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Full text of "Málaga musulmana"

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I 


M4LÍVGA  MUSULMANA 


MALAGA 

MUSULMANA 


SUCESOS  ANTIGÜEDADES  CIENCIAS 


LETRAS  MALAGUEÑAS 


DURANTE 


LA  EDAD  MEDIA 


PüU 


F.   GUILLEN   ROBLES 


MALAGA 

IMP.    DE   M.    OLIVER  NAVAUUO 

CALLE  OE  CALDEHERÍA 

1880 


A  LOS  Sres.  Don  Manuel  Rodríguez  de  Berlanga 
Y  Don  Manuel  Oliver  Hurtado. 


Cuando  obstáculos,  tan  poco  esperados,  como  inmerecidos,  vinie- 
ron  á  oponerse  al  logro  de  aspiraciones  literarias,  que  hubieran,  por 
todo  extremo,  coadyuvado  d  el  de  mis  estudios  históricos,  hallé  en 
V.  V.  cuanto  favor  y  ayuda  puede  exigirse  á  una  amistad  acendra- 
da y  sincera,  si  desgraciadamente  ineficaz  entonces,  no,  por  esto, 
menos  decidida  y  afectuosa. 

Olvidáronse  los  agravios,  apenas  inferidos;  no  así  los  beneficios. 
Buena  prueba  de  ello  es  la  presente  obra,  que  les  dedico,  como  testi- 
¡nonio  de  mi  cariño  y  agradecimiento. 

Que  si  estos  no  me  movieran  á  ofrecérsela,  impulsárame  el  de- 
seo  de  que  honraran  estas  primeras  páginas  de  A  ntigüedades  musul- 
manas  malagueñas,  los  nombres  de  aquellos,  en  cuyas  obras  aprendí 
método  y  exactitud  en  el  estudio,  seriedad  en  los  juicios  é  indepen- 
dencia  en  las  opiniones;  de  quien  examinó  discretamente  importantes 
asuntos  de  la  arqueología  romana  de  nuestra  provincia  y  describió 
gallardamente  las  maravillosas  estancias  de  la  Alhambra;  de  quien 

legó 


legó  á  nuestros  historiadores ^  en  sus  Monumentos  históricos  del 
Municipio  Flavio  malacitano,  un  tesoro  de  noticias^  y  á  los  ar- 
queólogos un  dechado  cumplido j  de  buen  gusto  y  de  sana  y  honrada 
erudición. 

Usaban  nuestros  viejos  autores  dedicar  sus  obras  á  los  proceres 
de  su  iiempOj  en  armas^  blasones^  riquezas  ó  valimiento;  permitan 
V.  V.  que  ofrezca  esta  mia  á  dos  representantes  de  la  única  aristo- 
craciaj  que  se  estima  en  nuestra  época;  á  dos  representantes  del  ta- 
lento y  de  la  ciencia. 

Saluda  á  entrambos^  con  la  mas  afectuosa  consideración^  su  ami- 
go y  compañero 

F.  Guillen  Robles. 


Mcndieta  (Campanillas— Málaga)  20  Setiembre  1880. 


PROLOGO 


Consideremos  los  caracteres  interiores  de  la  ciencia  his- 
tórica; cuales  son:  el  examen  y  cotejo  de  los  hechos;  la 
atenta  investigación  de  las  causas  que  los  produjeron;  et 
profundo  conocimiento  del  modo  conque  han  ocurrido  los 
sucesos  y  de  donde  se  originaron Corresponde  al  nar- 
rador referir  los  acontecimientos,  pero,  solamente  toca  á 
la  critica  fijar  sus  miradas  y  reconocer  lo  que  de  auténtico 
exista  en  ellos;  al  saber  pertenece  limpiar  y  pulir,  por  me- 
dio de  la  critica,  las  indicaciones  de  la  verdad. 

Aben  Jaldun:  Proleg.  Prefacio. 

De  la  misma  manera  sucede  á  los  que  emprenden  es- 
cribir algunos  principios  de  cosas  muy  olvidadas,  porque 
en  la  relación  de  ellas,  es  forzado  que  pasen,  como  quien 
atraviesa  un  gran  desierto,  á  donde  coire  peligro  de  per- 
derse. 

G.  de  Zurita:  An.  de  la  corona  de  Aragón,  fól.  i. 


Mi  intento  és,  dar  á  la  estampa  el  conjunto  de  noticias, 
que  sobre  los  sucesos  y  antigüedades  musulmanas  malagueñas 
pude  allegar,  durante  algunos  años  de  asiduas  y  constantes  in- 
vestigaciones. Con  lo  cual  pretendo,  llevar  á  término  el  pensa- 
miento que  concebí,  mientras  escribía  mi  Historia  de  Málaga 
y  su  Provincia^  de  hacer,  respecto  de  la  Edad  Media,  lo  que, 
con  la  Antigua,  felizmente  realizó  el  Doctor  Rodríguez  de  Ber- 

langa. 


langa,  con  sus  Monumentos  históricos  del  Municipio  Flavio  mala- 
citano: enlazar  entrambas  obras,  tan  estrechamente,  como  en- 
laza la  amistad  á  sus  autores,  y  que  la  mas  moderna  fuera,  en 
la  serie  de  los  tiempos,  la  continuación  de  la  mas  antigua. 

Empresa  ardua,  erizada  de  obstáculos,  propensa  á  dudas  é 
incertidumbres,  como  viage  emprendido  por  sendas  poco  tri- 
lladas y  por  ignorados  territorios;  quizá  inspirada  por  el  hervor 
de  los  primeros  años,  mas  que  por  la  prudencia;  quizá  ambi- 
ciosa; pero,  justificada  por  el  buen  propósito,  de  que  no  se  bor- 
ren de  la  memoria  monumentos,  que  hoy  van  despareciendo, 
hombres  y  sucesos,  que  poco  á  poco,  pierden  su  carácter  y  fiso- 
nomía particular  entre  las  nieblas  del  pasado.  Piadoso  empeño 
-el  de  recordar,  á  presentes  y  venideros,  los  que  moraron  en  la 
tierra  que  habitamos  y  mostrar  la  esperiencia  que  nace  de  la 
contemplación  de  su  vida;  cual  el  de  aquel  personage  de  W. 
Scott,  que  se  esforzaba  por  conservar  intactos,  contra  las  des- 
tructoras injurias  del  tiempo,  los  nombres  de  los  héroes  de  su 
país,  esculpidos  sobre  las  losas  de  sus  sepulcros. 

Mas,  empeño  difícil,  por  la  naturaleza  del  asunto  y  por  las 
fuentes  de  investigación.  Para  salir  con  él  adelante,  tenia  que 
penetrar  en  los  mas  oscuros  siglos  de  la  historia  patria  y  refe- 
rirme á  un  pueblo,  el  alarbe,  cuyas  cosas  exigen  superiores  do- 
tes de  ingenio,  de  crítica  y  de  prudencia,  dada  la  situación  in- 
completa, en  que  al  presente  se  encuentra  su  estudio. 

Épocas  memorables  las  de  la  Edad  Media  española,  se- 
cularmente agitadas  por  el  ideal  de  la  Reconquista,  perpetua- 
mente conmovidas  por  contiendas,  no  menos  apasionadas  y  ve- 

hemen 


III 


hementes:  bella  y  dramática  por  su  variedad  por  su  espiritualis- 
mo;  sacrificando  haciendas  y  vidas  en  aras  del  honor,  de  la  pa- 
tria, del  amor,  de  la  gloria,  llena  de  contradicciones  sin  cuen- 
to y  de  contrastes;  junto  á  los  mas  hidalgos  sentimientos,  las 
mas  abominables  inclinaciones;  junto  á  la  ciega  codicia  ó  am- 
bición, las  mas  singulares  abnegación  y  munificencia;  los  rigores 
del  ascetismo,  junto  á  las  fastuosas  y  refinadas  inspiraciones  del 
lujo;  actos  de  piedad  enfervorizada,  entre  prácticas  demonia- 
cas y  absurda  superstición;  el  pundonor  llevado  á  la  exage- 
ración, entre  bastardas  traiciones;  junto  á  Guzman  el  Bueno, 
D.  Juan  el   Tuerto.  Y  en  medio  de  todo  esto,  generaciones 
de  proceres,  burgueses,  menestrales  y  siervos,  que  imprimieron 
en  sus  sentimientos  y  en  sus  obras  tal  sello  de  grandeza,  aun  en 
los  vicios  y  crímenes,  que  atrae  hacia  ellas  nuestra  atención,  y 
tras  de  fijada  esta,  nuestras  simpatías. 

En  su  historia  existen  dos  partes  diversas,  ligadas  entre  sí, 
mas  de  lo  que  hasta  ahora  se  cree,  separadas  por  tradicionales 
é  inestinguibles  odios:  la  que  se  refiere  á  la  grey  cristiana,  y  la 
que  toca  á  la  gente  sarracena,  si  unidas  accidentalmente  por  el 
amor  al  saber,  por  las  artes,  el  comercio,  la  cortesía  ó  los  mas 
tiernos  afectos  del  corazón,  perpetuamente  enemigas.  Ambas 
participan  de  igual  grandeza  é  interés;  ambas  tuvieron  sus  dias 
•de  gloria,  sus  héroes,  sus  mártires,  sus  insignes  monarcas  y  sus 
hábiles  ministros,  sus  artistas  y  sus  escritores  ilustres.  Si  en  las 
fronteras  los  freires  de  las  órdenes  militares  salían  de  sus  torrea- 
dos monasterios  á  correr  la  tierra  mora,  acudían  á  ampararla 
los  africanos,  voluntarios  de  la  fé,  desde  las  rábitas  fronterizas. 

2  Si 


IV 


Si  en  los  grandes  dias  de  las  Navas  y  el  Salado,  recorren  las 
mesnadas  entusiastas  religiosos,  enfervorizando  los  corazones 
con  sus  elocuentes  palabras,  en  Uclés  y  Alarcos,  imames  y  fa- 
quíes  pasan  entre  las  moras,  alentando  sus  bríos  con  las  aleyas 
koránicas.  Si  vienen  á  Santiago,  afrontando  rigores  del  clima, 
sendas  escabrosas  y  codicia  de  foragidos,  peregrinos  de  lejanas 
comarcas,  que  comunican  á  los  cristianos  españoles  las  ideas  de 
sus  paises,  á  la  Meca  marcha  el  /lachi  ó  peregrino  hispano  mu- 
sulmán, que  trae  de  las  regiones  que  visita  en  constante  riesgo, 
ideas  de  la  civilización  oriental... Mientras  reyes,  magnates  ó 
prelados  colman  de  dádivas  ó  llenan  de  oro  la  escarcela  de  los 
trovadores,  los  sultanes,  sus  hijos  y  ministros,  regalan  dinares, 
palacios,  bellas  esclavas  ó  alcabalas  de  populosas  aldeas,  á  sus 
sabios  y  rauies.  Mientras  entre  moros  padecen  los  mozárabes, 
que  inoculan  en  sus  domeñadores  el  espiritualismo  de  su  reli- 
gión y  de  su  raza,  entre  los  cristianos  padecen  los  mudejares, 
que  les  enseñan  las  maravillas  del  saber  y  que  crean  un  arte 
indígena,  exclusivamente  español,  el  mudejar.  La  cristiandad 
erige  las  catedrales  de  León  y  de  Burgos,  los  alarifes  moros  la- 
bran la  Mezquita  mayor  cordobesa,  el  Generalife  y  la  Alham- 
bra.  Los  municipios  salvan  la  realeza  de  los  atentados  de  los  no- 
bles, las  chamaos^  las  asambleas  de  notables  muslimes,  salvan  á 
las  ciudades,  en  momentos  supremos,  bien  en  las  asonadas,  bien 
en  los  angustiosos  trances  de  una  rendición  ó  de  un  asedio.  Re- 
yes tiranos  ó  piadosos,  alzamientos  de  hijos  contra  padres,  fra- 
tricidios horribles,  revueltas,  que  si  derraman  en  las  muchedum- 
bres el  ardor  de  la  fiebre,  también  les  dejan  su  postración  y  de- 

caimien 


caimiento,  magnates  alzando  pendones  contra  sus  señores  y 
desnaturalizándose  del  reino,  ingratitudes  de  príncipes,  leal- 
tad, traiciones  é  intrigas  de  áulicos,  en  ambos  pueblos  corren 
parejas,  algunas  veces  las  acciones  tan  parecidas,  que  semejan 
las  unas  reflejo  de  las  otras. 

No  por  imperfectamente  conocida,  y,  hasta  hace  poco,  me- 
nospreciada, es  menos  grande  la  historia  hispano  musulmana. 
Empieza  con  una  invasión,  que,  en  corto  tiempo,  subyuga  la 
Península  y  rompe  por  el  Pirineo  sobre  la  Galia,  donde  la  de- 
tiene, no  el  hacha  de  C.  Martel,  cual  vulgarmente  y  á  la  sacie- 
dad se  repite,  sino  las  sangrientas  alteraciones  de  los  berberiscos, 
que  dejaba  á  su  espalda.  Fúndase  después  de  ella,  entre  las  no- 
velescas aventuras  de  cierto  expatriadó  príncipe,  un  solio,  cuya 
riqueza  y  poderío  resplandecen  durante  la  oscuridad  de  los  pri- 
meros siglos  medios:  solio  combatido,  á  la  continua,  por  la  ambi- 
ción, por  guerras  domésticas  y  discordias  de  religión  ó  raza,  el 
cual  se  derrumba,  al  cabo  de  luengos  años,  dejando  noble  recuer- 
do en  los  anales  de  la  cultura  humana. 

De  sus  escombros  constitúyense  multitud  de  pequeños  esta- 
dos, gobernados  por  banderías.  Entre  las  cuales,  si  surgen  aU 
gunas  ilustres  personalidades,  si  se  respeta  la  inviolabilidad 
del  pensamiento,  si  los  poetas  lucen,  y  aun  explotan,  las  galas 
de  su  fantasía,  la  discordia  se  enseñorea  de  todas  las  voluntades, 
las  guerras  de  razas,  de  reyezuelo  á  reyecillo,  y  de  ciudades  á 
ciudades,  ruge  sin  intermitencia,  aniquilando  la  población  y  yer- 
mando el  territorio;  el  epicureismo  mas  desenfrenado  domina  á 
los  gobernantes,  quienes  para  satisfacer  su  crápula  ó  sus  capri- 

chos. 


VI 


chos,  agotan  las  fuentes  de  la  prosperidad  pública.  Tiempos  de 
escepticismo  y  de  general  degradación,  á  los  cuales  parece  que 
fué  á  buscar  Lingad  su  desconsoladora  definición  de  la  Historia^ 
la  cual  es  para  él,  ^el  cuadro  de  las  miserias  causadas  á  las  muche- 
dumbres^ por  las  pasiones  de  algunos  hombres)^. 

Mientras  tanto  la  Reconquista  adelantaba,  terrible,  impla- 
cable, reivindicando  el  patrio  suelo,  lanzando  sus  mesnaderos  y 
sus  almogávares. 

Cual  nubes  de  langostas,  cual  sangrientos  leones, 

como  decía  Aben  Alabbar,  al  asalto  y  saqueo  de  las  ciudades  y 
al  asolamiento  de  las  comarcas  muslimes.  Ni  reveses  cruentos^ 
ni  disensiones  intestinas,  ni  torpezas  políticas,  amenguaban 
aquella  inundación,  cuyo  oleage  descendía  hacia  el  EstrechOy 
empujando  ante  sí  á  los  nietos  de  los  que  por  el  vinieron,  ha- 
ciéndoles  arrepentirse  de  aquella  conquista,  con  la  que  se  ufa- 
naron sus  padres,  dolerse  de  que  no  se  la  hubiera  abandonado 
en  sus  comienzos,  cual  deseó  cierto  califa,  comparando  su  exis- 
tencia en  España  á  la  morada  en  un  horno  inflamado,  en .  un 
antro  de  leones,  sobre  piedras  enrogecidas  al  fuego,  y  haciendo 
esclamar  á  Aben  Algazal: 

— Hijos  de  España  espolead  vuestras  cabalgaduras;  la  exis- 
tencia aquí  es  un  engaño vivimos  entre  enemigos  que  nos 

abruman.  ¿Es  posible  existir  en  un  saco  lleno  de  serpientes? 

Pueblos  mas  bárbaros,  criados  en  los  oasis  y  arenales  del  Sa- 
hara, ó  en  las  cañadas  y  mesetas  del  Atlas,  rudos,  belicosos,  en- 
cendiendo su  valor  en  religioso  fanatismo  y  en  la  codicia  del 

bandi 


VII 


bandidage,  ponen,  por  algún  tiempo,  un  dique  á  la  pavorosa 
inundación  cristiana,  y  pasan  por  nuestra  escena  histórica,  si 
amados  en  un  principio  y  victoreados  como  libertadores,  aborre- 
cidos al  cabo  por  tiranos. 

Al  extinguirse  su  dominación,  la  enemiga  al  señorío  extran- 
jero, pasión  poderosa  entre  españoles,  creaba  dinastías  de  Taifas^ 
cada  vez  mas  efímeras,  cada  vez  mas  ruines  parodias  del  califa- 
to cordobés,  cuya  gloriosa  memoria  subsistía  bendecida  en  el  co- 
razón de  los  buenos  muslimes. 

Circunstancias  favorables,  arranques  de  valentía,  habilida- 
des diplomáticas,  á  las  veces,  degradantes  complacencias,  y  au- 
xilio de  gente  africana,  favorecieron  el  establecimiento  del  solio- 
granadino,  célebre  en  los  fastos  de  la  Historia  y  de  la  Poesía, 
ilustrado  por  guerreros,  escritores  y  artistas,  rodeado,  cual  de 
una  brillante  aureola,  del  prestigio  que  realza  el  valor,  luchando, 
á  la  desesperada,  con  un  adverso  é  irrevocable  destino. 

Comprende,  pues,  la  existencia  de  los  musulmanes  españo- 
les, épocas  también  varias  y  agitadas,  llenas  de  crueles  violen- 
cias y  de  conmovedoras  emociones.  En  ellas  dominan,  con  sin- 
gular intensidad,  las  pasiones  y  sentimientos,  que  mayormente 
agitan  el  corazón  humano:  desde  la  sed  de  venganza,  que  inspi- 
raba á  Almotadid  la  salvaje  idea  de  criar  flores,  cual  en  mace- 
tas, en  los  cráneos  de  sus  adversarios;  desde  la  ambición,  que 
obligaba  á  sultanes  como  Abdallah  el  Umeya,  Yahya  el  Ham- 
mudí  ó  Muley  Hacen  el  Nazarita,  á  degollar  á  sus  hijos,  herma- 
nos 6  allegados;  desde  el  odio  político,  que  ponía  armas  en  las 
manos  de  Boabdil,  para  acuchillar,  en  una  traidora  celada,  taifas. 

musul 


VIII 


musulmanas,  que  corrían  en  socorro  de  muslimes,  angustiosa- 
mente cercados  por  cristianos;  desde  la  crápula  mas  desenfrena- 
da, como  la  que  afeó  la  vida  del  granadino  Badis;  desde  la  co- 
dicia y  la  envidia,  vicio  éste  último  dominante  entre  alarbes, 
hasta  las  mas  elevadas  pasiones  y  sentimientos,  que  honran  á 
la  humanidad.  Entre  aquellas  raheces  inclinaciones,  aparecen 
el  valor,  llevado  al  heroismo,  en  millares  de  personages,  encum- 
brados ó  humildes;  acciones  caballerescas,  impregnadas  de  cor- 
tesía esquisita,  que  mas  que  históricas  parecen  leyendas  de  la 
andante  caballería;  acrisolada  lealtad,  que  sacrificaba  vidas  y 
haciendas  á  los  pies  del  solio;  amor  puro,  apasionado,  sincero, 
iba  á  decir,  platónico,  romántico,  con  todos  los  toques,  primores 
y  encarecimientos,  que  á  esta  noble  pasión  inspiraron  ecos  leja- 
nos del  cristianismo,  resonando  en  almas  privilegiadas,  tenden- 
cias de  la  raza  española,  que  jamás  pudieron  borrar,  por  com- 
pleto, la  facilidad  del  vicio  y  la  corrupción,  que  nace  de  la  doc- 
trina koránica. 

Cuando  estas  generaciones,  reducidas  hoy  á  polvo  vano, 
pasan  ante  la  vista  del  historiador,  surgen  de  ellas  persona- 
ges, de  los  cuales,  unos  causan  horror,  otros  menosprecio,  y 
muchos  respeto,  admiración  y  simpatía.  Entre  ellas  descuellan 
la  sombría  figura  de  Abderrahman  I,  manteniendo  su  poderío 
con  la  ruina  de  sus  mas  queridos  afectos,  triste,  escéptico  y  mi- 
sántropo al  expirar,  en  medio  de  sus  gloriosos  triunfos;  la  altiva 
de  Alhaquem  I,  menospreciando  el  peligro,  al  prepararse  á  mo- 
rir, con  fausto  de  soberano,  en  una  terrible  asonada;  la  de  Abder- 
rahman III,  émulo  de  CarloMagno,  en  riquezas  y  poderío;  de 

Alman 


^* 


IX 


AlmanzoFy  que  llevó  sus  vencedoras  huestes,  desde  la  venerada 
iglesia  de  Santiago,  hasta  el  riñon  del  Magreb  ulterior,  y  que  á 
no  haber  luchado  con  los  designios  de  la  Providencia,  hubiera 
acabado  con  la  Reconquista;  de  Almotamid,  el  desventurado 
rey  poeta  sevillano,  precipitado  desde  la  cumbre  del  solio,  á  la 
miseria  de  una  mazmorra;  del  diplomático  astuto.  Aben  Nagde- 
la,  y  de  visires  como  Aben  Aljathib;  de  príncipes  aventureros, 
cual  Aben  Mardanix  y  Alahmar  el  Rojo,  que  pretendieron,  con 
mas  fortuna  el  último  que  el  primero,  dar  á  los  muslimes  un 
gobierno  nacional;  y  de  monarcas  apasionados  del  fausto  ó  de  los 
aplausos  de  la  posteridad,  como  Mohammed  V,  á  quien  se  de- 
ben muchas  de  las  maravillas  de  la  Alhambra. 

Y  entre  todas  estas  figuras,  más  ó  menos  austeras,  de  mo- 
narcas, guerreros,  diplomáticos  y  repúblicos,  alzánse  otras,  que 
se  esbozan,  entre  las  nieblas  del  pasado,  con  fantásticos  linea- 
mentos.  Exilona,  compartiendo  el  lecho  de  Rodrigo  y  el  de  Ab- 
delazis,  las  desventuras  del  monarca  cristiano  y  del  emir  árabe: 
Zahra,  inspirando  con  su  hermosura  palacios,  cuya  descripción 
parece  un  relato  de  las  Mil  y  una  noches;  Teresa,  la  hija  de  Ber- 
mudo  II,  casada  con  Almanzor,  cuya  caridad  celebra  una  de 
las  mas  tiernas  leyendas  de  nuestra  Edad  Media;  Romaiquia, 
dominando  con  sus  gracias  y  hermosura  el  voluble  corazón  de 
Almotamid;  Zeineb,  siendo  la  ninfa  Egería  del  emir  de  los  cre- 
yentes almorávides,  Yusuf  ben  Texufin;  Moraima,  dulcificando 
con  su  cariño  los  duros  trances  de  la  vida  de  Boabdil,  producen 
en  el  alma,  entre  tantas  luchas,  azares  y  desventuras,  igual  efec- 
to á  el  que  debe  producir  en  el  caravanero  del  Sahara,  una  rá- 
faga 


faga  de   fresca  brisa,  después  de   una  tempestad   de  Simún. 

Si  interesante  es  nuestra  Edad  Media  musulmana,  en  lo 
que  se  refiere  á  los  sucesos,  mucho  mas  atractivo  ofrece  en  lo 
que  toca  á  ciencias,  artes  y  letras,  pues  si  la  narración  de 
aquellos  conmueve  el  ánimo  con  sus  dramáticas  escenas,  en  el 
estudio  de  estas  apagase  el  estruendo  de  las  armas,  ante  las  pa- 
cíficas obras  del  trabajo. 

Disciplina  atque  scientia  de  Toleto^  decía  el  cronicón  Alben- 
dense  en  su  bárbaro  latin,  refiriéndose  á  la  época  goda;  otro 
tal  pudo  decir  de  la  agarena,  tanto  de  esta  ciudad,  cuanto  de 
muchas  de  Alandalus.  Efectivamente,  en  ella  se  estudia  asidua- 
mente en  centros  de  enseñanza,  á  los  que  acudian,  ávidos  de 
saber,  viageros,  que  venían  desde  remotas  naciones  de  Euro- 
pa. Cesar  de  Heisterbach  nos  habla  de  jóvenes  alemanes,  que 
vinieron  á  estudiar  astrología  á  Toledo;  en  cuyas  aulas  apren- 
dieron también  árabe,  filosofía,  medicina,  astronomía,  alquimia, 
matemáticas  é  hicieron  sus  traducciones,  el  inglés  Adelardo  de 
Barth,  filósofo  del  siglo  XII,  que  pretendió  conciliar  las  doctri- 
nas de  Platón  y  de  Aristóteles;  su  compatriota  Alfredo  de.  Sar- 
chel,  que  concluyó  en  España  la  versión  latina  de  este  último 
filósofo;  Daniel  de  Morlay,  Miguel  Scoto,  Hermán  Dalmata, 
Roberto  de  Retines  y  Hermán  Contract,  que  en  la  imperial  ciu- 
dad vivieron,  estudiaron  y  aprendieron,  preparando  ó  escribien- 
do las  traducciones  ó  las  obras  originales  que  les  dieron  prolon- 
gada fama.  En  cada  mezquita  musulmana,  terminada  la  ora- 
ción, sentados  junto  á  un  pilar  ó  en  la  basa  de  una  columna, 
sabios  renombrados  ilustraban  á  sus  oyentes,  revelándoles  el 

secre 


XI 


secreto  del  pasado,  los  arcanos  de  la  filosofía,  de  la  medicina,  de 
la  astronomía,  las  verdades  matemáticas  ó  los  primores  del 
idioma  árabe.  En  estas ,  explicaciones,  en  las  cátedras  de  las 
madrizas  ó  universidades,  en  las  Academias  científicas,  en  la 
afición  á  copiar  y  acumular  libros,  salváronse  de  la  destrucción 
ó  del  olvido,  y  se  propagaron  al  resto  de  Europa,  mas  entregada 
á  las  armas  que  al  saber,  obras  maestras  del  humano  entendi- 
miento, ideas  de  la  filosofía  helénica,  remedios  aplicados  á  la  cu- 
ración de  las  miserias  del  cuerpo. 

Sin  duda  en  su  enseñanza  mezclábanse,  multitud  de  extra- 
vies; oponíanse  al  progreso  astronómico  los  delirios  de  los  as- 
trólogos, y  confundíanse  en  una  sola  la  Alquimia  y  la  Química; 
pero,  aunque  estas  vanas  imaginaciones  y  las  de  adivinos  y  geo- 
mantas  tuvieran  cátedra  en  sus  madrizas,  aquella  ciencia,  infor- 
me, fragmentaria,  sin  unidad  general  y  con  menguadas  relacio- 
nes particulares,  es  en  gran  parte,  base  de  la  moderna,  que  hu- 
biera adelantado  mucho  su  desarrollo,  si  hubiera  despreciado 
menos  su  abolengo. 

Consiguen,  también,  las  letras  en  esta  Edad  un  desenvolvi- 
miento y  brillo,  que  demuestran  las  grandes  cualidades  de  inge- 
nio, que  siempre  mostraron  los  españoles.  La  Historia  Univer- 
sal,  la  nacional  de  Alandalus,  las  particulares  de  alfoces,  pobla- 
ciones y  familias,  las  semblanzas  de  ilustres  personages  y  los 
Diccionarios  biográficos,  llenaban  las  bibliotecas.  Muchas  de  és- 
tas satisfacían  las  exigencias  de  los  eruditos,  y  algunas  nada  te- 
nian  que  envidiar  por  la  cuantía  de  sus  volúmenes  á  las  moder- 
nas. Preséntasenos  la  poesía  con  un  peculiar  y  extraño  carácter; 

3  ya 


XII 


ya  alardeando  de  culta  y  gramaticalmente  erudita,  ora  alegre  y 
sensual,  cuando  austera  y  mística,  muchas  veces  apasionada  y 
vehemente,  enamorada  mas  de  la  forma  que  atenta  al  fondo, 
de  giros  brillantes,  de  la  ampulosidad  y  el  énfasis.  Género  lite- 
rario, desesperación  de  arabizantes,  sobre  el  cual  no  puede  pro- 
nunciarse completo  y  exacto  juicio,  por  no  hallarse  mas  que  es- 
bozado su  estudio. 

Y  si  de  las  ciencias  y  letras  pasamos  á  las  artes,  la  talla,  la 
encáustica,  la  arquitectura,  la  orfebrería,  la  cerámica,  engen- 
draron prodigios  de  elegancia,  fausto  y  lujo,  en  alcázares,  fili- 
granas, porcelanas  y  muebles.  La  gracia  en  la  traza,  el  esmero 
en  la  ejecución,  y  la  prodigiosa  proligidad  en  los  pormenores, 
avaloran  extraordinariamente  los  escasos  muebles  que  nos  res- 
tan. Las  curiosas  figuras  de  los  cofrecillos,  en  los  que  los  moros 
guardaban  sus  perfumes  ó  preseas,  el  esquisito  temple  de  sus  ar- 
mas, los  severos  adornos  de  sus  adargas,  sus  fastuosos  brocados, 
en  los  que  con  oro  y  plata  tejían,  sobre  crujiente  seda,  figuras  de 
animales  fantásticos,  retratos  de  celebridades  ó  invocaciones 
koránicas;  tallados  en  madera,  que,  en  las  tabicas  de  las  estan- 
cias, representaban  complicados  enlaces  geométricos,  plantas, 
conchas  é  inscripciones,  ora  una  sentencia  religiosa,  ya  un  verso 
célebre,  ó  poéticos  votos  por  la  felicidad  del  dueño  de  la  casa; 
porcelanas  con  reflejos  metálicos,  codiciadísimas  hoy,  acusan 
claramente  la  habilidad  y  maestría  de  los  artistas  mahometanos» 

Aun  nuestros  arquitectos  envidian  á  sus  alarifes  sus  conoci- 
mientos en  construcción,  la  delicadeza  de  sus  invenciones,  la 
incomparable  belleza  de  sus  adornos,  y  la  feliz  disposición  de 

un 


XIII 


un  arte,  tan  acomodado  á  las  inclinaciones  de  los  hombres  que 
de  el  gozaron  y  hasta  á  las  exigencias  del  clima  en  que  se 
empleó. 

Pero,  si  esta  Edad  interesa  por  sus  acontecimientos  ó  por 
sus  obras,  no  interesa  menos  por  la  influencia  que  tuvo  en  su 
tiempo  y  por  la  que  aun  conserva  en  los  nuestros. 

Palgrave  ha  comparado  el  carácter  árabe  al  inglés,  por  su 
genialidad  aventurera  y  comercial,  enamorada,  en  medio  de  su 
gravedad,  de  la  movilidad  de  los  viages  y  de  las  atrevidas  em- 
presas de  la  expeculacion.  Estas  inclinaciones  favorecieron  con- 
siderablemente el  progreso  de  la  civilización  universal  y  el  en- 
tronque de  la  europea  con  la  asiática  y  africana.  España  fué 
entonces,  cual  vasto  caravanserrallo,  donde  se  reunían  africa- 
nos, asiáticos  y  europeos.  Ya  era,  cual  dije,  el  devoto  peregrino, 
que  tornaba  á  sus  lares,  trayendo  á  ellos  ideas  de  Oriente;  ya 
sabios  entusiastas,  que  partian,  para  ir  á  aumentar  sus  conoci- 
mientos, á  las  madrizas  de  Fez,  el  Cairo,  Bagdad,  Mosul  ó  la 
Melca;  ora  artistas,  á  quienes  el  odio  y  envidia  de  los  palacie- 
gos, eterna  polilla  de  toda  monarquía,  ó  codicias  de  mayores 
empleos  y  medros,  extrañaba  de  su  país,  para  venir  á  la  corte 
de  nuestros  sultanes,  donde  eran  recibidos  con  extremada  gene- 
rosidad y  agasajo.  Por  último,  el  comercio,  las  embajadas,  bien 
para  proporcionar  drogas,  perfumes  ú  objetos  de  lujo,  ó  para  co- 
municar á  los  soberanos,  establecieron  corrientes  de  relaciones 
é  ideas,  que  si  se  relataran  en  un  libro,  daríanle  el  valor  de  una 
de  nuestras  mas  curiosas  obras  históricas. 

«Las  instituciones  que  hacen  á  los  pueblos  felices  ó  desgra- 
ciados, 


XIV 


ciados,  ha  dicho  C.  Cantú,  en  su  Discurso  sobre  la  Historia  de  la 
Edad  Media,  proceden  directamente  de  esta,  y  en  ellas  debemos 
buscar  las  razones  de  nuestro  ser,  los  títulos  de  nuestros  dere- 
chos, los  obstáculos  que  se  oponen  á  las  mejoras,  los  medios  de 
superarlos  y  de  aplicar,  mas  inmediatamente,  las  doctrinas  so- 
ciales que  la  Historia  nos  enseña.» 

Cuanto  de  las  instituciones  afirmó  aquel  italiano  insigne^ 
otro  tanto  puede  sostenerse  de  la  vida  entera  de  los  musulma- 
nes españoles,  por  las  huellas  profundas  que  imprimieron  en  el 
carácter  nacional;  huellas  que  aun  se  conservan,  tenaces  y  vi- 
vas, á  través  de  los  siglos. 

Huellas,  que  se  muestran  en  el  idioma,  en  la  agricultura, 
en  artes  y  oficios,  en  nuestras  inclinaciones,  en  toda  nuestra 
existencia.  Pues,  si  del  idioma  se  trata,  hállanse  en  él  multitud 
de  voces,  giros,  figuras  de  dicción  y  de  pensamiento,  que  se 
mezclaron,  poco  á  poco,  con  el  habla  castellana  ó  en  los  ins- 
tantes en  que  ésta  surgía  de  los  moldes,  en  que  se  fué  forjando. 
Si  de  la  labranza  y  de  los  oficios  ó  artes  mecánicas,  encontra- 
mos memorias  de  moros  en  las  presas  de  aguas,  en  su  reparti- 
ción dentro  de  las  ciudades  ó  en  las  acequias  de  nuestras  huer- 
tas, en  árboles  frutales  que  nos  trajeron  de  Oriente,  en  herra- 
mientas y  procedimientos,  que  nuestros  menestrales  emplean  á 
cada  instante.  Aquella  genialidad  altiva  y  belicosa,  independien- 
te y  audaz,  inclinada  á  la  molicie  y  al  regalo,  y  mas  decidida 
á  poner  mano  en  la  nuez  de  la  ballesta  ó  en  las  azconas  del 
almogávar,  que  en  la  esteva  del  arado;  aquella  ingénita  aver- 
sión al  principio  de  autoridad;  aquella  grave  y  mesurada  expre- 
sión 


XV 


síon  de  los  afectos  del  ánimo,  no,  por  esto,  menos  vehementes; 
el  respeto,  la  veneración  á  la  inviolabilidad  del  hogar  y  á  la  pu- 
reza de  la  mujer;  la  fantasía  viva  y  brillante,  amiga  de  la  ufanía 
y  del  fausto,  á  las  veces,  mordaz,  alegre  y  burlona,  á  tiempos 
melancólica,  siempre  espiritual  é  ingeniosa,  se  nos  ofrecen  hoy  á 
cada  paso.  Aun  visten  labriegos  españoles  prendas  del  trage 
moro;  aun  emplean  condimentos  que  ellos  usaron  en  sus  comi- 
das; aun  en  nuestras  fiestas  y  bateos  populares  se  regala  la  gen- 
te con  confituras  moriscas,  aun  se  siente  igual  afición  por  las 
armas,  por  las  telas  de  abigarrados  colores,  por  los  vistosos  jae- 
ces de  las  cabalgaduras;  todavía  recordamos  la  belleza  de  aque- 
llas musulmanas,  que  dieron  guerra  á  todas  las  potencias  del 
alma  de  sus  señores,  en  el  corte  del  rostro,  en  la  tez,  en  los 
grandes  ojos  negros  de  las  andaluzas  ó  valencianas;  aun  sue- 
nan á  nuestros  oidos,  con  su  indecible  melancolía,  aquellos  can- 
tares que  deleitaron  los  de  hombres  voluptuosísimos,  expresan- 
do todas  las  situaciones,  todas  las  gradaciones  del  amor,  el  tri- 
unfo de  una  buena  correspondencia,  la  dulce  esperanza  de  al- 
canzarla, la  desesperación  de  una  repulsa,  las  angustias  de  los 
celos,  y  la  pesimista  experiencia  del  tiempo  ó  de  los  desenga- 
ños. 

A  esta  Edad  tan  importante  de  nuestro  pasado,  dediqué, 
hace  algunos  años,  mis  aficiones  históricas;  su  estudio  me  atraía 
insensiblemente  al  par  que  me  deleitaba;  mis  mejores  amigos  y 
maestros  habian  empleado  en  ella  su  actividad  é  ingenio,  y  la 
opinión  pública  mostrábase  inclinada  á  estos  trabajos.  Mas, 
cuando  acopiaba  los  materiales,  para  narrar  la  de  esta  ciudad 

y  su 


XVI 


y  su  Provincia,  convencime  de  que  las  investigaciones  sobre 
arqueología  é  historia  hispano  musulmana,  jamás  responderían 
á  las  exigencias  de  la  moderna  crítica,  si  el  investigador  no  era 
arabizante.  Tenía,  pues,  que  rehacer  y  ampliar,  á  conciencia, 
estudios  cuasi  olvidados  de  arabia,  que  aprender  gramáticas  y 
traducir  textos:  cosa  gravé  y  difícil.  El  historiador  de  nuestros 
tiempos  medios  ha  de  ser  forzosamente  arabista;  exigencia  que 
aumenta  la  pesada  carga  de  sus  trabajos,  con  la  que  se  multi- 
plican  los  obstáculos  que  embarazan  su  camino,  y  con  la  cual 
ocurre,  lo  que  decía  Macaulay  de  los  estudios  clásicos: 

«Por  desdicha  los  estudios  filológicos  y  gramaticales,  sin  los 
cuales  es  imposible  comprender  las  grandes  obras  del  genio  de 
Grecia  y  Roma,  tienden  á  empequeñecer  las  ideas  y  amortiguar 
la  sensibilidad  de  los  que,  con  extrema  asiduidad,  se  entregan 
á  ellos.  La  inteligencia  ocupada  largo  tiempo  de  esta  clase  de 
trabajos,  puede  compararse  al  gigantesco  genio  de  las  Mil  y  una 
noches  y  á  quien  persuadieron  que  se  encogiera,  hasta  poder  en- 
trar en  el  vaso  encantado,  y  que,  al  quedar  encerrado  en  él,  no 
pudo  escapar  á  los  estrechos  límites  de  la  dimensión,  á  que  re- 
dujo su  estatura.  Cuando,  por  mucho  tiempo,  los  medios  ab- 
sorven  la  atención,  llegan  naturalmente  á  sustituirse  al  fin.» 

Tenia,  además,  que  registrar  multitud  de  obras  antiguas  6 
modernas,  y  viejos  M.  S.  S.,  esparcidos  en  diversas  bibliotecas: 
cosa  no  muy  hacedera,  para  quien  no  goza  de  protección  ofi- 
cial ó  de  cuantiosa  fortuna.  No  basta  á  los  arabistas,  y  en  Es- 
paña principalmente,  vocación  y  laboriosidad,  necesitan  á  más, 
cual  sentidamente  expone  Dugat,  en  su  Historia  de  los  orienta- 

•    listas^ 


XVII 


lisiaSf  múltiples  condiciones  materiales,  á  veces  imposibles  de 
reunir. 

Por  otra  parte,  tiene  hoy  el  narrador  que  satisfacer  exigen- 
cias, cada  vez  mas  estrechas  de  la  historiografía,  del  Arlis  his- 
toriccB^  cual  le  llamó  Juan  Wolf.  Hoy  la  historia  es  un  valioso 
elemento  de  civilización  y  progreso;  pretende  educar  y  dirigir 
al  bien,  no  ya  á  los  individuos,  sino  á  las  naciones;  no  solo 
narrar  los  sucesos  y  pintar  los  caracteres  é  inclinaciones  de 
hombres  y  pueblos,  sino  discutirlos  y  juzgarlos:  aspira  á  ofre- 
cer datos  al  filósofo,  para  que  investigue  las  leyes  que  gobier- 
nan al  ser  humano,  y  ejemplos  al  moralista,  con  que  inclinar 
al  hombre  á  la  virtud,  presentando  el  pasado,  como  adverten- 
cia del  presente  y  enseñanza  del  porvenir.  Propónese,  á  fin  de 
arribar  á  la  mas  exacta  expresión  de  lo  verdadero,  la  exactitud 
y  la  imparcialidad:  el  escritor  se  sacrifica  por  entero  á  su  obra, 
por  entero  á  la  ciencia;  ni  el  amor  de  patria,  que  es  uno  de  los 
mas  santos  amores  que  agitan  el  corazón;  ni  las  creencias  re- 
ligiosas, arbitras  muchas  veces  de  las  supremas  decisiones  de 
la  vida;  ni  las  políticas,  causa,  muchas  otras,  de  perversiones 
del  sentido  común  y  de  la  moral,  deben  guiarle  en  su  relato,  ó 
servirle  de  considerandos  en  sus  juicios.  La  Historia  no  se  es- 
cribe mas  que  para  la  verdad  y  el  bien;  en  sus  sagradas  pá- 
ginas, hay  que  someter  frecuentemente  hasta  el  deleite  de  la 
fantasía,  hasta  las  inspiraciones  del  arte,  á  las  severas  y  frias 
exigencias  de  la  razón. 

Precisaba,  pues,  corresponder  con  el  ideal  histórico  moder- 
no, no  tan  diferente,  cual  algunos  sienten,  del  antiguo;  para  lo 

cual  y 


XVIII 


cual,  allegué  libros  y  monedas,  recorrí  bibliotecas,  archivos  y 
museos,  consulté  á  personas  maestras  en  este  género  de  ar- 
queología, traduje  textos,  concordé  autores  y  discutí  cuestiones; 
decidiéndolas,  si  encontraba  razones  para  resolverlas,  dejándo- 
las, caso  contrario,  en  suspenso,  hasta  que  mas  adelante  nue- 
vas indagaciones  ó  descubrimientos  traigan  su  resolución.  Que 
no  había  de  mostrar  necio  empeño  en  resolverlo  todo,  cual  al- 
gunos hacen,  y  en  dar  á  hipótesis,  mantenidas  por  flacos  arri- 
mos, valor  de  verdades  ciertas  é  indubitadas. 

Hubiera  deseado  alargarme  algún  tiempo  en  la  publicación 
de  esta  obra,  esperando  durante  él,  que  de  los  estudios  de  nues- 
tros arabistas  y  anticuarios,  surgieran  datos,  que  aumentaran  ó 
ilustraran  los  propios;  mas,  de  una  parte,  entre  las  recientes 
edificaciones,  iban  despareciendo  monumentos  interesantes;  de 
otra,  algunas  de  las  materias  que  tenia  apuntadas,  aparecían  tra- 
tadas por  diversos  autores,  cuasi  todos  extraños  á  la  localidad. 
Motivo  éste  de  emulación,  que  ponía  espuelas  á  mi  propósito  de 
imprimir  mis  trabajos,  para  que  no  fueran  de  segunda  mano,  y 
las  cosas  malagueñas  historiadas  por  forasteros. 

Dividí  mi  obra  en  tres  partes:  Narración,  Arqueología,  Letras 
y  Ciencias. 

En  la  primera  comprendí  lo  acontecido,  desde  la  conquista 
mora  hasta  la  cristiana,  precediendo  su  relato  de  un  breve  re- 
sumen, que  abarca  los  anteriores  acaecimientos.  Para  mí  la 
Edad  Media  no  comienza  en  nuestro  país  con  las  invasiones 
bárbaras;  las  hordas  de  vándalos,  pasaron  por  sus  comarcas, 
como  esas  bandadas  de  aves  que  cruzan  por  ellas  hacia  África, 

sin 


XIX 


sin  dejar  mas  rastro  de  su  paso,  que  el  que  el  vuelo  de  aquellas 
deja  en  los  aires;  que  si  Málaga  esjtuvo  algún  tiempo  bajo  el  do- 
minio visigodo,  fué  bien  escaso,  y  los  que  mayormente  la  ense- 
ñorearon fueron  bizantinos.  Roma  dominó,  por  tanto,  en  nues- 
tra ciudad,  en  instituciones,  costumbres  é  ideas,  del  siglo  V  al 
VIII,  hasta  el  punto  de  ser  uno  de  los  focos  de  la  rerústencia 
católica  contrallas  fatales  tendencias  del  arrianismo. 

Con  la  invasión  agarena  entro,  pues,  de  lleno  en  mí  obra. 
Aquí  vivieron,  pensaron,  amaron,  escribieron,  trabajaron  y  con- 
tribuyeron á  la  cultura  nacional,  los  creyentes  muslimes  ven- 
cedores, entre  los  cuales  alentó  largo  tiempo  la  idea  evangélica 
nacional,  en  los  subditos  mozárabes,  cual  la  protesta  de  la  ra- 
zón oprimida,  que  llega  con  el  tiempo  á  entrar  en  posesión  de 
su  derecho.  Para  probar  con  esto,  que  en  la  Historia  dominan 
leyes  providenciales,  cuyo  alcance  se  escapa,  cuasi  siempre,  á 
nuestro  entendimiento,  pero,  cuyo  influjo  vé  patente  el  histo- 
riador al  través  de  los  siglos,  como  el  astrónomo  sigue  la  mar- 
cha de  un  astro  en  las  inmensidades  del  espacio. 

La  resistencia  y  romancesca  conquista  de  Málaga,  la  domi- 
nación del  califato  Umeya,  su  toma  por  aquel  terrible  Omar 
ben  Hafsun,  que  hubiera  adelantado  siglos  el  ideal  de  la  Re- 
conquista, de  haber  estado  á  la  altura  de  sus  alientos  las  mo- 
narquías cristianas  del  Norte;  el  establecimiento  en  su  recinto 
de  la  dinastía  Hammudí,  descendiente  por  línea  recta  del  Pro- 
feta árabe,  mediante  la  cual  domeñó  nuestra  ciudad  tierra  afri- 
cana y  no  muy  reducidas  comarcas  andaluzas;  la  entrada  en 
«lia  de  los  almorávides,  almohades  y  merinies;  sus  valerosos 

A  arrae 


XX 


arráeces,  los  Beni  Axquilula,  de  la  real  familia  Tochibí,  cu- 
ya influencia  en  la  fortuna  4^  I^.  casa  Nazarita  granadina  fué 
tan  importante;  la  fecunda  rama  de  los  Nazaries,  que  salió  de 
su  Alcazaba,  para  dar  al  trono  granadino,  sus  mas  célebres  sul- 
tanes, y  las  épicas  lides  de  su  Reconquista,  comprendí  en  esta 
parte,  cuyos  hechos  comprobé  en  las  notas,  con  las  citas  de  las 
fuentes  donde  los  adquirí.  En  la  cual  parte  puse  cuanto  esme- 
ro y  diligencia  pude,  narrándola,  como  apasionado  de  sus  dra- 
máticas épocas. 

Abarqué  en  la  segunda,  primeramente  un  estudio  de  las  mo- 
nedas muslimes  malagueñas,  hábilmente  examinadas  há  poco, 
por  un  sabio  arqueólogo,  tan  perspicaz  como  modesto,  el  Señor 
D.  Francisco  Codera  y  Zaidin,  á  cuyos  trabajos  añado  algunas 
importantes  observaciones.  Hago  después  recorrer  al  lector  los 
alrededores  de  nuestra  ciudad  en  tiempos  alarbes,  su  campiña, 
arrabales,  circuitos  y  muros;  le  introduzco  en  sus  fortificacio- 
nes y  edificios  notables,  Gibralfaro,  Alcazaba,  Atarazanas, 
Castil  de  Ginoveses  y  Judería,  y  presento  á  su  consideración 
fragmentos  del  arte  musulmán,  que  hoy  nos  restan,  ó  memo- 
rias de  la  industria,  comercio  y  producciones  malagueñas. 

En  la  tercera  reseño  el  movimiento  literario  y  científico  de 
esta  población,  sus  centros  de  enseñanza,  bibliotecas,  sabios, 
eruditos  y  escritores.  Entre  los  cuales  se  destacan  varias  impor- 
tantes personalidades,  algunas  de  ellas  de  primer  orden:  el  gra- 
mático Ganim,  el  elocuente  orador  Alfarachi,  el  delicado  poeta 
y  polemista  religioso  Abu  Amr  Attochibi,  con  otros  muchos, 
sobre  los  cuales  descuellan  dos  personajes  ilustres,  dos  glorias, 

no 


XXI 


no  malagueñas  solamente,  mas  españolas;  uno  musulmán, 
Aben  Baithar,  que  fué  el  primer  botánico  del  siglo  XIII,  cuya 
obra,  en  la  que  aplicó  sus  descubrimientos  á  la  cura  ó  al  con- 
suelo de  las  dolencias  humanas,  se  han  traducido  varias  veces 
en  nuestros  dias;  y  un  judío,  Salomón  ben  Chebirol,  filósofo 
insigne,  cuyos  conceptos  penetraron  profundamente  entre  los 
pensadores  de  los  siglos  medios,  delicado  poeta,  cuyas  ende- 
chas, tiernas  y  apasionadas,  resuenan  todavía  en  las  sinagogas 
hebreas,  impregnadas  de  un  conmovedor  misticismo  y  de  supre- 
ma melancolía.  Eco  triste  y  lejano  de  la  impresión  que  en  una 
privilegiada  fantasía,  produjo  la  degradación  y  el  abatimiento 
de  aquel  pueblo  de  Israel,  á  quien  raheces  condiciones  de  ca- 
rácter, faltas  propias  é  intolerancia  agena,  parecen  condenar 
perpetuamente  á  miserable  destino. 

Quise  ilustrar  el  texto  con  algunas  láminas,  reproducción 
de  viejas  estampas,  de  grabados  de  fines  del  pasado  siglo  y 
principios  del  presente,  ó  reproducciones  de  monedas,  yesos, 
alfarges  y  otras  antiguallas.  No  solo  para  explicación  del  texto, 
sino  para  divulgar  entre  los  presentes  y  conservar  á  los  venide- 
ros, la  apariencia  de  monumentos,  cuasi  destruidos  hoy,  objeto 
siempre  de  curiosidad  para  todos,  de  estudio  para  los  historia- 
dores futuros. 

Y  á  la  vez  que  contribuyo,  con  estos  trabajos,  á  la  ilustra- 
ción de  los  anales  patrios,  consiguiendo  salvar  del  olvido  sus  pre- 
ciadas memorias,  creo  corresponder  con  ellos  á  la  benévola  aco- 
gida que  mereció  de  mis  paisanos  mi  Historia  de  Málaga^  á  las  de- 
ferentes atenciones  que  les  debí,  y  á  los  auxilios  de  todo  género, 

que 


XXII 


que  de  ellos  obtuvo  un  autor  joven  y  completamente  descono- 
cido en  la  república  de  las  letras. 

Este  libro  es,  por  tanto,  una  expresión  de  reconocimiento. 
A  aquellas  consideraciones  responden  estas  páginas,  trazadas, 
más  que  por  el  afán  de  propio  renombre  y  medro,  por  mi  cons- 
tante propósito  de  poner  mi  actividad  al  servicio  de  la  mayor 
cultura  de  mi  país,  y  contribuir  á  que  su  historia  sea  bien  cono- 
cida y  apreciada.  Pues  siempre  inspiré  mis  investigaciones  y 
escritos,  en  aquellos  nobles  pensamientos,  que  fueron  el  ideal 
de  una  de  las  mas  altas  personalidades  contemporáneas,  encer- 
rados en  el  siguiente  lema:  Veritatem  coluit^  palriam  dilexit. 


PARTE  PRIMERA 

NARRACIÓN 


í 


MALAGA  MUSULMANA 


capítulo  i 
Málaga  en  la  Edad  Antigua 


Fandacion  de  Málaga. — Primitivos  pobladores  de  su  territorio. — Los  tirio-fenicios.— Cons- 
titución de  su  colonia. — Relaciones  de  ésta  con  iberos  y  africanos. — Su  religión.— La 
Diosa  Malache. — Estancia  de  los  griegos  en  Málaga. — Los  romanos. — Sus  luchas  con 
\osi  españoles. — Púnico. — Marco  Craso. — Casio  Longino. — Málaga  federada  con  Ro- 
ma.—Municipio  Flavio  Malacitano. — Su  constitución.— Prosperidad  de  Málaga  duran- 
te el  Imperio. — Estatuas  y  memorias  de  Dioses,  Emperadores  y  munícipes  ilustres. — 
Kl  cristianismo  y  las  invasiones  bárbaras. — Obispado  de  Málaga.— Patricio  primer 
obispo. — Los  bizantinos  en  las  costas  malagueñas. — Severo  insigne  obispo  de  Málaga. 
— Recóbranla  los  visigodos.— La  sede  malacitana  hasta  la  invasión  sarracena. 


A  oríllas  del  Mediterráneo,  en  las  comarcas  españolas,  lla- 
madas básíulaSf  y  en  una  hermosa  ensenada,  que  presenta  á  Le- 
vante pintorescos  cerros  y  altozanos,  limitada  á  Poniente  por 
la  pesada  mole  de  elevada  sierra,  fabricaron  los  fenicios,  miles 
de  años  há,  cerca  de  un  rio,  torrente  impetuoso  en  invierno,  y 
al  pié  de  agreste  monte,  una  población,  quizá  en  las  inmedia- 
ciones de  algún  villarejo  indígena. 

Mora 


Málaga  Musulmana. 


Moraban  por  estas  partes,  gentes  de  sangre  ibera,  á  quie- 
nes los  viejos  autores  denominaron,  bastidos  y  cuyas  posesiones, 
vecinas  de  las  de  los  mastienos,  se  extendían  por  la  marina, 
desde  la  cercania  de  la  actual  villa  de  Estepona,  á  la  moderna 
de  Vera,  (i) 

Cuales  sucesos  acaecieran  entonces,  de  cual  suerte  acogie- 
ron los  naturales  de  la  tierra  á  aquellos  audaces  mareantes, 
cual  transcurrió  la  vida  de  los  primeros  colonizadores,  imposi- 
ble ha  sido  hasta  ahora  averiguarlo.  Solo,  conjeturando,  pué- 
dese suponer,  que  la  nueva  ciudad,  como  otras  muchas  feni- 
cias, se  constituiría  en  república,  federada  con  las  mas  próximas, 
y  las  gobernarían  magistrados  encargados  del  poder  ejecutivo. 
Los  mas  ricos  formarían  un  cuerpo,  que  fijaría  y  recaudaría  los 
tributos,  manteniendo,  á  la  vez,  relaciones  con  las  repúblicas 
confederadas. 

En  cuanto  á  los  indígenas,  domeñados,  bien  por  industria, 
bien  con  las  armas,  que  no,  por  ser  comerciantes,  descuidaban 
su  manejo  los  fenicios,  ora  llevados  del  propio  interés  que  les 
inclinaría  á  entroncar  con  estos,  para  gozar  de  los  medros  que 
les  ofrecían,  fueron,  andando  el  tiempo,  mezclándose  con  ellos; 
hasta  el  punto,  de  apellidarse  bástulo  penas ^  ó  bastido  fenicias j 
las  comarcas  que  ocuparon  los  descendientes  del  consorcio  de 
ambas  razas.  (2) 

Que  la  nueva  colonia,  por  su  excelente  situación,  por  la  fe- 
racidad de  las  regiones  circunvecinas,  por  la  proximidad  de 

otras 


(1)  Herat«»o:  Fraym.  Miilleri.  Ilist.  ^Taeca,  ed.  Didol,  1. 

(2)  Aj)|)iano:  De  rchus  Hispan.  XLVL  Ptolomeo:  Geo(jr.^  lib.  II.  cap.  IV.  §  G  pág.  1. 


Parte  primera.  Capítulo  i. 


otras  de  su  casta,  tanto  en  el  litoral,  cuanto  al  interior,  y  aun 
<ín  la  cercana  costa  de  África,  debió  ser,  desde  sus  comienzos, 
importante  centro  comercial,  no  hay  que  forzar  mucho  la  men- 
te, para  conjeturarlo.  Cuando  las  nieblas,  que  rodean  los  pri- 
meros tiempos  de  su  existencia,  comienzan  á  disiparse,  vemos 
que  á  sus  playas,  concurrían  gentes  de  varias  y  apartadas  na- 
ciones, sirios,  cartagineses,  libios  y  griegos;  la  encontramos  ín- 
timamente relacionada  con  dos  poblaciones  de  la  Mauritania, 
Semes  y  Siga,  probablemente  sus  hermanas;  se  la  considera 
como  mercado,  donde  los  africanos  venían  á  trocar  sus  produc- 
tos; aparece  dedicada  al  comercio  de  salazones  y  á  la  fundición 
de  metales;  acuñando  monedas,  cuyo  origen  es  ciertamente 
africano,  y  ligada  probablemente  con  los  iberos  de  Obulco,  con 
los  turdetanos,  los  bastitanos  y  algunos  otros  iberos  del  Norte, 
(i)  hasta  ser  su  moneda  de  curso  corriente  entre  ellos,  como 
suponen  autorizados  escritores. 

Algunos  de  éstos  creen,  y  yo  con  ellos,  que  una  divinidad 
tirio-fenicia,  adorada  en  la  nueva  colonia  y  denominada  Mala- 
che^  dio  nombre  á  la  ciudad.  La  cual  es  la  misma  que  en  épo- 
cas remotísimas  se  conoció  con  los  nombres  de  Onka,  Siga  y 
Saosis;  divinidad  que  fué  venerada  en  las  marinas  mediterrá- 
neas asiáticas,  europeas  y  africanas,  que  dio  origen  á  la  Athe- 
i]e  ó  Minerva  helénica,  y  nombre,  desde  una  puerta  de  Tebas 
á  varias  de  las  colonias  fenicias,  penetrando,  bien  adelante,  en 

la 


(I)  Strabon:  Geogr.  lib.  III,  cap.  lY,  §  2.  Plinio:  Hist.  nal. y  lib.  V,  cap.  2.  Zobel  df 
yanj^ronis:  Caita  á  Berlanga,  en  los  Aíonwm.  de  este.  Berlan*ifa:  artic.  Malaca,  en  la  obra 
<le  Delgado:  Método  de  clasificación  de  las  mon.  autón,  de  España. 

5 


Málaga  Musulmana. 


la  mitología  de  los  primitivos  pobladores  de  España. 

Llamaban  los  tirios  á  esta  divinidad,  la  pura,  la  virgen: 
creíanla  originada  por  la  luz  solar,  como  hija  del  sol,  y  la  re- 
presentaban por  el  plácido  astro  de  la  noche,  cuyos  argentinos 
rayos  reflejan  los  radiantes  del  astro  del  dia;  considerábanla 
como  reina — Malache — de  los  cielos, y  fué  estimada  cual  fuente 
de  la  vida  intelectual.  Así  en  antiguas  monedas  malagueñas 
aparece  representada  por  una  mujer,  rodeada  de  destellos  la 
cabeza;  otras  veces,  por  la  luna  en  su  creciente.  Dedicáronle 
los  fenicios,  como  después  los  griegos,  el  olivo,  al  cual  debe  re- 
ferirse la  rama  que  orla  varias  de  aquellas  vetustas  monedas. 

Indudablemente  adoraron  también  los  primeros  moradores 
de  Málaga  al  Sol  y  á  los  Kabiros.  Estos  eran  hijos  del  dios  del 
fuego,  de  Vulcano,  y  se  consideraban  como  divinidades  marí- 
timas, á  las  cuales  Sanchoniaton,  autor  antiquísimo,  atribuía  la 
invención  de  las  embarcaciones.  Eran  patronos  de  la  gente  de 
mar,  trabajadores  de  metales,  cual  lo  comprueban  las  tenazas 
del  herrero,  que  junto  á  sus  figuras  se  representan  en  nuestras 
monedas,  y,  como  la  Athene  fenicia,  pasaron  también  á  la  mi- 
tología griega  (i). 

Entre  las  diversas  gentes,  que  moraron  ó  traficaron  en  Má- 
laga, cuéntanse  los  griegos,  cuya  colonización  en  las  marinas 
españolas  de  Levante,  había  llegado  bien  cerca  de  la  ciudad 
tirio-fenicia,  y  aun  pasado  mas  adelante.  Que  en  ella  tuvie- 
ron 


(4)  Movers:  Dic  Phonizicr,  T.  I,  páj^.  642  y  av¿.  Para  darse»  cuenta  de  la  influencia  quo 
esta  divinidad  tuvo  en  España,  hVase  el  erudito  trabajo  de  Costa:  Mitoloíjía  béíico-Uisitamt,, 
llevisla  de  España,  núni.  304,  correspondiente  al  28  de  Oct.  de  1880. 


Parte  primera.  Capítulo  i. 


ron  particular  influencia,  quizá  lo  demuestre  el  nombre  hele- 
no de  Faros,  con  el  que  después  se  distinguió  el  monte,  á  cu- 
yos pies,  se  edificara  la  población,  por  el  que  desde  su  cima 
guiaría  con  su  luz  el  rumbo  de  los  navegantes,  y,  seguramente, 
el  casco  helénico,  con  el  que  los  grabadores  de  cierta  moneda 
malagueña,  de  las  mas  raras,  adornaron  la  cabeza  de  una  divi- 
nidad púnica,  curioso  vestigio  de  la  amalgama  de  ambos  pue- 
blos. Todavía,  cuando  las  águilas  romanas  vinieron  á  posarse 
sobre  las  fortalezas  de  las  ciudades  españolas,  manteníanse 
griegos  en  Málaga,  y  hablábase  su  idioma,  sino  por  toda  la  po- 
blación, por  parte  de  ella. 

En  aquellos  tiempos  fué  sujeto  de  cuenta  entre  los  mala- 
gueños un  importante  personage,  Tiberio  Claudio  Juliano,  á 
quien  se  erigió  una  estatua:  en  cuyo  redondo  pedestal,  se  es- 
culpieron, en  letras  griegas,  su  nombre,  su  calidad  de  patrono, 
ó  sea  protector,  del  gremio  comercial,  que  constituían  los  sirios 
y  asiáticos  establecidos  aquí,  y  el  de  Cornelio  Silvano,  su  pro- 
tegido, encargado  de  dirigir  la  obra  (i). 

No  dejaron  los  cartagineses  rastro  alguno  de  la  dominación 
que  indudablemente  ejercieron  en  nuestra  ciudad.  Lanzados  del 
Andalucía,  Roma  triunfante  se  propuso  domeñar  á  España; 
mas  encontróse  con  tribus  valerosas,  por  desgracia  solamente 
unidas  en  su  mortal  aborrecimiento  al  señorío  extranjero.  A 
pesar  de  esto,  aquella  vencedora  de  naciones  tuvo  que  lidiar 
doscientos  años  con  la  nuestra,  que  regar  con  la  sangre  de  sus 

Icgio 


(i)     Epígrafe  honor,  griego,  restituido  por  Kirchhoff.  Berlanga:  Monum.  púg.  2-1. 


Málaga  Musulmana. 


legiones  Jas  comarcas  hispanas,  y  que  gastar  todas  las  arterias, 
todas  las  crueldades  de  su  política,  para  conseguir  sus  intentos. 

No  consta  que  Málaga  tomara  parte  en  estas  luchas.  Indu- 
dablemente su  situación  marítima,  exponiéndola  á  los  ataques 
de  las  galeras  romanas,  su  existencia  industrial  y  mercantil, 
para  cuyo  sostenimiento  y  desarrollo  era  ineludible  condición 
la  paz,  y  los  intereses  materiales  creados,  poco  dados  en  todo 
tiempo  á  patrióticos  sacrificios,  opusiéronse  á  que  tomara  las 
ai  mas  en  demanda  de  la  independencia  de  España.  Pero,  aun- 
que extraña,  por  lo  que  parece,  ó  quizá  mejor,  por  lo  que  se 
?abe,  á  los  alzamientos  de  sus  compatriotas,  no  por  eso  dejó  de 
sentir  los  desastres  de  la  guerra. 

Los  lusitanos,  gente  indómita  y  brava,  incitados  por  la  co- 
dicia de  botin,  abundante  en  la  región  mediterránea,  y  por  su 
encono  contra  los  aliados  de  Roma,  rompían  por  ella,  queman- 
do mieses,  talando  arboledas,  expugnando  ciudades  y  cautivan- 
do ó  acuchillando  á  sus  moradores.  Durante  estas  algaradas. 
Púnico,  cabeza  de  ellos,  en  un  arranque  de  audacia,  llegó  has- 
ta las  cercanías  de  Málaga,  entrando  á  saco  muchos  pueblos  de 
la  costa.  Acometiéronle  los  romanos,  capitaneados  por  Man- 
lio  y  Calpurnio  Pisón,  mas  fueron  derrotados  y  se  dejaron  cua- 
tro mil  hombres  sobre  el  campo  de  batalla  ^i). 

Es  de  creer,  que  por  aquel  tiempo,  gozaría  nuestra  ciudad 
el  importante  privilegio  de  federada  con  Roma.  Federación, 
que  no  concedía  esta,  mas  que  por  eminentes  servicios  en  pr6 

de 


(i)     Appiano:  Rom.  parte  VI,  pág.  55,  ed.  Dídot. 


Parte  primera.  Capítulo  i. 


cíe  sus  intereses,  por  buena  correspondencia  de  amistad,  ó  en 
el  concierto  que  ponía  término  á  señalada  contienda.  Málaga 
unida  por  un  tratado  á  la  señora  del  orbe,  constituía  entonces 
una  pequeña  república,  disfrutaba  de  autonomía,  de  leyes  y  ma- 
gisti-ados  propios,  era  cabeza  de  una  división  territorial,  y  es 
muy  posible  que  estuviera  exenta  de  tributos  (i). 

La  influencia  de  la  civilización  romana  fué,  tras  esto,  pau- 
latinamente alterando  tal  derecho;  sus  aliados  se  fueron  roma- 
nizando y  trocando  sus  antiguas  libertades  en  voluntaria  ser- 
vidumbre. Deslumbrábanles  la  prepotencia  de  aquella  raza  de 
gigantes,  y  en  el  maravilloso  crecimiento  de  su  poderío  halla- 
ban impulsos,  mas  que  sobrados,  para  aliarse  á  su  destino  y  á 
sus  luchas. 

Durante  las  civiles  de  Mario  y  Sila,  Cinna  abrió  las  puertas 
de  Roma  al  célebre  Mario,  que  entró  en  ella  sediento  de  ven- 
ganza. La  cual  sació  cumplidamente,  pues  cuantas  crueldades 
y  violencias  puede  inspirar  la  tiranía,  otras  tantas  usó  con  sus 
adversarios. 

Entre  estos  fué  asesinado  Publio  Licinio  Craso,  antiguo  pre- 
tor de  la  España  ulterior,  en  la  cual  dejó  durante  su  mando  vi- 
vas simpatías.  Marco,  su  hijo,  que  escapó,  por  aventura,  al  cu- 
chillo de  los  sicarios,  juntóse  con  tres  amigos  y  diez  esclavos^ 
y  acompañado  por  ellos  se  vino  á  Andalucía  en  busca  de  cierto 
Vibio  Patiano  ó  Patieco,  sujeto,  á  lo  que  parece,  bien  hacenda- 
da 


(-1)     Plinio:  Hi»t.  Nat.  lib.  III,  cap.  I,  sección  3.  Siíjonio:  De  antiquo  jure  ItalicCy, 
lib.  I,  cap.  I.  Spanheim:  Orh.  rom.  Exercitatio  II,  cap,  X. 


8  Málaga  Musulmana. 

do  en  Málaga  y  grande  amigo  de  su  padre,  en  quien  éste  ponía 
toda  su  confianza. 

Mas  temiendo  las  acechanzas  de  sus  enemigos,  refugióse  á 
un  campo,  donde  había  una  cueva,  á  orillas  del  mar,  según  se 
cree,  próxima  á  Málaga.  Ocultáronse  en  ella,  y  Marco  Craso 
avisó  á  Vibio,  con  un  esclavo,  su  desventura  y  su  llegada.  Ni  el 
tiempo,  ni  ausencias,  ni  la  desgracia,  que  tantas  firmes  volun- 
tades quebranta,  entibiaron  la  amistad  del  buen  español,  quien 
alborozado  y  prudente,  pidió  al  esclavo  minuciosos  informes 
acerca  del  número  y  calidad  de  los  que  venian  con  su  amo. 
Desde  entonces  cuanta  cautela  puede  usar  el  mismo  recelo, 
cuantas  bondades  puede  emplear  la  amistad  mas  fraternal, 
cuanto  esmero  y  cortesía  puede  mostrar  una  hospitalidad  os- 
tentosa,  otras  tantas  guardó  con  los  expatriados.  El,  tomando 
exquisitas  precauciones,  enviábales  escogidos  manjares,  los  más 
capaces  de  satisfacer  á  jóvenes,  acostumbrados  al  regalo  y  mo- 
licie de  la  vida  romana;  él  atendía  á  sus  necesidades  y  deseos, 
y  les  mantenía  al  tanto  de  los  sucesos  políticos;  y  él,  por  últi- 
mo, extremando  su  cortesanía,  envióles  tres  hermosas  jóvenes, 
quizás  cantoras  ó  citaristas,  para  que  distrajeran,  con  sus  gra- 
cias ó  con  sus  encantos,  las  mortales  horas  de  tedio,  que  su- 
frían los  malaventurados  mozos;  quienes  de  la  existencia  activa 
y  bullidora,  y  desde  los  refinados  gustos  de  la  gran  ciudad  te- 
nían que  reducirse  al  agreste  espacio  de  su  rústico  albergue, 
sin  otro  goce,  que  el  de  espaciar  sus  miradas  por  el  hermoso 
horizonte  de  nuestro  mar,  cuyas  olas  besaban  la  entrada  de  su 
refugio.  Dice  el  grave  autor  que  esto  narra,  y  hay  que  creerlo 

pea 


Parte  primera.  Capítulo  i. 


pensando  piadosamente,  que  Marco  agradeciendo  al  par  que 
loando  la  galantería  hispana,  respetó  la  honestidad  de  aquellas 
jóvenes  y  mandó  á  sus  compañeros  respetarlas. 

Así  permanecieron  bastante  tiempo,  hasta  que  muerto  Cin- 
na,  Craso  salió  de  su  antro,  allegó  gente,  saqueó  á  Málaga  y 
pasóse  al  África.  Digno  descendiente  de  los  que  amamantó  una 
loba,  llenó  de  sangre  y  luto  las  playas,  donde  halló  hospitalidad 
regalada  y  asilo  seguro.  Castigólo,  sin  embargo,  el  perpetuo  re- 
mordimiento de  acción  tan  cruel:  nególa  siempre,  y  encendía- 
se en  cólera,  cuando  sus  comensales,  por  malicia  ó  por  zumba, 
se  la  recordaban  (i). 

Durante  las  discordias  civiles  entre  pompeyanos  y  cesarien- 
ses,  no  sabemos  á  cual  de  estos  dos  bandos  se  inclinó  Malaga. 
Vencidos  los  primeros  y  aquietadas  tales  alteraciones,  dejó  Cé- 
sar la  Península,  encomendando  su  gobierno  á  Quinto  Casio 
Longino. 

Tipo  acabado  fué  éste,  de  aquellos  procónsules  y  propre- 
tores, que  adquirieron  fama  universal,  exprimiendo  á  las  des- 
venturadas provincias,  para  atesorar  medios,  con  los  que  satis- 
facer su  crápula  ó  sus  caprichos.  Las  riquezas  españolas  no- 
bastaban  á  saciar  la  sed  de  oro,  que  aquejaba  á  Longino.  Tal 
fué  su  codicia  y  tan  graves  sus  rapiñas,  que  varios  naturales 
del  país,  conjurados  para  asesinarle,  estuvieron  á  punto  de  con- 
seguirlo en  su  mismo  tribunal:  acto  de  justicia  popular,  barba- 
ro  y  cruento,  mas  merecido. 

Sin 


(1)     Plutarco:  Vitiic,  M.  Crasos,  T.  II,  pág.  050.  ed.  Didot. 


10  Málaga  Musulmana. 


Sin  arredrarle  esto,  continuó  sus  depredaciones,  hasta  saber 
que  César  le  había  depuesto,  y  que  Trebonio,  su  sucesor,  esta- 
ba bien  cerca  de  España.  Sobrecogido  de  espanto  ante  la  ira 
del  pueblo,  que  estallaría  en  cuanto  no  le  sostuviera  la  fuerza, 
acogióse  á  Málaga,  acopió  en  ella  los  caudales,  fruto  de  sus 
rapiñas,  y  se  embarcó  con  rumbo  á  Italia.  Pero,  una  tempestad, 
anegando  su  nave  y  ahogándole  entre  sus  riquezas,  en  las  bo- 
cas del  Ebro,  vengó  á  los  españoles  (i). 

La  misión  de  la  república  romana  fué  conquistar,  la  del  im- 
perio unificar  lo  conquistado,  establecer  relaciones  entre  sus 
subditos,  infundirles  las  grandes  ideas  de  su  cultura  y  derecho, 
concluir  con  el  aislamiento  de  las  naciones,  y,  en  una  palabra, 
abrir  la  ancha  via  triunfal  por  donde  debía  caminar  el  cristia- 
nismo. 

Hacia  la  mitad  del  siglo  I  de  J.  C,  Málaga  era  ciudad  de 
escasa  consideración,  según  cierto  geógrafo  (2).  Durante  él, 
transformóse  de  ciudad  federada  en  municipio,  cuando  sus  ve- 
cinos habían  ya  adquirido  el  derecho  del  Lacio, — sobre  el  cual 
diré  mas  adelante — en  el  reinado  de  Vespasiano,  con  las  de- 
más poblaciones  españolas. 

En  efecto,  al  espirar  aquel  siglo,  en  el  cual  dejó  de  acu- 
íiar  su  moneda  fenicia,  constituyóse  en  ciudad  municipal. 
Pues  no  todas  las  españolas,  ni  sus  habitantes,  tenían  iguales 
derechos,  antes  bien  unas  y  otros,  se  sometían  á  variadas  cons- 
tituciones, á  las  veces  bien  tristes  y  humillantes.  Desde  enton- 
ces 


(1)  Aulo  Hircio:  De  bello  alejLUiHlrino,  cap.  XI  y  XLIV.  Diou:  lib.  XII. 

(2)  í^omponio  Mela:  De  situ  Ch*bis,  lib.  II,  cap.  VI. 


Parte  primera.  Capítulo  i.  i  i 

ees  sus  pobladores  se  dividieron  en  ayuntamiento — ordo — y 
pueblo — populus.  Componíase  el  primero  de  decuriones,  sugetos 
que  gozaban  de  determinada  fortuna,  cual  hoy  diríamos,  de  ma- 
yores contribuyentes,  y  á  él  competían  asuntos  judiciales,  ad- 
ministrativos, civiles  y  políticos. 

Presidíanle  dos  magistrados — Duumviros — encargados  de 
decir  el  derecho,  y  entre  ellos  habia  ediles,  á  los  que  tocaba  la 
policía  urbana,  y  cuestores  ó  sea  recaudadores  de  tributos.  En- 
tre los  decuriones  habia  unos  con  mayores  privilegios  que  otros: 
unos  que  consiguieron  las  prerogativas  de  ciudadano  romano, 
aquellas  ambicionadas  prerogativas  que  invocaba  el  Apóstol  de 
las  gentes,  sometido  á  vergonzoso  suplicio:  los  demás  eran  ciu- 
dadanos latinos.  Aquellos  disfrutaban  cuantas  ventajas  ofrecía 
el  derecho  civil  de  Roma;  podían  constituir  familia,  gozar  de  pro- 
piedad, heredar  y  ser  heredados;  tenían  la  facultad  de  dedicar- 
se al  tráfico,  la  potestad  paterna,  y  la  de  adoptar  por  hijos  á 
quienes  les  inclinasen  las  afecciones  del  corazón  ó  las  exigen- 
cias sociales.  £1  ciudadano  romano  jamás  se  sometía  al  casti- 
go de  azotes;  no  se  le  condenaba  á  muerte,  á  lo  menos  en  tiem- 
pos republicanos,  sino  por  sentencia  popular;  vestía  la  toga, 
militaba  en  las  legiones,  era  elector  y  elegible,  y  podía  aspirar 
á  los  cargos  públicos.  Carecían  los  latinos  de  muchos  de  estos 
privilegios,  pues,  solo  tenían  los  de  casamiento,  sufragio  y  fa- 
cultad de  comerciar;  pagaban  tributos,  y  en  la  milicia  no  for- 
maban en  las  legiones,  sino  en  las  tropas  auxiliares  (i). 

Extraña  diversidad  de  derechos,  ocasionada  á  grandes  ma- 
les 

(1)     Berlanga:  Monum,  ep.  pág.  451  y  463. 

6 


12  Málaga  Musulmana. 


les  y  daños:  á  la  soberbia  de  unos  pocos  y  á  la  humillación  de 
los  más;  semillero  perpetuo  de  odios,  rencores  y  desabrimien- 
tos, entre  hombres  encerrados  tras  de  los  muros  de  una  ciudad, 
y  hasta  en  el  seno  de  una  misma  corporación. 

Componían  el  pueblo — popidiis — los  munícipes  de  Málaga, 
que  eran  ciudadanos  latinos  y  romanos.  Además,  existían  ciu- 
dadanos de  esta  clase  ó  latinos,  avecindados  en  ella — incolae — 
y  los  transeúntes — adventores — .  Las  cuales  distinciones  bor- 
rólas, por  algún  tiempo,  la  humanitaria  constitución  de  Cara- 
calla,  que  concedió  la  ciudadanía  romana  á  todos  los  subditos 
libres  del  imperio.  Entre  el  pueblo  vivían  los  esclavos,  someti- 
dos á  mísera  servidumbre.  ¡Triste  institución,  cuya  existencia, 
vergonzosa  para  la  humanidad,  se  perpetuó  centenares  de  años, 
aun  contra  las  emancipadoras  inclinaciones  del  Evangelio,  has- 
ta después  de  la  Reconquista! 

Concedióse  este  derecho  municipal  á  Málaga,  á  lo  que  mu- 
chos creemos,  por  uno  de  los  mas  gloriosos  emperadores  de  la 
familia  Flavia,  por  Tito,  y  el  rescripto  imperial,  que  lo  consti- 
tuyó, promulgóse  entre  el  13  de  Setiembre  y  el  31  de  Diciem- 
bre, corriendo  el  año  81  de  J.  C,  bajo  el  gobierno  de  Domicia- 
no.  Inscribióse  la  ley  municipal  en  anchas  tablas  de  bronce, 
las  cuales  se  fijaron  en  un  lugar  público,  probablemente  en  el 
foro,  para  que  estuvieran  perpetuamente  expuestas  á  la  consi- 
deración de  los  ciudadanos.  Una  de  ellas,  descubierta  en  nues- 
tros dias,  y  hábilmente  interpretada  por  el  Doctor  Berlanga, 
nos  revela  parte  de  la  existencia  de  aquella  sociedad,  acerca  de 
la  cual  tanto  ignoramos;  aparta,  un  poco,  el  denso  velo  que  la 

en 


Parte  primera.  Capítulo  i.  13 


envuelve  y  nos  hace  entreveer,  con  todo  su  enérgico  colorido,  con 
toda  su  vivacidad,  el  cuadro  completo,  que  debía  presentar  Má- 
laga, durante  uno  de  los  actos  mas  importantes  y  mas  dados  á 
apasionamientos  en  los  pueblos  libres,  durante  unas  elecciones. 

Los  cargos  municipales,  muy  codiciados  en  un  principio, 
después  universalmente  aborrecidos,  eran  obligatorios.  Llegado 
el  tiempo  de  las  elecciones  el  duumvir  de  mayor  edad,  y  en  de- 
fecto suyo,  su  colega,  convocaba  por  un  solo  llamamiento  al 
pueblo;  si  éste  presentaba  tantos  candidatos  voluntarios  cuan- 
tos eran  los  puestos  vacantes,  previas  formalidades,  que  ade- 
lante diré,  procedíase  á  la  elección;  caso  de  faltar  alguno,  el 
duumvir  designaba  candidatos  forzosos;  éstos  tenían  el  raro  y 
extraño  derecho  de  indicar  otros,  y  éstos,  á  su  vez,  otros  tam- 
bién. Todos  ellos,  voluntarios  y  forzosos,  se  sometían  al  sufra- 
gio popular. 

Reunidos  los  electores,  agrupábanse  por  curias,  en  las  que 
estaban  divididos,  cual  hoy  en  colegios  electorales,  cada  curia 
dentro  de  unas  empalizadas,  que  la  separaba  de  las  demás.  El 
magistrado  convocante  nombraba  tres  escrutadores  por  curia, 
extraños  á  ellas,  quiénes,  previo  juramento,  se  encargaban  de 
las  urnas;  cada  uno  de  los  candidatos  podía  nombrar  un  elec- 
tor, para  que  las  interviniese.  Prueba  plena,  que  en  esto  de 
amaños,  ardides  y  desconfianzas  electorales,  nada  tienen  que 
envidiar  los  modernos  á  los  antiguos. 

Se  votaba  con  tablillas,  ungidas  con  cera,  en  las  cuales  los 
electores  trazaban,  con  un  punzón — stilum — ,  el  nombre  de  su 
candidato;  después  de  ellos  los  escrutadores  agregaban  las  su- 
yas. 


14  Málaga  Musulmana. 


yas.  El  duumvir  sorteaba  la  curia,  donde  debían  votar  los  ciu- 
dadanos  romanos  y  latinos,  avecindados  en  Málaga, 

Emitido  el  sufragio,  sorteábanse  las  curias,  y,  conforme 
iban  saliendo,  se  publicaba  el  resultado  de  la  votación.  Los 
elegidos  debian  ser  hombres  libres,  sin  nota  de  anterior  escla- 
vitud:  para  duumvir  habian  de  contar  mas  de  veinte  y  cinco- 
años,  no  siendo  reelegibles,  hasta  que  pasaran  cinco  de  haber 
cesado  en  el  cargo.  Los  ediles  y  cuestores  debian  pasar  de 
igual  edad  y  hallarse  en  el  pleno  egercicio  de  sus  derechos.  Es- 
tas magistraturas  eran  anuales;  con  cada  propietario  se  ele- 
gía  un  suplente. 

Mayoría  de  votos  decidía  la  elección;  caso  de  empate^ 
entre  un  soltero  y  un  casado,  era  éste  preferido;  entre  casados^ 
quien  tenía  más  hijos.  ¡Caso  curioso  y  raro!  la  hija  casada  di- 
funta, reputábase  por  un  hijo  vivo.  En  igualdad  de  circunstan- 
cias decidía  la  suerte. 

Antes  de  proclamarse  la  elección,  los  nombrados  juraban  por 
Júpiter,  por  los  Emperadores  divinizados  después  de  muertos 
y  por  el  Genio  del  reinante,  que  desempeñarían  bien  y  cum- 
plidamente su  cargo.  Tenian,  además,  que  dar  fianzas  ó  ase- 
gurar con  hipotecas  su  buena  gestión  administrativa,  antes  de 
dar  comienzo  á  la  votación. 

Al  magistrado  que  convocaba  ilegalmente  los  comicios  y  al 
que  los  impedía  ó  interrumpía  multábasele  en  diez  mil  sester- 
cios,  ó  sean  próximamente  diez  mil  reales.  La  acción  para  apli- 
car  esta  pena  era  pública:  todos  podían  perseguir  en  justicia  al 
culpable  y  exigir  que  ingresara  la  multa  en  el  erario  munícipaL 

Com 


Competía  á  los  duumviros  arrendar  los  impuestos,  de  los  que 
eran,  según  la  ley,  arrendables,  y  estos  contratos  se  consigna- 
ban, con  todos  sus  pormenores,  en  los  registros  municipales, 
que  se  exponían  al  público,  en  sitio  determinado,  donde  fuera 
£ácil  examinarlos. 

Podían  imponer  multas  los  duumviros  y  ediles;  mas  éstos 
debían  comunicar  á  aquellos  su  decisión,  para  que  la  ejecuta- 
ran; el  multado  tenía  el  derecho  de  apelar  ante  los  decuriones,, 
que  estaban  obligados  á  oírle  enjuicio. 

El  que  recibía  fondos  municipales,  los  debía  volver  á  los 
treinta  días  de  recibidos,  el  que  manejaba  negocios  de  la  ciu- 
dad, en  igual  plazo  de  haberlos  dejado,  tenía  que  rendir  cuen- 
tas. Si  no  cumplían  este  mandato,  se  les  castigaba  con  la  mul- 
ta del  duplo  de  las  cantidades,  que  hubieren  retenido. 

Ningún  propietario  podía  derribar  ó  destechar  en  la  pobla- 
ción, ó  en  sus  afueras,  casa  que  no  fuera  reparada  ó  construi- 
da dentro  del  año;  si  dejaba  pasarlo,  pagaba  al  erario,  como 
multa,  el  valor  del  edificio. 

Málaga  debió  participar,  por  aquel  tiempo,  de  la  prosperi- 
dad general  que  disfrutaba  el  Imperio.  Si  en  las  comarcas  de 
su  actual  provincia  creció  extraordinariamente  la  población; 
si  numerosas  inscripciones  nos  revelan  el  acrecentamiento  de 
su  riqueza;  si  se  crearon  nuevos  pueblos  ó  se  repararon  los 
antiguos,    (i)  adornando  sus  plazas  con  estatuas  de  Dioses, 

Empe 


(1)     En  mi  Hularia  <U-  Má-Ui-jii  iii()i.|iii<  Ihs  i-oi'i'c<i|Hiii(li?ni'Ía;t  ilc  los  |iuií|)1.w  de  su  i 
!mo  temtvrío:  incluyólo»  a'|iil  haiirmlo  kw  i-llas  algunsui  currccdoneB.  Eli)  la  c-isXn  e 


1 6  Málaga  Musulmana. 


Emperadores  ó  personages  ilustres;  si  en  ellas  se  labraron  ba- 
ños y  teatros,  donde  se  solazaron  sus  moradores,  ó  acueductos, 
que,  con  sus  aguas,  abastecían  las  poblaciones  y  derramaban  la 
alegría  y  la  vida  en  sus  arrabales,  hermoseados  con  pintorescas 
quintas;  cuando  la  minería  y  la  agricultura,  el  comercio  ó  las 
artes,  se  nos  muestran  en  ellas  tan  florecientes  ¿debía  perma- 
necer estacionaria,  aislada  del  universal  movimiento,  la  anti- 
tigua  ciudad  fenicia,  tan  acomodada  para  las  fructuosas  empre- 
sas de  la  industria  y  de  la  contratación? 

Por  ella  pasaba  aquella  via  Apia,  que,  partiendo  de  Roma, 
se  desarrollaba  en  otras  á  través  de  Italia,  de  las  Galias,  de  Es- 
paña, y  solo  se  detenía  en  Cádiz,  ante  las  olas  del  mar,  para 
continuar  ondulando  en  África.  Por  otra  parte  aseguraban  la 

nave 


Barbésula,  ruinas  hoy  en  la  desembocadura  del  Guaciiaro.  Hübner:  C.  1.  L.  IL  19.'%, 
•1939, 19^40)1941. 

Ciliiiana,  en  la  Tone  de  las  bóvedas,  a  una  legua  de  rio  Verde. 

Salduba,  Eslepona  la  Vieja. 

Suel,  en  el  castillo  de  FuenÍ5Mrola.  Hübner:  C.  I.  L.  Ibidem,  1944. 

Malaca,  Málajjra.  Mela:  De  Silu  Orbis,  libro  II,  cap.  VI.  Plinio:  Ilist.  Nat.  3-1-8 
|»á}í.  154  ed.  Nisard. 

Mónace,  se^^un  unos  en  Almayate,  al  decir  de  otros  en  las  Ventas  de  Mezmiliana. 

Ménoba,  entre  Velez  y  Mála<ra. 

Velex,  Volez,  Mela:  ed.  Parthey  2-93,  pág.  54. 

Claviclum,  Torróx,  según  Lafuenle  Alcántara:  Tabla  de  correspondencias  de  los  actua- 
les [)ueblos  del  reyno  de  Granada  con  los  antiguos  en  su  Hist.  del  Reyno  de  Gran. 

En  el  interior  existían: 

Lacipo,  Alechipe.  Hübner:  Ibidem,  1934-5-6. 

Aratispi,  Gauche  el  Viejo.  Ibidem,  205G. 

Nescania,  Valle  de  Abdalagis:  Ibidem,  2006-7-8. 

Acinipo,  Honda  la  Vi(íja. 

Singilia,  el  Gastillon,  á  una  legua  de  Antequera.  Ibidem,  2016-20-2-3. 

Oscua,  despoblado  boy  en  Cerro  León.  Ibidem,  2029. 

Saepo:  idem  en  la  tieliesa  de  la  Fantasía  dos  leguas  de  Górtes.  Ibidem,  1339-40-1. 

lluro  en  las  cercanías  de  Alora.  Ibidem,  1345-6-7. 

Estleduna,  Archidona,  según  Femandez  Guen-a. 

Arunda,  Ronda.  Ibidem,  1359-00. 


Parte  primera.  Capítulo  i.  17 

navegación  dos  flotillas,  que  apostadas,  una  en  Rávena,  otra 
en  el  Miseno,  salían  á  vigilar  el  Mediterráneo,  pues  la  marina 
mercante  habia  crecido,  á  compás  de  las  inmensas  necesidades 
del  imperio.  Imposible  era,  por  tanto,  que  Málaga  no  fuera  en- 
tonces una  ciudad  importante.  La  cual,  en  agradecimiento  al 
señalado  beneficio  de  pueblo  municipal,  que  le  concedió  la  fa- 
milia Flavia,  de  buena  memoria  para  los  españoles,  se  apellido 
Municipio  Flavio  malacitano. 

Entregado,  por  entero,  á  la  civilización  romana,  sustituyo 
éste  las  antiguas  divinidades  fenicias,  que  habia  adorado,  con 
las  paganas.  Durante  el  Imperio  erigiéronse  estatuas  á  Júpiter^ 
y  á  la  Victoria  Augusta.  También  se  alzó,  en  sus  calles  ó  en 
su  foro  la  imagen  de  algún  Emperador;  bien  como  homenage 
de  agradecimiento  por  grandes  beneficios,  bien  porque  tuviera 
apasionados  entre  sus  vecinos;  cual  la  que  se  levantó  á  Septi- 
mio  Severo  del  195  al  201  (i). 

No  sería  ésta  la  única  que  adornaría  el  municipio  malague- 
ño» 


Anlikaria,   Anlequera.  Ibidem,  2035-36-38-39-40. 

Gáiüma,  Cártama.  Berlanga:  Estudios  romanos. 

Lasilbula,  Orazalema. 

Villa  Pompilia,  según  F.  Guerra,  Bombichar. 

Casli*a  Vinaria,  seírun  Dozy,  Casaiabonela. 

Detunda,  según  L.  Alcántara,  Maro. 

Lauro  Vetus  v  Lauro  Nova,  en  Alhaurin  de  la  Torre  v  Alliaurin  el  Ciando. 

Cedripo,  en  la  Alameda. 

Ostipo,  según  F.  GueiTa,  en  Teba. 

Bobaxter,  Mesas  de  Villaverde. 

Barbi,  según  F.  Guerra,  en  la  Pizarra. 

Sabora,  Cañete.  Hfibner,  Ibidem,  1423. 

Irippo,  de  ignorada  situación. 

(i)    Las  inscripciones  atribuidas  por  Medina  Conde  á  Marco  Aurelio,  Salonina  y  Cons- 
Unció  Chloro  son  falsas.  Hübner,  C.  L  L.  IL  Í68*-Í75M76*. 


1 8  Málaga  Musulmana. 


ño,  pues,  á  usanza  de  entonces,  debieron  multiplicarse,  conme- 
morando bienhechores  de  la  ciudad,  magistrados  acreedores  al 
reconocimiento  público,   ó  personages  influyentes. 

Buena  prueba  de  esto  fué,  la  que  levantó  la  república  ma- 
lagueña á  su  patrono  Lucio  Valerio  Próculo,  que  ejerció  en- 
cumbrados puestos  en  la  milicia  romana  de  mar  y  tierra;  así 
como  en  la  administración  de  las  mas  importantes  provincias 
imperiales,  y  á  su  esposa  Valeria  Lucila. 

Patrono  de  una  población  era,  el  que  la  favorecía  con 
todo  su  valimiento,  ya  en  la  corte,  ya  en  los  demás  ramos  de 

la  administración.  De  tal  importancia  era  esta  distinción,  que, 

♦ 

según  el  derecho  municipal  de  Málaga,  para  concederla  tenía 
•el  ayuntamiento — ordo — que  proceder  por  elección,  en  junta,  á 
la  cual  debían  concurrir  las  dos  terceras  partes  de  los  decurio- 
nes. Los  cuales,  previamente  juramentados,  de  no  emplear 
amaños,  ni  fraudes,  votaban  por  tablillas.  Los  que  procedian 
dolosamente  eran  multados  en  diez  mil  sestencios,  y  el  que' 
aceptaba  la  elección  ilegal,  quedaba  inhabilitado  para  egercer 
el  patronato. 

Por  aquella  época.  Málaga  continuaba  con  su  industria  de 
salazones,  las  cuales  se  llevaban  á  Roma,  con  una  salsa — garó — 
que,  á  lo  que  parece,  se  extraía  de  intestinos  de  pescados,  ma- 
cerados en  vinagre,  salsa  por  la  que  pagaban  buen  precio  los 
gastrónomos  de  la  capital.  En  esta  residían  unos  cuantos  fac- 
tores ó  comisionistas  malagueños,  dirigidos  por  un  presiden- 
te, cuyo  cargo  era  quinquenal.  Algún  tiempo  lo  fué  Publio  Clo- 
•dio  Atenio,  quien  con  su  esposa  Scantía  Succesa,  labraron  en 

Ro 


'{*ASTB   PRIMERA.  CaPÍTULO    1. 


Roma  un  mausoleo,  para  ellos,  sus  parientes  y  libertos. 

También  nos  ha  quedado  la  memoria  de  una  estatua,  le- 
vantada á  L.  Cecilio  Baso  y  costeada  por  su  esposa  Valeria 
Macrina;  de  los  ediles  L.  Octavio  Rústico  y  L.  Granio  Balbo, 
que  costearon  la  de  la  Victoria  Augusta;  y  de  L.  Granio  Silo, 
■que  regaló  á  la  ciudad  un  gran  depósito — lactts — para  agua. 

Muchos  malagueños,  llevaban  el  apellido  de  ¡lustres  fami- 
lias romanas,  como  las  Cecilia,  Clodia,  Grania,  Octavia,  Vale- 
ria y  Cornelia,  declarándose,  todos  los  que  podemos  nombrar 
hoy,  miembros  de  la  tribu  Quirina  (i). 

Mientras  que  Roma  imprimía  su  profunda  huella  en  nues- 
tra ciudad,  dejándola  grabada  en  mármoles  y  bronces,  surgía 
^el  Oriente,  cual  de  él  surge  la  luz  del  dia,  una  idea  nueva, 
hermosa  y  santa,  que  vino  á  inspirar  la  vida  de  las  naciones, 
y  á  ser  eterno  símbolo  de  paz,  de  caridad  y  de  progreso. 

Predicóse  el  cristianismo  en  Málaga,  desde  los  primeros 
momentos  de  la  propaganda  evangélica  en  España,  pues  á  fi- 
nes del  siglo  III  de  J.  C.  le  hallamos  constituyendo  en  ella  silla 
episcopal,  á  la  vez  que  iglesias  en  el  interior  de  sus  regiones.  Y 
ciertamente,  cuando  en  estos  tiempos  se  encuentran  sedes  epis- 
copales erigidas,  hay  que  referir  su  fundación,  cuando  menos 
al  siglo  II,  pues,  como  dice  un  hagiógrafo  ilustre,  los  trances 
de  la  persecución  de  Decio  turbaron  tanto  gran  parte  del  siglo 
III,  que  no  ofrecían  oportunidad  para  fundar  iglesias;  antes 
bien, 

M)  Iteríantn:  Sionum.  vji.,  \\hv.  '29  6. 118,  Kl  falsario  Modina  Conde  incluyó  inscrigi- 
4-biiís  bl«w  en  sus  Comr.  mitíag.,  (|Ui<  fueiftn  citailua  |K>r  R«rlaii;;a  fti  bu  obin,  y  si|(ui^i>- 
AiAt  ya,  en  mi  Hi»lorÍa.  Ealas  inBi:rí{>cioneii  Hsludiailas  desjjut^s  piir  KObncr:  C.  I.  I.. 
luErun  (leclanidRB  invenciom-s  de  aquel  desdichado  {i  de  niroü  de  tiin  nialn  raleo  como  ^1. 

7 


20  Málaga  Musulmana. 


bien,  daban  harto  que  hacer  á  los  prelados,  para  conservar  las 
que  anteriormente  se  erigieron. 

Fuera  de  algunas  supercherías,  debidas  á  los  que,  con  ne- 
cia 6  malvada  intención,  mancharon  con  falsedades  las  prime- 
ras y  mas  hermosas  páginas  del  cristianismo  hispano;  fuera  de 
una  piadosa  tradición,  fundada  en  un  texto  mal  interpretado, 
(j)  los  anales  católicos  de  Málaga  ofrecen  sucesos  interesantí- 
simos y  prelados  de  singular  mérito. 

El  primero  cuyo  nombre  ha  llegado  á  nosotros  es  el  de  Pa- 
tricio, quien  debió  ser  consagrado  hacia  el  año  290;  el  cual  au- 
torizó con  su  firma  el  célebre  concilio  iliberitano,  verificado  al  co- 
menzar  el  siglo  IV.  De  suerte,  que  al  mismo  tiempo  que  el  cin- 
cel de  los  lapidarios,  celebraba  en  los  pedestales  de  las  estatuas 
de  Dioses  ó  Emperadores,  el  culto  ó  las  glorias  de  ellos,  la  fer- 
vorosa palabra  de  los  propagandistas  cristianos,  grababa  en  los 
corazones,  entre  tormentos,  vejaciones  y  suplicios,  entre  sangre 
y  lágrimas,  doctrinas  que  conmueven  hoy  millones  de  almas. 

Aquellos  soberanos,  con  todo  su  inmenso  poderío,  despare- 
cieron; agostóse,  cual  en  las  eras  la  yerba,  la  prosperidad  del 
imperio;  el  tiempo  ó  alguna  horda  de  bárbaros  destrozó  las  es- 
tatuas, las  inscripciones  y  arruinó  los  monumentos  del  municipio 
Flavio  malacitano;  de  aquellas  generaciones  que  se  presentan 
ante  el  historiador,  tan  llenas  de  energía  y  de  vida,  solo  nos 
quedan  memorias  confusas,  rotos  ó  borrados  epígrafes,  y  una 
gallarda  estatua  mutilada,  que  entrega  al  viento  los  pliegues 

de 


(1)    Me  refiero  á  la  de  los  Santos  Mártires,  Ciríaco  y  Paula,  de  la  que  he  de  tmtar  mas 
¿(delante. 


Parte  primera.  Capítulo  i.  21 

de  su  marmórea  vestidura,  en  los  alredores  de  Málaga  y  entre 
la  deliciosa  floresta  de  una  pintoresca  quinta. 

Las  espantosas  depredaciones  délas  gentes  bárbaras,  á  más 
de  las  crueles  guerras  domésticas  que  entre  ellas  mantenían,  lle- 
garon indudablemente  ante  los  muros  del  municipio  malagueño, 
pues  las  tablas  de  bronce,  donde  se  consignaban  sus  preciados 
derechos,  fueron  cuidadosamente  soterradas  en  las  afueras,  para 
evitar  su  destrucción.  Quizá  la  ruina,  que  temían  los  que  se- 
pultaron aquel  precioso  depósito,  llegó  á  verificarse;  quizá  pe- 
recieron ellos  y  quedó  yerma  la  ciudad,  pues,  bajo  la  tierra  que 
le  encubría,  quedó  olvidado,  hasta  que  un  accidente  casualle 
descubrió  en  nuestra  época. 

A  tiempo  que  los  bárbaros  se  hacían  la  mas  cruenta  de  sus 
guerras,  aniquilando  el  territorio  español,  Honorio,  emperador 
de  Occidente,  encomendó  al  visigodo  Walia  la  reinvindicacion, 
para  el  imperio,  de  sus  antiguas  posesiones.  Cumplió  el  bárba- 
ro á  conciencia  su  cometido,  y  Málaga,  con  las  otras  poblacio- 
nes de  Andalucía,  tornó  á  poder,  á  lo  menos  nominalmente,  de 
sus  pasados  señores.  Poco  después  quedáronse  por  dueños  efec- 
tivos de  ella  los  visigodos. 

Mas  la  desapoderada  ambición,  que  arrojaba  á  los  proce- 
res de  éstos,  ansiosos  de  ceñirse  la  diadema,  á  frecuentes  pro- 
nunciamientos, volviéronla  á  los  imperiales,  no  ya  á  los  de  Oc- 
cidente, más  á  los  de  Bizancio.  Durante  el  reinado  del  visigo- 
do Agila,  sublevadas  las  ciudades  andaluzas,  alzaron  por  rey 
á  Athanagildo,  quien  anteponiendo  su  ambición  á  la  grandeza  de 
su  raza,  ofreció  á  Justiniano,  emperador  de  Orienté,  entregar- 

le. 


22  Málaga  Musulmana. 


le,  si  le  ayudaba  en  su  codiciosa  empresa,  las  marinas  medi- 
terráneas,  desde  Cádiz  á  la  costa  valenciana.  Justiniano  envió  á 
Liberio,  patricio  imperial,  con  un  ejército  en  ayuda  del  rebelde^ 
y  satisfecha  la  ambición  de  éste,  posesionáronse  los  bizantinos, 
de  las  ciudades  comprendidas  en  aquel  trayecto. 

Desde  entonces  la  superior  cultura  de  los  imperiales,  amal* 
jamándose  con  las  tradiciones  romanas,  profundamente  arrai- 
gadas en  el  país,  influyó  extraordinariamente  en  el  reino  visigo- 
do, en  su  arte,  en  sus  ciencias,  en  su  religión,  en  sus  trastor- 
nos, en  su  gobierno,  hasta  en  su  ruina. 

Eran  los  godos  arríanos,  y,  en  su  orgullo  de  vencedores^ 
pretendieron  imponer  las  creencias  de  su  secta  á  la  católica 
grey  hispano-romana.  Resistióse  ésta  abiertamente,  estallando 
las  disensiones  religiosas,  primero  en  el  pacífico  estadio  de  la 
controversia,  después  en  el  de  las  armas,  llenando  de  sangre  y 
luto  á  los  españoles,  desde  los  mas  inferiores  en  condición  á 
la  familia  real. 

Málaga,  libre  de  bárbaros,  podía  impunemente  ser  católica^ 
Católicos  eran  los  soldados,  que  daban  presidio  en  ella,  católi- 
cos los  capitanes  que  los  acaudillaban,  y  católico  el  interés  de- 
arrebatar  á  la  heregía  la  sociedad  española.  Nuestra  ciudad  con» 
las  demás  bizantinas,  tuvo  principal  parte,  por  esto,  en  la  his- 
toria nacional,  siendo  un  foco  de  perpetua  conspiración  contra  el 
arrianismo.  Asilo  indudablemente  de  los  expatriados,  que  ex- 
trañaba de  sus  hogares  la  intolerancia  visigoda,  la  sede  episcopal 
malagueña  siguió,  en  aquel  tiempo,  con  marcada  atención,  las- 
vicisitudes  de  las  contiendas  religiosas  que  agitaban  á  España. 

Duráis 


Parte  primera.  Capítulo  i.  23 

Durante  los  momentos  en  que  mas  arreciaba  la  persecución^ 
Vicente,  obispo  de  Zaragoza,  abjuró  el  catolicismo,  y  se  pasó» 
á  los  arrianos.  General  indignación  se  encendió  súbitamente, 
cual  rastro  de  pólvora  en  el  que  prende  el  fuego,  por  todos  los 
ámbitos  de  la  Península.  Entonces  se  publicó  en  Málaga  un  li- 
bro, donde  se  concentró  el  asombro,  la  indignación  y  el  menos- 
precio, que  inspiraba  aquella  defección.  Era  su  autor.  Severo^ 
obispo  de  Málaga.  En  sus  mocedades  fué  compañero  del  céle- 
bre prelado  de  Cartagena,  Liciniano,   y  se  le  estimaba  cual 
una  de  las  buenas  ilustraciones  de  su  tiempo.  Después  de  ha- 
ber estudiado  apasionadamente  las  letras  sagradas  y  las  profa- 
nas, fué  consagrado  obispo  de  nuestra  ciudad,  hacia  el  año  578;: 
que  desde  el  siglo  IV  á  fines  del  VI  no  se  sabe  quienes  fueran 
sus  antecesores.  La  apostasía  de  Vicente  le  inspiró  su  obra,, 
terrible  invectiva  contra  el  sacerdote  infiel  á  sus  juramentos,, 
mas  bien  lobo  que  pastor  de  su  rebaño. 

Denominóla  Correctorium,  y  aumentó  con  ella  la  fama  que  ce- 
lebraba su  ingenio  agudo  y  elocuente.  Fué  también  muy  apre- 
ciada una  colección  de  sus  cartas  dirigidas  á  varias  personas^ 
á  más  de  un  libro  que  dedicó  á  su  hermana,  ponderándole  las^ 
ventajas  de  la  virginidad  (i).  Calcúlase  que  feneció  éste  prela- 
do insigne  á  fines  del  siglo  VI  ó  á  principios  del  VIL 

Es  muy  posible  que,  antes  de  fallecer,  socorriera  Severo  á 

sus 


{i)  Un  texto  de  Tritheniio  me  ha  revelado  el  titulo  de  este  libro,  que  en  mi'  IHsl.  th: 
Mal. y  di  por  desconocido.  S.  Isidoro:  Deviris  illuat.  en  Florez:  Esp,  Say.,  T.  V,  |)á{(.  351, 
▼  nó  VI,  cómo  me  hicieron  decir  los  cajistas:  en  el  XII,  pá<5^  303  y  sij^.,  trae  Florez  la  hio- 
^rafia  de  Severo  y  en  el  Ap.  IV  del  T.  V,  una  carta,  escrita  por  éste  y  Liciniano,  antes  de 
«er  obis|>os. 


24  Málaga  Musulmana. 


sus  diocesanos,  encerrados  tras  de  los  muros  de  Málaga,  cuan- 
do Leovigildo,  penetró,  á  sangre  y  fuego,  por  su  jurisdicción, 
luchando  con  los  imperiales.  Que  era  vergonzoso,  para  un  guer- 
rero de  su  temple,  tener  á  extranjeros,  metidos  en  lo  mejor  de 
la  propia  casa,  y  al  arriano,  que  extremó  su  fanatismo,  mandan- 
do degollar  á  su  hijo,  no  estragar  el  territorio,  donde  se  conspi- 
raba contra  su  secta  y  contra  su  autoridad,  ó  de  donde  partían 
elocuentísimas  voces,  que,  anatematizándolas,  hallaban  prolon- 
gado eco  en  España  (i). 

Sucedió  á  Severo,  no  se  sabe  si  al  morir  ó  mediando  algún 
otro  obispo,  por  más  que  me  inclino  á  lo  primero,  Januario.  El 
cual,  se  ignora  porque  razón,  enemistóse  con  el  conde  Comició- 
lo,  que  gobernaba  las  ciudades  imperiales  españolas.  Poco  es- 
crupuloso para  vengar  sus  enconos,  sometiendo  á  éstos  los 
altos  intereses  de  su  religión,  cosa  no  muy  desusada  entre  bi- 
zantinos, propúsose  el  conde  derribar  de  su  silla  al  obispo.  Y 
como  á  los  poderosos  nunca  faltan  quienes,  por  miedo  ó  medro, 
jcoadyuven  á  sus  perversos  propósitos,  el  conde  halló  algunos 
prelados  complacientes,  que,  entre  general  asombro  y  escán- 
dalo, derrocaron  de  su  sede  á  su  colega  de  Málaga  é  intrusaren 
en  ella  á  otro  sacerdote. 

A  Constantinopla  no  podía  acudir  Januario,  apelando  de  tan 
inicua  sentencia,  pues  el  valimiento  de  Comiciólo  apagaría  sus 
quejas:  menos  á  Toledo,  capital  del  reino  visigodo,  porque  la 
diócesis  malacitana  era  independiente  de  ella,  mas  le  restaba 

el 


(1)     Cron.  del  Biclarense,  en  Florez:  Esp.  Sag.^  T.  V.,  pág.  446. 


Parte  primera.  Capítulo  i.  25 


el  supremo  recurso  de  alzarse  de  sus  agravios  á  Roma,  donde 
empezaban  á  acudir  los  débiles  y  los  oprimidos,  y  donde  un 
Pontífice  ilustre,  S.  Gregorio,  comenzaba  á  ejercer  la  influen- 
cia, que  tan  potente  alcance  consiguió  en  la  Edad  Media. 

El  Papa  envió  á  Málaga  al  presbítero  Juan  Defensor,  quien^ 
después  de  su  arribada,  recibió  una  invitación  de  Recaredo,  pa- 
ra que  pasara  á  su  corte.  No  se  sabe  cual  sería  el  resultado  del 
juicio,  abierto  á  instancia  de  Januario,  pues  una  carta,  atribui- 
da á  S.  Gregorio,  en  la  que  se  dice  que  fué  restituido  á  su  se- 
de y  castigados  sus  perseguidores,  es  apócrifa,  y  ni  siquiera 
conjeturando,  puedo  decidir  esta  cuestión  (i). 

Continuaron  los  sucesores  de  Leovigildo  sus  luchas  con  los 
imperiales,  molestándoles  tanto  y  auxiliándoles,  según  parece, 
tan  poco  la  población  indígena,  que  al  fin  Sisebuto,  entre  los 
años  612  al  17,  consiguió  derrotar  en  dos  batallas  campales  al 
patricio  Cesáreo  y  ahuyentarle  para  siempre  de  España. 

Es  muy  probable,  que  durante  la  dominación  bizantina,  la 
sede  malagueña  estuviera  adscrita  á  la  de  Cartagena.  Expues- 
to su  territorio  constantemente  á  los  embates  de  los  visigodos,. 
las  diócesis  circunvecinas  la  despojaron  de  varias  poblaciones, 
pues  Theodulfo,  godo  á  juzgar  por  su  nombre,  obispo  consa- 
grado de  Málaga,  hacia  el  año  617,  reclamó  en  el  concilio  II 
sevillano,  iglesias,  que  le  habían  sido  usurpadas  por  las  de  Éci- 
ja,  Iliberis  y  Cabra,  á  lo  cual  accedió  aquella  asamblea,  por  no 
admitir  prescripción  de  tiempo  lo  que  se  dejó  de  poseer  por  cautive- 
rio 


(i)    Hñbner:  C.  I.  L.  II.,  3420.  Florez:  Esp,  Sag.,  T.  XII,  pág.  312  y  sig.,  T.  V,  pág. 
75.  S.  Gregorio  Magno:  Ep.  lib.  III,  45, 46,  olim.  lib.  II,  ep.  52,  55. 


26  Málaga  Musulmana. 


rio  ó  novedad  de  las  hostilidades.  Nuestro  obispado  quedaría,  des- 
-de  entonces,  sometido  á  Sevilla. 

Otro  godo,  Tunila  ó  Dunila,  sigue  al  anterior  en  la  suce- 
:sion  de  nuestros  obispos.  Este  prelado  asistió  en  persona  al 
concilio  VI  y  VIII  toledanos,  y  al  VII  representado  por  su  vi- 
cario Matacelo.  Veinte  y  ocho  años  después,  en  el  duodécimo 
•concilio,  firma  Samuel  obispo  de  Málaga,  que  debió  ser  consa- 
grado hacia  el  678.  Samuel  concurrió  también  personalmente 
al  XV,  acudiendo  al  décimo  tercero,  en  nombre  suyo,  un  diá- 
cono, que  lleva  el  extraño  y  poco  simpático  nombre  de  Calum- 
nioso. 

Con  Honorio,  cuya  consagración  se  retrae  hacia  el  año  690 
y  que  tomó  parte  en  el  concilio  XVI  de  Toledo,  verificado  en 
693,  ciérrase  la  serie  de  los  obispos  malagueños,  hasta  la  inva- 
ision  sarracena  (i). 

He  aquí  cuanto  puede  decirse,  acerca  de  la  historia  de  Má- 
laga, durante  la  Edad  Antigua.  Pocas,  cual  se  vé,  dado  el  largo 
trascurso  de  tiempo  que  abarca,  son  las  noticias  que  el  narrador 
puede  relatar,  algunas  con  entera  seguridad,  muchas  conjetu- 
rando. Mas  todas  son  interesantísimas,  no  ya  para  la  curiosidad 
general,  sino  para  nuestra  historia  y  para  la  ciencia.  Una  nue- 
va raza,  nuevos  señores,  hábitos  y  religión  nueva,  vienen  á  so- 
breponerse á  la  influencia  romana  y  á  las  creencias  católicas; 
las  cuales,  combatidas  en  todas  direcciones,  perdiendo  paulati- 
namente fieles  y  fuerzas,  se  nos  muestran,  en  medio  del  univer- 
sal naufragio  de  la  civilización  clásica,  extendiendo  su  santa  y 

bené 


(1)     Fh»rez:  Esp,  Say.,  T.  XII,  páfc^  319  y  sij? 


Parte  primera.  Capítulo  i.  27 

benéfica  influencia  hasta  sus  más  crueles  enemigos,  inspirándo- 
les nobilísimos  sentimientos,  impregnando  con  su  aroma  las 
ideas  de  sus  contrarios,  así  como  impregna  con  su  perfume  el 
sándalo,  hasta  el  hacha  que  le  hiere. 


8 


CAPÍTULO  ÍI. 

La  invasión  sarracena 
Y  EL  Califato  cordobés  en  Málaga. 


Decadencia  y  ruina  del  poderío  visigodo. — Invasión  musulmana  en  España. — Conquista 
de  Málaga. — El  waliato  español. — Orígenes  del  Califato  cordobés. — Abderraliman 
I  en  Málaga. — El  obispado  malagueño,  Samuel. — Los  mozárabes,  Ostégesis. — Mise- 
rable vida  de  este  prelado. — La  revolución  mozárabe  y  muladi,  Ornar  ben  Hafsun. — 
Semblanza  de  este  insigne  caudillo. — Los  Beni  Saleh  de  Nokur,— Peripecias  de  su 
dinastía.— Málaga  constante  refugio  suyo. 


Reinos  en  los  que  impera,  mas  que  la  razón,  la  violencia,  y 
la  ambición  mas  que  el  patriotismo;  donde  la  división  quebran- 
ta las  fuerzas  sociales,  la  audacia  se  impone  al  mérito  ó  á  la 
ley,  y  perpetuas  alteraciones  merman  la  riqueza  pública,  desti- 
nados están  á  la  ruina  ó  á  la  servidumbre. 

Suerte  afrentosa,  que  fué  la  del  pueblo  visigodo:  quien  apa- 
gado el  primitivo  ardor  bélico,  trabajado  por  guerras  domésticas^ 

por 


Parte  primera.  Capítulo  ii.  29 


por  contiendas  de  raza,  la  íbero  romana,  la  goda,  la  hebrea,  por 
luchas  de  banderías,  mas  bien  que  de  partidos;  sometido  el  dere- 
cho de  sucesión  real  á  cruentos  asesinatos;  ensalzados  al  solio 
miserables  foragidos,  que  no  por  de  noblp  alcurnia  dejaban  de 
serlo,  según  sus  ruines  hechos;  entregado  á  la  molicie  y  al  re- 
galo, gangrenado  por  los  vicios,  disgregóse  ante  las  taifas  mu- 
sulmanas, como  neblina  que  disipa  y  desvanece  el  viento. 

Tan  necesaria  es  la  virtud  en  los  pueblos,  cual  en  los  par- 
ticulares; que  así  como  las  malas  pasiones  destruyen  á  estos, 
así  la  corrupción  social  extendiéndose,  poco  á  poco  engendra 
inevitables  catástrofes.  Parece  á  los  gobernantes  fáciles  para  al- 
canzar sus  propósitos  los  malos  medios,  y  creen  que  los  efec- 
tos de  ellos  se  borran,  apenas  conseguidos  sus  intentos,  mas 
dejan  rastro  profundo  en  la  masa  popular;  el  mal  y  la  inmora- 
lidad cunden  por  momentos,  y  si  los  que  pueden  aplicar  su  re- 
medio, apáticos  ó  indiferentes,  no  se  les  oponen,  mas  pronto  6 
mas  tarde,  en  cabeza  propia  ó  en  las  de  sus  descendientes,  re- 
caen daños  funestos. 

Mengua  de  espacio  védame  en  este  punto,  cual  en  otros 
muchos,  alargarme  como  quisiera,  al  ocuparme  de  esta  tremen- 
da desdicha.  La  predicación  mahometana,  su  carácter,  sus  tri- 
unfos y  vicisitudes;  la  personalidad  de  Mahoma,  de  aquel  entu- 
siasta de  mediano  talento,  del  hombre  singular,  que  debió  á 
una  enfermedad  rara  su  fortuna  histórica,  voluptuoso  y  apa- 
sionado, á  las  veces  cruel,  frecuentemente  generoso  y  benéfico 
{i);  su  predicación,  sus  novelescas  aventuras,  las  inclinaciones 
de 

(i)    PeiTon:  V  hlamümc,  Dozy:  Essai  sur  V  histoire  de  V  islamisme,  pág.  18  y  sijí. 


30  Málaga  Musulmana. 


de  su  doctrina,  mezcla  informe  de  grandes  y  mezquinas  ideas, 
expresión  de  la  genialidad  arábiga,  corruptora  de  gobiernos  y 
costumbres,  vasto  campo  ofrecen  al  historiador  y  al  filósofo. 
Pues  siempre  ha  de  ser  interesante,  ver  á  tribus  nómadas,  á 
pobres  caravaneros,  creando  y  derrocando  imperios,  yendo  del 
corazón  del  Asia  á  las  orillas  del  Atlántico,  venciendo  á  pode- 
rosas naciones,  y  realizando,  en  la  Edad  Media,  aquellas  fabu- 
losas conquistas  de  los  héroes  míticos  orientales,  reminiscencias 
probablemente  de  las  emigraciones  de  los  primitivos  pueblos. 

Y  si  tan  interesante  es  éste  período,  interesantísima  es  pa- 
ra  nosotros  la  parte  de  él  que  se  refiere  á  España.  Las  aven- 
tureras expediciones  de  los  agarenos  en  África;  la  sombría  figu- 
ra del  conde  Julián,  aun  no  totalmente  bosquejada,  ante  la 
cual  pasaron  centenares  de  generaciones,  lanzándole  el  anate- 
ma de  su  indignación  y  menosprecio;  las  románticas  aventuras 
de  la  Cava,  (i)  el  rudo  aspecto  de  Tarif  abu  Zora  y  de  Tarik 

ben 


(i)  Por  referirse  exclusivamente  á  Míilaga,  por  haberla  citado  Martin  de  Roa,  y  á  fin  de 
acabar,  para  siempre,  con  una  falsedad,  que,  como  verdad  quilatada,  oi  alguna  vez  narrar, 
voy  á  reproducir  el  siíjuicnte  texto,  que  Miguel  de  Luna  consignó  en  su  Historia  verdii- 
dcra  del  rey  D.  Rodngo,  Parte  I,  lib.  I,  cap.  XVIII;  el  cual  contiene  la  mas  disparatada 
invención  que  puede  leerse,  y  tantos  dislates  cuanto  palabras;  los  cuales  sin  embargo 
ti-aiicendieron,  no  solo  á  la  tradición,  sino  á  obras  sórias,  como  á  la  Población  de  España, 
de  Silva,  T.  II,  pág.  217,  y  al  Tesoro  de  la  lengua  castellana  de  Covarrubias.  Dice  así 
aquel  falsario  declarado: 

Aviéndose  despedido  en  la  ciudad  de  Cordoua,  el  Conde  D.  Julián,  de  aquellos  Gene- 
I-ales  (como  tratamos  en  esta  historia),  recogió  toda  su  gente,  deudos  y  diados;  y  porque 
sus  tierras  estauan  tan  perdidas,  y  maltratadas,  se  fué  á  vn  lugar  pequeño,  que  estíí  fabri- 
hricxido  en  la  ribera  del  mar  Mediterráneo,  en  la  Prouincia  que  llaman  Vandalucia;  á  la 
qual  nombraron  los  Christianos  en  su  lengua  Villauiciosa.  Y  auiendo  llegado  á  ella,  dio  ór- 
dí'n  de  embiar  por  su  muger,  y  hija  Florinda,  que  estauan  detenidas,  en  aquellas  partes 
«le  África,  en  vna  ciudad  que  está  á  la  ribera  del  mar,  la  qual  se  llama  Tánger,  para  des- 
de allí  aguardar  el  suceso  de  la  conquista  de  España,  en  que  auia  de  parar.  Las  cuales 
llegadas  en  aquella  Villa,  el  Conde  D.  Julián,  las  recibió  con  mucho  contento,  porque 
tenia  bien  sentida  su  larga  ausencia,  y  auiendo  descansado,  desde  allí  el  Conde  daua  ór- 


Parte  primera.  Capítulo  ii.  31 

ben  Ziyad,  destacándose  sobre  el  oscuro  fondo  de  estos  sucesos; 
la  derrota  de  Rodrigo,  á  quien  hicieron  perdonar  sus  extravíos, 
su  valor  y  su  desventura;  la  conquista  de  Toledo  y  Córdoba,  las 
semblanzas  de  Musa,  Teodomiro  y  Pelayo,  asuntos  son,  no  pa- 
ra tratados  de  pasada,  sino,  con  igual  afición  á  la  que  el  artis- 
ta sigue  con  sus  pinceles  las  líneas  de  un  encantador  paisage  6 
de  un  acabado  modelo  que  le  enamora. 

Ven 


den,  con  mucha  diligencia,  para  poblar,  y  restaurar  sus  tierras,  para  ir  á  vivir  á  ellas. 
Su  hija  Florinda  estaua  muy  triste,  y  afligida,  y  por  mucho  que  su  padre,  y  madre,  la  re- 
galauan,  nunca  la  podian  contentar,  ni  alegrar.  Ymaginaua  la  grande  pérdida  de  España  y 
la  grande  destruicion  de  los  Chrístianos,  con  tantas  muertes,  y  cautiverios,  robadas  sus  ha- 
ziendas,  y  que  ella  hubiese  sido  causa  principal,  cabeza,  y  ocasión,  de  aquella  perdición,  y 
sobre  todo  ello,  le  crecian  sus  pesadumbres  en  verse  deshonrada,  y  sin  esperanza  de  te- 
ner estado,  según  ella  deseaua.  Con  esta  imaginación  (engañada  del  demonio)  delerin¡ih> 
entre  sí  de  morir  desesperada,  y  un  dia  se  subió  á  vna  torre,  cerrando  la  puerta  de  ella 
por  de  dentro,  porque  no  fuese  estorbada  de  aquel  hecho  que  quería  hazer,  y  dijo  á  una 
ama  suya,  que  le  llamase  á  su  padre,  y  madre,  que  les  queria  dezir  un  poco,  y  siendo  ve- 
nidos, desde  lo  alto  de  aquella  toiTe,  les  hizo  un  razonamiento,  muy  lastimoso,  dizíendo- 
les  al  fin  del,  que  muger  tan  desdichada  como  ella  era,  y  tan  desventurada,  no  merecía 
vivir  en  el  mundo  con  tanta  deshonra,  mavoi-mente  aviendo  sido  causa  de  tanto  mal  v  des- 
truicion;  y  luego  les  dijo;  Padres,  en  memoria  de  mi  desdicha,  de  aquí  adelante  no  se  lla- 
me esta  Ciudad  Villauiciosa;  sino  Malaca.  Oy  se  acaba  en  ella  la  mas  mala  muger  que 
hubo  en  el  mundo.  Y  acabadas  estas  palabras,  sin  mas  oír  á  sus  padres,  ni  a  nadie  de 
los  que  estañan  presentes,  por  muchos  ruegos  que  la  hicieron,  y  amonestaciones,  se 
dejó  caer  en  el  suelo;  y  llenada  medio  muerta,  viuió  como  tres  días,  y  después  murió.  Su 
madre  cayó  amortecida  en  aquel  instante  en  el  suelo  de  su  estado,  y  el  Conde  D.  Julián 
fué  tan  grande  el  pesar  que  recibió  de  su  querida  hija  Florinda,  que  de  pura  imaginación,, 
entendiendo  que  aquel  caso  le  era  castigo  de  Dios,  (lo  cual  yo  tengo  para  mí  que  fué  asi 
|K)r  sus  grandes  pecados,  pues  no  se  menea  la  hoja  en  el  árbol,  ni  la  hormiga  en  la  tier- 
ra, sin  su  expresa  licencia  y  voluntad),  vino  á  enloquecer  y  á  perder  el  juizio:  y  estando 

de  esta  manera,  un  dia  se  metió  el   mismo  un  puñal  por  los  ])echos,  y  cayó  muerto 

Fué  causa  este  desastre,  y  desesperación,  de  mucho  esciíndalo,  y  notable  memoria  entre 
los  moros,  y  Christianos;  y  desde  allí  adelante  se  llamó  atiuella  ciudad,  Malaga,  corrup- 
tamente por  los  Christianos:  y  de  los  Árabes  fué  llamada  Malaca,  en  memoria  de  aquellas 
palabras  que  dijo,  cuando  se  echó  de  la  ton*e;  no  se  llame  Villauiciosa,  sino  Malaca:  por- 
que ca  en  lenguaje  español  quiere  decir  porque:  y  porque  dijo,  ca  oy  se  acaua  en  ella  la 
mas  mala  muger  que  hubo  en  el  mundo,  se  c/)mpuso  este  nombre  de  Mala  y  ca,,.  (7.* 
edición  de  Madrid). 

Los  que  refieren  esta  tradición  la  confirman,  con  el  nombre  de  puerta  de  la  Cava, 
que  se  dio  á  una  de  las  de  nuestra  Alcazaba.  Con  decir  <jue  puerta  de  Alacaba  (y  no  de  la 
Cava),  significa  en  árabe  puerta  de  la  Cuesta,  dejo  de  tratar  este  asunto. 


32  Málaga  Musulmana. 


Vencido  Rodrigo  y  conquistada  Écija,  Tarik  envió  desde  és- 
ta á  Archidona,  capital  por  entonces  de  nuestro  territorio,  que, 
desde  los  primeros  momentos  de  la  conquista,  apellidaron  los 
musulmanes  cora  de  Raya,  tropas  á  las  órdenes  de  uno  de  sus 
alcaides,  guiado  por  cierto  miserable  amigo  de  Julián.  Entraron 
los  sarracenos  en  Archidona  sin  resistencia,  pues  los  naturales 
de  ella,  se  habian  huido  á  las  próximas  sierras  y  guarecido  en- 
tre su  espesura. 

La  invasión  musulmana,  si  por  un  momento  aterró  á  las  po- 
blaciones mediterráneas,  no  las  domeñó  por  completo.  Cierto 
que  se  mostraron  valerosos  los  invasores;  cierto  que  su  barba- 
rie, el  fanatismo  de  algunos  de  sus  gefes  y  el  prestigio  de  sus 
triunfos,  debieron  aterrar  á  los  españoles;  cierto  que  contaban 
con  los  judíos,  malos  de  suyo  y  á  mas  enconados  por  las  per- 
secuciones, con  los  esclavos,  que  rompian  gozosos  sus  cadenas, 
con  todos  esos  miserables,  que  en  cualquier  nación  y  tiempo  se 
revuelven  hacia  donde  pueden  lograr  algún  medro,  adoradores 
del  éxito  que  están  siempre  á  viva  quien  vence;  mas  es  ines- 
plicable  que  un  puñado  de  hombres,  muchos  bisónos  y  sin  dis- 
ciplina, amilanaran  completamente  á  una  gran  nación,  recor- 
rieran campiñas  y  serranías,  expugnaran  ciudades  populosas  y 
bien  fortificadas,  y  en  una  marcha,  verdaderamente  triunfal, 
según  el  éxito,  fueran  de  victoria  en  victoria,  desde  el  Estrecho 
al  extremo  Norte  de  España. 

Ejemplar  de  naciones  debe  ser  éste,  que  el  narrador  recor- 
dará siempre,  como  una  de  las  mas  singulares  experiencias  de 
la  Historia.  Lo  que  debió,  si  acaso,  ser  una  correría  de  facine- 
rosos, 


Parte  primera.  Capítulo  ii.  32 

rosos,  más  ó  menos  afortunada,  trocóse  en  conquista,  que  apar- 
tó  largo  tiempo  al  pueblo  hispano  del  concierto  europeo;  que 
le  forzó  á  pelear  mas  que  á  lo  que  al  progreso  de  su  civiliza- 
ción convenía;  que  le  hizo  derramar  torrentes  de  oro  y  sangre 
en  la  reivindicación  del  patrio  suelo,  y  que,  entre  memorias 
gloriosas  y  aspiraciones  nobilísimas,  dejó  en  el  fondo  de  su  ca- 
rácter algunas  malas  heces,  cuya  amargura  todavia  sentimos, 

Al  par  que  adelantaban  los  invasores  hacia  el  interior  de  la. 
Península,  algo  grave,  que  la  Historia  ignora,  debió  acontecer 
en  Andalucía.  Pasados  los  primeros  momentos  de  estupor,  re- 
cobrados los  ánimos,  ausentes,  en  su  mas  granada  parte,  los 
enemigos,  no  faltarían  corazones  varoniles  y  decididos,  hom- 
bres de  vergüenza  y  afrenta,  como  decían  nuestros  viejos  cro- 
nistas, que  arrancaran  de  su  cobarde  marasmo  á  las  poblacio- 
nes, escitando  á  los  indecisos,  avergonzando  á  los  tibios,  ó  me- 
nospreciando á  los  tímidos:  quizá  se  urdieron  conjuraciones,, 
quizá  la  religión  prestó  su  influencia  al  patriotismo;  lo  cierto  és 
que  la  rebelión  alzó  su  cabeza  en  nuestras  comarcas.  Mas  los 
pormenores  de  estos  sucesos,  tan  interesantes  en  aquellos  su- 
premos momentos,  se  han  borrado  á  través  de  los  siglos,  cual 
borra  la  distancia  los  de  lejana  sierra,  escueta  al  lejos,  coma 
si  fuera  peña  viva,  llena  de  accidentes,  de  bosques,  mesetas  y 
cañadas,  cerca. 

Hubo  indudablemente  cierta  galvanización  en  los  ánimos 
de  los  pobladores  de  Andalucía,  que  se  rehicieron  un  momen- 
to, se  indignaron  contra  su  vergonzosa  opresión,  venciendo  qui- 
zá en  los  primeros  arranques,  ahuyentando  á  los  sarracenos  y 

ala 


34  Málaga  Musulmana. 


á  la  miserable  gavilla  que  acaudillaban.  Mas  fué  la  galvaniza- 
ción de  un  cadáver;  energía,  vitalidad  efímera,  que  se  desvane- 
ció, en  cuanto  Abdelazis,  hijo  de  Musa  y  gobernador  de  Sevi- 
lla, consiguió  reducir  á  Teodomiro,  procer  visigodo  que  alenta- 
ba con  su  resistencia  la  alteración  general. 

Mientras  sofocaba  la  insurrección,  Abdelazis  se  dirigió  ha- 
cia el  mediodía  de  las  costas  mediterráneas,  que,  según  parece, 
no  habian  sido  todavia  conquistadas  por  los  muslimes.  Duran- 
te esta  expedición  presentáronse  éstos  á  las  puertas  de  Málaga. 
Mas  halláronlas  cerradas,  guarnecidos  los  adarves  y  á  sus  mo- 
radores dispuestos  valerosamente  á  jugarse  resistiendo,  vida, 
haciendas  y  honras. 

Ante  aquella  decisión,  no  muy  común  en  las  ciudades  espa- 
üolas  de  esta  época,  detuviéronse  los  afortunados  invasores. 
Dilatóse  el  asedio  y  Abdelazis  comprendió,  sin  duda,  que,  con 
solo  el  valor  de  su  hueste,  no  había  bastante  para  vencer  tan 
honrosa  resistencia.  Un  accidente  casual,  que  hasta  el  azar  pa- 
recía proteger  á  la  morisma,  facilitóle  la  feliz  conclusión  de 
su  empeño.  El  gobernador  de  Málaga,  hombre  poco  avisado  y 
negligente  para  los  cronistas  árabes,  á  lo  que  yo  entiendo  de 
gran  corazón,  cansado  de  las  fatigas  del  cerco,  salió  á  solazarse 
á  una  huerta  fuera  de  muros.  Perdióle  la  confianza,  ó  en  su 
gente  ó  en  sus  ánimos:  no  sabia  que  al  salir  fuera,  se  entrega- 
ba en  manos  de  sus  enemigos,  pues  bereberes  y  árabes  fueron 
siempre  gente  astuta  y  ágil,  avezada  á  todo  género  de  rapiña, 
y,  por  su  organización,  por  su  vida  nómada  y  por  sus  inclina- 
ciones, ladrones  de  nacimiento.  Avisáronles  sus  espías  la  salida 

del 


Parte  primera.  Capítulo  ii.  35 

del  gobernador,  y  del  mismo  modo,  con  igual  sigilo  y  cautela, 
que  penetra  el  cuatrero  agareno,  envuelto  por  las  tinieblas  de 
la  noche,  entre  las  tiendas  del  aduar  que  intenta  saquear,  así 
favorecidos  por  la  oscuridad,  penetraron  en  la  huerta  algunos  de 
lo^  sitiadores  y  se  apoderaron  de  improviso  del  desdichado  go- 
bernador, víctima  de  su  valor  ó  de  su  torpeza. 

Cual  fuera  su  suerte  no  puedo  decirlo;  mas  sí  la  de  Málaga. 
Pues  entráronla  por  fuerza  los  musulmanes  y  la  entregaron  al 
saqueo,  obteniendo  de  éste  cuantioso  botin  (i). 

Des 

(i)  Hasta  hace  poco  Conde  en  su  Hist.  de  la  dom.  de  los  ár.  en  Esp.,  atribuyó  á  Za¡- 
do  ben  Kesadí  el  Sekseki,  alcaide  de  Tarik,  la  conquistado  mejor  dicho,  la  sumisión  de  Ma- 
la^, cap.  XI,  Parle  I.  Siguióle  M.  Lafuente:  Hist.  del  reino  de  Gran.,  T.  II,  pág.  38;  esta 
opinión  podia  apoyarse  en  la  indicación  expresa  de  Aben  Adzari,  Bayan  Almoyreh  //,  pá«r. 
dS,  lin.  1  y  2,  en  el  Ajbar  Machmua,  pág.  12  del  texto  ár.  y  en  Makari,  Analectes,  T.  1,  pág. 
i64,  lin.  14  y  166,  lin.  10  y  sig.  La  cual  aceptó  el  Arzob,  D.  Rodrigo  y  tras  él  nuestros 
principales  historiadores,  como  A.  de  Morales,  Crón.  Gen,  deEsp.,  lib.  XII,  cap.  LXXII,  y 
Maiiana, /ít6'¿ona  general  de  España,  cap.  XXIV,  lib.  VI,  siguiendo  enteramente  la  defec- 
tuosa traducción  llamada  Crón.  del  mm^o  Rasis,  pág.  70,  de  la  ed.  de  la  Academia.  Mas  ya 
atines  del  siglo  pasado,  Casiri  en  su  Bibl.  ár,  escurialense,  T.  II,  pág.  105,  trae  un  texto  ár. 
de  la  Historia  de  España  de  Rasis,  en  el  cual  afirma,  que  Málaga  fué  espugnada  por  Abd- 
«lazis,  antes  de  la  conquista  de  Murcia.  Habia  pues  que  elegir,  enmedio  de  tanta  confu- 
.<?ion,  entre  dos  extremos,  ó  Málaga  habia  sido  entrada  pacífiamiente  por  agentes  de  Tarik, 
después  de  la  huida  de  sus  habitantes,  y  sublevada  á  seguida,  fué  nuevamente  reducida 
por  Abdelazis  ó  habia  algún  error  de  concepto  en  los  analistas  arábigos.  Esta  última  opi- 
nión es  la  mas  aceptada,  por  Dozy  en  su  Hist.  des  mus.  d*  Esp.,  T.  II,  pág.  35,  por  Simo- 
net,  Descrip.  del  reino  de  Gran.,  2.*  ed.,  pág.  111 ,  por  Fournel,  Les  Bei*bcrs,  T.  I,  pág.  246, 
en  cuya  excelente  compañía  afirmé  lo  mismo  en  mi  Hist.  de  Málaga.  Para  todos  estos  au- 
tores parte  el  error  de  haber  confundido,  como  sucede  á  el  Ajbar  Machmua,  á  Archido- 
na,  capital  de  la  cora  de  Raya,  con  Málaga  que  lo  fué  mucho  mas  adelante;  la  coníiuistada 
por  Tarik  fué  por  tanto  Archidona  y  nó  Málaga.  Puede  añadirse  en  apoyo  de  esta  ojiinion, 
que  al  referir  Almakarí,  T.  I,  pág.  17i,  lin.  10,  tomándolo,  á  lo  ([ue  parece,  del  Moshi » 
de  Alhicharí,  los  pormenores  de  la  conquista  de  nuestra  ciudad  por  Abdelazis,  hubiera  sin 
duda  indicado,  cual  en  la  de  Sevilla  lo  hizo,  que  fué  sometida  por  segunda  vez. 

Cuestión  es  esta,  que,  aunque  dilucidada  por  los  mas  notables  arabistas  contempo- 
ráneos, á  los  cuales  sigo,  no  me  parece  enteramente  resuelta;  la  divergencia  de  textos 
de  Arrazi,  la  indicación  de  que  Tarik  conquistó  á  Granada  y  Málaga,  y  después  también 
Abdelazis,  muévenme  á  dejar  abierto  el  juicio  sobre  este  punto,  esperando  que  nuevos  tex- 
líis  vengan  á  explicarlo  por  completo. 


36  Málaga  Musulmana. 


Desde  entonces  nuestra  ciudad  hubo  de  doblar  la  cerviz  al 
yugo  sarraceno,  no  muy  pesado  á  raiz  de  la  conquista,  onerosí- 
simo mas  adelante,  cuando  nuevas  gentes  de  Asia  y  África, 
atraidas  por  la  codicia  ó  lanzadas  de  sus  hogares  por  disturbios 
políticos,  vinieron  á  establecerse  en  España.  Mientras  tanto 
los  conquistadores  iban  apoderándose  de  ésta  y  amenazaban 
volver  por  tierra,  domeñando  la  Europa  meridional,  á  la  tumba 
del  Profeta  ó  á  la  ciudad  santificada  por  la  Kaaba. 

Primera  y  principalmente  la  discordia  embraveciendo  unos 
contra  otros  á  árabes  y  berberiscos,  después,  mas  en  segunda 
término,  las  victorias  de  los  francos,  malograron  tan  ambicio- 
sos ímpetus.  Imposible  era  unir  á  entrambos  pueblos  en  una 
sola  aspiración,  apagar  las  disensiones  que  entre  los  mismos 
árabes  estallaban,  ecos  lejanos  de  las  luchas  políticas  y  de 
castas  que  ensangrentaban  el  Oriente;  imposible  evitar  que 
en  la  fantasía  de  un  wali  ó  gobernador  árabe,  poderoso  y  aleja- 
do largo  trecho  del  gobierno  central,  no  surgiera  la  idea  de  pro- 
clamarse independiente;  imposible  también  que  sus  subordina- 
dos se  redujeran  á  obedecerle. 

Sucede  á  la  invasión  un  período  corto,  el  del  waliato,  en  el 
cual  se  determina  para  siglos  el  carácter  que  debía  tener  la  his- 
toria de  los  musulmanes  españoles.  Durante  él  llegan  las  ar- 
mas muslimes  á  penetrar  en  la  Galia  hasta  Tolosa,  Nimes,  Car- 
casona  y  Autun,  y  aunque  repuestas  de  la  derrota  que  les  hizo 
sufrir  Eudes,  experimentan  otra  importantísima  en  las  llanuras  de 
Poitiers,  que  sino  libra  á  Francia  por  entero  de  incursiones  sar- 
racenas, fué  un  gravísimo  obstáculo  para  la  prosecución  de  sus 

con 


Parte  primera.  Capítulo  n. 


37 


conquistas.  En  él  comienzan  las  disensiones  entre  muslimes  á 
perturbar  perpetuamente  la  paz,  á  irse  emancipando  los  alar- 
bes españoles  del  señorío  de  los  califas  orientales  y  hasta  de 
sus  delegados  en  África,  preparando  con  este  aislamiento,  bien 
acentuado  al  expirar  el  waliato,  y  con  el  afán  de  orden  y  sosie- 
go que  aquejaba  á  toda  España,  el  entronizamiento  de  la  di- 
nastía Uraeya. 

Los  escritores  agarenos  han  narrado,  con  verdadera  com- 
placencia, las  dramáticas  aventuras,  entre  las  cuales  se  esta- 
bleció en  España  el  emirato  cordobés,  y  delineado  cumpli- 
damente la  gran  figura  de  Abderrahman  I,  su  fundador.  Cuan- 
do invitado  á  pasar  á  España  por  sus  parciales,  que  le  arran- 
caron á  la  miserable  vida  que  llevaba  entre  los  nómadas  de 
África,  cuentan,  que  apenas  desembarcó  en  Almuñecar,  vino 
¿  Málaga,  donde  descansó,  proclamado  ya  soberano  por  sus 
moradores,  antes  de  emprender  la  serie  de  combates  cuyos  di- 
chosos resultados  le  encumbraron  al  solio  (i). 

De  aquí  adelante  poco  sabemos  de  los  sucesos  de  Málaga, 
pero  bien  pronto  aparece  tomando  una  parte,  aunque  principal 
bien  triste,  en  la  historia  de  aquel  tiempo. 

Cuando  un  hecho  se  impone  por  fuerza  de  armas  á  un  par- 
tido ó  á  no  pueblo,  á  los  comienzos  llena  los  corazones  de  los 
vencidos  la  esperanza  de  sacudir  su  opresión.  A  los  vencedores 
se  allegan  la  escoria  del  país,  pero  la  inmensa  mayoría  perma- 
nece fiel  á  sus  creencias,  ñel  al  ódÍo  general  contra  los  que  les 

impu 


(1)     Makari:  AnalecUK,  T.  I,  jiú; 


38  Málaga  Musulmana. 


impusieron  la  humillación  del  vencimiento.  Nobilísimas  ideas 
de  dignidad  personal,  de  nacionalidad  y  de  raza,  mantienen 
varoniles  resoluciones,  y  aun  el  temor  de  verse  confundidos  con 
aquella  vil  ralea  ó-  afrentados  por  los  buenos,  alienta  en  sus  de- 
cisiones á  los  tímidos. 

Mas  si  los  triunfadores  consiguen  prolongar  su  dominio,  sí 
su  victoria  parece  definitiva,  si  pasan  los  dias,  hasta  los  años, 
amenguando  las  esperanzas  de  restaurar  el  pasado,  comienza 
á  flaquear  la  opinión  general,  á  quebrantarse,  á  disgregarse, 
mas  ó  menos  rápidamente.  Aquellos  ánimos,  aficionados  al  so- 
siego y  á  la  paz,  á  la  molicie  y  al  regalo,  que  no  escasean  en 
cualquiera  sociedad,  á  quienes  fatiga  la  lucha  ó  amedrenta  la 
persecución;  aquellos  otros  ambiciosos,  también  no  muy  ra- 
ros, que  ven  malgastarse,  en  el  olvido  y  el  aislamiento,  precia- 
das condiciones  de  ingenio  ó  de  carácter;  los  codiciosos  de 
lucro  y  medros,  los  que  se  apasionan  por  novedades,  van  pau- 
latinamente haciendo  transacciones  con  sus  conciencias  y  bus- 
cando tranquilidad  unos,  poder  ó  valimiento  otros,  medios  de 
subsistencia  ó  riquezas  muchos.  Acentúanse  las  defecciones 
cuando  el  tiempo  embota  los  odios,  cuando  la  generación  ven- 
cida perece,  cuando  han  desaparecido  los  ánimos  enteros  y 
enérgicos,  cuya  palabra,  ó  cuyo  ejemplo,  enfrenaba  las  malas 
pasiones.  Las  necesidades  de  la  vida  íntima,  el  roce  diario,  la 
amistad,  el  amor,  la  beneficencia,  esos  honrados  sentimientos 
que  ha  puesto  Dios  en  el  corazón  humano,  como  una  eterna 
protesta  contra  sus  odios,  sus  intransigencias  é  intolerancias, 
van  enlajando  á  vencidos  y  vencedores;  las  ciencias  y  las  artes 

con 


Parte  primera.  Capítulo  i  i.  39 


contribuyen  á  esto,  y  poco  á  poco  se  van  borrando  las  más  pa- 
trióticas aspiraciones. 

Esto  pasó  en  España.  A  los  sarracenos  se  unieron  la  codi- 
cia y  la  venganza,  traidores,  facinerosos,  judíos  y  esclavos;  más 
el  pueblo  cristiano — los  mozárabes — ,  aterrado  en  los  primeros 
momentos,  debió  de  creer  tras  éstos,  que  la  deshecha  tempes- 
tad, castigo  de  sus  crímenes  y  pecados.  Dios  la  disiparía,  y  es- 
peró, maldiciendo  á  sus  contrarios,  dias  de  reparación  y  justi- 
cia. Mas  pasó  el  tiempo,  agostando  aquellas  esperanzas,  creció 
la  certidumbre  de  que  la  dominación  musulmana  era  definitiva^ 
murieron  aquellos,  que  aunque  forzados  á  la  sumisión,  soña- 
ban con  reivindicaciones  futuras,  y  las  nuevas  generaciones  se 
fueron  aficionando  á  los  usos,  á  la  lengua,  á  la  poesía  ó  á  las  ar- 
tes de  los  vencedores,  las  cuales  no  repugnaban,  antes  bien  mos- 
trábanse bastante  apropiadas,  á  las  condiciones  del  carácter  me- 
ridional. Entonces  comenzaron  las  apostasías,  mas  ó  menos 
procaces  y  el  poner  al  servicio  de  los  moros  dotes  que  éstos  re- 
conocían, apreciaban  y  galardonaban  generosamente:  entonces 
corazones  juveniles,  de  una  y  otra  raza,  ahogaron  sus  enconos 
entre  los  transportes  del  amor;  las  buenas  obras,  frecuentes  en- 
tre muslimes,  despertaron  agradecimientos  y  tras  de  ellos  afi- 
ciones; la  curiosidad  científica  aproximó  á  la  parte  mas  grana- 
da de  ambos  pueblos,  y  el  deseo,  muchas  veces  la  precisión  pa- 
ra vivir  y  prosperar,  de  formar  parte  del  gobierno,  mezclaron  á 
cristianos  y  agarenos  en  las  oficinas  de  la  pública  administra- 
ción ó  en  las  estancias  de  los  califas. 

La  iglesia  católica  española  tiene  para  la  cultura  europea  y 

pa 


40  Málaga  Musulmana. 


para  el  patriotismo  hispano,  la  singular  honra  de  haber  conser- 
vado, en  aquel  universal  naufragio,  el  sagrado  depósito   de  la 
civilización  romana  y  de  la  dignidad  nacional,  incólume  y  vene- 
rado. Podian  abandonarla  sus  hijos;  podia  reseñar  amargamente 
dolorosísimas  defecciones,  á  veces  traiciones  indignas;  podia 
ver  crecer  y  proclamarse  eterno  el  poderío  mahometano;  podia 
contemplarse  combatida  por  los  insultos,  por  la  persecución, 
por  la  heregía,  hasta  por  el  martirio;  mas  serena  y  altiva,  como 
una  noble  vestal  de  la  antigua  Roma,  conservaba  y  alimenta- 
ba el  fuego  sagrado  de  la  causa  nacional.  Y  si  en  Asturias,  en 
•    Navarra,  en  Castilla,  en  Aragón,  inspiraba  á  los  hombres  de  la 
Reconquista  épicas  decisiones,  en  el  seno  de  la  casta  mozára- 
be, bajo  las  bóvedas  de  las  basílicas,  en  los  claustros  de  los  mo- 
nasterios, durante  las  horas  transcurridas  en  el  dulce  concierto 
del  hogar  doméstico,  mantenía  viva  la  santa  aspiración  de  la 
independencia  española,  con  la  predicación,  con  la  enseñanza, 
con  sus  libros  y  hasta  con  la  sangre  de  sus  mas  entusiastas  hi- 
jos. Grande  se  presenta  á  nuestro  agradecimiento  peleando  al 
Norte;  mucho  mas  grande  se  mostró  sufriendo  en  el  Mediodía: 
que  si  es  digno  de  memorable  recuerdo^  el  héroe  que  pugna  por 
nobilísima  idea  en  un  campo  de  batalla,  es  para  mí  mas  gran- 
de el  que  por  ellas  padece  oscuramente,  sin  doblar  la  rodilla 
al  poderoso. 

Cuando  algún  dia  aparezca  reseñada  aquella  aspiración, 
de  lo  que  es  hoy  para  nosotros  mas  querido,  la  independencia 
patria;  cuando  algún  dia  un  ingenio  español  y  cristiano  refie- 
ra los  trágicos  lances  de  estas  luchas,  y  presente  á  la  admira- 
ción 


Parte  primera.  Capítulo  ii.  41 

cion  general  insignes  hombres  y  virtudes  insignes,  cuasi  os- 
curecidas, sin  preocupaciones  ni  opiniones  preconcebidas,  con 
fé  y  con  imparcialidad;  cuando  relate  de  lo  que  es  capaz  el  va- 
lor hispano,  no  en  los  trances  de  guerra,  sino  por  la  tenacidad 
en  el  mantenimiento  de  honrados  ideales,  que  solamente  se  ex- 
tinguieron arrancando  de  Andalucía  á  los  que  los  sustentaban^ 
se  escribirá  una  de  las  mas  bellas  y  poéticas  partes  de  la  His- 
toria de  España. 

Las  luchas  de  los  mozárabes  contra  sus  señores  tuvieron 
dos  períodos:  uno  pacífico,  de  controversia,  de  protesta  y  mar- 
tirio; otro  de  violencia  y  de  guerra.  Con  pena  he  de  reducir  mi 
relato  á  las  cosas  de  Málaga,  pues  no  debo  abarcar  en  mi 
asunto  los  interesantes  episodios  de  entrambas  épocas. 

La  situación  de  los  cristianos  entre  los  agarenos,  dado  que 
en  un  principio  fué  bastante  tolerable,  andando  el  tiempo  em- 
peoró considerablemente.  Las  exigencias  políticas  de  la  con- 
quista, el  interés  de  los  partidos  que  después  de  ella  contendie- 
ron, hasta  la  codicia  del  fisco,  pues  mientras  mas  cristianos  ha- 
bía mas  pingües  eran  los  rendimientos  para  el  erario,  consiguié- 
ronles bastante  lenidad  en  las  capitulaciones  y  en  sus  tratos 
con  las  autoridades;  menos  cuando  algún  wali  por  codicia  les 
perseguía,  aunque  en  tal  caso,  parece  que  tuvieron  idéntica 
suerte  los  musulmanes. 

Mas  fijos  estos  en  nuestro  suelo,  constituido  el  emirato,  ve- 
nidas de  Oriente  y  África  diversidad  de  gentes,  si  en  las  cía- 
ses  elevadas  imperaba  la  tolerancia,  que  generalmente  las  ha 
honrado,  las  inferiores,  sobre  todo,  la  gente  menuda  y  del  co- 

mun> 


42  Málaga  Musulmana. 


mun,  mostrábanse  más  fanáticas.  Habia  en  los  moros  orgullo 
de  triunfadores,  menosprecio  á  los  vencidos,  horror  á  una  re- 
ligión que  tachaban  de  politeista,  pues  nunca  llegaban  á  ex- 
plicarse, como  aceptable,  el  misterio  de  la  Trinidad,  al  cual 
tenian  por  negación  del  principio  fundamental  de  su  creen- 
cia, la  unidad  de  Dios;  menosprecio  hacia  los  que  adoraban 
imágenes,  tañian  campanas,  bebían  vino  y  comian  animales 
inmundos;  odio  y  perpetuo  desabrimiento  contra  los  que  mal- 
decían, á  toda  hora,  el  nombre  de  su  Profeta  y  soñaban  en 
arrancarles  sus  preciadas  conquistas.  En  los  mozárabes,  por 
contra,  habia  conciencia  de  su  derecho,  apego  constante  á  la 
civilización  romana,  aversión  hacia  los  que  se  encenagaban  en  el 
vicio  de  la  lujuria,  inextinguible  encono  contra  aquella  secta 
precita,  símbolo  de  su  humillación,  foco  de  impurezas;  mante- 
nían eterno  odio  contra  la  sociedad  que  les  iba  arrancando  sus 
-fieles,  mermando  sus  influencias  y  favoreciendo  apostasías;  con- 
tra la  sociedad  que  protegía  fanáticos  insultos,  acabando  con  la 
cultura  latina,  y  desvaneciendo,  en  fin,  esperanzas  de  restaura- 
cion,  que  conmoverían  generosos  ánimos,  ansiosamente  fijos  en 
las  peripecias  de  los  estados  cristianos  del  Norte. 

Existían  por  entonces  entre  los  mozárabes  dos  partidos: 
uno,  al  cual  llamaríamos  hoy  oportunista,  que  pretendía  gozar 
del  presente  y  buscar  acomodamientos  con  los  vencedores,  do- 
mesticar su  enemiga  con  la  sumisión,  y  aliarse  con  la  sociedad 
musulmana  para  alcanzar  las  ventajas  que  ofrecía;  dar  al  César 
lo  que  era  del  César  y  á  Dios  lo  que  es  de  Dios,  empequeñe- 
cerse, introducirse  en  los  alcázares  moros,  vencer  las  descon- 
fian 


Parte  primera.  Capítulo  ii.  43 

fianzas  de  susrseñores,  en  una  palabra,  someterse,  ya  que  no  ha- 
bía remedio  humano,  para  librarse  de  la  dura  ley  del  vencido. 
A  este  partido  de  los  resignados,  quizá  de  los  hábiles,  se  opo- 
nía otro  mas  fogoso  y  enamorado  del  ideal,  dispuesto  á  sacrifi- 
carlo todo  ante  sus  creencias,  decidido  á  conservar  incólume  su 
dignidad  de  hombres  y  de  cristianos,  y  á  morir  antes  que  me- 
noscabarla. Los  primeros,  ayudados  por  las  autoridades  musul- 
manas poco  amigas  de  disturbios,  consiguieron  hacer  prospe- 
rar sus  ideas  hasta  en  un  concilio:  los  segundos,  animados  por 
la  varonil  elocuencia  de  Speraindeo,  por  la  palabra  de  Alvaro, 
de  Samson,  de  Eulogio,  de  Leovigildo,  infundieron  sus  ideas 
en  almas  apasionadas  y  vehementes,  que  prostestaron  contra  la 
opresión  por  el  martirio,  sellando  con  su  sangre  y  con  sus  vi- 
das la  protesta. 

Pero  entre  esta  divergencia  de  opiniones,  tocante  á  cuestio- 
nes de  conducta,  surgieron  otras  mucho  mas  graves  y  aflictivas 
para  los  cristianos,  pues  que  venian  á  herirles  en  lo  que  mas 
reverenciaban,  en  el  dogma.  En  estas  diferencias  tuvo  princi- 
pal parte  el  obispado  malagueño,  á  cuya  historia,  interrumpida 
antes,  vuelvo  ahora. 

Honorio,  último  prelado  de  Málaga  que  conocemos  antes 
de  que  en  ella  entraran  los  moros,  es  muy  probable  que  asis- 
tiera á  su  expugnación.  Si  después  de  esta  ó  antes  se  huyó  al 
interior,  si.  pereció  en  aquella  catástrofe  ó  valeroso  permaneció 
al  frente  de  su  grey,  si  le  alcanzó  alguna  desdicha  durante  el 
saqueo,  ó  por  el  contrario  el  generoso  Abdelazis  protegió  su 
dignidad  y  su  vida,   sospechas  son  que  pasan  por  la  fantasía, 

10  co 


44  Málaga  Musulmana. 


como  vislumbres  de  realidades,  pero  que  solo  deben  mencio- 
narse cual  sospechas. 

Ciertamente  perseveró  la  cristiandad  en  Málaga  con  su  se- 
de, su  organización  canónica,  iglesias  y  culto;  mas  en  aquellos 
infaustos  dias,  por  la  angustia  de  los  tiempos,  como  se  decia 
entonces,  interrúmpese  la  noticia  de  sus  prelados  durante  mas 
de  cien  años.  Después,  en  el  de  839,  hallamos  á  uno  malague- 
ño Amalsuindo,  firmando  las  actas  de  cierto  concilio  celebra- 
do  en  Córdoba,  contra  unos  herejes,  apellidados  Acéfalos  ó  Ca- 
sianistas,  que,  dando  su  predicación  por  originaria  de  Roma^ 
emancipáronse  de  sus  obispos  y  adoptaron  nuevas  ceremonias 
de  culto,  repugnantes  para  los  católicos.  Poco  tiempo  debía  lle- 
var de  consagrado,  pues  en  los  concilios  signaban  los  asisten- 
tes, no  según  la  gerarquía,  sino  conforme  á  la  antigüedad,  y 
su  firma  está  en  el  penúltimo  lugar.  Sin  duda  debió  ser  goda 
(i)  de  origen,  á  juzgar  por  el  nombre,  y  de  nobilísima  estirpe  si 
se  tiene  en  cuenta  que  este  significa  el  doncel  de  la  tribu  de 
los  Ámalos. 

Paréceme  que  á  este  obispo  debió  suceder  inmediatamente 
Ostégesis,  célebre  en  los  anales  del  catolicismo  con  la  des- 
honrosa celebridad  de  Opas.  Triste  renombre,  bien  merecida 
por  sus  traiciones  y  miserable  vida,  pues  cuantos  males  pudie- 
ron agravar  la  desventurada  situación  de  los  mozárabes,  otros 
tantos  le  inspiró  su  perversa  condición. 

Debió  pertenecer  este  malvado  á  familia  bien  hacendada 
ei> 

(i)  Florez:  Esp,  Sag.  T.  XV,  pág.  del  principio  sin  numerar.  Simonet  en  su  Hislo^Ha 
de  los  Mozárabes,  aun  M.  S.:  importantísima  obra  que  ha  de  acrecentar  considerable- 
mente la  honrosa  fama  de  que  goza  su  autor. 


Parte  primera.  Capítulo  ii.  45 

^ntre  cristianos,  pero  bien  aborrecida  y  despreciada.  Un  herma- 
no  de  su  madre,  Samuel,  obispo  de  Iliberis,  apostató  del  catoli- 
•cismo  é  islamizó;  su  padre,  llamado  Auvarno,  mereció  que  por 
cierto  delito,  cometido  contra  sus  correligionarios,  el  kadhi,  ó 
juez  mahometano,  le  impusiera  un  castigo;  entonces  aquel  mi- 
serable no  halló  mas  medio  para  evitarlo,  que  proclamar  á 
AUah  Dios  único,  con  Mahoma  su  Profeta,  afeitarse  la  cabeza, 
y  y  apesar  de  sus  muchos  años,  someterse  á  la  dolorosa  ceremo- 
nia de  la  circuncisión,  alejándose  para  siempre  de  sus  com* 
patriotas. 

Digno  hijo  de  tan  honrado  sugeto,  aspiró  Ostégesis  á  ce- 
ñirse la  mitra  malagueña,  no  empleando  buenas  obras  y  santa 
vida,  no  captándose  el  amor  y  las  simpatías  de  los  mozárabes, 
sino  usando  de  la  intriga  y  el  soborno.  Tan  solamente  al  oro 
debió  la  satisfacción  de  su  deseo,  consiguiendo,  por  medio  de 
¿1,  que  aprobaran  su  nombramiento  las  autoridades  muzlitas. 

Obispo  simoniaco,  resarcióse  ampliamente  de  la  sumas  ex- 
pendidas para  su  elección,  vendiendo,  como  en  pública  almone- 
da, las  dignidades  eclesiásticas;  avariento,  tomó  á  la  Iglesia  por 
mina  fecunda,  usurpando  las  tercias  canónicas,  instituidas  pa- 
ra  la  conservación  de  los  templos  y  el  socorro  de  los  indigen- 
tes, con  lo  cual  empobreció  el  culto  y  aumentó  la  desventura 
<ie  los  menesterosos;  transformó  las  obvenciones  episcopales  en 
cierta  especie  de  tributos,  que  fijaba  y  distribuía  á  su  talante, 
recaudándolas  violentamente,  cual  el  mas  despiadado  alcabale- 
ro; hasta  el  punto  de  mandar  azotar  por  calles  y  plazas  á  sa- 
cerdotes, que  no  quisieron  ó  no  pudieron  someterse  á  sus  esac- 

cio 


46  Málaga  Musulmana. 


ciones,  en  medio  de  soldados  moros,  y  entre  los  sarcasmos  y  re- 
chifla de  la  chn^ma  muslim,  para  escarmiento^  vociferaba  el  pre- 
gonero que  les  acompañaba,  de  los  que  no  pagaban  lo  que  debían  d 
su  obispo.  En  la  ceguedad  de  su  avaricia,  mandó  azotar  tam- 
bién á  otro  sacerdote,  sospechando  que  le  habia  defraudado 
sumas  donadas  á  éste  por  cierto  sugeto,  llamado  Cercilio;  el 
sacerdote  mur  .  x  poco  de  dolor  y  de  vergüenza. 

Cuan  aborrecido  fué  por  estas  cosas  de  su  grey,  tan  que- 
rido era  entre  alarbes.  Las  cantidades  que  á  los  suyos  arranca- 
ha  con  tan  crueles  procederes  gastábalas  en  congraciarse  con 
los  moros:  acudía  á  sus  zambras  y  deportes,  acompañábase 
con  sus  autoridades,  con  las  familias  y  comensales  de  éstas,  y 
finalmente  escandalizaba  á  su  clero,  propagando  la  inmorali- 
dad é  indignando  á  los  creyentes,  que  veian  prostituida  la  dig- 
nidad episcopal. 

Cierto  dia,  en  el  que  la  devoción  cristiana  celebraba  una  de 
las  solemnidades  mas  gratas  para  los  católicos,  en  el  templo 
donde  estos  desahogaban  sus  pechos,  angustiados  por  su  ad- 
verso destino,  puesta  la  mente  en  Dios  ante  los  altares  vene- 
rados, donde  se  consolaban  de  su  mísera  situación,  meditando 
en  la  perenal  gloria  de  la  bienaventuranza;  cuando  la  gente,  pre- 
cita y  odiada  por  los  sarracenos,  mezclaba  devota,  con  recogi- 
miento y  amor,  sus  plegarias  al  Altísimo,  confortábanles  sus 
prelados  con  su  presencia  y  con  sus  palabras,  robustecían  los 
abatidos  ánimos,  vigorizábanles  y  dábanles  consuelo,  al  parque 
mayor  explendor  y  grandeza  al  culto.  Cuanto  esta  noble  ocu- 
pación importaba  á  Ostégesis  demostrólo,  dejando  de  asistir 

á  aque 


Parte  primera.  Capítulo  u.  47 

á  aquella  festividad.  Preguntábanse  los  fieles  donde  estaría  en 
tales  momentos  su  obispo,  y  su  despecho  é  indignación  hubie- 
ron de  subir  de  punto,  cuando  supieron,  que  hacia  antesala  en 
los  aposentos  de  un  ministro  del  wali,  ó  gobernador  de  Málaga. 

Entregado  en  alma  y  cuerpo  á  los  agarenos,  prestóles  aquel 
miserable  un  gran  servicio,  que  por  sí  solo  hubiera  bastado  pa- 
ra hacerle  aborrecible,  si  no  tuviera  tantas  otras  malas  accio 
nes  en  contra  suya.  Refugiados  en  la  campiña,  ó  entre  las  que- 
bradas y  espesuras  de  nuestros  montes,  escapábanse  muchos 
cristianos  á  las  contribuciones,  que  pechaban  los  demás  mo-' 
zárabes.  Coadyuvó  Ostégesis  á  la  estadística  del  fisco  musul- 
mán, pues  pretestando  la  pastoral  visita,  recorrió  todos  los 
pueblos,  sus  diocesanos,  empadronando  á  hombres  y  mugeres, 
á  viejos  y  mozos,  y  hasta  á  los  niños.  Después  entregó  estos 
padrones  á  la  administración  alarbe,  y  los  que  se  habían  apre- 
surado á  engrosar  las  listas  católicas,  recomendándose  á  las 
oraciones  de  su  pastor,  cayeron  bajo  la  onerosísima  férula  dej 
fisco. 

Con  todo  esto  parecía,  mas  que  obispo  cristiano,  funciona- 
rio de  los  muslimes,  entre  los  cuales  gozaba  de  extraordinario 
predicamento,  participando  de  sus  festejos  y  de  sus  vicios.  De 
uno  de  éstos,  asqueroso  é  inmundo,  bastante  común  entre  mo- 
ros, gloriábase  de  ser  su  cómplice  Aben  Calamauc,  hombre  cra- 
puloso y  despreciable. 

Parecía,  por  tanto,  que  el  genio  del  mal  inspiraba  á  tan  per- 
versa criatura,  no  solo  en  sus  acciones,  mas  en  sus  creencias. 
Pues  sobre  las  tachas  de  mal  pastor,  traidor,  avariento  y  vicio- 
sa 


48  Málaga  Musulmana. 


so  que  manchaban  su  reputación,  hechóse  la  de  herege.  Ha- 
cia el  año  862  pasó  Ostégesis  á  Córdoba,  donde  predicaban 
ideas  contrarias  á  la  ortodoxia  dos  mozárabes.  Romano  y  Se- 
bastian, sosteniendo  que  Dios  tenia  figura  humana  y  que  mora- 
ba en  lo  mas  alto  del  empíreo,  penetrando  desde  allí  el  orbe 
de  los  mundos  por  una  virtud  que  ellos  llamaban  sutilidad. 
Añadían,  entre  otros  desvarios  y  dislates,  que  Jesucristo  fué 
engendrado,  nó  en  las  entrañas,  sino  en  el  sagrado  corazón  de 
la  Virgen. 

Ignorante  ó  malvado,  Ostégesis  aceptó  estas  creencias,  y 
comenzó  á  propagarlas  con  el  influjo  de  su  elevado  ministerio, 
mucho  mas  autorizado  desde  que  casó  á  una  prima  suya  con 
Servando,  conde,  ó  representante,  de  los  cristianos  cordobeses. 
Entonces,  cual  expresión  del  aborrecimiento  general,  un  sacer- 
dote, Samson,  de  buena  memoria  en  los  fastos  del  catolicismo 
hispano,  alma  honrada  y  valerosa,  tenacisísima  en  la  defensa 
de  la  verdad  y  del  bien,  contradíjole  enérgicamente,  reveló  las 
miserias  de  su  vida,  y  jugando  felizmente  del  vocablo,  llamóle, 
en  vez  de  Ostégesis,  Hostis  Jesu,  enemigo  de  Jesucristo,  con  el 
cual  desde  entonces  le  motejaron  sus  correligionarios. 

Irritóse  el  obispo  y  denominando  á  su  controversista  con  el 
nombre  que  le  correspondía,  acusólo  de  hereje:  Samson  le  con- 
testó escribiendo  su  profesión  de  fé  la  cual  entregó  para  su  exa- 
men á  un  concilio,  reunido  por  aquel  tiempo  en  Córdoba. 

Sucedió,  á  seguida,  un  caso,  desgraciadamente  para  la  dig- 
nidad humana,  no  muy  raro  en  las  asambleas  deliberantes. 
Ostégesis  puso  en  movimiento  sus  relaciones  con  los  muslimes; 

Ser 


Parte  primera.  Capítulo  ii.  49 


Servando  las  ayudó  con  todo  su  poder,  y  los  prelados  del  con- 
cilio, parte  débiles,  parte  quizá  ambiciosos,  alguno  contempo- 
rizador, pusiéronse  del  lado  del  herege,  fulminando  sentencia 
de  excomunión  contra  el  honrado  presbítero,  desterrándole,  y 
privándole  para  siempre  de  todo  oficio  ó  cargo  eclesiástico. 
Bien  es  verdad,  qu^  en  lo  de  adelante,  los  que  por  prudencia, 
que,  sin  nota  de  apasionado,  pudiera  yo  apellidar  cobardía,  con- 
tribuyeron á  sentenciar  tan  malamente,  consiguieron  revocarla, 
con  sus  inicuas  penas,  y  otorgaron  á  Samson  la  reparación  que 
merecía. 

.  Mientras  tanto,  Ostégesis  publicó,  probablemente  vindican- 
do su  persona  ó  recomendando  sus  doctrinas,  algunos  escritos^ 
que  demostraban  su  ignorancia  en  las  creencias  católicas,  y 
hasta  en  las  mas  rudimentarias  reglas  del  latin,  idioma  que  con 
amor  mantenian  en  sus  relaciones  los  católicos.  Antes  de  esto, 
Leovigildo,  sacerdote  respetado  y  querido  entre  éstos,  habia 
roto  públicamente  la  comunión  con  él,  como  fautor  de  heregías: 
menos  entero  que  Samson  venciéronles  los  valedores  de  su  con- 
trario, y  hubo  de  reanudarla,  aunque  con  la  expresa  clausula,, 
humillante  para  aquel,  de  que  confesara  en  una  iglesia  y  ante 
los  fieles  sus  errores,  como  así  aconteció. 

Aquí  se  acaban  las  memorias  d?l  desdichado  obispo  mala- 
gueño, á  quien  sus  contemporáneo^  nos  pintan  con  tan  som- 
bríos colores.  Y  es  de  admirar,  que  la  cristiandad  mozárabe 
mantuviera  á  tan  miserable  sugeto  en  una  silla  episcopal  de  las 
mas  antiguas  y  respetadas,  y  no  le  derribase  de  ella  con  ludi- 
brio y  vilipendio.  Quizá  sustuviéronle  sus  mismos  delitos,  pues 

es 


50  Málaga  Musulmana. 


es  sabido  cuan  difícil  es  vencer  y  reducir  á  la  maldad,  sosteni- 
da por  la  desvergüenza,  de  lo  cual  tenemos  hartos  ejemplos, 
no  solo  en  lo  de  entonces,  mas  en  todo  lugar  y  tiempo.  Pero  ape- 
sar  de  esto,  si  lo  autorizado  del  escritor  que  nos  conservó  frag- 
mentos de  su  vida,  no  asegurara  la  verdad  de  sus  asertos,  cier- 
tamente que  parecieran  exageraciones  de  émulo  y  odiosidades 
de  adversario,  las  que  dictaron  las  indignadas  razones  que  en 
sus  páginas  le  dedica  (i). 

La  protesta  pacífica  de  los  mozárabes  se  convierte,  al  ñn, 
en  violenta;  pero  no  sola  y  aislada,  sino  haciendo  causa  común 
con  los  elementos  de  discordia,  que  se  agitaban  en  los  estados 
de  los  emires  de  Córdoba. 

Al  considerar  las  causas  ocasionales  de  la  revolución  social 
y  religiosa,  que  ensangrentó  la  España  musulmana,  desde  fi- 
nales del  siglo  IX  á  principios  del  X;  al  considerar  aquella  au- 
toridad, acometida  tan  reciamente  por  tan  diversos  elementos, 
y,  mas  que  todo,  por  sus  vicios  y  crímenes;  al  contemplar  la 
energía,  la  decisión,  la  tenacidad,  á  las  veces  la  grandeza  de  los 
hombres  que  la  combatieron,  no  se  explica  el  historiador  co- 
mo la  sociedad  alarbe  quedó  vencedora,  y  como  la  Reconquis- 
ta meridional  no  se  enlazó  á  su  hermana  del  Norte,  para  aca- 
bar con  la  morisína. 

Tócame  en  estas  páginas  reasumir  estos  hechos,  reseñar- 
los, cual   á  vista  de  pájaro,  tocar  de  pasada  descripciones  de 

sitios 


(1)  Samson:  ApoUnjcii  i/s,  Prefacio  dol  Hb.  II,  en  Floroz:  Esp.  Sag.  T.  XI,  pá{?.  377, 
«*n  las  pág.  307  y  519,  y  en  el  T.  XII,  pág.  324.  Amador  de  los  Ilios:  Ilist,  m/.  de  la  liU 
rsp.  T.  II,  cap.  XII. 


Parte  primera.  Capítulo  ii.  51 

sitios  pintorescos,  agrestes,  románticos,  dignos  del  pincel  de 
Carlos  Haes;  biografías  de  personajes  ilustres,  que  hubieran 
inspirado  elocuentísimas  páginas  á  el  numen  histórico  de  Ag. 
Thierry;  consideraciones  filosóficas  y  religiosas,  que  necesita- 
rían para  expresarse,  con  todo  su  atrevido  vuelo,  la  pluma  de 
Chateaubriand,  de  Montalembert,  ó  de  Balmes.  Me  falta  espa- 
cio, las  condiciones  de  mi  obra  me  fuerzan  á  tocar  brevemente 
asuntos  bellísimos,  en  los  que  desearía  extenderme,  pero,  como 
antes,  debo  ceñirme  á  lo  que  á  Málaga  se  refiere,  dejando  á 
otros,  mas  afortunados,  ocuparse  exclusivamente  dé  esta  épi- 
ca historía. 

A  los  elementos  revolucionarios  que  bullían  en  el  seno  del 
emirato,  árabes,  berberiscos  y  cristianos,  alióse  uno  nuevo,  vi- 
goroso y  audaz.  Del  consorcio  de  aquellas  razas  habia  nacido 
la  de  los  muladíes  ó  mestizos,  en  la  cual  parecía  que  habían  re- 
sucitado las  antiguas  virtudes  hispanas. 

Activos,  emprendedores;  de  genialidad,  si  díscola,  también 
enérgica;  sinceros  musulmanes,  mas  poco  amigos  de  sarrace- 
nos; valerosos  hasta  el  heroísmo,  y,  aunque  muy  inclinados  á 
dividir  sus  esfuerzos  y  á  personalizar  en  sus  gefes  sus  ideales, 
unidos  por  su  odio  á  los  dominadores  extranjeros.  Los  cuales, 
en  su  estúpido  orgullo,  vejábanles  á  la  continua,  molestában- 
les y  les  cerraban  cuantos  caminos  á  los  honores,  á  los  empleos 
y  al  poder  les  abrían  sus  excelentes  cualidades. 

Al  fin,  después  de  varios  alzamientos  y  asonadas,  estalló  el 
rebelión  en  diversas  regiones,  siendo  su  núcleo  la  malagueña,  y 
su  principal  cabeza  Omar  ben  Hafsun,  hombre  extraordinario 

II  por 


52  Málaga  Musulmana. 


por  sus  singulares  condiciones  y  por  su  dramática  vida. 

Descendiente  de  noble  familia  visigoda,  hijo  de  un  labrador 
respetado  por  su  hacienda  y  buen  natural,  audaz  y  pendenciera 
cuando  mozo,  perseguido  por  la  justicia  y  fugitivo  de  España,, 
tras  cierta  aventura  trágica,  Omar  vivió  algún  tiempo  en  África;: 
de  donde  le  volvieron  á  su  país  los  ambiciosos  alientos  de  su 
corazón,  quizá  la  miseria,  ó,  como  creyeron  los  supersticiosos 
agarenos,  la  predicción  de  su  gloriosa  fortuna. 

Cabecilla  de  partidarios,  cuasi  de  foragidos,  apenas  arriba  á 
Andalucía,  transforma  en  fortaleza  inespugnable  un  nido  de 
águilas,  las  actuales  Mesas  de  Villaverde — Bobaxter — en  nues- 
tras comarcas,  y  desde  ella  las  insurrecciona,  derrota  walies, 
trata  de  potencia  á  potencia  con  los  proceres  cordobeses,  y  co- 
mienza á  demostrar  sus  grandes  cualidades.  Después  Uévanle 
estas  á  la  corte  del  califato,  al  cual  sirvió  con  lealtad,  lanzan- 
dolé  nuevamente  á  la  rebelión,  de  una  parte  su  genio  indómito^ 
de  otra  torpezas  administrativas  de  las  mas  raheces. 

Desde  entonces  comienza  la  época  de  su  verdadera  grande- 
za. Parecía  Omar  el  genio  de  la  insurrección  agitando  su  tea 
sobre  la  tierra  andaluza,  é  incendiándola  con  las  chispas  que  de 
ella  se  desprendían.  A  él  acudían  hombres  de  toda  raza  y  reli- 
gión, cansados  del  yugo  cordobés  ó  enconados  por  el  odio;  alzá- 
banse las  poblaciones  á  los  varoniles  acentos  de  sus  proclamas; 
tribus  berberiscas,  oprimidos  mozárabes,  indómitos  muladíes,. 
prestábanle,  en  diversas  partes,  homenage  de  soberano;  su  nom- 
bre fué  emblema  de  libertad  para  los  pueblos,  de  terror  y  an- 
gustia para  los  partidarios  del  califato. 

En  es 


Parte  primera.  Capítulo  ii.  53 

En  esta  situación  luchó,  sin  tregua  ni  misericordia,  cerca  de 
treinta  años  contra  éste,  venciéndole  muchas  veces  con  las  ar- 
mas, muchas  más  con  el  ingenio;  poniendo,  en  varias  otras,  su 
poderío  al  borde  de  la  ruina,  y  mostrándole  constantemente  su 
superioridad  y  su  menosprecio.  Cercado  en  diferentes  ocasiones,  - 
herido  algunas,  tenacísimo  en  sus  empeños,  cuanto  audaz  y  vale- 
roso, en  vano  hombres  de  tan  excelente  temple  de  alma,  como 
-el  emir  Almondzir,  en  vano  la  artera  política  del  sucesor  de  és- 
te Abdallah,  trabajaron  asiduamente  en  contra  suya;  en  vano 
su  derrota  en  Poley  desvaneció  su  ambición  de  entrar  triunfan- 
te en  Córdoba;  todo,  hasta  el  infortunio,  parecía  servir  á  aquel 
ánimo  de  gigante,  que  en  sus  mismas  caidas  hallaba  recursos 
para  levantarse  mas  ágil  y  vigoroso. 

Fué  durante  muchos  años  el  verdadero  sultán  de  Andalu- 
cía, con  hueste  organizada,  estado  perfectamente  dirigido  y  ad- 
ministrado, territorio  y  poblaciones,  desde  las  mas  populosas 
á  alquerias  y  villarejos;  todos  proclamaban  su  soberanía,  á  mas 
de  sus  aliados,  que  eran  cuantos  revoltosos  mortificaban  á  los 
Umeyas.  Poseyó  dilatadas  comarcas  de  Málaga,  Jaén,  Córdoba 
y  Granada:  sus  adalides  llegaron  hasta  las  puertas  de  la  capital  y 
sus  mesnadas  desde  Sierra  Morena  al  Algarbe;  procuró  aliarse 
con  los  califas  abbasies  de  Oriente,  con  los  reyes  asturianos,  con 
los  Beni  Casi  de  Aragón,  buscando  siempre  arrimos  para  sus 
insignes  proyectos.  Musulmán  en  la  apariencia  y  cristiano  de  co- 
razón, á  riesgo  de  perder  el  poder,  abjuró  el  mahometismo  para 
bautizarse  con  su  familia.  Mientras  vivió,  si  su  poderío  decayó 
un  tanto  al  compás  de  sus  años,  no  fué  destruido:   expiró  en 

la  ca 


54  Málaga  Musulmana. 


la  capital  de  sus  estados,  temido  de  sus  enemigos,  amado  de 
millares  de  almas,  reverenciado  como  soberano. 

Con  su  muerte  perece  su  partido,  pues  aunque  mozárabes 
y  muladíes,  luchan  unos  momentos,  al  cabo  sucumben.  La  he- 
roica muerte  de  su  hija  Argéntea,  martirizada  como  cristiana^ 
añade  una  trágica  nota  á  los  tristes  y  melancólicos  instantes 
del  derrumbamiento  de  su  obra. 

En  este  punto  comienza  á  brillar  la  edad  de  oro  del  califa- 
to cordobés.  El  poder  central,  apaciguadas  tales  alteraciones^ 
enfrena  rebeldes,  atrácse  adversarios,  ocúpase  no  de  explotar  á 
los  pueblos,  mas  de  administrarlos,  lucha  ventajosamente  con 
la  Reconquista,  y,  encontrando  estrecho  para  sus  ambiciones 
el  territorio  hispano,  lleva  con  sus  armas  sus  influencias  á  las 
costas  de  África. 

En  las  fronterizas  á  las  nuestras  establecióse,  al  principia 
de  la  invasión  musulmana,  una  dinastía  por  Saleh,  árabe  del 
Yemen,  á  quien  el  califa  de  Oriente  Alwalid  concedió  el  usu- 
fructo de  los  tributos  de  aquel  territorio,  mediante  el  pago  de 
una  cantidad,  como  prenda  de  vasallaje. 

Durante  varias  generaciones  los  descendientes  de  Saleh  dis- 
frutaron aquella  concesión,  extendiendo  su  dominio  por  la  ri- 
bera africana,  hacia  donde  se  encuentra  hoy  el  presidio  espa^^ 
ñol  de  Alhucemas;  á  no  ser  cuando  las  tribus  berberiscas,  gober- 
nadas, ó  mejor,  explotadas  por  aquellos  reyezuelos,  cansadas  de 
ellos,  sacudían  su  yugo:  sobre  todo  cuando  las  acaudillaba  algún 
aventurero  extraño,  cual  ocurrió  al  mismo  Saleh  con  cierto  ca- 
becilla de  insurrectos,  al  cual  llamaban  David  el  Rondeño. 

Propa. 


Parte  primera.  Capítulo  ii.  55 

Propagaron  los  Beni  Saleh  el  islamismo  entre  los  berberíes 
y  hecharon  los  cimientos  de  Nokur,  en  las  orillas  de  un  rio  del 
Rif  marroquí,  á  escasa  distancia  de  la  costa  (i).  Aquella  monar- 
quía en  miniatura,  fué  un  pequeño  traslado  de  los  grandes  sul- 
tanazgos:  rebeliones  constantes,  guerras  domésticas  y  asesina- 
tos  horribles,  compusieron  sus  anales,  entreverados  con  exter- 
minadoras  luchas  contra  los  berberiscos.  Cuando  un  poder  for- 
midable, el  de  los  fatimíes,  procurando  apoderarse  de  toda  la 
costa  septentrional  africana,  invitó  á  uno  de  los  Beni  Saleh  á 
someterse,  el  orgulloso  régulo  contestó  audazmente  por  medio 
de  una  poesia,  compuesta  á  propósito  por  el  toledano  Alahmas. 

«No  eres  justiciero,  decíase  en  ella,  y  ningún  mérito  recono- 
ce Dios  á  tus  razones;  eres  un  ignorante,  un  impostor,  y  para 
parecerte  á  los  mas  necios,  has  tomado  el  camino  mas  corto;  la 
religión  de  Mahoma  és  el  objeto  de  nuestros  generosos  pensa- 
mientos; Allah  envileció  los  tuyos». 

Irritado  hasta  el  paroxismo  el  fatimi,  ante  aquel  reyecillo 
que  se  le  insolentaba,  envió  sus  tropas  á  castigarle.  Resistié- 
ronse bravamente  los  Beni  Saleh  y  lucharon  como  buenos,  pe- 
ro cayeron  vencidos  en  el  campo  de  batalla;  sus  cabezas,  pa- 
seadas en  triunfo  por  algunas  ciudades  africanas,  proclamaron 
su  vencimiento.  Los  poetas  fatimies  contestaron  entonces  á  las 
poesías  del  toledano,  exclamando  uno  de  ellos: 

«Un  villano,  hijo  de  villano,  insolentóse,  á  la  cabeza  de  una 
gavilla  de  necios.  Díjose:  Nokur  será  mi  refugio,  aun  contra  la 

cóle 


(i)    Bekrí:  Desc,  de  V  Afinque  sept.  Irad.  de  Slane.  Journal  Asiat.,  Fev.-Mars.  1859^ 
pag.  i65.  Graberg  di  Hemsoe:  Spechio  d'  il  Marocco,  pág.  24. 


56  Málaga  Musulmana. 


cólera  de  Dios;  pero  los  juicios  del  destino,  que  todo  lo  deci- 
den, hiriéronle  y  le  sorprendieron,  por  permiso  divino,  cual  un 
vasto  incendio.  Entró  el  fatimita  en  un  país  que  hacía  largo 
tiempo  no  habia  sido  invadido,  y,  con  el  peso  de  su  poderío, 
soterró  á  esta  intiel  población.  Trájonos  la  cabeza  de  su  gefe, 
para  entregarla  á  todos  los  ultrages,  la  cual  se  balanceaba  en 
la  punta  de  una  flexible  lanza,  sucios  y  en  desorden  los  cabe- 
llos, enlodada  y  despeinada  la  barba». 

Algunos  de  los  vencidos  que  escaparon  á  aquel  desastre,  vi- 
nieron á  refugiarse  en  Málaga,  cual  hoy  se  amparan  en  ella  ber- 
beriscos fugitivos,  perseguidos  por  la  brutal  tiranía  del  imperio 
marroquí.  Venían  entre  los  expatriados  tres  hijos  del  soberano 
difunto,  Saleh,  Ydris  y  Motacera,  á  los  cuales  invitó  Abderrah- 
man  III  á  pasar  á  su  corte.  Resistiéronse  ellos,  alegando  que 
deseaban  permanecer  lo  mas  cerca  posible  de  sus  estados,  con 
lo  cual  aquel  ilustre  califa  ordenó  que  las  autoridades  malague- 
ñas les  otorgaran  suntuosa  hospitalidad.  Interesábale  atraer  á 
sus  proyectos  á  estos  príncipes,  influyentes  en  Africa,y  cuyos  as- 
cendientes habían  servido  en  las  tropas  cordobesas.  U  no  de  ellos, 
sugeto  devotísimo,  que  habia  peregrinado  cuatro  veces  á  la  Me- 
lca, quizo  alcanzar  definitivamente  la  bienaventuranza,  hacien- 
do la  guerra  santa  contra  los  cristianos  españoles.  Y  ciertamen- 
te que  los  riesgos  en  que  se  puso  y  el  fin  que  tuvo,  fueron  para 
que  tos  suyos  le  tuvieran  por  mártir;  porque  cuando  se  dirigía 
á  Córdoba,  Ornar  ben  Hafsun  acometió  y  mató  á  los  que  le 
acompañaban,  escapándose  él  por  la  ligereza  de  su  cabalgadu- 
ra, para  perecer,  peleando  bravamente,  en  la  frontera  cristiana. 

En  Há 


Parte  primera.  Capítulo  ii.  57 

En  Málaga  se  aposentaron  algún  tiempo  los  Beni  Saleh,  si- 
guiendo ansiosamente  las  peripecias  de  la  política  de  Nokur, 
hasta  que  se  presentó  ocasión  propicia  de  rescatar  su  poder.  En 
aquel  momento  convinieron,  que  reconocerían  por  soberano  al 
primero  de  los  tres  que  pusiera  su  planta  en  tierra  africana,  y 
una  tarde  se  embarcaron  en  naves  diferentes,  dirigiéndose,  con 
viento  favorable,  á  su  país.  El  menor  de  ellos  llegó  primero  á 
éste,  y  al  arribar  sus  hermanos,  fieles  á  lo  pactado,  le  procla- 
maron emir:  él,  por  su  parte,  se  declaró  subdito  de  Abderrah- 
man  III,  quien,  á  cambio  de  su  vasallaje,  le  envió  magníficos 
regalos  y  las  insignias  de  la  soberanía. 

Nuevas  vicisitudes  de  sus  luchas  con  los  fatimíes  trajeron, 
una  vez  más,  á  Málaga,  á  Chortem  ben  Ahmed  y  Mansur  ben 
Alfadl  de  los  Beni  Saleh — 947 — Llamado  uno  de  ellos  al  solio 
de  Nokur,  salió  de  nuestras  playas  para  ocuparlo,  persistiendo 
aquella  dinastía  gobernando  á  su  pequeño  estado,  trescientos  y 
catorce  años,  á  contar  desde  su  fundación  (i). 


(i)    Bekñ:  Ibidem,  pág.  168  y  sig.  Aben  Jaldun:  Hist.  des  herbers.,  ti-ad.  de  Slane> 
T.  II.,  pág.  -137  y  8ig. 


CAPÍTULO  III 
Los  Beni  Hammud  en  Córdoba  y  Málaga  (i) 


ilenealogia  de  los  Ilammudies. — Su  situación  á  principios  del  siglo  XI. — Ali  ben  Hani- 
nmd. — Sus  pretensiones  al  solio  cordobés. — Magnates  que  le  auxiliaron. — Su  reinad(» 
y  asesinato.— Herédale  suliermano  Alkasim.— Estado  de  Córdoba. — Lucha  de  Alka- 
sim  con  su  sobnno  Yahya. — Arrójalo  éste  déla  capital  y  vuelve  a  recobrarla. — Victo- 
ria de  los  cordobeses  contra  Alkasim. — Traiciones  contra  éste  en  Sevilla  y  Carmona. 
— Cércale  en  Jerez  su  sobrino. — Su  prisión  y  muerte. — Reinado  de  Yahya — Vuelva 
éste  á  imperar  en  Córdoba  y  á  perderla. — Sus  luchas^  con  los  sevillanos. — Apodéra.se. 
de  Carmona  arrojando  de  esta  á  su  dueño. — Venganza  de  éste. — Muerte  de  Yahya. 


Tócame  presentar  al  lector  en  este  capítulo,  á  los  aventu- 
reros africanos,  que  fiando  en  el  esfuerzo  de  su  corazón  y  de  su 
brazo,  en  lo  egregio  de  su  alcurnia  y  en  lo  revuelto  de  los  tiem- 
pos, pretendieron  fundar  una  dinastía,  que  reemplazara  á  la 
Umeya  en  el  solio  cordobés.  Empresa  mas  ambiciosa  que  afor- 
tunada, y  mas  engendradora  de  daños  que  de  venturas  para  los 
míseros  muzlitas  españoles. 
Afi 

(1 )  Las  fuentes  que  me  han  senido  para  las  noticias  que  publico,  acerca  de  los  Ham- 
mudies,  son: 

Almakari:  Analectas,  ed.  Wright,  Krehl,  Dozy  y  Dugat.  Leiden  1855  á  61. 

Aben  Jaldun:  Ilist.  des  Dei*bcrs,  trad.  de  Slane.  llist.  de  Jos  Hammudies,  que  se 
encuentra  en  la  parte  inédita  de  su  obra,  y  que  tomé  y  traduje  de  una  copia  del  Sr.  Ca- 
tangos del  M.  S.  de  París. 


Parte  primera.  Capítulo  iii.  59 

A  fines  del  siglo  X,  esparcida  entre  los  berberíes,  ligada  á 
los  principales  de  ellos  por  relaciones  matrimoniales,  por  la 
igualdad  de  vida,  usos  y  costumbres,  vivía  una  familia  descen- 
diente por  Ali  y  por  Fatima  del  Profeta,  descendiente  también 
de  aquellos  famosos  sultanes  Idrisies,  que  dominaron  largo 
tiempo  las  comarcas  del  Magreb.  Señores  de  ciudades  ó  jeques 
de  nómadas  tribus,  estos  magnates  debieron  llevar  idéntica 
existencia,  á  la  de  los  modernos  xerifes  de  las  actuales  familias 
nobles  árabes,  reseñada,  con  tanta  exactitud,  por  el  general 
Daumas,  y  dibujada,  con  tan  brillante  colorido,  en  sus  libros  ó 
en  sus  cuadros  por  Fromentin  (i). 

Vivían  subsistiendo  del  producto  de  sus  rebaños  ó  de  los 
tributos  de  sus  dominios;  entregados  en  la  juventud  á  los  place- 
res 


Aben  AlaUir:  Citrón,  quod  pt*rf.  itiifc,  Tomberíí.  Lu^'íliini  Dat.  1807,  Iradurcioii 
inédita  en  lo  referente  á  España,  del  señor  Codera,  quien  tuvo  la  bondad  de  prestarni« 
>u  tinbajo. 

Alhomaídí,  de  la  Irad.  que  publicó  1).  P.  Gayan¿(os,  en  su  llist.  of  tlte  moh.  din.  in 

Abdelwahid:  Hist.  of  the  Ahn.  cd.  Dozy,  Leiden  18^47,  de  la  cual  tmduje  lo  que  to- 
«aba  á  mi  asunto. 

Ani<ab  Alavah  y  Omdet  Attalih;  estrados  de  estos  ^I.  S.  S.  de  la  Bibl.  de  París,  qiut 
debí  á  la  buena  voluntad  de  M.  Fag^nant  y  que  vertí  al  castellano. 

Bekri:  Tkiscr.  de  V  Afr.  sept.^  trad.  de  Slane,  en  q\  Jouniul  Asiat.  \S7iS  y  50;  obiii 
que  no  ba  sido  aprovecbada  porninj^uno  de  los  escritores  modernos,  que  se  lian  ocuj»adí» 
de  este  asunto,  y  (¡ue  contiene  interesantísimos  datos. 

Aben  Aljatliib:  Yliata^  M.  S.  del  Escorial. 

Dozy:  ]li»t.  des  Mus.  d'  Esjt.  Script.  ar.  loci  dti  Ahbad.  Leiden  184G.  A  este  insi<(n<í 
«'.♦ícrilor  á  quien  deberá  eterno  reconocimiento  la  bistorio^^rafia  liispana  de  la  Edad  Media, 
debi»  vo  mucbas  de  las  noticias  contenidas  en  esta  obni. 

Codera:  Estudio  crit.  sobre  la  hist.  y  tnoncdLCs  dr  los  líam.  de  Máluffit  y  Aly.  So- 
Uiv  esta  notabilísima  Memoria  me  ocujio  lar¿ament3  mas  adelante. 

He  aprovecbado  también  indicaciones  contení  las  en  diverjas  obras,  (¡ue  ii'é  inelu> 
yendo  en  las  notas  que  aconqiañan  á  el  texln. 

(1)     Daumas:   Ja's  cJn^'uux  du  Saharj,  París,  1858,  pájí.  370  á  398.  Kro raen lín:    Un 
el  i'  duns  le  Sahara,  ed.  Plon. 

12 


6o  Málaga  Musulmana, 


res  de  la  caza,  de  la  equitación  ó  del  amor,  en  mas  avanzada 
edad  al  gobierno  de  sus  pueblos  6  de  sus  movibles  aduares,  en 
todo  tiempo  á  los  peligros  de  la  guerra;  amantes  del  fausto,  del 
lujo,  de  todo  cuanto  puede  realzar  el  señorío  de  la  persona;  olvi- 
dando frecuentemente  las  tradiciones  de  la  cultura  arábiga,  apa- 
sionados siempre  de  mujeres  hermosas,  briosos  corceles,  armas 
expléndidasy  penetrantes  perfumes; amando, en  fin,  todo  loque 
alhaga  esa  doble  tendencia  del  carácter  alarbe,  sibarítica  y  va- 
lerosísima; y  aun  mas  apasionados  que  de  fantasias,  combates 
y  deportes,  de  las  alabanzas  de  los  poetas,  por  la  vanagloria 
que  les  conseguian  sus  versos. 

Por  las  marinas  berberiscas  y  al  interior  del  Magreb  Alaksá^ 
hoy  Imperio  de  Marruecos,  se  habia  extendido  la  casta  idrisí. 
Una  rama  de  ella,  la  de  Omar,  hijo  de  Idris  II,  moraba,  parte 
en  el  pais  de  los  Comeres,  al  Oriente  del  Rif  marroquí,  parte 
en  Taza,  ciudad  asentada  á  orillas  del  camino  de  Fez,  una  de 
las  primeras  poblaciones  donde  dominara  el  fundador  de  su  fa- 
milia, capital  entonces,  cual  hoy,  de  fértilísimo  territorio,  de 
dulce  clima  y  de  abundantes  aguas  y  frutos  (i). 

Algunos  individuos  de  esta  familia,  cual  antes  varios  de  sus 
parientes,  pasaron  á  España,  durante  las  guerras  civiles  que 
sucedieron  á  la  muerte  de  Almanzor.  Entre  los  cuales  se  con- 
taron dos  hermanos  Ali  y  Alkasim,  hijos  de  Hammud,  quienes^ 
siguiendo  durante  ellas  el  apellido  de  Suleiman,  fueron  nom- 
brados  por  éste  capitanes  de  sus  huestes  berberiscas,  y  después^ 
en  la 

(i)  Aben  Jaldun:  Cap.  sobrQ  la  dinastía  Hammudi.  M.  S.  de  París.  Ed.  de  Bulac,  T.  IV^ 
|iág.  153.  Slane:  Tabla  geográfica  de  latrad.  de  Aben  Jaldun.  Hist.  deBerhers.  T.  I,  pág^ 
CXI.  Grábei*g  di  Hemsoe:  Spccchio  geogv.  é  stat,  de  V  impero  del  Marocco^^ék:^,  44. 


Parte  primera.  Capítulo  iii.  6i 

en  la  segunda  época  de  su  sultanazgo,  gobernadores,  Alkasim 
<Íe  Algeciras,  y  Ali  de  Ceuta  y  Tánger  (i). 

Ambas  ciudades,  conquistadas  por  Abderrahman  III,  per- 
tenecían á  los  dominios  Umeyas.  Tánger,  antigua  población 
libia,  colonia  en  tiempo  de  romanos,  que  la  denominaron  Julia 
Traducta  y  también  Tingis,  era,  por  entonces,  una  ciudad  for- 
tificada, en  la  cual  se  conservaban  abundantes  memorias  del 
pueblo  latino,  restos  de  castillos,  cúpulas,  criptas,  baños  y  acue- 
ductos. A  veces  de  entre  sus  ruinas  ó  de  sus  sepulcros  se  ex- 
traían antiguas  medallas  y  alhajas.  Ceuta,  la  Septa  bizantina, 
fortalecida  por  Justiniano  y  después  por  Abderrahman  III,  con 
torres,  fosos  y  muros,  era  entonces  también  una  buena  pobla- 
ción, conservando  cual  Tánger  recuerdos  de  la  dominación  roma- 
na y  bizantina:  entre  los  cuales  se  contaba  un  acueducto,  cuyos 

arcos, 

(1)  Sejifun  Bekri,  Jouvnal  Asialique,  Avril-Mai,  1859,  pájí.  3G7,  Ornar,  hijo  de  Idris  II, 
íundador  de  Fez,  y  nieto  de  Idris  I,  que  lo  fué  de  la  dinastía  que  lle\asu  nombre,  tuvo 
cuatro  liijos  Al¡,  Idris,  Mohammed  y  Obaidallah.  De  éste  nació  Abul  Aich  y  de  éste  Ham- 
mud,  quien  engrendró  á  su  vez  á  Alkasim,  Ali  y  Fatima.  Sostienen  los  demás  historiadores 
ái-abes  la  misma  genealogía,  aunque  completándola,  pues  indican  que  Abul  Aich  debió 
nombrarse  Ali  y  que  Hammud  no  era  su  hijo,  sino  su  biznieto,  nacido  de  su  nieto  Maimun 
y  del  hijo  de  éste  Ahmed.  La  genealogía  pues  del  fundador  de  la  dinastía  hammudita  en  Es- 
paña, que  los  autores  muslimes  y  el  pueblo  llamaron  unas  veces  Idrisi,  otras  Hasani,  fué  Ali 
ben  Hammud ben Maimun  ben  Ahmed  hen  Ah  ben  Obaidallah  ben  Oniar  benldiisben Idris 
ben  Abdallah  ben  Hasan  ben  llasan,  hijo  de  Fatima,  hija  de  Mahoma,  y  de  Ali  abu  Talib, 
primo  y  primer  secuaz  de  éste.  Ansab  Alarah.  M.  S.  de  París,  Supl.  ar.  núm.  655,  folio 
ÍX)  vuelto.  Ondet  Atfalib,  Ibidem,  Ancien  Fond,  núm.  656,  folio  93  vuelto.  Alhomaidi,  en 
<layangos,  Hútt,  of  the  Muh.  din.  Abdelwahid ed.  Dozy, pág.  30.  Abdelhalim,  Rud  Alkartas^ 
|)ág.  1  y  15,  Irad.  Béaumier,  hace  á  los  Idrisies  descendientes  de  Hosein  y  no  de  Hasan,  cual 
efectivamente  eran,  en^or  que  no  sé  si  provendrá  del  traductor  ó  de  aquel  cronista,  quien 
^ciertamente  no  se  mostró  muy  bien  enterado  en  estas  genealogías 

Su¡)one  el  barón  de  Slane,  interpretando  el  texto  de  Bekri  ya  citado,  que  algu- 
nos descendientes  de  Omar,  próximos  deudos  de  los  Hammudies,  vivieron  en  Algeciras, 
traduciendo  Alhadra  por  esta  población;  pero  según  se  vé  en  Aben  Jordabeh:  LtvíT 
jdes  voutes  el  des  prov,  Jomnal  Asiaiique,  Mai,  Juin,  1865,  pág.  460,  había  una  Hadi-a  en 
Jas  malinas  africanas  del  Mediterráneo,  que  el  traductor  de  aquel  geógrafo,  Barbier  de. 
3Ieinard,  concuerda  con  Alcázar  Saguir. 


62  Málaga  Musulmana. 


arcos,  levantados  sobre  las  honduras  de  las  próximas  cañadas, 
traía  las  aguas  de  una  corriente  cercana  á  la  iglesia,  convertida 
en  mezquita  por  los  musulmanes:  acueducto,  cuyo  constructor 
fué  el  traidor  conde  Julián,  de  quien  se  conservaba  el  nombre 
todavia  á  mediados  del  siglo  XI,  en  un  castillo  de  las  cercanías 
y  en  el  de  uno  de  los  rios,  el  Nahr  Ilian,  que  se  ha  perpetuado 
en  el  Wad  Lian  de  nuestros  dias  (i). 

Contando  con  allegados  y  amigos  en  la  Península,  con  la 
anarquía  apoderada  de  sus  regiones,  con  la  ansiedad  de  paz  y 
sosiego  en  muchos,  de  cambios  y  novedades  en  otros,  y  con  el 
prestigio  de  su  noble  prosapia,  universalmente  respetada  entre 
muslimes,  pensó  Ali  ben  Hammud,  desde  su  gobierno,  apode- 
rarse del  trono  cordobés. 

La  situación  del  país  favorecía  extraordinariamente  sus  in- 
tentos. La  ferocidad  berberisca  se  aprovechaba  de  cuantas 
malas  pasiones  hervían  en  la  raza  árabe,  para  satisfacer  sus 
perversos  instintos;  de  la  familia  Umeya,  trascurridos  los  glorio- 
sísimos califatos  de  Abderrahman  III  y  Alhaquem  II, destruida, 
con  su  muerte,  la  obra  del  gran  ministro  de  Hixem  II  Alman- 
zor,  no  surgía  un  carácter,  que  dominara  las  graves  dificultades 
del  momento,  acrecentadas  con  los  odios,  la  malquerencia  y  las 
divisiones  de  sus  miembros;  no  surgían  de  su  seno  mas  que  am- 
biciosos, que  pretendían  el  poder,  á  costa  de  vidas  y  haciendas 

musul 


{i)  Rokri:  Jinnmal  Aséafúpw,  Avril-Mai,  1850,  pii»r.  3tí0.  Mars,  j»h;,^.  100.  Tissot: 
Hvcherche»  sur  la  Geofjraphie  comptiree  (le  la  MainHtanie  Tin<fitainpy  páj^.  31  y  44.  Ksla 
jiotultlo  Meiiioría  anjueolcígica^  menos  conocida  de  lo  que  debiera  serlo  en  Kspaña,  ofrece 
nliundantes  y  curiosos  datoi*,  alíennos  controvertibles,  interesantísimos  para  los  histo- 
r¡:*d<^iV8  españoles. 


Parte  primera.  Capítulo  iii.  63 

musulmanas,  del  oprobio  y  la  desmembración  del  califato. 

Hixem,  el  soberano  legítimo,  habia  sido  restaurado  en  el  so- 
lio; pero,  al  recobrar  la  perdida  autoridad,  tuvo  que  perseguir  á 
sus  deudos,  que  degollar  á  sus  servidores,  convertidos,  de  la  no- 
che á  la  mañana,  en  enemigos;  que  entregar  al  cristiano  impor- 
tantes fortalezas,  reparos  de  la  frontera,  expugnadas  en  dias 
gloriosos  para  las  armas  muslímicas.  Aun  así,  los  que  se  valían 
de  su  nombre  y  de  su  debilidad  para  gobernar,  no  pudieron  evi- 
tar que  la  rebelión  arrebatara  preciadas  provincias  al  califazgo^ 
que  los  berberíes  yermaran  el  resto  del  territorio  con  sus  espan- 
tosas depredaciones,  que  se  estableciera  en  Calatrava  una  corte 
independiente,  vergonzosa  parodia  de  la  de  Abderrahman  III; 
que  Medina  Azzahra,  sorprendida  traidoramente,  viera  sus  ni- 
ños y  sus  ancianos  degollados,  violadas  sus  mujeres  en  las  pla- 
zas, en  las  calles  y  hasta  en  el  sagrado  recinto  de  su  mezquita^ 
y  sus  alcázares,  maravillas  del  arte,  entregados  al  saqueo  y  al 
incendio. 

Málaga  presenció  por  aquel  tiempo  también,  horribles  esce- 
nas de  violencia.  Uno  de  sus  hijos  ilustres,  notable  en  la  cien- 
cía,  muy  estimado  entre  los  sabios  de  su  tiempo,  Jalaf  ben  Ma- 
sud,  vulgarmente  conocido  por  Aben  Amina,  (i)  murió  cruel- 
mente á  manos  de  los  berberiscos;  acometido  por  ellos  pidió 
que  le  dejaran  hacer  las  genuflexiones — rikas — de  la  oración,  y 
terminadas  dos  de  ellas  le  destrozaron  á  pedradas  el  cráneo  — 
loog  á  ICIO — . 

Escenas  de  sangre  y  bandidaje,  reiteradas,  mas  por  exten- 
so, 

(i)     Aben  Baxcual;  Sila,  M.  S.  del  Esoorial: inopia  no  muy  tíxacla  en  la  Nao.  de  Madriíl. 


64  Málaga  Musulmana. 


so,  al  caer  Córdoba  en  poder  de  los  salvajes  africanos,  llevan- 
do entre  sus  taifas  en  Suleiman,  á  un  desdichado  ambicioso, 
incapaz  de  enfrenar  sus  demasías,  incapaz  de  renunciar  ante 
ellas  á  sus  pretensiones. 

Dada  esta  situación,  era,  hasta  laudable,  la  aspiración  de 
un  descendiente  de  Mahoma  á  empuñar  con  mano  vigorosa 
las  riendas  del  gobierno,  y  á  concluir  con  las  desdichas  que 
atormentaban  á  los  musulmanes.  Pensando  agrupar  á  su  pensa- 
miento todas  las  voluntades,  procedió  el  astuto  berberisco  con 
alguna  cautela.  Los  partidarios  de  Hixem  II  eran  numerosos  y 
potentes;  el  prestigio  de  aquella  noble  raza  Umeya,  á  la  que 
debia  tantas  glorias  la  dominación  agarena,  no  habian  consegui- 
do agotarla  la  debilidad  de  aquel  monarca,  ni  las  ruindades  de 
sus  deudos  y  comensales;  contaba  con  partidarios  sinceros  y 
decididos,  á  más  de  muchos  otros,  que,  por  gratitud  ó  por  inte- 
rés, no  lo  parecian  menos. 

Entre  estos  buscó  arrimos  para  sus  proyectos  el  africano: 
el  eslavo  Jairan,  señor  de  Almería,  recibió  cartas  suyas,  en  las 
que  le  confiaba  que  hallándose  Hixem  angustiado  por  la  gue- 
rra, cercado  y  amenazado  de  caer  en  manos  de  Suleiman,  cre- 
yendo que  éste  le  asesinaría,  le  encomendó  su  venganza  y  le 
nombró  heredero  del  trono:  el  eslavo,  sagaz  y  astuto,  que  go- 
bernaba su  estado  á  devoción  de  Hixem,  y  que,  socolor  de  leal- 
tad á  éste,  soñaba  reproducir  la  privanza  de  Almanzor,  se  apre- 
suró á  unirse  al  nuevo  pretendiente,  y  á  conseguirle  las  sim- 
patías y  obediencia  de  sus  iguales. 

Respondieron  los  invitados,  adhiriéndose  al  pensamiento  del 

Ham 


Parte  primera.  Capítulo  iii.  65 

Hammudí;  entre  ellos  contábanse  dos  personages,  cuyos  suce- 
sos demuestran  lo  que  en  tiempos  de  revueltas  consiguen  la 
ambición  y  la  audacia.  Eran  dos  esclavos  negros  de  Mofarech 
el  Amiri,  que  probablemente  lo  seria  á  su  vez  de  Almanzor,  lla- 
mados Mobarec  y  Mothafir,  intendentes  de  riegos  en  Valencia. 
En  uno  de  tantos  alzamientos,  cual  á  cada  instante  acontecian, 
apoderáronse  del  gobierno  de  esta  ciudad,  ocupando  el  primer 
lugar  Mobarec;  así  permanecieron '  algún  tiempo,  durante  el 
cual  no  les  faltó  un  poeta,  que  alhagara  la  vanidad  de  ambos 
con  sus  adulaciones.  Al  cabo  los  valencianos  amotinados  dieron 
al  través  con  su  ignominiosa  autoridad,  saquearon  el  palacio  de 
Mobarec  y  alzaron  por  monarca  á  Lebid  ó  Lebil,  reyezuelo  de 
Tortosa  (i). 

Acogida  favorablemente  su  pretensión  proclamóse  Ali  en 
Ceuta  heredero  de  Hixem  II,  y,  á  poco  (2)  se  embarcó  con  di- 
rección á  Málaga.  Gobernaba  esta  población,  á  lo  que  entien- 
do independientemente,  Amir  ben  Fotuh  Alfaiky,  maula  ó  sea 
liberto  de  Alfaik,  que  lo  fué  del  sultán  cordobés  Alhaquem  II. 
Constituían  parte  de  su  jurisdicción  Ronda  y  su  termino,  de  los 
cuales  le  habia  despojado  recientemente  Abu  Nur  ben  abu  Corra. 

Era  éste  un  berberisco  que  pertenecia,  con  varios  otros  de 
su  casta,  á  la  tribu  de  los  Beni  Yfren,  los  cuales  lucharon  es- 
fonadamente  en  pro  del  mahometismo  en  las  fronteras  cristia- 
nas, y  se  mostraron  fieles  en  África  y  España  á  los  U meyas: 
sumamente  agasajados  por  Almanzor,    contribuyeron    valero- 

samea 


(1)    Codera,  ut  supra,  pág.  8. 

0¿)    En  el  año  405  de  la  Hegii-a— 2  de  Jiinio  de  1014  á  21  de  Julio  do  1015. 


66  Málaga  Musulmana. 


sámente  á  la  prepotencia  de  la  raza  berberisca,  en  las  guerras 
civiles  que  concluyeron  con  el  califato  (i). 

Amir,  puesto  anticipadamente  de  acuerdo  con  Ali,  abrió  las 
puertas  de  Málaga  al  príncipe  hammudita,  y,  tanto  las  tropas 
cuanto  los  vecinos,  aclamaron  á  el  que  venia  á  restaurar,  con  la 
monarquía  legítima,  el  orden  público.  Dentro  de  sus  muros  per- 
maneció algún  tiempo  Ali,  madurando  sus  planes,  durante  el 
cual  expulsó  de  su  recinto  á  su  antiguo  gobernador,  bien  por- 
que desconfiara  de  él,  bien  porque  fuera  un  estorbo  para  sus 
proyectos  ó  por  que,  como  ingrato,  despreciara  á  quien  no  po- 
día ya  servirle.  Conducta  no  muy  desusada  en  la  historia  de 
todos  los  gobiernos  y  mucho  más  en  la  de  los  musulmanes  (2). 

Al  año  siguiente  (3),  parece  que  Ali  salió  de  Málaga  para 
juntarse  con  Jairan  y  algunos  otros  de  sus  parciales  en  Almu- 
ñecar,  donde  se  conjuraron  para  acometer  á  Suleiman  en  Cói*- 
doba  y  proclamar  califa  al  hammudi,  caso  de  que  Hixem,  cual 
se  decia,  hubiera  muerto.  Separáronse  después  los  conjurados 
hacia  las  poblaciones  en  que  moraban,  á  fin  de  levantar  gente 
preparar  bastimentos  de  guerra. 

A  seguida  comenzaron  á  acudir  á  Málaga  y  Almería  ber- 
beriscos, gentes  del  Magreb,  negros  y  eslavos,  declarados  por 
Ali,  y,  terminados  los  preparativos,  juntáronse  entrambas  hues- 
tes, que  engrosaron,  cuando  atravesaban  el  territorio  granadino, 
las  del  régulo  de  esta  ciudad. 

Fieles  hasta  entonces  al  soberano  que  habían  proclamado» 

los 

<l)     AiííMí  .lal.lim:  U¡<l(ñrt'  tlrs  í{rr!nr.<  T.  111,  p'i^.  til*i  y  s¡^'.  22i. 

(ti)     AÍMii'iwaiiiii  ímI.  \)yy/.\  pájí.  'M).  Allioiwaiili,  tradnn  ion  ile  dayangos,  loco  citato. 

Ci)     4(H»  (lo  la  II.  21  Junio  1015  á  10  Junio  1010. 


los  berberiscos  partidarios  de  Suleíman,  capitaneados  por  Mo- 
hammed,  hijo  y  heredero  presunto  de  éste,  salieron  á  encontrar 
á  sus  enemigos  hasta  á  diez  leguas  de  la  capital;  avistáronse 
ambas  mesnadas  y  trabóse  la  pelea,  que  fué  bien  reñida  por  al- 
gún tiempo  é  indeciso  su  éxito,  hasta  que  los  confederados  de- 
rrotaron á  sus  contrarios,  y  se  apoderaron  de  Córdoba  (i). 

Jairan  y  los  antiguos  eslavos  penetraron  en  el  alcázar,  bus- 
cando ansiosamente  á  su  desventurado  señor  por  aquellas  es- 
tancias y  patios,  testigos  un  dia  de  los  triunfos  de  la  gente 
Umeya,  testigos  en  aquel  de  su  ruina  y  vilipendio.  Pero  sus 
pesquisas  fueron  infructuosas;  Suleiman,  vilmente  entregado 
por  sus  parciales,  que  buscaron  olvido  por  su  oposición  á  AIÍ 
traicionándole,  le  dló  por  muerto,  é  indicó  el  lugar  de  su  sepul- 
tura; mandó  el  Hammudita  desenterrar  el  cadáver,  vinieron  á 
reconocerle  los  viejos  servidores  de  Hixem  II,  y  uno  de  ellos, 
por  miedo  ó  por  congraciarse  con  el  vencedor,  sostuvo  que  era 
el  del  califa,  dando  como  prueba  un  diente  ennegrecido,  que  se 
veia  en  la  amojamada  boca  del  difunto,  igual  á  otro  que  en  vida 
mostrara  aquel  sultán. 

Importaba  á  Ali  que  se  declarara  la  muerte  de  Hixem:  con- 
firmada esta,  entraba  de  hecho  en  posesión  de  su  herencia;  si  el 
desdichado  monarca  se  encontraba,  tenia  que  esperar  á  que  la 
muerte  le  proporcionara  el  descanso  de  una  vida  horriblemen- 
te agitada  y  sombría,  para  conseguir  el  poder,  con  el  riesgo  de 
que  los  eslavos,  ambiciosos  y  prepotentes,  le  obligaran,  cuando 
menos,  á  tornar  á  su  oscura  condición  de  xerife  nómada. 

Suiei 

(1)    Molianvm  J>-  407,  do  10  .](.'  Juiiii>  i  9  .1.'  Julio  .l.f  lOlU. 


68  Málaga  Musulmana. 


Suleiman  debia  expiar  con  su  sangre  cuanta  se  había  derra- 
mado por  su  causa;  presentado  ante  Ali,  ni  la  compasión  que 
inspira  la  desgracia,  ni  la  tradicional  magnanimidad  de  su  fa- 
milia, amansaron  la  ferocidad  del  africano,  quien,  sin  confiarla 
al  verdugo,  cortóle  con  su  diestra  la  cabeza.  Con  él  fueron  eje- 
cutados también  su  hermano  y  su  padre  Alhaquem,  nieto  de  Ab- 
derrahman  III,  anciano  de  setenta  y  dos  años,  quien  retirado  de 
la  azarosa  vida  pública  de  su  tiempo,  estaba  inocente  de  los 
crímenes  cometidos  durante  ella  (i). 

Las  últimas  razones  de  aquel  desdichado  viejo  y  las  mur- 
muraciones de  la  servidumbre  palaciega,  cuyos  labios  sellaba 
en  público  el  terror  que  inspiraba  Ali,  acreditaban  la  idea  de 
que  el  legítimo  monarca  existía;  mas  como  nadie  indicaba  su 
paradero,  Jairan  y  los  eslavos,  probablemente  bien  á  pesar 
suyo,  tuvieron  que  darle  por  muerto  y  que  reconocer  á  el 
que  habian  aclamado  por  sucesor,  como  Emir  Amuminin  ó  sea 
Príncipe  de  los  creyentes.  El  Hammudita  se  posesionó  del  im- 
perio, adoptando,  cual  era  costumbre  entre  los  soberanos  mu- 
sulmanes, el  sobrenombre  sultánico  de  Annazir  Lidinillah^  que 
significa,  el  que  ayuda  á  la  religión  de  AUah,  con  el  cual  se  ape- 
llidó en  sus  monedas. 

Entre  las  riquezas  que  halló  Ali  en  el  alcázar  del  califazgo,. 
apareció  un  objeto,  de  bien  triste  recordación  en  los  fastos  de 
su  familia.  Conquistada  por  los  últimos  califas  U meyas  gran 
parte  del  Magreb  Alaksá,  el  postrero  de  los  soberanos  Idrisies^ 
Hasan  ben  Kannun,  fué  trasladado  á  Córdoba,  en  compañía  de 
sete 

(i)    Alhomaidí,  Abdelwahid  ut  supra,  y  Aben  Alatsir,  trad.  de  Codera. 


setecientos  caballeros  de  su  casta,  que,  al  decir  de  un  historia- 
dor sarraceno,  vallan  por  siete  mil  de  los  demás  hombres.  Re- 
cibiólos Alhaquem  H  con  sumo  agasajo  y  cortesía,  como  á  tan 
nobles  señores,  y  mostrando  con  ellos  gran  liberalidad,  conce- 
dióles sendos  heredamientos,  casas,  cortijos  y  vergeles. 

Así  permanecieron  algún  tiempo  en  Andalucía,  hasta  que, 
bien  porque  con  sus  orgullosas  pretensiones  se  atrajeran  la  an- 
tipatía del  monarca,  bien  porque  su  presencia  en  la  corte  cscí- 
tara  recelos  en  éste,  un  accidente,  mezquino  por  si,  vino  á  pre- 
cipitarlos en  la  ruina.  Poseía  Hasan  un  pedazo  de  ámbar  que 
había  encontrado  en  África,  paseando  á  orillas  del  mar,  y  con 
esa  voluptuosa  inclinación  que  hacia  los  perfumes  sienten  los 
orientales,  teníalo  en  gran  estima,  hasta  el  punto  de  ponerlo 
por  las  noches  entre  las  almohadas  de  su  lecho.  Vio  el  califa  el 
ámbar  en  cierta  ocasión;  su  aroma  y  tamaño  escitaron  en  él 
deseos  de  poseerlo,  y  lo  pidió  al  príncipe,  indicándole,  que  de- 
mandara, á  trueque  de  él,  lo  que  de  sus  riquezas  apeteciera. 
Hasan,  ó  altivo  ó  caprichoso,  en  todo  caso  ingrato  á  los  benefi- 
cios recibidos,  sin  reflexionar  que  se  exponía  á  perder  por  fuer- 
za lo  que  de  grado  debía  conceder,  negóse  á  satisfacer  el  empe- 
ño del  sultán;  quien,  irritado  en  demasía,  violó  los  deberes  de 
la  hospitalidad,  sagrados  entre  alarbes,  pues,  atrepellando  por 
todo,  mandó  entrar  á  saco  la  mansión  del  Idrisita  y  arrojóle,  (i) 

con  to 


MI  SaUh  ben  Abdellialim:  I\uii  Mhartitii,  pÍR.  i'Í7,  Irtxl.  Doaumíor.  Knlnii  niarínaHoc- 
«iili-ntaleii  DOUrcHiaíes,  d  orillas  del  AllúnUco.ontrcel  cabo  Enpartol  y  e\  río  Iiiiliko»,  halá- 
base eu  la  aiiti^pdad  úmliai-,  su^un  I'titiiu  XXXVll— II.  Gn  las  playas  dt>  Taliadart  eiiuuen- 
tnuí  liojr  los  nalurali'-B  di'l  |iaÍB,  una  niahtría  i;rísicnbi,  runilible  al  ralor,  A  la  cual  llaman 
Anidar,  i{De  exhala  un  olor  niuj  Tutrlt,  y  que  ufertivanienlc  ('Orccu  uiin  csp<:cÍL'  de  áinbar 
fc't-ú.  Tis»ot,  uisujira,  [i^-GÜ. 


yo  Málaga  Musulmana. 


con  todos  sus  deudos  de  sus  dominios.  Los  sirvientes  de  Ali 
encontraron  entre  las  riquezas  de  los  Umeyas  el  pedazo  de  ám- 
bar, que  habia  costado  tan  caro  á  los  próximos  parientes  de  su 
señor. 

Al  ocupar  Ali  el  solio  hallábase  en  la  plenitud  de  la  vijda. 
Era  de  tez  morena,  ojos  y  cabellos  negros,  alto  y  delgado;  se- 
ñalábase por  la  fuerza  y  la  agilidad  del  cuerpo,  así  como  por  la 
entereza  del  corazón;  en  su  cabeza,  grande,  al  decir  de  los  cro- 
nistas muslimes,  bullian  graves  pensamientos  y  resoluciones 
enérgicas:  si  entendía  mejor  la  jerga  berberisca  que  los  primo- 
res del  arabia,  mostrábase  fiel  á  las  tradiciones  de  su  raza  y  á 
las  inclinaciones  de  quedebia  alardear  todo  soberano  sarraceno^ 
galardonando  fastuosamente  á  los  literatos  y  poetas,  que  no  le 
escatimaron  elogios  ni  adulaciones  en  su  estilo  rebuscado  y  gon- 
gorino,  sabio  y  atildado.  Entre  estos  fueron  de  notar  el  cordo- 
bés Aben  Jayat,  Obada  Ma  Assema,  que  adoptó  la  creencia 
chuta,  y  Aben  Amru  ben  Darach;los  cuales,  recordando  su  ilus- 
tre alcurnia,  no  dejaban  de  apellidarle  el  Hasaní,  el  Talebí,  el 
Fatimí,  ó,  movidos  por  sus  beneficios,  inventaban  primorosos 
giros,  para  celebrar  su  bondad  y  su  largueza  (i). 

Encontrábase  el  nuevo  sultán  entre  el  revuelto  oleage  .de  su 
tiempo,  acometido  de  todos  lados  por  las  pasiones,  en  el  paro- 
xismo de  su   desenfreno.   Edad  de  hierro  era  en  la  que  vivía> 

den 


(1)  Aben  Alatsir,  tradaccion  ya  citada  de  Codera.  Aben  Aljathib:  Ihata,  Bioj^rafía  de 
Ali  ben  Hammad,  y  en  Casiri:  Biblioteca  aráb,  escunalensCy  T.  II,  pág.  206,  col.  I:  mi 
buen  maestro  el  Sr.  D.  Francisco  J.  Simonet  me  ha  proporcionado  una  copia  de  esta  bio- 
Krafia,  sacada  por  el  de  la  Ihata,  de  la  que  he  traducido  los  curiosos  datos  que  doy  mas- 
adelante. 


Parte  primera.  Capítulo  iii.  71 

dentro  de  la  cual  solamente  se  imponía  la  fuerza;  y  aquella  con 
la  que  principalmente  contaba  Ali,  la  de  los  berberíes,  no  podia 
ser  mas  flaco  y  deleznable  arrimo.  Si  quería  imponer  el  orden  y 
la  justicia,  si  quería  emplear  las  medidas  de  represión,  que  la 
autoridad  necesita  usar  para  mantener  la  paz  pública,  exigencia 
imprescindible  de  toda  vida  social,  sus  propias  armas  volvíanse 
contra  él.  Rodeábale  la  traición,  y,  ó  habian  de  quedar  impunes 
delitos,  umversalmente  castigados,  ó  peligraban  su  solio  y  su  ca- 
beza. Las  conjuras  y  revueltas  quitábanle  medios  y  sosiego  pa- 
ra pensar  en  el  bien  general;  pero  puede  decirse  en  su  elogio^ 
que  aspiró  á  realizarlo,  que  dio  muestras  de  amor  á  la  justicia. 
Al  cabo,  la  cruel  condición  de  sus  coetáneos  y  las  miserias  de 
su  tiempo  le  hicieron  olvidar  las  nobles  condiciones  de  prínci- 
pe árabe,  para  acordarse  solamente  del  carácter  suspicaz,  as- 
tuto y  fiero  del  berberisco.  ¡Triste  estado  social  aquel  que  in- 
capacitaba para  el  bien  á  un  ánimo  entero,  y  le  empujaba  fa- 
talmente á  la  crueldad  y  á  la  tiranía! 

Por  mudar  de  señor  no  cambiaron  de  procederes  los  ber- 
beríscos;  con  la  violencia  y  la  traición  encumbraron  á  Ali,  y  que- 
rían que  les  galardonase  con  la  libertad  del  bandidaje.  Si  en 
tiempos  de  Suleiman  no  hubo  harem  cerrado,  ni  heredad  cerca- 
da, que  les  estorbaran  saciar  sus  brutales  pasiones,  muchos  me- 
nos obstáculos  debia  ofrecerles  el  gobierno  del  Hammudí.  ¿No 
eran  ellos  arbitros  de  su  poder,  su  apoyo  y  defensa?  ¿No  de- 
pendía de  su  mala  ó  buena  voluntad  la  autoridad  y  hasta  la 
vida  del  soberano? 

Sin  embargo,  no  hallaron  en  Ali  igual  flaqueza    de  ánimo 

que 


72  Málaga  Musulmana. 


que  en  su  rival:  fuera  porque  le  interesara  atraer  á  su  devoción 
á  los  cordobeses,  ó  porque  le  repugnase  la  crueldad  del  trato 
que  se  daba  á  musulmanes,  quizá  también  por  un  loable  senti- 
miento de  justicia,  tradicional  en  su  familia,  no  se  doblegó  á  ha- 
cerse cómplice  de  aquellas  tiranías,  antes  bien,  decidió  repri- 
mirlas. 

Los  cordobeses  encontraron  en  su  alcázar  protección  y  ampa- 
ro, reconocimiento  de  sus  derechos  y  energía  para  el  castigo  de  sus 
violadores.  Daba  el  nuevo  monarca  frecuentemente  audiencias 
á  sus  subditos,  en  las  cuales  escuchaba  con  atención  sus  agra- 
vios, decidía  sus  querellas,  y  se  informaba  ó  remediaba  sus  da- 
ños; muchas  veces,  en  alguna  de  estas  vistas,  hizo  rodar  ante 
él  la  cabeza  de  algún  berberisco  criminal,  á  presencia  de  las 
gentes  de  su  laya,  y  aun  de  sus  propios  deudos. 

Cierto  dia,  al  salir  por  una  de  las  puertas  de  Córdoba,  vio 
Ali  venir  á  un  beréber,  que  sobre  su  cabalgadura  traía  unos  ces- 
tos de  uvas;  comprendió  el  sultán  que  aquella  fruta  era  despojo 
de  cercado  ageno,  y  mandóle  que  se  acercara,  preguntándole 
de  donde  procedía: 

— Las  he  cogido  de  donde  las  toman  los  demás,  contestó  de- 
senfadadamente el  berberisco. 

Irritado  el  califa  mandó  que  le  degollaran,  que  pusieran  su 
cabeza  entre  los  cestos  conque  habia  cargado  su  montura,  y  que 
pasearan  esta  fúnebre  muestra  de  su  enérgica  justicia  por  las 
calles  y  socos  de  Córdoba  (i). 

Cobraron  aliento  con  estas  cosas  los  andaluces;  reprimié- 
ronse 


(1)    Makari:  Analcctes,  T.  L  pág.  315. 


Parte  primera.  Capítulo  iii.  73 

ronse  los  berberíes,  y  entabláronse  amistosas  relaciones  entre 
aquellos  y  Ali.  Ciertamente  entonces  hubiera  podido  cambiar  la 
faz  de  la  historia  hispano-musulmana,  sino  lo  impidieran  los 
múltiples  y  contrarios  intereses,  que  se  daban  cruda  guerra  en 
el  seno  del  califato.  Apenas  llevaba  el  Hammudí  unos  cuantos 
meses  de  pacífico  reinado,  cuando  una  sublevación,  al  levante 
de  Andalucía,  hubo  de  poner  en  sus  manos  las  armas  y  trocar 
enteramente  las  tendencias  de  su  política. 

Los  eslavos  no  se  habian  convencido  de  la  muerte  de  Hi- 
xem.  Aunque  esta  hubiera  sido  cierta  no  convenía  á  su  ambi- 
ción creer  en  ella,  para  mantenerse  independientes  en  sus  go- 
biernos. Jairan,  fiel  en  apariencia  á  su  legítimo  soberano,  as- 
piraba á  restaurarle  en  el  solio,  sin  duda  para  gobernar  en  su 
nombre.  Y  bien  fuera  porque  mostrara  abiertamente  sus  propó- 
sitos ó  porque  Ali  desconfiara  de  él,  parece  que  en  Córdoba  le 
advirtieron  que  el  sultán  pensaba  asesinarle,  por  lo  cual  se  re- 
trajo á  su  waliazgo  de  Almería,  estimuladas  sus  pasiones  políti- 
cas por  personales  rencores. 

Necesitaba  el  astuto  gefe  eslavo  un  nombre,  que  sirviese  de 
bandera  á  su  partido,  á  la  vez  que  un  dócil  instrumento,  para 
realizar  sus  ambiciosas  aspiraciones,  y  creyó  encontrar  ambas 
cosas  en  un  biznieto  de  Abderrahman  III,  hermano  del  antiguo 
pretendiente  Almahdi,  llamado  Abderrahman  ben  Mohammed. 
Amedrantado  por  los  asesinatos  de  sus  deudos  y  por  la  situa- 
ción de  Córdoba,  tan  funesta  para  la  familia  Umeya,  habia 
ido  á  refugiarse,  según  unos  á  Valencia,  al  decir  de  otros  á  Jaén, 
donde  era  tenido  en  gran  estima, y  considerado  cual  el  mejor  de 

su 


74  Málaga  Musulmana. 


su  nobilísima  descendencia,  por  sus  excelentes  cualidades. 

A  su  retiro  fué  á  buscarle  la  invitación  de  Jairan,  y  de  na- 
da sirvió  al  fugitivo  el  recuerdo  de  las  sangrientas  tragedias  que 
presenciara,  ni  la  desconfianza,  que  al  entendimiento  menos 
avisado  debia  inspirar  el  gobernador  de  Almería. 

— Quien  ama  la  vida  vegeta,  habia  dicho  el  fundador  de  la 
dinastía  abasí,  al  empuñar  las  armas,  como  pretendiente  al  tro- 
no de  los  califas  (i).  Igual  reflexión  debió  hacer  el  descendien- 
te de  Abderrahman  III,  al  arrancarse  á  su  vida  sosegada;  la 
ambición  se  sobrepuso  á  los  consejos  de  la  prudencia;  permi- 
tió que  se  le  proclamara  califa,  con  el  nombre  de  Almortadha  (2) 
y  que  se  invitara  á  la  rebelión  en  su  favor  á  los  eslavos  y  ami- 
ríes. 

Jairan  recurrió  á  todos  ellos,  á  el  valeroso  caudillo  Mond- 
zir  Attochibí,  cuyos  antecesores  prestaron  relevantes  servi- 
cios á  los  últimos  Umeyas,  por  entonces  gobernador  de  Zara- 
goza; en  la  cual  debia  de  reinar  algunos  años,  estableciendo  una 
dinastía  independiente,  y  engendrar  una  familia  renombrada 
hasta  los  postreros  dias  de  la  dominación  musulmana  en  Es- 
paña. Además  de  este  emir  recibieron  invitaciones,  que  sepa- 
mos, los  régulos,  mas  ó  menos  independientes,  de  Valencia,  Já- 
tiva,  Tortosa  y  Alpuente. 

Desde  que  se  esparcieron  estas  nuevas  cambió  por  comple- 
to la  conducta  de  Ali,  respecto  de  sus  subditos.  Sin  duda  las 
pretensiones  de  Almortadha  despertaron  las  simpatías  de  los 

princi 

(1)  Masudi:  Prair,  d*  (yi\  T.  VI,  pág.  ÍH  ed.  y  Irad.  de  Harbierde  Mejiiard. 

(2)  El  que  está  contento. 


Parte  primera.  Capítulo  iii.  75 

principales  de  Córdoba,  donde  tan  cariñosa  memoria  se  guar- 
daba de  sus  progenitores,  y  las  esperanzas  de  los  partidarios 
de  la  dinastía  caida,  á  quienes  las  exigencias  de  la  lealtad  ó  su 
antigua  significación  alejaban  de  los  goces  del  poder.  Descu- 
bríanse á  cada  paso  conjuras  contra  los  Hammudíes,  en  las  que 
se  hallaba  comprometido  lo  mas  granado  del  pueblo.  La  ani- 
madversión contra  Ali  estaba  en  la  atmósfera  que  este  respira- 
ba, y  sentía  á  su  alrededor  ese  aislamiento  que  engendra  la  des- 
confianza, el  odio  y  cuasi  siempre  la  crueldad  de  los  gobiernos 
aborrecidos. 

Trató  pues  á  los  cordobeses  como  á  enemigos,  cual  á  ven- 
cidos; trocóse  su  benevolencia  en  suspicacia,  su  esmero  por  el 
bien  público  en  indiferencia,  y  en  menosprecio  su  respeto  hacia 
las  escasas  personas  de  cuenta  que  quedaban  en  la  capital, 
pues  la  inseguridad  y  las  persecuciones  íbanlas  esparciendo  á 
mas  apartadas  y  pacíficas  ciudades.  De  la  misma  manera 
las  asonadas,  las  revueltas  y  traiciones  torcieron  la  noble  con- 
dición de  Abderrahman  I,  fundador  del  trono  cordobés,  en  fe- 
roz tiranía,  y,  dadas  aquellas  circunstancias,  trocaran  el  mas 
generoso  natural  y  las  mas  honradas  intenciones. 

A  seguida  comenzó  Ali  ben  Hammud  á  hacer  entradas  en 
el  territorio  de  Jairan,  á  el  cual  se  dirigió,  en  408  de  la  H.,  en 
son  de  guerra.  Habia  llegado  á  Guadix,  cuando,  metiéndose  en 
aguas  el  tiempo,  los  torrentes  invadeables  y  el  lodo  de  los  ca- 
minos le  forzaron  á  volverse  á  Elvira,  desde  donde  se  restituyó 
á  Córdoba. 

Cuatro  meses  después  reanudábanse  las  operaciones;  Jai- 

14  ran, 


76  Málaga  Musulmana. 


ran,  desde  Jaén,  desafiaba  la  autoridad  del  sultari.  Convenía 
ahogar  inmediatamente  aquella  rebelión,  la  cual  amenazaba 
tomar  singulares  proporciones,  avivada  por  el  genio  bulliciosa 
y  audaz  del  gobernador  de  Almería,  que  en  las  revueltas  de  su 
tiempo  buscaba  independencia  para  su  estado,  y  en  el  logro  de 
sus  propósitos,  la  realización  de  sus  ambiciones. 

Convocó  Ali  sus  taifas  para  acometer  á  el  rebelde.  El  dia 
28  del  mes  Dzulkiada  de  408,  que  corresponde  á  nuestro  17  de 
Mayo  de  1018,  se  agrupaban  las  tropas  en  las  afueras  de  Cór- 
doba, con  sus  banderas  desplegadas,  hiriendo  los  aires  con  el 
ronco  sonar  de  sus  tambores,  distribuyéndose  para  una  revista 
que  iba  á  pasar  el  sultán.  Mientras  tanto,  en  el  baño  del  alcá- 
zar se  representaba  una  sangrienta  tragedia.  Ali  habia  pene- 
trado en  aquel  lugar  sin  la  menor  desconfianza,  pues  era  sitia 
donde  se  creia  enteramente  seguro;  pero  cuando  tranquilamen- 
te se  disponia  para  la  revista,  tres  eslavos  jóvenes  de  su  ser- 
vidumbre,  Munchih  y  dos  compañeros,  en  un  acto  de  temeri- 
ridad,  acometíanle  rudamente  y  le  dejaban  muerto  á  puñala- 
das; después  salieron  con  sigilo  de  allí,  cerraron  la  puerta  en  pos 
de  ellos,  y  atravesando  audazmente  las  estancias  del  palacio» 
procuraron  sustraerse  á  el  castigo  de  su  delito.  Pasado  algún 
tiempo,  extrañando  que  el  sultán  no  saliera,  entraron  las  mu- 
jeres en  el  baño,  y  halláronle  muerto  sobre  el  pavimento,  por 
cuyas  losas  corría  todavia  su  sangre.  El  clamoreo  de  la  servi- 
dumbre palaciega  reveló  lo  acontecido,  y  esparciéndose  la  noti- 
cia por  la  ciudad  las  tropas  se  dispersaron. 

Algunos  mensageros  anunciaron  inmediatamente  á  Alka- 

sim 


Parte  primera.  Capítulo  iii.  77 

-  ■  -  —    --  — 

sim  hermano  de  Ali,  el  asesinato  de  éste,  y  que  los  bereberes  le 
habían  aclamado  sucesor  suyo,  reparando,  con  esto,  la  falta  de 
que  aquel,  teniendo  diez  años  menos  de  edad,  se  le  hubiera  an- 
tepuesto en  el  mando. 

Era  Alkasim  walí  ó  gobernador  de  Sevilla,  y  demostró  en 
los  primeros  momentos  despreciar  la  corona  que  se  le  ofrecía, 
temiendo  que  el  mensage  fuera  un  ardid  de  su  hermano,  para 
poner  á  prueba  su  lealtad.  Rasgo  que  pinta,  bien  al  vivo,  las 
costumbres  de  la  sociedad  musulmana;  del  cual  pueden  referir- 
se bastantes  ejemplos  en  todo  el  trascurso  de  su  historia. 

Al  fin,  asegurado  de  la  verdad,  se  puso  en  camino,  entró  en 
Córdoba,  mandó  sacar  del  alcázar  el  cadáver  de  Ali,  pronunció 
ante  él  las  plegarias  mortuorias,  y  envióle  á  Ceuta,  donde  le 
mandó  dar  sepultura.  Sobre  ésta  se  erigió  una  mezquita,  que 
los  naturales  del  país  mostraban  á  los  viajeros  en  él  soco  ó  pla- 
za del  Lino. 

Cumplido  este  piadoso  deber  pensó  en  vengar  la  sangre  de- 
rramada, castigando  á  los  malhechores  eslavos;  averiguado  el 
suceso,  uno  de  ellos  escapó  á  las  pesquisas  del  sultán;  presos 
los  dos  restantes,  después  de  someterles  á  crueles  torturas,  fue- 
ron ajusticiados;  sus  míseros  despojos,  clavados  en  cruces,  se 
expusieron  á  los  insultos  de  los  bereberes,  y  sin  duda,  á  la  con- 
miseración de  muchos  cordobeses,  que  habrían  celebrado  con 
intensa  alegría  la  muerte  del  usurpador  (i). 

A  los  seis  dias  de  estos  sucesos  Alkasim  era  proclamado  ca- 
lifa 


(i)    Almakari:  An.,  T.  I.  pág.  316.— Aben  Aljatib:  biog.  de  Ali  ben  Hammud,  M.  S.  del 
Escorial;  copiada  éste  en  la  Bibl.  Nac.  de  Madrid. 


78  Málaga  Musulmana. 


lifa,  tomando  el  sobrenombre  de  Almamun  (i). 

Nacidos  de  una  misma  madre,  que  pertenecía  á  la  estirpe 
alawí  y  á  la  regia  familia  idrisita,  Alkasim,  debió  ser,  según  el 
retrato  que  de  él  trazan  los  cronistas,  parecido  á  su  hermano; 
era  alto,  de  cejas  y  ojos  grandes  y  negros,  de  escasa  barba,  y 
quebrado  de  color  (2) .  Esto  en  lo  físico,  pues  en  cuanto  á  las 
condiciones  del  alma  fué  de  carácter  apacible,  y  su  corazón  ge- 
neroso bastante  inclinado  al  bien. 

En  las  postrimerías  del  reinado  de  Ali  el  amor  que  conser- 
vaban los  cordobeses  á  los  U meyas,  su  mala  voluntad  hacia 
los  Hammudíes,  las  conjuraciones  que  misteriosamente  se  tra- 
maban contra  estos,  desarrollaron  en  aquel  sultán,  cual  dije, 
extrema  desconfianza.  Y  como  nunca  faltan,  en  todos  tiempos 
y  sociedades,  almas  viles  y  raheces,  que  exploten  este  senti- 
miento en  los  poderes  malquistos  con  la  opinión,  tanto  entre  las 
clases  poderosas,  cuanto  en  las  humildes,  la  horrible  plaga  de 
los  delatores  y  espías,  erigida  en  institución,  so  capa  del  bien 
público,  llenaba  los  aposentos  del  alcázar  cordobés,  producien- 
do persecuciones,  sembrando  recelos,  y  llevando  sus  indagacio* 
nes  al  seno  del  hogar  doméstico,  en  ninguna  parte  mas  respeta- 
do que  entre  muslimes. 

A  las  depredaciones  de  los  berberíes  juntábase  el  terror  al 
poder  constituido,  que,  en  vez  de  salvaguardia  de  los  intereses 
generales  y  privados,  y  de  mantenedor  de  la  justicia,  inspiraba 

descon- 


(1)  23  ó  24  Dzulkiada  de  408  de  la  H.:^30  Mayo  de  i017  á  20  Mayo  i0i8  de  J.  C.  Alma- 
mun significa  aquel  en  quien  se  confia. 

(2)  Aben  Alatsir,  loco  citato. 


Parte  primera.  Capítulo  iii.  79 

desconfianza  y  espanto  á  sus  malaventurados  subditos.  Alkasim^ 
con  excelente  acuerdo,  concluyó  con  tan  vergonzosa  situación, 
alejando  de  su  persona  aquella  despreciable  chusma  de  logre- 
ros, en  forma  de  delatores,  privándoles  de  toda  autoridad,  y  res- 
tituyendo esta  á  los  magistrados,  constituidos  para  ejercerla,  se- 
gún las  tradiciones  y  costumbres  musulmanas. 

Idéntica  tolerancia  empleó  también  en  las  cuestiones  reli- 
giosas. Por  respetos  de  familia,  probablemente  por  inclinación 
y  por  el  propio  interés,  Alkasim  pertenecía  á  la  secta  chuta:  pe- 
ro, si  esta  dominaba  en  su  conciencia,  jamás  la  mostró  al  ex- 
terior, para  no  herir  la  susceptibilidad  ortodoxa  de  sus  vasa- 
llos. Prudente  política,  que  mantuvieron  siempre  todos  los  cali- 
fas de  su  familia  (i). 

A  la  muerte  de  Ali  los  berberíes,  arbitros  del  poder,  unidos 
hasta  entonces  en  los  pareceres,  se  dividieron  en  dos  bandos. 
Decian  unos,  que  el  sultanazgo  debia  recaer  en  Yahya,  hijo  del 
difunto,  que,  por  entonces,  gobernaba  á  Ceuta;  sostenían  los 
otros,  que  eran  los  más,  que  debia  entregársele  á  Alkasim, 
por  razones  de  justicia,  pues  siendo,  cual  se  dijo,  mayor  que 
su  hermano,  se  habia  sometido  generosamente  á  ser  subdito  de 
éste  y  á  servirle,  cual  le  habia  servido,  con  incomparable  leal- 
tad. A  más  habia  otras  razones  de  conveniencia,  que  apoyaban 
esta  resolución:  los  eslavos  y  árabes  andaban  en  juntas,  alteran- 
do el  reino,  urgía  elegir  cabeza,  y  Yahya  estaba  en  lejano  terri- 
torio, separado  de  Andalucía  por  las  olas  del  mar. 

Preva 


(i)    Aben  Bassam:  I,  fól.  128  r.«  apud  Dozy:  Suppl.  auxDict,  ar. 


8o  Málaga  Musulmana. 


Prevalecieron  al  cabo  los  consejos  de  la  prudencia,  aunque 
algún  tanto  modificados,  pues  si  se  proclamó  califa  á  Alkasim, 
éste  reconoció  por  su  heredero  al  príncipe  Yahya,  que  quedó  de 
gobernador  en  Ceuta,  conservando  su  hermano  Idris  el  waliato 
de  Málaga,  que  le  fué  confiado  por  su  padre  (i). 

Restablecida,  con  esto,  la  paz  en  Córdoba,  sus  moradores 
gozaron  por  algún  tiempo  del  anhelado  reposo,  turbado  tantas 
veces  por  asonadas  y  revueltas,  por  asesinatos,  saqueos  y  des- 
tronamientos. Alkasim  fué  reconocido  y  aceptado  cual  califa  en 
las  regiones  españolas,  donde  dominaban  los  berberiscos  y  has* 
ta  en  las  de  la  antigua  Mauritania;  pues,  como  en  los  gloriosos 
tiempos  de  Almanzor,  el  nombre  del  sultán  de  Córdoba  autori- 
zaba las  monedas  que  se  acuñaban  en  Fez. 

Imperaba  en  esta  Moaz  ben  Ziri,  leal  amirí,  á  quien  los  hi- 
jos de  Almanzor,  y  después  Ali,  mantuvieron  en  su  waliato,  y 
cuyo  auxilio  era  de  tamaña  importancia,  que  llegó  éste  hasta  á 
reconocerle  por  su  heredero  (2).  Fué  Moaz  hombre  esforzado, 
y  que  ejerció  detestable  influencia  en  las  rebeliones  y  guerras, 
que  en  el  Septentrión  de  África  parecian  eco  fiel  de  las  que, 
por  el  mismo  tiempo,  aflijían  á  España  (3). 

Pero  la  paz  no  debia  ser  estable  en  imperio  donde  tanta 
parte  tenia  la  violencia.  Los  eslavos  y  los  otros  amiríes  no  po- 
dian  tolerar  que  echara  raices  un  estado,  en  el  cual  domina- 
ran 


(i)    Asi  se  deduce  de  las  monedas  de  Alkasim  de  los  aíios  409  y  410,  Codera:  obra  d- 
Uda.  pág.  18. 

(2)  Codera:  Ibidem,  pág.  20. 

(3)  .Vbeii  Jaldun:   Hist.  des  BerUt^.  T.  II,  ^,  48  y  49-10  pág.  246,  2i8  y  sig. 
T  257. 


Parte  primera.  Capítulo  iii.  8 i 

ran  exclusivamente  los  berberíes.  Una  confederación  de  ellps, 
en  408,  habia  proclamado  al  Umeya  Almortadha,  ligándose  con- 
tra el  entronizamiento  en  la  Península  de  la  dinastía  Hammu- 
dí.  Dirigida  por  Jairan  y  por  el  Tochibí,  aliada  con  Raimundo 
conde  de  Barcelona,  contando  con  buen  golpe  de  aventureros 
catalanes  y  aragoneses,  é  impulsada  por  la  ambición  del  pre- 
tendiente, convocó  sus  huestes  y  las  puso  en  marcha,  para  lan- 
zarlas sobre  Córdoba. 

Mas  en  el  camino  advirtió  Jairan,  que  Almortadha  no  era 
tan  blando  de  condición,  ni  tan  fácil  de  manejar,  cual  creía* 
Altivo  y  enérgico,  digno  nieto  de  Abderrahman  III,  habia  acep- 
tado el  nombramiento  de  sultán,  para  serlo,  para  dominar  á  sus 
vasallos,  no  para  ser  domeñado  por  sus  proceres,  y  como  en 
Jairan  y  en  el  Tochibí  advertía  esta  inclinación,  parece  que  pen- 
só en  buscar  apoyo  en  las  gentes  de  Valencia  y  Játiva. 

No  era  esto  lo  que  esperaban  aquellos  dos  ambiciosos  per- 
sonages,  quienes  de  la  amistad  pasaron  al  odio,  y  de  éste,  fácil- 
mente, á  la  traición;  pues,  sin  escrúpulos  de  conciencia,  trama- 
ron la  ruina  del  noble  Umeya,  á  quien  sus  miserables  consejos 
é  instancias  habían  precipitado  á  la  revuelta.  Bien  pronto  una 
ocasión  propicia  brindóles  el  medio  de  demostrar  su  deslealtad: 
en  marcha  hacia  Córdoba,  Almortadha,  con  poco  discreto  acuer- 
do, invitó  al  señor  de  Granada,  Zawi  ben  Ziri,  á  aliarse  á  sus 
pretensiones. 

Era  Zawi  por  su  parentela,  poderosísima  en  África,  de  la  cual 
me  ocuparé  mas  adelanfe,  y  por  sus  condiciones  personales, 
cabeza  del  bando  berberisco  en  nuestra  Península.  Habíase 

vení 


82  Málaga  Musulmana. 


venido  á  ésta,  después  de  varios  trances  de  fortuna  en  las  co- 
marcas africanas,  y  tomado  plaza  entre  los  bereberes,  con  cuya 
arrimo  destruyó  Almanzor  el  influjo  de  la  casta  arábiga.  Al  des- 
membrarse el  califato,  Zawi  se  apoderó  de  Granada,  y  su  po- 
deroso valimiento  hizo  y  deshizo  sultanes:  mostróse,  desde  los 
primeros  instantes  de  su  entronizamiento,  favorable  á  los  Ham- 
mudíes,  sin  duda  por  lo  que  estos  tenian  de  berberiscos,  ayudó 
á  la  destrucción  de  Suleiman,y,  al  recibir  la  invitación  de  Almor- 
tadha  para  unirse  á  su  bandera,  contestóla  despreciativamente. 

Cegó  la  ira  al  príncipe  Umeya  y  torció  el  camino  hacia  Gra- 
nada, pensando  castigar  en  un  dia  la  rusticidad  del  berberí;  pe- 
ro J airan  y  Mondzir,  de  acuerdo  con  éste,  le  abandonaron  en 
el  crítico  momento  del  combate,  y  el  malaventurado  pretendien- 
te, derrotado  y  fugitivo,  murió  asesinado,  á  manos  de  sicaríos 
del  de  Almería;  quien  recibió  jubilosamente  en  su  alcázar  su 
cabeza,  cual  trofeo  de  su  inicua  traición,  de  la  cual  se  holgó 
grandemente  con  su  digno  cómplice  Mondzir  (i). 

Algunas  insignias  de  la  soberanía,  el  dosel  regio  y  los  jae- 
ces del  caballo  de  Mortadha,  expuestos  á  vista  de  las  gentes, 
á  orillas  del  rio  de  Córdoba,  anunciaron  á  los  partidarios  del 
Umeya  su  desventura.  La  ruina  de  sus  esperanzas  y  aspiracio- 
nes políticas  arrancaron  sordas  quejas  á  los  labios  de  sus  ami- 
gos, hondos  suspiros  á  sus  corazones,  y  endechas  melancólicas 
á  la  inspiración  de  sus  poetas  (2) 
Con 

(i)   410. -De  9  de  Mayo  de  i(M9  á  27  de  Abril  de  1020. 

(2)  Makarí:  Analectes,  T.  I  pág.  317.  Según  Aben  Alatsir  que  expresamente  lo  afirma,  y  se- 
)]run  parece  deducíi^e  de  Alhomaidi  y  Abdehvahid,  la  muerte  de  Almortadha ocurrió  durante 
el  reinado  de  Ali:  he  dudado  algún  tiempo  entre  ambas  opiniones,  aceptando  al  fin  la  que 
copió'  Makari,  pues  su  relato,  mas  circunstanciado,  ofrece  mayores  condiciones  de  verdad. 


Parte  primera.  Capítulo  iti. 


Con  la  ruina  de  Almortadha  quedó  triunfante  en  España  el 
bando  africano;  la  fortuna  parecía  decidirse  por  los  Hammu- 
díes,  destruyendo  á  sus  enemigos  y  desacreditando  para  siem- 
pre, por  su  escandalosa  traición,  al  partido  eslavo. 

Entonces  Alkasim,  procediendo  como  hábil  político,  procu- 
ró irse  atrayendo  los  varios  elementos  que  constituían  á  éste, 
aunque  para  alcanzarlo,  tuvo  que  rebajar  su  autoridad  y  que 
sacrificar  algunos  joyeles  de  su  corona. 

Así  consiguió  que  se  declarara  por  él  Zohair,  régulo  de 
Murcia,  capital  entonces  del  país,  que  aun  llevaba  el  nombre 
de  aquel  valentísimo  procer  Teodomiro,  quien,  en  las  agonías 
del  poder  visigodo,  supo  defender  bravamente  su  gobierno;  de 
cuya  capital  dependían  varios  fuertes  castillos,  importantes  po- 
blaciones, y  comarcas  admirables  por  su  fertilidad  y  belleza  (i). 
Pero  el  ambicioso  reyezuelo  no  reconoció  gratuitamente  al  cor- 
dobés, quien  tuvo  que  darle  en  feudo  á  Calatrava,  á  Baeza,  ce- 
lebrada entonces  por  sus  telares  de  sederías,  y  á  Jaén,  preciosa 
población,  muy  bien  defendida  por  su  alcazaba  y  rodeada  de 
ubérrimas  campiñas  (2). 

También  consiguió  entrar  en  tratos  de  avenencia  con  Jar- 
ran; pero  el  astuto  amirí,  incapaz  de  sumisión,  aunque  estuvo 
algún  tiempo  en  Córdoba,  huyóse  al  cabo  de  esta  á  sus  domi- 
nios, donde  toda  rebelión  le  hallaba  siempre  dispuesto  al  com- 
bate y  á  la  intriga  (3). 
— -  Es 

(1)    Idrisi:  Detcñp.  ik  í'  Afr.  et  rfí  f  EtpTyi.i/.  236  do  la  Irad.  y  lOi  dil  le»tn,  Uaíi: 
»em.  de  la  Ac.  de  la  Hist.  pi^.  40. 
(ü)     Ihidem:  pig.  248  de  la  Irad.,  a«  iM  lexto.  Ha/Í,  pág.  30. 
(3)    Aben  ALaUir,  loro  citato. 

15 


84  Málaga  Musulmana. 


Es  probable  también  que  con  Alkasim  se  amistaran  Mu- 
chehid,  señor  de  Dénia  é  islas  Baleares,  y  el  zaragozano  Mond- 
zir;  pues  aun  después  de  destronado  y  quizás  preso  aquel  mo- 
narca, cual  adelante^diré,  todavia  la  gente  de  Zaragoza,  en  sus 
monedas,  le  reconocía  por  soberano  (i). 

Mientras  .tanto  continuaban  avenidos,  por  lo  menos  ofi- 
cialmente, el  sultán  y  Yahya  su  sobrino,  hasta  que  en  411 — 
de  27  de  Abril  de  1020  á  17  de  Abril  de  1021 — parece  que  las 
amistades  se  quebrantaron,  pues  la  ambición  traia  desasosega- 
do al  príncipe. 

No  lo  estaban  menos  los  berberiscos;  sea  porque  descon- 
fiara de  su  fidelidad,  ora  porque  buscara  mejores  cimientos 
á  su  poder,  Alkasim  decidió  crearse  una  guardia,  comple- 
tamente á  su  devoción,  como  ligada  á  su  persona  por  los  vín- 
culos estrechos  de  la  servidumbre  y  del  agradecimiento.  En 
los  árabes  no  podia  buscarla,  tampoco  en  los  eslavos,  pues 
bien  reciente  estaba  la  sangrienta  tragedia  de  su  hermano,  y 
mucho  menos  en  los  magrebíes,  eternos  fautores  de  motines  y 
asonadas,  levantiscos,  ambiciosos  é  indisciplinados  por  natura- 
leza y  por  tradiciones.  Y  asi  como  los  Xerifes  marroquíes  de 
nuestra  época,  buscaron  en  taifas  de  esclavos  negros,  en  los  te- 
rribles bojaríes,  defensores  de  su  poder  y  amparadores  de  sus 
personas,  buscó  lo  mismo  el  cordobés  en  el  aumento  de  la 
guardia  negra,  que  militaba  en  Córdoba,  desde  los  tiempos  de 
Abderrahman  I,  modificada  después  por  Alhaquem  I,  y  dividi- 
da en 


(i)     Codera:  Memoria,  pág.20. 


M  Z^r^Z- 


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Bides 


ipessr  it.-r   -  r^' 

Procl£=3i:     — 

Hris  el  e:i:-irzi 
icijx)  á  crZI  u     :  - 
íCÁicinó  ¿  C  :ri.  . 


¿    Isi  htlúL  1  : 


86  Málaga  Musulmana. 


Alkasim  abandonado  de  sus  temidos  secuaces,  sin  elemen- 
tos de  resistencia  entre  los  habitantes  de  la  capital,  huyó  de 
ella,  con  bien  mezquina  escolta,  entre  las  sombras  de  la  no- 
che. Dirigíase  en  su  fuga  hacia  Sevilla,  cuyas  puertas  se 
abrieron  ante  sus  pasos,  manteniendo  en  aquella  importante 
población  su  autoridad  el  kadi  Mohammed  ben  Ismail  ben  Ab- 
bad,  fundador,  á  poco,  de  la  mas  importante  y  poderosa  dinas- 
tía entre  las  de  Taifas. 

Yahya  penetró  en  Córdoba,  en  la  cual  (i)  proclamáronle 
califa  los  mismos  que  habian  tantas  veces  aclamado  á  su  tio; 
entonces  tomó  el  sobrenombre  honorífico  de  Almotalij  ó  sea  el 
que  adquiere  gloria,  y  nombró  su  visir  á  Abu  Becr  ben  Dza- 
cuan  (2). 

'  Los  mismos  estorbos  que  hallaron  su  padre  y  su  tio,  desde 
que  comenzaron  á  gobernar,  encontró  el  nuevo  sultán;  cual  á 
aquellos  la  codicia  de  los  africanos  le  impidió  fundar  un  poder 
regular  y  estable.  Si  antes  los  berberiscos  luchaban  por  cuestio- 
nes de  prepotencia  con  los  eslavos,  ahora  combatian  con  los 
negros;  si  antes  contendían  con  los  príncipes  Umeyas  por  los 
Hammudíes,  mostrábanse  ahora  divididos  en  disensiones  fratri- 
cidas: en  lo  que  no  habia  diferencia  era  en  la  triste  suerte  de 
los  cordobeses,  como  antes  saqueados  ó  explotados,  cuando 
menos. 

Cumplió  Yahya  lo  ofrecido  quitando  los  empleos  á  los  ne- 
gros 


(i)     1  de  Chúmala  I,  ó  sea  á  13  de  Ag.  de  1021 . 

(2)    Aben  Alatsir^  traducción  citada,  y  Aben  Jaldun:   Hist.  de  los  Hamm,   M.  S.  de 
París. 


gros  y  repartiéndolos  entre  sus  favorecedores;  pero  no  pudo 
contener  la  ucencia  de  la  chusma  de  éstos,  que  lo  mismo  ponia 
á  saco  la  propiedad  privada,  que  el  Tesoro  público.  Muchos  de 
ellos  descontentos  volvieron  los  ojos  y  las  voluntades  al  prínci- 
pe reinante  en  Sevilla,  y  con  los  esclavos  negros  se  fueron  reu- 
niendo á  sus  huestes. 

Yahya  sentía  irse  formando  el  vacío  en  su  derredor,  cuando 
una  grave  noticia,  proveniente  de  Málaga,  le  forzó  á  abandonar 
precipitadamente  su  corte,  para  estorbar  gravísimos  perjuicios 
que  le  amenazaban.  Los  malagueños,  enemigos,  como  todos  los 
musulmanes  andaluces,  de  la  supremacía  beréber,  habían  escri- 
to á  Jairan  ofreciéndole  la  soberanía  de  su  población,  y  el  am- 
bicioso régulo,  afanosamente  atento  á  cuanto  podía  engrande- 
cerle, se  hallaba  dispuesto  á  posesionarse  de  aquel  baluarte  de 
la  dinastía  reinante.  Entre  las  sombras  de  la  noche,  cual  con  su 
tío  aconteciera,  voló  entonces  Yahya  al  socorro  de  sus  partida- 
rios (i).  Al  saber  Alkasim  lo  que  ocurría  cabalgó  con  su  hues- 
te, y  sin  dar  paz  á  la  espuela,  á  los  pocos  dias  recobró  á  Cór- 
doba (2). 

En  esta  segunda  etapa  de  su  califazgo  fué  menos  afortuna- 
do que  en  la  primera.  Era  de  todo  punto  imposible  mantener 
orden  entre  aquellas  facciones  de  berberiscos,  negros  y  ume- 
yíes,  cada  vez  mas  enemigas  y  rencorosas.  Ciertamente  los  úl- 
timos retoños  de  aquella  noble  raza,  que  tantos  dias  de  gloria 

diera 


(ll    Blakan:  An^leclcs,  T.  I  p&s-  318,  Un.  10.  Dzulkmila  de  413.- 
Fshríro  de  1023. 
(3)    18  Dxulkiada  de  ÍI3. 


88  Málaga  Musulmana. 


diera  á  Córdoba,  habían  tenido  que  huir  de  ésta  y  que  buscar 
seguridad  y  sosiego,  esparciéndose  en  apartadas  comarcas,  y 
hasta  á  veces  confundiéndose  con  las  masas  populares;  pero  ja- 
más se  extinguía  el  odio  de  sus  parciales  á  los  Hammudíes,  que 
consideraban  como  usurpadores,  y  les  negaban  su  cooperación 
para  fundar  sobre  sólidas  bases  su  imperio,  cuando  no  embara- 
zaban mas  eficazmente  su  acción,  comprometiendo  á  la  contí- 
nua,  la  tranquilidad  pública,  y  las  propias  vidas,  honras  y  ha- 
ciendas. Los  berberíes,  levantiscos  é  indomables,  cual  siempre^ 
favorecían  al  califa  que  mas  libertad  dejaba  á  sus  violencias  y 
rapiñas,  ó  le  abandonaban,  cuando  había  otras  pretensiones 
donde  podían  obtener  mas  ganancia. 

Hubo  un  momento  en  que  sus  depredaciones  llegaron  á  ser 
tales,  que,  depuesto  todo  temor  y  prudencia,  los  cordobeses,, 
encendidos  en  ira,  se  amotinaron,  decididos  á  quebrar,  para 
siempre,  los  duros  hierros,  que  les  mantenían  en  tan  vergonzosa 
servidumbre.  Estalló  clamoroso  y  potente  el  rebelión  en  las 
calles  y  plazas;  derramóse  de  una  y  otra  parte  la  sangre,  lu- 
chando ambas  con  cruel  encarnizamiento  (i),  hasta  que,  sus- 
pendida la  pelea,  tratóse  un  armisticio  de  cinco  días.  Alkasim^ 
parapetado  en  el  alcázar,  procuró  congraciarse  los  ánimos,  pero 
los  insurrectos,  ó  desconfiando  de  él  ó  despreciándole,  no  para- 
ron mientes  en  sus  buenos  propósitos. 

Un  Viernes  al  expirar  la  tregua,  dentro  de  cierta  mez- 
quita, elevaban  los  cordobeses  sus  preces  al  cielo.  La  intran- 
quilidad de  los  ánimos,  la  inseguridad  del  porvenir,  la  memoria 

de  los^ 


(i)     10  de  Chumada  I,  de  414  ó  sea  31  de  Julio  de  1023. 


Parte  primera.  Capítulo  iii.  89 

de  los  inicuos  atropellos,  que  tan  hondas  huellas  grabaron  en 
sus  afectos  ó  en  sus  bienes,  la  vergüenza  de  verse  sometidos  al 
capricho  de  aquella  bárbara  gente,  el  rencor,  la  ira,  la  vengan- 
za, quizá  algún  infame  atropello  del  momento,  soliviantaron  los 
espíritus  y  turbaron  el  reposo  de  la  oración,  solemne  é  impo- 
nente entre  musulmanes,  voces  de  rebelión  y  de  protesta,  que 
acabaron  en  estas  otras  de  excitación  al  combate: 

— A  las  armas,  á  las  armas. 

En  armas  se  puso,  efectivamente,  la  población,  dispuesta  á 
volver  por  los  fueros  de  su  derecho,  ciega  y' desesperada,  en  una 
de  esas  terribles  horas  de  protesta  popular,  en  las  cuales  pare- 
cen arrebatados  los  hombres  del  espíritu  que  mueve  las  tempes- 
tades, con  irresistible  violencia,  mantenida  por  la  desespera- 
ción y  por  la  defensa  de  sus  mas  caras  afecciones. 

Alkasim,  retraido  en  el  palacio,  huyó  precipitadamente, 
temeroso  de  la  cólera  popular,  ahuyentóse  de  Córboba  con 
los  berberiscos,  y  plantó  sus  reales  al  occidente  de  la  ciudad:  los 
cordobeses  cerraron  sus  puertas,  comenzando  desde  los  adar- 
ves á  molestar  á  su  gente.  Cercóles  esta,  principalmente  en  la 
mezquita  de  Abu  Otsmen,  situada  en  las  afueras,  y,  cuando  en- 
tre escaramuzas,  heridas  y  muertes,  llevaban  cincuenta  dias 
de  asedio,  en  un  momento  de  indecisión  ó  de  flaqueza,  pidie- 
ron los  cercados  partido  para  rendirse.  Irguiéronse  con  esto  los 
soberbios  africanos,  los  cuales,  sedientos  de  venganza,  contes- 
taron que  se  entregarían  de  la  ciudad,  cuando  los  degollaran  á 
todos.  Decisión  poco  meditada  y  bárbara,  que  habia  de  produ- 
cir sus  inmediatos  resultados.  La  desesperación  enardeció  los 

áni 


go  Málaga  Musulmana. 


ánimos,  los  valientes  afrentarían  á  los  indecisos,  el  pundonor  y 
la  propia  defensa  pondrian  armas  en  todas  las  manos,  alientos 
en  todos  los  pechos,  y  la  multitud,  como  mar  de  irritadas  olas 
que  se  desborda,  precipítase  por  una  de  las  puertas,  cae  sobre 
los  bereberes,  derriba,  hiere  y  mata,  sin  miedo  ni  misericordia, 
espantándolos  y  diezmándolos,  hasta  que  volvieron  las  espal- 
das en  vergonzosa  fuga. 

Arranque  de  coraje  victorioso,  que  puso  en  mientes  de  un 
cronista  musulmán  estas  sentenciosas  razones  koránicas: 

— Aquel  contra  quien  se  procede  injusta  y  violentamente, 
de  cierto,  Allah  le  protegerá  (i). 

Mucha  parte  tuvo  en  este  alzamiento  un  gran  fracaso,  que 
habia  sufrido  el  poder  de  Alkasim.  Su  sobrino  Idris,  gobernador 
de  Ceuta,  cual  dije,  se  habia  apoderado  de  Tánger,  que  el  ca- 
lifa, desconfiando  de  sus  auxiliares  ó  de  su  fortuna,  habia  forti- 
ficado y  municionado  con  bastimentos  de  guerra,  para  en  casa 
extremo  refugiarse  en  ella.  Yahya,  por  su  parte,  desde  Málaga, 
cayó  sobre  Algeciras,  donde  se  hallaba  con  el  tesoro  el  harem 
de  su  tio,  y  al  par  que  de  las  riquezas  y  de  la  esposa  de  éste, 
se  enseñoreó  de  tan  importante  ciudad. 

Así  perseguido  por  la  suerte,  todavia  esperaba  Alkasim  re- 
hacerse y  recuperar  lo  perdido,  para  lo  cual  contaba  con  Se- 
villa y  Carmona.  En  aquella  ciudad  los  habitantes  reconocian 
su  autoridad,  y  al  frente  de  la  guarnición  estaba  el  gobernador 
que  el  designara,  el  berberisco  Mohammed  ben  Ziri  ben  Dunas 

Alya 


(1)    Alkoran;  22-59.  Aben  Alatsir,  Alhomaidi,  Makari;  I,  pág.  318. 
\ 


Parte  primera.  Capítulo  iii.  gi 

Alyafrani;  el  kadi  de  la  ciudad  Abulkasim  Mohammed,  hijo 
de  Ismail  ben  Abbad,  debíale  extrema  gratitud,  pues  despojado, 
al  morir  su  padre  del  cargo  que  éste  desempeñó,  recobróle, 
merced  á  la  buena  voluntad  de  Alkasim.  Si  la  mayor  parte  de 
sus  soldados,  después  del  desastre  de  Córdoba,  huyeron,  unos 
á  sus  hogares,  otros  á  ponerse  al  mandato  de  Yahya,  quedában- 
le todavia  algunos,  á  más  de  sus  fieles  esclavos  negros,  para  alo- 
jar á  los  cuales  ordenó,  por  medio  de  un  emisario,  que  antes 
de  su  llegada  tuvieran  desocupadas  mil  habitaciones. 

Pero  cuando  dio  vista  á  Sevilla  hallóse  con  las  puertas  ce- 
rradas, sublevada  la  guarnición,  los  vecinos  aprestándose  á  la 
defensa,  y  al  desleal  Mohammed  ben  Ziri  declarado  indepen- 
diente. Dentro  de  aquellos  muros  alentaba  un  ánimo  resuelto 
y  ambicioso,  sutil  y  astuto,  que  sacrificaba  á  sus  aspiraciones 
las  memorias  del  pasado  y  las  inspiraciones  del  reconocimien- 
to; que  aborrecía,  como  árabe  de  raza,  á  los  berberiscos,  así 
como  á  los  demás  corifeos  de  los  Hammudíés,  y  que,  entre  tan- 
to desastre  y  ruindad,  tenia  suficiente  elevación  de  alma,  para 
manejar  á  los  hombres  y  poner  los  acontecimientos  al  servicio 
de  sus  propósitos;  los  cuales  eran,  constituir  un  poder  estable, 
que  restaurase  la  perdida  unidad  del  imperio  hispano-muslim. 

Explotando  la  necedad  y  la  codicia  de  Ziri,  brindóle  con 
la  soberanía,  rebelándole  contra  su  príncipe,  para  deshacerse 
al  poco  tiempo  de  él,  en  cuanto  pudo  sobreponérsele;  la  irritan- 
te demanda  del  califa,  aquellos  numerosos  alojamientos  tan  im- 
periosamente exigidos,  para  gente  desalmada,  que  á  todos  ins- 
piraba espanto,  y  el  desprestigio  de  Alkasim,  despojado  por  sus 

1 6  sobri 


92  Málaga  Musulmana. 


sobrinos,  y  derrotado  por  pacíficos  burgueses,  favorecieron  el 
alzamiento. 

El  sultán  ofreció  buen  partido  á  los  sublevados,  si  volvían  á 
la  obediencia;  mas  desoyeron  sus  ofertas  y  cercando  á  parte  de 
sus  deudos,  que  se  hallaban  en  la  población,  pusiéronles  en  tran- 
ce de  muerte.  Impotente  ante  el  rebelión,  pactó  el  monarca  fu- 
gitivo, que  se  alejaría  en  cuanto  le  entregaran  á  toda  su  familia, 
bienes  y  parciales,  y  habiéndolos  recibido,  alzó  el  campo,  dejan- 
do á  Aben  Abbad  dar  al  Ziri  el  premio  que  su  traición  merecía. 
Efectivamente,  expulsado  éste  algún  tiempo  después,  quedó, 
por  entonces,  Sevilla  libre  de  berberiscos  (i). 

Restábale  al  Hammudí  la  esperanza  de  refugiarse  en  Car- 
mona.  La  cual  era,  en  aquel  tiempo,  una  hermosa  y  fuerte  po- 
blación: sus  muros  y  torreones  habian  sufrido  considerable- 
mente, durante  las  guerras  civiles  que  sofocara  Abderrahman 
III,  y  sus  mansiones  fueron  incendiadas;  pero  en  breve  restau- 
ró sus  ruinas.  En  su  territorio  alzábanse  castillos  y  villas  amu- 
ralladas, y  fué  muy  celebrado  por  lo  fértil;  mostráronse  sus  ve- 
cinos constantemente,  por  todo  extremo,  revoltosos,  hasta  el 
punto  de  que,  muchos  años  después  de  abandonarla  los  berbe- 
ríes, tenían  fama  de  levantiscos  é  indomables,  cual  si  lo  diera 
la  tierra  (2). 

Dominaba,  durante  los  primeros  años  del  siglo  XI,  en  Car- 
mona,  la  familia  berberisca  de  los  Benu  Birzel,  en  cuya  histo- 
ria he 


(i)  Aben  Haiyan:  Bassam,  apud  Dozy,  llist.  Ahhadidarum,  Tomo  I,  páj^.  220  y 
íi\\í.  y  111  pág.  86 — 7. 

1 2)  Razi:  Mem.  de  la  Ac.  de  la  Hist.  Tomo  VIII,  pág.  57.  Idrisi,  obra  cicada,  pág.  253 
do  la  trad.  2()6  del  texto. 


Parte  primera.  Capítulo  iii.    .  93 

ria  he  de  hacer  alto  un  momento,  por  la  estrecha  relación  que 
tuvo  con  la  de  los  Hammudíes. 

En  la  montaña  de  Salat,  situada  dentro  de  la  jurisdicción 
de  Mecila,  población  del  territorio  de  Bugía,  sometido  hoy  á  la 
Argelia,  moraba  la  tribu  Birzeli,  que  profesó  algunas  de  las 
heregías  mahometanas,  mucho  mas  frecuentes  y  trascenden- 
tales en  la  secta  muslímica,  que  las  del  catolicismo:  la  cual  em- 
pleó sus  gentes  y  armas  en  las  cruentas  guerras  civiles,  que  du- 
rante el  décimo  siglo  ensangrentaron  las  comarcas  septentrio- 
nales de  África.  Reinando  Alhaquem  II  de  Córdoba  pasaron 
con  algunas  taifas  zenetas  á  España,  en  la  que  se  distinguieron 
por  los  servicios  que  con  su  valor  prestaron  al  califazgo.  No 
fueron  menores  los  que  les  debió  Almanzor,  que  en  remunera- 
ción de  ellos  concedió  á  Ishak,  procer  birzeli,  el  gobierno  de 
Carmona,  nombramiento  que,  andando  el  tiempo,  confirmaron 
sus  hijos  y  el  califa  usurpador  Suleiman. 

Cuando  los  sevillanos  rechazaron  de  sus  muros  á  Alkasin:^ 
ben  Hammud,  el  birzelita  Abdallah,  sucesor  de  Ishak  su  pa- 
dre, se  negó  á  darle  asilo  en  Carmona,  pues  así  lo  habia  con- 
certado secretamente  con  el  kadi  de  Sevilla.  Quien,  procedien- 
do, según  su  natural,  arteramente,  avisó  con  reserva  al  monar- 
ca fugitivo  que  no  confiara  en  Abdallah,  por  lo  cual  aquel  se 
alejó  del  territorio  de  éste  y  se  guareció  en  Jerez.  Plaza  enton- 
ces de  mediana  extensión,  aunque  bien  fortificada,  rodeada  de 
olivares,  higuerales  y  viñedos  (i). 

A  ella 


(i)    Idrisi,  ibidem,  pág.  254.— Razi,  ¡bidem,  pá:.  57. 


94  Málaga  Musulmana. 


A  ella  fué  á  buscarle  el  odio  de  su  sobrino  Yahya,  quien  acu- 
dió, acaudillando  un  ejército  berberí,  sitiándola  durante  veinte 
dias.  Resistiéronse  bravamente  los  cercados,  dipronse  varias 
acciones,  en  las  que  se  peleó  reciamente,  muriendo  de  entram- 
bas partes  muchos  muslimes,  hasta  que  ios  africanos  decidie- 
ron entregar,  á  cambio  de  sus  vidas,  á  Alkasim.  Con  él  ca- 
yeron en  poder  de  Yahya  su  esposa  Amira,  hija  de  Alhasan, 
último  de  los  sultanes  idrisies  del  África,  las  demás  mujeres 
del  harem  y  parte  de  su  tesoro,  pues  el  resto  lo  habian  saquea- 
do los  berberiscos,  sin  que  su  sobrino  pudiera  impedirlo,  por  los 
imprevistos  trances  de  la  guerra  (i). 

Cargaron  de  cadenas  al  sultán  destronado,  llevándole  en 
compañía  del  reinante  á  Málaga,  donde  le  encerraron  en  un  cas- 
tillo, que,  á  lo  que  entiendo,  sería  el  Gibralfaro.  Mohammed  y 
Alhasan,  sus  hijos,  quedaron  también  prisioneros  y  fueron  re- 
legados á  Algeciras,  en  la  cual  Yahya  encargó  su  custodia  á 
Abul  Hachach.  Cuéntase  que  uno  de  estos  príncipes  peleó  á 
las  órdenes  de  su  primo  Yahya  contra  los  sevillanos;  pero,  que, 
antes  de  atacar  á  su  padre  en  Jerez,  fué  también  aprisionado  (2). 

Poco  observador  Yahya  del  precepto  muslímico,  que  prohi- 
be beber  vino  á  los  creyentes,  dábase  á  la  embriaguez,  y  todas 
sus  orgías  acababan  frecuentemente  por  ordenar  que  degollaran 
al  monarca  prisionero.  Pero  no  faltaba  entre  sus  comensales 
quien  le  representara,  mas  ó  menos  enérgicamente,  contra  tan 

funes 


(1)  415  ó  sea  de  15  de  Mai7o  de  1024  á  3  de  Marzo  de  1025. 

(2)  .VLeii  Haiyan,  en  Aben  Bassam,  apud  Dozy,  Hial.  Ab.  T.  III,  iú¿.  87.  Aben  Jal- 
dun,  Hvst.  de  los  Hamm, 


Parte  primera.  Capítulo  iii.  95 

funesto  acuerdo,  y  la  ejecución  quedábase  en  proyecto.  Dícese 
también,  que  cuando  el  califa  estaba  mas  resuelto  á  cumplirla, 
veia  en  sueños  á  Ali  su  padre,  el  cual,  con  tiernas  razones,  le 
recordaba  la  lealtad  y  las  bondades  que  habia  merecido  á  su 
hermano,  y  le  prohibia  quitarle  la  vida. 

Todos  los  cronistas  musulmanes  convienen  en  que  el  prisio- 
nero murió  en  su  encierro;  pero  discrepan  en  cuanto  al  tiempo 
y  forma  de  su  fallecimiento.  Creen  algunos  que  murió  natural- 
mente: afirman  otros  que  permaneció  preso  durante  el  reinado 
de  Yahya  y  que  al  suceder  á  éste  su  hermano  Idris,  pereció  es- 
trangulado. Alguno  indica  que  habiendo  tramado  una  conjura, 
apesar  de  su  avanzada  edad,  pues  tenia  ochenta  años,  quizá 
impulsado  por  aquellas  amenazas  de  muerte,  constantemente 
suspendidas  sobre  su  existencia,  Yahya  supo  lo  que  se  proponía 
y  ordenó  que  le  asesinaran,  esclamando: 

— ¡Acaso  le  queda  en  la  cabeza  afán  de  rebelión,  tras  de  la 
vida  que  lleva! 

Dícese  también  que  su  cuerpo  fué  entregado  á  Mohammed, 
su  hijo,  quien  le  hizo  magníficos  funerales  en  Algeciras  (i). 

Vencido  el  bando  berberisco  y  arrojado  de  Córdoba  y  Sevi- 
lla con  Alkasim,  cesó  de  dominar  en  estas  ciudades  y  en  gran 
parte  del  territorio  de  Alandalus  la  dinastía  Hammudí.  Pero 
aun  todavía  las  veleidades  de  los  partidos  políticos  permitieron 
á  Yahya  conservar,  con  alguna  razón,  el  título  de  califa  cordo- 
bés, 

(i)  Aben  Alatsir  dice  que  permaneció  prisionero  diez  y  seis  años  y  que  f  creció  en  el 
¿e  431  de  la  H.  ó  sea  de  *23  Setiembre  de  1039  á  10  Setiembre  de  1040.  Alhomaidi  y  Ab- 
delwahid  dicen  lo  mismo.  Makary  T.  I,  pág.  319,  que  murió  en  el  427,  de  5  Noviemlre  de 
1035  á  25  de  Octubre  de  1036.  Aben  Jaldun  sigue  esta  opinión. 


gó  Málaga  Musulmana. 


l>és,  aunque  se  había  replegado  con  su  corte  á  Málaga. 

Reinando  en  esta  se  hallaba,  cuando  se  pusieron  bajo  su 
amparo  algunos  personajes  cordobeses,  que  huyeron  de  su  país 
natal,  por  completo  entregado  á  la  anarquía.  Los  partidarios 
de  los  Umeyas  probaron  que  entre  sus  apasionados  no  existía 
quien  supiera  mandar,  ni  entre  ellos  mismos  quien  se  resignara 
á  obedecer:  entre  tumultos  de  gente  grosera  y  desalmada  acla- 
maron un  califa  que  no  gozó  doü  meses  del  solio;  antes  de  cum- 
plirlos le  asesinaron. 

Cuando  la  grave  crisis  que  les  aquejaba  imponíales  mas 
unión,  abnegación  y  calma,  las  clases  sociales,  enemigas  decla- 
radas, se  hacían  cruda  guerra,  y  aun  alguna,  cual  la  de  los  no-^ 
bles,  se  subdivídía  en  pandillas.  Cuando  el  amor  á  la  religión^ 
á  la  patria,  á  sus  familias,  á  sus  haciendas,  hasta  el  egoísmo  in- 
dividual, les  obligaba  á  sacrificar  mezquinas  rivalidades  á  aque- 
llas altas  exigencias  de  la  sociedad,  por  las  calles  cordobesas 
corría  la  sangre,  á  impulsos  de  cuestiones  meramente  de  perso- 
nas; mostrábanse  inquietos  y  revoltosos  los  menestrales,  que 
en  su  afición  á  la  rapiña  parecían  berberiscos,  y  las  fuerzas  pú- 
blicas destinadas  á  la  conser\^acion  del  orden,  lo  alteraban  sí» 
empacho,  por  codicia  ó  envidias  de  prepotencia. 

¡Época  calamitosa  esta,  en  que  por  todas  partes  se  pre- 
senciaban escenas  de  duelo  y  saqueo;  en  que  las  mas  honradas 
personalidades  ó  perecían  á  hierro,  ó  tenían  que  huir  de  aquella 
corte,  centro  un  día  de  gloriosa  civilización,  guarida  entonces 
de  todas  las  malas  pasiones,  de  todas  las  torpezas  y  brutalida- 
des, que  impiden  el  pacífico  desarrollo  de  la  vida  social! 

Exci 


Parte  primera.  Capítulo  iii.  97 

Excitaron  los  proscriptos  á  Yahya,  para  que  pusiera  térmi- 
no á  tantas  desdichas,  y  el  sultán  mostróse  decidido  á  compla- 
cerles. Algún  tiempo  después,  vacante  el  solio  de  Córdoba,  vi- 
nieron algunos  moradores  de  ella,  gentes  mal  intencionadas, 
dicen  los  viejos  cronistas,  á  ofrecérselo.  Pero  aquel  trono,  que 
tantos  atractivos  ofrecía  antes  á  los  ambiciosos,  junto  al  cual  se 
erguían  las  grandes  memorias  de  los  califas  meruaníes,  las  glo- 
rias de  un  pasado  brillante,  inspiraba,  mas  que  codicia,  miedo 
ó  menosprecio.  Estaba  muy  fresca  la  memoria  de  los  sultanes 
asesinados,  de  las  constantes  traiciones,  de  las  revueltas,  erigi- 
das en  sistema  de  sucesión,  para  que  pudieran  olvidarse;  valía 
bien  poco  la  autoridad,  que  se  estendía  solamente  auna  ciudad 
levantisca  y  veleidosa,  para  exponer  honra  y  vida  yendo  á  ejer- 
cerla en  su  seno. 

Yahya,  procediendo  con  prudente  cautela,  aceptó  el  ofreci- 
miento, pero  se  contentó  con  enviar  á  Aben  Attaf  Alyafrani, 
para  que  fuese  á  gobernarla  (i). 

Córdoba,  fué  por  tanto,  una  dependencia  de  Málaga,  y  en 
tal  estado  permaneció  unos  cuantos  meses  (2),  pues  sus  veci- 
nos, enardecidos  por  la  aproximación  de  Muchehid,  régulo  de 
Dénia,  y  de  Jairan  de  Almería,  acometieron  á  la  guarnición  ber- 
berisca, pasaron  á  cuchillo  muchos  de  sus  soldados,  y  pusieron 
á  los  demás,  con  su  jefe,  en  precipitada  fuga.  Desde  entonces 
dejó  de  pertenecer  definitivamente  á  los  Hammudíes. 

Contra  éstos  se  habia  sublevado  también  Habbus  ben  Ma- 

kasem. 


(1)    Ramadan  de  416  ó  sea  de  25  de  Octubre  á  24  de  Noviembre  de  1025. 
<2;     Hebia  I  de  417  ó  sea  de  22  de  Abril  á  22  de  Mayo  de  1026. 


g8  Málaga  Musulmana. 


kasem,  reyezuelo,  ó  mas  bien  tirano  de  Granada,  cuasi  á  la  vez 
que  Muchehid  se  declaraba  independiente  en  sus  estados,  al 
oriente  de  España. 

Yahya  permaneció  algunos  años  guerreando,  mas  como  par- 
tidario que  cual  soberano,  salteando  caminos,  yermando  los  es- 
tados limítrofes,  y  amenazando  constantemente  á  los  cordobe- 
ses ó  á  los  sevillanos,  que  le  aborrecían  extraordinariamente,  y 
le  temían  mucho  más.  Pues,  aunque  las  principales  ciudades  del 
Andalucía,  eran  sus  enemigas  declaradas,  el  bando  berberisca 
íbase  ligando,  poco  á  poco,  á  su  fortuna,  sometiéndose  á  sus 
mandatos,  y  pronunciándose  por  él  las  villas  y  castillos,  á  donde 
se  habia  refugiado. 

Carmona  era  una  excelente  base  de  operaciones  para  ase- 
diar á  Sevilla,  mortificar  á  sus  moradores  y  comarcanos  con  fre- 
cuentes incursiones,  y  arruinarlos,  por  medio  de  constante  y  ani- 
quiladora guerra.  Yahya,  decidido  á  apoderarse  de  Sevilla  y  L 
cortar  sus  atrevidos  vuelos  al  kadi  Aben  Abbad,  ya  único  due- 
ño de  ella,  acometió  á  Carmona,  arrojando  fuera  de  su  recinta 
á  Mohammed  el  Birzeli,  heredero  de  su  padre  Abdallah  en 
aquel  señorío. 

En  Carmona  estableció,  pues,  su  corte  el  Hammudita,  re- 
concentró su  harem,  su  familia  y  riquezas,  aumentadas,  á  la 
continua,  con  el  fruto  de  sus  rapiñas,  mientras  que  el  despo- 
seído berberisco  se  acogía  á  los  sevillanos,  ardiendo  en  deseos- 
de  venganza  y  de  recuperar,  por  armas  ó  traición,  su  poderío. 

Tenia,  por  entonces,  Yahya  cuarenta  y  dos  años;  mostraba- 
en  el  color  de  la  tez,  ojos  y  cabello,  su  origen  africano;  su  cuer- 
po,. 


Parte  primera.  Capítulo  iii.  99 

po,  robusto  y  fornido,  era  perfectamente  acomodado  para  los 
trances  de  guerra,  en  que  perpetuamente  se  empleaba,  y  el  co- 
razón corría  parejas  con  la  fortaleza  del  cuerpo.  Dicen  de  él  los 
cronistas  muslimes,  que  la  alteza  de  su  linaje  no  le  inspiraba 
orgullo  y  que  de  sus  antepasados  conservaba  la  virtud  de  la  ca- 
ridad; pero  afeaba  esta  nobilísima  condición  su  natural  volup- 
tuoso, y  por  extremo  dado  á  orgías  y  deportes,  al  vicio  de  la 
gula  y  la  embriaguez,  en  una  palabra,  á  la  más  desordenada  y 
repugnante  crápula. 

Cierta  oscura  noche  de  invierno  (i)  en  una  estancia  de  su 
alojamiento  de  Carmona,  entregábase  alegremente  á  sus  acos- 
tumbradas bacanales,  cuando  á  deshora  entraron  á  anunciarle, 
que  á  las  puertas  de  la  fortaleza  estaba  un  escuadrón  sevillano, 
provocándole  al  combate.  Tenían  los  vapores  del  vino  bastante 
trastornada  la  mente  del  califa,  quien,  al  escuchar  al  mensaje- 
ro que  le  traía  el  aviso,  irguiéndose  de  los  almohadones,  sobre 
los  cuales  se  regocijaba,  hizo  un  soez  movimiento  de  despre- 
ciativa burla,  y  exclamó  alegremente: 

— ¡Ah!  noche  afortunada;  Aben  Abbad  viene  á  visitarnos. 

A  seguida  mandó  que  ensillaran  los  caballos,  que  tocaran 
al  arma,  y  sin  esperar  á  que  alborease,  salióse  á  la  puerta  de  la 
ciudad.  En  esta  se  iban  reuniendo,  poco  á  poco,  ginetes  y  peo- 
nes; en  cuanto  Yahya  vio  á  su  alrededor  unos  trescientos,  sin 
considerar  su  escaso  número,  ni  parar  mientes  en  su  fidelidad, 
algo  mas  que  dudosa,  renegando  de  la  tardanza  de  los  demás, 
, bajó, 

(i)    Mohairem  de  427  ó  sea  de  5  de  Noviembre  á  4  de  Diciembre  de  1053. 

17 


loo  Málaga  Musulmana. 


bajó,  como  una  tromba,  á  campo  raso,  en  busca  del  enemigo. 

Sin  orden  ni  concierto,  sin  ninguna  precaución  militar,  sin 
contar  á  los  contrarios,  velados  entre  las  nocturnas  tinieblas,  sin 
temor  á  sus  emboscadas,  ni  á  sus  armas,  arremetió  con  ellos 
briosamente.  Rechazado  dos  veces  volvió  á  embestir  la  tercera; 
parte  de  sus  enemigos  estaban  parapetados  en  un  ribazo  de  di- 
fícil acceso,  que  les  daba  grandísima  ventaja,  por  el  empuje  de 
su  acometida,  sobre  los  que  estaban  en  lo  llano.  Sin  embargo, 
fué  tal  el  ímpetu  de  aquella  tercera  embestida,  que  algunos  con- 
trarios se  desbandaron,  siguiéndolos  desapoderadamente  Yahya; 
pero  cuando  les  creía  dispersos  y  en  derrota,  apareció  Ismail, 
hijo  del  procer  sevillano,  con  la  hueste  andaluza,  descubriéron- 
se otros  escuadrones  cordobeses,  que  estaban  ocultos  en  un  re- 
pliegue del  terreno,  y  la  gente  del  ribazo,  cual  torrente  que  se 
<iesborda,  descendió  á  la  campiña. 

Habían  caidoen  una  celada.  Traia  Ismail  en  su  división  au- 
xiliares cristianos,  á  los  cuales  lanzó  sobre  la  asombrada  tropa 
hammudí,  cambiando  su  certidumbre  de  la  victoria  en  espanto 
y  muerte;  muchos  defendieron  gallardamente  sus  vidas,  muchos 
más  volvieron  las  espaldas,  siendo  despiadadamente  acuchilla- 
dos. Yahya,  peleando  denodadamente,  cayó  de  su  montura,  y  los 
que  acudieron  á  él  le  degollaron. 

Mohammed  el  Birzeli,  fautor  y  promovedor  de  aquella  jor- 
nada, que  acompañaba  con  sus  deudos  y  partidarios  al  príncipe 
sevillano,  después  de  conseguir  que  se  suspendiera  la  persecu- 
ción de  sus  vasallos,  hijos  de  su  propia  raza,  alegando  que  ve- 
nían forzados  á  la  pelea,  sin  avisar  á  Ismail,  corrió  con  algunos 

de  los 


Parte  primera.  Capítulo  iii.  ioi 


de  los  suyos  á  Carmona.  Los  negros  custodiaban  fieles  las  puer« 
tas,  y  era  mas  que  arriesgado,  con  tan  poca  gente,  trabarse  de 
armas  con  aquella  tropa  valerosa;  pero  el  berberisco,  práctico 
en  el  terreno,  buscó  una  brecha  que  existía  en  el  muro,  y  por 
ella  penetró  en  la  ciudad,  apoderándose  de  la  mansión  del  di- 
funto califa. 

Siguió  á  esto  una  repugnante  escena  de  saqueo:  el  Birzelr 

repartió  las  mujeres  del  harem  entre  sus  hijos,  y  probablemen- 

« 

te  princesas,  que  llevaban  en  sus  venas  sangre  de  los  nobles 
idrisies,  orgullosas  con  su  descendencia  del  Profeta,  se  vieron 
entregadas  á  las  brutales  caricias  de  sus  dueños.  Mientras  tan- 
to, Mohammed  se  apoderaba  de  las  vituallas  y  tesoros,  acopia- 
dos por  Yahya,  y  festejaba  su  victoria,  con  bárbara  insolencia,, 
en  la  misma  estancia  regia  (i). 

La  cabeza  del  califa  remitieron  á  Aben  Abbad,  quien  la  re- 
cibió entre  trasportes  de  júbilo,  dando  gracias  al  Altísimo  por 
haberle  libertado  de  tan  cruel  enemigo.  Cuéntase  que  la  depo- 
sitó en  una  caja,  donde  guardaba  las  de  sus  principales  adver- 
sarios, á  quienes  sucesivamente  fué  dando  muerte.  Aquellos 
horribles  trofeos  de  sus  victorias,  testigos  también  de  su  barbarie 
y  de  su  venganza,  estaban  siempre  colocados  dentro  de  la  caja 
en  su  aposento  y  servian  de  espantosa  advertencia,  para  los  que 
se  declaraban  sus  contrarios.  A  ellas  se  reunió,  algún  tiempo 
después,  cual  para  muestra  de  providencial  castigo,  la  cabeza 
de  Mohammed  el  Birzeli.  ¡Caso  raro  y  por  todo  extremo  admi- 
rable! En  aquella  caja  pudieron  toparse  las  cabezas  de  dos  irre- 
conci 

(1)    Aben  Haiyan  en  Aben  Bassam,  apud  Dozy,  Hist.  Ab.  T.  III,  pág.  89  y  90. 


102  Málaga  Musulmana. 


conciliables  enemigos,  muertos  ambos  á  hierro,  y  sujetos  á  igual 
miserable  destino. 

Cuando  la  dinastía  abbadí  fué  vencida  por  aquellos  al- 
morávides, que  vinieron  del  interior  de  África,  desde  los  are- 
nales del  Sahara,  á  salvar  de  su  inevitable  ruina  el  islamismo 
español,  hallaron  éstos  en  una  cámara  del  alcázar  de  Sevilla 
cierto  saco,  esmeradamente  cerrado  y  sellado.  Despertóse  la 
codicia  en  los  avarientos  berberiscos  y  acudieron  presurosos  á 
abrirle,  creyendo  hallar  en  él  un  tesoro.  Rotos  los  sellos,  vie- 
ron con  horror,  que  dentro  estaban  aquellas  cabezas. 

Entre  ellas  se  contaba  la  de  Yahya,  en  compañía  de  las  de 
sus  ministros  Aben  Cazrun  y  Aben  Nesh.  Sus  facciones,  aunque 
demudadas,  conservaban  todavía  los  rasgos  que  vivientes  la 
distinguieron;  uno  que  la  vio  entonces  y  que  conoció  en  vida  al 
sultán  alawí,  reconoció  aquel  fúnebre  resto.  El  cual  fué  entrega- 
do á  uno  de  sus  hijos,  para  que  le  diera  honrada  sepultura*  (i). 

Con  Yahya,  hijo  de  Ali  ben  Hammud,  puede  decirse  que 
concluyó  el  califato  cordobés,  para  comenzar  definitivamente  el 
periodo  histórico  de  las  dinastías  de  Taifas.  Rota  la  unidad  del 
imperio  hispano  muslim,  surgen  tantos  reyezuelos  independien- 
tes, cuantos  afortunados  ambiciosos  consiguen  alzarse  en  diver- 
sas poblaciones.  Los  Hammudíes,  limitando  sus  altos  propósi- 
tos, quédanse  reducidos  al  señorío  de  Málaga,  desde  donde  in- 
fluyen todavia  algunos  años  más  en  Andalucía  y  en  el  Magreb 
Alaksá,  para  volver  al  cabo  á  la  oscura  existencia  de  la  que  ha- 
bian  salido. 


(1)    Aben  Haij-an;  Ibidem  T.  I,  pág.  266  y  267. 


CAPÍTULO  IV. 
Los  Beni  Hammud  en  Málaga, 


Los  hachihes  y  wacires  en  las  cortes  hispano-musulmanas. — El  eslavo  Nacha  y  Aben  Ba- 
kanna  en  la  malagueña.— Serie  de  los  califas  Hammudies.— Idris  L— Alhasan. — 
Idris  IL — Su  carácter. — Rebeliones  en  Málaga. — Su  destronamiento. — Mohammed 
Almahdy. — Posesiones  Hammuditas  en  África.— Sacut  y  Rizk  Allah.— Luchas  entre 
BIohammed  de  Málaga  y  Almahdy  de  Algeciras.— Muerte  de  ambos.— Idris  IIL— Res- 
tauración de  Idris  II.— Sucédele  su  hijo  ylímosfaíi/.— Toma  de  Málaga  por  Badis, 
señor  de  Granada. — Conclusión  del  dominio  hammudi  en  España  y  África. 


Tuvieron  siempre  en  la  historia  hispano  musulmana  grandí- 
sima importancia  los  hachibes  ó  primeros  ministros.  Durante  la 
dominación  de  los  Umeyas  españoles  las  funciones  atribuidas 
al  wazir  ó  ministro  en  Oriente,  se  dividieron  entre  varias  per- 
sonas, correspondiendo  á  uno  la  contabilidad,  á  otro  la  corres- 
pondencia, y  á  alguno  la  apelación  en  última  instancia,  ó  velar 
por  la  seguridad  de  las  poblaciones  fronterizas.  Cada  cual  tenía 
su  aposento,  donde  daba  audiencia,  sentado  sobre  cogines  en 
un  estrado,  y  comunicaba  con  el  soberano  por  medio  del  ha- 
chebj  6  chambelán,  quien  por  tener  el  singular  privilegio  de  con- 
versar á  cada  instante  con  el  monarca,  precedía  en  dignidad  á 
los  wazires  (i). 


La 

(1)    Aben  Jaldun:  Proleg.  T.  II,  pág.  11. 


I04  Málaga  Musulmana. 


La  suerte  de  éstos  fué  bien  varia,  según  las  condiciones  per- 
sonales de  los  príncipes  y  la  situación  de  los  tiempos.  A  vece^. 
lo  gobernaron  todo,  con  soberana  omnipotencia  y  cual  verda- 
deros  sultanes;  á  veces  venian  á  sorprenderles,  en  los  instantes 
de  su  mayor  predicamento,  órdenes  superiores,  mandando  ajus- 
ticiarles ó  estrañarles  de  sus  gobiernos;  ora  se  alzaban  como  in* 
dependientes  con  éstos;  ya  servían  de  tutores  en  las  minorías- 
de  los  príncipes;  ya,  traidores  y  desleales,  de  carceleros  y  hasta^ 
de  verdugos. 

Dos  antiguos  wazires  de  la  familia  Hammudí  salieron  sanos 
y  salvos  del  desastre  de  Carmona.  Eran  el  eslavo  Nacha,  cu- 
nuco,  según  unos,  sirviente,  al  decir  de  otros,  y  Abu  Chafar  ben 
Musa,  apodado  Aben  Bakanna  (i).  Ambos  tornaron  á  Málaga,, 
sede  del  califazgo  alawí,  y  como  absolutos  dueños  del  manda 
concertaron  otorgarlo  á  Idris,  gobernador  de  las  comarcas  afri- 
canas sometidas  á  su  familia,  hermano  del  difunto  sultán,  por 
la  corta  edad  de  Alhasan  é  Idris,  hijos  de  éste.  Pero,  confor- 
me á  la  costumbre  anteriormente  seguida,  decidieron  que  el  so- 
berano elegido  declararía  inmediato  sucesor  en  la  regía  digni- 
dad á  su  sobrino  Alhasan,  el  menor  de  entrambos,  por  ser  e\ 
que  mostraba  más  despejado  ingenio,  dándole,  mientras  espe- 
raba la  sucesión,  el  gobierno  de  Ceuta. 

Al  efecto  salieron  de  nuestra  ciudad,  aviniéronse,  según  sus 
deseos,  con  aquel  príncipe,  y  dieron  la  vuelta  á  ella,  proclamán- 
dole califa,  en  cuyo  momento  tomó  el  titulo  de  Abnotaayyed  bi- 
llah,  (a\5'o  Jo  L4!)  ó  sea  el  ayudado  por  Dios.   Partió  á  seguida 

su  so 


(1)    Hay  quienes  también  lo  llaman  Bokiyya  y  BoKinna. 


Parte  PRIMERA.  Capítulo  IV.  105 

su  sobrino  para  su  gobierno  de  África,  acompañado  de  Nacha, 
y  el  nuevo  soberano,  reconocido  por  Ronda,  Algeciras  y  Alme- 
ría, tuvo,  á  lo  que  parece,  estrechas  relaciones  con  algunos  re- 
j^es  de  taifas  (i). 

Durante  estos  sucesos  el  kadi  sevillano  imponía  orden  y 
seguridad  en  su  país,  haciéndose  respetar  por  su  severidad  y  es- 
timar por  su  buena  administración,  al  par  que  el  sosiego  inte- 
rior le  permitía  ir  paulatinamente  ensanchando  sus  dominios. 
Era  que  el  bando  árabe  alzaba  la  cerviz,  antes  humillada,  rei- 
vindicando la  perdida  heguemonía. 

Fronteros  sevillanos  y  berberiscos,  si  el  odio  de  razas  no  les 
«scitara  á  la  guerra,  hubiérala  encendido  la  insaciable  ambi- 
ción del  kadi.  Reinaba  en  Carmona  el  miserable  berberisco,  fau- 
tor principal  de  la  emboscada,  en  donde  pereció  Yahya,  des- 
pués de  la  cual  habia  extendido  su  autoridad  á  Écija  y  Osuna. 
Ismail,  hijo  del  sevillano,  acometió  á  estas  poblaciones,  las  ex- 
pugnó, é  inmediatamente  puso  apretado  cerco  sobre  Carmona. 

Demandando  angustiosamente  amparo  acudió  el  Birzeli  á 
Badis,  señor  de  Granada,  y  al  sultán  hammudita  malagueño. 
Por  qué  olvidó  éste  las  injurias  de  su  familia,  el  harem  violado 
y  la  sangre  derramada  de  su  hermano;  cuales  razones  tuvo  pa- 
ra no  abandonar  á  su  miserable  suerte  á  el  traidor,  totalmente  se 
ignoran.  Lo  cierto  es,  que  en  vez  de  dejar  que  los  sevillanos  ex- 
tinguieran aquella  tea  de  discordia,  pues  por  tal  le  tenian  y  así 
le  apellidaban  sus  coetáneos,  el  wazir  de  Idris  I,  Aben  Bakan- 
na,  unió  las  tropas  malagueñas  á  las  granadinas,  que  acudieron 
á  soco 

(1)     Mal  ari  Analectes,  T.  I,  pág.  282. 


io6  Málaga  Musulmana. 


á  socorrerle.  ¡Miserable  razón  de  estado,  que  probablemen- 
te decidió  esta  resolución,  contraria  á  la  dignidad  del  hombre  y 
del  califa,  y  á  los  sentimientos  del  deudo! 

Mas  los  auxiliares,  antes  de  medir  sus  armas  con  los  de  Se- 
villa, mostráronse  tan  rehacios  á  pelear,  que  sus  jefes  decidie- 
ron volver  las  espaldas.  Emprendió  Ismail  la  persecución  de 
los  granadinos,  acrecentados  sus  alientos  con  la  cobardía  de 
ellos:  Badis,  advertido  á  tiempo,  envió  á  Aben  Bakanna  un 
mensajero,  á  rienda  suelta,  para  que  acudiera  á  socorrerle.  Jun- 
tas apenas  entrambas  huestes,  aparecieron  los  enemigos  y  co- 
menzó la  batalla;  mas  los  que  tan  bravos  venian,  cual  si  sus 
contrarios  les  hubieran  inoculado  con  sus  primeros  golpes  su 
terror  pánico,  abandonando  el  campo  diéronse  á  huir,  dejando 
á  su  caudillo  luchar  con  gloria,  y  caer  mortalmente  herido. 

Mientras  tanto  el  sultán  malagueño,  apocado,  bien  por  ca- 
rácter, bien  por  escasa  salud,  al  saber  los  movimientos  estraté- 
gicos de  los  sevillanos,  azorado  el  ánimo,  se  encerró  en  la  anti- 
gua fortaleza  de  Bobaxter,  teatro  un  dia  de  las  romancescas 
proezas  de  Ornar  ben  Hafsun.  Sosegaba  un  tanto  su  angus- 
tiado corazón  lo  inespugnable  de  aquel  agreste  castillo,  y  acabó 
sin  duda  de  tranquilizarse,  cuando  le  presentaron,  ¡sangriento 
trofeo  de  su  victoria!  la  cabeza  del  valeroso  Ismail.  Mas  los 
triunfos  de  sus  huestes,  no  consiguieron  templar  los  rigores  de 
su  dolencia,  que  acabó  con  él,  á  los  dos  dias  de  haber  contem- 
plado los  inanimados  restos  de  su  contrario  (i). 
Vacan 

(i)  Difieren  los  autores  árabes  sobre  b  fecha  de  estos  sucesos;  Aben  Jaldun  los  colo- 
ca eu  el  año  431  de  la  H.,  ó  sea  del  23  de  Sel.  de  i039  al  10  de  Set.  de  1040;  otim  los  po- 
nen el  año  antes. 


Parte  primera.  Capítulo  iv.  107 

Vacante  el  solio  hammudí,  Aben  Bakanna  decidió  entroni- 
zar en  él  á  Yahya,  hijo  del  califa  difunto,  probablemente  desig* 
nado  por  éste  para  sucederle,  al  cual  llamaban  Habbun  ó  Ha- 
)ryun.  Pero  no  era  aquel  ministro,  tan  inteligente  y  enérgico, 
cual  precisaba  ser,  teniendo  de  frente  á  un  adversario  tan  audaz, 
como  el  eslavo  Nacha;  pues  era  imposible  que  éste  se  sometie- 
ra á  sus  intentos,  y  que  se  dejara  gobernar  por  Aben  Bakanna, 
en  nombre  de  Yahya. 

Indeciso  é  irresoluto  el  wazir  de  Málaga,  se  dio  tan  buena 
maña,  que  no  pudo  impedir  al  eslavo  abandonar  á  Ceuta,  de- 
jando encomendado  su  gobierno  á  un  su  compatriota,  y  presen- 
tarse inopinadamente  en  nuestras  playas.  Por  las  cuales  entró 
con  su  hueste  en  calles,  plazas  y  fortalezas,  proclamando  sobe- 
rano á  Alhasan,  hijo  de  Yahya,  el  sultán  asesinado  en  la  cela- 
da de  Carmona,  ahuyentando  á  la  vez  á  Aben  Bakanna  y  á  su 
califa,  quienes  se  refugiaron  en  Comáres. 

A  poco,  atraido  el  primero  con  alhagos  y  seducido  con  pro- 
mesas de  medros  y  promociones,  tornaba  á  la  capital,  donde 
moría  á  hierro,  é  igual  malaventurada  suerte  cobijó  al  soberano 
que  había  aclamado;  á  quien,  con  su  desdichada  protección, 
condenó  á  miserable  muerte. 

Comienza,  de  aquí  adelante,  una  serie  de  horribles  desas- 
tres en  la  familia  Hammudí.  Su  autoridad  perdia  por  momen- 
tos extensión  y  firmeza,  más  no  por  esto  era  menos  ambiciona- 
da. Aquel  mezquino  califato  costó  á  los  Hasaníes  preciosas  vi- 
das: sobre  sus  destinos  velaba,  como  el  genio  del  mal,  la  cruel- 
dad y  la  traición,  que  parecian  haberse  encarnado  en  el  cora- 

18  zon 


io8  Málaga  Musulmana. 


zon  de  Nacha,  en  quien  ni  la  memoria  de  las  mercedes  que  al- 
canzó de  sus  antiguos  señores,  ni  sentimientos  de  humanidad, 
ni  la  tierna  edad  de  los  príncipes  Alawíes,  embotaron  su  sangui- 
naria condición. 

Alhasan  al  empuñar  el  cetro  tomó  el  sobrenombre  de  Al- 
mostanzir  billah  (JJb  ^.a:,T;...lO  que  quiere  decir,  el  que  pide  la 
protección  de  Dios  (i).  Y  en  verdad  que  bien  hubo  necesidad 
de  ella.  Nacha  volvióse  á  Ceuta,  dejando  por  wazir  del  nuevo 
sultán  al  mercader  Assataifi,  en  quien  tenia  completa  confian- 
za. Así  pasaron  dos  años,  (2)  hasta  que  el  monarca  murió,  con 
ponzoña  que  le  diera  una  de  sus  esposas,  prima  suya,  por  ser 
hermana  del  malaventurado  Yahya,  á  quien  aquel  mandó  6 
dejó  ajusticiar.  Vida  por  vida,  la  sultana  hammudí  probó  que 
bullía  en  sus  venas  sangre  alarbe;  ansiosa  de  venganza  antepu- 
so al  amor  á  su  marido,  la  pasión  que  la  encendía  en  mortal 
aborrecimiento  contra  el  asesino  de  su  hermano. 

Apenas  murió  el  califa,  Assataifi  asumió  el  mando,  encerró 
en  una  mazmorra  á  Idris,  hermano  de  Alhasan,  y  avisó  inme- 
diatamente á  Nacha.  Pareció  á  éste  propicio  el  momento,  para 
alzarse  con  el  poder  y  arrancarlo  para  siempre  de  la  dinastía 
reinante.  Al  efecto,  ciego  de  ambición  aprisionó  primeramente,  y 
asesinó  después,  á  un  hijo  del  califa  difunto,  cuya  guarda  le 
fué  por  éste  encomendada;  á  seguida  surcó  el  Mediterráneo  en 
dirección  á  Málaga.  Ya  en  esta,  Assataifi  le  entregó  el  mando 
y  Nacha  comenzó  á  demostrar  sus  crueles  intenciones,  angus- 
tiando 

(1)  kháe\\\dAi\á  áxce  Almostály  hillah^  JJL     JijcuJl. 

(2)  En  el  de  434  de  la  H.  de  21  Ag.  1042  á  9  Ag.  1043.  Aben  Jaldun  dice  438. 


Parte  primera.  Capítulo  iv.  109 

liando  en  su  prísion  á  Idrís,  á  quien  no  sé  que  escrúpulos,  6 
mejor,  dificultades,  salvaron  la  vida. 

Para  alcanzar  sus  intentos,  convenía  al  eslavo  atraerse  á  los 
berberiscos,  que  eran,  permítaseme  el  concepto,  como  el  ejér- 
cito permanente  de  los  Hammudíes.  La  ambición  y  el  orgullo, 
probablemente  la  confianza  que  inspira  la  impunidad,  oscure- 
cieron su  inteligencia,  pues,  sin  tener  en  cuenta  la  inquinia  que 
á  los  de  su  casta  tuvieron  siempre  los  berberíes,  sin  conside- 
rar la  execración  que  sobre  su  nombre  hecharon  las  violencias 
empleadas  contra  los  descendientes  del  Profeta,  juntó  á  los  ge- 
fes  de  los  africanos  y  les  abrió,  sin  grandes  ambages  ni  rodeos, 
su  pecho,  mostrándose  decidido  á  acabar  con  los  Hasaníes  y  á 
apoderarse  de  sus  estados. 

Oyéronle  en  silencio  ellos,  encendidos  en  ira  los  ánimos; 
mas  disimularon,  pues  no  era  aquella  ocasión  apropiada  para 
mostrarla;  prudentes  y  cautelosos  fingieron  en  los  rostros  la 
conformidad  que  repugnaba  á  sus  almas,  y  Nacha  satisfecho^ 
dióse  soberbiamente  por  único  señor  de  Málaga. 

Quiso  á  seguida  recobrar  las  regiones,  que  la  indolencia  ó  la 
flaqueza  de  aquellos  califas  habian  dejado  perder.  Para  llevarlo 
á  efecto,  encomendada  Málaga  á  su  fiel  Assataifi,  acaudillando 
taifas  berberíes,  avanzó  contra  Algeciras,  donde  reinaba  otro 
alawí,  Mohammed,  hijo  de  Alkasim.  Pero  la  fortaleza  de  la 
plaza,  quizá  mejor,  la  malquerencia  de  su  hueste,  le  impidió 
conquistarla;  ó  por  delación,  ó  por  presentimiento,  comprendió 
que  se  tramaba  su  ruina,  y  levantando  el  sitio  principió  á  cami- 
nar hacia  la  capital,  meditando  en  cuanto  llegara  á  ella  degollar 

á  unos 


lio  Málaga  Musulmana. 


á  unos  pocos,  desterrar  otros,  y  comprar  á  los  demás,  para  re- 
ducirlos á  su  bando. 

Pero  se  le  adelantaron  los  berberíes.  Pues,  sin  duda,  los 
más  comprometidos  emboscáronse  en  unos  malos  pasos  del 
camino  de  Málaga,  entre  la  maleza  y  pedregales  de  un  monte, 
y  cuando  llegó  á  ellos  Nacha,  lanzáronse  inopinadamente  so- 
bre él,  de  entre  lo  quebrado  del  campo.  La  escolta  de  esla- 
vos que  le  acompañaba  se  desbandó,  ante  tan  ruda  é  inespera- 
da acometida,  dejando  á  Nacha  en  las  puntas  de  las  espadas 
africanas,  que  remataron  despiadadamente  con  su  vida. 

Dos  de  los  asesinos,  á  todo  el  correr  de  sus  trotones,  pene- 
traron en  las  calles  de  nuestra  ciudad,  gritando  desaforadamen- 
te á  la  muchedumbre,  que  acudía  curiosa  al  verlos: 

— Buena  noticia,  buena  noticia,  el  usurpador  ha  muerto. 

La  gente  amotinada  al  instante,  se  agitó  en  tumulto,  co- 
rrió á  los  aposentos  del  gobernador  y  le  acuchilló  sin  misericor- 
dia: después  arrancó  de  su  mazmorra  á  Idris,  aclamándole  ca- 
lifa, desde  cuyo  instante  tomó  el  sobrenombre  honorífico  de 
Alaly  billah  (A!Lj     JjJI)  ó  el  que  se  eleva  por  Dios. 

Reuniánse,  en  la  genialidad  del  nuevo  soberano,  á  excelen- 
tes condiciones,  otras  dignas  de  reproche.  Ciertamente  domi- 
nábalas todas  una  bondad  extremada;  al  subir  al  solio  dio  una 
amnistía  general,  abrió  las  cárceles  y  las  puertas  de  sus  hoga- 
res á  los  presos  ó  á  los  desterrados  políticos,  y  les  devolvió  los 
bienes  que  les  habían  sido  confiscados.  Misericordioso  y  limos- 
nero, repartía,  durante  la  festividad  del  Viernes,  quinientas  pio- 
nedas  á  la  puerta  de  la  mezquita  mayor;  justo  é  íntegro,  nadie 

tuvo 


Parte  primera.  Capítulo  iv.  iii 

tuvo  que  querellarse  contra  él  por  violento  ó  rapaz,  ni  dio  oidos 
á  calumnias  ó  delaciones;  de  buen  trato  y  excelente  entendi- 
miento, razonaba  agradablemente,  y  con  frecuencia  recitaba  no- 
tables poesías.  Mostrábase  familiar  con  todos,  quizá  con  esceso, 
pues  conversaba  sin  ceremonia,  cosa  rara  y  aun  escandalosa 
entre  muslimes,  con  burgueses,  menestrales  y  demás  gente  del 
común. 

Mas  al  par  de  tan  buenas  prendas  mostrábase  débil  hasta 
la  degradación.  Pedíanle  sus  vecinos  y  émulos  los  Sinhachíes  ó 
los  Yafraníes  una  villa,  un  castillo,  un  alfoz  6  territorio,  y  antes 
que  empuñar  las  armas  é  irse  á  castigar  con  ellas  su  osadía, 
se  amilanaba  ante  los  desastres  de  la  guerra  y  se  rendía  cobar- 
demente á  sus  exigencias.  Cuentan  los  cronistas  de  su  raza, 
que,  en  cierta  ocasión,  el  Sinhachí  demandóle  la  entrega  de 
Musa  ben  Afán  el  Ceutí,  fidelísimo  consejero  de  su  padre  y 
abuelo,  antiguo  wazir  de  los  Hammudíes  y  honrado  partidario 
suyo.  Idrís  sabia  que  entregar  el  noble  anciano  á  la  crueldad 
del  berberisco,  implacable  enemigo  suyo,  era  sentenciarle  á 
muerte:  más  algo  debió  observar  el  buen  servidor  de  los  beni 
Hammud  en  su  soberano,  cuando  le  dijo  heroica  y  tristemente: 

— Amir,  mándame  al  beréber;  soportaré  con  resignación 
mi  destino. 

Apesar  de  esta  acción  y  palabras,  que  hubieran  vigorizado 
el  más  apocado  ánimo,  inspirándole  una  repulsa  generosa,  el 
califa  malagueño  cometió  la  indigna  acción  de  entregar  á  su 
ministro,  que  fué  inmediatamente  degollado. 

Y  en  verdad  que  el  descendiente  de  los  Hasaníes  mas  ser- 
vía 


112  Málaga  Musulmana. 


vía  para  procer,  amado  y  respetado  del  país  en  que  moraba,  que 
para  califa;  principalmente  teniendo  en  cuenta  los  tiempos  en 
que  vivía.  En  los  cuales  era  preciso,  más  el  castigo  que  el  alha* 
go,  la  energía  más  que  la  dulzura,  la  rudeza  del  hombre  de  armas 
más  que  los  hábitos  sosegados  y  tranquilos  de  la  burguesía. 

Para  garantizar  la  paz  pública,  Idrís  encerró  en  el  castillo 
de  Airos,  como  creo  que  se  llamaba  entonces  al  Gibralfaro,  á 
Mohammed  y  Alhasan,  hijos  de  Idrís  I.  La  gente  de  guerra  ma- 
lagueña andaba  mal  contenta  del  monarca,  murmuraba  de  su 
cobardía,  irrítábase  con  sus  concesiones,  avergonzábase  del  me- 
nosprecio con  que  le  trataban  sus  vecinos,  y  anhelaba  que  se 
encargara  del  mando  un  carácter  duro  y  áspero,  tan  rudo  como 
lo  exigía  su  tiempo.  La  gente  pacífica,  esa  muchedumbre,  que 
en  todo  tiempo  es  el  nervio  de  los  estados,  manteniéndolos  con 
su  trabajo,  y  enriqueciéndolos,  dándole  su  sangre  y  sus  hacien- 
das, eternamente  explotada  por  los  ambiciosos,  y  eternamente 
sufridora  de  sus  torpezas  ó  de  sus  crímenes,  la  burguesía,  el 
artesanazgo  de  Málaga,  que  amaban  al  soberano  justo  y  dadi- 
voso, refrenador  de  esos  atropellos  tan  naturales  en  los  sulta- 
nes mahometanos,  que  se  preocupaba  de  sus  esfuerzos  y  espe- 
ranzas, que  participaba  de  sus  trístezas  y  alegrías,  deseaba 
mantenerle  en  el  solio. 

£1  partido  belicoso  consiguió  ganar  al  alcaide  del  castillo 
de  Airos,  quien  libertando  á  los  prísioneros,  declaróse  centra 
Idrís,  aclamando  soberano  á  Mohammed.  Oyeron  sus  vítores 
y  voces  los  negros  que  daban  presidio  en  la  Alcazaba,  y  amo- 
tinándose se  unieron  á  la  insurrección. 

La 


Parte  primera.  Capítulo  iv,  113 

La  noticia  de  lo  ocurrido  se  esparce  como  el  relámpago  por 
la  ciudad;  cunde  la  indignación,  encendiendo  las  voluntades; 
los  burgueses  cierran  sus  tiendas,  arroja  sus  herramientas  la 
menestralería,  ármanse,  abandonan  sus  hogares  ó  sus  talleres 
y  acuden  tumultuosamente  á  donde  se  hallaba  el  soberano.  En- 
tonces ocurrió  allí  una  escena,  rarísima  en  la  historia  de  todos 
los  gobernantes  del  orbe,  algo  parecida,  sin  duda  más  heroica, 
que  la  que  representaron  en  Gérticos  los  optimates  visigodos, 
forzando  á  Wamba  á  aceptar  el  imperio. 

Los  vecinos  de  Málaga,  ardiendo  en  cólera,  con  frases  que 
enfervorizaría  el  amor  y  haría  mas  elocuentes  lo  crítico  de  las 
circunstancias,  ofrecían  á  su  califa  sus  vidas,  escitábanle  á  la  lu- 
cha y  le  aseguraban,  que,  con  solo  consentirlo,  reducirían  ellos 
á  los  amotinados  y  enfrenarían  á  los  traidores.  Era  tal  la  efer- 
vescencia del  movimiento  popular,  terrible  en  los  primeros  mo- 
mentos de  su  explosión  en  nuestros  paises  meridionales,  que 
de  ordenarlo  Idris,  aniquilar  la  asonada  era  obra  de  instantes. 
Pero,  el  bondadoso  monarca  contentóse  con  decir  á  sus  leales 
subditos: 

— Manteneos  en  vuestras  mansiones  y  dejadme. 

Después,  probablemente  henchido  de  júbilo  el  corazón  por 
haber  evitado  la  efusión  de  sangre,  se  entregó  al  usurpador.  A 
seguida  fué  encerrado  en  la  misma  prisión,  de  donde  éste  ha- 
bia  salido. 

Mohammed,  reconocido  por  las  tropas  y  vecinos  de  Málaga, 
después  de  aceptar  su  juramento  de  fidelidad,  adoptó  el  sobre- 
nombre de  Almahdí  billah  (JJLj  ^j^I)  el  dirigido  por  Dios,  y 

decía 


114  Málaga  Musulmana. 


declaró  príncipe  heredero  á  su  hermano  Alhasan,  conocido  por 
Assami  (i). 

Deseaban  los  sublevados  un  monarca  rudo  y  valeroso;  tal 
le  encontraron  que  no  pudieron  sufrirle;  ciertamente  los  hom- 
bres de  acción  hallaron  en  él  lo  que  buscaban,  y  aun  algo  más 
de  lo  que  desearon.  Su  natural  era  el  reverso  de  el  de  Idris;  enér- 
gico y  violento  imponía  su  voluntad  á  sus  vasallos,  sin  arre- 
drarle la  milicia  armada,  antes  bien  dominándola  rudamente. 
Un  sobrino  suyo,  Yahya  ben  Ali,  probablemente  por  sospecho- 
so ó  conspirador,  tuvo  que  abandonar  la  corte:  su  propio  her- 
mano Assami  tuvo  también  que  expatriarse,  ante  la  malqueren- 
cia del  sultán,  irritado,  no  sé  por  qué  accidentes,  y  se  refugió 
en  el  territorio  de  los  gomeres  africanos,  donde  gentes  de  su 
casta  vivian  honrados  y  reverenciados. 

Las  violencias  de  Mohammed,  aun  más  que  ellas  veleidades 
de  sus  partidarios,  juntas  á  las  aficiones  que  la  ciudad  conser- 
vaba  al  monarca  destronado,  añadieron  una  conspiración  á  la 
larga  trama  de  conjuraciones,  que  en  la  corte  malagueña  se 
urdía.  La  situación  de  esta  monarquía  de  Taifa  era  una  cons- 
piración y  rebelión  perpetua.  El  carcelero  que  guardaba  á  Idris, 
sobornado,  á  lo  que  parece,  púsole  en  libertad,  y  los  ecos  de  las 
fortificaciones  repitieron  el  vocerío  de  sus  parciales  aclamándole. 

Más  no  era  el  sultán  reinante  hombre  para  abdicar  volunta 
riamente,  ante  el  clamoreo  de  una  rebelión:  en  él  habia  mucho 
de  aquel  ambicioso  ánimo,  que  hacía  exclamar  á  un  Umeya^ 
pretendiente  del  trono  cordobés: 
—Dad 

(i)    En  el  año  438  de  la  H.  de  8  de  Julio  de  1046  á  27  de  Junio  de  i047. 


Parte  primera.  Capítulo  iv,      .  115 

— Dadme  hoy  el  mando  y  asesinadme  mañana. 

Acompañábale  además  quien  alentaba  su  ánimo,  quien  le 
inspiraba  firmeza  incontrastable,  ayudándole  con  su  amor,  in- 
genio y  energía.  Aconsejábale  su  madre,  en  cuyo  pecho  latía 
un  corazón,  dotado  de  aquella  fiereza,  con  la  cual,  tan  sin  razón, 
han  caracterizado  los  historiadores  á  Aixa,  la  desventurada  ma- 
dre de  Boabdil.  La  sultana  malagueña  infundía  en  su  hijo  brio- 
sas resoluciones,  vigorizaba  las  esperanzas  de  sus  partidarios, 
animábalos  en  el  combate,  penetrando  entre  los  que  se  batían, 
y  recompensando  al  que  se  mostraba  valeroso  en  defensa  de  su 
hijo. 

Estrelláronse  en  la  entereza  de  Almahdi  los  ímpetus  de  la 
insurrección.  Pero,  aun  así,  probaron  los  malagueños  cuan  que- 
rido les  era  el  monarca  destronado,  pues  en  vez  de  abandonar-- 
le  al  feroz  rencor  del  usurpador,  salváronle  de  su  venganza,  en- 
viándole,  antes  de  rendir  las  armas,  á  el  África. 

En  los  albores  de  su  reinado  Idris  II  habia  nombrado  go- 
bemadores  de  Ceuta  y  Tánger,  hasta  entonces  regidas  por  wa- 
líes  eslavos,  á  dos  antiguos  servidores  de  su  familia,  Rizk  Allah 
y  Sacut.  Eran  ambos  berberiscos,  hijos  de  la  belicosa  tribu  de 
los  Berguata,  que  se  extendía  por  las  marinas  occidentales  del 
Magreb  Alaksá,  á  la  cual  perteneció  Tarif  abu  Zora,  el  prime- 
ro de  los  invasores  musulmanes  de  España.  Entre  los  horrores 
de  una  razzia,  que  los  Idrisies  hicieron  en  tierras  berguatas^ 
cautivaron  á  Sacut,  quien  puesto  en  almoneda  con  sus  compa- 
triotas, fué  comprado  por  Hadad,  liberto  de  aquella  noble  fami- 
lia. Pasó,  poco  después,  á  poder  de  Ali  ben  Hammud,  y  sus  ta- 

19  lentos 


ii6  Málaga  Musulmana, 


lentos,  su  lealtad,  probablemente  su  valor,  le  llevaron  á  las  más 
altas  promociones  de  la  corte  hammudita.  No  fué  la  menos  im- 
portante que  obtuvo,  el  gobierno,  con  Rizk  AUah,  de  Ceuta  y 
Tánger,  que  sirvieron  á  Idris  I  de  base  de  operaciones,  para  ir- 
se apoderando  de  todo  el  país  de  Gomera,  el  cual  comprendía 
dilatado  territorio  del  actual  Rif  marroquí. 

Sacut  y  Rizk  Allah  mantuviéronse  fieles  á  su  monarca;  pri- 
sionero éste  é  imposibilitado  su  afortunado  adversario  de  pasar 
el  Estrecho,  ambos  gobernadores  ejercian,  en  nombre  del  pri- 
mero, una  autoridad  independiente.  Presénteseles  el  desventu- 
rado Idris,  y  aunque  les  era  enojosa  su  presencia,  acogiéronle, 
cual  correspondía  á  su  soberano.  Conocian  el  amor  que  los  na- 
turales de  sus  gobiernos  tenian  á  los  descendientes  del  Profeta, 
sabían  que  el  sultán  de  derecho  lo  sería  de  hecho  con  solo  de- 
searlo, más  no  se  conformaban  á  perder  tan  fácilmente  las  de- 
licias del  mando.  Para  evitarlo  aisláronle  de  sus  parciales,  al 
par  que  le  rodeaban  de  los  honores,  que  la  etiqueta  de  las  mo- 
narquías agarenas  concede  á  los  califas. 

Los  gomeres,  por  su  parte,  no  se  resignaron  á  ver  á  su  prín- 
cipe eclipsado  é  inutilizado  por  sus  walíes;  por  lo  cual  enviá- 
ronle una  comisión,  que  le  representara  lo  vergonzoso  de  su 
aislamiento  y  le  ofreciera  castigar  á  los  que  le  tenian  como 
secuestrado.  Idris  mostró,  una  vez  más,  su  debilidad  indigna, 
revelando  á  los  berguatíes  el  asunto  de  la  conferencia,  y,  lo 
que  fué  peor,  los  nombres  de  los  comisionados.  Estos  tuvieron 
que  huir  de  sus  hogares,  amenazados  de  muerte;  los  goberna- 
dores, para  ahorrarse  futuras  complicaciones,  enviaron  al  sul- 
tán 


Parte  primera.  Capítulo  iv.  117 

tan  á  España,  poniéndole  á  salvo  de  las  iras  de  Mohammed 
Almahdi,  en  las  fortificaciones  de  Gomares,  según  unos,  al  de- 
cir de  otros  en  Ronda. 

Mientras  tanto  los  berberíes  se  concertaban  en  Málaga, 
para  acabar  con  Almahdi.  Opusiéronle  en  efecto  un  carácter, 
digno  del  suyo,  en  Mohammed  hijo  de  Alkasim  ben  Hammud, 
que  habia  establecido  en  Algeciras  un  estado  independiente, 
amenazado,  cual  dije  antes,  por  la  ambición  del  eslavo  Nacha; 
con  éste  Mohammed  tuvieron  secretas  comunicaciones,  pactos 
y  alianzas  los  berberíes  malagueños.  Al  fin  los  sublevados  fué- 
ronse  á  Algeciras,  aclamando  á  Mohammed,  que,  cual  su  ad- 
versario, se  apellidó  Almahdi  billah. 

¡Cosa  digna  de  risa  y  que  proclama  lo  miserable  de  es-  ^ 
tos  tiempos,  dice  sentidamente  un  cronista  agareno;  en  treinta 
leguas  á  la  redonda,  álzanse  cuatro  reyezuelos,  llamándose  ca- 
lifas, y  tomando  el  egregio  título  de  Emires  A  Imuminin,  ó  Prínci- 
pes de  los  creyentes!  Los  cuales  eran,  Idris  II  en  Comáres, 
Mohammed  de  Málaga,  Almahdi  de  Algeciras,  y  cierto  impos- 
tor, que  fingía  ser  uno  de  los  últimos  sultanes  cordobeses, 
Hixem  II,  para  favorecer  las  ambiciones  de  Almotadhid  de  Se- 
villa. 

No  sé  porque  causa,  sin  duda  por  su  condición  tornadiza, 
abandonaron  los  berberíes  á  el  algecireño;  quien  dejadas  sus 
pretensiones,  y  comprendiendo  lo  ridículo  de  su  posición,  vol- 
vióse á  sus  hogares,  en  los  que,  avergonzado  y  triste,  murió  á  los 
pocos  dias. 

Probablemente  por  el  mismo  tiempo  falleció  también  su  ad- 
versa 


ii8  Málaga  Musulmana. 


versario  de  Málaga,  (i)  eligiendo  los  de  su  bando  para  suceder- 
le,  á  un  sobrino  suyo,  Idris  ben  Yahya,  que,  sin  titularse  califa, 
se  denominó  Almowafec  billah^  ¿üb  ^^41   el  favorecido  por  Dios. 

No  le  dejó  mucho  tiempo  Idris  II  gozar  del  sultanazgo, 
pues,  á  los  pocos  meses,  le  restauraban  en  él  los  malagueños. 
Más  no  traia  entonces,  el  asendereado  califa,  las  pacíficas  dis- 
posiciones que  antes  mostrara.  Sin  duda  las  decepciones  polí- 
ticas agriaron  su  bondadoso  carácter,  trocándose  en  odio  y  mal- 
querencia su  natural  indulgente.  Así  fué  que  permitió  á  los  su- 
yos violencias  é  injusticias,  que  ahuyentaron  de  Málaga,  espan- 
tados y  maltrechos,  á  los  que  habían  sido  sus  enemigos. 

Increpando  á  su  vuelta  al  kadi  malagueño  y  jurisconsulto, 
Abu  Ali  ben  Hasun,  que  había  reconocido  al  usurpador,  díjole 
ásperamente: 

— ¿Por  qué  reconociste  á  mis  contrarios,  después  de  haber- 
me servido,  y  fuiste  amigo  suyo? 

— ¿Por  qué  abandonaste  tú  el  poder?  contestó  el  ladino  le- 
trado, interrogándole. 

— Necesidad  apremiante  me  obligó  á  ello,  dijo  el  califa. 

— Pues  yo  caí  en  manos,  añadió  el  kadi,  que  no  me  permi- 
tieron hacer  otra  cosa  que  obedecer  (2) . 

Idris  II  continuó  gobernando  dos  años  después  de  su  restau- 
ración, hasta  su  muerte  (3).  Ocupó  su  lugar  su  hijo  Mohammed, 

quien, 

(i)  En  444  de  la  H.  ó  sea  de  3  Mayo  de  i052  á  23  Abril  de  1053.  Abdelwahid  y  Albo- 
tnaidi  dicen  que  el  45;  aténgome  al  Bekri:  Desc,  de  V  Afr.  sept.  J.  A.  Avril-Mai  1859, 
pág.  371 ,  autor  que  ofrece  datos  bastante  exactos,  sobre  esta  dinastía.  Makarí  sostiene 
igual  opinión. 

(2)  Makarí,  Analectes,  T.  II,  pág.  265. 

(3)  En  446  de  la  H.  ó  sea  de  12  de  Ab.  de  1054  á  2  de  Ab.  de  1055. 


Parte  primera.  Capítulo  iv.  119 

quien,  según  parece,  se  crió  y  educó  con  los  gobernadores  ber- 
guatíes  de  Ceuta  y  Tánger.  No  se  denominó  este  príncipe  ca- 
lifa, pero  tomó  el  nombre  de  Almostáli^  Jxl^I  ó  el  que  pro- 
cura  elevarse. 

Así  permaneció  hasta  comienzos  del  año  siguiente,  en  el 
cual  Badis  que  habia  establecido  en  Granada  la  capital  de  un 
principado  independiente,  se  apoderó  de  Málaga,  como  mas 
adelante  extensamente  relataré,  arrebatándola  para  siempre  á 
los  Hammudíes.  Mohammed  Almostáli  se  retiró  á  Almería, 
acompañado  de  algunos  individuos  de  su  familia,  pues  años  des- 
pués era  sepultada  Chauzar,  liberta  de  su  padre  (i)  en  esta  ciu- 
dad, donde  vivió  aquel  príncipe  oscuramente  muchos  años. 

Doce  llevaba  de  tan  mísera  existencia,  cuando  le  invitaron 
los  vecinos  de  Melilla,  para  que  pasara  á  ésta  á  gobernarlos. 
Melilla  era  por  entonces  una  ciudad  fortificada,  en  la  cual  habia 
un  vasto  caravanserrallo,  y  á  la  parte  oriental  poseia  un  cau- 
daloso manantial:  moraban  en  la  ciudad  los  Beni  Urtadi,  los 
cuales  recibieron  con  aplauso  al  Hammudí,  á  quien  reconoció 
también  por  señor  Coloua  Chara,  plaza  fuerte  situada  en  la  ci- 
ma 


(i)  Entre  la  colección  de  antigüedades,  reunidas  por  D.  Jorge  Loring,  en  su  hacienda 
•de  la  Concepción,  próxima  á  Málaga,  se  conser\'a  una  piedra  tumular^  afectando  la  forma 
de  un  prisma  triangular,  por  cuyas  cuatro  caras  diagonales,  corre  una  leyenda  arábiga, 
que  interpretó  Lafuente  Alcántara  del  modo  siguiente: 

«En  el  nombre  de  Allah,  clemente  y  misericordioso.  La  bendición  de  Allah  sea  sobre 
Mahoma  y  su  familia.  Este  es  el  sepulcro  de  Chauzar,  liberta  de  Alálí  billah,  Amir  de 
los  creyentes.  Allah  se  complazca  con  él.  Murió,  refrésquele  Allah  su  rostro  y  santifique 
su  espíritu  y  se  complazca  con  ella,  en_Ia  noche  nueve  de  Dzulkiada,  año  de  452—3  Dic. 
de  1060 — testificando  que  no  hay  otro  Dios  sino  Allah,  único  y  sin  compañero,  que  el  pa- 
ráis© es  verdadero,  y  verdadero  el  (fuego  del  infierno)  y  que  la  hora  vendrá  sin  duda  al- 
guna, y  que  Allah  resucitará  á  los  que  están  en  los  sepulcros.» 

Lleva  este  monumento  el  número  XX  del  Catálogo,  que  reseña  las  mencionadas  anti- 
^edades,  imp.  en  Málaga  en  MDCCCLXVIIL 


I20  Málaga  Musulmana. 


ma  de  una  montaña,  entre  Melilla  y  Guercif,  y  tenida  por  ines- 
pugnable,  declarándose  además  por  él,  las  regiones  circunven 
ciñas  (i). 

Reinaba  Mohammed  en  ellas,  durante  el  último  tercio  del 
siglo  XI,  cuando  redactaba  su  obra  el  insigne  autor  musulmán, 
que  me  ha  ofrecido  estos  curiosos  datos  sobre  su  vida  (2). 

Derrocada  para  siempre  la  dinastía  de  los  Beni  Hammud 
en  Málaga,  quedábanle  á  esta  familia  sus  posesiones  de  Alge- 
círas  y  África.  Dominaba  en  aquella  ciudad,  aunque  sin  titula 

de  ca 

(i)  Bekrí:  Ibideni,  pág.  372.  Aben  Haucal:  Descr.  deV  Afr.  trad.  de  Slane.  Journal 
As.  Fev.  1842. 

(2)  La  serie  de  los  soberanos  Hamroudíes  que  dominaron  en  Málaga,  ha  sido  deter- 
minadamente señalada,  primero  por  Dory  en  su  Ilist.  des  mus.  d'  Esp.  T.  lY,  pág.  299; 
después  por  Codera,  al  final  de  su  Manona  ya  citada,  en  un  Cuadro  genealógico  de  los 
Hammudies,  y  en  su  Tratado  de  Numismática  aráb.  esp.,  pág.  272-3;  la  que  consigno, 
á  seguida,  está  tomada  en  parte  de  este  notable  investigador  de  nuestras  antigüedades  sa- 
rracenas, concretando  el  asunto  á  Málaga,  añadiendo  á  su  serie  particularidades  genealó- 
gicas, completando  la  cronología,  y  confirmando  la  sospecha  que  emitió  de  ser  Mohammed 
Almostáliy  último  soberano  de  Málaga,  hijo  de  su  antecesor  Idris  II,  como  he  probado  en 
el  texto.  La  serie  es  la  siguiente: 

AÜ  ben  Hammud  Annazir  lidinillahj  ití^     o  jJ    ^^^^Lüt  el  que  ayuda  á  la  religión  de 

Dios,  reinó  desde  el  mes  de  Moharrem  de  407  de  la  Hegira — de  10  de  Junio  á  9  de  Julio  de 
1016 — hasta  que  le  asesinaron  el  28  de  Dzulkiada  de  408  ó  sea  el  17  de  Abril  de  1018. — 
Creo  que  debe  ser  Abril,  y  no  Mayo  como  indica  Codera  en  su  J/emoit'a,  pág.  4.  nota  7, 
T  como  manifesté  en  mi  anterior  pág.  76,  que  corregiré  en  la  fé  de  erratas.  Dozy  lo  indica 
perfectamente  en  su  Uist.  des  mus.  d*  Esp.  T.  III,  pág.  325. 

Alkasim,  su  hermano;  llamáronle  Almamun^  .i  —4'  aquel  en  quien  se  confia, ^ober- 
nó  en  Málaga,  desde  principios  de  Dzulhicha  de  ¥)S — 23  ó  24  de  Ab.  de  1018  hasta  el  mes 
de  Rebia  I  de  412—14  de  Junio  á  14  de  JuUo  de  1021. 

Tahya,  hijo  de  Aü  ben  Hammud,  sobrino  del  anterior,  apellidado  Almotáli  hUlcJiy 
«¿o    J-*ll  el  exaltado  por  Dios,  desde  la  fecha  antecedente,  hasta  Moharrem  del  427 — 5 

de  NoT.  á  4  de  Dic,  de  10Q5. 

Idiis  I,  su  hermano,  denominado  Almotaáyed  billoM^  itío  jj  Lj4t  el  ayudado  por 
Pioc$,  reinó  desde  el  427,  ya  imlicado,  hasU  el  de  431—23  de  Set.  de  1039  á  10  Set.  de 
lOiO. 

Alhasan  hijo  de  Yahya  Almotáli,  sobrino  del  anterior  cali£i,  llamado  Almostansir  li- 

lio  A,  JL'  o    ,  -••    [^  el  victorioso  por  Dios,  gobernó,  desde  ei  431  hasU  el  434—21  de  Ag. 

de  iOÜ  á  9"de  Ag.  de  ÍC43. 

n,  iKniiaiio  de  sa  antecesor,  apodado  Aláli  MlaA,  j¡}^     JixM  el  que  se  eleva 


•de  califa,  Alkasim,  hijo  de  Mohammed,  el  cual  la  poseyó  hasta 
su  muerte. 

Decidió  entonces  el  célebre  Almotamid,  señor  de  Sevilla, 
apoderarse  de  Algeciras.  Pero  hubo  quien  estorbara  sus  preten- 
siones. Ceuta  y  Tánger  eran  el  refugio  de  los  últimos  hasaníes, 
amparo  también  de  sus  dignatarios  y  aficionados.  En  nombre 
de  ellos,  aunque  independíente  de  hecho,  gobernábalas  el  ber- 
guati  Sacut,  quien  se  opuso  tenazmente  á  la  ocupación  de  Al- 
geciras. Mas  sus  habitantes  se  declararon  por  el  sevillano,  y  és- 
te tomó 


[Kir  Dins,  reinó  <1(<!4(I>!  i<l  4.34,  hasta  i(iii-  fué  di^strunadu  en  el  438—8  de  Julio  de  1046  & 
27  de  Jnnio  de  1047. 

Jlohammed,  hijo  de  Idrial,  primo  del  anterior,  llamado  ílitnoítrft  'ifín/i,  íÍ'Lj  ^  Ji%ll 

a  dirigido  por  Dios,  mandó  desde  el  438  al  444—3  de  Mayo  de  iíSa  á  23  de  Ab.'de  1053. 

Idrís  III,  parece  que  fué  sobrino  del  anterior  califa,  liijo  drt  Yaliya  l>en  Idm  1,  su  1v 

a^iellidú  Almotiiafee  bülah,  iL'b  ^^1  e]  sec-undadu  por  Dios;  mío  gobenió  unos  mescK. 

Idris  U,  ¡>or  segunda  vea,  desde  la  anlenor  íeclia  hasta  su  muerte  en  44U— de  12  dn 

Abril  de  iObi  á  3  de  Abril  de  10^. 

Mohammed  II,  su  hijo,  denomínndo  Alntoitáli,  ^liu—JI  el  que  jiroeui'a  elevai-se, 
<li9de  la  anterior  feclia  hasU  principios  del  447 — Abril  del  10^. 

Todavía,  años  después,  dominaban  llnmmudies  sobre  territorios  musulmanes.  Uno 
ir  ellos.  Aben  Hammud,  era  señor  de  GJrgenti  y  Castro  Giovanni  en  Sidlia,  bada  el 
liempo  de  la  Lovainan  y  ranquisla  normanda -1086,  Venia  prohablemenle  de  los  de  Al- 
Keciras,  y  las  guerras  civiles  sicilianos  juntas  A  su  egregia  estiqíe,  mucho  tii&s  que  sus  mu- 
reúmientos,  permitiéronle  establecer  su  señorío.  Al  presentarse  los  normandos,  scaudt- 
lladoa  por  ilogerio,  en  su  territorio,  encerróse  en  las  fortificaciones  de  Castro  Giovanni. 
Viffldo  que  era  imposible  asaltarlas,  por  su  inespugnable  jKiBÍcion,  el  tiorniandu  recorrió 
'1  resto  del  pais,  apoderándose  de  Oiryenti,  donde  aprisionó  A  la  rouger  y  biuilia  del  ba- 
•inita,  á  las  cuales  trató  con  singular  cortesania  y  bondad,  aunque  sin  libertarlas.  Aben 
Uiinmnd  cercado  esti-ceha mente,  conquistadas  sus  comarcnE  y  sometido  al  hambre,  tuvo 
i(iu  i«ndirse,  según  los  autores  muslimes.  Menos  honrosa  presentan  su  reducdon  los 
rririianos,  pues  refieren,  qne  cierto  dia  el  normando,  escAltado  por  unas  cien  lanxas,  dl- 
rigiiw  á  Castro  Giovanni,  y,  desde  el  caní]»,  demandó  al  alawi  una  confereneia.  Acwdió 
<^,  aiim  nadie  supo  el  resultado  de  estos  pláticas,  aunifue  pronto  lo  demostró  el  suceso; 
vi  principe  fingió  hacer  una  solida  y  cay/i  con  todo  su  gente,  en  una  emboscada,  de  anlt-- 
iiiana  preparada  con  su  contrario.  Castro  Giovanni  se  rindió  de  seguida,  por  falta  de  de- 
früíoreí, 

Aben  Hammud  abjuró  el  islamismo  bautiíAtidose,  y  los  teólogos  del  conde  prucurú- 
rniilf^  ta  dispensa  de  su  matrimonio  con  su  csjKisa,  próximo  parienta  suya.  Todavis,  La- 
•^  ilgun  tiem{K>,  creían  en  Suiacca  poseer  la  fuente  bauli^imol,  en  la  cual  había  renegado 


122  Málaga  Musulmana, 


te  tomó  posesión  de  la  codiciada  ciudad,  cuya  posición  maríti- 
ma, tanto  por  razón  del  tráfico,  cuanto  por  las  relaciones  con 
África,  era  en  aquellos  tiempos  importantísima. 

Años  después  la  invasión  de  los  almorávides,  mandados  por 
Yusuf  ben  Texufin,  llegó  hasta  las  posesiones  de  Sacut;  á 
quien  mandó  el  soberano  de  aquellas  fanáticas  tríbus  que  le 
ayudara  á  sitiar  un  castillo  berberisco. 

Atemorizado  el  berguati  disponíase  á  obedecerle,  mas  su 
hijo  Alcail  le  retrajo  de  ello.  De  todo  se  aprovechaba  Aben 
Texufin,  de  las  armas,  del  terror  que  inspiraban  sus  triunfos  y 
de  las  discordias  de  los  bereberes:  ante  él  no  habla  mas  que  es- 
coger entre  los  términos  de  este  dilema:  ó  someterse  ó  resistir  á 
la  desesperada.  Sacut  aceptó  lo  último. 
Feli 

para  siempre  de  las  glorias  de  sus  antecesores  el  descendiente  de  Mahoma.  Quien,  con 
gran  hacienda  y  honra,  vivió  cristiano  en  Mileto,  hasta  su  muerte.  Un  descendiente  suyo 
ocupó  altas  posiciones  en  la  corle  de  Palermo,  al  comenzar  el  reinado  de  Guillermo  el  Bue- 
no, dedicándole  sus  obras  escritores  de  su  casta,  como  Aben  Kalak  y  Aben  Zafer.  Los 
fíui'gio  noble  familia  siciliana  pretenden  ser  descendientes  de  los  Beni  Hammud.  M.  Ama- 
ri:  Storia  dei  Musulmani  di  Sicilia.  T.  III,  pág.  i73  y  sig. 

También  en  Marruecos  deben  existir  hoy  individuos  de  esta  familia,  entre  los  xerifes 
Idrisies.  Badia  y  Leblich,  Viages  de  Ali  Bey  el  Ahbasi  pot*  África  y  Asia^  T.  I,  cap.  XI, 
ed.  Valencia  1836  dá  algunos  curiosos  datos  sobre  estos.  Deseando  saber,  si  aun  vivian  en- 
tre los  mismos,  nietos  de  los  Hammudíes,  pregunté  á  mi  querido  amigo,  el  P.  fr.  José  de 
Lerchundi,  Prefecto  de  las  Misiones  españolas  en  Marruecos,  y  notable  arabista,  el  cual  so* 
lamente  pudo  proporcionarme  estas  noticias:  «Existen  en  Fez  muchos  xerifes  Idrisies  y  su 
Mocaddem,  ó  gefe,  és  de  la  misma  familia  que  en  tiempo  de  Badia,  porque  su  oficio  ó  cargo 
i»s  hereditario,  según  se  cree,  desde  el  tiempo  de  Idris.  Este  mocaddem,  cosa  rara,  no  es  xe- 
rife,  ó  sea  descendiente  de  Mahoma,  pero,  és  muy  respetado  de  todos  ellos.  En  Fez  se  con- 
sena  la  mezquita,  fundación  de  Idris  II,  y  en  la  misma  colgados  varios  pliegos  enrroUados. 
Pero  ¿qué  contienen?  Un  moro  instruido  me  asegura,  que  encierran  varios  tratados  que  se 
celebraron  entre  la  dinastía  reinante  y  los  habitantes  de  Fez;  dice  que  los  xerifes  Idrísitasde 
esta  ciudad  viven  bien  y  con  orgullo;  entre  ellos  hay  ex  omni  genere  piscium;  sabios  é  igno- 
rantes, ricos  y  pobres.  Las  limosnas  que  se  recogen  en  la  mezquita,  se  reparten  entre  ellos; 
sin  embargo,  los  ingresos  de  los  diez  y  nueve  primeros  dias  del  mes  de  Mulud,  pertenecen 
á  los  xerifes,  también  Idrisies,  que  viven  en  el  santuario  de  Muley  Abdesselam,  célebre  en 
la  historia  marroquí,  y  esto  por  un  tratado  que  existe  entre  ellos.  En  dichos  dias  se  apo- 
deran estos  últimos  de  la  mezquita,  y  no  permiten  la  entrada  á  ningún  xerif  ídrisita  de 
f¿a.» 


Parte  primera.  Capítulo  iv.  123 

Felicitábanse  los  vecinos  de  Ceuta  por  entregarse  á  los  al- 
morávides, cuando  supieron  que  uno  de  sus  caudillos,  Saleh,  se 
dirigía  hacia  ellos;  pero  su  desesperación  fué  extremada,  al  oir 
decir  á  Sacut: 

— Juro  que  nunca  hará  oir  Saleh  á  mis  subditos  los  redo- 
bles de  su  tambor  almoravid. 

Y  cabalgó  hacia  Tánger,  en  donde -gobernaba  su  hijo  Dia 
Addola,  reuniendo  un  ejército,  con  el  cual  salió  á  encontrar  al 
enemigo.  Encendióse  la  pelea  en  los  alrededores  de  aquella 
ciudad;  batiéronse  con  encarnizamiento  los  berguatíes,  más  el 
número  y  la  valentía  de  sus  contrarios  se  los  llevaron  por  de- 
lante; entonces  el  fiero  Sacut,  que,  apesar  de  sus  ochenta  y  tres 
años,  luchaba  denodadamente,  se  precipitó  sobre  las  lanzas  ene- 
migas, hallando  en  ellas  una  muerte,  digna  de  su  valentía. 

Después  de  perder  á  Tánger,  Dia  Addola  se  refugió  en  Ceu- 
ta. Por  este  tiempo,  Almotamid  de  Sevilla  imploraba  el  auxilia 
de  los  almorávides,  contra  la  invasión  de  las  huestes  cristianas 
60*108  estados  musulmanes:  otorgólo  Aben  Texufin,  como  diré 
en  breve,  pero  la  estancia  de  Dia  Addola  en  Ceuta,  lugar  de  pa- 
so para  España,  dificultábalo.  Motamid  con  su  escuadra  y  Moez, 
hijo  de  el  almoravid,  por  tierra,  dieron  en  pocos  instantes  bue- 
na cuenta  de  Aben  Sacut.  Este  cayó  prisionero,  y  al  presen- 
tarlo 4  Moez,  mandósele  que  entregara  su  tesoro:  digno  hijo 
de  Sacut,  contestó  el  berguatí  negándose  de  mala  manera;  al 
momento  fué  asesinado.  Al  fin  se  encontró  el  tesoro,  y  en  él  el 
sello  del  califa  Yahya  ben  Ali,  que  fué  muerto,  cual  relaté  antes, 
en  la  campiña  de  Carmena. 

20  Poco 


124  Málaga  Musulmana. 


Poco  después  Yusuf  ben  Texufin  se  apoderaba  del  país  de 
los  Comeres,  partidarios  de  los  Hammudíes,  y  terminaba  ea 
África  definitivamente  el  poderío  de  esta  célebre  familia,  cual 
habia  cesado  en  España  (i). 

La  dinastía  Hammudí  pudo  haber  renovado  en  esta  las  glo- 
rias de  sus  abuelos  los  Idrisies  de  África,  pues  contó,  entre  sus 
califas,  ánimos  varoniles  é  inclinados  al  bien.  La  miseria  de  los 
tiempos  y  los  vicios  de  algunos  de  ellos,  comunes  á  los  gober- 
nantes de  entonces,  les  impidieron  sustituir  dignamente  en  el 
trono  cordobés  á  sus  émulos  los  Umeyas,  regir  tranquilamente 
los  territorios  que  les  proclamaban  soberanos,  enfrenar  sus  wa- 
líes  y  ministros,  y  les  transformaron  de  pacificadores,  cual  desea- 
ban, en  elementos  destructores,  en  gérmenes  de  perpetuas  dis- 
cordias, que  yermaron  y  arruinaron  nuestras  comarcas.  Si  fue- 
ron muy  aborrecidos  por  sus  contrarios,  fueron  también  muy 
amados  por  sus  parciales;  derrocado  su  señorío  en  España, 
todavía  hallaron  hombres  que  se  les  sometieran  como  subditos, 
y  todavía  nació  entre  ellos  un  varón  ilustre,  célebre  en  su  época 
y  en  la  nuestra.  Que  cuando  el  tiempo  desvanecía  la  memoria 
de  aquellos  soberanos,  á  veces  tan  temidos,  la  ciencia  nos  con- 
servaba  la  del  Xerif  Alidrisi,  como  uno  de  los  más  nobles  y  hon- 
rados nombres  de  la  Edad  Media. 


(1)     Aben  Jaldun:  Hist,  des  Berbers,  T.  II,  pág.  154.  Ab3n  Abdclhalitn:  Rud  Alkar- 
/ító,  pág.  200. 


CAPÍTULO  V. 


Los  Almorávides  y  los  Almohades  en  Málaga. 


Badis  ben  Habbus  señor  de  Granada  y  Málaga. —Su  vida  y  gobierno.— Almotadhid  de  Se- 
villa envia  á  su  hijo  Mohammed  para  apoderarse  de  ésta.— Fracaso  de  su  expedición. 
— Muerte  de  Badis. — Temim  gobernador  de  Málaga. — Su  prisión  y  destronamiento  por 
los  almorávides — La  cristiandad  en  Málaga  y  su  provincia.— El  obispo  Julián. — Acci- 
dentes de  su  vida. — Sus  reclamaciones  áRoma. — Expulsión  de  los  mozárabes  mala- 
gueños.— Calda  délos  almorávides. — Periodo  intermedio  con  los  almohades. — Entra- 
da en  Málaga  de  éstos. — Algunos  acontecimientos  y  gobernadores  de  esta  época,  en 
Málaga. — Nace  en  ella  el  príncipe,  después  sultán  almohade,  Idrís  ben  Yacub  Al- 
manzor. — Caida  de  los  almohades. 


Si  el  despotismo,  como  violación  del  derecho  humano,  no 
fnese  tan  dañoso  á  la  república,  todavía  hiciéranle  aborrecible 
la  desordenada  y  viciosa  existencia,  que  por  lo  común  llevan  los 
que  lo  ejercen.  Cuando  todo  es  lícito  á  un  hombre,  cuando  sus 
caprichos  son  leyes,  cuando  á  su  mandado  están  vidas,  fortu- 
nas y  honras,  raro  será  que  no  se  desvanezca,  que  no  le  domi-  , 
nen  los  vicios,  que  no  rompa  el  freno  de  la  religión,  único  que 
le  contiene,  y  que  de  ser  humano  no  se  trueque  en  monstruo 
abominable. 

Quien  quisiere  ver  comprobada  esta  afirmación  la  hallará 
frecuentemente  en  la  historia  oriental;  con  frecuencia  también 

en  la 


126  Málaga  Musulmana. 


en  la  de  los  estados  hispano-musulmanes,  á  través  de  los  cua- 
les vá  pasando  mi  relato.  Monarcas  orgullosos,  crueles  hasta  el 
paroxismo  de  la  crueldad;  codiciosos  del  bien  ageno;  en  quienes 
la  magestad  de  la  muerte  no  extinguía  los  rencores;  archivos  de 
todos  los  vicios,  aun  de  los  mas  abominables;  dados  á  la  mas  de- 
senfrenada lujuria,  á  la  embriaguez,  á  la  gula,  á  todo  género  de 
crápula;  sin  respeto  á  la  lealtad,  á  la  fé  jurada,  á  la  desventu- 
ra; practicando  rara  vez  esos  generosos  afectos  que  engrande-^ 
cen  y  ennoblecen  el  alma,  los  encontramos  á  cada  paso. 

Entre  los  cuales  puede  presentarse,  como  triste  dechado  de 
esta  clase  de  gobernantes,  á  Badis  ben  Habbus,  régulo  grana- 
dino, sucesor  de  los  Hammudíes  en  el  señorío  de  Málaga.  De 
subdito  de  aquellos  príncipes  trocóse  Badis  en  dueño  de  sus  es- 
tados; razón  será  que  diga  ahora,  por  extenso,  quien  fué  este  su- 
geto  y  cuales  sus  sucesos,  para  mayor  claridad  de  mi  narración. 

Entre  el  gran  número  de  familias  berberiscas,  más  ó  menos 
señaladas,  que  trajeron  á  nuestra  España  las  disensiones  ci- 
viles africanas,  la  fanática  aspiración  de  sacrificar  reposo  y  vi- 
da  en  el  chihed,  que  así  llamaban  los  moros  á  la  guerra  contra 
cristianos,  ó  el  propósito  de  mudar  en  próspera  la  adversa  suer- 
te, fué  una  de  las  más  notables  la  de  los  Sinhachíes;  á  cuyos  indi- 
viduos, con  sumo  alborozo  y  distinción,  recibió  el  célebre  mi- 
nistro de  los  Umeyas,  Abu  Amir  Almanzor,  como  adecuados  au- 
xiliares para  sus  ambiciosas  pretensiones. 

Zawi,  gefe  de  ellos,  y  arrimo  valioso,  primero  de  aquel  mag* 
nate,  después  de  su  estirpe,  tuvo  principalísima  parte  en  las 
guerras  domésticas  que  estallaron  á  la  caida  y  desmembración. 

del 


Parte  primera.  Capítulo  v.  127 

del  califato  cordobés.  Durante  ellas  dicen  que  espantado  de  las 
tropelías  de  su  bando  tornóse  al  África.  El  señorío  de  Granada 
pasó  por  lugartenencia  á  uno  de  sus  hijos,  por  rebelión,  mas  ade- 
lante, á  su  sobrino  Habbus  y  de  éste  á  Badis,  nombre  que,  con 
bastante  frecuencia,  habrá  encontrado  el  lector,  en  las  contien- 
das perennes  de  la  dinastía  Hammudí. 

Durante  Su  largo  reinado,  aunque  sometido  nominalmente 
á  los  alawíes,  de  hecho  fué  independiente,  imponiéndoles  aveces, 
cual  vimos,  sus  rencores  y  venganzas,  hasta  sobre  sus  más  fieles 
servidores.  Obedecían  los  berberiscos  á  Badis,  cual  á  su  natu- 
ral caudillo,  y  solicitaban  su  alianza  los  otros  reyezuelos  de  Tai- 
fas; ctuel,  sanginario,  dado  á  la  crápula,  sobre  todo  al  vino,  dome- 
ñaba por  el  terror  á  sus  vasallos,  y  por  la  cautela  y  prudencia  de 

« 

su  ministro,  el  célebre  judío  Aben  Nagdela:  ambicioso  de  mauT 
do  y  riquezas,  dolencia  dominante  en  aquellos  tiempos,  más 
que  en  otros,  por  la  facilidad  que  sus  revueltas  ofrecían  de  satis- 
facer las  malas  pasiones,  aprovechó  cuantos  medios  y  circuns- 
tancias se  le  presentaron  para  ensar^char  sus  dominios.  Su  ca- 
rácter és,  cual  antes  dije,  emblema  acabado  de  un  tirano,  á  la 
vez  que  emblema  de  su  tiempo;  brutal,  violento,  tornadizo  y 
desleal. 

Cuando  los  Hasaníes  malagueños  perdieron  por  completo 
su  prestigio,  Badis  decidió  apoderarse  de  Málaga.  Moraban  en 
ésta. de  antiguo  familias  de  alcurnia  arábiga,  por  lo  cual  su  par- 
tido  era  en  nuestra  ciudad  bien  poderoso,  y  como  enemigo  irre- 
conciliable de  los  berberiscos,  á  los  cuales  tenían,  y  no  sin  ra- 
zón, por  bárbaros,  parecía  imposible  que  el  granadino  se  apode- 
rara 


128  Málaga  Musulmana. 


rara  pacíficamente  de  ella.  Más  alhagos  y  dádivas  quebrantareis 
la  resolución  del  kadi  Abu  AbdaUah  Chodhami,  quien,  me- 
diante su  valimiento  entre  sus  convecinos,  consiguió  reducirlos 
á  la  obediencia  berberisca,  sin  tener  que  esgrimir  las  armas  (i). 

Málaga  desde  entonces  se  redujo  al  señorío  granadino,  so- 
metido antes  á  sus  mandatos;  mas  no  las  posesiones  africanas 
que  de  ella  dependían.  Badis  concluyó  de  fortificar  nuestra  Al- 
cazaba, arreglando  la  disposición  de  sus  muros  y  torreones,  den- 
tro de  los  cuales  habitaron  los  califas  alawíes,  bajo  de  los  cua- 
les, y  comprendiendo  seguramente  al  Gibralfaro,  deoian  los  au- 
tores muslimes,  en  su  enfático  lenguaje,  tan  lejano  de  U  realidad, 
«que  brotaba  la  lluvia,  y  que  apenas  si  se  las  podia  alcanzar  con 
el  vuelo  del  pensamiento,  por  la  altura  de  sus  obras  y  por  los 
elevados  sitios  desde  los  cuales  se  erguían  á  los  cielos»  (2), 

Cuanto  interesaban  estas  fortificaciones  á  la  parcialidad  ber- 
berisca probáronlo  los  sucesos.  Ya  ponderé  antes  la  ambición 
de  los  Abbadíes  sevillanos,  representantes  en  Andalucía  del  ban- 
do árabe,  y  cuan  capaz  de  realizar  sus  grandes  aspiraciones  era 
Almotadhid,  sucesor  en  aquel  estado  de  su  padre  el  kadi  Aben 
Abbad.  Hemos  visto  también  en  las  anteriores  páginas  á  ésta 
dinastía  penetrar  en  nuestras  comarcas,  en  las  que  se  fué  apo- 
derando de  poblaciones,  que,  cual  Ronda,  eran  baluartes  de 
sus  implacables  adversarios. 
Con 

(i)  Aben  Jaldun:  Hist,  des  Bcrhet^^  T.  H,  pág.  61  y  sig.  Aben  Aljathib:  Yhata^  bio- 
grafía de  Bologuin  ben  Badis,  M.  S.  de  Gayangos,  fól.  i07  vuelto.  Aben  Alatsir,  ut  supra^ 
pone  la  toma  de  posesión  de  Málaga  por  Badis  en  el  año  447  ó  sea  de  2  de  Ab.  de  1055  á  21 
de  Marzo  de  1056;  la  misma  fecha  ofrece  Bekrí,  loco  citato,  pág.  372.  Aben  Jaldun  dos 
años  después.  Uist.  de  los  Ham.  M.  S.  de  París. 

(2)  Makarí:  Analectcs,  T.  1,  pág.  121,  lin.  5  y  sig.  Simonet:  Descr.  del  reino  de  Gran. 
2.*  ed.  pág.  117. 


Parte  primera.  Capítulo  v.  129 


Conquistada  Algeciras  imaginó  el  sevillano  apoderarse  de 
Málaga,  cuya  situación  marítima,  floreciente  contratación  y 
proximidad  al  África,  escitaron  perpetuamente  la  codicia  de  los 
sultanes  sarracenos.  Creo  también  más  que  probable,  que  le  os- 
tigaría  á  ello,  el  vecindario  árabe  de  nuestra  ciudad,  á  el  cual 
impacientaba  y  humillaba  la  dominación  berberí. 

Hombre  era  Almotadhid  tan  codicioso,  que,  según  la  gráfica 
y  pintoresca  expresión  de  los  autores  muslimes,  cazaba  pája- 
ros bajo  las  alas  de  un  milano  y  arrancaba  de  las  fauces  su  presa  á 
un  dragón.  Aceptó  alborozado  las  proposiciones  de  los  malague- 
ños, las  cuales  se  ajustaban  perfectamente  á  sus  propósitos;  con 
tanta  mayor  razón,  cuanta  que  Badis,  por  aquel  tiempo,  entre- 
gado por  entero  á  festines  y  deportes,  embriagado  dia  y  noche, 
olvidábase  de  su  habitual  diligencia,  y  confiado  en  el  terror  que 
inspiraba  su  nombre,  descuidaba  bastante  la  guarda  de  sus  es- 
tados. 

Las  muestras  de  simpatía  que  á  el  sevillano  daban  los  de 
Málaga,  debieron,  sin  embargo,  despertar  sus  sospechas  y  man- 
tenerle más  vigilante,  sobre  todo  tratándose  de  un  adversario, 
de  quien  decia  quien  le  conoció,  que  cuando  al  parecer  estaba  lejos^ 
se  hallaba  presente. 

Urdida  la  trama,  advertido  el  árabe,  preparados  los  mala- 
gueños, envióles  Almotadhid  á  sii  hijo  Mohammed,  con  buen  gol- 
pe de  gente.  Fué  el  príncipe  recibido  con  singular  gozo  y  agasa- 
jo, como  á  libertador  de  una  brutal  opresión,  granjeándose  á  po- 
co, por  sus  cortesanas  prendas,  el  amor  y  la  simpatía  general. 

Mas  no  todos  fueron  triunfos  y  muestras  de  adhesión:  da- 
ban 


130  Málaga  Musulmana. 


ban  presidio  en  Gibralfaro  algunas  taifas  de  negros,  restos  qui- 
zá de  los  que  tan  lealmente  sirvieron  á  los  Beni  Hammud,  los 
cuales  mientras  la  ciudad  adornaba  sus  calles  y  plazas,  y  ebria 
de  júbilo  abría  sus  puertas  á  los  sevillanos,  colmándolos  de  rega- 
los, comentando  y  loando  los  dichos  ó  las  maneras  de  su  gefe, 
cerraron  las  entradas  del  castillo,  resistiéronse  lo  mismo  á  las 
intimaciones  que  á  las  acometidas  de  los  sublevados,  y  envia- 
ron á  Badis  una  paloma  mensagera  advirtiéndole  lo  que  acon- 
tecía (i). 

Al  saberlo,  la  ira,  el  rencor,  la  vergüenza  de  la  propia  humi- 
llación, en  la  que  tanta  parte  tenia  su  vicioso  descuido,  el  temor 
de  que,  asentado  Almotadhid  en  lo  mejor  de  sus  dominios,  se 
alzara  con  lo  demás,  sacaron  de  su  torpe  inacción  á  el  reyezue- 
lo granadino.  Si  su  contrario  lograba  reducir  á  los  negros,  no  se- 
ria Málaga  la  única  población  que  se  le  sublevara;  la  insurrec- 
ción de  veinte  y  cinco  castillos  de  su  comarca  demostraba  la 
predisposición  de  los  ánimos  en  pro  del  sevillano. 

Inmediatamente  convocó  el  berberisco  sus  huestes,  escitólas 
al  combate,  despertando  sus  odios  contra  la  aborrecida  parcia- 
lidad arábiga,  y  puso  á  su  frente  á  Aben  Neya,  uno  de  sus  más 
valerosos  capitanes:  quien,  atravesando  velozmente  la  distancia 
que  separa  á  Granada  de  Málaga,  acercóse  á  ésta,  cuando  me- 
nos se  le  esperaba. 
'  Con 

(i)  Este  medio  de  comunicación,  que  ahora  comienza  á  introducirse  en  nuestra  pátina^ 
fué  empleado  por  los  muslimes  españoles  y  mucho  también  en  Oriente;  en  el  precioso 
cuento  sacado  de  las  Mil  y  una  noches^  por  Cherbonneau,  que  tituló  Les  foiirberies  de  De- 
lilah^  París  1856,  se  habla  de  un  empleado  en  la  corte  de  cierto  califa,  el  cual,  á  la  vez  (jue 
de  astrologia,  cuidaba  de  las  palomas  mensageras  del  soberano.  Los  benimerines  sitiados 
en  Algeciras  por  los  cristianos,  se  comunicaban  con  Gibraltar  por  palomas  mensageras. 
Aben  Abdelhalim:  Rud  Alkartas,  pág.  474. 


Parte  primera.  Capítulo  v.  131 

Con  prudente  acuerdo  habían  aconsejado  antes  los  malague- 
ños á  Mohammed,  que  apagara  el  foco  de  rebelión  encendido 
en  la  cima  del  monte,  que  dominaba  su  ciudad,  freno  y  aborre- 
cimiento, en  todo  tiempo,  de  las  revueltas.  Por  el  contrario  algu- 
nos berberiscos  que  le  acompañaban,  deseando  evitar  la  muer- 
te de  los  que  se  mantenian  fieles  á  su  partido,  inclinábanle  á 
entregarse  por  completo  á  los  deleites  de  la  jubilosa  recepción 
que  se  le  hacia,  asegurándole  que  á  poco  quedaría  vencida  la  re- 
sistencia. Fióse  el  incauto  mancebo  de  aquellos  arteros  conse- 
jos,  demostrando  con  esto  su  buen  natural,  y  sin  tomar  precau- 
ción alguna  de  las  que  en  casos  tales  enseña  la  estrategia,  dió- 
se  con  toda  su  gente  á  zambras  y  festines,  cuando  mas  conve- 
nía velar  y  requerir  las  armas. 

Tanto  se  engolfaron  en  sus  placeres,  tanto  se  olvidaron  de 
la  propia  seguridad,  que  Aben  Neya  penetró  entre  ellos,  sin  en- 
contrar resistencia.  Con  lo  cual  los  granadinos,  probablemente 
auxiliados  por  la  guarnición  de  Gibralfaro,  degollando  á  unos 
é  hiriendo  á  otros,  pusieron  en  desatentada  fuga  á  los  que  es- 
caparon convida:  después  restablecieron  en  Málaga  la  autori- 
dad de  su  señor,  y  se  apoderaron  de  las  armas,  joyas  y  bagajes 
sevillanos.  Conociendo  el  carácter  de  Badis  creo  que  se  puede 
afirmar  lo  que  dice  un  orientalista  ilustre,  que  como  acostum- 
braba icastigaría  á  hierro,  á  fuego  ó  enterrando  vivos  á  los  que 
tuvieron  la  insolencia  de  rebelársele,  quitando  con  esto  á  los 
malcontentos  el  deseo  de  sublevarse  nuevamente»  (i). 

El  prín 

(i)    Dozy:  Hist.  des  mus.  d'  Esp.  T.  IV,  pág.  H2. 

21 


132  Málaga  Musulmana. 


El  príncipe  Mohammed  huyó  á  Ronda,  seguido  de  algunos 
que  con  él  escaparon  á  la  ferocidad  berberisca.  Aterróse  en  su 
refugio,  recapacitando  en  la  violenta  ira  de  su  padre,  cuando  le 
informaran  que  habia  fracasado,  por  su  puerilidad  y  torpeza, 
una  de  sus  mas  queridas  aspiraciones.  Motadhid  colérico  era 
una  fiera  enjaulada;  ante  nada  se  detenía,  ni  aun  ante  la  vida 
de  un  hijo. 

La  tempestad  estalló  efectivamente  terrible  y  amenazadora. 
Mohammed  fué  preso,  por  orden  de  su  padre;  susurrábase  que 
éste  trataba  de  castigar  ejemplarmente  la  imprevisión  del  prín- 
cipe, pues  ciertamente  exigían  á  su  soberano  pena  inmediata  y 
terrible,  aquellos  soldados  muertos,  maltrechos  ó  cautivos,  ven- 
cidos y  humillados  por  los  berberíes,  y  los  crueles  suplicios  que 
harían  éstos  en  la  gente  de  Málaga. 

Mohammed  para  aplacar  el  enojo  de  Motadhid  le  dirigió 
una  poesía,  en  la  que  alababa  los  triunfos  y  las  excelsas  pren- 
das paternas;  presentábase  en  ella,  doliente,  apesarado  por  su 
desdicha,  contrito  y  sumiso  á  la  voluntad  de  su  señor,  cargando 
su  derrota  al  hado  funesto  que  le  perseguía,  cómodo  medio  de 
disculpar  las  propias  faltas,  frecuente  entre  muslimes  y  aun 
entre  los  que  no  lo  son,  exclamando  con  insinuante  y  enterne- 
cedoras  frases: 

No  ya  de  los  vasos  el  son  argentino, 
Ni  el  arpa,  ni  el  canto  me  inspiran  placer, 
Ni  en  frescas  mejillas  rubor  purpurino, 
Ni  ardientes  miradas  de  hermosa  muger. 
No  pienses  con  todo  que  extingue  y  anula 
Un  místico  arrobo  mi  esfuerzo  y  virtud, 
Bullendo  en  mis  venas,  cual  fuego  circula, 
Y  bríos  me  presta  viril  juventud. 
Mas  ya  las  mugeres,  el  vino  y  la  orgia 

Cal 


Parte  primera.  Capítulo  v. 


Calmar  no  consíifuen  mi  negra  anicaon; 
Ya  solo  pudiera  causarme  alegría 
|0h  padre!  tu  duk'U  y  aTisiadu  perdón; 

Y  luego,  cual  rayo,  volar  al  cómbale, 

Y  audaz  por  las  fliss  cnnlraria»  entrar, 

Y  romo  el  villano  espigas  abate. 
Cabezas,  sin  rúenlo,  en  t<irno  srgar. 

En  otra  kasida  ó  poesía  se  granjeaba  su  indulgencia  dicién- 

dole: 

¡Cuánlaa  vicliinus,  olí  puilre. 
Lograste,  cuyo  n- cu  ordo 
Las  presuroíEls  edailes 
No  borrarán  con  su  vuelo! 
Las  caravanas  difund<'n 
Por  loa  confines  exiremos 
De  la  (ierra  la  pujan >ui 
De  tu  braxD  y  los  ti'ureoü, 

Y  los  beduinos  hablan 

De  tu  ^loiia  y  de  tus  hitchos, 
Al  res|ilanilor  de  la  luna 
Descansando  en  el  desierto  (1). 

Vencido  por  estas  dulces  endechas,  que  agasajaban  sus  in- 
clinaciones literarias  y  su  vanidad  de  soberano,  desvanecida  la 
cólera  que  apagaba  en  su  corazón  la  voz  de  la  sangre,  conmo- 
vido atlemás  por  los  ruegos  de  cierto  santo  morabito  ó  ermi- 
taño rondeno,  perdonó  Motadhid  á  su  hijo,  alzóle  su  entredi- 
cho, mandó  que  le  soltaran  de  las  prisiones  y  le  recibió  en  su 
gracia  (2). 

Málaga  continuó  desde  entonces  subyugada  por  los  berebe- 
res granadinos,  durante  la  vida  de  Badis  y  el  reinado  de  su  nie- 
to Ab 


A)  Sc^cL:  Poe»ia  <j  arte  de  Ion  ái:  im  Sic.  y  Ef¡>aña,  T.  II,  pág.  17  y  18,  Irad.  de 
"■'•Vttera.  He  introducido  en  mi  obra  estas  poesías,  porque  aum¡ue  no  sean  Iraducríon 
nWtde  ha  árabes  contienen  su  sentido;  por  otra  |Mirt«  Valen  ha  put^to  on  ellas  tanto  iu- 
lOñjhibUidad,  que,  sin  duda,  ha  resucitado  en  sus  bellísimos  versos  la  fogosa  imaginn^ 
*)'»<  de  lo*  poetas  muslimes  andalures.  Quirj  en  ellos  se  adviertan  y  uonijirendan  mejor 
'"a'i'dos  queagilaban  sus  ánimos,  que  en  una  traducción  lilerat. 

'^i)   Aben  Basum,  en  Doxy:  Hut.  Abb.  T.  I,  pág.  51  y  s¡it.,  y  301  y  sig. 


134  Málaga  Musulmana. 


to  Abdallah;  Temim  hermano  de  éste  quedó  entonces  por  go- 
bernador de  la  antigua  corte  hammudita  (i). 

Mientras  tanto  era  cada  dia  mas  precaria  la  situación  de 
los  musulmanes  en  España.  Los  reyezuelos  de  Taifas  aniquila- 
ban sus  fuerzas  derramando  la  sangre  de  sus  vasallos,  disipan- 
do sus  riquezas,  yermando  su  territorio,  cual  sucedía  en  las  co- 
marcas malagueñas,  donde  villas  populosas,  como  Antequera  y 
Archidona,  con  sus  jurisdicciones,  estaban  reducidas,  al  espirar 
el  siglo  XI,  á  un  espantoso  páramo  (2).  Las  victorias  de  Alfon- 
so VI,  la  expugnación  de  Toledo,  la  convicción  de  su  impoten- 
cia, espantaban  á  la  morisma:  vivia  ésta  dividida  en  fracciones, 
odiándose  mutuamente,  reducida  gran  parte  á  la  condición  de 
mudejar  ó  sea  tributaria  ¡triste  género  de  servidumbre!  sometida 
á  el  rencor  y  al  menosprecio  de  los  cristianos,  plañendo  las  des- 
dichas de  su  mísero  estado,  cuando  mas  que  lágrimas  femeni- 
les correspondían  varoniles  alientos,  unión,  fortaleza  y  valor. 

Por  entonces  se  establecía  en  las  regiones  africanas,  fron- 
teras á  nuestra  Península,  cierto  nuevo  imperio,  en  una  de  las 
varias  revoluciones,  con  las  que  demostró  su  enérgica  vitalidad 
la  raza  berberisca,  bullente  entonces  y  agitada  por  el  fanatismo 
religioso,  cual  las  materias  en  fusión  que  en  el  seno  de  la  tierra 
coadyuvan  á  las  erupciones  volcánicas. 

Desde  los  oasis  y  desiertos  del  Sahara,  como  ésas  nubes  de 
langostas  que  surgen  de  sus  arenales  y  se  derraman  por  las  tie- 
rras 


(1)  Aben  Jaldun:  Híst.  des  Berbei^s^  T.  II,  pág.  63,  coloca  este  suceso  hacia  el  467- 
1074  al  75. 

(2)  Idiisi:  Desanp.  de  V  Afr,  et  de  V  Espagne,  pág.  204  del  texto,  SSl  de  la  trad. 


Parte  primera.  Capítulo  v.  135 

iras  labrantías,  asolando  mieses  y  destrozando  huertas,  se  de- 
Tramaron  ellos  por  las  comarcas  hoy  marroquíes,  reduciéndolas 
todas  á  la  obediencia  de  su  emir,  el  valeroso  y  enérgico  Yusuf 
ben  Texufin.  A  éste  volvieron  sus  atribulados  corazones  los 
muslimes  españoles:  pues  era  príncipe  ambicioso  de  mando,  ávi- 
do de  riquezas,  fanático  musulmán,  y  ansioso  de  probar  en  la  gue- 
rra santa  sus  insignes  dotes.  La  gente  hispano-sarracena  im- 
ploró su  auxilio,  con  lo  cual  Yusuf  vino  á  España,  humilló  á  Al- 
fonso VI  en  el  tremendo  dia  de  Zalaca  y  destruyó  cuasi  todas 
las  dinastías  de  Taifas,  sobre  cuyos  escombros  asentó  el  pode- 
río berberisco  y  el  de  su  dinastía. 

Entre  las  que  destronó  fué  una  de  las  primeras  la  de  Badis. 
Abdallah  de  Granada  y  Temim  de  Málaga  aprisionados,  salie- 
ron de  sus  dominios,  y  fueron  enviados  uno  á  Agmat,  otro  á  Sus 
el  Aksá,  poblaciones  africanas,  donde  ambos  vivieron  pensiona- 
dos por  el  nionarcaalmoravid. — 1090 — Al  terminar  la  Edad  Me- 
dia cierta  noble  familia  tangerina,  los  Beni  Annamci,  se  ufana- 
ban de  contar  entre  sus  ascendientes  á  los  príncipes  de  Grana- 
da y  Málaga  (i). 

Cuando  Almotamid,  sultán  de  Sevilla,  sospechando  la  suer- 
te que  aguardaba  á  su  estado,  amenazado  por  la  codicia  de  Yu- 
suf, rompió  con  éste,  envió  su  armada  para  que  piratease  en  las 
costas  africanas,  pasados  ya  los  tiempos  en  que  sus  embarcacio- 
nes, cual  relaté  antes,  acababan  en  ellas  con  los  últimos  restos 
de  la  dominación  Hammudí.  Estragaron  por  extremo  los  sevi- 
llanos 


(i)    Aben  Jaldun:  Uist.  des  Bei^bers,  ut  supra. 


136  Málaga  Musulmana. 


llanos  aquellas  marinas,  vencieron  en  naval  contienda  á  los  tu- 
necinos, que  acudian  al  socorro  de  los  almorávides,  y  pasaron 
por  las  riberas  mediterráneas  españolas  apresando  naos,  galeras 
6  cárabos,  y  enviándolas  con  sus  despojos  á  Sevilla. 

Al  llegar  á  el  puerto  de  Málaga  se  apoderaron  de  una  ca- 
rraca genovesa;  mas  teniendo  paz  con  la  gente  de  Genova  entre- 
gáronle parte  de  la  presa.  Aquí  se  les  juntaron  cinco  naves  cris- 
tianas, las  cuales,  con  los  corsarios  moros,  desembarcaron  la 
^ente  de  mar,  y  por  estar  declarada  la  tierra  por  el  africano  hi- 
cieron grave  daño  en  ella  (i). 

Esta  es  la  primer  noticia  que  tenemos  acerca  de  las  rela- 
ciones que  existieron  entre  los  musulmanes  malagueños  y  los 
navegantes  de  Genova,  que  tuvieron  en  nuestra  ciudad  una  fac- 
toría, rodeada  de  fortificaciones,  á  las  cuales  historiadores  pos- 
teriores  llamaron  Castil  de  Ginoveses. 

Genova,  rival  de  Pisa,  comenzaba,  por  este  tiempo,  á  desa^ 
rrollar  en  la  marina  y  el  tráfico  el  poderío  que  debia  conseguir 
mas  adelante.  «Labrada  sobre  áridas  montañas,  dice  uno  de  los 
mas  elocuentes  historiadores  coetáneos,  entre  rocas  peladas  y 
un  mar  del  que  parece  huir  la  pesca,  solo  debe  á  la  naturaleza 
un  bien,  su  puerto  tan  extenso  como  seguro.  Las  mismas  artes 
acumulaban  en  ella  las  mismas  riquezas,  y  á  lo  menos  obtenía 

de  sus 


(i)  Sandoval:  Hist,  de  D.  Almiso  VI,  T.  I,  pág.  328,  ed.  de  Madrid  de  1792.  Coloca 
Sandoval  estos  sucesos  en  la  Era  de  i  i  46,  año  de  J.  C.  1108:  creo  esto  un  error  cronológi- 
co; en  ii08  no  gobernaba  ya  Almotaniid  en  Sevilla,  pues  fué  destronado  en  1094;  pero  si 
se  tiene  en  cuenta  su  indicación  de  que  el  territorio  malagueño  estaba  ya  por  Aben  Yufaz 
(dice  asi  por  Aben  Yusuf)  bien  puede  sostenerse  que  se  verilicaron  en  los  últimos  años  de 
£u  gobierno. 


Parte  primera.  Capítulo  v.  137 


de  sus  salvages  montañas  el  beneficio  de  separarla  del  impe- 
rio y  de  sus  opresores»  (i). 

Rivales  de  los  pisanos  aquellos  audaces  mareantes,  cuando 
no  pugnaban  con  los  moros  en  Cerdeña,  contrataban  con  ellos, 
y  mientras  se  engrandecian  familias  tan  ilustres,  como  los  Spi- 
nólasy  los  Dorias,  de  tan  glorioso  apellido  en  España,  la  nacien- 
te república  echaba  raices  en  las  playas  malagueñas,  explotan- 
do los  exquisitos  productos  de  su  industria  fabril  y  los  delicados 
frutos  de  sus  regiones. 

¿Qué  habia  sido  del  catolicismo  en  Málaga  desde  los  tiem- 
pos de  Ostégesis?  «Las  memorias  del  malo,  dice  el  insigne  Flo- 
rez,  se  conservan  para  ignominia  suya,  para  escarmiento  de  otros 
y  para  prueba  de  la  plausible  constancia  de  la  Iglesia»:  desgra- 
ciadamente no  ocurrió  lo  mismo  con  las  de  los  buenos,  mucho 
mas  santas  y  ejemplares,  pues  desde  aquel  malaventurado  obis- 
po piérdense  largo  tiempo  las  noticias  del  episcopado  malagueño. 

Ciertamente  aquí  perseveró  la  cristiandad,  con  monasterios^ 
iglesias  y  gerarquía  eclesiástica;  mas  solo  vislumbres  han  llega- 
do á  nosotros  de  sus  sucesos,  durante  los  últimos  tiempos  del 
califato  Umeya  y  la  totalidad  del  Hammudí. 

Si  hubiéramos  de  creer  á  Hauberto,  en  este  largo  trascurso 
de  tiempo  murieron  en  Málaga  Ragunda,  abadesa,  y  Severo^ 
archidiácono  muy  docto  y  venerable  (2).  Mas  seguras  son  las 
fuentes  que  nos  revelan  la  santa  vida  de  un  cristiano  llamado 
Samuel,  de  gallarda  presencia,  que  encaneció,  dice  su  losa  se- 
pulcral,. 


(i)    Sismondi:  Hiat,  des  repuhl.  italiennes  au  Moyen  Age,  T.  I,  pág.  205. 
(2)    Población  eclesiásiica  de  España,  T.  I,  parte  I. 


138  Málaga  Musulmana. 


pulcra!,  cantando  versos,  sin  duda  en  loor  del  Altísimo,  con  los 
cuales  enternecía  piadosamente  á  los  perseguidos  mozárabes. 
Vivió  á  lo  que  parece  en  Gomares  6  en  sus  cercanías,  durante 
la  primera  mitad  del  siglo  X.  Quien  hubiere  conocido  á  este  exce- 
lente  presbítero,  afirma  su  inscripción  tumular,  sentenciosa  y  elo- 
cuentemente, desprecie  el  mundo  entero,  puesto  que  el  corazón  viene 
á  encerrarse  en  tan  reducido  espacio. 

A  tres  leguas  de  Málaga,  en  el  arroyo  de  Chapera,  se  ras- 
trearon, ha  tiempo,  ruinas  de  un  monasterio,  en  las  que  se  hallo, 
entallada  en  mármol  la  memoria  de  su  prelado  Amansuindo, 
que  murió  en  el  año  g8i  de  J.  C.  dejando  buena  memoria  por 
su  caridad  y  por  la  prudencia  que  usó  con  los  que  dirigía.  Ya 
hemos  visto  antes  de  éste  un  Amalsuindo,  obispo  de  Málaga; 
conservase  también  la  memoria  de  otro  Amansuindo,  eremita^ 
que,  antes  de  la  invasión  goda,  edificó  una  capilla,  según  se  sos- 
pecha cerca  de  Monda,  donde  hizo  vida  penitente,  predicando 
con  fervor  religioso  la  palabra  divina  (i). 

Espiraba  el  siglo  XI,  cuando  gobernaba  nuestra  diócesis  un 
prelado,  á  quien  apellidaban  Julián,  excelente  pastor,  muy  esti- 
mado por  su  grey.  No  faltan  á  la  virtud  envidiosos,  ni  enemi- 
gos al  que  cumple  honradamente  con  su  deber;  túvolos  aquel 
obispo,  y  tan  enconados  que  le  denunciaron,  no  sé  porque  feos 
delitos,  á  las  autoridades  almorávides.  Las  cuales  se  mostraban 
menos  tolerantes  que  las  pasadas,  y  mucho  mas  inclinadas  á  la 
persecución  de  los  fi.eles. 

Julián^ 


(1)     Berlanga:  Monum.  cp.  pág.  i27  y  sig. 


Parte  primera.  Capítulo  v.  139 

Julián,  derrocado  de  su  silla,  preso  y  entre  prisiones  llevado, 
bien  á  Sevilla,  bien  á  Granada,  fué  encerrado  en  dura  cárcel, 
donde  el  rumor  público  aseguraba,  que  injuriado  inicuamente, 
habia  rendido  el  alma,  después  de  ser  bárbaramente  azotado. 

Seis  años  permaneció  la  sede  malagueña  vacante,  hasta  que 
convinieron  clero  y  pueblo  en  elegir  por  sucesor  de  aquel  des- 
venturado obispo  á  su  arcediano.  Aceptada  por  éste  la  elección, 
consagráronle  los  prelados  de  las  diócesis  limítrofes  y  tomó  po- 
sesión de  su  honroso  cargo.  Más  cuando  menos  se  esperaba,  con 
general  estupefacción  de  los  fieles,  apareció  Julián  en  Málaga, 
reclamando  la  dignidad  que  le  correspondía.  Cuanto  se  dijo  de 
su  muerte  era  mentido;  aunque  por  extremo  maltratado,  vivió 
prisionero,  hasta  que  alguna  favorable  circunstancia  le  devolvió 
1^  libertad. 

Negóse  resueltamente  el  antiguo  arcediano  á  resignar  su  au- 
toridad en  Julián.  Si  en  pro  de  este  militaban  sus  honrosos  an- 
tecedentes, sus  sufrimientos,  su  martirio,  en  pro  suya  argüían 
la  legitimidad  de  su  elección,  la  buena  fé  con  que  tomó  posesión 
de  la  mitra,  y  sobre  todo  la  consagración,  cuyo  carácter  nada 
pedia  borrar. 

Confusos  los  ánimos  y  divergentes,  con  derechos  legítimos 
ambos,  ambos  también  decididos  á  mantenerlos,  Julián,  cual 
en  tiempos  pasados  Januario,  acudió  á  Roma,  para  que  deci- 
diera la  controversia  Pascual  Segundo,  Pontífice  por  este  tiem- 
po. Oyó  el  Papa  de  boca  del  viagero  español  aquel  extraño  ca- 
so, informóse  de  los  documentos  que  llevaba  en  su  abono,  y  sen- 
tenció en  discordia,  ordenando  restaurar  en  su  sede  al  primer 

2  2  obispa 


140  Málaga  Musulmana. 


obispo,  mandando  al  segundo  dejarla,  y  si  obedecía  que  se  le 
mantuviera  del  erario  eclesiástico,  eligiéndosele  prelado  en  la 
primer  iglesia  que  vacare:  caso  contrario  se  le  destituía  en  ab- 
soluto de  su  dignidad  (i). 

Poco  se  sabe  acerca  de  los  posteriores  sucesos  de  los  mozá- 
rabes malagueños.  Sin  duda  se  comprometieron  en  la  terrible 
conjuración  que  trajo  á  D.  Alonso  el  Batallador,  desde  sus  es- 
tados de  Aragón,  hasta  las  playas  de  Velez,  en  una  empresa  he- 
roica por  la  audacia  del  atrevimiento.  Parece  demostrarlo  que 
muchos  fueron  arrancados  de  sus  hogares  y  lanzados  al  África, 
donde  los  sarracenos  les  señalaron  morada  en  los  alrededores 
de  Fez  y  Mequinéz.  Allí  perecieron  miserablemente  por  las  mo- 
lestias y  privaciones  del  viage,  por  los  atropellos  de  los  moros 
ó  peleando  bravamente  en  las  luchas  civiles  de  éstos.  Otros  se 
irian  con  la  multitud  de  cristianos  que  siguieron  las  huellas  del 
aragonés,  temerosos  de  la  venganza  de  los  alarbes.  ¿Pertenece- 
rían quizá  á  estas  familias  la  Donna  María,  hija  de  Abdalazis  el 
Malaki,  y  Abu  Dzier,  hijo  de  Yahya  ben  Ali  Almalaki,  que  apa- 
recen citados  en  escrituras  de  Toledo  de  los  años  11 77y  12 10?  (2). 

Calcúlase  que  esta  primera  expulsión  ocurrió  de  Setiembre 
á  Octubre  de  1126;  más  en  11 64  debió  haber  otra,  tras  una  en- 
carnizada batalla,  que  sostuvieron  los  mozárabes  en  Granada 
contra  la  morisma.  Por  este  tiempo  es  considerable  el  número 
de  cristianos  que  á  las  órdenes  de  los  califas  berberiscos,  some- 
tían á  los  levantiscos  magrebies,  los  cuales  les  aborrecían  tan- 
to cuan 


(1)  Florez:  España  sag,  T.  XII,  pág.  330  y  sig. 

(2)  Simonet:  Hist.  de  los  moz,  M.  S. 


Parte  primera.  Capítulo  v.  141 

to  cuanto  les  espantaban  sus  hazañas  (i).  Algunos  permanecie- 
ron en  Andalucía,  pero  de  tal  suerte  tratados,  con  tanto  menos- 
precio, que  mas  les  valiera  haberla  dejado  para  siempre. 

Vicios  y  tiranías  de  príncipes,  atropellos  é  injusticias  de  sus 
ministros,  desprestigiaron  á  los  almorávides.  A  la  decadencia 
de  su  poder  en  España  acompañó  un  periodo  bastante  breve, 
mas  agitadísimo,  muy  parecido  á  aquel  en  el  cual  se  iniciaron  las 
dinastías  de  Taifas.  En  Valencia  Aben  Mardonix,  Aben  Hamdin 
en  Córdoba,  Aben  Wazir  Cidzrai  en  Badajoz,  en  Murcia  Aben 
Farach,  algunos  otros  en  Mallorca,  Ahmed  ben  Kasien  Mértola, 
constituyen  principados  independientes,  tan  efímeros  como  com- 
batidos por  rebeliones  y  alzamientos. 

La  cristiandad,  cada  vez  mas  pujante,  apoderada  de  las 
principales  ciudades  españolas,  aprovechábase  de  la  desmorali- 
zación, más  aun,  de  los  desaciertos  de  la  morisma,  íbala  ence- 
rrando en  el  Mediodia,  y  penetraba  con  sus  armas,  como  ya  dije 
de  las  de  el  aragonés  Alfonso  el  Batallador,  hasta  las  riberas 
malagueñas. 

Nuevamente  África  salvó  á  los  musulmanes  españoles;  nue- 
vamente de  las  regiones  del  Magreb  salieron  enjambres  de  com- 
batientes, que  detuvieron  el  empuje  de  las  mesnadas  cristianas. 

El 


(i)  En  los  An.  Toled,  Era  1144,  año  1106,  se  menciona  la  expulsión  de  los  mozárabe? 
inalagneños.  Sandoval,  Historia  de  D.  Alfonso  F/,  T.  I,  pág.  310,  se  refiere  á  este  dato, 
eon  manifiesto  error  de  fechas  é  historia,  pues  la  atribuye  á  Alfonso  VI.  El  ilustre  orien- 
talista Dozy,  en  sus  Becherches,  T.  I,  ha  traducido  el  relato  árabe  de  la  expedición  del  Ba- 
taUador,  escrito  por  Aben  Assairafi  de  Granada,  á  el  que  siguieron  Aben  Aljathib  y  el  autor 
anónimo  de  el  Holal  Almauxia;  texto  que  me  ha  servido  para  fijar  el  mió.  Ya  el  ilustre 
ilorez  habia  conjeturado  que  la  primera  expulsión  debia  referirse  á  tiempos  posteriores^ 
al  señalado  por  Sandoval  y  los  An,  Toledanos,  España  Sag,y  T.  XII,  pág.  338  y  sig. 


142  Málaga  Musulmana. 


JEl  imperio  almoravid  cayó  ante  los  almohades,  vencedores  en 
España  de  la  Reconquista  en  la  cruenta  y  desastrosa  batalla  de 
Alarcos. 

En  una  de  las  muchas  rebeliones  que  hacia  la  mitad  del  si- 
glo XII  quebrantaron,  antes  que  llegaran  los  almohades,  el  po- 
derío de  los  almorávides,  sublevadas  Murcia  y  Almería,  Málaga 
las  imitó,  encerrando  en  la  Alcazaba  á  aquellos  africanos  con  su 
walí  Almanzor  ben  Mohammed.  Quien,  estrechado  duramente, 
tuvo  que  concertarse  con  los  revoltosos  y  entregar  el  mando  á 
Abulhaquem  ben  Hannun,  que  se  proclamó  soberano  de  nuestra 
ciudad. 

Según  parece  poco  después  de  este  rebelión, — 1145 — los 
malagueños  se  entregaron  á  los  almohades,  dejando  éstos  por 
cabeza  de  ellos  á  Abulhaquem,  probablemente  por  haberles  és- 
te sometido  su  señorío  (i). 

En  las  luchas  que  mantuvieron  los  almohades  con  el  parti- 
do nacional  hispano  musulmán,  representado  por  Aben  Mar- 
donix  y  por  su  suegro  Aben  Homoxk,  durante  el  califato  de  Ab- 
delmumen,  aquel  se  atrincheró  en  Granada,  á  donde  se  dirigie- 
ron los  berberiscos  para  combatirle.  Mandábalos  Abu  Said,  prín- 
cipe de  la  casa  real  almohade,  con  el  cual  se  habia  reunido  Ab- 
dallah,  gobernador  de 'Sevilla.  Más  ambos  fueron  rechazados  y 
Abu  Said  se  retrajo  á  Málaga,  á  la  cual  vino  á  socorrerle  su  her- 
mano Abu  Yacub.  Juntos  ambos  salieron  de  nuestra  ciudad,  y 

aun 

(i)  Aben  Alabbar:  Alholat  Assiyara^  M.  S.  del  Escorial,  biografía  de  Akhil  ben  Idrís. 
Aben  Abdelhalim:  Rud  Alkartas,  pág.  378.  Conde:  Hist.  de  la  dom.  T.  II,  pág.  4ii,  T. 
111,  página  28,  ed.  Madrid  1844.  Cito  éste  autor  con  la  prevención  que  á  los  arabistas  me- 
rece. £1  mismo  coloca  estos  sucesos  en  1146,  Aben  Abdelhalim  en  1145. 


aunque  habían  acrecentado  la  hueste  de  Aben  Homoxk  refuer- 
zos de  su  yerno,  entre  los  cuales  venía  una  hueste  cristiana,  fue- 
ron los  españoles  duramente  escarmentados  en  la  Vega  grana- 
dina (i). 

Durante  el  reinado  del  sultán  almohade  Abu  Yacub,  antes 
del  año  1 177,  nombró  el  emir  á  su  sobrino  Abu  Mohammed  Ab- 
dallah  gobernador  de  Málaga,  en  la  que  también  ejerció  autori- 
dad, por  los  años  1223,  el  príncipe  Abu  Musa,  quien  entró  en  la 
conjuración  que  derribó  del  solio  al  califa  Abdelwahid,  para  co- 
locar en  él  á  un  hermano  del  wali  malagueño,  llamado  Abu  Mo- 
hammed Abdallah  ben  Almanzor,  gobernador  de  Murcia  (2). 

Treinta  y  ocho  años  antes  nació  en  nuestra  ciudad,  de  la  es- 
pañola Safia,  hija  del  procer  Aben  Mardonix,  Idris  ben  Yacub 
Almanzor,  que  adelante  fué  uno  de  los  más  notables  sultanes  al- 
mohades, por  su  energía  que  llegaba  á  la  crueldad,  y  por  la  des- 
medida afición  que  demostró  á  las  cosas  cristianas;  las  cuales 
celebró  desde  el  mimbar  ó  pulpito  de  las  mezquitas,  permitien- 
do además  que  en  su  corte  se  edificaran  iglesias  y  se  tañeran 
campanas,  á  la  vez  que  se  servía  frecuentemente  en  sus  empre- 
sas de  soldados  cristianos  (3). 

Con  él  acabó  en  España  la  dominación  almohade,  reprodu- 
ciéndose nuevamente  el  periodo  de  guerras  civiles  que  se  en- 
cendía en  cuanto  espiraba  un  poder  fuerte,  como  los  califazgos 
cordobés  ó  almoravid.  Donde  quiera  que  un  descendiente  de 
egre 

(1)    íVben  Jaldun:  HiWí.  dw  UtrOerí,  T.  II.  ^íg.  iK. 

&í    Ibidero:  pig.  <2Ü>2  y  23l>. 

(3í    Xm¡6  en  581,  áa  4  Ali.  118j  A  '2i  Marzo  1 184.  Aben  .\bdclhaliinr  Riid  A¡l.u>-I<a, 


144  Málaga  Musulmana. 


egregia  familia  musulmana  ó  un  audaz  paladin  hallaba  medios 
para  luchar,  alterábanse  los  ánimos  y  los  naturales  de  la  tierra 
se  alzaban  contra  los  africanos:  Aben  Mahfoth  en  el  Algarbe, 
descendientes  de  los  Beni  Hud  en  Murcia  y  de  Aben  Mardo- 
nix  en  Valencia,  pugnaron  por  establecer  dinastías  indepen- 
dientes. 

Entonces,  como  antes,  este  decidido  empeño  daba  alientos 
y  armas  á  la  Reconquista,  mientras  aniquilaba  las  fuerzas  de  la 
morisma.  La  fortuna  favoreció  al  fin  á  un  procer  árabe  de  Ar- 
jona,  Mohammed  Alahmar  ó  el  Rojo,  quien  fundó  en  Granada, 
cual  referiré  en  el  siguiente  capítulo,  un  califato,  último  obstácu- 
lo que  hallaron  las  armas  cristianas,  para  realizar  la  obra  ini- 
ciada por  Pelayo,  el  ideal  por  el  cual  suspiraron  tantas  genera- 
ciones. 


CAPÍTULO  VI. 


Los  Nazaríes  y  los  Beni  Merin  en  Málaga. 


Los  Walies  Axkilulas. — Su  desafío  con  Tello  Alfonso  de  Menescs  en  Arjona. — Genealogía 
de  esta  familia. — Sus  alianzas  con  el  fundador  de  la  dinastía  Nazarita. — Su  estableci- 
miento en  Málaga. — Disidencias  entre  los  Nazaries  y  los  Axkilulas. — Ampáranse  éstos 
de  D.  Alonso  X. — Avenencia  del  wali  de  Málaga  con  Alahmar. — Muerte  de  éste. — Mo- 
hammed  II  su  heredero. — Nuevas  disidencias  y  luchas. — Los  merínies. — Sométe- 
se Málaga  al  sultán  de  éstos  Abu  Yusuf. — Ex|>ediciones  de  los  raerinies  á  España. — 
Batalla  de  Écija. — Poesia  encomiástica  del  wali  malagueño  á  Abu  Yusuf. — Muerte  del 
wah. — Málaga  se  entrega  al  merinita. — Recóbrala  Mohammed  II. — Disidencias  entuí 
éste  y  los  Beni  Merin.— Posesiones  de  éstos  en  la  Garbia  de  Málaga. — Muerte  de  Abu 
Yusuf. — Su  heredero  Abu  Yacub  cede  al  nazari  sus  posesiones  de  España. 


En  el  año  de  1225  habia  quedado  en  la  frontera  cristiana 
á  las  órdenes  de  D.  Alvar  Pérez  de  Castro,  excelente  caudillo, 
entre  otros  nobles  infanzones,  Tello  Alfonso  de  Meneses,  mo- 
delo cumplido  de  aquellos  terribles  fronteros,  que  tan  singular- 
mente adelantaron  la  gloriosa  empresa  de  nuestra  Reconquista. 
Valientes  hasta  el  heroismo,  audaces  hasta  la  temeridad,  pru- 
dentes en  la  valentía  y  la  audacia,  amaestrados  en  el  manejo 
de  las  armas  y  en  los  primores  de  la  gineta,  peritos  en  marcia- 
les estratagemas,  sufridores  de  frío,  de  calor,  de  hambre  y  sed, 
robustecido  el  cuerpo  y  el  ánimo  en  constantes  funciones  de 

gue 


146  Málaga  Musulmana. 


guerra,  ilustraban  con  sus  hidalgos  hechos  las  páginas  de  la  his- 
toria patria,  si  alguna  vez  vencidos,  jamás  domados,  siempre 
activos  y  siempre  vigilantes. 

Tello  Alfonso  traia  de  abolengo  sus  luchas  con  la  morisma, 
en  las  cuales  se  empleó  bravamente  su  padre;  las  valiosas  pren- 
das que  le  distinguían  consiguiéronle  gran  predicamento  con 
Pérez  de  Castro,  mereciendo  suplirle  en  sus  ausencias;  hallóse 
en  las  más  memorables  jomadas  de  entonces,  ya  defendiendo 
cómo  bueno  á  Martos,  acometida  briosamente  en  un  rebato  de 
moros;  ya  lidiando  con  Aben  Hud  en  los  campos  jerezanos,  du- 
rante la  batalla  en  que  Diego  Pérez  de  Vargas  ganó  apellido 
de  Machuca;  ora  salvando  á  la  condesa  Doña  Irene,  esposa  de 
su  capitán,  cuando  cercada  también  en  Martos  imprevistamen- 
te, hallándose  sin  tropas,  vistió  armas  á  sus  doncellas,  á  sus 
dueñas  y  á  las  de  la  villa,  esparciéndolas  en  los  adarves,  para 
mostrar  á  los  sarracenos  esforzada  guarnición,  donde  solamen- 
te habia  débiles  mugeres. 

Reconquistada  Baeza,  suplía  Tello  á  D.  Alvar  en  la  fronte- 
ra al  Poniente  de  Jaén,  á  tiempo  que  los  sarracenos  fronterizos, 
no  menos  esforzados  que  los  cristianos,  les  desafiaron  á  campal 
batalla.  Aceptado  el  reto  y  señalado  el  campo  cerca  de  la  villa 
de  Arjona,  parecieron  en  él  cien  ginetes  de  cada  parte.  Capita- 
neaba  la  gente  cristiana  el  Adelantado  en  persona,  y  á  sus  con- 
trarios los  Beni  Axkilula,  magnates  de  regia  prosapia,  bien  he- 
redados en  Arjona,  quienes  en  bizarría  y  alientos  eran  tenidos 
por  los  mejores  caballeros  de  la  morisma. 

Venían  ellos  ricamente  adornados,  mostrando  querer  com- 
petir 


Parte  primefa.  Capítulo  vi.  147 

petir  con  sus  adversarios  hasta  en  la  magnificencia  de  las  galas^ 
Partieron  á  ambas  huestes  el  terreno,  y  la  batalla,  aunque  ruda  y 
sangrienta,  fué  un  verdadero  torneo:  lidiaron  entrambas  partes 
todo  el  dia,  pugnando  los  alarbes  por  arredrar  á  los  cristianos 
de  la  línea  que  los  maestres  del  campo  señalaron,  pugnando bra- 
vamente  ellos  con  igual  propósito.  En  el  calor  de  la  acción  ha-^ 
cíanse  astillas  las  lanzas  en  los  bien  templados  petos,  rompianse 
las  espadas,  caian  los  caballos  heridos  ó  rendidos,  mientras  que 
sus  ginetes  luchaban  cuerpo  á  cuerpo,  y  no  hallando  á  veces^ 
armas  para  desahogar  su  corage,  golpeábanse  con  las  brafone- 
raSf  que  eran  las  que  defendían  sus  brazos. 

La  noche  puso  fin  á  aquella  recia  cuanto  pundonorosa 
contienda;  al  oscurecer  Tello  y  su  gente  habían  conseguido  re- 
chazar á  los  moros  como  braza  y  media  de  la  línea  divisoria,  y^ 
dándose  por  vencedores,  se  alejaron  del  catnpo^  dice  el  historia- 
dor que  relata  estos  sucesos,  como  buenos  caballeros^  con  intimar 
alegría  (i). 

Si  entre  los  fronteros  paáaban  los  Axkilulas  por  los  más  es- 
forzados campeones  de  la  morisma,  tenian  tal  nombradía  entre 
ella,  que  se  les  consideraba  destinados  á  salvarla  de  sus  irre- 
conciliables enemigos.  Venía  esta  ilustre  familia  de  aquella 
otra,  que,  con  el  apellido  de  Tochibí,  dominó  algún  tiempo  en 
Aragón;  mas  imposible  me  fué  averiguar  la  procedencia  de  el 
apodo  con  que  se  distinguió  en  Andalucía.  Llamábanles  los  cris- 
tianos los  hijos  de  Escallola,  Beni  AxlciluldS  ó  Exkilulas,  se- 

f(  .  gun 

(1)    Aigote  de  Molina:  Origen  y  ant.  de  la  Nobleza  de  Andalucía,  fól.  88  v.  y  89. 

23 


148  Málaga  Musulmana. 


gun  la  pronunciación  arábiga,  íLIxílI  sobrenombre  con  el  cual 
se  conoció  á  Abulhasan  Ali,  raiz  de  esta  familia  (i). 

Era  su  convecina  y  estaba  unida  por  estrechos  lazos  con 
ella  en  Arjona  otra  nobilísima  gente,  que  descendía  de  SaaJ 
ben  Obada,  uno  de  los  más  fieles  secuaces  de  Mahoma,  y  á 
quien  éste  debió  no  escasa  parte  de  su  fortuna. 

Al  espirar  el  siglo  XII  era  cabeza  de  la  descendencia  espa- 
ñola de  Saad  Mohammed  ó  Nazr,  cuyo  hijo  Yusuf  estuvo  casa- 
do con  Fatima,  hija  de  Abulhasan  Ali  ben  Axkilula,  de  cuyo 
consorcio  nació  Mohammed  Alahmar  ó  el  Rojo.  La  ilustre  pro- 
sapia de  este  príncipe,  que  reunia  uno  de  los  más  célebres  nom- 
bres del  mahometismo  á  uno  de  los  más  ilustres  apellidos  espa- 
ñoles, el  poderío  de  su  abuelo  materno  y  la  situación  de  Espa- 
ña, impulsáronle  á  ambicionar  la  gloria  de  fundar  una  dinastía^ 
como  Abderrahman  I  en  Córdoba  ó  Idris  I  en  el  Magreb  (2). 

Ya  referí  el  estado  de  los  musulmanes  españoles  á  la  caída 
del  imperio  Almohade.  Entre  los  varios  pretendientes  á  su  do- 
minio 


(i)  Argote  les  llama,  loco  citato,  los  hijos  de  Escollóla;  el  barón  de  Slane  en  su  tmd. 
de  Aben  Jaldun,  Hist.  des  Berbers,  T.  IV,  pág.  88,  nota,  sostiene  que  Exkilola  es  una  al- 
teración de  Chica  Lola,  la  petite  Dolores^  y  que  la  abuela  paterna  de  éstos  príncipes  sería 
una  esclava  cristiana:  basta  consignar  entre  españoles  esta  opinión  para  probar  su  inexacti- 
tud. Cree  mi  querído  maestro,  el  ilustre  arabista  D.  Francisco  J.  Simonet,  que  Axkilula  es 
un  diminutivo  español,  quizá  derivado  de  cs^in'/a,  cencerrílla,  ó  de  esg«4t7/a,  latino  giamati- 
cal  sciUa  y  scyllay  cebolleta  albarrana,  pudiendo  muy  bien  significar  cebolleta,  no  embar^ 
gante  lo  rídiculo  de  éste  apelativo,  que  es  un  apodo,  pues  entre  los  sarracenos  españoles 
se  usaron  algunos  bien  ridiculos,  como  Calajxic  galápago,  y  otros  tan  grotescos.  Por  mi 
parte  he  mirado  con  bastante  atención  el  VocabulaHo  de  fr.  Raimundo  Martin,  publicado 
por  Schiaparelli,  y  el  nunca  bien  celebrado  Supplement  aux  Dict,  ar.  de  Dozy,  sin  hallar 
nada  satisíactorío  para  resolver  esta  etimología. 

(2)  Alchozami:  Quiteb  nozhatul  bazeyir  wa  Alabzer.  M.  S.  del  Escoríal,  Geneal.  de 
los  Nazaries,  texto  y  trad.  publicado  por  Lafuente  Alcántara:  Inscr,  ár,  de  Gran.  pág.  Gi 


Parte  primera.  Capítulo  vi.  149 

minio  alzóse  Alahmar,  quien  combatió  con  Aben  Hud,  auxilia- 
do eficazmente  por  Abulhasan  Ali  Axkilula.  Vencidos  los  parti- 
darios de  Aben  Hud  en  Sevilla,  mediante  la  alianza  de  Alah- 
mar con  Abu  Meruan  Albachi,  descendiente  de  un  célebre  le- 
gista, teólogo  y  tradicionista  moro  del  siglo  XI,  proclamaron  á 
Albachi  los  sevillanos  por  sultán,  pero  Abulhasan,  obedeciendo 
órdenes  de  Alahmar,  sorprendióle  traidoramente,  mientras 
acampado  en  las  afueras  de  Sevilla  saboreaba  las  delicias  del 
triunfo,  las  cuales  se  le  trocaron  en  las  angustias  de  la  muerte, 
que  le  dieron  sus  aliados.  Mediante  esta  inicua  traición,  reinó 
Alahmar  un  poco  de  tiempo  en  aquella  capital  (1). 

Abulhasan  Ali  tuvo  dos  hijos  Abu  Mohammed  Abdallah  y 
Abu  Ishac  Ibrahim,  los  cuales  ayudaron  á  su  sobrino,  especial- 
mente el  primero  en  Murcia  al  establecimiento  de  su  poderío; 
Alahmar  agradecido  les  casó  con  dos  de  sus  hijas.  Asentado 
después  en  el  solio  granadino.  Málaga  se  declaró  por  el  naza- 
rita,  quien  nombró  wali  de  ella  á  su  deudo  Abulwaiid  ben  Abul- 
hachach  ben  Nazr;  muerto  éste  invistió  con  aquel  gobierno  á 
Abu  Mohammed  Axkilula,  extendiendo  su  dominio  á  la  Gurbia 
ó  parte  oriental  de  este  rico  y  fértil  país.  Abulhasan  fué  nom- 
brado también  gobernador  de  Guadix  y  Abu  Ishac  de  Goma- 
res, reuniendo  éste  último  su  waliato  á  el  de  Guadix  á  la  muer- 
te de  su  padre  (2) . 

Mientras  tanto  Mohammed  el  Rojo  procuraba  cimentar  só- 
lidamente 


(i)    Aben  Jaldun:  Hisi,  des  Berhers,  T.  II,  pág.  319  y  s¡g.  Año  de  1233  á  34. 

(2)  Aben  Jaldun:  Hist.  des  Berhet^s,  T.  IV,  pág.  88.  Coloca  más  adelante  este  aiH»nltH> 
mier.to  en 655—1^7  á8.~Codera:  Tratado  denumism,ár.  esp,  pág.  281.  Aben  A|j«illüU^ 
YhaUíy  biogr.  de  Abdallah  ben  Ali  ben  Mohammed  Attochibi,  M.  S.  de  Gaj-angí^. 


150  Málaga  Musulmana. 


lidamente  su  autoridad,  ya  implorando  de  el  califa  oriental  cl 
prestigio  de  un  nombramiento;  bien  sacudiendo  esta  sumisión 
y  adhiriéndose  á  la  más  real  y  efectiva  del  sultán  Hafsi  africa- 
no Abu  Zalearía;  ora  proclamándose  independiente.  Pero  cerca 
de  él  velaba  la  Reconquista  inflexible  é  implacable,  explotan- 
do las  malas  pasiones,  los  errores  y  la  precaria  situación  de  los 
muslimes,  para  arrancarles  con  las  armas  ó  comprarles,  por 
ayudar  á  sus  miserables  apetitos,  poblaciones  y  territorios.  Alah- 
mar  tuvo  muchas  veces  que  inclinarse  ante  á  el  adverso  destino 
y  ceder  extensas  regiones,  al  par  que  otros  príncipes  sarracenos 
se  entregaban  á  los  cristianos,  antes  que  ponerse  al  amparo  y  ro- 
bustecer aquel  poder  naciente  y  vigoroso.  Mohammed  I  hubo 
de  hacer  lo  propio,  que  someterse  á  sus  irreconciliables  enemi- 
gos, declarándose  su  vasallo,  auxiliándoles  con  sus  armas,  hasta 
contra  los  mismos  agarenos,  como  sucedió  en  el  cerco  de  Sevilla 
y  en  la  conquista  de  Niebla,  á  la  que  concurrió  por  su  manda- 
do una  hueste  malagueña,  acaudillada  por  Abu  Mohammed  Ab- 
dallah  Axkilula  (i). 

Vida  bien  miserable  y  aleatoria,  la  del  fundador  de  la  di- 
nastía nazarí,  sometida  á  repugnantes  humillaciones,  motejada 
deshonrosamente  por  los  buenos  muzlitas,  ignominiosa  y  dura: 
pero  no  por  esto  exenta  de  envidias,  de  conspiraciones  y  alza- 
mientos. La  rebeldía  era  en  lo  de  entonces  verdadera  epidemia; 
á  cualquier  estado  musulmán  que  se  vuelvan  los  ojos,  á  cual- 
quier cristiano,  á  España,  á  el  África,  universalmente  se  encuen- 
tran 


(i)    Conde:  Hist.  de  ladom.  Parte  IV,  cap.  VIL 


trau  rebeliones  y  motines.  Los  revoltosos  cristianos  ampará- 
banse en  el  Magreb,  donde  mostraban  una  sumisión,  un  valor, 
provechosísimos  si  los  hubieran  empleado  en  pro  de  su  patria; 
los  africanos  venían  á  la  guerra  santa,  huyendo  de  venganzas 
políticas,  á  redimir  sus  faltas,  empleando  su  esfuerzo  en  defen- 
sa de  la  morisma. 

Así,  mientras  que  allende  el  Estrecho  se  constituía  el  impe- 
rio merinita,  heredero  del  almohade,  los  Ulad  Idris,  sobrinos 
del  sultán  Abu  Yusuf  Yacub,  vencidos  en  una  rebelión,  se  em- 
barcaban para  España  con  Amer  bcn  Idris  á  su  cabeza  (i). 

Eran  los  primeros  meriníes  que  pasaban  el  mar,  y  la  pobla- 
ción musulmana  recibió  con  extraordinario  gozo  á  aquellos  vo- 
luntarios de  la  fé,  dispuestos  á  derramar  su  sangre  en  defensa 
de  las  combatidas  fronteras.  La  situación  de  éstas  era  en  aque- 
llos momentos  intolerable;  vivíase  en  ellas  al  día,  esperando  los 
moradores  de  Jas  regiones  limítrofes,  á  cada  instante  la  muerte, 
el  deshonor  ó  el  cautiverio.  Nada  resistía  á  la  audacia  cristia- 
na; cuando  no  eran  los  capitanes  fronterizos,  que,  pendones  al 
viento,  se  lanzaban  mas  allá  de  la  línea,  devastando  los  territo- 
rios que  atravesaban,  como  vendabal  furioso,  era  el  cruel  aven- 
turero ó  el  feroz  almogávar,  que  siguiendo  el  curso  de  las  solita- 
rias cañadas,  ocultándose,  cual  una  ñera,  durante  el  día  entre 
breñas  y  jarales,  andando,  como  salteador,  de  noche,  caia  alar- 
gas distancias  de  la  raya  sobre  la  descuidada  alquería  ó  sobre 
el  pacífico  ganadero,  que  apacentaba  su  rebaño,  acuchillando 
gente  indefensa,  arrebatando  ropas,  frutos,  mugeresy  niños. 
- No 

(t|    Alien  JaWun;  llist.  ,¡cs  Üfi-bers:  T.  lY,  p/m-  48  v  58. 


152  Málaga  Musulmana. 


No  había  tregua  ni  capitulación  firme;  cuando  menos  se 
aguardaba  quebrantábanse;  no  habia  tampoco  lugarejo  ni  villa 
segura;  aun  los  enriscados  castillos  no  se  libraban  de  temerarios 
escalos,  entre  las  nocturnas  sombras,  favorecidos  muchas  veces 
por  deshechos  temporales.  Las  relaciones  entre  ambos  pueblos 
eran  ferozmente  hostiles;  aun  en  tiempos  de  tregua,  acciones 
horribles,  consideradas  en  todo  lugar  y  tiempo  como  crímenes, 
se  tenian  por  buenas  obras,  y  á  cualquier  malhechor  brutal  por 
un  héroe.  En  uno  y  otro  campo  contábanse  nobilísimos  varones, 
valerosos  en  la  contienda,  humanos  en  la  victoria;  pero  desgra- 
ciadamente fueron  los  menos.  La  clemencia  merecía  á  veces  re- 
proche, donde  se  aplaudía  la  crueldad,  y  hombre  hubo  que  tuvo 
esta  por  obra  pía,  cual  D.  Ñuño  González  de  Lara,  apodado  el 
Cuervo  andaluz,  que  no  recibió  á  merced  moro  rendido^  como  los 
adalides  que  incendiaron  la  mezquita  de  Baeza,  donde  se  am- 
paraban los  enfermos  y  los  ancianos  de  esta  población  (i). 

Luchaban  valerosamente  los  moros  fronterizos,  no  yéndoles 
á  la  zaga  á  los  cristianos  en  punto  á  ferocidad;  la  lanza  y  los 
venablos  andaban  mas  en  manos  de  la  gente  que  estevas  ó  ca- 
yados; vigilaba  cuidadosamente  la  caballería  costeña;  los  alcai- 
des de  los  castillos  corrían  á  la  continua  la  tierra  asegurándola, 
y  al  grito  de  los  cruzados  españoles  respondía  el  pujante  grito 
del  chihed  agareno. 

Por  esto  acogíanse  con  singular  agasajo  los  bravos  zenetes, 
que  de  grado  venian  á  derramar  su  sangre  por  la  fé  muslímica; 

hombres 


(i)    Argole:  Ibidem;  fól.  50  y  55  v. 


IMB^ 


hombres  avezados  á  todo  género  de  privaciones  y  fatigas,  ágiles, 
aptos  para  batallar,  hechos  al  estruendo  de  la  guerra  y  á  sus  pe- 
ligros, altivos  y  rudos.  Apenas  llegaban  establecíanse  en  las 
mas  peligrosas  rábitas  fronterizas,  aterrorizando  con  sus  atro- 
ces hechos  las  comarcas  enemigas,  y  dándoles  tanto  que  sentir, 
como  de  loar  á  las  alarbes. 

Igual  favorable  impresión  que  en  sus  vasallos  causó  en  Alah- 
mar  la  arribada  de  los  zenetes,  quienes  continuaron  trasladan- 
dose,  aisladamente  ó  por  grupos,  á  España.  En  uno  de  los  mu- 
chos trances  bélicos  que  entonces  se  libraban,  distinguiéronse 
singularmente  estos  africanos,  á  los  que,  desde  entonces,  con- 
cedió el  sultán  granadino  preferente  lugar  en  su  milicia,  cuan- 
tiosas soldadas,  y  además  otras  mercedes  y  distinciones. 

La  emulación  que  sintieron  los  guerreros  andaluces  al  verse 
postergados  á  los  berberiscos,  se  concentró  en  los  walíes  Axki- 
lulas,  quienes  confiando  en  su  deudo  con  el  moharca,  en  los  ser- 
vicios prestados,  en  el  alto  concepto  que  entre  los  moros  tenian, 
representáronle,  dicen  las  crónicas  cristianas,  que  no  quisiera 
perder  los  suyos  por  los  extraños.  Respondióles  ásperamente  el 
soberano;  con  lo  cual  ellos,  sin  querer  asistir  á  la  proclamación 
del  wali  alakd  ó  inmediato  sucesor,  fuéronse  á  sus  gobiernos, 
desavenidos  con  el  sultán  y  dispuestos  á  alterarle  la  tierra  (i). 
Empiezan  aquí  disidencias,  que  se  prolongan  largos  años, 
que 

{1|  Aben  Jaldun:  i/úf .  de*  Derbrrs,  T.  IV,  pAg.  78,  indica  ta  rujilura,  aunque  aflnnui- 
do  equivocadamente  que  los  waüps  ayudaivjn  i¡  su  8uet;ra  conli-a  Iub  cmliaDOs.  Crúnira  de 
Mmuo  X,  cap.  XUI,  púg.  10,  ed.  de  Madrid  de  1875,  en  la  Bxb.  dt  Aul.  e>p. 

Lu  vicisitudes  de  eslus  contiendas  se  eiicui'nli'an  conleniílas  im  Aben  Jnldun:  Ilütoire 
^  Berbers,  en  la  Ci'únií-a  de  Alfonso  X,  en  Aben  Aljathili,  Yhutu  y  Lanijatiil  bniria;  jMr 
ul]  parte  traeré  a  mi  narración  en  citenso  lo  referente  k  Uálaga,  en  resumen  el  reslo. 


154  Málaga  Musulmana. 


que  cuestan  la  vida  al  fundador  de  la  dinastía  nazarí,  y  ponen 
en  riesgo  de  perderse  su  autoridad,  que  contribuyen  á  la  venida 
de  los  meriníes  y  al  destrozo  de  Andalucía;  las  cuales,  trasmi- 
tiéndose de  padres  á  hijos,  tras  multitud  de  acomodamientos  y 
rupturas,  concluyen  por  la  prisión  ó  la  expulsión  de  los  descen- 
dientes del  arráez  Abulhasan  Axkilula  á  las  regiones  magre- 
binas, 

A  principios  de  1265  las  disensiones  tomaron  tal  carácter 
de  odiosidad,  que  los  arrayaces  se  aliaron  con  Alonso  X,  contra 
su  deudo  y  señor  natural.  Aceptó  el  castellano  el  partido  que  se 
le  ofrecía,  pues  la  Reconquista  consiguió  sus  principales  venta- 
jas, mas  que  con  las  armas  con  la  política;  mas  bien  siguiendo 
la  maquiavélica  y  antigua  máxima  de  divide  aut  vinceas,  que  con 
las  lanzas  de  las  órdenes  religiosas,  con  el  esfuerzo  de  las  mes- 
nadas concejiles,  con  la  audacia  de  los  aventureros  ó  con  sacri- 
ficios metálicos. 

Apadrinó  el  rey  Sabio  á  los  Axkilulas,  obligándose  á  defen- 
derlos, hasta  con  su  propia  persona;  y  por  cierto  que  cumplió  gran- 
demente con  ellos,  á  veces  con  menoscabo  de  su  honra  y  des- 
crédito de  su  palabra  real.  Alahmar,  previendo  su  daño,  trató 
de  paces  con  el  castellano,  obligándose  á  abandonar  á  su  suerte 
á  los  musulmanes  que  en  el  reino  de  Murcia  peleaban  por  su 
religión  y  por  su  patria,  á  trueque  de  que  D.  Alonso  rompiera 
con  los  walíes;  mas  en  las  mismas  capitulaciones  consiguieron 
éstos  treguas  por  un  año. — 11 65 — 

Pasado  éste  el  granadino,  que  servía  en  las  mesnadas  del 
rey  Sabio,  nunca  pudo  reducirle  á  que  desamparara  á  sus  ene- 
migos; 


Parte  primera.  Capítulo  vi.  155 

migos;  con  lo  cual,  despechado  por  tan  villana  deslealtad,  se- 
alejó  de  aquel  monarca,  favoreciendo  con  todo  su  poder  el  de- 
sarrollo de  unas  alteraciones,  que  habian  de  ocasionar  grandes 
desastres  en  Castilla  (i). 

Las  alteraciones  en  la  moneda,  las  desdichadas  pretensiones 
de  D.  Alonso  á  la  corona  imperial  de  Alemania,  el  empobreci- 
miento de  los  pueblos,  falta  de  habilidad  y  de  decisión  en  su* 
rey,  y  sobre  todo  la  ambición  ó  la  codicia  de  la  nobleza,  fueron 
las  principales  causas  de  estas  desavenencias.  Su  propio  herma- 
no D.  Felipe,  caballeros  tan  bien  emparentados  y  hacendados- 
como  D.  Ñuño  González,  se  desnaturalizaron  del  reino  é  hicie- 
ron amistades  con  el  granadino,  obligándose  á  militar  en  su 
hueste  contra  los  walies. 

Acometieron  los  ricos  hombres  é  infanzones  refugiados  en^ 
Granada  el  territorio  de  Guadix,  estragando  sus  comarcas;  mas 
acudiendo  su  arráez  á  D.  Alonso  les  amenazó  éste  tan  terrible- 
mente con  yermarles  sus  haciendas,  que  llegó  á  amortiguarles 
la  saña  (2)  • 

Paréceme  que  por  entónqes  debió  estar  Málaga  en  buenas 
relaciones  con  Alahmar,  pues,  antes  de  esto,  el  emir  Abu  Ab- 
dallah,  su  hijo,  habia  algareado  en  nuestra  comarca  y  cercada 
su  capital,  impresionando  tanto  el  ánimo  de  sus  moradores,  que 
llamaron  á  aquel  año,  el  año  del  emir.  Rematáronse  las  disensio- 
nes con  un  valeroso  arranque  de  Mohammed  I;  dispuesto  á  im- 
ponerse 


{i)    Crónica  de  D,  Alonso  X,  cap.  XV  y  XVI. 
(2)    Crónica  de  D.  Alcnso  X,  cap.  XVI,  XXXVIII  y  XLIII. 

24 


156  Málaga  Musulmana. 


ponerse  á  su  pariente  montó  desde  su  real  en  secreto  á  caba- 
llO|  y  acompañado  solamente  de  tres  servidoresy  se  presentó 
en  una  de  las  puertas  de  Málaga;  asombVados  los  guardas,  sin 
pensar  en  ponerle  resistencia,  avisaron  á  Abu  Mohammed,  que 
residía  en  la  Alcazaba.  Tal  cual  se  encontraba  corrió  el  Axkilula 
al  encuentro  del  sultán,  que  atravesaba  las  calles  de  la  pobla- 
ción, y  cuando  le  halló,  postróse  de  hinojos,  tratándole  con  el 
miramiento,  que  como  á  tan  próximo  deudo  y  soberano  debia. 
Juntos  entraron  en  aquella  fortaleza  y  penetraron  en  el  harem, 
donde  la  princesa,  hija  de  Alahmar  y  esposa  del  wali,  echóse  á 
las  plantas  de  su  padre,  pidiendo  gracia  para  su  marido.  Con 
lo  cual  conmovido  el  monarca,  no  solo  perdonó  á  el  arráez,  sino 
que  le  puso  en  legítima  posesión  de  lo  que  habia  usurpado.  Aña- 
de  el  escritor  ilustre,  narrador  de  este  novelesco  suceso,  que  des- 
de entonces  yerno  y  suegro  vivieron  amistados  constantemente, 
hasta  que  falleció  el  último  (i). 

Siempre  fué  la  sucesión  en  los  reinos  musulmanes  eterno  se- 
millero de  guerras  civiles;  y  si  en  tiempos  prósperos  las  heren- 
cias reales  conmovían  á  los  pueblos,  cuando  la  nave  del  estado 
se  hallaba  combatida  por  deshecha  borrasca,  habian  de  ser  más 
desastrosas.  Parece  que  la  principal  causa  de  las  desavenen- 
cias con  el  arráez  malagueño,  fué  la  enemiga  que  éste  tenia  con 
el  inmediato  sucesor  al  trono.  Las  cuales  se  acrecentaron  al  fa- 
llecimiento de  Alahmar,  pues  no  faltó  quien  pensó  en  sustituir 
aquel  príncipe  con  uno  de  los  Axkilulas  ó  con  otro  individuo  de 

la  casa 


V.1  \    Aben  Aljathib:  Yhata^  M.  S.  del  Sr.  Gayuígos,  bio^nrafia  de  AbdáUáh  ben  Ali  ben 
Mohaminad  Attodiibi.  coloca  estos  sucesos  en  OÚO  de  U  H.  í'íóí  al  612. 


Parte  primera.  Capítulo  vi.  157 

la  casa  real,  y,  el  infante  vio  bastante  amenazados  sus  dere- 
chos. Pero  D.  Felipe  y  sus  caballeros  cristianos  se  los  defendie* 
ron  briosamente,  debiéndoles  el  nuevo  rey  la  posesión  del  sulta- 
nazgo. 

Mientras  tanto  honrados  patriotas  mediaban  entre  D.  Alon- 
so y  los  desterrados,  mostrándose  éstos  dispuestos  á  avenirse 
con  aquel,  siempre  que  se  apartara  de  los  Axkilulas.  Pero  la 
amistad  del  castellano  era  tan  entera  y  firme,  como  el  aborreci- 
miento del  moro;  pues  si  éste  declaraba,  que  antes  daría  el  rei- 
no á  los  africanos  que  perdonar  á  los  revoltosos,  aquel  compro- 
metía el  sosiego  del  suyo,  rechazando  todo  concierto  y  procla- 
mando la  guerra,  antes  que  abandonar  á  sus  aliados  (i). 

Motivos  tenia  Mohammed  para  tan  acendrado  odio;  allana- 
ban los  rebeldes  á  los  cristianos  la  entrada  de  sus  estados,  amen- 
guaban  las  fuerzas  vivas  de  éste  é  imposibilitaban  toda  resisten- 
cia; eran  un  núcleo  insurreccional,  á  donde  convergían  los  des- 
contentos, y  así  como  amargaron  los  dias  de  su  padre,  llevándo- 
le al  sepulcro,  igualmente  parecía  que  trataban  de  hacer  con  él. 
En  Málaga  Abu  Mohammed  apadrinaba  las  pretensiones  de  un 
hermano  del  sultán,  que  aspiraba  á  destronarle:  estaban  tan  re- 
sueltos á  hacerlo  los  de  nuestra  ciudad,  que  rompieron  en  son 
de  guerra  por  el  territorio  granadino;  pero  se  encontraron  cerca 
de  Antequera  con  la  hueste  cristiana,  y  derrotados  con  pérdi- 
da de  mucha  gente,  á  más  de  la  presa  que  llevaban,  tuvieron 
que  replegarse  á  sus  alojamientos. 

D. Juan 


(i)    Crón.  de  D.  Al.  X,  cap.  XL,  XLIII  y  sig. 


158  Málaga  Musulmana. 


D.  Juan  Nuñez,  hijo  de  D.  Ñuño  González,  que  como  me- 
<liador  entre  los  cristianos  desavenidos,  pasaba  de  la  corte  cas- 
tellana á  la  granadina,  proponiendo  medios  de  concierto,  pre- 
sentó varios  al  nazarí,  imaginados  por  D,  Alonso,  que  se  enca- 
minaban á  favorecer  á  los  Axkilulas,  dejándoles  como  una  espi- 
na clavada  en  el  corazón  de  los  estados  agarenos.  Temeroso 
Mohammed  II  de  que  se  le  fueran  los  cristianos,  pues  algunos 
se  habian  marchado  á  su  tierra,  dándose  á  partido  con  su  mo- 
narca, y  otros  mostraban  voluntad  de  seguirles  después  de  las 
concesiones  que  aquel  hizo  á  la  aristocracia,  ofreció  al  castella- 
no gruesas  sumas  para  comprar  la  paz,  mediante  la  condición 
de  abandonar  á  los  walíes.  Por  su  parte  trabajaba  el  rey  Sabio 
por  arrancar  de  Granada  á  los  expatriados,  arguyéndoles  cuan 
sin  razón  se  le  desnaturalizaron,  y  quejándose  de  que  pretendie- 
ran que  abandonase  á  los  Axkilulas  «pues. éstos  le  sirvieron  bien 
•é  lealmente,  é  pasaron  mucho  por  su  servicio»  y  si  lo  concedie- 
ra el  rey  «non  fallaría  quién  lo  sirviese,  nin  quién  lo  ayudase»  (i). 

Recurrieron  entonces  los  acogidos  en  Granada  á  un  expe- 
•diente  ingeniosísimo,  el  cual  demuestra,  que  si  en  la  estrategia 
militar  alcanzaban  excelente  lugar  los  ardides  y  celadas,  no  era 
muy  desusado  el  mismo  género  de  añagazas  en  la  política.  Cier- 
to dia  los  granadinos  oyeron  un  pregón  en  calles  y  socos,  en  el 
cual,  á  nombre  del  infante  D.  Felipe,  se  prohibía  hacer  guerra 
ó  cualquier  suerte  de  daño  á  los  Axkilulas.  Creyó  el  común  de 

•  • 

la  gente  que  éstos  se  habian  amistado  con  el  rey;  la  noticia  de 

tal 


(i)     Crón.  de  D.  Al.  X,  cap.  XLIX. 


Partb  primera,  i 


159 


tal  suceso  comunicada  á  D.  Alonso  debía  producir  en  éste  des- 
confianza y  alejamiento  de  sus  apazguados,  pero,  descubierto  el 
engaño,  éste  escitó  la  ira  del  cristiano,  tanto  como  las  exhorbi- 
tantes  pretensiones  de  los  nobles,  imposibilitando  toda  ave- 
nencia. 

La  guerra  era  pues  inminente;  el  aragonés  y  el  castellano  de- 
tian  acometer  á  Granada,  auxiliados  por  los  AxkÜulas,  mientras 
■que  los  expatríados  se  aprestaban  á  romper  por  el  reino  de  Jaén; 
pero  mediando  algunos  otros  nobles  y  el  infante  D.  Fernando, 
hijo  del  rey  Sabio,  trataron  la  paz,  pactando  que  «non  ayuda- 
sen á  los  arrayaces  el  Rey,  nin  ningunos  homes  de  su  tierra, 
nin  les  diesen  pan  y  vianda*. 

Irritóse  D.  Alonso,  mas  al  fin  intercediendo  la  reina  y  el 
príncipe,  ratificóse  el  tratado,  dando  Mohammed  II  crecidas  su- 
mas, y  ofreciendo  irse  á  vistas  con  el  rey  Sabio;  en  las  cuales 
esperaban  todos  que  le  comprometerían  á  conceder  alguna  tre- 
gua á  los  walíes;  mientras  tanto  advirtió  el  rey  cristiano  secreta- 
mente á  éstos  lo  pactado,  para  que  no  creyeran  que  les  desam- 
paraba. 

En  1274  reuniéronse  entrambos  monarcas  en  Sevilla;  ingre- 
só el  sarraceno  en  el  erario  real  las  cantidades  prometidas,  obli- 
gándose á  pagar  otras,  mientras  que  D.  Alonso  le  trataba  regia- 
mente, alhagando  su  vanidad  con  singulares  distinciones,  sin 
darse  un  solo  momento  por  entendido  de  lo  que  se  refería  á  sus 
amigos. 

Cuéntase,  no  sé  si  con  verdad,  que  cierta  vez,  conversando 
Mohammed  galantemente  con  la  reina,  quien  se  distraía  pregun- 
tándole 


1 6o  Málaga  Musulmana. 


tándole  minuciosidades  de  su  harem,  pidióle  la  egregia  dama  la 
concesión  de  una  gracia  que  en  mientes  tenia.  Creyó  el  cortés= 
monarca  que  se  trataba  de  algún  capricho  femenil,  y  accedió  de 
antemano  al  ruego;  mas  sorprendióse  dolorosamente  al  oír  que 
se  le  pedian  dos  años  de  tregua  para  los  implacables  enemigos- 
de  su  familia.  Esclavo  de  su  palabra  accedió  á  ello,  concentran- 
do en  el  corazón  todo  su  despecho,  viéndose  inicuamente  burla- 
do. Sea  de  esto  lo  que  quiera,  nuestros  viejos  autores  dicen  que 
las  treguas  se  concedieron  «por  el  gran  afincamiento  que  mostra- 
ron la  Reina  y  el  Infante»  los  cuales  se  apresuraron  á  comunicar 
tan  venturosa  noticia  á  los  turbulentos  walíes  (i). 

Mientras  que  trascurrían  estos  acontecimientos  el  imperio- 
almohade  se  derrumbaba  ante  el  empuje  de  los  merinies.  Mora- 
ban éstos  en  el  Zab  africano  hasta  Sichilmesa,  recorriendo  du- 
rante  su  nómada  existencia  dilatados  territorios,  buscando  pas* 
tos  para  sus  rebaños.  Orgullosos  con  su  independencia,  gloria'^ 
banse,  como  decía  un  cronista  agareno,  de  no  conocer  oro,  pla- 
ta, ni  emir:  guerreros  por  necesidad,  ocupábanse  en  la  caza,  en 
el  pastoreo  y  en  las  gazufis,  es  decir  en  el  robo;  para  ellos  el  es- 
tado natural  del  hombre  era  la  guerra,  y  consideraban  como  en* 
vidiable  fortuna,  la  de  algunos  de  sus  emires,  que  no  dejareis 
de  combatir  un  solo  dia;  agoreros  y  supersticiosos,  mostrabais 
su  escasa  cultura,  creyendo  prodigios  é  interpretando  sueños;  la^ 
astucia  jugaba  importante  papel  en  sus  combates,  como  la  ar- 
tería 


(i)  Crán.  de  D.  Af.  X,  cap.  LVIH.  OrÜz  de  Zúñiga:  An.  de  Sev,  Era  1312.  Salaiar^ 
^¿5/.  genealóg.  de  la  casa  de  Lara^  lib.  17,  cap.  IV.  Conde:  Uist.  de  la  dom.,  parte  IV.- 
cap.  IX. 


Parte  primera.  Capítulo  vi.  i6i 

tena  y  la  mala  fé  en  sus  tratos.  A  estas  perversas  condiciones 
agregaban  un  valor  heroico;  cuando  en  sus  batallas  flaqueaban 
sus  taifas  ante  la  pujanza  enemiga,  sus  mugeres,  descubiertos 
los  rostros,  corrian  entre  los  que  lidiaban,  escitándolos  á  la  pe- 
lea. Todavía  entre  las  salvages  tribus  de  allende  el  Atlas,  las 
mugeres  toman  parte  de  éste  modo  en  las  luchas,  y  azotan  con 
ramas,  mojadas  en  el  jugo  colorante  del  henné — lausonia  inermis — 
los  rostros  de  los  que  huyen  manchándolos:  estas  manchas  de- 
nuncian después  su  cobardía,  para  vergüenza  suya,  oprobio  de 
:sus  deudos  y  menosprecio  de  todos  (i). 

Vencidos  los  almohades,  igualmente  que  en  tiempo  de  ellos 
y  de  los  almorávides,  los  musulmanes  españoles  pidieron  pro- 
tección á  los  meriníes.  Las  vistas  reales  en  Sevilla  habían  con- 
vencido á  Mohammed  II  de  la  razón  conque  le  aconsejó  su  pa- 
dre al  morir,  que  se  amparara  de  ellos;  los  walíes  Axkilulas  que- 
daban siempre  impunes,  burlando  su  poder  y  justicia,  envalen- 
tonados con  la  protección  cristiana;  contra  la  Reconquista  no 
tenia  medios  de  resistencia;  su  patriotismo,  al  parque  su  interés, 
le  forzaban  á  seguir  las  indicaciones  de  Alahmar. 

No  se  descuidó  el  wali  malagueño  en  solicitar  igual  alianza; 
i  la  vez  que  los  embajadores  granadinos  imploraban  el  socorro 
del  sultán  merinita  Abu  Yusuf,  un  hijo  de  aquel  magnate  Abu 
Said  Farach,  acompañado  de  Abu  Abdallah  ben  Acderil,  se  pre- 
sentó ante  el  mismo  sultán,  entregándole  un  memorial,  firmado 
por  su  padre  y  por  los  malagueños,  sometiéndose  todos  á  su  au- 
toridad; 

(i)     Aben  Abdelhalim :i?«ci  Alkartas,  pág.  400  y  sig.  Aben  Jaldun:  llist.  ií«tí  ldir«>Nn>K« 
T.  IV,  página  51.  Alvarez  Pérez:  El  pais  del  mistetHo. 


1 62  Málaga  Musulmana. 


forídad;  aceptó  Abu  Yusuf  á  el  Axkilula  como  subditOi  confir* 
mandola  en  su  gobierno.  Cuan  excelente  musulmán  era  el  wali 
de  Málaga  se  comprueba,  con  que  de  retomo  á  España  el  mis- 
mo Abu  Said  Farach  trataba,  en  nombre  de  su  padre,  con  los 
cristianos:  mas  al  volver  á  nuestra  ciudad  de  estas  embajadas  le 
asesinaron  (i). 

Al  fin  desembarcó  Abu  Yusuf  en  nuestra  Península;  acudie- 
ron á  recibirle  á  Algeciras  el  arráez  Abu  Mohammed  y  el  sul- 
tán granadino:,  refieren  unas  crónicas  que  el  africano  los  amistó,, 
que  le  informaron  largamente  sobre  su  expedición,  y  que  los  en- 
vió con  sus  huestes  á  sus  estados.  Añaden  otros  que  recibió  con 
extremada  frialdad  á  Mohammed  11,  tanto  que  éste  abandonó- 
las  estancias  reales,  yéndose  mal  contento  á  Granada  (2). 

Todos  los  horrores  que  afligieron  á  España  en  las  anterio- 
res invasiones  magrebinas,  otros  tantos  padeció  en  ésta.  Derro- 
tados los  cristianos  desastrosamente  en  Ecija,  y  muerto  en  esta 
batalla  el  valeroso  guerrero  D.  Ñuño  de  Lara,  Abu  Mohammed 
Axkilula,  en  la  expansión  de  su  Regocijo,  presentó  al  meriní,. 
cuando  éste  volvió  á  Algeciras,  la  siguiente  poesía: 

Los  vientos,  los  cuatro  vientos, 
Traen  nuevas  de  la  victoria; 
Tu  dicha  anuncian  los  astros 
Cuando  en  el  Oriente  asoman. 
De  los  ángeles  lucharon  * 

En  tu  pro  las  huestes  todas, 
Y  era  á  su  número  inmenso 
La  inmensa  llanura,  angosta. 
Las  esferas  celestiales. 
Que  giran  magestuosas, 

Hojv 


(i)    Aben  Jaldun:  Uist.  des  Bet'bet^s,  T.  IV,  pág.  89. 

(2)     Aben  Abdelhalim:  Rml  Alkaria^,  pág.  451.  Crón.  de  Alf.  X,  cap.  LXL  Conde:  His- 
ioi'ia  de  la  dom.  Parte  IV,  cap.  X. 


Parte  primera.  Capítulo  vi.  163 


Hoy,  con  su  eterna  armonia 
Tus  alabanzas  entonan. 
En  tus  propósitos  siempre 
Allah  te  guia  y  te  apoya; 
Tu  vida,  por  quien  la  suya 
Diera  el  pueblo  que  te  adora, 
Del  Altísimo,  del  Único 
Has  consagrado  á  la  gloría. 
A  sostener  fuiste  al  campo 
La  santa  ley  de  Mahoma, 
En  tu  valor  confiado 

Y  en  tu  espada  cortadora; 

Y  el  éxito  más  bríllante 
La  noble  empresa  corona, 
Dando  fruto  á  tus  afanes 
De  ilustres  y  grandes  obras. 
De  incontrastable  pujanza 
Dios  á  tu  ejército  dota; 
Solo  se  salva  el  contrarío 
Que  tu  compasión  implora. 
Sin  i'ecelar  tus  guerreros 
Ni  peligros,  ni  derrotas, 

A  la  lid  fueron  alegres. 
Apenas  nació  la  aurora. 
Magnifica  de  tu  ejército 
Era  la  bélica  pompa. 
Entre  el  furor,  del  combate, 
Teñido  de  sangre  roja, 

Y  el  correr  de  los  caballos, 

Y  las  armas  que  se  chocan. 
Allah  tiene  lija  en  ti 

Su  mirada  protectora; 
Como  luchas  por  su  causa, 
Él  con  tu  triunfo  te  honra. 

Y  tú  con  lauro  perenne 
Nuestra  fé  de  nuevo  adornas, 

Y  con  hazañas,  que  nunca 
Los  siglos,  al  pasar,  borran. 
Justo  es  que  Allah  que  te  ama 

Y  virtudes  galardona. 

La  eterna  dicha  en  el  cielo 
Para  tus  siervos  disponga. 
Allah  que  premia  y  ensalza 

Y  que  castiga  y  despoja, 
En  el  libro  de  la  irida 
Grabada  tiene  tu  hístoría. 
Todos,  si  pregunta  alguien 
¿Quién  los  enemigos  doma? 


25 


164  Málaga  Musulmana. 


¿Quién  es  el  mejor  califa? 
Te  señalan  ó  te  nombran. 
No  sucumbirá  tu  imperio, 
Deja  que  los  tiempos  corran 

Y  que  el  destino  se  cumpla 
En  la  señalada  hora, 
Álcese,  en  tanto,  en  el  solio, 
Con  magestad  tu  persona, 

Y  ante  su  brillo  se  eclipsen 
Las  estrellas  envidiosas. 
Pues  eres  de  los  muslimes 
Defensa,  amparo  y  custodia, 

Y  su  religión  salvastes 
Con  la  espada  vencedora. 
Que  Allah  te  guíe  y  conserve, 

Y  haga  tu  vida  dichosa 

Y  de  todo  mal  te  libre, 

Y  sobre  tu  frente  ponga 
£1  resplandor  de  su  gracia 

Y  sus  bendiciones  todas. 
Para  que  siglos  de  siglos 
Se  perpetué  tu  gloria  (1). 

Durante  la  segunda  expedición  de  Abu  Yusuf  á  España 
— 1277 — los  arráeces  de  Málaga  y  Guadix,  más  sumisos  que  el 
granadino,  y  olvidando  los  beneficios  recibidos  de  los  cristianos, 
tan  ingratos  para  éstos  como  desleales  á  su  familia,  se  le  junta- 
ron, quien  dice  que  en  Algeciras,  quien  que  en  su  campamento 
ante  los  muros  de  Ronda.  Ambos  le  acompañaron  en  aquella  te- 
rrible algarada,  desastrosa  para  Andalucía,  cual  si  en  ella  se  hu- 
biese declarado  una  epidemia  ó  la  castigara  Dios  con  alguna 
otra  catástrofe  de  la  naturaleza.  De  retorno  á  su  gobierno,  Abu 
Mohammed  Axkilula  adoleció  de  muerte,  y  falleció  á  poco — 
Oct.  á  Nov.— (2). 

Debió 


(i)  Schack:  Poesía  y  arte  de  los  út\  en  Sic,  y  Esp,  T.  I,  pág.  159,  trad.  de  Valera;  to- 
mada de  Aben  Abdelhalira:  Rud  Alkarias. 

(2)  Aben  Jaldun:  Hist,  des  Berbcí^s,  T.  IV.  pág.  90.  Aben  Abdelhalim:  Rud  Alkarias, 
pág.  150  y  sig.  y  470. 


Debió  heredarle  su  hijo  Mohammed.  Pero  comprendiendo  és- 
te cuerdamente  que  no  podía  mantenerse  en  su  estado,  y  que  le 
convenía  mejor  dar  de  grado  lo  que  podían  arrancarle  con  vio- 
lencia, al  expirar  las  fiestas  del  Ramadhan,  ó  sea  la  Cuaresma 
sarracena,  llamó  á  su  primo  Mohammed  Alazrac,  y  le  ordenó 
que  preparara  en  la  Alcazaba  alojamiento  adecuado  para  apo- 
sentar á  un  soberano.  A  seguida  marchó  á  Algeciras,  en  dónde 
con  sus  huestes  reposaba  el  meriní,  y  con  respetuoso  acata- 
miento abdicó  en  él  sus  derechos  al  señorío  de  Málaga. 

A  poco  el  príncipe  merínita,  Abu  Zían  Mendi),  acampaba 
frente  á  las  fortificaciones  malagueñas,  y  una  taifa  de  su  gente» 
acaudillada  por  Mohammed  ben  Amran  ben  Abla,  se  posesiona- 
ba de  ellas,  probablemente  con  general  aplauso  de  los  vecinos. 
Había  creído  Mohammed  II  que  su  deudo  el  Axkílula  se 
entregaría  á  él,  antes  que  á  Abu  Yusuf;  pero  le  desengañaron 
los  sucesos.  Entonces  su  embajador,  Abu  Sultán  Azis,  se  presen- 
tó en  el  real  africano,  á  las  puertas  de  Málaga,  reivindicándo- 
la posesión  de  ésta,  en  nombre  de  su  monarca;  rechazado  con 
altanero  despego,  maltrecha  la  vanidad  y  avergonzado,  hubo  de 
volverse  á  Granada. 

A  principios  del  siguiente  mes  Abu  Yusuf  entró  en  nuestra 
ciudad;  recibiéronle  sus  vecinos,  cual  á  triunfador;  agolpábanse 
hombres  y  mugeres  á  los  caminos,  á  las  puertas,  á  las  torres  y 
á  los  adarves;  vistieron  las  fachadas  de  sus  casas  con  sederías, 
mezcladas  á  olorosas  yerbas,  y  entre  jubilosas  aclamaciones  le 
llevaron  á  la  Alcazaba.  La  muchedumbre  saludaba  fervorosamen- 
te al  soberano  poderoso,  que  le  defendía  de  las  terribles  mesna- 
das 


i66  Málaga  Musulmana, 


<las  cristianas,  y  les  aseguraba  paz  y  sosiego,  después  de  los 
amargos  trances,  en  que  le  habian  puesto  las  enemistades  de  sus 
gobernadores  con  los  granadinos. 

Permaneció  en  Málaga  el  sultán  algún  tiempo;  antes  de  mar- 
char dejó  por  guarnición  un  cuerpo  de  soldados  meriníes,  por 
gobernador  á  Ornar  ben  Yahya  ben  Mohalli,  cliente  y  protegi- 
do de  su  dinastía,  y  por  comandante  de  armas  á  Zian  ben  Ayad. 
A  el  cual  recomendó  vivamente,  que  tratara  como  á  príncipe  al 
último  de  los  Axkilulas  malagueños  Mohammed  (i) 

La  negativa  de  los  berberíes  de  entregarle  á  Málaga  engen- 
dró en  el  ánimo  de  Mohammed  II  grave  descontento.  No  sola- 
mente le  arrebataban  una  de  las  poblaciones  más  importantes 
de  sus  reducidos  estados,  sino  que  con  ella  le  privaban  de  la  par- 
te occidental — Algarbia — de  su  jurisdicción.  No  tuvo  aquel  prín- 
cipe bastante  abnegación  para  sacrificar  sus  intereses  al  bienes- 
tar de  los  musulmanes;  no  tuvo  arranque  suficiente  para  realizar 
el  dicho  de  otro  ilustre  emir,  que  más  quena  ser  camellero  en 
África^  que  porquerizo  en  Castilla;  en  vez  de  esto  siguió  la  detes- 
table política  que  inició  su  padre  y  que  precipitó  la  ruina  de  su 
dinastía,  aliándose  con  los  cristianos. 

Mas  una  venturosa  circunstancia  consiguióle  la  justicia  que 
pretendía.  En  los  momentos  en  que  la  flota  cristiana  aseguraba 
los  pasos  del  Estrecho,  temerosos  los  españoles  de  una  nueva 
incursión  sarracena,  supo  el  gobernador  de  Málaga,  Omar  Al- 
mohalli,  que  un  hermano  suyo,  gran  privado  antes  del  sultán 

magrebí, 


(1)    Ibidem. 


tnagrebí,  se  había  sublevado  contra  éste,  y  vencido  se  habia  re- 
fugiado en  Granada.  Ó  haciendo  causa  común  con  el  fugitivo, 
■ó  temiéndose  alguna  represalia  del  merinita,  en  todo  caso  soli- 
viantado por  el  rebelde,  Ornar  vendió  su  gobierno  al  granadino. 
Aproximóse  éste  inopinadamente  á  nuestra  ciudad — Feb.  de 
1279 — y  Almohalli,  sorprendiendo  á  Zian  y  á  Mohammed  Axki- 
iula,  púsolos  en  prisiones,  á  la  vez  que  entregaba  la  población 
á  el  nazarita.  En  cambio  de  su  malvada  traición  recibió  en  feu- 
do la  fortaleza  de  Salobreña,  á  la  cual  se  llevó  los  aprestos  de 
guerra  y  los  caudales  que  le  dejara  Abu  Yusuf,  para  avituallar 
la  guarnición  y  reparar  la  flota  (i). 

Nada  dicen  los  autores  de  la  suerte  que  tuvo  el  Axkilula, 
si  Mohammed  II  le  perdonó  generosamente,  ó  si  vengó  con  su 
muerte  los  grandes  agravios,  que  habia  recibido  su  dinastía  de 
aquella  levantisca  y  orgullosa  gente. 

Alteróse  el  sultán  meriní  al  saber  estos  hechos  y  aprestóse 
á  remediarlos,  viniéndose  á  España;  pero  temporales  é  insurrec- 
ciones le  impidieron  desahogar  su  cólera,  rompiéndose  una  vez 
más  sus  relaciones  con  el  monarca  granadino,  Apesar  de  esto, 
cuando  sitiada  Algeciras  rudamente  por  los  cristianos,  estuvo 
en  trance  de  rendición,  embarcaciones  de  Almuñécar,  Almería 
y  Málaga,  dependientes  de  aquel  príncipe,  navegaron  en  conser- 
va con  otras  africanas  para  libertarla,  y  derrotaron  en  una  ba- 
talla naval  á  los  cristianos  cerca  de  la  plaza  sitiada  (2). 

Aplacado 


(1)  Aben  Abdellialim:  ¡hid  AtUvIai,  inii,-.  472.  .\bcii  Jaldun,  lü^l.  tks  Bci-bci-í,  To- 
mo IV,  pág.  97  y  sig. 

(2)  Rud  Alkarliu:  yk^.  475, 


1 68  Málaga  Musulmana. 


Aplacado  por  éste  auxilio,  propuso  Abu  Yusuf  á  el  nazarf 
su  amistad,  mediante  la  entrega  de  Málaga;  rechazóla  aquel, 
desdeñando  esta  pretensión;  y  como  los  cristianos  se  enojaroa 
con  él  por  haber  ayudado  á  los  cercados  de  Algeciras,  apoyóse 
en  Yagmorasen,  señor  de  Tlemsen  é  irreconciliable  enemigo  del 
nombre  merinita. 

Estas  alianzas  tan  pronto  se  anudaban  como  se  rompian^ 
á  compás  de  las  exigencias  de  los  tiempos;  dominaba  desver- 
gonzadamente la  codicia  en  todos  los  pechos;  jamás  ha  pre- 
sentado España  más  ruin  política  que  entonces.  Rebelado  el 
Infante  de  Castilla  D.  Sancho  contra  su  padre  D.  Alonso  X^ 
aliáronse  aquel  con  el  granadino,  éste  con  el  meriní,  y  el  reino 
ardió  en  parcialidades,  riñas,  batallas  y  muertes,  más  encona- 
damente que  nunca. 

Los  africanos  de  la  Garbia  ó  parte  occidental  malagueña^ 
mandados  por  Abu  Zian  Mendil,  sitiaron  á  Marbella  y  Ronda, 
que,  según  parece,  estaban  por  el  nazarita,  sin  conseguir  redu- 
cirlas, mientras  que  los  cristianos,  ayudados  por  los  Axkilulas 
de  Guadix,  entrábanse  en  las  regiones  granadinas.  Granada  se 
vio  sitiada  dos  veces;  Abu  Yusuf  ofreció  su  alianza  á  Moham- 
med  II,  insistiendo  en  la  entrega  de  Málaga,  más  apesar  de  sa 
angustiosa  situación,  rechazó  aquel  nuevamente  sus  proposi- 
ciones. 

Abu  Yusuf  decidido  á  dar  el  golpe  de  gracia  á  aquel  mise- 
rable reyezuelo,  que  con  tan  loco  desden  trataba  su  poderío, 
volvió  á  Algeciras,  puso  en  marcha  su  ejército,  cercó  á  Málaga  y 
se  apoderó  de  los  castillos  de  Cártama,  Coin  y  Fuengirola.  Es- 
pantada 


Parte  primera.  Capítulo  vi.  169 

•pantado  Aben  Alahraar  imploró  la  intervención  del  príncipe  me- 
TJní  Abu  Yacub,  quien,  para  llegar  con  su  padre  á  una  avenen- 
cia, vínose  al  real  de  los  sitiadores.  Dominaron  en  el  corazón 
áél  africano  las  ideas  de  patria  y  concordia,  prefiriendo  ceder 
á  Málaga  y  perdonar  sus  agravios,  á  acrecentar  las  heridas  de 
que  gemían  los  muslimes,  y  alzó  el  cerco  (1). 

Después  de  las  espantosas  depredaciones,  con  las  que  yer- 
maron los  meriníes  gran  parte  del  occidente  de  Andalucía,  du- 
rante la  cuarta  expedición  del  sultán  Abu  Yusuf,  éste,  a.ntes  de 
abandonar  á  España,  proveyó  á  la  segundad  de  las  comarcas  y 
poblaciones  que  en  ella  poseía.  A  este  efecto  su  hijo  Abu  Zían 
Mendil,  con  buen  golpe  de  gente,  guarneció  la  frontera,  esta- 
bleciendo su  morada  en  Coin,  y  otra  hueste,  acaudillada  por  Eiad 
ben  abu  Eiad  el  Acemi,  dio  pre&idio  en  Estepona.  Entrambos 
capitanes  recibieron  orden  expresa  del  sultán,  de  no  molestar 
el  tenitorio  malagueño  sometido  á  el  granadino  (2). 

Algún  tiempo  después  murió  en  África  Abu  Yusuf,  digno  de 
la  gratitud  y  loa  de  la  morisma  por  su  buen  natural  y  los  emi- 
nentes servicios  que  prestó  al  mahometismo  español.  Heredóle 
su  hijo  Abu  Yacub,  quien  deseando  extirpar  las  disenciones  que 
hervían  entre  muslimes,  convidó  á  Mohammed  II  para  verse  con 
él  en  Marbella.  Vínose  á  esta  villa  el  granadino,  con  regio  acom- 
pañamiento, dando  estas  vistas — Ab.  á  Mayo  de  1286 — venturo- 
so resultado,  pues  el  nuevo  sultán  cedió  en  sus  pretensiones  de 

recuperar 


(1)    Alien  Abdcilhalim:  Rud  AUmHos,  pág.481.  487.  Alnii  Jülduu:  Ili^t.  d<->  Do-bcrs, 
T,  IV,  pO^.  ■IIM  y  «ig. 
fi)     Abun  JalduHL  ¡lUl.  <l<a  Bei-hnii,  T.  IV,  puf.  Íi9. 


170  Máiaga  Musulmana. 


recuperar  á  Málaga,  y  devolvió  al  granadino  las  plazas  que  po- 
seia  al  poniente  de  su  jurisdicción,  aunque  conservando  á  Alge- 
oirás,  y  según  algún  cronista  á  Ronda  y  Estepona  (1). 

De  esta  suerte  iba  Mohammed  II  redondeando  sus  estados,, 
pues  tres  años  antes,  muerto  Abu  Ishac  Axkilula,  señor  de  Gua- 
dix  y  Gomares,  arrebató  esta  última  plaza  al  heredero  é  hijo  de 
aquel  príncipe  Abu  Mohammed.  Exacerbó  esta  acción  la  enemi- 
ga, tradicional  entre  ambas  familias,  hasta  que  medi;^nte  la  in- 
tervención de  el  merinita,  el  guadiceño  cedió  á  Mohammed  II 
sus  estados,  recibiendo  en  cambio  el  gobierno  de  Alcázar  Que<r 
bir  en  África  (2). 

Pero  mientras  quedara  á  los  merínies  una  sola  plaza  en  Es- 
paña, infructuosa  era  toda  avenencia  con  Mohammed  II.  Pre-f 
fería  este  ensanchar  sus  estados  á  la  ruina  de  los  musulmanes,, 
sin  considerar  que  su  propia  ruina  estaba  al  fin  de  su  desatalen- 
tada política.. Acometieron  los  cristianos  á  Tarifa  en  1292;  el 
granadino,  sin  vergüenza  ni  reparo,  alióse  con  ellos,  y  esta- 
bleciéndose en  Málaga,  avituallábales  el  real,  mediante  la  pro- 
mesa que,  expugnada  la  plaza,  se  la  entregarian.  Rindióse  Ta- 
rifa y  guarneciéronla  los  castellanos;  quienes  se  burlaron  de  su 
pacto,  dando  el  premio  que  merecía  á  el  sultán  de  Granada  por 
su  miserable  acción:  la  cual  extremó  él,  humillándose  ante  el 
meriní,  contrito  y  arrepentido,  é  implorando  su  alianza. 

Viéronse  entrambos  monarcas  en  Tánger  dos  veces;  las  co- 
sas 


(1)  Ibidem:  pág.  121.  Aben  Abdelhalim:  Rud  Alkartas^  pág.  532,  527 

(2)  Ibuiem:  pág.  i25.  Aben  Aljathib:  Ihafa^  biografía  de  Abdallah  ben  Ibrahim  ben 
Ali  ben  Mohammed  Attochibiy  arráez  Abu  Mohammed  ben  Axkilula.  M.  S.  de  D.  Pascual 
de  Gayangos. 


sas  de  África,  revueltas  y  agitadas,  impedían  á  el  magrebino, 
cual  muchas  veces  sucediera  á  su  padre,  ocuparse  de  las  anda- 
luzas; por  otra  parte,  como  en  España  se  vigorizaba  la  autori- 
dad de  el  nazarita,  á  cuyo  poder  se  sometían  todos  los  musli- 
mes andaluces,  parecía  mas  conveniente  á  los  intereses  alar- 
bes ceder  en  ellas,  á  mantener  divergencias  y  enconos,  que  so- 
lamente producían  el  engrandecimiento  de  la  Reconquista.  Ra- 
zones eran  estas  bien  poderosas,  que  decidieron  á  Abu  Yacub  á 
ceder  al  sultán  de  Granada  las  poblaciones  y  comarcas  que  po- 
seía aquende  el  Estrecho. 

Entonces,  aunque  no  definitivamente,  queda  Granada  por 
señora  de  los  escasos  territorios,  donde  la  cristiandad  tenia  en- 
cerrada á  la  morisma;  (i)  entonces  entra  en  su  periodo  álgido  la 
agonía  del  mahometismo  español,  perpetuamente  combatido, 
grande  y  glorioso  cuasi  siempre  por  las  acciones  de  sus  particu- 
lares, rahez  y  despreciable,  cuasi  siempre  también,  por  las  de 
sus  gobernantes.  Cuantas  amarguras,  cuantashumillaciones  pue- 
den agravar  la  decadencia  de  un  pueblo,  las  postrimerías  de  una 
raza,  otras  tantas  padeció  aquel  sultanazgo;  toda  la  ambición  y 
codicia,  que  en  dias  mejores  comprometieron  la  suerte  de  los 
pueblos  hispano-musulmanes,  parecían  haber  crecido  en  inten- 
sidad á  la  hora  de  su  ruina.  Por  otra  parte,  la  vitalidad  asom- 
brosa 


(1)  Ahen  JaWun:  Hüt.  des  Serber»,  T.  IV,  pig.  iSi  y  138.  Aben  Abdelhalim:  Rfíd 
kHairíat.  pig.  5tí,  coloca  estos  sucesos  en  el  añ»  602,  \lSfi  á  93;  Aben  Jaldun  iiids  ade- 
Unlí.  Cr&n.  de  Sanrho  el  Bravo,  cap,  XI  y  nu  X,  Conde,  ¡lili,  de  la  dom.,  Valle  IV,  m- 
fímlo  Xni,  T.  III,  pág.  223  y  no  84  cotno  por  erratas  imliquí  en  mí  oiim;  éste  liltimo  au- 
tor los  pone  en  i29S. 

26 


172  Málaga  Musulmana. 


brosa  de  la  raza  berberísca  pareció  apagarse  entonces;  imperios 
y  pueblos  cesaron  de  oponerse,  pasando  el  mar,  á  la  gente  cris- 
tiana, y  solo  algunos  fanáticos,  individualmente  ó  en  grupos,  lo 
atravesaban  para  morir  como  voluntarios  en  las  rábitas  fronte- 
ras,  para  dar  ejemplos  de  un  admirable  heroísmo  en  defensa  de 
las  ciudades. 


CAPÍTULO  VIL 
La  Reconquista  en  la  provincia  de  Málaga. 


Consideraciones  generales. — Situación  de  nuesti'H  provincia  tluranle  los  dos  últimos  sigloo 
déla  Edad  Hedía.— Los  algnradas.— Combates  y  depredaciones  marítimas. — Abu  SaJd 
Fararh  wali  de  Málaga. — Conquistan  los  malagueños  á  Ceuta.— Los  Volunlaríos  de  la 
fé. — DinaElia  malagueña  en  el  trono  granadino. — Olsmen  ben  Abulola,  caudillo  de 
los  volúntanos  de  la  Té.— Lancea  de  aus  luchas  con  los  cristianos  en  nuestras  comar- 
cas.— Aaeainalo  de  Mohammed  IV. — D.  Pedro  1  j  Mohammed  V  en  la  provincia  de  Há- 
iaga-- DecláraseéstaporMohammed.— TomadeAnlequera.— Correriascn  el  lerrilo- 
riu  malagueño. — Correrías  de  los  moros  do  Málaga  en  lerrítoríos  críslian os.— Heroica 
muerte  de  Pedro  de  Narvaea  en  las  fuentes  de  el  Guadalmedina. — D.  Alvaro  ile  Lu- 
na en  nuestra  provincia. — Mohamined  VIH  en  Málaga, — Toma  de  Arcliidona.- Alqui- 
xut,  régulo  mala^eño,  sus  tratos  con  Enrique  IV,  su  desgraciada  suelte. 


Dichosos  los  pueblos  que  no  tienen  historia,  ha  dicho  cierto  es- 
critor, sobrecogido  de  espanto  el  ánimo,  ante  los  sufrimientos 
de  la  humanidad  en  diversas  épocas  de  su  existencia.  Lo  mis- 
mo dijera  yo  al  comienzo  del  siguiente  relato,  si  creyera  que  la 
ciencia  histórica  se  reduce  á  la  narración  de  guerras,  revolucio- 
nes y  desastres,  cambios  políticos  ó  mudanzas  de  imperios. 
Pues  son  tan  continuadas  las  calamidades  que  llenarán  mi  na- 
rración, tan  dolorosos  sus  pormenores,  tan  agudos  los  sufri- 
mientos de  las  muchedumbres,  tal  el  derramamiento  de  sangre, 
!a  crueldad  de  los  hechos,  la  destrucción  de  haciendas  y  el  de- 
rroche 


174  Málaga  Musulmana. 


rroche  de  vidaS|  que  pondrían  lástima  en  el  corazón  menos  in- 
clinado á  la  clemencia. 

Vamos  á  asistir  á  las  postrimerías  de  una  raza,  la  hispano- 
musulmana,  extirpada  á  hierro  y  fuego  de  nuestras  comarcas. 
Y  así  como  la  agonía  de  un  temperamento  fuerte,  es  terrible- 
mente agitada  y  dolorosa,  así  aquella  sociedad,  encerrada  en 
un  rincón,  quizá  el  más  bello,  de  la  tierra  andaluza,  luchó  á  la 
desesperada  con  la  muerte,  concentrando  en  sus  últimos  mo- 
mentos sus  buenas  y  sus  malas  cualidades,  dando  gallardas 
muestras  de  las  primeras  en  artes,  letras  y  armas,  miserables 
de  las  segundas  en  la  administración  y  en  el  gobierno  de  la  re- 
pública. 

Estos  sucesos  yermaron  nuestro  territorio  y  aminoraron  con- 
siderablemente su  riqueza;  á  veces  al  relatarlos  no  se  explica 
el  historiador  como  duró  tanto  la  resistencia.  ¡Cuánto  amor  al 
patrio  suelo  no  habria  en  aquellos  desdichados  moros,  perpe- 
tuamente amenazados  de  muerte  y  ruina,  sin  más  esperanza  en 
un  sombrío  porvenir  que  los  delirios  de  algún  visionario  ó  la 
problemática  piedad  de  sus  sañudos  enemigos,  cuando  lo  arros- 
traban todo,  antes  que  buscar  paz  y  sosiego  en  las  comarcas 
africanas! 

En  éste  periodo  los  males  se  aumentan  extraordinariamen- 
te; no  existe  ya  la  confianza  en  lo  distante  de  la  frontera;  el 
círculo  de  hierro  que  angustiaba  á  la  morisma  española  se  ha 
estrechado,  y  á  el  crecimiento  de  los  pueblos  cristianos  respon- 
de el  acrecentamiento  de  las  miserias  moras.  No  hay  que  te- 
mer ya  á  la  irrupción  pasagera  de  las  huestes,  que  arrasando 

cuanto 


cnanto  hallaban  al  paso,  como  turbión  de  arrebatadas  aguas, 
penetraban  con  Alonso  VII  hasta  las  playas  veleñas,  ó  con 
el  VIH  hasta  Ronda  y  Málaga  (i)¡  no  algaradas  de  partidarios, 
que,  cual  foragidos,  se  corrían  tierra  adentra,  afanosos  de  medro 
y  renombre;  la  implacable  Reconquista  estaba  en  los  aledaños 
de  nuestra  provincia,  desde  los  cuales  lanzaba  sus  terribles  mes- 
nadas sobre  los  campos  para  asolados,  sobre  las  poblaciones 
para  expugnarlas. 

Asemejábanse  tanto  estas  expediciones,  que  con  diversos 
^ados  de  intensidad,  con  escasa  diversidad  en  los  accidentes, 
basta  describir  una  para  darse  cuenta  de  las  demás.  En  la  de- 
marcación fronteriza  bullía  una  población  inquieta,  audaz,  em- 
prendedora, mezclando  su  odio  al  sarraceno  á  su  fé  cristiana; 
más  inclinada  á  la  guerra  que  al  trabajo,  á  la  rapiña  que  á  las 
artes  de  la  paz;  dando  cuasi  siempre  su  sangre  y  su  vida  por 
alardear  de  valerosa,  por  romper  la  existencia  monótona  de  las 
plazas  fuertes,  vengar  las  algaradas  enemigas,  ennoblecer  su  li- 
nage,  y  sobre  todo,  cosa  que  hasta  ahora  no  se  ha  tenido  muy 
en  cuenta,  por  enriquecerse. 

Bien  los  burgueses,  los  menestrales  y  la  clerecía,  acaudilla- 
dos por  los  Adelantados  fronterizos,  bien  los  nobles  allegando 
sus  gentes  á  las  milicias  concejiles,  bien  las  órdenes  militares  y 
los  reyes,  6  todos  en  concurso,  penetraban  en  la  jurisdicción  sa- 
rracena, cual  un  ciclón  devastador.  Regularmente  ponían  cer- 
co á  cualquier  villa  ó  ciudad  importante,  y  desde  su  real,  como 

una 


(1¡    Aben  Jalduii:  Uisl.  <ka  Berhcr».  T,  1!,  pi'ifc-.  2M. 


176  Málaga  Musulmana. 


una  distraccioDi  para  que  el  ocio  no  enmoheciera  los  arneses, 
algazuaban  en  las  comarcas  circunvecinaSi  buscando  en  ellas 
yillarejos  y  alquerías  que  saquear,  ganados  que  recoger  ante  sf, 
para  llevar  á  su  real  vituallas  y  bastimentos;  la  tierra  mora  ali- 
mentó cuasi  siempre  á  sus  devastadores.  Otras  incendiaban  las 
mieseSy  cegaban  fuentes  y  norias,  rompían  acequias,  y  las  ha- 
chas de  sus  taladores  destruían  umbrosas  arboledas,  moreras, 
granados,  limoneros  é  higuerales,  sobre  los  cuales  se  erguían  ga- 
llardas las  palmas,  aniquilando  aquella  hermosura  y  riqueza, 
creada  por  el  esmero  y  el  tiempo,  ligada  á  dulcísimos  afectos 
del  corazón;  muchas  ponian  fuego  á  las  cortijadas,  á  las  granjas, 
y  las  llamas  que  las  consumían  iluminaban  horribles  escenas  de 
muerte  ó  deshonor.  Después  tornaban  á  sus  mansiones,  hosti- 
gando  á  los  cautivos,  aguijando  los  rebaños,  cargados  con  ro- 
pas, alhajas,  granos  y  frutos,  llevando  en  la  delantera  expertos 
adalides  que  atalayaban  el  campo,  en  los  flancos  y  á  la  zaga  los 
más  esforzados  lidiadores,  para  que  contuvieran  los  furiosos  em- 
bates de  la  morísma,  irritada  ante  la  pérdida  de  sus  haciendas, 
de  sus  hijos  y  mugeres,  dejando  tras  ellos  sangre  y  ruinas,  es- 
pantosos daños  por  el  momento,  miseria  y  hambre  para  des- 
pués. 

Que  ciertamente  si  estas  expediciones  no  hubieran  servido 
para  unificar  á  España,  para  arrojar  de  ella  el  Koran  y  susti- 
tuirle con  las  santas  y  progresivas  ideas  evangélicas,  si  no  hu- 
bieran impuesto  en  estas  comarcas  la  genialidad  progresiva  y  li- 
bre de  la  civilización  europea,  todos  estos  horribles  sucesos  me- 
recerían mas  bien  la  reprobación  que  el  aplauso  de  la  historia. 

Lo 


Lo  que  en  tierra  acontecía  pasaba  igualmente  en  el  mar: 
¡naves  cristianas,  armadas  en  corso,  despojaban  á  las  muslimes, 
ó  éstas  á  aquellas;  no  faltando  pirata  descreido  y  rapaz,  que  se 
iba  al  abordage  contra  unas  y  otras.  Con  frecuencia  flotillas 
cristianas,  desembarcaban  en  la  costa  la  gente  de  mar,  la  cual 
merodeaba  saqueando  cuanto  hallaba  al  paso,  y  sorprendiendo 
en  los  caminos  á  los  descuidados  viandantes,  cuando  menos  lo 
esperaban.  Parece  imposible  que  dados  estos  desastres  la  con- 
tratación fuera,  cual  demostraré,  tan  activa  en  estos  tiempos  y 
tan  extensa  en  sus  relaciones:  supongo  que  las  treguas  reraedia- 
tían  los  daños  causados  por  la  guerra,  y  que  los  mercaderes  ex- 
trangeros  favorecerían  el  tráfico,  navegando  las  mercancías  pro- 
tegidas por  sus  pabellones. 

Ya  indiqué  que  al  espirar  el  siglo  XI  y  comenzar  el  XII  las 
«mbarcaciones  cristianas  pirateaban  en  nuestra  marina,  y  más 
adelante  referí  la  parte  que  las  malagueñas,  ligadas  con  las  me- 
TÍníes,  tomaron  en  batallas  navales;  continuando  mi  relato  vere- 
mos cuanto  disminuyó  el  poderío  marítimo  de  nuestra  ciudad  y 
cuan  extraordinariamente  aumentaron  aquellas  depredaciones. 
En  una  de  éstas,  navegantes  cristianos  incendiaron  y  des- 

^truyeron  á  Sohail — Fuengirola — pasando  á  cuchillo  y  cautivan- 
do parte  de  su  vecindario;  éste  desastre  inspiró  al  poeta  Abul- 
kasim  Assohaili  las  siguientes  tristes  endechas: 

¿En  donde  eMn  los  nobles  generosos 
Que  en  lu  seno  vivían; 
Que  á  menudo  en  sus  brazos  amorosos 
Aqui  me  recibían? 

Ni  á  mi  voz,  ni  &  mi  llanto  ha  respondido 
Níninina  voz  amada; 
El  eo)  6  de  la  tórtola  el  gemido 

Responda 


178  Málaga.  Musulmana. 


Responde  en  la  enramada. 
Honda  pena  me  causa,  patria  mía, 
Estar  tus  males  viendo, 
Y  no  poder  á  la  maldad  impía 
Dar  castigo  tremendo  (1). 

Antes  del  año  12 17  de  J.  C.  tornaba  de  Oriente  á  España 
el  sabio  alménense  Abdelmelic  ben  Ali  ben  Said  ben  Jalaf  Al- 
gasani,  conocido  vulgarmente  por  Abu  Meruan;  cerca  de  Mála- 
ga regocijábase  al  volver  á  su  patria,  cuando  unos  corsarios 
cristianos  apresaron  su  embarcación.  Abu  Meruan  quedó  cau- 
tivo con  los  demás  tripulantes,  apoderándose  los  enemigos  de 
una  magnífica  biblioteca  que  habia  adquiddo  en  sus  viages;  pos- 
teriormente pudo  rescatarse  y  vivir  entre  musulmanes  (2). 

Un  siglo  mas  adelante — 1349 — atravesaba  nuestras  comar- 
cas después  de  haber  recorrido  diversas  partes  del  orbe,  y  llega- 
do á  la  India  y  á  la  China,  el  ilustre  viagero  Aben  Batuta;  estan- 
do en  Marbella  preparábase  para  dirigirse  á  Málaga  con  una  ca- 
ravana que  pensaba  seguir  igual  camino:  adelantaron  su  viage 
los  caravaneros  y  Aben  Batuta  hubo  de  emprender  sin  ellos  el 
suyo.  Pasaba  de  la  jurisdicción  de  Marbella  ala  de  Sohail,  cuan- 
do tropezó  con  un  caballo  recientemente  muerto  á  hierro,  con 
unos  cestos  de  pescados  rociados  en  tierra,  y  algunas  otras  se- 
ñales de  reciente  lucha:  inquietóse,  más  mientras  indagaba  lo 
acontecido  llegó  su  acompañamiento,  escoltado  por  el  gefe  del 
escuadrón  que  vigilaba  la  costa,  quien  satisfizo  su  curiosidad. 
Varias  galeras  cristianas  hablan  arribado  á  aquellos  parages; 

aprove 

(i)  Makari:  Analecte^^  T.  II,  pág.  272,  lín.  10  y  sig.  Schack:  Poesía  y  arte  de  los  ára- 
bes en  Sic.  y  Esp.  trad.  de  Valera,  T.  I,  pág.  251 — 2. 

(2)  Aben  Aljathib:  Ihata,  biogr.  de  Abdelmelic  ben  Ali  ben  Said  en  Casiri,  Biblioteca 
ár.  esc.  T.  II,  pág.  12!,  col.  I. 


aprovechando  la  ausencia  de  una  atalaya,  que  desde  su  torre  vi- 
gilaba la  marina,  echó  á  tierra  su  gente,  que  dio  con  la  carava- 
na de  Marbella,  á  la  cual  se  habia  agregado  poco  antes  un  pes* 
cador.  Salteáronles  los  cristianos,  resistiéronse  los  acometidos, 
uno  de  éstos  y  el  pescador  fueron  muertos,  otro  escapó  huyen- 
do, y  diez  más  quedaron  cautivos. 

^  Estaban  nuestras  playas  tan  mal  defendidas,  que  las  gale- 
ras, á  fuer  de  dueñas  del  mar,  se  veian  ancladas  á  escasa  dis- 
tancia, y  tan  inseguras,  que  Aben  Batuta  tuvo,  por  prudente 
precaución,  que  pasar  la  noche  en  el  castillo  donde  se  alojaba 
la.  caballería  mora,  desde  el  cual,  escoltado  por  ésta  y  con  la 
Inzde  el  alba,  continuó  su  viage  (i). 

\  A  veces  las  naves  cristianas  venían  en  menos  marcial  apara- 
to,  á  las  riberas  malagueñas,  como  sucedió  á  las  que  manda- 
ba en  1403  Pedro  Niño,  uno  de  los  más  valerosos  hombres  de 
nuestra  Edad  Media,  enviado  por  el  rey  de  Castilla  para  dar 
caza  á  ciertos  piratas,  que  acometian  lo  mismo  á  los  moros  que 

Iilos  que  no  lo  eran. 
Al  dar  vista  á  Málaga  hizo  la  escuadrilla  zafarrancho  decom- 
bate; pero  los  malagueños  no  la  recibieron  como  á  enemiga,  pues 
comenzaron  á  salir  zabras,  ó  barcas,  en  las  que  multitud  de  hom- 
bres y  mugeres  las  contemplaban  á  distancia;  de  entre  las  cua- 
les adelantó  una  mejor  aderezada,  en  la  que  venían  varios  hon- 
liados  moros,  los  cuales  hablaron  con  Pedro  Niño,  consiguiendo 
I  que  les  asegurara  el  puerto. 

Quiso 

(1)   ALen  BatuU:  Voy  ti-ad.  de  Dcftvmery  y  Sangiiincllí,  T.  IV,  |iilg.  363  y  sig. 
27 


i8o  Málaga  Musulmana. 


Quiso  la  gente  brava  de  la  ciudad  obsequiar  á  los  foraste- 
ros,  mostrándoles  su  destreza  en  las  armas,  y  salieron  de  ella 
como  quinientos  ginetes,  que  escaramuzaron  gallardamente  en 
la  ribera.  Ibánsele  los  ojos  y  el  corazón  al  valeroso  capitán  es- 
pañol, á  quien  espoleaban  los  pocos  años  y  las  aficiones  bélicas 
á  trances  caballerescos,  mientras  los  moros  demostraban  su 
maestría  en  los  primores  de  la  esgrima  ó  la  gineta,  y  mostróse 
muy  pagado  de  aquel  alarde,  jurando  que  más  quisiera  irse  con 
su  gente  á  probar  lo  que  en  verdadera  lid  podian  aquellos  ca- 
balleros, que  comer  el  adiafa  ó  sea  el  regalo  de  comestibles. 

Por  la  tarde  tragáronle  esta  en  zabras,  ricamente  adorna- 
das con  paños  de  seda  y  oro;  algunos  de  los  marineros  cristia- 
nos desembarcaron  y  anduvieron  por  la  ciudad,  viéndola  muy  á 
su  sabor,  sin  que  nadie  osara  molestarles  (i). 

Estos  son  los  pocos  acontecimientos  que  conocemos  refe- 
rentes á  nuestra  marina;  en  cuanto  al  interior  el  cuadro  es  mu- 
cho mas  completo. 

Recobrada  Málaga  de  los  meriníes  por  los  granadinos,  esta- 
blecióse en  ella  un  principado  cuasi  independiente,  rigiéndolo 
Ismail,  hermano  de  Alahmar,  á  quien  heredó  su  hijo  el  arráez^ 
•ó  príncipe,  Abu  Said  Farach. 

No  contento  el  sultán  de  Granada  Mohammed  III  con  la 
cesión  que  el  merini  hizo  á  su  antecesor  de  la  Garbia  malague- 
ña, decidió  apoderarse  de  Ceuta.  Esta  población  cuya  historia 
estuvo  íntimamente  ligada  con  la  andaluza  durante  la   Edad 

Media, 


(i)     Gutierre  Diez  de  Gamez:  Crón.  de  D.  Pedro  Niño,  Parte  II,  cap.  I. 


Media,  vivió  cuasi  independiente  hasta  la  mitad  del  siglo  XIII, 
en  que  la  declaró  por  los  almohades  su  magnate  Hachbun  Arren* 
dai,  instigado  por  Abulkasim  Alazefi,  sugeto  que  gozaba  en  ella 
de  singular  consideración.  Para  premiar  este  servicio  el  kalifa 
Almortadha  nombró  á  el  último  gobernador  de  la  plaza  y  al  pri- 
mero almirante  de  la  escuadra  magrebina.  Años  adelante,  muer- 
to Hachbuo,  enemistáronse  sus  hijos,  herederos  del  cargo  pater- 
QG,  con  Alazefi,  quien  les  obligó  á  expatriarse,  viniendo  varios  á 
Málaga  á  ofrecerse  á  Alahmar,  á  quien  sirvieron  como  adminis- 
tradores hábiles. 

A  principio  de  Mayo  de  1306  inopinadamente  susurróse  en 
nuestra  ciudad  la  noticia  de  que  los  cristianos  se  disponían  á 
Cercarla.  Confirmaban  éstos  rumores  los  aprestos  bélicos,  marí- 
timos y  terrestres,  de  el  arráez  Abu  Said;  preparábanse  vitua- 
llas y  armas,  reuníanse  embarcaciones,  aparejábanse,  y  se  em- 
barcaba en  ella  la  división  magrebina  de  volunlarios  de  lafé,  que 
guarnecía  la  población,  comandada  por  el  príncipe  meriní  Ornar 
ben  Abulola  ben  Abdelhac.  Más  los  temores  de  los  malagueños 
eran  infundados;  la  tempestad  que  creian  suspendida  sobre  su 
patria  iban  sus  tropas  á  llevarla  á  otra  parte. 

Abu  Said,  hombre  de  gran  corazón,  experto  en  armas,  por 
lo  que  se  vé  cauteloso  y  astuto,  había  recibido  secretas  órde- 
nes de  Mohammed  III,  quien  tenia  en  él  entera  confianza,  pa- 
ra que  acometiera  á  Ceuta,  aprovechándose  de  las  desavenen- 
cias de  sus  magnates.  En  la  noche  del  13  de  Mayo  la  flota  ma- 
lagueña anclaba  en  la  rada  de  aquella  ciudad,  y  cuando  Abu 
Thaleb  su  reyezuelo  pensaba  en  la  resistencia,  Abu  Mojíes,  al- 
caide 


1 82  Málaga  Musulmana. 


caide  de  las  fortifícacioneSi  recibía  en  ellas  á  el  arráez,  bien  es- 
coltado, y  clavaba  en  los  adarves  el  estandarte  nazarí.  Abu  Said, 
sin  desenvainar  la  espada,  apoderóse  de  la  población,  á  más  de 
la  familia  y  tesoros  de  Abu  Thaleb,  que  fueron  trasladadas  pri- 
meramente  á  Málaga,  después  á  Granada.  En  su  prisión  supie- 
ron los  cautivos  la  clave  de  aquel  enigma:  Abu  Mojíes,  enemis- 
tado con  un  hijo  de  su  señor,  habia  tramado  sigilosamente  con 
^1  sultán  granadino  y  el  arráez  malagueño  la  conjuración,  que 
acabó  con  el  señorío  de  Ceuta  (i). 

Pertenecía  Abu  Said  Farach  á  la  dinastía  nazarí,  á  la  cual 
representó  antes  de  los  precedentes  sucesos,  en  la  corte  meri- 
níta,  ajustando  paces  entre  ésta  y  la  granadina;  obtuvo  singu- 
lar privanza  con  Mohammed  III  y  estaba  casado  con  Fatima, 
hermana  de  éste  sultán  (2). 

Después  de  los  anteriores  sucesos  Nazr,  hermano  de  Mo- 
hammed le  destronó,  más  castigóle  Dios  con  sus  propias  armas, 
pues  el  príncipe  Abulwalid  Ismail,  hijo  de  Farach,  comenzó  4 
conspirar  contra  él.  Súpolo  el  usurpador,  ahuyentó  á  el  preten- 
diente de  su  alcázar,  y  escribió  á  su  padre,  para  que  reprimie- 
se la  ambición  de  Ismail:  Farach  contestó  altivamente,  recor- 
dando al  desnaturalizado  hermano  su  traición. 

Enemistáronse  con  esto  Granada  y  Málaga:  si  alguna  suge- 

cion 


(1)  Aben  Jaldun:  Hist,  des  Berbers,  T.  IV,  pág.  64, 159  y  sig.  Aben  Abdelhalim:  Rud^ 
Alkartas,  pág.  548.  Conde:  Hist.  de  la  dom.  de  los  ár.  T.  III,  pág.  229. 

(2)  La  genealogía  de  Abu  Said  Farach,  según  Aben  Aljathib,  era  la  siguiente  Abu  Said,i^ 
Farach  ben  Ismael  ben  Yusuf  ben  Nazr.  Aben  Jaldun,  loco  cítalo,  olvida  en  esta  genealc 
gía  su  ascendiente  Yusuf.  Crón,  de  Alonso  XI,  cap.  LVI  y  LVII,  pág.  403—4,  edición  d< 
Cerda,  Madrid  1787.  En  mi  Hist.  llamé  á  Farach  Abulwalid,  en  vez  de  Abu  Said;  en  la  pá — ^ 
gina  268,  nota  2,  donde  dice  LIV  léase  LVI. 


Parte  primera.  Capítulo  vh. 


cion  tenia  esta  á  la  corte  de  la  Alhambra,  rompióla  briosamen- 
te. Tanto  que  el  sultán  destronado  y  preso  en  el  castillo  de  AI- 
munécar,  temiendo  por  su  vida,  aconsejó  á  los  cristianos  que 
dirigieran  sus  armas  contra  los  malagueños,  en  cierta  expedición 
que  preparaban,  para  mostrar  que  no  tenia  con  ellos  género  al- 
guno de  alianza. 

Las  disidencias  con  sus  deudos  fueron  fatales  á  Nazr;  her- 
vía Granada  en  conspiraciones,  aumentaba  entre  los  magnates 
la  parcialidad  del  príncipe,  hijo  de  Farach,  el  oro  de  este  man- 
tenía el  descontento,  y  muchos  de  aquellos  proceres  se  expatria- 
ron viniéndose  á  Málaga. 

Entra  por  entonces  de  lleno  en  la  escena  histórica  española 
un  elemento  de  el  cual  me  ocupé  antes,  que  si  con  su  valor 
prolongó  los  dias  del  sultanazgo  granadino,  también  con  su  or- 
gullo é  indisciplina  fué  una  de  las  causas,  y  no  la  menor,  de  su 
decadencia.  Elemento  que  hasta  ahora  ha  pasado  cuasi  desa- 
percibido, no  ya  solamente  para  nuestros  viejos  cronistas,  sino 
para  los  historiadores  coetáneos,  por  más  que  uno  de  los  mas 
notables  entre  los  sarracenos  le  haya  dedicado  varias  páginas  de 
su  libro. 

Hablo  de  los  Voluntarios  de  la/c,  taifas  de  moros  magrebi- 
nos,  los  cuales,  yá  como  celosos  musulmanes,  ya  por  su  genia- 
lidad inquieta,  emprendedora,  enamorada  de  aventuras  y  de 
proezas,  ora  perseguidos  por  la  miseria,  por  las  enemistades 
políticas  6  por  la  suspicacia  de  sus  soberanos,  abandonaban  sus 
hogares  y  venían  á  ofrecer  su  esfuerzo,  sangre  y  vidas,  á  la  cau- 
sa del  islamismo  hispano:  taifas  en  que  formaban  soldados  os- 
curos 


184  Málaga  Musulmana. 


euros  y  magnates  de  regio  abolengo,  cuyo  heroísmo  en  los  cam- 
pos de  batalla,  en  la  defensa  de  la  frontera,  y  en  la  guarda  de 
las  ciudades,  merece  singular  recordación  y  memoria.  Compo- 
níanlas, cual  dije,  gentes  zenetes,  cuyo  recuerdo  vive  en  la  epo- 
peya de  la  Reconquista,  en  nuestro  Romancero.  Aparecen  en 
Andalucía  hacia  la  segunda  mitad  del  siglo  XIII — 1262  á  63 — 
mandados  por  varios  príncipes  africanos,  divididos  muchas  ve- 
ces entre  las  facciones  políticas  de  entonces,  interviniendo  en 
las  guerras  domésticas  granadíes,  imponiéndose  cuasi  siempre 
á  los  sultanes,  y  hasta  tiñendo  en  la  sangre  de  éstos  las  lanzas 
con  las  que  habían  jurado  defenderlos. 

Gefe  de  el  destacamento  de  voluntarios  que  daba  presidio 
en  Málaga,  era  Otsmen  ben  Abulola,  descendiente  del  sobera- 
no que  fundó  el  imperio  meriní,  y  miembro  de  una  familia,  cu- 
ya existencia  es  una  novelesca  serie  de  dramáticas  aventuras. 
Cuando  Ceuta  fué  espugnada  por  Farach,  el  sultán  Mohammed 
III  reconoció  al  caudillo  africano  como  monarca  del  Magreb 
Alaksá,  enviándole  á  el  territorio  de  Gomera;  mas  arrojado  de 
él,  vínose  otra  vez  á  nuestra  ciudad. 

Por  aquel  tiempo  estallaron  las  diferencias  entre  ésta  y  Gra- 
nada; Otsmen  tomó  partido  por  sus  antiguos  amigos,  acaudi- 
llando las  tropas  malagueñas,  que  marchando  sobre  la  capital, 
después  de  varias  sangrientas  escenas,  destronaron  á  el  usurpa- 
dor Nazr,  exaltando  al  poder  á  Abulwalid  Ismail  ben  Farach — 

1314— 

Inicia  este  príncipe  en  Granada  una  dinastía  malagueña  de 

origen,  que  produjo  sultanes  valerosísimos,  amantes  de  el  saber 

y  de 


Parte  primera.  Capítulo  vii.  185 

y  de  las  artes,  cuyo  renombre  grabaron  con  sus  heroicos  hechos 
en  las  páginas  de  la  historia  ó  entre  las  fantásticas  lacerías  y  los 
maravillosos  adornos  de  la  Alhambra  (i). 

Mientras  que  se  sucedían  estos  acontecimientos,  los  cristia- 
nos atormentaban  con  sus  algaradas  las  comarcas  de  nuestra 
provincia.  Hacia  el  año  1309  cercaron  á  Estepona  y  Gaucin; 
acudieron  á  socorrerlas  los  voluntarios  de  la  fé,  mandados  por 
Rahu  y  Otsmen;  éste  atacó  el  real  enemigo  de  Estepona  y  de- 
rrotó á  los  sitiadores,  acuchillando  tres  mil  de  ellos;  entre  los 
cuales  pereció  Alonso  Pérez  de  Guzman,  el  héroe  de  Tarifa,  mo- 
delo cumplido  de  patriotas  y  de  caballeros.  Los  que  cercaban 
á  Gaucin  al  aproximarse  el  vencedor  levantaron  el  asedio  (2). 

Desde  el  entronizamiento  de  Abulwalid,  Otsmen,  nombra- 
do gefe  de  los  voluntarios  magrebinos,  tuvo  singular  valimiento 
en  la  corte  de  Granada;  pero,  aunque  se  mostró  valiente  y  en- 
tendido en  armas,  no  pudo  impedir  que  los  castellanos,  en  una 
terrible  algarada,  penetraran  en  nuestras  comarcas  y  destruye- 
ran á  Campillos  (3). 

Celos  de  una  hermosa  cautiva  produjeron  el  asesinato  de  el 
sultán  granadino,  quedando,  en  la  minoría  de  su  hijo  Moham- 
med  IV,  á  el  cargo  de  las  cosas  de  guerra  Otsmen.  quien  fué 
derrotado  á  orillas  del  Guadalhorce  por  el  célebre  Infante  don 

Juan 


(4)  Aben  Aljathib:  Ihata,  biogr.  de  Nazr  ben  Mohammed,  en  Casiri,  Bih.  ár.  esc.  To- 
mo II,  pág.  280  y  sig.  Aben  Jaldun:  Hist.  des  Berbet's,  T.  IV,  pág.  466  y  sig.  Conde: 
Uist,  de  la  dom,,  Parte  IV,  cap.  XV. 

(2)  Aben  Jaldun:  Ibidem,  pág.  205.  Lafuente  Alcántai*a:  Hist.  del  reino  de  Granada, 
T.  II,  pág.  357,  dice  que  Guzman  murió  en  Gaucin  atravesado  de  un  flechazo. 

(3)  Crán.  de  Alonso  XI,  cap.  LVllI,  pág.  405,  ed.  de  Cerda,  Madrid,  1787.  Creo  que 
por  Cambii  debe  entenderse  Campillos. 


1 86  Málaga  Musulmana. 


Juan  Manuel, — 1324 — los  maestres  de  Calatrava  y  Alcántara, 
freires  de  Santiago  y  varias  milicias  concejiles.  En  el  cual  tran- 
ce de  guerra  Pedro  Martinez,  alférez  de  Baeza,  cercado  por  la 
morisma,  defendió  á  la  desesperada  la  enseña  de  su  ciudad; 
cortáronle  á  cercen  la  mano  derecha  y  estrechó  con  el  san- 
griento brazo  contra  su  pecho  la  bandera,  mientras  lidiaba  con 
la  izquierda;  cortáronle  ésta  también,  y  abrazóse  con  ambos 
troncos  á  ella,  pugnando  por  ampararla;  cuando  los  suyos  acu- 
dieron á  él,  halláronle  muerto  entre  un  montón  de  moros,  abra- 
zado á  su  pendón  y  cubriéndole  con  su  cuerpo  (i). 

Fué  el  glorioso  reinado  de  Alonso  XI  terrible  para  los  sarra- 
cenos; en  sus  comienzos,  sus  tropas  cautivaron  á  los  vecinos  de 
Ayamonte,  que  con  sus  ajuares  y  familias  iban  á  refugiarse  á  Ron- 
da. Los  expedicionarios,  en  un  arranque  de  jactanciosa  valen- 
tía, pasaron,  alardeando  de  su  triunfo,  ante  la  fortaleza  ronde- 
ña;  salió  á  ellos  la  gente  de  la  ciudad,  á  más  de  brava,  muy  he- 
cha á  lances  bélicos,  y  los  derrotaron,  matándoles  muchos  sol- 
dados y  recobrando  gran  parte  de  las  personas  y  bienes  aya- 
monteses  (2). 

A  los  cuatro  años — Ag.  de  1328 — el  castellano  rendía,  des- 
pués de  sangrientas  luchas  con  Otsmen,  á  Teba,  expugnando  á 
seguida  los  castillos  de  Cañete  y  Pliego,  á  la  vez  que  ocupaba 
las  torres  de  Cuevas  y  Ortegicar,  desamparadas  por  los  moros  (3) . 

Como 


(i)  Ibidem,  cap.  LIX,  pág.  i08.  Rades:  Crón.  de  Calatrava,  cap.  XXVI,  folio  49 
V.;  de  Santiago,  cap.  XXXI,  fól.  41  v.;  de  Alcántara,  cap.  XIII  fól.  16  v.  Argole  de  Moli- 
na: Nobleza  de  Andalucía,  cap.  LVI  y  LVII,  fól.  190  v.  y  sig. 

(2)  Crón,  de  Al.  XI,  cap.  LX,  pág.  109. 

(3)  Crón.  de  AL  XI,  cap.  LXXXVI  y  sig.  pág.  156  y  sig. 


Parte  primera.  Capítulo  vii.  187 

Como  antes  sucedió  los  meriníes  fueron  una  vez  más  la  úni- 
ca esperanza  de  los  desventurados  musulmanes  españoles;  nue- 
vamente un  monarca  granadino  pasó  allende  el  Estrecho,  para 
demandarles  ayuda  en  nombre  de  el  Koran;  nuevamente  sus 
tropas  vinieron  á  Andalucía,  donde  recobraron  á  Gibraltar  y 
muchas  de  sus  antiguas  posesiones,  Algeciras  y  Marbella  (i). 

Ya  hemos  visto  cuan  extraordinario  valimiento  consiguió  en 
la  corte  de  Granada  Otsmen;  á  su  muerte,  ocurrida  después  de 
varios  dramáticos  sucesos  y  vicisitudes  de  la  fortuna,  sus  hijos 
pretendieron  heredar  su  avasalladora  influencia.  Presiéntese  al 
leer  los  autores  cristianos  y  los  sarracenos,  que  en  la  Alhambra 
batallaban  pasiones  y  elementos,  cuyas  luchas  debian  acabar 
airadamente.  De  una  parte  el  sultán  joven,  brioso,  altivo,  gano- 
so de  autoridad;  de  otra  sus  esclavos  cristianos  que  pugnaban 
por  imponerle  sus  consejos;  frente  á  ellos  los  hijos  de  Otsmen, 
ensobeirbecidos  con  los  servicios  del  padre  y  con  los  propios, 
poco  hechos  al  freno  de  la  obediencia,  recelosos  de  los  tratos  que 
mediaban  entre  los  soberanos  granadino  y  merinita,  quien  les 
adiaba  mortalmente. 

Cercados  los  meriníes  en  Gibraltar  por  Alonso  XI,  pidieron 
en  su  angustiosa  situación  auxilio  á  el  granadino;  vínose  éste  al 
cerco,  puso  su  real  á  orillas  de  el  Guadiaro,  y  mediante  dádi- 
vas y  sumisiones  salvó  la  plaza.  En  una  conferencia  que  para 
ello  tuvieron  ambos  monarcas,  departieron  harto  tiempo,  co- 
mieron juntos  y  el  sultán  vistió  un  rico  trage  que  le  habia  rega- 
— '■ lado 

(1)    Aben  Jaldun:  Hist.  des  Berbers,  T.  IV,  pag.  216  y  sig.  Lafuente  Alcántara:  Ins- 
cripciones ár.  de  Gran,,  pág.  34. 

28 


1 88  Málaga  Musulmana. 


lado  el  castellano.  Fueron  todos  estos  accidentes  pretestos  pa- 
ra los  hijos  de  Otsmen,  quienes  dando  á  su  soberano  por  torna- 
dizo, por  cristiano  encubierto,  conjuráronse  para  asesinarle. 

Advirtieron  al  monarca  el  riesgo  que  corría;  Mohammed  di6 
orden  á  su  wacir  ostensiblemente  para  marchar  hacia  Málaga, 
más  en  secreto  mandó  que  una  nave  le  esperara  en  la  costa,  á 
fin  de  refugiarse  en  ella.  Desgraciadamente  no  llegó  á  poner  por 
obra  su  intento;  habia  pasado  la  comitiva  cerca  de  el  castillo 
de  Estepona,  dirigiéndose  á  la  marina,  cuando  se  presentaron 
á  el  monarca  los  conjurados,  en  sitio  donde  malamente  podía 
defenderse.  Increpáronle  ellos  con  dureza,  buscando  ocasión  que 
justificara  su  cruel  designio;  impidiólo  él  disculpándose;  pero 
aquellos  miserables,  para  sobreescitar  su  indignación,  acuchilla- 
ron ante  su  vista  á  su  cliente  Acem,  pagador  del  ejército;  esta- 
lló entonces  la  cólera  de  Mohammed,  olvidado  todo  temor  y  pru- 
dencia; el  hierro  de  una  lanza  cortó  en  aquellos  dramáticos  mo- 
mentos su  vida,  al  par  que  sus  justas  y  honradas  increpaciones. 

Traidores  ó  cobardes,  los  de  su  séquito,  diéronse  á  huir  por 
el  campo,  abandonando  en  él  á  su  señor,  dejándole  expuesto  á 
los  ultrages.de  las  alimañas  silvestres.  Al  cabo  volvieron  por  él, 
y  trajéronle  á  Málaga;  donde  le  enterraron  en  sus  arrabales,  cer- 
ca de  cierto  huerto  llamado  del  Príncipe.  En  su  sepultura  pusie- 
ron una  pomposa  inscripción,  en  la  que  se  loaban  las  virtudes 
de  el  desventurado  soberano,  y  elevaron  sobre  ella  una  capilla  (i). 

Procla 


(1)  Aben  Jaldun:  Hist.  des  Berbers,  T.  IV,  pág:.  237.  Aben  Aljathib:  Ihata^  biografía 
<le  Mülianimed  ben  Ismail  ben  Farach,  en  Casiri,  Bihliot,  ár.  esc.  T.  II,  pág.  291  y  si- 
jíuienle,  Crón.  de  Al.  A'/,  cap.  CXXX,  pág.  252;  cuéntase  en  esta  Crón.  de  diverso  modo 
^1  suceso,  pues  se  dice  que  el  asesinato  fué  en  su  tienda. 


Parte  primera.  Capítulo  vii.  189 

Proclamado  después  de  éste  trágico  suceso  monarca  de  Gra- 
nada Yusuf  I — 1333 — Alonso  XI  infatigable  en  sus  luchas  con 
la  morísmai  anduvo  unos  cuantos  dias  asolando — 1338 — los 
alfoces  de  Archidona,  Antequera,  Turón,  Hardales  y  Ronda, 
alardeando  de  sus  depredaciones  ante  los  muros  de  esta  plaza, 
y  rechazando  victoriosamente  las  furiosas  embestidas  de  los  de- 
sesperados alarbes  (i). 

Quisieron  éstos  volver  á  los  cristianos  desastre  por  desas- 
tre, para  lo  cual  se  convocó  la  gente  de  Ronda  y  Málaga,  du- 
rante el  cerco  que  Alfonso  XI  puso  sobre  Algeciras,  en  núme- 
ro de  mil  ginetes  y  dos  mil  infantes,  los  cuales  algazuaron  en  el 
territorio  cristiano,  haciendo  considerable  botin  y  apoderándose 
(le  muchos  ganados:  concluida  felizmente  su  algarada,  volvié- 
ronse á  su  país;  en  el  camino,  para  pasar  la  noche,  acamparon 
á  las  márgenes  del  rio  de  Yeguas,  pasando  las  vacadas  del  la- 
do acá  de  éste  y  estableciéndose  ellos  en  la  orilla  opuesta. 

Los  fronterizos  mandados  por  Fernán  González  de  Aguilar, 
reunieron  apresuradamente  doscientos  ginetes  y  quinientos  peo- 
nes, siguieron  á  distancia  á  los  moros,  y  antes  de  que  apuntara 
el  alba,  se  precipitaron  sobre  ellos  al  grito  de  Santiago  y  España. 
ímpetu  traian  los  cristianos,  mas  valor  y  decisión  encontraron 
en  las  huestes  de  Málaga  y  Ronda,  cuyo  número  y  bravura  hu- 
biera castigado  con  la  derrota  su  osadía,  si  una  casualidad  no 
les  hubiera  arrebatado  la  victoria:  los  soldados  moros  que  guar- 

daban 


(1)  He  relatado  por  extenso  esta  expedición  en  mi  Hist.  de  Málaga  y  su  Prov.  página 
276  y  8ig.,  tomándola  de  la  Crón,  de  AL  A7,  cap.  CXCVIII,  pág.  362  y  sig.  En  mi  página 
277,  lin.  i7,  donde  por  errata  dice  Turón,  lóase  Teba. 


igo  Málaga  Musulmana. 


daban  la  vacada,  en  cuanto  vieron  en  peligro  á  los  suyos,  aban- 
donaron el  ganado  y  se  entraron  en  la  pelea:  las  vacas  atraídas 
por  la  querencia  de  sus  establos,  sin  tener  quien  las  sugetara, 
mugiendo  y  empujándose  unas  á  otras,  pasaron  el  rio,  atrepe- 
llando y  desbaratando  las  haces  sarracenas,  las  cuales,  hosti- 
gadas por  los  cristianos,  abandonaron  la  presa,  dándose  á  huir 
por  la  campiña  (i). 

Muerto  Yusuf  I  y  Alonso  XI,  empuñaron  los  cetros  grana- 
dino y  castellano  D.  Pedro  I  y  Mohammed  V,  célebre  el  uno  por 
sus  crueles  justicias,  no  menos  celebrado  el  segundo  por  su  no- 
velesca vida  y  por  sus  obras  en  la  Alhambra.  Arrojado  este  mo- 
narca de  sus  estados  por  Abu  Said  el  Bermejo,  fugitivo  después 
en  África,  dio  la  vuelta  á  España,  estableciéndose  en  Ronda. 

Pertenecía  esta  pintoresca  población,  muy  estimada  entre 
los  sarracenos  españoles  por  su  fortaleza,  á  el  gobierno  meriní. 
Hacia  el  año  1355  Eisa,  procer  de  esta  gente  establecido  en  Gi- 
braltar,  rebelóse  contra  su  rey  Abu  Einan;  Suleiman  ben  Da- 
vud,  gobernador  de  Ronda,  fiel  á  su  monarca,  mantuvo  su  au- 
toridad en  esta  plaza,  aunque  habia  sido  muy  protegido  por  el  re- 
belde; mereciendo  sin  duda  por  ello  que  se  le  nombrara  gober- 
nador de  las  posesiones  meriníes  en  España,  y  después  vizir  de 
el  imperio. 

Ronda  sirvió  también  de  encierro  á  los  desventurados  prín- 
cipes, perseguidos  por  los  celos  ó  la  suspicacia  de  los  soberanos 
magrebinos.  Uno  de  éstos  Abu  Salem,  apenas  ascendió  al  tro- 
no, 


(1)     Crón.  de  Alonso  XI:  cap.  GCLXXXVII  pág.  526. 


Parte  primera.  Capítulo  vir.  191 

^     -  ■  ■      -  _ 

nO|  mandó  embarcar  con  sus  hermanos  á  todos  sus  deudos,  y 
encerrarlos  en  la  fortaleza  rondeña.  Escapóse  de  ésta  uno  de 
ellos,  quien  anduvo  errante  entre  las  cortes  granadina  y  caste- 
llana, hasta  que  después  las  mudanzas  de  la  suerte  le  alzaron 
á  gefe  de  su  nación.  Los  oti;os,  menos  afortunados,  tuvieron 
bien  triste  fin,  pues  sacáronlos  de  sus  prisiones,  pretestando 
que  les  iban  á  enviar  á  Oriente,  embarcáronlos,  y  en  cuanto  el 
arráez  de  la  nave  donde  iban  perdió  de  vista  la  ribera,  dióles 
por  sepultura  las  olas  del  mar  (i). 

Mientras  vivía  en  Ronda  Mohammed  V,  sus  amigos  traba- 
jaban asiduamente  en  la  corte  merinita,  para  procurarle  auxi- 
lios y  acrecentar  su  autoridad.  Contaba  en  ella  con  buenos  va- 
ledores, á  quienes  debió  que  los  africanos  le  cedieran  aquella 
ciudad,  á  fin  de  que  estableciera  en  ella  un  principado  indepen- 
diente. Aliado  después  con  el  castellano,  conquistó  éste  en  nues- 
tras comarcas  á  Benamegís,  Turón,  el  Burgo,  Cañete,  Hardales 
y  otros  castillos,  que  más  tarde  volvieron  al  señorío  granadino. 

Málaga,  en  la  cual  inspiraba  grandes  simpatías  el  monarca 
destronado,  se  declaró  por  él  hacia  el  año  1361;  poco  después 
volvía  desde  ella  á  recobrar  el  trono,  merced  á  la  infame  trai- 
ción de  el  rey  D.  Pedro;  quien  alanceó  villanamente  á  Abu 
Said  el  Bermejo,  que,  confiando  en  su  hidalguía,  había  ido  á  avis- 
tarse con  él  á  Sevilla  (2). 

Mantuvo 


(i)    Aben  Jaldun:  Hist.  des  Berbers,  T.  IV,  pig.  309,  346  y  331 . 

(2)  Crón.  del  Rey  D.  Pedro,  cap.  III  y  VI  del  año  XIII.  Aben  Aljathib:  Ihala,  biogra- 
fía de  Mohammed  ben  Ismail  ben  Yusuf  ben  Ismael  ben  Farach.  Lafuente  Alcántara:  Ins- 
cripciones ár.  de  Gran.  pág.  38.  En  mi  Hist.  pág.  279  nota,  donde  dice  cap.  VIII  del  libro 
XII,  léase  VI  del  lib.  XIII. 


ig2  Málaga  Musulmana. 

Mantuvo  Mohammed  V  excelentes  relaciones  con  los  cris- 
tianos, á  quienes  principalmente  debía  su  restauración,  consi- 
guiendo sostenerlas,  á  pesar  de  haber  auxiliado  á  su  antiguo  fa- 
vorecedor D.  Pedro,  contra  el  fratricida  de  Montiel,  D.  Enrique 
el  de  las  Mercedes,  sucesor  de  aquel  desventurado  monarca  en 
el  gobierno  castellano. 

Mantúvolas  también  con  el  heredero  de  D.  Enrique,  pues 
en  las  Cortes  convocadas  en  Guadalajara  para  el  año  1390, 
por  D.  Juan  I,  presentáronse  embajadores  de  aquel  sultán,  pi- 
diendo la  prolongación  de  las  treguas  que  entre  Castilla  y  Gra- 
nada existían.  Traían  los  moros  como  presente  al  rey  cristiano 
muy  preciadas  joyas,  á  más  de  suntuosos  paños  de  seda  y  oro, 
presidiéndoles,  como  persona  de  cuenta  y  autorizada,  un  caba- 
llero sarraceno,  alcaide  de  Málaga;  de  cuyo  nombre  ó  alcurnia 
no  hallé  rastro  alguno,  ni  en  nuestros  cronistas,  ni  en  los  alarbes- 
Consiguieron  los  enviados  el  empeño  que  pretendían,  impor- 
tantísimo para  los  intereses  muslimes,  que  en  aquellos  días  de 
paz  sanaban  las  heridas  recibidas  en  las  cruentas  luchas  anterio- 
res, y  dieron  la  vuelta  á  la  corte  musulmana,  con  el  gozo  de  lle- 
var prolongadas  las  treguas  (i). 

En  el  siglo  XV  continúa  el  constante  estado  de  guerra  en 
que  vivían  nuestras  regiones.  Antequera,  Ronda  y  Arcbídona, 
eran  para  los  moros  malagueños  el  escudo  de  sus  comarcas: 
junto  á  la  frontera  levantaban  sus  orgullosos  bastiones,  de  los 
cuales  salían  las  huestes  que  atacaban  á  los  audaces  merodea- 
dores 


Crón.  de  D.  Juan  I,  año  XII,  cap.  XV,  pág.  339,  ed.  de  Madrid  de  178C 


Parte  primera.  Capítulo  vii.  193 

dores  que  se  atrevían  á  traspasarlas;  tras  de  sus  muros, se  refu- 
giaban las  poblaciones  de  las  campiñas  con  sus  ganados  y  ri- 
quezas, cuando  la  entrada  cristiana  era  incontrastable,  y  en  su 
recinto  se  concertaban  y  facilitaban  aquellas  feroces  gaznas,  que 
tanto  destrozo  hacian  en  el  territorio  enemigo. 

Interesaba  á  los  de  Castilla  hacerse  dueños  de  aquellos  úl- 
timos baluartes  del  poderío  musulmán,  como  arma  defensiva 
con  que  ir  ganando  el  resto  de  la  provincia.  Antequera,  Ronda 
y  Archidona  cayeron  en  manos  de  la  Restauración;  la  estrella 
del  islamismo  se  iba  eclipsando  cada  vez  más,  y  estaba  muy  pró- 
xima la  última  hora  de  su  dominación  en  España. 

Y  no  fué  seguramente  este  feliz  resultado  debido  á  la  cobar- 
día de  los  moros  malagueños:  si  hazañas  heroicas  acometían 
los  cristianos,  empresas  hazañosas  llevaban  á  feliz  término  los 
musulmanes;  si  las  mesnadas  del  Infante  D.  Fernando  y  las  de 
los  Reyes  Católicos  mostraban  audacia,  valor  y  perseverancia, 
los  defensores  de  Antequera,  Archidona  y  Ronda,  parecían  anima- 
dos del  mismo  entusiasmo  patrio  que  incendió  á  Astapa  y  des- 
truyó á  Numancia. 

Muchas  veces  sin  auxilio  de  nadie,  sin  esperanza  de  socor- 
ro, abandonados  de  los  príncipes  granadinos,  adormecidos  en 
el  voluptuoso  seno  de  sus  odaliscas  en  las  encantadas  estancias 
de  la  Alhambra,  olvidados  de  sus  compatriotas  que  trataban 
planes  de  rebelión,  oscuras  traiciones,  conspiraciones  y  asesi- 
natos, cuando  más  razón  habia  para  desnudar  el  alfange  y  pre- 
cipitar los  corceles  en  defensa  de  sus  hermanos,  muchas  veces, 
abandonados  de  los  hombres  y  de  la  fortunaj  lucharon  á  brazo 

partida 


194  Málaga  Musulmana. 


partido  con  lo  imposible,  sacrífícaron  sus  vidas,  sus  haciendas 
y  hasta  las  santas  afecciones  de  la  familia  en  el  sagrado  altar 
de  la  honra  patria;  muchas  veces  rechazaron  el  hierro  con  el 
hierro,  el  incendio  con  el  incendio,  sufrieron  é  hicieron  sufrir  á 
sus  hijos  los  rigores  de  la  sed  y  del  hambre,  y  perecieron,  como 
los  héroes  de  las  Termopilas,  suspirando  al  morir  por  la  patria. 

El  historiador  hijo  de  este  país,  que  se  vé  constantemente 
rodeado  de  recuerdos  de  aquella  civilización  y  de  memorias  de 
aquellos  hombres;  que  penetra  todavía  bajo  las  bóvedas  de  los 
castillos,  donde  se  prepararon  muchas  veces  para  la  muerte  ó 
el  cautiverio,  que  ha  contemplado  con  admiración  las  fantásti- 
cas estancias  de  sus  palacios,  los  restos  de  sus  mansiones,  pre- 
paradas para  el  placer,  y  escucha  los  melancólicos  cantos  del 
país  natal,  como  un  eco  de  las  tristes  endechas  moras;  el  narra- 
dor que  en  el  curso  de  sus  trabajos  los  ha  visto  resistir  heroica- 
mente, luchar  hasta  morir,  caer  aniquilados,  mas  bien  por  el 
curso  fatal  de  los  acontecimientos,  que  por  su  poco  valor,  sien- 
te apoderarse  de  todo  su  ser  una  gran  simpatía,  mezclada  á 
profunda  compasión;  la  compasión  que  siempre  se  siente  por 
un  vencido  valeroso,  á  quien  rodea  esa  triste  aunque  gloriosa 
aureola  de  la  desgracia. 

En  los  comienzos  del  siglo  XV  moría  en  Castilla  D.  Enrique 
III  el  Doliente  y  le  sucedía  en  menor  edad  su  hijo  D.  Juan  el 
II;  en  Granada  reinaba  Mohammed  VII,  que  habia  usurpado  el 
trono  á  su  hermano  Yusuf  y  le  tenia  preso  en  el  castillo  de  Sa- 
lobreña. 

Durante  el  gobierno  de  los  últimos  antecesores  de  Moham- 
med, 


Parte  primera.  Capítulo  vii.  195 

medy  se  habían  formado  en  Granada  dos  partidos;  el  uno  bien 
hallado  con  la  riqueza  pública,  mantenida  y  fomentada  por  la 
constante  paz  que  por  algún  tiempo  se  sostenía  con  los  cris- 
tianos; el  otro  compuesto  de  hombres  activos  y  ambiciosos,  so- 
brescítados  por  el  fanatismo  de  los  faquíes,  mas  dados  á  los  tu- 
multos de  la  guerra  y  á  los  azares  de  la  vida  militar,  que  á  los 
tranquilos  goces  de  las  treguas,  y  que  soñaban  con  ver  llegar  el 
momento  en  el  que  habían  de  romper  por  la  frontera,  desban- 
dar  las  huestes  cristianas  y  pasear  triunfantes  los  estandartes 
muslitas  por  las  posesiones  de  Castilla. 

Este  partido  había  ayudado  á  Mohammed  VII  á  ceñirse  la 
regia  diadema;  para  satisfacer  sus  belicosas  aspiraciones  que- 
brantó aquel  monarca  las  paces  con  los  castellanos,  y  las  pro- 
vincias de  Jaén,  Córdoba  y  Murcia  fueron  teatro  de  los  prime- 
ros hechos  de  armas. 

Ocurrió  en  esto  la  muerte  de  D.  Enrique  III  el  Doliente — 
1406 — y  quedó  el  reino  gobernado,  en  la  minoría  de  su  hijo  D. 
Juan,  por  Doña  Catalina,  esposa  del  rey  difunto  y  por  el  Infan- 
te D,  Fernando,  hermano  del  mismo. 

Era  el  Infante  de  Castilla  un  completo  y  cumplido  caballe- 
ro; su  entendimiento  claro  y  previsor  corría  parejas  en  bondad 
y  excelencia  con  la  pureza  y  rectitud  de  sus  intenciones;  su  ca- 
rácter cortés,  afable  y  sus  nobles  maneras  le  atrajeron  las  sim- 
patías de  grandes  y  pequeños,  y  sus  dotes  militares,  juntas  á  su 
valor,  le  consiguieron  el  amor  de  sus  soldados:  espíritu  templa- 
do para  levantadas  empresas,  elevado  á  gran  altura  sobre  el  ni- 
vel de  lo  vulgar,  hizo  el  mismo  caso  del  genio  receloso,  avaro  y 

29  desconfiado 


196  Málaga  Musulmana. 


desconfiado  de  la  reina  madre,  que  de  las  dificultades  que  le  le* 
yantaba  la  camarilla  mugeriega,  enseñoreada  del  ánimo  de 
aquella  señora;  ganoso  de  gloria,  ambicioso  de  renombre,  an- 
tepuso su  honradez  á  sus  ambiciones,  despreciando  la  proposi- 
ción de  unos  cuantos  revoltosos  que  le  ofrecían  el  cetro  caste- 
llano, y  dedicó  todos  sus  esfuerzos,  toda  su  inteligencia,  empleó 
toda  su  popularidad  y  espuso  hasta  su  propia  vida,  por  añadir, 
con  la  toma  de  Antequera,  un  florón  mas  á  la  corona  de  su  so- 
brino. 

Tal  era  el  hombre  destinado  á  facilitar  en  nuestras  comar- 
cas la  realización  de  la  Reconquista:  en  el  momento  en  que  se 
encargó  del  gobierno  de  las  provincias  andaluzas,  su  afán  de 
distinguirse  le  hizo  pensar  en  estender  sus  fronteras;  sus  esfuer- 
zos consiguieron  que  se  propagase  el  entusiasmo  que  sentía  á  la 
reina,  á  los  proceres  eclesiásticos  y  legos,  y  á  los  procuradores 
de  las  ciudades  reunidos  en  las  Cortes  de  Segovia  de  1407:  los 
tres  brazos  del  Estado  se  apresuraron  á  ofrecerle  subsidios,  bas- 
timentos y  hasta  la  ayuda  personal  de  muchos  de  los  que  les 
componían,  para  empezar  la  guerra  que  meditaba. 

Auxiliado  por  todas  las  fuerzas  vitales  del  reino,  abasteció 
D.  Fernando  y  fortificó  las  plazas  de  la  frontera,  á  la  vez  que 
la  escuadra  que  guardaba  el  Estrecho,  avivando  en  toda  la  na- 
ción, por  medio  de  mercedes,  dádivas  y  esperanzas,  el  celo  de 
los  españoles,  para  emprender  la  guerra  contra  los  moros. 

Las  poblaciones  fronterizas  se  pusieron  entonces  en  conmo- 
ción; los  nobles  armaban  sus  vasallos,  los  concejos  sus  mesna- 
das, las  órdenes  militares  convocaban  sus  infatigables  freires; 

los 


Parte  primera.  Capítulo  vii.  197 

los  obispos  daban  las  rentas  de  fábrica  de  sus  iglesias,  y  el  cle- 
ro secular  y  el  regular  encendian  con  sus  predicaciones  el  entu- 
siasmo por  la  guerra  santa;  los  adalides  esploraban  los  puntos 
vulnerables,  los  veteranos  que  habian  ya  combatido  por  la  Cruz 
se  preparaban  á  renovar  sus  hazañas,  y  los  jóvenes  se  disponían 
á  dar  muestras  de  sus  varoniles  esfuerzos. 

En  todas  partes  se  requerían  armas,  se  adiestraban  corce- 
les, se  disponían  máquinas  de  guerra;  aprovisionábanse  los  al- 
macenes militares  y  se  ondeaban  en  los  aires  los  viejos  pendo* 
Des,  que  tantas  veces  habian  |;uiado  á  la  victoria  á  las  huestes 
cristianas;  nobles  enseñas  que  habian  visto  caer  á  su  alrededor 
á  la  flor  de  los  guerreros,  que  preferían  morir  en  el  campo  de 
batalla,  á  que  aquellos  emblemas  del  honor  y  del  orgullo  de  la 
nobleza  ó  de  los  populares,  cayeran  en  poder  de  sus  enemigos. 
Las  correrías  y  entradas  en  el  territorio  de  éstos  empezaron 
á  seguida:  Garci  Méndez,  señor  del  Carpió,  atrevido  adalid  en- 
tre los  mas  atrevidos  fronterizos,  reunió  en  Teba  un  escogido 
caerpo  de  soldados,  dirigióse  á  Casarabonela,  plantó  sus  reales 
en  una  angostura  que  hay  cerca  de  esta  villa,  y  destacó  al  mismo 
tiempo  sesenta  caballos  para  que  recorriesen  la  comarca,  apo- 
derándose de  los  rebaños  que  encontraran  al  paso. 

El  pequeño  escuadrón  cumplió  perfectamente  su  cometido 
recogiendo  quinientas  cabezas  de  ganado  mayor  y  cuatro  mil 
del  cabrío;  era  necesario  poner  en  salvo  aquel  riquísimo  botin  y 
los  espedicionaríos  se  dirigieron  á  reunirse  con  sus  compañeros 
de  armas;  en  esto,  los  labradores,  ganaderos  y  pastores  moros 
de  la  campiña,  aunque  armados  á  la  ligera,  deseosos  de  reco- 
brar 


igS  Málaga  Musulmana. 


brar  sus  propiedades,  se  reunieron,  siguieron  las  huellas  de  los 
cristianos,  empezando  en  cuanto  los  hallaron  á  dar  recias  embes- 
tidas á  su  retaguardia;  molestáronla  tanto,  que  tuvo  que  volver 
grupas,  que  acometerlos  bravamente  y  llevárselos  por  delante, 
hasta  meterlos  á  cuchilladas  y  mandobles  en  las  huertas  de  Ca- 
sarabonela. 

Mientras  tanto,  el  campamento  de  Garci  Méndez  era  ata- 
cado por  seiscientos  moros  que  fueron  rechazados  fácilmente; 
reunidas  al  cabo  las  dos  huestes  triunfantes,  se  volvieron  al  in- 
terior y  pusieron  á  salvo  su  botin  dentro  de  los  muros  de  Teba. 

Con  estas  atrevidas  incursiones  se  alarmó  nuestra  provin- 
cia, fogatas  en  las  alturas  ponian  en  conmoción  á  los  habitan- 
tes de  los  campos;  veloces  correos  recorrían  los  pueblos,  sobre- 
saltando los  ánimos  de  los  tímidos  y  exaltando  los  ímpetus  va- 
lerosos: en  todas  partes  se  hacía  un  llamamiento  á  las  armas  pa- 
ra castigar  á  los  cristianos;  las  poblaciones  respondieron  en  se- 
guida á  este  llamamiento  é  hicieron  esfuerzos  para  rechazar  al 
enemigo  común. 

Los  malagueños  enarbolaron  sus  estandartes;  reunidos  á  los 
campesinos  del  valle  de  Cártama  y  á  los  aguerridos-  fronterizos 
de  Ronda,  formaron  un  cuerpo  de  seiscientos  ginetes  y  ocho- 
cientos infantes.  La  esperiencia  les  habia^  hecho  prudentes;  en 
vez  de  entrar  en  abierta  algarada  y  á  la  luz  del  dia  en  el  territo- 
rio cristiano,  pasaron  la  frontera,  y  favorecidos  por  las  sombras 
de  la  noche,  ansiosos  de  resarcirse  de  los  daños  que  habian  reci- 
bido, fueron  á  emboscarse  en  un  paso  difícil  que  habia  en  el  ca- 
mino de  Teba  á  Osuna. 

Esperaban 


Parte  primera.  Capítulo  vii.  199 

Esperaban  que  al  día  siguiente  caerían  en  su  poder  las  re- 
cuas de  arrieros,  los  traginantes  y  los  ganados  que  habían  de  pa- 
sar por  aquella  vía;  pero  sus  precauciones  fueron  inútiles,  al  fin 
tuvieron  que  desbaratar  la  encubierta,  y  determinarse  á  alga- 
^uar  en  la  comarca  de  Teba.  £1  rebato  y  la  alarma  cundió  por 
la  campiña  cristiana;  Garci  Méndez,  infatigable  y  valeroso  co- 
mo siempre,  corrió  con  su  gente  á  las  armas,  yendo  á  encon- 
trarse con  los  moros. 

Cuando  la  hueste  del  valeroso  señor  del  Carpió  se  halló  fren- 
te á  las  taifas  muslitas  detúvose  algunos  momentos:  alrede- 
dor de  tres  enseñas,  dos  blancas  y  una  colorada,  se  agrupaba 
un  vistoso  cuerpo  de  caballería  y  multitud  de  ballesteros:  no 
eran  todos  aquellos  invasores  campesinos  moros,  mal  armados, 
desconocedores  de  toda  táctica,  prontos  á  desbandarse  ante  el 
empuje  de  los  ginetes  cristianos;  en  la  hueste  agarena  habia 
hombres  esperimentados  en  el  arte  de  la  guerra,  acostumbrados  á 
constantes  luchas  y  pertrechados  de  buenas  armas.  Los  fronteri- 
zos tuvieron  un  momento  de  indecisión;  si  esta  continuaba,  si 
los  enemigos  la  advertían,  la  derrota  era  segura;  entonces  Garci 
Méndez  corrió  á  la  cabeza  de  los  suyos,  diciéndoles  con  voz  ru- 
da y  potente: 

— Señores,  hoy  habréis  aquí  muy  buena  ventura,  que  Dios 
y  el  Apóstol  Santiago  son  en  nuestra  ayuda,  y  sin  temor  algu- 
no vamos  á  ellos,  que  no  son  nada. 

Y  revolviendo  su  corcel,  se  lanzó  sobre  los  enemigos  segui- 
do por  sus  soldados,  enardecidos  por  su  arenga  y  por  su  ejemplo: 
pero  encontraron  campeones  dignos  de  ellos  que  los  recibieron 

á  flechazos 


200  Málaga  Musulmana. 


á  flechazos  ó  con  las  puntas  de  sus  lanzas:  la  pelea  fué  brava  y 
sangrienta,  el  éxito  dudoso  un  largo  espacio  de  tiempo;  los  mo- 
ros combatian  valientemente,  oponiendo  al  denuedo  de  los  cris- 
tianos su  habilidad  en  el  manejo  de  las  armas;  al  fin  la  victoria 
quedó  por  los  últimos,  saliendo  muchos  peligrosamente  heridos; 
ciento  sesenta  muslimes  tendidos  en  el  campo,  atestiguaban  el 
valor  de  los  que  habian  preferido  morir,  antes  que  volver  las  es- 
paldas al  enemigo  (i). 

Algunos  otros  heroicos  hechos  de  armas  prepararon  la  cam- 
paña de  1407;  entre  los  cuales  fué  bien  señalado  el  de  D.  Lo- 
renzo Suarez,  deudo  de  el  maestre  de  Santiago,  avituallando  á 
Teba,  abandonada,  cual  un  escollo  eminente  combatido  por  las 
olas,  entre  las  embestidas  de  la  irritada  morisma,  y  algareando 
después  con  otros  fronteros  en  el  campo  antequerano  (2) . 

Empezada  la  campaña  tomaron  los  castellanos  las  villas  de 
Audita,  Montecorto  y  Grazalema;  entablado  el  cerco  de  Sete- 
nil,  en  un  reconocimiento  hacia  Ronda  trabáronse  sangrientas 
escaramuzas,  dónde  mostró  alientos  de  león  y  fuerzas  de  gigan- 
te el  célebre  D.  Pedro  Niño,  Conde  de  Buelna  (3), 

Durante  el  sitio  de  esta  plaza  las  mesnadas  cristianas  se 
acercan  cada  vez  más  á  los  muros  malagueños,  pues  si  una 
hueste  expugna  á  Cañete  y  ocupa  á  las  Cuevas,  otra  incendia 

los 


(i)  Crón.  de  D.  Juan  11,  cap.  XXX,  año  VII,  ed.  de  Pamplona  de  1590:  en  náHisto- 
1^,  pág.  287,  lin.  3,  donde  dice  dos  léase  tres,  y  más  adelante,  una  roja  y  otra  blanca,  léa- 
se dos  blancas  y  una  encamada.  Hist,  de  Málaga  y  su  Prov.  pág.  281  y  sig. 

(2)  Crón.  de  D.  Juan  II,  cap.  XXX  y  XXXI;  en  la  nota  de  la  pág.  288  de  mi  His- 
toria, donde  dice  XXX  léase  XXXI. 

(3)  Gutierre  Diez  de  Gamez:  Ct'ón.  de  D.  Pedro  NifWy  Parte  II,  cap.  XLII. 


MbhIHm..^.^ 


Parte  primera.  Capítulo  vir.  201 

los  arrabales  de  Cártama  y  Alora,  reduce  también  á  pavesas  á 
Camarchente  y  Pálmete,  aldeas  próximas  á  Coin,  tala  la  juris- 
dicción de  esta  villa,  y  la  de  otra  llamada  Beneblasque,  pene- 
tra por  el  valle  cartameño  y  quema  la  población  de  Cutilla,  á 
media  legua  de  nuestra  ciudad,  llevando  sus  incendiarias  teas 
también  á  las  comarcanas  Santillan  y  Luxar  (i). 

Bien  quisiera  detenerme  en  la  rápida  enumeración  que  voy 
haciendo  de  estos  lances  de  guerra  ocurridos  en  nuestra  provin- 
cia, y  referirlos  con  todos  sus  pormenores,  pues  la  bravura  de 
los  contendientes,  las  vicisitudes  de  la  suerte  ya  próspera,  ya 
enemiga  para  moros  y  cristianos,  los  trabajos  porque  pasó  la 
gente  pobladora  de  esta  tierra  que  hoy  habitamos,  merced  á  el 
valor,  á  la  constancia  y  á  los  sacrificios  de  nuestros  padres,  me- 
recen ciertamente  consignarse  con  toda  su  terrible  y  dramática 
belleza;  mas  aunque  me  inclina  esta  consideración  á  ello,  véda- 
melo, cual  al  tratar  de  los  mozárabes  sucedió,  la  naturaleza  de 
mi  asunto,  que  si  ha  de  ser  fielmente  seguido,  precísame  á  tocar 
de  pasada  estos  sucesos,  permitiéndome  solamente  extenderme 
en  los  que  se  refieren  á  Málaga. 

Por  esto  no  relataré  los  trances  de  el  cerco  de  Antequera, 
en  los  que  se  probaron  la  audacia,  y  hasta  la  temeridad  de  los 
cristianos,  la  valentía  y  la  tenacidad  en  el  sufrimiento  de  los 
muslimes,  ni  referiré  la  batalla  campal  de  la  Boca  del  Asna  en- 
tre castellanos  y  granadinos,  los  desastres  producidos  por  te- 
rribles máquinas  de  guería,  insignes  acciones,  nunca  bastan- 
te loadas,  de  el  Infante  D.  Fernando,  arriesgando  en  un  terri- 
ble 

(i)    Crán.  de  D.  Juan  II,  cap.  XLV. 


202  Málaga  Musulmana. 


ble  lance  la  propia  persona,  para  enardecer  los  ánimos  de  su 
gente,  ni  las  horribles  algaradas  que  arruinaron  los  alfoces  de 
Archidona  y  Ronda.  Después  de  todos  ellos,  después  de  gastar 
muchas  vidas,  sangre  y  oro  delante  de  Antequera,  fué  esta  to- 
mada por  asalto  el  i6  de  Setiembre  de  141  o,  entrando  en  ella 
triunfalmente  las  enseñas  del  Evangelio  el  i.°  de  el  mes  de  Oc^ 
tubre.  Tras  ella  se  rindieron  Hiznalmara  y  Cauche,  y  se  con- 
quistó, después  de  una  tenaz  defensa  de  los  muslimes,  el  casti- 
llo de  Chevar. 

Mientras  se  preparaban  las  bastidas^  que  así  entonces  se  nom- 
braban á  ciertas  máquinas  bélicas,  mediante  las  cuales  se  ade- 
lantó mucho  la  expugnación  de  Antequera,  pareció  acertado  á  el 
Infante  D.  Fernando  no  tener  ociosa  su  gente  y  emplearla  en  ha- 
cer daño  á  el  enemigo.  Por  tanto  mandó  á  D.  Lope  de  Mendo- 
za Arzobispo  de  Santiago,  á  el  Conde  de  Niebla,  á  D.  Pedro 
Ponce  de  León,  á  los  Adelantados  de  León  y  Castilla  Pedro  y 
Gómez  Manrique,  y  á  el  Comendador  mayor  leonés  Lorenzo 
Suarez  de  Figueroa,  que  se  fueran  á  algarear  en  tierras  de  Má- 
laga, con  dos  mil  doscientos  hombres  de  armas,  ochocientos  gi- 
netes  y  hasta  tres  mil  peones  lanceros  y  ballesteros. 

Durmieron — Viernes  1 1  de  Julio  de  14 10 — aquella  noche  los 
expedicionarios  cerca  de  el  Guadiaro,  y  al  dia  siguiente  el  de 
Niebla,  Ponce  de  León  y  Figueroa  se  alargaron  con  la  caballe- 
ría, camino  de  nuestra  ciudad,  mientras  que  el  grueso  de  la  gen- 
te acampaba  junto  á  Cártama,  quemando  su  arrabal  y  las  mie- 
ses  que  ondeaban  en  su  campiña,  además  de  talar  las  huertas 
que  encontíaron. 

Después 


Parte  primera.  Capítulo  vii.  203 

Después  siguieron  hacia  el  mar;  una  legua  antes  de  Málaga 
avisáronles  que  la  gente  malagueña  tenia  trabada  batalla  con 
la  caballería  cristiana.  Aguijaron  el  paso  disponiéndose  á  la  re- 
friega,  á  fin  de  socorrer  á  sus  compañeros;  pero  cuando  distin- 
guieron la  polvareda  que  levantaban  los  combatientes,  recibie- 
ron aviso  de  que  se  detuvieran,  para  no  alarmar  el  territorio, 
mucho  más  de  lo  que  estaba. 

Caia  la  noche  cuando  entrambas  huestes  se  juntaban,  y  no 
8é  si  por  algún  cautivo  ó  por  confidencias,  supieron  que  en  la 
ciudad  conocían  el  número  de  sus  tropas  y  que  se  preparaban 
para,  ea  cuanto  pasara  la  noche,  darles  un  rudo  dia.  Puestos  al 
reír  el  alba  en  marcha  los  algareadores,  metiéronse  por  entre 
unos  olivares  y  almendrales  que  rodeaban  á  Málaga;  salieron  á 
estorbar  sus  depredaciones  cuatrocientos  ginetes  con  mucha  gente 
de  á  pié;  trabóse  al  fin  la  batalla,  durante  la  cual  los  expedicio- 
narios metieron  en  los  arrabales  de  la  población  á  aquella  gente 
y  se  quedaron  por  dueños  de  el  campo. 

Entonces  comenzaron  los  taladores  su  cruel  oficio;  árboles 
frutales,  naranjales,  limonares,  higuerales,  caian  bajo  sus  ha- 
ebas;  otros  descepaban  los  viñedos  ó  aniquilaban  su  próxima  co- 
secha, mientras  que  los  demás  arrasaban  las  huertas,  destru- 
yendo acequias,  cegando  norias  ó  quemando  las  casas  de  labor 
y  recreo.  Al  dia  siguiente  después  de  plantar  su  real  ante  los 
adarves  malagueños,  marcháronse,  siguiendo  la  costa,  sin  gran- 
des pérdidas  en  muertos,  pero  con  muchos  heridos  en  el  peona- 
ge:  entre  el  botin  llevaban  cien  desdichados  cautivos. 

Salvóse  de  aquella  nube  asoladora  una  casa  de  campo  que 

30  poseia 


204  Málaga  Musulmana. 


poseía  el  wali,  quizá  el  régulo  de  Málaga,  la  cual  debió  tener 
cierta  fama,  cuando  el  Infante  recomendó  á  los  suyos  á  el  par- 
tir, que  no  hicieran  mal  en  ella,  pues  tendría  esperanza  de  go- 
zarla, cuando,  como  esperaba,  se  apoderase  de  Málaga  (i). 

Uno  de  los  mas  fuertes  baluartes  de  la  morisma  malagueña 
estaba  en  poder  de  sus  eternos  enemigos;  sus  muros,  torres  y 
bastiones,  defensa  antes  de  nuestras  comarcas,  abrigaban  vale- 
rosos soldados  y  un  vecindario  templado  en  las  bélicas  contien- 
das de  entonces  para  arrostrar  todo  riesgo;  en  lo  pasado  Ante- 
quera  contenía  los  ímpetus  de  los  fronterizos  y  sosegaba  los  áni- 
mos de  los  comarcanos,  ahora  la  gente  que  albergaba  en  su  re- 
cinto facilitaba  las  entradas  destructoras  y  era  un  perpetuo  mo- 
tivo de  zozobra  para  las  poblaciones  circunvecinas. 

Sus  bravos  alcaides  los  Narvaez,  defendiéronla,  como  rica 
joya  de  muchos  codiciada,  no  sólo  contra  las  furiosas  arremeti- 
das de  los  sarracenos,  sino  contra  las  miserias  que  algún  tiem- 
po deshonraron  á  Castilla,  en  la  que  hubo  un  desdichado  mo- 
narca, oprobio  de  su  raza,  que  les  mandó  abandonarla.  Con  es- 
to las  algaradas  de  una  y  otra  parte  sucediéronse,  extremando  su 
carácter  de  insensata  ferocidad,  peleándose  más  como  malhe- 
chores que  como  guerreros:  ya  eran  los  moros  que  recobraban 
y  perdían  á  Teba,  ya  el  conde  de  Niebla  que  yermaba  los  cam- 
pos archídoníes,  ora  Rodrigo  de  Narvaez  defendiéndose  brava- 
mente en  asaltos  y  escaramuzas,  ó  venciendo  en  lides  campa- 
les, como  la  de  el  Chaparral. 

En 


(1)     Crón.  de  D.  Juan  II,  cap.  CIII,  fól.  32,  edición  de  Pamplona  de  1590. 


Parte  primera.  Capítulo  vii.  205 


En  el  año  1424  había  muerto  este  caudílloi  recayendo  la 
alcaidía  antequerana  en  su  hijo  Pedro,  mozo  de  gran  corazón 
y  denodado  ardimiento,  aunque  no  tan  prudente  y  cauto  como 
lo  fuera  su  padre:  agitado  por  la  noble  ambición  de  añadir  nue- 
vos timbres  á  su  glorioso  apellido,  destruyó  los  caseríos  y  forta- 
lezas de  Cuevas  Altas  y  Cuevas  Bajas,  y  mantuvo  con  sus  co- 
rrerías bien  provista  de  bastimentos  la  plaza,  olvidada  por  el 
gobierno  de  D.  Juan  II,  entre  las  discordias  intestinas  que  ator- 
mentaban á  Castilla. 

La  guerra  producida  por  la  negativa  del  granadino  á  cum- 
plir sus  compromisos,  encontró  suficientemente  preparado  al 
bravo  alcaide,  que  recibió  con  júbilo  la  noticia  de  la  ruptura  de 
las  hostilidades,  por  encontrar  ocasión  en  que  ejercitar  sus  pren- 
das de  soldado  valeroso:  Fernán  Alvarez,  señor  de  Valcorneja, 
que  capitaneaba  la  hueste  de  Ecija,  vino  á  reunirse  con  él,  y 
ambos  penetraron  en  el  territorio  de  Málaga,  entregándose  á 
las  acostumbradas  talas  y  saqueos. — Agosto  de  1430. — 

Miéiítras  los  fronterizos  se  concertaban  para  realizar  esta 
expedición,  cierto  esclavo  antequerano  prometía  á  sus  correli- 
gionarios los  muslimes  abrirles  las  puertas  de  la  villa,  en  el  mo- 
mento en  que  sus  huestes  se  presentaran  ante  ellas. 

Contando  con  esta  promesa,  el  granadí  habia  enviado  ha- 
cia Antequera  un  numeroso  cuerpo  de  tropas,  acaudillado  por 
Abdilvar  y  Xerif,  nobles  abencerrajes:  los  cristianos,  después 
de  haber  saqueado  á  Igualeja,  se  habían  dividido,  tomando  los 
de  Ecija  la  vuelta  de  su  pueblo,  y  quedándose  Pedro  de  Nar- 

vaez  en  tierras  de  Málaga. 

Llegaba 


2o6  Málaga  Musulmana. 


Llegaba  ya  á  las  fuentes  del  Guadalme'dína;  sus  soldados 
contentísimos  con  su  cuantioso  botin  se  preparaban  á  tomar  L 
sus  hogares,  cuando  de  repente  se  encontraron  con  las  tropas 
sarracenas  que  intentaban  sorprenderlos:  entonces  gran  núme- 
ro de  ellos  olvidándose  de  la  disciplina,  emprendieron  la  fuga; 
otros,  después  de  aconsejar  al  alcaide  que  no  afrontase  aquella 
nube  de  enemigos,  alejáronse  en  retirada:  solo  un  centenar  de 
escuderos  permanecieron  en  el  campo  con  su  gefe. 

En  el  ardoroso  espíritu  de  éste,  no  cabia  la  idea  de  volver 
las  espaldas  á  los  alarbes,  y  prefirió  morir  á  manchar  sus  bla- 
sones con  una  acción  que  estimaba  deshonrosa:  carácter  alta- 
nero é  inflexible,  ni  la  muchedumbre  de  contrarios  le  intimida- 
ba, ni  le  amedrantaba  la  idea  de  una  muerte  dolorosísima;  es- 
taba dispuesto  á  derramar  hasta  la  última  gota  de  su  sangre 
para  que  su  nombre  fuese  pronunciado  en  todas  partes  con  ad- 
miración y  respeto,  para  que  se  le  contase  entre  aquellos  hom- 
bres de  hierro,  inaccesibles  al  pavor,  que  produjo  la  España  del 
siglo  XV. 

Por  otra  parte  ¿porqué  desesperar  y  ser  tan  pesimista?  ¿no 
habia  su  padre  muchas  veces  derrotado  con  unos  pocos  valien- 
tes á  turbas  de  agarenos?  ¿no  se  habia  abierto  campo  con  su  es- 
pada por  entre  las  bandas  enemigas,  que  no  pudieron  resistir  el 
incontrastable  empuje  de  sus  ataques? 

En  aquellos  críticos  momentos,  impulsado  por  un  valor  ver- 
daderamente temerario,  se  lanzó  galopando  contra  la  morisma; 
pero  la  lucha  era  imposible;  cada  uno  de  aquellos  soldados,  que 
animados  del  espíritu  de  su  gefe  le  seguían,  necesitaban  tener 

las  fuerzas 


Parte  primera.  Capítulo  vií.  207 

las  fuerzas  de  un  Titán  y  los  brazos  de  Briareo,  para  defender- 
se de  los  agarenoSy  que  se  multiplicaban  á  su  alrededor:  de  aque- 
lla furiosa  carga,  solo  se  salvaron  Narvaez  y  la  mitad  de  su 
gente,  los  demás  murieron  en  la  refriega. 

Para  la  pequeña  hueste  derrotada,  rendida  de  cansancio,  ro- 
deada de  enemigos,  no  habia  mas  salvación  que  la  fuga:  si  que- 
rían conservar  sus  vidas,  era  necesario  declararse  vencidos,  en- 
vainar las  espadas  y  huir  ante  contrarios,  tan  despreciados  co- 
mo aborrecidos:  habia  que  optar  entre  los  extremos  de  este  tris- 
tísimo dilema,  la  huida  ó  la  muerte. 

Los  cincuenta  escuderos  huyeron;  su  gefe  optó  por  morir; 
entonces  ciego,  frenético,  se  lanzó  entre  los  islamitas,  ofendien- 
do sin  procurar  defenderse;  al  fin  cayó  mortalmente  herido;  un 
montón  de  cadáveres  moros  señalaba  el  camino  que  habia  po- 
dido abrirse  entre  ellos;  otro  montón  designaba  el  lugar  donde 
exhaló  el  último  suspiro.  Los  alarbes  recogieron  el  cuerpo  del  no- 
ble alcaide,  cortáronle  la  cabeza  y  aquel  brazo  derecho,  que  so- 
lo la  muerte  habia  sido  capaz  de  encadenar,  y  les  colgaron  de 
los  arzones  de  dos  caballos,  como  trofeos  de  su  victoria  (i). 

Hasta  entonces,  las  disensiones  castellanas,  hablan  entor- 
pecido los  tríunfos  de  sus  armas;  un  rey  débil  é  inepto,  dirigido 
por  un  favorito  de  tanto  ingenio  y  valor,  como  ambición  y  alta- 
nería, pueblos  que  estaban  dispuestos  á  las  revueltas,  y  nobles 
que  no  se  daban  punto  de  reposo  en  sus  celos,  conjuras  ó  rebe- 
liones, mantenían  á  Castilla  en  tal  anarquía,  que  nada  tuvo  que 

envidiar 

(1)    Crónica  de  D.  Juan  II,  año  XXX,  cap.  CLXXX VIL— Fernandez:  Hist,  de  Ante- 
quffra  cap.  XXIV.— Yegros:  Hist.  de  la  antigüedad  de  Anteq.  M.  S.  cap.  XXV. 


2o8  Málaga  Musulmana. 


envidiar  á  aquella  en  la  cual  vivian  los  revoltosos  musulmanes. 

Pero  la  guerra  de  la  frontera  consiguió  despertar  la  ambi- 
ción de  gloria  de  D.  Alvaro  de  Luna,  favorito  del  rey  D.  Juan 
II,  arrancándole  á  las  traiciones  y  amaños  de  la  política;  per- 
trechado con  los  auxilios  que  le  proporcionaban  sus  pingües  es- 
tados, que  se  aumentaron  con  los  que  le  añadió  la  corona,  llegó 
á  Andalucía,  penetró  en  la  Vega  de  Granada,  tocó  cuasi  á 
las  puertas  de  la  ciudad  muslita,  y  desafió  á  los  moros  á  que  sa- 
lieran á  batallar  á  la  llanura. 

Después  de  haber  hecho  muchos  estragos  en  las  comarcas 
granadinas,  pasó  á  las  de  Archidona,  que  fueron  taladas,  que- 
madas sus  alquerías,  destruidas  sus  atalayas  y  molinos,  acam- 
pando después  la  hueste  en  un  collado  que  separa  las  vegas  de 
Archidona  y  Antequera,  el  cual  se  llamó  desde  entonces  Dehesa 
del  Condestable. 

La  falta  de  vituallas  obligó  á  D.  Alvaro  á  abandonar  la  ta- 
la de  Archidona  y  á  retirarse  por  diez  días  á  Antequera,  con 
ánimo  de  provisionarse,  entrar  á  hierro  y  fuego  por  tierras  de 
Málaga  y  poner  sitio  á  esta  ciudad. 

Asentó  por  tanto  sus  reales  en  un  cerro  cerca  de  Antequera, 
que  entonces  se  llamaba  Vizcarao — Vicarai — ,  procurando  pro- 
porcionarse las  vituallas  que  necesitaba;  pero  no  pudo  conse- 
guirlo, con  lo  cual  aumentó  la  penuria  de  la  hueste,  empezando 
á  murmurar  ó  á  desertarse  sus  soldados:  especialmente  unas 
compañías  de  vizcainos  eran  las  que  se  demostraban  mas  des- 
contentas, y  las  que  parecian  dispuestas  á  abandonar  en  masa 
el  real. 

D.  Alvaro 


D.  Alvaro  hizo  un  llamamiento  á  su  honor,  quiso  despertar 
en  ellos  sentimientos  guerreros,  diciéndoles,  que  se  sostuvieran 
lo  mejor  que  pudieran,  pues  muy  en  breve  serian  avituallados, 
y  que  aunque  así  no  fuese  él  estaba  dispuesto  á  alimentarse 
ocho  dias  con  yerbas,  á  fin  de  que  no  se  malograra  aquella  em- 
presa, que  tanta  gloria  y  provecho  habria  de  producir  á  Dios, 
al  rey  y  á  la  patria. 

Pero  los  vizcaínos,  con  una  lógica  digna  de  Sancho  Panza, 
contestaron  á  este  caballeresco  arranque,  que  las  yerbas  se  ha- 
bían hecho  para  las  bestias,  no  para  los  hombres,  y  que  no  ha- 
biendo que  comer,  ellos  estaban  demás  en  el  campamento:  di- 
ciendo y  haciendo,  comenzaron  á  amotinar  gente  y  á  levan- 
tar tiendas.  El  altivo  carácter  de  D.  Alvaro  se  irritó  con  este 
desprecio  que  se  hacía  de  su  autoridad,  dirigió  á  sus  ñeles 
soldados  á  donde  estaban  los  inobedientes,  prendió  á  las  cabe- 
zas de  motín,  y  los  degolló  sin  misericordia. 

Pero  los  cuidados  y  disgustos  de  estos  dias  produjeron  en 
el  enérgico  procer  tal  enfermedad,  que  le  embargó  los  sentidos 
y  le  tuvo  á  punto  de  rendir  el  alma;  al  fin  se  mejoró,  pero  ma- 
lograda la  empresa  que  meditaba,  volvióse  á  convalecer  á  Écija 
yá  preparar  una  nueva  espedicion  {i). 

Entre  las  discordias  civiles  que  acabaron  con  la  morisma, 
fueron  fecundísimas  en  desastres  y  crímenes  las  que  afligieron 
los  primeros  dias  de  el  reinado  de  Mohammed  VIII,  apodado 
Alaisar  ó  el  Zurdo:  fué  éste  destronado  por  Yusuf  ben  Almau! 

á  quien 


(1)     Ci-án.  de  D.  Ah<.  <lc  Luna:  lituln  XXXVI  |.ig.  111.  IlUt.  ilcMála'jn  i/  íi 
fía,  pig.  331  y  8Íg. 


210  Málaga  Musulmana. 


á  quien  auxiliaban  los  cristianos,  mediante  un  pacto  de  vergon- 
zoso vasallage  que  se  firmó  en  Hardales;  contribuyendo  tam* 
bien  á  ello  otras  poblaciones  moras  de  nuestra  provincia,  Ron- 
da, Casarabonela  y  Archidona,  que  se  declararon  por  el  pre- 
tendiente. 

Refugióse  el  monarca  desposeido  en  Málaga,  en  compañía  de 
su  harem,  de  sus  tesoros  y  de  dos  hijos  de  su  pariente  Azzaguer, 
á  quienes  á  poco  mandó  ajusticiar;  aquí  permaneció,  gobernan- 
do  con  absoluta  independencia,  hasta  que  muerto  el  usurpador 
pudo  recuperar  la  regia  diadema  (i). 

Entreveradas  con  sus  arterías  diplomáticas,,  proseguían  los 
cristianos  sus  luchas  con  los  infieles;  si  en  ellas  eran  vencidos, 
si  se  quedaban  sus  gefes  muertos  en  el  campo,  como  sucedió  an- 
te los  adarves  de  Alora,  á  el  Adelantado  D.  Diego  Gómez  de 
Rivera,  esforzado  campeón  y  gran  caballero,  más  bien  que  es- 
carmentar y  temer  por  su  desventura,  plañéndola,  pensábase  en 
vengarla. 

Archidona,  antigua  población,  tenida  entonces  por  buena 
fortaleza,  habia  sustituido  á  Antequera,  como  reparo  de  las 
comarcas  moras  al  oriente  de  nuestra  provincia;  á  ella  habia 
venido  á  refugiarse  Saad  abu  Nazr — 1444 — quien  en  la  larga  se- 
rie de  destronamientos  ocurridos,  durante  los  últimos  tiempos 
del  reino  de  Granada,  desposeyó  á  Mohammed  X  Alahnaf  ó  el 
CojOf  y  á  poco  fué  derribado  por  éste;  al  cabo,  valiéndose  de  los 
cristianos,  consiguió  salir  de  su  refugio  y  entrar  como  triunfa- 
dor en  la  Alhambra. 
Varias 

(i)    Crón.  de  D.  Juan  II,  años  XXXI  y  XXXII,  cap.  CCXVIII  y  CCXX. 


Parte  primera.  Capítulo  vii.  211 


Varias  serian  las  vicisitudes  por  las  que  pasaría  Málaga  en  es- 
te tiempo;  pero  determinar  cuales  fueran  y  sobre  todo  detallarlas, 
difícil  és,  ó  mas  bien  imposible.  Dos  grandes  historiadores,  in- 
signes por  su  ingenio  y  saber,  que  como  luminares  eminentes 
alumbran  la  oscuridad  de  las  postrimerías  hispano-sarracenas, 
el  africano  Aben  Jaldun  y  el  granadino  Aben  Aljathib,  há  largo 
tiempo  que  hubieron  de  dejarme  en  el  camino,  y  otros  musul- 
manes no  se  conocen,  que  con  la  extensión  y  fidelidad  de  ellos 
pudieran  servirme  de  guías.  Los  cronistas  cristianos  solamente 
me  han  ofrecido  sucintas  indicaciones,  bastantes  para-  despertar 
la  curíosidad,  no  para  satisfacerla. 

Uno  de  ellos,  Alonso  de  Falencia,  presenta  datos  bastante 

curiosos,  muchos  completamente  ignorados  hasta  ahora,  algunos 

poco  conocidos  ó  mal  aprovechados  por  los  que  historiaron  este 

período.  Encerrados  en  viejos  manuscritos  tuve  la  fortuna  de 

hallarlos  y  los  empleé,  enriqueciendo  con  su  relato  las  páginas 

de  esta  obra  (i). 

Refiérense 


(1)    Atribuidos  á  Alonso  de  Falencia  he  visto  varios  M.  S.  S.:  uno  de  ellos  titulado  Ges- 
ta hispaniensia,  perteneciente  á  nuestra  Real  Academia  de  la  Historia,  otro  denominado 
Narratio  belli  adversus  graruitenses,  de  la  misma  corporación,  y  otro  de  la  biblioteca  na- 
cional, llamado  Crónica  de  los  Ilustrisimos  pinncipes  D,  Ewnque  IV  y  sii  hctnnano  D. 
Alonso,  reyes  de  Castilla  y  de  Lean;  de  esta  última  existen  algunos  ejemplares,  con  más 
ó  menos  variantes  en  el  texto.  Discuten  los  críticos  sobre  la  atribución  de  la  obra  castella- 
na á  Falencia,  cual  lo  indica  su  epígrafe:  no  he  de  entrar  en  esta  controversia,  agena  á  mi 
asunto;  pero  si  apuntaré,  que  en  lo  tocante  á  Málaga  parece  de  diversa  mano  que  las  la- 
tinas, por  ofrecer  datos  no  contenidos  en  estas  y  por  el  espíritu  que  en  ellas  domina.  He  oído 
sostener  que  la  Crónica  castellana  pertenece  á  un  compilador  y  que  no  merece  gran  fé;  si 
foé  compilador  no  conoció  la  Gesta  hispaniensia,  en  lo  que  se  relaciona  con  Málaga;  en  lo 
ílel  crédito,  al  tratar  de  aquellas  expediciones  ofrece  tales  condiciones  de  verdad  su  reía- 
lo, que  le  hace  completamente  aceptable.  For  lo  cual  he  combinado  las  noticias  de  las  cró- 
nicas castellana  y  latinas,  que  solo  en  bien  pequeños  accidentes  ofrecen  algo  de  contradic- 
torio, completando  con  la  una  el  relato  de  las  otras.  Hallé  la  castellana  indicada  en  un  M.  S. 
del  marqués  de  Valdeflores;  no  asi  las  latinas  que  no  he  visto  aprovechadas  por  ningún  his- 
toriador. 

31 


212  Málaga  Musulmana. 


Refíérense  tales  datos  á  las  expediciones  que  Enrique  IV 
dirigió  contra  la  morisma  andaluza;  las  cuales  según  los  ele* 
mentos  conque  se  contaba,  según  los  gastos  que  la  nación  hizo, 
parecian  destinadas  á  acabar  para  siempre  con  el  dominio  mu- 
sulman  en  España:  mas  el  perverso  natural  del  rey,  su  desdi- 
chada inclinación  á  la  molicie  y  al  regalo,  su  ligereza  y  cobar- 
día, malograron  aquellas  empresas,  con  tan  buenos  auspicios 
comenzadas;  todavía  en  las  razones  de  Alonso  de  Falencia  vibra 
la  indignación,  que  puso  frases  de  menosprecio  y  corage  contra 
el  monarca  castellano  en  los  labios  de  la  clerecía,  de  la  noble- 
za y  de  los  populares.  Que  ciertamente  si  á  las  veces  sus  pala- 
bras revelan  al  adversario  político,  enconado  y  violento,  el  suce- 
so de  estas  expediciones  le  dio  sobrada  razón  para  emplearlas. 

Desde  Écija,  base  de  operaciones  de  las  mesnadas  fronteri- 
zas al  Poniente  de  nuestra  provincia,  penetró  en  ésta  Enrique 
IV  en  Abril  de  1455,  con  el  propósito  de  escalar  á  Archidona; 
pero  no  pudo  conseguirlo.  Volvióse  con  esto  á  aquella  plaza, 
reunió  mil  caballos  y  veinte  mil  peones,  entró  á  sangre  y  fue- 
go por  los  campos  archidoníes,  y  ahuyentó  hacia  la  población 
una  turba  de  infieles  que  pretendieron  amparar  sus  propiedades. 

Al  mes  siguiente  continuó  la  hueste  su  algarada,  internándo- 
se en  nuestras  comarcas  y  destrozando  los  bellísimos  alrededores 
de  Alora;  siguiendo  la  corriente  del  Guadalhorce,  que  derra- 
maba, cual  hoy,  vida  y  alegría  en  sus  fértiles  riberas,  llegó  á 
asentar  y  mantener,  durante  seis  dias,  sus  reales  á  media  legua 
de  Málaga.  Creía  D.  Enrique  que  por  asalto*  ó  asedio  se  le  ren- 
diría esta  codiciada  ciudad,  pues  sus  espías  le  informaron  que 

solamente 


Parte  primera.  Capítulo  vii.  213 

solamente  la  guarnecían  cuatrocientos  ginetes,  Aresidio  bien 
escaso  para  defender  la  estensa  línea  de  sus  muros  y  fortale- 
zas; pero  el  rey  de  Granada  había  enviado  en  su  auxilio  mil  y 
quinientos  soldados,  capitaneados  por  Abdilbar  y  Aben  Comixa, 
expertos  capitanes,  muy  avezados  á  trances  de  guerra.  Enton- 
ces el  castellano  comenzó  á  talar  el  territorio,  quemando  algu- 
nas aldehuelas,  como  Lombin,  con  su  fortaleza  asaz  buena^  según 
el  cronista,  y  Sorriana — Churriana? — con  su  castillo  bien  fuerte. 

El  real  cristiano  se  avituallaba  por  mar;  ordenó  el  rey  que 
concurrieran  á  la  expedición  algunas  embarcaciones  ligeras,  pa- 
ra cuando  faltaran  las  de  carga;  mas  por  su  indolencia  no  reu- 
nió bastantes  naves  de  alto  bordo,  que  aseguraran  la  marina. 
Aprovecháronse  de  esta  incuria  los  malagueños,  y  preparando 
al  amparo  de  los  muros  una  pequeña  embarcación,  á  la  cual  lla- 
maban albatozUf  fuerte  y  provista,  á  lo  que  parece,  de  armas  de 
fuego,  dirigiéronla  hacia  donde  estaban  los  cristianos;  antes  de 
que  éstos  pudieran  darse  cuenta  de  lo  que  ocurría,  la  navecilla 
mora  virando  velozmente,  disparaba  sus  armas,  no  solo  sobre 
las  embarcaciones  cristianas,  sino  que  también  contra  los  gine- 
tes  é  infantes  del  campamento,  haciendo  en  ellos,  con  menos- 
precio de  su  poder,  no  pequeño  estrago. 

Habíase  aumentado  la  hueste  espedicionaria  con  dos  mil  ca- 
ballos y  novecientas  lanzas  veteranas,  mandadas  por  el  conde 
de  Arcos  D.  Juan  Ponce  de  León;  hueste  mas  que  suficiente  pa- 
ra destrozar  á  los  malagueños,  dice  el  viejo  cronista,  pero  cuyos 
bríos  no  hallaron  ocasión  en  que  emplearse,  merced  á  la  aviesa 
condición  del  rey.  Militaba  entre  las  mesnadas  cristianas  un 

hijo 


214  Málaga  Musulmana. 


hijo  de  Saad  Abu  Nazr,  (i) — quien  por  aquel  tiempo  andaba 
en  pretensiones  de  la  corona  granadina — que  probablemente  se- 
ria el  Muley  Hacen  de  nuestros  historiadores;  el  cual  guerreaba 
contra  sus  hermanos  los  muslimes,  ya  á  sueldo  de  sus  enemigos, 
ya  para  favorecer  las  aspiraciones  de  su  padre.  Avisó  el  príncipe 
al  castellano  que  Saad  pretendía  visitarle;  mostró  D.  Enrique 
gustar  de  ello,  mandóle  que  saliera  á  esperarle  fuera  del  real 
y  le  advirtiera  que  al  avistarse  con  él  ni  descabalgara,  ni  se  des- 
cubriera, ni  le  besara  la  mano,  en  señal  de  vasallage  y  acata- 
miento. 

No  mostraban  sus  soldados  igual  benevolencia  y  distinción 
hacia  los  moros;  pues  el  dia  mismo  que  se  esperaba  á  Saad  hu- 
bo una  gran  refriega  entre  cristianos  y  alarbes;  la  cual  fué  muy 
reñida,  cayendo  bastantes  heridos  de  una  y  otra  parte,  hasta 
que  acudió  á  los  suyos  D.  Pedro  Girón,  quien  ahuyentó  á  los 
musulmanes  hacia  las  puertas  de  Málaga. 

Recibió  el  príncipe  granadino  á  su  padre,  entróle  en  el  real 
y  le  presentó  á  D.  Enrique;  al  verle  el  moro  porfió  por  besarle 
la  mano,  humillación  que  no  consintió  el  rey.  Trabaron  después 
ambos  larga  plática,  sirviéndoles  de  intérprete  el  príncipe:  esta- 
ban alzados  por  Saad  muchos  pueblos  comarcanos,  Casarabone- 
la  y  la  serranía  de  Ronda;  no  así  Málaga;  apesar  de  ello  el  pre- 
tendiente, después  que  confirmó  su  alianza  con  el  castellano,  á 
quien  ofreció  que  entregaría  á  Málaga  si  le  ponia  en  el  trono, 

instó 


(i)  Ciriza  dice  el  cronista,  SiíJi  Saad  dirian  los  moros.  Destronó  éste  ii  su  rival  Alahnaf, 
de  31  de  Dic.  de  4454  á  40  Dic.  de  4455.  Laíuente  Alcántara:  Insc.  áv.  de  Gr.  pág.  84 .  Ber- 
naldez:  Jíistoria  de  los  reyes  Católicos  D.  Fernando  y  DJ^  Isabel,  ed.  de  Granada  4850, 
cap.  II,  púg.  46  llama  á  Saad  Cadiadiz. 


Parte  primera.  Capítulo  vii.  215 

instó  generosamente  y  consiguió  de  él  que  levantara  mano  en 
la  tala  y  ordenase  á  los  algareadores  cesar  en  sus  daños.  Entre 
los  cuales  debió  ser  muy  sentido  por  los  malagueños  el  que  hi- 
cieron en  una  deliciosa  huerta,  llamada  del  Rey,  donde  derriba- 
ron una  torre  y  maltrataron  cierta  bellísima  mansión  que  la  her- 
moseaba. 

Murmurábase  en  el  real  acremente  de  su  monarca;  dolían- 
se grandes  y  pequeños  de  sus  deferencias  con  la  morisma;  te- 
niánse  por  necedad  y  envilecimiento  las  atenciones  que  esta  me- 
recía; las  largas  pláticas  con  los  muslimes  escitarían  desconfian- 
zas y  éstas  engendrarían  calumnias,  á  que  darían  visos  de  ve- 
rosimilitud la  cobarde  apatía  y  la  sensual  flogedad  del  rey;  los 
que  vinieron  más  á  robar  que  á  pelear,  más  por  botin  que  por 
gloria,  maldecirían  del  freno  que  contenia  su  codicia,  y  aquellos 
á  quienes  inspiraban  el  honor,  la  religión  y  la  patria  protesta- 
rían contra  tales  complacencias,  que  destruian  una  empresa  des- 
tinada, desde  su  comienzo,  á  conseguir  altos  fines.  Mientras 
tanto  D  Enrique  inclinado  por  su  voluptuosa  condición  á  las 
voluptuosas  costumbres  sarracenas,  adoptábalas  gustosamente 
y  se  recreaba  comiendo,  sentado  en  el  suelo  ó  sobre  cojines  á 
la  usanza  morisca,  escitantes  manjares  muslimes;  á  la  vez  los 
ladinos  moros,  comprendiendo  su  perversa  ralea,  le  obsequia- 
ban con  frutas,  pasas,  miel,  manteca  y  leché,  seguros  de  alejar 
con  sus  dádivas  y  sumisiones  la  desventurada  suerte  que  tanto 
habían  temido.  Saad  y  su  hijo  despidiéronse  á  poco  del  monar- 
ca y  juntos  abandonaron  el  real. 

Suspendida  la  tala,  algunos  peones  atrevidos  ó  menospre- 

ciadores 


2i6  Málaga  Musulmana. 


dadores  de  las  órdenes  reales,  quemaron  la  aldea  de  Pupiana^ 
y  cometieron  otras  depredaciones;  pero  pagaron  con  usura  su  de^ 
masía,  pues  encolerizado  D.  Enrique  y  mostrando  en  el  casti- 
go la  energía  que  se  le  echaba  de  menos  en  los  combates,, 
mandóles  desorejar,  cual  si  se  tratara  de  foragidos.  Afrenta  que 
encendió  en  los  pechos  de  los  soldados  centellas  de  rebelión, 
que  por  entonces  no  se  mostraron  al  exterior.  Sostenía  el  mo- 
narca tan  rudamente  su  autoridad,  manifestando  que  los  verge- 
les destrozados  por  aquellos  insolentes  mesnaderos,  situados  por 
cierto  en  una  deleitosa  llanura,  los  destinaba  para  sí  cuando 
Málaga  se  rindiera. 

Pero  no  consiguió  este  empeño;  cubierto  de  ridículo,  des- 
contenta la  gente,  volvióse  hacia  la  frontera,  siguiendo  el  mis* 
mo  camino  que  habia  traido;  al  pasar  por  Alora  obsequiáronle 
los  moros  con  frutas  y  viandas,  á  más  de  donarle  tres  cristianos 
cautivos. 

En  el  año  siguiente  por  el  valle  de  Cártama,  camino  abier* 
to  á  todas  las  expediciones  cristianas,  llegó  otra  vez  Enrique 
I V  á  asentar  sus  reales  á  vista  de  Málaga  por  espacio  de  nueve 
dias.  Durante  los  cuales  los  taladores  estuvieron  destrozando 
sus  alrededores,  no  tanto  como  quisieran,  pues  no  faltó  cronis- 
ta que  dijera  con  enojo,  malacenses  potius  tutatur  quam  affUgat^ 
haciéndose  eco  de  la  animadversacion  que  ardía  en  los  ánimos 
de  la  hueste.  Servian  en  ésta  D.  Juan  de  Guzman,  D.  Juan  Pon- 
ce  de  León  y  Garcilaso  de  la  Vega,  con  otros  muchos  nobles 
caballeros.  Contábase  entre  las  tropas,  soliviantando  los  ánimos 
é  inspirándoles  sediciosos  impulsos,  que  desafiado  Garcilaso  á 

campal 


Parte  primera.  Capítulo  vií.  217 

campal  batalla  por  cierto  alarbe,  dióle  gloriosa  muerte,  trayén- 
dose al  campamento  su  caballo  y  armas;  el  rey  habia  demostra- 
do cuanta  inquinia  le  inspiraba  aquel  suceso,  arrebatándole  el 
caballo  y  donándoselo  al  magnate  D.  Miguel  Lucas. 

Pasados  los  nueve  dias  y  escaseando  el  forráge,  tuvieron  los 
expedicionarios  que  plegar  tiendas  y  ponerse  en  camino  diri- 
giéndose á  Marbella,  donde  lo  habia  abundante  (i). 

Varías  veces  los  fronteros  crístianos  habian  acometido  á  Ar- 
chidona,  con  ánimo  de  tomarla.  Al  fin  los  caballeros  de  Cala- 
trava,  mandados  por  su  maestre  D.  Pedro  Girón,  quien  con  sus 
hazañas  pretendía  ganar  la  mano  de  la  que  después  fué  Isabel 
I,  de  santa  y  grande  memoria  entre  españoles,  algunas  milicias 
concejiles  y  varios  caballeros  fronterizos,  renovaron  las  proezas 
de  los  sitiadores  de  Antequera,  así  como  la  morisma  renovó  las 
de  sus  defensores,  en  el  cerco  y  expugnación  de  Archidona,  que 
fué  tomada  á  escala  franca,  en  1462  (2). 

Por  los  años  1469  ó  70,  se  habia  sublevado  en  Málaga  con- 
tra el  sultán  granadino  Abuihasan  ó  Muley  Hacen,  que  por  ab- 
dicación de  su  padre  ascendió  al  trono,  cierto  magnate  moro,  á 
quien  nuestros  historiadores  apellidan  Alquizut;  el  cual  solici- 
tó verse  con  el  monarca  de  Castilla  en  la  frontera,  sin  duda  para 

declararse,. 


(i)  Palencia:  Crónica^  fól.  9  y  sig.  Gesta  hispaniensia,  fól.  49,  lib.  11^  cap.  VIH,  fól. 
53,  lib.  III,  cap.  V. — Gerónimo  Gudiel:  Compendio  de  los  GironeSy  fól.  94,  Alcalá  1577. 
Diego  Enríquez  del  Castillo:  Crónica  de  Enrique  IV ^  cap.  X,  pág.  21.  Ni  Garibay^  Comp. 
hist.^  cap.  II,  lib.  XVII,  ni  Conde,  Dom.  parte  IV,  cap.  XXXII,  ni  Lafuente  Alcántara, 
Hist,  del  reyno  de  Gr,  T.  III,  pág.  292,  detallan  estas  expediciones. 

(2)  En  mi  Hist.  y  pág.  349,  indiqué  la  conquista  de  Archidona  en  Julio  de  1462;  en 
<esta  fecha  empezó  el  cerco;  la  conquista  ocurrió  dos  meses  después.  Sin  duda  una  varia- 
ron de  lugar  del  apartado  que  constituia  la  primera  fecha,  produjo  esta  errata. 


2i8  Málaga  Musulmana. 


declararse,  á  cambio  de  su  protección,  su  mudejar,  tributario, 
ó  apazguado.  Muley  Hacen  atacó  y  derrotó  á  el  rebelde;  acu- 
dió éste  á  Archidona,  donde  bajo  una  tienda  de  campaña  fué 
recibido  con  mucho  extremo  y  agasajo  por  el  castellano,  á  quien 
hizo  fastuosos  regalos  en  caballos,  telas  y  armas.  Concertóse 
entre  ambos  una  alianza  ofensiva  y  defensiva,  la  cual  solo  pro- 
dujo que  Alquizut  prolongara  algún  tiempo  su  rebelión  y  que 
el  granadino  molestara  con  algunas  expediciones  el  territorio 
cristiano  (i). 

En  poder  de  la  Reconquista  dos  de  las. mas  fuertes  plazas 
de  nuestra  provincia  con  muchas  otras  poblaciones  y  castillos, 
seriamente  amenazadas  las  restantes,  la  cristiandad  llamaba  con 
sus  terribles  mesnadas  á  las  puertas  de  Málaga.  Una  porción 
rica  y  fértil,  pero  pequeña  del  territorio  español;  poblada  por 
gente  brava,  numerosa  y  decidida,  pero  detestablemente  gober- 
nada, presentábase  frente  á  la  nación  ya  prepotente,  ansiosa  de 
constituir  su  unidad  social  y  religiosa,  y  de  arrojar  de  su  suelo  á 
la  morisma.  Vamos  á  asistir  en  el  capítulo  siguiente  á  los  últi- 
mos sucesos  en  la  tierra  malagueña  del  duelo  iniciado  en  Cova- 
donga,  sostenido  á  través  de  tantos  siglos,  terminado  triunfal- 
mente  por  las  huestes  del  Evangelio,  honrosamente  por  los  mu- 
sulmanes españoles,  que  si  fueron  vencidos,  mostraron  que  eran 
dignos  por  su  valentía  de  suerte  mas  venturosa. 


(i)  Diego  Enriqucz  del  Castillo:  Crón.  de  Enrique  IV,  pág.  24.  Mármol:  Descripción 
del  África,  Parte  I,  fól.  226.— Barrero  Baquerizo:  Anales  de  Antequera,  fól.  59,  lib.  III. 
Algunos  llaman  Alquizorte  á  este  moro. 


Ciinrideraciones  generales. — España  bajo  el  gobierno  de  los  Reyes  Católicos.— Progresos 
de  la  ReconqnisU  en  su  lie  ni  po.— Cao  di  líos  notables  de  e«U  é[>nca.~EI  tnar([UFS  de 
Cádii. — La  curte  granadina  al  expirar  el  siglo  XV. — Mulcy  Harén. — Sn  destruna- 
mienbi  por  Ikiabdil  j  establecimiento  de  su  corte  en  Málaga. — Preparación,  pornieno- 
res  y  resultadns  del  desastre  de  la  Axari[uia.— Breve  relulo  de  las  cuni|uista6  crístia- 
¡a  de  Málaga  durante  este  periodo. — Situación  de  Málaga  en  los  mo- 
mentos de  rendirse  Velei.— liamet  el  Zegri.— Los  gomercs.— Divisiones  en  el  vecin- 
dario.— Proiwsi Clones  de  rendición. — Rebelión  en  Málaga  contra  los  que  la  deseaban. 
— Combate  entre  cristianoa  y  moros  en  las  alturas  cercanas  á  Gibralfaro  y  en  el  cerro 
de  S.  Cristóbal.— Cerco  de  Málaga.— Su  disposición  por  mar  y  tierra.- Aspecto  de  la 
dudad  y  sus  contomos  durante  el  si  lio.— Primeros  Iiecbos  de  armas. — Toma  du  1« 
casa  real  de  los  sultanes  moros  cerca  de  la  Puerta  de  Granada.- Entrada  y  lucJia  en 
los  arrabates. — Muéstrase  alguna  dnsorganiucion  entre  los  sitiadores. — Venida  de  la 
reina.- Proposiciones  de  rendición.— Combátese  á  Gibrallaro.— Visita  Doña  Isabel  las 
estancias  del  marqués  de  Cádis.— Pareceres  del  Consejo. — Minas  contra  la  ciudad. — 
Recorren  inútilmente  los  sitiados  áBoabdil.— Angustiosa  situación  de  los  cercados. 
Derrota  Boabdil  un  socorro  enviado  por  el  Zagal  á  Málaga. —Ileroismn  de  Ihrahim 
Algnert)).— Asalto  délas  torres  del  puente.— Qiputanon  de  raalagueños  al  Zagal.— 
Predicciones  de  un  faqui. — Ultima  salida  de  los  cercados- — Hidalga  acción  de  Ibra- 
him  Zenelc. — Ali  Dordui. — Capitulación  y  entrega  de  Málaga. — Los  cautivos  crislia- 
noa. — Noble  actitud  de  Hamet  el  Zcgrl. — Suplicio  de  desertores  y  judíos. — Suerte  de 
los  gomeres. — Concesiones  á  .Mi  Dordux. "Moros  y  judíos  mudejares  malagueños. — 
Situación  de  Málaga  durante  los  últimos  años  dol  siglo  XV. 


lEn  todo  lo  que  pasó  en  esta  toma  y  conquista  de  Málaga 

hay  tanto  que  decir,  que  para  ello  solo  era  menester  hacer  una 

particular  y  larga  historia;  porque  fué  la  ciudad  que  mejor  se 

32  defendió 


Málaga  Musulmana. 


defendió  y  que  en  más  aprieto  puso  al  rey,  y  donde  más  cosas 
dignas  de  encomendarse  á  la  memoria  pasaron*  (i). 

Así  decia  el  discreto  caballero  Alonso  de  Fuentes  en  su  Li- 
bro de  los  cuarenta  cantos  pelegrinas,  glosando  uno  de  ellos  re- 
ferente á  la  restauración  del  cristianismo  en  nuestra  ciudad,  al- 
go mas  de  sesenta  años  después  de  conquistada.  Opinión  que, 
mas  ó  menos  expresa,  fué  la  de  todos  los  cronistas  de  aquel 
tiempo,  pues  los  dramáticos  pormenores  de  su  cerco  y  rendición, 
los  graves  sucesos  que  les  antecedieron,  derrotas  y  victorias,  re- 
ñidos asedios  de  poblaciones  importantes,  asaltos  sangrientos, 
sorpresas  y  algaradas,  insignes  hechos,  personages  ilustres  que 
en  ellos  intervinieron  y  sus  trascendentales  resultados  para  Es- 
paña, ciertamente  merecen  dilatada  narración,  en  la  que  se  es- 
clarezca y  conserve  su  memoria  á  la  posteridad. 

Los  más  importantes  reinos  de  la  nación  española,  separa- 
dos desde  principios  de  los  siglos  medios  por  accidentes  his- 
tóricos ó  por  malhadadas  ideas  políticas,  se  reunieron  al  fin  con 
el  matrimonio  de  Femando  V  de  Aragón  é  Isabel  I  de  Castilla. 

Tenía  D.  Fernando  el  valor  sereno,  la  constancia  y  la  pru- 
dencia de  su  antepasado  el  conquistador  de  Antequera.  En  su 
tiempo  la  Edad  Media  con  su  aislamiento,  con  la  fuerza  erigida 
en  soberana  dentro  del  orden  social  iba  á  perderse  en  el  pasa- 
do; ante  el  monarca  aragonés  abríanse  las  puertas  de  la  Edad 

Moderna, 


(1)  Libro  de  lo»  cuarenta  cantos  pelegrinas  que  compuso  el  magnífico  caballero  AUm- 
to  de  Fuentes,  Canto  IX  de  la  IV  parle,  fótio  CCXIX  vuelto,  ed.  de  Zaragoza  de  HDLXIV, 
fól.  402  de  la  ed.  de  Alcalá  de  MDLXXXVII:  este  canto  vale  bien  poco;  refiérese  príncipi]- 
mente  á  la  hazaña  de  Ibrabim  Alguerbi;  por  otra  parle  nada  nuevo  contiene;  no  así  en  sn 
glosa  que  dá  algunas  noticias  del  cerco,  aunque  bien  escasas. 


Parte  primera.  Capítulo  viii. 


Moderna,  con  la  supremacía  de  la  realeza,  con  la  unidad  nacio- 
nal y  con  la  aspiración  de  subordinar  al  poder  público  todas  las 
fuerzas  vivas  del  Estado.  En  esta  Edad  se  iniciaban  grandes 
transformaciones;  al  aislamiento  iba  á  suceder  la  más  absoluta 
centralización  política,  á  los  fueros  y  cartas  pueblas  e!  derecho 
común,  á  los  hombres  de  armas  los  legistas  y  los  diplómalas. 
En  el  carácter  de  Fernando  V  parecían  mezclarse  las  inclina- 
ciones de  ambas  edades;  guerrero  y  diplomático,  lo  mismo  alan- 
ceaba moros  en  Velez,  que  urdía  insidiosas  intrigas  para  que 
los  granadinos  se  acuchillaran  unos  á  otros;  en  su  corazón  habia 
alientos  bastantes  para  realizar  grandes  proezas,  y  en  su  mente 
ingenio  muy  cumplido  para  imaginarlas;  pero  enturbiaban  estas 
preclaras  dotes  varias  de  las  aptitudes  que  distinguieron  á  Luis 
XI  de  Francia  y  algunas  cualidades  del  príncipe  que  soñó  Ma- 
quiavelo.  Prudente  á  la  vez  que  disimulado,  tan  previsor  como 
calculador  y  positivista,  astuto,  frío,  poco  dado  á  efusiones,  el 
engrandecimiento  de  la  monarquía  era  el  norte  de  sus  acciones, 
y  solo  de  la  razón  de  estado  dependían  las  determinaciones  de 
su  razón, 

Isabel  I  completaba  el  carácter  de  su  esposo;  entusiasta, 
franca,  benévola,  amante  y  respetuosa  para  con  su  consorte  en 
el  seno  de  la  familia,  reunía  en  el  gobierno  la  perspicacia  y  la 
energía  política  de  Doña  Blanca  de  Castilla  ó  de  Doña  María 
de  Molina.  Pura  de  toda  mancha  entre  la  general  depravación 
que  la  rodeó  en  sus  mocedades,  pura  en  el  trono,  instruida  más 
de  lo  que  á  una  muger  permitía  su  siglo,  amando  á  sus  pueblos  á 
P^tde  sus  hijos,  considerando  la  Justicia  y  la  caridad  como  idea- 
les 


Málaga  Musulmana. 


les  de  su  vida,  representa  en  nuestro  pasado  á  la  hidalguía  cas- 
tellana, cifra  de  grandes  virtudes,  y  su  personalidad,  bendecida 
por  sus  coetáneos,  admirada  por  la  posteridad,  ha  pasado  á  la 
historia,  como  modelo  de  esposas,  como  tipo  sin  par  de  muge- 
res  y  de  reinas. 

Los  tiempos  y  las  seculares  aspiraciones  de  la  Reconquis- 
ta exigían  la  constitución  de  la  unidad  nacional,  impulsando  á 
los  Reyes  Católicos  á  aniquilar  el  mahometismo.  Ambos  traba- 
jaron sin  tregua  ni  descanso  para  realizar  este  grao  pensamien- 
to: verdad  es  que  sus  vasallos  les  ayudaron  constantemente  en 
sus  empresas,  que  la  nobleza  y  los  populares  les  dieron  su  for- 
tuna y  su  sangre,  que  la  clerecía  les  entregó  sus  tesoros  y  su  in- 
fluencia: pero  la  principal  gloria  de  sus  conquistas  les  corres- 
ponde de  derecho;  siempre  animosos,  siempre  constantes,  ni  les 
desalentaron  las  derrotas,  ni  se  durmieron  sobre  los  laureles  de 
sus  victorias. 

Bajo  sus  auspicios  formóse  una  legión  de  guerreros,  que  ha- 
bian  de  hacer  temibles  las  armas  cristianas  dentro  de  nuestro 
país  y  de  alcanzarle  fuera  brillantes  aunque  costosísimos  triun- 
fos. Entre  ellos  se  contaron  Gonzalo  de  Córdoba,  el  domeñador 
de  Italia;  Pedro  Navarro,  digno  caudillo  de  aquellos  tercios  cas- 
tellanos que  se  tuvieron  por  invencibles;  Hernán  Pérez  del  Pul- 
gar, sin  par  en  las  proezas;  el  conde  de  Tendilla,  tan  valeroso 
capitán  como  prudente  y  discreto  alcaide;  Juan  de  Merlo,  ven- 
cedor en  justas  y  torneos;  el  caballeresco  duque  de  Medina  Si- 
donia  D.  Enrique  de  Guzman  y  el  no  menos  hidalgo  D.  Diego 
de  Córdoba  conde  de  C^ibra;  D.  Alonso  de  Aguilar,  que  vivió  y 

murió 


murió  luchando  con  la  morisma,  el  conde  de  Cifuentes,  Don 
Rodrigo  y  D.  Juan  Tellez  Giren,  maestre  el  uno  de  Calatrava, 
conde  de  Ureña  el  otro;  D.  Rodrigo  Manrique  y  D.  Gutierre  de 
Cárdenas,  gefes  de  los  altivos  santiaguistas,  rayos  de  la  guerra 
que  ligaban  á  las  banderas  cristianas  la  victoria.  Y  tantos  otros 
hombres  de  vergüenza  y  afrenta,  nacidos  en  los  alcázares  seño- 
riales, en  las  mansiones  solariegas,  en  el  pobre  hogar  del  pe- 
chero, que  dieron  sus  nombres  á  la  fama,  eternos  lauros  á  su 
patria,  y  relevantes  ejemplos  de  virtud  y  fortaleza  á  las  futuras 
generaciones. 

Entre  los  cuales  descolló  un  magnate,  cuyo  retrato  he  de 
dibujar  detenidamente  por  la  influencia  que  tuvo  en  la  reducción 
de  nuestra  ciudad  y  provincia  al  señorio  cristiano,  aunque  no 
tanto  como  sus  altos  hechos  merecen,  ya  que,  cual  en  otras  oca- 
siones, la  mengua  de  espacio  enfrena  mi  deseo  de  reseñar  los 
caracteres  de  los  demás. 

Trato  de  D.  Rodrigo  Ponce  de  Leen,  marqués-duque  de  Cá- 
diz. De  egregia  prosapia,  bien  hacendado  y  mucho  mejor  em- 
parentado, desde  rapaz  le  educaron  lo  mismo  para  capitán  que 
para  hombre  de  armas,  lo  mismo  para  militar  que  para  cortesa- 
no. Cristiano  y  español,  sin  miedo  ni  tacha,  leal  á  sus  monar- 
cas, enemigo  jurado  de  la  morisma,  raro  fué  el  trance  de  gue- 
rra con  esta  en  que  el  no  pusiera  mientes  y  manos;  fornido,  mem- 
brudo, duro  como  su  carácter,  ni  se  rendía  al  peso  del  arnés,  ni 
ala  fatiga  de  la  batalla,  ni  á  la  desesperación  del  infortunio.  Dis- 
creto en  el  consejo  y  en  la  guerra,  sus  palabras  eran  escuchadas 
en  la  cámara  real  con  atención  respetuosa,  su  grito  de  pelea  se- 
guido 


224  Málaga  Musulmana. 


guido  con  entusiasmo,  su  ausencia  sentida  en  cualquier  difícil 
trance.  «Quiso  mucho  á  sus  vasallos,  dijo  de  él  quien  estudió 
prolijamente  su  vida,  y  holgaba  que  le  obedeciesen  á  él  y  á  sus 
ministros;  no  consintió  que  se  les  hiciese  mal  tratamiento.  Amigo 
de  hombres  valerosos  y  de  prendas  y  de  labrar  fortalezas,  ene- 
migo de  truhanes  y  de  curiosidades  vanas.  Por  extremo  fué  muy 
devoto  de  Nuestra  Señora  la  Santísima  Virgen  María  y  de  San 
Agustín.  Ninguna  música  le  sonaba  mejor  que  la  de  las  trom- 
petas de  guerra  y  clarines.  Guardaba  mucho  el  enojo  y  perdona- 
ba tarde»  (i). 

La  prudente  conducta  juntas  á  las  sabias  medidas  de  Isa- 
bel y  Fernando  contribuyeron  á  borrar  los  feos  delitos,  las  re- 
vueltas y  calamidades  de  los  reinados  anteriores:  la  nobleza  le- 
vantisca rindióse  ante  las  gradas  del  solio;  viéronse  protegidos 
los  humildes  contra  las  demasías  de  los  poderosos  y  los  débiles 
contra  los  atropellos  de  los  fuertes.  Hombres  entendidos,  vigi- 
lados de  cerca,  rigieron  los  destinos  públicos;  la  paz,  la  justicia 
y  la  prosperidad  se  desarrollaron  rápidamente  en  aquellos  es- 
tados castellanos  empobrecidos  por  las  guerras  civiles  y  las  de- 
bilidades de  los  monarcas,  por  los  abusos  de  los  proceres  y  las 
concusiones  de  las  autoridades  populares,  por  el  desorden  que 
comenzaba  en  la  cabeza  y  concluía  en  los  extremos  del  cuerpo 
social. 

Esto  entre  cristianos.  Entre  los  moros  la  decadencia  era  ex- 
trema, marcándose  de  momento  en  momento  su  angustiosa  ruina. 
Muley  Hacen,  cual  dije,  habia  sucedido  á  su  padre  Saad  en  el 

sultanazgo 

(i)    Salazar:  Orón,  de  la  Excma  casa  de  los  Ponce  de  León,  pág.  i 65. 


sultanazgo  granadino.  No  podía  ofrecerse  á  la  morisma  carác- 
ter mas  apto  para  luchar  con  el  terrible  poderío  que  se  apresta- 
ba á  destruirla.  Valeroso,  activo,  enérgico,  fiando  la  salvación 
de  su  pueblo  más  en  el  hierro  de  su  lanza  que  en  capitulacio- 
nes humillantes,  mostró  cuanto  hubieran  podido  prolongar  los 
musulmanes  españoles  su  poder  si  hubieran  contado  muchos 
soberanos  de  su  temple.  Miserables  intrigas  de  harem,  celos 
mugeriles,  raheces  pasiones  de  sus  deudos,  crueldades  desaten- 
tadas de  su  parte,  cortaron  los  vuelos  á  su  ardimiento.  Llamá- 
bale tirano  la  trabilla  de  ambiciosos  que  pululaba  en  su  corte; 
motejáronle  de  vicioso;  pero  si  fueron  fundadas  estas  inculpa- 
ciones, bien  pudieran  haberlas  atenuado  la  pertinaz  decisión 
conque  procuró,  aun  á  costa  de  la  propia  vida,  de  su  reposo  y 
placeres,  la  seguridad  de  sus  vasallos. 

Hasta  ahora  habrá  visto  el  lector  cuan  sin  razón  pasan  los 
Nazaríes  granadinos,  merced  á  conceptos  equivocados  de  nues- 
tros historiadores  y  á  la  romancesca  imaginación  de  nuestros 
poetas,  como  modelos  de  cumplidos  caballeros;  cuando  en  rigor 
pudiera  afirmarse  de  muchos  de  ellos  que  fueron  una  miserable 
turba  de  ambiciosos,  atentos  solamente  á  sus  vulgares  apetitos. 
Pues  ni  respetaron  los  mas  dulces  sentimientos  del  corazón,  ni 
supieron  someter  su  codicia  al  supremo  interés  de  la  patria,  ni 
gaardaron  lealtad  en  sus  pactos,  aun  con  musulmanes,  ni  de- 
corosa dignidad  en  sus  relaciones  con  los  cristianos.  Fueron  to- 
dos valientes,  expléndidos,  protectores  entendidos  de  artes  y  le- 
tras; más  deslustraron  estas  nobilísimas  inclinaciones  otras  de 
índole  bien  despreciable.  Pocas  serán  las  dinastías  agarenas  que 

mas 


226  Málaga  Musulmana. 


mas  tristes  ejemplos  ofrezcan  de  parricidios  y  asesinatos,  de 
traiciones  inicuas  entre  padres,  hijos,  hermanos  y  próximos  deu- 
dos, de  pronunciamientos  y  conspiraciones,  de  ingratitudes  y 
persecuciones  cruelísimas  contra  antiguos  servidores,  de  torpeza 
y  rebajamiento  al  poner  á  servicio  de  sus  implacables  enemigos 
fuerzas  moras,  por  ceñir  durante  efímero  periodo,  angustiado 
por  las  denigrantes  exigencias  de  sus  opresores  y  por  la  befa 
de  la  propia  conciencia,  una  diadema  deshonrada  y  rota. 

Los  posteriores  sucesos  demostrarán,  determinándose  cada 
vez  más,  esta  opinión  mia,  que  pugna  con  la  general  opinión, 
empeñada  en  no  ver  las  miserias  granadinas  á  través  de  la  sim- 
pática aureola  con  que  las  embellecen  el  valor  y  la  desventura. 

Muley  Hacen  vencido  por  su  hijo  Boabdil  entre  torpes  in- 
trigas palaciegas,  vino  á  establecerse  en  Málaga,  con  su  herma- 
no Abu  Abdallah  el  Zagal,  que  participaba  de  su  grandeza  de 
ánimo,  con  sus  tesoros  y  harem,  y  con  su  ministro  Abulkasim 
Venegas,  descendiente  de  cristianos,  varón  esforzado  en  lides  y 
avezado  en  intrigas  palaciegas,  á  quien  odiaba  mucha  parte  de 
la  nobleza  granadina  (i). 

No  olvidó  Muley  en  su  nueva  corte  sus  bélicas  costumbres, 
haciendo  desde  ella  cuanto  mal  pudo  á  los  cristianos,  ya  perso- 
nalmente, ya  por  medio  de  Bexir — Bixr? — alcaide  de  nuestra 
ciudad  en  lo  de  adelante.  Sus  algaras  rebasaban  la  frontera  y 
con  los  malagueños  solamente  ó  juntándolos  con  los  dé  Ronda 

inquietaba 


(i)     Alonso  de  Falencia,  Nat*ratio  belli  adv'ersus  gran.,  fól.  i2  y  sig.  Bemaldez,  Crá- 
nica  de  los  Reyes  Católicos,  cap.  LVI,  pág.  420,  ed.  de  Granada  de  4856. 


Parte  primera.  Capítulo  viií.  227 

inquietaba  las  comarcas  fronterizas,  apresando  vacadas,  cauti- 
vando ganaderos  ó  campesinos,  é  incendiando  mieses  (i). 

A  estas  incursiones  respondieron  los  cristianos  con  una  te-^ 
merosa  entrada,  cuyo  éxito  desventurado  no  correspondió  á  la 
audacia  del  atrevimiento. 

A  mediados  de  Marzo  de  1483  hallábanse  reunidos  en  An- 
tequera D.  Pedro  Enriquez,  adelantado  del  Andalucía,  á  quien 
habia  irritado  Muley  Hacen  acometiendo  á  Teba  y  Hardales,  y 
desmantelando  á  Cañete;  D.  Juan  de  Silva,  conde  de  Cifuentes, 
que  acababa  de  asaltar  infructuosamente  á  Zahara;  D.  Alonsa 
de  Aguilar,  (2)  el  alcaide  antequerano  Figueroa,  y  el  maestre 
de  Santiago  D.  Alonso  de  Cárdenas,  frontero  por  la  parte  de 
Écija. 

Tratábase  de  algarear  en  territorio  sarraceno,  y  aquellos 
poderosos  señores  convocaron  para  que  se  les  allegasen  á  sus 
deudos,  amigos  y  vasallos.  Con  tal  ocasión  acudió  á  Anteque- 
ra la  flor  de  la  gente  fronteriza,  hidalgos,  escuderos  y  gente 
del  común,  atraidos  los  menos  por  el  servicio  de  Dios  y  de  la 
patria,  los  más  por  la  avaricia,  soñando  conseguir  tan  cuantio- 
so botin,  como  habian  recabado  los  espugnadores  de  Alhama. 
Entre  ellos  vinieron  el  marqués  de  Cádiz,  D.  Bernardino  Man- 
rique alcaide  y  justicia  mayor  de  Córdoba,  Juan  de  Robles  co- 
nregidor  de  Jerez,  los  alcaides  de  Morón,  Utrera  y  Archidona,. 

Juan 


(1)  Falencia,  Ibidem,  fól.  13  y  2i.  Bernaldez,  Crón.  cap.  LIX,  pág.  124. 

(2)  En  mi  Historia,  pág.  364,  indiqué  que  D.  Alonso  de  Aguilar  era  alcaide  de  Ante- 
qiiera  por  este  tiempo;  no  lo  fué  hasta  poco  después,  según  puede  verse  en  Barrero  Ba- 
querizo,  Anales  de  Antequef^a  M.  S.  del  Excmo.  Sr.  D.  Antonio  Cánovas  del  Castillo. 

33 


228  Málaga  Musulmana. 


Juan  de  Almaráz  y  Bernal  Francés,  capitanes  de  varias  compa- 
ñías de  las  HermandadeSi  tercios  conque  se  iniciaban  por  en- 
tonces los  ejércitos  regulares.  Con  ellos  vinieron  también  mul- 
titud de  comendadores  y  freires  santiaguistas,  nobles  infanzo- 
nes é  hidalgos  de  Sevilla,  Córdoba,  Écija  y  Carmena,  algunas 
milicias  concejiles,  audaces  aventureros  y  fieros  almogávares, 
que  acudían  como  buitres  á  donde  se  esperaban  batallas,  los 
vasallos  y  parientes  de  aquellos  proceres,  que  venían  gozosos 
atraídos  por  las  inclinaciones  de  su  aventurera  y  belicosa  vida, 
acemileros,  y  adalides  ó  guías  prácticos  en  el  terreno  muslim. 
A  las  escitaciones  de  éstos  se  debió  la  resolución  de  la  al- 
garada; á  su  imprudencia  y  torpeza  el  desastre  conque  acabó. 
Reunidos  en  consejo  los  principales  de  la  hueste  convocada  en 
Antequera,  expusieron  en  él  los  adalides  que  desguarnecida 
•cuasi  Málaga  era  empresa  fácil  entrar  á  rebato  por  cualquiera 
de  sus  comarcas,  haciendo  gran  presa  y  mucho  daño.  En  cuan- 
to á  la  entrada  todos  estuvieron  conformes;  no  así  en  el  punto 
á  donde  debían  dirigirse.  £1  marqués  de  Cádiz,  cauto  cual  siem- 
pre y  además  bien  aleccionado  por  su  adalid  el  tornadizo  Luis 
Amar,  propuso  acometer  la  jurisdicción  de  Almogía;  la  tierra» 
aunque  poco  llana,  estaba  próxima,  abundaba  en  riqueza  pecua- 
ria y  agrícola,  y  dejaba  entre  sus  pintorescas  lomas  espacio  mas 
que  suficiente  para  evolucionar  la  caballería,  moverse  la  hueste, 
hacer  una  buena  tala,  y  á  poca  costa  obtener  gran  provecho. 
Propusieron  otros  sorprender  á  Málaga,  pues  tenían  lenguas  de 
que  en  sus  fortalezas  existía  escasa  guarnición,  y  estimaban 
empresa,  sino  fácil,  factible  realizarla;  la  gloria  de  expugnación 

tan 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  229 

tan  importante,  la  presa  que  en  ella  harían  eran  sobrado  alicien- 
te para  olvidar  los  riesgos  de  su  empeño.  El  maestre  de  Santia- 
go aconsejaba  entrar  al  Levante  de  Málaga,  por  el  territorio 
que  los  moros  llamaban  Axarquia^  el  cual  no  habia  sido  hollado 
en  son  de  guerra  hacía  siglos  por  plantas  cristianas,  donde  la 
crianza  de  la  seda,  á  más  de  otros  ricos  frutos,  aseguraban  un 
pingüe  botin. 

La  codicia  venció  toda  oposición  á  este  proyecto;  desechóse 
el  prudente  plan  del  marqués  por  mezquino;  con  razón  el  de 
sorprender  á  Málaga  por  impracticable,  y  adoptóse  el  del  maes- 
tre. No  faltó  sin  embargo  quien  mostrara  lo  grave  del  propósi- 
to, lo  fragoso,  enriscado  y  desconocido  de  los  pasos  por  donde 
habian  de  penetrar  en  la  Axarquia,  la  gran  distancia  entre  esta 
y  Antequera  caso  de  un  desastre,  y  hasta  se  mantuvo  que  la 
abundancia  de  aquel  pais  era  soñada,  y  no  merecía  verlo  pro- 
bado á  costa  de  las  vidas.  Ninguna  de  estas  reflexiones  pudie- 
ron vencer  Ja  pertinacia  del  maestre;  sus  adalides  aseguraban 
que  ellos  llevarían  á  la  hueste  por  unos  buenos  pasos  para  fa- 
cilitarle la  entrada,  dábanse  por  muy  conocedores  de  aquellas 
comarcas,  tenian  á  sus  moradores  por  poco  aptos  para  defender- 
se, y  por  seguras  sus  riquezas. 

Aprobada  finalmente  esta  determinación,  preparáronse  á  fin 
de  ponerla  por  obra,  dejando  en  Antequera  los  rocines  flacos  y 
mucha  parte  del  fardage,  aderezando  las  armas  ó  disponiendo 
las  cargas  de  municiones  de  boca  y  guerra.  £1  Miércoles  19  de 
Marzo  pusiéronse  en  movimiento  los  expedicionarios,  en  núme- 
ro de  dos  mil  y  setecientos  ginetes  y  como  mil  infantes;  pues 

aunque 


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^/Aí^^:fAiA^A^  áííL-ítíVt  jara.  a>r::jcir  ¿  ril  prrrfa, 
n^/u^A^  ^t^  t^  lú/Áa^  ¿ti  botíii,  telas,  cantí 
<»«»  ííí0a^JtAK*A  que  ocrtüo  h>mbtts  de  armas. 

hn  etta  áhyÁíciorí  anduvieron  todo  aquel  día  j  porte  de  fa 
noche;  al  %y^uítTiU:,  Jueves^  entraban  en  la  Asaiqizia. 
1^>^  prírf$^f/%  momentos  distinguían  solamente  moates  y 
encuml/radoi^^  i^^Htaríos  y  salvages,  que  se  escalonaban  hasb 
fof  mar  ang//*tas  cañadas^  llenas  de  maleza;  lomas  de  áspcns 
vertíentcn  en  las  cuales  abrieron  profundos  surcos  las  Ilarias,  i 
vccei  cubiertas  de  yerbaSi  á  veces  mostrando  las  oscuras  lajai 

ókK 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  23 1 

6  los  rojos  asperones  que  formaban  su  masa,  por  cuya  estrecha 
cima  había  que  caminar  en  hileras;  escuetas  peñas,  intrinca- 
<los  matorrales,  de  cuando  en  cuando  castañares  y  encinares 
frondosísimos;  dilatados  espacios  donde  crecian  jarales  y  abu- 
lagares,  veredas  empinadas,  pasos  difíciles,  silencio  interrum- 
pido por  algún  salto  de  agua  ó  por  la  huida  de  alguna  fiera 
montes;  yermo  por  todas  partes  (i). 

Ya  bien  tarde  dieron  con  algunas  aldeas,  pero  halláronlas 
desiertas;  lo  numeroso  de  la  hueste  y  las  dilaciones  de  la  mar- 
cha habian  advertido  la  entrada  cristiana  á  los  rústicos  mora- 
dores de  aquellos  paramos;  antecogiendo  sus  ganados,  llevando 
en  hombros  á  los  hijos,  cargando  sobre  la  gente  válida  de  la  fa- 
milia sus  míseros  haberes  habian  ido  á  ocultarse  entre  lo  mas 
fragoso  de  los  cerros,  en  ignorada  cueva,  morada  mas  de  fieras 
que  de  hombres,  ó  á  refugiarse  en  las  atalayas  y  los  castillos  ro- 
queros, que  se  erguían  en  la  cima  de  alguna  escueta  eminencia. 
Poca  gente  y  ganados  cayeron  en  poder  de  la  vanguardia;  esta, 
desatalentada  y  ciega  é  irritada  por  el  escaso  botin,  desparramó- 
se sin  orden  ni  concierto,  ávida  de  robos,  y  prendió  fuego  á  las 
miserables  alquerías  y  villarejos  que  dejaba  á  sus  espaldas. 
Mas  allá  estaba  la  tierra  prometida,  donde  hallarían  brocados, 
sargas  y  tisúes,  cautivos  sin  cuento,  pingües  vacadas,  yeguadas 
magníficas;  y  dejando  tras  sí  las  humaredas  de  los  incendios, 
mensageras  terribles  de  su  entrada,  afanábanse  por  bajar  á  la 

costa. 

Llegaba 

(i)  En  los  libros  de  Repartimientos,  que  se  conservan  en  el  archivo  municipal  de  Má- 
laga^ he  hallado  mención  de  estos  montes  de  la  Axarquia,  que  por  entonces  se  llamaban 
montes  bravos. 


232  Málaga  Musulmana. 


Llegaba  la  retaguardia  á  las  cercanías  de  Moclinejo  (i):  es- 
te pueblecito  ardía  incendiado  por  los  que  iban  delante;  sus  ve- 
cinos se  habian  encerrado  con  cuanto  pudieron  en  el  castillejo, 
que  dominaba  sus  viviendas,  desde  el  cual  desesperados  las 
veian  arder  sin  poder  ampararlas.  Observaron  en  esto  que  el  far- 
dage  de  los  cristianos  y  sus  guardas  trabajaban  afanosamente 
por  atravesar  unas  ramblas  y  cañadas:  convocarse,  empuñar  las 
armas,  salir  de  su  refugio,  tomar  por  ocultas  trochas,  allegándo- 
se cuantos  compatriotas  pudieron  para  salir  contra  los  cristia- 
nos, y  comenzar  á  derribar  sobre  éstos  desde  las  alturas,  entre 
feroz  gritería,  roncos  de  indignación  y  saña,  troncos  de  árboles, 
peñas  y  nubes  de  venablos,  fué  obra  de  momentos. 

Sorprendió  á  los  expedicionarios  aquella  inesperada  resis- 
tencia; espantóles  el  tumulto;  las  piedras  y  las  flechas  derriba- 
ban los  ginetes  y  encabritaban  los  caballos,  que  aumentaban 
el  pánico  desordenando  la  hueste.  Las  ásperas  cuestas  imposi- 
bilitaban toda  inmediata  y  eficaz  defensa;  la  mesnada  se  arre- 
molinaba, procuraba  rehacerse  y  salir  de  sus  deplorables  posi- 
clones,  pero  lo  quebrado  del  terreno  se  lo  impedía  absolutamen- 
te. El  maestre,  al  ver  que  los  moros  aumentaban  por  instantes 
y  que  no  podia  remediar  el  daño  que  en  los  suyos  hacían,  pi- 
dió auxilio  al  marqués  de  Cádiz;  tocó  éste  á  recoger,  acudió  con 

los 


(i)  Cuantos  historiadores  se  han  ocupado  de  este  asunto  dicen  el  Molinete  ó  Molinillo; 
seguilos  en  mi  Historia,  mas  después  habiendo  visto  en  Nebrija,  Decadas  duasy  Mocline- 
tum,pude  comprender  que  la  aldea,  cuya  situación  antes  desconocia,  era  Moclinejo,  corres- 
pondencia comprobada  por  los  accidentes  de  esta  lucha.  Mas  adelante  los  moros  de  Mocli- 
nejo se  declararon  mudejares  de  los  Reyes  Católicos,  y  en  el  quedó  bien  hacendado  y  por 
dueño  de  la  fortaleza,  en  parte  quemada^  quizá  en  el  lance  de  la  Axarquia,  Diego  de  San- 
tísteban.  T.  III  de  Repart.  de  Málaga,  folio  239.  T.  I  fól.  85  vuelto. 


Parte  PRIMERA.  Capítulo  viii. 


233 


los  caballos  y  peones  que  pudo,  lanzólos  á  las  alturas  contra 
la  morisma,  y  la  retaguardia  consiguió  salir  de  su  crítica  situación. 
Mientras  tanto  de  las  cimas  de  los  cerros  y  de  lo  alto  de  las 
almenaras,  salían  torrentes  de  humo,  que  apellidaban  á  los  sa- 
rracenos para  la  defensa  de  sus  haciendas,  libertad  y  vidas.  En 
los  caseríos,  en  las  poblaciones  la  gente  acomodada  y  la  villa- 
na descolgaba  del  ahumado  hogar  la  espingarda  ó  la  ballesta  y 
corría  hacia  los  vecinos  montes,  ciega  de  corage,  sedienta  de 
venganza,  escitada  por  las  mugeres  que  con  viril  energía  se  pre- 
cipitaban á  la  pelea.  Desde  la  expedición  de  D.  Alonso  el  Bata- 
llador, hacía  muchos  siglos,  no  habian  entrado  guerreros  cris- 
tianos en  la  Axarquia;  á  aquel  audaz  atrevimiento  debia  res- 
ponder duro  castigo.  Por  todas  partes  acudía  gente  furiosa  y 
<Iec¡dida;  veiáseles  llamarse  en  las  alturas,  coronar  los  cerros, 
aparecer  y  desaparecer  corriendo  en  los  visos  de  las  lomas,  para 
■acudir  á  los  malos  pasos,  donde  á  mansalva  y  sobre  seguro  po- 
<lian  destrozar  á  sus  enemigos. 

Por  otra  parte  algunos  mancebos  cristianos,  llevados  más 
<3e  la  lozanía  de  los  pocos  anos  que  de  la  discreción,  se  habian 
<lejado  ver  en  las  cercanías  de  Málaga,  parte  de  cuya  guarni- 
'<:Íon  y  vecindario  al  conocer  su  osadía  y  al  distinguir  las  huma- 
xedas  costeñas,  salió,  mandada  por  el  Zagal,  hacia  las  alturas  y 
jjorla  marina,  á  defender  á  sus  hermanos  (i). 

Las 


(i)  Migue)  Lafuenle  Alcdntara  Húl.  del  reino  de  Gran.  T.  111,  piig.  418,  pinta  en  su 
snagnifico  reíalo  de  este  suceso,  la  indignación  de  Muley  Hacen  al  saber  en  Hálala  el  aire- 
fimiento  de  los  cristianos,  su  decisión  de  salir  contra  ellos,  los  consejos  de  su  lieriiiano  y 
-de  Venegai  para  impedirlo,  la  salida  del  Zagal  por  la  cosía  liúcia  la  Axarquía,  y  la  de  Vene- 
gas  hida  la  Cuesta  de  la  Reina.  La  gran  opinión  que  merece  este  eecnlor  ilustre  me  hiía 


234  Málaga  Musulmana. 


Las  noticias  que  llegaban  de  la  retaguardia  obligaron  á  Don 
Alonso  de  Aguilar  y  al  adelantado  á  recoger  la  gente,  á  fin  de 
reunirse  con  el  marqués  de  Cádiz  y  el  maestre  de  Santiago.  En- 
tonces comprendiendo  cuan  imprudentemente  se  habian  pues- 
to en  aventura  de  perder  honras  y  personas  durante  aquella  jor- 
nada, acordaron  retirarse.  Dos  caminos  se  les  ofrecian:  seguir  el 
estero  del  mar  hacia  Poniente  ó  volverse  por  donde  vinieron; 
el  primero  mas  llano  y  fácil,  pero  muy  largo,  encerrado  entre 
las  olas  y  las  iras  de  los  malagueños;  el  segundo  difícil,  penoso^ 
pero  mucho  mas  corto.  El  maestre  recurrió  á  sus  adalides  para 
que  pusieran  á  la  hueste  en  aquellas  salidas  que  alardeaban 
conocer  durante  el  consejo  de  Antequera;  ellos,  ignorantes  ó  tur- 
bados, no  las  hallaron  y  estraviaron  al  ejército  por  entre  lomas, 
barrancos  y  cañadas.  Muchos  moros,  presumiendo  los  pasos  que 
buscaban  los  expedicionarios,  corrieron  á  agolparse  á  ellos,  mien- 
tras que  otros  seguian  á  los  fatigados  mesnaderos,  disparando 
contra  ellos  sus  hondas,  ballestas  y  espingardas. 

Después  de  algunas  horas  de  marcha,  metióse  la  hueste  en 
un  vallecito  por  donde  corria  un  arroyo,  que  hace  mucho  tiem- 
po se  denominó  del  Peñón  hoy  de  Jaboneros;  tomaron  los  flancos 

y  las 


seguirle  en  mi  Hist.^  pág.  367;  nuevos  documentos  me  obligan  hoy  á  modificar  nuestro  re- 
lato; dudo  que  Muley  Hacen  estuviera  en  Málaga  durante  estos  sucesos,  pues  Alonso  de 
Falencia  en  su  Narratio  belli  adversus  granatenseSj  dice  ^oppidula  invaditj  dudum  per^ 
culsu  rumorCj  quod  propter  ahsentiam  Regís  Abulhacenis,  nostri  superveniuri  essent,  y 
más  adelante,  tratando  de  los  despojos  cristianos  y  como  se  repartieron  en  Málaga,  quas 
quxdem  eocuvias  á  victori  permisit  Abul  Haasenus  post  aliquot  dxes  rediens  Malacam, 
Ninguna  de  las  fuentes  cristianas,  donde  hallé  abundantes  notas  para  estos  acontecimien- 
tos, sirven  para  justificar  el  relato  de  Lafuente  que  se  apoya  en  las  indicaciones  de  Conde 
Hist.  de  la  dom,  de  los  ár.  Parte  IV,  cap.  XXXV,  las  cuales  ignoro  donde  haya  podido 
fundarlas  y  que  me  merecen  suma  desconfianza,  como  á  cuasi  todos  los  que  han  juzgada 
su  obra,  especialmente  en  esta  última  parte. 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  235 

y  las  cabezadas  de  éste  los  sarracenos,  hostilizando  á  sus  con- 
trarios cada  vez  mas  crudamente.  Desesperábanse  los  soldados 
viéndose  herir  y  matar  sin  defensa;  muchos  tomaron  las  cuestas 
arriba^  decididos  á  perecer  antes  que  á  ser  tratados  de  tan  mala 
manera;  pero  una  piedra,  un  tronco,  arrojados  de  lo  alto,  des- 
pués de  rebotar  en  la  pendiente,  antecogíanles  y  les  precipita-^ 
ban  en  los  profundos  barrancos,  donde  se  destrozaban  misera- 
blemente. 

Caia  la  noche;  las  sombras  aumentaban  el  terror  de  las  tro- 
pas; reunidos  en  montón,  roto  el  orden  de  marcha,  desmorali- 
zados, cansados  de  aquella  triste  lucha,  esperando  á  cada  ins- 
tante morir,  sin  atreverse  á  acometer  cosa  de  mayores  alientos^ 
permanecian  inactivos.  En  las  alturas  los  moros  iban  encendien- 
do centenares  de  hogueras,  que  iluminaban  con  sus  rojas  llama- 
radas el  horizonte,  mientras  que  en  derredor  de  ellas  pululaban 
ahullando,  como  una  manada  de  lobos.  De  vez  en  cuando  por 
grupos  ó  individualmente,  saltando  de  peña  en  peña,  poníanse 
á  tiro,  y  al  amparo  de  algún  árbol,  de  algún  matorral  ó  á  pecha 
descubierto,  disparaban  sus  armas. 

Tantas  eran  las  heridas,  tantas  las  muertes,  que  á  todo  ries- 
go, bien  entrada  la  noche,  avanzaron  por  aquellas  cuestas  hacia 
las  cumbres. 

— Muramos,  decia  el  maestre,  faciendo  camino  con  el  cora- 
zón, pues  no  lo  podemos  facer  con  las  manos,  e  no  muramos 
aquí  muerte  tan  torpe.  Subamos  á  esta  sierra,  como  homes  e  na 
estemos  abarrancados,  esperando  la  muerte  e  veyendo  morir 
nuestras  gentes  no  las  pudiendo  valer. 

34  Unos 


236  Málaga  Musulmana. 


Unos  á  pié,  otros  á  caballo,  tropezando,  cayendo,  subian 
desesperadamente;  salieron  á  estorbárselo  los  musulmanes;  en- 
tre las  sombras  de  la  noche,  entre  la  gritería  de  la  morísma, 
los  zumbidos  dé  las  flechas  y  el  retumbar  de  las  espingardas» 
oiánse  las  imprecaciones  y  blasfemias  de  los  mesnaderos,  las 
exhortaciones  de  sus  caudillos,  los  lamentos  de  los  heridos  y  el 
ronco  grito  del  que  se  despeñaba,  en  aquella  tropa  desesperada 
y  sombría,  que  adelantaba  dificultosamente,  abriéndose  cami- 
no con  el  corazón.  Junto  á  el  maestre  caia  en  tierra  con  su  pen- 
dón el  alférez  Diego  Becerra,  más  arriba  su  primo  Juan  Osorio 
y  Juan  de  Bazan,  por  todas  partes  sus  deudos,  sus  vasallos,  sus 
freires.  ¡Terribles  momentos  aquellos  con  los  que  pagaba  cum- 
plidamente su  orguUosa  obstinación! 

Mientras  tanto  el  marqués  de  Cádiz  subia  la  cuesta  fronte- 
ra, dejándose  en  ella  muerto  el  caballo  y  mal  heridos  á  muchos 
de  su  hueste;  pero  salió  de  aquella  estrechura.  Debia  reunirse 
con  él  el  maestre,  mas  la  oscuridad  y  el  desconocimiento  de  los 
sitios  que  pisaban  lo  impidieron;  tuvo  pues  que  bajar  á  otra  ca- 
ñada, cortándole  los  moros  la  comunicación  con  el  resto  de  los 
expedicionarios.  Entonces  reunió  á  su  gente  con  ánimo  de  es- 
perar á  éstos;  pero  sus  soldados  rendidos,  acobardados,  ham- 
brientos, abandonaron  sus  pendones  y  se  dieron  á  huir,  bus- 
cando unos,  sitios  donde  esconderse,  otros,  campo  por  donde  sor- 
tear la  vigilancia  de  los  moros. 

Solo  con  cincuenta  hombres,  medio  loco  de  dolor  y  de  ira, 
aun  pensaba  en  combatir;  entonces  Luis  Amar  le  representó  que 
si  le  encontraba  allí  el  dia  su  muerte  ó  cautiverio  eran  seguros; 

rogáronle 


rogáronle  los  demás  con  encarecidas  razones  que  aprovechara  la 
oscuridad  y  que  se  pusiera  en  salvo,  dierónlc  un  caballo,  rodeá- 
ronle cariñosamente  y  aquel  Titán  de  la  guerra  tuvo  que  huir 
como  un  foragido,  guiado  por  sus  adalides,  que  le  sacaron  á 
tierra  amiga  después  de  cuatro  leguas  de  horrorosa  marcha. 

De  sus  gentes,  parte  fueron  muertos,  parte  cautivos,  si- 
guiendo los  moros  sus  alcances  más  de  media  legua.  Quedáron- 
se en  el  campo  sus  hermanos  D.  Diego,  D.  Lope  y  D.  Beltran, 
Sus  sobrinos  D.  Lorenzo  y  D.  Manuel,  con  muchos  de  aquellos 
nobles,  hidalgos  y  escuderos  que  seguían  su  bandera. 

La  situación  de  las  otras  divisiones  era  mientras  tanto  ho< 
xribletnente  angustiosa;  los  capitanes  ni  sabian  donde  estaban, 
ni  acertaban  á  dar  remedia  alguno;  esparcida  la  gente  man- 
daban tañer  las  trompetas,  mas  nadie  las  oia.  Adelantaba  la 
noche  y  la  dispersión  era  cada  vez  mayor,  pues  trascurrían  las 
lloras,  trayendo  mortales  angustias;  un  pánico  horrible  se  habia 
.eclarado  entre  aquellos  hombres,  veteranos  muchos  de  ellos, 
bechos  á  durísimos  trances  de  guerra;  parecían  condem^dos  é. 
xxiuerte  que  con  los  resplandores  del  alba  esperaban  su  último 
«uplicio;  la  perspectiva  del  peligro  era  para  ellos  más  aterrado- 
xa.  que  el  peligro  mismo,  abultábala  la  imaginación  y  sufrían  rail 
rnuertes  antes deexperimentar  la  que  aguardaban;  muchos  huían 
procurando  ocultarse,  muchos  se  entregaban  á  los  moros,  mu- 
chos se  arrojaban  en  tierra,  embotado  todo  sentimiento,  algunos 
perdieron  la  razón. 

El  maestre  más  se  plañía  como  dueña,  que  pensaba  como 
caudillo  en  salvar  á  sus  tropas: 


238  Málaga  Musulmana. 


— ¡Oh  Dios  bueno,  exclamaba,  grande  es  la  ira  que  has  que- 
rido mostrar  contra  los  tuyos,  pues  vemos  que  la  gran  desespe- 
ración  que  estos  moros  tenian  se  les  ha  convertido  en  tal  osa- 
día, para  que  sin  armas  hayan  victoria  de  nosotros  armados! 

Sus  adalides,  parientes  y  escuderos,  rogábanle  que  con  los 
demás  nobles  de  la  hueste  se  salvara:  su  presencia  allí,  mante- 
niendo la  resistencia,  iba  á  ser  causa  de  la  perdición  de  todos. 
Convencióse  el  maestre,  más  fácilmente  de  lo  que  á  su  honra 
convenía,  y  tomando  un  caballo,  guiado  por  unos  almogávares 
^salvóse. 

— No  vuelvo  las  espaldas,  decia  al  partir,  á  estos  moros, 
pero  fuyo  Señor  la  tu  ira  que  se  ha  mostrado  hoy  contra  noso- 
tros, por  nuestros  pecados,  que  te  ha  placido  castigar  con  las 
manos  de  estas  gentes  infieles. 

Amaneció  el  funesto  dia  21  de  Marzo,  fiesta  de  S.  Benito, 
^e  regocijo  para  la  morisma,  de  llanto  y  luto  para  Andalucía, 
de  triste  recordación  durante  largos  años  para  España.  La  gen- 
te dispersa,  aterrorizada,  huérfana  de  sus  principales  caudillos, 
buscaba  las  salidas  de  las  hondonadas  donde  se  hallaba,  pe- 
leando ó  huyendo;  desarmábanse  muchos  para  correr  mejor,  y 
■cuando  más  empeñados  estaban  en  arrojar  de  sí  los  pesados  ar- 
neses  venía  un  dardo  ó  una  piedra  á  traerles  la  muerte;  otros 
aguijaban  sus  monturas  cuestas  arriba,  para  abrirse  paso,  lle- 
vando á  un  deudo  ó  á  un  amigo  aferrado  á  la  cola  del  caballo, 
pero  era  tan  agria  la  subida  que  este  se  despeñaba,  arrastran- 
do á  su  dueño  y  á  su  compañero  en  su  mortal  caida;  la  gente  del 
común  abandonada  de  sus  capitanes  huía  á  ta  desbandada. 

Los 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  239 

Los  moros  jadeantes  de  júbilo,  ebrios  de  alegría,  los  perse- 
guían velozmente,  cruzaban  las  cañadas  registrando  los  mato- 
rrales, las  cuevas,  las  hendiduras  de  las  peñas,  herían,  mataban 
sin  misericordia,  ó  concedian  con  befa  y  escarnio  la  vida,  entre 
crueles  tratamientos,  á  los  desdichados  que  caian  á  sus  plantas, 
implorándola  á  cambio  de  deshonrosa  servidumbre.  Muchas  ve- 
ces descubrían  con  infernal  algazara- el  refugio  de  un  cristiano; 
otras  cuando  la  ligereza  de  alguno  superaba  á  la  suya,  encomen- 
daban la  persecución  á  sus  flechas,  hiriéndole  con  sus  certeros 
tiros.  Sin  embargo  la  codicia  del  rescate  libró  la  vida  á  mu- 
chos infelices,  que  apresados  salváronse  como  cautivos. 

Mas  no  faltaba  gente  brava  que  se  entregara  sin  resisten- 
cia ó  se  dejara  degollar  impunemente;  también  se  peleó  con  de- 
cisión, aunque  á  la  desesperada. 

Cuéntase,  no  sé  si  con  verdad,  que  algunos  soldados  se  de- 
fendían de  esta  suerte,  mantenidos  en  su  honrada  resolución 
por  el  conde  de  Cifuentes,  que  en  lugar  bien  estrecho  luchaba 
como  un  león,  teniendo  á  raya  á  la  morisma;  cargaba  esta  ha- 
cia aquel  sitio,  con  lo  cual  la  muerte  del  buen  conde  era  inevi- 
table, cuando  presentándose  entre  los  irritados  contendientes 
Venegas,  apartóles,  clamando  con  voz  poderosa: 

— Esto  no  es  de  buenos  guerreros. 

Vencido  el  conde  por  el  cansancio,  por  las  terribles  emo- 
ciones de  aquel  dia  y  por  las  armas  del  gallardo  moro,  entre- 
góse á  este  cautivo  con  sus  compañeros  de  armas. 

Desde  entonces  se  llamó  Cuesta  de  la  Matanza  (i)  en  las  cer- 
.^ canias 

(i)   Quien  príiDeramente  concordó  con  el  Arroyo  de  Jaboneros,  el  valle  por  cuyo  fondo 


240  Malaga  Musulmana. 


canias  del  Jabonero  á  las  lomas  en  que  había  perecido  gran  par- 
te  de  los  cristianos. 

Era  tan  intenso  el  pánico  de  éstos  que  dos  moros  desarma- 
dos prendieron  á  seis  fugitivos,  y  hubo  moras  que  saliendo  de 
Málaga  cautivaron  á  algunos  que  encontraron  esparcidos  por 
el  campo.  Poco  tiempo  después  decia  el  rey  Católico,  aunque 
con  bastante  exageración,  que  solos  setenta  sarracenos  habian 
desbaratado  á  dos  mil  caballeros,  los  mejores  de  España. 

Sin  embargo  no  todos  tuvieron  tan  mala  estrella,  pues  va- 
rios consiguieron  escapar  á  las  pesquisas  de  los  alarbes.  Entre 
ellos  se  contaron  D.  Alonso  de  Aguilar  y  Pedro  de  Valdivieso 
quienes  recogiendo  á  los  dispersos,  después  de  algunos  angustio- 
sos dias  de  andar  como  alimañas  salvages  ocultándose  á  la  luz, 
rodeando  de  noche  gran  extensión  de  terreno  y  alimentándose 
con  silvestres  yerbas,  salieron  á  puerto  seguro,  refugiándose  en 
la  frontera  cristiana. 

En  las  lomas  y  cañadas  de  la  Axarquia  quedaban  muertos 
á  más  de  los  caballeros  que  mencioné,  Pedro  Vázquez,  Gómez 
Méndez  de  Sotomayor  alcaide  de  Utrera,  Alfonso  de  las  Casas, 
gran  número  de  santiaguistas  y  mucha  gente  andaluza  de  cuen- 
ta, calculándose  los  muertos  en  ochocientos. 

Ochocientos  cincuenta  cautivaron  los  agarenos,  entre  ellos 

treinta 


corría  un  arroyuelo  que  indicó  Pulgar,  fué  el  llamado  Medina  Conde  en  sus  Conv.  hist, 
mcU.  Parte  II,  pág.  8;  aceptólo  Lafuente  Alcántara;  creí  también  antes  y  creo  esta  corres- 
|iondencia  aceptable,  á  juzgar  por  los  datos  que  ofrece  Pulgar,  indicando  entre  otras  cosas 
que  este  lance  ocurrió  cerca  de  Málaga,  por  la  tradición  y  las  memorias  locales,  cuya  indi- 
cación he  debido  á  mi  excelente  amigo  D.  Mateo  Gastañer,  dueño  de  una  preciosa  finca  lin- 
dera con  este  Arroyo:  de  cuyos  títulos  he  obtenido  algunas  curiosas  indicaciones  que  apro- 
vecharé mas  adelante. 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  241 

treinta  comendadores  de  Santiago;  D.  Pedro  Ponce  de  León 
hermano  del  marqués  de  Cádiz  y  su  sobrino  Juan  de  Pineda, 
D.  Lorenzo  Ponce  de  León  señor  de  Villagarcía  page  del  maes- 
tre, Juan  Zapata  sobrino  de  este,  Juan  de  Robles  corregidor  de 
Jerez,  D.  Juan  hermano  del  duque  de  Medina  Sidonia,  Don 
Juan  Monsalve,  D.  Juan  Gutiérrez  Tello,  Pedro  Esquivel  vein- 
te y  cuatro  de  Sevilla,  Gómez  de  Figueroa  alcaide  de  Anteque- 
ra, Bernardino  Manrique,  Gonzalo  de  Saavedra  alcalde  mayor 
de  Córdoba  y  hasta  doscientos  hombres  principales,  de  grandes 
rescates  (i). 

Cuando  los  vencidos  volvieron  á  Antequera,  á  Jerez,  á  Éci- 
ja,  á  Sevilla,  á  Córdoba  y  á  los  demás  pueblos  de  Andalucía, 
de  los  cuales  eran  vecinos,  los  encontraron  llenos  de  duelo  y  lá- 
grimas. Estos  les  preguntaban  por  sus  deudos,  aquellos  por  sus 
amigos,  algunos  se  dolían  de  sus  padecimientos,  muchos  les  mo- 
tejaban de  cobardes  y  les  reprochaban  no  haber  quedado  muer- 
tos ó  cautivos  con  sus  compañeros.  Los  caballeros  estaban  hu- 
millados por  su  derrota,  y  el  maestre  de  Santiago,  aconsejador 
de  aquella  funesta  empresa,  devoraba  en  silencio  su  vergüenza, 
maltratado  por  las  viperinas  lenguas  del  vulgo.  Todos  ansiaban 
que  la  guerra  estallara  pronto,  esperando  encontrar  en  ella  oca- 
siones en  que  vengar  la  muerte  de  amigos  y  parientes  ó  en  la 
que  lavar  en  sangre  mora  su  afrenta. 

Las  demás  ciudades  cristianas  quedaron  consternadas;  la 

magnánima 


(i)  Zurita  dice  que  los  cautivos  fueron  mil  quinientos,  entre  ellos  cuatrocientos  de  1¡- 
nage;  atengome  á  Bemaldez  autor  contemporáneo  y  que  dá  razón  muy  puntual  de  este 
-suceso. 


242  Málaga  Musulmana. 


magnánima  Isabel  y  su  esposo,  recibida  la  dolorosa  nueva,  tu- 
vieron  gran  pesadumbre,  pues  con  aquel  desastre  sus  armas  que- 
daban humilladas,  pujantes  y  orgullosas  las  muslímicas,  y  aco- 
bardadas las  mas  valientes  poblaciones  fronterizas. 

En  los  dominios  muslitas,  lo  mismo  en  las  ciudades  y  villas 
que  en  alquerías  y  campos,  todo  fué  ufanía,  zambras  y  júbi- 
lo; Allah  volvía  su  rostro  hacia  sus  fieles  creyentes,  apartaba 
de  ellos  su  ira  y  su  mano  poderosa  habia  derribado  la  soberbia 
cristiana.  Málaga  vestiría  de  fiesta;  niños,  ancianos,  nobles,  ple- 
beyos, moros  y  judíos,  correrían  á  las  murallas;  por  todas  par- 
tes se  verían  rostros  alegres,  congratulándose  de  la  buena  nue- 
va, por  todas  partes  se  oiría  aclamar  á  los  vencedores. 

En  las  estancias  de  la  Alcazaba  el  júbilo  seria  inmenso;  aque- 
lla victoria  era  la  reconquista  del  trono  granadino,  la  vuelta  al 
poder,  al  fausto  y  á  la  grandeza;  aquella  victoria  abría  á  Muley 
las  puertas  del  Palacio  de  las  perlas,  de  los  mágicos  alcázares 
de  la  Colina  roja,  y  restituía  sus  cortesanos  á  sus  hogares. 

Al  fin  la  cabalgata  mora  entró  en  la  ciudad;  la  muchedum- 
bre que  se  apiñaría  en  las  estrechas  calles  la  aclamaría  como 
salvadora  del  Koran  y  de  la  patria;  las  armas  arrancadas  á  los 
espedicionaríos  serian  llevadas  como  trofeos;  la  morisma  vería 
á  los  soldados  ostentar  los  jaeces  ó  los  caballos  de  sus  enemigos, 
los  cascos  de  los  mesnaderos  y  las  brillantes  armaduras  de  los 
ricos-hombres. 

El  estandarte  de  la  orden  de  Santiago,  tan  venerado  por 
los  cristianos,  el  del  marqués  de  Cádiz,  tan  temido  por  los  mus- 
limes, con  varios  otros  ante  los  cuales  los  agarenos  habian  vuel- 
to muchas 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  243 

to  muchas  veces  las  espaldas,  pasarían  por  las  calles,  no  triun- 
fantes, sino  humillados  entre  las  filas  musulmanas.  Los  hidal- 
gos, severos,  altivos,  sombríos,  manchadas  de  sangre  las  vestí- 
duras,  quedaron  en  la  Alcazaba,  donde  fueron  tratados  cortés  y 
humanamente;  al  Gibralfaro  subieron  los  soldados  que  pensaron 
servirse  de  la  victoria  para  hacerse  una  fortuna  con  el  saquea 
de  la  Axarquia.  Algunos  cautivos  permanecieron  en  poder  de 
los  particulares  para  enriquecerse  con  sus  rescates.  Al  cabo  de 
unos  dias  volvió  Muley  Hacen  á  Málaga  y  dejó  á  los  vencedores 
los  despojos  de  los  cristianos;  no  así  los  prisioneros,  pues  los  ad- 
quirió á  bajo  precio,  á  fin  de  alcanzar  después,  como  consiguió, 
gruesas  sumas  por  sus  rescates.  £1  conde  de  Cifuentes  pasó  de- 
sapercibido entre  los  demás  cautivos,  pero  descubierto  al  fin, 
tuviéronle  preso  un  poco  de  tiempo  en  Málaga,  desde  donde  le 
trasladaron  á  Granada  (i). 

Los  cuatro  años  que  siguieron  al  estrago  de  la  Axarquia 
fueron  fecundos  en  desastres  para  las  comarcas  malagueñas, 

mientras 


(i)  Los  autores  que  me  sirvieron  para  historiar  este  suceso  fuoron:  Remaldez,  HistoíHa 
cap.  LX,  pág.  i25.  Pulgar:  Crón.  cap.  XIX,  pág.  203.  Al.  de  Falencia:  Narraiio  bellt 
adxfersus  granatenses,  fól.  14.  Nebrija:  Retnim  á  Femando  et  Elisábeth  foéíicissimis  Re- 
gilnts  geitae.  Decadis  secundae,  lib.  II,  cap.  2,  folio  59.  Crón,  de  los  muy  altos  y  escla^ 
recidos  Reyes  Católicos  D.  Fem.  y  D.*  Isabel:  Parte  III,  cap.  XIX,  fól.  168  y  sig.  Már- 
mol: Descripción  genet*al  del  África,  Parte  I,  fól.  233.  Galindez  de  Cai^vajal:  Anales 
Ireoeis  del  reinado  de  los  Reyes  Católicos,  Colecc.  de  doc.  inéditos  de  Salva,  T.  XVIII, 
pág.  270.  Zurita:  Anales  de  Aragón,  Parte  II,  lib.  XX,  fól.  320.  Garibay:  Compendio  Iiist^ 
lib.  XVIII,  cap.  XXIII,  pág.  635.  Mariana:  Hist.  deEsp.  lib.  XV,  cap.  III.  Salazar  y  Castro: 
lüst.  genealógica  de  la  casa  de  Lara,  lib.  XIII,  pág.  669.  Hist.  genealógica  de  la  casa  de 
Silva,  lib.  III,  cap.  XVI.  Conde:  Hist,  de  la  dom,  de  los  ár,  enEsp.  Parte  IV,  cap.  XXXV» 
T.  III,  pág.  345.  Lafuente  Alcántara:  Hist.  del  reino  de  Gran.  T.  III,  pág.  4i4.  Medina Co«- 
de:  Canv.  malag.  Parte  II,  pág.  4.  He  combinado  y  comprobado  estos  autores  para  esta- 
blecer mí  relato,  en  el  cual  he  ampliado,  completado  y  corregido  el  que  presenté  eu  nú 
HisUnia  pág.  363. 

35 


244  Málaga  Musulmana. 


mientras  que  las  facciones  continuaban  aniquilando  el  poderío 
Nazarí.  Durante  estas  luchas  la  valerosa  familia  de  los  Beni 
Serrach — Abencerrages^  los  hijos  del  sillero — fué  en  Granada  uno 
de  los  principales  elementos  de  discordia.  Sospecho,  con  algún 
historiador,  que  en  diversas  ocasiones  su  levantisca  condición 
atrajo  sobre  ellos  la  cólera  de  los  sultanes  granadinos;  los  cua- 
les, más  ó  menos  traidoramente,  degollaron  á  varios  de  sus  in- 
fluyentes miembros;  actos  de  crueldad,  no  sé  si  de  justicia,  que 
la  tradición  ha  condensado  en  uno  solo,  revistiéndole  con  los  pri- 
mores y  encantos  de  la  poesía. 

En  uno  de  estos  lances,  cuya  época  me  fué  imposible  fijar, 
aunque  sospecho  que  hubo  de  ocurrir  reinando  Muley  Hacen, 
espantados  los^Abencerrages  por  las  justicias  que  con  los  suyos 
hizo  este  monarca,  huyeron  de  Granada  viniéndose  á  Málaga, 
á  donde  convocaron  á  sus  parientes  y  amigos.  Con  esta  oca- 
^  sion  aposentáronse  en  nuestra  ciudad  multitud  de  magnates 
moros  de  la  jurisdicción  granadina  y  aun  mudejares  exentos  de 
ella:  cual  resultado  dieran  estas  vistas  me  fué  imposible  tam- 
bien  averiguarlo  (i). 

Restaurado  en  el  solio  Muley,  merced  al  prestigio  que  con- 
siguió con  la  derrota  de  la  Axarquia,  dejó  en  nuestra  ciudad 
por  alcaide  algún  tiempo  á  su  hermano  el  Zagal.  Este,  aún  an- 
tes de  su  triunfo  en  las  Lomas  de  Málaga^  contaba  en  esta  ciu- 
dad con  mucho  partido,  pues  durante  el  primer  periodo  del 
reinado  de  Muley  Hacen  la  habia  gobernado  también  algún 

tiempo, 

(i)    Marqués  de  Valdeflores:  Memorias  hist.  de  la  ciudad  de  Málaga,  M.  S.  de  la  Aca- 
demia de  la  Historia.  Lafuente  Alcántara:  In$c,  ár.  de  Granada,  pág.  46,  nota. 


tiempo,  aunque  nó  como  alcaide,  mas  como  sultán.  En  aquella 
¿poca  algunos  caballeros  granadinos  y  malagueños,  en  una  de 
las  innumerables  alteraciones  que  tan  inquietos  traían  á  los  mu- 
sulmanes-españoles, invitaron  al  Zagal  á  venirse  á  nuestra  po- 
blación, donde  efectivamente  al  presentarse  le  proclamaron  rey. 
Envió  Muley  sus  huestes  contra  el  sublevado,  que  habia  huido 
de  su  corte  sin  su  conocimiento,  y  cercáronle;  pero  él  mismo  se 
redujo  á  la  obediencia,  probablemente  pidiendo  en  sus  cartas 
perdón  á  su  hermano;  concedióselo  este;  con  lo  cual  el  Zagal, 
descolgándose  una  noche  desde  los  muros  de  la  Alcazaba  por 
medio  de  una  cuerda,  se  metió  en  el  campamento  granadino. 

En  seguida  pregonóse  ante  la  ciudad,  que  si  se  entregaban 
se  indultaría  á  cuantos  tomaron  parte  en  el  alzamiento,  escep- 
to  á  las  principales  cabezas,  que  eran  diez  ó  doce;  apenas  se 
oyó  este  pregón  y  se  supo  que  el  mixuar  ó  ejecutor  general  de 
\a  justicia,  por  orden  del  sultán  lo  habia  mandado  dar,  abrió 
sus  puertas  Málaga  á  los  granadinos.  Los  esceptuados  del  in- 
dulto, sabiendo  que  les  iba  la  vida,  retrajéronse  á  Gibralfaro, 
sin  querer  entregarse;  pero  al  cabo  de  dos  ó  tres  días,  perdida 
toda  esperanza  de  que  su  asonada  hallara  eco  en  las  demás  po- 
blaciones musulmanas,  como  habia  hecho  el  príncipe  hicieron 
ellos,  dejando  á  la  gente  menuda  entregada  á  su  suerte,  descol- 
gándose una  noche  desde  los  muros  y  buscando  su  seguridad 
en  la  faga  (i). 

Poco  después  se  rendía  el  castillo  de  Gibralfaro  quedando 
__  toda 

|t)  Hurnandn  de  Bacra:  VUimo»  tuvooi  del  rtina  de  üi-annda,  edición  de  l^fuenle 
Alcintart,  Madrid  1868,  pás-  15;  |>ág.  71  en  la  edición  de  Mári^x  Jos¿  Mfdlcr:  Dv^  led- 
'«íleilen  non  Granada.  Mfinchen  1863. 


246  Málaga  Musulmana. 


toda  la  ciudad  á  la  devoción  de  Muley  Hacen:  de  seguida  algu-. 
nos  de  los  conspiradores  fueron  degollados  y  se  restableció  la 
paz  en  ella. 

Después  de  Abdallak  el  Zagal  fué  alcaide  de  nuestra  ciu- 
<lad  Bexir,  capitán  valeroso  y  por  extremo  activo,  mas  poco 
afortunado.  El  cual  fué  vencido  con  los  róndenos  en  Lopera, 
desastrosa  jornada  con  la  que  los  cristianos  tomaron  la  revan- 
cha de  su  desbarato  en  las  Lomas  de  Málaga. 

La  Reconquista  continuaba  mientras  tanto  su  secular  em- 
peño, haciendo  espantoso  estrago  en  Marzo  de  1484  en  las  co- 
marcas malagueñas  hasta  las  puertas  de  su  capital;  en  20  de 
Junio  del  mismo  año  se  rendía  Alora  y  á  principios  de  1485  la 
mayor  parte  de  las  aldeas  del  valle  de  Cártama;  el  22  de  Ma- 
yo clavábanse  los  estandartes  de  la  Cruz  en  las  almenas  ronde- 
ñas,  sometiéndose  también  mucha  parte  de  la  Serranía,  Casa- 
rabonela  y  Marbella.  Después  de  algunos  meses  de  respiro,  en- 
treverado con  talas  y  algaradas,  el  27  de  Abril  de  1487,  según 
<:onsta  de  sus  libros  de  Repartimientos^  dióse  Vélez  á  partido, 
<:on  cuasi  todas  las  aldeas  y  lugarejos  de  su  término.  ' 

Conquistada  la  Algarbia,  Axarquia  y  Hoya  malagueña,  es 
<lecir  el  Poniente,  Levante  y  centro  de  nuestra  provincia,  do- 
meñados sus  moradores  y  reducidos  á  la  triste  condición  de  mu- 
<Iejares,  prepotente  en  el  mar  la  escuadra  cristiana.  Málaga  que- 
<laba  encerrada  en  un  círculo  de  hierro  cuasi  infranqueable  para 
los  que  pretendieran  socorrerla.  El  plan  admirable,  discreto  y 
prudente  de  Fernando  V  estaba  á  punto  de  realizarse:  con  las 
desastrosas  talas  habia  quebrantado  las  fuerzas  de  la  morisma; 

mediante 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  247 

mediante  el  empobrecimiento  del  territorio  facilitó  la  reducción 
de  las  pequeñas  poblaciones;  esta  le  allanó  la  de  nuestra  ciu- 
dad, con  la  cual  consiguió  poner  fin  y  remate  á  su  propósito, 
cerrando  á  los  sarracenos  españoles  la  principal  entrada  de 
los  auxilios  africanos,  para  terminar  á  poca  costa  la  conquista 
musulmana.  Con  la  inteligencia,  más  que  con  la  fuerza,  iba  pues 
á  caer  en  sus  manos  la  rica  ciudad,  de  cuya  rendición,  según  las 
gráficas  frases  del  gran  historiador  Zurita,  dependía  toda  la  espe^ 
tanza  de  la  conquista  del  reino  granadino  y  el  fin  de  la  guerra. 

Largo  tiempo  hacía  que  la  atención  de  los  cristianos  se  ha- 
bía fijado  en  la  adquisición  de  Málaga:  en  ella  pensaba  D.  Al- 
varo de  Luna  cuando,  como  antes  narré,  desbarató  sus  proyec- 
tos la  indisciplina  de  su  gente;  á  ella  aspiraba  Enrique  IV  du- 
rante sus  malaventuradas  expediciones;  en  ella  se  fijaron  al- 
gunos audaces  ánimos  de  los  que  perecieron  en  la  Axarquia. 

Entre  los  últimos  días  de  1486  y  los  primeros  del  87  tenia  en- 
comendado el  gobierno  de  Andalucía  D.  Fadrique  de  Toledo:  al 
cual  anunció  Ruy  López  de  Toledo,  tesorero  de  Doña  Isabel, 
que  Málaga  estaba  mal  guarnecida  y  que  seria  fácil  escalar  su 
Alcazaba,  pues  contaba  con  los  cautivos  cristianos  encerrados 
en  sus  mazmorras,  los  cuales  romperían  sus  prisiones  y  asegu- 
rarían el  suceso  de  la  empresa,  facilitando  la  entrada  á  sus  com- 
patriotas. 

Era  Ruy  López  tan  buen  soldado  como  entusiasta  por  la 
causa  de  la  Reconquista;  tenía  D.  Fadrique  deseos  de  señalar- 
se en  su  cargo  con  algún  lance  de  ruido  y  provecho;  por  lo  cual 
á  pocas  razones  se  entendieron  perfectamente.  Aunque  en  tiem- 
po de 


248  Málaga  Musulmana. 


po  de  invierno  preparóse  la  expedición  saliendo  de  Loja  seis- 
cientos caballos;  pensaban  caminar  velozmente  hacia  Málaga  y 
acercarse  á  ella  con  sigilo,  para  accwneter  su  escalada  entre 
las  sombras  de  la  noche:  que  si  tal  hicieran  mucha  sangre  y 
desventuras  hubieran  ahorrado  en  lo  de  adelante. 

Pero  á  poc9  camino  dio  en  llover  copiosamente;  enlodáron- 
se los  senderos,  crecieron  ramblas  y  arroyos,  y  el  rio  Guadal- 
horce  se  presentó  tan  amenazador  á  los  expedicionarios,  que 
hubieron  estos  de  dar  la  vuelta  á  Loja,  después  de  pasar  mu- 
chos trabajos  (i). 

Si  Málaga  por  su  posición  marítima,  como  puerto  á  donde 
concurrían  los  auxilios  en  armas,  en  hombres,  en  dinero  de  las 
limosnas  recogidas  entre  los  musulmanes  africanos  para  fomen- 
tar la  guerra  santa  allende  el  Estrecho,  como  lugar  de  contra- 
tación que  favorecía  el  sostenimiento  de  la  prosperidad  pública 
entre  los  muslitas  españoles,  escitaba,  cual  vemos,  á  los  cristia* 
nos  á  su  expugnación,  no  les  escitaba  menos  la  codicia.  Era 
bastante  rica  por  su  comercio,  á  pesar  de  que  los  últimos  años 
de  guerra  mermaron  considerablemente  su  opulencia;  todaviaera 
populosa,  pues  aunque  la  parte  más  inteligente  y  acomodada  de 
su  población,  previendo  su  inminente  ruina,  se  habia  pasado  al 
África,  suplieron  esta  falta  los  labriegos  y  aldeanos  de  su  provin- 
cia que  se  refugiaron  en  ella.  Aquí  se  acogieron  los  expatriados 
aloreños,  gentes  de  Marbella,  Casarabonela,  Alhaurin,  Guaro, 
Monda  y  Coin  (2):  aquí  se  reunieron  cuantos  no  se  avenían  á 

existir 


(i)     Zurita:  Anales,  lib.  XX,  cap.  LXX,  folio  348  v.  Falencia:  Narralio  helli  adv.  gran. 
(2)     En  el  T.  I  de  Repartimientos  de  Málaga,  folio  365  y  sig.  se  conservan  los  nom- 


existir  bajo  la  condición  miserable  de  mudejares;  los  que  se  con- 
tentaban con  vivir  al  dia;  los  que  no  se  sentían  con  fuerzas  pa- 
ra abandonar  la  patria  querida,  para  sacrificar  al  propio  sosie- 
go fortuna,  negocios,  posición  y  rango;  el  pobre  á  quien  impor- 
taba lo  mismo  morir  acuchillando  cristianos,  que  perecer  de  mi- 
seria en  las  marinas  africanas;  los  hombres  de  ánimo  esforzado 
que  pretendían  ¡vano  empeño!  parar  con  su  heíoismo  la  rueda 
de  la  fortuna,  y  encomendar  al  corazón  y  á  los  brazos  en  un 
impulso  desesperado  y  supremo,  vidas,  honras  y  haciendas, 
pugnando,  como  decia  un  escritor  coetáneo,  pro  nalis,  pro  uxo- 
ribits,  pro  foriuniis,  pro  vila,  detiiqíie  ac  religione. 

Estaba  la  ciudad  abundantemente  provista  de  bastimentos 
y  vituallas,  de  artillería,  espíngardería  y  ballesteros,  hallándose 
lambíen  á  punto  de  combate  el  Castil  de  Ginoveses,  las  Atara- 
zanas, Alcazaba  y  Gíbralfaro.  Daban  presidio  en  ella,  á  más 
<ie  los  vecinos,  ocho  mil  (i)  gomeras:  africanos  que  arribaron  á 
■«ierra  musulmana  para  pelear  por  el  Koran;  gentes  fieras,  mem- 
Irudas  y  valerosas,  ágiles  para  cualquier  marcial  empeño.  Pro- 
■«:edian  algunos  de  los  destacamentos  fronterizos,  y  eran  hijos  de 
aquellos  terribles  Voluntarios  de  la  fé,  cuya  vida  reseñé  antes, 
'voluntarios  también  como  sus  padres;  procedían  otros  de  las 
regiones  magrebinas  que  en  días  serenos  se  distinguen  remota- 
mente desde  las  playas  malagueñas,  trasportados  á  estas  por 
embarcaciones  venecianas  y  genovesas;  pues  la  sed  de  lucro  aca- 
llaba 


bres  de  algunos  vecinoa  bien  tiacendatlos  en  Monda  que  viiiicron  á  Nila^^  después  de  en- 
"egiíU  BU  villa,  como  MabomaJ  Tmani,  Aben  Alhaclii  y  la  mora  llazmjna. 
(t)    Otros  dicen  calurce  mil  con  evidente  exageración. 


250  Málaga  Musulmana. 


Haba  en  la  conciencia  de  aquellos  egoístas  mercaderes  la  voz  de 
la  religión,  al  traer  á  España  á  tan  terribles  enemigos. 

Miserable  codicia  que  reprocharon  los  Reyes  Católicos,  que? 
jándose  amarga  y  enérgicamente  de  ella  á  los  cónsules  de  Vene- 
cia  y  Genova  establecidos  en  Cádiz  y  Sevilla,  y  más  adelante 
á  los  Senados  de  ambas  Repúblicas. 

Estaba  declarada  la  ciudad  por  Boabdil,  último  sultán  gra- 
nadino,  gobernándola  en  su  nombre  Aben  Comixa,  ilustre  mag- 
nate de  su  corte.  Acaudillaba  á  los  africanos  Hamet  el  Zegrí, 
personage  extraordinario  por  su  temple  de  alma,  poir  sus  proezas 
y  por  su  adverso  destino. 

Era  Hamet  hombre  de  linage,  inclinóme  á  creer  que  africa- 
no, pues  su  apellido  el  Zegrí — atsagarí,  el  fronterizo— pdiTece  de- 
mostrarlo; ignórase  su  alcurnia:  partidario  de  Muley  Hacen 
mientras  este  vivió,  pareció  después  inclinarse  á  Boabdil.  Los 
cristianos  le  habian  encontrado  frecuentemente  en  batallas  y 
cercos,  talando  sus  tierras  ó  amparando  las  musulmanas,  ga- 
nando en  muchas  ocasiones  renombre  de  magnánimo  y  valeroso. 
Siendo  alcaide  de  Ronda  habia  peleado  desesperadamente  en  el 
desastre  de  Lopera;  en  el  sitio  de  Coin  rompió  con  una  feroz 
acometida  las  líneas  cristianas,  consiguiendo  entraren  la  plaza, 
aunque  no  evitar  su  rendición;  engañado  por  los  astutos  manejos 
de  Fernando  V  acudió  presuroso  á  socorrer  á  Málaga,  mientras 
que  sus  enemigos  entablaban  el  asedio  de  Ronda,  y  aunque  con 
escasas  fuerzas  molestó  bastante  á  los  sitiadores;  corrió  desde 
Málaga  á  socorrer  á  Loja,  y  hubiera  arrollado  una  división  cris- 
tiana, si  fuerzas  superiores  no  lo  hubiesen  impedido,  debiéndo- 
se á 


Parte  primera.  Capítulo  viii. 


251 


se  á  su  enérgica  mediación  la  honrosa  entrega  de  la  plaza. 

Nadie  mejor  que  aquel  hombre  representaba  las  elevadas- 
condiciones  de  la  raza  alarbe;  valiente  como  el  que  más;  digno, 
con  esa  austera  dignidad  de  los  musulmanes,  que  inspira  al  par 
que  respeto  simpatías;  guiado  por  nobles  fines  y  por  hidalgos 
sentimientos;  tenaz  y  entero  en  sus  resoluciones,  cortés  al  mis- 
xno  tiempo;  olvidando  con  bizarra  abnegación  la  propia  persona 
^ntre  las  desventuras  de  su  casta;  decidido  por  el  honor  de  su 
«patria,  como  los  inmortales  defensores  de  Zaragoza  y  de  Gero- 
a,  Alvarez  ó  Palafóx,  faltóle  lo  que  á  otro  insigne  hombre  de  la 
istoría  malagueña,  faltóle,  como  á  Ornar  ben  Hafsun,  la  for- 
tuna. Que  si  el  éxito,  entre  los  que  saben  apreciar  las  humanas 
^.cciones,  no  dá  la  gloria,  bien  puede  concedérsela  inmarcesi- 
t>le  al  heroico  defensor  de  Málaga,  entre  los  mas  célebres  gue- 
rreros de  nuestra  Edad  Media.  A  el  cual  pueden   aplicársele 
cumplidamente  aquellas  profundas  razones  del  gran  Felipe  II 
al  emperador  Carlos  su  padre: 

•Quien  perdió  por  fuerza  de  la  fortuna  debe  estar  consolado, 
pues  contra  su  prudencia  y  granilezacon  todos  los  elementos  cons- 
piró. Ni  jamás  conviene  enojarse  con  los  casos;  obre  cada  uno 
lo  que  le  ha  tocado,  que  si  dispuso  bien  obró  prósperamente». 
Entre  los  moradores  de  Málaga  los  pareceres  eran  varios. 
Uao3,  más  cautos,  previendo  su  propia  ruina  y  la  de  sus  familias, 
muertes,  cautiverio,  pobreza,  convencidos  de  que  toda  resisten- 
cia era  ineficaz,  sabiendo  cuan  benévolamente  trataban  los  re- 
césalos que  de  grado  se  les  rendían,  deseaban  encomendarse 
^  su  misericordia  y  salvarse  con  cuanto  les  era  querido.  Otros 
36  más 


252  Málaga  Musulmana. 


más  violentos  y  alentados,  quizá  más  desesperados,  proclamá- 
banse abiertamente  por  la  resistencia;  y  no  se  contentaban  con 
proclamarla,  imponiánla,  arrastrando  á  las  masas  populares, 
siempre  inclinadas,  especialmente  las  meridionales,  á  los  recur- 
sos extremos;  á  la  vez  cerraban  los  labios  á  la  gente  pacífica  con 
los  feos  dictados  de  egoista  y  cobarde,  ó  con  el  apellido  de  pa- 
tria y  religión  inflamaban  sus  corazones.  Ciertamente  la  solu- 
ción de  su  empeño  era  desesperada;  pero  ¿no  era  vergonzoso  ren- 
dirse sin  resistencia  á  sus  eternos  adversarios?  ¿no  era  inicua 
acción  cerrar  al  islamismo  español  sus  comunicaciones  con  África 
por  mezquinos  intereses?  ¿tan  imposible  seria  conseguir  auxilios 
<ie  Boabdil,  del  Zagal  ó  de  los  demás  sarracenos?  ¿no  era  más 
hidalgo,  más  honrado,  caer  luchando  briosamente,  como  hom- 
bres libres,  que  humillar  las  cervices  como  esclavos? 

Mantenian  el  fuego  de  la  resistencia  los  gomeres:  atizábanle 
bastantes  renegados  andaluces  y  castellanos  que  entre  ellos  mi- 
litaban; gente  perdida,  homicidas  y  ladrones,  perseguidos  por 
la  justicia,  que  temian  caer  en  sus  garras  y  sufrir  los  crueles 
suplicios  que  merecian  sus  proezas.  Ayudábanles  en  su  inicua 
tarea  todos  aquellos  sarracenos  que  se  sentían  agraviados  por  los 
cristianos;  perseguidos  róndenos,  que  viviendo  como  monfíes  en- 
tre los  breñales  de  la  Serranía  buscaron  en  Málaga  campo  abier- 
to á  sus  feroces  inclinaciones;  aloreños  motejados  de  cobardes, 
por  haberse  rendido  fácilmente:  campesinos  arruinados  y  aldea- 
nos despojados  de  sus  fortunas;  todos  los  que  en  el  universal 
naufragio  de  la  morisma  malagueña  habian  perdido  porvenir, 
hogares  y  familias;  la  desesperación  y  la  venganza. 

Hamet 


Parte  primera.  Capítulo  viii. 


253 


Hamet  acaudiUaba  el  partido  de  acción:  contaba  la  gente 
pacífica  con  el  alcaide  Abulkasim  ben  Comixa,  quien  respon- 
diendo á  sus  esperanzas  se  propuso  entregar  á  Málaga.  Para 
conseguirlo  empleó  como  intermediario  á  Juan  de  Robles,  al- 
caide de  Jerez,  cautivo  en  la  Axarquia  y  recientemente  cangea- 
do  por  el  de  Alora,  que  gozaba  de  cuantiosa  fortuna. 

Aben  Comixa  y  Juan  de  Robles  tomaron  el  camino  de  Ve- 
jez, dejando  el  primero  á  un  hermano  suyo  haciendo  sus  veces 
.^n  la  Alcazaba.  Pero  desgraciadamente  no  se  trató  el  negocio 
Aan  en  secreto,  que  dejaran  de  saberlo  los  berberiscos  y  rene- 
„^ados;  quienes,  clamando  traición,  amotinaron  á  sus  parciales, 
«:>cuparoD  con  taifas  amigas  las  puertas  y  fortalezas,  entraron 
á-  viva  fuerza  en  la  Alcazaba,  dentro  de  la  cual  asesinaron  al  go- 
bernador y  á  varios  de  los  que  estaban  con  él,  mientras  que  á 
voz  de  pregón  conminaban  en  calles  v  socos  con  pena  capital 
á  los  que  trataran  de  rendición.  A  la  vez  proclamaban  por  al- 
caide al  Zegrí  y  por  sultán  á  Abdallah  el  Zagal,  rival  de  su  so- 
brino Boabdil  en  sus  pretensiones  al  solio  granadino. 

Hamet  aceptó  el  cargo  que  los  suyos  le  ofrecían,  procuró 
aumentar  el  aprovisionamiento  de  la  ciudad,  armó  á  cuantos 
(lesearon  combatir  por  su  patria,  y  se  preparó  para  una  larga  y 
sangrienta  defensa. 

Apenas  supo  D,  Fernando  estos  sucesos  mandó  alzar  el  real 
de  Vélez  y  que  el  ejército  se  dirigiera  á  Málaga:  al  efecto  em- 
barcóse la  artillería  y  levó  anclas  la  flota,  la  cual  costeando  se- 
guía la  marcha  de  la  hueste,  que  adelantaba  por  el  estero  del 
mar.  En  el  mismo  dia  de  su  partida  llegaron  los  cristianos  á 

Bezmiliana, 


254  Málaga  Musulmana. 


Bezmiliana,  en  donde  hicieron  alto  para  pernoctar  y  prepararse 
á  invadir  los  alrededores  de  Málaga. 

Antes  de  partir  de  Vélez  se  habia  acercado  al  marqués  de 
Cádiz  su  criado  Juan  Diaz,  presentándole  á  un  moro,  reciente- 
mente  libertado  de  entre  los  que  defendieron  aquella  plaza,  á 
quien  llamaban  Mahomad  Meque — Melakí? — y  era  natural  de 
Málaga,  en  donde  vivía  con  su  muger  é  hijos,  con  cuantiosa 
hacienda  y  muchos  amigos.  Diaz  que  le  trataba  de  antiguo,  al 
reseñar  á  su  amo  cuanto  partido  podría  obtenerse  del  sarraceno 
le  dijo: 

— Señor,  á  este  debe  vuesa  señoría  fazer  mucha  honra,  que 
es  caballero  de  Málaga  é  tiene  en  ella  mucha  parte  é  puede  en 
la  toma  della  aprovechar  mucho. 

Regocijóse  el  marqués,  pues  se  le  ofrecía  una  excelente  oca- 
sión en  que  ganar  prez  y  honor,  porque  si  por  su  mediación  se 
conseguía  rendir  á  Málaga  sin  cerco,  realizaba  el. ideal  de  su 
monarca,  más  inclinado  á  negociar  con  dádivas  y  mercedes  lo 
que  solo  podia  conseguir  con  sangre  de  los  suyos  é  inmensos 
gastos  de  su  tesoro.  Trató,  por  tanto,  al  muslim  muy  honrada- 
mente, entablando  con  él  larga  plática,  en  la  cual  le  servían  de 
intérpretes  los  adalides  tornadizos  que  le  acompañaban;  en  ella 
mostróle  cortés  y  afectuosamente  cuan  desacertada  seria  la  re- 
sistencia de  sus  paisanos,  dado  el  incontrastable  poderío  de  los 
españoles,  y  le  invitó  á  que  interpusiera  su  influencia  para  que 
se  entregaran  antes  de  asentar  el  cerco. 

Convencieron  á  Mahomad  las  razones  del  marqués;  nadie 
mejor  que  él  podia  apreciar  la  imposibilidad  de  la  resistencia, 

nadie 


oadie  estimar  mejor  la  infortunada  suerte  que  Irás  ella  espera- 
ba á  sus  compatriotas;  por  tanto  se  decidió  á  servir  de  media- 
dor entre  ellos  y  los  cristianos,  manifestando  á  su  interlocutor 
que  esperaba  reducir  á  Málaga  ó  cuando  menos  el  castillo  de 
Gibralfaro. 

Gozoso  el  de  Cádiz  contó  al  rey  lo  que  ocurría  y  recibió  de 
él  plenos  poderes  para  que  el  moro  tratara  en  su  nombre; 

— Duque,  díjole  D.  Fernando,  dejo  en  vuestras  manos  este 
concierto  que  lo  procuréis  é  pongo  mis  tesoros  que  los  repar- 
táis en  el  partido  de  Málaga,  si  la  podéis  haber  en  mi  nombre, 
■como  vos  quisiéredes. 

A  seguida  armó  el  marqués  caballero  á  Mahomad,  para  com- 
prometerle más  en  su  empeño,  vistióle  sus  propias  corazas  y 
adarga,  regalóle  su  caballo  y  su  lanza,  entrególe  varios  despa- 
-chos  que  acreditaban  su  misión,  y  le  puso  en  el  camino  de  Má- 
laga, acompañado  de  otro  malagueño  pariente  suyo,  sugeto  de 
■excelentes  prendas,  y  de  Juan  Diaz,  que  manejaba  á  maravilla 
Ja.  algarabía  moruna. 

Las  proposiciones  de  paz  no  podían  ser  más  tentadoras:  sí 
Hamet  rendia  á  Gibralfaro  dábanle  los  reyes  á  Coin  y  cuatro 
"mil  doblas  de  oro;  á  cada  uno  de  sus  dos  principales  capita- 
xies  Ibrahim  Zenete  y  Hasan  de  Santa  Cruz,  este  último  criado 
■«n  Castilla  y  comensal  del  marqués,  una  alquería  y  dos  mil  do- 
blas; cuatro  mil  á  la  guarnición  del  castillo;  á  los  de  la  ciudad 
lo  que  quisieran,  con  tal  de  que  saliesen  de  ella  y  se  repartie- 
ran en  las  poblaciones  de  su  término  (i). 

Recibió 

(1)    Si  ladoljla  ícgun  Clemenoiii  en  su  Kl'»/")  -íf  ín  rñna  C.ifú/iwi.Meni.  df  la  Ac 


256  Málaga  Musulmana. 


Recibió  Hamet  con  suma  cortesía  á  los  parlamentarios,  mos- 
tróse pesaroso  por  no  poder  aceptar  los  pactos  que  se  le  ofre- 
cían y  por  que  no  se  hubiesen  adelantado  algunos  dias  las  pro- 
posiciones, pues  el  anterior  se  habia  concertado  con  los  mala- 
gueños para  la  resistencia,  habia  jurado  defender  á  Málaga  á 
todo  trance,  y  se  tendría  por  traidor  si  faltaba  á  su  honrada 
palabra;  mas  apesar  de  ésto  ofreció  al  marqués  que  caso  de  ren- 
dirse Gibralfaro  á  nadie  sino  á  él  se  lo  entregaría;  al  acabar  su 
contestación  indicó  á  Mahomad  cierta  plática  secreta  que  coii 
el  de  Cádiz  tuyo  en  Loja,  para  asegurar  á  el  noble  procer  que 
su  mensaje  habia  llegado  á  su  destino. 

Caia  la  noche  cuando  los  parlamentarios  salian  del  castilla 
y  tomaban  el  camino  de  la  marina;  hallaron  el  ejército  acampa- 
do en  Bezmiliana,  atravesaron  por  entre  avanzadas  y  escuchas^ 
por  entre  guardias  y  retenes,  hasta  que  llegaron  á  manifestar  al 
rey  y  al  marqués  el  resultado  de  su  embajada.  Alguna  esperan- 
za de  reducir  al  Zegrí  concebirían  ellos,  algún  nuevo  partido  le 
ofrecerían,  cuando  D.  Fernando  les  ordenó  que  al  momento 
tornaran  á  departir  con  él.  Pero  al  aproximarse  á  Málaga  ha- 
lláronla en  completa  conmoción,  atalayado  el  campo,  y  recorri- 
do por  rondas  y  patrullas;  mal  de  su  grado  hubieron  de  volver- 
se, con  riesgo  de  sus  personas,  que  no  hubieran  escapado  sin 
grave  daño,  á  no  ampararse  de  la  oscuridad  y  valerse  del  cono- 
cimiento que  tenían  del  terreno. 

Acabadas 


de  la  Hisl.  T.  VI,  página  534  y  sig.,  valía  56  reales  y  15  maravedís  de  los  modernos,  á  Ha- 
niel  se  le  oírecian  225,764  reales,  á  cada  uno  de  sus  dos  segundos  11 2,882  y  á  la  guarnición 
225,764;  sumas  de  consideración  que  según  el  valor  del  dinero  entonces  eran  de  grandísi- 
ma importancia. 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  257 

Acabadas  tan  de  mala  manera  estas  proposiciones  confiden- 
ciales, el  monarca  envió  su  intimación  oficial  y  pública  con  Her- 
nando  del  Pulgar,  valerosísimo  caballero,  muy  apropósito  para 
esta  clase  de  peligrosas  comisiones  por  la  entereza  de  su  ca- 
rácter. Ofrecía  el  monarca  recibir  en  su  gracia  á  los  malague- 
ños si  se  rendían,  dándoles  muy  buen  partido;  caso  contrarío 
lo  perderían  todo,  libertad  y  bienes.  Rechazaron  los  sarracenos 
con  altivez  esta  intimación;  Hamet  contestó  á  las  amenazas  del 
parlamentario,  fque  no  le  habia  sido  encomendada  aquella  ciu- 
dad para  entregarla,  como  el  rey  quería,  sino  para  defenderla 
como  se  vería.  1 

Con  esto  reunió  D.  Fernando  su  Consejo  para  tomar  una 
determinación.  En  el  cual  no  estuvieron  conformes  las  volunta- 
des; alguno  de  los  capitanes  opinó  que  no  se  debia  cercar  á  Má- 
laga, porque  no  era  preciso  gastar  sangre  y  oro  en  su  expugna- 
ción, pues  rendidas  todas  las  poblaciones  y  campiñas  que  la 
circundaban,  dueñas  del  mar  las  naves  cristianas,  su  incomuni- 
cación la  impediría  mantenerse  firme  mucho  tiempo  y  al  cabo 
la  forzaría  á  entregarse.  Impugnaron  muchos  esta  opinión;  Má- 
laga podia,  sin  estar  cercada,  sostenerse  mucho  tiempo,  y  su 
resistencia  prolongaría  la  guerra,  alentando  las'  esperanzas  de 
la  morísma;  sobre  todo  estaban  ya  á  sus  puertas  y  era  punto 
de  honra  sitiarla.  Esta  última  consideración,  poderosa  entre  es- 
pañoles, decidió  el  resultado  del  debate;  poco  después  el  ejér- 
cito se  puso  en  movimiento. 

Entretanto  aprestábase  nuestra  ciudad  al  combate;  compa- 
ñías armadas  se  esparcían  en  las  torres  y  en  los  adarves,  ba- 
rreábanse 


258  Málaga  Musulmana. 


rreábanse  las  entradas  de  las  puertas,  tapiábanse  los  portillos^ 
asestábase  al  mar  y  á  la  campiña  toda  la  artillería,  que  man- 
daba un  renegado,  no  muy  perito  en  su  oficio,  dice  Falencia^ 
repartiánse  las  municiones  de  guerra,  y  se  incendiaban  las  casaa 
de  los  arrabales  próximas  á  los  muros  de  Gibralfaro  ó  á  la  Al- 
cazaba, para  que  no  pudieran  servir  de  trincheras  á  los  enemi- 
gos. Hamet  el  Zegrí  mandó  salir  del  Gibralfaro  tres  divisiones 
de  gomeres  que  se  establecieron,  una  en  los  cerros  que  se  le- 
vantan á  la  entrada  del  camino  Nuevo  por  la  parte  de  la  Cale- 
ta, para  defender  el  paso  de  la  marina;  otra  en  la  depresión 
del  terreno  entre  el  cerro  de  S.  Cristóbal  y  el  del  castillo,  don- 
de hoy  strpentea  aquel  camino,  y  la  mas  numerosa  en  las  fal^ 
das  del  S.  Cristóbal. 

El  Lunes  7  de  Mayo  de  1487  (i)  avistáronse  moros  y  cris- 
tianos. Doce  mil  caballos  y  cincuenta  mil  peones  adelantaban 
por  la  ribera  del  mar,  en  el  cual  las  galeras,  carabelas,  fustas^ 
galeotas,  y  multitud  de  embarcaciones  menores,  desplegados 
sus  blancos  linos  al  viento  y  empujadas  por  sus  remeros,  coma 
una  bandada  de  gaviotas,  seguían  los  movimientos  del  ejér- 
cito. 

Cuadro  bien  difícil  para  descrito;  los  paisages  ricos  en  luz^ 
en  escorzo  y  colores  de  nuestras  playas  de  Levante;  los  cerros 
con  sus  fuertes  tintas  rojas,  parduzcas  y  violáceas,  destacándo- 
se sobre  el  hermoso  azul  del  firmamento,  iluminados  por  la  ra- 
diante luz  de  nuestro  sol;  el  mar  en  calma,  como  un  tranquila 

lago, 

I O    Sostienen  Gurtbny  y  Gaündex  de  Carvajal  que  era  Jueves  27  de  Mayo,  aténgome  á 
l^ertuiMeB  de  donde  tom^  esU  indicación. 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  259 

lago,  en  el  que  levantaban  olas  de  espuma  las  quillas  de  las 
embarcaciones  y  el  acompasado  remar  de  los  galeotes;  el  este- 
ro de  la  playa  estrecho,  tortuoso,  por  el  cual  adelantaba  la  hues- 
te cristiana,  como  una  gigantesca  sierpe,  entre  cuyos  anillos, 
formados  por  las  curvas  del  terreno,  brillaban  cascos,  capace- 
tes,  lorigas  y  hierros  de.  lanzas;  el  silencio  y  la  placidez  de  la 
naturaleza  animados  por  el  murmullo  de  tanta  muchedumbre,. 
por  el  ronco  sonar  de  los  atabales  y  el  agudo  tañer  de  las 
trompetas,  difícil  es  describir  todo  esto,  difícil  evocar  con  la 
imaginación  tan  poético  cuadro  con  los  tonos  y  colores,  con  la 
energía  y  el  movimiento  propios  de  la  vida. 

Para  rodear  á  Málaga  no  podian  los  cristianos  seguir  su  mar- 
cha por  la  playa;  la  estrecha  lengua  de  arena  que  separaba  sus 
muros  y  torres  de  las  olas  estaba  por  completo  bajo  los  fuegos 
de  sus  fortificaciones;  mucho  más  practicable  era  entrar  por  el 
delicioso  vallecito  que  forma  el  Arroyo  de  la  Caleta,  por  la  de- 
presión  donde  después  se  abrió  el  camino  Nuevo  y  por  las  espal- 
das del  San  Cristóbal  y  el  Calvario,  á  caer  á  la  llanada  y  ribazos 
de  la  ciudad.  Los  adalides  hallaron  estos  pasos  tomados  por  los 
moros  y  se  replegaron  al  grueso  de  la  gente  para  advertirlo. 

Varias  compañías  gallegas  en  dos  divisiones  pasaron  el 
Arroyo  de  la  Caleta  y  acometieron  la  subida  de  los  cerros  que 
dan  vista  al  mar;  algunos  caballeros  é  hidalgos  con  sus  escude- 
ros y  vasallos  atacaron  los  atrincheramientos  establecidos  entre 
el  cerro  de  San  Cristóbal  y  Gibralfaro;  el  maestre  de  Santiago 
quedó  en  el  arroyo  con  su  hueste,  guardando  las  espaldas  á  los 
combatientes. 

27  Subieron 


26o  Málaga  Musulmana. 


Subieron  los  gallegos  audazmente  á  lo  alto  de  los  cerros, 
mas  tuvieron  que  bajarlos  despenándose,  perseguidos  ferozmen- 
te por  los  moros;  amparáronlos  el  comendador  mayor  de  León, 
Hurtado  de  Mendoza,  Rodrigo  de  Ulloa  y  Garcilaso  de  la  Ve- 
ga, que  con  muchos  otros  hidalgos  de  la  casa  real  estaban  al 
pié  de  la  cuesta,  esforzáronlos  é  hiciéronles  tornar  á  la  pelea; 
subieron  ellos  alentadamente,  pero  volvieron  á  bajar  como  an- 
tes; el  comendador  mayor  envió  entonces  á  pedir  al  maestre 
gente  de  á  caballo,  para  ayudar  á  los  denodados  peones  de  Ga- 
licia y  acometer  con  ellos,  aunque  por  diversa  parte,  á  la  mo- 
risma: no  consintió  el  maestre  en  ello,  pues  el  terreno  muy  que- 
brado no  era  apropósito  para  que  maniobrara  la  caballería. 

Entretanto  los  demás  atrincheramientos  moros  sufrían  brio- 
sas embestidas;  acudían  sus  defensores  á  todas  partes,  como 
leones  enfurecidos,  sin  cejar  un  instante,  sin  dar  un  momento 
paz  á  las  armas;  peleaban  de  suerte,  dice  Pulgar,  que  parecían 
tener  mayor  deseo  de  matar  cristianos  que  de  guardar  sus  vidas;  mu- 
chas veces  saliendo  de  sus  posiciones  bajaban  >as  cuestas,  cuan- 
do con  mas  ímpetu  subían  sus  contrarios,  y  se  metían  entre 
ellos,  llegándose  á  pelear  hasta  con  los  puñales.  El  que  caía  en 
sus  manos  era  hombre  muerto;  no  se  daba  cuartel,  no  se  ha- 
cían prisioneros;  no  se  encontraba  en  ellos  ni  míedo  ni  miseri- 
cordia. Sucedíanse  las  embestidas  y  las  retiradas,  zumbaban 
en  los  aires  nubes  de  flechas,  retumbaban  los  ecos  de  aquellos 
cerros  con  las  descargas  de  la  espingardería,  gritos,  impreca- 
ciones y  gemidos,  prolongándose  la  lucha  más  de  seis  horas. 

Durante  ellas  el  ejército,  apiñado  en  el  camino  del  mar,  oía' 

aquel 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  26 1 

^^         —.  —  i  ^MIM  —  —  -  - 

aquel  espantable  estruendo,  sin  poder  averiguar  con  certeza  lo 
que  pasaba.  Los  mesnaderos,  parados  bajo  los  ardientes  rayos 
del  sol,  inquietos,  impacientes,  desesperados  por  no  emplear  ?u 
corage  en  aquel  tremendo  combate  que  cerca  de  ellos  se  libfa- 
ba,  inquirian  ansiosamente  pormenores  de  la  lucha,  en  la  que 
tan  valerosamente  se  portaban  sus  compañeros  de  armas. 

Muchos  no  supieron  contener  su  impaciencia;  varias  compa- 
ñías de  las  Hermandades  y  de  otras  partes  de  España,  llevan- 
do siete  banderas,  tomaron  cuesta  arriba  los  cerros  que  tenian 
á  su  derocha  y  vinieron  á  caer  al  Arroyo  de  la  Caleta,  animan- 
do con  sus  gritos  á  los  combatientes.  A  la  vez  el  comendador 
mayor  de  León,  sus  acompañantes  y  los  gallegos,  en  un  esfuer- 
zo supremo,  ^uben  á  lo  alto  de  los  cerros,  de  donde  tantas  ve- 
ces fueron  rechazados,  y  el  alférez  de  Mondoñedp  Luis  de  Ma- 
zeda  se  lanza  entre  los  grupos  de  los  sarracenos,  con  el  pendón 
de  su  tierra.  Entonces  nada  ni  nadie  puede  contener  á  los  aco- 
metedores; al  ver  en  riesgo  de  perderse  aquella  enseña,  emble- 
ma de  su  honra,  embisten  como  locos,  llevándose  por  delante 
á  los  moros;  los  cuales  se  refugiaron  en  Gibralfaro,  en  el  que  se 
entraron  también  huyendo  los  que  defendían  las  faldas  del  San 
Cristóbal,  dejándose  ochenta  muertos,  que  no  pudieron  recoger, 
en  aquellas  cumbres  y  hondonadas. 

Acabábase  el  dia  y  entre  los  destellos  del  crepúsculo  por 
aquellos  pasos,  regados  con  sangre  generosa,  atravesaba  segura 
la  hueste,  derramándose  después  ante  los  muros  malagueños. 
La  noche  y  el  cansancio  de  la  gente  impedían  asentar  el  real; 
D.  Fernando  y  sus  caballeros  permanecieron  en  vela,  armados 

de  todas 


262  Málaga  Musulmana. 


<le  todas  afinas,  yendo  de  una  á  otra  parte,  para  establecer  es- 
cuchas, guardias  y  patrullas,  mientras  que  las  sombras  venían 
á  procurar  algún  descanso  á  los  mesnaderos,  y  á  aumentar  la  an- 
siedad de  los  cercados. 

Al  dia  siguiente  se  formalizó  el  sitio:  con  las  numerosas  fuer- 
zas marítimas  y  terrestres  de  Jos  cristianos  habia  más  que  sufi- 
ciente para  cerrar  el  pequeño  perímetro  de  la  ciudad.  Dividié- 
ronse las  terrestres  en  estancias  ó  cuarteles,  mandadas  cada  una 
de  ellas  por  un  persfínage  de  nota  por  su  poder,  valimiento  ó 
esfuerzo,  cercando  la  población  desde  las  playas  de  U  Caleta 
á  las  de  San  Andrés. 

El  marqués  de  Cádiz  con  dos  mil  ginetes  y  catorce  mil  peo- 
nes ocupaba  el  cerro  de  San  Cristóbal,  y  las  demás  eminencias 
que  miran  al  mar.  Aquel  era  el  sitio  de  mayor  riesgo,  y  como 
tal  se  hallaba  encomendado  al  valeroso  y  prudente  magnate; 
su  hueste  estaba  dividida  en  varias  estancias,  mandadas  por  el 
provisor  de  Villafranca  con  soldados  de  las  Hermandades,  por 
D.  Martin  de  Córdova,  Hernando  de  Vega,  Garci  Bravo  al- 
caide de  Atienza,  Pedro  Vaca,  Carlos  de  Arellano  capitán  délos 
vasallos  de  Medinaceli,  Hernán  Carrillo,  Jorge  de  Beteta  alcai- 
de de  Soria,  Miguel  Dansa,  Francisco  de  Bovadilla  y  Diego 
López  de  Ayala.  Desde  aquel  entonces,  en  memoria  del  ilustre 
magnate  que  acampó  en  la  Caleta  se  denominó  ésta  Caleta  del 
Marqués. 

A  estas  estancias  seguía,  frente  á  la  Puerta  de  Granada,  la 
del  alcaide  de  los  Donceles  D.  Diego  Fernandez  de  Córdoba; 
lugar  también  peligroso  por  las  muchas  fortificaciones  que  en 

el  concurrían. 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  263 

el  concurrían,  obligando  á  que  se  agregaran  á  el  alcaide  algu- 
nos soldados  de  los  duques  de  Medina  Sidonia  y  Alburquerque. 
Próximas  á  esta  se  hallaban  las  estancias  de  los  sevillanos  acau- 
dillados por  el  conde  de  Cifuentes,  las  del  conde  de  Fería  y  el 
comendador  de  Calatrava;  mas  allá  alzábanse  las  tiendas  de 
el  clavero  de  Calatrava  y  de  Alonso  Enriquez  caudillo  de  la 
gente  ecijana:  en  la  estancia  vecina  reuníanse  el  conde  de  Be- 
navente,  Pedro  Carrillo  de  Albornoz  y  la  mesnada  del  arzobis- 
po de  Sevilla;  cerca  de  ellos  se  aposentaban  el  conde  de  Ure- 
ña  y  D.  Alonso  de  Aguilar;  más  adelante  el  duque  de  Nájera  y 
Hernán  Duque  capitán  del  rey;  lindando  con  estos  D.  Fadrique 
de  Toledo  con  los  capitanes  Juan  de  Almaráz  y  Alonso  de  Oso- 
rio;  seguia  otra  estancia,  hacia  donde  está  hoy  Zamarrilla,  en  la 
que  asistía  D.  Hurtado  de  Mendoza  con  la  gente  del  Cardenal 
<ie  España;  con  la  cual  se  unian  la  del  conde  de  Cabra,  la  del  co- 
mendador de  León  y  la  de  Garci  Fernandez  Manrique,  (orman- 
<]o  los  últimos  anillos  de  aquella  fuerte  cadena,  hacia  el  conven- 
to del  Carmen,  la  del  maestre  de  Alcántara  con  los  capitanes 
Antonio  de  Fonseca  y  Antonio  del  Águila,  y  la  del  maestre  de 
Santiago,  á  quien  acompañaba  Puertocarrero  señor  de  Palma, 
hasta  la  orilla  del  mar  (1). 

En  derredor 


<1)  Medina  Conde  en  sus  Cunv.  mal.  Parle  II,  pi'ijf.  39,  ite  empcAa  en  miañar  aillo  á 
mudias  de  estas  eslaneiuK;  pueilescrijuí'  en  alguna  haya  accrladn  ]>or  imlurciun;  fespsclo 
de  las  demás  no  creo  que  se  liaya  apoyado  inái^  que  en  su  inventiva,  bastante  fecunda  en 
nipercberias.  Pnlgar,  en  au  Crón.  pñg.  'Xñ,  que  por  menudo  leseña  estas  estancias,  ape- 
nas si  Indica  la  posición  de  algunas.  Por  eslo  no  he  seguido  las  indicaciones  de  Medina 
Conde,  con  tanta  mas  razón  cuanto  que  unas  veces  ha  embrollado  la  reseña  de  Pulgar,  y 
otras  lo»  posleriures  dalos  de  rali'  pugnan  sblürtainenlp  ron  omplaiamienlos  que  aquel 
tía  sefialadw. 


264  MALAGA  Musulmana. 


En  derredor  de  la  ciudad  levantóse  una  estacada  con  su  fo- 
so, fortiñcada  con  grandes  canastones  llenos  de  tierra.  Cada  una 
de  las  estancias  se  hallaba  defendida  de  igual  modo,  y  tenía  va- 
rios portillos,  unos  hacia  la  ciudad,  otros  al  campo,  otros  para 
comunicarse  con  los  demás  acuartelamientos. 

Asentóse  la  tienda  del  rey  hacia  la  puerta  de  Granada;  dis- 
poniánse  á  plantar  las  suyas  los  empleados  de  su  casa,  cuando 
los  moros,  disparando  sus  espingardas  y  artillería  hacia  aquel 
sitio,  les  obligaron  á  levantarla  é  irse  con  todas  al  amparo  de 
un  recuesto  en  la  huerta  del  Acíbar,  cerca  de  donde  hoy  está  la 
iglesia  de  la  Victoria. 

Por  el  mar  cerraba  el  cerco  la  escuadra  mandada  por  Don 
Galcerán  de  Requesens  conde  de  Trivento,  á  cuyas  órdenes  es- 
taban Martin  Diaz  de  Mena,  Antonio  Bernal  y  Garci  López  de 
Arriarán;  por  el  dia  sus  naves  recorrían  la  costa  y  de  noche  se 
reunían,  acercándose  cuanto  les  era  posible  á  los  muros. 

Para  plaza  tan  fuerte  como  Málaga  precisaba  emplearse 
gran  tren  de  sitio;  desembarcaron  por  tanto  de  las  naos  las  pie- 
zas menores,  y  el  rey  mandó  traer  de  Antequera  la  artillería 
gruesa.  Y  como  parecía  que  el  éxito  se  habia  declarado  por  él,, 
á  la  vez  que  esta,  arribaba  á  las  playas  malagueñas  D.  Ladrón 
de  Guevara  con  dos  embarcaciones,  que  desde  Flandes  envia- 
ba Maximiliano,  rey  de  Romanos,  archiduque  de  Austria  é  hijo» 
del  emperador  Federico  III,  con  varias  piezas  de  bronce  de  di- 
versos calibres,  campanas  para  ponerlas  en  las  poblaciones  que 
se  fueran  conquistando,  gran  cantidad  de  pólvora,  herreros  y  ar- 
tilleros. 

Cuantas 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  265 

Cuantas  máquinas  de  guerra  se  conocían  entonces  para  com- 
batir las  ciudades  otras  tantas  se  emplearon  contra  la  nues- 
tra, bien  para  incendiar  ó  derribar  las  casas,  bien  para  socavar 
los  muros,  bien  para  asaltarlos;  cuantos  medios  de  destrucción 
se  usaban  al  expirar  el  siglo  XV  en  la  guerra  aquí  fueron  apro- 
vechados, trayéndolos  de  fuera  ó  construyéndolos  entre  las  pin- 
torescas huertas  que  rodeaban  á  Málaga.  Madera  no  faltaba, 
antes  bien  proporcionábanla  abundantemente  la  multitud  de 
árboles  frutales  que  hermoseaban  sus  contornos  ó  los  magnífi- 
cos encinares  y  castañares  que  sombreaban  sus  montes. 

Aquí  se  armaron  aquellos  enormes  cañones  llamados  lombar- 
das^ anchos  de  boca,  más  angostos  hacia  el  oido,  que  dispara- 
ban balas  de  piedra  6  bolaños^  de  siete  arrobas  de  peso  y  cator- 
ce pulgadas  de  diámetro;  tragáronlas,  con  su  enorme  cureñage 
desarmado,  multitud  de  carretas,  para  cuyo  paso  hubo  que 
abrir  caminos  y  echar  sobre  el  Guadalhorce  algunos  puentes 
volantes.  Aquí  causaron  innumerables  muertes  y  ruinas  los /al- 
cañetes f  ribadoquines,  cuartagos^  búzanos,  culebrinas^  pasavolantes  y 
cerbatanas^  piezas  menores,  cuyas  balas  de  hierro  ó  cuya  metra- 
lla facilitaban  el  uso  de  las  mayores.  Aquí  se  efnplearon  fre- 
cuentemente las  espingardas^  que  poco  tiempo  antes  sustituye- 
ron á  las  culebrinas  de  mano^  asegurando  más  los  disparos,  por 
la  adopción  de  la  culata. 

A  más  de  estas  mortíferas  armas  los  sitiadores  emplearon 
otras  no  menos  terrible;  bastidas  ó  sea  torres  de  madera,  movi- 
das por  ruedas,  algo  más  altas  que  los  muros,  en  las  que  cabían 

1 

cien  hombres,  una  de  cuyas  caras  formaba  hacia  lo  alto  una 

pesada 


266  MALAGA  Musulmana. 


pesada  compuerta,  la  cual  en  cuanto  la  bastida  estaba  cerca  de 
la  muralla  caia  sobre  ella,  aplastando  á  los  que  cogía,  y  permi- 
tiendo que  por  la  cubierta  caida,  como  por  un  puente  levadizo, 
saltaran  los  soldados  á  los  adarves:  escalas  reales^  aparato  for- 
mado con  gruesos  mástiles,  fijos  verticalmente  sobre  tablones, 
también  mas  altos  que  las  murallas  y  movidos  por  ruedas,  á 
cuyo  extremo  superior  se  subia  por  medio  de  cuerdas  y  poleas 
un  cajón  lleno  de  soldados,  cuando  la  máquina  podia  colocarse 
cerca  del  adarve,  para  que  fácilmente  saltaran  á  este,  mientras 
que  probablemente  espingarderos  y  ballesteros  limpiaban  los 
muros  con  sus  descargas:  mantas  ó  tablados  muy  fuertes,  cubier- 
tos de  pieles  frescas,  para  que  no  pudiera  incendiarlas  el  ene- 
migo, unos  verticales,  otros  horizontales,  bajo  cuyo  amparo  se 
colocaba  la  gente  que  quería  aproximarse  á  la  fortaleza:  mante- 
letes ó  sea  mantas  mas  pequeñas,  bajo  las  cuales  se  guarecían 
los  soldados  individualmente  ó  por  grupos:  bancos  pinjados^  es- 
pecie de  tablazón  parecida  á  las  anteriores,  á  cuyo  amparo  se 
llevaba  un  ariete  ó  gran  viga  puntiaguda  por  un  extremo,  para 
horadar  la  muralla  á  fuerza  de  golpes:  trabucos^  que  eran  unos 
esqueletos  de  madera,  en  los  cuales  encajaba  una  bocina  de  me- 
tal,  estivada  con  nervios  de  buey,  cuya  boca  se  volvía  hacia 
atrás  con  un  cabrestante,  colocábanse  en  ella  gruesas  piedras  ó 
barriles  con  materias  incendiarias,  los  cuales  se  arrojaban  á  lar- 
gas  distancias,  soltando  de  repente  la  amarra  (i). 

Púsose 


(i)  Para  estas  noticias  me  he  servido  de  Almirante,  Diccionmño  militat*,  Madrid  1869, 
de  Viollet  le  Duc,  Essai  si(r  l'architecture  mililaire  aii  Moyen  Age,  París  i854.  Figuier, 
Les  met^eilles  de  la  science,  Paris  i 809,  T.  II,  y  sobre  todo  de  la  curiosísima  Ilustración 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  267 

Púsose  al  frente  del  tren  de  batir  á  Francisco  Ramirez  de 
Orena  ó  de  Madrid,  y  su  servicio  se  organizó  admirablemente; 
muchedumbre  de  herreros  reparaban  las  armas;  hacían  los  fun- 
didores balas;  los  hacheros  procuraban  madera,  preparábanla 
los  aserradores,  y  los  carpinteros  las  aplicaban  al  cureñage  ó  á 
la  construcción  de  máquinas;  los  mineros  sacaban  gruesas  pie- 
dras que  entregaban  á  los  picapedreros  para  que  las  desbarata- 
ran y  redondeasen,  á  fin  de  que  sirviesen  de  proyectiles;  los 
carboneros  proveían  de  combustible  á  las  fraguas,  y  los  espar- 
teros hacían  sogas  y  espuertas. 

Por  otra  parte  los  maestros  de  hacer  pólvora  preparábanla 
y  la  encerraban  en  subterráneos,  cavados  por  trescientos  zapa- 
dores, quienes  dia  y  noche  esmeradamente  la  custodiaban.  Ha- 
bía además  multitud  de  carretas  que  llevaban  de  uno  á  otro  lado 
cuanto  era  de  mucho  peso  para  las  acémilas;  cada  cien  carre- 
tas tenia  sus  encargados  de  dirigirlas  á  donde  convenía  y  de  re- 
pararlas. 

Escasos  mantenimientos  para  los  hombres  y  forrage  para 
las  caballerías  ofrecían  los  alrededores  de  Málaga,  devastados 
durante  los  anteriores  años  de  constante  guerra:  ocurrían  á  esta 
perentoria  necesidad,  grandísima  si  se  tiene  en  cuenta  los  mi- 
llares de  hombres  y  caballerías  que  estaban  ante  nuestra  ciu- 
dad. 


VI  de  Ciemencin  á  su  Elogio  de  la  Reina  Católica,  T.  VI  de  las  Meni.  de  la  Ac.  de  la 
Hist.  En  cuanto  se  refiere  á  asuntos  militares  he  merecido  excelentes  indicaciones,  tan 
importantes  como  por  mi  agi^decidas,  al  Excmo.  Sr.  D.  Pedro  de  Zea  comandante  gene- 
ral  de  Málaga,  al  Sr.  D.  Domingo  de  Lizaso  comandante  de  Ingenieros  de  la  misma,  y  al 
Sr.  D.  Juan  Gómez  de  Molina,  capitán  de  artillería,  mi  paisano  y  amigo. 

38 


268  Málaga  Musulmana. 


•dad,  multitud  de  naves  que  traían  desde  el  reino  de  Sevilla  y 
aun  de  más  lejos,  harina,  cebada,  paja,  y  por  tierra  de  diez  á  ca- 
torce mil  bestias  de  carga,  divididas  en  recuas. 

Para  adelantar  el  tiempo  mandó  D.  Fernando  que  de  Algeci- 
ras  le  enviasen  las  piedras  de  lombarda  que  D.  Alonso  XI  hizo 
labrar,  cuando  cercó  aquella  plaza,  de  las  cuales  se  conserva- 
ba gran  número. 

Documentos  contemporáneos  nos  han  guardado  los  nombres 
y  ligeras  indicaciones  biográficas  de  algunos  de  aquellos  arte- 
sanos, que  con  su  inteligencia,  con  su  habilidad  y  hasta  con  su 
sangre  coadyuvaron  á  la  conquista.  Ellos  nos  recuerdan  al  car- 
pintero Pedro  Diaz,  que  construyó  una  bastida  en  la  huerta  cu- 
ya propiedad  habian  de  conseguirle  sus  merecimientos;  maestre 
Francisco  y  maestre  Ramiro,  artilleros,  ganaban  en  las  trinche- 
ras, el  primero  la  casa  del  arrabal  que  ocupó  durante  el  cerco, 
el  segundo  las  tierras  que  gozó  más  adelante;  en  su  mismo  ofi- 
cio trabajaban  Diego  Ortiz  Tirado  é  Iñigo  de  Espinosa:  maes- 
tre Sanceo  Hanse,  alemán,  á  quien  apodaron  el  Quemado,  por  ha- 
berle maltratado  y  aun  dejado  ciego  una  explosión  de  pólvora, 
consiguió,  con  sus  buenos  trabajos  y  su  desgracia,  las  viñas,  tie- 
rras y  casa  que  disfrutó  después  con  su  esposa  Margarita  (i). 

Toda 


(i)     Repartimientos  de  Málaga,  T.  I,  fól.  253,  261,  262,  86,  136, 170  y  413. 
Además  de  éstos  se  distinguieron  en  el  tren  de  batir  que  cercó  á  Málaga  y  se  les  re- 
partieron bienes  de  los  moros: 

Martin  Copin  tirador  de  Fierres  de  Bré  lombarde-  JuandeEUcartlombardero. 

pertrechos.  ro  francés.  Maestro  Jain  Picart  lom- 

Maestro  Guillen  polvorista.  Hénry  francés.  bardero  y  afinador  de   sa- 

Maestro  Pedro  lombarde-  Adán  Tres  id«m.  litre. 

ro  alemán.  Guillen  Bretolombardero.  Guillermo  Leroi   fundidor 

Pedro  Aunon  lombardero.  Juan  de  Gonesa.  de  lombardas. 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  269 

Toda  la  artillería  se  repartió  entre  las  estancias  del  campa- 
mento. Cinco  gruesas  lombardas  y  otras  piezas  medianas  y  pe- 
queñas, pusiéronse  en  batería,  á  lo  que  entiendo  en  las  estriba- 
ciones del  cerro  de  S.  Cristóbal  y  en  la  cúspide  de  alguno  de  los 
que  caen  á  espaldas  del  castillo  (2):  otras  siete  lombardas,  pro- 
bablemente las  que  se  llamaban  las  Siete  hermanas  Gimenas^ 
que  serian  de  gran  calibre,  se  emplazaron  frente  á  la  puerta  de 
Granada.  Resistieron  los  moros  cuanto  pudieron  estos  empla- 
zamientos,  disparando  sin  cesar  contra  los  artilleros,  tanto  que 
tuvieron  que  trabajar  de  noche,  ó  defendidos  por  faginas  y  ta- 
blazones. 

Treinta  dias  duraron  los  preparativos  del  asedio;  habian 
creido  los  moros  que  el  real  no  se  podría  abastecer  cómodamen- 
te de  agua,  pues  seria  tanta  la  que  se  necesitara  que  tendrian 
que  ir  á  buscarla  con  mucho  riesgo  al  rio;  pero  la  multitud  de 
noríasy  pozos  de  las  huertas  circunvecinas  burlaron  estas  espe- 
ranzas. 

Dispuesto 


Maestre  Nicolás  ídem,  de        Tomás  Cerdan  carretero.        Andrés  Navarro. 
Berna.  Pedro  Martínez  de  Orozco        Juan  de  Herrera. 

Maestre  Juan  Felipe  lom-    idem.  Miguel  Iluiz. 

bardero.  Juan  de  Lope  carretero.  Sancho  de  Frias  polvorista. 

(2)  Las  estancias  del  marqués  de  Cádiz,  en  las  que  habia  catorce  mil  peones  y  dos  mil 
caballos,  comprendían  el  cerro  de  S.  Cristóbal,  los  otros  cerros  que  caen  á  espaldas  del 
Gibralfáro  mirando  al  mar  y  el  vallecito  de  la  Caleta  hasta  la  playa,  espacio  necesario  pa- 
ra acampar  tanta  gente.  No  dice  Pulgar  donde  se  emplazó  la  artillería;  de  ningún  modo 
creo  que  faera  en  lo  alto  del  San  Cristóbal,  cuya  cúspide  dista  muy  cerca  de  mil  metros 
del  Gibralfáro;  bien  sabido  es  que  las  lombardas  se  aproximaban  todo  lo  posible  á  los  mu- 
roe,  paes  sas  tolanos  no  hacían  de  otro  modo  gran  mella  en  ellos;  además  en  muchos 
textos  de  Pulgar  hallo  indicaciones  de  estar  la  artillería  más  cerca,  por  ejemplo  cuando 
dice  que  las  lombardas  derribaron  la  torre  mas  alta  del  castillo  y  parle  del  muro;  la  torre 
mas  alta  no  puede  ser  otra  que  la  de  la  bateria  del  Viento^  por  lo  cual  creo  que  las  lom- 
bardas estarían  en  la  cúspide  de  alguno  de  los  cerros  á  espaldas  de  esta  torre,  posición 
que  no  abandonaron  los  cristianos  después  de  haberles  costado  tanta  sangre  el  día  de  su 


270  Málaga  Musulmana. 


Dispuesto  el  cerco  y  provisto  el  real  de  cuanto  se  necesita- 
ba comenzaron  á  determinarse  las  dos  tendencias  en  que  fluc- 
tuaron los  ánimos  de  los  sitiadores  desde  su  principio  hasta 
el  fin.  Una,  la  de  la  violencia,  la  de  llevarlo  todo  á  sangre  y 
fuego,  aportillar  con  la  artillería  los  muros,  irse  al  asalto  y 
acabar  de  una  vez  con  la  morisma;  otra,  la  de  encerrar  la  ciu- 
dad en  un  círculo  de  hierro,  rechazar  las  salidas,  molestarla  con 
la  artillería,  dejarla  acabar  con  sus  provisiones  de  boca  y  gue- 
rra, y  conseguir  su  rendición  por  hambre,  ahorrando  sangre  y 
vidas.  D.  Femando  pareció  seguir  esta  última  opinión  en  los 
pruneros  momentos,  pues  se  contentó  con  que  las  lombardas  y 
trabucos  dispararan  contra  el  caserío  sus  balas  ó  barricas  in- 
cendiarias, lentamente,  más  para  aterrorizar  que  para  hacer 
gran  daño. 

Ante  la  puerta  de  Granada  habia  un  arrabal  poblado  de 
huertas,  torreado  y  amurallado.  En  una  de  sus  esquinas  se  le- 
vantaba un  torreón,  fortaleza  al  exterior,  palacio  dentro,  pre- 
parado para  los  voluptuosos  placeres  de  los  sultanes  moros,  á 
la  manera  que  la  torre  de  las  Infantas,  preciosa  joya  del  alcá- 
zar granadino;  el  cual  lo  mismo  les  servía  de  deleitoso  alber- 
gue, que  de  refugio  contra  las  asonadas  y  traiciones,  tan  fre- 
cuentes entre  sus  vasallos. 
Protegidos 

llegada,  y  terreno  muy  apropósito  paia  emplazar  estas  piezas,  cuya  enorme  masa  era  me- 
nos difícil  de  trasportar  á  la  cima  de  estos  cerros  que  á  la  considerable  altura  del  S.  Cris- 
tóbal. Confírma  esto  Pulgar  al  decir  que  acercaron  las  trincheras  á  un  tiro  de  piedra  de 
los  muros  lo  cual  no  hubieran  podido  hacer  en  otro  sitio  que  este  dada  la  disposición  del 
terreno;  al  tratar  de  la  batalla  donde  estuvo  á  punto  de  morir  el  marqués  de  Cádiz  todos 
los  accidentes  de  la  lucha  también  confirman  mi  indicación;  no  por  esto  entiendo  que  solo 
en  este  sitio  estuvieran  las  cinco  lombardas  y  demás  piezas  menores  de  las  estancias  del 
marqués;  repartidas  entre  ellas  debieron  estar  batiendo  el  perímetro  del  castillo  compren- 
dido próximamente  desde  antes  de  Ton^e  Blanca  hasta  la  del  Viento. 


Parte  PRIMERA.  Capítulo  VIII.  271 

Protegidos  por  esta  fortificación  salian  los  malagueños  á  los 
reales,  y  escondiéndose  tras  de  los  setos,  de  las  albarradas  ó  de 
los  árboles,  disparaban  contra  los  cristianos  sus  espingardas  ó 
sus  ballestas.  Ibánse  los  sitiadores  á  ellos,  trabábanse  reñidas 
escaramuzas,  y  los  guerrilleros  moros  se  retiraban,  asaeteando 
impunemente  á  sus  adversarios.  Convenía  por  tanto  apoderar- 
se ó  destruir  las  defensas  del  arrabal;  las  lombardas  comenza- 
ron á  derribar  almenas  y  á  quebrantar  la  muralla,  pero  sus  ba- 
lasjde  piedra  se  estrellaban  en  la  argamasa  del  torreón,  dura 
como  el  granito. 

Imaginaron  entonces  los  sevillanos  expugnarle  por  sorpresa. 
Venía  en  la  hueste  el  famoso  escalador  Ortega  de  Prado,  he- 
cho en  mil  bélicos  trances  á  todo  riesgo,  para  quien  no  habia 
enhiesto  muro  ó  encumbrada  torre  inasaltable,  tanto  á  la  luz 
del  dia,  como  entre  las  tinieblas  de  la  noche,  y  hasta  entre  los 
aguaceros  de  alguna  espantosa  tormenta.  Concertáronse  para 
favorecer  su  empeño  el  conde  de  Cifuentes,  Juan  de  Almaráz, 
Hurtado  de  Luna,  Alonso  de  Medina,  Pedro  Fernandez  Saave- 
dra,  Diego  García  de  Hinestrosa  y  mucha  gente  buena  sevillana. 
Antes  de  romper  el  dia  acercáronse  cautelosamente  al  arrabal; 
adelantóse  Ortega  de  Prado,  puso  sus  escalas  en  el  torreón,  su- 
bió alentadamente,  y  hallándole  desguarnecido  llamó  á  sus  com- 
pañeros; corrieron  estos  á  las  escalas,  subiendo  por  ellas  atro- 
pelladamente; al  apuntar  el  alba  ocupaban  la  plataforma  de 
la  torre. 

Mas,  ó  no  pudieron  hacerlo  con  todo  sigilo,  ó  los  escuchas 

moros  los  sintieron,  cuando  á  poco  se  oyó  muy  cerca  confusa  al- 
garabía 


Málaga  Musulmana.  272 


garabía  dando  la  alarma;  acudió  muchedumbre  de  sarracenos;^ 
recibiéronles  los  cristianos  á  tiros  y  saetazos,  y  como  les  era 
imposible  subir,  entraron  en  las  habitaciones  bajas  del  torreón, 
poniendo  fuego  por  las  ventanas  que  caian  al  campamento  á- 
las  escalas  que  habian  traido  los  sitiadores.  Estos  atemoriza- 
dos tuvieron  que  retirarse,  defendidos  por  el  duque  de  Nájera 
y  el  comendador  de  Calatrava,  que  por  mandato  del  rey  ade- 
lantaron á  socorrerles.  Así  pasó  aquel  dia;  al  siguiente  volvie- 
ron con  otros  pertrechos  á  escalar  la  plataforma,  en  cuyas  al- 
menas  clavaron  las  banderas  de  sus  capitanes. 

Los  moros,  vigilantes  y  diligentes,  sacaron  al  arrabal  unas 
lombardas,  cuyos  tiros  derribaron  las  almenas  que  daban  á  la 
ciudad,  arredraron  de  aquel  lado  á  los  asaltantes  y  permitieron 
que  unos  zapadores  dieran  en  una  esquina  de  la  torre,  deján- 
dola en  trance  de  ruina.  El  murallon  que  unia  á  estas  torres 
con  las  otras  estaba  aportillado  por  la  artillería  cristiana;  ha- 
cia esta  brecha  se  dirigieron  las  compañías  que  apoyaban  los 
esfuerzos  de  los  asaltantes,  encontráronse  con  la  morisma  y  dis- 
putándose el  terreno  palmo  á  palmo,  adelantando  ó  retirándo- 
se, pelearon  todo  aquel  dia  con  su  noche. 

Al  siguiente  las  lombardas  malagueñas  siguieron,  con  la  len- 
titud con  que  entonces  se  disparaba  por  el  difícil  manejo  de  es- 
tas enormes  piezas,  desmontando  el  torreón;  al  cabo  sin  el  refu- 
gio de  las  almenas  tuvieron  los  escaladores  que  bajarse  á  la 
habitación  inferior,  á  tiempo  que  sus  contrarios,  bien  volándo- 
le con  pólvora,  bien  zapando  sus  cimientos,  consiguieron  derri- 
bar gran  parte  de  su  mole.  De  entre  sus  escombros,  de  entre 

la  polvareda 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  273 

la  polvareda  que  estos  alzaron  y  el  humo  del  incendió  con  que 
Jos  sarracenos  procuraban  aniquilar  los  pertrechos  cristianos, 
jadeantes,  maltrechos,  rotas  las  vestiduras,  salian  los  escalado- 
res contra  ellos,  peleando  desesperadamente.  Socorriéronles 
otros  y  enseñoreáronse  todos  de  las  ruinas,  mientras  que  algu- 
nos desde  el  foso  y  los  muslimes  desde  el  interior  del  arrabal 
luchaban  briosamente. 

Tres  horas  duró  aquella  sangrienta  contienda;  al  cabo  tan- 
tos españoles  acudieron  que  los  sitiados  se  encerraron  en  la  cin- 
glad, perseguidos  muy  de  cerca;  mas  la  victoria  fué  bien  reñida, 
pues  como  refiere  el  narrador  que  la  celebra  «no  hubo  paso  de 
aquellos  arrabales  que  no  fuese  regado  con  la  sangre  de  los  unos 
-ó  de  los  otros.» 

No  por  haber  perdido  estas  fortificaciones  se  acobardaron 

» 
los  malagueños;  quienes  con  constantes  escaramuzas  ó  con  sus 

audaces  guerrilleros  molestaban  á  la  continua  á  los  sitiadores. 
Los  arrabales  de  la  ciudkd,  poblados  de  casas  y  huertas,  cuyas 
arboledas,  acequias,  setos  y  albarradas,  eran  perfectamente  co- 
nocidos por  ellos,  favorecíanles  para  herir  ó  matar  cristianos  á 
mansalva,  y  para  retirarse  sin  gran  riesgo  cuando  éstos  querían 
envolverles. 

Frente  á  las  estancias  de  Hurtado  de  Mendoza,  establecí- 
das,  según  parece,  donde  hoy  la  Ermita  de  Zamarrilla,  existía 
uno  de  estos  arrabales,  cuyo  muro  habia  sido  aportillado  por  la 
artillería.  Metiéronse  por  la  brecha  algunos  soldados  y  se  apode- 
raron de  una  torre  que  estaba  cerca;  después  comenzaron  á  es- 
parcirse entre  las  huertas  y  casas:  acudir  los  moros,  cortarles  el 

terreno, 


274  Málaga  Musulmana. 


terreno,  caer  sobre  ellos  y  acuchillarlos  fué  antes  hecho  que  sos- 
pechado: aterráronse  los  de  la  torre,  abandonáronla  y  huyeron 
llevando  á  sus  espaldas  á  los  irritados  muslimes,  que  les  acome- 
tían por  todas  partes  desde  las  casas  y  desde  las  huertas.  Hur- 
tado de  Mendoza  salvó  á  muchos  de  aquellos  imprudentes,  en- 
cerró á  los  moros  en  la  ciudad,  y  volvió  á  apoderarse  de  la  to- 
rre (i). 

En  una  de  estas  escaramuzas  murió  desastradamente  Ortega 
de  Prado,  cumpliendo  honradamente  con  su  deber.  Cerca  de  las 
estancias  del  marqués  de  Cádiz  las  lombardas  habian  abierto 
brecha  én  los  muros;  decidió  el  audaz  escalador  meterse  por  ella 
con  algunos  soldados  de  su  temple,  apoyados  por  mayores  fuer- 
zas. Con  efecto,  una  madrugada  antes  de  que  alborease,  empren- 
dió con  los  suyos  la  ascensión  del  portillo  que  creía  abandona- 
do; desgraciadamente  guarnecíale  numerosa  tropa  de  balleste- 
ros, quienes  se  dieron  tan  buena  maña  que  antes  de  sentirlos 
Ortega  le  atravesaron  de  un  flechazo,  envolviendo  á  sus  escala- 
dores en  un  vendabal  de  saetas.  Huyeron  ellos  aterrorizados,  sin 
darse  cuenta  de  la  desgracia  de  su  gefe;  cuyo  cuerpo  hubiera 
caido  en  poder  de  la  morisma,  si  cierto  Coronel,  valiente  solda- 
do, no  le  hubiera  sacado  de  entre  sus  garras. 

Sintió 


(i)  En  mi  Historia  pág.  407,  línea  penúltima,  donde  dice  Luna  leáse  Mendoza,  que 
siguiendo  á  Lafuente  Alcántara  en  su  Hist.  del  reino  de  Granada^  T.  IV,  pág.  15,  con- 
signé eiTadamente.  Medina  Conde,  Conv.  maL,  Parte  II,  pág.  46,  indica  que  la  estancia 
de  Mendoza  estuvo  frente  á  Zamarrilla  y  sostiene  que  al  arrabal  que  habia  en  el  actual  ba- 
rrio de  la  Trinidad  se  refiere  esta  escaramuza:  muchas  probabilidades  hay  para  que  aquel 
autoi'  haya  acertado:  sin  embargo,  meditando  muchas  veces  sobre  el  texto  de  Pulgar  ha 
surgido  en  mi  una  vaga  sospecha,  que  creo  debo  consignar,  de  que  Medina  Conde  se  equi- 
vocó; pero  no  teniendo  razones  precisas  en  contrario,  me  limito  á  indicar  esta  sospecha, 
por  si  descubrimientos  posteriores  pudieran  desvanecerla  ó  confirmarla. 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  275 

Sintió  D.  Fernando  por  todo  extremo  la  muerte  del  bravo 
escalador  que  tantos  triunfos  había  proporcionado  á  su  causa, 
y  ordenó  á  el  conde  de  Cifuentes  que  contuviera  sus  generosos 
ímpetus  y  los  de  su  gente  para  evitar  otras  desdichas. 

La  epidemia  que  durante  los  últimos  años  del  siglo  XV  yer- 
mó las  poblaciones  andaluzas,  comenzó  á  iniciarse  en  las  cer- 
canias  de  Málaga,  amenazando  penetrar  en  el  real.  Muchas  ve- 
ces también  escaseaban  en  tan  grande  hueste  los  mantenimien- 
tos, cuando  por  cualquier  accidente  se  retardaba  la  llegada  de 
las  recuas  ó  de  las  naves.  No  faltaron  por  esta  causa  descon- 
tentos; especialmente  algunos,  gente  ruin  y  de  perversa  ralea, 
tan  de  poco  seso  como  de  miserable  condición,  que  desertaron 
entrándose  en  la  ciudad,  donde  fueron  recibidos  gozosamente. 

Contaban  ellos  á  los  cercados,  inclinados  naturalmente  á 
creerlos,  que  el  descontento  cundía  en  las  mesnadas,  espantan- 
do los  ánimos  la  proximidad  de  la  peste;  que  la  reina  escribía 
á  su  marido  instándole  para  que  alzara  el  sitio  y  á  los  magna- 
tes para  que  se  lo  aconsejaran;  que  si  contando  con  tan  buena 
provisión  como  tenían  se  afirmaban  en  la  enérgica  resolución 
de  defenderse,  pronto  se  verían  libres  de  ías  angustias  que  los 
asediaban.  ¡Acción  inicua,  increíble  sino  la  relataran  autores  de 
nota,  que  muestra  hasta  donde  llegan  las  miserias  humanas, 
surgiendo  de  entre  los  más  levantados  propósitos  y  aspiraciones! 

Con  estas  lisonjeras  esperanzas  esforzábanse  los  moros,  aban- 
donaban cualquier  inclinación  á  la  eqtrega,  cerraban  brechas, 
abrían  fosos,  y  multiplicaban  las  sangrientas  escaramuzas. 

No  era  D.  Fernando  caudillo  que  dejara  de  saber  lo  que 

39  ocurría 


276  Málaga  Musulmana. 


ocurría  en  la  ciudad;  por  esto  apenas  fué  informado  de  lo  que 
en  ella  se  trataba,  escribiólo  á  su  esposa,  invitándola  á  venir  al 
cerco,  para  demostrar  cuan  decididos  se  hallaban  á  sostenerle. 
Apresuró  su  venida  Doña  Isabel  para  cuyo  magnánimo  corazón 
no  eran  obstáculos  las  molestias  del  camino  y  los  riesgos  del 
campamento;  valerosa  al  par  de  sus  vasallos  mostraba  varonil 
entereza,  excitándoles  con  el  prestigio  de  su  nombre  y  de  su 
presencia.  Por  otra  parte  el  dinero,  nervio  de  la  guerra,  que  ella 
exclusivamente  administraba,  se  iba  agotando,  y  necesitaba 
conferenciar  frecuentemente  con  su  marido  para  procurar  inme- 
diatos ingresos. 

Salieron  á  esperarla  á  larga  distancia  del  real  el  marqués 
de  Cádiz  y  el  maestre  de  Santiago,  con  lo  más  lucido  de  su 
gente,  para  servirle  de  escolta;  recibiéronla  á  la  entrada,  con 
marcial  pompa  y  regio  aparato,  el  monarca  con  toda  la  noble- 
za. Acogióla  ésta  con  rendidas  expresiones  de  acatamiento, 
mostráronle  los  mesnaderos  con  sus  gozosas  aclamaciones 
cuanto  la  amaban,  y  su  benéfica  influencia  comenzó  á  sentirse 
desde  su  llegada,  trocando  el  descontento  en  confianza  y  regoci- 
jo, inspirando  valor  á  los  que  guerreaban,  esperanza  á  los  de- 
sesperados, consuelo  y  energía  á  los  enfermos  y  heridos.  Acom- 
pañábanla su  hija  mayor,  el  obispo  de  Avila  fr.  Hernando  de 
Talavera,  el  Cardenal  de  España  D.  Pedro  Hurtado  de  Men- 
doza con  algunos  otros  prelados  y  religiosos,  su  corte,  dyeñas 
y  damas,  con  buen  golpe  ,de  gente  hidalga,  que  arrancó  al  so- 
siego del  hogar  y  á  los  deportes  cortesanos  la  resolución  de  su 
amada  soberana. 

Cuya 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  277 

Cuya  tienda  se  asentó  en  el  ribazo,  donde  después  se  erigió 
el  convento  de  la  Trinidad;  lugar  algo  alejado  de  la  audacia  mo- 
ra, desde  el  cual  se  distinguía  mucha  parte  de  las  estancias;  al- 
rededor de  ella  se  agruparon  las  del  Cardenal  de  España  y  pro- 
bablemente las  de  los  demás  prelados,  erigiéndose  capillas,  pro- 
vistas de  campanas  para  que  los  sitiadores  acudieran  á  cumplir 
con  sus  devociones.  Cuando  los  moros  oian  tañer  estas  campa- 
nas gritaban  irónicamente  á  los  soldados  de  las  trincheras,  mos- 
trando hacia  ellas  su  menosprecio: 
— ¿No  tenéis  vacas  y  traéis  ya  cencerros? 

Los  malagueños  vieron  aparecer  poco  después  a  sus  puertas 
parlamentarios  cristianos,  acompañados  de  un  intérprete,  que 
bien  pudo  ser  aquel  judío  Simuel,  á  quien  los  reyes  hicieron 
grandes  mercedes  en  Málaga  después  de  la  conquista.  Manifes- 
taron los  enviados  á  los  sarracenos  que  Doña  Isabel  estaba  en  el 
real,  para  comprobar  su  resolución  de  permanecer  frente  á  la 
ciudad  hasta  expugnarla;  indicáronles  que  se  dejaran  de  vanas 
imaginaciones,  despreciaran  los  consejos  de  los  desertores  y  se 
entregaran;  ofreciéndoles  respetar  sus  personas  y  trasladarlos 
con  sus  ropas  y  alhajas  á  el  África  ó  á  las  comarcas  españolas 
que  designasen. 

Hamet  el  Zegrí  y  su  teniente  Ali  Derbar  mandaron  retirar- 
se á  los  mensajeros,  dando  por  respuesta  á  su  intimación  redo- 
blar la  vigilancia,  aumentar  las  obras  defensivas  y  agravar  las 
hostilidades.  No  era  esto  solamente  fiera  obstinación;  según 
ellos  creían  si  se  mantenían  firmes  vendrían  las  primeras  aguas 
del  invierno,  y  con  ellas  dificultades,  molestias  y  dolencias  pa- 
ra los 


278  Málaga  Musulmana. 

ra  los  sitiadores;  á  la  menor  tormenta  la  carencia  de  puerto  en 
Málaga  produciría  el  desbarato  de  la  armada,  pues  por  temor  á 
encallar  en  la  playa  se  harían  las  naves  mar  adentro,  permitien- 
do que  llegaran  á  la  plaza  socorros  africanos.  Resistir  á  todo 
trance  alargaba  el  tiempo,  con  el  cual  podia  fundadamente  es- 
perarse algún  accidente  favorable. 

Después  organizaron  perfectamente  la  defensa;  catorce  cua- 
drillas de  á  cien  hombres  custodiaban  las  murallas;  otras,  en 
las  cuales  militaban  los  más  alentados  y  tenaces,  destináronse 
á  las  salidas;  varias  se  encargaron  de  asistir  á  los  combatien- 
tes; repartiéronse  armas  y  se  prepararon  para  darse  á  la  mar 
seis  albatozaSf  ó  grandes  embarcaciones  de  dos  palos,  parecidas 
á  lo  que  creo  á  los  místicos^  que  hoy  van  desapareciendo,  muy 
bien  tripuladas  y  artilladas  (i).  A  la  vez,  á  voz  de  pregón,  vol- 
vía á  intimarse  pena  capital  contra  quien  se  entendiera  con  los 
cristianos  ó  se  declarara  por  la  rendición. 

La  gente  pacífica  aterrorizada  no  sabía  á  que  parte  inclinar- 
se; comenzaba  á  temer  más  á  los  gomeres  que  á  los  sitiadores, 
porque  aquellas  intimaciones  no  se  quedaron  en  vanas  amena- 
zas; algunos  que  se  atrevieron  á  hablar  en  pro  de  la  entrega 
fueron  inmediatamente  degollados. 

«Era  una  gran  fermosura  ver  el  real  por  tierra  y  por  mar» 
dice  Bernaldez.  Ciertamente  que  debía  ser  bien  vistoso  y  bello 
el  espectáculo  que  presentaban  nuestra  ciudad  y  sus  alrededo- 
res durante  aquellos  dias. 

En  el 


(i)  Dozy  en  su  Glossaire  des  mots  espagnols  et  portugais  derives  de  l'arabe,  París — 
Leiden  1869,  pág.  70,  se  ocupa  de  la  palabra  albatoza,  que  Dombay  tradujo,  ttavis  major 
duobus  instructa  malis,  ó  sea  buque  grande  provisto  de  dos  mástiles,  del  cual  cree  que 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  279 

En  el  mar  las  galeras,  galeotas  y  fustas  surcaban  las  aguas 
ante  los  adarves;  á  veces  alguna  de  ella  adelantaba  audazmen- 
te, disparaba  contra  las  fortificaciones  su  artillería,  y  virando 
velozmente,  merced  al  empuje  de  sus  remeros,  alejábase  con 
presteza  entre  blancas  olas  de  espuma;  otras  las  albatozas,  ace- 
chando un  momento  favorable,  deslizábanse  al  amparo  de  los 
muros,  y  rápidas,  como  el  viento,  hechaban  á  pique  barcazas  y 
faluchos  ó  maltrataban  con  sus  búzanos  y  culebrinas  á  las  em- 
barcaciones mayores,  viniéndose  después  con  igual  ligereza  ba- 
jo los  fuegos  de  la  artillería  malagueña,  que  recibía  á  metralla- 
zos  á  los  que  se  atrevían  á  seguirlas.  Mientras  tanto  los  naos 
de  trasporte  iban  ó  volvían,  lonas  al  viento,  por  la  ancha  mar 
tranquila  y  serena,  apenas  rizada  por  leves  olas,  destacándose 
en  la  lontananza  del  horizonte,  en  el  cual  se  distinguían,  por  una 
línea  perfectamente  determinada,  el  intenso  azul  de  las  aguas 
del  hermosísimo  azul  de  el  cielo. 

En  tierra  veíase  la  ciudad,  ceñida  con  sus  pardas  torres  y 
murallones,  coronada  severamente  por  la  Alcazaba  y  Gibralfa- 
ro;  con  su  alegre  caserío,  rematado  en  millares  de  azoteas,  se- 
parado por  anchos  espacios  llenos  de  verdor,  sobre  los  cuales 
se  erguían  gallardas  las  palmas,  entre  multitud  de  árboles,  ála- 
mos, higueras,  granados,  naranjos  y  limoneros;  con  sus  parra- 
les invadiendo  desde  los  patios  las  azoteas,  con  los  blancos  mi- 
naretes de  sus  mezquitas,  con  las  torres  de  sus  mansiones  for- 
tificadas, con  todo  ese  fantástico  y  bellísimo  aspecto  que  ofre- 
cen las  ciudades  moriscas. 

Más 


proviene  la  palabra  patache,  Dozy  ha  coníirmado  su  opinión  en  su  Supplement  aux  Bxc- 
tiofinatno  árabes,  T.  I,  pág.  94. 


^So  Málaga  Musulmana. 


Más  allá  de  esto  se  dilataba  la  línea  del  cerco;  las  trinche- 
ras con  sus  fosos  y  aibarradas;  la  pesada  mole  de  las  lombar- 
das y  de  las  máquinas  de  batir  destacándose  entre  ellas,  ro- 
deadas de  los  artilleros;  las  estancias  formando  campamentos 
perfectamente  marcados,  con  las  pequeñas  tiendas  de  los  mcs- 
naderos  agrupándose  alrededor  de  otras  mayores,  sobre  las  cua- 
les agitaba  el  aire  flámulas  y  gallardetes,  guiones  ó  banderas,  en 
los  que  campeaban  los  blasones  de  las  más  linajudas  familias 
españolas;  las  tiendas  reales  en  sus  ribazos,  á  las  cuales  concu- 
rría lo  más  granado  de  la  hueste,  rodeadas  de  otras,  sino  tan 
grandes  y  ricas,  harto  suntuosas.  Por  todas  partes  soldados  que 
departían,  acabada  su  facción,  mientras  que  otros  los  releva- 
ban; caballeros  cubiertos  de  vistosas  armaduras  que  galopaban 
llevando  órdenes,  religiosos  que  á  la  puerta  de  sus  mansiones 
de  lienzo  enfervorizaban  á  los  soldados  con  sus  devotas  pláti- 
cas y  exhortaciones;  carretas  y  acémilas  descargando  víveres  ó 
acarreando  municiones  de  guerra. 

De  aquella  extensa  línea  se  alzaba  un  rumor  alegre  y  ani- 
mado, dominado  por  el  martilleo  de  las  fraguas  ó  el  de  los  car- 
pinteros, por  los  agudos  toques  de  los  clarines,  por  el  religioso 
tañido  de  las  campanas.  A  veces  un  estampido  conmovía  los 
aires,  producido  por  alguna  lombarda  en  las  trincheras,  á  cuyo 
horrísono  estruendo  respondían  otros  desde  los  muros,  entre  la 
feroz  gritería  de  los  artilleros,  que  celebraban  con  sus  aclama- 
ciones el  daño  que  habían  hecho  á  sus  contrarios. 

Mas  allá,  á  lo  lejos,  cerrando  este  magnífico  panorama  se 
destacaba  la  sombría  masa  de  la  sierra  de  Mijas,  y  se  extendían 

los  expléndidos 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  281 

los  expléndidos  horizontes  de  nuestra  vega,  envueltos  en  una  li- 
gera niebla,  dorada  por  los  rayos  del  sol. 

Muchas  veces,  cuando  he  subido  para  darme  cuenta  de  es- 
tos sucesos  á  los  cerros  que  rodean  á  Málaga  ó  á  las  más  altas  to- 
rres del  Gibralfaro,  resucitando  con  la  imaginación  á  través  de 
los  siglos  estas  bellísimas  escenas,  he  meditado  en  las  pasiones 
y  sentimientos  que  agitaban  los  millares  de  almas  que  las  anima- 
ron; la  noble  ambición  de  los  reyes;  el  amor,  la  aspiración  al 
renombre  que  encendía  los  corazones  de  los  mancebos  nobles; 
el  deseo  de  engrandecer  su  viejo  solar  en  los  magnates;  las  es- 
peranzas de  futuros  medros  en  el  pobre  mesnadero;  el  acrecen- 
tamiento del  catolicismo  en  los  proceres  eclesiásticos  6  en  los 
humildes  religiosos.  Muchas  veces,  reconstituyendo  con  la  men- 
te la  pintoresca  ciudad  morisca,  me  han  conmovido  las  pasio- 
nes que  agitaban  á  sus  habitantes  en  aquellos  dramáticos  mo- 
mentos; la  resolución  de  los  patriotas,  quizá  feroz,  pero  noble  y 
honrada;  los  raheces  manejos  de  los  renegados,  temerosos  del 
castigo  que  merecían;  las  mortales  congojas  de  los  burgueses, 
las  quejas  y  la  miseria  de  los  proletarios.  Muchas  veces  me  ha 
parecido  ver  en  los  muros  á  hombres  de  corazón  magnánimo 
preparándose  á  la  muerte,  y  allá,  en  el  fondo  de  mansiones  sun- 
tuosas ó  miserables,  á  las  madres  estrechando  en  su  regazo  á 
los  pequeñuelos,  angustiado  el  corazón  y  arrasados  en  lágrimas 
los  ojos. 

La  artillería  del  marqués  de  Cádiz  había  derribado,  hacia 
el  29  de  Mayo,  la  más  alta  torre  del  castillo,  otra  menor  junto 
á  ella  y  el  lienzo  de  muro  que  las  unía.  Parecía  aquella  brecha 

practicable 


282  Málaga  Musulmana. 


practicable  á  algunos  capitanes  de  la  hueste,  entendiendo  que 
por  ella  se  podía  entrar  en  la  fortaleza;  repugnaban  otros  por 
aventurado  este  asalto,  creyendo,  como  así  fué,  que  los  moros 
tendrían  barreado  el  portillo,  y  que  sería  infructuosa  cuanta  san- 
gre se  derramara  para  conseguir  aquel  empeño.  Adoptóse  como 
término  medio  entre  estos  pareceres,  que  el  marqués  adelanta- 
ra sus  trincheras  cuanto  más  pudiera;  vino  él  en  ello,  más  por 
punto  de  honra  que  de  grado,  y  acercó  la  trinchera  como  á  un 
tiro  de  piedra  de  las  fortificaciones,  aunque  juzgaba  en  su  inte- 
rior temeraria  esta  situación. 

Probólo  así  el  suceso;  los  escuderos  que  durante  la  noche 
aproximaron  tanto  las  avanzadas,  rendidos  de  fatiga,  pues  en 
dos  dias  no  habian  descansado  ni  dormido,  se  entregaron  al 
sueño,  sin  dejar  á  vista  de  la  fortaleza  suficiente  vigilancia.  No 
despreciaron  los  moros  esta  feliz  ocasión:  dos  mil,  mandados  por 
Ibrahim  Zenete,  salen  por  la  brecha,  acometen  la  primera  avan- 
zada,  la  rebasan,  y  ponen  en  fuga  á  sus  defensores;  los  cuales 
mezclados  con  ellos,  peleando  ó  huyendo,  tropezaron  con  el  mar- 
qués que  acudía  á  socorrerlos. 

Venía  el  de  Cádiz  á  pié  y  armado,  con  D.  Martin  de  Cór- 
doba, Garci  Bravo  alcaide  de  Atienza,  algunas  compañías  ga- 
llegas y  soldados  de  las  Hermandades.  Al  ver  huir  á  los  suyos, 
comprendiendo  que  de  su  arranque  dependía,  dado  el  empuje 
que  traía  la  morisma,  la  seguridad  de  sus  estancias,  ordenó  á 
su  alférez  que  caminara  ante  él,  llevando  desplegado  su  estan- 
darte, mientras  que  poniéndose  entre  perseguidores  y  persegui- 
dos gritaba  á  estos  últimos: 

—Vuelta, 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  283 

— Vuelta,  hidalgos,  que  soy  el  marqués;  á  ellos,  á  ellos;  no 

temai^. 

Al  oir  aquella  voz  tan  respetada,  al  ver  su  bandera  en  lo 
más  recio  de  la  pelea,  la  vergüenza  volvió  á  los  que  huian,  for- 
zándoles á  hacer  olvidar  con  sus  hazañas  su  cobarde  fuga.  Lu- 
chaban los  sarracenos  furiosamente;  trabáronse  unos  y  otros 
hasta  pelear  cuerpo  á  cuerpo  con  las  espadas  y  puñales;  el  te- 
rreno era,  por  lo  quebrado,  desfavorable  para  los  cristianos,  quié- 
nes más  que  á  las  heridas,  que  eran  muchas  y  bien  crueles,  te- 
mían perder  pié  y  despeñarse. 

Duró  la  pelea  una  buena  hora;  mayor  tiempo  durara  y  más 
desastrosa  fuera  para  los  sitiadores,  sino  acudiera  muchedum- 
bre de  soldados  que  obligaron  á  los  alarbes  á  recogerse  al  cas- 
tillo. Atestiguaba  lo  empeñado  de  la  acción  el  número  de  heri- 
dos y  muertos:  tuvieron  los  moros  cuatrocientos  de  éstos  y  en- 
tre los  heridos  á  su  jefe;  de  sus  contrarios  murieron  Garci  Bra- 
vo, Iñigo  López  de  Medrano  señor  de  Cabanillas,  Gabriel  de 
Sotomayor,  Pedro  Pamo  y  Vasco  de  Meida,  capitanes  gallegos, 
otros  tres  jefes  de  las  Hermandades,  y  hasta  treinta  soldados; 
salieron  heridos  cuatrocientos,  entre  ellos  de  una  saeta  en  un 
brazo  D.  Diego  Ponce  de  León  hermano  del  marqués  (i). 

Mandó  éste  retraer  las  trincheras  á  su  primera    situación; 

mientras 


(i)  Pulgar  dice  que  el  marqués  fué  el  heri«lo  de  flecha,  pero  Bemaldez  trae  tan  minu- 
ciosas noticias  de  este  lance  que  hay  que  aceptarlas  sin  la  menor  sospecha:  según  parece 
D.  Diego  Ponce  de  León  fué  también  herido  en  la  Axarquia.  Lafuente  Alcántara  puso  en 
«sta  ocasión  la  mueile  de  Ortega  de  Prado;  su  autoridad  me  liizo  dar  crédito  á  esta  indica- 
cien;  las  importantes  noticias  de  Alonso  de  Patencia,  hasta  ahora  inéditas,  prueban  que 
faé  en  otra  ocasión  y  probablemente  antes. 

40 


284  Málaga  Musulmana. 


mientras  daba  estas  órdenes,  recogía  la  gente,  hacía  retirar  el 
material  de  guerra  y  proveia  á  la  defensa  de  las  antiguas  posi- 
ciones,  conociéronle  los  moros,  y  uno  de  ellos  desde  el  castillo 
le  disparó  su  espingarda.  Que  á  estar  mas  cerca  y  desarmado 
allí  tuvieran  remate  los  buenos  sucesos  de  aquel  gran  capitán; 
pero  la  bala  dándole  en  la  adarga,  pasándola  por  entre  los  cor- 
dones, se  le  quedó  amortiguada  en  el  sayo  junto  al  vientre,  por 
bajo  de  la  coraza. 

Mostró  el  marqués,  pasado  ya  el  riesgo,  mucha  saña  por  la 
escasa  vigilancia  y  el  pavor  de  su  gente,  reprochándoselo  con  du- 
reza. Así  lo  merecían,  pues,  sin  su  hidalga  resolución,  cierta- 
mente que  el  estrago  en  sus  estancias  hubiera  sido  grandísimo. 

Desde  este  momento  se  acrecentó  la  resistencia  de  los  sitia- 
dos; raro  el  dia  en  que  por  varias  partes  no  hicieran  salidas  con- 
tra las  estancias;  raro  el  instante  en  que  la  artillería  cesara  en- 
su  destructora  tarea:  en  todos  los  cuarteles  había  que  desple- 
gar  suma  vigilancia,  estar  constantemente  armados  y  prepara- 
dos á  todo  evento;  cuando  menos  se  esperaba  una  turba  de  sa- 
rracenos caia  sobre  ellos  poniendo  en  grave  aprieto  á  sus  guar- 
niciones. 

Disparando  constantemente  la  artillería  se  acababa  la  pól- 
vora; enviaron  los  reyes  por  ella  á  Valencia,  á  Barcelona,  á  Por- 
tugal y  hasta  á  Sicilia,  de  cuyos  puntos  vino  bastante.  También 
proveyeron  los  monarcas  á  la  seguridad  de  la  hueste,  acercan- 
do las  estancias  á  los  muros,  después  de  conquistada  mucha 
parte  de  los  arrabales,  abriendo  fosos,  levantando  estacadas,  y 
nombrando  á  Garcilaso  de  la  Vega,  Juan  de  Zúñiga  y  Diego  de 

Ataidc, 


Ataide,  para  que  recorrieran  diariamente  el  circuito  del  asedio, 
remediasen  cualquier  daño,  oyeran  las  reclamaciones  de  todos 
y  mandaran  lo  que  estimasen  más  conveniente  para  el  buen  or- 
den y  seguridad  de  la  hueste.  En  las  estancias  que  desde  el  Gi- 
bralfaro  bajaban  al  mar,  donde  era  imposible  hacer  fosos,  labrá- 
ronse unas  albarradas  con  sus  portillos,  á  ñn  de  que  la  gente 
pudiera  moverse  más  cerca  de  los  muros,  á  cubierto  de  sus  dis- 
paros. 

Doña  Isabel,  siempre  solícita  del  bienestar  de  sus  vasallos, 
mandó  levantar  seis  ó  siete  grandes  tiendas  que  se  llamaron  el 
HasJ>ilal  de  la  Reina,  porque  en  lugar  seguro,  apartado  del  tráfa- 
go del  real  y  de  los  riesgos  de  la  lucha,  se  curaban  los  heridos 
ó  los  enfermos.  En  este  hospital  asistían  médicos,  boticarios  y 
sirvientes,  que  á  costa  de  la  egregia  soberana  procuraban  que 
aquellos  infelices  recobraran  la  salud:  entre  los  cuales  se  distin- 
guió Gonzalo  de  Avila,  á  quien  después  se  repartieron  casas  en 
Málaga,  y  probablemente  el  boticario  Esteban  de  Buenhora,  á 
quien  se  concedió  igual  merced  además  del  establecimiento  de 
su  farmacia  en  la  Plaza  mayor  de  nuestra  ciudad,  donde  ejerció 
su  profesión  algún  tiempo  (i). 

En  la  población  el  cansancio,  las  muertes,  las  heridas,  la 
pertinacia  ciistiana,  el  aparato  de  fuerzas  que  cada  dia  se  iba  en- 
tre los  sitiadores  acrecentando,  ganaban  voluntades  á  la  idea 

de  rendición. 

(i)    ñepartim.  dr  MáUigit,  T,  I.  folios  113  y  162. 
Adnuiás  de  osUia  niédíuus  y  citiijnnus  rcribicron  en  Mi'ilagn  lii^t'eciamicnloB,  sin  duda 
l^ii'  tu  asistencia  al  sitio: 

Maestre  Antlrís  Nuñez  del        Junn  de  Honstrrali  físico.         Maestre  Andrés  de  Pare- 
Corral  dn^no  real.  ('itiii^la  de  Baena  físico.        des  cirujano  rpal. 

Franriaco  SanrJií^z  an  hijo,        Maustre  Juan  cirujano.  Maestit!  Pedro  cii-ujano. 


286  Málaga  Musulmana. 


de  rendición.  Conteniánla  los  feroces  gomeres,  ajusticiando  á  los 
mas  resueltos  en  proponerla,  aprisionando  á  los  tibios  en  sucias 
y  lóbregas  mazmorras  6  martirizándolos  de  mil  modos. 

Apesar  de  esto  la  parcialidad  pacífica  crecía,  reuníase  y  con- 
ferenciaba, aunque  sigilosamente,  enviando  sus  cartas,  atadas  á 
venablos  que  disparaban  al  real,  en  las  que  revelaban  el  estado 
de  los  ánimos,  las  crueldades  de  los  berberiscos  y  el  propósito  de 
entregarse,  si  estos  no  dominaran.  Llegaron  á  más,  enviaron  un 
mensagero  á  los  reyes  para  tratar  de  rendición:  sospecháronlo 
los  exaltados  y  al  tornar  el  parlamentario  quisieron  prenderle; 
resistióse  él  y  huyó,  pero  siguiéronle  tan  de  cerca  que  le  dieron 
dos  cuchilladas,  especialmente  en  una  mano,  de  las  que  falleció 
en  el  campamento,  á  donde  vino  á  refugiarse. 

Vése,  pues,  que  los  partidarios  de  la  resistencia  no  se  des- 
cuidaban. Sus  comisionados,  ya  por  mar,  ya  por  tierra,  de  to- 
dos modos  con  gran  riesgo,  salieron  de  la  ciudad,  pasaron  por 
entre  los  cristianos  y  se  alejaron  buscando  la  protección  de 
Boabdil.  La  escasa  afición  que  á  éste  habia  mostrado  Málaga 
y  el  resentimiento  que  contra  ella  se  le  suponía,  aconsejaron  4 
los  enviados  servirse  del  valimiento  que  con  él  gozaba  el  alcai- 
de de  Almuñecar.  Accedió  éste  á  las  súplicas  de  los  malague- 
ños, y  escribió  á  su  sultán  manifestándole  la  angustiosa  situa- 
ción de  Málaga  é  interesándole  para  que  la  socorriera. 

Boabdil,  á  quien  mantenía  en  el  solio,  constantemente  ame- 
nazado por  su  tio  el  Zagal,  la  protección  de  los  cristianos,  con- 
testó cual  cumplía  á  su  miserable  condición:  luchar  con  los  Re- 
yes Católicos  era  luchar  con  lo  imposible:  la  rendición  era  pre- 
cisa y 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  287 

cisa  y  conveniente,  pues  evitaría  la  total  ruina  de  los  cercados; 
él  por  su  parte  nada  podia  hacer  por  éstos,  primero  por  falta 
de  fuerzas,  después  porque  á  entrambos  monarcas  debia  sumo 
agradecimiento  por  sus  beneficios. 

Si  algún  hombre  de  corazón  iba  entre  los  embajadores  de- 
bió encendérsele  el  rostro  de  vergüenza  ante  la  degradación  de 
aquel  miserable,  viviente  y  repugnantísimo  ejemplo  de  lo  que 
pueden  las  pasiones  políticas  en  un  ambicioso.  Desesperados 
volviéronse  á  Almuñecar  é  informaron  del  fracaso  de  su  misión 
i  el  alcaide.  Dióles  este  al  despedirlos  cartas  para  los  sitiados, 
ratificando  las  tristes  noticias  que  les  llevaban;  con  lo  cual  tor- 
naron á  sus  hogares. 

Mas  no  fueron  tan  afortunados  á  la  entrada  como  á  la  salida; 
descubiertos  por  las  avanzadas,  unos  cayeron  muertos,  otros  hu- 
yeron, algunos  quedaron  prisioneros  y  fueron   presentados  al 
rey  con  las  cartas  que  traian.  Súpose  por  estas  la  deplorable  si- 
tuación de  la  ciudad:  de  cinco  mil  defensores  escogidos  con  que 
contaba,  mil  habian  muerto,  dos  mil  estaban  inutilizados  por  he- 
ridos 6  enfermos,  aumentando  con  su  cuidado  el  incesante  tra- 
bajo de  los  demás;  del  resto,  la  parte  más  granada  andaba  débil 
por  lá  falta  de  mantenimientos;  además  la  pólvora  habia  dismi- 
nuido considerablemente. 

Mucho  debió  regocijarse  D.  Fernando  teniendo  tan  exactas 
noticias.  Confirmáronlas  las  que  le  trajo  un  muchacho  cristia- 
no, que  estaba  en  la  plaza  en  rehenes  por  su  padre,  á  quien  los 
moros  aprisionaron  y  soltaron  después,  para  que  se  procurara 

su  rescate.  El  muchacho  avisado,  ágil  y  nada  miedoso,   en  un 

descuido 


288  Málaga  Musulmana. 

descuido  de  los  que  le  guardaban,  salióse  por  una  cloaca  de  la 
ciudad,  y  se  vino  al  campamento,  donde  anunció  la  penuria  de 
los  cercados. 

Sirvió  mucho  á  el  rey  sin  duda  para  adquirir  más  informes 
un  moro,  que  después  se  bautizó,  con  el  nombre  de  Fernando 
y  el  apellido  del  Rey,  al  parecer  malagueño,  á  quien  se  dieron 
las  casas  que  poseia  en  nuestra  ciudad  y  además  repartimien- 
tos tan  pingües  como  á  los  guardias  de  los  reyes,  agradecidos 
estos  á  los  servicios  que  les  prestó  y  á  los  ardides,  dice  una  real 
cédula,  que  les  dio  para  conquistar  á  Málaga  y  otras  poblacio- 
nes (i). 

A  pesar  de  todos  estos  informes  deseó  el  monarca  adquirir 
algunos  mas  precisos;  por  lo  cual,  á  voz  de  pregón,  se  procla- 
mó en  el  real  que  se  gratificaría  al  que  le  presentara  algún  ma- 
lagueño. Aguijados  por  la  codicia  del  premio  imaginaron  algu- 
nos gallegos,  de  los  que  servían  en  las  estancias  fronteras  á  Gi- 
bralfaro,  un  medio  de  ganarle.  Todos  los  dias,  á  horas  marca- 
das, salían  del  castillo  unos  moros  á  coger  yerba  y  forrage  pa- 
ra algunas  cabras  que  tenían  dentro  de  la  fortaleza:  atisbaron 
los  gallegos  su  salida,  ocultándose  entre  los  sepulcros  del  cemen- 
terio judío,  establecido  por  aquellas  alturas.  En  efecto,  salieron 
seis  moros  desarmados  y  comenzaron  á  coger  yerba;  seguíanles 
ávidamente  los  cristianos,  disimulándose  entre  las  piedras  délos 
túmulos,  como  si  cazaran  alimañas  silvestres;  en  momento  pro- 
picio salteáronles,  resistiéndose  ellos  tan  bravamente  que  antes 
de  entregarse  cuatro  perecieron  y  uno  cayó  mal  herido.  Tra- 
jéronse 

(1)     Repartimientos  T.  I,  folio  116  v.  y  sig. 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  289 

jéronse  los  gallegos  á  sus  tiendas  al  que  quedó  sano,  donde  qui- 
sieron arrebatársele  ¡rasgo  característico  de  las  costumbres  de 
entonces!  algunos  caballeros,  para  presentarlo  al  rey  y  congra- 
ciarse con  él;  negáronse  á  esto  los  aprensores  valerosamente, 
dieron  su  cautivo  al  monarca  y  se  llevaron  el  premio- 
Interrogado  el  moro  sobre  la  situación  de  Málaga,  con  hi- 
dalga resolución  y  ánimo  de  engañar  á  sus  enemigos,  contestó 
un  cúmulo  de  falsedades;  según  su  dicho  la  plaza  estaba  perfec- 
tamente provehida,  firmes  y  unidos  sus  defensores,  y  había  que 
esperar  largo  tiempo  para  agotar  sus  recursos  y  domeñar  su  re- 
solución. Hostigáronle  para  que  dijera  la  verdad;  al  cabo,  qui- 
zá amenazado  duramente,  confirmó  los  informes  que  se  tenían. 
No  era  solo  aquel  infeliz  cautivo  quien  mostraba  tan  gallar- 
da decisión;  malagueño  hubo  que  saliendo  á  los  cristianos  pi- 
diendo bautismo,  procuraba  engañarles  ponderando  la  buena 
provisión  de  los  cercados  é  indicándoles  partes  del  muro  que  de- 
cían flacas,  desguarnecidas  y  fácilmente  asaltables:  por  fortuna 
otros  que  se  venían'al  campamento,  huyendo  del  hambre  que  co- 
menzaba á  declararse  en  la  población,  desengañábanles;  la  abun- 
dancia era  mentida  y  aquellos  sitios  los  más  bien  guardados. 

En  el  consejo  real  continuaban  divididas  las  opiniones.  Al- 
gunos capitanes  sostenían  la  conveniencia  de  adelantar  el  asal- 
to; la  época  de  las  primeras  aguas  se  acercaba,  y  con  lluvias 
era  imposible  todo  asedio;  si  en  la  ciudad  había  pocos  mante- 
nimientos los  moros  eran  de  por  sí  bastante  sobrios  para  hacer- 
los durar  mucho  tiempo;  los  portillos  abiertos  en  los  muros  fa- 
cilitarían el  ataque:  debía  pues  encomendarse  la  expugnación 

ai  valor 


290  Málaga  Musulmana. 


al  valor  más  que  á  la  constancia.  Mantenían  otros  lo  contrario; 
la  artillería  era  escasa,  pocas  las  brechas,  por  el  suelo  no  había 
más  que  escombros  de  almenas,  aún  estaban  de  pié  fuertes  to- 
rres y  extensas  cortinas  de  muros;  el  asalto  pues  había  de  ser 
muy  sangriento  y  dudoso  su  éxito;  por  otra  parte  sino  les  en- 
traban á  los  cercados  vituallas,  en  ciudad  tan  populosa  pronto 
se. agotarían  las  que  quedaran;  los  que  opinaban  así,  entre  ellos 
Doña  Isabel,  creían  que  procedía  más  la  vigilancia  y  la  perse- 
verancia que  la  fuerza. 

Tomóse  cuanto  era  razonable  de  entrambas  opiniones.  Dis- 
pusiéronse como  para  un  asalto;  los  carpinteros  y  herreros  no 
holgaban  un  momento,  haciendo  escalas,  bastidas  y  otras  má- 
quinas; los  zapadores  emprendieron  una  obra  bien  difícil,  la  de 
abrir  minas  en  el  campamento  que  pasaran  bajo  los  muros,  ya 
para  volarlos,  ya  para  meter  los  soldados  en  la  ciudad.  Una 
de  ellas  partía  desde  las  estancias  del  conde  de  Benavente  y 
del  duque  de  N ajera,  otra  se  abrió  en  los  cuarteles  del  clavero 
de  Calatrava,  otra  en  los  de  D.  Fadrique  de  Toledo,  otra  en  los 
del  conde  de  Feria,  y  todas  en  el  trayecto  comprendido  entre 
las  puertas  de  Granada  y  Antequera.  Trabajaban  los  mineros 
por  la  noche,  empleándose  centenares  de  peones  en  estas  cua- 
tro minas. 

Al  mismo  tiempo  las  trincheras  se  aproximaban  á  los  adar- 
ves, la  escuadra  se  acercaba  mas  á  la  playa,  y  estrechábase  el 
cerco,  imposibilitándose  toda  comunicación  de  los  sitiados  con 
el  exterior.  Y  porque  las  naves  de  trasporte  habían  sido  asalta- 
das por  las  africanas,  vinieron  de  diversos  puntos  de  España 

otras 


otras  muchas,  que  daban  caza  á  los  corsarios  y  los  ahuyentaban 
de  nuestras  aguas. 

No  veían  los  musulmanes  españoles  indiferentes  los  sufri- 
mientos de  los  malagueños;  muchos  habia  que,  amparados  por 
las  treguas,  se  ocupaban  en  sus  trabajos  y  mercaderías,  entriste- 
cido el  corazón  por  las  miserias  de  sus  compatriotas,  pero  sin> 
atreverse  á  socorrerlos;  no  así  otros,  más  alentados,  más  patrio- 
tas, pues  en  Guadix  contando  con  el  Zagal,  excitados  por  car- 
tas de  los  sitiados,  tomaron  bastantes  muslimes  las  armas,  for- 
mando una  buena  hueste  que  se  dirigió  á  Málaga. 

Pero  no  contaban  con  la  traición  de  sus  mismos  correligio- 
narios; creyendo  marchar  seguros  por  territorio  mahometano 
aquellos  voluntarios  de  la  fé,  que  habían  ofrecido  sus  vidas  en 
holocausto  por  la  patria,  nunca  podían  imaginar  que  un  sultán 
moro  había  de  salir  á  ellos,  envolverios,  acuchillatlos  y  ahuyen- 
tarlos, á  fín  de  impedirles  que  atacaran  á  los  cristianos.  Así 
ocurrió,  sin  embargo,  para  eterno  baldón  de  Boabdil,  quien  des- 
barató la  expedición,  pidiendo  albricias  por  esta  proeza  indig- 
na á  los  Reyes  Católicos,  á  la  vez  que  les  avisaba,  como  un  ruin 
Espía,  la  penuria  de  la  ciudad  cercada,  y  regataba  jaeces  y  ca- 
ballos al  rey,  sedas  y  perfumes  á  Doña  Isabel.  Mostráronsele 
ellos  agradecidos  é  hiciéronle  grandes  mercedes,  deferentes  en 
la  apariencia,  seguramente  despreciándole  en  el  fondo  de  sus 
almas. 

No  faltaban  tampoco  traidores  en  el  real,  pues  frecuente- 
mente los  cercados  recibían  avisos  cristianos  de  sucesos,  que  les 
hubieran  sido  favorables  á  ser  ciertos:  á  la  continua  presentá- 
41  ban  seles 


292  Málaga  Musulmana. 


banseles  desertores  manifestando  que  en  el  campamento  se  pa- 
saba hambre,  cuando  precisamente  los  almacenes  rebosaban  de 
vituallas;  que  la  gente  andaba  descontenta,  cuando  nunca  ha- 
bía mostrado  mejor  ánimo;  que  eran  muy  frecuentes  las  deser- 
ciones, cuando  á  cada  momento  engrosaban  la  hueste  tropas 
de  refresco;  y  que  los  africanos  apresaban  ó  molestaban  las  na- 
ves enemigas,  única  cosa  en  que  no  mentían. 

Confortábanse  los  moros  creyendo  tales  patrañas,  las  cua- 
les eran  bastante  menos  absurdas  que  las  que  les  predicaban 
sus  faquíes  exhortándoles  á  la  resistencia,  narrándoles  en  sus 
pláticas  sueños  prodigiosos,  excitando  su  vivaz  imaginación  me- 
ridional con  el  relato  de  portentosas  apariciones  y  grandes  mi- 
lagros, profetizándoles  sucesos  prósperos,  mediante  la  sobrena- 
tural intervención  de  su  santo  Profeta,  con  otros  muchos  embe- 
lecos y  embaimientos  de  la  misma  laya  y  jaez. 

Mientras  tanto  agravábase  el  hambre;  acabado  el  trigo  hi- 
cieron pan  de  cebada;  tras  esto  ordenóse  que  cada  uno,  so  pena 
de  la  vida,  declarase  los  mantenimientos  que  poseía;  así  se  hi- 
zo; algunos  que  pretendieron  engañar  en  sus  declaraciones  á 
los  gomeres  fueron  degollados  y  confiscadas  sus  provisiones.  Es- 
ta visitas  domiciliarias  y  el  natural  desorden  de  aquellos  críti- 
cos momentos  permitieron  á  los  berberiscos  ejercer  su  rapaz 
condición,  saqueando  muchas  casas  impunemente. 

Los  que  más  padecieron  fueron  los  judíos,  gente  vil  y  univer- 
salmente  despreciada,  blanco  perpetuo  del  aborrecimiento,  de 
la  envidia  ó  de  la  codicia,  tanto  de  los  muslimes  cuanto  de  los 
cristianos.  Ciertamente  no  me  explico  como  se  quedaron  en  tan 

difíciles 


«jiftciles  días  dentro  de  la  ciudad,  pues  eran  bien  previstos  los 
íJesastres  que  tes  amenazaban.  Así  aconteció  efectivamente;  ape- 
nas se  declaró  la  penuria  de  provisiones,  fueron  allanados  sus 
liogares,  délos  que  sustrajeron  los  moros  las  vituallas,  dejándo- 
les en  tal  miseria  que  muchos  murieron  de  inanición. 

Crecía  cada  vez  más  la  necesidad  y  á  compás  de  ella  las 
■medidas  violentas.  Con  intervención  de  los  capitanes  recogié- 
ironse  todas  las  provisiones,  almacenáronse  á  cargo  de  persona 
segura,  y  se  racionó  á  los  que  peleaban  con  cuatro  onzas  de  pan 
por  la  mañana,  dos  por  la  noche.  Cuantos  serían  los  sufrimien- 
tos del  resto  de  la  población  fácilmente  podrán  considerarse; 
consumiéronse  primeramente  los  caballos  y  asnos,  después  pe- 
rros, gatos,  ratones  y  otros  animales  inmundos,  cogollos  de  pal- 
mera cocidos  y  molidos,  cortezas  de  árboles,  y  hojas  de  parras 
picadas  y  aliñadas  con  aceite.  Alimentos  mal  sanos,  que  pro- 
dujeron sus  naturales  consecuencias,  enfermedades  graves  y 
muertes. 

Pero  manteniánse  firmes  en  su  honrosa  decisión.  No  se  sa- . 
be  como  habían  atravesado  las  líneas  cristianas  cartas  de  Bae- 
za,  confirmándolos  en  la  resistencia,  enalteciendo  sus  sufrimien- 
tos y  ofreciéndoles  inmediato  socorro.  Embravecidos  por  sus 
pesares,  viéndose  acometidos  por  todas  partes,  andaban  vigilan- 
lisimos,  aunque  cansados  y  dolientes.  Cierto  dia  sintieron  los 
azadonazos  de  los  zapadores,  que  estaban  eon  sus  minas  bien 
cerca  de  los  muros.  De  seguida  tomaron  su  resolución,  y  co- 
menzaron á  cavar  ante  ellos  un  profundo  foso,  no  solo  para  im- 
pedir á  las  máquinas  de  guerra  llegar  al  adarve,  sino  para  cor- 
tar las 


294  Málaga  Musulmana. 

tar  las  minas.  Quisieron  oponérseles  los  sitiadores  con  graniza- 
das de  balas  y  saetas;  pero  ellos  pusieron  ante  los  cavadores 
tablazones  y  otros  parapetos;  los  cristianos  íbanse  audazmente 
contra  ellos  para  derribarlos  ó  incendiarlos,  y  en  los  seis  dias 
que  duraron  estas  luchas,  cavando  unos,  defendiéndoles  sus  ca- 
maradas,  y  acometiéndoles  sus  enemigos,  hubo  ocasión  en  que 
llegaron  á  pelear  cuerpo  á  cuerpo,  cayendo  en  todos  estos  tran- 
ces multitud  de  heridos  y  muertos. 

Concluido  el  foso,  apercibiéronse  los  malagueños  de  que  la 
mina  de  D.  Fadrique  de  Toledo  se  acercaba  ya  al  muro:  apre- 
suráronse á  contraminar,  y  lo  hicieron  tan  hábilmente  que  se 
encontraron  con  los  zapadores  cristianos;  al  momento  los  ata- 
caron desesperadamente,  trabándose  entre  tinieblas,  con  el  ries- 
go de  ver  desplomarse  sobre  ellos  la  mina,  un  sangriento  com- 
bate, que  acabó  con  la  huida  de  los  sitiadores;  posesionáronse 
los  sitiados  de  la  galería  abierta  por  aquellos,  pegaron  fuego  á 
los  maderos  que  sostenian  sus  paredes,  volaron  con  pólvora 
parte  de  ella  y  la  inutilizaron  por  completo. 

Esta  victoria  ensoberbeció  sus  ánimos  para  cegar  las  otras 
minas.  Al  efecto,  mientras  que  sus  cavadores  procuraban  encon- 
trarse en  ellas  con  los  cristianos,  hicieron  por  mar  y  tierra  una 
vigorosa  salida.  Garci  Fernandez  Manrique,  el  marqués  de  Cá- 
diz y  el  alcaide  de  los  Donceles  sufrieron  los  ímpetus  de  su  em- 
bestida; el  almirante  tuvo  que  enviar  embarcaciones  pequeñas 
artilladas,  para  apagar  los  fuegos  de  los  muros  y  torres,  que  cau- 
saban grave  daño  en  las  naves  mayores.  En  una  de  cuyas  es- 
caramuzas navales  fué  herido  Garci  López  de  Arriarán,  uno  de 

los  capitanes 


I  los  capitanes  de  naves  que  mejores  servicios  prestaron  en  el 
I  cerco  (i). 

Dentro  de  las  minas  llegaron  por  fin  á  encontrarse  los  en- 
carnizados enemigos,  pugnando  los  españoles  por  arredrar  á 
los  mahometanos  y  meterse  en  la  ciudad,  los  mahometanos  por 
arrojarlos  al  campamento,  para  inutilizar  sus  trabajos.  Duró  la 
batalla  en  el  mar,  sobre  la  tierra  y  debajo  de  ésta,  hasta  seis 
horas;  como  siempre  fuerzas  superiores  rechazaron  á  los  sarra- 
cenos, pero  las  minas  no  hallo  que  sirvieran  después  de  mucho 
al  propósito  de  los  sitiadores.  La  entereza  que  en  estas  luchas 
mostró  la  morisma  inspiró  á  Pulgar  las  siguientes  razones:  teosa 
fui  dina  de  notar  la  osadía  que  aquella  gente  bárbara  tenía  en  pelear, 
la  obediencia  que  tenían  á  sus  capitanes  é  su  trabajo  en  reparar  sus 
diftnsas  é  su  astucia  en  los  engaños  de  la  guerra  ¿  la  constancia  que 
¡ivitron  en  el  propósito  que  comenzaron». 

Contrastaba  la  abundancia  en  el  campamento  con  la  mise- 
ria de  la  ciudad.  La  flota  por  mar  y  el  recuage  por  tierra  te- 
nían á  los  cristianos  abundantemente  provistos;  desde  los  adar- 
3  famélicos  moros  veían  blancos  montones  de  harina  que 
se  aízaban  entre  las  tiendas. 

A  cada  momento  también  llegaban  refuerzos  importantes 
<ie  gente  noble  con  sus  vasallos  y  criados,  hidalgos  con  sus  escu- 
deros, y  artesanos  buscando  trabajo,  deseando  todos  emplear 
sus  fuerzas,  por  el  momento  en  bren  de  la  patria,  después  en  el 
propio,  enriqueciéndose  con  los  despajos  de  la  victoria.  Cua- 
trocientos soldados  entre  valencianos,  aragoneses  y  catalanes 

^_  entraron 

(I)    Rtfiartimietüot  de  Málíuja,  T.  I,  (< 


296  Málaga  Musulmana. 


entraron  en  los  reales  con  D.  Diego  de  Sandoval  marqués  de 
Denia;  la  escuadra  se  aumentó  con  una  nave,  capitaneada  por 
D.  Juan  Ruiz  de  Corellan  conde  de  Concentaina,  y  con  tres  más 
á  las  órdenes  de  D.  Juan  Francés  de  Próxita  conde  de  Alme- 
nara y  Aversa,  y  de  Mosen  Miguel  de  Busquet.  Los  aragoneses  y 
catalanes,  duros  de  condición,  como  siempre  los  crió  su  tierra, 
apenas  vieron  los  muros  aquí  desalmenados,  más  allá  aporti- 
tillados,  en  ciertas  partes  totalmente  caidos,  aconsejaron  al  rey 
que  se  fuera  al  asalto  y  acabara  con  los  sarracenos. 

No  se  quedaron  á  la  zaga  de  ellos  los  castellanos  en  punto 
á  auxiliar  á  su  reina.  Había  enviado  á  aquella  campaña  su  con- 
tingente de  fuerzas  D.  Enrique  de  Guzman  duque  de  Medina 
Sidonia;  mas  al  saber  que  Doña  Isabel  estaba  en  el  cerco,  co- 
mo si  su  presencia  fuera  imán  que  atragera  las  voluntades,  pre- 
sentóse en  él  con  su  hijo  D.  Juan  y  con  todos  los  caballeros  de 
su  casa,  que  eran  muchos  y  buenos.  Los  reyes  gozosos  por  ha- 
ber llegado  aquel  dia  más  de  cien  naves,  acrecentaron  su  júbi- 
lo con  la  presencia  de  aquel  ilustre  procer,  recibiéronle  cariño- 
samente, celebráronle  la  buena  voluntad  que  demostraba  su  ve- 
nida con  tan  buen  acompañamiento;  á  lo  cual  contestó  el  du- 
que, entre  cortesano  y  agradecido:  *que  la  necesidad  del  rey  lla- 
ma al  caballero  leal^  aunque  el  rey  no  le  llame;  que  él  venía  allí  á 
los  servir  con  D.  Juan  su  Jijo  y  con  todos  los  caballeros  que  habían 
quedado  en  su  tierra^  con  la  fidelidad  que  aquellos  donde  él  venía  ha- 
bían  servido  á  los  reyes  sus  progenitores*. 

Después  con  bizarra  generosidad,  sabiendo  que  los  monar- 
cas escaseaban  de  dinero,  entrególes  veinte  mil  doblas  de  oro, 

que 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  297 

que  ellos  le  agradecieron  por  todo  extremo,  teniéndole  siempre 
en  mucho  éste  servicio.  Otras  personas  también  les  hicieron  al- 
gunos empréstitos,  pues  hallé  en  los  Repartimientos  de  Málaga 
memoria  de  ellos  y  de  las  mercedes  con  que  más  adelante  fue- 
ron reintegradas. 

Las  tropas  de  refresco  suplieron  las  bajas  en  la  hueste.  Ser- 
vían en  ésta  más  de  sesenta  mil  hombres,  cuyo  número  dismi- 
nuyeron las  muertes,  las  enfermedades  y  las  deserciones;  de  los 
restantes  había  muchos  rendidos  del  largo  cerco,  la  continua 
vela  y  los  duros  trabajos.  Toledo,  Segovia,  Madrid,  Alcaráz, 
Trujillo,  Cáceres,  Badajoz,  otras  muchas  poblaciones  y  caba- 
lleros principales  recibieron  invitaciones  de  los  reyes  para  que 
enviaran  sus  milicias  ó  sus  mesnadas.  Mandó  las  suyas  el  du- 
que del  Infantado;  otro  tanto  hicieron  las  demás  poblaciones, 
con  lo  cual  se  pudo  remediar  aquella  necesidad. 

Por  otra  parte  los  monarcas  pusieron  en  el  gobierno  del  cam- 
pamento el  mismo  orden  que  iban  imponiendo  en  el  del  Esta- 
do. Habían  venido  á  el  real  bastantes  moros  mudejares,  gente 
en  la  que  se  podía  confiar  bien  poco,  por  cuya  razón  mandaron 
despedirlos,  temiendo  su  espionage,  algún  incendio  ó  cualquier 
otro  desmán  de  su  parte. 

Establecieron  además  alcaldes  encargados  de  administrar  jus- 
ticia, de  la  policía,  y  de  precaver  delitos  entre  la  muchedumbre 
agrupada  al  rededor  de  Málaga,  compuesta  de  tan  diversas  clases, 
comarcas  y  genialidades;  encomendáronles  también  la  vigilan- 
cia de  las  grandes  enramadas  que  se  habían  hecho  y  que  se  se- 
caron con  los  calores,  para  evitar  que  alguien,  intencionadamen- 
te 6 


298  Málaga  Musulmana. 

te  ó  por  aventura  se  les  prendiera  fuego;  ordenáronles  vigilar 
los  pozos  por  si  algún  malvado  se  atrevía,  como  temían  muchos, 
á  envenenar  sus  aguas,  y  diéronles  facultades  para  arrojar  del 
cerco  á  los  que  fuesen  más  dañosos  que  útiles.  Con  lo  cual,  cum- 
pliendo aquellos  magistrados  cuidadosamente  con  su  deber,  es- 
cusáronse  grandes  males,  evitándose  pendencias,  heridas  y  la- 
trocinios. 

Por  este  tiempo  llegaron  al  real  embajadores  del  sultán  de 
Tremecen  en  África;  traían  éstos  caballos,  jaeces  y  albornoces 
riquísimos  para  D.  Fernando,  para  la  reina  telas  de  seda,  ajor- 
cas de  oro  y  exquisitos  aromas.  Manifestaron  á  entrambos  mo- 
narcas que  la  fama  de  su  poderío,  esparcida  entre  alarbes,  im- 
pulsaba á  su  señor  á  buscar  su  amistad,  para  que  los  comer- 
ciantes tremeeinos  pudieran  mercadear  libremente,  sin  temor  á 
las  naos  españolas.  Acogieron  los  reyes  con  singular  benevolen- 
cia y  cortesía  á  los  enviados;  bajo  la  condición  de  que  por  nin- 
gún concepto  auxiliaría  á  los  sarracenos  granadinos  accedieron 
á  aliarse  con  su  monarca,  redactaron  sus  capitulaciones,  y  en- 
tregaron cartas  á  los  embajadores  para  los  comandantes  de  su 
flota,  á  fin  de  que  trataran  como  amigas  á  las  embarcaciones  de 
Tremecen. 

Y  como  el  sultán  había  manifestado  deseos  de  conocer  sus 
reales  blasones  enviáronle  un  vaciado  de  su  escudo  de  armas 
en  cera,  grande  como  la  palma  de  la  mano,  realzado  con  oro  y 
colores.  Despidiéronse  con  esto  los  embajadores  muy  satisfe- 
chos, no  sin  haber  rogado  antes  á  los  reyes  que  se  apiadaran 
de  los  malagueños,  y  les  concedieran  el  mismo  excelente  parti- 
do, conque 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  299 

dO|  conque  habían  favorecido  á  las  poblaciones  musulmanas 
hasta  entonces  conquistadas  (i). 

Mientras  tanto  el  heroismo  de  los  sitiados  conmovía  recia- 
mente los  ánimos  de  los  musulmanes  andaluces.  En  aldeas  mi- 
serables, en  populosas  ciudades,  en  los  socos,  en  los  campos,, 
alrededor  del  hogar,  celebrábanse  tristemente  sus  valentísimas 
proezas  y  se  maldecia  del  nombre  cristiano.  Aunque  humilla- 
dos y  pobres,  aunque  convencidos  de  la  superioridad  de  sus  ene- 
migos, no  escaseaba  entre  los  muslimes  gente  animosa,  que  se 
brindara  á  compartir  las  desventuras  de  sus  correligionarios; 
faltóles  dirección,  que  á  tenerla  más  costoso  hubiera  sido  el 
triunfo  de  la  Reconquista. 

En  una  aldea  de  la  jurisdicción  de  Guadix  vivía  por  enton- 
ces un  morabito  ó  santón,  yá  entrado  en  años,  natural  de  la 
ciudad  de  Guerba  en  Túnez,  á  quien  llamaban  Ibrahim  Alguer- 
bi;  hacía  vida  penitente  retirado  del  mundo,  entregado  á  los 
deleites  místicos  de  la  oración,  al  deleite,  supremo  para  todo 
mahometano,  de  contemplar  á  Dios.  Teníanle  en  aquellas  par- 
tes por  santo,  venerábanle,  y  ponían  en  él  la  confianza  que  ea 
ésta  clase  de  santones  han  puesto  siempre  los  sarracenos. 

Cierto  dia  rompió  Ibrahim  su  retiro;  exaltado  hasta  el  pa- 
roxismo salió  por  campos  y  alquerías  anunciando  que  una  ce- 
leste aparición  le  habia  revelado  en  sueños,  que  los  de  Málaga 
conseguirían  á  poco  una  brillante  victoria;  y  diría  verdad,  simu- 
lada por  su  fantasía,  escitada  con  el  retiro  y  la  abstinencia. 

Además 

(i)    Merder:  Histoire  de  Vetablissement  des  árabes  dans  l*Afrique  sept,  cap.  IX. 

42 


300  Málaga  Musulmana. 


Además  de  esto  proclamaba  el  chihed^  la  guerra  santa;  en  nom- 
bre de  Allah  y  de  su  santo  Profeta  llamaba  á  las  armas  á  cuan- 
tos hombres  de  corazón  quisieran  seguirle.  Entre  berberiscos  y 
andaluces  uniéronse  á  él  hasta  cuatrocientos,  con  los  cuales  an- 
dando á  campo  traviesa,  por  sendas  y  trochas  escusadas,  por 
entre  montes  y  breñas,  para  ocultar  su  marcha,  llegaron  á  dar 
vista  á  las  estancias  cristianas. 

Ante  ellas  acordaron  separarse  en  dos  grupos;  uno  seguiría 
la  lengua  del  agua,  desde  la  Caleta  por  entre  los  cuarteles  del 
marqués  de  Cádiz,  hasta  meterse  en  la  ciudad;  otro  acometería 
las  estancias  más  cercanas  al  Gibralfaro.  No  puede  asegurarse 
si  sabian  sus  camaradas  los  intentos  de  Ibrahim,  ni  si  en  la  ciu- 
dad los  esperaban;  lo  cierto  fué  que  aquel  dia  al  apuntar  el  al- 
ba las  gentes  del  marqués  despertaron  sobresaltadas  á  las  vo- 
ces de  alarma  de  los  escuchas  y  vigías,  quienes  tuvieron  que  re- 
sistir las  furiosas  embestidas  de  los  moros  que  les  atacaban  por 
las  espaldas,  mientras  que  otros  saltando  velozmente  por  entre 
tapias  y  vallados,  pasando  como  blancos  fantasmas  por  entre 
las  tiendas,  acuchillando  al  paso  al  desdichado  mesnadero  que 
entre  asombrado  y  soñoliento  corría  armándose  hacia  donde  se 
oía  el  tumulto,  pasaban  las  trhicheras,  poníanse  al  amparo  de 
los  muros,  y  poco  después  entraban  en  la  ciudad.  A  la  cual  lle- 
garon sanos  y  salvos  hasta  doscientos,  cargados  con  pólvora  y 
algunas  vituallas. 

Mientras  tanto  los  doscientos  restantes  peleaban  bravamen- 
te; después,  conseguido  su  objeto,  unos  huían,  otros  menos  afor- 
tunados caían  heridos  ó  muertos.  Al  reconocer  los  cristianos  el 

campo, 


campo,  acabada  la  batalla,  hallaron  á  un  moro  con  los  brazos 
alzados  al  cielo,  en  actitud  de  orar  devotamente.  Era  Ibrahim 
rAlguerbi,  que  durante  aquellos  terribles  momentos,  oyendo  aco- 
meter y  viendo  degollar  á  sus  compañeros,  con  la  muerte  sus- 
pendida sobre  su  cabeza,  no  olvidaba  sus  devociones  mahome- 
tanas y  hacía  las  rikas  ó  genuflexiones  de  la  oración  de  azzohh,  una 
de  ¡as  cinco  diarias  que  debe  hacer  todo  musulmán.  Probable- 
inente  pediría  en  aquella  plegaria  á  Allah  que  concediera  buen 
éxito  á  un  proyecto,  concebido  en  su  retiro  de  Guadix,  bárbara 
aunque  heroico,  el  de  dar  su  vida  por  la  causa  muslímica,  pero 
asesinando  antes  á  los  poderosos  soberanos,  que  tales  estragos 
hacían  entre  los  ñeles  creyentes,  matando  á  hierro  á  los  que 
amenazaban  pasar  á  cuchillo  ó  reducir  al  cautiverio  á  los  mí- 
seros malagueños. 

Lleváronle  los  soldados  al  marqués  de  Cádiz;  éste  al  ver  an- 
te sí  aquel  viejo  harapiento,  informóse  por  medio  de  sus  intér- 
pretes de  quien  era;  el  contestó  que  por  revelación  divina  sabia 
que  Málaga  debia  entregarse  dentro  de  siete.  Rióse  D.  Rodrigo 
pensando  en  que  ruin  persona  habia  puesto  el  Dios  de  los  rao- 
ros  su  conñanza,  y  preguntó  al  morabito  que  si  los  siete  eraa 
sños,  meses,  semanas  ó  días;  respondió  Ibrahim  que  no  eran 
años,  ni  meses,  sino  semanas  ó  dias;  pero  que  no  revelaría  su 
secreto  más  que  á  los  reyes.  Creyó  el  marqués  falto  de  juicio  á 
aquel  desdichado,  hizo  gran  desprecio  de  él,  dispuesto  á  que  se 
'o  quitaran  de  delante,  pero  tanto  le  dijeron  los  que  le  acompa- 
ñaban, que  contra  su  voluntad  lo  envió  á  los  monarcas  con  su 
adalid  Luis  Amar  y  otros  soldados. 

Iba 


302  Málaga  Musulmana. 


Iba  el  moro  entre  ellos  envuelto  en  sus  amplias  ropas;  es- 
citado  por  la  hazaña  que  revolvía  en  su  mente  llevaba  alterado 
el  rostro  y  torva  la  mirada;  sabido  en  el  real  que  la  gente  del 
marqués  traía  preso  á  un  santón,  acudían  muchos  á  verle,  y  des- 
pués de  contemplarle  le  seguían  con  burla  y  mofa;  reíanse  unos 
de  su  poco  seso,  otros  de  su  rara  catadura,  mas  ninguno  ima- 
ginaba lo  que  aquel  despreciado  sugeto  iba  meditando. 

Llegaron  así  á  la  tienda  del  rey.  Este,  por  fortuna,  acaba- 
do de  comer  sesteaba;  lleváronle  á  la  de  la  reina,  y  la  miseri- 
cordia de  Dios  hizo  que  la  magnánima  señora,  solícita  en  dar 
audiencia  ¿  cuantos  la  pedían,  no  quisiera  concederla  al  moro, 
mandando  que  le  tuvieran  apartado  hasta  que  D.  Fernando  des- 
pertase. 

Los  de  la  escolta  deseosos  de  divertir  á  algún  magnate  con 
la  presencia  del  morabito,  entráronle  en  la  tienda  donde  posa- 
ban Doña  Beatriz  de  Bovadilla  marquesa  de  Moya  y  Doña  Fe- 
lipa muger  de  D.  Alvaro  de  Portugal,  hijo  del  duque  de  Bra- 
ganza,  quien,  por  lo  que  se  dice,  andaba  desnaturalizado  ó  des- 
terrado de  Lisboa.  Jugaban  D.  Alvaro  y  Doña  Beatriz  al  aje- 
drez; suspendieron  su  juego  al  ver  entrar  al  moro,  cuyo  aspecto, 
cada  vez  más  torvo  y  sombrío,  mejor  que  contento  y  burla  ins- 
piraba miedo. 

Ibrahim,  que  no  hablaba  castellano,  viendo  la  tienda  rica- 
mente aderezada,  los  lujosos  trages  de  ambos  jugadores  y  el  aca- 
tamiento que  les  mostraban  sus  acompañantes,  dióles  ptpr  los 
reyes,  y  se  dispuso  á  poner  por  obra  su  terrible  resolución.  Te- 
niéndole en  poco  habíanle  dejado  imprudentemente  llevar  en 

la  cintura 


Parte  primera.  Capítulo  viii. 


la  cintura  un  terciado,  especie  de  alfange  corto  y  ancho;  creyó  la 
marquesa  advertir  que  pedia  agua,  mandósela  dar,  mas  al  tomar 
el  jarro,  rápido  como  el  pensamiento,  arrojóle,  y  desenvainando 
su  alfange  dio  con  él  en  la  cabeza  á  D.  Alvaro,  que  se  desplo- 
mó en  tierra,  bañado  en  sangre:  asegundó  sus  golpes  contra  la 
de  Moya;  pero  de  una  parte  ios  palos  de  la  tienda  dificultándo- 
le el  manejo  de  su  arma,  de  otra  los  vestidos  recamados  de  aque- 
lla señora,  probablemente  la  propia  turbación,  le  impidieron 
herirla.  Pero  sin  duda  acabara  con  su  vida,  si  fr.  Juan  de  Be- 
lalcázar  y  Ruy  López  de  Toledo,  que  estaban  presentes,  no  se 
abrazaran  á  él  para  sugetarle. 

A  los  gritos  de  Doña  Beatriz  y  al  sentir  la  briega  de  la  lu- 
cha, acudieron  Martin  de  Sena,  Luis  Amar  y  Tristan  de  Rive- 
ra, que  sacaron  afuera  á  Ibrahim;  agolpáronse  á  él  muchos  sol- 
dados, quienes  oyendo  lo  que  hizo  le  hicieron  pedazos  con  sus 
espadas. 

Alborotóse  el  real  con  el  suceso;  la  marquesa  de  Moya  salió 
de  su  tienda  implorando  con  grandes  voces  socorro;  el  rey  que 
dormía  saltó  de  su  lecho  precipitadamente,  y  envuelto  en  la  col- 
cha sobre  la  cual  descansaba,  espada  en  mano  presentóse  á  la 
puerta  de  su  tienda;  acudió  Dona  Isabel  é  informados  del  caso, 
mientras  se  curaba  al  herido  y  se  tranquilizaba  la  de  Moya, 
mostraron  sentimiento  por  la  muerte  del  moro,  deplorando  que 
los  soldados  la  hubieran  dado  atropelladamente  á  hombre  tan 
Valeroso. 

Los  restos  de  Ibrahim  pusiéronlos — imprudenter,  dice  un  es- 
critor coetáneo — en  un  trabuco  y  con  su  empuje  los  lanzaron  al 

interior 


304  Málaga  Musulmana. 


interior  de  la  ciudad,  gritando  los  artilleros  á  los  moros  que  se 
veían  entre  las  almenas: 

t — Ahí  lo  lleváis;  vino  por  tierra  y  os  lo  mandamos  por  el 
aire. 

A  poco  salía  por  las  puertas  de  la  ciudad,  cargado  con  un 
bulto,  un  asno,  el  cual  hostigado  por  los  sarracenos  se  encamina- 
ba á  las  trincheras;  cuando  llegó  á  ellas  vieron  que  traía  el  ca- 
dáver de  un  caballero  galle¿^o,  persona  de  suposición,  á  quien 
cautivaron  en  Vélez;  sus  heridas  y  su  aspecto  probaban  cuanto 
le  hicieron  padecer  los  moros,  antes  de  arrancarle  la  vida,  en 
venganza  de  la  que  á  Ibrahim  quitaron  los  españoles.  Los  mo- 
narcas enterraron  honradamente  á  aquel  desgraciado,  juraron 
ajusticiar  á  sus  asesinos  en  cuanto  expugnaran  la  ciudad,  averi- 
guaron cuya  era  su  familia,,  y  le  hicieron  mucha  honra,  galardo- 
nándola por  el  martirio  de  su  deudo  con  varias  mercedes. 

Los  malagueños  por  su  parte  recogieron  los  restos  de  Ibra- 
him, cosiéronlos  con  hilo  de  seda,  laváronlos  con  aguas  aroma- 
ticas,  le  amortajaron,  y  haciendo  sobre  el  cuerpo  gran  duelo, 
con  llanto  y  tristeza,  le  sepultaron. 

Para  evitar  otro  atentado  ordenóse  en  el  campamento  que 
á  más  de  los  guardias  que  velaban  dia  y  noche  cerca  de  las 
tiendas  reales,  asistiesen  á  ellas  doscientos  hijosdalgos  castella- 
nos y  aragoneses  con  sus  gentes;  que  no  se  permitiera  á  moro 
alguno  andar  entre  las  estancias  sin  anuencia  de  los  alcaldes^ 
y  que  en  ningún  caso  se  acercaran  á  donde  moraban  los  mo- 
narcas. 

Instaban  estos  á  los  malagueños  para  que  no  se  defendieran 

por 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  305 

por  más  tiempo;  resistíanse  ellos,  fiando  como  siempre  en  los  in- 
formes de  algunos  desertores  que  les  aseguraban  el  inmediato 
alzamiento  del  cerco,  si  se  sostenían  algo  más,  pues  menudea- 
ban entre  los  sitiadores  las  muertes  y  heridas,  y  aun  había  en- 
tre ellos  temores  de  que  arreciaran  ciertas  enfermedades  sospe- 
chosas que  comenzaban  á  indicarse.  Por  esto  volvióse  á  tratar 
en  consejo  si  se  prolongaba  el  sitio,  dejando  al  hambre  pelear 
contra  los  cercados  ó  si  se  decretaba  el  asalto;  oponíase  á  esto 
último  como  antes  Doña  Isabel,  procurando  cuidadosamente 
por  la  salud  de  los  suyos. 

El  comendador  de  León  D.  Gutierre  de  Cárdenas,  para 
evitar  los  continuos  rebatos  de  los  sitiados,  acercó  sus  trin- 
cheras al  muro,  tanto  que  las  puso  á  tiro  de  piedra,  labrando  de 
trecho  en  trecho  baluartes,  para  defender  á  sus  gentes  de  las 
embestidas  de  los  sarracenos.  Estos  desde  el  adarve  durante 
los  trabajos  lanzaban  contra  sus  soldados  piedras  y  venablos,  y 
les  acometían,  pugnando  por  rechazarlos.  Saliéronles  vanos  sus 
esfuerzos;  las  trincheras  se  aproximaron,  los  baluartes  se  labra- 
ron; de  allí  adelante  por  aquella  parte  no  pudieron  hacer  sali- 
'ías  los  moros,  consiguiéndose  además  que  dejaran  de  cavar  en 
«I  ancho  foso,  emprendido  hacía  tiempo  por  delante  de  las  mu- 
rallas. 

Encendióse  también  la  lucha  junto  á  la  puerta  de  Granada; 
parte  de  los  muros  y  torres  del  arrabal,  que  habia  frente  á  ella, 
estaban  por  los  cristianos,  parte  por  los  muslimes;  los  cuales 
poseían  dos  torres  que  dominaban  la  entrada  de  aquella  puerta. 
i-os  sitiadores  ansiando  apoderarse  de  ellas  las  maltrataron  con- 
siderablemente 


3o6  Málaga  Musulmana. 


siderablemente  con  sus  tiros,  forzando  á  su  guarnición  á  dejar- 
las; pero  desde  otras  próximas  los  espingarderos  y  ballesteros 
moros  imposibilitaban  el  acceso  á  ellas,  quedando  por  tanto 
abandonadas,  sin  que  nadie  se  atreviera  á  ocuparlas. 

Pero  nada  pudo  el  miedo  con  Ruy  López  de  Toledo,  á  quien 
tantas  veces  alabé  como  soldado  valiente,  y  á  quien  el  gran 
cardenal  Mendoza  comparaba  con  Macabeo  en  lo  animoso. 
Ruy  López  invitó  á  otros  caballeros  para  escalar  ambas  torres, 
y  en  hora  propicia  aferraron  á  ellas  sus  escalas;  acudieron  de- 
seguida  los  moros,  subiéronse  por  dentro  á  las  plataformas,  desa- 
ferráronlas, y  dieron  con  ellas  y  con  los  que  por  ellas  subían  en 
tierra,  derribando  sobre  los  asaltantes  gruesas  piedras.  Los  si- 
tiadores desde  fuera  procuraban  barrer  las  plataformas  con 
descargas  de  espingardería;  consiguieron  por  fin  colocar  de  nue- 
vo las  escalas,  por  las  cuales  llegó  á  poner  osadamente  su  plan- 
ta en  el  adarve  el  caballero  Pedro  de  Quejana;  dio  en  él  la  mo- 
risma, defendióse  como  bueno,  pero  no  pudiendo  ser  socorrido 
murió  en  lo  alto. 

Por  fin  con  brioso  arranque  sus  camaradas  asaltaron  las  to- 
rres, de  las  cuales  ahuyentaron  á  la  morisma.  Esta  sin  arre- 
drarse volvió  cargada  de  leña,  hacinóla  al  pié  de  los  muros  y 
prendióle  fuego,  mientras  que  por  varias  partes  asaeteaba  á  sus 
enemigos,  quiénes,  medio  asfixiados  y  cegados  por  el  humo,  tu- 
vieron que  retirarse. 

Probablemente  en  una  de  estas  acciones  recibió  las  heridas 
que  le  ocasionaron  la  muerte  el  comendador  frey  Alonso  del 
Águila,  que  fué  sepultado  el  convento  franciscano  de  Ciudad  Ro- 
drigo, 


Parte  primera.  Capítulo  vin. 


drigo,  donde  se  le  puso  honroso  epitafio:  en  estos  combates,  que 
»e  alargaron  muchas  horas,  murieron  también  el  comendador 
Juan  de  Virués,  Alonso  de  Santülan  y  Diego  de  Mazariegos, 
&  más  de  seis  hidalgos  de  la  casa  real  y  otros  de  mucha  nota. 
Solas,  medio  derruidas,  ensangrentadas,  y  ennegrecidas  por 
el  incendio,  quedaron  aquellas  dos  torres,  teatro  de  la  valentía 
«spañola,  muslim  y  cristiana,  sin  que  nadie  consiguiera  ocupar- 
las. 

Hubiera  querido  el  rey  dar  el  asalto  el  dia  de  Santiago;  pe- 
3  de  una  parte  la  oposición  de  Dona  Isabel,  de  otra  la  incer- 
idumbre  del  triunfo,  retrajéronle  de  su  pensamiento:  dispuso 
ues  mantener  el  asedio,  para  que  el  hambre  y  las  continuas  es- 
caramuzas acabaran  con  la  tenacidad  de  los  cercados. 

No  creía  tampoco  que  la  ciudad  estuviera  reducida  al  mise- 
rable extremo  en  que  se  hallaba;  no  daba  completo  asenso  á  los 
malagueños,  que  saliéndose  secretamente  de  elía  se  le  presen- 
taban, dando  su  libertad  y  exponiendo  la  vida  por  un  pedazo 
de  pan;  decíanle  ellos  que  sus  convecinos  estaban  desespera- 
dos, que  ya  no  comían  más  que  animales  inmundos,  que  los  go- 
nieres  entraban  en  las  casas,  derribaban  tabiques,  rompian  ar- 
cas y  atropellaban  por  todo  buscando  mantenimientos. 

No  prestaba  D.  Fernando  entero  crédito  á  estas  especies, 
pues  á  cada  íastar.te  veía  á  los  sitiados  pelear  esforzadamente 
en  las  minas  ó  en  los  adarves,  escaramuzar  en  las  trincheras,  y 
■lar  bastante  que  hacer  por  mar  á  su  escuadra.  Pero  no  por  es- 
to eran  menos  ciertas  aquellas  indicaciones;  en  Málaga  los  ve- 
cinos perecían  de  hambre;  tanto  que  el  artesanazgo  murmuraba 
43  ya 


3o8  Málaga  Musulmana. 


ya  públicamente  y  sin  rebozo  de  los  que  resistian,  y  los  burgue- 
ses igualmente,  sin  que  sus  contrarios  se  atrevieran  como  antes 
á  castigarlos.  Mantenía,  sin  embargo,  el  fuego  de  la  resistencia 
cierto  faquí,  á  quien,  por  lo  que  en  sus  sermones  decia,  se  ha- 
bia  presentado  Mahoma  en  sueños,  ofreciéndole  que  si  Málaga 
<:ontinuaba  firme  hasta  cuarenta  dias,  acabaría  el  cerco,  y  los 
sitiados  satisfarían  su  hambre  con  los  montones  de  harina  que 
se  descubrían  desde  los  adarves. 

Apesar  de  esto,  hombres  mas  avisados  y  menos  crédulos 
que  la  multitud  juzgaron  llegado  el  momento  de  tomar  una  de- 
-cision.  Entre  los  mercaderes  más  ricos  de  Málaga  había  uno 
que  gozaba  de  excelente  reputación  con  sus  compatriotas.  Lla- 
mábanle Ali  Dordux,  quiep  según  se  cree  perteneció  á  la  familia 
real  granadina  (i);  dadivoso  y  caritativo,  aminoró  con  sus  li- 
mosnas durante  el  sitio  la  miseria  de  los  menesterosos,  con  lo 
cual  acrecentó  en  gran  manera  su  popularidad;  teniásele  ade- 
más 


(i)  Marqués  de  Valdeflores,  Mem.  hist,  de  la  ciudad  de  Málaga.  En  uno  de  los  apan- 
tes que  forman  este  M.  S.  he  hallado  una  genealogía  de  Ali  Dordux,  que  viene  á  corrobo- 
rar lo  que  de  él  dijo  Lafuente  Alcántara  en  su  Hisl.  del  reino  de  Gran.,  T.  lY,  pág.  7. 
Según  aquella  genealogía,  de  Mohammed  el  Izquiet*dOj  décimo  cuarto  sultán  granadino, 
descendía  Sidi  Ali  ben  Siyad  abul  Fac  Dordux  padi'e  de  nuestro  Ali;  éste  lo  fué  de  Moham- 
med Dordux,  quien  bautizado,  como  diré  adelante,  se  llamó  D.  Femando  de  Málaga,  y  su 
muger  Doña  Isabel;  hijos  suyos  fueron  D.  Luis  de  Málaga  capitán  y  regidor,  y  Doña  María 
de  Málaga;  de  aquel  nacieron  D.  Juan  y  D.  Femando  de  Málaga  capitanes  y  regidores;  del 
D.  Juan  D.  Luis  de  Málaga  y  D.  Fernando  de  Málaga  y  Leiva  capitán  y  regidor,  de  éste 
D.  Gabriel  de  Málaga  casado  con  Doña  Leonor  León  Arellano  y  D.  Luis  de  Málaga.  De 
D.  Femando  de  Málaga  y  Leiva  sale  una  rama  á  la  que  pertenece  D.  Juan  de  Málaga  y  Lei- 
va, del  cual  nacen  D.  Juan  Carlos  ausente  en  Indias,  Doña  María  Manuela,  D.  Luis  Jor- 
ge y  Doña  Margarita  Francisca;  de  ésta  D.  Francisco  de  Molina  y  Málaga,  de  éste  D.  Ma- 
nuel de  Molina  Málaga  y  Doña  Isidra,  casada  con  D.  Agustín  Brevel.  La  otra  rama  de  ésta 
familia,  que  parte  de  D.  Gabriel  de  Málaga,  produce  de  éste  á  D.  Juan  de  Málaga,  en  cuyo 
punto  concluye  la  noticia  de  Valdeflores.  En  mi  obra  Málaga  Moderna  que  preparo,  me 
propongo  hacer  curiosas  indicaciones  sobre  ésta  familia,  en  la  relación  que  contiene  de 
otras  ilustres  malagueñas. 


Parte  primera.  Capítulo  vin. 


¡tnás  por  hombre  discreto,  sagaz  y  de  buen  consejo,  mas  nó  por 
llbelicoso.  Cuantos  desde  los  primeros  momentos  ansiaban  la  ren- 
jdicion  tenían  en  él  puesta  la  mira;  por  lo  cual  tratáronse  con 
1^1  muchas  planes  de  entrega,  mientras  amenazaban  las  iras  de 
9k>s  berbenes;  después  que  el  mal  éxito  de  la  resistencia  iba 
anostrando  la  generosa  locura  del  partido  de  acción,  había  opi- 
Ptiado  en  la  chamaa,  ó  sea  en  el  consejo  municipal,  por  la  rendi- 
Icion. 

Lo  mismo  sostenían  el  faquí  Ibrahim  Alhariz  y  Amer  ben 
Amer  comerciante  muy  rico,  quienes,  sin  duda  escitados  por  los 
malagueños,  tuvieron  una  entrevista  con  Hamet  el  Zegrí,  en  la 
cual  le  hablaron  enérgica  y  razonadamente,  representándole  la 
triste  situación  de  nuestra  ciudad,  según  la  cual  ó  había  que 
perecer  de  hambre  ó  que  rendirse;  ni  el  Zagal,  ni  los  moros  an- 
daluces ó  africanos,  mucho  menos  Boabdil,  habían  de  auxiliar- 
les; resistir  solos,  diezmados  por  la  guerra,  por  la  miseria,  por 
el  hambre,  al  incontrastable  poderío  cristiano  era  necedad  apu- 
rada, más  que  generosa  locura;  si  querían  convencerse  una  vez 
más,  si  todavía  soñaban  con  vencer,  había  que  pelear  en  el  cam- 
po, y  no  estarse  encerrados  en  la  ciudad,  si  inactivos  consu- 
miendo los  mantenimientos,  sí  escaramuzando  derramando  san- 
gre inútilmente  é  irritando  más  á  sus  enemigos;  en  todo  caso 
dando  razones  á  estos  para  hacer  durísima  la  rendición. 

Apenado  y  sombrío  oyó  aquellas  razones  el  Zegrí:  los  llan- 
tos de  las  mujeres  y  de  los  niños,  la  actitud  triste  y  recelosa  de 
'amasa  popular,  revelábanle  desconfianzas  y  aborrecimiento, 
acusándole  como  causador  de  sus  desdichas.  Pocos  estaban  á 

la  altura 


3IO  Málaga  Musulmana. 


la  altura  de  su  resolución;  morir  sin  entregarse  era  su  empeño; 
su  propósito  luchar  contra  la  desventura  hasta  el  último  soplo 
de  su  existencia;  pero  do  quiera  que  volvía  los  ojos  no  hallaba 
soldados,  einó  mercaderes.  Sin  embargo  su  gente  se  le  mostró 
tan  alentada  como  siempre,  quien  por  temor  á  la  suerte  que  le 
aguardaba,  quien  por  una  vaga  esperanza,  muchos  por  valen- 
tía. Hombre  hubo,  digno  de  los  héroes  de  Sagunto,  de  Astapa  6 
de  Numancia,  que  sin  conocer  siquiera  los  nombres  de  estos 
pueblos,  propuso  degollar  á  los  cautivos  cristianos,  hacer  lo 
propio  con  los  niños,  mugeres,  ancianos,  heridos  ó  enfermos, 
juntar  unos  cuantos  escuadrones,  incendiar  la  población,  y  en 
un  arranque  supremo  morir  desesperadamente  matando  sitia- 
dores; acabar  aquella  heroica  resistencia  con  el  suicidio  de  to- 
do un  pueblo. 

En  esto  otro  desastre  vino  á  aumentar  la  miserable  situa- 
ción de  los  malagueños.  Unía  ambas  orillas  del  rio  Guadalme- 
dina,  frente  á  donde  después  se  labró  el  convento  de  Santo  Do- 
mingo, un  puente  de  cuatro  arcos,  en  cuyas  cabezas  habia  dos 
torres,  unida  la  una  con  la  muralla  baja,  barrera  que  decian  los 
antiguos,  falsa  braga  que  dicen  nuestros  ingenieros;  la  otra  en 
el  opuesto  extremo  daba  al  campo.  Comprendiendo  D.  Fernan- 
do cuan  favorable  le  seria  apoderarse  de  ellas,  ordenó  expugnar- 
las á  Francisco  Ramirez  de  Orena,  general  de  artillería. 

Hábil  y  entendido  á  más  de  valeroso,  recibió  Ramirez  con 
alegría  un  encargo  que  tanta  gloria  podia  proporcionarle;  medi- 
tando en  los  medios  que  pondría  por  obra  para  darle  cima,  dur- 
mióse y  vio  en  sueños,  entre  celestes  resplandores,  á  San  Ono- 

fre,  de 


Parte  primera.  Capítulo  viii. 


31Í 


fre,  de  quien  era  muy  devoto,  que  le  ofrecía  sangrienta,  aunque 
segura  victoria  (1).  Robustecido  el  ánimo  con  esta  celestial  pro- 
mesa, levantó  unas  cuantas  trincheras  frente  á  la  torre  que  da- 
ba al  campo,  emplazó  varias  piezas  mayores  y  menores  contra 
ella,  resguardólas  con  mantas  y  fagina,  y  rompió  el  fuego.  A  la 
vez,  con  gran  sigilo  y  diligencia,  minó  el  terreno  hábilmente; 
cuando  llegó  el  momento  del  ataque  definitivo  que  preparaba 
sus  zapadores  tenian  ya  horadado  hasta  el  suelo  de  la  torre, 
contra  cuya  bóveda  asestaron  un  cuartago  ó  cañón,  bastante 
bien  cargado. 

Mientras  que  los  moros  que  estaban  en  la  plataforma  se  de- 
fendían animosamente,  llegaban  los  cristianos  con  sus  escalas, 
y  cuando  solo  pensaban  en  rechazarlos,  una  detonación  horri- 
ble, partiendo  del  centro  de  la  torre,  heló  su  sangre  en  las  venas; 
los  escombros  de  cuasi  toda  la  plataforma  volaban  por  los  aires 
con  los  destrozados  miembros  de  cuatro  de  sus  defensores,  que 
caían  después  al  interior,  donde  yacía  el  cuartago,  causador  de 
aquel  desastre. 

Rota  la  bóveda,  cuarteado  el  edificio,  á  punto  de  ser  esca- 
lado el  muro  é  indudablemente  aterrados,  huyeron  los  moros 
.^____ de  la 

(ll  De  la  rision  Ae  S.  Onofre  ¿  KraDciuco  IlamircE  de  Orena  se  ocupaioii  Siguen»  en 
w  Crónica  de  S.  Gei^mmu,  Parte  III,  Ubi-o  I,  cap,  XX  y  así  mismo  üeróniíno  de  Quinta- 
oiensii  Hútoria  de  Madrid.  Enti'e  los  cristianos,  uurnu  cntic  los  moi'oa,  los  crcuncías, 
W-  «1  «toa  li«in|His  SI'  ¡urstaban  tanlo  i  lo  maravilloso,  engendraban  ensueñas,  aparícío- 
W 1  tirofeciw,  qnc  i^onlriliayeron  no  poco  á  la  persistencia  y  valor  de  unos  y  otros,  para 
tonuguir  fsüs  fines.  En  el  M.  f>.  de  Morejon,  <[u^  tuvu  la  fortuna  de  encontrar,  lie  hallado 
10 1>e([ueno  caj'ltiilo  i'eterenle  ¿  estas  viaiones  y  predicciones,  algunas  bien  rcspelAbles 
1^  lus  catúlirus,  si()aiar  uo  sea  mi»  que  jior  i'ulratar  con  todo  su  colorido  Ins  scnllmion- 
*"  fiJigiosos  de  nuustnis  antepasados,  como  ísln  de  S.  Onofre,  corao  la  de  la  Virgen  i  los 
■»¡w  lliiidolcB  su  triunfo,  como  lude  otro  religioso  i^ue  &  iRrga  distancia  loanuneiil;  otras 
"'frecen  menos  eonsidcrarion,  como  la  profecía  do  t'i-Jtii'.isro  Juutii]»  en  su  Es¡<i'jo  de  As- 
""^"¡/fOiT.  I,  lib.  IV,  cap.  U,  según  dice  Moi-ejoiu 


312  Málaga  Musulmana. 


de  la  torre;  apenas  se  cerraba  tras  ellos  la  puerta  de  la  del  otro 
extremo,  aparecían  los  cristianos  en  lo  alto  de  la  que  abando- 
naban. Entonces  comenzó  de  torre  á  torre  un  combate  terrible; 
granizadas  de  balas  barrían  el  puente  impidiendo  á  los  cristia- 
nos atravesarlo,  mientras  que  la  metralla  mora  apagaba  los  fue- 
gos de  su  artillería.  Pero  nada  arredraba  á  los  sitiadores,  ni  á 
su  gefe,  aún  después  de  haber  sido  herido  éste  en  la  cabeza;  reti- 
rándose unas  veces,  adelantando  otras,  pudieron  levantar  hacia 
el  comedio  del  puente  una  barricada,  tras  de  la  cual  disparaban 
contra  el  torreón;  al  fin,  arrostrando  los  tiros  de  la  artillería 
malagueña,  perfectamente  dirigidos  aquel  dia,  entraron  en  él, 
clavando  en  sus  almenas  el  estandarte  de  Santiago. 

Habían  conseguido  además  otra  victoria,  pues  en  la  acción 
murieron  Abderrahman  y  Mohammed,  valerosos  capitanes,  cu- 
yo ardimiento  encendía  los  ánimos  de  sus  soldados;  su  pér- 
dida fué  muy  llorada  y  tenida  por  tan  importante,  que  á  ella  se 
atribuyó  no  escasa  parte  en  la  de  la  ciudad. 

Poco  tiempo  después,  ganada  ya  Málaga,  bajo  aquella  bó- 
veda destruida,  dentro  de  aquel  torreón  desalmenado,  aporti- 
llado por  las  lombardas,  quebrantado  por  la  explosión  de  el  cuar- 
tago, Fernando  V  de  Aragón  con  toda  su  corte,  en  imponente  ce- 
remonia, confería  al  valeroso  Ramirez  de  Orena  la  ambicionada 
orden  de  caballería  (i). 


Las 


(1)  £1  blasón  que  se  le  concedió  por  entonces,  según  Pellicer  en  su  Memorial  de  la  ca- 
sa y  sef^vicios  de  D.  loseph  Saavedra  marqués  de  Rivas,  Madrid  MDCLXVII,  folio  76 
V.  crepresentaba  una  puente  con  dos  torres  en  campo  verde;  la  primera  almenada,  la  otra 
sin  pretil  ni  almenas,  con  una  escalera  arrimada  á  ella,  y  en  la  otra  torre  almenada,  on 
mandílete,  delante  una  bandera  con  una  veleta  con  una  cruz  colorada».  Fué  después  éste 
Ramirez  del  Consejo  de  Estado  y  Guerra,  capitán  general  de  artillería  y  alcaide  de  Salobre- 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  313 

Las  representaciones  de  Ali  Dordux  surtieron  al  cabo  su 
efecto;  al  campo  salió  á  pelear  lo  mas  granado  del  partido  de 
acción,  dispuesto  á  jugar  el  todo  por  el  todo.  Cuál  fuera  su  pro- 
pósito no  lo  entiendo,  pues  aunque  numerosa  su  hueste  era  tan 
conocidamente  inferior  á  las  que  trataba  de  atacar,  que  hubiera 
sido  vano  empeño  imaginar  siquiera  vencerlas;  muchas  veces 
he  sospechado  que  ésta  última  salida  tuvo  por  objeto  romper 
peleando  algún  punto  flaco  del  cerco,  y  huir  los  expedicionarios 
por  la  brecha  que  abrieran  sus  espadas;  una  batalla  en  primer 
término,  después  una  fuga. 

Salieron  al  campo  cien  ginetes  y  cuatro  divisiones;  á  cuyos 
soldados  exhortó  fervorosamente  el  faquí  que  marcharan  llenos 
de  fé,  confiando  en  Dios  y  en  la  santidad  de  su  causa,  que  ol- 
vidando pasados  rencores  se  perdonaran  mutuamente  sus  in- 
jurias, que  pensaran  más  en  matar  cristianos  que  en  cautivar- 
los, y  que  les  daba  por  segura  la  victoria. 

Como  desesperados  entraron  al  ser  de  dia,  los  expediciona- 
rios por  la  orilla  del  mar,  pasaron  el  Guadalmedina  y  se  preci- 
pitaron contra  las  estancias  de  los  maestres  de  Santiago  y  Al- 
cántara. Su  empuje  fué  tan  violento  que  rebasaron  las  avanza- 
das, en  las  que  acuchillaron  á  varios  de  sus  defensores  que  dor- 
mían. Al  derramarse  por  entre  las  trincheras  alarmáronse  aque- 
llas estancias,  corrieron  á  los  portillos  algunos  buenos  caballe- 
ros, agregáronseles  unos  cuantos  peones,  y  se  trabó  un  combate 
heroico,  digno  de  los  mejores  tiempos  de  la  andante  caballería. 

En  el 


ña:  en  Málaga  fundó  el  convento  de  la  Trinidad;  murió  con  D.  Alonso  de  Aguilar  en  una 
insurrección  de  moriscos  en  Sierra  Bermeja . 


314  Málaga  Musulmana. 


En  el  portillo  por  donde  se  entraba  á  la  estancia  del  san- 
tiaguista  luchaba  D.  Pedro  Poertocarrero  señor  de  Mogucr  y 
sn  hermano  D.  Alonso  Pacheco;  D.  Lorenzo  Suarez  de  Mendo- 
za; en  el  de  los  alcantarístas,  los  cuales  afrontaron  durante  más 
de  media  hora  los  arranques  de  la  morisma.  Indudablemente 
los  arrollaran,  de  no  acudir  á  ellos  muchos  otros  soldados,  que 
rechazaron  á  los  malagueños  hasta  las  puertas  de  la  ciudad. 
Cuya  horrible  pérdida  junta  á  la  certidumbre  de  que  cualquier 
esfuerzo  humano  era  impotente  para  romper  aquel  circulo  de 
hierro  que  los  angustiaba,  inspiraron  tantas  quejas  y  recrimina- 
ciones, tanto  llanto  y  duelo,  que  el  Zegrí,  blanco  de  la  ira  po- 
pular, como  antes  lo  fué  de  su  cariño,  tuvo  que  encerrarse  con 
sus  ñeles  gomeres  en  la  Alcazaba. 

Cuentan  los  cronistas  coetáneos  un  caso  caballeresco,  que 
pinta  al  vivo  cuan  generosos  ánimos  alentaban  enmedio  de  la 
barbarie  y  ferocidad  muslímica.  Entre  los  que  hicieron  ésta  sa- 
lida venia,  quizá  por  capitán,  Ibrahim  Zenete,  africano  á  juzgar 
por  el  apellido,  y  valiente,  como  lo  habrá  demostrado  al  lector 
algún  anterior  suceso.  Su  caballo,  espoleado  cruelmente,  metió- 
le por  entre  las  tiendas  cristianas,  en  las  cuales  topó  el  moro 
con  unos  cuantos  muchachos,  á  quien  despertó  la  alarma  de  la 
salida;  ellos  al  ver  venírseles  encima  el  sarraceno  se  espantaron, 
y  el  miedo  les  quitó  hasta  la  acción  de  huir;  él  observando  su 
turbación,  aunque  era  fnoro,  dice  Bermidez^  fizo  virtud  como  Jidal- 
go^  pues  volviendo  el  cuento  de  su  lanza,  dióles  con  él  unos 
cuantos  coscorrones,  diciéndoles: 

Andad,  andad  rapaces,  á  vuestras  madres. 

Huyeron 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  315 

■  ■         '         -■<  ■■■»..  ^.^i. » 

Huyeron  los  niños  amedrantados,  á  tiempo  que  se  acerca- 
ban á  aquel  sitio  unos  cuantos  mahometanos,  que  comenzaron 
á  denostar  y  á  motejar  malamente  á  Ibrahím  porque  dejaba  po- 
nerse en  salvo  á  aquellos  lobeznos,  hijos  de  las  fieras  que  ma- 
taban de  hambre  á  los  niños  muslimes  y  acuchillaban  á  sus  pa* 
dres;  á  cuyos  insultos  contestó  el  noble  agareno  generosa  y  re- 
posadamente: 

— Non  maté,  porque  non  vide  barbas. 

Mostraron  los  defensores  de  Málaga  en  otro  lance,  que  si 
entre  ellos  había  corazones  magnánimos  y  piadosos,  también 
eran  capaces  de  emplear,  con  toda  finura  y  discreción,  las  ar- 
mas de  la  sátira,  más  cruelmente  que  las  aceradas  que  esgri- 
mían en  la  lucha. 

Cierto  dia  visitaron  los  reyes  los  acuartelamientos  del  mar- 
qués de  Cádiz,  frente  al  Gibralfaro:  recibióles  el  caballeresco 
procer  con  cortesana  ostentación,  en  una  tienda,  lujosamente 
adornada  á  la  morisca  con  tapices  de  abigarrados  colores,  blan- 
das  alfombras,  escaños  taraceados,  y  cogines  de  seda  y  oro.  Pa- 
searon después  ambos  monarcas  por  entre  las  estancias  revis- 
tándolas;  al  llegar  cerca  de  las  trincheras,  donde  estaba  la  ar- 
tillería, desearon  ver  los  destructores  efectos  de  las  lombardas 
contra  los  muros;  preparáronlas  los  artilleros,  pusieron  la  pól- 
vora en  lo  más  angosto  de  las  piezas,  atacáronlas  con  pedazos 
de  madera  previamente  humedecidos,  encima  de  los  cuales  colo- 
caron enormes  balas  de  piedra,  y  apuntaron  las  lombardas  á  las 
murallas;  algunos  artilleros,  ocultos  entre  los  gabiones  6  barriles 
de  tierra  y  fagina  de  la  trinchera,  alzaron,  por  medio  de  una  ca- 

44  dena» 


3i6  Málaga  Musulmana. 


dena,  las  compuertas  de  tablazón  que  habían  defendido  á  los  sir- 
vientes de  las  piezas,  mientras  las  cargaban,  y  otros  dieron  fue- 
go á  regueros  de  pólvora  que  comunicaban  con  el  cebo  del  oído: 
los  ecos  de  los  pintorescos  cerros  y  cañadas  que  rodean  el  castillo 
retumbaron  con  las  detonaciones,  y  parte  de  los  muros  se  desmo- 
ronaron al  chocar  con  ellos  los  bolaños,  mientras  que  los  artille- 
ros se  pavoneaban  ton  su  acierto. 

Pero  en  Gibralfaro  respondieron  cumplidamente,  sin  dispa- 
rar una  mala  espingarda.  Sabían  que  en  las  estancias  del  mar- 
qués estaban  los  reyes,  que  con  Doña  Isabel  venían  damas,  y 
con  mordaz  intención,  más  dura  que  las  balas  de  sus  falcone- 
tes,  izaron  en  sitio  de  mucho  viso  el  estandarte  del  marqués  de 
Cádiz  apresado  en  la  Axarquía,  rodeado  de  unos  cuantos  go- 
meres,  vestidos  con  las  armaduras  de  los  caballeros  cautivos  6 
muertos  en  aquella  horrible  jornada,  mientras  que  el  resto  de 
la  guarnición  celebraba  la  burla  con  silbidos  y  escarnecedora 
gritería. 

Corrióse  D.  Rodrigo,  sonrojáronse  con  él  sus  caballeros  y  ju- 
raron á  la  morisma  que  le  harían  pagar  cara  su  virulenta  mofa; 
pero  no  pudieron  impedir  que  ésta  fuese  ni  menos  dura,  ni  más 
caballeresca. 

La  última  salida  parece  haber  puesto  fin  á  la  resistencia;  pues 
las  relaciones  entre  la  ciudad  y  el  campamento  comenzaron  á 
ser  notorias.  Mientras  tanto  D.  Fernando  mostrábase  vario  en 
sus  pareceres,  ya  duro,  ya  misericordioso;  ora  ordenando  á  los 
soldados  que  pasaran  á  cuchillo  ó  cautivaran,  según  su  volun- 
tad, á  los  malagueños  que  se  salían  á  los  reales,  como  sucedió 

en  varías 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  317 

en  varías  ocasiones,  pues  la  codicia  y  crueldad  del  soldado  te- 
nían de  este  modo  sueltas  las  manos,  ya  mandando  que  se  les 
tratara  bien,  como  se  hacía.  Diversas  decisiones,  nacidas  no  de 
instabilidad  de  carácter,  sino  de  cautelosa  política,  que  mante- 
nía á  los  cercados  entre  el  pavor  y  la  esperanza,  prolongando 
su  agonía  y  haciéndola  menos  llevadera. 

Para  Hamet  el  Zegrí  era  imposible  mantenerse  en  la  ciu- 
dad, amenazado  por  el  despego  popular,  cada  vez  más  declara- 
do en  contra  suya;  por  lo  cual  se  encerró  en  Gibralfaro  con  sus 
sobrinos,  el  faquí  que  tanto  le  había  ayudado  en  sus  propósitos 
de  resistencia,  Ibrahim  Zenete,  Hasan  de  Santa  Cruz,  los  go- 
meres  y  probablemente  los  renegados. 

Autorizados  para  tratar  la  capitulación,  después  de  obtener' 
salvo  conducto  de  los  reyes,  salieron  de  la  ciudad  Dordux,  el 
faquí  su  amigo  (i)  y  Amer  ben  Amer,  quiénes  se  encaminaron 
á  las  estancias  del  comendador  mayor  de  León  D.  Gutierre  de 
Cárdenas.  Pedían  los  malagueños  para  entregarse  que  se  les  de- 
jara en  sus  casas  como  mudejares  con  todos  sus  bienes,  que  les 
dieran  á  Coin,  donde  algunos  querían  morar,  y  salvo  conducto 
á  los  que  decidieran  pasarse  al  África  ó  al  interior  de  España: 
á  la  vez  se  encomendaban á  la  misericordia  délos  soberanos,  atri- 
buyendo la  resistencia  no  á  su  voluntad,  sino  á  la  ferocidad  de 
los  gomeres  y  á  las  perversas  escitaciones  de  los  desertores. 

Contestáronles  los  monarcas  que  habla  pasado  la  ocasión 
de  proponer  pactos:  Málaga  debía  entregarse  á  merced  del  ven- 
cedor^ 

(1)  ¿Sería  este  faqui  aquel  á  quien  se  relieren  los  libros  de  Repurtimienfos,  T.  1,  folio 
117,  cuya  casa  en  la  Morena  de  Málaga  se  concedió  años  adelante,  con  su  salida  á  calle  de 
Granada,  á  María  Ruiz  de  Solier,  sobrina  de  fr.  Hernando  de  Talavera  obispo  de  Avila? 


3i8  Málaga  Musulmana. 


cedor;  esta  era  la  ley  de  la  guerra;  si  hubieran  capitulado  cuan- 
do se  les  intimó,  mejores  condiciones  se  les  hubieran  concedi- 
do; pero  después  de  tantos  trabajos,  muertes,  daños  y  expen- 
sas, era  locura  pretenderlas. 

Esta  contestación  fué  anticipadamente  tratada  en  el  Conse- 
jo real,  mostrándose  por  extremo  duros  el  monarca  y  los  nobles; 
no  así  la  reina,  sostenida  por  el  cardenal  de  España  y  fr.  Her- 
nando de  Talayera,  modelo  de  sacerdotes  y  espejo  de  prelados 
católicos. 

Dejando  en  el  campamento  á  un  capitán  berberisco,  que 
después  de  haberlos  acompañado  se  quedó  en  ellos  pidiendo 
bautismo,  apesarados  y  pensativos,  volviéronse  los  parlamenta- 
rios á  la  ciudad.  Cuando  en  la  chamaa  declararon  la  resolución 
de  los  cristianos,  centellas  de  indignación  y  corage  encendieron 
todos  los  pechos;  la  desesperación  se  apoderó  de  muchos  áni- 
mos y  acordaron  ferozmente  decir  á  los  reyes,  que  si  decidían 
reducirles  á  tan  cruel  extremo,  de  cada  almena  colgarían  un  cau- 
tivo, incendiarían  después  la  población  y  se  saldrían  á  morir 
matando,  como  una  jauría  de  leones;  de  tal  suerte,  que  la  me- 
moria de  este  cruento  suceso  no  solo  fuera  terrible  para  los  con- 
temporáneos, sino  espantosa  para  la  posteridad. 

Contestó  friamente  D.  Fernando  á  ésta  comunicación,  que 
hicieran  lo  que  quisieran,  que  tal  cual  él  dijo  así  habia  que  dar- 
se á  su  merced;  que  vieran  lo  que  hacian  en  lo  de  tocar  á  los 
cautivos,  pues  por  uno  que  asesinaran  no  dejaría  moro  con  vida. 

El  instinto  de  la  propia  conservación,  el  amor  á  los  hijos, 
bendito  amor  capaz  de  todos  los  sacriñcios,  la  desunión  que  sur- 
giría 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  319 

giría  durante  aquellas  angustiosas  horas,  la  indecisión  general, 
apagaron  aquellos  briosos  arranques.  Ali  Dordux  volvió  á  salir 
de  Málaga,  entró  en  las  estancias  del  marqués  de  Cádiz  é  im- 
ploró su  valimiento  para  con  los  reyes,  á  fin  de  favorecer  á  los 
malagueños.  D.  Rodrigo,  bien  porque  estuviera  sentido  con  los 
moros  porque  se  hubieran  dirigido  al  comendador  de  León  an- 
tes que  á  él,  bien  porque  creyera  á  éste  magnate  más  apropó- 
sito  para  un  arreglo  por  estar  constantemente  en  la  cámara  real, 
en  todo  caso  evitando  cuerdamente  celos  y  rivalidades  de  pre- 
potencia, enviólo  á  D.  Gutierre. 

Ali  Dordux  se  presentó  con  su  acompañamiento  á  éste,  ma- 
nifestando deseos  de  tratar  personalmente  con  el  rey,  expresan- 
do que  traia  mas  humildes  condiciones.  Entró  el  comendador 
en  la  tienda  real  é  indicó  á  D.  Fernando  los  deseos  del  mensa- 
gero  y  de  los  malagueños;  á  lo  cual  respondió  el  monarca  con 
bastante  aspereza: 

— Dadlos  al  diablo  que  no  los  quiero  ver;  hacedlos  volver  á 
la  ciudad;  ho  los  he  de  tomar  sino  como  á  vencidos  del  todo, 
dándose  á  mi  merced. 

Apenas  entraron  en  Málaga  Ali  y  sus  compañeros,  en  los 
momentos  en  que  la  pertinaz  resolución  del  monarca  producía 
en  hogares,  calles  y  plazas,  llanto  y  gemidos,  la  artillería  cris- 
tiana comenzó  en  todas  las  estancias  á  disparar  contra  la  pobla- 
ción y  en  las  trincheras  se  oyó  clamoroso  vocerío,  como  si  las 
mesnadas  se  aprestasen  á  asaltarla. 

Entonces  sobre  una  de  las  puertas  apareció  un  moro  agi- 
tando una  bandera  blanca,  y  á  poco  salió  Ali  Dordux,  acompa- 
ñado 


•  320  Málaga  Musulmana. 


nado  de  catorce  compatriotas,  en  representación  de  las  cator- 
ces secciones  en  que  estaba  dividida  la  gente  de  guerra,  con  una 
carta  de  los  cercados  que  contenía  su  postrera  resolución. 

Humilde,  triste,  escrita  con  la  doloroso  incertidumbre  de  ob- 
tener misericordia,  era  la  misiva  (i)  de  los  malagueños;  recor- 
daban 

(1)    Traen  esta  carta  Bemaldez,  Pulgar  y  Falencia;  copio  la  del  primero  porque  me  pa- 
rece el  traslado  más  exacto  de  la  que  escribirían  los  malagueños: 

Alabado  Dios  Poderoso. 

«Nuestros  Sres.  Reyes  el  Rey  e  la  Reyna,  mayores  que  todos  los  Reyes  e  que  todos 
los  Principes,  enzálcenlos  Dios.  Encomendándose  en  la  grandeza  de  vuestro  Estado,  e  be- 
sando la  tierra  de  debajo  de  vuestros  pies,  vuestros  servidores  y  esclavos  los  de   Málaga, 
grandes  e  pequeños,  remedíelos  Dios.  Después  desto  los  servidores  vuestros  suplicamos  á 
vuestro  estado  Real  que  nos  remedie  como  conviene  hacer  á  vuestra  grandeza,  haviendo 
piedad  y  misericordia  de  nos  havído  según  á  vuestro  real  estado  conviene,  e  según  ficíeron 
vuestros  antepasados  e  vuestros  abuelos  los  reyes  grandes  y  poderosos.  Ya  habéis  sabido, 
onsalcevos  Dios,  como  Córdoba  fué  cercada  gran  tiempo  fasta  que  se  tomó  la  mitad,  e  que- 
daron los  moros  en  la  otra  mitad,  fasta  que  acabaron  todo  el  pan  que  tenían,  e  fueron  es- 
trechados más  que  los  otros,  e  después  suplicaron  al  gran  Rey  vuestro  abuelo,  e  rogáronle 
<|ue  los  asegurase  y  aseguróles,  y  recibióles  sus  suplicaciones,  eoyó  su  fabla,e  perdonóles, 
tí  dioles  todo  lo  que  tenían  en  su  poder,  asi  faciendas  como  hijos,  e  ganó  la  gran  fama  fas- 
ta el  dia  del  juicio.  Ansi  mesmo  en  Ante(|uera  con  vuestro  abuelo  el  grande,  esforzado,  y 
nombrado  el  Infante  que  la  cercó  seis  meses  y  medio,  e  tomó  la  ciudad  y  ganó  el  Alcaza- 
ba obra  do  seis  meses  lasta  que  se  li\s  acabó  el  agua,  e  estonce  le  suplicaron,  e  echaron  á 
su  favor,  e  le  demandaron  que  les  asegurase  para  que  saliesen,  e  recibió  sus  suplicaciones 
tí  sacóles,  e  dioles  todos  sus  bienes,  y  mercaderías,  e  quedó  su  fama,  e  el  bien  que  fizo 
fasta  el  dia  del  juicio,  perdónelo  Dios,  y  á  vosotros  ensalcevos  Dios,  nuestros  Sres.  Reyes 
mas  honrados  que  todos  los  Reyes,  e  todos  los  Principes,  pública  es  vuestra  buena  fama, 
o  vuestro  favor  e  vuestra  honra,  e  vuestra  piedad,  e  ha  parecido  con  las  gentes  que  se  die- 
ron antes  que  nosotros,  ha  ido  vuestra  fama,  á  allende  e  aquende  entre  los  cliristianos,  y 
í'iitre  los  moros,  y  nosotros  vuestros  servidores,  y  esclavos  bien  conocemos  nuestro  yerro, 
y  nos  ponemos  en  vuestras  manos,  y  echamos  nuestras  personas  á  vuestra  merced,  supli- 
camos Vos  nos  aseguréis  e  remediéis  en  ahorrar  nuestras  personas,  e  nos  otorguéis  esto 
como  parecerá  al  seguro  e  honra  (|ue  está  con  Vos  Señoies  de  poder.  Nosotros  estamos 
degollados  en  vuestro  fabor  e  nos  metemos  en  vuestro  amparo,  faced  con  vuestros  siervos 
romo  conviene  á  V.  A.  e  Dios  poderoso  ponga  en  vuestra  voluntad  que  lo  fagáis  bien  con 
vuestros  siervos;  pues  ensalcevos  Dios  mayores  que  los  Reyes  e  Príncipes;  e  no  plegué  á 
Dios  que  fagáis  con  nosotros  sino  lo  que  conviene  á  vuestra  grandeza  e  honra  de  toda  vir- 
tud. Esto  es  lo  que  suplicamos  á  Vuestras  Altezas,  e  pedimos  vuestros  siervos,  en  manos 
de  Vuestras  Altezas  nos  ponemos.  Dios  Poderoso  acreciente  el  ensalzamiento  de  Vuestra» 
Altezas.  >)  * 

Luego  respondió  el  Rey: 


Parte  primera.  Capítulo  viii,  321 


daban  á  los  reyes  la  caridad  que  Fernando  el  Santo  usó  con  loa 
musulmanes  cordobeses  y  la  que  empleó  el  Infante  D.  Fernan- 
do con  los  antequeranos,  humillados  á  sus  plantas;  pedíanles 
después  la  libertad  con  el  mayor  encarecimiento,  poniendo  A 
Dios  por  intermediario  de  sus  súplicas.  Breve,  altiva,  cual  cum- 
plía á  tan  poderosos  triunfadores,  reprochándoles  su  pertinacia, 
durisífima,  amenazadora,  fué  la  respuesta  de  Fernando  V.  Pa- 
recía que  el  corazón  de  Doña  Isabel  se  negaba  á  aquella  gran 
cnieldad,  y  dejaba  la  responsabilidad  de  ella  á  su  marido, 

Pero  en  los  términos  de  la  regia  contestación,  dándoos  á  mi 
merced^  había  una  vaguedad  terrible,  pues  lo  mismo  signífícaban 
la  muerte  que  la  vida,  la  libertad  que  el  cautiverio.  Alí  Dordux 
por  esto  tuvo  varias  conferencias  con  el  rey,  sobre  las  cuales 
ambos  ¿nardaban  suma  reserva,  el  monarca  con  sus  nobles, 
Dordux  con  sus  coadudadanos:  auxiliado  por  ellos,  y  especial- 
mente por  su  familia,  apoderóse  Alí  de  la  Alcazaba,  con  las 
armas  y  riquezas  cut  en  ella  había,  de  las  Atarazanas  y  del  Cas- 
til  de  GÍDovcs^ 

La  mucbeduiübirt  aplaudía  estas  resoluciones,  creyéndolas 
favorables  para  élsí..  adversas  solamente  á  los  berberiscos.  En- 
cerrado 

Yo  EL  JKev. 

«Comiejo.  tí  \i«jtf&.  -  \«niii»  ó*^  b  Ciudad  dt  Mála^rt-  Vi  vueiflni  carta,  yw  it  custi 
ne  embíades  á  fice:  «ai^:  .qu*  lu*  qu*;riao^h  eutitipii  «síi  GiudatL  cul  loUt-  li  qut  cl  t*iw= 
4laba,  e  que  vos  dtjiuK-  Tu^ira.  UTv^ymsiy  liir.eh  pare  r  ¿  dimd*-  qull»*ífra6♦^^ .  *  •ssa  ^u>¿-- 
ooon,  si  la  fíciende.':  a:  Uruipi  qu*  \(«  víú»k^  ¿  requeni  d««k-  Veksi  ALüJdí;^'i  t  iuk¿\,  ajiuí 
^qai  sentó  el  real,  yu^coeiu-  qu»  liji  \uiuiitad  d^  m:  fcí<;r\icj(  or  iij*»\iaíi^  i  •^l*»^'  ^«•'V^'*^^' 
Oliera  placer  €Íe  io  lan-;-.  i*rn  \i8i'.>  v{w:  usú^iy  eisperadi'  iastsi  ii-  |>usiriiu«í\ .  qut  v«  ^mM^ím 
ííeteacr  á  mi  aenkK.  m  auupi«  <#;  iv.iijr  a»  otn»  manerL..  *ai\«  wiuü^»f  *  a**'  lAurKX'/i, 
como  determiiiadaiMeai*  u-  ii  n.  «rimujirj^  i.  o*-aT  col  vues^^í*^  lurfusay^  ^**"-  *  *^^  ^*  "**^> 
inoon veiki€nil«. .  qu»-  u-  iiai>?*  ó»  «KWíTa*  niát..  ^'•'Tn  ♦_•  •efswoi  ei-  *jur4*tía*## 


322  Málaga  Musulmana, 


cerrado  el  partido  de  acción  en  Gibralfaro,  posesionado  4e  aque- 
llas fortiñcaciones,  Ali  Dordux  ocultó  á  todos  su  verdadera  situa^ 
cion,  hasta  tener  seguridad  de  evitar  cualquier  desesperadc 
arranque.  Sus  importunidades  consiguieron  que  D.  Fernandc 
declarase  que  respetaría  la  vida  de  los  malagueños;  pero  con< 
vencido  el  opulento  mercader  que  no  alcanzaría  otra  cosa,  con- 
siguió auxiliado  por  las  influencias  de  varios  magnates,  grandes 
ventajas  para  sí,  para  sus  deudos  y  para  cuantos  amigos  pudo. 

Ciertamente  trabajó,  rogó,  se  humilló  por  sus  míseros  com- 
patriotas; mas  cuando  vio  que  su  desventura  era  inevitable, 
abandonólos  á  su  desventura;  no  tuvo  bastante  corazón  para 
participar  de  ella,  y  así  en  los  últimos  momentos  su  reserva,  su 
egoísmo,  dieron  á  sus  acciones  marcados  visos  de  una  defección, 
de  una  traición;  que  á  haber  hecho  suya  la  infelicidad  de  sus 
paisanos,  no  mereciera  su  reprobación,  ni  inspiraran  sospechas 
sus  actos,  ni  le  escaseara  sus  aplausos  la  posteridad. 

Arreglada  la  entrega,  veinte  malagueños  de  los  más  bien 
hacendados  vinieron  al  campamento,  en  rehenes  de  los  cristia- 
nos que  iban  á  entrar  en  Málaga.  Acaudillólos  el  comendador 
mayor  de  León  D.  Gutierre  de  Cárdenas,  quien  con  el  carde- 
nal de  España  y  D.  Pedro  de  Toledo  capellán  y  limosnero  ma- 
yor de  los  reyes,  subió  á  la  Alcazaba,  enarbolando  en  la  torre  del 
Homenage,  el  sábado  i8  de  Agosto  de  1487,  fiesta  de  S.  Aga- 
pito,  el  pendón  de  la  Cruzada,  el  guión  regio,  el  de  las  Her- 
mandades y  el  de  la  orden  de  Santiago  (i). 


En 


{i )  Auntjue  fuerte  y  bien  ¡trovehida  esta  ciudad  estreché  el  sitio  y  la  gané,  quedando 
captivos  todos  aun  moradores ,  hoy  Sábado  18  de  Agosto. —Carin.  de  Fernando  V  á  Sevi- 
lla.—Cabildo  de  Sevilla.  Publicada  por  Janer  en  su  obra  Condición  social  de  los  moinscos 
de  España^  yág.  2i7. 


Parte  primera.  Capítüijo  viii.  323 


En  los  leales  aguardábase  con  ansiedad  indescríptíble  aquel 
sofemne  momento;  el  escuadrón  de  los  cristianos  había  desapa- 
leddo  por  mía  de  las  puertas  de  la  ciudad,  y  apesar  de  los  re- 
henes todo  halna  que  temerlo  de  la  despechada  morisma.  AI  fin 
cnando  eo  lo  alto  del  antiguo  alcázar  morisco  aparecieron  las 
bsuideras  españolas,  cuando  se  le^-antó  sobre  ¿1  la  cruz  de  plata 
7  oro  del  cardenal  primado,  cuando  después  de  ella  se  enarbola- 
lon  los  demás  estandartes  que  la  rodeaban,  los  anhelantes  pe- 
chos lespiraion  inundados  de  júbilo,  gritos  gozosos,  Wtores  y 
aclamaciones  atronaron  los  aires,  ensalzando  á  D.  Femando  y 
Doña  Isabel,  mezclando  sus  vivas  á  las  salvas,  á  los  repiques 
de  las  campanas  del  real  y  á  los  acordes  de  los  marciales  instru- 
mentos. Reyes,  magnates,  prelados,  humildes  mesnaderos,  ca- 
yeron de  hinojos,  enfervorizadas  las  almas,  rebosando  de  ale- 
gría el  corazón,  dando  infinitas  gracias  á  Dios  por  ver  remata- 
^  tan  magna  empresa,  heroica  entre  las  más  heroicas  hazañas 
^  aquella  guerra  de  gigantes,  emprendida  en  Covadonga  y  en 
S.  Juan  de  Atares,  cuasi  terminada  aquí,  en  las  playas  medite- 


Tres  meses  y  once  dias  había  estado  la  Cruz,  símbolo  de 
civilización  y  de  progreso,  detenida  ante  los  muros  de  la  bella 
y  pintoresca  ciudad  sarracena,  próximamente  hacía  setecientos 
atenta  y  seis  años  que  había  sido  arrojada  de  su  recinto.  Es- 
P^&a  revindicaba  su  territorio  dQ  los  descendientes  de  los  inva- 
^^es  alarbes.  ¡Cuan  intensas  emociones  debieron  sentir  los  cris- 
^*3^os  en  aquellos  solemnes  momentos!  ¡Con  qué  fervor  ardien- 
tc  Se  nníríflfi  sus  almas  á  los  regocijados  cantos  del  Tedeum^  que 

45  entonaba 


324  Málaga  Musulmaka. 


entonaba  la  clerecía! 

Poco  después  algunas  compañías  cristianas  tomaban  posi* 
clones  en  la  ciudadi  vivaqueaban  en  las  calles  ó  en  los  socos, 
mientras  que  algunos  caballeros  (i)  con  sus  gentes  tomaban 
posesión  de  la  Alcazaba,  de  Atarazanas,  del  Castil  de  Ginove- 
ses,  de  la  mezquita  mayor,  torres  del  recinto  y  plataformas  for- 
tificadas que  caían  sobre  las  puertas. 

De  seguida  en  las  revueltas  callejas  ó  en  los  socos  de  la 
ciudad,  en  las  trincheras  y  el  campamento,  á  voz  de  pregón, 
en  árabe  y  castellano,  se  intimaba  á  los  moros  encerrarse  en 
sus  casas,  y  á  los  cristianos  pena  de  la  vida  al  que  molestara  á 
los  vencidos. 

Entretanto  permanecían  los  berberiscos  encerrados  en  Gi- 
bralfaro,  pero  dispuestos  á  capitular;  la  ciudad  estaba  por  los 
sitiadores,  millares  de  estos  les  rodeaban,  la  lucha  ó  la  huida 
eran  imposibles,  el  hambre  domeñaba  sus  fieros  corazones;  hu- 
bieran perecido  heroicamente  peleando  en  un  campo  de  bata- 
lla; la  muerte  tras  de  los  muros,  inactivos,  de  hambre,  era  im- 
posible. Hamet  pidió  partido  al  rey,  quien  le  ordenó  que  se  en- 
tregara á  su  merced. 

Así  tuvo  que  hacerlo;  á  los  dos  dias  de  rendida  Málaga  fr. 
Juan 

(i)  Tuvieron  la  guarda  de  estas  fortificaciones  D.  Alvaro  de  Bazan,  Rui  Díaz  de  Men- 
doza, D.  Pero  Sarmiento,  Pero  Méndez  de  Sotomayor,  D.  Enrique  de  Guzman,  D.  Luis  d« 
Acuña,  Juan  Enriquez,  Juan  Cabrero,  Alonso  Osorío,  Pero  Vaca,  el  mariscal  Juan  de  Be- 
navides,  el  mariscal  Alonso  de  Valencia,  D.  Alonso  de  Silva,  D.  Pedro  de  Silva,  D.  Ber- 
nardino  de  Quiñones,  Juan  de  Cárdenas,  Juan  Velazquez  de  Cuéllar,  Antonio  de  Loiod, 
Hurtado  de  Luna,  Alonso  Enriquez,  Gerónimo  de  Valdivieso,  Rodrigo  de  Cárdenas,  €rtr- 
cía  Enriquez,  Antonio  de  Córdoba,  Juan  Zapata,  Lope  Alvarez  de  Osorío,  D.  Juan  Manrí- 
que,  Juan  Leiva,  el  comendador  Rui  Díaz  Maldonado,  Mosen  Graya,  Juan  de  Hineslrosa, 
Luís  de  Cárdenas,  Diego  Muñíz  Godoy,  y  Martín  de  Ortega,  caballeros  híjodalgas  de  la  ca- 
sa real. 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  325 


Juan  de  Belalcázar  alzaba  en  el  castillo  de  Gibralfaro  los  es- 
tandartes de  la  Crazi  los  mesnaderos  recorrían  los  adarves,  en- 
traban en  las  torres,  tomaban  sus  armas  á  los  gomeres,  y  con 
IsLS  que  recogieron  en  la  ciudad  las  encerraron  en  la  Alcazaba. 
Hamet  el  Zegrí  fué  cargado  de  cadenas:  ¡miserable  acción 
con  tal  hombre!  Aún  tan  maltratado  mostrábase  entre  sus  pri- 
siones, por  su  entereza  y  por  su  dignidad,  superior  á  los  que  no 
/bían  respetar  su  valor  y  su  desgracia.  Interrogado  acerca  de 
causas  de  su  constancia,  convencido  cual  estaba  que  era 
posible  triunfar  teniendo  todo  el  poderío  de  España  en  con- 
suya,  contestó  noblemente:  que  él  había  tomado  aquel  cargo 
obligación  de  morir  o  ser  preso  defendiendo  su  ley  e  la  cibdad  e  la 
Htypwa  del  que  se  la  entregó;  e  que  si  fallara  ayudadores  quisiera  más 
ir  peleando j  que  ser  preso  no  defendiendo  la  ciudad. 
Excluido  de  la  capitulación  del  rescate,  que  ahora  reseña- 
9  con  cuantos  le  acompañaban  en  Gibralfaro,  lleváronle  como 
esclavo  á  Carmena. 

Bien  poco  generosos  se  mostraron  en  ésta  ocasión  los  espa- 
es;  bien  olvidaron  con  aquel  honrado  capitán  las  obligacío- 
de  su  tradicional  hidalguía;  había  peleado  lealmente  por  su 
igion  y  por  sus  hermanos,  era  un  héroe  vencido,  y  fué  tan 
^^^ezquino  como  ruin  tratarle  de  aquella  suerte;  su  esclavitud 
^^á.s  que  un  castigo,  más  que  una  precaución  contra  sus  gran- 
des condiciones,  fué  una  rahez  venganza;  vencido,  humillado^ 
^a.z-gado  de  hierros,  la  noble  figura  de  aquel  esclavo  se  alza  so- 
^re  la  de  sus  señores,  dominado  por  la  fuerza,  dominándolos  él 
por  la  grandeza  del  corazón. 

Doce 


326  Málaga  Musulmana, 


Doce  desertores  que  pudieron  cogerse  fueron  acañavereados; 
es  decir,  los  enterraron  vivos  hasta  medio  cuerpo  y  después  los 
ballesteros  dispararon  sobre  los  bustos  que  salían  de  la  tierra 
cañas  puntiagudas,  endurecidas  al  fuego,  hasta  que  perecieron: 
cruel  suplicio,  aunque  merecido. 

Con  los  renegados,  especialmente  con  algunos  judíos  que 
después  de  bautizarse  tornaron  á  judaizar,  hicieron  un  auto  de 
fé.  Que  ya  dominaba  la  tendencia  á  la  intolerancia  religiosa,  la 
cual  años  adelante  dictó  al  bachiller  Juan  Alonso  Serrano,  re- 
partidor de  las  propiedades  malagueñas,  una  representación  á 
los  reyes,  pidiéndoles  que  no  permitieran  establecer  en  nuestra 
ciudad  á  ningún  sospechoso  de  herejía,  mientras  la  Inquisición 
no  le  abonara  por  buen  católico,  además  de  otras  representacio- 
nes contrarías  á  los  judíos. 

Uno  de  los  primeros  cuidados  de  los  reyes  fué  libertar  á  los 
cautivos  de  su  horrible  servidumbre,  agravada  durante  el  asedio 
por  la  penuria  de  mantenimientos,  que  si  atormentaba  á  los  mo- 
ros mucho  más  debió  martirizar  á  sus  esclavos;  aumentando 
también  la  angustiosa  situación  de  éstos  el  odio  de  sus  señores, 
exacerbado  durante  las  terribles  peripecias  del  cerco,  las  con- 
tinuas amenazas  de  muerte,  el  mal  trato,  las  vejaciones  y  los 
insultos. 

En  la  puerta  de  Granada  se  erigió  un  altar,  cerca  del  cual 
se  colocaron  ambos  monarcas  rodeados  de  su  corte,  (i)  caba- 
lleros, pages,  damas  y  continuos  de  sus  guardas,  á  más  de  la 
clerecía, 

(1)  Vinieron  á  la  conquista  de  Málaga,  en  persona  ó  representados  por  sus  próximos 
deudos,  la  mayor  parte  de  los  principales  magnates  españoles,  entre  otros  muchos,  los  si- 
guientes: 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  327 

elerecía,  prelados,  frailes  y  sacerdotes,  sobre  los  cuales  se  levan- 
ta.ban  algunas  cruces  y  varios  pendones  del  ejército;  la  curiosa 
rnuchedumbre,  compuesta  de  mesnaderos,  artesanos,  hidalgos 
ó  escuderos,  se  agolpaba  hacia  la  gallarda  puerta,  ante  la  cual 
libraron  tantas  proezas,  donde  los  monarcas  estaban  espe- 
do  á  los  cautivos  cristianos. 

Poco  después  bajo  el  antiguo  arco  de  herradura,  escoltados 
hombres  de  armas,  precedidos  de  varios  moros  encarga- 
de  entregarlos,  amarillos,  macilentos,  flacos,  mostrando  en 
tioda  su  persona  las  crueles  ansias  que  habían  padecido,  apare- 
oieron  los  míseros  cristianos;  venían  entre  ellos  de  todos  sexos, 
eda-des  y  condiciones,   con  hierros  quien  á  los  pies,  quien  al 
cixello,  crecidas  las  barbas  los  hombres,  vacilantes,  andrajosos, 

atónitos, 

I>.  Pedro  González  do  Mcn-  El  duque  dtí  Escalona  Don  Juan  de  Silva. 

doza  arzobispo  de  Toledo.  Juan  Pacheco.  D.   Pedro    PucrtocaiTcm 

Fr-   Alonso    de    Talavcra  D.  Fadriquc  de  Toledo  lii-  señor  de  Moguer. 

obispe  de  Ávila.  jo  del  duque  de  Alba.  El  conde  de  Miranda. 

O-  Pedro  de  Préxamo  obis-  El  conde  de  Urena  I).  Al-  El  conde  de  Rivadeo. 

pode  Badajoz.  varo  Tellez  Girón.  I).  Enriijue  Enriquez  al- 

^-  García  Valdivieso  obis-  I).   Alonso   Fernandez  de  mirante  de  Sicilia, 

po  de  León.  Córdoba  señor  de  Ajjuilar.  D.  Rodrigo  de  UUoa. 

^  conde  de  Benavente  Don  D.  Gutierre  de  Cárdenas  Doña  María  Carrillo  lier- 

Joan  Pimentel.  comendador  mayor  de  León,  mana  del  conde  de  Cabra. 

^  conde  de  Feria  D.  Go-  Uoña  Beatriz  de  Robadilla  D.  Fernán  Alvarez  de  To- 

wez  Suarez  de  Figueroa.  marquesa  de  Moya.  ledo  del  Consejo  real. 

"•  fadrique  Enriquez  ade-  D.  Gonzalo  Cliaron  ronla-  1).  IHego de  Sandoval mar- 
untado  de  Andalucía.  dor  mavor  de  Castilla.  qués  de  Denia. 

D   f     •  *" 

^     •  *-«UÍ8  Puortocarrero  se-        El  marqués-duque  de  Cá-        I).  Juan  Francés  de  Próxi- 

^  "^  Palma.  diz  I).  RodritfoI^oncedcLeon  la  conde  de  Almenara. 

'  ''Uan  Chacón  adelanta-  El  du(iue  de  Medina  Sido-  D.  Garci  Fernandez  Man- 

/"c  IVlúrda.  nía  I).  Enrique  de  Guznian.  riquo  cor rejíidor  de  Córdoba 

•  Al\aro  de  Portugal  hijo  El  duíjue  de  Nájera  1).  Pe-  Moscn    Miguel    de  Bus- 

<iUc|ue  de  Braganza.  dro  Manri(iue.  quets. 

'     Alonso    de    Cárdenas  El  conde  de  Cabra  I).  Diego  D.    (ialccrán   de  Reque- 

~?*ti^  de  Santiago.  Fernandez  de  Córdoba  y  su  sens  du<(ue  de  Trivento. 

*^Uande  Estúñíga  idem  muger  Dona  M<iria  Mendoza.  I).  Juan  Ruiz  de  Coi^Ua 

^'^nlara.  El  conde  de  (^i fuentes  Don  conde  de  Concentaina. 


328  Málaga  Musulmana. 


atónitos,  cual  si  no  creyeran  la  dicha  que  Dios  les  enviaba  (i.) 

Hermoso  cuadro  debió  presentar  en  aquellos  momentos  la 

entrada  de  la  morisca  puerta,  digno  de  ejercitar  el  talento  y  la 

inspiración 

(i)  He  reservado  para  éste  lugar  unos  curiosos  datos,  hasta  ahora  no  aprovechados 
por  cuántos  nos  ocupamos  antes  de  historia  malagueña.  Hállelos  en  un  curioso  libro  titu- 
lado: Vida  y  milagros  del  taumaturgo  español  Santo  Domingo  Manso  por  fr.  Sebas- 
tian de  Vergara;  el  cual  contiene,  pág.  i28,  un  apéndice  titulado:  Estos  son  los  mirácu- 
los  romanzados,  como  sa^ó  Santo  Domingo  los  cativos  de  catividad  et  fizólos  escribir  Pe- 
ro Marin,  mongedel  monasterio:  en  las  páginas  138, 139,  146,  149,  154, 157, 164, 166, 
169, 176, 182, 198,  206,  200,  211,  215  trae  noUcias  de  cautivos  traídos  desde  el  interior 
de  España  á  Ronda,  Gomares,  Antequera  y  Málaga;  pero  tan  curiosas,  tan  interesantes  que 
no  he  querido  defraudar  á  mis  lectores  de  las  que  se  refíeren  á  nuestra  ciudad.  Santo  Do- 
mingo Manso,  cuyo  célebre  monasterio  de  Santo  Domingo  de  Silos  se  erigió  entre  Burgos 
y  Osma,  fué  muy  venerado  por  los  milagros  que  se  le  atribuyeron  en  la  Edad  Media  res- 
pecto de  los  cautivos;  tantos  eran  de  éstos  los  que  acudían  á  colgar  en  las  paredes  de.su 
santuario  las  cadenas  que  habían  llevado  entre  moros,  que  para  pintar  una  persona  revol- 
tosa decíase,  no  bastarán  para  sugetarle  los  hiet^^os  de  Santo  Domingo. 

Se  cree  que  Pero  Marin  escribió  del  año  1232  al  1293;  á  tener  espacio  quisiera  pu- 
blicar integras  sus  noticias  referentes  á  cautivos  de  Málaga,  como  la  más  esacta  expresión 
de  la  fé  religiosa  que  encendía  los  ánimos  de  nuestros  antepasados;  advierto  en  ellas  un 
fondo  de  verdad,  que  me  permite  considerarlas  en  mucha  parte  como  monumentos  his- 
tóricos; son  relaciones  de  cautiverio,  entreveradas  con  fugas  verdaderamente  milagrosas, 
por  los  riesgos  á  que  se  aventuraban  los  que  huían,  por  los  trabajos  y  fatigas  que  duran- 
te ellas  experimentaron.  A  las  puertas  del  monasterio  Silense  llegaban  con  sus  cadenas* 
henchido  el  corazón  de  agiadcci miento,  bendiciendo  la  intcr\'cnc¡on  divina  y  la  protección 
del  santo  que  los  había  arrancado  de  tales  des\'enturas.  Que  si  nos  detenemos  á  pensar 
rúales  fueron  éstas,  cuales  los  riesgos  que  arrostraron  los  cautivos,  cual  su  fé  religiosa,  no 
hemos  de  extrañar  ciertamente  la  constante  intervención  que  daban  á  la  divinidad  en  sus 
relatos. 

Era  de  1322,  año  de  1249,  cayó  prisionero  en  la  derrota  de  Écija,  Aparicio  de  Placen- 
cía,  quien  fué  llevado  á  Málaga  y  después  á  Ceuta  y  Tánger,  tornando  fínalmente  á  nues- 
tra ciudad,  donde  permaneció  cautivo  siete  años.  Pedíanle  por  su  rescate  cuai'enta  doblas 
y  dos  aljubas  de  escarlata.  No  tenia  el  mísero  el  precio  de  su  libertad,  y  siguió  sin'ienda 
entre  moros,  hasta  que  cierto  día  cavando  unas  higueras,  vínole  en  mientes  matar  á  el  que 
le  guardaba,  llamado  Ibrahím.  Pensar  y  hacer  fué  un  relámpago;  después  huyó,  emboscó- 
se entre  unos  carrascales,  durmióse,  y  se  le  mostró  en  sueños  la  figura  de  Santo  Domin- 
go que  le  invitaba  á  la  huida.  Guareciéndose  entre  breñas  y  jarales,  atravesando  sierras  y 
lomas,  llegó  ünalmcnte  cerca  de  Teba;  allí  rompió  los  hierros  que  le  habían  puesto  sus  se- 
ñores. 

Por  el  mismo  tiempo  el  concejo  de  Raena  envió  á  Gonzalo  de  Sotavellanos  en  deman- 
da de  socorro  á  el  Infante  D.  Juan.  Volvía  con  la  respuesta  cerca  de  Aguilar,  cuando  salió 
á  él  y  á  otros  que  le  acompañaban  Risk,  partidario  muslim,  y  le  cautivó;  lleváronle  á  Má- 
laga donde  fué  vendido  por  siete  doblas,  á  Helil  el  Rallestero,  quien  con  su  muger  desi^s- 
peraron  al  desdichado  cautivo,  sometiéndole  á  ruda  prisión  y  á  vergonzosas  afrentas.  En- 
comendóse él  á  la  Virgen  y  á  Santo  Domingo,  y  una  noche  que  encerrado  con  otros  cris- 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  329 


inspiración  de  un  artista.  Al  verse  los  cautivos  y  sus  salvado- 
res prorumpieron  todos  en  gozosas  aclamaciones;  aquellos  co- 
rrieron adonde  estaban  los  monarcas  queriendo  postrarse  de  hino- 
jos; 

't.ianos  yacia  en  la  Albóndiga  malagueña,  presentósele  el  santo  invitándole  á  huir.  Hacia 
^  mediodía  él  y  Domingo  Pérez  de  Sevilla  dirigíanse  hacia  donde  estaban  los  genoveses  que 
fraileaban  en  Málaga,  para  pedirles  limosna;  parecióle  que  ante  él  surgía  una  hermosa  figu- 
jra  que  le  escitaba  nuevamente  á  la  fuga.  Dijólo  á  su  compañero,  quien  le  aconsejó  que  obe- 
deciera tan  singulares  exhortaciones:  ocultando  sus  hierros  salióse  por  la  puerta  de  Al- 
^eciras,  sin  que  muchos  moros  que  en  ella  estaban  le  detuvieran.  Ocultóse  después  en  un 
liomo  de  alfaharero,  donde  pasó  la  noche,  oyendo  las  trompas  y  las  voces  de  los  centinelas 
<|xie  guardaban  los  muros:  púsose  después  en  camino  hasta  que  llegó  á  Écija. 

Durante  el  año  de  i293  Mari  Aparicio,  vecina  de  Córdoba,  fué  cautivada  en  las  cerca- 
3iias  de  ésta  con  otras  dos  mugeres;  tngéronlas  á  Málaga  y  pusiéronlas  en  almoneda,  en  la 
4iue  fué  comprada,  pagando  por  ella  catorce  doblas  Bazan  (Hazan?)  moro,  cuya  muger  se  lla- 
maba Mariem;  vendióla  su  dueño  después  á  otro  muslim  nombrado  Mahomad,  ganándose 
cinco  doblas  en  la  reventa.  Encerráronla  con  otros  cautivos  llamados  Bartolomé  de  Jerez  y 
Alonso  de  Baeza  en  dura  cárcel,  asegurados  á  más  de  los  hien-os  con  cepos.  Al  alborear 
cierto  dia  llamaban  sus  compañeros  á  la  cautiva,  diciéndole  que  Santo  Domingo  les  man- 
daba arriesgarse  á  huir.  Quejábase  la  pobre  muger  de  que  la  arrancasen  á  su  descanso, 
mas  escitáronle  ellos  á  seguirles,  y  pasando  por  entre  muchas  dificultades,  hallando  fran- 
ca la  puerta  de  la  ciudad  llamada  de  la  Azagaya,  emprendieron  su  peligrosa  huida,  hasta 
refugiarse  en  Estepa. 

Por  el  mismo  tiempo  llegaba  á  Santo  Domingo  Bernabé  de  Alcanct,  quién  declaró 
¿  los  monges  que  mientras  apacentaba  unas  ovejas,  cerca  de  Écija,  cautivóle,  con  otros  varios 
Rizk  adalid  de  Málaga  ya  nombrado,  que  los  condujo  primeramente  á  Messias  (Almo- 
jia?)  donde  les  despojaron  de  sus  ropas  y  los  pusieron  en  venta.  Lleváronlos  tras  ésto  á  Má- 
laga, donde  les  metieron  en  el  baño  antes  de  presentarlos  en  almoneda.  Compró  á  Bernabé 
por  diez  doblas  Ali  Abulhasan  vecino  de  Casarabonela,  encen-ólo,  cai^góle  de  hierros  y 
diariamente  le  hacia  moler  á  brazo  trigo,  cebada  fseinaj  y  alheña,  sin  darle  á  comer  más 
que  pan  de  cebada.  Estaban  con  él  prisioneros  Munno  do  Luque,  Martin  de  Torreciella,  Pe- 
reseio  de  Aguilar,  Gonzalo  Marín  de  Baena,  Benitiello  de  Aguilar.  A  todos  se  habia  apare- 
cido Santo  Domingo  asegurándoles  la  huida;  emprendiéronla  ellos  saliéndose  á  la  calle,  y 
por  la  puerta  de  Messias  dejaron  la  ciudad,  yéndose  á  tierra  de  crístianos. 

Con  ellos  huyó  el  aragonés  Miguel  de  Cetina,  quien  yendo  de  Aguilar  á  Arjona  |K)r  vi- 
tuallas, entre  otros  con  Martin  de  Carmena  y  Domingo  Martin  de  Córdoba,  to[)aron  con  do- 
ce peones  y  cuatro  ballesteros  moros,  comandados  por  Almorin,  mocaddem  ó  capitán  mala- 
gueño, cerca  de  Mon tilla,  y  los  aprisionaron,  llevándoselos  á  Málaga,  donde  los  pusieron  en 
el  cepo  vanos  dias,  hasta  que  les  sacaron  á  pública  subasta.  Compró  á  Cetina  por  diez  y  ocho 
doblas,  Abulhasan,  ya  nombrado,  quien  tenia  una  hija  llamada  Fatox.  En  casa  de  Abulha- 
san molia  por  el  dia  á  brazo  trígo,  mijo  y  alheña,  por  la  noche  asegurábanle  en  el  cepo.  Te- 
niéndolo por  hombre  bien  hacendado  maltratábanle  aún  más  para  que  se  rescatase,  azotá- 
banle y  le  martiiizaban  cruelmente.  Concertó  al  íin  Cetina  con  su  señor  el  rescate  en  cien 
doblas,  dos  aljubas  de  verdestur  y  dos  cuchillos  de  Pamplona,  ofreciendo  darle  en  rehenes, 
mientras  tomaba  de  procurar  su  rescate  un  hijo  y  una  hija.  Para  conseguirlo,  escribió  á  su 
muger  con  un  alfaqueque — el  que  intervenía  en  los  canges — para  que  entregase  los  hijos. 


i 


330  Málaga  Musulmana. 


jos;  impediánselo  los  reyes  afables  y  enternecidos,  cogían  sus  ma- 
nos enflaquecidas  y  débiles,  y  dábanles  á  besar  las  suyas;  ellos 
en  el  paroxismo  del  gozo  las  estrechaban  contra  sus  lábiosi  así 
como  las  orlas  de  sus  vestiduras.  Los  circunstantes,  arrasados 
los  ojos  en  lágrimas,  recibiánlos  en  sus  brazos,  hallando  entre 
ellos  bien  un  deudo,  bien  un  amigo  ó  un  compatriota,  oyendo 
ansiosamente  el  relato  de  sus  pesares,  sus  temores,  las  incerti- 
dumbres  de  sus  esperanzas,  apenas  dejándoles  espacio  para 
contestar  á  sus  innumerables  preguntas,  quizá  partiéndoseles  el 
corazón  al  saber  la  muerte  de  algún  ser  querido. 

Diferencias  de  gerarquía,  clases  y  condiciones,  todo  lo  borró 
allí  el  amor  patrio  y  la  caridad  cristiana,  esforzándose  los  unos 
por  mostrar  su  júbilo  con  vítores  y  palabras  cariñosas,  esfor- 
zándose los  otros  por  demostrar  con  su  alegría  su  reconocimien- 
to. Cautivo  hubo  que  se  asombraba  de  verse  libre,  pues  entre 
ellos  había  algunos  que  llevaban  diez,  quince  y  hasta  veinte 
años  de  esclavitud. 

Mandó  el  rey  romper  sus  cadenas,  darles  de  comer,  vestir- 
los y 

más  sus  entrañas  de  padre  rcsistiánso  á  dejarlos  entre  moros;  temía  no  reunir  el  i*escale, 
temía  morir  mientras  lo  aliebraba  y  dejar  aciuellos  pedazos  del  corazón  entre  sus  fieros  ene- 
mi{jos;  desasosegado,  con  llanto  en  los  ojos  y  mil  angustias  en  el  ánimo,  encomendábase  i 
Dios,  á  la  Vil-gen  y  á  Santo  Domingo,  para  ([ue  reparasen  su  desacierto.  Cuando  más  in- 
quieto estaba  durmióse  y  apaníciósele  aquel  santo,  asegurándole  que  pronto  saldría  de  su 
cautiverio.  Contento  con  e^ta  promesa,  dando  su  visión  por  realidad,  buscó  otro  alfaque- 
que  que  era  cristiano,  y  enviólo  á  su  muger,  para  ([ue  no  cnti-egara  los  hijos.  Hallando  á 
seguida  una  ocasión  favorable  salióse  de  su  prisión  á  la  calle,  bajando  á  ella  [K)r  un  tejado. 
Llegó  á  las  puertas  con  sus  compañeros,  encontráronlas  cerradas  y  á  los  guardas  velando; 
era  imposible  salir;  mas  encomendándose  á  Dios,  abrióse  ante  ellos  milagrosamente  un 
portillo  y  poi- él  dieron  en  el  campo:  por  lin  entre  muchos  riesgos,  fatigados  de  sus  hierros^ 
escondiéndose  de  dia,  andando  de  noche,  llegaron  á  Estepa. 

( AMi  él  líino  á  el  monasterio  de  Santo  Domingo  su  compañero  Benito  de  Aguilar,  cau- 
tivado j)or  el  mocaddcm  de  Málaga  y  comprado  en  nueve  doblas  por  el  mismo  Abulhasan; 
Aguilar  se  salvó  la  misma  noche,  con  algunos  otros  de  los  cautivos  que  antes  he  indicado. 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  331 


los  y  proporcionarles  buen  viático,  que  les  facilitara  el  retomo  á 
s\is  hogares  (i).  Como  serian  en  éstos  recibidos  bien  se  expli- 
ca; por  donde  quiera  que  pasaban  su  presencia  producía  infini- 
tas bendiciones  para  los  monarcas  que  los  habian  rescatado  con 
las  armas  de  las  garras  de  la  morisma,  aumentándose  con  esto 
el  prestigio  de  su  autoridad  soberana. 

Ligado  con  la  memoria  de  los  cautivos  vá  el  nombre  de 
una  de  las  primeras  pobladoras  de  Málaga  después  de  su  con- 
quista, cuya  romancesca  existencia  no  es  rara  entre  la  agitada 
y  dramática  vida  de  la  Edad  Media.  Llamábase  Ana  de  Boisas, 
fué  casada,  y  algunos  años  antes  de  1487  trájola  engañada  su 
marido  á  nuestra  ciudad,  en  donde  con  él  la  obligó  á  renegar. 
Siguió  ella  muslim  en  las  apariencias  aunque  cristiana  en  el  co- 
razón, socorriendo  á  los  cautivos,  consolándolos  en  sus  afliccio- 
nes y  cuidándolos  en  sus  enfermedades.  Dolíale  en  el  alma  ver 
^^  miserias  de  sus  compatriotas  y  más  que  todo  á  dos  hijas 
que  tuvo  seguir  la  secta  mahometana.   Muerto  su  marido,  re- 
conquistada Málaga,  reconcilióse  con  la  Iglesia  é  hizo  bautizar 
^  sus  hijas:  más  adelante,  merced  á  los  informes  de  los  agra- 
decidos cautivos,  los  conquistadores  premiaron  sus  buenos  ser- 
'^icios,  dándole  en  propiedad  las  casas  que  poseyó  en  vida  de 
^^  renegado  consorte  (2). 

£ntretanto  Málaga  presentaba  tristísimo  aspecto;  los  moros 

recogidos 

.   ''^)     Las  cuentas  de  éstos  socorros  guárdanse  en  el  archivo  de  nuestra  catedral,  sin  du- 
^  ^ntre  los  documentos  que  me  ha  sido  imposible  registrar,  por  hallarse  tan  revueltos  con 
^incautaciones,  siendo  completamente  inútil  buscar  entre  ellos  dato  alguno,  pues  sin  una 
Uz  casualidad  se  necesitarla  largo  tiempo  ¡)ara  obtenerlos. 
VS)     Repartim.  de  Málaga,  T.  111,  folio  129  v. 

46 


332  Málaga  Musulmana. 


recogidos  en  sus  casas  esperaban  entre  angustiosas  zozobras  h 
decisión  de  su  destino;  varios  de  ellos  acudieron  al  real  y  me- 
diante el  permiso  del  monarca  compraron  vituallas  y  harina. 
Cumplióse  con  ésto  el  vaticinio  del  faquí  que  les  alentó  á  la 
resistencia,  de  que  comerían  aquella  harina,  aunque  bajo  bien 
distinto  y  desventurado  concepto.  Muchas  calles  estaban  des- 
trozadas, muchos  edificios  reducidos  á  escombros  ó  ruinosos;  á 
cada  paso  se  halla  memoria  de  ésta  desolación  en  los  libros  de 
Repartimientos;  por  donde  quiera  se  veían  rastros  de  sangre,  á 
veces  cadáveres  insepultos;  quien  hubiera  recorrido  las  revuel- 
tas callejas,  tras  de  aquellos  altos  y  escuetos  muros  que  en- 
cerraban frecuentemente  mansiones  deleitosas,  seguramente 
oiría  llanto  y  duelo  por  los  que  murieron  luchando  honradamen- 
te, sollozos  y  quejas  por  la  desdichada  suerte  que  esperaba  i 
los  vivos. 

Horas  terribles  aquellas,  ue  doiorosa  incertidumbre,  sola- 
mente comparable  á  las  ansias  de  la  muerte.  Cuantos  sentimien- 
tos poderosos  agitan  las  almas,  otros  tantos  martirizaban  las  di 
los  sarracenos;  la  vergüenza  del  vencimiento,  el  temor  á  la  ab- 
yección de  la  esclavitud,  el  amor  á  los  hijos,  todas  las  santas 
afecciones  de  la  familia  próxima  á  disgregarse,  el  antiguo  hoga: 
donde  moraron  sus  padres,  centro  de  sus  alegrías,  retiro  en  sus 
pesares,  las  costumbres,  los  hábitos  adquiridos  con  los  que  te- 
nían que  romper  violentamente,  las  huertas  deliciosas  donde  es- 
parcían sus  ánimos,  todas  sus  haciendas,  hasta  las  preseas  con 
que  las  doncellas,  de  madres  á  hijas,  engalanaban  su  hermosa* 
ra,  estaban  á  la  merced  del  cristiano.  Aquellos  rostros  bellos, 

antes 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  333 

antes  risueños  hoy  mústioSi  velados  celosamente  por  el  pudor 
agareno,  iban  á  mostrarse  descubiertos;  aquellas  mugeres,  tan 
cuidadosamente  guardadas  en  lo  íntimo  del  harem,  iban  á  verse 
expuestas  á  la  lubricidad  de  sus  señores;  doncellas  delicadas, 
acostumbradas  á  todo  regalo  y  bienestar,  iban  á  transformarse  en 
esclavas  y  á  ser  sometidas  á  humillantes  faenas  serviles.  Bienes, 
vida,  libertad,  honra,  todo  era  de  sus  implacables  adversarios. 
¡Honible  situación  ésta,  cuya  estension  é  intensidad  apenas  es 
dado  comprender  á  los  que  estamos  acostumbrados  á  la  seguri- 
dad de  la  civilización  moderna! 

Al  fin  ordenaron  los  reyes  que  con  sus  alhajas  y  ropas  fue- 
ran encerrados  en  unos  grandes  corrales,  dominados  por  las  to- 
rres de  la  Alcazaba,  donde  antes  acostumbraban  á  guardar  por  la 
noche  sus  ganados,  y  que  á  lo  que  entiendo  debían  estar  entre 
las  puertas  de  Antequera  y  Granada. 

¡Varios  trances  de  la  mudable  suerte!  Donde  los  malagueños 
reunieron  durante  muchos  años  á  los  cristianos  apresados  en  sus 
íJgaradas,  donde  amontonaron  los  de  la  Axarquía,  donde  ren- 
didos, muertos  de  cansancio,  empequeñecido  el  corazón,  fueron 
cuchas  veces  comprados  y  vendidos  en  pública  almoneda,  mal- 
atados  y  vejados,  allí  iban  á  recogerse  los  moros,  durante  los 
últimos  momentos  de  la  horrible  tragedia  conque  acababa  su 
Pierio  en  la  ciudad  donde  nacieron. 

Abandonando  para  siempre  sus  hogares,  inciertos  de  su 
suerte,  esperándola  siempre  bien  miserable,  mirados  con  horror^ 
^n  aborrecimiento,  con  codicia,  pocas  veces  con  lástima,  por 
los  triunfadores,  agrupados  en  familias,  atravesaron  las  calles 

de  su 


334  Málaga  Musulmana. 


de  su  patria,  severos,  sombríos,  altivos,  como  cumplía  á  la  dign 
dad  musulmana,  los  hombres,  retorciéndose  los  brazos  de  dolo 
llorando  las  mugeres  y  los  niños,  alzando  á  los  cielos  sus  sent 
das  exclamaciones.  íbanse  á  cada  paso  encontrando  las  fam: 
lias,  y  estos  encuentros  serían  nuevos  motivos  de  pena,  nue^ 
causa  de  plañideras  quejas. 

En  aquellos  tristísimos  instantes  sus  patéticas  exclamacic 
nes  parecían  ecos  de  aquellas  otras  que  al  perderse  Toled< 
Córdoba  ó  Sevilla  inspiraron  tiernísimas  endechas  á  los  poeta 
hispano-muslimes.  Sus  ojos  arrasados  en  lágrimas  tomábans 
á  los  abandonados  hogares,  á  los  muros,  á  las  torres  que  lo 
habían  defendido;  sus  labios  celebraban  con  dulcísimas  razone 
la  hermosura  de  la  ciudad  querida  que  les  arrebataban  sus  cruc 
les  enemigos,  expresando  el  horror  que  les  inspiraba  su  sitúa 
cion;  pronto  iban  á  romperse  los  sagrados  lazos  de  la  familia, 
separarse  las  madres  de  los  pequeñuelos,  los  ancianos  de  ]o$  h 
jos  que  dulcificaban  su  penosa  vejez,  las  mugeres  de  los  espc 
sos  á  quiénes  hasta  entonces  honraron  con  su  recato. 

¡Tristísimo  debieron  ser  éstos  momentos  para  los  malagu< 
ños!  Pone  lástima  en  el  corazón  el  dolor  de  un  pueblo  entei 
entregado  á  la  miseria,  á  la  servidumbre  y  al  deshonor.  ¡Paree 
imposible  que  tanta  desventura  no  hallara  gracia  en  pechos  crii 
tianos  y  piadosos!  ¡Parece  imposible  que  aquella  noble  y  maj 
nánima  reina,  de  tan  caritativas  entrañas,  no  interpusiera  su  ii 
fluencia  en  favor  de  éstos  desdichados,  niños,  viejos  y  mugare 
que  pagaban  la  hidalga  obstinación  de  los  que  defendieron  c< 
mo  buenos  su  patria!' 

Compañía 


Compañías  de  mesnaderos  íbanlos  recogiendo  por  casas,  ca- 
lles y  barrios,  registraban  las  moradas,  registrábanlos  también 
á  ellos  con  sagaz  y  vergonzoso  examen;  reunían  después  los  di- 
neros, vestidos  y  joyas  de  cada  familia,  los  enfardaban  y  los  se- 
llaban. En  seguida  los  entregaban  á  sus  dueños,  contando  á  és- 
tos al  entrar  en  el  corral,  como  quien  extrema  ovejas^  dice  Bernal- 
dez.  Allí  se  mezclaron  clases,  edades,  sexos  y  condiciones;  los 
ricos  mercaderes  con  los  pordioseros,  el  que  se  ufanaba  con  su 
antigua  estirpe  arábiga  con  el  berberisco  inculto  y  feroz,  ami- 
gos y  enemigos,  señores  y  siervos.  En  aquel  tremendo  dia  to- 
dos eran  de  una  misma  casta,  de  igual  condición,  todos  eran 
esclavos.  Algunos  de  entre  ellos  murieron  durante  su  encierro, 
quien  sabe  si  de  pena;  cuya  suerte  envidiarían  muchos  de  los  que 
quedaban  con  vida. 

Habían  pedido  los  malagueños  al  rey  que  les  permitiera 
rescatarse:  tratóse  en  el  Consejo  esta  solicitud  y  acordóse  ac- 
ceder á  ella;  pero  procedieron  con  suma  cautela  para  recoger 
todas  sus  riquezas  é  impedirles  que  las  enterraran  ó  arrojaran 
^  los  pozos. 

La  capitulación  del  rescate  se  trató  entre  Ali  Dordux  y  D. 
Gutierre  de  Cárdenas,  (i)  pactándose  que  todos  los  malague- 
ños 

('!)  Cédula  y  cajntulacion  finnuda  de  lu»  Ileyeit  Católicos  sobre  el  í^escate  de  los  mo- 
*"**•>  ^atwxUes  de  Málaga.  Dióse  año  1487.  Existe  oríginal  en  el  archivo  de  Simancas,  ie- 
^Sn^  número  1.«>,  rotulado,  Cajyitul aciones  con  moros  y  caballeros  de  Castilla.  Colección 
^  í^ciim.  ínéd.  jtara  la  líisi,  de  España  de  Salva  y  Sainz  de  Baranda,  T.  VIII,  pág.  309. 
*  *^e  Sel.  de  4487. 

El  Rey  e  la  Reyna. 

Lo  que  por  nuestro  mando  asentó  1).  (1  atierre  de  Cárdenas,  comendador  mayor  de 
*^^*^,  nuestro  contador  mayor  c  del  nuestro  Consejo,  con  Ali  Dordux  vecino  de  la  ciudad 


336  MAjlaga  Musulmana. 

ños  sin  excepción  de  clase,  sexo,  ni  edad,  hasta  los  esclavos,  ha- 
bían de  rescatarse  mancomunadamente,  todos  de  una  vez,  á  ra- 
zón de  treinta  doblas  de  oro  por  cabeza,  dice  Bemaldez,  de 

treinta 

de  Málaga,  sobre  el  rescate  de  los  moros  e  moras,  vecinos  naturales  de  la  cibdad  de  Mi:- 
laga,  es  lo  siguiente: 

Primeramente  que  todos  los  dichos  moros  e  moras,  asi  viejos  como  moios,  asi  pe- 
queños como  grandes  ó  de  teta,  e  los  -esclavos  moros  que  ellos  tenían  por  senrídores,  se 
hayan  de  rescatar,  e  nos  hayan  de  dar  e  pagar,  e  den  e  paguen  por  cada  caben  de  cada 
uno  de  todos  ellos  porque  sean  libres,  e  por  todos  sus  bienes  muebles,  treinta  dublas  de 
oro  de  veinte  y  dos  quilates  de  peso  de  hacenes  ó  el  prcscio  que  entre  ellos  vale,  pagado 
en  oro  e  plata  c  perlas  e  aljófar  e  seda  e  joyas  de  seda,  que  sean  de  dar  e  tomar  ruonado, 
cada  cosa  en  el  prescio  que  justamente  se  estimare  e  valiere;  e  que  en  la  cuenta  ({ue  se 
fíciere  de  los  dichos  moros  no  nos  pongan  por  descuento  los  moros  e  moras  que  se  haa 
muerto  después  que  entraron  en  el  corral,  salvo  que  los  pagaren  como  si  fuesen  vivos. 
E  asi  mismo  que  en  la  dicha  cuenta  non  se  les  hayan  de  contar  los  niños  que  han 
después  que  entraron  en  el  dicho  corral.  E  que  en  la  paga  e  seguridad  de  todo  lo  que 
cho  es  se  tenga  la  orden  e  forma  siguiente  en  esta  guisa: 

Que  todos  de  mancomún  e  á  voz  de  uno  e  cada  uno  dellos  por  el  todo,  se  obügan  de 
llano  en  llano  de  nos  dar  e  pagar  realmente  e  con  efeto,  en  las  cosas  susodichas,  el  pres- 
cio e  contia  que  montare  en  todos  ellos,  razonando  cada  cabeza  al  prescio  de  suso  conteni- 
do, de  lo  cual  nos  paguen  luego  todo  lo  que  tuvieren  en  su  poder,  asi  lo  que  tienen  en  el 
corral  donde  agora  están,  como  cualquier  otra  cosa  que  dejaron  escondida  en  U  cibdad, 
fasta  ser  coni{iI¡d()  t*l  núin(?ro  de  todo  lo  (ju<»  en  ellos  iiioiitarc;  y  que  para  que  nM*jor  e 
mas  prestamente,  puedan  cumplir,  (¡ue  hayan  de  facer  e  faj,Mn  luego  almoneda  de  tadoí 
sus  bienes  e  los  vendan  íkjuí  á  quien  (juisieren  e  por  bien  tovieren,  tanto  que  todavía    l^ 
vendan,  e  todo  lo  (|ue  en  ello  montare  así  misino  nos  lo  pajíuen  luego,  jurando  e  pon¡eii<i<> 
entre  sí  <lescoiuuni<»n  según  su  ley  que  no  dejan  en  su  poder  ni  en  parte  donde  liabei*    *^ 
jKiedan,  cosa  al;<una.  E  (jue  si  la  dicha  paga  «pie  así  íicieren  luego  en  cuanto  del  dicho  rc'^^ 
catcí,  no  montare  á  complimiento  de  las  dos  tercias  paites  enteras  del  dicho  precio  del  ti*' 
cho  rescate,  quesean  tcnudos  e  oblijíados  de  nos  pa^ar  lo  (pie  restare  para  cumpliniier»  ^*^ 
de  las  dichas  dos  tercias  partes  enteras  del  dicho  rescate,  dentro  de  sesenta  días  primt*r<^  ^ 
siguientes,  «ontados  desde  el  dia  (|ue  liohieren  acabado  de  pajiar  lo  que  aquí  tienen;  e  qi^ 
la  otra  tercia  parte  restante  la  paguen  en  esta  guisa:  la  mitad  en  íin  del  mes  de  abril  lU* 
año  venidero  ile  oclienta  y  o(-ho  años,  e  la  otra  mitad  en  íin  del  mes  de  octubre  <iel  dicli<- 
año  venidero;  e  ([ue  por  todo  lo  que  así  restare  por  pagar  de  lo  suso  dicho,  nos  liayan  iW 
dejar  e  dejen  rehenes  dellos  y  deltas  por  lo  (pie  así  ími  ello  montare,  a(juellos  que  bastaren 
á  nuestro  contentamiento;  c  que  sí  á  los  dichos  t(írminos  ó  cualíjuíer  delloá  no  nos  palia- 
ren las  contias  que  así  (juedaren  por  j>agar,  (|ue  todos  los  dichos  rehenes  sean  e  queden 
por  nuestros  cativos  para  siempre,  y  (pie  en  tanto  (jue  eshnierenen  rehén  estén  á  costa  d«^ 
los  dichos  rehenes. 

ítem  (pie  demás  de  lodo  lo  suso  dicho,  nos  hayan  do.  dar  e  den  libremente  todos  lo5 
cativos  e  cativas  cristianos  (jue  tienen  allende  e  en  otras  cualesquier  partes,  ó  la  paiie  i[W 
en  ellos  tovieren;  e  así  mismo  los  (jue  llovieren  vendido  desdel  dia  de  pascua  de  Na\idaii 
que  pasó  deste  presente  año,  en  cuales(iuier  partes;  los  cuabas  nos  hayan  de  dar  e  den. 
antes  ciue  las  personas  (jue  los  tovieren  saiyan  de  nuestro  poder;  e  que  le  sea  recibido  en 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  337 

treinta  y  seis  ducados,  según  Falencia,  pagaderos  en  oro,  pla- 
ta, joyas  y  vestidos,  estimados  en  su  justo  valor  ó  en  esclavos 
cristianos,  apreciados  en  treinta  doblas  también  cada  uno,  sin 
descontar  los  moros  muertos  después  de  entrar  en  el  corral, 
pero  sin  contar  los  que  en  él  hubieren  nacido.  Para  lo  cual  de- 
bían entregar  cuantos  bienes  tenían  consigo  y  cuantos  hubie- 
ran podido  ocultar  antes  de  salir  de  sus  casas,  dándoles  facul- 
tad para  venderlos  en  pública  almoneda  y  entregar  el  producto 
de  ésta  al  erarío  real.  Si  lo  entregado  no  constituía  los  dos  ter- 
cios de  la  suma  total  del  rescate  debían  completarla  á  los  sesen- 
ta dias  de  hecho  el  primer  pago  y  la  tercera  parte  restante  la 
mitad  en  Abril  y  la  otra  mitad  en  Octubre  del  año  siguiente. 
I^or  las  cantidades  que  fueren  restando  después  de  hecho  el  pri- 
mer 

cuenta  por  cada  uno  dellos  treinta  doblas  de  la  dicha  ley  e  peso,  e  por  la  otra  parte  que  en 
^llos  toviercn  ásu  respeto. 

ítem  que  en  préselo  en  pago  de  las  dichas  contias  del  dicho  rescate  de  la  prostrímera 
l^aga,  hayamos  de  tomar  todos  e  cualquier  cativos  e  cativas  cristianos  que  trujcren  á  núes- 
^  v*o  poder  de  allende  e  de  aquende,  razonando  cada  cabeza  al  prescio  suso  dicho;  e  que  pai'a 
tos  traer  de  allende  Nos  les  hayamos  de  mandar  navios  á  nuestra  costa. 

ítem  que  Nos  mandemos  poner  los  rehenes  que  asi  quedaren  en  la  cibdades  de 
Sevilla  e  Córdoba  e  Xerez  c  Ecija  en  poder  de  quien  Nos  mandaremos,  e  que  dellos  que- 

<^«n  en  estacibdad  en  poder  de  Garci  Fernandez  Manrique dellos 

ítem  que  los  dichos  moros  e  moi'as  no  puedan  vivir  ni  morar  ni  estar  en  el  reino  de 
CI^  ranada,  así  en  lo  que  tiene  los  moros  como  en  los  que  Nos  havemos  ganado,  sin  nuestro 
v^nandamiento,  salvo  que  todos  hayan  de  pasar  e  pasen  allende  en  navios  seguros  de  núes- 
costa;  pero  si  algunos  dellos  quisieren  ir  á  vivir  e  morar  á  cualesquicr  otras  partes  de 
uestro  reino,  que  lo  puedan  facer  segura  e  libremente. 

ítem  es  nuestra  merced  que  en  este  dicho  asiento  non  entren  el  Zegri  e  el  Geneti,  el 
'K'feioro  loco  que  se  llamaba  santo,  e  los  sobrinos  del  Zegri  e  Sancta  Cruz,  e  sus  mugeres  e 
C  Ijos  e  todos  ellos. 

Lo  cual  todo  que  dicho  es,  seguramos  e  prometemos  por  nuestra  fé  e  palabra  Real 
ue  mandaremos  guardar  e  cumplir  realmente  e  con  efeto  en  todo  e  por  todo  según  el 
aquí  se  contiene,  de  lo  cual  mandamos  dar  esta  nuestra  carta  firmada  de  nuestros 
siorobres  e  sellada  con  nuestro  sello.  Fecha  á  cuatro  dias  del  mes  de  setiembre  año  del 
Yiascimiento  de  Nuestro  Señor  Jesucristo  de  mil  e  cuatro  cientos  e  ochenta  e  siete  años. — 
~yo  el  Rey.— Yo  la  Reyna.— Por  mandado  del  Rey  é  de  la  Rey  na.— Femando  de  Zafra.— 
De  la  cibdad. — Hay  una  rúbrica. 


V 


338  Málaga  Musulmana. 


mer  pago  habían  de  dejar  en  rehenes  el  número  de  personas 
que  los  reyes  estimaren  conveniente,  rehenes  que  quedarían 
para  siempre  esclavos,  si  aquellas  cantidades  no  fueren  satis- 
fechas. 

Los  rehenes  debían  permanecer  en  Sevilla,  Córdoba,  Jeréz^ 
Écija  y  Málaga.  Los  que  se  rescataran  no  podían  volver  al  rei- 
no de  Granada,  sino  pasarse  á  el  África  ó  á  las  partes  de  Espa- 
ña dominadas  por  cristianos.  No  entraban  en  el  concierto  Ha- 
met  el  Zegrí,  sus  sobrinos,  el  faquí  que  tanto  le  excitó  á  la  re- 
sistencia, Ibrahim  Zenete,  Hasan  de  Santa  Cruz,  ni  sus  mu- 
geres  é  hijos. 

Ciertamente  la  venganza  de  los  agravios  que  los  cristianos 
habían  recibido  dictaron  estas  duras  condiciones.  Pero  pene- 
trando en  el  fondo  de  las  cosas  tuvieron  principalísima  parte  los 
intereses  pecuniarios:  ésta  conquista  había  costado  á  los  reyes 
sumas  inmensas;  tantas  fueron  que  algunos  pueblos  andaban 
malcontentos  con  los  pechos  y  derramas  que  se  les  repartieron 
para  llevarla  á  feliz  término;  debiánse  cantidades  de  alguna  con- 
sideración también  á  varias  personas  que  las  habían  aprontada 
para  las  necesidades  del  cerco;  había  que  galardonar  además 
ampliamente  á  otras,  cual  pedían  sus  méritos,  reparando  los  da- 
ños que  recibieron  con  sus  heridas  y  dolencias.  Esta  crueldad  fué 
pues  en  gran  parte  una  cuestión  del  Tesoro  nacional,  una  cues- 
tión de  hacienda^  cual  diríamos  hoy. 

Considere  el  lector  cuantos  serían  los  sufrimientos  de  los 
vencidos  durante  la  ejecución  de  estos  pactos:  ¡cuántos  de  ellos 
envidiarían  la  suerte  de  los  que  murieron  peleando!  ¡cuántos  se 

arrepentirían 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  339 


arrepentirían  de  no  haber  puesto  por  obra  la  desesperada  re* 
solvieion  de  incendiar  la  ciudad  y  morir  matando  cristianos!  To- 
do cuanto  puede  afligir  y  humillar  al  ser  humano  otro  tanto  se 
encipleó  con  los  míseros  malagueños. 

Esto  en  los  hechos  generales  y  públicos  que  han  llegado  á 

nosotros:  ¡qué  no  sería  en  los  particulares  y  privados,  envuel* 

tos  en  el  misterio  por  el  temor  ó  la  violencia!  ¡cómo  creer  que 

se     pudieron  dominar  las  demasías  de  los  codiciosos  mesnade- 

ro^,  puestos  como   avaros,  al  alcance  de  un  tesoro!   Cuando 

aCkxi  después  de  constituidos  los  pueblos  las  quejas  de  los  mude- 

jsLx-cs,  cruelmente  expoliados  por  los  nuevos  pobladores,  produ- 

jex^on  enérgicas  reales  cédulas  para  que  se  les  respetara,  ¡qué 

no    pasaría  en  aquellas  amargas  horas!  ¡cuántas  ricas  preseas 

no  desparecerían  en  los  registros  domiciliarios!  ¡á  qué  miserable 

pxr>ecio  no  se  venderían  los  bienes  muebles  de  los  vencidos  en 

acta  almoneda,  donde  los  únicos  licitadores  eran  los  vencedores! 

Ni  la  generosidad  española,  ni  la  caridad  cristiana  salieron 

ffi-iay  bien  libradas  de  ésta  capitulación,  que  el  historiador,  á 

quien  coií^pcte  sublimar  el  bien  y  hacer  el  mal  despreciable  y 

al>crrecible,  consignará  siempre,  como  fea  mancha  que  amen- 

guó  las  glorías  de  ésta  importantísima  conquista. 

No  ha  llegado  con  exactitud  á  nosotros  el  número  de  perso- 

^^s  sujetas  á  estos  pactos.  Bernaldez  calcula  que  entraron  en  las 

^^^ntas  del  rescate  once  mil,  las  cuales  debían  entregar  por  su 

*^^irtad,  todas  en  común,  trescientas  treinta  mil  doblas ^  que  ascen- 

*^^i  á  diez  y  ocho  millones  seiscientos  veinte  y  dos  mil  seiscientos  cua- 

»  y  siete  reales  de  nuestra  moneda,  si  seguimos  las  indica- 

jy  clones 


34^  Málaga  Musulmana. 


ciones  de  aquel  cronista  ó  trescientos  noventa  y  seis  mil  escudos^ 
según  la  cuenta  de  Falencia,  que  hacen  diez  y  ocho  millones  seis- 
cientos cuarenta  y  seis  mil  novecientos  cuarenta  y  un  reales:  enorme 
cantidad  para  entonces,  y  considerable  aún  para  hoy,  si  se  tiene 
presente  que  no  entraban  en  cuenta  los  bienes  raices  y  si  sola- 
mente el  numerario,  las  alhajas  y  los  vestidos. 

Al  fin  después  de  vendidos  sus  bienes,  pobres,  miserables, 
seguramente  con  escasa  esperanza  de  ver  libres  á  los  rehenes 
de  esclavitud,  apesar  de  sus  sacrificios,  salieron  de  Málaga  los 
moros,  repartiéndose  entre  las  poblaciones  andaluzas.  Sus  men* 
sajeros  recorrieron  afanosamente  las  comarcas  granadinas  y 
africanas  promoviendo  colectas,  excitando  en  los  mercados,  en 
las  plazas  y  á  las  puertas  de  las  mezquitas  la  caridad  de  sus 
correligionarios,  con  el  relato  de  las  miserias  que  estaban  sufrien* 
do  sus  míseros  compatriotas.  Pero  el  estado  de  perpetua  guerra 
y  la  decadencia  del  Islam  eran  tan  grandes,  que  aquellos  mala* 
gueños,  renombrados  por  su  caridad  en  rescatar  cautivos  mu-* 
sulmanes,  no  pudieron  completar  la  suma  pactada  y  todos  que- 
daron, según  Bernaldez,  entre  los  cristianos  por  esclavos. 

D.  Fernando  habia  realizado  por  completo  su  pensamiento. 
Escaso  sería  el  dinero  y  muchas  más  escasas  las  preseas  que 
no  entregaran  los  de  Málaga,  alucinados  por  el  señuelo  de  la 
libertad;  al  fin  se  quedaron  sin  ella  y  sin  sus  bienes.  Honra- 
do hubiera  sido,  ya  que  se  les  privaba  de  la  primera,  volverles 
lo  que  cada  cual  dio,  para  que  pudieran  rescatarse:  esto  creería, 
si  Bernaldez,  autor  puntual  y  diligente,  no  afirmara  lo  contra- 
rio. Obrando  tal  cual  él  dice,  mayores  muestras  dio  D.  Feman- 
do de 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  341 


do  de  codicia  que  de  magnanimidad;  así  podía  haber  obrado  un 
logrero  judío  no  un  caballero  cristiano. 

Todavía  en  Noviembre  de  1489  permanecían  en  Málaga,  vi- 
viendo en  lo  que  entonces  se  llamó  la  Morería^  los  rehenes  que 
quedaron  en  ella  á  cargo  de  Garci  Fernandez  Manrique,  algu- 
nos de  los  cuales  vieron  sus  propias  moradas  adjudicadas  á  los 
cristianos.  Después  seguirían  probablemente  la  misma  desven- 
turada suerte  que  sus  otros  compatriotas  (i). 

Durante  el  cerco  de  Málaga  los  cristianos  habian  tenido  si- 
tiadas dos  villas  de  la  costa  occidental  malagueña,  Mijas  y  Osu- 
na; la  primera  existente  hoy  con  igual  nombre,  la  segunda  des- 
poblada en  un  partido  de  huertas,  no  muy  apartado  de  la  ante- 
ñor,  que  actualmente  llaman  Osunilla. 

Los  defensores  de  entrambos  pueblos,  que  estaban  fortifica- 
dos, permanecieron  constantes  en  la  resistencia,  mientras  se  sos- 
tuvo nuestra  ciudad;  pero  al  saber  que  se  habia  rendido,  creyen- 
do que  lo  hubiera  hecho  con  excelentes  condiciones,  entregá- 
ronse á  los  cristianos,  pactando  que  se  sometían  á  la  suerte  de 
los  malagueños.  Reservaron  los  vencedores  cual  era  ésta,  vinie- 
ron con  unas  cuantas  galeras  por  mar  á  aquellas  costas,  y  em- 
barcaron hasta  ochocientas  personas,  con  sus  ropas,  dineros  y 
.ahajas,  tornando  inmediatamente  á  Málaga. 

Cuando  llegaron  á  ésta  y  supieron  la  horrible  realidad  y  cuan 
Miserablemente  habian  sido  burlados,  la  desesperación  de  aque- 
llas infelices  fué  inmensa;  por  su  necia  credulidad  lo  habian  per- 
dido 


(^)    Repartimientos  de  Málaga,  T.  III,  folio  27,  43  y  1  \± 


342  Málaga  Musulmana. 


dido  todo;  quedábanse  sin  sus  bienes,  sin  su  libertad,  indigen- 
tes y  esclavos. 

En  el  corral  de  los  prisioneros  separaron  á  los  muslimes  na* 
turales  de  Málaga  de  los  gomeres.  Estos  quedaron  todos  por 
esclavos:  cien  de  ellos  con  caballos,  jaeces,  trages  y  armas  fue^ 
ron  enviados  á  Roma  y  presentados  al  Pontífice  Inocencio  VIII; 
hizolos  éste  pasear  las  principales  calles  de  la  gran  ciudad  eo 
lujosa  procesión,  y  recibió  los  obsequios  de  los  monarcas  espa-* 
ñoles  en  solemne  consistorio,  donde  fué  admirada  la  marcial 
apostura  de  los  fieros  defensores  de  Málaga,  ensalzados  aque* 
líos  soberanos  ilustres,  que  tan  extraordinarios  triunfos  daban  a! 
catolicismo,  y  recordadas  las  proezas  de  los  conquistadores  de 
nuestra  ciudad. 

Expresión  del  gozo  que  embargaba  al  padre  común  de  los 
fieles  y  á  su  corte,  expresión  del  júbilo  y  del  legítimo  orgullo 
que  dilataba  los  corazones  de  los  españoles  residentes  en  Ra- 
ma fué,  á  no  dudarlo,  la  oración  latina  pronunciada  ante  aque- 
lla asamblea  imponente  por  el  Doctor  valenciano  D.  Pedro  Bas- 
ca, elegido  de  cierto  por  su  elocuencia,  para  conmemorar  las 
glorías  de  su  patria  (i). 

Los  reyes  enviaron  á  más  de  los  gomeres  algunos  moras, 
bien  africanos,  bien  de  la  provincia  refugiados  en  Málaga,  á  va- 
rios príncipes  y  magnates;  ciento  á  cada  uno  de  los  Duques,  cin- 
cuenta á  cada  Conde  y  otros  ciento  al  maestre  de  Santiago;  cin- 
cuenta doncellas  á  la  reina  de  Ñapóles,  hermana  del  rey;  trein- 
ta  á 

(1)  Trao  este  curioso  dato  Morejon,  quien  dice  que  el  sermón  de  Bosca  se  tituló:  Ora^ 
tio  in  cHehratione  virtoriae  malacitanae  ¡)ev  Serenisshno  Fcrdinandus  et  Elisabeth  HÍ9- 
panunnnn  '¡mncipeSy  ect. 


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se  había  cblig^5:  t.  : :  :^.-i . .   -. . 
Sin  enibar^:.  LT-rEi.:   ^-   --l 
quedaron  ¡es  Ssmiri  :í    :  _-  ^    - 


344  Málaga  Musulmana. 


maneció  en  Málaga  una  familia  hebrea,  los  A  lascar ^  merced  á 
las  influencias  de  su  pariente  Simuel  intérprete  de  los  reyes.  En 
ella  se  contaba  Isaac,  Simuel,  Juda  Alascar  y  Fadoc  sobrina  de 
Isaac,  quienes  fueron  muy  recomendados  por  los  monarcas  des- 
de su  real  de  Granada  en  1491  á  las  autoridades  malagueñas. 

La  suerte  de  los  judios  fué  varia  y  angustiosa  en  nuestra 
ciudad;  probablemente  rescatados  volviéronse  muchos  desde 
Carmena,  pues  en  21  de  Abril  de  1490  Francisco  de  Alcaráz, 
repartidor  por  los  Reyes  Católicos  de  la  propiedad  urbana  y  rús- 
tica malagueña,  viniéndose  á  la  puerta  de  Granada,  intimó  á 
los  hebreos  que  vivían  cerca  de  ella  la  orden  de  salir  de  la  po- 
blación y  establecerse  al  Levante  ó  Poniente  de  nuestra  provin- 
cia. .  Expulsados  los  judíos  apoderóse  de  algunas  de  sus  casas 
el  provisor  de  nuestra  Catedral,  alegando  que  se  las  había  com- 
prado; los  reyes  mandaron  que  las  devolviera  para  repartirlas 
entre  los  nuevos  vecinos,  y  si  la  compra  era  cierta  le  abonaran 
su  precio  siendo  corto. 

Meses  adelante  en  22  de  Junio  se  señaló  en  él  arrabal  que 
habia  frente  á  la  puerta  de  Granada,  un  solar  para  judería  por 
el  corregidor  Garci  Fernandez  Manrique,  acompañado  de  una 
comisión  del  municipio.  La  cual  judería  solo  debía  tener  cincuen- 
ta casas,  unidas  unas  á  otras,  rodeadas  todas  de  una  cerca  con 
una  puerta.  Concedióse  licencia  para  labrar  en  éste  solar  á  Ja- 
cob ben  Arquez,  á  Jacob  y  Abraham  Coser,  á  Salomón  ben  Ja- 
cob, Abraham  Trespiu,  Maimón  Leví  y  Salomón  Jaquetilla. 

El  concepto  que  en  Málaga  merecían  los  judíos  lo  encuen- 
tro perfectamente  delineado  en  una  representación  del  bachiller 

Serrano 


Serrano  á  los  reyes,  pidiéndoles  que  fueran  expulsados  de  la  ciu- 
dad, y  en  la  mala  manera  conque  fueron  recibidos  algunos  otros, 
que  al  desembarcar  de  unas  galeras  en  que  venían  fueron  roba- 
dos y  maltratados  cruelmente  (i). 

Vengamos  á  Alí  Dordux.  En  la  hora  suprema  de  la  ruina  de 
su  patria,  entre  ésta  y  sus  intereses  optó  por  su  egoismo,  dan- 
do visos  de  traición  á  sus  acciones,  y  mostrándose  mas  compla- 
ciente con  los  vencedores  de  lo  que  convenía  á  su  honra.  Bien 
le    pagaron  ellos  sus  servicios,  pues  le  concedieron  singulares 
preeminencias,  bienes,  libertad,  y  posesión  de  sus  propiedades 
i  varios  de  sus  deudos  y  amigos,  entre  los  que  sin  duda  debie- 
ron contarse  el  faquí  que  siempre  le  acompañó  durante  las  ca- 
pitulaciones y  el  rico  comerciante  Amer  ben  Amer. 

Concedieron  los  reyes  á  Ali  veinte  casas,  que  después  eleva- 
ron á  treinta,  de  las  cuales  solo  pudo  obtener  veinte  y  cuatro  en 
'3-  Morería^  juntas  con  una  mezquita  y  un  horno.  En  las  cuales 
ííabitaron  él  y  su  familia,  Rohaxi  ben  Fadl,  Mohammed  Alca- 
^9  Aben  Fath,  Yusuf  ben  Ayub,  Mohammed  el  Mudejar^  Ha- 
^^d  Alixbilí,  Mohammed  Aduacheb,  Kasim  é  Ibrahim  Alegeti, 
<^on    otros  más  hasta  cincuenta.  De  ellos  parte  murieron  en 
^á.laga,  parte,  más  adelante,  se  pasaron  á  África;  á  todos  se  les 
otorgó  cartas  de  seguro  para  ellos,  sus  propiedades  y  familias, 
^fin  de  que  nadie  osara  dañarles,  se  les  eximió  de  alojamientos 
y  de  llevar  las  señales  que  los  moros  mudejares  debían  ostentar 
^^  Sus  ropas,  concediéndoseles  sobre  todo  la  importantísima 
condición  de  poder  disponer  de  sus  bienes. 

Mostraron 

1^1    Bepartimienios,  T.  I,  folios  278, 294,  207,  300:  T.  III,  120  y  iriO. 


346  Málaga  Musulmana. 


Mostraron  ambos  monarcas  en  diversas  ocasiones  la  estima- 
ción en  que  tenian  á  Ali,  dándole  cuatro  tiendas  en  la  Morería; 
el  derecho  de  comerciar  por  sí  ó  por  sus  factores,  por  mar  ó  por 

* 

tierra,  el  nombramiento  de  alcalde  de  los  mudejares  de  ésta 
provincia  desde  Villaluenga  á  Maro,  por  cuyo  cargo  cobraba 
anualmente  veinte  mil  maravedís;  tierras,  viñas  y  olivares  en 
Benagalbon  y  Benaque,  otras  en  los  pagos  de  Maxaralhayat  y 
Aben  Hayat,  jurisdicción  de  Benaque,  las  cuales  pertenecieron 
á  Zaide  Ali  y  Mohammed  ben  Omar  que  se  fueron  á  África, 
con  facultad  de  sembrarlas  y  cultivarlas;  además  de  todo  ésto  los 
tributos  de  Casarabonela.  Pidió  después  más  tierras,  que  los 
reyes  le  concedieron,  ordenando  que  se  les  dieran  á  su  conten- 
tamiento, por  que  és  nuestra  jnerced  y  voluntad^  dicen  en  su  real 
cédula,  que  en  ésto  se  haga  muy  bien  con  él.  Con  los  años  y  con  la 
protección  aumentó  sus  exigencias,  acrecentando  sus  riquezas 
con  los  restos  de  la  deshecha  tempestad  en  que  habían  pereci- 
do sus  compatriotas,  pues  algunos  después  pedía  más  tierras 
por  conducto  del  bachiller  Juan  Alonso  Serrano,  obteniendo  de 
sus  protectores  órdenes  de  que  se  las  dieran  si  sobraban  para 
los  cristianos. 

Juan  Alonso  Serrano  no  se  mostró  igualmente  afecto  á  Dor- 
dux;  éste  tuvo  que  recurrir  á  los  reyes  para  hacer  respetar  sus 
derechos,  consiguiéndolo  cumplidamente  pues  escribieron  al 
bachiller,  que  dejara  abierta  la  tienda  que  le  habia  mandado 
cerrar  y  mercadear  libremente  en  ella,  desaprobando  cuanto 
había  hecho,  mandándole  cumplir  sus  reales  cédulas,  y  reco- 
mendándole que  tratara  á  Dordux  y  á  sus  compañeros,  decía 

el  rescripto 


Parte  PRIMERA.  Capítulo  viii.  347 


scripto  regio,  como  á  vasallos  y  servidores  mios. 
^^^o  era  una  excepción  la  energía  que  en  defender  á  Dordux 
ino^>  '^  raban  ambos  monarcas:  muchas  veces  he  hallado  en  los 
libros  de  Repartimientos  enérgicas  reales  cédulas,   reprobando 
las    xiQolestias,  los  daños  y  hasta  los  latrocinios  que  con  los  des- 
dioW^dos  mudejares  usaban  los  cristianos,  grandes  y  pequeños; 
mostrándose  en  ésto  superiores  á  su  época,  superiores  al  odio, 
al   resentimiento  y  sobre  todo  á  la  codicia  de  sus  vasallos.  En 
lo  que  no  se  mostraban  tan  generosos  era  en  la  percepción  de 
impuestos,  pues  apremiaban  bastante  para  que  se  recaudasen  y 
p^r^L  que  se  sacara  todo  cuanto  más  se  pudiera  de  los  moros.  Co- 
sa que  no  debe  admirarnos;  el  físco  ha  sido  igual  en  todo  tiem- 
po;  entonces  ahogaba  á  los  mudejares,  como  hoy  al  contribu- 
yante; éste  es  vicio  añejo  en  España,  y  por  lo  que  se  vé  incu- 
rable. 

^o  sabía  Dordux  hablar  castellano;  sirvióle  de  intérprete  en 

r 

SUS  conferencias  con  Fernando  V  Ali  el  Fadl,  al  cual,  mediante 
s^  ixiflujo,  se  concedieron  posesiones  en  Almayate,  que  perte- 
°^^¡eron  antes  á  sus  correligionarios  Hamama  y  el  Cortobi  (i). 
Án  duda,  agravios  recibidos  de  los  repartidores  inclinaron 
"^^^nte  algún  tiempo  á  Dordux  á  pasarse  á  Fez,  y  aun  pidió  li- 
^^"^c^ia  á  los  reyes  para  emprender  este  viaje;  no  pudo  sin  em- 
"^^go  resistir  las  instancias  de  ellos  para  que  se  quedase,  bien 
P^'"^iie  temieran  que  allende  el  Estrecho  habia  de  hacerles  da- 
°^»  l>ien  porque  necesitaran  en  nuestra  provincia  de  sus  influen- 
cias. 

de  Repartimientos.  T.  K  lólios  ^,  ai.  Ti  y  :)í^,  T.  III  U'Au?<  «30.   «1)7 

48 


348  Málaga  Musulmana. 


cias.  Por  otra  parte  no  sé  como  Dordux  hubiera  sido  recibido  en 
África,  pues  enviados  que  fueron  á  ésta  y  se  valieron  de  su  nom- 
bre hubieron  de  volverse  sin  lo  que  deseaban;  muestra  de  la 
inquinia  que  le  tenían  los  que  moraban  en  aquellas  partes,  en  las 
que. existían  muchos  muslimes  españoles. 

Permaneció  por  tanto  en  Málaga  influyendo  personalmente, 
ó  por  medio  de  su  hijo  Mohammed,  en  apaciguar  las  primeras 
alteraciones  de  los  moriscos.  Mohammed,  tocado  de  la  divina  fé 
y  además  deseoso  de  conseguir  las  promociones  á  que  le  lla- 
maban su  egregia  alcurnia,  los  servicios  del  padre  y  los  mereci- 
mientos propios,  bautizóse  con  su  esposa,  siendo  padrinos  los 
reyes,  por  lo  que  ambos  adoptaron  los  nombres  de  Isabel  y  Fer- 
nando con  el  apellido  de  Málaga. 

Tomó  á  mal  su  padre  esta  decisión  y  desheredólo.  Mas  an- 
dando el  tiempo  dícese,  cosa  que  tengo  por  muy  dudosa,  que  al 
morir  Alien  1502,  estando  en  Antequera,  recibió  el  bautismo,  con 
el  nombre  de  Francisco,  apadrinándole  el  conde  de  Ureña  (i). 

D.  Femando  de  Málaga  por  los  muchos  buenos  y  leales  ser- 
vicios que  prestó  á  los  reyes  recibió  el  entonces  muy  ambicio- 
nado título  de  hidalgo  de  solar  conocido,  con  la  exención  de 
toda  clase  de  contribuciones.  Fué  además  regidor  perpetuo  de 
Málaga,  así  como  algunos  de  sus  descendientes;  si  cualquiera 
de  éstos  tomaba  el  estado  eclesiástico  ocupaba  una  canongía  de 
nuestra  Catedral,  canongía  que  quedó  vinculada  en  su  familia. 

Diéronle 


(1)  Dijo  esto  Morcjon,  autor  honrado,  pero  de  escasísima  crítica;  impugnó  Medina 
Conde,  en  sus  Conv.  mal.  parte  II,  |>á¿.  9ü  y  sig.,  pnmero  la  fecha  del  fallecimiento  qae 
debió  suceder  antes  del  1500,  después  lo  del  bautizo:  no  creo  muy  fuera  de  razón  las  indi- 
dones  de  Conde. 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  349 


Diéronle  también  un  escudo  de  armas  (i)  partido  en  cuatro 
cua.rteles;  en  el  alto  de  la  derecha  se  veían  las  armas  de  Mála- 
ga, en  el  inferior  cinco  granadas;  á  la  izquierda  en  el  superior 
un  león  y  en  el  de  debajo  dos  barras  de  oro  en  campo  azul;  re- 
mataba el  blasón  una  corona,  explicando  el  todo,  dice  Medina 
Conde,  los  siguientes  versos,  que  me  parecen  bastante  posterio- 
res al  siglo  XV: 

Málaga  muy  noble  y  leal 
A  sus  reyes  siempre  ha  sido, 
Los  que  son  de  su  apellido 
Ks  su  origen  sangre  real 

Y  de  solar  conocido. 

Las  cinco  granadas  son 
Su  mayor  antigüedad, 

Y  el  rey  le  dio  por  l)lason 
Un  león,  y  una  ciudad 

Y  las  barras  dt;  Aragón. 

Los  nietos  de  Ali  Dordux  continuaron  prestando  grandes 
servicios  á  España,  ya  muriendo  como  buenos  en  Flandes,  ya 
peleando  contra  los  ingleses,  ora  luchando  con  los  moros  afri- 
canos, hasta  que  su  apellido  fué  paulatinamente  oscureciéndo- 
se! entre  la  pobreza  de  los  que  lo  llevaron  ó  confundiéndose  ¡tris- 
tes variaciones  de  los  tiempos!  con  el  de  Málaga  que  se  ha  pues- 
ta á  los  niños  expósitos. 

Aún  nos  conservan  los  libros  de  Repartimientos  malagueños 

*^s  nombres  de  muchos  musulmanes,  hijos  de  nuestra  ciudad, 

_  notables 

(*)    He  hallado  una  copia  de  la  Real  («««dula  on  que  so  concedió  ésta  hidal^uia  en  el 

'  S.  Z.  45  de  la  liibliotcca  Nacional.  Todavía  en  el  siglo  pasado  se  conservaba  la  menio- 

'^^e  Ali  Dordux  en  las  tierras  ([ue  poseyó  en  la  desembocadura  del  Arroyo  de  Jabonaros, 

"Onde  tuvo  una  casa,  con  su  moraleda  y  otras  plantaciones.  He  hallado  esta  noticia  en  los 

"Milog  del  Cortijo  de  los  Galanes,  propiedad  de  mi  amigo  D.  Mateo  Castnñer,  quien  vá  lo- 

S^indo  ver  transformado  este  sitio,  merced  á  las  magnificas  condiciones  con  que  lo  dotó  la 

Diluraleza,  en  un  delicioso  retiro,  donde  se  van  ediíic^indo  hellisimas  casas  de  recreo. 


350  Málaga  Musulmana. 


notables  por  su  posición,  cuyas  ricas  moradas  pasaron  á  ser  pro- 
piedad de  los  conquistadores,  que  hallarían  en  ellas  el  sosiego 
y  deleite  de  la  voluptuosa  vida  morisca,  y  los  de  otros  que  tu- 
vieron participación,  traicionando  á  sus  correligionarios,  en  las 
victorias  de  los  cristianos:  miserables  tornadizos  á  quienes  pa- 
garon estos  generosamente  sus  afrentosas  acciones. 

Entre  ellos  se  nombra  á  Aben  Ornar ^  cuyas  casas  se  dieron  á 
D.  Pedro  Diaz  de  Toledo  primer  obispo  de  Málaga:  Mohammed 
Almoui  ó  Almomi  el  Zaguer^  cuya  morada  tocó  á  Pedro  de  Al- 
derete  repostero  de  camas  de  la  reina  Doña  Isabel,  antecesor 
de  un  escritor  ilustre,  Bernardo  de  Alderete,  honra  de  nuestra 
ciudad:  el  Corior^  quien  debió  de  ser  por  extremo  rico,  pues  ob- 
tuvo su  magnífica  casa  D.  Sancho  de  Rojas  maestre  sala  del  rey, 
casado  con  Doña  Margarita  de  Lemus,  progenitor  de  los  con- 
des de  Casapalma,  Puertollano  y  Mollina,  de  cuya  hermosa 
mansión  me  ocuparé  más  adelante:  Cantar,  cuya  casa  se  re- 
partió á  Sancho  de  Sarabia  criado  del  rey,  alcaide  de  Casara- 
bonela,  y  á  su  muger  Doña  Teresina  de  Villaragut,  criada  de  la 
reina:  uno  conocido  con  el  apellido  español  de  Gomez^  que  con 
otros  moros  toloseños  se  vino  á  Málaga  en  1481:  Aben  Fachonb 
Aben  Falhon  escudero  del  Baecí,  alcaide  de  Alora,  cuya  era  la 
hacienda  de  Rafa,  que  poseyó  el  repartidor  de  las  propiedades 
musulmanas  Cristóbal  de  Mosquera:  Ibrahim  Abdelkerim  alcaide 
de  Olías,  que  sirvió  admirablemente  á  los  Reyes  Católicos  en  la 
entrega  de  esta  villa,  á  quien  se  donaron  tierras  de  otros  mo- 
ros que  habían  pasado  allende  el  Estrecho:  Cabecira,  cuya  casa 
estaba  frente  á  la  actual  calle  de  Pozos  Dulces;  el  Saler  k  quien 

sucedió 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  351 

ucedió  en  la  propiedad  de  su  morada  el  marqués  de  Cádiz: 
ierto  muslím  apellidado  Valetero:  Madaleni  al  cual  tocaron  ca- 
^as  en  el  barrio  de  la  Morería^  por  los  servicios  que  había  pres- 
tado á  los  cristianos:  Aben  Manzor^  quien  tuvo  en  calle  de  Bea- 
bas, hacía  su  ingreso  por  la  de  Granada,  una  extensa  y  sun- 
-tuosa  morada,  con  jardines,  en  los  que  existían  diversidad  de 
arboles  frutales,  una  noria  y  un  baño;  la  cual  casa  tenía  por  lin- 
deras las  de  otros  moros,  llamados  Alt  eljana  y  Ali  el  Morabito^ 
hiendo  éstas  lindes  demarcadas  al  año  siguiente  de   la  con- 
quista por  un  faquí  malagueño,  designado  al  efecto  por  los  re- 
partidores cristianos,  y  por  otro  muslim  denominado  Gala/  (i). 
Fiesta  de  San  Luis  obispo  de  Tolosa,  Domingo  ig  de  Agos- 
to de  1487,  entraba  por  la  puerta  de  Granada  y  recorría  las 
principales  calles  de  la  población,  de  las  cuales  habían  desapa- 
recido los  sangrientos  vestigios  de  la  reciente  lucha,  solemne  y 
suntuosa  procesión,  manifestación  pública,  nacional  y  religiosa, 
del  triunfo  obtenido  en  Málaga  por  España  y  por  el  Catolicismo. 
Precediála  el  capellán  y  limosnero  mayor  de  los  reyes  D.  Pe- 
dro de  Toledo,  llevando  enhiesta  la  cruz  de  oro  y  plata,  nobi- 
lísima enseña  de  la  Iglesia  primada  española;  seguían   en   pos 
de  él  escuderos,  hidalgos,  capitanes,  frailes,  proceres  eclesiásti- 
eos  y  seculares,  sirviendo  de  brillante  cortejo  á  la  Virgen  de  los 
Reyes,  ante  la  cual  habían  orado  tantas  veces  de  hinojos  los  vic- 
toriosos monarcas,  demandándole  en  sus  fervorosas  plegarias  el 
feliz  éxito  de  sus  empresas.  Iba  la  imagen  cubierta  hasta  las  an- 
das 


(1)    Libros  de  nejxirtimientos,  T.  I,  folios  433  v.,  204,  270,  278,  280,  323,  T.  III,  58 
%  V  159. 


352 


Málaga  Musulmana. 


das  con  las  ricas  preseas  de  la  reina,  y  su  angelical  semblante, 
elevándose  sobre  aquella  multitud  gozosa  y  recogida,  como  ma- 
dre cariñosa  entre  sus  hijos,  al  atravesar  las  revueltas  calles  de 
la  ciudad  morisca,  parecía  el  celestial  emblema  de  la  nueva  ci- 
vilización que  con  ella  penetraba  en  su  recinto. 

Tras  de  sus  andas  caminaban  los  soberanos,  seguidos  de  lo 
principal  y  más  encumbrado  del  reino,  armado  Fernando  V  de 
todas  armas,  lujosamente  ataviada,  aunque  descalza,  Doña  Isa- 
bel, con  espresion  de  cristiana  modestia:  que  en  todas  las  oca- 
siones de  su  vida  mostraba  aquella  ínclita  señora,  honra  de  la 
monarquía,  amor  de  España,  las  grandes  condiciones  de  su  na- 
tural condición.  Acompañábanles  su  corte,  pages,  damas,  caba- 
lleros, y  escoltábanles  los  continuos  y  guardias  de  sus  perso- 
ñas  (i)  cerrando  la  procesión  los  recien  libertados  cautivos,  lle- 
vando 


(i)  Los  libix)»  de  Hepiirtimientos  dan  los  nombres  de  los  escuderos  de  las  {ruai*dias  rea- 
les avecindados  en  Málaga,  que  sin  duda  asistieron  á  su  cerco  y  permanecieron  en  ella  du- 
rante la  primera  epidemia. 


Cristóbal  de  Herlanga. 
Antón  de  Córdoba. 
Sancho  Vizcaino. 
Juan  Ad. 
Diego  de  Liévana. 
Francisco  de  Pallares. 
Cénzalo  de  Camboa. 
Fernando  de  Uncibav. 
Cabriel  Várela. 
Fi^ancisco  de  Madrigal. 
Alonso  de  Antequera. 
Diego  de  Cuevas. 
Iñigo  de  la  Miel. 
Pedro  do  Bui^gos. 
Alonso  Tenorio. 
Joi*ge  dt»  Proaño. 
Alonso  de  Alderete. 
Diego  de  Santisteban. 
Fernando  de  Ángulo. 


Pedro  de  Villalva. 

Fernando  de  Robles. 

Fernando  de  Cabrera. 

Alonso  de  Aguirre. 

Antón  de  Olinos. 

Alonso  Gallardo. 

Juan  de  Sesé. 

Miguel  Vallesler. 

Diego  de  Galiana. 

Pedro  de  Ángulo. 

Juan  de  Cieza. 

Alvaro  Herrera. 

Sancho  de  Salinas. 

Diego  de  Badajoz. 

Juan  déla  lUba. 

Miguel  de  Dueñas. 

Diego  de  Morales. 

Fernán  Huiz  de  Colmenares. 

(ion7.alo  Uodriguez  de  Araujo 


Alonso  Serrano  el  Viejo. 
Hernardo  de  Solanilla. 
Luis  de  Baeza. 
Alonso  de  Cardona. 
Gonzalo  de  Alcántara. 
Antonio  de  Collazos. 
Pedro  García  de  Alequia. 
Pedro  de  Quincoces. 
Fernando  Canelas. 
Diego  del  Castillo. 
Peilro  de  Pallares  de  Haya. 
Diego  de  Gudiel. 
(fonzalo  Beltran. 
(lalaz  de  Guzman. 
Diego  Maldonado. 
Diego  Suarez  de  Figueroa- 
Alonso  de  Vera. 
Juan  Lebrón  el  Viejo. 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  353 


ando  al  hombro  sus  cadenas,  bendiciendo  á  sus  señores  y  á  la 
«ligion,  en  cuyo  nombre  recobraran  el  sosiego  y  la  dignidad  de 
ombres. 

Dio  la  procesión  en  la  mezquita  mayor,  consagrada  ya  en 
emplo  cristiano  y  destinada  para  Catedral;  colocóse  en  el  al* 
mayor,  lujosamente  exhornado,  la  imagen  de  la  Virgen,  y 
nte  la  multitud  apiñada  en  las  naves  que  antes  oyeron  el  so- 
lemne recitado  de  las  aleyas  koránicas;  bajo  aquella  techum- 
l)re  cuyos  ecos  habían  repetido  los  entusiastas  acentos  del  jatib  ó 
predicador  maldiciendo  á  los  cristianos  y  encendiendo  los  áni- 
vnos  de  los  creyentes  para  emprender  la  guerra  santa;  delante 
•del  destruido  mihrab  ó  adoratorio,  cerca  del  cual,  durante  lar- 
dos años,  los  imatncs  ó  directores  de  la  plegaria  preconizaron  la 
£é  muslímica,  ofició  el  Cardenal  arzobispo  de  Toledo  la  misa 
-del  Misterio  de  la  Encarnación,  y  terminada,  los  graves  y  her- 
mosos acentos  del  Tedeum  expresaron  la  emoción  que  embar- 
caba los  ánimos  de  los  vencedores. 

Mientras  tanto  en  las  fortificaciones  de  la  ciudad  y  allá  á  lo 
lejos  en  el  campamento  mezclábanse,  en  regocijado  concierto 
las  salvas  de  la  artillería  y  los  repiques  de  las  campanas  á  los 
vítores  del  ejército. 

Aquí  debiera  poner  fin  á  esta  Primera  Parte  de  mi  libro,  de- 
jando para  obra  posterior,  preparada  há  largo  tiempo  y  que  ti- 
tularé Málaga  Moderna,  si  Dios  fuere  servido  de  que  la  publi- 
<iue  algún  dia,  el  complemento  de  la  obra  histórica,  referente  á 
la  ciudad  en  que  nací  que  hace  años  que  tengo  emprendida. 
Pero  hay  algunos  acontecimientos  tan  ligados  con  la  presente, 

tienen 


1 


354  Málaga  Musulmana. 


tienen  todavía  los  hombres,  las  ideas  y  las  propiedades  musul- 
manas tanta  influencia  en  los  primeros  pobladores  cristianos  de 
Málaga,  que  no  acabaría  cumplidamente  mí  empeño,  sino  hi- 
ciera la  reseña  conque  voy  á  ponerle  remate. 

Por  ésto  sin  entrar  en  el  relato  de  la  constitución  civil  y  re- 
ligiosa de  nuestra  ciudad  en  los  postreros  años  del  siglo  XV,. 
sin  determinar  los  nombres,  alcurnia  y  conducta  de  sus  autori- 
dades, ni  extenderme  en  la  designación  de  algunas  familias,  las 
más  notables,  progenitoras  de  muchas  otras  modernas,  me  ocu- 
paré de  la  situación  de  Málaga  durante  esos  últimos  años,  de 
la  suerte  de  los  moriscos  que  vivían  en  ella  ó  venían  á  contra- 
tar á  sus  mercados,  y  de  los  cambios  que  sufrió  la  antigua  pro- 
piedad sarracena. 

Quedó  Málaga  por  entonces,  como  población  fronteriza  con- 
tra el  yá  exiguo  reino  de  Granada,  como  baluarte  defensor  de 
la  marina  contra  los  desembarcos  africanos.  Vivióse  en  ella  du- 
rante unos  cuantos  años  en  perpetuo  estado  de  guerra;  sus  for- 
tificaciones se  reparaban  cuidadosamente,  impedíase  al  vecin- 
dario edificar  cerca  de  los  muros  ó  en  la  ronda  del  adarve,  es- 
pecie de  camino  que  al  rededor  de  ellas  existía  per  dentro  de 
la  población,  y  procurábase  que  ésta  estuviera  bien  provehída. 
Los  primeros  vecinos  eran  propiamente  soldados;  exigiáseles 
que  tragesen  armas,  ballestas,  espadas,  espingardas,  y  á  algunos 
caballo,  renumerándose  ampliamente  al  que  empleaba  parte  de 
su  fortuna  en  estos  pertrechos:  imponiáseles  el  deber  de  rondar  6 
de  hacer  guardias  por  la  noche,  atalayar  el  campo  y  salir  á  él,, 
cuando  los  vigías  costeños  anunciaran  cualquier  rebato  de  moros,. 

alguno^ 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  355 


Igunos  de  los  cuales  volvieron  á  veces,  por  cierto,  maltrechos  y 
errotados. 

Pues  no  solo  eran  temibles  los  granadinos,  sino  el  morisco, 
quien  el  odio  ó  la  venganza  transformaba  en  salteador  mon- 
,  6  los  expulsos  muslimes,  que  juntos  á  los  africanos,  corrían 
uestras  marinas  robándolas.  A  las  mismas  puertas  de  la  pobla- 
ion,  á  vista  de  sus  muros,  egercían  estos  piratas  sus  crueles  de- 
^Dredaciones,  atacando  lo  mismo  á  musulmanes  que  á  cristianos^ 
aqueándolos,  cautivándolos  y  llevándoselos  á  Fez  ó  á  Grana- 
.  Frecuentemente  se  encuentran  en  nuestros  libros  de  Repar- 
timientos noticias  de  estos  cautivos  y  de  las  gestiones  que  se  hi- 
<::ieron  para  rescatarlos,  frecuentemente  he  hallado  en  ellos  me- 
morias de  los  efectos  de  estas  sangrientas  incursiones. 

Así  ocurrió  á  Diego  del  Castillo,  vecino  de  Málaga,  envia- 
do con  algunos  moros  por  las  autoridades  y  por  Ali  Dordux  pa- 
^a  pasar  al  África,  á  quien  aprisionaron  unos  corsarios;  á  Fran- 
cisco López,  vecino  de  Benagalbon,  al  cual  cautivaron  los  gra- 
nadinos, muriendo  en  sus  mazmorras  de  dolor  y  desesperación, 
perseguido  cruelmente  por  la  pesadilla  de  sus  deudos  y  de  su 
Jiijo,  ferozmente  degollado  (i). 

Por  otra  parte  la  naturaleza  afligió  con  terribles  calamida- 
des á  los  primeros  vecinos  cristianos  de  Málaga,  pues  antes  de 
1492,  y  aún  en  los  años  siguientes,  la  ei)idemia  que  había  yer- 
mado gran  parte  del  Andalucía  puso  á  prueba  sus  ánimos,  pe- 
reciendo en  ella  muchos  desgraciados  y  ahuyentando  á  otros  que 


356  Málaga  Musulmana. 


no  tuvieron  valor  para  arrostrarla;  dando  razón  á  los  que  esca- 
paron de  ella,  y  á  los  huérfanos  y  viudas  de  los  que  perecieron,  pa- 
ra pedir  el  aumento  ó  la  conservación  de  las  propiedades  que 
se  les  repartieron. 

También  ocurrió  por  aquel  tiempo  un  terremoto  que  arrui- 
nó muchas  casas  de  la  ciudad,  maltrató  otras  y  cuarteó  las  for- 
talezas de  Benalmádena,  Casarabonela  y  Gomares,  aterrorizan- 
do  á  los  habitantes  de  nuestra  provincia.  Los  reyes,  apiadados 
de  ellos  y  deseosos  de  favorecer  la  población  de  su  término,  no 
solo  concedieron  multitud  de  mercedes  individuales  á  los  que 
no  desampararon  sus  nuevas  moradas  y  á  los  hijos  ó  viudas  de 
los  que  sufrieron  estas  desgracias,  sino  que  les  otorgaron  exen- 
ción de  ciertos  tributos  por  dos  años,  á  más  de  los  diez  que  les 
concedieron,  á  contar  desde  el  de  la  conquista  (i). 

Muchas  veces,  en  las  frecuentes  algaradas  de  los  cristianos 
ó  en  los  días  del  sitio,  los  Reyes  Católicos  y  sus  predecesores 
habían  evitado  la  ruina  de  haciendas  renombradas  por  su  de- 
leitosa situación  y  la  de  los  edificios  de  la  ciudad;  esperaban 
al  expugnarla  arrojar  de  estas  propiedades  á  sus  moradores  y 
que  quedaran  por  suyas,  como  así  aconteció. 

Pero  D.  Fernando  y  Doña  Isabel  no  asignaron  todas  estas 
propiedades  á  la  corona:  contentáronse  con  la  cuarta  parte  del 
vidueño,  con  los  bienes  propios  de  los  sultanes  granadinos,  con 
las  jabonerías,  tenerías,  albóndiga,  aduana,  alcaicería,  tiendas, 
baños,  boticas,  derechos  de  portazgo,  paso,  almojarifazgo,  diez- 
mos, 

(i)  lieparlím.  T.  I,  folio  393,  y  en  muchas  otras  partes.  Serrano  de  Vargas,  Anacardi- 
na  espxHíual.  Martin  de  Roa,  Málaga  su  fundación,  su  antigüedad  eclesiástica  y  reglar 
sus  Santos  Ciríaco  y  Paula  y  S.  LuU  obispo  sus  patronos,  cap.  XX,  folio  71. 


Parte  PRIMERA.  Capítulo  viii.  357 


mos,  medios  diezmos,  cuentos  de  cabalgadas,  tercias  y  cam- 
bios (i).  Las  demás  propiedades  urbanas  y  rústicas  las  desti- 
jiajron  á  satisfacer  las  necesidades  del  nuevo  municipio,  á  enrí- 
quLCcer  á  los  cristianos  que  se  decidieron  á  poblar  en  Málaga, 
á    f^remiar  los  servicios  que  muchos  de  sus  vasallos,  grandes  y 
p^cg[ueños,  les  habían  hecho  en  ésta  guerra,  con  sus  armas,  con 
sangre,  con  su  trabajo  ó  con  su  dinero. 
La  propiedad  musulmana  de  Málaga  se  repartió  por  tanto 
:re  los  conquistadores;  pobres  mesnaderos  hicieron  en  un  mo- 
nto su  fortuna;  aumentáronla  considerablemente  los  próce- 
B  9  y  aquellos  repartimientos  fueron  la  base  de  mucha  parte  de 
xnodema  propiedad  malagueña,  citándose  todavía  frecuénte- 
nte en  los  tribunales  por  los  que  sostienen  sus  derechos. 
Dos  caracteres  tuvieron  estos  repartimientos,  el  de  dona- 
»  graciosa  hecha  por  los  reyes,  y  el  de  adquisición  por  esta- 
blecerse como  vecinos  de  Málaga.  Para  conseguir  estos  últimos 
*^*xían  los  nuevos  moradores  que  permanecer  en  ésta  cinco  años, 
*    zxiás  de  traer  consigo  su  familia  y  armas;  los  solteros  debían 
:raer  matrimonio  en  breve  término.  Los  bienes  repartidos 
podían  venderse  sino  después  de  ocho  años,  y  á  los  que  no 
^^rxiplían  estas  condiciones  se  les  retiraban  los  repartimientos. 
Estas  disposiciones   se  mantuvieron  con  algún  rigor;  pero 
U.chas  veces  el  valimiento  y  el  nepotismo,  de  todo  tiempo  po- 
rosos en  España,   consiguieron  quebrantarlas;  otras  también 
^^    cjispensaron  á  los  que  continuaron  peleando  con  los  moros  ó 

^^   ocuparon  en  otros  servicios  públicos  (2). 

Fueron 


(1)    Libro»  de  Rttoartimienioa.  T.  I.  folio  310.  T.  111.  folio  34. 


358  Málaga  Musulmana. 


Fueron  los  primeros  repartidores  Francisco  de  Alcaráz,  con- 
tinuo de  los  reyes  y  alcaide  de  Córdoba,  ascendiente  de  los  Oso- 


ríos,  y  Cristóbal  de  Mosquera,  veinte  y  cuatro  sevillano,  con —  m- 
quistador  de  Alanis,  que  pereció  ahogado  yendo,  pdr  mandatoc^^o 
de  Fernando  V,  como  capitán  de  espingarderos  gallegos,  á  so —  ^z»o 
correr  á  Doña  Ana  duquesa  de  Bretaña;  el  cual  en  un  princi— -í  c:i 
pió  no  tomó  mucha  parte  en  ellos  por  ocuparse  en  el  servicico  i  zi 
real.  Medidores  de  la  propiedad  repartida  fueron  Alonso  de  Ver-  -:»  — r 
gara  y  Juan  de  Ariza,  y  notarios  del  repartimiento  Gerónimo  xik 
de  Salinas  y  Antón  López  de  Toledo  (i). 

Con  arreglo  á  las  instrucciones  de  los  reyes  inventariáronse  .^se 
las  fincas,  haciéndose  grupos  de  á  diez  de  igual  valor,  que  se  sor-^K  -r- 
tearon  entre  diez  personas  de  igual  categoría. 

Quejas,  agravios,  pleitos  y  otros  graves  inconvenientes  pro 
dujeron  disgustos  y  reclamaciones  á  los  monarcas.  Estos  nom 
braron  para  reformar  los  repartimientos  al  bachiller  Juan  Alón 
so  Serrano,  hombre,  á  lo  que  entiendo,  enérgico  é  íntegro,  en 
migo  jurado  de  moros,  herejes  y  judíos.  Quien  justificó  los  can^  r 
gos  de  Consejero  real  y  Contador  mayor  del  reino  que  consigiiiS^  ó, 
terminando  su  reforma  en   1493;  la  cual  fué  aprobada  por  Ici^r^os 
reyes  en  Segovia  a  20  de  Agosto  de  1494,  con  aplauso  del  miz^Mii- 
nicipio,  pero  con  grandes  quejas  de  muchos  vecinos. 

Poblaron  en  Málaga  gran  número  de  vizcaínos  y  gallegos  -— s, 
castellanos,  andaluces,  bastantes  portugueses,  franceses,  genc^^o- 
veses  y  alemanes,  á  más  de  los  muslimes  que  quedaron  en  E     -J^ 

Moren     -^, 


(1)      Hr/xirl .  T.  \,  ).  IM)'!.  (".«mIiiI;!  dr  \  (|(>  Selieinbiv  de  1187.  Kinpozaroii  su.>   trabaf  *  '^' 


Parte  primera.  Capítulo  viii. 


359 


Morería^  de  los  judíos  y  de  los  tornadizos  ó  moros  que  se  bauti- 
zaron, como  Rodrigo  Pimentel,  á  quien  dejaron  en  Málaga  por 
ser  hofnbre  provechoso  para  el  campo,  Fernando  de  la  Morería  y 
Fernando  del  Rey, 

Aquí  vinieron  religiosos  á  establecer  sus  conventos,  merca- 
deres á  aprovechar  nuestra  favorable  situación  marítima  para 
darse  á  la  contratación,  personas  principales,  continuos  y  ser- 
vidores de  los  monarcas,  (i)  artesanos,  labradores,  peones,  en- 
cargados 


(1)     Los  senidores  de  los 
partimientos,  fueron: 

Alonso  de  Perales  arma- 
dor de  las  tiendas  del   rey. 

Francisco  de  San  Martin 
repostero  de  estrados. 

Gonzalo  Pérez    de  Peña- 
randa escribano  de  cámam. 

Juan  del  Castillo  idem. 

Machín  de  Anchieta  mozo 
de  espuelas  de  la  reina. 

Diego  de   Covarnibias  ca- 
pitán de  los  escuderos  reales. 

Pedro  de  Se¿ov¡a  reposte- 
ro de  ramas  de  la  reina. 

Pedro  de  Alderete  idem. 

Pedro  de  Yagüez  idem  del 
rey. 

Francisco  Ramirez  dé  Ma- 
drid. 

Juan  Huiz  de  Hciiia  repos- 
tero de  plata  de  los  ri'y*ís. 

Perucho  de  Leguimi. 

Ramón    López  de  Salcedo 
adalid  ifj.ivor. 

E¡<té\an  de  Vai-gas  porlcro 
de  Cámara. 

Pedro  do  Espinosa  idem. 

Bernardino  di;  Kcija  ada- 
lid. 

Antón    nianco  de    Osuna 
idem. 

F^edií)  di'  Quíntela  criado. 


Reyes  establecidos  en  Málaga,  ó  que  obtuvieron  en  ella  re- 


Juan Bcrmudez  deán   de 
Ganarías,  capellnn  real. 

Doña  Isabel  de  Ayala  ama 
de  la  infanta  María. 

Miguel  de  A  raso  repostero 
de  camas. 

Podro  de  Córdoba  mozo  do 
espuelas  «lel  rey. 

Rodrigo  Alvarez  de  Madrid 
criado. 

Sandio  de  Sarabia  críaclo. 

Podn>  do  Cónloba  mozo  di.' 
espuelas  dol  roy. 

Podro  Mnfos  uíozo  (\o.  es- 
puelas. 

Rodriyo  do  Luna  san  jura- 
dor. 

Rellran    Vizoaín»»   sacabu- 
che. 

Podr^,  (^achoiro   montero. 

ríuillcn  l>ailia  idoni. 

Mijruol  Maoz  ballrslerodc  á 
caballo. 

Antón  Rejann  idem. 

Fernando  do  rniíbay. 

Gonzalo  íUí  Avala  cordone- 
ro  dol  rcv. 

Juan  do  Sahajíun  zapatero 
dol  rov. 

Mi^piín'l  di'    Dueñas  rríadt». 

Alonso  Yañoz  trínrhantc. 


Toríbio  de  la  Vega  coci- 
nero mayor  de  la  reina. 

Maestre    Juan     Ponce    el 
ciego. 

Dioíío  Ruitrago. 

Joaimes  Gazon  menestríl 
alto. 

García  de  Ahumada  idem. 

Juan  (íinós  ídiMU. 

Rerual  Sánchez  de  Sevilla 
idoni. 

Juan  Porez  idem. 

Podro  Aloman  ídem. 

Mat^stio  Andrés  cirujano. 

Castro  portero  de  Cámara. 

Juan  INmoz  do  Airandolasa 

Juan  de  Robles  intérprete 
del  árabe. 

Símuol  ¡(h^n  <lol  hebreo. 

Maestre  Jaime  boticario. 

Alonso  do  Valdorrauía  ada- 
lid. 

Fernando  iU'  TVivera   ama- 
nuensí'. 

Fiancisco    Guíliol  alííuacíl 

de  corto. 

Moson  (jarcelan. 

KernaiMh»  Rernal  esmalta- 
dor. 

Juan  Dávila  organista. 

Juan  (hí  Escobar  sastre. 


36o 


Málaga  Musulmaka. 


cargados  de  obras  públicas,  como  Gonzalo  Calero,  que  durante 
tres  años  hizo  la  cal  que  se  empleó  en  reparar  las  fortificaciones, 
maestros  de  instrucción  primaria  y  aun  de  clases  superiores,  y 
cuantos  oficiales  de  artes  mecánicas  eran  precisos  para  una  po- 
blación que  se  calculaba  en  dos  mil  vecinos;  entre  los  cuales 
me  ha  llamado  la  atención  la  existencia  de  un  relogero  francés 

(i)  oficio  raro  en  aquel  tiempo. 

¿Cuál 

Maestre  Bernal barbero  del  Pedro  de  Iglesias  reposte-  Juan  de  Ariza  atajador,  6 
rey.  ro  del  rey  D.  Juan  padre  de    explorador  del  campo. 

Castilla  rey  de  Armas.  Fernando  V. 

He  sacado  esta  relación  de  los  libros  de  Repartimientos  y  de  las  notas  manuscritas  de 
D.  Antonio  Ramos  de  que  usó  Medina  Conde;  á  no  haber  intervenido  Ramos  en  ellas,  cier- 
tamente que  no  les  hubiera  prestado  fé. 

(d)  He  creido  conveniente  cont?ignar,  sacándolos  de  los  tomos  I  y  HI  de  Repartimiento* 
folios  375  y  siguiente,  y  folio  3  y  siguiente,  los  nombres  y  oficios  de  muchos  de  los  primeros 
pobladores  de  nuestra  ciudad,  ya  que  he  reseñado  los  de  los  nobles  y  guerreros  que  la  con- 
quistaron: 

Francisco  do  Florez  bone- 
tero. 


Pedro  <le  Herrera  alguacil 
mavor. 

Lorenzo  de  la  Infanta  la- 
brador. 

Juan  Aharez  Osorio  c^iva- 
<ior. 

Diego  Rodrig.  Fernandez. 

Alvaro  del  Águila  tejedor,     marinero. 

Diego  del  Águila  id. 

Juan   (le   Bobadilla  escu- 
dero. 


Antón  Martinez  tejedor. 
Francisco  Fernandez  de 


Miguel  Sánchez  Montesino    Moion  arriero. 


notario  eclesiástico. 


Bartolomé  García  de  Cór- 


Antonio  del  Águila  torna-    doba  peón, 
dizü,  peón.  Pedro  de  Palencia  zapa- 

Ginés  Sánchez  de  Cehagin     tero. 

Miguel  Escudero  id. 

Antón  Rojas  peraile. 

Alonso  de  Gazorla  arma- 


Luis  Serrador. 

Pedro   Caro  espartero. 


Luis  Sánchez  Gantoro  bo-    dor. 


Juan  Ruiz  de  (/.añete  peón,     netero. 


Gómez  de  Olivarez  tinto- 


Fernán  Gómez. 

Pedro  de  Avila  labi-ador. 

Luis  Fernandez  barbero. 


Juan   López  Ai*agon^s  <:a-     rero. 


vador. 


Martin  de  Espinosa  fre- 


Antón  de  Villareal  odrero,     cader. 

Luis  de  ()gayab()neU?ro.  Pedro  Muñoz  zapatero. 


Francisco  de  Hin(»josa  mor-     ñero. 

Maestre  Pedro  barbero. 


Gonzalo  de  Cabrera  algua- 
cil mayor. 
Antón  Castellano  zapatero. 


Pedro  de  Consuegra  cava- 
luan  de  Rueda  carbonero,     dor. 


Juan  de  Toledo  peón. 
Cristóbal  Fernandez  mari- 


Pedro  García  de  Requena,     ñero. 

Bartolomé  García corcliero        Luis  de  la  Mezquita  man- 

Alonso  Fernandez  de  Ma-    ñero. 


drid. 
Juan  Gordero  peón. 
Diego  Ruiz  cai7)intero. 


Bachiller  Diego  de  Ribera 
leti-ado. 

Francisco  de  Vai-gas  peón. 


Gristóbal  Vidal  id. 

Gonzalo  Fernandez  deJaeit 
hortelano. 

Gonzalo  de  Toledo  zapa- 
tero. 

Juan  de  Gaures  peón. 

Martin  García  de  Talaver» 
escudero. 


Parte  primera.  Capítulo  viii. 


361 


¿Cuál  fué  la  suerte  de  los  vencidos  muslimes  que  permane- 
^on  en  nuestra  ciudad  y  en  su  término?  Después  de  las  con- 
istas de  los  Reyes  Católicos  en  nuestra  provincia,  habían  que- 
dado 


^^«dro  Fernandez  de  Osuna 


n. 


Alonso  de  Avila. 
l\odrigo  Estevan  peón. 
Bemardino  Contreras. 
A^lonso  de  Mieres  cania- 


Juan  Ruiz  de  Córdoba  al- 

Lcil  de  espada. 
Antón  López  de  Toledo. 
Juan  de  Lamego  albañil. 
LfOpc  Sánchez  de  Torralva 
a:xiaestro  de  romance  ó  sea 
x~naestro  de  escuela. 

Alfonso  de  Trujillo  mari- 
»^ero. 

Alonso  de  Fuentes  man- 
«lero. 

Miguel  Ruiz    de  Córdoba 
-t^odador. 

Juan  López  sillero. 
Hodrigo  Alonso  de  Triguc- 
"■"os  tejedor. 

Antonio  Martin  cautivo. 
I  Masillo  de  Motrico  calce- 
tero. 

Alf.  Vinatro  ?  peón. 
Antón  Giménez  hen*ero. 
Antón  Martin  de  la  Alcan- 
•-ai^illa  peón. 

Juan  Navarro  Candclero. 
Fernando  de  la  Morería  cs- 
<=^U€lero. 

Sebastian  Ceja  herrero. 
Alonso  de  Córdoba  zun*a- 
^or. 

Antonio  Martínez  carpin- 
tero. 

Diego  Sánchez  Catalán  lo- 
quero. 

Juan  Rodríguez  de  Mede- 
Uin  peón. 


Miguel    Ruiz    de    Palma 
peón. 

Femando  de  Curíel  traba- 
jador. 

Pedro  Alonso  de  Toro  id. 

Alonso  Giménez  atajador. 

Juan  Ollero  de  Peñafíel. 

Vasco  Bonitez  de  Amaya 
arriero. 

Martin     Sánchez     Crespo 
tendero. 

Diego  de  Biedma. 

Juan  de  Linares  albañil. 

Benito  Rodríguez  ti-abaja- 
dor. 

Cristóbal   Medrano   mari- 
nero. 

Benito  de  Lezeano  horte- 
lano. 

Pedro  Martínez  de  Najera. 

Juan  Martin  Usagra  traba- 
jador. 

Bachiller    Garci    Martínez 
de  Frías. 

Alonso  Lope/.  Montero. 

Martin   López    de    Baena 
peón. 

Juan  de  Alcaráz  especiero. 

Miguel  Sánchez   pescador. 

Pedro    Gómez  de  Fuentes 
peón. 

Diego  de     Entrada   mari- 
nero. 

Pedro  Verdugo  mesonero. 

Maestre  Francisco  barbero 

Bartolomé  Sánchez  do  Es- 
pejo albaiiil. 

Pedro  de  Flore/  zapatero. 

Fernán  Pérez  pescador. 

Bartolomé  Sanchtíz  arriero 

Dit'go  Fernandez  sedero. 

Andrés  Martin  Oliva  peón. 


Fernán    Pérez  de    Baena 
trabajador. 

Juan  Rodríguez  Marchena 
peón. 

Juan  López  yegfierízo. 

Alonso  Ramos  albañil. 

Miguel  Pérez  de  Fregenal 
yegüerizo. 

Juan  Rodriguez  tejedor. 

Alonso  de  Cepeda. 

Femando  de  Aguayo. 

Cristóbal  Ruiz  de  la  Hi- 
nojosa  albañil. 

Cristóbal  de  Ariza  carpin- 
tero. 

Antón  de  Roma  arriero. 

Juan  de  la  Mesa  trabaja- 
dor. 

Martínez  peón. 

Martin  Santísteban. 

Pedro  de  Córdoba  peón. 

Pedro  Fernandez  peón. 

Garci  Fernandez  peón. 

Miguel  de  Arcos. 

Juan  Portugués  marinero. 

Lope  de  Astorga  peón. 

Gonzalo  de  Lezana    mari- 
nero. 

Ci'ístóhal    Fernandez     de 
Mesa  peón. 

Fernando  Cama  sasti*e. 

Pedro  Gallego  peón. 

Martin  de  Medina  recuero. 

Antón  de  Guinea  zapatero. 

Alonso  de  Trujillo  peen. 

Jofre  de  Santa  Cruz  escu- 
dero. 

Martin  Valenciano  mari- 
nero. 

Alvar  Sánchez  de  Herrera. 

Alonso   de  Miranda  escu- 
dero. 


362 


Málaga  Musulmana. 


dado  habitando  en  ésta  muchos  musulmanes:  fuera  de  algunas 
limitaciones  poco  severas,  los  pactos  y  capitulaciones  dejaban  á 
algunos  la  independencia  de  su  religión,  usos,  leyes  y  costum- 
bres; 


Pedro  Gil  peón. 

Diego  Fernandez  albañil. 

Martin  Pérez    de  Toledo 
trabajador. 

Alonso  Martínez  de  Pedro- 
sa  id. 

Martin  de  Dueñas  piloto. 

Marina  de  Villaquira. 

Francisco  Maitin  de  Bejir 
albañil. 

Juan  Ramírez    albañil,  el 
cautivo. 

Alfonso  Gai'cía  de  Aracena 
trabajador. 

Juan  de  Almenara  mari- 
nero. 

Luacar  boticario. 

Pedro   Martin  Valenciano 
marinero. 

Alonso  Fernandez  caloro. 

Pedro  de  Córdoba  traba- 
jador. 

Gonzalo  de  Baena  peón,  la- 
brador. 

Juan  García  tonelero. 

Fernán  García  trabajador. 

Juan  Rubio  peón. 

Marcos  Ortiz  sombrerero. 

Dioij^o  do  Montoya  torce- 
dor de  seda. 

Gaici  Martin  del  Monte 
arriero. 

Sancho  Ruiz  peón. 

Pedro  de  Burgos. 

Diego  de  Zea  especiero. 

Rodrigo  el  Montañéz  ca- 
lero. 

Francisco  de  Palencia  cria- 
do de  Garci  Fernandez  Man- 
rique. 

Martina  Alonso. 

Francisco  Serrano. 


Diego  Gil. 

Jorge  de  Proaño. 

Catalina  Fernandez. 

Martín  Tbañez  vizcaíno. 

Fi'ancisco  de   Avila  mari- 
nero. 

Juan  Ruiz  armador. 

Andrés  Martínez    armero. 

Gamboa. 

Juan  Alvarez  Cardillo  hor- 
telano. 

Juan  López  de  Salas. 

Gonzalo  Ortiz. 

Antón  de  Villalba. 

Alonso  Rodrigo  de  Frege- 
nal  arriero. 

Payo  de  Aponte  portugués. 

Diego  González  Palmero. 

Cristóbal  Sánchez  carpin- 
tero. 

Pedro  Fernandez  portu- 
gués, trabajador. 

Alonso   Fernanilez  calero. 

Luis  Sánchez  de  Doña  Al- 
donza. 

Estovan  Aragón  marinero. 

Jorge  de  Santa  Cruz  es- 
cudero pobre. 

Pedro  Suarez  marinero. 

Rui   Gutiérrez  espartero. 

Bartolomé  de  la  Roca  ge- 
novés,  mercader. 

Juan  Rann'icz  peón. 

Martin  Izquierdo   ídem. 

Marcos  de  Robles. 

Pedro   Francés  especiero. 

Podro  de  Morales,  Juan  de 
Medina  v  Gonzalo  de  Mesa 
criados  de  I).  Sancho  de 
Rojas. 

Francisco  Ramírez. 

Leonor  Fernandez. 


Maria  de  Mena. 

Pedro  de  Nava. 

Bartolomé  Sánchez  carre- 
tero. 

Madalena  de  Vargas  viz- 
caí  na. 

Gonzalo  Calero. 

Fernán  Be  ni  tez  de  Malpar- 
tída. 

Martín  Sánchez  carpintero 

Alonso  García  marinero. 

Juan  Giménez  de  Al  va. 

Alonso  Sánchez  Reinal. 

Juan  de  Veas  zapatero. 

Roberto  Peyne  de  Gema 
especiero. 

Antón  de  Espinosa  borce- 
guínero. 

Andrés  García  de  Jerez. 

Pedro  González  portugués, 
marinero. 

Miguel  López  de  Casta- 
ñeda. 

Cristóbal  Sánchez  mari- 
nero. 

Bartolomé  García. 

Diego  Sánchez  marinero. 

Lorenzo  Diaz  coUiíero. 

Fernán  Pérez  (rodino  tra- 
bajador. 

Juan  de  Huerta  ballestero 

Diego  Gutiérrez  marinero. 

Juan  Btírnal  curtidor. 

Fernando  Molina  albañil. 

Juan  Romero  peón. 

Alonso  García  Moñiz. 

La  Quíntela  viuda. 

Fernando  del  Rey  torna- 
dizo. 

Francisco  Quinel. 

Alonso  Pérez  Moñiz. 

Antón  de  Duenajs. 


364  Málaga  Musulmana. 


Laboriosos  y  activos  labraban  sus  campos  y  se  dedicaban 
al  comercio  ó  á  la  industria,  fomentando  la  riqueza  pública  con 
su  trabajo.  No  faltaban  sin  embargo  entre  sus  gentes  muchos 
que  recordaban  con  amargura  los  tiempos  en  que  eran  únicos 
dueños  de  este  país:  la  clase  noble  deploraba  la  pérdida  de  sus 
influencias  ó  privilegios,  y  entre  la  muchedumbre,  si  había  quien 
se  conformaba  con  su  adverso  destino,  existía  también  gente  jo- 
ven y  briosa,  que  esperaba  romper  con  las  armas  la  coyunda  á 
la  cual  estaba  uncida  su  raza. 

Por  otra  parte,  entre  los  cristianos  había  dos  elementos  dis 
cordes  con  respecto  á  la  línea  de  conducta  que  debía  seguirse 
con  los  vencidos.  Existía  un  partido  prudente  y  contemporiza- 
dor  que  esperaba  conseguir  con  el  tiempo  y  por  la  clemenci 
la  almagama  de  ambas  razas,  y  la  conversión  de  la  vencida 
la  religión  cristiana  por  sola  la  predicación  de  la  verdad  evangé 
lica. 

Por  el  contrario,  había  una  gran  mayoría,  en  la  que  entra 
ban  las  muchedumbres  y  buena  parte  del  clero,  que  no 
esperar  y  que  creían  absolutamente  infructuosas  la  dulzura 
la  benevolencia,  estimando  que  conseguiría  la  conversión  de  lo 


musulmanes  no  la  propaganda  pacífica,  sino  la  fuerza  bruta,  tV^  -=1 
terror  de  los  suplicios  y  el  miedo  á  crueles  castigos. 

AI  frente  del  primer  partido  hallábanse  hombres  de  tanfc 
talla  y  respeto  dentro  de  la  Iglesia  y  el  Estado,  como  el  arzo — 
bispo  de  Granada,  Fr.  Hernando  de  Talavera,  el  conde  de  Ten — 
dilla  y  Hernando  de  Zafra  secretario  de  los  Reyes  Católicos  - 
con  gran  parte  de  la  nobleza  que  estimaba  en  lo  que  le  conve- 


Parte  primera.  Capítulo  viii.  365 

nia  la  actividad  de  Ibs  moros  pobladores  de  sus  señoríos:  como 
cabeza  de  la  segunda  agrupación  puede  contarse  al  gran  polí- 
tico y  hábil  ministro  Giménez  de  Cisneros,  y  después  de  él  á 
D.  Diego  de  Deza,  con  otras  muchas  personas  de  talento  y 
cuenta. 

Representaban  estos  últimos  las  aspiraciones  de  las  clases 
populares  españolas.  Vencedoras  y  ensoberbecidas  por  sus  triun- 
fos, pretendían  éstas  imponer  su  voluntad  á  los  desdichados 
vencidos;  enconadas  por  las  luchas  que  contra  ellos  sostuvie- 
ron y  por  las  desgracias  que  les  habían  costado  sus  victorias, 
les  aborrecían  mortalmente,  y  más  que  amantes,  fanáticas  por 
su  religión,  estimaban  dignos  de  los  más  crueles  suplicios,  fue* 
ra  de  la  ley  común  y  hasta  de  la  humanidad,  á  los  que  no  que- 
rían bautizarse. 

Pero  además  de  estos  motivos  de  odio  históricos  y  de  raza, 
existían  otros  muchos  menos  dignos  para  desear  la  ruina  de  los 
alarbes.  Durante  los  últimos  tiempos  de  la  Reconquista,  multi- 
tud de  aventureros  se  habían  enriquecido  prodigiosamente  con 
las  propiedades  de  los  vencidos;  terminada  la  guerra  quedó 
también  una  muchedumbre  de  gente  baldía  y  belicosa,  no  muy 
acostumbrada  al  trabajo,  y  más  de  lo  que  debiera  aficionada  á 
la  rapiña:  acudieron  del  resto  de  España  gentes,  que  por  regla 
general  eran  las  más  pobres  de  cada  comarca,  las  cuales  veían 
con  profunda  envidia  á  los  primeros  pobladores  ocupando  bri- 
llantes posiciones  y  disfrutando  ricos  heredamientos:  aun  que- 
daban en  poder  de  los  moriscos  gran  parte  del  territorio,  de  la 

■ 

ganadería  ó  de  los  inmuebles,  y  todos  aquellos  ambiciosos  de 

fortuna 


366  Málaga  Musulmana. 


fortuna  contemplaban  codiciosamente  estaé  riquezas  y  no  espe- 
raban más  que  ocasiones  favorables  para  apoderarse  de  ellas. 

Odio  irreconciliable  por  ambas  partes,  debilidad  de  fuerzas, 
amor  á  sus  creencias,  usos  y  costumbres,  aspiraciones  á  la  li- 
bertad en  los  moros;  orgullo,  poder  y  ambición  en  los  cristia- 
nos, debían  producir  necesariamente  lastimosísimos  resultados. 

Lo  que  la  dulzura  y  la  magnanimidad  para  con  los  venci- 
dos hubieran  conseguido  á  fuerza  de  tiempo,  amalgamando  am- 
bos pueblos,  en  bien  del  porvenir  de  nuestra  nación,  la  intole- 
rancia, los  rencores  y  la  codicia  lo  hicieron  imposible:  precipi- 
táronse los  acontecimientos,  cometiéndose  por  una  y  otra  par- 
te atropellos  y  crueldades,  que  se  vengaron  con  otras  cruelda- 
des y  atropellos,  arrancándose  por  último  á  este  país  y  á  sus 
hogares  millares  de  familias  industriosas,  con  lo  que  se  empo- 
breció la  riqueza  de  aquel  tiempo  y  se  comprometió  su  prospe- 
ridad en  lo  futuro. 

No  he  de  entrar  en  los  pormenores  de  estas  luchas,  asun- 
to fuera  de  mi  propósito  por  referirse  á  acontecimientos  ocurri- 
dos fuera  de  Málaga.  Sí  me  detendré  ligeros  momentos,  antes 
de  poner  fin  á  ésta  Primera  Parte j  (1)  á  reseñar  la  situación  de 

los 


^1 )    Me  lian  servido  para  escribir  (^stc  capítulo  las  siguientes  obras: 

TÁhros  de  Ufí¡tortítnientos  íle  la  ciudad  de  Mála(ja.  Son  cuatro  gruesos  tomos  en 
l'ólio  mayor,  letra  cortesana  de  fines  del  sij;lo  XV,  bastante  bien  conservados.  lie  hallado 
(>n  pII  )s,  aunque  muy  penosamente  por  su  desmesurada  estension  y  por  su  letra,  datos 
curiosi.simos,  hasta  ahora  inéditos,  que  enriquecen  este  capitulo,  y  alguno  de  los  demás 
adelante,  datos  que  Jarán  singular  realce  á  mi  futura  publicación  Málaga  Modet^mr^  en  li 
que  i»odrán  ser  aprovechados  con  mayor  amplitud. 

Alonso  de  Falencia,  Narratio  helli  adversiis  (jranatetíses,  M.  S.  de  fa  Academia  de 
la  Historia. 

Marqués  de  Valdeflores,  Menionas  hiiflóricas  de  la  ciudad  de  Málaga  en  el  reitio  de 
Granada,  M.  S.  de  la  Ac.  de  la  llist. 


368  Málaga  Musulmana. 


cual  dije,  los  Reyes  Católicos  á  la  altura  de  su  misión  y  de  su 
carácter,  manteniendo  enérgicamente  sus  capitulaciones.  Que 
los  poderes  públicos  no  han  de  guiarse  por  la  pasión  y  preocu- 
paciones de  los  subditos,  sino  por  las  inquebrantables  exigencias 
de  la  justicia  (i). 

Andando  el  tiempo  fuese  haciendo  mas  difícil  la  situa- 
ción de  los  moriscos,  aumentándose  sus  agravios  y  la  des- 
confianza que  inspiraban  en  el  Estado.  Dos  recursos  les  que? 
daban  para  poner  remedio,  á  sus  males.  £1  primero  pasarse  á 
tierras  de  señorío,  á  las  posesiones  de  los  nobles,  en  las  cuales 
éstos  tenían  jurisdicción;  pues  su  laboriosidad  y  experiencia  en 
agricultura  les  atraían  el  cariño  y  la  protección  de  sus  dueños; 
pero  ésta  gran  ventaja  les  duró  poco,  porque  se  les  prohibió 
bajo  graves  penas  que  se  adhirieran  á  algún  señor.  £1  segundo 
irse  á  África,  donde  en  tierra  mora  podían  hallar  el  sosiego 
perdido  entre  tantas  desventuras;  resolución  grave,  expuesta 
al  riesgo  de  caer  en  manos  de  corsarios  cristianos  ó  musulma- 
nes, que  muchas  veces  para  el  caso  era  lo  mismo,  ó  de  ser  des- 
pojados 

L.  Marineo  Siculo,  De  rebus  Hispaniae  memot^alibus.  Compluti  MDXXXIÜ,  lib.  XX» 

fóUo  4i7. 

Mármol,  Descripción  de  África,  Parte  I,  folio  237  v.  y  sig. 

Medina  y  Mendoza,  Vida  del  Cardenal  D.  Pedro  González  de  Mendoza,  publicada 
en  el  T.  VI  del  Memoi^l  Hütótnco,  Madrid  4853,  pág.  270  á  277. 

Zurita,  Los  cinco  libros  postreros  de  la  Segunda  Parte  de  los  Anales  de  la  corona 
de  Aragón,  Zaragoza  MDLXXIX,  lib.  XX,  folios  350  y  354. 

Garibay,  Compendio  histoinal,  Barcelona  4628,  T.  II,  pág.  653  á  658. 

Mariana,  Hist,  de  España,  Madrid  4852,  T.  II,  lib.  XXV,  cap.  X. 

Medina  Conde,  Conv.  hist,  malag,,  Málaga  4792,  P.  II,  pág.  28  á  96. 

Lafuente  Alcántara,  Hist.  del  reino  de  Gitanada,  Granada  4846,  T.  IV,  pág.  4  á  37. 

Marzo,  Historia  de  Málaga  y  su  prov,.  Málaga  4850;  cito  á  éste  autor  por  haber  re- 
corrido su  libro,  no  porque  me  haya  dado  alguna  noticia. 

Además  de  todos  éstos  escritores  he  aprovechado  los  datos  que  publican  algunoe 
otros  sobre  casos  y  sucesos  determinados,  los  cuales  cité  en  las  anteriores  notas. 
(4)    Repartimientos,  T.  I,  folio  303  y  297 


Parte  PRIMERA.  Capítulo  viii.  369 

pojados  por  los  bereberes;  además  al  pasarse  perdían  sus  casas 
y  haciendas;  que  por  más  que  acudieran  á  su  remedio  deján- 
dolas fraudulentamente  encomendadas  á  un  compatriota,  ó  és- 
te se  quedaba  con  ellas,  ó  nunca  faltaba  cristiano  ó  morisco 
codiciosOí  que  denunciara  la  ocultación,  para  adquirir  aquella 
propiedad  (i). 

Aumentaban  estas  desdichas  los  desembarcos  de  los  berbe- 
riscos en  nuestras  costas.  Con  razón  á  veces,  muchas  sin  ella, 
dábase  á  los  moriscos  por  fautores  y  encubridores  de  éstas  co- 
rrerías; lo  que  les  consiguió  ruinosas  y  humillantes  disposicio- 
nes, dictadas  para  inutilizar  sus  perversos  propósitos.  Ellos  de- 
hÜLh  pagarlos  cautivos  y  daños  causados  por  los  corsarios.  Se  les 
prohibió  vivir  en  las  poblaciones  marítimas,  debían  morar  más 
de  ana  legua  de  la  marina,  no  podían  andar  de  noche  por  és- 
ta, ni  pescar,  ni  poseer  barcos,  á  no  ser  en  compañía  de  cristia- 
nos. Así  fué  que  los  gobernantes  procuraron  siempre  que  villas 
costeñas,  Fuéngirola  y  Mijas  por  ejemplo,  estuvieran  pobladas 
de  cristianos,  y  que  éstos  vecinos  no  pudieran  vender  su  propie- 
dad sino  á  otros  tales  (2). 

A  Málaga,  lugar  de  mucha  contratación^  decíase  entonces,  ve- 
nían á  mercadear  multitud  de  moros  de  la  campiña,  y  aún  de 
más  lejos.  Todos  debían  posar  en  un  mesón  concedido  á  Garci 
Fernandez  Manrique  para  explotarlo,  situado  donde  antes  es- 
tuvo la  iglesia  de  Santa  Ana,  fuera  de  la  Puerta  de  Granada. 

Los 


(i)    BepartimientoB,  T.  I,  folio  350. 

(2)  Bepariimienlas^  T.  I,  folios  298,  996,  293,  Mohammed  se  llamaba  el  cobrador 
de  los  tribatos  de  los  moros,  que  se  quiso  quedar  con  algunas  fincas  de  los  que  se  pasa- 
ron i  África.  T.  I,  iólio  302. 


370  Málaga  Musulmana. 


Los  mercaderes  moros  podían  por  eldia  andar  por  la  ciudad,  m 
debían  pernoctar  en  el  mesón;  si  se  quedaban  dentro  de  la 
blacion  se  les  multaba  en  seiscientos  maravedís  y  en  igual  sum 
á  los  que  los  albergasen. 

El  dia  2  de  Noviembre  de  1570  "reunidos  todos  los  moris- 
cos de  la  Axarquia,  Hoya  y  Garbia  malagueña  fueron  conduci- 
dos á  Ronda,  y  después  á  Córdoba,  donde  se  les  entregó  á  las 
tropas  que  debían  internarlos  en  Extremadura  y  Galicia. 

Así  concluyeron  en  nuestra  ciudad  los  últimos  musulmanes 
que  en  ella  nacieron.  A  la  cultura  que  ellos  desarrollaron  en 
su  recinto  sucedió  una  civilización  más  elevada,  contenida  cier- 
tamente por  las  torpezas  políticas  de  los  repúblicos  españoles, 
pero  en  todo  caso  siempre  más  amplia  y  progresiva,  cuyoi 
magníficos  resultados  tocamos  al  presente.  Que  los  valiosos  ele 
mentos  arrojados  de  nuestro  suelo  á  las  playas  africanas  los  ani- 
quilaron  el  Koran  y  el  despotismo,  reduciendo  al  miserable  es^ 
tado  en  que  hoy  se  hallan  las  poblaciones  africanas  que  les  die- 
ron asilo. 


PARTE  SEGUNDA 

arqueología. 


[ 


xMALAGA  MUSULMANA. 


ARQU  EOLOGÍA. 


CAPÍTULO  I. 


Numismática  Malagueña. 


sideraciones  generales. — Monedas  púnicas  de  Málaga. — Su  origen  é  importancia. — 
£poca  de  su  acuñación. — Descrípcion  general  de  ellas. — Sus  inscripciones. — Su  tama- 
ño, materia  y  peso. — Descripción  particular  de  las  mas  interesantes. «Numismática 
musulmana.  —Monedas  musulmanas  malagueñas.  —Descripción  general. — Descrípcion 
particular. — Monedas  de  Aliben  Hammud.— De  Alkasimben  Ilammud.  —De  Yaliyaben 
i. — De  Idris  I.— De  Alhasan  ben  Yahya. — ^De  Idris  II.— De  Mohammed  Almahdi.— 
Idrís  II  por  segunda  vez.— Monedas  musulmanas  posteriores. 


Ocupa  lugar  preferente  entre  las  ciencias  auxiliares  de  la 
His'toría  la  Numismática,  que  asunto  de  mera  curiosidad  para 
los  c^oleccionadores,  de  ornato  y  lujo  para  príncipes  y  proceres 
CA  sxis  comienzos,  ha  pasado  á  ser,  andando  el  tiempo,  materia 
^^  "Una  verdadera  ciencia,  que  va  fijando,  con  algo  de  ambición, 
SA  objeto,  su  método  y  sus  fines.  Estos  abarcan  hoy  más  anchos 
^^^zontes,  que  el  ya  bastante  extenso  que  le  señalaba  Spanhe- 

mio. 


374  Málaga  Musulmana. 


mió,  (i)  quien,  aunque  presentía  sus  futuras  aspiraciones,  no  se 
atrevió  aun  á  definirla,  cual  un  escritor  coetáneo:  (2)  Ciencia  de 
la  moneda^  en  relación  con  las  artes,  la  historia  y  la  ciencia  finan-' 
ciera. 

Y  en  efecto,  si  se  examina  el  actual  movimiento  numismáti- 
co, se  observan  en  él  estas  tendencias,  que  le  trasforman  en  uno 
de  los  estudios  más  atractivos,  y  en  uno  de  los  elementos  que  más 
materiales  ofrece  para  el  mejor  conocimiento  del  pasado. 

Ciencia  de  observación,  de  análisis,  de  información,  no  tra* 
ta  de  enseñar  Historia,  sino  de  enmendarla,  explicarla  ó  enrique- 
cerla, debiendo  deducirse  de  ella  todas  las  verdades  generales 
que  un  examen  metódico  puede  establecer  científicamente.  Pres- 
ta al  estudio  de  lo  que  fué,  los  mismos  servicios  que  juntamente 
pueden  ofrecerle  la  epigrafía  y  la  escultura,  una  inscripción  6  un 
bajo  relieve;  pues  hay  en  las  monedas  memorias  del  pasado,  de- 
jadas á  la  inteligente  averiguación  del  porvenir  en  sus  inscrip- 
ciones, y  en  sus  dibujos  la  representación  plástica  de  sucesos 
ó  costumbres,  de  monumentos,  seres  ú  objetos,  muchos  de  ellos 
reducidos  hoy  á  polvo  vano. 

Por  ella  se  nos  ha  conservado  el  recuerdo  de  interesantes 
pormenores  de  la  vida  civil  y  religiosa  de  la  antigüedad;  en  sus 
áreas  que  revelan,  con  su  tosca  ó  esmerada  acuñación,  los  pri- 
meros vagidos  del  arte  ó  las  bellísimas  inspiraciones  del  bu^i 
gusto,  se  pueden  ver  representadas  creencias,  hoy  desvanecidas» 
dioses  tutelares,  sagrados  templos,  ceremonias  religiosas,  basí- 
licas, pórticos,  teatros  y  acueductos:  tanto  es  así  que  con  las  me- 

dallas 

(i)    Spanhemio:  De  praestantia  et  usu  numismatum,  Londini  MDCGXVIL 
(2)    Blancárd:  E$sai  sur  les  monnaies  de  Charles  I  comte  de  Provence. 


Parte  SEGUNDA.  Capítulo.  I.  375 


q 


lias  ha  podido  Donaldson  escribir  una  de  las  más  curiosas 
contemporáneas,  la  Arquitectura  numismática.  Los  datos 
ofrecen  remedian ,  en  parte,  los  daños  causados  por  el  olvi- 
4Jc>9  1^  bs^rbárie  de  los  hombres  y  la  carcoma  del  tiempo.  Si  los 
]3^x^toriadores,  por  ignorancia,  credulidad,  afición  ú  odio,  han  al- 
f^^X'^do  la  verdad;  si  entre  ellos  se  han  alzado  divergencias,  que 
j^ix^  posibilitan  la  exactitud  en  el  conocimiento  de  los  sucesos  ó  de 
causas,  la  Numismática  viene  frecuentemente  á  dirimir  esas 
tiendas,  fijando  fechas,  nombres  y  lugares.  Si  los  hombres 
con  su  apatía  ó  con  sus  furores,  si  el  tiempo  con  sus  múltiples 
medios  de  destrucción,  han  arruinado  los  viejos  monumentos, 
exactamente  nos  los  recuerdan  las  monedas;  si  se  han  extingui- 
do pueblos  primitivos,  ú  otros  cuyo  nombre  obtuvo  gran  reso- 
nancia, estas  nos  revelan  el  aspecto  de  sus  rostros,  sus  adornos, 
sus  trages  y  muchas  de  sus  costumbres;  si  se  perdió  su  idioma  y 
su  escritura,  nunca  faltarán  sabios,  que  dotados  de  superior  in- 
genio, averigüen  mediante  ellas  el  arcano  que  sus  raros  é  ignotos 
caracteres  encierran. 

Cuan  intensa  luz  derrama  la  Numismática  sobre  lo  que  fue- 
ron las  artes  bellas,  no  hay  que  esforzarse  mucho  en  probarlo. 
Mioixnet  ha  podido  seguir  con  su  estudio,  del  modo  más  autén- 
tico,  los  progresos  del  arte  griego  y  fenicio.  Sus  datos  sacaron, 
iQ^chas  veces,  á  los  artistas  de  las  convenciones  estéticas  de  su 
épOca,  de  los  caminos  trillados,  ofreciéndoles  nuevas  ideas,  di- 
bujos y  asuntos,  en  los  que  ejercitar  su  talento;  así  E.  Q.  Viscon- 
ti  ptido  formar,  mediante  el  examen  de  las  medallas,  una  esce- 
\eiite  Iconografía. 

Ellas 


J/ 


'Ellas  también  contribuyen  á  revelarnos,  por  su  peso,  su  ca- 
lidad y  materia,  uno  ile  los  extremos  que  encierra  el  problema 
dé  la  existencia  económica  de  los  pueblos,  su  estado  de  prospe- 
ridad ó  de  miseria,  los  dias  de  su  engrandecimiento  y  los  de  su 
decadencia,  haciéndonos  penetrar  de  este  modo  en  la  vida  inti- 
ma de  las  naciones;  en  esa  vida  íntima,  cuyo  exacto  conocimien- 
to es  una  de  las  más  laudables  aspiraciones  de  la  ciencia  histó- 
rica moderna. 

Esta  importancia  de  la  Numismática  aparece  claramente  de- 
terminada en  la  que  se  refiere  á  Málaga.  Por  esto  he  seguido» 
•  durante  años,  con  atención  suma  los  trabajos  que  acerca  de  ella 
se  han  publicado  y  reunido  una  colección,  bastante  numerosa, 
de  monedas  que  pertenecen  á  la  dominación  musulmana. 

Y  así  como  al  narrar  en  la  Primera  Parte  de  esta  obra  los  su- 
cesos malagueños  me  ocupé,  á  modo  de  preliminar,  en  el  relato 
de  los  que  se  refieren  á  la  Edad  Antigua,  así  en  esta  Segunda. 
comenzaré  estudiando  las  monedas  púnicas  malagueñas  antes 
de  examinar  las  de  nuestra  Edad  Media.  Asunto  brillantemente 
tratado  por  mi  querido  amigo  el  Doctor  Berlanga  (i)  cuyos  tra- 
bajos me  propongo  condensar  y  popularizar  en  estas  páginas,  pro- 
curando  fundamentar  mis  investigaciones  arqueológicas  sobre 
los  tiempos  medios  de  Málaga  en  sus  sabias  investigaciones,  y 
ligar  unas  á  otras,  cual  antes  dije,  tan  estrechamente  como  en- 
laza la  amistad  á  sus  autores. 

Antiguas  monedas  con  figuras  raras  y  extraños  caracteres, 

atribuidas 


(i)     Art  culo  Malaca  en  la  obra  de  Delirado,  Suevo  método  de  clasificación  de  Itu  tnih- 
nedas  autónomas  de  España. 


Parte  segunda.  Capítulo  i.  377 


atribuidas  por  los  numismáticos  á  S.  Lúcar  de  Barramedaí  han 
sido  al  cabo  asignadas  á  Málaga,  lugar  de  su  acuñación.  Cosa 
extraña;  de  igual  modo  que  la  moneda  musulmana  malagueña 
se  relaciona  intimamente  con  acuñaciones  africanasi  asi  la  anti- 
gua se  origina  en  África  y  se  enlaza  estrechamente  con  población 
nes  de  allende  el  Estrecho.  El  estudio  de  aquellas  es  importan- 
tísimo para  fijar  la  cronología,  determinar  los  nombres  y  apela- 
ciones de  los  sultanes  y  de  sus  inmediatos  herederos,  fijar  la 
<iuxacion  de  los  reinados  ó  los  nombres  de  influyentes  perso- 
na^es,  y  marcarla  prosperidad  ó  decadencia  de  los  tiempos  por 
^1  esmero  de  la  acuñación.  El  estudio  de  las  antiguas  es  aun  más- 
ínc^ portante;  ha  sido  como  una  verdadera  revelación;  como  si  de 
su   olvidada  sepultura  se  irguiera,  con  toda  la  energía  de  la  vida, 
uti^o  de  los  moradores  de  la  antigua  Málaga  á  relatarnos  el  origen 
<Ie.l  nombre  que  esta  lleva,  las  Divinidades  que  se  adoraron  en  su 
''ttc^into,  la  lengua  y  la  escritura  entonces  usada,  relaciones  con 
pueblos  españoles  y  africanos,  ideas,  mitos,  simbolismos  y  tem- 
plos, que  la  destructora  mano  del  tiempo  borró  de  la  haz  de  la 
tic 


La  civilización  púnica  habia  dejado  tan  profunda  huella  en- 
^^^tro  suelo,  que  mucho  tiempo  después  de  arrojados  de  su  an- 
tigrua  colonia  los  fenicios,  mucho  después  de  ahuyentados  los  car- 
^S^eses,  en  estas  playas,  donde  tan  avasalladora  influencia  de- 
bí^ ejercer  Roma,  todavía  hacia  el  año  23  antes  de  Jesucristo  se 
ac^i^ñaron  monedas  esencialmente  púnicas.  Fecha  que  aproxi- 
iD^^damente  ha  podido  fijarse,  pues  apareciendo  en  las  malague- 
fl^s  el  nombre  de  Semes^  población  africana,  en  cuyas  acuña- 
ciones 


ciones  sé  vén  á  veces  también  figuras  iguales  á  las  grabadas  e 
aquellas,  ha  podido  deducirse  rectamente,  no  solo  que  entre  am-  i 
bos  pueblos  existían  relaciones  para  dar  curso  legal  á  sus  mone — 
das,  sínó  que  la  acuñación  de  ambas  era  coetánea,  conjeturan-  . 
dose  qué  la  nuestra  se  extendió  hasta  el  reinado  de  Calígula  ^ 
próximamente  un  siglo: 

Ofrecen  las  monedas  púnicas  malagueñas  un  mismo  carao-  <: 
ter;  el  cual  demuestra  que  una  misma  idea  presidió  en  los  hom-  . 
bres  que  trabajaron  en  ellas,  no  yá  en  las  mas  antiguas,  que  pre- 
sentan la  mejor  acuñación,  sino  en  las  más  modernas,  que  de 
muestran  una  gran  decadencia;  decadencia  también  de  la  ciu 
dad,  que  parece  confirmar  el  texto  de  un  escritor  contempera    • 
neo  (i)^  Así  es  que  en  sus  anversos  aparece  una  divinidad,  el 
Jusor  Fiahj  el  Hefaistos  púnico,  del  cual  tomaron  los  griegos  su 
Vulcano;  divinidad  que  en  la  teogonia  fenicia  era  entre  otras  ad- 
vocaciones patrono  de  la  gente  de  mar;  cuya  cabeza  dirigida  en 
unas  monedas  hacia  la  derecha,  hacia  la  izquierda  en  otras,  se 
presenta  adornada  con  un  gorro,  (en  cuya  base-se  vé  una  línea  de 
puntos,  como  una  sarta  de  perlas)  ya  puntiagudo,  ya  cuadrado,  á 
veces  esférico,  en  alguna  rara  ocasión  á  la  manera  griega,  como  si 
nuestras  antiguas  monedas  representaran  la  unión  de  dos  cele- 
bres  pueblos,  la  unión  de  dos  de  las  mas  antiguas  civilizaciones. 
En  otros  anversos  se  vén  las  cabezas  de  dos  Cabiros  unidas,  con 
bonete  redondo  el  de  la  izquierda,  cu?.drado  el  de  la  derecha, 
y  con  las- tenazas,  instrumento  del  herrero,  que  acompaña,  ora 
detrás,  ya  delante,  á  todas  estas  representaciones  del  Vulcano 
1^  púnico. 

(1)    Pomponio  Mela,  De  silu  or6ís,  lib.  II,  cap.  6. 


I>único.  Existe  también  un  ejemplar  muy  raro  en  cuyo  anverso 

se  distingue  una  media  luna  y  un  glóbulo. 

También  obedecen  á  un  mismo  pensamiento  los  reversos;  en 

los  cuales  se  presenta  una  cabeza  radiada  de  muger,  ornada  con 
nueve  ó  más  destellos  hasta  catorce,  como  si  de  ella  dimanara 
luz,  con  cierto  adorno  que  semeja  á  veces  una  toquilla,  á  veces 
^x'eiizas,  distinguiéndose  en  ocasiones  la  representación  de  las 
z"opas  que  cubrían  sus  hombros,  mantenidas  por  un  broche  bajo  el 
cuello;  imagen  de  la  Luna,  hija  del  Sol,  Onka^  Siga^  asi  llamada^ 
y»  cual  dije,  por  extremo  reverenciada  en  lo  antiguo.  En  otros 
x'evcrsos  aparece  una  estrella  de  ocho  á  diez  y  seis  rayos,  orlada 
con  una  rama  de  olivo,  planta  dedicada  á  la  Athene  fenicia^ 
que  se  vé  también  en  algún  anverso.  Otro  mucho  mas  raro  repre- 
senta un  templo,  que  sostiene  sobre  cuatro  columnas  un  frontón 
tria.ngular  con  un  punto  en  el  centro,  y  debajo  de  él,  en  el  come- 
dio de  las  dos  columnas,  bien  otro  punto,  bien  tres  perpendicula- 
K'Gs,  bien  lineas,  como  si  el  grabador  hubiera  querido  marcar  las 
puertas  del  monumento  en  que  los  antiguos  malagueños  adora- 
ron las  divinidades  púnicas. 

Raros  signos  se  vén  en  estas  monedas,  cuya  interpretación 
<lel>cmos  á  los  sabios,  Tychsen,  Zobel  y  Delgado,  formando  siete 

diversas  leyendas,  que  aparecen  grabadas  del  modo  siguiente: 

I  Jfy^(jS  Escrita  á  la  manera  oriental  de  derecha  á  izquier- 
da y  sin  vocales,  correspondiendo  sus  signos  á  estas  letras  cas- 
tellanas AKLM,  equivalentes  á   MALAKA,  Reinan  renombre 
couque  era  celebrada  la  Diosa  malagueña. 

II  J/VAh   Letras  que  corresponden  á  las  nuestras  AKLM  I 

52  ó  sea 


380  Málaga  Musulmaka. 

ó  sea  IMALAKA,  pues  llevan  ante  sí  un  signo,  que  Zobel  de 
groniz,  sabio  numismático,  á  quien  se  deben  importantes  ín 
ciones  acerca  de  nuestras  monedas,  atribuye  al  alfabeto  ibe 
la  antigua  Obulco,  hoy  Porcuna. 

III  «^"^^^  Está  escrita  de  izquierda  á  derecha  al  modo  < 

peo;  correspondiendo  á  MLKA  ó  sea  MALAKA. 

IV  T^  Equivalente  á  SMS,  que  puede  traducirse 
nombre  de  una  población  africana,  por  lo  que  se  vé  estrc 
mente  unida  con  Málaga,  como  lo  estaba  otra  llamada  \ 
uno  de  los  apelativos  con  que  se  distinguía  á  la  Athene  fe 
que  dio  nombre  á  nuestra  ciudad. 

Igual  á  la  primera,  pero  antecedida  de  un¡ 

tra  que  sospecha  Berlanga  sea  el  Lamed  ó  L  de  las  moc 
de  Obulco. 

VI  ^S^   Que  corresponde  con  el  anterior,  presentar 

lo  que  se  cree  una  L  ibera  inicial  en  diversa  dirección. 

VII  *^/V/  Igual  á  las  anteriores,  diferenciándose  de 

en  que  su  letra  inicial  es  ó  bien  la  Tsade — ts — turdetana 
Upsilon  ibérico. 

Llevan  algunas  de  estas  monedas  ciertos  signos  repn 
tando,  bien  un  círculo  libre,  bien  un  círculo  cortado  por 
recta  inserta  en  él,  bien  una  especie  de  X  inserta  dentro  c 

círculo,  bien  otro  más  raro  en  esta  forma,  u^)   Aparecí 

estas  contramarcas  en  otras  monedas  ibéricas  y  habiéndose 
bado  entre  sus  inscripciones  letras  usadas  por  el  pueblo  il 


Partb  segunda.  Capítulo  i. 


puede  sostenerse  con  fundamento,  que  Málaga  mantuvo  rela- 

aones  tan  estrechas  con  este  pueblo,  que  sus  monedas  corrían 

entre  sus  naturales,  siendo  estas  contramarcas  el  signo  de  su 

aceptación,  especialmente  en  Castulo  é  Iliberís, poblaciones  de 

la  Sastitania,  y  aun  entre  las  ibéricas  más  al  Norte. 

Cinco  acuñaciones  se  marcan  distintamente  en  las  mone- 
das púnicas  de  Málaga,  creyéndose  generalmente  que  siendo 
es'tas  acuñaciones  diversas  en  mérito  artístico,  y  pudiendo  esta- 
blecerse entre  ellas  una  determinada  relación  de  continuidad, 
puede  estimarse  que  las  mas  antiguas  son  las  mejores  y  las 
más  groseramente  acuñadas  las  más  modernas. 

Son  generalmente  de  cobre  y  algunas  de  bronce;  su  módulo 
6  circunferencia  de  lo  á  27  milímetros;  su  grueso  de  a,  3  y  4 
■uilfinetros;  su  peso  desde  i  gr.  21  á  14  gr.  68,  en  el  cual  se  ha 
SUardado  un  marcado  orden  de  sucesión. 

Se  han  publicado  hasta  ahora  sesenta  y  cinco  cuños  dife- 
'^xites,  de  los  cuales  presento  y  describo  los  más  interesantes, 
P^Jtael  conocimiento  de  estas  curiosas  monedas. 


La  primera  presenta  en  su  anverso  la  cabeza  del  Vulcano  pú- 
"QÍco,  cubierta  con  un  birrete  cónico;  barbas  en  el  rostro,  ángu- 
^  fedal  recto  y  fisonomía  bastante  bella;  lleva  ante  sí  la  leyen- 
^  III;  detrás  debía  llevar  las  tenazas,  distintivo  de  esta  divini- 
dad, 


dad,  pero  no  aparecen  por  el  mal  estado  del  ejemplar;  tiene  co- 
mo orla  circular  una  rama  de  olivo.  En  el  reverso  se  vé  la  cabe- 
za  de  la  Diosa  ya  nombrada,  rodeada  con  doce  rayos  sobre  una 
especie  de  toquilla.  La  segunda  presenta  al  mismo  personage  con 
un  gorro  marcadamente  griego,  rostro  imberbe,  de  ángulo  facial 
recto  y  bello,  detrás  las  tenazas,  delante  la  leyenda  II  y  el  todo 
encerrado  también  por  una  rama  de  olivo,  no  muy  bien  hecha, 
ni  señalada  en  este  ejemplar;  se  presentan  otros  cuños  iguales 
con  el  rostro  del  Dios,  barbado  y  menos  juvenil.  En  el  reverso 
la  cabeza  de  la  Diosa  de  frente,  adornada  con  diez  rayos  sobre 
una  especie  de  toca,  quizá  adorno  de  pedrería;  todo  ello  ence- 
rrado en  una  orla  de  puntos,  determinada  solamente  en  parte 
de  la  moneda. 


Es  esta  una  de  las  más  raras  monedas  de  Málaga;  en  su 
anverso,  se  vé  la  fisonomía  del  Dios,  espi-esando  fuerza  y  ener- 
gía, y  representando  persona  entrada  en  años;  lleva  delante  la 
inscripción  I,  detrás  tas  tenazas,  é  inscrito  todo  en  una  orla  que 
forma  una  rama  de  olivo.  El  reverso,  no  tan  bueno,  represen- 
ta la  cabeza  de  la  Diosa,  con  igual  adorno  que  el  anterior  y 
once  rayos.  Hay  diversos  reversos  en  acuñación,  aunque  de  fi- 
gura igual  á  la  anterior. 

Presenta 


Parte  segunda.  Capítulo  i. 


383 


Presenta  el  nám.  4  una  cabeza  vuelta  hacia  la  derecha,  cu- 
bierta con  un  birrete  cónico,  bastante  bella  y  juvenil,  llevando 
ante  sí  la  leyenda  VII  todo  encerrado  en  una  orla  de  puntos. 
En  el  reverso  aparece  un  templo, seguramente  representación  de 
aquel  en  que  los  antiguos  malagueños  dieron  culto  á  las  divini- 
dades púnicas,  del  cual  me  ocuparé  mas  adelante  al  tratar  de 
la  topografía  de  Málaga.  La  moneda  del  número  3  es  una  bella 
variedad  de  este  tipo. 


La  moneda  número  6  es  una  de  las  mas  notables  de  las  pú- 
nicas malagueñas:  presenta  en  el  anverso  dos  cabezas  contra- 
puestas y  unidas;  cubre  la  de  la  izquiei'da  un  casco  y  la  de  la  de- 
recha un  birrete  cuadrado;  ante  aquella  se  vé  una  rama  con  tres 
hojas  por  dos  lados,  y  ante  esta  las  tenazas,  debajo  la  leyenda  I: 
el  todo  inscrito  dentro  de  una  orla  de  puntos.  El  reverso  repre- 
senta ana  estrella  de  diez  y  seis  rayos,  encerrados  por  la  orla, 
formada  ppr  una  rama,  en  cuya  parte  superior  se  distingue  un 
punto  6  boi^on  que  la  cierra.  La  7  presenta  en  su  anverso 
la  cabeza  d^  un  Cabiro,  cubierta  con  un  birrete  cuadrado  y  de- 
trás las  tedazas  y  la  inscripccion  I;  la  orla  está  formada  por 

puntos 


384 


Málaga  Musulmana. 


puntos.  El  reverso  presenta  dentro  de  una  rama  una  estrella  de 
ocho  rayos,  entre  cada  uno  de  los  cuales  hay  un  punto. 


Presenta  esta  moneda  en  su  anverso  á  la  luna  en  sa  crecien- 
te y  debajo  de  ella  un  glóbulo,  que  seguramente  indica  un  as- 
tro, bajo  el  cual  aparece  la  inscripción  I:  al  reverso  una  estre- 
lla de  ocho  rayos. 


La  primera  de  estas  monedas  figura  en  su  anverso  una  ca- 
beza con  rostro  barbado,  cubierta  con  un  gorro  redondo,  quizá 
un  casco,  en  cuya  parte  superior  se  vé  una  especie  de  anillo  y 
además  á  la  espalda  un  colgante;  separado  el  casco  de  la  cabe- 
za por  una  línea  de  puntos  amanera  de  diadema  y  el  ropage  man- 
tenido por  un  broche;  detrás  de  la  cabeza  las  tenazas  é  inscrip- 
ción cuadrilítera!;  forman  la  orla,  á  lo  que  parece,  por  mitad  una 
rama  con  hojas  y  puntos.  En  el  reverso  la  cabeza  de  Athene  de 
frente,  ornada  con  diez  rayos,  distinguiéndose  además  las  ropas 
que  cubrían  su  garganta  y  seno,  y  un  raro  adorno  á  modo  de 
toquilla.  La  segunda  se  diferencia  de  ésta  en  que  el  anverso 
presenta  la  cabeza  del  Cabiro,  vuelta  á  la  izquierda,  cubierta 


Parte  primera.  Capítulo  :.  385 

con  bonete  cónico  con  diadema,  y  á  la  espalda  las  tenazas  é  ins- 
cripción cuadrilítera  diferente  de  la  anterior;  todo  dentro  de  una 
rama  en  orla;  en  el  reverso  está  mas  determinada  la  figura  de 
la  Diosa,  que  lleva  doce  rayos;  puntos  forman  su  orla  circular. 


Este  ejemplar  es  uno  de  los  que  representan  la  mayor  deca- 
dencia del  grabado  y  acuñación  púnica  malagueña.  Cual  se  vé  el 
Cabiro  aparece  con  la  cabeza  vuelta  á  la  derecha,  cubierta  con 
un  bonete,  más  triangular  que  cónico;  ante  ella  una  inscripción 
cuadrilítera,  detrás  las  tenazas;  indicada  la  orla  que  forma  una 
rama:  al  reverso  la  cabeza  de  frente  de  la  Diosa  con  nueve  ra- 
yos, muy  determinada  la  especie  de  toquilla  que  se  vé  en  las  de- 
más monedas;  orla  de  puntos. 

Bien  quisiera  publicar  todos  ó  cuando  menos  la  mayor  par- 
te de  los  demás  cuños  de  nuestras  monedas  púnicas,  mas  la  des- 
mesurada estension  que  esto  daría  á  este  resumen  y  la  conside- 
ración de  que  basta  con  lo  publicado  para  dar  cumplida  idea  de 
ellas  me  lo  impiden. 

Desde  esta  remota  época,  hasta  el  siglo  XI  de  J.  C.  no  apa- 
recen monedas  romanas  ni  visigodas,  acuñadas  en  Málaga. 
Cuando  se  estableció  en  ella  la  dinastía  de  los  Hammudíes, 
descendientes  de  Mahoma,  acuñaron  éstos  multitud  de  mone- 
das, que  constituyen  una  de  las  mas  interesantes  series  en  la 

Numis- 


386  Málaga  Musulmana. 


Numismática  hispano-mahometana.  Rara  vez  se  vé  en  ellas 
el  nombre  de  Málaga;  pero  teniendo  en  cuenta  que  muchas  que 
se  dicen  acuñadas  en  Alandalus,  que  así  llamaron  los  moros  á 
la  España  musulmana,  debieron  serlo  probablemente  en  la  seca 
ó  casa  de  moneda  malagueña;  que  todas  ellas  contienen  datos 
de  sucesos,  bien  ocurridos  en  nuestro  territorio,  bien  íntima- 
mente ligados  con  su  historia;  que  por  esto  esas  monedas  com- 
prueban las  noticias  de  mi  Narración^  y  que  han  inspirado  un 
singular  interés  á  los  arqueólogos  nacionales  y  extrangeros,  me 
ha  parecido  conveniente  publicarlas,  acumulando  en  estas  pá- 
ginas cuantas  noticias  adquirí  sobre  ellas  en  monetarios  ó  en  li- 
bros, discutiendo  á  veces  las  afirmaciones  de  estos,  ampliando- 
las  y  aumentándolas  con  mis  particulares  observaciones  (i). 

Las  monedas  musulmanas  de  Málaga,  de  oro  llamadas  por 
los  moros  diñares^  de  plata  ó  dirhemes^  de  cobre  6  feluses^  pre- 
sentan, en  la  cara  que  los  Numismáticos  han  convenido  en  lla- 
mar el  anverso,  en  su  centro  y  regularmente  en  tres  renglones 
horizontales  la  profesión  de  fé  mahometana,  piedra  angular  de 

su  sistema 

(i)  Me  he  servido  principalmente  para  estos  trabajos  del  Estudio  históric<hcHtico 
8obí*e  la  historia  y  monedas  de  los  Hammudíes  de  Máiaga  y  AlgeciraSy  publicado  en  el 
Museo  Español  de  Antigüedades  por  D.  Francisco  Codera  y  Zaidin,  catedrático  de  la  Uni- 
versidad Central,  maestro  y  amigo  querido  mío.  Codera  ha  tenido  en  Madrid  en  las  colec- 
ciones del  Museo  Nacional,  en  la  de  la  Academia  de  la  Historia,  en  el  monetario  notabi- 
lísimo de  D.  Pascual  de  Gayangos  y  en  el  que  ha  conseguido  acopiar  viajando  por  España, 
ancho  campo  en  que  ejercitar  sus  notables  facultades,  que  son, laboriosidad  incansable, inge- 
nio claro,  conocimiento  del  idioma  arábigo,  excelente  memoria,  amor  á  la  exactitud,  y  sobre 
todo  honradez  cientifica,  completamente  exenta  de  las  inspiraciones  de  la  vanidad  ó  de  la 
presunción.  Asi  ha  podido  realizar  estudios  que  le  han  merecido  singular  renombre  en  Espa- 
ña y  mucho  mayor  en  el  extrangero;  muchas  veces  en  el  Congreso  de  los  Orientalistas  en 
Berlin  oí  con  legítimo  orgullo  á  profesores  rusos  alabar  justamente  á  mi  buen  maM- 
tro  y  compatriota. 

Además  de  este  trabajo,  modelo  de  indagación  activa  y  de  deducciones  felices,  me 
he  valido  también  de  la  colección  de  monedas  musulmanas  malagueñas,  que  á  gran  costa 


Parte  segunda.  Capítulo  i.  387 


su  sistema  religiosOí  en  la  forma  que  con  su  trascripción  y  tra- 
ducción aquí  presento: 

^  iJJt  ^        La  allah  Ule  No  hay  más  Dios  que 

9Jl^^  iJj\        allah wahdahu  Allah,  único, 

iJ  y^j¿^  "^        la  xaraik  lahu  no  tiene  compañero. 

A  veces  encima  y  debajo  de  estos  renglones  aparecen  los 
nombres  de  los  príncipes  herederos  ó  de  personages  ligados  con 
la  dinastía  hammudita;  á  veces  también  puntos,  círculos  y  otros 
adornoSi  cuya  significación  no  está  aun  determinada.  Para  abre- 
viar trabajo  y  tiempo  en  mi  descripción  particular  designaré  es-' 
tas  líneas  con  las  iniciales  P.  de  F. — profesión  de  fe — colocando 
sobre  dichas  letras  ó  debajo,  según  estén  en  las  monedas,  los 
nombres  que  ellas  presenten,  acompañados  de  su  traducción  cas- 
tellana. 

Alrededor  del  anverso  y  á  manera  de  orla  corre  una  inscrip- 
ción, que  empezando  con  la  invocación  ¿Jüt  ^  hismillah^  en 
W  nombre  de  Dios^  indica  el  lugar  de  la  acuñación  y  la  fecha;  és- 
ta por  lo  general  no  se  halla  completa  por  no  caber  toda  la  ins- 
cripción en  la  orla;  designaré  en  su  traducción  lo  que  le  falte. 

En  el  reverso  presentan,  en  líneas  diversamente  distribui- 
dlas, aunque  siempre  horizontales  y  paralelas,  el  nombre  del 
Imam  ó  Sultán  por  quien  se  acuñó,  su  calificación  de  Emir  de 
los  creyentes 

^  esmero  he  conseguido  reunir  en  mi  monetario  híspano  musulmán,  algunas  de  las  cua- 
les publico  como  inéditas. 

Me  he  servido  también  de  las  siguientes  obras,  Description  des  monnaies  cspagno- 

Mes de  Garda  déla  Torre  ftor  Gaillard.  Madrid  AS5Q.— Catalogue  des  monnaies  et  dea 

^nedailles de  Loricfis,  Madrid  1857;  en  las  cuales  escribió  la  parte  árabe  el  célebre  nu- 

tnismitíco  D.  Antonio  Delgado,  de  quien  he  visto  también  unas  láminas  que  hizo  grabar 
para  cierta  obra  «obre  monedas  árabes  cspaHoIas  que  preparaba. — Catálogo  de  las  monedas 


388  Málaga  Musulmana. 


Jos  creyentes  y  el  sobrenombre  ó  titulo  honorífico  que  habia  to* 
mado  al  subir  al  trono;  encima  de  ellas  aparecen  frecuentemen- 
te las  palabras  jl^sJ)  ^.  wali  alahd  ó  Principe  heredero  y  debajo  el 
nombre  de  éste;  á  veces  también  el  de  otros  personages;  con 
«ciertas  variedades  de  la  forma  general  indicadaí  que  iré  á  su  tiem- 
po determinando. 

Alrededor  del  reverso  y  como  orla  se  vé  ésta  leyenda: 
^/yu)|  5/ j3^  JT  cíí.^lv>  ViW  j^l  ^,^j  ^b  ^j\  aU)  J^j  ^ 

Mahoma  enviado  de  Dios^  envióle  con  la  dirección  y  religión  ver* 
dádera^  para  hacerla  manifiesta  sobre  toda  religión^  aunque  conciban 
¿dio  los  politeistas. 

No  siempre  caben  todas  estas  palabras  árabes  en  las  mo- 
nedas híspano-musulmanas;  en  las  Hammudíes  se  quedan  re- 
gularmente en  la  sesta  ó  la  séptima  y  aun  menos.  Constituyen 
lo  que  los  arabistas  llaman  la  Mensagería  ó  Misión  profética  de 
Mahoma  i  consignada  en  la  Sur  a  ó  Capitulo  LXI,  aleya  ó  ver* 
siculo  9  del  Koran.  Para  evitar  repeticiones  la  designaré  con 
las  iniciales  M.  P.,  determinándola  solamente,  cuando  su  ma- 
yor ó  menor  extensión  indique  alguna  variedad  entre  las  mo- 
nedas. 

Para  que  el  lector  pueda  formar  idea  de  éstas,  aunque  pu- 
blico las  principales  acuñaciones  Hammudíes  en  sus  láminas 
coitespondienteSi  presento  aquí  el  siguiente  fácsimile,  de  una. 

moneda. 


€irábig<he8pafíola$ de  Cerda  de  Villare$tau.  Madrid  1S64.  Con  otros  opúsculos  j 

bigos  que  indicaré  en  el  texto. 

No  habiendo  en  Málaga  cigista  que  supiera  componer  los  caracteres  arábigos,  me 
ráto  precisado  á  hacerlo  por  mi;  trabigo  que  siéndome  coropletaments  desconocido,  me 
sido  extremadamente  molesto.  Por  lo  cual  ruego  á  los  numismáticos,  que  tengan  á  biesm 
disculpar  las  faltas  que  en  lo  árabe  encuentren,  que  ya  haré  cuanto  pueda  por  eTitaito. 


Parte  segunda.  Capítulo  i.  389 

moneda  de  Idrís  I,  sultán  malagueño,  del  año  427  de  Mahoma 
— 1035  á  1036  de  J.  C. — 


En  cuanto  al  tamaño  de  ellas  és  variable,  aunque  regular- 
mente de  19  á  25  milímetros;  la  forma  redonda;  el  peso,  tam- 
bién variable,  lo  indicaré  en  cuantas  monedas  haya  podido  mar- 
carlo; el  grueso  és  bien  escaso,  también  muy  vario,  así  como  la 
calidad  de  los  metales;  las  de  oro  son  las  de  mejor  aleación. 

También  existen  monedas  malagueñas,  diversas  del  tipo  an- 
terior por  su  forma  cuadrada  ó  por  la  distribución  de  sus  leyen* 
das,  las  cuales  se  describirán  oportunamente. 

MONEDAS  DE  ALI  BEN  HAMMUD. 

De  este  califa,  primero  de  los  sultanes  Hammudíesque  domi- 
naron en  Málaga,  del  año  402  y  acuñada  en  Ceuta  presentó  una 
moneda  Delgado  en  las  láminas  citadas,  é  incluyóla  Codera  en 
su  Memoria.  Mucho  respeto  me  inspiraba  la  indicación  de  el  ilus- 
•tre  Delgado,  mucha  fuerza  me  hacía  que  Codera  aceptara  ésta 
opinión,  mas  después  de  examinar  con  atención  suma  aquel 
grabado,  teniendo  en  cuenta  que  la  noticia  que  ofrecía  pugnaba 
con  la  de  todos  los  cronistas  moros,  cual  en  la  narración  se  ha 
"visto,  teniendo  en  cuenta  además  la  facilidad  con  que  pueden 
c:onfundirse  en  las  monedas  las  fechas,  creía  arriesgado  introdu- 


•cir  como  verdad  histórica  el  dato  que  de  aquella  se  deducía. 

Por  fortuna,  entre  otras  varias  del  mismo  reinado,  tuve  la  d< 
adquirir  la  que  presento,  que  explica  la  indicación  de  Delgada 
como  una  errata  del  grabador;  pues  estimo  que  la  fecha  402  de 


aquel  ejemplar  debe  leerse  405,  como  claramente  leo  en  mi  ad- 
quisición. El  peso  de  esta  es  de  3  gramos  60  y  sus  inscripcio- 
nes las  siguientes,  según  se  verá  en  la  Lám.  I,  núm.  i: 

^  AII. 

P-    E>E   F.  ^^^^JL^L^        El  IiDám SnJeiman, 

3j,6^  ^  I     Aben  Ilammud.  c^-^''  -T-'         Principe  de  los  creyentes 

¿JJlj     y»7..,.H         AlroosUin  billah. 

Orla  del  anverso  c^>*íj •-?  lT^  ^^  ^"^^^  f*^"^'  '"^  "^^^  ^^  \ 
en  el  nombre  de  Dios  acuñóse  esta  moneda  en  Ceuta  año  405 — loi 
á  1015  de  J.  C. — 

En  el  mismo  año  que  se  acuñaba  esta  moneda  dejaba  Ali » 
servicio  de  Suleiman,  cual  lo  demuestra  el  siguiente  ¿¿rA^m  6  mm 
neda  de  plata,  peso  de  dos  gramos  y  cinco  decigramos,  acuña< 
en  Ceuta  por  el  tiempo  en  que  éste  valeroso  caudillo  fué  rec 
nocido  como  heredero  del  solio  cordobés  por  el  desventura! 
monarca  Hixem  II,  cual  puede  verse  en  la  .Lám.  I,  núm.  2: 

J^  %  )\     !^  Principe  heredero. 


d  >L^^^  El  Imam  Hixem, 


P.    DE    F.  ,.y-wLo^|  j.^^\  Principe  de  los  creyentes, 

^< — i  J^.<j-il  El  ayudado  por  Dios. 


Alí. 


Inscripción  circular  del  anverso:  ^-V.-^  ♦»;.>Jt  \S^  ^^j-^  «^1  ^ 
^,,.^  ilw  ¿u^  en  el  nombre  de  Dios  acuñóse  este  dirhem  en  la  ciuc^^^^^ 
de  Ceuta  año  5  (y  400).  Año  de  Jesucristo,  1014  á  1015. 


LÁMINA  1-  DE  Monedas. 


MONEDAS  DE  LOS  SULTANES  HAMMUDIES  QUE  DOMINAROK  EN  MALACA 
Durante  el  Siglo  XI  déla  Era  cnsüana 


Parte  PRiMEHA.  Capítulo  i.  391 

La  inscripción  circular  del  reverso,  contiene  la  Misión  Pro- 
fética  (i). 

Del  año  406 — 1015  á  1016 — se  conocen  ejemplares  iguales 
á  los  anteriores  del  405  y  alguno  de  ellos  acuñado  en  Alánda- 
lus.  Poseo  en  mi  colección  dos  dirhemes  de  diversos  cuños  de 
éste  año,  basta  ahora  inéditos,  pues  debajo  de  la  profesión  de 
fé  en  su  anverso  presentan  unos  signos,  que  tanto  pueden  ser 
letras  como  adornos,  los  cuales  se  vén  también  en  monedas  de 
los  Umeyas  cordobeses. 

£1  nombre  de  Ali  como  califa  empieza  á  aparecer  en  ejem- 
plares del  año  407 — 10 16  á  10 17  de  J.  C. — en  compañía  del  de 
su  hijo  Yahya,  que  después  fué  también  sultán;  las  cuales  mo- 
nedas ofrecen  la  forma  siguiente: 

Lám.  I,  núm.  3,  dirhem. 

^JL&  ^L^*^  t  £i  Imam  Alí, 

P_  y_-Jw-*-H  >-íw-»l  Principe  de  los  creyentes, 

éÚ!  ^  JlJ  y— ^LjÜI  El  que  ayuda  á  la  religión  de  AUah 


c. 


>  Yahya. 

Leyenda  circular  del  anverso  ^^  ^-V.-^  ^J-^^  '^  s<r=^  *^'  p^ 
•-^  en  el  nombre  de  Dios  se  acuñó  este  dirhem  en  Ceuta  año  7  (y 

400.) 

Leyenda  circular  del  reverso,  M.  P. 

Existen  del  mismo  año  y  de  Ceuta  otras  monedas  con  el  an- 
verso 


(1)  Ha  colocado  Codera  en  su  Memoria  una  inten*ogacion  después  de  la  unidad  5 
^e  la  fecha^  y  en  verdad  que  este  signo  de  duda  expresa  la  que  inspira  el  examen  de  aquel 
ejemplar:  pero  hay  que  decidirse  por  su  opinión,  pues  si  hubiera  de  leerse  número  ma- 
yor, que  no  podría  ser  otro  que  8,  fuera  verdaderamente  incomprensible  el  relato  de  los 
analistas  musulmanes.  La  fecha  de  405  corresponde  con  las  afirmaciones  unánimes  de  to- 
<4o8  ellos. 


392  Málaga  MuftULMAKA« 


verso  igual  al  anterior,  llevando  en  ol  reverso  el  nombre  de- 
Yahya,  ya  con  el  título  de  Príncipe  heredero  formando  el  primer 
renglón  de  la  leyenda  central  ó  ya  partido  tn  el  primero  y  últi- 
mo renglón,  (i)  Lámina  I,  núm.  4,  peso  3  gr.  lo.  Existen  de  ésta 
última  clase,  de  oro  y  de  plata,  acuñadas  en  Alándalus. 

Pertenecientes  al  año  408 — 1017  á  1018  de  J.  C. — poseo 
ocho  dirhemes  de  diversa  acuñación,  sumamente  curiosos  por 
la  variedad  y  rareza  de  sus  adornos,  circuios,  ruedas,  espigas^ 
cordoncillos  y  estrellas;  tengo  acuñaciones  de  Ceuta  y  Alánda» 
lus,  habiendo  representado  en  la  Lám.  I,  núm.  5  y  6  dos  ejem- 
plares de  los  mas  raros,  peso  de  3  gr.  50  y  3  gr.  ¡65  respectivamen* 
te.  Sus  inscripciones  expresan  lo  siguiente: 

^>,^  %  )\     ^j  Principe  heredero. 

,Jc  >l^*^  El  Imam  Al  i, 

p     jjg   p  ^.ju^í^-at  Príncipe  de  los  creyentes, 

iTt  ^  jj  j^[xJ\  El  que  ayuda  i  la  religión  de  Allah. 


Yahya. 


En  la  orla  del  anverso  las  secas  y  año  indicados;  en  la  del 
reverso  la  Mensagería  Profética.  La  acuñación  de  Alándalus  se 
diferencia  de  la  de  Ceuta,  primero  en  que  son  mas  raros  los 
ejemplares,  después  en  que  la  leyenda,  Príncipe  de  los  creyentes^ 
és  la  última  y  la  del  Ayudador  de  la  religión  de  Allah  la  penúlti- 
ma. Publica  además  el  Sr.  Codera  en  su  Memoria  una,  que  repre- 
senta entre  sus  estraños  adornos  unos  atunes,  cosa  desacostum 
brada  en  la  Numismática  hispano-musulmana,  que  rara  ve 
presenta  objetos  animados  en  sus  monedas. 

De  es 

(1)    De  este  último  tipo  poseo  un  dirhem  cuyo  reverso  publico,  no  haciéndolo. del 
verso  por  su  confusa  acufiacion. 


Parte  segukda.  Capítulo  i.  393 

De  éste  sultán  se  han  encontrado  también  dirh$mes^  cuyas 
inscrípciones  recuerdan  los  nombres  de  dos  esclavos  negros,  en- 
salzados al  poder,  probablemente  por  su  audacia  y  por  las  tur- 
bulencias de  los  primeros  años  del  siglo  XI ,  tan  fatales  para  el 
islamismo  español.  Llamábanse  Mobarec  y  Mothafír;  siervos  de 
Mofarech  el  Amiri,  que  debió  serlo  del  gran  ministro  délos  Ume* 
yas  Almanzor  ó  de  su  hijo,  eran  en  401 — loio  á  loi  i  de  J.  C. — 
encargados  de  la  acequia  de  Valencia  á  las  órdenes  de  Abde- 
rrahman  ben  Yasar;  hacia  el  año  406  se  alzaron  con  el  gobierno 
valenciano  y  grabaron  sus  nombres  en  las  monedas,  bajo  el  del 
sultán  Alí;  no  faltándoles  alguno  de  entre  los  poetas  moros, 
eternos  aduladores  de  los  prepotentes,  que  les  incensara  con 
sus  lisonjas.  Debieron  tener,  á  lo  menos  por  algún  tiempo,  igual 
importancia,  pues  sus  nombres  aparecen  alternativamente  en  el 
lugar  preferente  de  las  monedas.  Poco  les  duró  el  poderío,  pues 
los  valencianos  se  les  rebelaron,  saquearon  el  palacio  de  Moba- 
rec y  los  despojaron  del  mando. 

Las  monedas  de  esta  clase,  Lám.  I,  núm.  7,  sondírhemes,  su 
X>cso  3  gr.  20  y  pi'esentan  las  leyendas  siguientes: 

Je  >L*T        El  Imtm  Alí, 

p   1^2  P  ^t  LiTfi^^^'^^        ^^  ^^^  ayuda  á  la  religión  da  Allah. 

.jULo^l  j^\        Principe  de  los  creyentes. 
jiia^        Mothafír  ^j^^  Mobarec. 

Orla  del   anverso  ^  '*'—  ^J^"^^  j^^j-^^l  1^  ^j^  ^^  ^.  en  el 

-cumbre  de  Dios  acuñóse  este  dirhetn  en  A  landalus  año  7  (y  400.) 
Orla  del  reverso  M.  P. 

De  esta  misma- clase  de  monedas,  poseo  una  variedad  hasta 

ahora 


394.  MJIlaqa  Musulmana. 


ahora  desconocida ,  que  consiste  en  tener  el  nombre  de  Motha- 
fir  en  el  reverso  y  no  en  el  anverso  como  en  las  anteriores;  solo 
puedo  decir  del  anverso  que  la  acuñación  es  de  Alándalusy  del 
año  4071  por  hallarse  muy  maltratado. 

MONEDAS  DE  ALKASIM  BEN  HAMMUD. 

Asesinado  Ali  sucedióle  su  hermano  Alkasim,  que  entró  á 
reinar  en  Málaga  y  Córdoba;  del  cual  se  conocen  las  siguientes 
monedas: 

Lám.  I  núm.  8.  Dirhem,  peso  2  gr.  50. 

Ji^xJt  j^     Príncipe  heredero.  >Lj\1  Ellmam. 

^,  .mLs  i\  Alkasim. 

r,  DE  r  .  .j_^L— 11  Aquel  en  quien  se  confia. 

Yahya.  .^jl\j^\  Principe  de  los  creyentes. 


Orla  del  anverso  ^j^j  ^^  ^^  *^^  é.^  j^»j-^'  Iá*  w'j^  aLH  ^ 
'^i^  en  el  nombre  de  Dios  se  acuñó  esta  moneda  en  la  ciudad  de 
Ceuta,  año  8  (y  400.) 

Orla  del  reverso,  M.  P. 

Posee  éste  raro  ejemplar  el  Sr,  Codera;  en  el  Museo  Britá- 
nico hay  otro,  aunque  del  año  409 — 1018  á  1019; — dos  de  éste 
año,  aunque  de  diverso  cuño,  poseo  en  mi  colección. 

Lám.  I,  núm.  9;  dirhem,  peso  4  gr.  3. 

^^jlJI     -Jj  Principe  heredero. 

P.  DE  F  >*— Li-3!  >L^  El  Imam  Alkasim, 

^yj -L-l!  Aquel  en  quien  se  confia 

^^j  Yahya.  .  ^^ji\  ^k-  !  Principe  de  los  creyentes. 

Orlas  del  anverso  y  reverso  iguales  al  anterior,  escepto  la 

fecha 


Parte  segunda.  Capítulo  i.  395 


fecha  del  409;  posee  varios  ejemplares  Gayangos;  el  que  publico 
¿s  un  ejemplar  de  mi  colección;  esactamcnte  igual  á  éste,  aun- 
que del  año  410,  tiene  otro  D.  Antonio  Muñoz  en  Granada. 

Igual  al  anterior,  aunque  con  diferente  reverso,  es  el  si- 
guiente: 

«wLft)t  Á^^\  El  Imam  Alkasim, 

P.  DE  P.  iJJ"^^'  Aquel  en  quien  se  confia, 

rT^j^^j^f^^  Príncipe  de  los  creyentes. 

Codera  solo  conoce  tres  ejemplares  de  ésta  clase,  uno  de 
Gayangos,  dos  suyos. 

Lám.  I,  núm.  10. 

Conócense  del  año  409  y  de  peso  variable,  pues  hay  algunos 
que  tienen  3  gr.  40  y  otros  2,  70,  dirhemes  que  presentan  las  si- 
£^ientes  inscripciones: 

Jl^-ju)!     ^j  Principe  heredero. 

M^lJLj]  >L»  sT  El  Imam  Alkasim, 

Mr»    DE    r .  ^^j_«^l_4|  Aquel  en  quien  se  confia, 

i¿H^->*^  j-M»|  Príncipe  de  los  creyentes. 

Yahya. 

Orla  del  anverso:  ¿íjb  ^  '^^  '^  ^».*^  (^j-^'  I!*  w*^  aLH  ^ 
^n  el  nombre  de  Dios  se  acuñó  ésta  moneda  en  la  ciudad  de  Céuta^ 
«ño  409. 

Orla  del  reverso,  M.  P. 

Los  ejemplares  de  ésta  clase  son  muy  raros. 

Lám.  I,  núm.  11. 

Representa  un  dirhem  de  2  gr.  60  de  peso;  tiene  la  parti- 
cularidad de  que  en  él  aparece  como  Príncipe  heredero  Idrfs 

hermano 
54 


39^  Málaga  Musulmana. 


hermano  de  Yahya,  el  reconocido  antes  por  sucesor  á  la  coro- 
na, según  el  parecer  de  los  numismáticos.  Es  sumamente  raro 
pues  solo  se  conoce  el  de  la  colección  Codera,  acuñado  del  mo- 
do  siguiente: 

^jvarji  Ji^xJt     Jl^  Príncipe  heredero  Yahya. 

P.    DE   F.  "   ^LiJl^LYt  El  Imam  Alkasim, 

(^lj^\        Idrís.        ,jí^ji\jv*\  ^p-»Ut         Aquel  en  quien  se  confía,  prín- 
cipe de  los  creyentes. 

Orla  del  anverso:  ^j\jj^'i^  '¿^  í^.^  ^j^\  1^  ^j^ «^l  ^ 
L  en  el  nombre  de  Dios  se  acuñó  éste  dirhem  en  la  ciudad  de  Céuta^ 
año  410 — 1019  á  1020  de  J.  C, — 

Orla  del  reverso,  M-  P. 

Cuasi  iguales  al  anterior  se  conocen  multitud  de  ejempla- 
res, tanto  del  año  410,  de  los  que  poseo  vario?,  como  del  411 — 
1020  al  102 1  de  J.  C. — ;  de  estos  tengo  en  mi  colección  cuatro 
diversas  acuñaciones.  El  ejemplar  que  aparece  en  la  Lám.  I, 
número  12  és  de  mi  colección  pesa  2  gr,  90  y  sus  leyendas  es- 
tán distribuidas  de  ésta  suerte: 

jL.^^t    ¿5  Príncipe  heredero. 

Tx  t:«  a^I-¿31  >L^  £1  Imam  Alkasim, 

P.    DE    F.  «  M    It  Al  '  r 

^^^.^L4l  Aquel  en  quien  se  confía, 

jj*ü  1^1  Idrís.         ^-JL»j4l  j-jMit  Principe  de  los  creyentes. 

Yahya. 

Orla  del  anverso,  igual  á  la  anterior. 
Orla  del  reverso,  M,  P. 

Codera  tiene  uno  del  411  igual  al  antes  descrito,  con  la  di- 
ferencia de  estar  invertido  el  orden  de  la  linca  tercera  y  cuarta 

del  reverso. 

No  solo 


398  Málaga  Musulmana. 


porque  éste  había  iniciado  la  rebelión,  por  medio  de  la  cual  lanz 
del  trono  á  su  tio  Alkasim.  Las  inscripciones  de  dicho  ejempla 

se  distribuyen  así: 

jL^kXw  Said.  ^*-LáJl  >L-.^      El  Imam  Alkasim, 

P,    DE  P.  .ij— »1*41      Aquel  en  quien  se  confii 

s—^^J^.  rf  ben  Yusuf.  /j^^j^l  j-^-t      Príncipe  de  los  creyentei 

Orla  del  anverso:  j  j^  .^^'  »^  ^jj  Yb  jLüoJt  ti»  w^^^  AM 
L-  Hj^  ^n    el  nombre  de  Dios  se  acuñó  éste  diñar   en  Aldndalt: 
año  de  411. 

De  éste  mismo  año  publicó  Delgado  un  ejemplar,  del  cizM-^^a 
no  se  tenía  más  noticia  que  la  que  aparecía  en  las  lámiis^^^as 
que  hizo  estampar  aquel  sabio  numismático.  Codera  no  hat^^ía 
llegado  á  ver  alguno  al  imprimir  su  Memoria;  publicada  ésta    IKna 
conseguido  leer  uno  igual  en  la  rica  colección  del  Sr,  Cam^ 
no  en  Jeriz  de  la  Frontera.  Ofrece  ésta  moneda  la  particuh 
dad  de  nombrarse  en  su  anverso  al  príncipe  Hasan,  refiriéndc^^^e 
sin  duda  á  un  hijo  del  sultán  Alkasim,  cuyo  nombre  colocsLsría 
éste  en  las  monedas   después   de  su  ruptura  con  su   sobr~ix]o 
Yahya.  Las  leyendas  de  dicho  ejemplar,  cuyo  calco  he  visto,    se 
distribuyen  del  modo  siguiente: 

j.¿^^|  El  Príncipe 

~j  —^  Reverso 

r.    DE   r  .  jg^jQ  ^y  anterior. 

j^-^^  Hasan. 

Orla  del  anverso:  y^^^^-x^! '¿^  ^A)^b  ^jj}\  \¿jt^j^  *IM  p» 
h^^  H  j^J  ^^^  ^l  nombre  de  Dios  se  acuñó  éste  dirhem  en  AlándaluSf 
año  de  411. 

Del  año  412 — 102  lá  1022  de  J.C. — posee  en  su  magníficaco- 

lección 


Parte  segunda.  Capítulo  i,  399 


lección  el  Sr.  Caballero  Infante  un  dirhem  en  mala  conserva- 
^cion,  de  cuyo  cuño  conoció  y  publicó  un  ejemplar  en  sus  lámi- 
Jias  Delgado;  creía  éste  que  una  leyenda  que  aparece  bajo  la 
Profesión  de  fé  del  anverso  decía  Aben  Hammud;  no  lo  estima 
así,  Codera,  ni  me  lo  parece;  és  por  lo  tanto  preciso  esperar  á 
<iue  un  nuevo  ejemplar  resuelva  nuestras  dudas.  En  el  reverso 
«e  vé  el  nombre  Hasan  del  ejemplar  anterior,  por  más  que  el 
xnal  estado  del  que  se  conoce  infunda  dudas  acerca  de  su   lec- 
tura: hé  aquí  las  leyendas  grabadas  en  éste: 

P.  DE  F.  Reverso 

igual  al  anterior. 
^^\'í  ^--^    Hasan 

Orla  del  anverso:  ^y^  (j^l  ^^  ^^jj^Üj  ^^J^i\  \1^  ^j^  ^t  ^ 
tn  el  nombre  de  Dios  se  acuñó  éste  dirhem  en  Alándalus^   año  12 

jr  (400.) 

Orla  del  reverso,  M.  P, 

Un  dirhem  publicó  también  en  sus  láminas  Delgado,  que 
ofrecía  alguna  duda  álos  numismáticos,  pues  en  su  fecha  entre 
la  unidad  y  la  decena  colocaba  la  conjunción  j  — -^— forma  im- 
propia de  la  numeración  árabe;  lo  que  ha  resultado  equivoca- 
ción del  grabador  á  vista  de  otro  de  la  colección  Camerino.  Du- 
dóse si  era  del  413  delaH. — de  1022  á  1023 — ósi  se  acuñó  en 
423 — de  1031  á  1032 — en  el  primerease  creíasele  acuñado  en  Se- 
villa, cuando  Alkasim  luchaba  contra  su  sobrino;  en  el  segundo 
en  Álgeciras,  cuando  hecho  prisionero  por  éste  aquel  sultán 
su  hijo  Mohammed,  conservándole  aquella  dignidad,  se  procla- 
maba su  inmediato  sucesor;  en  ambos  la  designación  de  Prín- 
cipe 


400  Málaga  Musulmana. 


cipe  heredero  en  Mohammed  comprueba  la  lucha  que  sostuvii 
ron  aquellos  soberanos.  La  moneda  del  Sr.  Camerino  ha  venida 
á  probar,  contra  la  fecha  á  que  se  inclinaba  Codera  en  su  ei 
dita  Memoria^  que  éste  ejemplar  és  del  413: 

^  ^  *  M   ^^  Principe  heredero. 

>««U3|  /«L^^l  El  Imam  Alkasim, 

r.   DE   F.  ^j«^L4|  Aquel  en  quien  se  confia^ 

I  \  Príncipe  de  los  creyentes. 


Mohammed. 

Orla  del  anverso:  j^  ^^  ^'^  (^^^"^^  j^j^'  ^^  ^j^  ^\  ^ 


^j^^  en  el  nombre  de  Dios  acuñóse  éste  dirhem  en  Alándalus^  a- 

izy  A  (00.) 

Orla  del  reverso  M.  P. 

Lám.  I,  núm.  15. 

Posee  Codera  en  su  colección  dos  curiosísimos  dirhemes, 
los  cuales  el  publicado  pesa  3  gr.  90,  notables  por  varios  co 
ceptos  y  que  me  han  servido  para  introducir  en  la   narraci 
noticias  no  determinadas  por  los  cronistas  musulmanes:  est 
acuñados  en  Fez  y  con  el  nombre  de  Almoaz,  régulo  african— 
lo  cual  prueba  que  éste  y  aquella  ciudad  estuvieron  declarad 
por  el  sultán   Alkasim.    Las   inscripciones  de  dichas  moned_ 
aparecen  repartidas  de  éste  modo: 

>l-.,'^t  El  Imam 

>^LjlJ|  Alkasim, 

r,    DE    r.  A\Jb  ^jMiLJt  Aquel  en  quien  se  confia  por  Dios, 

^^y^<x^j[\  j^\  Príncipe  délos  creyentes. 
^íwd4t  Almoaz. 

Orla  del  anverso:  Hj^jj^"-  ^*^  l/^'^^.-^  f^j^\  !íj^  w^j--»  aÍ3(  ^. 

etf  ^^ 


Parte  segunda.  Capítulo  i.  401 


^H  él  nombre  de  Dios  acuñóse  éste  dirhem  en  Féz^  año  1074  (00) 

Orla  del  reverso  M,  P. 

D.  Antonio  Delgado  publicó  en  sus  láminas  y  después  de  él 
Ooderai  ya  impresa  su  Memoria^  halló  en  la  colección  Came- 
rino un  diñar  sumamente  raro,  el  cual  prueba  que  un  régulo  de 
ZstrsLgoza.  proclamaba  la  soberanía  de  Alkasim,  quizá  estan- 
do   éste  preso.  Sus  inscripciones  adoptan  éste  orden: 

^^^/OkLar't      El  chambelán. 
^«mU;!  /»L«Y|      El  Imam  Alkasim, 
•    DE    r  ,  .j-^Lil      Aquel  en  quien  se  confia, 

.aJmi^I  jéf^  \      Príncipe  de  los  creyentes. 

Yahya. 


^3rla  del  anverso:  jj^  ^^^^^hó^íx^  uo^^ja^  jÍxjjj]  Ia^v^^^  aJj|  ^*éo 
^^  ^n.  el  nombre  de  Dios  acuñóse  éste  diñar  en  Zaragoza^  año  1$  y 
4  (00) — 1024  á  1025  de  J.  C. — 

CZitánse  también  por  un  sabio  numismático  francés  dos  dir- 
"^rrxes  del  411,  acuñados  uno  en  Ceuta,  otro  en  Córdoba,  lle- 
'va^ndo  el  primero  el  nombre  de  Muchehid,que  fué  un  régulo  de 
I^énia,  y  el  segundo  de  Abu  Beker,  personaje  hasta  ahora  des- 
oído. 

MONEDAS  DE  YAHYA  BEN  ALI. 

1  nombre  de  éste  príncipe  comienza  á  aparecer  como  ca- 
"ía.  ^n  monedas  de  411  6  412,  102 1  áio22deJ,C.,  aunque  du- 
^^  ^^odera  si  la  moneda  que  publica,  en  la  lámina  11  número 
^^  ^c  su  Memoria^  pertenece  al  año  411  -ó  al  412,  inclinándo- 
^^   '^x^^ás  bien  á  lo  primero.  He  visto  éste  ejemplar   á  más  del 

dibujo 


402  Málaga  Musulmana. 


dibujo,  y  á  pesar  de  la  opinión  del  Sr.  Castrobeza,  expertísimo 
numismático,  creo  irresoluble  la  duda.  Sea  de  ello  lo  que  quie- 
ra, lo  cierto  és  que  se  presentan  desde  ésta  fecha  y  durante  los 
años  14,  15,  16,  17  y  18,  dinares  y  dirhemes,  con  las  siguien- 
tes leyendas: 

Ju^juJt     J^  Principe  heredero. 

^as-j   >L^  El  Imam  Yahya, 

P.    DE    r,  ^yj^jl\     »*-»l  Príncipe  de  los  creyentes, 

JjLj      JLü4l  El  ensalzado  por  Dios. 
ir^]^\  Idrís. 

Orla  del  anverso:  jj^  v3->^t  '^  5üu--  i^.-^  ^»j^\  li^  "^j^  ^V^ 
^j  í  en  el  nombre  de  Dios  se  acuñó  éste  dirhem  en  Céuta^  año  de 
411? 

Orla  del  reverso,  M.  P. 

Muy  parecido  á  éste,  aunque  diferenciándose  de  él  por  pre- 
sentar en  su  anverso  de  diferentes  modos  el  nombre  de  Alkasim, 
ya  partido  en  sus  dos  sílabas,  la  primera  sobre  la  Profesión  de 
fé,  la  segunda  debajo,  ya  juntas  en  ésta  última  disposición,  apa- 
recen multitud  de  ejemplares  de  éste  reinado. 

Sostiene  Codera  que  empiezan  á  verse  en  el  año  718;  mas 
en  mi  colección  poseo  de  años  anteriores,  del  413,  y  14 — si  és- 
te no  és  aun  más  anterior  del  12  pues  me  ofrece  dudas, — y  del 
16;  se  conocen  también  de  los  demás  años  hasta  el  26. 

Poseo  en  mi  colección  de  ésta  especie  de  ejemplares  un/¿- 
lus^  ó  moneda  de  cobre,  de  421 — 1030  de  J.  C. — y  otros  varios 
ejemplares. 

Se  presentan  en  la  misma  disposición  que  el  lector  podrá 

observar 


Lámina  2-   de  Monedas 


MCN'EDAS  DE  L03  SULTANES  HAMMUDÍES  til't  DOMiNAHCN  EN  MALAGA 
Diirsn;^  el  Siglo  XI  de  la  Era  -r¡:-;'.i3:ia 


Parte  segunda.  Capítulo  i.  403 


observar  en  la  Lám.  I,  núm.  16.  Dirhem  de  mi  propiedad,  pe- 
so 2  gr.  50- 

P.    DE   F.  Reverso 

I5  Kasim.  '^^^  ^  ^"*«^^^- 

Orla  del  anverso:  j  j^  ^^  '"^  'is,^^  ^"V.*^  /*a>j*w!  |-x*  ^j-^  ^  .**^ 
el  nombre  de  Dios  acuñóse  éste  dirhem  en  la  ciudad  de  Cétita^ 

19  >^  (400). 

Orla  del  reverso,  M.  P, 

Una  variedad  muy  rara  de  éste  ejemplar  se  presenta  tam- 
bién en  dinares  de  los  años  419,  21,  23,  247  25.  Codera  solo  co- 
ttoc^e  un  dirhem,  propiedad  del  Sr.  Fernandez  Guerra,  del  año 
4-  X  9.  De  éste  tipo  tengo  un  ejemplar  y  además  del  418 — 1027 
á.  I  CD28  de  J.  C. — El  que  publico  en  la  Lám.  II,  núm.  i  se 
presenta  en  la  siguiente  forma: 

Ka 


P.deF.  .     /V^^^ 

Igual  al  anterior. 


r 


8im. 


Orla  del  anverso:  j  [j**^^  *^ 
£?-^  '  ^iji.j^  en  el  nombre  de  Dios  se   acuñó  éste  diñar  en   Céuta^ 
^^o    425. 

Orla  del  reverso,  M.  P. 

Poseo  también  en  mi  colección  varios  ejemplares  de  dirhe- 
^^s  hasta  ahora  inéditos,  pertenecientes  á  los  años  416,  417, 
^^  y  19,  como  el  publicado  en  la  Lám.  II,  núm.  2,  que  pesa 
*  gt".  90  y  presenta  las  siguientes  inscripciones: 


4^4  Málaga  Musulmana. 


A^aüt      J^        Príncipe  heredero, 
ísarj  >LY|        El  Imam  Yahya, 


^*    ^^   ^'  ¿JJL      Jbu4t        El  ensalzado  por  Dios, 

•r-*  ^-         j^íji— •^lj^-*»!        Principe  de  los  creyentes. 

^j^\  Idrís. 

Orla  del  anverso:  jhj^  ^lx^  Sxt-  íijj^^j  J|  IJ^w'^  aÍ)|  ^w 
^n  ^/  nombre  de  Dios  acuñóse  éste  dirhem  en  Ciuta^  año  417. 

Orla  del  reverso,  M.  P. 

Como  se  vé  éste  ejemplar  tiene  la  ^  entre  dos  puntos  y 
cuatro  en  el  reverso,  dos  debajo  y  dos  encima  de  las  inscrip- 
ciones centrales.  En  otros  ejemplares  de  ésta  especie  no  apa- 
recen los  puntos,  en  algunos  solo  los  dos  inferiores  del  reverso. 

Existe  en  la  rica  colección  de  Gayangos,  y  al  presente  so- 
lamente se  conocen  dos  ejemplares,  un  diñar  interesantisimo 
— Lám.  II,  núm.  3,  peso  i  gr.  90 — quizá  el  más  notable  entre 
las  monedas  de  los  reyes  de  Taifas,  que  hasta  ahora  ha  produ- 
cido considerables  divergencias  entre  los  numismáticos.  Su  des- 
cripción es  la  siguiente: 


•H-»-Ji^^ 

Príncipe  heredero. 

Ka 

•t               1 

El  Imam  Yahya, 

P.    DE   F. 

•• 

£1  ensalzado  por  Dios, 

r 

sim' 

{J^^^J^^ 

Príncipe  de  los  creyentes, 

LTÍ.J'^' 

Idrís. 

Orla  del  anverso,  caracteres  árabes  ininteligibles. 

Orla  del  reverso:  en  letras  á  lo  gótico,  escritas  de  derecha 
á  izquierda,  vueltas  hacia  fuera,  RAIMVNDVS  COMES. 

Un  sabio  arqueólogo  francés  M.  de  Longperier,  á  quien  si- 
guieron Alois  Heiss  y  tras  éste  los  numismáticos  catalanes, 

atribuyó 


Parte  segunda.  Capítulo  i.  405 

atribuyó  ésta  moneda  á  Yahya  el  Hammudí,  quien  la  mandó 
acuñar  hacia  el  año  1023  ó  1024 — 4^4  ^  415  de  la  H. — :  el 
Raimundus  Comes,  según  aquel  autor  era  D.  Ramón  Berenguer 
I  conde  de  Barcelona,  donde  se  dice  que  se  acuñaron  ésta  clase 
de  dinares,  á  imitación  de  los  de  Yahya,  como  las  monedas  de 
Alfonso  VIII  lo  son  de  los  reyes  de  Murcia  (i). 

Es  imposible  aceptar  en  su  totalidad  éstas  conclusiones. 
Que  pertenece  ese  tipo  monetal  á  Yahya  el  Hammudí  no  cabe 
duda;  pero  és  cuasi  seguro  que  no  se  acuñó  en  Barcelona;  si 
los  caracteres  árabes  están  en  ella  ininteligibles,  por  mal  graba- 
dos, prueba,  según  se  cree,  de  que  no  fué  acuñado  por  moros,  lo 
mismo  pasa  con  los  de  otros  ejemplares  esclusivamente  musul- 
manes; y  retorciendo  el  argumento  puede  sostenerse,  cual  hace 
Codera,  que  la  dirección  de  derecha  á  izquierda  y  toda  la  dispo- 
sición de  la  inscripción  prueban  cumplidamente  que  un  grabador 
moro  abrió  su  cuño  y  no  un  cristiano;  añadiendo,  á  mayor  abunda- 
miento, que  en  tierra  cristiana  no  se  hubiera  acuñado  moneda  que 
ostentara  en  preferente  lugar  la  Profesión  de  fé  muslímica,  pues 
en  los  ejemplares  bilingües  de  Alfonso  VIII,  que  no  son  imita- 
ción de  los  murcianos,  como  se  asegura,  llevan  la  cristiana. 

¿Dónde  se  acuñaron  pues  éstas  monedas?  En  Ceuta  dice 
Codera;  no  le  sigo  en  éste  punto;  hasta  ahora  no  hay  más  razón 
para  afirmarlo  que  la  presunción  de  que  las  otras  de  su  géne- 
ro lo  están  en  aquella  ciudad;  pero  siendo  éstas  una  especie 
tan  diferente,  bien  pudieron  serlo  en  otra  parte,  quizá  en  Cór- 
doba^ 

(i)    Hei88,  Descripción  general  de  las  mon.  hispano-cristianas.  Madrid  1867.  T.  11^ 
pég.  73.  Revista  numismática,  1856,  pág.  63. 


4o6  Málaga  Musulmana. 


iloba,  quizá  en  Málaga;  en  todo  caso  no  hay  seguridad  en  el  la- 
gar de  la  acuñación.  ¿En  que  año  ocurrió  ésta?  De  418  á  426 
sostiene  Codera,  fundado  en  aquella  misma  presuncioUi  mucho 
más  valiosa  en  éste  caso  que  en  el  anterior. 

¿Quién  es  éste  Raimundus  Cofnesl  Puede  ser  el  Conde  Rai- 
mundo correspondiendo  al  Ramón  Berenguer  I  conde  de  Barce- 
lona, y  haberse  acuñado  con  su  nombre  para  pagar  tropas  mer- 
cenarias de  Yahya,  ó  un  cristiano  de  gran  importancia  Rai- 
mundo Comes  ó  Gómez,  influyentísimo  en  la  corte  de  aquel 
califa.  A  ésto  último  se  inclina  Codera,  porque  ni  en  las  cróni- 
cas catalanas,  ni  en  las  mahometanas,  halla  noticia  de  rela- 
ciones entre  aquel  Conde  y  Yahya  ben  Alí.  Paréceme  pre- 
cisamente ésta  última  suposición  la  menos  aceptable:  que  mer- 

■ 

cenarlos  catalanes  y  no  catalanes  pusieron  manos  y  armas 
en  las  luchas  entre  moros  por  aquellos  tiempos,  buena  memo- 
ria hay  de  ello  en  las  batallas  de  Kantích  y  de  Akbatulbakar, 
donde  se  puso  en  el  juicio  de  las  armas  la  sucesión  al  solio 
cordobés,  peleando  en  una  y  otra  cristianos  y  aun  catalanes; 
buena  prueba  de  ello  és  también  la  muerte  del  mismo  Yahya,  de 
cuyo  desastre  fueron  principal  parte  cristianos  aliados,  probable- 

* 

mente  asoldados,  por  la  gente  de  Sevilla. 

Las  crónicas  árabes  desgraciadamente  no  relatan  con  tal 
puntualidad  y  tan  por  menudo  estos  sucesos  que  su  silencio 
constituya  un  argumento.  Por  otra  parte  ¿quién  puede  ser  ese 
Raimundo  Gómez  tan  importante,  que  su  nombre  campee  en 
letras  cristianas  en  el  sitio  donde  debia  estar  la  misión  del 
Profeta  de  Dios?  Parece  pues  lo    más  probable  que  sea  éste 

Conde 


Parte  segunda.  Capítulo  i.  407 

Conde  Raimundo,  pues  titulo  y  no  apellido  creo  que  indican 
las  monedas,  Ramón  Berenguer  I  de  Barcelona,  que  por  éste 
tiempo  vivía. 

En  todo  caso  no  he  querido  introducir  asunto  tan  debatido 
y  donde  domina  la  suposición  más  que  la  certidumbre  en  mi 
Narración,  dejando  á  que  nuevos  textos  ó  ejemplares  den  cum- 
plida solución  á  éstos  debates. 

Posee  D.  Pascual  de.Gayangos  un  dirhem  que  se  creía  del 
año  412 — 1021  á  1022  de  J.  C. — único  que  hasta  ahora  se  ha- 
bía visto.  Bajo  la  Profesión  de  fé  se  lee  un  nombre  que  Codera, 
aunque  dudando,  ha  interpretado  por  Aflah  en  su  Memoria. 
Atribuíalo  alano  412;  un  ejemplar  de  mi  colección  ha  venido 
á  hacer  desaparecer  ésta  duda,  pues  conocidamente  és  del  año 
416 — 1025  ^  1026 — y  seguramente  no  és  Aflah  el  nombre  que 
aparece  en  su  anverso;  ciertamente  la  última  letra  es  un  -  , 
pero  hay  más  trazos  y  en  todas  las  demás  puede  haber  duda.  El 
nombre  que  espresa  no  és  de  los  conocidos,  ni  por  las  indica- 
ciones de  los  cronistas,  ni  por  pertenecer  á  la  familia  Hammu- 
dí.  En  el  anverso  se  indica  como  inmediato  sucesor  á  Idrís, 
probablemente  un  hermano  de  Yahya,  que  efectivamente  le  su- 
cedió. 

Hé  aquí  la  descripción  de  la  moneda,  Lám.  II,  núm.  4,  pe- 
so 3  gr.  5: 

■  \  ^,n)|     Jj  Príncipe  heredero. 

^  ,^  -^^j  ^L^  El  Imam  Yah\'a, 

P.    DE    F.  sS^"  \  "' 

^^Yü^jW  j^\  Príncipe  de  los  creyentes, 

iJj  Ij     J^l  El  exaltado  por  Dios. 

^j^j^\  Idrís. 

Orla 


^ 


I? 


4o8  Málaga  Musulmana. 


Orla  del  anverso:  j^-r--'  5^  ^jj'illj^jaJl  \S^s^j^  é^\  ^  ¿f^ 
el  nombre  de  Dios  acuñóse  éste  dirhem  en  Alándatus^  año  16 y  (400). 

Orla  del  reverso  M.  P. 

Por  ofrecer  mucho  parecido  con  ésta  moneda  y  sobre  todo 
por  no  leerse  nombres  que  caracterizan  las  de  años  adelante, 
puede  colocarse '  en  pos  de  ella  el  siguiente  diñar,  también  de 
Gayangos,  peso  i  gr.  10,  en  el  cual  no  aparece  fecha;  el  anver- 
so és  igual  al  antecedente,  el  reverso  se  presenta  distribuido  de 
éste  modo: 

^¿arj  >LYt  El  Imam  Yahya, 

AJiverso  íjí^J^Í  J^^  Principe  délos  creyentes, 

igual  al  anterior.  ^^       i^| 


El  exaltado  por  Dios. 


MONEDAS  DE  IDRIS  L 

Tengo  en  mi  colección  y  poseen  en  las  suya  Fernandez 
Guerra  y  Caballero  Infante  una  moneda  de  éste  califa,  cuyo  pe- 
so es  2  gr.  30  y  cuyas  inscripciones  son  las  que  siguen,  según 
se  verá  en  la  Lám.  II|  núm.  5.  Aparece  bajo  la  Profesión  de  fé 
un  nombre,  cuyas  letras  ofrecen  dificultad  para  su  interpreta- 
ción; cree  Codera,  aunque  dudando,  que  éste  nombre  sea  Han- 
zun,  por  más  que  ningún  personage  de  la  corte  Hammudí  se  ha- 
lle denominado  así:  si  pudiera  leerse  Jazrun  quizá  fuera  un  re- 
yezuelo berberisco  de  Jerez,  pero  es  el  caso  que  no  puede  así 
leerse;  muchas  veces  ante  la  inscripción  ésta  he  sospechado  si 
dirá  Habun,  sobrenombre  de  Yahya,  hijo  de  Idrís  I,  que  cita 
Aben  Jaldun  en  su  historia  de  los  Hammudíes  españoles.  £1 

Príncipe 


Parte  segunda.  Capítulo  i.  409 

Principe  heredero  Hasan  que  se  vé  en  el  reverso  és  cuasi  segu- 
i3.mente  el  del  sobrino  de  Idrís,  que  efectivamente  le  sucedió: 


•M-«-'i^J 

Principe  heredero. 

P.    DE   F. 

El  Imam  Idris, 
Principe  de  los  creyentes. 

{JjJ^ 

*ÜL»  A^W 

El  ayudado  por  Dios. 

cr-'' 

Hasan. 

Orla  del  anverso:  j  ^  ^^  ^jj'áLj  ^•jJl  |á»v^^*Ü!  ^-^ 
p'-?  cTí-/^  ^»  ^i  nombre  de  Dios  acuitóse  éste  dirhetn  en  Alan- 
usj  año  de  427. 
Orla  del  reverso  M.  P, 

Recuérdanos  el  nombre  del  eslavo  Nacha,  cuya  desapodera- 
ambición  fué  tan  fatal  á  los  Hammudíes,  un  dirhem,  del 
¡al  poseo  un  ejemplar;  dos  tienen  también  Gayangos  y  Camerí- 
^  su  peso  es  el  de  2  gr.  5;  represento   en  la  Lám.  11,  núm.  6 
1-     ^de  mi  colección.  En  el  anverso  bajo  la  Profesión  de  fé  leía  Co- 
Axxami,  después  Alámy;  dudaba  yo  de  ésta  lectura,    pues 
palabra  tenia  mas  trazos,  cuando  en  un  nuevo  trabajo  (i)  vi- 
éste  sagaz  numismático  á  explicarla  por  Alawí,  el  alawita  ó 
xrtidarío  de  la  familia  de  Alí: 

Nacha 

p  -p  Reverso 

igual  al  anterior. 

^jLjJI  El  Alawí. 

Orla  del  anverso:  j  J^  «-^  '^^  ^t-^j^j^'  li^s.^^  a13|  ^^^ 
^  ic>¿/^  en  el  nombre  de  Dios  acuñóse  éste  dirhem  en  Céuta^  año  28 

y     C400) — 1036  á  37  de  J.  C. — 

Orla 


(i)      Ciencia  criitiana,  año  1878,  núm.  28,  32  y  34. 


410  Málaga  Musulmama. 


Orla  del  reverso  M.  P. 

La  mejor  moneda  de  mi  colección  Hammudita  és  sin  duda 
un  diñar,  que  debí  á  la  generosidad  de  mi  excelente  amigo  el 
Sr.  D.  Eduardo  Consiglierí,  hasta  ahora  inédito,  que  pesa  4 
gr.  35  y  represento  en  la  Lám.  II,  número  7.  Su  anverso  ofre- 
ce la  particularidad  de  llevar  sobre  la  Profesión  de  fé  dos  pala- 
bras, que  por  estar  muy  confusas  no  puedo  interpretar  segura- 
mente, pero  «|ue  parecen  decir  hijo  del  Imam^  y  debajo  una  sola, 
que  sospecho,  aunque  no  muy  declaradamente,  sea  Habun,  co- 
mo en  la  anterior  dije: 

>La^  jj|  Hijo  del  Imam? 

Reverso 
r.   DE  r  •  igual  al  anterior. 

^^  Habun? 

Orla  del  anverso:  j  ^^yy"^  '^^  *^^  '^.*^  j^.*^'  \S^s^j^  A5t  pj 
^-  -^  ^j'  en  el  nombre  de  Dios  acuñóse  éste  diñar  en  Ceuta  año  430 
— 1038  á  1039  de  J.  C. — 

Orla  del  reverso  M.  P. 

MONEDAS  DE  HASAN  BEN  YAHYA. 

M.  de  Longperier,  numismático  francés  muy  estudioso,  que 
en  un  curioso  folleto  (i)  ha  dado  algunas  interesantes  noticias 
sobre  monedas  españolas,  indicó  la  existencia  de  un  dirhem 
de  éste  califa,  perteneciente  á  M.  Saulcy,  quien  lo  había  cedido 
á  M.  W.  Moore.   Manifestó  Codera  en  su  Memoria  que  no  ha- 

bia 


(i)        Programme  d'un  ouvrage  intitulé,  Documents  numismatiques  pour  servir  á 
Vhisloire  des  árabes  d'Espagnc. 


Parte  SEGUNDA.  Capítulo  i.  411 

bia  visto  ejemplares  de  ésta  clase,  mas  después  halló  uno,  has- 
ta ahora  inédito,  que  tuvo  la  bondad  de  comunicarme.  Es  de 
plata  mala  y  peso  de  2  gr.  5;  lo  reproduzco  en  la  Lám.  II,  nú- 
mero 8,  donde  se  verá  que  en  él  aparecen  las  siguientes  inscrip- 
ciones: 

Lb)  Nacha. 

^-^•.a.  >L»  ffl  I  El  Imam  Hasan, 

P.    DE   F.  *^T  j^^^***i\  El  victoríoso  por  Dios, 

{J^J^^  J^*  Príncipe  de  los  creyentes. 
s3  J^'  El  Alawí. 


Orla  del  anverso:  ^^  ¿^^  '^.-^  ^j^^  1^  ^^  ^í  pf  en  eí 
nombre  de  Dios  se  acuñó  éste  dirhem  en  Cétitaj  año...  probable- 
mente entre  el  431  y  el  34  ó  sea  de  1039  á  1042  de  J.  C. 

Orla  del  reverso,  M.  P. 

MONEDAS  DE  IDRÍS  II. 

Siguiendo  el  orden  cronológico  que  un  buen  método  exige 
ha.bré  de  dividir  éste  reinado  para  estudiar  sus  monedas  en  dos 
secciones.  La  primera  comprenderá  hasta  el  destronamiento  de 
Idrís;  la  segunda,  desde  su  restauración  hasta  su  muerte,  des- 
pués de  reseñar  las  monedas  de  su  competidor  Mohammed  Al- 
mahdí. 

Desde  el  año  434  empiezan  á  aparecer  dirhemes  de  aquel  sul- 
***^,  además  del  35  y  del  38,  y  aun  se  conoce  uno  del  37,  propie- 
"^<3  tlel  Sr.  Camerino.  Pesan  los  del  435  de  2  g.  15  á  2  gr.  30, 

uno  de  ellos  en  el  Museo  Arqueológico,  que  repro- 
^**^co  en  la  Lám.  II,  núm.  9  y  cuya  descripción  és  la  siguiente: 

56  P- 


412  Málaga  Musulmana. 


^  j^l  jL,')Í\  El  Imara  Idrís, 

P.    DE   F.  iJJlj      Jx)|  El  que  se  eleva  por  Dios, 

f^r^ji\  ji^\  Principe  de  los  creyentes. 


Orla  del  anverso:   <j-*^  *^-  {j^'^^^  f^J*^'  '•^ 
el  nombre  de  Dios  acuñóse  éste  dirhem  en  Alándalus^  año  5  y  (43...) 

Orla  del  reverso  M.  P. 

Poseo  en  mi  colección  una  moneda  de  plata  bastante  bue- 
na, acuñada  en  Málaga,  hasta  ahora  inédita,  que  pesa  2  gr.  y 
publico  en  la  Lám.  II,  núm.  10,  donde  se  verá  que  sus  inscrip- 
ciones son  las  siguientes: 

^^j^l  >L-.^t  EJ  Imam  Idrís, 

P.    DE    F.  Jl)Lj      JjiJt  El  elevado  por  Dios, 

.U-»^l  j^!-»l  Príncipe  de  los  creyentes. 

Orla  del  anverso:  ^^  *^'-'  ^^  ^^j^\  \^  s^j-*»  *l^t  pj  en  el 
nombre  de  Dios  se  acuñó  éste  dirhem  en  la  ciudad  de  Málaga^  año... 

Orla  del  reverso  M.  P. 

Del  mismo  tipo  existen  otras  monedas,  acuñadas  en  Alán- 
dalus  y  varias  con  iguales  leyendas,  que  lo  fueron  en  Granada. 
De  éstas  últimas  poseo  diez  y  seis  ejemplares,  todos  de  diver- 
sos cuños,  unos  de  plata  y  de  regular  aleación,  otros  de  malí- 
sima; otros  de  cobre,  con  diversidad  en  el  carácter  de  las  le- 
tras, y  en  la  calidad  de  la  acuñación,  en  algunos  muy  buena, 
en  muchos  muy  mala,  presentando  á  veces  raros  adornos.  Se 
creen  éstas  acuñaciones  de  los  primeros  años  del  reinado  de 
Idrís,  pues  hemos  visto  un  ejemplar  de  éste  tipo  del  año  435, 
y  Almakari  dice  que  por  éste  tiempo  se  le  reconoció  por  sobera- 
no en  Granada. 

Poseo 


Parte  segunda.  Capítulo  i.  413 

Poseo  en  mi  colección  una  moneda  de  vellón  de  éste  califa 
que  pesa  i  gr.  95  y  que  publico  en  la  Lám.  II,  núm.  1 1;  la  cual 
viene  á  disipar  las  dudas,  manifestadas  en  su  Memoria  por  Co- 
dera, de  que  existan  ejemplares  del  año  434  del  cuño  que  paso 
á  describir.  En  la  misma  forma  se  grabaron  otras  del  438  y  37; 
de  ésta  poseo  un  ejemplar  de  malísima  plata;  otros  Gayangos 
y  el  P.  Cabré  de  la  Compañía  de  Jesús.  En  su  anverso  apare- 
ce bajo  la  Profesión  de  fé  el  nombre  de  Mohammed,  que  sin 
duda  se  refiere  al  hijo  del  sultán  Idrís,  cuya  existencia  y  su- 
cesión dejo  probadas  en  mi  relato  con  un  importante  texto  del 
Bekri. 

P.    DE    F. 

Reverso 

«X^  Mohammed  igual  ti  anterior. 

Orla  del  anverso:  ^.^j  ^jT^-  ^j^^'^^  ^^j^\  li^w^^  ¿í]  p> 
sn  el  nombre  de  Dios  se  acuñó  éste  dirhem  en  Alándalus^  año   34 

y  (400.) 

Las  letras  V.^  ciento^  de  la  centena  se  incluyeron  en  la  mo- 
neda, pero  están  borradas. 
Oria  del  reverso  M.  P, 

MONEDAS  DE  MOHAMMED  ALMAHDÍ, 

Se  declara  en  el  reinado  de  éste  monarca  la  decadencia  en 

la  acuñación  iniciada  en  el  anterior:  parece  que  conforme  se  van 

^estrechando  las  fronteras  del  reino  Hammudi  se  vá  agotando  la 

riqueza  pública;  no  conocemos  de  éste  tiempo  monedas  de  oro; 

las  de  plata  son  de  la  peor  aleación  y  abundan  los  ejemplares  de 

cobre 


414  Málaga  Musulmama. 


cobre  á  veces  con  una  ligera  mezcla  de  plata.  Esto  indica  una 
^ran  decadencia  en  el  pequeño  estado  Hammudí. 

Posee  el  Sr.  Gayangos  un  dirhem  del  438 — 1046  á  1047  ^® 
J.  C. — su  peso  2  gr.  80,  en  el  que  aparece  el  nombre  de  Moham- 
med  como  califa;  tengo  otro  ejemplar,  que  aunque  en  su  leyen- 
da se  llama  dirhem,  no  es  más  que  una  moneda  de  cobre  de 
peso  2  gr.  90,  que  publico  en  la  Lám.  II,  núra.  12  y  cuyas  ins- 
cripciones son  las  siguientes: 

Jl^  >LaY)  El  Iiuam  Mohammed, 

ir, '  DE    r  .  ij^ji^  j^^  Príncipe  de  los  creyentes. 

AJJu  ^  A^i  El  dirigido  por  Dios. 

Orla  del  anverso:  j  fj^  '^^  [j^^  ^^  ^j*^  '*^  s-lH^  *^'  r^ 
en  el  nombre  de  Dios  acuñóse  éste  dirhem  en  Alándalus^  año  8  y 

(43-.) 

Orla  del  reverso  M.  P. 

Se  conocen  ejemplares  de  igual  especie  del  año  439 — 1047 
á  1048  de  J.  C — 

Del  año  439  y  440  existen  monedas  de  Mohammed,  diver- 
sas de  las  anteriores  por  llevar  el  nombre  de  un  Mohammed,  de- 
bajo de  la  Profesión  de  fé:  duda  Codera  quien  sea  éste  Moham- 
med, si  un  sobrino  del  sultán  reinante,  hijo  de  su  hermano  Alí, 
á  lo  cual  se  inclina,  ó  un  hermano  del  mismo  sultán  llamado 
Mohammed  Almostalí.  Bien  puede  inclinarse  á  lo  primero,  pues 
Almostalí  no  fué  hermano  de  Almahdí,  sino  hijo  de  Idrís  II,  á 
quién  sucedió.  Poseo  tres  diversos  cuños  de  ésta  especie;  todos 
son  de  cobre.  La  que  publico  pesa  3  gr.  10  y  aparece  en  la  Lá- 
mina II,  número  13,  con  las  siguientes  leyendas: 

P. 


Parte  segunda.  Capítulo  i.  415 


P.    DE   F. 

Reverso 
•^  Mohammed  ¡gual  al  anterior. 

Orla  del  anverso:    *^j  ^^  *^-*  ^^^jj'^b  *»jjJ!  |i^  s<r^  ^'  (^ 
m  el  nombre  de  Dios  acuñóse  éste  dirhem  en  Alándalus^  año  39 

y  (400). 

Orla  del  reverso  M.  P. 

Una  de  las  especies  más  comunes  de  las  monedas  muslimes 
malagueñas  és  la  que  presento  en  la  Lám.  II,  núm.  14,  su  peso 
3  &'  30  y  el  metal  vellón.  Existen  ejemplares  de  ella  de  los 
años  440,  41,  42  y  43,  de  los  cuales  poseo  variedad  de  cuños  y 
bastante  número  de  ejemplares;  también  se  conocen,  aunque 
iinuchü  más  raros,  de  los  años  44  y  46.  Codera  dice  en  su  Me- 
-moria^  que  éstas  se  diferencian  de  las  anteriores  por  ser  de  ve- 
lion  y  no  de  cobre;  no  estoy  conforme  con  ésta  opinión,  pues  en 
Tiii  monetario  tengo  á  la  vista  algunas  del  año  439,  que  son 
iguales  en  metal  y  aun  hasta  en  los  caracteres  á  las  presentes 
<3el  40,  41  y  42;  la  diferencia  donde  está  ciertamente  és  en  las 
<3el  443.  Las  inscripciones  de  ésta  moneda  aparecen  así: 


P.  DE  F. 


^^Y|  El  Principe. 

J^  ^L^^t  El  Imam  Mohammed, 

{¿T*^"*^'  ^-^-»1  Príncipe  de  los  creyentes. 

¿^  Mohammed.  ¿JJ!j        y.  \\  lm  ^-  •    ,1  n- 

*^.   ,^^5rv^'  Ll  dirigido  por  Dios. 

•* 

^r^-*.  Yahya. 

Orla  del  anverso:  ^  ^^^  '-^  íj^-^'^'^  f^j-^'  \S^s^yc  ^)  ^ 

el  nombre  de  Dios  se  acuñó  éste  dirhem  en  Alándalus^  año  1  y 

•^440) — 1049  á  1050  de  J.  C. 

Orla  del  reverso,  M.  P. 

Existe 


4i6  Málaga  Musulma>^a« 


Existe  otra  especie  de  dirhemes  del  mismo  tipo  que  «1  an- 
terior, diferenciándose  de  el  solamente,  en  que  en  el  anverso  no 
lleva  bajo  la  Profesión  de  fé  el  nombre  Mohammed;  los  hay  del 
año  443.  El  ejemplar  que  se  conoce  és  del  Sr.  Gayangosy  pesa 
4  gr.  20. 

¿Pertenecen  estas  monedas  al  sultán  Mohammed  Almahdí 
de  Málaga  ó  á  otro  Mohammed,  denominado  también  Almahdí 
que  dominaba  en  Algeciras? 

Cuestión  es  ésta  grave  y  que  con  los  datos  que  hoy  po- 
seemos no  puede  resolverse  enteramente,  mientras  que  no  ven- 
gan á  dilucidarla  nuevas  monedase  textos.  Hay  ciertamente  en 
la  numismática  hammudí  de  los  años  443  al  46  inclusive  un  ti- 
po de  monedas  raro,  que  se  diferencia  bastante  del  general  que 
desde  el  año  438,  39,  40,  41  y  42  se  viene  claramente  determi- 
nando; diferenciase  en  el  metal;  diferenciase  también  en  los 
adornos,  pues  presentan  los  ejemplares  del  segundo  en  sus  or- 
las otra  de  puntos,  sin  más  ornato,  y  los  del  primero  tanto  en 
el  anverso  como  en  el  reverso  adornos,  machos  de  ellos  toma- 
dos de  los  buenos  tiempos  de  la  numismática  cordobesa.  Si  en 
sus  reversos  no  hubiera  hasta  el  año  446  la  designación  del  Prín- 
cipe Yahya,  que  también  aparece  en  el  tipo  contrarío,  no  ha- 
bría dificultad  alguna;  éste  pertenecería  á  Málaga,  aquel  á  Al- 
geciras. 

Mohammed  de  Algeciras,  hijo  del  segundo  sultán  Hammu- 
dí Alkasim,  se  alzó  en  aquella  población  en  el  año  414,  y  se- 
gún el  testimonio  de  Aben  Jaldun  y  de  Almakari  muríó  en  el 
año  440;  fecha  á  la  cual  no  se  opone  ningún  texto,  ni  presun- 

cioiv 


Parte  segunda.  Capítulo  i.  417 

— ^ 

cion  grave;  dejó  un  hijo  llamado  Alkasim  por  sucesor,  que  go- 
bernó, aunque  sin  titularse  califa,  hasta  el  año  450.  Mohammed 
de  Málaga  entró  á  reinar  en  el  año  438  y  murió,  según  el  testi- 
monio del  Bekri,  á  quien  sigo  por  muy  enterado  en  ésta  genealo- 
gía que  era  cuasi  de  su  tiempo,  en  el  año  444;  durante  su  vida 
nombró  Príncipe  heredero  á  un  hermano  suyo,  que  algunos  lla- 
man Hasan,  quien  fué  desterrado  por  su  hermano  y  sultán  al 
África.  Es  muy  posible  también  que  Almahdí  reconociera  como 
Príncipe  á  un  pariente  suyo  llamado  Yahya,  quien  dejó  un  hijo 
llamado  Idrís  que  sucedió  á  su  pariente,  sin  denominarse  califa, 
gobernando  algunos  meses  del  año  445. 

Parece  resultar  pues  que  si  las  monedas  raras  con  adornos 
que  se  presentan  del  443  al  446 — dos  ejemplares  tengo  de  és- 
tos años — son  del  Mohammed  algecireño,  se  grabaron  después 
de  la  muerte  de  éste  por  su  hijo  Alkasim,  como  lo  demuestra 
una  del  mismo  tipo  que  lleva  el  nombre  de  éste  príncipe,  quien 
como  ya  dije  no  se  tituló  califa.  En  ellas  aparece  el  nombre  del 
Príncipe  Yahya,  como  en  las  del  otro  tipo,  pero  podría  haber 
sucedido  que  Alkasim,  después  de  la  muerte  de  su  padre,  acep- 
tara la  soberanía  de  Málaga  y  acuñara  en  nombre  de  su  pa- 
riente, como  supone  M.  Dozy;  he  formado  ésta  opinión  en  vis- 
ta de  los  varios  cuños  de  éstos  dos  tipos. 

En  cuanto  á  aquel  que  empieza  á  determinarse  en  el  año 
38  y  sigue  del  39  hasta  el  45,  me  decido  por  creerlo  de  Mála- 
ga; el  metal  de  los  del  año  39,  la  forma  de  letra  y  la  carencia  de 
adornos  sigue  hasta  el  año  42;  el  mismo  carácter  de  monedas 
«continua  hasta  el  445,  en  el  cual  dominaba  aún  en  Málaga  un 

hijo 


4i8  Málaga  Musulmana. 


hijo  del  Príncipe  Yahya;  pues  creo  que  á  éste  és  á  quien  se  re- 
fieren las  monedas,  aunque  Dozy  y  Codera  no  hayan  encontra- 
do entre  los  Hammudíes  de  ésta  época  tal  nombre,  sin  duda 
por  no  haberse  fijado  en  las  noticias  del  Bekri. 

Y  tanto  lo  creo  así,  que  todos  los  ejemplares  de  éste  tipo 
que  poseo,  los  adquirí  en  Málaga  con  mucha  facilidad,  y  la  ma- 
yor  parte  de  ellos  escogiéndolos  de  entre  otros  muchos,  que  se 
encontraron  en  ella  juntos,  encerrados  en  un  atanor,  los  cuales 
tuvo  la  bondad  de  regalarme  mi  querido  amigo  el  Sr.  D.  Adol- 
fo Bergemann,  todos  ellos  en  perfecto  estado  de  conservación, 
como  si  acabaran  de  salir  del  cuño,  con  una  gran  cantidad  de 
cortadillos  de  la  misma  moneda,  también  en  perfectísimo  estado. 
Además  en  Málaga  se  encuentran  á  cada  momento  ejemplares 
de  esta  misma  clase.  Los  dos  que  supongo  algecireños  los  ad- 
quirí en  diversas  partes  y  ocasiones. 

Pero  apesar  de  que  ésta  opinión  me  parece  la  más  proba- 
ble, se  me  ofrece  una  grave  dificultad  con  otro  ejemplar  de  éste 
tipo  del  año  446,  que  presenta  Codera  en  su  Memoria;  en  dicha 
año,  ni  Mohammed  de  Málaga,  ni  su  sucesor  Idrís  ben  Yahya, 
ni  Mohammed  de  Algeciras  gobernaban:  ¿de  quién  és  pues  es- 
ta  moneda?  Si  admitimos  que  sea  algecireña,  necesario  és  de- 
clararlas todas,  las  de  uno  y  otro  tipo,  de  Algeciras,  á  no  ser 
que,  insistiendo  en  la  misma  sospecha  que  antes  indico,  Alka- 
sim  de  Algeciras  continuara  acuñando  como  hizo  antes,  ó  que 
leamos  mal  la  moneda.  Cual  sea  la  solución  de  éste  enigma 
hay  que  encomendarlo  á  nuevos  textos  que  lo  espliquen  ó  á  nue- 
vos ejemplares  que  prueben  que  dicha  moneda  está  bien  leída» 

Una 


Parte  SEGUNDA.  Capítulo  i.  419 

Una  especie  bien  rara  del  tipo  general  que  creo  de  Málaga, 
nos  ofrece  en  el  ejemplar  de  la  Academia  de  la  Historia,  cu- 
s  inscripciones  se  presentan  del  siguiente  modo: 


JL^  Mohammtid  [  ^>^\ 


J^  Mühainmed. 

El  Imam, 

P.    DE   F.  ^¡^  ^-H-l'  Almahdi  billah, 

•• 

L  u  ^  Aj.  j¿r*~^-^*'  J"^^  Principe  de  lo«  creyente». 

^,5*^"  -^"^  '  El  Principe  Yahya. 

Este  ejemplar,  acuñado  en  Alándalus  año  444,  arguye  en  fa- 
de  mis  anteriores  opiniones;  éste  Mohammed  ben  Alí  no 
íde  ser  otro  que  un  sobrino  del  Mohammed  malagueño,  hijo 
su  hermano  Alí,  así  como  el  Príncipe  Yahya  citado  también 
la  moneda,  era  pariente  de  éste  y  del  califa.  No  puede  ser 
hammed  Almostalí,  diga  lo  que  quiera  Almakari,  porque  Al- 
stalí  fué  no  sobrino  de  Almahdi,  sino  hijo  del  destronado 
■^^xns  I.  Se  conocen  varios  ejemplares  de  ésta  clase  del  año  444 
y    xnao  del  45. 

Tengo  un  ejemplar  de  cobre,  bien  raro,  que  pesa  i  gr.  95 
y  I>ublico  en  la  Lám.  II,  núm.  15,  el  cual  me  ha  servido  mu- 
^*^CDpara  determinar  mis  anteriores  opiniones:  pertenece  al  tipo 
^  he  considerado  de  Algeciras  y  al  año  446 — 1054  a  1055  de 
-*  •  C — nombrándose  en  su  reverso  al  Príncipe  Alkasim,  á  lo 
e  entiendo  hijo  del  sultán  Almahdi  algecireño,  queconserva- 
en  sus  monedas,  bien  el  nombre  de  su  padre,  bien  el  de  su 
xiente  de  Málaga,  quizá  anteriormente  reconocido  por  él,  fren- 
^  áldrís  II  que  había  recobrado  el  solio  malagueño.  ^'Es  que 
^OfJavía  vivía  en  446  Mohammed  de  Algeciras,  como  cree    Co- 

57  dera? 


dera?  No  me  parece  probable;  dos  escritores  de  nota  afirma 
que  murió  en  440,  y  los  que  no  señalan  fecha  determinada  á  s 
muerte,  concuerdan  en  que  ésta  ocurrió  antes  de  la  de  su  hom 
nimo  de  Málaga.  De  ésta  clase  de  monedas  existen  del  año  44 
44»  45  y  4^-  Codera  dudaba  acerca  de  ésta  última  fecha;  h 
biéndola  visto  juntos  hemos  comprobado  que  era  del  446.  S 
inscripciones  son  las  siguientes: 

j^^\  El  Principe. 

Jj^  >UYt  El  Imam  Mohammed, 

P.    DE   F.  [¿)^j^^  J^'  Príncipe  de  los  creyentes. 

iULj   ^  J^41  El  dirigido  por  Dio». 
pLáJt  Alkasim. 

Orla  del  anverso:  v^  ^^  ij^^^^   ^^^^  '-^  V 
b  ^j'^j^J  en  el  nombre  de  Dios  acuñóse  éste  dirhem  en  Alándalm^  9^ 
año  46  y  (400) 

Orla  del  reverso  M.  P, 

Gayangos  posee  un  ejemplar  de  éste  tipo  del  445,  que  ^^^ 
diferencia  del  anterior  en  que  la  línea  de  Príncipe  de  los  cr^* 
yentes  está  debajo  de  la  de  Almahdí  billah. 

Existen  también  en  el  monetario  de  Gayangos  dos  ejempl^i-* 
res,  que  por  su  carácter,  por  el  año  de  su  acuñación  y  por  l'<> 
que  parece  resultar  de  sus  anversos  ésmuy  probable  que  pert^* 
nezcaná  Idrís  III  Almowafec,  sucesor  de  Almahdí,  y  que  haystt* 
sido  acuñados  en  Málaga.  La  mala  conservación  de  éstas  moa  ^^ 
das  impide  que  pueda  claramente  espresarse  si  pertenecen  á  és- 
te sultán  ó  á  Idrís  II;  habrán  de  determinarlo  nuevos  ejempla- 
res. Sus  leyendas  son: 


Parte  segunda.  Capítulo  i.  421 

ir^j^\  /»l— »^1  Ellmamldris, 

P*    ^^    P-  41  Almowafec  billah? 

cX  .-jujl  j-w|  Príncipe  de  los  creyentes. 

Orla  del  anverso:  j^^j^^^^'i^  isJL-  ^^^jjJl  \S^  w'^  JJ|  pj 
ju  ,1  ^fi^/  nombre  de  Dios  acuñóse  éste  dirhetn  en  Málaga^  (?)  año  45 

:y  (400)- 

MONEDAS  DE   IDRÍS  II. 

SEGUNDO     PERIODO. 

Posee  el  P.  Cabré  de  la  Compañía  de  Jesús  un  dirhem,  su 
peso  2  gr.  85,  que  se  diferencia  del  ejemplar  anterior,  en  que 
la  P.  de  F.  vá  sola  y  el  reverso  lleva  encima  de  las  deno- 
xxiinaciones  y  apelativos  del  sultán  la  palabra  el  Príncipe  y  de- 
trajo Mohammed^  nombre  que  se  reñere  sin  duda  al  último  Ham- 
Z3iudí,  denominado  Almostalí,  que  dominó  en  Málaga.  Este 
^ampiar  se  acuñó  en  Ceuta  en  el  año  41.  Codera  posee  otro 
<3e  cobre,  inédito  hasta  el  dia,  que  publico  en  la  Lámina  II, 
xiúm.  16,  merced  á  la  afectuosa  consideración  de  su  poseedor; 
jpesa  3  gr.  9,  y  sus  leyendas  son  las  siguientes: 

'^  ^  *"     Jj  Príncipe  heredero. 

{J^.J^^  >L'á|  El  Imam  Idrís, 

P.    DE   F.  ^^   ,_<^^  ^^  ^"®  ^^  eleva  por  Dio«, 

yj^^\  j^\  Príncipe  de  los  creyentes. 

jL^  Mohammed. 

Orla  del  anverso:  ^  ^\^^^^íh^*i^^:^^j^\\^^j^i^\  ^,  en 
el  nombre  de  Dios  se  acuñó  éste  dirhem  en  la  ciudad  de  Ceuta  año  2 

y  (44-) 

Orla 


\ 

\ 


423  MAl&oa  Mqsuuíuu..    't     ' 

Orla  del  reverso  M.  P. 

Con  estas  mismas  leyendas,  aunque  pertenecientnt  tí  alto 
444^ — 1052  ¿  1053  de  J.  C. — existen  ejemplares  en  los  moDcta- 
ríos  de  la  Academia  de  la  Historia,  de  Gayangos  y  de  Catalk- 
ro  Infante,  probando  que  Ceuta  continuó  acuñando  monedas 
de  éste  califa,  durante,  el  tiempo  de  su  destronamiento. 

Poseo  en  mi  colección  dos  ejemplares  uno  de  cobre  7  otro 
de  malísima  plata,  de  cuyo  tipo  se  conocen  cuatro  de  Gayan- 
gos; reproduzco  aquí  uno  de  esté  por  el  mal  estado  del  n- 
Verso  del  mío;  apesar  del  cual  tengo  razones  paxá-  di^dar  que 
en  mi  ejemplar  de  plata  puedan  leerse  la  tercera  y  cuarta  Una 
del  reverso,  como  las  lee  Codera;  paríceme  que  hay  diÜBicKÍa 
entre  el  mío  y  el  de  Gayangos,  aunque  no  pueda  detmaiau  P 
qif  e  consista. 


Las  inscripciones  son  las  siguientes: 

j.í«)|      Jj  principe  heredero. 

^^J|  .UV|  El  Imam  Idríí, 

tÚL)     JjJt  El  que  se  eleva  por  Dioc, 

™-    °^    *"•  iUljB  .iUÜl  El  Yancedor  e»  Dio*. 

jj^_j41  j^\  Principe  de  loa  crejente». 
j^  Hohsmined. 

Orí» del  anverso:  "jt j  ^j-^'~  o"'-""^^  r*J-^'  '■" ■^■^' 


Parte  segunda.  Capítulo  i.  423 

en  el  nombre  de  Dios  se  acuñó  éste  dirhem  en  AlándaluSy  año   45 

y  (400.) 

Posee  Gayangos  una  curiosa  moneda,  dudosa  en  la  fecha 
que  quizás  será  del  446,  existiendo  también  motivos  bastante 
fundados  para  dudar  de  el  lugar  de  la  acuñación,  que  se  cree 
sea  Málaga,  cuyas  inscripciones  son  iguales  á  las  de  la  que  he 
descrito  del  año  442. 

En  mi  monetario  tengo,  merced  á  un  regalo,  nunca  bastante 
agfradecido  de  Codera,  á  cuyo  generoso  desprendimiento  debo 
la  satisfacción  de  poseerlo,  un  rarísimo  ejemplar  de  cobre,  que 
pesa  2  gr.  60,  en  el  cual,  por  mas  que  me  hace  concebir  muchas 
dudas  el  examen  de  sus  inscripciones  por  lo  mal  conservadas 
<jue  se  encuentran,  parece  que  se  lee  lo  siguiente: 

*X^1     Jj  Principe  heredero.  {j^.J^^  ^L^  El  Imam  Idrís. 

lÜt  ^  ¿AJ|  '^  No  Dios  sino  Allah,  íDL     J^\  ¿El  que  se  eleva  por  Dios. 

Ju\    JLw  «  Js^  ¿Malioma  enviado  de  Dios.  JJ)jJ»  )iJaJ)  ¿El  vencedor  és  Dios. 

.>s^                      Mohammed.  ivTí^^Í  jfr-\  Príncipe  de  los  creyentes. 

Orla  del  anverso:  ^-i:^  ^^  '^'-  '^,^  ^j^\  \^  ^j^  ^í  pí 
'^  ¿íj' J  \ji^.j^^en  el  nombre  de  Dios  acuñóse  éste  dirhem  en  Mala- 
^ga^  año  de  446. 

Orla  del  reverso  M.  P. 

Posee  otro  ejemplar  el  Museo  Arqueológico  español  y  otro 
se  conserva  entre  la  selecta  colección  del  Museo  Británico  en 
Londres.  El  que  cita  Codera  tiene  invertido  el  orden  de  las 
leyendas  centrales  del  anverso. 

Tiene  Gayangos  un  raro  ejemplar,  que  como  el  anterior 
•ofrece  también  bastantes  variaciones  en  la  forma  acostumbra- 
da y 


424  Málaga  Musulmana. 


da  y  seguida  constantemente  en  la  acuñación  Hammudí,  co- 
mo el  lector  ha  tenido  muchas  ocasiones  de  observar,  pues  su5 
inscripciones  se  presentan  del  siguiente  modo: 

^^*'!     J^  Principe  heredero.  >L» »  El  Imam. 

¿VM  ^  *Dt  Y  No  Dios  sino  Allah,  íDLj      JjJ|  El  que  se  eleva  por  Dios. 

^\  Jj'-^j  *^  Mahoma  enviado  de  Dios.  ¿13|jjb  ^áUI  El  vencedor  es  Dios. 

^^aJLmÍ)  De  los  muslimes.  tr^j^^  Idris. 

J^  Mohammed. 

En  la  orla  del  anverso  hay  escasísimas  palabras.  En  la  del 
reverso  M.  P. 

Existen  otros  ejemplares  todavía  no  descritos,  que  en  su 
anverso  presentan  tres  leyendas  circulares;  dentro  de  un  círcu- 
lo la  palabra  El  Imam;  lo  mismo  en  el  reverso  y  dentro  de  otro 
círculo  el  nombre  Idrís.  Otras  muestran  en  su  anverso  el  sello 
de  Salomón  y  al  reverso  palabras  que  parecen  decir  El  Imam 
Idrís;  las  leyendas  circulares  no  han  podido  ser  leidas.  Puede 
que  estas  monedas  sean  Hammudíes;  puede  también  que  sean 
africanas  Idrisitas, 

Aquí  termina  el  estudio  de  las  monedas  Hammudies;  en  épo- 
cas posteriores  se  acuñaron  en  Málaga  algunas,  que  se  presen- 
tan rara  vez  en  las  colecciones  numismáticas.  Que  son  estas 
monedas  españolas  claramente  lo  prueba  la  palabra  Málaga, 
que  se  puede  leer,  aunque  con  dificultad,  en  sus  orlas;  que 
son  posteriores  á  las  Hammudíes  lo  determina  la  fecha  47... 
que  se  vé  en  algunas.  Delgado  creyó  que  fueron  acuñadas  mien- 
tras que  Temim,  nieto  de  Badís  reyezuelo  de  Granada,  gober- 
naba en  Málaga  en  nombre  de  su  hermano  Abdallah;  opinión 

que 


Parte  segunda.  Capítulo  i.  425 


^ae  no  creo  destituida  de  fundamentOi  pues  en  una  de  estas  mo- 
nedas se  considera  á  un  Abdallah  como  Imam  y  Príncipe  de  los 
^creyentes.  Ofrecen  también  el  nombre  de  Abu  Maad,  bastante 
«omun  en  la  familia  Zirita,  potentísima  en  África,  y  los  sobrenom- 
l>res  honoríficos  de  Almostanzír  y  Almoez  lidinillahí  el  que  exalta 
Ja  religión  de  Dios f  también  muy  comunes  en  esta  familiai  que  ha- 
l>ia  llevado  con  suma  gloría  un  soberano  zirita,  muerto  hacía  po- 
««os  años.  A  qué  personajes  se  refieran  éstos  sobrenombres  no  sa- 
bré decirlo;  Abdallah  de  Granada  se  denominaba  Almothafir  6  el 
victorioso,  según  Aben  Jaldun,  pero  también  pudo  llevar  alguno 
'<le  aquellos  sobrenombres;  los  cuales  pudieran  referirse  también  á 
^emim,  de  quien  no  he  hallado  que  llevara  alguno:  lo  seguro  és 
<iue  estas  monedas  se  acuñaron  desde  el  año  467  al  483 — 1064  al 
1090  de  J.  C. — 

Caballero  Infante  posee  un  ejemplar  con  las  leyendas  si- 
4^ientes: 

J"^}    El  que  exalta  j^ms,^»»l]   £1  que  implora  el  socorro  de  Dios. 

JJ|  ^^jJ    La  religión  de  Dios.     jD|  jl^  >L^|    El  Imam  Abdallah, 

.M«Jt^^^(   Príncipe  de  los  creyentes. 

Gayangos  conserva  dos,  una  de  cobre  en  la  cual  se  lee: 

*^*-Jíí  AbuMaad. 

r'.    DE    r  .  uJb  ^^;&..,ll  El  que  implora  el  socorro  de  Dios, 

^^'  (JÍ.'^J^^  ^  que  »«lta  ^^  religión  de  Allah. 

En  la  orla  parece  que  puede  leerse  ¡[¿)L  Málaga. 
El  otro  ejemplar  se  diferencia  de  éste  en  que  vez  de  la  Pro- 
fesión de  fé  se  lee: 

J)|  T  aU|  "^  No  hay  Dios  sino  Allah, 

^"  Jlx^j  -^  Mahoma  profeta  de  Dios. 

En  la 


426  Málaga  Musulmana. 


En  la  orla  se  vé  también  aunque  mal  escrita  la  seca  Mála- 
ga y  el  año  c^v*í— j  2;' '  (74)" 

En  mi  colección  tengo  otra  de  éste  mismo  tipo  de  plata 
muy  mala  y  peor  conservación,  peso  2  gr.  25,  en  la  que  se  dis- 
tinguen las  siguientes  inscripciones: 

aU|^^  aÍ  jjJl    El  que  exáltala  reli^on  de  Dios      -^*-^  1    Abu  Maad 

.     .     .  wJ'-J   j^a^2j^\    El  que  implora  el  auxilio  de  Dios 

En  la  orla  se  vé  la  terminación  de  la  decena  70  y  el  4  de  la 
centena  400. 

Hasta  ahora  no  han  aparecido  ejemplares  acuñados  en  Má- 
laga durante  la  dominación  almoravid;  pero  como  hubo  multi- 
tud de  secas  almorávides  en  España,  és  muy  posible  que  algu- 
na vez  se  presenten  entre  los  que  el  tiempo  vaya  descubriendo. 

Los  almohades  acuñaron  en  ella  un  dirhem  de  plata  cua- 
drado con  las  siguientes  leyendas,  según  se  vén  en  esta  mone- 
da, su  peso  I  gr.  50: 


JJ|\V¿D|'^    No  hay  Dios  linó  Allah,  ^j   ^\   Dios  és  nuestro  Señor, 

iJJ!  óií  j^ií    Todo  poder  de  Dios,  uLwj  Js^   Mohammcd  nuestro  profeta, 

»1)1  W  i  J '^   No  hay  fuerza  sino  en  Dios.    U-iLl     ¿^^^i»^   Nuestro  Imam  Al  mahd  i. 

Los   numismáticos   Soiet   y   Longperier,   venían    citando 
unas  monedas,   sumamente  raras  y  de  singular  importancia 
por   los  datos  históricos  que  ofrecían,  cuya  existencia  se  ha 
visto  confirmada  por  haberse  encontrado  algunas  de  ellas,  en- 
tre las 


Parte  segunda.  Capítulo  i.  427 

tre  las  cuales  hay  un  dirhem  perteneciente  á  Gayangos,  que  pe- 
X  gr.  50,  y  cuyas  leyendas  son  las  siguientes: 


de  los  creventes. 


¿w»j  ,.yj  Jl^   Mohammed  ben  Yu- 


i 


aJJí     '^  iJ)!  y  No  hay  Dios  sino  Allah,  JO^'  Almotawaquil, 

JJ^    •Jl.r-J  -^  Mahoma  profeta  de  Dios.  ^\:^Ji\j^\  ^\  ^  ^^a  ^"ah.  Principe 

^L^l     ^5^^'  ElAbbasilmam 

áL»  o  del  pueblo.  ^*^  ^"  ^*  suf 

X   aJL  Málaga.  -^J*  ^j^}  Ibnu  Hud. 

No  tiene  inscripción  en  las  orlas,  pero  se  cree  que  fué 
.  a.o uñada  entre  los  años  625  al  635 — 1227  a  1237  ^^  J-  ^* — 
I^rxaéba  ésta  moneda  que  Mohammed  ben  Yusuf  ben  Hud,  de 
alustre  familia  aragonesa,  dominó  en  Málaga  algún  tiempo,  du- 
*"^nte  el  período  en  que  le  reconocieron  por  soberano  diversas 
poblaciones  andaluzas,  en  las  que  el  partido  nacional  musul- 
^^3.11  se  alzó  contra  la  dominación  de  los  almohades  berberis- 
^^>s.  Cuando  escribí  mi  Narración  aun  no  conocía  la  existencia 
^^  éste  ejemplar,  por  lo  cual  no  incluí  en  ella  la  noticia  que  de 
^tts  inscripciones  resulta. 

Durante  la  última  época  de  la  dominación   musulmana  en 
España,  bajo  los  Nazaríes  granadinos,  se  acuñaron  en  Málaga 

^^rias  monedas  que  no  llevan  el  nombre  del  príncipe  reinante. 

^íi  el  Catálogo  de  García  de  la  Torre  se  mencionan  seis  de  oro 

^on  estas  inscripciones: 

6  ^  •  Y  no  Ycncedor 

J  iáJL     Málaga. 

UJ)    9  linó  Dios. 

58  En  et 


428 


Málaga  Musulmana. 


En  el  Museo  Arqueológico  Nacional  existen  unos  dirhemes 
cuadrados,  su  peso  90  centgrs,  que  cual  se  vé  en  la  adjunta  mo- 
neda presentan  estas  leyendas: 


„„^J¿  ^j  Y  no  vencedor 


Sino  Dios,  ensalzado  sea. 
Málaga. 


No  Dios  sino 
Allah,  Mahonia 
Profeta  de  Dios. 


D.  Leopoldo  Eguilaz,  sabio  arabista,  me  ha  citado  la  si 
guiente: 


^-íJa      Se  acuñó 
XaJUj      en  Málaga. 


{¿J^i**^j      y  noventa 
éj^LóJj      y  ochocientos. 


Longperier  cita  también  un  felus  malagueño  de  890,  corres- 
pondiente á  Mohammed  XI  y  una  moneda  cuadrada  de  plata 
sin  designación  de  Príncipe. 

Con  la  dominación  Nazarí  concluye  en  Málaga  la  acuñación 
árabe.  Cual  se  vé,  restan  largos  espacios  de  tiempo  duran- 
te los  cuales  debieron  grabarse  en  ella  monedas,  que  nos  son 
absolutamente  desconocidas;  aun  quedan  también  muchas  du- 
das que  satisfacer,  muchas  cuestiones  que  resolver,  para  que  la^ 
numismática  musulmana  malagueña  se  presente  completa  y 
acabada  en  sus  tipos  generales  y  en  sus  pormenores;  el  tiempo 
y  el  estudio  puede  que  alcancen  algún  dia  éste  feliz  ideal,  que 
como  todo  ideal  humano  és  muy  posible  que  no  se  realice  por 
entero. 


CAPÍTULO  II. 
Topografía,  industria,  comercio  y  artes  de  Málaga 

HASTA  FINES  DE  LA  EdAD  MeDIA.    (i). 


Consideraciones  generales.— Málaga  púnica. — Málaga  romana.— Vestigios  romanos  en 
Málaga.— Memorias  sacadas  de  sus  inscripciones. — Estatuas,  sepulcros. — Industria, 
comercio  y  artes  durante  la  dominación  de  Roma.— Málaga  cristiana. — Málaga  mu- 
sulmana.— Sus  alrededores. — La  Agricultura  y  sus  productos  en  la  Edad  Media. — 
Arrabales. — Muros. — Puertas. — Puente. — Foso. — Camino  de  ronda. — Población. — 
Calles. — Casas. — Mezquitas. — Alcaiceria. — Hornos  y  baños. — Morena. — Fortificacio- 
nes: Gibralfaro,  la  Alcazaba,  el  Castil  de  Ginoveses. — Las  Atarazanas. — Puerto. — Ce- 
menterios.— Comercio. — Industria  y  Artes. — Sederías. — Cerámica. — Vidrios. — Car- 
pintería.— Concepto  que  Málaga  mereció  á  los  geógrafos  y  escritores  sarracenos. 


Hé  aquí  el  capítulo  más  importante  de  ésta  obra  y  el  de  más  ' 
grave  desempeño;  pues  trato  en  él  de  ir  desarrollando  ante  el 
lector  los  diversos  aspectos  que  presentó  Málaga  durante  mu- 
chos siglos;  trato  de  ir  averiguando  entre  densas  nieblas   su 

circuito, 

(i)    Las  publicaciones  en  las  cuales  hallé  materiales  para  este  capitulo  son: 

Hübner,  Corpus  inscriptionum  latinarum  hispaniarum, 

Berlanga,  Monumentos  hisí.  del  municipio  Flavio  malciciiano.  Málaga,  i864.  Ca- 
tálogo de  alguncts  antigüedades  reunidas  y  conservadas  por  los  Exmos.  Sres.  Marque- 
ses de  Casa  Loring  en  su  hacienda  la  Concepción.  Málaga,  MDCGCLXVIII. 

Crónica  del  moro  Rasis.  Memorias  de  la  Ac.  de  la  Hist.  T.  VIII. 

Idrisi,  Description  de  VAfrique  et  de  VEspagne.  Texto  árabe  y  traducción  de  Dozy 
j  Goeje.  Leiden,  1866. 

Aben  Haukal,  Viae  et  Regna.  Texto  árabe,  edition  de  Goeje.   Leiden,  1873. 

Yacut,  Geographisches  Wárterbttrg,  Texto  árabe  de  Wüstenfeld.  Leipsig,  1866-71. 


430  Málaga  Musulmana. 


circuito,  sus  monumentos,  su  comercio  é  industria,  su  decaden- 
cia y  sus  progresos. 

En  la  Narración  los  textos  generalmente,  en  otras  ocasiones 
los  monumentos  me  sirvieron  de  guías;  la  inducción,  las  deduc- 
ciones, las  suposiciones  quedaban  relegadas  á  segundo  térmi- 
no; aquí  vienen  á  ocupar  el  primero  y   á  cada  paso  las  hallará 

el 


^farazid  AlithUaa,  Lexicón  (jeoyraphicuyn.  Fa\.  Juynboll.  Lugd.  Bat.  1850  á  62. 

Ornar  beii  Alwardi;  Pevla  de  las  Maravillas.  M.  S.  del  Escorial. 

Abulfeda,  Geoijraphic.  Traducción  Reinaud.  Paris  1848. 

Aben  Batuta,  Voyaycs,  Texto  ár.  y  trad.  de  üefremery  y  Sanguinetti.  Paris  1855. 

Aljcn  Aljathib,  Juslo  jwso  de  la  crjjcricncia ,  texto  y  «jlosa  de  Simonet,  1  edición.  Ma- 
drid, 1860.  Paratujon  de  Málaga  y  Salé,  estracto  (Je  Simonet  en  el  periódico  la  Estrella 
de  Occidente,  Granada,  Agosto,  1880.— Notas  sacadas  por  mi  de  la  Yhata,  m.  s.  s.  del  Es- 
corial V  de  (lavanjíos. 

Gutierre  Diez  de  Gamcz,  Crónica  de  D.  Pedro  Niño,  Madrid,  1782. 

Histoña  del  gran  Tamorlan.  Madrid,  1782. 

Alonso  de  Palencia,  De  bello  granatense.  M.  S.  de  la  Ac.  de  la  Hist. 

Pulgar,  Crónica  de  los  Reyes  Calólicos  D.  Fernando  y  7)."*  fsabel.  Valencia,  1680. 

Lucio  Marineo  Siculo,  Libro  de  las  cosas  memorables  de  España.  Alcalá,  1539. 

Repartimientos  de  la  ciudad  de  Málaga.  M.  S.  S.  del  Archivo  municipal,  de  don- 
de he  obtenido  datos  numerosos  é  importantes,  completamente  desconocidos  hasta  la  pu^ 
blicacion  de  «^sta  obra. 

Pedro  de  Medina  y  Diego  Pérez  de  Mesa,  Primera  y  Segunda  parte  de  las  grande — 
zas  y  cosas  notables  de  España.  Alcalá,  1595. 

Ovando  Santaren,  Descnpcion  panegírica  de  Málaga  en  oetavas,  en  su  libro  Ociot 
de  Castalia.  Málaga,  1663. 

Morejon,  Jíistoria  de  las  Antigüedades  de  Málaga.  M.  S.  de  la  Bibliot.  Nac. 

Marqués  de  Valdellorcs,  Memorias  históricas  de  la  ciudad  de  Málaga,  M.  S.  de  Is 
Af.  de  la  Historia. 

Roa,  Málaga  y  sus  Santos,  Málaga,  1622. 

T»onz,  Viagr  de  España,  Madrid,  ITOi,  T.  XVIII. 

Medina  Conde,  Conversaciones  históricas  malagumas.  Málaga,  1789.  Antigñeda 
des  y  edificios  suntuosos  de  la  ciudad  y  obispado  de  Málaga,  M.  S.  de  la  Hibliot.  del  dii-  - 
que  de  Osuna. 

Cárter,  *l  journcy  from  GViraltar  Málaga.  London,  1787. 

Dozy,  Recherches  sur  Vhistoire  et  la  littei'aturc  d'Espagne,  3."*  ed.  Leideii,  188ff  - 

Simonet,  Descripción  del  reino  de  Granada.  Granada^  1872. 

Saavedra,  ím  Geografía  de  España  del  Idnsi.  Boletín  de  la  Soc.  Geogr.  de  Ma- 
drid. Madrid,  1881. 

Marzo,  Historia  de  Málaga  y  su  Provincia.  Málaga,  1850.  Artículos  del  mismo  / 
otros  autores  en  el  p«M-iódico  El  Guadalhorce.  Málaga,  1839. 

Davillier,  Hist  oiré  des  faiences  hispano  moresíptes.  Paris,  1861. 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  431 


^ 


el  Jector  en  las  siguientes  páginas.  Anteriormente  los  hechos 
se  han  engarzado  unos  con  otros,  y  si  he  visto  romperse  su  ca- 
dena., si  he  tenido  que  atravesar  rápidamente  largos  y  oscuros 
esp2LCÍos  de  tiempo,  como  viajero  á  quien  lleva  veloz  locomoti- 
va. p>or  extrangera  tierra  entre  las  sombras  de  la  noche,  cuasi 
siempre  he  encontrado  elementos  para  afirmar  con  seguridad: 
aquí 

Girault  de  Prangey,  Essai  sur  l^archilecturc  des  árabes  et   des  mores  en  Espayne. 
Hivcra,  Monumentos  árabes  de  Málaga.  Revista  de  Andalucía,  187r>. 
Lacerda,  Planos  comparativos  de  la  ciudad  de  Malaya.  Málaga,  1880. 
Además  me  he  valido  de  otras  indicaciones  que  halh'^  en  varios  libros  y  opúsculos, 
los  ouales  citaré  oportunamente  en  las  notas. 

Me  han  servido  también  extremadamente  para  éstos  trabajos  topográficos,  la  lámina 
<ie  Hoefnagle  que  publico  y  ((ue  pertenece  á  la  obra  Civitatis  órbis  ferrar um  in  acs  incisa 
^^  cjscuBoe  el  descriptioni  topographica  morali  et  politicae^  illustratac  á  Georgias  Bra- 
'«^•^i--  Coloniae,  1572  á  1618:  el  grabado  es  de  Hohemberg  y  Simón  Vau  do  Noebol,  el  gra- 
I>a.<lor  fué  Jorge  Hoefnagle.  Al  frente  de  la  descripción  poética  de  Mála'ga  por  Ovando  se 
iialla.  una  lámina  representando  á  nuestra  ciudad  desde  el  puerto,  bien  mala;  Ponz  trae 
^^**^  importante  para  la  Málaga  moderna,  más  que  para  la  árabe;  Medina  Conde   en  sus 
Co»utj<rr«act*íme8  malagueñas  y  Cárter  traen  otras,  de  las  cuales  hay  que   desconíiar  mu- 
^^Oy   como  diré;  Marzo  publicó  varias  de  las  que  he  reproducido  las  mas  interesantes  en 
***•*«  libro;  el  Sr.  D.  Eduardo  ,1.  Navarro  tiene  dos  vistas  de  poca  importancia,  dibujadas  en 
« "703.  Como  se  vé  el  grabado  nos  dá  escasísima  idea  de  Málaga;  algo  más,  aunque  no  tanto 
•^^íiao  fuera  de  desear,  nos  proporcionan  los  planos.  Esclusivamente  de  Málaga  árabe  solo 
^x:i»t€n  el  muy  imperfecto  de  Mitjana,  (jue  se  publicó  en  el  Guadalhorce  y  el  del  Sr.  La- 
cei»<ia  que  con  algunas  modificaciones  aquí  inserto;  pero  me  han  servido  extraordinariamen- 
varios  pertenecientes  al  siglo  piosado  que  encontré  en  la  Comandancia  de  Ingenieros  de 
provincia,  algunos  de  los  cuales  no  han  sido  aprovechados  por  nadie  hasta  ahora.  Mer- 
á  la  buena  voluntad  de  la  Dirección  General  de  Ingenieros  y  sobre  todo  á  la  del  ilus- 
^^"'^«io  coronel  de  éste  cuerpo  D.  Juan  Mann,  paisano  y  muy  estimado  amigo  mió,  intluyen- 
^*«irno  en  aquel  centro,  y  á  las  atenciones  del  General  Gobernador  de  esta  plaza  D.  Pedro 
^e  Zea  y  del  Comandante  de  Ingenieros  de  la  misma  1).  Domingo  de  Lisaz»),  pudo  disfrutai- 
éstos  planos  y  publicar  uno  interesantísimo  de  la  Alcazaba,  levantado  en  i773  antes  de 
«^onstruií'se  la  Aduana;  otro,  que  también  publico,  de  las  Atarazanas,  dibujado  en  la  misma 
feclui,  y  dos,  tomados  de  una  cojiia  de  D.  Emilio  de  Lacerda,  que  figuran  los  lienzos  de  mu- 
tilas malagueñas  desde  Puerta  de  Buenaventura  á  Puerta  Nueva  y  desde  la  de  Espartería 
^  **  Alcazaba,  con  algunos  otros  que  representan  cortes  de  muros  y  reparaciones  de  fner- 
^*-    Hallé  también  alli  un  plano  de  Málaga  anterior  al  de  D.  José  Carrion  de  Muía  de 
'^?  qué  ha  copiado  el  Sr.  Sancha,  el  cual  no  me  ha  servido  tanto  como  el  de  Carrion, 
<*ei  qiiQ  existen  varías  copias  y  una  preciosa  reproducción  y  reducción  en  los  Monumentos 
^*^-  del  Dr.  Berlanga.  Además  he  aprovechado  las  curiosas  indicaciones  del  antiguo  maes- 
*^  de  obras  militares  Sr.  Crespo,  quien  por  los  muchos  años  que  ha  dirígido  en  Málaga 
«ras  y  escavaciones,  principalmente  en  sus  fortalezas,  ha  podido  darme  un  caudal  de  no- 
"<i»aa  interesantísimas. 


432  Málaga  Musulmana, 


aquí  solo  puedo  disponer,  particularmente  hasta  el  siglo  XIV, 
de  pocos  datos  fijos;  todos  ellos  con  su  desesperante  brevedad 
pueden  reducirse  á  unas  cuantas  hojas  de  regular  lectura.  Por 
otra  parte  los  monumentos  que  se  conservan  son  también  muy 
escasos;  además  cerca  de  muchos  de  ellos  hay  que  pasar  con 
recelo  por  temor  á  falsificaciones;  de  otros  hay  que  valerse  con 
sumo  pulso  y  mesura,  pues  cualquier  afirmación  corre  riesgo  de 
transformarse  en  error  peligroso  ó  en  un  aserto  ridículo. 

He  tenido  que  confiar  aquí  más  en   mí  que  en  opiniones 
agenas,  más  en  propios  informes  que  en  libros,  más  en  la   ob- 
servación material  que  en  el  estudio.  Por  ésto  Jas   dificultades 
han    sido  de  mayor  cuenta  que  antes  y  el  riesgo  de  error  más 
inminente:  sin  embargo  he  procurado  cuidadosamente  evitarlo 
valiéndome  de  los  mejores  textos,  de  los  monumentos  más  au- 
ténticos, de  las  personas  más  peritas,  de  varias,  atentas  y  mi- 
nuciosas observaciones  y  comparaciones;   no    afirmando    sino 
cuando  tenia  evidencia  para  sostener  mi  afirmación;   negando 
cuando  me  asistían  para  ello  razones  incontrovertibles;  distin- 
guiendo perfectamente  los  casos  de  congetura  y  de  suposición, 
por  desgracia  bien  frecuentes;  dudando  cuasi  siempre,  y  some- 
tiendo mis  dudas,  cuando  no  pude  dilucidarlas,  como  cuestio- 
nes por  resolver  al  que  recorra  tras  mí  este  escabroso   sendero 
que  he  seguido  y  procurado  ?vllanar. 

Pertenezco  á  la  escuela  de  esa  recta  y  elevada  crítica  que 
no  pretende  resolverlo  todo;  soy  de  los  que  se  entregan  á  la  cien- 
cia por  la  ciencia  misma,  no  por  necia  vanidad  de  renombre. 
En  ninguna  parte  puede  olvidarse  mejor  la  personalidad  propia, 

para 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  433 


para  pensar  exclusivamente  en  aumentar  y  propagar  los  conoci- 
mientos, que  en  éste  género  de  estudios,  á  la  manera  que  aque- 
llos artistas  de  la  Edad  Media  que  legaban  á  la  posteridad  in- 
comparables joyas  del  arte,  dejando  que  sus  nombres  se  desva- 
necieran olvidados  en  los  abismos  de  la  muerte.  Por  ésto  no  es- 
trañará  el  lector  que  donde  otros  hubieran  presentado  solucio- 
nes deje  yo  preguntas;  que  sea  muy  parco  en  solucionar,  muy 
parco  también  en  suponer;  que  interrogue  mucho  más  que  afir- 
me. No  quiero  parecerme  al  desdichado  autor  de  las  Conversa- 
dones  malagueñas^  que  tantos  errores  y  falsedades  hubiera  in- 
troducido en  nuestra  historia,  si  afortunadamente  no  hubiera 
sido  bien  conocido:  tampoco  quiero  incurrir  en  los  ridículos  ca- 
sos, tan  graciosísimamente  dibujados  por  Dickens,  en  los  cómi- 
cos descubrimientos  del  arqueólogo  Mister  Pickwick,  bellísimo 
engendro  de  una  gran  imaginación,  digno  de  marchar  á  par  de 
nuestro  Quijote. 

Cuando  imaginé  el  plan  de  ésta  obra  pensé  comenzar  éste 
capítulo  describiendo  el  relieve  del  suelo  donde  se  levantó  Má- 
laga. Hubiera  querido  valiéndome  de  la  ciencia,  mostrar  al  lee- 
tor  durante  las  épocas  antehistóricas,  los  campos,  asiento  hoy 
de  nuestra  ciudad;  los  altozanos,  las  cañadas  y  las  torrenteras 
de  la  edad  primitiva,  antes  de  que  en  ella  alzaran  sus  vivien- 
-dias  tirios,  cartagineses,  griegos,  romanos,  visigodos,  bizanti- 
nos y  sarracenos.  Pero  los  informes  de  muchos  arquitectos,  no- 
ticias que  hallé  en  documentos  antiguos  y  lo  que  observé  al 
abrir  los  cimientos  de  casas  modernas,  me  retrageron  de  mi 
propósito;  partes  hay  de  la  vieja  población,  donde  á  poco  cavar 

se 


434  Málaga  Musulmana. 


se  encuentra  el  terreno  primitivo,  mas  también  hay  muchas  en 
las  que  precisa  ahondar  bastante  para  dar  con  el  firme. 

Por  lo  tanto,  fuera  de  algunas  ideas  generales,  como  las  de 
indicar  la  pendiente  de  la  calle  de  Alcazabilla  hacia  las  del  Cis- 
ter  y  Granada,  la  de  las  calles  del  Cister,  Cañón  y  Postigo  de 
los  Abades  hacia  el  Muelle,  la  torrentera  que  al  largo  de  la  de 
Granada  formarían  las  vertientes  del  Gibralfaro  y  el  Calvario, 
el  desnivel  que  ofrece  el  terreno  desde  las  Puertas  de  Granada 
y  Buenaventura  y  algo  más  allá  de  ésta,  que  solo  grandes  relle- 
nos han  podido  aminorar,  el  plano  suavemente  inclinado  desde 
las  calles  de  Santa  María,  Santa  Lucía  y  Andrés  Pérez  hasta  la 
marina,  fuera  de  ésto,  mi  descripción  teníaque  ser  poco  exacta 
y  muy  sugeta  á  errores;  una  considerable  capa  de  escombros, 
acumulada  durante  largos  siglos,  constituye  mucha  parte  del 
suelo  que  hoy  pisamos,  y  la  restitución  del  antiguo  campo  que 
recorrieran  los  mercaderes  púnicos,  para  buscar  asiento  á  su 
colonia,  tenia  que  ser  más  ideal  que  verdadera,  inspirada  más 
bien  en  la  fantasía  que  en  la  realidad. 

Por  otra  parte  éste  empeño  mió  era  asunto  de  mera  curio- 
sidad, con  cuya  realización  bien  poco  podía  ganar  la  Historia,. 
y  ante  la  imposibilidad  de  rematarle  cumplidamente,  aunque 
no  de  buen  grado,  tuve  que  renunciar  á  su  ejecución. 

Cuando  los  navegantes  fenicios  se  establecieron  en  nuestro- 
territorio  ¿había  ya  en  él  una  población  indígena,  algún  villare- 
jo  bástulo?  Es  lo  probable.  Que  la  costa  malagueña  estaba  ha- 
hitada  en  aquellos  apartados  siglos  puede  deducirse  de  las  co- 
modidades que  para  la  existencia  humana  ofrecían  el   cíelo,  el 

suelo 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  435 


suelo  y  la  situación  marítima  de  Málaga,  y  claramente  probar- 
se con  los  restos  que  en  una  cueva  próxima  se  han  hallado; 
huesos,  cerámica  y  otras  memorias,  que  se  suponen  de  la  edad 
prehistórica,  quizá  anterior,  quizá  coetánea  de  la  arribada  y  fun- 
dación de  los  fenicios  (i). 

Lo  adecuado  de  la  ensenada  malagueña,  mayor  entonces 
que  hoy  pues  el  mar  penetraba  más  al  interior,  para  anclar  las 
embarcaciones;  la  excelencia  de  la  tierra,  los  frutos  que  de  ella 
debían  obtenerse,  la  contratación  que  en  sus  playas  podía  desa- 
rrollarse, fijaron  en  estas  orillas  á  los  mercaderes  púnicos, 
creando  un  punto  de  escala  para  sus  embarcaciones  y  un  cen- 
tro comercial  en  la  navegación  mediterránea. 

¿Mas  donde  echaron  los  cimientos  de  su  factoría?  ¿Hacia 
que  parte  la  establecieron?  Guarda  la  tierra  éste  secreto,  que 
algún  dia  puede  revelar  cualquier  descubrimiento  arqueológico. 
Sospecho  sin  embargo  que  la  población  más  antigua  debió  es- 
tar en  la  falda  y  á  los  pies  de  la  Alcazaba,  pues  entonces  las 
ciudades  buscaban  eminencias  donde  atrincherarse,  y  ninguna 
más  adecuada  para  ello  que  aquella  por  su  situación  y  proxi- 
midad al  mar,  ninguna  que  haya  presentado  hasta  ahora  más 
importantes  vestigios  antiguos.  La  parte  más  alta  de  la  Alca- 
zaba ha  sido  conocida  con  el  nombre  de  la  Coracha^  que  tenia^ 
como 

(1)  Parece  que  estos  objetos  han  sido  lial lados  011  una  cueva  ]U'óxinia  á  Torreinoli- 
nos,  probablemente  la  ijíiisma  donde  colocaron  Ovando  y-lloa  el  lance  de  Marco  Graso, 
referido  en  la  'Sarracion\  Medina  Conde  lo  puso  en  la  cueva  llamada  del  lii^ucron  en 
loi  Cantalea,  camino  de  Vélez.  Sensible  ós  que  alguna  persona  perita  en  ar(|ueolo^'ia  pre- 
histórica no  se  baya  dedicado  á  re«;isti*ar  «ístas  y  otras  cuevas  de  nuestm  provincia,  en  las 

pie  seguramente  se  han  de  encontrar  importantes  memorias  de  los  primitivos  |>obladores 

le  España. 

59 


436  Málaga  Musulmana. 


como  dice  Medina  Conde,  al  principio  de  la  conquista^  así  como 
se  llama  también  la  Coracha  á  la  Alcazaba  granadina.  Si  éste 
nombre,  cual  creen  algunos  se  originó  en  los  idiomas  primitivos 
de  España,  ó  como  otros  sospechan  en  el  púnico,  sino  le  fué 
dado  á  dicho  lugar  por  los  musulmanes  españoles,  que  hubieran 
recibido  en  su  idioma  aquella  palabra  de  igual  modo  que  recibie- 
ron y  emplearon  otras  muchas,  determinaría  la  gran  antigüedad 
que  debieron  tener  éstas  fortificaciones,  derruidas,  reedificadas 
y  reparadas  en  diversos  tiempos  y  ocasiones  hasta  el  presente. 
Indicación  cual  se  vé  dudosa  y  de  dificilísima  resolución,  hasta 
ahora  no  indicada,  pero  digna  de  fijar  la  atención  de  los  doc- 
tos (i). 

Además  me  fuerza  á  aceptar  la  opinión  del  asiento  de  Mála- 
ga en  las  faldas  de  aquella  eminencia  una  idea  que  no  creo  des- 
tituida   de   fundamento.  Cuando  se  estudia  detenidamente  la 

historia 


(1)  Eguílaz,  Del  lugar  donde  fué  Iliberis,  Ciencia  Cristiana,  No v.  de  1880,  página 
277,  dice  que  Coracha  fué  en  la  Edad  Media  voz  sinónima  de  Calahoí^^a^  vocablo  ibero- 
celta  que  s¡{,^niíica  una  fortaleza  y  una  población  forti/lcada;  que  su  sinónima  Caura^ha  ó 
Coracha  és  también  una  palabra  céltica  que  viene  de  Gouriz,  Kelelz  y  Kloz  que  significan 
el  recinto  de  una  ciudad,  que  los  árabes  trascribieron  según  las  escrituras  granadinas  por 
^jj^  Kauracha.  Era  para  mi  tan  interesante  ésta  noticia  que  después  de  convencerme 
de  que  dicha  palabra  no  era  de  origen  árabe,  ni  admisible  la  etimología  arábiga  que  se  le 
dá  de  Caura  fosa  ó  cueva,  como  en-adamente  afirmó  Mármol,  pues  le  falta  una  letra  radi- 
cal, consulté  con  mi  excelente  amigo  el  ilustre  filólogo  P.  Fidel  Fita,  quien  contestó  á  mi 
consulta  manifestándose  poco  inclinadn  á  la  etimología  de  Eguilaz;  estractaré  su  carta  de 
la  cual  resulta,  que  si  Coracha  indica  la  cuesta  ó  subida  á  la  Alcazaba,  se  halla  asi  de- 
terminada en  el  bretón  Kreach,  cuc^^ta,  Krach  en  el  país  de  Vannes,  Carey  ó  craitj  en  el 
pais  de  Gales,  en  escocés  é  irlandés,  crag  en  inglés,  significando /Peñasco  escarpado,  dea- 
peñadero,  roquedal  eminente  y  castillo  roquero;  puede  ser  pues  esa  palabra  de  origen  cél- 
tico, aunque  esto  sea  muy  dudoso.  Créela  el  P.  Fita  mas  bien  púnica,  sospechando  que 
venga  como  Cirta  de  la  raiz  Karath,  cortar,  por  su  edificación  sobre  una  roca  tajada,  ó  de 
qarth  ciudad,  A  la  que  deben  su  no'  bre  algunas  ciudades  españolas,  por  lo  cual  se  incli- 
na á  proponer  qat*t  azza,  ciud^td  fu.  rte,  únicamente  como  una  conjetura.  Tan  solo  conje- 
turas puede  ofrecer  esta  antiquísima  palabra  aplicada  á  dos  fortalezas  la  granadina  y  la 
malagueña,  cual  en  el  texto  indico. 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  437 

^—^^^^^^^^^^^^— ^^^^^^^^^^^^— ™—     ^^■^^—  ^^— ^-^— ^^-^ 

historia  de  las  ciudades  se  vén  prolongarse  durante  siglos  cos- 
tumbres, usos,  oficios  y  faenas  determinadas  en  determinados 
lugares,  sobre  todo  cuando  son  apropósito  para  ejercerlas.  Creo 
que  el  desembarcadero  antiguo  vino  á  estar  lambien  al  pié 
de  la  Alcazaba,  donde  quizá  despuei  construyeron  los  roma- 
nos el  muelle  de  grandes  piedras  unidas  con  hierro,  de  que 
nos  habla  un  autor  musulmán,  hacia  el  actual  Desembaicadero 
de  la  Cal,  no  lejos  del  cual  estuvo  la  Aduana  mora,  hacia  el  mis- 
mo sitio  que  después  continuó  sirviendo  para  embarque  y  de- 
sembarque á  los  cristianos,  como  puede  verse  en  los  antiguos 
planos  y  vistas. 

¿Qué  aspecto  presentaba  la  antigua  ciudad  por  entonces, 
cuál  fué  su  recinto,  cuáles  sus  edificios  notables?  Imposible  és 
contestar  á  éstas  preguntas,  como  no  sea  con  vagas  imaginacio- 
nes; hasta  el  primer  siglo  de  la  Era  cristiana  no  empezamos  á 
tener  noticias  ciertas  de  Málaga;  durante  él  Strabon,  geógrafo 
de  mucha  autoridad,  dijo  que  tenía  más  aspecto  de  ciudad  feni- 
cia que  de  griega;  sin  duda  por  su  disposición  interior,  por  la 
construcción  de  sus  moradas,  por  sus  calles  y  fortificaciones, 
por  la  lengua  que  en  ella  se  hablaba,  las  costumbres  que  se  se- 
guían, por  sus  edificios  públicos  y  por  sus  templos. 

Ya  dije  que  de  los  sucesos  del  largo  periodo  histórico,  que 
se  extiende  desde  su  fundación  hasta  el  que  cité  antes,  ni  feni- 
cios, ni  cartagineses  dejaron  rastro  alguno  por  donde  averiguar- 
los. Mas  si  ésto  ocurre  en  la  Historia  no  así  en  Arqueología; 
pueS|  como  dejé  apuntado  antes,  la  influencia  púnica  se  nos  de- 
muestra tenaz  y  permanente  después  de  muchos  años  en  que 

dominaba 


458.  Málaga  Musux»uiAb 


ri«aa^MMMMM«M»Mia^a 


dominaba  en  Málaga  una  influencia  táa  arásalkidora  coai. 
rumana. 

Se  nos  demuestra  así  en  las  monedas  ant A  «srtodteda^ 
táñ  curiosas  revelaciones  nos  ofrecen  sol^é  -  0fMlrá>€ra<&id 
aquellos  tiempos.  En  sus  grabados  aparecen  1^  psíméias 
nifestaciones  á  veces  bastantes  bellas  ddí  arte  «ft  Málaga^  kgj[  Jj 
prueba  de  que  en  ella  era  hablada,  leidaí  j  escdta  lai iimig^  pú^^^. 
nica  á  mááde  los  dialectos  primitivos  espáfiol^^él>ma/Se  dechxivJlii. 
ce  de  sus  caracteres;  las  fisonomías,  bien  kermo¿a8|.  é  vec^s  ^^  £. 
Has,  de  ángulo  facial  recto,  de  txpteshu  y^L  gmiéoméMSi 
gica  y  dura,  que  sirvieron  al  grabador  de  modelo».  jy^Qr  i 
también  de  la  indumentaria  ó  modo  de  VMtirdeifiütteoQiH 
rro  cuadrado,  cónico  ó  marcadamente  griego.coatí|ite  cabc&uoiii 
c^abe2as,  ceñido  á  éstas  firecuentement»  pn  vítm4f^fípecM^éf^4SmLkf' 
dema,  quizá  por  una  sarta  de  perlas,  la  bariía  eiisoctijttdii  :|L=<!9Kd 
ropage  mantenido  por  un  broche  sobre  el  hombro  izquierdo;  ^^ks- 
to  en  los  hombres;  los  raros  adornos  que  se  venen  la  cabeza  de 
la  Diosa,  probablemente  tomados  de  los  que  usaban  las  an-^«ti- 
guas  malagueñas,  bien  trenzas,  bien  toquillas,  recogidas  KUas 
vestiduras  al  medio  del  pecho  también  por  un  broche;  las  ter — 3a- 
zas  del  herrero  indicando  que  donde  se  adoraba  al  patrono  de 
este  gremio  y  de  la  marinería  debían  trabajarse  metales  y  c^3e- 
dicarse  la  gente  á  la  navegación. 

Todo  esto  surge  ante  la  mente  á  la  vista  de  estas  antigu^as 
monedas,  maltratadas  por  el  tiempo,  desgastadas  y  carcoc»¿ 
das:  los  que  las  emplearon  en  sus  cambios  no  podían  presumir, 


Parte  segunda.  Capítulo  i  i. 


439 


cierta  de  aquella  sociedad,  tan  llena  de  vida  y  animación  en- 
tonces, hoy  tan  desconocida,  y  suplir  el  olvido  que  como  un  fú- 
nebre paño  envuelve  sus  memorias. 

Entre  las  cuales  es  importantísima  la  que  nos  conserva  del 
templo  donde  se  adoraron  indudablemente  las  divinidades  pú- 


nicas, una  de  las  cuales  dio  nombre  á  Málaga.  Su  frente,  cual 
se  vé  en  las  adjuntas  monedas  presentaba  cuatro  columnas 
sosteniendo  un  frontón  triangular,  en  medio  del  cual  había  un 
punto;  era  pues  de  la  clase  que  los  griegos  llamaban  tetrástylo 
6  de  cuatro  columnas;  era  además  próstilo,  es  decir  que  desde 
estas  al  ingreso  del  templo  había  un  pórtico,  al  cual  se  subía 
por  una  escalinata,  indicada  en  las  monedas  por  el  grabador, 
qnien  ha  marcado  también  por  encima  del  edificio  con  algunas 
líneas  el  techo  que  lo  cubría;  vése  además  en  la  moneda  la 
puerta  cerrada  en  forma  de  cruz,  disposición  que  hace  sospe- 
char si  seria  la  misma  que  la  del  ingreso  del  templo  de  Teseo 
en  Atenas,  en  el  cual  la  parte  superior  de  la  puerta  tenía  una 
especie  de  enrejado,  que  permitía  la  entrada  de  la  luz  cuando 
estaba  cerrada. 

El  templo  malagueño  debió  pertenecer  al  orden  Jónico  ó  al 
Corintio,  porque  las  columnas  tienen  marcados  no  solo  los  capi- 
teles, sino  que  también  las  basas,  las  cuales  no  existirían  si  se 
hubieran  seguido  en  la  construcción  las  reglas  del  Dórico  griego. 

;  Dónde 


440  Málaga  Musulmana. 


¿Dónde  estuvo  situado  éste  templo?  Muchos  de  los  que  se 
han  ocupado  de  Málaga  creen  que  en  la  Alcazaba  dando  vista 
al  mar,  por  la  costumbre  de  colocar  en  semejantes  sitios  éstos 
edificios  y  porque  á  la  subida  al  antiguo  palacio  moro  se  han 
hallado  restos  de  columnas  que  muy  bien  pudieron  pertenecer 
áél(i). 

Si  ésta  última  sospecha  se  determinara  en  una  realidad 
el  templo 

(i)     Guando  escribí  mi   Historia  de  Málaga  hice  notar  la  existencia  de  varios  mag- 
níficos trozos  de  columnas  romanas  empotradas  en  las  paredes  del  corredor  que  sale  á 
la  Haza  de  la  Alcazaba;  posteriormente  supe  que  había  otros  en  los  almacenes  de  efec- 
tos miniares  situados  en  la  misn:a  Haza.  Acusaban  éstos  trozos  la  existencia  de  un  monu- 
mento importante  y  me  propuse  su  restauración  ideal  para  consignarla  en  ésta  obra;  din- 
gime  al  efecto  á  mi  ij[ucndo  amigo  Monseñor  Tomás  Bryan,  ingeniero  por  la  Escuela  Cen- 
tral de  París,  quien  me  acompañó  en  mi  escursion,  tomando  las  medidas  de  los  trozos  y 
haciéndome  las  indicaciones  técnicas  que  sus  conocimientos  le  inspii*aban.    En  el  antedi- 
cho callejón  formando  la  esquina  izquierda  de  la  entrada  y  escalera  que  sube  á  la  Coman- 
dancia General  hay  un  trozo  de  columna  de  mármol  y  á  la  salida  del  mismo  otros  dos  em- 
potrados á  derecha  é  izquierda  en  la  pared,  con  unos  capiteles  corintios  sobrepuestos; 
en  el  almacén  antedicho  existen  otros  trozos,  sacados  del  mismo  sitio  por  el  maestro  de 
obras  Crespo  y  otro  tendido  por  la  parle  de  afuera  ante  la  tapia  de  los  mismos  almacenes. 
Pertenecieron  todos  ellos  á  columnas  estriadas,  con  la  particularidad  que  el  de  mayor  diá- 
metro, que  debió  ser  el  inferior,  tiene  las  estrías  llenas  con  un  bocel,  que  el  de  el  medio 
tiene  una  parte  con  su  bocel  y  el  resto  sin  él,  así  como  otro  de  los  trozos  que  és  de  menos 
diámetro  y  por  consiguiente  el  superior,  el  cual  presenta  vacias  las  estrías.  Siendo  las  me- 
didas de  éstos  trozos,  del  primero  en  su  diámetro  inferior  O"».  62  y  de  largo  i  m.  55,  del 
segundo  1  m.  75  de  longitud,  del  tercero  i  m.  90  de  lai^o  y  52  de  diámetro  suman  la  lon- 
gitud de  los  tres  5  m.  20,  debiendo  constituir  una  columna.  Si  se  examinan  los  diámetros 
de  éstos  trozos  y  se  comparan  con  la  altura,  las  proporciones  que  resullan  son  las  que  exi- 
gen las  reglas  arqu¡tect<')nicas  para  una  columna  corintia,  cuyo  módulo  (míladdel  diámetro 
de  la  parte  inferior  de  la  columna)  sea  O'".  31;  resulta  pues  que  con  los  tres  trozos  indica- 
dos puede  constituirse  una  columna  completa,  marcando  los  demás,  que  son  del  mismo* 
género,  la  existencia  de  otras.  KespectQ  al  modo  de  presentarse  sus  estrías  acomódase  per- 
fectamente á  la  usanza  del  arte  clásico,  pues  como  dice  Ortiz  y  Sanz — Los  diez  libras  de 
Architectura  de  M.  Vitrubio  Polion  traducidos  del  latin,  Madrid,  1787 — algunas  veces 
están  las  canales  llenas  en  el  primer  tei^do  de  las  columnas  con  un  bocel ^  según  te 
tienen  las  dos  del  presbyterio  de  la  Rotunda  de  Roma  y  otras.  Este  expediente  és  digno 
de  imitación  en  las  columnas  que  están  expuestas  á  padecer  algunos  golpes. 

Una  columna  de  gran  tamaño  se  encontró  también  en  los  cimientos  de  la  casa  que 
linda  por  la  derecha  con  Santo  Tomé;  n3  estaba  en  Málaga  cuando  se  encontró  y  no  pude 
asegurarme  si  era  igual  á  aquellas;  por  su  gran  tamaño  dejáronla  soterrada.  En  cuanto  ¿lot 
capiteles  corintios  sobrepuestos  á  las  columnas  de  la  Alcazaba  á  la  simple  vista  se  distin- 
gue  que  no  pertenecían  á  ellas,  pues  son  mucho  más  pequeños  y  ó  de  un  mal  artífice  ó  de 


^^ 


Parte  SEGUNDA.  Capítulo  ii.  441 

el  templo  malagueño  debía  ser  bien  hermoso,  pues  siguiendo  los 
cañones  del  orden  Corintio  al  que  corresponden  aquellos  mién- 
bros  arquitectónicos,  puede  asegurarse  que  el  edificio  á  que  per- 
tenecieran sus  columnas  (que  serían  estriadas,  llenas  con  un  bo- 
cel hasta  un  tercio  de  su  altura,  sin  él  en  el  resto  y  vacío  su 
•estriado)  siendo  tetrástilo,  probablemente  debía  tener  unos  vein- 
te metros  de  ancho  y  cuasi  la  misma  altura;  siendo  muy  proba- 
ble además  que  dentro  ó  en  alguna  de  sus  partes  tuviera  colum- 
nas también  corintias  de  menor  diámetro,  como  sucede  en  el 
templo  de  Neptuno  en  Poestum. 

Las  influencias  del  arte  griego,  bien  directamente,  que  és 
Jo  más  seguro,  bien  importadas  por  los  romanos,  y  perfectamen- 
te marcadas  en  el  templo  que  indican  las  monedas,  penetraron 
en  nuestra  población,  donde  llegaron  á  fundirse  ambas  razas, 
la  púnica  y  la  helénica.  Así  nos  lo  demuestra  también  la  ins- 
cripción en  caracteres  griegos  que  campeaba  en  el  redondo  pe- 
destal de  una  estatua,  erigida  á  cierto  Klodios — quizá  Tiberio 
Claudio  Juliano — patrono  y  gefe  de  una  corporación  de  Sirios 
y  Asiáticos  establecida  en  Málaga.  La  cual  prueba  que  en  ésta 
se  escribía  y  entendía  la  lengua  griega,  que  en  su  recinto  se  al- 
uzaban estatuas  á  sus  importantes  personajes  y  que  entonces, 
como 

una  época  de  decadencia.  En  el  precioso  museo  del  Sr.  Loring^  en  la  Concepción  se  hallan 
un  capitel  y  pedestal  corintio,  que  según  parece  se  encontraron  al  abrir  los  cimientos  de 
la  Aduana. 

En  vista  del  resultado  de  nuestras  investii,^ac¡ones,  de  la  existencia  de  varias  colum- 
nas, del  lugar  donde  se  hallaron,  del  orden  Corintio  á  que  todas  pertenecían,  de  las  indi- 
caciones que  para  la  interpi'eüicion  de  los  monumentos  contenidos  en  \ai  monedas  hace 
Dooaldson— ilrc/u(ec^ura  Numúimática,  Londres,  1859,— y  de  los  indicios  de  las  monedas, 
llegamos  á  sospechar  Monseñor  Bryan  y  yo  si  pertenecerían  al  temj)lo  que  atjuellas  indican; 
soy  poco  dado  á  sospechar  en  Arqueología,  pero  ésta  sospecha  reunía  tantas  razones  para 
concebirla,  que  la  he  indicado  en  el  texto. 


442  Málaga  Musulmana. 


como  ahora,  concurrían  á  ella  multitud  de  extranjeros,  atraidos 
por  la  contratación. 

Parecióme,  como  á  otros  muchos,  al  escribir  mi  Histoiriay 
que  el  vocablo  Gibral/aro,  compuesto  del  árabe  chebel  J-o.  raoalte, 
y  del  griego  faros ^  sin  duda  por  el  que  desde  la  cúspide  de 
aquella  eminencia  dirigía  entre  las  sombras  de  la  noche  á  los 
navegantes,  era  memoria  de  la  estancia  aquí  del  pueblo  helé- 
nico. Bien  pudo  serlo;  pero  también  pudo  tomar  ese  nomb>]r€ 
en  la  época  romana,  y  aun  después  en  aquella  otra  en  (juic 
los  bizantinos  fueron  señores  de  Málaga. 

A  las  influencias  africanas,  asiáticas  y  griegas  sucede  ^^ 
ésta  la  romana,  la  cual  si  al  comenzar  el  imperio  todavía  i:^^ 
las  había  podido  absorver  por  completo,  las  fué  haciendo  d^* 
saparecer  con  el  tiempo.  Durante  el  largo  trascurso  de  es 
siglos  ignoramos  cuasi  por  completo  las  vicisitudes  de  nues't 
población,  aunque  podemos  asegurar  que  si  en  los  albo 
del  gobierno  imperial  se  mostraba  decadente,  hubo  de  veYr^^ 
cerse,  participando  de  la  prosperidad  que  proporcionaron  ^*-* 
mundo  romano  los   emperadores   Flavios. 

Su  recinto  debió  estenderse,  quizá  por  sucesivos  ensanch^^^ 

en  las  postrimerías  romanas  al  que  después  encerraren  las  muf^- " 

lias  moras;  espacio  bastante  reducido,  dentro  del  cual  raro  és     ^^ 

sitio  en  que  al  removerse  el  terreno  no  se  encuentran  meraorí^-^ 

del  municipio  Flavio  Malacitano,  en  medallas,  lámparas  de  t>^-' 

rro,  jarros,  sepulcros,  estatuas  más  ó  menos  mutiladas,  pavim^^^' 

tos  de  mármol  y  restos  de  construcciones  (i). 

¿Estaba 

(1 )     Asejíura  Muivjon  fjuc  al  abrirse  los  cimientos  de  la  que  hoy  es  edificio  de  ?aii    TW- 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  443 

¿Estaba  la  ciudad  amurallada  por  entonces?  Es  muy  pro* 
bable,  pues  aunque  no  han  quedado  señales  ciertas,  como  en 
otras  ciudades,  aunque  no  he  encontrado,  por  más  que  me  fijé 
atentamente  y  en  varias  ocasiones,  en  las  viejas  murallas  sarra- 
cenas 


mo  se  encontró  un  enterramento  constituido  por  varios  nichos,  como  de  media  Tara  de 
hueco,  que  estaban  dentro  de  una  bóveda  de  i5  pies  de  largo  y  ocho  de  ancho,  levantados 
tres  pies  del  pavimento  y  fronteros  unos  nichos  de  otros,  encerrando  restos  humanos,  y  en 
los  cimientos  de  las  aulas  un  cráneo  grande  y  una  moneda  de  Antonino  Pío.  Cuenta  tam- 
bién que  al  labrarse  las  casas  consistoriales,  que  estuvieron  en  la  Plaza  de  la  Constitución, 
se  hallaron  jarrones,  platos  y  vasijas  vidriadas;  en  otro  sitio  una  urna  con  dos  jarros  vi- 
driados de  blanco  de  diverso  tamaño,  con  asas  uno  y  otro  sin  ellas,  y  dentro  del  menor 
derla  tierra  roja  y  cenicienta;  en  el  mayor  cenizas  y  huesos  quemados;  en  la  misma  Pia- 
la unos  enterramentos,  de  los  cuales  dio  el  dibujo  Medina  Conde,  del  cual  desconfío  mu- 
cho. El  cual  Medina  Conde  continúa  indicando  las  antigüedades  descubiertas  en  Málaga 
que  enumero,  extractándolo  y  dejándole  toda  la  responsabilidad  de  sus  asertos  como 
siempre  confusos,  sin  distinguir  muchas  veces  á  qué  época  pertenecieran  los  hallazgos. 
En  calle  de  Beatas  en  unos  cimientos  se  encontraron  arcos,  patios,  columnas  y  habitacio- 
nes enlosadas;  lo  mismo  al  construir  un  ángulo  del  convento  de  S.  Agustin;  junto  »1  Pos- 
tigo de  los  Abades  arcos  de  primorosa  arquitectut^a  y  piezas  bien  enladrilladas;  en  la  ca- 
sa frontera  á  la  Catedral  por  la  puerta  de  las  Cadenas  y  en  el  Cistér  arcos  de  fábrica  roma- 
na; al  cimentar  el  convento  de  S.  Francisco  una  casa  con  repartimientos  á  modo  de  celdas 
y  nna  moneda  con  rostro  humano  y  en  el  revei*so  una  colmena  con  abejas.  En  el  barrio  del 
Perchel,  restos  de  edificios  y  vasos  Hacriíicales  gentílicos.  Kn  el  Matadero  otro  antiguo  odi- 
fldo,  que  Morejon  dio  por  un  templo  y  un  acueducto;  no  me  inspira  tal  confianza  la  criti- 
ca del  buen  Morejon  que  siga  su  aserto.  Al  abrir  los  cimientos  de  la  Aduana  se  hallaron  á 
gran  profundidad  inscripciones,  estatuas,  pedestales,  un  horno  de  fundición  con  once  bar- 
ras de  plata,  un  acueducto,  varios  cstanqut^s  estucados  de  rojo  y  un  losado  magnífico  de 
mármol  negro  que  seguía  bajo  el  cuadro  de  la  Aduana,  ladrillos  grandísimos  cuasi  de  vara 
en  cuadro  y  un  mortero  de  jaspón;  en  los  mismos  cimientos  hacia  el  lado  de  calle  del  Cistér 
nn  álgibe  ovalado  de  tres  varas  y  tercia  de  largo,  y  dos  y  media  de  ancho,  abovedado,  den- 
tro huesos  humanos,  un  plato,  un  dado  y  una  moneda.  En  los  cimientos  de  la  portada  prin- 
dpal  de  la  Catedral  se  encontraron  bajo  una  pizarra  y  en  un  pellejo  cuasi  deshecho  ochen- 
ta y  dos  monedas  romanas  de  oro;  2  de  Tiberio,  9  de  Nerón,  3  de  Galba,  1  de  Vitelío,  13 
de  Vespasiano,  6  de  Domiciano,  8  de  Nena,  10  de  Trajano,  i  de  Platina,  14  de  Iladriano, 
2  de  Sabina  Augusta,  8  de  Antonino,  1  de  M.  Aurelio,  2  de  Faustina,  i  de  Conmodo  y  1 
de  Matildia;  además  en  los  cimientos  del  Palacio  obispal  2  de  Justiniano. 

En  los  tiempos  modernos  en  muchas  parte?^  y  ocasiones  se  han  encontrado  vestigios 
antiguos,  con  motivo  de  las  nuevas  edificaciones,  de  la  traida  de  aguas  de  Torremolinos  ó 
por  accidente.  Así  al  abrir  los  cimientos  de  una  casa  de  la  calle  de  Mosquera  y  de  otra  de 
sus  linderas  en  la  de  Andrés  Pérez,  se  halló  en  un  hueco  unas  plaiichitas  de  oru  y  en  ellas 
figurado  un  sol,  que  algunos  creyeron  pilmicas;  en  la  calle  de  Santa  María  junto  á  Santo  To- 
mé una  magnifica  columna. 

6o 


444  Málaga  Musulmana. 


cenas  restos  evidentes  de  las  romanas,  el  uso,  las  necesidades 
de  aquellas  épocas  y  ciertos  emplazamientos,  linderos  con  el  re- 
cinto moro,  me  han  hecho  formar  esta  opinión  (i), 

¿'Defendía  á  la  ciudad  algún  arx^  alguna  fortaleza,  situada 
en  la  Alcazaba?  Es  también  muy  probable;  pero  aunque  hay 
quien  ha  sospechado  que  por  ser  conocidamente  romano  el  nom- 
bre de  Fontanella^  que  según  algunos  llevaba  una  puerta  de  la 
Alcazaba,  ésta  amparaba  ya  á  Malaga  en  tiempos  de  Roma, 
•és  lo  cierto  que  ninguna  puerta  de  la  Alcazaba,  como  demos- 
traré, fué  conocida  con  este  nombre;  y  aunque  lo  fuera  pudo 
muy  bien  haberlo  recibido,  no  ya  solo  en  la  época  romana,  sino 
hasta  en  la  bizantina  y  aun  en  la  mozarábiga. 

Creíase  también  y  por  personas  muy  autorizados,  que  la  tor- 
re Blanca  del  castillo  fué  en  aquellos  tiempos  faro  romano  y 
parte  de  una  fortaleza;  he  estado  al  pié  de  Torre  Blanca,  en 
compañía  de  personas  peritas  en  el  arte  de  construir,  y  he  po- 
dido convencerme  que  és  completamente  árabe,  por  la  gruesa 
argamasa  con  que  está,  asentada  en  la  roca  y  por  su  construc- 
ción, como  diré  más  adelante.  Su  forma  cuasi  redonda,  que  al- 
gunos presentan  como  argumento  en  pro  de  su  origen  romano, 
nada  prueba;  los  moros  también  labraban  torres  redondas;  la 
Tone  Gorda  tenía  la  misma  forma  que  Torre  Blanca  y  fué  una 
construcción  propiamente  musulmana. 

De  los  edificios,  públicos,  distribución  de  calles,  plazas, 
^  man- 

(i)  El  arquitecto  D.  Manuel  Rivera,  cuya  ilustración  y  veracidad  rae  son  notorias,  roe 
lia  referido,  que  al  labrar  una  casa  junto  á  la  Plazuela  de  S.  Pedro  Alcántara,  encontró  i 
mucha  profundidad  grandes  emplazamientos  como  de  fortaleza,  que  seg^un  su  parecer  y 
por  su  descripción  entiendo  que  eran  romanos;  también  halló  gruesos  muros  en  las  obras 
4|ue  hizo  en  calle  de  Carmelitas. 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  445 

mansiones  particulares,  foros,  pretorios,  ninguna  referencia 
puedo  hacer,  sino  decir,  cual  al  principio  de  éste  capítulo,  que 
bajo  los  escombros  de  las  casas  moras  y  de  muchas  otras  cris- 
tianas consérvase  el  secreto  de  lo  que  en  sus  días  fué  la  ciudad 
malagueña,  durante  algún  tiempo  confederada  con  Roma  (i). 

Población  que  reflejaba  la  vida  romana  en  su  recinto,  vi6 
probablemente  incrustadas  en  las  paredes  de  su  foro  las  her- 
mosas planchas  de  bronce  que  contenían  su  constitución  mu- 
nicipal; vio  también  alzarse  en  él,  ó  á  lo  menos  dentro  de  sus 
muros,  hermosas  estatuas  de  emperadores  y  emperatrices,  de 
proceres  insignes  y  ciudadanos  ilustres. 

En  una  parte  se  vería  el  monumento  erigido  á  la  Victoria 
Augusta,  á  costa  de  los  ediles  Lucio  Octavio  Rústico  y  Lucio 
Granio  Balbo,  más  aficionados  á  hermosear  la  ciudad  á  sus  es- 
pansas  que  los  de  nuestros  tiempos;  en  otra  las  estatuas  de  los 
emperadores  Septimio  Severo  y  Marco  Aurelio,  erigidas  por  el 
municipio;  en  otra  la  de  un  importante  munícipe  malagueño  Lu- 
cio Cecilio  Basso,  decretada  por  el  ayuntamiento,  pero  costea- 
da por  Valeria  Macrina  esposa  de  Lucio;  la  de  un  personaje,. 
quizá  hijo  de  Málaga,  patrono  de  la  ciudad,  Lucio  Valerio  Pró- 
culo,  que  había  ocupado  altísimas  promociones  en  la  adminis- 
tración y  en  la  milicia  en  Asia,  Europa  y  África;  la  que  elev6 
el  municipio  á  Cornelia  Lucila,  esposa  de  éste  personaje,  ha» 
biéndole  sido  devuelto  el  importe  de  la  erección  por  Publio  Clo- 
dio  Aténio;  y  la  de  otro  patrono,  cuyas  grandes  dotes  proclama 

una 


(i)    Este  relleno  és  Un  grande  qae  al  abrir  los  cimientos  de  una  casa  en  la  Plazuela  del 
Toril  se  haUaron  como  á  cinco  metros  de  profundidad  restos  de  una  torrentera. 


44^  Málaga  Musulmana. 


una  inscripción  mutilada  (i). 

Las  iras  del  tiempo  y  las  de  los  hombres  derribaron  las  es- 
tatuas de  sus  pedestales;  rotas,  fragmentarias,  muchas  desapa- 
recieron soterradas  quizá  para  siempre;  algunas  han  vuelto  á  ver 
la  luz  después  de  centenares  de  años.  Todavía  se  conservan, 
merced  á  la  buena  voluntad  del  Excmo.  Sr.  D.  Jorge  Loring» 
entre  las  florestas  de  su  hacienda  La  Concepción^  varios  restos 
de  ellas,  los  únicos  que  se  conocen  de  Málaga  y  que  represento 
en  la  adjunta  lámina. 

Pertenece  el  trozo  número  i,  que  tiene  próximamente  90 
centímetros  de  alto  y  53  de  ancho,  á  una  estatua  de  hombre,  y 
aun  puede  que  de  muger,  de  pié,  envuelta  en  la  toga  ceñida  al 
cuerpo  por  delante  del  pecho;  toga  formada  por  un  segmento 
de  círculo;  viste  túnica  estrecha  y  tiene  indicado  hacia  la  cin- 
tura el  lugar  que  debía  ocupar  el  ceñidor.  Aunque  no  de  muy 
buena  época,  los  paños  están  bien  marcados  y  agrupados  natu- 
ralmente, demostrando  que  ésta  imagen  debía  presentarse  bas- 
tante hermosa  á  los  que  la  contemplaron  íntegra. 

Más  artística,  más  trabajada,  debió  aparecerles  aquella  á 
que  correspondió  el  trozo  número  2,  de  la  cual  se  conserva  des- 
de los  hombros  hasta  el  arranque  de  las  piernas;  la  toga  es  más 
ancha,  los  pliegues  más  profusos,  forman  ante  el  pecho  uno  muy 
ancho,  el  nimbo  romano,  sujeto  por  los  del  otro  extremo  de  la  to- 
ga; se 


(1)  Nuestra  ciudad  fué  dosgracíadanicnte  muy  favorecida  por  los  falsarios  epigrafistas, 
sobre  todo  por  el  desdicliado  Medina  Conde,  que  falsificó  varias  inscripciones;  alg^inas  de 
las  cuales,  hasta  el  mismo  I)r.  Herlanga  aceptó  por  genuinas;  sus  posteriores  estudios  que 
ha  tenido  la  bondad  de  indicarme  le  han  probado  lo  contrarío,  como  manífestaFá  eq  h 
obra  que  prepara  sobre  epigrafía  malagueña,  tan  erudita  como  todas  las  suyas. 


Lil.P»m  jBtrroeal  Fi!to¿rifi»s  ii  J  Qit. 

ANTIGÜEDADES  MALAGUEÑAS  PERTENECIENTES  AlA  ÉPOCA HISPANO-ROMANA 

-  Conservadas  en  la  Hacienda  la  Concepción  - 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  447 

ga;  se  distingue  el  ceñidor  que  sugeta  la  cintura.  Tiene  de  alto 
próximamente  un  metro  y  de  ancho  70  centímetros. 

El  trozo  aquí  representado  que  mide  66  centímetros  de  alto 
y  54  de  ancho,  demuestra  ó  una  gran  decadencia  del  arte,  ó  un 
escultor  bien  ínfímo;  se  encuentra  sumamente  deteriorado,  pues 
las  inclemencias  del  tiempo  han  hecho  más  mella  en  él  que  en 
todos  los  demás  trozos,  los  cuales  están  mucho  mejor  conserva- 
dos; como  las  anteriores  pertenece  á  una  época  bien  adelantada 
del  Imperio  romano;  persona  tan  erudita  en  esta  clase  de  traba- 
jo y  tan  avezada  al  estudio  de  la  escultura  antigua  como  mí  ex- 
celente amigo  el  Sr.  D.  Manuel  Oliver  Hurtado  las  considera 


pertenecientes  al  IH  ó  IV  siglo  de  la  Era  cristiana.  Muestra  és- 
te la  toga  enrroUada  en  la  cintura,  formando  lo  que  se  llamaba 
el  cinto  gabina;  los  pliegues  de  la  toga  debían  pasar  después  por 
io  alto  de  la  cabeza  cubriéndola. 

La 


448  MALAGA  Musulmana. 


La  más  bella  de  todas  es  la  que  representa  el  número  3;  la 
que  el  desdichado  Medina  Conde  atribuyó  á  la  emperatriz  Cor- 
nelia Salonina,  esposa  de  Galerio,  la  cual  probablemente  per- 
tenece al  siglo  II  de  J.  C.  Es  de  mármol  blanco,  y  ha  lle- 
gado á  nosotros  sin  cabeza,  sin  hombros  y  sin  parte  de  ambos 
brazos;  su  altura,  tal  cual  hoy  se  encuentra,  sin  el  plinto,  és  de 
I  metro  43  centímetros.  Viste  una  túnica  talar,  que  bajando  ple- 
gada graciosamente,  aunque  con  cierta  monotonia,  con  dema* 
siada  euritmia  diría  un  crítico  de  arte,  llega  hasta  el  plinto,  cu- 
briendo algo  de  los  pies,  calzados  con  una  especie  de  babucha 
de  punta  redonda.  Del  lado  izquierdo  baja  el  manto  al  par  d 
la  túnica;  por  el  derecho,  siguiendo  la  espalda  desde  aquel  hom 
bro  hasta  pasar  por  debajo  del  opuesto,  sube  diagonalmente  po 
delante  hacia  la  izquierda,  cayendo  por  detrás  de  éste  hombr 
cuasi  hasta  los  tobillos.  En  ésta  disposición  cubre  el  brazo  iz 
quierdo,  dejando  al  descubierto  la  mano;  en  la  cintura  aparee 
bastante  alto  el  ceñidor;  el  brazo  derecho  debía  mostrarse  ente- 
ramente libre. 

Con  las  graciosas  curvas  de  su  correcto  dibujo,  con  las  her 


mos?.s  formas  de  su  cuerpo,  acusadas  en  algunas  partes  por  1 
habilidad  del  escultor,  con  su  corte,  fino,  y  gracioso,  con  el  air 
aristocrático  de  una  hermosa  patricia,  debió  mostrarse  hace  ce 
tenares  de  años  á  los  que  nos  precedieron  en  la  tierra  que  hab 
tamos.  Cuál  si  el  genio  tutelar  de  las  artes  la  hubiera  cubiert       o 
con  su  égida  al  volver  á  la  luz,  se  nos  muestra  hoy  á  la  sombr     -2 
de  un  precioso  templo  que  encierra  antigüedades  romanas,  ran^- 
<leada  de  vestigios  antiguos,  entre  umbrosa  arboleda,  mezclaa  - 


Parte  segunda.  Capítulo  ik  449 

do  á  la  naturaleza,  perennemente  llena  de  vida,  memorias  de 
viejos  tiempos,  recuerdos  de  grandezas  extinguidas,  de  inmensas 
revoluciones,  de  luchas  heroicas,  mezclando  las  inspiraciones  de 
la  imaginación  á  un  ríente  paisage  de  nuestro  Mediodía.  Se  nos 
presenta  dominando  graciosa  y  elegante  el  surtidor  de  agua  cris- 
talina que  brota  á  sus  plantas  y  mirándose  en  el  pequeño  lago, 
cuyas  móviles  ondas  reflejan  su  imagen,  siempre  admirada, 
siempre  estimada,  en  esa  indestructible  soberanía  que  ejerce  la 
hermosura;  como  un  adorno  á  la  vez  que  como  una  memoria, 
como  un  homenaje  del  gusto  moderno  á  la  perenal  belleza  del 
arte  clásico. 

Si  un  deber  de  delicadeza  no  me  lo  impidiera  aquí  publicara 
uno  de  los  más  importantes  restos  romanos  encontrado  en  Má- 
laga; es  un  pié  gigantesco — 83  centímetros  de  largo  por  39  de 
ancho,  25  de  talón  y  5  en  la  zuela  del  zapato — Algunos  creen 
que  ha  pertenecido  á  una  estatua  y  siguiendo  las  reglas  de  la  es- 
cultura, dado  que  la  efigie  á  que  perteneció  estuviera  de  pié,  de- 
bió tener  la  extraordinaria  altura  de  más  de  5  metros.  Creen 
también  por  sus  adornos  y  su  ejecución  que  probablemente  se 
debió  á  las  últimas  épocas  del  imperio  y  aún  hasta  á  aquellas 
otras  en  que  los  bizantinos  dominaron  en  Málaga,  y  que  debió 
representar  á  algún  notable  personaje.  Por  el  contrario  ei  Doctor 
Berlanga  estima,  fundado  en  que  la  planta  del  pié  no  muestra 
señales  de  entronque  bastante  para  sostener  tan  grandiosa  es- 
tatua, que  éste  resto  antiguo  no  és  más  que  un  pié  votivo^  con- 
memoración del  deseo  mostrado  por  Málaga,  del  retorno  á  su 
recinto  del  personaje  á  que  se  refería,  opinión  que  me  parece 

cimentada 


450  Málaga  Musulmama. 


cimentada  en  una  razón  bastante  poderosa  (i).  Personas  tan 
autorizadas  como  los  Sres.  D.  Pedro  Madrazo  y  D.  Manuel  OH- 
ver  son  los  que  le  consideran  miembro  de  una  estatua  colosal, 
pues  la  parte  superior  aparece  como  rota;  aunque  guardan  la 
conveniente  reserva,  porque  solo  han  llegado  á  ver  la  fotografía 
que  de  él  les  he  remitido. 


No 


(1)  Encontróse  éste  pié  abriendo  los  cimientos  de  una  casa  de  la  Plazuela  del 
Toril,  hacia  la  esquina  de  la  calleja  del  mismo  nombre,  á  unos  cuatro  ó  cinco  metros  de 
profundidad,  precisamente  debajo  del  sitio  donde  estuvo  muchos  años,  según  me  han  di- 
cho, la  inscripción  griega  antes  citada;  estaba  como  caido  en  aquel  lugar,  en  cuyos  alrede- 
dores se  encontraron  monedas  árabes  de  oro,  otras  de  cobre  y  porción  de  cerámica.  Cunn- 
do  éste  descubrimiento  hallábame  fuera  de  Málaga  y  fué  imposible  hacerme  cargo  de 
él.  El  pié  está  calzado  con  una  especie  de  botin  con  adornos  de  realce,  dejando  ver  los  de- 
dos del  pié,  ceñido  en  la  parte  delantera  por  una  especie  de  cintas  anchas;  el  talón  está  por 
detrás  cortado  á  plano;  en  la  parte  superior  del  botin  hace  la  piedra  una  especie  de  grueso 
reborde  que  parece  los  extremos  de  alguna  parte  del  traje  ó  vuelta  del  mismo  botin.  No 
contento  con  haber  consultado  largamente  con  mi  excelente  amigo  el  Doctor  Berlanga  y  con 
el  reputado  escultor  Gutiérrez  de  León,  quien  me  hizo  algunas  importantes  indicaciones  sobre 
éste  punto,  consulté  con  mi  excelente  amigo  el  Sr.  D.  Pedro  Madrazo,  una  de  las  más  al- 
tas autoridades  en  arqueología  artística  de  España,  enviándole  una  fotografía  del  mismo; 
el  Sr.  Madrazo  tuvo  la  bondad  de  contestarme  lo  siguiente: 

«La  fotografía  no  consiente  emitir  juicio  seguro  acerca  de  ese  pié,  pero  por  lo  que  de 
eiia  se  colije,  parece  evidente  que  fué  obra  de  cincel  bastardo.  Sus  dedos  se  mar- 
can de  un  modo  poco  correcto  en  el  cálceus^  ó  borceguí,  que  le  cubre,  y  por  otra  par- 
te, el  adorno  de  ramaje  que  éste  calzado  ofrece,  acusa  al  primer  golpe  de  vista  una  deri- 
vación enteramente  oriental,  y  aun  del  Bajo  Imperio.  Son  folias  bizantinas  á  no  dudarlo 
las  que  constituyen  ese  ramaje.  Semejante  adorno  es  completamente  extraño  al  arte  roma- 
no del  buen  tiempo,  y  de  consiguiente  hay  cierto  fundamento  para  conjeturar  si  podría  ese 
pié  representar  el  de  algún  patricio  insigne  de  los  que  habían  ejercido  magistratura 7  te- 
nían por  tanto  el  derecho  de  calzar  el  múlleus,  ó  botin,  ya  rojo,  ya  de  color  de  violeta,  es- 
culpido en  la  costa  hética  en  el  siglo  en  que  los  imperiales  bizantinos  estuvieron  apodera- 
dos de  ella». 

«(Considerado  después  éste  calzado  en  sí  mismo,  se  vé  claramente,  más  lo  que  és,  lo 
que  no  és.  No  és  la  crépida,  ni  la  sólea^  ni  el  sandalium,  ni  la  boxa,  ni  los  sculponea^  ni 
el  diabraihrum^  ni  la  carbalinay  ni  el  endromis:  que  éstos  diferentes  calzados  dejaban 
descubierta  una  parte  del  pié.  No  és  tampoco  el  soccus^  ni  las  gallicce^  ó  zapatos  galos, 
porque  el  calzado  de  ésta  especie  no  cubría  el  tobillo  y  el  de  nuestro  pié  colosal  le  cubre. 
Podrá  dudarse  si  éste  es  el  phopcasium  ó  zapato  blanco  de  los  sacerdotes  de  Grecia  y  Ale- 
jandría; y  nun  podría  ser  verosímil,  dado  el  saliente  que  se  percibe  en  la  caña  del  pié, 
resto  probable  de  un  pantalón  al  uso  persa  y  de  otras  regiones  orientales,  que  el  calzado  que 
nos  ocupa  fuese  un  cothumo  ó  zuncha^  botin  alto  que  llevaban  bajo  los  pantalones  en 
aquellos  países». 

«Si  ésta  conjetura  pareciese  aceptable,  lo  mismo  que  la  zancha^  podia  aspirar  á  hallar- 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  451 

No  se  sabe  si  Málaga  se  proveería  de  agua  en  sus  pozo& 
6  tomándola  del  rio,  como  en  la  época  muslímica;  hay  quien 
sostiene  que  de  la  fuente  del  Almendral  del  Rey  salía  un  acue- 
ducto que  abastecía  la  población;  pero  ésta  es  una  presunción, 
fundada  en  viejas  construcciones  que  cerca  de  aquel  lugar  se 
veían,  hasta  ahora  no  comprobada  con  otras  que  mostraran  la 
entrada  de  ese  acueducto  en  Málaga.  Hacia  el  comedio  de  ésta 
existe  soterrado  un  manantial  copiosísimo,  que  pudo  estar  descu- 
bierto en  la  antigüedad,  hacia  el  Seminario,  Santo  Tomé  y  la 
Catedral,  cerca  de  cuyos  sitios  se  ha  encontrado  abundancia  de 
aguas  y  restos  de  grandes  atargeas  para  conducirlas.  La  tradi- 
ción ha  conservado  un  recuerdo  confuso  de  éste  manantial,  que 
no  fué  conocido  tampoco  en  la  época  muslim,  sobre  todo  en 
sus  últimos  tiempos:  confirman  su  existencia  la  abundancia  de 
agua  que  entorpeció  los  trabajos  en  los  cimientos  de  la  Cate- 
dral, y  la  que  hace  poco  se  halló  al  abrir  los  de  una  casa  en  la 
Plazuela  del  Obispo;  confírmala  también  la  que  brota  hacia  el 
comedio  del  puerto,  dulcificando  las  del  mar  en  determinado 

sitio 


se  representado  en  el  gigantesco  pié  que  tenemos  á  la  \ísta  el  pero^  calzado  elegante  alto 
eomo  el  cothumo^  7  el  arbule  6  medio  botin,  que  remataba  en  la  caña  del  pie  cubriendo 
el  tobillo.» 

Esta  disparidad  de  opiniones  entre  autoridades  muy  respetables,  me  obligaría  á  en- 
tnur  en  largas  discusiones  sobre  ellas,  asi  como  sobre  otras  no  menos  importantes:  y  como 
lolimente  me  he  propuesto  tratar  las  cuestiones  de  la  arqueología  antigua  malagueña, 
como  lo  hice  en  en  la  Narración  y  en  la  Numismática  para  enlazarla  con  el  asunto  de 
íttm  obra,  del  cual  me  alejaría  entrando  en  disquisiciones  de  otro  género,  las  indico, 
inclinándome  á  la  que  me  parece  más  probable.  Con  tanta  más  razón  cuanto  que  han 
ie  ser  tratadas,  con  singular  estension  por  el  Dr.  Berlanga,  al  publicar,  como  se  pro- 
pone, la  epigrafía  de  la  provincia  de  Málaga;  publicación  importantísima,  que  me  lisongco 
baber  decidido  con  mis  amistosas  excitaciones,  en  la  que  tienen  su  lugar  designado  éste  y 
)tro8  asuntos,  á  los  cuales  no  debo  tocar  aquí  más  que  de  pasada. 

61 


45^  Málaga  MusuliíTana. 


:sitio  y  dejando  sentir  sobre  las  ondas  en  días  serenos  el  herví- 
<lero  que  forma  su  salida. 

Una  inscripción  nos  ha  conservado  la  memoria  de  cierto  de- 
pósito de  agua — lacus — legado  por  el  vecino  Lucio  Granio  Silo 
á  Málaga.  ¿Fué  éste  depósito  destinado  al  servicio  de  algún 
templo,  á  regar  jardines  que  hermosearan  la  ciudad,  ó  al  abas- 
tecimiento de  ésta?  ¿De  dónde  tomaba  sus  aguas,  de  pozos  ó  de 
algún  acueducto  que  las  recogiera  del  rio?  Cuestiones  son  ésta$ 
imposible  de  solucionar. 

Ya  que  no  ha  quedado  en  Málaga  memoria  de  más  edifi- 
cios notables  que  el  antedicho  templo,  quédanos  la  de  un  lugar 
«n  donde  sus  vecinos  se  solazaron  con  los  goces  del  drama  ó 
de  la  comedia  antigua,  quizá  con  los  sangrientos  placeres  del 
anfiteatro.  Este  existió  fuera  de  muros,  pues  al  abrir  los  ci- 
mientos de  lo  que  fué  Hospital  de  Santa  Ana  y  Convento  de  la 
Paz  ó  sea  en  toda  la  acera  derecha,  mirando  al  N.,  de  la  Plaza 
de  la  Merced,  se  hallaron  restos  de  bóvedas,  sobre  los  cuales 
asentaban  trozos  de  galería  en  forma  circular.  Edificio,  que 
aunque  derruido,  se  conservaría  en  la  época  musulmana,  pues 
los  moros  malagueños  llamaron  Bib  Almalaab^  ^^^^\  w^b  Puerta 
del  Teatro^  sin  duda  á  la  que  después  se  llamó  Puerta  de  Gra- 
nada (i). 

Los  alrededores  debían  ofrecer  el  mismo  espectáculo  que 
presentaban  poco  antes  de  la  conquista:  un  arrabal  entre  las 
fortificaciones  y  el  rio  con  huertas,  quizá  con  casas  de  recreo; 
otro, 


(1)    Medina  Conde,  Conv.  mal.  T.  II.  pág.  154.  Aben  Aljathib^  Parangón  entre  Mar 
loga  y  Salé. 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  453 

otro,  menos  poblado  del  lado  opuesto,  también  con  huertas  y 
mansiones.  En  los  cuales  debió  haber  además  industrias  de  al* 
iahareria  y  probablemente  de  salazón. 

En  cuanto  á  enterramentos  debieron  hacerse  en  diversas 
partes  y  ésmuy  posible  que  estuvieran  alo  largo  délas  vías  ro- 
manas indicadas  más  adelante.  Ailemás  en  diversos  sitios  de  ella,, 
hasta  en  las  estribaciones  de  los  cerros  próximos  al  Gibralfaro,, 
se  han  encontrado  sepulturas  romanas.  Las  inscripciones  fune- 
rarias nos  han  conservado  el  recuerdo  de  Quinto  Cecilio  For- 
tunaciano,  padre  excelente  y  virtuosísimo^  dice  el  epígrafe,  muerta 
á  los  treinta  años,  y  del  niño  Cayo  Valerio  Crescens  (i). 

Una  vía  romana  siguiendo  la  costa  de  Levante  penetraba 
en  la  población,  otra  salía  de  Málaga  por  la  costa  de  Poniente,, 
bastante  próxima,  según  generalmente  se  cree,  al  mar,  y  se  di- 
rígía  á  Cádiz,  tocando  dentro  del  actual  territorio  de  nuestra 
provincia  en  las  poblaciones  de  Suel  y  Cilniana,  que  estaban 
cerca  de  Fuengirola  y  en  el  despoblado  hoy  de  las  Bóvedas. 

Alguna  de  éstas  vías  fué  reparada  á  principios  del  tercer  si- 
glo de  J.  C,  pues  aun  puede  verse  una  inscripción,  que  grabada 
en  un  hermoso  trozo  de  piedra,  única  que  se  conserva  entre  las 
malagueñas 

(i)     En  una  de  las  estribaciones  del  cerro  que  por  Levante  se  une  al  Gibralfaro,  cuasi 
frente  á  la  Plaza  de  Toros,  en  una  cuesta,  hoy  allanada  en  parte  y  sobre  un  barranco  que 
cae  al  camino  de  Velez,  donde  está  formando  una  preciosa  quinta  mi  muy    querido- 
amigo  el  Sr.  Oses,  cuyas  excelentes  fotografías  tanto  realce  han  dado  á  esta  obra,  se 
han  hallado  sepulturas  de  la  época  romana  interesantísimas,  que  demuestran  la  existencia 
en  éste  lugar  de  multitud  de  enterramentos  de  la  misma  especie.  Hace  algún  tiempo  se 
encontró  una  sepultura,  formada  por  grandes  y  gruesos  ladrillos,  dentro  de  la  cual  apare- 
cieron cierta  especie  de  argollas  de  hierro,que  parecían  haber  servido  en  una  caja  ó  fére- 
tro para  trasportarla  mas  fácilmente;  há  pocos  dias  en  los  mismos  sitios  en  la  vertiente  iz- 
quierda de  la  cañada  llamada  la  Canterilla  se  ha  encontrado  un  sepulcro,  formado  tambiea 
por  grandes  ladrillos  y  revestido  con  una  especie  de  estuco  grueso  y  duro:  más  abajo  se  ha 
hallado  otro,  formando  su  suelo,  costados  y  cubiertas  grandes  tejas  romanas,  planas  coa 


454  Málaga  Musulmana. 


malagueñas,  así  lo  indica,  á  la  vez  que  celebra  en  pomposos, 
términos  las  glorias  del  César  Marco  Aurelio  Antonino,  hijo  de) 
Emperador  Septimio  Severo,  en  cuyo  tiempo  se  hizo  la  repara- 
ción. 

Supone  esta  vía  un  puente  que  uniera  ambas  orillas  del 
Guadalmedina.  El  caudal  de  aguas  de  éste,  cuyo  álveo  era  en- 
tonces bastante  más  profundo  que  hoy,  debió  ser  entonces,  con- 
tra lo  que  en  mi  Historia  afirmé,  sobre  poco  más  ó  menos  el 
mismo  que  el  actual,  como  adelante  probaré  (i).  Apesar  de  las 
intermitencias  de  sus  aguas,  aunque  no  tengo  dato  cierto  para 
afirmarlo,  me  parece  imposible  que  nuestra  ciudad  no  tuviera  un 
puente  sobre  su  rio.  Mencionó  á  éste  Plinio,  si  és  que  su  texto 
no  se  refiere  al  Guadiaro,  que  todo  puede  inferirse  de  su  laco- 
nismo, aunque  me  inclino  más  á  lo  primero. 

El  actual  término  de  la  ciudad  debió  estar  por  entonces 
bastante  poblado.  La  prosperidad  que  en  las  provincias  desa- 
rrolló el  Imperio  en  el  apogeo  de  su  prosperidad  debió  alcanzar, 
,  cual 

rebordes,  de  (3C)  centímetros  de  largo,  45  de  anclio  y  6  por  la  parte  de  afuera  en  los  rebor- 
des, tres  de  rstas  tejas  constituian  cada  uno  de  los  costados,  una  la  cabecei*a,  que  esta- 
ba dirigida  de  Oriente  á  Occidente,  y  otra  los  piós;  las  que  cerraban  la  sepultura  como 
-cubierta  tenían  sobre  las  junturas  do  los  rebordes  de  las  tejas  planas  otras  iguales  á  las 
nuestras,  pero  con  estrías  en  su  dirección  longitudinal;  dentro  se  hallaron  restos  humanos, 
tres  vasos  de  los  inal  llamados  lacrimatorios,  una  candileja,  una  cazolita  y  un  jariito  de 
preciosa  forma.  Sobre  el  cadáver  al  enterrarle  haliian  liecbado  una  cantidad  de  yeso  liqui- 
do, el  cual,  roto  desgraciadamente  por  los  obreros  del  Sr.  Oses,  marca  perfectamente  la 
fisonomía,  el  sudario  ó  el  trago  que  envolvía  el  cadáver  y  aun  parte  del  rostro:  de  los  cua» 
les  trozos  será  fácil  sacar  un  vaciado  y  obtener,  como  con  los  de  Pompeya  sucede,  la  re- 
producción de  la  fisonomía  del  difunto  y  la  de  sus  vestiduras  mortuorias:  el  yeso  ha  pe- 
netrado también  en  todos  los  objetos  soterrados,  marcando  admirablemente  bien  el  tejido 
de  un  canasto  que  en  la  sepultura  liíibia. 

(1)  Muchos  de  los  que  han  escavado  hacia  los  cimientos  del  antiguo  puente  malagueño 
han  creído  hallar  en  ellos  fundamentos  romanos;  así  se  afirmaba  en  una  Memoria  última- 
mente presentada  por  D.  Joaquín  Uucoba,  Arquitecto  municipal,  al  Ayuntamiento,  refirién- 
dose á  Memorias  antiguas,  y  asi  lo  manifestó  varias  veces  el  difunto  arquitecto  Salinas  ti 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  455 

cual  dije,  también  á  la  nuestra;  testimonio  fehaciente  son  de 
ello  las  antigüedades  romanas  de  la  región  malagueña.  Y  cuan- 
do en  poblaciones  del  interior  como  Cártama,  como  Acinipo  ó 
Ronda  la  Vieja,  hubo  tanta  riqueza,  cual  lo  demuestran  nota- 
bilísimas obras  de  arte,  no  creo  que  Málaga,  colocada  en  más 
favorable  situación,  les  fuera  á  la  zaga  en  prosperidad. 

A  la  cual  concurriría  considerablemente  su  agricultura,  pues 
és  imposible  que  la  exhuberancia  de  nuestro  suelo  y  la  facili- 
dad con  que  cria  ricos  frutos  no  fueran  entonces  bastante  bien 
aprovechados.  Así  és  que  en  toda  nuestra  Vega  y  hacia  la  par- 
te de  Levante,  se  encuentran  á  cada  paso  restos  de  antigüe- 
dad romana,  barros  y  monedas.  En  todos  éstos  lugares  debie- 
ron existir,  cual  hoy,  casas  de  labor,  pequeños  pueblecillos,  en- 
tre agrícolas  y  pescadores,  á  orillas  del  mar,  quintas  deliciosas, 
gozando  de  dilatadas  y  alegres  vistas,  donde  los  poderosos  de 
entonces  gozarían  de  los  refinados  goces  de  la  voluptuosa  vida 
romana. 

Así  lo  demuestran  las  estatuas,  halladas  cerca  de  Churria- 
na,  litografiadas  en  la  anterior  lámina  en  los  números  4  y  5. 
Representa  la  primera  una  musa,  Urania^  que  tiene  sin  el  plin- 
to 56  centímetros  de  alto;  está  envuelta  en  amplias  vestiduras, 
sentada,  hechada  encima  de  la  izquierda  la  pierna  derecha,  so- 
bre la  cual  apoya  su  brazo,  con  la  barba  puesta  graciosamente 
en  la  palma  de  la  mano,  pensativa,  como  si  meditara;  sobre  el 
plinto  descansa  un  globo  que  indica  el  lugar  que  esta  bellísima 
figura 

de  la  ProTincia  Sr.  Avila,  pues  le  contaba  que  escavando  á  una  «;ran  profundidad,  como 
de  diez  á  once  metros,  cerca  del  actual  puente  de  Santo  Domingo  liabia  dado  con  )a  arga- 
masa y  construcción  romana  de  los  estribos  del  antiguo. 


45^  Málaga  Musulmana. 


figura  ocupaba  en  el  coro  de  sus  nueve  hermanas,  las  cuales  pro^ 
bablemente  debieron  adornar  alguna  galería,  algún  comedor  6 
tricliniOf  algún  elegante  pórtico.  Aunque  bastante  mutilada, 
pues  desgraciadamente  tiene  roto  el  brazo  derecho,  la  nariz  y 
parte  del  pié,  la  finura  de  su  dibujo,  la  elegancia  de  su  postu* 
ra,  la  artística  disposición  de  sus  ropas,  la  actitud  de  su  cabeza,, 
la  manera  esmerada  de  marcar  sus  pormenores,  revelan  la  rique- 
za del  edificio  que  adornó  y  el  buen  gusto  de  sus  dueños. 

No  es  de  menor  importancia  el  trozo  que  representa  un  sáti- 
ro; tiene  69  centímetros  de  alto,  faltánle  entrambas  piernas  y 
brazos;  su  fisonomía  selvática  muestra  una  espresion  fisgona  y 
burlesca,  admirablemente  interpretada  por  el  artista;  sus  cabe- 
llos están  bastante  bien  diseñados,  la  anatomía  del  cuerpo  des- 
nudo perfectamente  interpretada;  ante  la  suavidad  de  líneas  que 
determinan  sus  formas,  ante  sus  excelentes  proporciones,  he  vis- 
to á  artistas  bien  inteligentes  y  conocedores  del  antiguo  sospe- 
chan si  su  factura  sería  gríega:  és  en  fin  una  de  las  más  impor- 
tantes obras  de  arte  en  la  arqueología  malagueña  y  aun  en  la 
hispano-romana  (i). 

El  comercio  de  Málaga,  emporio  ó  mercado^  como  le  llama  un 
autor  clásico,  en  éstas  costas,  debió  ser  de  bastante  considera- 
ción, aunque  decayera  á  tiempos.  En  cuanto  á  su  industria  solo 
nos 

(i)  Constantemente  se  están  descubriendo  en  nuestra  Vega  multitud  de  objetos  j 
obras  romanas,  medallas  y  otros  restos,  sino  tan  importantes  como  los  que  indico  en  el 
texto,  interesantes  para  probar  cuan  poblado  y  cultivado  se  encontraba  en  aquella  época 
éste  territorio.  Últimamente  en  tierras  donde  tienen  su  fábrica  de  azúcar  y  hacienda  los 
Sres.  Hijos  de  M.  Heredia,  merced  á  la  buena  voluntad  y  afición  del  Sr.  D.  José  Heredia,  se 
han  descubierto  á  unos  setecientos  pasos  del  mar  unas  vasijas  grandes  con  restos  humano» 
calcinados,  que  se  presentaban  agrupadas  cada  una  con  otras  dos  más  pequeñas,  de  dis- 
tancia en  distancia,  formando  una  especie  de  cementerio:  algunas  monedas  romana» 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  457 


DOS  queda  memoria  de  la  de  escabeches  y  salazones;  además 
en  nuestra  ciudad  debió  haber  por  entonces  fundición  de  meta- 
les. Demuestran  sus  relaciones  con  diversos  puntos  de  Oriente 
y  Occidente  las  corporaciones  de  griegos,  asiáticos  y  sirios  que 
trataron  en  ella,  y  las  que  la  unian  con  Roma  la  institución  de 
sus  patronos,  que  en  la  cabeza  del  orbe  defendían  sus  intereses, 
con  más  la  institución  de  otros  defensores  menos  importantes 
que  representaban  los  de  algunos  de  sus  gremios;  como  aquel 
Publio  Clodio  Athenio,  negociante  en  salazones,  quinquenal  de 
los  mercaderes  de  Málaga,  que  vivió  en  Roma,  en  donde  edificó 
un  panteón  para  él,  para  su  esposa  Scantia  Succesa,  para  sus 
hijos  y  familia,  en  la  cual  incluyó  á  sus  libertos  y  libertas. 

Réstame  indicar  como  industria  malagueña  la  de  la  cerámi- 
ca, que  tan  notable  desarrollo  obtuvo  después  entre  los  musul- 
manes. Como  muestra  de  ella  he  visto  multitud  de  vasijas  de 
barro  algunas  de  bellísimas  formas,  candilejas  bastante  finas  de 
barro  iguales  en  formas,  pero  con  diversos  adornos;  entre  las 
cuales  las  mas  notables  son  una  cristiana,  pues  lleva  el  signo  de 
la  cruz  y  otra  pagana  sumamente  bella  (i). 
Sensible 

y  r  stos  de  una  inscripción;  en  otra  eminencia  de  la  misma  hacienda  restos  de  vivienda  y 
<ie  una  especie  de  hipocaustium  para  calentarla,  y  en  otra  no  muy  lejana  tres  estanques, 
rodeados  de  cimientos  bastante  extensos,  presentando  el  primero,  que  está  mas  cerca- 
no al  mar  i  metro  88  centi metros  de  ancho,  el  segundo  separado  de  él  por  una  pared,  dt 
O.m  60  de  grueso,  1  m.  33,  y  el  tercero  con  la  misma  separación  1  m.  26,  teniendo  todos 
ellos  2  OÍ.  46  de  largo. 

Son  estos  estanques  y  construcciones  conocidamente  romanos  y  no  me  detengo  á 
•ocuparme  de  ellos  por  las  mismas  razones  que  antes  he  indicado. 

(1)  Posee  la  cristiana  D.  Benito  Yilá  y  otra  muy  notable,  pues  tiene  una  inscripción 
«B  gallardos  caracteres  alrededor  de  su  parte  superior;  pero  están  tan  gastados  que  solo  he 
jKNÜdo  leer  en  ellos  las  letras  SYAVI;  al  mismo  Sr.  Yilá  pertenece  la  que  indudablemen- 
te ¿8  cristiana  y  á  la  Exma.  Sra.  Marquesa  de  Casa-Loring  la  que  se  halló  en  el  sepulcro 
<iescubierto  por  el  Sr.  Oses. 


V 


458  Málaga  Musulmana. 


Sensible  és  para  el  que  sigue  con  atención^  con  amor,  uo 
asunto  histórico,  encontrarse  á  cada  p?vSo  con  el  vacío  ó  con  obs- 
táculos insuperables,  como  si  caminara  por  fragosa  sierra,  cor- 
tada  á  veces  por  profundos  derrumbaderos,  ó  por  eminencias 
inaccesibles,  que  le  impidieran  espaciar  su  vista  en  los  anchos 
horizontes  que  desde  sus  cimas  se  descubren.  Sensible  és  pa- 
sar junto  á  los  comienzos  de  la  religión  que  se  profesa  con  en- 
trañable amor,  foco  de  cultura,  consuelo  y  esperanza  del  hom- 
bre, sin  poder  dar  ni  aún  ligeros  toques  en  el  interesante  cua- 
dro de  sus  principios  dentro  de  nuestra  vieja  colonia  púnica. 

¡Con  qué  placer  hubiera  indicado  los  primeros  momentos  en 
que  las  dulces  palabras  del  Evangelio  resonaron  en  su  recintol 
¡Con  cuanto  amor  hubiera  dibujado  la  silueta  de  los  primeros 
propagandistas,  irguiéndose  nobles  y  severas  entre  las  nieblas 
del  pasado,  electrizando  á  la  muchedumbre  atenta  y  recogida 
unas  veces,  otras  desconfiada  y  burlona!  ¡Con  cuanto  esmero 
hubiera  enumerado  sus  incontrastables  argumentos  contra  el 
politeismo,  sus  vehementes  razones,  y  hubiera  indicado  el  efec- 
to que  hicieron  en  la  multitud,  de  alegría,  de  fervor,  de  santo 
anhelo  entre  los  pobres  y  los  esclavos,  entre  los  humildes,  de 
sorpresa,  de  temor,  de  recelo  entre  los  poderosos,  de  santa  ab- 
negación en  muchos  honrados  pechos!  ¡Con  qué  complacencia 
hubiera  estudiado  las  conversiones  y  las  luchas  de  esa  predica- 
ción, que  traía  en  sus  alas  el  progreso,  como  ei  fecundo  polen 
de  las  plantas  que  arrastra  en  sus  giros  el  viento;  las  luchas 
contra  el  politeismo  y  contra  la  heregía,  contra  los  enemigos  y 
contra  los  propios,  contra  la  creencia  antigua  inepta,  y  contra 

la 


Partb  segunda.  Capítulo  ii.  459 


la  razón  humana  orgullosa  é  impaciente;  los  dias  de  la  perse- 
cución y  del  martirio,  los  del  triunfo  y  la  exaltación  del  cristia* 
nismo!  ¡Con  cuanta  complacencia  hubiera  descrito  el  modesto 
cenáculo  donde  por  primera  vez  se  reunieron  los  cristianos  ma- 
lagueños; la  humilde  iglesia  encerrada  quizá  en  la  casa  de  un 
pobre,  quizá  en  el  tugurio  de  algún  esclavo,  y  después  la  seve- 
ra,  la  magestuosa  basílica,  alzando  la  Cruz  á  los  cielos  sobre  las 
ruinas  de  los  templos  paganos! 

Por  desgracia  cuasi  nada  nos  queda  de  aquella  época;  la 
inscripción  malagueña,  que  referente  á  ella  se  ha  citado,  inven- 
tóla un  falsario,  quien,  con  su  ingenio  estrecho  y  vanidoso,  no 
temió  manchar  éstos  supremos  momentos  con  la  indignidad  de 
una  mentira.  El  martirio  de  Ciríaco  y  Paula  en  Málaga  és  un 
piadoso  mal  entendido,  una  tradición,  y  su  naturaleza  de  mala- 
gueños una  suposición,  sin  grave  fundamento,  quizá  cierta,  pero 

sumamente  dudosa  (i). 

_^^  Conservadas 

(1)  Reproduxcoaqu i,  con  absoluta  esactitud,  el  himno  referente  i  estos  mártires, 
eHUterrados  en  el  Himnares  mozárabe,  pues  al  publicarlo  en  una  nota  en  mi  Historia  me 
hicieron  cometer  los  cigiskas  varías  erratas  y  omisiones  de  cuenta. 

Jmnus  in  diem  Sanctonim  Siriaci  et  Paule, 
XIII  Kalendas  Junias. 

Sacrum  tempus  in  calculo  Anulinus  terribilis: 

Anni  n^volvit  circulus:  Nomen  gestabat  inmanis. 

Resonet  laus  in  coro  ,    x  . 

«_  1  i_.     *   1    .  Instat  sanctos  perquirere 

Ki  ore  plebis  et  cien.  ^.      ^    ^.   .  J        . 

Signato  Chnsti  nomme: 

GhrístnmDeum  imni  dicent  Mox  Siríacum  et  Pjulam 

Qui  Siríaco  martire  Silvanus  duxit  in  aulam. 

Pauleqae  eius  socie 


Robur  dedit  constantiae. 


Tune  sciscitati  mártires 
Fatentur  Deum  in  celis, 
Preses  namque  Carthaginis  Nam  non  litare  idolis 

Dlius  erat  temporís  Almis  professi  sunt  Terbís. 

62 


460  Málaga  Musulmana. 


Conservadas  en  los  textos  sólo  tenemos  escasas  memorias 
de  los  primeros  obispos,  de  monges  y  de  fieles.  En  nuestra  ciu- 
dad y  en  sus  alrededores  debieron  existir  templos  y  ermitoríoSi 
siendo  clara  prueba  de  ello  la  iglesia  que  años  adelante  ence- 
rraba á  los  cristianos,  en  los  momentos  en  que  el  traidor  obis- 
po Hostégesis  asediaba  á  los  proceres  musulmanes,  faltando  á 

las 

Ex  hinc  verba  mulcentia  Moxque  Silvanas  corpora 

Sanctorum  linit  pectora;  Ignis  proiecít  in  flammam, 

Sed  temnunt  vana  dclubra  Sed  imber  ingens  é  celis 

Et  Chrístum  credunt  in  astra.  Estinxit  impetum  ignis. 

Judex  repletus  furia  Ob  hoc  precamur,  Domine, 

Sacrata  tandil  corpora  In  horum  feslo  maiürum, 

Penarum  niutat  genera,  Vota  cunctorum  accipe 

Gorda  non  mutat  crédula.  Et  que  poscunt  adtribue. 

Juxta  bencque  arbores  Quo  dum  vita  peragimus 

Palmarum  cesi  mártires,  Eluas  nos  á  vitiis, 

I^pidum  ictu  anime  Etemendati  moribus 

Migrant  polorum  in  cde.  Pollere  fac  virtutibus. 

Su  traducción  és  la  siguiente:  aHimno  en  el  dia  de  loa  Santos  Cirictco  y  Paula — 
18  de  Junio. — Retoma  el  tiempo  de  la  sagrada  fiesta  al  continuar  su  evolución  el  año;  re- 
suene la  alabanza  en  el  coro  de  los  labios  de  clero  y  pueblo:  celebren  nuestros  himnos  i 
Cristo  Dios,  que  inspiró  la  constancia  en  el  martirio  á  Ciríaco  y  á  su  compañera  Paula:  en 
aquel  tiempo  era  prefecto  de  Cartago  el  terrible  Anulino^qne  gozaba  renombre  de  inhu- 
mano: instigaba  para  que  se  persiguiera  á  los  santos,designados  con  el  nombre  de  Cristo, 
y  por  mandato  suyo  Silvano  condujo  á  Ciríaco  y  Paula  ante  su  tribunal;  entonces  los  már- 
tires se  vén  interrogados  y  proclaman  al  Dios  que  está  en  los  cielos,  protestando  con  fer- 
vorosas palabras  no  sacrificar  á  los  Ídolos:  con  dulces  frases  procurase  ablandar  la  resolu- 
ción de  los  santos,  pero  ellos  desprecian  los  vanos  templos  y  elevan  hasta  los  astros  la 
creencia  cristiana:  estalla  la  furía  del  juez  y  manda  azotar  sus  sagrados  cuerpos  y  hacer- 
les sentir  variados  tormentos,  que  no  cambian  sus  corazones  creyentes;  por  últiino,  herí- 
dos  los  mártires  á  pedradas,  caen  cerca  de  unas  palmas  y  exhalan  sus  espirítus  que  suben 
á  las  altui*as;  por  mandato  de  Silvano  sus  cuerpos  son  arrojados  á  las  llamas,  pero  uní 
abundante  lluvia,  cayendo  de  los  cielos,  apagó  el  ímpetu  de  la  hoguera,  ect.» 

Ciríaco  y  Paula  no  pudieron  ser  martirizados  en  Málaga,  porque  el  presidente  de  Car- 
tago de  África  no  tenia  en  aquella  época  jurisdicción  sobre  nuestra  ciudad;  y  do  lo  fueron 
ciertamente,comolo  prueba  un  texto  expreso  de  un  obispo  de  Iliberís — Santoral  hispano 
mozárabe  de  Rabbi  benSaid—qne  dice  lo  fueron  en  Cartago.  Parte  el  error  de  atribuir  és- 
te martirio  á  Málaga  de  una  mala  interpretación  que  se  dio  en  el  siglo  XV  á  un  texto  de 
Usuardo,  monge  que  viajó  por  España  á  mediados  del  siglo  IX.  Yeáse  sobre  éste  punto 
«I  precioso  libríto  de  mi  querido  maestro  D.  Francisco  J.  Simonet,  Los  Santos  Mártires 
Ciriaco  y  Paula,  su  pasión,  su  culto  y  devoción,  desde  los  primeros  tiempos  hasta  núes- 
tros  dias^  Málaga  1865,  y  mi  Historia  de  Málaga  y  su  Provincia^  pág.  74  y  siguientes. 


Parte  SEGUNDA.  Capítulo  ii.  461 


las  ceremonias  del  culto  y  á  la  fiesta  con  que  sus  diocesanos  ob- 
sequiaban á  María  madre  de  Dios. 

Cuando  los  sarracenos  se  presentaron  ante  Málaga  la  halla- 
ron tan  perfectamente  amurallada,  que  pudo  oponerles  tenaz  re- 
sistencia. Extramuros  había  huertas,  cuya  deleitosa  situación 
fué  el  señuelo  con  que  se  perdió  el  descuidado  ó  valeroso  go- 
bernador que  la  defendía,  pues  mientras  se  regalaba  en  una  de 
ellas  fué  preso  por  los  mahometanos. 

Formaron  éstos  un  clima  ó  distrito  y  después  una  cora  6  pro- 
vincia con  el  actual  territorio  malagueño,  excepto  Ronda  y  el 
partido  Je  Campillos,  que  en  los  primeros  siglos  medios  perte- 
necieron á  la  cora  de  Tecorona;  pero  lo  que  por  ésta  parte  per- 
día ganábalo  en  las  regiones  granadina  y  cordobesa,  pasando 
sus  límites  á  la  derecha  del  Genil,  pues  Alhama  é  Iznajar  estu- 
vieron sugetas  á  su  jurisdicción. 

Llamaron  á  ésta  provincia  Rayya^  según  un  autor  moro  pnr 

la  abundancia  de  riegos  que  ofrecía;  al  decir  de  Dozy  trocaauvy 

el  vocablo  Regio  malacitana^  conque  la  conocieron  romanos  y 

bizantinos,  en  Reiyo  y  después  en  Rayya;  por  lo  que  Saavedra 

afirma,  con  mas  visos  de  certidumbre,  conservando  el  nombre 

latino  Regiaj  traducción  del  púnico  Malak,  con  los  que  fué  de 

antiguo  conocida;  vocablos  malak  y  regia,  apelativos  de  una  dr 

dad  que  en  su  recinto  se  idolatró  (i). 

Aun^* 


(i)    Me  encuentro  ante  una  grave  cuestión  geográfica,  que  amenaza  tomar 
inportancia,como  la  debatida  y  confusa  cuestión  de  la  concordancia  iliberítana.  Los  mo. 
llamaron  á  la  provincia  malagueña  cora  de  Rayya:  ¿cuál  es  la  etimología  de  ésta  pe!- ' 
Dozy — RechercheSy  T.  I,  pág.  317— sostiene  que  la  palabra  RayyH,  en  la  que  se  cambi<^ 
focablo  Reiyo  jJj   de  los  primitivos  tiempos  musulmanes,  perpetuó  el  latino  retjin  tt 
iaeiianaj  con  que  debió  ser  conocida  en  lo  antiguo;  regio  malacitana  la  llama  Spruner  . 
BU  Atlas  histáricOy  mapa  del  reino  visigodo,  y  alguna  razón  habrá  tenido  para  denominar 


4^2  Málaga  Musulmana. 


Aunque  alguna  vez  los  musulmanes  llamaron  á  nuestra  ciu- 
dad Rayya,  del  nombre  de  su  territorio,  generalmente  la  deno- 
minaron Malaka  'a)L  conservando  su  nombre  y  pronunciación 
antigua,  como  se  vé  en  la  k  fuerte,  que  hemos  suavizado  los 
cristianos 

así;  Aben  Haukal,  que  viajaba  por  España  á  mediados  del  siglo  X,  la  llama  Reiyo;  de  i{e- 
gio  se  formó  Reiyo  y  después  Haya,  como  León  se  ha  formado  de  Legione;  á  lo  cual  hay 
que  añadir  que  en  la  coiiiarca  niala^^ueña  no  habia  población  alguna  de  éste  nombre.  Esta 
última  afirmación  és  un  error  del  sabio  holandés;  ya  probaré  que  próxima  á  Archidona  hu- 
bo una  población  llamada  Rayya,  la  cual  subsistió  muchos  siglos  y  dio  nombre  á  algunos 
importantes  escritores.  Sostiene  por  el  contrario  D.  Eduardo  Saavedra — Boletín  de  la  so- 
ciedad geog.  de  Madrid,  T.  XI,  pág.  103 — que  Rayya  no  és  más  que  la  traducción  latina 
regia  del  vocablo  púnico,  NsSts  asi  trascripto  en  hebreo,  malak,  conservado  en  nuestras 
monedas  y  aplicado  á  una  divinidad  aqui  adorada;  denominación  conservada  enti*e  el  vul- 
go; al  oir  los  moros  á  éste  civitas  regia,  municipium  regium,hmerQn  Reiyo  y  Rayya,  Dom- 
bre  que  después  se  extendió  á  toda  la  comarca.  Combate  Saavedra  á  Dozy  sosteniendo  que 
és  difícil  que  regio  haya  tomado  en  ái*abe  desinencia  femenina;  que  siguiendo  la  costumbre 
arábiga  de  transformar  los  nombres  latinos  tomándolos  en  ablativo,  de  regio  no  debió  ha- 
berse hecho  m(/o  sino  reiyon,  como  de  Legionem  se  hizo  Legión  ó  sea  León.  Razones  am- 
bas graves,  que  ponen  muy  en  duda  aquella  etimología,  hasta  ahora  aceptada,  y  que  pue- 
de apoyarse  con  más  seguridad  que  ella  en  el  dicho  de  Makari,  quien  considera  á  Rayya 
como  nombre  antiguo  de  Málaga.  Existe  también  la  opinión  de  un  escritor  musulmán  ci- 
tado por  Yacut,  llamándole  Abu  Obaid,  que  si  como  parece  se  refiere  al  Bekrí,  cierta- 
mente merece  notarse;  para  éste  autor  Rayya  se  llamó  asi  por  la  abundancia  de  riegos 
de  sus  campos,  y  de  cierto  que  todos  los  autores  que  tratan  de  Rayya  se  ocupan  de  la  fer- 
tilidad de  su  territorio  y  de  la  abundancia  de  sus  aguas.  Sostiene  también  D.  Pascual  de 
Gayangos— Hú^ory  of  the  Moh.  dinast.,  T.  I.  pág.  356,  que  Rayya  viene  de  haberse  es- 
tablecido en  su  territorio  multitud  de  pobladores,provenientes  de  la  ciudad  de  Rey  en  Pei^ 
sia;  opinión  combatida  por  Dozy  con  buena  copia  de  excelentes  razones. 

Entre  ésta  diversidad  de  pareceres,  mantenidos  con  tan  buenos  argumentos  y  por 
autoridades  tan  respetables,  difícil  es  decidirse;  mucho  me  inclino  á  el  de  Saavedra,  fun- 
damentado en  datos  históricos  ciertos  y  en  razones  filológicas  evidentes. 

En  nuestra  provincia  ha  existido  una  población  llamada  Rayya;  falta  fijar  su  situación; 
Razy— Afcm.  de  la  Ac.  de  la  Hist.  T.  VIII.  pág.  59— dice:  el  la  cibdad  de  Rayya  fué  fe- 
cha muy  bien  et  muy  fermosa,  Et  es  villa  muy  antigua  et  muy  buena  tierra  de  crianza; 
distinguiala  después  de  Archidona,  capital  de  la  provincia,  y  de  Málaga.  El  ilustre  arqueó- 
logo Fernandez  Guerra,  infiriéndolo  del  texto  de  Razi,  supone  que  Rayya  fué  Antequera, 
cuyo  nombre  dice  no  aparece  hasta  muy  adelantada  la  dominación  agarena.  Contra  ésto 
afirmo  que  Rayya  fué  una  población  próxima  á  Archidona,  como  dice  Aben  Aljathib  en  so 
Ihala,m.  s.  del  Escorial  biografía  de  Abdallah  ben  Abdelber  Arraini,  que  murió  en  799— 
4338  á  1339  de  J.  C— cuasi  un  siglo  antes  de  la  conquista  de  Antcquera.  En  cuanto  á  la 
situación  de  Rayya  fijóla  Lafuente  Alcántara— His¿.  del  reino  de  Gran,,  T.  II,  p.  71, nota 
—en  el  cortijo  de  Raya,  junto  á  Archidona,  donde  se  habían  encontrado  notables  Testigiof ' 
de  población  y  algo  más  allá  de  ella  sepulcros.  El  cortijo  de  Raya,  cuyo  nombre  viene  da 
antiguo,  sin  que  se  conozca  su  origen,  según  me  comunica  persona  de  entero  crédito,  se 
encuentra  á  cuatro  kilómetros  de  ArchiáonsL—Nomenclator  de  laprov.  de  Málaga,  pág.* 


Parte  segunda.  Capítulo  i  i.  463 

cristianos  en  g.  Llamáronla  también  Malica  y  Malicha^  con  va- 
lor fuerte  en  la  ch^  pues  en  un  tratado  entre  el  sultán  granadi- 
no Mohammed  VII  y  D.  Martin  de  Aragón  en  1405,  aquel  se 
apellida  rey  de  Granada  y  de  Malica;  y  Malicha  se  le  llama  en 
•otro  tratado  de  paz  y  tregua  entre  el  monarca  de  Aragón  D. 
Pedro  IV  y  el  de  Fez  (i). 

Los  mahometanos  invasores  no  establecieron  en  ella  la  ca- 
pital del  distrito,  capitalidad  que  tenía  bajo  los  visigodos;  pro* 
bablemente  por  razones  estratégicas  ía  colocaron  en  Archidona, 
pero  hacia  los  tiempos  de  Abderrahman  III  ó  Alhakem  II,  au* 
mentándose  considerablemente  su  importancia  comercial,  vol- 
vió á  recobrar  su  pasada  supremacía  (2). 

Para  mayor  orden  y  método  en  la  exposición  de  la  topogra- 
fía malagueña,  como  los  datos  más  numerosos  y  exactos  que  de 
ella 

37— y  erectivamente  en  sus  tierras  se  haa  encontrado  algunos  vestigios  de  población.  Ha- 
Jbiendo  visto  en  el  mapa  del  imperio  marroquí  publicado  por  Renou  en  su  Description 
gtúgraphique  de  Vempire  de  Maroc^  el  nombre  de  Reiyah,  aplicado  á  una  pequeña  pobla- 
ción ée  la  oosU  occidental  marroquí,  entre  Larache  y  Mebedia»  pedí  informes  acerca  de 
«Ua,  por  si  de  estos  informes  obtenía  algún  dato  que  ilustrara  esta  cuestión,  al  misionero 
franciscano  fr.  Agustín  Malo,  quien  solo  pudo  decirme  que  era  una  miserable  aldehuela. 

(1)  El  P.  Alcalá  en  su  Vocabulario  trascribe  el  nombre  de  Málaga  por  Malaga, 
•demostrando  que  aun  en  los  últimos  tiempos  mahometanos  se  usaba  la  pronunciación 
filarte  primitiva.  Yacut-IV  p.  397-fija  su  pronunciación  en  Malaka,  Veáse  el  curioso  libro 
titulado  Antiguos  tratcuios  de  paces  y  alianzas  entre  algunos  reyes  de  Aragón  y  diferen- 
tes principes  infieles  de  Asia  y  África,  desde  el  siglo  XII  hasta  el  XF,por  Capmany,  Ma- 
drid 4876. 

(2)  Homaidi,  citado  por  Yacut  ut  supra.  Fernandez  Guerra  ha  afirmado  en  el  Bole- 
iin  histórico,  que  en  el  siglo  VIII  fué  Málaga  capital  de  su  distrito, en  el  IX  Antequera,  en 
al  X  Archidona,  y  que  en  el  XI  recobró  su  antigua  capitalidad.  No  estoy  conforme  con  éstas 
4ifirniaciones,  á  pesar  del  grandísimo  respeto  que  me  inspira  su  ilustre  autor.  Málaga  fué 
capital  de  su  distrito  en  el  siglo  VIH,  pero  solamente  en  la  época  visigoda,  pues  cuando  se 
juró  á  Abderrahman  I  en  756  Archidona,  según  un  texto  espreso  de  Aben  Alkutia,  era 
la  capital  de  esta  provincia;  lo  mismo  dice  Aben  Haiyan.  No  consta  expresamente  en  nin- 
fon  texto  que  Antequera,  aunque  se  la  quiera  concordar  con  Raya,  haya  sido  capital  de 
iioestra  cora;  antes  del  siglo  XI  consta  á  los  arabistas  que  Málaga  había  recobrado  la  ca- 
pitalidad. 


464  Málaga  Musulmana. 

ella  se  nos  conservan  pertenecen  á  los  siglos  XIV  y  XV,  iré  pre- 
sentando las  materias  con  relación  á  éstos  tiempos  y  distribu- 
yendo las  noticias  pertenecientes  á  los  anteriores  en  los  lugares 
correspondientes.  Procediendo  como  si  fuera  un  viajero,  que  se 
aproximara  á  Málaga  en  el  último  de  aquellos  siglos,  daré  cuenta 
de  sus  alrededores,  recorreré  sus  arrabales,  rodearé  sus  muros^ 
penetraré  en  sus  calles,  socos  y  fortalezas,  y  describiré  al  lector 
cuanto  haya  averiguado,  consignando  las  impresiones  que  du- 
rante  ésta  escursion  hubiere  sentido. 

Decía  el  intérprete  del  geógrafo  Razi,  vertiendo  al  caste- 
llano las  razones  de  éste:  Málaga  és  villa  muy  plazentera  é  muy 
fermosa^  ella  é  su  término.  Y  en  verdad  que  tenía  razón  de  ala- 
bar aquel  autor  á  nuestra  ciudad  y  equipararla  en  sus  ala- 
banzas con  el  territorio  que  la  circundaba.  Conocida  la  inclina- 
ción á  la  agricultura,  la  habilidad  en  el  laboreo  de  las  tierras  y 
en  la  dirección  y  aprovechamiento  de  las  aguas,  que  en  todo 
tiempo  mostraron  los  sarracenos  españoles,  juntas  á  la  fertili- 
dad  de  nuestro  suelo  y  á  la  bondad  de  nuestro  clima,  nada  tie- 
ne de  estraño  que  le  transformaran  en  vergel  deleitosísimo. 

Desde  Fuengirola  á  Vélez  la  costa  malagueña  presentaba 
en  el  siglo  XIV  un  higueral  continuado.  En  aquel  valle  de  Cár- 
tama, fertilizado  por  el  Guadalhorce,  por  donde  en  adelante  de- 
bían entrar,  como  vendábales  furiosos,  las  algaradas  cristianas, 
cubrían  la  tierra  viñas,  olivares,  moraledas,  almendrales  é  hi- 
guerales magníficos;  las  crónicas  cristianas,  especialmente  las 
más  próximas  á  la  Reconquista,  los  mencionan  y  aun  los  cele- 
bran. En  la  Vega,  esmeradamelite  cultivada,  regada  en  muchos 

sitios,. 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  465 

sitios,  defendida  por  castillejos  y  atalayas,  habia  multitud  de 
pueblecillos.  Pálmete,  Camarchente,  Pupiana  ó  Cupiana,  Fada- 
la.  Campaniles,  Churriana,  y  numerosas  alquerías,  como  la  de 
Casapalma. 

Entre  las  cuales  habia  también  deliciosas  quintas,  cual  la 
que  mencionan  nuestros  cronistas,  como  propiedad  de  los  ré- 
gulos malagueños,  tan  apreciada  entre  los  cristianos,  sin  duda 
por  la  frondosidad  de  sus  huertos  y  por  los  encantos  de  sus 
vistas  y  estancias,  que  el  Infante  D.  Fernando  mandó  á  sus  ta- 
ladores respetarla,  cuando  desde  el  sitio  de  Antequera  los  en- 
vió á  arrasar  la  jurisdicción  de  Málaga.  Posible  és  también  que 
ésta  mansión  fuera  la  misma  que  años  adelante  D.  Enrique  el 
Impotente  amparó  con  toda  su  autoridad  contra  la  destructora 
inclinación  de  sus  gentes,  saboreando  por  anticipado,  en  su  fan- 
tasía de  sibarita,  los  deleites  que  habia  de  gozar  en  ella  cuando 
se  apoderara  de  Málaga. 

Los  alrededores  de  nuestra  ciudad  al  Levante  mostraban  ri- 
cos cultivos,  arboledas  y  huertas,  entre  las  cuales  mencionan 
los  Repartimientos^  á  media  legua  de  la  ciudad,  la  de  Audelehi. 
El  Guadalmedina,  torrente  impetuoso  y  en  ocasiones  devasta- 
dor, riachuelo  en  la  primavera,  arenal  en  otoño  y  verano,  daba 
con  sus  corrientes  superficiales  guiadas  por  acequias,  y  con  las 
subterráneas^  extraidas  por  medio  de  norias,  verdor  y  lozanía  á 
las  huertas  de  sus  riberas,  en  las  que  los  Repartimientos  mencio- 
nan un  lugarejo  con  su  mezquita,  y  varios  molinos.  Aunque  el 
lecho  del  Guadalmedina  estaba  bastante  más  profundo  que  hoy, 
puede  probarse  con  el  Idrisi  que  era  en  el  siglo  XII  un  torren- 
te, lo 


466  Málaga  Musulmana. 


te,  lo  mismo  que  en  la  actualidad,  pues  según  dice  éste  autor^ 
hay  en  Málaga  un  torrente^  cuyas  aguas  corren  en  primavera  é  invier- 
no y  está  seco  el  resto  del  año  (i). 

Los  barrios  de  la  Trinidad  y  del  Perchel,  contenían  visto- 
sas huertas;  huertas  habia  á  la  orilla  izquierda  del  rio,  entre  las 
puertas  de  Granada  y  Antequera;  huertas  entre  las  puertas  del 
Mar,  cuyo  primer  poseedor  cristiano  fué  Toribio  de  la  Vega,  co- 
cinero de  los  Reyes  Católicos;  huertas  á  espaldas  de  las  Atara* 
zanas,  en  el  sitio  donde  está  hoy  la  Aduana,  dentro  de  la  Alca- 
zaba, á  espaldas  del  Gibralfaro,  á  la  subida  del  Mundo  Nuevo/ 
en  todas  partes  huertas;  asombra  el  número  de  ellas  que  los  re- 
partidores concedieron  á  los  primeros  vecinos.  Y  los  árboles  y 
plantas  penetraban  en  la  ciudad,  en  las  plazas,  en  las  calles,  en 
las  casas,  muchas  de  las  cuales  tenian  corrales  de  árboles^  coma 
entonces  se  decía,  olivos,  higueras,  naranjos,  limoneros,  cipre- 
ses,  granados,  palmeras  y  parrales,  á  cuya  sombra  se  recre;^haQ 
los  voluptuosos  muslimes;  árboles  cuyo  follaje  aparecía  éntrelas 
manzanas  de  casas,  por  entre  las  almenas  del  muro,  y  por  ci- 
ma de  los  adarves  de  las  fortalezas. 

En  los  vecinos  montes,  hoy  casi  escuetos  y  pelados,  veían- 
se grandes  espacios  de  monte  bajo  y  alto,  de  encinares  y  cas* 
tañares,  cuyas  maderas,  esmeradamente  curadas,  empleaban 
los  moros  en  sus  construcciones,  en  sus  muebles,  en  sus  puertas 
ensambladas,  con  gallardas  figuras  geométricas,  y  en  sus  riquísi- 
mas techumbres,  encanto  y  envidia  del  gusto  moderno.  Montes 
bravos  llamábanles  los  repartidores,  que  los  concedieron  á  mu- 
^^__^^^  chos 


(1)    Tdrísi,  Geogr.  pág.  244. 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  467 


cfaosde  los  nuevos  vecinos,  para  talarlos  y  roturar  sus  tierras. 

Frutas  que  hoy  se  dan  en  nuestro  suelo,  hermosas  á  la  vis- 
ta, aromadas,  sabrosísimas,  se  daban  también  entonces;  labo- 
res quis  hoy  constituyen  nuestra  riqueza,  entonces  también  la 
constituían.  Aquella  inmensa  estencion  de  higuerales  producía 
abundante  cosecha  de  exquisitos  higoiá,  que  durante  toda  la 
Edad  Media  se  exportaron  secos  á  puntos  donde  no  llegan  hoy, 
al  Egipto,  á  la  Siria,  al  Irac,  á  la  India  y  hasta  á  la  China;  en 
los  mercados  orientales,  como  el  de  Bagdad,  se  vendían  como 
;:osa  preciada,  y  á  las  playas  malagueñas  acudían  por  ellos  naves 
muslimes  y  cristianas. 

Sus  condiciones  eran  celebradísimas  entre  los  sarracenos; 
los  higos  rayies  y  los  malagueños — íin  arrayi^  tin  almalaki — fue- 
luu  uníversalmente  y  durante  muchos  siglos  celebrados  por  los 
golosos,  y  hasta  cantados  por  los  poetas.  De  ellos  decía  AbuU 
hachach  ben  Albalaui  el  malagueño: 

— Salve  Málaga  y  que  higos  crias;  por  ellos  vienen  á  tí  las 
naves;  en  mi  dolencia  me  los  prohibió  el  médico;  pero  éste  no 
debió  vedarme  lo  que  me  daba  la  vida. 

Hablando  de  éstos  higos,  y  especialmente  de  los  vélenos, 
preguntaban  á  un  berberisco  lo  que  le  parecían,  pues  no  se 
criaban  en  África;  él,  encomendando  la  demostración  de  su 
complacencia  á  su  brutal  glotonería,  exclamó: 

—  ¿Queréis  saber  lo  que  me  parecen?  Pues  vaciadmeun  ca- 
üasto  por  )a  garganta. 

Cuentan  los  cronistas  moros  que  en  los  tiempos  en  que  el 
célebre  Almanzor,  ministro  de  los  Umeyas,  era  un  oscuro  estu- 

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{cuaa¿Q  fligot  áim  pmknmi.  -■ 

tMas  visir  iiombcmme  inspector  dsl  nercadotHMm-ese.  to^MM^ 

«— ^Ma  a^p^^^aiw  IstosiiMdiiiWiirafiftláiiidos  frritfiíirroi.  iliídif 
borlándose- otró»  .  >i  *   .  .  * 

^:Soy  de  la  prcmncia  de  Raya,  dijo  el  tercero,  y  me  éáá' 

tan  los  higos  de  mi  país;  nómbrame  kádhi  de  Málaga,  para  qne 
pueda  hartarme  de  ellos. 

£1  cuarto  de  carácter  atrabiliario  y  violento,  no  pudiendo 
contenerse,  prorumpió  diciendo: 

— Miserable  ambicioso,  si  alguna  vez  llegas  á  ser  lo  que  tu 
orgullo  sueña,  consiento  en  que  me  monten  desnudo  y  untado 
de  miel  en  un  asno,  para  que  me  piquen  las  moscas  y  las  abe* 
jas,  y  que  me  saquen  á  la  vergüenza  por  las  calles  de  Córdoba. 

Y  cuentan  los  viejos  cronistas  que  Almanzor  fué  hombre  de 
palabra,  sacando  al  atrabiliario  á  la  vergüenza,  tal  cual  deseói 
regalando  los  vergeles  al  que  se  los  había  pedido,  nombrando 
inspector  del  mercado  al  aficionado  á  buñuelos,  y  alcalde  ma- 
yor 


PABTm  SBGOIIDA.  CAPÍTULO  11 .  469 

yor  de  Málaga  á  quien  tanto  gustaban  los  exquisitos  higos  de  sn 
país  (i). 

Eran  también  muy  apreciadas  las  granadas  murcies,  que  orí- 
ginarías  de  Murcia  se  daban  hermosísimas  en  nuestra  tierra,  las 
almendras  llamadas  lauz  arrayi^  y  sobre  todo  las  uvas  frescas 
y  pasadas.  En  el  siglo  X  de  nuestra  Era  decía  Razi,  y  más  ade- 
lante traducía  su  intérprete,  ct  fazen  y  (allí)  la  mijor  pasa  que 
há  en  todo  el  mundo  é  la  que  más  se  mantiene.  Diversas  clases  de 
vidueño  producían  variedad  de  uvas,  que  Aben  Batuta  vio  ven- 
der en  el  mercado  malagueño  á  bien  mezquino  precio. 

De  ellas  se  extraían  también  dos  clases  de  vino,  uno  que 
podía  beber  todo  musulmán,  otro  que  era  ilícito,  pero  que  be- 
bían muy  á  su  placer  los  despreocupados.  Llamábase  éste  vino 
xarab  almaláki^  y  gozaba  de  tanta  fama  que  hallándose  en  tran- 
ce de  muerte  un  moro  bastante  escéptico,  decíanle  sus  alle- 
gados: 

— Invoca  en  éste  lance  el  nombre  de  Dios. 

— }0h  Dios  mió!  esclamó  el  relapso  agareno;  de  todas  las 
buenas  cosas  que  nos  aguardan  en  el  Paraíso,  sólo  te  pido  que 
me  concedas  el  xarab  almaláki  y  el  vino  tierno  sevillano. 

Además  de  éstas  producciones  del  término  de  Málaga  ha- 
bía en  sus  campos  grandes  moraledas,  para  la  cria  de  gusanos 
de  seda;  uno  de  los  mejores  elementos  de  riqueza  de  nuestra 
provincia  entonces  y  durante  varios  siglos,  decadente  después  y 
abandonado  por  desgracia  hoy.  También  se  contaban  en  sus 
alrededores 

(i)  Aben  Aljathib,  Ihata,  m.  s.  de  Gayangos,  fol.  117  v.  Abdelwahid,  pág.  18  y  19; 
lian  citado  ésta  curiosa  anécdota,  Simonet,  Leyendas  ár,  y  Dozy,  Hi$t,  des  mus.  T.  111, 
pégína  lil. 


470  Málaga  Musulmana. 


I  - 


alrededores  müUitud  de  colmenares  en  las  vertientes  del  Guadal^ 
medina,  entre  los  cuales  mencionan  los  Repartimientos  uno  per- 
teneciente á  Mohammed  Alcózcósai.  Colmenares  que  fueron  su- 
mámente  apreciados  por  los  moros  y  por  los  conquistadores 
cristianos,  sin  duda  á  causa  de  sus  rendimientos,  por  la  cera, 
de  que  aquellos  hacían  mucho  gasto,  y  por  la  mielparasus  dul- 
ees,  á  los  que  eraní  sumamente  aficionados;  en  \ó  cual  cierta- 
mente no  les  llevaban  ventaja  los  malagueños  de  entonces  á  los 
de  hoy. 

Desde  el  siglo  XII  indicaba  Idrisi  la  existencia  ante  Má- 
laga de  dos  arrabales  estensos  y  populosos;  uno  llamado  Fm- 
táñela  íJljlxJ  j^jj  6  Arrabal  de  la  Fuentecillay  el  otro  el  de  los  Tm- 
tantes  depaja^  ^  Wl  jo^j .  Siglos  adelante,  en  el  XIV,  otro  geógra- 
fo musulmán,  Aben  Alwardi,  decía,  que  uno  de  éstos  arrabales 
era  más  numeroso  en  población  y  el  otro  en  huertas:  algun 
tiempo  después  el  célebre  Aben  Aljathib  al  comparar  á  Málaga 
con  la  ciudad  de  Salé  en  África,  decía,  que  cada  uno  de  ellos 
formaba  una  población  completa,  mayor  que  la  africana,  abun- 
dando en  ellos  las  hospederías,  baños  y  jardines.  Cuando  sitia- 
ron las  tropas  cristianas  á  nuestra  población,  según  el  cronista 
Pulgar,  tenía  dos  arrabales  puestos  en  lo  llano  y  juntos  con  la  cibdadf 
el  uno  que  está  á  la  parle  de  tierra  es  cercado  con  fuertes  muros  ¿  mií? 
chas  torres;  en  el  otro^  que  está  á  la  parte  de  la  mar^  había  muchas 
huertas  e  casas  caídas.  Otro  cronista  contemporáneo  del  antéríofi 
Alonso  de  Falencia,  indica  aunque  someramente  la  existencia-  de 
éstos  arrabales. 

Pero  donde  más  datos  he  encontrado  acerca  de  ellos  és  en 

los 


LiT.  Ptmgz  Y  BctROCAi.MÁíAoi 


I 


Parte  SEQUNÜA.  Capítulo  ii.  471 


los  Repartimientos j  según  los  .cuales  había  un  arrabal  en  la  Fuer'» 
ta  de  'Granada,  qué  continuaba  ante  la  de  Aiiteiquera,  céftidó 
por  muros  almenados/  en  cuyo  recinto  había  casas,'  hornos; 
huertas,  baños,  mesones,  y  cerca  de  la  última  puerta  una  niez- 
quita.  Abrigo  la  certidumbre  de  que  éste  arrabal  era  el  que  Idrí? 
si  llamó  de  FoHtanelUf  cuyos  muros,  que  vio  Cárter  á  fines  del  si- 
glo XVIII,  han  ido  despareciendo  con  las  sucesivas  edificaciones, 
que  aunque  no  se  permitieron  en  los  ochó  primeros  años  dé  la 
reconquista,  se  aumentaron  mucho  después. 

Sin  duda  una  puerta  de  éste  arrabal  daba  á  lo  que  hoy  és 

•» 

calle  de  la  Victoria,  y  creo  muy  probable  que  fuera  dicha  puer- 
ta la  de  Fontanela j  delante  de  la  cual  estaba  la  ermita  de  AU 
cathan,  malagueño  muerto  en  olor  de  santidad  y  enterrado  en 
ella« 

¿Hasta  donde  se  extendió  éstearrabal?  Ha  sido  creencia  co- 
mún entre  cuantos  hemos  escrito  de  topografía  malagueña,  que 
una  muralla  salía  de  la  Puerta  de  Granada  y  corriéndose  hacia 
«1  Molinillo  y  la  Goleta  venía  á  dar  en  Puerta  Nueva;  buena 
prueba  de  ello  és  el  nombre  de  Postigo  de  Juan  Boyero  que  lleva 
una  calleja  cerca  de  éste  circuito.  Todos  hemos  dicho  también 
que  dentro  de  dicho  muro  encerraban  los  moros  sus  ganados  ó 
vendían  las  presas  de  sus  algaradas,  y  que  dentro  de  él  tam-^ 
bien  fueron  encerrados  los  muslimes  malagueños,  cuando  las 
desventuras  de  su  rendición. 

Cada  vez  sin  embargo  ve^igo  dudando  más  de  éste  aserto, 
desde  que  escribí  mi  Historia;  cada  vez  creo  más  que  éste  sitio 
«ra  el  menos  apro|)ósito  para  tal  destino,  y  que  al  llamarle  Pul- 
gar 


472  MAlaoa  Musulmana. 

.¿ar  Corral  de  los  ganadoí  y  decir  que  estaba  bajo  los  muros 
la  Alcazaba,  indicó  no  éste  sitio  sino  otro,  designado  en  los: 
tiguos  planos  con  el  nombre  de  Corral  del  Concejo;  el  cual  conti- 
nuó sirviendo  á  los  primeros  pobladores  cristianos  para  enc^ 
rrar  sus  ganados.  Comprendía  un  ancho  espacio,  en  el  que  bx¡ 
hoy  edificadas  varias  calles  al  pié  de  los  muros  de  la  Alcazabit 
entre  ésta,  la  muralla  que  desde  ella  bajaba  á  unirse  con  la  á»- 
dad  y  otra  que  se  uniría  con  los  muros  del  arrabal,  en  cuyo  » 
pació  estuvieron  las  Inválidas.  Me  decido  por  ésta  opinión  qat 
me  parece  la  más  cierta,  aunque  á  veces  habia  llegado  á  crcet 
qne  el  Corral  de  los  Cautivos  estuvo  en  el  Haza  de  la  Alcazaba, 
el  anchuroso  espacio  vacío  que  en  ella  y  cerca  de  su  ámbito 
existía  entonces  (i). 

El  otro  arrabal,  á  la  margen  derecha  del  rio,  compreni 
gran  parte  de  los  actuales  barrios  del  Perchel  y  la  Trinidat 
parte  de  él  debió  tener  algún  muro  y  obras  de  defensa,  como 
la  torre  que  aun  se  vé  en  el  comedio  de  la  calle  de  Mármoles, 
como  las  de  Fonseca,  junto  al  Carmen.  Las  cuales,  dice  Medi- 
na Conde  y  á  cargo  de  su  conciencia  dejo  la  noticia,  que  fat' 
ron  diez  y  ocho.  Por  mi  parte  puedo  asegurar  que  eran  muy  fuer- 
tes, algunas  cuadrabas  y  bien  altas;  que  se  llamaron  así  porque 
junto  á  ellas  se  colocaron  las  estancias  de  D.  Antonio  de  Foo* 
seca  durante  el  sitio;  que  cerca  habia  muchas  huertas  y  un  ca- 
-___^_^__  llejon 

(1)  En  éste  arrabal  obtuvieron  repartí mientsE  los  franciscanos,  que  tuvieron  que  rs- 
chazar  las  intrusiones  ile  los  trinitarios;  los  cuales  pr°t(^ii dieron  fundar  ante  lan  paerlW' 
lie  Granada  y  Antequera,  y  aprovechar  los  materiales  de  los  muchos  edificioR  arruinadM 
que  habia  en  él;  también  los  obtuvieron  Diego  Carreño,  criado  de  loa  Reyes  Cat(}lieaa,qve 
consiguió  casas,  huertas  y  un  hom6  de  cocer  tejas,  Juan  de  Alvendea,  (;ue  recibió  nn  huer- 
to, j  Juan  de  Proaño  que  consiguió  un  mesón  y  una  mezquita. 


on  que  se  llamó  Callejón  de  las  Almenas,  sin  duda  por  lafor- 
.cacion  que  á  él  caía.  Próximo  á  ellas  se  repartieron  tierras 
á  Cristóbal  de  Berlanga,  contador  de  las  tropas  de  Juan  de  Mer- 
,  Jo,  á  quien  estimaban  mucho  los  reyes  por  sus  grandes  servicios. 
Mencionan  los  Repartimientos,  á  lo  que  sospecho,  éste  arra- 
bal llamándole  el  de  la  Puente,  indicando  que  había  en  él  unas 
ferrerias,  y  que  entre  el  puente  antiguo  y  lo  que  después  fué 
Puerta  Nueva  existió  una  puentecilla,  que  hubo  también  des- 
pués de  la  Reconquista,  como  hoy  un  poco  más  allá,  dando  nom- 
bre á  la  calle  de  la  Puente. 

Ante  la  Puerta  del  Mar  habia  un  arenal,  á  donde  salieron  los 

ginetes  malagueños  á  hacer  gala  de  su  destreza  ante  las  galeras 

1^    que  mandaba  D.  Pedro  Niño,  cual  ya  dije,  y  en  el  que  se  con- 

Kcedieron  heredamientos,  hacia  lo  que  hoy  és  Circulo  mercantil, 

^nl  bravo  marino  Garci  López  Je  Arriarán  (i)  que  ediñcó  en  él 

„^_^_^__  unas 

(1)  llasU  ahora  cuantos  nos  liuinos  ocupado  He  historia  malagueña  colocábamos  en 
¿ale  arenal  una  isla;  indújonos  á  lal  error  el  nombre  de  Isla  de  Arriarán,  que  de  anti- 
guo &e  dAbft  al  terreno  repartido  a  éste  marino;  ésto  en  ¡irimer  lugar,  dcsjiues  un  teito  de 
4inescrÍlor  romano,  Rufo  Fesla  Avi«no.  quien  detcríbiendo  la  marina  mediterránea,  al  tra- 
tar de  Halaga  parecía  claramente  decir— De  Ora  maritimu  t,  423  á  437— que  frente  á 
«lia  habia  una  isla,  conEagrada  á  la  Luna;  isla  cuya  existencia  admitieron  Isaac  Vosio— 
Nota*  á  Meta,  lib.  II,  cap.  6— Cortés  y  López — Dice,  geogr. — y  cuya  consat^racion  parecía 
i-oncordar  con  el  rulto  que  en  nueali'a  ciudad  se  dio  á  una  divinidad,  símbolo  de  aiiuol  as- 
Despuea  de  escrita  mi  ¡lUloi-iii,  hace  años,  mientras  preparaba  la  presente  obra,  co- 
en  ningún  docunienlo  hallaba  memoria  ni  rastro  de  tal  isla,  aunque  Pulgai-  decia  que 
lar  batía  en  Alarawnas  y  aun  In  rodeaba  al  Levante,  como  el  P.  Floree,  autoridad  para 
m  de  singular  estimación  y  respeto,  sostenía  que  no  liabia  existido,  em(iec:¿  í  dudaí'  du 
Jo  que  aquellos  autores  indicaban.  Habiéndome  dicho  después  el  malogra<lo  viogero  en  Ma- 
mieooa  D.José  M.  du  Murga  en  cierta  ocasión,  visitando  conmigo  el  perímetro  de  los  anti- 
muros, al  oírme  exponer  mis  dudas,  que  tuviera  en  cuenta  que  sus  paisanos  los  ii/- 
llamabau  iníoí  á  las  manmnas  de  casas,  y  que  en  Málaga  habían  poblado  muchas 
linos,  no  habiendo  encontrado  nada  <iue  sobre  iele  parliculai  pudii^ia  advertirme  lo 
los  Repartimigntoa,  comencé  á  considerarlo  como  una  futura  rectiñcacion. 
'terminación  en  la  que  vino  i  conllrniarme  Ib  indicación  contenida  en  el  interesanlísímo  ' 
del  Sr.  Lncerda — Planos  comparativo»  de  la  ciudad  de  Halaga — donde  indica  que 
antiguos  planos  de  nuestra  ciudad  se  llamaban  islas,  cual  Hurgk  decís,  á  los  manzana» 


474  '  Málaga  Musulmana. 


linas  casas,  aprovechando  restos  de  otras  morunas.  Casas  don* 
de  existieron  multitud  de  figones,  asilo  y  centro  de  toda  ¡agen- 
te brava  y  maleante  malagueña,  eii  los  tiempos  en  que  pasó  por 
nuestra  ciudad  el  gran  Cervantes,  y  en  los  de  Ovando,  que  de- 
cía de  ellas  en  su  estilo  raro  y.  enrevesado: 

De  Riarán  la  Isla  por  famosa 

En  la  Puerta  del  Mar  tiende  su  rancho, 

De  Baco  con  bayucas  espaciosa 

La  razón  sabe  hacer  á  todo  gancho; 

Nada  és  en  comidas  mt^lindrosa, 

Pues  le  viene  el  comer  culebras  ancho; 

Solo  admira  entre  tantas  inquietudes 

Siempre  música  tenga  de  laudes. 

Después  de  éste  arenal  se  iba  estrechando  la  marina  hasta 
formar  una  angosta  lengua  de  arena  y  peñas,  que  se  hacía  cuasi 
impracticable  á  la  entrada  del  actual  camino  de  Vélez. 

A  la  subida  del  cerro  donde  se  levantó  la  Alcazaba,  por  la 
parte  de  tierra,  á  orillas  de  la  cañada  que  hacian  las  aguas  hi- 
bernales, desprendidas  de  las  próximas  alturas,  para  dirigirse  al 
mar,  habia  por  los  tiempos  de  la  Reconquista  un  conjunto  de 
muros  y  torreones,  al  cual  bajaba  á  unirse  el  adarve  de  aquella 
fortaleza,  con  el  que  también  se  juntaba  el  del  arrabal  de  Fon- 
tanela, y  desde  el  que  partían  las  murallas  de  la  ciudad. 

Lugar  por  estremo  fuerte  lo  consideraron  cuantos  llegaron  á 
verle;  hoy  és  completamente  imposible  describir  su  disposición, 
pues  hasta  sus  restos  han  desaparecido,  y  los  planos  más  antiguos 

apenas 

de  casas:  determinación  en  la  que  también  me  confirmó  la  admirable  interpretación  del 
ieito  de  Avieno  hecha  por  mi  ilustre  amigo  D.  Aureliano  Fernandez  Guerra,  quien  ha  de* 
mostrado  que  aquel  geógrafo  se  refería  á  Menace  y  no  á  Málaga,  y  que  la  isla  del  autor  ro- 
mano era  el  Peñón  de  S.  Cristóbal  en  Almuñécar.  Con  lo  cual  rectifico  también  la  notida 
contenida  en  mi  Narración^  pág.  10,  nota,  donde  Menace  se  concertará  con  Almuñécar. 


Partb  segunda.  Capítulo  ii.  475 

apenas  noa  dan  idea  ,de  su  estado.  En  él  había  una  torre,  que  £ 
la  manera  de  la.  del  Príncipe  ó  de  las  Infantas  en  la  Alhambra^ 
tenfa  aposentos  adecuados  para  alojar  sultanes  dentro  de  sus 
muros,  tan  admirablemente  fabricados,  que  aunque  poderosas 
lombardas  dispararon  contra  ellos  durante  el  asedio  para  derro- 
carlos, nunca  pudieron  conseguirlo.  Un  cronista  coetáneo  (i)  ce- 
lebra éstos  aposentos,  á  donde  iban  á  parar  los  reyes  granadi- 
nos cuando  visitaban  á  Málaga,  gozando  en  su  recinto  y  en  los 
huertos,  que  próximos  tenian,  todos  los  deleites  de  la  vida  mo- 
ra, resguardándose  al  mismo  tiempo  en  ellos  de  alguna  asona- 
da popular,  de  infames  deslealtades  ó  de  cualquier  conjuración, 
de  aquellas  muchas  que  tan  dramático  realce  dieron  á  la  histo* 
ría  de  la  dinastía  granadina.  Esta  mansión  y  torres,  asaltadas 
durante  el  asedio,  perdidas,  recobradas  tras  encarnizadas  bata- 
llas, voladas  durante  ellas  con  barrenos,  incendiadas,  cañone- 
adas,  desaparecieron  sin  duda  desde  que  los  cristianos  se  pose- 
sionaron de  Málaga. 

En  éste  sitio,  en  las  casas  fronteras  á  lo  que  fué  Iglesia  y  Hos- 
pital de  Santa  Ana  en  la  Plaza  de  la  Merced,  és  decir  hacia 
la  rinconada  que  hoy  forma  la  de  los  números  2,  4  y  6,  estu- 
vo la  Puerta  de  Granada  iLb^  v^b  bib  Garnatha^  como  quizá  di- 
ffan  los  moros.  Paréceme  que  se  llamó  también  á  ésta  puerta 
bib 

(i)  Ak>ii80  de  Falencia  en  su  Narratio  belli,  dice  que  en  los  primeros  momentos  del 
cerco  los  moros  salían  al  arrabal,  disparaban  sobre  los  sitiadores  sus  armas  y  se  refugiaban 
en  ciertí  mansión  fortificada  cercana  á  los  muros  y  entre  huertos,  preparada  para  cuando 
el  rey  moro  viniera  á  Málaga,  y  añade  quam  ob  rem  ad  Ulatn  amcenitatem  posidendum 
édicatiorique  voluptatem  pro  libídines  tutius  consequendas  reges  ereoceranty  operce  praa- 
wmmite  iurris  aliis  iurribus  contiguis  prceminentem  in  modum  arcis^  etc. 

64 


476  Málaga  Musulmana. 


^.j^JU)  v^Lj  bib  Almalaabf  Puerta  del  Teatro ^  probablemente  por 
los  restos  del  anfiteatro  romano  que  cerca  de  ella  se  verían  en- 
tonces, hoy  completamente  soterrados.  Cuentan  los  que  la  vie- 
ron que  sobre  su  arco  de  ingreso  había  esculpidas  cinco  llaves, 
las  cuales,  según  Morejon,  simbolizaban  las  cinco  puertas  que 
decía  tuvo  Málaga  durante  la  dominación  sarracena,  y  según 
otros  espresaban  los  cinco  preceptos  fundamentales  del  maho- 
metismo, ó  sean  la  proclamación  de  la  unidad  de  Dios^  la  azota  ú 
oración,  la  limosna^  él  ayuno  del  Ramadhan  ó  cuaresma  musulma- 
na, y  la  hicha  ó  peregrinación  á  la  Meca. 

Es  muy  posible  que  ésta  puerta  se  abriera  en  una  torre,  co- 
mo cuasi  todas  las  sarracenas,  y  al  decir  algunos  autores  que 
tenía  tres  arcos,  puede  sostenerse,  ó  bien  que  los  presentara  de 
frente,  ó  que  después  de  el  de  ingreso  hubiera  otro  sosteniendo 
la  bóveda,  y  que  después  tuviera  el  tercero  como  salida  al  ca- 
mino de  ronda  y  calle  de  Granada,  cual  se  observaba  en  la 
Puerta  de  Buenaventura. 

Tapióse  ésta  puerta  años  adelante,  cuando  el  vecindario 
cristiano  tuvo  que  sufrir  inundaciones  y  perjuicios  por  las  co- 
rrientes de  calle  de  la  Victoria  y  en  su  lugar  se  edificó  otra,  hoy 
destruida,  que  ocupaba  parte  del  solar  de  la  casa  número  2,  4  y 
6  de  la  Plaza  de  la  Merced.  Su  entrada  no  se  presentaba  de 
frente  á  la  calle  de  Granada,  sino  de  frente  á  la  acera  derecha  de 
la  misma  según  se  sube,  es  decir  de  frente  á  la  parroquia  de  San- 
tiago; ante  ella  se  hacía  una  estensa  plazuela  y  otra  detrás  más 
pequeña. 

Desde  la  Puerta  de  Granada  seguía  el  muro  por  lo  que  hoy 

és  Plaza 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  477 


és  Plaza  de  la  Merced  y  acera  izquierda  de  calle  de  Alamos, 
bajando  hacia  Carretería,  en  algunas  de  cuyas  casas  se  conser- 
van, y  aun  en  éstos  momentos  se  están  derribando  á  la  entra- 
da de  calle  de  Aventureros,  algún  que  otro  torreón  y  trozos  de 
muros.  Siguiendo  ésta  dirección  venía  á  dar  frontero  á  la  calle 
de  Maríblanca  en  la  Puerta  de  Buenaventura,  así  llamada  por 
los  cristianos,  por  la  imagen  de  éste  santo,  que  con  la  de  la  Vir- 
gen de  los  Angeles  pusieron  en  ella;  ignórase  su  nombre  árabe  y 
ha  sido  derribada  hace  poco. 

Estuvo  tapiada  durante  las  luchas  de  moros  y  cristianos; 
abriéronla  después  éstos,  y  és  la  única  puerta  mora  que  había 
llegado  á  nuestros  dias,  aunque  bien  maltratada.  Era  de  arco 
de  herradura,  inscrito  dentro  de  un  cuadrado,  que  los  moros  lla- 
maban arrabdf  con  un  aposento  levantado  sobré  su  bóveda;  si  tu- 
vo algunos  adornos  en  su  fachada  perdiólos  con  el  tiempo.  Des- 
pués del  de  ingreso  tenía  otro  arco,  que  sostenía  una  pequeña 
bóveda  esférica,  y  tras  él  otro  que  daba  salida  á  la  Plazuela  del 
Teatro,  cuya  pendiente,  si  estaba  entonces  cual  hoy,  debió  te- 
ner ya  el  enorme  relleno  que  la  constituye. 

Desde  ella  la  muralla  inclinándose  hacia  la  izquierda,  for- 
maba un  ángulo  saliente  hacia  la  Plazuela  de  S.  Pedro  Alcán- 
tara, y  bajaba  por  la  acera  de  éste  lado  de  Carretería,  hacia  cu- 
yo  comedio,  más  allá  de  S.  Julián,  formaba  otro  ángulo  hasta 
engarzar  con  la  Puerta  de  Antequera,  situada  en  la  calleja  que 
aun  lleva  su  nombre. 

Este  pudieron  dársele  los  cristianos  tomándolo  quizá  del 
árabe  'ijJaj]  v^b  bib  Antekaira  ó  Antekira^  que  decían  los  venci- 
dos. 


478  Málaga  Müsulmaka. 


dos.  Puede  ser  que  también  se  haya  llamado  en  algún  tíempo 
Puerta  de  Almojia,  ó  de  Almexia.  Así  nombraban  en  sus  relacio- 
nes los  cautívoSi  cuya  milagrosa  liberación  celebraba  en  el  siglo 
XIII  Pero  Marín,  monge  en  S.  Millan  de  la  CogoUa  ya  citado 
en  mi  Narración^  á  una  de  las  puertas  de  Málaga,  la  cual  puede 
referirse  á  ésta  de  Antequera,  pues  el  camino  que  se  encontra- 
ba, después  de  atravesar  el  arrabal  que  ante  ella  había,  se  lla- 
mó en  aquellos  tiempos  camino  de  Almogia,  el  mismo  que  hoy 
se  nombra  de  Antequera. 

Ninguna  noticia  he  encontrado  que  me  permita  describirla; 
solo  sé  que  se  derribó  en  1785,  para  dar  mayor  ensanche  á  la 
Plazuela  del  Convento  de  las  Catalinas. 

La  muralla  á  continuación  de  ella  seguía  recta  á  Puerta 
Nueva — abierta  en  1494 — donde  debió  haber  alguna  fortifica- 
ción importante,  á  la  cual  se  unía  también  el  muro  almenado  del 
arrabal.  En  éste  sitio  el  adarve,  formando  un  ángulo  reentrante 
á  la  izquierda,  y  á  corto  trecho  otro  poco  acentuado  y  saliente  á 
la  derecha,  continuaba  por  la  acera  izquierda  del  Pasillo  de 
Santa  Isabel,  hasta  encontrarse  con  la  torre  que  daba  salida  á 
un  puente,  el  cual  estuvo  donde  el  actual  de  Santo  Domingo. 

Este  puente  era  de  cuatro  arcos  y  de  piedra,  atribuyendo  m 
construcción  las  tradiciones  populares  á  la  munificencia  de  un 
opulento  moro;  desapareció  en  la  terrible  inundación  del  Jue- 
ves 22  de  Setiembre  de  1661.  Debía  presentar  un  vistoso  as- 
pecto, pues  se  entraba  en  él,  viniendo  del  campo,  por  una  torre^ 
sobre  la  cual  al  tiempo  de  la  Reconquista  había  una  inscrip- 
ción, pero  tan  gastada  que  fué  imposible  leerla.  Llamósela  del 

CasUUar 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  479 


Castellar^  del  titulo  de  una  ilustre  familia.  Entrando  por  ella^ 
'después  de  atravesar  el  puente,  había  que  penetrar  por  otra 
torre  para  entrar  en  la  ciudad;  á  la  cual  se  llamaba  del  Rastri- 
JlOf  por  el  que  defendía  su  entrada.  Ambas  torres  eran  muy  fuer- 
tes y  abovedadas;  puede  ser  que  los  moros  llamaran  á  una  ú 
otra  de  sus  puertas  'ijLji\y^[j  bib  Alkántara^  Puerta  del  Puente^ 
^omo  sucedía  en  muchas  poblaciones  musulmanas.  Ovando  di- 
ce respecto  de  éste  antiguo  puente  al  hablar  del  Guadalmedi- 
na  (i): 

Antigua  puente  aquí  le  ofrece  anteojos, 
Porque  aclaren  la  vista  sus  raudales, 
I  Que  furiosos  se  vienen  á  los  ojos. 

Donde  un  fuerte  que  bañan  sus  cristales 
Es  militar  memoria  á  los  despojos. 
Que  dejaron  por  timbre  en  sus  anales 
Del  Castellar  los  ascendientes  bravos, 
De  tantas  lides  militares  Cabos. 

En  éste  lugar  torcía  el  muro  á  la  izquierda,  pasaba  un  corto 
iCSpacio  por  la  acera  de  éste  lado  de  la  calle  de  Santo  Domingo, 
uníase  con  Atarazanas,  rodeábala,  y  llegaba  cerca  de  la  actual 
^salida  de  calle  de  San  Juan,  hacia  lo  que  hoy  és  calle  de  la 
Herrería  del  Rey,  á  la  Puerta  del  Mar,  que  si  el  mismo  nom- 
bre tuvo  entre  los  sarracenos  debió  llamarse  j^^^  ^^^  bib  Albahty 
/tuyo  arco  tapiado  alcanzó  á  ver  Medina  Conde,  quien  le  men- 
ciona sin  damos  de  él  ninguna  noticia. 

El  muro  seguía  recto,  pasaba  por  delante  de  la  calle  de  Za- 
pateros, por  la  actual  Puerta  del  Mar,  continuaba  por  la  ace- 
ra izquierda  de  la  calle  de  Pescadores,  donde  aun  se  conserva 
•  un  torreón, 

(1)  Gaceta  nueea  de  las  su4:e80s  polilicos  y  militares  de  la  mayor  parte  de  Europa 
hasta  fin  de  Set.  de  1661— Fr.  Juan  del  Prado  y  Ugartc,  Descripción  de  la  inundación 
dü  Guadalmedina  en  1621. 


48.0  Málaga  Musulmana. 


un  torreón  I  y  se  unía  á  la  Puerta  de  Espartería^  que  estaba  al 
comienzo  de  la  calle  de  éste  nombre.  Seguía  después  hasta  el 
esquinazo  del  muelle  y  puerta,  quizá  mora,  de  Siete  Arcos,  por 
que  daba  entrada  á  un  callejón,  en  que  los  había. 

Probablemente  unido  con  el  Castil  de  Ginoveses^  pasaba  el 
muro,  continuando  después  por  la  Cortina  del  Muelle,  forman- 
do un  ángulo  reentrante  muy  pronunciado  hacia  la  izquierda^ 
hasta  engarzar  con  un  torreón  del  primer  recinto  murado  que 
ceñía  la  Alcazaba. 

En  los  repartimientos  asegura  Medina  Conde  que  se  cita  la 
puerta  de  Valguazar  ó  Valguatar;  en  la  relación  de  Pero  Marín 
se  nombra  la  de  la  Azagaya^  que  se  ignora  á  cual  de  las  anti- 
guas correspondía. 

La  muralla,  en  los  sitios  que  aun  se  descubre,  muestra  di- 
versas alturas  y  espesores,  según  la  disposición  del  terreno  y 
también  según  las  exigencias  de  la  defensa;  su  altura  no  puede 
determinarse  bien,  por  los  rellenos  formados  en  sus  arranques. 
Su  construcción  también  és  muy  varía;  parte  de  ella  la  más  es- 
casa,  especialmente  muchas  torres,  son  de  cajones  de  hormigón^ 
la  mayor  parte  de  cajones  de  tierra  y  piedra  menuda  bastante 
bien  apisonada  y  endurecida;  á  veces  se  ven  en  ella  refuerzos 
de  ladríllos  provenientes  de  obras  crístianas. 

Cuando  las  armas  de  la  Reconquista  no  amenazaban  llegar 
á  ella,  hubo  ocasiones  en  que  estuvo  sumamente  descuidada  por 
la  parte  de  tierra,  hasta  el  punto  de  que  en  su  circuito  había 
portillos,  que  favorecieron  durante  el  siglo  XIII  la  fuga  de  los 
cautivos  cristianos.  En  los  prímeros  tiempos  de  la  Reconquista 

estuvo 


s 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  481 

estuvo  por  todo  extremo  atendidaí  dedicándose  á  su  reparación 
el  importe  de  las  multas  que  se  imponían  á  los  vecinos.  Aun 
se  conserva  en  los  Repartimientos  la  memoria  de  un  Gonzalo 
Calero,  que  por  haber  durante  algunos  años  mostrado  sumo  in- 
terés en  la  preparación  de  las  cales,  que  en  ella  se  emplearon, 
obtuvo  muy  buenas  propiedades. 

El  muro  estaba  almenado,  y  de  trecho  en  trecho,  bastante 
corto,  lo  defendían  torres  cuadradas  y  á  veces  semicircula- 
res» á  la  mayor  parte  de  las  cuales  se  entraba  por  lo  alto  del 
adarve,  de  cuya  altura  no  se  elevaban  mucho.  Eran  éstas  tor- 
res de  piedra,  de  hormigón  y  aun  de  ladrillo,  si  és  que  éste  no 
fué  adherencia  más  moderna;  cuasi  todas  estaban  macizadas 
con  barro  y  piedras,  algunas  tenían  aposentos  en  la  parte  supe- 
rior y  macizada  la  parte  baja:  creo  que  estarían  almenadas  y 
que  debían  ser  muy  fuertes  aquellas  en  que  se  abrían  las  puer- 
tas, las  de  los  ángulos  en  que  el  muro  cambiaba  de  dirección  ó 
las  de  los  puntos  más  expuestos  á  riesgos.  Desde  la  Puerta  de 
Buenaventura  á  Puerta  Nueva  he  contado  marcadas  en  los  pla- 
nos diez  y  nueve,  de  la  de  Siete  Arcos  á  la  Alcazaba  ocho;  nú- 
mero que  no  doy  por  exacto,  especialmente  el  segundo,  pues  no 
tengo  absoluta  seguridad  de  ello. 

Ante  la  muralla  hubo  en  algunas  partes,  no  sé  si  en  todo  el 
circuito,  otra  mas  baja  ó  falsa  braga.  Desde  la  Puerta  de  Gra- 
nada á  la  del  Puente  la  defendía  un  foso  bastante  ancho  y  con 
Qna  considerable  pendiente  hacia  la  Plazuela  de  S.  Pedro  Al- 
cántara. A  sus  espaldas,  del  muro  á  las  casas,  había  un  espacio 
libre  que  se  llamaba  camino  de  ronda^  el  cual  se  conserva  toda- 
vía 


48a  Málaga  Musulmán a« 


vía  en  el  trayecto  de  algunas  modernas  calles;  las  nombradas 
Muros  de  S.  Julián,  de  la?  Catalinas,  de  Puerta  Nueva,  y  do 
Espartería,  fueron  el  antiguo  camino  de  ronda^  por  donde  transí» 
taban  las  tropas  sin  estorbo  (i). 

Descritas  las  murallas  que  circundaban  la  población,  índi*r 
cados  su  foso  y  sus  torres,  enumeradas  sus  puertas,  penetre** 
mos  por  éstas  al  interior.  Fuera,  Málaga  presentaba  igual  aspec- 
to que  todas  las  poblaciones  de  Oriente;  aspecto  fantástico  y 
bello:  el  caserío,  ceñido  por  la  parda  cintura  de  los  muros  alme« 
nados  y  torreados;  alzándose  sobre  sus  azoteas  las  torres  de  aU 
gunas  casas  y  los  minaretes  de  las  mezquitas,  entre  los  cuales  se 
marcaba  el  oscuro  follaje  de  líuertas  y  jardines;  la  Alcazaba  y  el 
Gibralíaro  irguiendo  sobre  la  ciudad  sus  adarves  y  torreones^ 
Todo  ésto  encerrado,  de  un  lado  por  los  pintorescos  arrabales,  de 
otro  por  las  olas  del  mar,  y  tierra  adentro  por  los  dilatados  ho<- 
rizontes  de  nuestra  Vega  ó  por  montes  encumbrados.  Este  cua« 
dro  debía  inspirar  agradables  impresiones,  que  se  reflejan  en  los 
relatos  de  los  que  se  recrearon  en  su  contemplación;  impresio- 
nes que  inspiraron  el  estro  de  algunos  poetas.  Uno  de  ellos  Aben 

Said, 

(i)  Ninguno  de  los  autores  que  en  el  siglo  pasado  describieron  á  Málaga  nos  ha  dada 
satisfactorias  indicaciones  acerca  de  su  situación  en  la  época  sarracena.  Morejon,  hombre 
de  conciencia,  aunque  de  escasa  critica,  dá  algunas  preciosas  noticias,  pero  muy  cortas;, 
según  él  Málaga  tenía  cinco  puertas  en  tiempo  de  nioros:  las  de  Espartería,  Santo  Domin- 
go, Antequera,  Buenaventura  y  Granada;  creo  que  debió  tener  algunas  más,  pues  la  anti- 
gua del  Mar  puede  probarse  por  los  Repartimientos  que  era  moruna,  y  por  ciertas  indica- 
ciones inferirse,  aunque  no  con  tanta  seguridad,  que  también  lo  era  la  de  Siete  Arcos.  Es- 
casas son  las  noticias  que  nos  dá  Ovando  en  su  Descripción  poéticay  para  resolver  ésta  7 
otras  dudas.  Mas  de  quien  debíamos  obtenerlas  completas  és  de  Medina  Conde,  en  cayo 
tiempo  fácil  le  hubiera  sido  trazar  un  cuadro  cuasi  completo  de  Málaga  musulmana;  por 
desgracia  está  tan  embrollada  su  descripción  y  tan  confusa,  que  á  cuantos  hemos  buscada 
en  él  los  datos  que  pudo  ofrecernos,  no  nos  ha  dejado  más  recurso  que  deplorar  su  (al- 
ta de  método  y  orden. 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  483 

■ 

Said,  recordando  desde  Egipto  las  ciudades  andaluzas,  rami- 
lletes de  rosas  y  azahar,  tesoros  de  piedras  preciosas  encerrados 
en  copa  de  plata,  cual  decía  otro  poeta,  exclamaba: 

A  Málaga  tampoco  mi  corazón  olvida, 

No  apaga  en  mi  su  ausencia  la  llama  del  amor, 

¿Donde  están  tus  almenas  !oh  Málaga  querida! 

Tus  torres,  azoteas  y  excelso  mirador? 

Alli  la  copa  llena  de  vino  generoso 

Hacia  los  puros  astros  mil  veces  elevé, 

Y  en  la  enramada  verde,  del  céfiro  amoroso 
Sobre  mi  frente  el  plácido  susurrar  escuché. 
Las  ramas  agitaba  con  un  leve  ruido, 

Y  doblándolas  ora  ó  elevándolas  yá. 
Prevenir  parecía  el  seguro  descuido 

Y  advertimos  si  alguien  nos  venía  á  espiar,  (i). 

Al  interior,  como  también  sucede  en  las  ciudades  de  Orien- 
te, se  desvanecería  el  encanto,  para  los  que  lo  anteponen  todo  á 
las  exigencias  de  la  vida  moderna,  mientras  que  por  el  contra- 
rio se  aumentaría  para  un  artista,  para  un  poeta.  Calles  angos- 
tas, revueltas,  muchas  veces  tortuosas,  cortadas  á  trechos  por 
arcos,  que  en  los  diversos  barrios  se  cerraban  por  la  noche  con 
cadenas  ó  compuertas;  multitud  de  callejones  sin  salida;  case- 
río desigual  en  construcción,  alineación  y  altura,  comunicándo- 
se á  veces  por  cobertizos  sobre  la  calle;  muchas  celosías,  pocas 
ventanas,  la  mayor  parte  estrechas,  saeteras  más  que  ventanas; 
las  casas  principales,  fortalezas  más  bien  que  casas;  mezquitas 
en  muchas  calles  y  plazuelas;  posadas  para  los  viageros;  baños 
para  el  aseo,  la  conversación  ó  la  intriga;  hornos  donde  cocer  el. 
pan;  una  alcaicería  donde  traficar;  una  mezquita  mayor  donde 
orar  y  aprender;  cerca  del  mar  la  aduana  y  toda  la  animación 

que 

(i)    Schaek,  Poesía  y  arte  de  los  ár.  en  Sic,  y  Esp.  T.  I.,  pág.  i9'2. 

65 


484  Málaga  Musulmana. 


que  puede  prestar  el  comercio  á  un  pueblo  musulmán:  las  tien- 
das, bajas,  estrechas,  oscuras,  como  nichos,  donde  se  despacha- 
ban frecuentemente  ricas  mercaderías,  brocados,  tisúes,  sargas, 
orfebrería,  armas,  arneses,  porcelanas  y  vidrios. 

Y  tras  de  aquellas  paredes  escuetas,  mudas  y  sombrías,  exis- 
tían á  veces  moradas  deliciosas,  centro  de  todos  los  placeres,  del 
sosiego  y  del  reposo  bajo  la  sombra  de  las  parras,  al  monótono  y 
soñoliento  rumor  de  las  norias,  oyendo  el  raudal  de  agua  saca- 
do por  éstas  caer,  refrescando  el  ambiente,  en  la  anchurosa  al- 
berca,  viendo  reflejarse  en  la  superficie  de  ésta  6  recortarse  en- 
tre el  follage  de  los  árboles,  entre  las  rojas  flores  de  los  grana- 
dos, las  delicadas  tracerías  del  arco  sarraceno. 

Cuadro  digno  de  la  Edad  Media,  impregnado  de  romanti- 
cismo y  de  poesía  en  las  costumbres,  hechos  y  sentimientos;  que 
si  nos  aparece  tan  hermoso,  también  tenía  detalles  repugnan- 
tes, sombrías  tristezas  y  desgarradores  sufrimientos.  Mucha 
misería  popular,  aunque  la  mitigara  los  recursos  de  nuestra 
fértil  tierra;  gran  depravación  en  las  costumbres;  el  judío,  per- 
diendo entre  el  desprecio  y  la  crueldad  general  la  dignidad  hu- 
mana; el  lazarino,  el  leproso,  abandonado,  aborrecido,  ahuyen- 
tado á  los  extremos  de  la  población;  inmundos  muladares  en 
éstos.  Y  allá,  en  el  fondo  de  las  suntuosas  moradas,  durante  las 
postrimerías  del  islamismo  hispano,  el  terror  á  las  armas  cris* 
tianas,  la  incertidumbre  del  porvenir,  el  pesar  de  la  rica  heredad 
incendiada,  de  la  fusta  cargada  de  mercaderías  apresada,  de 
amigos,  deudos  ó  hijos  cautivos,  arrojarían  sombra  de  duelo  y 
lágrimas  sobre  los  encantos  de  la  voluptuosa  vida  mora. 

Todavía 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  485 

Todavía  se  conserva  en  muchas  de  nuestras  calles  el  traza- 
do de  las  antiguas  musulmanas:  la  vía  principal  que  atravesaba 
de  Levante  á  Poniente,  desde  la  Alcazaba  á  lo  que  entonces  era 
el  baluarte,  donde  después  se  abrió  Puerta  Nueva,  formando  co- 
mo hoy  tres  diversas  calles;  las  que  se  unian  con  ella  bajando  de 
la  parte  Norte  y  las  que  de  ella  salían  en  dirección  al  mar;  la 
plaza  principal  ó  sea  la  de  la  Cuatro  Calles^  como  la  llamaron  los 
cristianos  conquistadores,  á  la  que  concurrían  las  arterias  prin- 
cipales. 

Todavía  se  conservan  en  el  Toril,  en  Siete  Revueltas,  junto 
.á  Santiago,  en  otras  muchas  partes  las  callejuelas  revueltas,  tor- 
tuosas, estrechas,  y  las  callejas  sin  salida  moras;  de  muchas  otras 
DO  nos  queda  memoria,  y  de  algunas  que  se  conserva  no  puedo 
indicar  su  trazado,  pues  ó  bien  se  destruyeron  en  los  primeros 
tiempos  de  la  conquista,  en  el  que  hubo  muchos  derribos  y  edi- 
ficaciones, ó  bien  después,  derruidas  para  construir  la  Catedral^ 
los  conventos,  los  hospitales,  las  casas  particulares,  ó  engloba- 
das en  algunos  de  éstos  edificios,  como  la  que  había  en  él  des- 
truido convento  de  Santa  Clara,  como  la  que  aun  puede  verse 
dentro  de  la  casa  de  Villalcázar  en  la  calle  de  S.  Agustín  (i). 

Los  nombres  que  dieron  los  conquistadores  á  algunas  calles 
moras 

(i)  En  los  libros  de  Repartimientos^  T.  III  del  Archivo,  que  debe  ser  I,  folio  22  v.  al 
S4  ▼.,  se  encuentra  una  relación  de  las  antiguas  calles  de  Málaga  coetánea  de  la  conquis- 
ta, pues  se  copió  entre  dos  documentos  de  17  de  Noviembre  y  4  de  Diciembre  de  1488.  La 
publico  por  lo  curiosa  y  como  comprobante  del  texto  en  ésta  nota,  tal  cual  se  halla  escrita^ 
con  su  especial  ortografía,  variando  ésta  solo  cuando  lo  exija  la  claridad  en  el  texto;  á  la 
vei  que  he  procurado  concordar  las  calles  antiguas  con  las  modernas  he  reunido  en  rada 
nna  de  ellas,  á  costa  de  sumo  trabajo,  las  noticias  que  sobre  mezquitas,  hornos  y  edilicios 
notables  hallé  esparcidas  en  los  Repartimientos.  Dice  ésta  relación,  hasta  ahora  no  publi- 
cada, lo  siguiente: 

Los  limites  de  las  calles  de  Málaga  é  los  nombres  de  ellas: 


486  Málaga  Musulmana. 


moras  y  su  correspondencia  con  las  modernas  son  los  siguientes: 

De  Mercaderes^  así  se  llamó  la  actual  de  Santa  María;  en  ella 
se  encontraba  un  arco  que  daba  entrada  á  la  Morería. 

De  Abades^  formaba  parte  del  actual  Postigo  de  los  Abades, 
pues  se  estendía  por  cima  de  la  Mezquita  Mayor ^  hasta  cerca  de 
la  Aduana. 

Del  Alcázar^  corresponde  á  la  calle  del  Cistér,  cerca  de  la 
cual  hubo  una  mezquita;  la  Alcazaba  se  conoció  con  éste  nom* 
bre  y  también  se  denominó  á  raiz  de  la  Reconquista  el  Alcázar é 

De  Caballeros^  que  és  la  de  S.  Agustin:  en  ella  había  una  casa 
con  un  huerto,  que  perteneció  al  moro  el  Saler,  de  la  cual  se  con- 
servan, según  creo,  restos  de  algunas  bóvedas  y  algo  de  la  anti- 
gua disposición  en  la  hermosa  casa  de  los  condes  de  Villalcázar: 
hubo  también  en  la  misma  calle  un  horno  y  una  alhóndiga,  casa^ 
como  decía  Covarrubias,  diputada  para  que  los  forasteros  que  vie- 
nen de  la  comarca  á  vender  trigo  á  la  ciudad  lo  metan  allí. 

De  Doncellas^  entiendo  que  ésta  fué  la  callejuela  de  S.  José. 

Real^  la  cual  se  nombró  también  del  Rey  y  Principal;  se  co- 
noció 

De  Mercaderes.— Lsí  calle  que  comienza  desde  una  escuela  que  bezan  mozos — escue- 
la de  primeras  letras— 'X  leer,  que  és  encima  de  la  Iglesia  Mayor,  como  va  i  dar  en  la  Plaxa 
de  las  quatro  calles,  cal  de  Mercaderes, 

De  Abadcs.^V,  la  otra  calle  que  desde  el  dicho  limite  vá  por  encima  de  la  dicha  Igle- 
4»ia  Mayor  hasta  la  puerta  de  la  Aduana,  cal  de  Abades. 

Del  Alcázar.— E  la  otra  calle  que  se  aparta  por  la  puerta  de  la  dicha  escuela  arriba 
hasta  la  plaza  del  pozo  junto  á  la  fortaleza,  la  calle  de/  Alcázar. 

De  Caualleros. — E  la  otra  calle  que  se  aparta  por  casa  del  comendador  mayor  pata 
yr  á  la  puerta  de  Granada  hasta  la  calle  principal,  cal  de  Caualleros. 

Dt*  DoHzellas.—E  otra  calle  que  se  a^^arta  desta  de  suso,  por  entre  las  casas  del  co- 
mendador mayor  e  un  alhóndiga,  hasta  dar  en  la  dicha  calle  principal,  cal  de  Donzellat. 

Calle  Real,— Des  la  dicha  puerta  de  Clonada  hasta  la  dicha  plaza  de  las  quatro  ca- 
lles, la  calle  Real, 

Otra  calle  que  se  ajtarta  de  ésta  la  primera  entrando  |>or  la  puerta  á  la  mano  derecha, 
la  cal  de 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  487 

noció  además  desde  1497  con  su  actual  denominación  de  calle 
de  Granada;  hubo  en  su  trayecto  unos  hornos  y  una  mezquita, 
que  probablemente  formó  parte  de  la  parroquial  de  Santiago;  á 
ella  caía  la  Morería^  parte  de  la  cual  daba  frente  á  la  entrada  de 
calle  de  Beatas. 

De  las  Beatas^  tuvo  desde  la  Reconquista  éste  nombre;  en  ella 
existieron  una  mezquita,  varios  hornos  y  una  plazuela,  á  más  de 
una  casa  muy  hermosa,  que  poseyó  un  opulento  moro  llamado 
Aben  Manzor,  en  la  que  había  jardines,  una  noria  y  un  baño,  ca- 
sa que  quizá  estuvo  en  el  destruido  convento  de  la  Encarnación 
ó  en  la  casa  frontera  á  éste  número  24,  propiedad  hoy  de  D.  Ber- 
nabé Dávila. 

De  CantarranaSy  hoy  el  Cañuelo  de  S.  Bernardo;  en  ella  hu- 
bo una  plazuela. 

Del  OterOf  la  actual  de  Tomás  de  Cózar  hasta  el  muro;  tenía 
salida  á  calle  de  Granada,  pero  al  indicar  éste  trozo  de  calle  de- 
jaron en  blanco  en  los  Repartimientos  el  nombre  con  que  se  la  co- 
nocía. 

Salada^  estuvo  en  las  actuales  de  Calderería  y  Casapalma; 
en  ella  hubo  un  gran  edificio  compuesto  de  varios  cuerpos  de 
casas,  con  altos  ricos,  dicen  en  su  desesperante  brevedad  los  Re- 
partimientos,  sin  duda  por  tener  los  pisos  superiores  lujosamente 
adornados 

De  loit  Beatas. ^Oiva  calle  que  se  aparta  dcsta  Real  como  entra  de  la  dicha  puerta 
de  Granada  á  la  mano  derecha,  calle  de  las  Beatas, 

De  Cantarranas,—OinL  calle  que  se  aparta  desta  de  las  Beatas  á  la  mano  izquierda 
4iue  Tá  á  dar  á  la  Real,  calle  de  Cantarranas, 

Del  Otero, — Otra  calle  que  se  aparta  de  la  de  las  Beatas  á  mano  derecha  hasta  el 
adarve,  la  calle  del  Otei^o. 

Calle  Salada.-'OínL  C3\\e  que  se  aparta  en  la  dicha  calle  Real  en  derecho  de  los  cal- 
dereros hasta  cal  de  Beatas,  la  calle  Salada. 


488  Málaga  Musulmana. 


adornados  á  la  morisca:  era  éste  edificio  de  tanta  importancia 
que  no  sólo  tenía  su  huerta  sembrada  de  árboles  frutales,  sino 
además  una  mezquita;  perteneció  al  moro  el  Cortor  y  estaría 
hacia  los  baños  de  Ortiz.  Diéronse  éstas  casas  á  D.  Sancho  de 
Cabra,  maestre  sala  de  los  Reyes  Católicos.  Cerca  obtuvo  otras 
Fernando  de  Uncibay  que  dio  su  apellido  á  la  plazuela  que  hoy 
le  lleva;  Uncibay  fué  servidor  del  tesorero  real  Ruy  López  de 
Toledo,  y  habiendo  perdido  en  el  mar  una  fusta  suya  en  servicio 
de  los  reyes  se  le  concedieron  ricos  heredamientos  en  Málaga 
y  en  Vezmiliana. 

De  las  Doce  Revueltas^  hacia  el  comedio  de  calle  Salada,  sin 
duda  á  la  entrada  de  la  calle  del  Capitán,  había  un  arco  de  in- 
greso por  el  que  se  entraba  á  una  serie  de  callejuelas,  en  las 
que  se  comprenderían  probablemente  calle  de  la  Gloría,  Lez- 
cano  y  otras  que  llegaban  hasta  el  muro. 

De  Labradores,  pudo  ser  muy  bien  la  calle  del  Ángel,  conti- 
nuándose en  las  de  Lezcano  y  Mosquera;  pero  me  inclino  más 
á  creer  que  és  la  de  Santa  Lucía  continuada  en  la  de  Andrés 
Pérez;  en  ella  hubo  un  horno. 

De  Adalides,  puede  ser  muy  bien  la  de  S.  Telmo,  aunque  en 
antiguos  planos  aparece  interceptada. 

Del  Paraíso,  creo  que  és  la  de  los  Mártires. 
De 

XII  Revueltas,— Des  un  arco  desla  calle,  en  que  hay  ciertas  callejuelas,  hasta  el  adir- 
ue  de  un  caho  e  de  otro  al  circuyto,  de  las  doze  Revueltas. 

De  Labradores, — Otra  calle  que  se  aparta  de  la  Real  adelante  de  la  cal  Salada  hasta 
la  plaza,  á  la  mano  derecha,  que  vá  á  dar  al  muro,  calle  de  Labradores. 

De  Adalides, — Otra  calle  que  se  aparta  desta  de  Labradores  á  la  mano  izquierda,  que 
▼á  á  dar  á  un  pozo  do  labra  un  herrador,  calle  de  Adalides. 

De  Paraíso, —E&\sl  otra  que  se  aparta  de  la  dicha  calle  de  Labradores  en  la  dicha 
Jiazera,  la  calla  de  Paraiso, 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  489 


De  Pozos  Dulces^  desde  la  de  Andrés  Pérez  á  la  actual  de  la 
Compañía;  cerca  de  éste  sitio  tenían  los  moros  una  huerta  y  en- 
frente de  ésta  calle  existió  una  hermosa  casa  de  un  moro  llama- 
do Cabecira)  cerca  hubo  también  un  sitio  nombrado  los  Agime- 
ceSf  sin  duda  por  los  que  en  ellos  habría. 

De  las  Guardas^  hoy  de  la  Compañía,  por  la  casa  que  á  su 
entrada  tuvo  la  Compañía  de  Jesús;  llamóse  también  de  San 
Sebastian;  en  ella  había  un  pozo,  un  horno  y  varios  telares  de 
sedería  moros. 

De  la  Pontecilla^  dudo  cual  sea,  si  la  de  Salvago  ó  la  del  Hor- 
no, prolongándose  ésta  por  la  calle  de  Sabanillas. 

De  la  Mar^  creo  que  fué  calle  de  S.  Juan,  salía  á  la  Puerta 
del  Mar,  desde  una  calle  que  se  comenzó  á  derribar  en  los  pri- 
meros tiempos  de  la  Reconquista,  la  cual  pudo  ser  calle  de 
Santos. 

De  la  Parra^  que  quizá  sea  la  de  Cintería  y  Almacenes;  en 
ella  había  una  mezquita. 

Zapatería^  és  la  que  todavía  conserva  su  nombre  en  la  de 
Zapateros,  iba  por  la  derecha  hasta  el  muro,  continuando  sin 
duda 

Pozos  i>u2res.— Otra  calle  que  vá  á  dar  á  los  Pozos  Dulces,  calle  de  los  Pozos  Dul- 

De  las  Gruardos.— La  calle  que  se  aparta  de  la  Plaza  de  las  quatro  calles  en  derecho 
4le  cal  de  Mercaderes  hasta  el  adame,  cal  de  leu  (ruardas. 

De  la  Pontezüla.^OirB.  calle  <[ue  se  aparta  desta  á  la  mano  yzquierda,  como  vá  de 
la  plaza  que  pasa  por  la  pontezilla,  hasta  el  esquina  de  la  primera  calle  que  se  derribó,  la 
^le  de  la  Pontezilla. 

Cal  de  la  Mar. — Desde  el  cabo  de  la  dicha  calle  cpie  se  comenzó  á  derribar  hasta  la 
plaia  de  la  puerta  de  la  mar,  ccU  de  la  Mar 

De  la  P<i>Ta.— Otra  calle  que  se  aparta  de«ita  á  la  mano  yzquierda  hasta  la  esquina 
4I0  una  casa  derribada  cerca  de  Vallester,  la  cal  de  la  Parra, 

Zapatería. — Otra  calle  que  se  aparta  de  la  mano  yzquierda  do  la  plaza  de  la  mar  has- 
ta los  espezieros,  la  Zapatería,  e  asi  mismo  desde  la  dicha  plaza  á  mano  derecha  hasta  et 
adame  asi  mismo. 


4^.  MAlaoa  ^' 

duda  {mrl«qiift6i  hoy  calle  de  Saoto  DondlDgeS'  «IfóifS^fkVbfó 
nn  baño,  dd  coal  trataré  dentro  de  poco,  que  tenía  delante  una 
plagwlat  y  cetcaaaa  casa  cotí  fatt  jttrdtb;  ^tfbdtftatf  y^M  HW*ii 

Dt  los  Barrios,  conatítufanla  v&rias  oaH«|a«  y  cé«íi«aiililli^  . 
lo  que  parece  en  la  calle  del  Marqués;  había  en  éstos  lugares  mu- 
chas casas  caídas  y  vna  mezquita,  quizá  en  la  callejuela  toda- 
vía llamada  de  la  Mezqaitilla. 

Bsp€CfíÍát,  situada  bien  lejos  de  la  moderna  calle  de  Espece- 
ría; calculo  que  corresponde  á  la  de  Casas  Quemadas  y  llegaba 
favtft  uña  encrucijada,  que  aunque  con  fijeza  no  puedo  asegurar 
donde -estuvo,  creo  que  se  hallaba  junto  á  lo  que  és  Conventico. 
.De  los  Ramos,  la. actual  de  Espartería,  cerca  de  la  cual  ha- 
bía uDSí  meequita. ' 

Ds  Carpinteros,  no  sé  donde  estuvo,  ó  si  existe  hoy,  solo  pue- 
do inferir  que  estaba  cerca  del  Conventico;  en  ella  había  tela- 
res de  seda  y  una  plazuela;  á  ella  daba  el  arco  de  ingreso  de  la 
Alcaicería. 

De  Placentines,  fué  calle  de  Salinas. 

De  Gallegos,  és  posible  que  sea  la  de  S.  Juan  de  los  Reyes. 
De 

De  los  Bari-ios. ^Olra  calle  que  se  aparta  de  la  de  la  Har  en  derecho  de  la  de  ta  P»- 

rra  á  la  mano  derecha  do  posa  Rodrigo  de  Alcázar  con  otras  calles  j  barrios bula  d 

adarue  con  lo  que  vá  ú  dar  a  las  cortidurías  e  sus  barrios,  los  barrio». 

Espezeria. — Otm  calle  que  comienza  al  cabn  de  la  Zapatería,  la  calle  de  la  Eipeteria, 
hasta  la  encrucijada. 

Cal  de  jos  üainos.— La  postrimera  calle  que  se  aparta  de  la  plaza  de  la  mar  por  rara 
del  adarue  hasta  un  pozo  que  está  en  la  dicha  calle,  ad  de  lo»  /lomos. 

De  Car;nn((n-os.— Dcsdet  esquina  donde  acabó  la  cal  de  la  Parra  hasta  la  puerta  de 
laAlcaycería,  caí  de  Carpinteros. 

De  Plaieníin es.— Desde  la  encrucijada  de  Especería  arriba  la  calle  de  en  derecho  hu- 
ta la  Iglesia  Mayor,  cal  de  Plazentines. 

De  Gallegos. — Otra  calle  que  se  aparta  del  cabo  de  la  de  la  Parra  á  Is  mano  iiqcia^ 
da  por  casa  de  Vallester  basta  dar  en  la  puerta  de  la  casa  de  la  marquesa,  cal  de  Gaüegot. 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  491 

De  Francos^  ¿sería  ésta  calle  la  de  Camas?  Dudo  mucho  de  su 
dirección. 

De  Curtidores^  ignoro  su  situación;  á  ella  salía  una  albón- 
diga. 

Angosta^  ignoro  también  su  situación,  pero  sospecho  que 
sean  ésta  y  la  anterior  Siete  Revueltas  ó  el  Toril. 

De  la  Plaza^  salía  á  la  actual  de  Santa  María. 

Del  Granado^  és  calle  Fresca. 

Del  Naranjo^  que  quizá  fuera  la  de  S.  Juan  de  Dios  y  la  del 
Desengaño;  siguiéndola  desde  la  Mezquita  Mayor  se  daba  en  la 
Alcaicería;  hubo  en  ella  una  mezquita  que  se  derribó  en  1489 
y  una  casa  principal  con  su  huerto  y  noria. 

Del  Ciprés^  no  sé  con  cual  calle  pueda  concordar,  sí  que  es- 
taba cercana  á  las  anteriores;  había  en  ella  un  baño,  un  horno 
y  unos  molinos  de  mano. 

De  Tintoreros^  és  muy  posible  que  fuera  calle  de  Postas. 
'  Del 

De  Fi*anco5.— Otra  calle  que  vá  desde  la  puente  nueva  á  la  cal  de  la  Parra,  cal  de 
Francos. 

De  Cot'h'dores.— Desde  la  plaza  de  las  quatro  calles  por  el  caño  adelante  hasta  el  ca- 
bo, la  cal  de  Cortidores, 

Calle  Angosta,— OiíVi  calle  que  se  toma  desde  casa  de  la  marquesa  derecho  á  dar  á 
otra  calle  de  la  posada  de  la  marquesa,  la  calle  Angosta. 

De  la  P/aza.^Olra  calle  que  se  aparta  desta  por  el  homo  que  vá  á  dar  á  cal  de  Mer- 
caderes, cal  de  la  Plaza. 

Del  Grantfdo.— Otra  calle  que  vuelve  desde  la  misma  hazera  de  á  man  derecha  co- 
mo sube  de  la  plaza  délas  quatro  calles  por  cal  de  Mercaderes,  que  vá  á  dar  á  cal  de  Pla- 
zenlincs,  la  cal  del  Granado. 

Del  Naraiyo.^^iTíí  calle  que  comienza  desde  las  primeras  tiendas  debajo  de  la  Igle- 
lia  Mayor  hasta  el  portal  de  Alcaicería,  la  cal  del  Naranjo. 

Del  Ciprés.— otra  calle  que  se  aparta  á  man  derecha  del  homo  hasta  otra  puerta  de 
Alcaicería,  la  calle  del  Ciprés. 

De  Tintoreros.— OiTH  calle  que  se  aparta  de  la  Espezería  e  vá  á  dar  á  la  puerta  ce- 
ñida de  la  mar,  cal  de  Tintoreros. 

66 


492  Málaga  Musulmana. 


Del  Alholíj  és  la  única  calle  que  en  ésta  antigua  relación  ha 
conservado  nombre  árabe,  bien  porque  antes  lo  tuviera,  bien 
porque  se  lo  dieran  los  conquistadores;  ^5^»-^'  alhorí  6  alhelí  quie- 
re decir  granero ^  depósito  de  grafios;  no  tengo  duda  que  correspon- 
de á  la  moderna  calle  del  Cañón;  en  ella  tuvo  su  morada  ei  cé- 
lebre Ruy  López  de  Toledo,  Tesorero  de  los  Reyes  Católicos. 

De  Redes j  sospecho,  aunque  dudando  mucho,  que  sea  la  del 
Postigo  de  S.  Agustin;  hubo  en  ella  una  mezquita  y  tuvo  en 
ella  casa  el  ilustre  Hernando  de  Zafra,  Secretario  de  los  mismos 
Reyes. 

Del  GarzOf  si  la  anterior  corresponde  con  el  Postigo  de  San 
Agustin,  ésta  no  puede  ser  otra  que  la  de  Rebanadilla. 

De  Monteros^  fué  la  actual  de  la  Alcazabilla,  en  la  cual  hubo 
una  mezquita. 

De  la  Costanilla^  la  constituían  la  calle  de  S.  Miguel  conti- 
nuada en  la  del  Pájaro  y  en  la  del  Pozo  del  Rey. 

De  Barrio  Nuevo,  si  se  sigue  la  indicación  de  la  antigua  no- 
ticia que  me  sirve  de  guía  parece  ser  la  de  Santiago. 

De  Gomera,  he  encontrado  el  nombre  de  ésta  calle  en  los 

Repar- 


Del  Alholi,—Oir3L  calle  que  se  toma  desde  una  mezquita  que  está  cerca  de  la  puerta 
de  la  Aduana  en  que  posa  el  tesorero  Ruy  López  hasta  la  calle  del  Alcázar,  la  pal  deJ  Alholú 

De  Redes,— Oirá,  calle  que  se  toma  desde  la  posada  de  Femando  de  Zafra  hasta  el 
adame,  cal  de  Redes. 

Del  Garzo.— otra  calle  que  se  aparta  desta  á  man  derecha  la  ccUle  del  Garzo. 

De  Monteros.— Otra,  que  se  toma  desde  la  plaza  del  Alcázar  hasta  la  calle  Real,  di 
Monteros. 

Costanilla.— Oin.  calle  que  se  apai  ta  dcsta  ¿  vá  cerca  del  muro  del  alcázar  é  tá  á 
salir  á  la  puerta  de  Granada,  la  Costanilla. 

Barrio  Suevo. — La  primera  calle  que  se  aparta  de  la  Real  como  entran  de  lapuer* 
ta  de  Granada  á  man  yzquierda  hasta  la  cal  de  Monteros,  IslcoI  de  Barrio  Nueüo,'^ 
Asi  concluye  la  descripción  de  estas  antiguas  calles  en  los  Repartimientos. 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  493 

Repartimientos;  parece  que  estuvo  cerca  de  la  Puerta  de  Grana- 
da. Como  se  vé  conservaba  la  memoria  de  aquellos  feroces 
gomeres  que  defendieron  á  Málaga,  así  como  aún  se  conserva 
en  Granada  en  la  cuesta  que  desde  la  Plaza  Nueva  vá  á  la  Al- 
hambra. 

Estaba  la  población  dividida  en  catorce  partes,  y  cada  uno 
de  los  oficios  reunido  en  un  punto  ó  en  una  calle  determinada. 
En  ella  había  como  en  Granada  una  Alcaicería^  ó  sea,  una  lonja 
de  mercaderes^  como  decía  el  P.  Alcalá,  una  especie  de  bazar 
oriental,  una  serie  de  tiendas. 

No  puedo  fijar  con  exactitud  los  linderos  de  la  Alcaicería 
malagueña;  debió  estar  al  acabarse  la  calle  de  Almacenes,  ha- 
cia lo  que  hoy  és  el  Conventico  y  sus  alrededores.  Formában- 
la diversas  calles  de  tiendas  y  entrábase  á  ella  por  una  puerta 
de  arco,  que  daba  su  nombre  á  la  calle  del  Arco,  así  nombrada 
en  los  Repartimientos f  que  probablemente  sería  la  principal. 
Desde  la  Catedral  vieja,  bien  por  calle  de  Salinas,  bien  por  las 
de  S.  Juan  de  Dios  y  la  Bolsa,  se  entraba  en  el  portal  de  la  Al- 
cajcería.  Sus  puertas  se  cerrarían  de  noche  y  quedarían  las  tien- 
das cerradas  á  cargo  Je  uno  ó  varios  guardianes.  Cuando  los 
cristianos  se  apoderaron  de  Málaga,  cerca  de  los  mismos  sitios 
donde  estuvo  la  Alcaicería  malagueña,  en  la  calle  Nueva  enton- 
ces, bien  vieja  hoy,  establecieron  la  lonja  de  los  Mercaderes. 

Junto  á  ella  hubo  una  mancebía  y  otra  en  el  arrabal  frente 
á  la  Puerta  de  Antequera;  no  he  hallado  en  los  Repartimientos 
la  noticia  que  dá  Medina  Conde  de  que  la  mancebía  ó  casa  de 
rameras  moras  estuvo  en  calle  de  Camas.  Las  mancebías  ma- 
lagueñas 


494  Málaga  Musulmana. 


lagueñas  se  organizaron  á  raíz  de  la  conquista  con  el  mayor  ór- 
den,  y  sus  productos  vergonzosos  ¡cosa  por  extremo  curiosa! 
sirvieron  como  rentas,  con  las  que  se  pagaron  los  servicios  de 
uno  de  los  más  encumbrados  y  valerosos  adalides  de  la  Recon* 
quista. 

Dentro  de  la  población  había  también  varias  albóndigas; 
he  podido  fijar  el  sitio  en  donde  estaban  dos  de  ellas,  hacia  la 
callejuela  de  San  José  launa,  la  otra  junto  á  la  Puerta  del  Mar. 

Conquistada  Málaga  señalóse  una  barriada  en  el  centro 
de  la  población,  para  que  en  ella  habitaran  los  moros  que  ha- 
bían  quedado  en  la  ciudad;  llamóse  á  ésta  barriada  la  Morería. 
Estuvo  entre  las  calles  de  Santa  María  y  Granada,  no  muy  le- 
jos de  la  Plaza,  y  empezaba  hacia  las  calles  de  S.  José  y  San 
Agustin.  Tenía  su  puerta  de  arco  que  daba  á  calle  de  Santa 
María,  en  donde  debía  comenzar  una  de  sus  calles  que  salía  á  la 
de  Granada.  Junto  á  ésta  salida  moraba  el  faquí  malagueño,  y 
bajo  el  arco  de  la  puerta  tuvo  sus  tiendas  Alí  Dordux. 

He  hallado  en  los  Repartimientos  la  descripción  de  una  de 
éstas  calles,  hecha  en  los  momentos  en  que  se  dieron  á  aquel  mer- 
cader las  casas  que  le  fueron  repartidas  por  los  Reyes  Católicos, 
y  como  documento  originalísimo  me  he  decidido  á  publicarlo  (i). 
Su  lectura  es  bien  pesada  y  árida,  pero  dará  idea  á  los  que 
se  fijen  en  él  de  la  disposición  de  una  calle  malagueña  hace 
cuatrocientos  años. 
En 

(1)     Tomo  de  Repartimientos  núm.  I,  folio  44,  Archivo  municipal  de  Mála^. 

Xrístoual  mosquera  é  Francisco  de  alcaráz  nuestros  Repartidores  de  la  cibdad  de 
Málaga,  Nos  vos  mandamos  que  deys  á  Aly  Dordux  en  la  moi*eria  de  la  dicha  cibdad,  diei 
casas  de  más  de  las  veinte  casas  que  Nos  por  otra  nuestra  cédula  vos  mandamos  que  le 
dexasedes,  para  en  que  viva  y  more  él  y  los  otros  moros  que  con  el  están,  las  que  les  sean 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  495 

En  el  recinto  de  la  Morena  conservaron  los  vencidos  moros 
una  mezquita,  un  horno,  baño  y  carnecería,  la  cual  estuvo  cer- 
ca de  la  calle  de  Santa  María. 
Creo 

dé  las  quel  señalare  seyendo  todas  juntas  é  no  otra  casa  alguna  intermedia;  lo  cual  vos 
.mandamos  que  fagades  é  curaplades,  no  embargante  que  las  dichas  casas  estén  dadas  a  otra 
persona  alguna;  fecha  a  veinte  y  seis  dias  de  Marzo  de  noventa  años. — Yo  el  Rey.— Yo  la 
Reyna.— Por  mandado  del  Rey  e  de  la  Reyna,  Femando  de  Zafra.— Asi  sentadas  las  dichas 
cédulas  de  los  dichos  señores  Rey  é  Reyna  suso  encorporadas,  é  leidas  por  mi  el  dicho  Es- 
cribano dicho  Aly  Dordux  en  su  arábigo^  según  lo  declaró  Aly  el  Fadal  su  criado  en  la  len- 
gua del  romance,  les  pidió  e  requirió  que  las  cumpliesen  en  todo  e  por  todo  segund  en  ellas 
y  en  cada  una  de  ellas  se  contiene.  E  en  cumpliéndolas  dé  luego  la  posesión  de  los  dichos 
treynta  pares  de  las  en  ellas  contenidos  e  de  las  dichas  quatro  tiendas  quel  antes  tenia,  de 
la  forma  e  manera  que  las  dichas  cédulas  e  en  cada  una  de  ellas  se  contiene  e  declara,  e 
que  si  asi  lo  fiziere  hará  bien  e  derecho  c  lo  que  debe  e  cumplirá  el  mandamiento  de 
sus  altezas,  donde  nó  que  protestaba  de  se  quejar  dcllos,  donde  de  derecho  deba  e  demás 
de  aver  e  cobrar  dellos  e  de  cada  uno  dellos  e  de  sus  bienes  todas  las  costas  e  daños  e  in- 
tereses que  sobre  ello  se  recibiere  etc. 

E  luego  los  dichos  Xristoual  mosquera  e  Francisco  de  alcaráz  repartidores  susodichos 
dijeron,  que  obedecían  e  obedecieron  las  dichas  cédulas  de  sus  altezas  suso  incorporadas  e 
cada  una  dellas  con  la  reverencia  debida  e  \dj»  besaron  c  pusieron  encima  de  sus  cabezas, 
e  que  estaban  prontos  e  ciertos  de  las  complir  porque  mucha  cantidad  de  casas  de  la  mo- 
rería donde  sus  Altezas  mandan  dar  al  dicho  Aly  Dordux  los  dichos  treinta  pares  de  casas 
por  las  dichas  sus  cédulas,  antes  de  averias  mostrado  e  sentado  estavan  por  ellos  dadas  por 
donación  á  ciertas  personas  de  la  dicha  cibdad  de  Málaga,  y  que  aquellas  segund  lo  ordena- 
do y  mandado  por  sus  Altezas  en  la  borden  de  población  de  la  dicha  cibdad  no  se  podian 
ni  pueden  quitar  a  los  que  las  tienen,  que  todas  las  casas  questan  por  dar  le  darían  para 
en  complimiento  de  la  dicha  merced  de  las  dichas  quatro  tiendas.  E  luego  á  la  hora  los  re- 
partidores andouieron  por  la  dicha  morena^  e  señalaron  e  dieron  al  dicho  Aly  Dordux  pa- 
ra el  e  para  en  que  viva  e  moren  los  moros  que  con  el  están  en  la  dicha  more}*ia^  veinte  y 
quatro  pares  de  casas  que  no  auia  mas  que  le  dar,  porque  las  otras  están  dadas  por  dona- 
ciones a  personas,  que  son  las  siguientes: 

La  primera  casa  al  dicho  Aly  Dordux,  ques  entrando  en  la  morería  a  la  manoyzquier- 
da  en  que  hay  un  cuerpo  bueno  de  casas  e  otra  casa  corral  junto  a  ella  e  la  mezquita  por 
otra  casa;  y  en  la  hazera  de  la  dicha  mezquita  junto  con  ella  otra  casa,  en  que  hay  un  cuer- 
po y  un  con  al,  e  otra  casa  en  quel  dicho  Aly  Dordux  vive,  en  que  hay  tres  cuerpos  con  tres 
puertas,  y  en  la  otra  hazera  frontera  a  la  mano  yzquierda  frontero  de  las  dichas  casas  otra 
casa  en  que  ay  un  cuerpo  bueno;  e  junto  con  esta  en  la  dicha  hazera  otra  casa  en  que  mora 
Aly  el  fadal,  en  que  ay  un  cuerpo  razonable.  En  la  otra  hazera  de  la  mano  derecha  otra 
casa,  en  que  ay  un  cuerpo  bueno;  en  la  dicha  hazera  otra  casa  en  que  hay  dos  cuerpo» 

buenos  en  una  barreruela de  la  dicha  calle;  al  cabo  della  una  casa  en  que  hay  un 

cuerpo  bueno,  e  al  cabo  de  la  dicha  barreruela  otra  casa  en  que  ay  un  buen  cuerpo  e  un 
corral  e  otra  casa  do  mora  Omar  aben  Omar,  en  que  hay  un  cuerpo  bueno.  E  otro  corpe- 
zuelo  con  dos  puertas  una  a  una  calle  y  otra  a  otra.  E  enfrente  desta  otra  casa  en  que  ay  un 
buen  cuerpo  e  otra  casa  que  se  toma  para  establo  frontera  de  las  puertas  de  las  casas  del 
dicho  Omar.  E  en  otra  calle  otra  casa  a  la  mano  derecha,  en  que  hay  un  cuerpo  razonable 


496  Málaga  Musulmana. 


Creo  que  en  el  recinto  de  la  Morería  se  labraron  el  Hospi- 
tal de  Santo  Tomé  y  el  Convento,  hoy  derruido,  de  Santa  Cla- 
ra. Dentro  de  éste  se  conocía  aun  en  nuestros  tiempos  el  tra- 
zado de  una  antigua  calle:  en  él  se  encontraba  también  un  edi- 
ficio moro,  el  único  que  había  conservado  en  nuestra  ciudad  su 
carácter  y  adornos,  y  que  destruyó  un  acto  de  vandalismo  sal- 
vaje. 

Decretada  en  1868  la  expulsión  de  las  religiosas  clarisas  y 
la 

e  otra  casa  en  que  hay  un  cuerpo  solo  pequeño;  e  a  la  vuelta  de  una  hairera  de  la  dicha 
calle  otra  casa,  en  que  hay  un  cuerpo.  E  frente  desta  otra  casa  que  bolviendo  a  entrar  bajo 
a  las  dichas  casas  donde  vive  Aly  Dordux,  en  una  entrada  por  do  van  al  homo  e  a  la  came- 
cería  e  oti^  casa;  e  el  dicho  horno  para  otra  casa.  E  saliendo  del  coiTal  de  la  cameceríaen 
una  barrera  a  cabo  de  ella  junto  con  las  casas  del  alcaide  de  Gomares  una  casa  en  que  ay 
un  cuerpo  bueno  e  otro  cuerpo  pequeño  de  casas  e  a  sus  espaldas  de  las  dichas  casas  otro 
cuerpo  bueno  de  casas.  E  a  las  espaldas  de  las  casas  del  dicho  alcaide  de  Gomares  a  la  huella 
en  otra  calle  otra  casa  t^rande  desbaratada;  y  cerca  de  las  casas  de  Carreño  en  otra  calle 
otra  casa  en  que  ay  un  buen  cuerpo  e  junto  con  ella  otra  casa  en  que  hay  otro  cuerpo  de 
casas  que  son  l(>s  dichos  veinte  y  cuatro  pares  de  casas,  ó  asi  mismo  qualro  tiendas  que 
son  en  la  hazera  de  la  dicha  morena  bajo  de  la  puerta  de  ella,  que  son  las  que  antes  el  di* 
cho  Aly  Dordux  tenia  junto  con  la  dirha  su  casa.  E  visto  lodo  ello  por  los  dichos  repartido- 
res dixeron  que  daban  e  dieron  al  dicho  Aly  Dordux  de  todos  los  dichos  veinte  y  quatro 
pares  de  casas  suso  nombradas  e  declaradas  e  de  las  dichas  quatro  tiendas  e  de  cada  una 
casa  a  par  de  ellas  la  posesión  e  casi  posesión  corporal,  real,  vel  casi  e  de  todas  sus  entra- 
das e  salidas  e  pertenencias  quantas  son  e  deben  ser  e  de  derecho  les  pertenezcan,  para 
que  las  haya  e  tenga  de  stis  Altezas,  por  merced,  para  que  viba  él  y  los  moros  que  con  el 
están  Cun  las  facultades  e  según  en  la  manera  que  en  las  dichas  cédulas  de  suso  incorpo- 
radas se  contiene  e  declara. 

E  luego  el  dicho  Aly  Dordux  entró  en  las  susodichas  casas  e  tiendas  en  cada  una 
dellas  e  tomó  e  se  apoderó  de  la  posesión  y  propiedad  e  señorío  dellas  e  de  cada  una  cosa 
a  par  dellas  en  la  mejor  forma  que  podia  e  de  derecho  deuia  e  de  todo  lo  que  le  pertenece 
e  pertenecer  debe  e  de  las  sus  entradas  e  salidas  e  asi  tomada  e  adquirida  la  dicha  pose- 
sión e  señorio  dellas  e  de  cada  cosa  dellas  en  el  dicho  su  arábigo,  declarándolo  el  dicho  Aly 
el  Fadal  en  el  romance  pidió  a  mi  el  escribano  que  se  lo  diese  asi  por  testimonio  en  forma, 
para  guarda  de  su  derecho  e  yo  dile  ende  este  según  ante  mi  pasó,  que  fué  en  el  día  e  mes 
e  año  susodicho,  de  que  fueron  tomados  por  testigos  Diego  de  gudiel  jurado  e  Lope  de  ta- 
lavera,  vecinos  de  la  dicha  cibdad  de  Málaga  evo  Rui  González  de  Alcázar  escríbano  de 
cámara  del  Rey  e  de  la  Reyna  nuestros  Señores  e  su  notario  público  en  la  su  corte  e  en  to- 
dos ios  sus  reinos  e  señoríos  e  escribano  público  del  Repartimiento  de  la  dicha  cibdad  de 
Málaga  en  uno  con  los  dichos  testigos  presente  fuy  a  todo  lo  susodicho  e  de  iniego  e  pedi- 
mento de  dicho  Aly  Dordux  esta  escritura  de  testimonio  de  posesyon  fize  escríbír  de  cuan- 
to ante  mi  pasó  e  por  ende  fíze  aqui  este  signo  (?)  segund  a  tal  testimonio  de  verdad;  Ruf 
'Oonzalez. 


Pakte  segunda.  Capítulo  ii.  497 

la  demolición  de  su  vetusto  convento,  hallóse  dentro  de  el  éste 
precioso  edificio.  Ni  su  antigüedad,  ni  sus  delicados  ornatos,  ni 
la  elegante  disposición  de  sus  arcos,  ni  la  importancia  que  mos- 
traba para  la  Historia  y  el  Arte  español,  detuvieron  la  rabia 
demoledora,  de  los  que  en  una  ciudad  populosa  y  á  mediados 
•de  nuestro  ilustrado  siglo  parecían  haber  olvidado  hasta  ese 
instinto  de  lo  bello  que  distingue  á  nuestra  raza  meridional.  Im- 
perando la  codicia  y  la  barbarie,  arcos,  alfarges,  yesos,  trace- 
rías de  las  paredes,  inscripciones,  todo  vino  al  suelo,  reducién- 
dose á  escombros.  Solo  la  buena  voluntad  de  la  Academia  ma- 
lagueña de  Bellas  Artes  y  la  de  varias  personas  entendidas 
pudieron  salvar  de  entre  ellos  algunos  preciosos  restos. 

Constituía  el  destruido  edificio  una  casa,  compuesta  de  piso 
bajo  y  alto,  de  planta  rectangular,  formando  la  fachada  uno  de 
los  lados  menores  del  rectángulo.  Hn  ella  había  un  portal  á  la 
entrada,  con  habitaciones  á  derecha  é  izquierda,  que  se  exten- 
dían por  todo  el  frente  de  la  galería  de  arcadas  con  columnas 
sin  basa,  que  rodeaba  el  patio  de  la  casa;  en  el  lado  opuesto  ha- 
bía una  sala,  cuya  altura  comprendía  ambos  pisos. 

La  planta  y-  la  escalera,  colocada  á  la  izquierda  de  la  gale- 
ría, estaban  sumamente  cambiadas  y  perdida  su  primitiva  dis- 
posición. En  el  piso  bajo  no  existía  mas  vano  que  el  de  la  puer- 
ta, la  cual  como  todas  las  del  edificio  era  de  arco  de  herradura 
inscrito  en  un  recuadro,  ó  arrabal  de  ladrillo,  mostrando  algunos 
arcos  en  sus  enjutas  preciosos  adornos  moriscos. 

El  patio  era  la  parte  más  importante,  con  su  galería  de  tres 
arcadas  á  cada  lado,  formadas  por  pilares  que  se  elevaban  ver- 

ticalmente 


498  Málaga  Musulmana. 


ticalmente  sobre  los  capiteles  de  las  columnas,  cerrados  por  dos 
dinteles  de  ladrillo,  inclinados,  formando  ángulo  obtuso  y  uni- 
dos por  una  clave  de  piedra.  A  la  altura  de  los  maderos  de  la  ga* 
lería  superior  corria  una  faja  sin  ornato  alguno. 

La  sala  frontera  á  la  puerta  de  entrada,  presentaba  otra  faja  de 
azulejos,  y  otramuy  ancha  de  tracería  geométrica,  rodeada  por  la 
parte  inferior  con  una  prolongada  línea  de  inscripciones  en  carac- 
teres  magrebinos;  constituía  su  techumbre  una  pirámide  truncada, 
formando  estrellasy  vistosas  tracerías,  que  en  su  tiempo  debieron 
haber  sido  realzadas  por  vivos  colores.  El  portal  y  las  dos  estan- 
cias, que  á  uno  y  otro  lado  tenía,  no  conservaban  más  decoración 
que  los  festones  y  recuadros  de  sus  puertas,  (i).  Por  los  adornos^ 
por  la  forma  y  contexto  de  las  inscripciones  paréceme  que  per- 
teneció éste  ediñcio  á  la  época  de  la  dominación  granadina. 

Entre  los  trozos  conservados  en  el  Museo  de  la  Academia 
de  Bellas  Artes  hay  algunos  que  presentan  inscripciones,  difíci- 
les de  leer,  pues  los  restos  son  muy  cortos  y  solo  ofrecen  algunas 
palabras  aisladas.  Simonet  ha  podido  traducir  algunas,  como  la 
siguiente:  á  Allah  pertenece  el  reino  perpetuo  y  la  gloria  permanen^ 
te^  bastante  común  en  la  epigrafía  arábiga,  y  otra  que  dice,  ben 
Arrábhael  hijo  del  wali  Hachi  Alamali  Faimi.  Por  mí  parte  en  un 
trozo  que  posee  el  Sr.  Rivera  he  podido  leer  estas  palabras: 

que  significan 

perpetuo,  la  gloria  permanente,  el  imperio 
formando  parte  de  una  inscripción,  que  debió  presentar  repeti- 

das- 


(i)    Rivera,  Monum.  ár.  dc}ilCilagay  Rev,  de  And.  pá;^.  23*2. 


i 


Parte  segunda.  Capítulo  ii. 


499 


das  las  frases,  el  imperio  perpetuo  y  la  gloria  permanente. 

En  el  derribo  del  mismo  convento 
encontróse  un  pedazo  de  mármol  de  i 
metro  50  de  largo,  y  32  centímetros  de 
ancho,  que  pudo  servir  de  dintel  en  una 
puerta  6  de  frontis  en  una  fuente,  pues  en 
el  comedio  de  su  parte  superior  presenta 
un  entallado  semicircular,  como  si  por  él 
hubiera  pasado  un  caño.  Dentro  de  un 
ancho  recuadro,  formado  en  primer  lugar 
por  una  faja  plana  y  más  al  centro  por 
una  media  caña  y  un  angosto  junquillo 
prismático,  encierra  una  inscripción  en 
caracteres  magrebinos,  gallardamente 
trazados,  -con  dos  preciosos  adornos  á  los 
extremos,  cual  se  muestra  en  la  reduc- 
ción adjunta  (i). 

La  inscripción  presenta  un  renglón 
con  las  palabras 
_.  i^:  Ua-^U  tul  J^j  ^.-^jJ;  ^=^^1  ¿11  pí 


^'  .J^  en  el  nombre  de  Dios  clemente  y  mi- 
sericordioso, la  salud  sea  sobre  nuestro  Se- 
ftor  Mahoma  y  su  familia. 

Mezclada  con  éstas  palabras  y  en 

caracteres  mas  pequeños,  que  están  ya 

encima, 


,  (1)    Ueolia  por  el  hábil  dibujante  1).  José  Muiioi  Esleveir,  Profesor  auxilia 
neis  de  Bellas  Arles,  y  grabada  en  madei'a  por  II.  Manuel  del  Caslillo. 

67 


500  .    MÁ1.AGA  Musulmana. 


encima,  ya  debajo  de  ellas,  ofrece  éstas  otras: 

Dios  és  el  mejor  guardador  y  el  más  misericordioso  de  los  mismcpir- 
diosos. 

Inscripciones  y  ornatos  que  demuestran  haber  pertenecido 
ésta  casa  á  los  tiempos  de  los  reyes  Nazaríes  granadinos,  pnes 
en  ellos  domina  el  carácter  de  letra,  la  forma  del  adorno  y  las 
invocaciones  religiosas  que  aparecen  en  la  Alhambra.  A  coya 
construcción  contribuyó  poderosamente  la  rama  de  la  £unilia 
Nazarí,  nacida  en  nuestra  ciudad,  que  dio  á  ésta  dinastía  taotot 
soberanos  insignes. 

Habia  en  Málaga  multitud  de  hornos,  donde  los  tahonerot 
moros  cocian  el  pan  que  por  su  cuenta  vendían,  y  otros  llamados 
de  Poya^  en  que  los  vecinos  moros  cocian  el  que  amasaban  en  sos 
casas,  mediante  una  remuneración  al  dueño  del  horno.  A  algunos 
de  los  conquistadores  cristianos  se  repartieron  en  los  primeros 
dias  de  la  rendición  éstos  hornos,  quedando  la  mayor  parte  de 
ellos  como  realengos;  pero  después  se  donaron  á  la  Iglesia 
Mayor. 

Hubo  también  en  nuestra  población  multitud  de  baños,  de 
los  cuales  ninguno  se  conserva.  Uno  existió  hasta  hace  poco  en 
la  calle  de  Santo  Domingo,  lindando  con  Atarazanas,  al  cual 
probablemente  se  referían  los  Repartimientos^  indicando  que 
hacia  éste  sitio  existía  un  baño  que  tenia  delante  una  plazuela. 

Entre  los  escombros  que  le  llenaban,  impidiendo  cuasi  darse 
cuenta  de  su  disposición,  podia  descubrirse  una  estancia  rectan- 
gular, dentro  de  la  cual  se  hallaría  el  estanque;  sostenían  su  bó- 
veda 


Parte  segunda.  Capítulo  i  i  .  50  x. 


veda  groseras  columnas  con  sus  capiteles  en  forma  de  cono  trun- 
cado invertido,  con  fuertes  cimasios,  sobre  los  cuales  arranca- 
ban arcos  de  herradura,  dé  ladrillo,  formando  una  galería  que 
rodeaba  toda  la  estancia,  la  cual  estaba  también  cubierta  con 
una  bóveda  de  canon  seguido  de  piedra,  malamente  tallada, 
dejando  en  algunos  puntos  de  la  clave  huecos  para  alumbrar 
todo  el  interior.  En  el  muro  se  dístinguian  restos  de  puertas 
que  debian  dar  entrada  á  otros  aposentos,  completamente  so- 
terrados al  tiempo  en  que  pude  ver  éste  edificio,  hace  pocos 
zños.  Hay  quien  sostiene  que  pertenecieron  éstos  baños  á  si-^ 
glos  remotos;  bien  pudo  ser;  pero  entiendo  que  el  grosero  labra- 
do de  sus  partes,  más  que  antigüedad  demuestra  pobreza  en 
los  que  los  construyeron. 

Habrá  podido  el  lector  observar  cuando  haya  recorrido  an- 
tes la  enumeración  que  hice  de  las  antiguas  calles  malagueñas, 
que  tanto  en  la  población  como  en  los  arrabales  hubo  muchas 
mezquitas.  Los  escritores  musulmanes  nos  han  conservado  el 
nombre  de  una  de  ellas,  llamada  en  sus  tiempos  ^,LjJtiJaj1^ 
Ratita  Algobar^  la  Mezquita  del  Polvo.  Aben  Aljathib,  que  alaba 
mucho  las  mezquitas  malagueñas,  indica  que  hubo  una  bastante 
estensa  en  uno  de  los  arrabales,  y  otro  autor  musufman  nombra 
la  mezquita  de  la  Palma. 

Según  los  Repartimientos  existió  también  en  la  calle  de  Gra- 
nada otra  mezquita;  la  cual  á  lo  que  entiendo  debió  constituir 
parte  de  la  iglesia  parroquial  de  Santiago  (i). 
No 

( I)  Me  ha  sido  imposible  obtener  datos  sobre  este  curioso  edificio,  que  hubieran 
diatpado  por  completo  mis  duda^r,  distinguiendo  las  diversas  reformas  que  A  mi  entender 
ha  sufrido.  Según  me  ha  dicho  repetidamente  el  pi*esbitero  Sr  Solis,  muy  conocedor  de 


502  Málaga  Musulmana. 


No  se  encuentra  ésta  actualmente  en  la  misma  situación  eir 
que  la  dejaran  los  moros;  la  primitiva  iglesia  constaba  solo  de 
la  nave  central,  habiéndosele  añadido  más  adelante,  proba- 
blemente en  el  siglo  pasado,  las' laterales;  tenía  entonces  un 
magnífico  artesonado.  de  labores  geométricas,  el  cual  se  conser*' 
va  en  bastante  buen  estado,  sobre  la  bóveda  que  sé  labró  poste-' 
riormente,  hallándose  cortado  en  el  arco  toral  por  las  cons- 
trucciones posteriores  que  se  hicieron  para  labrar  la  cúpula  del 
presbiterio.  En  medio  de  éste  techo  habia  un  magnífico  fioron 
piramidal  de  mocárabesj  que  hacia  su  comedio  hace  unas  esqui- 
nas, en  las  que  puso  el  tallista  unas  estrellas. 

£1  piso  actual  de  la  iglesia  no  creo  que  sea  el  primitivo,  an- 
tes bien  entiendo  que  se  rebajó  bastante,  para  dar  mayor  altura 
á  la  nueva  bóveda.  La  antigua  puerta  de  éste  edificio,  hoy  ta- 
piada, muestra,  restaurada  modernamente  en  el  mismo  estilo 
del  antiguo,  aunque  con  poco  acierto,  cierto  carácter  mudejar, 
al  que  contribuyen  mucho  los  azulejos  que  se  vén  en  el  recua- 
dro que  la  encierra. 

La  torre,  és  uno  de  los  monumentos  que  más  me  han 
preocupado  entre  los  malagueños.  Muchas  veces  al  contemplar- 
la desde  el  exterior,  me  ha  parecido,  que  desde  las  almenillas  dr 
su  segundo  cuerpo  debía  ser  obra  más  moderna;  pero  cuando 
he  penetrado  en  su  interior  y  lo  he  recorrido  varías  veces  he  ha- 
llado tan  idénticos  la  clase  del  material,  su  disposición  y  sus^ 
aparejos  que  á  mi  entender  demostraban  una  misma  construc- 
cion 

•éste  templo,  no  se  conservan  en  su  Archivo  los  documentos  antiguos  que  me  interesalMuit 
pues  desaparecieron  cuando  establecida  en  Santiago  la  Catedral^  mientras  se  acababa  noer* 
1ro  hermoso. templo,  al  volver  á  ellalleváronse  todos  los  documentos  aatigaos.    ■ 


TORRE  DE  LA  PARROQUIA  DE  SANTIAGO  EN  1859. 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  503* 

cion  en  todos  los  cuerpos;  me  he  hecho  también  acompañar  des- 
pués por  personas  peritas,  y  todas  han  coincidido  en  mi  rhodo  de 
ver.  Consideración  que  me  ha  infundido  la  sospecha  de  que  la 
iglesia,  reformada  hoy,  hubiera  sido  labrada  primeramente  en  el 
estilo  mudejar:  en  cuyo  caso  éste  edificio  sería  interesantísimo, 
como  una  de  las  mas  bellas  manifestaciones  de  éste  modo  de 
construir  en  España,  por  su  techumbre  y  por  las  labores  de  su 
torre.  Pero  apesar  de  ésta  sospecha  me  decido  por  considerar  á 
¿sta,  conio  el  minarete  de  la  antigua  mezquita,  de  la  cual  esta- 
ba separada  un  corto  trecho,  cual  sucedía  en  muchas  otras  de  su 
clase. 

Es,  cual  puede  verse  en  la  adjunta  lámina,  de  planta  cua- 
drada, toda  de  ladrillo  en  limpio,  con  cuatro  cuerpos;  el  interior 
sin  ornato  alguno,  encerrando  en  el  primero  restos  de  yesería  de 
estilo  gótico  como  si  en  ella  hubiera  habido  una  capilla:  el  segun- 
do mliestra  en  sus  cuatro  caras  bellísima  tracería,  formada  con 
los  resaltos  de  sus  mampuestos,  y  termina  en  una  crestería  de 
almenas;  el  tercero  presenta  en  sus  frentes  dos  círculos  concéntri- 
cos dentro  de  los  cuales  hay  unas  ventanas  hacia  el  centro,  y  el  úl- 
timo sin  ornato  con  unas  anchas  ventanas  de  arco  de  círculo,  cu- 
bierto con  una  bóveda  esférica,  sobre  la  cual  hay  azulejos  de  bri- 
llantes colores.  Monumento  bien  curioso  y  digno  de  estudio,  por 
BU  gallarda  disposición,  por  las  labores  que  le  adornan  y  por  su 
curiosa  construcción. 

Estuvo  separada  ésta  torre  del  cuerpo  de  la  antigua  iglesia, 
tanto  como  la  nave  lateral,  con  la  cual  hoy  adosa,  sirvieildo  de 
entrada  al  coro  alto.  A  ella  venían  á  parar  y  aun  se  conservan 

tronos 


504  Málaga  Musulmana. 


trozos  y  torreones  dé  la  muralla  que  bajaba  desde  la  Alcazaba 
á  la  ciudad»  encontrándose  en  éste  sitio  con  el  conjunto  de  for- 
tificaciones de  que  antes  traté,  cuya  disposición  éñ  completa- 
mente  imposible  determinar  hoy. 

Vengamos á  Ib.  Mezquita  Alchama  'í&U^\  á  la  Mezquita  Mayor. 
Aben  Batuta;  viagero  africano  que  la  visitó  en  1360,  decía  que 
era  muy  grande,  célebre  por  su  santidad,  y  que  poseía  un  fmtío 
sin  igual  en  belleza,  plantado  de  naranjos  sumamente  altos. 

Al  entrar  en  ella  se  encontró  al  kadhi  ó  alcalde  mayor  de 
Málaga»  Abu  Abdallah,  excelente  predicador,  hijo  y  nieto  de 
varios  notables  oradores  sagrados,  sentado,  recogiendo  limosna 
para  rescatar  á  unos  moros  recientemente  apresados  por  ciertos 
corsarios  cristianos,  de  cuyo  cautiverio  habia  escapado  mila- 
grosamente Aben  Batuta,  quien  acercándose  al  grupo  de  per- 
sonas notables  que  rodeaban  al  kahdi  le    dijo: 

— Alabado  sea  Dios  que  me  salvó  y  no  me  dejó  caer  pri- 
sionero entre  esos  desventurados. 

.  Y  á  seguida  refirió  á  Abdallah  sus  viages  y  aventuras,  mere- 
ciendo del  magnate  malagueño  que  le  mandara  el  odia/a  ó  sea 
el  presente  de  hospitalidad,  que  también  le  envió  otro  predica- 
dor de  Málaga  Abu  Abdallah  Assahili,  apodado  Almuammaiy 
el  del  turbante,  (i). 

Caia  la  Mez  ¡uita  Mayor  hacia  el  Sagrario  y  callejón  que  de 
éste  conduce  á  la  Catedral:  el  patio  de  los  naranjos,  que  como 
en  otras  mezquitas  españolas  estaría  ante  la  entrada  del  tem- 
plo, fué  sin  duda  el  antiguo  Patio  de  los  Naranjos^  hoy  jardin  fron- 
__.^ tero 

ti)     Alien  Batuta,  VoyagesJ.  IV.,  pág.  367. 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  505 

tero  por  un  lado  al  Hospital  de  Santo  Tomé,  por  otro  al  Pala* 
cío  episcopal.  Medina  Conde  sostiene  que  la  puerta  principal 
caía  hacia  calle  del  Cister,  sin  indicar  fuente  ni  razón  en  donde 
haber  tomado  ó  fundado  ésta  opinión. 

Solo  puedo  presentar  éstas  escasas  noticias  de  tan  impor- 
tante monumento,  destruido  cuando  se  edificaron  la  Catedral, 
el  Sagrario  y  sus  dependencias,  no  habiendo  quedado  de  él  res- 
to ni  memoria  alguna,  que  me  permita  determinar  su  planta, 
8ü  aleado,  sus  ornatos  y  su  disposición  interior. 

Cree  Simonet  que  en  el  debió  estar  la  Madarsa  Alothmd 
^<^'  '¿WJ.X-.  6  universidad  malagueña,  pues  consta  que  en  ella  en- 
señó ciencias  Mohammed  ben  Mohammed  ben  Yusuf  ben  Omar 
el  tangerino.  Puede  ser  también  que  ésta  Madarsa  estuviera 
como  la  de  Granada  independiente  de  la  Mezquita  Mayor,  en 
la  cual,  como  en  todas  las  Chamas  musulmanas,  se  sentarían 
los  sabios,  reuniendo  á  su  alrededor  multitud  de  estudiantes, 
que  seguirían  ávidamente  sus  explicaciones. 

Málaga  poseía  además  de  los  muros  torreados  que  la  cir- 
cundaban varias  fortalezas.  De  las  cuales  algunas,  como  las 
Atarazanas  y  el  Castil  de  Ginoveses  han  desparecido  por  com- 
pleto, asi  como  ciertas  mansiones  fortificadas  que  en  su  recinto 
había;  mansiones  acomodadas  para  vivir  en  aquellos  siglos 
de  hierro,  en  que  imperaban  con  absoluto  señorío  la  crueldad 
y  la  violencia. 

A  los  comienzos  del  siglo  XI  de  nuestra  Era  poseía  una 
de  éstas  casas  fuertes  Abulkasim  ben  Alarif,  vizir  de  Habbús 
reyezuelo  de  Granada;  cerca  de  ella  moraba  un  judío  espe- 
ciero 


5o6  Málaga  Musulmana. 


ciero,  á  quien  recurrían  para,  escribir  á  su  señor  los  criados 
berberiscos  del  vizir,  poco  diestros  en  escribir  y .  redactar  sus 
misivas.  Admiróse  Aben  Alarif  del  soberbio  estilo,  recamado 
con  todas  las  pompas  y  primores  del  idioma  arábigo,  que  de  re- 
pente habian  adquirido  sus  servidores  é  informóse  de  éstos,  en 
un  viage  que  hizo  á  Málaga,  acerca  uel  autor  de  aquellas  car- 
tas; indicáronle  que  era  el  especiero,  al  cual  mandó  venir  y 
dijo: 

— No  te  corresponde  vejetar  en  una  tienda;  tú  mereces  bri- 
llar en  una  corte,  y  si  en  ello  no  tienes  inconveniente  deseo  que 
seas  mi  secretario. 

Aceptó  el  judío  y  con  el  vizir  marchóse  á  Granada, 
siendo  éste  el  origen  de  la  deshecha  fortuna,  que  ensalzó  á  una 
de  las  mas  curiosas  y  notables  figuras  de  la  nuestra  Edad  Me- 
dia; á  Samuel  ha  Leví  ben  Nagdela,  omnipotente  ministro  de 
los  reyezuelos  berberiscos  de  Granada-  (i) 

La  Alcazaba  el  Kazba^  la  fortaleza^  como  se  dice  hoy  en 
África,  vá  perdiendo  por  completo  su  carácter  y  transformán- 
dose en  un  pintoresco  barrio,  que  oculta  en  parte  tras  de  sus 
casas  los  viejos  y  carcomidos  murallones  ó  transforma  en  .vi- 
viendas las  torres  que  la  defendían. 

¿En  qué  época  se  fundó?  Parece  muy  probable  que  desde 
edad  bien  remota  ha  debido  haber  en  el  cerro  que  la  sirve  de 
asiento  alguna  fortificación;  pero  las  memorias  y  restos  púnicos 
ó  romanos  si  existieron  se  han  perdido  enteramente,  y  en  me- 
dio de  las  confusas  construcciones  que  presenta  no  és  dable  en- 
centrar 

.  (1)    Munk,  Journal  Asialiquc,  Scpt.  1850,  IV  síírie,  T.  XVI,  pag.  203. 


^«^ 


V 


y 


e^ 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  507 

centrar  rastro  seguro  con  el  cual  poder  afirmarlo;  algunas  veces 
he  creído  ver  en  la  Coracha  y  en  la  Torre  del  Homenage,  res- 
tos de  argamasa  bien  antigua;  pero  aquí  no  es  posible,  como  se 
puede  en  las  Alcazabas  granadinas,  marcar  sus  edificaciones 
primitivas  y  sus  sucesivos  ensanches. 

Hasta  la  primera  mitad  del  siglo  XI  no  consta  con  entera 
seguridad  la  existencia  de  ésta  fortaleza,  donde  tuvieron  su  al* 
cazar  los  últimos  monarcas  Hammudies.  Medina  Conde,  sos- 
tiene que  su  fundación  se  debe  á  Abderrahman  III,  noticia  que 
solo  doy  como  una  dudosa  referencia.  Lo  cierto  es  que  Badís, 
reyezuelo  de  Granada,  hubo  de  terminar  sus  fortificaciones  (i) 
por  los  años  449  al  446 — 1057  al  ^^^3  ^^  J-  C. — En  épocas 
posteriores  debió  también  haberse  reparado  y  aun  ampliado 
por  los  Nazaríes  granadinos,  algunos  de  los  cuales,  como  diré, 
reedificaron  parte  del  Gibralfaro  é  hicieron  otras  importantes 
obras  en  nuestra  ciudad. 

Después  de  éstas  observaciones  históricas  describiré  la  anti- 
gua Alcazaba  malagueña,  siguiendo  las  indicaciones  del  plano 
adjunto  (2). 

Ya  dije  que  la  muralla  de  la  ciudad  enlazaba  con  la  del  pri- 
mer recinto  de  la  Alcazaba  en  un  torreón  cuadrado,  que  debió 
existir  hacia  la  esquina  de  la  actual  Aduana,  frontero  á  las  anti- 
guas casas  de  Villalcázar.  Desde  éste  torreón  seguía  recto  un 
lienzo 

(i)    Alniakari,  Analeetes^  T.  I.,  pág.  i2i,  linea  5  y  siguientes. 

(2)  Plano  de  la  Alcazaba  de  Málaga  cuyo  original  existe  en  la  Comandancia  de  Ingenie- 
ros de  ésta  provincia;  aunque  no  lleva  fecha  puedo  asegurar  que  está  levantado  en  1773^ 
pues  está  hei^ho  en  el  mismo  papel  que  el  de  las  Atarazanas,  que  adelante  publico,  el  cual 
lleva  ésta  fecha. 

68 


5o8  Málaga  Musulmana. 


lienzo  de  muro  con  otras  cuatro  torres  cuadradas,  y  desde  la  úl- 
tima que  mostraba  en  una  de  sus  esquinas  un  baluarte  redondo, 
formábase  la  esquina  de  otro  lienzo  corto,  que  torcía  á  la  dere* 
cha,  con  una  torre  hacia  su  comedio  y  otra  al  fin,  en  la  cual  el 
muro  cambiando  de  dirección,  y  mostrando  en  su  lienzo  tres 
torres,  se  unía  con  el  alcázar  moro.  Pasaba  ésta  muralla  por  de- 
lante de  lo  que  hoy  és  la  fachada  principal  de  la  Aduana;  sus 
torres,  á  lo  menos  por  lo  que  del  plano  resulta,  daban  á  las 
calles  del  Cister  y  la  Alcazabilla;  su  unión  con  el  alcázar  se  ve* 
rifícaba  á  la  subida  de  la  cuesta  por  donde  hoy  se  vá  á  la  Haza; 
quedando  entonces  como  boy,  y  aun  mayor  que  hoy,  una  plaza 
ancha  al  subir  á  la  fortaleza,  á  la  cual  llaman  los  Repartimien- 
ios  Plaza  del  Alcázar^  en  la  que  existía  un  pozo. 

En  el  fondo  de  ésta  plaza,  hacia  Levante,  dejando  á  la  iz- 
quierda la  calle  de  Alcazabilla,  dábase,  subiendo  una  cuestecilla 
corta  y  algo  empinada,  en  una  pequeña  plazuela,  donde  se  pre- 
sentaba la  primera  puerta  de  la  fortificación,  no  de  frente  sino 
sesgada  á  la  derecha  del  que  subía;  de  ésta  suerte,  caso  de  un 
asalto,  los  asaltantes  no  podían  ser  muchos,  y  fácilmente  podían 
los  defensores  del  alcázar  dar  buena  cuenta  de  ellos  desde  los 
matacanes,  que  sin  duda  defendían  la  puerta,  y  desde  las  sae- 
teras y  almenas  de  las  torres  cercanas  que  daban  frente  á  ella. 

La  puerta  era  de  arco  de  herradura,  cuyos  arranques  he  vis- 
to destruir  para  reformarla,  encerrado  dentro  de  un  recuadro  6 
arrabá.  Si  tuvo  algunos  adornos,  inscripciones  ó  azulejos  no  han 
llegado  á  nosotros,  ni  encuentro  dato  que  lo  indique.  Cerrábase 
con  las  macizas  puertas  de  madera  que  todavía  conserva,  fo- 
rradas 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  509 

nadas  con  planchas  de  hierro,  afirmadas  con  gruesos  clavos;  la 
hoja  derecha  tiene  un  postigo  bajo  y  estrecho,  y  toda  la  puerta 
se  aseguraba  con  un  grueso  cerrojo,  que  aun  se  conserva,  moro 
á  juzgar  por  la  apariencia,  y  con  alguna  barra  de  hierro  ó  ma- 
dera que  pasaría  por  dos  fuertes  argollas  que  sobre  él  existen. 

Entrase  por  ésta  puerta  en  una  especie  de  zaguán,  y  en  su 
fondo,  en  la  pared  de  la  izquierda  subiendo,  pásase  por  bajo  un 
arco  también  de  herradura  á  un  estrecho  callejón,  que  se  es- 
tiende por  entre  muros  y  torres.  A  su  extremo,  á  la  derecha  del 
que  sube,  se  encuentra  otra  puerta,  abierta  como  la  anterior  en 
una  torre,  también  de  arco  de  herradura  apuntado;  después  de 
pasar  bajo  sus  dos  primeros  arcos  y  torciendo  siempre  á  la  de- 
recha bajo  la  bóveda  esférica  del  torreón,  se  sale  por  otros  dos 
arcos,  apoyados  en  columnas,  á  lo  que  deja  ver  su  encalado  y 
repellos  quizás  antiguas,  á  otro  callejón;  ante  el  arco  de  salida 
consérvase  todavía  el  dintel  de  sus  antiguas  puertas,  y  mar- 
cadas en  él  las  quicialeras  en  las  cuales  giraban  sus  hojas. 

A  poco  de  entrar  en  el  callejón,  á  la  izquierda,  se  encuentra 
una  antigua  escalera  que  servía  de  ingreso  al  alcázar  moro. 
Está  tan  variada  ésta  parte  de  la  vieja  fortificación,  tan  cam- 
biada, que  és  imposible  darse  cuenta  de  su  disposición  primi- 
tiva. Cuasi  todos  los  gobernadores  militares  han  hecho  en  ella 
multitud  de  obras,  acomodándola  á  las  necesidades  de  la  vida 
moderna,  á  sus  gustos,  é  inclinaciones.  Por  lo  cual  si  és  posi- 
ble señalar  con  el  adjunto  plano  su  planta  irregular,  sometida 
al  desarrollo  de  las  fortificaciones,  és  completamente  imposible 
marcar  su  distribución,  ni  su  ornato.  En  vano  he  procurado  in- 
vestigar 


510  MALAGA  MUSULUANA. 

vestigar  si  en  sus  paredes  se  coaserran  adornos,  inscripciones 
-ó  trazados  geométricos;  si  existieron,  hace  mucho  tiempoque 
desaparecieron  bajo  repellos  y  blanqueos:  en  vano  he  pregan* 
tado  si  se  han  visto  en  sus  salas  las  techumbres  que  no  encon- 
traba; antiguos  vecinos  de  todos  éstos  lugares  nada  han  visto, 
ni  recuerdan  haber  oído  que  otros  las  vieran  (i). 

Dejando  á  la  izquierda  la  escalera  que  sube  á  la  Coman- 
dancia general  y  siguiendo  el  callejón  antedicho  llegábase  á 
otra  puerta;  la  cual  muestra  el  arranque  de  sus  arcos  á  nna 
gran  altura,  por  haberse  rebajado  el  terreno  actualmente,  hasta 
el  punto  de  cambiarse  en  bajada  la  pequeña  cuesta  que  antes 
presentaba.  Por  la  cual  puerta  se  entraba  en  un  callejón  ancho, 
entre  muros  y  torres,  y  se  subfa  á  la  Puerta  del  Cristo,  ad  lia* 
mada  por  el  que  dentro  de  ella  existe. 

Ábrese  ésta  puerta,  como  todas  las  principales  de  la  Alca- 
cazaba,  en  una  torre  á  cuya  primitiva  construcción  se  ha  aña- 
dido actualmente  un  nuevo  piso.  Es  también  de  arco  de  herra* 
dura  apuntado,  encerrado  ea  un  arrabá;  sobre  ellase  distinguen 
restos  de  los  matacanes  antiguos,  y  encalada  hoy,  dorada  an- 
tes, una  llave,  cerca  de  la  cual  se  presentan  restos  de  azulejos, 
que  existían  completos  en  el  siglo  pasado,  con  una  inscripción, 
borrada  completamente  en  la  actualidad.  Entre  el  primero  y  el 
segundo  arco  de  ingreso  se  vé  una  pequeña  bóveda  de  arista  de 
ladrillo,  después  la  bóveda  esférica  del  torreón,  y  para  salir  al 
exterior  tres  arcos  también  de  herradura  y  apuntados. 
Medina 

(1)  Calieren  bu  viageya  diado,  sostiene  que  tras  de  la  casa  del  Gobernador  había  ddi 
honda  cueva,  á  la  cual  se  bajaba  por  una  escalera;  habla  quien  la  lenta  por  una  maimona 
fm  guardar  cautivos,  pero  £1  creía  que  sirvíú  para  encerrar  provisiones. 


Partc^  segunda.  Capítulo  ii.  5  i  j 

^     ■  _  -  * 

Medina  Conde  afirmaba  que  los  moros  llamaron  á  ésta 
puerta  Bibaltar  ó  la  Puerta  de  la  Llave;  no  sé  de  donde  haya 
sacado  ésta  noticiai  que  á  ser  cierta  en  el  fondoi  mas  bien  debe- 
ría llamarse  Bibalmeftaj.  Añade  también  que  la  mandó  labrar 
Abderrahman  III;  dato  nacido  en  su  imaginación  fecunda 
«n  patrañas,  y  tan  exacto  como  las  reflexiones  arqueológica^ 
conque  le  adorna. 

A  la  salida  de  la  puerta  del  Cristo  se  encuentra  un  callejón 
que  corre  á  uno  y  otro  lado:  tomando  por  la  derecha  se  sigue  por 
una  ancha  calle,  formada  por  entre  muros  torreados,  y  subiendo 
tinaligera  rampa  se  llega  al  pié  de  la  Torre  del  Homenage;  frente 
á  ella  hay  un  portillo  que  Medina  Conde  llamó  del  Socorro, 
4e  obra  quizá  posterior  á  la  Reconquista,  el  cual  pone  en  co- 
municación ésta  parte  de  la  Alcazaba  con  la  cuesta  que  sube 
á  Gibralfaro. 

Rodeando  las  espaldas  de  la  Torre,  siempre  entre  dos  mu- 
ros torreados,  se  encuentra  á  la  derecha  en  una  casa  el  Pozo 
Airan  de  la  Alcazaba,  que  tiene  una  gran  profundidad;  proba- 
blemente llamado  así  por  su  congénere  el  del  Gibralfaro. 

Más  adelante  siguen  á  izquierda  y  derecha  los  muros,  ba- 
jando por  frente  á  la  calle  de  la  Victoria,  Plaza  de  la  Merced 
y  calle  de  Alcazabilla,  hasta  unirse  con  las  habitaciones  uel 
Gobernador  Militar.  Cerca  de  éste,  el  de  la  derecha  muestra 
todavía  en  los  corrales  de  las  modernas  casas  una  ruinosa 
puerta;  el  de  la  izquierda,  á  corto  trecho  de  laTorre  del  Home- 
nage tuvo  un  portillo,  por  el  que  se  penetraba  en  el  recinto 
superior. 

AI 


512 


MALAGA    MuSOLMANA. 


-f 


trar  por  él  se  encontraba  una  alberca  enlosada,  con  su 
\  para   bajar  á   ella,   hoy  soterrada,    á  la  cual   los 
amaban  de  antiguo  Baño  de  la  Reina,  y  que  eo  mi  con* 
I    era  otra  cosa  que  un  depósito  del  agua,  que  se  extraía 
n  Airón,  para  regar  los  huertos  que  más  abajo  huboy 
líla  se  determinan  en  el  plano.  A  su  izquierda  se  subía 
ncha  escalera  á  la  puerta  de  la  Torre  del  Homenage, 
loy  combros  y  muladares, 

s  hermosa  torre  de  la  Alcazaba,  quizá  la  mas 
t  sobre  arcos  de  ladrillos  macizados,  con  la 
|k0C  que  de  trecho  en  trecho  de  los  ladrillos  que 
I  se  pusieron  dovelas  de  piedra,  más  angostas  en 
)r  que  en  la  superior,  para  salvar  la  diferencia  del 
adrillos.  Tuvo  de  alto  26  varas,  y  algo  más  de  14 
en  cuadro,  con  cuatro  cuerpos,  y  uno  en  el  centro  de  cuatro 
varas  y  media  de  luz. 

Muchas  veces  frente  á  ésta  fortificación  colocada  en  tan 
eminente  lugar,  recorriendo  sus  estribaciones,  examinando  su 
rara  construcción,  la  naturaleza  de  sus  argamasas  y  los  mate- 
riales con  que  fué  labrada  me  ha  parecido  ver  en  ella  la  primi- 
tiva-fortificación  musulmana;  desde  la  cual,  quizá  como  suce- 
dió en  las  Alcazabas  granadinas,  las  exigencias  de  los  tiempos 
fueron  ensanchando  las  fortificaciones  y  aumentando  los  re- 
cintos. Pero  ésta  opinión  mia  no  és  más  que  una  sospecha,  pues 
no  tengo  dato  evidente  en  que  cimentarla.  La  tradición  afirma 
que  cerca  de  ésta  Torre  habia  un  paso  subterráneo  que  bajaba 
desde  ella  hasta  lo  que  és  hoy  Parroquia  de  Santiago, 

Desde 


I 

la  parte 
grueso  de 


Parte  SEQUN DA.  Capítulo  ii.  513 

Desde  ella  se  descubre  el  ámbito  bastante  extenso  del  re- 
cinto superior,  donde  se  ha  formado  una  ancha  calle  llamada 
Campo  de  Granada.  Bajándola,  á  la  izquierda  hubo  un  algibe, 
hoy  cuasi  soterrado,  y  un  poco  más  allá  se  encuentran  los 
Cuartos  de  Granada^  que  constítuian  un  número  considerable  de 
viviendas  en  dicho  recinto.  Según  la  tradición  en  éstos  Cuar^ 
ios  se  alojaron  algunos  magnates  granadinos,  expatriados  en 
una  de  las  frecuentes  rebeliones,  que  contribuyeron  considera- 
blemente á  la  ruina  del  poderío  muslímico  en  España  (i). 

Ocupaban  éstos  cuartos  muchas  de  las  torres  del  último 
recinto.  Los  de  la  izquierda  bajando,  paréceme  que  fueron 
mansiones  edificadas  ante  las  torres;  imposible  fué  ya  á  Medina 
Conde  determinarlos,  ni  aun  siquiera  del  modo  confuso  y  em- 
brollado que  distingue  su  relación;  pero  debieron  haber  en  és* 
tos  cuartos  muchos  adornados  lujosamente,  cuando  de  ellos  y 
de  la  Alcazaba  decía  Ovando  Santaren  lo  siguiente,  en  éstos 
detestables  versos: 

De  torres  ciento  y  diez,  sublime  alteza, 
A  tres  cercos  de  muros  dá  corona, 
Retiros  del  combate  en  la  flaqueza: 
Y  en  el  último  cerco  se  eslabona 
De  (rranada  el  Palacio,  hermosa  pieza. 
Ser  sus  salas  reales  bien  blasona. 
Por  su  labor  Mosaica  y  su  Corintia 
Pudiera  al  templo  suspender  de  Gintia. 

De  éstas  magnificencias  solo  queda  un  resto,  que  hace  su- 
.  mámente 


(1)  Cárter,  que  pudo  recorrer  los  ruinosos  restos  de  éstos  cuartos,  afirma  que  vio  en 
«líos  un  salón  el  cual  mostraba  todavia  adornos  de  yesería,  y  á  su  entrada,  adornado  con 
azulejos,  uno  de  esos  preciosos  nichos,  llamados  impropiamente  babucheros,  porque  se 
decia  que  los  moros  ponían  en  él  su  calzado  al  entrar  en  una  rica  habitación,  cuando  lo 
que  en  él  colocaban  era  una  jarra  con  flores  ó  con  a^a.  Había  en  ésta  habitación  restos 
de  adornos  árabes  en  varios  arcos  de  puertas. 


514  Málaga  Musulmana. 


mámente  sensible  la  pérdida  de  las  demás.  Es  una  preciosa 
techumbre,  existente  en  la  torre  que  forma  la  casa  número  4 
del  Callejón  de  Granada.  Fórmalaunartesonado  de  madera cons-^ 
tituido  por  intrincadas  y  bellas  labores  geométricas;  en  el  cen* 
tro  y  costado  tuvo  tres  florones  cuyos  huecos  se  conservan;  sos- 
teniéndole y  alrededor  de  la  habitación  corre  una  tabica  con 
adornos  moriscos  severos  y  elegantes:  tuvo  su  entrada  de  arco 
de  herradura  en  la  pared  de  la  izquierda  entrando  en  la  es- 
tancia, donde  aun  todavía  se  conservan  adornos  moriscos  en  la 
zapata  de  una  viga.  Hay  quien  dice  que  ésta  habitación  fué 
la  mezquita  de  la  Alcazaba;  no  encuentro  dato  ni  razón  algu- 
na para  afirmarlo,  por  más  que  me  inclina  á  ello  la  seguridad 
de  que  en  la  fortaleza  hubo  una  mezquita,  y  las  indicaciones 
de  Medina  Conde,  aunque  para  mí  sean  muy  sospechosas  (i). 

Bajando  por  el  Campo  de  Granada  se  llega  á  la  entrada  del 
recinto  superior,  antes  la  Puerta  de  los  Arcos  de  Granada  6  el 
Arco  de  Granada^  como  más  breve  y  vulgarmente  se  le  llamaba* 
Derribóse  dicha  puerta  en  éste  siglo,  pero  puedo  afortunada- 
mente presentarla  al  lector  en  la  adjunta  lámina.  Su  arco  de 
ingreso  era  apuntado,  de  herradura  y  adovelado,  con  otro  su- 
perior que  le  servía  de  descarga,  sin  recuadro  ó  arroba  que  lo 
encerrara.  Estuvo  abierto  en  la  torre  que  llamaban  de  Ttii^/ y  flan- 
queado 

(1)  Por  mi  pai*te  asi  como  he  sospechado  que  la  Torre  del  Homenage  fué  la  mis  anti- 
gua construcción  de  la  Alcazaba,  asi  creo  que  éstos  Cuartos  de  Granada  fueron  loa  anti- 
guos aposentos  del  Alcázar  moro  y  que  la  Comandancia  general  se  hizo  ampliando  otn» 
oficinas  que  tuvieran  por  ésta  parte.  Cárter  atribuye  la  edificación  de  éatos  cuartOB  al 
arráez  Farach  progenitor  de  la  segunda  rama  de  la  dinastía  Nazarí  que  dominó  en  Gra- 
nada. No  sé  de  donde  haya  sacado  ¿sta  noticia,  ni  me  inspira  Cárter  gran  confiana,  per» 
éñ  muy  posible  que  sea  cierta;  por  lo  menos  tengo  la  convicción  de  que  en  tiempo  de 
arráez  y  en  el  de  sus  hijos  se  hicieron  las  principales  obras  moras  de  Málaga. 


ARCO  DE  GRANADA  RN  LA  ALCAZABA  DE  MALAGA 

KX    Ift.-,!). 


H 


PaKTE  SEGUNDA.  CAPÍTULO  II.  515 

queado  por  otras  dos  más  pequeñas. 

Poco  más  abajo  de  su  salida,  volviendo  al  segundo  recinto^ 
al  bajar  hacia  la  Puerta  del  Cristo  á  la  derecha,  se  encuentra 
la  Plaza  de  Armas ^  que  se  comunica  con  la  Comandancia  Ge- 
neral, y  que  és  bastante  mezquina  para  tan  importante  fortaleza. 
Al  Norte  de  ella,  en  una  de  las  próximas  torres,  estuvo  la  de  la 
Vela^  en  donde  hubo  una  campana  hasta  principios  del  siglo,  á 
la  manera  que  la  de  la  Alhambra. 

Llevo  hasta  ahosa  descritos  los  dos  recintos  superiores  de 
la  Alcazaba;  réstame  demarcar  uno,  que  aunque  no  la  ceñía 
enteramente,  tuvo  grandísima  importancia.  Empezaba  á  la 
sabida  de  la  cuesta  que  desde  la  Placeta  de  la  Aduana  vá  hacia 
el  Haza  del  Alcazaba^  en  el  trozo  de  muro  antes  descrito,  que 
pasaba  por  delante  de  la  fachada  principal  de  la  Aduana,  al  cual 
se  unian  las  murallas  de  la  ciudad.  Desde  el  mismo  torreón 
donde  se  verificaba  éste  engarce  seguía  un  trozo  de  muralla,  en 
la-  dirección  del  costado  derecho  de  la  Aduana,  á  cuyo  principio 
se  hallaba  una  puerta. 

La  cual  conservó  su  nombre  moro  de  Puerta  de  Alakaba 
Puerta  de  la  Cuesta j  pues  en  ella  comenzaba  la  subida  de  la 
Alcazaba.  Debió  ser  una  de  las  más  bellas  é  importantes  de 
Málaga,  si  hubiéramos  de  creer  los  dibujos  que  Cárter  y  Me- 
dina Conde  traen  en  sus  obras.  Según  el  último,  de  quien  tomó 
la  idea  el  primero,  tenia  tres  ingresos,  formados  por  arcos  de 
herradura  muy  apuntados,  abiertos  en  el  muro,  próximos  unos 
á  otros,  y  flanqueado  cada  uno  de  ellos  por  torres. 

Cárter  citando  á  Mármol  sostieiíe  que  la  puerta  se  llamaba 

6g  en  lo 


5i6  Málaga  Musulmana. 


en  lo  antiguo  de  la  Carnicería  6  de  la  Matanza^  por  la  que  hicie- 
ron los  moros  invasores  en  los  godos  que  defendían  á  Málaga, y 
publica  un  dibujo,  que  he  reproducido  en  la  adjunta  lámina. 
Sostiene  además  que  en  éste  sitio  estuvo  el  arsenal  malagueño 
y  que  el  mar  penetraba  en  él  formando  una  pequeña  entrada. 
Garter  me  merece  poquísima  confianza;  por  lo  que  de  él  he  leido 
valen  sus  relatos  mucho  menos  que  los  de  Conde;  tenia  todas 
las  malas  cualidades  de  éste  y  la  ventaja  de  escribir  para  un 
país  lejano,  donde  ni  sus  relatos,  ni  sus  dibujos,  podian  ser  des- 
mentidos. Si  reproduzco  su  lámina  no  és  porque  tenga  en  ella 
gran  confianza;  basta  verla  á  cualquiera,  por  poco  versado  que 
sea  en  arte  sarraceno,  para  comprender  que  en  ella  pudo  haber 
algo  de  verdad,  pero  que  hay  en  ella  también  mucho  de  fantasía, 
como  pasa  en  algunas  otras  del  mismo  libro.  Respecto  á  el  arse- 
nal ni  los  autores  muslimes,  ni  los  cristianos,  ni  aun  el  mismo 
Medina  Conde,  indican  su  existencia  en  este  sitio. 

Penetrando  por  ésta  puerta  se  hallaba  entre  las  murallas 
torreadas  del  segundo  recinto  de  la  Alcazaba  y  las  que  se  pro- 
longaban, como  aun  hoy  pueden  verse,  por  el  Muelle  un  ancho 
espacio.  En  el  que  se  comprendía  á  fines  del  siglo  pasado  pri- 
meramente una  extensa  huerta,  indicada  en  el  plano,  formando 
el  solar  de  la  moderna  Aduana,  en  la  que  había  una  noria,  y 
después  el  Haza  de  la  Alcazaba^  llena  de  chumbares  y  lugar  de 
sospecha  hasta  muy  entrado  nuestro  siglo,  en  la  cual  se  encon- 
traron algunas  sepulturas  conocidamente  sarracenas. 

En  las  murallas  edificadas  siguiendo  el  estero  del  mar,  de- 
lante del*  barranco  que  formaría  el  terreno  primitivo,  muy  cerca 

de  las 


Parte  SEGUNDA,  Cafítulo  ii  517 

de  las  casas  linderas  al  Cuartel  de  Levante^  hubo  otra  puerta  hoy 
macizadaí  pero  cuyos  restos  se  distinguen  aun  en  el  muro,  la 
cual  se  cree  que  fué  la  de  la  Aduana  mora,  establecida  en  éste 
sitio:  de  la  cual  decia  Aben  Aljathib  que  era  oro  purísimo,  sin 
duda  por  sus  rendimientos.  No  muy  lejos  de  ella  estuvo  la 
Puerta  Obscura^  de  la  que  no  se  conserva  hoy  más  que  el 
nombre  (i). 

Desde  una  torre  cercana  á  la  cúspide  de  la  Coracha  bajaba 
un  murallon  á  unirse  con  el  que  pasa  por  el  muelle,  del  que 
apenas  se  conservan  restos;  en  el  existían  algunas  torres. 

Según  Pulgar,  cronista  de  los  Reyes  Católicos,  la  Alcazaba 
tenía  ochenta  torres;  según  Nebrija,  Ovando  y  Medina  Conde 
ciento  y  diez;  en  lo  que  todos  ellos  convenian  era  que  entre  ellas 
treinta  y  dos  eran  muy  importantes.  Hoy  és  imposible  fijar 
su  número,  ni  aun  con  ayuda  del  plano;  pero  me  inclino  más  á 
la  opinión  del  primer  autor  que  á  la  de  los  últimos.  Entre  ellas 
hubo  dos  que  conservaron  memorias  del  tiempo  árabe;  la  de  los 
AbencerrageSj  del  nombre  de  aquella  levantisca  y  revoltosa  fa- 
milia, que  tanto  dio  que  hacer  á  varios  sultanes  granadinos,  la 
cual  tuvo  alguna  de  sus  asambleas  en  Málaga;  y  la  del  Zegrí^ 
quizá  en  memoria  de  haber  estado  encerrado  en  ella  el  último 
y  caballeresco  alcaide  de  Málaga,  tan  desventurado  como  va- 
leroso. 

Dos  recintos  propiamente  dichos,  puesto  que  rodeaban  por 
completo  la  parte  superior  del  cerro  de  la  Alcazaba,  y  otro  de 
menor 

(i)  Creo  que  en  el-  plano  de  la  Alcazaba,  cuya  reducción  ha  sido  hecha  con  la  mayor 
exactitud,  hay  una  ligera  errata:  la  Puerta  Obscura  no  pudo  estar  en  el  lugar  qne  indica 
con  el  número  4,  sino  en  el  3,  en  el  torreón  que  llama  Batería  de  Puerta  Obsaira. 


5i8  Málaga  Musulmana. 


menor  extensión,  pues  solo  encerraba  parte  de  ella,  el  que  cae 
al  Muelle,  constituían  la  antigua  fortaleza.  En  la  cual  se  com- 
prendía no  solo  el  Alcázar,  morada  un  dia  de  reyes  descendien- 
tes del  Profeta  y  de  walies  poderosos,  sino  también  la  de  sus 
servidores  y  ministros,  jardines,  baños,  y  probablemente  la  seca 
6  casa  de  moneda,  donde  se  acuñaron  muchas  de  las  que  antes 
he  reseñado. 

Desde  las  alturas  de  la  Coracha  partían  dos  fuertes  muros, 
hoy  aportillados  y  en  parte  arruinados,  antes  fuertísimos,  que 
dejaban  entre  ellos  un  camino,  por  donde  podían  comunicarse 
completamente  á  cubierto  Gibralfaro  y  la  Alcazaba.  Desde 
ésta  partía  el  muro  de  la  izquierda,  conforme  se  sube,  de  una 
torre  cuadrada,  en  una  de  cuyas  esquinas  hay  otra  redonda: 
•entre  la  cual  torre  y  otra  próxima  se  abría  una  puerta,  que 
aunque  en  bastante  mal  estado  se  conserva  hoy.  £1  de  la  de- 
recha se  une  también  con  el  recinto  de  en  medio  de  la  Alca- 

« 

zaba,  el  cual  cerraba  con  sus  muros  y  torres  la  entrada  al 
camino  cubierto,  sin  dejarle  más  acceso  que  la  puerta  suso- 
dicha. 

Suben  los  muros  hacia  el  Gibralfaro,  altos,  fuertes,  impo- 
nentes, llegando  el  de  la  izquierda  hasta  la  puerta  antigua  del 
castillo,  mientras  que  el  otro,  sesgando  mucho  hacia  la  derer 
cha,  deja  un  ancho  espacio  vacío,  hasta  unirse  con  la  esquina 
•del  frente  donde  está  la  entrada. 

Esta  conserva  todavía  algo  de  su  carácter  morísco;  ábrese 
en  una  torre  en  cuyo  interior  existe  una  de  las  poternas  que  dan 
al  foso;  Cárter  decía  que  en  la  clave  del  arco  de  ingreso  había 

grabada 


Parte  SEGUNDA.  Capítulo  ii.  51© 

grabada  una  cabeza  en  bajo  relieve  con  algunos  otros  adornos; 
^  la  hubo  hoy  no  existe:  la  parte  superior  del  torreón  está  des- 
cubierta y  deja  penetrar  en  él  la  luz.  A  la  derecha  del  que  en- 
tra, bajo  un  arco  de  herradura  se  penetra  en  una  torre  de  unos 
cinco  metros  en  cuadro,  cubierta  con  una  bóveda  de  ladrillo; 
en  cuyo  centro  hay  un  rosetón  de  lineas  geométricas  bastante 
bellas,  en  el  cual  se  distinguen  todavía  los  colores  con  que  le 
adornaron  los  alarifes  mahometanos  (i). 

Es  ésta  bóveda  bastante  hermosa  y  verdaderamente  nota- 
ble por  su  feliz  ejecución;  Girault  de  Prangey,  que  tan  admi- 
rablemente ha  estudiado  los  monumentos  hispano  musulmanes, 
la  celebra  con  bastante  encarecimiento  (2). 

Ciñe  toda  la  cumbre  del  Gibralfaro  un  murallon  elevado, 
fuertísimo,  en  muchas  partes  almenado,  con  grandes  y  elevadas 
torres  en  todo  su  trayecto,  que  sigue  los  accidentes  del  terreno, 
adelantándose  en  una  saliente  de  éste  para  guarnecerle  con  la 
gallarda  Torre  Blanca. 

m 

En  la  cúspide  del  monte  hubo  un  conjunto  de  torreones  y 
baluartes,  no  muy  extensos,  pero  muy  fortalecidos,  macizados, 
aportillados  y  medio  derruidos  hoy;  cuya  parte  estima  Medina 
Conde  como  la  más  antigua  de  la  fortaleza:  su  puerta  con  las 
pinturas  y  adornos  que  aquel  autor  indica  han  desaparecido  por 
completo, 

(i)  Cárter  publicó  entre  las  láminas  del  I  tomo  de  su  libro  un  rosetón,  asegurando 
que  era  el  de  la  bóveda  del  Gibralfaro:  si  Medina  Conde  no  engañó  al  viagero  inglés  cor- 
ría éste,  como  he  dicho,  parejas  en  cuanto  á  mentir  con  aquel;  he  cotejado  el  dibujo  con 
el  original  y  és  completamente  falso:  como  lo  és  también  el  de  la  Puerta  del  Cristo  que 
aquel  viagero  presenta,  que  en  nada  se  parece  á  la  verdadera,  mientras  que  Cárter  afirma 
al  pié  con  la  mayor  impudencia  que  él  la  ha  dibujado. 

(2)  Girault  de  Prangey,  Essai  sur  la  Architecture  des  árabes  et  des  mores  en  Es^ 
FAj^ne^pág.  2(M. 


520  MALAGA  Musulmana. 


completo,  y  nadie  sospechará,  que  en  la  confusa  masa  que  pre» 
^enta  la  moderna  Batería  del  Viento^  se  ocultan  los  restos  ¿e 
una  de  las  construcciones  más  turiosas  de  los  musulmanes  ma- 
lagueños. 

Tres  algibes  antiguos  abastecían  de  agua  la  fortaleza; 
contaba  ésta  además  con  el  Pozo  Airón,  colocado  al  Norte 
de  ella,  bajo  el  antedicho  baluarte.  £1  cual  tiene  45  metros 
de  profundidad,  de  ellos  por  término  medio  5  de  agua  bas- 
tante salobre;  su  parte  superior  está  fundada  sobre  cuatro  ar- 
eos,  desde  los  cuales  bajan  sus  muros  rectos  hasta  el  fondo, 
con  una  pequfeña  concabidad  cerca  de  éste,  para  que  se  colo- 
que en  él  una  persona  cuando  puede  limpiarse. 

No  muy  lejos  de  él,  según  Medina  Conde,  hubo  unos  baños 
de  los  que  no  he  hallado  rastros,  aunque  seguramente  debió  ha- 
berlos. 

A  la  izquierda  del  pozo,  bajando  hacia  la  entrada  del  cas- 
tillo se  encuentra  la  mezquita  que  en  éste  hubo,  de  la  cuat 
apenas  se  conserva  solo  el  edificio.  Sobre  su  puerta,  cuyas  ho- 
jas estaban  cubiertas  de  láminas  de  bronce  según  Cárter, 
antes  de  arco,  hoy  completamente  deformada,  tenia  azulejos 
con  adornos  é  inscripciones;  su  interior,  que  medirá,  algo  más 
de  diez  metros  de  largo  por  ocho  de  ancho,  tiene  tres  naves, 
divididas  por  cuatro  arcos  á  cada  lado;  si  antiguamente  fueron 
de  herradura,  hoy  han  perdido  por  completo  su  forma;  cons- 
tituyen el  techo  bóvedas  en  cañón  seguido,  las  cuales  aunque 
fueron  usadas  por  los  moros  he  sospechado  que  sean  construc- 
ciones  cristianas,  y  que  la  techumbre  antigua  fuera  de  máde- 

ras 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  521 

ras  ensambladas;  así  parece  demostrarlo  la  tabica  ó  friso  de 
madera  con  inscripción  arábiga,  visible  en  tiempo  de  Medina 
Conde,  y  que  ha  desaparecido  hoy  bajólos  repellos  y  blanqueos, 
sin  que  de  ella  quede  más  que  informes  vestigios  en  un  rincón 
á  la  derecha  de  la  entrada. 

Junto  á  la  mezquita  existe  todavía  un  antiguo  algibe,  que 
pudo  servir  muy  bien  para  las  abluciones  á  los  que  se  dispu- 
sieran á  oraren  ella. 

En  el  ancho  espacio  que  encierran  las  murallas  del  cas- 
tillo, cerca  de  su  entrada,  colocó  Medina  Conde  el  Corral  de 
Jos  Cautivos^  que  con  una  indicación  de  la  ciudad,  Gibralfaro  y 
un  campo  colorado  quisieron  los  Reyes  Católicos  que  se  pin- 
tara en  el  escudo  de  Málaga.  Cierto  que  hubo  muchas  veces 
cautivos  cristianos  en  ésta  fortaleza,  y  algunos  tan  decididos, 
<jue  poco  faltó  para  que  se  la  entregaran  á  Ruy  López  de  To- 
ledo, criado  de  aquellos  monarcas,  tiempo  antes  de  que  éstos 
la  cercaran,  como  en  la  Narración  queda  referido.  Pero  entien- 
do que  los  reyes  hacen  mención  del  Corral  de  los  Cautivos^  que 
hubo  al  pié  de  la  Alcazaba,  y  que  en  Gibralfaro  no  existió  sitio 
alguno  de  éste  nombre,  pues  aunque  diga  Medina  Conde  que 
en  el  espacio  que  señala  hubo  varias  cuevas  ó  mazmorras,  don- 
de por  la  noche  encerraban  á  los  cristianos,  ni  él  las  vio,  ni  se 
funda  más  que  en  un  dicho  vago,  ni  en  diferentes  obras  que  se 
han  hecho  en  nuestros  tiempos  ha  podido  hallarse  en  él  vesti- 
gio de  mazmorras. 

Rodean  á  los  muros  del  castillo  otros  mucho  máis  bajos,  que 
forman  un  foso,  al  cual  se  salía  por  cuatro  poternas,  con   hojas 

chapadas 


522  Málaga  Musulmana. 


chapadas  de  hierro,  condenadas  ó  cegadas  hoy.  Ceñida  alas 
murallas  vá  ésta  falsa  braga^  siguiendo  los  accidentes  del  te- 
rreno, dejando  espacios  ya  anchos,  ya  estrechísimos,  ya  unién* 
dose  con  una  torre,  tanto  que  para  seguir  el  foso  adelante  hay  que 
penetrar  á  través  de  ella  por  un  estrecho  pasadizo  abovedado. 

¿En  que  época  se  fabricó  ésta  fortaleza?  Que  en  tiempos 
anteriores  á  la  dominación  musulmana  hubo  un  faro  en  ella  no 
hay  que  dudarlo;  donde  estuviera  colocado  creo  imposible  de- 
cidirlo, pues  no  se  encuentra  noticia  de  ésta  antiquísima  fábrica. 

Milla  y  Suazo,  autor  del  siglo  pasado  que  se  ocupó  de 
Málaga,  sostenía  que  Abderrahman  III  de  Córdoba  fué  el  fun- 
dador de  éste  castillo,  y  que  en  él  se  hicieron  fuertes  los  mozá- 
rabes en  una  rebelión  contra  los  moros  sus  señores.  No  sé  de 
donde  haya  podido  aquel  autor  obtener  éste  dato;  pero  sino 
fué  Abderrahman  III  el  fundador  del  Gibralfaro,  éste  se  edificó 
en  tiempo  de  su  dinastía,  pues  en  el  siglo  XI  estuvo  sirviendo 
de  cárcel  á  algunos  príncipes  Hammudíes,  y  de  foco  á  bastan- 
tes rebeliones.  Llamábasele  por  entonces  el  castillo  de  Airos  ó 
de  Aires  (i). 

En  tiempo  de  los  Nazaríes  granadinos  Mohammed  II,  á 
fines  del  siglo  XIII,  reparó  sus  muros,  y  Yusuf  I  Abulhachach, 

en  la 


(i).  Dozy  dice  en  la  nota  de  la  pág.  63,  T.  IV  de  su  Hiat.  des  mus,  d^'Espagne^  parece 
que  ésta  localidad  ha  desaparecido.  No  por  cierto;  Airos  és  Gibralfaro;  siempre  he 
creido  que  Airón  nombre  de  su  pozo  era  una  memoria  de  su  antiguo  nombre;  pudiera 
sin  embargo  decirse  que  Pozo  Airón  no  es  más  que  un  aumentativo  castellano  pozairon, 
pozo  muy  grande.  Pero  tengo  aun  una  pinieba  mas  concluyente.  Guando  los  negros  de  la 
Alcazaba  oyeron  las  aclamaciones  de  la  guarnición  del  castillo,  que  proclamaba  á  Moham- 
roed  Almahdi  contra  el  Hammudi  Idrís  II  se  rebelaron  también:  el  castillo  que  mencionan 
los  autores  árabes,  és  el  de  Airos,  y  no  hay  otro  castillo  en  Málaga  más  que  el  Gibralfaro, 
desde  el  cual  se  hubieran  podido  oir  las  aclamaciones  de  los  negros  de  la  Alcazaba. 


Partb  segunda.  Capítulo  ii.  523 

en  la  primera  mitad  del  XI V,  gastó  en  él  cuantiosas  sumas, 
hasta  el  punto  que,  según  parece  desprenderse  de  ias  noticias 
de  Aben  Aljathib,  edificó  en  él  un  alcázar  (i). 

En  la  Edad  Media  ésta  fortaleza  era  una  de  las  primeras 
de  Andalucia.  Su  situación  en  una  cumbre  cuasi  inaccesible 
por  sus  agrias  cuestas  y  barrancos;  su  foso  con  el  muro  que  le 
forma,  revuelto  é  intrincado,  por  partes  estrechísimo,  de  difícil 
acceso;  sus  muros  tan  elevados  y  fuertes,  sus  magníficas  torres, 
su  sabia  disposición  estratégica  para  resistir  asaltos  y  prevenir 
sorpresas;  sus  puertas  admirablemente  defendidas,  hacíanle  cua- 
si inespugnable.  Aun  hoy  desmantelado,  aportillado,  desprovis- 
to de  su  bélica  corona  de  almenas,  degradado  por  los  tempora- 
les, respira  cuando  se  le  recorre  detenidamente  cierta  severa 
grandeza  é  inspira  en  el  alma,  con  su  aspecto  romántico  y  sus 
memorias  de  los  siglos  pasados,  el  mismo  respeto  que  un  an- 
ciano, en  quien  los  años  no  hubieran  podido  borrar  enteramente 
los  vestigios  de  una  juventud  lozana  y  briosa.  Muchas  veces 
sentado  en  las  plataformas  de  sus  torres  he  meditado  parte  de 
éste  libro,  y  mientras  contemplaba  la  perenne  hermosura  del 
delicioso  paisage  que  á  mis  plantas  se  descubría,  fijábame  en 
las  ruinas  del  viejo  castillo,  y  sentía  inundada  el  alma  de  pe- 
nosa tristeza,  pensando  en  aquellas  memorias  de  los  pasados  si- 
glos 

(i)  Nuestros  paisanos  los  hermanos  Oliver  y  Hurtado,  que  como  los  Alderetes  cons- 
tituyen una  de  las  glorías  malagueñas,  sostienen  en  su  obra,  Granada  y  8í*$  Monumentos 
áfmbe§y  pág.  ii7,  que  los  .Cuartos  de  Granada  de  la  Alcazaba  de  Málaga^  según  Aben 
A^athib,  se  debían  á  Abulhachach  Yusuf  I;  mis  muy  querídos  amigos  han  seguido  en  éste 
punto  una  mala  interpretación  del  texto  de  Aben  Aljathib,  contenido  en  la  pág.  304,  T.  II 
ée  la  Bib.  esc,  de  Casirí;  basta  lijarse  un  poco  en  él  para  comprender  que  aquel  autor 
se  refiere  al  Gibralfaro. 

70 


524  Málaga  Musulmana. 


glos  que  mentalmente  recorría;  pensando  que  con  los  recuerdos 
<le  tiempos  caballerescos,  se  iban  desvaneciendo  los  monumen- 
tos que  sus  hombres  elevaron  para  su  defensa  y  para  su  gloría. 

En  la  parte  llana  de  la  ciudad,  hacia  la  esquina  del  niuelleí 
frente  al  desembarcadero  moderno,  estuvo  el  Costil  de  Ginoveses^ 
«que  formaba  una  barriada  cercada  de  muros,  con  seis  torres 
muy  altas;  dentro  de  la  cual  habia  un  conjunto  de  habitacioneSi 
donde  moraba  gente  de  Genova,  dedicada  al  comercio  en  nues- 
tras costas,  desde  bien  remota  época.  Todavia  después  de  la 
<^onquista  algunos  genoveses  pidieron  licencia  á  los  Reyes  Cató- 
licos para  traficar  en  Málaga  y  que  se  les  concedieran  solares 
fuera  de  muros  hacia  la  marina;  entre  los  cuales  nombran  los 
Repartimientos  á  Bartolomé  de  Abarze. 

A  principios  del  siglo  XV  los  marinos  cristianos  que  tripu- 
laban las  embarcaciones  de  D.  Pedro  Niño,  conde  de  Buelna, 
decian:  por  el  cabo  de  Poniente  de  Málaga  és  la  Tarazana;  llega  el 
mar  á  ella  é  aun  rodéala.  Al  espirar  el  mismo  siglo  el  cronista 
Pulgar,  después  de  describir  el  Castillo  de  los  Genoveses,  de- 
cia  también,  e  después  están  las  Tarazanas  rodeadas  con  ciertas  to^ 
rreSj  donde  bátela  mar^  y  en  una  punta  de  la  cibdad  que  váá  la  mar^ 
está  una  torre  albarrana — ó  sea  saliente — e  muy  ancha^  que  sale  de 
la  cerca  como  un  espolón  e  junta  con  la  mar. 

Atarazanas,  és  una  palabra  compuesta  de  dos  árabes  Ad-dar 
aZ'Zanaa^  que  significan  casa  de  construcción,  de  donde  pro- 
viene arsenal;  fué  uno  de  los  mas  notables  edificios  de  Málaga 
en  la  Edad  Media  y  estuvo  en  el  solar  del  moderno  Mercado,  al 
cual  el  vulgo  ha  conservado  su  nombre,  y  en  parte  de  las  calles 

y  casas 


Parte  segunda.  Capítulo  ii. 


525 


y  casas  que  le  rodean  por  Levante  y  Norte. 

Dadas  las  diferentes  obras  que  se  verificaron  en  Atarazanas 
y  las  restauraciones  que  hicieron  precisas  no  solo  los  tiempos, 
sino  que  también  las  voladuras  de  unos  molinos  de  pólvora  que 
habia  en  la  Plazuela  de  Arrióla  en  1595  y  1618,  si  és  posible 
marcar  el  perímetro  que  tuvo  en  la  época  musulmana,  no  así  su 
disposición  y  distribución  interior.  Las  murallas  de  la  ciudad 
se  unian  á  ella  como  se  verá  en  el  adjunto  plano: 


l'tano  del  Jieul  edi/Uiu  de  las    Atuia:unUí 

»iluado  al  mediodia  de  la  Ciudad  de  Málaga,  contiguo  á  bus  muralla» 
y  á  280  varu»  distantes  de  la  orilla  del  mar  en  10  de  Abril  de  í773.— 
Redkcckin  de  D.  MANVELRivEnA.— 1,  2,  3,  4,  5,  6,  Bóvedas.— A.  Palio. 
— B.  C.  Cnrredorea  de  éste.— D.  Cuarto  para  herramientas. — E.  Puerta. 
— J.  K.  L.  Salas  bajiis.^Q.  Salas  de  paao  en  ambos  pieos. — It.  Cuerpo 
de  Guardia.— S.  Ídem  — T.  Calabozo.— V.  Comunes. — X.  Habí  I  aciones. 
—Y,  Cocinas,— a.  Almacén  de  Arlilleria.— b.  y  c.  Casillas  de  prtpios  de 
la  ciudad. — d.  Torre  avanzada. 


^26  Málaga  Musulmana. 


Desde  la  calle  de  Santo  Domingo  empezaban  suis  muros,  y 
continuaban  por  la  acera  izquierda,  yendo  al  mar,  de  la  Plaza 
de  Arrióla:  ésta  cortina  de  murallas  presentaba  en  lo  antiguo 
hacia  su  comedio  una  gran  torre,  con  otra  cuadrada,  bastante 
alta  y  fuerte,  en  la  esquina  que  hacía  la  muralla  al  dar  la  vuelta 
para  formar  el  lienzo  frontero  al  mar  (i). 

Desde  la  cual  torre  salía  un  trozo  de  murallon  que  unía  las 
Atarazanas  con  otra  fuertísima  y  encumbrada,  llamada,  según 
Medina  Conde,  por  los  moros  Borch  Haita  ó  sea  Torre  del 
Clamor^  porque  desde  ella  el  muédano,  ó  sacristán  moro  de 
la  próxima  mezquita,  convocaba  á  los  fieles  á  la  oración.  Ape- 
llidáronla los  cristianos  Torre  Gorda^  al  transformarla  en  bate- 
ría y  depósito  de  pólvora;  presentaba  el  mismo  aspecto  que  la 
Torre  Blanca  del  Gibralfaro,  aunque  era  mucho  mayor;  la  parte 
que  daba  al  mar  era  redonda,  y  cuadrada  la  que  por  su  espalda 
daba  á  tierra.  A  mediados  del  siglo  XVII  parecía  al  exterior 
tener  dos  cuerpos,  y  en  lo  alto  llevaba  una  construcción,  que 
pudo  servir  muy  bien  para  salida  de  la  escalera  á  la  plataforma: 
á  sus  pies  tenia  una  escarpa,  en  la  cual  por  aquel  tiempo  se 
estrellaban  las  olas,  las  cuales  barrían  también  todo  el  sítio'de 
la  acera  izquierda  de  la  Alameda,  yendo  bacía  el  puerto,  pues 

Torre 


(1)  Merecía  éste  edificio  la  extensa  descripción  que  aqui  le  dedico,  pai'a  redactar  la 
cual  me  he  sei*vido  de  los  datos  del  Sr.  Fíucoba,  del  plano  de  la  Comandancia  de  Inge- 
nieros, de  1773,  y  cuya  reducción  debida  al  Sr.  Rivera  publico  en  el  texto,  de  la  parte 
que  á  el  mismo  corresponde  en  la  lámina  de  Iloefnagle  y  de  la  que  en  1839  publicó  El 
Guadalhorce.  Las  variaciones  que  en  diferentes  tiempos  se  hicieron  en  éste  ediñdo,  los 
divei'sos  usos  á  que  so  dedicó  y  no  tener  una  descnjtcion  antigua  merecedora '  de  f^,  me 
impiden  reseñar  con  toda  la  exactitud  que  deseara  la  parte  mora,  distinguiéndola  de  lis 
posteriores  construcciones. 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  527 

M  ..■■■■■  ^^^^^p^^,^^^^^^»—i ^ 

Torre  Gorda  caía  hacia  éste  sitio,  dictando  solamente  bastante 
poco  de  Atarazanas  (i). 

Ai  Poniente  del  torreón  hacia  la  Plazuela  de  Arrióla  y  por 
la  parte  de  afuera,  tenia  su  escalera,  que  subia  á  su  plataforma, 
llamándose  la  puerta  que  daba  entrada  á  ella  Puerta  de  los  Gi- 
gantes por  Ovando,  quien  decía  de  ésta  notable  fortificación,  re- 
firiéndose en  su  rebuscado  y  laberíntico  estilo  á  sus  baterías  y 
á  la  clase  de  gente  que  frecuentaba  sus  alrededores: 

Del  mar  la  Torre  Gorda  por  divisa, 
Cuunto  és  en  nuestras  costas  celebrada, 
Es  un  Etna  del  bárbaro  precisa, 
Y  teniendo  á  sus  sombras  abrigada 
Tanta  canalla,  que  en  su  arena  frisa, 
Presumida  en  su  trato  de  alentada, 
De  atrevidos  Gigantes  és  su  Puerta 
Porque  á  los  vicios  la  ha  tenido  abierta. 

El  lienzo  de  muro  de  Atarazanas  que  daba  al  mar  tenía  2 
metros  10  de  espesor,  estaba  almenado)'  defendido  por  mata- 
canes; constituían  sus  esquinas  dos  magníficas  torres  cuadra- 
das, teniendo  el  lienzo  colocado  entre  ellas  42  metros  24  cen- 
tímetros. Parte  de  éste  lienzo  puede  verse  en  la  adjunta  lámina 
que  por  lo  curiosa  he  reproducido. 

Próxima  á  la  torre  de  la  izquierda,  ante  el  espectador  se 
abría  una  grandiosa  puerta,  que  és  sin  duda  una  de  las  más  nota- 
bles construcciones  de  la  arquitectura  hispano-musulmana.  De- 
rruido hoy  completamente  solo  se  conserva  del  antiguo  edificio 

ésta 

(i)  En  un  papel  impreso  titulado.  Relación  histórica  de  la  inundación  que  padeció 
la  ciudad  de  Málaga  en  la  noche  del  25  de  Setiembre  de  1764,  se  dice  incidentalmente 
sobre  Torre  Gorda:  havrá  un  año  que  en  éste  pueblo  murió  un  hombre  ochentón,  y  decia 
que  habia  pescado  con  caña  desde  la  zarpa  de  piedra  que  resguardaba  este  torrean  de 
los  Ímpetus  de  las  olas.  Cuando  se  levantó  el  plano  cuya  reducción  publico,  en  20  de 
Abril  de  1773,  distaba  ya  Atarazanas  290  varas  de  la  orílliT  del  mar. 


528  Málaga  Musulmana. 


ésta  magnífica  puerta  que  voy  á  descríbifi  restaurada  con  suma 
diligencia  y  acierto  por  el  Sr.  D.  Joaquin  Rucoba,  arquitecto  mu* 
nicipal.  Constituye  el  ingreso  principal  del  mercado  de  Ataraza- 
nas, y  se  halla  edificada  á  25  metros  hacia  Levante  de  su  antigua 
situación  (i). 

Está  labrada  de  mármol  y  jaspón;  és,  como  puede  verse 
en  la  adjunta  lámina,  de  arco  de  herradura,  ligeramente  apun- 
tado, adovclado,  con  sus  dovelas  alternativamente  realzadas  y 
rehundidas;  tiene  sobre  la  clave  otras  dovelas  en  la  misma  dis- 
posición, formando  una  faja  sumamente  elegante;  desde  los 
arranques,  siguiendo  la  curva  de  la  herradura,  una  airosa  línea 
de  piedra  forma  un  recuadro  ó  arrabá  adovelado,  haciendo  en 
el  tímpano,  bajo  la  faja  antedicha  una  graciosa  curva,  dentro 
de  la  cual  hay  una  bellísima  concha;  otra  estrecha  línea  de  pie- 
dras salientes  limita  en  su  dirección  de  longitud  y  anchura  la 
puerta  encuadrándola  en  un  airoso  rectángulo. 

En  cada  enjuta  del  arco  hay  un  elegante  escudo  con  cierta 
inscripción,  gravada  en  una  faja,  trazada  al  sesgo,  en  caracte- 
res 


(i)  Tiene  la  puerta  64  m.  de  altura,  7  m.  28  de  ancho;  la  luz  ile  su  hueco  actual- 
mente 5  m.,  su  altura  8  m.  56:  el  tizón  de  las  piedras  de  la  portada  59  centímetros  y  el  de 
las  dovelas  41  y  42  alternativamente  á  causa  de  los  resaltos;  tiene  63  dovelas,  incluyendo 
clave  y  contraclaves.  Antes  estaba  macizada  y  enterrada  75  centímetros  que  había  subido 
el  terreno.  Se  ha  con3er\'ado  este  interesante  monumento  de  la  arquitectura  hispano  mu- 
sulmana merced  á  los  esfuerzos  de  la  Academia  de  Bellas  Artes.  Guantas  indicacíoneB  hace 
Medina  Conde  sobre  ésta  puerta  son  tan  disparatadas,  que  parece  imposible  reunir  más 
dislates  en  méno.<3  palabras.  Según  él  la  construyó  Abderrahmen  Almanxor  de  Górdobs, 
y  ni  en  ésta  hubo  califa  de  tal  apellido,  ni  és  construcción  Umeya;  según  él  las  piedras 
estaban  unidas  sin  uparejo,  cuando  se  derribaron  se  vio  que  ésto  era  absolutamente  fidso; 
dijo  que  las  inscripciones  granadinas  ó  cú/tcas— gracioso  dislate^eran  diferentes,  y  á 
la  vista  tengo  vaciados  de  ambos  escudos  que  prueban  que  son  iguales.  Parece  imposibe 
disparatar  tanto  en  tan  corto  espacio,  sin  haber  observado  la  menor  reserva. 


ANTIGUA  PUERTA  DE  LAS  ATARAZANAS  DE  MALAGA. 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  529 


res  magrebíes,  como  puede  verse  en  el  adjunto  grabado. 


La  inscripción  dice  lo  siguiente: 

Solo  Dios  és  vencedor,  ensalzado  sea. 

El  costado  del  mar  parece  que  además  de  ésta  debió 
tener  otra  puerta,  la  cual  se  vé  como  condenada  en  el  plano; 
pero  no  puedo  asegurar  que  fuese  antigua,  aunque  me  inclina  á 
-ello  la  correlación  que  guarda  con  los  aposentos  interiores.  El 
lado  de  Levante  formaba  una  línea,  muy  inclinada  hacia  la 
derecha  del  espectador;  en  su  primer  tercio  tenia  una  torre,  que ' 
debió  ser  redonda  y  bastante  fuerte,  la  cual  se  llamaba  Torre 
de  Tirilo;  después  de  ella  el  lienzo  de  murallas  seguía  formando 
el  de  la  de  la  ciudad,  hacia  la  última  parte  de  la  calle  de  San* 
lo  Domingo. 

El 


53Ó  Malaga  Musulmana. 


El  muro  que  constituía  la  parte  posterior  del  recinto,  y  que 
era  de  mucho  menos  espesor  que  el  antes  indicado,  cenaba 
hacia  la  población  el  perímetro  de  las  Atarazanas,  que  medía 
cinco  mil  ocho  metros  de  superficie.  En  él  debieron  tener  los 
moros  alguna  puerta,  quizá  varias,  pues  he  llegado  á  ver  una 
de  arco  de  herradura  en  el  patio  de  una  casilla  derribada  en  la 
calle  de  Santo  Domingo. 

Difícil  és  describir  el  interior  de  éste  vetusto  edificio.  Cuan- 
tos lo  vieron  íntegro,  tanto  en  el  siglo  pasado  como  en  el  nues- 
tro, distinguían  en  él  dos  partes,  una  más  antigua  que  otra,  y 
hasta  hubo  quien  afirmó  que  en  él  se  hallaban  vestigios  de  ro- 
manos (i).  Ni  por  lo  que  vi,  ni  por  lo  que  observaron  los  arqui- 
tectos que  derribaron  ó  presenciaron  el  derribo  de  Atarazanas, 
éstasno  presentaban  semejantes  vestigios,  y  tengo  la  convicción 
más  absoluta  que  fué  un  edificio  moro,  cuya  época  de  construc- 
ción no  puedo  determinar,  pero  sí  asegurar  que  se  hicieron  en 
él  notables  restauraciones,  quizá  ampliaciones,  durante  la  época 
de  los  Nazaríes  granadinos;  así  lo  prueba  la  magnífica  puerta 
antes  descrita  que  lleva  el  escudo  de  éstsr  dinastía. 

En  el  interior,  hacia  la  derecha,  presentaba  seis  extensas 
bóvedas,  haciéndose  entre  la  segunda  y  la  tercera,  cual  se  vé  en 
el  plano,  un  ancho  patio:  Medina  Conde  creía  que  eran  éstas 
bóvedas  moras,  y  por  lo  que  dice  paréceme  que  debe  creérsele. 
En 

(1)     Fernandez  Bremon,  Las  Atarazanas  de  Málaga^  T.  L  del  Guadalhorce. 

Los  Sres.  Rucoba  y  Rivera  me  han  asegurado  que  en  ninguna  parte  de  ésta  antigua 
construcción  hallaron  rastros  de  obras  romanas.  El  último  me  ha  indicado  que  al  derri- 
bar las  murallas,  formando  parte  de  su  argamasa  se  hallaban  multitud  de  huesos  de  al- 
barícoque,  con  tal  abundancia  que  hacían  sospechar  si  serla  la  estación  en  que  se  di  ¿sta 
fruta  aquella  en  que  se  labraron  los  muros,  y  que  los  trabajadores  los  arrojaran  en  los 
cajones  donde  se  preparaba  la  argamasa. 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  531 


En  la  parte  de  la  izquierda,  á  la  cual  se  entraba  por  aquella 
grandiosa  puerta,  habia  un  patio  con  corredores  laterales,  sos-: 
teniendo  columnas  sus  hollados;  en  medio  de  él  existió  un  pozo 
y  al  fondo  una  ancha  sala.  Dícese  que  en  éste  sitio  hubo  una 
mezquita,  á  la  cual  servía  de  minarete  Torre  Gorda;  puede  ser 
que  ésta  tradición  sea  una  realidad;  la  disposición  de  dicha 
parte  del  edificio  parece  á  lo  menos  confirmarla. 

Un  muro  recto  paralelo  á  la  fachada  de  Atarazanas,  dejaba 
desde  él  hasta  el  posterior  del  recinto,  un  espacio  bastante  an- 
cho en  el  que  habia  un  pozo  y  habitaciones  adheridas  á  los 
muros,  que  no  sé  sí  serían  de  fábrica  mora  ó  cristiana.  Las 
bóvedas  tenían  aposentos  en  su  parte  superior,  sobre  los  cuales 
estaba  la  terraza  que  dominaban  las  almenas. 

No  creo,  como  muchos,  que  dentro  de  Atarazanas  se  cons- 
truyeran embarcaciones:  indudablemente  prestó  á  los  moros 
igual  servicio  que  después  á  los  cristianos;  fué  un  depósito  de 
municiones  de  boca  y  guerra  para  las  escuadras,  y  de  efectos 
marítimos  para  sus  reparaciones.  Pretender  que  dentro  de  ellas 
se  construyeran  galeras,  és  apurado  dislate,  que  solo  pudo  ocu- 
nirsele  á  la  fantasía,  inagotable  en  invenciones,  de  Medina 
Conde.  Fuera  de  ella,  en  el  estero  de  la  playa,  és  muy  posible 
que  se  repararan  y  hasta  que  se  construyeran  (i). 
Cuenta 

(1)  Aunque  Lafuente  Alcántara  en  su  Historia  del  reino  de  Granada^  T.  II  pág.  387, 
diga  que  Yusuf  Abul  Hachach,  rey  de  Granada,  construyó  en  Málaga  un  arsenal,  éste 
dato  no  és  eiacto;  está  malamente  interpretado  de  una  indicación  de  Conde,  Historia  de 
la  dominación  de  los  árabes  en  España ^  T.  III  pág.  268,  en  el  que  se  trata  de  la  obra 
qoa  aquel  monarca  hizo  en  Gibralfaro;  pues  asi  lo  afirmaba  Aben  Aljathib,  como  puede 
irerse  enCasiri,  Bibliot.  hispana  arábica  escurialense,  T.  II  pág.  304. 

71 


532  Málaga  Musulmana. 


Cuenta  Morejon  que  en  una  mezquita  que  los  moros  tenían 
hacia  la  manzana  de  casas  de  Amaráui  hubo  una  inscripción 
árabe,  ia  cual  traducida  por  Juan  de  Robles,  intérprete  de  los 
Reyes  Católicos,  decía  en  castellano: 

En  el  nombre  de  Dios  piadoso  de  piedad.  A  labentos  á  Dios  po^ 
deroso  sobre  Miiley  Almanzor  y  sobre  los  suyos;  éste  és  el  estudio 
del  Señor  Ali  Alhaumad;  quien  entrare  en  su  capilla  sabrá  su  doc- 
trina doctrinada;  con  el  ayuda  de  Dios  escribí  éste  letrero. 

Ciertamente  tiene  ésta  inscripción  el  sentido  general  de  las 
hispano-musulmanas,  y  posible  és  que  el  buen  Juan  de  Robles 
la  interpretara  á  conciencia.  Las  mezquitas,  tanto  en  Oriente 
como  en  Occidente,  y  sobre  todo  las  capillas  dedicadas  á  ente- 
rramento  ó  á  la  perpetuación  de  la  memoria  de  un  personage 
ilustre,  sirvieron  muchas  veces,  y  aun  sirven,  de  aulas  á  los  mu- 
sulmanes para  la  enseñanza. 

Reasumiendo  ahora  cuantas  noticias  dejo  apuntadas  sobre 
edificaciones  militares  malagueñas  durante  la  Edad  Media, 
haré  sobre  todas  ellas  algunas  breves  consideraciones.  En  las 
fortalezas  moras  de  Málaga  estuvieron  perfectamente  observadas 
las  reglas  de  la  construcción  estratégica  más  en  boga  por  enton- 
ces, para  ayudar  con  la  altura  y  espesor  de  los  muros,  con  la  forta- 
leza y  número  de  las  torres  que  protegían  sus  cortinas,  con  al- 
menas, fosos  y  matacanes,  y  con  la  disposición  de  sus  ingresos 
á  la  defensa  de  la  ciudad. 

Las  puertas  defendidas  por  recias  hojas,  á  cuya  resistente 
madera  se  añadían  fuertes  chapas  de  hierro,  alguna  vez  se 
abren  en  los  muros,  y  las  defienden  á  uno  y  otro  lado  torres, 

como 


i 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  533 

como  fué  uso  general  en  las  fortalezas  de  aquellas  épocas  (i); 
pero  en  cuasi  todas  siguieron  la  costumbre  más  observada  en- 
tre sarracenos;  abríanlas  en  un  torreón  al  que  amparaban  otros 
próximos  ó  fronteros.  La  salida  rara  vez  se  presenta  de  frente 
al  ingreso;  desde  éste  hay  que  torcerá  una  ú  otra  mano,  dificul- 
tando los  movimientos  de  cualquier  tropa  invasora.  Aquí  se  em- 
plearon en  defenderlas  matacanes,  rastrillos,  y  aunque  no  tengo 
absoluta  seguridad  de  ello,  quizá  puentes  levadizos.  El  arco  de 
ingresoés  siempre  deherradura,  ligeramente  apuntado,  ue  piedra 
y  de  ladrillo;  en  éstos  últimos  alternan  á  veces  dovelas  de  pie- 
dra; cuasi  todos  los  arcos  tienen  su  encuadramento  ó  arrabá; 
sus  enjutas  se  adornaron  con  escudos  ó  con  ladrillos  salientes, 
formando,  en  éste  último  caso,  el  mismo  dibujo  que  se  observa 
en  la  torre  de  Santiago;  sobre  los  tímpanos  pusieron  bien  fajas 
ado veladas,  bien  otras  de  mosaicos  con  ajaracas,  y  como  ador- 
no una  concha  ó  una  llave. 

Labraron  las  torres  generalmente  cuadradas,  aunque  tam- 
bién las  construyeron  redondas  y  aun  semicirculares;  parece 
que  como  los  adarves  estuvieron  almenadas,  siendo  la  forma 
de  éstas  almenas,  si  se  parecieron  á  las  que  aun  se  conservan, 
cúbica,  coronada  por  una  pirámide.  En  éstas  torres  se  em- 
plearon bóvedas  semi-esféricas,  en  cañón  seguido,  y  hasta  de 
arista,  llevando  alguna  vez  en  la  clave  de  las  primeras  gallar- 
dos adornos. 

En  cuanto  á  los  materiales  usados  en  muros  y  torres  los 
hay  de  todas  clases;  de  piedra,  de  cajones  de  tierra  y  de  cajo- 
nes 

(1)    Caumont,  Abecedaire  ou  rudiments  d^archeologie,  Caen  1859. 


*r«>»4. 


—  -'  —  =-*«"0írT:  PH  ros  muros,  a  r 
— -  -^z.  -.=  -T--r'P^:innftnue  sostenían  las  tz- 

*^-     -       -.:-.T -ii^'una  ver  ene  Doa^a.cc^i 
_.--.■•-^?r;  ;:a '.iijrairam  tiencnca  Stt 
---         --^TTT-cicr::  s::3rB  canas  mirv^   riei- 
-^-        -:r:rrrr  apisona  na,  aei  crrcjsar 
-r*      ""I  ¿::::iciiciaxL.  wjrnn  si  esmnerz 

-  -   r--: — r..  .  ■,,..,4^:rTTin^a  ¿¿luehanega  aas» 

-  ■•        -  :i-rc  ^  -^  c'.edra.  se  Drcsenia 
•  -  ■       - :  — .S.3  ■/=-:2S  tQd  ir:nites o  ias  esaur- 


LBS  son  ue  iJ-onuo,  v 
■  >--    ir     :rr ..  :^  nrcsenran  aigimos  pei- 


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^     .       .  ....  »-    ^v 


.-.-•Tne¿  .  iiiii:inia  ta  r^aas  las  lor- 
:     -rc-írrz. '.    '  inrra  ea  ios  ¡naios  de 

rlbrailaro;  coa 
ce    .eoíó  ier    vastante 
- '  *    -    ■     •  .'-"^    i^   i   -l-eccnanisca^ 

-   ,-    -.«    ,--s    ::rr=s.  "ete^raficas  dihamos 

-   '*■  -  -..:-.  j  --  ■.-,-,,Mr    — ¿.  -*^   j  .1x10  I&  TTra  enxinen- 

-,--::•.-  ^-»    r'-.  --ít::^— ^  ¿  jiTÍIas  .ie- iijnit  riachuelot 

-r»-/   ^o    -^'í-    >■•»  :  •••.^:v%ri  :.:m  ^as  üainaiadas  de  sos 

_  ^,.  .^.. .     ,^»^a   ^,^.  .v-^^i  ^f-ij  ->   jf  lív^iie.  ion  iiumaredas  por  el 

dxa, 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  535 

día,  cualquier  grave  acontecimiento,  una  insurrección  triunfante, 
una  fiesta  popular,  una  entrada  de  cristianos. 

Tales  fueron  la  Torre  del  Prado^  donde  se  dice  que  tuvo,  un 
santuario — wnfnarabiU  dicen  hoy  en  África — Sidi  Abuljair.  Otra 
fué  la  del  Atabal^  donde  se  cuenta  que  hubo  una  ermitaña,  á 
quien  llamaban  Xerifa  y  que  era  descendiente  de  Mahoma;  hoy 
éste  torreón  arruinado,  hendido,  cuasi  demolido,  domina  toda- 
vía extensísimos  horizontes,  junto  al  camino  de  Antequera, 
sobre  los  que  fueron  cañaverales  de  Santo  Domingo,  transfor- 
mados al  presente  en  magníficos  cultivos.  Otras  torres  hubo 
como  la  de  la  Reina  y  la  de  Zambra^  que  estaban  Guadalme- 
dina  arriba;  (i)  varias  se  conservan  en  muchas  otras  partes  del 
antiguo  término  malagueño. 

Decia  un  escritor  musulmán  que  sobre  la  playa  de  Málaga 
habia  una  calzada  ó  muelle  de  piedras  asentadas  con  orden,  en 
las  cuales  rompían  las  olas,  siendo  admirable  cosa  que  pesando 
las  piedras  más  de  un  quintal  hubieran  sido  colocadas,  según 
la  tradición  refería,  por  un  solo  hombre  (2). 

Ni  en  otro  autor  muslim,  ni  en  cristiano,  he  hallado  noticia 
de  ésta  calzada  ó  muelle;  antes  bien  en  Pulgar  encontré  un  dato, 
al  parecer  contrario  á  la  afirmación  de  aquel  antiguo  autor. 
Según  el  célebre  cronista  de  los  Reyes  Católicos,  cuando  el 
sitio  de  Málaga,  los  cercados  pensaron  prolongar  su  resistencia 
hasta 

(i)  Decia  Medina  Conde,  Conv,  mal.  T.  II  pág.  232,  que  la  Torre  de  Zambra  la  la- 
bró el  rey  Chico  en  1428;  éste  ós  uno  de  los  innumerables  disparates  de  éste  escritor;  en 
1428  ni  siquiera  habia  nacido  el  rey  Chico;  puede  ser  que  esa  fecha  sea  una  errata  por 
1482;  pero  aun  asi  debia  estar  equivocada,  pues  el  rey  Chico  no  empezó  á  reinar  hasta 
1483. 

(8)    Simonet,  Descripción  del  reino  de  Granada,  II  edición,  pág.  117. 


536  Málaga  Musulmana. 


hasta  que  llegara  el  invierno,  pues  entonces  los  temporales  y  la 
carencia  de  puerto  forzarían  á  las  naves  cristianas  á  meterse 
mar  adentro,  para  no  encallar  en  la  playa.  De  suerte  que  la 
antedicha  calzada  ó  muelle  debia  ser  un  desembarcadero  bien 
pequeño,  cuando  no  mereció  indicación  alguna  á  aquel  dili« 
gente  historiador. 

En  cuanto  á  la  situación  de  éste  desembarcadero,  si  se  tie- 
ne en  cuenta  que  la  Aduana  mora  estuvo  cerca  del  Cuartel  de 
Levante,  y  que  la  primitiva  cristiana  se  colocó  muy  próxima  al 
lugar  qué  ocupa  la  moderna,  claramente  puede  inferirse  que  en 
todo  éste  trayecto  de  la  playa,  bien  frente  al  Postigo  de  los 
Abades,  bien  hacia  el  Desembarcadero  de  la  Cal,  debió  estar 
aquella  antigua  obra,  de  la  cual  no  han  quedado  restos  ni  ves- 
tigios de  ningún  género. 

Los  moros  malagueños  adornaron  con  hermosos  jardines  sa 
macbora  ó  cementerio;  frondosas  arboledas  daban  sombras  á  las 
tumbas;  gayas  y  vistosas  flores  recreaban  la  vista,  y  acequias 
de  cristalinas  aguas  derramaban  en  aquellos  respetados  lugares 
la  alegría  de  la  vida,  prestando  paz  y  calma  á  los  que  venian  á 
orar  ante  las  tumbas  de  seres  queridos.  Allí,  tras  el  perpetua 
batallar  de  la  existencia,  reposaban  multitud  de  generaciones, 
entre  lo  que  más  amó  la  gente  sarracena,  pintorescos  verge- 
les, umbrías  arboledas  y  aguas  corrientes. 

Diversos  fueron  los  sitios  en  donde  los  musulmanes  mala- 
gueños sepultaron  sus  muertos.  Dentro  de  la  misma  población, 
en  los  jardines,  en  las  fortalezas,  se  encuentran  numerosos  en«- 
terramentos.  Fuera  de  sus  muros  se  bailan  también  hacia  el  Cal- 
varío. 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  537 

varío,  hacia  el  campo  de  Santa  Brígida,  donde  colocó  ésta 
macbora  Medina  Conde,  en  la  calle  de  la  Victoría,  y  en  las  fal- 
das del  Gibralfaro  que  caen  al  comedio  de  ésta.  En  donde 
ciertamente  estuvo  durante  los  últimos  tiempos  de  la  domina- 
ción agarena  fué  fuera  de  la  puerta  Fontanela,  en  cuyo  tiempo 
«e  le  llamaba  el  Cementerio  Antiguo,  sin  duda  porque  hubo  en 
otra  parte  otro  más  moderno  (i). 

Hasta  ahora  no  se  han  descubierto  en  éstos  lugares  sepul- 
cros de  gran  importancia.  Destruidas  ó  soterradas  han  desapa- 
recido las  capillas  levantadas  sobre  las  sepulturas  de  malague- 
ños ilustres,  como  Mohammed  Alcathan,  Ayad  ben  Mohammed 
ben  Ayad  y  Mohammed  ben  Ali  ben  Abderrahman  ben  Ridhah, 
que  fué  sepultado  en  699  de  la  Hegira — 1299  á  1300  de  nuestra 
Era — en  éste  mismo  cementerio,  en  el  panteón  de  una  familia, 
llamada  los  Beni  Yahya. 

Es  muy  posible  también  que  cerca  de  éste  cementerio  estu- 
viera el  palacio  de  Seid,  citado  por  un  escritor  musulmán:  al- 
gunas veces  he  llegado  á  sospechar  si  éste  palacio  sería  el  que 
encerraban  las  torres  próximas  á  la  Puerta  de  Granada]  en  las 
cuales,  como  antes  indiqué,  según  Falencia,  hubo  aposentos 
capaces  para  alojar  á  un  monarca.  Cuyo  palacio  tomó,  á  lo  que 
parece 


(i)  Tiene  el  Sr.  D.  Benito  Vilá  una  inscripción  sepulcral  hallada  junto  al  Calvario, 
|>ero  tan  maltratada  que  solo  me  ha  sido  posible  leer  en  ella  alguna  que  otra  palabra.  En 
éstos  últimos  años  ha  descubierto  el  Sr.  D.  José  Sancha  en  las  faldas  de  Gibralfaro,  com- 
jprendida  en  su  casa  de  la  calle  de  la  Victoria,  multitud  de  sepulturas:  las  indicaciones 
de  éste  notable  ¡ngenieit),  condiscípulo  y  excelente  amigo  mió,  me  han  servido  para  dar 
multitud  de  noticias  de  las  que  incluyo  en  el  texto.  Otfas  muchas  se  han  descubierto  tam- 
irien  al  hacer  el  Pasage  de  Clemens,  y  varias  en  la  misma  calle  hacia  el  comedio.  Sobre 
éste  cementerio  véase  á  Aben  Aljatib  en  su  íhatUj  biografías  de  Mohammed  ben  Ali  ben 
Abderrahman  ben  Ali  ben  Ridhah  y  de  Ayad  ben  Mohammed  ben  Ayad. 


538  Málaga  Musulmana. 


parece,  su  nombre  de  Sidi  Almanzor  Abulola  Idris  ben  Yacub 
Almanzor,  célebre  caudillo  de  los  Almohades  (i). 

Sostengo  que  és  muy  posible,  no  solo  por  la  relación  que 
ofrece  este  alcázar  con  otro  de  Granada,  sino  porque  después 
del  infame  asesinato  del  sultán  granadino  Mohammed  IV,  tra- 
geron  el  difunto  monarca  á  Málaga  y  le  sepultaron  cerca  del 
huerto  de  Seid,  edificando  sobre  su  sepulcro  una  capilla. 

Hasta  ahora  no  se  han  encontrado  en  éstos  sitios  sepultu- 
ras importantes;  derribadas  cuando  la  conquista  ó  soterradas 
después  han  desaparecido;  ni  aun  siquiera  se  ha  dado  en  las 
encontradas  con  alguna  inscripción  sepulcral.  Pero  las  descu- 
biertas bastan  para  dar  á  conocer  la  forma  usada  en  éstos  en- 
terramentos  y  el  aspecto  que  ofrecería  la   Macbora  Antigua^ 
sumamente  parecido  al  que  presentan  los  antiguos  cemente- 
rios africanos.   Dos  formas  principales  de  sepulturas,  han  apa- 
recido.  Una  muy  pobre  y  tosca,  pero  que  representa  la  em- 
pleada en  ricos  sepulcros  de  mármol  hallados  en  Almería  y  en 
otras  partes:  la  constituye  un  prisma  triangular,  asentado  sobre 
una  base  rectangular,  de  arcilla  cocida  y  vedriada  de  verde.  La 
otra  forma  es  más  complicada;  presenta  una  piedra  rectangu- 
lar, bien  cuadrada,  bien  redondeada  por  el  estremo  superior,  la 
cual  se  colocaba  vertical  á  la   cabeza  del  sepulcro,  ostentando 
en  la  cara  que  daba  á  éste  algunos  adornos,  en  el  mismo  sitio 
en  donde  presentan  incripciones  otras  piedras  del  mismo  gé- 
nero, que  se  hallan  en  diversas  partes  de  España. 

La 


(i)  Mencionan  éste  palacio  Conde  en  8U  historia  de  la  dom,  de  los  ár,  en  EspañOy 
T  III  pág.  132,  los  Oliveres,  Granada  y  sm  monumentos  ár.,  pág.  365,  nota.  El  huerto 
-de  Seid  y  la  inscrípcion  antes  traducida  Aben  Aljatbib  Lamjatn-lbedria  en  Casirí  Büdiof, 
hisp.  ár.  esanHalense,  T.  II  pág.  296  y  siguiente. 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  539 

La  más  importante  de  éstas  piedras,  entre  las  que  se  han 
descubierto  hasta  ahora  és  arenisca  y  muy  basta;  mide  69  cen- 
tímetros de  alto,  y  25  de  ancho,  presentando,  con  muy  escaso  re- 
salto, una  especie  de  agiméz  con  sus  arcos  lobulados,  de  ejecu- 
ción muy  grosera. 

Estas  piedras  todavía  se  llaman  en  Tremecén  rusiya  ó  ca^ 
b$ceraf  por  el  lugar  donde  se  ponen  y  xawahid  ó  atestiguación^  por- 
que era  costumbre  proclamar  en  sus  inscripciones  la  profesión 
de  fé  mahometana,  pronunciada  al  espirar  por  el  moribundo. 
Con  ellas  correspondían  las  que  en  Málaga,  como  en  otras  mu- 
chas partes,  se  colocaban  á  los  pies  de  la  sepultura,  más  peque- 
fias,  pero  de  la  misma  forma  que  las  anteriores,  entre  las  cua- 
les ninguna  se  ha  presentado  todavía  con  adornos. 

Constituyen  los  costados  del  sepulcro  piedras  no  muy 
grandes,  clavadas  en  tierra,  levantándose  poco  sobre  ella,  á 
las  cuales  llaman  en  África  channaviat^  aunque  la  forma  más  co- 
mún en  Málaga  de  presentarse  éstos  costados  no  és  ésta,  sino 
una  especial  y  verdaderamente  rara.  En  vez  de  aquellas  pie- 
dras clavaban  en  el  suelo  ladrillos  gruesos,  como  los  morteretes^ 
que  servían  antes  y  aun  sirven  para  formar  los  suelos  de  los  pa- 
tios en  tas  casas  pobres;  eran  un  poco  más  grandes,  vedria- 
dos de  blanco  hasta  la  mitad  de  sus  dos  caras  y  extremos  y  en 
la  parte  superior,  sin  vedrío  en  el  resto  del  ladrillo,  que  era  la 
parte  que  se  fijaba  en  tierra,  dejando  fuera  la  vedriada,  sobre 
cuyo  fondo  blanco  se  trazaba  una  inscripción  con  letras  azules. 

En  tiempo  de  Cárter  se  conocían  ya  éstos  ladrillos,  pues 
adquirió  dos,  encontrados  hacia  Capuchinos;  los  que  han  Uega- 

72  do 


540  Málaga  Musulmana. 


do  basta  ahora  á  mi  poder  estaban  tan  maltratados,  quemaba 
sido  imposible  descifrar  su  inscripción.  Estos  ladrillos  forma- 
ban una  faja  á  lo  largo  del  sepulcro,  bien  uniéndose  con  la  pie- 
dra que  había  á  sus  pies,  bien  reemplazándola;  en  éste  caso  los 
que  debían  enlazar  con  los  costados  tenían  una  especie  de  mor- 
taja, para  que  encajaran  perfectamente  unos  en  otros. 

La  parte  superior  del  sepulcro  el  Wast  alkabar  6  sea  medio 
de  la  sepultura^  lo  formaban  lozas  de  pizarra  ó  ladrillos;  hasta 
ahora  no  se  han  encontrado  las  cubiertas  de  mármol  que  se 
presentan  en  varias  ciudades  de  España  y  África,  y  en  las  cua- 
les los  musulmanes  hacían  á  veces  tallar  un  hueco,  para  que 
en  él  se  depositara,  como  una  bendición  de  Dios,  el  rocío  del 
cielo. 

Dentro  de  éstas  sepulturas  se  han  encontrado  vasijas  de  ba- 
rro muy  finas,  de  sencillas  y  elegantes  formas  (i). 

En  las  vertientes  de  Gíbralfaro  y  en  una  de  sus  eminencias, 
hacía  el  Camino  Nuevo,  como  lo  tenían  por  costumbre  en  nues- 
tra Edad  Media,  asentaron  su  cementerio  los  judíos  malague- 
ños, según  consta  en  el  cronista  Alonso  de  Falencia.  Sus  sepul- 
cros debían  presentar  también  el  mismo  aspecto  que  los  mu- 
sulmanes, con  piedras  clavadas  verticalmente  á  la  cabecera 
y  á  los  pies,  pues  cuando  el  Rey  Católico,  cual  en  la  Narración 
dije,  ofreció  un  premio  á  los  que  le  presentaran  algún  moro 
vivo  de  entre  los  sitiados  en  Málaga,  varios  soldados  gallegos 
se 

(i)  Véase  sobre  éste  punto,  Brosselard,  Memoire  epigraphique  et  historique  $ur  la 
twnbeaux  des  emirs  Beni  Zeiyan  decouvertes  á  Tlemcen,  pág.  19  y  sig.  Piuris  1876:  yeánat 
también  algunos  curiosos  trabajos  publicados  por  el  notable  epigrafista  de  lo  árabe  D.  Ro- 
drigo Amador  de  los  Rios,  en  el  Museo  espaiíol  de  Antigüedades  y  en  otros  machos  de 
8HÉ  eruditos  trabigos. 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  541 

sé  propusieron  cautivar  á  unos  cabreros,  que  diariamente  salian 
con  su  ganado  á  apacentarle  en  las  laderas  del  Gibralfaro,  y 
para  conseguirlo  se  ocultaron  tras  de  las  piedras  tumulares  del 
cementerio  judio. 

No  resulta  de  los  escritores  sarracenos  que  en  Málaga  se 
bebiera  más  agua  que  la  de  norias  y  pozos;  así  lo  indica  Idrisi, 
'geógrafo  del  siglo  XI;  así  lo  declara  Aben  Aljathib^  autor  del 
XIV,  según  el  cual  éste  era  uno  de  los  principales  defectos  que 
se  advertian  en  Málaga.  Posible  és  que  del  Guadalmedinatoma- 
xan  los  moros  aguas  para  el  consumo,  como  continuaron  hacien- 
<l6  los  vecinos  cristianos,  siglos  después  de  la  Reconquista.  Las 
mismas  aguas  sirvieron  indudablemente  para  mover  varios  mo- 
linos que  habia  en  sus  riberas  y  para  el  riego  de  sus  huertas. 

En  cuanto  á  aseo  la  ciudad  debió  presentar  en  sus  calles  el 
mismo  repugnante  aspecto  que  en  las  africanas.  Aben  Aljathib 
se  queja  de  que  en  los  extremos  de  la  población  existian  mula- 
dares inmundos;  en  todo  lo  cual,  triste  es  decirlo,  pero  verdade- 
ro, hemos  conservado  perfectamente  las  tradiciones  moras.  Sin 
embargo  no  estaba  por  completo  abandonada  la  limpieza  públi- 
ca, pues  habia  en  Málaga  alcantarillas  que  arrojaban  las  aguas 
sipcias  de  la  población,  bien  al  mar,  bien  al  foso.  Por  una  de 
éstas  alcantarillas,  según  Alonso  de  Palencia,  se  salió  al  cam- 
pamento de  los  Reyes  Católicos  un  muchacho  cristiano,  que 
estaba  cautivo  en  nuestra  ciudad  en  rehenes  de  su  padre,  mien- 
tras éste  procuraba  su  rescate. 

Esto  és  cuanto  puedo  decir  de  topografía  malagueña  du- 
rante la  Edad  Media;  creyendo  con  las  anteriores  noticias 

haber 


>  • .  .    * 


542  Máiaga  Musulmana. 


haber  aumentado  considerablemente  el  escaso  caudal  de  ellas^ 
que  hasta  ahora  poseíamos,  presentando  datos  enteramente 
nuevos,  aprovechando  otros  esparcidos  en  multitud  de  libros, 
y  comentando  muchos;  por  más  que  la  carencia  de  obras  y 
noticias  dignas  de  fé  me  hayan  impedido,  cual  hubiera  deseado, 
presentar  un  cuadro  acabado  y  completo* 

En  cuanto  al  comercio,  Málaga  fué  una  de  las  poblaciones 
marítimas  españolas  más  favorecidas  en  los  tiempos  medios, 
especialmente  durante  los  siglos  XIII  y  XIV;  pues  ya  por  los 
productos  de  su  territorio  y  de  su  industria,  ora  por  su  proxi- 
midad al  África,  con  la  que  en  todo  tiempo  mantuvo  estrechas 
relaciones,  ya  por  su  situación  tan  favorable  para  el  tráfico  en 
la  navegación  mediterránea,  y  para  la  carena  ó  avituallamiento 
de  naves,  viéronse  á  la  continua  surtas  en  su  ensenada  embar- 
caciones cristianas  y  moras;  cristianas  de  España,  Francia  é 
Italia,  mahometanas  de  España,  África  y  Oriente. 

Tal  fué  su  importancia  que  Genova  fundó  en  ella  una  no* 
table  factoría,  un  barrio  de  mercaderes,  defendido  por  fuertes 
muros  y  torreones.  En  vano  he  buscado  noticias  acerca  de  las 
relaciones  que  mediaron  entre  éstos  comerciantes  italianos  con 
los  moros,  las  cuales  debieron  ser  por  todo  extremo  curiosas. 
Lo  cierto  és  que  fueron  muy  íntimas,  pues  como  en  la  Narración 
indiqué  los  Reyes  Católicos  tuvieron  que  quejarse  á  Italia,  por 
la  protección  que  á  los  moros  concedía  la  marina  de  éste  pais. 

Tanta  fué  también  la  importancia  de  sus  productos,  que 
como  queda  referido  se  trasportaron  al  centro  del  Asia,  á  la 
India  y  á  la  China,  cual  hoy  se  llevan  á  bien  remotas  tierras  y 

ciudades^ 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  543 

ciudades,  vendiéndose  eh  Bagdad  y  en  el  Cairo  con  singular 
ia|Mrecio. 

Ya.  en  el  siglo  XII  afirmaba  Idrisi  que  sus  mercados  eran 
sninamente  concurridos,  extenso  su  comercio  y  abundante  sus 
recursos  (i):  á  principios  del  siglo  XIII  sostenia  Yacut  que  era 
una  ciudad  populosa,  q\ie  se  enseñoreaba  de  las  de  sus  contor- 
nos, merced  á  la  multitud  de  embarcaciones  y  traficantes  que 
la  frecuentaban  (2):  Aben  Batuta  y  Aben  Alwardi  (3)  alaban 
también  su  prosperidad. 

Pero  á  mediados  del  siglo  XIV  comienza  á  determinarse  su 
decadencia;  en  vano  afluía  á  ella  la  gente  que  huia  ante  las  mes- 
na'das  de  la  Reconquista:  éste  exceso  de  población  no  le  traia 
mejor  fortuna;  poco  á  poco  fué  perdiendo  las  más  importantes 
y  prósperas  villas  de  su  territorio;  poco  á  poco  se  internaban 
más  y  más  en  éste,  como  asoladoras  tormentas,  las  algaradas 
•cristianas,  y  las  galeras  de  la  Reconquista  menguaban  por  mo- 
mentos su  comercio,  salteando  y  apresando  sus  embarcaciones. 
Todavía  á  pesar  de  todas  éstas  causas  de  ruina  Aben  Aljathib 
celebra  sus  riquezas,  al  mediar  el  siglo  XIV,  aunque  indicando 
:  su  decadencia. 

La  cual  fué  acentuándose  por  años,  hasta  los  terribles  mo- 
mentos de  su  sitio  y  rendición:  bien  lo  comprueban  la  multi- 
^.tud  de  casas  arruinadas  que  aq.uel  autor  vio  en  sus  arrabales, 
y  los  muchos  solares  que  á  su  entrada  en  ella  encontraron  los 

cristianos. 


(i)    Idrísi,  obra  citada  pág.  244. 

(2)  Tacat,  Dice.  T.  IV,  pág.  397. 

(3)  Aben  Batuta,  Voy.  T.  IV.  pág.  365  y  sig.  Aben  Alwardi,  Perla  de  las  Maravilláis 
:  M.  8..d6l  Escoríal. 


544  Málaga  Musulmana; 


cristianos.  Mas  apesar  de  tanta  desolación,  nuestros  cronistas 
lo  prueban  con  sus  razones,  todavía  entre  ellos  pasaba  por  una 
opulenta  presa,  por  una  ciudad  activa,  rica  y  próspera. 

Fábrica  de  manufacturas  prodigiosas  llama  aquel  célebre  mi* 
nistro  de  los  sultanes  Nazaries  á  Málaga,  en  su  ampuloso  len- 
guaje; y  por  cierto  que  en  ella  se  juntaron  algunas  bien  apre- 
ciadas y  aun  admiradas  en  nuestro  tiempo.  Fué  sin  duda  la 
más  importante  la  de  sederías,  que  constituía  por  entonces,  y 
continuó  siendo  durante  varios  siglos,  uno  de  los  principales 
elementos  de  la  riqueza  malagueña;  industria  más  olvidada 
hoy  y  mucho  más  desaprovechada  de  lo  que  conviene  al  por- 
venir de  nuestra  provincia. 

Por  entonces  campos  plantados  de  moraledas  y  multitud  de 
criaderos  producian  sedas  excelentes:  tintes,  que  combinaban 
y  fijaban  los  colores  admirablemente,  apropiábanlas  para  los 
tejidos;  tiradores  de  oro  y  plata  proporcionaban  á  numerosos 
telares  los  surtidos  y  ricos  productos  de  su  industria,  y  la  pro- 
vincia malagueña  producía,  en  la  capital  y  hasta  en  pequeños 
pueblos  de  la  costa  oriental,  sargas,  brocados  y  tisúes. 

Admira  el  número  de  telares  que  los  moros  tenían  en  nues- 
tra ciudad;  los  cuales  continuaron  trabajando  muchos  años 
después  de  la  Reconquista,  manteniendo  el  noble  arte  de  la  seda 
en  mucha  prosperidad,  aunque  no  tanta  como  en  la  época  sa- 
rracena. En  muchas  de  las  antiguas  calles  de  Málaga  he  halla- 
do en  los  Repartimientos  noticias  de  haber  en  sus  casas  numero- 
sos telares. 

Aquí  se  confeccionaba  una  tela  llamada  por  los  musulma- 
nes 


Pakte  segunda.  Capítulo  ii.  545 


oes  waxi  almodzahab^  que  no  era  otra  cosa  que  tisú  de  oro  y  se- 
-da:  aquí  se  confeccionaba  cierta  especie  de  ricas  y  vistosas 
-vestiduras,  denominadas  hol-las  altnauxias^  trages  de  brocado, 
'Varios  en  colores  y  ornatos,  presentando  retratos  de  sultanes  ó 
•de  personages  ilustres;  de  los  cuales  decía  un  autor  musulmán, 
que  eran  más  solicitados  que  las  ponderadas  telas  de  Sanaa 
•en  la  Arabia,  consiguiendo  los  mercaderes  al  venderlos  precios 
fabulosos:  aquí  se  tejieron  también  muselinas  para  tocas  y  tur- 
bantes. 

■  Todavía  al  comenzar  el  siglo  XVII  se  conservaban,  como 
-en  otros  muchos  gremios,  memorias  de  los  tejedores  moros  en 
las  operaciones  de  los  tejedores  cristianos  y  en  los  nombres  de 
las  telas  que  se  labraban;  pues  algunas  de  éstas  se  llamaban 
con  los  nombres  arábigos  de  almadraques  ó  telas  de  colchones, 
•almocelas^  que  eran  mantas  de  seda  ó  lino,  y  alfamares  ipdLXZ.  ta- 
petes de  bancos,  mesas  y  escabeles  (i). 

Otra  de  las  industrias  que  menciona  Aben  Aljathib,  al  par 
•de  las  anteriores,  en  su  Parangón  de  Málaga  y  Salé^  fué  la  de  las 
ienenas  ó  fábricas  de  preparación  de  pieles;  fabricación  en  que 
ios  sarracenos,  y  con  especialidad  los  españoles,  hicieron  obras 
verdaderamente  maestras,  tanto  en  la  preparación  como  en  el 
ornato  de  las  pieles,  cual  lo  prueban  cumplidamente  los  renom- 
brados cueros  de  Córdoba. 

*  Aben  Said  menciona  también  (2)  ios  vasos  de  vidrio  que 
•- se 

(i)  OrdenanziCLS  de  Málaga,  folios  73  y  74.  Dozy  y  Enguelmann,  Glossaire  des  mot$ 
-eipagnols  et  portugaises  derives  de  l^  áf*abe,  voces  citadas. 

(2)  Almakarí,  Analectes  T.  I.,  pág.  124,  línea  4.  Al  abrir  los  cimientos  de  la  casa  nú- 
mero ii  de  la  calle  del  Gister,  se  encontraron  en  ellos  tal  cantidad  de  vidrios,  que  mu- 
chas personas  creyeron  que  en  aquel  lugar  hubo  una  fábrica  de  ellos. 


54^  Málaga  Musulmana. 


se  hacian  en  Málaga,  los  cuales  se  exportaban  desde  ella  á  di- 
versas regiones,  en  las  que  obtenian  excelentes  precios. 

Pero  la  industria  más  notable  de  Málaga  en  la  Edad  Medift 
fué  la  de  la  alfaharería,  por  la  extraordinaria  altura  á  que  stfs 
artífices  supieron  colocarla. 

Ya  he  indicado  que  en  Málaga  se  hicieron  durante  la  época 
romana  vasijas  de  barro  de  formas  sumamente  bellas  y  elegan- 
tes. La  abundancia  y  excelencia  de  la  arcilla  que  se  encuen- 
tra en  los  alrededores  de  la  población  facilitaban  éstas  obras; 
el  ingenio  y  buen  gusto,  innato  en  nuestros  artífices  del  Me- 
diodia,  juntos  á  los  conocimientos  y  enseñanzas  del  arte  sa- 
rraceno; hiciéronle  dar  pasos  de  gigante,  especialmente  en  loB 
últimos  siglos  medios. 

Con  frecuencia  se  han  hallado  en  nuestra  ciudad,  en  escava<^ 
ciones  y  cimientos,  restos  de  cerámica  musulmana,  toscos  can- 
diles de  barro,  cuya  forma  és  muy  parecida  á  la  romana,  pero 
cuyo  pico  és  más  prolongado  y  su  parte  superior  convexa,  don- 
de aquellos  la  presentan  plana;  hay  otros  menos  toscos,  ma- 
yores en  taniaño,  c^i  pié  alto  y  vedriados  de  un  color  melado. 

Con  frecuencia  también  se  han  encontrado  restos  de  olle- 
rías moras,  en  el  recinto  del  arrabal  de  Fontanela,  hacia 
la  calle  de  Montano,  y  en  la  que  aun  lleva  el  nombre  de  OIU* 
rtaSj  por  las  muchas  que  hubo  en  ella  después  de  la  conquista. 
En  la  cual  no  hace  muchos  años,  según  me  ha  referido  el  inge- 
niero Sr.  Sancha,  se  halló  á  alguna  profundidad  un  horno  car- 
gado de  toscas  vasijas  moras,  abandonado  por  sus  dueños  y 
oculto  después  bajo  tierra. 

En 


Parte  segunda.  Capítulo  lu  547 


En  los  sepulcros  musulmanes  se  han  hallado  también  vasi- 
jas muy  elegantes  y  finas  sin  vedriar.  Cual  dije  antes,  ladrillos, 
vedriados  de  blanco,  sobre  los  cuales  campeaban  inscripciones 
en  caracteres  azules,  formaban  los  costados  de  muchos  de  és- 
tos  sepulcros,  demostrando  con  algunos  ligeros  ornatos  y  pon 
sus  caracteres  muy  bien  marcados,  que  los  artesanos  moros 
sabian  evitar  perfectamente  que  se  corrieran  y  confundieran 
¿stos  diversos  colores. 

DecianAben  Batuta,  Aben  Aljathib  y  Aben  Said  (i)  que  m 
Málaga  se  fabricaba  porcelana  dorada^  és  decir  la  que  hoy  llama- 
mos  porcelana  de  reflejos  metálicos,  la  cual  se  exportaba  á  regio* 
nes  lejanas.  Éntrelos  restos  de  alfaharería  mora,  que  desde  hace 
tiempo  venía  examinando  en  nuestra  ciudad,  no  habia  dado, 
hasta  hace  poco,  con  algunos  que  justificaran  la  afirmación  de 
aquellos  célebres  autores.  Había  visto  muchos  restos,  como  los 
que  antes  dejo  indicados  al  hablar  de  las  sepulturas;  algunas. 
veces  encontré  también  trozos  de  barro  cocido  y  vedriados  de 
asul  ó  de  blanco,  poligonales  ó  rectangulares,  pero  ninguno  que 
mostrara,  ni  aun  remotos  vestigios  de  reflejos  metálicos,  hasta 
que  mi  excelente  amigo  D.  Fernando  Ugarte  Barrientos  me  pro- 
porcionó algunos  preciosos  azulejos,  descubiertos  en  los  cimien- 
tos de  su  casa,  púmero  74  de  la  calle  de  Granada,  en  los  que 
creo  aparecen  rastroá  de  haberse  empleado  en  ellos  ésta  clase 

de  reflejos. 

Son 


(i)    Aben  Batatt,  Voyo^es,  T.  IV,  pág.  267;  Aben  Aljathib,  Parangón  entre  Málaga  y 
#o|^,  Aben  8aid  en  ^Imakarí,  Analectes  T.  I,  páf .  124  lin.  4. 


73 


548  Málaga  Musulmana. 


Son  éstos  azulejos  del  tamaño  común;  forman  sus  adornos 
una  tracería  geométrica,  ligeramente  realzada;  fueron  sus  colo- 
res blanco,  verde  y  amarillo,  y  aunque  alterados  por  la  acción 
del  tiempo  y  la  humedad,  todavía  se  distinguen  vestigios  del  ve- 
driado metálico,  sobre  un  fondo  negro  perfectamente  marcado; 
entre  ellos  conservo  dos  más  pequeños  que  constituían  parte  de 
la  cenefa,  adoptando  los  mismos  adornos  y  conservando  tam- 
bién vestigios  de  aquellos  reflejos. 

«El  vedriado  ó  esmalte  sobre  barro  llegó  á  ser  entre  los  sa- 
rracenos españoles  no  una  obra  de  manufactura,  sino  de  arte  y 
de  ciencia.  Tuvieron  no  escasa  parte  en  ésta  los  metales  pre- 
ciosos, que  combinados  sabiamente  con  finos  colores,  produje- 
ron exquisitas  tintas,  variadas  y  bellas.  Los  alfahareros  moros 
unian  la  plata  al  cobre,  para  disminuir  la  intensidad  de  color 
de  éste  y  darle  un  aspecto  más  suave  y  claro.  Esta  mezcla  pro- 
ducía ricos  y  varios  tonos,  desde  el  rojo  cobre  más  intenso,  has- 
ta nacarados  reflejos  de  diversos  matices». 

Así  dice  un  escritor  contemporáneo,  peritísimo  en  todo  cuan- 
to se  refiere  al  arte  español  durante  la  Edad  Media,  y  continúa 
ampliando  el  resultado  de  sus  curiosas  observaciones  (i)  de  és- 
ta manera:  «en  Málaga  ha  comenzado,  según  la  mayor  verosimi- 
litud, lá  fabricación  de  la  porcelana  hispano  morisca El  gran 

centro  de  fabricación  del  reino  de  Granada  era  la  ciudad  de  Má- 
laga; puesto  que  sabemos  por  Aben  Batuta  que  exportaba  á re- 
motas regiones  su  hermosa  porcelana  dorada,  fácil  és  sostener 
que 


(1)     Davillier,  fiú*toirv  dea  faiences  hi»¡Kino  moresques  á  reflets  metalliquef,  pág.  12  y 
8Í||^uicnU. 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  549 


que  la  enviaba  al  interior  del  reino  y  sobre  todo  á  la  capital.» 

«Admitido  ésto,  puédese  con  muchos  visos  de  gran  verosi- 
militud, atribuir  á  la  fábrica  malagueña  el  famoso  jarrón  de  la 
Alhambra,  que  és  el  más  hermoso  monumento  de  la  alfaharería 
hispano-morísca;  confírmame  en  ésta  opinión  que  el  jarrón  de 
la  Alhambra,  á  juzgar  por  la  forma  de  sus  letras  y  el  estilo  de  su 
ornato,  debe  haberse  fabricado  hacia  la  mitad  del  siglo  XIV, 
és  decir,  precisamente  en  la  época,  en  la  cual  Aben  Batuta  vi- 
sitaba á  Málaga.  Este  jarrón  tan  notable  por  la  elegancia  de  su 
forma  y  por  la  riqueza  de  los  dibujos,  que  por  todas  partes  le  cu- 
bren, ha  sido  descrito  y  grabado  en  muchas  obras  (i)  pero  nun- 
ca con  exactitud;  su  aspecto  tan  sencillo  y  tan  fácil  de  reprodu- 
cir jamás  se  ha  representado  fielmente » 

«No  me  propongo  hacer  aquí  su  descripción,  la  pluma  no 
podría  corregir  los  errores  del  buril;  solamente  la  fotografía  pue- 
de determinar  la  delicadeza  y  la  gracia  de  su  tracería,  de  sus 
arabescos,  que  constituyen  también  ornatos  de  especial  elegan- 
cia; el  aire  sencillo,  á  la  vez  que  fantástico,  de  los  dos  antílopes 
que  ocupan  la  mitad  del  jarrón,  sobre  la  larga  inscripción  que 
le  rodea,  y  que  indudablemente  contiene   la  salutación,   Solo 

Dios 


(i)  Se  han  ocupado  de  éste  jarrón  el  P.  Echeverría,  Pcueos  par  G-ranada  1702;  en 
láu  Ántigüedadn  árabet  de  España^  1804;  Laborde,  Voyage  pittoresque  et  hislorique  de 
l*E9pagne,  Paria  1806;  Argole  de  Molina,  Nuevos  paseo»,,,  por  Granada^  1807;  Murphi 
ArahianAntiquities  ofSpain,  1816;  Girault  de  Prani^ey,  Monumens  árabes  et  moresques 
de  Cordoue^  Sevüle  et  Grenade,  1836^1839;  Owen  Jones,  Plans,  elevationsj  seetums  and 
deíaüs  of  the  Alhambra,  Londres  1837  á  1840;  Gimeoea  Serrano,  Manual  del  artista 
y  del  viagero  en  Granada,  1846;  Semanario  pintoresco  español,  1857;  Ljifuente  Alcánta- 
ra, Inscripciones  ár.  de  Gran,  Madrid  1859;  Los  hermanos  Oliver  y  Hurtado  en  su  obra 
Granada  y  sus  monumentos  árabes,  Málaga  1875;  Conti*eras,  Del  arte  árabe  en  España, 
Granada  1875;  Riaúo,  Classified  and  descriptwe  catalogue  of  t}ie  art  ubjecls  of  Spanish 
productions  in  the  South  Kensington  Museum,  London  1872. 


55^  '    VLáuígk  Musulmana. 


Dios  és  vencedor  (i).  Pero  ni  aun  la  misma  fotografía  podrá. rB«* 
presentarlos  reflejos  de  oro,  que  sirven  de  marco  al  hermoso  es- 
malte azul  de  letras  y  arabescos;  reflejos  quizás  nn  poco  p6h^ 
doS|  pero  que  componen  maravillosamente  con  el  azul  y  con  un 
fondo  de  blancp  amarillento.» 

Estoy  perfectamente  conforme  con  éstas  palabras,  por  más 
que  tenga  que  hacer  algunas  ligeras  observaciones;  pues  aun- 
que otro  autor  español  de  bastante  mérito  y  suma  laboriosidad 
sostenga  que  el  jarrón  de  la  Alhambra  está  fabricado  en  Gra- 
nada, pueden  oponérsele  razones  poderosísimas,  que  cierta- 
mente hubieran  saltado  á  su  vista  de  residir  en  ésta  localidad 
y  observar  con  la  atención,  que  me  ha  sido  dable,  el  desenvolvi- 
miento de  la  alfaharería  malagueña  (2). 
Viene 

(1)  En  ésto  se  equivoca  este  escritur,  las  inscripciones  no  contienen  más  que  la  salu- 
tación J^^'^l^  L-r^^  '**  felicidad  ij  la  bietwenida.  Jias  proporciones  del  jarrón  son  al 
largo  1  metro  36,  circunferencia  2  metros  25,  largo  mayor  del  asa  O  metro  61,  largo  de  los 
antílopes  O  metro  26,  de  las  letras  O  metro  55. 

(2)  Juan  de  D.  de  la  Hada,  Jarrón  árabe  que  se  consei^va  en  la  Alhambra  de  Grana- 
áuj  Museo  español  de  Anligii edades,  T.  lY  pág.  79.  No  pertenece  á  Málaga  éste  jarrón, 
según  Rada,  sino  á  Granada,  porque  aun({ue  Aben  Batuta,  Aben  Said  y  Aben  Aljatbíb  in- 
diquen la  existencia  de  fábricas  de  vedi  ios  dorados  en  Málaga  y  nó  en  Granada,  ésta  no 
es  más  que  una  prueba  negativa,  que  puede  ser  destruida  el  dia  inénos  pensado  por  cnal- 
(¡uier  otro  texto:  porque  ese  jarrón  no  és  de  los  llamados  de  porcelana  dorada,  pues  so  re- 
flejo dorado  no  lo  produce  más  que  el  color  nnílado  que  en  él  aparece,  no  como  en  el  ja- 
rrón de  Fortuny,  que  verdaderamente  los  tieno,  y  que  por  ésto  debió  ser  malagueño;  por- 
({ue  en  Granada  durante  la  época  nazari  hubo  gran  movimiento  en  la  alfaharería,  tanto 
que  una  de  sus  puertas  se  llamó  Hib  Alfajaiin,  Puet^la  de  los  alfahareros;  porque  habién- 
dose encontrado,  no  solo  éste  sino  varios  otros  jarrones  en  Granada,  en  ella  ó  cerca  de  elh 
debieron  haberse  fabricado;  y  por  últinio  porque  el  barro  del  jaiTonde  la  Alhambra  se  en- 
cuentra en  Granada  en  varias  partes. 

Siento  no  estar  conforme  con  ésta  opinión  de  un  escritor  para  mi  respetable.  Ea 
cuanto  á  que  aquellos  tres  autores  musulmanes  hagan  la  indicación  relativa  á  Málaga  y 
nada  indiquen  de  Granada,  cierto  que  és  una  prueba  negativa;  pero  de  mucha  mayor  flle^ 
za  que  la  que  le  dá  Tlada:  Aben  Batuta  fué  un  viagero  curiosísimo  y  que  dio  detenidos 
pormenores  de  las  ciudades  que  visitaba;  ]mcsto  que  la  industria  de  loza  dorada  era  de  sin- 
gular importancia  ¿cómo  liabiMse  lijado  en  la  malagueña  y  haber  olvidado  la  de  Granadi« 
capital  de  su  rtMrio,  n  la  ([ue  dedica  una  descripción  mucho  más  estensa,  si  en  ésta  existía 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  551 


á  conürmarme  en  la  misma  opinión,  que  después  de 
la  expugnación  de  Málaga  por  los  cristianos  la  alfaharería  con- 
tinao  bastante  floreciente  en  ésta.  Pruébanlo  Marineo  Siculo  di- 
ciendo 

dicha  fabricación,  sino  igual  de  la  misaia  importancia?  Aben  Aljathib  és  un  escritor  suma- 
laente  esmerado,  fué  ministro  de  los  reyes  granadinos,  describió  con  una  minuciosidad 
extremada  el  reino  que  gobernó;  al  celebrar  la  loza  malagueña  ¿si  en  Granada  hubiera 
«üatido  alfaharería  de  la  misma  importancia  no  la  hubiera  celebrado  también?  líjese  el 
lector  en  la  calidad  y  carácter  de  aquellos  autores  y  en  los  de  sus  obras,  y  verá  que  esa 
prueba  negativa  tiene  todo  el  valor  de  una  aíirinativu.  Cierto  (^.s  que  el  jarrón  no  tiene  re- 
flejos metálicos;  sus  toques  dorados  son  una  imitación,  pero  donde  pudo  hacerse  lo  más, 
bien  pudo  fabricarse  lo  menos,  y  hoy  aquello:^  to(iues  pueden,  apesar  de  su  decadencia,  re- 
producirlos los  alfahai*eros  nialai^ueñoü».  Cierto  és  también  que  en  Granada  hubo  industria 
de  alfaharería,  pero  ¿fué  de  tanta  importancia  que  pudiera  producir  ese  jarrón?  el  silencio 
de  autor  tan  esmerado  como  Aben  Aljathib  indica  también  lo  contrario.  Cierto  és  que  en 
Granada  se  han  encontrado  esos  jarrones,  pero  ésto  no  constituye  razón  para  declararlos  de 
allí,  pues  cerca  de  Granada  se  encontró  el  de  Fortuny,  que  Rada  afirma  és  de  Málaga;  si 
éata  ciudad,  según  aquellos  autores,  exportaba  su  obra  de  alfaharería  hasta  á  regiones  le- 
janas, con  más  razón  pudo  enviarla  á  la  capital.  Puede  ser  fmalmente  que  el  barro  del 
jarrón  sea  de  igual  clase  que  el  que  se  halla  en  Granada,  pero  puede  estar  seguro  el  Sr.  Ra- 
da que  de  esa  clase  de  barro  también  se  encuentra  en  Málaga. 

Vengamos  ahora  á  pruebas  sacadas  de  la  localidad,  para  mí  por  completo  fehacientes. 
Aun  en  medio  de  su  decadencia  la  alfahai'ería  malagueña  ha  conservado  las  tradiciones  de 
loe  alfahareros  moros.  Orzas  se  hacen  todavía  aquí  para  el  agua,  aceitunas  ó  encurtidos, 
que,  apesar  de  lo  toscas,  tienen  el  perfil  esacto  del  jarrón  de  Foriuny;  orzas  se  hacían 
aquí  hace  pocos  años  que  tienen  el  galbo,  el  corte,  el  perfil,  del  de  la  Alhambra:  hoy 
nuestros  alfahareros  emplean  el  mismo  barro  colorado  que  se  empleó  en  éste  jarrón:  los 
vedriados  que  se  usaron  en  él  todavía  se  usan,  aunque  mas  groseramente.  Prueba  para  mí 
concluyente,  el  vedriado  blanco  del  jarrón  de  la  Alhambra,  tiene  el  mismo  tono  de  color 
de  los  vedriados  blancos  malagueños  antiguos  y  de  algunos  modernos,  debido  á  cierta 
especie  de  arena  que  aqui  se  le  mezcla  para  hacerlo;  por  el  contrarío  el  blanco  que  hoy  se 
kace  en  Granada  és  completamente  diverso;  el  acaramelado  que  parece  dorado,  aquí  se 
dá  todavía;  el  azul  és  el  mismo  de  los  antiguos  vedríos  sobre  blanco;  podría  dudarse  de 
donde  traían  el  cobalto  para  componer  el  azul,  pero  hoy  hay  denunciadas  en  ésta  provincia 
diversas  minas  de  cobalto,  prueba  de  que  en  aquella  época  pudieron  también  explotarse, 
y  aunque  no  las  hubiera  traei*se  de  otras  partes.  Es  más,  hoy  mismo  un  ingeniero  suma- 
mente entusiasta  por  la  alfaharería  sarracena,  á  quien  debo  curíosos  datos  sobre  ella, 
D.  José  María  de  Sancha,  acaba  de  hacer  en  el  rollo  y  cocer  en  un  horno  común, 
un  jarrón  de  igual  tamaño  y  forma  que  el  de  la  Alhambra,  y  los  alfahareros  le  han  facilita- 
do considerablemente  su  tarea;  ha  vedriado  tambion  otros  dos  menos  importantes,  aunque 
bastante  herorosos,  y  cree  él,  y  yo  creo  que  con  algún  esfuerzo  y  gasto  podríase  aqui  ve- 
dríar  el  mayor  y  reproducir  mas  adelante  el  de  la  Alhambra  ¿Puede  hacerse  lo  mismo  en 
Granada?  Tan  desconocidas  son  allí  para  los  alfahareros  las  tradiciones  del  arte  que  pro- 
dujo aquellas  magníficas  piezas,  que  habiéndose  fabricado  en  ella  varíos  jarrones  para  ha- 
i9erloe  pasar  por  verdaderos  entre  algunos  incautos,  como  desgraciadamente  ha  sucedido, 
han  tenido  que  hacerlos  en  moldes  no  en  tornos,  las  letras  y  los  adornos  en  relieve,  resul- 


552  Málaga  Musulmana. 


ciendo  (i)  en  Málaga  se  hacen  muy  buenas  piezas  de  loza.  Hoef- 
nagle  también,  lo  indica  en  la  lámina  que  he  reproducido,  en 
la  cual  puede  ver  el  lector  la  siguiente  afirmación,  que  creo 
concuerda  con  la  antecedente,  «in  qua  —Málaga — -ficticia  vasa 
nitidissima  conficiuntur.r^  Pruébanlo  también  la  multitud  de  azu- 
lejos cristianos,  que  llevan  impreso  todavía  el  selfo  de  la  in- 
fluencia sarracena,  y  que  durante  centenares  de  años  se  fabrí* 
carón  en  Málaga,  con  hermoso  colorido  y  ornato  bastante  be* 
lio,  como  los  que  adornan  la  ventana  mudejar  de  Santo  Tomé, 
restaurada  hace  algunos  años  (2)  y  varios  otros  que  se  encuen- 
tran en  poder  de  algunos  particulares. 

A  pesar  de  que  ésta  fabricación  fue  sumamente  importan- 
te, nada  he  encontrado  acerca  de  ella  en  las  Ordenanzas  Ma- 
lagueñas^ impresas  en  161 1,  años  antes  que  se  grabara  la  lá- 
mina de  Hoefnagle,  con  las  cuales  esperaba  ilustrar  conside- 
rablemente ésta  interesante  parte  de  mi  trabajo.  Pero  años  des- 
pués de  ellas  encuentro  en  obras  de  alfaharería  malagueña 
perfectamente  conservados  los  caracteres  de  la  antigua  sarra- 
cena; letras  azules  sobre  esmalte  blanco,  y  muy  bien  obser- 
vados los  preceptos  de  los  viejos  alfahareros  moros,  á  fin  de 
que  las  letras  aparecieran  perfectansente  distintas,  para  que 
un 

tando  una  pesada  masa,  que  si  en  los  prí meros  momentos  tiene  an  aspecto  que  engaña, 
hace  sonreír  de  lástima  y  menosprecio  á  los  conocedores.  Aqui  se  astán  fabrícanda  h&f 
azulejos  que  imitan  con  bastante  exactitud  á  los  antiguos  musulmanes,  y  si  la  fortuna  ayu- 
da como  fuera  de  desear,  y  afectuosamente  le  deseo,  al  Sr.  Sancha,  és  seguro  que  en  Uke^ 
laga  se  reproducirían  los  buenos  tiempos  de  la  alfaharería  malagueña. 

(1)  Lucio  Marínéo  Siculo,  obra  citada,  capitulo  titulado  De  l(i$  vfi$ijas  y  co8€u  de  6a- 
rro  que  se  hacen  en  España. 

(2)  Por  mi  amigo  el  arquitecto  provincial  D.  Juan  N.  de  Avila,  que  ha  procurado  con* 
servar  en  ella  la  colunma  y  los  azulejos  antiguos  que  tenia,  asi  como  su  antigua  fomia  y  or- 
natos. 


Parte  seqündaí  Capítulo  ii.  553 

un  vedrío  no  se  confundiera  con  el  otro  (i). 

Podrán  haberse  perdido  las  tradiciones  moras,  podrá  no  sa- 
berse hoy  fijar  tan  admirablemente  como  entonces  el  vedrío  ni 
los  esmaltes  metálicos,  pero  todavía  se  conservan  memorias 
de  aquellos  tiempos  en  la  manufactura,  en  los  nombres  de 
herramientas  y  operaciones;  todavía  áe  designan  con  el  nom- 
bré de  malagueños  esos  platos  adornados  con  mostachones, 
que  tantas  reminiscencias  conservan  de  lo  morisco,  imitados 
con  bastante  propiedad  fuera  de  Málaga,  para  bien  de  los  tra- 
tantes en  antigüedailes  y  orgullo  de  los  coleccionadores,  que  se 
enredan  en  las  mañas  de  éstos,  produciéndoles  pingües  ganan-^ 
cias  (2). 

Además  de  éstas  industrias  habia  otras  de  fabricación  de 
papel,  y  aun  creo  que  de  fundición  y  manufactura  de  hierro.  Ya 
dije 

(i)  Posee  el  arquitecto  D.  Manuel  Rivera  una  curiosa  lápida  sepulcral,  hallada  en  las 
eercanfas  de  Málaga,  y  que  por  el  carácter  de  su  letra  corresponde  á  la  última  mitad  del 
siglo  XVII:  és  de  barro  cocido  y  vedriado  de  blanco,  sobre  cuyo  fondo  resalta  entre 
ciertos  adornos,  en  azul  ésta  inscripción:  Esta  sepultura  és  del  Licenciado  Valenzuela; 
bijo  ella  hay  un  perro  persiguiendo  á  una  liebre  y  varios  ramos  silvestres,  toscamente 
dibujados,  expresando  sin  duda  de  éste  modo  las  aficiones  venatorias  del  difunto;  cosa  bas- 
tante común  en  las  Ipsas  sepulcrales  de  su  época.  Asi  como  en  los  ladrillos  moros,  letras,  ani- 
males y  adornos  están  perfectamente  marcados  por  el  vedrío,  sin  haberse  éste  corrido, 
ai  aun  ligeramente.  Sobre  la  aliaharería  malagueña  tengo  importantes  notas,  que  publica-i 
ré  algún  dia  en  la  obra  que  preparo  titulada  Málaga  Modeima. 

(2)  De  boca  de  los  alfahareros  malagueños  he  tomado  éstas  dicciones  verdaderamente 
arábigas,  con  las  cuales  no  creo  haber  agotado  todas  las  que  usan:  Zahdar  ó  sajelar,  la- 
bar,  decantar  el  barro  para  purificarlo.  Ataibar,  extenderlo  en  el  suelo.  Alquetary  el  sitio 
donde- se  pone  ya  preparado.  Arremimey  lechada  de  barro  con  asperón  para  remediar  las 
(altas  de  la  pieza  que  se  está  torneando.  Albañal,  pileta  donde  se  pone  esta  lechada.  Ala- 
jar,  ovalar  las  tejas.  Camhús,  la  teja  que  sirve  de  cobeilera  á  las  hiladas  en  el  tejado. 
Afrená,  la  tira  de  estera  que  se  pone  á  una  linea  de  piezas,  acabadas  de  labrar,  cuando 
«Stán  al  aire  libre  para  que  no  se  resequen.  Tabaque,  \ík  rueda  donde  se  ponen  los  pies  en. 
el  tomo.  Rangua,  el  hoyo  ó  tejuelo  donde  sienta  la  rueda  de  éste.  Almágena,  vasija  pa- 
rí hacer  el  vedrío.  Palaju,  el  punzón  de  Hierro  que  sostiene  el  molino  para  triturarlo.. 
'Jaquifay  el  sitio  de  la  leña  en  los  hornos.  Almxjan*a,  los  ganchos  de  hierro  para  moverla. 
Mmofre,  el  agugero  central  de  los  hornos. 


554  Malaga  Musulmana. 


dije  antes  cuanta  importancia  tuvo  la  agrícola,  prosperísíotia 
entre  sarracenos;  años  después  de  la  conquista  indicaban  los 
Repartimientos  la  particular  consideración  que  merecía  á  los  pri- 
meros pobladores  uno  de  los  vencidos  moros,  por  ser  hombre, 
muy  provechoso  para  el  campo. 

Es  imposible  que  en  ciudad  tan  rica  no  alcanzaran  á  losofi* 
cios  igual  grado  de  prosperidad;  cada  uno  de  ellos  debía  de  agru- 
parse, cual  ocurre  en  las  ciudades  musulmanas,  en  una  deter- 
minada plaza  ó  calle,  como  todavía  continuaron  haciendo  los 
cristianos  después  de  la  conquista.  Aquí  se  grabaron  monedas 
durante  los  siglos  XI  y  XIII,  probablemente  en  la  Alcazaba, 
pues  en  las  fortalezas,  donde  vivian  las  autoridades  moras, 
estaban  generalmente  las  zecas  ó  casas  de  fnoneda;  aquí  debie- 
ron fabricarse  armas  para  proveer  á  los  buques,  que  se  surtían 
de  ellas  en  sus  Atarazanas;  aquí  debieron  estar  muy  florecientes 
cuantos  oficios  se  refieren  á  la  navegación.  En  las  Ordenanzas 
de  Málaga  y  en  muchos  oficios  se  han  conservado  los  recuer- 
dos de  los  artesanos  moros. 

Pocos  trabajos  han  quedado  de  éstos  gremios;  solo  el  de 
carpintería  nos  ha  dejado  muy  excelentes  recuerdos  en  los  te- 
chos de  la  Alcazaba  y  de  la  iglesia  de  Santiago,  que  indiqué 
anteriormente,  y  en  varios  otros  restos  que  andan  en  poder 
de  particulares.  Formaron  éstos  restos  parte  de  techos  y  fri- 
sos, como  la  viga  elegantemente  tallada  que  posee  el  Excmo. 
Sr.  D.  Jorge  Loring,  y  como  un  trozo  de  tabica,  en  el  cual  entre 
conchas  y  hojas,  que  debieron  realzar  vivos  colores,  encamado 
y  quizás  azul,  se  lee  en  caracteres  cúficos,  que  pudieron  estajr 

dorados 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  555 

dotados  ó  pintados  de  amarillo: 

el  imperio  (és)  de  Dios. 

Perteneció  á  una  gruesa  tabla,  que  sin  duda  constituyó  el 
friso  de  una  estancia  mora,  en  la  cual  estaba  la  inscripción  re- 
petida muchas  veces  (i). 

Una  puerta  adornada  con  elegantes  tracerías,  que  dejan  en 
8u  centro  una  estrella,  y  en  todos  los  espacios  encerrados  por 
las  líneas  geométricas  gracioso  y  elegante  follaje,  posee  hoy  el 
pintor  D.  Serafín  Martinez  del  Rincón;  estaba  igualmente  la- 
brada por  ambas  caras,  y  sus  ensamblamentos  y  tallados  perte- 
necen al  mismo  género  que  las  de  la  Alhambra;  ésta  puerta  és 
ciertamente  un  hermoso  ejemplar  de  la  carpintería  sarracena 
malagueña. 

La  cual  continuó  fíel  á  sus  tradiciones  durante  el  primer 
siglo  después  de  la  restauración  cristiana,  y  aun  más  adelante. 
Málaga  és  una  de  las  poblaciones  españolas  más  rica  en  ejem- 
plares de  carpintería  mudejar;  és  decir  de  aquella  en  que  do- 
minó la  enseñanza  de  los  artífíces  moros.  En  Santo  Tomé,  en 
el  antiguo  Hospital  de  San  Juan  de  Dios,  de  cuyos  restos  se 
conservan  techos  en  la  Academia  Provincial  de  Bellas  Artes, 
en  algunas  posadas  antiguas  hoy  destruidas;  en  la  magnífica  ca- 
sa de  Villalcázar  en  calle  de  San  Agustín,  que  guarda  en 
muchas  de  sus  estancias  y  corredores  restos  de  techos,  y  sobre 
todo 

(i)  Hallóse  esta  tabla  formando  parte  de  un  hollado  en  el  destruido  convento  de  Car» 
melitas,  y  debi  un  buen  trozo  de  ella  á  la  buena  voluntad  de  mi  amigo  el  Sr.  D.  Francisco 
Snarex. 

74 


55^  Malaga  Musulmana. 


todo  en  sus  escaleras  uno  magnífico;  en  la  antigua  casa  que  for- 
ma el  fondo  de  la  Plazuela  del  General,  donde  se  encuentran 
restos  de  techos  y  entre  ellos  unas  tirantas  que  deben  ser  ará- 
bigas, en  otras  varías  partes,  se  encuentran  ejemplares  de  ésta 
clase  de  carpintería,  que  estuvo  muy  en  boga  en  los  primeros  si- 
glos después  de  la  conquista,  y  que  ha  llegado  cuasi  hasta  nues- 
tros dias  en  algunos  modos  de  ensamblar  las  puertas  (i). 
En 

(i)  Gomo  sumamente  curiosas  y  para  que  puedan  servir  á  los  que  se  dedican  ai  esta- 
dio de  nucsti-as  Artes  y  Oficios  en  la  Edad  Media,  i^produzco  aquí  las  interesantes  dis- 
posiciones, que  sobre  carpintería  mudejar  dan  las  Ordenanzas  malagueñas,  fól.  54,  hoy 
tan  raras  que  de  ella^  solo  conozco  cuatro  ejemplares: 

Capítulo  de  la  orden  primera  del  mayor  arte  de  la  carpintería. 

Primeramente  que  él  oficial  que  se  ouiere  de  examinar  en  el  dicho  ofício  sepa  hazer 
vna  quadra  de  lazo  de  media  naranja  con  su  arrecabe  é  pechinas  de  laa^  de  moctraoes  ó 
de  molduras  é  que  esta  dicha  obra  lleue  vn  cubo  de  mocaraues  ó  razimo  en  el  dicho  almi- 
^ate,  é  porque  no  abrá  á  la  fazon  quadra  en  que  haga  la  dicha  obra,  que  él  dicho  ofídal  que 
se  examinare  trayga  madera  y  herramienta,  é  bengaá  casa  de  los  dichos  examinadores  é  ha- 
ga vna  inuencion  y  ensayo  de  tres  paños  de  lazo;  los  dos  paños  para  (anca,  y  el  otro  paño  de 
almi^te,  donde  se  determine  bien  las  calles  de  las  limas  si  acude  bien  y  si  obra  lefe  en  la 
razón  que  de  derecho  le  conuiene  para  que  la  dicha  obra  quede  buena  para  que  el  dicho  ofi- 
cial quede  examinado,  y  los  dichos  tres  paños  de  lazo  an  de  ser  de  tamaño  conuenible  y  los 
arme  encima  de  sus  estribos  puestos  en  sus  repartimientos  como  es  costumbre  entre  los 
dichos  Unciales,  asimismo  haga  vn  razimo  ó  cubo  de  mocirabes  de  buena  arte  para  que  el 
dicho  oficial  quede  examinado. 

Yten  mas  á  de  hazer  para  que  el  dicho  oficial  quede  examinado  á  de  saber  hazer  vna 
manta  para  el  seruicio  de  los  exercitos  de  guerra  donde  se  pueda  asentar  un  tao  para  conua- 
tir  una  fortaleza,  é  asi  mismo  á  de  sauer  hazer  vna  cureña  de  cañón  con  sus  ruedas  por  el 
tenor  é  forma  que  aora  se  acostumbra  en  la  artillería  de  su  Magosta  en  esta  dicha  ciudad. 

Yten  mas  á  de  saber  hazer  vna  escala  de  troQos  de  buena  arte  asi  mismo  vn  banco  peina- 
do y  mandílete,  y  esta  dicha  obra  á  de  hazer  y  obrar  con  sus  manos,  él  que  se  examinare  en 
presencia  de  los  dichos  examinadores  no  dándole  lugar  al  que  se  examinare  que  tenga  parti- 
cipación con  nadie  entre  tanto  que  dura  la  examinacion,  por  que  el  dicho  oficial  no  tenga 
aniso  para  hazer  la  obra  que  hiziere,  é  asi  quedando  examinado  dicho  oficial  pueda  vsaré 
vse  todo  el  arte  del  dicho  oficio  de  todas  las  obras  de  armaduras  de  salas  é  quadras  é  todas 
las  obras  é  armaduras  que  no  son  de  tanto  arte  como  estas  que  aquí  está  capitulado,  é  qu« 
pueda  hazer  puerUis  é  ventanas  de  lazo  y  de  molduras,  y  de  qualquier  arte  que  quisiere 
saluo  de  lo  de  la  lleuda  no  pueda  usar  sino  se  examinare  de  las  dos  piezas  cjue  en  los  di- 
chos capítulos  de  la  tenderla  se  señalan  en  esta  ordenanzas,  que  se  entiende  vna  mesa  con 
piezas  é  vna  arca,  se^^un  que  los  dichos  capítulos  lo  especitlcan  que  está  en  estas  dichas  or- 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  557 


En  cuanto  á  los  pintoreSi  ya  hemos  visto  que  en  muchas 
cbzas  de  yesería  y  carpintería  tomaban  parte,  realzando  con  sus 
colores  los  trabajos  de  los  alarifes  y  carpinteros.  Debieron  tam- 
bien 

denan^s  y  el  que  vsare  lo  suso  dicho  sin  ser  dello  examinado,  pague  de  pena  seyscicntos 
mrs.  repartidos  como  dicho  es. 

y  ten,  que  si  algún  olkial  se  quisiere  examinar  de  otra  obra  de  no  tanto  arte  como  es- 
ta que  los  dichos  examinadores  estén  prestos  para  los  examinar  de  todas  las  armadui^as  é 
salas  é  de  (juadraf  é  ñaue  de  Iglesias  de  menor  arte,  á  de  hazer  el  dicho  oficial  vna  cua- 
dra de  laio  apeina^^da  ochauada  de  cinco  paños  de  lazo  de  nueue  é  doze  que  es  la  mejor 
arte  de  todas  las  obras  saluo  la  media  naranja  ¿  que  esta  diclia  armadura  obre  lefe,  ó  si  á 
Ja  sazón  que  se  quisiere  examinar,  no  vuiere  quadra  en  que  haga  la  dicha  obra  que  haga 
un  ensayo  de  cuadra,  y  que  se  hagan  tres  paños  del  dicho  lazo  los  paños  que  siruan  para  la 
saca  de  la  armadura,  y  el  otro  paño  que  sea  para  el  almi^te,  para  que  los  arme  los  dichos 
paños  en  sus  estriuos  donde  parezca  la  dicha  calle  de  las  hmas  si  van  en  su  razón,  y  asi  mis- 
mo la  quiebra  de  los  dichos  paños,  é  asi  mismo  que  haga  el  dicho  oficial  vn  razimo  ó  enbo 
de  mocárabe,  porque  para  la  tal  obra  pertenece,  é  asi  mismo  dé  razón  de  una  pechina  de 
moc¿rabes  de  lazo  ó  de  molduras  é  siendo  examinados  de  esta  dicha  obra,  puede  usar  ar- 
maduras ochauadas  ó  quadradas  Icfes  ó  no  lefes  todas  las  que  no  son  de  tanto  arte  como  es- 
ta que  está  aqui  nombrada,  y  el  (|ue  vsare  de  ella  sin  ser  examinado  pague  la  dicha  pena 
repartida  como  dicho  es,  la  mitad  para  los  propios  de  la  ciudad,  y  la  otra  mitad  para  el  de- 
nunciador. 

Iten,  que  sepa  hazer  las  guarniciones  de  cureñas  de  artillería  que  en  esta  dichas  orde- 
nanzas están  nombradas  é  que  asi  el  dicho  olicial  examinado^  según  dicho  es,  que  pueda 
hacer  pueiias  é  ventanas  de  lazo  é  de  molduras,  saluo  las  dos  piezas  que  en  la  tenderia 
están  nombradas,  que  es  vna  arca  y  una  mesa,  según  la  orden  que  estas  ordenanras  que 
están  nombradas,  que  el  dicho  oficial  que  se  estuuiere  examinando  no  le  den  lugar  que  ten- 
ga contratación  con  nadie,  por  que  parezca  hazcllo  el  con  sus  manos  ébien  saber,  para  que 
akí  como  buen  oficial  quede  examinado. 

Iten,  que  si  algún  oficial  se  quisiere  examinar  de  vna  obra  ochauada  ó  quadrada  se  le 
de  un  lazo  de  un  diez,  que  la  examinen  delta,  para  que  pueda  usar  de  todas  las  otras  obras 
é  armaduras  de  no  tanto  arte,  como  esta  c  que  haga  el  ensayo  en  tres  paños  de  lazos,  según 
por  la  via  é  orden  que  en  estos  capitulos  de  suso  declarados  están  nombrados  en  estas  di- 
chas ordenanzas. 

£i  olicial  que  quisiere  ser  examinado  de  obra  de  no  tanto  arte  como  esta  sea  examinado 
de  una  armadura  de  pares  de  nudillos  de  quartos  de  limas  moamares  con  sus  arrocabes, 
¿  con  ¿1  gente  por  orden  é  guardando  las  cuerdas,  e  con  guarnición  por  encima,  é  con  ti- 
rantes guarnecidos  de  ocho,  é  de  estos  haga  por  sus  manos  dos  paños  que  siruan  al  zaca  é 
otra  para  el  almi^ate  donde  se  puedan  ver  las  calles  de  las  limas  sobre  sus  estribos  armada 
é  hecho  el  dicho  repartimiento  para  que  los  examinadores  conozcan  que  el  tal  oficial  es  tal 
é  suficiente  para  u/^ar  las  dichas  obras  é  armaduras  semejantes  que  esta,  y  deste  arte  abaxo 
todos  los  demás  que  se  entienden  suelos  de  guarnición  é  ai*maduras  de  ylera  é  puertas  lla- 
nas de  molduras  é  otras  toscas,  é  todo  lo  demás  donde  no  inteinienga  lazo,  y  que  el  dicho 
oficial  que  de  estas  dichas  obras  se  examinare  según  que  está  dicho  no  se  meta  en  obra  de 
lazo  ninguno  si  primero  no  se  examinare  dello  según  que  dicho  es,  en  casa  de  los  dichos 
examinadores  é  asi  mismo  que  este  dicho  oficial  no  se  entremeta  en  las  cosas  de  la  tienda 
sin  que  dello  sea  examinado,  y  de  las  dos  piezas  del  arca  y  de  la  mesa. 


558  Málaga  Musulmana. 


bien  hacer  algunas  obras  más  finas  sobre  cueros  y  telas,  las 
cuales  usaron  durante  mucho  tiempo  los  cristianos,  pues  toda* 
vía  en  las  Ordenanzas  de  Málaga — 1611 — se  observa  puesta  en 
práctica  ésta  clase  de  pintura,  en  el  capítulo  que  titula,  la  ¿r- 
den  que  se  ha  de  tener  en  el  pintar  de  las  obras  moriscas  (i). 

Por  lo  que  respecta  al  número  de  su  población  ciertamente 
Málaga  debió  ser  bastante  populosa  entre  la  ciudad  y  sus  ana* 
bales.  Imposible  és  determinar,  ni  aun  por  aproximación,  el  nú- 
mero de  sus  habitantes:  si  hubiéramos  de  juzgar  por  los  que 
habia  cuando  su  rendición  en  1487,  insisto  en  que  debía  ser  con- 
siderable, pues  por  entonces  la  habrian  abandonado  la  mayor 
parte  de  sus  vecinos.  Ya  sabemos  que  en  ella  hubo  multitud  de 
judíos;  también  vivieron  en  su  recinto  berberiscos  y  negros;  pe- 
ro la  mayor  parte  de  los  malagueños  se  preciaban  de  su  origen 
árabe  (2)  y  estaba  bien  orgullosa  con  su  alcurnia. 

Aben 


(i)  (h^denanzas  de  MáXaga^  pág.  104  vuelta:  he  reproducido  éstas  disposiciones,  que 
para  la  historia  de  las  Artes  y  Oficios  en  España  son  también  sumamente  curiosas: 

Primeramente  ordenamos  é  mandamos  que  la  obra  del  dicho  morisco  é  pinturas  que 
sean  bien  coladas  con  engrudo  de  pergamino,  ó  de  bacas  é  bien  aparejadas  de  vna  mano 
de  yeso  viuo,  é  después  de  muy  bien  coladas  é  dadas  sus  empremaduras  de  colores  con 
mezcla  de  yeso  asi  á  lo  colorado  como  á  lo  naranjado,  é  vei*de  é  después  dobladas  estai 
colores  de  buen  mcrmellon,  é  agarcon,  é  buen  naranjado  fino  con  poca  mezcla  é  buen  ver- 
de jalde,  é  buen  verde  cardenillo,  é  buen  aluayalde  é  añir,  é  sangre  de  drago,  é  en  las 
obras  de  estas  que  ouiere  de  auer  oro  que  se  asiente  según  que  lo  de  los  retablos,  é  con 
los  mismos  aparatos,  é  asi  el  azul  fino. 

Otrosi,  ordenamos  é  mandamos  que  las  mezclas  que  se  ouiere  de  hazer  para  las  dichas 
pinturas  con  yeso  que  se  hagan  muy  bien  fechas  é  no  echen  yeso  demasiado  ninguno^  é  que 
no  hagan  barnizado  alguno  con  resina,  saluo  con  grasa  como  dicho  es,  é  cualquiera  que 
con  otras  colores  pintare  é  no  guardare  é  touiere  todas  é  cada  vna  de  las  sobre  dichas  en 
las  obras  que  ficiere  que  por  este  mismo  hecho,  cayga,  é  incurra  en  las  penas  sobre  dichai 
por  primera,  é  segunda,  é  tercera  vez  contenida  de  suso  en  la  pintura  de  los  retablos,  é  esto 
quanto  á  la  pintura  de  lo  morisco. 

(2)  Alistajri,  Viae  regnorum,  descriptio  ditionis  tnoslemicae,  pág.  42,  edición  de  Goe- 
je.  Aben  Aljathib,  Justo  peso  de  la  expeiHencia,  edición  de  Simonet  y  en  su  Parangón  yi 
citado. 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  559 

Aben  Aljathíb  nos  pinta  á  su  gente  como  aficionada  á  las 
letras,  bastante  piadosa,  y  sobre  todo  muy  caritativa.  Las  mu- 
geres  se  despojaban  de  sus  joyas  para  rescatar  cautivos  moros, 
y  cuando  los  recien  rescatados  volvían  á  sus  hogares,  esperába- 
los la  inultitud  radiante  de  júbilo,  y  las  doncellas  moras  los  re* 
cibian  descubiertos  los  rostros;  señalada  muestra  de  expansión, 
dadas  las  costumbres  de  la  celosa  sociedad  agarena. 

Pero  éste  brillante  cuadro  tenia  también  sus  sombras;  no 
en  vanó  se  preciaban  los  malagueños  de  descender  de  los  ára^ 
bes;  si  poseian  las  buenas  cualidades  que  distinguen  á  ésta  ra- 
za, también  tuvieron  sus  defectos;  prontos  á  amar,  prontos  pa* 
ra  aborrecer;  violentos  y  vivos  en  la  acción,  encomendaban  á 
sus  armas  la  reparación  de  sus  agravios. 

Aben  Aljathib  decia,  á  mediado  del  siglo  XIV,  que  en  Mála- 
ga abundaban  los  pendencieros  y  los  borrachos,  á  pesar  de  las 
duras  penas  que  el  Koran  asignaba  en  la  otra  vida  á  los  últi- 
mos. Decia  también  que  estaban  muy  baratos  los  mantenimien- 
tos, pero  que  los  revendones  robaban  escandalosamente  en  el 
mercado.  En  todas  éstas  cosas  nada  tienen  que  envidiar  los  ma- 
lagueños de  ahora  á  los  de  entonces. 

Málaga  fué,  según  todo  lo  expuesto  en  éste  capítulo,  una 
ciudad  importante  en  la  Edad  Media.  De  Razi  á  Aben  Aljathib 
desde  el  siglo  X  al  XIV,  constantemente  mereció  las  alaban- 
zas de  los  escritores  sarracenos,  y  hasta  el  final  del  siglo  XV 
también  las  obtuvo  de  los  cristianos.  Málaga  és  villa  muy  pía* 
Gcntera^  decia  Razi  en  un  texto  antes  citado  (i).  Málaga  és  una 
ciudad 

(i)    Razi,  Cránicay  T.  VIH  de  las  Mem,  de  la  Acad.  de  la  Hist.,  pág.  60. 


560  Málaga  Musulmana. 


ciudad  bella^  culta  y  populosa^  afirma  Idrísi,  numerosa  en  edificios^ 
espaciosa  en  jurisdicción  f  fortificada  f  espléndida  y  magnifica  (i).  La 
misma  impresioa  produjo  en  Aben  Said»  cual  lo  demuestran  los 
versos  antes  citados,  y  en  Aben  Alwardi,  quien  la  llamaba  en  el 
siglo  XI  Vy  gran  ciudad  de  dilatados  contornos^  mucha  población  y 
buenos  edificios  (2).  Yacut  al  ocuparse  de  ella  decia  en  el  siglo 
XIII,  que  era  una  ciudad  antigua  y  populosa^  que  habia  acrecentado 
sus  dominios  y  habitantes,  domeñando  otras  ciudades  y  extensos  ter* 
minos j  á  causa  de  la  multitud  de  embarcaciones  y  comerciantes  que 
acudian  á  su  marina  (3).  Aben  Batuta  que  la  visitó  á  mediados 
del  siglo  XIV  decia,  és  una  de  las  capitales  de  España  y  una  de  sus 
más  bellas  ciudades;  reúne  las  ventajas  de  la  tierra  firme  alas  de  la 
mar,  y  encierra  en  gran  abundancia  subsistencias  y  frutas  (4) . 

Los  cronistas  cristianos  del  siglo  XV  coincidian  con  los  sa- 
rracenos en  las  alabanzas  que  prodigaban  á  Málaga.  Esta  és 
unafermosa  cibdad  de  mirar,  decia  Gutierre  Diez  de  Gamez,  cro- 
nista de  D.  Pedro  Niño,  conde  de  Buelna,  que  la  visitó  en 
1403  (5).  La  misma  consideración  inspiró  al  cronista  de  la  em? 
bajada  de  Rui  López  de  Clavijo  al  gran  Tamorlan  (6).  Pulgar 
escribia  al  describirla,  e  allende  la  fermosura  que  le  dan  la  mar  y 
los  edificios,  representa  a  la  vista  una  imagen  de  mayor  fermosura 
cou  las  muchas  palmas  e  cidros  e  naranjos  e  otros  arboles  e  huertas, 
que 

(i)    Idrisi,  Description  de  l^  A  frique  el  de  l^Espagne,  pág.  244. 

(2)  Aben  Said,  loco  citato  en  Schack  y  Almakarí.  Aben  Alwardi,  Perla  de  latMaravi' 
lias,  M.  S.  del  Escorial. 

(3)  Yacut,  Diccionario  geogr.,  T.  IV,  pág.  397. 

(4)  Aben  Batuta,  Voyages,  T.  IV,  pág.  365. 

(5)  Gutierre  Diez  de  Gamez,  Crónica  de  D.  Pedro  Niño^  conde  de  Buelna,  pág.  53  y 
siguiente. 

(6)  Crónica  del  Gran  Tamorlan,  pág.  27  y  sig. 


Parte  segunda.  Capítulo  ii.  561 

que  tiene  en  grande  abundancia  dentro  de  la  cibdad  y  en  los  arroba- 
les  y  en  todo  el  campo  que  és  en  su  circuito  (i).  Urbem  mariíimam  et 
olim  hispaniarum  civitatum  pulcherrimam^  ciudad  marítima  y  en 
otro  tiempo  una  de  las  más  hermosas  de  España,  escribía  el  Se- 
cretario del  Cardenal  Mendoza  á  otro  Cardenal  de  Roma,  des- 
de el  cerco  de  Málaga  (2).  Lucio  Marineo  Sículo  y  Pedro  Mar- 
tin  de  Angleria  celebran  también  su  comercio,  población  y  for- 
taleza, recordando  el  segundo  que  Silio  Itálico  la  llamó  Mala'' 
cam  suptrbam^  la  soberbia  Málaga  (3).  La  misma  impresión  fa- 
vorable expresan  los  cronistas  Alonso  de  Palencia,  Bernaldez  y 
Nebrija,  al  referir  los  accidentes  del  cerco  de  nuestra  ciudad. 

Pero  quien  más  se  extremó  en  su  elogio  fué  Aben  Aljathib, 
quien  en  su  fogosa  imaginación  y  en  su  ampuloso  lenguaje  lla- 
mábala, margarita  de  enmedio,  por  la  piedra  preciosa  más 
gruesa  que  dividia  los  collares  de  las  opulentas  moras;  tierra 
del  Paraíso,  ciudad  de  la  salud,  estrella  polar,  corona  de  la  lu- 
na, rival  de  los  astros  por  su  brillo,  tesoro  escondido,  trono  de 
antiguo  reino,  vaso  de  almizcle  destapado,  atalaya  de  altivas 
águilas,  frente  de  muger  hermosa  sin  velo,  visita  amable  y  con- 
soladora, reparo  de  los  contratiempos  y  refugio  en  las  aflic- 
ciones (4). 
Hoy 

(i)    Pulgar,  Cránica  de  los  reyes  Católicos  D.  Femando  y  D.*  Isabel,  cap.  LXXV. 

(2)  Breve  epithomu  rerum  apud  Malacam  gestaimm,  anno  AfCCCCLXXXXII,  edi- 
tum  per  D,  Murum  Reverendissimi  D.  Cardinalis  hispaniae  Secretaritim  ad  Reverendissi- 
mum  principem  et  amplissimum  D.  D.  /.  episcopum  albanensem,  Cardinalem  Andega- 
vensem,  ex  castris  missum. 

(3)  Marineo  Siculo,  Libro  de  las  cosas  memorables  de  Esp.  folio  175.  Pedro  Martin 
de  Angleria,  libro  I.  epístola  63,  dice,  maritima  esí  urbs  hoce,  populo  referí issima^  in- 
gerís diversarum  gentium^  conmertio  pollens  et  mercatorum  frccucntia  ojnilentissima, 
pomceris  ac  perpetuo  amena  autumno;  muris  duplicibus  ac  fossis  ingentibus  circumduc- 
iis  arcibusque  plurimis  munitur. 

(4)  Aben  Aljathib,  en  Siraonet,  Descripción  del  reino  de  Gran.,  pág.  ii9. 


562  Málaga  Musulmana. 


Hoy  que,  perdido  su  antiguo  carácter,  Málaga  se  transforma 
por  momentos  en  una  ciudad  moderna;  cuando  las  fortalezas 
que  la  amparaban  cubren  el  suelo  con  los  escombros  de  sus 
ruinas;  cuando  las  viejas  murallas,  los  moriscos  edificios  y  cu- 
riosos recuerdos  de  tantos  memorables  siglos  desaparecen,  pa- 
réceme  al  poner  fin  á  éste  capítulo,  que  he  cumplido  un  piadoso 
deber  de  buen  hijo  suyo,  recordando  á  los  presentes  y  conser- 
vando á  los  venideros,  las  memorias  de  una  de  las  ciudades  es- 
pañolas más  ricas  y  pintorescas,  durante  los  romancescos  tiem- 
pos de  nuestra  Edad  Media. 


PARTE  TERCERA. 

CIENCIAS  Y  LETRAS. 


75 


MALAGA  MUSULMANA. 


CIENCIAS  Y   LETRAS  (i). 


CAPÍTULO  I. 


Las  Ciencias  y  las  Letras  en  Málaga 

DESDE  LA  INVASIÓN  SARRACENA  HASTA  EL  SIGLO  VII  DE  MaHOMA, 

XIII  DE  Jesucristo. 


Consideraciones  generales.— Movimiento  literario  y  cientUico  entre  los  musulmanes  espa- 
ñoles.— Inclinación  al  saber  y  á  la  literatura  de  los  malagueños.— La  corte  de  los 
Hammudles. — Idrís  II.— Escrítores  y  sabios  de  Málaga.— El  filósofo  y  poeta  judio  Sa- 
lomón ben  Ghebirol.— Su  vida,  sus  obras.— Su  influencia  en  la  Edad  Media  y  sus  re- 
cuerdos en  los  tiempos  presentes.— Las  poetisas  Bint  Aben  Assacan  y  Safíya.— Ga- 
nim  el  gramático. — Aben  Ojt  Ganim. — Sus  aventuras  en  la  corte  de  Almotacim  de 
Almería. — Los  Beni  Hassun  arráeces  malagueños  en  el  siglo  VI  de  la  Ilegira,  XII  de 
Cristo. — Sus  amigos,  sus  contraríos. — Aben  Alfajar.—Assahili.— Biografías  de  otros 
sabios  y  escrítores  malagueños  menos  ilustres.— Indicaciones  sobre  algunos  otros 
musulmanes  españoles  que  vivieron  en  Málaga. 


Si  hubiera  de  abarcar  en  un  cuadro  completo  el  movimien* 
to  científico  y  literario  malagueño  durante  la  Edad  Media,  ciér- 
tamente 

(i)    Las  obras  que  me  ban  servido  príncipalmente  para  redactar  esta  Tercera  Parte 
han  sido: 


566  Málaga  Musulmana. 


tamente  debería  salirme  de  los  límites  que  me  he  trazado  al 
publicar  éste  volumen;  pues  son  tantos  los  datos  que  se  ofre- 
cen  y  tan  extensos,  son  tan  dignas  de  estudio  las  obras  y  bio- 
grafías 

Aben  Bassam,  Dajira^  Manuscrito  de  la  Biblioteca  Nacional  de  París,  Suplemento 
árabe,  núm.  Ü2393. 

Aben  Baxkual,  Azzila,  Manuscrito  1677  de  la  Biblioteca  del  Escorial,  1672  de  Gasi- 
ri,  y  su  copia  en  la  Biblioteca  Nacional  de  Madrid,  G.  g.  29. 

Aben  Alabbar,  Hollatuséiyara,  Tekmüa,  y  Almoxaham,  Manuscritos  1654  de  la  Bi- 
blioteca del  Escorial,  1649  de  la  Escurialense  de  Gasiri;  1675  de  la  Bibl.  del  Esc,  1670 
de  Gasiri;  1725  de  este;  1730  de  la  Bibl.  del  Escorial;  Copias  de  la  Bibliot.  Nacional  de 
Madrid,  G.  g:  12  y  30. 

Merracoxi,  Quitab  Abdtyal,  M.  S.  S.  de  la  Biblioteca  Nac.  de  Paris,  Supl.  ar.  núm. 
682;  Bibliot.  del  Esc.  1682, 1677  de  Gasiri. 

Addahbi,  Baguiya,  M.  S.  1676  de  la  Bib.  del  Esc.,  Gasiri  1671;  Gopiade  la  Biblioteca 
Nac.  de  Madrid  G.  g.  14. 

Aben  Aljathib,  Ihatha,  M.  S.  de  D.  P.  de  Gayangos.  M.  S.  de  la  Bibl.  del  Esc.  1674, 
16()9  de  Gasiri,  Markaz  Alihathay  M.  S.  de  la  Bibl.  Nac  de  Paris,  Ancien  Fonds,  867. 

Quitab  Ennacham  Atsecab,  M.  S.  de  Gayangos. 

Almakari,  AnalecteSj  Leiden,  1855  al  61. 

Hachi  Jalfa,  Lexicón  Bibliographicum  enciclopctedicumy  Leipzig,  1835. 

Dozy,  RechercheSy  III  edición,  Leiden  1881.  Catalogus  codicíim  orientalium  Bibli(h 
tecae  Academiae  Lugd,  Bat,  Leiden,  1851. 

Lerchundi  y  Simonet,  Crestomatia  ár.  esp.  Granada  1881. 

Simonet,  Descripción  del  reino  de  Gran.  Granada,  1872. 

He  tenido  que  examinar  además  de  estos  libros  muchos  otros,  que  iré  citando  en  los  lu- 
gares que  les  correspondan. 

Gúmpleme  además  hacer  aqut  algunas  advertencias  á  los  arabistas  que  lean  ésta  obn. 
Sabida  és  la  confusión  que  suelen  originar  los  nombres  de  los  personages  árabes,  ya  por 
su  parecido,  ya  por  la  diversidad  de  trascripción  del  alfabeto  árabe  á  los  europeos.  He  pro- 
curado disminuir  ésta  confusión  de  los  nombres  colocando  en  primer  lugar  el  propio  de 
cada  personage,  después  los  de  sus  ascendientes,  después  los  del  pai»  6  ran  conque  se 
distinguian,  y  por  último  los  de  su  descendencia,  que  aunque  á  veces  suele  ofrecer  algún 
dato  interesante,  creo  que  debe  relegarse  al  fin  para  evitar  confusiones.  En  cuanto 
á  la  trascripción  he  adoptado  la  siguiente;  no  hago  constar  el ),  sino  con  la  vocal  que 
le  mueve;  trascribo  v^  por  b;  ^j^  por  t;  ^  por  ts;  ^  por  ch;  ^  por  h;  ^  por  J;  ^  por 

d;  i  por  dz;  j  por  r;  j  por  z;  ^^  por  s;  ^  por  x;  ^  por  z;  jo  por  dh;  j»  por  th;  ¿ 
por  td;  c.  por  un  acento  circunflejo;  ¿  por  g;  ^  por  f;  ^  por  k;  vlJ  por  c  ó  q;  J  por 

1;  >  por  m;  ^  por  n;  9  por  h;  j  por  w;  ^  por  y.  El  texdid  necesario  y  el  eufónico  los  be 

representado,  siempre  que  no  se  opongan  á  la  índole  de  la  pronunciación  castellana;  asi 
nunca  he  escrito  en  esta  Parte  Almakkari,  sino  Almakari,  y  jamás  escribiré  Atstsagneri,  si- 
no Atsagueri,  pues  esas  durísimas  formas  son  impronunciables  para  el  lector  espaitol,  y 
al  arabista  íácil  és  conocer  donde  se  han  omitido.  En  cuanto  á  las  vocales  las  he  trascripto 
como  generalmente  se  usan  entre  españoles.  Siempre  he  conservado  la  antigoa  tradicioa  es- 
pañola de  trascribir,  cuando  no  era  resultado  de  una  corruptela,  empleando  cuanéo  eransa- 


Parte  tercera.  Capítulo  i*  567 

l^afia^  reseñadas  más  adelante,  quie  necesitaría  un  libro,  mayor 
que  ^ste,  para  presentarlas  en  todo  su  desarrollo.  Me  lo  impide 
de  una  parte  el  pensamiento  capital  de  mi  obra,  más  histórico 
que  literario,  y  de  otra  la  Consideración  de  que  dicho  asunto 
merece  constituir  una  especial,  exclusivamente  dedicada  á  letras 
y  ciencias. 

No  por  ésto  advertirá  el  lector  omisiones  de  cuenta  en  ésta 

* 

Tercera  Parte:  cuantos  nombres  de  autores  musulmanes  mala- 
gueños llegaron  á  mi  noticia,  otros  tantos  citaré,  delineando  los 
rasgos  más  salientes  de  sus  vidas  y  citando  sus  producciones. 
No  podré  dar  mucha  extensión  á  éstos  relatos,  no  podré  dejar 
correr  la  pluma  amplificando  mi  asunto;  me  falta  espacio,  y  fuer- 
za és  encerrarme  en  el  bien  corto  que  me  resta.  Con  sacar  á 
luz  nombres,  vidas  y  obras,  hasta  hoy  ignoradas,  con  fijar  la 
consideración  que  merezcan  libros  y  compatriotas  nuestros,  com- 
pletamente desconocidos,  apenas  citados  ó  erróneamente  apre- 
ciados, habré  realizado  la  idea  que  me  inclinó  á  concluir  con  és- 
ta sección  el  presente  trabajo.  Puede  que  algún  dia,  mediante 
la  voluntad  de  Dios,  consiga  ampliarle  dándole  en  uno  especial, 
el  singular  desarrollo  que  merece. 

En  el  notable  cuadro  que  presentaron  las  letras  y  las  cien- 
cias españolas-musulmanas,  Málaga  tuvo  principalísima  parte. 
En  todos  los  ramos  del  saber,  en  toda  la  esfera  de  acción  cien- 
tífica 

rías  la  más  común,  y  sometiéndolas  todas  al  genio  de  nuestra  lengua,  sin  usar  de  trascríp- 
ciones  extrangeras  ó  caprichosas,  muchas  veces  ridiculas;  he  conservado  solo  aunque  muy 
pocas  veces  aquellas  trascripciones  que  erróneamente  ha  adoptado  el  uso  general,  como 
califa  ipoT  jalifa j  pero  reduciendo  las  menos  empleadas  á  su  verdadera  trascripción;  asi 
en  comienzo  de  nombre  diré  siempre  Aben,  como  dijeron  nuestros  mayores,  y  ben  entre 
dos  nombres;  asi  reuniré  los  nombres  como  ellos  acostumbraban,  Abulhaquem,  Abde- 
rrahman,  Abdelkader,  siempre  que  sea  posible. 


56B  Málaga  Musulmana. 


tífica  y  literaría,.  dentro  de  la  cual  se  agitó  la  actividad  y  el  in- 
genio de  los  sarracenos  españoles,  tuvo  nuestra  ciudad  sus  re* 
presentantes:  medicina,  filosofía,  ]gramátíca,  teolqgiai  historia  y 
poesía,  cuentan  entre  sus  cultivadores '  multitud  de  malague- 
ños,  algunaá  de  cuyas  figuras  se  destacan  de  entre  las  de  su  si- 
glo, rodeadas  con  la  aureola  de  la  celebridad. 

Muchos  cronistas,  muchos  viageros  moros,  celebran  la  in- 
clinación de  sus  correligionarios  malagueños  á  las  investiga- 
ciones científicas  y  á  las  bellas  letras.  Y  no  debemos  estrañarlo; 
entonces,  cual  hoy,  la  tierra,  el  cielo  y  el  clima  de  Málaga,  fa- 
vorecieron éstas  inclinaciones;  entonces,  como  hoy,  nacían  al 
calor  de  nuestro  sol,  en  la  deliciosa  libertad  que  deja  á  todas 
las  potencias  del  alma  la  dulzura  de  nuestro  clima;  entonces, 
cual  hoy,  se  engrandecían  ante  los  rientes  paisages  de  nuestra 
naturaleza,  y  se  depuraban  bajo  la  crítica  mordaz  de  un  pueblo 
inteligente. 

La  facundia  de  la  inteligencia,  el  refinado  gusto  artístico,  la 
afición  á  los  destellos  de  la  imaginación,  distinguieron  á  mu^ 
chos  musulmanes  malagueños  durante  éste  largo  periodo.  Cuén- 
tase que  paseando  un  dia  el  poeta  Abu  Amer  por  los  pintores- 
cos alrededores  de  Málaga,  su  ciudad  natal,  se  encontró  con 
Abdulwahab,  gran  aficionado  á  la  poesía,  quien  le  escitó  á  reci- 
tar algunos  de  sus  versos;  entonces  el  complaciente  vate  impro- 
visó á  su  amada  los  siguientes: 

Sus  mejillas  al  alba  roban  luz  y  frescura, 
Cual  arbusto  sabéo  és  su  esbelta  figura, 
Las  joyas  no  merecen  su  frente  circundar. 
De  la  gacela  tiene  la  gallarda  soltura 
Y  el  ardiente  mirar. 

Sean 


Parte  tercera.  Capítulo  i.  569 

•—  '  **-      Tf 

Sean  cual  perlas  bellas  ^ 

Engarzadas  estrellas, 
De  su  hermosa  garganta 
Fantástico  collar. 

Al  concluir  Abu  Amer,  Abdulwahab  lanzó  un  grito  de  admi- 
lacion,  quedándose  como  maravillado;  cuando  se  repuso  ex- 
clamó: 

—  Perdóname,  amigo  mió,  dos  cosas  me  ponen  fuera  de  mí 

y  me  privan  del  dominio  de  mi  voluntad;  oir  una  buena  poesía 

* 

y  contemplar  una  hermosa  cara  (i). 

Pocos  datos  poseemos  de  autores  pertenecientes  al  califato 
cordobés;  no  porque  no  existieran,  pues  parece  imposible  que 
por  lo  menos  en  la  edad  de  oro  cordobesa  no  contribuyeran  á 
su  explendor  los  malagueños.  O  se  perdieron  sus  memorias,  ó 
no  pude  yo  alcanzar  sus  noticias;  que  en  éstas  materias  no  bas- 
ta laboriosidad  y  buen  deseo  para  llegar  al  estudio  completo  y 
exacto  á  que  aspiro:  cuando  en  tantas  y  apartadas  bibliotecas 
pudieran  encontrarse  éstas  indicaciones,  imposible  és,  sin  gran 
valimiento  ó  cuantiosa  fortuna,  adquirirlas.  Aun  sin  contar  con 
ésto  muchas  allegué,  bien  curictsas  y  raras. 

Así  como  algunas  de  las  cortes  de  Taifas  fueron,  al  desmem- 
brarse el  imperio  ümeya,  asilo  de  vates  y  literatos,  la  malague- 
ña de  los  Hammudíes  contó  también  su  pléyade  de  sabios  y 
poetas.  Si  hubo  sultanes  de  aquella  ilustre  prosapia,  groseros 
y  bárbaros,  dignos  de  la  sangre  berberisca,  mezclada  en  sus  ve- 
nas con  la  del  Profeta,  también  los  hubo  amantes  de  la  ciencia 
y  enamorados  de  la  poesía. 
Sobre 

(i)    Schack,  Poesía  y  arte  de  los  ár.  en  Sicilia  y  Esp.,  T.  I,  pág.  247. 


570  MAuíoa  Musulmana. 


Sobre  todo  en  la  época  de  Idris  II  el  Ensalzado  por  Dios. 
Un  biógrafo  ilustre,  Aben  Alabbar,  celebra  á  éste  príncipe  entre 
los  hispano-musulmanes,  que  se  hicieron  notar  como  poetas,  y 
le  celebra  también  como  erudito. 

A  su  palacio  concurrían  los  poetas  y  gustaba,  como  iodos 
los  poderosos  musulmanes,  de  escuchar  sus  composiciones.  Con- 
servaban los  Hammudíes  en  su  corte  la  severa  y  pomposa  eti- 
queta de  los  orientales;  como  descendientes  de  Alí,  como  reto- 
ños de  la  familia  de  Mahoma,  colocados  por  ésto  sobre  los  de- 
más seres  humanos,  aquellos  califas  se  mostraban  poco  á  los 
ojos  de  su  pueblo,  y  rodeándose  de  cierto  misterio  daban  sos 
audiencias,  oculta  su  sagrada  persona  tras  de  una  cortina. 

En  cierta  ocasión  recibia  Idris  de  ésta  suerte  á  Abu  Zid  Ab- 
derrahman  ben  Makana  Alfendaki,  vate  de  Lisboa,  quien  al  re- 
citarle una  poesía  laudatoria  dijo: 

—Mientras  que  los  demás  mortales  fueron  creados  de  pol- 
vo y  agua,  los  descendientes  del  Profeta  fuéronlo  del  agua  más 
pura;  del  agua  de  la  justicia  y  de  la  piedad.  Don  de  profecía  des- 
cendió sobre  su  abuelo,  y  el  ángel  Gabriel  se  cierne  sus  cabezas. 
Semeja  la  faz  de  Idris,  comendador  de  los  creyentes,  al  sol  na- 
ciente que  deslumbra  con  sus  rayos  los  ojos  que  en  él  se  ñjan. 
A  pesar  de  ésto  ¡oh  príncipe!  para  aprovechar  vuestra  luz,  ema- 
nación de  la  que  corona  á  Dios,  quisiéramos  contemplar  vuestro 
rostro  (i). 

Idris  mandó  alzar  inmediatamente  la  cortina,  embriagado 
fot 

(I)     Casiri;  Bibl.  ár.  T.  II,  pig.  38.  Simonet;  Deteripcüm  del  reiito  de  Grm.,  pig. 
160.  Almakaii;  Analecle»,  T.  I,  pág.  2^  y  83.  Dozy;  Sist.  dea  mt».,T.  IV,  pág.6l. 


^   » 

Parte  tercera.  Capítulo  i.         571 


L    1  T    w  .up   um-. 


por  el  humo  de  la  lisonja  y  encantado  por  la  sabia  belleza  de 
I08  versQs. 

Ea  los  tiempos  de  la  dominación  Hammudi,  és  decir,  du- 
fftOte  la  primera  mitad  del  siglo  XI  de  J.  C,  nacieron  y  se  edu- 
fgajoQ  Qn  Málaga  muchos  autores,  de  los  cuales  voy  á  ocuparme. 

Merece  la  primacía  entre  ellos  un  escritor,  gran  filósofo,  gran 
po4ta,  apenas  conocido  en  España,  celebradísimo  durante  la 
Edad  Media»  y  no  menos  celebrado  actualmente  en  el  extran- 
jero. Que  no  por  ser  judío  y  referirse  ésta  Parte  de  mi  obra  á 
autores  exclusivamente  musulmanes,  he  de  olvidar  en  ella  el  al- 
to lugar  que  le  corresponde,  con  tanta  más  razón  cuanto  que 
alguna  de  sus  más  preciadas  obras  se  escribió  en  árabe,  y  su 
vida  estuvo  estrechamente  ligada  á  la  existencia  musulmana 
de  $u  tiempo. 

La  raza  hebreo-hispana,  aumentada  en  gran  manera  duran- 
te la  invasión,  y  en  los  primeros  siglos  del  señorío  alarbe,  con- 
tribuyó valiosamente  á  los  triunfos  de  los  agarenos  sobre  los 
cristianos.  Entregóse  después  en  los  dominios  muslimes  á  la  con- 
tratación,  especialmente  á  la  de  sedas  y  esclavos,  llevó  á  las 
artes  industríales  su  ingenio  sutil  y  su  actividad  infatigable,  cul- 
tivó las  ciencias  y  las  letras,  y  contribuyó  al  explendor  de  los 
buenos  tiempos  del  califato  Umeya,  viviendo  con  extraordina- 
ria prosperidad  en  Córdoba.  En  la  cual  corrieron,  á  mediados 
del  siglo  X|  bienhadados  tiempos  para  los  judíos  españoles,  y 
ano  para  algunos  otros  orientales,  que  trajeron  á  España  pre- 
ciados elementos  de  civilización. 

Bajo  Abderrahman  III,  en  los  gloriosos  dias  de  Alhaquem 

76  Il.y 


572 


■M'AiAGA  Musulmana. 


II,  y  durante  el  gobierno  del  gran  Almanzor,  ya  por  la  medici- 
na, ya  por  la  riqueza,  ya  por  su  habilidad  administrativa,  los 
judíos  obtuvieron  singular  privanza  en  la  corte  cordobesa,  con 
la  cual  aumentaron  sus  bienes  y  su  influencia  en  el  Estado, 
atrayendo  de  Oriente  nuevas  familias  que  se  establecieron  en 
nuestra  patria. 

Por  entonces  si  la   ciencia  y  la  habilidad  los  encumbraroa 
entre  pueblos  que  les  mei  ban  en  el  fondo  de  sus  almas, 

BU  prosperidad,  como  siemp         i.  sucedido,  como  en  la  actua- 


lidad acontece,  pe 
miento  y  dt       e        que 
entre  las  j 

el  carácter  ren  y  c 

Por  otra  p;       ,  b 


:blemente.  Pues  al   aborreci- 
ban  añadíase  la  envidia,  que 
an  sus  riquezas,  agravada  por 
os  agarenos. 
i  obligaran  las  circunstancias, 


rbien  por  impruder  ,  c  indo  a  uel  imperio  cordobés,  que  ha- 
bía llegado  á  imponer  su  voluntad  desde  el  «xtreaio  Nwte  de 
España  hasta  las  arenosas  regiones  del  desierto  africano,  sedes- 
plomó  miserablemente,  tomaron  los  judíos  partido  en  las  saa* 
grientas  luchas,  que  á  principios  del  siglo  V  de  la  Hegira,  XI 
de  nuestra  Era,  dividieron  á  los  muslimes  españoles. 

Su  ruina  fué  entonces  completa;  cuando  los  berberiscos 
asesinaban  y  saqueaban  á  sus  correligionarios  los  árabes,  (i) 
mayor  placer  habían  de  sentir  al  saciar  su  codicia  y  ensangren- 
tar sus  manos  en  aquella  enemiga  y  ruin  gente,  universalmente 
despreciada.  Entonces  tos  judíos  que  escaparon  á  tantos  desas- 
tíes 


11)    Dereinbourg,  Opuscutea  et  traites  d'Aboul  'Walid  Merwm  iba  i^^oMoA  de  Ca^ 
áóue,  pág.  Xll. 


Parte  tercera.  Capítulo  i.  573 


tres  se  refugiaron  en  diversas  ciudades  españolas,  quien  en  Za- 
ragoza, como  Rabbi  Jónah  ben  Ganah,  quienes  en  Málaga, 
como  Samuel  ben  Nagdela,  del  cual  me  he  ocupado  anterior- 
mente. 

Bien  fuese  de  las  familias  hebreas  que  se  acogieron  enton- 
ces— 1013 — á  Málaga,  bien  de.  otras  avecindadas  antes  en  ésta, 
aació  de  padres  judíos,  el  año  102 1  de  nuestra  Era,  Salomón  ben 
Iehuda  ben  Chebirol,  conocido  entre  alarbes  por  A  bu  Ayub  So* 
Uiman  ben  Yahya  ben  Chebirul. 

La  vida  de  éste  varón  insigne  és  apenas  conocida.  La  mi- 
serable existencia  que  á  la  gente  de  su  casta  imponia  el  fana- 
tismo musulmán,  por  aquel  tiempo  prepotente  en  las  regiones 
andaluzas,  el  menosprecio  público  que  hería  profundamente  la 
dignidad  del  hombre,  y  el  odio  popular  que  les  amenazaba  de 
muerte,  mantuvieron  á  los  hebreos  españoles  de  elevada  ilustra- 
ción é  inteligencia  separados  del  mundo;  vivian  alejados  de  la 
sociedad,  absortos  en  sus  meditaciones,  olvidados  de  la  vida 
terrena,  entregados  á  esas  dulcísimas  horas  de  estudio,  en  las 
que  el  espíritu  se  arranca  á  las  miserias  de  la  existencia,  para 
deleitarse  en  la  contemplación  ó  en  la  investigación  de  la  ver- 
dad. 

Por  ésto  no  conocemos  por  extenso  las  vidas  de  muchos  cé- 
lebres hombres  hispano-judíos;  las  vidas  y  muchas  de  sus  obras. 
¡Tristes  efectos  del  fanatismo  y  de  la  intolerancia  religiosa, 
cuya  deletérea  influencia  se  prolonga  á  través  de  innumerables 
generaciones! 

Respecto  de  la  de  Aben  Chebirol  solo  sabemos,  además  de 

su 


574  Málaga  Musulmana. 


su  nacimientOi  que  residió  algún  tiempo  en  Córdoba  y  que  se 
educó  en  Zaragoza.  Durante  su  estancia  en  ésta  ciudad^  pare* 
ce  que  no  fué  feliz;,  no  se  encontraba  en  ella  en.su  eiementOi  ni 
el  carácter  de  los  que  le  rodeaban  estaba  á  la  altura  de  su  ele- 
vacion  de  ideas.  En  Zaragoza  la  casta  judía  era  poco  nuinerosai 
no  existían  en  ella  eruditos,  ni  ingeniosos  intérpretes  de  la,  Bi« 
blia,  ni  academias  de  letras  hebreas.  Aben  Chanah,  otro  ¡ndiú 
célebre,  no  se  cansaba  de  estigmatizar  la  ignorancia  y  la  rude- 
za  de  la  gente  zaragozana.  Aben  Chebirol  en  una  de  sus  poesías 
pinta  su  situación  y  el  estado  de  su  ánimo,  profundamente  con- 
tristado en  aquellos  desventurados  momentos;  el  dolor  pone  que- 
jidos lastimeros  y  amargos  sarcamos  en  los  labios  del  poeta  (í): 

«¿A  quien  hablaré  al  despertarme?  ¿A  quien  contaré  mi  pe* 
sar?» 

tSi  hubiera  un  hombre  compasíivo  qne  estrechara  mi  mano, 
desahogaría  mi  corazón  en  su  setío  y  le  diría  parte  de  nú  duelo.» 
«Quizás  hablando  de  mi  dolor  se  calmaría  un  poco  mi  turba- 
ción.» 

«¿Se  puede  vivir  en  medio  de  una  gente  queconfuadesu  ma» 
no  derecha  con  la  izquierda?»^ 

«Estoy  enterrado;  más  nó  en  el  llano;  mi  casa  és  mi  féretrcx»' 

«Sus  antepasados  no  merecian  servir  de  perros  á  mis  reba- 
ños; nunca  se  ruborizan,  á  no  ser  que  se  pinten,  el  rostro  cós 
arrebol.» 

«Se  estiman  por  gigantes  y  se  me  representan  como  langoi* 
tas.» 


Reinaba 


(i)    Derembourjí,  Ibideni,  pág.  XVI. 


Parte  tercbrí^.  Capítulo  i.  ¿75 

Reinaba  por  éste  tiempo  en  Zaragoza  Mondzir  ben  Yahya, 
y  era  uño  de  los  principales  ornamentos  de  su  corte  Yecutiel 
ben  Hassan,  de  quien  algunos  creen,  sin  niucho  fundamentOi 
que  íué  un  célebre  astrónomo  del  siglo  X,  y  que  és  muy  proba- 
ble fuella  hijo  de  éste,  instruido  por  su  padre  en  astronomía. 
Yeoutiel  que  al  decir  de  sus  coetáneos,  era  hombre  amable  y 
benévolo,  rico,  generoso  é  influyente,  empleaba  toda  su  valía  en 
protejer  las  ciencias  y  las  letras;  llevado  de  tan  buenas  inclina- 
ciones amparó  á  Aben  Chebirol,  haciéndose  con  sus  beneficios 
acreedor  á  los  singulares  elogios  que  le  dirigió  éste,  por  enton- 
ces en  la  flor  de  la  juventud. 

En  430  de  la  Hegira,  de  1038  á  1039,  á  la  caida  de  Mond- 
zir ben  Yahya,  Yecutiel  fué  bárbaramente  asesinado  por  el  po-, 
pulacho.  Este  desastre  hizo  rebosar  el  cáliz  de  la  amargura  en 
el  corazón  del  poeta,  profundamente  lacerado,  y  dedicó  á  su 
venerada  memoria  una  poesía,  en  la  que  celebraba  por  todo  ex-, 
tremo  á  su  desventurado  protector,  loando  su  generosidad,  tan 
extensa  como  el  mar ^  su  rectitud  y  su  sabiduría  en  la  ciencia  dé 
Dios. 

Desde  éste  suceso  nada  he  podido  averiguar  acerca  de  la 
vida  y  hechos  de  Aben  Chebirol;  tan  solo  sé  que  murió  en  Va-: 
léncia  en  1070,  dominando  en  ésta  ciudad  Yahya  Almamun  rey 
de  Toledo. 

La  tradición,  concentrando  en  una  poética  leyenda  el  con- 
cepto que  de  él  tenían  sus  correligionarios  los  hebreos,  por  la 
dulzura  de  sus  versos  y  la  hermosura  de  sus  conceptos,  relata  ib 
siguiente: 

Cierto 


:s  obras  denuestrocompatrio- 
iportancia,  mucha  mayor  am- 
le  eo  el  estrecho  límite  á  que 


Cierto  magnate  moro  valenciano,  celoso  de  las  dotes  poéti- 
as  de  Aben  Chebirol  dióle   muerte  á  hierro,  sin  que  nadie. se 
apercibiera  de  su  inicua  acción;  para  ocultarla  enterró  á  su  míc- 
o  una  higuera  de  su  huerto.    Desde  entonces  el  árbol 
«omenzci  á  producir  frutos  de  tan  extraordinaria  magnitud,  tan 
ilces,  sanos  y  sabrosos,  que  el  moro  hubo  de  regalarlos  al  sul- 
\  tan.  Asombrado  éste  interrogó  diestramente  al  asesino,  quien 
estrechado  por  sus  pregue  ise,  y  revelado  su  crimen,  pa- 

gólo con  la  vida. 

Voy  á  entrar  en  el  examen  d< 
ta;  las  cuales  merecían,  dada  su 
ptíacion  de  la  que  puedo  concc 
me  he  reducido.  Pues  si  se  trata  de  las  poéticas  reflejan  la  situa- 
ción de  ánimo  en  que  se  hallaba  la  parte  más  inteligente  déla 
sociedad  en  el  siglo  XI;  espresion  también  y  manifestación  bellí- 
sima de  los  sentimientos  religiosos  de  una  raza  proscripta,  senti- 
mientos quesehanperpetuadoochosiglosá  través  demultiplica- 
doscambios  y  desventuras,  resonando  todavia  sus  patabrasenlas 
sinagogasjudíaseuropeasdurante  las  más  solemnes ceremoniasy 
festividades.  Si  del  filósofo  se  trata  tendría  que  detenerme  á  to- 
car, cual  él  lo  ha  hecho,  los  más  recónditos  problemas,  agitados 
por  la  humanidad  desde  las  primeras  horas  de  su  existencia; 
extenderme  en  la  admiración  que  inspira  ver  en  las  ciudades  es- 
pañolas del  siglo  XI  á  un  pensador  insigne,  meditando  en  éstos 
problemas,  guiado  su  entendimiento  por  los  destellos  de  la  cultora 
griega,  mientras  estaba  suspendida  sobre  su  existencia,  como  nn 
ave  de  rapiña,  la  bárbara  voluntad  de  un  reyezuelo  despótico; 

mientras 


Parte  tercera.  Capítulo  i.  577 

mientras  resonaba  en  las  calles  la  algazara  feroz  de  las  turbas 
berberiscas,  entregadas  á  la  carnicería,  al  saqueo  y  al  incendio; 
mientras  que  la  ignorancia  envolvia,  cual  una  densa  niebla,  el 
Continente  europeo.  Cuadro  bien  hermoso  para  ejecutado  podia 
^eréste,  en  el  que  supliera  la  grandeza  del  asunto  á  la  habilidad 
del  pintor;  pero  tengo  que  renunciar  á  presentarlo  aquí  en  toda 
su  extensión,  reduciéndolo  considerablemente. 

No  seguiré  en  él  la  marcha  adoptada  por  otros  escritores 
<jue  lo  han  tocado:  voy  á  ocuparme  primero  del  filósofo  que  del 
poeta;  primero  de  las  obras  que  tuvieron  sus  dias  de  vega  y  de 
aplausos,  para  perderse  entre  las  de  centenares  del  mismo  gé- 
nero; después  trataré  de  aquellas  otras  que  se  han  perpetuado 
hasta  hoy,  y  que  se  conservan  piadosamente  como  exquisitas 
producciones  de  arte. 

La  más  importante  de  ellas,  la  que  mayor  renombre  le  con- 
siguió entre  cristianos  y  judíos  en  los  tiempos  medios,  fué  la  que 
publicó  en  árabe,  denominándola  (i)  Fuente  de  la  Vida^  proba- 
blemente  üL^t  ^j^^^» 

El  asunto  principal  de  ésta  obra  és  exponer  filosóficamente 

las 


(1)  El  texto  árabe  de  ésta  obra  se  ha  perdido,  pero  se  nos  ha  conservado  un  resumen 
«n  hebreo,  hecho  en  el  siglo  XIII  por  Schem  Tob  ben  Falaquera,  filósofo  judio,  el  cual 
más  bien  que  un  resumen  se  supone  con  fundada  razón  que  és  una  traducción  literal  de 
las  partes  más  importantes  del  original,  cuyo  titulo  interpreta  con  las  palabras  Mekor  hay^ 
yim.  Existo  también  de  ésta  obra  una  traducción  latina,  titulada  Fona  vUae  en  la  Bibliote- 
ca nacional  de  París,  fond  St.Victors,  número  92.  Dábase  generalmente  al  autor  de  Iti  Fuen- 
te deVida  el  nombre  de  Avicebron,  que  el  sabio  oríentalista  judio  Munk  demostró  que  era 
Aben  Ghabirol.  Antes  que  él  habia  ya  indicado  el  español  Rodrigues  de  Castro  en  su  Bif 
blioieca  Eepañolüj  T.  I^  pág.  10,  Madrid  17Si,  que  ésta  obra  perteneda  á  Aben  Ghebirol; 
dando  de  ella  alguna  curiosa  indicación,  dice  que  está  citada  en  el  TcUmtíd  judio  de  Grit- 
tianGerson,  que  la  menciona  Buxtorf  en  su  Biblioteca  rabinicay  y  que  vulgarmente  se  le 
atribuía  á  Rabbi  Samuel  Sarsa,  que  rivia  hacia  el  año  1490. 


578  Málaga  Musulmaíía. 


las  ideas  de  materia  y  forma.  Chebirol  desenvolviendo  sw  ideas 
y  recorriendo  sus  diferentes  grados  llega  hasta  las  noeione$  de 
una  materia  y  de  una  forma  universal,  que  lo  comprendas  tp4Q, 
escepto  Dios,  pues  para  él  el  alma  y  las  sustancias  s^raples 
tienen  su  materia. 

Divídese  la  obra  en  cinco  tratados,  siendo  el  asunto  de  ca- 
da  uno  de  ellos  el  siguiente:  en  el  I  dar  á  conocer  lo  que  debe 
entenderse  por  materia  y  forma;  en  el  II  trata  de  la  materia  re- 
vestida de  forma  corpórea;  en  el  III  determina  |a  existencia  de 
substancias  simples  intermediarias  entre  Dios  y  el  mando  cor- 
póreo; en  el  IV  tiende  á  probar  que  éstas  substancias  simples 
se  componen  de  materia  y  forma;  el  último  se  ocupa  de  la  ma- 
teria universal  y  de  la  forma  universal,  és  decir  de  la  idea  de 
materia  y  forma,  tomada  en  su  sentido  más  general,  y  aplicada 

r 

tanto  á  las  sustancias  simples  como  á  las  compuestas.  Sobre 
éstas  extiende  su  poderío  la  Voluntad^  primera  manifestación  de 
Dios,  de  la  cual  dimanan  todas  las  formas. 

La  Fuente  de  Vida  és  puramente  analítica,  su  argumentación 
aparece  muy  complicada  y  sutil;  sus  demostraciones  son  difu- 
s^s,  procurando  encubrir  con  su  número  lo  flaco  de  algunas  pre- 
misas. Ofrece  también  demasiada  proligidad  y  frecuentes  re- 
peticiones (i). 

¿De  dónde  provinieron  las  doctrinas  de  Aben  Chebirol? 
Tres  influencias  principales  dominan  en  ellas;  1^  de  las  creen- 

ciaa 


(i)  He  aqui  el  sistema  íilos/jtíco  que  resulta  de  (^ste  libro,  según  el  autor  que  m^r 
y  más  estensamente  lo  ha  estudiado;  Munk,  Melanges  de  Philo$ophie  juive  et  ara6e,  pir 
gina  227: 

«I^  ciencia  Ijletaf.sica,  que  debe  ser  precedida  por  la  Lógica  y  del  estudio  del  aluia  y 
de  sus  facultades,  tiene  por  lín  tres  cosas;  el  conocimiento  de  la  materia  y  de  la  forma^  el 


Partb  tercera.  Capítulo  i.  sjg. 


«cías  religiosas  judías,  las  ideas  arístotélicas  introducidas  entre 
los  árabes»  y  la  filosoña  alejandrina. 

Ligado  á  las  primeras  influencias  tuvo  que  aceptar  el  dogma 
fundamental 

de  la  Voluntad  divina  6  la  Palabra  Creadora^  y  el  de  la  substancia  prímera  ó  sea  Dios.  El 
hombre  podrá  apreciar  imperfectamente  ésta  última,  y  és  imposible  que  la  alcance  solo 
por  la  especulación  filosófica. 

La  Voluntad  primera,  causa  eficiente  que  contiene  en  su  esencia  la  forma  de  todas  las 
cosas,  media  entre  Dios  y  el  mundo.  No  és  de  la  Inteligencia  de  quien  dimana  el  mundo, 
sino  de  la  Voluntad,  és  dedr,  que  la  Creación  no  és  una  necesidad  sino  un  acto  libre  de 
la  Ditnnidad,  Dios  dá  libremente  al  mundo  la  perfección  que  quiere  darle,  y  según  ha 
dicho  Aben  Ghebirol  en  muchas  partes  de  su  obra,  lo  que  el  mundo  exterior  recibe  de  la 
Voluntad,  és  bien  poca  cosa  en  comparación  de  lo  que  és  la  Voluntad  misma.» 

«La  Voluntad  divina  se  manifiesta  gradualmente  en  diferentes  hypostasisj  y  procede 
sucesivamente  de  lo  simple  á  lo  compuesto,  d 

«La  emanación  prímera  y  directa  de  la  Voluntad  divina  és  la  matería  con  la  forma  en 
su  mayor  universalidad.  La  matería  universal  abraza  á  la  vez  el  mundo  espirítual  y  el  cor- 
poral; ésta  potencia  ó  facultad  de  ser  existe  en  todo  lo  existente^  fuera  de  Dios,  el  ser  ab- 
soluto siempre  en  acto.  Esta  matería  recibe  de  la  Voluntad  la  existencia,  la  unidad  y  subs- 
tandalidad,  que  constituyen  la  forma  más  universal.» 

«Es  la  forma  la  unidad  secundaría,  emanación  inmediata  de  la  unidad  prímera  y  abso- 
luta; és  la  especie  más  general  ó  la  especie  de  las  especies.  Esta  forma  universal  la  con- 
sidera Aben  Ghebirol  algunas  veces  en  si  misma,  como  una  de  las  substancias  simples,  pe- 
ro generalmente  la  identifica  con  la  inteligencia  universal,  que  llama  la  seyunda  uni- 
dady  y  que  sirve  de  unión  y  lazo  á  todas  las  formas.  En  efecto  la  unión  entre  la  forma 
universal  y  la  matería  universal,  abstracción  hecha  de  la  substancia  que  ésta  unión  cons- 
tituya, és  algo  puramente  ideal;  1  o  que  naco  desde  un  príncipio  de  ésta  unión,  és  la  subs- 
tancia del  intelecto;  de  modo  que  la  forma  universal  en  acto  no  és  más  que  la  substancia 
del  intelecto.» 

cEl  intelecto  universal,  en  el  que  reside  la  forma  en  toda  su  universalidad,  és  pues  la 
emanación  más  directa  de  la  Voluntad  ó  la  prímera  hyposlasi.  A  contar  desde  ella  el 
universo  se  particularíza  cada  vez  más.  Tenemos  por  otra  parte  como  segunda  hypostasi 
el  alma  universal,  que  en  el  macrocosmoy  ó  sea  el  universo,  se  manifiesta,  como  en  el  mt- 
crocosmoy  ó  sea  el  hombre,  bajo  tres  distintas  formas.  Siendo  en  si  misma  principio  de 
vida  se  refiere  al  intelecto  por  el  alma  racional,  mientras  que  por  la  facultad  nutrí tiva  se 
refiere  á  la  Naturaleza,  Esta  última  no  és,  como  entre  los  Peripatéticos,  la  ley  inherente 
al  universo,  y  que  se  manifiesta  en  el  organismo  del  mundo,  sino  una  substancia  simple 
fuera  del  mundo  corpóreo,  una  fuerza  superíor  que  produce  y  gobierna  éste  mundo,  y  le 
impríme  sobre  todo  el  movimiento;  á  ésta  fuerza,  en  relación  más  directa  con  el  mundo 
sensible  que  las  substancias  superiores  del  alma  y  del  intelecto,  podiasele  llamar,  según 
una  expresión  más  moderna  la  naturaleza  naturante,  por  oposición  al  mundo  de  la  cor- 
poreidad 6  sea  la  naturaleza  naturalizada,  que  comienza  en  la  esfera  celeste  superíor, 
llamada  la  esfera  circundante.  Pero  se  vé  que  ésta  naturaleza  naturante,  no  está  como  en 
eü  sistema  de  Giordano  Bruno  y  en  el  de  Espinosa,  identificada  con  la  substancia  prímera 

77 


58o  Málaga  Musulmana. 

fundamental  del  judaismo,  és  decir,  la  creación  del  mundo  de 
la  nada,  mediante  la  voluntad  divina.  Todo  el  sistema  de  Aben 
Chebirol  respira  las  ideas  de  matena  y  forma  de  Aristóteles  que 


6  Dios,  y  que  por  el  contrario  es  una  de  sus  hyposhuis  inferiores,  las  cuales  se  ei 
bajo  la  dependencia  de  las  superiores  que  sobre  ella  obran.» 

sLa  substancia  déla  Naturaleza,  última  de  las  substancias  simples,  forma  el  limite  en- 
tre el  mundo  espiritual  y  el  sensible;  de  ella  emana  el  mundo  corpárso,  eu  el  cual  diatiii- 
guimos  igualmente  diversos  grados,  pasando  siempre  de  lo  mis  simple  &  lo  mis  compuM- 
to.  Aqu!  és  donde  comienzan  el  tiempo  y  el  espacio;  el  lugar  propiamente  dicho  A  el  ei- 
pacio  és  un  accidente  que  nace  en  la  estremidad  inferior  de  la  forma.  Ante  todo  es  el  cie- 
lo imperecedero  con  sus  diversas  esferas,  y  en  seguida  el  mundo  sublunar,  A  sea  el  dd 
nacimiento  y  de  ladcsíníccion.r 

lA  éste  sistema  de  emanación  se  refiere  lo  que  Aben  Chebirol  afirma  de  las  diversas 
materia».  En  las  difcrciites  gradaciones  del  Ser,  establecida  por  él,  podemos  distinguir 
cuatro  materias  universales,  colocadas  las  unas  con  las  otras,  y  que  se  parliculariían  más 
y  más,  á  medida  que  se  desciende  desde  lo  alto  liácia  abajo:  I,"  la  materia  universal  abso- 
luta ó  la  que  á  la  vez  abraza  el  mundo  espiritual  y  el  corporal,  és  el  iubatraetwn  general 
de  todo  lo  existente  fuera  de  Dios.  2."  La  materia  universal  coi^oral  ó  la  que  sirve  de 
snbstractum  á  las  formas  de  la  corporeidad  y  de  la  cuantidad,  y  que  abraza  al  par  que  las 
esferas  celestes  el  mundo  sublunar.  3,"  La  materia  común  á  todas  las  esferas  celestes. 
4.-*  La  materia  universal  del  mundo  sublunar  ó  la  de  los  elementos,  esfera  de  la  contin- 
gencia, á  la  cual  llama  nuestro  autor  la  matena  general  natwal.  A  cada  una  de  éstas 
cuali'o  materias  corresponde  una  forma  universal,  y  las  formas  c^mo  las  materias  se  par- 
ticularizan y  se  corporifican  cada  vez,  mientras  más  se  desciende  en  la  escalade  loa  seres.* 

<iLa  forma  puede  ser  considerada  bajo  dos  puntos  de  vista;  primeramente  como  lo  que 
constituye  el  ser  de  la  materia,  dándole  la  unidad  y  la  substancial  ¡dad;  después  como  lo 
que  particulariza  y  determina  la  materia  y  lo  que  constituye  géiterot  y  e$peeie».  B^jo  el 
primer  punto  de  vista,  lo  que  és  superior  en  la  serie  de  las  emanaciones  presta  fueraa*  i 
lo  que  és  inferior,  y  éste  último  és  el  «ubstroctumó  la  matena.  Bajo  el  sqpindo  punto 
de  vista  puede  considerarse  al  sujierior  como  una  materia  que  se  individualiza  cada  ta 
más  y  se  determina  por  el  inferior.  Partiendo  por  ejemplo  de  la  forma  del  intelecto,  qne 
és  la  universal,  vemos  que  constituye  el  ser  de  todas  las  substancias  inferiores,  y  en  todu 
éstas  substancias  se  encuentra  también  la  misma  relación  de  forma  y  materia;  pero  par- 
tiendo de  la  materia  universal  y  considerando  la  forma  como  lo  que  la  determina  j  par- 
ticulariza, se  hallará  que  el  inferior  és  la  forma  de  lo  que  és  superior.  La  materia  és  pnea 
más  latente  que  la  forma,  que  sirve  para  determinarla  é  individualizarla,  pues  el  inferior 
en  la  serie  de  las  emanaciones  está  siempre  cada  vez  más  maniflesto,  y  sirviendo  de  forma 
determina  lo  que  le  és  superior.  Ast  por  ejemplo  la  cuantidad  es  una  fonos  por  k 
substancia,  mientras  que  és  una  materia  por  el  color  y  la  hgura.  En  resumen,  pues,  la> 
formas  en  general  ton  de  dos  especies:  Us  unas,  sustituyendo  la  esencia  de  toda  com, 
■on  coiBtuiea  á  todo  lo  que  ha  surgido  de  la  Voluntad  dinína,-  las  otras,  limitando  cada  vei 
mis  el  «ér,  varían  i  cada  grado  de  la  escata  de  los  seres.  La  primera  de  éstas  dos  especie* 
M  anterior  í  U  segunda;  porque  la  materia  tiene  primeramente  la  facultad  cte  ser  en  ge- 
neral, y  mIo  cuando  está  revestida  de  las  formas  de  existencia  y  de  substancia  és  cuando 
Ocft  i  nmitituir  una  btcultad  de  ser  tal  ó  tal  cosa.» 


Parte  tercera.  Capítulo  i.  581 


un  siglo  antes  pusieron  en  voga  las  obras  de  Alfarabi;  \^  Lógica 
de  aquel  pensador  insigne  se  encuentra  indicada  á  cada  paso,  y 
8U  Física  y  Metafísica  han  dejado  numerosos  vestigios  en  la  obra 
del  judío  malagueño. 

Pero  en  ésta  las  doctrinas  neoplatónicas  constituyen  la 
influencia  predominante;  la  de  la  emanación,  según  la  cual  to- 
do lo  existente  ha  nacido  de  un  principio  absolutamente  simple 
y  únicoi  por  medio  de  cierta  especie  de  efusión  y  radiación. 
Aben  Chebirol  coloca  la  ciencia  suprema,  el  conocimiento  del 
primer  agente,  Dios,  fuera  de  los  límites  de  la  inteligencia  hu- 
mana; el  hombre  para  acercarse  á  él  tiene  que  romper  los  lazos 
que  le  ligan  á  la  naturaleza;  solo  por  un  éxtasis  místico  se  une 
el  alma  con  Dios,  y  para  llegar  al  éxtasis  se  necesita  el  concur- 
so  de 

cFormando  todo  el  Universo  un  solo  individuo,  la  parte  superior  es  el  prototipo  de  la 
inferior,  y  por  ésta  última  podemos  juzgar  de  la  primera  y  penetrar  en  sus  misterios.  Mien- 
tras más  se  sube  más  insuficientes  son  nuestros  conocimientos.  La  Voluntad  és  impenetrable 
á  nuestra  sola  inteligencia,  y  no  podemos  llegar  á  C(>nocerla  más  que  por  una  especie  de 
extáfiSj  que  nos  coloca  en  el  mundo  de  la  divinidad.  La  substancia  primera  nos  és  inaccesi- 
ble, y  no  podríamos  conocerla  sino  fuera  por  medio  de  las  acciones  que  de  ella  emanan, 
sinriendo  de  intermediaria  la  Volunt<id.i» 

cEs  evidente  que  la  especulación  arrastra  á  nuestro  autor  hacia  el  panteismo,  y  la  con- 
secuencia lógica  de  su  sistema  sería  considerar  á  la  matería  ó  la  substancia  una  como  pre- 
existente. Por  otra  parte  el  dogma  obliga  á  Aben  Chebirol  á  admitir  un  Dios  Creador;  on 
efecto  vemósle  profesar  abiertamente  ésta  idea  en  muchos  lugares  por  la  creación  ex- 
fUhüo.  Pero  se  le  observa  visiblemente  dudoso  cuando  debe  explicar  la  Creación  y  definirla; 
Temósle  entonces  recurrir  á  imágenes^  de  las  que  resulta  evidentemente,  que  en  su  concep- 
to la  Creación  se  reduce  á  la  impresión  de  la  forma  en  la  matería,  impresión  emanada  de  la 
Voluntad.  Sea  de  ésto  lo  que  quiera,  lo  que  Aben  Chebirol  llama  Creación  se  limita  á  la 
matería  universal  yá  la  forma  universal;  lo  que  viene  después,  tanto  el  mundo  espirítual 
como  el  corporal,  procede  únicamente  por  via  de  emanación  suelva,  pues,  según  nues- 
tro filosofo,  la  efusión  primera  que  abraza  todas  las  substancias^  hace  precisa  la  efusión 
de  los  substancias  unas  en  otras.  De  aquí  se  deduce  que  la  Creación,  tal  cual  la  admite 
Aben  Chebirol,  no  puede  caer  ó  perecer  en  el  tiempo,  porque  nada  en  el  mundo  superíor, 
és  decir  en  el  de  las  substancias  simples,  cae  en  el  tiempo,  t 

«No  se  puede  por  tanto  decir  que  Aben  Chebirol  se  declare  abiertamente  panteista, 
ni  que  admita  la  Creación,  como  en  general  la  entienden  los  teólogos  judies,  sino  que  fluc- 
tiia  constantemente  entre  ambos  sistemas.» 


S82  Malaga  Musulmana. 


so  de  la  meditación  y  las  prácticas  morales;  hé  aquí  la  facultad 
contemplativa,  según  los  alejandrinos,  por  la  cual  el  hombre 
puede  elevarse  hasta  la  unidad  absoluta. 

Si  Aben  Chebirol  no  conocia  las  obras  de  Plotino  y  de  Pro- 
<:lo,  conocia  su  filosofía  hasta  en  sus  menores  detalles,  tomándo- 
la, á  lo  que  parece,  de  ciertas  obras  seudónimas,  atribuidas  por 
los  musulmanes  á  pensadores  antiguos,  que  no  eran  más  que 
compilaciones  neoplatónicas. 

Pero  el  filósofo  malagueño  no  siguió  servilmente  aquellas 
ideas,  sino  que  las  alió  con  las  religiosas  que  profesaba,  impri- 
miéndoles cierto  sello  de  originalidad. 

Examinemos  ahora  la  influencia  que  tuvo  la  obra  de  Aben 
Chebirol  en  el  movimiento  filosófico. 

Extendida  por  España  la  filosofía  aristotélica  con  los  libros 
de  Avicena,  y  dado  el  poco  caso  que  los  musulmanes  hacían  de 
las  obras  judaicas,  ningún  rastro  dejó  la  Fuente  de  Vida  en  las 
producciones  de  los  principales  pensadores  alarbes. 

No  así  entre  los  judíos,  pues  mereció  que  algunos  le  conce- 
dieran  grandes  elogios  y  reprodujeran  sus  ideas,  mientras  que 
otros  le  atacaran  rudamente,  con  especialidad  Abraham  ben  Da- 
vid ha  Levi,  quien  en  su  libro,  la  Fé  Sublime^  trató  de  concor- 
dar la  religión  hebrea  con  la  filosofía  aristotélica.  El  misticismo 
de  Aben  Chebirol,  que  se  avenia  mal  con  éstas  preponderantes 
y  positivas  ideas,  acabó  de  desacreditarlo,  hasta  el  punto  que 
Maimonides  ni  siquiera  le  cita.  Apesar  del  estracto  que  Schem 
Tob  ben  Falaguera  hizo  de  la  Fuente  de  Vida^  no  contribuyó  á 
salvarla  del  olvido;  tanto  que  al  espirar  el  siglo  XIII  era  com- 
pletamente 


Parte  tercera.  Capítulo  i,  583 


pletamente  ignorada  entre  los  judíos  españoles,  aunque  se  cree 
que  por  ella  conocieron  los  Cabalistas  la  filosofía  alejandrina. 

La  celebridad  que  no  alcanzó  entre  sus  correligionarios,, 
•consiguióla  entre  los  cristianos.  Estos,  desconociendo  cuasi  su 
vida  y  completamente  su  nombre,  pues  le  llamaban  Avicebron» 
•diéronle  una  fama  inmensa.  Hacia  la  mitad  del  siglo  XII  el  ar- 
chidiácono Dominicus  Gundisalvi,  ayudado  por  el  judío  Juan 
Abendeath  traducía  su  libro,  en  el  cual  se  dice  que  bebieron  sus 
Jieréticas  doctrinas  Amaury  de  Chartres  y  David  de  Dinant. 

Aunque  ésto  último  no  sea  exacto,  lo  indudable  és  que  la 
Fuente  de  Vida  produjo  gran  sensación  en  las  escuelas  cristianas 
del  siglo  XIII,  y  que  su  celebridad  se  prolongó  hasta  el  Rena- 
cimiento. Alberto  el  Grande  combatió  sus  opiniones  fundamen- 
-tales,  y  tenia  tan  alta  idea  de  su  autor,  llegaba  hasta  él  su  nom- 
bre rodeado  de  tan  explendente  aureola,  que  considerando  lo 
flaco  de  sus  doctrinas  creia  que  se  las  habian  atribuido  falsa- 
mente. 

Santo  Tomás  de  Aquino  le  combate  también  rudamente. 
Por  el  contrario  Duns  Scoto  adoptó  gran  parte  de  sus  opinio- 
.nes;  por  tanto  el  nombre  de  Avicebron  resonó  muchas  veces  en 
ilas  controversias  de  Tomistas  y  Scotistas;  aun  en  el  siglo  XVI 
era  conocido  por  los  neoplatónicos  italianos,  especialmente  por 
^Giordano  Bruno. 

En  resumen  Aben  Chebirol  no  hizo  más  que  apropiarse  los 
iresultados  de  una  filosofía  extrangera;  pero  sometiéndolos  á  sus 
•coavicciones  religiosas,  dióles  un  intenso  carácter  de  originali- 
•dad.  Esto  le  distingue  de  los  pensadores  sus  coetáneos,  árabes  y 

judíos. 


584  Málaga  Musulmana. 


judios,  y  de  los  que  le  signieron:  mas  no  previo  las  consecuen- 
cias de  sus  doctrinas;  no  previo  que  de  ellas  nada  directamente 
el  panteismo,  cuya  idea  repugMiba  sin  duda  profundamente  á  su 
conciencia. 

Además  de  ésta  obra  escribió  nuestro  autor  un  tratado  de 
Moral,  titulado  Corrección  de  Costumbres j  en  el  cual  considera  las 
virtudes  y  los  vicios  en  relación  con  los  cinco  sentidos  corpo- 
rales. 

£1  más  noble  de  éstos  para  él  és  el  de  la  vista,  con  el  cual 
relaciona  el  orgullo  y  la  humildad,  el  pudor  y  la  impudencia; 
sigúele  el  oído,  al  cual  se  refieren  amor  y  odio,  piedad  y  cruel- 
dad; están  en  relación  con  el  olfato  la  cólera  y  la  bondad,  la  en- 
vidia y  el  celo;  liga  al  sentido  del  gusto  la  alegría  y  la  trísteza, 
la  calma  y  el  arrepentimiento,  y  con  el  del  tacto  la  generosidad 
y  la  avaricia,  el  valor  y  la  cobardía.  Entre  todas  éstas  cualida- 
des primordiales  señala  Aben  Chebirol  otras  intermedias,  afir- 
mando que  las  buenas  pueden  transformarse  en  malas  por  la  exa- 
geración. 

Es*  éste  libro  un  manual  de  moral  popular,  fundamentado 
más  que  en  un  raciocinio  propiamente  filosófico,  en  inducciones 
sacadas  de  pasages  de  la  Biblia  y  en  observaciones  sobre  las  es- 
presiones figuradas  del  lenguage  vulgar  (i). 

Atribuyese  también  á  Aben  Chebirol  otro  tratado  de  Moral, 
que  escribió  en  árabe  y  dividió  en  sesenta  y  cuatro  partes,  titu- 
lándole Perlas  Escogidas:  algunos  autores  dicen  que  pertenece 
éste 

(i)  Esta  obra  se  escribió  en  Zaragoza  en  1048,  se  hizo  una  edición  de  ella  en  Riva  de 
Trento  |K)r  Marcariah  en  1562.  A  su  manera  escribió  el  Hermano  Lorenzo  Ortiz,  de  los  Re- 
jfulares  extinguidos,  su  Empresa  de  los  cinco  sentidos. 


Parte  tercera.  Capítulo  i.  585 

éste  libro  á  ledaia  Pennini,  judío  de  Beziers;  Munk  se  inclina 
á  que  és  de  nuestro  escritor. 

£1  mismo  Munk  le  supone  autor  de  un  Tratado  del  Alma^  di* 
vidido  en  once  capítulos,  en  los  cuales  trata  de  dilucidar  las  si- 
guientes cuestiones:  que  és  y  si  existe  el  alma;  su  definición  se- 
gún Aristóteles;  si  és  creada  ó  increada  desde  el  principio  del 
mundo;  si  hay  una  ó  muchas  almas,  si  han  sido  creadas  de  la 
nada,  y  si  el  alma  és  inmortal.  Determina  después  las  fuerzas  del 
alma  y  las  peculiares  del  ser  humano. 

Apesar  de  las  muchas  interpolaciones,  que  saltan  á  la  vista 
en  ésta  obra,  sino  és  de  Chebírol  está  tomada,  cuasi  por  entero, 
de  su  libro  Ff/^»fe  á^  Fíáa  (i). 

Sin  duda  hizo  también  algunos  estudios  sobre  interpreta- 
ciones alegóricas.  Así,  según  él,  la  escala  de  Jacob  y  los  ángeles 
que  por  ella  subían  y  bajaban  representaban  el  alma  racional  y 
sus  pensamientos,  elevándose  desde  la  tierra  al  empíreo  y  descen- 
diendo desde  éste  al  mundo  sensible.  Calculó  además  la  llegada 
del  Mesías,  fundándose  en  absurdas  teorías  astrológicas. 

Fué  Aben  Chebirol  más  que  un  gran  filósofo  un  gran  poeta. 
Munk  le  proclama  como  restaurador  de  la  poesía  hebraica,  figu- 
ra en  primera  línea  entre  ios  insignes  vates  judíos  de  la  Edad 
Media,  y  és  el  primer  poeta  de  su  tiempo.  Se  distingue  por  el  es- 
tro y  por  la  alteza  de  las  ideas  y  los  sentimientos:  inspirado  en 
la  sublime  poesía  de  ios  sagrados  libros,  vibrando  en  sus  versos 
ias  emociones  que  la  miserable  situación  de  los  judíos  producían 
en  su 

(i)    La  Colección  de  Perlas  se  imprimió  en  Cremona  por  Conté  en  1588;  de  ella  se 
-iralió  Joan  Drusio  para  escribir  su  libro  Apophtegmata  Ehraearum,  Francfort,  1612 


586  Málaga  Musulmana. 


en  su  ánimo  generosoí  sus  composiciones  están  impregnadas  de 
profunda  tristeza  y  tienen  un  carácter  universal ,  que  hará  siem* 
pre  latir  los  corazones,  espresando  una  alta  idea  del  futuro  des* 
tino  del  espíritu,  y  una  consoladora  esperanza  de  ventura  para 
más  allá  de  la  vida. 

He  aquí  una  de  sus  producciones,  que  és  una  meditación^ 
incluida  en  el  rito  hispano-judío  para  el  dia  de  las  Expiaciones» 
que  muestra  las  condiciones  del  poeta: 

cOlvida  tu  pesar  ¡oh  agitada  alma  mía!  ¿Porque  tiemblas 
ante  los  dolores  de  éste  mundo?  Pronto  tu  envoltura  reposará 
en  el  sepulcro  y  todo  se  olvidará.! 

•Espera  ¡oh  alma  mia!  pero  que  el  pensamiento  de  la 
muerte  te  inspire  saludable  terror;  el  cual  te  salvará  el  dia  que 
vuelvas  á  tu  Creador,  para  recibir  la  recompensa  de  tus  obras.t 

•¿Porqué  esa  agitación  que  demuestras  por  las  cosas  terre- 
nas? el  soplo  vital  se  desvanece  y  el  cuerpo  quédase  mudo: 
cuando  vuelvas  á  tu  elemento  nada  te  llevarás  de  ésta  vanaglo- 
ria, y  te  elevarás  á  las  alturas,  como  el  ave  á  su  nido.» 

cA  ti,  noble  y  regia,  ^qué  te  importa  ésta  carrera  sin  duración, 
en  la  que  el  explendor  real  tornase  en  desventura,  y  lo  que 
crees  saludable  és  propiamente  un  arco  vibrante  3'  amenazador? 
Lo  que  te  parece  precioso,  ilusión  és;  toda  dicha,  mentira  que 
se  desvanece,  y  para  otros  queda,  sin  provecho  para  tí,  lo  que 
adquiriste  con  gran  trabajo.» 

•El  hombre  és  cual  una  viña  y  la  muerte  su  vendimiador, 
que  le  acecha  y  amenaza  á  cada  paso.   ¡Alma  mia!   busca  al 
Creador;  el  tiempo  és  corto  y  el  fin  lejano.  Alma  rebelde,  satis- 
fácete 


Parte  tercera.  Capítulo  i.         587 

^■^^^^^^— "^^— ——  ■  ■    —  I 

facete  con  pan  seco;  olvida  éstas  miserias,  piensa  solamente  en 
la  tumba;  teme  solamente  al  dia  del  juicio.» 

«Tiemblai  como  una  paloma  ¡pobre  afligida!  recuerda  sin  ce- 
sar el  reposo  celeste.  Invoca  á  todas  horas  el  cielo;  envia  á  Dios 
tus  lágrimas  y  tus  plegarias,  y  cumple  su  voluntad;  los  ángeles 
de  su  morada  te  conducirán  al  jardin  celeste.» 

.Cualquiera  de  nuestros  autores  místicos  del  siglo  XVI  hu- 
biera indudablemente,  á  pesar  del  odio  que  contra  el  judaismo 
sintiera,  aplaudido  éstos  versos.  Hay  en  ellos,  una  dulzura  in- 
comparable, algo  de  la  melancólica  espresion,  algo  de  las  ideas, 
que  tanta  celebridad  consiguieron  después  á  las  endechas  de 
nuestro  Jorge  Manrique. 

Aben  Cbebirol  cultivó  todo  el  campo  de  la  lírica  religiosa; 
Sachs,  otro  escritor  judío  contemporáneo  nuestro,  le  considera  en 
éste  punto  como  acabado  modelo.  Himnos  y  meditaciones,  cánti- 
cosy  oraciones,  han  sido  presentadas  por  él  bajodiversas  formas. 

Su  producción  más  importante,  en  la  que  se  revela  su  espí- 
ritu pensador  y  devoto,  en  la  que  se  combinan  la  razón  y  la  ima- 
ginación, la  inspiración  y  el  pensamiento  filosófico,  en  la  que 
se  encuentra  toda  la  sabiduría  de  su  tiempo,  mezclada  á  las 
perpetuas  creencias  del  judaismo,  ésla  Kether  Malkhut^  la  Coro- 
na Real,  á  la  cual  el  mismo  llama  la  flor  y  corona  de  sus  himnos. 
Todo  lo  que  el  poeta  sentía  y  sabia,  todo  lo  que  le  enseñaba  su 
propio  pensamiento,  lo  que  había  aprendido  en  sus  libros  y  en 
la  ciencia  de  su  tiempo,  todo  ello,  cual  Sachs  dice,  lo  tegió  para 
la  corona  de  su  Dios. 

En  su  introducción  ha  loado  á  éste;  ha  celebrado   su  uni- 

78  dad, 


588  Málaga  Musulmana. 


dad,  su  existencia,  su  vida,  su  grandeza,  su  poder,  como  si 
quisiera  apoderarse  de  la  luz  comprendida  entre  tantas  rique- 
zas. Después  exclama; 

«Tú  eres  Dios,  y  las  criaturas  siervos  son  y  adoradores  tuyos. 
No  disminuye  tu  gloría  que  otros  adoren  lo  que  no  eres  tú, 
porque  el  fin  de  todos  és  llegar  á  tí.  Son  cual  ciegos;  se  dirigen 
hacia  el  camino  real,  pero  se  estravian  en  las  trochas;  unos  se 
hunden  en  la  sima  de  la  destrucción,  otros  caen  en  una  fosa.  Creen 
haber  llegado  todos  al  fin  deseado  y  se  cansan  en  vano.  Pero 
tus  servidores  marchan  por  senda  recta,  no  se  pierden  ni  á  de- 
recha, ni  á  izquierda,  hasta  que  han  entrado  en  el  centro  de  tu 
palacio  real.» 

«Eres  Dios  apoyando  las  criaturas  con  tu  dignidad,  soste- 
niéndolas con  tu  unidad.  Eres  Dios  y  ninguna  distinción  debe 
establecerse  entre  tu  divinidad,  tu  unidad,  tu  eternidad  y  tu 
existencia...  Eres  sabio;  la  sabiduría  es  la  fuente  de  vida  que 
surge  de  ti,  y  con  respecto  á  tu  sabiduría  el  hombre  es  un  igno- 
rante. Eres  sabio,  existente  por  toda  la  eternidad,  y  de  nadie 
has  adquirido  la  sabiduría,  sino  de  tí.  Eres  sabio  y  de  tu  sabi- 
duría has  hecho  emanar  una  Voluntad  determinada,  como  hace 
el  obrero  y  el  artista  para  sacar  un  ser  de  la  nada,  y  como  hace 
la  luz  que  sale  del  ojo.» 

Hace  después  la  descripción  de  las  esferas  celestes,  desde 
la  de  la  luna  hasta  la  novena  esfera,  que  colocada  sobre  las  es- 
trellas fijas  arrastra  en  sus  movimientos  á  las  otras;  después 
de  llamarla  la  esfera  del  movimiento  diurno^  dice  el  poeta  que 
hay  una  décima  á  la  cual  llama  esfera  de  la  Inteligencia. 

«¿Quién 


Parte  tercera.  Capítulo  i.  589 

c¿Quién  comprende— dice — tus  pavorosos  misterios  cuando 
has  elevado  sobre  la  novena  esfera  la  de  la  Inteligencia,  que  és 
el  palacio  interior,  el  décimo  dedicado  al  Eterno?  Esfera  és 
ésta  elevada  sobre  toda  elevación,  que  pensamiento  humano  no 
puede  alcanzar;  alli  está  la  misteriosa  tienda  de  tu  gloría;  la 
has  fundido  con  la  plata  de  la  verdad;  la  has  revestido  con  el 
oro  de  la  inteligencia;  has  fijado  su  cúpula  sobre  las  columnas 
de  la  justicia.  De  tu  fuerza  depende  su  existencia;  emanada  de 
ti|  tiende  hacia  tí,  y  eres  la  aspiración  de  su  deseo 

La  imaginación  del  poeta  ha  poblado  ésta  esfera  de  ánge- 
les y  serafines,  que  cantan  perpetuamente  los  loores  de  Dios. 
Inmediatamente  sobre  la  esfera  de  la  Inteligencia  se  encuentra  el 
trono  de  la  divina  gloria.  En  él  está  el  misterio,  el  principio  de 
todo  lo  creado,  y  el  entendimiento  se  detiene  allí,  sin  poder  ele- 
varse más.  Bajo  el  trono  celeste  está  la  morada  de  las  almas, 
desde  ella  bajan  á  la  tierra  para  animar  los  cuerpos,  y  á  ella 
vuelven  terminado  su  destino  terrestre. 

Pinta  después  el  poeta  los  goces  de  las  almas  puras  y  el 
castigo  reservado  á  las  que  sobre  la  tierra  se  mancharon.  Con- 
sidera  enseguida  el  cuerpo  humano,  y  admira  en  su  maravillo- 
sa extructura  la  obra  de  Dios.  Acaba  el  poema  con  algunas 
consideraciones  sobre  la  debilidad  humana  y  sobre  la  nada  de 
la  vida  de  éste  mundo  (i). 
Esta 

(i)  La  extensión  del  Keiher  Malkhut  me  ha  impedido  publicarla  aquf  integra,  habién- 
dome contentado  solamente  con  ofrecer  á  mis  lectores  el  bellísimo  estracto  que  de  ella 
hiu>  Ifonk,  y  algunas  de  las  consideraciones  que  inspiró  á  Sachs.  Hay  de  ella  una  edición 
de  Venecia  sin  aAo,  otra  de  Roma  por  E.  Paulino,  1618,  con  una  versión  latina  del  do- 
minico Fr.  Francisco  Donato;  en  Amsterdam  se  publicó  en  1674  una  traducción  alemana. 
David  Nieto  imprimió  una  traducción  española,  que  se  dio  además  á  la  estampa  en  varías 


590  Málaga  Musulmana. 

Esta  poesía  ha  sido  conservada  por  los  judíos, como  ana  de 
las  más  grandes  composiciones  de  su  literatura;  desde  hace  si- 
glos vienen  haciéndose  numerosas  ediciones,  traducciones  é  imi- 
taciones de  sus  magníficos  versos, 

.  Consérvanse,  además  de  la  Corona  Real,  bastantes  poesfaí 
de  Aben  Chebirol.  Rodríguez  de  Castro indicauna  titulada  Ax- 
harot  ó  s&üExhortaciottes,  resumen  de  los  preceptos  morales  que 
leian  los  judíos  españoles  en  sus  sinagogas  el  Sábado  antes  de 
Pentescostés  (i). 

En  todas  ellas  resplandecen  tas  cualidades  que  hicieron  cé- 
lebre la  gran  poesía  que  antes  he  descrito;  dulzura  y  grandeza 
en  la  espresion,  elevación  en  los  conceptos,  nobleza  en  los  sen- 
timientos, y  cierto  tinte  de  tristeza  simpática  en  el  conjunto: 
Muchas  de  ellas  han  llegado  hasta  nosotros,  y  aun  todavía  re^ 
suenan  sus  acentos,  después  de  tantos  siglos,  en  los  templos 
hebreos,  pues  se  incluyeron  en  los  rituales  de  diversos  países, 
en  el  español,  en  el  francés,  en  el  de  Trípoli,  Argelia  é  Italia; 
aun  oran  con  Chebirol  los  judíos  alemanes  y  los  polacos;  ape- 
nas habrá  liturgia,  á\ct  S2.chs,  que  no  se  halla  apropiado  alguntí 
flores  desu  jardin. 

Por  la  poesía  fué  y  és  Aben  Chebirol  uno  de  los  más  céle- 
bres 

ocasiones.  Véase  Wolf,  Bibliot.  heb.,  T.  111  y  Rossi,  Dii.  hiat.  degli  aut.  ktí>.  T.  I.  Tn- 
dújose  también  en  francés  en  una  ubra  titulada.  Friere»  áu  jour  de  Kippour  á  l'iuuge 
dea  üraelüet  du  rit  portugait  Iraduites  par  MardoehÉe  Veitíure,  Paria,  1815.  Hty  t«ni- 
bien  varias  traducciones  alemanas  del  Dr.  Stein  y  de  Sachs.  Como  en  hsXe  lugar  no  he  po> 
dido  dar  i  mi  estudio  sobre  Saloman  ben  Chebirol  toda  la  extenrion  que  merac»,  como  a 
nlia  obliga  á  que  sea  perfectamente  conocido  en  nuestra  patria,  donde  apena*  se  1«  ca> 
noce,  me  pixipongo  hacer  de  él  un  trabajo  histórico  critico,  en  el  qne  incluiré  la  Induc- 
ción integra  de  ésta  poesía. 

(1)     Corregida  por  David  Quinchi,  comentada  por  Hoses  ben  Chasim  Sem  Tob,  Atea 
Soacban  j  Aben  Todr6s,  impresa  en  el  Machzor  romano,  Venecia  Bmadino,  WD. 


Parte  tercera.  Capítulo  i.  59^1 

brés  escritores  entre  los  judíos;  en  sus  festividades,  en  aquellas 
que  llen^  el  gozo,  en  aquellas  otras  en  que  domina  la  peniten- 
cia, se  elevan  los  acentos  expresivos  y  armoniosos  del  poeta 
malagueño,  que  á  través  de  tantos  siglos  viene  á  tomar  parte 
en  las  alegrías,  én  las  tristezas  y  en  los  arrepentimientos  de 
sus  correligionarios.  Sí  su  obra  filosófica  halló  impugnadores  y 
detractores,  su  gloria  brilla  perpetuamente  en  sus  composicio- 
nes. ^Bienhadado  privilegio  del  poeta  (i)  sobrevivir  á  la  muerte, 
al  olvido  y  al  inenósprecio  del  pensador! 
Por 

(1)  Incluyo  aqui  la  traducción,  que  debo  á  una  amistosa  atención  nunca  bastante  agra- 
decida, de  una  poesia  de  Aben  Clicbirol,  publicada  por  Mi<^uel  Saclis,  en  la  obra  antes  ci- 
Uda,  página  30  á  32. 

Para  el  dia  de  la  Reconciliación  (11.  p,  30  á  32,/ 

;0h  Dios!  ¡Dios  mió!  á  tí  clamo  en  unión  de  tus  fieles.  Quiero  anunciar  tu  grandeza  y 
hacer  conocer  tu  misericordia. 

Escucha  mi  clamor.  Si  me  levanto  entre  la  multitud  de  los  fíeles,  abre  mis  labios  pa- 
ra que  sea  oída  tu  alabanza. 

¡Oh  Dios!  ¡Dios  mió!  delante  de  ti  mi  pensamiento  está  potente,  mi  alma  y  hasta  mis 
huesos  están  llenos  de  angustias. 

Escucha  mi  clamor,  cuando  ante  tu  santuario  te  eleven,  llenos  de  temor  los  escogidos 
del  pueblo  su  plegaría. 

¡Oh  Dios!  ¡Dios  mió!  Estás  envuelto  en  la  gracia  como  con  tu  vestidura,  déjame  que 
Tayá  sin  sonrojarme  á  donde  he  sido  enTiado. 

Escucha  mi  clamor.  Guando  subyugues  á  mis  enemigos  y  des  alivio  á  mi  dolor,  no  me 
opongas  al  oprobio.  Permite  que  tus  doctrinas  permanezcan  completamente  lijaí:  en  mi 
corazón. 

¡Oh  Dios!  ¡Dios  mió!  Haz  que  mis  pensamientos  no  me  estravien  y  que  la  falta  de  mis 
labios  no  me  haga  resbalar. 

Escucha  mi  clamor.  Guando  atormentada  mi  alma  no  cante  tu  gloría,  envia  luz  y  ver- 
dad que  me  muestren  el  camino. 

¡Oh  Dios!  ¡Dios  raio!  En  ti  espero,  tu  eres  mi  apoyo  mas  sólido:  iluminame  y  for- 
taléceme, cuando  la  fuerza  me  falte. 

Escacha  mi  clamor.  Guando  vayas  á  rectificar  ó  á  rechazar  nuestras  deudas  dame  un 
ánimo  puro  y  una  voluntad  fírme  en  el  corazón. 

¡Oh  Dios!  ¡Dios  mió  sublime!  que  tienes  tu  trono  en  las  altaras,  de  lo  más  profundo 
de  mi  alma  á  tí  clamo  con  gemidos  de  dolor. 

Escacha  mi  clamor.  Al  hablar  en  el  coro  de  los  miseros  necesitados  el  sabio  retroce- 
de ¡pero  Dios  está  lleno  de  misericordia! 


59>s  Málaga  Musulmana. 


Por  último  entre  las  obras  de  é^:e  escritor  cuéntase  una  Gra** 
mática  hebrea  en  versoí  que  constaba  de  diez  pautes,,  y  de  la 
cual  solo  se  publicó  la  Introducción.  Obra  dfcjaupntqd,  pues  la 
escribió  á  los  diez  y  nueve  años,  és  sin  embargo  importante 
para  la  historia  de  la  Gramática  hebrea,  bajo  el  concepto  de 
la  forma,  tanto  que  Sachs  manifestó  su  sentimiento,  porqae  no 
se  hubiera  hecho  una  etlicion  ihoderna. 

En  ella  aparece  la  parte  gramatical  adornada  con  el  expíen- 
dor  de  la  belleza  poética;  la  sequedad  y  aridez  de  los  precep- 
tos léxicos  se  transforma  en  gracia  y  hermosura  mediante  inge- 
niosas perifrásis. 

£1  joven  poeta  expresa  su  indignación  ante  el  abandono  de 
la  lengua  santa,  preferida^  exclama,  entre  todas  las  lenguas,  y  vé 
con 

;0h  Dios!  ¡Dios  mió!  Aquí  estoy  ea  el  pecado  y  eu  la  culpa,  si  te  acuerdas  de  lo  que  te 
debemos,  ¿quien  podrá  subsistir? 

Escucha  mi  clamor.  No  vayas  al  presente  al  juicio  general  porque  soy.  un  fruto  del  de- 
seo pecaminoso. 

¡Oh  Dios!  ¡Dios  mió!  Tú  tienes  preparado  el  bálsamo  para  mi  salvación;  tú  establedsts 
el  dia  de  la  reconciliación  para  que  la  misericordia  esté  de  mi  parte. 

Escucha  mi  clamor.  Si  rompo  las  cadenas  del  pecado  que  me  ligan  limpiame  de  la 
culpa  y  purifícame  del  pecado. 

¡Oh  Dios!  Dios  mió!  Como  desea  mi  corazón  llegar  á  tf ,  cuan  encorvado  estoy  bi^  mi 
orguUosa  voluntad. 

Escucha  mi  clamor.  En  el  dia  en  que  hables  á  la  turba  de  los  creyentes,  recibe  sus 
oraciones,  para  que  lleguen  ante  ti. 

¡Oh  Dios!  ¡Dios  mió!  Ellos  han  acrisolado  su  corazón  con  tu  enseAanza,  sirviéndoles 
como  de  alimento  que  les  pertenece. 

Escucha  mi  clamor.  En  el  dia  desuñado  al  castigo  de  tus  fíeles,  con  cuanto  gusto  su- 
friré todas  las  penas  por  escuchar  tus  palabras. 

¡Oh  Dios!  ¡Dios  mió!  á  ti  llenos  de  ardientes  deseos  miran  muchos  ojos.  Estamos  aquí 
con  la  cabeza  inclinada. 

Escucha  mi  clamor.  En  el  dia  en  que  descubra  el  engaño  de  los  sentidos  levantaremos 
en  oración  el  corazón  y  nuestras  manos  hasta  el  cielo. 

¡Oh  Dios!  ¡Dios  mió  misericordioso!  alabado  en  el  coro  de  los  ángeles  en  las  altuFM, 
acuérdate  de  mi  y  ten  presente  mi  ardiente,  súplica. 

Escucha  mi  clamor.  En  el  dia  que  hables  en  medio  de  tus  fíeles  el  aliento  de  todo  lo 
4{ae  tiene  vida  deberA  bendecir  tu  nombre. 


Parte  tercera.  Capítulo  i.  593 

con  dolor  como  se  ha  bastardeado  el  ingenio  y  el  saber  de  sus 
correligionarios,  ésta  horda  ciega^  cual  les  llama,  que  no  pue- 
den entender  ni  explicar  las  palabras  de  los  Profetas. 

Por  tanto  quiere  ser  él  intérprete  de  aquellos  mudos  compa- 
triotas, y  aunque  su  misma  juventud  le  amedrante  no  puede 
cerrar  sus  oidos  á  los  generosos  acentos  que  le  impulsan  á  em- 
prender su  obra: 

cAdelántey  á  llevarla  á  cabo,  exclama,  bien  joven  soy;  pero 
no  siempre  las  coronas  han  de  guardarse  para  los  viejos.» 

Hé  aquí,  muy  en  resumen,  lo  más  importante  de  las  obras 
de  éste  malagueño  insigne:  apenas  apreciado  hoy  en  España, 
paréceine,  cual  durante  el  trascurso  de  ésta  obra  dije  en  varias 
otras  ocasiones,que  cumplo  con  un  ineludible  deber  al  darlo  á  co- 
nocerá sus  compatriotas  en  toda  su  grandeza.  Es  una  gloria  ver- 
daderamente española,  digna  de  ocupar  excelente  lugar  en  la 
historia  de  nuestros  pensadores  y  de  nuestros  poetas;  és  la  re- 
velación de  la  parte  más  selecta,  pequeña  y  escogida  de  una 
sociedad,  en  la  que  imperaban  con  absoluto  señorío  la  barbarie 
y  la  violencia;  fué  uno  de  esos  seres  privilegiados  á  quienes,  en 
épocas  funestas  para  la  civilización,  impone  Dios  la  misión  de 
conservarla  en  la  alteza  de  los  ideales  religiosos,  morales  y  cien- 
tíficos, y  trasmitirla  á  las  futuras  generaciones,  (i) 
Desde 

(i)  Las  obras  de  qae  me  he  valido  principalmente  para  el  presente  estudio  biográfico 
fueron:  Munk,  Mdanges  de  philosophie  juive  et  arahe^  París  1859,  pág.  151  á  306,  Mi- 
chael  Sachs,  Die  religiose  poesie  der  Juden  in  Spanieny  Berlín,  1845,  pág.  35  y  sig.  obras 
ambas  cuasi  desconocidas  en  nuestro  pais,y  que  debian  ser  traducidas  por  su  importancia 
para  nuestra  Historia,  especialmente  la  última.  De  Rossi,  Dizúmario  storico  degli  autori 
oro&t,  pág.  78,  Parma,  1807.  J.  y  H.Derembourg,  Opuscules  et  traites  d^  Abou  ^  Walid 
Merwan  ibn  Líana^  pág.  XV  y  sig.  Parts,  1880.  Rodríguez  de  Castro,  Biblioteca  espa» 
ñola^  T.  I.,  Madríd,  1781.  Pueden  verse  también  sobre  el  mismo  autor  las  siguientes 


594  Málaga  Musulmana. 


.**' 


Desde  mediados  del  siglo  III  de  la  Era  mahometanay  IX 
de  la  de  Cristo,  coji)enzamos  á  tener  noticia  de  escritores  mu- 
sulmanes malagueños,  pues  he  hallado  la  de  Said  ben  Ahmed^ 
que  murió  en  250  de  la  Hegira — 864  de  J.  C. — dejando  publi* 
cado  un  volumen,  que  aunque  pequeño  se  consideraba  de  gran 
utilidad  por  un  célebre  bibliógrafo  mahometano.  Denominó- 
le, Descripción  de  diversas  gentes  (i).  Vivió  pues  éste  autor  du- 
rante el  reinado  de  Mohammed  I  de  Córdoba,  época  bien  aza- 
rosa para  nuestra  provincia. 

En  otra  mas  floreciente,  en  la  de  Almanzor,  existió  Obada 
BEN  Abdallah,  uno  de  los  principales  poetas  y  literatos  con- 
temporáneos de  aquel  insigne  hombre  de  Estado,  que  elevó  el 
mahometismo  español  á  su  mayor  grandeza  y  explendor.  (2) 
En  la  cual  floreció  también  nuestro  compatriota  Abderra- 
HÍM  BEN  Abu  Abderrahím,  quc  fué  kadhi  de  Carmonay  Moron^ 
por  los  años  390  de  Mahoma,  999  de  J.  C.   (3). 

Cuando  el  poderío  imponente  de  los  Umeyas  cordobeses  se 
derrumbó  entre  los  horrores  de  la  guerra  civil,  que  yermó  la  An- 
dalucía durante  los  primeros  años  del  siglo  XI  de  nuestra  Era, 
llamaba  la  atención  entre  los  poetas  andaluces  Safíya,  á  quien 
por  poetisa  y  letrada  celebraron  los  escritores  moros;  fué  natu- 
ral 


obras,  Wolf,  Biblioteca  hebrea,  T.  I.,  pág.  1045,  III  1029.  De  Rossi,  Dizionario  storico 
degli  autori  h^nrei,  T.  1.,  pág.  1S3.  Salomón  Parhon,  Lexieum  Mbraicumj  pág.  23  y  24. 
Geiger,  ¡Palomo  ben  Chebirol,  Leipzig,  1867,  obra  de  la  cual  he  tepido  conodiniento  al 
poblicar  ésta  nota.  Grati,  Geschichte  der  Juden,  Tomo  IV.  Dukes,  Schiré  Sehlomóhj  Han- 
noTre  1858. 

(1)  Hachi  Jalfa,  Dicción,  bib.  T.  II,  niim.  9091. 

(2)  Simonet,  Descripción  del  reijno  de  Gi*an.  ]>ág.  159. 

(3)  Aben  Alabbar,  TecmilOy  folio  129  del  ni.  s.  del  Escorial  y  962  de  la  copia  de  Ma- 
drid. 


Parí*  tercera.  Capítulo  !•  595 


fái  de  nuestrsi  provincia  y  aun  sospecho  que  de  nuestra  ciudad, 
bija  dt  Abdallah  el  Rayi;  celebráronla  también  por  su  hemoosa 
letra,  habilidad  muy  estimada  entre  alarbes;  murió  á  los  trein^ 
ta  años^  á  fines  del  417 — 1026  de  J.  C. — 

No  fué  ésta  la  única  hija  de  nuestnts  comarcas,  que  se  dis* 
tinguíó  entre  las  numerosas  poetisas  musulmanas  de  España. 
Almakarí  nos  ha  conservado  la  memoria  de  otra  hija  de  Aben 
Assacan  de  Málaga,  y  unos  versos,  que  bien  entrada  en  años,  y 
recordando  á  un  hijo  querido,  improvisó  á  un  cuervo,  que  pasa- 
ba volando,  en  los  cuales  decía: 

— ^Pasó  un  cuervo  rozando  la  cima  de  los  collados;  yo  le  dije 
¡bien  venido  seas!  oh  color  de  la  cabellera  de  un  niño  (i). 

Paisano  de  Safiya,  bien  como  hijo  de  nuestra  provincia,  bien 
de  la  pequeña  población  que  en  ella  llevó  el  nombre  de  Raya, 
bien  de  la  misma  Málaga,  á  la  que  alguna  vez  se  le  dio  aquel 
nombre,  fué  Mohammed  ben  Abderrahman  ben  mohammed  ben 
Abderrahman  Abu  Abdallah  el  Kineni;  el  cual  fué  maestro 
del  célebre  gramático  Gaiiim,  de  quién  trataré  más  adelante  (2). 
Vivía  Mohammed  hacia  el  año  408 — 1017  de  J.  C. — 

Fueron  aquellos  tiempos,  aunque  azarososy  funestos,  fértiles 
para  las  letras  y  ciencias  malagueñas,  sin  duda  por  la  protec- 
ción, que  en  medio  de  sus  discordias  y  crímenes,  les  concedieron 
los  reyezuelos  moros.  Entre  los  hombres  notables  de  éstos  ca- 
lamitosos tiempos  se  cuenta  á  Allabits  ben  Rabia  ben  Ali  Abu 
Ali¿ 

XI)    Addobbi  y  Almakarí.  El  Sr.  Simonet  ha  reprodacido  éstos  versos  en  la  pág.  i25  de 
]|i  notable  Crestomatía  que  ha  publicado  con  el  P.  Lerehundi. 
(S)    MemcoilileParís,i43y. 

79 


^9^  Málaga.  Musulmana* 


Ali.  Nació  en  350  de  la  H. — 961  de  J.  C. — y  fué  sumamente 
entendido  en  literatura^  dialéctica  y  otras  ciencias,  en  cuyo  cul* 
tivo  demostró  excelentes  dotes  intelectuales.  Visitó  el  Oriente 
en  donde  asistió  á  las  aulas  de  algunos  célebres  maest;ros,  co- 
mo Abu  Zar.  De  retorno  á  España  vivía  hacia  el  año  420*1029 
dedicado  á  la  enseñanza;  dio  su  ichaza  6  sea  diploma,  firmado 
por  él,  como  testimonio  de  aptitud  científica,  á  algunas  notabi- 
lidades hispano-musulmanas  (i). 

Varios  otros  literatos  y  escritores  corresponden  á  la  época  de 
la  dominación  Hammudí  en  Málaga:  parte  los  he  agrupado  con 
algunos  de  mayor  importancia,  que  tuvieron  con  ellos  ínti- 
mas conexiones,  parte  corresponde  aquí  citarlos. 

Abdallah  ben  Mohamed  Albulioni,  escritor  renombrado  y 
«n  gran  predicamento  con  Badís  ben  Habús,  reyezuelo  granadi- 
no. Citáronle  los  historiadores  malagueños  Aben  Askar  y  Aben 
Homais  y  se  conservan  todavía  algunos  de  sus  versos  (2).  Mu- 
rió en  440  de  la  H.  — 1048  de  J.  C. — 

Abderrahman  ben  Moslema  ben  Abdelmelic  bem  Alwaud 
EL  KORAXi  Abu  Abdallah  Almotarrif;  nació  en  379  de  Maho- 
ma — 989  de  J.  C. — y  habitó  largo  tiempo  en  Sevilla.  Hízose  no- 
tar por  su  vasta  inteligencia,  que  abarcó  cuasi  todos  los  estu- 
dios científicos  de  su  época;  exposición  y  comentarios  del  Ko- 
ran, filosofía,  tradiciones,  jurisprudencia,  lengüística,  aritmé- 
tica, medicina  y  teología,  fueron  asunto  de  sus  estudios  en  los 
que  empleó  su  indisputable  talento  y  su  vasta  memoria.  Con 
la  cual 

(1)  Aben  Baxcual,  folio  112  del  M.  S.  Esc,  292  de  la  copia  de  Madrid. 

(2)  Aben  Aljathib,  Ihata  del  Esc.  Cusiri,  Bibl.  ar.  t.  II,  pág.  102  col.  11. 


i 


Parte  TERCERA.  Capítulo  i.  ^597 


la  cual  había  retenido  multitud  de  versos,  cuya  cita  daba  á  su 
conversación,  agradabley  amena,  vivo  realce«r  listos  conocimien- 
tos y  su  mérito  consiguiéronle  suma  consideración  en  Málaga, 
Sevilla  y  Córdoba;  en  ésta  última  ciudad  estudió  algún  tiempo 
con  los  más  señalados  maestros  de  Andalucía  (i).  Murió  en  446 
^e  la-Hegira— 1054  de  J.C. — 

ISRAHItkí  BEN  SOLEIMAN  BEN  IbRAHIM  BEN  HaMIZA  AbU  IsHAC 

EL  Bajlawi;  citólo  Aben  Madir,  cuyas  biografías,  hoy  perdi* 
das  desgraciadamente,  enriquecieron  bastante  el  tesoro  de  no-^ 
ticias'^ne  ei^'su  obra  nos  ofrece  Aben  Baxcual;  citóle  también 
Aben  Haiyan,  príncipe  de  los  historiadores  hispano-muslimes,. 
quien  dice  que  fué  notable  en  la  ciencia  del  estilo.  Estuvo  em- 
parentado con  Abu  Ornar  el  Salamanquino,  quien  se  distinguid 
recapitulando  biografías  de  historiadores,  en  cuya  enseñanza  ad- 
quirió el  Balawi  gran  copia  de  conocimientos  (2).  Falleció  en 
448  de  la  Hegira — 1056  de  J.  C. — 

Abu  Abdallah  ben  asserrach  fué  un  poeta  de  la  corte  Ham- 
mudí,  á  cuyos  sultanes  dirigió  varías  composiciones,  que  le  hi- 
cieron célebre  entre  sus  coetáneos;  entre  los  cuales  se  contó  so 
paisano  Abu  Ali  Alhasan  ben  Aljathib,  con  quien  sostuvo  di- 
versas controversias  literarias  (3). 

Taher  Abulhosain  después  de  haber  estudiado  en  Málaga 
con  varios  notables  profesores  se  trasladó  á  Córdoba,  donde 
moró  hasta  que  entraron  en  ella  los  berberiscos,  durante  la  te- 
rrible 

(1)     Aben  Baxcaal,  Ibidem,  fól.  81  del  M.  S.  del  Esc.,  204  de  la  copia  de  Madrid. 
(2).    Aben  Baxcual,  Ibidein,  folio  25  v.  del  M.  S.  Esc.  58  de  la  copia  de  Madrid.  More» 
no  Nieto,  Discurso  de  ingreso  en  la  Acad.  de  la  Hist.  Apéndice,  p^.  i4. 
^    Aben  Basaam,  De^ira^  M.  S.  de  Paria,  folio  327. 


59^  Málaga  Musulmana. 


Trible  guerra  civil  de  403^ — 10 12 — .Aterrorizado  áiite  )a3  ioi- 
<uas  crueldadesy  depcedacioiies  de  aquella  bárbara  gente,  y  de* 
.sesperando  como,  otros  muchos  de  la  salvaoion  de  Andalucía, 
dirigióse  á  Oriente;  visitó  entonces  icomo  peregrino  la  ciudad 
santa,  cuna  de  su  Proféta^y  se  avecindó  en  ella.  Su  ilustración, 
su  religiosidad  y  los  servicios  que  prestó  recitando  el  Koran  en 
el  cementerio  de  Bib  Azzafa,  hicieron  que  bien  entrado^  en  años 
£e  admitieran  al  servicio  de  la  Casa  de  Dtos^  de  la  Kaaba^  háci^ 
el  450  de  la  Hegira, — 1058  de  Cristo — (i). 

Ahmed  ben  Aburrabia  A^ulabbas  varón  notabley  uno  de  los 
más  célebres  políticos  andaluces,  éñ  los  críticos  momentos  de 
la  caida  de  los  Hammudíés  y  del  entronizamiento,  eñ  Mála- 
ga de  la  dinastía  Zinhachí  berberisca  de  Granada.  Probó  Con 
su  conducta  sus  benéficos  sentimientos,  y  ejerció  saludable  in* 
fluencia  en  la  vida  pública  de  su  tiempo,  evitando  los  atropellos 
y  crueldades,  á  que  era  sumamente  dado  el  sanguinario  Ba- 
dís  (2).  Parece  que  murió  durante  el  gobierno  de  éste  reyezue* 
lo  en  nuestra  ciudad,  hacia  el  año  460  de  la  Hegira-— 1067  4^ 

..nuestra  Era. 

Ibrahim  ben  Mojlad  Abü  Ishac,  discípulo  del  célebre  Abu 
Abdallah  ben  Abu  Zamanin,  maestro  de  muchos  notables  lit^- 

:  ratos  malagueños,  estudió  también  en  Játiya^coaAben  .Abdel- 

c  ber.  Además  de  literato  fué  predicador  elocuente:  (3)  mmió  £n 

-462  de  Mahoma — 1069  de  J;  C¿-— 

Ibrahim  ben  Jalaf  ben  Moawia  el  Abderi  el  Mokri  Abu 

ISHAC, 

1  (i)  ^  Meifacoxi.dei  Escorial  folio  42. 

(2)  Quitah  Almmcham  M.  S*  de  Gtyangos. 

(3)  Aben  Baxcual,  Ib.  folio  27  del  M.  S.  Esc; ,  S3  de  la  copine. MiMirid. 


Parte  tercera.  CAPÍTyi-o  i.  599 

•*  %. 

IsHAC,  vulgadrmente conocido  por  Axalufí,  fué  comensal  estíma- 
<lo  de  los  más  notables  escritores  contemporáneos  suyos,  y  mu- 
rió en  Málaga  en  463  de  la  Era  musulmana,  1070  de  la  nues- 
tra (i). 

Ahmed  b^n  Ayub  el  Lamai  Abuchafar,  escritor  y  político 
durante  el  mando  de  los  Hammudíes.  Bajo  el  primer  concepto 
se  le  estimó  como  poeta  y  autor  hábil:  cultivó  también  la  Histo- 
ria, escribiendo  la  de  Afí  ben  Hammud,  primer  sultán  de  aque- 
lla dinastía,  y  la  de  sus  descendientes.  Obra  por  todo  estremo 
curiosa  é  interesantísima  para  los  anales  de  Málaga  y  aun  pa- 
ra los  de  nuestra  nación,  debió  ser  ésta,  que  desgraciadamente 
se  ha  perdido.  Como  político  tuvo  la  dirección  de  los  negocios 
malagueños,  durante  los  últimos  tiempos  Hammudíes,  y  sirvió 
de  intermediario  á  los  reyezuelos  de  Málaga  y  Granada.  Murió 
en  nuestra  ciudad  y  le  llevaron  á  enterrar  á  un  castillejo  de  su 
propiedad,  llamado  Hiznalawad,  próximo  á  otro,  denominado 
Hizn  Montmayur,  cerca  de  Marbella  en  nuestra  provincia  (2). 

Considerable  como  se  vé  és  el  número  de  escritores,  sabios 
y  políticos,  que  se  educaron  y  vivieron  en  Málaga  en  la  época 
Hammudí,  pero  entre  todos  ellos  descuella  un  autor  ilustre; 
nombrado  entonces  entre  las  celebridades  andaluzas  del  siglo 
.XI  de  nuestra  Era. 

Fué  éste  escritor  Ganim  ben  Alwalid  ben  Mohammed  ben 
Abderrahman  el  Majzumi  Abu  Mohammed.  Entre  los  muchos 
maestros  que  le  iniciaron  en  la  ciencia,  tanto  en  Málaga  cuan- 

•  tofuisra 


(1)    Ibidem. 

<2)    Abeá  Aljathib,  Ihatha,  M.  S.  de  Gayangos,  folio  42  v. 


600  Málaga  Musulmana. 


to  fuera  de  ella,  se  cuenta  at  malagueño  Manzur  ben  Aflah  el 
Kaíni  Abu  Ali,  discípulo  á  su  vez  de  a^nos  profesores  ta» 
notables,  como  uno  originario  de  Oriente,  ¿quien  llamaban  Abtr 
Ali  el  Bagdadi;  Ganim  adquirió  en  su  enseñanza  muchos  delos^ 
conocimientos  que  desplegó  después  en  filología  (i). 

Este  fué  el  orden  científico  al  cual  idlebió  principalmente  st> 
celebridad  nuestro  ilustre  compatriota.  Además  de  Manzur  beit 
Aflah  tuvo  también  por  maestros  á  Aben  Jazruñ  y  Aben  Asse* 
rachi  de  quien  hablé  antes.  Sobresalió  en  el  conocimiento  de 
las  tradiciones  mahometanas,  derecho  civil  y  canónico,  de  la 
dialéctica  y  hasta  de  la  medicina;  pero  la  gramática,  asunta 
muy  estimado  entre  los  musulmanes  en  todo  tiempo,  y  la  lexu 
x:ografía,  fueron  su  predilecto  campo  de  investigación  y  el  asan* 
to  de  sus  más  estimadas  obras. 

Tuvo  multitud  de  discípulos,  pues  és  considerable  la  suma 
délos  escritores  del  siglo  XI  que  le  tuvieron  por  maestro  y  áquie» 
nes  dio  su  ichazaó  certificado  de  suficiencia  científica;  raras 
son  también  las  biografías  de  sabios  de  aquellos  remotos  dias,. 
en  que  por  uno  ú  otro  concepto  no  suene  el  nombre  de  Ganim. 
Sus  citas,  conservadas  por  fortuna,  en  los  biógrafos  de  aquel 
tiempo,  ya  que  desgraciadamente  se  han  perdido  sus  libros^ 
demuestran  sus  relaciones  literarias  y  la  multitud  de  obras  que 
conocía. 

Por  ellas  se  nos  ha  conservado  la  memoria  de  Daud  ben  Ja- 
LED  EL  JaulanÍí  Abií  Soleiman,  Htcrato  malagueño,  de  quien  se 
x>cupó  el  sabio  gramático  (2),  y  de  otro  discípulo  de  éste  Nafe^ 

EL. 
(i)    Aben  Baxcual,  Ib.  folio  354  de  la  copia  de  Madrid. 
(3)    Aben  Baicual,  Ib.  folio  47  del  m.  s.  del  Esc  ,  115  de  la  copia  de  Madrid. 


Parte  TERCERA.  Capítulo  i.        6oi 

■        ■        ■  ■ 

EL  LITERATO  Abu  Otsmen,  (i)  que  vivía  por  los  años  444  de  la 
iiegira,  1052  de  J.  C. 

£1  más  notable  entre  los  que  estudiaron  bajo  su  dirección 
fué  un  hijo  de  una  hermana  suya,  llamado  Mohammed  ben 
SoLEiMAN  BEN  Ahmed  Abu  Abdallah,  á  quieu  la  oscuridad  del 
padre  y  la  celebridad  del  tio  hicieron  que  le  apellidaran  sus 
coetáneos  Aben  Ojt  Ganim,  el  hijo  de  la  hermana  de  Ganim. 

Asistfo  éste  notable  autor  á  la  caida  del  califato  Hammudi- 

•  >  ■    . 

ta,  pero  temiendo  á  la  barbarie  de  Badis  ben  Habbús,  llamó  un 
día  á  su  sobrino  y  le  dijo: 

— Badis  es  un  bárbaro  sanguinario,  temo  que  el  día  menos 
pensado  me  mande  asesinar;. pero  yaque  perezca  yo,  que  no  de- 
;saparezcan  mis  obras;  tómalas  y  refugíate  con  ellas  en  la  corte 
•de  Motasim  de  Almería. 

Los  temores  del  sabio  malagueño  no  se  realizaron,  pues 
«nurió  en  470  de  Mahoma — 1077  de  J,  C, — cuatro  años  des- 
pués de  la  muerte  de  Badis  (2). 

Aben  Ojt  Ganim  había  nacido  en  436 — 1046 — y  se  formó  en 
la  ciencia,  no  solo  con  su  tio,  sino  con  otro  célebre  malagueño 
de  quien  trataré  más  adelante,  con  Aben  Axabí  y  con  Aben 
^ardun.  Cultivó  la  jurisprudencia,  la  botánica,  la  literatura, 
ia  gramática,  la  lectura  del  Koran  y  las  tradiciones  mahometa- 
nas; estuvo  en  lo  político  algún  tiempo  al  frente  de  la  cobran- 
za de  los  tributos  de  Málaga. 
,_, ^ Refugióse 

(i)    IbideiD,  folio  i37  del  M.  S.  del  Esc.,  367  de  la  copia  de  Madrid. 

(2)  Aben  Bassaní,  Dajira^  M.  S.  de  París,  folio  122  r.  Aben  Jakam,  Kalaid  del  Ma- 
■seo  Británico,  folio  92  t.  Dozy,  Recherches,  T.  I,  259.  Simonet^  Desc.  del  reino  d^ Grona- 
-da,  pág.  IdO. 


6Ó2  Málaga  Musulmana. 


Refugióse  con  las  obra^  de  su  tio  eñ  Álniería,  donde  fué  per- 
fectamente recibido  por  Motasim,  celoso  de  reunir  al  rededor  de 
áu  solio  las  notabilidades  científicas  y  literarias  de  Andalucía.  Y 
dé  cierto  que  debió  regocijar  en  extremo  á  aquel  benigno  é  ilus- 
trado  príncipe  que  viniera  á  colocarse  bajo  su  égida  Aben  Ojt 
Ganim,  célebre  por  su  parentesco  con  el  ilustre  gramático,  cé- 
lebre también  por  su  gran  talento,  por  su  estro  poético  y  por  sa 
ciencia;  pues  conocia  á  fondo  y  aun  sabia  de  memoria,  que  en 
él  era  un  portento  de  facilidad  y  retentiva,  multitud  de  obras  re- 
ferentes á  jurisprudencia,  teología,  medicina  y  gramática. 

Pero  no  todo  fueron  placeres  y  distinciones  para  el  ilustre 
malagueño  en  la  corte  de  Almería;  envidioso,  como  buen  corte- 
sano y  literato,  vio  con  profunda  pena  y  con  celos  amargos  que 
el  poeta  Aben  Charaf  iba  á  suplantarle  en  la  gracia  del  sultaní 
Entonces,  para  humillarle,  en  la  sesión  misma  en  que  aquel 
inspirado  vate  habia  recitado  la  magnifica  poesía  que  le  atrajo 
los  favores  de  Motasim,  mofándose  de  su  pobreza  y  dé  los  an- 
drajos que  vestía,  fijó  tenazmente  en  él  la  vista  y  íe  preguntó 
de  que  desierto  se  habia  escapado. 

— Aunque  mi  traje  sea  el  de  un  beduino  pertenezco  á  noble 
familia,  contestóle  digna  y  mordazmente  el  poeta.  No  me  rubo- 
riza mi  condición,  y  me  distingo  por  el  nombre  de  mi  padre,  na 
por  el  de  mi  tio.  ' 

Riéronse  los  cortesanos,  y  Aben  Ojt  Ganim  tuvo  que  devo- 
rar en  silencio  su  afrenta.  La  inquinia  entre  ambos  literatos  de- 
bió continuar,  pues  más  adelante  el  malagueño  compuso  con- 
tfy,  Éu  éínulo  Una  sátira  en  lá  que  decia: 

— Pr^;untad 


Parte  TERCERA.  Capítulo  i.  603 


• — Preguntad  al  poeta  de  Berja  si  ha  venido  del  Irac  y  posee 
el  saber  de  un  Bohtori.  Es  un  plagiario  que  trae  consigo  poe^ 
mas,  los  cuales  gritan  cuando  se  les  toma  en  las  manos:  ¡como 
se  nos  puede  atribuir  á  éste  insulso  rimador!  Créeme  Chafar^ 
deja  la  poesía  á  los  verdaderos  poetas;  cesa  de  imitar  sin  éxito 
á  los  grandes  maestros,  y  apresúrate  á  renunciar  á  tus  ridiculas 
pretensiones,  porque  los  delicados  labios  de  la  poesía  rechazan 
tus  versos  inmundos. 

Ni  las  obras  de  Ganim,  ni  las  de  su  sobrino  han  llegado  á  no- 
sotros hasta  ahora:  solo  se  conservan  los  títulos  de  dos  que  per- 
tenecieron al  último,  Taalil  Alkiraat  Alaxr^  relativa  á  interpre- 
tación del  Kor^LU^y  Quitab  Axxarih  Alkebir^  6  sesi  Comentario 
magnOj  obra  en  treinta  volúmenes,  en  la  cual  explicó  el  trata- 
do de  Botánica,  titulado  Beyan  de  Abu  Hanifa  Dinawari,  escri- 
tor que  falleció  á  fines  del  siglo  III  de  la  Hegira  (i).  Aben  Ojt 
Ganim  pasó  de  ésta  vida  en  525  de  Mahoma,  1130  de  Cristo. 

Tuvo  multitud  de  discípulos,  entre  los  cuales  se  distinguie- 
ron los  dos  célebres  malagueños  siguientes; 

Zaleh  ben  Aliben  Zalehben  Selam  el  Hamadani  Abulha- 
san;  tuvo  además  de  Aben  Ojt  Ganim  multitud  de  maestros, 
diéronle  su  diploma  de  suficiencia  varios  sabios  españoles  y  al- 
gunos de  Oriente,  á  donde  fué  á  buscar  la  ciencia,  con  aquella 
inagotable  sed  de  conocimientos  que  distinguió  á  multitud  de 
sabios  españoles. 

Mohammed 

(i)  Aben  Baxcual,  Ibidem,  folio  123  del  M.  S.Esó.,  328  de  la  copia  de  Madrid.  Addoh- 
bi,  Ibidem,  folio  22  del  M.  S.  Esc,  44  de  la  copia  de  Madrid.  Hachi  Jalfa,  Dice.  T.  II,, 
número  3131,  T.  V,  10218;  Simonet,  Bese.  pág.  162,  Dozy,  Rech.  249  y  sig. 

80  .  . 


6o4  Málaga  Musulmana. 

MOHAMMED  BEN  SoAID  BEN  MoHAMMED  BÉN  SOAID  SEN  Ah* 
MED  BEN  MoHAMMED  BEN  MoDREC  BEN  AbDELAZIS  EL  GaSANI  Abü 

Abdallah  y  Abu  Bequer,  Fué  un  historiador  y  geanealógista 
inteligente,  calígrafo  renombrado,  orador  diserto  y  varón  muy 
religioso;  poseyó  multitud  de  libros,  y  se  hizo  notable  entre  los 
hijos  de  Málaga,  á  fines  del  siglo  Vy  principios  del  VI  de  la  He* 
gira  (i). 

Discípulo  también  de  Aben  Ojt  Ganim  fué  Abpelmelic  bbn 
Yahya  BEN  Mohammed  EL  Bekrl  Dedicóse  á  la  lectura  del  Ko- 
ran y  al  estudio  de  la  lengua  árabe;  se  le  con3Íderó  como  suma* 
mente  entendido  en  varios  géneros  literarios,  en  los  cuales,  de- 
mostró mucho  talento.  Tuvo  váriosnotables  discípulos, en  cuyo 
número  se  contaron  los  célebres  escritores  Abulkasim  Assahtii 
y  Abu  Abdallah  ben  Alfajar  (2). 

Digno  de  memoria  fué  entre  las  notabilidades  malagueñas 
antes  mencionadas,  Alhasan  ben  Mohammed  ben  Alhasan  el 
Banahi  Abu  ALi,vulgarmente  conocido  por  ALCH0DZAMi,de  quien 
dice  un  ilustre  biógrafo  árabe  que  fué  hombre  en  cuya  familia 
se  conservaron  honrosas  tradiciones  de  ciencia  y  virtudes,  que 
correspondió  á  las  tradiciones  de  su  abolengo,  y  que  fué  muy 
estimado  entre  sus  paisanos  (3)  por  su  religiosidad  y  saber.  Mu- 
rió en  472  de  la  Hegira — 1079  á  1080  de  J.  C, 

Menos  notable  que  Ganim  y  que  su  sobrino*  pero  de  gran 
importancia  para  la  historia  literaria  malagueña,  fué  un  erudi- 
to contemporáneo  suyo  Abderrahman  ben  Kasim  Abu  Motha- 

: RRIF 

(i)     Aben  Alabar,  Ibidem,  folio  16  del  M.  S.  Esc,  48  de  la  copia  de  Madrid. 

(2)  Ibidero,  folio  133  del  Esc,  377  del  de  Madrid. 

(3)  Aben  Aljathib,  Ihaiha^  M.  S.  de  Gayangos  fól.  117  v. 


Parte  tercera.  Capítulo  i.  605 

RRiF  AxAABí,  cuya  cita  encuentro  frecuentemente,  ocupándose 
de  malagueños,  en  los  diccionarios  biográficos  de  aquella  época. 

Fué  su  maestro  el  malagueño  Said  ben  Hamza  ben  Hachab 
Abubequ^r,  discípulo  á  sU  vez  de  un  sabio  originario  de  Orien- 
te Aben  Alhindi,  establecido  en  Córdoba,  en  cuyas  aulas  se  for- 
maron muchos  de  los  más  renombrados  literatos  andaluces. 
Axaabi  ocupó  durante  sesenta  años  un  puesto  en  la  adminis- 
tracíon  malagueña,  fué  muy  estimado  por  sus  conocimientos 
en  jurisprudencia,  y  debió  tener  mucho  influjo  en  los  aconte- 
cimientos que  produjeron  la  caida  de  los  sultanes  Hammudíes. 
Habia  nacido  según  unos  en  402 — loit — al  decir  de  otros  en 
405 — 1014,  y  murió  en  497—  1 103 — siguiéndole  á  los  cinco  dias 
al  sepulcro  su  émulo  Aben  Atthalaa  (i). 

En  el  año  499  ó  en  el  500 — 1 105  6  1 106 — pasó  de  ésta  vida 

J^OKAliMED  BBN  SOLEIMAN  BEN  JaLIFA  BEN  ABDELWAHip  AbU  Ab- 

i>ALLA'9;  había  nacido  en  417 — 1026 — ^sus  conocimientos  enju- 
fisprudencia  le  ensalzaron  á  Kadhi  de  Málaga:  reputábasele 
tanabien  como  excelente  tradicionista  (2). 

Aunque  no  con  la  extensión  que  el  asunto  exige  debo  men- 
cionar á  MOHAMMED  BEN  SOLEIMAN  BEN  MoHAMMED    BEN  AbDA- 

LLAH  BEN  AssABAí  Abu  Abdallah;  couocido  generalmente  por 
Aben  ATTHERAWA,como  su  pariente  el  maestro  Abulhosain 
BEN  Ali  ben  Attherawa  célebre  gramático  malagueño,  que  fa* 
liecíóen  501 — 1107 — .Muy  posible  és  que  Mohammed  ben  So- 
leíman  sea  el  mismo  que  cita  un  célebre  biógrafo  mahometa« 
üo 


(i)    Aben  Baxcual,  Ibidem^  fól.  83  t.  del  M.  S.  Esc.,  210  de  la  copia  de  Madrid, 
(3)    Addohbi,  Ibidem,  folio  263  de  U  copia  de  Madrid. 


6o6  Málaga  Musulmana. 


nó  como  muerto  en  528—1133 — y  como  autor  de  un  epítome 
ó  introducción  á  la  gramática  tan  celebrada  de  Siwabeihi  (i).- 

Llegado  és  el  momento  de  ocuparme 'de  una  familia  pode* 
rosa,  que  ya  bajo  el  gobierno  de  los  HammudieSi  ya-  bajo  el 
de  los  Zinhachies  granadinos,  y  algún  tiempo  con  verdadera 
independencia  ejerció  autoridad  ó  dominó  en  Málaga.  Hasta 
ahora  habia  encontrado  solamente  indicios  de  su  existencia; 
pero  merced  al  estudio  de  los  manuscritos  árabes,  puedo  dar 
extensos  datos  sobre  ella,  agrupando  á  su  alrededor  los  elemen* 
tos  literarios  que  les  fueron  atnigos  ó  los  que  se  le  declararon 
más  ó  menos  resueltos  adversarios. 

Durante  la  época  de  los  Hammudíes,  és  decir,  durante  la 
primera  mitad  del  siglo  XI  de- nuestra  Era,  V  de  la  musulma- 
na, fué  Kadhi  en  Málaga  Hosain  ben  Aisa  el  Quelbif  á  quien 
se  le  llaniaba  generalmente  Aben  Hassun,  raiz  y  cabeza  de 
aquella  prepotente  familia.  Habia  visitado  el  Oriente  y  estu- 
diado con  algunos  célebres  maestros,  especialmente  con  Alju- 
fí,  Abuzar  y  Alharawi.  Distinguióse  en  la  jurisprudencia;  y  su 
compatriota  Axaabi  decia  de  él,  que  no  habia  quien -pudiera 
comparársele  por  la  extensión  de  sus  conocimientos.  Murióen 
435— 1061— (i). 

Su  hijo  Obaidallah  ben  Hosain  ben  Aisa  Abu  Meruan  bl 
QuELBi  fué  también  Kadhi  de  Málaga,  y  se  le  consideró  como 
notable  jurisconsulto,  habiendo  vivido  durante  la  dominación 
de 

(i)  Merracoxi  de  París  fól.  81.  Almakarí,  Analectes,  T.  I,  pág.  554.  Dozy ,  Cod.  M. 
SS.^hibliot.  Ac,  Lugd.,  T.  II,  pág.  287.  Simonet,  Deserip,  pág.  161.  Hachi  Jalfa, Lexiccm 
T.li,  núm.  2992. 

(1)    Aben  Baxcual,  Ib.  fól.  37  del  Esc.  88  de  lacopia  de  Madrid. 


Parte  tercera.  Capítulo  I.  óójr 


dé  los  berberiscos  zinhachies  granadinos  y  la  de  los  almoravi- 
•des.  En  cual  de  éstas  época  fué  Kadhi,  imposible  me  ha  sidp 
averiguarlo  (i)  solamente  he  podido  saber  que  murió  en  505 
de  la  Hegira  ó  sea  mi  de  la  Era  Cristiana. 

Hermano  de  éste  debió  senAsDERRAHiM  ben  Hosain  ben  Ai- 
sa  EL  QuELBi,  citado  como  hombre  cientifícoi  que  (2)  murió  en 
Málaga  en  5 1  o —  1 1 1 6 — . 

MOHAMMED     BEN     ObAIDALLAH    BEN    HoSAIN    BEN    AlSA   AbU 

Abdallam  estudijó  jurisprudencia  con  maestros  malagueños, 
y  tanto  por  su  ciencia  jurídica,  como  por  la  familia  á  que 
pertenecia,  por  sus  loables  cualidades,  excelente  lenguaje  y  por 
6U  gallarda  letra,  fué  uno  de  los  personajes  más  notables  de 
Andalucía  á  principios  del  siglo  XII  de  nuestra  Era.  Hacia  el 
año  515  déla  Hegira — 1121 — marchó  á  Granada,  imperando 
en  ella  los  almorávides,  siendo  nombrado  Kadhi  de  ella,  cargo 
que  ejerció  durante  cuatro  años,  hasta  que  habiendo  enfermado 
en  519 — 1125 — vínose  á  Málaga,  y  agravada  su  dolencia  pasó 
de  ésta  vida  en  el  mismo  año  (3), 
.'.  Hijo  de  éste  debió  ser  Abulhaquem  ben  Hassun  el  Quelbi 
Kadhi  de  Málaga,  como  algunos  de  sus  antecesores,  y  como  ellq^ 
jurisconsulto  muy  estimado  y  consultado.  Cuando  el  poder  de 
los  almorávides  vino  á  menos,  cuando  borraron  con  su  torpe  do^ 
minacion  la  gratitud  á  que  eran  acreedores  por  haber  salvado 
álos  musulmanes  españoles  del  poderío  cristiano,  el  partido  nació* 
oal  español,  que  siempre  había  protestado  con  las  armas  con- 
tra 

(\)    Aben  Alabbar,  Ibidem,  folio  iii  del  M.  S!  Escur.,  315  del  de  Madrid. 
(2);  Ibidem,  fól.  129  del  Esc.,  363  del  de  Madrid. 
(3)    Merracoxi  de  París,  fól.  129  vueífo. 


6o8  Málaga  Musulmana. 


tra  el  señorío  extranjero,  pretendió  sacudir  el  yugo  de  aquellos 
africanos,  y  en  muchas  ciudades  las  cabezas  de  familias  notable& 
ó  cualquier  audaz  aventurero  proclamaron  la  independencia 
•con  su  rebelión. 

Hacia  el  año  538 — 1143 — Málaga  sublevada  encierra  en 
la  Alcazaba  á  su  gobernador  por  los  almorávides,  Almanzor 
ben  Mohammed  ben  Alhach,  y  le  asedia  rigurosamente  duraa» 
te  siete  meses,  hasta  que  le  obliga  á  rendirse  y  alejarse. 

Entonces  recayó  el  mando  de  nuestra  ciudad  hacia  el  539 
— 1144 — en  Abulhaquem  ben  Has$un,  quien  al  año  siguiente 
declarados  los  musulmanes  andaluces  por  los  almohades,  fué 
nombrado  Kadhi  de  Málaga.  Cuales  fueran  lor  sucesos  posfee^ 
llores,  que  grado  de  autoridad  tuviera  enella  Aben  Hassun,  coa?* 
les  los  motivos  de  su  desavenencia  con  el  sultán  atmbhade,  im- 
posible  me  ha  sido  el  averiguarlo.  Solo  vislumbres  de  aque* 
líos  acontecimientos  han  llegado  hasta  mí  á  través  de  otras  biq* 
grafías  de  hombres  célebres  de  ésta  época. 

Los  notables  de  Málaga  no  admitieron  siempre  de  buen  grado 
la  supremacía  de  los  Beni  Hassun;  fuera  tiranía  de  éstos  ó  envidia 
de  aquellos,  quizás  entrambas  cosas,  estallaron  algunas  difereo-^ 
cías  en  nuestra  ciudad;  en  todas  llevaron  la  mejor  parte  los  pro- 
ceres que  tantos  años  habían  dominado  (i)  en  ella:  sus  adversa- 
rios unos  huyeron,  otros  se  resignaron  sometiéndose,  algunos 
fueron  á  Marruecos  á  presentar  al  sultán  almohade  el  memorial 

de 

(4)  Aben  Alabbar,  Ibidem.  Simonel  y  Lerchundi,  Cre$tQmaiiay  pág.  »7.  Conde,  Hüt. 
de  la  Dot/i.  T.  11  pág.  441,  T.  lU  pág.  7  y  28,  llama  al  Kadhi  de  Málaga  Abalhaquem  bfn 
Hasnun,  yo  creo  que  debe  «er  éste  Abulhaquem  ben  Hassun,  pues  en  él  concurren  toda» 
las  circunstancias. 


Parte  tercera.  Capítulo  i.  609 

de  sus  agravios.  Al  fia  los  odios  trianfaron  y  Abuihaquem  perdió 
con  la  vida  el  gobierno  de  Málaga  en  el  año  548 — 1 153 — 

Entre  los  adversarios  del  malaventurado  arráez  malagueño 

contóse  MOHAMMED  BEX  AlHASAN  B£N  CaMAN  AbU  AbDALLAH  £1. 

HizNARAMi  conocido  vulgarmente  por  Aben  Alfajar  ó  el  hijo  del 
dU/akarero.  En  jurisprudencia,  bellas  letras  y  gallardo  estilo  de 
de  leer  el  Koran  fué  sumamente  celebrado.  Poseyó  bastante 
caudal  y  perteneció  á  la  aristocracia  malagueña:  entre  él  y  los 
prepotentes  Beni  Hassun  surgieron  diferencias  graves;  ellos 
validos  de  la  fuerza  le  atropellaron.  Poco  celoso  de  su  dignidad 
porfió  tanto  con  sus  ruegos  y  humillacioneSi  implorando  la  gra- 
cia de  sus  enemigos,  que  éstos  acabaron  por  perdonarle  antes 
de  su  muerte  (i)  ocurrida  en  539 — 1144 — . 

Más  afortunado  que  el  anterior  fué  Mohammed  ben  Ali 
B£N  Alhasan  ben  Mohammed  BEN  Abdelathim  Abu  Abdallah 
EL  Amui;  habia  estudiado  en  Córdoba  y  era  ya  un  jurisconsul- 
to ilustre,  cuando  se  indispuso  con  los  Beni  Hassun;  temiéndoles 
huyóá  Sevilla,  pero  habiendo  hecho  las  paces  con  ellos  volvió  á 
Málaga,  siendo  perfectamente  recibido  por  aquella  familia  que 
le  regaló  vestidos  y  monedas;  desde  entonces  no  volvió  á  pcr« 
der  su  amistad,  hasta  que  murió  (2)  hacia  el  año  540 — 1145. 

Otro  enemigo  de  los  Beni  Hassun  tuvo  la  fortuna  de  contri-   * 
buir  á  la  ruina  de  sus  adversarios  y  presenciarla:  llamábase  Mo- 

HAMMED  BEN  AbDALLAH  BEN  SaMEC  AbU  AbDALLAH   EL  AmALI;  se 

hizo  notar  también  como  jurisconsulto;  enemistado  con  aque- 
líos 

(i)    Addohbi,  Ibidem,  folio  19  t.  del  M.  S.  Esc.,  39  del  de  Madrid.  Memcoxidt 
París,  fól.   610. 

(2)    Merracoxi  de  París,  fól.  1770. 


6io  Málaga  Musulmana. 


líos  proceres  huyó  á  Granada,  y  pasó  desde  ésta  á  Marruecos. 
Allí  trabajaría  indudablemente  en  perder  á  sus  contraríos,, 
pues  cuando  Abulhaquem  ben  Hassun  fué  muerto  por  los 
almohades,  volvió  á  Málaga,  siendo  nombrado  Kadhi  de  ella; 
lo  fué  también  después  de  Granada,  haciéndose  apreciar  por 
extremo  en  el  ejercicio  de  su  cargo,  en  el  que  le  había  prece- 
dido su  padre  en  537 — 1 142 — Mohammed  el  Amali  vivía  en  (i) 
555  de  Mahoma— rii6o  de  J.  C. 

Pero  no  todos  los  hombres  ilustres  de  Málaga  fueron  con- 
traríos de  los  Beni  Hassun.  Estos  contaron  entre  sus  buenos 
amigos  á  Mohammed  ben  Abdallah  ben  Fothais,  que  pertene- 
cía a  la  familia  de  los  Beni  Fothais  de  Elvira,  que  se  vino- 
desde  ésta  antigua  ciudad  á  vivir  á  Málaga.  Fué  un  hábil  mé- 
dico, literato  y  poeta,  muy  protegido  por  aquellos  magnates;  al 
espirar  la  dominación  almoravid  estuvo  al  servicio  de  ellos,  me- 
reciéndoles sumo  aprecio  y  muchas  alabanzas  (2). 

Hé  aquí  el  conjunto  de  noticias  que  he  podido  reunir  acer- 
ca de  uno  de  los  más  oscuros  períodos  de  la  historia  malagueña,, 
mientras  publicaba  ésta  obra;  datos  enteramente  desconocidos 
hasta  hoy,  y  hasta  hoy  completamente  inéditos. 

Cuando  al  terminar  el  poderío  Hammudí  se  alteraron 
[os  ánimos  en  Málaga  huyó  á  refugiarse  en  Sevilla,  á  la 
ilustrada  corte  de  Motamid  ben  Abad,  el  malagueño  Mo- 
hammed BEN  Abdallah  ben  Azbag  ben  Ahmed  ben  Abulabbas 
Abu  Abdallah.  El  cual  fué  discípulo  délos  principales  maestros 

de 


(1)  Ibidem,  fóL90,v. 

(2)  Ibidem,  fóL  116,  t. 


Parte  tercera.  Capítulo  i.  6ii 


de  Málaga  y  se  dio  á  conocer  en* jurisprudencia  y  literatura, 
considerándosele  como  escritor  elocuente  y  buen  poeta.  Pacifi- 
cadas aquellas  alteraciones  volvió  á  su  país,  donde  murió  y  fué 
enterrado  en  la  Mezquita  de  la  Palma,  extramuros  de  Má- 
laga (i). 

Durante  los  acontecimientos  antes  reseñados  de  la  época 
de  los  Beni  Hassun,  murieron  en  nuestra  ciudad  los  siguientes 
hombres  notables: 

Ibrahim  bex  Soleiman  ben  Jalifa,  célebre  jurisconsulto  ma- 
lagueño que  falleció  en  Sevilla  en  510 — 11 16 — . 

MouAMMED  BEX  SoLEiMAN  Abulhosain,  (2)  pocta,  quc  es- 
piró en  528—1133. 

Ali  ben  Abderrahman  BEX  Mamer  el  Modzahachi,  quien 
se  distinguió  por  lo  agradable  de  su  carácter  y  por  la  austeri- 
dad de  sus  costumbres.  Alejado  por  completo  del  mundo,  vivió 
en  su  morada,  como  en  un  yermo,  sin  traspasar  sus  umbrales, 
durante  treinta  y  cinco  años,  (3).  Falleció  en  533  — 11 38 — y 
le  enterraron  al  pié  de  Gibralfaro. 

MOHAMMED  ben  AbDERRAHMAX  BEX  MaMER  EL  MoDZAHACHI, 

jurisconsulto,    tradicionista    3'    lector  excelente,    aprendió    de 
muy  buenos  maestros  y  lo  fué  de  los  más   importantes    de   su 
época  en  España,  (4).  Murió  en  537 — 1142 — . 
Abdallah 

(i)  Merracoxi  de  París,  fól.  100.  lie  dudado  do  la  época  en  i|uo  v¡\iú  osle  kí>- 
table  malague&o,  pues  en  el  testo  del  Merracoxi,  dice  Motaniid  l»eu  Gatnadr.  que  me 
ha  parecido  sería  mejor  ben  Abbad. 

(2)  Aben  Alabbar  en  ('.a>irí,  T.  I.  pág.  95. 

(3)  Addobbi,  fól.  132  del  M.  S.  Esc. 

(4^  Ibidem,  fól.  60.  Aben  Baxcual,  Ibidem,  fol.  li*>  del  M.  S.  Esc,  33t  del  de  .Ma- 
dríd. 

8i 


Abdallah  ben  Ahmed  ben  Ismael  ben  Aisa  ben  Ahmbd 
BEN  Ismael  ben  Samec  el  Amali  Abu  Mohammed,  padre  de  i 
otro  jurisconsulto  ya  nombrado.  Nació  en  456 — 1063 — y  de-  l 
mostró  en  la  primavera  de  su  vida,  excelentes  dotes  de  poeta, 
entre  las  que  dominaban  dulzura  y  facundia;  distinguióse  tam- 
bién en  otros  géneros  literarios  y  en  la  jurisprudencia.  Sus 
conocimientos  jurídicos  le  merecieron  el  kadiazgo  granadino, 
que  regentó  algún  tiempo  (i).  Murió  en  540 — 1145- 

Abdallah  ben  Ahmed  ben  Abderrahim  Abu  Abdallah  el 
Gasani,  jurisconsulto  insigne,  que  nació  el  mismo  año  en  que 
indiqué  habia  nacido  el  anterior,  y  murió  tres  después  de  él  (2). 

Abdelmelic  ben  Bono  ben  Soaid  ben  Azam  el  Koraxi  el 
Abderi;  nació  en  462 — 1069 — fué  muy  estudioso  y  entendido 
en  jurisprudencia  (3).  Murió  en  549 — 1154. 

En  la  segunda  mitad  del  siglo  VI  de  Mahoma,  murieron 
los  siguientes  célebres  malagueños: 

Abdallah  ben  Abderrahman  benFaz  ben  Abderrahman  el 
Aquí,  se  dedicó  especialmente  á  la  lectura  del  Koran,  á  las  be- 
llas letras  y  á  la  lexicografía;  fué  sumamente  estimada  su 
ciencia,  pues  de  él  solicitaron  diploma  para  enseñar  multitud 
de  escritores  {4).  Murió  en  560 — 1164. 

Abdallah  ben  Mohammed  ben  Aisa  el  Anzari,  á  quien  ge- 
neralmente se  conocia  por  Aben  Almalaki  ó  el  hijo  del  mala- 
gueño; habitó  mucho  tiempo  en  la  ciudad  de  Marruecos,  donde 
murió 

(1)  Aben  Aljathib,  JAata,  fól.  C9  del  M.  5.  Esc,  50  delacopia  de  Hadríd. 

(2)  Addolibi.  Casiri,  Bib.  ar.,  T.  II,  pág.  137,  col.  IL 

(3)  Addolibi,  lliidem,  ful.  HO  v. 

<4}    Aben  Alabbar,  Ibidem,  fól.  92  del  M.  S.  Esc,  269dela  copia  de  Madrid. 


Parte  tercera.  Capítulo  i.  613 

murió  en  574  de  la  Hegira — 1178  á  1179  de  J.  C.  Fué  un  ex- 
celente jurisconsulto,  predicador  y  literato;  entró  al  servicia 
de  uno  de  los  sultanes  almohades,  y  fué  nombrado  superior  de 
los  tolbas  ó  sabios  de  la  población  en  qne  se  habia  estable- 
cido, (i). 

Abderrahman  ben  Abdallah,  conocido  vulgarmente  por 
AxAiLi,  nació  en  507 — 11 13.  Habiéndose  trasladado  á  Grana- 
da, siguió  en  ella  brillantemente  sus  estudios;  escribió  entre 
otras  obras,  una  sobre  los  nombres  de  Dios,  otra  filológica  y 
multitud  de  versos  (2).  Falleció  en  Granada  en  581 — 1185. 

En  éste  mismo  año  murió  también  uno  de  los  escritores 
malagueños,  que  más  renombre  alcanzaron  durante  el  período 
que  estoy   recorriendo.  Llamóse  Abderrahman  ben  Abdallah 

BEN  AhMED  ben  AbULHASAN  BEN  AzBAG  BEN  HOSAIN  BEN  SaA- 
DUN    BEN    ReDUAN  BEN    FOTUH    EL     HaTSAMI     AsSAHILI,    Abuzid 

Abulkasim  y  Abulhasan.  Este  notabilísimo  escritor  constituyó 
una  autoridad  de  sumo  crédito  para  los  autores  musulmanes 
de  su  tiempo.  Tuvo  muy  excelentes  maestros,  entre  los  cuales 
se  nombra  á  Abdallah  ben  Farach  ben  Baxid  Abu  Mohammed, 
jurisconsulto  y  tradicionista;  diéronle  su  ichaza  ó  diploma  de 
suficiencia,  multitud  de  notabilidades,  y  contó  con  no  menos 
notables  discípulos.  Distinguióse  en  lexicografía  y  en  diversi- 
dad de  géneros  literarios,  en  historia  y  genealogías,  en  las 
cuales  mostró  excelente  memoria;  citábasele  también  por  su 
elocuente  manera  de  recitar  versos.  Compuso  diversas  obras, 
siendo  una  de  las  mas  celebradas  la  que  tituló  Jardines  nuevoSy 

que 

Ci)     Aben  Alabbar,  M.  S.  de  Madrid  G.  g.  30.  lóL  27o. 

^2)    Aben  Aljathib,  Ifiata:  Casiri,  Bihl,  At\,  T.  H.  pág.  104,  col.  II. 


(6l4  MALAGA  Musulmana. 

-que  escribió  en  unos  cuantos  meses  del  año  569 — 11 73 — :  éste 
libro  encerraba  noticias  de  varones  ilustres,  sacadas  de  ciento 
treinta  colecciones  de  poesías;  á  el  cual  se  debe  la  memoria 
de  muchos  célebres  malagueños,  citados  por  los  biógrafos  que 
me  sirven  de  fuentes  para  éstos  trabajos.  Además  de  éstas 
obras  escribió  algunas  otras,  tanto  literarias  como  de  interpre- 
tación Iforánica  (i).  La  fama  de  su  ciencia  hizo  que  le  llama- 
jan  á  Marruecos  para  enseñarla,  y  allí  murió  en  581. 

MOHAMMED    BEN  AUDESSELAM    BEN  AlI    BEN     MoTARRIF    BEN 

Ibrahim  BEN  Omar  BEN  Ibrahim  EL  Amut  Abu  Abdallah.  Fué 
varón  justo  y  generoso,  hábil  en  la  ciencia  del  derecho,  literato 
célebre  y  de  superior  mérito  (2).  Falleció  también  en  581. 

XaQUIR  BEN    MoHAMMED    BEN  AlHASAN  BEN  CaMEL  AbULHO- 

SAiN  Y  Abulfahar  el  Hadrami.  Distinguióse  porlas  nobles  pren- 
das de  su  carácter,  al  par  que  por  su  talento  y  cortesía.  Cuen- 
ta el  autor  de  donde  tomé  su  vida  que  huyó  de  Málaga  cuando 
el  suceso  del  Algecireño,  que  no  he  podido  averiguar  cual  fuese,  y 
que  murió  en  Sevilla  en  586 — 1190 — . 

MoHAMMED  iíEN  HaSAN  BEN  MoHAMMED  EL  AmUI   AbU  AbDA- 

llah,  (3)  notable  en  la  lectura  del  Koran  y  en  lexicografía,  fué 
el  maestro  de  otro  de  los  más  importantes  hombres  de  Málaga 
Mohammed  ben  Ibrahim  ben  Jalaf  ben  Ahmed  Abu  Abdallah  el 
Anzari;  era  de  familia  valenciana  y  se  le  llamó  vulgarmente, 
cual  á  otro  sabio  de  la  misma  época.  Aben  Alfajar,  el  hijo  del  al- 
'  '~        '  faharero. 

(1)  Aben  A1aliliar,Ilu<lüm,ról.  12-2  del  M.S.Ksc,  342  de  la  copia  de  Madrid.  Ca- 
siii,  BÚA.  a,:  T.  II,  pújí.  131,  col.  11.  Aben  Alnbbar.  fól.  92  de!  M.  S.  Esc,  268  de  la 
copiarle  Madrid. 

(2)  Meiracoxi  de  Paris,  fól,  "150  v. 

(3)  Ibidcni,  fól.C3  V. 


Parte  tercera.  Capítulo  i.  615 


faharero.  Nació  en  511  — 11 17;  cítanlo  multitud  de  autores,  co- 
mo uno  de  los  memorables  de  su  tiempo  por  sus  conocimientos 
^en  tradiciones,  jurisprudencia,  lexicografía,  literatura  é  historia, 
ponderando  todos  ^iquellos  autores  su  gran  erudición.  Partió  al 
África  llamado  por  el  sultán  de  los  Almohades,  como  Assahi- 
li  (i),  y  murió  en  Marruecos  en  590 — X195 — . 

Hijo  de  otro  autor  que  anteriormente  mencioné  fué  Moham- 
MED  BEN  Adelmelic  ben  Bono  ben  Soaid  ben  Azam  Abu  Abda- 
LLAH,  vulgarmente  conocido  por  Aben  Albaithar,  como  otro 
-escritor  insigne  del  siguiente  siglo.  Nació  en  506 — 11 12 — estu- 
dió en  Málaga  y  Córdoba,  y  mereció  que  le  dieran  su  diploma 
para  enseñar  multitud  de  profesores.  Dejó  de  vivir  á  la  avan- 
zada edad  de  ochenta  y  seis  años  (2). 

Mohammed  ben  Omar  Abu  Abdallah  el  Katib  ó  el  Secre- 
tario; habia  nacido  en  526 — Casiri  dice  en  523 — fué  hombre 
circunspecto  y  memorable  en  lexicografía,  literatura,  historia  y 
tradiciones,  y  escribió  acerca  de  los  Príncipes;  puede  ser  que  por 
ésto  ó  quizás  en  vista  de  otros  textos,  digera  de  él  Casiri,  que 
fué  cronista  del  rey  de  Málaga  (3).  Falleció  en  Fez,  en  596 — 
1199— . 

Mohammed  ben  Ahmed  ben  Jalifa  Abu  Abdallah  el  Anza- 
Ri,  lector  celebrado  del  Koran  (4)  que  murió   en  598 — 1201 — . 

Adelwahab  ben  Mohammed  ben  Ali  el  Kaisi,  oriundo  de 
Monxer  pueblo  del  territorio  malagueño  y  por  ésto  llamado  Al- 

monxeri 

(i)     Addolibi,  fól.  16  V.  del  M.  S.  Esc,  33  de  la  copia  de  París.  Merracoxi  de  Par¡«. 
ful.  30  V.  Aben  Alabbar,  fól.  26  del  M.  S.  Esc,  76  de  la  copia  de  Madrid. 

(2)  Aben  Alabbar,  Ibidem,  fól.  47  v.  del  M.  S.  Esc,  76  de  la  copia  de  Madrid. 

(3)  Ibidem,  28  del  Esc.  86  de  Madrid.  Casiri,  Bill,  ar,,  T.  H,  pájr.  123,  col.  \i, 

(4)  Aben  Alabbar,  Ib.,  ful.  29  del  M.  S.  Esc,  88  de  la  copia  de  Madrid. 


6i6  Málaga  Musulmana. 


monxeri;  se  le  cita  como  malagueño,  probablemente  por  su  re- 
sidencia en  Málaga,  ó  quizás  por  haber  nacido  en  ella  y  ser  origi- 
nario de  aquel  pueblo.  Escribió  de  historia  malagueña  (i)jr 
murió  también  en  598 — 1201 — 

Mencionan  los  biógrafos  moros  además  de  las  notabilida- 
des malagueñas  que  antes  indiqué,  otras  muchas  sin  determi- 
nar la  época  en  la  cual  vivieron  y  murieron,  Pero  bien  por 
aquella  á  que  pertenecen  los  mismos  biógrafos,  bien  por  los 
maestros  que  les  adiestraron  en  ciencias  y  letras  y  cuya  exis- 
tencia conozco,  bien  por  las  relaciones  que  mantuvieron  con  los 
que  anteriormente  dejo  nombrado?,  he  podido  inferir  el  siglo- 
á  que  pertenecieron.  Todos  los  que  corresponden  desde  la  in- 
vasión hasta  el  fin  del  siglo  VI  de  Mahoma,  XII  de  nuestra  Era, 
á  cuyo  tiempo  se  refiere  el  presente  capítulo,  los  he  reunido  en 
éste  lugar,  y  paso  á  nombrar  aquellos  de  quienes  el  nombre  solo 
conozco,  y  á  reseñar  las  vidas  de  otros,  mejor  conocidas. 

Zaleh  ben  Zaid  Awami,  denominado  el  Tradicionista;  escri- 
bió mucho  y  habiendo  perdido  la  mano  derecha  se  adiestró  á 
escribir  con  la  izquierda,  tanto  que  sacó  muchos  traslados  de 
obras  interesantes  para  sus  contemporáneos,  entre  ellas  el  libro- 
de  Abu  Aisa  el  Termadi  (2). 

SOLEIMAN  BEN  SOLEIMAN  BEN  AbUSSOLAIM  EL  MOAFERI  (3). 

S0LEIMAN  BEN  Omar  el  Quineni,  quicu  desde  Málaga  pasó 
á  Egipto,  donde  falleció  (4). 

SOLEIMAN 


(1)  Ibidem.  Casiri  Bibl.  ar.  T.  II,  pág.  133.  col.  IL 

(2)  Addhobi. 

(3)  Addohbí,  fól.  206  de  la  copia  de  Madrid. 

(4)  Merracoxi  del  Esc,  fól.  i9. 


Parte  tercera.  Capítulo  i.  617 

SOLEIMAN    BEN    MoHAMMEDBEN  AbDALLAH  AsSOBAí;  COmpUSO 

nin  tratado  de  crítica  gramatical  denominado,  Noticias  de  los  erro- 
res que  concurren  en  la  Gramática  titulada  Paráfrasis  de  Alhasan 
ben  Ahmed  ben  Abdelgafir  Abu  Ali,  escritor  persa  que  vivió  ba- 
rcia el  año  351  de  la  Hegira — 962 — en  Ispahan  y  Bagdad.  La 
obra  del  escritor  malagueño  se  conserva  en  la  Biblioteca  del  Es- 
'Corial.  Es  muy  posible  que  éste  autor  sea  un  Soleiman  ben  Mo- 
hammed  ben  Assobai,  discípulo  en  Andalucía  de  Abulabbas  ben 
Alarif,  que  pereginó  á  la  Meca  y  viajó  después  por  Oriente, 
visitando  la  Siria,  Egipto  y  otras  regiones.  Tuvo  en  el  Cairo 
multitud  de  discípulos  y  se  le  alababa  por  su  caridad,  religión  y 
generosidad  (i). 

S0LEIMAN  BEN  Mohammed  BEN  Algamed  Aburrabia,  macstro 
<ie  un  notable  escritor  llamado  Aben  Jalifa. 

Soleiman  ben  Ahmed  ben  Aisa  ben  Saad  ben  Mohammed 
Aburrabia  el  Anzari  (2). 

Soleiman  ben  Ahmed  ben  Mohammed  ben  Soaid  Abubequer 
XL  Anzari  el  Baiesi,  viajó  al  Oriente  y  peregrinó  á  la  Meca  (3). 

Said  ben  Obaira  el  Anzari  (4). 

Ridha  ben  Ridha  Abu  Amrú  escritor  y  poeta  (5). 

Mohammed  ben  Ahmed  ben  Abdelmelic  Abubequer  el  An- 
zari, quien  se  conoció  vulgarmente  por  Aben  Alarrar  el  hijo 
del  tejedor  de  seda.  Diéronle  su  diploma  (6)  para  enseñar  los  más 
ilustres 

(1)  Casiri,  Bihl.  ar.  T.  II,  pág.  347,  coL  II,  y  T.  I,  pJg.  31  col.  II. 

(2)  Merracoxi  del  Escorial,  fól.  17. 

(3)  Ibidem,  fóL8. 

(4)  Ibidem,  fól.  5. 

(5)  Aben  Alabbar,  Tahfa  Alkadim,  en  Casiri,  Bibl.  ár.,  T.  I,  pjg.  98,  col.  I. 

(6)  Merracoxi  d«l  Esc,  fól.  2  v. 


6i8  Málaga  Musulmana. 


ilustres  maestros  del  Occidente  y  fué  muy  notable  en  caligrafía. 

MoHAMMED  BEN  Taleb,  escntor  y  poeta  (i). 

MoHAMMED  BEN  Obada,  llamado  también  Aben  Jalaf  ben  Mo- 
hammed  ben  Soaid  el  Raini  jurisconsulto  (2). 

MOHAMMED  BEN  IbRAHIM  BEN  AhMED  EL  AnZARÍ,  del  CUal    SC 

ocupó  el  escntor  Aben  Bono  (3). 

Mohammedben  Habibben  Mohammedben  AhmedóMohaM' 
MED  Abubeker,  personaje  notable  de  Málaga,  predicador  en 
su  Mezquita  mayor  y  de  los  renombrados  lectores  del  Koran  (4). 

MoHAMMED  ben  FoTUH  BEN  AlI  BEN  WaLID  BEN  MOHAM- 
MED  BEN   AlI. 

MOHAMMED  BEN  AlI  BEN  MOHAMMED  AbU  AbDALLAH   EL    An- 

zARi,  viajó  por  Oriente  y  estudió  en  Alejandría  con  un  maestro 
español,  llamado  Abulabbas  el  Zaragozano  (^), 

MoHAMMED  BEN  Ahmed  Abu  Abdallah  couocido  por  Aben 
Meswara.  Fué  ciego  y  tuvo  muchos  y  muy  notables  discípu* 
los  (6). 

MoHAMMED   BEN  AlI  BEN  AhMED    BEN  MOHAMMED  BEN  GaLIB 

Abu  Abdallah  el  Hadrami  (7). 

MOHAMMED  BEN    AlHASAN  BEN   YuSUF  BEN  AbDELATHIM  AbU 

Abdallah,  fué  uno  de  los  discípulos  de  Abdelhac  ben  Bono  (8). 

MoHAMMED  BEN  AlHASAN  BEN  AlI  BEN  JaLEH  BEN  SaLÉN  AbU- 
LHOSAIN 

(1)  Aben  Alahbaí",  Ibidem,  en  Casiri,  Bihl.  áv.  T.  1,  páj,'.  99,  col.  L 

(2)  Merracoxi  de  París,  fól.  171  v. 

(3)  Merracoxi  de  París,  fv)l.  30  y  40. 

(4)  Ibidem,  fól.  58  v. 

(5)  Ibidem,  IVil.  201  v. 

(6)  Ibidem,  í'il.  28  v.  Aben  Alabbar,  fól.  i8  de  la  copia  de  Madrid. 

(7)  Merracoxi  de  París,  fól.  184. 

(8)  Ibidem,  fól.  63  V. 


Parte  tercera.  Capítulo  i.  6ig 


-c^ 


LHOSAiN  el  Hamdani;  por  su  saber  obtuvo  importante  lugar  en? 
su  patria,  así  como  por  su  justicia.  Compuso  algunos  tratados 

•  •  •        - 

acerca  del  modo  de  cumplir  con  los  deberes  de  la  peregrinación 
á  la  Meca  (i).  Otro  autor  del  nombre  de  Mohammed  ben  Al- 
hasan  he  hallado  citado  como  poeta  y  literato  célebre;  posible 
és  que  sea  el  mismo  que  el  anterior. 

Mohammed  ben  Abulhasan  ben  Zabir  ben  Mohammeuben 
Zabir  Abu  Abdallah  el  Kaisi.  Estudió  en  España  bajo  la  di- 
rección de  muchos  notables  profesores;  dirigióse  después  ¿Orien- 
te é  hizo  la  peregrinación  á  la  Meca;  pasando  por  Alejandría 
detúvose  algún  tiempo  en  ella,  para  seguir  la  enseñanza  de. sus 
profesores;  de  retorno  á  España  dedicóse  al  profesorado,  sien- 
do discípulos  suyos  multitud  de  hombres  de  valía  (2). 

Mohammed  ben  Abdallah  originario  de  Valencia;  desde 
Málaga  se  trasladó  á  aquella  ciudad',  donde  estudió  con  sus 
profesores,  hasta  que  llegó  á  ser  uno  de  tantos.  Rué  celebrado- 
por  el  poeta  Amrú  ben  Selam  por  su  mérito  en  las  bellas  letras 
y  especialmente  en  la  prosodia  (3). 

Jalaf  ben  Ommia  Abusaid  ben  Ishac  ben  Ibrahim  ben  Wa- 
hab,  maestro  de  varios  literatos  de  su  tiempo  (4). 

Aziz  BEN  Mohammed  el  Lagmi  Abuhoraira,  á  quien  celebra- 
ron  notables  autores. 

Ahmbd  ben  Chobair  el  Mokri  Abu  Ornar,  que  hicieron  no- 
table 

(1)  Mcrracoxi  de  París,  fól.  60  ▼. 

(2)  Ibidem,  fól.  85  v. 

(3)  Ibidem,  fól.  107  V. 

(4)  Aben  Baxcual,  fól.  29  del  M.  S.  Esc.,  7i  de  la  copia  de  Madrid. 

82 


620  Malaga  Musulmana. 


table  su  enseñanza  y  sus  discípulos  (i). 

Alalem  B£N  AiSA  el  Áquit  á  quien  alabó  Mohammed  ben 
Harets  el  Hoxani. 

Alkasim  ben  Abderkahman  ben  Dahman  el  Anzarí  Aba  Mo- 
hammedi  discípulo  de  Manzur  ben  Aljair  el  Jorobado^  que  antes 
cité. 

Abderkahman  ben  Soail  ben  Galib  ben  Hafs,  varen  nota- 
ble á  quien  mencionan  Homaidi  y  Aben  Baxcual  (2). 

Abdelmelic  ben  Soail  el  Ausi;  fué  sumamente  alabado  por 
su  modo  de  leer  eí^Korsn»  siendo  tal  su  lectura  que  conmovía  á 
sus  devotos  oyentes  (3). 

Abdelmelic  ben  Habib  el  Ameli  Aba  Meruan. 

Abu  Abdallah  ben  Mennaf,  literato  y  poeta  célebre  (4). 

Abdallah  ben  Ahmed  Abu  Mohammed,  conocido  por  Aben 
Banahi.  Sus  conocimientos  en  literatura,  idioma  árabe  y  poesía 
fueron  generalmente  estimados;  fué  también  maestro  de  machos 
notables  escritores  malagueños  (5). 

Abdallah  ben  Teman  Assaadi  Abu  Mohammed,  á  quien 
mencionó  Abu  Abdallah  ben  Jalifa,  Kadhi  de  Málaga  (6). 

Alhasan  ben  Abdelhatim  Abu  Ali;  hizose  notable  por  sa 
modo  de  recitar  el  Koran;  además  fué  predicador  de  la  Mez* 
quita  mayor  malagueña. 

Adelwahid  ben  Amir  el  Koraxi  el  Fehrí  Aba  Mohammed, 
quien 

(1)  Ibidem,  fól  13  del  Esc.  40  de  U  copia  de  Madrid. 

(i)  AbeD  Alabbar,  fól.  ii6  t.  del  M.  S.  Esc.  329  de  la  copia  de  Madrid. 

(3)  Ibidem,  fól.  i32  del  Esc.,  375  del  de  Madrid. 

(4)  Addokbi,  fól.  136  del  M.  S.  Esc 

(5)  AbeD  Baxcual,  fól.  69  del  M.  S.  Esc.  173  de  U  copia  de  Madrid. 

(6)  Aben  Alabbar,  fól.  84  del  Esc.  248  del  de  Madrid. 


Parte  xfeRCERA.  Capítulo  i.  621 

<)iuen  se  distinguió  por  lo  honesto  jde  sus  costumbresi  por  su  pers- 
picacia y  ciencia;  contóse  entre  los  maestros  de  muchos  insignes 
literatos  (i). 

Ibrahim  ben  Hamza  ben  Zakaria  el  Azdi  Abutaher,  persona 
muy  inclinada  á  la  ciencia,  que  se  dedicó  al  estudio  de  los  prin* 
cipios  fundamentales  del  estilo.  Ganim  el  gramático  se  ocupó  de 
él  y  Axaabi  afirmó  que  era  ceutf;  Aben  Baxcual  le  considera  co* 
mo  malagueño. 

MOHAMMED    BEN  AhMED  BEN    MoTHARRIF  AbU  AbDALLAH  el 

Aoiui  que  mereció  ser  citado  por  Aben  Zarkun  (2). 

MOHAMIkfED  BEN  AlHASAN  BEN  AhMED  BEN  YaHYA  BEN  AbDA* 

LLAH  Abulhatab  el  Anzarii  hermano  del  maestro  Aben  Alkor*- 
tobi,  á  quien  alabé  antes  (3). 

MOHAMMED  BEN  KaSIM  BEN  DaHMAN  AbU  AbDALLAH    á  quiCD 

citó  Aben  Bono,  (4)  pariente  de  otro  antes  nombrado. 

Además  de  todos  éstos  hombres  notables  vivieron  y  murie- 
ron en  Málaga  muchos  otros,  nacidos  ya  en  nuestra  provincia 
ya  en  diversas  ciudades  españolas,  notables  en  política,  en  las 
letras  y  en  las  ciencias.  Solo  citaré  á  los  dos  siguientes. 

MoHAMMED  ben  FoTUH  BEN  AlI   BEN  WaLID  BEN  MoHAMMED- 

BEN  Ali  Abu  Abdallah  el  Anzarí  (5).  Era  natural  de  Talavera,  y 
después  de  estudiar  con  los  mejores  maestros  del  islamismo  es- 
pañol, presidió  á  los  kadhies  de  Granada  y  murió  en  Málaga 
en  498 — 1104 — . 

SOLEIMAK 

(1)  Ibidem,  i39  del  Esc.  40i  del  de  Madrid. 

(2)  Merracoxi  de  Paris,  fol.  24  v.  Aben  Alabbar,  fól.  207  del  M.  S.  de  Madrid. 

(3)  Merracoxi  de  Paris,  fól.  59  v. 

(4)  Ibidem,  fól.  142  v: 

(5)  Aben  Baxcual,  fól.  i20  del  M.  S.  Esc.,  3i0  del  de  Madrid. 


622  Málaga  Musulmana. 


•  '  SoLEiMAN  .BEN  Ahmed  ben  Ali  ben  Galib  el  Abdcii  Aburra- 
bia,  nació  en  Dénia  y  vivió  en  Málaga  de  la  cual  fué  Kadhi  (i). 

No  quiero  terminar  éste  capítulo  sin  presentar  á  mis  lecto- 
res una  curiosa  noticia,  que  hasta  ahora  no  he  visto  aprovecha- 
.da  por  ninguno  de  los  escritores  que  ^e  han  ocupado  de  arte  his- 
panorsarraceno.,La  cual  prueba  que  hijos  de  nuestra  ciudad  se 
dedicaron  á  las  ciencias,  aplicándolas  á  las  necesidades  de  la 
vida;  que  aunque  el  escritor  que  la  presenta  no  merezca  decidi- 
da confianza,  su  aserto  sin  embargo  parece  ser  verdadero. 

Hablando  (2)  de  las  grandes  obras  que  ilustraron  el  rei- 
.nado  de  Addelmumen,  sultán  almohade,  dice  así:    • 

«Acabada  la  mezquita,  labró  en  ella  unos  pasadizos  ó  gale- 
rias  de  extraña  labor  y  artificio  que  él  entraba  y  salia  en  la  mez- 
quita sin  ser  visto  por  espaciosas  bóvedas,  que  .comunicaban 
con  su  p9.1acio;  así  mismo  le  presentaron  un  almimbar  ó  pulpi- 
to de  maravillosa  labor;  todas  sus  piezas  eran  de  madera  aroma- 
tica  que  llaman  lit  y  de  sándalo  colorado  y  amarillo.  Las  cha- 
'  pas  abrazaderas  y  barretas  y  toda  la  clavazón  y  tornillos  eran  de 
oro  y  plata,  de  extraña  labor.  También  le  hicieron  entonces  ana 
maksura  ó  estancia  movible,  que  se  mandaba  de  una  parte  á 
otra  con  ruedas,  tan  grande  que  cabían  en  ella  mil  hombres. 
Tenia  seis  costillas  ó  brazos  que  se  alzaban  con  goznes,  y  éstos 
y  las  ruedas  estaban  dispuestos  de  manera  que  no  hacían  ruido 
al  moverse  y  se  levantaban  muy  á  compás  y  se  bajaban  cuanto 
convenia;  y  estaban  colocadas  éstas  piezas  en  las  capillas  por 
L_  donde 


(i)    Abea  AUbbar  en  Casirí,  Bibl.  ár.  T.  I,  pág.  100  col.  II. 
(2)    Conde,  Hut.  de  la  dom.  d$lo$ár.en  E$p.,  T.  m,  pág.  37. 


Parte  tí:rceka.  Capítulo  i.  623 


donde  entraba  el  rey  á  la  mezquita;  tenian  ambas  piezas  tales 
tornos,  hechos  por  geometría^  que  cada  máquina  se  movia  á  la  par 
luego  que  se  alzaban  las  cortinas  de  cualquiera  de  las  dos  puer- 
tas ó  entradas,  por  donde  el  rey  venia  al  giuma  á  la  azala  — á  la 
oración  en  la  mezquita — y  luego  que  levantaban  la  cortina  se 
principiaban  á  salir  la  maksura  de  un  lado  y  el  almimbar  del 
otro,  por  medio  de  sus  tornos  y  ruedas  con  mucha  pausa  y  ma- 
gestad,  y  se  iban  levantando  sus  brazos  ó  costillas,  sin  diferen- 
cia ni  discrepar  un  movimiento  y  se  ponian  á  poco  y  sin  ruido 
alguno  en  lugares  convenientes  de  la  capilla  principal:  y  el  al- 
mimbar tenia  tal  máquina  que  luego  que  el  chatib  ó  predicador 
subía  las  gradas  se  abrían  sus  puertas,  y  en  entrando  se  cerra- 
ban por  sí  mismas  sin  que  se  viese  ni  oyese  el  movimiento  ad- 
mirable de  éstas  máquinas;  y  el  rey  con  sus  guardias  ó  familia 
salía  en  su  maksura  con  la  misma  facilidad  ó  se  retiraba  de  la 
misma  manera.  Estas  fueron  las  obras  del  célebre  artífice  Alhas 
Yahix  de  Málaga,  el  mismo  que  fabricó  la  fortaleza  de  Gebal- 
tarík — Gibraltar — de  orden  de  Abdelmumen.» 

•Celebró  el  artificio  de  éstas  maravillosas  máquinas  en  ele- 
gantes versos  el  catib  Abu  Bequir  ben  Muber  de  Fehra,  en  una 
ka  sida  larga: 

Serás  feliz  en  cas  del  generoso, 
Que  abraza  tantos  pueblos  y  naciones 
Y  los  ampara  como  fuerte  muro: 
Bienhadado  serás  con  quien  abraza 
Ingeniosos  artífices  y  sabios, 
Sus  invenciones  y  primor  premiando. 
Allí  verás,  secreto  prodigioso 
Máquinas  con  razón  y  movimiento: 
Puerta  verás  de  proporción  sencilla, 
Que  la  grandeza  de  su  rey  conoce, 

Tal 


CAPITULO  IL 

Las  Ciencias  y  las  Letras  en  Málaga 

DESDE  el  siglo  VII  DE  MaHOMA  XIII  DE  JESUCRISTO 

HASTA  LA  Reconquista  (i). 


Consideraciones  generales. — Escritores  malagueños  cuya  fecha  de-existencia  és  conocida 
dentro  de  éste  período. — ^Aben  Albaithar.— Su  vida,  sus  obras.--Su  importancia  en  la 
ciencia  médica  de  la  Edad  Media.— Aben  Askar.— Historiadores  musulmanes  de  Blála- 
ga.— Otros  escritores.— Indicaciones  acerca  de  aquellos  cuya  fecha  de  existencia  és 
desconocida  dentro  de  éste  periodo.— Conclusión. 


Asi  como  dominaron  en  la  cristiandad  durante  la  Edad  Me- 
dia el  misticismo  y  la  teologia,  ésta  ciencia  y  aquella  elevada  ten- 
dencia del  espíritu  humano  dominaron  también  en  la  sociedad 
hispano-musulmana. 
Teólogos,, 

(i)  Cuando  comencé  á  publicar  ésta  obra,  parecíame  que  tenia  reunidos  los  principa- 
les datos  para  escribir  la  Historia  literaria  malagueña  de  los  tiempos  medios;  poco  tiempo 
después^  habiendo  tenido  la  alta  honra  de  representar  á  Espafia  en  el  Congreso  de  loa 
Orientalistas  de  Berlin,  y  al  haber  recorrido  algunas  de  las  principales  bibliotecas  europeas 
que  guardan  manuscritos  árabes,  pude  aumentar  considerablemente  mis  apuntes,  enrique- 
ciendo ésta  obra  con  numerosos  datos  enteramente  inéditos.  No  puedo,  sin  embargo,  dar 
á  mi  trabajo  toda  la  extensión  que  merece;  ésto  és  asunto  de  obra  especial;  no  he  querido 
tampoco  aumentar  su  precio  á  los  que  han  tenido  la  generosidad  de  costearle;  por  lo  cual 
aolo  lo  más  notable  y  preciso  he  consignado  en  éste,  como  en  el  precedente  capitulo,  dejan- 
do para  una  ocasión  más  favorable  la  publicación  de  una  obra  acabada  y  completa  sobre 
dáñelas  y  letras  musulmanas  malagueñas. 


626  Malaga  Musulmana. 


Teólogos,  intérpretes  y  glosadores  del  Koran;  zufíes  entre- 
gados á  la  contemplación  y  á  la  penitencia;  morabitos  ó  ermi- 
taños apartados  del  mundo,  ganándose  en  vida  la  bienaventu- 
ranza con  su  intensísimo  amor  á  Dios,  con  la  abstinencia,  la 
oración  y  el  ayuno;  peregrinos  que  se  ponian  en  frecuente  ries- 
go de  daños  y  muerte,  para  cumplir  con  su  visita  á  la  Meca  una 
de  las  mayores  obligaciones  de  todo  buen  musulmán,  he  halla- 
do á  cada  momento,  y  hallará  el  lector  en  el  anterior  y  en  el  pre- 
sente capítulo.  , 

Todas  las  biografías  de  personajes  célebres  malagueños  tie- 
nen, en  ésta  Edad  memorable,  un  fondo  común,  el  estudio  del 
Koran;  poetas,  jurisconsultos,  historiadores,  procuraron  darse  á 
conocer  en  él.  Los  biógrafos  celebran  la  felicísima  memoria  de 
los  unos,  sin  duda  para  conservar  aleyas  ó  versículos  koránicos, 
y  tradiciones  puramente  religiosas;  conmemoran  en  otros  la  ma- 
nera cadenciosa  de  recitar  el  sagrado  libro,  haciendo  resaltar 
todas  las  excelencias  y  todos  los  primores  de  su  lenguaje,  mu- 
chas veces  apasionado  y  grandilocuente;  recuerdan  los  especia- 
les conocimientos  de  otros,  en  su  interpretación  koránica,  y 
además  en  los  dichos  y  hechos  del  Profeta,  de  sus  discípulos  y 
favorecedores,  de  los  que  le  siguieron  y  de  los  que  le  ayudaron. 

Dos  cosas  me  han  llamado  principalmente  la  atención,  zt 
recorrer  éstas  biografías.  Primeramente  la  universalidad  de  co- 
nocimientos qne  la  mayor  parte  de  éstas  celebridades  demues- 
tran; hay  entre  ellos  quien  és  considerado  á  la  vez  como  teólo- 
go, poeta,  historiador  y  gramático;  hay  entre  ellos  quien  recorre 
todas  las  ciencias,  desde  la  jurisprudencia  á  la  medicina^ 

Después* 


Parte  tercera.  Capítulo  ii.  627 

Después  admira  la  afición  á  viajar  que  demuestran  éstos  es* 
critores;  muchos  con  grave  riesgo,  padeciendo  innumerables  fa^^ 
tigasy  trabajos,  atravesandoel  mar  en  incómodas  embarcaciones 
recorriendo  regiones  incultas,  amenazados  por  las  fieras  ó  por 
las  inclemencias,  del  tiempo,  sufriendo  hambre,  cansancio^ 
9ed  y  horribles  calores  al  cruzar  arenosos  desiertost  siguen  la 
costa  Norte  mediterránea,  pasan  por  Marruecos,  Argel,  Bugía, 
Túnez,  Trípoli,  el  Cairo  ó  Alejandría,  y  no  contentos  con  visi- 
tar las  grandes  ciudades  de  Arabia,  Meca  y  Medina,  cuna  y 
tumba  de  su  Profeta,  visitan  también  las  de  Siria.. 

Van  á  éstas  poblaciones  no  solo  para  cumplir  deberes  reli- 

^osos  sino  para  detenerse  en  sus  universidades  célebres,  para 
cursar  con  profesores  ilustres;  y  así  como  en  aquellos  siglos,  del 
fondo  de  Alemania  vinieron  muchas  veces  hombres  estudiosos 

4  aprender  y  estudiar  con  los  musulmanes  españoles,  así  iban 
ellos  á  regiones  remotas  á  saciar  su  sed  de  ciencia,  á  aprender, 
á  yecea  á  enseñar;  hombre  hubo  que  desde  Málaga,  atravesando 

-el  Magreb  Alaksá,  ó  sea  el  actual  territorio  marroquí,  fué  á  en- 
señar á  Sichilmesai  en  pleno  desierto  africano. 

Uno  de  los  más  ilustres  viajeros  contemporáneos,  Palgrave, 
ba  comparado  á  los  árabes  con  los  ingleses,  entre  otras  cosas, 
por  su  inclinación  á  los  viajes,  por  su  tendencia  á  la  locomo- 

«cion;  si  hubiera  recorrido  éstas  biografías  de  cierto  que  hallara 

en  ellas  cumplida  comprobación  de  sus  opiniones. 

Por  otra  parte  los  malagueños  contribuyeron  con  muchos 

«tros  españoles  á  la  ci vilinacion  del  Magreb  Alaksá,  ya  como 

tmnifttros  de  sus  reyes^  ya  como  profesores  en  sais  escuelas;  sí:is 

83  biografías 


6a8  Málaga  Musuuiana.^ 

biografías  demuestran   la  civilizadora  inflaeacia  que  España 
-por  entonces  ejerció  en  África. 

Considerable  fué  el  movimiento  literario  y  cíeatífico  en  Bfá- 
laga  durante  el  período  que  debo  historíari  cada  vez  más  acea* 
tuado  en  todos  los  órdenes  de  estudios;  en  ella  existió  traa 
Academia,  hubo  bibliotecas  en  sus  mezquitas,  acrecentadas  por 
los  legados  pios  de  los  sabios,  y  éstos  recibían  notables  mués* 
tras  de  distinción  durante  su  vida  de  todas  las  clases  sociales; 
aun  después  de  muertos  éstas  les  honraban  acompañándoles  á 
su  última  morada  con  numeroso  cortejo- 
Siglos  de  mucho  movimiento  intelectual  son  los  VII  y  VIII 
de  la  Hegira,  XIII  y  XIV  de  J.  C,  que  voy  á  estudiar;  pero  ya 
hacia  la  mitad  del  último  se  marca  palpablemente  la  decaden- 
cia de  la  gente  hispano-musulmana;  los  nombres  y  biografías 
de  ilustres  malagueños  van  disminuyendo,  hasta  el  ponto  de 
desvanecerse  por  completo  en  el  siglo  XV. 

Marchan  ciencias  y  letras  estrechamente  unidas  á  la  socie- 
dad en  que  se  producen,  participan  de  su  prosperidad  ó  de  su 
decadencia,  y  en  las  postrimerías  de  la  sociedad  agarena,  deis- 
trozada  por  luchas  intestinas,  maltratada  por  la  cristiandad,  no 
habia  aire  respirable  en  el  que  pudieran  producirse  las  creacio- 
nes de  la  razón  ó  de  la  fantasía. 

Una  de  las  mayores  calamidades  qne  tk>ntríbQyen>n  á  ésta 

decadencia  fué  la  terrible  epidemia  del  año  750 — 1349  á  1350-^ 

^^n  la  que  perecieron  algunos  sabios  malagueños  muy  renomhra- 

'dos.  Epidemia  que  debió  reproducirse  en  Málaga;  dorante  kis 

•últimos  años  déla  dominación  agarena,  como  seireprodojoá 

los 


«.•. rf  .  í 


Parte  tercera.  Capítulo  ii.  629 


los  pocos  de  la  Reconquista. 

Una  de  las  ciencias  que  fueron  nx&s  estudiadas  por  los  mu- 
siilmanes  españoles,  en  tiempos  durante  los  cuales  imperaba. 
la.  ignorancia  sobre  toda  Europa;  una  de  aquellas  en  las  que 
obtuvieron  mayores  triunfos,  fué  la  medicina:  en  la  cual  se  dis^ 
tinguieron  también  muchos  sarracenos  malagueños. 

Se  sabe. que  médicos  cristianos  españoles  influyeron,  desr 
de  los  comienzos  del  poderío  agareno,  en  el  estudio,  y  desjen-. 
volvimiento  de  la  medicina,  bien  por  que  les  fueran  familiares 
los  autores  antiguos  que  de  ella  se  ocuparon,  griegos  y  roma«r 
manos,  conservando  de  este  modo  las  tradiciones  del  mundo*. 
clásico,  bien  porque  hubieran  sido  de  los  primeros  en  aprove^ 
charse  de  las  traducciones  que  los  orientales  hicieron  de  aque^ 
¡los  autores.  Probando  con  esto  una  tesis,  que  comienza  á  im? 
ponerse  como. verdad  en  nuestra  Historia,. cual  és  la  de  la  in-- 
fluencia  decisiva  é  inteligente  que  la. casta  española  tuvo  en  la. 
civilización  musulmana. 

Por  su  parte  los  de  nuestro  pais  aprovecharon  perfectamen- 
te las  centellas  que  llegaban  hasta  ellos  del  saber  antiguo^  y 
las  aumentaron  y  extendieron  en  sus  viagcs  de  peregrinación  &. 
Ift  Meca,  después  de  los  cuales  volvian  á  su  pátría,  trayendo^ 
consigo  las  ideas  y  los  adelantos  del  Oriente. 

En  la  edad  de  oro  de  los  U meyas  cordobeses  la  medicina^ 
tuvo  sabios  y  habilísimos  intérpretes  y  contó  célebres  nombres,. 
qtte.  han  obtenido  prolongada  resonancia  en. la  historia  de  es- 
ta ci^icia.  Mantúvose,  aunque  algo  decadente^  en  la  ttisteépoca 
de  las  Mtmarquías  de  Tarifas^  pereciendo  entre  sus  espantosas 

guerras: 


630  Málaga^  Musulbiana. 


-^     ^     -        -         ^r        ^-  .— 


guerras  cívilesi  algunas  notabilidades  médicas.  Por  éste  tíem* 
po  vivia  Omar  ben  Abdbrrahman  sen  Ahmsd  el  Kericami,  á 
quien  algunos  designan  como  malagueño.  £1  cual  estudió^  es 
Oriente  matemáticas  y  medicina,  trayéndose  de  retomo  4  Rs^ 
paña  una  obra  notable  para  los  muslimes,  el  Libro  de  los  A#iv 
manos  de  la  pureza;  establecióse  después  como  cirujano  en  Za» 
ragoza,  donde  falleció  en  el  año  1066  de  J.  C.  á  los  noventa 
de  existencia,  (i) 

Mas  las  desventuras  políticas  no  cortaron  los  vuelos  á  la 
ciencia.  Fué  el  siglo  XII  la  edad  de  oro  de  la  ciencia  españohii 
en  medio  de  las  luchas  intestinas  que  agitaban  el  pais,  con  la 
invasión  de  los  almohades,  en  medio  de  la  perenne  inquietud 
que  imponía  á  los  ánimos  las  armas  de  la  Reconquista.  En 
éste  siglo  la  filosofía  y  la  medicina  adquieren  entre  nuestros 
mayores  extraordinario  desenvolvimiento;  multitud  de  hambres 
ilustres  publican  importantes  obras,  y  laboriosos  traductores  po« 
nen  á  merced  de  la  cristiandad  la  sabiduría  de  los  mahometanos.  • 

No  fué  el  siglo  XIII  tan  importante  como  el  que  le  había 
precedido.  Crecía  en  poder  la  Reconquista,  menguaba  el  de  los 
almohades  ante  las  armas  de  ésta  y  las  arremetidas  átíí  partid- 
do  nacional  hispano  muslim.  Merced  al  impulso  antes  recibip 
do,  gracias  á  los  hombres  notables  de  la  pasada  época  que  aun 
vivian«  la  ciencia  no  decayó  considerablemente.  Por  entonces 
fué  á  refugiarse  á  los  alcázares  cristianos,  y  á  ponerse  bajóla 
égida  del  rey  Sabio,  dándole  elementos  y  hombres  para  la  p«^ 
blicacion  de  sus  grandiosas  obras. 
'•'       •  ''^'  •   En* 

'    (i)    LecIerCy  HUt.  de  la  Medecine  ái*<ib€;  T.  I,  púg.  544. 


Parxb  tbrcjRiU.  Capítulo  ii.  ^i 

'  Ba  éate  siglo  vivió  un  malagueño  ipsigae,  á  quien  como  an- 
tes á  Aben  Chebiroly  concedo  la  primada  entre  los  muchos  que 
he  de  nombrar  en  éste  capítulo.  Pues  por  su  ingenio,  por  su. 
^^cacion,  por  sus  viages,  por  su  saber,  por  las  distinciones 
qud  á  poderosos  príncipes  mereció,  por  el  renombre  que  con* 
«iguió  en  su  tiempo  y  aun  hoy  conserva,  y  por  los  indiscutibles 
EMicios  que  prestó  á  la  ciencia,  merece  que  sus  compatrío- 
tas  nos  enorgullezcamos  con  su  memoria. 

Trato  de  Abdallah  ben  Ahmed  Dhiabddin  Abu  Moham- 
MBp,  á  quien  se  distinguió  con  Iqá  nombres  de  Ann^ati  y  Ala- 
chabf  ó  sea  el  Botánico^  pero  más  comunmente  con.  el  de  Aben 
Albaitar  ó  el  hijo  del  veterinario. 

Nació  en  nuestra  ciudad,  según  opinión  autorizada  hacia 
el. año  1 197;  probablemente  principió  á  adquirir  en  ella  y  en 
el  hogar  paterno  los  conocimientos  y  la  inclinación  á  la  cien- 
cifté  ^n  la  cual  debia  conseguir  singular  nombradía.  Residió  al- 
gm  tiempo  en  Sevilla,  donde  estudió  con  Abulabbas  Annebati^ 
insigne  botánico/ y  con  otros  dos  sabios  Aben  Alhachach  y 
Abdallah  ben  Zaleh, 

Desde  esta  enseñanza  entregóse  con  pasión  al  estudio  de 
l{t>  Historia  Natural,  aplicada  á  la  Medicina,  especialmente  á 
la  Botánica.  Aprendió  no  sólo  en  el  retiro  de  su  gabinete»  exa« 
iquaando  libros,,  sino  en  los  campos  recogiendo  plantas;  mez* 
dando  la  teoría  á  la  práctica»  leyendo  en  las.  obras  de  los  hom* 
hxv»  y  en  la  obra  de  Dios.  Así  recorrió  algunas  regiones  de  Espa* 
ña,  los  alrededores  de  Sevilla,  y  }as  playas  malagueñas,  donde  dice 
^e  recogió  la  concha  de  gibia,  que  (estudió  en  una  de  su$  obras. 

Bien 


*» 


tjz^  Málaga  Musulmana. 


Bien  joven,  en  12 19»  atravesó  el  Estrecho  y  continnó^sas 
investigaciones  en  MarruecoSi  estudiando  siempre  y  visitando, 
el  pais  atenta  y  minuciosamente.  De  esta  suerte  examinó  la 
costa  septentrional  africana,  recolectando  objetos  natttraleSy 
minerales  y  plantas,  tomando  notas,  discutiendo,  aprendi€iid& 
y  enseñando,  entre  los  sabios  de  los  paises  que  recorría  y  de 
las  ciudades  en  que  descansaba,  en  Bugfa^  Constantina,  Tá«K 
nez  y  Trípoli:  especialmente  en  Bugía,  pequeño  foco  de  ctiltu^ 
ra  intelectual  por  entonces^ 

Continuando  sus  exploraciones  hacia  Oriente  llegó  á  Egip<^ 
to.  Su  saber,  sus  trabajos  y  servicios,  obtuviéronle  el  premio 
que  merecia;  ora  fuese  porque  la  fama  de  ellos  le  pusiera  en 
el  camino  de  la  fortuna,  ya  porque  demostrara  cumplidamente 
su  ciencia,  nombróle  el  sultán  Malek  Alkámel,  al  decir  de  al* 
gunos,  inspector  de  los  herboristas  egipcios,  según  otros,  gefe 
de  los  médicos  del  Cairo.  Distinción  insigne  alcanzada  pcM*  nn 
extrangero  en  la  ciudad,  que  fué  durante  la  Edad  Media  uno 
de  los  centros  más  importantes  de  la  civilización  mahometana.. 

Su  empleo  no  agotó  aquel  afán  de  investigaciones  que  ccmis*^ 
titula  una  necesidad  de  su  vida.  Viajando,  como  Apolonio  de 
Tiana,  según  dice  Abulfeda,  continuó  ampliando  sus  trabajosr 
sus  excursiones  se  extendieron  á  Arabia,  Siria,  Egipto^  Meso^ 
potamia,  y  hasta  á  los  territorios  que  los  cristianos  poseían  en 
el  Asia  Menor.  Su  renombre  atraia  á  él  á  cuantos  deseaban 
penetrar  los  secretos  de  la  ciencia;  uno  de  sus  discipuloa.  Alé 
Aben  Abu  Ossaibia,  el  historiador  de  la  Medicina  musnlmaMU 
Al  fin,  á  los  51  años  de  edad,  la  muerte  le  birió  bailándose  ei» 

Damasco 


Parte  primera.  Capitulo  ii.  ;  633 

Damasco  en  1248. 

Durante  su  vida  había  escrito  las  siguientes  obras: 
-  Chami  almo/ridat  addwiya  wa  alagdiya  ó  sea  Colección  de 
medicamentos  simples.  Trata  én  ella  de  los  medicamentos  y  ali- 
.mentos  contenidos  en  los  reinos  animal,  vegetal  y  mineral,  dis- 
jpuestos  sus  nombres  en  forma  alfabética.  Reunió  en  sus  pági- 
^nas  los  conocimientos  de  sus  antecesoresy  los  comparó,  los 
.discutió  y  los  amplió  con  las  propias  observaciones;  en  ellas 
«atesoró  noticias,  combatió  errores,  y  salvó  del  olvido  multitud 
.de  saludables  remedios. 

Adoptó  el  siguiente  sistema:  anuncia  primero  sus  medica- 
mentos y  dá  después  frecuentemente  sus  sinónimos;  cita  segui- 
damente álos  autores  que  se  han  ocupado  de  ellos,  comenzando 
.regularmente  por  Dioscórides,  Galeno  y  otros  escritores  griegos; 
Jl  continuación  indica  la  opinión  de  los  árabes,  siendo  entre  ellos 
preferidos  Arrafequi,  Abu  Hanifa  é  Ishac  ben  Amran.  Las  ci- 
tas se  refieren  á  la  descripción,  procedencia  y  propiedades  del 
medicamento;  cuando  se  halla  ante  contradicciones  y  dudss 
las  resuelve. 

« 

La  base  de  sus  trabajos  son  los  autores  griegos,  sobre  to- 
.4o  Dioscórides  y  Galeno,  siguiéndole  en  orden  de  preferencia 
otros  muchos,  Indios,  Caldeos  y  Persas. 

Aunque  se  ha  exagerado  la  cifra  de  remedios  nuevos  indica» 
dos  por:  Aben  Albaithar,  su  importancia  és  verdaderamente  no- 
tabl^;^  sólo  en  plantas  dio  á  conocer  más  de  doscientas  nuevas 
especies. 

Es  pues  ésta  obra  una  de  las  más  importantes  que  prodii- 

^9 


jo  la  ciencia  sarracena,  y  fué  conocida  y  apreciada  en  todo  el 
mundo  musulmán;  popularísima  en  la  Edad  Media  y  estudiada 
con  atención  suma,  las  alabanzas  que  consiguió  á  su  autor  se 
han  prolongado  hasta  nuestros  dias.  Entre  los  cristianos  fué 
desde  hace  tiempo  sumamente  apreciada;  hoy  en  que  los  ade- 
lantos científicos  permiten  apreciar  toda  su  valía,  ocupa  ao 
lugar  preferente  entre  las  más  excelentes  producciones.  «Des* 
de  Dioscórides  al  Renacimiento,  dice  el  autor  que  mejor  cono- 
Ce  á  nuestro  compatriota,  nada  puede  compararse  al  Tratado  dt 
Simples.  Bien  sabido  és  cuantos  comentaristas  la  han  empren- 
dido con  Dioscórides;  pues  bastantes  disertaciones  laboriosas 
hubiera  ahorrado  una  traducción  de  Aben  Albaíthar,  para  po- 
ner de  acuerdo  !os  griegos  con  los  árabes»  (i). 

El  mérito  de  éste  libro,  su  popularidad  han  engendrado  en- 
tre los  islamitas  escolios,  reducciones  y  comentarios:  tas  repro- 
ducciones de  sus  doctrinas  fueron  numerosísimas;  és  ana  de 
las  obras  que  más  se  encuentran  en  nuestras  bibliotecas.  Hütre 
los  cristianos  se  han  traducido  do  sólo  trozos  del  Mofrídat,  ua6 
hasta  la  obra  entera;  en  nuestros  dias  se  está  publicando  ana 
versión  excelente. 
Pftio 

(1)  Entre  los  musulmanes,  quienes  príacipalmente  dieron  i  Gonoc«r  A  Aben  Albai- 
Ihar  fueron,  Abulfeda  en  su  Hist.  Univ.  bAo  646;  Aben  Abu  Osseibia  Hitt.  d«  la  mtd. 
ár.  Hachi  Jalfa,  T.  I  núm.  227, 11—2775,  V-9800 13477,  ¥1—13833-43  y  SSS.  Batni  lo» 
cristianos  Alpago,  renombrado  médico  italiano  que  vivia  en  1%4,  se  valió  del  Traíado 
de  Simples,  para  redactar  áu/nterpretattonomtnum  orufrictimqaefliguei  modklióiliU 
Cdium  de  ^ivicena;  tradujo  también  en  latin  el  articulo  Limón,  que  no  es  propiamrnte 
de  Aben  Albdthar,  sino  un  extracto  de  Aben  Alchami,  y  se  pabb1c6  en  PkrU  eií  ¥K&.  Ce- 
lebraron i  nuestro  compatriota  Guillermo  Poslel,  síhio  arabisla;  Lean  Africano,  pabliq- 
doporFabricio  en  iMBibl.  Ch-aeoae,  T.  III,  pág.281:  Hottinger,  £t6t.  &ráb.\íi>.\n,Vv- 
la1I,Ciip.  IIj'Goliuay  Bocbartse  BprovecMfondel  jbTiyMdol;  Saey  reoonoci6  fo  impor- 
taneia;  Casiri  se  ocupó  de  su  autor  en  su  Bib.  áráb.  ac.  T.  I  275  y  ñg.  11  344;  el 
■Or.  Leclerc  en  el  Joanuxl  A»iat.  Juin  1862  y  en  su  Hisl.  ée  la  medec.  Arab.  T.  II,  fif. 


Par.t&  tbrobrá.  Capítulo  ii.  63I 

— ^— — — ^—  ■  ■  ™  ■ 

Pero  si  importante  és  ésta  obra  bajo  el  coacepto  de  la  me* 

dioina,  no  lo  ¿8  menos  bajo  el  filológico,  especialmente  para 

España.  Pues  por  ella,  como  en  4a  anterior  nota  puede  verse^ 

■  -    ■  •  •  1        '  .  fie- 

925.  Simonol,  J>e$ct\  dd  í^no  de  Gran.  pág.  175.  Galland  emprendü  una  iraduc^ 
cion  latina  que  se  conserva  en  la  Bibl.  de  París,  Fond  latín,  ii221.  D.  Juan  Araoft 
de  San  Juan  emprendió  otra  en  español,  que  llega  hasta  la  letra  Zain,  y  comprenda 
tres  tomos,  conservados  en  la  Bibl.  nac.  de  Madríd  M.  S.  S.  G.  g.  i6;  en  el  M.  S.  G.  g.  i9. 
90/81.  que  és  una  copia  de  Aben  Albaithar  Be  dice,  que  Aroon  no  concluyó  su 
traducción  por  haber  perdido  la  vista.  Dietz  publicó  en  estracto  la  traducción  de 
las  letras  alif  y  ba  en  sü  Elenchus  materiae  medicae  Ibni  BeUharü  malacensüf  LeipsícV 
1933,  Sentheimer  imprímió  una  traducción  alemana  en  1849,  el  Dr.  Lucien  Leclerc 
ha  comenzado   otra  en  las  Notices  etext,  de  la  Bib,   nat.  T.  XXIII,  París   1877. 

Creo  que  debo  notar  también  varios  errores  que  han  comeíido  algunos  bio^ 
grafos  de  Aben  Albaithar,  para  que  en  lo  sucesivo  no  corran  entre  los  que  pun* 
dan  nuevamente  ocuparse  de  él.  Dijose  que  nuestro  autor  era  natural  de  Bená- 
na  población  próxima  á  Málaga;  éste  és  un  yerro  producido  por  haberse  leido  mal 
mi  sobrenombre  él  Nabati  ó  el  Botánico,  por  el  Benani  6  sea  el  natural  de  Be» 
nana;  confusión  que  nada  de  estrafto  tiene  en  árabe,  por  el  diverso  valor  que 
dan  á  las  letras  los  puntos  colocados,  ya  encima,  ya  debigo,  para  distínguirlas  uhas^ 
de  ptras.  León  Afrícano  dice  que  murió  en  1197,  Aben  Osseibia,  historíador  de 
la  medicina  islámica,  trató  á  Aben  Albaithar  cerca  de  cuarenta  años  después  de  és- 
ta Cecha;  en  su  tiempo  Gi^Tdoba  é  Ibiza  habian  sido  reconquistadas  por  los  cris- 
tianos, como  lo  dice  en  algunas  partes  de  sus  obras,  y  éstos  acontecimientos  fue- 
ron posteriores  á  aquella  fecha.  El  mismo  León  aflrma  que  estuvo  al  servicio- 
de  Saladino,  y  nó  fué  servidor  de  éste  sino  de  Malee  Alkamel  y  Malee  Azaleh; 
éáte  último,  á  qíiién  dedicó  una  de  sus  obras,  subió  al  trono  en  637  de  la  H. 
i239  de  J.  C, 

lie  ha    parecido  también  que  asi  como  di  una  traducción  de  varias  composi- 
ciones de  Aben  Chebirol,  enriquecerla  mi  obra  con  la  del  Prólogo  que  Aben  Albaithar 
puso  á  su  obra  capital  el   Mofridat,  y  la  he   tomado  de  la  que  presenta  Leclerc,  la« 
cual  és  bastante  buena. 

cAlabado  sea  Dios,  cuya  profunda  sabiduría  ha  presidido  á  la  organización  del 
hombre;  que  le  ha  dado  el  maravilloso  privdegio  de  espresar  su  pensamiento;  que 
le  ha  sometido  cuanto  contiene  la  tierra,  minerales  animales  y  plantas;  que  de 
ellos  hizo  medios  de  conservar  la  salud  y  ahuyentar  las  enfermedades,  por  el  do^ 
ble  empleo  que  puede  hacer  de  ellos,  tanto  en  la  salud  como  en  la  enfermedad, 
como  alimentos  y  como  remedios.  Para  él  alabanzas,  y  sus  bendiciones  sobre  Mahoma 
nuestro  Señor.» 

cPara  obedecer  las  soberanas  órdenes  de  nuestro  sultán  y  dueño  Almalec  Asaleh- 
Nechmedin  (que  siempre  sea  obedecido  en  Oriente  y  Occidente,  puesto  que  si^ 
beneficencia  se  extiende  á  todas  las  criaturas,  puesto  que  su  cortadora  espada  nun- 
ca ha  cesado  de  herir  las  cabezas  de  sus  enemigos)  órdenes  referente  á  la  com- 
posición de  un  libro  sobre  los  medicameiitos  simples,  en  el  que  describiéramos 
sus  caracteres  exteriores,  sus  propiedades,  sus  usos,  sus  inconvenientes  y  sus  me- 

84 


636  MAiaoa  Musulmana. 

se  ha  averiguado  la  existencia  en  el  siglo  XIII  y  en  los  ante- 
riores de  una  lengua  generalmente  denominada  latina;  la  cual 
bien  puede  afirmarse  que  era  la  castellana,  en  los  momentos 
de  su  gestación  en  Andalucía.  Entraba  en  ella  por  mucho  la 
influencia  de  sus  dominadores,  dando  también  al  lenguaje  de 
estos  multitud  de  palabras.  ' 

Aben  Albaitar  consideraba  al  latín,  ya  tan  corrompido,  co- 
mo el  idioma  bárbaro,  como  el  lenguaje  vulgar  de  los  vencidos     ¡ 


cristianos; 

ditw  ie  corregirlos,  su  dosis,  sq  aplicación,  tanto  en  sustancia  <;anio  ea  eitnclo 
;  cocimieutct,  hasta  los  ({ue  pueden  suplirlos  en  su  defecto,  su  servidor,  elemb 
1  loa  pies  del  li-ono  y  alimentado  con  sus  benericioa,  se  ha  apresurado  i  obede- 
cerlas.» 

«Conforme  ú  eslus  órdenes  escribí  i^ste  libro,  en  el  cual  me  propusa  adeortí 
algunos  asuntos,  cou  arreglo  i  los  cuales  se  diferenciari  de  las  obras  del  mismo  ge- 
nero y  las   sobrepujará;* 

il.o  He  estenderé  acerca  de  los  remedios  simples  y  dn  los  medicamentos  de 
un  uso  constante,  i  los  cuales  so  recurre  tanto  de  día  como  de  noche,  añadifo- 
.dole  cuanto  es  ventajoso  para  el  hombre,  tanto  en  el  interior,  como  en  el  estcríor. 
Introduciré  en  él,  textual  é  Inle^'ra mente,  ios  cinco  capítulos  del  librn  del  emi- 
nente Dioscórides  y  lo  mismo  con  los  seis  de  Simpla  del  ilustre  Galeno.  A  sefuiíU 
añadiré  lo  que  han  dicho  los  modernos,  acerca  de  remedios  minerales,  vestales  j 
animales,  no  mencionados  por  ciertos  autores,  lomando  de  los  modernos  dignos  Je 
conQanza  y  de  los  sabios  botánicos,  aquello  de  que  no  hubieren  hablado  los  anti- 
guos. Procuraré  citar  los  nombres  de  los  autores  y  las  vías  por  donde  haya  ad- 
quirido estas  noticias.  Indicaré  especialmente  lo  que  por  mi  haya  aprendido,  de  lo 
cual  pueda  garantizar   la  exactitud  y  la  aulentícidad.» 

<2,°  Citaré  fielmente  lo  que  dijeron  los  antiguos  y  lo  que  aprendí  en  lo) 
modernos,  añadiéndote  lo  que  me  parezca  cierto,  según  mi  propia  obserradon,  lo 
que  baya  adquirido  por  la  esperiencia  y  no  por  la  tradición.  He  hecho  de  esle 
libro,  pues,  un  tesoro  regio  absteniéndome  de  invocar  otro  auxilio  que  el  de  Dios. 
Si  encuentro  algo  contraiio  á  la  razón  y  á  la  verdad  relativamente  i  1^  nitnni- 
leza,  á  los  caracteres,  propiedades  y  usos  de  los  simples  ú  en  las  obaervaciones  de- 
pendientes de  los  sentidos,  si  los  autores  que  los  mencionaron  ó  los  IrasmitienD 
se  equivocaron  completamente,  los  rechazo,  y  reprocho  A  esos  autores  las  enorní- 
dades  que  cometieron.  No  cito  un  autor  antiguo  solamente  por  anligao,  ni  nn  mo- 
derno tan  s61o  porque  otros  hayan  invocada  su  autoridad.» 

«3.*  Evito  en  cuanto  sea  posible  las  contradiccionej,  í  no  ser  que  me  pro- 
porcíontn  un  aumento  de  datos  ó  sirvan  para  mayor  claridad.» 

<4.o  ATin  de  facilitar  el  uso  de  mi  libro  adopté  el  orden  alfabético,  para  q« 
el  lector  encuentre  sin  trabajo  lo  que  busque. > 

«5."  Indicaré  cada  remedio  en  el  cual  se  hubieren  equivocado  antiguos  6  mo- 
demos,  por    haber  conOado  en  los  libros  ó  en  la  tradición,  no    como  yó    «9  la 


Parte  tercera.  Capítulo  ii.  637 

cristianos;  idioma  que  muchos  moros  entendiaUi  y  tanto  que 
tuvoique  consignaren  su  obra  multitud  de  nombres  latinos  de 
plantas,  para  que  pudieran  ser  conocidas  por  los  sarracenos. 
Entre  estas  palabras  hay  muchas  que  han  conservado  su  físo- 
Domia  peculiar  de  hijas  del  Lacio;  otras  se  presentan  ya  des- 
compuestas por  el  uso,  bajo  el  mismo  aspecto  que  hoy  las  em- 
pleamos. En  una  palabra  el  Mofridat  ha  de  ofrecer  ancho  cam- 
po á  los  filólogos  españoles,  para  seguir  durante  algún  tiempo 
la  formación  y  vida  del  castellano  en  una  de  las  mas  importan- 
tes regiones  de  España. 

Tituló  otra  de  sus  obras  el  Mogni  fi  addwiya  el  Mofridat^ 
ó  sea  el  Suficiente  acerca  de  los  remedios  simples;  obra  que  divi- 
dió en  capítulos.  En  los  cuales  trata  de  los  simples  aplicados 
exclusivamente  á  la  terapéutica:  se  ha  dicho  de  esta  obra  con 
razón  que  es  un  guia  del  médico  práctico.  Compúsose  después 
del  Mofridat  y  tiene  algunas  nuevas  noticias  que  le  hacen  su- 
mamente estimable  (i). 

Expuso- 
observación  y  la   esperíenda.»                    . 

c6.<*  Daré  los  nombres  de  los  remedios  en  diversas  lenguas  sin  explicar  los 
nombres  extrangeros,  á  no  ser  cuando  sea  útil  ó  ventajoso.  He  mencionado  mu- 
chos según  las  localidades  en  que  se  encuentran:  asi  he  dado  denominaciones  en 
berberisco  y  en  la  lengua  latina^  que  es  la  de  los  naturales  de  España,  siempre 
que  esos  nombres  se  usen  entre  nosotros  6  se  citen  en  nuestros  libros, 

cCuando  era  preciso  fijé  la  pronunciación  de  esos  nombres,  indicando  las  conso- 
nantes, vocales  y  puntos  diacríticos,  afin  de  evitarles  cualquier  alteración  y  que  el 
lector  los  cambie  ó  corrompa.  Titulé  éste  libro  Chami  ó  sea  Colección^  puesto- 
que  abraza  los  medicamentos  y  los  alimentos,  y  que  llena  el  fin  que  me  he  pro- 
puesto en  los  límites  de  la  necesidad  y  de  la  concisión.» 

c Ahora  voy  á  entrar  en  materia  rogando  á  Dios  que  me  dirija.» 

(1)  Del  Mogni  hay  un  ejemplar  en  la  Bibliot.  de  París,  Anden  Fonds  1098' 
Sup.  árab.  Está  dedicado  á  Malee  Azalech  y  se  halla  dividido  en  veinte  capítulos 
de  los  cuales  indicaré  algunos.— De  los  simples  empleados  en  las  enfermedades  dt 
oídos. — De  los  simples  usados  en  las  enfermedades  de  ojos.— De  los  empleados  en 
eosméticos.— De  los  empleados  contra  las  fiebres  y  alteraciones  atmosférícas.— De  los 
•imples  que  son  contravenenos.— De  los  remedios   mas  empleados   en  medicina. 


638  Malaga  Mvmt.iikfiAi 

Expuso  en  unos  escolios  los  errores  que  existían  en  el  Min- 
Jiach,  obra  de  materia  médica,  compuesta  por  Aben  Chezla, 
que  comprende  los  medicamentos  simples  y  los  compuestos  (i). 

Dícese  también  que  compuso  un  Comentario  sobre  los  Simples 
estudiados  por  Dioscórides;  un  libro  que  trataba  sobre  Propie- 
dades raras  y  extraordinarias;  una  Tedzquira  ó  Memorial  de  Tera- 
péutica,}' un  Tratado  de  pesas  y  medidas.  Probablemente  con  erroi 
se  le  atribuye  otro  de  Medicina  Veterinaria  (2). 

Procurando  seguir  en  lo  posible  un  orden  cronológico,  voy 
á  exponer  las  vidas,  hechos  y  escritos  de  las  siguientes  celebri- 
dades malagueñas: 

MOHAMMED  BEN  AbdIRRABIHI   EL  ToCHIBI  AbU  OmAR,  VarOO 

ilustre  por  su  ciencia,  por  sus  viajes,  y  por  los  altos  puestos 
que  ocupó  en  la  vida  pública  de  su  tiempo.  Celebran  los  bió- 
grafos moros  su  carácter,  ponderando  su  benevolencia  y  exqui- 
sita cortesanía;  considéranle  como  narrador  excelente  y  de  gran 
inteligencia.  Fué  inspector  de  rentas  públicas  en  Granada  y 
en  varias  partes;  viajó  á  Oriente  y  residió  en  Alejandría,  en 
donde  compuso  algunas  poesías:  compendió  una  de  las  obras 
más  célebres  ybellas.de  la  literatura  musulmana,  el  Quiíab 
Alagani  el  Kebir  ó  Gran  libro  de  las  canciones,  de  Abulfarach  el 
de  Ispahan,  en  el  cual  se  contienen  no  sólo  multitud  de  poe- 
sías, sino  que  también  biografías  de  los  más  célebres  músicos 
y  poetas 

(1)  Se  titula  estA  obra  Alibena  wa  alüam  bima  fi  AlmMttich  min  alhmiU  va 
atauhatn. 

(2)  Algunas  obras  de  las  designadas  por  el  catálogo  de  U  Bibl.  nac.  de  h- 
ris  como  de  Aben  Albailhar,  cuales  son  el  Tahfat  Alarib  y  otra  no  son  nfK- 
Fluegel  en  su  CaUlogo  de  las  Bibliotecas  de  Oriente  cita  un  Miíatehad  6  Trate- 
mienloa  de  nuestro  autor  varías  vece*. 


Parte  primera.  Capitulo  ii.  6^9 


y  poetas  del  islamismo,  enriqueciendo  todo  éste  conjunto  mul- 
titud de  interesantes  anécdotas.  Además  de  éste  compendio 
publicó  Abdirrabihi  una  refutación  de  cierto  opúsculo,  debir 
do  á  un  escritor  que  se  llamaba  Aben  Garcia;  opúsculo  que 
habia  causado  viva  emoción  entre  los  sarracenos  españoles, 
tpues  atacaba  las  excelencias  de  la  casta  árabe,  mereciendo  de 
éste  y  de  algún  otro  escritor  malagueño  vivas  contestacior 
nes  (x)  Abdirrabihi  murió  en  602  de  Mahoma. — 1205  á  1206 
de  J.  C. 

Al  año  siguiente  falleció  el  poeta  Hasan  ben  Mohammep 
BEN  Ali  el  Anzari,  á  quien  sus  paisanos  los  malagueños  cono- 
€Ían  vulgarmente  por  AbenKosri  (2). 

En  578  de  la  Era  mahometana. — 1 182  á  1 183  de  J.  C. — na- 
ció en  Málaga  Mohammed  ben  Abdallah  ben  Soleiman  ben 
Daud  ben  Abderrahman  ben  Soleiman  ben  Omar  ben  Hauta- 
XLAH,  Abulkasem  el  Anzari,  generalmente  llamado  el  Harexi; 
aprendió  entre  los  sabios  malagueños  mas  notables,  y  en  Gra- 
nada con  un  viagero  de  Damasco,  denominado  Abu  Zalearía; 
escribió  algunos  trabajos  al  parecer  históricos,  y  ejerció  auto- 
ridad en  Murcia  y  Córdoba;  (3)  pasó  de  esta  vida  año  607  de  la 
Hegira — 1210  á  1211  de  Cristo. 

En  la  sangrienta  batalla  de  las  Navas,  insigne  victoria  pa- 
ra las  armas  cristianas,  que  tan  tremenda  fué  para  los  musul- 
manes españoles — 1212  á  1213  de  J.  C.  609  de  la  Hegira—* 
pereció 

(1)  Merracoxi  de  París  fól.  i99  v.  Almakarí,  Analectes,  T.  I,  pág.  424.  Aben  Alja- 
thib,  Ihathüy  M.  S.  de  Madrid  G.  g.  27  f.  309.  Casirí,  Bíbliot,  árab.  T.  II,  pág. 
M,  Simonet,  Descripciotiy  pág.  i71. 

(2)  Casirí,  Bibliot.  árab.  T.  I,  pig.    90. 

(3)  Merracoxi   de  París,  fól.  109. 


é^ó  "'  TtlAiAGA  Musulmana. 

pereció    el    ilustre    malagueño   Mohammed    ben    Hasam    bes 

MOHAMMED  DEN  AbDALLAH  BEN  JaLAF  BEN  YuSUF  AbU  AbDALLAH, 

jurisconsulto,  tiadícionista  y  teólogo  insigne.  Habia  estudiado 
en  Málaga  y  Granada  con  los  mejores  maestros  de  Andaiuda; 
emprendida  la  peregrinación  á  la  Meca,  hacia  el  año  580 — 
1184  á  1 1 85 — atravesó  todo  el  Norte  de  África,  continuando 
sus  estudios  con  los  sabios  africanos  en  Fez,  en  Bugia  y  Ale- 
jandría, no  olvidándolos  tampoco  mientras  cumplía  en  la  Me- 
ca con  las  ceremonias  religiosas  de  la  peregrinación.  De  retor- 
no á  su  patria  fué  maestro  de  muchos  sabios  notables,  á  los 
cuales  dio  su  diploma  de  suficiencia  para  enseñar,  así  como 
él  lo  habia  recibido  de  sus  profesores,  españoles,  africanos  y 
orientales.  Llamábanle  vulgarmente  en  su  país  Aben  Athach  6 
sea  el  hijo  del  Peregrino,  sin  duda  porque  lo  fué  su  padre,  y  Aben 
Zahib  Azula  (1). 

Prueba  el  conocimiento  que  los  sabios  y  escritores  mala- 
gueños tenían  de  las  obras  orientales,  los  compendios  y  glosas 
que  de  algunas  escribieron:  tal  hizo  Mohammed  ben  Ahmed^ 
BEN  Ibrahim  ben  Abdallal en  615 — 1218  á  1219 — .comentan* 
do  un  poema  titulado,  Consuelo  del  pesar  y  del  infortunio,  de  Ab' 
med  Annacausi,  poeta  persa  de  Tebriz  (2). 

Celebran  los  biógrafos  sarracenos  las  excelentes  cualidades 
de  la  mayor  parte  de  los  sabios  que  en  sus  obras  consignaron: 
muchas  veces  sus  alabanzas  quizás  fueran  como  los  dictados 
. con 

(1)  Herracoxi  de  París,  fól.  63  v.  Alabbar  H.  S.  del  Esc.  fUl.  37  *.,e(^ 
de  Madrid,  fól.  111.  Alien  Aljathib,  Ihatha,  del  Escorial  fól.  109,  m.  s.  da  Kwliü- 
fól.  211.  Caairi,  Bihl.  árcA.  T.  II,  pig.  83.  Simonet,  Dttcñpcwn,  pig.  \1% 

(3)    Casirí,  Bihl.  áraii.  T.  II,  pig.  129.  Simonet,  Dneripeimt  p^.  173. 


Parte  tercera.. Capítulo  ii.  641 

con  que  .el  periodismo  contemporáneo  distingue  á  muchos  su- 
getos;  pero  no  me  és  posible  poner  en  fiel  de  justicia  éstas  ala- 
banzas, por  más  que  he  procurado  despojarlas  del  énfasis  y  de 
las  redundancias  de  aquellos  autores.  Uno  de  los  mas  pondera^ 
dos  por  su  excelente  carácter,  buena  sociedad,  modestia  en  el 
vestir  y  prudencia,  fué  el  poeta  y  literato  malagueño  Salem  ben 
Zaleh  ben  Ali  ben  Mohammed  el  Hamadani  Abu  Amru,  deno- 
minado generalmente  Abem  Sálente  autor  de  muchas  composi- 
cienes;  tenía  magnífica  letra,  cualidad  muy  estimada  entre 
alarbes,  con  la  cual  escribió  mucho  y  copió  gran  número  de  vo- 
lúmenes, (i)  Falleció  en  Málaga  en  620 — 1223  á  1224* 

Abdallah  ben  Abderrahim  ben  Abdelmelic  el  Zaharí  Abu 
Mohammed  fué  un  tradicionista  compatriota  nuestro,  que  es- 
cribió diversas  obras,  que  estudió  en  Bugía  con  gente  africana 
y  después  en  Oriente,  que  mereció  ser  mencionado  por  Aben 
Askar  en  su  Historia  de  Málaga^  y  que  murió  año  de  623 — 
1226 — en  Vélez,  donde  fué  enterrado  (2). 

Como  hombre  virtuoso,  científico  y  entendido  en  Gramáti- 
ca, cita  cierto  autor  á  Zaleh  ben  Ali  ben  Abberrahman  ben 
Ibrahim  ben  Selama  el  Anzari  Abultakif  discípulo  de  un  nota- 
ble maestro  rondeño  y  de  otro  cordobés,  (3)  que  expiró  en  625 — 

1227  á  1228. 

A  los  dos  años  moría  en  nuestra  ciudad  Abderrahman  ben 
Dahman  el  Anzari  Abubequer  quien  fué  célebre  en  la  lectura 
^ del 

(i)  Aben  Aljathib,  Ihatha,  M.  S.  del  Escorial  fól.  380,  de  Madrid  735.  Casirí,  Bibl. 
érftb.  T.  II,  pág.  115. 

(2)  Alabbar,  M.  S.  del  Escorial  1730  íól.   104,  de  Madrid  C61.  299. 

(3)  Merrakoxi  del   Escorial,  fól.  27.  .     . 


%^2  M&IlAGA '  MtTSÜtlTAltA. 

del  Koran,  asunto  fácil  á  primera  vista,  pero  de  dificilísima  ha- 
bilidad para  el  que  puede  conseguir  con  ella  aplausos:  fué  tam- 
bién muy  entendido  en  lengua  árabe  y  en  literatura;  mantuvo 
gran  emulación  con  otro  escritor  apellidado  Abu  Mohammed 
el  Cordobés,  (i)  Murió  Abderrahman  en  Málaga  ano  de  627 — 
1229  á  1230. 

De  una  noble  familia  sarracena,  oriunda  de  Sevilla,  los  Be. 
ni  Manthur,  nació  el  insigne  malagueño  Otsmen  ben  Yahya 
BBN  Mohammed  ben  Manthur  el  Kaisi  Abu  Ornar,  á  quien  se 
llamaba  vulgarmente  Aben  Mantkttr  y  también  el  Maestro  y  el 
Kadhi.  Considerábanle  los  críticos  mahometanos  como  hom- 
bre incomparable  en  filosofía,  medicina  y  jurisprudencia,  coya 
última  ciencia  enseñó  en  Málaga.  Fué  kadhi  (2)  en  Vélez,  Go- 
mares y  en  Moltemesa,  villa,  hoy  no  existente,  de  la  jurisdic- 
ción veleña;  también  lo  fué  en  Málaga,  donde  murió  en  635 — 
1237  á  1238 — desempeñando  su  cargo.  Escribió  entre  otras 
obras  una  sobre  cuestiones  gramaticales,  otra  sobre  heren- 
cias, y  otra  sobre  las  medidas  hispanas;  dice  Aben  Aljathib 
que  después  de  él  no  hubo  quien  se  le  pareciera  en  sabidoria. 
Mohammed  su  padre,  también  malagueño  fué  una  verdadera 
notabilidad,  ligada  con  los  mas  acreditados  profesores  andalu- 
ces, y  muy  alabada  por  Aben  Aljathib,  que  nos  ha  conservado- 
muchos  de  sus  versos. 

Mohammed  ben  ali  benYusup  ben  Motharrif  el  Amui  Abu- 
bequer; 

(1)    Ahfabir  H.    S.  de  Madrid  fól.   354. 

(%  Aben  Aljathib,  Ihatha,  H.  S.  del  Escoríal  fól.  302,  H.  S.  dt  Midríd  ful.  57S 
H.  S.  de  Gayangüs  fól.  101  v.  Casirí  Bibl.  árab.  T.  II  pág.  iOft.  Kmonat,  DeieñpciMí 
pAg.  185.  Hachi  Ial&,  Dice.    T.  V.,  núin.  Ai,  174. 


Pakt^  tercera.  Capítulo  ii.  643 


B^QUER;  estudiaba  con  algunos  notables  profesores  hacia  el 
año  567 — 1 161  al  62 — ;durante  algún  tiemp)o  estuvo  al  frente 
4el  soco  ó  niercado  de  Málaga,  y  tanto  en  éste  como  en  otros 
lempleos,  fué  sumamente  alabada  su  conducta.  Gozó  de  muchas 
celebridad  y  contó  numerosos  discípulos,  (i)  Habia  nacido  en 
552 — 1 175  á  1 176 — y  murió  en  Coin  añode  636 — 1238  a  1239, 

Uno  de  los  mas  sabios  musulmanes  españoles,  valeroso  y  en- 
cendido defensor  de  las  creencias  muslímicasi  fué  Yahya  ben 
Abderrahman  ben  Rabia  el  Axari  Abu  Amer,  rector  de  la  ma- 
4arsa  ó  Universidad  granadina,  que  llegó  también  á  otras  más 
elevadas  promociones  en  Córdoba  y  Granada.  (2)  Falleció  en 
Málaga  en  637 — 1239  á  1240. 

Predicador  en  la  Mezquita  mayor  de  Málaga  y  uno  de  los 
hijos  más  ilustres  de  ésta  fué  Abderrahman  ben  Yusuf  ben 
Mohammed  ben  Abdallah  ben  Yahya  ben  Galib  Albalui  Abu 
MoHAMMED,  conocido  por  el  Hijo  del  Xeij  ó  del  Jeque.  Siguió 
sus  estudios  con  su  padre  y  con  otros  profesores,  entre  ellos 
con  uno  muy  renombirado  que  llamaban  Abu  Ali  el  Rondeño; 
«US  paisanos  le  tenian  en  tal  estima  que  le  encargaron  les  diri- 
^era  en  sus  oraciones,  probablemente  en  aquella  misma  mez^ 
quita  donde  les  conmovía  con  su  elocuencia;  los  sabios  le  de- 
.fiíiostraron   también  su  estimación  dándole  sus  certificados  de 

aptitud 


(1)  Aben  Alabbar,  M.  S.  del  Escorial,  fol.  52  v.  183  del  de  Madrid.  Casiri,  JBi6.  ar, 
T.  n.  p.  i26  sostiene  que  fué  autor  de  unos  Anales  de  Málaga-,  dejó  la  responsabilidad  d» 
este  aserto  á  Casiri. 

(2)  Casiri,  Bib,  ara.  T.  IL  pág.  117. 

85 


aptitud  para  la  enseñanza,  (i)  Había   nacido  en  592 — 1195 
¿  Iig6~ expiró  en  638 — 1240  á  1241. 

Por  este  tiempo  moría  en  Granada,  á  poco  de  haber  llega- 
do á  ella,  MoHAMMED  BEN  Abdallah  ben  Ahmed  ben  Mohammed 
BEN  Addelaziz  el  Hamiri,  cuya  familia  era  oriunda  de  EcJja, 
desde  donde  emigró  su  abuelo  á  Málaga;  siguió  sus  estudios 
en  ésta  y  en  Córdoba;  dedicóse  á  la  enseñanza,  y  obtuvo  en 
ella  gran  éxito.  Enseñó  en  la  Mezquita  mayor  malagueña  da* 
rante  mucho  tiempo  el  Zahib  del  Bojari;  autor  ilustre,  renom- 
bradísimo  entre  los  agarenos,  que  aun  en  medio  de  su  deca* 
dencia  actual  todavía  le  estudian  y  celebran;  su  obra  el  Zahib 
Ó  Integro,  és  un  cuerpo  de  tradiciones  compuesto  en  la  Meca 
que  contiene  todos  los  dichos  y  sentencias  genuinas  de  Maho- 
ma  y  de  sus  compañeros.  Libro  de  inmensa  erudición  es  éste, 
y  de  una  autoridad  tan  ilimitada  entre  mahometanos,  que  hay 
-quien  lo  parangona  con  el  Koran.  (2) 

Otro  sabio  malagueño  que  viajó  á  Oriente,  para  cumplir  sus 
-deberes  religiosos  y  saciar  su  afán  de  ciencia,  fué  Abderrahmak 
BEN  Mohammed  ben  Ali  ben  Chamil  el  Moaperi  Abu  Zid:  ia£ 
-discípulo  de  su  hermano  Abulhasan.  (3)  De  vuelta  á  su  pátrii 
murió  después  del  año  640—1243  á  1243. 

A  los  tres  años  falleció  Abdallah  ben  Mohammed  Albahe- 
Li  Abu  Mohammed,  excelente  jurisconsulto,  que  ganó  su  subsis- 
tencia entregándose  á  empresas  mercantiles.  (4) 

Mohammed 


(1)  AbenAlabbar,  H.  S  del  Escorial  fol.  130  v.  365  del  de  Madrid. 

(2)  Merracoxi  de  París,  fol.  90. 

(3)  Aben  Alabbar,  M.  S,  del  Escorial,  folio  137;  356  del  d«  Madrid. 

(4)  ídem,  M.  S.  del  Escorial  fol.  106;  303  del  de  Madrid. 


Parte  tercera.  Capítulo  ii.  645 

MOHAMMED  BEN  IbRAHIM  BEN  AbDALLAH  BEN  GaLIB  BEN  YaLA 

Abu  Abdallah  apellidado  vulgarmente  Aben  Horaira;  su  fami- 
lia era  originaria  de  Gomera  en  Berbería,  desde  donde  vino  á  es- 
tablecerse en  Málaga.  Yendo  á  la  Meca  detúvose  á  estudiar  y 
seguir  los  cursos  de  célebres  profesores,  como  otros  muchos  sa- 
bios y  literatos  malagueños,  en  Egipto,  y  especialmente  en  Ale- 
jandría, así  como  en  la  cuna  del  mahometismo,  poniendo  por 
escrito  con  su  hermosa  y  elegante  letra,  sumamente  celebrada^ 
las  lecciones  que  habia  escuchado:  parece  que  por  entonces  fué 
discípulo  del  Mokadesi,  uno  de  los  más  notables  poetas  de  Orien- 
te. De  vuelta  á  España  tornó  á  sus  viages  y  recorrió  lo  que  hoy 
és  imperio  marroquí,  (i)  muriendo  en  el  Sus,  una  de  las  pro- 
vincias meridionales  de  éste,  después  del  año  635 — 1237  ^ 
1238,  ó  645 — x247  ^  1248:  habia  nacido  en  512 — ^^1176  á 
J177.  Almakari  nos  ha  conservado  algunos  de  sus  versos. 

Como  literato  de  mérito,  jurisconsulto  sabio,  muy  entendi- 
do en  leyes,  y  varón  digno  de  loa  por  su  justicia  y  sagacidad^ 
citan  los  autores  musulmanes  á  Mohammed  ben  Ahmed 
BEN  Mohammed  ben  Athiya  el  Kaisi  Abu  Abdallah,  kadhi 
que  fué  de  Málaga;  viajó  también  por  Oriente,  en  donde  se 
relacionó  con  los  hombres  más  distinguidos  de  los  paises  que 
recorría.  Aljathib  dice  que  murió  en  un  pueblo  llamado  Ociaba, 
al  occidente  de  Málaga.  En  el  año  de  su  fallecimiento  no  están 
conformes  los  autores;  hay  quien  lo  pone  en  648 — 1250  á  1251 
— otro  en  646 — 1248  á  1249 — ^y  otro  en  627— 1229  á  1280. 

No 


(i)    Almakari,  Analectes,   T.  I,  pág.  490,    II  pág.  210.  Aben  Alabbar,   M.    S. 
del  Escorial  fól.  52,  fól.  182  del  de  Madrid. 


646  MAt:A6A  Musulmana. 

No  he  enconlrado  medio  de  resolver  estas  diferencias.  (2) 

Ha  llegado  el  momento  de  tratar  del  autor  de  una  obra,  que 
hubiera  podido  ilustrar  por  completo  gran  parte  de  la  Historia 
malagueña  de  la  Edad  Media,  y  á  la  vez  no  poca  de  la  espa- 
ñola.  Destruida  quizá  entie  las  calamidades  que  afligieron  á 
la  gente  alarbe,  en  algún  saqueo,  incendio  ó  emigración,  ocul- 
ta quizá  en  cualquier  biblioteca  de  África  ú  Oriente,  ésta  pro- 
ducción, para  nosotros  preciosa,  nos  és  completamente  desco- 
nocida, y  sólo  ha  llegado  á  nosotros  su  cita  con  ta  biografía 
del  que  la  escribió. 

Llamábase  éste  Mohammed  ben  Al!  ben  Obaidallah  ben 
Aljadhir  BEN  Harun  elGasani  Abu  Abdallah,  generalmente 
llamado  Aben  Askar.  Su  familia  era  oriunda  de  una  alquería  ó 
pequeña  población  situada  al  Oriente  de  Málaga,  y  él  nacióen 
nuestra  ciudad  en  584 — 1188 — Mencionan  sus  biógrafos  mul- 
titud de  autores  á  quienes  siguió  en  sus  relatos,  tanto  ma- 
lagueños como  orientales,  algunos  de  las  cuales  le  dieron  so 
diploma  de  aptitud  para  la  enseñanza;  en  la  cual  contó  multi- 
tud de  discípulos.  A  sus  grandes  condiciones  de  ingenio  y 
ciencia  unía  excelente  carácter,  pues  sus  contemporáneos  de- 
cían de  él  que  era  extremado  en  la  generosidad,  respetado  de 
la  corte  y  del  pueblo,  sumamente  tratable,  servicial,  perdonador 
de  injurias  y  favorecedor  hasta  de  sus  enemigos:  decian  de  él- 
también  que  fué  notable  prosista  y  poeta,  tanto  que  gente  de 

Damasco 


(2)    Merracoxi    de  Paris  ful.    19.    Aben   Alabbar,  M.  S.  del   Esc.  fól.  106;  3M 
del   de  Madrid,  Aben  Aljathib  en  Casiri,  flíM.  árab.,  T.  II,  pág.   120. 


Parte  tercera.  Capítulo  ii.  647 

-  * —      -  -  —        —  — ■ 

Damasco  y  Bagdad  llegó  á  conocerlo  y  á  respetarlo  en  ambos 
géneros  literarios. 

Fué  notable  profesor  en  la  lectura  y  exégesis  koránica, 
muy  entendido  y  erudito  en  tradiciones  mahometanas,  histo- 
riador, perito  en  la  ciencia  de  las  leyes,  literato,  sobresa- 
liente en  el  arte  de  redactar  contratos,  y  muy  perspicaz  en 
cuanto  á  éstos  se  refería;  poseia  una  memoria  felicísima,  era 
muy  afluente,  tanto  al  escribir  como  al  hablar,  mostrándose 
inspirado  en  sus  versos,  elocuente  en  sus  razonamientos,  y  dis- 
tinguiendo  sus  producciones  por  el  buen  adorno  y  artificio 
retórico. 

Fué  kadhi  de  Málaga  dos  veces,  una  sustituyendo  algún 
tiempo  á  Abu  Abdallah  ben  Alhasan;  otra  por  nombramiento 
del  emir  Abu  Abdallah  ben  Nazar,  de  la  familia  real  granadi- 
na, en  el  año  635,  anterior  al  de  su  fallecimiento;  modesto  ó 
cansado  de  los  públicos  negocios  escusóse  con  aquel  magnate 
rogándole  que  le  eximiera  de  la  carga  administrativa  que  le 
imponía,  pues  le  amedrantaba  la  gravedad  de  sus  funciones; 
mas  Aben  Nazar  desatendió  sus  escusas,  y  tuvo  que  tomar 
posesión  del  kadhiazgo;  en  el  cual  procedió  con  la  más  loable 
conducta,  restaurándola  justicia,  cortando  abuses  é  imponien- 
do la  ley  en  todo  su  vigor. 

Entre  las  muchas  obras  que  compuso  la  más  importante 
para  nosotros  fué  la  continuación  de  una  colección  de  biogra- 
fías de  celebridades  musulmanas  malagueñas,  no  sólo  á  lo  que 
parece,  en  ciencias  y  letras,  sino  distinguidas  por  la  nobleza  de 
de  sus  familias  y  por  su  influencia  en  la  vida  pública  de  su  tiem- 

po. 


648  MALAGA  Musulmana. 

po.  Habiaemprendido  también  éste  trabajootro  escritor,  áquien 
los  biógrafos  musulmanes  üaman  Abulabbas  ben  Abulabbas, 
por  lo  cual  Aben  Askar  tituló  su  libro:  Complemento  y  perfecácn 
de  la  obra  Ululada  Apéndice  de  la  información  acerca  de  las  bellas 
cualidades  de  la  gente  de  Málaga  por  Abulabbas  ben  Abulabbas. 
Además  de  éste  título  fué  dicha  producción  conocida  por  el 
siguiente:  El  oriente  de  las  luces  ó  el  recreo  de  los  ojos,  acerca  de  lo 
que  abarcó  Málaga  de  varones  insignes,  principales  y  buenos,  y  ano- 
tacion  de  sus  bellas  cualidades  y  recuerdos. 

Hacbi  Jalfa,  célebre  bibliógrafo  mahometano,  cita  (i)  una 
Historia  de  Málaga,  Tarij  Malaka,  de  éste  autor,  que  és  muy 
posible  sea  la  misma  que  distinguió  con  los  pomposos  títulos 
antes  enunciados;  rareza  en  los  títulos  en  la  cual  se  com- 
placían los  autores  sarracenos,  y  en  la  que,  se  complacieron 
también  los  autores  cristianos,  durante  las  malaventuradas  épo- 
cas de  nuestra  decadencia  literaria. 

La  muerte  le  sorprendió  concluyendo  esta  obra,  que  termi- 
nó su  sobrino  Abubequer  ben  Mohammed  ben  Jamis,  citado  por 
los  biógrafos  que  antes  mencioné. 

Reuniendo  en  éste  lugar,  que  me  parece  el  mas  adecuado 
para  ello  los  demás  datos  referentes  á  historiadores  malague- 
ños de  aquella  época,  debo  nombrar  á  Abulhasan  ben  Alha- 
SAN,  kadhi  de  nuestra  ciudad  y  amigo  del  insigne  Aben  Alja- 
thib,  quien  muestra  la  consideración  que  le  merecía  llamándole 
aventajado  cronista;  tituló  éste  una  de  sus  producciones,  DzmI 
lilarij  Malaka,  Apéndice  á  la  Historia  de  Málaga,  que  continuó 
^  hasta 

(1).     Hachi  Jaira,  Lex.  T.  II,  núm.  3294. 


Parte  primera.  Capitulo  ii.  649 

hasta  su  tiempo,  és  decir  hasta  bien  entrada  la  segunda  mitad 
del  siglo  XIV. 

Merece  también  consignarse  que  el  insigne  escritor  grana- 
dino Aben  Said,  tratando  en  su  Crónica  de  Occidente  de  las  Cua- 
lidades déla  gente  española^  presenta  un  tratado  especial,  titula- 
do, Libro  de  los  contratiempos  aliviados^  acerca  de  los  ornamentos 
del  reino  de  Málaga. 

Las  demás  obras  de  Aben  Askar  son: 

El  expositor  copioso  acerca  de  las  adiciones  que  requiere  el  libro 
de  los  términos  difíciles^  oscuros  b  raros  del  Koran  por  A  Iharairi. 

Libro  de  los  cuarentas  hadices  ó  tradiciones;  obra  en  la  cual 
siguió  á  uno  de  sus  maestros  llamado  el  Ispahanense,  y  en  la 
que  consta  la  prodigiosa  lectura  de  su  autor  y  sus  muchos  pro- 
fesores. 

Tratado  compendioso  acerca  del  consuelo  por  la  pérdida  de  la 
vista;  libro  dedicado  al  predicador  Abu  Mohammed  ben  Abu- 
joraz  el  Ciego. 

Recreo  del  espectador ^  acerca  de  las  altas  cualidades  de  A  mmar 
ben  Gasir. 

El  tesoro  de  la  paciencia  sobre  él  parangón  del  alcázar  y 
del  sepulcro;  que  no  és  más  que  una  epístola  literaria. 

Almakari  y  Abdelmelíc  el  Merraqoxi  citan  algunos  de  sus 
versos,  (i) 

Aben 


(i)  Para  escribir  esta  biografía  he  tenido  en  cuenta  las  siguientes:  Abdelme- 
líc el  Merracoxi  de  París,  fól.  181  v.  Aben  Alabbar  M.  S.  del  Escorial  fól.  53  y 
184  de  la  copia  de  Madríd.  Aben  Aljathib,  Ihatha,  M.  S.  de  Gayangos,  fól.  202  v. 
Almakari,  Analectes,  T.  I  139,  210  y  642.  Hachi  Jalfa,  Lexicón,  T.  II,  núra.  2294  y 
IV,  8623.  Gasiri^  Bihl,  árab.  esc.  T.  II  pág.  126;  éste  escritor  ha  confundido  á 
Aben  Askar  con  alguno  de  los  anteriores  que   cita.  Simonet,   Descrip.  pág.  174. 


Aben  Askar  murió  en  636 — 1238 — en  Málaga. 

Los  biógrafos  árabes  nos  han  conservado  la  memoria  del 
malagueño  Mohammed  ben  Mohammed  ben  Dzinnun.  muerto 
en  650 — 1251  á  1253 — y  autor  de  una  obra  titulada,  Aromadd 
almizcle  fragante.  Esta  producción  solanpente  contenía  loores 
de  Almanzor  ben  Almutdafar.  (i) 

Muchos  de  los  hombres  ilustres  de  Málaga  se  distinguie- 
ron no  solamente  por  su  ciencia,  sino  además  por  la  severidad 
<Íe  sus  costumbres,  por  sus  ayunos,  caridad  y  devoción.  No  és 
raro  encontrar  en  una  sociedad  sibarítica,  sensual  y  disoluta 
como  la  agarena,  ésta  clase  de  tipos  dignos  de  la  mayor  consi- 
deración y  respeto,  por  más  que  sus  abstinencias  distaran  mu- 
cho de  las  (le  los  anacoretas  cristianos  en  las  soledades  áú 
yermo. 

En  éste  género  se  señaló  Abubequer  el  Jazrachi,  quien  á 
pesar  de  su  austeridad  y  de  la  aversión  que  mostraba  á  la  mun- 
danal vanagloria,  atesoró  muchas  riquezas.  Cosas  ambas  difí- 
ciles de  compaginar,  y  sobre  las  cuales  no  dejan  de  llamar 
la  atención  los  autores  sarracenos.  Viajó  a!  Oriente  y  se  dis- 
tinguió por  sus  estudios  gramaticales,  y  por  su  conocimiento 
del  Koran  (2)  Murió  en  651 — 1253  á    1254. 

AI  año  siguiente  falleció  Mohammed  ben  Aisa  ben  Halel 
Abu  Abdallah  Arraini,  literato  y  discípulo  de  Aben  Zahib  Az- 
zala,  ya  nombrado,  que  mereció  ser  citado  por  uno  de  los  más 
notables  biógrafos  hispa no-sarrace nos  (3). 
En 

(1)    Simoiiet,  Descripción,    jKig.  176. 

('i)    Ibidem,  p:ig.  177. 

(3)    AbenAlabbar,    U.  S.  del   Escorial  ful.  58;  196  del  de  Madrid. 


Parte  primera;  Capituüx)  ii.  651 


Ed  611  de  la  Hegira — 1214  a  1215  de  J.  C — nació  en  Má- 
íaga  ABDA1.LAH  BEN  Alhasan  ben  Abdallah  el  Anzari,  desc^i- 
diente  de  preclara  familia,  y  á  quien  sus  paisanos  pusieron  el 
apodo  de  Abetí  el  Kortobi  ó  el  hijo  del  Cordobés.  Entregado  príñ^ 
cipalmente  á  los  estudios  históricos,  entre  otros  varios  en  qtté 
empleó  su  ingenio,  llegó  á  ser  sumamente  entendido  en  los 
sucesos  pasados,  dándose  á  estimar  también  mucho  por  su 
cortesanía  y  honradez.  Aprendió  Gramática  en  su  ciudad  na- 
tal y  en  Granada  Literatura;  habiendo  aprovechado  considera^ 
blemente  en  sus  trabajos  publicó  varias  obras  de  Derecho  ca- 
nónico musulmán,  de  ejercicios  retóricos,  y  aun  se  dice  que  wMl 
Historia  4e  España^  la  cual  si  comprendia,  cómo  és  presumible 
algo  de  los  sucesos  de  su  tiempo,  seria  de  inestimable  precia 
para  nosotros  si  se  nos  hubiera  conservado,  pues  su  época  éa 
una  de  las  menos  conocidas  y  de  las  más  interesantes  de  nues- 
tra Edad  Media  (i)  Falleció  en  656 — 1258. 

MOHAMMED    BEN  AlI   BEN    MOHAMMED  BEN  IbRAHIM    EL    AN- 

ZARi  Abu  Abdallah,  fué  un  literato  muy  versado  en  ciencia 
koránica,  muy  estimado  por  su  modo  de  leer  el  sagrado  libro,. 
y  de  un  caiácter  excelentCi  era  además  muy  hábil  en  los  es- 
tudios léxicos  arábigos,  y  compuso  una  obra  acerca  de  la  cé- 
lebre gramática  de  Siwabeihi.  (2)  Pasó  de  ésta  vida  en  Mála- 
ga, 


(i)  Casirí,  Bihl.  ár.,  T.  II,  pág.  129.  Siroonet,  Descripción^  pág.  i72.  Estima 
(pie  en  ambas  páginas  de  su  libro  Casirí  se  ocupa  de  un  mismo  personage,  aun- 
que en  la  segunda  indique  que  falleció  en  611,  sin  duda  por  decir  que  nació  en 
dicho  año. 

(2)    Merrakoxi   de    París  fól.  196  v. 

86 


65a  MiUtaAMOSULlUllÁ. 

ga,  hacia  el  año  660 — 1261  á  1262. 

Dicen  los  biógrafos  musulmanes  que  en  6G2 — 1263  i 
1264 — murió  á  la  edad  de  treinta  y  nueve  años,  Mohamked 

BEN    MOHAMMED  BEN  ZaBIR    BEN    BaSDAR   EL  KaISI    AbUCHAFAR 

Dhiaeddin,  que  después  de  haber  estudiado  ea  Andalucía,  i 
la  vez  que  peregrinaba  á  la  Meca  continuó  sus  clases  eo  el 
Kairo  y  en  Damasco.  Su  hermosa  letra  y  la  rapidez  con  que 
escribia  fueron  muy  celebradas,  y  le  sirvieron  para  copiar  mo- 
chos libros;  gran  cualidad  en  tiempos  en  que  no  existia  la  im- 
prenta, en  los  que  habia  grandísima  afícion  á  reunir  obras  eo  las 
cuales  estudiar  los  buenos  autores  del  islamismo,  y  ea  los  que 
se  hubieran  perdido  ó  adulterado  libros  del  mayor  mérito,  sino 
hubieran  sido  reproducidos  por  un  pendoHsta  hábil  é  inteligen- 
te  (I). 

Muy  mezclado  en  los  acontecimientos  políticos  de  su  tiem- 
po estuvo  el  ilustre  malagueño  Mohammed  ben  Alhasan  ben 
Mohammed  ben  Alhasan  elCharami  (el  Chozami?)  Abu  Ab- 
dallah.  Estuvo  ligado  en  íntima  amistad  con  toda  la  gente 
principal  malagueña,  entte  la  cual  se  contaban  muchas  ilustres 
familias,  que  pretendían  traer  su  abolengo  de  celebres  tribus 
árabes  y  hasta  de  los  auxiliadores  más  inmediatos  del  Profeta. 
Se  le  celebró  como  poeta  inspirado,  literato,  jurisconsulto  sagaz 
y  hábil  pendolista.  Durante  la  decadencia  del  poderío  aJmoba- 
de  en  nuestra  patria,  cuando  el  partido  propiamente  hispano- 
musulman,  enemigo  cual  siempre  se  mostraron  los  españoles  de 

la 


(1)    Almakarí,  AnaUetes  T.  1,   pág.  504. 


Parte  tercera.  Capítulo  ii.  653 

la  dominación  extrangera,  olvidando  los  beneficios  que  á 
ésta  debía,  deseaba  arrojar  al  África  á  los  berberiscos,  Aben 
Hud  gefe.de  los  españoles  se  apoderó  de  Málaga  y  dominó  én 
ella  algún  tiempo.  Así  lo  demuestra  ésta  biografía,  asi  lo  prue- 
ba cumplidamente  la  preciosa  moneda  que  con  el  nombre  de 
éste  príncipe  hice  grabar  y  describí  antes.  Aben  Hud  nombró 
kadhi  de  nuestra  ciudad  á  Mohammed  el  Charami;  después 
sabiendo  éste  que  la  traición  rodeaba  al  príncipe  que  le  habia 
generosamente  protegido  y  que  trataban  de  sublevarle  sus  tro- 
pas, tuvo  la  decisión  y  fortuna  de  salvarle  de  éste  riesgo:  con 
lo  cual  se  atrajo  por  completo  su  cariño,  y  se  hizo  acompañar 
habitualmente  de  él,  tratándole  como  á  comensal  y  continuo 
de  su  casa.  Al  cabo  entre  los  desdichados  accidentes  que  deter* 
minaron  la  caida  de  los  Almohades,  Alcharami  fué  preso  en 
Granada,  permaneciendo  en  prisiones  largo  tiempo;  por  fin  con- 
siguió salir  de  ella  después  de  muchos  sufrimientos,  acerca  de 
los  cuales  dice  su  biógrafo  devota  y  concienzudamente,  apro^ 
véchenle  mucho  para  con  Dios  (i). 

No  menos  ilustre  que  el  anterior  fué  Maleo  ben  Abderrah- 

MAN  BEN  AlI  BEN  AbDERRAHMAN  BEN  AlFARACH  BEN  AZRAK  BEN 

MoNAiD  BEN  Selam  BEN  Alfarach  Abulhaquem,  Vulgarmente 
conocido  por  Aben  Almorhal.  Procedia  la  familia  de  éste  céle- 
bre malagueño  de  Santa  María  de  Algarbe,  desde  la  cual 
cuando  fué  tomada  por  los  cristianos  se  trasladó  su  abuelo  á 
Málaga,  á  la  que  vinieron  de  ésta  suerte  muchas  prepotentes 

familias^ 


(i)    Merrakoxi  de  París,  f6l.  61  ▼. 


654  M^^M^^A  MusuL|fAN4. 

familias,  de  las  que  nacieron  gran  ps^rte  de  las  celebridades  de 
aqnella  época.  Habitó  mucho  tiempo  en  Ceuta,  desdé  donde 
hizo  varios  yíages  i  Fez;  fué  notable  literato,  orador  y  poeta 
elocuente:  Aben  Aljathib  nos  ha  conservado  mucho3  de  stis 
versos.  Mohammed  |  Alahni^ar  ó  ^  Rqjo^  primer  sultán  de  la  úl- 
tima dinastía  musulmán?,  que  dominó  en  España,  después  dé 
haberle  oido  recitar  algunas  de  sus  composiciones  tratóle  coa 
bastante  consideración  y  le  confirió  elevados  puestos;  fué  go- 
bernador de  las  Alpuj arras,  en  las  que  edificó  y  pobló  la  villa 
de  Excuriantes.  Escribió  multitud  de  obras,  entre  las  cuales 
mencionan  los  autores  una  Excerpta  de  Filologia  y  Literatura, 
otra  de  Arte  Retórica^  unos  Ejercicios  retóricos^  un  Poema  de  Arle 
poética^  otro  sobre  la  vida  y  sucesos  de  Mahoma  titulado  Veinte- 
nqriOf  y  otro  sobre  el  mismo  argumento  denominado  el  Dece^ 
mrio\  los  cuales  se  conservan  todavia  en  la  Real  Biblioteca 
del  Escorial,  (i)  Habia  nacido  en  el  año  604 — 1207  á  1208 — y 
falleció  en  699 — 1299  á  1300. 

El  siglo  VII  de  la  Era  musulmana,  XIV  de  la  nuestra, 
ofrece  considerable  número  de  escritores  malagueños.  La  di- 
nastia  Nazarita,  que  habia  asentado  en  Granada  su  corte,  entra 
durante  él  en  su  periodo  de  mayor  explendor;  las  fuerzas  vivas 
déla  sociedad  agarena,  que  apegadas  á  su  patria  no  habian 
querido  huir  al  África  se  reconcentran  en  nuestras  comarcas,  y 
como  muchos  de  los  más  celebrados  sultanes  granadinos  eran 
Qriundos  de  una  rama  de  aquella  regia  estirpe  establecida  en 

Málaga, 


(1)    Aben  Aljathib,  Ihatha,  M.   S.   de  Madrid  357.  Casiri,  BibL    ara.  T.  U, 
p4g.  95.  Simonet,  ])e$cripcum^  pág.  180. 


Partb  tercera.  CaipItvlo  II.  655 

Málaga,  tuvieron  los  hijos  de  ésta  una  gran  participación  en 
la  gobernación  del  Estado,  y  en  el  desenvolvimiento  científico 
y  literario  de  aquellos  tiempos  memorables. 

Como  antes,  continuaré  mencionando  los  autores  que  lle^** 
garon  á  mi  noticia,  sus  nombres,  sus  familias,  maestros  y  estu-* 
dios,  señalando  los  inás  notables  sucesos  de  sus  vidas,  sus  obras 
y  su  importancia  entre  las  notabilidades  de  su  época. 

MoHAMMED  BEN  Abdallah  ben  Ajlhach  Abu  Abdallah,  fué 
un  buen  poeta,  que  murió  después  del  año  700  de  la  Hegira — 
1300  de  J.  C;  todavia  se  conocen  algunos  de  sus  versos,  que 
nos  ha  conservado  Aben  Aljathib  en  sus  obras  (i). 

Entre  sus.contemporáneos  fué  sumamente  elogiado  Moham- 
MED  BEN  Mohammed  BEN  Abdallah  EL  Quíneni  Abu  Abdallah 
por  sus  grandes  conocimientos  en  ciencias,  en  Filosofía,  Juris- 
prudencia y  Genealogías.  Cuantas  graves  cuestiones  surgían 
entre  sus  paisanos  sobre  Filosofía,  Matemáticas,  Historia  ó 
Cronología  otras  tantas  le  eran  consultadas.  Acostumbraba  dar 
sus  lecciones  en  la  Mezquita  mayor  de  Málaga,  la  cual  fué  en 
diversas  ocasiones  centro  de  enseñanza  para  muchas  notabili- 
dades. Gustábale  departir  con  los  cristianos  y  discutir,  con  sus 
sacerdotes  acerca  de  la  verdad  de  su  religión.  Estuvo  algún 
tiempo  en  Granada,  y  á  $u  muerte  dejó  sus  bienes,  su  casa  y 
biblioteca  por  su  testamento  á  la  Mezquita  mayor  malague- 
ña (2). 

Así 


(1)  Aben  Aljathib,  Ihatíia^  M.  S.  del  Esc.  fól.  42,  y  75  de  lo  copia  de  Madrid. 

(2)  Aben  Aljathib,  Ihaiha,  ill   del  cód.  Esc.  314  de  Madrid,   G.  g.  26,  27. 
Cásirí,  Bibl.  éa-a.  T.  II,  pig.  83.  Simonet  Bncri.  pág.  199.  Cód.  de  Gayangos  396  t. 


MAUIGA   MtlSULHANA. 


Asi  como  se  cree  que  éste  personage  ilustre  vivió  á  princi- 
pios del  siglo,  cuya  historia  literaria  estoy  narrando,  respecto 
de  Málaga,  así  también  se  cree  que  perteneció  á  su  época  otra 
celebridad  no  menos  estimada  en  ella;  cual  fué  la  de  Abdallak 
BBN  MüHAMMED  BEN  Abdallah  ben  Bixr.  á  quien  dio  nombre 
□o  sólo  su  saber,  sino  su  memoria  y  piedad;  dícese  de  él  que 
estuvo  en  Oriente,  (i) 

En  el  año  630 — 1232 — nació  en  nuestra  ciudad  Ahmed 
BEN  Abdennur  ben  Ahmed  ben  Raxid  Abuchafar;  después  áe 
haber  estudiado  el  Koran  con  los  malagueños  mas  sabios  fu¿  á 
completar  sus  estudios  á  Ceuta,  Murió  en  Almería  en  702-- 
1302  y  fué  enterrado  fuera  de  una  de  las  puertas  de  ésta  du- 
dad en  el  panteón  de  otro  célebre  personage.  (2)  Hachí  Jalk 
menciona  una  de  sus  obras  titulada  Joruf  el  Mahent  wa  el  Ma- 
heni  ó  sea  Fundamento  de  las  siglas  lilerañas,  que  contenia  sen- 
tencias; enumera  también  entre  los  intérpretes  de  los  Prolegóme- 
nos de  un  autor  célebre,  Chozuli,  acerca  de  la  Gramáticaaráb^ 
denominada  Canun,  á  nuestro  autor. 

Hizóse  también  notable,  tantoporsu  saber,  como  por  la  dis- 
tinción de  sus  costumbres,  Abdallah  ben  Mohammed  Axarrat; 
por  su  singular  pericia  en  Aritmética  fué  también  muy  estimado 
en  la  corte  granadina;  cosa  estraña,  quien  tan  admirablemente 
manejaba  la  ciencia  de  los  números  mostróse  además  excelen- 
te y  fecundo  poeta;  cita  algunos  de  sus  versos  Aben  Aljathib. 
(3)  Murió  el  año  de  703 — 1303  en  Granada. 
En 

(i)     Ibidem  fot.   97  de  la  copia  de  Madrid,   G.  g.  38. 

(2)  Ibidem,  M.S.  de  Gayan gos  »1.  34.  HacM  Jalfa  T.  VI,  12,765,  T.  ¥11,309. 

(3)  Aben  Aljathib,  Ihatha,  H.  S.  de  Madrid,  G.  %.  81.  Guiri,  Bifr.  &r.  T.  H  pig-  IOS. 


Parte  tercera.  Capítulo  ii.  657 

En  el  año  705 — 1303 — Málaga  dio  una  relevante  muestra 
4e  su  cultura  y  del  alto  aprecio  que  en  ella  conseguía  el  saber 
en  el  entierro  de.  Abdelwahid  ben  Mohammed  ben  Ali  ben  Abu 
AssADAD  EL  Amui,  conocído  por  A Ibaheli;  llevaron  en  hombros 
su  cadáver  estudiantes  y  sabios,  y  siguióle  hasta  su  última  mo- 
rada considerable  multitud,  entristecida  por  su  muerte.  Habia 
sido  Albaheli  muy  entendido  en  Derecho  y  en  la  interpretación 
koránicaí  acerca  de  cuyas  ciencias  publicó  diversas  obras.  Vi- 
vió algún  tiempo  en  Córdoba  y  predicó  en  la  Mezquita  mayor 
de.  Málaga,  siendo  maestro  de  los  más  notables  malague-^ 
ños   (i). 

Oriundo  de  Jaén  y  natural  de  Málaga  fué  Mohammed  ben 
Kasim  ben  Ibrahim  el  Anzari  Abu  Abdallah,  á  quien  llamaban 
Aben  Xedid.  Estimósele  mucho  en  la  corte  granadina,  y  uno  de 
sus  reyes  le  tuvo  particular  afecto  por  su  elegante  modo  de 
recitar  el  Koran.  En  Málaga  ejerció  el  cargo  de  mothesib  ó  fiel 
depesas  y  medidas,  y  predicó  algunas  veces  en  sus  mezquitas. 
Estuvo  bastante  tiempo  en  África,  donde  visitó  á  Ceuta  y  á 
Fez,  adquiriendo  entre  los  sabios  de  ambas  poblaciones  mu- 
chas simpatías  por  su  excelente  carácter,  y  en  sus  estudios 
bastante  erudición  (2).  Habia  nacido  en  el  año  de  710 — 13 10. 

Consiguió  bastante  buen  nombre  en  Medicina  y  Literatura 
Mohammed  ben  Abdallah  BEN  FoTHAis,  que  murió  en  71 1-  — 
13 1 1 — rodeado  de  las  mayores  simpatías.  (3) 

Mohammed 


(i)  A)>en  Aljathib,  513.    Casirí,  Bibl.  ár.    T.  II  pág.  107. 

(2)  Aben  Aljathib,  Ihatha,  M.  S.    del  Esc.  fól.  152,  y  288    de    U    copia  d». 
Hadríd.  Casirí  BibL  ár.  T.  II,  pig.  91. 

(3)  Casirí,  Bibl.  ár.  T.  U   pág.  75.  Simonet,  Descr.  pág.  183. 


658  Malaga  Musuuiana. 


MOHAMMED    BEN    MOHAMMED    BEN    IbRAHIM    B£N    AiSA    BEN 

Daud  el  Himyari  Abu  Abdallah,  fué  un  excelente  literato,^ 
pendolista  Hábil,  retórico  y  poeta  (i).  Viajó  por  Marruecos,  cu- 
yas regiones  cual  se  vé  fueron  visitadas  con  bastante  frecuen- 
cia por  los  malagueños,  y  recorrió  muchas  de  sus  poblaciones. 
Murió  en  pleno  Desierto  en  Sichilmésa,  capital  de  uno  de  sus 
distritos  en  716 — 13 16. 

Entre  los  sabios  y  célebres  malagueños,  que  mencionó  el 
historiador  de  Málaga  Aben  Askar,  cuéntase,  Ahmed  beh 
Abdelmechid  ben  Selam  el  Ha^hui  Abu  Chafar,  (2)  que  mu- 
rió en  724 — 1323. 

Hachi  Jalfa,  bibliógrafo  mahometano,  muchas  veces  nom- 
brado antes  de  ahora,  cita  (3)  á  un  Ahmed  ben  Alhasan  Abu- 
chafar  malagueño,  como  autor  de  tres  obras  tituladas:  Magestad 
de  la  luna  resplandeciente^  que  parece  ser  teológica:  Delicias  del 
oido  acerca  de  las  siete  reseñas  ó  interpretaciones  del  Koran^  y  Funda» 
mentó  de  la  exposición  y  ley  de  la  lengua  arábiga.  Falleció  éste 
autor  en  728 — 1327. 

Vulgarmente  conocido  por  Aben  Hafid  Alemin  fué  otro  es- 
critor, llamado  Mohammed  ben  Ahmed  ben  Mohammed  ben 
Ali  el  Gasani,  célebre  jurisconsulto,  que  enseñó  en  nuestra 
ciudad  primero  Gramática,  después  Jurisprudencia.  Escribió 
algunas  eruditas  obras,  una  de  las  cuales  intituló  Leyes  de  la 
Religión  mahometana  é  Instituciones  jurídicas:  murió  en  Tarifa  en 

7Z2— 


(i)    Aben  Aljathib,  Ihatha,  M.  S.  del  Esc.  fól.   i5  y  26  de  la  copia   do  Ma- 
drid.  Gasiri,    Bib,  ár.  T.   II  príg.  75, 

^2)     Zalaeddin  Jalíl,   M.  S.  de  Gayangos. 

(3)     Hachi  Jalfa,  Lexicón,   T.    IV,  7552  y  9397,  T.  V,  ii086. 


Parte  TBRCERA.  Capítulo  ii.  659 

732 — 133 1 — Ha  mencionado  á  éste  escritor  Aben  Aljathib^ 
qnien  cita  también  á  otro  personage  malagueño  con  igual 
nombre  y  apelativo;  mucho  he  dudado  sobre  ellos  y  he 
procurado  diligentemente  indagar  si  ambas  citas  corres- 
ponden al  mismo  personage;  pudiera  afirmarse  que  fuera 
el  mismo,  si  aquel  insigne  biógrafo  no  indicara  que  expi- 
ró en  786 — 1384 — habiendo  vuelto  á  su  país,  después  de 
haber  visitado  la   Meca  (i). 

No  extrañe  el  lector  que  le  deje  en  ésta  incertidum- 
bre  en  la  que  yo  mismo  me  encuentro;  frecuentes  son 
estas  dudas,  dada  la  igualdad  de  los  nombres  arábigos,  en 
los  que  estudian   la   historia  literaria   musulmana. 

Tenido  por  santo  entre  los  suyos  y  celebrado  por  su 
piedad,  devoción  y  abstinencia  por  los  autores  de  Orien- 
te y  Occidente,  lo  que  prueba  cuan  estendida  estuvo  su 
fama,  fué  Mohammed  ben  Mohammed  ben  Ahmed  ben  Yu- 
SUF  BEN  Omar  el  Haxemi  Abubequer  el  Tanchali.  Tuvó- 
sele  entre  sus  compatriotas  con  justicia  por  varón  muy 
notable  en  ciencias  y  letras,  y  además  de  todo  esto  por 
elocuente;  íué  piedicador  de  la  Mezquita  mayor  malague- 
ña. (2)  Pasó  de  ésta  vida  á  los  cincuenta  y  nueve  años 
de   edad   en    733 — 1332 — . 

Abdallah  ben  Abdelwahid  ben  Chudi   Abu   Mohammed; 

indícale 


(i)    Aben    Aljathib,  Ihatha,  fól.    206  de  la  copia  de  Madrid,  106  del    M.    S. 
Esc.  Casirí,  Bibl.  ár.  T.   II   pág.  81.  Simonet,  Descripción,  pág.   185. 

(2)    Ibidem,  fól.  286  de  la  copia  de  Madrid.   Gasiri,  Bibl.  ár.  T.  II   pág.    91. 

87 


66o  MALAGA   MUSDT,UAKA. 


indícale  Aben  Aljathib  como  hombre  influyente  en  la  vi- 
da pública  de  su  tiempo,  bien  llena  de  horribles  aconte- 
cimientos, de  crímenes  y  de  inepcias  desastrosas  para  el 
poderío  musulmán  en  nuestra  patria.  Se  consideraba  ade- 
más como  escritor  sumamente  erudito;  ejerció  importan- 
tes cargos  en  algunas  notables  mezquitas  y  en  la  corte 
granadina,  y  llegó  á  ser  gobernador  de  Loja.  (i)  Murió 
en   África   en    734 — 1333 — . 

Con  frecuencia  encuentro  celebradas  en  los  biógrafos 
moros  al  par  que  las  cualidades  del  ingenio,  las  buenas 
condiciones  de  moralidad,  la  excelente  educación,  las  bue- 
nas formas,  la  urbanidad  y  carácter  de  algunos  malague- 
ños   célebres.    Asi    sucede   entre   otros  también    muy  loados 

COnMoHAMMED  BEN  MoHAMMED  BEN  AbDERRAHMAN  BEN  IbrAHUI 

EL  Anzari  Abu  Abdallah,  vulgarmente  llamado  Assakeli, 
pues  fué  estimado  entre  alarbes,  no  tanto  por  su  mucha 
doctrina,  cuanto  por  su  integridad  y  rectitud.  Estudió  eo 
Málaga  con  la  mayor  parte  de  los  nombrados  sabios  que 
antes  mencioné,  y  su  talento  le  promovió  á  predicador  de 
las  mezquitas  mayores  granadina  y  malagueña.  Dícese  que 
escribió  un  tratado  sobre  las  reglas  que  debia  observar 
el  peregrino  en  la  Meca,  asunto  de  suma  importancia  pa- 
ra todo  buen  musulmán,  y  varias  poesías,  algunas  de  las 
cuales  se  han  conservado  hasta  nuestros  dias.  A  su  muer- 
te que  ocurrió  en  735-  -1334 — los  malagueños  le  demos- 
traron 


(1)    Aben  Aljathib,  Ihatha,  tól.  54  de  la  copia  de   Madrid    G.   g.  28,   Kl.  Tt 
del  H.  S.   Esc. 


Parte  primera.  Capitulo  ii.  66 i 


traron,  como  á  otro  personage  célebre  de  quien  antes  rae 
ocupé,  la  veneración  en  que  le  tenian,  acompañándole  en 
masa   á  la  tumba   (i). 

Mereció   también   muchas   alabanzas   en    su  tiempo   Mo- 

HAMMED    BEN  AbDALLAH  BEN    MoHAMMED  BEN     MoKATIL   Abul- 

kasim  el  Azdí,  de  origen  sevillano  y  descendiente  de  una 
de  las  más  ilustres  familias  de  aquella  ciudad:  su  agra- 
dable trato,  la  urbanidad  de  sus  maneras  y  de  su  con- 
versación, su  inclinación  á.  la  hospitalidad,  la  afabilidad  de 
su  carácter,  asi  como  sus  conocimientos  en  literatura  le 
consiguieron  generales  simpatías;  (2)  -murió  siendo  inspec- 
tor de  rentas  reales  en  Málaga,  durante  el  año  739 — 1338 — . 
En   el  de  674 — 1275 — habia   nacido  en   nuestra  ciudad 

MoHAMMED  BEN  YaHYA  BEN  MOHAMMED  BEN  YaHYA  BEN  Ah- 
MED    BEN     MoHAMMED    BEN    BeQUER   EL  AxARI     Abu     Abdallah,. 

generalmente  conocido  por  Aben  Bequer.  Era  un  sabio 
excelente,  sencillo,  piadoso,  abstinente,  muy  entendido  en 
historia,  tradiciones  y  genealogías,  lexicografía  y  literatura. 
Ascendió  en  la  administración  del  Estado  á  cargos  im- 
portantes, en  los  que  demostró  sus  preclaras  condiciones; 
fué  kadhi  en  Málaga,  kadhi  y  predicador  en  Granada. 
Llegó  también  á  ser  secretario  de  dos  sultanes  granadinos^ 
Mohammed  ben  Ismael  y  su  hermano,  de  los  que  fué  muy 
apreciado  por  sus  conocimientos  en  Jurisprudencia  (3).  Mu- 
ri6 

(i)     Aben  Aljathib,    Piatha.  Gasirí,  Bihl.  ar.   T.   II  pág.   90. 

(2)  Ibidem  fól.  309  de  la  copia  de  Madrid,  163  del  M.   S.  Esc.  Gasirí,  BibL 
ár.    T.  II  pág.  92. 

(3)  Aben    Aljatbib,  /Aae/ia,   M.  S.  de  Gayangos,  fól.  203  v.  Gasiii,  Bibl.  ar. 
T.  II  pág.  295. 


602  Málaga  Musulmana. 


no    en    741  — 1340 — . 

Cita  Casiri  (i)  á  cierto  Malec  ben  Abuzeid  ben  ál- 
MORCHEL,  malagueño,  de  quien  existe  en  el  Escorial  una 
obra  que  contiene  cierto  poema  con  su  comentario  deno- 
minado Veintenario^  en  el  cual  se  narran  la  vida  y  he- 
chos del  Profeta;  libro  que  se  concluyó  de  escribir  en  742 — 

1341- 

Entre   los  secretarios  del  ilustre  sultán  granadino  Abul- 

hachach  cita  también  Casiri  á  Ahmed  ben  Mohammed  Abu- 
chafar,  apellidado  Aben  Barthal^  (2)  que  administró  admi- 
rablemente nuestra  .provincia  hasta  el  año  743 — 1342 — 
La  corte  granadina,  como  irá  el  lector  viendo,  contó  en 
la  mayor  parte  de  sus  reinados  con  ilustres  malagueños 
entre  sus  servidores;  contó  también  con  muchos  de  nuestia 
Provincia,  que  no  debo  nombrar  por  no  salirme  de  los 
limites   que  he    trazado  á    mi   libro. 

Mohammed  ben  Mohammed  ben  Mohrib  Abu  Abdallah, 
generalmente  conocido  por  Aben  AbulchaiXf  pertenecía  á  una 
ilustre  familia  que  gobernó  en  un  castillo  de  la  provin- 
cia murciana  llamado  Laitur^  y  que  sin  duda  como  otras 
muchas  de  diversas  partes  se  refugió  en  Málaga  huyendo 
de  las  armas  cristianas.  Este  autor  se  distinguió  en  el  co- 
nocimiento de  la  lengua  arábiga,  en  el  de  las  gunealogías 
y  ambos  derechos,  acerca  de  los  cuales  escribió  unos  Co- 
mentarios. Estudió  en  Ceuta  y  Granada,  y  explicó  en  la  ma-- 

darsa 


(i)    Casiri,  Bibl,  ar.  T.  I  pig.  107—8  códice  360. 
(2)    Ibidem,  T.   II,  pág.  300. 


Parte  tercera.  Capítulo  ii.  663 

darsa  ó   universidad   granadina  en    el  año  740 — 1339 — Fué 
también  profesor  en   Málaga  y  predicador  en  la  mezquita 
de  uno  de   sus  arrabales.    Pereció  en  la  terrible    epidemia' 
de  750 — 1349 — después  de  haber   hecho  grandes   limosnas 
dejando  sus  libros  y  bienes   afectos  á   obras  pias.   (i) 

Como  notable  calígrafo,  de  cuya  letra  corrian  con  apre- 
cio entre  los   doctos  copias   de  muchas  obras,  citase  á  Mo- 

HAMMED    BEN    MoHAMMED   BEN  AhMED  BEN  AlI  EL  AnZARI  Abu 

Abdallah,  vulgarmente  llamado  Alcoral  ó  Alcarral.  Estu- 
dió muchos  años  en  Granada,  donde  después  enseñó  Gra- 
mática, así  como  en  Málaga;  celebróse  también  su  exce- 
lente carácter.    (2)    Falleció   en    750 — 1349. — 

MoHAMMED  BEN  Kasim  EL  Ami  Abu  Abdallah,  apellida- 
do por  el  vulgo  Aben  Alkathan^  llevó  una  vida  devota,  aus- 
tera y  contemplativa.  Tanto  le  estimaban  sus  paisanos,  que 
á  su  muerte,  ocurrida  en  la  peste  de  750,  le  elevaron 
una  capilla  sobre  su  tumba,  la  cual  estuvo  fuera  de  la 
puerta  del  arrabal  de  Fontanela,  cerca  del  sepulcro  del 
predicador  y  kadhi  Abu  Abdallah  el  Tancheli,   antes    cita- 

do.    (3) 

Tuvo  fama  de  uno  de  los  malagueños  mas  inteligen- 
tes    MOHAMMED     BEN    AlI     BEN     MoHAMMED     EL    AbDERI     Abu 

Abdallah,    á   quien    generalmente   se    le   llamaba   Aliathim. 

Ante 


(i)    Aben  Aljathib  fól.  213  de  la  copia  de  Madríd,  iiO  del  M.  S.  Esc.  Casirí, 
Bibl.  ar,  T.  II  pág.  83.  Simonet,    Descripción  pig.  i82. 

(2)  Aben  Aljathib,  Ihatha,  fól.  211  de  la  copia  de  Madríd,  109  del  M.  S.  Esc. 
Casirí,  Bibl,  ar,  T.  II    pág.  83.  Simonet,   Descripción,  pág.  191. 

(3)  Aben  Aljathib,  Ihatha.  Casirí,  Bibl.  ar,  T.  H,  fól.   93. 


664  Málaga  Musulmana. 

Ante  todo  se  celebraba  como  orador  elocuente,  renombie 
que  alcanzó  sin  duda  siendo  predicador  de  una  mezqui- 
ta que  hubo  en  la  Alcazaba,  y  de  la  mezquita  mayor  ma- 
lagueña, ocupando  éste  cargo  de  predicador  más  de  trein- 
ta años.  Fué  además  literato  y  poeta,  conservándose  de 
él  algunos  versos  y  epístolas;  sumamente  modesto,  jamás 
mostró  vanagloria  ni  orgullo,  (i)  Pereció  también  en  la 
terrible  peste   de  750. 

En  la  cual  fallecieron  además  los  siguientes  persona- 
jes   malagueños: 

MOHAMMED   BEN   AbDALLAH    BEN    FaRTUN     EL    AnZARI  Abul- 

hasan,  vulgarmente  conocido  por  Almohanna^  de  noble  es- 
tirpe y  notable  por  su  saber:  ejerció  un  cargo  importan- 
te en  la  corte  granadina,  y  al  cabo  de  su  vida  se  vi6 
muy  perseguido  por  Yusuf  I  Abulhachach  (2)  Había  na- 
cido  en  673 — 1274 — . 

Mohammed  BEN  Abdallah  Abubcqucr,  citado  por  Ha- 
chi  Jalfa  como  comentarista  de  tradiciones,  atribuyéndo- 
le una  obra  sobre  las  virtudes  peculiares  del  Koran,  y 
otra  titulada.  Oro  nativo  derretido,  poema  de  los  califas  y 
reyes  (3).  La  cual  sospecho  que  pudiera  ser  una  obra  histó- 
rica desgraciadamente  perdida,  como  otras  muchas,  para  el 
conocimiento  de   nuestro   pasado. 

Kasimben   Yahyaben    Mohammed  Abul   Kasim,  á   quien 

llamaban 


(i)    Ibidcm,  fv>1.  225   de  ídem  117   del  M.  S.   Esc.  Casirí,  Bihl.  ár.   pág.  85. 

(2)  Casiri,  Bibl.   ar.  T.   II  púg.  92. 

(3)  Hachi  Jalfa,   Lexicón,  T.  II  núin.  2305,  IH  4811   y  7491. 


Parte  tercera.  Capítulo  ii.  665 

llamaban  Aben  Dirhemj  varón  sumamente  sabio,  de  pala- 
bra afluente,  entendido  en  teología  y  ciencia  koránica,  cu- 
yos  principales  autores,  tanto  orientales  como  occidentales, 
habia  estudiado  á  conciencia.  Siguió  sus  estudios  en  Céu- 
ta  y   en   Vélez.  (i) 

Ali  ben  Yahya  el  Fezari,  á  quien  llamaron  Aben  el 
berberí  ó  el  hijo  del  berberisco^  por  ser  oriundo  de  Berbe- 
ría; fué  excelente  poeta  y  contra  el  natural  rapaz  de  la 
casta  berberisca  de  que  procedía  bastante  íntegro;  cualidad 
muy  estimada  en  el  cargo  de  inspector  de  tributos,  que 
ejerció  en  nuestra  población.   (2) 

Al  tratar  de  documentos  públicos,  asunto  de  bastante 
interés  en  la  sociedad  mahometana,  commemora  también 
Hachi  Jalfa  á  Mohammed  ben  Mohammed  el  Anzari,  ma- 
lagueño, que  murió  en  754 — 1353 — ;  á  el  cual  se  atribu- 
yó también  una  obra  con  el  estraño  título  de  Olor  abasí- 
dico.   (3) 

No  mostraron  todos  los  malagueños  el  carácter  apaci- 
ble y  la  urbanidad,  que  tanto  encomian  en  muchos  sus 
biógrafos.  Tan  perversa  genialidad  mostró  Mohammed  ben 
Kasim  ben  Abubequer  el  Koraxi,  que  en  todas  partes  se 
hizo  aborrecible.  Y  cuenta  que  debió  ser  hombre  de  sin- 
gular mérito;  pues    se   le  celebra  como   calígrafo   excelente, 

elocuente 


(i)     Aben  Aljathib,  Piatha,  fól.  698  de  la  copia  de  Madrid  364  del  M.  S.  Esc. 

(2)  Ibidem,  fól.  654   de  la  copia  de  Madrid,  338  del  M.  S.   Esc.  Casiri,  Bibl. 
ar.  T.   II   pig.   114. 

(3)  Hachi  Jalfa,  Lexicón,  T.  K,  7570  y  13929. 


666  Málaga  Musulmana. 


elocuente  poeta  y  buen  médico;  habitó  algún  tiempo  en 
Granada,  y  después  en  Fez,  de  cuyo  hospital  fué  direc» 
tor:  entre  la  gente  corrian  sus  agudos  dichos  con  mucho 
aplauso,  (i)  Nació  en   703    murió  en  757  —1356. 

Poeta  también,  de  quien  se  conservan  tcdavia  algunos 
versos,  y  sumamente  piadoso  fué  Ali  ben  Mohammed  ben 
Ali  el  Abderi,  (2)  que    moró  en  Granada  y   murió  en    761 

—1359- 

Con   el    dictado   de  Aben   Zafuan   encuentro  dos  perso- 

ges  malagueños:  llamábase  el  uno  Mohammed  ben  Ahmed 
ben  Hosain  ben  Yahya  ben  Alhosain  ben  Mohammed  ben 
Ahmed  Aben  Zafuan  Abu  Thaher,  el  cual  fué  predicador 
en  la  mezquita  malagueña  del  arrabal  oriental.  Se  le  con- 
sideró como  varón  muy  devoto  y  de  gran  erudición;  escribió 
unas  Constituciones  para  los  monges  zufies  y  varios  sermo- 
nes acomodados  al  entendimiento  del  vulgo.  Aun  se  con- 
servan algunas  de  sus  poesías.  (3)  Moró  algún  tiempo  en 
Granada,  después  en  Vélez  y  por  último  en  Málaga,  don- 
de  espiró  en  749 — 1348 — Padre  del  anterior  debió  ser 
Ahmed  ben  Ibrahim  ben  Ahmed  ben  Zafuan  Abuchafar, 
literato,  poeta  y  filósofo  que  viajó  por  África.  Cuando  Abul- 
walid  Ismail  salió  de  Málaga  para  ocupar  el  solio  grana- 
dino   llevósele    de    secretario;   promovióle    después    á    otros 

importantes 


(1)  Aben  Aljatbih,  Ihatha  fól.  116  de  la  copia  de  Madríd,  63  del  M.  S.  Esc. 
27*2  (io  (íay.  Casiii,  lUbL  ar,   T.  II   pág.  78. 

Ci)     Ibidoin  f')l.  i)Sl  de  la  copia  de  Madrid,  330  del   M.  S.   Esc. 

(3)  Aben  Aljnthib,  Ihatha,  fól.  314  de  la  copia  de  Madrid,  167  del  M.  S. 
Ero.   CnBiri,    fíihl.   ar.  T.  II  pág.  93. 


Parte  primer^.  Capitulo  ii.  667 


importantes  cargos;  volvióse  más  adelante  á  Málaga,  don- 
de fué  muy  considerado  hasta  que  murió  en  763 — 1361 
— :  habia  nacido  en  675 — 1276— En  la  biblioteca  del  Es- 
corial se  conserva  un  poema  suyo,  contra  cierto  vate  ju» 
dio,   que  atacó   la    religión    mahometana,    (i) 

Ahmed  ben  Abdelhac  ben  Mohammed  ben  Yahya  ben 
Abdelhac  el  Chazali;  fué  kadhi  de  Málaga,  su  patria,  y 
tuvo  á  su  cuidado  los  legados  píos  de  ella.  (2)  Nació  en 
jcI  año    698 — 1298;    falleció   en   765 — 1363 — . 

Todavia  se  conservan  versos  y  cartas  de  un  malague- 
ño ilustre,  que  gozó  singular  valimiento  con  varios  sul- 
tanes granadinos.  Llamábase  Abdallah  3en  Yusuf  ben 
Reduan  Annahari  Abulkasim,  conocido,  tanto  en  España 
como  en  África,  cual  ilustre  poeta  y  literato.  Educóse  en 
Málaga  y  recorrió  después  la  costa  Norte  africana,  visi- 
tando á  Cairuan,  Tremecen  y  Túnez.  Era  hombre  de 
suma  ciencia,  experiencia  y  consejo,  y  dio  unas  admira- 
bles    ordenanzas    á    Málaga.    (3)    Vivió    hacia    el    año    767 

—1365—- 

Como   fallecido    en    el   año  771 — 1369 — cita   Hachi  Jal- 

fa  al  gramático    malagueño    Mohammed   ben    Hasan,    autor 

de   un  Compendio  de  Derecho  (4). 

Recuerda 


(1)  Ibidem,    M.   S.  de  Gayangos,  fól.  38  v.  Almakari,  i4naíccíe«,  T.  II  pág.  522 
Casiri,   Bihl.  ar.  T.    II   pág.   284  y  340. 

(2)  Aben   Aljathib,  Ihalha,  M.  S.    de  Gayangos,  fól.   26  r. 

(3)  Ibidern   l'ól.  445  de  la  copia  de  Madrid,  233  del  M.   S.   Esc. 

(4)  Hachi  Jalfa,  Lexicón,   T.  II,   2989,  T.  V,  14601. 

88 


668  Málaga  Musulmana. 

Recuerda  también  Casiii  (i)  una  obra  titulada,  Ohr 
de  rosas,  cuyo  autor  fué  Abdallah  Ismail,  hijo  de  Yusuf 
gobernador  de  Málaga,  la  cual  comprende  una  Historia  de 
ios  BenimerineSf  dinastía  que  dominó  algún  tiempo  en  Es- 
paña, y  contuvo  el  empuje  de  la  Reconquista.  Terminóse 
ésta  obra  en  789  y  fué  dedicada  al  sultán  de  Fez  Abu- 
labbas  Ahmed. 

Ali  ben  Abdallah  ben  Alhasan  el  Chodzami  Annabahi 
Abulhasan;  fué  uno  de  los  más  ilustres  malagueños  de  ésta 
época.  Estudió  en  Málaga,  Tremecen  y  Bugía,  recibiendo 
diplomas  de  suficiencia  científica  por  parte  de  muchos  sabios 
orientales  y  occidentales.  Su  mérito  le  promovió  á  kadhi  de 
Granada,  y  fué  predicador  en  la  mezquita  del  Sultán;  es- 
cribió una  obra,  que  aun  se  conserva  en  la  Biblioteca  del 
Escorial,  titulada,  Libro  del  recreo  de  las  inteligencias  y  de 
los  ojos;  és  un  comentario  á  cierta  oración  llamada  de  la 
palmera  y  de  la  viña^  en  el  cual  se  contiene  la  historia  y 
genealogía  de  los  Sultanes  Nazaríes  granadinos  que  habían 
reinado  hasta  su  tiempo;  la  cual  obra,  bastante  bien  aprovecha- 
do por  uno  de  nuestros  modernos  arabistas,  ha  dado  extraor- 
dinaria luz  sobre  éste  periodo  histórico  y  curiosísimas  no- 
ticias, antes  desconocidas  ó  desfiguradas  por  muchos  de  los 
escritores  que  se  ocuparon  de  relatar  los  sucesos  de  los 
Nazaries   granadinos.    (2)   Murió    después  del  794 — 1391. 

Además 


(1)  Gasirí,  BibL  ar.  T.  II  pág.   i76.  Simonet,   Descripción,  pá|^.   198. 

(2)  Aben  Aljathib.  Ihatha,  Casirí,  Bibl.  ar.  T.  II  pig.  i09  y  30  códice  1648 
Simonet,  DesaHpcion,  pág.  198.  L^faeHte  Alcántara,  Inscripciane$  ar,  de  Gremadm 
p&g.   61. 


Parte  tercera.  Capítulo  ii.  669 

Además  de  los  personages  antes  estudiados  no  debo 
dejar  de  indicar,  como  hice  en  el  anterior  capítulo,  varios 
cuya  fecha  de  existencia  se  ignora,  por  no  haber  sido  con- 
signada en  los  mismos  autores  que  me  han  servido  para 
reseñar  las  anteriores  biografías,  pero  que,  ó  bien  por  los 
escritores  que  les  citan,  ó  bien  por  sus  maestros  y  discí- 
pulos, á  veces  por  otros  accidentes,  puede  fijarse  su  falle- 
cimiento dentro    de   éste    periodo.    Los  cuales  son: 

Abdallah  ben  Mohammed  ben  Abdallah  el  Tochibi,  de 
familia  oriunda  de  Jaén,  quien  estudió  con  los  principa- 
les maestros  malagueños  antes  citados,  y  fué  varón  muy 
integro  y    excelente   lector   del    Koran  (i) 

Abdelmanaham  ben  Omar  ben  Hasan  Abu  Mohammed^ 
notable  literato  y  poeta  (2);  del  cual  solamente  se  conser- 
va  ésta    sucinta   noticia. 

Mohammed  ben  Ibrahim  ben  Ali  el  Anzari  Abulhasan^ 
amigo  del  insigne  Aben  Aljathib;  fué  notable  en  la  cien- 
cia jurídica  y  excelente  poeta,  de  quien  se  conocen  toda- 
vía varios  versos.  Estudió  en  Málaga  y  Granada  Dere- 
cho y  Gramática,  y  también  en  África,  donde  estuvo  en 
diversos  puntos,  principalmente  en  Salé,  ciudad  en  la  cual 
se  fijó,  llegando  á  ser  durante  algún  tiempo  rector  de  su 
Universidad;  volvió  después  á  Málaga,  donde  fué  nombrado 
kadhi    de     la   Axarquia    ó     sea    parte    oriental    de    nuestra 

provincia 


(i)    Aben  Aljathib,   Ihatha,  fól.    68  del  M.  S.   Esc,    50  de  la  copia   de  Ma* 
áná  G.  ^.  28. 

(2)     Almakarí,  Analectes,  T.  I,    pág.   575. 


provincia  (i)  que  estaba  dividida  en  tres  regiones  Axar- 
<juia  ó  sea  la  parte  de  Levante,  Garbia  que  era  la  de  Po- 
niente, y   centro   al    cual    se  llamó  por  los  cristianos   Hoya. 

Abu  Abdallah  ben  Aladib,  jurisconsulto  que  estudió  con 
el'  ilustre  profesor  malagueño  ya  oorabrado  Aben  Dahman, 
la  célebre  obra  de  que  hablé  antes,  ó  sea  el  Zahib  del 
Bojari  (2)    tan    celebrada  entre  los  muslimes. 

AflULHASAN  BEN  Galit,  poeta  y  amigo  de  otro  vate  ma- 
lagueña Aben  Serrach,  los  cuales  se  escribían  y  recita- 
ban versos  (3)  haciendo  gala  de  sus  conocimientos  lingüís- 
ticos y    literarios,    y   de   su   imaginación. 

Abulwalid  ben  Dabath  Annahui,  poeta  (4)  de  quien 
sólo  se  conoce  el    nombre  en   cuanto  á  su   biografía. 

Athaa  también  poeta,  de  quien  Almakari  trae  algunos 
versos  (5)    aunque   sin    dar  noticia   de  su  vida. 

Azis  ben  Mohammed  el  Lahm  ó  sea  descendiente  de  la 
tribu  arábiga  de  Lam,  á  la  que  se  vanagloriaron  de  per- 
tenecer, no  sé  si  con  razón,  algunos  otros  malagueños;  fné 
citado  por  el  célebre  geógrafo  musulmán  Yacut,  en  las  cor- 
tas noticias  que  éste  autor  dá  sobre  nuestra  ciudad,  co- 
mo uno  de  los-  más  importantes  literatos  malagueños,  entre 
los  cuales  nombra   también  á  Soleiman  el  Moaperi   (6). 

Alrasam 


(1)  Aben  Aljathib,  Ihalha,  fól.  330  del  M.  S.   Esc,  637  de  U  copia  de  Hi- 
drid   G.  g.   27. 

(2)  Aben   Alabbar. 

(3)  Almakari,  Analectes,   T.  II  pág.   183  y  271. 

(4)  Ibidem,  T.  1,   pág.  270. 

(5)  Ibidem,  T.    I,  pj^'.  271. 

(6)  Yacut,    Dice,  geogr.    T.  IV,   pig.  397. 


Parte  TERCERA/ Capítulo  II.  671 

Alhasan  ben  Kasim,  poeta  notable  que  recitó  algunos 
de  sus  poemas  ante  el  príncipe  de  Sevilla  Ishac  Ibrahim, 
nieto  del  sultán  almohade  Abdelmumen  (i)  aficionado  á  la 
literatura  y  la  poesía,  que  en  las  épocas  más  calamitosas, 
aun  en  las  de  los  Reyes  de  Taifas,  fueron  el  ornato  de  las 
cortes  hispano-musulmanas. 

Mohammed  ben  Bacrun  Abu  Abdallah,  descendiente  de 
aristocrática  estirpe,  que  no  por  no  dar  absoluta  impor- 
tancia los  musulmanes  á  la  nobleza  de  sangre,  dejaba  de 
ser  muy  estimada.  Fué  muy  considerado  por  las  exce- 
lentes prendas  de  su  carácter,  por  su  humildad  y  modera- 
ción. Estudió  en  todas  sus  partes  el  Koran,  como  la  mayo- 
ría de  los  autores  de  que  trato,  con  los  mejores  maes- 
tros de  Málaga;  continuó  sus  estudios  en  Granada  y  en 
varias  otras  ciudades;  de  retorno  á  la  nuestra  predicó  en 
algunas   de  sus   mezquitas  (2). 

Mohammed  ben  Mohammed  Aiaxi  Abu  Abdallah,  insig- 
ne jurísconsulto,  que  durante  algún  tiempo  fué  secretario 
del  más  ilustre  de  los  sultanes  Nazaries  granadinos,  Abul- 
hachach  (3).  La  Jurisprudencia,  como  en  éste  y  otros  mu- 
chos personages  malagueños  vemos,  fué  seguro  camino  para 
conseguir  altas  promociones  y  empleos. 

Mohammed  ben  Mohammed  ben  Axedid  Abu  Abdallah, 
notable   poeta   y   hábil  razonador;   hizo  la   peregrinación   4 

la  Meca 


(1)  Almakari,  AnalecteSy  T.  I,   p4g.   27i. 

(2)  Aben  Aljathib,  Ihatha,  fól.  150  del  M.  S.  Esc,  384  de  la  copia  de  Madríd. 

(3)  Casiri,  BibL  ar,  T.  II  pág.  300. 


672  Málaga  Mvsulmana. 


la  Meca  en  edad  bien  temprana,  y  permaneció  bastante 
tiempo  en  las  regiones  de  Oriente.  Aben  Aljathib  nos  ha 
conservado  gran   número  de   sus  versos  (i). 

Mohammed  ben  Zaleh  el  Anzari  Abu  Abdallah,  célebre 
literato,  entre  los  más  renombrados  de  Andalucía;  viajó  á 
Oriente,  visitó  el  Egipto  y  estudió  tradiciones  y  bellas  le- 
tras prolijamente  en  Alejandría,  centro  como  se  ha  visto 
de  un  gran  desarrollo  intelectual,  en  el  que  tomaron  no 
escasa  parte  los  malagueños;  todavía  podemos  leer  algu- 
nas de    sus    composiciones   en    los    códices   arábigos   (2). 

Salem  ben  Salem  Abulhasan,  poeta  de  quien  se  con- 
servan al  presente  algunos  versos  (3)  única  memoria  que 
de  él    nos  guarda  el    célebre  autor   que  nos  cita  su  nombre. 

SoLEiMAN  BEN  Jalifa  BEN  Abdelwahid  el  Auzarí  Aburra- 
bia,  en  cuya  familia  hubo  otro  personage  célebre  su  hi- 
jo   el   kadhi  Abu  Abdallah    (4). 

No  pienso  fijarme  en  la  multitud  de  notabilidades  pro- 
cedentes de  diversas  provincias  que  vinieron  á  morar  á 
Málaga,  ya  por  razón  de  sus  empleos,  por  sus  estudios  6 
huyendo  de  las  armas  vencedoras  de  la  Reconquista,  que 
les  iba  ahuyentando  de  sus  hogares  hacia  las  playas  me- 
diterráneas; cierto  que  en  nuestra  ciudad  ejercieron  parti- 
cular influencia,  que  fueron  muchas  veces  progenitores  y 
maestros   de    sus  hijos  ilustres,   que  dentro    de   sus   muros, 

en  sus  soco$ 


(1)  Aben    Aljathib,  Ihatha,  fjl.  37   de  la  copia  de  Madrid. 

(2)  Alniakari,  Analectes,  T.  I,  pJg.   554. 

(3)  Ibidem,  T.   II,  pág.   i38. 

(4)  Aben  Alabbar,  fól.  149  de  la  copia  de  Madrid,  6.  g.  30. 


Parte  tercera.  Capítulo  ii.  673 

en  sus  socos  ó  mercados  y  en  sus  mezquitas,  obtuvieron 
principales  cargos;  pero  la  falta  de  espacio  me  impide  ocu- 
parme de  todas  ellas.  Muchas  hubo  de  diversas  ciudades  espa- 
ñolas, muchas  hubo  también  de  nuestra  provincia,  que  sin 
duda  vinieron  á  la  capital  en  busca  de  mayor  seguí idad, 
ó  de  más  ancho  campo,  en  el  que  dar  rienda  suelta  á  sus 
talentos.  Ronda,  Vélez,  Antequera,  Gomares  y  algunas  otras  po- 
blaciones enviaron  á  Málaga  v^ones  esclarecidos,  dignos  de 
ser  mencionados  en  nuestra  historia:  además  de  los  cuales 
produjeron  otras  muchas  notabilidades  en  armas,  letras  y  po- 
lítica, que  merecen  tanto  como  las  de  la  capital  amplia  re- 
seña. 

Por  ahora  sólo  mencionaré  varios  de  las  más  nota- 
bles. Algunos  moros,  uno  cristiano:  el  cual  que  por  su  no- 
velesca vida,  sus  aventuras  y  viajes,  oierece  ser  recor- 
dado. 

Cuentansc  entre  los  primeros: 

AiSA  BEN  S0LEIMAN  BEN  Abdallah  ben  Abdelmelic  el 
Rainí  Abu  Musa,  vulgarmente  conocido  con  el  dictado  del 
Rondi  ó  el  Rondeho^  quien  después  de  haber  estudiado  con  mul- 
titud de  profesores,  fué  el  gefe  de  los  predicadores  de  Málaga 
y  se  mostró  muy  entendido  en  literatura  y  tradiciones.  Ronda 
fué  una  de  las  poblaciones  de  la  cora  ó  provincia  malagueña 
que  más  escritores  y  hombres  notables  dio  á  la  cultura 
hispano-muslímica  (i). 

Mohammed 


(1)    Zalaeddin  Jalil,   M.  S.  de  Gayangos, 


MoHAMMED  BEN  Jalio  Abu  Abdallah,  vulgarmente  ilama* 
noado  Aben  Zamanin,    el   cu»I   fué  natural   de    Granada;  se     ! 
le  señala  como  jurisconsulto  é  historiador  curiosisimo;  ejerció 
oñcios    públicos  en    su   ciudad    natal   y   en    la    nuestra   (i) 
dentro   de  la  que   murió    en  605 — 120a — . 

Abdallah    BEN    Yahya    Abulkasim,  generalmente    cono-     I 
cido  con  el   nombre  de  Aben   Arrabi,   cordobés    muy  celebra- 
do, que    ejerció    también     cargos    públicos    en    Málaga,    (2) 
y  falleció  en   666—1267. 

Abdallah  ben  Abu  Ahmed  ben  Zaid  Abu  Mohammep 
llamado  Algafequi  descendiente  de  una  ilustre  familia  gra- 
nadina. Fué  varón  de  honrada  vida  y  de  no  vulgar  erodio 
cion;  publicó  una  obra  jurídica  titulada  Via  regia  y  fué  ka- 
dhi  de  Málaga,  Iliberig  y  Ronda.  (3)  Pasó  de  ésta  vida  eo 
Granada  año  731—1330. 

Ali  ben  Ahmed  ben  Mohammed  el  Hasani,  hijo  de  bdcv 
tra  provincia,  natural  de  la  alqueria  de  Pedroche,  en  el 
territorio  de  Moltemesa,  pueblo  de  la  jurisdicción  veleña, 
que  como  ya  he  dicho  ha  desaparecido  Estudió  en  Granaib 
oratoria  y  poesía,  escribió  una  Historia  de  la  Meca  y  ade- 
más versos,  algunos  de  los  cuales  todavía  se  conservan.  (^ 
Murió  en    Málaga   en   750 — 1349. — 

El  cristiano  fué  Garci  Fernandez  de  Gerena,  poeta  cas- 
tellano,   perteneciente   á   los   tiempos   de    D.  Juan    I — 1379 

á  1390— 


(11  Casiri,  Bibl.    ár.  T.  11,   pág.  124. 

(2)  Ibidem,  T.    II,  páu.  KM. 

(3)  Ibidem,  p.ii;.  100. 

(4)  Ibidem,   pie-    111. 


Parte  tercera.  Capítulo  ii.  675 

á  1390 — Cristiano  y  moro,  casado  y  ermitaño,  renegada 
y  penitente,  todo  lo  fué  aquel  raro  hombre  durante  su  acci« 
dentada  vida.  Poeta,  aunque  mediano,  no  comprendo  como 
su  existencia  no  ha  dado  asunto  para  un  drama  ó  para 
una  novela  bellísima,  á  la  cual  hubiera  podido  servir  de 
fondo  la  dramática  sociedad,  dentro  de  la  cual  se  desarro- 
lló con   sus   locas   aspiraciones    y   su   desvariada  conducta. 

Apasionado  de  una  juglaresa  mora  convertida  al  cris- 
tianismo, porque  era  muger  vistosa^  como  dice  el  viejo  có- 
dice donde  se  consignan  los  escasos  datos  que  poseemos 
de  su  biografía  y  algunas  desús  composiciones,  ó  alucinado 
por  las  riquezas  que  al  parecer  poseia  su  enamorada,  dio- 
sa tan  buena  mañana,  que  hasta  obtuvo  una  real  licencia 
para  casarse  con  ella.  Satisfecha  su  pasión  ó  no  habien- 
do hallado  los  tesoros  que  ambicionaba,  arrepintióse  de  su 
decisión,  teniéndose  por  deshonrado,  y  se  hizo  beato^  nom- 
bre que  se  daba  por  entonces  á  una  clase  de  ermitaños 
no  sugéta  á  regla  ni  comunidad,  en  cierta  ermita  cerca 
de  Jerena,  en  la  provincia  de  Jaén,  acompañado  de  su  mu- 
ger^ en  cuya  vida  devota  compuso  varías  poesías  en  loor 
de  la  Virgen  María  y  de  Dios;  composiciones  en  las  cua- 
les demuestra  gran  fervor  místico,  un  amor  profundo  y  ar- 
diente, una  humillación  humilde  ante  el  creador  del  gé- 
nero humano,  y  una  devoción  tierna,  apasionada  y  vehemente 
por  la   madre  de   Jesús. 

Pero  aquel   su    espíritu   inquieto,   no    podía    someterse  á 

vida 

89 


Málaga  Musulmana. 


vida  pacífica  y  tranquila;  no  podia  avenirse  con  la  mo- 
nótona y  sosegada  calma  de  su  devoto  retiro;  parecía 
que  necesitaba  para  vivir  fuertes  emociones,  pasiones  vio- 
lentas que  agitaran  tempestuosamente  su  existencia;  de  en- 
tre la  soledad,  la  oración  y  el  cuidado  de  su  ermitorío 
imaginó  ir  á  visitar  los  Santos  Lugares.  Como  lo  pens6 
hizo;  llevando  consigo  á  la  malaventurada  que  había  uni- 
do su  suerte  con  la  de  aquel  desdichadísimo  carácter,  aban- 
donó la  ermita,  embarcóse  no  sé  donde,  y  enubarcado  vino 
á  dar   en  Málaga. 

Aquí  cambió  por  completo  su  resolución,  durante  el 
tiempo  que  moró  entre  muslimes;  la  vida  muelle  y  vo- 
luptuosa de  estos,  que  alhagaba  sus  sentidos  y  su  fantasía, 
le  alucinó  hasta  despeñarle  en  el  derrumbadero  más  afren- 
toso. Habiendo  dejado  nuestra  ciudad,  fuese  á  Granada 
con  su  muger  y  sus  hijos,  donde  sin  duda  malas  pasiones  le 
precipitaron  á  las  ruines  resoluciones  que  tomó  entonces.  Pues 
renegó  de  la  fe  cristiana,  de  aquellas  nobles  creencias  que 
había  loado  con  tanto  fervor  en  sus  versos,  y  para  con- 
graciarse con  los  moros  dijo  mucho  mal  de  ellas;  por  úl- 
timo cometió  la  vileza  de  enamorarse  de  una  hermana 
de  su  esposa,  de  asediarla  con  sus  pretensiones  y  de  aman- 
cebarse  con  ella. 

Al  cabo  después  de  trece  años  de  vivir  entre  la  mo- 
risma, pobre,  cargado  de  hijos,  desesperado  de  su  mala 
fortuna,  volvióse  á  Castilla  é  imploró  de  una  religión,  siem- 
pre   misericordiosa    con    el   arrepentimiento,    el     perdón    de 

sus 


Parte  tercera.  Capítulo  ii,  677 

sus    estravios   (i). 

Estos  son  todos  los  escritores  y  hombres  ilustres  ma- 
lagueños que  he  podido  encontrar,  referentes  á  la  época 
musulmana.  Puede  ser  que  la  publicación  de  nuevos  ma- 
nuscritos y  obras  nuevas,  relativas  á  la  Edad  Media  es- 
pañola, puede  que  el  estudio  de  antiguos  códices,  que  se 
conservan  en  bibliotecas  á  las  cuales  no  ha  podido  llegar 
mi  perseverante  deseo  de  ilustrar  esta  parte  de  nuestro 
pasado,  ofrezcan  nuevos  nombres  y  biografías  que  añadir 
á  las  anteriores,  nuevos  datos  con  que  animarlas  y  enrique- 
cerlas.  Pero  las  personalidades  más  importantes,  las  más 
dignas  de  memoria,  aquellas  que  por  su  gran  valia  sur- 
gen de  entre  las  demás,  consignadas  quedan,  y  reseñadas 
sus   más   importantes   obras. 

Las  noticias  que  de  ellas  tenemos  espiran  á  fines  del 
siglo  VIII  de  la  Hegira,  XV  de  nuestra  Era;  de  los 
ochenta  y  siete  años,  que  durante  éste  último  duró  en  Má- 
laga la  denominación  sarracena,  no  he  encontrado  escrito- 
res, ni  más  personages  notables  que  los  que  en  la  Nar- 
ración  enumeré.  El  clamoreo  de  las  batallas  impone  silen- 
cio á  las  ciencias  y  á  las  letras,  y  el  cultivo  y  progreso 
de  éstas  és  de  todo  punto  imposible  en  las  postrimerías 
de  la  vida  de  un  pueblo.  Cuando  á  las  puertas  de  núes- 
tra  ciudad  llamaban  las  desoladoras  algaradas  de  la  Re- 
conquista; cuando  por  ellas  penetraban  los  amedrantados 
vecinos   de  sus  poblaciones    más   importantes,   ahuyentados 

de  sus 

(1)     Cancionero  de  Baena,    pig.    620,  nüiin.   555  y  sig. 


678  Málaga  Musulmana. 


de  sus  hogares  por  la  depredación,  el  saqueo  y  el  incendio; 
cuando  de  su  seno  huia  lo  mas  granado  de  su  sociedad, 
buscando,  con  la  muerte  en  el  alma,  paz  y  sosiego  en 
las  playas  africanas,  el  pesar,  la  incertidumbrei  acallaban 
voces  elocuentes,  cortaban  vuelos  á  las  más  privilegiadas 
fantasías,  y  no  dejaban  á  la  indagación  científica  lugar 
suficiente    para   desarrollar  sus  estudios    y  elucubraciones. 

Por  esto  cuando  tuve  que  dejar  la  valiosa  guia  de  Aben 
Aljathib  en  el  largo  camino  que  he  recorrido  para  llegar 
hasta  aquí,  solamente  encontré  breves  noticias.  Creí  que 
debía  hallarlas  en  Almakari  y  Hachi  Jalfa,  autores  poste- 
riores á  la  Reconquista  de  Málaga;  sin  embargo  nada  en- 
contré en  ellos;  parece  que  aquel  siglo  XV,  que  tan  fa- 
tal fué  en  España  para  la  raza  muslim,  pone  un  sello 
sobre    la  tumba  de   la  cultura  malagueña. 


He  llegado    al  término  de    mi  empeño.   Ardua,  grave  y 
laboriosa    creí   su   resolución    antes    de    emprenderlo,  antes 

de  dar 


Parte  primera.  Capitulo  ii.  679 

de  dar  á  la  estampa  la  obra  que  aquí  concluye:  pero  si 
entonces  se  hubieran  presentado  ante  mí  en  conjunto  las 
dificultades  que  he  debido  superar,  quizás  retrocediera  an- 
tes   de   acometerla. 

Hijos  del  entendimiento  llama  nuestro  inmortal  Cervantes 
en  su  Quijote  á  los  libros,  respecto  de  sus  autores;  y  así 
como  los  padres  parece  que  aman  más  á  los  hijos  que 
mayores  cuidados  y  sinsabores  les  cuestan,  así  debo  yo 
amar  por  todo  extremo  á  éste  libro  mió,  cuya  publicación 
tantos  cuidados  me  proporcionó.  Por  más  que  al  verle  hoy 
impreso,  tal  cual  deseé,  la  satisfacción  presente  me  haga 
olvidar   los  pasados  trabajos. 

Mis  lectores  y  los  escritores  de  fuera  de  Málaga,  so- 
bre todo  los  extrangeros,  nunca  podrán  comprender  y  apre- 
ciar en  toda  su  extensión  los  obstáculos  con  que  he  teni- 
do que  luchar,  desde  el  primer  momento  hasta  el  presen- 
te, para  ofrecerles  ésta  obra,  cual  hoy  la  presento,  á  su 
ilustrada  consideración.  Pues  si  dificultades  me  ofreció  la 
investigación  de  sus  materias,  la  acumulación  y  aprovecha- 
miento de  sus  datos,  la  resolución  de  las  cuestiones  que 
traté,  el  planteamiento  de  otras,  los  juicios  que  me  han 
merecido  hombres  y  sucesos,  en  una  palabra  el  plan  y  la 
ejecución  de  toda  ella,  mucho  mayores  fueron  las  de  la 
parte  material  de  su  publicación,  en  todo  cuanto  se  re- 
fiere á  la  tipografía,    al  grabado,  y   á   la   litografía. 

Encuentran  los  escritores  en  otras  partes  por  los  ade- 
lantos  de  todas  estas   artes,    por  su  excelente  organización, 

y  por 


68o  Málaga  Musulmana. 


y  por  las  facilidades  que  presta  la  frecuente  publicación 
de  obras  esmeradas,  salvados  innumerables  obstáculos,  que 
he   debido  solucionar  solamente   con   mi  esfuerzo. 

Sus  órdeneSi  sus  deseos,  sus  pensamientos,  son  inme- 
diatamente comprendidos  y  perfectamente  interpretados;  ar- 
tistas  y   artesanos,   acostumbrados   á  trabajos  importantes, 

« 

facilitan  considerablemente  sus  tareas,  y  les  dejan  imprimir 
sus  textos  con  entera  libertad  de  espíritu,  confiando  en  ellos 
poi  menores  en  los  cuales  he  tenido  á  cada  momento  que 
fijarme. 

Desgraciadamente  todavia  no  se  puede  conseguir  en  Má- 
laga dar  á  la  estampa  una  obra  en  éstas  condiciones,  á 
pesar  de  los  adelantos  en  éste  punto  realizados  de  algún 
tiempo   al   presente. 

Mucho  más  empeñándose,  cual  me  empeñé,  en  que  cuanto 
interviniera  en  ésta  publicación,  imprenta,  litografía,  gra- 
bado, planos,  fuera  todo  malagueño,  exclusivamente  mala- 
gueño; no  sólo  para  hacer  de  mi  libro  un  tesoro  de  no- 
ticias pasadas,  sino  para  que,  si  tenia  la  fortuna  de  vivir 
algún  tiempo,  pudiera  demostrar  la  situación  á  que  han 
llegado  nuestras  artes,  nuestros  artistas  y  artesanos  ac- 
tualmente. 

Por  ésto  tuve  que  hacer  una  constante  monótona  y  eno- 
josa revisión  de  pruebas  para  evitar  que  en  el  texto  apa- 
recieran muchas  erratas;  asunto  siempre  difícil  para  un 
autor,  que  se  sabe  el  texto  de  memoria,  y  que  lee  más 
en  su  inteligencia  que  en  los  plomos,  más  que  en  las  prue- 
bas 


Parte  tercera.  Capítulo  ii.  68 i 

bás  en  su  imaginación. 

Por  ésta  misma  razón  para  conseguir  que  los  graba- 
dos intercalados  en  el  texto  salieran  lo  mejor  posible,  don- 
de hay  escasa  costumbre  de  emplearlos,  he  tenido  que  per- 
manecer horas  y  horas  al  pié  de  la  prensa,  por  más  que 
la  buena  voluntad  y  aun-  la  habilidad  de  los  que  me  ro- 
deaban   hubieran   podido   eximirme  de   éste   trabajo. 

Sobre  todo  en  lo  árabe,  cuyos  caracteres,  nunca  usa- 
dos  hasta  ésta  obra  en  imprenta  alguna  malagueña,  tenían 
que  aparecer  imprescindiblemente  en  ella,  be  tenido  que 
serlo  todo,  y  que  hacer  de  todo,  de  aprendiz,  cajista,  re- 
gente y  corrector  de  pruebas;  que  manejar  frecuentemen- 
te el  componedor,  y  que  emplear  aquellas  letras,  desde  echar- 
las en  caja,  hasta  componerlas  y  distribuirlas.  Tengan  esto 
en  cuenta  los  orientalistas  á  los  que  pueda  llegar  mi  libro 
por  si  encuentran  en  él  algunas  erratas,  imposibles  de  evi- 
tar con  estas  condiciones  de   publicación. 

Por  otra  parte,  si  ésta,  según  lo  que  llevo  dicho,  en  la 
parte  material  me  ha  sido  tan  difícil,  tan  laboriosa,  no  lo 
fué  menos  en  la  puramente  literaria  y  científica,  por  sus  con- 
diciones especiales  y  por  las  peculiares  de  la  localidad  en 
que  escribo.  Me  he  convencido  por  esperiencia  de  una  triste 
verdad  mientras  escribía  y  publicaba;  obras  cual  la  pre- 
senté  es  imposible  redactarlas  en  provincias,  á  menos  de 
tener  una  cuantiosa  fortuna  que  permita  frecuentes  viages 
y  á  menos  de  contar  también  con  una  magnífica  bibliote- 
ca.  Concentrados  fuera  de  ellas  manuscritos  y  libros,  falto 

de  esas 


68a  Malaga  Musulmana. 


de  esas  ricas  colecciones  de  obras  que  en  Madnd  se  gozan, 
falto  de  esas  facilidades  que  para  comunicarlas  á  los  es< 
tudiosos  se  tienen  ea  el  extrangero,  el  historiador  lucha 
tquí  con  gravísimos  inconvenientes,  cuya  solución  no  de- 
pende ni  de  su  voluntad,  ni  de  su  ingenio.  Muchas  veces 
he  tenido  que  suspender  dias  y  días  mis  indagaciones  á 
falta  de  obras  de  consulta,  que  podrían  presentármelas  con 
la  segundad  y   esactitud   que  deseaba. 

Fortuna  mia  fué  y  bien  grande,  poder  examinar  en  di- 
versos viages,  aunque  no  tantos  y  tan  prolongados  como 
hubiera  sido  preciso,  bibliotecas  y  archivos,  y  contar  con 
amigos  cariñosísimos  que  me  han  ayudado  en  ésta  parte 
ahorrándome  gastos  y  molestias,  proporcionándome  copias 
dignas  de  fé,  indicaciones  para  mí  preciosas,  calcos  de  mo- 
nedas, libros  y  hasta   manuscritos. 

Y  como  éste  lugar  és  el  más  adecuado  para  demostrar 
mi  gratitud,  invariable  y  afectuosa,  á  aquellos  que  han  con* 
tribuido  tan  generosamente  á  ésta  publicación,  perdone  el 
lector  si  le  detengo  unos  instantes  consignando  deudas  de 
agradecimiento;  que  así  como  al  pié  de  cada  página  fiel- 
mente marqué  las  fuentes  de  donde  había  obtenido  mis 
aseveraciones,  no  cumpliera  honradamente  sino  fijara,  sinÓ^ 
marcara  aquí  las  obligaciones  que  con  muchas  personas- 
tengo   contraídas. 

Ellas  me  allanaron  el  camino,  ellas  se  esforzaron  ea 
el  buen  éxito  de  mi  pensamiento,  ellas  han  influido  con- 
siderablemente   en   él:  justo   es  que  ocupen  en  él  antes  de 

acabarle 


Parte  tercera.  Capítulo  ii.  683 

acabarle  el  lugar   que  les  corresponde* 

Ante  todo  debo  hacer  público  mí  reconocimiento  há* 
cía  los  orientalistas  D.  Pascual  de  Gayangos  y  D.  Juan 
Facundo  Ríaño.  £i  primero,  decano  de  los  arabizantes  es- 
pañoles respetadisimo  dentro  y  fuera  de  España,  me  ha 
comunicado  generosamente  los  raros  libros  de  su  rica  bi- 
blioteca,  sus  inapreciables  manuscritos,  sus  notas  y  las  im- 
prontas de  sus  monedas,  dándome  á  la  vez  consejos  y  ad- 
vertencias provechosísimas  al  introducirme  en  el  Museo  Bri- 
tánico; el  segundo,  actual  Director  General  de  Instrucción 
Pública,  nombróme  como  representante  de  los  arabistas  es« 
pañoles  en  el  quinto  congreso  orientalista  celebrado  en  Berlín^ 
y  favoreció  mi  ardiente  deseo  de  examinar  en  las  princi* 
pales  bibliotecas  europeas  viejos  manuscritos,  que  encierran 
los  secretos  de  nuestra  Historia.  Sin  ambos  muchas  de  las 
anteriores  páginas  nunca  hubieran  sido  escritas,  y  muchos 
de  los  datos,  completamente  inéditos,  en  otras  revelados, 
hubieran  permanecido  por  completo  desconocidos.  ¿Como 
no  darles  aquí  el  lugar  que  legitimamente  les  corresponde? 
¿Cómo  no  hacer  en  éste  momento  pública  y  afectuosa  ma- 
nifestación  de    cuanto   les   debo? 

No  menos  han  influido  también  en  éste  libro  mis  que« 
ridos  maestres  los  Sres.  D.  Francisco  Codera  y  Zaidin  y 
D.  Francisco  Javier  Simonet.  Ambos  han  puesto  en  el  buen 
éxito^de  la  empresa  acometida  por  su  discípulo  el  mismo 
empeño  que  pondrían  en  el  propio  éxito;  indicaciones  eru- 
ditas, 
90 


ditas,  prolongadas  consultas,  largas  cartas,  libros,  traduccio- 
nes y  anotaciones  preciosas,  generosamente  comunicadas,  he 
obtenido  de  eílos  frecuentemente.  Nunca  olvidaré  la  aten- 
ta  solicitud   con  que  ambos  me   han  ayudado. 

Mucho  de  ésto  tengo  que  decir  también  de  los  Sres.  D.  Ma- 
nuel Oüver  y  Hurt;ido,  D.  Manuel  Rodríguez  de  Berlan- 
ga,  D.  Aureliano  P'ernandez  Guerra  y  Orbe,  D.  Pedro 
de  Madrazo  y  Kuntz,  D.  Francisco  de  Cárdenas  y  el  P. 
Fidel  Fita  de  la  Compañía  de  Jesús,  Quienes  han  tomado 
también  principalísima  parte  en  mi  pubUcacioo  con  sus 
consejos  é  indicaciones,  poniendo  á  mi  disposición  bien 
sus  libros,  bien  su  ciencia.  Entre  los  cuales  no  seria  justo  ol- 
vidar á  mis  buenos  amigos  los  litógrafos  Sres.  Pérez  y 
Berrocal,  al  fotógrafo  Sr.  Oses,  al  grabador  D.  Mannel 
del  Castillo,  al  arquitecto  D.  Manuel  Rivera,  y  al  Sr.  D. 
E.  de  la  Cerda,  que  han  coadyuvado  considerablemeote 
al    mejor    resultado   de    esta    obra   en    su    parte    material. 

Finalmente,  y  dejo  para  lo  último  lo  más  importante, 
debo  también  manifestar  mi  gratitud  á  aquellos  de  mis 
paisanos  que  contribuyeron  á  ésta  impresión  con  sus  sus- 
criciones,  especialmente  á  las  sociedades  el  Liceo  y  el 
Circulo  Mercantil,  sufriendo  los  inconvenientes  de  una  pu- 
blicación, que  por  sus  especiales  condiciones  se  ha  prolon- 
gado   más   de  lo   que    su  autor  hubiera  querido. 

Obras  cual  la  presente  no  enriquecen  en  nuestro  país 
á  sus  autores;  cuando  éstos  consiguen  verlas  publicadas,  de- 
ben darse  por  bien  parados  si  sobre  sus  trabajos  y  desvelos  no 

han 


Parte  tercera.  Capítulo  ii.  685 

han  tenido  que  pechar  con  las  costas  de  la  impresión. 
Conseguir  ésto  último  és  alcanzar  una  gran  muestra  de 
consideración,  que  manifiesta  cumplidamente  las  simpatías 
con  que  cuenta  el  autor,  la  estima  que  sus  trabajos  le 
han   conseguido  entre   sus   compatriotas. 

A  éstos  pues  agradezco  sus  sacrificios,  que  correspon- 
den á  los  que  hice  para  escribir  y  publicar  éste  libro,  guiado 
exclusivameute  por  mi  .vocación  histórica,  ansioso  de  con- 
servar memorias  de  viejos  tiempos,  muchas  de  las  cua- 
les estaban    ya   envueltas    en   las    nieblas  del  olvido. 

Como  haya  cumplido  los  ofrecimientos  que  hice  y  los 
propósitos  que  manifesté  en  el  Prólo^Of  no  me  toca  decir- 
lo;  diránlo  mis  lectores.  A  su  juicio  entiego  ésta  obra,  y 
sobie  todo  á  su  benevolencia.  No  sé  si  me  habré  mos- 
trado A  la  altura  del  pensaihiento  que  me  propuse;  no  sé 
si  lo  habré  realizado  cumplidamente.  Solo  sé  que  las 
anteriores  páginas  se  han  escrito  sin  pensar  jamás  en 
el  medro,  ni  el  renombre  de  quien  las  escribía;  que  el 
autor  ha  desaparecido  por  entero  absorvido  por  su  obra, 
y  que  sólo  se  ha  dejado  guiar  por  éstas  aspiraciones;  jus- 
ticia, exactitud  y  verdad.  Que  no  ha  llevado  otro  pensamien- 
to que  el  realizar  el  contenido  en  el  hermosísimo  lema, 
grabado  hace  poco  sobre  una  tumba  ¡lustre,  con  el  cual 
terminé  el  Prólogo  y  con  el  que  ahora  concluyo  todo  mi  libro: 
Veritatem  coluit,  patriam  dilexit. 

m 

Málaga  31    de  Octubre  de  1882. 


APÉNDICE,  a 


) 


Breve  epithoma  rerum  apud  Malacam  ^estarum  anno  MGGGGLxxxvii  editum  per 
D.  Murum  Reverendissimi  D.  Gardinalis  liispanirB  Secretarium  ad  Reverendissímum 
prtncipem  et  amplissimun  D.  D.  Jo.  episcopum  albanensem  Cardinalem  Ande* 
gavensem  ex   castris  missura. 


Sperans  quotidie  deditionem  Civitatis  Malaca  Reverendissíme 
pater  et  amplissíme  domine,  distuli  scribere,  que  in  expeditione  hujus 
estatis  contra  Granatenses,  et  prascipue  in  hac  Malacensi  obsidione 
(que  máxima  et  difñcilli  ma  fuit)  a  nostris  gesta  fuerint.  Nunc  autem 
postquam  nostri  voti  compotes  effecti  sumus  quam  brevissime  potero 
satisfaciam.  Serenissimus  Dominus  Noster  Rex  ingenti  equitum  pedí- 
tumque  conpato  exercitu  circiter  nonas  Aprilis  multis  proceribus 
comitatus,  et  Corduba  copias  movens  Bellez  Malacam  duodevinginti 
millibus  passuum  a  Malaca  distantem,  continuis  itineribus  pervenit: 
pulchram  quidem  urbem:  et  arte  et  natura  munitam:  quam  et  obsidione 
cinxit:  et  vi  et  armis  oppugnavit.  Regemque  Granatae,  cum  infinita 
maurorum  multitudine  oppidanis  subsidium  ferentem  fudit:  fugavitque: 

Mox 


(1)  Es  tan  importante  para  la  historia  malagueña  este  antiguo  texto,  que  me 
he  decidido  á  publicarlo;  esti  contenido  en  un  folleto  impreso,  que  posee  D.  Fran- 
cisco de  Cárdenas,  y  como  no  existe  otro  ejemplar  en  España,  corre  gran  riesgo 
de  perderse;  reproduciéndolo  le  conservo  á  la  curiosidad  de  cuantos  se  ocupen  de 
cosas  de  Málaga,  los  cuales  seguramente  han  de  agradecérmelo. 


688  Málaga  Musulmana. 


Mox  urbem  ipsam  ¡n  deditionem  accepit  pulsisque  hostibus  valido  pr«- 
sidio  firmavit.  Tnde  cuín  victore  exercitu  in  Malacam  contendit  urbem 
maritimam  et  dum  hispaniarum  civitatum  pulcherrimam:  munitissimam- 
que  et  quanquam  ¡n  littore  maris,  et  in  plano  sita:  obsideri  tñ  (tamen) 
difficillima.  Tumque  multis  convallibus,  ab  orientali  plaga  circumdata: 
ob  idque  non  nisi  magnis  copiis  obsideri  potest.  Tumque  aquis  fontanis 
et  fluvialibus  caret  que  nísi  multe  in  agris  cisterpe,  exercitibus,  equis, 
jumentis  aquam  proestantes,  inventoefuerint:  obsidionem  solui  necesse 
fuisset.  Qiio  cumpervenit  non  longe  a  nioenibus  urbis  castrametatus  est. 
Oppidani  (suum  cxcidium  cementes)  ex  uibe  irrumpunt:  nostros  que 
dum  castra  locantur  validissime  invadunt,  a  quibus  adeo  strenue  exci- 
.piuntur:  ut  magno  accepto  incommodo  intra  moenia  se  recipe  coacti 
sunt.  Deinde  firmatis  castris,  locisque  quibus  quoe  hostibus  accessum  pre- 
bere  possent:  a  mari  ad  mare:  vallo  et  fossa  munitis  civitas  undique 
oppugnari  ccepta  est,  et  in  primis  suburbia  instar  civitatis  turrita:  mul- 
tisque  propugnaculis  munita  ab  armigeris  Reverendissimi  Domini  mei 
Gardinalis  Hispanice,  qui  sub  domino  Furtato  Mendoza  ejus  fratre  in  ea 
urbis  parte  pugnabant:  vi  et  armis  expugnata  sunt.  Multis  tñ  (tamen) 
nostrorum  in  ea  expugnatione  desideratis.  Dum  hoec  agerent  Serenissi- 
mus  Rex  ratus  hostem  brevi  deditionem  facturum  uti  qui  aggeribus 
arietibus,  cuniculis,  balistis  eneis  ferreisque  tormentis  et  machinis  be- 
Ilicis  térra  marique  quotidie  oppugnabant  (Serenissimam  dominam  nos- 
tram  Reginam  voluptatis  gra  (gratia)  accersiri  jussit  Cordubce  enim  erat 
pecunias  commcatus  suplementum  et  reliqua  bello  necessaria  imperans 
ac  viro  mittens.  Cujus  majestas  Regi  obtemperans  una  cum  memorato 
Reverendissimo  domino  Cardinali  aliisque  prelatis  et  proceribus,  paucis 
diebus  in  castra  pervenit.  Opeprecium  fuit  intueri  Regia  castra,  diversa- 
rum  regionum  exercitibus  communita,  commeatibusque  omnis  generis 
adeo  abundantia:  ut  Romee  in  Campoflore  non  in  castris  versari  existi- 
mares. Classis  proeterea  multis  triremibus  et  rostratis  navibas,  aliisque 

in   modicis 


Parte  primera.  Apéndice.  689 


in  modicis  uavigiis  eggregie  instructa  loca  marítima  tutans:  pulchrum 
spectaculum  fuit.  Verum  longe  secus  quam  putaveramus  evenit.  Oppida- 
ni  autem  proeter  omnium  opinione  (quanquam  permultis  undique  malis 
conflicratí  quippe  ingenium  soepe  mala  movent)  non  contenti  intramoenia 
se  continere,  urbemque  defenderé,  vinci  quam  non  tentare  victoriam 
malebant.  Itaque  Zegri  eorum  duce  adhortante:  viro  acris  ingenii  et 
rei  militaris  perito:  irruptiones  ex  urbe  faceré,  ¡n  certamen  prodire, 
proelia  committere,  castra  et  munitoes  imperterriti  oppugnare:  nos- 
tros  quotidie  lacessere:  nihilque  proetermittere  qucd  ad  fortes  et  stren- 
nuos  viros  pertineret.  Nostri  quanquam  hostem  desperatione  rerum 
ommia  conantes  luce  clarius  cernebaní.:  nequáquam  tamen  sibi  deerant, 
aut  certamen  detractabant.  Sed  eorum  impetum  ita  acriter  repri- 
mebant:  ut  barbaros  audacia  plerumque  pigeret:  undique  cedes  strages 
máxima:  et  »lira  belli  facies.  Multa  et  literis  et  memoratv  digna  R. 
domine  in  hac  obsidione  accidere:  que  ideo  proetermitto:  quoe  sin- 
gula  prosequi  arduum  est;  Barbarum  tamen  stratagema  facinus  audax» 
prce  caeteris  memorabile,  posteritati  commendandum  fuit.  Quídam  Mau- 
rorum  audacissímus  quem  eorum  sectoe  cultores  Sanctum  appellant^ 
audito  Malacensium  discrimine,  se  auxilio  illis  futurum,  obsidionemquc 
soluturum,  publice  pollicitus  est.  Itaque  jactabundus  per  multos  adhor- 
tans,  ad  tercentos  temeritatis  suce  comités  habuit.  Quorum  centum 
et  triginta,  ulcirciter  duces  secuti,  diversis  tramitibris  noctu  in  castra 
Regia  pervenerunt:  praesidioque  stationem  per  fraudem  decepto,  partim 
ad  suos  penetrarunt:  partim  a  nostris  insequentibus  capii,  partim  truci- 
dati  fuerunt  Sanctus  tamen  dedita  opera  asuispaulo  di\ertit  rem  divi- 
nam  se  facturum  simuians:  a  nostiis  (idipsum  machinans)  capitur,  et  ad 
Marchionem  Gadicensem  (cujus  auspiciis  qui  eum  ceperant  militabant) 
perducitur,  militibusque  custodiendus  traditur.  Is  postridie  se  in  somniis 
vidisse  fingit  Malacam  intra  septem  ignorans  dies,  menses  vel  septimanas 
capiendam  fore,  alia  secretiora  soli  Regi  expjsiturus.  Marchio  jocandi 

gratia 


690  Málaga  Musulmana. 


gratia  potius  quam  barbarse  superstitioni  ñdem  habens  illam  (cam  armís 
et  vestibus  quibus  captus  fuerat)  ad  regcm  mittit.  Forte  Rex  tuncquicscc- 
bat  Christianissima  Regina  seu  incredibili  prudentia  (qua  máxime  praes- 
tat)  ducta:  seu  divino  numine  afflata  quod  magis  afiirmare  ausim  att«ita 
cjus  singularí  religione  et  probatoe  vitoe  mommque  sanctitate  vetuit: 
ne  amequam  Rex  a  quiete  surgeret  introduceretur.  Tune  milites  ad 
tentorium  Marchionisse  de  Moya  quod  prope  Regium  erat  illum  pro- 
duxere.  Sanctus  intromissus  egreg^am  mulierem  cernens  aureis  vestibos 
omatam,  forma  eximiam  et  cultu  notabilem  ac  juxta  eam  Álvarum 
Brígancium  Lusitanum,  juvenem  quidem  splendidum,  et  modestia  et 
gravitate  proeditum,  ratus  Regem  ct  Reginara  fore,  colore  mutato,  paulu- 
lum  subsistit.  Interrogatus  unde,  aut  quis  esset,  lingua  ejus  prcenimia 
peq>etrandi  scelerís  turbatione,  adeo  árida  facta  est>  ut  balbucienti  simi- 
lis,  ne  verbura  quidem  responderé  quiverit.  Marchionissa  illum  sitire  exis« 
timans,  aquam  afferrí  jussit.  Sanctus  tamen  non  ultra  cunctandos 
ratuSy  distrícto  mucrone,  ictum  in  ipsam  totis  viríbus  contorsit:  a 
quo  deo  custodiente  illesa  e\'asit.  Inde  dicto  citius  memoratum  AI« 
varum,  gravi  ac  ppe  letali  vulnere  in  capite  afiecit.  Áttoniti  acurrunt 
circunstantes  et  plura  conantem  comprehendunt:  armaque  auferunti 
cumque  secreto  pugione:  eos  percutere  contenderet  vulneríbus  confossus 
est:  ejusque  cadáver  quadrí  partitum  per  machinas  in  civitatem  a 
puerís  cum  hac  verborum  exprobatione,  imprudenter  missum:  Sanctus 
bic  vester  est  per  terram  nuper  incedens;  nunc  por  aera  volaos. 
Quod  Oppidani  ita  indigne  tulerunt,  at  junctis  membrís,  et  in  sepol» 
chro  proeciosissimis  aromatibus  de  more  conditis  statim  de  vindicta 
cc^tarent.  Itaque  aut  multo  post,  par  parí  referentes.  Captívom 
Chrístianum,  varíis  cruciatibns  necatum,  membratimque  laceratnm^ 
asello  imponunt,  ac  in  castra  mittunt.  Cujus  certe  Chrístianissimi  Re- 
ges adeo  misertisunt,  barbarumque  immanitatem  detestati,  ut  in  de* 
ditione    urbis  egre  descenderínt,    ad  ignoscendum    occisoríbos.   Ossa 

prceterea 


Parte  tercera.  Apéndice.  691 


proeterea  defuncti,   honorifice  sepeliri,  parentes   et  consanguíneos   un- 
dique  conquisítos,  muneribus  honestar!,  ac  in  prcecio  deinceps  haber! 
imparunt.  Dicercm  aliqu'd  hoc  loco,  nec   ab  re,  de  laudibus  tantorum 
Regum,  veritus  tamen  ne  si  eorum  potestates  in  omni  genere  virtutis 
ánimos,  verbis  consequi  veh'm,  prius  me  dies,  quam  materia,  defíceret^ 
simulque  tanta   est  eorum  prudentia,  justicia,   integritas,  pietas,  et  re* 
ligio,  ut  eos  íacilius   admirari,  quam  laudari  liceat.  Hcec  in  aliud  tem- 
pus  omittam.    ígitur  unde  digressi   sumus   redeamus.  Oppidani  interea 
soepins   moniti,    ut    deditionem    facerent,  non   expectarent,  ubi  venioe 
locus  non   csset,  fore   ut  saníori  usi  consilio,  per  colloquia   sibi,  uxori- 
bus,  caris  liberis,  fortunisque  suis  consulerent.  Nt  n  modo   Regia  man- 
data   contempsere,   sed  quemdam  ex   suis  bene  monentem,   civesque 
suos  ad   sanitatem   redigere   studentem,  amputata   manu,   ad   nostros 
paulo  post  ex  vulnere    moriturum  aufugere   c(*egerint.    Ceterum    fuit 
urbe   Sanctus  quidaiu    priori   nequáquam    dissimilis,    cujus   opera  et 
superstitione  zagri   Dux  homo  versutus,    et    quilibet   subitis   paratus, 
ad  ánimos    civium  falsa  reügione  imbuendos  et    quo    máxime  veliet 
¡mpellendos  utebatur.   Is  furiis  agitatus  meotitur  se  nocturna  colloquia 
cum   Mahumeto'habere,  unde  suos  non  modo  non  desperare,  sed  bono 
animo  esset    jussit,    brevi  futurum   proedicans,    nostros    ingenti  clade 
superandos,  et  infugam  vcrtendos,  obsessosque,   et  spoliis  et  commea- 
tibus  obsidentium  potituros.   Semel  itaque  Sancto  precedente,   et  re- 
liquos  se  sequi  adhortante,  paulo  ante  solis  ortum  per  portam   mariti- 
tnam,  quoe  vergit  ad  occidentem  egressi,  in  castra  irrumpunt,  stationem- 
que  Ántistitis   militioe  Alcantaroe  a  custodibus   et  vigilibus  paulo  ante 
desertam  invadudt  demoliunturque,  eoque  Ímpetu,  usque  ad  tentorium 
ipsius  Ántistitis  omnia  vastantes,  et  obvios  quosque  trucidantes  accedunt* 
Quod  3Í  (ut  viros  fortes  decuit)   ultra  contendissent,   ea  certe   die  de 
magna  nostroium    parte  actum   es.<^et,    aut   saltem  ingenti .  clade   nos 

.  affecissent. 

91 


6g2  Málaga  Musulmana. 


affecissent.  Antistes  tamen  licet  adolescens,  non  sibi  defuit,  sed  cum 
paucis  ordinis  religíosis  agarenis  obviam  factus,  eorum  impetum  primo 
retardavit,  et  paulo  post  Regüs  armigeris  subsidium  fereatibas  fretas, 
hostes  invadity  ac  in  civitatem  pellit.  Itaque  male  accepti,  i>ernialtís 
eorum  occísis,  pluribus  vulneratis,  in  urbem  se  recipiunt.  Hcec  ulti- 
ma eorum  irruptio  fuit.  Dicere  non  proetermittam  hoc  loco  modera- 
tionem  fortis  zenetti  Gomerorum  Ducis  (sic  enim  Gomera  Ínsula 
oriundos,  qui  inter  eos  fortiores  habentur,  appellant)  qua  in  quosdam 
pueros  Christianos  usus  est.  Virtus  enim  et  benefacta,  etiam  in  hoste 
laudanda  sunt.  Is  cum  omnes  praeisset,  puerosque  inermes  in  statione 
dormientes  offendisset,  non  modo  non  occidit,  cum  impune  posset, 
sed  á  somno  excitavit,  et  ut  Mauros  venientes  fugerent  manu  ac 
voce  juvit,  tutosque  abire  permisit.  Pued  igitur  barbari  beneficio 
vita  donatiy  ad  nostros  incólumes,  cvasere.  ínter  hoec  obsidio  ad  qua- 
drímestre  vel  circiter  protracta  est,  quam  tándem  in^ictissimus  Rex 
constantissime  absolvit.  Nam  cum  obsessos  oppugnare  adortus,  jam- 
que  ad  rem  pagentlam  machinas  et  tormenta  bellica  permulta  (di- 
versi  generis)  pari  juserat,  Galleci  provincioe  Compostelanoe  qui  ip 
ea  obsidione  proe  coeterís  insignes  habiti  sunt,  dispositis  insidiis  dúos 
Malacenses  capiunt,  ex  quibus  et  paulo  post  extranffugis  nuntiatum 
est,  oppidanos  fame  laborare,  quod  ubi  in  castra  proecrebuit,  ele* 
mentissimus  rex  pro  explorato  hñs,  non  minus  esse  imperatoris  con- 
silio  vincere  quam  armis,  iniitatus  Scipionis  exemplum  dicentis  Malle 
se  unum  civem  servare  quam  mille  hostes  occidere,  oppagnationi 
aliquot  dies  supersedendum  censuit.  Interea  obsessi  eo  necessitatiset 
inopioe  devenere,  ut  jam  nonnulli,  quibus  res  familíarís  domi  angastior 
erat,  ante  limiam  potentiorum  procumbentes  in  ipsis  precibus  expi- 
rarent,  alii  terram  morientes  mordebant,  plures  hoiez  exuentes  funestas 
epulas  et  nepharios  cibos  inveniebant,  inter  alios  de  his  rebas  a  qui- 
bus natura  abhorret  rixa  erat,   quippe  quibus  nisi  semetipsos  comme- 

derent 


Parte  tercera.  Apéndice.  693 

* 

derent  nihil  quo  viverent  reliqum  erat.  lamque  liberoruní  scrvorum- 
que  cura  relicta  sibi  quisque  consulebat.  Cerneres  post  captam  urbem 
exesa  corpora,  ossa  nudata,  conditos  oculos,  lívidas  carnes,  et  expiessum 
denlibus  labum,  tota  denique  civitas,  unius  defícientis  spem  hebat* 
Captivorum  proeterea  Christianorum  triste  spectaculum  fuít.  Pallidi, 
et  exangües  erant,  et  citra  spem  convalescendi  aíHicti,  infermis 
imaginibus  siles  Tantis  igitur  malis  circunventi  oppidani  eo  recurrunt 
et  cupidissime  petunt,  quod  paulo  ante  contempserant.  Igitur  eolio- 
quium  ultro  ferunt,  et  legatos  que  de  pace  tractarent  in  castra  mittunt. 
Fuereque  pacis  conditiones  a  legatis  oblatas  non  ímprobarent  quce 
dicerent  non  ulterius  cunctandum  esse,  sed  hostes  quis  roe  pellendos. 
Quam  sententiam  plerique  proceres  quibus  mens  erectior  erat  vehe- 
.  menter  impugnarunt,  dissuaserentque  cppidanorum  deditionetn,  nísi  li- 
bere se  et  sua  regio  magestati  permitteret,  nequáquam  admittendam» 
Itk  eo  aut  quod  objiciebant  nihil  periculi  esse,  qui  bis  ómnibus  et 
aliis  quam  evenire  possent  incomparabilem  regiam  prudentiam  et 
düigentiam  longe  antea  prospexisse,  quo  factum  est:  ut  Rex  oratoribus 
rñderi  jusserit  victis  accipiendas  non  ferendas  pacis  conditiones.  Mesti 
igitur  legatí  tn  urbcm  re  infecta  reversi  sunt,  prceter  unum  Gome* 
rorum  Proefectum,  paulo  post  sua  sponte  xp  (christianum)  charac- 
tere  insignitum.  Civitas  ergo  solutis  induciis  denuo  tormentis  oppug* 
nari,  et  acríter  defendi  coepta  est.  Verum  urgentem  indies  acrius 
faime,  ipsique  membra  ulterius  sustinere  non  valentes,  per  Iras  im- 
petrare conantur  quod  per  legatos  non  poterant.  Urbem  igitur  ipsam,. 
dulcem  patriam,  et  bona  denique  omnia  per  Iras,  patrio  eorum  ser- 
mone conscriptas  Regioe  magestati  offerunt»  servitutem  mortemque 
tantummodo  deprecantur/  nec  tune  qngque  exauditi  sunt.  Adeo  itt 
aostros  servierant,  ut  nuUum  sibi  venía  locum  reliquerínt.  Tándem 
victoria  £áciiis  ex  difficillimis  rebus  secuta  est.  Nam  cum  divina  et 
hamana  ope  destituti,  nuUam  spem  subsidii   haberent,    ac  ferro,  fa- 

tnctp 


694  Málaga  Musulmana. 


mee,  peste,  ad  nihilum  fíre  redacti  essent,  deditionem  libere  fecere. 
Servitutis,  opum,  fortunara  ñique  suarum  Regioe  magestati  pietatem 
permissa,  vita  solummodo  exorata.  Satius  enim  humaniusque  judí- 
carunt,  qui  ex  tanta  clade  superfuerant,  opibus  rebusque  suis  provari,  et 
victos  victoribus  serviré,  quam  ad  intermitionem  usque  deleri,  ac  fame 
funditus  períre.  Sabbato  itaque  xv.  Kalcndas  Septembris  anno  salutis 
séptimo  et  octuagessimo  supra  quadringentissimum  et  millessimum,  nos- 
tri  in  arcem  (quam  Alcazavam  vocant)  introducti  sunt.  In  qua  extermi- 
nato,  fugatoque,  ex  diutina  Malacoe  possessione.  Mahumetico  nomine, 
ejusque  spurcissima  secta,  crux  christi  primo,  deinde  gloriosissimi  apos- 
toli  lacobi  vexillum,  et  tertio  loco  regia  insignia,  in  conspectu  totius 
«xercitus,  cum  máximum  gratulatione  elevata  et  ostensa  sunt.  Sequentí 
die  arx  Gibralfarum,  et  mox  alioe  arces,  quoe  multoe  in  ciyitate  existunt, 
et  tota  deniqve  urbs  parí  letitia  receptoe  sunt.  Eandem  calamitatem  sen- 
sere  dúo  munitissima  oppida  in  próximo  sita.  Miias  et  Ossuna,  a  quibus 
nostri  et  in  hac  obsidione,  et  antea  maximis  incommodis  affectí  sunt. 
Captivi  Christiani  numero  quingenti  vel  circiter  pristinoe  libeitati  resti- 
tuti  Nonnulli  proeterea  heretici  Mosaycoe  perfídioe,  jam  piidem  in  hac 
urbe  se  receperant,  de  quibus  simul  et  de  perfugis  summum  supplicium 
sumptum.  Capta  sunt  in  ea  urbe  multa  millia  Sarracenorum,  ingensque 
proeda  adeo  ut  inter  tot  opes,  et  captivorum,  et  aliarum  rerum  civitas 
ípsa  minimum  videatur.  Captivi  partim  proceribus  militibusque  dono  da- 
ti,  partim  publice  venundati,  ac  pretió  redempti.  Reliqua  proeda  parí  mo- 
do distributa.  Sic  victi  hostes,  et  servitice,  et  pertinatioe,  poenas  dedere, 
et  quos  nulla  arma,  nulla  malí  vis,  superare  potuit,  durissima  necessita- 
tum  fames  consumpsit.  Demum  Regioe  Magestates  tanta  victoria  i>otite, 
inmortali  deo,  cui  omnia  tribuunt  perpetuas  gratias  agentes,  magna  om- 
nium  gratulatione  in  modum  triumphi  in  urbem  admisse,  nunc  máxime 
intente  sunt  constnictioni  templorum  in  hac  urbe  dedicandorum,  ut 
parem  laudem  et  gloriam  tum  fbrtitudiriis  tum  religionis  assequantur. 
Deo  gratias. 


índice. 


Páginas. 


DEDICATORIA. 

PROLOGO láXXII 

PARTE  PRIMERA. 

NARRACIÓN. 

CAPITULO    I. — ^Málaga   en    la    Edad    Antigua.— Fundación  de   Málaga.— 

Primitivos  pobladores  de  su  territorio. — Los  tirio-fenicios. 
— Constitución  de  su  colonia.— Relaciones  de  ésta  con  ibe- 
ros y  africanos. — Su  religión. — La  Diosa  Malache. — Estan- 
cia de  los  griegos  en  Málaga — Los  romanos. — Sus  luchas 
con  los  españoles. — Púnico. — Marco  Craso. — Casio  Longi- 
no. — Málaga  federada  con  Roma. — Municipio  Fia  vio  Mala- 
citano.— Su  constitución. — Prosperidad  de  Málaga  durante 
el  Imperio. — Estatuas  y  memorias  de  Dioses,  Emperado- 
res y  municipes  ilustres. — El  cristianismo  y  las  invasiones 
bírbaras. — Obispado  de  Málaga. — Patricio  primer  obispo 
de  Málaga. — Recóbranla  los  visigodos.— La  sede  malacita- 
na  hasta   la  invasión  sari*acena .  i 

CAPITULO  II.— La  invasión  sarracena  y  el  Califato  cordobés  en  Mala- 
ga.— Decadencia  y  ruina  del  poderío  visigodo. — Invasión 
musulmana  en  España.— Conquista  de  Málaga. — El  waliato 
español. — Orígenes  del  Califato  cordobés. —Abderrahman  I 
en  Múlaga.— El  obispado  malagueño;  Samuel. — Los  mozá- 
nibes;  Ostégesis. — Miserable  vida  de  este  prelado.— La  re- 
volución iiu)zJrabe  y  muladí;  Omar  ben  Hafsun. — Sem- 
blanza de  este  insigne  caudillo.  —Los  Beni  Saleh  de  Nokur. 
c  —Peripecias  de  su  dinastía. — Málaga  constante  refugio  suyo.        2S 

CAPITVLO  III.— Los  Beñi  Hammud  en  Córdoba  y  Malaga.— Geneidogía  de 

los  Hartím lidies.— Su  situación  á  principios  del  siglo  XI. 
— Ali  ben  Hammud. — Sus  pretensiones  al  solio  cordobés. 

—Magnates 


696  Málaga  Musulmana. 


— Magnates  que  ]e  auxiliaron.— Su  reinado  y  asesinato.— 
Herédale  su  hermano  Alkasim. — Estado  de  C'>rdüba.— Lu- 
cha de  Alkasim  con  su  sobrino  Yahya.—xVrrójale  éste  de 
la  capital  y  vuelve  á  recobrarla.— Victoria  de  los  cordo- 
beses contra  Alkasim.— Traiciones  contra  éste  en  Sevilla 
y  Carmona. — Cércale  en  Jerez  su  sobrino. — Su  prisión  y 
muertt*. — Reinado  de  Yahya. — Vuelve  éste  á  imperar  en 
Córdoba  y.  á  perderla. — Sus  luchas  con  los  sevillanos. — 
Apodérase  de  Carmona  arrojando  de  esta  á  su  dueño. — 
Venganza  de  éste. — Muerte   de  Yahya 58 

CAPITULO  IV.— Los   Bkni  Hammuo   en  Malaga.— Los   hachibcs   v   wacires 

en  las  cóites  hispano-musulmanas.  — El  eslavo  Nacha  y 
Aben  Bakanna  en  la  malagueña. — Serie  de  los  califas 
Hammudics. — Idris  I. — Alhasan. — Idris  II.— Su  carícter. — 
Rebeliones  en  Málaga. — Su  destronamiento. — Mohammed 
Almalidv.— Posesiones  Hanimuditas  en  África.— Sacut  v 
Riik  Allah.— Lachas  entibe  Mohammed  de  MUaga  y  Al- 
mahdy  de  Algeciras. — Muerte  de  ambos.  —Idris  III. — Res- 
tauración de  Idris  n.— Sucédele  su  hijo  Almnstaly, — To- 
ma de  M  llaga  ]>or  Badis,  señor  de  Granada. — Conclusión 
del   dominio  hammudi  en  España    y  África iOS 

CAPITULO    V. — Los  Almorávides  y  u>s  Almohades  ex  Malaga. — Badis  ben 

Habbus  señor  de  Granada  y  MUaga.— Su  vida  y  gobierno. 
— Almotadhid  de  Sevilla  envía  á  su  hijo  Mohammed  para 
apoderarse  de  ésta. — Fracaso  de  su  expedición. — Muerte 
de  Badis. — Temim  gobernador  de  Málaga. — ^Su  prisión  y 
destronamiento  por  los  almorávides. — í^  cristiandad  en 
Milaga  y  su  provincia  — El  obispo  Julián. — Accidentes  de 
su  Tida. — Sus  reclamaciones  á  Roma. — Expulsión  de  los 
mozái*abes  malagueños. — Caida  de  los  almorávides. — Pe- 
riodo intermedio  con  los  almohades.— En ti*ada  en  Milaga 
de  éstos. — .Algunos  acontecimientos  y  gobernadores  de  es- 
tá época  en  Málaga. — Nace  en  ella  el  pr  ncip^,  después 
sultán  almohade,  Idris  ben  Yacub  Almanzor. — Caida  de 
los    almohades i2& 

CAPITULO  VI.— Los  Nazaries  y  los  Beni  Merin  en  Malaga.— Los  Walíes 

Axkilulas.— Su  desaf.o  con  Teiio  Alfonso  de  Meneses  en 
Arjona.  —  Genealogía  de  esta  familia. — Sus  alianzas  con  el 
fundador  de  la  dinastía  Nazaríta. — Su  establecimiento  en 
Milaga.— Disidencias  entre  los  Nazar  i:s  y  los  Axkilulas. 
— Ampiranse  éstos  de  D.  Alonso  X.— Avenencia  del  vrali 
de  Milaga  con  Alahmar. — Muerte  de  éste. — Mohammed II 
su  heredero. — Nuevas  disidencias  y  luchas  — Los  merí- 
Bies. — Sometes  I  Milaga  al  sultán  de  éstos  Abu  Yusnf. 
— Ezpedktooes  de  los  merinies  á   España.— Batalla  de  Éd- 

ja.— Poesia 


Malaga  Musulmana.  697 


Pfcgi 


ja.— Poesía  encomi'stica  del  wali  malagueño  á  Abu  Yusuf 
Muerte  del  wali.— Mála^ja  se  entrega  al  merinita.— Recó- 
brala Moliammed  II.— Disidencias  entre  éste  y  los  Beni 
Merin. — Posesiones  de  éstos  en  la  Garbia  de  Málaga. — 
Muerte  de  Abu  Yusuf. — Su  heredero  Abu  Yacub  cede  al 
nazari  sus    posesiones    de   EspaHa i45 

CAPITULO  VIL— La  Reconquista  en  la  provincia  de  Malaga.— Considera- 
ciones generales. — Situación  di'  nuestra  provincia  durante  los 
dos  últimos  siglos  de  la  Edad  Media. — Las  algaradas. — Cora- 
bates  y  depredaciones  marítimas. — .\bu  Said  Farach  wali  de 
Malaga. — Conquistan  los  malaguefios  á  Ceuta. — Los  Volun- 
tarios de  la  fé. — Dinastía  malagueña  en  el  trono  granadino. — 
Otsmen  ben  Abulola,  caudillo  de  los  voluntarios  de  la  fé. 
— Lances  de  sus  luchas  con  los  cristianos  en  nuestras  comar- 
cas.—Asesinato  de  Mohammed  IV.— D.  Pedro  I  y  Mohammed 
V  en  la  provincia  de  Málaga. — Declárase  ésta  por  Moham- 
med.—Toma  de  Antequera. — Correrias  en  el  territorio  ma- 
lagueño.— Correrías  de  los  moros  de  Milaga  en  territorios 
cristianos.— Heroica  muerte  de  Pedro  de  Nniwaez  en  las 
fuentes  de  el  Guadalmedina.— D.  Alvaro  de  Luna  en  nues- 
tra provincia. — Moliammed  VIII  en  Málaga. — Toma  de  Ar- 
chidona.— Alquizut,  régulo  malagueño;  sus  tratos  con  Enri- 
que IV;  su  desgraciada    suerte i73 

CAPITULO  VIII.— Conquista  de  Malaga.— Consideraciones  generales. — Espa- 
ña bajo  el  gobierno  de  los  Reyes  Católicos.— Progresos  de  la 
Reconquista  en  su  tiempo.— Caudillos  notables  de  esta  épo- 
ca.— El  marqués  de  Cádiz. — La  corte  granadina  al  expirar  el 
siglo  XV.— Muley  Hacen. —Su  destronamiento  por  Boabdil  y 
establecimiento  de  su  corte  en  Málaga. — Preparación^  porme- 
nores y  resultados  del  desastre  de  la  Axarquia. — Breve  relato 
de  las  conquistas  cristianas  en  la  provincia  de  Málaga  duran- 
te este  periodo. — Situación  de  Málaga  en  los  momentos  da 
rendirse  Vélez.— Hamet  el  Zegri.— Los  gomeres.— Divisiones 
en  el  vecindario.— Proposiciones  de  rendición  — Rebelión  en 
Málaga  contra  los  que  la  deseaban. — Combate  entre  cristianos 
y  moros  en  las  alturas  cercanas  ú  Gibralfaro  y  en  el  cerro  de 
S.  Cristóbal. — Cerco  de  Miaga. -Su  disposición   por  mar  y 
tierra. — Aspecto  de  la  ciudad  y  sus  contornos  durante  el  si- 
tio. --Primeros  hechos  de  armas.    Toma  de  la  casa  real  de  los 
sultanes  moros  cerca  de  la  Puerta  de  Granada. — Entrada  y  lu- 
cha en  los  arrabales.  —Muéstrase  alguna  desorganización  en- 
tre los  sitiadores. ~ Venida  de  la  reina. — Proposiciones  de  ren- 
dición.— Combátese  á  Gibralfaro.  -  Visita  Doña  Isabel  las  es- 
tancias del  marqués  de  Ctdiz.— ^Pareceres  del  Consejo. — Minas 
contra  la  ciudad. — Recurren  inútilmente  los  sitiados  á  Boabdil, 
— Angustiosa  situación  de  los  cercados.— Derrota  Boabdil  un 

socorro 


BOi'urm  i-iiviado  |ior  el  /.iigal  ft  Mi'ilngo,— Hcroisnio  A--  Ibraliim 
AlüUBrlii.— Asullii  fit!  Ion  tonvii  ilt-l  puunte.— Diputaciotí  de 
tDalu^eñoa  ni  Zngal.  -  Predicción  os  de  iin  fai(ui.— Ultima  la- 
1Í(1h  de  liw  curoidos. — Hidalga  acción  da  Ibialiim  Zenele.— 
Ali  Dmdux.— Cn|)¡Ui1acion  y  cnti-e^ade  MJlaga.~Los  t^auti- 
voB  ci-iüLInno». — ^Nobl»  actitud  de  Hainet  «I  Zegri  .-Suplicio  de 
doMrtores  y  judies.— Suerte  de  los  goinenis. — Concesiones  á 
Ali  Do rdux. —Moros  j  judíos  mudejares  malagueños.—  Silua- 
cion  de  Milat-H  durante  los  últimos  años  del  siglo  XV.     .     . 

PARTE  SEGUNDA. 

ARQUEOLOGÍA. 

I.-NrMismTiiT\  Mai.a(ii-kS,\.— Consideraciones  gonemlea.— Mo- 
nedas iiúnlcau  de  Málaga. — Su  nrigi^n  á  iin|iarlancia.— Época 
de  su  aciiüacion.  -  Descripción  griiei'»l  de  «lias.  —Sus  inscrip- 
ciones.—Su  tamaño,  niatei'ía  y  poso.— Descripción  particular 
de  las  mas  interesan (ox. — Numismitica  muitu Imana.— Mone- 
das musulmanas  lualai^ueflas, — Descripción  general.— Des- 
cripción particular. —Monedas  do  Ali  ben  Hamiuud. — De  AJ- 
kasim  ben  Hnmmud.- De  Yoliya  ben  Ali.— De  Idris  I. — De 
AlhflKan  ben  Yahyn.- De  Idris  U.— De  Mohamraed  Almahdi.— 
De  IdrÍR  II   por  s<-gLinda  vez.  —Monedas  musulmanas  poste- 

CAPITULO  II.— ToPor-RAfiA,  isdi'stria,  comeiicií>  y  AnTES  he  M\lac\  has- 
ta FINES  DE  LA  Edau  Mf.dia. — Consideraciones  generales. — 
Mílagn  púnica.— Mal  I ga  romana. — Vestigios  romanos  en  Má- 
laga.—Memorias  sacadas  de  sus  inscripciones. —Estatuas,  se- 
pulcros.—Industria,  eomercio  y  artes  durante  la  dominacioo 
de  Roma.— SIála gil  cristiana,  —Malaga  musulmana.— Sus  alre- 
dedores.—La  Agricultura  y  sus  producios  en  la  Edad  Media. 
— Arrabales.— .Muios. — Puertas.— Puente. — Foso. — Camino 
de  ronda.— Población.— Cales.— Casas.— Mezquitas  —Alcai- 
ceria.— Hornos  y  bafios.— Moreria.- Fortilicaciones:  Gihral- 
faro,  la  Alcazaba,  el  Castil  de  Ginoveses,  las  Alai'azanas. 
—Puerto.— Cementerios.-Comemo.— Industria  y  Arles.— 
Sederías.— Cerámica.— Vidrios.— Carpintería  —Concepto  que 
Málaga  mei-eci  •  :\  los  geigraros  y  escritores  sarracenos.     .     . 

PARTE  TERCERA. 
CIENCIAS  Y  LETRAS. 

CAPITULO    1,— Las   Ciencias  v  las  Letras  en  Malaca  üesde   la    invasión 

SARRACEKA 


Malaga  Musulmana.  699 


Pfcginai. 

SARRACEN\  HASTA  EL  SIGLO  Vil  DE  Mahoma,  XIII  i)E  JESU- 
CRISTO.—Consideraciones  generales.— Movimiento  literario  y 
científico  entre  los -niusulraanes  españoles.— Inclinación  al 
saber  y  á  la  literatura  de  los  malagueños.— La  corte  de 
los  Hammudíes.— Idris  IL— Escritores  y  sabios  de  Mílaga.— 
El  fílt^sofo  y  poeta  judío  Salomón  ben  Ghebirol.— Su  vida,  sus 
obras.— Su  influencia  en  la  Edad  Media  y  sus  recuerdos  en  los 
tiempos  presentes.  — Las  poetisas  Bint  Aben  Assacan  y  Safiya. 
— Ganim  el  gramático.— Aben  Ojt  Ganim.— Sus  aventuras  en 
la  corte  de  Almotacim  de  Almeria.— Los  Beni  Ilassun  arrae- 
ees  malagueños  en  el  siglo  VI  de  la  Hegira^  XII  de  Cristo.— 
Sus  amigos,  sus  contrarios.— Aben  Alfajar.—Assahili.— Bio- 
grafías de  otros  sabios  malagueños  menos  ilustres.— Indica- 
ciones sobre  algunos  otros  musulmanes  espaHoles  que  vivie- 
ron en  Málaga 565 

CAPITULO  II.— Las  Ciencias  y  las  Letras  ex  Malaca  desde   el  siglo  vii 

DE  Maroma  xiii  de  Jesucristo  hasta  la  Reconquista,- Con- 
sideraciones generales.— Escritores  malague'os  cuya  fecha  de 
existencia  ós  conocida  dentro  de  éste  periodo— Aben  Albai- 
thar.— Su  vida,  sus  obras.— Su  importancia  en  la  ciencia  mé- 
dica de  la  Edad  Media.— Aben  Askar.— Historiadores  musul- 
manes de  Málaga.— Otros  escritores.— Indicaciones  acerca  de 
aquellos  cuya  fecha  de  existencia  és  desconocida  dentro  de  éste 
periodo.— Conclusión 625 


92 


CORRECCIONES  Y  ADICIONES. 


Páginas. 

Lineas 
16 

Dice. 

Debe  decir. 

XIV 

Ó  en  los 

en  los 

I8 

6 

y  tierra;  asi 

y  tierra,  así 

i8 

17 

sentencios 

sextercios 

49 

27 

sustuvieronles 

sostuviéronles 

56 

13 

Ydris 

Idrís 

62 

2 

traia 

traian 

64 

13 

agotarla 

agotarlo 

66 

18 

gente  preparar 

gente  y  preparar 

76 

9 

Mayo 

Abril 

78 

nota  I 

20  0  24  Dzuikiada 

Principios   de    Dzul- 
hicha 

86 

12 

Becr 

Bequer 

124 

6 

contó,  entre 

contó  entre 

126 

22 

dintincion,  recibió 

distinción  recibió 

129 

5 

a  ello,  el 

a  ello  el 

134 

8 

Archidona,  con 

Archidona  con 

137 

:7 

monasterios;  iglesias 

monasterios,  iglesias 

702 


Málaga  Musulmana. 


Páginas. 

Lineas 

5 

Dice. 

Debe  decir. 

144 

Valencia,  pugnaron 

Valencia  pugnaron 

151 

16 

limítrofes,  a 

limítrofes  a 

166 

I 

les 

le 

179 

22 

las 

la 

i8i 

16 

en  ella 

en  ellas 

197 

14 

populares,  cayeran 

populares  cayeran 

198 

12 

provincias,  fogatas 

provincia,  fogatas 

214 

9 

mano,  en 

mano  en 

265 

5 

expirar 

espiral 

266 

6 

altos 

alto 

id. 

id. 

movidos 

movido 

267 

7 

desbarataran 

desbastaran 

284 

3 

posiciones,  conocié- 

posiciones;   conocié- 

ronle 

ronle 

id. 

14 

raro  el  dia 

raro  era  el  dia 

296 

3 

Corellan 

Gorella 

298 

I 

se  les 

les 

303 

14 

afuera 

fuera 

3^3 

17 

entraron,  al 

entraron  al 

314 

3 

Mendoza;  en 

Mendoza  en 

320 

4 

doloroso 

dolorosa 

321 

7 

durisísima 

durísima 

334 

2 

musulmana,  los 

musulmana  los 

365 

8 

triunfos,  pretendían 

triunfos  pretendían 

378 

14 

Fusor 

J^usor 

395 

27 

como  Príncipe  heredero  en  el  anverso 

402 

20 

718 

418 

Málaga  Musulmana.  703 


I>aginas. 

Lineas 
4 

Dice. 

Debe  decir. 

403 

con  la  diferencia  de  estar  invertido  el  orden  de  la  tercera  y  cuarta 

linea. 

411 

2 

He  adquiriílo  después  ( 
clase. 

le  publicado  esto  un  ejemplar  de  esta 

Vil) 

0 

Por  mas  que  siempre  nos 

deja  dudas,  especialmente  al  Sr.  Codera 

t|ue  no  le  cree  de  este 

ano. 

444 

13 

autorizados 

autorizadas 

452 

9 

imposible 

iniposibles 

456 

16 

sospechan 

sospechar 

459 

19 

Himnares 

Himnario 

463 

27 

1876 

1786 

470 

En  el  plano  adjunto  á  cst 

a  página  donde  dice  Uccintu  donde  lou 

itiurus  encerraban  x'.s 

'janaiios  léase  Arrabal  de  Fontanela 

511 

23 

este 

estas 

570 

creyentes,  al 

creyentes  al 

596 

16 

Homais 

Jamrnis 

597 

7 

HAMIZA 

HAMZA 

670 

17 

Lam 

Lahm 

677 

16 

XV 

y  principio  del  XV 

PLANTILLA 

PARA  COLOCAR  LAS  LAMINAS. 


Págrinas. 

I  de  Monedas 390 

II  de  Monedas 403 

Antigüedades  malagueñas  pertenecientes  á  la  época 

hispano  romana 446 

Málaga 464 

Plano  de   Málaga  musulmana 470 

Torre  de  la    Parroquia  de. Santiago 503 

Plano  de  la  Alcazaba  de  Málaga 507 

Arco  de  Granada  en  la  Alcazaba  de  Málaga.     •     .  514 
Arco  que  según  Cárter  existió  en  el  arsenal  de  la 

Alcazaba    de   Málaga 516 

Las  Atarazanas  de  Málaga 526 

Antigua  puerta  de  las  Atarazanas  de  Málaga.     .     .  528 


LISTA  DE  SUSCRITORES 


Exnia.  Sra.  D.*^  Amalia  Heredia  por  5  ejemplares. 
Liceo  de  M.ilaga  por  25. 
Círculo  Mercantil  por  12. 
Círculo  Malajj^uerio. 
Hiblioteca  de  la  Sociedad  Económica. 
Biblioteca  dol  Seminario  Conciliar. 
Biblioteca  del  Colegio  de  Abogados. 
Biblioteca  del  Instituto  Provincial. 
Sr.  D    Antonio  Alarcon. 
»    >  Carlos  Larios  Segura. 

>  »  José  Hercdia. 
»     o  Joaquín  Sanz. 

»     »  Miguel  Tellez  Sotomayor. 
»     »  Ricardo  Scholtz. 

>  »  Ramón  Portal. 
»     »  Juan  Bergon. 

»     »  Juan  Mayoral. 

>  »  Quirico  López. 
»     »  José  Cordón. 

»     »  Aveli no  España. 

>  >  Vicente  Martínez  Montes. 

>  »  Federico  Ruiz  Blaser. 
»     »  Romualdo  Hurdisan. 

>  >  Enrique  Sandoval. 
»    >  Francisco  Rosado. 

>  >  Manuel  Ocon. 

>  »  Augusto  Martin. 
»     »  Eduardo  Laliitet. 

»     »  Francisco  Garrido. 
»     »  Eduardo  Spiteri. 

93 


).  Eduardo  García. 

>  Tlafael  Rivera. 

>  Manuel  Ilivera. 
g  Joatiuin  Gonxalcit. 
»  Eduardo  Uulierret  Giiaena. 
»  Francisco  Suarei. 

■  Anlonio  tlapela. 
»  P.  Aguirre. 
»  Francisco  GuUvey  'i  ejemplares. 

•  Esteban  de  Tuiíes. 
g  NicolU  de  la  Tan-e  ItonUai. 

■  Enrique  Llovel. 
1  Manuel  Hubio  Veluquei. 

>  BmiilD  ViU. 

•  Tlafaeia  Poxo. 
9  Pei-ei  Olmedo. 

■»  losé  de  Sancha. 

>  Juan  J.  Cabello. 
«  José  Andanas. 

Mai-qués  de  Crópani. 

■  AnUinío  González  AUer. 
»  Tumú*  Itr^an. 

•  Antonio  Mamcly. 

•  Joaquín  Narvauí. 

>  Enrifioe  del  Olmo. 

>  Atbei-to  RIjKill. 
»  Manuel  Snnlaella. 

>  Antonio  Moiilaut. 

>  Joaquín  Diax  Escobar. 
»  Anlonio  Agi-cda. 
»  José  Gimenei  Plaza. 
»  Eduardo  Ocon. 

>  Enrique  Ramos. 
»  Ramón  Francjuelo. 

>  Manuel  Caparri's.     . 
»  Enrique  Guerrero. 
»  Federico  Dermudez. 

>  Francisco  Madiid  Dávila. 
»  Francisco  Maldonado. 
»  Horacio  Lengo. 

•  Juan  Oyarzabal. 

>  Enrique  Scholtz. 
Viuda  de  Bordenave. 

I.'  Joaquina  Mayol. 

>  Haria  Di-tloma  Vinel. 
D.  Antonio  Muñoz  Degrain. 

>  Jos(!  Cotta. 


»  Jos.-Oliv 
>  M; 


Acostó. 
Joaquín  Tcntor. 


Málaga  Musulmana.  709 


Sr.  D.  Eduardo  Luque. 

>  »  Pedro  de  Zea. 

>  >  Manuel  Román. 

>  9  Manuel  OrdoHez. 

»    >  Ramón  Martin  Gil. 
»        Cónsul  de  Italia. 

>  »  Juan  Lários. 

*  >  Domingo  de  Oruela. 

>  »  Eugenio  Giménez. 

>  >  Francisco  Rodriguez. 
Si-a.  D.'  Rafaela  RocTse. 

Sr.  D.  Wenceslao  Enriquez. 

>  »  Manuel  Vázquez. 
»  »  Adolfo  Pries. 

>  »  José  Cañada. 
Sres.     Vega  y  Compañía. 
Sr.  D.  Vicente  Baquera. 

»  y>  Calixto  Rico. 

>  »  Sebastian  Souviron. 

>  »  Luis  Souviron. 
»  »  Luis  Bolín. 

»  >  Francisco  Torres. 

>  »  Carlos  LaríoH. 

>  »  Sugenio  Souviron. 

»  »  Pedro  Barreré  Chere. 

>  »  Rudolfo  Grund. 

>  »  Francisco  Sosa. 

»  >  Salvador  Bustamante. 

>  )>  Tomás  Hcredta  Livermore. 

>  >  Tomas  Heredia  Grund. 

>  »  Agustín  Heredia  Grund. 

>  »  Matías  Huelín. 

»  >  Manuel  González. 

»  >  Enrique  Padrón. 

>  >  Cándido  Salas. 

>  »  Juan  Clomens. 

»  »  Enrique  Pottersen. 

>  »  Pedro  de  Orueta. 

>  >  Luis  Moyano. 

»  »  Manuel  Casado. 

y>  >  Luís  Heredia. 

>  »  José  Nagel. 

>  »  Antonio  Pérez. 

>  >  Manuel  Rodriguez  de  Berlanga. 

>  >  Rafael  Gómez. 

>  »  Adolfo  Croock. 
»  >  Enrique  Croock. 

»  »  Antonio  Quincoces. 

>  >  ProspiT  Lamothe. 

>  >  Eduardo  Lo  ring. 


r.  D.  Eduardo  España. 

>  »  Guillermo  Rein. 
»    »  Juau  HeiedÍB. 
»    >  Guillermo  Nugel. 
»    >  Juan  Hcilin. 

>  »  JmmNagttl. 
»    »  Ali'jundro  Atiiloraen. 

>  »  Mamiel  du  Lara, 
t  .»  Anlotiio  Moreno. 
I    »  Laureaiiü  del  Ctulíllo. 

•  >  Juiín  [luose. 

>  B  Alburio  HorrmHn. 
I     >  Arturo  Naunin 

>  í  Adolfo  Jatier. 
I    »  Fíi-natiJü  LarTore. 
»    »  Emilio  Bolín. 
i     »  Fraiicisiio  Pérez. 
r     D  Juiíti  rtitiiiirez. 
»      »   BnlrioiiirmUuiz. 

>  s  UisMolInilo. 
I     n  Antonio  López. 

>  i>  WencuBlao  Díaz. 
»  »  Ildnfuiino  Ruix. 
I    »  la%i  Soldevilla. 

•  »  Cuiltermn  Ubttímx. 
y    >  Loranxo  Cendra. 

•  »  ConsUniitiuo  Urund. 

>  »  Eiii'iiiue  Heredia. 
■     *  Jorge  hor'nig. 

y    »  Nicolás  Uallngo. 
t    »  Manuel  Utrera. 
'    »  Juan  Portal. 
'    »  Juan  Matliias. 

»  Manuel  Robado. 

»  Rafael  Millan. 

»  Fraiicíijco  Torres  de  XavaiTa, 

»  Aiijíel  Regueía,  2  ejemplares. 

>  Ciríaco  Hurtado. 
»  Mühuel  Landcrn. 

>  Ja!>i-  Martíncx  de  Aguilar. 

>  Adolfo  de  Tori-es. 

>  Ildefonso  González. 

>  Luis  Mariiii  Zai'agoza. 
»  Alejo  Lo]h;z. 

>  Ouniersindo  López. 

>  José  Oliver. 

>  Cesáreo  llarílnez. 
»  Juaú  dol  Pozo. 

*  Eduardo  l'erez  Laguna. 

*  .VdoiroBergeman. 


Malaga  M:Usuijiana.  711 


Sr.  D.  Casimiii)  Kurnaiidez. 
»    >  Rdiianlo  Aiideiru. 


>  Éiluuj-do  Cíiiisiglieri. 
»  Miguel  Mainely. 


t  Siilvjdur  Spitei'i. 

-  Manuel  Hiídso. 

t  Jiinii(:iiliun«z  Bueno. 

*  Aiil<)iii:>  Ksuubni'  Zaragoza,  3  ejemi)lareB. 

»  Josi"  No\¡llo. 

*  Jiiati  Mu<|uo<ta. 

»  Guilluritio  Monteij. 
»  Füiiai'cl'>  Riuíi. 
1  Anijclltoiiiero. 
»  Ciiniiiiiu  l'Vriiaiicieii. 
■  Manii>-I  Dniíiiii^ucx. 
»  Mi-iti;l  l'oiice. 

*  MiiiiLi,:!  C.oiocz. 

*  JusúML-i'elo. 

»  Aiil.,tiU.  PiTPZ. 

>•  Fduarilo  Ituizde  la  Herraii. 

»  lUifaul  Mailinc/  lUescaí. 

>  tVriiatid(iKs]i¡tio!<a  df  los  Montevan 

>  Itiilaül  Moüidlu... 

>  Adriajiltisucfio. 

>  Kihiai'do  (iutiarfez. 

>  Juan  Tejón. 

»  li.-iilom-'i'ü  Iluslaraaiite. 

y  Juan  Dliiüco. 

»  liiiilli'i'iiio  >^aiila  Mai'ia. 

>  Miguel  Bí-im. 

*  Júíi-  Muño/  Ejitévez. 
»  Rafae  García. 

»  lluriiuli)'-  Dúvila. 

»  FJni<|uo  Li>|>i;z  Palacios. 

»  Jo»i-  l'iüon. 

»  M;ii)ii<'l  Kiirhjiicz. 

>  Josv  Oses. 

»  FuriLijido  I'Haittí  Barriento. 
»  Juan  Muliiis. 

>  n.'iiilo  lli't'i'tiru. 
y,  Malítn  i;a;-t.iñer. 

»  Fi'aiu'i^.'..  Galveüo. 

>  Jii.111  IVialta. 

»  Kmi'.iuc  lUTrera  Molí. 


Málaga  Musulmana. 


Sr.  D.  SalTsrfov  SoHor. 

»  <  Andrés  NeJbrman. 

»  •  Emilio  del  Tnlte. 

>  >  Ednordo  STneso  CampoK 

>  >  Juan  Dnminfpin. 
»  »  Manuel  Quintana. 

>  »  Joaquín  Orie^^. 

>  >  Jcai[uín  Ortega  Sotoicajnr. 
»  »  Juan  CaiTtítero. 

>  »  Francisco  Garcia. 
»  »  Enrique  Blanco. 

>  »  Manuel  Pactieco. 

>  ]*  José  Román 

»  »  Juan  Zaraguza. 

]»  j»  JosóGimcna. 

»  »  Manuel  Mena. 

>  >  Antonio  Cam¡iosGariii. 
y  >  Salvador  Alba. 

>  »  Juan  SoldeVlila. 
»  »  Saltador  Morales. 

»  »  Juan  Gome/,  de  Molina. 

»  >  Francisco  Velnsco  Domingaec 

»  »  Jorge  Hodgeon. 
»        Cón«ul  d  >  Francia. 

>  V  Frnnci  SCO  Moya, 

UÜND.\. 
»        Marqués  de  Salvatierra. 

>  >  Nicolás  Ruiz  Cortés. 

Real  MncstranxB. 
Casino  rondciio.