant ad invicem (129). Lo uno
porque desde entonces comenzó el rey a exhalar por todas partes la
saña del enojo contenido contra los nuestros por la corrección pasada ;
lo otro porque los portugueses del país, viendo tan buena ocasión, qui-
sieron lograr sus antiguos deseos de desterrar de aquellas costas a
cuantos tenían o juzgaban tener relación de vasallaje con nuestro ca-
tólico monarca por conformarse con los de su nación.
4. — Apenas, pues, se juraron y formaron las paces, cuando, instruí-
do de Portugal el gobernador de Loanda, determinó cerrar la puerta
a cuantos misioneros fuesen de Europa, mandados de ¡a Sacra Con-
gregación para el Congo, sino es que pasasen por el registro de su
puerto y con pasaporte de Portugal, tirando en esto a diferentes razo-
nes de Estado que ocurrieron con la conmoción de las guerras entre
Castilla y Portugal. La una, el recelarse de todos que las iban a con-
quistar por aquellas partes ; la otra, el despicarse de que no se' adm--
tiese en Roma el embajador de Portugal ni se le diese al duque de Bra
ganza por la Silla Apostólica los honores y preeminencias que obtuvo
después de concluidas las guerras.
5. — Poco después de las paces con el rey de Congo sucedió aportar
a Luanda un navio extranjero, el cual pidió licencia al Gobernador pa-
ra negociar la navegación de negros. Diósela y con esa ocasión saltó
(129) Luc, 23, 12.
LA MISIÓN OUL CONGO
en tierra el P. Fr. Buenaventura de Sorrento, que fué uno de los pri-
meros misioneros y de los más excelentes operarios y el que' con orden
del rey Don Garcia y del Prefecto de la Misión se embarcó para Por-
tugal dos años antes, según se dijo en su lugar, para solicitar el paso
de los religiosos que en adelante enviase la Sacra Congregación al
Congo. Habiendo, pues, cumplido este religioso con su comisión, tuvo
la repulsa en Portugal ; luego pasó a Roma y despachó los negocios
que llevaba para la Sacra Congregación ; después se vino a Portugal
a buscar embarcación ; hallóla y estando ya embarcado en Lisboa para
volver al Congo a su misión, le mandaron desembarcar y que se fuese
a Italia, por haber entendido los ministros de Portugal que dicho Pa-
dre' era napolitano y vasallo de nuestro Rey Católico, y tener orden ex-
presa de que ninguno que lo fuese se le diese pasaporte por juzgarlos
sospechosos a todos de cualquier estado y profesión que fuesen, y de
más a más por el despique de no admitir en Roma embajador de Por-
tugal.
6. — Con esta contradicción tomó este religioso el viaje para Cádiz
y hallando en su puerto que el navio extranjero referido estaba para
hacerse a la vela a negociar negros en Loanda y sus costas, se metió
en él y sin el menor recelo de contradicción corrió su viaje y desem-
barcó en Loanda. Apenas le vieron en tierra los de la Cámara de esta
plaza, cuando comenzaron a mover tal alboroto por el orden que te-
nían de Portugal, que a los Padres que residían desde el principio en
el convento de aquella ciudad, les fué preciso dar orden para que se
ausentase de allí y pasase en tm barco a Soñó, creyendo que con esa
diligencia se sosegarían los ánimos y sus mal fundados recelos. Pero
eso no obstante aun no estuvo allí seguro, porque no hubo forma de
quietarse hasta que le hicieron volver a Loanda y le remitieron a Lis-
boa en una carabela que partía para Portugal, dando aviso de cómo di-
cho Padre había ido sin pasaporte.
7. — En llegando a Lisboa trataron de prenderle, pero, ayudado de
Dios y noticioso de lo que se maquinaba contra él, ■viéndose indefenso
de Roma y falto de auxilio humano, se escapó como pudo y se metió
en un bajel que estaba para partir a Liorna. De esta suerte redimió su
vejación y pasó a Italia, donde asistió algún tiempo hasta que la Sacra
Congregación, atendiendo a su gran celo y aventajadas prendas, le
nombró por Prefecto de la misión de la Georgia o Coleo y sucedió lo
que adelante veremos.
412
MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA
8. — Alterados los ánimos d€ los portugueses con este accidente y
enconados con las guerras entre ellos y los castellanos, se cerró la
puerta para el Congo, de suerte que se les negó el paso a otros nue-
vos misioneros que llegaron a Loanda, enviados por la Sacra Congre-
gación el año siguiente-, que fué el de 1656, no obstante que eran ita-
lianos y en cosa alguna dependientes de nuestro católico monarca, sino
totalmente subditos de la Silla Apostólica, cuya suprema cabeza atiende
con solicitud y paternal afecto €n todos tiempos al remedio espiritual
de sus hijos y, como Pastor universal de la Iglesia, a dar a todas sus
ovejas el pasto que necesitan para que no perezcan de hambre por muy
remotas que estén de su presencia (130).
9. — Ya vimos la solicitud de los Sumos Pontífices Paulo V, Grego-
rio XV, Urbano VIII e Inocencio X en procurársele a las del reino
del Congo por medio de las misiones ; ahora se nos propone a la vista
la de nuestro muy Santo Padre Alejandro VII en continuarlo con no
menor celo de la fe y deseo de la mayor utilidad de su grey ; el cual
envió los misioneros referidos por medio de la Sacra Congregación por
otra vía que la de Portugal, pues la suprema cabeza no perjudica en
ello las regalías de los príncipes temporales ni jamás se desapropia del
derecho legítimo que le compete por su dignidad suprema, aunque alias
las comuniquen graciosamente otros, que pueden y suelen concederle,
y por no atender a éstos se ven en Europa muchos abusos y fuera de
ella grandes monstruosidades ejecutadas por los europeos con daños
gravísimos de las almas, pretextándolo todo con razones de estado,
aparentes y sin fundamento.
10. — Habiendo, pues, entendido el gobernador de Loanda que dichos
Padres no habían ido por la vía de Portugal ni llevaban pasaporte de
Lisboa, dió orden par que no desembarcasen. Replicáronle los religio-
sos, diciendo no había motivo razonable para embarazarles el paso y
que aquel agravio principalmente se lo hacía al Sumo Pontífice que los
había enviado y que a lo menos, por no incurrir en las censuras fulmi-
nadas contra los que impiden su ministerio a los misioneros apostóli-
(130) La expedición de misioneros de que aquí se habla, compuesta de catorce
religiosos, entre los cuales se hallaba el P. Cavazzi (Juan Antonio de Montecúcculo),
salió de Cádiz en los primeros meses de 1654 y llegó a Angola el 11 de noviembre.
Por no llevar el pasaporte de Portugal y además proceder de puerto sujeto a Cas-
tilla, tuvo muchas dificultades para desembarcar, como luego se dice.
Esc mismo año de 1654 (no 16.'j6, como dice el P. Anguiano), el Prefecto trasladó
su residencia de San Salvador a Loanda, para evitar compromisos y contradicciones
de parte del rey del Congo.
LA MISIÓN DEL CONGO
eos, debía abstenerse de hacerles semejante vejación, después de tan
largo y peligroso viaje, dirigido únicamente a la salvación de las almas.
11. — Que mirase con piedad cristiana el daño que se les seguía a
las de aquellos reinos por falta de ministros, de lo cual le harían cargo
en el tribunal de la divina justicia, adonde no pasan políticas humanas
ni razones de Estado que destruyen la caridad y el logro de la sangre
de Cristo en sus redimidos. Y finalmente, que considerase, pues era
cristiano y católico romano, que excedía los límites de las concesiones
pontificias, pues aunque a los reyes antiguos les concedieron las inves-
tiduras de aquellas y semejantes naciones y otros muchos privilegios,
fué con la obligación de propagar en ellas el Santo Evangelio y de
proveerlas de ministros que se le predicasen, lo cual no se hacía, an-
tes sí se les estorbaba a ellos sin más motivo que el de sus particulares
razones de estado.
12. — Reconvenido el gobernador con estas y semejantes razones de
igual peso, conoció la justificación de los religiosos, y constándok por
la larga experiencia que tenía de los demás que habían residido en el
convento de Loanda y en el Congo, cuán solícitos habían procedido en
su ministerio, sin mezclarse en negocios ajenos de él, resolvió no de-
jarlos desembarcar sino con condición de que habían de pasar a la con-
versión de los negros del reino de los Abandos, sujeto a los mismos
portugueses. Los religiosos, por obviar contiendas y por no volver a
desandar lo andado sin fruto, aceptaron la condición y se dedicaron a
la conversión de los Abandos.
13. — Tuvo aviso de este suceso el Prefecto del Congo y para poner
en orden aquella misión y ver los despachos que llevaban de la Sacra
Congregación, determinó pasar a Loanda. Pidió algunos esclavos que
le condujesen por ser los caminos tan difíciles y peligrosos, y el rey,
aunque contra su voluntad, viendo su resolución, al fin se los concedió,
precediendo a esto los motivos que veremos en el capítulo siguiente y
comenzando ya desde entonces descubiertamente a desahogar su có-
lera y el odio que había concebido contra los nuestros por la repren
sión pasada, de que quedó notablemente ofendido.
14. — Llegó el Prefecto a Loanda y halló a sus nuevos misioneros
resueltos a cultivar el reino de los Abandos por la oposición de los por-
tugueses ; vió los despachos que llevaban de la Sacra Congregación y
cómo Su Santidad mandaba se fundasen otras muchas misiones : una
en el reino de Macoco. y otra en el nuevamente conquistado por la reí
414
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
na Ztnga, para cuyo efecto ordenó que, juntos los misioneros antiguos
y modernos, eligiesen dos Prefectos. Participó el del Congo esta orden
a los religiosos de su obediencia para que, enviándoles la citatoria, acu-
diesen a la elección.
15. — En el ínterin descubrió en Loanda la trama que satanás había
urdido para acabar de una vez con todas aquellas misiones, moviendo
para el caso cuantas piedras pudo y halló dispuestas para fraguar la
máquina que poco a poco había ido levantando a proporción de' su in-
fernal malicia. De esta materia trataremos en los capítulos siguientes
y ahora pondremos fin a éste con decir el fin de dicha elección, la cual
no se pudo efectuar por las alteraciones que se temieron en el Congo
sí salían de aquel reino los nuestros para I.oanda, y así la hubieron de
hacer los Padres que se hallaron en esta ciudad y en ella sólo se nom
bró Prefecto para los estados de la Zinga por haber falta de misione-
ros, hasta que llegasen otros de nuevo. Con este accidente soltó la pre-
sa el rey del Congo y vertió el veneno que ocupaba su corazón ; tiró
dardos por todas partes satanás y aquellos pobres religiosos se llega-
ron a ver anegados en un mar de tribulaciones, de todo lo cual les sacó
Dios, concediéndoles : Salutem de inimicis nostñs et de manu onintum
qui oderunt nos, para que su triunfo fuese más glorioso y plausible.
CAPITULO XLVI
I
'I
De la persecución que movió el rey del Congo contra
la misión y cómo los portugueses de la Cámara de Loanda
se opusieron a sus designios.
1. — Vencido satanás tn tantas y tan reñidas campañas como hasta
aquí hemos referido, en que con el auxilio divino quedaron victoriosos
y triunfantes los militares seráficos de la pequeña grey evangélica en
la conquista espiritual del reino del Congo, juntó todas sus fuei'zas in-
fernales para dar el más sangriento avance que pudo premeditar su ma-
licia. Pero para que quedase más afrentosamente vencido, permitió
Dios que' así como a la casa de Job le acometió el huracán por todas
cuatro esquinas a un mismo tiempo, esforzado de las furias infernales,
también a esta célebre misión le pusiesen secretas minas y baterías por
todos lados para aniquilarla de] todo.
2. — Reparó Orígenes en el modo de plantar satanás sus escuadrones
en esta ocasión contra el invencible Job, esmero de la omnipotencia di
vina, y dice que : Exivit díabolus a facie Domini tanquam lupus rapiens,
tanquam leo rugiens, tanqtuam ursus sanguinem appetens, tanquam ma-
lignus serpens, tanquam vípera, saeva ac perniciossa. Para que' se en-
tienda que esta furia infernal, en dándole permisión, no se' contenta con
hacernos un daño solo, sino todos cuantos puede. De esta suerte y por
estos medios combatió la fortaleza incontrastable de' este santísimo va-
rón, no sólo hiriendo su persona: Ulcere pessimo a planta pedís usquc
al vertUem ejus, sino los cimientos de su casa hasta derribarla en tierra
y destrozar sus hijos : Concussit quatuor ángulos domus, quae corruens
opressit liberos suos, todo a fin, según Orígenes, de desahogar su fu-
ria: Ut ostenderet ferociam otque animtiin suum homicidiialem, siendo
así que, supuesta la permisión divina, bastaba para ruina de la casa e!
haberla acometido por un solo costado.
27
4i8
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
3. — Muchas veces se ven en el mundo reiterados los sucesos de los
siglos pasados, y en esto tiene idea proporcionada el presente si se pon-
deran bien sus circunstancias. El primer tiro lo disparó el rey Don Gar-
cía, después de la corrección que se le hizo, contra el P. Fr. Jacinto de
Vetralla, Superior y Prefecto de «la misión, a quien le viene ajustado
lo que dijo S. Rafael a Tobías, es a saber: Quia acceptus eras Deo,
necesse fuit ut tentatio probar et te. Llegó, pues, este Padre a comuni-
carle su viaje para Loanda y a pedirle algunos esclavos que le acompa-
ñasen. Sintió mucho el que intentase tal viaje' por el temor de que con
esa ocasión se habian de descubrir sus ideas y cortar los pasos a sus
negociados, dirigidos de antemano a un terrible despique y a una ruina
total de la misión, que insensiblemente había ido madurando con el mal
acordado consejo de algunos portugueses criollos que la deseaban, así
por eximirse de las santas amonestaciones de los nuestros, para vivir
libremente, como por acreditar su celo en obsequio de su nación en
aquellas costas de sus conquistas, y más en tiempo que se disputaban
con las armas los derechos de ella y del reino capital, en el cual son
más apreciables los obsequios y premiado cualquier aviso, ya sea cierto
o incierto. Y como, según San Jerónimo, a vista de las armas no hay
ley ni observancia de la religión, faltando esto, todo se atrepella y sólo
se atiende a los intereses temporales vinculados en la común turbación
de los ánimos.
4. — Hecha la proposición por el Prefecto, intentó el rey detenerle,
tratándole' mal de palabra y mostrándose ingrato a cuantos beneficios
había recibido de la Orden y de cada uno de sus hijos los misioneros y
especialmente de la Santa Sede Apostólica. Por último, después de una
larga sesión encaminada a dete'nerle, se valió el Prefecto de las armas
de la Iglesia y le dijo, que si S. M. no desistía de su intento en dete-
nerle, sería preciso declararle' incurso en las censuras fulminadas con-
tra los que impiden el libre uso de su ministerio a los misioneros apos-
tólicos, lo cual mantendría con toda resolución hasta ver la enmienda
o perder la vida. Temió el rey este golpe y la eficaz resolución del Pre-
fecto y, aunque involuntario, al fin le dejó hacer su viaje y le dió ne-
gros que le condujesen a Loanda.
5. — El segundo tiro contra la misión le hicieron principalmente al-
gunos portugueses criollos de San Salvador, los cuales, así por despi-
carse del gobernador y oficiales de la Cámara de Loanda como por
congraciarse con el rey Don García, que deseaba vivamente enviar dos
embajadores a Portugal a dar sentidas quejas contra ellos por sbs par-
LA MISIÓN DEL CONGO
419
ticularcs fines y conveniencias, influyeron al rey para que escribiese di-
ferentes cartas a Loanda para facilitar con los de la Cámara el que de-
Jasen embarcar a sus embajadores, y, como tuviese librada en la ida
de éstos su esperanza, quiso acompañarles con sus cartas en que osten-
ta ser muy leal y fiel amigo de la nación portuguesa y de su rey Don
Juan IV, juzgando que, insinuándoles materias de su servicio, no st
atreverían a repugnar la embarcación de los embajadores, antes bien
Ies franquearían el paso. El pretexto de toda esta máquina se fundó en
que los misioneros eran castellanos y en que no habían ido por la vía
de Portugal ni con el pasaporte de su nuevo rey Don Juan IV y en
que habiendo sido conducidos a expensas del rey nuestro señor Don
Felipe IV, que sea en gloria, se podía temer iban mandados de S. M.
para sublevar aquellas gentes contra Portugal. Estas mismas objecio-
nes opuso el Arcediano, según ya vimos en el capítulo X, y de estos
mismos pretextos se valieron después otros criollos portugueses, como
iremos viendo, lo cual duró hasta que se acabó la guerra de Castilla y
Portugal.
6. — Descifróle todas sus máximas con la verdad del hecho el gober-
nador y sobre este punto le recargó como era justo, concluyendo con
decirle que pues S. M., después de recibidos tantos beneficios, estima-
ba tan poco a los religiosos, que no sólo los calumniaba pero aun le
significaba recibiría gusto de que saliesen fuera de aquellos reinos, se
sirviese de dejarlos ir a sus tierras adonde los admitirían con mucho
gusto y estimación. Recibió el rey esta respuesta y, hallándose descu-
bierto en sus ideas por el gobernador y ministros de la Cámara de
Loanda, tomó diferente acuerdo y se abstuvo de ejecutar el primero,
y, al tiempo de recibir la carta, viendo frustrados sus negociados, pro-
rrumpió delante del mensajero y circunstantes, que después lo refirie-
ron, en Jas siguientes palabras: «Bueno fuera que me sacase el gober-
nador los misioneros y no los remitiera a Europa sino a su reino de los
Abandos.»
7. — Con esta carta del gobernador cayó de golpe' la máquina que
se había levantado contra la misión ; divulgóse por el Congo el caso y
cómo querían los religiosos dejarle por las ingratitudes del rey, pero,
apenas llegó a sus oídos la noticia, cuando, temiendo algún alboroto
de los pueblos y señores, mudó de intento y convirtió en obsequios de
los religiosos los desaires y calumnias. Escribióle luego al Prefecto,
pidiéndole encarecidamente se volviese a su corte, porque sentía mu-
cho el verse privado de su compañía. En esta ocasión no se dió por en-
420
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
tendido de lo que había precedido, pero el Prefecto le respondió con
estilo grave y prudente, anunciándole cuanto había sabido, diciendo
por último que S. M. pesase a sus solas los agravios que a él y a sus
compañeros les había hecho y, que sin dar una pública y decente satis-
facción, no le convenía volver a su reino, mayormente habiendo puesto
tanto dolo en la misión del Papa, como constaba por las cartas que
había escrito a Loanda.
8. — Esta carta le hizo grande armonía y con ella y la alteración de
los ánimos de sus vasallos por lo que había maquinado contra los reli-
giosos, acabó de caer en la cuenta y conocer su precipicio. Tocóle Dios,
a lo que se pudo presumir, con la centella de su temor santo y luegt)
inmediatamente volvió a escribir al Prefecto, suplicándole se volviese
a su corte y que no hiciese novedad en mudarse a otro reino con la mi
sión: que él ofrecía darle satisfacción cumplida de todo. Al punto de
las cartas respondió diciendo que no eran suyas sino supuestas de al-
gún mal afecto. Con estas instancias se rindió el caritativo Padre y
ofreció volver luego que pusiese en torma las cosas de la nueva misión,
que se había de emplear en el reino de los Abandos, mirando en esto
no a su agravio pasado sino al bien espiritual de su alma y de las de
aquel reino, pues: Gratanter siiscipit osculum columbinum pulcherrima
et modestissima caritas; dentem caninum vel evitat castissivia cautissi-
maque humilitas, vel retundit solidissima veritas (S. Agustín).
9. — ¡Oh! ¡Válgame Dios: cuánto puede una pasión humana no
mortificada: qué de yerros comete un príncipe vengativo y cuántos in-
consideradamente se arrojan a desahogar su cólera por las primeras
ideas de' sú fantasía! Para emprender cualquier negocio, por arduo que
sea, rara vez falta una brecha o aparente o verdadera ; pero, para salir
de él con decencia, no siempre se encuentra la puerta : y asi, antes de
intentar la entrada, es necesario considerar la salida, para que no se
siga luego el arrepentimiento, las más veces sin fruto y siempre con
confusión e ignominia. Más le valiera al rey haber oído con piedad los
saludables consejos de los misioneros, que no el convertir sus iras con-
tra los inocentes por modos y medios tan indignos. Si así lo hubiera
hecho, experimentara el fruto de ¡a buena conciencia y sosiego de su
reino y no el deslustre y fealdad de sus resoluciones, pues : Qui abjicit
disciplinam, desplcit animam suam; qui autent acquiescit increpationi-
hus. possesor est coráis (131).
(181) Prov., 15. «
LA MISIÓN DEL CÜNUU 42 1
10. — Con el arrepentimiento del rey volvieron las cosas de' la misión
a su antigua tranquilidad ; no empero se experimentó la misma enmien-
da en sus secuaces, pues hubo uno tan rebelde, que quiso llevar ade-
lante su engaño y, no contento con los daños perpetrados, escribió a
Portugal cuanto había imaginado y aun intentó pasar por sí mismo a
Lisboa para referirlos al rey y a sus ministros, juzgando conseguir un
premio considerable. Pero ¡oh juicios de Dios admirables! Apenas
echó el pie en un esquife para embarcarse cuando experimentó el cas-
tigo del cielo, pronunciado por el sabio en sus Proverbios, cayéndose
muerto repentinamente: Falsus testis non erit impunitus, et qui loqui-
tiir mendacia, peribit (132). Caso a la verdad bien lastimoso y de no
pequeño terror para cuantos lo supieron, teniéndole por condigno cas-
tigo de su culpa y dañada intención.
11. — Este infeliz sujeto se empeñó tan ciegamente en difundir la no-
ticia de ¡os sucesos pasados, que al fin se extendió hasta Portugal, y
aunque el gobernador y los de la Cámara de Luanda habían ya infor-
mado de la verdad a su rey, apoyando Ja virtud y sinceridad de los nues-
tros como testigos oculares y con las experiencias de muchos años,
con todo eso no dejó de hacer algún mal efecto el veneno de este infe-
liz, de' suerte que alterase el ánimo del rey de Portugal y de sus mi-
nistros para embarazarles en adelante a los nuestros ej paso a la con-
versión de ¡as almas de aquellas conquistas. Aquí se ve manifiestamen-
te cuán poderoso es un engaño ultramarino, la dificultad con que se
averigua y lo que padecen los inocentes en tierras tan remotas. El pri-
mer golpe de este depravado aviso se descargó contra los nuestros en
esta forma.
12. — Resolvió el rey de Portugal retirar de aquellas conquistas a los
Capuchinos y, para sustituir en su lugar otros misioneros, mandó lla-
mar al Visitador general de ¡os Padres Menores Recoletos de¡ Brasil,
que llaman de Sari Antonio, que por entonces residía en Lisboa y aca-
baba de llegar de Roma de negociar ¡a división de su provincia de la
de Portugal. Pidióle a dicho Padre religiosos para ¡a misión del Con-
go y él, que era sujeto de mucha experiencia, respondió que no le po-
día ofrecer a S. M. sino solos seis y que para la conducción de cada
uno eran necesarios a lo menos trescientos ducados de plata. En oyen-
do esto el rey y hallando tan corto número le dijo : «Dejadlo estar,
que de Italia irán ¡os Capuchinos». Lo cual les refirió así a nuestros re-
(132) Prov.. 19, 9.
422
MISIONi-S CAPUCHINAS £N ÁFRICA
ligiosos el mismo Visitador pasando éstos por su convento de la Bahía
en el Brasil.
13. — No es tan fácil, como algunos piensan, el mantener una misión
y menos muchas, especialmente en aquellos reinos etiópicos, que son
muy dilatados y sólo abundantes de' vicios, enfermedades y pobreza, y
sólo para esta misión del Congo en menos de diez años dió la Religión
más de setenta misioneros, esto es, sin los que se volvieron a Italia
desde el camino por accidentes que dejamos referidos, y sin los que pa-
saron a otras naciones y reinos circunvecinos, Y así todas las tres pro-
vincias de los Padres reformados de Portugal no bastan para una mi-
sión, pues es preciso acudir con religiosos continuamente. Lo que se
confirma con la práctica y experiencia, pues ninguno de ellos asiste en
el reino de los Abandos, que es de los portugueses, y aun en Loanda
sólo se hallan tres comunidades, que son el convento de Padres Terce-
ros de nuestro P." S. Francisco y el colegio de la Compañía de Jesús,
ambos con número muy corto de religiosos, y la nuestra, que es donde
tienen su principal albergue los Padres de la misión de Angola y otras
circunvecinas.
14. — Cuando Jos portugueses descubrieron el reino del Congo, fue-
ron a la reducción de sus naturales algunos Padres de los Recoletos y
luego le dejaron o porque murieron todos brevemente o porque los
restantes se volvieron a su patria a causa de las fatigas del país y con-
tinuas enfermedades que se padecen. Y aun el mismo Visitador gene-
ral, arriba referido, confesó llanamente no podían ellos dar misioneros
suficientes porque sería destruir de religiosos aquellas provincias. Y a
la verdad, generalmente hablando, los religiosos de Portugal, según se
ve por el efecto y tienen bien experimentado los nuestros, son poco dedi-
cados al ejercicio de dichas misiones y, si lo fueran más, no estuvieran
tan yermas de operarios sus conquistas, como lo están.
15. — Peto, aunque el rey de Portugal dijo que los Capuchinos de
Italia irían a dicha misión, no tuvo tal intención ni aun dió lugar a que
pasasen por sus tierras, hasta que el Sumo Pontífice, después de mu-
chos años de guerras con Castilla, le escribió como a rey de Portugal
y admitió en Roma su embajador ; y aun después ha habido para ello
no pocas dificultades, y aunque la experiencia de tantos años pueda ha-
ber desengañado a los de esta nación,- que sólo vamos a sus conquistas
a ganar almas para Dios de las infinitas que tienen a su cargo y están
expuestas a su última perdición, por no socorrerlas de ministros evan-
LA MISIÓN DEL CONGO
gélicos, como son obligados, y que en esto procedemos con el mérito
de la obediencia de' la Santa Sede Apostólica y de nuestros superiores,
con todo eso, como podrá notar el curioso €n ésta y en las relaciones
restantes, no son creíbles las contradicciones que han padecido y pa-
decen los nuestros que se ocupan en la reducción de los infieles de las
conquistas de Africa, asi por sus razones de estado como porque mu-
chos de los oficiales reales que las gobiernan, sienten a par de muerte
ser reprendidos de sus demasías intolerables.
16. — De todo lo cual se infiere cuán astuto y sangriento procedió el
común adversario en el arbitrio que sugirió al rey del Congo por si y
por los lados que le ayudaron a la calumnia referida. En lo cual se ve
manifiestamente que ti/ó, como Holofernes y sus secuaces, a ejecutar
con todos aquellos dilatados reinos lo que con la ciudad de' Betulia,
pues, para tomarla a menos costa y que ella se rindiese más presto,
mandó quitarla el agua y romper los conductos por donde entraba, esto
es, el agua de la doctrina evangélica con que eran ilustrados y alimen-
tados, y los conductos, que son los ministros evangélicos, para que no
entrando por ellos el agua clara v saludable de la doctrina del cielo,
pereciesen de sed y se entregasen para ser perpetuamente sus esclavos.
17. — Concluyo, finalmente, con el Angélico Doctor Sto. Tomás y
digo que los príncipes de la tierra fueron instituidos por Dios, no para
aumentar sus tesoros y patrimonios, sino para que procuren la común
utilidad y provecho de sus vasallos. Esto es, según explica el R. Padre
Leonardo Lessio, que todos los del principado o reino vivan en paz y
honestidad ; impedir y quitar cuanto les fuere posible todos los abusos
y corruptelas en materia de religión y costumbres. Esta misma obliga-
ción respectivamente les corre a sus ministros y sustitutos, y por más
pretextos y razones de estado que aleguen, mientras se frustra e} fin
principal, todas las demás son de ningún momento.
CAPITULO XLVII
1
i
Experimcntanse nuevos progresos en la misión de Pemba;
plántase de nuevo la de Dande, señorío sujeto al reino
de. los Abandos, y dícense sus circunstancias.
1. — No se turba la perfecta caridad ni con los cierzos fríos de la in-
gratitud ni con las muchas aguas de la contradicción, antes bien se' in-
tensa más en su ardor, sirviéndole de esmaltes y rubíes las centellas
que despide agitada de sus contrarios. Rayos de castigos y venganzas
parece habían de salir del sacrosanto cuerpo de Cristo cuando el duro
hierro de nuestras culpas, a impulsos de un hombre de todos modos cie-
go, abrió su sagrado costado ; pero fué tan a) contrario que, en lugar
de castigarnos severo, nos franqueó los tesoros de su infinita miseri-
cordia, verificándose eti esto lo que dice S. Juan, es a saber : Cum dile-
xisset suos qui erant in mundo, m finem dilexit eos ; esto es, que a vis-
ta de la mayor contradicción y resistencia de la ingratitud, hizo sagra-
do alarde de su omnipotencia, colmándonos de' infinitos favores y be-
neficios.
2. — Emulos, pues, de este sagrado Etna de amor los nuestros, como
primorosos discípulos de su divina escuela, no sólo procuraron desde
el principio de su misión copiar en sí los ejemplos de su santísima vida,
como hemos visto hasta aqui, pero también los que nos dejó en su
muerte, esmerándose tanto en su imitación, que, al mismo paso que se
aumentaban las contradicciones e ingratitudes, crecían también los be-
neficios para con todos, al modo de aquel pedernal misterioso del de-
sierto de Cades, que hirió Moisés con la vara, que a la repetición de
los golpes y murmuraciones del pueblo no sólo dió agua pero con tan-
ta copia y abundancia, que pudieron beber los hombres y los jumentos :
Percutiens zñrga bis silicem, egressae sunt aquae largissimae, ita ut po-
428
MISIONES CAPUCHINAS ÜN ÁKKICA
pulus biberet eí jumenta (133). Esta es la excelencia grande de la ca-
ridad, tener agua para apagar la sed de los que la calumnian y persi-
guen en el centro de sus mayores ardores, calor para templar los rigo
res de los fríos y el comunicarse siempre benigna no sólo a quien la
busca pero aun a los que la desprecian.
3. — Así procedían nuestros devotos misioneros del Congo por el
tiempo y ocasión en que el rey escribió a Loanda las cartas referidas,
y llegó a Portugal la noticia de la calumnia ; pues no sólo se aplicaron
con más adhesión al cultivo espiritual de aquel reino sino también se
extendieron al de los Abandos y a la provincia de Dande, sujetos a los
portugueses. Hallábase por este tiempo en Pemba el P. Fr. Antonio
de Teruel y, si bien en esta banza se veía cada día mayor fruto y apro-
vechamiento en las almas, con todo eso abundaban los vicios por la
provincia, especialmente el de la lascivia, y con tal exceso, que había
muchos cargados de concubinas, imitando en esto los vasallos y cria-
dos a sus señores, de suerte que casi todos vivían amancebados. Mas
reconociendo el celoso Padre que si éstos no se casaban según el or-
den de la Iglesia, era más que difícil el poder reducir a eso a los vasa-
llos, habló sobre la materia al marqués y le pidió los mandase juntar
en su banza para un día señalado y poder, en estando juntos, predicar-
les acerca del santo matrimonio, y que S. E. le ayudase a sacarlos de
tan horrenda piscina, por ser obra muy del agrado de Dios y también
de su obligación, privando, si fuere necesario, de los puestos y gobier-
nos a los señores y fidalgos de las banzas y libatas, si no quisiesen re-
ducirse a razón, y sustituyendo otros buenos en ellos, pues estaba esto
en su arbitrio y el motivo era justo. ^
i. — Púsolo por obra el marqués que, como buen cristiano y teme-
roso de Dios, deseaba la salvación de sus vasallos. Llegó el día seña-
lado y le envió un recaudo al P. Fr. Antonio, diciendo le hacía saber
cómo ya tenía juntos en su palacio los sujetos referidos y que así le
suplicaba fuese luego allá. Fué el Padre al instante y halló al marqués
acompañado de mucha gente. En saludándose, tomaron sillas y el mar-
qués comenzó a hablar de esta suerte: «Padre mío: todos los que aquí
veis presentes son los señores y vicarios de los pueblos de mi marque-
sado» ; — tiene cada población un vicario o teniente, a quien ellos lla-
man quizenguele, y éste ocupa el segundo lugar en el gobierno y su
elección toca al señor de ella — . Fuéselos nombrando uno por uno y
n33) Níim., 20, U.
I.A MISIÓN DEL CONGO
429
también diciéndole quién estaba casado y quién amancebado y, sino
todos, casi los más lo estaban y aun con muchas mancebas. Pidióle
luego a] Padre les predicase lo que convenia para salir de tan mal es-
tado y que después él les hablaría sobre el mismo asunto.
5. — Hizoles el Padre una plática muy fervorosa acerca de la obliga-
ción que tenian de vivir como buenos cristianos, contentándose cada
uno con una sola mujer en matrimonio santo, y asimismo les ponderó
estaban obligados por razón de sus oficios a dar buen ejemplo a sus
inferiores y a no escandalizarlos con su mala vida, pues no hay peste
que así contamine la república como la vida escandalosa del que la go-
bierna. Anuncióles también la gloria del cielo que perdían y los tor-
mentos eternos que granjeaban si no trataban de salir de tan infeliz
estado, y últimamente el castigo que ejecutaría en todos ellos el mar-
qués su señor, que irremisiblemente les quitaría luego los puestos y
rentas que gozaban y se los daría a otros fidalgos que viviesen cristia-
namente.
6. — Tomó luego la mano el marqués y les hizo un largo y católico
razonamiento sobre el mismo asunto, concluyendo con decir que pon-
dría en ejecución las amenazas anunciadas por el P. Fr. Antonio si no
trataban luego de disponerse al santo matrimonio, por ser cosa que
tanto conducía a su salvación y al bien público y particular de su esta-
do. Con estas amonestaciones acabaron de resolverse a dejar los aman-
cebamientos y casarse'. El Padre le fué preguntando a cada uno cuán-
tas mancebas tenía y cuál escogía de ellas para mujer propia ; cada
uno escogió la suya y fueron preferidas aquellas de quienes tenian ya
hijos.
7. — Solos dos fidalgos hubo en quienes se halló alguna resistencia
«n reducirse al matrimonio, el uno por vivir a su libertad y el otro
por lo mismo y estar amancebado con dos hermanas, con una de las
cuales tenía hijos y quería casarse con ella ; mas, por no dispensar en
parentesco tan cercano y especialmente para no hacer ejemplar para
otros, si lo tuviesen en este primer grado de afinidad, y porque escar-
mentasen de amancebarse con dos hermanas, le ordenó el Padre que
eligiese otra mujer y el fidalgo admitió el consejo. Al otro por su
rebeldía le' inhibió la entrada en la iglesia para traerle con esa pena
a buen acuerdo y poner miedo a los demás. De esta suerte se concluyó
negocio de tanta importancia y fué floreciendo en aquella provincia
la fe' y religión siempre con mayor incremento.
43°
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
8. — Por este mismo tiempo le llegó a dicho Padre obediencia del Pre-
fecto en que le ordenaba se llegase a Dande, que es adonde etitra en
el mar el gran río de este nombre, para comunicarle algunos negocios
de importancia. Partióse luego y le dejó encargada la misión de Pemba
al P. Fr. Esteban de Ravena, que acababa de llegar entonces. Comunicó
el P. Fr. Antonio su partida al marqués y sintió grandemente la pro-
posición, porque con la respuesta del gobernador de Loanda, en que
pedía al rey le enviase los misioneros, entró éste en sospechas de que
se querían ausentar de su reino y procuró cancelar la materia, de suer
te que no era fácil disponer la salida sin su orden o sin que lo llegase
a entender. Por esta causa ninguno de los señores se atrevía a dar
favor a los Padres para ausentarse de su banza por no incurrir en la
indignación del rey, y, como sin gente práctica que sepa bien los ca-
minos, es imposible emprenderlo, por equivocarse a cada paso con las
sendas de las fieras y leones, se le's imposibilitó la salida a muchos
aun para cosas muy precisas de su ministerio, hasta que se sosegó el
rey y volvieron las materias a su antiguo curso.
9. — No obstante lo dicho y que apenas hace viaje algún misionero o
persona forastera cuando luego llega a noticia del rey, le persuadió el
Padre Fr. Antonio al marqués le diese gente que le condujese a Dande,
y, aunque éste lo recusó mucho por no privarse de su compañía y por-
que andaba con mucho recato en las disposiciones del rey por ocasión
de' saber se fiaba poco de él y de sus hermanos, por ser los que con
más razón y valimiento podían aspirar a la corona, al fin se vino a ren-
dir y le otorgó la salida. Antes de arrancar de la banza se ofreció en-
viar a Bamba un hermano donado y, con los temores que tenía el
marqués, pretendió estorbar su partida, diciendo que sin orden espe-
cial del rey no podía permitir se hiciese mudanza alguna ; el P. Fr. An-
tonio sacó la cara y al fin consiguió dejase ir al donado. Previno des-
pués su viaje en fe de lo tratado con el marqués y éste volvió de nuevo
a hacer esfuerzos por detenerle por las causas referidas ; mas por úl-
timo, manifestándole las censuras contra los que impiden a los misio-
neros apostólicos el libre uso de su ministerio y el orden del Prefecto
para ir a Bamba, por donde había de pasar, pero ocultándole la obe-
diencia para Dande, alcanzó de él el permiso y le dió gente que le con-
dujese hasta la primera libata, y desde allí, experimentando las fatigas
y trabajos ordinarios que en otros viajes, llegó a Bamba y prosiguió
hasta Dande, que es camino de setenta leguas.
LA MISIÓN DEL CONGO
10. — Esta provincia Dande es tierra del Congo, pero cuando los
portugueses volvieron a recuperar a Loanda, como se sentían agra-
viados de la gente del Congo, por haber dado auxilio a los holande-
ses, cuando la tomaron, se despicaron de ellos, alzándose con este se-
ñorío y sujetándole a su obediencia. En llegando, pues, dicho Padre a
Dande, encontró nueva orden del Prefecto para que se acercase a
Loanda. Ejecutólo así y, en viéndose con él, le dijo cómo tenía deter-
minado venir él o el Prefecto de los Abandos a Roma para traer un
religioso nuevo que había tomado allí el hábito, en habiendo profesa-
do, y juntamente a comunicar algunos negocios precisos de las misio-
nes. Pero también había discurrido sería más acertado lo trajese dicho
Padre y con esa ocasión podría lograr la de imprimir los libros que te-
nía escritos de la lengua del Congo (134). Suspendióse por entonces
esta resolución y con eso se volvió e'l P. Fr. Antonio a Dande adonde
se fabricó iglesia y casa para celebrar los oficios divinos y enseñar a
los muchachos. Desde allí se alargó haciendo misión por todo el Dande
y tierras de los Abandos, llevando consigo intérpretes por ser aquella
lengua muy diferente de la del Congo.
11. — Pasó en esta peregrinación muchos trabajos y sustos el Padre
Fray Antonio, por ser este' país de Dande sumamente molestado de
leones y fieras y de varias sabandijas. Acaecióle un día pasar por cierto
paraje muy peligroso y, aunque en sí no experimentó daño alguno, supo
después cómo le había acometido un león fiero a cierto alférez portu-
gués ; éste anduvo tan valiente y esforzado que se abrazó al león y.
dándole con un puñal por el corazón, le derribó en el suelo, pero tam-
bién perdió la vida el esforzado alférez. Mas sin embargo fué mucho
ánimo e] del alférez y acción digna del valor portugués ponerse a lu-
char con el león y no aturdirse' con sus espantosos rugidos, con que
turban el aire por muy larga distancia y hacen estremecerse los ár-
boles.
12. — Asimismo es esta tierra grandemente infestada de una plaga
de mosquitos o cínifes, semejantes a los de Egipto, y tanto que cubren
el cielo, como suelen las nubes, singularmente en empezando a po-
nerse el sol, y es de manera que, para que no se llenase la casa de ellos,
necesitaba el Padre cerrar la puerta y salirse de ella y para haber de
(134) Ya hemos referido en la introducción las obras que el P. Teruel, aparte
de la relación de la misión del Congo, compuso para utilidad de los misioneros _v
asimismo de los naturales : el Vocabulario cuadrilingüe y los libros de meditación y
devoción y asimismo los sermonarios, todo ello en lengua congolesa.
432 MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
tomar alguna refección había de ser paseándose y aventándolos de si.
Después, al tiempo de recogerse, entraba en su albergue bien maltra-
tado y herido de sus aguijones, y a no haberle deparado Dios un pa-
bellón, que es lo que' usan todos los portugueses criollos de aquella
tierra, fuera imposible dejarle reposar un punto, y aun eso no obstan-
te, cuando despertaba, se hallaba herido y llena toda la casa de tan mo
lestas sabandijas. La misa decía siempre con notable penalidad y, aun-
que continuamente hacía aire un negro con ramos de árboles, era tanta
la copia de mosquitos, que no se podía valer. Seis meses estuvo dicho
Padre eti esta tierra y purgatorio, el cual, para los pobres negros, que
andan medio desnudos, es un tormento intolerable. '
13. — En el río que da nombre a la provincia, se hallan innumera-
bles cocodrilos ; son fieros y traidores y muchas veces se comen a la
gente que va a sacar agua de él. Navególe el P. Fr. Antonio en una
canoa por espacio de ocho leguas y halló por su ribera gran cantidad
de ellos tomando el sol, pero al ruido de los remos de la canoa se
arrojaron al agua con ímpetu y velocidad. Son tan fieros, que era ne-
cesario ir muy cuidadosos los pasajeros en no sacar las manos de la
canoa porque corren con ligereza y con la cola o con la boca arrebatan
a] que en eso se descuida ; algunos hay de desmesurada grandeza y
regularmente todos son monstruosos. Hállanse también en el mismo
río muchos caballos marinos, los cuales salen de noche a pacer por
los campos ; son de la misma hechura que los caballos de tierra, pero
muy cortos de piernas. De este pez comen los negros en las Cuares-
mas y vigilias, sin embargo de que guisado o cocido no se' distingue
de Ja carne de vaca. Por la fiereza y abundancia de éstos y de los co-
codrilos, es muy peligrosa la navegación del Dande.
CAPITULO XLVIII
I
De una traición que se conjuró contra el rey y muerte
de los autores de ella; cómo juraron al príncipe por su-
cesor en la corona de su padre y después de la muerte
de éste comenzó a reinar felizmente.
1. — No es ponderable cuán belicosos son los ánimos de esta nación,
ni parece creíble que, amando con amor cordial a su rey y príncipes,
por muy ligeros motivos se conspiran contra ellos, como sucede a cada
paso. Dan muchos alientos a los hombres para las conspiraciones de
este reino las elecciones frecuentes que hay de reyes y señores y de
ellas salen siempre los bandos y parcialidades, y, aunque por entonces
ceden a la mayor parte, con todo eso nunca se quietan los que han
tenido séquito de votos, antes bien o mal contentos de la elección pa-
sada o sobradamente ambiciosos para la futura, comienzan desde luego
a tirar líneas por todas partes, las cuales, siendo a su parece'r rectas,
suelen salirles muy torcidas para el caso y muy derechas para su muer-
te y perdición, como les sucedió a los de la conspiración presente :
peto, antes de tratar de ella, es preciso decir el motivo por donde co-
menzó y que no le puede haber justificado para que los vasallos se atre-
van a quitarle a su rey la vida y el reino por su propia autoridad.
2. — Obligación hay precisa de amar, obedecer y honrar cada uno
a su rey y señor natural y, e'stá tantas veces repetido en las divinas
letras, que apenas hay cosa más común. Omnis anim-a —dice S. Pa-
blo— , potestatñbus sublimioribus subdita sit, y da luego la razón, di-
ciendo : Non est enitn potestas nisi a Deo ; quae autem. swnt a Deo, or-
dinatae sunt (135). Por tanto, quien les niega e'sos respetos y obsequios
(135) Rom., 13. 1
436
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
falta a su obligación y resiste a ¡a ordenación divina: Itaque qui resi-
sta potestati, Dei ordinationi resistit. Hasta aqui ninguno de sano juicio
y voluntad recta hallará qué replicar ; en lo que pueda ser tenga alguna
duda es en si les debe los mismos obsequios al rey o príncipe tiranos
y crueles, que a lo,s buenos y ajustados a sus obligaciones, a lo cual
responde San Pedro en su primera canónica diciendo : «Que no sólo se
debe honrar, servir y obedecer a los buenos y modestos, sino también
a los díscolos, sean como fueren» ; en lo cual está depositada la ma-
yor excelencia del vasallo y subdito, pues obedecet y servir al princi-
pe y superior cuando manda con justificación o castiga con la misma,
no es obra de tantos quilates, como padecer en silencio y rendimiento
los atropellamientos, aflicciones e injusticias que se suelen ofrecer. Haec
est enim gratia si propter Dei conscimtiam sustinet quis trisiitias,
patiens injuste (136).
3. — Muchos, ignorando esta tan saludable doctrina o precipitados
de sus genios y malas inclinaciones, en lugar de sacrificarse a su obli-
gación y de' dejarle a Dios su causa, atropellan por todo y sacudiendo
el yugo de la obediencia, se constituyen no sólo fiscales y verdugos
de sus príncipes y cabezas, sino también jueces y superiores para qui-
tarles la vida, pareciéndoles que Dios se tarda o que' no ve las injus-
ticias que padecen ; mas es engaño manifiesto, pues, como dice la Sa-
biduría: Horrende et cito apparebit vobls; quoníam judicium durissi-
mum his, qui praesunt fiet (137). Y poco después añade' y dice: For-
tíoribus autem fortior instat cruciatio : que no sólo ejecutará Dios en
tales príncipes tiranos horrendos castigos y mayores en los que fueren
más crueles para con sus vasallos e inferiore's, pero que tomará en ello
la mano presto y muy presto : que eso significan las palabras del tex-
to cito e instat. De todo lo cual se infiere no ser lícito procurarles la
muerte por terribles que sean ; y afirmar lo contrario es proposición
herética, condenada por tal en el Concilio Constanciense.
4. — Era, pues, Don García II rey del Congo sujeto verdaderamente
digno por sus prendas naturales del re'ino que poseía ; tenía sutil inge-
nio, juicio claro, liberalidad generosa con otras prendas estimables y
en su persona representaba con respeto la majestad real ; de suerte' que,
aun con ser de color negro, ostentaba la grandeza de un emperador y
pxidiera ser bien vi.sto y atendido aun entre los grandes reyes y prínci-
(136) I Petr., 2. 13 ss.
(137) Sap., 6, 6.
LA MISIÓN DEL CÜNUO
437
pes de Europa. Mostrábase muy devoto a las cosas de la religión ca-
tólica y del servicio de Dios, y en atención a esto mandó fabricar nuefi-
tra iglesia de San Salvador y la de los Reverendos Padres de la Com-
pañía de Jesús y además de eso otros cuatro o cinco templos que eran
de tapias de tierra, los hizo labrar de piedra y cal, cosa que hasta en-
tonces no había hecho ninguno de los reyes sus predecesores.
5. — Deslucía empero en gran parte estos méritos y adornos natura-
les con otras acciones indignas y feas, pues solía valerse de algunas
supersticiones y abusos infernales en sus enfermedades y achaques, per-
mitiéndolos también en su reino para el mismo efecto y a los quitomes,
que son grandes hechiceros y los tienen por sacerdotes de los gentiles
y conservadores del reino y de las vidas. Y, aunque nuestros misione-
ros le afearon este vicio y, por obedecerles, ofreció la enmienda y quitó
unos pocos, después los volvió a sus lugares a proseguir en su maldito
oficio, pareciéndole que si no lo hacía así, había de morir presto. Y
aun la tía y hermana del mismo rey culparon a un muchacho de nuestra
escuela, llamado Simón, atribuyéndole que había sido éste quien les
descubrió a los Padres los secretos del reino, añadiendo que, si prohi-
bían el que no hubiese quitomes, se moriría el rey luego
6. — También afeaban mucho las prendas de Don García los vicio*
de' ambición y crueldad, que son muy vecinas estas dos pasiones en
quien tiene poder, y así andan siempre juntas. Era toda su ansia y des-
velo mantenerse en e! reino con toda libertad y soberanía, sin que na-
die le fuese' a la mano en cosa alguna ; y con el mismo hipo deseaba
hacerle hereditario en su casa y descendencia, siendo desde «ab initio»
electivo ; para lo cual mañosamente fué cogiendo los puestos y empa-
rentando con todos los mayores señores de él. De aquí tuvo su origen
la traición, siguiente, pues entre los pretensores de la corona, para
después de sus días, había tres, que eran los má^ principales y de
más séquito, es a saber: Don Lázaro, Don Alvaro y Don Pedro, todos
hijos del rey Don Pedro II y he'rmanos de Don García I. Eran estos
príncipes de muy generosas prendas y grandemente estimados del pue-
blo y en quien tenían todos puestos los ojos para la elección futura,
e-n falleciendo el rey ; el cual, por reconocerlo así, no se atrevía a mos-
trar con ellos sus rigores, aunque vivía poco satisfecho de su afecto.
7. — Empeño es más que vulgar, aunque sea en los reyes y príncipes,
pretender hacer propio y despótico lo que se les da sólo en adminis-
tración y por tiempo limitado, y más habiendo muchos interesados con
438
MISIüNKS CAPUCHINAS EN ÁFRICA
acción y buen derecho a la dignidad o cetro. Punto es ocasionado a
muchas lides y debates y de que no se puede esperar suceso bueno y,
aunque algunos lo han conseguido, han sido muy pocos y no sin gran-
des zozobras, pues la tiranía siempre vive sobresaltada y en perpetuo
tormento de sí misma y lo más común es cae'r de golpe con desdoro
e ignominia al levantar el vuelo para remontarse ; Dejecisti eos, dice
el Espíritu Santo por boca de David, dum allevafentur . Son los tales
imitadores de Lucifer y sus secuaces, y así no es mucho se despeñen y
precipiten con sus ministros.
8. — Con todo eso llegó a conseguir el rey Don García el ver jura-
do por príncipe y sucesor del reino su hijo Don Alonso, pero intervi-
niendo muchos sobresaltos y la tragedia siguiente, en que pudo perder
la vida él y toda su familia. Tal vez estando sentado en su trono real
solía llegar a hablarle Don Lázaro, el mayor de los tres hermanos, y
al tiempo de besarle la mano, le decía con disimulo y aparente gra-
cejo: «Bien quisierais vos, Don Lázaro, sentaros en esta silla.» «Todo,
señor, puede ser — decía — si vivimos», respondiéndole en el mismo
tono. Esto por entonces pasaba por gracejo ; mas sin embargo cada
uno procuraba vivir con cuidado. Llegó la ocasión de querer el rey
casar una hija suya con Don Lázaro, juzgando sería medio éste para
asegurarse de él y de sus hermanos ; mas no hizo caso de la proposi-
ción ; de lo cual, aunque disimuló por entonces, quedó muy desazona-
do el rey. Después trató de casar al príncipe su hijo con una hija na-
tural del segundo hermano, que era Don Alvaro, marqués de Pemba,
habida con cierta reina viuda, que entre aquellos señores negros no se
repara en las bastardías, especialmente entre los inferiores al rey. Para
tratar este negocio envió a Pemba a Don Pedro, que' era el tercero de
los hermanos, y al fin se efectuó el casamiento.
9. — Desde aquí pasó el rey a hacer jurar por príncipe heredero del
reino a su hijo primogénito, Don Alonso, y para este efecto mandó
juntar a todos los señores de la corte y con orden especial a Don Al-
varo, marqués de Pemba, su consuegro. Salió el marqués con toda su
gente, según costumbre, y, en llegando a San Salvador, como el rey
se temía más de los tres hermanos que del resto de los otros señores
y maníes, a ellos principalmente les obligó al juramento, el cual hicie-
ron más por temor y violencia que por voluntad y gusto. Concluyóse
la función y desde entonces quedó Don Alonso príncipe jurado del
reino, pero los tres hermanos muy ofendidos y disgustados del caso,
por ver frustradas sus esperanzas y que ya se les había cerrado la
439
puerta a la pretensión en la elección futura. De ahí se siguió luego
solicitar el despique para ver si podían volver a reintegrar su espe-
ranza. Tomó a su cargo este empeño Don Pedro, por ser el más mozo
y más ardiente, y, sin dar parte a los demás hermanos, aconsejándose
con otros fidalgos sus parciales, de la misma edad, resolvió descargar
su enojo y agravio, quitándole la vida al rey alevosamente.
10. — Con este designio y mal acuerdo salió un día de casa Don Pe-
dro y se fué a cierta iglesia por donde había de pasar el rey, con áni-
mo de darle de puñaladas ; los confidentes anduvieron tan poco leales,
o Dios que lo permitió así, que, antes de llegar el caso, ya había tenido
el aviso el rey. Mandó prender a Don Pedro en el mismo sitio y des-
pués a Don Lázaro, juzgando ser el principal autor de aquella cons-
piración ; mandó asimismo prender a los fidalgos aliados y luego des-
pachó un correo al duque de Bamba, que es el capitán general del
reino, con orden que juntase gente de armas y se partiese a Pemba
para prender a Don Alvaro. Fué el duque a toda prisa con su gente de
milicia y plantó los escuadrones a vista de' la banza de Pemba ; envióle
un recaudo al marqués, diciendo se diese preso por el rey y que no se
resistiese porque le sucedería mal.
11. — Salió el marqués, fiado eti su inocencia, y respondió que él
siempre había sido muy obediente a su rey y lo era entonces, y por
tanto, que no era necesario llevarle preso, pues él de su voluntad iría
a ponerse' a sus pies ; además, que, siendo el motivo de la prisión la
conspiración y alevosía de su hermano Don Pedro, residente en la corte,
él no había tenido parte en el delito en manera alguna, pues la había
ejecutado sin su consejo. Así lo declaró Don Pedro, tomándole la con-
fesión delante del rey, diciendo que él sólo había sido el traidor y no
sus hermanos Don Lázaro y Don Alvaro. El duque de Bamba, fiado
en la palabra del marqués, se volvió con su gente, viendo arrancar al
marqués con la de su parte' y encaminarse a la corte. Con este seguro,
a poco más de dos jornadas tomó el marqués otra resolución y con-
siderando su riesgo y el ánimo vengativo del rey, quiso ocurrir a su
daño, ausentándose del reino y favoreciéndose de sus amigos. Torció
el camino de la corte y se pasó al marquesado de Choa, que entonces
estaba por el sonde de Soñó, rebelde al rey ; y con esta fuga, siendo
inocente, se declaró por culpado y cómplice en el delito de su her-
mano.
12. — Pasados algunos días en las averiguaciones trató el rey de que
se hiciese justicia en los autores de la conspiración y mandó les cor-
440
MISIONES GAl'UCHINAS EN ÁFRICA
tasen las cabezas a Don Pedro y a Don Lázaro y también a un sobri-
no áe éstos y a los fidalgo,s que ks siguieron en la traición, todos los
cuales eran vecinos de San Salvador. A Don Alvaro se le sentenció en
la misma pena, declarándole traidor y rebelde a su rey, y, si estuviera
presente, se le hubiera quitado la cabeza como a los demás ; pero al
ñn vino a caer en los lazos que le armaron y pereció infaustamente.
Pidió este desgraciado príncipe auxilio a los portugueses para defen-
derse d'e las asechanzas del rey ; ofreciéronsele y, pasando incautamen-
te con un trozo de gente a unirse con los portugueses en Bamba, al
tiempo que éstos iban a hacerle guerra al rey, como ya otras dos veces
lo habían intentado por particulares motivos y permisión divina en
castigo de la calumnia que fraguó contra los misioneros, que tantas
veces lo habían estorbado, bien a costa de su salud y vidas, noticioso
el duque por sus espías, salió con su ejército hacia el río Ambriz y
le hizo frente con una emboscada ; acometiéronle furiosos y a pocos
lances lo prendieron sin poderse resistir y luego inmediatamente le
cortaron la cabeza en el mismo sitio.
13. — De esta suerte acabaron los tres hermanos, tan amados y que-
ridos del pueblo, y éste' es el fin y paradero ordinario de cuantos ma-
quinan traiciones a sus reyes y señores naturales. Por tanto aconseja
a todos el Sabio escarmienten y tíeman tan infaustos fines, pues son
consecuentes a semejantes traiciones y alevosías : Time dotninutn, fili
mi, et )'egem et cum detractoribus non commiscearís, quoniam repente
consurget perditio eorum, et ruhvam utriusque quis novit? Con esto
mantuvo el rey su corona, si bien la gozó después poco tiempo, por
haber puesto término a sus días la mu^erte ; que éste es el fin y para-
dero de las ideas humanas, del cual, según el Sabio, son los vecinos
más cercanos los reyes y potestades : Omnis potcntatus brevis vita,
y poco después : Rex hodie est et eras morietur. Gran motivo es éste
para que todos vivan ajustados a sus muchas obligaciones ; pero juzgo
son pocos los que se aprovechan de esta considetación saludable ; al
fin de la vida lo llorarán con amargura y quizá sin esperanza de reme-
dio, mas pues le hay mientras se viva : Praebete aur^s vos qui conti-
netis nuiltitudiv es et placetis vobis in turbis nationum. Pues, como pro-
sigue la Sabiduría ; Qui enim custodierint justa juste, justificabuntur,
ei qui didicerint ista, invenient quid respondeant (138).
(138) Sap., «, 3 y 11.
LA MISIÓN DEL CONÜO
441
14. — De la muerte del rey Don García II no tenemos más noticia
por haber salido antes de' sus tierras los Padres Fr. Antonio de Teruel
y Fr. Buenaventura de Corella, que fueron los últimos españoles que
asistieron en aquella misión ; pero se presume piadosamente sería con
la prevención de los santos Sacramentos y el debido arrepentimiento
de sus excesos pasados, respecto de haber reconocido su yerro en la
calumnia contra los nuestros y haberle ofrecido al Prefecto cumplida
satisfacción de todo y sujetarse a su consejo y dirección. Sucedióle en
el reino Don Alonso, su hijo, como príncipe jurado, el cual comenzó
a reinar felizmente y dando las muestras de bueno y católico rey, que
veremos en e] siguiente capítulo.
CAPITULO XLIX
Dase noticia de los felices principios del rey Don Alonso,
último de este nombre en el Congo; refiérense sumaria-
mente los frutos espirituales de él y la vuelta para Es-
pana de los Padres Fr. Antonio de Teruel y Fr. Buena-
ventura de Corella.
1. — Luego qufc entró a reinar Don Alonso, comenzó a dar mues-
tras <Í€ muy fiel y leal hijo de la Iglesia católica romana, a que le ayu-
daba mucho su natural apacible y la buena educación que tuvo desde
su niñez en los nuestros. Amparólos mucho y procuró fuesen en au-
mento las misiones, reconociendo el gran bien que' de ellas se le había
seguido a aquel reino. Sobre esto escribió al Papa Alejandro VII y
con tal eficacia y celo de la honra de Dios y exaltación de nuestra santa
fe, que alentó a Su Santidad a enviarle luego seis religiosos de nues-
tras provincias de Italia, con orden de fundar seminarios o colegios de
mozos para que se criasen en ellos y aprendiesen letras y buenas cos-
tumbres, dando el cargo de todo a los mismos religiosos. La Sacra
Congregación de Propaganda Fide se ofreció a pagar el gasto y nom-
bró en Lisboa un Procurador que cuidase de todo lo necesario y por
ser tan interesado en esta buena obra el rey, se k' escribió ayudase
también con alguna pensión.
2. — No hay duda que si esto llega a efecto, como lo tengo por cierto,
es el único remedio para la reducción de aquellas gentes, pues, criados
los muchachos en doctrina y santas costumbres, como sabedores de
las malas del país y prácticos en la lengua, pueden ayudar mucho y,
más siendo sacerdotes, a los misioneros. Pero para que tenga el pia-
doso lector nuevos motivos con que alabar al Señor omnipotente y co
nozca cuán admirable es su piedad aun en regiones tan remotas y ane-
446
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
gadas en vicios y supersticiones, y también para nuevo aliento de cuan-
tos se reconociesen llamados de Dios para tan santo y apostólico em-
pleo, diremos brevemente alguna cosa de los grandes y maravillosos
frutos que con la ayuda divina han conseguido en aquellas tierras nues-
tros Capuchinos.
3. — Primeramente se debe volver los ojo,s a cuanto se ha referido
hasta aquí, que a la verdad es mucho y digno de toda ponderación por
los inmensos trabajos que ha costado a los misionero?, en cuya cató-
lica conquista acabaron sus vidas no sólo los Padres de quienes he-
mos hecho mención, sino después otros muchos de gran virtud y per-
fección. Después se debe' ponderar su celo y fervor en ampliar y dila-
tar la fe por los demás reinos circunvecinos al del Congo, en que han
trabajado y trabajan los nuestros desde entonces con infatigable soli-
citud, sin embargo de la contrariedad de' los climas y peligros conti-
nuos de la vida por mar y por tierra, siendo éstos de tan subidos qui-
lates a veces y tantos en número, que en tierra pudieron decir se lle-
garon a ver tan atribulados, que les congojaba la misma vida : Ita ut
toederet nos etiam vivero, y en mar: Aquac praevaluerunt nimis, de
cuyos peligros no dudó decir Stobeo : Quisquís mare navigat, is aut
insanit, aut mendicus est, aut mori cupit.
i. — Asimismo se debe atender a los infinitos errores, supersticio-
nes y vicios que con su doctrina y ejemplo se han extirpado ; los tem-
plos que se erigieron, las devotas y piadosas congregaciones que se
fundaron ; los innumerables casamie'ntos que según el orden de la santa
madre Iglesia se celebraron ; con cuya diligencia han apartado aque-
llas gentes ciegas del infame vicio del amancebamiento, casi connatu-
ralizado entre ellos, y reducídolos a vivir cristianamente por medio de
los santos Sacramentos y continuas predicaciones. El número de los
bautizados excede el guarismo y sólo Dios, a cuyos ojos todo está
presente, lo puede comprender y saber. Cierto religioso aragonés, lla-
mado Fr. Félix del Villar, que fué uno de los que pasaron al Congo
en la segunda misión y después volvió a España, tuvo en esto alguna
curiosidad devota y observó desde que llegó hasta que volvió, que en
solos cuatro años que asistió en aquel r'eino, pasaban los bautizados por
mano de los mismos religiosos de más de seiscientos mil, entre párvu-
los y adultos. ¿Qué diremos de los que antes y después bautizaron,
habiendo corrido hasta ahora desde el principio más de setenta años y
más administrándose este sacramento continuamente? Júzguelo el pia-
doso y démosle todos a Dios las gracias por ello, diciendo con S. Pa-
LA MISIÓN DEL CONGO
447
blo : Benedictus Deus et Pater Doinini J esu Christi, Pater misericor-
diarum et Deus totms consolattonis, qui comolatur nos in omni tribu-
latione nostra, ut possimus et ipsi consolari eos qui in omni praessura
sunt, per exhortationem, qua exhortamur et ipsi a Dea (139).
5. — Al presente se hallan aquellas misiones en grande crédito y au-
mento, pu'cs, sin embargo de ser difícil la conducción de los religiosos
a aquellos reinos africanos, por tener tomados todos los puertos, unos
los portugueses, otros los ingleses, franceses y holandeses, con todo
eso mantiene nuestra seráfica familia en solo el reino del Congo una
Custodia que es casi Provincia y en ella hay conventos de residencia en
San Salvador, en Soñó, en Bamba, en Sundi y en otras partes del mis-
mo reino, demás de los que hay en Angola y en otros reinos vecinos.
Hoy corren dichas misiones por cuenta de' los Capuchinos de Italia y
las tienen muy asistidas de fervorosos operarios, que se emplean ince-
santemente en la conversión de las almas y extirpación de' los vicios.
De los frutos restantes, hasta el año de 1658, en que llegaron a Espa-
ña los Padres Fr. Antonio de Teruel y Fr. Buenaventura de Corella,
que fueron los últimos que quedaron en el Congo, tratan, según tengo
entendido, las relaciones de Italia, y por esta causa, como también por
limitarme a solos los de mi nación, pongo fin a esta relación en este
estado.
6. — Trabajaron fielmente los dichos Padres en el tiempo que residie-
ron en aquellas misiones ; después, en virtud de la comisión del Prefec-
to y para poder estampar los libros que tenía trabajados el P. Fr. An-
tonio, vinieron a Loanda para pasar a Europa. Allí se vieron con el
Prefecto y recibieron su bendición y patente. Pero, antes de embarcar
se para el Brasil, recelando habrían llegado a Portugal las cartas de
los émulos de la misión y que las noticias se habrían extendido por los
puertos y poblaciones de sus conquistas por donde habían de pasar,
acordaron exhibirse al gobernador y Cámara de Loanda, pidiendo por
un memorial se les diese una certificación y testimonio auténtico para
su defensa y resguardo en razón de los buenos procedimientos y since-
ridad de los nuestros en todos aquellos reinos, la cual se les concedió
con mucho agrado, y de su contenido se arguye no sólo la verdad y
sinceridad de los nuestros sino también lo mucho que han trabajado
en aquellas partes y el crédito y estimación que tuvieron siempre' por
su buen proceder y solicitud en el bien espiritual de todos. Dicha cer-
(139) II Corint., 1, 3-4
448
AilSIOKES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
tificación original está «scrita t-n la lengua portuguesa, la cual, tradu-
cida fielmente en castellano, es del tenor siguiente:
7. — Certificación del Gobernador de Loando. — «Luis Martínez de
Soussa Chichoro, del Consejo de S. M., Comendador de Santa Maria
de Ayroes, Gobernador y Capitán general de estos reinos de Angola,
sus provincias y conquistas, etc. Certifico cómo al tiempo que vine a
servir este gobierno, hallo residiendo en estas cristiandades que hay
por los términos de este reino, a los Reverendos Padres Papuchinos
misioneros, predicadores evangélicos, que con los dfimás fueron envia-
dos de Roma por la Sacra Congregación de la Propagación de la Fe,
los cuales continuaron en las dichas cristiandades en gran beneficio de
las almas y aumento de' nuestra santa fe por tiempo de diez años, con
forme ja orden de su misión, sufriendo y padeciendo gravísimas inco-
modidades para la salud de la vida humana, demás de los peligros que
corren los que andan entre bárbaros, como lo son los de esta Etiopia,
adustos y contumaces. Y por la doctrina y buen ejemplo y su singular
pobreza y humildad son los de este hábito aplaudidos y amados de Jos
mismos bárbaros, cuyos potentados y aun de los más crueles y adustos
en sus engaños y errores, me enviaron a pedir religiosos de esta Or-
den, los cuales me consta han bautizado grandísimo número de paga-
nos y que tienen iglesias, mandadas fabricar por los mismos señores
de las tierras, y otros grandes misterios de que me tienen dado aviso
por muchas veces. Y por ser estos religiosos — en razón de lo dilatado
de las tierras y número de los naturales, y ellos solos los que única-
mente trabajan en la conversión de las almas — , muy pocos respecto
de lo mucho que hay a que acudir, no son los progresos mucho mayo-
res. Y por cuanto me consta ser verdad todo lo feferido, mandé dar
esta certificación jurada en Jos Santos cuatro Evangelios, firmada de
mi mano y sellada con el sello de mis armas. Fecha en San Pablo de
la Asunción o Loanda, en veinte de abril del año de mil y seiscientos
y cincuenta y siete. — Luis Martínez de Soussa Chichoro.» (140).
8. — Con este instrumento tan fidedigno y de tanto crédito y abono
de los nuestros en razón de su virtud, sinceridad y celo admirable de
la salvación de las almas, partieron dichos Padres de Loanda ; hicié-
ronse a la vela a los últimos <le abril y en espacio de un mes llegaron
a la Bahía, que es puerto y ciudad principal de Brasil, adonde estu-
(140) Esta misma carta la ha copiado e! P. Anguiano en su obra : Epitome Itü
torial y conquista espiritual del imperio abisinio..., Madrid, 1706, pp. 110-120.
LA MISIÓN DEL CONGO
449
vieron dos mes«s aguardando embarcación para Lisboa, muy agasaja-
dos de los Padres Recoletos d* nuestro S. P. S. Francisco, que llaman
de San Antonio, y tienen una provincia separada de los de Portugal.
En el ínterin salió de Loanda el Gobernador Luis Martínez df Soussa
Chichoro con dos Padres italianos que venían a Roma por orden del
Prefecto a negocios de la misión, y porque el viaje no careciese de tra-
gedias y trabajos, como los demás, y se halle en el fin alguna propor-
ción con los principios, sucedieron los lances siguientes.
9. — Salió, pues, de Loanda dicho Gobernador con los dos religio-
sos referidos y dos sobrinos suyos y el día de nuestro P. Santo Do-
mingo, al amanecer, descubrieron tierra y cerca de ella un navio de ho-
landeses. Acercóse éste con velocidad n la fragata en que iba el gober-
nador con los demás que salieron en su compañía de Loanda, y a po-
cos lances la apresaron los holandeses, alzándose con cuanto llevaba,
que', según los prácticos, importó la presa más de un millón. Pelearon
los portugueses valerosamente ; mas al fin murió el gobernador de un
mosquetazo y otros camaradas suyos ; con esta desgracia desfallecieron
los demás y se rindieron al holandés. Después mandó salir de la fra-
gata a los religiosos y portugueses que habían quedado y los echaron
en una isleta desierta, llamada de la Traición, para que pereciesen de
hambre.
10. — Tomó luego la fragata con ochocientos negros y lo demás que
halló en ella y se' volvió a su factoría ; con esto quedaron destituidos
de remedio humano ; enterraron en ella al gobernador difunto, habien-
do alcanzado su cadáver por gran favor de los holandeses. Pasaron seis
días en este trabajo, sustentándose de hierbas y alguna fruta o raíz que
hallaron, al cabo de los cuales, viéndose perecer sin remedio, se alen-
tó un marinero a vadear tres ríos muy caudalosos que entran en el
mar, y de esta suerte atravesando algunas leguas, parte por agua y par-
te por tierra, zozobrando entre mil peligros, llegó y dió aviso de lo que
pasaba a una fortaleza de portugueses que llaman Copay. Admiráronse
del valor del marinero y al instante alistaron una faluca con socorro
competente y fueron por los de la isla ; después ¡os condujeron a la
fortaleza y desde allí a la ciudad de Copaiba y a Pernambuco, de donde
los religiosos italianos se embarcaron para Lisboa y desde allí pasaron
a Roma.
11. — No fué disímil a esta }a tragedia de los Padres Fr. Antonio d'e
Teruel y Fr. Buenaventura de Corella, pues al cabo de los dos meses,
29
450
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
que residieron en la ciudad de Bahía, se les ofreció ocasión de embar-
carse con el gobernador que había acabado su oficio y se volvía a Por-
tugal. Este anduvo más prevenido en el viaje, escarmentado de lo que
le había sucedido a Luis Martínez de Soussa Chichoro, y así hizo
aprestar un navio nuevo propio de sesenta cañones y dos carabelas de
mercaderes. Con esta armada salieron dichos Padres del puerto de la
Bahía y, a pocas leguas de navegación, descubrieron dos navios pe-
chelingues, que los fueron siguiendo todo el viaje con ánimo de lograr
alguna presa y, como eran ligeros y no llevaban carga, a cada paso
les tomaban a los portugueses el barlovento.
12. — De esta suerte fueron corriendo su viaje sin atreveVs* los pe-
chelingues a explicar su designio con las armas, juzgando lograr sin
fuego algo de la presa, con aguardar a que se ofreciese accidente en
que se desviasen un poco las carabelas, las cuales y el navio del gober-
nador corrían poco por venir muy cargadas de azúcar y de otros géne-
ros. Hallándose, pues, a poco más de doscientas leguas de Lisboa, per-
mitió Dios que el mismo día de' N. S. P. S. Francisco, cuando ya se
daban los parabienes los pasajeros, repentinamente sobreviniese una
borrasca tan fiera, que les duró cuatro días y les puso muchas veces a
pique de anegarse.
13. — Con este no esperado accidente se dividieron las embarcaciones,
que fué lo que deseaban los pechelingues, y así uno de ellos cogió una
carabela de los portugueses. Después se sosegó el mar y volvieron a
descubrir los bajeles pechelingues con la presa, sin haberse persuadido
hasta entonces que su designio era apresar las tres embarcaciones. En
viéndolos los portugueses se fueron acercando a ellos, juzgando eran
amigos; mas estando cerca, conocieron su engaño, porque acelerando
el curso uno de ellos, se arrimó al navio portugués en que iban los re-
ligiosos y el gobernador y comenzó a disparar. Pelearon por espacio
de tres horas y fué tan reñido el combate, que' sin embargo de hallarse
maltratado el pechelingue, después de una breve retirada que hizo para
componer lao velas y jarcias, volvió segunda vez a pelear pero, inquie-
tándose el mar con una borrasca repentina y la oscuridad de la noche,
se puso fin a la contienda.
14. — Apenas amaneció cuando los portugueses remendaron sus ve-
las por haber quedado destrozadas de los cañonazos, a causa de que el
enemigo, con deseo de lograr entera la presa, había asestado sus tiros
a ellas para cortarlas. Pero, antes de comenzar a marchar, descubrieron
a lo lejos otra nave pechelingue que en brevísimo rato les hizo frente.
LA MISIÓN DEL CONGO
mas aunque intentó nuevo combate y aun abordarlas, no lo pudo con-
seguir, porque con toda la diligencia posible se fueron arrimando al
puerto de Andra, que es uno de las Islas Terceras, adonde se acogie-
ron. En esta refriega pasada experimentaron los nuestros la protección
soberana de la Reina de los ángeles pues, con llover sobre ellos y sobre
los portugueses infinitas balas, ninguno recibió el menor daño y, aun-
que al capitán del navio le pasó una bala de artillería por debajo de la»-
piernas, no k' ofendió cosa alguna.
15. — Todo lo cual se atribuyó con razón a la protección divina y a
la intercesión de la que es Madre de misericordia, a quien procuraron
obligar todos con devotos ruegos y súplicas, pues, demás de haber acu-
dido en el discurso del viaje con edificación y provecho de sus almas
a todos los ejercicios espirituales que hacían los religiosos, es a saber,
a las misas, sermones y doctrina tres días cada semana y a los Sacra-
mentos de la Penitencia y Eucaristía frecuentemente, ninguno faltó a
rezar el Santo Rosario y Letanías de la Virgen Santísima, lo cual se
hacía todos los días con sumo afecto y devoción. En comenzándose el
combate, acordándose de infinitos ejemplares y no dudando ser medio
eficacísimo para defenderse de todos peligros acudir a la Reina Santí-
sima, determinaron que la gente de armas ocupase sus puestos para
la defensa y los inhábiles se retirasen con los religiosos a rezar el Ro
.sario de la Virgen Santísima para que de esa suerte, así como Moisés
con su pueblo en la salida de Egipto, puesta la confianza en Dios y en
su Santísima Madre, alcanzasen la victoria. Así lo experimentaron y
con tal felicidad, que al contrario le hicieron mucho daño, sin recibir
la menor lesión, excepto en las velas, en medio de llover por todas par-
tes infinitas balas.
16, — Por este medio libró Dios a sus siervos de tan manifiesto pe-
ligro y de tan porfiado combate'. Ojalá que en todos nuestros trabajos
y necesidades acudiésemos a su Santísima Madre, pues con eso expe-
rimentaríamos sus favores y con tal abundancia que no dudó decir San
Germán, Patriarca de Constantinopla, que : Nemo salutem consequitur.
nisi per te, Sancta Virgo; nemo dohrum vacuus nisi te opitufante, Vir-
go purissima; nemo beneficio aliquo divinitus afficitur, nisi te media-
trice. Virgo castissima; nemo peccatis absolvitur nisr te patrocinante.
Virgo quovh honor e ac laude dignissima. En la ciudad de Andra se de-
tuvieron cuatro meses nuestros religiosos ejercitando su apostólico mi-
nisterio, hasta que se les ofreció ocasión de venir a España. Arribó
después un navio de ingleses al puerto y, sabiendo había de pasar a
453
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
Lisboa, se embarcaron en él ; pero, sobreviniendo unos vientos furio-
sos, embocó el bajel por el estrecho de Gibraltar y, hallándose cerca
de esta población, k rogaron al capitán les permitiese salir a tierra. El
Padre Fr. Antonio de Teruel se hallaba con vehementes dolores de la
gota por entonces, y también con poca salud el P. Fr. Buenaventura
de Corella. Con esta ocasión, compadeciéndose de ellos el capitán, les
dió la lancha y saltaron en tierra, agradeciéndole el favor, así porque
llevaba orden de no desembarcar a ningún pasajero sino en Lisboa,
como porque el tal era hereje y no esperaban de su natural tan singu-
lar obsequio.
17. — Desde Gibraltar vinieron dichos Padres a Cádiz, de donde se
partieron para sus provincias. El P. Fr. Antonio para la de Valencia,
adonde acabó su vida, ejercitado de trabajos y enfermedades contraí-
das en la misión. El P. Fr. Buenaventura de Corella semejantemente
acabó su carrera después de algunos años. Uno y otro fueron de aven-
tajadas prendas y letras y de maravilloso celo de la salvación de las al-
mas; por estos adornos y especialmente por el de su vida ejemplar
fueron varias veces empleados en sus Provincias en los oficios de Guar-
dián y Definidor con aprobación común ; el uno, en la de Valencia y el
otro, en la de Navarra. El P. Fr. Antonio tengo entendido está s.epul-
tado en el convento de Murcia adonde fué Guardián, y el P. Fr. Bue-
naventura de Corella en el de Cádiz, a donde le cogió el mal de que
murió, siendo confesor dej Excmo. Sr. Duque de Aveiro, General dt
la Armada, el cual Je nombró por Vicario general de ella y se excusó
de esa honra, aceptando sólo la de ser su confesor, por mandárselo h
rbediencia y poder más libremente ejercitarse en las misiones. Cogió
mucho fruto en los soldados con su ejemplo y predicación, y su muerte
fué muy sentida de todos por tener en él padre, maestro y todo con-
suelo (141).
(141) Del P. Buenaventura de Corella no poseemos otros datos que los aquí
apuntados. El P. Teruel contaba solamente 17 años al vestir el sayal capuchino el 12
de junio de 1621. Se dedicó a la predicación con gran entusiasmo ; fué Guardián del
-onvento de Tortosa y de Murcia y asimismo dos veces Definidor. Después de estar
en el Congo, trabajando muy intensamente, se volvió a España, con lo» pretextos
aparentes apuntados por el P. Anguiano, pero en realidad de verdad porque, puestas
las cosas en el estado de tirantez en que se hallaban, por fútiles razones políticas y
peligros que los portugueses se forjaban, era mejor a la marcha de la misión no hu-
biese en ella españoles. Vuelto a su Provincia de Valencia se dedicó a completar los
trabajos lingüísticos que había comenzado en el Congo y de los que ya hemos ha-
blado. Finalmente, siendo Guardián de Murcia y Definidor Provincial falleció en di-
cho convento el 17 de febrero de 1665 (Cfr. Crónicas de la Provincia de Valrncia.
Parir H. )ip 101-107. — Ms, del Archivo Provincial de Capuchinos de Valencia).
LA MISIÓN DEL CX)>iG<)
453
18. — Su arribo de estos religiosos a España fué el año de 1658. De-
bérnosles gran parte de las noticias de esta relación y especialmente al
Padre Fr. Antonio de Teruel, el cual fué fidelísimo observador de los
sucesos de su tiempo y como testigo d.e vista refiere en su relación
cuanto sucedió desde que llegó al Congo, el año de 1647, hasta el de
1658, en que volvió a España. De sus originales, de los del P. Fr. Juan
de Santiago y de las Relaciones que se dieron a la estampa el año de
1649 en Madrid y fueron publicadas por Don José Pellicer de Tobar,
Cronista mayor del señor rey Don Felipe IV, el Grande (142), se ha
formado ésta ; a los cuales principalmente seguiremos en las restantes
de la Zinga y del Benín, añadiendo las noticias que' por otras vías he-
mos podido adquirir. Pero respecto de haberse ¡do dando la mano unas
misiones a otras, formaremos la siguiente, que es la tercera en orden,
de las relaciones de la Zinga, del Benín, de Arda y reinos de Guinea,
con que concluiremos lo tocante a la Etiopia y a Ja solicitud de nues-
tros Capuchinos de España en la conversión de sus naturales (143).
(142) Se refiere a ía conocida obra Misión apó^tólica al reino de Congo por la
Seráfica Religión de los Capuchinos, Madrid, 1649. Como el mismo autor confiesa,
las noticias que en ella da, le habían sido comunicadas por los propios misioneros
capuchinos que entonces se encontraban en Madrid, PP. Angel de Valencia y Juan
Francisco de Roma.
(143) Todas estas misiones, a cargo también y exclusivamente de los Capuchinos
españoles, ocupan el segunda libro del manuscrito del P. Anguiano, como ya dijimos
en el prólogo, y formarán también el segundo tomo de la historia de las Misiones
Capuchinas en Africa.
I
I
I
CAPITULO L
En que se da noticia del estado presente del reino del
Congo hasta el año de mil setecientos y cinco y de varios
X sucesos notables.
1. — Las últimas noticias que he podido lograr para dar fin a esta cé-
lebre misión y tan antigua que empezó desde el año de 1645 y de la
cual han resultado otras muchas en aquellos reinos etiópicos de la costa
occidental de Africa, me las participó desde Cádiz el año pasado de
1705 el R. P. Fr. Francisco de Pavia, hallándose allí de tránsito para
Italia de vuelta del Congo donde ha residido por espacio de veintiocho
años, habiendo sido dos veces Superior y Prefecto de dicha misión por
dos septenios. De este testigo tan práctico y calificado por su mucha
virtud y prendas, he sabido las noticias que aquí doy y son las siguien-
tes (144).
«Jamás — dice — , ha dejado de enviar Ja Sacra Congregación de Pro-
paganda Fide religiosos nuestros a predicar el Santo Evangelio en
aquellas tierras, de los cuales hasta hoy se numeran doscientos y trein-
ta y uno los que han cultivado el reino del Congo, sin los que han pa-
sado a cultivar los reinos circunvecinos, cuales son el de Angola, el de
Singúela, el de Dongo, el de Engobela, el de Matamba, llamado tam-
bién de la Zinga. En otros reinos o islas de gentiles también hacemos
(144) Del mismo P. Francisco de Pavia publicó también el P. Anguiano otra ex-
tensa carta en la que asimismo da muy interesantes noticias sobre la misión del Con-
go y de los reinos circunvecinos. Las noticias de una y otra carta coinciden en su
m.iy'or parte (Cfr. Epítome historial y conquista espiritual del imperio abisinio, o. c».
pp. 122-140).
Del P. Andrés de Pavía, que no debe confundirse con el mencionado P. Francisco,
pero que fué también misionero en el Congo los años 1685 a 1701, existe en nuestra
B. N. de Madrid un interesantísimo diario que él tituló : Viaggio Apostólico alie
Missioni delV Africa íM.<;. 3.165, ff 68r.— 132v.).
458
MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA
misiones, aunque de paso, porque nos lo permiten sus reyes, en los
cuaks se bautizan millares de párvulos, de los cuaks es cierto que los
más se salvan por morir en el estado de la inocencia, ya de viruelas,
ya de otras enfermedades y epidemias, que comúnmente suelen padecer
en aquella tierna edad.
2. — «La última relación que envié a Roma de las almas convertidas
y bautizadas por nuestros misioneros fué de ciento y ochenta mil y más.
Los casamientos según el orden de la Iglesia fueron más de veinte mil.
Continuamente se administra el sacramento del bautismo y en todas
partes y no es fácil reducir a guarismo las almas que le han recibido
desde que entraron los nuestros en aquellas tierras a predicar la fe. Mi-
sioneros ha habido, que durante el tiempo de su precisa residencia, que
son siete años, contaron quién cincuenta mil y quién sesenta mil y más.
Incomparablemente fuera mayor el número de los bautizados, si se les.
administrase este sacramento a los adultos que k solicitan. Pero a és-
tos se les dificulta y no se les concede sino es en el artículo de la muer-
te, y a los que se casan legítimamente y se pasan a vivir a las pobla-
ciones donde hay cristiandad, iglesias y ministros de ellas, que les en-
.señan a vivir católicamente. Porque de otra suerte es moralmente im-
posible el que dejen las concubinas, las supersticiones e idolatrías con
que se han criado y viven.
3. — «No matan en estas tierras a los misioneros a hierro, como en
otras partes, pero si con venenos fortísimos y muy cautelosamente.
Más son de ciento los que han muerto con tal género de martirio ; de
lo cual ni nos quejamos ni hacemos cargo a alguno, dejándolo correr
por cuenta de Dios. Antes bien, en llegando la noticia de la muerte de
algún misionero ocasionada del veneno, tiene no poco que hacer el Pre-
fecto en modificar el celo de los otros que se ofrecen luego a sustituir
el lugar del difunto, por si acaso les toca la suerte de alcanzar seme-
jante martirio. Los blancos y los negros viven admirados de esto, vien-
do que avanzan por los peligros de la vida siendo tantos y tan ciertos.
Los ejecutadores de estas muertes son los hechiceros y ministros dia-
bólicos, que viven en aquella gentilidad, aunque ocultos, a los cuales
miran y atienden como a sus sacerdotes, predicantes y médicos, no obs-
tante que con sus curaciones diabólicas matan a los más que se curan
con ellos. Esos son capitales enemigos de los misioneros, y ésto» pre-
dican continuamente contra sus infernales doctrinas, hechicerías, tor-
pezas e idolatrías.
LA MISIÓN DHL CONGO
459
i. — «Estos hechiceros tienen varioss nombres, como son nganga en-
gombos, catuanas, singuillas y otros semejantes ; todos tienen pacto
explícito con el demonio y le hacen continuos sacrificios. Procuran des-
truir cuanto edifican con su doctrina y ejemplo los misioneros y, a no
ser por las continuas sugestiones de estos malditos hombres, es sin
duda que estuvieran ya reducidos a la fe los más reinos de esa Etiopia
inferior. Otro inconveniente gravísimo se experimenta en el Congo,
que atrasa y aun impide mucho }os progresos espirituales y la predi-
cación evangélica. Nace ese daño de ser electiva la corona y darse por
votos de los maníes. Esa suele andar entre los descendientes de dos li-
najes muy antiguos, cuyos apellidos son Quimolace y Quhnpongo y de
uno y otro hay dilatada parentela. Estos se suelen hacer guerra entre
sí y siempre viven opuestos tiranizándose las vidas, a cuya causa viven
poco aquellos reyes y tienen destruido el reino, y tanto que no es hoy
la mitad de lo que fué antiguamente. Suele suceder muchas veces ele-
gir dos y tres reyes y levantarse de aquí un gran cisma, que no se apa-
ga en muchos años, como al presente lo hay. Y aunque han trabajado
mucho los misioneros para que se conformen y no destruyan el reino
con sus continuas guerras y desavenencias, con todo eso no lo han po-
dido conseguir por ser ordinariamente puntosos, vanos y tercos en sus
dictámenes.
5. — ((Al presente padece ese reino esa desdicha porque hay un rey
llamado Don Pedro Alfonso, denominado Aguarosada Serclonia, el
cual de muchos es obedecido, pero al mismo tiempo hay otro, que es
su primo hermano, llamado Don Juan, hijo de otro Don Juan, dicho
Sambantamba, que también fué rey. Este no se atreve a pasar de los
montes de Quibongo para ¡a corte de San Salvador, temeroso de ser
degollado. Deseoso, pues, de la paz y común sosiego de! reino, salí a
la visita de nuestros conventos de residencia, haciendo de paso misio-
nes, y procuré cuanto pude y a costa de no pocas leguas y trabajos, el
que se concordasen y conviniesen en uno. Por último, ayudado de Dios
y venciendo varias dificultades y llevando hartas pesadumbres, vine a
conseguir de la mayor parte de los manicongos la uniformidad de los
votos en la persona de Don Pedro Alfonso, y pasaron luego a aclamar-
le, haciendo el sangamento y funciones de alegría que acostumbran.
6. — «Mas como el partido de Don Juan estaba en el reino de Bula,
me fué preciso pasar a él para que viniese en la elección. Allí vi y tra-
té despacio a Don Juan, al cual, aunque parece le tocaba el reino, en
fuerza de la elección, pero le hallé insensato, idólatra público e incapaz
46o
MISIONES CAPUCHINAS HN AFRICA
por sus delirios de reinar, según los establecimientos del reino. Todos
los consejeros y manicongos del partido de éste alabaron a Dios y vi-
nieron en la elección que se había hecho en la persona de Don Pedro
Alfonso. Concordados los ánimos, salió como furia infernal, turbándolo
todo, la princesa Doña Elena, que sintió a par de muerte el perder el
dominio y autoridad que ejercía como reina por ser hermana de Don
Juan. Pretendió esa princesa que, ya que su hermano estaba incapaz,
eligiesen por rey al príncipe Don José, yerno suyo. Con esta novedad
lo alteró todo y, aunque el yerno en lo exterior le aconsejaba desistie-
se de la pretensión, no hubo forma de eso. Viendo yo en tan mal es-
tado la materia, mi falta d,e fuerzas y salud, al cabo de tantas fatigas,
les hice a todos la última reconvención, protestando delante de Dios
hacerles cargo de todos los daños que por sus culpas venían al reino
y de lo mucho que padecí y trabajé por concordarlos.
7. — «Despedíme para proseguir mi visita, viendo que no podía ajus-
tar nada por la mala y perversa cizaña que sembró en los ánimos la
princesa Doña Elena. Antes de partirme supe y averigüé varios deli-
tos suyos contra nuestra santa fe católica, con los cuales tenía escan-
dalizado el reino. Tenía por suya cierta población en !a cual ella y sus
consejeros se juntaban a idolatrar, invocando a los demonios y hacién-
doles varios sacrificios por sí y por medio de sus hechiceros. Sabiendo
ésto y reconociendo mi obligación, los amonesté y reprendí para que
se enmendasen, pero, perseverando ella y ellos en sus maldades, pasé
a excomulgarlos. Enviáronme diferentes embajadores, pidiéndome la
absolución, pero siempre respondí que estaba pronto a dársela, siendo
cierto su arrepentimiento, quitando los escándalos y dando plena satis-
facción a la Iglesia y cumpliendo la penitencia que les impusiese. Da-
ban buenas palabras siempre, pero no cesaron en sus malditas obras
hasta que Dios ejecutó en ellos un castigo horroroso. La Doña Elena
murió luego repentinamente ; lo mismo les sucedió a todos sus conse-
jeros, publicando todos los demás haber sido castigo del cielo por sus
idolatrías, desprecio de la excomunión y escándalo del reino. Asi mu-
rieron estos infelices y con su muerte se pasaron los más de aquel par-
tido a] de Don Pedro Alfonso que era temeroso de Dios y religioso
en sus costumbres.
8. — «Otro caso me sucedió parecido al referido en el gran ducado de
Sundi, con el marqués de Esebo, llamado Don Duarte. Este, estando
excomulgado por vivir muchos años había amancebado con una prima
suya de la cual tenía hijas casaderas, no hacía caso de la excomunión ;
LA MISIÓN DEL CONGO
461
a cuya causa me fué preciso publicarle vitando con todas las ceremo-
nias que usa la Iglesia. Acudieron a mí el duque de Sundi, su tío, y
otros señores, prometiendo de traerle a mi presencia, reconocido y arre-
pentido, para lo cual le' concedí tres días de tiempo. Fué caso raro,
que, apenas le publiqué excomulgado vitando en la iglesia, cuando en
el lugar donde vivía se secó el río y también se secaron los frutos y
sementeras y hasta los hombres se entristecieron de suerte, que per-
dieron el color y parecían difuntos.
9. — «Por último vino a mi presencia, al parecer humillado y arrepen
tido, pidiendo la absolución, }a cual le concedí después de haberle apar-
tado de la amiga y ofrecido casarse y cumplir las penitencias que le or-
dené. Advertíle que mirase bien las promesas que hacía a Dios, el cual
no puede ser engañado y tiene la mano levantada contra los contuma-
ces y fementidos, que desprecian las censuras de la Iglesia, y no suele
tardar en descargarla. Así le sucedió, volviendo a la mala amistad an-
tigua, porque, después de cuatro semanas, yendo a dar una batalla al
marqués de Pango, fué herido con cuatro flechas y luego murió sin
confesión ni seña] de dolor de sus pecados.
10. — «Es cosa lastimosa lo que sucede en este reino por las eleccio-
nes, así de la corona como de los títulos, a los cuales confirma el rey
y Jos eligen los vasallos. Tales elecciones, como son tan frecuentes,
causan gravísimos daños en lo espiritual y temporal, porque con la gue-
rra todo se perturba y no se atiende a lo espiritual, y las reducciones
a la fe se ponen de mala calidad. En lo temporal es asimismo gravísi-
mo el daño que recibe el reino y, según va, se puede temer que le pier-
dan. En e] año de 1557, reinando Don Alvaro I de este nombre, le llegó
a perder, y aunque después le volvió a recuperar, pero no todo. Des-
pués poco a poco han ido perdiendo los reinos de los Ambendos o
Abandos, Matamba, Angola, Quizama, Angoy, Cacongo, los siet^ rei-
nos de Congere, Amolaza y los Papelungos, el Zaire, los Ancicos, An-
zicana y Loango. Y en fin, no es hoy la media prte de lo que fué, aun-
que el rey se intitula señor de todos esos reinos, mas no lo es.»
CAPITULO LI
1
En que se hace mención de los misioneros que hasta hoy
ha enviado la Sacra Congregación al Congo desde que
fueron a ese reino los primeros Capuchinos.
1. — Prosigiñendo las noticias del capítulo precedente, dice así el Pa-
dre Fr. Francisco de Pavía : «Las maravillas que Dios ha obrado por
midió de Jos religiosos que han asistido en estas misiones, son tantas,
que, si se hubiesen de referir, sería necesario hacer muchos volúmenes.
Yo remití a Italia casi todos mis papeles, por lo cual y la gran falta
de salud, no puedo extenderme todo lo que quisiera y me limito a las
cortas noticias que aquí doy y de que al presente me acuerdo, que
como han pasado tantos años, no es fácil acordarme de todas.
Del Padre Fr. Antonio de Sarrabeza, hijo de la Provincia de Tos-
cana, se refieren varios prodigios y entre ellos, que predicando a los
negros en ¡a lengua ambonda, todos le entendían como si les hablase
en su lengua nativa, siendo de naciones y lenguas muy diversas. Tam-
bién se refiere de este siervo de Dios que, yendo al imperio de Gan-
guela a predicar la fe, pasando por el desierto adonde' no hay casa al-
guna ni árbol, hallándose en su compañía muchos Pombeiros, que son
negros mercaderes, esclavos de los criollos portugueses, les mandó
juntar sus cargas y que ellos se acercasen a él por ser furiosos los vien-
tos y grande la lluvia que les amenazaba. Fué cosa admirable que, con
estar en campo raso, no cayó sobre ellos ni una gota de agua ni les
perjudicó cosa alguna el viento con ser tan furioso.
2. — «El P. Fr. Juan María de Pavía, de la Provincia de Bolonia, fué
varón admirable ; por sus oraciones y méritos obró nuestro Señor mu-
chos milagros y predijo el día de' su muerte y el de una niña natural
de Loanda, ¡o cual, estando ambos buenos por entonces, se cumplió
puntualmente, muriendo dicho Padre y el siguiente día la niña, que era
30
466
MISIONES CAPUCHINAS F.N ÁFRICA
de pocos años, a la cual convidó para él cielo, diciéndola en presencia
d€ su madre: «Vamos, hija, al cielo, que ya el Señor nos llama a su
gloria.»
3. — «El P. Fr. Benedicto de Lucignano, de la Provincia de Tosca-
na, resplandeció en todas las virtudes y le honró Dios con singulares
prodigios. Murió en Matamba y, apenas expiró, cuando toda la vacada
de la reina Zinga, sin quedar una, salió del sitio donde estaba recogi-
da y de dos en dos fueron berreando hasta la puerta de la iglesia,
como si llorasen la muerte del santo Padre, y, después de un buen ra-
to, se volvieron a su encerramiento. Esa misma diligencia, a la misma
hora y en la misma forma, la repitieron las vacas en los dos dias si-
guientes, causando suma admiración a toda aquella ciudad. Así como
murió este santo religioáo, se apareció a dos amigos suyos vecinos de
Loanda, a quienes pidió algunos paños de lienzo para curarse las lla-
gas que padecía. Y, yendo a buscarlos, se les desapareció de la vista,
pero con todo eso recogieron los paños y se' los enviaron al convento
creyendo estaba ya en él ; pero, sabiendo que no había llegado ni se
tenía noticia de él, cayeron en cuenta de que' había salido de este mise-
rable mundo. Son muchas las jornadas que hay desde Matamba hasta
Loanda y después se comprobó cómo a la misma hora y día en que
expiró, se apareció a sus dos amigos.
i. — «Fr. Francisco de Licodia, Religioso Lego de la Provincia de
Siracusa de Sicilia, que fué compañero de nuestro General Fr. Inocen-
co de Caltagirone, varón admirable en virtudes y prodigios, pasó des-
pués a la misión del Congo, donde vivió muchos años, obrando Dios
por sus oraciones y méritos en vida y después de su muerte muchos y
grandes milagros, y tan continuos, que se le remitió orden por parte
de la Sacra Congregación al Obispo de Santo Tomé para que los com-
probase e hiciese información jurídica de ellos y de su vida admirable',
para promoverle a }a beatificación, la cual ya se ha remitido a Roma,
y, según se dice, son más de veinte los muertos que ha resucitado.
5. — «Otro religioso, de cuyo nombre al presente no me acuerdo, ha-
biéndose embarcado en el puerto de Loanda para el Brasil, murió a los
cuatro o seis días y le sepultaron, como suelen, en el mar. Pero, ¡caso
raro! ; a la misma hora se halló su cuerpo en la orilla de la playa de
la Bahía del Brasil y de allí fué llevado a la catedral donde le dieron
honorífica sepultura. Llegó el navio a ese puerto después de un mes
y, preguntando a la gente de él si había muerto en él algún Capuchi-
no, todos respondieron que sí, dando las señas de él y diciendo el día
LA MISIÓN DEL CONGO
467
y la hora en que murió y fué sepultado en el mar, y todos conocieron
haberle Dios llevado milagrosamente a tierra.
6. — «No es menos prodigioso el suceso siguiente y es muy digno de
notarse. Acaeció el año de 1692 hacer viaje para Lisboa desde Loanda
el P. Fr. Juan de Belluno, hijo de la Provincia de Venecia, y pocos
dias antes de descubrir tierra, murió. Fuéronle a amortajar para darle
sepultura en el mar y le hallaron que tenía impresas en las manos, en
los pies y en el costado las llagas, cosa que les causó suma admiración ;
mas con todo eso, aunque con gran sentimiento de todos, lo echaron
al mar. Depusieron de esto con juramento el capitán y marineros,
como testigos de vista, después que llegaron a Lisboa, y, sabedor del
caso el rey Don Pedro, los mandó llamar y los reprendió mucho porque
no trajeron a Lisboa e} cadáver. Fué este bendito Padre gran misio-
nero y por muchos años, primero, en las tierras de Venecia y después,
en las del Congo, y en todas partes de sumo ejemplo.
7. — «No digo más, aunque hay mucho que decir de otros muchos mi-
sioneros que han muerto en estas tierras con fama común de varones
santos, de los cuales los seculares, ya eclesiásticos ya seglares, blan-
cos y negros, pregonan grandes maravillas de Dios, que les han visto
obrar. Dos cosas no excuso decir y ambas notables : la primera es
que hasta hoy no ha muerto misionero alguno, viviendo en el descanso
del convento de Loanda, sino viniendo de fuera enfermos y desahucia-
dos de remedio humano. La segunda es que, pasados veinte dias o
poco más, aunque se abra la sepultura del último que fué enterrado en
ella para sepultar otro religioso, jamás hasta hoy se ha visto en las
sepultura sabandija alguna de las que suele haber en otras partes y aun
en aquella ciudad. Sobre esta maravilla se añade otra y es que de las
tales sepulturas sale, en abriéndolas, un olor muy suave, que admira
a todos. Y asi, cuando se abre alguna sepultura, suelen acudir a la bó-
veda donde están, que es muy capaz y tiene una muy buena escalera
de piedra, los eclesiásticos, los religiosos y los seglares a ver y admi-
rar esas maravillas, y hasta las mujeres entran sin horror en dicha bó-
veda, sirviendo a todos de especial motivo para alabar a Dios. Muchos
y admirables religiosos son los que aquí hay sepultados.»
8. — Para conclusión de lo dicho me ha parecido conveniente hacer
el siguiente catálogo de los religiosos que la Sacra Congregación de
Propaganda Fide ha enviado al Congo desde el año de 1645 hasta el
presente de 1705, donde se notan sus nombres, sus grados, sus provin-
468
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
cias, los años en que fueron y algunas particularidades que ocurrieron
en sus viajes (145).
Año de 1645
El P. Fr. Buenaventura de Alessano, Predicador y Definidor, de la
Provincia de Roma.
El P. Fr. Juan Francisco de Roma, Predicador y Custodio que fué de
la misma Provincia.
El P. Fr. Jenaro de Ñola, Lector de Teología y Definidor, de la Pro-
vin,cia de Nápoles.
El P. Fr. Buenaventura de Sorrento, Predicador y Definidor, de la Pro-
vincia de Nápoles.
E] P. Fr. Buenaventura de Cerdeña, Lector de Teología, Guardián,
Custodio y Definidor, de la Provincia de Castilla.
El P. Fr. Juan de Santiago, Predicador y Maestro de nuevos, de la
misma Provincia de Castilla.
El P. Fr. José de Antequera, Predicador, Maestro de novicios, Guar-
dián y Definidor, de la Provincia de Andalucía.
El P. Fr. Angel de Valencia, Predicador y Guardián, de la Provincia
de Valencia.
El P. Fr. Miguel de Sessa, Predicador, de' la Provincia de Aragón.
E] Hno. Fr. Francisco de Pamplona, Redín, de la misma Provincia de
Aragón.
El Hno. Fr. Angel de Lorena, de la Provincia de Toscana.
El Hno. Fr. Jerónimo de La Puebla, de la Provincia de Aragón. To-
dos tres Legos.
Año de 1646
El P. Fr. Buenaventura de Taggia, Predicador, de la Provincia de Gé-
nova, de la que fueron también los siguientes :
El P. Fr. Francisco de Ventimilla. Predicador.
(145) La lista de los misioneros capuchinos que a continuación nos da el P. An-
guiano, nos hará formar idea de la gran importancia que se dió a la misión del Congo.
La Orden Capuchina envió durante sesenta años (1645-1705) nada menos que doscien-
tos treinta religiosos.
Quizás esta lista se la haya facilitado al autor el mencionado P. Francisco de Pa
vía. al enviarle juntamente las cartas copiadas.
Advertimos que en ella algunos nombres van repetidos en varias expediciones ; la
razón es porque, habiendo regresado a Europa por distintos motivos, volvieron de
nuevo más adelante a la misión.
Por otra parte, no pudiendo compulsar la exactitud de los nombres y sobre todo
de los pueblos italianos de donde eran naturales los misioneros, los damos tal como
los encontramos en el manuscrito del P. Anguiano.
LA MISIÓN DEL CONGO
469
El P. Salvador de Génova, Predicador.
El Hno. Fr. Pedro de Dolceto, Lego.
Estos cuatro religiosos fueron presos de los holandeses y llevados a
Amsterdam, y, como eran herejes, k quitaron la vida en el mar a pu-
ros malos tratamientos al P. Fr. Salvador de Génova.
Año de 1648
El P. Fr. Dionisio d<r Piacenza, Predicador, de la Provincia de Bo-
lonia.
El P. Fr. Carlos de Taggia, Predicador, de la Provincia de Génova.
El P. Fr. Gabriel de Valencia, Predicador y varias veces Guardián, de
la Provincia de Valencia.
El P. Fr. Antonio de Teruel, Predicador y Guardián, de la Provincia
de Valencia.
El P. Fr. Antonio Maria de Monteprandone, Predicador, de la Provin-
cia de la Marca.
El P. Fr. Serafín de Cortona, Predicador y Definidor, de la Provincia
de Toscana.
El P. Fr. Pedro de Ravena, Sacerdote, de la Provincia de Bolonia.
El P. Fr. Jerónimo de Montesarchio, Predicador, de la Provincia de
Nápoles.
El P. Fr. José de Pemambuco, Predicador, de la Provincia de Cas-
tilla.
El P. Fr. Francisco de Veas, Predicador, de la Provincia de Castilla.
El P. Fr. Juan María de Pavía, Predicador, de la Provincia de Bo-
lonia.
El P. Fr. Buenaventura de Corella, Predicador, d« la Provincia de
Aragón.
El Hno. Fr. Félix del Villar, de Ja Provincia de Aragón.
El Hno. Fr. Francisco de Licodia, de la Provincia de Siracusa.
El Hno. Fr. Humüde de San Félix, de la Provincia de Bolonia.
Año de 1651
El P. Fr. Juan Francisco Romano, Predicador y Definidor, de la Pro-
vincia de Roma.
El P. Fr. Antonio de Sarrabeza, Lector de Teología, de la Provincia
de Toscana.
El P. Fr. Erasmo de Forno, Predicador, de la Provincia de Roma.
El P. Fr. Esteban de Ravena, Sacerdote, de la Provincia de Bolonia.
47°
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
El P. Fr. Francisco María de Scio, Sacerdote, de la Provincia de Ge-
nova.
El P. Fr. Bernardino Húngaro, Predicador, de la Provincia de' Roma.
El P. Fr. Bernardino de Coniliano, Predicador, de la Provincia de
Toscana.
El P. Fr. Bernardino de Roca Corneta, Predicador, de la Provincia
de Bolonia.
El P. Fr. Luis de Pistoya, Sacerdote, de la Provincia de Toscana.
El P. Fr. Jorge de Gela, Predicador, de la Provincia de Roma.
El P. Fr. Jerón,imo de Luca, Predicador, de la Provincia de Toscana.
El P. Fr. Andrés de Anciano, Predicador, de la Provincia de Umbría.
El P. Fr. Francisco María de Volterra, Sacerdote, de la Provincia de
Toscana.
El P. Fr. Gregorio de Oristán, Sacerdote, de la Provincia de Cer-
deña.
El P. Fr. Angel de Ayacio, Predicador, de la Provincia de Córcega.
El. Hno. Fr. Marcelo de Vaña Cavallo, de la Provincia de Bolonia.
El Hno. Fr. Isidro de Milunico, de la Provincia de Nápoles.
El Hno. Fr. José de Bassano, de la Provincia de Roma.
En este año tomó el hábito y después profesó en el convento de
San Salvador, de orden de la Sacra Congregación, el P. Fr. Francisco
de San Salvador, hallándose capellán mayor del rey Don García II y
hermano legitimo del rey Don Alvaro V del Congo.
Año de 1652
El P. Fr. Jacinto de Vetralla. Predicador, de la Provincia de Roma,
y Definidor.
El P. Fr. Marcelino de Pallano, Sacerdote, de la Provincia de Roma.
El P. Fr. Antonio de Lisboa, Sacerdote', de la Provincia de Roma.
El P. Fr. Buenaventura de Sorrento, Predicador, y Maestro de novi-
cios, de la Provincia de Nápoles.
El P. Fr. Antonio de Gaeta, Predicador, de la Provincia de Nápoles.
El P. Fr. Antonio de Sarrabeza, Predicador y Definidor, de la Pro-
vincia de Toscana.
El P. Fr. Benedicto de Lussiniano, Sacerdote, de la Provincia de Tos-
cana.
El P. Fr. Bernardino de Sena, Predicador, de la Provincia de Tos-
cana.
El P. Fr. Felipe de Sena, de la Provincia de Toscana.
LA MISIÓN DEL CONGÓ
El P. Fr. Crisóstomo de Génova, Predicador, de la Provincia de Ge-
nova.
El f. Fr. Roque de Génova, Sacerdote, de la Provincia de Génova.
El P. Fr. Clemente de Maenza, Sacerdote, de la Provincia de Roma.
El P. Fr. Juan Francisco de la Fábrica, Sacerdote, de la Provincia
de Bolonia.
El P. Fr. Juan Antonio de Montecucculo, Predicador, de la Provincia
de Bolonia.
El Hno. Fr. Gil de Amberes, de la Provincia de Andalucía.
El Hno. Fr. Ignacio de Valsasna, de la Provincia de Milán.
El Hno. Fr. Francisco de Licodia, de la Provincia de Siracusa.
El Hno. Fr. Leonardo de Nardo, de la Provincia de Otranto.
Año de 1660
El P. Fr. Bernardino de Sena, Predicador, de la Provincia de Toscana.
El P. Fr. Angel de Florencia, Predicador, de la misma Provincia.
El P. Fr. Victorio de Pistoya, Predicador, de la misma Provincia.
El P. Fr. Juan Bautista de Saleyano, Lector de Teología, de la Pro-
vincia de Roma.
El P. Fr. Arcángel de Viansano, Predicador, de la Provincia de Roma.
El Hno. Fr. Gabriel de Veletri, de la misma Provincia.
Año de 1664
El P. Fr. Segismundo de Ferrara, Predicador, de la Provincia de Bo-
lonia.
El P. Fr. Buenaventura de Cento, Predicador, de la misma Provincia.
El P. Fr. Francisco María de Valscana, Sacerdote, de la Provincia de
Píamente.
El P. Fr. Buenaventura de Espoleto. Predicador, de la Provincia de
Umbría.
El P. Fr. José de Alatri, Sacerdote, de la Provincia de Roma.
El P. Fr. José de Fano, Sacerdote, de la Provincia de la Marca.
El P. Fr. Miguel del Burgo, Sacerdote, de la Provincia de la Umbría.
El P. Fr. Miguel de Budrio, Predicador, de la Provincia de Bolonia.
El P. Fr. Esteban de Melia, Sacerdote, de la Provincia de la Umbría.
El Hno. Fr. Alberto de' Minerbio, de la Provincia de Córcega.
El Hno. Fr. Miguel de Camerino, de la Provincia de !a Marca.
472
MISIONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
Año de 1667
El 1". Fr. Crisóstomo de Génova, Predicador, de la Provincia de Ge-
nova.
El P. Fr. Buenaventura de Salto, Predicador, de la Provincia de Bo-
lonia.
El P. Fr. Dionisio de Piacenza, Predicador, de la misma Provincia.
El P. Fr. Felipe de Caleció, Sacerdote, de la Provincia de Roma.
El P. Fr. José María de Buceto, Predicador, de la Provincia de Bo- •
lonia.
El P. Fr. Crisóstomo de Quialonsa, Predicador, de la Provincia de
Bretaña.
El P. Fr. Gregorio de Perucha, Sacerdote, de la Provincia de la Um-
bría.
El P. Fr. Miguel Angel de Regio, Predicador, de la Provincia de Bo-
lonia.
El P. Fr. Pablo de Monte Sanseverino, Predicador, de la Provincia
de Toscana.
El P. Fr. Pedro de Barchi, Sacerdote, de la Provincia de la Umbría.
El Hno. Fr. Bartolomé de Perucha, de la misma Provincia.
El Hno. Fr. Miguel de Orvieto, de la Provincia de Roma.
El Hno. Fr. Luis de Génova, de la Provincia de Génova.
Año de 1672
El P. Fr. Luis de Pistoya, Predicador, Definidor, de la Provincia de
Toscana.
El P. Fr. Francisco María de Florencia, Predicador, de la misma
Provincia.
El P. Fr. Andrés de Buti, Sacerdote, de la misma Provincia.
El P. Fr. Ambrosio de Florencia, Sacerdote, de la misma Provincia.
El P. Fr. Juan de Romano, Predicador, de la Provincia de Bressa.
El P. Fr. Antonio de Piacenza, Sacerdote, de la Provincia de Bressa.
El P. Fr. Tomás de Séstula, Predicador, de la Provincia de Lom-
bardía.
El Hno. Fr. Plácido de Casino, de la Provincia del Abruzo.
Año de 1673
El P. Fr. Juan Antonio de Montecucculo, Predicador, de la Provincia
de Bolonia.
El Hno. Fr. Gabriel de Veletri, de la Provincia de Roma.
LA MISIÓN DEL CONGO
473
Año de 1674
El P. Fr. Juan María de Udine, Predicador, de la Provincia de V^e-
necia.
El Hno. Fr. Miguel de Camerino, de la Provincia de la Marca.
Año de 1676
El P. Fr. Miguel de Turin, Sacerdote, de la Provincia de Piamonte.
El P. Fr. Fortunato de Viela, Predicador, de Ja misma Provincia.
El P. Fr. Basilio de Verona, Predicador, de la Provincia de Venecia.
El P. Fr. Jerónimo de Panaco, Sacerdote, de la misma Provincia.
El P. Fr. Juan Bautista de Viela, Predicador, de la Provincia de Pia-
monte.
El Hno. Fr. Plácido de Fossano, de la misma Provincia.
Año de 1677
El P. Fr. Pablo Francisco del Puerto, Predicador y Maestro de novi-
cios, de la Provincia de Genova.
El P. Fr. José de Saona, Predicador y Maestro de novicios, de la
misma Provincia.
El P. Fr. Juan Bautista de Malta. Predicador, de la Provincia de Si-
racusa.
El P. Fr. Domingo de Saboyardo, Sacerdote, de la Provincia de Roma.
El P. Fr. Francisco de Obada, Predicador y Secretario de la Provincia
de Génova.
El P. Fr. Pablo de Lissano, Predicador, de la Provincia de Toscana.
El P. Fr. Pablo de Varrase. Predicador y Procurador general de las
misiones de la Provincia de Génova.
El P. Fr. Redempto de Ferentino, Sacerdote, de la Provincia de Roma.
El P. Fr. Gil de Recio, Predicador, de la Provincia de Génova.
El P. Fr. Pablo de Lissano, Predicador, de la Provincia de Toscana.
El P. Fr. Pablo de Varrase, Predicador y Procurador general de las
misiones de la Provincia de Génova.
El P. Fr. Gil de' Recio, Predicador, de la Provincia de Génova.
Año de 1678
El P. Fr. Francisco María de Pavía, Predicador, de la Provincia de
Milán.
El P. Fr. Julio Francisco de Romañano, Predicador
474
MISIONES CAPUCHINAS EN AFRICA
El P. Fr. Jácome Francisco de Pavía, Sacerdote.
El P. Fr. Francisco de Pavía, Predicador, todos de la misma Pro-
vincia.
El P. Fr. Querubín Milanés, Predicador, de la Provincia de Roma.
El Hno. Fr. Clemente de Pavía, de la Provincia de Milán.
Estos seis religiosos se embarcaron en Génova para Lisboa en el
navio de Nuestra Señora de Loreto y a los cinco días de navegación
se encontraron con siete bajeles de moros de Argel sobre el cabo de
Gata y pelearon desde la mañana hasta la noche, en cuyo combate que-
daron heridos los Padres Fr. Francisco María, Fr. Julio Francisco y
Fray Francisco. Pero como estuviese embarcado el P. Fr. Francisco
María en el navio San Miguel del capitán Presea, que era poco fuerte,
le abordaron los moros y cautivaron a dicho Padre herido y lo lleva-
ron a Argel, adonde se dedicó a servir a los apestados cristianos y
en cuyo santo ejercicio murió santamente. Ganó entonces para Dios
al capitán comandante de la escuadra enemiga, que era un renegado,
llamado el Bursa, de nación genovés, al cual reconcilió con la Iglesia,
le confesó y dispuso para bien morir por haber salido mortalmente he-
rido de ¡a pelea.
Año de 1681
El P. Fr. José María de Sestri, Predicador, de la Provincia de Génova.
El Hno. Fr. Esteban Romano, de la Provincia de Roma.
Año de 1682
El P. Fr. José María de Buceto, Predicador, de la Provincia de Lom-
bardía.
El P. Fr. Francisco de Sercharro, Lector de Teología, de la Provincia
de Basilicata.
El P. Fr. Pedro de Coniliano, Predicador y Secretario de la Provincia
de Venecia.
El P. Fr. Juan de Belluno, Predicador, de la misma Provincia.
El P. Fr. Juan Bautista de Malta, Predicador, de la Provincia de
Otranto.
El P. Fr. Bernardo de Saona, Predicador, de la Provincia de Génova.
El P. Fr. Pedro de Trisilico, Sacerdote.
El P. Fr. Gabriel de San Marcelo, Sacerdote.
El P. Fr. Roberto de Florencia, Sacerdote, todos tres de la Provin-
cia de Toscana.
LA MISIÓN DEL CONGO
475
El P. Fr. Benedicto de Velbedere, Predicador, de la Provincia de
Roma.
El P. Fr. Andrés de Venacó, sacerdote, de la Provincia de Córcega.
Año de 1683
El P. Fr. Amadeo de Vieno, Predicador, de la Provincia de Bressa.
El P. Fr. Francisco de Beti, Predicador, de la Provincia de Cerdeña.
El P. Fr. Jerónimo de Sorrento, Sacerdote, de la Provincia de Ña-
póles.
Año de 1684
El P. Fr. Juan de Romano, Predicador, de la Provincia de Bressa.
El P. Fr. Francisco de Monteleón, Predicador, de la Provincia de Cer-
deña, el cual murió siendo Prefecto de la Isla de Santo Tomé y
hace Dios por él muchos prodigios.
El Hno. Fr. Luis de Turín, de la Provincia de Piamonte.
Año de 1687
El P. Fr. Tomás de Séstula. Predicador, de la Provincia de Lom-
bardía.
El P. Fr. Angel Francisco de Milán, Sacerdote, de la Provincia de
Milán.
El P. Fr. Leopoldo de Milán, Predicador, de la misma Provincia.
El P. Fr. Joaquin de Florencia, Predicador, de la Provincia de Tos-
cana.
El P. Fr. Juan de Mistreta, Predicador y Guardián, de la Provincia
de Mesina.
El P. Fr. Esteban de Florencia, Sacerdote, de la Provincia de Toscana.
El P. Fr. Zacarías de Milán, Sacerdote, de la Provincia de Milán.
El P. Fr. Andrés de Pavia, Predicador, de la misma Provincia.
El P. Fr. Pablo de Montelongo, Sacerdote, de la Provincia de Génova.
El P. Fr. Basilio de Palermo, Predicador, de la Provincia de Palermo.
El Hno. Fr. Julio de Horta, de la Provincia de Milán.
E! Hno. Fr. Jerónimo de Florencia, de la Provincia de Toscana.
El Hno. Fr. Juan Bautista de Enego, de la Provincia de la Umbría.
Año de 1690
El P. Fr. Sebastián de Ayacio, Maestro de novicios, de la Provincia
de Córcega.
476 MISIONES CAPUCHINAS tN ÁFRICA
El P. Fr. Juan de Beluno, Predicador, de la Provincia de Venecia.
El P. Fr. Lucas de Caltanaseta, Lector de Teología, de la Provincia
de Palermo.
El P. Fr. Bernardo de Mazareno, Predicador, Maestro de novicios y
Secretario de la Provincia de Siracusa.
El P. Fr. Vicente María de Florencia, Lector de Teología y Definidor
de la Provincia de Toscana.
El P. Fr. Domingo de Brando, Sacerdote, de la Provincia de Córcega.
El P. Fr. Francisco de Colevechio, Sacerdote, de la Provincia de
Roma.
El P. Fr. Marcelino de Atri, Predicador, de la Provincia de Abruzo.
El P. Fr. Jacinto de Florencia, Predicador, de la Provincia de Tos-
cana.
El P. Fr. Jorge de Casalpuitolengua, Predicador, de la Provincia de
Bolonia.
El P. Fr. Basilio de Palermo, Predicador, de la Provincia de Palermo.
El Hno. Fr. Gil de Palasso, de la misma Provincia.
El Hno. Fr. Hilarión de Frascati, de la Provincia de Roma.
Año de 1692
El P. Fr. Pedro Pablo de Valencia, Predicador, de la Provincia de
Roma, con otros cuatro que por enfermos y por consejo de los mé-
dicos no pasaron de Génova.
Año de 1693
El P. Fr. Miguel Angel de Nápoles, Predicador y Guardián, de la Pro-
- vincía de Nápoles, y al presente Prefecto de las misiones del Brasil.
El P. Fr. Francisco de Amalfi. Predicador y Guardián, de la misma
Provincia.
El P. Fr. Jerónimo de Sorrento, Sacerdote, de la misma Provincia.
El P. Fr. Dionisio de la Pieve, Predicador, de la Provincia de Córcega.
El P. Fr. Francisco María de Cortona, Predicador, de la Provincia de
Toscana.
El P. Fr. Bernardo de Nápoles, Predicador, de la Provincia de Ná-
poles.
El Hno. Fr. Félix de Ñola, de la misma Provincia.
Año de 1694
El P. Fr. Francisco de Pavía, Predicador, de la Provincia de Milán.
El P. Fr. Joaquín de Florencia, Predicador, de la Provincia de Tos-
cana.
LA MISIÓN DEL CONGO
477
El P. Fr. Domingo de Brando, Sacerdote, de la Provincia de Córcega.
El P. Fr. Luis de Fermo, Predicador, de la Provincia de la Marca.
El P. Fr. Pablo María de Recanati. Predicador, de la misma Pro-
vincia.
El P. Fr. Angel María de la Rocacontrada, Predicador, de la misma
Provincia.
El P. Fr. José María de Mazerata, Predicador, de la misma Provincia.
El P. Fr. Domingo de Yassi, Predicador, de Ja Provincia de Mesina.
El P. Fr. Bernardino de Empoli, Predicador, de la Provincia de Tos-
cana.
El P. Fr. Felipe de Sena, Predicador, de la misma Provincia.
El Hno. Fr. Carlos Francisco de' Milán, de la Provincia de Milán.
Año de 1695
El P. Fr. Bartolomé de Carru, Sacerdote, de la Provincia de Píamen-
te con otros cuatro, de los cuales dos murieron en el camino y dos,
pasada la enfermedad en Genova, llegaron al Congo el año de 1696.
y son :
El P. Fr. Bernardo de Florencia. Predicador, de la Provincia de Tos-
cana.
El P. Fr. Antonio María de Florencia, Sacerdote, de la misma Pro-
vincia.
Año de 1697
El P. Fr. Salvador de Lagonegro, Sacerdote, de la Provincia de Ba-
silicata.
El P. Fr. Pedro de Totino, Sacerdote, de la Provincia de Otranto.
El P. Fr. Francisco de Vietro, Lector de Teología, de la Provincia
de Basilícata.
El P. Fr. Juan María de Barleta, Predicador, de la Provincia de Tos-
cana.
El P. Fr. Domingo de Zachi. Predicador, de la Provincia de Mesina.
El P. Fr. Honorato de Ferrara. Predicador, de la Provincia de Bo-
lonia.
El P. Fr. Luis de Fiorensola, Predicado-.-, de la Provincia de Lom-
bardia.
El P. Fr. Tomás de Angucarri. Predicador, de la Provincia de la
Umbría.
478
MIsrONES CAPUCHINAS EN ÁFRICA
Año de 1698
El P. Fr. Antonio de Gradisca, Predicador, de la Provincia de Estiria.
El P. Fr. Bernardo de Castel San Juan, Sacerdote-, de la Provincia de
Lombardía, con otros dos, que por enfermos no pudieron pasar de
Génova.
Año de 1699
El P. Fr. Carlos María de Massa de Carrara, Predicador, de la Pro-
vincia de Bolonia.
El P. Fr. Bernardo de Gallo, Predicador, de la Provincia de San
Angel.
El P. Fr. Carlos Felipe de Besanqon, Predicador, de la Provincia de
Milán.
Año de 1700
El P. Fr. Isidro de Torrella, Sacerdote y Guardián, de la Provincia de
Génova.
El P. Fr. Felipe de Alteta. Predicador, de la Provincia de la Marca.
Año de 1701
El P. Fr. Benedicto de Lentini, Predicador, de la Provincia de Sira-
cusa.
El P. Fr. Buenaventura de Saviñano, Predicador, de la Provincia de
Bolonia.
El P. Fr. Lorenzo de Luca, Predicador, de la Provincia de Toscana.
El P. Fr. Bernardo de Sinigalia, Predicador, de la Provincia de la
Marca.
El P. Fr. Daniel de Milán, Predicador, de la Provincia de Milán.
El Hno. Fr. Antonio de Corta, de la misma Provincia.
El Hno. Fr. Daniel de Milán, de la Provincia de Roma.
Año de 1702
El P. Fr. Lucas de Caltanaseta, Predicador, de la Provincia de Sira-
cusa.
El P. Fr. Félix de Asculi, Predicador, de la Provincia de la Marca.
Año de 1703
El P. Fr. Francisco de Medina del Campo, Predicador, de la Provin-
cia de Mesina.
LA MISIÓN DEL CONGO
479
El P. Fr. Francisco de Treina, de la misma Provincia.
El P. Fr. Miguel Angel de Rometa, Predicador, de la misma Provin-
cia. Cautiváronle unos moros argelinos y, después de veinticuatro
horas, fué libre por haber cogido su navio otra nave pechelingüe.
El P. Fr. Juan Pablo de Tiboli, Predicador, de la Provincia de Roma.
El P. Fr. Gabriel de Bolonia, Predicador y Guardián, de la Provincia
de Bolonia.
El P. Fr. Custodio de Ravena, Sacerdote', de la misma Provincia.
Año de 1704
El Hno. Fr. Venancio de Venecia, de la Provincia de Venecia, con
otros cinco religiosos, perseguidos por espacio de dos días de cor-
sarios moros, se volvieron a sus Provincias.
Año de 1705
El P. Fr. Columbano de Bolonia, Predicador, de la Provincia de Bo-
lonia.
El P. Fr. Agustín de Ravena, Sacerdote, de la misma Provincia.
El P. Fr. Hipólito de Burgo San Donino, Predicador, de la Provincia
de Lombardía.
El P. Fr. Ignacio de Capodefiume, Sacerdote, de la Provincia de Bo-
lonia.
El P. Fr. Francisco María de Señi, Sacerdote, de la Provincia de
Roma.
El P. Fr. Francisco de Collevechio, Sacerdote, de la misma Provincia.
El P. Fr. Agustín de Ravena, Predicador, de la Provincia de Bolonia.
El Hno. Fr. Diego de Monte Albedo, de la Provincia de la Marca.
Estas son las últimas noticias que he podido adquirir hasta hoy, de
esta célebre misión del reino del Congo y de otros adyacentes, que con-
tinuamente cultivan nuestros religiosos.
De' otras que de ella han resultado iremos dando noticia desde aqui,
donde hallarán los piadosos cosas muy notables y de gran gloria de
Dios y edificación de todos,
(
É
INDICE ALFABETICO
A
Abandos, reino de los, 263, 353, 413, 427-28, 461.
Agustín de Ravena, Cap., 479.
Agustinos (PP.), 9.
Alberto de Minerbio, Cap., 471.
Albornoz, Card. Bemardino, XX, 322 ss.
Alejandro VI, 316.
Alejandro VII, XX, 412, 445.
Almeida, Gabriel, 316.
Alfonso I del Congo, 6, 8.
Alfonso, Manuel, 216.
Alonso de Tolosa, Cap., 326.
Alvarez y Baena, J. A., XXXIV.
Alvaro I del Congo, 6, 10, 461; — II, 6, 15-16; — III, IX, X. 6, I5-I7; 19-20, 25;
—IV, 6, 25; —V, 6, 25, 78, 85, 279, 363, 368, 470; —VI, X, 6, 25-26, 78-79,
264, 368; —VII, 6.
Amadeo de Vieno, Cap., 475.
Ambriz, 66.
Ambrosio I del Congo, 6.
Ambrosio de Florencia, Cap., 472.
Ambrosio de Valencina, Cap., 61.
Ambucia, 350.
Ambuíla, 86, 239, 350, 369, 404.
Amolaza, reino de, 461.
Ancicana, reino de, 461.
Andeos, reino de los, 461.
Andrada y Castro, Francisco de. 314.
Andrés de Anciano, Cap., 470.
Andrés de Buti, Cap., 472.
Como no es fácil poder compulsar la exactitud de muchos pueblos de donde fueron
originarios los Capuchinos italianos que se citan, les damos tal y como los encontra-
mos en el original. Asimismo, siendo tan vario el modo de escribir los nombres de
las provincias y pueblos del Congo, los consignamos en un todo como nos los da el
P. Anguiano
Se advierte también que, para evitar repeticiones inútiles, empleamos la abrevia-
tura Cap., equivalente a Capuchino,
484
MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO
Andrés de Pavía, Cap., 457, 475.
Andrés de Venaco, Cap., 475.
Angel de Ayacio, Cap., 470.
Angel M.'^ de Cerdeña, Cap , 326,
Angel de Florencia, Cap., 471.
A.ngel de Lorena, Cap., 30, 32, 173, 469.
Angel Fr. de Milán, Cap., 475.
Angel M.^ de Rccacontrada, Cap., 477.
Angel de Valencia, Cap., XIX, 31-32, 39, 58, 151, 157, 236, 305 ss., 313 ss., 321 ss.,
374, 468.
Angola, reino de, 3, 15, 29, 51, 66, 96, 102, 119 ss,, 234, 461.
Angoy, reino de, 461.
Antonio I del Congo, 6.
Antonio, Fr, O. F. M., 6-7.
Antonio de Ayamonte, Cap., 151, 157.
Antonio de Corla, Cap,, 478.
Antonio de Florencia, Cap., 477.
Antonio de Gaeta, Cap., 250, 470.
Antonio de Gradisca, Cap., XI, XII, XIII, 478.
Antonio de Lisboa, Cap., 276, 470.
Antonio de Lugagnano, Cap., 28.
Antonio de Padua (S.), 268.
Antonio de Piacenza, Cap., 472.
Antonio M.-'' de Monteprandone, Cap., XX, 164, 192, 277, 280, 374, 469,
Antonio de Sarrabeza, Cap., 465, 469-70.
Antonio de Teruel, Cap., XV, XVI-XXIII, XXXV, 70, iii, 137, 164, 188, 192, 199,
206 ss., 215, 218, 225-26, 228-29, 239, 279, 285 ss., 291, 298-300, 322, 345,
347-49, 353, 356, 358, 385, 388, 393 ss., 401 ss., 428 ss., 441, 445 ss., 469.
Antonio de Torella, Cap., 28.
Antúnez de Portugal, Domingo, 4-5.
Añobón, isla de, 181.
Aquebunda, lago de, 66.
Arabia, 3-4.
Arcángel de Viansana, Cap., 471.
Arda, 102, 453.
Aveiro, duque de, 452.
Avellaneda y Haro, García de, 317,
B
Baltasar de Lodares, Cap., XXXIV.
Bamba, ducado de, 15, 65, 67; misión de, 199, 233 ss., 235, 353 ss.
Bata, ducado de, 65, 199; misión de, 205 ss., 213 ss., 223 ss., 286.
Bartolomé de Carru, Cap., 477.
Bartolomé de Perucha, Cap., 472.
Bartolomé de Viana, Cap., 325.
Bataglini, Jerónimo, 28.
Basilio de Palermo, Cap,, 475-76.
Basilio de Verona, Cap., 473.
Basilio de Zamora, Cap., XXV.
Benedicto de Lentini, Cap., 478.
Benedicto de Lucignano, Cap., 466, 470.
Benedicto de Velvedere, Cap , 475.
Bengo, reino de, 65-67, 102.
ÍNDICE ALFABÉTICO DE PERSONAS^ COSAS Y LUGARES
485
Benin, reino de, 65; misión de, 281, 307, 316, 321 ss., 325, 329 ss., 453.
Bernardino de Coniliano, Cap., 470.
Bernardino de Empoli, Cap., 477.
Bemardino de Hungría, Cap., 326, 332, 356-59, 470.
Bernardino de Roca Corneta, Cap., 470.
Bernardino de Sena, Cap., 470-71.
Bernardo de Bolonia, Cap., XXVI, XXVII, XXXIII.
Bernardo I del Congo, 6.
Bernardo de Castel San Juan, Cap , 478.
Bernardo de Florencia, Cap., 47*7.
Bernardo de Gallo, Cap., 478.
Bernardo de Mazareno, Cap., 476.
Bernardo de Nápoles, Cap., 476.
Bernardo de Saona, Cap., 474.
Bernardo de Sinigalia, Cap., 478.
Bonanza, Ntra. Sra. de, 35.
Brasil, 129, 13I5 236.
Buenaventura, don, 257.
Buenaventura de Alessano, Cap, XVI, XVIII, 28, 30-32, 129, 182, 276, 329 ss., 337,
355, 468.
Buenaventura de Carrocera, Cap., XXIV, XXV.
Buenaventura de Cento, Cap., 471.
Buenaventura de Cerdeña, Cap., XVIII, 31-32, 47, 61, 84, 120-21, 130 134, 136, 138,
143-44, 199, 239 ss., 289, 296 ss., 353, 373, 388, 468.
Buenaventura de Ciudad Rodrigo, Cap., XXIV, XXV, XXVI.
Buenaventura de Corella, Cap., XXXVI, 164, 199, 239, 254 ss., 266, 268, 359,. 441,
445 ss., 469.
Buenaventura de Espoleto, Cap., 471.
Buenaventura de Salto, Cap., 472.
Buenaventura de Saviñano, Cap., 478.
Buenaventura de Sorreno, Cap., XI, 30, 32, 171-73, 199, 275, 410, 468, 470.
Buenaventura de Taggia, Cap., 129, 468.
Buen Viaje, Ntra. Sra. de, 61.
C
Cabo de Buena Esperanza, 3.
Cabo Guardafui, 3-4.
Cabo de las Palmas, 4.
Cabo de Santa Catalina, 65.
Cabo de San Vicente, 36.
Cabo Verde, 3, 5.
Cádiz, 164, 167, 321, 329, 412, 452, 458.
Cacongo, reino de, 461.
Calamar, tierra de, 177 ss.
Calixto III, 4.
Calixto, don, 239.
Canarias, islas, 129, 168, 329-30.
Canónigos de S. Juan Evangelista, IX, 6
^áo, Diego, IX, 5.
Capuchinos (PP-), X-XI ss., misión de los, 15, 17-18, 25-27, 51, 421, etc.; expedicio-
nes, 28, 32, 163-64, 326.
Cardoso, Domingo, S. J., 237.
Carli, v. Dionisio de Piacenza.
486
MIS. CAPS EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO
Carlos Francisco de Besan^on, Cap., 478.
Carlos de Génova (o de Taggia), Cap., 164, 188, 191, 469.
Carlos M.* de Massa de Carrara, Cap., 478.
Carlos Fr. de Milán, Cap., 477.
Carmelitas Descalzos (PP.), 10, 15.
Cartagena de Indias, 167, 182-83.
Castro, Miguel de, 49.
Cavazzi, Juan Ant. de Montecúccolo, Cap, X, XIII, XIV, XIX, XX, XXII, 9, 70,
224, 276, 326, 412, 471-72.
Cayenda, 67.
Clemente VII, 9.
Clemente VIII, 15, 322.
Clemente de Maenza, Cap., 471.
Clemente "is Pavía, Cap., 474.
Clemente de Terzorio, Cap., XXII, 191.
Clero indígena, XVIII ss.
Coanza, 65.
Colimibano de Bolonia, Cap., 479.
Congere, reino de, 461.
Congo, reino del, 4-6, 51; descripción, 65 ss ; vida y costumbres, 73 ss.
Congregaciones piadosas en el Congo, 106, 109 ss., 115.
Constantinopla, 332-33.
Contreras, Antonio de, 226.
Correa de Sá y Benavides, Salvador, 234-35, 263, 270.
Crisóstomo de Génova, Cap., 471-72.
Crisóstomo de Quialonsa, Cap, 472.
Cuarenta Horas,, ejercicio de las, 264 ss.
Custodio de Ravena, Cap, 479.
D
Dande, reino, 65-67, 102; misión, 42-f-2S, 430 ss.
Daniel de Milán, Cap., 478.
Diego I del Congo, 6, 9.
Diego de Monte Albedo, Cap., 479.
Dionisio de Piacenza, Cap , X, XII, XXII, 163, 188, 190-91, 469, 472.
Dionisio de la Pieve, Cap., 476.
Domingo de Brando, Cap , 476.
Domingo de Saboyardo, Cap., 473.
Domingo de Yassi, Cap., 477.
Domingo de Zachi, Cap., 478,
Dominicos (PP.), IX, 6, 9.
Doria, Juanetín, 314.
£
Eduardo de Alen<;on, Cap., XXII.
Eforo, 4.
Ejercicios de devoción, 402 ss.
Embajada del rey del Congo al Papa, 305 ss.
ÍNDICE ALFABÉTICO DE PERSONAS, COSAS Y LUGARES
487
Embucia, 239.
Enrique I del Congo, 6.
Enrique de Portugal, 4.
Encusu, marquesado de, 67, 208, 226; misión de, 253, 256, 259-60, 266, 285-86,
288-89, 292, 345 ss., 384, 388, 393 ss., 401.
Erasmo de Forno, Cap., 326, 341, 469.
Escuelas en el Congo, 136 ss , 402.
Esebo, 278, 460.
España, i8, 2-J, 162, 445, 453.
Esquilo, 4.
Esteban de Feliú, Cap., XXIX.
Esteban de Florencia, Cap., 475.
Esteban de JVIelia, Cap., 471.
Esteban de Ravena, Cap., 326, 430, 469.
Esteban de Roma, Cap., 474.
Estrabón, 4.
Eugenio de Flandes, Cap., 325.
Eugenio de Valencia, Cap., 287.
Eurípides, 4.
Eustaquio de Ravena, Cap., XXI.
F
Falconi, Juan Bernardo, 31, 45-47, 49, 51-52, 55, 58, 121, 123, 157.
Felipe II de España, 15-16.
Felipe III, X, 20, 26.
Felipe IV de España, XIX, XXXVI, 26-27, 29, 37, 167, 313 ss., 322 ss., 419.
Felipe de Alteta, Cap., 478.
Felipe de Caleció, Cap., 472.
Felipe de Híjar, Cap., 326.
FeUpe de Sena, Cap., 470, ¿^fj.
Félix de Asculi, Cap., 478.
Félix de Cantalicio (S.), Cap., 129-30, 154.
Félix de Granada, Cap., XXXIV.
Félix de Mareto, Cap., 18.
Félix de Mons, Cap., 313-14.
Félix de Ñola, Cap., 476.
Félix del Villar, Cap., 164, 446, 469.
FiEpinas, 31.
Florencio de! Niño Jesús, O. C. D., IX, 10.
Fortunato de Viela, Cap., 473.
Francia, 27, 162.
Franciscanos (PP.), IX, 5-7, 9, 14.
Francisco de Amalfi, Cap., 476.
Francisco de Asís (S.), 130, 154.
Francisco de Beti, Cap., 475.
Francisco de Cclevechio, Cap., 476, 479.
Francisco L. de Coriolano, Cap., 26, 270.
Francisco M de Cortona, Cap , 476.
Francisco M.' de Escio, Cap., 326, 47'o.
Francisco M." de Florencia, Cap., 472.
Francisco de Licodia, Cap.. 164, 264, 466, 469, 471.
Francisco de Medina del Campo, Cap., 478.
Francisco de Monteleón, Cap., 475.
488
MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DBL CONGO
Francisco de Ovada, Cap., 473.
Francisco M.^ de Pav.'a, Cap., 457 ss., 465 ss , 468, 473-74, 476.
Francisco de Pamplona, Cap., X, XXVII-VIII, XXXV, 30-32, 37, 40, 45, 47, 57, 157,
161-64, 167.
Francisco de San Salvador, Cap., 356, 368-69, 470; v. Roboredo, Manuel.
Francisco M.'' de Señi, Cap., 479.
Francisco de Sercharro, Cap., 474.
Francisco de Treina, Cap., 479,
Francisco de Valscano, Cap., 471.
Francisco de Veas, Cap., XXXVI, 164, 199, 239-40, 256-57, 266, 295-96, 298, 339,
34i> 349-50, 383, 385 ss., 401, 469.
Francisco de Ventimiglia, Cap., 129, 468.
Francisco de Volturra, Cap., 326, 470.
Francisco de Zelento, Cap., 164.
Froilán de Rionegro, Cap , XXXIV, XXXV.
Fuenterrabía, 28.
G
Gabriel de Bolonia, Cap., 479.
Gabriel de San Marcelo, Cap., 474.
Gabriel de Valencia, Cap., 164, 192, 199, 206, 215, 226, 228-29, 266, 285 ss , 296,
300, 469.
Gabriel de Veletri, Cap., 471.
Gabriel de ViUa del Foro, Cap., XXI.
García I del Congo, 6, 437.
García II del Congo, 6, 25, 78-79, 200, 236, 279, 306 ss , 363 ss., 409-10, 436, 441,
470.
Garrán, C, XXIV.
Gaspar de Soria, Cap., 21.
Gaspar de Sos,, Cap,, 326.
Genebrardo, 7.
Georgia, 281, 410.
Gibraltar, 452.
Gil de Amberes, Cap., 471.
Gil de Palasso, Cap., 476.
Gil de Recio, 473.
Giacas o Giagas, 10.
Gobierno del Congo, 73 ss.
Gongo de Bata, 206-7, 287, 376,
Gregorio XV, X, 19, 21, 26-27, 412.
Gregorio de Ibi, Cap., XXX.
Gregorio de Oristán, Cap., 470.
Gregorio de Perucha, Cap., 472.
H
Haya (La), 160-61.
Hilarión de Frascati, Cap., 476.
Hildebrand de Hooglede, Cap , XI. XVI, XVII, 121, 129, 192, 277, 322, 369.
Hipólito de Burgo San Donino, Cap, 479.
ÍNDICE ALFABÉTICO DE PERSONAS, COSAS Y LUGARES
Holanda, 27, 50, 129, 159.
Holandeses herejes de Angola, 29, 119 ss., 127 ss., 234, 409.
Homero, 4.
Honorato de Ferrara, Cap., 477.
Huandu, condado de, 199; misión de, 239, 245, 250, 288, 2Q0-92, 388, 402-3.
Humilde de San Félix, Cap., 164, 169.
1
Ignacio di Capodefiume, Cap , 479.
Ignacio de Valsasna, Cap., 471.
Ildeíonse de Ciáurriz, Cap., 19, 163.
Inglaterra, 162.
Inocencio X, 307, 412.
Intérpretes, 112 ss., 224 25.
Isidoro de Minglonico, Cap., 326, 470.
Isidoro de Torrella, Cap., 478.
Isidro de Madrid, Cap, XXXIV.
Italia, 27.
J
Jacinto de Florencia, Cap., 476.
Jacinto de Vetralla, Cap., 264, 276, 354-55, 418, 470.
Jácome Francisco de Pavía, Cap., 474.
Japón, 31.
Jenaro de Ñola, Cap, 28, 30, 32, 47, 332, 337 ss., 354-55, 373, 377 ss., 388-89,
Jerónimo de Cerdeña, Cap., 326, 341.
Jerónimo de Florencia, Cap., 475.
Jerónimo de La Puebla, Cap., 32, 60, 84, 349, 386-88, 401, 468.
Jerónimo de Luca, Cap., 326, 341, 470.
Jerónimo de Montesarchio, Cap., XVI, 164, 192, 199, 259, 275, 277, 279, 469.
Jerónimo de Panaco, Cap., 475.
Jerónimo de Sorrento, Cap., 475-76.
jesuítas (PP.\ 9, 15, 409, 422, 437.
Joaquín de Florencia. Cap., 475-76.
jonghe, E. de, XXIl".
Jcrge de Gela. Cap , XIII, XVI, 289, 326, 373 ss., 470.
Jorge de Casalpuitolengua, Cap., 476.
José de Alatri, Cap., 471.
José de Antequera, Cap, 331-32, 58-59, 60-61, 468.
José de Bassano, Cap., 326, 470.
José M.^ de Boceto, Cap., 472, 474.
José de Carabantes, Cap., XXXVI.
José de Fano, Cap., 471.
José de Fermo, Cap., 264.
José de Jijona, Cap., 325.
José de Macereta. Cap., 476.
José de Madrid, Cap , XXXIV.
José de Milán, Cap , 28.
José de Nájera, Cap., XXXVI, 102.
490
MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO
José de Pemambuco, Cap., 164, 188, 192, 226, 256-57, 266, 285-86, 288, 290, 345,
348, 350, 383 ss., 388, 393, 401, 469.
José de Savona, Cap., 473.
José M.'' de Sestri, Cap., 474.
Juan I del Congo, 6,
Juan II de Portual, 5-7.
Juan III de Portugal, 9.
Juan IV de Portugal, 419.
Juan, Fr., O. F. M., 6.
Juan M.* de Barleta, Cap., 476.
Juan M." de Belluno, Cap., 467, 474, 476.
Juan Bautista de Enego, Cap., 475.
Juan Francisco de Fábrica, Cap., 471.
Juan Bautista de Malta, Cap., 473-74.
Juan de Mistreta, Cap., 475.
Juan Ant. de Montecúccolo, Cap., v. Cavazzi.
Juan M.* de Pavía, Cap , 163, 199, 268-71, 465, 469.
Juan Francisco de Roma, Cap., XI, 28, 30, 32, 84, 138, 151, 157, 159, 236, 305 ss., 315,
321, 326, 329 ss., 337-39, 341, 374, 468 69.
Juan de Romano, Cap., 472, 475.
Juan Bautista de Saleyano, Cap., 471.
Juan de Santiago, Cap., XV, XVI, XVIII, XXII, XXXVI, 31-32, 38, 40, 61, 114, 138,
152-53) 170-71, i73> ^11 ss., 453, 468.
Juan Pablo de Tíboli, Cap., 476.
Juan M.^ de Udine, Cap., 473.
Juan Bautista de Viela, Cap., 473.
Julio II, 9.
Julio de Horta, Cap , 475.
Julio Francisco de Romañano, Cap.^ 473.
Junip>ero de San Severino, Cap., 326.
L
Labat, O. P., XII.
Lelonda, río, 66.
Lengua del Congo, XIV ss., iii ss., 225, 277, 431.
Leonardo de Nardo, Cap., 471.
Leopoldo de Milán, Cap., 475.
Lesseps, Fernando de, XI, XXII.
Lisboa, 28, 129, 449.
Loanda, 29, 66-67, 102, 120, 233, 235-36; misión de, 263 ss., 353-55, 409 ss., 412 ss.
Loango, reino de, 461.
López, Baltasar, 31, 52.
López, Duarte, 8.
Lorenzo de Luca, Cap., 478.
Lorenzo de Toledo, Cap., XXVII.
Loze, río, 66.
Lorenzo de Caltaniseta, Cap., 476.
Ludovico de Pistoya, Cap, 326, 353, 356-57, 386, 393, 40i, 410, 472.
Luis de Fermo, Cap., 477.
Luis de Fiorensola, Cap., 477.
Luis de Génova, Cap., 472.
Luis de Turín, Cap., 475.
ÍNDICE ALFABÉTICO DE PERSONAS^ COSAS Y LUGARES
491
M
Maccco, reino de, 277, 331-32, 354, 413.
Madrid, 30-31, 314, 316.
Mahomet IV, 333.
Manuel de Portugal, 8, 9.
Marabotte, Paulo, 313.
Marcelino de Atri, Cap., 476.
Marcelino de Pallano, Cap., 470.
Marcos de Guadalajara, O. C. D., 18-19, 21.
Marcos de Vique, Cap., XXIX.
Marín, Fr. Juan, O. F. M., 8.
Martín de Torrecilla, Cap., XXV, XXXIII, 184.
Aíartínez de Sousa Chichoro, Luis, 446 ss.
Matamba, 249, 461.
Matari, misión de, 277, 373 ss.
Mateo de Anguiano, Cap., X, XII, XXII ss., 178, 234, 369, 412, 457, 468.
Mazangano, 67, 96, 119, 234, 245.
Melchor de Pobladura, Cap., XXII, 18, 21.
Melemba, río, 66.
Méndez de haro y Guzmán, Luis, 316.
Meneses, Sebastián de, 236.
Miguel de Budrio, Cap., 471.
Miguel de Burgo, Cap., 471.
Miguel de Camerino, Cap., 471, 473.
Miguel Angel de Ñápeles, Cap,, 476.
Miguel de Orvieto, Cap., 472.
Miguel Angel de Regio, Cap., 4-^2.
Miguel Angel de Remeta, Cap., 479.
Miguel de Sessa. Cap , 29 30, 32, 57, 157, 161-63, 468.
Monedas del Congo, 102.
Muñoz y Romero, T., XXXI.
N
Nassau, Mauricio de, 160; v. Orange, Príncipe de.
Nicolás de Nardo, Cap., 276.
Nicolao V, 4-5.
O
Obispos del Congo, 9-10.
Obispo para el Congo, XIX ss., 307, 309, 321 as.
Ocaña y Alarcón, Gabriel, 31.
Olivares, conde-duque de, 316,
Onzo, río, 66.
Orange, Príncipe de, 157 ss., 236, 305 ss.
Ortiz de Villegas, Diego, 9.
Ovidio, 219.
492
MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO
P
Pablo de Lisano, Cap., 473.
Pablo de Montelongo, Cap., 475.
Pablo de Monte Sanseverino, Cap., 472
Pablo de Orihuela, Cap., XXX, XXXVII.
Pablo Francisco del Puerto, Cap., 473.
Pablo de Varrase, Cap., 473.
Paciencia (La), convento de, XV, XXXII, 325.
Paiva Manso, Vizconde, 6, 200, 216, 236, 296, 306, 325.
Pango, 65.
Pardo (El), convento, XXXII, 325,
Papelungos, reino de, 461.
Paulo V, IX, X, 15-16, 19, 26, 30, 412.
Pedro I del Congo, 6.
Pedro II del Congo, 6, 25, 353, 437,
Pedro III del Congo, 6.
Pedro de Barchi, Cap., 472.
Pedro de Coniüano, Cap., 4-^4.
Pedro de Dolcedo, Cap., 129, 469.
Pedro de Ravena, Cap., 164, 469.
Pedro de Totino, Cap., 476.
Pedro de Trisilico, Cap., 474.
Pedro Pablo de Valencia, Cap., 476.
PeUicer de Tobar, José, IX, XVIII-XX, XXXVI, 70, 325, 453.
Pemba, provincia de, 6, 65, 70; misión de, 345 ss., 349, 388, 397, 401 ss., 427 ss.
Penders, C, S. I., 289.
Pernambuco, 129, 159-60, 449.
Pinda, puerto, 5-6, 45 ss., 48, 51-52, 57-58, 83, 170-71, 330-
Plácido de Casino, Cap., 472.
Plácido de Fossano, Cap., 475.
Portugal, 28, 236, 409-10, 419, 422.
Puertovelo, 183.
Q
Querubín de Milán, Cap, 474.
Quibangu, 67.
Quizama, reino de, 461.
R
Raimundo de Figuerpla, Cap., XXIX.
Rangel, Fr. Miguel, O. F. M , 15.
Recoletos (PP. Menores), 421, 449.
Redempto de Ferentino, Cap., 473,
Redín, Tiburcio de, v. Francisco de Pamplona.
Reyes del Congo, 6 ss., 14 ss , 25 ss.
Roberto de Florencia, Cap'., 474.
ÍNDICE ALFABÉTICO DE PERSONAS, COSAS Y LUGARES
493
Roboredo, Manuel, 85-87, 121, 192, 2895 v. Francisco de San Salvador.
Roma, 9, 30, 129, 449-
Roque de Cesinale, Cap., XXII, 16, 31, 326.
Roque de Génova, Cap., 471.
Rospigliosi, Julio, 314.
Rui de Sousa, 5, 7.
S
Sacramentos, modo de administrarlos, XV ss., iii ss., 224 ss.
Sáenz de Navarrete, Juan Bautista, 316.
Salvá y Malleu, R, XXXXI.
Salvador de Génova, Cap., 129, 469
Salvador de Lagonegro, Cap., 477.
Sanlúcar de Barrameda, 32, 35, 61.
San Salvador, 9, 15, 83 ss., 86, 93, 115, 137-38, 192, 295, etc.
Santa Leocadia de Toledo, convento, 325.
Santa María la Mayor, 16.
Santo Tomé, isla de, 9; obispado de, 9, 15.
.Sebapiián de Ayacio, Cap., 475.
Sebastián de Portugal, 15.
Scg-smundo de Ferrara, Cap., 471.
Serafín de Cortona, Cap., XX, 164, 199, 264, 266, 469.
Sevil'a, 3I; 167.
Silva, Antonio de, 15.
Silva, Daniel de, 46.
Silvn, Miguel de, 271.
Simar, Th., XXII.
SimpÚciano de Milán, Cap., 306, 322.
Sixto IV, 5.
Sixto V, 16.
Soñó, condado de, 5-6, 52, 58, 65, 67, 85; conde de, 5, 47-49, 143 ss., 151 ss., misión
de, 113, 11516, 137-38, 170-71, 199, 263 ss.
Sousa, Gonzalo de, 5.
Srayban, Francisco, 322.
Sundi, ducado de, 65, 199, 226; misión de, 275, 277, 279, 373.
T
Taberca, isla de, 191.
Teles Barrer, Sebastián, 236.
Terceros de S, Francisco (PP.), 422.
Tomás de Angucarri, Cap., 477.
Tomás Gregorio de Huesca, Cap., 325.
Tomás de Séstula, Cap., 472, 475.
Trejo, Card. Gabriel de, 18.
U
Ulloa. Fr. Martín de, 10.
Umba, 66.
Urbano VIH, 25. 27-28, 129, 412.
494
MIS. CAPS. EN ÁFRICA. LA MISIÓN DEL CONGO
V
Van Wing, J., S. I., 289.
Venancio de Veneda, Cap., 479.
Venero, 7.
Vera, Lope de, 238.
Vicente M.^ de Florencia, Cap., 476.
Victoria, Ntra, Sra. de la, 89.
Victorio de Pistoya, Cap., 471.
Vives, Juan Bautista, 16, 18, 26.
Vocabulario congolés, XVI-XVII, 277, 289, 369, 431.
Z
Zacarías de Florencia, Cap., 475.
Zaire, río, 5, 7, 10, 38, 65-66, 116, 169, etc.; reino del, 461.
Zambre, 65.
Zaragoza, 162-63.
Zinga, reina, 234-36, 245-46, 250, 253, 290, 388, 414, 453-
Zombo, reino, 256, 258, 287, 396.
ZuccheUi, V. Antonio de Gradisea.
El Congo: sus ciudades, montañas y rios, según Duarte López y F. PioAi etta (Rehlione del reame di Congo, Roma, 1591).
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El reino del Congo, según el P. Labat (Relatin
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