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I
M4LÍVGA MUSULMANA
MALAGA
MUSULMANA
SUCESOS ANTIGÜEDADES CIENCIAS
LETRAS MALAGUEÑAS
DURANTE
LA EDAD MEDIA
PüU
F. GUILLEN ROBLES
MALAGA
IMP. DE M. OLIVER NAVAUUO
CALLE OE CALDEHERÍA
1880
A LOS Sres. Don Manuel Rodríguez de Berlanga
Y Don Manuel Oliver Hurtado.
Cuando obstáculos, tan poco esperados, como inmerecidos, vinie-
ron á oponerse al logro de aspiraciones literarias, que hubieran, por
todo extremo, coadyuvado d el de mis estudios históricos, hallé en
V. V. cuanto favor y ayuda puede exigirse á una amistad acendra-
da y sincera, si desgraciadamente ineficaz entonces, no, por esto,
menos decidida y afectuosa.
Olvidáronse los agravios, apenas inferidos; no así los beneficios.
Buena prueba de ello es la presente obra, que les dedico, como testi-
¡nonio de mi cariño y agradecimiento.
Que si estos no me movieran á ofrecérsela, impulsárame el de-
seo de que honraran estas primeras páginas de A ntigüedades musul-
manas malagueñas, los nombres de aquellos, en cuyas obras aprendí
método y exactitud en el estudio, seriedad en los juicios é indepen-
dencia en las opiniones; de quien examinó discretamente importantes
asuntos de la arqueología romana de nuestra provincia y describió
gallardamente las maravillosas estancias de la Alhambra; de quien
legó
legó á nuestros historiadores ^ en sus Monumentos históricos del
Municipio Flavio malacitano, un tesoro de noticias^ y á los ar-
queólogos un dechado cumplido j de buen gusto y de sana y honrada
erudición.
Usaban nuestros viejos autores dedicar sus obras á los proceres
de su iiempOj en armas^ blasones^ riquezas ó valimiento; permitan
V. V. que ofrezca esta mia á dos representantes de la única aristo-
craciaj que se estima en nuestra época; á dos representantes del ta-
lento y de la ciencia.
Saluda á entrambos^ con la mas afectuosa consideración^ su ami-
go y compañero
F. Guillen Robles.
Mcndieta (Campanillas— Málaga) 20 Setiembre 1880.
PROLOGO
Consideremos los caracteres interiores de la ciencia his-
tórica; cuales son: el examen y cotejo de los hechos; la
atenta investigación de las causas que los produjeron; et
profundo conocimiento del modo conque han ocurrido los
sucesos y de donde se originaron Corresponde al nar-
rador referir los acontecimientos, pero, solamente toca á
la critica fijar sus miradas y reconocer lo que de auténtico
exista en ellos; al saber pertenece limpiar y pulir, por me-
dio de la critica, las indicaciones de la verdad.
Aben Jaldun: Proleg. Prefacio.
De la misma manera sucede á los que emprenden es-
cribir algunos principios de cosas muy olvidadas, porque
en la relación de ellas, es forzado que pasen, como quien
atraviesa un gran desierto, á donde coire peligro de per-
derse.
G. de Zurita: An. de la corona de Aragón, fól. i.
Mi intento és, dar á la estampa el conjunto de noticias,
que sobre los sucesos y antigüedades musulmanas malagueñas
pude allegar, durante algunos años de asiduas y constantes in-
vestigaciones. Con lo cual pretendo, llevar á término el pensa-
miento que concebí, mientras escribía mi Historia de Málaga
y su Provincia^ de hacer, respecto de la Edad Media, lo que,
con la Antigua, felizmente realizó el Doctor Rodríguez de Ber-
langa.
langa, con sus Monumentos históricos del Municipio Flavio mala-
citano: enlazar entrambas obras, tan estrechamente, como en-
laza la amistad á sus autores, y que la mas moderna fuera, en
la serie de los tiempos, la continuación de la mas antigua.
Empresa ardua, erizada de obstáculos, propensa á dudas é
incertidumbres, como viage emprendido por sendas poco tri-
lladas y por ignorados territorios; quizá inspirada por el hervor
de los primeros años, mas que por la prudencia; quizá ambi-
ciosa; pero, justificada por el buen propósito, de que no se bor-
ren de la memoria monumentos, que hoy van despareciendo,
hombres y sucesos, que poco á poco, pierden su carácter y fiso-
nomía particular entre las nieblas del pasado. Piadoso empeño
-el de recordar, á presentes y venideros, los que moraron en la
tierra que habitamos y mostrar la esperiencia que nace de la
contemplación de su vida; cual el de aquel personage de W.
Scott, que se esforzaba por conservar intactos, contra las des-
tructoras injurias del tiempo, los nombres de los héroes de su
país, esculpidos sobre las losas de sus sepulcros.
Mas, empeño difícil, por la naturaleza del asunto y por las
fuentes de investigación. Para salir con él adelante, tenia que
penetrar en los mas oscuros siglos de la historia patria y refe-
rirme á un pueblo, el alarbe, cuyas cosas exigen superiores do-
tes de ingenio, de crítica y de prudencia, dada la situación in-
completa, en que al presente se encuentra su estudio.
Épocas memorables las de la Edad Media española, se-
cularmente agitadas por el ideal de la Reconquista, perpetua-
mente conmovidas por contiendas, no menos apasionadas y ve-
hemen
III
hementes: bella y dramática por su variedad por su espiritualis-
mo; sacrificando haciendas y vidas en aras del honor, de la pa-
tria, del amor, de la gloria, llena de contradicciones sin cuen-
to y de contrastes; junto á los mas hidalgos sentimientos, las
mas abominables inclinaciones; junto á la ciega codicia ó am-
bición, las mas singulares abnegación y munificencia; los rigores
del ascetismo, junto á las fastuosas y refinadas inspiraciones del
lujo; actos de piedad enfervorizada, entre prácticas demonia-
cas y absurda superstición; el pundonor llevado á la exage-
ración, entre bastardas traiciones; junto á Guzman el Bueno,
D. Juan el Tuerto. Y en medio de todo esto, generaciones
de proceres, burgueses, menestrales y siervos, que imprimieron
en sus sentimientos y en sus obras tal sello de grandeza, aun en
los vicios y crímenes, que atrae hacia ellas nuestra atención, y
tras de fijada esta, nuestras simpatías.
En su historia existen dos partes diversas, ligadas entre sí,
mas de lo que hasta ahora se cree, separadas por tradicionales
é inestinguibles odios: la que se refiere á la grey cristiana, y la
que toca á la gente sarracena, si unidas accidentalmente por el
amor al saber, por las artes, el comercio, la cortesía ó los mas
tiernos afectos del corazón, perpetuamente enemigas. Ambas
participan de igual grandeza é interés; ambas tuvieron sus dias
•de gloria, sus héroes, sus mártires, sus insignes monarcas y sus
hábiles ministros, sus artistas y sus escritores ilustres. Si en las
fronteras los freires de las órdenes militares salían de sus torrea-
dos monasterios á correr la tierra mora, acudían á ampararla
los africanos, voluntarios de la fé, desde las rábitas fronterizas.
2 Si
IV
Si en los grandes dias de las Navas y el Salado, recorren las
mesnadas entusiastas religiosos, enfervorizando los corazones
con sus elocuentes palabras, en Uclés y Alarcos, imames y fa-
quíes pasan entre las moras, alentando sus bríos con las aleyas
koránicas. Si vienen á Santiago, afrontando rigores del clima,
sendas escabrosas y codicia de foragidos, peregrinos de lejanas
comarcas, que comunican á los cristianos españoles las ideas de
sus paises, á la Meca marcha el /lachi ó peregrino hispano mu-
sulmán, que trae de las regiones que visita en constante riesgo,
ideas de la civilización oriental... Mientras reyes, magnates ó
prelados colman de dádivas ó llenan de oro la escarcela de los
trovadores, los sultanes, sus hijos y ministros, regalan dinares,
palacios, bellas esclavas ó alcabalas de populosas aldeas, á sus
sabios y rauies. Mientras entre moros padecen los mozárabes,
que inoculan en sus domeñadores el espiritualismo de su reli-
gión y de su raza, entre los cristianos padecen los mudejares,
que les enseñan las maravillas del saber y que crean un arte
indígena, exclusivamente español, el mudejar. La cristiandad
erige las catedrales de León y de Burgos, los alarifes moros la-
bran la Mezquita mayor cordobesa, el Generalife y la Alham-
bra. Los municipios salvan la realeza de los atentados de los no-
bles, las chamaos^ las asambleas de notables muslimes, salvan á
las ciudades, en momentos supremos, bien en las asonadas, bien
en los angustiosos trances de una rendición ó de un asedio. Re-
yes tiranos ó piadosos, alzamientos de hijos contra padres, fra-
tricidios horribles, revueltas, que si derraman en las muchedum-
bres el ardor de la fiebre, también les dejan su postración y de-
caimien
caimiento, magnates alzando pendones contra sus señores y
desnaturalizándose del reino, ingratitudes de príncipes, leal-
tad, traiciones é intrigas de áulicos, en ambos pueblos corren
parejas, algunas veces las acciones tan parecidas, que semejan
las unas reflejo de las otras.
No por imperfectamente conocida, y, hasta hace poco, me-
nospreciada, es menos grande la historia hispano musulmana.
Empieza con una invasión, que, en corto tiempo, subyuga la
Península y rompe por el Pirineo sobre la Galia, donde la de-
tiene, no el hacha de C. Martel, cual vulgarmente y á la sacie-
dad se repite, sino las sangrientas alteraciones de los berberiscos,
que dejaba á su espalda. Fúndase después de ella, entre las no-
velescas aventuras de cierto expatriadó príncipe, un solio, cuya
riqueza y poderío resplandecen durante la oscuridad de los pri-
meros siglos medios: solio combatido, á la continua, por la ambi-
ción, por guerras domésticas y discordias de religión ó raza, el
cual se derrumba, al cabo de luengos años, dejando noble recuer-
do en los anales de la cultura humana.
De sus escombros constitúyense multitud de pequeños esta-
dos, gobernados por banderías. Entre las cuales, si surgen aU
gunas ilustres personalidades, si se respeta la inviolabilidad
del pensamiento, si los poetas lucen, y aun explotan, las galas
de su fantasía, la discordia se enseñorea de todas las voluntades,
las guerras de razas, de reyezuelo á reyecillo, y de ciudades á
ciudades, ruge sin intermitencia, aniquilando la población y yer-
mando el territorio; el epicureismo mas desenfrenado domina á
los gobernantes, quienes para satisfacer su crápula ó sus capri-
chos.
VI
chos, agotan las fuentes de la prosperidad pública. Tiempos de
escepticismo y de general degradación, á los cuales parece que
fué á buscar Lingad su desconsoladora definición de la Historia^
la cual es para él, ^el cuadro de las miserias causadas á las muche-
dumbres^ por las pasiones de algunos hombres)^.
Mientras tanto la Reconquista adelantaba, terrible, impla-
cable, reivindicando el patrio suelo, lanzando sus mesnaderos y
sus almogávares.
Cual nubes de langostas, cual sangrientos leones,
como decía Aben Alabbar, al asalto y saqueo de las ciudades y
al asolamiento de las comarcas muslimes. Ni reveses cruentos^
ni disensiones intestinas, ni torpezas políticas, amenguaban
aquella inundación, cuyo oleage descendía hacia el EstrechOy
empujando ante sí á los nietos de los que por el vinieron, ha-
ciéndoles arrepentirse de aquella conquista, con la que se ufa-
naron sus padres, dolerse de que no se la hubiera abandonado
en sus comienzos, cual deseó cierto califa, comparando su exis-
tencia en España á la morada en un horno inflamado, en . un
antro de leones, sobre piedras enrogecidas al fuego, y haciendo
esclamar á Aben Algazal:
— Hijos de España espolead vuestras cabalgaduras; la exis-
tencia aquí es un engaño vivimos entre enemigos que nos
abruman. ¿Es posible existir en un saco lleno de serpientes?
Pueblos mas bárbaros, criados en los oasis y arenales del Sa-
hara, ó en las cañadas y mesetas del Atlas, rudos, belicosos, en-
cendiendo su valor en religioso fanatismo y en la codicia del
bandi
VII
bandidage, ponen, por algún tiempo, un dique á la pavorosa
inundación cristiana, y pasan por nuestra escena histórica, si
amados en un principio y victoreados como libertadores, aborre-
cidos al cabo por tiranos.
Al extinguirse su dominación, la enemiga al señorío extran-
jero, pasión poderosa entre españoles, creaba dinastías de Taifas^
cada vez mas efímeras, cada vez mas ruines parodias del califa-
to cordobés, cuya gloriosa memoria subsistía bendecida en el co-
razón de los buenos muslimes.
Circunstancias favorables, arranques de valentía, habilida-
des diplomáticas, á las veces, degradantes complacencias, y au-
xilio de gente africana, favorecieron el establecimiento del solio-
granadino, célebre en los fastos de la Historia y de la Poesía,
ilustrado por guerreros, escritores y artistas, rodeado, cual de
una brillante aureola, del prestigio que realza el valor, luchando,
á la desesperada, con un adverso é irrevocable destino.
Comprende, pues, la existencia de los musulmanes españo-
les, épocas también varias y agitadas, llenas de crueles violen-
cias y de conmovedoras emociones. En ellas dominan, con sin-
gular intensidad, las pasiones y sentimientos, que mayormente
agitan el corazón humano: desde la sed de venganza, que inspi-
raba á Almotadid la salvaje idea de criar flores, cual en mace-
tas, en los cráneos de sus adversarios; desde la ambición, que
obligaba á sultanes como Abdallah el Umeya, Yahya el Ham-
mudí ó Muley Hacen el Nazarita, á degollar á sus hijos, herma-
nos 6 allegados; desde el odio político, que ponía armas en las
manos de Boabdil, para acuchillar, en una traidora celada, taifas.
musul
VIII
musulmanas, que corrían en socorro de muslimes, angustiosa-
mente cercados por cristianos; desde la crápula mas desenfrena-
da, como la que afeó la vida del granadino Badis; desde la co-
dicia y la envidia, vicio éste último dominante entre alarbes,
hasta las mas elevadas pasiones y sentimientos, que honran á
la humanidad. Entre aquellas raheces inclinaciones, aparecen
el valor, llevado al heroismo, en millares de personages, encum-
brados ó humildes; acciones caballerescas, impregnadas de cor-
tesía esquisita, que mas que históricas parecen leyendas de la
andante caballería; acrisolada lealtad, que sacrificaba vidas y
haciendas á los pies del solio; amor puro, apasionado, sincero,
iba á decir, platónico, romántico, con todos los toques, primores
y encarecimientos, que á esta noble pasión inspiraron ecos leja-
nos del cristianismo, resonando en almas privilegiadas, tenden-
cias de la raza española, que jamás pudieron borrar, por com-
pleto, la facilidad del vicio y la corrupción, que nace de la doc-
trina koránica.
Cuando estas generaciones, reducidas hoy á polvo vano,
pasan ante la vista del historiador, surgen de ellas persona-
ges, de los cuales, unos causan horror, otros menosprecio, y
muchos respeto, admiración y simpatía. Entre ellas descuellan
la sombría figura de Abderrahman I, manteniendo su poderío
con la ruina de sus mas queridos afectos, triste, escéptico y mi-
sántropo al expirar, en medio de sus gloriosos triunfos; la altiva
de Alhaquem I, menospreciando el peligro, al prepararse á mo-
rir, con fausto de soberano, en una terrible asonada; la de Abder-
rahman III, émulo de CarloMagno, en riquezas y poderío; de
Alman
^*
IX
AlmanzoFy que llevó sus vencedoras huestes, desde la venerada
iglesia de Santiago, hasta el riñon del Magreb ulterior, y que á
no haber luchado con los designios de la Providencia, hubiera
acabado con la Reconquista; de Almotamid, el desventurado
rey poeta sevillano, precipitado desde la cumbre del solio, á la
miseria de una mazmorra; del diplomático astuto. Aben Nagde-
la, y de visires como Aben Aljathib; de príncipes aventureros,
cual Aben Mardanix y Alahmar el Rojo, que pretendieron, con
mas fortuna el último que el primero, dar á los muslimes un
gobierno nacional; y de monarcas apasionados del fausto ó de los
aplausos de la posteridad, como Mohammed V, á quien se de-
ben muchas de las maravillas de la Alhambra.
Y entre todas estas figuras, más ó menos austeras, de mo-
narcas, guerreros, diplomáticos y repúblicos, alzánse otras, que
se esbozan, entre las nieblas del pasado, con fantásticos linea-
mentos. Exilona, compartiendo el lecho de Rodrigo y el de Ab-
delazis, las desventuras del monarca cristiano y del emir árabe:
Zahra, inspirando con su hermosura palacios, cuya descripción
parece un relato de las Mil y una noches; Teresa, la hija de Ber-
mudo II, casada con Almanzor, cuya caridad celebra una de
las mas tiernas leyendas de nuestra Edad Media; Romaiquia,
dominando con sus gracias y hermosura el voluble corazón de
Almotamid; Zeineb, siendo la ninfa Egería del emir de los cre-
yentes almorávides, Yusuf ben Texufin; Moraima, dulcificando
con su cariño los duros trances de la vida de Boabdil, producen
en el alma, entre tantas luchas, azares y desventuras, igual efec-
to á el que debe producir en el caravanero del Sahara, una rá-
faga
faga de fresca brisa, después de una tempestad de Simún.
Si interesante es nuestra Edad Media musulmana, en lo
que se refiere á los sucesos, mucho mas atractivo ofrece en lo
que toca á ciencias, artes y letras, pues si la narración de
aquellos conmueve el ánimo con sus dramáticas escenas, en el
estudio de estas apagase el estruendo de las armas, ante las pa-
cíficas obras del trabajo.
Disciplina atque scientia de Toleto^ decía el cronicón Alben-
dense en su bárbaro latin, refiriéndose á la época goda; otro
tal pudo decir de la agarena, tanto de esta ciudad, cuanto de
muchas de Alandalus. Efectivamente, en ella se estudia asidua-
mente en centros de enseñanza, á los que acudian, ávidos de
saber, viageros, que venían desde remotas naciones de Euro-
pa. Cesar de Heisterbach nos habla de jóvenes alemanes, que
vinieron á estudiar astrología á Toledo; en cuyas aulas apren-
dieron también árabe, filosofía, medicina, astronomía, alquimia,
matemáticas é hicieron sus traducciones, el inglés Adelardo de
Barth, filósofo del siglo XII, que pretendió conciliar las doctri-
nas de Platón y de Aristóteles; su compatriota Alfredo de. Sar-
chel, que concluyó en España la versión latina de este último
filósofo; Daniel de Morlay, Miguel Scoto, Hermán Dalmata,
Roberto de Retines y Hermán Contract, que en la imperial ciu-
dad vivieron, estudiaron y aprendieron, preparando ó escribien-
do las traducciones ó las obras originales que les dieron prolon-
gada fama. En cada mezquita musulmana, terminada la ora-
ción, sentados junto á un pilar ó en la basa de una columna,
sabios renombrados ilustraban á sus oyentes, revelándoles el
secre
XI
secreto del pasado, los arcanos de la filosofía, de la medicina, de
la astronomía, las verdades matemáticas ó los primores del
idioma árabe. En estas , explicaciones, en las cátedras de las
madrizas ó universidades, en las Academias científicas, en la
afición á copiar y acumular libros, salváronse de la destrucción
ó del olvido, y se propagaron al resto de Europa, mas entregada
á las armas que al saber, obras maestras del humano entendi-
miento, ideas de la filosofía helénica, remedios aplicados á la cu-
ración de las miserias del cuerpo.
Sin duda en su enseñanza mezclábanse, multitud de extra-
vies; oponíanse al progreso astronómico los delirios de los as-
trólogos, y confundíanse en una sola la Alquimia y la Química;
pero, aunque estas vanas imaginaciones y las de adivinos y geo-
mantas tuvieran cátedra en sus madrizas, aquella ciencia, infor-
me, fragmentaria, sin unidad general y con menguadas relacio-
nes particulares, es en gran parte, base de la moderna, que hu-
biera adelantado mucho su desarrollo, si hubiera despreciado
menos su abolengo.
Consiguen, también, las letras en esta Edad un desenvolvi-
miento y brillo, que demuestran las grandes cualidades de inge-
nio, que siempre mostraron los españoles. La Historia Univer-
sal, la nacional de Alandalus, las particulares de alfoces, pobla-
ciones y familias, las semblanzas de ilustres personages y los
Diccionarios biográficos, llenaban las bibliotecas. Muchas de és-
tas satisfacían las exigencias de los eruditos, y algunas nada te-
nian que envidiar por la cuantía de sus volúmenes á las moder-
nas. Preséntasenos la poesía con un peculiar y extraño carácter;
3 ya
XII
ya alardeando de culta y gramaticalmente erudita, ora alegre y
sensual, cuando austera y mística, muchas veces apasionada y
vehemente, enamorada mas de la forma que atenta al fondo,
de giros brillantes, de la ampulosidad y el énfasis. Género lite-
rario, desesperación de arabizantes, sobre el cual no puede pro-
nunciarse completo y exacto juicio, por no hallarse mas que es-
bozado su estudio.
Y si de las ciencias y letras pasamos á las artes, la talla, la
encáustica, la arquitectura, la orfebrería, la cerámica, engen-
draron prodigios de elegancia, fausto y lujo, en alcázares, fili-
granas, porcelanas y muebles. La gracia en la traza, el esmero
en la ejecución, y la prodigiosa proligidad en los pormenores,
avaloran extraordinariamente los escasos muebles que nos res-
tan. Las curiosas figuras de los cofrecillos, en los que los moros
guardaban sus perfumes ó preseas, el esquisito temple de sus ar-
mas, los severos adornos de sus adargas, sus fastuosos brocados,
en los que con oro y plata tejían, sobre crujiente seda, figuras de
animales fantásticos, retratos de celebridades ó invocaciones
koránicas; tallados en madera, que, en las tabicas de las estan-
cias, representaban complicados enlaces geométricos, plantas,
conchas é inscripciones, ora una sentencia religiosa, ya un verso
célebre, ó poéticos votos por la felicidad del dueño de la casa;
porcelanas con reflejos metálicos, codiciadísimas hoy, acusan
claramente la habilidad y maestría de los artistas mahometanos»
Aun nuestros arquitectos envidian á sus alarifes sus conoci-
mientos en construcción, la delicadeza de sus invenciones, la
incomparable belleza de sus adornos, y la feliz disposición de
un
XIII
un arte, tan acomodado á las inclinaciones de los hombres que
de el gozaron y hasta á las exigencias del clima en que se
empleó.
Pero, si esta Edad interesa por sus acontecimientos ó por
sus obras, no interesa menos por la influencia que tuvo en su
tiempo y por la que aun conserva en los nuestros.
Palgrave ha comparado el carácter árabe al inglés, por su
genialidad aventurera y comercial, enamorada, en medio de su
gravedad, de la movilidad de los viages y de las atrevidas em-
presas de la expeculacion. Estas inclinaciones favorecieron con-
siderablemente el progreso de la civilización universal y el en-
tronque de la europea con la asiática y africana. España fué
entonces, cual vasto caravanserrallo, donde se reunían africa-
nos, asiáticos y europeos. Ya era, cual dije, el devoto peregrino,
que tornaba á sus lares, trayendo á ellos ideas de Oriente; ya
sabios entusiastas, que partian, para ir á aumentar sus conoci-
mientos, á las madrizas de Fez, el Cairo, Bagdad, Mosul ó la
Melca; ora artistas, á quienes el odio y envidia de los palacie-
gos, eterna polilla de toda monarquía, ó codicias de mayores
empleos y medros, extrañaba de su país, para venir á la corte
de nuestros sultanes, donde eran recibidos con extremada gene-
rosidad y agasajo. Por último, el comercio, las embajadas, bien
para proporcionar drogas, perfumes ú objetos de lujo, ó para co-
municar á los soberanos, establecieron corrientes de relaciones
é ideas, que si se relataran en un libro, daríanle el valor de una
de nuestras mas curiosas obras históricas.
«Las instituciones que hacen á los pueblos felices ó desgra-
ciados,
XIV
ciados, ha dicho C. Cantú, en su Discurso sobre la Historia de la
Edad Media, proceden directamente de esta, y en ellas debemos
buscar las razones de nuestro ser, los títulos de nuestros dere-
chos, los obstáculos que se oponen á las mejoras, los medios de
superarlos y de aplicar, mas inmediatamente, las doctrinas so-
ciales que la Historia nos enseña.»
Cuanto de las instituciones afirmó aquel italiano insigne^
otro tanto puede sostenerse de la vida entera de los musulma-
nes españoles, por las huellas profundas que imprimieron en el
carácter nacional; huellas que aun se conservan, tenaces y vi-
vas, á través de los siglos.
Huellas, que se muestran en el idioma, en la agricultura,
en artes y oficios, en nuestras inclinaciones, en toda nuestra
existencia. Pues, si del idioma se trata, hállanse en él multitud
de voces, giros, figuras de dicción y de pensamiento, que se
mezclaron, poco á poco, con el habla castellana ó en los ins-
tantes en que ésta surgía de los moldes, en que se fué forjando.
Si de la labranza y de los oficios ó artes mecánicas, encontra-
mos memorias de moros en las presas de aguas, en su reparti-
ción dentro de las ciudades ó en las acequias de nuestras huer-
tas, en árboles frutales que nos trajeron de Oriente, en herra-
mientas y procedimientos, que nuestros menestrales emplean á
cada instante. Aquella genialidad altiva y belicosa, independien-
te y audaz, inclinada á la molicie y al regalo, y mas decidida
á poner mano en la nuez de la ballesta ó en las azconas del
almogávar, que en la esteva del arado; aquella ingénita aver-
sión al principio de autoridad; aquella grave y mesurada expre-
sión
XV
síon de los afectos del ánimo, no, por esto, menos vehementes;
el respeto, la veneración á la inviolabilidad del hogar y á la pu-
reza de la mujer; la fantasía viva y brillante, amiga de la ufanía
y del fausto, á las veces, mordaz, alegre y burlona, á tiempos
melancólica, siempre espiritual é ingeniosa, se nos ofrecen hoy á
cada paso. Aun visten labriegos españoles prendas del trage
moro; aun emplean condimentos que ellos usaron en sus comi-
das; aun en nuestras fiestas y bateos populares se regala la gen-
te con confituras moriscas, aun se siente igual afición por las
armas, por las telas de abigarrados colores, por los vistosos jae-
ces de las cabalgaduras; todavía recordamos la belleza de aque-
llas musulmanas, que dieron guerra á todas las potencias del
alma de sus señores, en el corte del rostro, en la tez, en los
grandes ojos negros de las andaluzas ó valencianas; aun sue-
nan á nuestros oidos, con su indecible melancolía, aquellos can-
tares que deleitaron los de hombres voluptuosísimos, expresan-
do todas las situaciones, todas las gradaciones del amor, el tri-
unfo de una buena correspondencia, la dulce esperanza de al-
canzarla, la desesperación de una repulsa, las angustias de los
celos, y la pesimista experiencia del tiempo ó de los desenga-
ños.
A esta Edad tan importante de nuestro pasado, dediqué,
hace algunos años, mis aficiones históricas; su estudio me atraía
insensiblemente al par que me deleitaba; mis mejores amigos y
maestros habian empleado en ella su actividad é ingenio, y la
opinión pública mostrábase inclinada á estos trabajos. Mas,
cuando acopiaba los materiales, para narrar la de esta ciudad
y su
XVI
y su Provincia, convencime de que las investigaciones sobre
arqueología é historia hispano musulmana, jamás responderían
á las exigencias de la moderna crítica, si el investigador no era
arabizante. Tenía, pues, que rehacer y ampliar, á conciencia,
estudios cuasi olvidados de arabia, que aprender gramáticas y
traducir textos: cosa gravé y difícil. El historiador de nuestros
tiempos medios ha de ser forzosamente arabista; exigencia que
aumenta la pesada carga de sus trabajos, con la que se multi-
plican los obstáculos que embarazan su camino, y con la cual
ocurre, lo que decía Macaulay de los estudios clásicos:
«Por desdicha los estudios filológicos y gramaticales, sin los
cuales es imposible comprender las grandes obras del genio de
Grecia y Roma, tienden á empequeñecer las ideas y amortiguar
la sensibilidad de los que, con extrema asiduidad, se entregan
á ellos. La inteligencia ocupada largo tiempo de esta clase de
trabajos, puede compararse al gigantesco genio de las Mil y una
noches y á quien persuadieron que se encogiera, hasta poder en-
trar en el vaso encantado, y que, al quedar encerrado en él, no
pudo escapar á los estrechos límites de la dimensión, á que re-
dujo su estatura. Cuando, por mucho tiempo, los medios ab-
sorven la atención, llegan naturalmente á sustituirse al fin.»
Tenia, además, que registrar multitud de obras antiguas 6
modernas, y viejos M. S. S., esparcidos en diversas bibliotecas:
cosa no muy hacedera, para quien no goza de protección ofi-
cial ó de cuantiosa fortuna. No basta á los arabistas, y en Es-
paña principalmente, vocación y laboriosidad, necesitan á más,
cual sentidamente expone Dugat, en su Historia de los orienta-
• listas^
XVII
lisiaSf múltiples condiciones materiales, á veces imposibles de
reunir.
Por otra parte, tiene hoy el narrador que satisfacer exigen-
cias, cada vez mas estrechas de la historiografía, del Arlis his-
toriccB^ cual le llamó Juan Wolf. Hoy la historia es un valioso
elemento de civilización y progreso; pretende educar y dirigir
al bien, no ya á los individuos, sino á las naciones; no solo
narrar los sucesos y pintar los caracteres é inclinaciones de
hombres y pueblos, sino discutirlos y juzgarlos: aspira á ofre-
cer datos al filósofo, para que investigue las leyes que gobier-
nan al ser humano, y ejemplos al moralista, con que inclinar
al hombre á la virtud, presentando el pasado, como adverten-
cia del presente y enseñanza del porvenir. Propónese, á fin de
arribar á la mas exacta expresión de lo verdadero, la exactitud
y la imparcialidad: el escritor se sacrifica por entero á su obra,
por entero á la ciencia; ni el amor de patria, que es uno de los
mas santos amores que agitan el corazón; ni las creencias re-
ligiosas, arbitras muchas veces de las supremas decisiones de
la vida; ni las políticas, causa, muchas otras, de perversiones
del sentido común y de la moral, deben guiarle en su relato, ó
servirle de considerandos en sus juicios. La Historia no se es-
cribe mas que para la verdad y el bien; en sus sagradas pá-
ginas, hay que someter frecuentemente hasta el deleite de la
fantasía, hasta las inspiraciones del arte, á las severas y frias
exigencias de la razón.
Precisaba, pues, corresponder con el ideal histórico moder-
no, no tan diferente, cual algunos sienten, del antiguo; para lo
cual y
XVIII
cual, allegué libros y monedas, recorrí bibliotecas, archivos y
museos, consulté á personas maestras en este género de ar-
queología, traduje textos, concordé autores y discutí cuestiones;
decidiéndolas, si encontraba razones para resolverlas, dejándo-
las, caso contrario, en suspenso, hasta que mas adelante nue-
vas indagaciones ó descubrimientos traigan su resolución. Que
no había de mostrar necio empeño en resolverlo todo, cual al-
gunos hacen, y en dar á hipótesis, mantenidas por flacos arri-
mos, valor de verdades ciertas é indubitadas.
Hubiera deseado alargarme algún tiempo en la publicación
de esta obra, esperando durante él, que de los estudios de nues-
tros arabistas y anticuarios, surgieran datos, que aumentaran ó
ilustraran los propios; mas, de una parte, entre las recientes
edificaciones, iban despareciendo monumentos interesantes; de
otra, algunas de las materias que tenia apuntadas, aparecían tra-
tadas por diversos autores, cuasi todos extraños á la localidad.
Motivo éste de emulación, que ponía espuelas á mi propósito de
imprimir mis trabajos, para que no fueran de segunda mano, y
las cosas malagueñas historiadas por forasteros.
Dividí mi obra en tres partes: Narración, Arqueología, Letras
y Ciencias.
En la primera comprendí lo acontecido, desde la conquista
mora hasta la cristiana, precediendo su relato de un breve re-
sumen, que abarca los anteriores acaecimientos. Para mí la
Edad Media no comienza en nuestro país con las invasiones
bárbaras; las hordas de vándalos, pasaron por sus comarcas,
como esas bandadas de aves que cruzan por ellas hacia África,
sin
XIX
sin dejar mas rastro de su paso, que el que el vuelo de aquellas
deja en los aires; que si Málaga esjtuvo algún tiempo bajo el do-
minio visigodo, fué bien escaso, y los que mayormente la ense-
ñorearon fueron bizantinos. Roma dominó, por tanto, en nues-
tra ciudad, en instituciones, costumbres é ideas, del siglo V al
VIII, hasta el punto de ser uno de los focos de la rerústencia
católica contrallas fatales tendencias del arrianismo.
Con la invasión agarena entro, pues, de lleno en mí obra.
Aquí vivieron, pensaron, amaron, escribieron, trabajaron y con-
tribuyeron á la cultura nacional, los creyentes muslimes ven-
cedores, entre los cuales alentó largo tiempo la idea evangélica
nacional, en los subditos mozárabes, cual la protesta de la ra-
zón oprimida, que llega con el tiempo á entrar en posesión de
su derecho. Para probar con esto, que en la Historia dominan
leyes providenciales, cuyo alcance se escapa, cuasi siempre, á
nuestro entendimiento, pero, cuyo influjo vé patente el histo-
riador al través de los siglos, como el astrónomo sigue la mar-
cha de un astro en las inmensidades del espacio.
La resistencia y romancesca conquista de Málaga, la domi-
nación del califato Umeya, su toma por aquel terrible Omar
ben Hafsun, que hubiera adelantado siglos el ideal de la Re-
conquista, de haber estado á la altura de sus alientos las mo-
narquías cristianas del Norte; el establecimiento en su recinto
de la dinastía Hammudí, descendiente por línea recta del Pro-
feta árabe, mediante la cual domeñó nuestra ciudad tierra afri-
cana y no muy reducidas comarcas andaluzas; la entrada en
«lia de los almorávides, almohades y merinies; sus valerosos
A arrae
XX
arráeces, los Beni Axquilula, de la real familia Tochibí, cu-
ya influencia en la fortuna 4^ I^. casa Nazarita granadina fué
tan importante; la fecunda rama de los Nazaries, que salió de
su Alcazaba, para dar al trono granadino, sus mas célebres sul-
tanes, y las épicas lides de su Reconquista, comprendí en esta
parte, cuyos hechos comprobé en las notas, con las citas de las
fuentes donde los adquirí. En la cual parte puse cuanto esme-
ro y diligencia pude, narrándola, como apasionado de sus dra-
máticas épocas.
Abarqué en la segunda, primeramente un estudio de las mo-
nedas muslimes malagueñas, hábilmente examinadas há poco,
por un sabio arqueólogo, tan perspicaz como modesto, el Señor
D. Francisco Codera y Zaidin, á cuyos trabajos añado algunas
importantes observaciones. Hago después recorrer al lector los
alrededores de nuestra ciudad en tiempos alarbes, su campiña,
arrabales, circuitos y muros; le introduzco en sus fortificacio-
nes y edificios notables, Gibralfaro, Alcazaba, Atarazanas,
Castil de Ginoveses y Judería, y presento á su consideración
fragmentos del arte musulmán, que hoy nos restan, ó memo-
rias de la industria, comercio y producciones malagueñas.
En la tercera reseño el movimiento literario y científico de
esta población, sus centros de enseñanza, bibliotecas, sabios,
eruditos y escritores. Entre los cuales se destacan varias impor-
tantes personalidades, algunas de ellas de primer orden: el gra-
mático Ganim, el elocuente orador Alfarachi, el delicado poeta
y polemista religioso Abu Amr Attochibi, con otros muchos,
sobre los cuales descuellan dos personajes ilustres, dos glorias,
no
XXI
no malagueñas solamente, mas españolas; uno musulmán,
Aben Baithar, que fué el primer botánico del siglo XIII, cuya
obra, en la que aplicó sus descubrimientos á la cura ó al con-
suelo de las dolencias humanas, se han traducido varias veces
en nuestros dias; y un judío, Salomón ben Chebirol, filósofo
insigne, cuyos conceptos penetraron profundamente entre los
pensadores de los siglos medios, delicado poeta, cuyas ende-
chas, tiernas y apasionadas, resuenan todavía en las sinagogas
hebreas, impregnadas de un conmovedor misticismo y de supre-
ma melancolía. Eco triste y lejano de la impresión que en una
privilegiada fantasía, produjo la degradación y el abatimiento
de aquel pueblo de Israel, á quien raheces condiciones de ca-
rácter, faltas propias é intolerancia agena, parecen condenar
perpetuamente á miserable destino.
Quise ilustrar el texto con algunas láminas, reproducción
de viejas estampas, de grabados de fines del pasado siglo y
principios del presente, ó reproducciones de monedas, yesos,
alfarges y otras antiguallas. No solo para explicación del texto,
sino para divulgar entre los presentes y conservar á los venide-
ros, la apariencia de monumentos, cuasi destruidos hoy, objeto
siempre de curiosidad para todos, de estudio para los historia-
dores futuros.
Y á la vez que contribuyo, con estos trabajos, á la ilustra-
ción de los anales patrios, consiguiendo salvar del olvido sus pre-
ciadas memorias, creo corresponder con ellos á la benévola aco-
gida que mereció de mis paisanos mi Historia de Málaga^ á las de-
ferentes atenciones que les debí, y á los auxilios de todo género,
que
XXII
que de ellos obtuvo un autor joven y completamente descono-
cido en la república de las letras.
Este libro es, por tanto, una expresión de reconocimiento.
A aquellas consideraciones responden estas páginas, trazadas,
más que por el afán de propio renombre y medro, por mi cons-
tante propósito de poner mi actividad al servicio de la mayor
cultura de mi país, y contribuir á que su historia sea bien cono-
cida y apreciada. Pues siempre inspiré mis investigaciones y
escritos, en aquellos nobles pensamientos, que fueron el ideal
de una de las mas altas personalidades contemporáneas, encer-
rados en el siguiente lema: Veritatem coluit^ palriam dilexit.
PARTE PRIMERA
NARRACIÓN
í
MALAGA MUSULMANA
capítulo i
Málaga en la Edad Antigua
Fandacion de Málaga. — Primitivos pobladores de su territorio. — Los tirio-fenicios.— Cons-
titución de su colonia. — Relaciones de ésta con iberos y africanos. — Su religión.— La
Diosa Malache. — Estancia de los griegos en Málaga. — Los romanos. — Sus luchas con
\osi españoles. — Púnico. — Marco Craso. — Casio Longino. — Málaga federada con Ro-
ma.—Municipio Flavio Malacitano. — Su constitución.— Prosperidad de Málaga duran-
te el Imperio. — Estatuas y memorias de Dioses, Emperadores y munícipes ilustres. —
Kl cristianismo y las invasiones bárbaras. — Obispado de Málaga.— Patricio primer
obispo. — Los bizantinos en las costas malagueñas. — Severo insigne obispo de Málaga.
— Recóbranla los visigodos.— La sede malacitana hasta la invasión sarracena.
A oríllas del Mediterráneo, en las comarcas españolas, lla-
madas básíulaSf y en una hermosa ensenada, que presenta á Le-
vante pintorescos cerros y altozanos, limitada á Poniente por
la pesada mole de elevada sierra, fabricaron los fenicios, miles
de años há, cerca de un rio, torrente impetuoso en invierno, y
al pié de agreste monte, una población, quizá en las inmedia-
ciones de algún villarejo indígena.
Mora
Málaga Musulmana.
Moraban por estas partes, gentes de sangre ibera, á quie-
nes los viejos autores denominaron, bastidos y cuyas posesiones,
vecinas de las de los mastienos, se extendían por la marina,
desde la cercania de la actual villa de Estepona, á la moderna
de Vera, (i)
Cuales sucesos acaecieran entonces, de cual suerte acogie-
ron los naturales de la tierra á aquellos audaces mareantes,
cual transcurrió la vida de los primeros colonizadores, imposi-
ble ha sido hasta ahora averiguarlo. Solo, conjeturando, pué-
dese suponer, que la nueva ciudad, como otras muchas feni-
cias, se constituiría en república, federada con las mas próximas,
y las gobernarían magistrados encargados del poder ejecutivo.
Los mas ricos formarían un cuerpo, que fijaría y recaudaría los
tributos, manteniendo, á la vez, relaciones con las repúblicas
confederadas.
En cuanto á los indígenas, domeñados, bien por industria,
bien con las armas, que no, por ser comerciantes, descuidaban
su manejo los fenicios, ora llevados del propio interés que les
inclinaría á entroncar con estos, para gozar de los medros que
les ofrecían, fueron, andando el tiempo, mezclándose con ellos;
hasta el punto, de apellidarse bástulo penas ^ ó bastido fenicias j
las comarcas que ocuparon los descendientes del consorcio de
ambas razas. (2)
Que la nueva colonia, por su excelente situación, por la fe-
racidad de las regiones circunvecinas, por la proximidad de
otras
(1) Herat«»o: Fraym. Miilleri. Ilist. ^Taeca, ed. Didol, 1.
(2) Aj)|)iano: De rchus Hispan. XLVL Ptolomeo: Geo(jr.^ lib. II. cap. IV. § G pág. 1.
Parte primera. Capítulo i.
otras de su casta, tanto en el litoral, cuanto al interior, y aun
<ín la cercana costa de África, debió ser, desde sus comienzos,
importante centro comercial, no hay que forzar mucho la men-
te, para conjeturarlo. Cuando las nieblas, que rodean los pri-
meros tiempos de su existencia, comienzan á disiparse, vemos
que á sus playas, concurrían gentes de varias y apartadas na-
ciones, sirios, cartagineses, libios y griegos; la encontramos ín-
timamente relacionada con dos poblaciones de la Mauritania,
Semes y Siga, probablemente sus hermanas; se la considera
como mercado, donde los africanos venían á trocar sus produc-
tos; aparece dedicada al comercio de salazones y á la fundición
de metales; acuñando monedas, cuyo origen es ciertamente
africano, y ligada probablemente con los iberos de Obulco, con
los turdetanos, los bastitanos y algunos otros iberos del Norte,
(i) hasta ser su moneda de curso corriente entre ellos, como
suponen autorizados escritores.
Algunos de éstos creen, y yo con ellos, que una divinidad
tirio-fenicia, adorada en la nueva colonia y denominada Mala-
che^ dio nombre á la ciudad. La cual es la misma que en épo-
cas remotísimas se conoció con los nombres de Onka, Siga y
Saosis; divinidad que fué venerada en las marinas mediterrá-
neas asiáticas, europeas y africanas, que dio origen á la Athe-
i]e ó Minerva helénica, y nombre, desde una puerta de Tebas
á varias de las colonias fenicias, penetrando, bien adelante, en
la
(I) Strabon: Geogr. lib. III, cap. lY, § 2. Plinio: Hist. nal. y lib. V, cap. 2. Zobel df
yanj^ronis: Caita á Berlanga, en los Aíonwm. de este. Berlan*ifa: artic. Malaca, en la obra
<le Delgado: Método de clasificación de las mon. autón, de España.
5
Málaga Musulmana.
la mitología de los primitivos pobladores de España.
Llamaban los tirios á esta divinidad, la pura, la virgen:
creíanla originada por la luz solar, como hija del sol, y la re-
presentaban por el plácido astro de la noche, cuyos argentinos
rayos reflejan los radiantes del astro del dia; considerábanla
como reina — Malache — de los cielos, y fué estimada cual fuente
de la vida intelectual. Así en antiguas monedas malagueñas
aparece representada por una mujer, rodeada de destellos la
cabeza; otras veces, por la luna en su creciente. Dedicáronle
los fenicios, como después los griegos, el olivo, al cual debe re-
ferirse la rama que orla varias de aquellas vetustas monedas.
Indudablemente adoraron también los primeros moradores
de Málaga al Sol y á los Kabiros. Estos eran hijos del dios del
fuego, de Vulcano, y se consideraban como divinidades marí-
timas, á las cuales Sanchoniaton, autor antiquísimo, atribuía la
invención de las embarcaciones. Eran patronos de la gente de
mar, trabajadores de metales, cual lo comprueban las tenazas
del herrero, que junto á sus figuras se representan en nuestras
monedas, y, como la Athene fenicia, pasaron también á la mi-
tología griega (i).
Entre las diversas gentes, que moraron ó traficaron en Má-
laga, cuéntanse los griegos, cuya colonización en las marinas
españolas de Levante, había llegado bien cerca de la ciudad
tirio-fenicia, y aun pasado mas adelante. Que en ella tuvie-
ron
(4) Movers: Dic Phonizicr, T. I, páj^. 642 y av¿. Para darse» cuenta de la influencia quo
esta divinidad tuvo en España, hVase el erudito trabajo de Costa: Mitoloíjía béíico-Uisitamt,,
llevisla de España, núni. 304, correspondiente al 28 de Oct. de 1880.
Parte primera. Capítulo i.
ron particular influencia, quizá lo demuestre el nombre hele-
no de Faros, con el que después se distinguió el monte, á cu-
yos pies, se edificara la población, por el que desde su cima
guiaría con su luz el rumbo de los navegantes, y, seguramente,
el casco helénico, con el que los grabadores de cierta moneda
malagueña, de las mas raras, adornaron la cabeza de una divi-
nidad púnica, curioso vestigio de la amalgama de ambos pue-
blos. Todavía, cuando las águilas romanas vinieron á posarse
sobre las fortalezas de las ciudades españolas, manteníanse
griegos en Málaga, y hablábase su idioma, sino por toda la po-
blación, por parte de ella.
En aquellos tiempos fué sujeto de cuenta entre los mala-
gueños un importante personage, Tiberio Claudio Juliano, á
quien se erigió una estatua: en cuyo redondo pedestal, se es-
culpieron, en letras griegas, su nombre, su calidad de patrono,
ó sea protector, del gremio comercial, que constituían los sirios
y asiáticos establecidos aquí, y el de Cornelio Silvano, su pro-
tegido, encargado de dirigir la obra (i).
No dejaron los cartagineses rastro alguno de la dominación
que indudablemente ejercieron en nuestra ciudad. Lanzados del
Andalucía, Roma triunfante se propuso domeñar á España;
mas encontróse con tribus valerosas, por desgracia solamente
unidas en su mortal aborrecimiento al señorío extranjero. A
pesar de esto, aquella vencedora de naciones tuvo que lidiar
doscientos años con la nuestra, que regar con la sangre de sus
Icgio
(i) Epígrafe honor, griego, restituido por Kirchhoff. Berlanga: Monum. púg. 2-1.
Málaga Musulmana.
legiones Jas comarcas hispanas, y que gastar todas las arterias,
todas las crueldades de su política, para conseguir sus intentos.
No consta que Málaga tomara parte en estas luchas. Indu-
dablemente su situación marítima, exponiéndola á los ataques
de las galeras romanas, su existencia industrial y mercantil,
para cuyo sostenimiento y desarrollo era ineludible condición
la paz, y los intereses materiales creados, poco dados en todo
tiempo á patrióticos sacrificios, opusiéronse á que tomara las
ai mas en demanda de la independencia de España. Pero, aun-
que extraña, por lo que parece, ó quizá mejor, por lo que se
?abe, á los alzamientos de sus compatriotas, no por eso dejó de
sentir los desastres de la guerra.
Los lusitanos, gente indómita y brava, incitados por la co-
dicia de botin, abundante en la región mediterránea, y por su
encono contra los aliados de Roma, rompían por ella, queman-
do mieses, talando arboledas, expugnando ciudades y cautivan-
do ó acuchillando á sus moradores. Durante estas algaradas.
Púnico, cabeza de ellos, en un arranque de audacia, llegó has-
ta las cercanías de Málaga, entrando á saco muchos pueblos de
la costa. Acometiéronle los romanos, capitaneados por Man-
lio y Calpurnio Pisón, mas fueron derrotados y se dejaron cua-
tro mil hombres sobre el campo de batalla ^i).
Es de creer, que por aquel tiempo, gozaría nuestra ciudad
el importante privilegio de federada con Roma. Federación,
que no concedía esta, mas que por eminentes servicios en pr6
de
(i) Appiano: Rom. parte VI, pág. 55, ed. Dídot.
Parte primera. Capítulo i.
cíe sus intereses, por buena correspondencia de amistad, ó en
el concierto que ponía término á señalada contienda. Málaga
unida por un tratado á la señora del orbe, constituía entonces
una pequeña república, disfrutaba de autonomía, de leyes y ma-
gisti-ados propios, era cabeza de una división territorial, y es
muy posible que estuviera exenta de tributos (i).
La influencia de la civilización romana fué, tras esto, pau-
latinamente alterando tal derecho; sus aliados se fueron roma-
nizando y trocando sus antiguas libertades en voluntaria ser-
vidumbre. Deslumbrábanles la prepotencia de aquella raza de
gigantes, y en el maravilloso crecimiento de su poderío halla-
ban impulsos, mas que sobrados, para aliarse á su destino y á
sus luchas.
Durante las civiles de Mario y Sila, Cinna abrió las puertas
de Roma al célebre Mario, que entró en ella sediento de ven-
ganza. La cual sació cumplidamente, pues cuantas crueldades
y violencias puede inspirar la tiranía, otras tantas usó con sus
adversarios.
Entre estos fué asesinado Publio Licinio Craso, antiguo pre-
tor de la España ulterior, en la cual dejó durante su mando vi-
vas simpatías. Marco, su hijo, que escapó, por aventura, al cu-
chillo de los sicarios, juntóse con tres amigos y diez esclavos^
y acompañado por ellos se vino á Andalucía en busca de cierto
Vibio Patiano ó Patieco, sujeto, á lo que parece, bien hacenda-
da
(-1) Plinio: Hi»t. Nat. lib. III, cap. I, sección 3. Siíjonio: De antiquo jure ItalicCy,
lib. I, cap. I. Spanheim: Orh. rom. Exercitatio II, cap, X.
8 Málaga Musulmana.
do en Málaga y grande amigo de su padre, en quien éste ponía
toda su confianza.
Mas temiendo las acechanzas de sus enemigos, refugióse á
un campo, donde había una cueva, á orillas del mar, según se
cree, próxima á Málaga. Ocultáronse en ella, y Marco Craso
avisó á Vibio, con un esclavo, su desventura y su llegada. Ni el
tiempo, ni ausencias, ni la desgracia, que tantas firmes volun-
tades quebranta, entibiaron la amistad del buen español, quien
alborozado y prudente, pidió al esclavo minuciosos informes
acerca del número y calidad de los que venian con su amo.
Desde entonces cuanta cautela puede usar el mismo recelo,
cuantas bondades puede emplear la amistad mas fraternal,
cuanto esmero y cortesía puede mostrar una hospitalidad os-
tentosa, otras tantas guardó con los expatriados. El, tomando
exquisitas precauciones, enviábales escogidos manjares, los más
capaces de satisfacer á jóvenes, acostumbrados al regalo y mo-
licie de la vida romana; él atendía á sus necesidades y deseos,
y les mantenía al tanto de los sucesos políticos; y él, por últi-
mo, extremando su cortesanía, envióles tres hermosas jóvenes,
quizás cantoras ó citaristas, para que distrajeran, con sus gra-
cias ó con sus encantos, las mortales horas de tedio, que su-
frían los malaventurados mozos; quienes de la existencia activa
y bullidora, y desde los refinados gustos de la gran ciudad te-
nían que reducirse al agreste espacio de su rústico albergue,
sin otro goce, que el de espaciar sus miradas por el hermoso
horizonte de nuestro mar, cuyas olas besaban la entrada de su
refugio. Dice el grave autor que esto narra, y hay que creerlo
pea
Parte primera. Capítulo i.
pensando piadosamente, que Marco agradeciendo al par que
loando la galantería hispana, respetó la honestidad de aquellas
jóvenes y mandó á sus compañeros respetarlas.
Así permanecieron bastante tiempo, hasta que muerto Cin-
na, Craso salió de su antro, allegó gente, saqueó á Málaga y
pasóse al África. Digno descendiente de los que amamantó una
loba, llenó de sangre y luto las playas, donde halló hospitalidad
regalada y asilo seguro. Castigólo, sin embargo, el perpetuo re-
mordimiento de acción tan cruel: nególa siempre, y encendía-
se en cólera, cuando sus comensales, por malicia ó por zumba,
se la recordaban (i).
Durante las discordias civiles entre pompeyanos y cesarien-
ses, no sabemos á cual de estos dos bandos se inclinó Malaga.
Vencidos los primeros y aquietadas tales alteraciones, dejó Cé-
sar la Península, encomendando su gobierno á Quinto Casio
Longino.
Tipo acabado fué éste, de aquellos procónsules y propre-
tores, que adquirieron fama universal, exprimiendo á las des-
venturadas provincias, para atesorar medios, con los que satis-
facer su crápula ó sus caprichos. Las riquezas españolas no-
bastaban á saciar la sed de oro, que aquejaba á Longino. Tal
fué su codicia y tan graves sus rapiñas, que varios naturales
del país, conjurados para asesinarle, estuvieron á punto de con-
seguirlo en su mismo tribunal: acto de justicia popular, barba-
ro y cruento, mas merecido.
Sin
(1) Plutarco: Vitiic, M. Crasos, T. II, pág. 050. ed. Didot.
10 Málaga Musulmana.
Sin arredrarle esto, continuó sus depredaciones, hasta saber
que César le había depuesto, y que Trebonio, su sucesor, esta-
ba bien cerca de España. Sobrecogido de espanto ante la ira
del pueblo, que estallaría en cuanto no le sostuviera la fuerza,
acogióse á Málaga, acopió en ella los caudales, fruto de sus
rapiñas, y se embarcó con rumbo á Italia. Pero, una tempestad,
anegando su nave y ahogándole entre sus riquezas, en las bo-
cas del Ebro, vengó á los españoles (i).
La misión de la república romana fué conquistar, la del im-
perio unificar lo conquistado, establecer relaciones entre sus
subditos, infundirles las grandes ideas de su cultura y derecho,
concluir con el aislamiento de las naciones, y, en una palabra,
abrir la ancha via triunfal por donde debía caminar el cristia-
nismo.
Hacia la mitad del siglo I de J. C, Málaga era ciudad de
escasa consideración, según cierto geógrafo (2). Durante él,
transformóse de ciudad federada en municipio, cuando sus ve-
cinos habían ya adquirido el derecho del Lacio, — sobre el cual
diré mas adelante — en el reinado de Vespasiano, con las de-
más poblaciones españolas.
En efecto, al espirar aquel siglo, en el cual dejó de acu-
íiar su moneda fenicia, constituyóse en ciudad municipal.
Pues no todas las españolas, ni sus habitantes, tenían iguales
derechos, antes bien unas y otros, se sometían á variadas cons-
tituciones, á las veces bien tristes y humillantes. Desde enton-
ces
(1) Aulo Hircio: De bello alejLUiHlrino, cap. XI y XLIV. Diou: lib. XII.
(2) í^omponio Mela: De situ Ch*bis, lib. II, cap. VI.
Parte primera. Capítulo i. i i
ees sus pobladores se dividieron en ayuntamiento — ordo — y
pueblo — populus. Componíase el primero de decuriones, sugetos
que gozaban de determinada fortuna, cual hoy diríamos, de ma-
yores contribuyentes, y á él competían asuntos judiciales, ad-
ministrativos, civiles y políticos.
Presidíanle dos magistrados — Duumviros — encargados de
decir el derecho, y entre ellos habia ediles, á los que tocaba la
policía urbana, y cuestores ó sea recaudadores de tributos. En-
tre los decuriones habia unos con mayores privilegios que otros:
unos que consiguieron las prerogativas de ciudadano romano,
aquellas ambicionadas prerogativas que invocaba el Apóstol de
las gentes, sometido á vergonzoso suplicio: los demás eran ciu-
dadanos latinos. Aquellos disfrutaban cuantas ventajas ofrecía
el derecho civil de Roma; podían constituir familia, gozar de pro-
piedad, heredar y ser heredados; tenían la facultad de dedicar-
se al tráfico, la potestad paterna, y la de adoptar por hijos á
quienes les inclinasen las afecciones del corazón ó las exigen-
cias sociales. £1 ciudadano romano jamás se sometía al casti-
go de azotes; no se le condenaba á muerte, á lo menos en tiem-
pos republicanos, sino por sentencia popular; vestía la toga,
militaba en las legiones, era elector y elegible, y podía aspirar
á los cargos públicos. Carecían los latinos de muchos de estos
privilegios, pues, solo tenían los de casamiento, sufragio y fa-
cultad de comerciar; pagaban tributos, y en la milicia no for-
maban en las legiones, sino en las tropas auxiliares (i).
Extraña diversidad de derechos, ocasionada á grandes ma-
les
(1) Berlanga: Monum, ep. pág. 451 y 463.
6
12 Málaga Musulmana.
les y daños: á la soberbia de unos pocos y á la humillación de
los más; semillero perpetuo de odios, rencores y desabrimien-
tos, entre hombres encerrados tras de los muros de una ciudad,
y hasta en el seno de una misma corporación.
Componían el pueblo — popidiis — los munícipes de Málaga,
que eran ciudadanos latinos y romanos. Además, existían ciu-
dadanos de esta clase ó latinos, avecindados en ella — incolae —
y los transeúntes — adventores — . Las cuales distinciones bor-
rólas, por algún tiempo, la humanitaria constitución de Cara-
calla, que concedió la ciudadanía romana á todos los subditos
libres del imperio. Entre el pueblo vivían los esclavos, someti-
dos á mísera servidumbre. ¡Triste institución, cuya existencia,
vergonzosa para la humanidad, se perpetuó centenares de años,
aun contra las emancipadoras inclinaciones del Evangelio, has-
ta después de la Reconquista!
Concedióse este derecho municipal á Málaga, á lo que mu-
chos creemos, por uno de los mas gloriosos emperadores de la
familia Flavia, por Tito, y el rescripto imperial, que lo consti-
tuyó, promulgóse entre el 13 de Setiembre y el 31 de Diciem-
bre, corriendo el año 81 de J. C, bajo el gobierno de Domicia-
no. Inscribióse la ley municipal en anchas tablas de bronce,
las cuales se fijaron en un lugar público, probablemente en el
foro, para que estuvieran perpetuamente expuestas á la consi-
deración de los ciudadanos. Una de ellas, descubierta en nues-
tros dias, y hábilmente interpretada por el Doctor Berlanga,
nos revela parte de la existencia de aquella sociedad, acerca de
la cual tanto ignoramos; aparta, un poco, el denso velo que la
en
Parte primera. Capítulo i. 13
envuelve y nos hace entreveer, con todo su enérgico colorido, con
toda su vivacidad, el cuadro completo, que debía presentar Má-
laga, durante uno de los actos mas importantes y mas dados á
apasionamientos en los pueblos libres, durante unas elecciones.
Los cargos municipales, muy codiciados en un principio,
después universalmente aborrecidos, eran obligatorios. Llegado
el tiempo de las elecciones el duumvir de mayor edad, y en de-
fecto suyo, su colega, convocaba por un solo llamamiento al
pueblo; si éste presentaba tantos candidatos voluntarios cuan-
tos eran los puestos vacantes, previas formalidades, que ade-
lante diré, procedíase á la elección; caso de faltar alguno, el
duumvir designaba candidatos forzosos; éstos tenían el raro y
extraño derecho de indicar otros, y éstos, á su vez, otros tam-
bién. Todos ellos, voluntarios y forzosos, se sometían al sufra-
gio popular.
Reunidos los electores, agrupábanse por curias, en las que
estaban divididos, cual hoy en colegios electorales, cada curia
dentro de unas empalizadas, que la separaba de las demás. El
magistrado convocante nombraba tres escrutadores por curia,
extraños á ellas, quiénes, previo juramento, se encargaban de
las urnas; cada uno de los candidatos podía nombrar un elec-
tor, para que las interviniese. Prueba plena, que en esto de
amaños, ardides y desconfianzas electorales, nada tienen que
envidiar los modernos á los antiguos.
Se votaba con tablillas, ungidas con cera, en las cuales los
electores trazaban, con un punzón — stilum — , el nombre de su
candidato; después de ellos los escrutadores agregaban las su-
yas.
14 Málaga Musulmana.
yas. El duumvir sorteaba la curia, donde debían votar los ciu-
dadanos romanos y latinos, avecindados en Málaga,
Emitido el sufragio, sorteábanse las curias, y, conforme
iban saliendo, se publicaba el resultado de la votación. Los
elegidos debian ser hombres libres, sin nota de anterior escla-
vitud: para duumvir habian de contar mas de veinte y cinco-
años, no siendo reelegibles, hasta que pasaran cinco de haber
cesado en el cargo. Los ediles y cuestores debian pasar de
igual edad y hallarse en el pleno egercicio de sus derechos. Es-
tas magistraturas eran anuales; con cada propietario se ele-
gía un suplente.
Mayoría de votos decidía la elección; caso de empate^
entre un soltero y un casado, era éste preferido; entre casados^
quien tenía más hijos. ¡Caso curioso y raro! la hija casada di-
funta, reputábase por un hijo vivo. En igualdad de circunstan-
cias decidía la suerte.
Antes de proclamarse la elección, los nombrados juraban por
Júpiter, por los Emperadores divinizados después de muertos
y por el Genio del reinante, que desempeñarían bien y cum-
plidamente su cargo. Tenian, además, que dar fianzas ó ase-
gurar con hipotecas su buena gestión administrativa, antes de
dar comienzo á la votación.
Al magistrado que convocaba ilegalmente los comicios y al
que los impedía ó interrumpía multábasele en diez mil sester-
cios, ó sean próximamente diez mil reales. La acción para apli-
car esta pena era pública: todos podían perseguir en justicia al
culpable y exigir que ingresara la multa en el erario munícipaL
Com
Competía á los duumviros arrendar los impuestos, de los que
eran, según la ley, arrendables, y estos contratos se consigna-
ban, con todos sus pormenores, en los registros municipales,
que se exponían al público, en sitio determinado, donde fuera
£ácil examinarlos.
Podían imponer multas los duumviros y ediles; mas éstos
debían comunicar á aquellos su decisión, para que la ejecuta-
ran; el multado tenía el derecho de apelar ante los decuriones,,
que estaban obligados á oírle enjuicio.
El que recibía fondos municipales, los debía volver á los
treinta días de recibidos, el que manejaba negocios de la ciu-
dad, en igual plazo de haberlos dejado, tenía que rendir cuen-
tas. Si no cumplían este mandato, se les castigaba con la mul-
ta del duplo de las cantidades, que hubieren retenido.
Ningún propietario podía derribar ó destechar en la pobla-
ción, ó en sus afueras, casa que no fuera reparada ó construi-
da dentro del año; si dejaba pasarlo, pagaba al erario, como
multa, el valor del edificio.
Málaga debió participar, por aquel tiempo, de la prosperi-
dad general que disfrutaba el Imperio. Si en las comarcas de
su actual provincia creció extraordinariamente la población;
si numerosas inscripciones nos revelan el acrecentamiento de
su riqueza; si se crearon nuevos pueblos ó se repararon los
antiguos, (i) adornando sus plazas con estatuas de Dioses,
Empe
(1) En mi Hularia <U- Má-Ui-jii iii()i.|iii< Ihs i-oi'i'c<i|Hiii(li?ni'Ía;t ilc los |iuií|)1.w de su i
!mo temtvrío: incluyólo» a'|iil haiirmlo kw i-llas algunsui currccdoneB. Eli) la c-isXn e
1 6 Málaga Musulmana.
Emperadores ó personages ilustres; si en ellas se labraron ba-
ños y teatros, donde se solazaron sus moradores, ó acueductos,
que, con sus aguas, abastecían las poblaciones y derramaban la
alegría y la vida en sus arrabales, hermoseados con pintorescas
quintas; cuando la minería y la agricultura, el comercio ó las
artes, se nos muestran en ellas tan florecientes ¿debía perma-
necer estacionaria, aislada del universal movimiento, la anti-
tigua ciudad fenicia, tan acomodada para las fructuosas empre-
sas de la industria y de la contratación?
Por ella pasaba aquella via Apia, que, partiendo de Roma,
se desarrollaba en otras á través de Italia, de las Galias, de Es-
paña, y solo se detenía en Cádiz, ante las olas del mar, para
continuar ondulando en África. Por otra parte aseguraban la
nave
Barbésula, ruinas hoy en la desembocadura del Guaciiaro. Hübner: C. 1. L. IL 19.'%,
•1939, 19^40)1941.
Ciliiiana, en la Tone de las bóvedas, a una legua de rio Verde.
Salduba, Eslepona la Vieja.
Suel, en el castillo de FuenÍ5Mrola. Hübner: C. I. L. Ibidem, 1944.
Malaca, Málajjra. Mela: De Silu Orbis, libro II, cap. VI. Plinio: Ilist. Nat. 3-1-8
|»á}í. 154 ed. Nisard.
Mónace, se^^un unos en Almayate, al decir de otros en las Ventas de Mezmiliana.
Ménoba, entre Velez y Mála<ra.
Velex, Volez, Mela: ed. Parthey 2-93, pág. 54.
Claviclum, Torróx, según Lafuenle Alcántara: Tabla de correspondencias de los actua-
les [)ueblos del reyno de Granada con los antiguos en su Hist. del Reyno de Gran.
En el interior existían:
Lacipo, Alechipe. Hübner: Ibidem, 1934-5-6.
Aratispi, Gauche el Viejo. Ibidem, 205G.
Nescania, Valle de Abdalagis: Ibidem, 2006-7-8.
Acinipo, Honda la Vi(íja.
Singilia, el Gastillon, á una legua de Antequera. Ibidem, 2016-20-2-3.
Oscua, despoblado boy en Cerro León. Ibidem, 2029.
Saepo: idem en la tieliesa de la Fantasía dos leguas de Górtes. Ibidem, 1339-40-1.
lluro en las cercanías de Alora. Ibidem, 1345-6-7.
Estleduna, Archidona, según Femandez Guen-a.
Arunda, Ronda. Ibidem, 1359-00.
Parte primera. Capítulo i. 17
navegación dos flotillas, que apostadas, una en Rávena, otra
en el Miseno, salían á vigilar el Mediterráneo, pues la marina
mercante habia crecido, á compás de las inmensas necesidades
del imperio. Imposible era, por tanto, que Málaga no fuera en-
tonces una ciudad importante. La cual, en agradecimiento al
señalado beneficio de pueblo municipal, que le concedió la fa-
milia Flavia, de buena memoria para los españoles, se apellido
Municipio Flavio malacitano.
Entregado, por entero, á la civilización romana, sustituyo
éste las antiguas divinidades fenicias, que habia adorado, con
las paganas. Durante el Imperio erigiéronse estatuas á Júpiter^
y á la Victoria Augusta. También se alzó, en sus calles ó en
su foro la imagen de algún Emperador; bien como homenage
de agradecimiento por grandes beneficios, bien porque tuviera
apasionados entre sus vecinos; cual la que se levantó á Septi-
mio Severo del 195 al 201 (i).
No sería ésta la única que adornaría el municipio malague-
ño»
Anlikaria, Anlequera. Ibidem, 2035-36-38-39-40.
Gáiüma, Cártama. Berlanga: Estudios romanos.
Lasilbula, Orazalema.
Villa Pompilia, según F. Guerra, Bombichar.
Casli*a Vinaria, seírun Dozy, Casaiabonela.
Detunda, según L. Alcántara, Maro.
Lauro Vetus v Lauro Nova, en Alhaurin de la Torre v Alliaurin el Ciando.
Cedripo, en la Alameda.
Ostipo, según F. GueiTa, en Teba.
Bobaxter, Mesas de Villaverde.
Barbi, según F. Guerra, en la Pizarra.
Sabora, Cañete. Hfibner, Ibidem, 1423.
Irippo, de ignorada situación.
(i) Las inscripciones atribuidas por Medina Conde á Marco Aurelio, Salonina y Cons-
Unció Chloro son falsas. Hübner, C. L L. IL Í68*-Í75M76*.
1 8 Málaga Musulmana.
ño, pues, á usanza de entonces, debieron multiplicarse, conme-
morando bienhechores de la ciudad, magistrados acreedores al
reconocimiento público, ó personages influyentes.
Buena prueba de esto fué, la que levantó la república ma-
lagueña á su patrono Lucio Valerio Próculo, que ejerció en-
cumbrados puestos en la milicia romana de mar y tierra; así
como en la administración de las mas importantes provincias
imperiales, y á su esposa Valeria Lucila.
Patrono de una población era, el que la favorecía con
todo su valimiento, ya en la corte, ya en los demás ramos de
la administración. De tal importancia era esta distinción, que,
♦
según el derecho municipal de Málaga, para concederla tenía
•el ayuntamiento — ordo — que proceder por elección, en junta, á
la cual debían concurrir las dos terceras partes de los decurio-
nes. Los cuales, previamente juramentados, de no emplear
amaños, ni fraudes, votaban por tablillas. Los que procedian
dolosamente eran multados en diez mil sestencios, y el que'
aceptaba la elección ilegal, quedaba inhabilitado para egercer
el patronato.
Por aquella época. Málaga continuaba con su industria de
salazones, las cuales se llevaban á Roma, con una salsa — garó —
que, á lo que parece, se extraía de intestinos de pescados, ma-
cerados en vinagre, salsa por la que pagaban buen precio los
gastrónomos de la capital. En esta residían unos cuantos fac-
tores ó comisionistas malagueños, dirigidos por un presiden-
te, cuyo cargo era quinquenal. Algún tiempo lo fué Publio Clo-
•dio Atenio, quien con su esposa Scantía Succesa, labraron en
Ro
'{*ASTB PRIMERA. CaPÍTULO 1.
Roma un mausoleo, para ellos, sus parientes y libertos.
También nos ha quedado la memoria de una estatua, le-
vantada á L. Cecilio Baso y costeada por su esposa Valeria
Macrina; de los ediles L. Octavio Rústico y L. Granio Balbo,
que costearon la de la Victoria Augusta; y de L. Granio Silo,
■que regaló á la ciudad un gran depósito — lactts — para agua.
Muchos malagueños, llevaban el apellido de ¡lustres fami-
lias romanas, como las Cecilia, Clodia, Grania, Octavia, Vale-
ria y Cornelia, declarándose, todos los que podemos nombrar
hoy, miembros de la tribu Quirina (i).
Mientras que Roma imprimía su profunda huella en nues-
tra ciudad, dejándola grabada en mármoles y bronces, surgía
^el Oriente, cual de él surge la luz del dia, una idea nueva,
hermosa y santa, que vino á inspirar la vida de las naciones,
y á ser eterno símbolo de paz, de caridad y de progreso.
Predicóse el cristianismo en Málaga, desde los primeros
momentos de la propaganda evangélica en España, pues á fi-
nes del siglo III de J. C. le hallamos constituyendo en ella silla
episcopal, á la vez que iglesias en el interior de sus regiones. Y
ciertamente, cuando en estos tiempos se encuentran sedes epis-
copales erigidas, hay que referir su fundación, cuando menos
al siglo II, pues, como dice un hagiógrafo ilustre, los trances
de la persecución de Decio turbaron tanto gran parte del siglo
III, que no ofrecían oportunidad para fundar iglesias; antes
bien,
M) Iteríantn: Sionum. vji., \\hv. '29 6. 118, Kl falsario Modina Conde incluyó inscrigi-
4-biiís bl«w en sus Comr. mitíag., (|Ui< fueiftn citailua |K>r R«rlaii;;a fti bu obin, y si|(ui^i>-
AiAt ya, en mi Hi»lorÍa. Ealas inBi:rí{>cioneii Hsludiailas desjjut^s piir KObncr: C. I. I..
luErun (leclanidRB invenciom-s de aquel desdichado {i de niroü de tiin nialn raleo como ^1.
7
20 Málaga Musulmana.
bien, daban harto que hacer á los prelados, para conservar las
que anteriormente se erigieron.
Fuera de algunas supercherías, debidas á los que, con ne-
cia 6 malvada intención, mancharon con falsedades las prime-
ras y mas hermosas páginas del cristianismo hispano; fuera de
una piadosa tradición, fundada en un texto mal interpretado,
(j) los anales católicos de Málaga ofrecen sucesos interesantí-
simos y prelados de singular mérito.
El primero cuyo nombre ha llegado á nosotros es el de Pa-
tricio, quien debió ser consagrado hacia el año 290; el cual au-
torizó con su firma el célebre concilio iliberitano, verificado al co-
menzar el siglo IV. De suerte, que al mismo tiempo que el cin-
cel de los lapidarios, celebraba en los pedestales de las estatuas
de Dioses ó Emperadores, el culto ó las glorias de ellos, la fer-
vorosa palabra de los propagandistas cristianos, grababa en los
corazones, entre tormentos, vejaciones y suplicios, entre sangre
y lágrimas, doctrinas que conmueven hoy millones de almas.
Aquellos soberanos, con todo su inmenso poderío, despare-
cieron; agostóse, cual en las eras la yerba, la prosperidad del
imperio; el tiempo ó alguna horda de bárbaros destrozó las es-
tatuas, las inscripciones y arruinó los monumentos del municipio
Flavio malacitano; de aquellas generaciones que se presentan
ante el historiador, tan llenas de energía y de vida, solo nos
quedan memorias confusas, rotos ó borrados epígrafes, y una
gallarda estatua mutilada, que entrega al viento los pliegues
de
(1) Me refiero á la de los Santos Mártires, Ciríaco y Paula, de la que he de tmtar mas
¿(delante.
Parte primera. Capítulo i. 21
de su marmórea vestidura, en los alredores de Málaga y entre
la deliciosa floresta de una pintoresca quinta.
Las espantosas depredaciones délas gentes bárbaras, á más
de las crueles guerras domésticas que entre ellas mantenían, lle-
garon indudablemente ante los muros del municipio malagueño,
pues las tablas de bronce, donde se consignaban sus preciados
derechos, fueron cuidadosamente soterradas en las afueras, para
evitar su destrucción. Quizá la ruina, que temían los que se-
pultaron aquel precioso depósito, llegó á verificarse; quizá pe-
recieron ellos y quedó yerma la ciudad, pues, bajo la tierra que
le encubría, quedó olvidado, hasta que un accidente casualle
descubrió en nuestra época.
A tiempo que los bárbaros se hacían la mas cruenta de sus
guerras, aniquilando el territorio español, Honorio, emperador
de Occidente, encomendó al visigodo Walia la reinvindicacion,
para el imperio, de sus antiguas posesiones. Cumplió el bárba-
ro á conciencia su cometido, y Málaga, con las otras poblacio-
nes de Andalucía, tornó á poder, á lo menos nominalmente, de
sus pasados señores. Poco después quedáronse por dueños efec-
tivos de ella los visigodos.
Mas la desapoderada ambición, que arrojaba á los proce-
res de éstos, ansiosos de ceñirse la diadema, á frecuentes pro-
nunciamientos, volviéronla á los imperiales, no ya á los de Oc-
cidente, más á los de Bizancio. Durante el reinado del visigo-
do Agila, sublevadas las ciudades andaluzas, alzaron por rey
á Athanagildo, quien anteponiendo su ambición á la grandeza de
su raza, ofreció á Justiniano, emperador de Orienté, entregar-
le.
22 Málaga Musulmana.
le, si le ayudaba en su codiciosa empresa, las marinas medi-
terráneas, desde Cádiz á la costa valenciana. Justiniano envió á
Liberio, patricio imperial, con un ejército en ayuda del rebelde^
y satisfecha la ambición de éste, posesionáronse los bizantinos,
de las ciudades comprendidas en aquel trayecto.
Desde entonces la superior cultura de los imperiales, amal*
jamándose con las tradiciones romanas, profundamente arrai-
gadas en el país, influyó extraordinariamente en el reino visigo-
do, en su arte, en sus ciencias, en su religión, en sus trastor-
nos, en su gobierno, hasta en su ruina.
Eran los godos arríanos, y, en su orgullo de vencedores^
pretendieron imponer las creencias de su secta á la católica
grey hispano-romana. Resistióse ésta abiertamente, estallando
las disensiones religiosas, primero en el pacífico estadio de la
controversia, después en el de las armas, llenando de sangre y
luto á los españoles, desde los mas inferiores en condición á
la familia real.
Málaga, libre de bárbaros, podía impunemente ser católica^
Católicos eran los soldados, que daban presidio en ella, católi-
cos los capitanes que los acaudillaban, y católico el interés de-
arrebatar á la heregía la sociedad española. Nuestra ciudad con»
las demás bizantinas, tuvo principal parte, por esto, en la his-
toria nacional, siendo un foco de perpetua conspiración contra el
arrianismo. Asilo indudablemente de los expatriados, que ex-
trañaba de sus hogares la intolerancia visigoda, la sede episcopal
malagueña siguió, en aquel tiempo, con marcada atención, las-
vicisitudes de las contiendas religiosas que agitaban á España.
Duráis
Parte primera. Capítulo i. 23
Durante los momentos en que mas arreciaba la persecución^
Vicente, obispo de Zaragoza, abjuró el catolicismo, y se pasó»
á los arrianos. General indignación se encendió súbitamente,
cual rastro de pólvora en el que prende el fuego, por todos los
ámbitos de la Península. Entonces se publicó en Málaga un li-
bro, donde se concentró el asombro, la indignación y el menos-
precio, que inspiraba aquella defección. Era su autor. Severo^
obispo de Málaga. En sus mocedades fué compañero del céle-
bre prelado de Cartagena, Liciniano, y se le estimaba cual
una de las buenas ilustraciones de su tiempo. Después de ha-
ber estudiado apasionadamente las letras sagradas y las profa-
nas, fué consagrado obispo de nuestra ciudad, hacia el año 578;:
que desde el siglo IV á fines del VI no se sabe quienes fueran
sus antecesores. La apostasía de Vicente le inspiró su obra,,
terrible invectiva contra el sacerdote infiel á sus juramentos,,
mas bien lobo que pastor de su rebaño.
Denominóla Correctorium, y aumentó con ella la fama que ce-
lebraba su ingenio agudo y elocuente. Fué también muy apre-
ciada una colección de sus cartas dirigidas á varias personas^
á más de un libro que dedicó á su hermana, ponderándole las^
ventajas de la virginidad (i). Calcúlase que feneció éste prela-
do insigne á fines del siglo VI ó á principios del VIL
Es muy posible que, antes de fallecer, socorriera Severo á
sus
{i) Un texto de Tritheniio me ha revelado el titulo de este libro, que en mi' IHsl. th:
Mal. y di por desconocido. S. Isidoro: Deviris illuat. en Florez: Esp, Say., T. V, |)á{(. 351,
▼ nó VI, cómo me hicieron decir los cajistas: en el XII, pá<5^ 303 y sij^., trae Florez la hio-
^rafia de Severo y en el Ap. IV del T. V, una carta, escrita por éste y Liciniano, antes de
«er obis|>os.
24 Málaga Musulmana.
sus diocesanos, encerrados tras de los muros de Málaga, cuan-
do Leovigildo, penetró, á sangre y fuego, por su jurisdicción,
luchando con los imperiales. Que era vergonzoso, para un guer-
rero de su temple, tener á extranjeros, metidos en lo mejor de
la propia casa, y al arriano, que extremó su fanatismo, mandan-
do degollar á su hijo, no estragar el territorio, donde se conspi-
raba contra su secta y contra su autoridad, ó de donde partían
elocuentísimas voces, que, anatematizándolas, hallaban prolon-
gado eco en España (i).
Sucedió á Severo, no se sabe si al morir ó mediando algún
otro obispo, por más que me inclino á lo primero, Januario. El
cual, se ignora porque razón, enemistóse con el conde Comició-
lo, que gobernaba las ciudades imperiales españolas. Poco es-
crupuloso para vengar sus enconos, sometiendo á éstos los
altos intereses de su religión, cosa no muy desusada entre bi-
zantinos, propúsose el conde derribar de su silla al obispo. Y
como á los poderosos nunca faltan quienes, por miedo ó medro,
jcoadyuven á sus perversos propósitos, el conde halló algunos
prelados complacientes, que, entre general asombro y escán-
dalo, derrocaron de su sede á su colega de Málaga é intrusaren
en ella á otro sacerdote.
A Constantinopla no podía acudir Januario, apelando de tan
inicua sentencia, pues el valimiento de Comiciólo apagaría sus
quejas: menos á Toledo, capital del reino visigodo, porque la
diócesis malacitana era independiente de ella, mas le restaba
el
(1) Cron. del Biclarense, en Florez: Esp. Sag.^ T. V., pág. 446.
Parte primera. Capítulo i. 25
el supremo recurso de alzarse de sus agravios á Roma, donde
empezaban á acudir los débiles y los oprimidos, y donde un
Pontífice ilustre, S. Gregorio, comenzaba á ejercer la influen-
cia, que tan potente alcance consiguió en la Edad Media.
El Papa envió á Málaga al presbítero Juan Defensor, quien^
después de su arribada, recibió una invitación de Recaredo, pa-
ra que pasara á su corte. No se sabe cual sería el resultado del
juicio, abierto á instancia de Januario, pues una carta, atribui-
da á S. Gregorio, en la que se dice que fué restituido á su se-
de y castigados sus perseguidores, es apócrifa, y ni siquiera
conjeturando, puedo decidir esta cuestión (i).
Continuaron los sucesores de Leovigildo sus luchas con los
imperiales, molestándoles tanto y auxiliándoles, según parece,
tan poco la población indígena, que al fin Sisebuto, entre los
años 612 al 17, consiguió derrotar en dos batallas campales al
patricio Cesáreo y ahuyentarle para siempre de España.
Es muy probable, que durante la dominación bizantina, la
sede malagueña estuviera adscrita á la de Cartagena. Expues-
to su territorio constantemente á los embates de los visigodos,.
las diócesis circunvecinas la despojaron de varias poblaciones,
pues Theodulfo, godo á juzgar por su nombre, obispo consa-
grado de Málaga, hacia el año 617, reclamó en el concilio II
sevillano, iglesias, que le habían sido usurpadas por las de Éci-
ja, Iliberis y Cabra, á lo cual accedió aquella asamblea, por no
admitir prescripción de tiempo lo que se dejó de poseer por cautive-
rio
(i) Hñbner: C. I. L. II., 3420. Florez: Esp, Sag., T. XII, pág. 312 y sig., T. V, pág.
75. S. Gregorio Magno: Ep. lib. III, 45, 46, olim. lib. II, ep. 52, 55.
26 Málaga Musulmana.
rio ó novedad de las hostilidades. Nuestro obispado quedaría, des-
-de entonces, sometido á Sevilla.
Otro godo, Tunila ó Dunila, sigue al anterior en la suce-
:sion de nuestros obispos. Este prelado asistió en persona al
concilio VI y VIII toledanos, y al VII representado por su vi-
cario Matacelo. Veinte y ocho años después, en el duodécimo
•concilio, firma Samuel obispo de Málaga, que debió ser consa-
grado hacia el 678. Samuel concurrió también personalmente
al XV, acudiendo al décimo tercero, en nombre suyo, un diá-
cono, que lleva el extraño y poco simpático nombre de Calum-
nioso.
Con Honorio, cuya consagración se retrae hacia el año 690
y que tomó parte en el concilio XVI de Toledo, verificado en
693, ciérrase la serie de los obispos malagueños, hasta la inva-
ision sarracena (i).
He aquí cuanto puede decirse, acerca de la historia de Má-
laga, durante la Edad Antigua. Pocas, cual se vé, dado el largo
trascurso de tiempo que abarca, son las noticias que el narrador
puede relatar, algunas con entera seguridad, muchas conjetu-
rando. Mas todas son interesantísimas, no ya para la curiosidad
general, sino para nuestra historia y para la ciencia. Una nue-
va raza, nuevos señores, hábitos y religión nueva, vienen á so-
breponerse á la influencia romana y á las creencias católicas;
las cuales, combatidas en todas direcciones, perdiendo paulati-
namente fieles y fuerzas, se nos muestran, en medio del univer-
sal naufragio de la civilización clásica, extendiendo su santa y
bené
(1) Fh»rez: Esp, Say., T. XII, páfc^ 319 y sij?
Parte primera. Capítulo i. 27
benéfica influencia hasta sus más crueles enemigos, inspirándo-
les nobilísimos sentimientos, impregnando con su aroma las
ideas de sus contrarios, así como impregna con su perfume el
sándalo, hasta el hacha que le hiere.
8
CAPÍTULO ÍI.
La invasión sarracena
Y EL Califato cordobés en Málaga.
Decadencia y ruina del poderío visigodo. — Invasión musulmana en España. — Conquista
de Málaga. — El waliato español. — Orígenes del Califato cordobés. — Abderraliman
I en Málaga. — El obispado malagueño, Samuel. — Los mozárabes, Ostégesis. — Mise-
rable vida de este prelado. — La revolución mozárabe y muladi, Ornar ben Hafsun. —
Semblanza de este insigne caudillo. — Los Beni Saleh de Nokur,— Peripecias de su
dinastía.— Málaga constante refugio suyo.
Reinos en los que impera, mas que la razón, la violencia, y
la ambición mas que el patriotismo; donde la división quebran-
ta las fuerzas sociales, la audacia se impone al mérito ó á la
ley, y perpetuas alteraciones merman la riqueza pública, desti-
nados están á la ruina ó á la servidumbre.
Suerte afrentosa, que fué la del pueblo visigodo: quien apa-
gado el primitivo ardor bélico, trabajado por guerras domésticas^
por
Parte primera. Capítulo ii. 29
por contiendas de raza, la íbero romana, la goda, la hebrea, por
luchas de banderías, mas bien que de partidos; sometido el dere-
cho de sucesión real á cruentos asesinatos; ensalzados al solio
miserables foragidos, que no por de noblp alcurnia dejaban de
serlo, según sus ruines hechos; entregado á la molicie y al re-
galo, gangrenado por los vicios, disgregóse ante las taifas mu-
sulmanas, como neblina que disipa y desvanece el viento.
Tan necesaria es la virtud en los pueblos, cual en los par-
ticulares; que así como las malas pasiones destruyen á estos,
así la corrupción social extendiéndose, poco á poco engendra
inevitables catástrofes. Parece á los gobernantes fáciles para al-
canzar sus propósitos los malos medios, y creen que los efec-
tos de ellos se borran, apenas conseguidos sus intentos, mas
dejan rastro profundo en la masa popular; el mal y la inmora-
lidad cunden por momentos, y si los que pueden aplicar su re-
medio, apáticos ó indiferentes, no se les oponen, mas pronto 6
mas tarde, en cabeza propia ó en las de sus descendientes, re-
caen daños funestos.
Mengua de espacio védame en este punto, cual en otros
muchos, alargarme como quisiera, al ocuparme de esta tremen-
da desdicha. La predicación mahometana, su carácter, sus tri-
unfos y vicisitudes; la personalidad de Mahoma, de aquel entu-
siasta de mediano talento, del hombre singular, que debió á
una enfermedad rara su fortuna histórica, voluptuoso y apa-
sionado, á las veces cruel, frecuentemente generoso y benéfico
{i); su predicación, sus novelescas aventuras, las inclinaciones
de
(i) PeiTon: V hlamümc, Dozy: Essai sur V histoire de V islamisme, pág. 18 y sijí.
30 Málaga Musulmana.
de su doctrina, mezcla informe de grandes y mezquinas ideas,
expresión de la genialidad arábiga, corruptora de gobiernos y
costumbres, vasto campo ofrecen al historiador y al filósofo.
Pues siempre ha de ser interesante, ver á tribus nómadas, á
pobres caravaneros, creando y derrocando imperios, yendo del
corazón del Asia á las orillas del Atlántico, venciendo á pode-
rosas naciones, y realizando, en la Edad Media, aquellas fabu-
losas conquistas de los héroes míticos orientales, reminiscencias
probablemente de las emigraciones de los primitivos pueblos.
Y si tan interesante es éste período, interesantísima es pa-
ra nosotros la parte de él que se refiere á España. Las aven-
tureras expediciones de los agarenos en África; la sombría figu-
ra del conde Julián, aun no totalmente bosquejada, ante la
cual pasaron centenares de generaciones, lanzándole el anate-
ma de su indignación y menosprecio; las románticas aventuras
de la Cava, (i) el rudo aspecto de Tarif abu Zora y de Tarik
ben
(i) Por referirse exclusivamente á Míilaga, por haberla citado Martin de Roa, y á fin de
acabar, para siempre, con una falsedad, que, como verdad quilatada, oi alguna vez narrar,
voy á reproducir el siíjuicnte texto, que Miguel de Luna consignó en su Historia verdii-
dcra del rey D. Rodngo, Parte I, lib. I, cap. XVIII; el cual contiene la mas disparatada
invención que puede leerse, y tantos dislates cuanto palabras; los cuales sin embargo
ti-aiicendieron, no solo á la tradición, sino á obras sórias, como á la Población de España,
de Silva, T. II, pág. 217, y al Tesoro de la lengua castellana de Covarrubias. Dice así
aquel falsario declarado:
Aviéndose despedido en la ciudad de Cordoua, el Conde D. Julián, de aquellos Gene-
I-ales (como tratamos en esta historia), recogió toda su gente, deudos y diados; y porque
sus tierras estauan tan perdidas, y maltratadas, se fué á vn lugar pequeño, que estíí fabri-
hricxido en la ribera del mar Mediterráneo, en la Prouincia que llaman Vandalucia; á la
qual nombraron los Christianos en su lengua Villauiciosa. Y auiendo llegado á ella, dio ór-
dí'n de embiar por su muger, y hija Florinda, que estauan detenidas, en aquellas partes
«le África, en vna ciudad que está á la ribera del mar, la qual se llama Tánger, para des-
de allí aguardar el suceso de la conquista de España, en que auia de parar. Las cuales
llegadas en aquella Villa, el Conde D. Julián, las recibió con mucho contento, porque
tenia bien sentida su larga ausencia, y auiendo descansado, desde allí el Conde daua ór-
Parte primera. Capítulo ii. 31
ben Ziyad, destacándose sobre el oscuro fondo de estos sucesos;
la derrota de Rodrigo, á quien hicieron perdonar sus extravíos,
su valor y su desventura; la conquista de Toledo y Córdoba, las
semblanzas de Musa, Teodomiro y Pelayo, asuntos son, no pa-
ra tratados de pasada, sino, con igual afición á la que el artis-
ta sigue con sus pinceles las líneas de un encantador paisage 6
de un acabado modelo que le enamora.
Ven
den, con mucha diligencia, para poblar, y restaurar sus tierras, para ir á vivir á ellas.
Su hija Florinda estaua muy triste, y afligida, y por mucho que su padre, y madre, la re-
galauan, nunca la podian contentar, ni alegrar. Ymaginaua la grande pérdida de España y
la grande destruicion de los Chrístianos, con tantas muertes, y cautiverios, robadas sus ha-
ziendas, y que ella hubiese sido causa principal, cabeza, y ocasión, de aquella perdición, y
sobre todo ello, le crecian sus pesadumbres en verse deshonrada, y sin esperanza de te-
ner estado, según ella deseaua. Con esta imaginación (engañada del demonio) delerin¡ih>
entre sí de morir desesperada, y un dia se subió á vna torre, cerrando la puerta de ella
por de dentro, porque no fuese estorbada de aquel hecho que quería hazer, y dijo á una
ama suya, que le llamase á su padre, y madre, que les queria dezir un poco, y siendo ve-
nidos, desde lo alto de aquella toiTe, les hizo un razonamiento, muy lastimoso, dizíendo-
les al fin del, que muger tan desdichada como ella era, y tan desventurada, no merecía
vivir en el mundo con tanta deshonra, mavoi-mente aviendo sido causa de tanto mal v des-
truicion; y luego les dijo; Padres, en memoria de mi desdicha, de aquí adelante no se lla-
me esta Ciudad Villauiciosa; sino Malaca. Oy se acaba en ella la mas mala muger que
hubo en el mundo. Y acabadas estas palabras, sin mas oír á sus padres, ni a nadie de
los que estañan presentes, por muchos ruegos que la hicieron, y amonestaciones, se
dejó caer en el suelo; y llenada medio muerta, viuió como tres días, y después murió. Su
madre cayó amortecida en aquel instante en el suelo de su estado, y el Conde D. Julián
fué tan grande el pesar que recibió de su querida hija Florinda, que de pura imaginación,,
entendiendo que aquel caso le era castigo de Dios, (lo cual yo tengo para mí que fué asi
|K)r sus grandes pecados, pues no se menea la hoja en el árbol, ni la hormiga en la tier-
ra, sin su expresa licencia y voluntad), vino á enloquecer y á perder el juizio: y estando
de esta manera, un dia se metió el mismo un puñal por los ])echos, y cayó muerto
Fué causa este desastre, y desesperación, de mucho esciíndalo, y notable memoria entre
los moros, y Christianos; y desde allí adelante se llamó atiuella ciudad, Malaga, corrup-
tamente por los Christianos: y de los Árabes fué llamada Malaca, en memoria de aquellas
palabras que dijo, cuando se echó de la ton*e; no se llame Villauiciosa, sino Malaca: por-
que ca en lenguaje español quiere decir porque: y porque dijo, ca oy se acaua en ella la
mas mala muger que hubo en el mundo, se c/)mpuso este nombre de Mala y ca,,. (7.*
edición de Madrid).
Los que refieren esta tradición la confirman, con el nombre de puerta de la Cava,
que se dio á una de las de nuestra Alcazaba. Con decir <jue puerta de Alacaba (y no de la
Cava), significa en árabe puerta de la Cuesta, dejo de tratar este asunto.
32 Málaga Musulmana.
Vencido Rodrigo y conquistada Écija, Tarik envió desde és-
ta á Archidona, capital por entonces de nuestro territorio, que,
desde los primeros momentos de la conquista, apellidaron los
musulmanes cora de Raya, tropas á las órdenes de uno de sus
alcaides, guiado por cierto miserable amigo de Julián. Entraron
los sarracenos en Archidona sin resistencia, pues los naturales
de ella, se habian huido á las próximas sierras y guarecido en-
tre su espesura.
La invasión musulmana, si por un momento aterró á las po-
blaciones mediterráneas, no las domeñó por completo. Cierto
que se mostraron valerosos los invasores; cierto que su barba-
rie, el fanatismo de algunos de sus gefes y el prestigio de sus
triunfos, debieron aterrar á los españoles; cierto que contaban
con los judíos, malos de suyo y á mas enconados por las per-
secuciones, con los esclavos, que rompian gozosos sus cadenas,
con todos esos miserables, que en cualquier nación y tiempo se
revuelven hacia donde pueden lograr algún medro, adoradores
del éxito que están siempre á viva quien vence; mas es ines-
plicable que un puñado de hombres, muchos bisónos y sin dis-
ciplina, amilanaran completamente á una gran nación, recor-
rieran campiñas y serranías, expugnaran ciudades populosas y
bien fortificadas, y en una marcha, verdaderamente triunfal,
según el éxito, fueran de victoria en victoria, desde el Estrecho
al extremo Norte de España.
Ejemplar de naciones debe ser éste, que el narrador recor-
dará siempre, como una de las mas singulares experiencias de
la Historia. Lo que debió, si acaso, ser una correría de facine-
rosos,
Parte primera. Capítulo ii. 32
rosos, más ó menos afortunada, trocóse en conquista, que apar-
tó largo tiempo al pueblo hispano del concierto europeo; que
le forzó á pelear mas que á lo que al progreso de su civiliza-
ción convenía; que le hizo derramar torrentes de oro y sangre
en la reivindicación del patrio suelo, y que, entre memorias
gloriosas y aspiraciones nobilísimas, dejó en el fondo de su ca-
rácter algunas malas heces, cuya amargura todavia sentimos,
Al par que adelantaban los invasores hacia el interior de la.
Península, algo grave, que la Historia ignora, debió acontecer
en Andalucía. Pasados los primeros momentos de estupor, re-
cobrados los ánimos, ausentes, en su mas granada parte, los
enemigos, no faltarían corazones varoniles y decididos, hom-
bres de vergüenza y afrenta, como decían nuestros viejos cro-
nistas, que arrancaran de su cobarde marasmo á las poblacio-
nes, escitando á los indecisos, avergonzando á los tibios, ó me-
nospreciando á los tímidos: quizá se urdieron conjuraciones,,
quizá la religión prestó su influencia al patriotismo; lo cierto és
que la rebelión alzó su cabeza en nuestras comarcas. Mas los
pormenores de estos sucesos, tan interesantes en aquellos su-
premos momentos, se han borrado á través de los siglos, cual
borra la distancia los de lejana sierra, escueta al lejos, coma
si fuera peña viva, llena de accidentes, de bosques, mesetas y
cañadas, cerca.
Hubo indudablemente cierta galvanización en los ánimos
de los pobladores de Andalucía, que se rehicieron un momen-
to, se indignaron contra su vergonzosa opresión, venciendo qui-
zá en los primeros arranques, ahuyentando á los sarracenos y
ala
34 Málaga Musulmana.
á la miserable gavilla que acaudillaban. Mas fué la galvaniza-
ción de un cadáver; energía, vitalidad efímera, que se desvane-
ció, en cuanto Abdelazis, hijo de Musa y gobernador de Sevi-
lla, consiguió reducir á Teodomiro, procer visigodo que alenta-
ba con su resistencia la alteración general.
Mientras sofocaba la insurrección, Abdelazis se dirigió ha-
cia el mediodía de las costas mediterráneas, que, según parece,
no habian sido todavia conquistadas por los muslimes. Duran-
te esta expedición presentáronse éstos á las puertas de Málaga.
Mas halláronlas cerradas, guarnecidos los adarves y á sus mo-
radores dispuestos valerosamente á jugarse resistiendo, vida,
haciendas y honras.
Ante aquella decisión, no muy común en las ciudades espa-
üolas de esta época, detuviéronse los afortunados invasores.
Dilatóse el asedio y Abdelazis comprendió, sin duda, que, con
solo el valor de su hueste, no había bastante para vencer tan
honrosa resistencia. Un accidente casual, que hasta el azar pa-
recía proteger á la morisma, facilitóle la feliz conclusión de
su empeño. El gobernador de Málaga, hombre poco avisado y
negligente para los cronistas árabes, á lo que yo entiendo de
gran corazón, cansado de las fatigas del cerco, salió á solazarse
á una huerta fuera de muros. Perdióle la confianza, ó en su
gente ó en sus ánimos: no sabia que al salir fuera, se entrega-
ba en manos de sus enemigos, pues bereberes y árabes fueron
siempre gente astuta y ágil, avezada á todo género de rapiña,
y, por su organización, por su vida nómada y por sus inclina-
ciones, ladrones de nacimiento. Avisáronles sus espías la salida
del
Parte primera. Capítulo ii. 35
del gobernador, y del mismo modo, con igual sigilo y cautela,
que penetra el cuatrero agareno, envuelto por las tinieblas de
la noche, entre las tiendas del aduar que intenta saquear, así
favorecidos por la oscuridad, penetraron en la huerta algunos de
lo^ sitiadores y se apoderaron de improviso del desdichado go-
bernador, víctima de su valor ó de su torpeza.
Cual fuera su suerte no puedo decirlo; mas sí la de Málaga.
Pues entráronla por fuerza los musulmanes y la entregaron al
saqueo, obteniendo de éste cuantioso botin (i).
Des
(i) Hasta hace poco Conde en su Hist. de la dom. de los ár. en Esp., atribuyó á Za¡-
do ben Kesadí el Sekseki, alcaide de Tarik, la conquistado mejor dicho, la sumisión de Ma-
la^, cap. XI, Parle I. Siguióle M. Lafuente: Hist. del reino de Gran., T. II, pág. 38; esta
opinión podia apoyarse en la indicación expresa de Aben Adzari, Bayan Almoyreh //, pá«r.
dS, lin. 1 y 2, en el Ajbar Machmua, pág. 12 del texto ár. y en Makari, Analectes, T. 1, pág.
i64, lin. 14 y 166, lin. 10 y sig. La cual aceptó el Arzob, D. Rodrigo y tras él nuestros
principales historiadores, como A. de Morales, Crón. Gen, deEsp., lib. XII, cap. LXXII, y
Maiiana, /ít6'¿ona general de España, cap. XXIV, lib. VI, siguiendo enteramente la defec-
tuosa traducción llamada Crón. del mm^o Rasis, pág. 70, de la ed. de la Academia. Mas ya
atines del siglo pasado, Casiri en su Bibl. ár, escurialense, T. II, pág. 105, trae un texto ár.
de la Historia de España de Rasis, en el cual afirma, que Málaga fué espugnada por Abd-
«lazis, antes de la conquista de Murcia. Habia pues que elegir, enmedio de tanta confu-
.<?ion, entre dos extremos, ó Málaga habia sido entrada pacífiamiente por agentes de Tarik,
después de la huida de sus habitantes, y sublevada á seguida, fué nuevamente reducida
por Abdelazis ó habia algún error de concepto en los analistas arábigos. Esta última opi-
nión es la mas aceptada, por Dozy en su Hist. des mus. d* Esp., T. II, pág. 35, por Simo-
net, Descrip. del reino de Gran., 2.* ed., pág. 111 , por Fournel, Les Bei*bcrs, T. I, pág. 246,
en cuya excelente compañía afirmé lo mismo en mi Hist. de Málaga. Para todos estos au-
tores parte el error de haber confundido, como sucede á el Ajbar Machmua, á Archido-
na, capital de la cora de Raya, con Málaga que lo fué mucho mas adelante; la coníiuistada
por Tarik fué por tanto Archidona y nó Málaga. Puede añadirse en apoyo de esta ojiinion,
que al referir Almakarí, T. I, pág. 17i, lin. 10, tomándolo, á lo ([ue parece, del Moshi »
de Alhicharí, los pormenores de la conquista de nuestra ciudad por Abdelazis, hubiera sin
duda indicado, cual en la de Sevilla lo hizo, que fué sometida por segunda vez.
Cuestión es esta, que, aunque dilucidada por los mas notables arabistas contempo-
ráneos, á los cuales sigo, no me parece enteramente resuelta; la divergencia de textos
de Arrazi, la indicación de que Tarik conquistó á Granada y Málaga, y después también
Abdelazis, muévenme á dejar abierto el juicio sobre este punto, esperando que nuevos tex-
líis vengan á explicarlo por completo.
36 Málaga Musulmana.
Desde entonces nuestra ciudad hubo de doblar la cerviz al
yugo sarraceno, no muy pesado á raiz de la conquista, onerosí-
simo mas adelante, cuando nuevas gentes de Asia y África,
atraidas por la codicia ó lanzadas de sus hogares por disturbios
políticos, vinieron á establecerse en España. Mientras tanto
los conquistadores iban apoderándose de ésta y amenazaban
volver por tierra, domeñando la Europa meridional, á la tumba
del Profeta ó á la ciudad santificada por la Kaaba.
Primera y principalmente la discordia embraveciendo unos
contra otros á árabes y berberiscos, después, mas en segunda
término, las victorias de los francos, malograron tan ambicio-
sos ímpetus. Imposible era unir á entrambos pueblos en una
sola aspiración, apagar las disensiones que entre los mismos
árabes estallaban, ecos lejanos de las luchas políticas y de
castas que ensangrentaban el Oriente; imposible evitar que
en la fantasía de un wali ó gobernador árabe, poderoso y aleja-
do largo trecho del gobierno central, no surgiera la idea de pro-
clamarse independiente; imposible también que sus subordina-
dos se redujeran á obedecerle.
Sucede á la invasión un período corto, el del waliato, en el
cual se determina para siglos el carácter que debía tener la his-
toria de los musulmanes españoles. Durante él llegan las ar-
mas muslimes á penetrar en la Galia hasta Tolosa, Nimes, Car-
casona y Autun, y aunque repuestas de la derrota que les hizo
sufrir Eudes, experimentan otra importantísima en las llanuras de
Poitiers, que sino libra á Francia por entero de incursiones sar-
racenas, fué un gravísimo obstáculo para la prosecución de sus
con
Parte primera. Capítulo n.
37
conquistas. En él comienzan las disensiones entre muslimes á
perturbar perpetuamente la paz, á irse emancipando los alar-
bes españoles del señorío de los califas orientales y hasta de
sus delegados en África, preparando con este aislamiento, bien
acentuado al expirar el waliato, y con el afán de orden y sosie-
go que aquejaba á toda España, el entronizamiento de la di-
nastía Uraeya.
Los escritores agarenos han narrado, con verdadera com-
placencia, las dramáticas aventuras, entre las cuales se esta-
bleció en España el emirato cordobés, y delineado cumpli-
damente la gran figura de Abderrahman I, su fundador. Cuan-
do invitado á pasar á España por sus parciales, que le arran-
caron á la miserable vida que llevaba entre los nómadas de
África, cuentan, que apenas desembarcó en Almuñecar, vino
¿ Málaga, donde descansó, proclamado ya soberano por sus
moradores, antes de emprender la serie de combates cuyos di-
chosos resultados le encumbraron al solio (i).
De aquí adelante poco sabemos de los sucesos de Málaga,
pero bien pronto aparece tomando una parte, aunque principal
bien triste, en la historia de aquel tiempo.
Cuando un hecho se impone por fuerza de armas á un par-
tido ó á no pueblo, á los comienzos llena los corazones de los
vencidos la esperanza de sacudir su opresión. A los vencedores
se allegan la escoria del país, pero la inmensa mayoría perma-
nece fiel á sus creencias, ñel al ódÍo general contra los que les
impu
(1) Makari: AnalecUK, T. I, jiú;
38 Málaga Musulmana.
impusieron la humillación del vencimiento. Nobilísimas ideas
de dignidad personal, de nacionalidad y de raza, mantienen
varoniles resoluciones, y aun el temor de verse confundidos con
aquella vil ralea ó- afrentados por los buenos, alienta en sus de-
cisiones á los tímidos.
Mas si los triunfadores consiguen prolongar su dominio, sí
su victoria parece definitiva, si pasan los dias, hasta los años,
amenguando las esperanzas de restaurar el pasado, comienza
á flaquear la opinión general, á quebrantarse, á disgregarse,
mas ó menos rápidamente. Aquellos ánimos, aficionados al so-
siego y á la paz, á la molicie y al regalo, que no escasean en
cualquiera sociedad, á quienes fatiga la lucha ó amedrenta la
persecución; aquellos otros ambiciosos, también no muy ra-
ros, que ven malgastarse, en el olvido y el aislamiento, precia-
das condiciones de ingenio ó de carácter; los codiciosos de
lucro y medros, los que se apasionan por novedades, van pau-
latinamente haciendo transacciones con sus conciencias y bus-
cando tranquilidad unos, poder ó valimiento otros, medios de
subsistencia ó riquezas muchos. Acentúanse las defecciones
cuando el tiempo embota los odios, cuando la generación ven-
cida perece, cuando han desaparecido los ánimos enteros y
enérgicos, cuya palabra, ó cuyo ejemplo, enfrenaba las malas
pasiones. Las necesidades de la vida íntima, el roce diario, la
amistad, el amor, la beneficencia, esos honrados sentimientos
que ha puesto Dios en el corazón humano, como una eterna
protesta contra sus odios, sus intransigencias é intolerancias,
van enlajando á vencidos y vencedores; las ciencias y las artes
con
Parte primera. Capítulo i i. 39
contribuyen á esto, y poco á poco se van borrando las más pa-
trióticas aspiraciones.
Esto pasó en España. A los sarracenos se unieron la codi-
cia y la venganza, traidores, facinerosos, judíos y esclavos; más
el pueblo cristiano — los mozárabes — , aterrado en los primeros
momentos, debió de creer tras éstos, que la deshecha tempes-
tad, castigo de sus crímenes y pecados. Dios la disiparía, y es-
peró, maldiciendo á sus contrarios, dias de reparación y justi-
cia. Mas pasó el tiempo, agostando aquellas esperanzas, creció
la certidumbre de que la dominación musulmana era definitiva^
murieron aquellos, que aunque forzados á la sumisión, soña-
ban con reivindicaciones futuras, y las nuevas generaciones se
fueron aficionando á los usos, á la lengua, á la poesía ó á las ar-
tes de los vencedores, las cuales no repugnaban, antes bien mos-
trábanse bastante apropiadas, á las condiciones del carácter me-
ridional. Entonces comenzaron las apostasías, mas ó menos
procaces y el poner al servicio de los moros dotes que éstos re-
conocían, apreciaban y galardonaban generosamente: entonces
corazones juveniles, de una y otra raza, ahogaron sus enconos
entre los transportes del amor; las buenas obras, frecuentes en-
tre muslimes, despertaron agradecimientos y tras de ellos afi-
ciones; la curiosidad científica aproximó á la parte mas grana-
da de ambos pueblos, y el deseo, muchas veces la precisión pa-
ra vivir y prosperar, de formar parte del gobierno, mezclaron á
cristianos y agarenos en las oficinas de la pública administra-
ción ó en las estancias de los califas.
La iglesia católica española tiene para la cultura europea y
pa
40 Málaga Musulmana.
para el patriotismo hispano, la singular honra de haber conser-
vado, en aquel universal naufragio, el sagrado depósito de la
civilización romana y de la dignidad nacional, incólume y vene-
rado. Podian abandonarla sus hijos; podia reseñar amargamente
dolorosísimas defecciones, á veces traiciones indignas; podia
ver crecer y proclamarse eterno el poderío mahometano; podia
contemplarse combatida por los insultos, por la persecución,
por la heregía, hasta por el martirio; mas serena y altiva, como
una noble vestal de la antigua Roma, conservaba y alimenta-
ba el fuego sagrado de la causa nacional. Y si en Asturias, en
• Navarra, en Castilla, en Aragón, inspiraba á los hombres de la
Reconquista épicas decisiones, en el seno de la casta mozára-
be, bajo las bóvedas de las basílicas, en los claustros de los mo-
nasterios, durante las horas transcurridas en el dulce concierto
del hogar doméstico, mantenía viva la santa aspiración de la
independencia española, con la predicación, con la enseñanza,
con sus libros y hasta con la sangre de sus mas entusiastas hi-
jos. Grande se presenta á nuestro agradecimiento peleando al
Norte; mucho mas grande se mostró sufriendo en el Mediodía:
que si es digno de memorable recuerdo^ el héroe que pugna por
nobilísima idea en un campo de batalla, es para mí mas gran-
de el que por ellas padece oscuramente, sin doblar la rodilla
al poderoso.
Cuando algún dia aparezca reseñada aquella aspiración,
de lo que es hoy para nosotros mas querido, la independencia
patria; cuando algún dia un ingenio español y cristiano refie-
ra los trágicos lances de estas luchas, y presente á la admira-
ción
Parte primera. Capítulo ii. 41
cion general insignes hombres y virtudes insignes, cuasi os-
curecidas, sin preocupaciones ni opiniones preconcebidas, con
fé y con imparcialidad; cuando relate de lo que es capaz el va-
lor hispano, no en los trances de guerra, sino por la tenacidad
en el mantenimiento de honrados ideales, que solamente se ex-
tinguieron arrancando de Andalucía á los que los sustentaban^
se escribirá una de las mas bellas y poéticas partes de la His-
toria de España.
Las luchas de los mozárabes contra sus señores tuvieron
dos períodos: uno pacífico, de controversia, de protesta y mar-
tirio; otro de violencia y de guerra. Con pena he de reducir mi
relato á las cosas de Málaga, pues no debo abarcar en mi
asunto los interesantes episodios de entrambas épocas.
La situación de los cristianos entre los agarenos, dado que
en un principio fué bastante tolerable, andando el tiempo em-
peoró considerablemente. Las exigencias políticas de la con-
quista, el interés de los partidos que después de ella contendie-
ron, hasta la codicia del fisco, pues mientras mas cristianos ha-
bía mas pingües eran los rendimientos para el erario, consiguié-
ronles bastante lenidad en las capitulaciones y en sus tratos
con las autoridades; menos cuando algún wali por codicia les
perseguía, aunque en tal caso, parece que tuvieron idéntica
suerte los musulmanes.
Mas fijos estos en nuestro suelo, constituido el emirato, ve-
nidas de Oriente y África diversidad de gentes, si en las cía-
ses elevadas imperaba la tolerancia, que generalmente las ha
honrado, las inferiores, sobre todo, la gente menuda y del co-
mun>
42 Málaga Musulmana.
mun, mostrábanse más fanáticas. Habia en los moros orgullo
de triunfadores, menosprecio á los vencidos, horror á una re-
ligión que tachaban de politeista, pues nunca llegaban á ex-
plicarse, como aceptable, el misterio de la Trinidad, al cual
tenian por negación del principio fundamental de su creen-
cia, la unidad de Dios; menosprecio hacia los que adoraban
imágenes, tañian campanas, bebían vino y comian animales
inmundos; odio y perpetuo desabrimiento contra los que mal-
decían, á toda hora, el nombre de su Profeta y soñaban en
arrancarles sus preciadas conquistas. En los mozárabes, por
contra, habia conciencia de su derecho, apego constante á la
civilización romana, aversión hacia los que se encenagaban en el
vicio de la lujuria, inextinguible encono contra aquella secta
precita, símbolo de su humillación, foco de impurezas; mante-
nían eterno odio contra la sociedad que les iba arrancando sus
-fieles, mermando sus influencias y favoreciendo apostasías; con-
tra la sociedad que protegía fanáticos insultos, acabando con la
cultura latina, y desvaneciendo, en fin, esperanzas de restaura-
cion, que conmoverían generosos ánimos, ansiosamente fijos en
las peripecias de los estados cristianos del Norte.
Existían por entonces entre los mozárabes dos partidos:
uno, al cual llamaríamos hoy oportunista, que pretendía gozar
del presente y buscar acomodamientos con los vencedores, do-
mesticar su enemiga con la sumisión, y aliarse con la sociedad
musulmana para alcanzar las ventajas que ofrecía; dar al César
lo que era del César y á Dios lo que es de Dios, empequeñe-
cerse, introducirse en los alcázares moros, vencer las descon-
fian
Parte primera. Capítulo ii. 43
fianzas de susrseñores, en una palabra, someterse, ya que no ha-
bía remedio humano, para librarse de la dura ley del vencido.
A este partido de los resignados, quizá de los hábiles, se opo-
nía otro mas fogoso y enamorado del ideal, dispuesto á sacrifi-
carlo todo ante sus creencias, decidido á conservar incólume su
dignidad de hombres y de cristianos, y á morir antes que me-
noscabarla. Los primeros, ayudados por las autoridades musul-
manas poco amigas de disturbios, consiguieron hacer prospe-
rar sus ideas hasta en un concilio: los segundos, animados por
la varonil elocuencia de Speraindeo, por la palabra de Alvaro,
de Samson, de Eulogio, de Leovigildo, infundieron sus ideas
en almas apasionadas y vehementes, que prostestaron contra la
opresión por el martirio, sellando con su sangre y con sus vi-
das la protesta.
Pero entre esta divergencia de opiniones, tocante á cuestio-
nes de conducta, surgieron otras mucho mas graves y aflictivas
para los cristianos, pues que venian á herirles en lo que mas
reverenciaban, en el dogma. En estas diferencias tuvo princi-
pal parte el obispado malagueño, á cuya historia, interrumpida
antes, vuelvo ahora.
Honorio, último prelado de Málaga que conocemos antes
de que en ella entraran los moros, es muy probable que asis-
tiera á su expugnación. Si después de esta ó antes se huyó al
interior, si. pereció en aquella catástrofe ó valeroso permaneció
al frente de su grey, si le alcanzó alguna desdicha durante el
saqueo, ó por el contrario el generoso Abdelazis protegió su
dignidad y su vida, sospechas son que pasan por la fantasía,
10 co
44 Málaga Musulmana.
como vislumbres de realidades, pero que solo deben mencio-
narse cual sospechas.
Ciertamente perseveró la cristiandad en Málaga con su se-
de, su organización canónica, iglesias y culto; mas en aquellos
infaustos dias, por la angustia de los tiempos, como se decia
entonces, interrúmpese la noticia de sus prelados durante mas
de cien años. Después, en el de 839, hallamos á uno malague-
ño Amalsuindo, firmando las actas de cierto concilio celebra-
do en Córdoba, contra unos herejes, apellidados Acéfalos ó Ca-
sianistas, que, dando su predicación por originaria de Roma^
emancipáronse de sus obispos y adoptaron nuevas ceremonias
de culto, repugnantes para los católicos. Poco tiempo debía lle-
var de consagrado, pues en los concilios signaban los asisten-
tes, no según la gerarquía, sino conforme á la antigüedad, y
su firma está en el penúltimo lugar. Sin duda debió ser goda
(i) de origen, á juzgar por el nombre, y de nobilísima estirpe si
se tiene en cuenta que este significa el doncel de la tribu de
los Ámalos.
Paréceme que á este obispo debió suceder inmediatamente
Ostégesis, célebre en los anales del catolicismo con la des-
honrosa celebridad de Opas. Triste renombre, bien merecida
por sus traiciones y miserable vida, pues cuantos males pudie-
ron agravar la desventurada situación de los mozárabes, otros
tantos le inspiró su perversa condición.
Debió pertenecer este malvado á familia bien hacendada
ei>
(i) Florez: Esp, Sag. T. XV, pág. del principio sin numerar. Simonet en su Hislo^Ha
de los Mozárabes, aun M. S.: importantísima obra que ha de acrecentar considerable-
mente la honrosa fama de que goza su autor.
Parte primera. Capítulo ii. 45
^ntre cristianos, pero bien aborrecida y despreciada. Un herma-
no de su madre, Samuel, obispo de Iliberis, apostató del catoli-
•cismo é islamizó; su padre, llamado Auvarno, mereció que por
cierto delito, cometido contra sus correligionarios, el kadhi, ó
juez mahometano, le impusiera un castigo; entonces aquel mi-
serable no halló mas medio para evitarlo, que proclamar á
AUah Dios único, con Mahoma su Profeta, afeitarse la cabeza,
y y apesar de sus muchos años, someterse á la dolorosa ceremo-
nia de la circuncisión, alejándose para siempre de sus com*
patriotas.
Digno hijo de tan honrado sugeto, aspiró Ostégesis á ce-
ñirse la mitra malagueña, no empleando buenas obras y santa
vida, no captándose el amor y las simpatías de los mozárabes,
sino usando de la intriga y el soborno. Tan solamente al oro
debió la satisfacción de su deseo, consiguiendo, por medio de
¿1, que aprobaran su nombramiento las autoridades muzlitas.
Obispo simoniaco, resarcióse ampliamente de la sumas ex-
pendidas para su elección, vendiendo, como en pública almone-
da, las dignidades eclesiásticas; avariento, tomó á la Iglesia por
mina fecunda, usurpando las tercias canónicas, instituidas pa-
ra la conservación de los templos y el socorro de los indigen-
tes, con lo cual empobreció el culto y aumentó la desventura
<ie los menesterosos; transformó las obvenciones episcopales en
cierta especie de tributos, que fijaba y distribuía á su talante,
recaudándolas violentamente, cual el mas despiadado alcabale-
ro; hasta el punto de mandar azotar por calles y plazas á sa-
cerdotes, que no quisieron ó no pudieron someterse á sus esac-
cio
46 Málaga Musulmana.
ciones, en medio de soldados moros, y entre los sarcasmos y re-
chifla de la chn^ma muslim, para escarmiento^ vociferaba el pre-
gonero que les acompañaba, de los que no pagaban lo que debían d
su obispo. En la ceguedad de su avaricia, mandó azotar tam-
bién á otro sacerdote, sospechando que le habia defraudado
sumas donadas á éste por cierto sugeto, llamado Cercilio; el
sacerdote mur . x poco de dolor y de vergüenza.
Cuan aborrecido fué por estas cosas de su grey, tan que-
rido era entre alarbes. Las cantidades que á los suyos arranca-
ha con tan crueles procederes gastábalas en congraciarse con
los moros: acudía á sus zambras y deportes, acompañábase
con sus autoridades, con las familias y comensales de éstas, y
finalmente escandalizaba á su clero, propagando la inmorali-
dad é indignando á los creyentes, que veian prostituida la dig-
nidad episcopal.
Cierto dia, en el que la devoción cristiana celebraba una de
las solemnidades mas gratas para los católicos, en el templo
donde estos desahogaban sus pechos, angustiados por su ad-
verso destino, puesta la mente en Dios ante los altares vene-
rados, donde se consolaban de su mísera situación, meditando
en la perenal gloria de la bienaventuranza; cuando la gente, pre-
cita y odiada por los sarracenos, mezclaba devota, con recogi-
miento y amor, sus plegarias al Altísimo, confortábanles sus
prelados con su presencia y con sus palabras, robustecían los
abatidos ánimos, vigorizábanles y dábanles consuelo, al parque
mayor explendor y grandeza al culto. Cuanto esta noble ocu-
pación importaba á Ostégesis demostrólo, dejando de asistir
á aque
Parte primera. Capítulo u. 47
á aquella festividad. Preguntábanse los fieles donde estaría en
tales momentos su obispo, y su despecho é indignación hubie-
ron de subir de punto, cuando supieron, que hacia antesala en
los aposentos de un ministro del wali, ó gobernador de Málaga.
Entregado en alma y cuerpo á los agarenos, prestóles aquel
miserable un gran servicio, que por sí solo hubiera bastado pa-
ra hacerle aborrecible, si no tuviera tantas otras malas accio
nes en contra suya. Refugiados en la campiña, ó entre las que-
bradas y espesuras de nuestros montes, escapábanse muchos
cristianos á las contribuciones, que pechaban los demás mo-'
zárabes. Coadyuvó Ostégesis á la estadística del fisco musul-
mán, pues pretestando la pastoral visita, recorrió todos los
pueblos, sus diocesanos, empadronando á hombres y mugeres,
á viejos y mozos, y hasta á los niños. Después entregó estos
padrones á la administración alarbe, y los que se habían apre-
surado á engrosar las listas católicas, recomendándose á las
oraciones de su pastor, cayeron bajo la onerosísima férula dej
fisco.
Con todo esto parecía, mas que obispo cristiano, funciona-
rio de los muslimes, entre los cuales gozaba de extraordinario
predicamento, participando de sus festejos y de sus vicios. De
uno de éstos, asqueroso é inmundo, bastante común entre mo-
ros, gloriábase de ser su cómplice Aben Calamauc, hombre cra-
puloso y despreciable.
Parecía, por tanto, que el genio del mal inspiraba á tan per-
versa criatura, no solo en sus acciones, mas en sus creencias.
Pues sobre las tachas de mal pastor, traidor, avariento y vicio-
sa
48 Málaga Musulmana.
so que manchaban su reputación, hechóse la de herege. Ha-
cia el año 862 pasó Ostégesis á Córdoba, donde predicaban
ideas contrarias á la ortodoxia dos mozárabes. Romano y Se-
bastian, sosteniendo que Dios tenia figura humana y que mora-
ba en lo mas alto del empíreo, penetrando desde allí el orbe
de los mundos por una virtud que ellos llamaban sutilidad.
Añadían, entre otros desvarios y dislates, que Jesucristo fué
engendrado, nó en las entrañas, sino en el sagrado corazón de
la Virgen.
Ignorante ó malvado, Ostégesis aceptó estas creencias, y
comenzó á propagarlas con el influjo de su elevado ministerio,
mucho mas autorizado desde que casó á una prima suya con
Servando, conde, ó representante, de los cristianos cordobeses.
Entonces, cual expresión del aborrecimiento general, un sacer-
dote, Samson, de buena memoria en los fastos del catolicismo
hispano, alma honrada y valerosa, tenacisísima en la defensa
de la verdad y del bien, contradíjole enérgicamente, reveló las
miserias de su vida, y jugando felizmente del vocablo, llamóle,
en vez de Ostégesis, Hostis Jesu, enemigo de Jesucristo, con el
cual desde entonces le motejaron sus correligionarios.
Irritóse el obispo y denominando á su controversista con el
nombre que le correspondía, acusólo de hereje: Samson le con-
testó escribiendo su profesión de fé la cual entregó para su exa-
men á un concilio, reunido por aquel tiempo en Córdoba.
Sucedió, á seguida, un caso, desgraciadamente para la dig-
nidad humana, no muy raro en las asambleas deliberantes.
Ostégesis puso en movimiento sus relaciones con los muslimes;
Ser
Parte primera. Capítulo ii. 49
Servando las ayudó con todo su poder, y los prelados del con-
cilio, parte débiles, parte quizá ambiciosos, alguno contempo-
rizador, pusiéronse del lado del herege, fulminando sentencia
de excomunión contra el honrado presbítero, desterrándole, y
privándole para siempre de todo oficio ó cargo eclesiástico.
Bien es verdad, qu^ en lo de adelante, los que por prudencia,
que, sin nota de apasionado, pudiera yo apellidar cobardía, con-
tribuyeron á sentenciar tan malamente, consiguieron revocarla,
con sus inicuas penas, y otorgaron á Samson la reparación que
merecía.
. Mientras tanto, Ostégesis publicó, probablemente vindican-
do su persona ó recomendando sus doctrinas, algunos escritos^
que demostraban su ignorancia en las creencias católicas, y
hasta en las mas rudimentarias reglas del latin, idioma que con
amor mantenian en sus relaciones los católicos. Antes de esto,
Leovigildo, sacerdote respetado y querido entre éstos, habia
roto públicamente la comunión con él, como fautor de heregías:
menos entero que Samson venciéronles los valedores de su con-
trario, y hubo de reanudarla, aunque con la expresa clausula,,
humillante para aquel, de que confesara en una iglesia y ante
los fieles sus errores, como así aconteció.
Aquí se acaban las memorias d?l desdichado obispo mala-
gueño, á quien sus contemporáneo^ nos pintan con tan som-
bríos colores. Y es de admirar, que la cristiandad mozárabe
mantuviera á tan miserable sugeto en una silla episcopal de las
mas antiguas y respetadas, y no le derribase de ella con ludi-
brio y vilipendio. Quizá sustuviéronle sus mismos delitos, pues
es
50 Málaga Musulmana.
es sabido cuan difícil es vencer y reducir á la maldad, sosteni-
da por la desvergüenza, de lo cual tenemos hartos ejemplos,
no solo en lo de entonces, mas en todo lugar y tiempo. Pero ape-
sar de esto, si lo autorizado del escritor que nos conservó frag-
mentos de su vida, no asegurara la verdad de sus asertos, cier-
tamente que parecieran exageraciones de émulo y odiosidades
de adversario, las que dictaron las indignadas razones que en
sus páginas le dedica (i).
La protesta pacífica de los mozárabes se convierte, al ñn,
en violenta; pero no sola y aislada, sino haciendo causa común
con los elementos de discordia, que se agitaban en los estados
de los emires de Córdoba.
Al considerar las causas ocasionales de la revolución social
y religiosa, que ensangrentó la España musulmana, desde fi-
nales del siglo IX á principios del X; al considerar aquella au-
toridad, acometida tan reciamente por tan diversos elementos,
y, mas que todo, por sus vicios y crímenes; al contemplar la
energía, la decisión, la tenacidad, á las veces la grandeza de los
hombres que la combatieron, no se explica el historiador co-
mo la sociedad alarbe quedó vencedora, y como la Reconquis-
ta meridional no se enlazó á su hermana del Norte, para aca-
bar con la morisína.
Tócame en estas páginas reasumir estos hechos, reseñar-
los, cual á vista de pájaro, tocar de pasada descripciones de
sitios
(1) Samson: ApoUnjcii i/s, Prefacio dol Hb. II, en Floroz: Esp. Sag. T. XI, pá{?. 377,
«*n las pág. 307 y 519, y en el T. XII, pág. 324. Amador de los Ilios: Ilist, m/. de la liU
rsp. T. II, cap. XII.
Parte primera. Capítulo ii. 51
sitios pintorescos, agrestes, románticos, dignos del pincel de
Carlos Haes; biografías de personajes ilustres, que hubieran
inspirado elocuentísimas páginas á el numen histórico de Ag.
Thierry; consideraciones filosóficas y religiosas, que necesita-
rían para expresarse, con todo su atrevido vuelo, la pluma de
Chateaubriand, de Montalembert, ó de Balmes. Me falta espa-
cio, las condiciones de mi obra me fuerzan á tocar brevemente
asuntos bellísimos, en los que desearía extenderme, pero, como
antes, debo ceñirme á lo que á Málaga se refiere, dejando á
otros, mas afortunados, ocuparse exclusivamente dé esta épi-
ca historía.
A los elementos revolucionarios que bullían en el seno del
emirato, árabes, berberiscos y cristianos, alióse uno nuevo, vi-
goroso y audaz. Del consorcio de aquellas razas habia nacido
la de los muladíes ó mestizos, en la cual parecía que habían re-
sucitado las antiguas virtudes hispanas.
Activos, emprendedores; de genialidad, si díscola, también
enérgica; sinceros musulmanes, mas poco amigos de sarrace-
nos; valerosos hasta el heroísmo, y, aunque muy inclinados á
dividir sus esfuerzos y á personalizar en sus gefes sus ideales,
unidos por su odio á los dominadores extranjeros. Los cuales,
en su estúpido orgullo, vejábanles á la continua, molestában-
les y les cerraban cuantos caminos á los honores, á los empleos
y al poder les abrían sus excelentes cualidades.
Al fin, después de varios alzamientos y asonadas, estalló el
rebelión en diversas regiones, siendo su núcleo la malagueña, y
su principal cabeza Omar ben Hafsun, hombre extraordinario
II por
52 Málaga Musulmana.
por sus singulares condiciones y por su dramática vida.
Descendiente de noble familia visigoda, hijo de un labrador
respetado por su hacienda y buen natural, audaz y pendenciera
cuando mozo, perseguido por la justicia y fugitivo de España,,
tras cierta aventura trágica, Omar vivió algún tiempo en África;:
de donde le volvieron á su país los ambiciosos alientos de su
corazón, quizá la miseria, ó, como creyeron los supersticiosos
agarenos, la predicción de su gloriosa fortuna.
Cabecilla de partidarios, cuasi de foragidos, apenas arriba á
Andalucía, transforma en fortaleza inespugnable un nido de
águilas, las actuales Mesas de Villaverde — Bobaxter — en nues-
tras comarcas, y desde ella las insurrecciona, derrota walies,
trata de potencia á potencia con los proceres cordobeses, y co-
mienza á demostrar sus grandes cualidades. Después Uévanle
estas á la corte del califato, al cual sirvió con lealtad, lanzan-
dolé nuevamente á la rebelión, de una parte su genio indómito^
de otra torpezas administrativas de las mas raheces.
Desde entonces comienza la época de su verdadera grande-
za. Parecía Omar el genio de la insurrección agitando su tea
sobre la tierra andaluza, é incendiándola con las chispas que de
ella se desprendían. A él acudían hombres de toda raza y reli-
gión, cansados del yugo cordobés ó enconados por el odio; alzá-
banse las poblaciones á los varoniles acentos de sus proclamas;
tribus berberiscas, oprimidos mozárabes, indómitos muladíes,.
prestábanle, en diversas partes, homenage de soberano; su nom-
bre fué emblema de libertad para los pueblos, de terror y an-
gustia para los partidarios del califato.
En es
Parte primera. Capítulo ii. 53
En esta situación luchó, sin tregua ni misericordia, cerca de
treinta años contra éste, venciéndole muchas veces con las ar-
mas, muchas más con el ingenio; poniendo, en varias otras, su
poderío al borde de la ruina, y mostrándole constantemente su
superioridad y su menosprecio. Cercado en diferentes ocasiones, -
herido algunas, tenacísimo en sus empeños, cuanto audaz y vale-
roso, en vano hombres de tan excelente temple de alma, como
-el emir Almondzir, en vano la artera política del sucesor de és-
te Abdallah, trabajaron asiduamente en contra suya; en vano
su derrota en Poley desvaneció su ambición de entrar triunfan-
te en Córdoba; todo, hasta el infortunio, parecía servir á aquel
ánimo de gigante, que en sus mismas caidas hallaba recursos
para levantarse mas ágil y vigoroso.
Fué durante muchos años el verdadero sultán de Andalu-
cía, con hueste organizada, estado perfectamente dirigido y ad-
ministrado, territorio y poblaciones, desde las mas populosas
á alquerias y villarejos; todos proclamaban su soberanía, á mas
de sus aliados, que eran cuantos revoltosos mortificaban á los
Umeyas. Poseyó dilatadas comarcas de Málaga, Jaén, Córdoba
y Granada: sus adalides llegaron hasta las puertas de la capital y
sus mesnadas desde Sierra Morena al Algarbe; procuró aliarse
con los califas abbasies de Oriente, con los reyes asturianos, con
los Beni Casi de Aragón, buscando siempre arrimos para sus
insignes proyectos. Musulmán en la apariencia y cristiano de co-
razón, á riesgo de perder el poder, abjuró el mahometismo para
bautizarse con su familia. Mientras vivió, si su poderío decayó
un tanto al compás de sus años, no fué destruido: expiró en
la ca
54 Málaga Musulmana.
la capital de sus estados, temido de sus enemigos, amado de
millares de almas, reverenciado como soberano.
Con su muerte perece su partido, pues aunque mozárabes
y muladíes, luchan unos momentos, al cabo sucumben. La he-
roica muerte de su hija Argéntea, martirizada como cristiana^
añade una trágica nota á los tristes y melancólicos instantes
del derrumbamiento de su obra.
En este punto comienza á brillar la edad de oro del califa-
to cordobés. El poder central, apaciguadas tales alteraciones^
enfrena rebeldes, atrácse adversarios, ocúpase no de explotar á
los pueblos, mas de administrarlos, lucha ventajosamente con
la Reconquista, y, encontrando estrecho para sus ambiciones
el territorio hispano, lleva con sus armas sus influencias á las
costas de África.
En las fronterizas á las nuestras establecióse, al principia
de la invasión musulmana, una dinastía por Saleh, árabe del
Yemen, á quien el califa de Oriente Alwalid concedió el usu-
fructo de los tributos de aquel territorio, mediante el pago de
una cantidad, como prenda de vasallaje.
Durante varias generaciones los descendientes de Saleh dis-
frutaron aquella concesión, extendiendo su dominio por la ri-
bera africana, hacia donde se encuentra hoy el presidio espa^^
ñol de Alhucemas; á no ser cuando las tribus berberiscas, gober-
nadas, ó mejor, explotadas por aquellos reyezuelos, cansadas de
ellos, sacudían su yugo: sobre todo cuando las acaudillaba algún
aventurero extraño, cual ocurrió al mismo Saleh con cierto ca-
becilla de insurrectos, al cual llamaban David el Rondeño.
Propa.
Parte primera. Capítulo ii. 55
Propagaron los Beni Saleh el islamismo entre los berberíes
y hecharon los cimientos de Nokur, en las orillas de un rio del
Rif marroquí, á escasa distancia de la costa (i). Aquella monar-
quía en miniatura, fué un pequeño traslado de los grandes sul-
tanazgos: rebeliones constantes, guerras domésticas y asesina-
tos horribles, compusieron sus anales, entreverados con exter-
minadoras luchas contra los berberiscos. Cuando un poder for-
midable, el de los fatimíes, procurando apoderarse de toda la
costa septentrional africana, invitó á uno de los Beni Saleh á
someterse, el orgulloso régulo contestó audazmente por medio
de una poesia, compuesta á propósito por el toledano Alahmas.
«No eres justiciero, decíase en ella, y ningún mérito recono-
ce Dios á tus razones; eres un ignorante, un impostor, y para
parecerte á los mas necios, has tomado el camino mas corto; la
religión de Mahoma és el objeto de nuestros generosos pensa-
mientos; Allah envileció los tuyos».
Irritado hasta el paroxismo el fatimi, ante aquel reyecillo
que se le insolentaba, envió sus tropas á castigarle. Resistié-
ronse bravamente los Beni Saleh y lucharon como buenos, pe-
ro cayeron vencidos en el campo de batalla; sus cabezas, pa-
seadas en triunfo por algunas ciudades africanas, proclamaron
su vencimiento. Los poetas fatimies contestaron entonces á las
poesías del toledano, exclamando uno de ellos:
«Un villano, hijo de villano, insolentóse, á la cabeza de una
gavilla de necios. Díjose: Nokur será mi refugio, aun contra la
cóle
(i) Bekrí: Desc, de V Afinque sept. Irad. de Slane. Journal Asiat., Fev.-Mars. 1859^
pag. i65. Graberg di Hemsoe: Spechio d' il Marocco, pág. 24.
56 Málaga Musulmana.
cólera de Dios; pero los juicios del destino, que todo lo deci-
den, hiriéronle y le sorprendieron, por permiso divino, cual un
vasto incendio. Entró el fatimita en un país que hacía largo
tiempo no habia sido invadido, y, con el peso de su poderío,
soterró á esta intiel población. Trájonos la cabeza de su gefe,
para entregarla á todos los ultrages, la cual se balanceaba en
la punta de una flexible lanza, sucios y en desorden los cabe-
llos, enlodada y despeinada la barba».
Algunos de los vencidos que escaparon á aquel desastre, vi-
nieron á refugiarse en Málaga, cual hoy se amparan en ella ber-
beriscos fugitivos, perseguidos por la brutal tiranía del imperio
marroquí. Venían entre los expatriados tres hijos del soberano
difunto, Saleh, Ydris y Motacera, á los cuales invitó Abderrah-
man III á pasar á su corte. Resistiéronse ellos, alegando que
deseaban permanecer lo mas cerca posible de sus estados, con
lo cual aquel ilustre califa ordenó que las autoridades malague-
ñas les otorgaran suntuosa hospitalidad. Interesábale atraer á
sus proyectos á estos príncipes, influyentes en Africa,y cuyos as-
cendientes habían servido en las tropas cordobesas. U no de ellos,
sugeto devotísimo, que habia peregrinado cuatro veces á la Me-
lca, quizo alcanzar definitivamente la bienaventuranza, hacien-
do la guerra santa contra los cristianos españoles. Y ciertamen-
te que los riesgos en que se puso y el fin que tuvo, fueron para
que tos suyos le tuvieran por mártir; porque cuando se dirigía
á Córdoba, Ornar ben Hafsun acometió y mató á los que le
acompañaban, escapándose él por la ligereza de su cabalgadu-
ra, para perecer, peleando bravamente, en la frontera cristiana.
En Há
Parte primera. Capítulo ii. 57
En Málaga se aposentaron algún tiempo los Beni Saleh, si-
guiendo ansiosamente las peripecias de la política de Nokur,
hasta que se presentó ocasión propicia de rescatar su poder. En
aquel momento convinieron, que reconocerían por soberano al
primero de los tres que pusiera su planta en tierra africana, y
una tarde se embarcaron en naves diferentes, dirigiéndose, con
viento favorable, á su país. El menor de ellos llegó primero á
éste, y al arribar sus hermanos, fieles á lo pactado, le procla-
maron emir: él, por su parte, se declaró subdito de Abderrah-
man III, quien, á cambio de su vasallaje, le envió magníficos
regalos y las insignias de la soberanía.
Nuevas vicisitudes de sus luchas con los fatimíes trajeron,
una vez más, á Málaga, á Chortem ben Ahmed y Mansur ben
Alfadl de los Beni Saleh — 947 — Llamado uno de ellos al solio
de Nokur, salió de nuestras playas para ocuparlo, persistiendo
aquella dinastía gobernando á su pequeño estado, trescientos y
catorce años, á contar desde su fundación (i).
(i) Bekñ: Ibidem, pág. 168 y sig. Aben Jaldun: Hist. des herbers., ti-ad. de Slane>
T. II., pág. -137 y 8ig.
CAPÍTULO III
Los Beni Hammud en Córdoba y Málaga (i)
ilenealogia de los Ilammudies. — Su situación á principios del siglo XI. — Ali ben Hani-
nmd. — Sus pretensiones al solio cordobés. — Magnates que le auxiliaron. — Su reinad(»
y asesinato.— Herédale suliermano Alkasim.— Estado de Córdoba. — Lucha de Alka-
sim con su sobnno Yahya. — Arrójalo éste déla capital y vuelve a recobrarla. — Victo-
ria de los cordobeses contra Alkasim. — Traiciones contra éste en Sevilla y Carmona.
— Cércale en Jerez su sobrino. — Su prisión y muerte. — Reinado de Yahya — Vuelva
éste á imperar en Córdoba y á perderla. — Sus luchas^ con los sevillanos. — Apodéra.se.
de Carmona arrojando de esta á su dueño. — Venganza de éste. — Muerte de Yahya.
Tócame presentar al lector en este capítulo, á los aventu-
reros africanos, que fiando en el esfuerzo de su corazón y de su
brazo, en lo egregio de su alcurnia y en lo revuelto de los tiem-
pos, pretendieron fundar una dinastía, que reemplazara á la
Umeya en el solio cordobés. Empresa mas ambiciosa que afor-
tunada, y mas engendradora de daños que de venturas para los
míseros muzlitas españoles.
Afi
(1 ) Las fuentes que me han senido para las noticias que publico, acerca de los Ham-
mudies, son:
Almakari: Analectas, ed. Wright, Krehl, Dozy y Dugat. Leiden 1855 á 61.
Aben Jaldun: Ilist. des Dei*bcrs, trad. de Slane. llist. de Jos Hammudies, que se
encuentra en la parte inédita de su obra, y que tomé y traduje de una copia del Sr. Ca-
tangos del M. S. de París.
Parte primera. Capítulo iii. 59
A fines del siglo X, esparcida entre los berberíes, ligada á
los principales de ellos por relaciones matrimoniales, por la
igualdad de vida, usos y costumbres, vivía una familia descen-
diente por Ali y por Fatima del Profeta, descendiente también
de aquellos famosos sultanes Idrisies, que dominaron largo
tiempo las comarcas del Magreb. Señores de ciudades ó jeques
de nómadas tribus, estos magnates debieron llevar idéntica
existencia, á la de los modernos xerifes de las actuales familias
nobles árabes, reseñada, con tanta exactitud, por el general
Daumas, y dibujada, con tan brillante colorido, en sus libros ó
en sus cuadros por Fromentin (i).
Vivían subsistiendo del producto de sus rebaños ó de los
tributos de sus dominios; entregados en la juventud á los place-
res
Aben AlaUir: Citrón, quod pt*rf. itiifc, Tomberíí. Lu^'íliini Dat. 1807, Iradurcioii
inédita en lo referente á España, del señor Codera, quien tuvo la bondad de prestarni«
>u tinbajo.
Alhomaídí, de la Irad. que publicó 1). P. Gayan¿(os, en su llist. of tlte moh. din. in
Abdelwahid: Hist. of the Ahn. cd. Dozy, Leiden 18^47, de la cual tmduje lo que to-
«aba á mi asunto.
Ani<ab Alavah y Omdet Attalih; estrados de estos ^I. S. S. de la Bibl. de París, qiut
debí á la buena voluntad de M. Fag^nant y que vertí al castellano.
Bekri: Tkiscr. de V Afr. sept.^ trad. de Slane, en q\ Jouniul Asiat. \S7iS y 50; obiii
que no ba sido aprovecbada porninj^uno de los escritores modernos, que se lian ocuj»adí»
de este asunto, y (¡ue contiene interesantísimos datos.
Aben Aljatliib: Yliata^ M. S. del Escorial.
Dozy: ]li»t. des Mus. d' Esjt. Script. ar. loci dti Ahbad. Leiden 184G. A este insi<(n<í
«'.♦ícrilor á quien deberá eterno reconocimiento la bistorio^^rafia liispana de la Edad Media,
debi» vo mucbas de las noticias contenidas en esta obni.
Codera: Estudio crit. sobre la hist. y tnoncdLCs dr los líam. de Máluffit y Aly. So-
Uiv esta notabilísima Memoria me ocujio lar¿ament3 mas adelante.
He aprovecbado también indicaciones contení las en diverjas obras, (¡ue ii'é inelu>
yendo en las notas que aconqiañan á el texln.
(1) Daumas: Ja's cJn^'uux du Saharj, París, 1858, pájí. 370 á 398. Kro raen lín: Un
el i' duns le Sahara, ed. Plon.
12
6o Málaga Musulmana,
res de la caza, de la equitación ó del amor, en mas avanzada
edad al gobierno de sus pueblos 6 de sus movibles aduares, en
todo tiempo á los peligros de la guerra; amantes del fausto, del
lujo, de todo cuanto puede realzar el señorío de la persona; olvi-
dando frecuentemente las tradiciones de la cultura arábiga, apa-
sionados siempre de mujeres hermosas, briosos corceles, armas
expléndidasy penetrantes perfumes; amando, en fin, todo loque
alhaga esa doble tendencia del carácter alarbe, sibarítica y va-
lerosísima; y aun mas apasionados que de fantasias, combates
y deportes, de las alabanzas de los poetas, por la vanagloria
que les conseguian sus versos.
Por las marinas berberiscas y al interior del Magreb Alaksá^
hoy Imperio de Marruecos, se habia extendido la casta idrisí.
Una rama de ella, la de Omar, hijo de Idris II, moraba, parte
en el pais de los Comeres, al Oriente del Rif marroquí, parte
en Taza, ciudad asentada á orillas del camino de Fez, una de
las primeras poblaciones donde dominara el fundador de su fa-
milia, capital entonces, cual hoy, de fértilísimo territorio, de
dulce clima y de abundantes aguas y frutos (i).
Algunos individuos de esta familia, cual antes varios de sus
parientes, pasaron á España, durante las guerras civiles que
sucedieron á la muerte de Almanzor. Entre los cuales se con-
taron dos hermanos Ali y Alkasim, hijos de Hammud, quienes^
siguiendo durante ellas el apellido de Suleiman, fueron nom-
brados por éste capitanes de sus huestes berberiscas, y después^
en la
(i) Aben Jaldun: Cap. sobrQ la dinastía Hammudi. M. S. de París. Ed. de Bulac, T. IV^
|iág. 153. Slane: Tabla geográfica de latrad. de Aben Jaldun. Hist. deBerhers. T. I, pág^
CXI. Grábei*g di Hemsoe: Spccchio geogv. é stat, de V impero del Marocco^^ék:^, 44.
Parte primera. Capítulo iii. 6i
en la segunda época de su sultanazgo, gobernadores, Alkasim
<Íe Algeciras, y Ali de Ceuta y Tánger (i).
Ambas ciudades, conquistadas por Abderrahman III, per-
tenecían á los dominios Umeyas. Tánger, antigua población
libia, colonia en tiempo de romanos, que la denominaron Julia
Traducta y también Tingis, era, por entonces, una ciudad for-
tificada, en la cual se conservaban abundantes memorias del
pueblo latino, restos de castillos, cúpulas, criptas, baños y acue-
ductos. A veces de entre sus ruinas ó de sus sepulcros se ex-
traían antiguas medallas y alhajas. Ceuta, la Septa bizantina,
fortalecida por Justiniano y después por Abderrahman III, con
torres, fosos y muros, era entonces también una buena pobla-
ción, conservando cual Tánger recuerdos de la dominación roma-
na y bizantina: entre los cuales se contaba un acueducto, cuyos
arcos,
(1) Sejifun Bekri, Jouvnal Asialique, Avril-Mai, 1859, pájí. 3G7, Ornar, hijo de Idris II,
íundador de Fez, y nieto de Idris I, que lo fué de la dinastía que lle\asu nombre, tuvo
cuatro liijos Al¡, Idris, Mohammed y Obaidallah. De éste nació Abul Aich y de éste Ham-
mud, quien engrendró á su vez á Alkasim, Ali y Fatima. Sostienen los demás historiadores
ái-abes la misma genealogía, aunque completándola, pues indican que Abul Aich debió
nombrarse Ali y que Hammud no era su hijo, sino su biznieto, nacido de su nieto Maimun
y del hijo de éste Ahmed. La genealogía pues del fundador de la dinastía hammudita en Es-
paña, que los autores muslimes y el pueblo llamaron unas veces Idrisi, otras Hasani, fué Ali
ben Hammud ben Maimun ben Ahmed hen Ah ben Obaidallah ben Oniar benldiisben Idris
ben Abdallah ben Hasan ben llasan, hijo de Fatima, hija de Mahoma, y de Ali abu Talib,
primo y primer secuaz de éste. Ansab Alarah. M. S. de París, Supl. ar. núm. 655, folio
ÍX) vuelto. Ondet Atfalib, Ibidem, Ancien Fond, núm. 656, folio 93 vuelto. Alhomaidi, en
<layangos, Hútt, of the Muh. din. Abdelwahid ed. Dozy, pág. 30. Abdelhalim, Rud Alkartas^
|)ág. 1 y 15, Irad. Béaumier, hace á los Idrisies descendientes de Hosein y no de Hasan, cual
efectivamente eran, en^or que no sé si provendrá del traductor ó de aquel cronista, quien
^ciertamente no se mostró muy bien enterado en estas genealogías
Su¡)one el barón de Slane, interpretando el texto de Bekri ya citado, que algu-
nos descendientes de Omar, próximos deudos de los Hammudies, vivieron en Algeciras,
traduciendo Alhadra por esta población; pero según se vé en Aben Jordabeh: LtvíT
jdes voutes el des prov, Jomnal Asiaiique, Mai, Juin, 1865, pág. 460, había una Hadi-a en
Jas malinas africanas del Mediterráneo, que el traductor de aquel geógrafo, Barbier de.
3Ieinard, concuerda con Alcázar Saguir.
62 Málaga Musulmana.
arcos, levantados sobre las honduras de las próximas cañadas,
traía las aguas de una corriente cercana á la iglesia, convertida
en mezquita por los musulmanes: acueducto, cuyo constructor
fué el traidor conde Julián, de quien se conservaba el nombre
todavia á mediados del siglo XI, en un castillo de las cercanías
y en el de uno de los rios, el Nahr Ilian, que se ha perpetuado
en el Wad Lian de nuestros dias (i).
Contando con allegados y amigos en la Península, con la
anarquía apoderada de sus regiones, con la ansiedad de paz y
sosiego en muchos, de cambios y novedades en otros, y con el
prestigio de su noble prosapia, universalmente respetada entre
muslimes, pensó Ali ben Hammud, desde su gobierno, apode-
rarse del trono cordobés.
La situación del país favorecía extraordinariamente sus in-
tentos. La ferocidad berberisca se aprovechaba de cuantas
malas pasiones hervían en la raza árabe, para satisfacer sus
perversos instintos; de la familia Umeya, trascurridos los glorio-
sísimos califatos de Abderrahman III y Alhaquem II, destruida,
con su muerte, la obra del gran ministro de Hixem II Alman-
zor, no surgía un carácter, que dominara las graves dificultades
del momento, acrecentadas con los odios, la malquerencia y las
divisiones de sus miembros; no surgían de su seno mas que am-
biciosos, que pretendían el poder, á costa de vidas y haciendas
musul
{i) Rokri: Jinnmal Aséafúpw, Avril-Mai, 1850, pii»r. 3tí0. Mars, j»h;,^. 100. Tissot:
Hvcherche» sur la Geofjraphie comptiree (le la MainHtanie Tin<fitainpy páj^. 31 y 44. Ksla
jiotultlo Meiiioría anjueolcígica^ menos conocida de lo que debiera serlo en Kspaña, ofrece
nliundantes y curiosos datoi*, alíennos controvertibles, interesantísimos para los histo-
r¡:*d<^iV8 españoles.
Parte primera. Capítulo iii. 63
musulmanas, del oprobio y la desmembración del califato.
Hixem, el soberano legítimo, habia sido restaurado en el so-
lio; pero, al recobrar la perdida autoridad, tuvo que perseguir á
sus deudos, que degollar á sus servidores, convertidos, de la no-
che á la mañana, en enemigos; que entregar al cristiano impor-
tantes fortalezas, reparos de la frontera, expugnadas en dias
gloriosos para las armas muslímicas. Aun así, los que se valían
de su nombre y de su debilidad para gobernar, no pudieron evi-
tar que la rebelión arrebatara preciadas provincias al califazgo^
que los berberíes yermaran el resto del territorio con sus espan-
tosas depredaciones, que se estableciera en Calatrava una corte
independiente, vergonzosa parodia de la de Abderrahman III;
que Medina Azzahra, sorprendida traidoramente, viera sus ni-
ños y sus ancianos degollados, violadas sus mujeres en las pla-
zas, en las calles y hasta en el sagrado recinto de su mezquita^
y sus alcázares, maravillas del arte, entregados al saqueo y al
incendio.
Málaga presenció por aquel tiempo también, horribles esce-
nas de violencia. Uno de sus hijos ilustres, notable en la cien-
cía, muy estimado entre los sabios de su tiempo, Jalaf ben Ma-
sud, vulgarmente conocido por Aben Amina, (i) murió cruel-
mente á manos de los berberiscos; acometido por ellos pidió
que le dejaran hacer las genuflexiones — rikas — de la oración, y
terminadas dos de ellas le destrozaron á pedradas el cráneo —
loog á ICIO — .
Escenas de sangre y bandidaje, reiteradas, mas por exten-
so,
(i) Aben Baxcual; Sila, M. S. del Esoorial: inopia no muy tíxacla en la Nao. de Madriíl.
64 Málaga Musulmana.
so, al caer Córdoba en poder de los salvajes africanos, llevan-
do entre sus taifas en Suleiman, á un desdichado ambicioso,
incapaz de enfrenar sus demasías, incapaz de renunciar ante
ellas á sus pretensiones.
Dada esta situación, era, hasta laudable, la aspiración de
un descendiente de Mahoma á empuñar con mano vigorosa
las riendas del gobierno, y á concluir con las desdichas que
atormentaban á los musulmanes. Pensando agrupar á su pensa-
miento todas las voluntades, procedió el astuto berberisco con
alguna cautela. Los partidarios de Hixem II eran numerosos y
potentes; el prestigio de aquella noble raza Umeya, á la que
debia tantas glorias la dominación agarena, no habian consegui-
do agotarla la debilidad de aquel monarca, ni las ruindades de
sus deudos y comensales; contaba con partidarios sinceros y
decididos, á más de muchos otros, que, por gratitud ó por inte-
rés, no lo parecian menos.
Entre estos buscó arrimos para sus proyectos el africano:
el eslavo Jairan, señor de Almería, recibió cartas suyas, en las
que le confiaba que hallándose Hixem angustiado por la gue-
rra, cercado y amenazado de caer en manos de Suleiman, cre-
yendo que éste le asesinaría, le encomendó su venganza y le
nombró heredero del trono: el eslavo, sagaz y astuto, que go-
bernaba su estado á devoción de Hixem, y que, socolor de leal-
tad á éste, soñaba reproducir la privanza de Almanzor, se apre-
suró á unirse al nuevo pretendiente, y á conseguirle las sim-
patías y obediencia de sus iguales.
Respondieron los invitados, adhiriéndose al pensamiento del
Ham
Parte primera. Capítulo iii. 65
Hammudí; entre ellos contábanse dos personages, cuyos suce-
sos demuestran lo que en tiempos de revueltas consiguen la
ambición y la audacia. Eran dos esclavos negros de Mofarech
el Amiri, que probablemente lo seria á su vez de Almanzor, lla-
mados Mobarec y Mothafir, intendentes de riegos en Valencia.
En uno de tantos alzamientos, cual á cada instante acontecian,
apoderáronse del gobierno de esta ciudad, ocupando el primer
lugar Mobarec; así permanecieron ' algún tiempo, durante el
cual no les faltó un poeta, que alhagara la vanidad de ambos
con sus adulaciones. Al cabo los valencianos amotinados dieron
al través con su ignominiosa autoridad, saquearon el palacio de
Mobarec y alzaron por monarca á Lebid ó Lebil, reyezuelo de
Tortosa (i).
Acogida favorablemente su pretensión proclamóse Ali en
Ceuta heredero de Hixem II, y, á poco (2) se embarcó con di-
rección á Málaga. Gobernaba esta población, á lo que entien-
do independientemente, Amir ben Fotuh Alfaiky, maula ó sea
liberto de Alfaik, que lo fué del sultán cordobés Alhaquem II.
Constituían parte de su jurisdicción Ronda y su termino, de los
cuales le habia despojado recientemente Abu Nur ben abu Corra.
Era éste un berberisco que pertenecia, con varios otros de
su casta, á la tribu de los Beni Yfren, los cuales lucharon es-
fonadamente en pro del mahometismo en las fronteras cristia-
nas, y se mostraron fieles en África y España á los U meyas:
sumamente agasajados por Almanzor, contribuyeron valero-
samea
(1) Codera, ut supra, pág. 8.
0¿) En el año 405 de la Hegii-a— 2 de Jiinio de 1014 á 21 de Julio do 1015.
66 Málaga Musulmana.
sámente á la prepotencia de la raza berberisca, en las guerras
civiles que concluyeron con el califato (i).
Amir, puesto anticipadamente de acuerdo con Ali, abrió las
puertas de Málaga al príncipe hammudita, y, tanto las tropas
cuanto los vecinos, aclamaron á el que venia á restaurar, con la
monarquía legítima, el orden público. Dentro de sus muros per-
maneció algún tiempo Ali, madurando sus planes, durante el
cual expulsó de su recinto á su antiguo gobernador, bien por-
que desconfiara de él, bien porque fuera un estorbo para sus
proyectos ó por que, como ingrato, despreciara á quien no po-
día ya servirle. Conducta no muy desusada en la historia de
todos los gobiernos y mucho más en la de los musulmanes (2).
Al año siguiente (3), parece que Ali salió de Málaga para
juntarse con Jairan y algunos otros de sus parciales en Almu-
ñecar, donde se conjuraron para acometer á Suleiman en Cói*-
doba y proclamar califa al hammudi, caso de que Hixem, cual
se decia, hubiera muerto. Separáronse después los conjurados
hacia las poblaciones en que moraban, á fin de levantar gente
preparar bastimentos de guerra.
A seguida comenzaron á acudir á Málaga y Almería ber-
beriscos, gentes del Magreb, negros y eslavos, declarados por
Ali, y, terminados los preparativos, juntáronse entrambas hues-
tes, que engrosaron, cuando atravesaban el territorio granadino,
las del régulo de esta ciudad.
Fieles hasta entonces al soberano que habían proclamado»
los
<l) AiííMí .lal.lim: U¡<l(ñrt' tlrs í{rr!nr.< T. 111, p'i^. til*i y s¡^'. 22i.
(ti) AÍMii'iwaiiiii ímI. \)yy/.\ pájí. 'M). Allioiwaiili, tradnn ion ile dayangos, loco citato.
Ci) 4(H» (lo la II. 21 Junio 1015 á 10 Junio 1010.
los berberiscos partidarios de Suleíman, capitaneados por Mo-
hammed, hijo y heredero presunto de éste, salieron á encontrar
á sus enemigos hasta á diez leguas de la capital; avistáronse
ambas mesnadas y trabóse la pelea, que fué bien reñida por al-
gún tiempo é indeciso su éxito, hasta que los confederados de-
rrotaron á sus contrarios, y se apoderaron de Córdoba (i).
Jairan y los antiguos eslavos penetraron en el alcázar, bus-
cando ansiosamente á su desventurado señor por aquellas es-
tancias y patios, testigos un dia de los triunfos de la gente
Umeya, testigos en aquel de su ruina y vilipendio. Pero sus
pesquisas fueron infructuosas; Suleiman, vilmente entregado
por sus parciales, que buscaron olvido por su oposición á AIÍ
traicionándole, le dló por muerto, é indicó el lugar de su sepul-
tura; mandó el Hammudita desenterrar el cadáver, vinieron á
reconocerle los viejos servidores de Hixem II, y uno de ellos,
por miedo ó por congraciarse con el vencedor, sostuvo que era
el del califa, dando como prueba un diente ennegrecido, que se
veia en la amojamada boca del difunto, igual á otro que en vida
mostrara aquel sultán.
Importaba á Ali que se declarara la muerte de Hixem: con-
firmada esta, entraba de hecho en posesión de su herencia; si el
desdichado monarca se encontraba, tenia que esperar á que la
muerte le proporcionara el descanso de una vida horriblemen-
te agitada y sombría, para conseguir el poder, con el riesgo de
que los eslavos, ambiciosos y prepotentes, le obligaran, cuando
menos, á tornar á su oscura condición de xerife nómada.
Suiei
(1) Molianvm J>- 407, do 10 .](.' Juiiii> i 9 .1.' Julio .l.f lOlU.
68 Málaga Musulmana.
Suleiman debia expiar con su sangre cuanta se había derra-
mado por su causa; presentado ante Ali, ni la compasión que
inspira la desgracia, ni la tradicional magnanimidad de su fa-
milia, amansaron la ferocidad del africano, quien, sin confiarla
al verdugo, cortóle con su diestra la cabeza. Con él fueron eje-
cutados también su hermano y su padre Alhaquem, nieto de Ab-
derrahman III, anciano de setenta y dos años, quien retirado de
la azarosa vida pública de su tiempo, estaba inocente de los
crímenes cometidos durante ella (i).
Las últimas razones de aquel desdichado viejo y las mur-
muraciones de la servidumbre palaciega, cuyos labios sellaba
en público el terror que inspiraba Ali, acreditaban la idea de
que el legítimo monarca existía; mas como nadie indicaba su
paradero, Jairan y los eslavos, probablemente bien á pesar
suyo, tuvieron que darle por muerto y que reconocer á el
que habian aclamado por sucesor, como Emir Amuminin ó sea
Príncipe de los creyentes. El Hammudita se posesionó del im-
perio, adoptando, cual era costumbre entre los soberanos mu-
sulmanes, el sobrenombre sultánico de Annazir Lidinillah^ que
significa, el que ayuda á la religión de AUah, con el cual se ape-
llidó en sus monedas.
Entre las riquezas que halló Ali en el alcázar del califazgo,.
apareció un objeto, de bien triste recordación en los fastos de
su familia. Conquistada por los últimos califas U meyas gran
parte del Magreb Alaksá, el postrero de los soberanos Idrisies^
Hasan ben Kannun, fué trasladado á Córdoba, en compañía de
sete
(i) Alhomaidí, Abdelwahid ut supra, y Aben Alatsir, trad. de Codera.
setecientos caballeros de su casta, que, al decir de un historia-
dor sarraceno, vallan por siete mil de los demás hombres. Re-
cibiólos Alhaquem H con sumo agasajo y cortesía, como á tan
nobles señores, y mostrando con ellos gran liberalidad, conce-
dióles sendos heredamientos, casas, cortijos y vergeles.
Así permanecieron algún tiempo en Andalucía, hasta que,
bien porque con sus orgullosas pretensiones se atrajeran la an-
tipatía del monarca, bien porque su presencia en la corte cscí-
tara recelos en éste, un accidente, mezquino por si, vino á pre-
cipitarlos en la ruina. Poseía Hasan un pedazo de ámbar que
había encontrado en África, paseando á orillas del mar, y con
esa voluptuosa inclinación que hacia los perfumes sienten los
orientales, teníalo en gran estima, hasta el punto de ponerlo
por las noches entre las almohadas de su lecho. Vio el califa el
ámbar en cierta ocasión; su aroma y tamaño escitaron en él
deseos de poseerlo, y lo pidió al príncipe, indicándole, que de-
mandara, á trueque de él, lo que de sus riquezas apeteciera.
Hasan, ó altivo ó caprichoso, en todo caso ingrato á los benefi-
cios recibidos, sin reflexionar que se exponía á perder por fuer-
za lo que de grado debía conceder, negóse á satisfacer el empe-
ño del sultán; quien, irritado en demasía, violó los deberes de
la hospitalidad, sagrados entre alarbes, pues, atrepellando por
todo, mandó entrar á saco la mansión del Idrisita y arrojóle, (i)
con to
MI SaUh ben Abdellialim: I\uii Mhartitii, pÍR. i'Í7, Irtxl. Doaumíor. Knlnii niarínaHoc-
«iili-ntaleii DOUrcHiaíes, d orillas del AllúnUco.ontrcel cabo Enpartol y e\ río Iiiiliko», halá-
base eu la aiiti^pdad úmliai-, su^un I'titiiu XXXVll— II. Gn las playas dt> Taliadart eiiuuen-
tnuí liojr los nalurali'-B di'l |iaÍB, una niahtría i;rísicnbi, runilible al ralor, A la cual llaman
Anidar, i{De exhala un olor niuj Tutrlt, y que ufertivanienlc ('Orccu uiin csp<:cÍL' de áinbar
fc't-ú. Tis»ot, uisujira, [i^-GÜ.
yo Málaga Musulmana.
con todos sus deudos de sus dominios. Los sirvientes de Ali
encontraron entre las riquezas de los Umeyas el pedazo de ám-
bar, que habia costado tan caro á los próximos parientes de su
señor.
Al ocupar Ali el solio hallábase en la plenitud de la vijda.
Era de tez morena, ojos y cabellos negros, alto y delgado; se-
ñalábase por la fuerza y la agilidad del cuerpo, así como por la
entereza del corazón; en su cabeza, grande, al decir de los cro-
nistas muslimes, bullian graves pensamientos y resoluciones
enérgicas: si entendía mejor la jerga berberisca que los primo-
res del arabia, mostrábase fiel á las tradiciones de su raza y á
las inclinaciones de quedebia alardear todo soberano sarraceno^
galardonando fastuosamente á los literatos y poetas, que no le
escatimaron elogios ni adulaciones en su estilo rebuscado y gon-
gorino, sabio y atildado. Entre estos fueron de notar el cordo-
bés Aben Jayat, Obada Ma Assema, que adoptó la creencia
chuta, y Aben Amru ben Darach;los cuales, recordando su ilus-
tre alcurnia, no dejaban de apellidarle el Hasaní, el Talebí, el
Fatimí, ó, movidos por sus beneficios, inventaban primorosos
giros, para celebrar su bondad y su largueza (i).
Encontrábase el nuevo sultán entre el revuelto oleage .de su
tiempo, acometido de todos lados por las pasiones, en el paro-
xismo de su desenfreno. Edad de hierro era en la que vivía>
den
(1) Aben Alatsir, tradaccion ya citada de Codera. Aben Aljathib: Ihata, Bioj^rafía de
Ali ben Hammad, y en Casiri: Biblioteca aráb, escunalensCy T. II, pág. 206, col. I: mi
buen maestro el Sr. D. Francisco J. Simonet me ha proporcionado una copia de esta bio-
Krafia, sacada por el de la Ihata, de la que he traducido los curiosos datos que doy mas-
adelante.
Parte primera. Capítulo iii. 71
dentro de la cual solamente se imponía la fuerza; y aquella con
la que principalmente contaba Ali, la de los berberíes, no podia
ser mas flaco y deleznable arrimo. Si quería imponer el orden y
la justicia, si quería emplear las medidas de represión, que la
autoridad necesita usar para mantener la paz pública, exigencia
imprescindible de toda vida social, sus propias armas volvíanse
contra él. Rodeábale la traición, y, ó habian de quedar impunes
delitos, umversalmente castigados, ó peligraban su solio y su ca-
beza. Las conjuras y revueltas quitábanle medios y sosiego pa-
ra pensar en el bien general; pero puede decirse en su elogio^
que aspiró á realizarlo, que dio muestras de amor á la justicia.
Al cabo, la cruel condición de sus coetáneos y las miserias de
su tiempo le hicieron olvidar las nobles condiciones de prínci-
pe árabe, para acordarse solamente del carácter suspicaz, as-
tuto y fiero del berberisco. ¡Triste estado social aquel que in-
capacitaba para el bien á un ánimo entero, y le empujaba fa-
talmente á la crueldad y á la tiranía!
Por mudar de señor no cambiaron de procederes los ber-
beríscos; con la violencia y la traición encumbraron á Ali, y que-
rían que les galardonase con la libertad del bandidaje. Si en
tiempos de Suleiman no hubo harem cerrado, ni heredad cerca-
da, que les estorbaran saciar sus brutales pasiones, muchos me-
nos obstáculos debia ofrecerles el gobierno del Hammudí. ¿No
eran ellos arbitros de su poder, su apoyo y defensa? ¿No de-
pendía de su mala ó buena voluntad la autoridad y hasta la
vida del soberano?
Sin embargo, no hallaron en Ali igual flaqueza de ánimo
que
72 Málaga Musulmana.
que en su rival: fuera porque le interesara atraer á su devoción
á los cordobeses, ó porque le repugnase la crueldad del trato
que se daba á musulmanes, quizá también por un loable senti-
miento de justicia, tradicional en su familia, no se doblegó á ha-
cerse cómplice de aquellas tiranías, antes bien, decidió repri-
mirlas.
Los cordobeses encontraron en su alcázar protección y ampa-
ro, reconocimiento de sus derechos y energía para el castigo de sus
violadores. Daba el nuevo monarca frecuentemente audiencias
á sus subditos, en las cuales escuchaba con atención sus agra-
vios, decidía sus querellas, y se informaba ó remediaba sus da-
ños; muchas veces, en alguna de estas vistas, hizo rodar ante
él la cabeza de algún berberisco criminal, á presencia de las
gentes de su laya, y aun de sus propios deudos.
Cierto dia, al salir por una de las puertas de Córdoba, vio
Ali venir á un beréber, que sobre su cabalgadura traía unos ces-
tos de uvas; comprendió el sultán que aquella fruta era despojo
de cercado ageno, y mandóle que se acercara, preguntándole
de donde procedía:
— Las he cogido de donde las toman los demás, contestó de-
senfadadamente el berberisco.
Irritado el califa mandó que le degollaran, que pusieran su
cabeza entre los cestos conque habia cargado su montura, y que
pasearan esta fúnebre muestra de su enérgica justicia por las
calles y socos de Córdoba (i).
Cobraron aliento con estas cosas los andaluces; reprimié-
ronse
(1) Makari: Analcctes, T. L pág. 315.
Parte primera. Capítulo iii. 73
ronse los berberíes, y entabláronse amistosas relaciones entre
aquellos y Ali. Ciertamente entonces hubiera podido cambiar la
faz de la historia hispano-musulmana, sino lo impidieran los
múltiples y contrarios intereses, que se daban cruda guerra en
el seno del califato. Apenas llevaba el Hammudí unos cuantos
meses de pacífico reinado, cuando una sublevación, al levante
de Andalucía, hubo de poner en sus manos las armas y trocar
enteramente las tendencias de su política.
Los eslavos no se habian convencido de la muerte de Hi-
xem. Aunque esta hubiera sido cierta no convenía á su ambi-
ción creer en ella, para mantenerse independientes en sus go-
biernos. Jairan, fiel en apariencia á su legítimo soberano, as-
piraba á restaurarle en el solio, sin duda para gobernar en su
nombre. Y bien fuera porque mostrara abiertamente sus propó-
sitos ó porque Ali desconfiara de él, parece que en Córdoba le
advirtieron que el sultán pensaba asesinarle, por lo cual se re-
trajo á su waliazgo de Almería, estimuladas sus pasiones políti-
cas por personales rencores.
Necesitaba el astuto gefe eslavo un nombre, que sirviese de
bandera á su partido, á la vez que un dócil instrumento, para
realizar sus ambiciosas aspiraciones, y creyó encontrar ambas
cosas en un biznieto de Abderrahman III, hermano del antiguo
pretendiente Almahdi, llamado Abderrahman ben Mohammed.
Amedrantado por los asesinatos de sus deudos y por la situa-
ción de Córdoba, tan funesta para la familia Umeya, habia
ido á refugiarse, según unos á Valencia, al decir de otros á Jaén,
donde era tenido en gran estima, y considerado cual el mejor de
su
74 Málaga Musulmana.
su nobilísima descendencia, por sus excelentes cualidades.
A su retiro fué á buscarle la invitación de Jairan, y de na-
da sirvió al fugitivo el recuerdo de las sangrientas tragedias que
presenciara, ni la desconfianza, que al entendimiento menos
avisado debia inspirar el gobernador de Almería.
— Quien ama la vida vegeta, habia dicho el fundador de la
dinastía abasí, al empuñar las armas, como pretendiente al tro-
no de los califas (i). Igual reflexión debió hacer el descendien-
te de Abderrahman III, al arrancarse á su vida sosegada; la
ambición se sobrepuso á los consejos de la prudencia; permi-
tió que se le proclamara califa, con el nombre de Almortadha (2)
y que se invitara á la rebelión en su favor á los eslavos y ami-
ríes.
Jairan recurrió á todos ellos, á el valeroso caudillo Mond-
zir Attochibí, cuyos antecesores prestaron relevantes servi-
cios á los últimos Umeyas, por entonces gobernador de Zara-
goza; en la cual debia de reinar algunos años, estableciendo una
dinastía independiente, y engendrar una familia renombrada
hasta los postreros dias de la dominación musulmana en Es-
paña. Además de este emir recibieron invitaciones, que sepa-
mos, los régulos, mas ó menos independientes, de Valencia, Já-
tiva, Tortosa y Alpuente.
Desde que se esparcieron estas nuevas cambió por comple-
to la conducta de Ali, respecto de sus subditos. Sin duda las
pretensiones de Almortadha despertaron las simpatías de los
princi
(1) Masudi: Prair, d* (yi\ T. VI, pág. ÍH ed. y Irad. de Harbierde Mejiiard.
(2) El que está contento.
Parte primera. Capítulo iii. 75
principales de Córdoba, donde tan cariñosa memoria se guar-
daba de sus progenitores, y las esperanzas de los partidarios
de la dinastía caida, á quienes las exigencias de la lealtad ó su
antigua significación alejaban de los goces del poder. Descu-
bríanse á cada paso conjuras contra los Hammudíes, en las que
se hallaba comprometido lo mas granado del pueblo. La ani-
madversión contra Ali estaba en la atmósfera que este respira-
ba, y sentía á su alrededor ese aislamiento que engendra la des-
confianza, el odio y cuasi siempre la crueldad de los gobiernos
aborrecidos.
Trató pues á los cordobeses como á enemigos, cual á ven-
cidos; trocóse su benevolencia en suspicacia, su esmero por el
bien público en indiferencia, y en menosprecio su respeto hacia
las escasas personas de cuenta que quedaban en la capital,
pues la inseguridad y las persecuciones íbanlas esparciendo á
mas apartadas y pacíficas ciudades. De la misma manera
las asonadas, las revueltas y traiciones torcieron la noble con-
dición de Abderrahman I, fundador del trono cordobés, en fe-
roz tiranía, y, dadas aquellas circunstancias, trocaran el mas
generoso natural y las mas honradas intenciones.
A seguida comenzó Ali ben Hammud á hacer entradas en
el territorio de Jairan, á el cual se dirigió, en 408 de la H., en
son de guerra. Habia llegado á Guadix, cuando, metiéndose en
aguas el tiempo, los torrentes invadeables y el lodo de los ca-
minos le forzaron á volverse á Elvira, desde donde se restituyó
á Córdoba.
Cuatro meses después reanudábanse las operaciones; Jai-
14 ran,
76 Málaga Musulmana.
ran, desde Jaén, desafiaba la autoridad del sultari. Convenía
ahogar inmediatamente aquella rebelión, la cual amenazaba
tomar singulares proporciones, avivada por el genio bulliciosa
y audaz del gobernador de Almería, que en las revueltas de su
tiempo buscaba independencia para su estado, y en el logro de
sus propósitos, la realización de sus ambiciones.
Convocó Ali sus taifas para acometer á el rebelde. El dia
28 del mes Dzulkiada de 408, que corresponde á nuestro 17 de
Mayo de 1018, se agrupaban las tropas en las afueras de Cór-
doba, con sus banderas desplegadas, hiriendo los aires con el
ronco sonar de sus tambores, distribuyéndose para una revista
que iba á pasar el sultán. Mientras tanto, en el baño del alcá-
zar se representaba una sangrienta tragedia. Ali habia pene-
trado en aquel lugar sin la menor desconfianza, pues era sitia
donde se creia enteramente seguro; pero cuando tranquilamen-
te se disponia para la revista, tres eslavos jóvenes de su ser-
vidumbre, Munchih y dos compañeros, en un acto de temeri-
ridad, acometíanle rudamente y le dejaban muerto á puñala-
das; después salieron con sigilo de allí, cerraron la puerta en pos
de ellos, y atravesando audazmente las estancias del palacio»
procuraron sustraerse á el castigo de su delito. Pasado algún
tiempo, extrañando que el sultán no saliera, entraron las mu-
jeres en el baño, y halláronle muerto sobre el pavimento, por
cuyas losas corría todavia su sangre. El clamoreo de la servi-
dumbre palaciega reveló lo acontecido, y esparciéndose la noti-
cia por la ciudad las tropas se dispersaron.
Algunos mensageros anunciaron inmediatamente á Alka-
sim
Parte primera. Capítulo iii. 77
- ■ - — -- —
sim hermano de Ali, el asesinato de éste, y que los bereberes le
habían aclamado sucesor suyo, reparando, con esto, la falta de
que aquel, teniendo diez años menos de edad, se le hubiera an-
tepuesto en el mando.
Era Alkasim walí ó gobernador de Sevilla, y demostró en
los primeros momentos despreciar la corona que se le ofrecía,
temiendo que el mensage fuera un ardid de su hermano, para
poner á prueba su lealtad. Rasgo que pinta, bien al vivo, las
costumbres de la sociedad musulmana; del cual pueden referir-
se bastantes ejemplos en todo el trascurso de su historia.
Al fin, asegurado de la verdad, se puso en camino, entró en
Córdoba, mandó sacar del alcázar el cadáver de Ali, pronunció
ante él las plegarias mortuorias, y envióle á Ceuta, donde le
mandó dar sepultura. Sobre ésta se erigió una mezquita, que
los naturales del país mostraban á los viajeros en él soco ó pla-
za del Lino.
Cumplido este piadoso deber pensó en vengar la sangre de-
rramada, castigando á los malhechores eslavos; averiguado el
suceso, uno de ellos escapó á las pesquisas del sultán; presos
los dos restantes, después de someterles á crueles torturas, fue-
ron ajusticiados; sus míseros despojos, clavados en cruces, se
expusieron á los insultos de los bereberes, y sin duda, á la con-
miseración de muchos cordobeses, que habrían celebrado con
intensa alegría la muerte del usurpador (i).
A los seis dias de estos sucesos Alkasim era proclamado ca-
lifa
(i) Almakari: An., T. I. pág. 316.— Aben Aljatib: biog. de Ali ben Hammud, M. S. del
Escorial; copiada éste en la Bibl. Nac. de Madrid.
78 Málaga Musulmana.
lifa, tomando el sobrenombre de Almamun (i).
Nacidos de una misma madre, que pertenecía á la estirpe
alawí y á la regia familia idrisita, Alkasim, debió ser, según el
retrato que de él trazan los cronistas, parecido á su hermano;
era alto, de cejas y ojos grandes y negros, de escasa barba, y
quebrado de color (2) . Esto en lo físico, pues en cuanto á las
condiciones del alma fué de carácter apacible, y su corazón ge-
neroso bastante inclinado al bien.
En las postrimerías del reinado de Ali el amor que conser-
vaban los cordobeses á los U meyas, su mala voluntad hacia
los Hammudíes, las conjuraciones que misteriosamente se tra-
maban contra estos, desarrollaron en aquel sultán, cual dije,
extrema desconfianza. Y como nunca faltan, en todos tiempos
y sociedades, almas viles y raheces, que exploten este senti-
miento en los poderes malquistos con la opinión, tanto entre las
clases poderosas, cuanto en las humildes, la horrible plaga de
los delatores y espías, erigida en institución, so capa del bien
público, llenaba los aposentos del alcázar cordobés, producien-
do persecuciones, sembrando recelos, y llevando sus indagacio*
nes al seno del hogar doméstico, en ninguna parte mas respeta-
do que entre muslimes.
A las depredaciones de los berberíes juntábase el terror al
poder constituido, que, en vez de salvaguardia de los intereses
generales y privados, y de mantenedor de la justicia, inspiraba
descon-
(1) 23 ó 24 Dzulkiada de 408 de la H.:^30 Mayo de i017 á 20 Mayo i0i8 de J. C. Alma-
mun significa aquel en quien se confia.
(2) Aben Alatsir, loco citato.
Parte primera. Capítulo iii. 79
desconfianza y espanto á sus malaventurados subditos. Alkasim^
con excelente acuerdo, concluyó con tan vergonzosa situación,
alejando de su persona aquella despreciable chusma de logre-
ros, en forma de delatores, privándoles de toda autoridad, y res-
tituyendo esta á los magistrados, constituidos para ejercerla, se-
gún las tradiciones y costumbres musulmanas.
Idéntica tolerancia empleó también en las cuestiones reli-
giosas. Por respetos de familia, probablemente por inclinación
y por el propio interés, Alkasim pertenecía á la secta chuta: pe-
ro, si esta dominaba en su conciencia, jamás la mostró al ex-
terior, para no herir la susceptibilidad ortodoxa de sus vasa-
llos. Prudente política, que mantuvieron siempre todos los cali-
fas de su familia (i).
A la muerte de Ali los berberíes, arbitros del poder, unidos
hasta entonces en los pareceres, se dividieron en dos bandos.
Decian unos, que el sultanazgo debia recaer en Yahya, hijo del
difunto, que, por entonces, gobernaba á Ceuta; sostenían los
otros, que eran los más, que debia entregársele á Alkasim,
por razones de justicia, pues siendo, cual se dijo, mayor que
su hermano, se habia sometido generosamente á ser subdito de
éste y á servirle, cual le habia servido, con incomparable leal-
tad. A más habia otras razones de conveniencia, que apoyaban
esta resolución: los eslavos y árabes andaban en juntas, alteran-
do el reino, urgía elegir cabeza, y Yahya estaba en lejano terri-
torio, separado de Andalucía por las olas del mar.
Preva
(i) Aben Bassam: I, fól. 128 r.« apud Dozy: Suppl. auxDict, ar.
8o Málaga Musulmana.
Prevalecieron al cabo los consejos de la prudencia, aunque
algún tanto modificados, pues si se proclamó califa á Alkasim,
éste reconoció por su heredero al príncipe Yahya, que quedó de
gobernador en Ceuta, conservando su hermano Idris el waliato
de Málaga, que le fué confiado por su padre (i).
Restablecida, con esto, la paz en Córdoba, sus moradores
gozaron por algún tiempo del anhelado reposo, turbado tantas
veces por asonadas y revueltas, por asesinatos, saqueos y des-
tronamientos. Alkasim fué reconocido y aceptado cual califa en
las regiones españolas, donde dominaban los berberiscos y has*
ta en las de la antigua Mauritania; pues, como en los gloriosos
tiempos de Almanzor, el nombre del sultán de Córdoba autori-
zaba las monedas que se acuñaban en Fez.
Imperaba en esta Moaz ben Ziri, leal amirí, á quien los hi-
jos de Almanzor, y después Ali, mantuvieron en su waliato, y
cuyo auxilio era de tamaña importancia, que llegó éste hasta á
reconocerle por su heredero (2). Fué Moaz hombre esforzado,
y que ejerció detestable influencia en las rebeliones y guerras,
que en el Septentrión de África parecian eco fiel de las que,
por el mismo tiempo, aflijían á España (3).
Pero la paz no debia ser estable en imperio donde tanta
parte tenia la violencia. Los eslavos y los otros amiríes no po-
dian tolerar que echara raices un estado, en el cual domina-
ran
(i) Asi se deduce de las monedas de Alkasim de los aíios 409 y 410, Codera: obra d-
Uda. pág. 18.
(2) Codera: Ibidem, pág. 20.
(3) .Vbeii Jaldun: Hist. des BerUt^. T. II, ^, 48 y 49-10 pág. 246, 2i8 y sig.
T 257.
Parte primera. Capítulo iii. 8 i
ran exclusivamente los berberíes. Una confederación de ellps,
en 408, habia proclamado al Umeya Almortadha, ligándose con-
tra el entronizamiento en la Península de la dinastía Hammu-
dí. Dirigida por Jairan y por el Tochibí, aliada con Raimundo
conde de Barcelona, contando con buen golpe de aventureros
catalanes y aragoneses, é impulsada por la ambición del pre-
tendiente, convocó sus huestes y las puso en marcha, para lan-
zarlas sobre Córdoba.
Mas en el camino advirtió Jairan, que Almortadha no era
tan blando de condición, ni tan fácil de manejar, cual creía*
Altivo y enérgico, digno nieto de Abderrahman III, habia acep-
tado el nombramiento de sultán, para serlo, para dominar á sus
vasallos, no para ser domeñado por sus proceres, y como en
Jairan y en el Tochibí advertía esta inclinación, parece que pen-
só en buscar apoyo en las gentes de Valencia y Játiva.
No era esto lo que esperaban aquellos dos ambiciosos per-
sonages, quienes de la amistad pasaron al odio, y de éste, fácil-
mente, á la traición; pues, sin escrúpulos de conciencia, trama-
ron la ruina del noble Umeya, á quien sus miserables consejos
é instancias habían precipitado á la revuelta. Bien pronto una
ocasión propicia brindóles el medio de demostrar su deslealtad:
en marcha hacia Córdoba, Almortadha, con poco discreto acuer-
do, invitó al señor de Granada, Zawi ben Ziri, á aliarse á sus
pretensiones.
Era Zawi por su parentela, poderosísima en África, de la cual
me ocuparé mas adelanfe, y por sus condiciones personales,
cabeza del bando berberisco en nuestra Península. Habíase
vení
82 Málaga Musulmana.
venido á ésta, después de varios trances de fortuna en las co-
marcas africanas, y tomado plaza entre los bereberes, con cuya
arrimo destruyó Almanzor el influjo de la casta arábiga. Al des-
membrarse el califato, Zawi se apoderó de Granada, y su po-
deroso valimiento hizo y deshizo sultanes: mostróse, desde los
primeros instantes de su entronizamiento, favorable á los Ham-
mudíes, sin duda por lo que estos tenian de berberiscos, ayudó
á la destrucción de Suleiman,y, al recibir la invitación de Almor-
tadha para unirse á su bandera, contestóla despreciativamente.
Cegó la ira al príncipe Umeya y torció el camino hacia Gra-
nada, pensando castigar en un dia la rusticidad del berberí; pe-
ro J airan y Mondzir, de acuerdo con éste, le abandonaron en
el crítico momento del combate, y el malaventurado pretendien-
te, derrotado y fugitivo, murió asesinado, á manos de sicaríos
del de Almería; quien recibió jubilosamente en su alcázar su
cabeza, cual trofeo de su inicua traición, de la cual se holgó
grandemente con su digno cómplice Mondzir (i).
Algunas insignias de la soberanía, el dosel regio y los jae-
ces del caballo de Mortadha, expuestos á vista de las gentes,
á orillas del rio de Córdoba, anunciaron á los partidarios del
Umeya su desventura. La ruina de sus esperanzas y aspiracio-
nes políticas arrancaron sordas quejas á los labios de sus ami-
gos, hondos suspiros á sus corazones, y endechas melancólicas
á la inspiración de sus poetas (2)
Con
(i) 410. -De 9 de Mayo de i(M9 á 27 de Abril de 1020.
(2) Makarí: Analectes, T. I pág. 317. Según Aben Alatsir que expresamente lo afirma, y se-
)]run parece deducíi^e de Alhomaidi y Abdehvahid, la muerte de Almortadha ocurrió durante
el reinado de Ali: he dudado algún tiempo entre ambas opiniones, aceptando al fin la que
copió' Makari, pues su relato, mas circunstanciado, ofrece mayores condiciones de verdad.
Parte primera. Capítulo iti.
Con la ruina de Almortadha quedó triunfante en España el
bando africano; la fortuna parecía decidirse por los Hammu-
díes, destruyendo á sus enemigos y desacreditando para siem-
pre, por su escandalosa traición, al partido eslavo.
Entonces Alkasim, procediendo como hábil político, procu-
ró irse atrayendo los varios elementos que constituían á éste,
aunque para alcanzarlo, tuvo que rebajar su autoridad y que
sacrificar algunos joyeles de su corona.
Así consiguió que se declarara por él Zohair, régulo de
Murcia, capital entonces del país, que aun llevaba el nombre
de aquel valentísimo procer Teodomiro, quien, en las agonías
del poder visigodo, supo defender bravamente su gobierno; de
cuya capital dependían varios fuertes castillos, importantes po-
blaciones, y comarcas admirables por su fertilidad y belleza (i).
Pero el ambicioso reyezuelo no reconoció gratuitamente al cor-
dobés, quien tuvo que darle en feudo á Calatrava, á Baeza, ce-
lebrada entonces por sus telares de sederías, y á Jaén, preciosa
población, muy bien defendida por su alcazaba y rodeada de
ubérrimas campiñas (2).
También consiguió entrar en tratos de avenencia con Jar-
ran; pero el astuto amirí, incapaz de sumisión, aunque estuvo
algún tiempo en Córdoba, huyóse al cabo de esta á sus domi-
nios, donde toda rebelión le hallaba siempre dispuesto al com-
bate y á la intriga (3).
— - Es
(1) Idrisi: Detcñp. ik í' Afr. et rfí f EtpTyi.i/. 236 do la Irad. y lOi dil le»tn, Uaíi:
»em. de la Ac. de la Hist. pi^. 40.
(ü) Ihidem: pig. 248 de la Irad., a« iM lexto. Ha/Í, pág. 30.
(3) Aben ALaUir, loro citato.
15
84 Málaga Musulmana.
Es probable también que con Alkasim se amistaran Mu-
chehid, señor de Dénia é islas Baleares, y el zaragozano Mond-
zir; pues aun después de destronado y quizás preso aquel mo-
narca, cual adelante^diré, todavia la gente de Zaragoza, en sus
monedas, le reconocía por soberano (i).
Mientras .tanto continuaban avenidos, por lo menos ofi-
cialmente, el sultán y Yahya su sobrino, hasta que en 411 —
de 27 de Abril de 1020 á 17 de Abril de 1021 — parece que las
amistades se quebrantaron, pues la ambición traia desasosega-
do al príncipe.
No lo estaban menos los berberiscos; sea porque descon-
fiara de su fidelidad, ora porque buscara mejores cimientos
á su poder, Alkasim decidió crearse una guardia, comple-
tamente á su devoción, como ligada á su persona por los vín-
culos estrechos de la servidumbre y del agradecimiento. En
los árabes no podia buscarla, tampoco en los eslavos, pues
bien reciente estaba la sangrienta tragedia de su hermano, y
mucho menos en los magrebíes, eternos fautores de motines y
asonadas, levantiscos, ambiciosos é indisciplinados por natura-
leza y por tradiciones. Y asi como los Xerifes marroquíes de
nuestra época, buscaron en taifas de esclavos negros, en los te-
rribles bojaríes, defensores de su poder y amparadores de sus
personas, buscó lo mismo el cordobés en el aumento de la
guardia negra, que militaba en Córdoba, desde los tiempos de
Abderrahman I, modificada después por Alhaquem I, y dividi-
da en
(i) Codera: Memoria, pág.20.
M Z^r^Z-
¿u^
Bides
ipessr it.-r - r^'
Procl£=3i: —
Hris el e:i:-irzi
icijx) á crZI u : -
íCÁicinó ¿ C :ri. .
¿ Isi htlúL 1 :
86 Málaga Musulmana.
Alkasim abandonado de sus temidos secuaces, sin elemen-
tos de resistencia entre los habitantes de la capital, huyó de
ella, con bien mezquina escolta, entre las sombras de la no-
che. Dirigíase en su fuga hacia Sevilla, cuyas puertas se
abrieron ante sus pasos, manteniendo en aquella importante
población su autoridad el kadi Mohammed ben Ismail ben Ab-
bad, fundador, á poco, de la mas importante y poderosa dinas-
tía entre las de Taifas.
Yahya penetró en Córdoba, en la cual (i) proclamáronle
califa los mismos que habian tantas veces aclamado á su tio;
entonces tomó el sobrenombre honorífico de Almotalij ó sea el
que adquiere gloria, y nombró su visir á Abu Becr ben Dza-
cuan (2).
' Los mismos estorbos que hallaron su padre y su tio, desde
que comenzaron á gobernar, encontró el nuevo sultán; cual á
aquellos la codicia de los africanos le impidió fundar un poder
regular y estable. Si antes los berberiscos luchaban por cuestio-
nes de prepotencia con los eslavos, ahora combatian con los
negros; si antes contendían con los príncipes Umeyas por los
Hammudíes, mostrábanse ahora divididos en disensiones fratri-
cidas: en lo que no habia diferencia era en la triste suerte de
los cordobeses, como antes saqueados ó explotados, cuando
menos.
Cumplió Yahya lo ofrecido quitando los empleos á los ne-
gros
(i) 1 de Chúmala I, ó sea á 13 de Ag. de 1021 .
(2) Aben Alatsir^ traducción citada, y Aben Jaldun: Hist. de los Hamm, M. S. de
París.
gros y repartiéndolos entre sus favorecedores; pero no pudo
contener la ucencia de la chusma de éstos, que lo mismo ponia
á saco la propiedad privada, que el Tesoro público. Muchos de
ellos descontentos volvieron los ojos y las voluntades al prínci-
pe reinante en Sevilla, y con los esclavos negros se fueron reu-
niendo á sus huestes.
Yahya sentía irse formando el vacío en su derredor, cuando
una grave noticia, proveniente de Málaga, le forzó á abandonar
precipitadamente su corte, para estorbar gravísimos perjuicios
que le amenazaban. Los malagueños, enemigos, como todos los
musulmanes andaluces, de la supremacía beréber, habían escri-
to á Jairan ofreciéndole la soberanía de su población, y el am-
bicioso régulo, afanosamente atento á cuanto podía engrande-
cerle, se hallaba dispuesto á posesionarse de aquel baluarte de
la dinastía reinante. Entre las sombras de la noche, cual con su
tío aconteciera, voló entonces Yahya al socorro de sus partida-
rios (i). Al saber Alkasim lo que ocurría cabalgó con su hues-
te, y sin dar paz á la espuela, á los pocos dias recobró á Cór-
doba (2).
En esta segunda etapa de su califazgo fué menos afortuna-
do que en la primera. Era de todo punto imposible mantener
orden entre aquellas facciones de berberiscos, negros y ume-
yíes, cada vez mas enemigas y rencorosas. Ciertamente los úl-
timos retoños de aquella noble raza, que tantos dias de gloria
diera
(ll Blakan: An^leclcs, T. I p&s- 318, Un. 10. Dzulkmila de 413.-
Fshríro de 1023.
(3) 18 Dxulkiada de ÍI3.
88 Málaga Musulmana.
diera á Córdoba, habían tenido que huir de ésta y que buscar
seguridad y sosiego, esparciéndose en apartadas comarcas, y
hasta á veces confundiéndose con las masas populares; pero ja-
más se extinguía el odio de sus parciales á los Hammudíes, que
consideraban como usurpadores, y les negaban su cooperación
para fundar sobre sólidas bases su imperio, cuando no embara-
zaban mas eficazmente su acción, comprometiendo á la contí-
nua, la tranquilidad pública, y las propias vidas, honras y ha-
ciendas. Los berberíes, levantiscos é indomables, cual siempre^
favorecían al califa que mas libertad dejaba á sus violencias y
rapiñas, ó le abandonaban, cuando había otras pretensiones
donde podían obtener mas ganancia.
Hubo un momento en que sus depredaciones llegaron á ser
tales, que, depuesto todo temor y prudencia, los cordobeses,,
encendidos en ira, se amotinaron, decididos á quebrar, para
siempre, los duros hierros, que les mantenían en tan vergonzosa
servidumbre. Estalló clamoroso y potente el rebelión en las
calles y plazas; derramóse de una y otra parte la sangre, lu-
chando ambas con cruel encarnizamiento (i), hasta que, sus-
pendida la pelea, tratóse un armisticio de cinco días. Alkasim^
parapetado en el alcázar, procuró congraciarse los ánimos, pero
los insurrectos, ó desconfiando de él ó despreciándole, no para-
ron mientes en sus buenos propósitos.
Un Viernes al expirar la tregua, dentro de cierta mez-
quita, elevaban los cordobeses sus preces al cielo. La intran-
quilidad de los ánimos, la inseguridad del porvenir, la memoria
de los^
(i) 10 de Chumada I, de 414 ó sea 31 de Julio de 1023.
Parte primera. Capítulo iii. 89
de los inicuos atropellos, que tan hondas huellas grabaron en
sus afectos ó en sus bienes, la vergüenza de verse sometidos al
capricho de aquella bárbara gente, el rencor, la ira, la vengan-
za, quizá algún infame atropello del momento, soliviantaron los
espíritus y turbaron el reposo de la oración, solemne é impo-
nente entre musulmanes, voces de rebelión y de protesta, que
acabaron en estas otras de excitación al combate:
— A las armas, á las armas.
En armas se puso, efectivamente, la población, dispuesta á
volver por los fueros de su derecho, ciega y' desesperada, en una
de esas terribles horas de protesta popular, en las cuales pare-
cen arrebatados los hombres del espíritu que mueve las tempes-
tades, con irresistible violencia, mantenida por la desespera-
ción y por la defensa de sus mas caras afecciones.
Alkasim, retraido en el palacio, huyó precipitadamente,
temeroso de la cólera popular, ahuyentóse de Córboba con
los berberiscos, y plantó sus reales al occidente de la ciudad: los
cordobeses cerraron sus puertas, comenzando desde los adar-
ves á molestar á su gente. Cercóles esta, principalmente en la
mezquita de Abu Otsmen, situada en las afueras, y, cuando en-
tre escaramuzas, heridas y muertes, llevaban cincuenta dias
de asedio, en un momento de indecisión ó de flaqueza, pidie-
ron los cercados partido para rendirse. Irguiéronse con esto los
soberbios africanos, los cuales, sedientos de venganza, contes-
taron que se entregarían de la ciudad, cuando los degollaran á
todos. Decisión poco meditada y bárbara, que habia de produ-
cir sus inmediatos resultados. La desesperación enardeció los
áni
go Málaga Musulmana.
ánimos, los valientes afrentarían á los indecisos, el pundonor y
la propia defensa pondrian armas en todas las manos, alientos
en todos los pechos, y la multitud, como mar de irritadas olas
que se desborda, precipítase por una de las puertas, cae sobre
los bereberes, derriba, hiere y mata, sin miedo ni misericordia,
espantándolos y diezmándolos, hasta que volvieron las espal-
das en vergonzosa fuga.
Arranque de coraje victorioso, que puso en mientes de un
cronista musulmán estas sentenciosas razones koránicas:
— Aquel contra quien se procede injusta y violentamente,
de cierto, Allah le protegerá (i).
Mucha parte tuvo en este alzamiento un gran fracaso, que
habia sufrido el poder de Alkasim. Su sobrino Idris, gobernador
de Ceuta, cual dije, se habia apoderado de Tánger, que el ca-
lifa, desconfiando de sus auxiliares ó de su fortuna, habia forti-
ficado y municionado con bastimentos de guerra, para en casa
extremo refugiarse en ella. Yahya, por su parte, desde Málaga,
cayó sobre Algeciras, donde se hallaba con el tesoro el harem
de su tio, y al par que de las riquezas y de la esposa de éste,
se enseñoreó de tan importante ciudad.
Así perseguido por la suerte, todavia esperaba Alkasim re-
hacerse y recuperar lo perdido, para lo cual contaba con Se-
villa y Carmona. En aquella ciudad los habitantes reconocian
su autoridad, y al frente de la guarnición estaba el gobernador
que el designara, el berberisco Mohammed ben Ziri ben Dunas
Alya
(1) Alkoran; 22-59. Aben Alatsir, Alhomaidi, Makari; I, pág. 318.
\
Parte primera. Capítulo iii. gi
Alyafrani; el kadi de la ciudad Abulkasim Mohammed, hijo
de Ismail ben Abbad, debíale extrema gratitud, pues despojado,
al morir su padre del cargo que éste desempeñó, recobróle,
merced á la buena voluntad de Alkasim. Si la mayor parte de
sus soldados, después del desastre de Córdoba, huyeron, unos
á sus hogares, otros á ponerse al mandato de Yahya, quedában-
le todavia algunos, á más de sus fieles esclavos negros, para alo-
jar á los cuales ordenó, por medio de un emisario, que antes
de su llegada tuvieran desocupadas mil habitaciones.
Pero cuando dio vista á Sevilla hallóse con las puertas ce-
rradas, sublevada la guarnición, los vecinos aprestándose á la
defensa, y al desleal Mohammed ben Ziri declarado indepen-
diente. Dentro de aquellos muros alentaba un ánimo resuelto
y ambicioso, sutil y astuto, que sacrificaba á sus aspiraciones
las memorias del pasado y las inspiraciones del reconocimien-
to; que aborrecía, como árabe de raza, á los berberiscos, así
como á los demás corifeos de los Hammudíés, y que, entre tan-
to desastre y ruindad, tenia suficiente elevación de alma, para
manejar á los hombres y poner los acontecimientos al servicio
de sus propósitos; los cuales eran, constituir un poder estable,
que restaurase la perdida unidad del imperio hispano-muslim.
Explotando la necedad y la codicia de Ziri, brindóle con
la soberanía, rebelándole contra su príncipe, para deshacerse
al poco tiempo de él, en cuanto pudo sobreponérsele; la irritan-
te demanda del califa, aquellos numerosos alojamientos tan im-
periosamente exigidos, para gente desalmada, que á todos ins-
piraba espanto, y el desprestigio de Alkasim, despojado por sus
1 6 sobri
92 Málaga Musulmana.
sobrinos, y derrotado por pacíficos burgueses, favorecieron el
alzamiento.
El sultán ofreció buen partido á los sublevados, si volvían á
la obediencia; mas desoyeron sus ofertas y cercando á parte de
sus deudos, que se hallaban en la población, pusiéronles en tran-
ce de muerte. Impotente ante el rebelión, pactó el monarca fu-
gitivo, que se alejaría en cuanto le entregaran á toda su familia,
bienes y parciales, y habiéndolos recibido, alzó el campo, dejan-
do á Aben Abbad dar al Ziri el premio que su traición merecía.
Efectivamente, expulsado éste algún tiempo después, quedó,
por entonces, Sevilla libre de berberiscos (i).
Restábale al Hammudí la esperanza de refugiarse en Car-
mona. La cual era, en aquel tiempo, una hermosa y fuerte po-
blación: sus muros y torreones habian sufrido considerable-
mente, durante las guerras civiles que sofocara Abderrahman
III, y sus mansiones fueron incendiadas; pero en breve restau-
ró sus ruinas. En su territorio alzábanse castillos y villas amu-
ralladas, y fué muy celebrado por lo fértil; mostráronse sus ve-
cinos constantemente, por todo extremo, revoltosos, hasta el
punto de que, muchos años después de abandonarla los berbe-
ríes, tenían fama de levantiscos é indomables, cual si lo diera
la tierra (2).
Dominaba, durante los primeros años del siglo XI, en Car-
mona, la familia berberisca de los Benu Birzel, en cuya histo-
ria he
(i) Aben Haiyan: Bassam, apud Dozy, llist. Ahhadidarum, Tomo I, páj^. 220 y
íi\\í. y 111 pág. 86 — 7.
1 2) Razi: Mem. de la Ac. de la Hist. Tomo VIII, pág. 57. Idrisi, obra cicada, pág. 253
do la trad. 2()6 del texto.
Parte primera. Capítulo iii. . 93
ria he de hacer alto un momento, por la estrecha relación que
tuvo con la de los Hammudíes.
En la montaña de Salat, situada dentro de la jurisdicción
de Mecila, población del territorio de Bugía, sometido hoy á la
Argelia, moraba la tribu Birzeli, que profesó algunas de las
heregías mahometanas, mucho mas frecuentes y trascenden-
tales en la secta muslímica, que las del catolicismo: la cual em-
pleó sus gentes y armas en las cruentas guerras civiles, que du-
rante el décimo siglo ensangrentaron las comarcas septentrio-
nales de África. Reinando Alhaquem II de Córdoba pasaron
con algunas taifas zenetas á España, en la que se distinguieron
por los servicios que con su valor prestaron al califazgo. No
fueron menores los que les debió Almanzor, que en remunera-
ción de ellos concedió á Ishak, procer birzeli, el gobierno de
Carmona, nombramiento que, andando el tiempo, confirmaron
sus hijos y el califa usurpador Suleiman.
Cuando los sevillanos rechazaron de sus muros á Alkasin:^
ben Hammud, el birzelita Abdallah, sucesor de Ishak su pa-
dre, se negó á darle asilo en Carmona, pues así lo habia con-
certado secretamente con el kadi de Sevilla. Quien, procedien-
do, según su natural, arteramente, avisó con reserva al monar-
ca fugitivo que no confiara en Abdallah, por lo cual aquel se
alejó del territorio de éste y se guareció en Jerez. Plaza enton-
ces de mediana extensión, aunque bien fortificada, rodeada de
olivares, higuerales y viñedos (i).
A ella
(i) Idrisi, ibidem, pág. 254.— Razi, ¡bidem, pá:. 57.
94 Málaga Musulmana.
A ella fué á buscarle el odio de su sobrino Yahya, quien acu-
dió, acaudillando un ejército berberí, sitiándola durante veinte
dias. Resistiéronse bravamente los cercados, dipronse varias
acciones, en las que se peleó reciamente, muriendo de entram-
bas partes muchos muslimes, hasta que ios africanos decidie-
ron entregar, á cambio de sus vidas, á Alkasim. Con él ca-
yeron en poder de Yahya su esposa Amira, hija de Alhasan,
último de los sultanes idrisies del África, las demás mujeres
del harem y parte de su tesoro, pues el resto lo habian saquea-
do los berberiscos, sin que su sobrino pudiera impedirlo, por los
imprevistos trances de la guerra (i).
Cargaron de cadenas al sultán destronado, llevándole en
compañía del reinante á Málaga, donde le encerraron en un cas-
tillo, que, á lo que entiendo, sería el Gibralfaro. Mohammed y
Alhasan, sus hijos, quedaron también prisioneros y fueron re-
legados á Algeciras, en la cual Yahya encargó su custodia á
Abul Hachach. Cuéntase que uno de estos príncipes peleó á
las órdenes de su primo Yahya contra los sevillanos; pero, que,
antes de atacar á su padre en Jerez, fué también aprisionado (2).
Poco observador Yahya del precepto muslímico, que prohi-
be beber vino á los creyentes, dábase á la embriaguez, y todas
sus orgías acababan frecuentemente por ordenar que degollaran
al monarca prisionero. Pero no faltaba entre sus comensales
quien le representara, mas ó menos enérgicamente, contra tan
funes
(1) 415 ó sea de 15 de Mai7o de 1024 á 3 de Marzo de 1025.
(2) .VLeii Haiyan, en Aben Bassam, apud Dozy, Hial. Ab. T. III, iú¿. 87. Aben Jal-
dun, Hvst. de los Hamm,
Parte primera. Capítulo iii. 95
funesto acuerdo, y la ejecución quedábase en proyecto. Dícese
también, que cuando el califa estaba mas resuelto á cumplirla,
veia en sueños á Ali su padre, el cual, con tiernas razones, le
recordaba la lealtad y las bondades que habia merecido á su
hermano, y le prohibia quitarle la vida.
Todos los cronistas musulmanes convienen en que el prisio-
nero murió en su encierro; pero discrepan en cuanto al tiempo
y forma de su fallecimiento. Creen algunos que murió natural-
mente: afirman otros que permaneció preso durante el reinado
de Yahya y que al suceder á éste su hermano Idris, pereció es-
trangulado. Alguno indica que habiendo tramado una conjura,
apesar de su avanzada edad, pues tenia ochenta años, quizá
impulsado por aquellas amenazas de muerte, constantemente
suspendidas sobre su existencia, Yahya supo lo que se proponía
y ordenó que le asesinaran, esclamando:
— ¡Acaso le queda en la cabeza afán de rebelión, tras de la
vida que lleva!
Dícese también que su cuerpo fué entregado á Mohammed,
su hijo, quien le hizo magníficos funerales en Algeciras (i).
Vencido el bando berberisco y arrojado de Córdoba y Sevi-
lla con Alkasim, cesó de dominar en estas ciudades y en gran
parte del territorio de Alandalus la dinastía Hammudí. Pero
aun todavía las veleidades de los partidos políticos permitieron
á Yahya conservar, con alguna razón, el título de califa cordo-
bés,
(i) Aben Alatsir dice que permaneció prisionero diez y seis años y que f creció en el
¿e 431 de la H. ó sea de *23 Setiembre de 1039 á 10 Setiembre de 1040. Alhomaidi y Ab-
delwahid dicen lo mismo. Makary T. I, pág. 319, que murió en el 427, de 5 Noviemlre de
1035 á 25 de Octubre de 1036. Aben Jaldun sigue esta opinión.
gó Málaga Musulmana.
l>és, aunque se había replegado con su corte á Málaga.
Reinando en esta se hallaba, cuando se pusieron bajo su
amparo algunos personajes cordobeses, que huyeron de su país
natal, por completo entregado á la anarquía. Los partidarios
de los Umeyas probaron que entre sus apasionados no existía
quien supiera mandar, ni entre ellos mismos quien se resignara
á obedecer: entre tumultos de gente grosera y desalmada acla-
maron un califa que no gozó doü meses del solio; antes de cum-
plirlos le asesinaron.
Cuando la grave crisis que les aquejaba imponíales mas
unión, abnegación y calma, las clases sociales, enemigas decla-
radas, se hacían cruda guerra, y aun alguna, cual la de los no-^
bles, se subdivídía en pandillas. Cuando el amor á la religión^
á la patria, á sus familias, á sus haciendas, hasta el egoísmo in-
dividual, les obligaba á sacrificar mezquinas rivalidades á aque-
llas altas exigencias de la sociedad, por las calles cordobesas
corría la sangre, á impulsos de cuestiones meramente de perso-
nas; mostrábanse inquietos y revoltosos los menestrales, que
en su afición á la rapiña parecían berberiscos, y las fuerzas pú-
blicas destinadas á la conser\^acion del orden, lo alteraban sí»
empacho, por codicia ó envidias de prepotencia.
¡Época calamitosa esta, en que por todas partes se pre-
senciaban escenas de duelo y saqueo; en que las mas honradas
personalidades ó perecían á hierro, ó tenían que huir de aquella
corte, centro un día de gloriosa civilización, guarida entonces
de todas las malas pasiones, de todas las torpezas y brutalida-
des, que impiden el pacífico desarrollo de la vida social!
Exci
Parte primera. Capítulo iii. 97
Excitaron los proscriptos á Yahya, para que pusiera térmi-
no á tantas desdichas, y el sultán mostróse decidido á compla-
cerles. Algún tiempo después, vacante el solio de Córdoba, vi-
nieron algunos moradores de ella, gentes mal intencionadas,
dicen los viejos cronistas, á ofrecérselo. Pero aquel trono, que
tantos atractivos ofrecía antes á los ambiciosos, junto al cual se
erguían las grandes memorias de los califas meruaníes, las glo-
rias de un pasado brillante, inspiraba, mas que codicia, miedo
ó menosprecio. Estaba muy fresca la memoria de los sultanes
asesinados, de las constantes traiciones, de las revueltas, erigi-
das en sistema de sucesión, para que pudieran olvidarse; valía
bien poco la autoridad, que se estendía solamente auna ciudad
levantisca y veleidosa, para exponer honra y vida yendo á ejer-
cerla en su seno.
Yahya, procediendo con prudente cautela, aceptó el ofreci-
miento, pero se contentó con enviar á Aben Attaf Alyafrani,
para que fuese á gobernarla (i).
Córdoba, fué por tanto, una dependencia de Málaga, y en
tal estado permaneció unos cuantos meses (2), pues sus veci-
nos, enardecidos por la aproximación de Muchehid, régulo de
Dénia, y de Jairan de Almería, acometieron á la guarnición ber-
berisca, pasaron á cuchillo muchos de sus soldados, y pusieron
á los demás, con su jefe, en precipitada fuga. Desde entonces
dejó de pertenecer definitivamente á los Hammudíes.
Contra éstos se habia sublevado también Habbus ben Ma-
kasem.
(1) Ramadan de 416 ó sea de 25 de Octubre á 24 de Noviembre de 1025.
<2; Hebia I de 417 ó sea de 22 de Abril á 22 de Mayo de 1026.
g8 Málaga Musulmana.
kasem, reyezuelo, ó mas bien tirano de Granada, cuasi á la vez
que Muchehid se declaraba independiente en sus estados, al
oriente de España.
Yahya permaneció algunos años guerreando, mas como par-
tidario que cual soberano, salteando caminos, yermando los es-
tados limítrofes, y amenazando constantemente á los cordobe-
ses ó á los sevillanos, que le aborrecían extraordinariamente, y
le temían mucho más. Pues, aunque las principales ciudades del
Andalucía, eran sus enemigas declaradas, el bando berberisca
íbase ligando, poco á poco, á su fortuna, sometiéndose á sus
mandatos, y pronunciándose por él las villas y castillos, á donde
se habia refugiado.
Carmona era una excelente base de operaciones para ase-
diar á Sevilla, mortificar á sus moradores y comarcanos con fre-
cuentes incursiones, y arruinarlos, por medio de constante y ani-
quiladora guerra. Yahya, decidido á apoderarse de Sevilla y L
cortar sus atrevidos vuelos al kadi Aben Abbad, ya único due-
ño de ella, acometió á Carmona, arrojando fuera de su recinta
á Mohammed el Birzeli, heredero de su padre Abdallah en
aquel señorío.
En Carmona estableció, pues, su corte el Hammudita, re-
concentró su harem, su familia y riquezas, aumentadas, á la
continua, con el fruto de sus rapiñas, mientras que el despo-
seído berberisco se acogía á los sevillanos, ardiendo en deseos-
de venganza y de recuperar, por armas ó traición, su poderío.
Tenia, por entonces, Yahya cuarenta y dos años; mostraba-
en el color de la tez, ojos y cabello, su origen africano; su cuer-
po,.
Parte primera. Capítulo iii. 99
po, robusto y fornido, era perfectamente acomodado para los
trances de guerra, en que perpetuamente se empleaba, y el co-
razón corría parejas con la fortaleza del cuerpo. Dicen de él los
cronistas muslimes, que la alteza de su linaje no le inspiraba
orgullo y que de sus antepasados conservaba la virtud de la ca-
ridad; pero afeaba esta nobilísima condición su natural volup-
tuoso, y por extremo dado á orgías y deportes, al vicio de la
gula y la embriaguez, en una palabra, á la más desordenada y
repugnante crápula.
Cierta oscura noche de invierno (i) en una estancia de su
alojamiento de Carmona, entregábase alegremente á sus acos-
tumbradas bacanales, cuando á deshora entraron á anunciarle,
que á las puertas de la fortaleza estaba un escuadrón sevillano,
provocándole al combate. Tenían los vapores del vino bastante
trastornada la mente del califa, quien, al escuchar al mensaje-
ro que le traía el aviso, irguiéndose de los almohadones, sobre
los cuales se regocijaba, hizo un soez movimiento de despre-
ciativa burla, y exclamó alegremente:
— ¡Ah! noche afortunada; Aben Abbad viene á visitarnos.
A seguida mandó que ensillaran los caballos, que tocaran
al arma, y sin esperar á que alborease, salióse á la puerta de la
ciudad. En esta se iban reuniendo, poco á poco, ginetes y peo-
nes; en cuanto Yahya vio á su alrededor unos trescientos, sin
considerar su escaso número, ni parar mientes en su fidelidad,
algo mas que dudosa, renegando de la tardanza de los demás,
, bajó,
(i) Mohairem de 427 ó sea de 5 de Noviembre á 4 de Diciembre de 1053.
17
loo Málaga Musulmana.
bajó, como una tromba, á campo raso, en busca del enemigo.
Sin orden ni concierto, sin ninguna precaución militar, sin
contar á los contrarios, velados entre las nocturnas tinieblas, sin
temor á sus emboscadas, ni á sus armas, arremetió con ellos
briosamente. Rechazado dos veces volvió á embestir la tercera;
parte de sus enemigos estaban parapetados en un ribazo de di-
fícil acceso, que les daba grandísima ventaja, por el empuje de
su acometida, sobre los que estaban en lo llano. Sin embargo,
fué tal el ímpetu de aquella tercera embestida, que algunos con-
trarios se desbandaron, siguiéndolos desapoderadamente Yahya;
pero cuando les creía dispersos y en derrota, apareció Ismail,
hijo del procer sevillano, con la hueste andaluza, descubriéron-
se otros escuadrones cordobeses, que estaban ocultos en un re-
pliegue del terreno, y la gente del ribazo, cual torrente que se
<iesborda, descendió á la campiña.
Habían caidoen una celada. Traia Ismail en su división au-
xiliares cristianos, á los cuales lanzó sobre la asombrada tropa
hammudí, cambiando su certidumbre de la victoria en espanto
y muerte; muchos defendieron gallardamente sus vidas, muchos
más volvieron las espaldas, siendo despiadadamente acuchilla-
dos. Yahya, peleando denodadamente, cayó de su montura, y los
que acudieron á él le degollaron.
Mohammed el Birzeli, fautor y promovedor de aquella jor-
nada, que acompañaba con sus deudos y partidarios al príncipe
sevillano, después de conseguir que se suspendiera la persecu-
ción de sus vasallos, hijos de su propia raza, alegando que ve-
nían forzados á la pelea, sin avisar á Ismail, corrió con algunos
de los
Parte primera. Capítulo iii. ioi
de los suyos á Carmona. Los negros custodiaban fieles las puer«
tas, y era mas que arriesgado, con tan poca gente, trabarse de
armas con aquella tropa valerosa; pero el berberisco, práctico
en el terreno, buscó una brecha que existía en el muro, y por
ella penetró en la ciudad, apoderándose de la mansión del di-
funto califa.
Siguió á esto una repugnante escena de saqueo: el Birzelr
repartió las mujeres del harem entre sus hijos, y probablemen-
«
te princesas, que llevaban en sus venas sangre de los nobles
idrisies, orgullosas con su descendencia del Profeta, se vieron
entregadas á las brutales caricias de sus dueños. Mientras tan-
to, Mohammed se apoderaba de las vituallas y tesoros, acopia-
dos por Yahya, y festejaba su victoria, con bárbara insolencia,,
en la misma estancia regia (i).
La cabeza del califa remitieron á Aben Abbad, quien la re-
cibió entre trasportes de júbilo, dando gracias al Altísimo por
haberle libertado de tan cruel enemigo. Cuéntase que la depo-
sitó en una caja, donde guardaba las de sus principales adver-
sarios, á quienes sucesivamente fué dando muerte. Aquellos
horribles trofeos de sus victorias, testigos también de su barbarie
y de su venganza, estaban siempre colocados dentro de la caja
en su aposento y servian de espantosa advertencia, para los que
se declaraban sus contrarios. A ellas se reunió, algún tiempo
después, cual para muestra de providencial castigo, la cabeza
de Mohammed el Birzeli. ¡Caso raro y por todo extremo admi-
rable! En aquella caja pudieron toparse las cabezas de dos irre-
conci
(1) Aben Haiyan en Aben Bassam, apud Dozy, Hist. Ab. T. III, pág. 89 y 90.
102 Málaga Musulmana.
conciliables enemigos, muertos ambos á hierro, y sujetos á igual
miserable destino.
Cuando la dinastía abbadí fué vencida por aquellos al-
morávides, que vinieron del interior de África, desde los are-
nales del Sahara, á salvar de su inevitable ruina el islamismo
español, hallaron éstos en una cámara del alcázar de Sevilla
cierto saco, esmeradamente cerrado y sellado. Despertóse la
codicia en los avarientos berberiscos y acudieron presurosos á
abrirle, creyendo hallar en él un tesoro. Rotos los sellos, vie-
ron con horror, que dentro estaban aquellas cabezas.
Entre ellas se contaba la de Yahya, en compañía de las de
sus ministros Aben Cazrun y Aben Nesh. Sus facciones, aunque
demudadas, conservaban todavía los rasgos que vivientes la
distinguieron; uno que la vio entonces y que conoció en vida al
sultán alawí, reconoció aquel fúnebre resto. El cual fué entrega-
do á uno de sus hijos, para que le diera honrada sepultura* (i).
Con Yahya, hijo de Ali ben Hammud, puede decirse que
concluyó el califato cordobés, para comenzar definitivamente el
periodo histórico de las dinastías de Taifas. Rota la unidad del
imperio hispano muslim, surgen tantos reyezuelos independien-
tes, cuantos afortunados ambiciosos consiguen alzarse en diver-
sas poblaciones. Los Hammudíes, limitando sus altos propósi-
tos, quédanse reducidos al señorío de Málaga, desde donde in-
fluyen todavia algunos años más en Andalucía y en el Magreb
Alaksá, para volver al cabo á la oscura existencia de la que ha-
bian salido.
(1) Aben Haij-an; Ibidem T. I, pág. 266 y 267.
CAPÍTULO IV.
Los Beni Hammud en Málaga,
Los hachihes y wacires en las cortes hispano-musulmanas. — El eslavo Nacha y Aben Ba-
kanna en la malagueña.— Serie de los califas Hammudies.— Idris L— Alhasan. —
Idris IL — Su carácter. — Rebeliones en Málaga. — Su destronamiento. — Mohammed
Almahdy. — Posesiones Hammuditas en África.— Sacut y Rizk Allah.— Luchas entre
BIohammed de Málaga y Almahdy de Algeciras.— Muerte de ambos.— Idris IIL— Res-
tauración de Idris II.— Sucédele su hijo ylímosfaíi/.— Toma de Málaga por Badis,
señor de Granada. — Conclusión del dominio hammudi en España y África.
Tuvieron siempre en la historia hispano musulmana grandí-
sima importancia los hachibes ó primeros ministros. Durante la
dominación de los Umeyas españoles las funciones atribuidas
al wazir ó ministro en Oriente, se dividieron entre varias per-
sonas, correspondiendo á uno la contabilidad, á otro la corres-
pondencia, y á alguno la apelación en última instancia, ó velar
por la seguridad de las poblaciones fronterizas. Cada cual tenía
su aposento, donde daba audiencia, sentado sobre cogines en
un estrado, y comunicaba con el soberano por medio del ha-
chebj 6 chambelán, quien por tener el singular privilegio de con-
versar á cada instante con el monarca, precedía en dignidad á
los wazires (i).
La
(1) Aben Jaldun: Proleg. T. II, pág. 11.
I04 Málaga Musulmana.
La suerte de éstos fué bien varia, según las condiciones per-
sonales de los príncipes y la situación de los tiempos. A vece^.
lo gobernaron todo, con soberana omnipotencia y cual verda-
deros sultanes; á veces venian á sorprenderles, en los instantes
de su mayor predicamento, órdenes superiores, mandando ajus-
ticiarles ó estrañarles de sus gobiernos; ora se alzaban como in*
dependientes con éstos; ya servían de tutores en las minorías-
de los príncipes; ya, traidores y desleales, de carceleros y hasta^
de verdugos.
Dos antiguos wazires de la familia Hammudí salieron sanos
y salvos del desastre de Carmona. Eran el eslavo Nacha, cu-
nuco, según unos, sirviente, al decir de otros, y Abu Chafar ben
Musa, apodado Aben Bakanna (i). Ambos tornaron á Málaga,,
sede del califazgo alawí, y como absolutos dueños del manda
concertaron otorgarlo á Idris, gobernador de las comarcas afri-
canas sometidas á su familia, hermano del difunto sultán, por
la corta edad de Alhasan é Idris, hijos de éste. Pero, confor-
me á la costumbre anteriormente seguida, decidieron que el so-
berano elegido declararía inmediato sucesor en la regía digni-
dad á su sobrino Alhasan, el menor de entrambos, por ser e\
que mostraba más despejado ingenio, dándole, mientras espe-
raba la sucesión, el gobierno de Ceuta.
Al efecto salieron de nuestra ciudad, aviniéronse, según sus
deseos, con aquel príncipe, y dieron la vuelta á ella, proclamán-
dole califa, en cuyo momento tomó el titulo de Abnotaayyed bi-
llah, (a\5'o Jo L4!) ó sea el ayudado por Dios. Partió á seguida
su so
(1) Hay quienes también lo llaman Bokiyya y BoKinna.
Parte PRIMERA. Capítulo IV. 105
su sobrino para su gobierno de África, acompañado de Nacha,
y el nuevo soberano, reconocido por Ronda, Algeciras y Alme-
ría, tuvo, á lo que parece, estrechas relaciones con algunos re-
j^es de taifas (i).
Durante estos sucesos el kadi sevillano imponía orden y
seguridad en su país, haciéndose respetar por su severidad y es-
timar por su buena administración, al par que el sosiego inte-
rior le permitía ir paulatinamente ensanchando sus dominios.
Era que el bando árabe alzaba la cerviz, antes humillada, rei-
vindicando la perdida heguemonía.
Fronteros sevillanos y berberiscos, si el odio de razas no les
«scitara á la guerra, hubiérala encendido la insaciable ambi-
ción del kadi. Reinaba en Carmona el miserable berberisco, fau-
tor principal de la emboscada, en donde pereció Yahya, des-
pués de la cual habia extendido su autoridad á Écija y Osuna.
Ismail, hijo del sevillano, acometió á estas poblaciones, las ex-
pugnó, é inmediatamente puso apretado cerco sobre Carmona.
Demandando angustiosamente amparo acudió el Birzeli á
Badis, señor de Granada, y al sultán hammudita malagueño.
Por qué olvidó éste las injurias de su familia, el harem violado
y la sangre derramada de su hermano; cuales razones tuvo pa-
ra no abandonar á su miserable suerte á el traidor, totalmente se
ignoran. Lo cierto es, que en vez de dejar que los sevillanos ex-
tinguieran aquella tea de discordia, pues por tal le tenian y así
le apellidaban sus coetáneos, el wazir de Idris I, Aben Bakan-
na, unió las tropas malagueñas á las granadinas, que acudieron
á soco
(1) Mal ari Analectes, T. I, pág. 282.
io6 Málaga Musulmana.
á socorrerle. ¡Miserable razón de estado, que probablemen-
te decidió esta resolución, contraria á la dignidad del hombre y
del califa, y á los sentimientos del deudo!
Mas los auxiliares, antes de medir sus armas con los de Se-
villa, mostráronse tan rehacios á pelear, que sus jefes decidie-
ron volver las espaldas. Emprendió Ismail la persecución de
los granadinos, acrecentados sus alientos con la cobardía de
ellos: Badis, advertido á tiempo, envió á Aben Bakanna un
mensajero, á rienda suelta, para que acudiera á socorrerle. Jun-
tas apenas entrambas huestes, aparecieron los enemigos y co-
menzó la batalla; mas los que tan bravos venian, cual si sus
contrarios les hubieran inoculado con sus primeros golpes su
terror pánico, abandonando el campo diéronse á huir, dejando
á su caudillo luchar con gloria, y caer mortalmente herido.
Mientras tanto el sultán malagueño, apocado, bien por ca-
rácter, bien por escasa salud, al saber los movimientos estraté-
gicos de los sevillanos, azorado el ánimo, se encerró en la anti-
gua fortaleza de Bobaxter, teatro un dia de las romancescas
proezas de Ornar ben Hafsun. Sosegaba un tanto su angus-
tiado corazón lo inespugnable de aquel agreste castillo, y acabó
sin duda de tranquilizarse, cuando le presentaron, ¡sangriento
trofeo de su victoria! la cabeza del valeroso Ismail. Mas los
triunfos de sus huestes, no consiguieron templar los rigores de
su dolencia, que acabó con él, á los dos dias de haber contem-
plado los inanimados restos de su contrario (i).
Vacan
(i) Difieren los autores árabes sobre b fecha de estos sucesos; Aben Jaldun los colo-
ca eu el año 431 de la H., ó sea del 23 de Sel. de i039 al 10 de Set. de 1040; otim los po-
nen el año antes.
Parte primera. Capítulo iv. 107
Vacante el solio hammudí, Aben Bakanna decidió entroni-
zar en él á Yahya, hijo del califa difunto, probablemente desig*
nado por éste para sucederle, al cual llamaban Habbun ó Ha-
)ryun. Pero no era aquel ministro, tan inteligente y enérgico,
cual precisaba ser, teniendo de frente á un adversario tan audaz,
como el eslavo Nacha; pues era imposible que éste se sometie-
ra á sus intentos, y que se dejara gobernar por Aben Bakanna,
en nombre de Yahya.
Indeciso é irresoluto el wazir de Málaga, se dio tan buena
maña, que no pudo impedir al eslavo abandonar á Ceuta, de-
jando encomendado su gobierno á un su compatriota, y presen-
tarse inopinadamente en nuestras playas. Por las cuales entró
con su hueste en calles, plazas y fortalezas, proclamando sobe-
rano á Alhasan, hijo de Yahya, el sultán asesinado en la cela-
da de Carmona, ahuyentando á la vez á Aben Bakanna y á su
califa, quienes se refugiaron en Comáres.
A poco, atraido el primero con alhagos y seducido con pro-
mesas de medros y promociones, tornaba á la capital, donde
moría á hierro, é igual malaventurada suerte cobijó al soberano
que había aclamado; á quien, con su desdichada protección,
condenó á miserable muerte.
Comienza, de aquí adelante, una serie de horribles desas-
tres en la familia Hammudí. Su autoridad perdia por momen-
tos extensión y firmeza, más no por esto era menos ambiciona-
da. Aquel mezquino califato costó á los Hasaníes preciosas vi-
das: sobre sus destinos velaba, como el genio del mal, la cruel-
dad y la traición, que parecian haberse encarnado en el cora-
18 zon
io8 Málaga Musulmana.
zon de Nacha, en quien ni la memoria de las mercedes que al-
canzó de sus antiguos señores, ni sentimientos de humanidad,
ni la tierna edad de los príncipes Alawíes, embotaron su sangui-
naria condición.
Alhasan al empuñar el cetro tomó el sobrenombre de Al-
mostanzir billah (JJb ^.a:,T;...lO que quiere decir, el que pide la
protección de Dios (i). Y en verdad que bien hubo necesidad
de ella. Nacha volvióse á Ceuta, dejando por wazir del nuevo
sultán al mercader Assataifi, en quien tenia completa confian-
za. Así pasaron dos años, (2) hasta que el monarca murió, con
ponzoña que le diera una de sus esposas, prima suya, por ser
hermana del malaventurado Yahya, á quien aquel mandó 6
dejó ajusticiar. Vida por vida, la sultana hammudí probó que
bullía en sus venas sangre alarbe; ansiosa de venganza antepu-
so al amor á su marido, la pasión que la encendía en mortal
aborrecimiento contra el asesino de su hermano.
Apenas murió el califa, Assataifi asumió el mando, encerró
en una mazmorra á Idris, hermano de Alhasan, y avisó inme-
diatamente á Nacha. Pareció á éste propicio el momento, para
alzarse con el poder y arrancarlo para siempre de la dinastía
reinante. Al efecto, ciego de ambición aprisionó primeramente, y
asesinó después, á un hijo del califa difunto, cuya guarda le
fué por éste encomendada; á seguida surcó el Mediterráneo en
dirección á Málaga. Ya en esta, Assataifi le entregó el mando
y Nacha comenzó á demostrar sus crueles intenciones, angus-
tiando
(1) kháe\\\dAi\á áxce Almostály hillah^ JJL JijcuJl.
(2) En el de 434 de la H. de 21 Ag. 1042 á 9 Ag. 1043. Aben Jaldun dice 438.
Parte primera. Capítulo iv. 109
liando en su prísion á Idrís, á quien no sé que escrúpulos, 6
mejor, dificultades, salvaron la vida.
Para alcanzar sus intentos, convenía al eslavo atraerse á los
berberiscos, que eran, permítaseme el concepto, como el ejér-
cito permanente de los Hammudíes. La ambición y el orgullo,
probablemente la confianza que inspira la impunidad, oscure-
cieron su inteligencia, pues, sin tener en cuenta la inquinia que
á los de su casta tuvieron siempre los berberíes, sin conside-
rar la execración que sobre su nombre hecharon las violencias
empleadas contra los descendientes del Profeta, juntó á los ge-
fes de los africanos y les abrió, sin grandes ambages ni rodeos,
su pecho, mostrándose decidido á acabar con los Hasaníes y á
apoderarse de sus estados.
Oyéronle en silencio ellos, encendidos en ira los ánimos;
mas disimularon, pues no era aquella ocasión apropiada para
mostrarla; prudentes y cautelosos fingieron en los rostros la
conformidad que repugnaba á sus almas, y Nacha satisfecho^
dióse soberbiamente por único señor de Málaga.
Quiso á seguida recobrar las regiones, que la indolencia ó la
flaqueza de aquellos califas habian dejado perder. Para llevarlo
á efecto, encomendada Málaga á su fiel Assataifi, acaudillando
taifas berberíes, avanzó contra Algeciras, donde reinaba otro
alawí, Mohammed, hijo de Alkasim. Pero la fortaleza de la
plaza, quizá mejor, la malquerencia de su hueste, le impidió
conquistarla; ó por delación, ó por presentimiento, comprendió
que se tramaba su ruina, y levantando el sitio principió á cami-
nar hacia la capital, meditando en cuanto llegara á ella degollar
á unos
lio Málaga Musulmana.
á unos pocos, desterrar otros, y comprar á los demás, para re-
ducirlos á su bando.
Pero se le adelantaron los berberíes. Pues, sin duda, los
más comprometidos emboscáronse en unos malos pasos del
camino de Málaga, entre la maleza y pedregales de un monte,
y cuando llegó á ellos Nacha, lanzáronse inopinadamente so-
bre él, de entre lo quebrado del campo. La escolta de esla-
vos que le acompañaba se desbandó, ante tan ruda é inespera-
da acometida, dejando á Nacha en las puntas de las espadas
africanas, que remataron despiadadamente con su vida.
Dos de los asesinos, á todo el correr de sus trotones, pene-
traron en las calles de nuestra ciudad, gritando desaforadamen-
te á la muchedumbre, que acudía curiosa al verlos:
— Buena noticia, buena noticia, el usurpador ha muerto.
La gente amotinada al instante, se agitó en tumulto, co-
rrió á los aposentos del gobernador y le acuchilló sin misericor-
dia: después arrancó de su mazmorra á Idris, aclamándole ca-
lifa, desde cuyo instante tomó el sobrenombre honorífico de
Alaly billah (A!Lj JjJI) ó el que se eleva por Dios.
Reuniánse, en la genialidad del nuevo soberano, á excelen-
tes condiciones, otras dignas de reproche. Ciertamente domi-
nábalas todas una bondad extremada; al subir al solio dio una
amnistía general, abrió las cárceles y las puertas de sus hoga-
res á los presos ó á los desterrados políticos, y les devolvió los
bienes que les habían sido confiscados. Misericordioso y limos-
nero, repartía, durante la festividad del Viernes, quinientas pio-
nedas á la puerta de la mezquita mayor; justo é íntegro, nadie
tuvo
Parte primera. Capítulo iv. iii
tuvo que querellarse contra él por violento ó rapaz, ni dio oidos
á calumnias ó delaciones; de buen trato y excelente entendi-
miento, razonaba agradablemente, y con frecuencia recitaba no-
tables poesías. Mostrábase familiar con todos, quizá con esceso,
pues conversaba sin ceremonia, cosa rara y aun escandalosa
entre muslimes, con burgueses, menestrales y demás gente del
común.
Mas al par de tan buenas prendas mostrábase débil hasta
la degradación. Pedíanle sus vecinos y émulos los Sinhachíes ó
los Yafraníes una villa, un castillo, un alfoz 6 territorio, y antes
que empuñar las armas é irse á castigar con ellas su osadía,
se amilanaba ante los desastres de la guerra y se rendía cobar-
demente á sus exigencias. Cuentan los cronistas de su raza,
que, en cierta ocasión, el Sinhachí demandóle la entrega de
Musa ben Afán el Ceutí, fidelísimo consejero de su padre y
abuelo, antiguo wazir de los Hammudíes y honrado partidario
suyo. Idrís sabia que entregar el noble anciano á la crueldad
del berberisco, implacable enemigo suyo, era sentenciarle á
muerte: más algo debió observar el buen servidor de los beni
Hammud en su soberano, cuando le dijo heroica y tristemente:
— Amir, mándame al beréber; soportaré con resignación
mi destino.
Apesar de esta acción y palabras, que hubieran vigorizado
el más apocado ánimo, inspirándole una repulsa generosa, el
califa malagueño cometió la indigna acción de entregar á su
ministro, que fué inmediatamente degollado.
Y en verdad que el descendiente de los Hasaníes mas ser-
vía
112 Málaga Musulmana.
vía para procer, amado y respetado del país en que moraba, que
para califa; principalmente teniendo en cuenta los tiempos en
que vivía. En los cuales era preciso, más el castigo que el alha*
go, la energía más que la dulzura, la rudeza del hombre de armas
más que los hábitos sosegados y tranquilos de la burguesía.
Para garantizar la paz pública, Idrís encerró en el castillo
de Airos, como creo que se llamaba entonces al Gibralfaro, á
Mohammed y Alhasan, hijos de Idrís I. La gente de guerra ma-
lagueña andaba mal contenta del monarca, murmuraba de su
cobardía, irrítábase con sus concesiones, avergonzábase del me-
nosprecio con que le trataban sus vecinos, y anhelaba que se
encargara del mando un carácter duro y áspero, tan rudo como
lo exigía su tiempo. La gente pacífica, esa muchedumbre, que
en todo tiempo es el nervio de los estados, manteniéndolos con
su trabajo, y enriqueciéndolos, dándole su sangre y sus hacien-
das, eternamente explotada por los ambiciosos, y eternamente
sufridora de sus torpezas ó de sus crímenes, la burguesía, el
artesanazgo de Málaga, que amaban al soberano justo y dadi-
voso, refrenador de esos atropellos tan naturales en los sulta-
nes mahometanos, que se preocupaba de sus esfuerzos y espe-
ranzas, que participaba de sus trístezas y alegrías, deseaba
mantenerle en el solio.
£1 partido belicoso consiguió ganar al alcaide del castillo
de Airos, quien libertando á los prísioneros, declaróse centra
Idrís, aclamando soberano á Mohammed. Oyeron sus vítores
y voces los negros que daban presidio en la Alcazaba, y amo-
tinándose se unieron á la insurrección.
La
Parte primera. Capítulo iv, 113
La noticia de lo ocurrido se esparce como el relámpago por
la ciudad; cunde la indignación, encendiendo las voluntades;
los burgueses cierran sus tiendas, arroja sus herramientas la
menestralería, ármanse, abandonan sus hogares ó sus talleres
y acuden tumultuosamente á donde se hallaba el soberano. En-
tonces ocurrió allí una escena, rarísima en la historia de todos
los gobernantes del orbe, algo parecida, sin duda más heroica,
que la que representaron en Gérticos los optimates visigodos,
forzando á Wamba á aceptar el imperio.
Los vecinos de Málaga, ardiendo en cólera, con frases que
enfervorizaría el amor y haría mas elocuentes lo crítico de las
circunstancias, ofrecían á su califa sus vidas, escitábanle á la lu-
cha y le aseguraban, que, con solo consentirlo, reducirían ellos
á los amotinados y enfrenarían á los traidores. Era tal la efer-
vescencia del movimiento popular, terrible en los primeros mo-
mentos de su explosión en nuestros paises meridionales, que
de ordenarlo Idris, aniquilar la asonada era obra de instantes.
Pero, el bondadoso monarca contentóse con decir á sus leales
subditos:
— Manteneos en vuestras mansiones y dejadme.
Después, probablemente henchido de júbilo el corazón por
haber evitado la efusión de sangre, se entregó al usurpador. A
seguida fué encerrado en la misma prisión, de donde éste ha-
bia salido.
Mohammed, reconocido por las tropas y vecinos de Málaga,
después de aceptar su juramento de fidelidad, adoptó el sobre-
nombre de Almahdí billah (JJLj ^j^I) el dirigido por Dios, y
decía
114 Málaga Musulmana.
declaró príncipe heredero á su hermano Alhasan, conocido por
Assami (i).
Deseaban los sublevados un monarca rudo y valeroso; tal
le encontraron que no pudieron sufrirle; ciertamente los hom-
bres de acción hallaron en él lo que buscaban, y aun algo más
de lo que desearon. Su natural era el reverso de el de Idris; enér-
gico y violento imponía su voluntad á sus vasallos, sin arre-
drarle la milicia armada, antes bien dominándola rudamente.
Un sobrino suyo, Yahya ben Ali, probablemente por sospecho-
so ó conspirador, tuvo que abandonar la corte: su propio her-
mano Assami tuvo también que expatriarse, ante la malqueren-
cia del sultán, irritado, no sé por qué accidentes, y se refugió
en el territorio de los gomeres africanos, donde gentes de su
casta vivian honrados y reverenciados.
Las violencias de Mohammed, aun más que ellas veleidades
de sus partidarios, juntas á las aficiones que la ciudad conser-
vaba al monarca destronado, añadieron una conspiración á la
larga trama de conjuraciones, que en la corte malagueña se
urdía. La situación de esta monarquía de Taifa era una cons-
piración y rebelión perpetua. El carcelero que guardaba á Idris,
sobornado, á lo que parece, púsole en libertad, y los ecos de las
fortificaciones repitieron el vocerío de sus parciales aclamándole.
Más no era el sultán reinante hombre para abdicar volunta
riamente, ante el clamoreo de una rebelión: en él habia mucho
de aquel ambicioso ánimo, que hacía exclamar á un Umeya^
pretendiente del trono cordobés:
—Dad
(i) En el año 438 de la H. de 8 de Julio de 1046 á 27 de Junio de i047.
Parte primera. Capítulo iv, . 115
— Dadme hoy el mando y asesinadme mañana.
Acompañábale además quien alentaba su ánimo, quien le
inspiraba firmeza incontrastable, ayudándole con su amor, in-
genio y energía. Aconsejábale su madre, en cuyo pecho latía
un corazón, dotado de aquella fiereza, con la cual, tan sin razón,
han caracterizado los historiadores á Aixa, la desventurada ma-
dre de Boabdil. La sultana malagueña infundía en su hijo brio-
sas resoluciones, vigorizaba las esperanzas de sus partidarios,
animábalos en el combate, penetrando entre los que se batían,
y recompensando al que se mostraba valeroso en defensa de su
hijo.
Estrelláronse en la entereza de Almahdi los ímpetus de la
insurrección. Pero, aun así, probaron los malagueños cuan que-
rido les era el monarca destronado, pues en vez de abandonar--
le al feroz rencor del usurpador, salváronle de su venganza, en-
viándole, antes de rendir las armas, á el África.
En los albores de su reinado Idris II habia nombrado go-
bemadores de Ceuta y Tánger, hasta entonces regidas por wa-
líes eslavos, á dos antiguos servidores de su familia, Rizk Allah
y Sacut. Eran ambos berberiscos, hijos de la belicosa tribu de
los Berguata, que se extendía por las marinas occidentales del
Magreb Alaksá, á la cual perteneció Tarif abu Zora, el prime-
ro de los invasores musulmanes de España. Entre los horrores
de una razzia, que los Idrisies hicieron en tierras berguatas^
cautivaron á Sacut, quien puesto en almoneda con sus compa-
triotas, fué comprado por Hadad, liberto de aquella noble fami-
lia. Pasó, poco después, á poder de Ali ben Hammud, y sus ta-
19 lentos
ii6 Málaga Musulmana,
lentos, su lealtad, probablemente su valor, le llevaron á las más
altas promociones de la corte hammudita. No fué la menos im-
portante que obtuvo, el gobierno, con Rizk AUah, de Ceuta y
Tánger, que sirvieron á Idris I de base de operaciones, para ir-
se apoderando de todo el país de Gomera, el cual comprendía
dilatado territorio del actual Rif marroquí.
Sacut y Rizk Allah mantuviéronse fieles á su monarca; pri-
sionero éste é imposibilitado su afortunado adversario de pasar
el Estrecho, ambos gobernadores ejercian, en nombre del pri-
mero, una autoridad independiente. Presénteseles el desventu-
rado Idris, y aunque les era enojosa su presencia, acogiéronle,
cual correspondía á su soberano. Conocian el amor que los na-
turales de sus gobiernos tenian á los descendientes del Profeta,
sabían que el sultán de derecho lo sería de hecho con solo de-
searlo, más no se conformaban á perder tan fácilmente las de-
licias del mando. Para evitarlo aisláronle de sus parciales, al
par que le rodeaban de los honores, que la etiqueta de las mo-
narquías agarenas concede á los califas.
Los gomeres, por su parte, no se resignaron á ver á su prín-
cipe eclipsado é inutilizado por sus walíes; por lo cual enviá-
ronle una comisión, que le representara lo vergonzoso de su
aislamiento y le ofreciera castigar á los que le tenian como
secuestrado. Idris mostró, una vez más, su debilidad indigna,
revelando á los berguatíes el asunto de la conferencia, y, lo
que fué peor, los nombres de los comisionados. Estos tuvieron
que huir de sus hogares, amenazados de muerte; los goberna-
dores, para ahorrarse futuras complicaciones, enviaron al sul-
tán
Parte primera. Capítulo iv. 117
tan á España, poniéndole á salvo de las iras de Mohammed
Almahdi, en las fortificaciones de Gomares, según unos, al de-
cir de otros en Ronda.
Mientras tanto los berberíes se concertaban en Málaga,
para acabar con Almahdi. Opusiéronle en efecto un carácter,
digno del suyo, en Mohammed hijo de Alkasim ben Hammud,
que habia establecido en Algeciras un estado independiente,
amenazado, cual dije antes, por la ambición del eslavo Nacha;
con éste Mohammed tuvieron secretas comunicaciones, pactos
y alianzas los berberíes malagueños. Al fin los sublevados fué-
ronse á Algeciras, aclamando á Mohammed, que, cual su ad-
versario, se apellidó Almahdi billah.
¡Cosa digna de risa y que proclama lo miserable de es- ^
tos tiempos, dice sentidamente un cronista agareno; en treinta
leguas á la redonda, álzanse cuatro reyezuelos, llamándose ca-
lifas, y tomando el egregio título de Emires A Imuminin, ó Prínci-
pes de los creyentes! Los cuales eran, Idris II en Comáres,
Mohammed de Málaga, Almahdi de Algeciras, y cierto impos-
tor, que fingía ser uno de los últimos sultanes cordobeses,
Hixem II, para favorecer las ambiciones de Almotadhid de Se-
villa.
No sé porque causa, sin duda por su condición tornadiza,
abandonaron los berberíes á el algecireño; quien dejadas sus
pretensiones, y comprendiendo lo ridículo de su posición, vol-
vióse á sus hogares, en los que, avergonzado y triste, murió á los
pocos dias.
Probablemente por el mismo tiempo falleció también su ad-
versa
ii8 Málaga Musulmana.
versario de Málaga, (i) eligiendo los de su bando para suceder-
le, á un sobrino suyo, Idris ben Yahya, que, sin titularse califa,
se denominó Almowafec billah^ ¿üb ^^41 el favorecido por Dios.
No le dejó mucho tiempo Idris II gozar del sultanazgo,
pues, á los pocos meses, le restauraban en él los malagueños.
Más no traia entonces, el asendereado califa, las pacíficas dis-
posiciones que antes mostrara. Sin duda las decepciones polí-
ticas agriaron su bondadoso carácter, trocándose en odio y mal-
querencia su natural indulgente. Así fué que permitió á los su-
yos violencias é injusticias, que ahuyentaron de Málaga, espan-
tados y maltrechos, á los que habían sido sus enemigos.
Increpando á su vuelta al kadi malagueño y jurisconsulto,
Abu Ali ben Hasun, que había reconocido al usurpador, díjole
ásperamente:
— ¿Por qué reconociste á mis contrarios, después de haber-
me servido, y fuiste amigo suyo?
— ¿Por qué abandonaste tú el poder? contestó el ladino le-
trado, interrogándole.
— Necesidad apremiante me obligó á ello, dijo el califa.
— Pues yo caí en manos, añadió el kadi, que no me permi-
tieron hacer otra cosa que obedecer (2) .
Idris II continuó gobernando dos años después de su restau-
ración, hasta su muerte (3). Ocupó su lugar su hijo Mohammed,
quien,
(i) En 444 de la H. ó sea de 3 Mayo de i052 á 23 Abril de 1053. Abdelwahid y Albo-
tnaidi dicen que el 45; aténgome al Bekri: Desc, de V Afr. sept. J. A. Avril-Mai 1859,
pág. 371 , autor que ofrece datos bastante exactos, sobre esta dinastía. Makarí sostiene
igual opinión.
(2) Makarí, Analectes, T. II, pág. 265.
(3) En 446 de la H. ó sea de 12 de Ab. de 1054 á 2 de Ab. de 1055.
Parte primera. Capítulo iv. 119
quien, según parece, se crió y educó con los gobernadores ber-
guatíes de Ceuta y Tánger. No se denominó este príncipe ca-
lifa, pero tomó el nombre de Almostáli^ Jxl^I ó el que pro-
cura elevarse.
Así permaneció hasta comienzos del año siguiente, en el
cual Badis que habia establecido en Granada la capital de un
principado independiente, se apoderó de Málaga, como mas
adelante extensamente relataré, arrebatándola para siempre á
los Hammudíes. Mohammed Almostáli se retiró á Almería,
acompañado de algunos individuos de su familia, pues años des-
pués era sepultada Chauzar, liberta de su padre (i) en esta ciu-
dad, donde vivió aquel príncipe oscuramente muchos años.
Doce llevaba de tan mísera existencia, cuando le invitaron
los vecinos de Melilla, para que pasara á ésta á gobernarlos.
Melilla era por entonces una ciudad fortificada, en la cual habia
un vasto caravanserrallo, y á la parte oriental poseia un cau-
daloso manantial: moraban en la ciudad los Beni Urtadi, los
cuales recibieron con aplauso al Hammudí, á quien reconoció
también por señor Coloua Chara, plaza fuerte situada en la ci-
ma
(i) Entre la colección de antigüedades, reunidas por D. Jorge Loring, en su hacienda
•de la Concepción, próxima á Málaga, se conser\'a una piedra tumular^ afectando la forma
de un prisma triangular, por cuyas cuatro caras diagonales, corre una leyenda arábiga,
que interpretó Lafuente Alcántara del modo siguiente:
«En el nombre de Allah, clemente y misericordioso. La bendición de Allah sea sobre
Mahoma y su familia. Este es el sepulcro de Chauzar, liberta de Alálí billah, Amir de
los creyentes. Allah se complazca con él. Murió, refrésquele Allah su rostro y santifique
su espíritu y se complazca con ella, en_Ia noche nueve de Dzulkiada, año de 452—3 Dic.
de 1060 — testificando que no hay otro Dios sino Allah, único y sin compañero, que el pa-
ráis© es verdadero, y verdadero el (fuego del infierno) y que la hora vendrá sin duda al-
guna, y que Allah resucitará á los que están en los sepulcros.»
Lleva este monumento el número XX del Catálogo, que reseña las mencionadas anti-
^edades, imp. en Málaga en MDCCCLXVIIL
I20 Málaga Musulmana.
ma de una montaña, entre Melilla y Guercif, y tenida por ines-
pugnable, declarándose además por él, las regiones circunven
ciñas (i).
Reinaba Mohammed en ellas, durante el último tercio del
siglo XI, cuando redactaba su obra el insigne autor musulmán,
que me ha ofrecido estos curiosos datos sobre su vida (2).
Derrocada para siempre la dinastía de los Beni Hammud
en Málaga, quedábanle á esta familia sus posesiones de Alge-
círas y África. Dominaba en aquella ciudad, aunque sin titula
de ca
(i) Bekrí: Ibideni, pág. 372. Aben Haucal: Descr. deV Afr. trad. de Slane. Journal
As. Fev. 1842.
(2) La serie de los soberanos Hamroudíes que dominaron en Málaga, ha sido deter-
minadamente señalada, primero por Dory en su Ilist. des mus. d' Esp. T. lY, pág. 299;
después por Codera, al final de su Manona ya citada, en un Cuadro genealógico de los
Hammudies, y en su Tratado de Numismática aráb. esp., pág. 272-3; la que consigno,
á seguida, está tomada en parte de este notable investigador de nuestras antigüedades sa-
rracenas, concretando el asunto á Málaga, añadiendo á su serie particularidades genealó-
gicas, completando la cronología, y confirmando la sospecha que emitió de ser Mohammed
Almostáliy último soberano de Málaga, hijo de su antecesor Idris II, como he probado en
el texto. La serie es la siguiente:
AÜ ben Hammud Annazir lidinillahj ití^ o jJ ^^^^Lüt el que ayuda á la religión de
Dios, reinó desde el mes de Moharrem de 407 de la Hegira — de 10 de Junio á 9 de Julio de
1016 — hasta que le asesinaron el 28 de Dzulkiada de 408 ó sea el 17 de Abril de 1018. —
Creo que debe ser Abril, y no Mayo como indica Codera en su J/emoit'a, pág. 4. nota 7,
T como manifesté en mi anterior pág. 76, que corregiré en la fé de erratas. Dozy lo indica
perfectamente en su Uist. des mus. d* Esp. T. III, pág. 325.
Alkasim, su hermano; llamáronle Almamun^ .i —4' aquel en quien se confia, ^ober-
nó en Málaga, desde principios de Dzulhicha de ¥)S — 23 ó 24 de Ab. de 1018 hasta el mes
de Rebia I de 412—14 de Junio á 14 de JuUo de 1021.
Tahya, hijo de Aü ben Hammud, sobrino del anterior, apellidado Almotáli hUlcJiy
«¿o J-*ll el exaltado por Dios, desde la fecha antecedente, hasta Moharrem del 427 — 5
de NoT. á 4 de Dic, de 10Q5.
Idiis I, su hermano, denominado Almotaáyed billoM^ itío jj Lj4t el ayudado por
Pioc$, reinó desde el 427, ya imlicado, hasU el de 431—23 de Set. de 1039 á 10 Set. de
lOiO.
Alhasan hijo de Yahya Almotáli, sobrino del anterior cali£i, llamado Almostansir li-
lio A, JL' o , -•• [^ el victorioso por Dios, gobernó, desde ei 431 hasU el 434—21 de Ag.
de iOÜ á 9"de Ag. de ÍC43.
n, iKniiaiio de sa antecesor, apodado Aláli MlaA, j¡}^ JixM el que se eleva
•de califa, Alkasim, hijo de Mohammed, el cual la poseyó hasta
su muerte.
Decidió entonces el célebre Almotamid, señor de Sevilla,
apoderarse de Algeciras. Pero hubo quien estorbara sus preten-
siones. Ceuta y Tánger eran el refugio de los últimos hasaníes,
amparo también de sus dignatarios y aficionados. En nombre
de ellos, aunque independíente de hecho, gobernábalas el ber-
guati Sacut, quien se opuso tenazmente á la ocupación de Al-
geciras. Mas sus habitantes se declararon por el sevillano, y és-
te tomó
[Kir Dins, reinó <1(<!4(I>! i<l 4.34, hasta i(iii- fué di^strunadu en el 438—8 de Julio de 1046 &
27 de Jnnio de 1047.
Jlohammed, hijo de Idrial, primo del anterior, llamado ílitnoítrft 'ifín/i, íÍ'Lj ^ Ji%ll
a dirigido por Dios, mandó desde el 438 al 444—3 de Mayo de iíSa á 23 de Ab.'de 1053.
Idrís III, parece que fué sobrino del anterior califa, liijo drt Yaliya l>en Idm 1, su 1v
a^iellidú Almotiiafee bülah, iL'b ^^1 e] sec-undadu por Dios; mío gobenió unos mescK.
Idris U, ¡>or segunda vea, desde la anlenor íeclia hasta su muerte en 44U— de 12 dn
Abril de iObi á 3 de Abril de 10^.
Mohammed II, su hijo, denomínndo Alntoitáli, ^liu—JI el que jiroeui'a elevai-se,
<li9de la anterior feclia hasU principios del 447 — Abril del 10^.
Todavía, años después, dominaban llnmmudies sobre territorios musulmanes. Uno
ir ellos. Aben Hammud, era señor de GJrgenti y Castro Giovanni en Sidlia, bada el
liempo de la Lovainan y ranquisla normanda -1086, Venia prohablemenle de los de Al-
Keciras, y las guerras civiles sicilianos juntas A su egregia estiqíe, mucho tii&s que sus mu-
reúmientos, permitiéronle establecer su señorío. Al presentarse los normandos, scaudt-
lladoa por ilogerio, en su territorio, encerróse en las fortificaciones de Castro Giovanni.
Viffldo que era imposible asaltarlas, por su inespugnable jKiBÍcion, el tiorniandu recorrió
'1 resto del pais, apoderándose de Oiryenti, donde aprisionó A la rouger y biuilia del ba-
•inita, á las cuales trató con singular cortesania y bondad, aunque sin libertarlas. Aben
Uiinmnd cercado esti-ceha mente, conquistadas sus comarcnE y sometido al hambre, tuvo
i(iu i«ndirse, según los autores muslimes. Menos honrosa presentan su reducdon los
rririianos, pues refieren, qne cierto dia el normando, escAltado por unas cien lanxas, dl-
rigiiw á Castro Giovanni, y, desde el caní]», demandó al alawi una confereneia. Acwdió
<^, aiim nadie supo el resultado de estos pláticas, aunifue pronto lo demostró el suceso;
vi principe fingió hacer una solida y cay/i con todo su gente, en una emboscada, de anlt--
iiiana preparada con su contrario. Castro Giovanni se rindió de seguida, por falta de de-
früíoreí,
Aben Hammud abjuró el islamismo bautiíAtidose, y los teólogos del conde prucurú-
rniilf^ ta dispensa de su matrimonio con su csjKisa, próximo parienta suya. Todavis, La-
•^ ilgun tiem{K>, creían en Suiacca poseer la fuente bauli^imol, en la cual había renegado
122 Málaga Musulmana,
te tomó posesión de la codiciada ciudad, cuya posición maríti-
ma, tanto por razón del tráfico, cuanto por las relaciones con
África, era en aquellos tiempos importantísima.
Años después la invasión de los almorávides, mandados por
Yusuf ben Texufin, llegó hasta las posesiones de Sacut; á
quien mandó el soberano de aquellas fanáticas tríbus que le
ayudara á sitiar un castillo berberisco.
Atemorizado el berguati disponíase á obedecerle, mas su
hijo Alcail le retrajo de ello. De todo se aprovechaba Aben
Texufin, de las armas, del terror que inspiraban sus triunfos y
de las discordias de los bereberes: ante él no habla mas que es-
coger entre los términos de este dilema: ó someterse ó resistir á
la desesperada. Sacut aceptó lo último.
Feli
para siempre de las glorias de sus antecesores el descendiente de Mahoma. Quien, con
gran hacienda y honra, vivió cristiano en Mileto, hasta su muerte. Un descendiente suyo
ocupó altas posiciones en la corle de Palermo, al comenzar el reinado de Guillermo el Bue-
no, dedicándole sus obras escritores de su casta, como Aben Kalak y Aben Zafer. Los
fíui'gio noble familia siciliana pretenden ser descendientes de los Beni Hammud. M. Ama-
ri: Storia dei Musulmani di Sicilia. T. III, pág. i73 y sig.
También en Marruecos deben existir hoy individuos de esta familia, entre los xerifes
Idrisies. Badia y Leblich, Viages de Ali Bey el Ahbasi pot* África y Asia^ T. I, cap. XI,
ed. Valencia 1836 dá algunos curiosos datos sobre estos. Deseando saber, si aun vivian en-
tre los mismos, nietos de los Hammudíes, pregunté á mi querido amigo, el P. fr. José de
Lerchundi, Prefecto de las Misiones españolas en Marruecos, y notable arabista, el cual so*
lamente pudo proporcionarme estas noticias: «Existen en Fez muchos xerifes Idrisies y su
Mocaddem, ó gefe, és de la misma familia que en tiempo de Badia, porque su oficio ó cargo
i»s hereditario, según se cree, desde el tiempo de Idris. Este mocaddem, cosa rara, no es xe-
rife, ó sea descendiente de Mahoma, pero, és muy respetado de todos ellos. En Fez se con-
sena la mezquita, fundación de Idris II, y en la misma colgados varios pliegos enrroUados.
Pero ¿qué contienen? Un moro instruido me asegura, que encierran varios tratados que se
celebraron entre la dinastía reinante y los habitantes de Fez; dice que los xerifes Idrísitasde
esta ciudad viven bien y con orgullo; entre ellos hay ex omni genere piscium; sabios é igno-
rantes, ricos y pobres. Las limosnas que se recogen en la mezquita, se reparten entre ellos;
sin embargo, los ingresos de los diez y nueve primeros dias del mes de Mulud, pertenecen
á los xerifes, también Idrisies, que viven en el santuario de Muley Abdesselam, célebre en
la historia marroquí, y esto por un tratado que existe entre ellos. En dichos dias se apo-
deran estos últimos de la mezquita, y no permiten la entrada á ningún xerif ídrisita de
f¿a.»
Parte primera. Capítulo iv. 123
Felicitábanse los vecinos de Ceuta por entregarse á los al-
morávides, cuando supieron que uno de sus caudillos, Saleh, se
dirigía hacia ellos; pero su desesperación fué extremada, al oir
decir á Sacut:
— Juro que nunca hará oir Saleh á mis subditos los redo-
bles de su tambor almoravid.
Y cabalgó hacia Tánger, en donde -gobernaba su hijo Dia
Addola, reuniendo un ejército, con el cual salió á encontrar al
enemigo. Encendióse la pelea en los alrededores de aquella
ciudad; batiéronse con encarnizamiento los berguatíes, más el
número y la valentía de sus contrarios se los llevaron por de-
lante; entonces el fiero Sacut, que, apesar de sus ochenta y tres
años, luchaba denodadamente, se precipitó sobre las lanzas ene-
migas, hallando en ellas una muerte, digna de su valentía.
Después de perder á Tánger, Dia Addola se refugió en Ceu-
ta. Por este tiempo, Almotamid de Sevilla imploraba el auxilia
de los almorávides, contra la invasión de las huestes cristianas
60*108 estados musulmanes: otorgólo Aben Texufin, como diré
en breve, pero la estancia de Dia Addola en Ceuta, lugar de pa-
so para España, dificultábalo. Motamid con su escuadra y Moez,
hijo de el almoravid, por tierra, dieron en pocos instantes bue-
na cuenta de Aben Sacut. Este cayó prisionero, y al presen-
tarlo 4 Moez, mandósele que entregara su tesoro: digno hijo
de Sacut, contestó el berguatí negándose de mala manera; al
momento fué asesinado. Al fin se encontró el tesoro, y en él el
sello del califa Yahya ben Ali, que fué muerto, cual relaté antes,
en la campiña de Carmena.
20 Poco
124 Málaga Musulmana.
Poco después Yusuf ben Texufin se apoderaba del país de
los Comeres, partidarios de los Hammudíes, y terminaba ea
África definitivamente el poderío de esta célebre familia, cual
habia cesado en España (i).
La dinastía Hammudí pudo haber renovado en esta las glo-
rias de sus abuelos los Idrisies de África, pues contó, entre sus
califas, ánimos varoniles é inclinados al bien. La miseria de los
tiempos y los vicios de algunos de ellos, comunes á los gober-
nantes de entonces, les impidieron sustituir dignamente en el
trono cordobés á sus émulos los Umeyas, regir tranquilamente
los territorios que les proclamaban soberanos, enfrenar sus wa-
líes y ministros, y les transformaron de pacificadores, cual desea-
ban, en elementos destructores, en gérmenes de perpetuas dis-
cordias, que yermaron y arruinaron nuestras comarcas. Si fue-
ron muy aborrecidos por sus contrarios, fueron también muy
amados por sus parciales; derrocado su señorío en España,
todavía hallaron hombres que se les sometieran como subditos,
y todavía nació entre ellos un varón ilustre, célebre en su época
y en la nuestra. Que cuando el tiempo desvanecía la memoria
de aquellos soberanos, á veces tan temidos, la ciencia nos con-
servaba la del Xerif Alidrisi, como uno de los más nobles y hon-
rados nombres de la Edad Media.
(1) Aben Jaldun: Hist, des Berbers, T. II, pág. 154. Ab3n Abdclhalitn: Rud Alkar-
/ító, pág. 200.
CAPÍTULO V.
Los Almorávides y los Almohades en Málaga.
Badis ben Habbus señor de Granada y Málaga. —Su vida y gobierno.— Almotadhid de Se-
villa envia á su hijo Mohammed para apoderarse de ésta.— Fracaso de su expedición.
— Muerte de Badis. — Temim gobernador de Málaga. — Su prisión y destronamiento por
los almorávides — La cristiandad en Málaga y su provincia.— El obispo Julián. — Acci-
dentes de su vida. — Sus reclamaciones áRoma. — Expulsión de los mozárabes mala-
gueños.— Calda délos almorávides. — Periodo intermedio con los almohades. — Entra-
da en Málaga de éstos. — Algunos acontecimientos y gobernadores de esta época, en
Málaga. — Nace en ella el príncipe, después sultán almohade, Idrís ben Yacub Al-
manzor. — Caida de los almohades.
Si el despotismo, como violación del derecho humano, no
fnese tan dañoso á la república, todavía hiciéranle aborrecible
la desordenada y viciosa existencia, que por lo común llevan los
que lo ejercen. Cuando todo es lícito á un hombre, cuando sus
caprichos son leyes, cuando á su mandado están vidas, fortu-
nas y honras, raro será que no se desvanezca, que no le domi- ,
nen los vicios, que no rompa el freno de la religión, único que
le contiene, y que de ser humano no se trueque en monstruo
abominable.
Quien quisiere ver comprobada esta afirmación la hallará
frecuentemente en la historia oriental; con frecuencia también
en la
126 Málaga Musulmana.
en la de los estados hispano-musulmanes, á través de los cua-
les vá pasando mi relato. Monarcas orgullosos, crueles hasta el
paroxismo de la crueldad; codiciosos del bien ageno; en quienes
la magestad de la muerte no extinguía los rencores; archivos de
todos los vicios, aun de los mas abominables; dados á la mas de-
senfrenada lujuria, á la embriaguez, á la gula, á todo género de
crápula; sin respeto á la lealtad, á la fé jurada, á la desventu-
ra; practicando rara vez esos generosos afectos que engrande-^
cen y ennoblecen el alma, los encontramos á cada paso.
Entre los cuales puede presentarse, como triste dechado de
esta clase de gobernantes, á Badis ben Habbus, régulo grana-
dino, sucesor de los Hammudíes en el señorío de Málaga. De
subdito de aquellos príncipes trocóse Badis en dueño de sus es-
tados; razón será que diga ahora, por extenso, quien fué este su-
geto y cuales sus sucesos, para mayor claridad de mi narración.
Entre el gran número de familias berberiscas, más ó menos
señaladas, que trajeron á nuestra España las disensiones ci-
viles africanas, la fanática aspiración de sacrificar reposo y vi-
da en el chihed, que así llamaban los moros á la guerra contra
cristianos, ó el propósito de mudar en próspera la adversa suer-
te, fué una de las más notables la de los Sinhachíes; á cuyos indi-
viduos, con sumo alborozo y distinción, recibió el célebre mi-
nistro de los Umeyas, Abu Amir Almanzor, como adecuados au-
xiliares para sus ambiciosas pretensiones.
Zawi, gefe de ellos, y arrimo valioso, primero de aquel mag*
nate, después de su estirpe, tuvo principalísima parte en las
guerras domésticas que estallaron á la caida y desmembración.
del
Parte primera. Capítulo v. 127
del califato cordobés. Durante ellas dicen que espantado de las
tropelías de su bando tornóse al África. El señorío de Granada
pasó por lugartenencia á uno de sus hijos, por rebelión, mas ade-
lante, á su sobrino Habbus y de éste á Badis, nombre que, con
bastante frecuencia, habrá encontrado el lector, en las contien-
das perennes de la dinastía Hammudí.
Durante Su largo reinado, aunque sometido nominalmente
á los alawíes, de hecho fué independiente, imponiéndoles aveces,
cual vimos, sus rencores y venganzas, hasta sobre sus más fieles
servidores. Obedecían los berberiscos á Badis, cual á su natu-
ral caudillo, y solicitaban su alianza los otros reyezuelos de Tai-
fas; ctuel, sanginario, dado á la crápula, sobre todo al vino, dome-
ñaba por el terror á sus vasallos, y por la cautela y prudencia de
«
su ministro, el célebre judío Aben Nagdela: ambicioso de mauT
do y riquezas, dolencia dominante en aquellos tiempos, más
que en otros, por la facilidad que sus revueltas ofrecían de satis-
facer las malas pasiones, aprovechó cuantos medios y circuns-
tancias se le presentaron para ensar^char sus dominios. Su ca-
rácter és, cual antes dije, emblema acabado de un tirano, á la
vez que emblema de su tiempo; brutal, violento, tornadizo y
desleal.
Cuando los Hasaníes malagueños perdieron por completo
su prestigio, Badis decidió apoderarse de Málaga. Moraban en
ésta. de antiguo familias de alcurnia arábiga, por lo cual su par-
tido era en nuestra ciudad bien poderoso, y como enemigo irre-
conciliable de los berberiscos, á los cuales tenían, y no sin ra-
zón, por bárbaros, parecía imposible que el granadino se apode-
rara
128 Málaga Musulmana.
rara pacíficamente de ella. Más alhagos y dádivas quebrantareis
la resolución del kadi Abu AbdaUah Chodhami, quien, me-
diante su valimiento entre sus convecinos, consiguió reducirlos
á la obediencia berberisca, sin tener que esgrimir las armas (i).
Málaga desde entonces se redujo al señorío granadino, so-
metido antes á sus mandatos; mas no las posesiones africanas
que de ella dependían. Badis concluyó de fortificar nuestra Al-
cazaba, arreglando la disposición de sus muros y torreones, den-
tro de los cuales habitaron los califas alawíes, bajo de los cua-
les, y comprendiendo seguramente al Gibralfaro, deoian los au-
tores muslimes, en su enfático lenguaje, tan lejano de U realidad,
«que brotaba la lluvia, y que apenas si se las podia alcanzar con
el vuelo del pensamiento, por la altura de sus obras y por los
elevados sitios desde los cuales se erguían á los cielos» (2),
Cuanto interesaban estas fortificaciones á la parcialidad ber-
berisca probáronlo los sucesos. Ya ponderé antes la ambición
de los Abbadíes sevillanos, representantes en Andalucía del ban-
do árabe, y cuan capaz de realizar sus grandes aspiraciones era
Almotadhid, sucesor en aquel estado de su padre el kadi Aben
Abbad. Hemos visto también en las anteriores páginas á ésta
dinastía penetrar en nuestras comarcas, en las que se fué apo-
derando de poblaciones, que, cual Ronda, eran baluartes de
sus implacables adversarios.
Con
(i) Aben Jaldun: Hist, des Bcrhet^^ T. H, pág. 61 y sig. Aben Aljathib: Yhata^ bio-
grafía de Bologuin ben Badis, M. S. de Gayangos, fól. i07 vuelto. Aben Alatsir, ut supra^
pone la toma de posesión de Málaga por Badis en el año 447 ó sea de 2 de Ab. de 1055 á 21
de Marzo de 1056; la misma fecha ofrece Bekrí, loco citato, pág. 372. Aben Jaldun dos
años después. Uist. de los Ham. M. S. de París.
(2) Makarí: Analectcs, T. 1, pág. 121, lin. 5 y sig. Simonet: Descr. del reino de Gran.
2.* ed. pág. 117.
Parte primera. Capítulo v. 129
Conquistada Algeciras imaginó el sevillano apoderarse de
Málaga, cuya situación marítima, floreciente contratación y
proximidad al África, escitaron perpetuamente la codicia de los
sultanes sarracenos. Creo también más que probable, que le os-
tigaría á ello, el vecindario árabe de nuestra ciudad, á el cual
impacientaba y humillaba la dominación berberí.
Hombre era Almotadhid tan codicioso, que, según la gráfica
y pintoresca expresión de los autores muslimes, cazaba pája-
ros bajo las alas de un milano y arrancaba de las fauces su presa á
un dragón. Aceptó alborozado las proposiciones de los malague-
ños, las cuales se ajustaban perfectamente á sus propósitos; con
tanta mayor razón, cuanta que Badis, por aquel tiempo, entre-
gado por entero á festines y deportes, embriagado dia y noche,
olvidábase de su habitual diligencia, y confiado en el terror que
inspiraba su nombre, descuidaba bastante la guarda de sus es-
tados.
Las muestras de simpatía que á el sevillano daban los de
Málaga, debieron, sin embargo, despertar sus sospechas y man-
tenerle más vigilante, sobre todo tratándose de un adversario,
de quien decia quien le conoció, que cuando al parecer estaba lejos^
se hallaba presente.
Urdida la trama, advertido el árabe, preparados los mala-
gueños, envióles Almotadhid á sii hijo Mohammed, con buen gol-
pe de gente. Fué el príncipe recibido con singular gozo y agasa-
jo, como á libertador de una brutal opresión, granjeándose á po-
co, por sus cortesanas prendas, el amor y la simpatía general.
Mas no todos fueron triunfos y muestras de adhesión: da-
ban
130 Málaga Musulmana.
ban presidio en Gibralfaro algunas taifas de negros, restos qui-
zá de los que tan lealmente sirvieron á los Beni Hammud, los
cuales mientras la ciudad adornaba sus calles y plazas, y ebria
de júbilo abría sus puertas á los sevillanos, colmándolos de rega-
los, comentando y loando los dichos ó las maneras de su gefe,
cerraron las entradas del castillo, resistiéronse lo mismo á las
intimaciones que á las acometidas de los sublevados, y envia-
ron á Badis una paloma mensagera advirtiéndole lo que acon-
tecía (i).
Al saberlo, la ira, el rencor, la vergüenza de la propia humi-
llación, en la que tanta parte tenia su vicioso descuido, el temor
de que, asentado Almotadhid en lo mejor de sus dominios, se
alzara con lo demás, sacaron de su torpe inacción á el reyezue-
lo granadino. Si su contrario lograba reducir á los negros, no se-
ria Málaga la única población que se le sublevara; la insurrec-
ción de veinte y cinco castillos de su comarca demostraba la
predisposición de los ánimos en pro del sevillano.
Inmediatamente convocó el berberisco sus huestes, escitólas
al combate, despertando sus odios contra la aborrecida parcia-
lidad arábiga, y puso á su frente á Aben Neya, uno de sus más
valerosos capitanes: quien, atravesando velozmente la distancia
que separa á Granada de Málaga, acercóse á ésta, cuando me-
nos se le esperaba.
' Con
(i) Este medio de comunicación, que ahora comienza á introducirse en nuestra pátina^
fué empleado por los muslimes españoles y mucho también en Oriente; en el precioso
cuento sacado de las Mil y una noches^ por Cherbonneau, que tituló Les foiirberies de De-
lilah^ París 1856, se habla de un empleado en la corte de cierto califa, el cual, á la vez (jue
de astrologia, cuidaba de las palomas mensageras del soberano. Los benimerines sitiados
en Algeciras por los cristianos, se comunicaban con Gibraltar por palomas mensageras.
Aben Abdelhalim: Rud Alkartas, pág. 474.
Parte primera. Capítulo v. 131
Con prudente acuerdo habían aconsejado antes los malague-
ños á Mohammed, que apagara el foco de rebelión encendido
en la cima del monte, que dominaba su ciudad, freno y aborre-
cimiento, en todo tiempo, de las revueltas. Por el contrario algu-
nos berberiscos que le acompañaban, deseando evitar la muer-
te de los que se mantenian fieles á su partido, inclinábanle á
entregarse por completo á los deleites de la jubilosa recepción
que se le hacia, asegurándole que á poco quedaría vencida la re-
sistencia. Fióse el incauto mancebo de aquellos arteros conse-
jos, demostrando con esto su buen natural, y sin tomar precau-
ción alguna de las que en casos tales enseña la estrategia, dió-
se con toda su gente á zambras y festines, cuando mas conve-
nía velar y requerir las armas.
Tanto se engolfaron en sus placeres, tanto se olvidaron de
la propia seguridad, que Aben Neya penetró entre ellos, sin en-
contrar resistencia. Con lo cual los granadinos, probablemente
auxiliados por la guarnición de Gibralfaro, degollando á unos
é hiriendo á otros, pusieron en desatentada fuga á los que es-
caparon convida: después restablecieron en Málaga la autori-
dad de su señor, y se apoderaron de las armas, joyas y bagajes
sevillanos. Conociendo el carácter de Badis creo que se puede
afirmar lo que dice un orientalista ilustre, que como acostum-
braba icastigaría á hierro, á fuego ó enterrando vivos á los que
tuvieron la insolencia de rebelársele, quitando con esto á los
malcontentos el deseo de sublevarse nuevamente» (i).
El prín
(i) Dozy: Hist. des mus. d' Esp. T. IV, pág. H2.
21
132 Málaga Musulmana.
El príncipe Mohammed huyó á Ronda, seguido de algunos
que con él escaparon á la ferocidad berberisca. Aterróse en su
refugio, recapacitando en la violenta ira de su padre, cuando le
informaran que habia fracasado, por su puerilidad y torpeza,
una de sus mas queridas aspiraciones. Motadhid colérico era
una fiera enjaulada; ante nada se detenía, ni aun ante la vida
de un hijo.
La tempestad estalló efectivamente terrible y amenazadora.
Mohammed fué preso, por orden de su padre; susurrábase que
éste trataba de castigar ejemplarmente la imprevisión del prín-
cipe, pues ciertamente exigían á su soberano pena inmediata y
terrible, aquellos soldados muertos, maltrechos ó cautivos, ven-
cidos y humillados por los berberíes, y los crueles suplicios que
harían éstos en la gente de Málaga.
Mohammed para aplacar el enojo de Motadhid le dirigió
una poesía, en la que alababa los triunfos y las excelsas pren-
das paternas; presentábase en ella, doliente, apesarado por su
desdicha, contrito y sumiso á la voluntad de su señor, cargando
su derrota al hado funesto que le perseguía, cómodo medio de
disculpar las propias faltas, frecuente entre muslimes y aun
entre los que no lo son, exclamando con insinuante y enterne-
cedoras frases:
No ya de los vasos el son argentino,
Ni el arpa, ni el canto me inspiran placer,
Ni en frescas mejillas rubor purpurino,
Ni ardientes miradas de hermosa muger.
No pienses con todo que extingue y anula
Un místico arrobo mi esfuerzo y virtud,
Bullendo en mis venas, cual fuego circula,
Y bríos me presta viril juventud.
Mas ya las mugeres, el vino y la orgia
Cal
Parte primera. Capítulo v.
Calmar no consíifuen mi negra anicaon;
Ya solo pudiera causarme alegría
|0h padre! tu duk'U y aTisiadu perdón;
Y luego, cual rayo, volar al cómbale,
Y audaz por las fliss cnnlraria» entrar,
Y romo el villano espigas abate.
Cabezas, sin rúenlo, en t<irno srgar.
En otra kasida ó poesía se granjeaba su indulgencia dicién-
dole:
¡Cuánlaa vicliinus, olí puilre.
Lograste, cuyo n- cu ordo
Las presuroíEls edailes
No borrarán con su vuelo!
Las caravanas difund<'n
Por loa confines exiremos
De la (ierra la pujan >ui
De tu braxD y los ti'ureoü,
Y los beduinos hablan
De tu ^loiia y de tus hitchos,
Al res|ilanilor de la luna
Descansando en el desierto (1).
Vencido por estas dulces endechas, que agasajaban sus in-
clinaciones literarias y su vanidad de soberano, desvanecida la
cólera que apagaba en su corazón la voz de la sangre, conmo-
vido atlemás por los ruegos de cierto santo morabito ó ermi-
taño rondeno, perdonó Motadhid á su hijo, alzóle su entredi-
cho, mandó que le soltaran de las prisiones y le recibió en su
gracia (2).
Málaga continuó desde entonces subyugada por los berebe-
res granadinos, durante la vida de Badis y el reinado de su nie-
to Ab
A) Sc^cL: Poe»ia <j arte de Ion ái: im Sic. y Ef¡>aña, T. II, pág. 17 y 18, Irad. de
"■'•Vttera. He introducido en mi obra estas poesías, porque aum¡ue no sean Iraducríon
nWtde ha árabes contienen su sentido; por otra |Mirt« Valen ha put^to on ellas tanto iu-
lOñjhibUidad, que, sin duda, ha resucitado en sus bellísimos versos la fogosa imaginn^
*)'»< de lo* poetas muslimes andalures. Quirj en ellos se adviertan y uonijirendan mejor
'"a'i'dos queagilaban sus ánimos, que en una traducción lilerat.
'^i) Aben Basum, en Doxy: Hut. Abb. T. I, pág. 51 y s¡it., y 301 y sig.
134 Málaga Musulmana.
to Abdallah; Temim hermano de éste quedó entonces por go-
bernador de la antigua corte hammudita (i).
Mientras tanto era cada dia mas precaria la situación de
los musulmanes en España. Los reyezuelos de Taifas aniquila-
ban sus fuerzas derramando la sangre de sus vasallos, disipan-
do sus riquezas, yermando su territorio, cual sucedía en las co-
marcas malagueñas, donde villas populosas, como Antequera y
Archidona, con sus jurisdicciones, estaban reducidas, al espirar
el siglo XI, á un espantoso páramo (2). Las victorias de Alfon-
so VI, la expugnación de Toledo, la convicción de su impoten-
cia, espantaban á la morisma: vivia ésta dividida en fracciones,
odiándose mutuamente, reducida gran parte á la condición de
mudejar ó sea tributaria ¡triste género de servidumbre! sometida
á el rencor y al menosprecio de los cristianos, plañendo las des-
dichas de su mísero estado, cuando mas que lágrimas femeni-
les correspondían varoniles alientos, unión, fortaleza y valor.
Por entonces se establecía en las regiones africanas, fron-
teras á nuestra Península, cierto nuevo imperio, en una de las
varias revoluciones, con las que demostró su enérgica vitalidad
la raza berberisca, bullente entonces y agitada por el fanatismo
religioso, cual las materias en fusión que en el seno de la tierra
coadyuvan á las erupciones volcánicas.
Desde los oasis y desiertos del Sahara, como ésas nubes de
langostas que surgen de sus arenales y se derraman por las tie-
rras
(1) Aben Jaldun: Híst. des Berbei^s^ T. II, pág. 63, coloca este suceso hacia el 467-
1074 al 75.
(2) Idiisi: Desanp. de V Afr, et de V Espagne, pág. 204 del texto, SSl de la trad.
Parte primera. Capítulo v. 135
iras labrantías, asolando mieses y destrozando huertas, se de-
Tramaron ellos por las comarcas hoy marroquíes, reduciéndolas
todas á la obediencia de su emir, el valeroso y enérgico Yusuf
ben Texufin. A éste volvieron sus atribulados corazones los
muslimes españoles: pues era príncipe ambicioso de mando, ávi-
do de riquezas, fanático musulmán, y ansioso de probar en la gue-
rra santa sus insignes dotes. La gente hispano-sarracena im-
ploró su auxilio, con lo cual Yusuf vino á España, humilló á Al-
fonso VI en el tremendo dia de Zalaca y destruyó cuasi todas
las dinastías de Taifas, sobre cuyos escombros asentó el pode-
río berberisco y el de su dinastía.
Entre las que destronó fué una de las primeras la de Badis.
Abdallah de Granada y Temim de Málaga aprisionados, salie-
ron de sus dominios, y fueron enviados uno á Agmat, otro á Sus
el Aksá, poblaciones africanas, donde ambos vivieron pensiona-
dos por el nionarcaalmoravid. — 1090 — Al terminar la Edad Me-
dia cierta noble familia tangerina, los Beni Annamci, se ufana-
ban de contar entre sus ascendientes á los príncipes de Grana-
da y Málaga (i).
Cuando Almotamid, sultán de Sevilla, sospechando la suer-
te que aguardaba á su estado, amenazado por la codicia de Yu-
suf, rompió con éste, envió su armada para que piratease en las
costas africanas, pasados ya los tiempos en que sus embarcacio-
nes, cual relaté antes, acababan en ellas con los últimos restos
de la dominación Hammudí. Estragaron por extremo los sevi-
llanos
(i) Aben Jaldun: Uist. des Bei^bers, ut supra.
136 Málaga Musulmana.
llanos aquellas marinas, vencieron en naval contienda á los tu-
necinos, que acudian al socorro de los almorávides, y pasaron
por las riberas mediterráneas españolas apresando naos, galeras
6 cárabos, y enviándolas con sus despojos á Sevilla.
Al llegar á el puerto de Málaga se apoderaron de una ca-
rraca genovesa; mas teniendo paz con la gente de Genova entre-
gáronle parte de la presa. Aquí se les juntaron cinco naves cris-
tianas, las cuales, con los corsarios moros, desembarcaron la
^ente de mar, y por estar declarada la tierra por el africano hi-
cieron grave daño en ella (i).
Esta es la primer noticia que tenemos acerca de las rela-
ciones que existieron entre los musulmanes malagueños y los
navegantes de Genova, que tuvieron en nuestra ciudad una fac-
toría, rodeada de fortificaciones, á las cuales historiadores pos-
teriores llamaron Castil de Ginoveses.
Genova, rival de Pisa, comenzaba, por este tiempo, á desa^
rrollar en la marina y el tráfico el poderío que debia conseguir
mas adelante. «Labrada sobre áridas montañas, dice uno de los
mas elocuentes historiadores coetáneos, entre rocas peladas y
un mar del que parece huir la pesca, solo debe á la naturaleza
un bien, su puerto tan extenso como seguro. Las mismas artes
acumulaban en ella las mismas riquezas, y á lo menos obtenía
de sus
(i) Sandoval: Hist, de D. Almiso VI, T. I, pág. 328, ed. de Madrid de 1792. Coloca
Sandoval estos sucesos en la Era de i i 46, año de J. C. 1108: creo esto un error cronológi-
co; en ii08 no gobernaba ya Almotaniid en Sevilla, pues fué destronado en 1094; pero si
se tiene en cuenta su indicación de que el territorio malagueño estaba ya por Aben Yufaz
(dice asi por Aben Yusuf) bien puede sostenerse que se verilicaron en los últimos años de
£u gobierno.
Parte primera. Capítulo v. 137
de sus salvages montañas el beneficio de separarla del impe-
rio y de sus opresores» (i).
Rivales de los pisanos aquellos audaces mareantes, cuando
no pugnaban con los moros en Cerdeña, contrataban con ellos,
y mientras se engrandecian familias tan ilustres, como los Spi-
nólasy los Dorias, de tan glorioso apellido en España, la nacien-
te república echaba raices en las playas malagueñas, explotan-
do los exquisitos productos de su industria fabril y los delicados
frutos de sus regiones.
¿Qué habia sido del catolicismo en Málaga desde los tiem-
pos de Ostégesis? «Las memorias del malo, dice el insigne Flo-
rez, se conservan para ignominia suya, para escarmiento de otros
y para prueba de la plausible constancia de la Iglesia»: desgra-
ciadamente no ocurrió lo mismo con las de los buenos, mucho
mas santas y ejemplares, pues desde aquel malaventurado obis-
po piérdense largo tiempo las noticias del episcopado malagueño.
Ciertamente aquí perseveró la cristiandad, con monasterios^
iglesias y gerarquía eclesiástica; mas solo vislumbres han llega-
do á nosotros de sus sucesos, durante los últimos tiempos del
califato Umeya y la totalidad del Hammudí.
Si hubiéramos de creer á Hauberto, en este largo trascurso
de tiempo murieron en Málaga Ragunda, abadesa, y Severo^
archidiácono muy docto y venerable (2). Mas seguras son las
fuentes que nos revelan la santa vida de un cristiano llamado
Samuel, de gallarda presencia, que encaneció, dice su losa se-
pulcral,.
(i) Sismondi: Hiat, des repuhl. italiennes au Moyen Age, T. I, pág. 205.
(2) Población eclesiásiica de España, T. I, parte I.
138 Málaga Musulmana.
pulcra!, cantando versos, sin duda en loor del Altísimo, con los
cuales enternecía piadosamente á los perseguidos mozárabes.
Vivió á lo que parece en Gomares 6 en sus cercanías, durante
la primera mitad del siglo X. Quien hubiere conocido á este exce-
lente presbítero, afirma su inscripción tumular, sentenciosa y elo-
cuentemente, desprecie el mundo entero, puesto que el corazón viene
á encerrarse en tan reducido espacio.
A tres leguas de Málaga, en el arroyo de Chapera, se ras-
trearon, ha tiempo, ruinas de un monasterio, en las que se hallo,
entallada en mármol la memoria de su prelado Amansuindo,
que murió en el año g8i de J. C. dejando buena memoria por
su caridad y por la prudencia que usó con los que dirigía. Ya
hemos visto antes de éste un Amalsuindo, obispo de Málaga;
conservase también la memoria de otro Amansuindo, eremita^
que, antes de la invasión goda, edificó una capilla, según se sos-
pecha cerca de Monda, donde hizo vida penitente, predicando
con fervor religioso la palabra divina (i).
Espiraba el siglo XI, cuando gobernaba nuestra diócesis un
prelado, á quien apellidaban Julián, excelente pastor, muy esti-
mado por su grey. No faltan á la virtud envidiosos, ni enemi-
gos al que cumple honradamente con su deber; túvolos aquel
obispo, y tan enconados que le denunciaron, no sé porque feos
delitos, á las autoridades almorávides. Las cuales se mostraban
menos tolerantes que las pasadas, y mucho mas inclinadas á la
persecución de los fi.eles.
Julián^
(1) Berlanga: Monum. cp. pág. i27 y sig.
Parte primera. Capítulo v. 139
Julián, derrocado de su silla, preso y entre prisiones llevado,
bien á Sevilla, bien á Granada, fué encerrado en dura cárcel,
donde el rumor público aseguraba, que injuriado inicuamente,
habia rendido el alma, después de ser bárbaramente azotado.
Seis años permaneció la sede malagueña vacante, hasta que
convinieron clero y pueblo en elegir por sucesor de aquel des-
venturado obispo á su arcediano. Aceptada por éste la elección,
consagráronle los prelados de las diócesis limítrofes y tomó po-
sesión de su honroso cargo. Más cuando menos se esperaba, con
general estupefacción de los fieles, apareció Julián en Málaga,
reclamando la dignidad que le correspondía. Cuanto se dijo de
su muerte era mentido; aunque por extremo maltratado, vivió
prisionero, hasta que alguna favorable circunstancia le devolvió
1^ libertad.
Negóse resueltamente el antiguo arcediano á resignar su au-
toridad en Julián. Si en pro de este militaban sus honrosos an-
tecedentes, sus sufrimientos, su martirio, en pro suya argüían
la legitimidad de su elección, la buena fé con que tomó posesión
de la mitra, y sobre todo la consagración, cuyo carácter nada
pedia borrar.
Confusos los ánimos y divergentes, con derechos legítimos
ambos, ambos también decididos á mantenerlos, Julián, cual
en tiempos pasados Januario, acudió á Roma, para que deci-
diera la controversia Pascual Segundo, Pontífice por este tiem-
po. Oyó el Papa de boca del viagero español aquel extraño ca-
so, informóse de los documentos que llevaba en su abono, y sen-
tenció en discordia, ordenando restaurar en su sede al primer
2 2 obispa
140 Málaga Musulmana.
obispo, mandando al segundo dejarla, y si obedecía que se le
mantuviera del erario eclesiástico, eligiéndosele prelado en la
primer iglesia que vacare: caso contrario se le destituía en ab-
soluto de su dignidad (i).
Poco se sabe acerca de los posteriores sucesos de los mozá-
rabes malagueños. Sin duda se comprometieron en la terrible
conjuración que trajo á D. Alonso el Batallador, desde sus es-
tados de Aragón, hasta las playas de Velez, en una empresa he-
roica por la audacia del atrevimiento. Parece demostrarlo que
muchos fueron arrancados de sus hogares y lanzados al África,
donde los sarracenos les señalaron morada en los alrededores
de Fez y Mequinéz. Allí perecieron miserablemente por las mo-
lestias y privaciones del viage, por los atropellos de los moros
ó peleando bravamente en las luchas civiles de éstos. Otros se
irian con la multitud de cristianos que siguieron las huellas del
aragonés, temerosos de la venganza de los alarbes. ¿Pertenece-
rían quizá á estas familias la Donna María, hija de Abdalazis el
Malaki, y Abu Dzier, hijo de Yahya ben Ali Almalaki, que apa-
recen citados en escrituras de Toledo de los años 11 77y 12 10? (2).
Calcúlase que esta primera expulsión ocurrió de Setiembre
á Octubre de 1126; más en 11 64 debió haber otra, tras una en-
carnizada batalla, que sostuvieron los mozárabes en Granada
contra la morisma. Por este tiempo es considerable el número
de cristianos que á las órdenes de los califas berberiscos, some-
tían á los levantiscos magrebies, los cuales les aborrecían tan-
to cuan
(1) Florez: España sag, T. XII, pág. 330 y sig.
(2) Simonet: Hist. de los moz, M. S.
Parte primera. Capítulo v. 141
to cuanto les espantaban sus hazañas (i). Algunos permanecie-
ron en Andalucía, pero de tal suerte tratados, con tanto menos-
precio, que mas les valiera haberla dejado para siempre.
Vicios y tiranías de príncipes, atropellos é injusticias de sus
ministros, desprestigiaron á los almorávides. A la decadencia
de su poder en España acompañó un periodo bastante breve,
mas agitadísimo, muy parecido á aquel en el cual se iniciaron las
dinastías de Taifas. En Valencia Aben Mardonix, Aben Hamdin
en Córdoba, Aben Wazir Cidzrai en Badajoz, en Murcia Aben
Farach, algunos otros en Mallorca, Ahmed ben Kasien Mértola,
constituyen principados independientes, tan efímeros como com-
batidos por rebeliones y alzamientos.
La cristiandad, cada vez mas pujante, apoderada de las
principales ciudades españolas, aprovechábase de la desmorali-
zación, más aun, de los desaciertos de la morisma, íbala ence-
rrando en el Mediodia, y penetraba con sus armas, como ya dije
de las de el aragonés Alfonso el Batallador, hasta las riberas
malagueñas.
Nuevamente África salvó á los musulmanes españoles; nue-
vamente de las regiones del Magreb salieron enjambres de com-
batientes, que detuvieron el empuje de las mesnadas cristianas.
El
(i) En los An. Toled, Era 1144, año 1106, se menciona la expulsión de los mozárabe?
inalagneños. Sandoval, Historia de D. Alfonso F/, T. I, pág. 310, se refiere á este dato,
eon manifiesto error de fechas é historia, pues la atribuye á Alfonso VI. El ilustre orien-
talista Dozy, en sus Becherches, T. I, ha traducido el relato árabe de la expedición del Ba-
taUador, escrito por Aben Assairafi de Granada, á el que siguieron Aben Aljathib y el autor
anónimo de el Holal Almauxia; texto que me ha servido para fijar el mió. Ya el ilustre
ilorez habia conjeturado que la primera expulsión debia referirse á tiempos posteriores^
al señalado por Sandoval y los An, Toledanos, España Sag,y T. XII, pág. 338 y sig.
142 Málaga Musulmana.
JEl imperio almoravid cayó ante los almohades, vencedores en
España de la Reconquista en la cruenta y desastrosa batalla de
Alarcos.
En una de las muchas rebeliones que hacia la mitad del si-
glo XII quebrantaron, antes que llegaran los almohades, el po-
derío de los almorávides, sublevadas Murcia y Almería, Málaga
las imitó, encerrando en la Alcazaba á aquellos africanos con su
walí Almanzor ben Mohammed. Quien, estrechado duramente,
tuvo que concertarse con los revoltosos y entregar el mando á
Abulhaquem ben Hannun, que se proclamó soberano de nuestra
ciudad.
Según parece poco después de este rebelión, — 1145 — los
malagueños se entregaron á los almohades, dejando éstos por
cabeza de ellos á Abulhaquem, probablemente por haberles és-
te sometido su señorío (i).
En las luchas que mantuvieron los almohades con el parti-
do nacional hispano musulmán, representado por Aben Mar-
donix y por su suegro Aben Homoxk, durante el califato de Ab-
delmumen, aquel se atrincheró en Granada, á donde se dirigie-
ron los berberiscos para combatirle. Mandábalos Abu Said, prín-
cipe de la casa real almohade, con el cual se habia reunido Ab-
dallah, gobernador de 'Sevilla. Más ambos fueron rechazados y
Abu Said se retrajo á Málaga, á la cual vino á socorrerle su her-
mano Abu Yacub. Juntos ambos salieron de nuestra ciudad, y
aun
(i) Aben Alabbar: Alholat Assiyara^ M. S. del Escorial, biografía de Akhil ben Idrís.
Aben Abdelhalim: Rud Alkartas, pág. 378. Conde: Hist. de la dom. T. II, pág. 4ii, T.
111, página 28, ed. Madrid 1844. Cito éste autor con la prevención que á los arabistas me-
rece. £1 mismo coloca estos sucesos en 1146, Aben Abdelhalim en 1145.
aunque habían acrecentado la hueste de Aben Homoxk refuer-
zos de su yerno, entre los cuales venía una hueste cristiana, fue-
ron los españoles duramente escarmentados en la Vega grana-
dina (i).
Durante el reinado del sultán almohade Abu Yacub, antes
del año 1 177, nombró el emir á su sobrino Abu Mohammed Ab-
dallah gobernador de Málaga, en la que también ejerció autori-
dad, por los años 1223, el príncipe Abu Musa, quien entró en la
conjuración que derribó del solio al califa Abdelwahid, para co-
locar en él á un hermano del wali malagueño, llamado Abu Mo-
hammed Abdallah ben Almanzor, gobernador de Murcia (2).
Treinta y ocho años antes nació en nuestra ciudad, de la es-
pañola Safia, hija del procer Aben Mardonix, Idris ben Yacub
Almanzor, que adelante fué uno de los más notables sultanes al-
mohades, por su energía que llegaba á la crueldad, y por la des-
medida afición que demostró á las cosas cristianas; las cuales
celebró desde el mimbar ó pulpito de las mezquitas, permitien-
do además que en su corte se edificaran iglesias y se tañeran
campanas, á la vez que se servía frecuentemente en sus empre-
sas de soldados cristianos (3).
Con él acabó en España la dominación almohade, reprodu-
ciéndose nuevamente el periodo de guerras civiles que se en-
cendía en cuanto espiraba un poder fuerte, como los califazgos
cordobés ó almoravid. Donde quiera que un descendiente de
egre
(1) íVben Jaldun: HiWí. dw UtrOerí, T. II. ^íg. iK.
&í Ibidero: pig. <2Ü>2 y 23l>.
(3í Xm¡6 en 581, áa 4 Ali. 118j A '2i Marzo 1 184. Aben .\bdclhaliinr Riid A¡l.u>-I<a,
144 Málaga Musulmana.
egregia familia musulmana ó un audaz paladin hallaba medios
para luchar, alterábanse los ánimos y los naturales de la tierra
se alzaban contra los africanos: Aben Mahfoth en el Algarbe,
descendientes de los Beni Hud en Murcia y de Aben Mardo-
nix en Valencia, pugnaron por establecer dinastías indepen-
dientes.
Entonces, como antes, este decidido empeño daba alientos
y armas á la Reconquista, mientras aniquilaba las fuerzas de la
morisma. La fortuna favoreció al fin á un procer árabe de Ar-
jona, Mohammed Alahmar ó el Rojo, quien fundó en Granada,
cual referiré en el siguiente capítulo, un califato, último obstácu-
lo que hallaron las armas cristianas, para realizar la obra ini-
ciada por Pelayo, el ideal por el cual suspiraron tantas genera-
ciones.
CAPÍTULO VI.
Los Nazaríes y los Beni Merin en Málaga.
Los Walies Axkilulas. — Su desafío con Tello Alfonso de Menescs en Arjona. — Genealogía
de esta familia. — Sus alianzas con el fundador de la dinastía Nazarita. — Su estableci-
miento en Málaga. — Disidencias entre los Nazaries y los Axkilulas. — Ampáranse éstos
de D. Alonso X. — Avenencia del wali de Málaga con Alahmar. — Muerte de éste. — Mo-
hammed II su heredero. — Nuevas disidencias y luchas. — Los merínies. — Sométe-
se Málaga al sultán de éstos Abu Yusuf. — Ex|>ediciones de los raerinies á España. —
Batalla de Écija. — Poesia encomiástica del wali malagueño á Abu Yusuf. — Muerte del
wah. — Málaga se entrega al merinita. — Recóbrala Mohammed II. — Disidencias entuí
éste y los Beni Merin.— Posesiones de éstos en la Garbia de Málaga. — Muerte de Abu
Yusuf. — Su heredero Abu Yacub cede al nazari sus posesiones de España.
En el año de 1225 habia quedado en la frontera cristiana
á las órdenes de D. Alvar Pérez de Castro, excelente caudillo,
entre otros nobles infanzones, Tello Alfonso de Meneses, mo-
delo cumplido de aquellos terribles fronteros, que tan singular-
mente adelantaron la gloriosa empresa de nuestra Reconquista.
Valientes hasta el heroismo, audaces hasta la temeridad, pru-
dentes en la valentía y la audacia, amaestrados en el manejo
de las armas y en los primores de la gineta, peritos en marcia-
les estratagemas, sufridores de frío, de calor, de hambre y sed,
robustecido el cuerpo y el ánimo en constantes funciones de
gue
146 Málaga Musulmana.
guerra, ilustraban con sus hidalgos hechos las páginas de la his-
toria patria, si alguna vez vencidos, jamás domados, siempre
activos y siempre vigilantes.
Tello Alfonso traia de abolengo sus luchas con la morisma,
en las cuales se empleó bravamente su padre; las valiosas pren-
das que le distinguían consiguiéronle gran predicamento con
Pérez de Castro, mereciendo suplirle en sus ausencias; hallóse
en las más memorables jomadas de entonces, ya defendiendo
cómo bueno á Martos, acometida briosamente en un rebato de
moros; ya lidiando con Aben Hud en los campos jerezanos, du-
rante la batalla en que Diego Pérez de Vargas ganó apellido
de Machuca; ora salvando á la condesa Doña Irene, esposa de
su capitán, cuando cercada también en Martos imprevistamen-
te, hallándose sin tropas, vistió armas á sus doncellas, á sus
dueñas y á las de la villa, esparciéndolas en los adarves, para
mostrar á los sarracenos esforzada guarnición, donde solamen-
te habia débiles mugeres.
Reconquistada Baeza, suplía Tello á D. Alvar en la fronte-
ra al Poniente de Jaén, á tiempo que los sarracenos fronterizos,
no menos esforzados que los cristianos, les desafiaron á campal
batalla. Aceptado el reto y señalado el campo cerca de la villa
de Arjona, parecieron en él cien ginetes de cada parte. Capita-
neaba la gente cristiana el Adelantado en persona, y á sus con-
trarios los Beni Axkilula, magnates de regia prosapia, bien he-
redados en Arjona, quienes en bizarría y alientos eran tenidos
por los mejores caballeros de la morisma.
Venían ellos ricamente adornados, mostrando querer com-
petir
Parte primefa. Capítulo vi. 147
petir con sus adversarios hasta en la magnificencia de las galas^
Partieron á ambas huestes el terreno, y la batalla, aunque ruda y
sangrienta, fué un verdadero torneo: lidiaron entrambas partes
todo el dia, pugnando los alarbes por arredrar á los cristianos
de la línea que los maestres del campo señalaron, pugnando bra-
vamente ellos con igual propósito. En el calor de la acción ha-^
cíanse astillas las lanzas en los bien templados petos, rompianse
las espadas, caian los caballos heridos ó rendidos, mientras que
sus ginetes luchaban cuerpo á cuerpo, y no hallando á veces^
armas para desahogar su corage, golpeábanse con las brafone-
raSf que eran las que defendían sus brazos.
La noche puso fin á aquella recia cuanto pundonorosa
contienda; al oscurecer Tello y su gente habían conseguido re-
chazar á los moros como braza y media de la línea divisoria, y^
dándose por vencedores, se alejaron del catnpo^ dice el historia-
dor que relata estos sucesos, como buenos caballeros^ con intimar
alegría (i).
Si entre los fronteros paáaban los Axkilulas por los más es-
forzados campeones de la morisma, tenian tal nombradía entre
ella, que se les consideraba destinados á salvarla de sus irre-
conciliables enemigos. Venía esta ilustre familia de aquella
otra, que, con el apellido de Tochibí, dominó algún tiempo en
Aragón; mas imposible me fué averiguar la procedencia de el
apodo con que se distinguió en Andalucía. Llamábanles los cris-
tianos los hijos de Escallola, Beni AxlciluldS ó Exkilulas, se-
f( . gun
(1) Aigote de Molina: Origen y ant. de la Nobleza de Andalucía, fól. 88 v. y 89.
23
148 Málaga Musulmana.
gun la pronunciación arábiga, íLIxílI sobrenombre con el cual
se conoció á Abulhasan Ali, raiz de esta familia (i).
Era su convecina y estaba unida por estrechos lazos con
ella en Arjona otra nobilísima gente, que descendía de SaaJ
ben Obada, uno de los más fieles secuaces de Mahoma, y á
quien éste debió no escasa parte de su fortuna.
Al espirar el siglo XII era cabeza de la descendencia espa-
ñola de Saad Mohammed ó Nazr, cuyo hijo Yusuf estuvo casa-
do con Fatima, hija de Abulhasan Ali ben Axkilula, de cuyo
consorcio nació Mohammed Alahmar ó el Rojo. La ilustre pro-
sapia de este príncipe, que reunia uno de los más célebres nom-
bres del mahometismo á uno de los más ilustres apellidos espa-
ñoles, el poderío de su abuelo materno y la situación de Espa-
ña, impulsáronle á ambicionar la gloria de fundar una dinastía^
como Abderrahman I en Córdoba ó Idris I en el Magreb (2).
Ya referí el estado de los musulmanes españoles á la caída
del imperio Almohade. Entre los varios pretendientes á su do-
minio
(i) Argote les llama, loco citato, los hijos de Escollóla; el barón de Slane en su tmd.
de Aben Jaldun, Hist. des Berbers, T. IV, pág. 88, nota, sostiene que Exkilola es una al-
teración de Chica Lola, la petite Dolores^ y que la abuela paterna de éstos príncipes sería
una esclava cristiana: basta consignar entre españoles esta opinión para probar su inexacti-
tud. Cree mi querído maestro, el ilustre arabista D. Francisco J. Simonet, que Axkilula es
un diminutivo español, quizá derivado de cs^in'/a, cencerrílla, ó de esg«4t7/a, latino giamati-
cal sciUa y scyllay cebolleta albarrana, pudiendo muy bien significar cebolleta, no embar^
gante lo rídiculo de éste apelativo, que es un apodo, pues entre los sarracenos españoles
se usaron algunos bien ridiculos, como Calajxic galápago, y otros tan grotescos. Por mi
parte he mirado con bastante atención el VocabulaHo de fr. Raimundo Martin, publicado
por Schiaparelli, y el nunca bien celebrado Supplement aux Dict, ar. de Dozy, sin hallar
nada satisíactorío para resolver esta etimología.
(2) Alchozami: Quiteb nozhatul bazeyir wa Alabzer. M. S. del Escoríal, Geneal. de
los Nazaries, texto y trad. publicado por Lafuente Alcántara: Inscr, ár, de Gran. pág. Gi
Parte primera. Capítulo vi. 149
minio alzóse Alahmar, quien combatió con Aben Hud, auxilia-
do eficazmente por Abulhasan Ali Axkilula. Vencidos los parti-
darios de Aben Hud en Sevilla, mediante la alianza de Alah-
mar con Abu Meruan Albachi, descendiente de un célebre le-
gista, teólogo y tradicionista moro del siglo XI, proclamaron á
Albachi los sevillanos por sultán, pero Abulhasan, obedeciendo
órdenes de Alahmar, sorprendióle traidoramente, mientras
acampado en las afueras de Sevilla saboreaba las delicias del
triunfo, las cuales se le trocaron en las angustias de la muerte,
que le dieron sus aliados. Mediante esta inicua traición, reinó
Alahmar un poco de tiempo en aquella capital (1).
Abulhasan Ali tuvo dos hijos Abu Mohammed Abdallah y
Abu Ishac Ibrahim, los cuales ayudaron á su sobrino, especial-
mente el primero en Murcia al establecimiento de su poderío;
Alahmar agradecido les casó con dos de sus hijas. Asentado
después en el solio granadino. Málaga se declaró por el naza-
rita, quien nombró wali de ella á su deudo Abulwaiid ben Abul-
hachach ben Nazr; muerto éste invistió con aquel gobierno á
Abu Mohammed Axkilula, extendiendo su dominio á la Gurbia
ó parte oriental de este rico y fértil país. Abulhasan fué nom-
brado también gobernador de Guadix y Abu Ishac de Goma-
res, reuniendo éste último su waliato á el de Guadix á la muer-
te de su padre (2) .
Mientras tanto Mohammed el Rojo procuraba cimentar só-
lidamente
(i) Aben Jaldun: Hisi, des Berhers, T. II, pág. 319 y s¡g. Año de 1233 á 34.
(2) Aben Jaldun: Hist. des Berhet^s, T. IV, pág. 88. Coloca más adelante este aiH»nltH>
mier.to en 655—1^7 á8.~Codera: Tratado denumism,ár. esp, pág. 281. Aben A|j«illüU^
YhaUíy biogr. de Abdallah ben Ali ben Mohammed Attochibi, M. S. de Gaj-angí^.
150 Málaga Musulmana.
lidamente su autoridad, ya implorando de el califa oriental cl
prestigio de un nombramiento; bien sacudiendo esta sumisión
y adhiriéndose á la más real y efectiva del sultán Hafsi africa-
no Abu Zalearía; ora proclamándose independiente. Pero cerca
de él velaba la Reconquista inflexible é implacable, explotan-
do las malas pasiones, los errores y la precaria situación de los
muslimes, para arrancarles con las armas ó comprarles, por
ayudar á sus miserables apetitos, poblaciones y territorios. Alah-
mar tuvo muchas veces que inclinarse ante á el adverso destino
y ceder extensas regiones, al par que otros príncipes sarracenos
se entregaban á los cristianos, antes que ponerse al amparo y ro-
bustecer aquel poder naciente y vigoroso. Mohammed I hubo
de hacer lo propio, que someterse á sus irreconciliables enemi-
gos, declarándose su vasallo, auxiliándoles con sus armas, hasta
contra los mismos agarenos, como sucedió en el cerco de Sevilla
y en la conquista de Niebla, á la que concurrió por su manda-
do una hueste malagueña, acaudillada por Abu Mohammed Ab-
dallah Axkilula (i).
Vida bien miserable y aleatoria, la del fundador de la di-
nastía nazarí, sometida á repugnantes humillaciones, motejada
deshonrosamente por los buenos muzlitas, ignominiosa y dura:
pero no por esto exenta de envidias, de conspiraciones y alza-
mientos. La rebeldía era en lo de entonces verdadera epidemia;
á cualquier estado musulmán que se vuelvan los ojos, á cual-
quier cristiano, á España, á el África, universalmente se encuen-
tran
(i) Conde: Hist. de ladom. Parte IV, cap. VIL
trau rebeliones y motines. Los revoltosos cristianos ampará-
banse en el Magreb, donde mostraban una sumisión, un valor,
provechosísimos si los hubieran empleado en pro de su patria;
los africanos venían á la guerra santa, huyendo de venganzas
políticas, á redimir sus faltas, empleando su esfuerzo en defen-
sa de la morisma.
Así, mientras que allende el Estrecho se constituía el impe-
rio merinita, heredero del almohade, los Ulad Idris, sobrinos
del sultán Abu Yusuf Yacub, vencidos en una rebelión, se em-
barcaban para España con Amer bcn Idris á su cabeza (i).
Eran los primeros meriníes que pasaban el mar, y la pobla-
ción musulmana recibió con extraordinario gozo á aquellos vo-
luntarios de la fé, dispuestos á derramar su sangre en defensa
de las combatidas fronteras. La situación de éstas era en aque-
llos momentos intolerable; vivíase en ellas al día, esperando los
moradores de Jas regiones limítrofes, á cada instante la muerte,
el deshonor ó el cautiverio. Nada resistía á la audacia cristia-
na; cuando no eran los capitanes fronterizos, que, pendones al
viento, se lanzaban mas allá de la línea, devastando los territo-
rios que atravesaban, como vendabal furioso, era el cruel aven-
turero ó el feroz almogávar, que siguiendo el curso de las solita-
rias cañadas, ocultándose, cual una ñera, durante el día entre
breñas y jarales, andando, como salteador, de noche, caia alar-
gas distancias de la raya sobre la descuidada alquería ó sobre
el pacífico ganadero, que apacentaba su rebaño, acuchillando
gente indefensa, arrebatando ropas, frutos, mugeresy niños.
- No
(t| Alien JaWun; llist. ,¡cs Üfi-bers: T. lY, p/m- 48 v 58.
152 Málaga Musulmana.
No había tregua ni capitulación firme; cuando menos se
aguardaba quebrantábanse; no habia tampoco lugarejo ni villa
segura; aun los enriscados castillos no se libraban de temerarios
escalos, entre las nocturnas sombras, favorecidos muchas veces
por deshechos temporales. Las relaciones entre ambos pueblos
eran ferozmente hostiles; aun en tiempos de tregua, acciones
horribles, consideradas en todo lugar y tiempo como crímenes,
se tenian por buenas obras, y á cualquier malhechor brutal por
un héroe. En uno y otro campo contábanse nobilísimos varones,
valerosos en la contienda, humanos en la victoria; pero desgra-
ciadamente fueron los menos. La clemencia merecía á veces re-
proche, donde se aplaudía la crueldad, y hombre hubo que tuvo
esta por obra pía, cual D. Ñuño González de Lara, apodado el
Cuervo andaluz, que no recibió á merced moro rendido^ como los
adalides que incendiaron la mezquita de Baeza, donde se am-
paraban los enfermos y los ancianos de esta población (i).
Luchaban valerosamente los moros fronterizos, no yéndoles
á la zaga á los cristianos en punto á ferocidad; la lanza y los
venablos andaban mas en manos de la gente que estevas ó ca-
yados; vigilaba cuidadosamente la caballería costeña; los alcai-
des de los castillos corrían á la continua la tierra asegurándola,
y al grito de los cruzados españoles respondía el pujante grito
del chihed agareno.
Por esto acogíanse con singular agasajo los bravos zenetes,
que de grado venian á derramar su sangre por la fé muslímica;
hombres
(i) Argole: Ibidem; fól. 50 y 55 v.
IMB^
hombres avezados á todo género de privaciones y fatigas, ágiles,
aptos para batallar, hechos al estruendo de la guerra y á sus pe-
ligros, altivos y rudos. Apenas llegaban establecíanse en las
mas peligrosas rábitas fronterizas, aterrorizando con sus atro-
ces hechos las comarcas enemigas, y dándoles tanto que sentir,
como de loar á las alarbes.
Igual favorable impresión que en sus vasallos causó en Alah-
mar la arribada de los zenetes, quienes continuaron trasladan-
dose, aisladamente ó por grupos, á España. En uno de los mu-
chos trances bélicos que entonces se libraban, distinguiéronse
singularmente estos africanos, á los que, desde entonces, con-
cedió el sultán granadino preferente lugar en su milicia, cuan-
tiosas soldadas, y además otras mercedes y distinciones.
La emulación que sintieron los guerreros andaluces al verse
postergados á los berberiscos, se concentró en los walíes Axki-
lulas, quienes confiando en su deudo con el moharca, en los ser-
vicios prestados, en el alto concepto que entre los moros tenian,
representáronle, dicen las crónicas cristianas, que no quisiera
perder los suyos por los extraños. Respondióles ásperamente el
soberano; con lo cual ellos, sin querer asistir á la proclamación
del wali alakd ó inmediato sucesor, fuéronse á sus gobiernos,
desavenidos con el sultán y dispuestos á alterarle la tierra (i).
Empiezan aquí disidencias, que se prolongan largos años,
que
{1| Aben Jaldun: i/úf . de* Derbrrs, T. IV, pAg. 78, indica ta rujilura, aunque aflnnui-
do equivocadamente que los waüps ayudaivjn i¡ su 8uet;ra conli-a Iub cmliaDOs. Crúnira de
Mmuo X, cap. XUI, púg. 10, ed. de Madrid de 1875, en la Bxb. dt Aul. e>p.
Lu vicisitudes de eslus contiendas se eiicui'nli'an conleniílas im Aben Jnldun: Ilütoire
^ Berbers, en la Ci'únií-a de Alfonso X, en Aben Aljathili, Yhutu y Lanijatiil bniria; jMr
ul] parte traeré a mi narración en citenso lo referente k Uálaga, en resumen el reslo.
154 Málaga Musulmana.
que cuestan la vida al fundador de la dinastía nazarí, y ponen
en riesgo de perderse su autoridad, que contribuyen á la venida
de los meriníes y al destrozo de Andalucía; las cuales, trasmi-
tiéndose de padres á hijos, tras multitud de acomodamientos y
rupturas, concluyen por la prisión ó la expulsión de los descen-
dientes del arráez Abulhasan Axkilula á las regiones magre-
binas,
A principios de 1265 las disensiones tomaron tal carácter
de odiosidad, que los arrayaces se aliaron con Alonso X, contra
su deudo y señor natural. Aceptó el castellano el partido que se
le ofrecía, pues la Reconquista consiguió sus principales venta-
jas, mas que con las armas con la política; mas bien siguiendo
la maquiavélica y antigua máxima de divide aut vinceas, que con
las lanzas de las órdenes religiosas, con el esfuerzo de las mes-
nadas concejiles, con la audacia de los aventureros ó con sacri-
ficios metálicos.
Apadrinó el rey Sabio á los Axkilulas, obligándose á defen-
derlos, hasta con su propia persona; y por cierto que cumplió gran-
demente con ellos, á veces con menoscabo de su honra y des-
crédito de su palabra real. Alahmar, previendo su daño, trató
de paces con el castellano, obligándose á abandonar á su suerte
á los musulmanes que en el reino de Murcia peleaban por su
religión y por su patria, á trueque de que D. Alonso rompiera
con los walíes; mas en las mismas capitulaciones consiguieron
éstos treguas por un año. — 11 65 —
Pasado éste el granadino, que servía en las mesnadas del
rey Sabio, nunca pudo reducirle á que desamparara á sus ene-
migos;
Parte primera. Capítulo vi. 155
migos; con lo cual, despechado por tan villana deslealtad, se-
alejó de aquel monarca, favoreciendo con todo su poder el de-
sarrollo de unas alteraciones, que habian de ocasionar grandes
desastres en Castilla (i).
Las alteraciones en la moneda, las desdichadas pretensiones
de D. Alonso á la corona imperial de Alemania, el empobreci-
miento de los pueblos, falta de habilidad y de decisión en su*
rey, y sobre todo la ambición ó la codicia de la nobleza, fueron
las principales causas de estas desavenencias. Su propio herma-
no D. Felipe, caballeros tan bien emparentados y hacendados-
como D. Ñuño González, se desnaturalizaron del reino é hicie-
ron amistades con el granadino, obligándose á militar en su
hueste contra los walies.
Acometieron los ricos hombres é infanzones refugiados en^
Granada el territorio de Guadix, estragando sus comarcas; mas
acudiendo su arráez á D. Alonso les amenazó éste tan terrible-
mente con yermarles sus haciendas, que llegó á amortiguarles
la saña (2) •
Paréceme que por entónqes debió estar Málaga en buenas
relaciones con Alahmar, pues, antes de esto, el emir Abu Ab-
dallah, su hijo, habia algareado en nuestra comarca y cercada
su capital, impresionando tanto el ánimo de sus moradores, que
llamaron á aquel año, el año del emir. Rematáronse las disensio-
nes con un valeroso arranque de Mohammed I; dispuesto á im-
ponerse
{i) Crónica de D, Alonso X, cap. XV y XVI.
(2) Crónica de D. Alcnso X, cap. XVI, XXXVIII y XLIII.
24
156 Málaga Musulmana.
ponerse á su pariente montó desde su real en secreto á caba-
llO| y acompañado solamente de tres servidoresy se presentó
en una de las puertas de Málaga; asombVados los guardas, sin
pensar en ponerle resistencia, avisaron á Abu Mohammed, que
residía en la Alcazaba. Tal cual se encontraba corrió el Axkilula
al encuentro del sultán, que atravesaba las calles de la pobla-
ción, y cuando le halló, postróse de hinojos, tratándole con el
miramiento, que como á tan próximo deudo y soberano debia.
Juntos entraron en aquella fortaleza y penetraron en el harem,
donde la princesa, hija de Alahmar y esposa del wali, echóse á
las plantas de su padre, pidiendo gracia para su marido. Con
lo cual conmovido el monarca, no solo perdonó á el arráez, sino
que le puso en legítima posesión de lo que habia usurpado. Aña-
de el escritor ilustre, narrador de este novelesco suceso, que des-
de entonces yerno y suegro vivieron amistados constantemente,
hasta que falleció el último (i).
Siempre fué la sucesión en los reinos musulmanes eterno se-
millero de guerras civiles; y si en tiempos prósperos las heren-
cias reales conmovían á los pueblos, cuando la nave del estado
se hallaba combatida por deshecha borrasca, habian de ser más
desastrosas. Parece que la principal causa de las desavenen-
cias con el arráez malagueño, fué la enemiga que éste tenia con
el inmediato sucesor al trono. Las cuales se acrecentaron al fa-
llecimiento de Alahmar, pues no faltó quien pensó en sustituir
aquel príncipe con uno de los Axkilulas ó con otro individuo de
la casa
V.1 \ Aben Aljathib: Yhata^ M. S. del Sr. Gayuígos, bio^nrafia de AbdáUáh ben Ali ben
Mohaminad Attodiibi. coloca estos sucesos en OÚO de U H. í'íóí al 612.
Parte primera. Capítulo vi. 157
la casa real, y, el infante vio bastante amenazados sus dere-
chos. Pero D. Felipe y sus caballeros cristianos se los defendie*
ron briosamente, debiéndoles el nuevo rey la posesión del sulta-
nazgo.
Mientras tanto honrados patriotas mediaban entre D. Alon-
so y los desterrados, mostrándose éstos dispuestos á avenirse
con aquel, siempre que se apartara de los Axkilulas. Pero la
amistad del castellano era tan entera y firme, como el aborreci-
miento del moro; pues si éste declaraba, que antes daría el rei-
no á los africanos que perdonar á los revoltosos, aquel compro-
metía el sosiego del suyo, rechazando todo concierto y procla-
mando la guerra, antes que abandonar á sus aliados (i).
Motivos tenia Mohammed para tan acendrado odio; allana-
ban los rebeldes á los cristianos la entrada de sus estados, amen-
guaban las fuerzas vivas de éste é imposibilitaban toda resisten-
cia; eran un núcleo insurreccional, á donde convergían los des-
contentos, y así como amargaron los dias de su padre, llevándo-
le al sepulcro, igualmente parecía que trataban de hacer con él.
En Málaga Abu Mohammed apadrinaba las pretensiones de un
hermano del sultán, que aspiraba á destronarle: estaban tan re-
sueltos á hacerlo los de nuestra ciudad, que rompieron en son
de guerra por el territorio granadino; pero se encontraron cerca
de Antequera con la hueste cristiana, y derrotados con pérdi-
da de mucha gente, á más de la presa que llevaban, tuvieron
que replegarse á sus alojamientos.
D. Juan
(i) Crón. de D. Al. X, cap. XL, XLIII y sig.
158 Málaga Musulmana.
D. Juan Nuñez, hijo de D. Ñuño González, que como me-
<liador entre los cristianos desavenidos, pasaba de la corte cas-
tellana á la granadina, proponiendo medios de concierto, pre-
sentó varios al nazarí, imaginados por D, Alonso, que se enca-
minaban á favorecer á los Axkilulas, dejándoles como una espi-
na clavada en el corazón de los estados agarenos. Temeroso
Mohammed II de que se le fueran los cristianos, pues algunos
se habian marchado á su tierra, dándose á partido con su mo-
narca, y otros mostraban voluntad de seguirles después de las
concesiones que aquel hizo á la aristocracia, ofreció al castella-
no gruesas sumas para comprar la paz, mediante la condición
de abandonar á los walíes. Por su parte trabajaba el rey Sabio
por arrancar de Granada á los expatriados, arguyéndoles cuan
sin razón se le desnaturalizaron, y quejándose de que pretendie-
ran que abandonase á los Axkilulas «pues. éstos le sirvieron bien
•é lealmente, é pasaron mucho por su servicio» y si lo concedie-
ra el rey «non fallaría quién lo sirviese, nin quién lo ayudase» (i).
Recurrieron entonces los acogidos en Granada á un expe-
•diente ingeniosísimo, el cual demuestra, que si en la estrategia
militar alcanzaban excelente lugar los ardides y celadas, no era
muy desusado el mismo género de añagazas en la política. Cier-
to dia los granadinos oyeron un pregón en calles y socos, en el
cual, á nombre del infante D. Felipe, se prohibía hacer guerra
ó cualquier suerte de daño á los Axkilulas. Creyó el común de
• •
la gente que éstos se habian amistado con el rey; la noticia de
tal
(i) Crón. de D. Al. X, cap. XLIX.
Partb primera, i
159
tal suceso comunicada á D. Alonso debía producir en éste des-
confianza y alejamiento de sus apazguados, pero, descubierto el
engaño, éste escitó la ira del cristiano, tanto como las exhorbi-
tantes pretensiones de los nobles, imposibilitando toda ave-
nencia.
La guerra era pues inminente; el aragonés y el castellano de-
tian acometer á Granada, auxiliados por los AxkÜulas, mientras
■que los expatríados se aprestaban á romper por el reino de Jaén;
pero mediando algunos otros nobles y el infante D. Fernando,
hijo del rey Sabio, trataron la paz, pactando que «non ayuda-
sen á los arrayaces el Rey, nin ningunos homes de su tierra,
nin les diesen pan y vianda*.
Irritóse D. Alonso, mas al fin intercediendo la reina y el
príncipe, ratificóse el tratado, dando Mohammed II crecidas su-
mas, y ofreciendo irse á vistas con el rey Sabio; en las cuales
esperaban todos que le comprometerían á conceder alguna tre-
gua á los walíes; mientras tanto advirtió el rey cristiano secreta-
mente á éstos lo pactado, para que no creyeran que les desam-
paraba.
En 1274 reuniéronse entrambos monarcas en Sevilla; ingre-
só el sarraceno en el erario real las cantidades prometidas, obli-
gándose á pagar otras, mientras que D. Alonso le trataba regia-
mente, alhagando su vanidad con singulares distinciones, sin
darse un solo momento por entendido de lo que se refería á sus
amigos.
Cuéntase, no sé si con verdad, que cierta vez, conversando
Mohammed galantemente con la reina, quien se distraía pregun-
tándole
1 6o Málaga Musulmana.
tándole minuciosidades de su harem, pidióle la egregia dama la
concesión de una gracia que en mientes tenia. Creyó el cortés=
monarca que se trataba de algún capricho femenil, y accedió de
antemano al ruego; mas sorprendióse dolorosamente al oír que
se le pedian dos años de tregua para los implacables enemigos-
de su familia. Esclavo de su palabra accedió á ello, concentran-
do en el corazón todo su despecho, viéndose inicuamente burla-
do. Sea de esto lo que quiera, nuestros viejos autores dicen que
las treguas se concedieron «por el gran afincamiento que mostra-
ron la Reina y el Infante» los cuales se apresuraron á comunicar
tan venturosa noticia á los turbulentos walíes (i).
Mientras que trascurrían estos acontecimientos el imperio-
almohade se derrumbaba ante el empuje de los merinies. Mora-
ban éstos en el Zab africano hasta Sichilmesa, recorriendo du-
rante su nómada existencia dilatados territorios, buscando pas*
tos para sus rebaños. Orgullosos con su independencia, gloria'^
banse, como decía un cronista agareno, de no conocer oro, pla-
ta, ni emir: guerreros por necesidad, ocupábanse en la caza, en
el pastoreo y en las gazufis, es decir en el robo; para ellos el es-
tado natural del hombre era la guerra, y consideraban como en*
vidiable fortuna, la de algunos de sus emires, que no dejareis
de combatir un solo dia; agoreros y supersticiosos, mostrabais
su escasa cultura, creyendo prodigios é interpretando sueños; la^
astucia jugaba importante papel en sus combates, como la ar-
tería
(i) Crán. de D. Af. X, cap. LVIH. OrÜz de Zúñiga: An. de Sev, Era 1312. Salaiar^
^¿5/. genealóg. de la casa de Lara^ lib. 17, cap. IV. Conde: Uist. de la dom., parte IV.-
cap. IX.
Parte primera. Capítulo vi. i6i
tena y la mala fé en sus tratos. A estas perversas condiciones
agregaban un valor heroico; cuando en sus batallas flaqueaban
sus taifas ante la pujanza enemiga, sus mugeres, descubiertos
los rostros, corrian entre los que lidiaban, escitándolos á la pe-
lea. Todavía entre las salvages tribus de allende el Atlas, las
mugeres toman parte de éste modo en las luchas, y azotan con
ramas, mojadas en el jugo colorante del henné — lausonia inermis —
los rostros de los que huyen manchándolos: estas manchas de-
nuncian después su cobardía, para vergüenza suya, oprobio de
:sus deudos y menosprecio de todos (i).
Vencidos los almohades, igualmente que en tiempo de ellos
y de los almorávides, los musulmanes españoles pidieron pro-
tección á los meriníes. Las vistas reales en Sevilla habían con-
vencido á Mohammed II de la razón conque le aconsejó su pa-
dre al morir, que se amparara de ellos; los walíes Axkilulas que-
daban siempre impunes, burlando su poder y justicia, envalen-
tonados con la protección cristiana; contra la Reconquista no
tenia medios de resistencia; su patriotismo, al parque su interés,
le forzaban á seguir las indicaciones de Alahmar.
No se descuidó el wali malagueño en solicitar igual alianza;
i la vez que los embajadores granadinos imploraban el socorro
del sultán merinita Abu Yusuf, un hijo de aquel magnate Abu
Said Farach, acompañado de Abu Abdallah ben Acderil, se pre-
sentó ante el mismo sultán, entregándole un memorial, firmado
por su padre y por los malagueños, sometiéndose todos á su au-
toridad;
(i) Aben Abdelhalim :i?«ci Alkartas, pág. 400 y sig. Aben Jaldun: llist. ií«tí ldir«>Nn>K«
T. IV, página 51. Alvarez Pérez: El pais del mistetHo.
1 62 Málaga Musulmana.
forídad; aceptó Abu Yusuf á el Axkilula como subditOi confir*
mandola en su gobierno. Cuan excelente musulmán era el wali
de Málaga se comprueba, con que de retomo á España el mis-
mo Abu Said Farach trataba, en nombre de su padre, con los
cristianos: mas al volver á nuestra ciudad de estas embajadas le
asesinaron (i).
Al fin desembarcó Abu Yusuf en nuestra Península; acudie-
ron á recibirle á Algeciras el arráez Abu Mohammed y el sul-
tán granadino:, refieren unas crónicas que el africano los amistó,,
que le informaron largamente sobre su expedición, y que los en-
vió con sus huestes á sus estados. Añaden otros que recibió con
extremada frialdad á Mohammed 11, tanto que éste abandonó-
las estancias reales, yéndose mal contento á Granada (2).
Todos los horrores que afligieron á España en las anterio-
res invasiones magrebinas, otros tantos padeció en ésta. Derro-
tados los cristianos desastrosamente en Ecija, y muerto en esta
batalla el valeroso guerrero D. Ñuño de Lara, Abu Mohammed
Axkilula, en la expansión de su Regocijo, presentó al meriní,.
cuando éste volvió á Algeciras, la siguiente poesía:
Los vientos, los cuatro vientos,
Traen nuevas de la victoria;
Tu dicha anuncian los astros
Cuando en el Oriente asoman.
De los ángeles lucharon *
En tu pro las huestes todas,
Y era á su número inmenso
La inmensa llanura, angosta.
Las esferas celestiales.
Que giran magestuosas,
Hojv
(i) Aben Jaldun: Uist. des Bet'bet^s, T. IV, pág. 89.
(2) Aben Abdelhalim: Rml Alkaria^, pág. 451. Crón. de Alf. X, cap. LXL Conde: His-
ioi'ia de la dom. Parte IV, cap. X.
Parte primera. Capítulo vi. 163
Hoy, con su eterna armonia
Tus alabanzas entonan.
En tus propósitos siempre
Allah te guia y te apoya;
Tu vida, por quien la suya
Diera el pueblo que te adora,
Del Altísimo, del Único
Has consagrado á la gloría.
A sostener fuiste al campo
La santa ley de Mahoma,
En tu valor confiado
Y en tu espada cortadora;
Y el éxito más bríllante
La noble empresa corona,
Dando fruto á tus afanes
De ilustres y grandes obras.
De incontrastable pujanza
Dios á tu ejército dota;
Solo se salva el contrarío
Que tu compasión implora.
Sin i'ecelar tus guerreros
Ni peligros, ni derrotas,
A la lid fueron alegres.
Apenas nació la aurora.
Magnifica de tu ejército
Era la bélica pompa.
Entre el furor, del combate,
Teñido de sangre roja,
Y el correr de los caballos,
Y las armas que se chocan.
Allah tiene lija en ti
Su mirada protectora;
Como luchas por su causa,
Él con tu triunfo te honra.
Y tú con lauro perenne
Nuestra fé de nuevo adornas,
Y con hazañas, que nunca
Los siglos, al pasar, borran.
Justo es que Allah que te ama
Y virtudes galardona.
La eterna dicha en el cielo
Para tus siervos disponga.
Allah que premia y ensalza
Y que castiga y despoja,
En el libro de la irida
Grabada tiene tu hístoría.
Todos, si pregunta alguien
¿Quién los enemigos doma?
25
164 Málaga Musulmana.
¿Quién es el mejor califa?
Te señalan ó te nombran.
No sucumbirá tu imperio,
Deja que los tiempos corran
Y que el destino se cumpla
En la señalada hora,
Álcese, en tanto, en el solio,
Con magestad tu persona,
Y ante su brillo se eclipsen
Las estrellas envidiosas.
Pues eres de los muslimes
Defensa, amparo y custodia,
Y su religión salvastes
Con la espada vencedora.
Que Allah te guíe y conserve,
Y haga tu vida dichosa
Y de todo mal te libre,
Y sobre tu frente ponga
£1 resplandor de su gracia
Y sus bendiciones todas.
Para que siglos de siglos
Se perpetué tu gloria (1).
Durante la segunda expedición de Abu Yusuf á España
— 1277 — los arráeces de Málaga y Guadix, más sumisos que el
granadino, y olvidando los beneficios recibidos de los cristianos,
tan ingratos para éstos como desleales á su familia, se le junta-
ron, quien dice que en Algeciras, quien que en su campamento
ante los muros de Ronda. Ambos le acompañaron en aquella te-
rrible algarada, desastrosa para Andalucía, cual si en ella se hu-
biese declarado una epidemia ó la castigara Dios con alguna
otra catástrofe de la naturaleza. De retorno á su gobierno, Abu
Mohammed Axkilula adoleció de muerte, y falleció á poco —
Oct. á Nov.— (2).
Debió
(i) Schack: Poesía y arte de los út\ en Sic, y Esp, T. I, pág. 159, trad. de Valera; to-
mada de Aben Abdelhalira: Rud Alkarias.
(2) Aben Jaldun: Hist, des Berbcí^s, T. IV. pág. 90. Aben Abdelhalim: Rud Alkarias,
pág. 150 y sig. y 470.
Debió heredarle su hijo Mohammed. Pero comprendiendo és-
te cuerdamente que no podía mantenerse en su estado, y que le
convenía mejor dar de grado lo que podían arrancarle con vio-
lencia, al expirar las fiestas del Ramadhan, ó sea la Cuaresma
sarracena, llamó á su primo Mohammed Alazrac, y le ordenó
que preparara en la Alcazaba alojamiento adecuado para apo-
sentar á un soberano. A seguida marchó á Algeciras, en dónde
con sus huestes reposaba el meriní, y con respetuoso acata-
miento abdicó en él sus derechos al señorío de Málaga.
A poco el príncipe merínita, Abu Zían Mendi), acampaba
frente á las fortificaciones malagueñas, y una taifa de su gente»
acaudillada por Mohammed ben Amran ben Abla, se posesiona-
ba de ellas, probablemente con general aplauso de los vecinos.
Había creído Mohammed II que su deudo el Axkílula se
entregaría á él, antes que á Abu Yusuf; pero le desengañaron
los sucesos. Entonces su embajador, Abu Sultán Azis, se presen-
tó en el real africano, á las puertas de Málaga, reivindicándo-
la posesión de ésta, en nombre de su monarca; rechazado con
altanero despego, maltrecha la vanidad y avergonzado, hubo de
volverse á Granada.
A principios del siguiente mes Abu Yusuf entró en nuestra
ciudad; recibiéronle sus vecinos, cual á triunfador; agolpábanse
hombres y mugeres á los caminos, á las puertas, á las torres y
á los adarves; vistieron las fachadas de sus casas con sederías,
mezcladas á olorosas yerbas, y entre jubilosas aclamaciones le
llevaron á la Alcazaba. La muchedumbre saludaba fervorosamen-
te al soberano poderoso, que le defendía de las terribles mesna-
das
i66 Málaga Musulmana,
<las cristianas, y les aseguraba paz y sosiego, después de los
amargos trances, en que le habian puesto las enemistades de sus
gobernadores con los granadinos.
Permaneció en Málaga el sultán algún tiempo; antes de mar-
char dejó por guarnición un cuerpo de soldados meriníes, por
gobernador á Ornar ben Yahya ben Mohalli, cliente y protegi-
do de su dinastía, y por comandante de armas á Zian ben Ayad.
A el cual recomendó vivamente, que tratara como á príncipe al
último de los Axkilulas malagueños Mohammed (i)
La negativa de los berberíes de entregarle á Málaga engen-
dró en el ánimo de Mohammed II grave descontento. No sola-
mente le arrebataban una de las poblaciones más importantes
de sus reducidos estados, sino que con ella le privaban de la par-
te occidental — Algarbia — de su jurisdicción. No tuvo aquel prín-
cipe bastante abnegación para sacrificar sus intereses al bienes-
tar de los musulmanes; no tuvo arranque suficiente para realizar
el dicho de otro ilustre emir, que más quena ser camellero en
África^ que porquerizo en Castilla; en vez de esto siguió la detes-
table política que inició su padre y que precipitó la ruina de su
dinastía, aliándose con los cristianos.
Mas una venturosa circunstancia consiguióle la justicia que
pretendía. En los momentos en que la flota cristiana aseguraba
los pasos del Estrecho, temerosos los españoles de una nueva
incursión sarracena, supo el gobernador de Málaga, Omar Al-
mohalli, que un hermano suyo, gran privado antes del sultán
magrebí,
(1) Ibidem.
tnagrebí, se había sublevado contra éste, y vencido se habia re-
fugiado en Granada. Ó haciendo causa común con el fugitivo,
■ó temiéndose alguna represalia del merinita, en todo caso soli-
viantado por el rebelde, Ornar vendió su gobierno al granadino.
Aproximóse éste inopinadamente á nuestra ciudad — Feb. de
1279 — y Almohalli, sorprendiendo á Zian y á Mohammed Axki-
iula, púsolos en prisiones, á la vez que entregaba la población
á el nazarita. En cambio de su malvada traición recibió en feu-
do la fortaleza de Salobreña, á la cual se llevó los aprestos de
guerra y los caudales que le dejara Abu Yusuf, para avituallar
la guarnición y reparar la flota (i).
Nada dicen los autores de la suerte que tuvo el Axkilula,
si Mohammed II le perdonó generosamente, ó si vengó con su
muerte los grandes agravios, que habia recibido su dinastía de
aquella levantisca y orgullosa gente.
Alteróse el sultán meriní al saber estos hechos y aprestóse
á remediarlos, viniéndose á España; pero temporales é insurrec-
ciones le impidieron desahogar su cólera, rompiéndose una vez
más sus relaciones con el monarca granadino, Apesar de esto,
cuando sitiada Algeciras rudamente por los cristianos, estuvo
en trance de rendición, embarcaciones de Almuñécar, Almería
y Málaga, dependientes de aquel príncipe, navegaron en conser-
va con otras africanas para libertarla, y derrotaron en una ba-
talla naval á los cristianos cerca de la plaza sitiada (2).
Aplacado
(1) Aben Abdellialim: ¡hid AtUvIai, inii,-. 472. .\bcii Jaldun, lü^l. tks Bci-bci-í, To-
mo IV, pág. 97 y sig.
(2) Rud Alkarliu: yk^. 475,
1 68 Málaga Musulmana.
Aplacado por éste auxilio, propuso Abu Yusuf á el nazarf
su amistad, mediante la entrega de Málaga; rechazóla aquel,
desdeñando esta pretensión; y como los cristianos se enojaroa
con él por haber ayudado á los cercados de Algeciras, apoyóse
en Yagmorasen, señor de Tlemsen é irreconciliable enemigo del
nombre merinita.
Estas alianzas tan pronto se anudaban como se rompian^
á compás de las exigencias de los tiempos; dominaba desver-
gonzadamente la codicia en todos los pechos; jamás ha pre-
sentado España más ruin política que entonces. Rebelado el
Infante de Castilla D. Sancho contra su padre D. Alonso X^
aliáronse aquel con el granadino, éste con el meriní, y el reino
ardió en parcialidades, riñas, batallas y muertes, más encona-
damente que nunca.
Los africanos de la Garbia ó parte occidental malagueña^
mandados por Abu Zian Mendil, sitiaron á Marbella y Ronda,
que, según parece, estaban por el nazarita, sin conseguir redu-
cirlas, mientras que los cristianos, ayudados por los Axkilulas
de Guadix, entrábanse en las regiones granadinas. Granada se
vio sitiada dos veces; Abu Yusuf ofreció su alianza á Moham-
med II, insistiendo en la entrega de Málaga, más apesar de sa
angustiosa situación, rechazó aquel nuevamente sus proposi-
ciones.
Abu Yusuf decidido á dar el golpe de gracia á aquel mise-
rable reyezuelo, que con tan loco desden trataba su poderío,
volvió á Algeciras, puso en marcha su ejército, cercó á Málaga y
se apoderó de los castillos de Cártama, Coin y Fuengirola. Es-
pantada
Parte primera. Capítulo vi. 169
•pantado Aben Alahraar imploró la intervención del príncipe me-
TJní Abu Yacub, quien, para llegar con su padre á una avenen-
cia, vínose al real de los sitiadores. Dominaron en el corazón
áél africano las ideas de patria y concordia, prefiriendo ceder
á Málaga y perdonar sus agravios, á acrecentar las heridas de
que gemían los muslimes, y alzó el cerco (1).
Después de las espantosas depredaciones, con las que yer-
maron los meriníes gran parte del occidente de Andalucía, du-
rante la cuarta expedición del sultán Abu Yusuf, éste, a.ntes de
abandonar á España, proveyó á la segundad de las comarcas y
poblaciones que en ella poseía. A este efecto su hijo Abu Zían
Mendil, con buen golpe de gente, guarneció la frontera, esta-
bleciendo su morada en Coin, y otra hueste, acaudillada por Eiad
ben abu Eiad el Acemi, dio pre&idio en Estepona. Entrambos
capitanes recibieron orden expresa del sultán, de no molestar
el tenitorio malagueño sometido á el granadino (2).
Algún tiempo después murió en África Abu Yusuf, digno de
la gratitud y loa de la morisma por su buen natural y los emi-
nentes servicios que prestó al mahometismo español. Heredóle
su hijo Abu Yacub, quien deseando extirpar las disenciones que
hervían entre muslimes, convidó á Mohammed II para verse con
él en Marbella. Vínose á esta villa el granadino, con regio acom-
pañamiento, dando estas vistas — Ab. á Mayo de 1286 — venturo-
so resultado, pues el nuevo sultán cedió en sus pretensiones de
recuperar
(1) Alien Abdcilhalim: Rud AUmHos, pág.481. 487. Alnii Jülduu: Ili^t. d<-> Do-bcrs,
T, IV, pO^. ■IIM y «ig.
fi) Abun JalduHL ¡lUl. <l<a Bei-hnii, T. IV, puf. Íi9.
170 Máiaga Musulmana.
recuperar á Málaga, y devolvió al granadino las plazas que po-
seia al poniente de su jurisdicción, aunque conservando á Alge-
oirás, y según algún cronista á Ronda y Estepona (1).
De esta suerte iba Mohammed II redondeando sus estados,,
pues tres años antes, muerto Abu Ishac Axkilula, señor de Gua-
dix y Gomares, arrebató esta última plaza al heredero é hijo de
aquel príncipe Abu Mohammed. Exacerbó esta acción la enemi-
ga, tradicional entre ambas familias, hasta que medi;^nte la in-
tervención de el merinita, el guadiceño cedió á Mohammed II
sus estados, recibiendo en cambio el gobierno de Alcázar Que<r
bir en África (2).
Pero mientras quedara á los merínies una sola plaza en Es-
paña, infructuosa era toda avenencia con Mohammed II. Pre-f
fería este ensanchar sus estados á la ruina de los musulmanes,,
sin considerar que su propia ruina estaba al fin de su desatalen-
tada política.. Acometieron los cristianos á Tarifa en 1292; el
granadino, sin vergüenza ni reparo, alióse con ellos, y esta-
bleciéndose en Málaga, avituallábales el real, mediante la pro-
mesa que, expugnada la plaza, se la entregarian. Rindióse Ta-
rifa y guarneciéronla los castellanos; quienes se burlaron de su
pacto, dando el premio que merecía á el sultán de Granada por
su miserable acción: la cual extremó él, humillándose ante el
meriní, contrito y arrepentido, é implorando su alianza.
Viéronse entrambos monarcas en Tánger dos veces; las co-
sas
(1) Ibidem: pág. 121. Aben Abdelhalim: Rud Alkartas^ pág. 532, 527
(2) Ibuiem: pág. i25. Aben Aljathib: Ihafa^ biografía de Abdallah ben Ibrahim ben
Ali ben Mohammed Attochibiy arráez Abu Mohammed ben Axkilula. M. S. de D. Pascual
de Gayangos.
sas de África, revueltas y agitadas, impedían á el magrebino,
cual muchas veces sucediera á su padre, ocuparse de las anda-
luzas; por otra parte, como en España se vigorizaba la autori-
dad de el nazarita, á cuyo poder se sometían todos los musli-
mes andaluces, parecía mas conveniente á los intereses alar-
bes ceder en ellas, á mantener divergencias y enconos, que so-
lamente producían el engrandecimiento de la Reconquista. Ra-
zones eran estas bien poderosas, que decidieron á Abu Yacub á
ceder al sultán de Granada las poblaciones y comarcas que po-
seía aquende el Estrecho.
Entonces, aunque no definitivamente, queda Granada por
señora de los escasos territorios, donde la cristiandad tenia en-
cerrada á la morisma; (i) entonces entra en su periodo álgido la
agonía del mahometismo español, perpetuamente combatido,
grande y glorioso cuasi siempre por las acciones de sus particu-
lares, rahez y despreciable, cuasi siempre también, por las de
sus gobernantes. Cuantas amarguras, cuantashumillaciones pue-
den agravar la decadencia de un pueblo, las postrimerías de una
raza, otras tantas padeció aquel sultanazgo; toda la ambición y
codicia, que en dias mejores comprometieron la suerte de los
pueblos hispano-musulmanes, parecían haber crecido en inten-
sidad á la hora de su ruina. Por otra parte, la vitalidad asom-
brosa
(1) Ahen JaWun: Hüt. des Serber», T. IV, pig. iSi y 138. Aben Abdelhalim: Rfíd
kHairíat. pig. 5tí, coloca estos sucesos en el añ» 602, \lSfi á 93; Aben Jaldun iiids ade-
Unlí. Cr&n. de Sanrho el Bravo, cap, XI y nu X, Conde, ¡lili, de la dom., Valle IV, m-
fímlo Xni, T. III, pág. 223 y no 84 cotno por erratas imliquí en mí oiim; éste liltimo au-
tor los pone en i29S.
26
172 Málaga Musulmana.
brosa de la raza berberísca pareció apagarse entonces; imperios
y pueblos cesaron de oponerse, pasando el mar, á la gente cris-
tiana, y solo algunos fanáticos, individualmente ó en grupos, lo
atravesaban para morir como voluntarios en las rábitas fronte-
ras, para dar ejemplos de un admirable heroísmo en defensa de
las ciudades.
CAPÍTULO VIL
La Reconquista en la provincia de Málaga.
Consideraciones generales. — Situación de nuesti'H provincia tluranle los dos últimos sigloo
déla Edad Hedía.— Los algnradas.— Combates y depredaciones marítimas. — Abu SaJd
Fararh wali de Málaga. — Conquistan los malagueños á Ceuta.— Los Volunlaríos de la
fé. — DinaElia malagueña en el trono granadino. — Olsmen ben Abulola, caudillo de
los volúntanos de la Té.— Lancea de aus luchas con los cristianos en nuestras comar-
cas.— Aaeainalo de Mohammed IV. — D. Pedro 1 j Mohammed V en la provincia de Há-
iaga-- DecláraseéstaporMohammed.— TomadeAnlequera.— Correriascn el lerrilo-
riu malagueño. — Correrías de los moros do Málaga en lerrítoríos críslian os.— Heroica
muerte de Pedro de Narvaea en las fuentes de el Guadalmedina. — D. Alvaro ile Lu-
na en nuestra provincia. — Mohamined VIH en Málaga, — Toma de Arcliidona.- Alqui-
xut, régulo mala^eño, sus tratos con Enrique IV, su desgraciada suelte.
Dichosos los pueblos que no tienen historia, ha dicho cierto es-
critor, sobrecogido de espanto el ánimo, ante los sufrimientos
de la humanidad en diversas épocas de su existencia. Lo mis-
mo dijera yo al comienzo del siguiente relato, si creyera que la
ciencia histórica se reduce á la narración de guerras, revolucio-
nes y desastres, cambios políticos ó mudanzas de imperios.
Pues son tan continuadas las calamidades que llenarán mi na-
rración, tan dolorosos sus pormenores, tan agudos los sufri-
mientos de las muchedumbres, tal el derramamiento de sangre,
!a crueldad de los hechos, la destrucción de haciendas y el de-
rroche
174 Málaga Musulmana.
rroche de vidaS| que pondrían lástima en el corazón menos in-
clinado á la clemencia.
Vamos á asistir á las postrimerías de una raza, la hispano-
musulmana, extirpada á hierro y fuego de nuestras comarcas.
Y así como la agonía de un temperamento fuerte, es terrible-
mente agitada y dolorosa, así aquella sociedad, encerrada en
un rincón, quizá el más bello, de la tierra andaluza, luchó á la
desesperada con la muerte, concentrando en sus últimos mo-
mentos sus buenas y sus malas cualidades, dando gallardas
muestras de las primeras en artes, letras y armas, miserables
de las segundas en la administración y en el gobierno de la re-
pública.
Estos sucesos yermaron nuestro territorio y aminoraron con-
siderablemente su riqueza; á veces al relatarlos no se explica
el historiador como duró tanto la resistencia. ¡Cuánto amor al
patrio suelo no habria en aquellos desdichados moros, perpe-
tuamente amenazados de muerte y ruina, sin más esperanza en
un sombrío porvenir que los delirios de algún visionario ó la
problemática piedad de sus sañudos enemigos, cuando lo arros-
traban todo, antes que buscar paz y sosiego en las comarcas
africanas!
En éste periodo los males se aumentan extraordinariamen-
te; no existe ya la confianza en lo distante de la frontera; el
círculo de hierro que angustiaba á la morisma española se ha
estrechado, y á el crecimiento de los pueblos cristianos respon-
de el acrecentamiento de las miserias moras. No hay que te-
mer ya á la irrupción pasagera de las huestes, que arrasando
cuanto
cnanto hallaban al paso, como turbión de arrebatadas aguas,
penetraban con Alonso VII hasta las playas veleñas, ó con
el VIH hasta Ronda y Málaga (i)¡ no algaradas de partidarios,
que, cual foragidos, se corrían tierra adentra, afanosos de medro
y renombre; la implacable Reconquista estaba en los aledaños
de nuestra provincia, desde los cuales lanzaba sus terribles mes-
nadas sobre los campos para asolados, sobre las poblaciones
para expugnarlas.
Asemejábanse tanto estas expediciones, que con diversos
^ados de intensidad, con escasa diversidad en los accidentes,
basta describir una para darse cuenta de las demás. En la de-
marcación fronteriza bullía una población inquieta, audaz, em-
prendedora, mezclando su odio al sarraceno á su fé cristiana;
más inclinada á la guerra que al trabajo, á la rapiña que á las
artes de la paz; dando cuasi siempre su sangre y su vida por
alardear de valerosa, por romper la existencia monótona de las
plazas fuertes, vengar las algaradas enemigas, ennoblecer su li-
nage, y sobre todo, cosa que hasta ahora no se ha tenido muy
en cuenta, por enriquecerse.
Bien los burgueses, los menestrales y la clerecía, acaudilla-
dos por los Adelantados fronterizos, bien los nobles allegando
sus gentes á las milicias concejiles, bien las órdenes militares y
los reyes, 6 todos en concurso, penetraban en la jurisdicción sa-
rracena, cual un ciclón devastador. Regularmente ponían cer-
co á cualquier villa ó ciudad importante, y desde su real, como
una
(1¡ Aben Jalduii: Uisl. <ka Berhcr». T, 1!, pi'ifc-. 2M.
176 Málaga Musulmana.
una distraccioDi para que el ocio no enmoheciera los arneses,
algazuaban en las comarcas circunvecinaSi buscando en ellas
yillarejos y alquerías que saquear, ganados que recoger ante sf,
para llevar á su real vituallas y bastimentos; la tierra mora ali-
mentó cuasi siempre á sus devastadores. Otras incendiaban las
mieseSy cegaban fuentes y norias, rompían acequias, y las ha-
chas de sus taladores destruían umbrosas arboledas, moreras,
granados, limoneros é higuerales, sobre los cuales se erguían ga-
llardas las palmas, aniquilando aquella hermosura y riqueza,
creada por el esmero y el tiempo, ligada á dulcísimos afectos
del corazón; muchas ponian fuego á las cortijadas, á las granjas,
y las llamas que las consumían iluminaban horribles escenas de
muerte ó deshonor. Después tornaban á sus mansiones, hosti-
gando á los cautivos, aguijando los rebaños, cargados con ro-
pas, alhajas, granos y frutos, llevando en la delantera expertos
adalides que atalayaban el campo, en los flancos y á la zaga los
más esforzados lidiadores, para que contuvieran los furiosos em-
bates de la morísma, irritada ante la pérdida de sus haciendas,
de sus hijos y mugeres, dejando tras ellos sangre y ruinas, es-
pantosos daños por el momento, miseria y hambre para des-
pués.
Que ciertamente si estas expediciones no hubieran servido
para unificar á España, para arrojar de ella el Koran y susti-
tuirle con las santas y progresivas ideas evangélicas, si no hu-
bieran impuesto en estas comarcas la genialidad progresiva y li-
bre de la civilización europea, todos estos horribles sucesos me-
recerían mas bien la reprobación que el aplauso de la historia.
Lo
Lo que en tierra acontecía pasaba igualmente en el mar:
¡naves cristianas, armadas en corso, despojaban á las muslimes,
ó éstas á aquellas; no faltando pirata descreido y rapaz, que se
iba al abordage contra unas y otras. Con frecuencia flotillas
cristianas, desembarcaban en la costa la gente de mar, la cual
merodeaba saqueando cuanto hallaba al paso, y sorprendiendo
en los caminos á los descuidados viandantes, cuando menos lo
esperaban. Parece imposible que dados estos desastres la con-
tratación fuera, cual demostraré, tan activa en estos tiempos y
tan extensa en sus relaciones: supongo que las treguas reraedia-
tían los daños causados por la guerra, y que los mercaderes ex-
trangeros favorecerían el tráfico, navegando las mercancías pro-
tegidas por sus pabellones.
Ya indiqué que al espirar el siglo XI y comenzar el XII las
«mbarcaciones cristianas pirateaban en nuestra marina, y más
adelante referí la parte que las malagueñas, ligadas con las me-
TÍníes, tomaron en batallas navales; continuando mi relato vere-
mos cuanto disminuyó el poderío marítimo de nuestra ciudad y
cuan extraordinariamente aumentaron aquellas depredaciones.
En una de éstas, navegantes cristianos incendiaron y des-
^truyeron á Sohail — Fuengirola — pasando á cuchillo y cautivan-
do parte de su vecindario; éste desastre inspiró al poeta Abul-
kasim Assohaili las siguientes tristes endechas:
¿En donde eMn los nobles generosos
Que en lu seno vivían;
Que á menudo en sus brazos amorosos
Aqui me recibían?
Ni á mi voz, ni & mi llanto ha respondido
Níninina voz amada;
El eo) 6 de la tórtola el gemido
Responda
178 Málaga. Musulmana.
Responde en la enramada.
Honda pena me causa, patria mía,
Estar tus males viendo,
Y no poder á la maldad impía
Dar castigo tremendo (1).
Antes del año 12 17 de J. C. tornaba de Oriente á España
el sabio alménense Abdelmelic ben Ali ben Said ben Jalaf Al-
gasani, conocido vulgarmente por Abu Meruan; cerca de Mála-
ga regocijábase al volver á su patria, cuando unos corsarios
cristianos apresaron su embarcación. Abu Meruan quedó cau-
tivo con los demás tripulantes, apoderándose los enemigos de
una magnífica biblioteca que habia adquiddo en sus viages; pos-
teriormente pudo rescatarse y vivir entre musulmanes (2).
Un siglo mas adelante — 1349 — atravesaba nuestras comar-
cas después de haber recorrido diversas partes del orbe, y llega-
do á la India y á la China, el ilustre viagero Aben Batuta; estan-
do en Marbella preparábase para dirigirse á Málaga con una ca-
ravana que pensaba seguir igual camino: adelantaron su viage
los caravaneros y Aben Batuta hubo de emprender sin ellos el
suyo. Pasaba de la jurisdicción de Marbella ala de Sohail, cuan-
do tropezó con un caballo recientemente muerto á hierro, con
unos cestos de pescados rociados en tierra, y algunas otras se-
ñales de reciente lucha: inquietóse, más mientras indagaba lo
acontecido llegó su acompañamiento, escoltado por el gefe del
escuadrón que vigilaba la costa, quien satisfizo su curiosidad.
Varias galeras cristianas hablan arribado á aquellos parages;
aprove
(i) Makari: Analecte^^ T. II, pág. 272, lín. 10 y sig. Schack: Poesía y arte de los ára-
bes en Sic. y Esp. trad. de Valera, T. I, pág. 251 — 2.
(2) Aben Aljathib: Ihata, biogr. de Abdelmelic ben Ali ben Said en Casiri, Biblioteca
ár. esc. T. II, pág. 12!, col. I.
aprovechando la ausencia de una atalaya, que desde su torre vi-
gilaba la marina, echó á tierra su gente, que dio con la carava-
na de Marbella, á la cual se habia agregado poco antes un pes*
cador. Salteáronles los cristianos, resistiéronse los acometidos,
uno de éstos y el pescador fueron muertos, otro escapó huyen-
do, y diez más quedaron cautivos.
^ Estaban nuestras playas tan mal defendidas, que las gale-
ras, á fuer de dueñas del mar, se veian ancladas á escasa dis-
tancia, y tan inseguras, que Aben Batuta tuvo, por prudente
precaución, que pasar la noche en el castillo donde se alojaba
la. caballería mora, desde el cual, escoltado por ésta y con la
Inzde el alba, continuó su viage (i).
\ A veces las naves cristianas venían en menos marcial apara-
to, á las riberas malagueñas, como sucedió á las que manda-
ba en 1403 Pedro Niño, uno de los más valerosos hombres de
nuestra Edad Media, enviado por el rey de Castilla para dar
caza á ciertos piratas, que acometian lo mismo á los moros que
Iilos que no lo eran.
Al dar vista á Málaga hizo la escuadrilla zafarrancho decom-
bate; pero los malagueños no la recibieron como á enemiga, pues
comenzaron á salir zabras, ó barcas, en las que multitud de hom-
bres y mugeres las contemplaban á distancia; de entre las cua-
les adelantó una mejor aderezada, en la que venían varios hon-
liados moros, los cuales hablaron con Pedro Niño, consiguiendo
I que les asegurara el puerto.
Quiso
(1) ALen BatuU: Voy ti-ad. de Dcftvmery y Sangiiincllí, T. IV, |iilg. 363 y sig.
27
i8o Málaga Musulmana.
Quiso la gente brava de la ciudad obsequiar á los foraste-
ros, mostrándoles su destreza en las armas, y salieron de ella
como quinientos ginetes, que escaramuzaron gallardamente en
la ribera. Ibánsele los ojos y el corazón al valeroso capitán es-
pañol, á quien espoleaban los pocos años y las aficiones bélicas
á trances caballerescos, mientras los moros demostraban su
maestría en los primores de la esgrima ó la gineta, y mostróse
muy pagado de aquel alarde, jurando que más quisiera irse con
su gente á probar lo que en verdadera lid podian aquellos ca-
balleros, que comer el adiafa ó sea el regalo de comestibles.
Por la tarde tragáronle esta en zabras, ricamente adorna-
das con paños de seda y oro; algunos de los marineros cristia-
nos desembarcaron y anduvieron por la ciudad, viéndola muy á
su sabor, sin que nadie osara molestarles (i).
Estos son los pocos acontecimientos que conocemos refe-
rentes á nuestra marina; en cuanto al interior el cuadro es mu-
cho mas completo.
Recobrada Málaga de los meriníes por los granadinos, esta-
blecióse en ella un principado cuasi independiente, rigiéndolo
Ismail, hermano de Alahmar, á quien heredó su hijo el arráez^
•ó príncipe, Abu Said Farach.
No contento el sultán de Granada Mohammed III con la
cesión que el merini hizo á su antecesor de la Garbia malague-
ña, decidió apoderarse de Ceuta. Esta población cuya historia
estuvo íntimamente ligada con la andaluza durante la Edad
Media,
(i) Gutierre Diez de Gamez: Crón. de D. Pedro Niño, Parte II, cap. I.
Media, vivió cuasi independiente hasta la mitad del siglo XIII,
en que la declaró por los almohades su magnate Hachbun Arren*
dai, instigado por Abulkasim Alazefi, sugeto que gozaba en ella
de singular consideración. Para premiar este servicio el kalifa
Almortadha nombró á el último gobernador de la plaza y al pri-
mero almirante de la escuadra magrebina. Años adelante, muer-
to Hachbuo, enemistáronse sus hijos, herederos del cargo pater-
QG, con Alazefi, quien les obligó á expatriarse, viniendo varios á
Málaga á ofrecerse á Alahmar, á quien sirvieron como adminis-
tradores hábiles.
A principio de Mayo de 1306 inopinadamente susurróse en
nuestra ciudad la noticia de que los cristianos se disponían á
Cercarla. Confirmaban éstos rumores los aprestos bélicos, marí-
timos y terrestres, de el arráez Abu Said; preparábanse vitua-
llas y armas, reuníanse embarcaciones, aparejábanse, y se em-
barcaba en ella la división magrebina de volunlarios de lafé, que
guarnecía la población, comandada por el príncipe meriní Ornar
ben Abulola ben Abdelhac. Más los temores de los malagueños
eran infundados; la tempestad que creian suspendida sobre su
patria iban sus tropas á llevarla á otra parte.
Abu Said, hombre de gran corazón, experto en armas, por
lo que se vé cauteloso y astuto, había recibido secretas órde-
nes de Mohammed III, quien tenia en él entera confianza, pa-
ra que acometiera á Ceuta, aprovechándose de las desavenen-
cias de sus magnates. En la noche del 13 de Mayo la flota ma-
lagueña anclaba en la rada de aquella ciudad, y cuando Abu
Thaleb su reyezuelo pensaba en la resistencia, Abu Mojíes, al-
caide
1 82 Málaga Musulmana.
caide de las fortifícacioneSi recibía en ellas á el arráez, bien es-
coltado, y clavaba en los adarves el estandarte nazarí. Abu Said,
sin desenvainar la espada, apoderóse de la población, á más de
la familia y tesoros de Abu Thaleb, que fueron trasladadas pri-
meramente á Málaga, después á Granada. En su prisión supie-
ron los cautivos la clave de aquel enigma: Abu Mojíes, enemis-
tado con un hijo de su señor, habia tramado sigilosamente con
^1 sultán granadino y el arráez malagueño la conjuración, que
acabó con el señorío de Ceuta (i).
Pertenecía Abu Said Farach á la dinastía nazarí, á la cual
representó antes de los precedentes sucesos, en la corte meri-
níta, ajustando paces entre ésta y la granadina; obtuvo singu-
lar privanza con Mohammed III y estaba casado con Fatima,
hermana de éste sultán (2).
Después de los anteriores sucesos Nazr, hermano de Mo-
hammed le destronó, más castigóle Dios con sus propias armas,
pues el príncipe Abulwalid Ismail, hijo de Farach, comenzó 4
conspirar contra él. Súpolo el usurpador, ahuyentó á el preten-
diente de su alcázar, y escribió á su padre, para que reprimie-
se la ambición de Ismail: Farach contestó altivamente, recor-
dando al desnaturalizado hermano su traición.
Enemistáronse con esto Granada y Málaga: si alguna suge-
cion
(1) Aben Jaldun: Hist, des Berbers, T. IV, pág. 64, 159 y sig. Aben Abdelhalim: Rud^
Alkartas, pág. 548. Conde: Hist. de la dom. de los ár. T. III, pág. 229.
(2) La genealogía de Abu Said Farach, según Aben Aljathib, era la siguiente Abu Said,i^
Farach ben Ismael ben Yusuf ben Nazr. Aben Jaldun, loco cítalo, olvida en esta genealc
gía su ascendiente Yusuf. Crón, de Alonso XI, cap. LVI y LVII, pág. 403—4, edición d<
Cerda, Madrid 1787. En mi Hist. llamé á Farach Abulwalid, en vez de Abu Said; en la pá — ^
gina 268, nota 2, donde dice LIV léase LVI.
Parte primera. Capítulo vh.
cion tenia esta á la corte de la Alhambra, rompióla briosamen-
te. Tanto que el sultán destronado y preso en el castillo de AI-
munécar, temiendo por su vida, aconsejó á los cristianos que
dirigieran sus armas contra los malagueños, en cierta expedición
que preparaban, para mostrar que no tenia con ellos género al-
guno de alianza.
Las disidencias con sus deudos fueron fatales á Nazr; her-
vía Granada en conspiraciones, aumentaba entre los magnates
la parcialidad del príncipe, hijo de Farach, el oro de este man-
tenía el descontento, y muchos de aquellos proceres se expatria-
ron viniéndose á Málaga.
Entra por entonces de lleno en la escena histórica española
un elemento de el cual me ocupé antes, que si con su valor
prolongó los dias del sultanazgo granadino, también con su or-
gullo é indisciplina fué una de las causas, y no la menor, de su
decadencia. Elemento que hasta ahora ha pasado cuasi desa-
percibido, no ya solamente para nuestros viejos cronistas, sino
para los historiadores coetáneos, por más que uno de los mas
notables entre los sarracenos le haya dedicado varias páginas de
su libro.
Hablo de los Voluntarios de la/c, taifas de moros magrebi-
nos, los cuales, yá como celosos musulmanes, ya por su genia-
lidad inquieta, emprendedora, enamorada de aventuras y de
proezas, ora perseguidos por la miseria, por las enemistades
políticas 6 por la suspicacia de sus soberanos, abandonaban sus
hogares y venían á ofrecer su esfuerzo, sangre y vidas, á la cau-
sa del islamismo hispano: taifas en que formaban soldados os-
curos
184 Málaga Musulmana.
euros y magnates de regio abolengo, cuyo heroísmo en los cam-
pos de batalla, en la defensa de la frontera, y en la guarda de
las ciudades, merece singular recordación y memoria. Compo-
níanlas, cual dije, gentes zenetes, cuyo recuerdo vive en la epo-
peya de la Reconquista, en nuestro Romancero. Aparecen en
Andalucía hacia la segunda mitad del siglo XIII — 1262 á 63 —
mandados por varios príncipes africanos, divididos muchas ve-
ces entre las facciones políticas de entonces, interviniendo en
las guerras domésticas granadíes, imponiéndose cuasi siempre
á los sultanes, y hasta tiñendo en la sangre de éstos las lanzas
con las que habían jurado defenderlos.
Gefe de el destacamento de voluntarios que daba presidio
en Málaga, era Otsmen ben Abulola, descendiente del sobera-
no que fundó el imperio meriní, y miembro de una familia, cu-
ya existencia es una novelesca serie de dramáticas aventuras.
Cuando Ceuta fué espugnada por Farach, el sultán Mohammed
III reconoció al caudillo africano como monarca del Magreb
Alaksá, enviándole á el territorio de Gomera; mas arrojado de
él, vínose otra vez á nuestra ciudad.
Por aquel tiempo estallaron las diferencias entre ésta y Gra-
nada; Otsmen tomó partido por sus antiguos amigos, acaudi-
llando las tropas malagueñas, que marchando sobre la capital,
después de varias sangrientas escenas, destronaron á el usurpa-
dor Nazr, exaltando al poder á Abulwalid Ismail ben Farach —
1314—
Inicia este príncipe en Granada una dinastía malagueña de
origen, que produjo sultanes valerosísimos, amantes de el saber
y de
Parte primera. Capítulo vii. 185
y de las artes, cuyo renombre grabaron con sus heroicos hechos
en las páginas de la historia ó entre las fantásticas lacerías y los
maravillosos adornos de la Alhambra (i).
Mientras que se sucedían estos acontecimientos, los cristia-
nos atormentaban con sus algaradas las comarcas de nuestra
provincia. Hacia el año 1309 cercaron á Estepona y Gaucin;
acudieron á socorrerlas los voluntarios de la fé, mandados por
Rahu y Otsmen; éste atacó el real enemigo de Estepona y de-
rrotó á los sitiadores, acuchillando tres mil de ellos; entre los
cuales pereció Alonso Pérez de Guzman, el héroe de Tarifa, mo-
delo cumplido de patriotas y de caballeros. Los que cercaban
á Gaucin al aproximarse el vencedor levantaron el asedio (2).
Desde el entronizamiento de Abulwalid, Otsmen, nombra-
do gefe de los voluntarios magrebinos, tuvo singular valimiento
en la corte de Granada; pero, aunque se mostró valiente y en-
tendido en armas, no pudo impedir que los castellanos, en una
terrible algarada, penetraran en nuestras comarcas y destruye-
ran á Campillos (3).
Celos de una hermosa cautiva produjeron el asesinato de el
sultán granadino, quedando, en la minoría de su hijo Moham-
med IV, á el cargo de las cosas de guerra Otsmen. quien fué
derrotado á orillas del Guadalhorce por el célebre Infante don
Juan
(4) Aben Aljathib: Ihata, biogr. de Nazr ben Mohammed, en Casiri, Bih. ár. esc. To-
mo II, pág. 280 y sig. Aben Jaldun: Hist. des Berbet's, T. IV, pág. 466 y sig. Conde:
Uist, de la dom,, Parte IV, cap. XV.
(2) Aben Jaldun: Ibidem, pág. 205. Lafuente Alcántai*a: Hist. del reino de Granada,
T. II, pág. 357, dice que Guzman murió en Gaucin atravesado de un flechazo.
(3) Crán. de Alonso XI, cap. LVllI, pág. 405, ed. de Cerda, Madrid, 1787. Creo que
por Cambii debe entenderse Campillos.
1 86 Málaga Musulmana.
Juan Manuel, — 1324 — los maestres de Calatrava y Alcántara,
freires de Santiago y varias milicias concejiles. En el cual tran-
ce de guerra Pedro Martinez, alférez de Baeza, cercado por la
morisma, defendió á la desesperada la enseña de su ciudad;
cortáronle á cercen la mano derecha y estrechó con el san-
griento brazo contra su pecho la bandera, mientras lidiaba con
la izquierda; cortáronle ésta también, y abrazóse con ambos
troncos á ella, pugnando por ampararla; cuando los suyos acu-
dieron á él, halláronle muerto entre un montón de moros, abra-
zado á su pendón y cubriéndole con su cuerpo (i).
Fué el glorioso reinado de Alonso XI terrible para los sarra-
cenos; en sus comienzos, sus tropas cautivaron á los vecinos de
Ayamonte, que con sus ajuares y familias iban á refugiarse á Ron-
da. Los expedicionarios, en un arranque de jactanciosa valen-
tía, pasaron, alardeando de su triunfo, ante la fortaleza ronde-
ña; salió á ellos la gente de la ciudad, á más de brava, muy he-
cha á lances bélicos, y los derrotaron, matándoles muchos sol-
dados y recobrando gran parte de las personas y bienes aya-
monteses (2).
A los cuatro años — Ag. de 1328 — el castellano rendía, des-
pués de sangrientas luchas con Otsmen, á Teba, expugnando á
seguida los castillos de Cañete y Pliego, á la vez que ocupaba
las torres de Cuevas y Ortegicar, desamparadas por los moros (3) .
Como
(i) Ibidem, cap. LIX, pág. i08. Rades: Crón. de Calatrava, cap. XXVI, folio 49
V.; de Santiago, cap. XXXI, fól. 41 v.; de Alcántara, cap. XIII fól. 16 v. Argole de Moli-
na: Nobleza de Andalucía, cap. LVI y LVII, fól. 190 v. y sig.
(2) Crón, de Al. XI, cap. LX, pág. 109.
(3) Crón. de AL XI, cap. LXXXVI y sig. pág. 156 y sig.
Parte primera. Capítulo vii. 187
Como antes sucedió los meriníes fueron una vez más la úni-
ca esperanza de los desventurados musulmanes españoles; nue-
vamente un monarca granadino pasó allende el Estrecho, para
demandarles ayuda en nombre de el Koran; nuevamente sus
tropas vinieron á Andalucía, donde recobraron á Gibraltar y
muchas de sus antiguas posesiones, Algeciras y Marbella (i).
Ya hemos visto cuan extraordinario valimiento consiguió en
la corte de Granada Otsmen; á su muerte, ocurrida después de
varios dramáticos sucesos y vicisitudes de la fortuna, sus hijos
pretendieron heredar su avasalladora influencia. Presiéntese al
leer los autores cristianos y los sarracenos, que en la Alhambra
batallaban pasiones y elementos, cuyas luchas debian acabar
airadamente. De una parte el sultán joven, brioso, altivo, gano-
so de autoridad; de otra sus esclavos cristianos que pugnaban
por imponerle sus consejos; frente á ellos los hijos de Otsmen,
ensobeirbecidos con los servicios del padre y con los propios,
poco hechos al freno de la obediencia, recelosos de los tratos que
mediaban entre los soberanos granadino y merinita, quien les
adiaba mortalmente.
Cercados los meriníes en Gibraltar por Alonso XI, pidieron
en su angustiosa situación auxilio á el granadino; vínose éste al
cerco, puso su real á orillas de el Guadiaro, y mediante dádi-
vas y sumisiones salvó la plaza. En una conferencia que para
ello tuvieron ambos monarcas, departieron harto tiempo, co-
mieron juntos y el sultán vistió un rico trage que le habia rega-
— '■ lado
(1) Aben Jaldun: Hist. des Berbers, T. IV, pag. 216 y sig. Lafuente Alcántara: Ins-
cripciones ár. de Gran,, pág. 34.
28
1 88 Málaga Musulmana.
lado el castellano. Fueron todos estos accidentes pretestos pa-
ra los hijos de Otsmen, quienes dando á su soberano por torna-
dizo, por cristiano encubierto, conjuráronse para asesinarle.
Advirtieron al monarca el riesgo que corría; Mohammed di6
orden á su wacir ostensiblemente para marchar hacia Málaga,
más en secreto mandó que una nave le esperara en la costa, á
fin de refugiarse en ella. Desgraciadamente no llegó á poner por
obra su intento; habia pasado la comitiva cerca de el castillo
de Estepona, dirigiéndose á la marina, cuando se presentaron
á el monarca los conjurados, en sitio donde malamente podía
defenderse. Increpáronle ellos con dureza, buscando ocasión que
justificara su cruel designio; impidiólo él disculpándose; pero
aquellos miserables, para sobreescitar su indignación, acuchilla-
ron ante su vista á su cliente Acem, pagador del ejército; esta-
lló entonces la cólera de Mohammed, olvidado todo temor y pru-
dencia; el hierro de una lanza cortó en aquellos dramáticos mo-
mentos su vida, al par que sus justas y honradas increpaciones.
Traidores ó cobardes, los de su séquito, diéronse á huir por
el campo, abandonando en él á su señor, dejándole expuesto á
los ultrages.de las alimañas silvestres. Al cabo volvieron por él,
y trajéronle á Málaga; donde le enterraron en sus arrabales, cer-
ca de cierto huerto llamado del Príncipe. En su sepultura pusie-
ron una pomposa inscripción, en la que se loaban las virtudes
de el desventurado soberano, y elevaron sobre ella una capilla (i).
Procla
(1) Aben Jaldun: Hist. des Berbers, T. IV, pág:. 237. Aben Aljathib: Ihata^ biografía
<le Mülianimed ben Ismail ben Farach, en Casiri, Bihliot, ár. esc. T. II, pág. 291 y si-
jíuienle, Crón. de Al. A'/, cap. CXXX, pág. 252; cuéntase en esta Crón. de diverso modo
^1 suceso, pues se dice que el asesinato fué en su tienda.
Parte primera. Capítulo vii. 189
Proclamado después de éste trágico suceso monarca de Gra-
nada Yusuf I — 1333 — Alonso XI infatigable en sus luchas con
la morísmai anduvo unos cuantos dias asolando — 1338 — los
alfoces de Archidona, Antequera, Turón, Hardales y Ronda,
alardeando de sus depredaciones ante los muros de esta plaza,
y rechazando victoriosamente las furiosas embestidas de los de-
sesperados alarbes (i).
Quisieron éstos volver á los cristianos desastre por desas-
tre, para lo cual se convocó la gente de Ronda y Málaga, du-
rante el cerco que Alfonso XI puso sobre Algeciras, en núme-
ro de mil ginetes y dos mil infantes, los cuales algazuaron en el
territorio cristiano, haciendo considerable botin y apoderándose
(le muchos ganados: concluida felizmente su algarada, volvié-
ronse á su país; en el camino, para pasar la noche, acamparon
á las márgenes del rio de Yeguas, pasando las vacadas del la-
do acá de éste y estableciéndose ellos en la orilla opuesta.
Los fronterizos mandados por Fernán González de Aguilar,
reunieron apresuradamente doscientos ginetes y quinientos peo-
nes, siguieron á distancia á los moros, y antes de que apuntara
el alba, se precipitaron sobre ellos al grito de Santiago y España.
ímpetu traian los cristianos, mas valor y decisión encontraron
en las huestes de Málaga y Ronda, cuyo número y bravura hu-
biera castigado con la derrota su osadía, si una casualidad no
les hubiera arrebatado la victoria: los soldados moros que guar-
daban
(1) He relatado por extenso esta expedición en mi Hist. de Málaga y su Prov. página
276 y 8ig., tomándola de la Crón, de AL A7, cap. CXCVIII, pág. 362 y sig. En mi página
277, lin. i7, donde por errata dice Turón, lóase Teba.
igo Málaga Musulmana.
daban la vacada, en cuanto vieron en peligro á los suyos, aban-
donaron el ganado y se entraron en la pelea: las vacas atraídas
por la querencia de sus establos, sin tener quien las sugetara,
mugiendo y empujándose unas á otras, pasaron el rio, atrepe-
llando y desbaratando las haces sarracenas, las cuales, hosti-
gadas por los cristianos, abandonaron la presa, dándose á huir
por la campiña (i).
Muerto Yusuf I y Alonso XI, empuñaron los cetros grana-
dino y castellano D. Pedro I y Mohammed V, célebre el uno por
sus crueles justicias, no menos celebrado el segundo por su no-
velesca vida y por sus obras en la Alhambra. Arrojado este mo-
narca de sus estados por Abu Said el Bermejo, fugitivo después
en África, dio la vuelta á España, estableciéndose en Ronda.
Pertenecía esta pintoresca población, muy estimada entre
los sarracenos españoles por su fortaleza, á el gobierno meriní.
Hacia el año 1355 Eisa, procer de esta gente establecido en Gi-
braltar, rebelóse contra su rey Abu Einan; Suleiman ben Da-
vud, gobernador de Ronda, fiel á su monarca, mantuvo su au-
toridad en esta plaza, aunque habia sido muy protegido por el re-
belde; mereciendo sin duda por ello que se le nombrara gober-
nador de las posesiones meriníes en España, y después vizir de
el imperio.
Ronda sirvió también de encierro á los desventurados prín-
cipes, perseguidos por los celos ó la suspicacia de los soberanos
magrebinos. Uno de éstos Abu Salem, apenas ascendió al tro-
no,
(1) Crón. de Alonso XI: cap. GCLXXXVII pág. 526.
Parte primera. Capítulo vir. 191
^ - ■ ■ - _
nO| mandó embarcar con sus hermanos á todos sus deudos, y
encerrarlos en la fortaleza rondeña. Escapóse de ésta uno de
ellos, quien anduvo errante entre las cortes granadina y caste-
llana, hasta que después las mudanzas de la suerte le alzaron
á gefe de su nación. Los oti;os, menos afortunados, tuvieron
bien triste fin, pues sacáronlos de sus prisiones, pretestando
que les iban á enviar á Oriente, embarcáronlos, y en cuanto el
arráez de la nave donde iban perdió de vista la ribera, dióles
por sepultura las olas del mar (i).
Mientras vivía en Ronda Mohammed V, sus amigos traba-
jaban asiduamente en la corte merinita, para procurarle auxi-
lios y acrecentar su autoridad. Contaba en ella con buenos va-
ledores, á quienes debió que los africanos le cedieran aquella
ciudad, á fin de que estableciera en ella un principado indepen-
diente. Aliado después con el castellano, conquistó éste en nues-
tras comarcas á Benamegís, Turón, el Burgo, Cañete, Hardales
y otros castillos, que más tarde volvieron al señorío granadino.
Málaga, en la cual inspiraba grandes simpatías el monarca
destronado, se declaró por él hacia el año 1361; poco después
volvía desde ella á recobrar el trono, merced á la infame trai-
ción de el rey D. Pedro; quien alanceó villanamente á Abu
Said el Bermejo, que, confiando en su hidalguía, había ido á avis-
tarse con él á Sevilla (2).
Mantuvo
(i) Aben Jaldun: Hist. des Berbers, T. IV, pig. 309, 346 y 331 .
(2) Crón. del Rey D. Pedro, cap. III y VI del año XIII. Aben Aljathib: Ihala, biogra-
fía de Mohammed ben Ismail ben Yusuf ben Ismael ben Farach. Lafuente Alcántara: Ins-
cripciones ár. de Gran. pág. 38. En mi Hist. pág. 279 nota, donde dice cap. VIII del libro
XII, léase VI del lib. XIII.
ig2 Málaga Musulmana.
Mantuvo Mohammed V excelentes relaciones con los cris-
tianos, á quienes principalmente debía su restauración, consi-
guiendo sostenerlas, á pesar de haber auxiliado á su antiguo fa-
vorecedor D. Pedro, contra el fratricida de Montiel, D. Enrique
el de las Mercedes, sucesor de aquel desventurado monarca en
el gobierno castellano.
Mantúvolas también con el heredero de D. Enrique, pues
en las Cortes convocadas en Guadalajara para el año 1390,
por D. Juan I, presentáronse embajadores de aquel sultán, pi-
diendo la prolongación de las treguas que entre Castilla y Gra-
nada existían. Traían los moros como presente al rey cristiano
muy preciadas joyas, á más de suntuosos paños de seda y oro,
presidiéndoles, como persona de cuenta y autorizada, un caba-
llero sarraceno, alcaide de Málaga; de cuyo nombre ó alcurnia
no hallé rastro alguno, ni en nuestros cronistas, ni en los alarbes-
Consiguieron los enviados el empeño que pretendían, impor-
tantísimo para los intereses muslimes, que en aquellos días de
paz sanaban las heridas recibidas en las cruentas luchas anterio-
res, y dieron la vuelta á la corte musulmana, con el gozo de lle-
var prolongadas las treguas (i).
En el siglo XV continúa el constante estado de guerra en
que vivían nuestras regiones. Antequera, Ronda y Arcbídona,
eran para los moros malagueños el escudo de sus comarcas:
junto á la frontera levantaban sus orgullosos bastiones, de los
cuales salían las huestes que atacaban á los audaces merodea-
dores
Crón. de D. Juan I, año XII, cap. XV, pág. 339, ed. de Madrid de 178C
Parte primera. Capítulo vii. 193
dores que se atrevían á traspasarlas; tras de sus muros, se refu-
giaban las poblaciones de las campiñas con sus ganados y ri-
quezas, cuando la entrada cristiana era incontrastable, y en su
recinto se concertaban y facilitaban aquellas feroces gaznas, que
tanto destrozo hacian en el territorio enemigo.
Interesaba á los de Castilla hacerse dueños de aquellos úl-
timos baluartes del poderío musulmán, como arma defensiva
con que ir ganando el resto de la provincia. Antequera, Ronda
y Archidona cayeron en manos de la Restauración; la estrella
del islamismo se iba eclipsando cada vez más, y estaba muy pró-
xima la última hora de su dominación en España.
Y no fué seguramente este feliz resultado debido á la cobar-
día de los moros malagueños: si hazañas heroicas acometían
los cristianos, empresas hazañosas llevaban á feliz término los
musulmanes; si las mesnadas del Infante D. Fernando y las de
los Reyes Católicos mostraban audacia, valor y perseverancia,
los defensores de Antequera, Archidona y Ronda, parecían anima-
dos del mismo entusiasmo patrio que incendió á Astapa y des-
truyó á Numancia.
Muchas veces sin auxilio de nadie, sin esperanza de socor-
ro, abandonados de los príncipes granadinos, adormecidos en
el voluptuoso seno de sus odaliscas en las encantadas estancias
de la Alhambra, olvidados de sus compatriotas que trataban
planes de rebelión, oscuras traiciones, conspiraciones y asesi-
natos, cuando más razón habia para desnudar el alfange y pre-
cipitar los corceles en defensa de sus hermanos, muchas veces,
abandonados de los hombres y de la fortunaj lucharon á brazo
partida
194 Málaga Musulmana.
partido con lo imposible, sacrífícaron sus vidas, sus haciendas
y hasta las santas afecciones de la familia en el sagrado altar
de la honra patria; muchas veces rechazaron el hierro con el
hierro, el incendio con el incendio, sufrieron é hicieron sufrir á
sus hijos los rigores de la sed y del hambre, y perecieron, como
los héroes de las Termopilas, suspirando al morir por la patria.
El historiador hijo de este país, que se vé constantemente
rodeado de recuerdos de aquella civilización y de memorias de
aquellos hombres; que penetra todavía bajo las bóvedas de los
castillos, donde se prepararon muchas veces para la muerte ó
el cautiverio, que ha contemplado con admiración las fantásti-
cas estancias de sus palacios, los restos de sus mansiones, pre-
paradas para el placer, y escucha los melancólicos cantos del
país natal, como un eco de las tristes endechas moras; el narra-
dor que en el curso de sus trabajos los ha visto resistir heroica-
mente, luchar hasta morir, caer aniquilados, mas bien por el
curso fatal de los acontecimientos, que por su poco valor, sien-
te apoderarse de todo su ser una gran simpatía, mezclada á
profunda compasión; la compasión que siempre se siente por
un vencido valeroso, á quien rodea esa triste aunque gloriosa
aureola de la desgracia.
En los comienzos del siglo XV moría en Castilla D. Enrique
III el Doliente y le sucedía en menor edad su hijo D. Juan el
II; en Granada reinaba Mohammed VII, que habia usurpado el
trono á su hermano Yusuf y le tenia preso en el castillo de Sa-
lobreña.
Durante el gobierno de los últimos antecesores de Moham-
med,
Parte primera. Capítulo vii. 195
medy se habían formado en Granada dos partidos; el uno bien
hallado con la riqueza pública, mantenida y fomentada por la
constante paz que por algún tiempo se sostenía con los cris-
tianos; el otro compuesto de hombres activos y ambiciosos, so-
brescítados por el fanatismo de los faquíes, mas dados á los tu-
multos de la guerra y á los azares de la vida militar, que á los
tranquilos goces de las treguas, y que soñaban con ver llegar el
momento en el que habían de romper por la frontera, desban-
dar las huestes cristianas y pasear triunfantes los estandartes
muslitas por las posesiones de Castilla.
Este partido había ayudado á Mohammed VII á ceñirse la
regia diadema; para satisfacer sus belicosas aspiraciones que-
brantó aquel monarca las paces con los castellanos, y las pro-
vincias de Jaén, Córdoba y Murcia fueron teatro de los prime-
ros hechos de armas.
Ocurrió en esto la muerte de D. Enrique III el Doliente —
1406 — y quedó el reino gobernado, en la minoría de su hijo D.
Juan, por Doña Catalina, esposa del rey difunto y por el Infan-
te D, Fernando, hermano del mismo.
Era el Infante de Castilla un completo y cumplido caballe-
ro; su entendimiento claro y previsor corría parejas en bondad
y excelencia con la pureza y rectitud de sus intenciones; su ca-
rácter cortés, afable y sus nobles maneras le atrajeron las sim-
patías de grandes y pequeños, y sus dotes militares, juntas á su
valor, le consiguieron el amor de sus soldados: espíritu templa-
do para levantadas empresas, elevado á gran altura sobre el ni-
vel de lo vulgar, hizo el mismo caso del genio receloso, avaro y
29 desconfiado
196 Málaga Musulmana.
desconfiado de la reina madre, que de las dificultades que le le*
yantaba la camarilla mugeriega, enseñoreada del ánimo de
aquella señora; ganoso de gloria, ambicioso de renombre, an-
tepuso su honradez á sus ambiciones, despreciando la proposi-
ción de unos cuantos revoltosos que le ofrecían el cetro caste-
llano, y dedicó todos sus esfuerzos, toda su inteligencia, empleó
toda su popularidad y espuso hasta su propia vida, por añadir,
con la toma de Antequera, un florón mas á la corona de su so-
brino.
Tal era el hombre destinado á facilitar en nuestras comar-
cas la realización de la Reconquista: en el momento en que se
encargó del gobierno de las provincias andaluzas, su afán de
distinguirse le hizo pensar en estender sus fronteras; sus esfuer-
zos consiguieron que se propagase el entusiasmo que sentía á la
reina, á los proceres eclesiásticos y legos, y á los procuradores
de las ciudades reunidos en las Cortes de Segovia de 1407: los
tres brazos del Estado se apresuraron á ofrecerle subsidios, bas-
timentos y hasta la ayuda personal de muchos de los que les
componían, para empezar la guerra que meditaba.
Auxiliado por todas las fuerzas vitales del reino, abasteció
D. Fernando y fortificó las plazas de la frontera, á la vez que
la escuadra que guardaba el Estrecho, avivando en toda la na-
ción, por medio de mercedes, dádivas y esperanzas, el celo de
los españoles, para emprender la guerra contra los moros.
Las poblaciones fronterizas se pusieron entonces en conmo-
ción; los nobles armaban sus vasallos, los concejos sus mesna-
das, las órdenes militares convocaban sus infatigables freires;
los
Parte primera. Capítulo vii. 197
los obispos daban las rentas de fábrica de sus iglesias, y el cle-
ro secular y el regular encendian con sus predicaciones el entu-
siasmo por la guerra santa; los adalides esploraban los puntos
vulnerables, los veteranos que habian ya combatido por la Cruz
se preparaban á renovar sus hazañas, y los jóvenes se disponían
á dar muestras de sus varoniles esfuerzos.
En todas partes se requerían armas, se adiestraban corce-
les, se disponían máquinas de guerra; aprovisionábanse los al-
macenes militares y se ondeaban en los aires los viejos pendo*
Des, que tantas veces habian |;uiado á la victoria á las huestes
cristianas; nobles enseñas que habian visto caer á su alrededor
á la flor de los guerreros, que preferían morir en el campo de
batalla, á que aquellos emblemas del honor y del orgullo de la
nobleza ó de los populares, cayeran en poder de sus enemigos.
Las correrías y entradas en el territorio de éstos empezaron
á seguida: Garci Méndez, señor del Carpió, atrevido adalid en-
tre los mas atrevidos fronterizos, reunió en Teba un escogido
caerpo de soldados, dirigióse á Casarabonela, plantó sus reales
en una angostura que hay cerca de esta villa, y destacó al mismo
tiempo sesenta caballos para que recorriesen la comarca, apo-
derándose de los rebaños que encontraran al paso.
El pequeño escuadrón cumplió perfectamente su cometido
recogiendo quinientas cabezas de ganado mayor y cuatro mil
del cabrío; era necesario poner en salvo aquel riquísimo botin y
los espedicionaríos se dirigieron á reunirse con sus compañeros
de armas; en esto, los labradores, ganaderos y pastores moros
de la campiña, aunque armados á la ligera, deseosos de reco-
brar
igS Málaga Musulmana.
brar sus propiedades, se reunieron, siguieron las huellas de los
cristianos, empezando en cuanto los hallaron á dar recias embes-
tidas á su retaguardia; molestáronla tanto, que tuvo que volver
grupas, que acometerlos bravamente y llevárselos por delante,
hasta meterlos á cuchilladas y mandobles en las huertas de Ca-
sarabonela.
Mientras tanto, el campamento de Garci Méndez era ata-
cado por seiscientos moros que fueron rechazados fácilmente;
reunidas al cabo las dos huestes triunfantes, se volvieron al in-
terior y pusieron á salvo su botin dentro de los muros de Teba.
Con estas atrevidas incursiones se alarmó nuestra provin-
cia, fogatas en las alturas ponian en conmoción á los habitan-
tes de los campos; veloces correos recorrían los pueblos, sobre-
saltando los ánimos de los tímidos y exaltando los ímpetus va-
lerosos: en todas partes se hacía un llamamiento á las armas pa-
ra castigar á los cristianos; las poblaciones respondieron en se-
guida á este llamamiento é hicieron esfuerzos para rechazar al
enemigo común.
Los malagueños enarbolaron sus estandartes; reunidos á los
campesinos del valle de Cártama y á los aguerridos- fronterizos
de Ronda, formaron un cuerpo de seiscientos ginetes y ocho-
cientos infantes. La esperiencia les habia^ hecho prudentes; en
vez de entrar en abierta algarada y á la luz del dia en el territo-
rio cristiano, pasaron la frontera, y favorecidos por las sombras
de la noche, ansiosos de resarcirse de los daños que habian reci-
bido, fueron á emboscarse en un paso difícil que habia en el ca-
mino de Teba á Osuna.
Esperaban
Parte primera. Capítulo vii. 199
Esperaban que al día siguiente caerían en su poder las re-
cuas de arrieros, los traginantes y los ganados que habían de pa-
sar por aquella vía; pero sus precauciones fueron inútiles, al fin
tuvieron que desbaratar la encubierta, y determinarse á alga-
^uar en la comarca de Teba. £1 rebato y la alarma cundió por
la campiña cristiana; Garci Méndez, infatigable y valeroso co-
mo siempre, corrió con su gente á las armas, yendo á encon-
trarse con los moros.
Cuando la hueste del valeroso señor del Carpió se halló fren-
te á las taifas muslitas detúvose algunos momentos: alrede-
dor de tres enseñas, dos blancas y una colorada, se agrupaba
un vistoso cuerpo de caballería y multitud de ballesteros: no
eran todos aquellos invasores campesinos moros, mal armados,
desconocedores de toda táctica, prontos á desbandarse ante el
empuje de los ginetes cristianos; en la hueste agarena habia
hombres esperimentados en el arte de la guerra, acostumbrados á
constantes luchas y pertrechados de buenas armas. Los fronteri-
zos tuvieron un momento de indecisión; si esta continuaba, si
los enemigos la advertían, la derrota era segura; entonces Garci
Méndez corrió á la cabeza de los suyos, diciéndoles con voz ru-
da y potente:
— Señores, hoy habréis aquí muy buena ventura, que Dios
y el Apóstol Santiago son en nuestra ayuda, y sin temor algu-
no vamos á ellos, que no son nada.
Y revolviendo su corcel, se lanzó sobre los enemigos segui-
do por sus soldados, enardecidos por su arenga y por su ejemplo:
pero encontraron campeones dignos de ellos que los recibieron
á flechazos
200 Málaga Musulmana.
á flechazos ó con las puntas de sus lanzas: la pelea fué brava y
sangrienta, el éxito dudoso un largo espacio de tiempo; los mo-
ros combatian valientemente, oponiendo al denuedo de los cris-
tianos su habilidad en el manejo de las armas; al fin la victoria
quedó por los últimos, saliendo muchos peligrosamente heridos;
ciento sesenta muslimes tendidos en el campo, atestiguaban el
valor de los que habian preferido morir, antes que volver las es-
paldas al enemigo (i).
Algunos otros heroicos hechos de armas prepararon la cam-
paña de 1407; entre los cuales fué bien señalado el de D. Lo-
renzo Suarez, deudo de el maestre de Santiago, avituallando á
Teba, abandonada, cual un escollo eminente combatido por las
olas, entre las embestidas de la irritada morisma, y algareando
después con otros fronteros en el campo antequerano (2) .
Empezada la campaña tomaron los castellanos las villas de
Audita, Montecorto y Grazalema; entablado el cerco de Sete-
nil, en un reconocimiento hacia Ronda trabáronse sangrientas
escaramuzas, dónde mostró alientos de león y fuerzas de gigan-
te el célebre D. Pedro Niño, Conde de Buelna (3),
Durante el sitio de esta plaza las mesnadas cristianas se
acercan cada vez más á los muros malagueños, pues si una
hueste expugna á Cañete y ocupa á las Cuevas, otra incendia
los
(i) Crón. de D. Juan 11, cap. XXX, año VII, ed. de Pamplona de 1590: en náHisto-
1^, pág. 287, lin. 3, donde dice dos léase tres, y más adelante, una roja y otra blanca, léa-
se dos blancas y una encamada. Hist, de Málaga y su Prov. pág. 281 y sig.
(2) Crón. de D. Juan II, cap. XXX y XXXI; en la nota de la pág. 288 de mi His-
toria, donde dice XXX léase XXXI.
(3) Gutierre Diez de Gamez: Ct'ón. de D. Pedro NifWy Parte II, cap. XLII.
MbhIHm..^.^
Parte primera. Capítulo vir. 201
los arrabales de Cártama y Alora, reduce también á pavesas á
Camarchente y Pálmete, aldeas próximas á Coin, tala la juris-
dicción de esta villa, y la de otra llamada Beneblasque, pene-
tra por el valle cartameño y quema la población de Cutilla, á
media legua de nuestra ciudad, llevando sus incendiarias teas
también á las comarcanas Santillan y Luxar (i).
Bien quisiera detenerme en la rápida enumeración que voy
haciendo de estos lances de guerra ocurridos en nuestra provin-
cia, y referirlos con todos sus pormenores, pues la bravura de
los contendientes, las vicisitudes de la suerte ya próspera, ya
enemiga para moros y cristianos, los trabajos porque pasó la
gente pobladora de esta tierra que hoy habitamos, merced á el
valor, á la constancia y á los sacrificios de nuestros padres, me-
recen ciertamente consignarse con toda su terrible y dramática
belleza; mas aunque me inclina esta consideración á ello, véda-
melo, cual al tratar de los mozárabes sucedió, la naturaleza de
mi asunto, que si ha de ser fielmente seguido, precísame á tocar
de pasada estos sucesos, permitiéndome solamente extenderme
en los que se refieren á Málaga.
Por esto no relataré los trances de el cerco de Antequera,
en los que se probaron la audacia, y hasta la temeridad de los
cristianos, la valentía y la tenacidad en el sufrimiento de los
muslimes, ni referiré la batalla campal de la Boca del Asna en-
tre castellanos y granadinos, los desastres producidos por te-
rribles máquinas de guería, insignes acciones, nunca bastan-
te loadas, de el Infante D. Fernando, arriesgando en un terri-
ble
(i) Crán. de D. Juan II, cap. XLV.
202 Málaga Musulmana.
ble lance la propia persona, para enardecer los ánimos de su
gente, ni las horribles algaradas que arruinaron los alfoces de
Archidona y Ronda. Después de todos ellos, después de gastar
muchas vidas, sangre y oro delante de Antequera, fué esta to-
mada por asalto el i6 de Setiembre de 141 o, entrando en ella
triunfalmente las enseñas del Evangelio el i.° de el mes de Oc^
tubre. Tras ella se rindieron Hiznalmara y Cauche, y se con-
quistó, después de una tenaz defensa de los muslimes, el casti-
llo de Chevar.
Mientras se preparaban las bastidas^ que así entonces se nom-
braban á ciertas máquinas bélicas, mediante las cuales se ade-
lantó mucho la expugnación de Antequera, pareció acertado á el
Infante D. Fernando no tener ociosa su gente y emplearla en ha-
cer daño á el enemigo. Por tanto mandó á D. Lope de Mendo-
za Arzobispo de Santiago, á el Conde de Niebla, á D. Pedro
Ponce de León, á los Adelantados de León y Castilla Pedro y
Gómez Manrique, y á el Comendador mayor leonés Lorenzo
Suarez de Figueroa, que se fueran á algarear en tierras de Má-
laga, con dos mil doscientos hombres de armas, ochocientos gi-
netes y hasta tres mil peones lanceros y ballesteros.
Durmieron — Viernes 1 1 de Julio de 14 10 — aquella noche los
expedicionarios cerca de el Guadiaro, y al dia siguiente el de
Niebla, Ponce de León y Figueroa se alargaron con la caballe-
ría, camino de nuestra ciudad, mientras que el grueso de la gen-
te acampaba junto á Cártama, quemando su arrabal y las mie-
ses que ondeaban en su campiña, además de talar las huertas
que encontíaron.
Después
Parte primera. Capítulo vii. 203
Después siguieron hacia el mar; una legua antes de Málaga
avisáronles que la gente malagueña tenia trabada batalla con
la caballería cristiana. Aguijaron el paso disponiéndose á la re-
friega, á fin de socorrer á sus compañeros; pero cuando distin-
guieron la polvareda que levantaban los combatientes, recibie-
ron aviso de que se detuvieran, para no alarmar el territorio,
mucho más de lo que estaba.
Caia la noche cuando entrambas huestes se juntaban, y no
8é si por algún cautivo ó por confidencias, supieron que en la
ciudad conocían el número de sus tropas y que se preparaban
para, ea cuanto pasara la noche, darles un rudo dia. Puestos al
reír el alba en marcha los algareadores, metiéronse por entre
unos olivares y almendrales que rodeaban á Málaga; salieron á
estorbar sus depredaciones cuatrocientos ginetes con mucha gente
de á pié; trabóse al fin la batalla, durante la cual los expedicio-
narios metieron en los arrabales de la población á aquella gente
y se quedaron por dueños de el campo.
Entonces comenzaron los taladores su cruel oficio; árboles
frutales, naranjales, limonares, higuerales, caian bajo sus ha-
ebas; otros descepaban los viñedos ó aniquilaban su próxima co-
secha, mientras que los demás arrasaban las huertas, destru-
yendo acequias, cegando norias ó quemando las casas de labor
y recreo. Al dia siguiente después de plantar su real ante los
adarves malagueños, marcháronse, siguiendo la costa, sin gran-
des pérdidas en muertos, pero con muchos heridos en el peona-
ge: entre el botin llevaban cien desdichados cautivos.
Salvóse de aquella nube asoladora una casa de campo que
30 poseia
204 Málaga Musulmana.
poseía el wali, quizá el régulo de Málaga, la cual debió tener
cierta fama, cuando el Infante recomendó á los suyos á el par-
tir, que no hicieran mal en ella, pues tendría esperanza de go-
zarla, cuando, como esperaba, se apoderase de Málaga (i).
Uno de los mas fuertes baluartes de la morisma malagueña
estaba en poder de sus eternos enemigos; sus muros, torres y
bastiones, defensa antes de nuestras comarcas, abrigaban vale-
rosos soldados y un vecindario templado en las bélicas contien-
das de entonces para arrostrar todo riesgo; en lo pasado Ante-
quera contenía los ímpetus de los fronterizos y sosegaba los áni-
mos de los comarcanos, ahora la gente que albergaba en su re-
cinto facilitaba las entradas destructoras y era un perpetuo mo-
tivo de zozobra para las poblaciones circunvecinas.
Sus bravos alcaides los Narvaez, defendiéronla, como rica
joya de muchos codiciada, no sólo contra las furiosas arremeti-
das de los sarracenos, sino contra las miserias que algún tiem-
po deshonraron á Castilla, en la que hubo un desdichado mo-
narca, oprobio de su raza, que les mandó abandonarla. Con es-
to las algaradas de una y otra parte sucediéronse, extremando su
carácter de insensata ferocidad, peleándose más como malhe-
chores que como guerreros: ya eran los moros que recobraban
y perdían á Teba, ya el conde de Niebla que yermaba los cam-
pos archídoníes, ora Rodrigo de Narvaez defendiéndose brava-
mente en asaltos y escaramuzas, ó venciendo en lides campa-
les, como la de el Chaparral.
En
(1) Crón. de D. Juan II, cap. CIII, fól. 32, edición de Pamplona de 1590.
Parte primera. Capítulo vii. 205
En el año 1424 había muerto este caudílloi recayendo la
alcaidía antequerana en su hijo Pedro, mozo de gran corazón
y denodado ardimiento, aunque no tan prudente y cauto como
lo fuera su padre: agitado por la noble ambición de añadir nue-
vos timbres á su glorioso apellido, destruyó los caseríos y forta-
lezas de Cuevas Altas y Cuevas Bajas, y mantuvo con sus co-
rrerías bien provista de bastimentos la plaza, olvidada por el
gobierno de D. Juan II, entre las discordias intestinas que ator-
mentaban á Castilla.
La guerra producida por la negativa del granadino á cum-
plir sus compromisos, encontró suficientemente preparado al
bravo alcaide, que recibió con júbilo la noticia de la ruptura de
las hostilidades, por encontrar ocasión en que ejercitar sus pren-
das de soldado valeroso: Fernán Alvarez, señor de Valcorneja,
que capitaneaba la hueste de Ecija, vino á reunirse con él, y
ambos penetraron en el territorio de Málaga, entregándose á
las acostumbradas talas y saqueos. — Agosto de 1430. —
Miéiítras los fronterizos se concertaban para realizar esta
expedición, cierto esclavo antequerano prometía á sus correli-
gionarios los muslimes abrirles las puertas de la villa, en el mo-
mento en que sus huestes se presentaran ante ellas.
Contando con esta promesa, el granadí habia enviado ha-
cia Antequera un numeroso cuerpo de tropas, acaudillado por
Abdilvar y Xerif, nobles abencerrajes: los cristianos, después
de haber saqueado á Igualeja, se habían dividido, tomando los
de Ecija la vuelta de su pueblo, y quedándose Pedro de Nar-
vaez en tierras de Málaga.
Llegaba
2o6 Málaga Musulmana.
Llegaba ya á las fuentes del Guadalme'dína; sus soldados
contentísimos con su cuantioso botin se preparaban á tomar L
sus hogares, cuando de repente se encontraron con las tropas
sarracenas que intentaban sorprenderlos: entonces gran núme-
ro de ellos olvidándose de la disciplina, emprendieron la fuga;
otros, después de aconsejar al alcaide que no afrontase aquella
nube de enemigos, alejáronse en retirada: solo un centenar de
escuderos permanecieron en el campo con su gefe.
En el ardoroso espíritu de éste, no cabia la idea de volver
las espaldas á los alarbes, y prefirió morir á manchar sus bla-
sones con una acción que estimaba deshonrosa: carácter alta-
nero é inflexible, ni la muchedumbre de contrarios le intimida-
ba, ni le amedrantaba la idea de una muerte dolorosísima; es-
taba dispuesto á derramar hasta la última gota de su sangre
para que su nombre fuese pronunciado en todas partes con ad-
miración y respeto, para que se le contase entre aquellos hom-
bres de hierro, inaccesibles al pavor, que produjo la España del
siglo XV.
Por otra parte ¿porqué desesperar y ser tan pesimista? ¿no
habia su padre muchas veces derrotado con unos pocos valien-
tes á turbas de agarenos? ¿no se habia abierto campo con su es-
pada por entre las bandas enemigas, que no pudieron resistir el
incontrastable empuje de sus ataques?
En aquellos críticos momentos, impulsado por un valor ver-
daderamente temerario, se lanzó galopando contra la morisma;
pero la lucha era imposible; cada uno de aquellos soldados, que
animados del espíritu de su gefe le seguían, necesitaban tener
las fuerzas
Parte primera. Capítulo vií. 207
las fuerzas de un Titán y los brazos de Briareo, para defender-
se de los agarenoSy que se multiplicaban á su alrededor: de aque-
lla furiosa carga, solo se salvaron Narvaez y la mitad de su
gente, los demás murieron en la refriega.
Para la pequeña hueste derrotada, rendida de cansancio, ro-
deada de enemigos, no habia mas salvación que la fuga: si que-
rían conservar sus vidas, era necesario declararse vencidos, en-
vainar las espadas y huir ante contrarios, tan despreciados co-
mo aborrecidos: habia que optar entre los extremos de este tris-
tísimo dilema, la huida ó la muerte.
Los cincuenta escuderos huyeron; su gefe optó por morir;
entonces ciego, frenético, se lanzó entre los islamitas, ofendien-
do sin procurar defenderse; al fin cayó mortalmente herido; un
montón de cadáveres moros señalaba el camino que habia po-
dido abrirse entre ellos; otro montón designaba el lugar donde
exhaló el último suspiro. Los alarbes recogieron el cuerpo del no-
ble alcaide, cortáronle la cabeza y aquel brazo derecho, que so-
lo la muerte habia sido capaz de encadenar, y les colgaron de
los arzones de dos caballos, como trofeos de su victoria (i).
Hasta entonces, las disensiones castellanas, hablan entor-
pecido los tríunfos de sus armas; un rey débil é inepto, dirigido
por un favorito de tanto ingenio y valor, como ambición y alta-
nería, pueblos que estaban dispuestos á las revueltas, y nobles
que no se daban punto de reposo en sus celos, conjuras ó rebe-
liones, mantenían á Castilla en tal anarquía, que nada tuvo que
envidiar
(1) Crónica de D. Juan II, año XXX, cap. CLXXX VIL— Fernandez: Hist, de Ante-
quffra cap. XXIV.— Yegros: Hist. de la antigüedad de Anteq. M. S. cap. XXV.
2o8 Málaga Musulmana.
envidiar á aquella en la cual vivian los revoltosos musulmanes.
Pero la guerra de la frontera consiguió despertar la ambi-
ción de gloria de D. Alvaro de Luna, favorito del rey D. Juan
II, arrancándole á las traiciones y amaños de la política; per-
trechado con los auxilios que le proporcionaban sus pingües es-
tados, que se aumentaron con los que le añadió la corona, llegó
á Andalucía, penetró en la Vega de Granada, tocó cuasi á
las puertas de la ciudad muslita, y desafió á los moros á que sa-
lieran á batallar á la llanura.
Después de haber hecho muchos estragos en las comarcas
granadinas, pasó á las de Archidona, que fueron taladas, que-
madas sus alquerías, destruidas sus atalayas y molinos, acam-
pando después la hueste en un collado que separa las vegas de
Archidona y Antequera, el cual se llamó desde entonces Dehesa
del Condestable.
La falta de vituallas obligó á D. Alvaro á abandonar la ta-
la de Archidona y á retirarse por diez días á Antequera, con
ánimo de provisionarse, entrar á hierro y fuego por tierras de
Málaga y poner sitio á esta ciudad.
Asentó por tanto sus reales en un cerro cerca de Antequera,
que entonces se llamaba Vizcarao — Vicarai — , procurando pro-
porcionarse las vituallas que necesitaba; pero no pudo conse-
guirlo, con lo cual aumentó la penuria de la hueste, empezando
á murmurar ó á desertarse sus soldados: especialmente unas
compañías de vizcainos eran las que se demostraban mas des-
contentas, y las que parecian dispuestas á abandonar en masa
el real.
D. Alvaro
D. Alvaro hizo un llamamiento á su honor, quiso despertar
en ellos sentimientos guerreros, diciéndoles, que se sostuvieran
lo mejor que pudieran, pues muy en breve serian avituallados,
y que aunque así no fuese él estaba dispuesto á alimentarse
ocho dias con yerbas, á fin de que no se malograra aquella em-
presa, que tanta gloria y provecho habria de producir á Dios,
al rey y á la patria.
Pero los vizcaínos, con una lógica digna de Sancho Panza,
contestaron á este caballeresco arranque, que las yerbas se ha-
bían hecho para las bestias, no para los hombres, y que no ha-
biendo que comer, ellos estaban demás en el campamento: di-
ciendo y haciendo, comenzaron á amotinar gente y á levan-
tar tiendas. El altivo carácter de D. Alvaro se irritó con este
desprecio que se hacía de su autoridad, dirigió á sus ñeles
soldados á donde estaban los inobedientes, prendió á las cabe-
zas de motín, y los degolló sin misericordia.
Pero los cuidados y disgustos de estos dias produjeron en
el enérgico procer tal enfermedad, que le embargó los sentidos
y le tuvo á punto de rendir el alma; al fin se mejoró, pero ma-
lograda la empresa que meditaba, volvióse á convalecer á Écija
yá preparar una nueva espedicion {i).
Entre las discordias civiles que acabaron con la morisma,
fueron fecundísimas en desastres y crímenes las que afligieron
los primeros dias de el reinado de Mohammed VIII, apodado
Alaisar ó el Zurdo: fué éste destronado por Yusuf ben Almau!
á quien
(1) Ci-án. de D. Ah<. <lc Luna: lituln XXXVI |.ig. 111. IlUt. ilcMála'jn i/ íi
fía, pig. 331 y 8Íg.
210 Málaga Musulmana.
á quien auxiliaban los cristianos, mediante un pacto de vergon-
zoso vasallage que se firmó en Hardales; contribuyendo tam*
bien á ello otras poblaciones moras de nuestra provincia, Ron-
da, Casarabonela y Archidona, que se declararon por el pre-
tendiente.
Refugióse el monarca desposeido en Málaga, en compañía de
su harem, de sus tesoros y de dos hijos de su pariente Azzaguer,
á quienes á poco mandó ajusticiar; aquí permaneció, gobernan-
do con absoluta independencia, hasta que muerto el usurpador
pudo recuperar la regia diadema (i).
Entreveradas con sus arterías diplomáticas,, proseguían los
cristianos sus luchas con los infieles; si en ellas eran vencidos,
si se quedaban sus gefes muertos en el campo, como sucedió an-
te los adarves de Alora, á el Adelantado D. Diego Gómez de
Rivera, esforzado campeón y gran caballero, más bien que es-
carmentar y temer por su desventura, plañéndola, pensábase en
vengarla.
Archidona, antigua población, tenida entonces por buena
fortaleza, habia sustituido á Antequera, como reparo de las
comarcas moras al oriente de nuestra provincia; á ella habia
venido á refugiarse Saad abu Nazr — 1444 — quien en la larga se-
rie de destronamientos ocurridos, durante los últimos tiempos
del reino de Granada, desposeyó á Mohammed X Alahnaf ó el
CojOf y á poco fué derribado por éste; al cabo, valiéndose de los
cristianos, consiguió salir de su refugio y entrar como triunfa-
dor en la Alhambra.
Varias
(i) Crón. de D. Juan II, años XXXI y XXXII, cap. CCXVIII y CCXX.
Parte primera. Capítulo vii. 211
Varias serian las vicisitudes por las que pasaría Málaga en es-
te tiempo; pero determinar cuales fueran y sobre todo detallarlas,
difícil és, ó mas bien imposible. Dos grandes historiadores, in-
signes por su ingenio y saber, que como luminares eminentes
alumbran la oscuridad de las postrimerías hispano-sarracenas,
el africano Aben Jaldun y el granadino Aben Aljathib, há largo
tiempo que hubieron de dejarme en el camino, y otros musul-
manes no se conocen, que con la extensión y fidelidad de ellos
pudieran servirme de guías. Los cronistas cristianos solamente
me han ofrecido sucintas indicaciones, bastantes para- despertar
la curíosidad, no para satisfacerla.
Uno de ellos, Alonso de Falencia, presenta datos bastante
curiosos, muchos completamente ignorados hasta ahora, algunos
poco conocidos ó mal aprovechados por los que historiaron este
período. Encerrados en viejos manuscritos tuve la fortuna de
hallarlos y los empleé, enriqueciendo con su relato las páginas
de esta obra (i).
Refiérense
(1) Atribuidos á Alonso de Falencia he visto varios M. S. S.: uno de ellos titulado Ges-
ta hispaniensia, perteneciente á nuestra Real Academia de la Historia, otro denominado
Narratio belli adversus graruitenses, de la misma corporación, y otro de la biblioteca na-
cional, llamado Crónica de los Ilustrisimos pinncipes D, Ewnque IV y sii hctnnano D.
Alonso, reyes de Castilla y de Lean; de esta última existen algunos ejemplares, con más
ó menos variantes en el texto. Discuten los críticos sobre la atribución de la obra castella-
na á Falencia, cual lo indica su epígrafe: no he de entrar en esta controversia, agena á mi
asunto; pero si apuntaré, que en lo tocante á Málaga parece de diversa mano que las la-
tinas, por ofrecer datos no contenidos en estas y por el espíritu que en ellas domina. He oído
sostener que la Crónica castellana pertenece á un compilador y que no merece gran fé; si
foé compilador no conoció la Gesta hispaniensia, en lo que se relaciona con Málaga; en lo
ílel crédito, al tratar de aquellas expediciones ofrece tales condiciones de verdad su reía-
lo, que le hace completamente aceptable. For lo cual he combinado las noticias de las cró-
nicas castellana y latinas, que solo en bien pequeños accidentes ofrecen algo de contradic-
torio, completando con la una el relato de las otras. Hallé la castellana indicada en un M. S.
del marqués de Valdeflores; no asi las latinas que no he visto aprovechadas por ningún his-
toriador.
31
212 Málaga Musulmana.
Refíérense tales datos á las expediciones que Enrique IV
dirigió contra la morisma andaluza; las cuales según los ele*
mentos conque se contaba, según los gastos que la nación hizo,
parecian destinadas á acabar para siempre con el dominio mu-
sulman en España: mas el perverso natural del rey, su desdi-
chada inclinación á la molicie y al regalo, su ligereza y cobar-
día, malograron aquellas empresas, con tan buenos auspicios
comenzadas; todavía en las razones de Alonso de Falencia vibra
la indignación, que puso frases de menosprecio y corage contra
el monarca castellano en los labios de la clerecía, de la noble-
za y de los populares. Que ciertamente si á las veces sus pala-
bras revelan al adversario político, enconado y violento, el suce-
so de estas expediciones le dio sobrada razón para emplearlas.
Desde Écija, base de operaciones de las mesnadas fronteri-
zas al Poniente de nuestra provincia, penetró en ésta Enrique
IV en Abril de 1455, con el propósito de escalar á Archidona;
pero no pudo conseguirlo. Volvióse con esto á aquella plaza,
reunió mil caballos y veinte mil peones, entró á sangre y fue-
go por los campos archidoníes, y ahuyentó hacia la población
una turba de infieles que pretendieron amparar sus propiedades.
Al mes siguiente continuó la hueste su algarada, internándo-
se en nuestras comarcas y destrozando los bellísimos alrededores
de Alora; siguiendo la corriente del Guadalhorce, que derra-
maba, cual hoy, vida y alegría en sus fértiles riberas, llegó á
asentar y mantener, durante seis dias, sus reales á media legua
de Málaga. Creía D. Enrique que por asalto* ó asedio se le ren-
diría esta codiciada ciudad, pues sus espías le informaron que
solamente
Parte primera. Capítulo vii. 213
solamente la guarnecían cuatrocientos ginetes, Aresidio bien
escaso para defender la estensa línea de sus muros y fortale-
zas; pero el rey de Granada había enviado en su auxilio mil y
quinientos soldados, capitaneados por Abdilbar y Aben Comixa,
expertos capitanes, muy avezados á trances de guerra. Enton-
ces el castellano comenzó á talar el territorio, quemando algu-
nas aldehuelas, como Lombin, con su fortaleza asaz buena^ según
el cronista, y Sorriana — Churriana? — con su castillo bien fuerte.
El real cristiano se avituallaba por mar; ordenó el rey que
concurrieran á la expedición algunas embarcaciones ligeras, pa-
ra cuando faltaran las de carga; mas por su indolencia no reu-
nió bastantes naves de alto bordo, que aseguraran la marina.
Aprovecháronse de esta incuria los malagueños, y preparando
al amparo de los muros una pequeña embarcación, á la cual lla-
maban albatozUf fuerte y provista, á lo que parece, de armas de
fuego, dirigiéronla hacia donde estaban los cristianos; antes de
que éstos pudieran darse cuenta de lo que ocurría, la navecilla
mora virando velozmente, disparaba sus armas, no solo sobre
las embarcaciones cristianas, sino que también contra los gine-
tes é infantes del campamento, haciendo en ellos, con menos-
precio de su poder, no pequeño estrago.
Habíase aumentado la hueste espedicionaria con dos mil ca-
ballos y novecientas lanzas veteranas, mandadas por el conde
de Arcos D. Juan Ponce de León; hueste mas que suficiente pa-
ra destrozar á los malagueños, dice el viejo cronista, pero cuyos
bríos no hallaron ocasión en que emplearse, merced á la aviesa
condición del rey. Militaba entre las mesnadas cristianas un
hijo
214 Málaga Musulmana.
hijo de Saad Abu Nazr, (i) — quien por aquel tiempo andaba
en pretensiones de la corona granadina — que probablemente se-
ria el Muley Hacen de nuestros historiadores; el cual guerreaba
contra sus hermanos los muslimes, ya á sueldo de sus enemigos,
ya para favorecer las aspiraciones de su padre. Avisó el príncipe
al castellano que Saad pretendía visitarle; mostró D. Enrique
gustar de ello, mandóle que saliera á esperarle fuera del real
y le advirtiera que al avistarse con él ni descabalgara, ni se des-
cubriera, ni le besara la mano, en señal de vasallage y acata-
miento.
No mostraban sus soldados igual benevolencia y distinción
hacia los moros; pues el dia mismo que se esperaba á Saad hu-
bo una gran refriega entre cristianos y alarbes; la cual fué muy
reñida, cayendo bastantes heridos de una y otra parte, hasta
que acudió á los suyos D. Pedro Girón, quien ahuyentó á los
musulmanes hacia las puertas de Málaga.
Recibió el príncipe granadino á su padre, entróle en el real
y le presentó á D. Enrique; al verle el moro porfió por besarle
la mano, humillación que no consintió el rey. Trabaron después
ambos larga plática, sirviéndoles de intérprete el príncipe: esta-
ban alzados por Saad muchos pueblos comarcanos, Casarabone-
la y la serranía de Ronda; no así Málaga; apesar de ello el pre-
tendiente, después que confirmó su alianza con el castellano, á
quien ofreció que entregaría á Málaga si le ponia en el trono,
instó
(i) Ciriza dice el cronista, SiíJi Saad dirian los moros. Destronó éste ii su rival Alahnaf,
de 31 de Dic. de 4454 á 40 Dic. de 4455. Laíuente Alcántara: Insc. áv. de Gr. pág. 84 . Ber-
naldez: Jíistoria de los reyes Católicos D. Fernando y DJ^ Isabel, ed. de Granada 4850,
cap. II, púg. 46 llama á Saad Cadiadiz.
Parte primera. Capítulo vii. 215
instó generosamente y consiguió de él que levantara mano en
la tala y ordenase á los algareadores cesar en sus daños. Entre
los cuales debió ser muy sentido por los malagueños el que hi-
cieron en una deliciosa huerta, llamada del Rey, donde derriba-
ron una torre y maltrataron cierta bellísima mansión que la her-
moseaba.
Murmurábase en el real acremente de su monarca; dolían-
se grandes y pequeños de sus deferencias con la morisma; te-
niánse por necedad y envilecimiento las atenciones que esta me-
recía; las largas pláticas con los muslimes escitarían desconfian-
zas y éstas engendrarían calumnias, á que darían visos de ve-
rosimilitud la cobarde apatía y la sensual flogedad del rey; los
que vinieron más á robar que á pelear, más por botin que por
gloria, maldecirían del freno que contenia su codicia, y aquellos
á quienes inspiraban el honor, la religión y la patria protesta-
rían contra tales complacencias, que destruian una empresa des-
tinada, desde su comienzo, á conseguir altos fines. Mientras
tanto D Enrique inclinado por su voluptuosa condición á las
voluptuosas costumbres sarracenas, adoptábalas gustosamente
y se recreaba comiendo, sentado en el suelo ó sobre cojines á
la usanza morisca, escitantes manjares muslimes; á la vez los
ladinos moros, comprendiendo su perversa ralea, le obsequia-
ban con frutas, pasas, miel, manteca y leché, seguros de alejar
con sus dádivas y sumisiones la desventurada suerte que tanto
habían temido. Saad y su hijo despidiéronse á poco del monar-
ca y juntos abandonaron el real.
Suspendida la tala, algunos peones atrevidos ó menospre-
ciadores
2i6 Málaga Musulmana.
dadores de las órdenes reales, quemaron la aldea de Pupiana^
y cometieron otras depredaciones; pero pagaron con usura su de^
masía, pues encolerizado D. Enrique y mostrando en el casti-
go la energía que se le echaba de menos en los combates,,
mandóles desorejar, cual si se tratara de foragidos. Afrenta que
encendió en los pechos de los soldados centellas de rebelión,
que por entonces no se mostraron al exterior. Sostenía el mo-
narca tan rudamente su autoridad, manifestando que los verge-
les destrozados por aquellos insolentes mesnaderos, situados por
cierto en una deleitosa llanura, los destinaba para sí cuando
Málaga se rindiera.
Pero no consiguió este empeño; cubierto de ridículo, des-
contenta la gente, volvióse hacia la frontera, siguiendo el mis*
mo camino que habia traido; al pasar por Alora obsequiáronle
los moros con frutas y viandas, á más de donarle tres cristianos
cautivos.
En el año siguiente por el valle de Cártama, camino abier*
to á todas las expediciones cristianas, llegó otra vez Enrique
I V á asentar sus reales á vista de Málaga por espacio de nueve
dias. Durante los cuales los taladores estuvieron destrozando
sus alrededores, no tanto como quisieran, pues no faltó cronis-
ta que dijera con enojo, malacenses potius tutatur quam affUgat^
haciéndose eco de la animadversacion que ardía en los ánimos
de la hueste. Servian en ésta D. Juan de Guzman, D. Juan Pon-
ce de León y Garcilaso de la Vega, con otros muchos nobles
caballeros. Contábase entre las tropas, soliviantando los ánimos
é inspirándoles sediciosos impulsos, que desafiado Garcilaso á
campal
Parte primera. Capítulo vií. 217
campal batalla por cierto alarbe, dióle gloriosa muerte, trayén-
dose al campamento su caballo y armas; el rey habia demostra-
do cuanta inquinia le inspiraba aquel suceso, arrebatándole el
caballo y donándoselo al magnate D. Miguel Lucas.
Pasados los nueve dias y escaseando el forráge, tuvieron los
expedicionarios que plegar tiendas y ponerse en camino diri-
giéndose á Marbella, donde lo habia abundante (i).
Varías veces los fronteros crístianos habian acometido á Ar-
chidona, con ánimo de tomarla. Al fin los caballeros de Cala-
trava, mandados por su maestre D. Pedro Girón, quien con sus
hazañas pretendía ganar la mano de la que después fué Isabel
I, de santa y grande memoria entre españoles, algunas milicias
concejiles y varios caballeros fronterizos, renovaron las proezas
de los sitiadores de Antequera, así como la morisma renovó las
de sus defensores, en el cerco y expugnación de Archidona, que
fué tomada á escala franca, en 1462 (2).
Por los años 1469 ó 70, se habia sublevado en Málaga con-
tra el sultán granadino Abuihasan ó Muley Hacen, que por ab-
dicación de su padre ascendió al trono, cierto magnate moro, á
quien nuestros historiadores apellidan Alquizut; el cual solici-
tó verse con el monarca de Castilla en la frontera, sin duda para
declararse,.
(i) Palencia: Crónica^ fól. 9 y sig. Gesta hispaniensia, fól. 49, lib. 11^ cap. VIH, fól.
53, lib. III, cap. V. — Gerónimo Gudiel: Compendio de los GironeSy fól. 94, Alcalá 1577.
Diego Enríquez del Castillo: Crónica de Enrique IV ^ cap. X, pág. 21. Ni Garibay^ Comp.
hist.^ cap. II, lib. XVII, ni Conde, Dom. parte IV, cap. XXXII, ni Lafuente Alcántara,
Hist, del reyno de Gr, T. III, pág. 292, detallan estas expediciones.
(2) En mi Hist. y pág. 349, indiqué la conquista de Archidona en Julio de 1462; en
<esta fecha empezó el cerco; la conquista ocurrió dos meses después. Sin duda una varia-
ron de lugar del apartado que constituia la primera fecha, produjo esta errata.
2i8 Málaga Musulmana.
declararse, á cambio de su protección, su mudejar, tributario,
ó apazguado. Muley Hacen atacó y derrotó á el rebelde; acu-
dió éste á Archidona, donde bajo una tienda de campaña fué
recibido con mucho extremo y agasajo por el castellano, á quien
hizo fastuosos regalos en caballos, telas y armas. Concertóse
entre ambos una alianza ofensiva y defensiva, la cual solo pro-
dujo que Alquizut prolongara algún tiempo su rebelión y que
el granadino molestara con algunas expediciones el territorio
cristiano (i).
En poder de la Reconquista dos de las. mas fuertes plazas
de nuestra provincia con muchas otras poblaciones y castillos,
seriamente amenazadas las restantes, la cristiandad llamaba con
sus terribles mesnadas á las puertas de Málaga. Una porción
rica y fértil, pero pequeña del territorio español; poblada por
gente brava, numerosa y decidida, pero detestablemente gober-
nada, presentábase frente á la nación ya prepotente, ansiosa de
constituir su unidad social y religiosa, y de arrojar de su suelo á
la morisma. Vamos á asistir en el capítulo siguiente á los últi-
mos sucesos en la tierra malagueña del duelo iniciado en Cova-
donga, sostenido á través de tantos siglos, terminado triunfal-
mente por las huestes del Evangelio, honrosamente por los mu-
sulmanes españoles, que si fueron vencidos, mostraron que eran
dignos por su valentía de suerte mas venturosa.
(i) Diego Enriqucz del Castillo: Crón. de Enrique IV, pág. 24. Mármol: Descripción
del África, Parte I, fól. 226.— Barrero Baquerizo: Anales de Antequera, fól. 59, lib. III.
Algunos llaman Alquizorte á este moro.
Ciinrideraciones generales. — España bajo el gobierno de los Reyes Católicos.— Progresos
de la ReconqnisU en su lie ni po.— Cao di líos notables de e«U é[>nca.~EI tnar([UFS de
Cádii. — La curte granadina al expirar el siglo XV. — Mulcy Harén. — Sn destruna-
mienbi por Ikiabdil j establecimiento de su corte en Málaga. — Preparación, pornieno-
res y resultadns del desastre de la Axari[uia.— Breve relulo de las cuni|uista6 crístia-
¡a de Málaga durante este periodo. — Situación de Málaga en los mo-
mentos de rendirse Velei.— liamet el Zegri.— Los gomercs.— Divisiones en el vecin-
dario.— Proiwsi Clones de rendición. — Rebelión en Málaga contra los que la deseaban.
— Combate entre cristianoa y moros en las alturas cercanas á Gibralfaro y en el cerro
de S. Cristóbal.— Cerco de Málaga.— Su disposición por mar y tierra.- Aspecto de la
dudad y sus contomos durante el si lio.— Primeros Iiecbos de armas. — Toma du 1«
casa real de los sultanes moros cerca de la Puerta de Granada.- Entrada y lucJia en
los arrabates. — Muéstrase alguna dnsorganiucion entre los sitiadores. — Venida de la
reina.- Proposiciones de rendición.— Combátese á Gibrallaro.— Visita Doña Isabel las
estancias del marqués de Cádis.— Pareceres del Consejo. — Minas contra la ciudad. —
Recorren inútilmente los sitiados áBoabdil.— Angustiosa situación de los cercados.
Derrota Boabdil un socorro enviado por el Zagal á Málaga. —Ileroismn de Ihrahim
Algnert)).— Asalto délas torres del puente.— Qiputanon de raalagueños al Zagal.—
Predicciones de un faqui. — Ultima salida de los cercados- — Hidalga acción de Ibra-
him Zenelc. — Ali Dordui. — Capitulación y entrega de Málaga. — Los cautivos crislia-
noa. — Noble actitud de Hamet el Zcgrl. — Suplicio de desertores y judíos. — Suerte de
los gomeres. — Concesiones á .Mi Dordux. "Moros y judíos mudejares malagueños. —
Situación de Málaga durante los últimos años dol siglo XV.
lEn todo lo que pasó en esta toma y conquista de Málaga
hay tanto que decir, que para ello solo era menester hacer una
particular y larga historia; porque fué la ciudad que mejor se
32 defendió
Málaga Musulmana.
defendió y que en más aprieto puso al rey, y donde más cosas
dignas de encomendarse á la memoria pasaron* (i).
Así decia el discreto caballero Alonso de Fuentes en su Li-
bro de los cuarenta cantos pelegrinas, glosando uno de ellos re-
ferente á la restauración del cristianismo en nuestra ciudad, al-
go mas de sesenta años después de conquistada. Opinión que,
mas ó menos expresa, fué la de todos los cronistas de aquel
tiempo, pues los dramáticos pormenores de su cerco y rendición,
los graves sucesos que les antecedieron, derrotas y victorias, re-
ñidos asedios de poblaciones importantes, asaltos sangrientos,
sorpresas y algaradas, insignes hechos, personages ilustres que
en ellos intervinieron y sus trascendentales resultados para Es-
paña, ciertamente merecen dilatada narración, en la que se es-
clarezca y conserve su memoria á la posteridad.
Los más importantes reinos de la nación española, separa-
dos desde principios de los siglos medios por accidentes his-
tóricos ó por malhadadas ideas políticas, se reunieron al fin con
el matrimonio de Femando V de Aragón é Isabel I de Castilla.
Tenía D. Fernando el valor sereno, la constancia y la pru-
dencia de su antepasado el conquistador de Antequera. En su
tiempo la Edad Media con su aislamiento, con la fuerza erigida
en soberana dentro del orden social iba á perderse en el pasa-
do; ante el monarca aragonés abríanse las puertas de la Edad
Moderna,
(1) Libro de lo» cuarenta cantos pelegrinas que compuso el magnífico caballero AUm-
to de Fuentes, Canto IX de la IV parle, fótio CCXIX vuelto, ed. de Zaragoza de HDLXIV,
fól. 402 de la ed. de Alcalá de MDLXXXVII: este canto vale bien poco; refiérese príncipi]-
mente á la hazaña de Ibrabim Alguerbi; por otra parle nada nuevo contiene; no así en sn
glosa que dá algunas noticias del cerco, aunque bien escasas.
Parte primera. Capítulo viii.
Moderna, con la supremacía de la realeza, con la unidad nacio-
nal y con la aspiración de subordinar al poder público todas las
fuerzas vivas del Estado. En esta Edad se iniciaban grandes
transformaciones; al aislamiento iba á suceder la más absoluta
centralización política, á los fueros y cartas pueblas e! derecho
común, á los hombres de armas los legistas y los diplómalas.
En el carácter de Fernando V parecían mezclarse las inclina-
ciones de ambas edades; guerrero y diplomático, lo mismo alan-
ceaba moros en Velez, que urdía insidiosas intrigas para que
los granadinos se acuchillaran unos á otros; en su corazón habia
alientos bastantes para realizar grandes proezas, y en su mente
ingenio muy cumplido para imaginarlas; pero enturbiaban estas
preclaras dotes varias de las aptitudes que distinguieron á Luis
XI de Francia y algunas cualidades del príncipe que soñó Ma-
quiavelo. Prudente á la vez que disimulado, tan previsor como
calculador y positivista, astuto, frío, poco dado á efusiones, el
engrandecimiento de la monarquía era el norte de sus acciones,
y solo de la razón de estado dependían las determinaciones de
su razón,
Isabel I completaba el carácter de su esposo; entusiasta,
franca, benévola, amante y respetuosa para con su consorte en
el seno de la familia, reunía en el gobierno la perspicacia y la
energía política de Doña Blanca de Castilla ó de Doña María
de Molina. Pura de toda mancha entre la general depravación
que la rodeó en sus mocedades, pura en el trono, instruida más
de lo que á una muger permitía su siglo, amando á sus pueblos á
P^tde sus hijos, considerando la Justicia y la caridad como idea-
les
Málaga Musulmana.
les de su vida, representa en nuestro pasado á la hidalguía cas-
tellana, cifra de grandes virtudes, y su personalidad, bendecida
por sus coetáneos, admirada por la posteridad, ha pasado á la
historia, como modelo de esposas, como tipo sin par de muge-
res y de reinas.
Los tiempos y las seculares aspiraciones de la Reconquis-
ta exigían la constitución de la unidad nacional, impulsando á
los Reyes Católicos á aniquilar el mahometismo. Ambos traba-
jaron sin tregua ni descanso para realizar este grao pensamien-
to: verdad es que sus vasallos les ayudaron constantemente en
sus empresas, que la nobleza y los populares les dieron su for-
tuna y su sangre, que la clerecía les entregó sus tesoros y su in-
fluencia: pero la principal gloria de sus conquistas les corres-
ponde de derecho; siempre animosos, siempre constantes, ni les
desalentaron las derrotas, ni se durmieron sobre los laureles de
sus victorias.
Bajo sus auspicios formóse una legión de guerreros, que ha-
bian de hacer temibles las armas cristianas dentro de nuestro
país y de alcanzarle fuera brillantes aunque costosísimos triun-
fos. Entre ellos se contaron Gonzalo de Córdoba, el domeñador
de Italia; Pedro Navarro, digno caudillo de aquellos tercios cas-
tellanos que se tuvieron por invencibles; Hernán Pérez del Pul-
gar, sin par en las proezas; el conde de Tendilla, tan valeroso
capitán como prudente y discreto alcaide; Juan de Merlo, ven-
cedor en justas y torneos; el caballeresco duque de Medina Si-
donia D. Enrique de Guzman y el no menos hidalgo D. Diego
de Córdoba conde de C^ibra; D. Alonso de Aguilar, que vivió y
murió
murió luchando con la morisma, el conde de Cifuentes, Don
Rodrigo y D. Juan Tellez Giren, maestre el uno de Calatrava,
conde de Ureña el otro; D. Rodrigo Manrique y D. Gutierre de
Cárdenas, gefes de los altivos santiaguistas, rayos de la guerra
que ligaban á las banderas cristianas la victoria. Y tantos otros
hombres de vergüenza y afrenta, nacidos en los alcázares seño-
riales, en las mansiones solariegas, en el pobre hogar del pe-
chero, que dieron sus nombres á la fama, eternos lauros á su
patria, y relevantes ejemplos de virtud y fortaleza á las futuras
generaciones.
Entre los cuales descolló un magnate, cuyo retrato he de
dibujar detenidamente por la influencia que tuvo en la reducción
de nuestra ciudad y provincia al señorio cristiano, aunque no
tanto como sus altos hechos merecen, ya que, cual en otras oca-
siones, la mengua de espacio enfrena mi deseo de reseñar los
caracteres de los demás.
Trato de D. Rodrigo Ponce de Leen, marqués-duque de Cá-
diz. De egregia prosapia, bien hacendado y mucho mejor em-
parentado, desde rapaz le educaron lo mismo para capitán que
para hombre de armas, lo mismo para militar que para cortesa-
no. Cristiano y español, sin miedo ni tacha, leal á sus monar-
cas, enemigo jurado de la morisma, raro fué el trance de gue-
rra con esta en que el no pusiera mientes y manos; fornido, mem-
brudo, duro como su carácter, ni se rendía al peso del arnés, ni
ala fatiga de la batalla, ni á la desesperación del infortunio. Dis-
creto en el consejo y en la guerra, sus palabras eran escuchadas
en la cámara real con atención respetuosa, su grito de pelea se-
guido
224 Málaga Musulmana.
guido con entusiasmo, su ausencia sentida en cualquier difícil
trance. «Quiso mucho á sus vasallos, dijo de él quien estudió
prolijamente su vida, y holgaba que le obedeciesen á él y á sus
ministros; no consintió que se les hiciese mal tratamiento. Amigo
de hombres valerosos y de prendas y de labrar fortalezas, ene-
migo de truhanes y de curiosidades vanas. Por extremo fué muy
devoto de Nuestra Señora la Santísima Virgen María y de San
Agustín. Ninguna música le sonaba mejor que la de las trom-
petas de guerra y clarines. Guardaba mucho el enojo y perdona-
ba tarde» (i).
La prudente conducta juntas á las sabias medidas de Isa-
bel y Fernando contribuyeron á borrar los feos delitos, las re-
vueltas y calamidades de los reinados anteriores: la nobleza le-
vantisca rindióse ante las gradas del solio; viéronse protegidos
los humildes contra las demasías de los poderosos y los débiles
contra los atropellos de los fuertes. Hombres entendidos, vigi-
lados de cerca, rigieron los destinos públicos; la paz, la justicia
y la prosperidad se desarrollaron rápidamente en aquellos es-
tados castellanos empobrecidos por las guerras civiles y las de-
bilidades de los monarcas, por los abusos de los proceres y las
concusiones de las autoridades populares, por el desorden que
comenzaba en la cabeza y concluía en los extremos del cuerpo
social.
Esto entre cristianos. Entre los moros la decadencia era ex-
trema, marcándose de momento en momento su angustiosa ruina.
Muley Hacen, cual dije, habia sucedido á su padre Saad en el
sultanazgo
(i) Salazar: Orón, de la Excma casa de los Ponce de León, pág. i 65.
sultanazgo granadino. No podía ofrecerse á la morisma carác-
ter mas apto para luchar con el terrible poderío que se apresta-
ba á destruirla. Valeroso, activo, enérgico, fiando la salvación
de su pueblo más en el hierro de su lanza que en capitulacio-
nes humillantes, mostró cuanto hubieran podido prolongar los
musulmanes españoles su poder si hubieran contado muchos
soberanos de su temple. Miserables intrigas de harem, celos
mugeriles, raheces pasiones de sus deudos, crueldades desaten-
tadas de su parte, cortaron los vuelos á su ardimiento. Llamá-
bale tirano la trabilla de ambiciosos que pululaba en su corte;
motejáronle de vicioso; pero si fueron fundadas estas inculpa-
ciones, bien pudieran haberlas atenuado la pertinaz decisión
conque procuró, aun á costa de la propia vida, de su reposo y
placeres, la seguridad de sus vasallos.
Hasta ahora habrá visto el lector cuan sin razón pasan los
Nazaríes granadinos, merced á conceptos equivocados de nues-
tros historiadores y á la romancesca imaginación de nuestros
poetas, como modelos de cumplidos caballeros; cuando en rigor
pudiera afirmarse de muchos de ellos que fueron una miserable
turba de ambiciosos, atentos solamente á sus vulgares apetitos.
Pues ni respetaron los mas dulces sentimientos del corazón, ni
supieron someter su codicia al supremo interés de la patria, ni
gaardaron lealtad en sus pactos, aun con musulmanes, ni de-
corosa dignidad en sus relaciones con los cristianos. Fueron to-
dos valientes, expléndidos, protectores entendidos de artes y le-
tras; más deslustraron estas nobilísimas inclinaciones otras de
índole bien despreciable. Pocas serán las dinastías agarenas que
mas
226 Málaga Musulmana.
mas tristes ejemplos ofrezcan de parricidios y asesinatos, de
traiciones inicuas entre padres, hijos, hermanos y próximos deu-
dos, de pronunciamientos y conspiraciones, de ingratitudes y
persecuciones cruelísimas contra antiguos servidores, de torpeza
y rebajamiento al poner á servicio de sus implacables enemigos
fuerzas moras, por ceñir durante efímero periodo, angustiado
por las denigrantes exigencias de sus opresores y por la befa
de la propia conciencia, una diadema deshonrada y rota.
Los posteriores sucesos demostrarán, determinándose cada
vez más, esta opinión mia, que pugna con la general opinión,
empeñada en no ver las miserias granadinas á través de la sim-
pática aureola con que las embellecen el valor y la desventura.
Muley Hacen vencido por su hijo Boabdil entre torpes in-
trigas palaciegas, vino á establecerse en Málaga, con su herma-
no Abu Abdallah el Zagal, que participaba de su grandeza de
ánimo, con sus tesoros y harem, y con su ministro Abulkasim
Venegas, descendiente de cristianos, varón esforzado en lides y
avezado en intrigas palaciegas, á quien odiaba mucha parte de
la nobleza granadina (i).
No olvidó Muley en su nueva corte sus bélicas costumbres,
haciendo desde ella cuanto mal pudo á los cristianos, ya perso-
nalmente, ya por medio de Bexir — Bixr? — alcaide de nuestra
ciudad en lo de adelante. Sus algaras rebasaban la frontera y
con los malagueños solamente ó juntándolos con los dé Ronda
inquietaba
(i) Alonso de Falencia, Nat*ratio belli adv'ersus gran., fól. i2 y sig. Bemaldez, Crá-
nica de los Reyes Católicos, cap. LVI, pág. 420, ed. de Granada de 4856.
Parte primera. Capítulo viií. 227
inquietaba las comarcas fronterizas, apresando vacadas, cauti-
vando ganaderos ó campesinos, é incendiando mieses (i).
A estas incursiones respondieron los cristianos con una te-^
merosa entrada, cuyo éxito desventurado no correspondió á la
audacia del atrevimiento.
A mediados de Marzo de 1483 hallábanse reunidos en An-
tequera D. Pedro Enriquez, adelantado del Andalucía, á quien
habia irritado Muley Hacen acometiendo á Teba y Hardales, y
desmantelando á Cañete; D. Juan de Silva, conde de Cifuentes,
que acababa de asaltar infructuosamente á Zahara; D. Alonsa
de Aguilar, (2) el alcaide antequerano Figueroa, y el maestre
de Santiago D. Alonso de Cárdenas, frontero por la parte de
Écija.
Tratábase de algarear en territorio sarraceno, y aquellos
poderosos señores convocaron para que se les allegasen á sus
deudos, amigos y vasallos. Con tal ocasión acudió á Anteque-
ra la flor de la gente fronteriza, hidalgos, escuderos y gente
del común, atraidos los menos por el servicio de Dios y de la
patria, los más por la avaricia, soñando conseguir tan cuantio-
so botin, como habian recabado los espugnadores de Alhama.
Entre ellos vinieron el marqués de Cádiz, D. Bernardino Man-
rique alcaide y justicia mayor de Córdoba, Juan de Robles co-
nregidor de Jerez, los alcaides de Morón, Utrera y Archidona,.
Juan
(1) Falencia, Ibidem, fól. 13 y 2i. Bernaldez, Crón. cap. LIX, pág. 124.
(2) En mi Historia, pág. 364, indiqué que D. Alonso de Aguilar era alcaide de Ante-
qiiera por este tiempo; no lo fué hasta poco después, según puede verse en Barrero Ba-
querizo, Anales de Antequef^a M. S. del Excmo. Sr. D. Antonio Cánovas del Castillo.
33
228 Málaga Musulmana.
Juan de Almaráz y Bernal Francés, capitanes de varias compa-
ñías de las HermandadeSi tercios conque se iniciaban por en-
tonces los ejércitos regulares. Con ellos vinieron también mul-
titud de comendadores y freires santiaguistas, nobles infanzo-
nes é hidalgos de Sevilla, Córdoba, Écija y Carmena, algunas
milicias concejiles, audaces aventureros y fieros almogávares,
que acudían como buitres á donde se esperaban batallas, los
vasallos y parientes de aquellos proceres, que venían gozosos
atraídos por las inclinaciones de su aventurera y belicosa vida,
acemileros, y adalides ó guías prácticos en el terreno muslim.
A las escitaciones de éstos se debió la resolución de la al-
garada; á su imprudencia y torpeza el desastre conque acabó.
Reunidos en consejo los principales de la hueste convocada en
Antequera, expusieron en él los adalides que desguarnecida
•cuasi Málaga era empresa fácil entrar á rebato por cualquiera
de sus comarcas, haciendo gran presa y mucho daño. En cuan-
to á la entrada todos estuvieron conformes; no así en el punto
á donde debían dirigirse. £1 marqués de Cádiz, cauto cual siem-
pre y además bien aleccionado por su adalid el tornadizo Luis
Amar, propuso acometer la jurisdicción de Almogía; la tierra»
aunque poco llana, estaba próxima, abundaba en riqueza pecua-
ria y agrícola, y dejaba entre sus pintorescas lomas espacio mas
que suficiente para evolucionar la caballería, moverse la hueste,
hacer una buena tala, y á poca costa obtener gran provecho.
Propusieron otros sorprender á Málaga, pues tenían lenguas de
que en sus fortalezas existía escasa guarnición, y estimaban
empresa, sino fácil, factible realizarla; la gloria de expugnación
tan
Parte primera. Capítulo viii. 229
tan importante, la presa que en ella harían eran sobrado alicien-
te para olvidar los riesgos de su empeño. El maestre de Santia-
go aconsejaba entrar al Levante de Málaga, por el territorio
que los moros llamaban Axarquia^ el cual no habia sido hollado
en son de guerra hacía siglos por plantas cristianas, donde la
crianza de la seda, á más de otros ricos frutos, aseguraban un
pingüe botin.
La codicia venció toda oposición á este proyecto; desechóse
el prudente plan del marqués por mezquino; con razón el de
sorprender á Málaga por impracticable, y adoptóse el del maes-
tre. No faltó sin embargo quien mostrara lo grave del propósi-
to, lo fragoso, enriscado y desconocido de los pasos por donde
habian de penetrar en la Axarquia, la gran distancia entre esta
y Antequera caso de un desastre, y hasta se mantuvo que la
abundancia de aquel pais era soñada, y no merecía verlo pro-
bado á costa de las vidas. Ninguna de estas reflexiones pudie-
ron vencer Ja pertinacia del maestre; sus adalides aseguraban
que ellos llevarían á la hueste por unos buenos pasos para fa-
cilitarle la entrada, dábanse por muy conocedores de aquellas
comarcas, tenian á sus moradores por poco aptos para defender-
se, y por seguras sus riquezas.
Aprobada finalmente esta determinación, preparáronse á fin
de ponerla por obra, dejando en Antequera los rocines flacos y
mucha parte del fardage, aderezando las armas ó disponiendo
las cargas de municiones de boca y guerra. £1 Miércoles 19 de
Marzo pusiéronse en movimiento los expedicionarios, en núme-
ro de dos mil y setecientos ginetes y como mil infantes; pues
aunque
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<»«» ííí0a^JtAK*A que ocrtüo h>mbtts de armas.
hn etta áhyÁíciorí anduvieron todo aquel día j porte de fa
noche; al %y^uítTiU:, Jueves^ entraban en la Asaiqizia.
1^>^ prírf$^f/% momentos distinguían solamente moates y
encuml/radoi^^ i^^Htaríos y salvages, que se escalonaban hasb
fof mar ang//*tas cañadas^ llenas de maleza; lomas de áspcns
vertíentcn en las cuales abrieron profundos surcos las Ilarias, i
vccei cubiertas de yerbaSi á veces mostrando las oscuras lajai
ókK
Parte primera. Capítulo viii. 23 1
6 los rojos asperones que formaban su masa, por cuya estrecha
cima había que caminar en hileras; escuetas peñas, intrinca-
<los matorrales, de cuando en cuando castañares y encinares
frondosísimos; dilatados espacios donde crecian jarales y abu-
lagares, veredas empinadas, pasos difíciles, silencio interrum-
pido por algún salto de agua ó por la huida de alguna fiera
montes; yermo por todas partes (i).
Ya bien tarde dieron con algunas aldeas, pero halláronlas
desiertas; lo numeroso de la hueste y las dilaciones de la mar-
cha habian advertido la entrada cristiana á los rústicos mora-
dores de aquellos paramos; antecogiendo sus ganados, llevando
en hombros á los hijos, cargando sobre la gente válida de la fa-
milia sus míseros haberes habian ido á ocultarse entre lo mas
fragoso de los cerros, en ignorada cueva, morada mas de fieras
que de hombres, ó á refugiarse en las atalayas y los castillos ro-
queros, que se erguían en la cima de alguna escueta eminencia.
Poca gente y ganados cayeron en poder de la vanguardia; esta,
desatalentada y ciega é irritada por el escaso botin, desparramó-
se sin orden ni concierto, ávida de robos, y prendió fuego á las
miserables alquerías y villarejos que dejaba á sus espaldas.
Mas allá estaba la tierra prometida, donde hallarían brocados,
sargas y tisúes, cautivos sin cuento, pingües vacadas, yeguadas
magníficas; y dejando tras sí las humaredas de los incendios,
mensageras terribles de su entrada, afanábanse por bajar á la
costa.
Llegaba
(i) En los libros de Repartimientos, que se conservan en el archivo municipal de Má-
laga^ he hallado mención de estos montes de la Axarquia, que por entonces se llamaban
montes bravos.
232 Málaga Musulmana.
Llegaba la retaguardia á las cercanías de Moclinejo (i): es-
te pueblecito ardía incendiado por los que iban delante; sus ve-
cinos se habian encerrado con cuanto pudieron en el castillejo,
que dominaba sus viviendas, desde el cual desesperados las
veian arder sin poder ampararlas. Observaron en esto que el far-
dage de los cristianos y sus guardas trabajaban afanosamente
por atravesar unas ramblas y cañadas: convocarse, empuñar las
armas, salir de su refugio, tomar por ocultas trochas, allegándo-
se cuantos compatriotas pudieron para salir contra los cristia-
nos, y comenzar á derribar sobre éstos desde las alturas, entre
feroz gritería, roncos de indignación y saña, troncos de árboles,
peñas y nubes de venablos, fué obra de momentos.
Sorprendió á los expedicionarios aquella inesperada resis-
tencia; espantóles el tumulto; las piedras y las flechas derriba-
ban los ginetes y encabritaban los caballos, que aumentaban
el pánico desordenando la hueste. Las ásperas cuestas imposi-
bilitaban toda inmediata y eficaz defensa; la mesnada se arre-
molinaba, procuraba rehacerse y salir de sus deplorables posi-
clones, pero lo quebrado del terreno se lo impedía absolutamen-
te. El maestre, al ver que los moros aumentaban por instantes
y que no podia remediar el daño que en los suyos hacían, pi-
dió auxilio al marqués de Cádiz; tocó éste á recoger, acudió con
los
(i) Cuantos historiadores se han ocupado de este asunto dicen el Molinete ó Molinillo;
seguilos en mi Historia, mas después habiendo visto en Nebrija, Decadas duasy Mocline-
tum,pude comprender que la aldea, cuya situación antes desconocia, era Moclinejo, corres-
pondencia comprobada por los accidentes de esta lucha. Mas adelante los moros de Mocli-
nejo se declararon mudejares de los Reyes Católicos, y en el quedó bien hacendado y por
dueño de la fortaleza, en parte quemada^ quizá en el lance de la Axarquia, Diego de San-
tísteban. T. III de Repart. de Málaga, folio 239. T. I fól. 85 vuelto.
Parte PRIMERA. Capítulo viii.
233
los caballos y peones que pudo, lanzólos á las alturas contra
la morisma, y la retaguardia consiguió salir de su crítica situación.
Mientras tanto de las cimas de los cerros y de lo alto de las
almenaras, salían torrentes de humo, que apellidaban á los sa-
rracenos para la defensa de sus haciendas, libertad y vidas. En
los caseríos, en las poblaciones la gente acomodada y la villa-
na descolgaba del ahumado hogar la espingarda ó la ballesta y
corría hacia los vecinos montes, ciega de corage, sedienta de
venganza, escitada por las mugeres que con viril energía se pre-
cipitaban á la pelea. Desde la expedición de D. Alonso el Bata-
llador, hacía muchos siglos, no habian entrado guerreros cris-
tianos en la Axarquia; á aquel audaz atrevimiento debia res-
ponder duro castigo. Por todas partes acudía gente furiosa y
<Iec¡dida; veiáseles llamarse en las alturas, coronar los cerros,
aparecer y desaparecer corriendo en los visos de las lomas, para
■acudir á los malos pasos, donde á mansalva y sobre seguro po-
<lian destrozar á sus enemigos.
Por otra parte algunos mancebos cristianos, llevados más
<3e la lozanía de los pocos anos que de la discreción, se habian
<lejado ver en las cercanías de Málaga, parte de cuya guarni-
'<:Íon y vecindario al conocer su osadía y al distinguir las huma-
xedas costeñas, salió, mandada por el Zagal, hacia las alturas y
jjorla marina, á defender á sus hermanos (i).
Las
(i) Migue) Lafuenle Alcdntara Húl. del reino de Gran. T. 111, piig. 418, pinta en su
snagnifico reíalo de este suceso, la indignación de Muley Hacen al saber en Hálala el aire-
fimiento de los cristianos, su decisión de salir contra ellos, los consejos de su lieriiiano y
-de Venegai para impedirlo, la salida del Zagal por la cosía liúcia la Axarquía, y la de Vene-
gas hida la Cuesta de la Reina. La gran opinión que merece este eecnlor ilustre me hiía
234 Málaga Musulmana.
Las noticias que llegaban de la retaguardia obligaron á Don
Alonso de Aguilar y al adelantado á recoger la gente, á fin de
reunirse con el marqués de Cádiz y el maestre de Santiago. En-
tonces comprendiendo cuan imprudentemente se habian pues-
to en aventura de perder honras y personas durante aquella jor-
nada, acordaron retirarse. Dos caminos se les ofrecian: seguir el
estero del mar hacia Poniente ó volverse por donde vinieron;
el primero mas llano y fácil, pero muy largo, encerrado entre
las olas y las iras de los malagueños; el segundo difícil, penoso^
pero mucho mas corto. El maestre recurrió á sus adalides para
que pusieran á la hueste en aquellas salidas que alardeaban
conocer durante el consejo de Antequera; ellos, ignorantes ó tur-
bados, no las hallaron y estraviaron al ejército por entre lomas,
barrancos y cañadas. Muchos moros, presumiendo los pasos que
buscaban los expedicionarios, corrieron á agolparse á ellos, mien-
tras que otros seguian á los fatigados mesnaderos, disparando
contra ellos sus hondas, ballestas y espingardas.
Después de algunas horas de marcha, metióse la hueste en
un vallecito por donde corria un arroyo, que hace mucho tiem-
po se denominó del Peñón hoy de Jaboneros; tomaron los flancos
y las
seguirle en mi Hist.^ pág. 367; nuevos documentos me obligan hoy á modificar nuestro re-
lato; dudo que Muley Hacen estuviera en Málaga durante estos sucesos, pues Alonso de
Falencia en su Narratio belli adversus granatenseSj dice ^oppidula invaditj dudum per^
culsu rumorCj quod propter ahsentiam Regís Abulhacenis, nostri superveniuri essent, y
más adelante, tratando de los despojos cristianos y como se repartieron en Málaga, quas
quxdem eocuvias á victori permisit Abul Haasenus post aliquot dxes rediens Malacam,
Ninguna de las fuentes cristianas, donde hallé abundantes notas para estos acontecimien-
tos, sirven para justificar el relato de Lafuente que se apoya en las indicaciones de Conde
Hist. de la dom, de los ár. Parte IV, cap. XXXV, las cuales ignoro donde haya podido
fundarlas y que me merecen suma desconfianza, como á cuasi todos los que han juzgada
su obra, especialmente en esta última parte.
Parte primera. Capítulo viii. 235
y las cabezadas de éste los sarracenos, hostilizando á sus con-
trarios cada vez mas crudamente. Desesperábanse los soldados
viéndose herir y matar sin defensa; muchos tomaron las cuestas
arriba^ decididos á perecer antes que á ser tratados de tan mala
manera; pero una piedra, un tronco, arrojados de lo alto, des-
pués de rebotar en la pendiente, antecogíanles y les precipita-^
ban en los profundos barrancos, donde se destrozaban misera-
blemente.
Caia la noche; las sombras aumentaban el terror de las tro-
pas; reunidos en montón, roto el orden de marcha, desmorali-
zados, cansados de aquella triste lucha, esperando á cada ins-
tante morir, sin atreverse á acometer cosa de mayores alientos^
permanecian inactivos. En las alturas los moros iban encendien-
do centenares de hogueras, que iluminaban con sus rojas llama-
radas el horizonte, mientras que en derredor de ellas pululaban
ahullando, como una manada de lobos. De vez en cuando por
grupos ó individualmente, saltando de peña en peña, poníanse
á tiro, y al amparo de algún árbol, de algún matorral ó á pecha
descubierto, disparaban sus armas.
Tantas eran las heridas, tantas las muertes, que á todo ries-
go, bien entrada la noche, avanzaron por aquellas cuestas hacia
las cumbres.
— Muramos, decia el maestre, faciendo camino con el cora-
zón, pues no lo podemos facer con las manos, e no muramos
aquí muerte tan torpe. Subamos á esta sierra, como homes e na
estemos abarrancados, esperando la muerte e veyendo morir
nuestras gentes no las pudiendo valer.
34 Unos
236 Málaga Musulmana.
Unos á pié, otros á caballo, tropezando, cayendo, subian
desesperadamente; salieron á estorbárselo los musulmanes; en-
tre las sombras de la noche, entre la gritería de la morísma,
los zumbidos dé las flechas y el retumbar de las espingardas»
oiánse las imprecaciones y blasfemias de los mesnaderos, las
exhortaciones de sus caudillos, los lamentos de los heridos y el
ronco grito del que se despeñaba, en aquella tropa desesperada
y sombría, que adelantaba dificultosamente, abriéndose cami-
no con el corazón. Junto á el maestre caia en tierra con su pen-
dón el alférez Diego Becerra, más arriba su primo Juan Osorio
y Juan de Bazan, por todas partes sus deudos, sus vasallos, sus
freires. ¡Terribles momentos aquellos con los que pagaba cum-
plidamente su orguUosa obstinación!
Mientras tanto el marqués de Cádiz subia la cuesta fronte-
ra, dejándose en ella muerto el caballo y mal heridos á muchos
de su hueste; pero salió de aquella estrechura. Debia reunirse
con él el maestre, mas la oscuridad y el desconocimiento de los
sitios que pisaban lo impidieron; tuvo pues que bajar á otra ca-
ñada, cortándole los moros la comunicación con el resto de los
expedicionarios. Entonces reunió á su gente con ánimo de es-
perar á éstos; pero sus soldados rendidos, acobardados, ham-
brientos, abandonaron sus pendones y se dieron á huir, bus-
cando unos, sitios donde esconderse, otros, campo por donde sor-
tear la vigilancia de los moros.
Solo con cincuenta hombres, medio loco de dolor y de ira,
aun pensaba en combatir; entonces Luis Amar le representó que
si le encontraba allí el dia su muerte ó cautiverio eran seguros;
rogáronle
rogáronle los demás con encarecidas razones que aprovechara la
oscuridad y que se pusiera en salvo, dierónlc un caballo, rodeá-
ronle cariñosamente y aquel Titán de la guerra tuvo que huir
como un foragido, guiado por sus adalides, que le sacaron á
tierra amiga después de cuatro leguas de horrorosa marcha.
De sus gentes, parte fueron muertos, parte cautivos, si-
guiendo los moros sus alcances más de media legua. Quedáron-
se en el campo sus hermanos D. Diego, D. Lope y D. Beltran,
Sus sobrinos D. Lorenzo y D. Manuel, con muchos de aquellos
nobles, hidalgos y escuderos que seguían su bandera.
La situación de las otras divisiones era mientras tanto ho<
xribletnente angustiosa; los capitanes ni sabian donde estaban,
ni acertaban á dar remedia alguno; esparcida la gente man-
daban tañer las trompetas, mas nadie las oia. Adelantaba la
noche y la dispersión era cada vez mayor, pues trascurrían las
lloras, trayendo mortales angustias; un pánico horrible se habia
.eclarado entre aquellos hombres, veteranos muchos de ellos,
bechos á durísimos trances de guerra; parecían condem^dos é.
xxiuerte que con los resplandores del alba esperaban su último
«uplicio; la perspectiva del peligro era para ellos más aterrado-
xa. que el peligro mismo, abultábala la imaginación y sufrían rail
rnuertes antes deexperimentar la que aguardaban; muchos huían
procurando ocultarse, muchos se entregaban á los moros, mu-
chos se arrojaban en tierra, embotado todo sentimiento, algunos
perdieron la razón.
El maestre más se plañía como dueña, que pensaba como
caudillo en salvar á sus tropas:
238 Málaga Musulmana.
— ¡Oh Dios bueno, exclamaba, grande es la ira que has que-
rido mostrar contra los tuyos, pues vemos que la gran desespe-
ración que estos moros tenian se les ha convertido en tal osa-
día, para que sin armas hayan victoria de nosotros armados!
Sus adalides, parientes y escuderos, rogábanle que con los
demás nobles de la hueste se salvara: su presencia allí, mante-
niendo la resistencia, iba á ser causa de la perdición de todos.
Convencióse el maestre, más fácilmente de lo que á su honra
convenía, y tomando un caballo, guiado por unos almogávares
^salvóse.
— No vuelvo las espaldas, decia al partir, á estos moros,
pero fuyo Señor la tu ira que se ha mostrado hoy contra noso-
tros, por nuestros pecados, que te ha placido castigar con las
manos de estas gentes infieles.
Amaneció el funesto dia 21 de Marzo, fiesta de S. Benito,
^e regocijo para la morisma, de llanto y luto para Andalucía,
de triste recordación durante largos años para España. La gen-
te dispersa, aterrorizada, huérfana de sus principales caudillos,
buscaba las salidas de las hondonadas donde se hallaba, pe-
leando ó huyendo; desarmábanse muchos para correr mejor, y
■cuando más empeñados estaban en arrojar de sí los pesados ar-
neses venía un dardo ó una piedra á traerles la muerte; otros
aguijaban sus monturas cuestas arriba, para abrirse paso, lle-
vando á un deudo ó á un amigo aferrado á la cola del caballo,
pero era tan agria la subida que este se despeñaba, arrastran-
do á su dueño y á su compañero en su mortal caida; la gente del
común abandonada de sus capitanes huía á ta desbandada.
Los
Parte primera. Capítulo viii. 239
Los moros jadeantes de júbilo, ebrios de alegría, los perse-
guían velozmente, cruzaban las cañadas registrando los mato-
rrales, las cuevas, las hendiduras de las peñas, herían, mataban
sin misericordia, ó concedian con befa y escarnio la vida, entre
crueles tratamientos, á los desdichados que caian á sus plantas,
implorándola á cambio de deshonrosa servidumbre. Muchas ve-
ces descubrían con infernal algazara- el refugio de un cristiano;
otras cuando la ligereza de alguno superaba á la suya, encomen-
daban la persecución á sus flechas, hiriéndole con sus certeros
tiros. Sin embargo la codicia del rescate libró la vida á mu-
chos infelices, que apresados salváronse como cautivos.
Mas no faltaba gente brava que se entregara sin resisten-
cia ó se dejara degollar impunemente; también se peleó con de-
cisión, aunque á la desesperada.
Cuéntase, no sé si con verdad, que algunos soldados se de-
fendían de esta suerte, mantenidos en su honrada resolución
por el conde de Cifuentes, que en lugar bien estrecho luchaba
como un león, teniendo á raya á la morisma; cargaba esta ha-
cia aquel sitio, con lo cual la muerte del buen conde era inevi-
table, cuando presentándose entre los irritados contendientes
Venegas, apartóles, clamando con voz poderosa:
— Esto no es de buenos guerreros.
Vencido el conde por el cansancio, por las terribles emo-
ciones de aquel dia y por las armas del gallardo moro, entre-
góse á este cautivo con sus compañeros de armas.
Desde entonces se llamó Cuesta de la Matanza (i) en las cer-
.^ canias
(i) Quien príiDeramente concordó con el Arroyo de Jaboneros, el valle por cuyo fondo
240 Malaga Musulmana.
canias del Jabonero á las lomas en que había perecido gran par-
te de los cristianos.
Era tan intenso el pánico de éstos que dos moros desarma-
dos prendieron á seis fugitivos, y hubo moras que saliendo de
Málaga cautivaron á algunos que encontraron esparcidos por
el campo. Poco tiempo después decia el rey Católico, aunque
con bastante exageración, que solos setenta sarracenos habian
desbaratado á dos mil caballeros, los mejores de España.
Sin embargo no todos tuvieron tan mala estrella, pues va-
rios consiguieron escapar á las pesquisas de los alarbes. Entre
ellos se contaron D. Alonso de Aguilar y Pedro de Valdivieso
quienes recogiendo á los dispersos, después de algunos angustio-
sos dias de andar como alimañas salvages ocultándose á la luz,
rodeando de noche gran extensión de terreno y alimentándose
con silvestres yerbas, salieron á puerto seguro, refugiándose en
la frontera cristiana.
En las lomas y cañadas de la Axarquia quedaban muertos
á más de los caballeros que mencioné, Pedro Vázquez, Gómez
Méndez de Sotomayor alcaide de Utrera, Alfonso de las Casas,
gran número de santiaguistas y mucha gente andaluza de cuen-
ta, calculándose los muertos en ochocientos.
Ochocientos cincuenta cautivaron los agarenos, entre ellos
treinta
corría un arroyuelo que indicó Pulgar, fué el llamado Medina Conde en sus Conv. hist,
mcU. Parte II, pág. 8; aceptólo Lafuente Alcántara; creí también antes y creo esta corres-
|iondencia aceptable, á juzgar por los datos que ofrece Pulgar, indicando entre otras cosas
que este lance ocurrió cerca de Málaga, por la tradición y las memorias locales, cuya indi-
cación he debido á mi excelente amigo D. Mateo Gastañer, dueño de una preciosa finca lin-
dera con este Arroyo: de cuyos títulos he obtenido algunas curiosas indicaciones que apro-
vecharé mas adelante.
Parte primera. Capítulo viii. 241
treinta comendadores de Santiago; D. Pedro Ponce de León
hermano del marqués de Cádiz y su sobrino Juan de Pineda,
D. Lorenzo Ponce de León señor de Villagarcía page del maes-
tre, Juan Zapata sobrino de este, Juan de Robles corregidor de
Jerez, D. Juan hermano del duque de Medina Sidonia, Don
Juan Monsalve, D. Juan Gutiérrez Tello, Pedro Esquivel vein-
te y cuatro de Sevilla, Gómez de Figueroa alcaide de Anteque-
ra, Bernardino Manrique, Gonzalo de Saavedra alcalde mayor
de Córdoba y hasta doscientos hombres principales, de grandes
rescates (i).
Cuando los vencidos volvieron á Antequera, á Jerez, á Éci-
ja, á Sevilla, á Córdoba y á los demás pueblos de Andalucía,
de los cuales eran vecinos, los encontraron llenos de duelo y lá-
grimas. Estos les preguntaban por sus deudos, aquellos por sus
amigos, algunos se dolían de sus padecimientos, muchos les mo-
tejaban de cobardes y les reprochaban no haber quedado muer-
tos ó cautivos con sus compañeros. Los caballeros estaban hu-
millados por su derrota, y el maestre de Santiago, aconsejador
de aquella funesta empresa, devoraba en silencio su vergüenza,
maltratado por las viperinas lenguas del vulgo. Todos ansiaban
que la guerra estallara pronto, esperando encontrar en ella oca-
siones en que vengar la muerte de amigos y parientes ó en la
que lavar en sangre mora su afrenta.
Las demás ciudades cristianas quedaron consternadas; la
magnánima
(i) Zurita dice que los cautivos fueron mil quinientos, entre ellos cuatrocientos de 1¡-
nage; atengome á Bemaldez autor contemporáneo y que dá razón muy puntual de este
-suceso.
242 Málaga Musulmana.
magnánima Isabel y su esposo, recibida la dolorosa nueva, tu-
vieron gran pesadumbre, pues con aquel desastre sus armas que-
daban humilladas, pujantes y orgullosas las muslímicas, y aco-
bardadas las mas valientes poblaciones fronterizas.
En los dominios muslitas, lo mismo en las ciudades y villas
que en alquerías y campos, todo fué ufanía, zambras y júbi-
lo; Allah volvía su rostro hacia sus fieles creyentes, apartaba
de ellos su ira y su mano poderosa habia derribado la soberbia
cristiana. Málaga vestiría de fiesta; niños, ancianos, nobles, ple-
beyos, moros y judíos, correrían á las murallas; por todas par-
tes se verían rostros alegres, congratulándose de la buena nue-
va, por todas partes se oiría aclamar á los vencedores.
En las estancias de la Alcazaba el júbilo seria inmenso; aque-
lla victoria era la reconquista del trono granadino, la vuelta al
poder, al fausto y á la grandeza; aquella victoria abría á Muley
las puertas del Palacio de las perlas, de los mágicos alcázares
de la Colina roja, y restituía sus cortesanos á sus hogares.
Al fin la cabalgata mora entró en la ciudad; la muchedum-
bre que se apiñaría en las estrechas calles la aclamaría como
salvadora del Koran y de la patria; las armas arrancadas á los
espedicionaríos serian llevadas como trofeos; la morisma vería
á los soldados ostentar los jaeces ó los caballos de sus enemigos,
los cascos de los mesnaderos y las brillantes armaduras de los
ricos-hombres.
El estandarte de la orden de Santiago, tan venerado por
los cristianos, el del marqués de Cádiz, tan temido por los mus-
limes, con varios otros ante los cuales los agarenos habian vuel-
to muchas
Parte primera. Capítulo viii. 243
to muchas veces las espaldas, pasarían por las calles, no triun-
fantes, sino humillados entre las filas musulmanas. Los hidal-
gos, severos, altivos, sombríos, manchadas de sangre las vestí-
duras, quedaron en la Alcazaba, donde fueron tratados cortés y
humanamente; al Gibralfaro subieron los soldados que pensaron
servirse de la victoria para hacerse una fortuna con el saquea
de la Axarquia. Algunos cautivos permanecieron en poder de
los particulares para enriquecerse con sus rescates. Al cabo de
unos dias volvió Muley Hacen á Málaga y dejó á los vencedores
los despojos de los cristianos; no así los prisioneros, pues los ad-
quirió á bajo precio, á fin de alcanzar después, como consiguió,
gruesas sumas por sus rescates. £1 conde de Cifuentes pasó de-
sapercibido entre los demás cautivos, pero descubierto al fin,
tuviéronle preso un poco de tiempo en Málaga, desde donde le
trasladaron á Granada (i).
Los cuatro años que siguieron al estrago de la Axarquia
fueron fecundos en desastres para las comarcas malagueñas,
mientras
(i) Los autores que me sirvieron para historiar este suceso fuoron: Remaldez, HistoíHa
cap. LX, pág. i25. Pulgar: Crón. cap. XIX, pág. 203. Al. de Falencia: Narraiio bellt
adxfersus granatenses, fól. 14. Nebrija: Retnim á Femando et Elisábeth foéíicissimis Re-
gilnts geitae. Decadis secundae, lib. II, cap. 2, folio 59. Crón, de los muy altos y escla^
recidos Reyes Católicos D. Fem. y D.* Isabel: Parte III, cap. XIX, fól. 168 y sig. Már-
mol: Descripción genet*al del África, Parte I, fól. 233. Galindez de Cai^vajal: Anales
Ireoeis del reinado de los Reyes Católicos, Colecc. de doc. inéditos de Salva, T. XVIII,
pág. 270. Zurita: Anales de Aragón, Parte II, lib. XX, fól. 320. Garibay: Compendio Iiist^
lib. XVIII, cap. XXIII, pág. 635. Mariana: Hist. deEsp. lib. XV, cap. III. Salazar y Castro:
lüst. genealógica de la casa de Lara, lib. XIII, pág. 669. Hist. genealógica de la casa de
Silva, lib. III, cap. XVI. Conde: Hist, de la dom, de los ár, enEsp. Parte IV, cap. XXXV»
T. III, pág. 345. Lafuente Alcántara: Hist. del reino de Gran. T. III, pág. 4i4. Medina Co«-
de: Canv. malag. Parte II, pág. 4. He combinado y comprobado estos autores para esta-
blecer mí relato, en el cual he ampliado, completado y corregido el que presenté eu nú
HisUnia pág. 363.
35
244 Málaga Musulmana.
mientras que las facciones continuaban aniquilando el poderío
Nazarí. Durante estas luchas la valerosa familia de los Beni
Serrach — Abencerrages^ los hijos del sillero — fué en Granada uno
de los principales elementos de discordia. Sospecho, con algún
historiador, que en diversas ocasiones su levantisca condición
atrajo sobre ellos la cólera de los sultanes granadinos; los cua-
les, más ó menos traidoramente, degollaron á varios de sus in-
fluyentes miembros; actos de crueldad, no sé si de justicia, que
la tradición ha condensado en uno solo, revistiéndole con los pri-
mores y encantos de la poesía.
En uno de estos lances, cuya época me fué imposible fijar,
aunque sospecho que hubo de ocurrir reinando Muley Hacen,
espantados los^Abencerrages por las justicias que con los suyos
hizo este monarca, huyeron de Granada viniéndose á Málaga,
á donde convocaron á sus parientes y amigos. Con esta oca-
^ sion aposentáronse en nuestra ciudad multitud de magnates
moros de la jurisdicción granadina y aun mudejares exentos de
ella: cual resultado dieran estas vistas me fué imposible tam-
bien averiguarlo (i).
Restaurado en el solio Muley, merced al prestigio que con-
siguió con la derrota de la Axarquia, dejó en nuestra ciudad
por alcaide algún tiempo á su hermano el Zagal. Este, aún an-
tes de su triunfo en las Lomas de Málaga^ contaba en esta ciu-
dad con mucho partido, pues durante el primer periodo del
reinado de Muley Hacen la habia gobernado también algún
tiempo,
(i) Marqués de Valdeflores: Memorias hist. de la ciudad de Málaga, M. S. de la Aca-
demia de la Historia. Lafuente Alcántara: In$c, ár. de Granada, pág. 46, nota.
tiempo, aunque nó como alcaide, mas como sultán. En aquella
¿poca algunos caballeros granadinos y malagueños, en una de
las innumerables alteraciones que tan inquietos traían á los mu-
sulmanes-españoles, invitaron al Zagal á venirse á nuestra po-
blación, donde efectivamente al presentarse le proclamaron rey.
Envió Muley sus huestes contra el sublevado, que habia huido
de su corte sin su conocimiento, y cercáronle; pero él mismo se
redujo á la obediencia, probablemente pidiendo en sus cartas
perdón á su hermano; concedióselo este; con lo cual el Zagal,
descolgándose una noche desde los muros de la Alcazaba por
medio de una cuerda, se metió en el campamento granadino.
En seguida pregonóse ante la ciudad, que si se entregaban
se indultaría á cuantos tomaron parte en el alzamiento, escep-
to á las principales cabezas, que eran diez ó doce; apenas se
oyó este pregón y se supo que el mixuar ó ejecutor general de
\a justicia, por orden del sultán lo habia mandado dar, abrió
sus puertas Málaga á los granadinos. Los esceptuados del in-
dulto, sabiendo que les iba la vida, retrajéronse á Gibralfaro,
sin querer entregarse; pero al cabo de dos ó tres días, perdida
toda esperanza de que su asonada hallara eco en las demás po-
blaciones musulmanas, como habia hecho el príncipe hicieron
ellos, dejando á la gente menuda entregada á su suerte, descol-
gándose una noche desde los muros y buscando su seguridad
en la faga (i).
Poco después se rendía el castillo de Gibralfaro quedando
__ toda
|t) Hurnandn de Bacra: VUimo» tuvooi del rtina de üi-annda, edición de l^fuenle
Alcintart, Madrid 1868, pás- 15; |>ág. 71 en la edición de Mári^x Jos¿ Mfdlcr: Dv^ led-
'«íleilen non Granada. Mfinchen 1863.
246 Málaga Musulmana.
toda la ciudad á la devoción de Muley Hacen: de seguida algu-.
nos de los conspiradores fueron degollados y se restableció la
paz en ella.
Después de Abdallak el Zagal fué alcaide de nuestra ciu-
<lad Bexir, capitán valeroso y por extremo activo, mas poco
afortunado. El cual fué vencido con los róndenos en Lopera,
desastrosa jornada con la que los cristianos tomaron la revan-
cha de su desbarato en las Lomas de Málaga.
La Reconquista continuaba mientras tanto su secular em-
peño, haciendo espantoso estrago en Marzo de 1484 en las co-
marcas malagueñas hasta las puertas de su capital; en 20 de
Junio del mismo año se rendía Alora y á principios de 1485 la
mayor parte de las aldeas del valle de Cártama; el 22 de Ma-
yo clavábanse los estandartes de la Cruz en las almenas ronde-
ñas, sometiéndose también mucha parte de la Serranía, Casa-
rabonela y Marbella. Después de algunos meses de respiro, en-
treverado con talas y algaradas, el 27 de Abril de 1487, según
<:onsta de sus libros de Repartimientos^ dióse Vélez á partido,
<:on cuasi todas las aldeas y lugarejos de su término. '
Conquistada la Algarbia, Axarquia y Hoya malagueña, es
<lecir el Poniente, Levante y centro de nuestra provincia, do-
meñados sus moradores y reducidos á la triste condición de mu-
<Iejares, prepotente en el mar la escuadra cristiana. Málaga que-
<laba encerrada en un círculo de hierro cuasi infranqueable para
los que pretendieran socorrerla. El plan admirable, discreto y
prudente de Fernando V estaba á punto de realizarse: con las
desastrosas talas habia quebrantado las fuerzas de la morisma;
mediante
Parte primera. Capítulo viii. 247
mediante el empobrecimiento del territorio facilitó la reducción
de las pequeñas poblaciones; esta le allanó la de nuestra ciu-
dad, con la cual consiguió poner fin y remate á su propósito,
cerrando á los sarracenos españoles la principal entrada de
los auxilios africanos, para terminar á poca costa la conquista
musulmana. Con la inteligencia, más que con la fuerza, iba pues
á caer en sus manos la rica ciudad, de cuya rendición, según las
gráficas frases del gran historiador Zurita, dependía toda la espe^
tanza de la conquista del reino granadino y el fin de la guerra.
Largo tiempo hacía que la atención de los cristianos se ha-
bía fijado en la adquisición de Málaga: en ella pensaba D. Al-
varo de Luna cuando, como antes narré, desbarató sus proyec-
tos la indisciplina de su gente; á ella aspiraba Enrique IV du-
rante sus malaventuradas expediciones; en ella se fijaron al-
gunos audaces ánimos de los que perecieron en la Axarquia.
Entre los últimos días de 1486 y los primeros del 87 tenia en-
comendado el gobierno de Andalucía D. Fadrique de Toledo: al
cual anunció Ruy López de Toledo, tesorero de Doña Isabel,
que Málaga estaba mal guarnecida y que seria fácil escalar su
Alcazaba, pues contaba con los cautivos cristianos encerrados
en sus mazmorras, los cuales romperían sus prisiones y asegu-
rarían el suceso de la empresa, facilitando la entrada á sus com-
patriotas.
Era Ruy López tan buen soldado como entusiasta por la
causa de la Reconquista; tenía D. Fadrique deseos de señalar-
se en su cargo con algún lance de ruido y provecho; por lo cual
á pocas razones se entendieron perfectamente. Aunque en tiem-
po de
248 Málaga Musulmana.
po de invierno preparóse la expedición saliendo de Loja seis-
cientos caballos; pensaban caminar velozmente hacia Málaga y
acercarse á ella con sigilo, para accwneter su escalada entre
las sombras de la noche: que si tal hicieran mucha sangre y
desventuras hubieran ahorrado en lo de adelante.
Pero á poc9 camino dio en llover copiosamente; enlodáron-
se los senderos, crecieron ramblas y arroyos, y el rio Guadal-
horce se presentó tan amenazador á los expedicionarios, que
hubieron estos de dar la vuelta á Loja, después de pasar mu-
chos trabajos (i).
Si Málaga por su posición marítima, como puerto á donde
concurrían los auxilios en armas, en hombres, en dinero de las
limosnas recogidas entre los musulmanes africanos para fomen-
tar la guerra santa allende el Estrecho, como lugar de contra-
tación que favorecía el sostenimiento de la prosperidad pública
entre los muslitas españoles, escitaba, cual vemos, á los cristia*
nos á su expugnación, no les escitaba menos la codicia. Era
bastante rica por su comercio, á pesar de que los últimos años
de guerra mermaron considerablemente su opulencia; todaviaera
populosa, pues aunque la parte más inteligente y acomodada de
su población, previendo su inminente ruina, se habia pasado al
África, suplieron esta falta los labriegos y aldeanos de su provin-
cia que se refugiaron en ella. Aquí se acogieron los expatriados
aloreños, gentes de Marbella, Casarabonela, Alhaurin, Guaro,
Monda y Coin (2): aquí se reunieron cuantos no se avenían á
existir
(i) Zurita: Anales, lib. XX, cap. LXX, folio 348 v. Falencia: Narralio helli adv. gran.
(2) En el T. I de Repartimientos de Málaga, folio 365 y sig. se conservan los nom-
existir bajo la condición miserable de mudejares; los que se con-
tentaban con vivir al dia; los que no se sentían con fuerzas pa-
ra abandonar la patria querida, para sacrificar al propio sosie-
go fortuna, negocios, posición y rango; el pobre á quien impor-
taba lo mismo morir acuchillando cristianos, que perecer de mi-
seria en las marinas africanas; los hombres de ánimo esforzado
que pretendían ¡vano empeño! parar con su heíoismo la rueda
de la fortuna, y encomendar al corazón y á los brazos en un
impulso desesperado y supremo, vidas, honras y haciendas,
pugnando, como decia un escritor coetáneo, pro nalis, pro uxo-
ribits, pro foriuniis, pro vila, detiiqíie ac religione.
Estaba la ciudad abundantemente provista de bastimentos
y vituallas, de artillería, espíngardería y ballesteros, hallándose
lambíen á punto de combate el Castil de Ginoveses, las Atara-
zanas, Alcazaba y Gíbralfaro. Daban presidio en ella, á más
<ie los vecinos, ocho mil (i) gomeras: africanos que arribaron á
■«ierra musulmana para pelear por el Koran; gentes fieras, mem-
Irudas y valerosas, ágiles para cualquier marcial empeño. Pro-
■«:edian algunos de los destacamentos fronterizos, y eran hijos de
aquellos terribles Voluntarios de la fé, cuya vida reseñé antes,
'voluntarios también como sus padres; procedían otros de las
regiones magrebinas que en días serenos se distinguen remota-
mente desde las playas malagueñas, trasportados á estas por
embarcaciones venecianas y genovesas; pues la sed de lucro aca-
llaba
bres de algunos vecinoa bien tiacendatlos en Monda que viiiicron á Nila^^ después de en-
"egiíU BU villa, como MabomaJ Tmani, Aben Alhaclii y la mora llazmjna.
(t) Otros dicen calurce mil con evidente exageración.
250 Málaga Musulmana.
Haba en la conciencia de aquellos egoístas mercaderes la voz de
la religión, al traer á España á tan terribles enemigos.
Miserable codicia que reprocharon los Reyes Católicos, que?
jándose amarga y enérgicamente de ella á los cónsules de Vene-
cia y Genova establecidos en Cádiz y Sevilla, y más adelante
á los Senados de ambas Repúblicas.
Estaba declarada la ciudad por Boabdil, último sultán gra-
nadino, gobernándola en su nombre Aben Comixa, ilustre mag-
nate de su corte. Acaudillaba á los africanos Hamet el Zegrí,
personage extraordinario por su temple de alma, poir sus proezas
y por su adverso destino.
Era Hamet hombre de linage, inclinóme á creer que africa-
no, pues su apellido el Zegrí — atsagarí, el fronterizo— pdiTece de-
mostrarlo; ignórase su alcurnia: partidario de Muley Hacen
mientras este vivió, pareció después inclinarse á Boabdil. Los
cristianos le habian encontrado frecuentemente en batallas y
cercos, talando sus tierras ó amparando las musulmanas, ga-
nando en muchas ocasiones renombre de magnánimo y valeroso.
Siendo alcaide de Ronda habia peleado desesperadamente en el
desastre de Lopera; en el sitio de Coin rompió con una feroz
acometida las líneas cristianas, consiguiendo entraren la plaza,
aunque no evitar su rendición; engañado por los astutos manejos
de Fernando V acudió presuroso á socorrer á Málaga, mientras
que sus enemigos entablaban el asedio de Ronda, y aunque con
escasas fuerzas molestó bastante á los sitiadores; corrió desde
Málaga á socorrer á Loja, y hubiera arrollado una división cris-
tiana, si fuerzas superiores no lo hubiesen impedido, debiéndo-
se á
Parte primera. Capítulo viii.
251
se á su enérgica mediación la honrosa entrega de la plaza.
Nadie mejor que aquel hombre representaba las elevadas-
condiciones de la raza alarbe; valiente como el que más; digno,
con esa austera dignidad de los musulmanes, que inspira al par
que respeto simpatías; guiado por nobles fines y por hidalgos
sentimientos; tenaz y entero en sus resoluciones, cortés al mis-
xno tiempo; olvidando con bizarra abnegación la propia persona
^ntre las desventuras de su casta; decidido por el honor de su
«patria, como los inmortales defensores de Zaragoza y de Gero-
a, Alvarez ó Palafóx, faltóle lo que á otro insigne hombre de la
istoría malagueña, faltóle, como á Ornar ben Hafsun, la for-
tuna. Que si el éxito, entre los que saben apreciar las humanas
^.cciones, no dá la gloria, bien puede concedérsela inmarcesi-
t>le al heroico defensor de Málaga, entre los mas célebres gue-
rreros de nuestra Edad Media. A el cual pueden aplicársele
cumplidamente aquellas profundas razones del gran Felipe II
al emperador Carlos su padre:
•Quien perdió por fuerza de la fortuna debe estar consolado,
pues contra su prudencia y granilezacon todos los elementos cons-
piró. Ni jamás conviene enojarse con los casos; obre cada uno
lo que le ha tocado, que si dispuso bien obró prósperamente».
Entre los moradores de Málaga los pareceres eran varios.
Uao3, más cautos, previendo su propia ruina y la de sus familias,
muertes, cautiverio, pobreza, convencidos de que toda resisten-
cia era ineficaz, sabiendo cuan benévolamente trataban los re-
césalos que de grado se les rendían, deseaban encomendarse
^ su misericordia y salvarse con cuanto les era querido. Otros
36 más
252 Málaga Musulmana.
más violentos y alentados, quizá más desesperados, proclamá-
banse abiertamente por la resistencia; y no se contentaban con
proclamarla, imponiánla, arrastrando á las masas populares,
siempre inclinadas, especialmente las meridionales, á los recur-
sos extremos; á la vez cerraban los labios á la gente pacífica con
los feos dictados de egoista y cobarde, ó con el apellido de pa-
tria y religión inflamaban sus corazones. Ciertamente la solu-
ción de su empeño era desesperada; pero ¿no era vergonzoso ren-
dirse sin resistencia á sus eternos adversarios? ¿no era inicua
acción cerrar al islamismo español sus comunicaciones con África
por mezquinos intereses? ¿tan imposible seria conseguir auxilios
<ie Boabdil, del Zagal ó de los demás sarracenos? ¿no era más
hidalgo, más honrado, caer luchando briosamente, como hom-
bres libres, que humillar las cervices como esclavos?
Mantenian el fuego de la resistencia los gomeres: atizábanle
bastantes renegados andaluces y castellanos que entre ellos mi-
litaban; gente perdida, homicidas y ladrones, perseguidos por
la justicia, que temian caer en sus garras y sufrir los crueles
suplicios que merecian sus proezas. Ayudábanles en su inicua
tarea todos aquellos sarracenos que se sentían agraviados por los
cristianos; perseguidos róndenos, que viviendo como monfíes en-
tre los breñales de la Serranía buscaron en Málaga campo abier-
to á sus feroces inclinaciones; aloreños motejados de cobardes,
por haberse rendido fácilmente: campesinos arruinados y aldea-
nos despojados de sus fortunas; todos los que en el universal
naufragio de la morisma malagueña habian perdido porvenir,
hogares y familias; la desesperación y la venganza.
Hamet
Parte primera. Capítulo viii.
253
Hamet acaudiUaba el partido de acción: contaba la gente
pacífica con el alcaide Abulkasim ben Comixa, quien respon-
diendo á sus esperanzas se propuso entregar á Málaga. Para
conseguirlo empleó como intermediario á Juan de Robles, al-
caide de Jerez, cautivo en la Axarquia y recientemente cangea-
do por el de Alora, que gozaba de cuantiosa fortuna.
Aben Comixa y Juan de Robles tomaron el camino de Ve-
jez, dejando el primero á un hermano suyo haciendo sus veces
.^n la Alcazaba. Pero desgraciadamente no se trató el negocio
Aan en secreto, que dejaran de saberlo los berberiscos y rene-
„^ados; quienes, clamando traición, amotinaron á sus parciales,
«:>cuparoD con taifas amigas las puertas y fortalezas, entraron
á- viva fuerza en la Alcazaba, dentro de la cual asesinaron al go-
bernador y á varios de los que estaban con él, mientras que á
voz de pregón conminaban en calles v socos con pena capital
á los que trataran de rendición. A la vez proclamaban por al-
caide al Zegrí y por sultán á Abdallah el Zagal, rival de su so-
brino Boabdil en sus pretensiones al solio granadino.
Hamet aceptó el cargo que los suyos le ofrecían, procuró
aumentar el aprovisionamiento de la ciudad, armó á cuantos
(lesearon combatir por su patria, y se preparó para una larga y
sangrienta defensa.
Apenas supo D, Fernando estos sucesos mandó alzar el real
de Vélez y que el ejército se dirigiera á Málaga: al efecto em-
barcóse la artillería y levó anclas la flota, la cual costeando se-
guía la marcha de la hueste, que adelantaba por el estero del
mar. En el mismo dia de su partida llegaron los cristianos á
Bezmiliana,
254 Málaga Musulmana.
Bezmiliana, en donde hicieron alto para pernoctar y prepararse
á invadir los alrededores de Málaga.
Antes de partir de Vélez se habia acercado al marqués de
Cádiz su criado Juan Diaz, presentándole á un moro, reciente-
mente libertado de entre los que defendieron aquella plaza, á
quien llamaban Mahomad Meque — Melakí? — y era natural de
Málaga, en donde vivía con su muger é hijos, con cuantiosa
hacienda y muchos amigos. Diaz que le trataba de antiguo, al
reseñar á su amo cuanto partido podría obtenerse del sarraceno
le dijo:
— Señor, á este debe vuesa señoría fazer mucha honra, que
es caballero de Málaga é tiene en ella mucha parte é puede en
la toma della aprovechar mucho.
Regocijóse el marqués, pues se le ofrecía una excelente oca-
sión en que ganar prez y honor, porque si por su mediación se
conseguía rendir á Málaga sin cerco, realizaba el. ideal de su
monarca, más inclinado á negociar con dádivas y mercedes lo
que solo podia conseguir con sangre de los suyos é inmensos
gastos de su tesoro. Trató, por tanto, al muslim muy honrada-
mente, entablando con él larga plática, en la cual le servían de
intérpretes los adalides tornadizos que le acompañaban; en ella
mostróle cortés y afectuosamente cuan desacertada seria la re-
sistencia de sus paisanos, dado el incontrastable poderío de los
españoles, y le invitó á que interpusiera su influencia para que
se entregaran antes de asentar el cerco.
Convencieron á Mahomad las razones del marqués; nadie
mejor que él podia apreciar la imposibilidad de la resistencia,
nadie
oadie estimar mejor la infortunada suerte que Irás ella espera-
ba á sus compatriotas; por tanto se decidió á servir de media-
dor entre ellos y los cristianos, manifestando á su interlocutor
que esperaba reducir á Málaga ó cuando menos el castillo de
Gibralfaro.
Gozoso el de Cádiz contó al rey lo que ocurría y recibió de
él plenos poderes para que el moro tratara en su nombre;
— Duque, díjole D. Fernando, dejo en vuestras manos este
concierto que lo procuréis é pongo mis tesoros que los repar-
táis en el partido de Málaga, si la podéis haber en mi nombre,
■como vos quisiéredes.
A seguida armó el marqués caballero á Mahomad, para com-
prometerle más en su empeño, vistióle sus propias corazas y
adarga, regalóle su caballo y su lanza, entrególe varios despa-
-chos que acreditaban su misión, y le puso en el camino de Má-
laga, acompañado de otro malagueño pariente suyo, sugeto de
■excelentes prendas, y de Juan Diaz, que manejaba á maravilla
Ja. algarabía moruna.
Las proposiciones de paz no podían ser más tentadoras: sí
Hamet rendia á Gibralfaro dábanle los reyes á Coin y cuatro
"mil doblas de oro; á cada uno de sus dos principales capita-
xies Ibrahim Zenete y Hasan de Santa Cruz, este último criado
■«n Castilla y comensal del marqués, una alquería y dos mil do-
blas; cuatro mil á la guarnición del castillo; á los de la ciudad
lo que quisieran, con tal de que saliesen de ella y se repartie-
ran en las poblaciones de su término (i).
Recibió
(1) Si ladoljla ícgun Clemenoiii en su Kl'»/") -íf ín rñna C.ifú/iwi.Meni. df la Ac
256 Málaga Musulmana.
Recibió Hamet con suma cortesía á los parlamentarios, mos-
tróse pesaroso por no poder aceptar los pactos que se le ofre-
cían y por que no se hubiesen adelantado algunos dias las pro-
posiciones, pues el anterior se habia concertado con los mala-
gueños para la resistencia, habia jurado defender á Málaga á
todo trance, y se tendría por traidor si faltaba á su honrada
palabra; mas apesar de ésto ofreció al marqués que caso de ren-
dirse Gibralfaro á nadie sino á él se lo entregaría; al acabar su
contestación indicó á Mahomad cierta plática secreta que coii
el de Cádiz tuyo en Loja, para asegurar á el noble procer que
su mensaje habia llegado á su destino.
Caia la noche cuando los parlamentarios salian del castilla
y tomaban el camino de la marina; hallaron el ejército acampa-
do en Bezmiliana, atravesaron por entre avanzadas y escuchas^
por entre guardias y retenes, hasta que llegaron á manifestar al
rey y al marqués el resultado de su embajada. Alguna esperan-
za de reducir al Zegrí concebirían ellos, algún nuevo partido le
ofrecerían, cuando D. Fernando les ordenó que al momento
tornaran á departir con él. Pero al aproximarse á Málaga ha-
lláronla en completa conmoción, atalayado el campo, y recorri-
do por rondas y patrullas; mal de su grado hubieron de volver-
se, con riesgo de sus personas, que no hubieran escapado sin
grave daño, á no ampararse de la oscuridad y valerse del cono-
cimiento que tenían del terreno.
Acabadas
de la Hisl. T. VI, página 534 y sig., valía 56 reales y 15 maravedís de los modernos, á Ha-
niel se le oírecian 225,764 reales, á cada uno de sus dos segundos 11 2,882 y á la guarnición
225,764; sumas de consideración que según el valor del dinero entonces eran de grandísi-
ma importancia.
Parte primera. Capítulo viii. 257
Acabadas tan de mala manera estas proposiciones confiden-
ciales, el monarca envió su intimación oficial y pública con Her-
nando del Pulgar, valerosísimo caballero, muy apropósito para
esta clase de peligrosas comisiones por la entereza de su ca-
rácter. Ofrecía el monarca recibir en su gracia á los malague-
ños si se rendían, dándoles muy buen partido; caso contrarío
lo perderían todo, libertad y bienes. Rechazaron los sarracenos
con altivez esta intimación; Hamet contestó á las amenazas del
parlamentario, fque no le habia sido encomendada aquella ciu-
dad para entregarla, como el rey quería, sino para defenderla
como se vería. 1
Con esto reunió D. Fernando su Consejo para tomar una
determinación. En el cual no estuvieron conformes las volunta-
des; alguno de los capitanes opinó que no se debia cercar á Má-
laga, porque no era preciso gastar sangre y oro en su expugna-
ción, pues rendidas todas las poblaciones y campiñas que la
circundaban, dueñas del mar las naves cristianas, su incomuni-
cación la impediría mantenerse firme mucho tiempo y al cabo
la forzaría á entregarse. Impugnaron muchos esta opinión; Má-
laga podia, sin estar cercada, sostenerse mucho tiempo, y su
resistencia prolongaría la guerra, alentando las' esperanzas de
la morísma; sobre todo estaban ya á sus puertas y era punto
de honra sitiarla. Esta última consideración, poderosa entre es-
pañoles, decidió el resultado del debate; poco después el ejér-
cito se puso en movimiento.
Entretanto aprestábase nuestra ciudad al combate; compa-
ñías armadas se esparcían en las torres y en los adarves, ba-
rreábanse
258 Málaga Musulmana.
rreábanse las entradas de las puertas, tapiábanse los portillos^
asestábase al mar y á la campiña toda la artillería, que man-
daba un renegado, no muy perito en su oficio, dice Falencia^
repartiánse las municiones de guerra, y se incendiaban las casaa
de los arrabales próximas á los muros de Gibralfaro ó á la Al-
cazaba, para que no pudieran servir de trincheras á los enemi-
gos. Hamet el Zegrí mandó salir del Gibralfaro tres divisiones
de gomeres que se establecieron, una en los cerros que se le-
vantan á la entrada del camino Nuevo por la parte de la Cale-
ta, para defender el paso de la marina; otra en la depresión
del terreno entre el cerro de S. Cristóbal y el del castillo, don-
de hoy strpentea aquel camino, y la mas numerosa en las fal^
das del S. Cristóbal.
El Lunes 7 de Mayo de 1487 (i) avistáronse moros y cris-
tianos. Doce mil caballos y cincuenta mil peones adelantaban
por la ribera del mar, en el cual las galeras, carabelas, fustas^
galeotas, y multitud de embarcaciones menores, desplegados
sus blancos linos al viento y empujadas por sus remeros, coma
una bandada de gaviotas, seguían los movimientos del ejér-
cito.
Cuadro bien difícil para descrito; los paisages ricos en luz^
en escorzo y colores de nuestras playas de Levante; los cerros
con sus fuertes tintas rojas, parduzcas y violáceas, destacándo-
se sobre el hermoso azul del firmamento, iluminados por la ra-
diante luz de nuestro sol; el mar en calma, como un tranquila
lago,
I O Sostienen Gurtbny y Gaündex de Carvajal que era Jueves 27 de Mayo, aténgome á
l^ertuiMeB de donde tom^ esU indicación.
Parte primera. Capítulo viii. 259
lago, en el que levantaban olas de espuma las quillas de las
embarcaciones y el acompasado remar de los galeotes; el este-
ro de la playa estrecho, tortuoso, por el cual adelantaba la hues-
te cristiana, como una gigantesca sierpe, entre cuyos anillos,
formados por las curvas del terreno, brillaban cascos, capace-
tes, lorigas y hierros de. lanzas; el silencio y la placidez de la
naturaleza animados por el murmullo de tanta muchedumbre,.
por el ronco sonar de los atabales y el agudo tañer de las
trompetas, difícil es describir todo esto, difícil evocar con la
imaginación tan poético cuadro con los tonos y colores, con la
energía y el movimiento propios de la vida.
Para rodear á Málaga no podian los cristianos seguir su mar-
cha por la playa; la estrecha lengua de arena que separaba sus
muros y torres de las olas estaba por completo bajo los fuegos
de sus fortificaciones; mucho más practicable era entrar por el
delicioso vallecito que forma el Arroyo de la Caleta, por la de-
presión donde después se abrió el camino Nuevo y por las espal-
das del San Cristóbal y el Calvario, á caer á la llanada y ribazos
de la ciudad. Los adalides hallaron estos pasos tomados por los
moros y se replegaron al grueso de la gente para advertirlo.
Varias compañías gallegas en dos divisiones pasaron el
Arroyo de la Caleta y acometieron la subida de los cerros que
dan vista al mar; algunos caballeros é hidalgos con sus escude-
ros y vasallos atacaron los atrincheramientos establecidos entre
el cerro de San Cristóbal y Gibralfaro; el maestre de Santiago
quedó en el arroyo con su hueste, guardando las espaldas á los
combatientes.
27 Subieron
26o Málaga Musulmana.
Subieron los gallegos audazmente á lo alto de los cerros,
mas tuvieron que bajarlos despenándose, perseguidos ferozmen-
te por los moros; amparáronlos el comendador mayor de León,
Hurtado de Mendoza, Rodrigo de Ulloa y Garcilaso de la Ve-
ga, que con muchos otros hidalgos de la casa real estaban al
pié de la cuesta, esforzáronlos é hiciéronles tornar á la pelea;
subieron ellos alentadamente, pero volvieron á bajar como an-
tes; el comendador mayor envió entonces á pedir al maestre
gente de á caballo, para ayudar á los denodados peones de Ga-
licia y acometer con ellos, aunque por diversa parte, á la mo-
risma: no consintió el maestre en ello, pues el terreno muy que-
brado no era apropósito para que maniobrara la caballería.
Entretanto los demás atrincheramientos moros sufrían brio-
sas embestidas; acudían sus defensores á todas partes, como
leones enfurecidos, sin cejar un instante, sin dar un momento
paz á las armas; peleaban de suerte, dice Pulgar, que parecían
tener mayor deseo de matar cristianos que de guardar sus vidas; mu-
chas veces saliendo de sus posiciones bajaban >as cuestas, cuan-
do con mas ímpetu subían sus contrarios, y se metían entre
ellos, llegándose á pelear hasta con los puñales. El que caía en
sus manos era hombre muerto; no se daba cuartel, no se ha-
cían prisioneros; no se encontraba en ellos ni míedo ni miseri-
cordia. Sucedíanse las embestidas y las retiradas, zumbaban
en los aires nubes de flechas, retumbaban los ecos de aquellos
cerros con las descargas de la espingardería, gritos, impreca-
ciones y gemidos, prolongándose la lucha más de seis horas.
Durante ellas el ejército, apiñado en el camino del mar, oía'
aquel
Parte primera. Capítulo viii. 26 1
^^ —. — i ^MIM — — - -
aquel espantable estruendo, sin poder averiguar con certeza lo
que pasaba. Los mesnaderos, parados bajo los ardientes rayos
del sol, inquietos, impacientes, desesperados por no emplear ?u
corage en aquel tremendo combate que cerca de ellos se libfa-
ba, inquirian ansiosamente pormenores de la lucha, en la que
tan valerosamente se portaban sus compañeros de armas.
Muchos no supieron contener su impaciencia; varias compa-
ñías de las Hermandades y de otras partes de España, llevan-
do siete banderas, tomaron cuesta arriba los cerros que tenian
á su derocha y vinieron á caer al Arroyo de la Caleta, animan-
do con sus gritos á los combatientes. A la vez el comendador
mayor de León, sus acompañantes y los gallegos, en un esfuer-
zo supremo, ^uben á lo alto de los cerros, de donde tantas ve-
ces fueron rechazados, y el alférez de Mondoñedp Luis de Ma-
zeda se lanza entre los grupos de los sarracenos, con el pendón
de su tierra. Entonces nada ni nadie puede contener á los aco-
metedores; al ver en riesgo de perderse aquella enseña, emble-
ma de su honra, embisten como locos, llevándose por delante
á los moros; los cuales se refugiaron en Gibralfaro, en el que se
entraron también huyendo los que defendían las faldas del San
Cristóbal, dejándose ochenta muertos, que no pudieron recoger,
en aquellas cumbres y hondonadas.
Acabábase el dia y entre los destellos del crepúsculo por
aquellos pasos, regados con sangre generosa, atravesaba segura
la hueste, derramándose después ante los muros malagueños.
La noche y el cansancio de la gente impedían asentar el real;
D. Fernando y sus caballeros permanecieron en vela, armados
de todas
262 Málaga Musulmana.
<le todas afinas, yendo de una á otra parte, para establecer es-
cuchas, guardias y patrullas, mientras que las sombras venían
á procurar algún descanso á los mesnaderos, y á aumentar la an-
siedad de los cercados.
Al dia siguiente se formalizó el sitio: con las numerosas fuer-
zas marítimas y terrestres de Jos cristianos habia más que sufi-
ciente para cerrar el pequeño perímetro de la ciudad. Dividié-
ronse las terrestres en estancias ó cuarteles, mandadas cada una
de ellas por un persfínage de nota por su poder, valimiento ó
esfuerzo, cercando la población desde las playas de U Caleta
á las de San Andrés.
El marqués de Cádiz con dos mil ginetes y catorce mil peo-
nes ocupaba el cerro de San Cristóbal, y las demás eminencias
que miran al mar. Aquel era el sitio de mayor riesgo, y como
tal se hallaba encomendado al valeroso y prudente magnate;
su hueste estaba dividida en varias estancias, mandadas por el
provisor de Villafranca con soldados de las Hermandades, por
D. Martin de Córdova, Hernando de Vega, Garci Bravo al-
caide de Atienza, Pedro Vaca, Carlos de Arellano capitán délos
vasallos de Medinaceli, Hernán Carrillo, Jorge de Beteta alcai-
de de Soria, Miguel Dansa, Francisco de Bovadilla y Diego
López de Ayala. Desde aquel entonces, en memoria del ilustre
magnate que acampó en la Caleta se denominó ésta Caleta del
Marqués.
A estas estancias seguía, frente á la Puerta de Granada, la
del alcaide de los Donceles D. Diego Fernandez de Córdoba;
lugar también peligroso por las muchas fortificaciones que en
el concurrían.
Parte primera. Capítulo viii. 263
el concurrían, obligando á que se agregaran á el alcaide algu-
nos soldados de los duques de Medina Sidonia y Alburquerque.
Próximas á esta se hallaban las estancias de los sevillanos acau-
dillados por el conde de Cifuentes, las del conde de Fería y el
comendador de Calatrava; mas allá alzábanse las tiendas de
el clavero de Calatrava y de Alonso Enriquez caudillo de la
gente ecijana: en la estancia vecina reuníanse el conde de Be-
navente, Pedro Carrillo de Albornoz y la mesnada del arzobis-
po de Sevilla; cerca de ellos se aposentaban el conde de Ure-
ña y D. Alonso de Aguilar; más adelante el duque de Nájera y
Hernán Duque capitán del rey; lindando con estos D. Fadrique
de Toledo con los capitanes Juan de Almaráz y Alonso de Oso-
rio; seguia otra estancia, hacia donde está hoy Zamarrilla, en la
que asistía D. Hurtado de Mendoza con la gente del Cardenal
<ie España; con la cual se unian la del conde de Cabra, la del co-
mendador de León y la de Garci Fernandez Manrique, (orman-
<]o los últimos anillos de aquella fuerte cadena, hacia el conven-
to del Carmen, la del maestre de Alcántara con los capitanes
Antonio de Fonseca y Antonio del Águila, y la del maestre de
Santiago, á quien acompañaba Puertocarrero señor de Palma,
hasta la orilla del mar (1).
En derredor
<1) Medina Conde en sus Cunv. mal. Parle II, pi'ijf. 39, ite empcAa en miañar aillo á
mudias de estas eslaneiuK; pueilescrijuí' en alguna haya accrladn ]>or imlurciun; fespsclo
de las demás no creo que se liaya apoyado inái^ que en su inventiva, bastante fecunda en
nipercberias. Pnlgar, en au Crón. pñg. 'Xñ, que por menudo leseña estas estancias, ape-
nas si Indica la posición de algunas. Por eslo no he seguido las indicaciones de Medina
Conde, con tanta mas razón cuanto que unas veces ha embrollado la reseña de Pulgar, y
otras lo» posleriures dalos de rali' pugnan sblürtainenlp ron omplaiamienlos que aquel
tía sefialadw.
264 MALAGA Musulmana.
En derredor de la ciudad levantóse una estacada con su fo-
so, fortiñcada con grandes canastones llenos de tierra. Cada una
de las estancias se hallaba defendida de igual modo, y tenía va-
rios portillos, unos hacia la ciudad, otros al campo, otros para
comunicarse con los demás acuartelamientos.
Asentóse la tienda del rey hacia la puerta de Granada; dis-
poniánse á plantar las suyas los empleados de su casa, cuando
los moros, disparando sus espingardas y artillería hacia aquel
sitio, les obligaron á levantarla é irse con todas al amparo de
un recuesto en la huerta del Acíbar, cerca de donde hoy está la
iglesia de la Victoria.
Por el mar cerraba el cerco la escuadra mandada por Don
Galcerán de Requesens conde de Trivento, á cuyas órdenes es-
taban Martin Diaz de Mena, Antonio Bernal y Garci López de
Arriarán; por el dia sus naves recorrían la costa y de noche se
reunían, acercándose cuanto les era posible á los muros.
Para plaza tan fuerte como Málaga precisaba emplearse
gran tren de sitio; desembarcaron por tanto de las naos las pie-
zas menores, y el rey mandó traer de Antequera la artillería
gruesa. Y como parecía que el éxito se habia declarado por él,,
á la vez que esta, arribaba á las playas malagueñas D. Ladrón
de Guevara con dos embarcaciones, que desde Flandes envia-
ba Maximiliano, rey de Romanos, archiduque de Austria é hijo»
del emperador Federico III, con varias piezas de bronce de di-
versos calibres, campanas para ponerlas en las poblaciones que
se fueran conquistando, gran cantidad de pólvora, herreros y ar-
tilleros.
Cuantas
Parte primera. Capítulo viii. 265
Cuantas máquinas de guerra se conocían entonces para com-
batir las ciudades otras tantas se emplearon contra la nues-
tra, bien para incendiar ó derribar las casas, bien para socavar
los muros, bien para asaltarlos; cuantos medios de destrucción
se usaban al expirar el siglo XV en la guerra aquí fueron apro-
vechados, trayéndolos de fuera ó construyéndolos entre las pin-
torescas huertas que rodeaban á Málaga. Madera no faltaba,
antes bien proporcionábanla abundantemente la multitud de
árboles frutales que hermoseaban sus contornos ó los magnífi-
cos encinares y castañares que sombreaban sus montes.
Aquí se armaron aquellos enormes cañones llamados lombar-
das^ anchos de boca, más angostos hacia el oido, que dispara-
ban balas de piedra 6 bolaños^ de siete arrobas de peso y cator-
ce pulgadas de diámetro; tragáronlas, con su enorme cureñage
desarmado, multitud de carretas, para cuyo paso hubo que
abrir caminos y echar sobre el Guadalhorce algunos puentes
volantes. Aquí causaron innumerables muertes y ruinas los /al-
cañetes f ribadoquines, cuartagos^ búzanos, culebrinas^ pasavolantes y
cerbatanas^ piezas menores, cuyas balas de hierro ó cuya metra-
lla facilitaban el uso de las mayores. Aquí se efnplearon fre-
cuentemente las espingardas^ que poco tiempo antes sustituye-
ron á las culebrinas de mano^ asegurando más los disparos, por
la adopción de la culata.
A más de estas mortíferas armas los sitiadores emplearon
otras no menos terrible; bastidas ó sea torres de madera, movi-
das por ruedas, algo más altas que los muros, en las que cabían
1
cien hombres, una de cuyas caras formaba hacia lo alto una
pesada
266 MALAGA Musulmana.
pesada compuerta, la cual en cuanto la bastida estaba cerca de
la muralla caia sobre ella, aplastando á los que cogía, y permi-
tiendo que por la cubierta caida, como por un puente levadizo,
saltaran los soldados á los adarves: escalas reales^ aparato for-
mado con gruesos mástiles, fijos verticalmente sobre tablones,
también mas altos que las murallas y movidos por ruedas, á
cuyo extremo superior se subia por medio de cuerdas y poleas
un cajón lleno de soldados, cuando la máquina podia colocarse
cerca del adarve, para que fácilmente saltaran á este, mientras
que probablemente espingarderos y ballesteros limpiaban los
muros con sus descargas: mantas ó tablados muy fuertes, cubier-
tos de pieles frescas, para que no pudiera incendiarlas el ene-
migo, unos verticales, otros horizontales, bajo cuyo amparo se
colocaba la gente que quería aproximarse á la fortaleza: mante-
letes ó sea mantas mas pequeñas, bajo las cuales se guarecían
los soldados individualmente ó por grupos: bancos pinjados^ es-
pecie de tablazón parecida á las anteriores, á cuyo amparo se
llevaba un ariete ó gran viga puntiaguda por un extremo, para
horadar la muralla á fuerza de golpes: trabucos^ que eran unos
esqueletos de madera, en los cuales encajaba una bocina de me-
tal, estivada con nervios de buey, cuya boca se volvía hacia
atrás con un cabrestante, colocábanse en ella gruesas piedras ó
barriles con materias incendiarias, los cuales se arrojaban á lar-
gas distancias, soltando de repente la amarra (i).
Púsose
(i) Para estas noticias me he servido de Almirante, Diccionmño militat*, Madrid 1869,
de Viollet le Duc, Essai si(r l'architecture mililaire aii Moyen Age, París i854. Figuier,
Les met^eilles de la science, Paris i 809, T. II, y sobre todo de la curiosísima Ilustración
Parte primera. Capítulo viii. 267
Púsose al frente del tren de batir á Francisco Ramirez de
Orena ó de Madrid, y su servicio se organizó admirablemente;
muchedumbre de herreros reparaban las armas; hacían los fun-
didores balas; los hacheros procuraban madera, preparábanla
los aserradores, y los carpinteros las aplicaban al cureñage ó á
la construcción de máquinas; los mineros sacaban gruesas pie-
dras que entregaban á los picapedreros para que las desbarata-
ran y redondeasen, á fin de que sirviesen de proyectiles; los
carboneros proveían de combustible á las fraguas, y los espar-
teros hacían sogas y espuertas.
Por otra parte los maestros de hacer pólvora preparábanla
y la encerraban en subterráneos, cavados por trescientos zapa-
dores, quienes dia y noche esmeradamente la custodiaban. Ha-
bía además multitud de carretas que llevaban de uno á otro lado
cuanto era de mucho peso para las acémilas; cada cien carre-
tas tenia sus encargados de dirigirlas á donde convenía y de re-
pararlas.
Escasos mantenimientos para los hombres y forrage para
las caballerías ofrecían los alrededores de Málaga, devastados
durante los anteriores años de constante guerra: ocurrían á esta
perentoria necesidad, grandísima si se tiene en cuenta los mi-
llares de hombres y caballerías que estaban ante nuestra ciu-
dad.
VI de Ciemencin á su Elogio de la Reina Católica, T. VI de las Meni. de la Ac. de la
Hist. En cuanto se refiere á asuntos militares he merecido excelentes indicaciones, tan
importantes como por mi agi^decidas, al Excmo. Sr. D. Pedro de Zea comandante gene-
ral de Málaga, al Sr. D. Domingo de Lizaso comandante de Ingenieros de la misma, y al
Sr. D. Juan Gómez de Molina, capitán de artillería, mi paisano y amigo.
38
268 Málaga Musulmana.
•dad, multitud de naves que traían desde el reino de Sevilla y
aun de más lejos, harina, cebada, paja, y por tierra de diez á ca-
torce mil bestias de carga, divididas en recuas.
Para adelantar el tiempo mandó D. Fernando que de Algeci-
ras le enviasen las piedras de lombarda que D. Alonso XI hizo
labrar, cuando cercó aquella plaza, de las cuales se conserva-
ba gran número.
Documentos contemporáneos nos han guardado los nombres
y ligeras indicaciones biográficas de algunos de aquellos arte-
sanos, que con su inteligencia, con su habilidad y hasta con su
sangre coadyuvaron á la conquista. Ellos nos recuerdan al car-
pintero Pedro Diaz, que construyó una bastida en la huerta cu-
ya propiedad habian de conseguirle sus merecimientos; maestre
Francisco y maestre Ramiro, artilleros, ganaban en las trinche-
ras, el primero la casa del arrabal que ocupó durante el cerco,
el segundo las tierras que gozó más adelante; en su mismo ofi-
cio trabajaban Diego Ortiz Tirado é Iñigo de Espinosa: maes-
tre Sanceo Hanse, alemán, á quien apodaron el Quemado, por ha-
berle maltratado y aun dejado ciego una explosión de pólvora,
consiguió, con sus buenos trabajos y su desgracia, las viñas, tie-
rras y casa que disfrutó después con su esposa Margarita (i).
Toda
(i) Repartimientos de Málaga, T. I, fól. 253, 261, 262, 86, 136, 170 y 413.
Además de éstos se distinguieron en el tren de batir que cercó á Málaga y se les re-
partieron bienes de los moros:
Martin Copin tirador de Fierres de Bré lombarde- JuandeEUcartlombardero.
pertrechos. ro francés. Maestro Jain Picart lom-
Maestro Guillen polvorista. Hénry francés. bardero y afinador de sa-
Maestro Pedro lombarde- Adán Tres id«m. litre.
ro alemán. Guillen Bretolombardero. Guillermo Leroi fundidor
Pedro Aunon lombardero. Juan de Gonesa. de lombardas.
Parte primera. Capítulo viii. 269
Toda la artillería se repartió entre las estancias del campa-
mento. Cinco gruesas lombardas y otras piezas medianas y pe-
queñas, pusiéronse en batería, á lo que entiendo en las estriba-
ciones del cerro de S. Cristóbal y en la cúspide de alguno de los
que caen á espaldas del castillo (2): otras siete lombardas, pro-
bablemente las que se llamaban las Siete hermanas Gimenas^
que serian de gran calibre, se emplazaron frente á la puerta de
Granada. Resistieron los moros cuanto pudieron estos empla-
zamientos, disparando sin cesar contra los artilleros, tanto que
tuvieron que trabajar de noche, ó defendidos por faginas y ta-
blazones.
Treinta dias duraron los preparativos del asedio; habian
creido los moros que el real no se podría abastecer cómodamen-
te de agua, pues seria tanta la que se necesitara que tendrian
que ir á buscarla con mucho riesgo al rio; pero la multitud de
noríasy pozos de las huertas circunvecinas burlaron estas espe-
ranzas.
Dispuesto
Maestre Nicolás ídem, de Tomás Cerdan carretero. Andrés Navarro.
Berna. Pedro Martínez de Orozco Juan de Herrera.
Maestre Juan Felipe lom- idem. Miguel Iluiz.
bardero. Juan de Lope carretero. Sancho de Frias polvorista.
(2) Las estancias del marqués de Cádiz, en las que habia catorce mil peones y dos mil
caballos, comprendían el cerro de S. Cristóbal, los otros cerros que caen á espaldas del
Gibralfáro mirando al mar y el vallecito de la Caleta hasta la playa, espacio necesario pa-
ra acampar tanta gente. No dice Pulgar donde se emplazó la artillería; de ningún modo
creo que faera en lo alto del San Cristóbal, cuya cúspide dista muy cerca de mil metros
del Gibralfáro; bien sabido es que las lombardas se aproximaban todo lo posible á los mu-
roe, paes sas tolanos no hacían de otro modo gran mella en ellos; además en muchos
textos de Pulgar hallo indicaciones de estar la artillería más cerca, por ejemplo cuando
dice que las lombardas derribaron la torre mas alta del castillo y parle del muro; la torre
mas alta no puede ser otra que la de la bateria del Viento^ por lo cual creo que las lom-
bardas estarían en la cúspide de alguno de los cerros á espaldas de esta torre, posición
que no abandonaron los cristianos después de haberles costado tanta sangre el día de su
270 Málaga Musulmana.
Dispuesto el cerco y provisto el real de cuanto se necesita-
ba comenzaron á determinarse las dos tendencias en que fluc-
tuaron los ánimos de los sitiadores desde su principio hasta
el fin. Una, la de la violencia, la de llevarlo todo á sangre y
fuego, aportillar con la artillería los muros, irse al asalto y
acabar de una vez con la morisma; otra, la de encerrar la ciu-
dad en un círculo de hierro, rechazar las salidas, molestarla con
la artillería, dejarla acabar con sus provisiones de boca y gue-
rra, y conseguir su rendición por hambre, ahorrando sangre y
vidas. D. Femando pareció seguir esta última opinión en los
pruneros momentos, pues se contentó con que las lombardas y
trabucos dispararan contra el caserío sus balas ó barricas in-
cendiarias, lentamente, más para aterrorizar que para hacer
gran daño.
Ante la puerta de Granada habia un arrabal poblado de
huertas, torreado y amurallado. En una de sus esquinas se le-
vantaba un torreón, fortaleza al exterior, palacio dentro, pre-
parado para los voluptuosos placeres de los sultanes moros, á
la manera que la torre de las Infantas, preciosa joya del alcá-
zar granadino; el cual lo mismo les servía de deleitoso alber-
gue, que de refugio contra las asonadas y traiciones, tan fre-
cuentes entre sus vasallos.
Protegidos
llegada, y terreno muy apropósito paia emplazar estas piezas, cuya enorme masa era me-
nos difícil de trasportar á la cima de estos cerros que á la considerable altura del S. Cris-
tóbal. Confírma esto Pulgar al decir que acercaron las trincheras á un tiro de piedra de
los muros lo cual no hubieran podido hacer en otro sitio que este dada la disposición del
terreno; al tratar de la batalla donde estuvo á punto de morir el marqués de Cádiz todos
los accidentes de la lucha también confirman mi indicación; no por esto entiendo que solo
en este sitio estuvieran las cinco lombardas y demás piezas menores de las estancias del
marqués; repartidas entre ellas debieron estar batiendo el perímetro del castillo compren-
dido próximamente desde antes de Ton^e Blanca hasta la del Viento.
Parte PRIMERA. Capítulo VIII. 271
Protegidos por esta fortificación salian los malagueños á los
reales, y escondiéndose tras de los setos, de las albarradas ó de
los árboles, disparaban contra los cristianos sus espingardas ó
sus ballestas. Ibánse los sitiadores á ellos, trabábanse reñidas
escaramuzas, y los guerrilleros moros se retiraban, asaeteando
impunemente á sus adversarios. Convenía por tanto apoderar-
se ó destruir las defensas del arrabal; las lombardas comenza-
ron á derribar almenas y á quebrantar la muralla, pero sus ba-
lasjde piedra se estrellaban en la argamasa del torreón, dura
como el granito.
Imaginaron entonces los sevillanos expugnarle por sorpresa.
Venía en la hueste el famoso escalador Ortega de Prado, he-
cho en mil bélicos trances á todo riesgo, para quien no habia
enhiesto muro ó encumbrada torre inasaltable, tanto á la luz
del dia, como entre las tinieblas de la noche, y hasta entre los
aguaceros de alguna espantosa tormenta. Concertáronse para
favorecer su empeño el conde de Cifuentes, Juan de Almaráz,
Hurtado de Luna, Alonso de Medina, Pedro Fernandez Saave-
dra, Diego García de Hinestrosa y mucha gente buena sevillana.
Antes de romper el dia acercáronse cautelosamente al arrabal;
adelantóse Ortega de Prado, puso sus escalas en el torreón, su-
bió alentadamente, y hallándole desguarnecido llamó á sus com-
pañeros; corrieron estos á las escalas, subiendo por ellas atro-
pelladamente; al apuntar el alba ocupaban la plataforma de
la torre.
Mas, ó no pudieron hacerlo con todo sigilo, ó los escuchas
moros los sintieron, cuando á poco se oyó muy cerca confusa al-
garabía
Málaga Musulmana. 272
garabía dando la alarma; acudió muchedumbre de sarracenos;^
recibiéronles los cristianos á tiros y saetazos, y como les era
imposible subir, entraron en las habitaciones bajas del torreón,
poniendo fuego por las ventanas que caian al campamento á-
las escalas que habian traido los sitiadores. Estos atemoriza-
dos tuvieron que retirarse, defendidos por el duque de Nájera
y el comendador de Calatrava, que por mandato del rey ade-
lantaron á socorrerles. Así pasó aquel dia; al siguiente volvie-
ron con otros pertrechos á escalar la plataforma, en cuyas al-
menas clavaron las banderas de sus capitanes.
Los moros, vigilantes y diligentes, sacaron al arrabal unas
lombardas, cuyos tiros derribaron las almenas que daban á la
ciudad, arredraron de aquel lado á los asaltantes y permitieron
que unos zapadores dieran en una esquina de la torre, deján-
dola en trance de ruina. El murallon que unia á estas torres
con las otras estaba aportillado por la artillería cristiana; ha-
cia esta brecha se dirigieron las compañías que apoyaban los
esfuerzos de los asaltantes, encontráronse con la morisma y dis-
putándose el terreno palmo á palmo, adelantando ó retirándo-
se, pelearon todo aquel dia con su noche.
Al siguiente las lombardas malagueñas siguieron, con la len-
titud con que entonces se disparaba por el difícil manejo de es-
tas enormes piezas, desmontando el torreón; al cabo sin el refu-
gio de las almenas tuvieron los escaladores que bajarse á la
habitación inferior, á tiempo que sus contrarios, bien volándo-
le con pólvora, bien zapando sus cimientos, consiguieron derri-
bar gran parte de su mole. De entre sus escombros, de entre
la polvareda
Parte primera. Capítulo viii. 273
la polvareda que estos alzaron y el humo del incendió con que
Jos sarracenos procuraban aniquilar los pertrechos cristianos,
jadeantes, maltrechos, rotas las vestiduras, salian los escalado-
res contra ellos, peleando desesperadamente. Socorriéronles
otros y enseñoreáronse todos de las ruinas, mientras que algu-
nos desde el foso y los muslimes desde el interior del arrabal
luchaban briosamente.
Tres horas duró aquella sangrienta contienda; al cabo tan-
tos españoles acudieron que los sitiados se encerraron en la cin-
glad, perseguidos muy de cerca; mas la victoria fué bien reñida,
pues como refiere el narrador que la celebra «no hubo paso de
aquellos arrabales que no fuese regado con la sangre de los unos
-ó de los otros.»
No por haber perdido estas fortificaciones se acobardaron
»
los malagueños; quienes con constantes escaramuzas ó con sus
audaces guerrilleros molestaban á la continua á los sitiadores.
Los arrabales de la ciudkd, poblados de casas y huertas, cuyas
arboledas, acequias, setos y albarradas, eran perfectamente co-
nocidos por ellos, favorecíanles para herir ó matar cristianos á
mansalva, y para retirarse sin gran riesgo cuando éstos querían
envolverles.
Frente á las estancias de Hurtado de Mendoza, establecí-
das, según parece, donde hoy la Ermita de Zamarrilla, existía
uno de estos arrabales, cuyo muro habia sido aportillado por la
artillería. Metiéronse por la brecha algunos soldados y se apode-
raron de una torre que estaba cerca; después comenzaron á es-
parcirse entre las huertas y casas: acudir los moros, cortarles el
terreno,
274 Málaga Musulmana.
terreno, caer sobre ellos y acuchillarlos fué antes hecho que sos-
pechado: aterráronse los de la torre, abandonáronla y huyeron
llevando á sus espaldas á los irritados muslimes, que les acome-
tían por todas partes desde las casas y desde las huertas. Hur-
tado de Mendoza salvó á muchos de aquellos imprudentes, en-
cerró á los moros en la ciudad, y volvió á apoderarse de la to-
rre (i).
En una de estas escaramuzas murió desastradamente Ortega
de Prado, cumpliendo honradamente con su deber. Cerca de las
estancias del marqués de Cádiz las lombardas habian abierto
brecha én los muros; decidió el audaz escalador meterse por ella
con algunos soldados de su temple, apoyados por mayores fuer-
zas. Con efecto, una madrugada antes de que alborease, empren-
dió con los suyos la ascensión del portillo que creía abandona-
do; desgraciadamente guarnecíale numerosa tropa de balleste-
ros, quienes se dieron tan buena maña que antes de sentirlos
Ortega le atravesaron de un flechazo, envolviendo á sus escala-
dores en un vendabal de saetas. Huyeron ellos aterrorizados, sin
darse cuenta de la desgracia de su gefe; cuyo cuerpo hubiera
caido en poder de la morisma, si cierto Coronel, valiente solda-
do, no le hubiera sacado de entre sus garras.
Sintió
(i) En mi Historia pág. 407, línea penúltima, donde dice Luna leáse Mendoza, que
siguiendo á Lafuente Alcántara en su Hist. del reino de Granada^ T. IV, pág. 15, con-
signé eiTadamente. Medina Conde, Conv. maL, Parte II, pág. 46, indica que la estancia
de Mendoza estuvo frente á Zamarrilla y sostiene que al arrabal que habia en el actual ba-
rrio de la Trinidad se refiere esta escaramuza: muchas probabilidades hay para que aquel
autoi' haya acertado: sin embargo, meditando muchas veces sobre el texto de Pulgar ha
surgido en mi una vaga sospecha, que creo debo consignar, de que Medina Conde se equi-
vocó; pero no teniendo razones precisas en contrario, me limito á indicar esta sospecha,
por si descubrimientos posteriores pudieran desvanecerla ó confirmarla.
Parte primera. Capítulo viii. 275
Sintió D. Fernando por todo extremo la muerte del bravo
escalador que tantos triunfos había proporcionado á su causa,
y ordenó á el conde de Cifuentes que contuviera sus generosos
ímpetus y los de su gente para evitar otras desdichas.
La epidemia que durante los últimos años del siglo XV yer-
mó las poblaciones andaluzas, comenzó á iniciarse en las cer-
canias de Málaga, amenazando penetrar en el real. Muchas ve-
ces también escaseaban en tan grande hueste los mantenimien-
tos, cuando por cualquier accidente se retardaba la llegada de
las recuas ó de las naves. No faltaron por esta causa descon-
tentos; especialmente algunos, gente ruin y de perversa ralea,
tan de poco seso como de miserable condición, que desertaron
entrándose en la ciudad, donde fueron recibidos gozosamente.
Contaban ellos á los cercados, inclinados naturalmente á
creerlos, que el descontento cundía en las mesnadas, espantan-
do los ánimos la proximidad de la peste; que la reina escribía
á su marido instándole para que alzara el sitio y á los magna-
tes para que se lo aconsejaran; que si contando con tan buena
provisión como tenían se afirmaban en la enérgica resolución
de defenderse, pronto se verían libres de ías angustias que los
asediaban. ¡Acción inicua, increíble sino la relataran autores de
nota, que muestra hasta donde llegan las miserias humanas,
surgiendo de entre los más levantados propósitos y aspiraciones!
Con estas lisonjeras esperanzas esforzábanse los moros, aban-
donaban cualquier inclinación á la eqtrega, cerraban brechas,
abrían fosos, y multiplicaban las sangrientas escaramuzas.
No era D. Fernando caudillo que dejara de saber lo que
39 ocurría
276 Málaga Musulmana.
ocurría en la ciudad; por esto apenas fué informado de lo que
en ella se trataba, escribiólo á su esposa, invitándola á venir al
cerco, para demostrar cuan decididos se hallaban á sostenerle.
Apresuró su venida Doña Isabel para cuyo magnánimo corazón
no eran obstáculos las molestias del camino y los riesgos del
campamento; valerosa al par de sus vasallos mostraba varonil
entereza, excitándoles con el prestigio de su nombre y de su
presencia. Por otra parte el dinero, nervio de la guerra, que ella
exclusivamente administraba, se iba agotando, y necesitaba
conferenciar frecuentemente con su marido para procurar inme-
diatos ingresos.
Salieron á esperarla á larga distancia del real el marqués
de Cádiz y el maestre de Santiago, con lo más lucido de su
gente, para servirle de escolta; recibiéronla á la entrada, con
marcial pompa y regio aparato, el monarca con toda la noble-
za. Acogióla ésta con rendidas expresiones de acatamiento,
mostráronle los mesnaderos con sus gozosas aclamaciones
cuanto la amaban, y su benéfica influencia comenzó á sentirse
desde su llegada, trocando el descontento en confianza y regoci-
jo, inspirando valor á los que guerreaban, esperanza á los de-
sesperados, consuelo y energía á los enfermos y heridos. Acom-
pañábanla su hija mayor, el obispo de Avila fr. Hernando de
Talavera, el Cardenal de España D. Pedro Hurtado de Men-
doza con algunos otros prelados y religiosos, su corte, dyeñas
y damas, con buen golpe ,de gente hidalga, que arrancó al so-
siego del hogar y á los deportes cortesanos la resolución de su
amada soberana.
Cuya
Parte primera. Capítulo viii. 277
Cuya tienda se asentó en el ribazo, donde después se erigió
el convento de la Trinidad; lugar algo alejado de la audacia mo-
ra, desde el cual se distinguía mucha parte de las estancias; al-
rededor de ella se agruparon las del Cardenal de España y pro-
bablemente las de los demás prelados, erigiéndose capillas, pro-
vistas de campanas para que los sitiadores acudieran á cumplir
con sus devociones. Cuando los moros oian tañer estas campa-
nas gritaban irónicamente á los soldados de las trincheras, mos-
trando hacia ellas su menosprecio:
— ¿No tenéis vacas y traéis ya cencerros?
Los malagueños vieron aparecer poco después a sus puertas
parlamentarios cristianos, acompañados de un intérprete, que
bien pudo ser aquel judío Simuel, á quien los reyes hicieron
grandes mercedes en Málaga después de la conquista. Manifes-
taron los enviados á los sarracenos que Doña Isabel estaba en el
real, para comprobar su resolución de permanecer frente á la
ciudad hasta expugnarla; indicáronles que se dejaran de vanas
imaginaciones, despreciaran los consejos de los desertores y se
entregaran; ofreciéndoles respetar sus personas y trasladarlos
con sus ropas y alhajas á el África ó á las comarcas españolas
que designasen.
Hamet el Zegrí y su teniente Ali Derbar mandaron retirar-
se á los mensajeros, dando por respuesta á su intimación redo-
blar la vigilancia, aumentar las obras defensivas y agravar las
hostilidades. No era esto solamente fiera obstinación; según
ellos creían si se mantenían firmes vendrían las primeras aguas
del invierno, y con ellas dificultades, molestias y dolencias pa-
ra los
278 Málaga Musulmana.
ra los sitiadores; á la menor tormenta la carencia de puerto en
Málaga produciría el desbarato de la armada, pues por temor á
encallar en la playa se harían las naves mar adentro, permitien-
do que llegaran á la plaza socorros africanos. Resistir á todo
trance alargaba el tiempo, con el cual podia fundadamente es-
perarse algún accidente favorable.
Después organizaron perfectamente la defensa; catorce cua-
drillas de á cien hombres custodiaban las murallas; otras, en
las cuales militaban los más alentados y tenaces, destináronse
á las salidas; varias se encargaron de asistir á los combatien-
tes; repartiéronse armas y se prepararon para darse á la mar
seis albatozaSf ó grandes embarcaciones de dos palos, parecidas
á lo que creo á los místicos^ que hoy van desapareciendo, muy
bien tripuladas y artilladas (i). A la vez, á voz de pregón, vol-
vía á intimarse pena capital contra quien se entendiera con los
cristianos ó se declarara por la rendición.
La gente pacífica aterrorizada no sabía á que parte inclinar-
se; comenzaba á temer más á los gomeres que á los sitiadores,
porque aquellas intimaciones no se quedaron en vanas amena-
zas; algunos que se atrevieron á hablar en pro de la entrega
fueron inmediatamente degollados.
«Era una gran fermosura ver el real por tierra y por mar»
dice Bernaldez. Ciertamente que debía ser bien vistoso y bello
el espectáculo que presentaban nuestra ciudad y sus alrededo-
res durante aquellos dias.
En el
(i) Dozy en su Glossaire des mots espagnols et portugais derives de l'arabe, París —
Leiden 1869, pág. 70, se ocupa de la palabra albatoza, que Dombay tradujo, ttavis major
duobus instructa malis, ó sea buque grande provisto de dos mástiles, del cual cree que
Parte primera. Capítulo viii. 279
En el mar las galeras, galeotas y fustas surcaban las aguas
ante los adarves; á veces alguna de ella adelantaba audazmen-
te, disparaba contra las fortificaciones su artillería, y virando
velozmente, merced al empuje de sus remeros, alejábase con
presteza entre blancas olas de espuma; otras las albatozas, ace-
chando un momento favorable, deslizábanse al amparo de los
muros, y rápidas, como el viento, hechaban á pique barcazas y
faluchos ó maltrataban con sus búzanos y culebrinas á las em-
barcaciones mayores, viniéndose después con igual ligereza ba-
jo los fuegos de la artillería malagueña, que recibía á metralla-
zos á los que se atrevían á seguirlas. Mientras tanto los naos
de trasporte iban ó volvían, lonas al viento, por la ancha mar
tranquila y serena, apenas rizada por leves olas, destacándose
en la lontananza del horizonte, en el cual se distinguían, por una
línea perfectamente determinada, el intenso azul de las aguas
del hermosísimo azul de el cielo.
En tierra veíase la ciudad, ceñida con sus pardas torres y
murallones, coronada severamente por la Alcazaba y Gibralfa-
ro; con su alegre caserío, rematado en millares de azoteas, se-
parado por anchos espacios llenos de verdor, sobre los cuales
se erguían gallardas las palmas, entre multitud de árboles, ála-
mos, higueras, granados, naranjos y limoneros; con sus parra-
les invadiendo desde los patios las azoteas, con los blancos mi-
naretes de sus mezquitas, con las torres de sus mansiones for-
tificadas, con todo ese fantástico y bellísimo aspecto que ofre-
cen las ciudades moriscas.
Más
proviene la palabra patache, Dozy ha coníirmado su opinión en su Supplement aux Bxc-
tiofinatno árabes, T. I, pág. 94.
^So Málaga Musulmana.
Más allá de esto se dilataba la línea del cerco; las trinche-
ras con sus fosos y aibarradas; la pesada mole de las lombar-
das y de las máquinas de batir destacándose entre ellas, ro-
deadas de los artilleros; las estancias formando campamentos
perfectamente marcados, con las pequeñas tiendas de los mcs-
naderos agrupándose alrededor de otras mayores, sobre las cua-
les agitaba el aire flámulas y gallardetes, guiones ó banderas, en
los que campeaban los blasones de las más linajudas familias
españolas; las tiendas reales en sus ribazos, á las cuales concu-
rría lo más granado de la hueste, rodeadas de otras, sino tan
grandes y ricas, harto suntuosas. Por todas partes soldados que
departían, acabada su facción, mientras que otros los releva-
ban; caballeros cubiertos de vistosas armaduras que galopaban
llevando órdenes, religiosos que á la puerta de sus mansiones
de lienzo enfervorizaban á los soldados con sus devotas pláti-
cas y exhortaciones; carretas y acémilas descargando víveres ó
acarreando municiones de guerra.
De aquella extensa línea se alzaba un rumor alegre y ani-
mado, dominado por el martilleo de las fraguas ó el de los car-
pinteros, por los agudos toques de los clarines, por el religioso
tañido de las campanas. A veces un estampido conmovía los
aires, producido por alguna lombarda en las trincheras, á cuyo
horrísono estruendo respondían otros desde los muros, entre la
feroz gritería de los artilleros, que celebraban con sus aclama-
ciones el daño que habían hecho á sus contrarios.
Mas allá, á lo lejos, cerrando este magnífico panorama se
destacaba la sombría masa de la sierra de Mijas, y se extendían
los expléndidos
Parte primera. Capítulo viii. 281
los expléndidos horizontes de nuestra vega, envueltos en una li-
gera niebla, dorada por los rayos del sol.
Muchas veces, cuando he subido para darme cuenta de es-
tos sucesos á los cerros que rodean á Málaga ó á las más altas to-
rres del Gibralfaro, resucitando con la imaginación á través de
los siglos estas bellísimas escenas, he meditado en las pasiones
y sentimientos que agitaban los millares de almas que las anima-
ron; la noble ambición de los reyes; el amor, la aspiración al
renombre que encendía los corazones de los mancebos nobles;
el deseo de engrandecer su viejo solar en los magnates; las es-
peranzas de futuros medros en el pobre mesnadero; el acrecen-
tamiento del catolicismo en los proceres eclesiásticos 6 en los
humildes religiosos. Muchas veces, reconstituyendo con la men-
te la pintoresca ciudad morisca, me han conmovido las pasio-
nes que agitaban á sus habitantes en aquellos dramáticos mo-
mentos; la resolución de los patriotas, quizá feroz, pero noble y
honrada; los raheces manejos de los renegados, temerosos del
castigo que merecían; las mortales congojas de los burgueses,
las quejas y la miseria de los proletarios. Muchas veces me ha
parecido ver en los muros á hombres de corazón magnánimo
preparándose á la muerte, y allá, en el fondo de mansiones sun-
tuosas ó miserables, á las madres estrechando en su regazo á
los pequeñuelos, angustiado el corazón y arrasados en lágrimas
los ojos.
La artillería del marqués de Cádiz había derribado, hacia
el 29 de Mayo, la más alta torre del castillo, otra menor junto
á ella y el lienzo de muro que las unía. Parecía aquella brecha
practicable
282 Málaga Musulmana.
practicable á algunos capitanes de la hueste, entendiendo que
por ella se podía entrar en la fortaleza; repugnaban otros por
aventurado este asalto, creyendo, como así fué, que los moros
tendrían barreado el portillo, y que sería infructuosa cuanta san-
gre se derramara para conseguir aquel empeño. Adoptóse como
término medio entre estos pareceres, que el marqués adelanta-
ra sus trincheras cuanto más pudiera; vino él en ello, más por
punto de honra que de grado, y acercó la trinchera como á un
tiro de piedra de las fortificaciones, aunque juzgaba en su inte-
rior temeraria esta situación.
Probólo así el suceso; los escuderos que durante la noche
aproximaron tanto las avanzadas, rendidos de fatiga, pues en
dos dias no habian descansado ni dormido, se entregaron al
sueño, sin dejar á vista de la fortaleza suficiente vigilancia. No
despreciaron los moros esta feliz ocasión: dos mil, mandados por
Ibrahim Zenete, salen por la brecha, acometen la primera avan-
zada, la rebasan, y ponen en fuga á sus defensores; los cuales
mezclados con ellos, peleando ó huyendo, tropezaron con el mar-
qués que acudía á socorrerlos.
Venía el de Cádiz á pié y armado, con D. Martin de Cór-
doba, Garci Bravo alcaide de Atienza, algunas compañías ga-
llegas y soldados de las Hermandades. Al ver huir á los suyos,
comprendiendo que de su arranque dependía, dado el empuje
que traía la morisma, la seguridad de sus estancias, ordenó á
su alférez que caminara ante él, llevando desplegado su estan-
darte, mientras que poniéndose entre perseguidores y persegui-
dos gritaba á estos últimos:
—Vuelta,
Parte primera. Capítulo viii. 283
— Vuelta, hidalgos, que soy el marqués; á ellos, á ellos; no
temai^.
Al oir aquella voz tan respetada, al ver su bandera en lo
más recio de la pelea, la vergüenza volvió á los que huian, for-
zándoles á hacer olvidar con sus hazañas su cobarde fuga. Lu-
chaban los sarracenos furiosamente; trabáronse unos y otros
hasta pelear cuerpo á cuerpo con las espadas y puñales; el te-
rreno era, por lo quebrado, desfavorable para los cristianos, quié-
nes más que á las heridas, que eran muchas y bien crueles, te-
mían perder pié y despeñarse.
Duró la pelea una buena hora; mayor tiempo durara y más
desastrosa fuera para los sitiadores, sino acudiera muchedum-
bre de soldados que obligaron á los alarbes á recogerse al cas-
tillo. Atestiguaba lo empeñado de la acción el número de heri-
dos y muertos: tuvieron los moros cuatrocientos de éstos y en-
tre los heridos á su jefe; de sus contrarios murieron Garci Bra-
vo, Iñigo López de Medrano señor de Cabanillas, Gabriel de
Sotomayor, Pedro Pamo y Vasco de Meida, capitanes gallegos,
otros tres jefes de las Hermandades, y hasta treinta soldados;
salieron heridos cuatrocientos, entre ellos de una saeta en un
brazo D. Diego Ponce de León hermano del marqués (i).
Mandó éste retraer las trincheras á su primera situación;
mientras
(i) Pulgar dice que el marqués fué el heri«lo de flecha, pero Bemaldez trae tan minu-
ciosas noticias de este lance que hay que aceptarlas sin la menor sospecha: según parece
D. Diego Ponce de León fué también herido en la Axarquia. Lafuente Alcántara puso en
«sta ocasión la mueile de Ortega de Prado; su autoridad me liizo dar crédito á esta indica-
cien; las importantes noticias de Alonso de Patencia, hasta ahora inéditas, prueban que
faé en otra ocasión y probablemente antes.
40
284 Málaga Musulmana.
mientras daba estas órdenes, recogía la gente, hacía retirar el
material de guerra y proveia á la defensa de las antiguas posi-
ciones, conociéronle los moros, y uno de ellos desde el castillo
le disparó su espingarda. Que á estar mas cerca y desarmado
allí tuvieran remate los buenos sucesos de aquel gran capitán;
pero la bala dándole en la adarga, pasándola por entre los cor-
dones, se le quedó amortiguada en el sayo junto al vientre, por
bajo de la coraza.
Mostró el marqués, pasado ya el riesgo, mucha saña por la
escasa vigilancia y el pavor de su gente, reprochándoselo con du-
reza. Así lo merecían, pues, sin su hidalga resolución, cierta-
mente que el estrago en sus estancias hubiera sido grandísimo.
Desde este momento se acrecentó la resistencia de los sitia-
dos; raro el dia en que por varias partes no hicieran salidas con-
tra las estancias; raro el instante en que la artillería cesara en-
su destructora tarea: en todos los cuarteles había que desple-
gar suma vigilancia, estar constantemente armados y prepara-
dos á todo evento; cuando menos se esperaba una turba de sa-
rracenos caia sobre ellos poniendo en grave aprieto á sus guar-
niciones.
Disparando constantemente la artillería se acababa la pól-
vora; enviaron los reyes por ella á Valencia, á Barcelona, á Por-
tugal y hasta á Sicilia, de cuyos puntos vino bastante. También
proveyeron los monarcas á la seguridad de la hueste, acercan-
do las estancias á los muros, después de conquistada mucha
parte de los arrabales, abriendo fosos, levantando estacadas, y
nombrando á Garcilaso de la Vega, Juan de Zúñiga y Diego de
Ataidc,
Ataide, para que recorrieran diariamente el circuito del asedio,
remediasen cualquier daño, oyeran las reclamaciones de todos
y mandaran lo que estimasen más conveniente para el buen or-
den y seguridad de la hueste. En las estancias que desde el Gi-
bralfaro bajaban al mar, donde era imposible hacer fosos, labrá-
ronse unas albarradas con sus portillos, á ñn de que la gente
pudiera moverse más cerca de los muros, á cubierto de sus dis-
paros.
Doña Isabel, siempre solícita del bienestar de sus vasallos,
mandó levantar seis ó siete grandes tiendas que se llamaron el
HasJ>ilal de la Reina, porque en lugar seguro, apartado del tráfa-
go del real y de los riesgos de la lucha, se curaban los heridos
ó los enfermos. En este hospital asistían médicos, boticarios y
sirvientes, que á costa de la egregia soberana procuraban que
aquellos infelices recobraran la salud: entre los cuales se distin-
guió Gonzalo de Avila, á quien después se repartieron casas en
Málaga, y probablemente el boticario Esteban de Buenhora, á
quien se concedió igual merced además del establecimiento de
su farmacia en la Plaza mayor de nuestra ciudad, donde ejerció
su profesión algún tiempo (i).
En la población el cansancio, las muertes, las heridas, la
pertinacia ciistiana, el aparato de fuerzas que cada dia se iba en-
tre los sitiadores acrecentando, ganaban voluntades á la idea
de rendición.
(i) ñepartim. dr MáUigit, T, I. folios 113 y 162.
Adnuiás de osUia niédíuus y citiijnnus rcribicron en Mi'ilagn lii^t'eciamicnloB, sin duda
l^ii' tu asistencia al sitio:
Maestre Antlrís Nuñez del Junn de Honstrrali físico. Maestre Andrés de Pare-
Corral dn^no real. ('itiii^la de Baena físico. des cirujano rpal.
Franriaco SanrJií^z an hijo, Maustre Juan cirujano. Maestit! Pedro cii-ujano.
286 Málaga Musulmana.
de rendición. Conteniánla los feroces gomeres, ajusticiando á los
mas resueltos en proponerla, aprisionando á los tibios en sucias
y lóbregas mazmorras 6 martirizándolos de mil modos.
Apesar de esto la parcialidad pacífica crecía, reuníase y con-
ferenciaba, aunque sigilosamente, enviando sus cartas, atadas á
venablos que disparaban al real, en las que revelaban el estado
de los ánimos, las crueldades de los berberiscos y el propósito de
entregarse, si estos no dominaran. Llegaron á más, enviaron un
mensagero á los reyes para tratar de rendición: sospecháronlo
los exaltados y al tornar el parlamentario quisieron prenderle;
resistióse él y huyó, pero siguiéronle tan de cerca que le dieron
dos cuchilladas, especialmente en una mano, de las que falleció
en el campamento, á donde vino á refugiarse.
Vése, pues, que los partidarios de la resistencia no se des-
cuidaban. Sus comisionados, ya por mar, ya por tierra, de to-
dos modos con gran riesgo, salieron de la ciudad, pasaron por
entre los cristianos y se alejaron buscando la protección de
Boabdil. La escasa afición que á éste habia mostrado Málaga
y el resentimiento que contra ella se le suponía, aconsejaron 4
los enviados servirse del valimiento que con él gozaba el alcai-
de de Almuñecar. Accedió éste á las súplicas de los malague-
ños, y escribió á su sultán manifestándole la angustiosa situa-
ción de Málaga é interesándole para que la socorriera.
Boabdil, á quien mantenía en el solio, constantemente ame-
nazado por su tio el Zagal, la protección de los cristianos, con-
testó cual cumplía á su miserable condición: luchar con los Re-
yes Católicos era luchar con lo imposible: la rendición era pre-
cisa y
Parte primera. Capítulo viii. 287
cisa y conveniente, pues evitaría la total ruina de los cercados;
él por su parte nada podia hacer por éstos, primero por falta
de fuerzas, después porque á entrambos monarcas debia sumo
agradecimiento por sus beneficios.
Si algún hombre de corazón iba entre los embajadores de-
bió encendérsele el rostro de vergüenza ante la degradación de
aquel miserable, viviente y repugnantísimo ejemplo de lo que
pueden las pasiones políticas en un ambicioso. Desesperados
volviéronse á Almuñecar é informaron del fracaso de su misión
i el alcaide. Dióles este al despedirlos cartas para los sitiados,
ratificando las tristes noticias que les llevaban; con lo cual tor-
naron á sus hogares.
Mas no fueron tan afortunados á la entrada como á la salida;
descubiertos por las avanzadas, unos cayeron muertos, otros hu-
yeron, algunos quedaron prisioneros y fueron presentados al
rey con las cartas que traian. Súpose por estas la deplorable si-
tuación de la ciudad: de cinco mil defensores escogidos con que
contaba, mil habian muerto, dos mil estaban inutilizados por he-
ridos 6 enfermos, aumentando con su cuidado el incesante tra-
bajo de los demás; del resto, la parte más granada andaba débil
por lá falta de mantenimientos; además la pólvora habia dismi-
nuido considerablemente.
Mucho debió regocijarse D. Fernando teniendo tan exactas
noticias. Confirmáronlas las que le trajo un muchacho cristia-
no, que estaba en la plaza en rehenes por su padre, á quien los
moros aprisionaron y soltaron después, para que se procurara
su rescate. El muchacho avisado, ágil y nada miedoso, en un
descuido
288 Málaga Musulmana.
descuido de los que le guardaban, salióse por una cloaca de la
ciudad, y se vino al campamento, donde anunció la penuria de
los cercados.
Sirvió mucho á el rey sin duda para adquirir más informes
un moro, que después se bautizó, con el nombre de Fernando
y el apellido del Rey, al parecer malagueño, á quien se dieron
las casas que poseia en nuestra ciudad y además repartimien-
tos tan pingües como á los guardias de los reyes, agradecidos
estos á los servicios que les prestó y á los ardides, dice una real
cédula, que les dio para conquistar á Málaga y otras poblacio-
nes (i).
A pesar de todos estos informes deseó el monarca adquirir
algunos mas precisos; por lo cual, á voz de pregón, se procla-
mó en el real que se gratificaría al que le presentara algún ma-
lagueño. Aguijados por la codicia del premio imaginaron algu-
nos gallegos, de los que servían en las estancias fronteras á Gi-
bralfaro, un medio de ganarle. Todos los dias, á horas marca-
das, salían del castillo unos moros á coger yerba y forrage pa-
ra algunas cabras que tenían dentro de la fortaleza: atisbaron
los gallegos su salida, ocultándose entre los sepulcros del cemen-
terio judío, establecido por aquellas alturas. En efecto, salieron
seis moros desarmados y comenzaron á coger yerba; seguíanles
ávidamente los cristianos, disimulándose entre las piedras délos
túmulos, como si cazaran alimañas silvestres; en momento pro-
picio salteáronles, resistiéndose ellos tan bravamente que antes
de entregarse cuatro perecieron y uno cayó mal herido. Tra-
jéronse
(1) Repartimientos T. I, folio 116 v. y sig.
Parte primera. Capítulo viii. 289
jéronse los gallegos á sus tiendas al que quedó sano, donde qui-
sieron arrebatársele ¡rasgo característico de las costumbres de
entonces! algunos caballeros, para presentarlo al rey y congra-
ciarse con él; negáronse á esto los aprensores valerosamente,
dieron su cautivo al monarca y se llevaron el premio-
Interrogado el moro sobre la situación de Málaga, con hi-
dalga resolución y ánimo de engañar á sus enemigos, contestó
un cúmulo de falsedades; según su dicho la plaza estaba perfec-
tamente provehida, firmes y unidos sus defensores, y había que
esperar largo tiempo para agotar sus recursos y domeñar su re-
solución. Hostigáronle para que dijera la verdad; al cabo, qui-
zá amenazado duramente, confirmó los informes que se tenían.
No era solo aquel infeliz cautivo quien mostraba tan gallar-
da decisión; malagueño hubo que saliendo á los cristianos pi-
diendo bautismo, procuraba engañarles ponderando la buena
provisión de los cercados é indicándoles partes del muro que de-
cían flacas, desguarnecidas y fácilmente asaltables: por fortuna
otros que se venían'al campamento, huyendo del hambre que co-
menzaba á declararse en la población, desengañábanles; la abun-
dancia era mentida y aquellos sitios los más bien guardados.
En el consejo real continuaban divididas las opiniones. Al-
gunos capitanes sostenían la conveniencia de adelantar el asal-
to; la época de las primeras aguas se acercaba, y con lluvias
era imposible todo asedio; si en la ciudad había pocos mante-
nimientos los moros eran de por sí bastante sobrios para hacer-
los durar mucho tiempo; los portillos abiertos en los muros fa-
cilitarían el ataque: debía pues encomendarse la expugnación
ai valor
290 Málaga Musulmana.
al valor más que á la constancia. Mantenían otros lo contrario;
la artillería era escasa, pocas las brechas, por el suelo no había
más que escombros de almenas, aún estaban de pié fuertes to-
rres y extensas cortinas de muros; el asalto pues había de ser
muy sangriento y dudoso su éxito; por otra parte sino les en-
traban á los cercados vituallas, en ciudad tan populosa pronto
se. agotarían las que quedaran; los que opinaban así, entre ellos
Doña Isabel, creían que procedía más la vigilancia y la perse-
verancia que la fuerza.
Tomóse cuanto era razonable de entrambas opiniones. Dis-
pusiéronse como para un asalto; los carpinteros y herreros no
holgaban un momento, haciendo escalas, bastidas y otras má-
quinas; los zapadores emprendieron una obra bien difícil, la de
abrir minas en el campamento que pasaran bajo los muros, ya
para volarlos, ya para meter los soldados en la ciudad. Una
de ellas partía desde las estancias del conde de Benavente y
del duque de N ajera, otra se abrió en los cuarteles del clavero
de Calatrava, otra en los de D. Fadrique de Toledo, otra en los
del conde de Feria, y todas en el trayecto comprendido entre
las puertas de Granada y Antequera. Trabajaban los mineros
por la noche, empleándose centenares de peones en estas cua-
tro minas.
Al mismo tiempo las trincheras se aproximaban á los adar-
ves, la escuadra se acercaba mas á la playa, y estrechábase el
cerco, imposibilitándose toda comunicación de los sitiados con
el exterior. Y porque las naves de trasporte habían sido asalta-
das por las africanas, vinieron de diversos puntos de España
otras
otras muchas, que daban caza á los corsarios y los ahuyentaban
de nuestras aguas.
No veían los musulmanes españoles indiferentes los sufri-
mientos de los malagueños; muchos habia que, amparados por
las treguas, se ocupaban en sus trabajos y mercaderías, entriste-
cido el corazón por las miserias de sus compatriotas, pero sin>
atreverse á socorrerlos; no así otros, más alentados, más patrio-
tas, pues en Guadix contando con el Zagal, excitados por car-
tas de los sitiados, tomaron bastantes muslimes las armas, for-
mando una buena hueste que se dirigió á Málaga.
Pero no contaban con la traición de sus mismos correligio-
narios; creyendo marchar seguros por territorio mahometano
aquellos voluntarios de la fé, que habían ofrecido sus vidas en
holocausto por la patria, nunca podían imaginar que un sultán
moro había de salir á ellos, envolverios, acuchillatlos y ahuyen-
tarlos, á fín de impedirles que atacaran á los cristianos. Así
ocurrió, sin embargo, para eterno baldón de Boabdil, quien des-
barató la expedición, pidiendo albricias por esta proeza indig-
na á los Reyes Católicos, á la vez que les avisaba, como un ruin
Espía, la penuria de la ciudad cercada, y regataba jaeces y ca-
ballos al rey, sedas y perfumes á Doña Isabel. Mostráronsele
ellos agradecidos é hiciéronle grandes mercedes, deferentes en
la apariencia, seguramente despreciándole en el fondo de sus
almas.
No faltaban tampoco traidores en el real, pues frecuente-
mente los cercados recibían avisos cristianos de sucesos, que les
hubieran sido favorables á ser ciertos: á la continua presentá-
41 ban seles
292 Málaga Musulmana.
banseles desertores manifestando que en el campamento se pa-
saba hambre, cuando precisamente los almacenes rebosaban de
vituallas; que la gente andaba descontenta, cuando nunca ha-
bía mostrado mejor ánimo; que eran muy frecuentes las deser-
ciones, cuando á cada momento engrosaban la hueste tropas
de refresco; y que los africanos apresaban ó molestaban las na-
ves enemigas, única cosa en que no mentían.
Confortábanse los moros creyendo tales patrañas, las cua-
les eran bastante menos absurdas que las que les predicaban
sus faquíes exhortándoles á la resistencia, narrándoles en sus
pláticas sueños prodigiosos, excitando su vivaz imaginación me-
ridional con el relato de portentosas apariciones y grandes mi-
lagros, profetizándoles sucesos prósperos, mediante la sobrena-
tural intervención de su santo Profeta, con otros muchos embe-
lecos y embaimientos de la misma laya y jaez.
Mientras tanto agravábase el hambre; acabado el trigo hi-
cieron pan de cebada; tras esto ordenóse que cada uno, so pena
de la vida, declarase los mantenimientos que poseía; así se hi-
zo; algunos que pretendieron engañar en sus declaraciones á
los gomeres fueron degollados y confiscadas sus provisiones. Es-
ta visitas domiciliarias y el natural desorden de aquellos críti-
cos momentos permitieron á los berberiscos ejercer su rapaz
condición, saqueando muchas casas impunemente.
Los que más padecieron fueron los judíos, gente vil y univer-
salmente despreciada, blanco perpetuo del aborrecimiento, de
la envidia ó de la codicia, tanto de los muslimes cuanto de los
cristianos. Ciertamente no me explico como se quedaron en tan
difíciles
«jiftciles días dentro de la ciudad, pues eran bien previstos los
íJesastres que tes amenazaban. Así aconteció efectivamente; ape-
nas se declaró la penuria de provisiones, fueron allanados sus
liogares, délos que sustrajeron los moros las vituallas, dejándo-
les en tal miseria que muchos murieron de inanición.
Crecía cada vez más la necesidad y á compás de ella las
■medidas violentas. Con intervención de los capitanes recogié-
ironse todas las provisiones, almacenáronse á cargo de persona
segura, y se racionó á los que peleaban con cuatro onzas de pan
por la mañana, dos por la noche. Cuantos serían los sufrimien-
tos del resto de la población fácilmente podrán considerarse;
consumiéronse primeramente los caballos y asnos, después pe-
rros, gatos, ratones y otros animales inmundos, cogollos de pal-
mera cocidos y molidos, cortezas de árboles, y hojas de parras
picadas y aliñadas con aceite. Alimentos mal sanos, que pro-
dujeron sus naturales consecuencias, enfermedades graves y
muertes.
Pero manteniánse firmes en su honrosa decisión. No se sa- .
be como habían atravesado las líneas cristianas cartas de Bae-
za, confirmándolos en la resistencia, enalteciendo sus sufrimien-
tos y ofreciéndoles inmediato socorro. Embravecidos por sus
pesares, viéndose acometidos por todas partes, andaban vigilan-
lisimos, aunque cansados y dolientes. Cierto dia sintieron los
azadonazos de los zapadores, que estaban eon sus minas bien
cerca de los muros. De seguida tomaron su resolución, y co-
menzaron á cavar ante ellos un profundo foso, no solo para im-
pedir á las máquinas de guerra llegar al adarve, sino para cor-
tar las
294 Málaga Musulmana.
tar las minas. Quisieron oponérseles los sitiadores con graniza-
das de balas y saetas; pero ellos pusieron ante los cavadores
tablazones y otros parapetos; los cristianos íbanse audazmente
contra ellos para derribarlos ó incendiarlos, y en los seis dias
que duraron estas luchas, cavando unos, defendiéndoles sus ca-
maradas, y acometiéndoles sus enemigos, hubo ocasión en que
llegaron á pelear cuerpo á cuerpo, cayendo en todos estos tran-
ces multitud de heridos y muertos.
Concluido el foso, apercibiéronse los malagueños de que la
mina de D. Fadrique de Toledo se acercaba ya al muro: apre-
suráronse á contraminar, y lo hicieron tan hábilmente que se
encontraron con los zapadores cristianos; al momento los ata-
caron desesperadamente, trabándose entre tinieblas, con el ries-
go de ver desplomarse sobre ellos la mina, un sangriento com-
bate, que acabó con la huida de los sitiadores; posesionáronse
los sitiados de la galería abierta por aquellos, pegaron fuego á
los maderos que sostenian sus paredes, volaron con pólvora
parte de ella y la inutilizaron por completo.
Esta victoria ensoberbeció sus ánimos para cegar las otras
minas. Al efecto, mientras que sus cavadores procuraban encon-
trarse en ellas con los cristianos, hicieron por mar y tierra una
vigorosa salida. Garci Fernandez Manrique, el marqués de Cá-
diz y el alcaide de los Donceles sufrieron los ímpetus de su em-
bestida; el almirante tuvo que enviar embarcaciones pequeñas
artilladas, para apagar los fuegos de los muros y torres, que cau-
saban grave daño en las naves mayores. En una de cuyas es-
caramuzas navales fué herido Garci López de Arriarán, uno de
los capitanes
I los capitanes de naves que mejores servicios prestaron en el
I cerco (i).
Dentro de las minas llegaron por fin á encontrarse los en-
carnizados enemigos, pugnando los españoles por arredrar á
los mahometanos y meterse en la ciudad, los mahometanos por
arrojarlos al campamento, para inutilizar sus trabajos. Duró la
batalla en el mar, sobre la tierra y debajo de ésta, hasta seis
horas; como siempre fuerzas superiores rechazaron á los sarra-
cenos, pero las minas no hallo que sirvieran después de mucho
al propósito de los sitiadores. La entereza que en estas luchas
mostró la morisma inspiró á Pulgar las siguientes razones: teosa
fui dina de notar la osadía que aquella gente bárbara tenía en pelear,
la obediencia que tenían á sus capitanes é su trabajo en reparar sus
diftnsas é su astucia en los engaños de la guerra ¿ la constancia que
¡ivitron en el propósito que comenzaron».
Contrastaba la abundancia en el campamento con la mise-
ria de la ciudad. La flota por mar y el recuage por tierra te-
nían á los cristianos abundantemente provistos; desde los adar-
3 famélicos moros veían blancos montones de harina que
se aízaban entre las tiendas.
A cada momento también llegaban refuerzos importantes
<ie gente noble con sus vasallos y criados, hidalgos con sus escu-
deros, y artesanos buscando trabajo, deseando todos emplear
sus fuerzas, por el momento en bren de la patria, después en el
propio, enriqueciéndose con los despajos de la victoria. Cua-
trocientos soldados entre valencianos, aragoneses y catalanes
^_ entraron
(I) Rtfiartimietüot de Málíuja, T. I, (<
296 Málaga Musulmana.
entraron en los reales con D. Diego de Sandoval marqués de
Denia; la escuadra se aumentó con una nave, capitaneada por
D. Juan Ruiz de Corellan conde de Concentaina, y con tres más
á las órdenes de D. Juan Francés de Próxita conde de Alme-
nara y Aversa, y de Mosen Miguel de Busquet. Los aragoneses y
catalanes, duros de condición, como siempre los crió su tierra,
apenas vieron los muros aquí desalmenados, más allá aporti-
tillados, en ciertas partes totalmente caidos, aconsejaron al rey
que se fuera al asalto y acabara con los sarracenos.
No se quedaron á la zaga de ellos los castellanos en punto
á auxiliar á su reina. Había enviado á aquella campaña su con-
tingente de fuerzas D. Enrique de Guzman duque de Medina
Sidonia; mas al saber que Doña Isabel estaba en el cerco, co-
mo si su presencia fuera imán que atragera las voluntades, pre-
sentóse en él con su hijo D. Juan y con todos los caballeros de
su casa, que eran muchos y buenos. Los reyes gozosos por ha-
ber llegado aquel dia más de cien naves, acrecentaron su júbi-
lo con la presencia de aquel ilustre procer, recibiéronle cariño-
samente, celebráronle la buena voluntad que demostraba su ve-
nida con tan buen acompañamiento; á lo cual contestó el du-
que, entre cortesano y agradecido: *que la necesidad del rey lla-
ma al caballero leal^ aunque el rey no le llame; que él venía allí á
los servir con D. Juan su Jijo y con todos los caballeros que habían
quedado en su tierra^ con la fidelidad que aquellos donde él venía ha-
bían servido á los reyes sus progenitores*.
Después con bizarra generosidad, sabiendo que los monar-
cas escaseaban de dinero, entrególes veinte mil doblas de oro,
que
Parte primera. Capítulo viii. 297
que ellos le agradecieron por todo extremo, teniéndole siempre
en mucho éste servicio. Otras personas también les hicieron al-
gunos empréstitos, pues hallé en los Repartimientos de Málaga
memoria de ellos y de las mercedes con que más adelante fue-
ron reintegradas.
Las tropas de refresco suplieron las bajas en la hueste. Ser-
vían en ésta más de sesenta mil hombres, cuyo número dismi-
nuyeron las muertes, las enfermedades y las deserciones; de los
restantes había muchos rendidos del largo cerco, la continua
vela y los duros trabajos. Toledo, Segovia, Madrid, Alcaráz,
Trujillo, Cáceres, Badajoz, otras muchas poblaciones y caba-
lleros principales recibieron invitaciones de los reyes para que
enviaran sus milicias ó sus mesnadas. Mandó las suyas el du-
que del Infantado; otro tanto hicieron las demás poblaciones,
con lo cual se pudo remediar aquella necesidad.
Por otra parte los monarcas pusieron en el gobierno del cam-
pamento el mismo orden que iban imponiendo en el del Esta-
do. Habían venido á el real bastantes moros mudejares, gente
en la que se podía confiar bien poco, por cuya razón mandaron
despedirlos, temiendo su espionage, algún incendio ó cualquier
otro desmán de su parte.
Establecieron además alcaldes encargados de administrar jus-
ticia, de la policía, y de precaver delitos entre la muchedumbre
agrupada al rededor de Málaga, compuesta de tan diversas clases,
comarcas y genialidades; encomendáronles también la vigilan-
cia de las grandes enramadas que se habían hecho y que se se-
caron con los calores, para evitar que alguien, intencionadamen-
te 6
298 Málaga Musulmana.
te ó por aventura se les prendiera fuego; ordenáronles vigilar
los pozos por si algún malvado se atrevía, como temían muchos,
á envenenar sus aguas, y diéronles facultades para arrojar del
cerco á los que fuesen más dañosos que útiles. Con lo cual, cum-
pliendo aquellos magistrados cuidadosamente con su deber, es-
cusáronse grandes males, evitándose pendencias, heridas y la-
trocinios.
Por este tiempo llegaron al real embajadores del sultán de
Tremecen en África; traían éstos caballos, jaeces y albornoces
riquísimos para D. Fernando, para la reina telas de seda, ajor-
cas de oro y exquisitos aromas. Manifestaron á entrambos mo-
narcas que la fama de su poderío, esparcida entre alarbes, im-
pulsaba á su señor á buscar su amistad, para que los comer-
ciantes tremeeinos pudieran mercadear libremente, sin temor á
las naos españolas. Acogieron los reyes con singular benevolen-
cia y cortesía á los enviados; bajo la condición de que por nin-
gún concepto auxiliaría á los sarracenos granadinos accedieron
á aliarse con su monarca, redactaron sus capitulaciones, y en-
tregaron cartas á los embajadores para los comandantes de su
flota, á fin de que trataran como amigas á las embarcaciones de
Tremecen.
Y como el sultán había manifestado deseos de conocer sus
reales blasones enviáronle un vaciado de su escudo de armas
en cera, grande como la palma de la mano, realzado con oro y
colores. Despidiéronse con esto los embajadores muy satisfe-
chos, no sin haber rogado antes á los reyes que se apiadaran
de los malagueños, y les concedieran el mismo excelente parti-
do, conque
Parte primera. Capítulo viii. 299
dO| conque habían favorecido á las poblaciones musulmanas
hasta entonces conquistadas (i).
Mientras tanto el heroismo de los sitiados conmovía recia-
mente los ánimos de los musulmanes andaluces. En aldeas mi-
serables, en populosas ciudades, en los socos, en los campos,,
alrededor del hogar, celebrábanse tristemente sus valentísimas
proezas y se maldecia del nombre cristiano. Aunque humilla-
dos y pobres, aunque convencidos de la superioridad de sus ene-
migos, no escaseaba entre los muslimes gente animosa, que se
brindara á compartir las desventuras de sus correligionarios;
faltóles dirección, que á tenerla más costoso hubiera sido el
triunfo de la Reconquista.
En una aldea de la jurisdicción de Guadix vivía por enton-
ces un morabito ó santón, yá entrado en años, natural de la
ciudad de Guerba en Túnez, á quien llamaban Ibrahim Alguer-
bi; hacía vida penitente retirado del mundo, entregado á los
deleites místicos de la oración, al deleite, supremo para todo
mahometano, de contemplar á Dios. Teníanle en aquellas par-
tes por santo, venerábanle, y ponían en él la confianza que ea
ésta clase de santones han puesto siempre los sarracenos.
Cierto dia rompió Ibrahim su retiro; exaltado hasta el pa-
roxismo salió por campos y alquerías anunciando que una ce-
leste aparición le habia revelado en sueños, que los de Málaga
conseguirían á poco una brillante victoria; y diría verdad, simu-
lada por su fantasía, escitada con el retiro y la abstinencia.
Además
(i) Merder: Histoire de Vetablissement des árabes dans l*Afrique sept, cap. IX.
42
300 Málaga Musulmana.
Además de esto proclamaba el chihed^ la guerra santa; en nom-
bre de Allah y de su santo Profeta llamaba á las armas á cuan-
tos hombres de corazón quisieran seguirle. Entre berberiscos y
andaluces uniéronse á él hasta cuatrocientos, con los cuales an-
dando á campo traviesa, por sendas y trochas escusadas, por
entre montes y breñas, para ocultar su marcha, llegaron á dar
vista á las estancias cristianas.
Ante ellas acordaron separarse en dos grupos; uno seguiría
la lengua del agua, desde la Caleta por entre los cuarteles del
marqués de Cádiz, hasta meterse en la ciudad; otro acometería
las estancias más cercanas al Gibralfaro. No puede asegurarse
si sabian sus camaradas los intentos de Ibrahim, ni si en la ciu-
dad los esperaban; lo cierto fué que aquel dia al apuntar el al-
ba las gentes del marqués despertaron sobresaltadas á las vo-
ces de alarma de los escuchas y vigías, quienes tuvieron que re-
sistir las furiosas embestidas de los moros que les atacaban por
las espaldas, mientras que otros saltando velozmente por entre
tapias y vallados, pasando como blancos fantasmas por entre
las tiendas, acuchillando al paso al desdichado mesnadero que
entre asombrado y soñoliento corría armándose hacia donde se
oía el tumulto, pasaban las trhicheras, poníanse al amparo de
los muros, y poco después entraban en la ciudad. A la cual lle-
garon sanos y salvos hasta doscientos, cargados con pólvora y
algunas vituallas.
Mientras tanto los doscientos restantes peleaban bravamen-
te; después, conseguido su objeto, unos huían, otros menos afor-
tunados caían heridos ó muertos. Al reconocer los cristianos el
campo,
campo, acabada la batalla, hallaron á un moro con los brazos
alzados al cielo, en actitud de orar devotamente. Era Ibrahim
rAlguerbi, que durante aquellos terribles momentos, oyendo aco-
meter y viendo degollar á sus compañeros, con la muerte sus-
pendida sobre su cabeza, no olvidaba sus devociones mahome-
tanas y hacía las rikas ó genuflexiones de la oración de azzohh, una
de ¡as cinco diarias que debe hacer todo musulmán. Probable-
inente pediría en aquella plegaria á Allah que concediera buen
éxito á un proyecto, concebido en su retiro de Guadix, bárbara
aunque heroico, el de dar su vida por la causa muslímica, pero
asesinando antes á los poderosos soberanos, que tales estragos
hacían entre los ñeles creyentes, matando á hierro á los que
amenazaban pasar á cuchillo ó reducir al cautiverio á los mí-
seros malagueños.
Lleváronle los soldados al marqués de Cádiz; éste al ver an-
te sí aquel viejo harapiento, informóse por medio de sus intér-
pretes de quien era; el contestó que por revelación divina sabia
que Málaga debia entregarse dentro de siete. Rióse D. Rodrigo
pensando en que ruin persona habia puesto el Dios de los rao-
ros su conñanza, y preguntó al morabito que si los siete eraa
sños, meses, semanas ó días; respondió Ibrahim que no eran
años, ni meses, sino semanas ó dias; pero que no revelaría su
secreto más que á los reyes. Creyó el marqués falto de juicio á
aquel desdichado, hizo gran desprecio de él, dispuesto á que se
'o quitaran de delante, pero tanto le dijeron los que le acompa-
ñaban, que contra su voluntad lo envió á los monarcas con su
adalid Luis Amar y otros soldados.
Iba
302 Málaga Musulmana.
Iba el moro entre ellos envuelto en sus amplias ropas; es-
citado por la hazaña que revolvía en su mente llevaba alterado
el rostro y torva la mirada; sabido en el real que la gente del
marqués traía preso á un santón, acudían muchos á verle, y des-
pués de contemplarle le seguían con burla y mofa; reíanse unos
de su poco seso, otros de su rara catadura, mas ninguno ima-
ginaba lo que aquel despreciado sugeto iba meditando.
Llegaron así á la tienda del rey. Este, por fortuna, acaba-
do de comer sesteaba; lleváronle á la de la reina, y la miseri-
cordia de Dios hizo que la magnánima señora, solícita en dar
audiencia ¿ cuantos la pedían, no quisiera concederla al moro,
mandando que le tuvieran apartado hasta que D. Fernando des-
pertase.
Los de la escolta deseosos de divertir á algún magnate con
la presencia del morabito, entráronle en la tienda donde posa-
ban Doña Beatriz de Bovadilla marquesa de Moya y Doña Fe-
lipa muger de D. Alvaro de Portugal, hijo del duque de Bra-
ganza, quien, por lo que se dice, andaba desnaturalizado ó des-
terrado de Lisboa. Jugaban D. Alvaro y Doña Beatriz al aje-
drez; suspendieron su juego al ver entrar al moro, cuyo aspecto,
cada vez más torvo y sombrío, mejor que contento y burla ins-
piraba miedo.
Ibrahim, que no hablaba castellano, viendo la tienda rica-
mente aderezada, los lujosos trages de ambos jugadores y el aca-
tamiento que les mostraban sus acompañantes, dióles ptpr los
reyes, y se dispuso á poner por obra su terrible resolución. Te-
niéndole en poco habíanle dejado imprudentemente llevar en
la cintura
Parte primera. Capítulo viii.
la cintura un terciado, especie de alfange corto y ancho; creyó la
marquesa advertir que pedia agua, mandósela dar, mas al tomar
el jarro, rápido como el pensamiento, arrojóle, y desenvainando
su alfange dio con él en la cabeza á D. Alvaro, que se desplo-
mó en tierra, bañado en sangre: asegundó sus golpes contra la
de Moya; pero de una parte ios palos de la tienda dificultándo-
le el manejo de su arma, de otra los vestidos recamados de aque-
lla señora, probablemente la propia turbación, le impidieron
herirla. Pero sin duda acabara con su vida, si fr. Juan de Be-
lalcázar y Ruy López de Toledo, que estaban presentes, no se
abrazaran á él para sugetarle.
A los gritos de Doña Beatriz y al sentir la briega de la lu-
cha, acudieron Martin de Sena, Luis Amar y Tristan de Rive-
ra, que sacaron afuera á Ibrahim; agolpáronse á él muchos sol-
dados, quienes oyendo lo que hizo le hicieron pedazos con sus
espadas.
Alborotóse el real con el suceso; la marquesa de Moya salió
de su tienda implorando con grandes voces socorro; el rey que
dormía saltó de su lecho precipitadamente, y envuelto en la col-
cha sobre la cual descansaba, espada en mano presentóse á la
puerta de su tienda; acudió Dona Isabel é informados del caso,
mientras se curaba al herido y se tranquilizaba la de Moya,
mostraron sentimiento por la muerte del moro, deplorando que
los soldados la hubieran dado atropelladamente á hombre tan
Valeroso.
Los restos de Ibrahim pusiéronlos — imprudenter, dice un es-
critor coetáneo — en un trabuco y con su empuje los lanzaron al
interior
304 Málaga Musulmana.
interior de la ciudad, gritando los artilleros á los moros que se
veían entre las almenas:
t — Ahí lo lleváis; vino por tierra y os lo mandamos por el
aire.
A poco salía por las puertas de la ciudad, cargado con un
bulto, un asno, el cual hostigado por los sarracenos se encamina-
ba á las trincheras; cuando llegó á ellas vieron que traía el ca-
dáver de un caballero galle¿^o, persona de suposición, á quien
cautivaron en Vélez; sus heridas y su aspecto probaban cuanto
le hicieron padecer los moros, antes de arrancarle la vida, en
venganza de la que á Ibrahim quitaron los españoles. Los mo-
narcas enterraron honradamente á aquel desgraciado, juraron
ajusticiar á sus asesinos en cuanto expugnaran la ciudad, averi-
guaron cuya era su familia,, y le hicieron mucha honra, galardo-
nándola por el martirio de su deudo con varias mercedes.
Los malagueños por su parte recogieron los restos de Ibra-
him, cosiéronlos con hilo de seda, laváronlos con aguas aroma-
ticas, le amortajaron, y haciendo sobre el cuerpo gran duelo,
con llanto y tristeza, le sepultaron.
Para evitar otro atentado ordenóse en el campamento que
á más de los guardias que velaban dia y noche cerca de las
tiendas reales, asistiesen á ellas doscientos hijosdalgos castella-
nos y aragoneses con sus gentes; que no se permitiera á moro
alguno andar entre las estancias sin anuencia de los alcaldes^
y que en ningún caso se acercaran á donde moraban los mo-
narcas.
Instaban estos á los malagueños para que no se defendieran
por
Parte primera. Capítulo viii. 305
por más tiempo; resistíanse ellos, fiando como siempre en los in-
formes de algunos desertores que les aseguraban el inmediato
alzamiento del cerco, si se sostenían algo más, pues menudea-
ban entre los sitiadores las muertes y heridas, y aun había en-
tre ellos temores de que arreciaran ciertas enfermedades sospe-
chosas que comenzaban á indicarse. Por esto volvióse á tratar
en consejo si se prolongaba el sitio, dejando al hambre pelear
contra los cercados ó si se decretaba el asalto; oponíase á esto
último como antes Doña Isabel, procurando cuidadosamente
por la salud de los suyos.
El comendador de León D. Gutierre de Cárdenas, para
evitar los continuos rebatos de los sitiados, acercó sus trin-
cheras al muro, tanto que las puso á tiro de piedra, labrando de
trecho en trecho baluartes, para defender á sus gentes de las
embestidas de los sarracenos. Estos desde el adarve durante
los trabajos lanzaban contra sus soldados piedras y venablos, y
les acometían, pugnando por rechazarlos. Saliéronles vanos sus
esfuerzos; las trincheras se aproximaron, los baluartes se labra-
ron; de allí adelante por aquella parte no pudieron hacer sali-
'ías los moros, consiguiéndose además que dejaran de cavar en
«I ancho foso, emprendido hacía tiempo por delante de las mu-
rallas.
Encendióse también la lucha junto á la puerta de Granada;
parte de los muros y torres del arrabal, que habia frente á ella,
estaban por los cristianos, parte por los muslimes; los cuales
poseían dos torres que dominaban la entrada de aquella puerta.
i-os sitiadores ansiando apoderarse de ellas las maltrataron con-
siderablemente
3o6 Málaga Musulmana.
siderablemente con sus tiros, forzando á su guarnición á dejar-
las; pero desde otras próximas los espingarderos y ballesteros
moros imposibilitaban el acceso á ellas, quedando por tanto
abandonadas, sin que nadie se atreviera á ocuparlas.
Pero nada pudo el miedo con Ruy López de Toledo, á quien
tantas veces alabé como soldado valiente, y á quien el gran
cardenal Mendoza comparaba con Macabeo en lo animoso.
Ruy López invitó á otros caballeros para escalar ambas torres,
y en hora propicia aferraron á ellas sus escalas; acudieron de-
seguida los moros, subiéronse por dentro á las plataformas, desa-
ferráronlas, y dieron con ellas y con los que por ellas subían en
tierra, derribando sobre los asaltantes gruesas piedras. Los si-
tiadores desde fuera procuraban barrer las plataformas con
descargas de espingardería; consiguieron por fin colocar de nue-
vo las escalas, por las cuales llegó á poner osadamente su plan-
ta en el adarve el caballero Pedro de Quejana; dio en él la mo-
risma, defendióse como bueno, pero no pudiendo ser socorrido
murió en lo alto.
Por fin con brioso arranque sus camaradas asaltaron las to-
rres, de las cuales ahuyentaron á la morisma. Esta sin arre-
drarse volvió cargada de leña, hacinóla al pié de los muros y
prendióle fuego, mientras que por varias partes asaeteaba á sus
enemigos, quiénes, medio asfixiados y cegados por el humo, tu-
vieron que retirarse.
Probablemente en una de estas acciones recibió las heridas
que le ocasionaron la muerte el comendador frey Alonso del
Águila, que fué sepultado el convento franciscano de Ciudad Ro-
drigo,
Parte primera. Capítulo vin.
drigo, donde se le puso honroso epitafio: en estos combates, que
»e alargaron muchas horas, murieron también el comendador
Juan de Virués, Alonso de Santülan y Diego de Mazariegos,
& más de seis hidalgos de la casa real y otros de mucha nota.
Solas, medio derruidas, ensangrentadas, y ennegrecidas por
el incendio, quedaron aquellas dos torres, teatro de la valentía
«spañola, muslim y cristiana, sin que nadie consiguiera ocupar-
las.
Hubiera querido el rey dar el asalto el dia de Santiago; pe-
3 de una parte la oposición de Dona Isabel, de otra la incer-
idumbre del triunfo, retrajéronle de su pensamiento: dispuso
ues mantener el asedio, para que el hambre y las continuas es-
caramuzas acabaran con la tenacidad de los cercados.
No creía tampoco que la ciudad estuviera reducida al mise-
rable extremo en que se hallaba; no daba completo asenso á los
malagueños, que saliéndose secretamente de elía se le presen-
taban, dando su libertad y exponiendo la vida por un pedazo
de pan; decíanle ellos que sus convecinos estaban desespera-
dos, que ya no comían más que animales inmundos, que los go-
nieres entraban en las casas, derribaban tabiques, rompian ar-
cas y atropellaban por todo buscando mantenimientos.
No prestaba D. Fernando entero crédito á estas especies,
pues á cada íastar.te veía á los sitiados pelear esforzadamente
en las minas ó en los adarves, escaramuzar en las trincheras, y
■lar bastante que hacer por mar á su escuadra. Pero no por es-
to eran menos ciertas aquellas indicaciones; en Málaga los ve-
cinos perecían de hambre; tanto que el artesanazgo murmuraba
43 ya
3o8 Málaga Musulmana.
ya públicamente y sin rebozo de los que resistian, y los burgue-
ses igualmente, sin que sus contrarios se atrevieran como antes
á castigarlos. Mantenía, sin embargo, el fuego de la resistencia
cierto faquí, á quien, por lo que en sus sermones decia, se ha-
bia presentado Mahoma en sueños, ofreciéndole que si Málaga
<:ontinuaba firme hasta cuarenta dias, acabaría el cerco, y los
sitiados satisfarían su hambre con los montones de harina que
se descubrían desde los adarves.
Apesar de esto, hombres mas avisados y menos crédulos
que la multitud juzgaron llegado el momento de tomar una de-
-cision. Entre los mercaderes más ricos de Málaga había uno
que gozaba de excelente reputación con sus compatriotas. Lla-
mábanle Ali Dordux, quiep según se cree perteneció á la familia
real granadina (i); dadivoso y caritativo, aminoró con sus li-
mosnas durante el sitio la miseria de los menesterosos, con lo
cual acrecentó en gran manera su popularidad; teniásele ade-
más
(i) Marqués de Valdeflores, Mem. hist, de la ciudad de Málaga. En uno de los apan-
tes que forman este M. S. he hallado una genealogía de Ali Dordux, que viene á corrobo-
rar lo que de él dijo Lafuente Alcántara en su Hisl. del reino de Gran., T. lY, pág. 7.
Según aquella genealogía, de Mohammed el Izquiet*dOj décimo cuarto sultán granadino,
descendía Sidi Ali ben Siyad abul Fac Dordux padi'e de nuestro Ali; éste lo fué de Moham-
med Dordux, quien bautizado, como diré adelante, se llamó D. Femando de Málaga, y su
muger Doña Isabel; hijos suyos fueron D. Luis de Málaga capitán y regidor, y Doña María
de Málaga; de aquel nacieron D. Juan y D. Femando de Málaga capitanes y regidores; del
D. Juan D. Luis de Málaga y D. Fernando de Málaga y Leiva capitán y regidor, de éste
D. Gabriel de Málaga casado con Doña Leonor León Arellano y D. Luis de Málaga. De
D. Femando de Málaga y Leiva sale una rama á la que pertenece D. Juan de Málaga y Lei-
va, del cual nacen D. Juan Carlos ausente en Indias, Doña María Manuela, D. Luis Jor-
ge y Doña Margarita Francisca; de ésta D. Francisco de Molina y Málaga, de éste D. Ma-
nuel de Molina Málaga y Doña Isidra, casada con D. Agustín Brevel. La otra rama de ésta
familia, que parte de D. Gabriel de Málaga, produce de éste á D. Juan de Málaga, en cuyo
punto concluye la noticia de Valdeflores. En mi obra Málaga Moderna que preparo, me
propongo hacer curiosas indicaciones sobre ésta familia, en la relación que contiene de
otras ilustres malagueñas.
Parte primera. Capítulo vin.
¡tnás por hombre discreto, sagaz y de buen consejo, mas nó por
llbelicoso. Cuantos desde los primeros momentos ansiaban la ren-
jdicion tenían en él puesta la mira; por lo cual tratáronse con
1^1 muchas planes de entrega, mientras amenazaban las iras de
9k>s berbenes; después que el mal éxito de la resistencia iba
anostrando la generosa locura del partido de acción, había opi-
Ptiado en la chamaa, ó sea en el consejo municipal, por la rendi-
Icion.
Lo mismo sostenían el faquí Ibrahim Alhariz y Amer ben
Amer comerciante muy rico, quienes, sin duda escitados por los
malagueños, tuvieron una entrevista con Hamet el Zegrí, en la
cual le hablaron enérgica y razonadamente, representándole la
triste situación de nuestra ciudad, según la cual ó había que
perecer de hambre ó que rendirse; ni el Zagal, ni los moros an-
daluces ó africanos, mucho menos Boabdil, habían de auxiliar-
les; resistir solos, diezmados por la guerra, por la miseria, por
el hambre, al incontrastable poderío cristiano era necedad apu-
rada, más que generosa locura; si querían convencerse una vez
más, si todavía soñaban con vencer, había que pelear en el cam-
po, y no estarse encerrados en la ciudad, si inactivos consu-
miendo los mantenimientos, sí escaramuzando derramando san-
gre inútilmente é irritando más á sus enemigos; en todo caso
dando razones á estos para hacer durísima la rendición.
Apenado y sombrío oyó aquellas razones el Zegrí: los llan-
tos de las mujeres y de los niños, la actitud triste y recelosa de
'amasa popular, revelábanle desconfianzas y aborrecimiento,
acusándole como causador de sus desdichas. Pocos estaban á
la altura
3IO Málaga Musulmana.
la altura de su resolución; morir sin entregarse era su empeño;
su propósito luchar contra la desventura hasta el último soplo
de su existencia; pero do quiera que volvía los ojos no hallaba
soldados, einó mercaderes. Sin embargo su gente se le mostró
tan alentada como siempre, quien por temor á la suerte que le
aguardaba, quien por una vaga esperanza, muchos por valen-
tía. Hombre hubo, digno de los héroes de Sagunto, de Astapa 6
de Numancia, que sin conocer siquiera los nombres de estos
pueblos, propuso degollar á los cautivos cristianos, hacer lo
propio con los niños, mugeres, ancianos, heridos ó enfermos,
juntar unos cuantos escuadrones, incendiar la población, y en
un arranque supremo morir desesperadamente matando sitia-
dores; acabar aquella heroica resistencia con el suicidio de to-
do un pueblo.
En esto otro desastre vino á aumentar la miserable situa-
ción de los malagueños. Unía ambas orillas del rio Guadalme-
dina, frente á donde después se labró el convento de Santo Do-
mingo, un puente de cuatro arcos, en cuyas cabezas habia dos
torres, unida la una con la muralla baja, barrera que decian los
antiguos, falsa braga que dicen nuestros ingenieros; la otra en
el opuesto extremo daba al campo. Comprendiendo D. Fernan-
do cuan favorable le seria apoderarse de ellas, ordenó expugnar-
las á Francisco Ramirez de Orena, general de artillería.
Hábil y entendido á más de valeroso, recibió Ramirez con
alegría un encargo que tanta gloria podia proporcionarle; medi-
tando en los medios que pondría por obra para darle cima, dur-
mióse y vio en sueños, entre celestes resplandores, á San Ono-
fre, de
Parte primera. Capítulo viii.
31Í
fre, de quien era muy devoto, que le ofrecía sangrienta, aunque
segura victoria (1). Robustecido el ánimo con esta celestial pro-
mesa, levantó unas cuantas trincheras frente á la torre que da-
ba al campo, emplazó varias piezas mayores y menores contra
ella, resguardólas con mantas y fagina, y rompió el fuego. A la
vez, con gran sigilo y diligencia, minó el terreno hábilmente;
cuando llegó el momento del ataque definitivo que preparaba
sus zapadores tenian ya horadado hasta el suelo de la torre,
contra cuya bóveda asestaron un cuartago ó cañón, bastante
bien cargado.
Mientras que los moros que estaban en la plataforma se de-
fendían animosamente, llegaban los cristianos con sus escalas,
y cuando solo pensaban en rechazarlos, una detonación horri-
ble, partiendo del centro de la torre, heló su sangre en las venas;
los escombros de cuasi toda la plataforma volaban por los aires
con los destrozados miembros de cuatro de sus defensores, que
caían después al interior, donde yacía el cuartago, causador de
aquel desastre.
Rota la bóveda, cuarteado el edificio, á punto de ser esca-
lado el muro é indudablemente aterrados, huyeron los moros
.^____ de la
(ll De la rision Ae S. Onofre ¿ KraDciuco IlamircE de Orena se ocupaioii Siguen» en
w Crónica de S. Gei^mmu, Parte III, Ubi-o I, cap, XX y así mismo üeróniíno de Quinta-
oiensii Hútoria de Madrid. Enti'e los cristianos, uurnu cntic los moi'oa, los crcuncías,
W- «1 «toa li«in|His SI' ¡urstaban tanlo i lo maravilloso, engendraban ensueñas, aparícío-
W 1 tirofeciw, qnc i^onlriliayeron no poco á la persistencia y valor de unos y otros, para
tonuguir fsüs fines. En el M. f>. de Morejon, <[u^ tuvu la fortuna de encontrar, lie hallado
10 1>e([ueno caj'ltiilo i'eterenle ¿ estas viaiones y predicciones, algunas bien rcspelAbles
1^ lus catúlirus, si()aiar uo sea mi» que jior i'ulratar con todo su colorido Ins scnllmion-
*" fiJigiosos de nuustnis antepasados, como ísln de S. Onofre, corao la de la Virgen i los
■»¡w lliiidolcB su triunfo, como lude otro religioso i^ue & iRrga distancia loanuneiil; otras
"'frecen menos eonsidcrarion, como la profecía do t'i-Jtii'.isro Juutii]» en su Es¡<i'jo de As-
""^"¡/fOiT. I, lib. IV, cap. U, según dice Moi-ejoiu
312 Málaga Musulmana.
de la torre; apenas se cerraba tras ellos la puerta de la del otro
extremo, aparecían los cristianos en lo alto de la que abando-
naban. Entonces comenzó de torre á torre un combate terrible;
granizadas de balas barrían el puente impidiendo á los cristia-
nos atravesarlo, mientras que la metralla mora apagaba los fue-
gos de su artillería. Pero nada arredraba á los sitiadores, ni á
su gefe, aún después de haber sido herido éste en la cabeza; reti-
rándose unas veces, adelantando otras, pudieron levantar hacia
el comedio del puente una barricada, tras de la cual disparaban
contra el torreón; al fin, arrostrando los tiros de la artillería
malagueña, perfectamente dirigidos aquel dia, entraron en él,
clavando en sus almenas el estandarte de Santiago.
Habían conseguido además otra victoria, pues en la acción
murieron Abderrahman y Mohammed, valerosos capitanes, cu-
yo ardimiento encendía los ánimos de sus soldados; su pér-
dida fué muy llorada y tenida por tan importante, que á ella se
atribuyó no escasa parte en la de la ciudad.
Poco tiempo después, ganada ya Málaga, bajo aquella bó-
veda destruida, dentro de aquel torreón desalmenado, aporti-
llado por las lombardas, quebrantado por la explosión de el cuar-
tago, Fernando V de Aragón con toda su corte, en imponente ce-
remonia, confería al valeroso Ramirez de Orena la ambicionada
orden de caballería (i).
Las
(1) £1 blasón que se le concedió por entonces, según Pellicer en su Memorial de la ca-
sa y sef^vicios de D. loseph Saavedra marqués de Rivas, Madrid MDCLXVII, folio 76
V. crepresentaba una puente con dos torres en campo verde; la primera almenada, la otra
sin pretil ni almenas, con una escalera arrimada á ella, y en la otra torre almenada, on
mandílete, delante una bandera con una veleta con una cruz colorada». Fué después éste
Ramirez del Consejo de Estado y Guerra, capitán general de artillería y alcaide de Salobre-
Parte primera. Capítulo viii. 313
Las representaciones de Ali Dordux surtieron al cabo su
efecto; al campo salió á pelear lo mas granado del partido de
acción, dispuesto á jugar el todo por el todo. Cuál fuera su pro-
pósito no lo entiendo, pues aunque numerosa su hueste era tan
conocidamente inferior á las que trataba de atacar, que hubiera
sido vano empeño imaginar siquiera vencerlas; muchas veces
he sospechado que ésta última salida tuvo por objeto romper
peleando algún punto flaco del cerco, y huir los expedicionarios
por la brecha que abrieran sus espadas; una batalla en primer
término, después una fuga.
Salieron al campo cien ginetes y cuatro divisiones; á cuyos
soldados exhortó fervorosamente el faquí que marcharan llenos
de fé, confiando en Dios y en la santidad de su causa, que ol-
vidando pasados rencores se perdonaran mutuamente sus in-
jurias, que pensaran más en matar cristianos que en cautivar-
los, y que les daba por segura la victoria.
Como desesperados entraron al ser de dia, los expediciona-
rios por la orilla del mar, pasaron el Guadalmedina y se preci-
pitaron contra las estancias de los maestres de Santiago y Al-
cántara. Su empuje fué tan violento que rebasaron las avanza-
das, en las que acuchillaron á varios de sus defensores que dor-
mían. Al derramarse por entre las trincheras alarmáronse aque-
llas estancias, corrieron á los portillos algunos buenos caballe-
ros, agregáronseles unos cuantos peones, y se trabó un combate
heroico, digno de los mejores tiempos de la andante caballería.
En el
ña: en Málaga fundó el convento de la Trinidad; murió con D. Alonso de Aguilar en una
insurrección de moriscos en Sierra Bermeja .
314 Málaga Musulmana.
En el portillo por donde se entraba á la estancia del san-
tiaguista luchaba D. Pedro Poertocarrero señor de Mogucr y
sn hermano D. Alonso Pacheco; D. Lorenzo Suarez de Mendo-
za; en el de los alcantarístas, los cuales afrontaron durante más
de media hora los arranques de la morisma. Indudablemente
los arrollaran, de no acudir á ellos muchos otros soldados, que
rechazaron á los malagueños hasta las puertas de la ciudad.
Cuya horrible pérdida junta á la certidumbre de que cualquier
esfuerzo humano era impotente para romper aquel circulo de
hierro que los angustiaba, inspiraron tantas quejas y recrimina-
ciones, tanto llanto y duelo, que el Zegrí, blanco de la ira po-
pular, como antes lo fué de su cariño, tuvo que encerrarse con
sus ñeles gomeres en la Alcazaba.
Cuentan los cronistas coetáneos un caso caballeresco, que
pinta al vivo cuan generosos ánimos alentaban enmedio de la
barbarie y ferocidad muslímica. Entre los que hicieron ésta sa-
lida venia, quizá por capitán, Ibrahim Zenete, africano á juzgar
por el apellido, y valiente, como lo habrá demostrado al lector
algún anterior suceso. Su caballo, espoleado cruelmente, metió-
le por entre las tiendas cristianas, en las cuales topó el moro
con unos cuantos muchachos, á quien despertó la alarma de la
salida; ellos al ver venírseles encima el sarraceno se espantaron,
y el miedo les quitó hasta la acción de huir; él observando su
turbación, aunque era fnoro, dice Bermidez^ fizo virtud como Jidal-
go^ pues volviendo el cuento de su lanza, dióles con él unos
cuantos coscorrones, diciéndoles:
Andad, andad rapaces, á vuestras madres.
Huyeron
Parte primera. Capítulo viii. 315
■ ■ ' -■< ■■■».. ^.^i. »
Huyeron los niños amedrantados, á tiempo que se acerca-
ban á aquel sitio unos cuantos mahometanos, que comenzaron
á denostar y á motejar malamente á Ibrahím porque dejaba po-
nerse en salvo á aquellos lobeznos, hijos de las fieras que ma-
taban de hambre á los niños muslimes y acuchillaban á sus pa*
dres; á cuyos insultos contestó el noble agareno generosa y re-
posadamente:
— Non maté, porque non vide barbas.
Mostraron los defensores de Málaga en otro lance, que si
entre ellos había corazones magnánimos y piadosos, también
eran capaces de emplear, con toda finura y discreción, las ar-
mas de la sátira, más cruelmente que las aceradas que esgri-
mían en la lucha.
Cierto dia visitaron los reyes los acuartelamientos del mar-
qués de Cádiz, frente al Gibralfaro: recibióles el caballeresco
procer con cortesana ostentación, en una tienda, lujosamente
adornada á la morisca con tapices de abigarrados colores, blan-
das alfombras, escaños taraceados, y cogines de seda y oro. Pa-
searon después ambos monarcas por entre las estancias revis-
tándolas; al llegar cerca de las trincheras, donde estaba la ar-
tillería, desearon ver los destructores efectos de las lombardas
contra los muros; preparáronlas los artilleros, pusieron la pól-
vora en lo más angosto de las piezas, atacáronlas con pedazos
de madera previamente humedecidos, encima de los cuales colo-
caron enormes balas de piedra, y apuntaron las lombardas á las
murallas; algunos artilleros, ocultos entre los gabiones 6 barriles
de tierra y fagina de la trinchera, alzaron, por medio de una ca-
44 dena»
3i6 Málaga Musulmana.
dena, las compuertas de tablazón que habían defendido á los sir-
vientes de las piezas, mientras las cargaban, y otros dieron fue-
go á regueros de pólvora que comunicaban con el cebo del oído:
los ecos de los pintorescos cerros y cañadas que rodean el castillo
retumbaron con las detonaciones, y parte de los muros se desmo-
ronaron al chocar con ellos los bolaños, mientras que los artille-
ros se pavoneaban ton su acierto.
Pero en Gibralfaro respondieron cumplidamente, sin dispa-
rar una mala espingarda. Sabían que en las estancias del mar-
qués estaban los reyes, que con Doña Isabel venían damas, y
con mordaz intención, más dura que las balas de sus falcone-
tes, izaron en sitio de mucho viso el estandarte del marqués de
Cádiz apresado en la Axarquía, rodeado de unos cuantos go-
meres, vestidos con las armaduras de los caballeros cautivos 6
muertos en aquella horrible jornada, mientras que el resto de
la guarnición celebraba la burla con silbidos y escarnecedora
gritería.
Corrióse D. Rodrigo, sonrojáronse con él sus caballeros y ju-
raron á la morisma que le harían pagar cara su virulenta mofa;
pero no pudieron impedir que ésta fuese ni menos dura, ni más
caballeresca.
La última salida parece haber puesto fin á la resistencia; pues
las relaciones entre la ciudad y el campamento comenzaron á
ser notorias. Mientras tanto D. Fernando mostrábase vario en
sus pareceres, ya duro, ya misericordioso; ora ordenando á los
soldados que pasaran á cuchillo ó cautivaran, según su volun-
tad, á los malagueños que se salían á los reales, como sucedió
en varías
Parte primera. Capítulo viii. 317
en varías ocasiones, pues la codicia y crueldad del soldado te-
nían de este modo sueltas las manos, ya mandando que se les
tratara bien, como se hacía. Diversas decisiones, nacidas no de
instabilidad de carácter, sino de cautelosa política, que mante-
nía á los cercados entre el pavor y la esperanza, prolongando
su agonía y haciéndola menos llevadera.
Para Hamet el Zegrí era imposible mantenerse en la ciu-
dad, amenazado por el despego popular, cada vez más declara-
do en contra suya; por lo cual se encerró en Gibralfaro con sus
sobrinos, el faquí que tanto le había ayudado en sus propósitos
de resistencia, Ibrahim Zenete, Hasan de Santa Cruz, los go-
meres y probablemente los renegados.
Autorizados para tratar la capitulación, después de obtener'
salvo conducto de los reyes, salieron de la ciudad Dordux, el
faquí su amigo (i) y Amer ben Amer, quiénes se encaminaron
á las estancias del comendador mayor de León D. Gutierre de
Cárdenas. Pedían los malagueños para entregarse que se les de-
jara en sus casas como mudejares con todos sus bienes, que les
dieran á Coin, donde algunos querían morar, y salvo conducto
á los que decidieran pasarse al África ó al interior de España:
á la vez se encomendaban á la misericordia délos soberanos, atri-
buyendo la resistencia no á su voluntad, sino á la ferocidad de
los gomeres y á las perversas escitaciones de los desertores.
Contestáronles los monarcas que habla pasado la ocasión
de proponer pactos: Málaga debía entregarse á merced del ven-
cedor^
(1) ¿Sería este faqui aquel á quien se relieren los libros de Repurtimienfos, T. 1, folio
117, cuya casa en la Morena de Málaga se concedió años adelante, con su salida á calle de
Granada, á María Ruiz de Solier, sobrina de fr. Hernando de Talavera obispo de Avila?
3i8 Málaga Musulmana.
cedor; esta era la ley de la guerra; si hubieran capitulado cuan-
do se les intimó, mejores condiciones se les hubieran concedi-
do; pero después de tantos trabajos, muertes, daños y expen-
sas, era locura pretenderlas.
Esta contestación fué anticipadamente tratada en el Conse-
jo real, mostrándose por extremo duros el monarca y los nobles;
no así la reina, sostenida por el cardenal de España y fr. Her-
nando de Talayera, modelo de sacerdotes y espejo de prelados
católicos.
Dejando en el campamento á un capitán berberisco, que
después de haberlos acompañado se quedó en ellos pidiendo
bautismo, apesarados y pensativos, volviéronse los parlamenta-
rios á la ciudad. Cuando en la chamaa declararon la resolución
de los cristianos, centellas de indignación y corage encendieron
todos los pechos; la desesperación se apoderó de muchos áni-
mos y acordaron ferozmente decir á los reyes, que si decidían
reducirles á tan cruel extremo, de cada almena colgarían un cau-
tivo, incendiarían después la población y se saldrían á morir
matando, como una jauría de leones; de tal suerte, que la me-
moria de este cruento suceso no solo fuera terrible para los con-
temporáneos, sino espantosa para la posteridad.
Contestó friamente D. Fernando á ésta comunicación, que
hicieran lo que quisieran, que tal cual él dijo así habia que dar-
se á su merced; que vieran lo que hacian en lo de tocar á los
cautivos, pues por uno que asesinaran no dejaría moro con vida.
El instinto de la propia conservación, el amor á los hijos,
bendito amor capaz de todos los sacriñcios, la desunión que sur-
giría
Parte primera. Capítulo viii. 319
giría durante aquellas angustiosas horas, la indecisión general,
apagaron aquellos briosos arranques. Ali Dordux volvió á salir
de Málaga, entró en las estancias del marqués de Cádiz é im-
ploró su valimiento para con los reyes, á fin de favorecer á los
malagueños. D. Rodrigo, bien porque estuviera sentido con los
moros porque se hubieran dirigido al comendador de León an-
tes que á él, bien porque creyera á éste magnate más apropó-
sito para un arreglo por estar constantemente en la cámara real,
en todo caso evitando cuerdamente celos y rivalidades de pre-
potencia, enviólo á D. Gutierre.
Ali Dordux se presentó con su acompañamiento á éste, ma-
nifestando deseos de tratar personalmente con el rey, expresan-
do que traia mas humildes condiciones. Entró el comendador
en la tienda real é indicó á D. Fernando los deseos del mensa-
gero y de los malagueños; á lo cual respondió el monarca con
bastante aspereza:
— Dadlos al diablo que no los quiero ver; hacedlos volver á
la ciudad; ho los he de tomar sino como á vencidos del todo,
dándose á mi merced.
Apenas entraron en Málaga Ali y sus compañeros, en los
momentos en que la pertinaz resolución del monarca producía
en hogares, calles y plazas, llanto y gemidos, la artillería cris-
tiana comenzó en todas las estancias á disparar contra la pobla-
ción y en las trincheras se oyó clamoroso vocerío, como si las
mesnadas se aprestasen á asaltarla.
Entonces sobre una de las puertas apareció un moro agi-
tando una bandera blanca, y á poco salió Ali Dordux, acompa-
ñado
• 320 Málaga Musulmana.
nado de catorce compatriotas, en representación de las cator-
ces secciones en que estaba dividida la gente de guerra, con una
carta de los cercados que contenía su postrera resolución.
Humilde, triste, escrita con la doloroso incertidumbre de ob-
tener misericordia, era la misiva (i) de los malagueños; recor-
daban
(1) Traen esta carta Bemaldez, Pulgar y Falencia; copio la del primero porque me pa-
rece el traslado más exacto de la que escribirían los malagueños:
Alabado Dios Poderoso.
«Nuestros Sres. Reyes el Rey e la Reyna, mayores que todos los Reyes e que todos
los Principes, enzálcenlos Dios. Encomendándose en la grandeza de vuestro Estado, e be-
sando la tierra de debajo de vuestros pies, vuestros servidores y esclavos los de Málaga,
grandes e pequeños, remedíelos Dios. Después desto los servidores vuestros suplicamos á
vuestro estado Real que nos remedie como conviene hacer á vuestra grandeza, haviendo
piedad y misericordia de nos havído según á vuestro real estado conviene, e según ficíeron
vuestros antepasados e vuestros abuelos los reyes grandes y poderosos. Ya habéis sabido,
onsalcevos Dios, como Córdoba fué cercada gran tiempo fasta que se tomó la mitad, e que-
daron los moros en la otra mitad, fasta que acabaron todo el pan que tenían, e fueron es-
trechados más que los otros, e después suplicaron al gran Rey vuestro abuelo, e rogáronle
<|ue los asegurase y aseguróles, y recibióles sus suplicaciones, eoyó su fabla,e perdonóles,
tí dioles todo lo que tenían en su poder, asi faciendas como hijos, e ganó la gran fama fas-
ta el dia del juicio. Ansi mesmo en Ante(|uera con vuestro abuelo el grande, esforzado, y
nombrado el Infante que la cercó seis meses y medio, e tomó la ciudad y ganó el Alcaza-
ba obra do seis meses lasta que se li\s acabó el agua, e estonce le suplicaron, e echaron á
su favor, e le demandaron que les asegurase para que saliesen, e recibió sus suplicaciones
tí sacóles, e dioles todos sus bienes, y mercaderías, e quedó su fama, e el bien que fizo
fasta el dia del juicio, perdónelo Dios, y á vosotros ensalcevos Dios, nuestros Sres. Reyes
mas honrados que todos los Reyes, e todos los Principes, pública es vuestra buena fama,
o vuestro favor e vuestra honra, e vuestra piedad, e ha parecido con las gentes que se die-
ron antes que nosotros, ha ido vuestra fama, á allende e aquende entre los cliristianos, y
í'iitre los moros, y nosotros vuestros servidores, y esclavos bien conocemos nuestro yerro,
y nos ponemos en vuestras manos, y echamos nuestras personas á vuestra merced, supli-
camos Vos nos aseguréis e remediéis en ahorrar nuestras personas, e nos otorguéis esto
como parecerá al seguro e honra (|ue está con Vos Señoies de poder. Nosotros estamos
degollados en vuestro fabor e nos metemos en vuestro amparo, faced con vuestros siervos
romo conviene á V. A. e Dios poderoso ponga en vuestra voluntad que lo fagáis bien con
vuestros siervos; pues ensalcevos Dios mayores que los Reyes e Príncipes; e no plegué á
Dios que fagáis con nosotros sino lo que conviene á vuestra grandeza e honra de toda vir-
tud. Esto es lo que suplicamos á Vuestras Altezas, e pedimos vuestros siervos, en manos
de Vuestras Altezas nos ponemos. Dios Poderoso acreciente el ensalzamiento de Vuestra»
Altezas. >) *
Luego respondió el Rey:
Parte primera. Capítulo viii, 321
daban á los reyes la caridad que Fernando el Santo usó con loa
musulmanes cordobeses y la que empleó el Infante D. Fernan-
do con los antequeranos, humillados á sus plantas; pedíanles
después la libertad con el mayor encarecimiento, poniendo A
Dios por intermediario de sus súplicas. Breve, altiva, cual cum-
plía á tan poderosos triunfadores, reprochándoles su pertinacia,
durisífima, amenazadora, fué la respuesta de Fernando V. Pa-
recía que el corazón de Doña Isabel se negaba á aquella gran
cnieldad, y dejaba la responsabilidad de ella á su marido,
Pero en los términos de la regia contestación, dándoos á mi
merced^ había una vaguedad terrible, pues lo mismo signífícaban
la muerte que la vida, la libertad que el cautiverio. Alí Dordux
por esto tuvo varias conferencias con el rey, sobre las cuales
ambos ¿nardaban suma reserva, el monarca con sus nobles,
Dordux con sus coadudadanos: auxiliado por ellos, y especial-
mente por su familia, apoderóse Alí de la Alcazaba, con las
armas y riquezas cut en ella había, de las Atarazanas y del Cas-
til de GÍDovcs^
La mucbeduiübirt aplaudía estas resoluciones, creyéndolas
favorables para élsí.. adversas solamente á los berberiscos. En-
cerrado
Yo EL JKev.
«Comiejo. tí \i«jtf&. - \«niii» ó*^ b Ciudad dt Mála^rt- Vi vueiflni carta, yw it custi
ne embíades á fice: «ai^: .qu* lu* qu*;riao^h eutitipii «síi GiudatL cul loUt- li qut cl t*iw=
4laba, e que vos dtjiuK- Tu^ira. UTv^ymsiy liir.eh pare r ¿ dimd*- qull»*ífra6♦^^ . * •ssa ^u>¿--
ooon, si la fíciende.': a: Uruipi qu* \(« víú»k^ ¿ requeni d««k- Veksi ALüJdí;^'i t iuk¿\, ajiuí
^qai sentó el real, yu^coeiu- qu» liji \uiuiitad d^ m: fcí<;r\icj( or iij*»\iaíi^ i •^l*»^' ^«•'V^'*^^'
Oliera placer €Íe io lan-;-. i*rn \i8i'.> v{w: usú^iy eisperadi' iastsi ii- |>usiriiu«í\ . qut v« ^mM^ím
ííeteacr á mi aenkK. m auupi« <#; iv.iijr a» otn» manerL.. *ai\« wiuü^»f * a**' lAurKX'/i,
como determiiiadaiMeai* u- ii n. «rimujirj^ i. o*-aT col vues^^í*^ lurfusay^ ^**"- * *^^ ^* "**^>
inoon veiki€nil«. . qu»- u- iiai>?* ó» «KWíTa* niát.. ^'•'Tn ♦_• •efswoi ei- *jur4*tía*##
322 Málaga Musulmana,
cerrado el partido de acción en Gibralfaro, posesionado 4e aque-
llas fortiñcaciones, Ali Dordux ocultó á todos su verdadera situa^
cion, hasta tener seguridad de evitar cualquier desesperadc
arranque. Sus importunidades consiguieron que D. Fernandc
declarase que respetaría la vida de los malagueños; pero con<
vencido el opulento mercader que no alcanzaría otra cosa, con-
siguió auxiliado por las influencias de varios magnates, grandes
ventajas para sí, para sus deudos y para cuantos amigos pudo.
Ciertamente trabajó, rogó, se humilló por sus míseros com-
patriotas; mas cuando vio que su desventura era inevitable,
abandonólos á su desventura; no tuvo bastante corazón para
participar de ella, y así en los últimos momentos su reserva, su
egoísmo, dieron á sus acciones marcados visos de una defección,
de una traición; que á haber hecho suya la infelicidad de sus
paisanos, no mereciera su reprobación, ni inspiraran sospechas
sus actos, ni le escaseara sus aplausos la posteridad.
Arreglada la entrega, veinte malagueños de los más bien
hacendados vinieron al campamento, en rehenes de los cristia-
nos que iban á entrar en Málaga. Acaudillólos el comendador
mayor de León D. Gutierre de Cárdenas, quien con el carde-
nal de España y D. Pedro de Toledo capellán y limosnero ma-
yor de los reyes, subió á la Alcazaba, enarbolando en la torre del
Homenage, el sábado i8 de Agosto de 1487, fiesta de S. Aga-
pito, el pendón de la Cruzada, el guión regio, el de las Her-
mandades y el de la orden de Santiago (i).
En
{i ) Auntjue fuerte y bien ¡trovehida esta ciudad estreché el sitio y la gané, quedando
captivos todos aun moradores , hoy Sábado 18 de Agosto. —Carin. de Fernando V á Sevi-
lla.—Cabildo de Sevilla. Publicada por Janer en su obra Condición social de los moinscos
de España^ yág. 2i7.
Parte primera. Capítüijo viii. 323
En los leales aguardábase con ansiedad indescríptíble aquel
sofemne momento; el escuadrón de los cristianos había desapa-
leddo por mía de las puertas de la ciudad, y apesar de los re-
henes todo halna que temerlo de la despechada morisma. AI fin
cnando eo lo alto del antiguo alcázar morisco aparecieron las
bsuideras españolas, cuando se le^-antó sobre ¿1 la cruz de plata
7 oro del cardenal primado, cuando después de ella se enarbola-
lon los demás estandartes que la rodeaban, los anhelantes pe-
chos lespiraion inundados de júbilo, gritos gozosos, Wtores y
aclamaciones atronaron los aires, ensalzando á D. Femando y
Doña Isabel, mezclando sus vivas á las salvas, á los repiques
de las campanas del real y á los acordes de los marciales instru-
mentos. Reyes, magnates, prelados, humildes mesnaderos, ca-
yeron de hinojos, enfervorizadas las almas, rebosando de ale-
gría el corazón, dando infinitas gracias á Dios por ver remata-
^ tan magna empresa, heroica entre las más heroicas hazañas
^ aquella guerra de gigantes, emprendida en Covadonga y en
S. Juan de Atares, cuasi terminada aquí, en las playas medite-
Tres meses y once dias había estado la Cruz, símbolo de
civilización y de progreso, detenida ante los muros de la bella
y pintoresca ciudad sarracena, próximamente hacía setecientos
atenta y seis años que había sido arrojada de su recinto. Es-
P^&a revindicaba su territorio dQ los descendientes de los inva-
^^es alarbes. ¡Cuan intensas emociones debieron sentir los cris-
^*3^os en aquellos solemnes momentos! ¡Con qué fervor ardien-
tc Se nníríflfi sus almas á los regocijados cantos del Tedeum^ que
45 entonaba
324 Málaga Musulmaka.
entonaba la clerecía!
Poco después algunas compañías cristianas tomaban posi*
clones en la ciudadi vivaqueaban en las calles ó en los socos,
mientras que algunos caballeros (i) con sus gentes tomaban
posesión de la Alcazaba, de Atarazanas, del Castil de Ginove-
ses, de la mezquita mayor, torres del recinto y plataformas for-
tificadas que caían sobre las puertas.
De seguida en las revueltas callejas ó en los socos de la
ciudad, en las trincheras y el campamento, á voz de pregón,
en árabe y castellano, se intimaba á los moros encerrarse en
sus casas, y á los cristianos pena de la vida al que molestara á
los vencidos.
Entretanto permanecían los berberiscos encerrados en Gi-
bralfaro, pero dispuestos á capitular; la ciudad estaba por los
sitiadores, millares de estos les rodeaban, la lucha ó la huida
eran imposibles, el hambre domeñaba sus fieros corazones; hu-
bieran perecido heroicamente peleando en un campo de bata-
lla; la muerte tras de los muros, inactivos, de hambre, era im-
posible. Hamet pidió partido al rey, quien le ordenó que se en-
tregara á su merced.
Así tuvo que hacerlo; á los dos dias de rendida Málaga fr.
Juan
(i) Tuvieron la guarda de estas fortificaciones D. Alvaro de Bazan, Rui Díaz de Men-
doza, D. Pero Sarmiento, Pero Méndez de Sotomayor, D. Enrique de Guzman, D. Luis d«
Acuña, Juan Enriquez, Juan Cabrero, Alonso Osorío, Pero Vaca, el mariscal Juan de Be-
navides, el mariscal Alonso de Valencia, D. Alonso de Silva, D. Pedro de Silva, D. Ber-
nardino de Quiñones, Juan de Cárdenas, Juan Velazquez de Cuéllar, Antonio de Loiod,
Hurtado de Luna, Alonso Enriquez, Gerónimo de Valdivieso, Rodrigo de Cárdenas, €rtr-
cía Enriquez, Antonio de Córdoba, Juan Zapata, Lope Alvarez de Osorío, D. Juan Manrí-
que, Juan Leiva, el comendador Rui Díaz Maldonado, Mosen Graya, Juan de Hineslrosa,
Luís de Cárdenas, Diego Muñíz Godoy, y Martín de Ortega, caballeros híjodalgas de la ca-
sa real.
Parte primera. Capítulo viii. 325
Juan de Belalcázar alzaba en el castillo de Gibralfaro los es-
tandartes de la Crazi los mesnaderos recorrían los adarves, en-
traban en las torres, tomaban sus armas á los gomeres, y con
IsLS que recogieron en la ciudad las encerraron en la Alcazaba.
Hamet el Zegrí fué cargado de cadenas: ¡miserable acción
con tal hombre! Aún tan maltratado mostrábase entre sus pri-
siones, por su entereza y por su dignidad, superior á los que no
/bían respetar su valor y su desgracia. Interrogado acerca de
causas de su constancia, convencido cual estaba que era
posible triunfar teniendo todo el poderío de España en con-
suya, contestó noblemente: que él había tomado aquel cargo
obligación de morir o ser preso defendiendo su ley e la cibdad e la
Htypwa del que se la entregó; e que si fallara ayudadores quisiera más
ir peleando j que ser preso no defendiendo la ciudad.
Excluido de la capitulación del rescate, que ahora reseña-
9 con cuantos le acompañaban en Gibralfaro, lleváronle como
esclavo á Carmena.
Bien poco generosos se mostraron en ésta ocasión los espa-
es; bien olvidaron con aquel honrado capitán las obligacío-
de su tradicional hidalguía; había peleado lealmente por su
igion y por sus hermanos, era un héroe vencido, y fué tan
^^^ezquino como ruin tratarle de aquella suerte; su esclavitud
^^á.s que un castigo, más que una precaución contra sus gran-
des condiciones, fué una rahez venganza; vencido, humillado^
^a.z-gado de hierros, la noble figura de aquel esclavo se alza so-
^re la de sus señores, dominado por la fuerza, dominándolos él
por la grandeza del corazón.
Doce
326 Málaga Musulmana,
Doce desertores que pudieron cogerse fueron acañavereados;
es decir, los enterraron vivos hasta medio cuerpo y después los
ballesteros dispararon sobre los bustos que salían de la tierra
cañas puntiagudas, endurecidas al fuego, hasta que perecieron:
cruel suplicio, aunque merecido.
Con los renegados, especialmente con algunos judíos que
después de bautizarse tornaron á judaizar, hicieron un auto de
fé. Que ya dominaba la tendencia á la intolerancia religiosa, la
cual años adelante dictó al bachiller Juan Alonso Serrano, re-
partidor de las propiedades malagueñas, una representación á
los reyes, pidiéndoles que no permitieran establecer en nuestra
ciudad á ningún sospechoso de herejía, mientras la Inquisición
no le abonara por buen católico, además de otras representacio-
nes contrarías á los judíos.
Uno de los primeros cuidados de los reyes fué libertar á los
cautivos de su horrible servidumbre, agravada durante el asedio
por la penuria de mantenimientos, que si atormentaba á los mo-
ros mucho más debió martirizar á sus esclavos; aumentando
también la angustiosa situación de éstos el odio de sus señores,
exacerbado durante las terribles peripecias del cerco, las con-
tinuas amenazas de muerte, el mal trato, las vejaciones y los
insultos.
En la puerta de Granada se erigió un altar, cerca del cual
se colocaron ambos monarcas rodeados de su corte, (i) caba-
lleros, pages, damas y continuos de sus guardas, á más de la
clerecía,
(1) Vinieron á la conquista de Málaga, en persona ó representados por sus próximos
deudos, la mayor parte de los principales magnates españoles, entre otros muchos, los si-
guientes:
Parte primera. Capítulo viii. 327
elerecía, prelados, frailes y sacerdotes, sobre los cuales se levan-
ta.ban algunas cruces y varios pendones del ejército; la curiosa
rnuchedumbre, compuesta de mesnaderos, artesanos, hidalgos
ó escuderos, se agolpaba hacia la gallarda puerta, ante la cual
libraron tantas proezas, donde los monarcas estaban espe-
do á los cautivos cristianos.
Poco después bajo el antiguo arco de herradura, escoltados
hombres de armas, precedidos de varios moros encarga-
de entregarlos, amarillos, macilentos, flacos, mostrando en
tioda su persona las crueles ansias que habían padecido, apare-
oieron los míseros cristianos; venían entre ellos de todos sexos,
eda-des y condiciones, con hierros quien á los pies, quien al
cixello, crecidas las barbas los hombres, vacilantes, andrajosos,
atónitos,
I>. Pedro González do Mcn- El duque dtí Escalona Don Juan de Silva.
doza arzobispo de Toledo. Juan Pacheco. D. Pedro PucrtocaiTcm
Fr- Alonso de Talavcra D. Fadriquc de Toledo lii- señor de Moguer.
obispe de Ávila. jo del duque de Alba. El conde de Miranda.
O- Pedro de Préxamo obis- El conde de Urena I). Al- El conde de Rivadeo.
pode Badajoz. varo Tellez Girón. I). Enriijue Enriquez al-
^- García Valdivieso obis- I). Alonso Fernandez de mirante de Sicilia,
po de León. Córdoba señor de Ajjuilar. D. Rodrigo de UUoa.
^ conde de Benavente Don D. Gutierre de Cárdenas Doña María Carrillo lier-
Joan Pimentel. comendador mayor de León, mana del conde de Cabra.
^ conde de Feria D. Go- Uoña Beatriz de Robadilla D. Fernán Alvarez de To-
wez Suarez de Figueroa. marquesa de Moya. ledo del Consejo real.
"• fadrique Enriquez ade- D. Gonzalo Cliaron ronla- 1). IHego de Sandoval mar-
untado de Andalucía. dor mavor de Castilla. qués de Denia.
D f • *"
^ • *-«UÍ8 Puortocarrero se- El marqués-duque de Cá- I). Juan Francés de Próxi-
^ "^ Palma. diz I). RodritfoI^oncedcLeon la conde de Almenara.
' ''Uan Chacón adelanta- El du(iue de Medina Sido- D. Garci Fernandez Man-
/"c IVlúrda. nía I). Enrique de Guznian. riquo cor rejíidor de Córdoba
• Al\aro de Portugal hijo El duíjue de Nájera 1). Pe- Moscn Miguel de Bus-
<iUc|ue de Braganza. dro Manri(iue. quets.
' Alonso de Cárdenas El conde de Cabra I). Diego D. (ialccrán de Reque-
~?*ti^ de Santiago. Fernandez de Córdoba y su sens du<(ue de Trivento.
*^Uande Estúñíga idem muger Dona M<iria Mendoza. I). Juan Ruiz de Coi^Ua
^'^nlara. El conde de (^i fuentes Don conde de Concentaina.
328 Málaga Musulmana.
atónitos, cual si no creyeran la dicha que Dios les enviaba (i.)
Hermoso cuadro debió presentar en aquellos momentos la
entrada de la morisca puerta, digno de ejercitar el talento y la
inspiración
(i) He reservado para éste lugar unos curiosos datos, hasta ahora no aprovechados
por cuántos nos ocupamos antes de historia malagueña. Hállelos en un curioso libro titu-
lado: Vida y milagros del taumaturgo español Santo Domingo Manso por fr. Sebas-
tian de Vergara; el cual contiene, pág. i28, un apéndice titulado: Estos son los mirácu-
los romanzados, como sa^ó Santo Domingo los cativos de catividad et fizólos escribir Pe-
ro Marin, mongedel monasterio: en las páginas 138, 139, 146, 149, 154, 157, 164, 166,
169, 176, 182, 198, 206, 200, 211, 215 trae noUcias de cautivos traídos desde el interior
de España á Ronda, Gomares, Antequera y Málaga; pero tan curiosas, tan interesantes que
no he querido defraudar á mis lectores de las que se refíeren á nuestra ciudad. Santo Do-
mingo Manso, cuyo célebre monasterio de Santo Domingo de Silos se erigió entre Burgos
y Osma, fué muy venerado por los milagros que se le atribuyeron en la Edad Media res-
pecto de los cautivos; tantos eran de éstos los que acudían á colgar en las paredes de.su
santuario las cadenas que habían llevado entre moros, que para pintar una persona revol-
tosa decíase, no bastarán para sugetarle los hiet^^os de Santo Domingo.
Se cree que Pero Marin escribió del año 1232 al 1293; á tener espacio quisiera pu-
blicar integras sus noticias referentes á cautivos de Málaga, como la más esacta expresión
de la fé religiosa que encendía los ánimos de nuestros antepasados; advierto en ellas un
fondo de verdad, que me permite considerarlas en mucha parte como monumentos his-
tóricos; son relaciones de cautiverio, entreveradas con fugas verdaderamente milagrosas,
por los riesgos á que se aventuraban los que huían, por los trabajos y fatigas que duran-
te ellas experimentaron. A las puertas del monasterio Silense llegaban con sus cadenas*
henchido el corazón de agiadcci miento, bendiciendo la intcr\'cnc¡on divina y la protección
del santo que los había arrancado de tales des\'enturas. Que si nos detenemos á pensar
rúales fueron éstas, cuales los riesgos que arrostraron los cautivos, cual su fé religiosa, no
hemos de extrañar ciertamente la constante intervención que daban á la divinidad en sus
relatos.
Era de 1322, año de 1249, cayó prisionero en la derrota de Écija, Aparicio de Placen-
cía, quien fué llevado á Málaga y después á Ceuta y Tánger, tornando fínalmente á nues-
tra ciudad, donde permaneció cautivo siete años. Pedíanle por su rescate cuai'enta doblas
y dos aljubas de escarlata. No tenia el mísero el precio de su libertad, y siguió sin'ienda
entre moros, hasta que cierto día cavando unas higueras, vínole en mientes matar á el que
le guardaba, llamado Ibrahím. Pensar y hacer fué un relámpago; después huyó, emboscó-
se entre unos carrascales, durmióse, y se le mostró en sueños la figura de Santo Domin-
go que le invitaba á la huida. Guareciéndose entre breñas y jarales, atravesando sierras y
lomas, llegó ünalmcnte cerca de Teba; allí rompió los hierros que le habían puesto sus se-
ñores.
Por el mismo tiempo el concejo de Raena envió á Gonzalo de Sotavellanos en deman-
da de socorro á el Infante D. Juan. Volvía con la respuesta cerca de Aguilar, cuando salió
á él y á otros que le acompañaban Risk, partidario muslim, y le cautivó; lleváronle á Má-
laga donde fué vendido por siete doblas, á Helil el Rallestero, quien con su muger desi^s-
peraron al desdichado cautivo, sometiéndole á ruda prisión y á vergonzosas afrentas. En-
comendóse él á la Virgen y á Santo Domingo, y una noche que encerrado con otros cris-
Parte primera. Capítulo viii. 329
inspiración de un artista. Al verse los cautivos y sus salvado-
res prorumpieron todos en gozosas aclamaciones; aquellos co-
rrieron adonde estaban los monarcas queriendo postrarse de hino-
jos;
't.ianos yacia en la Albóndiga malagueña, presentósele el santo invitándole á huir. Hacia
^ mediodía él y Domingo Pérez de Sevilla dirigíanse hacia donde estaban los genoveses que
fraileaban en Málaga, para pedirles limosna; parecióle que ante él surgía una hermosa figu-
jra que le escitaba nuevamente á la fuga. Dijólo á su compañero, quien le aconsejó que obe-
deciera tan singulares exhortaciones: ocultando sus hierros salióse por la puerta de Al-
^eciras, sin que muchos moros que en ella estaban le detuvieran. Ocultóse después en un
liomo de alfaharero, donde pasó la noche, oyendo las trompas y las voces de los centinelas
<|xie guardaban los muros: púsose después en camino hasta que llegó á Écija.
Durante el año de i293 Mari Aparicio, vecina de Córdoba, fué cautivada en las cerca-
3iias de ésta con otras dos mugeres; tngéronlas á Málaga y pusiéronlas en almoneda, en la
4iue fué comprada, pagando por ella catorce doblas Bazan (Hazan?) moro, cuya muger se lla-
maba Mariem; vendióla su dueño después á otro muslim nombrado Mahomad, ganándose
cinco doblas en la reventa. Encerráronla con otros cautivos llamados Bartolomé de Jerez y
Alonso de Baeza en dura cárcel, asegurados á más de los hien-os con cepos. Al alborear
cierto dia llamaban sus compañeros á la cautiva, diciéndole que Santo Domingo les man-
daba arriesgarse á huir. Quejábase la pobre muger de que la arrancasen á su descanso,
mas escitáronle ellos á seguirles, y pasando por entre muchas dificultades, hallando fran-
ca la puerta de la ciudad llamada de la Azagaya, emprendieron su peligrosa huida, hasta
refugiarse en Estepa.
Por el mismo tiempo llegaba á Santo Domingo Bernabé de Alcanct, quién declaró
¿ los monges que mientras apacentaba unas ovejas, cerca de Écija, cautivóle, con otros varios
Rizk adalid de Málaga ya nombrado, que los condujo primeramente á Messias (Almo-
jia?) donde les despojaron de sus ropas y los pusieron en venta. Lleváronlos tras ésto á Má-
laga, donde les metieron en el baño antes de presentarlos en almoneda. Compró á Bernabé
por diez doblas Ali Abulhasan vecino de Casarabonela, encen-ólo, cai^góle de hierros y
diariamente le hacia moler á brazo trigo, cebada fseinaj y alheña, sin darle á comer más
que pan de cebada. Estaban con él prisioneros Munno do Luque, Martin de Torreciella, Pe-
reseio de Aguilar, Gonzalo Marín de Baena, Benitiello de Aguilar. A todos se habia apare-
cido Santo Domingo asegurándoles la huida; emprendiéronla ellos saliéndose á la calle, y
por la puerta de Messias dejaron la ciudad, yéndose á tierra de crístianos.
Con ellos huyó el aragonés Miguel de Cetina, quien yendo de Aguilar á Arjona |K)r vi-
tuallas, entre otros con Martin de Carmena y Domingo Martin de Córdoba, to[)aron con do-
ce peones y cuatro ballesteros moros, comandados por Almorin, mocaddem ó capitán mala-
gueño, cerca de Mon tilla, y los aprisionaron, llevándoselos á Málaga, donde los pusieron en
el cepo vanos dias, hasta que les sacaron á pública subasta. Compró á Cetina por diez y ocho
doblas, Abulhasan, ya nombrado, quien tenia una hija llamada Fatox. En casa de Abulha-
san molia por el dia á brazo trígo, mijo y alheña, por la noche asegurábanle en el cepo. Te-
niéndolo por hombre bien hacendado maltratábanle aún más para que se rescatase, azotá-
banle y le martiiizaban cruelmente. Concertó al íin Cetina con su señor el rescate en cien
doblas, dos aljubas de verdestur y dos cuchillos de Pamplona, ofreciendo darle en rehenes,
mientras tomaba de procurar su rescate un hijo y una hija. Para conseguirlo, escribió á su
muger con un alfaqueque — el que intervenía en los canges — para que entregase los hijos.
i
330 Málaga Musulmana.
jos; impediánselo los reyes afables y enternecidos, cogían sus ma-
nos enflaquecidas y débiles, y dábanles á besar las suyas; ellos
en el paroxismo del gozo las estrechaban contra sus lábiosi así
como las orlas de sus vestiduras. Los circunstantes, arrasados
los ojos en lágrimas, recibiánlos en sus brazos, hallando entre
ellos bien un deudo, bien un amigo ó un compatriota, oyendo
ansiosamente el relato de sus pesares, sus temores, las incerti-
dumbres de sus esperanzas, apenas dejándoles espacio para
contestar á sus innumerables preguntas, quizá partiéndoseles el
corazón al saber la muerte de algún ser querido.
Diferencias de gerarquía, clases y condiciones, todo lo borró
allí el amor patrio y la caridad cristiana, esforzándose los unos
por mostrar su júbilo con vítores y palabras cariñosas, esfor-
zándose los otros por demostrar con su alegría su reconocimien-
to. Cautivo hubo que se asombraba de verse libre, pues entre
ellos había algunos que llevaban diez, quince y hasta veinte
años de esclavitud.
Mandó el rey romper sus cadenas, darles de comer, vestir-
los y
más sus entrañas de padre rcsistiánso á dejarlos entre moros; temía no reunir el i*escale,
temía morir mientras lo aliebraba y dejar aciuellos pedazos del corazón entre sus fieros ene-
mi{jos; desasosegado, con llanto en los ojos y mil angustias en el ánimo, encomendábase i
Dios, á la Vil-gen y á Santo Domingo, para ([ue reparasen su desacierto. Cuando más in-
quieto estaba durmióse y apaníciósele aquel santo, asegurándole que pronto saldría de su
cautiverio. Contento con e^ta promesa, dando su visión por realidad, buscó otro alfaque-
que que era cristiano, y enviólo á su muger, para ([ue no cnti-egara los hijos. Hallando á
seguida una ocasión favorable salióse de su prisión á la calle, bajando á ella [K)r un tejado.
Llegó á las puertas con sus compañeros, encontráronlas cerradas y á los guardas velando;
era imposible salir; mas encomendándose á Dios, abrióse ante ellos milagrosamente un
portillo y poi- él dieron en el campo: por lin entre muchos riesgos, fatigados de sus hierros^
escondiéndose de dia, andando de noche, llegaron á Estepa.
( AMi él líino á el monasterio de Santo Domingo su compañero Benito de Aguilar, cau-
tivado j)or el mocaddcm de Málaga y comprado en nueve doblas por el mismo Abulhasan;
Aguilar se salvó la misma noche, con algunos otros de los cautivos que antes he indicado.
Parte primera. Capítulo viii. 331
los y proporcionarles buen viático, que les facilitara el retomo á
s\is hogares (i). Como serian en éstos recibidos bien se expli-
ca; por donde quiera que pasaban su presencia producía infini-
tas bendiciones para los monarcas que los habian rescatado con
las armas de las garras de la morisma, aumentándose con esto
el prestigio de su autoridad soberana.
Ligado con la memoria de los cautivos vá el nombre de
una de las primeras pobladoras de Málaga después de su con-
quista, cuya romancesca existencia no es rara entre la agitada
y dramática vida de la Edad Media. Llamábase Ana de Boisas,
fué casada, y algunos años antes de 1487 trájola engañada su
marido á nuestra ciudad, en donde con él la obligó á renegar.
Siguió ella muslim en las apariencias aunque cristiana en el co-
razón, socorriendo á los cautivos, consolándolos en sus afliccio-
nes y cuidándolos en sus enfermedades. Dolíale en el alma ver
^^ miserias de sus compatriotas y más que todo á dos hijas
que tuvo seguir la secta mahometana. Muerto su marido, re-
conquistada Málaga, reconcilióse con la Iglesia é hizo bautizar
^ sus hijas: más adelante, merced á los informes de los agra-
decidos cautivos, los conquistadores premiaron sus buenos ser-
'^icios, dándole en propiedad las casas que poseyó en vida de
^^ renegado consorte (2).
£ntretanto Málaga presentaba tristísimo aspecto; los moros
recogidos
. ''^) Las cuentas de éstos socorros guárdanse en el archivo de nuestra catedral, sin du-
^ ^ntre los documentos que me ha sido imposible registrar, por hallarse tan revueltos con
^incautaciones, siendo completamente inútil buscar entre ellos dato alguno, pues sin una
Uz casualidad se necesitarla largo tiempo ¡)ara obtenerlos.
VS) Repartim. de Málaga, T. 111, folio 129 v.
46
332 Málaga Musulmana.
recogidos en sus casas esperaban entre angustiosas zozobras h
decisión de su destino; varios de ellos acudieron al real y me-
diante el permiso del monarca compraron vituallas y harina.
Cumplióse con ésto el vaticinio del faquí que les alentó á la
resistencia, de que comerían aquella harina, aunque bajo bien
distinto y desventurado concepto. Muchas calles estaban des-
trozadas, muchos edificios reducidos á escombros ó ruinosos; á
cada paso se halla memoria de ésta desolación en los libros de
Repartimientos; por donde quiera se veían rastros de sangre, á
veces cadáveres insepultos; quien hubiera recorrido las revuel-
tas callejas, tras de aquellos altos y escuetos muros que en-
cerraban frecuentemente mansiones deleitosas, seguramente
oiría llanto y duelo por los que murieron luchando honradamen-
te, sollozos y quejas por la desdichada suerte que esperaba i
los vivos.
Horas terribles aquellas, ue doiorosa incertidumbre, sola-
mente comparable á las ansias de la muerte. Cuantos sentimien-
tos poderosos agitan las almas, otros tantos martirizaban las di
los sarracenos; la vergüenza del vencimiento, el temor á la ab-
yección de la esclavitud, el amor á los hijos, todas las santas
afecciones de la familia próxima á disgregarse, el antiguo hoga:
donde moraron sus padres, centro de sus alegrías, retiro en sus
pesares, las costumbres, los hábitos adquiridos con los que te-
nían que romper violentamente, las huertas deliciosas donde es-
parcían sus ánimos, todas sus haciendas, hasta las preseas con
que las doncellas, de madres á hijas, engalanaban su hermosa*
ra, estaban á la merced del cristiano. Aquellos rostros bellos,
antes
Parte primera. Capítulo viii. 333
antes risueños hoy mústioSi velados celosamente por el pudor
agareno, iban á mostrarse descubiertos; aquellas mugeres, tan
cuidadosamente guardadas en lo íntimo del harem, iban á verse
expuestas á la lubricidad de sus señores; doncellas delicadas,
acostumbradas á todo regalo y bienestar, iban á transformarse en
esclavas y á ser sometidas á humillantes faenas serviles. Bienes,
vida, libertad, honra, todo era de sus implacables adversarios.
¡Honible situación ésta, cuya estension é intensidad apenas es
dado comprender á los que estamos acostumbrados á la seguri-
dad de la civilización moderna!
Al fin ordenaron los reyes que con sus alhajas y ropas fue-
ran encerrados en unos grandes corrales, dominados por las to-
rres de la Alcazaba, donde antes acostumbraban á guardar por la
noche sus ganados, y que á lo que entiendo debían estar entre
las puertas de Antequera y Granada.
¡Varios trances de la mudable suerte! Donde los malagueños
reunieron durante muchos años á los cristianos apresados en sus
íJgaradas, donde amontonaron los de la Axarquía, donde ren-
didos, muertos de cansancio, empequeñecido el corazón, fueron
cuchas veces comprados y vendidos en pública almoneda, mal-
atados y vejados, allí iban á recogerse los moros, durante los
últimos momentos de la horrible tragedia conque acababa su
Pierio en la ciudad donde nacieron.
Abandonando para siempre sus hogares, inciertos de su
suerte, esperándola siempre bien miserable, mirados con horror^
^n aborrecimiento, con codicia, pocas veces con lástima, por
los triunfadores, agrupados en familias, atravesaron las calles
de su
334 Málaga Musulmana.
de su patria, severos, sombríos, altivos, como cumplía á la dign
dad musulmana, los hombres, retorciéndose los brazos de dolo
llorando las mugeres y los niños, alzando á los cielos sus sent
das exclamaciones. íbanse á cada paso encontrando las fam:
lias, y estos encuentros serían nuevos motivos de pena, nue^
causa de plañideras quejas.
En aquellos tristísimos instantes sus patéticas exclamacic
nes parecían ecos de aquellas otras que al perderse Toled<
Córdoba ó Sevilla inspiraron tiernísimas endechas á los poeta
hispano-muslimes. Sus ojos arrasados en lágrimas tomábans
á los abandonados hogares, á los muros, á las torres que lo
habían defendido; sus labios celebraban con dulcísimas razone
la hermosura de la ciudad querida que les arrebataban sus cruc
les enemigos, expresando el horror que les inspiraba su sitúa
cion; pronto iban á romperse los sagrados lazos de la familia,
separarse las madres de los pequeñuelos, los ancianos de ]o$ h
jos que dulcificaban su penosa vejez, las mugeres de los espc
sos á quiénes hasta entonces honraron con su recato.
¡Tristísimo debieron ser éstos momentos para los malagu<
ños! Pone lástima en el corazón el dolor de un pueblo entei
entregado á la miseria, á la servidumbre y al deshonor. ¡Paree
imposible que tanta desventura no hallara gracia en pechos crii
tianos y piadosos! ¡Parece imposible que aquella noble y maj
nánima reina, de tan caritativas entrañas, no interpusiera su ii
fluencia en favor de éstos desdichados, niños, viejos y mugare
que pagaban la hidalga obstinación de los que defendieron c<
mo buenos su patria!'
Compañía
Compañías de mesnaderos íbanlos recogiendo por casas, ca-
lles y barrios, registraban las moradas, registrábanlos también
á ellos con sagaz y vergonzoso examen; reunían después los di-
neros, vestidos y joyas de cada familia, los enfardaban y los se-
llaban. En seguida los entregaban á sus dueños, contando á és-
tos al entrar en el corral, como quien extrema ovejas^ dice Bernal-
dez. Allí se mezclaron clases, edades, sexos y condiciones; los
ricos mercaderes con los pordioseros, el que se ufanaba con su
antigua estirpe arábiga con el berberisco inculto y feroz, ami-
gos y enemigos, señores y siervos. En aquel tremendo dia to-
dos eran de una misma casta, de igual condición, todos eran
esclavos. Algunos de entre ellos murieron durante su encierro,
quien sabe si de pena; cuya suerte envidiarían muchos de los que
quedaban con vida.
Habían pedido los malagueños al rey que les permitiera
rescatarse: tratóse en el Consejo esta solicitud y acordóse ac-
ceder á ella; pero procedieron con suma cautela para recoger
todas sus riquezas é impedirles que las enterraran ó arrojaran
^ los pozos.
La capitulación del rescate se trató entre Ali Dordux y D.
Gutierre de Cárdenas, (i) pactándose que todos los malague-
ños
('!) Cédula y cajntulacion finnuda de lu» Ileyeit Católicos sobre el í^escate de los mo-
*"**•> ^atwxUes de Málaga. Dióse año 1487. Existe oríginal en el archivo de Simancas, ie-
^Sn^ número 1.«>, rotulado, Cajyitul aciones con moros y caballeros de Castilla. Colección
^ í^ciim. ínéd. jtara la líisi, de España de Salva y Sainz de Baranda, T. VIII, pág. 309.
* *^e Sel. de 4487.
El Rey e la Reyna.
Lo que por nuestro mando asentó 1). (1 atierre de Cárdenas, comendador mayor de
*^^*^, nuestro contador mayor c del nuestro Consejo, con Ali Dordux vecino de la ciudad
336 MAjlaga Musulmana.
ños sin excepción de clase, sexo, ni edad, hasta los esclavos, ha-
bían de rescatarse mancomunadamente, todos de una vez, á ra-
zón de treinta doblas de oro por cabeza, dice Bemaldez, de
treinta
de Málaga, sobre el rescate de los moros e moras, vecinos naturales de la cibdad de Mi:-
laga, es lo siguiente:
Primeramente que todos los dichos moros e moras, asi viejos como moios, asi pe-
queños como grandes ó de teta, e los -esclavos moros que ellos tenían por senrídores, se
hayan de rescatar, e nos hayan de dar e pagar, e den e paguen por cada caben de cada
uno de todos ellos porque sean libres, e por todos sus bienes muebles, treinta dublas de
oro de veinte y dos quilates de peso de hacenes ó el prcscio que entre ellos vale, pagado
en oro e plata c perlas e aljófar e seda e joyas de seda, que sean de dar e tomar ruonado,
cada cosa en el prescio que justamente se estimare e valiere; e que en la cuenta ({ue se
fíciere de los dichos moros no nos pongan por descuento los moros e moras que se haa
muerto después que entraron en el corral, salvo que los pagaren como si fuesen vivos.
E asi mismo que en la dicha cuenta non se les hayan de contar los niños que han
después que entraron en el dicho corral. E que en la paga e seguridad de todo lo que
cho es se tenga la orden e forma siguiente en esta guisa:
Que todos de mancomún e á voz de uno e cada uno dellos por el todo, se obügan de
llano en llano de nos dar e pagar realmente e con efeto, en las cosas susodichas, el pres-
cio e contia que montare en todos ellos, razonando cada cabeza al prescio de suso conteni-
do, de lo cual nos paguen luego todo lo que tuvieren en su poder, asi lo que tienen en el
corral donde agora están, como cualquier otra cosa que dejaron escondida en U cibdad,
fasta ser coni{iI¡d() t*l núin(?ro de todo lo (ju<» en ellos iiioiitarc; y que para que nM*jor e
mas prestamente, puedan cumplir, (¡ue hayan de facer e faj,Mn luego almoneda de tadoí
sus bienes e los vendan íkjuí á quien (juisieren e por bien tovieren, tanto que todavía l^
vendan, e todo lo (|ue en ello montare así misino nos lo pajíuen luego, jurando e pon¡eii<i<>
entre sí <lescoiuuni<»n según su ley que no dejan en su poder ni en parte donde liabei* *^
jKiedan, cosa al;<una. E (jue si la dicha paga «pie así íicieren luego en cuanto del dicho rc'^^
catcí, no montare á complimiento de las dos tercias paites enteras del dicho precio del ti*'
cho rescate, quesean tcnudos e oblijíados de nos pa^ar lo (pie restare para cumpliniier» ^*^
de las dichas dos tercias partes enteras del dicho rescate, dentro de sesenta días primt*r<^ ^
siguientes, «ontados desde el dia (|ue liohieren acabado de pajiar lo que aquí tienen; e qi^
la otra tercia parte restante la paguen en esta guisa: la mitad en íin del mes de abril lU*
año venidero ile oclienta y o(-ho años, e la otra mitad en íin del mes de octubre <iel dicli<-
año venidero; e ([ue por todo lo que así restare por pagar de lo suso dicho, nos liayan iW
dejar e dejen rehenes dellos y deltas por lo (pie así ími ello montare, a(juellos que bastaren
á nuestro contentamiento; c que sí á los dichos t(írminos ó cualíjuíer delloá no nos palia-
ren las contias que así (juedaren por j>agar, (|ue todos los dichos rehenes sean e queden
por nuestros cativos para siempre, y (pie en tanto (jue eshnierenen rehén estén á costa d«^
los dichos rehenes.
ítem (pie demás de lodo lo suso dicho, nos hayan do. dar e den libremente todos lo5
cativos e cativas cristianos (jue tienen allende e en otras cualesquier partes, ó la paiie i[W
en ellos tovieren; e así mismo los (jue llovieren vendido desdel dia de pascua de Na\idaii
que pasó deste presente año, en cuales(iuier partes; los cuabas nos hayan de dar e den.
antes ciue las personas (jue los tovieren saiyan de nuestro poder; e que le sea recibido en
Parte primera. Capítulo viii. 337
treinta y seis ducados, según Falencia, pagaderos en oro, pla-
ta, joyas y vestidos, estimados en su justo valor ó en esclavos
cristianos, apreciados en treinta doblas también cada uno, sin
descontar los moros muertos después de entrar en el corral,
pero sin contar los que en él hubieren nacido. Para lo cual de-
bían entregar cuantos bienes tenían consigo y cuantos hubie-
ran podido ocultar antes de salir de sus casas, dándoles facul-
tad para venderlos en pública almoneda y entregar el producto
de ésta al erarío real. Si lo entregado no constituía los dos ter-
cios de la suma total del rescate debían completarla á los sesen-
ta dias de hecho el primer pago y la tercera parte restante la
mitad en Abril y la otra mitad en Octubre del año siguiente.
I^or las cantidades que fueren restando después de hecho el pri-
mer
cuenta por cada uno dellos treinta doblas de la dicha ley e peso, e por la otra parte que en
^llos toviercn ásu respeto.
ítem que en préselo en pago de las dichas contias del dicho rescate de la prostrímera
l^aga, hayamos de tomar todos e cualquier cativos e cativas cristianos que trujcren á núes-
^ v*o poder de allende e de aquende, razonando cada cabeza al prescio suso dicho; e que pai'a
tos traer de allende Nos les hayamos de mandar navios á nuestra costa.
ítem que Nos mandemos poner los rehenes que asi quedaren en la cibdades de
Sevilla e Córdoba e Xerez c Ecija en poder de quien Nos mandaremos, e que dellos que-
<^«n en estacibdad en poder de Garci Fernandez Manrique dellos
ítem que los dichos moros e moi'as no puedan vivir ni morar ni estar en el reino de
CI^ ranada, así en lo que tiene los moros como en los que Nos havemos ganado, sin nuestro
v^nandamiento, salvo que todos hayan de pasar e pasen allende en navios seguros de núes-
costa; pero si algunos dellos quisieren ir á vivir e morar á cualesquicr otras partes de
uestro reino, que lo puedan facer segura e libremente.
ítem es nuestra merced que en este dicho asiento non entren el Zegri e el Geneti, el
'K'feioro loco que se llamaba santo, e los sobrinos del Zegri e Sancta Cruz, e sus mugeres e
C Ijos e todos ellos.
Lo cual todo que dicho es, seguramos e prometemos por nuestra fé e palabra Real
ue mandaremos guardar e cumplir realmente e con efeto en todo e por todo según el
aquí se contiene, de lo cual mandamos dar esta nuestra carta firmada de nuestros
siorobres e sellada con nuestro sello. Fecha á cuatro dias del mes de setiembre año del
Yiascimiento de Nuestro Señor Jesucristo de mil e cuatro cientos e ochenta e siete años. —
~yo el Rey.— Yo la Reyna.— Por mandado del Rey é de la Rey na.— Femando de Zafra.—
De la cibdad. — Hay una rúbrica.
V
338 Málaga Musulmana.
mer pago habían de dejar en rehenes el número de personas
que los reyes estimaren conveniente, rehenes que quedarían
para siempre esclavos, si aquellas cantidades no fueren satis-
fechas.
Los rehenes debían permanecer en Sevilla, Córdoba, Jeréz^
Écija y Málaga. Los que se rescataran no podían volver al rei-
no de Granada, sino pasarse á el África ó á las partes de Espa-
ña dominadas por cristianos. No entraban en el concierto Ha-
met el Zegrí, sus sobrinos, el faquí que tanto le excitó á la re-
sistencia, Ibrahim Zenete, Hasan de Santa Cruz, ni sus mu-
geres é hijos.
Ciertamente la venganza de los agravios que los cristianos
habían recibido dictaron estas duras condiciones. Pero pene-
trando en el fondo de las cosas tuvieron principalísima parte los
intereses pecuniarios: ésta conquista había costado á los reyes
sumas inmensas; tantas fueron que algunos pueblos andaban
malcontentos con los pechos y derramas que se les repartieron
para llevarla á feliz término; debiánse cantidades de alguna con-
sideración también á varias personas que las habían aprontada
para las necesidades del cerco; había que galardonar además
ampliamente á otras, cual pedían sus méritos, reparando los da-
ños que recibieron con sus heridas y dolencias. Esta crueldad fué
pues en gran parte una cuestión del Tesoro nacional, una cues-
tión de hacienda^ cual diríamos hoy.
Considere el lector cuantos serían los sufrimientos de los
vencidos durante la ejecución de estos pactos: ¡cuántos de ellos
envidiarían la suerte de los que murieron peleando! ¡cuántos se
arrepentirían
Parte primera. Capítulo viii. 339
arrepentirían de no haber puesto por obra la desesperada re*
solvieion de incendiar la ciudad y morir matando cristianos! To-
do cuanto puede afligir y humillar al ser humano otro tanto se
encipleó con los míseros malagueños.
Esto en los hechos generales y públicos que han llegado á
nosotros: ¡qué no sería en los particulares y privados, envuel*
tos en el misterio por el temor ó la violencia! ¡cómo creer que
se pudieron dominar las demasías de los codiciosos mesnade-
ro^, puestos como avaros, al alcance de un tesoro! Cuando
aCkxi después de constituidos los pueblos las quejas de los mude-
jsLx-cs, cruelmente expoliados por los nuevos pobladores, produ-
jex^on enérgicas reales cédulas para que se les respetara, ¡qué
no pasaría en aquellas amargas horas! ¡cuántas ricas preseas
no desparecerían en los registros domiciliarios! ¡á qué miserable
pxr>ecio no se venderían los bienes muebles de los vencidos en
acta almoneda, donde los únicos licitadores eran los vencedores!
Ni la generosidad española, ni la caridad cristiana salieron
ffi-iay bien libradas de ésta capitulación, que el historiador, á
quien coií^pcte sublimar el bien y hacer el mal despreciable y
al>crrecible, consignará siempre, como fea mancha que amen-
guó las glorías de ésta importantísima conquista.
No ha llegado con exactitud á nosotros el número de perso-
^^s sujetas á estos pactos. Bernaldez calcula que entraron en las
^^^ntas del rescate once mil, las cuales debían entregar por su
*^^irtad, todas en común, trescientas treinta mil doblas ^ que ascen-
*^^i á diez y ocho millones seiscientos veinte y dos mil seiscientos cua-
» y siete reales de nuestra moneda, si seguimos las indica-
jy clones
34^ Málaga Musulmana.
ciones de aquel cronista ó trescientos noventa y seis mil escudos^
según la cuenta de Falencia, que hacen diez y ocho millones seis-
cientos cuarenta y seis mil novecientos cuarenta y un reales: enorme
cantidad para entonces, y considerable aún para hoy, si se tiene
presente que no entraban en cuenta los bienes raices y si sola-
mente el numerario, las alhajas y los vestidos.
Al fin después de vendidos sus bienes, pobres, miserables,
seguramente con escasa esperanza de ver libres á los rehenes
de esclavitud, apesar de sus sacrificios, salieron de Málaga los
moros, repartiéndose entre las poblaciones andaluzas. Sus men*
sajeros recorrieron afanosamente las comarcas granadinas y
africanas promoviendo colectas, excitando en los mercados, en
las plazas y á las puertas de las mezquitas la caridad de sus
correligionarios, con el relato de las miserias que estaban sufrien*
do sus míseros compatriotas. Pero el estado de perpetua guerra
y la decadencia del Islam eran tan grandes, que aquellos mala*
gueños, renombrados por su caridad en rescatar cautivos mu-*
sulmanes, no pudieron completar la suma pactada y todos que-
daron, según Bernaldez, entre los cristianos por esclavos.
D. Fernando habia realizado por completo su pensamiento.
Escaso sería el dinero y muchas más escasas las preseas que
no entregaran los de Málaga, alucinados por el señuelo de la
libertad; al fin se quedaron sin ella y sin sus bienes. Honra-
do hubiera sido, ya que se les privaba de la primera, volverles
lo que cada cual dio, para que pudieran rescatarse: esto creería,
si Bernaldez, autor puntual y diligente, no afirmara lo contra-
rio. Obrando tal cual él dice, mayores muestras dio D. Feman-
do de
Parte primera. Capítulo viii. 341
do de codicia que de magnanimidad; así podía haber obrado un
logrero judío no un caballero cristiano.
Todavía en Noviembre de 1489 permanecían en Málaga, vi-
viendo en lo que entonces se llamó la Morería^ los rehenes que
quedaron en ella á cargo de Garci Fernandez Manrique, algu-
nos de los cuales vieron sus propias moradas adjudicadas á los
cristianos. Después seguirían probablemente la misma desven-
turada suerte que sus otros compatriotas (i).
Durante el cerco de Málaga los cristianos habian tenido si-
tiadas dos villas de la costa occidental malagueña, Mijas y Osu-
na; la primera existente hoy con igual nombre, la segunda des-
poblada en un partido de huertas, no muy apartado de la ante-
ñor, que actualmente llaman Osunilla.
Los defensores de entrambos pueblos, que estaban fortifica-
dos, permanecieron constantes en la resistencia, mientras se sos-
tuvo nuestra ciudad; pero al saber que se habia rendido, creyen-
do que lo hubiera hecho con excelentes condiciones, entregá-
ronse á los cristianos, pactando que se sometían á la suerte de
los malagueños. Reservaron los vencedores cual era ésta, vinie-
ron con unas cuantas galeras por mar á aquellas costas, y em-
barcaron hasta ochocientas personas, con sus ropas, dineros y
.ahajas, tornando inmediatamente á Málaga.
Cuando llegaron á ésta y supieron la horrible realidad y cuan
Miserablemente habian sido burlados, la desesperación de aque-
llas infelices fué inmensa; por su necia credulidad lo habian per-
dido
(^) Repartimientos de Málaga, T. III, folio 27, 43 y 1 \±
342 Málaga Musulmana.
dido todo; quedábanse sin sus bienes, sin su libertad, indigen-
tes y esclavos.
En el corral de los prisioneros separaron á los muslimes na*
turales de Málaga de los gomeres. Estos quedaron todos por
esclavos: cien de ellos con caballos, jaeces, trages y armas fue^
ron enviados á Roma y presentados al Pontífice Inocencio VIII;
hizolos éste pasear las principales calles de la gran ciudad eo
lujosa procesión, y recibió los obsequios de los monarcas espa-*
ñoles en solemne consistorio, donde fué admirada la marcial
apostura de los fieros defensores de Málaga, ensalzados aque*
líos soberanos ilustres, que tan extraordinarios triunfos daban a!
catolicismo, y recordadas las proezas de los conquistadores de
nuestra ciudad.
Expresión del gozo que embargaba al padre común de los
fieles y á su corte, expresión del júbilo y del legítimo orgullo
que dilataba los corazones de los españoles residentes en Ra-
ma fué, á no dudarlo, la oración latina pronunciada ante aque-
lla asamblea imponente por el Doctor valenciano D. Pedro Bas-
ca, elegido de cierto por su elocuencia, para conmemorar las
glorías de su patria (i).
Los reyes enviaron á más de los gomeres algunos moras,
bien africanos, bien de la provincia refugiados en Málaga, á va-
rios príncipes y magnates; ciento á cada uno de los Duques, cin-
cuenta á cada Conde y otros ciento al maestre de Santiago; cin-
cuenta doncellas á la reina de Ñapóles, hermana del rey; trein-
ta á
(1) Trao este curioso dato Morejon, quien dice que el sermón de Bosca se tituló: Ora^
tio in cHehratione virtoriae malacitanae ¡)ev Serenisshno Fcrdinandus et Elisabeth HÍ9-
panunnnn '¡mncipeSy ect.
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quedaron ¡es Ssmiri :í : _- ^ -
344 Málaga Musulmana.
maneció en Málaga una familia hebrea, los A lascar ^ merced á
las influencias de su pariente Simuel intérprete de los reyes. En
ella se contaba Isaac, Simuel, Juda Alascar y Fadoc sobrina de
Isaac, quienes fueron muy recomendados por los monarcas des-
de su real de Granada en 1491 á las autoridades malagueñas.
La suerte de los judios fué varia y angustiosa en nuestra
ciudad; probablemente rescatados volviéronse muchos desde
Carmena, pues en 21 de Abril de 1490 Francisco de Alcaráz,
repartidor por los Reyes Católicos de la propiedad urbana y rús-
tica malagueña, viniéndose á la puerta de Granada, intimó á
los hebreos que vivían cerca de ella la orden de salir de la po-
blación y establecerse al Levante ó Poniente de nuestra provin-
cia. . Expulsados los judíos apoderóse de algunas de sus casas
el provisor de nuestra Catedral, alegando que se las había com-
prado; los reyes mandaron que las devolviera para repartirlas
entre los nuevos vecinos, y si la compra era cierta le abonaran
su precio siendo corto.
Meses adelante en 22 de Junio se señaló en él arrabal que
habia frente á la puerta de Granada, un solar para judería por
el corregidor Garci Fernandez Manrique, acompañado de una
comisión del municipio. La cual judería solo debía tener cincuen-
ta casas, unidas unas á otras, rodeadas todas de una cerca con
una puerta. Concedióse licencia para labrar en éste solar á Ja-
cob ben Arquez, á Jacob y Abraham Coser, á Salomón ben Ja-
cob, Abraham Trespiu, Maimón Leví y Salomón Jaquetilla.
El concepto que en Málaga merecían los judíos lo encuen-
tro perfectamente delineado en una representación del bachiller
Serrano
Serrano á los reyes, pidiéndoles que fueran expulsados de la ciu-
dad, y en la mala manera conque fueron recibidos algunos otros,
que al desembarcar de unas galeras en que venían fueron roba-
dos y maltratados cruelmente (i).
Vengamos á Alí Dordux. En la hora suprema de la ruina de
su patria, entre ésta y sus intereses optó por su egoismo, dan-
do visos de traición á sus acciones, y mostrándose mas compla-
ciente con los vencedores de lo que convenía á su honra. Bien
le pagaron ellos sus servicios, pues le concedieron singulares
preeminencias, bienes, libertad, y posesión de sus propiedades
i varios de sus deudos y amigos, entre los que sin duda debie-
ron contarse el faquí que siempre le acompañó durante las ca-
pitulaciones y el rico comerciante Amer ben Amer.
Concedieron los reyes á Ali veinte casas, que después eleva-
ron á treinta, de las cuales solo pudo obtener veinte y cuatro en
'3- Morería^ juntas con una mezquita y un horno. En las cuales
ííabitaron él y su familia, Rohaxi ben Fadl, Mohammed Alca-
^9 Aben Fath, Yusuf ben Ayub, Mohammed el Mudejar^ Ha-
^^d Alixbilí, Mohammed Aduacheb, Kasim é Ibrahim Alegeti,
<^on otros más hasta cincuenta. De ellos parte murieron en
^á.laga, parte, más adelante, se pasaron á África; á todos se les
otorgó cartas de seguro para ellos, sus propiedades y familias,
^fin de que nadie osara dañarles, se les eximió de alojamientos
y de llevar las señales que los moros mudejares debían ostentar
^^ Sus ropas, concediéndoseles sobre todo la importantísima
condición de poder disponer de sus bienes.
Mostraron
1^1 Bepartimienios, T. I, folios 278, 294, 207, 300: T. III, 120 y iriO.
346 Málaga Musulmana.
Mostraron ambos monarcas en diversas ocasiones la estima-
ción en que tenian á Ali, dándole cuatro tiendas en la Morería;
el derecho de comerciar por sí ó por sus factores, por mar ó por
*
tierra, el nombramiento de alcalde de los mudejares de ésta
provincia desde Villaluenga á Maro, por cuyo cargo cobraba
anualmente veinte mil maravedís; tierras, viñas y olivares en
Benagalbon y Benaque, otras en los pagos de Maxaralhayat y
Aben Hayat, jurisdicción de Benaque, las cuales pertenecieron
á Zaide Ali y Mohammed ben Omar que se fueron á África,
con facultad de sembrarlas y cultivarlas; además de todo ésto los
tributos de Casarabonela. Pidió después más tierras, que los
reyes le concedieron, ordenando que se les dieran á su conten-
tamiento, por que és nuestra jnerced y voluntad^ dicen en su real
cédula, que en ésto se haga muy bien con él. Con los años y con la
protección aumentó sus exigencias, acrecentando sus riquezas
con los restos de la deshecha tempestad en que habían pereci-
do sus compatriotas, pues algunos después pedía más tierras
por conducto del bachiller Juan Alonso Serrano, obteniendo de
sus protectores órdenes de que se las dieran si sobraban para
los cristianos.
Juan Alonso Serrano no se mostró igualmente afecto á Dor-
dux; éste tuvo que recurrir á los reyes para hacer respetar sus
derechos, consiguiéndolo cumplidamente pues escribieron al
bachiller, que dejara abierta la tienda que le habia mandado
cerrar y mercadear libremente en ella, desaprobando cuanto
había hecho, mandándole cumplir sus reales cédulas, y reco-
mendándole que tratara á Dordux y á sus compañeros, decía
el rescripto
Parte PRIMERA. Capítulo viii. 347
scripto regio, como á vasallos y servidores mios.
^^^o era una excepción la energía que en defender á Dordux
ino^> '^ raban ambos monarcas: muchas veces he hallado en los
libros de Repartimientos enérgicas reales cédulas, reprobando
las xiQolestias, los daños y hasta los latrocinios que con los des-
dioW^dos mudejares usaban los cristianos, grandes y pequeños;
mostrándose en ésto superiores á su época, superiores al odio,
al resentimiento y sobre todo á la codicia de sus vasallos. En
lo que no se mostraban tan generosos era en la percepción de
impuestos, pues apremiaban bastante para que se recaudasen y
p^r^L que se sacara todo cuanto más se pudiera de los moros. Co-
sa que no debe admirarnos; el físco ha sido igual en todo tiem-
po; entonces ahogaba á los mudejares, como hoy al contribu-
yante; éste es vicio añejo en España, y por lo que se vé incu-
rable.
^o sabía Dordux hablar castellano; sirvióle de intérprete en
r
SUS conferencias con Fernando V Ali el Fadl, al cual, mediante
s^ ixiflujo, se concedieron posesiones en Almayate, que perte-
°^^¡eron antes á sus correligionarios Hamama y el Cortobi (i).
Án duda, agravios recibidos de los repartidores inclinaron
"^^^nte algún tiempo á Dordux á pasarse á Fez, y aun pidió li-
^^"^c^ia á los reyes para emprender este viaje; no pudo sin em-
"^^go resistir las instancias de ellos para que se quedase, bien
P^'"^iie temieran que allende el Estrecho habia de hacerles da-
°^» l>ien porque necesitaran en nuestra provincia de sus influen-
cias.
de Repartimientos. T. K lólios ^, ai. Ti y :)í^, T. III U'Au?< «30. «1)7
48
348 Málaga Musulmana.
cias. Por otra parte no sé como Dordux hubiera sido recibido en
África, pues enviados que fueron á ésta y se valieron de su nom-
bre hubieron de volverse sin lo que deseaban; muestra de la
inquinia que le tenían los que moraban en aquellas partes, en las
que. existían muchos muslimes españoles.
Permaneció por tanto en Málaga influyendo personalmente,
ó por medio de su hijo Mohammed, en apaciguar las primeras
alteraciones de los moriscos. Mohammed, tocado de la divina fé
y además deseoso de conseguir las promociones á que le lla-
maban su egregia alcurnia, los servicios del padre y los mereci-
mientos propios, bautizóse con su esposa, siendo padrinos los
reyes, por lo que ambos adoptaron los nombres de Isabel y Fer-
nando con el apellido de Málaga.
Tomó á mal su padre esta decisión y desheredólo. Mas an-
dando el tiempo dícese, cosa que tengo por muy dudosa, que al
morir Alien 1502, estando en Antequera, recibió el bautismo, con
el nombre de Francisco, apadrinándole el conde de Ureña (i).
D. Femando de Málaga por los muchos buenos y leales ser-
vicios que prestó á los reyes recibió el entonces muy ambicio-
nado título de hidalgo de solar conocido, con la exención de
toda clase de contribuciones. Fué además regidor perpetuo de
Málaga, así como algunos de sus descendientes; si cualquiera
de éstos tomaba el estado eclesiástico ocupaba una canongía de
nuestra Catedral, canongía que quedó vinculada en su familia.
Diéronle
(1) Dijo esto Morcjon, autor honrado, pero de escasísima crítica; impugnó Medina
Conde, en sus Conv. mal. parte II, |>á¿. 9ü y sig., pnmero la fecha del fallecimiento qae
debió suceder antes del 1500, después lo del bautizo: no creo muy fuera de razón las indi-
dones de Conde.
Parte primera. Capítulo viii. 349
Diéronle también un escudo de armas (i) partido en cuatro
cua.rteles; en el alto de la derecha se veían las armas de Mála-
ga, en el inferior cinco granadas; á la izquierda en el superior
un león y en el de debajo dos barras de oro en campo azul; re-
mataba el blasón una corona, explicando el todo, dice Medina
Conde, los siguientes versos, que me parecen bastante posterio-
res al siglo XV:
Málaga muy noble y leal
A sus reyes siempre ha sido,
Los que son de su apellido
Ks su origen sangre real
Y de solar conocido.
Las cinco granadas son
Su mayor antigüedad,
Y el rey le dio por l)lason
Un león, y una ciudad
Y las barras dt; Aragón.
Los nietos de Ali Dordux continuaron prestando grandes
servicios á España, ya muriendo como buenos en Flandes, ya
peleando contra los ingleses, ora luchando con los moros afri-
canos, hasta que su apellido fué paulatinamente oscureciéndo-
se! entre la pobreza de los que lo llevaron ó confundiéndose ¡tris-
tes variaciones de los tiempos! con el de Málaga que se ha pues-
ta á los niños expósitos.
Aún nos conservan los libros de Repartimientos malagueños
*^s nombres de muchos musulmanes, hijos de nuestra ciudad,
_ notables
(*) He hallado una copia de la Real («««dula on que so concedió ésta hidal^uia en el
' S. Z. 45 de la liibliotcca Nacional. Todavía en el siglo pasado se conservaba la menio-
'^^e Ali Dordux en las tierras ([ue poseyó en la desembocadura del Arroyo de Jabonaros,
"Onde tuvo una casa, con su moraleda y otras plantaciones. He hallado esta noticia en los
"Milog del Cortijo de los Galanes, propiedad de mi amigo D. Mateo Castnñer, quien vá lo-
S^indo ver transformado este sitio, merced á las magnificas condiciones con que lo dotó la
Diluraleza, en un delicioso retiro, donde se van ediíic^indo hellisimas casas de recreo.
350 Málaga Musulmana.
notables por su posición, cuyas ricas moradas pasaron á ser pro-
piedad de los conquistadores, que hallarían en ellas el sosiego
y deleite de la voluptuosa vida morisca, y los de otros que tu-
vieron participación, traicionando á sus correligionarios, en las
victorias de los cristianos: miserables tornadizos á quienes pa-
garon estos generosamente sus afrentosas acciones.
Entre ellos se nombra á Aben Ornar ^ cuyas casas se dieron á
D. Pedro Diaz de Toledo primer obispo de Málaga: Mohammed
Almoui ó Almomi el Zaguer^ cuya morada tocó á Pedro de Al-
derete repostero de camas de la reina Doña Isabel, antecesor
de un escritor ilustre, Bernardo de Alderete, honra de nuestra
ciudad: el Corior^ quien debió de ser por extremo rico, pues ob-
tuvo su magnífica casa D. Sancho de Rojas maestre sala del rey,
casado con Doña Margarita de Lemus, progenitor de los con-
des de Casapalma, Puertollano y Mollina, de cuya hermosa
mansión me ocuparé más adelante: Cantar, cuya casa se re-
partió á Sancho de Sarabia criado del rey, alcaide de Casara-
bonela, y á su muger Doña Teresina de Villaragut, criada de la
reina: uno conocido con el apellido español de Gomez^ que con
otros moros toloseños se vino á Málaga en 1481: Aben Fachonb
Aben Falhon escudero del Baecí, alcaide de Alora, cuya era la
hacienda de Rafa, que poseyó el repartidor de las propiedades
musulmanas Cristóbal de Mosquera: Ibrahim Abdelkerim alcaide
de Olías, que sirvió admirablemente á los Reyes Católicos en la
entrega de esta villa, á quien se donaron tierras de otros mo-
ros que habían pasado allende el Estrecho: Cabecira, cuya casa
estaba frente á la actual calle de Pozos Dulces; el Saler k quien
sucedió
Parte primera. Capítulo viii. 351
ucedió en la propiedad de su morada el marqués de Cádiz:
ierto muslím apellidado Valetero: Madaleni al cual tocaron ca-
^as en el barrio de la Morería^ por los servicios que había pres-
tado á los cristianos: Aben Manzor^ quien tuvo en calle de Bea-
bas, hacía su ingreso por la de Granada, una extensa y sun-
-tuosa morada, con jardines, en los que existían diversidad de
arboles frutales, una noria y un baño; la cual casa tenía por lin-
deras las de otros moros, llamados Alt eljana y Ali el Morabito^
hiendo éstas lindes demarcadas al año siguiente de la con-
quista por un faquí malagueño, designado al efecto por los re-
partidores cristianos, y por otro muslim denominado Gala/ (i).
Fiesta de San Luis obispo de Tolosa, Domingo ig de Agos-
to de 1487, entraba por la puerta de Granada y recorría las
principales calles de la población, de las cuales habían desapa-
recido los sangrientos vestigios de la reciente lucha, solemne y
suntuosa procesión, manifestación pública, nacional y religiosa,
del triunfo obtenido en Málaga por España y por el Catolicismo.
Precediála el capellán y limosnero mayor de los reyes D. Pe-
dro de Toledo, llevando enhiesta la cruz de oro y plata, nobi-
lísima enseña de la Iglesia primada española; seguían en pos
de él escuderos, hidalgos, capitanes, frailes, proceres eclesiásti-
eos y seculares, sirviendo de brillante cortejo á la Virgen de los
Reyes, ante la cual habían orado tantas veces de hinojos los vic-
toriosos monarcas, demandándole en sus fervorosas plegarias el
feliz éxito de sus empresas. Iba la imagen cubierta hasta las an-
das
(1) Libros de nejxirtimientos, T. I, folios 433 v., 204, 270, 278, 280, 323, T. III, 58
% V 159.
352
Málaga Musulmana.
das con las ricas preseas de la reina, y su angelical semblante,
elevándose sobre aquella multitud gozosa y recogida, como ma-
dre cariñosa entre sus hijos, al atravesar las revueltas calles de
la ciudad morisca, parecía el celestial emblema de la nueva ci-
vilización que con ella penetraba en su recinto.
Tras de sus andas caminaban los soberanos, seguidos de lo
principal y más encumbrado del reino, armado Fernando V de
todas armas, lujosamente ataviada, aunque descalza, Doña Isa-
bel, con espresion de cristiana modestia: que en todas las oca-
siones de su vida mostraba aquella ínclita señora, honra de la
monarquía, amor de España, las grandes condiciones de su na-
tural condición. Acompañábanles su corte, pages, damas, caba-
lleros, y escoltábanles los continuos y guardias de sus perso-
ñas (i) cerrando la procesión los recien libertados cautivos, lle-
vando
(i) Los libix)» de Hepiirtimientos dan los nombres de los escuderos de las {ruai*dias rea-
les avecindados en Málaga, que sin duda asistieron á su cerco y permanecieron en ella du-
rante la primera epidemia.
Cristóbal de Herlanga.
Antón de Córdoba.
Sancho Vizcaino.
Juan Ad.
Diego de Liévana.
Francisco de Pallares.
Cénzalo de Camboa.
Fernando de Uncibav.
Cabriel Várela.
Fi^ancisco de Madrigal.
Alonso de Antequera.
Diego de Cuevas.
Iñigo de la Miel.
Pedro do Bui^gos.
Alonso Tenorio.
Joi*ge dt» Proaño.
Alonso de Alderete.
Diego de Santisteban.
Fernando de Ángulo.
Pedro de Villalva.
Fernando de Robles.
Fernando de Cabrera.
Alonso de Aguirre.
Antón de Olinos.
Alonso Gallardo.
Juan de Sesé.
Miguel Vallesler.
Diego de Galiana.
Pedro de Ángulo.
Juan de Cieza.
Alvaro Herrera.
Sancho de Salinas.
Diego de Badajoz.
Juan déla lUba.
Miguel de Dueñas.
Diego de Morales.
Fernán Huiz de Colmenares.
(ion7.alo Uodriguez de Araujo
Alonso Serrano el Viejo.
Hernardo de Solanilla.
Luis de Baeza.
Alonso de Cardona.
Gonzalo de Alcántara.
Antonio de Collazos.
Pedro García de Alequia.
Pedro de Quincoces.
Fernando Canelas.
Diego del Castillo.
Peilro de Pallares de Haya.
Diego de Gudiel.
(fonzalo Beltran.
(lalaz de Guzman.
Diego Maldonado.
Diego Suarez de Figueroa-
Alonso de Vera.
Juan Lebrón el Viejo.
Parte primera. Capítulo viii. 353
ando al hombro sus cadenas, bendiciendo á sus señores y á la
«ligion, en cuyo nombre recobraran el sosiego y la dignidad de
ombres.
Dio la procesión en la mezquita mayor, consagrada ya en
emplo cristiano y destinada para Catedral; colocóse en el al*
mayor, lujosamente exhornado, la imagen de la Virgen, y
nte la multitud apiñada en las naves que antes oyeron el so-
lemne recitado de las aleyas koránicas; bajo aquella techum-
l)re cuyos ecos habían repetido los entusiastas acentos del jatib ó
predicador maldiciendo á los cristianos y encendiendo los áni-
vnos de los creyentes para emprender la guerra santa; delante
•del destruido mihrab ó adoratorio, cerca del cual, durante lar-
dos años, los imatncs ó directores de la plegaria preconizaron la
£é muslímica, ofició el Cardenal arzobispo de Toledo la misa
-del Misterio de la Encarnación, y terminada, los graves y her-
mosos acentos del Tedeum expresaron la emoción que embar-
caba los ánimos de los vencedores.
Mientras tanto en las fortificaciones de la ciudad y allá á lo
lejos en el campamento mezclábanse, en regocijado concierto
las salvas de la artillería y los repiques de las campanas á los
vítores del ejército.
Aquí debiera poner fin á esta Primera Parte de mi libro, de-
jando para obra posterior, preparada há largo tiempo y que ti-
tularé Málaga Moderna, si Dios fuere servido de que la publi-
<iue algún dia, el complemento de la obra histórica, referente á
la ciudad en que nací que hace años que tengo emprendida.
Pero hay algunos acontecimientos tan ligados con la presente,
tienen
1
354 Málaga Musulmana.
tienen todavía los hombres, las ideas y las propiedades musul-
manas tanta influencia en los primeros pobladores cristianos de
Málaga, que no acabaría cumplidamente mí empeño, sino hi-
ciera la reseña conque voy á ponerle remate.
Por ésto sin entrar en el relato de la constitución civil y re-
ligiosa de nuestra ciudad en los postreros años del siglo XV,.
sin determinar los nombres, alcurnia y conducta de sus autori-
dades, ni extenderme en la designación de algunas familias, las
más notables, progenitoras de muchas otras modernas, me ocu-
paré de la situación de Málaga durante esos últimos años, de
la suerte de los moriscos que vivían en ella ó venían á contra-
tar á sus mercados, y de los cambios que sufrió la antigua pro-
piedad sarracena.
Quedó Málaga por entonces, como población fronteriza con-
tra el yá exiguo reino de Granada, como baluarte defensor de
la marina contra los desembarcos africanos. Vivióse en ella du-
rante unos cuantos años en perpetuo estado de guerra; sus for-
tificaciones se reparaban cuidadosamente, impedíase al vecin-
dario edificar cerca de los muros ó en la ronda del adarve, es-
pecie de camino que al rededor de ellas existía per dentro de
la población, y procurábase que ésta estuviera bien provehída.
Los primeros vecinos eran propiamente soldados; exigiáseles
que tragesen armas, ballestas, espadas, espingardas, y á algunos
caballo, renumerándose ampliamente al que empleaba parte de
su fortuna en estos pertrechos: imponiáseles el deber de rondar 6
de hacer guardias por la noche, atalayar el campo y salir á él,,
cuando los vigías costeños anunciaran cualquier rebato de moros,.
alguno^
Parte primera. Capítulo viii. 355
Igunos de los cuales volvieron á veces, por cierto, maltrechos y
errotados.
Pues no solo eran temibles los granadinos, sino el morisco,
quien el odio ó la venganza transformaba en salteador mon-
, 6 los expulsos muslimes, que juntos á los africanos, corrían
uestras marinas robándolas. A las mismas puertas de la pobla-
ion, á vista de sus muros, egercían estos piratas sus crueles de-
^Dredaciones, atacando lo mismo á musulmanes que á cristianos^
aqueándolos, cautivándolos y llevándoselos á Fez ó á Grana-
. Frecuentemente se encuentran en nuestros libros de Repar-
timientos noticias de estos cautivos y de las gestiones que se hi-
<::ieron para rescatarlos, frecuentemente he hallado en ellos me-
morias de los efectos de estas sangrientas incursiones.
Así ocurrió á Diego del Castillo, vecino de Málaga, envia-
do con algunos moros por las autoridades y por Ali Dordux pa-
^a pasar al África, á quien aprisionaron unos corsarios; á Fran-
cisco López, vecino de Benagalbon, al cual cautivaron los gra-
nadinos, muriendo en sus mazmorras de dolor y desesperación,
perseguido cruelmente por la pesadilla de sus deudos y de su
Jiijo, ferozmente degollado (i).
Por otra parte la naturaleza afligió con terribles calamida-
des á los primeros vecinos cristianos de Málaga, pues antes de
1492, y aún en los años siguientes, la ei)idemia que había yer-
mado gran parte del Andalucía puso á prueba sus ánimos, pe-
reciendo en ella muchos desgraciados y ahuyentando á otros que
356 Málaga Musulmana.
no tuvieron valor para arrostrarla; dando razón á los que esca-
paron de ella, y á los huérfanos y viudas de los que perecieron, pa-
ra pedir el aumento ó la conservación de las propiedades que
se les repartieron.
También ocurrió por aquel tiempo un terremoto que arrui-
nó muchas casas de la ciudad, maltrató otras y cuarteó las for-
talezas de Benalmádena, Casarabonela y Gomares, aterrorizan-
do á los habitantes de nuestra provincia. Los reyes, apiadados
de ellos y deseosos de favorecer la población de su término, no
solo concedieron multitud de mercedes individuales á los que
no desampararon sus nuevas moradas y á los hijos ó viudas de
los que sufrieron estas desgracias, sino que les otorgaron exen-
ción de ciertos tributos por dos años, á más de los diez que les
concedieron, á contar desde el de la conquista (i).
Muchas veces, en las frecuentes algaradas de los cristianos
ó en los días del sitio, los Reyes Católicos y sus predecesores
habían evitado la ruina de haciendas renombradas por su de-
leitosa situación y la de los edificios de la ciudad; esperaban
al expugnarla arrojar de estas propiedades á sus moradores y
que quedaran por suyas, como así aconteció.
Pero D. Fernando y Doña Isabel no asignaron todas estas
propiedades á la corona: contentáronse con la cuarta parte del
vidueño, con los bienes propios de los sultanes granadinos, con
las jabonerías, tenerías, albóndiga, aduana, alcaicería, tiendas,
baños, boticas, derechos de portazgo, paso, almojarifazgo, diez-
mos,
(i) lieparlím. T. I, folio 393, y en muchas otras partes. Serrano de Vargas, Anacardi-
na espxHíual. Martin de Roa, Málaga su fundación, su antigüedad eclesiástica y reglar
sus Santos Ciríaco y Paula y S. LuU obispo sus patronos, cap. XX, folio 71.
Parte PRIMERA. Capítulo viii. 357
mos, medios diezmos, cuentos de cabalgadas, tercias y cam-
bios (i). Las demás propiedades urbanas y rústicas las desti-
jiajron á satisfacer las necesidades del nuevo municipio, á enrí-
quLCcer á los cristianos que se decidieron á poblar en Málaga,
á f^remiar los servicios que muchos de sus vasallos, grandes y
p^cg[ueños, les habían hecho en ésta guerra, con sus armas, con
sangre, con su trabajo ó con su dinero.
La propiedad musulmana de Málaga se repartió por tanto
:re los conquistadores; pobres mesnaderos hicieron en un mo-
nto su fortuna; aumentáronla considerablemente los próce-
B 9 y aquellos repartimientos fueron la base de mucha parte de
xnodema propiedad malagueña, citándose todavía frecuénte-
nte en los tribunales por los que sostienen sus derechos.
Dos caracteres tuvieron estos repartimientos, el de dona-
» graciosa hecha por los reyes, y el de adquisición por esta-
blecerse como vecinos de Málaga. Para conseguir estos últimos
*^*xían los nuevos moradores que permanecer en ésta cinco años,
* zxiás de traer consigo su familia y armas; los solteros debían
:raer matrimonio en breve término. Los bienes repartidos
podían venderse sino después de ocho años, y á los que no
^^rxiplían estas condiciones se les retiraban los repartimientos.
Estas disposiciones se mantuvieron con algún rigor; pero
U.chas veces el valimiento y el nepotismo, de todo tiempo po-
rosos en España, consiguieron quebrantarlas; otras también
^^ cjispensaron á los que continuaron peleando con los moros ó
^^ ocuparon en otros servicios públicos (2).
Fueron
(1) Libro» de Rttoartimienioa. T. I. folio 310. T. 111. folio 34.
358 Málaga Musulmana.
Fueron los primeros repartidores Francisco de Alcaráz, con-
tinuo de los reyes y alcaide de Córdoba, ascendiente de los Oso-
ríos, y Cristóbal de Mosquera, veinte y cuatro sevillano, con — m-
quistador de Alanis, que pereció ahogado yendo, pdr mandatoc^^o
de Fernando V, como capitán de espingarderos gallegos, á so — ^z»o
correr á Doña Ana duquesa de Bretaña; el cual en un princi— -í c:i
pió no tomó mucha parte en ellos por ocuparse en el servicico i zi
real. Medidores de la propiedad repartida fueron Alonso de Ver- -:» — r
gara y Juan de Ariza, y notarios del repartimiento Gerónimo xik
de Salinas y Antón López de Toledo (i).
Con arreglo á las instrucciones de los reyes inventariáronse .^se
las fincas, haciéndose grupos de á diez de igual valor, que se sor-^K -r-
tearon entre diez personas de igual categoría.
Quejas, agravios, pleitos y otros graves inconvenientes pro
dujeron disgustos y reclamaciones á los monarcas. Estos nom
braron para reformar los repartimientos al bachiller Juan Alón
so Serrano, hombre, á lo que entiendo, enérgico é íntegro, en
migo jurado de moros, herejes y judíos. Quien justificó los can^ r
gos de Consejero real y Contador mayor del reino que consigiiiS^ ó,
terminando su reforma en 1493; la cual fué aprobada por Ici^r^os
reyes en Segovia a 20 de Agosto de 1494, con aplauso del miz^Mii-
nicipio, pero con grandes quejas de muchos vecinos.
Poblaron en Málaga gran número de vizcaínos y gallegos -— s,
castellanos, andaluces, bastantes portugueses, franceses, genc^^o-
veses y alemanes, á más de los muslimes que quedaron en E -J^
Moren -^,
(1) Hr/xirl . T. \, ). IM)'!. (".«mIiiI;! dr \ (|(> Selieinbiv de 1187. Kinpozaroii su.> trabaf * '^'
Parte primera. Capítulo viii.
359
Morería^ de los judíos y de los tornadizos ó moros que se bauti-
zaron, como Rodrigo Pimentel, á quien dejaron en Málaga por
ser hofnbre provechoso para el campo, Fernando de la Morería y
Fernando del Rey,
Aquí vinieron religiosos á establecer sus conventos, merca-
deres á aprovechar nuestra favorable situación marítima para
darse á la contratación, personas principales, continuos y ser-
vidores de los monarcas, (i) artesanos, labradores, peones, en-
cargados
(1) Los senidores de los
partimientos, fueron:
Alonso de Perales arma-
dor de las tiendas del rey.
Francisco de San Martin
repostero de estrados.
Gonzalo Pérez de Peña-
randa escribano de cámam.
Juan del Castillo idem.
Machín de Anchieta mozo
de espuelas de la reina.
Diego de Covarnibias ca-
pitán de los escuderos reales.
Pedro de Se¿ov¡a reposte-
ro de ramas de la reina.
Pedro de Alderete idem.
Pedro de Yagüez idem del
rey.
Francisco Ramirez dé Ma-
drid.
Juan Huiz de Hciiia repos-
tero de plata de los ri'y*ís.
Perucho de Leguimi.
Ramón López de Salcedo
adalid ifj.ivor.
E¡<té\an de Vai-gas porlcro
de Cámara.
Pedro do Espinosa idem.
Bernardino di; Kcija ada-
lid.
Antón nianco de Osuna
idem.
F^edií) di' Quíntela criado.
Reyes establecidos en Málaga, ó que obtuvieron en ella re-
Juan Bcrmudez deán de
Ganarías, capellnn real.
Doña Isabel de Ayala ama
de la infanta María.
Miguel de A raso repostero
de camas.
Podro de Córdoba mozo do
espuelas «lel rey.
Rodrigo Alvarez de Madrid
criado.
Sandio de Sarabia críaclo.
Podn> do Cónloba mozo di.'
espuelas dol roy.
Podro Mnfos uíozo (\o. es-
puelas.
Rodriyo do Luna san jura-
dor.
Rellran Vizoaín»» sacabu-
che.
Podr^, (^achoiro montero.
ríuillcn l>ailia idoni.
Mijruol Maoz ballrslerodc á
caballo.
Antón Rejann idem.
Fernando do rniíbay.
Gonzalo íUí Avala cordone-
ro dol rcv.
Juan do Sahajíun zapatero
dol rov.
Mi^piín'l di' Dueñas rríadt».
Alonso Yañoz trínrhantc.
Toríbio de la Vega coci-
nero mayor de la reina.
Maestre Juan Ponce el
ciego.
Dioíío Ruitrago.
Joaimes Gazon menestríl
alto.
García de Ahumada idem.
Juan (íinós ídiMU.
Rerual Sánchez de Sevilla
idoni.
Juan Porez idem.
Podro Aloman ídem.
Mat^stio Andrés cirujano.
Castro portero de Cámara.
Juan INmoz do Airandolasa
Juan de Robles intérprete
del árabe.
Símuol ¡(h^n <lol hebreo.
Maestre Jaime boticario.
Alonso do Valdorrauía ada-
lid.
Fernando iU' TVivera ama-
nuensí'.
Fiancisco Guíliol alííuacíl
de corto.
Moson (jarcelan.
KernaiMh» Rernal esmalta-
dor.
Juan Dávila organista.
Juan (hí Escobar sastre.
36o
Málaga Musulmaka.
cargados de obras públicas, como Gonzalo Calero, que durante
tres años hizo la cal que se empleó en reparar las fortificaciones,
maestros de instrucción primaria y aun de clases superiores, y
cuantos oficiales de artes mecánicas eran precisos para una po-
blación que se calculaba en dos mil vecinos; entre los cuales
me ha llamado la atención la existencia de un relogero francés
(i) oficio raro en aquel tiempo.
¿Cuál
Maestre Bernal barbero del Pedro de Iglesias reposte- Juan de Ariza atajador, 6
rey. ro del rey D. Juan padre de explorador del campo.
Castilla rey de Armas. Fernando V.
He sacado esta relación de los libros de Repartimientos y de las notas manuscritas de
D. Antonio Ramos de que usó Medina Conde; á no haber intervenido Ramos en ellas, cier-
tamente que no les hubiera prestado fé.
(d) He creido conveniente cont?ignar, sacándolos de los tomos I y HI de Repartimiento*
folios 375 y siguiente, y folio 3 y siguiente, los nombres y oficios de muchos de los primeros
pobladores de nuestra ciudad, ya que he reseñado los de los nobles y guerreros que la con-
quistaron:
Francisco do Florez bone-
tero.
Pedro <le Herrera alguacil
mavor.
Lorenzo de la Infanta la-
brador.
Juan Aharez Osorio c^iva-
<ior.
Diego Rodrig. Fernandez.
Alvaro del Águila tejedor, marinero.
Diego del Águila id.
Juan (le Bobadilla escu-
dero.
Antón Martinez tejedor.
Francisco Fernandez de
Miguel Sánchez Montesino Moion arriero.
notario eclesiástico.
Bartolomé García de Cór-
Antonio del Águila torna- doba peón,
dizü, peón. Pedro de Palencia zapa-
Ginés Sánchez de Cehagin tero.
Miguel Escudero id.
Antón Rojas peraile.
Alonso de Gazorla arma-
Luis Serrador.
Pedro Caro espartero.
Luis Sánchez Gantoro bo- dor.
Juan Ruiz de (/.añete peón, netero.
Gómez de Olivarez tinto-
Fernán Gómez.
Pedro de Avila labi-ador.
Luis Fernandez barbero.
Juan López Ai*agon^s <:a- rero.
vador.
Martin de Espinosa fre-
Antón de Villareal odrero, cader.
Luis de ()gayab()neU?ro. Pedro Muñoz zapatero.
Francisco de Hin(»josa mor- ñero.
Maestre Pedro barbero.
Gonzalo de Cabrera algua-
cil mayor.
Antón Castellano zapatero.
Pedro de Consuegra cava-
luan de Rueda carbonero, dor.
Juan de Toledo peón.
Cristóbal Fernandez mari-
Pedro García de Requena, ñero.
Bartolomé García corcliero Luis de la Mezquita man-
Alonso Fernandez de Ma- ñero.
drid.
Juan Gordero peón.
Diego Ruiz cai7)intero.
Bachiller Diego de Ribera
leti-ado.
Francisco de Vai-gas peón.
Gristóbal Vidal id.
Gonzalo Fernandez deJaeit
hortelano.
Gonzalo de Toledo zapa-
tero.
Juan de Gaures peón.
Martin García de Talaver»
escudero.
Parte primera. Capítulo viii.
361
¿Cuál fué la suerte de los vencidos muslimes que permane-
^on en nuestra ciudad y en su término? Después de las con-
istas de los Reyes Católicos en nuestra provincia, habían que-
dado
^^«dro Fernandez de Osuna
n.
Alonso de Avila.
l\odrigo Estevan peón.
Bemardino Contreras.
A^lonso de Mieres cania-
Juan Ruiz de Córdoba al-
Lcil de espada.
Antón López de Toledo.
Juan de Lamego albañil.
LfOpc Sánchez de Torralva
a:xiaestro de romance ó sea
x~naestro de escuela.
Alfonso de Trujillo mari-
»^ero.
Alonso de Fuentes man-
«lero.
Miguel Ruiz de Córdoba
-t^odador.
Juan López sillero.
Hodrigo Alonso de Triguc-
"■"os tejedor.
Antonio Martin cautivo.
I Masillo de Motrico calce-
tero.
Alf. Vinatro ? peón.
Antón Giménez hen*ero.
Antón Martin de la Alcan-
•-ai^illa peón.
Juan Navarro Candclero.
Fernando de la Morería cs-
<=^U€lero.
Sebastian Ceja herrero.
Alonso de Córdoba zun*a-
^or.
Antonio Martínez carpin-
tero.
Diego Sánchez Catalán lo-
quero.
Juan Rodríguez de Mede-
Uin peón.
Miguel Ruiz de Palma
peón.
Femando de Curíel traba-
jador.
Pedro Alonso de Toro id.
Alonso Giménez atajador.
Juan Ollero de Peñafíel.
Vasco Bonitez de Amaya
arriero.
Martin Sánchez Crespo
tendero.
Diego de Biedma.
Juan de Linares albañil.
Benito Rodríguez ti-abaja-
dor.
Cristóbal Medrano mari-
nero.
Benito de Lezeano horte-
lano.
Pedro Martínez de Najera.
Juan Martin Usagra traba-
jador.
Bachiller Garci Martínez
de Frías.
Alonso Lope/. Montero.
Martin López de Baena
peón.
Juan de Alcaráz especiero.
Miguel Sánchez pescador.
Pedro Gómez de Fuentes
peón.
Diego de Entrada mari-
nero.
Pedro Verdugo mesonero.
Maestre Francisco barbero
Bartolomé Sánchez do Es-
pejo albaiiil.
Pedro de Flore/ zapatero.
Fernán Pérez pescador.
Bartolomé Sanchtíz arriero
Dit'go Fernandez sedero.
Andrés Martin Oliva peón.
Fernán Pérez de Baena
trabajador.
Juan Rodríguez Marchena
peón.
Juan López yegfierízo.
Alonso Ramos albañil.
Miguel Pérez de Fregenal
yegüerizo.
Juan Rodriguez tejedor.
Alonso de Cepeda.
Femando de Aguayo.
Cristóbal Ruiz de la Hi-
nojosa albañil.
Cristóbal de Ariza carpin-
tero.
Antón de Roma arriero.
Juan de la Mesa trabaja-
dor.
Martínez peón.
Martin Santísteban.
Pedro de Córdoba peón.
Pedro Fernandez peón.
Garci Fernandez peón.
Miguel de Arcos.
Juan Portugués marinero.
Lope de Astorga peón.
Gonzalo de Lezana mari-
nero.
Ci'ístóhal Fernandez de
Mesa peón.
Fernando Cama sasti*e.
Pedro Gallego peón.
Martin de Medina recuero.
Antón de Guinea zapatero.
Alonso de Trujillo peen.
Jofre de Santa Cruz escu-
dero.
Martin Valenciano mari-
nero.
Alvar Sánchez de Herrera.
Alonso de Miranda escu-
dero.
362
Málaga Musulmana.
dado habitando en ésta muchos musulmanes: fuera de algunas
limitaciones poco severas, los pactos y capitulaciones dejaban á
algunos la independencia de su religión, usos, leyes y costum-
bres;
Pedro Gil peón.
Diego Fernandez albañil.
Martin Pérez de Toledo
trabajador.
Alonso Martínez de Pedro-
sa id.
Martin de Dueñas piloto.
Marina de Villaquira.
Francisco Maitin de Bejir
albañil.
Juan Ramírez albañil, el
cautivo.
Alfonso Gai'cía de Aracena
trabajador.
Juan de Almenara mari-
nero.
Luacar boticario.
Pedro Martin Valenciano
marinero.
Alonso Fernandez caloro.
Pedro de Córdoba traba-
jador.
Gonzalo de Baena peón, la-
brador.
Juan García tonelero.
Fernán García trabajador.
Juan Rubio peón.
Marcos Ortiz sombrerero.
Dioij^o do Montoya torce-
dor de seda.
Gaici Martin del Monte
arriero.
Sancho Ruiz peón.
Pedro de Burgos.
Diego de Zea especiero.
Rodrigo el Montañéz ca-
lero.
Francisco de Palencia cria-
do de Garci Fernandez Man-
rique.
Martina Alonso.
Francisco Serrano.
Diego Gil.
Jorge de Proaño.
Catalina Fernandez.
Martín Tbañez vizcaíno.
Fi'ancisco de Avila mari-
nero.
Juan Ruiz armador.
Andrés Martínez armero.
Gamboa.
Juan Alvarez Cardillo hor-
telano.
Juan López de Salas.
Gonzalo Ortiz.
Antón de Villalba.
Alonso Rodrigo de Frege-
nal arriero.
Payo de Aponte portugués.
Diego González Palmero.
Cristóbal Sánchez carpin-
tero.
Pedro Fernandez portu-
gués, trabajador.
Alonso Fernanilez calero.
Luis Sánchez de Doña Al-
donza.
Estovan Aragón marinero.
Jorge de Santa Cruz es-
cudero pobre.
Pedro Suarez marinero.
Rui Gutiérrez espartero.
Bartolomé de la Roca ge-
novés, mercader.
Juan Rann'icz peón.
Martin Izquierdo ídem.
Marcos de Robles.
Pedro Francés especiero.
Podro de Morales, Juan de
Medina v Gonzalo de Mesa
criados de I). Sancho de
Rojas.
Francisco Ramírez.
Leonor Fernandez.
Maria de Mena.
Pedro de Nava.
Bartolomé Sánchez carre-
tero.
Madalena de Vargas viz-
caí na.
Gonzalo Calero.
Fernán Be ni tez de Malpar-
tída.
Martín Sánchez carpintero
Alonso García marinero.
Juan Giménez de Al va.
Alonso Sánchez Reinal.
Juan de Veas zapatero.
Roberto Peyne de Gema
especiero.
Antón de Espinosa borce-
guínero.
Andrés García de Jerez.
Pedro González portugués,
marinero.
Miguel López de Casta-
ñeda.
Cristóbal Sánchez mari-
nero.
Bartolomé García.
Diego Sánchez marinero.
Lorenzo Diaz coUiíero.
Fernán Pérez (rodino tra-
bajador.
Juan de Huerta ballestero
Diego Gutiérrez marinero.
Juan Btírnal curtidor.
Fernando Molina albañil.
Juan Romero peón.
Alonso García Moñiz.
La Quíntela viuda.
Fernando del Rey torna-
dizo.
Francisco Quinel.
Alonso Pérez Moñiz.
Antón de Duenajs.
364 Málaga Musulmana.
Laboriosos y activos labraban sus campos y se dedicaban
al comercio ó á la industria, fomentando la riqueza pública con
su trabajo. No faltaban sin embargo entre sus gentes muchos
que recordaban con amargura los tiempos en que eran únicos
dueños de este país: la clase noble deploraba la pérdida de sus
influencias ó privilegios, y entre la muchedumbre, si había quien
se conformaba con su adverso destino, existía también gente jo-
ven y briosa, que esperaba romper con las armas la coyunda á
la cual estaba uncida su raza.
Por otra parte, entre los cristianos había dos elementos dis
cordes con respecto á la línea de conducta que debía seguirse
con los vencidos. Existía un partido prudente y contemporiza-
dor que esperaba conseguir con el tiempo y por la clemenci
la almagama de ambas razas, y la conversión de la vencida
la religión cristiana por sola la predicación de la verdad evangé
lica.
Por el contrario, había una gran mayoría, en la que entra
ban las muchedumbres y buena parte del clero, que no
esperar y que creían absolutamente infructuosas la dulzura
la benevolencia, estimando que conseguiría la conversión de lo
musulmanes no la propaganda pacífica, sino la fuerza bruta, tV^ -=1
terror de los suplicios y el miedo á crueles castigos.
AI frente del primer partido hallábanse hombres de tanfc
talla y respeto dentro de la Iglesia y el Estado, como el arzo —
bispo de Granada, Fr. Hernando de Talavera, el conde de Ten —
dilla y Hernando de Zafra secretario de los Reyes Católicos -
con gran parte de la nobleza que estimaba en lo que le conve-
Parte primera. Capítulo viii. 365
nia la actividad de Ibs moros pobladores de sus señoríos: como
cabeza de la segunda agrupación puede contarse al gran polí-
tico y hábil ministro Giménez de Cisneros, y después de él á
D. Diego de Deza, con otras muchas personas de talento y
cuenta.
Representaban estos últimos las aspiraciones de las clases
populares españolas. Vencedoras y ensoberbecidas por sus triun-
fos, pretendían éstas imponer su voluntad á los desdichados
vencidos; enconadas por las luchas que contra ellos sostuvie-
ron y por las desgracias que les habían costado sus victorias,
les aborrecían mortalmente, y más que amantes, fanáticas por
su religión, estimaban dignos de los más crueles suplicios, fue*
ra de la ley común y hasta de la humanidad, á los que no que-
rían bautizarse.
Pero además de estos motivos de odio históricos y de raza,
existían otros muchos menos dignos para desear la ruina de los
alarbes. Durante los últimos tiempos de la Reconquista, multi-
tud de aventureros se habían enriquecido prodigiosamente con
las propiedades de los vencidos; terminada la guerra quedó
también una muchedumbre de gente baldía y belicosa, no muy
acostumbrada al trabajo, y más de lo que debiera aficionada á
la rapiña: acudieron del resto de España gentes, que por regla
general eran las más pobres de cada comarca, las cuales veían
con profunda envidia á los primeros pobladores ocupando bri-
llantes posiciones y disfrutando ricos heredamientos: aun que-
daban en poder de los moriscos gran parte del territorio, de la
■
ganadería ó de los inmuebles, y todos aquellos ambiciosos de
fortuna
366 Málaga Musulmana.
fortuna contemplaban codiciosamente estaé riquezas y no espe-
raban más que ocasiones favorables para apoderarse de ellas.
Odio irreconciliable por ambas partes, debilidad de fuerzas,
amor á sus creencias, usos y costumbres, aspiraciones á la li-
bertad en los moros; orgullo, poder y ambición en los cristia-
nos, debían producir necesariamente lastimosísimos resultados.
Lo que la dulzura y la magnanimidad para con los venci-
dos hubieran conseguido á fuerza de tiempo, amalgamando am-
bos pueblos, en bien del porvenir de nuestra nación, la intole-
rancia, los rencores y la codicia lo hicieron imposible: precipi-
táronse los acontecimientos, cometiéndose por una y otra par-
te atropellos y crueldades, que se vengaron con otras cruelda-
des y atropellos, arrancándose por último á este país y á sus
hogares millares de familias industriosas, con lo que se empo-
breció la riqueza de aquel tiempo y se comprometió su prospe-
ridad en lo futuro.
No he de entrar en los pormenores de estas luchas, asun-
to fuera de mi propósito por referirse á acontecimientos ocurri-
dos fuera de Málaga. Sí me detendré ligeros momentos, antes
de poner fin á ésta Primera Parte j (1) á reseñar la situación de
los
^1 ) Me lian servido para escribir (^stc capítulo las siguientes obras:
TÁhros de Ufí¡tortítnientos íle la ciudad de Mála(ja. Son cuatro gruesos tomos en
l'ólio mayor, letra cortesana de fines del sij;lo XV, bastante bien conservados. lie hallado
(>n pII )s, aunque muy penosamente por su desmesurada estension y por su letra, datos
curiosi.simos, hasta ahora inéditos, que enriquecen este capitulo, y alguno de los demás
adelante, datos que Jarán singular realce á mi futura publicación Málaga Modet^mr^ en li
que i»odrán ser aprovechados con mayor amplitud.
Alonso de Falencia, Narratio helli adversiis (jranatetíses, M. S. de fa Academia de
la Historia.
Marqués de Valdeflores, Menionas hiiflóricas de la ciudad de Málaga en el reitio de
Granada, M. S. de la Ac. de la llist.
368 Málaga Musulmana.
cual dije, los Reyes Católicos á la altura de su misión y de su
carácter, manteniendo enérgicamente sus capitulaciones. Que
los poderes públicos no han de guiarse por la pasión y preocu-
paciones de los subditos, sino por las inquebrantables exigencias
de la justicia (i).
Andando el tiempo fuese haciendo mas difícil la situa-
ción de los moriscos, aumentándose sus agravios y la des-
confianza que inspiraban en el Estado. Dos recursos les que?
daban para poner remedio, á sus males. £1 primero pasarse á
tierras de señorío, á las posesiones de los nobles, en las cuales
éstos tenían jurisdicción; pues su laboriosidad y experiencia en
agricultura les atraían el cariño y la protección de sus dueños;
pero ésta gran ventaja les duró poco, porque se les prohibió
bajo graves penas que se adhirieran á algún señor. £1 segundo
irse á África, donde en tierra mora podían hallar el sosiego
perdido entre tantas desventuras; resolución grave, expuesta
al riesgo de caer en manos de corsarios cristianos ó musulma-
nes, que muchas veces para el caso era lo mismo, ó de ser des-
pojados
L. Marineo Siculo, De rebus Hispaniae memot^alibus. Compluti MDXXXIÜ, lib. XX»
fóUo 4i7.
Mármol, Descripción de África, Parte I, folio 237 v. y sig.
Medina y Mendoza, Vida del Cardenal D. Pedro González de Mendoza, publicada
en el T. VI del Memoi^l Hütótnco, Madrid 4853, pág. 270 á 277.
Zurita, Los cinco libros postreros de la Segunda Parte de los Anales de la corona
de Aragón, Zaragoza MDLXXIX, lib. XX, folios 350 y 354.
Garibay, Compendio histoinal, Barcelona 4628, T. II, pág. 653 á 658.
Mariana, Hist, de España, Madrid 4852, T. II, lib. XXV, cap. X.
Medina Conde, Conv. hist, malag,, Málaga 4792, P. II, pág. 28 á 96.
Lafuente Alcántara, Hist. del reino de Gitanada, Granada 4846, T. IV, pág. 4 á 37.
Marzo, Historia de Málaga y su prov,. Málaga 4850; cito á éste autor por haber re-
corrido su libro, no porque me haya dado alguna noticia.
Además de todos éstos escritores he aprovechado los datos que publican algunoe
otros sobre casos y sucesos determinados, los cuales cité en las anteriores notas.
(4) Repartimientos, T. I, folio 303 y 297
Parte PRIMERA. Capítulo viii. 369
pojados por los bereberes; además al pasarse perdían sus casas
y haciendas; que por más que acudieran á su remedio deján-
dolas fraudulentamente encomendadas á un compatriota, ó és-
te se quedaba con ellas, ó nunca faltaba cristiano ó morisco
codiciosOí que denunciara la ocultación, para adquirir aquella
propiedad (i).
Aumentaban estas desdichas los desembarcos de los berbe-
riscos en nuestras costas. Con razón á veces, muchas sin ella,
dábase á los moriscos por fautores y encubridores de éstas co-
rrerías; lo que les consiguió ruinosas y humillantes disposicio-
nes, dictadas para inutilizar sus perversos propósitos. Ellos de-
hÜLh pagarlos cautivos y daños causados por los corsarios. Se les
prohibió vivir en las poblaciones marítimas, debían morar más
de ana legua de la marina, no podían andar de noche por és-
ta, ni pescar, ni poseer barcos, á no ser en compañía de cristia-
nos. Así fué que los gobernantes procuraron siempre que villas
costeñas, Fuéngirola y Mijas por ejemplo, estuvieran pobladas
de cristianos, y que éstos vecinos no pudieran vender su propie-
dad sino á otros tales (2).
A Málaga, lugar de mucha contratación^ decíase entonces, ve-
nían á mercadear multitud de moros de la campiña, y aún de
más lejos. Todos debían posar en un mesón concedido á Garci
Fernandez Manrique para explotarlo, situado donde antes es-
tuvo la iglesia de Santa Ana, fuera de la Puerta de Granada.
Los
(i) BepartimientoB, T. I, folio 350.
(2) Bepariimienlas^ T. I, folios 298, 996, 293, Mohammed se llamaba el cobrador
de los tribatos de los moros, que se quiso quedar con algunas fincas de los que se pasa-
ron i África. T. I, iólio 302.
370 Málaga Musulmana.
Los mercaderes moros podían por eldia andar por la ciudad, m
debían pernoctar en el mesón; si se quedaban dentro de la
blacion se les multaba en seiscientos maravedís y en igual sum
á los que los albergasen.
El dia 2 de Noviembre de 1570 "reunidos todos los moris-
cos de la Axarquia, Hoya y Garbia malagueña fueron conduci-
dos á Ronda, y después á Córdoba, donde se les entregó á las
tropas que debían internarlos en Extremadura y Galicia.
Así concluyeron en nuestra ciudad los últimos musulmanes
que en ella nacieron. A la cultura que ellos desarrollaron en
su recinto sucedió una civilización más elevada, contenida cier-
tamente por las torpezas políticas de los repúblicos españoles,
pero en todo caso siempre más amplia y progresiva, cuyoi
magníficos resultados tocamos al presente. Que los valiosos ele
mentos arrojados de nuestro suelo á las playas africanas los ani-
quilaron el Koran y el despotismo, reduciendo al miserable es^
tado en que hoy se hallan las poblaciones africanas que les die-
ron asilo.
PARTE SEGUNDA
arqueología.
[
xMALAGA MUSULMANA.
ARQU EOLOGÍA.
CAPÍTULO I.
Numismática Malagueña.
sideraciones generales. — Monedas púnicas de Málaga. — Su origen é importancia. —
£poca de su acuñación. — Descrípcion general de ellas. — Sus inscripciones. — Su tama-
ño, materia y peso. — Descripción particular de las mas interesantes. «Numismática
musulmana. —Monedas musulmanas malagueñas. —Descripción general. — Descrípcion
particular. — Monedas de Aliben Hammud.— De Alkasimben Ilammud. —De Yaliyaben
i. — De Idris I.— De Alhasan ben Yahya. — ^De Idris II.— De Mohammed Almahdi.—
Idrís II por segunda vez.— Monedas musulmanas posteriores.
Ocupa lugar preferente entre las ciencias auxiliares de la
His'toría la Numismática, que asunto de mera curiosidad para
los c^oleccionadores, de ornato y lujo para príncipes y proceres
CA sxis comienzos, ha pasado á ser, andando el tiempo, materia
^^ "Una verdadera ciencia, que va fijando, con algo de ambición,
SA objeto, su método y sus fines. Estos abarcan hoy más anchos
^^^zontes, que el ya bastante extenso que le señalaba Spanhe-
mio.
374 Málaga Musulmana.
mió, (i) quien, aunque presentía sus futuras aspiraciones, no se
atrevió aun á definirla, cual un escritor coetáneo: (2) Ciencia de
la moneda^ en relación con las artes, la historia y la ciencia finan-'
ciera.
Y en efecto, si se examina el actual movimiento numismáti-
co, se observan en él estas tendencias, que le trasforman en uno
de los estudios más atractivos, y en uno de los elementos que más
materiales ofrece para el mejor conocimiento del pasado.
Ciencia de observación, de análisis, de información, no tra*
ta de enseñar Historia, sino de enmendarla, explicarla ó enrique-
cerla, debiendo deducirse de ella todas las verdades generales
que un examen metódico puede establecer científicamente. Pres-
ta al estudio de lo que fué, los mismos servicios que juntamente
pueden ofrecerle la epigrafía y la escultura, una inscripción 6 un
bajo relieve; pues hay en las monedas memorias del pasado, de-
jadas á la inteligente averiguación del porvenir en sus inscrip-
ciones, y en sus dibujos la representación plástica de sucesos
ó costumbres, de monumentos, seres ú objetos, muchos de ellos
reducidos hoy á polvo vano.
Por ella se nos ha conservado el recuerdo de interesantes
pormenores de la vida civil y religiosa de la antigüedad; en sus
áreas que revelan, con su tosca ó esmerada acuñación, los pri-
meros vagidos del arte ó las bellísimas inspiraciones del bu^i
gusto, se pueden ver representadas creencias, hoy desvanecidas»
dioses tutelares, sagrados templos, ceremonias religiosas, basí-
licas, pórticos, teatros y acueductos: tanto es así que con las me-
dallas
(i) Spanhemio: De praestantia et usu numismatum, Londini MDCGXVIL
(2) Blancárd: E$sai sur les monnaies de Charles I comte de Provence.
Parte SEGUNDA. Capítulo. I. 375
q
lias ha podido Donaldson escribir una de las más curiosas
contemporáneas, la Arquitectura numismática. Los datos
ofrecen remedian , en parte, los daños causados por el olvi-
4Jc>9 1^ bs^rbárie de los hombres y la carcoma del tiempo. Si los
]3^x^toriadores, por ignorancia, credulidad, afición ú odio, han al-
f^^X'^do la verdad; si entre ellos se han alzado divergencias, que
j^ix^ posibilitan la exactitud en el conocimiento de los sucesos ó de
causas, la Numismática viene frecuentemente á dirimir esas
tiendas, fijando fechas, nombres y lugares. Si los hombres
con su apatía ó con sus furores, si el tiempo con sus múltiples
medios de destrucción, han arruinado los viejos monumentos,
exactamente nos los recuerdan las monedas; si se han extingui-
do pueblos primitivos, ú otros cuyo nombre obtuvo gran reso-
nancia, estas nos revelan el aspecto de sus rostros, sus adornos,
sus trages y muchas de sus costumbres; si se perdió su idioma y
su escritura, nunca faltarán sabios, que dotados de superior in-
genio, averigüen mediante ellas el arcano que sus raros é ignotos
caracteres encierran.
Cuan intensa luz derrama la Numismática sobre lo que fue-
ron las artes bellas, no hay que esforzarse mucho en probarlo.
Mioixnet ha podido seguir con su estudio, del modo más autén-
tico, los progresos del arte griego y fenicio. Sus datos sacaron,
iQ^chas veces, á los artistas de las convenciones estéticas de su
épOca, de los caminos trillados, ofreciéndoles nuevas ideas, di-
bujos y asuntos, en los que ejercitar su talento; así E. Q. Viscon-
ti ptido formar, mediante el examen de las medallas, una esce-
\eiite Iconografía.
Ellas
J/
'Ellas también contribuyen á revelarnos, por su peso, su ca-
lidad y materia, uno ile los extremos que encierra el problema
dé la existencia económica de los pueblos, su estado de prospe-
ridad ó de miseria, los dias de su engrandecimiento y los de su
decadencia, haciéndonos penetrar de este modo en la vida inti-
ma de las naciones; en esa vida íntima, cuyo exacto conocimien-
to es una de las más laudables aspiraciones de la ciencia histó-
rica moderna.
Esta importancia de la Numismática aparece claramente de-
terminada en la que se refiere á Málaga. Por esto he seguido»
• durante años, con atención suma los trabajos que acerca de ella
se han publicado y reunido una colección, bastante numerosa,
de monedas que pertenecen á la dominación musulmana.
Y así como al narrar en la Primera Parte de esta obra los su-
cesos malagueños me ocupé, á modo de preliminar, en el relato
de los que se refieren á la Edad Antigua, así en esta Segunda.
comenzaré estudiando las monedas púnicas malagueñas antes
de examinar las de nuestra Edad Media. Asunto brillantemente
tratado por mi querido amigo el Doctor Berlanga (i) cuyos tra-
bajos me propongo condensar y popularizar en estas páginas, pro-
curando fundamentar mis investigaciones arqueológicas sobre
los tiempos medios de Málaga en sus sabias investigaciones, y
ligar unas á otras, cual antes dije, tan estrechamente como en-
laza la amistad á sus autores.
Antiguas monedas con figuras raras y extraños caracteres,
atribuidas
(i) Art culo Malaca en la obra de Delirado, Suevo método de clasificación de Itu tnih-
nedas autónomas de España.
Parte segunda. Capítulo i. 377
atribuidas por los numismáticos á S. Lúcar de Barramedaí han
sido al cabo asignadas á Málaga, lugar de su acuñación. Cosa
extraña; de igual modo que la moneda musulmana malagueña
se relaciona intimamente con acuñaciones africanasi asi la anti-
gua se origina en África y se enlaza estrechamente con población
nes de allende el Estrecho. El estudio de aquellas es importan-
tísimo para fijar la cronología, determinar los nombres y apela-
ciones de los sultanes y de sus inmediatos herederos, fijar la
<iuxacion de los reinados ó los nombres de influyentes perso-
na^es, y marcarla prosperidad ó decadencia de los tiempos por
^1 esmero de la acuñación. El estudio de las antiguas es aun más-
ínc^ portante; ha sido como una verdadera revelación; como si de
su olvidada sepultura se irguiera, con toda la energía de la vida,
uti^o de los moradores de la antigua Málaga á relatarnos el origen
<Ie.l nombre que esta lleva, las Divinidades que se adoraron en su
''ttc^into, la lengua y la escritura entonces usada, relaciones con
pueblos españoles y africanos, ideas, mitos, simbolismos y tem-
plos, que la destructora mano del tiempo borró de la haz de la
tic
La civilización púnica habia dejado tan profunda huella en-
^^^tro suelo, que mucho tiempo después de arrojados de su an-
tigrua colonia los fenicios, mucho después de ahuyentados los car-
^S^eses, en estas playas, donde tan avasalladora influencia de-
bí^ ejercer Roma, todavía hacia el año 23 antes de Jesucristo se
ac^i^ñaron monedas esencialmente púnicas. Fecha que aproxi-
iD^^damente ha podido fijarse, pues apareciendo en las malague-
fl^s el nombre de Semes^ población africana, en cuyas acuña-
ciones
ciones sé vén á veces también figuras iguales á las grabadas e
aquellas, ha podido deducirse rectamente, no solo que entre am- i
bos pueblos existían relaciones para dar curso legal á sus mone —
das, sínó que la acuñación de ambas era coetánea, conjeturan- .
dose qué la nuestra se extendió hasta el reinado de Calígula ^
próximamente un siglo:
Ofrecen las monedas púnicas malagueñas un mismo carao- <:
ter; el cual demuestra que una misma idea presidió en los hom- .
bres que trabajaron en ellas, no yá en las mas antiguas, que pre-
sentan la mejor acuñación, sino en las más modernas, que de
muestran una gran decadencia; decadencia también de la ciu
dad, que parece confirmar el texto de un escritor contempera •
neo (i)^ Así es que en sus anversos aparece una divinidad, el
Jusor Fiahj el Hefaistos púnico, del cual tomaron los griegos su
Vulcano; divinidad que en la teogonia fenicia era entre otras ad-
vocaciones patrono de la gente de mar; cuya cabeza dirigida en
unas monedas hacia la derecha, hacia la izquierda en otras, se
presenta adornada con un gorro, (en cuya base-se vé una línea de
puntos, como una sarta de perlas) ya puntiagudo, ya cuadrado, á
veces esférico, en alguna rara ocasión á la manera griega, como si
nuestras antiguas monedas representaran la unión de dos cele-
bres pueblos, la unión de dos de las mas antiguas civilizaciones.
En otros anversos se vén las cabezas de dos Cabiros unidas, con
bonete redondo el de la izquierda, cu?.drado el de la derecha,
y con las- tenazas, instrumento del herrero, que acompaña, ora
detrás, ya delante, á todas estas representaciones del Vulcano
1^ púnico.
(1) Pomponio Mela, De silu or6ís, lib. II, cap. 6.
I>único. Existe también un ejemplar muy raro en cuyo anverso
se distingue una media luna y un glóbulo.
También obedecen á un mismo pensamiento los reversos; en
los cuales se presenta una cabeza radiada de muger, ornada con
nueve ó más destellos hasta catorce, como si de ella dimanara
luz, con cierto adorno que semeja á veces una toquilla, á veces
^x'eiizas, distinguiéndose en ocasiones la representación de las
z"opas que cubrían sus hombros, mantenidas por un broche bajo el
cuello; imagen de la Luna, hija del Sol, Onka^ Siga^ asi llamada^
y» cual dije, por extremo reverenciada en lo antiguo. En otros
x'evcrsos aparece una estrella de ocho á diez y seis rayos, orlada
con una rama de olivo, planta dedicada á la Athene fenicia^
que se vé también en algún anverso. Otro mucho mas raro repre-
senta un templo, que sostiene sobre cuatro columnas un frontón
tria.ngular con un punto en el centro, y debajo de él, en el come-
dio de las dos columnas, bien otro punto, bien tres perpendicula-
K'Gs, bien lineas, como si el grabador hubiera querido marcar las
puertas del monumento en que los antiguos malagueños adora-
ron las divinidades púnicas.
Raros signos se vén en estas monedas, cuya interpretación
<lel>cmos á los sabios, Tychsen, Zobel y Delgado, formando siete
diversas leyendas, que aparecen grabadas del modo siguiente:
I Jfy^(jS Escrita á la manera oriental de derecha á izquier-
da y sin vocales, correspondiendo sus signos á estas letras cas-
tellanas AKLM, equivalentes á MALAKA, Reinan renombre
couque era celebrada la Diosa malagueña.
II J/VAh Letras que corresponden á las nuestras AKLM I
52 ó sea
380 Málaga Musulmaka.
ó sea IMALAKA, pues llevan ante sí un signo, que Zobel de
groniz, sabio numismático, á quien se deben importantes ín
ciones acerca de nuestras monedas, atribuye al alfabeto ibe
la antigua Obulco, hoy Porcuna.
III «^"^^^ Está escrita de izquierda á derecha al modo <
peo; correspondiendo á MLKA ó sea MALAKA.
IV T^ Equivalente á SMS, que puede traducirse
nombre de una población africana, por lo que se vé estrc
mente unida con Málaga, como lo estaba otra llamada \
uno de los apelativos con que se distinguía á la Athene fe
que dio nombre á nuestra ciudad.
Igual á la primera, pero antecedida de un¡
tra que sospecha Berlanga sea el Lamed ó L de las moc
de Obulco.
VI ^S^ Que corresponde con el anterior, presentar
lo que se cree una L ibera inicial en diversa dirección.
VII *^/V/ Igual á las anteriores, diferenciándose de
en que su letra inicial es ó bien la Tsade — ts — turdetana
Upsilon ibérico.
Llevan algunas de estas monedas ciertos signos repn
tando, bien un círculo libre, bien un círculo cortado por
recta inserta en él, bien una especie de X inserta dentro c
círculo, bien otro más raro en esta forma, u^) Aparecí
estas contramarcas en otras monedas ibéricas y habiéndose
bado entre sus inscripciones letras usadas por el pueblo il
Partb segunda. Capítulo i.
puede sostenerse con fundamento, que Málaga mantuvo rela-
aones tan estrechas con este pueblo, que sus monedas corrían
entre sus naturales, siendo estas contramarcas el signo de su
aceptación, especialmente en Castulo é Iliberís, poblaciones de
la Sastitania, y aun entre las ibéricas más al Norte.
Cinco acuñaciones se marcan distintamente en las mone-
das púnicas de Málaga, creyéndose generalmente que siendo
es'tas acuñaciones diversas en mérito artístico, y pudiendo esta-
blecerse entre ellas una determinada relación de continuidad,
puede estimarse que las mas antiguas son las mejores y las
más groseramente acuñadas las más modernas.
Son generalmente de cobre y algunas de bronce; su módulo
6 circunferencia de lo á 27 milímetros; su grueso de a, 3 y 4
■uilfinetros; su peso desde i gr. 21 á 14 gr. 68, en el cual se ha
SUardado un marcado orden de sucesión.
Se han publicado hasta ahora sesenta y cinco cuños dife-
'^xites, de los cuales presento y describo los más interesantes,
P^Jtael conocimiento de estas curiosas monedas.
La primera presenta en su anverso la cabeza del Vulcano pú-
"QÍco, cubierta con un birrete cónico; barbas en el rostro, ángu-
^ fedal recto y fisonomía bastante bella; lleva ante sí la leyen-
^ III; detrás debía llevar las tenazas, distintivo de esta divini-
dad,
dad, pero no aparecen por el mal estado del ejemplar; tiene co-
mo orla circular una rama de olivo. En el reverso se vé la cabe-
za de la Diosa ya nombrada, rodeada con doce rayos sobre una
especie de toquilla. La segunda presenta al mismo personage con
un gorro marcadamente griego, rostro imberbe, de ángulo facial
recto y bello, detrás las tenazas, delante la leyenda II y el todo
encerrado también por una rama de olivo, no muy bien hecha,
ni señalada en este ejemplar; se presentan otros cuños iguales
con el rostro del Dios, barbado y menos juvenil. En el reverso
la cabeza de la Diosa de frente, adornada con diez rayos sobre
una especie de toca, quizá adorno de pedrería; todo ello ence-
rrado en una orla de puntos, determinada solamente en parte
de la moneda.
Es esta una de las más raras monedas de Málaga; en su
anverso, se vé la fisonomía del Dios, espi-esando fuerza y ener-
gía, y representando persona entrada en años; lleva delante la
inscripción I, detrás tas tenazas, é inscrito todo en una orla que
forma una rama de olivo. El reverso, no tan bueno, represen-
ta la cabeza de la Diosa, con igual adorno que el anterior y
once rayos. Hay diversos reversos en acuñación, aunque de fi-
gura igual á la anterior.
Presenta
Parte segunda. Capítulo i.
383
Presenta el nám. 4 una cabeza vuelta hacia la derecha, cu-
bierta con un birrete cónico, bastante bella y juvenil, llevando
ante sí la leyenda VII todo encerrado en una orla de puntos.
En el reverso aparece un templo, seguramente representación de
aquel en que los antiguos malagueños dieron culto á las divini-
dades púnicas, del cual me ocuparé mas adelante al tratar de
la topografía de Málaga. La moneda del número 3 es una bella
variedad de este tipo.
La moneda número 6 es una de las mas notables de las pú-
nicas malagueñas: presenta en el anverso dos cabezas contra-
puestas y unidas; cubre la de la izquiei'da un casco y la de la de-
recha un birrete cuadrado; ante aquella se vé una rama con tres
hojas por dos lados, y ante esta las tenazas, debajo la leyenda I:
el todo inscrito dentro de una orla de puntos. El reverso repre-
senta ana estrella de diez y seis rayos, encerrados por la orla,
formada ppr una rama, en cuya parte superior se distingue un
punto 6 boi^on que la cierra. La 7 presenta en su anverso
la cabeza d^ un Cabiro, cubierta con un birrete cuadrado y de-
trás las tedazas y la inscripccion I; la orla está formada por
puntos
384
Málaga Musulmana.
puntos. El reverso presenta dentro de una rama una estrella de
ocho rayos, entre cada uno de los cuales hay un punto.
Presenta esta moneda en su anverso á la luna en sa crecien-
te y debajo de ella un glóbulo, que seguramente indica un as-
tro, bajo el cual aparece la inscripción I: al reverso una estre-
lla de ocho rayos.
La primera de estas monedas figura en su anverso una ca-
beza con rostro barbado, cubierta con un gorro redondo, quizá
un casco, en cuya parte superior se vé una especie de anillo y
además á la espalda un colgante; separado el casco de la cabe-
za por una línea de puntos amanera de diadema y el ropage man-
tenido por un broche; detrás de la cabeza las tenazas é inscrip-
ción cuadrilítera!; forman la orla, á lo que parece, por mitad una
rama con hojas y puntos. En el reverso la cabeza de Athene de
frente, ornada con diez rayos, distinguiéndose además las ropas
que cubrían su garganta y seno, y un raro adorno á modo de
toquilla. La segunda se diferencia de ésta en que el anverso
presenta la cabeza del Cabiro, vuelta á la izquierda, cubierta
Parte primera. Capítulo :. 385
con bonete cónico con diadema, y á la espalda las tenazas é ins-
cripción cuadrilítera diferente de la anterior; todo dentro de una
rama en orla; en el reverso está mas determinada la figura de
la Diosa, que lleva doce rayos; puntos forman su orla circular.
Este ejemplar es uno de los que representan la mayor deca-
dencia del grabado y acuñación púnica malagueña. Cual se vé el
Cabiro aparece con la cabeza vuelta á la derecha, cubierta con
un bonete, más triangular que cónico; ante ella una inscripción
cuadrilítera, detrás las tenazas; indicada la orla que forma una
rama: al reverso la cabeza de frente de la Diosa con nueve ra-
yos, muy determinada la especie de toquilla que se vé en las de-
más monedas; orla de puntos.
Bien quisiera publicar todos ó cuando menos la mayor par-
te de los demás cuños de nuestras monedas púnicas, mas la des-
mesurada estension que esto daría á este resumen y la conside-
ración de que basta con lo publicado para dar cumplida idea de
ellas me lo impiden.
Desde esta remota época, hasta el siglo XI de J. C. no apa-
recen monedas romanas ni visigodas, acuñadas en Málaga.
Cuando se estableció en ella la dinastía de los Hammudíes,
descendientes de Mahoma, acuñaron éstos multitud de mone-
das, que constituyen una de las mas interesantes series en la
Numis-
386 Málaga Musulmana.
Numismática hispano-mahometana. Rara vez se vé en ellas
el nombre de Málaga; pero teniendo en cuenta que muchas que
se dicen acuñadas en Alandalus, que así llamaron los moros á
la España musulmana, debieron serlo probablemente en la seca
ó casa de moneda malagueña; que todas ellas contienen datos
de sucesos, bien ocurridos en nuestro territorio, bien íntima-
mente ligados con su historia; que por esto esas monedas com-
prueban las noticias de mi Narración^ y que han inspirado un
singular interés á los arqueólogos nacionales y extrangeros, me
ha parecido conveniente publicarlas, acumulando en estas pá-
ginas cuantas noticias adquirí sobre ellas en monetarios ó en li-
bros, discutiendo á veces las afirmaciones de estos, ampliando-
las y aumentándolas con mis particulares observaciones (i).
Las monedas musulmanas de Málaga, de oro llamadas por
los moros diñares^ de plata ó dirhemes^ de cobre 6 feluses^ pre-
sentan, en la cara que los Numismáticos han convenido en lla-
mar el anverso, en su centro y regularmente en tres renglones
horizontales la profesión de fé mahometana, piedra angular de
su sistema
(i) Me he servido principalmente para estos trabajos del Estudio históric<hcHtico
8obí*e la historia y monedas de los Hammudíes de Máiaga y AlgeciraSy publicado en el
Museo Español de Antigüedades por D. Francisco Codera y Zaidin, catedrático de la Uni-
versidad Central, maestro y amigo querido mío. Codera ha tenido en Madrid en las colec-
ciones del Museo Nacional, en la de la Academia de la Historia, en el monetario notabi-
lísimo de D. Pascual de Gayangos y en el que ha conseguido acopiar viajando por España,
ancho campo en que ejercitar sus notables facultades, que son, laboriosidad incansable, inge-
nio claro, conocimiento del idioma arábigo, excelente memoria, amor á la exactitud, y sobre
todo honradez cientifica, completamente exenta de las inspiraciones de la vanidad ó de la
presunción. Asi ha podido realizar estudios que le han merecido singular renombre en Espa-
ña y mucho mayor en el extrangero; muchas veces en el Congreso de los Orientalistas en
Berlin oí con legítimo orgullo á profesores rusos alabar justamente á mi buen maM-
tro y compatriota.
Además de este trabajo, modelo de indagación activa y de deducciones felices, me
he valido también de la colección de monedas musulmanas malagueñas, que á gran costa
Parte segunda. Capítulo i. 387
su sistema religiosOí en la forma que con su trascripción y tra-
ducción aquí presento:
^ iJJt ^ La allah Ule No hay más Dios que
9Jl^^ iJj\ allah wahdahu Allah, único,
iJ y^j¿^ "^ la xaraik lahu no tiene compañero.
A veces encima y debajo de estos renglones aparecen los
nombres de los príncipes herederos ó de personages ligados con
la dinastía hammudita; á veces también puntos, círculos y otros
adornoSi cuya significación no está aun determinada. Para abre-
viar trabajo y tiempo en mi descripción particular designaré es-'
tas líneas con las iniciales P. de F. — profesión de fe — colocando
sobre dichas letras ó debajo, según estén en las monedas, los
nombres que ellas presenten, acompañados de su traducción cas-
tellana.
Alrededor del anverso y á manera de orla corre una inscrip-
ción, que empezando con la invocación ¿Jüt ^ hismillah^ en
W nombre de Dios^ indica el lugar de la acuñación y la fecha; és-
ta por lo general no se halla completa por no caber toda la ins-
cripción en la orla; designaré en su traducción lo que le falte.
En el reverso presentan, en líneas diversamente distribui-
dlas, aunque siempre horizontales y paralelas, el nombre del
Imam ó Sultán por quien se acuñó, su calificación de Emir de
los creyentes
^ esmero he conseguido reunir en mi monetario híspano musulmán, algunas de las cua-
les publico como inéditas.
Me he servido también de las siguientes obras, Description des monnaies cspagno-
Mes de Garda déla Torre ftor Gaillard. Madrid AS5Q.— Catalogue des monnaies et dea
^nedailles de Loricfis, Madrid 1857; en las cuales escribió la parte árabe el célebre nu-
tnismitíco D. Antonio Delgado, de quien he visto también unas láminas que hizo grabar
para cierta obra «obre monedas árabes cspaHoIas que preparaba. — Catálogo de las monedas
388 Málaga Musulmana.
Jos creyentes y el sobrenombre ó titulo honorífico que habia to*
mado al subir al trono; encima de ellas aparecen frecuentemen-
te las palabras jl^sJ) ^. wali alahd ó Principe heredero y debajo el
nombre de éste; á veces también el de otros personages; con
«ciertas variedades de la forma general indicadaí que iré á su tiem-
po determinando.
Alrededor del reverso y como orla se vé ésta leyenda:
^/yu)| 5/ j3^ JT cíí.^lv> ViW j^l ^,^j ^b ^j\ aU) J^j ^
Mahoma enviado de Dios^ envióle con la dirección y religión ver*
dádera^ para hacerla manifiesta sobre toda religión^ aunque conciban
¿dio los politeistas.
No siempre caben todas estas palabras árabes en las mo-
nedas híspano-musulmanas; en las Hammudíes se quedan re-
gularmente en la sesta ó la séptima y aun menos. Constituyen
lo que los arabistas llaman la Mensagería ó Misión profética de
Mahoma i consignada en la Sur a ó Capitulo LXI, aleya ó ver*
siculo 9 del Koran. Para evitar repeticiones la designaré con
las iniciales M. P., determinándola solamente, cuando su ma-
yor ó menor extensión indique alguna variedad entre las mo-
nedas.
Para que el lector pueda formar idea de éstas, aunque pu-
blico las principales acuñaciones Hammudíes en sus láminas
coitespondienteSi presento aquí el siguiente fácsimile, de una.
moneda.
€irábig<he8pafíola$ de Cerda de Villare$tau. Madrid 1S64. Con otros opúsculos j
bigos que indicaré en el texto.
No habiendo en Málaga cigista que supiera componer los caracteres arábigos, me
ráto precisado á hacerlo por mi; trabigo que siéndome coropletaments desconocido, me
sido extremadamente molesto. Por lo cual ruego á los numismáticos, que tengan á biesm
disculpar las faltas que en lo árabe encuentren, que ya haré cuanto pueda por eTitaito.
Parte segunda. Capítulo i. 389
moneda de Idrís I, sultán malagueño, del año 427 de Mahoma
— 1035 á 1036 de J. C. —
En cuanto al tamaño de ellas és variable, aunque regular-
mente de 19 á 25 milímetros; la forma redonda; el peso, tam-
bién variable, lo indicaré en cuantas monedas haya podido mar-
carlo; el grueso és bien escaso, también muy vario, así como la
calidad de los metales; las de oro son las de mejor aleación.
También existen monedas malagueñas, diversas del tipo an-
terior por su forma cuadrada ó por la distribución de sus leyen*
das, las cuales se describirán oportunamente.
MONEDAS DE ALI BEN HAMMUD.
De este califa, primero de los sultanes Hammudíesque domi-
naron en Málaga, del año 402 y acuñada en Ceuta presentó una
moneda Delgado en las láminas citadas, é incluyóla Codera en
su Memoria. Mucho respeto me inspiraba la indicación de el ilus-
•tre Delgado, mucha fuerza me hacía que Codera aceptara ésta
opinión, mas después de examinar con atención suma aquel
grabado, teniendo en cuenta que la noticia que ofrecía pugnaba
con la de todos los cronistas moros, cual en la narración se ha
"visto, teniendo en cuenta además la facilidad con que pueden
c:onfundirse en las monedas las fechas, creía arriesgado introdu-
•cir como verdad histórica el dato que de aquella se deducía.
Por fortuna, entre otras varias del mismo reinado, tuve la d<
adquirir la que presento, que explica la indicación de Delgada
como una errata del grabador; pues estimo que la fecha 402 de
aquel ejemplar debe leerse 405, como claramente leo en mi ad-
quisición. El peso de esta es de 3 gramos 60 y sus inscripcio-
nes las siguientes, según se verá en la Lám. I, núm. i:
^ AII.
P- E>E F. ^^^^JL^L^ El IiDám SnJeiman,
3j,6^ ^ I Aben Ilammud. c^-^'' -T-' Principe de los creyentes
¿JJlj y»7..,.H AlroosUin billah.
Orla del anverso c^>*íj •-? lT^ ^^ ^"^^^ f*^"^' '"^ "^^^ ^^ \
en el nombre de Dios acuñóse esta moneda en Ceuta año 405 — loi
á 1015 de J. C. —
En el mismo año que se acuñaba esta moneda dejaba Ali »
servicio de Suleiman, cual lo demuestra el siguiente ¿¿rA^m 6 mm
neda de plata, peso de dos gramos y cinco decigramos, acuña<
en Ceuta por el tiempo en que éste valeroso caudillo fué rec
nocido como heredero del solio cordobés por el desventura!
monarca Hixem II, cual puede verse en la .Lám. I, núm. 2:
J^ % )\ !^ Principe heredero.
d >L^^^ El Imam Hixem,
P. DE F. ,.y-wLo^| j.^^\ Principe de los creyentes,
^< — i J^.<j-il El ayudado por Dios.
Alí.
Inscripción circular del anverso: ^-V.-^ ♦»;.>Jt \S^ ^^j-^ «^1 ^
^,,.^ ilw ¿u^ en el nombre de Dios acuñóse este dirhem en la ciuc^^^^^
de Ceuta año 5 (y 400). Año de Jesucristo, 1014 á 1015.
LÁMINA 1- DE Monedas.
MONEDAS DE LOS SULTANES HAMMUDIES QUE DOMINAROK EN MALACA
Durante el Siglo XI déla Era cnsüana
Parte PRiMEHA. Capítulo i. 391
La inscripción circular del reverso, contiene la Misión Pro-
fética (i).
Del año 406 — 1015 á 1016 — se conocen ejemplares iguales
á los anteriores del 405 y alguno de ellos acuñado en Alánda-
lus. Poseo en mi colección dos dirhemes de diversos cuños de
éste año, basta ahora inéditos, pues debajo de la profesión de
fé en su anverso presentan unos signos, que tanto pueden ser
letras como adornos, los cuales se vén también en monedas de
los Umeyas cordobeses.
£1 nombre de Ali como califa empieza á aparecer en ejem-
plares del año 407 — 10 16 á 10 17 de J. C. — en compañía del de
su hijo Yahya, que después fué también sultán; las cuales mo-
nedas ofrecen la forma siguiente:
Lám. I, núm. 3, dirhem.
^JL& ^L^*^ t £i Imam Alí,
P_ y_-Jw-*-H >-íw-»l Principe de los creyentes,
éÚ! ^ JlJ y— ^LjÜI El que ayuda á la religión de AUah
c.
> Yahya.
Leyenda circular del anverso ^^ ^-V.-^ ^J-^^ '^ s<r=^ *^' p^
•-^ en el nombre de Dios se acuñó este dirhem en Ceuta año 7 (y
400.)
Leyenda circular del reverso, M. P.
Existen del mismo año y de Ceuta otras monedas con el an-
verso
(1) Ha colocado Codera en su Memoria una inten*ogacion después de la unidad 5
^e la fecha^ y en verdad que este signo de duda expresa la que inspira el examen de aquel
ejemplar: pero hay que decidirse por su opinión, pues si hubiera de leerse número ma-
yor, que no podría ser otro que 8, fuera verdaderamente incomprensible el relato de los
analistas musulmanes. La fecha de 405 corresponde con las afirmaciones unánimes de to-
<4o8 ellos.
392 Málaga MuftULMAKA«
verso igual al anterior, llevando en ol reverso el nombre de-
Yahya, ya con el título de Príncipe heredero formando el primer
renglón de la leyenda central ó ya partido tn el primero y últi-
mo renglón, (i) Lámina I, núm. 4, peso 3 gr. lo. Existen de ésta
última clase, de oro y de plata, acuñadas en Alándalus.
Pertenecientes al año 408 — 1017 á 1018 de J. C. — poseo
ocho dirhemes de diversa acuñación, sumamente curiosos por
la variedad y rareza de sus adornos, circuios, ruedas, espigas^
cordoncillos y estrellas; tengo acuñaciones de Ceuta y Alánda»
lus, habiendo representado en la Lám. I, núm. 5 y 6 dos ejem-
plares de los mas raros, peso de 3 gr. 50 y 3 gr. ¡65 respectivamen*
te. Sus inscripciones expresan lo siguiente:
^>,^ % )\ ^j Principe heredero.
,Jc >l^*^ El Imam Al i,
p jjg p ^.ju^í^-at Príncipe de los creyentes,
iTt ^ jj j^[xJ\ El que ayuda i la religión de Allah.
Yahya.
En la orla del anverso las secas y año indicados; en la del
reverso la Mensagería Profética. La acuñación de Alándalus se
diferencia de la de Ceuta, primero en que son mas raros los
ejemplares, después en que la leyenda, Príncipe de los creyentes^
és la última y la del Ayudador de la religión de Allah la penúlti-
ma. Publica además el Sr. Codera en su Memoria una, que repre-
senta entre sus estraños adornos unos atunes, cosa desacostum
brada en la Numismática hispano-musulmana, que rara ve
presenta objetos animados en sus monedas.
De es
(1) De este último tipo poseo un dirhem cuyo reverso publico, no haciéndolo. del
verso por su confusa acufiacion.
Parte segukda. Capítulo i. 393
De éste sultán se han encontrado también dirh$mes^ cuyas
inscrípciones recuerdan los nombres de dos esclavos negros, en-
salzados al poder, probablemente por su audacia y por las tur-
bulencias de los primeros años del siglo XI , tan fatales para el
islamismo español. Llamábanse Mobarec y Mothafír; siervos de
Mofarech el Amiri, que debió serlo del gran ministro délos Ume*
yas Almanzor ó de su hijo, eran en 401 — loio á loi i de J. C. —
encargados de la acequia de Valencia á las órdenes de Abde-
rrahman ben Yasar; hacia el año 406 se alzaron con el gobierno
valenciano y grabaron sus nombres en las monedas, bajo el del
sultán Alí; no faltándoles alguno de entre los poetas moros,
eternos aduladores de los prepotentes, que les incensara con
sus lisonjas. Debieron tener, á lo menos por algún tiempo, igual
importancia, pues sus nombres aparecen alternativamente en el
lugar preferente de las monedas. Poco les duró el poderío, pues
los valencianos se les rebelaron, saquearon el palacio de Moba-
rec y los despojaron del mando.
Las monedas de esta clase, Lám. I, núm. 7, sondírhemes, su
X>cso 3 gr. 20 y pi'esentan las leyendas siguientes:
Je >L*T El Imtm Alí,
p 1^2 P ^t LiTfi^^^'^^ ^^ ^^^ ayuda á la religión da Allah.
.jULo^l j^\ Principe de los creyentes.
jiia^ Mothafír ^j^^ Mobarec.
Orla del anverso ^ '*'— ^J^"^^ j^^j-^^l 1^ ^j^ ^^ ^. en el
-cumbre de Dios acuñóse este dirhetn en A landalus año 7 (y 400.)
Orla del reverso M. P.
De esta misma- clase de monedas, poseo una variedad hasta
ahora
394. MJIlaqa Musulmana.
ahora desconocida , que consiste en tener el nombre de Motha-
fir en el reverso y no en el anverso como en las anteriores; solo
puedo decir del anverso que la acuñación es de Alándalusy del
año 4071 por hallarse muy maltratado.
MONEDAS DE ALKASIM BEN HAMMUD.
Asesinado Ali sucedióle su hermano Alkasim, que entró á
reinar en Málaga y Córdoba; del cual se conocen las siguientes
monedas:
Lám. I núm. 8. Dirhem, peso 2 gr. 50.
Ji^xJt j^ Príncipe heredero. >Lj\1 Ellmam.
^, .mLs i\ Alkasim.
r, DE r . .j_^L— 11 Aquel en quien se confia.
Yahya. .^jl\j^\ Principe de los creyentes.
Orla del anverso ^j^j ^^ ^^ *^^ é.^ j^»j-^' Iá* w'j^ aLH ^
'^i^ en el nombre de Dios se acuñó esta moneda en la ciudad de
Ceuta, año 8 (y 400.)
Orla del reverso, M. P.
Posee éste raro ejemplar el Sr, Codera; en el Museo Britá-
nico hay otro, aunque del año 409 — 1018 á 1019; — dos de éste
año, aunque de diverso cuño, poseo en mi colección.
Lám. I, núm. 9; dirhem, peso 4 gr. 3.
^^jlJI -Jj Principe heredero.
P. DE F >*— Li-3! >L^ El Imam Alkasim,
^yj -L-l! Aquel en quien se confia
^^j Yahya. . ^^ji\ ^k- ! Principe de los creyentes.
Orlas del anverso y reverso iguales al anterior, escepto la
fecha
Parte segunda. Capítulo i. 395
fecha del 409; posee varios ejemplares Gayangos; el que publico
¿s un ejemplar de mi colección; esactamcnte igual á éste, aun-
que del año 410, tiene otro D. Antonio Muñoz en Granada.
Igual al anterior, aunque con diferente reverso, es el si-
guiente:
«wLft)t Á^^\ El Imam Alkasim,
P. DE P. iJJ"^^' Aquel en quien se confia,
rT^j^^j^f^^ Príncipe de los creyentes.
Codera solo conoce tres ejemplares de ésta clase, uno de
Gayangos, dos suyos.
Lám. I, núm. 10.
Conócense del año 409 y de peso variable, pues hay algunos
que tienen 3 gr. 40 y otros 2, 70, dirhemes que presentan las si-
£^ientes inscripciones:
Jl^-ju)! ^j Principe heredero.
M^lJLj] >L» sT El Imam Alkasim,
Mr» DE r . ^^j_«^l_4| Aquel en quien se confia,
i¿H^->*^ j-M»| Príncipe de los creyentes.
Yahya.
Orla del anverso: ¿íjb ^ '^^ '^ ^».*^ (^j-^' I!* w*^ aLH ^
^n el nombre de Dios se acuñó ésta moneda en la ciudad de Céuta^
«ño 409.
Orla del reverso, M. P.
Los ejemplares de ésta clase son muy raros.
Lám. I, núm. 11.
Representa un dirhem de 2 gr. 60 de peso; tiene la parti-
cularidad de que en él aparece como Príncipe heredero Idrfs
hermano
54
39^ Málaga Musulmana.
hermano de Yahya, el reconocido antes por sucesor á la coro-
na, según el parecer de los numismáticos. Es sumamente raro
pues solo se conoce el de la colección Codera, acuñado del mo-
do siguiente:
^jvarji Ji^xJt Jl^ Príncipe heredero Yahya.
P. DE F. " ^LiJl^LYt El Imam Alkasim,
(^lj^\ Idrís. ,jí^ji\jv*\ ^p-»Ut Aquel en quien se confía, prín-
cipe de los creyentes.
Orla del anverso: ^j\jj^'i^ '¿^ í^.^ ^j^\ 1^ ^j^ «^l ^
L en el nombre de Dios se acuñó éste dirhem en la ciudad de Céuta^
año 410 — 1019 á 1020 de J. C, —
Orla del reverso, M- P.
Cuasi iguales al anterior se conocen multitud de ejempla-
res, tanto del año 410, de los que poseo vario?, como del 411 —
1020 al 102 1 de J. C. — ; de estos tengo en mi colección cuatro
diversas acuñaciones. El ejemplar que aparece en la Lám. I,
número 12 és de mi colección pesa 2 gr, 90 y sus leyendas es-
tán distribuidas de ésta suerte:
jL.^^t ¿5 Príncipe heredero.
Tx t:« a^I-¿31 >L^ £1 Imam Alkasim,
P. DE F. « M It Al ' r
^^^.^L4l Aquel en quien se confía,
jj*ü 1^1 Idrís. ^-JL»j4l j-jMit Principe de los creyentes.
Yahya.
Orla del anverso, igual á la anterior.
Orla del reverso, M, P.
Codera tiene uno del 411 igual al antes descrito, con la di-
ferencia de estar invertido el orden de la linca tercera y cuarta
del reverso.
No solo
398 Málaga Musulmana.
porque éste había iniciado la rebelión, por medio de la cual lanz
del trono á su tio Alkasim. Las inscripciones de dicho ejempla
se distribuyen así:
jL^kXw Said. ^*-LáJl >L-.^ El Imam Alkasim,
P, DE P. .ij— »1*41 Aquel en quien se confii
s—^^J^. rf ben Yusuf. /j^^j^l j-^-t Príncipe de los creyentei
Orla del anverso: j j^ .^^' »^ ^jj Yb jLüoJt ti» w^^^ AM
L- Hj^ ^n el nombre de Dios se acuñó éste diñar en Aldndalt:
año de 411.
De éste mismo año publicó Delgado un ejemplar, del cizM-^^a
no se tenía más noticia que la que aparecía en las lámiis^^^as
que hizo estampar aquel sabio numismático. Codera no hat^^ía
llegado á ver alguno al imprimir su Memoria; publicada ésta IKna
conseguido leer uno igual en la rica colección del Sr, Cam^
no en Jeriz de la Frontera. Ofrece ésta moneda la particuh
dad de nombrarse en su anverso al príncipe Hasan, refiriéndc^^^e
sin duda á un hijo del sultán Alkasim, cuyo nombre colocsLsría
éste en las monedas después de su ruptura con su sobr~ix]o
Yahya. Las leyendas de dicho ejemplar, cuyo calco he visto, se
distribuyen del modo siguiente:
j.¿^^| El Príncipe
~j —^ Reverso
r. DE r . jg^jQ ^y anterior.
j^-^^ Hasan.
Orla del anverso: y^^^^-x^! '¿^ ^A)^b ^jj}\ \¿jt^j^ *IM p»
h^^ H j^J ^^^ ^l nombre de Dios se acuñó éste dirhem en AlándaluSf
año de 411.
Del año 412 — 102 lá 1022 de J.C. — posee en su magníficaco-
lección
Parte segunda. Capítulo i, 399
lección el Sr. Caballero Infante un dirhem en mala conserva-
^cion, de cuyo cuño conoció y publicó un ejemplar en sus lámi-
Jias Delgado; creía éste que una leyenda que aparece bajo la
Profesión de fé del anverso decía Aben Hammud; no lo estima
así, Codera, ni me lo parece; és por lo tanto preciso esperar á
<iue un nuevo ejemplar resuelva nuestras dudas. En el reverso
«e vé el nombre Hasan del ejemplar anterior, por más que el
xnal estado del que se conoce infunda dudas acerca de su lec-
tura: hé aquí las leyendas grabadas en éste:
P. DE F. Reverso
igual al anterior.
^^\'í ^--^ Hasan
Orla del anverso: ^y^ (j^l ^^ ^^jj^Üj ^^J^i\ \1^ ^j^ ^t ^
tn el nombre de Dios se acuñó éste dirhem en Alándalus^ año 12
jr (400.)
Orla del reverso, M. P,
Un dirhem publicó también en sus láminas Delgado, que
ofrecía alguna duda álos numismáticos, pues en su fecha entre
la unidad y la decena colocaba la conjunción j — -^— forma im-
propia de la numeración árabe; lo que ha resultado equivoca-
ción del grabador á vista de otro de la colección Camerino. Du-
dóse si era del 413 delaH. — de 1022 á 1023 — ósi se acuñó en
423 — de 1031 á 1032 — en el primerease creíasele acuñado en Se-
villa, cuando Alkasim luchaba contra su sobrino; en el segundo
en Álgeciras, cuando hecho prisionero por éste aquel sultán
su hijo Mohammed, conservándole aquella dignidad, se procla-
maba su inmediato sucesor; en ambos la designación de Prín-
cipe
400 Málaga Musulmana.
cipe heredero en Mohammed comprueba la lucha que sostuvii
ron aquellos soberanos. La moneda del Sr. Camerino ha venida
á probar, contra la fecha á que se inclinaba Codera en su ei
dita Memoria^ que éste ejemplar és del 413:
^ ^ * M ^^ Principe heredero.
>««U3| /«L^^l El Imam Alkasim,
r. DE F. ^j«^L4| Aquel en quien se confia^
I \ Príncipe de los creyentes.
Mohammed.
Orla del anverso: j^ ^^ ^'^ (^^^"^^ j^j^' ^^ ^j^ ^\ ^
^j^^ en el nombre de Dios acuñóse éste dirhem en Alándalus^ a-
izy A (00.)
Orla del reverso M. P.
Lám. I, núm. 15.
Posee Codera en su colección dos curiosísimos dirhemes,
los cuales el publicado pesa 3 gr. 90, notables por varios co
ceptos y que me han servido para introducir en la narraci
noticias no determinadas por los cronistas musulmanes: est
acuñados en Fez y con el nombre de Almoaz, régulo african—
lo cual prueba que éste y aquella ciudad estuvieron declarad
por el sultán Alkasim. Las inscripciones de dichas moned_
aparecen repartidas de éste modo:
>l-.,'^t El Imam
>^LjlJ| Alkasim,
r, DE r. A\Jb ^jMiLJt Aquel en quien se confia por Dios,
^^y^<x^j[\ j^\ Príncipe délos creyentes.
^íwd4t Almoaz.
Orla del anverso: Hj^jj^"- ^*^ l/^'^^.-^ f^j^\ !íj^ w^j--» aÍ3( ^.
etf ^^
Parte segunda. Capítulo i. 401
^H él nombre de Dios acuñóse éste dirhem en Féz^ año 1074 (00)
Orla del reverso M, P.
D. Antonio Delgado publicó en sus láminas y después de él
Ooderai ya impresa su Memoria^ halló en la colección Came-
rino un diñar sumamente raro, el cual prueba que un régulo de
ZstrsLgoza. proclamaba la soberanía de Alkasim, quizá estan-
do éste preso. Sus inscripciones adoptan éste orden:
^^^/OkLar't El chambelán.
^«mU;! /»L«Y| El Imam Alkasim,
• DE r , .j-^Lil Aquel en quien se confia,
.aJmi^I jéf^ \ Príncipe de los creyentes.
Yahya.
^3rla del anverso: jj^ ^^^^^hó^íx^ uo^^ja^ jÍxjjj] Ia^v^^^ aJj| ^*éo
^^ ^n. el nombre de Dios acuñóse éste diñar en Zaragoza^ año 1$ y
4 (00) — 1024 á 1025 de J. C. —
CZitánse también por un sabio numismático francés dos dir-
"^rrxes del 411, acuñados uno en Ceuta, otro en Córdoba, lle-
'va^ndo el primero el nombre de Muchehid,que fué un régulo de
I^énia, y el segundo de Abu Beker, personaje hasta ahora des-
oído.
MONEDAS DE YAHYA BEN ALI.
1 nombre de éste príncipe comienza á aparecer como ca-
"ía. ^n monedas de 411 6 412, 102 1 áio22deJ,C., aunque du-
^^ ^^odera si la moneda que publica, en la lámina 11 número
^^ ^c su Memoria^ pertenece al año 411 -ó al 412, inclinándo-
^^ '^x^^ás bien á lo primero. He visto éste ejemplar á más del
dibujo
402 Málaga Musulmana.
dibujo, y á pesar de la opinión del Sr. Castrobeza, expertísimo
numismático, creo irresoluble la duda. Sea de ello lo que quie-
ra, lo cierto és que se presentan desde ésta fecha y durante los
años 14, 15, 16, 17 y 18, dinares y dirhemes, con las siguien-
tes leyendas:
Ju^juJt J^ Principe heredero.
^as-j >L^ El Imam Yahya,
P. DE r, ^yj^jl\ »*-»l Príncipe de los creyentes,
JjLj JLü4l El ensalzado por Dios.
ir^]^\ Idrís.
Orla del anverso: jj^ v3->^t '^ 5üu-- i^.-^ ^»j^\ li^ "^j^ ^V^
^j í en el nombre de Dios se acuñó éste dirhem en Céuta^ año de
411?
Orla del reverso, M. P.
Muy parecido á éste, aunque diferenciándose de él por pre-
sentar en su anverso de diferentes modos el nombre de Alkasim,
ya partido en sus dos sílabas, la primera sobre la Profesión de
fé, la segunda debajo, ya juntas en ésta última disposición, apa-
recen multitud de ejemplares de éste reinado.
Sostiene Codera que empiezan á verse en el año 718; mas
en mi colección poseo de años anteriores, del 413, y 14 — si és-
te no és aun más anterior del 12 pues me ofrece dudas, — y del
16; se conocen también de los demás años hasta el 26.
Poseo en mi colección de ésta especie de ejemplares un/¿-
lus^ ó moneda de cobre, de 421 — 1030 de J. C. — y otros varios
ejemplares.
Se presentan en la misma disposición que el lector podrá
observar
Lámina 2- de Monedas
MCN'EDAS DE L03 SULTANES HAMMUDÍES til't DOMiNAHCN EN MALAGA
Diirsn;^ el Siglo XI de la Era -r¡:-;'.i3:ia
Parte segunda. Capítulo i. 403
observar en la Lám. I, núm. 16. Dirhem de mi propiedad, pe-
so 2 gr. 50-
P. DE F. Reverso
I5 Kasim. '^^^ ^ ^"*«^^^-
Orla del anverso: j j^ ^^ '"^ 'is,^^ ^"V.*^ /*a>j*w! |-x* ^j-^ ^ .**^
el nombre de Dios acuñóse éste dirhem en la ciudad de Cétita^
19 >^ (400).
Orla del reverso, M. P,
Una variedad muy rara de éste ejemplar se presenta tam-
bién en dinares de los años 419, 21, 23, 247 25. Codera solo co-
ttoc^e un dirhem, propiedad del Sr. Fernandez Guerra, del año
4- X 9. De éste tipo tengo un ejemplar y además del 418 — 1027
á. I CD28 de J. C. — El que publico en la Lám. II, núm. i se
presenta en la siguiente forma:
Ka
P.deF. . /V^^^
Igual al anterior.
r
8im.
Orla del anverso: j [j**^^ *^
£?-^ ' ^iji.j^ en el nombre de Dios se acuñó éste diñar en Céuta^
^^o 425.
Orla del reverso, M. P.
Poseo también en mi colección varios ejemplares de dirhe-
^^s hasta ahora inéditos, pertenecientes á los años 416, 417,
^^ y 19, como el publicado en la Lám. II, núm. 2, que pesa
* gt". 90 y presenta las siguientes inscripciones:
4^4 Málaga Musulmana.
A^aüt J^ Príncipe heredero,
ísarj >LY| El Imam Yahya,
^* ^^ ^' ¿JJL Jbu4t El ensalzado por Dios,
•r-* ^- j^íji— •^lj^-*»! Principe de los creyentes.
^j^\ Idrís.
Orla del anverso: jhj^ ^lx^ Sxt- íijj^^j J| IJ^w'^ aÍ)| ^w
^n ^/ nombre de Dios acuñóse éste dirhem en Ciuta^ año 417.
Orla del reverso, M. P.
Como se vé éste ejemplar tiene la ^ entre dos puntos y
cuatro en el reverso, dos debajo y dos encima de las inscrip-
ciones centrales. En otros ejemplares de ésta especie no apa-
recen los puntos, en algunos solo los dos inferiores del reverso.
Existe en la rica colección de Gayangos, y al presente so-
lamente se conocen dos ejemplares, un diñar interesantisimo
— Lám. II, núm. 3, peso i gr. 90 — quizá el más notable entre
las monedas de los reyes de Taifas, que hasta ahora ha produ-
cido considerables divergencias entre los numismáticos. Su des-
cripción es la siguiente:
•H-»-Ji^^
Príncipe heredero.
Ka
•t 1
El Imam Yahya,
P. DE F.
••
£1 ensalzado por Dios,
r
sim'
{J^^^J^^
Príncipe de los creyentes,
LTÍ.J'^'
Idrís.
Orla del anverso, caracteres árabes ininteligibles.
Orla del reverso: en letras á lo gótico, escritas de derecha
á izquierda, vueltas hacia fuera, RAIMVNDVS COMES.
Un sabio arqueólogo francés M. de Longperier, á quien si-
guieron Alois Heiss y tras éste los numismáticos catalanes,
atribuyó
Parte segunda. Capítulo i. 405
atribuyó ésta moneda á Yahya el Hammudí, quien la mandó
acuñar hacia el año 1023 ó 1024 — 4^4 ^ 415 de la H. — : el
Raimundus Comes, según aquel autor era D. Ramón Berenguer
I conde de Barcelona, donde se dice que se acuñaron ésta clase
de dinares, á imitación de los de Yahya, como las monedas de
Alfonso VIII lo son de los reyes de Murcia (i).
Es imposible aceptar en su totalidad éstas conclusiones.
Que pertenece ese tipo monetal á Yahya el Hammudí no cabe
duda; pero és cuasi seguro que no se acuñó en Barcelona; si
los caracteres árabes están en ella ininteligibles, por mal graba-
dos, prueba, según se cree, de que no fué acuñado por moros, lo
mismo pasa con los de otros ejemplares esclusivamente musul-
manes; y retorciendo el argumento puede sostenerse, cual hace
Codera, que la dirección de derecha á izquierda y toda la dispo-
sición de la inscripción prueban cumplidamente que un grabador
moro abrió su cuño y no un cristiano; añadiendo, á mayor abunda-
miento, que en tierra cristiana no se hubiera acuñado moneda que
ostentara en preferente lugar la Profesión de fé muslímica, pues
en los ejemplares bilingües de Alfonso VIII, que no son imita-
ción de los murcianos, como se asegura, llevan la cristiana.
¿Dónde se acuñaron pues éstas monedas? En Ceuta dice
Codera; no le sigo en éste punto; hasta ahora no hay más razón
para afirmarlo que la presunción de que las otras de su géne-
ro lo están en aquella ciudad; pero siendo éstas una especie
tan diferente, bien pudieron serlo en otra parte, quizá en Cór-
doba^
(i) Hei88, Descripción general de las mon. hispano-cristianas. Madrid 1867. T. 11^
pég. 73. Revista numismática, 1856, pág. 63.
4o6 Málaga Musulmana.
iloba, quizá en Málaga; en todo caso no hay seguridad en el la-
gar de la acuñación. ¿En que año ocurrió ésta? De 418 á 426
sostiene Codera, fundado en aquella misma presuncioUi mucho
más valiosa en éste caso que en el anterior.
¿Quién es éste Raimundus Cofnesl Puede ser el Conde Rai-
mundo correspondiendo al Ramón Berenguer I conde de Barce-
lona, y haberse acuñado con su nombre para pagar tropas mer-
cenarias de Yahya, ó un cristiano de gran importancia Rai-
mundo Comes ó Gómez, influyentísimo en la corte de aquel
califa. A ésto último se inclina Codera, porque ni en las cróni-
cas catalanas, ni en las mahometanas, halla noticia de rela-
ciones entre aquel Conde y Yahya ben Alí. Paréceme pre-
cisamente ésta última suposición la menos aceptable: que mer-
■
cenarlos catalanes y no catalanes pusieron manos y armas
en las luchas entre moros por aquellos tiempos, buena memo-
ria hay de ello en las batallas de Kantích y de Akbatulbakar,
donde se puso en el juicio de las armas la sucesión al solio
cordobés, peleando en una y otra cristianos y aun catalanes;
buena prueba de ello és también la muerte del mismo Yahya, de
cuyo desastre fueron principal parte cristianos aliados, probable-
*
mente asoldados, por la gente de Sevilla.
Las crónicas árabes desgraciadamente no relatan con tal
puntualidad y tan por menudo estos sucesos que su silencio
constituya un argumento. Por otra parte ¿quién puede ser ese
Raimundo Gómez tan importante, que su nombre campee en
letras cristianas en el sitio donde debia estar la misión del
Profeta de Dios? Parece pues lo más probable que sea éste
Conde
Parte segunda. Capítulo i. 407
Conde Raimundo, pues titulo y no apellido creo que indican
las monedas, Ramón Berenguer I de Barcelona, que por éste
tiempo vivía.
En todo caso no he querido introducir asunto tan debatido
y donde domina la suposición más que la certidumbre en mi
Narración, dejando á que nuevos textos ó ejemplares den cum-
plida solución á éstos debates.
Posee D. Pascual de.Gayangos un dirhem que se creía del
año 412 — 1021 á 1022 de J. C. — único que hasta ahora se ha-
bía visto. Bajo la Profesión de fé se lee un nombre que Codera,
aunque dudando, ha interpretado por Aflah en su Memoria.
Atribuíalo alano 412; un ejemplar de mi colección ha venido
á hacer desaparecer ésta duda, pues conocidamente és del año
416 — 1025 ^ 1026 — y seguramente no és Aflah el nombre que
aparece en su anverso; ciertamente la última letra es un - ,
pero hay más trazos y en todas las demás puede haber duda. El
nombre que espresa no és de los conocidos, ni por las indica-
ciones de los cronistas, ni por pertenecer á la familia Hammu-
dí. En el anverso se indica como inmediato sucesor á Idrís,
probablemente un hermano de Yahya, que efectivamente le su-
cedió.
Hé aquí la descripción de la moneda, Lám. II, núm. 4, pe-
so 3 gr. 5:
■ \ ^,n)| Jj Príncipe heredero.
^ ,^ -^^j ^L^ El Imam Yah\'a,
P. DE F. sS^" \ "'
^^Yü^jW j^\ Príncipe de los creyentes,
iJj Ij J^l El exaltado por Dios.
^j^j^\ Idrís.
Orla
^
I?
4o8 Málaga Musulmana.
Orla del anverso: j^-r--' 5^ ^jj'illj^jaJl \S^s^j^ é^\ ^ ¿f^
el nombre de Dios acuñóse éste dirhem en Alándatus^ año 16 y (400).
Orla del reverso M. P.
Por ofrecer mucho parecido con ésta moneda y sobre todo
por no leerse nombres que caracterizan las de años adelante,
puede colocarse ' en pos de ella el siguiente diñar, también de
Gayangos, peso i gr. 10, en el cual no aparece fecha; el anver-
so és igual al antecedente, el reverso se presenta distribuido de
éste modo:
^¿arj >LYt El Imam Yahya,
AJiverso íjí^J^Í J^^ Principe délos creyentes,
igual al anterior. ^^ i^|
El exaltado por Dios.
MONEDAS DE IDRIS L
Tengo en mi colección y poseen en las suya Fernandez
Guerra y Caballero Infante una moneda de éste califa, cuyo pe-
so es 2 gr. 30 y cuyas inscripciones son las que siguen, según
se verá en la Lám. II| núm. 5. Aparece bajo la Profesión de fé
un nombre, cuyas letras ofrecen dificultad para su interpreta-
ción; cree Codera, aunque dudando, que éste nombre sea Han-
zun, por más que ningún personage de la corte Hammudí se ha-
lle denominado así: si pudiera leerse Jazrun quizá fuera un re-
yezuelo berberisco de Jerez, pero es el caso que no puede así
leerse; muchas veces ante la inscripción ésta he sospechado si
dirá Habun, sobrenombre de Yahya, hijo de Idrís I, que cita
Aben Jaldun en su historia de los Hammudíes españoles. £1
Príncipe
Parte segunda. Capítulo i. 409
Principe heredero Hasan que se vé en el reverso és cuasi segu-
i3.mente el del sobrino de Idrís, que efectivamente le sucedió:
•M-«-'i^J
Principe heredero.
P. DE F.
El Imam Idris,
Principe de los creyentes.
{JjJ^
*ÜL» A^W
El ayudado por Dios.
cr-''
Hasan.
Orla del anverso: j ^ ^^ ^jj'áLj ^•jJl |á»v^^*Ü! ^-^
p'-? cTí-/^ ^» ^i nombre de Dios acuitóse éste dirhetn en Alan-
usj año de 427.
Orla del reverso M. P,
Recuérdanos el nombre del eslavo Nacha, cuya desapodera-
ambición fué tan fatal á los Hammudíes, un dirhem, del
¡al poseo un ejemplar; dos tienen también Gayangos y Camerí-
^ su peso es el de 2 gr. 5; represento en la Lám. 11, núm. 6
1- ^de mi colección. En el anverso bajo la Profesión de fé leía Co-
Axxami, después Alámy; dudaba yo de ésta lectura, pues
palabra tenia mas trazos, cuando en un nuevo trabajo (i) vi-
éste sagaz numismático á explicarla por Alawí, el alawita ó
xrtidarío de la familia de Alí:
Nacha
p -p Reverso
igual al anterior.
^jLjJI El Alawí.
Orla del anverso: j J^ «-^ '^^ ^t-^j^j^' li^s.^^ a13| ^^^
^ ic>¿/^ en el nombre de Dios acuñóse éste dirhem en Céuta^ año 28
y C400) — 1036 á 37 de J. C. —
Orla
(i) Ciencia criitiana, año 1878, núm. 28, 32 y 34.
410 Málaga Musulmama.
Orla del reverso M. P.
La mejor moneda de mi colección Hammudita és sin duda
un diñar, que debí á la generosidad de mi excelente amigo el
Sr. D. Eduardo Consiglierí, hasta ahora inédito, que pesa 4
gr. 35 y represento en la Lám. II, número 7. Su anverso ofre-
ce la particularidad de llevar sobre la Profesión de fé dos pala-
bras, que por estar muy confusas no puedo interpretar segura-
mente, pero «|ue parecen decir hijo del Imam^ y debajo una sola,
que sospecho, aunque no muy declaradamente, sea Habun, co-
mo en la anterior dije:
>La^ jj| Hijo del Imam?
Reverso
r. DE r • igual al anterior.
^^ Habun?
Orla del anverso: j ^^yy"^ '^^ *^^ '^.*^ j^.*^' \S^s^j^ A5t pj
^- -^ ^j' en el nombre de Dios acuñóse éste diñar en Ceuta año 430
— 1038 á 1039 de J. C. —
Orla del reverso M. P.
MONEDAS DE HASAN BEN YAHYA.
M. de Longperier, numismático francés muy estudioso, que
en un curioso folleto (i) ha dado algunas interesantes noticias
sobre monedas españolas, indicó la existencia de un dirhem
de éste califa, perteneciente á M. Saulcy, quien lo había cedido
á M. W. Moore. Manifestó Codera en su Memoria que no ha-
bia
(i) Programme d'un ouvrage intitulé, Documents numismatiques pour servir á
Vhisloire des árabes d'Espagnc.
Parte SEGUNDA. Capítulo i. 411
bia visto ejemplares de ésta clase, mas después halló uno, has-
ta ahora inédito, que tuvo la bondad de comunicarme. Es de
plata mala y peso de 2 gr. 5; lo reproduzco en la Lám. II, nú-
mero 8, donde se verá que en él aparecen las siguientes inscrip-
ciones:
Lb) Nacha.
^-^•.a. >L» ffl I El Imam Hasan,
P. DE F. *^T j^^^***i\ El victoríoso por Dios,
{J^J^^ J^* Príncipe de los creyentes.
s3 J^' El Alawí.
Orla del anverso: ^^ ¿^^ '^.-^ ^j^^ 1^ ^^ ^í pf en eí
nombre de Dios se acuñó éste dirhem en Cétitaj año... probable-
mente entre el 431 y el 34 ó sea de 1039 á 1042 de J. C.
Orla del reverso, M. P.
MONEDAS DE IDRÍS II.
Siguiendo el orden cronológico que un buen método exige
ha.bré de dividir éste reinado para estudiar sus monedas en dos
secciones. La primera comprenderá hasta el destronamiento de
Idrís; la segunda, desde su restauración hasta su muerte, des-
pués de reseñar las monedas de su competidor Mohammed Al-
mahdí.
Desde el año 434 empiezan á aparecer dirhemes de aquel sul-
***^, además del 35 y del 38, y aun se conoce uno del 37, propie-
"^<3 tlel Sr. Camerino. Pesan los del 435 de 2 g. 15 á 2 gr. 30,
uno de ellos en el Museo Arqueológico, que repro-
^**^co en la Lám. II, núm. 9 y cuya descripción és la siguiente:
56 P-
412 Málaga Musulmana.
^ j^l jL,')Í\ El Imara Idrís,
P. DE F. iJJlj Jx)| El que se eleva por Dios,
f^r^ji\ ji^\ Principe de los creyentes.
Orla del anverso: <j-*^ *^- {j^'^^^ f^J*^' '•^
el nombre de Dios acuñóse éste dirhem en Alándalus^ año 5 y (43...)
Orla del reverso M. P.
Poseo en mi colección una moneda de plata bastante bue-
na, acuñada en Málaga, hasta ahora inédita, que pesa 2 gr. y
publico en la Lám. II, núm. 10, donde se verá que sus inscrip-
ciones son las siguientes:
^^j^l >L-.^t EJ Imam Idrís,
P. DE F. Jl)Lj JjiJt El elevado por Dios,
.U-»^l j^!-»l Príncipe de los creyentes.
Orla del anverso: ^^ *^'-' ^^ ^^j^\ \^ s^j-*» *l^t pj en el
nombre de Dios se acuñó éste dirhem en la ciudad de Málaga^ año...
Orla del reverso M. P.
Del mismo tipo existen otras monedas, acuñadas en Alán-
dalus y varias con iguales leyendas, que lo fueron en Granada.
De éstas últimas poseo diez y seis ejemplares, todos de diver-
sos cuños, unos de plata y de regular aleación, otros de malí-
sima; otros de cobre, con diversidad en el carácter de las le-
tras, y en la calidad de la acuñación, en algunos muy buena,
en muchos muy mala, presentando á veces raros adornos. Se
creen éstas acuñaciones de los primeros años del reinado de
Idrís, pues hemos visto un ejemplar de éste tipo del año 435,
y Almakari dice que por éste tiempo se le reconoció por sobera-
no en Granada.
Poseo
Parte segunda. Capítulo i. 413
Poseo en mi colección una moneda de vellón de éste califa
que pesa i gr. 95 y que publico en la Lám. II, núm. 1 1; la cual
viene á disipar las dudas, manifestadas en su Memoria por Co-
dera, de que existan ejemplares del año 434 del cuño que paso
á describir. En la misma forma se grabaron otras del 438 y 37;
de ésta poseo un ejemplar de malísima plata; otros Gayangos
y el P. Cabré de la Compañía de Jesús. En su anverso apare-
ce bajo la Profesión de fé el nombre de Mohammed, que sin
duda se refiere al hijo del sultán Idrís, cuya existencia y su-
cesión dejo probadas en mi relato con un importante texto del
Bekri.
P. DE F.
Reverso
«X^ Mohammed igual ti anterior.
Orla del anverso: ^.^j ^jT^- ^j^^'^^ ^^j^\ li^w^^ ¿í] p>
sn el nombre de Dios se acuñó éste dirhem en Alándalus^ año 34
y (400.)
Las letras V.^ ciento^ de la centena se incluyeron en la mo-
neda, pero están borradas.
Oria del reverso M. P,
MONEDAS DE MOHAMMED ALMAHDÍ,
Se declara en el reinado de éste monarca la decadencia en
la acuñación iniciada en el anterior: parece que conforme se van
^estrechando las fronteras del reino Hammudi se vá agotando la
riqueza pública; no conocemos de éste tiempo monedas de oro;
las de plata son de la peor aleación y abundan los ejemplares de
cobre
414 Málaga Musulmama.
cobre á veces con una ligera mezcla de plata. Esto indica una
^ran decadencia en el pequeño estado Hammudí.
Posee el Sr. Gayangos un dirhem del 438 — 1046 á 1047 ^®
J. C. — su peso 2 gr. 80, en el que aparece el nombre de Moham-
med como califa; tengo otro ejemplar, que aunque en su leyen-
da se llama dirhem, no es más que una moneda de cobre de
peso 2 gr. 90, que publico en la Lám. II, núra. 12 y cuyas ins-
cripciones son las siguientes:
Jl^ >LaY) El Iiuam Mohammed,
ir, ' DE r . ij^ji^ j^^ Príncipe de los creyentes.
AJJu ^ A^i El dirigido por Dios.
Orla del anverso: j fj^ '^^ [j^^ ^^ ^j*^ '*^ s-lH^ *^' r^
en el nombre de Dios acuñóse éste dirhem en Alándalus^ año 8 y
(43-.)
Orla del reverso M. P.
Se conocen ejemplares de igual especie del año 439 — 1047
á 1048 de J. C —
Del año 439 y 440 existen monedas de Mohammed, diver-
sas de las anteriores por llevar el nombre de un Mohammed, de-
bajo de la Profesión de fé: duda Codera quien sea éste Moham-
med, si un sobrino del sultán reinante, hijo de su hermano Alí,
á lo cual se inclina, ó un hermano del mismo sultán llamado
Mohammed Almostalí. Bien puede inclinarse á lo primero, pues
Almostalí no fué hermano de Almahdí, sino hijo de Idrís II, á
quién sucedió. Poseo tres diversos cuños de ésta especie; todos
son de cobre. La que publico pesa 3 gr. 10 y aparece en la Lá-
mina II, número 13, con las siguientes leyendas:
P.
Parte segunda. Capítulo i. 415
P. DE F.
Reverso
•^ Mohammed ¡gual al anterior.
Orla del anverso: *^j ^^ *^-* ^^^jj'^b *»jjJ! |i^ s<r^ ^' (^
m el nombre de Dios acuñóse éste dirhem en Alándalus^ año 39
y (400).
Orla del reverso M. P.
Una de las especies más comunes de las monedas muslimes
malagueñas és la que presento en la Lám. II, núm. 14, su peso
3 &' 30 y el metal vellón. Existen ejemplares de ella de los
años 440, 41, 42 y 43, de los cuales poseo variedad de cuños y
bastante número de ejemplares; también se conocen, aunque
iinuchü más raros, de los años 44 y 46. Codera dice en su Me-
-moria^ que éstas se diferencian de las anteriores por ser de ve-
lion y no de cobre; no estoy conforme con ésta opinión, pues en
Tiii monetario tengo á la vista algunas del año 439, que son
iguales en metal y aun hasta en los caracteres á las presentes
<3el 40, 41 y 42; la diferencia donde está ciertamente és en las
<3el 443. Las inscripciones de ésta moneda aparecen así:
P. DE F.
^^Y| El Principe.
J^ ^L^^t El Imam Mohammed,
{¿T*^"*^' ^-^-»1 Príncipe de los creyentes.
¿^ Mohammed. ¿JJ!j y. \\ lm ^- • ,1 n-
*^. ,^^5rv^' Ll dirigido por Dios.
•*
^r^-*. Yahya.
Orla del anverso: ^ ^^^ '-^ íj^-^'^'^ f^j-^' \S^s^yc ^) ^
el nombre de Dios se acuñó éste dirhem en Alándalus^ año 1 y
•^440) — 1049 á 1050 de J. C.
Orla del reverso, M. P.
Existe
4i6 Málaga Musulma>^a«
Existe otra especie de dirhemes del mismo tipo que «1 an-
terior, diferenciándose de el solamente, en que en el anverso no
lleva bajo la Profesión de fé el nombre Mohammed; los hay del
año 443. El ejemplar que se conoce és del Sr. Gayangosy pesa
4 gr. 20.
¿Pertenecen estas monedas al sultán Mohammed Almahdí
de Málaga ó á otro Mohammed, denominado también Almahdí
que dominaba en Algeciras?
Cuestión es ésta grave y que con los datos que hoy po-
seemos no puede resolverse enteramente, mientras que no ven-
gan á dilucidarla nuevas monedase textos. Hay ciertamente en
la numismática hammudí de los años 443 al 46 inclusive un ti-
po de monedas raro, que se diferencia bastante del general que
desde el año 438, 39, 40, 41 y 42 se viene claramente determi-
nando; diferenciase en el metal; diferenciase también en los
adornos, pues presentan los ejemplares del segundo en sus or-
las otra de puntos, sin más ornato, y los del primero tanto en
el anverso como en el reverso adornos, machos de ellos toma-
dos de los buenos tiempos de la numismática cordobesa. Si en
sus reversos no hubiera hasta el año 446 la designación del Prín-
cipe Yahya, que también aparece en el tipo contrarío, no ha-
bría dificultad alguna; éste pertenecería á Málaga, aquel á Al-
geciras.
Mohammed de Algeciras, hijo del segundo sultán Hammu-
dí Alkasim, se alzó en aquella población en el año 414, y se-
gún el testimonio de Aben Jaldun y de Almakari muríó en el
año 440; fecha á la cual no se opone ningún texto, ni presun-
cioiv
Parte segunda. Capítulo i. 417
— ^
cion grave; dejó un hijo llamado Alkasim por sucesor, que go-
bernó, aunque sin titularse califa, hasta el año 450. Mohammed
de Málaga entró á reinar en el año 438 y murió, según el testi-
monio del Bekri, á quien sigo por muy enterado en ésta genealo-
gía que era cuasi de su tiempo, en el año 444; durante su vida
nombró Príncipe heredero á un hermano suyo, que algunos lla-
man Hasan, quien fué desterrado por su hermano y sultán al
África. Es muy posible también que Almahdí reconociera como
Príncipe á un pariente suyo llamado Yahya, quien dejó un hijo
llamado Idrís que sucedió á su pariente, sin denominarse califa,
gobernando algunos meses del año 445.
Parece resultar pues que si las monedas raras con adornos
que se presentan del 443 al 446 — dos ejemplares tengo de és-
tos años — son del Mohammed algecireño, se grabaron después
de la muerte de éste por su hijo Alkasim, como lo demuestra
una del mismo tipo que lleva el nombre de éste príncipe, quien
como ya dije no se tituló califa. En ellas aparece el nombre del
Príncipe Yahya, como en las del otro tipo, pero podría haber
sucedido que Alkasim, después de la muerte de su padre, acep-
tara la soberanía de Málaga y acuñara en nombre de su pa-
riente, como supone M. Dozy; he formado ésta opinión en vis-
ta de los varios cuños de éstos dos tipos.
En cuanto á aquel que empieza á determinarse en el año
38 y sigue del 39 hasta el 45, me decido por creerlo de Mála-
ga; el metal de los del año 39, la forma de letra y la carencia de
adornos sigue hasta el año 42; el mismo carácter de monedas
«continua hasta el 445, en el cual dominaba aún en Málaga un
hijo
4i8 Málaga Musulmana.
hijo del Príncipe Yahya; pues creo que á éste és á quien se re-
fieren las monedas, aunque Dozy y Codera no hayan encontra-
do entre los Hammudíes de ésta época tal nombre, sin duda
por no haberse fijado en las noticias del Bekri.
Y tanto lo creo así, que todos los ejemplares de éste tipo
que poseo, los adquirí en Málaga con mucha facilidad, y la ma-
yor parte de ellos escogiéndolos de entre otros muchos, que se
encontraron en ella juntos, encerrados en un atanor, los cuales
tuvo la bondad de regalarme mi querido amigo el Sr. D. Adol-
fo Bergemann, todos ellos en perfecto estado de conservación,
como si acabaran de salir del cuño, con una gran cantidad de
cortadillos de la misma moneda, también en perfectísimo estado.
Además en Málaga se encuentran á cada momento ejemplares
de esta misma clase. Los dos que supongo algecireños los ad-
quirí en diversas partes y ocasiones.
Pero apesar de que ésta opinión me parece la más proba-
ble, se me ofrece una grave dificultad con otro ejemplar de éste
tipo del año 446, que presenta Codera en su Memoria; en dicha
año, ni Mohammed de Málaga, ni su sucesor Idrís ben Yahya,
ni Mohammed de Algeciras gobernaban: ¿de quién és pues es-
ta moneda? Si admitimos que sea algecireña, necesario és de-
clararlas todas, las de uno y otro tipo, de Algeciras, á no ser
que, insistiendo en la misma sospecha que antes indico, Alka-
sim de Algeciras continuara acuñando como hizo antes, ó que
leamos mal la moneda. Cual sea la solución de éste enigma
hay que encomendarlo á nuevos textos que lo espliquen ó á nue-
vos ejemplares que prueben que dicha moneda está bien leída»
Una
Parte SEGUNDA. Capítulo i. 419
Una especie bien rara del tipo general que creo de Málaga,
nos ofrece en el ejemplar de la Academia de la Historia, cu-
s inscripciones se presentan del siguiente modo:
JL^ Mohammtid [ ^>^\
J^ Mühainmed.
El Imam,
P. DE F. ^¡^ ^-H-l' Almahdi billah,
••
L u ^ Aj. j¿r*~^-^*' J"^^ Principe de lo« creyente».
^,5*^" -^"^ ' El Principe Yahya.
Este ejemplar, acuñado en Alándalus año 444, arguye en fa-
de mis anteriores opiniones; éste Mohammed ben Alí no
íde ser otro que un sobrino del Mohammed malagueño, hijo
su hermano Alí, así como el Príncipe Yahya citado también
la moneda, era pariente de éste y del califa. No puede ser
hammed Almostalí, diga lo que quiera Almakari, porque Al-
stalí fué no sobrino de Almahdi, sino hijo del destronado
■^^xns I. Se conocen varios ejemplares de ésta clase del año 444
y xnao del 45.
Tengo un ejemplar de cobre, bien raro, que pesa i gr. 95
y I>ublico en la Lám. II, núm. 15, el cual me ha servido mu-
^*^CDpara determinar mis anteriores opiniones: pertenece al tipo
^ he considerado de Algeciras y al año 446 — 1054 a 1055 de
-* • C — nombrándose en su reverso al Príncipe Alkasim, á lo
e entiendo hijo del sultán Almahdi algecireño, queconserva-
en sus monedas, bien el nombre de su padre, bien el de su
xiente de Málaga, quizá anteriormente reconocido por él, fren-
^ áldrís II que había recobrado el solio malagueño. ^'Es que
^OfJavía vivía en 446 Mohammed de Algeciras, como cree Co-
57 dera?
dera? No me parece probable; dos escritores de nota afirma
que murió en 440, y los que no señalan fecha determinada á s
muerte, concuerdan en que ésta ocurrió antes de la de su hom
nimo de Málaga. De ésta clase de monedas existen del año 44
44» 45 y 4^- Codera dudaba acerca de ésta última fecha; h
biéndola visto juntos hemos comprobado que era del 446. S
inscripciones son las siguientes:
j^^\ El Principe.
Jj^ >UYt El Imam Mohammed,
P. DE F. [¿)^j^^ J^' Príncipe de los creyentes.
iULj ^ J^41 El dirigido por Dio».
pLáJt Alkasim.
Orla del anverso: v^ ^^ ij^^^^ ^^^^ '-^ V
b ^j'^j^J en el nombre de Dios acuñóse éste dirhem en Alándalm^ 9^
año 46 y (400)
Orla del reverso M. P,
Gayangos posee un ejemplar de éste tipo del 445, que ^^^
diferencia del anterior en que la línea de Príncipe de los cr^*
yentes está debajo de la de Almahdí billah.
Existen también en el monetario de Gayangos dos ejempl^i-*
res, que por su carácter, por el año de su acuñación y por l'<>
que parece resultar de sus anversos ésmuy probable que pert^*
nezcaná Idrís III Almowafec, sucesor de Almahdí, y que haystt*
sido acuñados en Málaga. La mala conservación de éstas moa ^^
das impide que pueda claramente espresarse si pertenecen á és-
te sultán ó á Idrís II; habrán de determinarlo nuevos ejempla-
res. Sus leyendas son:
Parte segunda. Capítulo i. 421
ir^j^\ /»l— »^1 Ellmamldris,
P* ^^ P- 41 Almowafec billah?
cX .-jujl j-w| Príncipe de los creyentes.
Orla del anverso: j^^j^^^^'i^ isJL- ^^^jjJl \S^ w'^ JJ| pj
ju ,1 ^fi^/ nombre de Dios acuñóse éste dirhetn en Málaga^ (?) año 45
:y (400)-
MONEDAS DE IDRÍS II.
SEGUNDO PERIODO.
Posee el P. Cabré de la Compañía de Jesús un dirhem, su
peso 2 gr. 85, que se diferencia del ejemplar anterior, en que
la P. de F. vá sola y el reverso lleva encima de las deno-
xxiinaciones y apelativos del sultán la palabra el Príncipe y de-
trajo Mohammed^ nombre que se reñere sin duda al último Ham-
Z3iudí, denominado Almostalí, que dominó en Málaga. Este
^ampiar se acuñó en Ceuta en el año 41. Codera posee otro
<3e cobre, inédito hasta el dia, que publico en la Lámina II,
xiúm. 16, merced á la afectuosa consideración de su poseedor;
jpesa 3 gr. 9, y sus leyendas son las siguientes:
'^ ^ *" Jj Príncipe heredero.
{J^.J^^ >L'á| El Imam Idrís,
P. DE F. ^^ ,_<^^ ^^ ^"® ^^ eleva por Dio«,
yj^^\ j^\ Príncipe de los creyentes.
jL^ Mohammed.
Orla del anverso: ^ ^\^^^^íh^*i^^:^^j^\\^^j^i^\ ^, en
el nombre de Dios se acuñó éste dirhem en la ciudad de Ceuta año 2
y (44-)
Orla
\
\
423 MAl&oa Mqsuuíuu.. 't '
Orla del reverso M. P.
Con estas mismas leyendas, aunque pertenecientnt tí alto
444^ — 1052 ¿ 1053 de J. C. — existen ejemplares en los moDcta-
ríos de la Academia de la Historia, de Gayangos y de Catalk-
ro Infante, probando que Ceuta continuó acuñando monedas
de éste califa, durante, el tiempo de su destronamiento.
Poseo en mi colección dos ejemplares uno de cobre 7 otro
de malísima plata, de cuyo tipo se conocen cuatro de Gayan-
gos; reproduzco aquí uno de esté por el mal estado del n-
Verso del mío; apesar del cual tengo razones paxá- di^dar que
en mi ejemplar de plata puedan leerse la tercera y cuarta Una
del reverso, como las lee Codera; paríceme que hay diÜBicKÍa
entre el mío y el de Gayangos, aunque no pueda detmaiau P
qif e consista.
Las inscripciones son las siguientes:
j.í«)| Jj principe heredero.
^^J| .UV| El Imam Idríí,
tÚL) JjJt El que se eleva por Dioc,
™- °^ *"• iUljB .iUÜl El Yancedor e» Dio*.
jj^_j41 j^\ Principe de loa crejente».
j^ Hohsmined.
Orí» del anverso: "jt j ^j-^'~ o"'-""^^ r*J-^' '■" ■^■^'
Parte segunda. Capítulo i. 423
en el nombre de Dios se acuñó éste dirhem en AlándaluSy año 45
y (400.)
Posee Gayangos una curiosa moneda, dudosa en la fecha
que quizás será del 446, existiendo también motivos bastante
fundados para dudar de el lugar de la acuñación, que se cree
sea Málaga, cuyas inscripciones son iguales á las de la que he
descrito del año 442.
En mi monetario tengo, merced á un regalo, nunca bastante
agfradecido de Codera, á cuyo generoso desprendimiento debo
la satisfacción de poseerlo, un rarísimo ejemplar de cobre, que
pesa 2 gr. 60, en el cual, por mas que me hace concebir muchas
dudas el examen de sus inscripciones por lo mal conservadas
<jue se encuentran, parece que se lee lo siguiente:
*X^1 Jj Principe heredero. {j^.J^^ ^L^ El Imam Idrís.
lÜt ^ ¿AJ| '^ No Dios sino Allah, íDL J^\ ¿El que se eleva por Dios.
Ju\ JLw « Js^ ¿Malioma enviado de Dios. JJ)jJ» )iJaJ) ¿El vencedor és Dios.
.>s^ Mohammed. ivTí^^Í jfr-\ Príncipe de los creyentes.
Orla del anverso: ^-i:^ ^^ '^'- '^,^ ^j^\ \^ ^j^ ^í pí
'^ ¿íj' J \ji^.j^^en el nombre de Dios acuñóse éste dirhem en Mala-
^ga^ año de 446.
Orla del reverso M. P.
Posee otro ejemplar el Museo Arqueológico español y otro
se conserva entre la selecta colección del Museo Británico en
Londres. El que cita Codera tiene invertido el orden de las
leyendas centrales del anverso.
Tiene Gayangos un raro ejemplar, que como el anterior
•ofrece también bastantes variaciones en la forma acostumbra-
da y
424 Málaga Musulmana.
da y seguida constantemente en la acuñación Hammudí, co-
mo el lector ha tenido muchas ocasiones de observar, pues su5
inscripciones se presentan del siguiente modo:
^^*'! J^ Principe heredero. >L» » El Imam.
¿VM ^ *Dt Y No Dios sino Allah, íDLj JjJ| El que se eleva por Dios.
^\ Jj'-^j *^ Mahoma enviado de Dios. ¿13|jjb ^áUI El vencedor es Dios.
^^aJLmÍ) De los muslimes. tr^j^^ Idris.
J^ Mohammed.
En la orla del anverso hay escasísimas palabras. En la del
reverso M. P.
Existen otros ejemplares todavía no descritos, que en su
anverso presentan tres leyendas circulares; dentro de un círcu-
lo la palabra El Imam; lo mismo en el reverso y dentro de otro
círculo el nombre Idrís. Otras muestran en su anverso el sello
de Salomón y al reverso palabras que parecen decir El Imam
Idrís; las leyendas circulares no han podido ser leidas. Puede
que estas monedas sean Hammudíes; puede también que sean
africanas Idrisitas,
Aquí termina el estudio de las monedas Hammudies; en épo-
cas posteriores se acuñaron en Málaga algunas, que se presen-
tan rara vez en las colecciones numismáticas. Que son estas
monedas españolas claramente lo prueba la palabra Málaga,
que se puede leer, aunque con dificultad, en sus orlas; que
son posteriores á las Hammudíes lo determina la fecha 47...
que se vé en algunas. Delgado creyó que fueron acuñadas mien-
tras que Temim, nieto de Badís reyezuelo de Granada, gober-
naba en Málaga en nombre de su hermano Abdallah; opinión
que
Parte segunda. Capítulo i. 425
^ae no creo destituida de fundamentOi pues en una de estas mo-
nedas se considera á un Abdallah como Imam y Príncipe de los
^creyentes. Ofrecen también el nombre de Abu Maad, bastante
«omun en la familia Zirita, potentísima en África, y los sobrenom-
l>res honoríficos de Almostanzír y Almoez lidinillahí el que exalta
Ja religión de Dios f también muy comunes en esta familiai que ha-
l>ia llevado con suma gloría un soberano zirita, muerto hacía po-
««os años. A qué personajes se refieran éstos sobrenombres no sa-
bré decirlo; Abdallah de Granada se denominaba Almothafir 6 el
victorioso, según Aben Jaldun, pero también pudo llevar alguno
'<le aquellos sobrenombres; los cuales pudieran referirse también á
^emim, de quien no he hallado que llevara alguno: lo seguro és
<iue estas monedas se acuñaron desde el año 467 al 483 — 1064 al
1090 de J. C. —
Caballero Infante posee un ejemplar con las leyendas si-
4^ientes:
J"^} El que exalta j^ms,^»»l] £1 que implora el socorro de Dios.
JJ| ^^jJ La religión de Dios. jD| jl^ >L^| El Imam Abdallah,
.M«Jt^^^( Príncipe de los creyentes.
Gayangos conserva dos, una de cobre en la cual se lee:
*^*-Jíí AbuMaad.
r'. DE r . uJb ^^;&..,ll El que implora el socorro de Dios,
^^' (JÍ.'^J^^ ^ que »«lta ^^ religión de Allah.
En la orla parece que puede leerse ¡[¿)L Málaga.
El otro ejemplar se diferencia de éste en que vez de la Pro-
fesión de fé se lee:
J)| T aU| "^ No hay Dios sino Allah,
^" Jlx^j -^ Mahoma profeta de Dios.
En la
426 Málaga Musulmana.
En la orla se vé también aunque mal escrita la seca Mála-
ga y el año c^v*í— j 2;' ' (74)"
En mi colección tengo otra de éste mismo tipo de plata
muy mala y peor conservación, peso 2 gr. 25, en la que se dis-
tinguen las siguientes inscripciones:
aU|^^ aÍ jjJl El que exáltala reli^on de Dios -^*-^ 1 Abu Maad
. . . wJ'-J j^a^2j^\ El que implora el auxilio de Dios
En la orla se vé la terminación de la decena 70 y el 4 de la
centena 400.
Hasta ahora no han aparecido ejemplares acuñados en Má-
laga durante la dominación almoravid; pero como hubo multi-
tud de secas almorávides en España, és muy posible que algu-
na vez se presenten entre los que el tiempo vaya descubriendo.
Los almohades acuñaron en ella un dirhem de plata cua-
drado con las siguientes leyendas, según se vén en esta mone-
da, su peso I gr. 50:
JJ|\V¿D|'^ No hay Dios linó Allah, ^j ^\ Dios és nuestro Señor,
iJJ! óií j^ií Todo poder de Dios, uLwj Js^ Mohammcd nuestro profeta,
»1)1 W i J '^ No hay fuerza sino en Dios. U-iLl ¿^^^i»^ Nuestro Imam Al mahd i.
Los numismáticos Soiet y Longperier, venían citando
unas monedas, sumamente raras y de singular importancia
por los datos históricos que ofrecían, cuya existencia se ha
visto confirmada por haberse encontrado algunas de ellas, en-
tre las
Parte segunda. Capítulo i. 427
tre las cuales hay un dirhem perteneciente á Gayangos, que pe-
X gr. 50, y cuyas leyendas son las siguientes:
de los creventes.
¿w»j ,.yj Jl^ Mohammed ben Yu-
i
aJJí '^ iJ)! y No hay Dios sino Allah, JO^' Almotawaquil,
JJ^ •Jl.r-J -^ Mahoma profeta de Dios. ^\:^Ji\j^\ ^\ ^ ^^a ^"ah. Principe
^L^l ^5^^' ElAbbasilmam
áL» o del pueblo. ^*^ ^" ^* suf
X aJL Málaga. -^J* ^j^} Ibnu Hud.
No tiene inscripción en las orlas, pero se cree que fué
. a.o uñada entre los años 625 al 635 — 1227 a 1237 ^^ J- ^* —
I^rxaéba ésta moneda que Mohammed ben Yusuf ben Hud, de
alustre familia aragonesa, dominó en Málaga algún tiempo, du-
*"^nte el período en que le reconocieron por soberano diversas
poblaciones andaluzas, en las que el partido nacional musul-
^^3.11 se alzó contra la dominación de los almohades berberis-
^^>s. Cuando escribí mi Narración aun no conocía la existencia
^^ éste ejemplar, por lo cual no incluí en ella la noticia que de
^tts inscripciones resulta.
Durante la última época de la dominación musulmana en
España, bajo los Nazaríes granadinos, se acuñaron en Málaga
^^rias monedas que no llevan el nombre del príncipe reinante.
^íi el Catálogo de García de la Torre se mencionan seis de oro
^on estas inscripciones:
6 ^ • Y no Ycncedor
J iáJL Málaga.
UJ) 9 linó Dios.
58 En et
428
Málaga Musulmana.
En el Museo Arqueológico Nacional existen unos dirhemes
cuadrados, su peso 90 centgrs, que cual se vé en la adjunta mo-
neda presentan estas leyendas:
„„^J¿ ^j Y no vencedor
Sino Dios, ensalzado sea.
Málaga.
No Dios sino
Allah, Mahonia
Profeta de Dios.
D. Leopoldo Eguilaz, sabio arabista, me ha citado la si
guiente:
^-íJa Se acuñó
XaJUj en Málaga.
{¿J^i**^j y noventa
éj^LóJj y ochocientos.
Longperier cita también un felus malagueño de 890, corres-
pondiente á Mohammed XI y una moneda cuadrada de plata
sin designación de Príncipe.
Con la dominación Nazarí concluye en Málaga la acuñación
árabe. Cual se vé, restan largos espacios de tiempo duran-
te los cuales debieron grabarse en ella monedas, que nos son
absolutamente desconocidas; aun quedan también muchas du-
das que satisfacer, muchas cuestiones que resolver, para que la^
numismática musulmana malagueña se presente completa y
acabada en sus tipos generales y en sus pormenores; el tiempo
y el estudio puede que alcancen algún dia éste feliz ideal, que
como todo ideal humano és muy posible que no se realice por
entero.
CAPÍTULO II.
Topografía, industria, comercio y artes de Málaga
HASTA FINES DE LA EdAD MeDIA. (i).
Consideraciones generales.— Málaga púnica. — Málaga romana.— Vestigios romanos en
Málaga.— Memorias sacadas de sus inscripciones. — Estatuas, sepulcros. — Industria,
comercio y artes durante la dominación de Roma.— Málaga cristiana. — Málaga mu-
sulmana.— Sus alrededores. — La Agricultura y sus productos en la Edad Media. —
Arrabales. — Muros. — Puertas. — Puente. — Foso. — Camino de ronda. — Población. —
Calles. — Casas. — Mezquitas. — Alcaiceria. — Hornos y baños. — Morena. — Fortificacio-
nes: Gibralfaro, la Alcazaba, el Castil de Ginoveses. — Las Atarazanas. — Puerto. — Ce-
menterios.— Comercio. — Industria y Artes. — Sederías. — Cerámica. — Vidrios. — Car-
pintería.— Concepto que Málaga mereció á los geógrafos y escritores sarracenos.
Hé aquí el capítulo más importante de ésta obra y el de más '
grave desempeño; pues trato en él de ir desarrollando ante el
lector los diversos aspectos que presentó Málaga durante mu-
chos siglos; trato de ir averiguando entre densas nieblas su
circuito,
(i) Las publicaciones en las cuales hallé materiales para este capitulo son:
Hübner, Corpus inscriptionum latinarum hispaniarum,
Berlanga, Monumentos hisí. del municipio Flavio malciciiano. Málaga, i864. Ca-
tálogo de alguncts antigüedades reunidas y conservadas por los Exmos. Sres. Marque-
ses de Casa Loring en su hacienda la Concepción. Málaga, MDCGCLXVIII.
Crónica del moro Rasis. Memorias de la Ac. de la Hist. T. VIII.
Idrisi, Description de VAfrique et de VEspagne. Texto árabe y traducción de Dozy
j Goeje. Leiden, 1866.
Aben Haukal, Viae et Regna. Texto árabe, edition de Goeje. Leiden, 1873.
Yacut, Geographisches Wárterbttrg, Texto árabe de Wüstenfeld. Leipsig, 1866-71.
430 Málaga Musulmana.
circuito, sus monumentos, su comercio é industria, su decaden-
cia y sus progresos.
En la Narración los textos generalmente, en otras ocasiones
los monumentos me sirvieron de guías; la inducción, las deduc-
ciones, las suposiciones quedaban relegadas á segundo térmi-
no; aquí vienen á ocupar el primero y á cada paso las hallará
el
^farazid AlithUaa, Lexicón (jeoyraphicuyn. Fa\. Juynboll. Lugd. Bat. 1850 á 62.
Ornar beii Alwardi; Pevla de las Maravillas. M. S. del Escorial.
Abulfeda, Geoijraphic. Traducción Reinaud. Paris 1848.
Aben Batuta, Voyaycs, Texto ár. y trad. de üefremery y Sanguinetti. Paris 1855.
Aljcn Aljathib, Juslo jwso de la crjjcricncia , texto y «jlosa de Simonet, 1 edición. Ma-
drid, 1860. Paratujon de Málaga y Salé, estracto (Je Simonet en el periódico la Estrella
de Occidente, Granada, Agosto, 1880.— Notas sacadas por mi de la Yhata, m. s. s. del Es-
corial V de (lavanjíos.
Gutierre Diez de Gamcz, Crónica de D. Pedro Niño, Madrid, 1782.
Histoña del gran Tamorlan. Madrid, 1782.
Alonso de Palencia, De bello granatense. M. S. de la Ac. de la Hist.
Pulgar, Crónica de los Reyes Calólicos D. Fernando y 7)."* fsabel. Valencia, 1680.
Lucio Marineo Siculo, Libro de las cosas memorables de España. Alcalá, 1539.
Repartimientos de la ciudad de Málaga. M. S. S. del Archivo municipal, de don-
de he obtenido datos numerosos é importantes, completamente desconocidos hasta la pu^
blicacion de «^sta obra.
Pedro de Medina y Diego Pérez de Mesa, Primera y Segunda parte de las grande —
zas y cosas notables de España. Alcalá, 1595.
Ovando Santaren, Descnpcion panegírica de Málaga en oetavas, en su libro Ociot
de Castalia. Málaga, 1663.
Morejon, Jíistoria de las Antigüedades de Málaga. M. S. de la Bibliot. Nac.
Marqués de Valdellorcs, Memorias históricas de la ciudad de Málaga, M. S. de Is
Af. de la Historia.
Roa, Málaga y sus Santos, Málaga, 1622.
T»onz, Viagr de España, Madrid, ITOi, T. XVIII.
Medina Conde, Conversaciones históricas malagumas. Málaga, 1789. Antigñeda
des y edificios suntuosos de la ciudad y obispado de Málaga, M. S. de la Hibliot. del dii- -
que de Osuna.
Cárter, *l journcy from GViraltar Málaga. London, 1787.
Dozy, Recherches sur Vhistoire et la littei'aturc d'Espagne, 3."* ed. Leideii, 188ff -
Simonet, Descripción del reino de Granada. Granada^ 1872.
Saavedra, ím Geografía de España del Idnsi. Boletín de la Soc. Geogr. de Ma-
drid. Madrid, 1881.
Marzo, Historia de Málaga y su Provincia. Málaga, 1850. Artículos del mismo /
otros autores en el p«M-iódico El Guadalhorce. Málaga, 1839.
Davillier, Hist oiré des faiences hispano moresíptes. Paris, 1861.
Parte segunda. Capítulo ii. 431
^
el Jector en las siguientes páginas. Anteriormente los hechos
se han engarzado unos con otros, y si he visto romperse su ca-
dena., si he tenido que atravesar rápidamente largos y oscuros
esp2LCÍos de tiempo, como viajero á quien lleva veloz locomoti-
va. p>or extrangera tierra entre las sombras de la noche, cuasi
siempre he encontrado elementos para afirmar con seguridad:
aquí
Girault de Prangey, Essai sur l^archilecturc des árabes et des mores en Espayne.
Hivcra, Monumentos árabes de Málaga. Revista de Andalucía, 187r>.
Lacerda, Planos comparativos de la ciudad de Malaya. Málaga, 1880.
Además me he valido de otras indicaciones que halh'^ en varios libros y opúsculos,
los ouales citaré oportunamente en las notas.
Me han servido también extremadamente para éstos trabajos topográficos, la lámina
<ie Hoefnagle que publico y ((ue pertenece á la obra Civitatis órbis ferrar um in acs incisa
^^ cjscuBoe el descriptioni topographica morali et politicae^ illustratac á Georgias Bra-
'«^•^i-- Coloniae, 1572 á 1618: el grabado es de Hohemberg y Simón Vau do Noebol, el gra-
I>a.<lor fué Jorge Hoefnagle. Al frente de la descripción poética de Mála'ga por Ovando se
iialla. una lámina representando á nuestra ciudad desde el puerto, bien mala; Ponz trae
^^**^ importante para la Málaga moderna, más que para la árabe; Medina Conde en sus
Co»utj<rr«act*íme8 malagueñas y Cárter traen otras, de las cuales hay que desconíiar mu-
^^Oy como diré; Marzo publicó varias de las que he reproducido las mas interesantes en
***•*« libro; el Sr. D. Eduardo ,1. Navarro tiene dos vistas de poca importancia, dibujadas en
« "703. Como se vé el grabado nos dá escasísima idea de Málaga; algo más, aunque no tanto
•^^íiao fuera de desear, nos proporcionan los planos. Esclusivamente de Málaga árabe solo
^x:i»t€n el muy imperfecto de Mitjana, (jue se publicó en el Guadalhorce y el del Sr. La-
cei»<ia que con algunas modificaciones aquí inserto; pero me han servido extraordinariamen-
varios pertenecientes al siglo piosado que encontré en la Comandancia de Ingenieros de
provincia, algunos de los cuales no han sido aprovechados por nadie hasta ahora. Mer-
á la buena voluntad de la Dirección General de Ingenieros y sobre todo á la del ilus-
^^"'^«io coronel de éste cuerpo D. Juan Mann, paisano y muy estimado amigo mió, intluyen-
^*«irno en aquel centro, y á las atenciones del General Gobernador de esta plaza D. Pedro
^e Zea y del Comandante de Ingenieros de la misma 1). Domingo de Lisaz»), pudo disfrutai-
éstos planos y publicar uno interesantísimo de la Alcazaba, levantado en i773 antes de
«^onstruií'se la Aduana; otro, que también publico, de las Atarazanas, dibujado en la misma
feclui, y dos, tomados de una cojiia de D. Emilio de Lacerda, que figuran los lienzos de mu-
tilas malagueñas desde Puerta de Buenaventura á Puerta Nueva y desde la de Espartería
^ ** Alcazaba, con algunos otros que representan cortes de muros y reparaciones de fner-
^*- Hallé también alli un plano de Málaga anterior al de D. José Carrion de Muía de
'^? qué ha copiado el Sr. Sancha, el cual no me ha servido tanto como el de Carrion,
<*ei qiiQ existen varías copias y una preciosa reproducción y reducción en los Monumentos
^*^- del Dr. Berlanga. Además he aprovechado las curiosas indicaciones del antiguo maes-
*^ de obras militares Sr. Crespo, quien por los muchos años que ha dirígido en Málaga
«ras y escavaciones, principalmente en sus fortalezas, ha podido darme un caudal de no-
"<i»aa interesantísimas.
432 Málaga Musulmana,
aquí solo puedo disponer, particularmente hasta el siglo XIV,
de pocos datos fijos; todos ellos con su desesperante brevedad
pueden reducirse á unas cuantas hojas de regular lectura. Por
otra parte los monumentos que se conservan son también muy
escasos; además cerca de muchos de ellos hay que pasar con
recelo por temor á falsificaciones; de otros hay que valerse con
sumo pulso y mesura, pues cualquier afirmación corre riesgo de
transformarse en error peligroso ó en un aserto ridículo.
He tenido que confiar aquí más en mí que en opiniones
agenas, más en propios informes que en libros, más en la ob-
servación material que en el estudio. Por ésto Jas dificultades
han sido de mayor cuenta que antes y el riesgo de error más
inminente: sin embargo he procurado cuidadosamente evitarlo
valiéndome de los mejores textos, de los monumentos más au-
ténticos, de las personas más peritas, de varias, atentas y mi-
nuciosas observaciones y comparaciones; no afirmando sino
cuando tenia evidencia para sostener mi afirmación; negando
cuando me asistían para ello razones incontrovertibles; distin-
guiendo perfectamente los casos de congetura y de suposición,
por desgracia bien frecuentes; dudando cuasi siempre, y some-
tiendo mis dudas, cuando no pude dilucidarlas, como cuestio-
nes por resolver al que recorra tras mí este escabroso sendero
que he seguido y procurado ?vllanar.
Pertenezco á la escuela de esa recta y elevada crítica que
no pretende resolverlo todo; soy de los que se entregan á la cien-
cia por la ciencia misma, no por necia vanidad de renombre.
En ninguna parte puede olvidarse mejor la personalidad propia,
para
Parte segunda. Capítulo ii. 433
para pensar exclusivamente en aumentar y propagar los conoci-
mientos, que en éste género de estudios, á la manera que aque-
llos artistas de la Edad Media que legaban á la posteridad in-
comparables joyas del arte, dejando que sus nombres se desva-
necieran olvidados en los abismos de la muerte. Por ésto no es-
trañará el lector que donde otros hubieran presentado solucio-
nes deje yo preguntas; que sea muy parco en solucionar, muy
parco también en suponer; que interrogue mucho más que afir-
me. No quiero parecerme al desdichado autor de las Conversa-
dones malagueñas^ que tantos errores y falsedades hubiera in-
troducido en nuestra historia, si afortunadamente no hubiera
sido bien conocido: tampoco quiero incurrir en los ridículos ca-
sos, tan graciosísimamente dibujados por Dickens, en los cómi-
cos descubrimientos del arqueólogo Mister Pickwick, bellísimo
engendro de una gran imaginación, digno de marchar á par de
nuestro Quijote.
Cuando imaginé el plan de ésta obra pensé comenzar éste
capítulo describiendo el relieve del suelo donde se levantó Má-
laga. Hubiera querido valiéndome de la ciencia, mostrar al lee-
tor durante las épocas antehistóricas, los campos, asiento hoy
de nuestra ciudad; los altozanos, las cañadas y las torrenteras
de la edad primitiva, antes de que en ella alzaran sus vivien-
-dias tirios, cartagineses, griegos, romanos, visigodos, bizanti-
nos y sarracenos. Pero los informes de muchos arquitectos, no-
ticias que hallé en documentos antiguos y lo que observé al
abrir los cimientos de casas modernas, me retrageron de mi
propósito; partes hay de la vieja población, donde á poco cavar
se
434 Málaga Musulmana.
se encuentra el terreno primitivo, mas también hay muchas en
las que precisa ahondar bastante para dar con el firme.
Por lo tanto, fuera de algunas ideas generales, como las de
indicar la pendiente de la calle de Alcazabilla hacia las del Cis-
ter y Granada, la de las calles del Cister, Cañón y Postigo de
los Abades hacia el Muelle, la torrentera que al largo de la de
Granada formarían las vertientes del Gibralfaro y el Calvario,
el desnivel que ofrece el terreno desde las Puertas de Granada
y Buenaventura y algo más allá de ésta, que solo grandes relle-
nos han podido aminorar, el plano suavemente inclinado desde
las calles de Santa María, Santa Lucía y Andrés Pérez hasta la
marina, fuera de ésto, mi descripción teníaque ser poco exacta
y muy sugeta á errores; una considerable capa de escombros,
acumulada durante largos siglos, constituye mucha parte del
suelo que hoy pisamos, y la restitución del antiguo campo que
recorrieran los mercaderes púnicos, para buscar asiento á su
colonia, tenia que ser más ideal que verdadera, inspirada más
bien en la fantasía que en la realidad.
Por otra parte éste empeño mió era asunto de mera curio-
sidad, con cuya realización bien poco podía ganar la Historia,.
y ante la imposibilidad de rematarle cumplidamente, aunque
no de buen grado, tuve que renunciar á su ejecución.
Cuando los navegantes fenicios se establecieron en nuestro-
territorio ¿había ya en él una población indígena, algún villare-
jo bástulo? Es lo probable. Que la costa malagueña estaba ha-
hitada en aquellos apartados siglos puede deducirse de las co-
modidades que para la existencia humana ofrecían el cíelo, el
suelo
Parte segunda. Capítulo ii. 435
suelo y la situación marítima de Málaga, y claramente probar-
se con los restos que en una cueva próxima se han hallado;
huesos, cerámica y otras memorias, que se suponen de la edad
prehistórica, quizá anterior, quizá coetánea de la arribada y fun-
dación de los fenicios (i).
Lo adecuado de la ensenada malagueña, mayor entonces
que hoy pues el mar penetraba más al interior, para anclar las
embarcaciones; la excelencia de la tierra, los frutos que de ella
debían obtenerse, la contratación que en sus playas podía desa-
rrollarse, fijaron en estas orillas á los mercaderes púnicos,
creando un punto de escala para sus embarcaciones y un cen-
tro comercial en la navegación mediterránea.
¿Mas donde echaron los cimientos de su factoría? ¿Hacia
que parte la establecieron? Guarda la tierra éste secreto, que
algún dia puede revelar cualquier descubrimiento arqueológico.
Sospecho sin embargo que la población más antigua debió es-
tar en la falda y á los pies de la Alcazaba, pues entonces las
ciudades buscaban eminencias donde atrincherarse, y ninguna
más adecuada para ello que aquella por su situación y proxi-
midad al mar, ninguna que haya presentado hasta ahora más
importantes vestigios antiguos. La parte más alta de la Alca-
zaba ha sido conocida con el nombre de la Coracha^ que tenia^
como
(1) Parece que estos objetos han sido lial lados 011 una cueva ]U'óxinia á Torreinoli-
nos, probablemente la ijíiisma donde colocaron Ovando y-lloa el lance de Marco Graso,
referido en la 'Sarracion\ Medina Conde lo puso en la cueva llamada del lii^ucron en
loi Cantalea, camino de Vélez. Sensible ós que alguna persona perita en ar(|ueolo^'ia pre-
histórica no se baya dedicado á re«;isti*ar «ístas y otras cuevas de nuestm provincia, en las
pie seguramente se han de encontrar importantes memorias de los primitivos |>obladores
le España.
59
436 Málaga Musulmana.
como dice Medina Conde, al principio de la conquista^ así como
se llama también la Coracha á la Alcazaba granadina. Si éste
nombre, cual creen algunos se originó en los idiomas primitivos
de España, ó como otros sospechan en el púnico, sino le fué
dado á dicho lugar por los musulmanes españoles, que hubieran
recibido en su idioma aquella palabra de igual modo que recibie-
ron y emplearon otras muchas, determinaría la gran antigüedad
que debieron tener éstas fortificaciones, derruidas, reedificadas
y reparadas en diversos tiempos y ocasiones hasta el presente.
Indicación cual se vé dudosa y de dificilísima resolución, hasta
ahora no indicada, pero digna de fijar la atención de los doc-
tos (i).
Además me fuerza á aceptar la opinión del asiento de Mála-
ga en las faldas de aquella eminencia una idea que no creo des-
tituida de fundamento. Cuando se estudia detenidamente la
historia
(1) Eguílaz, Del lugar donde fué Iliberis, Ciencia Cristiana, No v. de 1880, página
277, dice que Coracha fué en la Edad Media voz sinónima de Calahoí^^a^ vocablo ibero-
celta que s¡{,^niíica una fortaleza y una población forti/lcada; que su sinónima Caura^ha ó
Coracha és también una palabra céltica que viene de Gouriz, Kelelz y Kloz que significan
el recinto de una ciudad, que los árabes trascribieron según las escrituras granadinas por
^jj^ Kauracha. Era para mi tan interesante ésta noticia que después de convencerme
de que dicha palabra no era de origen árabe, ni admisible la etimología arábiga que se le
dá de Caura fosa ó cueva, como en-adamente afirmó Mármol, pues le falta una letra radi-
cal, consulté con mi excelente amigo el ilustre filólogo P. Fidel Fita, quien contestó á mi
consulta manifestándose poco inclinadn á la etimología de Eguilaz; estractaré su carta de
la cual resulta, que si Coracha indica la cuesta ó subida á la Alcazaba, se halla asi de-
terminada en el bretón Kreach, cuc^^ta, Krach en el país de Vannes, Carey ó craitj en el
pais de Gales, en escocés é irlandés, crag en inglés, significando /Peñasco escarpado, dea-
peñadero, roquedal eminente y castillo roquero; puede ser pues esa palabra de origen cél-
tico, aunque esto sea muy dudoso. Créela el P. Fita mas bien púnica, sospechando que
venga como Cirta de la raiz Karath, cortar, por su edificación sobre una roca tajada, ó de
qarth ciudad, A la que deben su no' bre algunas ciudades españolas, por lo cual se incli-
na á proponer qat*t azza, ciud^td fu. rte, únicamente como una conjetura. Tan solo conje-
turas puede ofrecer esta antiquísima palabra aplicada á dos fortalezas la granadina y la
malagueña, cual en el texto indico.
Parte segunda. Capítulo ii. 437
^—^^^^^^^^^^^^— ^^^^^^^^^^^^— ™— ^^■^^— ^^— ^-^— ^^-^
historia de las ciudades se vén prolongarse durante siglos cos-
tumbres, usos, oficios y faenas determinadas en determinados
lugares, sobre todo cuando son apropósito para ejercerlas. Creo
que el desembarcadero antiguo vino á estar lambien al pié
de la Alcazaba, donde quizá despuei construyeron los roma-
nos el muelle de grandes piedras unidas con hierro, de que
nos habla un autor musulmán, hacia el actual Desembaicadero
de la Cal, no lejos del cual estuvo la Aduana mora, hacia el mis-
mo sitio que después continuó sirviendo para embarque y de-
sembarque á los cristianos, como puede verse en los antiguos
planos y vistas.
¿Qué aspecto presentaba la antigua ciudad por entonces,
cuál fué su recinto, cuáles sus edificios notables? Imposible és
contestar á éstas preguntas, como no sea con vagas imaginacio-
nes; hasta el primer siglo de la Era cristiana no empezamos á
tener noticias ciertas de Málaga; durante él Strabon, geógrafo
de mucha autoridad, dijo que tenía más aspecto de ciudad feni-
cia que de griega; sin duda por su disposición interior, por la
construcción de sus moradas, por sus calles y fortificaciones,
por la lengua que en ella se hablaba, las costumbres que se se-
guían, por sus edificios públicos y por sus templos.
Ya dije que de los sucesos del largo periodo histórico, que
se extiende desde su fundación hasta el que cité antes, ni feni-
cios, ni cartagineses dejaron rastro alguno por donde averiguar-
los. Mas si ésto ocurre en la Historia no así en Arqueología;
pueS| como dejé apuntado antes, la influencia púnica se nos de-
muestra tenaz y permanente después de muchos años en que
dominaba
458. Málaga Musux»uiAb
ri«aa^MMMMM«M»Mia^a
dominaba en Málaga una influencia táa arásalkidora coai.
rumana.
Se nos demuestra así en las monedas ant A «srtodteda^
táñ curiosas revelaciones nos ofrecen sol^é - 0fMlrá>€ra<&id
aquellos tiempos. En sus grabados aparecen 1^ psíméias
nifestaciones á veces bastantes bellas ddí arte «ft Málaga^ kgj[ Jj
prueba de que en ella era hablada, leidaí j escdta lai iimig^ pú^^^.
nica á mááde los dialectos primitivos espáfiol^^él>ma/Se dechxivJlii.
ce de sus caracteres; las fisonomías, bien kermo¿a8|. é vec^s ^^ £.
Has, de ángulo facial recto, de txpteshu y^L gmiéoméMSi
gica y dura, que sirvieron al grabador de modelo». jy^Qr i
también de la indumentaria ó modo de VMtirdeifiütteoQiH
rro cuadrado, cónico ó marcadamente griego.coatí|ite cabc&uoiii
c^abe2as, ceñido á éstas firecuentement» pn vítm4f^fípecM^éf^4SmLkf'
dema, quizá por una sarta de perlas, la bariía eiisoctijttdii :|L=<!9Kd
ropage mantenido por un broche sobre el hombro izquierdo; ^^ks-
to en los hombres; los raros adornos que se venen la cabeza de
la Diosa, probablemente tomados de los que usaban las an-^«ti-
guas malagueñas, bien trenzas, bien toquillas, recogidas KUas
vestiduras al medio del pecho también por un broche; las ter — 3a-
zas del herrero indicando que donde se adoraba al patrono de
este gremio y de la marinería debían trabajarse metales y c^3e-
dicarse la gente á la navegación.
Todo esto surge ante la mente á la vista de estas antigu^as
monedas, maltratadas por el tiempo, desgastadas y carcoc»¿
das: los que las emplearon en sus cambios no podían presumir,
Parte segunda. Capítulo i i.
439
cierta de aquella sociedad, tan llena de vida y animación en-
tonces, hoy tan desconocida, y suplir el olvido que como un fú-
nebre paño envuelve sus memorias.
Entre las cuales es importantísima la que nos conserva del
templo donde se adoraron indudablemente las divinidades pú-
nicas, una de las cuales dio nombre á Málaga. Su frente, cual
se vé en las adjuntas monedas presentaba cuatro columnas
sosteniendo un frontón triangular, en medio del cual había un
punto; era pues de la clase que los griegos llamaban tetrástylo
6 de cuatro columnas; era además próstilo, es decir que desde
estas al ingreso del templo había un pórtico, al cual se subía
por una escalinata, indicada en las monedas por el grabador,
qnien ha marcado también por encima del edificio con algunas
líneas el techo que lo cubría; vése además en la moneda la
puerta cerrada en forma de cruz, disposición que hace sospe-
char si seria la misma que la del ingreso del templo de Teseo
en Atenas, en el cual la parte superior de la puerta tenía una
especie de enrejado, que permitía la entrada de la luz cuando
estaba cerrada.
El templo malagueño debió pertenecer al orden Jónico ó al
Corintio, porque las columnas tienen marcados no solo los capi-
teles, sino que también las basas, las cuales no existirían si se
hubieran seguido en la construcción las reglas del Dórico griego.
; Dónde
440 Málaga Musulmana.
¿Dónde estuvo situado éste templo? Muchos de los que se
han ocupado de Málaga creen que en la Alcazaba dando vista
al mar, por la costumbre de colocar en semejantes sitios éstos
edificios y porque á la subida al antiguo palacio moro se han
hallado restos de columnas que muy bien pudieron pertenecer
áél(i).
Si ésta última sospecha se determinara en una realidad
el templo
(i) Guando escribí mi Historia de Málaga hice notar la existencia de varios mag-
níficos trozos de columnas romanas empotradas en las paredes del corredor que sale á
la Haza de la Alcazaba; posteriormente supe que había otros en los almacenes de efec-
tos miniares situados en la misn:a Haza. Acusaban éstos trozos la existencia de un monu-
mento importante y me propuse su restauración ideal para consignarla en ésta obra; din-
gime al efecto á mi ij[ucndo amigo Monseñor Tomás Bryan, ingeniero por la Escuela Cen-
tral de París, quien me acompañó en mi escursion, tomando las medidas de los trozos y
haciéndome las indicaciones técnicas que sus conocimientos le inspii*aban. En el antedi-
cho callejón formando la esquina izquierda de la entrada y escalera que sube á la Coman-
dancia General hay un trozo de columna de mármol y á la salida del mismo otros dos em-
potrados á derecha é izquierda en la pared, con unos capiteles corintios sobrepuestos;
en el almacén antedicho existen otros trozos, sacados del mismo sitio por el maestro de
obras Crespo y otro tendido por la parle de afuera ante la tapia de los mismos almacenes.
Pertenecieron todos ellos á columnas estriadas, con la particularidad que el de mayor diá-
metro, que debió ser el inferior, tiene las estrías llenas con un bocel, que el de el medio
tiene una parte con su bocel y el resto sin él, así como otro de los trozos que és de menos
diámetro y por consiguiente el superior, el cual presenta vacias las estrías. Siendo las me-
didas de éstos trozos, del primero en su diámetro inferior O"». 62 y de largo i m. 55, del
segundo 1 m. 75 de longitud, del tercero i m. 90 de lai^o y 52 de diámetro suman la lon-
gitud de los tres 5 m. 20, debiendo constituir una columna. Si se examinan los diámetros
de éstos trozos y se comparan con la altura, las proporciones que resullan son las que exi-
gen las reglas arqu¡tect<')nicas para una columna corintia, cuyo módulo (míladdel diámetro
de la parte inferior de la columna) sea O'". 31; resulta pues que con los tres trozos indica-
dos puede constituirse una columna completa, marcando los demás, que son del mismo*
género, la existencia de otras. KespectQ al modo de presentarse sus estrías acomódase per-
fectamente á la usanza del arte clásico, pues como dice Ortiz y Sanz — Los diez libras de
Architectura de M. Vitrubio Polion traducidos del latin, Madrid, 1787 — algunas veces
están las canales llenas en el primer tei^do de las columnas con un bocel ^ según te
tienen las dos del presbyterio de la Rotunda de Roma y otras. Este expediente és digno
de imitación en las columnas que están expuestas á padecer algunos golpes.
Una columna de gran tamaño se encontró también en los cimientos de la casa que
linda por la derecha con Santo Tomé; n3 estaba en Málaga cuando se encontró y no pude
asegurarme si era igual á aquellas; por su gran tamaño dejáronla soterrada. En cuanto ¿lot
capiteles corintios sobrepuestos á las columnas de la Alcazaba á la simple vista se distin-
gue que no pertenecían á ellas, pues son mucho más pequeños y ó de un mal artífice ó de
^^
Parte SEGUNDA. Capítulo ii. 441
el templo malagueño debía ser bien hermoso, pues siguiendo los
cañones del orden Corintio al que corresponden aquellos mién-
bros arquitectónicos, puede asegurarse que el edificio á que per-
tenecieran sus columnas (que serían estriadas, llenas con un bo-
cel hasta un tercio de su altura, sin él en el resto y vacío su
•estriado) siendo tetrástilo, probablemente debía tener unos vein-
te metros de ancho y cuasi la misma altura; siendo muy proba-
ble además que dentro ó en alguna de sus partes tuviera colum-
nas también corintias de menor diámetro, como sucede en el
templo de Neptuno en Poestum.
Las influencias del arte griego, bien directamente, que és
Jo más seguro, bien importadas por los romanos, y perfectamen-
te marcadas en el templo que indican las monedas, penetraron
en nuestra población, donde llegaron á fundirse ambas razas,
la púnica y la helénica. Así nos lo demuestra también la ins-
cripción en caracteres griegos que campeaba en el redondo pe-
destal de una estatua, erigida á cierto Klodios — quizá Tiberio
Claudio Juliano — patrono y gefe de una corporación de Sirios
y Asiáticos establecida en Málaga. La cual prueba que en ésta
se escribía y entendía la lengua griega, que en su recinto se al-
uzaban estatuas á sus importantes personajes y que entonces,
como
una época de decadencia. En el precioso museo del Sr. Loring^ en la Concepción se hallan
un capitel y pedestal corintio, que según parece se encontraron al abrir los cimientos de
la Aduana.
En vista del resultado de nuestras investii,^ac¡ones, de la existencia de varias colum-
nas, del lugar donde se hallaron, del orden Corintio á que todas pertenecían, de las indi-
caciones que para la interpi'eüicion de los monumentos contenidos en \ai monedas hace
Dooaldson— ilrc/u(ec^ura Numúimática, Londres, 1859,— y de los indicios de las monedas,
llegamos á sospechar Monseñor Bryan y yo si pertenecerían al temj)lo que atjuellas indican;
soy poco dado á sospechar en Arqueología, pero ésta sospecha reunía tantas razones para
concebirla, que la he indicado en el texto.
442 Málaga Musulmana.
como ahora, concurrían á ella multitud de extranjeros, atraidos
por la contratación.
Parecióme, como á otros muchos, al escribir mi Histoiriay
que el vocablo Gibral/aro, compuesto del árabe chebel J-o. raoalte,
y del griego faros ^ sin duda por el que desde la cúspide de
aquella eminencia dirigía entre las sombras de la noche á los
navegantes, era memoria de la estancia aquí del pueblo helé-
nico. Bien pudo serlo; pero también pudo tomar ese nomb>]r€
en la época romana, y aun después en aquella otra en (juic
los bizantinos fueron señores de Málaga.
A las influencias africanas, asiáticas y griegas sucede ^^
ésta la romana, la cual si al comenzar el imperio todavía i:^^
las había podido absorver por completo, las fué haciendo d^*
saparecer con el tiempo. Durante el largo trascurso de es
siglos ignoramos cuasi por completo las vicisitudes de nues't
población, aunque podemos asegurar que si en los albo
del gobierno imperial se mostraba decadente, hubo de veYr^^
cerse, participando de la prosperidad que proporcionaron ^*-*
mundo romano los emperadores Flavios.
Su recinto debió estenderse, quizá por sucesivos ensanch^^^
en las postrimerías romanas al que después encerraren las muf^- "
lias moras; espacio bastante reducido, dentro del cual raro és ^^
sitio en que al removerse el terreno no se encuentran meraorí^-^
del municipio Flavio Malacitano, en medallas, lámparas de t>^-'
rro, jarros, sepulcros, estatuas más ó menos mutiladas, pavim^^^'
tos de mármol y restos de construcciones (i).
¿Estaba
(1 ) Asejíura Muivjon fjuc al abrirse los cimientos de la que hoy es edificio de ?aii TW-
Parte segunda. Capítulo ii. 443
¿Estaba la ciudad amurallada por entonces? Es muy pro*
bable, pues aunque no han quedado señales ciertas, como en
otras ciudades, aunque no he encontrado, por más que me fijé
atentamente y en varias ocasiones, en las viejas murallas sarra-
cenas
mo se encontró un enterramento constituido por varios nichos, como de media Tara de
hueco, que estaban dentro de una bóveda de i5 pies de largo y ocho de ancho, levantados
tres pies del pavimento y fronteros unos nichos de otros, encerrando restos humanos, y en
los cimientos de las aulas un cráneo grande y una moneda de Antonino Pío. Cuenta tam-
bién que al labrarse las casas consistoriales, que estuvieron en la Plaza de la Constitución,
se hallaron jarrones, platos y vasijas vidriadas; en otro sitio una urna con dos jarros vi-
driados de blanco de diverso tamaño, con asas uno y otro sin ellas, y dentro del menor
derla tierra roja y cenicienta; en el mayor cenizas y huesos quemados; en la misma Pia-
la unos enterramentos, de los cuales dio el dibujo Medina Conde, del cual desconfío mu-
cho. El cual Medina Conde continúa indicando las antigüedades descubiertas en Málaga
que enumero, extractándolo y dejándole toda la responsabilidad de sus asertos como
siempre confusos, sin distinguir muchas veces á qué época pertenecieran los hallazgos.
En calle de Beatas en unos cimientos se encontraron arcos, patios, columnas y habitacio-
nes enlosadas; lo mismo al construir un ángulo del convento de S. Agustin; junto »1 Pos-
tigo de los Abades arcos de primorosa arquitectut^a y piezas bien enladrilladas; en la ca-
sa frontera á la Catedral por la puerta de las Cadenas y en el Cistér arcos de fábrica roma-
na; al cimentar el convento de S. Francisco una casa con repartimientos á modo de celdas
y nna moneda con rostro humano y en el revei*so una colmena con abejas. En el barrio del
Perchel, restos de edificios y vasos Hacriíicales gentílicos. Kn el Matadero otro antiguo odi-
fldo, que Morejon dio por un templo y un acueducto; no me inspira tal confianza la criti-
ca del buen Morejon que siga su aserto. Al abrir los cimientos de la Aduana se hallaron á
gran profundidad inscripciones, estatuas, pedestales, un horno de fundición con once bar-
ras de plata, un acueducto, varios cstanqut^s estucados de rojo y un losado magnífico de
mármol negro que seguía bajo el cuadro de la Aduana, ladrillos grandísimos cuasi de vara
en cuadro y un mortero de jaspón; en los mismos cimientos hacia el lado de calle del Cistér
nn álgibe ovalado de tres varas y tercia de largo, y dos y media de ancho, abovedado, den-
tro huesos humanos, un plato, un dado y una moneda. En los cimientos de la portada prin-
dpal de la Catedral se encontraron bajo una pizarra y en un pellejo cuasi deshecho ochen-
ta y dos monedas romanas de oro; 2 de Tiberio, 9 de Nerón, 3 de Galba, 1 de Vitelío, 13
de Vespasiano, 6 de Domiciano, 8 de Nena, 10 de Trajano, i de Platina, 14 de Iladriano,
2 de Sabina Augusta, 8 de Antonino, 1 de M. Aurelio, 2 de Faustina, i de Conmodo y 1
de Matildia; además en los cimientos del Palacio obispal 2 de Justiniano.
En los tiempos modernos en muchas parte?^ y ocasiones se han encontrado vestigios
antiguos, con motivo de las nuevas edificaciones, de la traida de aguas de Torremolinos ó
por accidente. Así al abrir los cimientos de una casa de la calle de Mosquera y de otra de
sus linderas en la de Andrés Pérez, se halló en un hueco unas plaiichitas de oru y en ellas
figurado un sol, que algunos creyeron pilmicas; en la calle de Santa María junto á Santo To-
mé una magnifica columna.
6o
444 Málaga Musulmana.
cenas restos evidentes de las romanas, el uso, las necesidades
de aquellas épocas y ciertos emplazamientos, linderos con el re-
cinto moro, me han hecho formar esta opinión (i),
¿'Defendía á la ciudad algún arx^ alguna fortaleza, situada
en la Alcazaba? Es también muy probable; pero aunque hay
quien ha sospechado que por ser conocidamente romano el nom-
bre de Fontanella^ que según algunos llevaba una puerta de la
Alcazaba, ésta amparaba ya á Malaga en tiempos de Roma,
•és lo cierto que ninguna puerta de la Alcazaba, como demos-
traré, fué conocida con este nombre; y aunque lo fuera pudo
muy bien haberlo recibido, no ya solo en la época romana, sino
hasta en la bizantina y aun en la mozarábiga.
Creíase también y por personas muy autorizados, que la tor-
re Blanca del castillo fué en aquellos tiempos faro romano y
parte de una fortaleza; he estado al pié de Torre Blanca, en
compañía de personas peritas en el arte de construir, y he po-
dido convencerme que és completamente árabe, por la gruesa
argamasa con que está, asentada en la roca y por su construc-
ción, como diré más adelante. Su forma cuasi redonda, que al-
gunos presentan como argumento en pro de su origen romano,
nada prueba; los moros también labraban torres redondas; la
Tone Gorda tenía la misma forma que Torre Blanca y fué una
construcción propiamente musulmana.
De los edificios, públicos, distribución de calles, plazas,
^ man-
(i) El arquitecto D. Manuel Rivera, cuya ilustración y veracidad rae son notorias, roe
lia referido, que al labrar una casa junto á la Plazuela de S. Pedro Alcántara, encontró i
mucha profundidad grandes emplazamientos como de fortaleza, que seg^un su parecer y
por su descripción entiendo que eran romanos; también halló gruesos muros en las obras
4|ue hizo en calle de Carmelitas.
Parte segunda. Capítulo ii. 445
mansiones particulares, foros, pretorios, ninguna referencia
puedo hacer, sino decir, cual al principio de éste capítulo, que
bajo los escombros de las casas moras y de muchas otras cris-
tianas consérvase el secreto de lo que en sus días fué la ciudad
malagueña, durante algún tiempo confederada con Roma (i).
Población que reflejaba la vida romana en su recinto, vi6
probablemente incrustadas en las paredes de su foro las her-
mosas planchas de bronce que contenían su constitución mu-
nicipal; vio también alzarse en él, ó á lo menos dentro de sus
muros, hermosas estatuas de emperadores y emperatrices, de
proceres insignes y ciudadanos ilustres.
En una parte se vería el monumento erigido á la Victoria
Augusta, á costa de los ediles Lucio Octavio Rústico y Lucio
Granio Balbo, más aficionados á hermosear la ciudad á sus es-
pansas que los de nuestros tiempos; en otra las estatuas de los
emperadores Septimio Severo y Marco Aurelio, erigidas por el
municipio; en otra la de un importante munícipe malagueño Lu-
cio Cecilio Basso, decretada por el ayuntamiento, pero costea-
da por Valeria Macrina esposa de Lucio; la de un personaje,.
quizá hijo de Málaga, patrono de la ciudad, Lucio Valerio Pró-
culo, que había ocupado altísimas promociones en la adminis-
tración y en la milicia en Asia, Europa y África; la que elev6
el municipio á Cornelia Lucila, esposa de éste personaje, ha»
biéndole sido devuelto el importe de la erección por Publio Clo-
dio Aténio; y la de otro patrono, cuyas grandes dotes proclama
una
(i) Este relleno és Un grande qae al abrir los cimientos de una casa en la Plazuela del
Toril se haUaron como á cinco metros de profundidad restos de una torrentera.
44^ Málaga Musulmana.
una inscripción mutilada (i).
Las iras del tiempo y las de los hombres derribaron las es-
tatuas de sus pedestales; rotas, fragmentarias, muchas desapa-
recieron soterradas quizá para siempre; algunas han vuelto á ver
la luz después de centenares de años. Todavía se conservan,
merced á la buena voluntad del Excmo. Sr. D. Jorge Loring»
entre las florestas de su hacienda La Concepción^ varios restos
de ellas, los únicos que se conocen de Málaga y que represento
en la adjunta lámina.
Pertenece el trozo número i, que tiene próximamente 90
centímetros de alto y 53 de ancho, á una estatua de hombre, y
aun puede que de muger, de pié, envuelta en la toga ceñida al
cuerpo por delante del pecho; toga formada por un segmento
de círculo; viste túnica estrecha y tiene indicado hacia la cin-
tura el lugar que debía ocupar el ceñidor. Aunque no de muy
buena época, los paños están bien marcados y agrupados natu-
ralmente, demostrando que ésta imagen debía presentarse bas-
tante hermosa á los que la contemplaron íntegra.
Más artística, más trabajada, debió aparecerles aquella á
que correspondió el trozo número 2, de la cual se conserva des-
de los hombros hasta el arranque de las piernas; la toga es más
ancha, los pliegues más profusos, forman ante el pecho uno muy
ancho, el nimbo romano, sujeto por los del otro extremo de la to-
ga; se
(1) Nuestra ciudad fué dosgracíadanicnte muy favorecida por los falsarios epigrafistas,
sobre todo por el desdicliado Medina Conde, que falsificó varias inscripciones; alg^inas de
las cuales, hasta el mismo I)r. Herlanga aceptó por genuinas; sus posteriores estudios que
ha tenido la bondad de indicarme le han probado lo contrarío, como manífestaFá eq h
obra que prepara sobre epigrafía malagueña, tan erudita como todas las suyas.
Lil.P»m jBtrroeal Fi!to¿rifi»s ii J Qit.
ANTIGÜEDADES MALAGUEÑAS PERTENECIENTES AlA ÉPOCA HISPANO-ROMANA
- Conservadas en la Hacienda la Concepción -
Parte segunda. Capítulo ii. 447
ga; se distingue el ceñidor que sugeta la cintura. Tiene de alto
próximamente un metro y de ancho 70 centímetros.
El trozo aquí representado que mide 66 centímetros de alto
y 54 de ancho, demuestra ó una gran decadencia del arte, ó un
escultor bien ínfímo; se encuentra sumamente deteriorado, pues
las inclemencias del tiempo han hecho más mella en él que en
todos los demás trozos, los cuales están mucho mejor conserva-
dos; como las anteriores pertenece á una época bien adelantada
del Imperio romano; persona tan erudita en esta clase de traba-
jo y tan avezada al estudio de la escultura antigua como mí ex-
celente amigo el Sr. D. Manuel Oliver Hurtado las considera
pertenecientes al IH ó IV siglo de la Era cristiana. Muestra és-
te la toga enrroUada en la cintura, formando lo que se llamaba
el cinto gabina; los pliegues de la toga debían pasar después por
io alto de la cabeza cubriéndola.
La
448 MALAGA Musulmana.
La más bella de todas es la que representa el número 3; la
que el desdichado Medina Conde atribuyó á la emperatriz Cor-
nelia Salonina, esposa de Galerio, la cual probablemente per-
tenece al siglo II de J. C. Es de mármol blanco, y ha lle-
gado á nosotros sin cabeza, sin hombros y sin parte de ambos
brazos; su altura, tal cual hoy se encuentra, sin el plinto, és de
I metro 43 centímetros. Viste una túnica talar, que bajando ple-
gada graciosamente, aunque con cierta monotonia, con dema*
siada euritmia diría un crítico de arte, llega hasta el plinto, cu-
briendo algo de los pies, calzados con una especie de babucha
de punta redonda. Del lado izquierdo baja el manto al par d
la túnica; por el derecho, siguiendo la espalda desde aquel hom
bro hasta pasar por debajo del opuesto, sube diagonalmente po
delante hacia la izquierda, cayendo por detrás de éste hombr
cuasi hasta los tobillos. En ésta disposición cubre el brazo iz
quierdo, dejando al descubierto la mano; en la cintura aparee
bastante alto el ceñidor; el brazo derecho debía mostrarse ente-
ramente libre.
Con las graciosas curvas de su correcto dibujo, con las her
mos?.s formas de su cuerpo, acusadas en algunas partes por 1
habilidad del escultor, con su corte, fino, y gracioso, con el air
aristocrático de una hermosa patricia, debió mostrarse hace ce
tenares de años á los que nos precedieron en la tierra que hab
tamos. Cuál si el genio tutelar de las artes la hubiera cubiert o
con su égida al volver á la luz, se nos muestra hoy á la sombr -2
de un precioso templo que encierra antigüedades romanas, ran^-
<leada de vestigios antiguos, entre umbrosa arboleda, mezclaa -
Parte segunda. Capítulo ik 449
do á la naturaleza, perennemente llena de vida, memorias de
viejos tiempos, recuerdos de grandezas extinguidas, de inmensas
revoluciones, de luchas heroicas, mezclando las inspiraciones de
la imaginación á un ríente paisage de nuestro Mediodía. Se nos
presenta dominando graciosa y elegante el surtidor de agua cris-
talina que brota á sus plantas y mirándose en el pequeño lago,
cuyas móviles ondas reflejan su imagen, siempre admirada,
siempre estimada, en esa indestructible soberanía que ejerce la
hermosura; como un adorno á la vez que como una memoria,
como un homenaje del gusto moderno á la perenal belleza del
arte clásico.
Si un deber de delicadeza no me lo impidiera aquí publicara
uno de los más importantes restos romanos encontrado en Má-
laga; es un pié gigantesco — 83 centímetros de largo por 39 de
ancho, 25 de talón y 5 en la zuela del zapato — Algunos creen
que ha pertenecido á una estatua y siguiendo las reglas de la es-
cultura, dado que la efigie á que perteneció estuviera de pié, de-
bió tener la extraordinaria altura de más de 5 metros. Creen
también por sus adornos y su ejecución que probablemente se
debió á las últimas épocas del imperio y aún hasta á aquellas
otras en que los bizantinos dominaron en Málaga, y que debió
representar á algún notable personaje. Por el contrario ei Doctor
Berlanga estima, fundado en que la planta del pié no muestra
señales de entronque bastante para sostener tan grandiosa es-
tatua, que éste resto antiguo no és más que un pié votivo^ con-
memoración del deseo mostrado por Málaga, del retorno á su
recinto del personaje á que se refería, opinión que me parece
cimentada
450 Málaga Musulmama.
cimentada en una razón bastante poderosa (i). Personas tan
autorizadas como los Sres. D. Pedro Madrazo y D. Manuel OH-
ver son los que le consideran miembro de una estatua colosal,
pues la parte superior aparece como rota; aunque guardan la
conveniente reserva, porque solo han llegado á ver la fotografía
que de él les he remitido.
No
(1) Encontróse éste pié abriendo los cimientos de una casa de la Plazuela del
Toril, hacia la esquina de la calleja del mismo nombre, á unos cuatro ó cinco metros de
profundidad, precisamente debajo del sitio donde estuvo muchos años, según me han di-
cho, la inscripción griega antes citada; estaba como caido en aquel lugar, en cuyos alrede-
dores se encontraron monedas árabes de oro, otras de cobre y porción de cerámica. Cunn-
do éste descubrimiento hallábame fuera de Málaga y fué imposible hacerme cargo de
él. El pié está calzado con una especie de botin con adornos de realce, dejando ver los de-
dos del pié, ceñido en la parte delantera por una especie de cintas anchas; el talón está por
detrás cortado á plano; en la parte superior del botin hace la piedra una especie de grueso
reborde que parece los extremos de alguna parte del traje ó vuelta del mismo botin. No
contento con haber consultado largamente con mi excelente amigo el Doctor Berlanga y con
el reputado escultor Gutiérrez de León, quien me hizo algunas importantes indicaciones sobre
éste punto, consulté con mi excelente amigo el Sr. D. Pedro Madrazo, una de las más al-
tas autoridades en arqueología artística de España, enviándole una fotografía del mismo;
el Sr. Madrazo tuvo la bondad de contestarme lo siguiente:
«La fotografía no consiente emitir juicio seguro acerca de ese pié, pero por lo que de
eiia se colije, parece evidente que fué obra de cincel bastardo. Sus dedos se mar-
can de un modo poco correcto en el cálceus^ ó borceguí, que le cubre, y por otra par-
te, el adorno de ramaje que éste calzado ofrece, acusa al primer golpe de vista una deri-
vación enteramente oriental, y aun del Bajo Imperio. Son folias bizantinas á no dudarlo
las que constituyen ese ramaje. Semejante adorno es completamente extraño al arte roma-
no del buen tiempo, y de consiguiente hay cierto fundamento para conjeturar si podría ese
pié representar el de algún patricio insigne de los que habían ejercido magistratura 7 te-
nían por tanto el derecho de calzar el múlleus, ó botin, ya rojo, ya de color de violeta, es-
culpido en la costa hética en el siglo en que los imperiales bizantinos estuvieron apodera-
dos de ella».
«(Considerado después éste calzado en sí mismo, se vé claramente, más lo que és, lo
que no és. No és la crépida, ni la sólea^ ni el sandalium, ni la boxa, ni los sculponea^ ni
el diabraihrum^ ni la carbalinay ni el endromis: que éstos diferentes calzados dejaban
descubierta una parte del pié. No és tampoco el soccus^ ni las gallicce^ ó zapatos galos,
porque el calzado de ésta especie no cubría el tobillo y el de nuestro pié colosal le cubre.
Podrá dudarse si éste es el phopcasium ó zapato blanco de los sacerdotes de Grecia y Ale-
jandría; y nun podría ser verosímil, dado el saliente que se percibe en la caña del pié,
resto probable de un pantalón al uso persa y de otras regiones orientales, que el calzado que
nos ocupa fuese un cothumo ó zuncha^ botin alto que llevaban bajo los pantalones en
aquellos países».
«Si ésta conjetura pareciese aceptable, lo mismo que la zancha^ podia aspirar á hallar-
Parte segunda. Capítulo ii. 451
No se sabe si Málaga se proveería de agua en sus pozo&
6 tomándola del rio, como en la época muslímica; hay quien
sostiene que de la fuente del Almendral del Rey salía un acue-
ducto que abastecía la población; pero ésta es una presunción,
fundada en viejas construcciones que cerca de aquel lugar se
veían, hasta ahora no comprobada con otras que mostraran la
entrada de ese acueducto en Málaga. Hacia el comedio de ésta
existe soterrado un manantial copiosísimo, que pudo estar descu-
bierto en la antigüedad, hacia el Seminario, Santo Tomé y la
Catedral, cerca de cuyos sitios se ha encontrado abundancia de
aguas y restos de grandes atargeas para conducirlas. La tradi-
ción ha conservado un recuerdo confuso de éste manantial, que
no fué conocido tampoco en la época muslim, sobre todo en
sus últimos tiempos: confirman su existencia la abundancia de
agua que entorpeció los trabajos en los cimientos de la Cate-
dral, y la que hace poco se halló al abrir los de una casa en la
Plazuela del Obispo; confírmala también la que brota hacia el
comedio del puerto, dulcificando las del mar en determinado
sitio
se representado en el gigantesco pié que tenemos á la \ísta el pero^ calzado elegante alto
eomo el cothumo^ 7 el arbule 6 medio botin, que remataba en la caña del pie cubriendo
el tobillo.»
Esta disparidad de opiniones entre autoridades muy respetables, me obligaría á en-
tnur en largas discusiones sobre ellas, asi como sobre otras no menos importantes: y como
lolimente me he propuesto tratar las cuestiones de la arqueología antigua malagueña,
como lo hice en en la Narración y en la Numismática para enlazarla con el asunto de
íttm obra, del cual me alejaría entrando en disquisiciones de otro género, las indico,
inclinándome á la que me parece más probable. Con tanta más razón cuanto que han
ie ser tratadas, con singular estension por el Dr. Berlanga, al publicar, como se pro-
pone, la epigrafía de la provincia de Málaga; publicación importantísima, que me lisongco
baber decidido con mis amistosas excitaciones, en la que tienen su lugar designado éste y
)tro8 asuntos, á los cuales no debo tocar aquí más que de pasada.
61
45^ Málaga MusuliíTana.
:sitio y dejando sentir sobre las ondas en días serenos el herví-
<lero que forma su salida.
Una inscripción nos ha conservado la memoria de cierto de-
pósito de agua — lacus — legado por el vecino Lucio Granio Silo
á Málaga. ¿Fué éste depósito destinado al servicio de algún
templo, á regar jardines que hermosearan la ciudad, ó al abas-
tecimiento de ésta? ¿De dónde tomaba sus aguas, de pozos ó de
algún acueducto que las recogiera del rio? Cuestiones son ésta$
imposible de solucionar.
Ya que no ha quedado en Málaga memoria de más edifi-
cios notables que el antedicho templo, quédanos la de un lugar
«n donde sus vecinos se solazaron con los goces del drama ó
de la comedia antigua, quizá con los sangrientos placeres del
anfiteatro. Este existió fuera de muros, pues al abrir los ci-
mientos de lo que fué Hospital de Santa Ana y Convento de la
Paz ó sea en toda la acera derecha, mirando al N., de la Plaza
de la Merced, se hallaron restos de bóvedas, sobre los cuales
asentaban trozos de galería en forma circular. Edificio, que
aunque derruido, se conservaría en la época musulmana, pues
los moros malagueños llamaron Bib Almalaab^ ^^^^\ w^b Puerta
del Teatro^ sin duda á la que después se llamó Puerta de Gra-
nada (i).
Los alrededores debían ofrecer el mismo espectáculo que
presentaban poco antes de la conquista: un arrabal entre las
fortificaciones y el rio con huertas, quizá con casas de recreo;
otro,
(1) Medina Conde, Conv. mal. T. II. pág. 154. Aben Aljathib^ Parangón entre Mar
loga y Salé.
Parte segunda. Capítulo ii. 453
otro, menos poblado del lado opuesto, también con huertas y
mansiones. En los cuales debió haber además industrias de al*
iahareria y probablemente de salazón.
En cuanto á enterramentos debieron hacerse en diversas
partes y ésmuy posible que estuvieran alo largo délas vías ro-
manas indicadas más adelante. Ailemás en diversos sitios de ella,,
hasta en las estribaciones de los cerros próximos al Gibralfaro,,
se han encontrado sepulturas romanas. Las inscripciones fune-
rarias nos han conservado el recuerdo de Quinto Cecilio For-
tunaciano, padre excelente y virtuosísimo^ dice el epígrafe, muerta
á los treinta años, y del niño Cayo Valerio Crescens (i).
Una vía romana siguiendo la costa de Levante penetraba
en la población, otra salía de Málaga por la costa de Poniente,,
bastante próxima, según generalmente se cree, al mar, y se di-
rígía á Cádiz, tocando dentro del actual territorio de nuestra
provincia en las poblaciones de Suel y Cilniana, que estaban
cerca de Fuengirola y en el despoblado hoy de las Bóvedas.
Alguna de éstas vías fué reparada á principios del tercer si-
glo de J. C, pues aun puede verse una inscripción, que grabada
en un hermoso trozo de piedra, única que se conserva entre las
malagueñas
(i) En una de las estribaciones del cerro que por Levante se une al Gibralfaro, cuasi
frente á la Plaza de Toros, en una cuesta, hoy allanada en parte y sobre un barranco que
cae al camino de Velez, donde está formando una preciosa quinta mi muy querido-
amigo el Sr. Oses, cuyas excelentes fotografías tanto realce han dado á esta obra, se
han hallado sepulturas de la época romana interesantísimas, que demuestran la existencia
en éste lugar de multitud de enterramentos de la misma especie. Hace algún tiempo se
encontró una sepultura, formada por grandes y gruesos ladrillos, dentro de la cual apare-
cieron cierta especie de argollas de hierro,que parecían haber servido en una caja ó fére-
tro para trasportarla mas fácilmente; há pocos dias en los mismos sitios en la vertiente iz-
quierda de la cañada llamada la Canterilla se ha encontrado un sepulcro, formado tambiea
por grandes ladrillos y revestido con una especie de estuco grueso y duro: más abajo se ha
hallado otro, formando su suelo, costados y cubiertas grandes tejas romanas, planas coa
454 Málaga Musulmana.
malagueñas, así lo indica, á la vez que celebra en pomposos,
términos las glorias del César Marco Aurelio Antonino, hijo de)
Emperador Septimio Severo, en cuyo tiempo se hizo la repara-
ción.
Supone esta vía un puente que uniera ambas orillas del
Guadalmedina. El caudal de aguas de éste, cuyo álveo era en-
tonces bastante más profundo que hoy, debió ser entonces, con-
tra lo que en mi Historia afirmé, sobre poco más ó menos el
mismo que el actual, como adelante probaré (i). Apesar de las
intermitencias de sus aguas, aunque no tengo dato cierto para
afirmarlo, me parece imposible que nuestra ciudad no tuviera un
puente sobre su rio. Mencionó á éste Plinio, si és que su texto
no se refiere al Guadiaro, que todo puede inferirse de su laco-
nismo, aunque me inclino más á lo primero.
El actual término de la ciudad debió estar por entonces
bastante poblado. La prosperidad que en las provincias desa-
rrolló el Imperio en el apogeo de su prosperidad debió alcanzar,
, cual
rebordes, de (3C) centímetros de largo, 45 de anclio y 6 por la parte de afuera en los rebor-
des, tres de rstas tejas constituian cada uno de los costados, una la cabecei*a, que esta-
ba dirigida de Oriente á Occidente, y otra los piós; las que cerraban la sepultura como
-cubierta tenían sobre las junturas do los rebordes de las tejas planas otras iguales á las
nuestras, pero con estrías en su dirección longitudinal; dentro se hallaron restos humanos,
tres vasos de los inal llamados lacrimatorios, una candileja, una cazolita y un jariito de
preciosa forma. Sobre el cadáver al enterrarle haliian liecbado una cantidad de yeso liqui-
do, el cual, roto desgraciadamente por los obreros del Sr. Oses, marca perfectamente la
fisonomía, el sudario ó el trago que envolvía el cadáver y aun parte del rostro: de los cua»
les trozos será fácil sacar un vaciado y obtener, como con los de Pompeya sucede, la re-
producción de la fisonomía del difunto y la de sus vestiduras mortuorias: el yeso ha pe-
netrado también en todos los objetos soterrados, marcando admirablemente bien el tejido
de un canasto que en la sepultura liíibia.
(1) Muchos de los que han escavado hacia los cimientos del antiguo puente malagueño
han creído hallar en ellos fundamentos romanos; así se afirmaba en una Memoria última-
mente presentada por D. Joaquín Uucoba, Arquitecto municipal, al Ayuntamiento, refirién-
dose á Memorias antiguas, y asi lo manifestó varias veces el difunto arquitecto Salinas ti
Parte segunda. Capítulo ii. 455
cual dije, también á la nuestra; testimonio fehaciente son de
ello las antigüedades romanas de la región malagueña. Y cuan-
do en poblaciones del interior como Cártama, como Acinipo ó
Ronda la Vieja, hubo tanta riqueza, cual lo demuestran nota-
bilísimas obras de arte, no creo que Málaga, colocada en más
favorable situación, les fuera á la zaga en prosperidad.
A la cual concurriría considerablemente su agricultura, pues
és imposible que la exhuberancia de nuestro suelo y la facili-
dad con que cria ricos frutos no fueran entonces bastante bien
aprovechados. Así és que en toda nuestra Vega y hacia la par-
te de Levante, se encuentran á cada paso restos de antigüe-
dad romana, barros y monedas. En todos éstos lugares debie-
ron existir, cual hoy, casas de labor, pequeños pueblecillos, en-
tre agrícolas y pescadores, á orillas del mar, quintas deliciosas,
gozando de dilatadas y alegres vistas, donde los poderosos de
entonces gozarían de los refinados goces de la voluptuosa vida
romana.
Así lo demuestran las estatuas, halladas cerca de Churria-
na, litografiadas en la anterior lámina en los números 4 y 5.
Representa la primera una musa, Urania^ que tiene sin el plin-
to 56 centímetros de alto; está envuelta en amplias vestiduras,
sentada, hechada encima de la izquierda la pierna derecha, so-
bre la cual apoya su brazo, con la barba puesta graciosamente
en la palma de la mano, pensativa, como si meditara; sobre el
plinto descansa un globo que indica el lugar que esta bellísima
figura
de la ProTincia Sr. Avila, pues le contaba que escavando á una «;ran profundidad, como
de diez á once metros, cerca del actual puente de Santo Domingo liabia dado con )a arga-
masa y construcción romana de los estribos del antiguo.
45^ Málaga Musulmana.
figura ocupaba en el coro de sus nueve hermanas, las cuales pro^
bablemente debieron adornar alguna galería, algún comedor 6
tricliniOf algún elegante pórtico. Aunque bastante mutilada,
pues desgraciadamente tiene roto el brazo derecho, la nariz y
parte del pié, la finura de su dibujo, la elegancia de su postu*
ra, la artística disposición de sus ropas, la actitud de su cabeza,,
la manera esmerada de marcar sus pormenores, revelan la rique-
za del edificio que adornó y el buen gusto de sus dueños.
No es de menor importancia el trozo que representa un sáti-
ro; tiene 69 centímetros de alto, faltánle entrambas piernas y
brazos; su fisonomía selvática muestra una espresion fisgona y
burlesca, admirablemente interpretada por el artista; sus cabe-
llos están bastante bien diseñados, la anatomía del cuerpo des-
nudo perfectamente interpretada; ante la suavidad de líneas que
determinan sus formas, ante sus excelentes proporciones, he vis-
to á artistas bien inteligentes y conocedores del antiguo sospe-
chan si su factura sería gríega: és en fin una de las más impor-
tantes obras de arte en la arqueología malagueña y aun en la
hispano-romana (i).
El comercio de Málaga, emporio ó mercado^ como le llama un
autor clásico, en éstas costas, debió ser de bastante considera-
ción, aunque decayera á tiempos. En cuanto á su industria solo
nos
(i) Constantemente se están descubriendo en nuestra Vega multitud de objetos j
obras romanas, medallas y otros restos, sino tan importantes como los que indico en el
texto, interesantes para probar cuan poblado y cultivado se encontraba en aquella época
éste territorio. Últimamente en tierras donde tienen su fábrica de azúcar y hacienda los
Sres. Hijos de M. Heredia, merced á la buena voluntad y afición del Sr. D. José Heredia, se
han descubierto á unos setecientos pasos del mar unas vasijas grandes con restos humano»
calcinados, que se presentaban agrupadas cada una con otras dos más pequeñas, de dis-
tancia en distancia, formando una especie de cementerio: algunas monedas romana»
Parte segunda. Capítulo ii. 457
DOS queda memoria de la de escabeches y salazones; además
en nuestra ciudad debió haber por entonces fundición de meta-
les. Demuestran sus relaciones con diversos puntos de Oriente
y Occidente las corporaciones de griegos, asiáticos y sirios que
trataron en ella, y las que la unian con Roma la institución de
sus patronos, que en la cabeza del orbe defendían sus intereses,
con más la institución de otros defensores menos importantes
que representaban los de algunos de sus gremios; como aquel
Publio Clodio Athenio, negociante en salazones, quinquenal de
los mercaderes de Málaga, que vivió en Roma, en donde edificó
un panteón para él, para su esposa Scantia Succesa, para sus
hijos y familia, en la cual incluyó á sus libertos y libertas.
Réstame indicar como industria malagueña la de la cerámi-
ca, que tan notable desarrollo obtuvo después entre los musul-
manes. Como muestra de ella he visto multitud de vasijas de
barro algunas de bellísimas formas, candilejas bastante finas de
barro iguales en formas, pero con diversos adornos; entre las
cuales las mas notables son una cristiana, pues lleva el signo de
la cruz y otra pagana sumamente bella (i).
Sensible
y r stos de una inscripción; en otra eminencia de la misma hacienda restos de vivienda y
<ie una especie de hipocaustium para calentarla, y en otra no muy lejana tres estanques,
rodeados de cimientos bastante extensos, presentando el primero, que está mas cerca-
no al mar i metro 88 centi metros de ancho, el segundo separado de él por una pared, dt
O.m 60 de grueso, 1 m. 33, y el tercero con la misma separación 1 m. 26, teniendo todos
ellos 2 OÍ. 46 de largo.
Son estos estanques y construcciones conocidamente romanos y no me detengo á
•ocuparme de ellos por las mismas razones que antes he indicado.
(1) Posee la cristiana D. Benito Yilá y otra muy notable, pues tiene una inscripción
«B gallardos caracteres alrededor de su parte superior; pero están tan gastados que solo he
jKNÜdo leer en ellos las letras SYAVI; al mismo Sr. Yilá pertenece la que indudablemen-
te ¿8 cristiana y á la Exma. Sra. Marquesa de Casa-Loring la que se halló en el sepulcro
<iescubierto por el Sr. Oses.
V
458 Málaga Musulmana.
Sensible és para el que sigue con atención^ con amor, uo
asunto histórico, encontrarse á cada p?vSo con el vacío ó con obs-
táculos insuperables, como si caminara por fragosa sierra, cor-
tada á veces por profundos derrumbaderos, ó por eminencias
inaccesibles, que le impidieran espaciar su vista en los anchos
horizontes que desde sus cimas se descubren. Sensible és pa-
sar junto á los comienzos de la religión que se profesa con en-
trañable amor, foco de cultura, consuelo y esperanza del hom-
bre, sin poder dar ni aún ligeros toques en el interesante cua-
dro de sus principios dentro de nuestra vieja colonia púnica.
¡Con qué placer hubiera indicado los primeros momentos en
que las dulces palabras del Evangelio resonaron en su recintol
¡Con cuanto amor hubiera dibujado la silueta de los primeros
propagandistas, irguiéndose nobles y severas entre las nieblas
del pasado, electrizando á la muchedumbre atenta y recogida
unas veces, otras desconfiada y burlona! ¡Con cuanto esmero
hubiera enumerado sus incontrastables argumentos contra el
politeismo, sus vehementes razones, y hubiera indicado el efec-
to que hicieron en la multitud, de alegría, de fervor, de santo
anhelo entre los pobres y los esclavos, entre los humildes, de
sorpresa, de temor, de recelo entre los poderosos, de santa ab-
negación en muchos honrados pechos! ¡Con qué complacencia
hubiera estudiado las conversiones y las luchas de esa predica-
ción, que traía en sus alas el progreso, como ei fecundo polen
de las plantas que arrastra en sus giros el viento; las luchas
contra el politeismo y contra la heregía, contra los enemigos y
contra los propios, contra la creencia antigua inepta, y contra
la
Partb segunda. Capítulo ii. 459
la razón humana orgullosa é impaciente; los dias de la perse-
cución y del martirio, los del triunfo y la exaltación del cristia*
nismo! ¡Con cuanta complacencia hubiera descrito el modesto
cenáculo donde por primera vez se reunieron los cristianos ma-
lagueños; la humilde iglesia encerrada quizá en la casa de un
pobre, quizá en el tugurio de algún esclavo, y después la seve-
ra, la magestuosa basílica, alzando la Cruz á los cielos sobre las
ruinas de los templos paganos!
Por desgracia cuasi nada nos queda de aquella época; la
inscripción malagueña, que referente á ella se ha citado, inven-
tóla un falsario, quien, con su ingenio estrecho y vanidoso, no
temió manchar éstos supremos momentos con la indignidad de
una mentira. El martirio de Ciríaco y Paula en Málaga és un
piadoso mal entendido, una tradición, y su naturaleza de mala-
gueños una suposición, sin grave fundamento, quizá cierta, pero
sumamente dudosa (i).
_^^ Conservadas
(1) Reproduxcoaqu i, con absoluta esactitud, el himno referente i estos mártires,
eHUterrados en el Himnares mozárabe, pues al publicarlo en una nota en mi Historia me
hicieron cometer los cigiskas varías erratas y omisiones de cuenta.
Jmnus in diem Sanctonim Siriaci et Paule,
XIII Kalendas Junias.
Sacrum tempus in calculo Anulinus terribilis:
Anni n^volvit circulus: Nomen gestabat inmanis.
Resonet laus in coro , x .
«_ 1 i_. * 1 . Instat sanctos perquirere
Ki ore plebis et cien. ^. ^ ^. . J .
Signato Chnsti nomme:
GhrístnmDeum imni dicent Mox Siríacum et Pjulam
Qui Siríaco martire Silvanus duxit in aulam.
Pauleqae eius socie
Robur dedit constantiae.
Tune sciscitati mártires
Fatentur Deum in celis,
Preses namque Carthaginis Nam non litare idolis
Dlius erat temporís Almis professi sunt Terbís.
62
460 Málaga Musulmana.
Conservadas en los textos sólo tenemos escasas memorias
de los primeros obispos, de monges y de fieles. En nuestra ciu-
dad y en sus alrededores debieron existir templos y ermitoríoSi
siendo clara prueba de ello la iglesia que años adelante ence-
rraba á los cristianos, en los momentos en que el traidor obis-
po Hostégesis asediaba á los proceres musulmanes, faltando á
las
Ex hinc verba mulcentia Moxque Silvanas corpora
Sanctorum linit pectora; Ignis proiecít in flammam,
Sed temnunt vana dclubra Sed imber ingens é celis
Et Chrístum credunt in astra. Estinxit impetum ignis.
Judex repletus furia Ob hoc precamur, Domine,
Sacrata tandil corpora In horum feslo maiürum,
Penarum niutat genera, Vota cunctorum accipe
Gorda non mutat crédula. Et que poscunt adtribue.
Juxta bencque arbores Quo dum vita peragimus
Palmarum cesi mártires, Eluas nos á vitiis,
I^pidum ictu anime Etemendati moribus
Migrant polorum in cde. Pollere fac virtutibus.
Su traducción és la siguiente: aHimno en el dia de loa Santos Cirictco y Paula —
18 de Junio. — Retoma el tiempo de la sagrada fiesta al continuar su evolución el año; re-
suene la alabanza en el coro de los labios de clero y pueblo: celebren nuestros himnos i
Cristo Dios, que inspiró la constancia en el martirio á Ciríaco y á su compañera Paula: en
aquel tiempo era prefecto de Cartago el terrible Anulino^qne gozaba renombre de inhu-
mano: instigaba para que se persiguiera á los santos,designados con el nombre de Cristo,
y por mandato suyo Silvano condujo á Ciríaco y Paula ante su tribunal; entonces los már-
tires se vén interrogados y proclaman al Dios que está en los cielos, protestando con fer-
vorosas palabras no sacrificar á los Ídolos: con dulces frases procurase ablandar la resolu-
ción de los santos, pero ellos desprecian los vanos templos y elevan hasta los astros la
creencia cristiana: estalla la furía del juez y manda azotar sus sagrados cuerpos y hacer-
les sentir variados tormentos, que no cambian sus corazones creyentes; por últiino, herí-
dos los mártires á pedradas, caen cerca de unas palmas y exhalan sus espirítus que suben
á las altui*as; por mandato de Silvano sus cuerpos son arrojados á las llamas, pero uní
abundante lluvia, cayendo de los cielos, apagó el ímpetu de la hoguera, ect.»
Ciríaco y Paula no pudieron ser martirizados en Málaga, porque el presidente de Car-
tago de África no tenia en aquella época jurisdicción sobre nuestra ciudad; y do lo fueron
ciertamente,comolo prueba un texto expreso de un obispo de Iliberís — Santoral hispano
mozárabe de Rabbi benSaid—qne dice lo fueron en Cartago. Parte el error de atribuir és-
te martirio á Málaga de una mala interpretación que se dio en el siglo XV á un texto de
Usuardo, monge que viajó por España á mediados del siglo IX. Yeáse sobre éste punto
«I precioso libríto de mi querido maestro D. Francisco J. Simonet, Los Santos Mártires
Ciriaco y Paula, su pasión, su culto y devoción, desde los primeros tiempos hasta núes-
tros dias^ Málaga 1865, y mi Historia de Málaga y su Provincia^ pág. 74 y siguientes.
Parte SEGUNDA. Capítulo ii. 461
las ceremonias del culto y á la fiesta con que sus diocesanos ob-
sequiaban á María madre de Dios.
Cuando los sarracenos se presentaron ante Málaga la halla-
ron tan perfectamente amurallada, que pudo oponerles tenaz re-
sistencia. Extramuros había huertas, cuya deleitosa situación
fué el señuelo con que se perdió el descuidado ó valeroso go-
bernador que la defendía, pues mientras se regalaba en una de
ellas fué preso por los mahometanos.
Formaron éstos un clima ó distrito y después una cora 6 pro-
vincia con el actual territorio malagueño, excepto Ronda y el
partido Je Campillos, que en los primeros siglos medios perte-
necieron á la cora de Tecorona; pero lo que por ésta parte per-
día ganábalo en las regiones granadina y cordobesa, pasando
sus límites á la derecha del Genil, pues Alhama é Iznajar estu-
vieron sugetas á su jurisdicción.
Llamaron á ésta provincia Rayya^ según un autor moro pnr
la abundancia de riegos que ofrecía; al decir de Dozy trocaauvy
el vocablo Regio malacitana^ conque la conocieron romanos y
bizantinos, en Reiyo y después en Rayya; por lo que Saavedra
afirma, con mas visos de certidumbre, conservando el nombre
latino Regiaj traducción del púnico Malak, con los que fué de
antiguo conocida; vocablos malak y regia, apelativos de una dr
dad que en su recinto se idolatró (i).
Aun^*
(i) Me encuentro ante una grave cuestión geográfica, que amenaza tomar
inportancia,como la debatida y confusa cuestión de la concordancia iliberítana. Los mo.
llamaron á la provincia malagueña cora de Rayya: ¿cuál es la etimología de ésta pe!- '
Dozy — RechercheSy T. I, pág. 317— sostiene que la palabra RayyH, en la que se cambi<^
focablo Reiyo jJj de los primitivos tiempos musulmanes, perpetuó el latino retjin tt
iaeiianaj con que debió ser conocida en lo antiguo; regio malacitana la llama Spruner .
BU Atlas histáricOy mapa del reino visigodo, y alguna razón habrá tenido para denominar
4^2 Málaga Musulmana.
Aunque alguna vez los musulmanes llamaron á nuestra ciu-
dad Rayya, del nombre de su territorio, generalmente la deno-
minaron Malaka 'a)L conservando su nombre y pronunciación
antigua, como se vé en la k fuerte, que hemos suavizado los
cristianos
así; Aben Haukal, que viajaba por España á mediados del siglo X, la llama Reiyo; de i{e-
gio se formó Reiyo y después Haya, como León se ha formado de Legione; á lo cual hay
que añadir que en la coiiiarca niala^^ueña no habia población alguna de éste nombre. Esta
última afirmación és un error del sabio holandés; ya probaré que próxima á Archidona hu-
bo una población llamada Rayya, la cual subsistió muchos siglos y dio nombre á algunos
importantes escritores. Sostiene por el contrario D. Eduardo Saavedra — Boletín de la so-
ciedad geog. de Madrid, T. XI, pág. 103 — que Rayya no és más que la traducción latina
regia del vocablo púnico, NsSts asi trascripto en hebreo, malak, conservado en nuestras
monedas y aplicado á una divinidad aqui adorada; denominación conservada enti*e el vul-
go; al oir los moros á éste civitas regia, municipium regium,hmerQn Reiyo y Rayya, Dom-
bre que después se extendió á toda la comarca. Combate Saavedra á Dozy sosteniendo que
és difícil que regio haya tomado en ái*abe desinencia femenina; que siguiendo la costumbre
arábiga de transformar los nombres latinos tomándolos en ablativo, de regio no debió ha-
berse hecho m(/o sino reiyon, como de Legionem se hizo Legión ó sea León. Razones am-
bas graves, que ponen muy en duda aquella etimología, hasta ahora aceptada, y que pue-
de apoyarse con más seguridad que ella en el dicho de Makari, quien considera á Rayya
como nombre antiguo de Málaga. Existe también la opinión de un escritor musulmán ci-
tado por Yacut, llamándole Abu Obaid, que si como parece se refiere al Bekrí, cierta-
mente merece notarse; para éste autor Rayya se llamó asi por la abundancia de riegos
de sus campos, y de cierto que todos los autores que tratan de Rayya se ocupan de la fer-
tilidad de su territorio y de la abundancia de sus aguas. Sostiene también D. Pascual de
Gayangos— Hú^ory of the Moh. dinast., T. I. pág. 356, que Rayya viene de haberse es-
tablecido en su territorio multitud de pobladores,provenientes de la ciudad de Rey en Pei^
sia; opinión combatida por Dozy con buena copia de excelentes razones.
Entre ésta diversidad de pareceres, mantenidos con tan buenos argumentos y por
autoridades tan respetables, difícil es decidirse; mucho me inclino á el de Saavedra, fun-
damentado en datos históricos ciertos y en razones filológicas evidentes.
En nuestra provincia ha existido una población llamada Rayya; falta fijar su situación;
Razy— Afcm. de la Ac. de la Hist. T. VIII. pág. 59— dice: el la cibdad de Rayya fué fe-
cha muy bien et muy fermosa, Et es villa muy antigua et muy buena tierra de crianza;
distinguiala después de Archidona, capital de la provincia, y de Málaga. El ilustre arqueó-
logo Fernandez Guerra, infiriéndolo del texto de Razi, supone que Rayya fué Antequera,
cuyo nombre dice no aparece hasta muy adelantada la dominación agarena. Contra ésto
afirmo que Rayya fué una población próxima á Archidona, como dice Aben Aljathib en so
Ihala,m. s. del Escorial biografía de Abdallah ben Abdelber Arraini, que murió en 799—
4338 á 1339 de J. C— cuasi un siglo antes de la conquista de Antcquera. En cuanto á la
situación de Rayya fijóla Lafuente Alcántara— His¿. del reino de Gran,, T. II, p. 71, nota
—en el cortijo de Raya, junto á Archidona, donde se habían encontrado notables Testigiof '
de población y algo más allá de ella sepulcros. El cortijo de Raya, cuyo nombre viene da
antiguo, sin que se conozca su origen, según me comunica persona de entero crédito, se
encuentra á cuatro kilómetros de ArchiáonsL—Nomenclator de laprov. de Málaga, pág.*
Parte segunda. Capítulo i i. 463
cristianos en g. Llamáronla también Malica y Malicha^ con va-
lor fuerte en la ch^ pues en un tratado entre el sultán granadi-
no Mohammed VII y D. Martin de Aragón en 1405, aquel se
apellida rey de Granada y de Malica; y Malicha se le llama en
•otro tratado de paz y tregua entre el monarca de Aragón D.
Pedro IV y el de Fez (i).
Los mahometanos invasores no establecieron en ella la ca-
pital del distrito, capitalidad que tenía bajo los visigodos; pro*
bablemente por razones estratégicas ía colocaron en Archidona,
pero hacia los tiempos de Abderrahman III ó Alhakem II, au*
mentándose considerablemente su importancia comercial, vol-
vió á recobrar su pasada supremacía (2).
Para mayor orden y método en la exposición de la topogra-
fía malagueña, como los datos más numerosos y exactos que de
ella
37— y erectivamente en sus tierras se haa encontrado algunos vestigios de población. Ha-
Jbiendo visto en el mapa del imperio marroquí publicado por Renou en su Description
gtúgraphique de Vempire de Maroc^ el nombre de Reiyah, aplicado á una pequeña pobla-
ción ée la oosU occidental marroquí, entre Larache y Mebedia» pedí informes acerca de
«Ua, por si de estos informes obtenía algún dato que ilustrara esta cuestión, al misionero
franciscano fr. Agustín Malo, quien solo pudo decirme que era una miserable aldehuela.
(1) El P. Alcalá en su Vocabulario trascribe el nombre de Málaga por Malaga,
•demostrando que aun en los últimos tiempos mahometanos se usaba la pronunciación
filarte primitiva. Yacut-IV p. 397-fija su pronunciación en Malaka, Veáse el curioso libro
titulado Antiguos tratcuios de paces y alianzas entre algunos reyes de Aragón y diferen-
tes principes infieles de Asia y África, desde el siglo XII hasta el XF,por Capmany, Ma-
drid 4876.
(2) Homaidi, citado por Yacut ut supra. Fernandez Guerra ha afirmado en el Bole-
iin histórico, que en el siglo VIII fué Málaga capital de su distrito, en el IX Antequera, en
al X Archidona, y que en el XI recobró su antigua capitalidad. No estoy conforme con éstas
4ifirniaciones, á pesar del grandísimo respeto que me inspira su ilustre autor. Málaga fué
capital de su distrito en el siglo VIH, pero solamente en la época visigoda, pues cuando se
juró á Abderrahman I en 756 Archidona, según un texto espreso de Aben Alkutia, era
la capital de esta provincia; lo mismo dice Aben Haiyan. No consta expresamente en nin-
fon texto que Antequera, aunque se la quiera concordar con Raya, haya sido capital de
iioestra cora; antes del siglo XI consta á los arabistas que Málaga había recobrado la ca-
pitalidad.
464 Málaga Musulmana.
ella se nos conservan pertenecen á los siglos XIV y XV, iré pre-
sentando las materias con relación á éstos tiempos y distribu-
yendo las noticias pertenecientes á los anteriores en los lugares
correspondientes. Procediendo como si fuera un viajero, que se
aproximara á Málaga en el último de aquellos siglos, daré cuenta
de sus alrededores, recorreré sus arrabales, rodearé sus muros^
penetraré en sus calles, socos y fortalezas, y describiré al lector
cuanto haya averiguado, consignando las impresiones que du-
rante ésta escursion hubiere sentido.
Decía el intérprete del geógrafo Razi, vertiendo al caste-
llano las razones de éste: Málaga és villa muy plazentera é muy
fermosa^ ella é su término. Y en verdad que tenía razón de ala-
bar aquel autor á nuestra ciudad y equipararla en sus ala-
banzas con el territorio que la circundaba. Conocida la inclina-
ción á la agricultura, la habilidad en el laboreo de las tierras y
en la dirección y aprovechamiento de las aguas, que en todo
tiempo mostraron los sarracenos españoles, juntas á la fertili-
dad de nuestro suelo y á la bondad de nuestro clima, nada tie-
ne de estraño que le transformaran en vergel deleitosísimo.
Desde Fuengirola á Vélez la costa malagueña presentaba
en el siglo XIV un higueral continuado. En aquel valle de Cár-
tama, fertilizado por el Guadalhorce, por donde en adelante de-
bían entrar, como vendábales furiosos, las algaradas cristianas,
cubrían la tierra viñas, olivares, moraledas, almendrales é hi-
guerales magníficos; las crónicas cristianas, especialmente las
más próximas á la Reconquista, los mencionan y aun los cele-
bran. En la Vega, esmeradamelite cultivada, regada en muchos
sitios,.
Parte segunda. Capítulo ii. 465
sitios, defendida por castillejos y atalayas, habia multitud de
pueblecillos. Pálmete, Camarchente, Pupiana ó Cupiana, Fada-
la. Campaniles, Churriana, y numerosas alquerías, como la de
Casapalma.
Entre las cuales habia también deliciosas quintas, cual la
que mencionan nuestros cronistas, como propiedad de los ré-
gulos malagueños, tan apreciada entre los cristianos, sin duda
por la frondosidad de sus huertos y por los encantos de sus
vistas y estancias, que el Infante D. Fernando mandó á sus ta-
ladores respetarla, cuando desde el sitio de Antequera los en-
vió á arrasar la jurisdicción de Málaga. Posible és también que
ésta mansión fuera la misma que años adelante D. Enrique el
Impotente amparó con toda su autoridad contra la destructora
inclinación de sus gentes, saboreando por anticipado, en su fan-
tasía de sibarita, los deleites que habia de gozar en ella cuando
se apoderara de Málaga.
Los alrededores de nuestra ciudad al Levante mostraban ri-
cos cultivos, arboledas y huertas, entre las cuales mencionan
los Repartimientos^ á media legua de la ciudad, la de Audelehi.
El Guadalmedina, torrente impetuoso y en ocasiones devasta-
dor, riachuelo en la primavera, arenal en otoño y verano, daba
con sus corrientes superficiales guiadas por acequias, y con las
subterráneas^ extraidas por medio de norias, verdor y lozanía á
las huertas de sus riberas, en las que los Repartimientos mencio-
nan un lugarejo con su mezquita, y varios molinos. Aunque el
lecho del Guadalmedina estaba bastante más profundo que hoy,
puede probarse con el Idrisi que era en el siglo XII un torren-
te, lo
466 Málaga Musulmana.
te, lo mismo que en la actualidad, pues según dice éste autor^
hay en Málaga un torrente^ cuyas aguas corren en primavera é invier-
no y está seco el resto del año (i).
Los barrios de la Trinidad y del Perchel, contenían visto-
sas huertas; huertas habia á la orilla izquierda del rio, entre las
puertas de Granada y Antequera; huertas entre las puertas del
Mar, cuyo primer poseedor cristiano fué Toribio de la Vega, co-
cinero de los Reyes Católicos; huertas á espaldas de las Atara*
zanas, en el sitio donde está hoy la Aduana, dentro de la Alca-
zaba, á espaldas del Gibralfaro, á la subida del Mundo Nuevo/
en todas partes huertas; asombra el número de ellas que los re-
partidores concedieron á los primeros vecinos. Y los árboles y
plantas penetraban en la ciudad, en las plazas, en las calles, en
las casas, muchas de las cuales tenian corrales de árboles^ coma
entonces se decía, olivos, higueras, naranjos, limoneros, cipre-
ses, granados, palmeras y parrales, á cuya sombra se recre;^haQ
los voluptuosos muslimes; árboles cuyo follaje aparecía éntrelas
manzanas de casas, por entre las almenas del muro, y por ci-
ma de los adarves de las fortalezas.
En los vecinos montes, hoy casi escuetos y pelados, veían-
se grandes espacios de monte bajo y alto, de encinares y cas*
tañares, cuyas maderas, esmeradamente curadas, empleaban
los moros en sus construcciones, en sus muebles, en sus puertas
ensambladas, con gallardas figuras geométricas, y en sus riquísi-
mas techumbres, encanto y envidia del gusto moderno. Montes
bravos llamábanles los repartidores, que los concedieron á mu-
^^__^^^ chos
(1) Tdrísi, Geogr. pág. 244.
Parte segunda. Capítulo ii. 467
cfaosde los nuevos vecinos, para talarlos y roturar sus tierras.
Frutas que hoy se dan en nuestro suelo, hermosas á la vis-
ta, aromadas, sabrosísimas, se daban también entonces; labo-
res quis hoy constituyen nuestra riqueza, entonces también la
constituían. Aquella inmensa estencion de higuerales producía
abundante cosecha de exquisitos higoiá, que durante toda la
Edad Media se exportaron secos á puntos donde no llegan hoy,
al Egipto, á la Siria, al Irac, á la India y hasta á la China; en
los mercados orientales, como el de Bagdad, se vendían como
;:osa preciada, y á las playas malagueñas acudían por ellos naves
muslimes y cristianas.
Sus condiciones eran celebradísimas entre los sarracenos;
los higos rayies y los malagueños — íin arrayi^ tin almalaki — fue-
luu uníversalmente y durante muchos siglos celebrados por los
golosos, y hasta cantados por los poetas. De ellos decía AbuU
hachach ben Albalaui el malagueño:
— Salve Málaga y que higos crias; por ellos vienen á tí las
naves; en mi dolencia me los prohibió el médico; pero éste no
debió vedarme lo que me daba la vida.
Hablando de éstos higos, y especialmente de los vélenos,
preguntaban á un berberisco lo que le parecían, pues no se
criaban en África; él, encomendando la demostración de su
complacencia á su brutal glotonería, exclamó:
— ¿Queréis saber lo que me parecen? Pues vaciadmeun ca-
üasto por )a garganta.
Cuentan los cronistas moros que en los tiempos en que el
célebre Almanzor, ministro de los Umeyas, era un oscuro estu-
63 diant ^
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«— ^Ma a^p^^^aiw IstosiiMdiiiWiirafiftláiiidos frritfiíirroi. iliídif
borlándose- otró» . >i * . . *
^:Soy de la prcmncia de Raya, dijo el tercero, y me éáá'
tan los higos de mi país; nómbrame kádhi de Málaga, para qne
pueda hartarme de ellos.
£1 cuarto de carácter atrabiliario y violento, no pudiendo
contenerse, prorumpió diciendo:
— Miserable ambicioso, si alguna vez llegas á ser lo que tu
orgullo sueña, consiento en que me monten desnudo y untado
de miel en un asno, para que me piquen las moscas y las abe*
jas, y que me saquen á la vergüenza por las calles de Córdoba.
Y cuentan los viejos cronistas que Almanzor fué hombre de
palabra, sacando al atrabiliario á la vergüenza, tal cual deseói
regalando los vergeles al que se los había pedido, nombrando
inspector del mercado al aficionado á buñuelos, y alcalde ma-
yor
PABTm SBGOIIDA. CAPÍTULO 11 . 469
yor de Málaga á quien tanto gustaban los exquisitos higos de sn
país (i).
Eran también muy apreciadas las granadas murcies, que orí-
ginarías de Murcia se daban hermosísimas en nuestra tierra, las
almendras llamadas lauz arrayi^ y sobre todo las uvas frescas
y pasadas. En el siglo X de nuestra Era decía Razi, y más ade-
lante traducía su intérprete, ct fazen y (allí) la mijor pasa que
há en todo el mundo é la que más se mantiene. Diversas clases de
vidueño producían variedad de uvas, que Aben Batuta vio ven-
der en el mercado malagueño á bien mezquino precio.
De ellas se extraían también dos clases de vino, uno que
podía beber todo musulmán, otro que era ilícito, pero que be-
bían muy á su placer los despreocupados. Llamábase éste vino
xarab almaláki^ y gozaba de tanta fama que hallándose en tran-
ce de muerte un moro bastante escéptico, decíanle sus alle-
gados:
— Invoca en éste lance el nombre de Dios.
— }0h Dios mió! esclamó el relapso agareno; de todas las
buenas cosas que nos aguardan en el Paraíso, sólo te pido que
me concedas el xarab almaláki y el vino tierno sevillano.
Además de éstas producciones del término de Málaga ha-
bía en sus campos grandes moraledas, para la cria de gusanos
de seda; uno de los mejores elementos de riqueza de nuestra
provincia entonces y durante varios siglos, decadente después y
abandonado por desgracia hoy. También se contaban en sus
alrededores
(i) Aben Aljathib, Ihata, m. s. de Gayangos, fol. 117 v. Abdelwahid, pág. 18 y 19;
lian citado ésta curiosa anécdota, Simonet, Leyendas ár, y Dozy, Hi$t, des mus. T. 111,
pégína lil.
470 Málaga Musulmana.
I -
alrededores müUitud de colmenares en las vertientes del Guadal^
medina, entre los cuales mencionan los Repartimientos uno per-
teneciente á Mohammed Alcózcósai. Colmenares que fueron su-
mámente apreciados por los moros y por los conquistadores
cristianos, sin duda á causa de sus rendimientos, por la cera,
de que aquellos hacían mucho gasto, y por la mielparasus dul-
ees, á los que eraní sumamente aficionados; en \ó cual cierta-
mente no les llevaban ventaja los malagueños de entonces á los
de hoy.
Desde el siglo XII indicaba Idrisi la existencia ante Má-
laga de dos arrabales estensos y populosos; uno llamado Fm-
táñela íJljlxJ j^jj 6 Arrabal de la Fuentecillay el otro el de los Tm-
tantes depaja^ ^ Wl jo^j . Siglos adelante, en el XIV, otro geógra-
fo musulmán, Aben Alwardi, decía, que uno de éstos arrabales
era más numeroso en población y el otro en huertas: algun
tiempo después el célebre Aben Aljathib al comparar á Málaga
con la ciudad de Salé en África, decía, que cada uno de ellos
formaba una población completa, mayor que la africana, abun-
dando en ellos las hospederías, baños y jardines. Cuando sitia-
ron las tropas cristianas á nuestra población, según el cronista
Pulgar, tenía dos arrabales puestos en lo llano y juntos con la cibdadf
el uno que está á la parle de tierra es cercado con fuertes muros ¿ mií?
chas torres; en el otro^ que está á la parte de la mar^ había muchas
huertas e casas caídas. Otro cronista contemporáneo del antéríofi
Alonso de Falencia, indica aunque someramente la existencia- de
éstos arrabales.
Pero donde más datos he encontrado acerca de ellos és en
los
LiT. Ptmgz Y BctROCAi.MÁíAoi
I
Parte SEQUNÜA. Capítulo ii. 471
los Repartimientos j según los .cuales había un arrabal en la Fuer'»
ta de 'Granada, qué continuaba ante la de Aiiteiquera, céftidó
por muros almenados/ en cuyo recinto había casas,' hornos;
huertas, baños, mesones, y cerca de la última puerta una niez-
quita. Abrigo la certidumbre de que éste arrabal era el que Idrí?
si llamó de FoHtanelUf cuyos muros, que vio Cárter á fines del si-
glo XVIII, han ido despareciendo con las sucesivas edificaciones,
que aunque no se permitieron en los ochó primeros años dé la
reconquista, se aumentaron mucho después.
Sin duda una puerta de éste arrabal daba á lo que hoy és
•»
calle de la Victoria, y creo muy probable que fuera dicha puer-
ta la de Fontanela j delante de la cual estaba la ermita de AU
cathan, malagueño muerto en olor de santidad y enterrado en
ella«
¿Hasta donde se extendió éstearrabal? Ha sido creencia co-
mún entre cuantos hemos escrito de topografía malagueña, que
una muralla salía de la Puerta de Granada y corriéndose hacia
«1 Molinillo y la Goleta venía á dar en Puerta Nueva; buena
prueba de ello és el nombre de Postigo de Juan Boyero que lleva
una calleja cerca de éste circuito. Todos hemos dicho también
que dentro de dicho muro encerraban los moros sus ganados ó
vendían las presas de sus algaradas, y que dentro de él tam-^
bien fueron encerrados los muslimes malagueños, cuando las
desventuras de su rendición.
Cada vez sin embargo ve^igo dudando más de éste aserto,
desde que escribí mi Historia; cada vez creo más que éste sitio
«ra el menos apro|)ósito para tal destino, y que al llamarle Pul-
gar
472 MAlaoa Musulmana.
.¿ar Corral de los ganadoí y decir que estaba bajo los muros
la Alcazaba, indicó no éste sitio sino otro, designado en los:
tiguos planos con el nombre de Corral del Concejo; el cual conti-
nuó sirviendo á los primeros pobladores cristianos para enc^
rrar sus ganados. Comprendía un ancho espacio, en el que bx¡
hoy edificadas varias calles al pié de los muros de la Alcazabit
entre ésta, la muralla que desde ella bajaba á unirse con la á»-
dad y otra que se uniría con los muros del arrabal, en cuyo »
pació estuvieron las Inválidas. Me decido por ésta opinión qat
me parece la más cierta, aunque á veces habia llegado á crcet
qne el Corral de los Cautivos estuvo en el Haza de la Alcazaba,
el anchuroso espacio vacío que en ella y cerca de su ámbito
existía entonces (i).
El otro arrabal, á la margen derecha del rio, compreni
gran parte de los actuales barrios del Perchel y la Trinidat
parte de él debió tener algún muro y obras de defensa, como
la torre que aun se vé en el comedio de la calle de Mármoles,
como las de Fonseca, junto al Carmen. Las cuales, dice Medi-
na Conde y á cargo de su conciencia dejo la noticia, que fat'
ron diez y ocho. Por mi parte puedo asegurar que eran muy fuer-
tes, algunas cuadrabas y bien altas; que se llamaron así porque
junto á ellas se colocaron las estancias de D. Antonio de Foo*
seca durante el sitio; que cerca habia muchas huertas y un ca-
-___^_^__ llejon
(1) En éste arrabal obtuvieron repartí mientsE los franciscanos, que tuvieron que rs-
chazar las intrusiones ile los trinitarios; los cuales pr°t(^ii dieron fundar ante lan paerlW'
lie Granada y Antequera, y aprovechar los materiales de los muchos edificioR arruinadM
que habia en él; también los obtuvieron Diego Carreño, criado de loa Reyes Cat(}lieaa,qve
consiguió casas, huertas y un hom6 de cocer tejas, Juan de Alvendea, (;ue recibió nn huer-
to, j Juan de Proaño que consiguió un mesón y una mezquita.
on que se llamó Callejón de las Almenas, sin duda por lafor-
.cacion que á él caía. Próximo á ellas se repartieron tierras
á Cristóbal de Berlanga, contador de las tropas de Juan de Mer-
, Jo, á quien estimaban mucho los reyes por sus grandes servicios.
Mencionan los Repartimientos, á lo que sospecho, éste arra-
bal llamándole el de la Puente, indicando que había en él unas
ferrerias, y que entre el puente antiguo y lo que después fué
Puerta Nueva existió una puentecilla, que hubo también des-
pués de la Reconquista, como hoy un poco más allá, dando nom-
bre á la calle de la Puente.
Ante la Puerta del Mar habia un arenal, á donde salieron los
ginetes malagueños á hacer gala de su destreza ante las galeras
1^ que mandaba D. Pedro Niño, cual ya dije, y en el que se con-
Kcedieron heredamientos, hacia lo que hoy és Circulo mercantil,
^nl bravo marino Garci López Je Arriarán (i) que ediñcó en él
„^_^_^__ unas
(1) llasU ahora cuantos nos liuinos ocupado He historia malagueña colocábamos en
¿ale arenal una isla; indújonos á lal error el nombre de Isla de Arriarán, que de anti-
guo &e dAbft al terreno repartido a éste marino; ésto en ¡irimer lugar, dcsjiues un teito de
4inescrÍlor romano, Rufo Fesla Avi«no. quien detcríbiendo la marina mediterránea, al tra-
tar de Halaga parecía claramente decir— De Ora maritimu t, 423 á 437— que frente á
«lia habia una isla, conEagrada á la Luna; isla cuya existencia admitieron Isaac Vosio—
Nota* á Meta, lib. II, cap. 6— Cortés y López — Dice, geogr. — y cuya consat^racion parecía
i-oncordar con el rulto que en nueali'a ciudad se dio á una divinidad, símbolo de aiiuol as-
Despuea de escrita mi ¡lUloi-iii, hace años, mientras preparaba la presente obra, co-
en ningún docunienlo hallaba memoria ni rastro de tal isla, aunque Pulgai- decia que
lar batía en Alarawnas y aun In rodeaba al Levante, como el P. Floree, autoridad para
m de singular estimación y respeto, sostenía que no liabia existido, em(iec:¿ í dudaí' du
Jo que aquellos autores indicaban. Habiéndome dicho después el malogra<lo viogero en Ma-
mieooa D.José M. du Murga en cierta ocasión, visitando conmigo el perímetro de los anti-
muros, al oírme exponer mis dudas, que tuviera en cuenta que sus paisanos los ii/-
llamabau iníoí á las manmnas de casas, y que en Málaga habían poblado muchas
linos, no habiendo encontrado nada <iue sobre iele parliculai pudii^ia advertirme lo
los Repartimigntoa, comencé á considerarlo como una futura rectiñcacion.
'terminación en la que vino i conllrniarme Ib indicación contenida en el interesanlísímo '
del Sr. Lncerda — Planos comparativo» de la ciudad de Halaga — donde indica que
antiguos planos de nuestra ciudad se llamaban islas, cual Hurgk decís, á los manzana»
474 ' Málaga Musulmana.
linas casas, aprovechando restos de otras morunas. Casas don*
de existieron multitud de figones, asilo y centro de toda ¡agen-
te brava y maleante malagueña, eii los tiempos en que pasó por
nuestra ciudad el gran Cervantes, y en los de Ovando, que de-
cía de ellas en su estilo raro y. enrevesado:
De Riarán la Isla por famosa
En la Puerta del Mar tiende su rancho,
De Baco con bayucas espaciosa
La razón sabe hacer á todo gancho;
Nada és en comidas mt^lindrosa,
Pues le viene el comer culebras ancho;
Solo admira entre tantas inquietudes
Siempre música tenga de laudes.
Después de éste arenal se iba estrechando la marina hasta
formar una angosta lengua de arena y peñas, que se hacía cuasi
impracticable á la entrada del actual camino de Vélez.
A la subida del cerro donde se levantó la Alcazaba, por la
parte de tierra, á orillas de la cañada que hacian las aguas hi-
bernales, desprendidas de las próximas alturas, para dirigirse al
mar, habia por los tiempos de la Reconquista un conjunto de
muros y torreones, al cual bajaba á unirse el adarve de aquella
fortaleza, con el que también se juntaba el del arrabal de Fon-
tanela, y desde el que partían las murallas de la ciudad.
Lugar por estremo fuerte lo consideraron cuantos llegaron á
verle; hoy és completamente imposible describir su disposición,
pues hasta sus restos han desaparecido, y los planos más antiguos
apenas
de casas: determinación en la que también me confirmó la admirable interpretación del
ieito de Avieno hecha por mi ilustre amigo D. Aureliano Fernandez Guerra, quien ha de*
mostrado que aquel geógrafo se refería á Menace y no á Málaga, y que la isla del autor ro-
mano era el Peñón de S. Cristóbal en Almuñécar. Con lo cual rectifico también la notida
contenida en mi Narración^ pág. 10, nota, donde Menace se concertará con Almuñécar.
Partb segunda. Capítulo ii. 475
apenas noa dan idea ,de su estado. En él había una torre, que £
la manera de la. del Príncipe ó de las Infantas en la Alhambra^
tenfa aposentos adecuados para alojar sultanes dentro de sus
muros, tan admirablemente fabricados, que aunque poderosas
lombardas dispararon contra ellos durante el asedio para derro-
carlos, nunca pudieron conseguirlo. Un cronista coetáneo (i) ce-
lebra éstos aposentos, á donde iban á parar los reyes granadi-
nos cuando visitaban á Málaga, gozando en su recinto y en los
huertos, que próximos tenian, todos los deleites de la vida mo-
ra, resguardándose al mismo tiempo en ellos de alguna asona-
da popular, de infames deslealtades ó de cualquier conjuración,
de aquellas muchas que tan dramático realce dieron á la histo*
ría de la dinastía granadina. Esta mansión y torres, asaltadas
durante el asedio, perdidas, recobradas tras encarnizadas bata-
llas, voladas durante ellas con barrenos, incendiadas, cañone-
adas, desaparecieron sin duda desde que los cristianos se pose-
sionaron de Málaga.
En éste sitio, en las casas fronteras á lo que fué Iglesia y Hos-
pital de Santa Ana en la Plaza de la Merced, és decir hacia
la rinconada que hoy forma la de los números 2, 4 y 6, estu-
vo la Puerta de Granada iLb^ v^b bib Garnatha^ como quizá di-
ffan los moros. Paréceme que se llamó también á ésta puerta
bib
(i) Ak>ii80 de Falencia en su Narratio belli, dice que en los primeros momentos del
cerco los moros salían al arrabal, disparaban sobre los sitiadores sus armas y se refugiaban
en ciertí mansión fortificada cercana á los muros y entre huertos, preparada para cuando
el rey moro viniera á Málaga, y añade quam ob rem ad Ulatn amcenitatem posidendum
édicatiorique voluptatem pro libídines tutius consequendas reges ereoceranty operce praa-
wmmite iurris aliis iurribus contiguis prceminentem in modum arcis^ etc.
64
476 Málaga Musulmana.
^.j^JU) v^Lj bib Almalaabf Puerta del Teatro ^ probablemente por
los restos del anfiteatro romano que cerca de ella se verían en-
tonces, hoy completamente soterrados. Cuentan los que la vie-
ron que sobre su arco de ingreso había esculpidas cinco llaves,
las cuales, según Morejon, simbolizaban las cinco puertas que
decía tuvo Málaga durante la dominación sarracena, y según
otros espresaban los cinco preceptos fundamentales del maho-
metismo, ó sean la proclamación de la unidad de Dios^ la azota ú
oración, la limosna^ él ayuno del Ramadhan ó cuaresma musulma-
na, y la hicha ó peregrinación á la Meca.
Es muy posible que ésta puerta se abriera en una torre, co-
mo cuasi todas las sarracenas, y al decir algunos autores que
tenía tres arcos, puede sostenerse, ó bien que los presentara de
frente, ó que después de el de ingreso hubiera otro sosteniendo
la bóveda, y que después tuviera el tercero como salida al ca-
mino de ronda y calle de Granada, cual se observaba en la
Puerta de Buenaventura.
Tapióse ésta puerta años adelante, cuando el vecindario
cristiano tuvo que sufrir inundaciones y perjuicios por las co-
rrientes de calle de la Victoria y en su lugar se edificó otra, hoy
destruida, que ocupaba parte del solar de la casa número 2, 4 y
6 de la Plaza de la Merced. Su entrada no se presentaba de
frente á la calle de Granada, sino de frente á la acera derecha de
la misma según se sube, es decir de frente á la parroquia de San-
tiago; ante ella se hacía una estensa plazuela y otra detrás más
pequeña.
Desde la Puerta de Granada seguía el muro por lo que hoy
és Plaza
Parte segunda. Capítulo ii. 477
és Plaza de la Merced y acera izquierda de calle de Alamos,
bajando hacia Carretería, en algunas de cuyas casas se conser-
van, y aun en éstos momentos se están derribando á la entra-
da de calle de Aventureros, algún que otro torreón y trozos de
muros. Siguiendo ésta dirección venía á dar frontero á la calle
de Maríblanca en la Puerta de Buenaventura, así llamada por
los cristianos, por la imagen de éste santo, que con la de la Vir-
gen de los Angeles pusieron en ella; ignórase su nombre árabe y
ha sido derribada hace poco.
Estuvo tapiada durante las luchas de moros y cristianos;
abriéronla después éstos, y és la única puerta mora que había
llegado á nuestros dias, aunque bien maltratada. Era de arco
de herradura, inscrito dentro de un cuadrado, que los moros lla-
maban arrabdf con un aposento levantado sobré su bóveda; si tu-
vo algunos adornos en su fachada perdiólos con el tiempo. Des-
pués del de ingreso tenía otro arco, que sostenía una pequeña
bóveda esférica, y tras él otro que daba salida á la Plazuela del
Teatro, cuya pendiente, si estaba entonces cual hoy, debió te-
ner ya el enorme relleno que la constituye.
Desde ella la muralla inclinándose hacia la izquierda, for-
maba un ángulo saliente hacia la Plazuela de S. Pedro Alcán-
tara, y bajaba por la acera de éste lado de Carretería, hacia cu-
yo comedio, más allá de S. Julián, formaba otro ángulo hasta
engarzar con la Puerta de Antequera, situada en la calleja que
aun lleva su nombre.
Este pudieron dársele los cristianos tomándolo quizá del
árabe 'ijJaj] v^b bib Antekaira ó Antekira^ que decían los venci-
dos.
478 Málaga Müsulmaka.
dos. Puede ser que también se haya llamado en algún tíempo
Puerta de Almojia, ó de Almexia. Así nombraban en sus relacio-
nes los cautívoSi cuya milagrosa liberación celebraba en el siglo
XIII Pero Marín, monge en S. Millan de la CogoUa ya citado
en mi Narración^ á una de las puertas de Málaga, la cual puede
referirse á ésta de Antequera, pues el camino que se encontra-
ba, después de atravesar el arrabal que ante ella había, se lla-
mó en aquellos tiempos camino de Almogia, el mismo que hoy
se nombra de Antequera.
Ninguna noticia he encontrado que me permita describirla;
solo sé que se derribó en 1785, para dar mayor ensanche á la
Plazuela del Convento de las Catalinas.
La muralla á continuación de ella seguía recta á Puerta
Nueva — abierta en 1494 — donde debió haber alguna fortifica-
ción importante, á la cual se unía también el muro almenado del
arrabal. En éste sitio el adarve, formando un ángulo reentrante
á la izquierda, y á corto trecho otro poco acentuado y saliente á
la derecha, continuaba por la acera izquierda del Pasillo de
Santa Isabel, hasta encontrarse con la torre que daba salida á
un puente, el cual estuvo donde el actual de Santo Domingo.
Este puente era de cuatro arcos y de piedra, atribuyendo m
construcción las tradiciones populares á la munificencia de un
opulento moro; desapareció en la terrible inundación del Jue-
ves 22 de Setiembre de 1661. Debía presentar un vistoso as-
pecto, pues se entraba en él, viniendo del campo, por una torre^
sobre la cual al tiempo de la Reconquista había una inscrip-
ción, pero tan gastada que fué imposible leerla. Llamósela del
CasUUar
Parte segunda. Capítulo ii. 479
Castellar^ del titulo de una ilustre familia. Entrando por ella^
'después de atravesar el puente, había que penetrar por otra
torre para entrar en la ciudad; á la cual se llamaba del Rastri-
JlOf por el que defendía su entrada. Ambas torres eran muy fuer-
tes y abovedadas; puede ser que los moros llamaran á una ú
otra de sus puertas 'ijLji\y^[j bib Alkántara^ Puerta del Puente^
^omo sucedía en muchas poblaciones musulmanas. Ovando di-
ce respecto de éste antiguo puente al hablar del Guadalmedi-
na (i):
Antigua puente aquí le ofrece anteojos,
Porque aclaren la vista sus raudales,
I Que furiosos se vienen á los ojos.
Donde un fuerte que bañan sus cristales
Es militar memoria á los despojos.
Que dejaron por timbre en sus anales
Del Castellar los ascendientes bravos,
De tantas lides militares Cabos.
En éste lugar torcía el muro á la izquierda, pasaba un corto
iCSpacio por la acera de éste lado de la calle de Santo Domingo,
uníase con Atarazanas, rodeábala, y llegaba cerca de la actual
^salida de calle de San Juan, hacia lo que hoy és calle de la
Herrería del Rey, á la Puerta del Mar, que si el mismo nom-
bre tuvo entre los sarracenos debió llamarse j^^^ ^^^ bib Albahty
/tuyo arco tapiado alcanzó á ver Medina Conde, quien le men-
ciona sin damos de él ninguna noticia.
El muro seguía recto, pasaba por delante de la calle de Za-
pateros, por la actual Puerta del Mar, continuaba por la ace-
ra izquierda de la calle de Pescadores, donde aun se conserva
• un torreón,
(1) Gaceta nueea de las su4:e80s polilicos y militares de la mayor parte de Europa
hasta fin de Set. de 1661— Fr. Juan del Prado y Ugartc, Descripción de la inundación
dü Guadalmedina en 1621.
48.0 Málaga Musulmana.
un torreón I y se unía á la Puerta de Espartería^ que estaba al
comienzo de la calle de éste nombre. Seguía después hasta el
esquinazo del muelle y puerta, quizá mora, de Siete Arcos, por
que daba entrada á un callejón, en que los había.
Probablemente unido con el Castil de Ginoveses^ pasaba el
muro, continuando después por la Cortina del Muelle, forman-
do un ángulo reentrante muy pronunciado hacia la izquierda^
hasta engarzar con un torreón del primer recinto murado que
ceñía la Alcazaba.
En los repartimientos asegura Medina Conde que se cita la
puerta de Valguazar ó Valguatar; en la relación de Pero Marín
se nombra la de la Azagaya^ que se ignora á cual de las anti-
guas correspondía.
La muralla, en los sitios que aun se descubre, muestra di-
versas alturas y espesores, según la disposición del terreno y
también según las exigencias de la defensa; su altura no puede
determinarse bien, por los rellenos formados en sus arranques.
Su construcción también és muy varía; parte de ella la más es-
casa, especialmente muchas torres, son de cajones de hormigón^
la mayor parte de cajones de tierra y piedra menuda bastante
bien apisonada y endurecida; á veces se ven en ella refuerzos
de ladríllos provenientes de obras crístianas.
Cuando las armas de la Reconquista no amenazaban llegar
á ella, hubo ocasiones en que estuvo sumamente descuidada por
la parte de tierra, hasta el punto de que en su circuito había
portillos, que favorecieron durante el siglo XIII la fuga de los
cautivos cristianos. En los prímeros tiempos de la Reconquista
estuvo
s
Parte segunda. Capítulo ii. 481
estuvo por todo extremo atendidaí dedicándose á su reparación
el importe de las multas que se imponían á los vecinos. Aun
se conserva en los Repartimientos la memoria de un Gonzalo
Calero, que por haber durante algunos años mostrado sumo in-
terés en la preparación de las cales, que en ella se emplearon,
obtuvo muy buenas propiedades.
El muro estaba almenado, y de trecho en trecho, bastante
corto, lo defendían torres cuadradas y á veces semicircula-
res» á la mayor parte de las cuales se entraba por lo alto del
adarve, de cuya altura no se elevaban mucho. Eran éstas tor-
res de piedra, de hormigón y aun de ladrillo, si és que éste no
fué adherencia más moderna; cuasi todas estaban macizadas
con barro y piedras, algunas tenían aposentos en la parte supe-
rior y macizada la parte baja: creo que estarían almenadas y
que debían ser muy fuertes aquellas en que se abrían las puer-
tas, las de los ángulos en que el muro cambiaba de dirección ó
las de los puntos más expuestos á riesgos. Desde la Puerta de
Buenaventura á Puerta Nueva he contado marcadas en los pla-
nos diez y nueve, de la de Siete Arcos á la Alcazaba ocho; nú-
mero que no doy por exacto, especialmente el segundo, pues no
tengo absoluta seguridad de ello.
Ante la muralla hubo en algunas partes, no sé si en todo el
circuito, otra mas baja ó falsa braga. Desde la Puerta de Gra-
nada á la del Puente la defendía un foso bastante ancho y con
Qna considerable pendiente hacia la Plazuela de S. Pedro Al-
cántara. A sus espaldas, del muro á las casas, había un espacio
libre que se llamaba camino de ronda^ el cual se conserva toda-
vía
48a Málaga Musulmán a«
vía en el trayecto de algunas modernas calles; las nombradas
Muros de S. Julián, de la? Catalinas, de Puerta Nueva, y do
Espartería, fueron el antiguo camino de ronda^ por donde transí»
taban las tropas sin estorbo (i).
Descritas las murallas que circundaban la población, índi*r
cados su foso y sus torres, enumeradas sus puertas, penetre**
mos por éstas al interior. Fuera, Málaga presentaba igual aspec-
to que todas las poblaciones de Oriente; aspecto fantástico y
bello: el caserío, ceñido por la parda cintura de los muros alme«
nados y torreados; alzándose sobre sus azoteas las torres de aU
gunas casas y los minaretes de las mezquitas, entre los cuales se
marcaba el oscuro follaje de líuertas y jardines; la Alcazaba y el
Gibralíaro irguiendo sobre la ciudad sus adarves y torreones^
Todo ésto encerrado, de un lado por los pintorescos arrabales, de
otro por las olas del mar, y tierra adentro por los dilatados ho<-
rizontes de nuestra Vega ó por montes encumbrados. Este cua«
dro debía inspirar agradables impresiones, que se reflejan en los
relatos de los que se recrearon en su contemplación; impresio-
nes que inspiraron el estro de algunos poetas. Uno de ellos Aben
Said,
(i) Ninguno de los autores que en el siglo pasado describieron á Málaga nos ha dada
satisfactorias indicaciones acerca de su situación en la época sarracena. Morejon, hombre
de conciencia, aunque de escasa critica, dá algunas preciosas noticias, pero muy cortas;,
según él Málaga tenía cinco puertas en tiempo de nioros: las de Espartería, Santo Domin-
go, Antequera, Buenaventura y Granada; creo que debió tener algunas más, pues la anti-
gua del Mar puede probarse por los Repartimientos que era moruna, y por ciertas indica-
ciones inferirse, aunque no con tanta seguridad, que también lo era la de Siete Arcos. Es-
casas son las noticias que nos dá Ovando en su Descripción poéticay para resolver ésta 7
otras dudas. Mas de quien debíamos obtenerlas completas és de Medina Conde, en cayo
tiempo fácil le hubiera sido trazar un cuadro cuasi completo de Málaga musulmana; por
desgracia está tan embrollada su descripción y tan confusa, que á cuantos hemos buscada
en él los datos que pudo ofrecernos, no nos ha dejado más recurso que deplorar su (al-
ta de método y orden.
Parte segunda. Capítulo ii. 483
■
Said, recordando desde Egipto las ciudades andaluzas, rami-
lletes de rosas y azahar, tesoros de piedras preciosas encerrados
en copa de plata, cual decía otro poeta, exclamaba:
A Málaga tampoco mi corazón olvida,
No apaga en mi su ausencia la llama del amor,
¿Donde están tus almenas !oh Málaga querida!
Tus torres, azoteas y excelso mirador?
Alli la copa llena de vino generoso
Hacia los puros astros mil veces elevé,
Y en la enramada verde, del céfiro amoroso
Sobre mi frente el plácido susurrar escuché.
Las ramas agitaba con un leve ruido,
Y doblándolas ora ó elevándolas yá.
Prevenir parecía el seguro descuido
Y advertimos si alguien nos venía á espiar, (i).
Al interior, como también sucede en las ciudades de Orien-
te, se desvanecería el encanto, para los que lo anteponen todo á
las exigencias de la vida moderna, mientras que por el contra-
rio se aumentaría para un artista, para un poeta. Calles angos-
tas, revueltas, muchas veces tortuosas, cortadas á trechos por
arcos, que en los diversos barrios se cerraban por la noche con
cadenas ó compuertas; multitud de callejones sin salida; case-
río desigual en construcción, alineación y altura, comunicándo-
se á veces por cobertizos sobre la calle; muchas celosías, pocas
ventanas, la mayor parte estrechas, saeteras más que ventanas;
las casas principales, fortalezas más bien que casas; mezquitas
en muchas calles y plazuelas; posadas para los viageros; baños
para el aseo, la conversación ó la intriga; hornos donde cocer el.
pan; una alcaicería donde traficar; una mezquita mayor donde
orar y aprender; cerca del mar la aduana y toda la animación
que
(i) Schaek, Poesía y arte de los ár. en Sic, y Esp. T. I., pág. i9'2.
65
484 Málaga Musulmana.
que puede prestar el comercio á un pueblo musulmán: las tien-
das, bajas, estrechas, oscuras, como nichos, donde se despacha-
ban frecuentemente ricas mercaderías, brocados, tisúes, sargas,
orfebrería, armas, arneses, porcelanas y vidrios.
Y tras de aquellas paredes escuetas, mudas y sombrías, exis-
tían á veces moradas deliciosas, centro de todos los placeres, del
sosiego y del reposo bajo la sombra de las parras, al monótono y
soñoliento rumor de las norias, oyendo el raudal de agua saca-
do por éstas caer, refrescando el ambiente, en la anchurosa al-
berca, viendo reflejarse en la superficie de ésta 6 recortarse en-
tre el follage de los árboles, entre las rojas flores de los grana-
dos, las delicadas tracerías del arco sarraceno.
Cuadro digno de la Edad Media, impregnado de romanti-
cismo y de poesía en las costumbres, hechos y sentimientos; que
si nos aparece tan hermoso, también tenía detalles repugnan-
tes, sombrías tristezas y desgarradores sufrimientos. Mucha
misería popular, aunque la mitigara los recursos de nuestra
fértil tierra; gran depravación en las costumbres; el judío, per-
diendo entre el desprecio y la crueldad general la dignidad hu-
mana; el lazarino, el leproso, abandonado, aborrecido, ahuyen-
tado á los extremos de la población; inmundos muladares en
éstos. Y allá, en el fondo de las suntuosas moradas, durante las
postrimerías del islamismo hispano, el terror á las armas cris*
tianas, la incertidumbre del porvenir, el pesar de la rica heredad
incendiada, de la fusta cargada de mercaderías apresada, de
amigos, deudos ó hijos cautivos, arrojarían sombra de duelo y
lágrimas sobre los encantos de la voluptuosa vida mora.
Todavía
Parte segunda. Capítulo ii. 485
Todavía se conserva en muchas de nuestras calles el traza-
do de las antiguas musulmanas: la vía principal que atravesaba
de Levante á Poniente, desde la Alcazaba á lo que entonces era
el baluarte, donde después se abrió Puerta Nueva, formando co-
mo hoy tres diversas calles; las que se unian con ella bajando de
la parte Norte y las que de ella salían en dirección al mar; la
plaza principal ó sea la de la Cuatro Calles^ como la llamaron los
cristianos conquistadores, á la que concurrían las arterias prin-
cipales.
Todavía se conservan en el Toril, en Siete Revueltas, junto
.á Santiago, en otras muchas partes las callejuelas revueltas, tor-
tuosas, estrechas, y las callejas sin salida moras; de muchas otras
DO nos queda memoria, y de algunas que se conserva no puedo
indicar su trazado, pues ó bien se destruyeron en los primeros
tiempos de la conquista, en el que hubo muchos derribos y edi-
ficaciones, ó bien después, derruidas para construir la Catedral^
los conventos, los hospitales, las casas particulares, ó engloba-
das en algunos de éstos edificios, como la que había en él des-
truido convento de Santa Clara, como la que aun puede verse
dentro de la casa de Villalcázar en la calle de S. Agustín (i).
Los nombres que dieron los conquistadores á algunas calles
moras
(i) En los libros de Repartimientos^ T. III del Archivo, que debe ser I, folio 22 v. al
S4 ▼., se encuentra una relación de las antiguas calles de Málaga coetánea de la conquis-
ta, pues se copió entre dos documentos de 17 de Noviembre y 4 de Diciembre de 1488. La
publico por lo curiosa y como comprobante del texto en ésta nota, tal cual se halla escrita^
con su especial ortografía, variando ésta solo cuando lo exija la claridad en el texto; á la
vei que he procurado concordar las calles antiguas con las modernas he reunido en rada
nna de ellas, á costa de sumo trabajo, las noticias que sobre mezquitas, hornos y edilicios
notables hallé esparcidas en los Repartimientos. Dice ésta relación, hasta ahora no publi-
cada, lo siguiente:
Los limites de las calles de Málaga é los nombres de ellas:
486 Málaga Musulmana.
moras y su correspondencia con las modernas son los siguientes:
De Mercaderes^ así se llamó la actual de Santa María; en ella
se encontraba un arco que daba entrada á la Morería.
De Abades^ formaba parte del actual Postigo de los Abades,
pues se estendía por cima de la Mezquita Mayor ^ hasta cerca de
la Aduana.
Del Alcázar^ corresponde á la calle del Cistér, cerca de la
cual hubo una mezquita; la Alcazaba se conoció con éste nom*
bre y también se denominó á raiz de la Reconquista el Alcázar é
De Caballeros^ que és la de S. Agustin: en ella había una casa
con un huerto, que perteneció al moro el Saler, de la cual se con-
servan, según creo, restos de algunas bóvedas y algo de la anti-
gua disposición en la hermosa casa de los condes de Villalcázar:
hubo también en la misma calle un horno y una alhóndiga, casa^
como decía Covarrubias, diputada para que los forasteros que vie-
nen de la comarca á vender trigo á la ciudad lo metan allí.
De Doncellas^ entiendo que ésta fué la callejuela de S. José.
Real^ la cual se nombró también del Rey y Principal; se co-
noció
De Mercaderes.— Lsí calle que comienza desde una escuela que bezan mozos — escue-
la de primeras letras— 'X leer, que és encima de la Iglesia Mayor, como va i dar en la Plaxa
de las quatro calles, cal de Mercaderes,
De Abadcs.^V, la otra calle que desde el dicho limite vá por encima de la dicha Igle-
4»ia Mayor hasta la puerta de la Aduana, cal de Abades.
Del Alcázar.— E la otra calle que se aparta por la puerta de la dicha escuela arriba
hasta la plaza del pozo junto á la fortaleza, la calle de/ Alcázar.
De Caualleros. — E la otra calle que se aparta por casa del comendador mayor pata
yr á la puerta de Granada hasta la calle principal, cal de Caualleros.
Dt* DoHzellas.—E otra calle que se a^^arta desta de suso, por entre las casas del co-
mendador mayor e un alhóndiga, hasta dar en la dicha calle principal, cal de Donzellat.
Calle Real,— Des la dicha puerta de Clonada hasta la dicha plaza de las quatro ca-
lles, la calle Real,
Otra calle que se ajtarta de ésta la primera entrando |>or la puerta á la mano derecha,
la cal de
Parte segunda. Capítulo ii. 487
noció además desde 1497 con su actual denominación de calle
de Granada; hubo en su trayecto unos hornos y una mezquita,
que probablemente formó parte de la parroquial de Santiago; á
ella caía la Morería^ parte de la cual daba frente á la entrada de
calle de Beatas.
De las Beatas^ tuvo desde la Reconquista éste nombre; en ella
existieron una mezquita, varios hornos y una plazuela, á más de
una casa muy hermosa, que poseyó un opulento moro llamado
Aben Manzor, en la que había jardines, una noria y un baño, ca-
sa que quizá estuvo en el destruido convento de la Encarnación
ó en la casa frontera á éste número 24, propiedad hoy de D. Ber-
nabé Dávila.
De CantarranaSy hoy el Cañuelo de S. Bernardo; en ella hu-
bo una plazuela.
Del OterOf la actual de Tomás de Cózar hasta el muro; tenía
salida á calle de Granada, pero al indicar éste trozo de calle de-
jaron en blanco en los Repartimientos el nombre con que se la co-
nocía.
Salada^ estuvo en las actuales de Calderería y Casapalma;
en ella hubo un gran edificio compuesto de varios cuerpos de
casas, con altos ricos, dicen en su desesperante brevedad los Re-
partimientos, sin duda por tener los pisos superiores lujosamente
adornados
De loit Beatas. ^Oiva calle que se aparta dcsta Real como entra de la dicha puerta
de Granada á la mano derecha, calle de las Beatas,
De Cantarranas,—OinL calle que se aparta desta de las Beatas á la mano izquierda
4iue Tá á dar á la Real, calle de Cantarranas,
Del Otero, — Otra calle que se aparta de la de las Beatas á mano derecha hasta el
adarve, la calle del Otei^o.
Calle Salada.-'OínL C3\\e que se aparta en la dicha calle Real en derecho de los cal-
dereros hasta cal de Beatas, la calle Salada.
488 Málaga Musulmana.
adornados á la morisca: era éste edificio de tanta importancia
que no sólo tenía su huerta sembrada de árboles frutales, sino
además una mezquita; perteneció al moro el Cortor y estaría
hacia los baños de Ortiz. Diéronse éstas casas á D. Sancho de
Cabra, maestre sala de los Reyes Católicos. Cerca obtuvo otras
Fernando de Uncibay que dio su apellido á la plazuela que hoy
le lleva; Uncibay fué servidor del tesorero real Ruy López de
Toledo, y habiendo perdido en el mar una fusta suya en servicio
de los reyes se le concedieron ricos heredamientos en Málaga
y en Vezmiliana.
De las Doce Revueltas^ hacia el comedio de calle Salada, sin
duda á la entrada de la calle del Capitán, había un arco de in-
greso por el que se entraba á una serie de callejuelas, en las
que se comprenderían probablemente calle de la Gloría, Lez-
cano y otras que llegaban hasta el muro.
De Labradores, pudo ser muy bien la calle del Ángel, conti-
nuándose en las de Lezcano y Mosquera; pero me inclino más
á creer que és la de Santa Lucía continuada en la de Andrés
Pérez; en ella hubo un horno.
De Adalides, puede ser muy bien la de S. Telmo, aunque en
antiguos planos aparece interceptada.
Del Paraíso, creo que és la de los Mártires.
De
XII Revueltas,— Des un arco desla calle, en que hay ciertas callejuelas, hasta el adir-
ue de un caho e de otro al circuyto, de las doze Revueltas.
De Labradores, — Otra calle que se aparta de la Real adelante de la cal Salada hasta
la plaza, á la mano derecha, que vá á dar al muro, calle de Labradores.
De Adalides, — Otra calle que se aparta desta de Labradores á la mano izquierda, que
▼á á dar á un pozo do labra un herrador, calle de Adalides.
De Paraíso, —E&\sl otra que se aparta de la dicha calle de Labradores en la dicha
Jiazera, la calla de Paraiso,
Parte segunda. Capítulo ii. 489
De Pozos Dulces^ desde la de Andrés Pérez á la actual de la
Compañía; cerca de éste sitio tenían los moros una huerta y en-
frente de ésta calle existió una hermosa casa de un moro llama-
do Cabecira) cerca hubo también un sitio nombrado los Agime-
ceSf sin duda por los que en ellos habría.
De las Guardas^ hoy de la Compañía, por la casa que á su
entrada tuvo la Compañía de Jesús; llamóse también de San
Sebastian; en ella había un pozo, un horno y varios telares de
sedería moros.
De la Pontecilla^ dudo cual sea, si la de Salvago ó la del Hor-
no, prolongándose ésta por la calle de Sabanillas.
De la Mar^ creo que fué calle de S. Juan, salía á la Puerta
del Mar, desde una calle que se comenzó á derribar en los pri-
meros tiempos de la Reconquista, la cual pudo ser calle de
Santos.
De la Parra^ que quizá sea la de Cintería y Almacenes; en
ella había una mezquita.
Zapatería^ és la que todavía conserva su nombre en la de
Zapateros, iba por la derecha hasta el muro, continuando sin
duda
Pozos i>u2res.— Otra calle que vá á dar á los Pozos Dulces, calle de los Pozos Dul-
De las Gruardos.— La calle que se aparta de la Plaza de las quatro calles en derecho
4le cal de Mercaderes hasta el adame, cal de leu (ruardas.
De la Pontezüla.^OirB. calle <[ue se aparta desta á la mano yzquierda, como vá de
la plaza que pasa por la pontezilla, hasta el esquina de la primera calle que se derribó, la
^le de la Pontezilla.
Cal de la Mar. — Desde el cabo de la dicha calle cpie se comenzó á derribar hasta la
plaia de la puerta de la mar, ccU de la Mar
De la P<i>Ta.— Otra calle que se aparta de«ita á la mano yzquierda hasta la esquina
4I0 una casa derribada cerca de Vallester, la cal de la Parra,
Zapatería. — Otra calle que se aparta de la mano yzquierda do la plaza de la mar has-
ta los espezieros, la Zapatería, e asi mismo desde la dicha plaza á mano derecha hasta et
adame asi mismo.
4^. MAlaoa ^'
duda {mrl«qiift6i hoy calle de Saoto DondlDgeS' «IfóifS^fkVbfó
nn baño, dd coal trataré dentro de poco, que tenía delante una
plagwlat y cetcaaaa casa cotí fatt jttrdtb; ^tfbdtftatf y^M HW*ii
Dt los Barrios, conatítufanla v&rias oaH«|a« y cé«íi«aiililli^ .
lo que parece en la calle del Marqués; había en éstos lugares mu-
chas casas caídas y vna mezquita, quizá en la callejuela toda-
vía llamada de la Mezqaitilla.
Bsp€CfíÍát, situada bien lejos de la moderna calle de Espece-
ría; calculo que corresponde á la de Casas Quemadas y llegaba
favtft uña encrucijada, que aunque con fijeza no puedo asegurar
donde -estuvo, creo que se hallaba junto á lo que és Conventico.
.De los Ramos, la. actual de Espartería, cerca de la cual ha-
bía uDSí meequita. '
Ds Carpinteros, no sé donde estuvo, ó si existe hoy, solo pue-
do inferir que estaba cerca del Conventico; en ella había tela-
res de seda y una plazuela; á ella daba el arco de ingreso de la
Alcaicería.
De Placentines, fué calle de Salinas.
De Gallegos, és posible que sea la de S. Juan de los Reyes.
De
De los Bari-ios. ^Olra calle que se aparta de la de la Har en derecho de la de ta P»-
rra á la mano derecha do posa Rodrigo de Alcázar con otras calles j barrios bula d
adarue con lo que vá ú dar a las cortidurías e sus barrios, los barrio».
Espezeria. — Otm calle que comienza al cabn de la Zapatería, la calle de la Eipeteria,
hasta la encrucijada.
Cal de jos üainos.— La postrimera calle que se aparta de la plaza de la mar por rara
del adarue hasta un pozo que está en la dicha calle, ad de lo» /lomos.
De Car;nn((n-os.— Dcsdet esquina donde acabó la cal de la Parra hasta la puerta de
laAlcaycería, caí de Carpinteros.
De Plaieníin es.— Desde la encrucijada de Especería arriba la calle de en derecho hu-
ta la Iglesia Mayor, cal de Plazentines.
De Gallegos. — Otra calle que se aparta del cabo de la de la Parra á Is mano iiqcia^
da por casa de Vallester basta dar en la puerta de la casa de la marquesa, cal de Gaüegot.
Parte segunda. Capítulo ii. 491
De Francos^ ¿sería ésta calle la de Camas? Dudo mucho de su
dirección.
De Curtidores^ ignoro su situación; á ella salía una albón-
diga.
Angosta^ ignoro también su situación, pero sospecho que
sean ésta y la anterior Siete Revueltas ó el Toril.
De la Plaza^ salía á la actual de Santa María.
Del Granado^ és calle Fresca.
Del Naranjo^ que quizá fuera la de S. Juan de Dios y la del
Desengaño; siguiéndola desde la Mezquita Mayor se daba en la
Alcaicería; hubo en ella una mezquita que se derribó en 1489
y una casa principal con su huerto y noria.
Del Ciprés^ no sé con cual calle pueda concordar, sí que es-
taba cercana á las anteriores; había en ella un baño, un horno
y unos molinos de mano.
De Tintoreros^ és muy posible que fuera calle de Postas.
' Del
De Fi*anco5.— Otra calle que vá desde la puente nueva á la cal de la Parra, cal de
Francos.
De Cot'h'dores.— Desde la plaza de las quatro calles por el caño adelante hasta el ca-
bo, la cal de Cortidores,
Calle Angosta,— OiíVi calle que se toma desde casa de la marquesa derecho á dar á
otra calle de la posada de la marquesa, la calle Angosta.
De la P/aza.^Olra calle que se aparta desta por el homo que vá á dar á cal de Mer-
caderes, cal de la Plaza.
Del Grantfdo.— Otra calle que vuelve desde la misma hazera de á man derecha co-
mo sube de la plaza délas quatro calles por cal de Mercaderes, que vá á dar á cal de Pla-
zenlincs, la cal del Granado.
Del Naraiyo.^^iTíí calle que comienza desde las primeras tiendas debajo de la Igle-
lia Mayor hasta el portal de Alcaicería, la cal del Naranjo.
Del Ciprés.— otra calle que se aparta á man derecha del homo hasta otra puerta de
Alcaicería, la calle del Ciprés.
De Tintoreros.— OiTH calle que se aparta de la Espezería e vá á dar á la puerta ce-
ñida de la mar, cal de Tintoreros.
66
492 Málaga Musulmana.
Del Alholíj és la única calle que en ésta antigua relación ha
conservado nombre árabe, bien porque antes lo tuviera, bien
porque se lo dieran los conquistadores; ^5^»-^' alhorí 6 alhelí quie-
re decir granero ^ depósito de grafios; no tengo duda que correspon-
de á la moderna calle del Cañón; en ella tuvo su morada ei cé-
lebre Ruy López de Toledo, Tesorero de los Reyes Católicos.
De Redes j sospecho, aunque dudando mucho, que sea la del
Postigo de S. Agustin; hubo en ella una mezquita y tuvo en
ella casa el ilustre Hernando de Zafra, Secretario de los mismos
Reyes.
Del GarzOf si la anterior corresponde con el Postigo de San
Agustin, ésta no puede ser otra que la de Rebanadilla.
De Monteros^ fué la actual de la Alcazabilla, en la cual hubo
una mezquita.
De la Costanilla^ la constituían la calle de S. Miguel conti-
nuada en la del Pájaro y en la del Pozo del Rey.
De Barrio Nuevo, si se sigue la indicación de la antigua no-
ticia que me sirve de guía parece ser la de Santiago.
De Gomera, he encontrado el nombre de ésta calle en los
Repar-
Del Alholi,—Oir3L calle que se toma desde una mezquita que está cerca de la puerta
de la Aduana en que posa el tesorero Ruy López hasta la calle del Alcázar, la pal deJ Alholú
De Redes,— Oirá, calle que se toma desde la posada de Femando de Zafra hasta el
adame, cal de Redes.
Del Garzo.— otra calle que se aparta desta á man derecha la ccUle del Garzo.
De Monteros.— Otra, que se toma desde la plaza del Alcázar hasta la calle Real, di
Monteros.
Costanilla.— Oin. calle que se apai ta dcsta ¿ vá cerca del muro del alcázar é tá á
salir á la puerta de Granada, la Costanilla.
Barrio Suevo. — La primera calle que se aparta de la Real como entran de lapuer*
ta de Granada á man yzquierda hasta la cal de Monteros, IslcoI de Barrio Nueüo,'^
Asi concluye la descripción de estas antiguas calles en los Repartimientos.
Parte segunda. Capítulo ii. 493
Repartimientos; parece que estuvo cerca de la Puerta de Grana-
da. Como se vé conservaba la memoria de aquellos feroces
gomeres que defendieron á Málaga, así como aún se conserva
en Granada en la cuesta que desde la Plaza Nueva vá á la Al-
hambra.
Estaba la población dividida en catorce partes, y cada uno
de los oficios reunido en un punto ó en una calle determinada.
En ella había como en Granada una Alcaicería^ ó sea, una lonja
de mercaderes^ como decía el P. Alcalá, una especie de bazar
oriental, una serie de tiendas.
No puedo fijar con exactitud los linderos de la Alcaicería
malagueña; debió estar al acabarse la calle de Almacenes, ha-
cia lo que hoy és el Conventico y sus alrededores. Formában-
la diversas calles de tiendas y entrábase á ella por una puerta
de arco, que daba su nombre á la calle del Arco, así nombrada
en los Repartimientos f que probablemente sería la principal.
Desde la Catedral vieja, bien por calle de Salinas, bien por las
de S. Juan de Dios y la Bolsa, se entraba en el portal de la Al-
cajcería. Sus puertas se cerrarían de noche y quedarían las tien-
das cerradas á cargo Je uno ó varios guardianes. Cuando los
cristianos se apoderaron de Málaga, cerca de los mismos sitios
donde estuvo la Alcaicería malagueña, en la calle Nueva enton-
ces, bien vieja hoy, establecieron la lonja de los Mercaderes.
Junto á ella hubo una mancebía y otra en el arrabal frente
á la Puerta de Antequera; no he hallado en los Repartimientos
la noticia que dá Medina Conde de que la mancebía ó casa de
rameras moras estuvo en calle de Camas. Las mancebías ma-
lagueñas
494 Málaga Musulmana.
lagueñas se organizaron á raíz de la conquista con el mayor ór-
den, y sus productos vergonzosos ¡cosa por extremo curiosa!
sirvieron como rentas, con las que se pagaron los servicios de
uno de los más encumbrados y valerosos adalides de la Recon*
quista.
Dentro de la población había también varias albóndigas;
he podido fijar el sitio en donde estaban dos de ellas, hacia la
callejuela de San José launa, la otra junto á la Puerta del Mar.
Conquistada Málaga señalóse una barriada en el centro
de la población, para que en ella habitaran los moros que ha-
bían quedado en la ciudad; llamóse á ésta barriada la Morería.
Estuvo entre las calles de Santa María y Granada, no muy le-
jos de la Plaza, y empezaba hacia las calles de S. José y San
Agustin. Tenía su puerta de arco que daba á calle de Santa
María, en donde debía comenzar una de sus calles que salía á la
de Granada. Junto á ésta salida moraba el faquí malagueño, y
bajo el arco de la puerta tuvo sus tiendas Alí Dordux.
He hallado en los Repartimientos la descripción de una de
éstas calles, hecha en los momentos en que se dieron á aquel mer-
cader las casas que le fueron repartidas por los Reyes Católicos,
y como documento originalísimo me he decidido á publicarlo (i).
Su lectura es bien pesada y árida, pero dará idea á los que
se fijen en él de la disposición de una calle malagueña hace
cuatrocientos años.
En
(1) Tomo de Repartimientos núm. I, folio 44, Archivo municipal de Mála^.
Xrístoual mosquera é Francisco de alcaráz nuestros Repartidores de la cibdad de
Málaga, Nos vos mandamos que deys á Aly Dordux en la moi*eria de la dicha cibdad, diei
casas de más de las veinte casas que Nos por otra nuestra cédula vos mandamos que le
dexasedes, para en que viva y more él y los otros moros que con el están, las que les sean
Parte segunda. Capítulo ii. 495
En el recinto de la Morena conservaron los vencidos moros
una mezquita, un horno, baño y carnecería, la cual estuvo cer-
ca de la calle de Santa María.
Creo
dé las quel señalare seyendo todas juntas é no otra casa alguna intermedia; lo cual vos
.mandamos que fagades é curaplades, no embargante que las dichas casas estén dadas a otra
persona alguna; fecha a veinte y seis dias de Marzo de noventa años. — Yo el Rey.— Yo la
Reyna.— Por mandado del Rey e de la Reyna, Femando de Zafra.— Asi sentadas las dichas
cédulas de los dichos señores Rey é Reyna suso encorporadas, é leidas por mi el dicho Es-
cribano dicho Aly Dordux en su arábigo^ según lo declaró Aly el Fadal su criado en la len-
gua del romance, les pidió e requirió que las cumpliesen en todo e por todo segund en ellas
y en cada una de ellas se contiene. E en cumpliéndolas dé luego la posesión de los dichos
treynta pares de las en ellas contenidos e de las dichas quatro tiendas quel antes tenia, de
la forma e manera que las dichas cédulas e en cada una de ellas se contiene e declara, e
que si asi lo fiziere hará bien e derecho c lo que debe e cumplirá el mandamiento de
sus altezas, donde nó que protestaba de se quejar dcllos, donde de derecho deba e demás
de aver e cobrar dellos e de cada uno dellos e de sus bienes todas las costas e daños e in-
tereses que sobre ello se recibiere etc.
E luego los dichos Xristoual mosquera e Francisco de alcaráz repartidores susodichos
dijeron, que obedecían e obedecieron las dichas cédulas de sus altezas suso incorporadas e
cada una dellas con la reverencia debida e \dj» besaron c pusieron encima de sus cabezas,
e que estaban prontos e ciertos de las complir porque mucha cantidad de casas de la mo-
rería donde sus Altezas mandan dar al dicho Aly Dordux los dichos treinta pares de casas
por las dichas sus cédulas, antes de averias mostrado e sentado estavan por ellos dadas por
donación á ciertas personas de la dicha cibdad de Málaga, y que aquellas segund lo ordena-
do y mandado por sus Altezas en la borden de población de la dicha cibdad no se podian
ni pueden quitar a los que las tienen, que todas las casas questan por dar le darían para
en complimiento de la dicha merced de las dichas quatro tiendas. E luego á la hora los re-
partidores andouieron por la dicha morena^ e señalaron e dieron al dicho Aly Dordux pa-
ra el e para en que viva e moren los moros que con el están en la dicha more}*ia^ veinte y
quatro pares de casas que no auia mas que le dar, porque las otras están dadas por dona-
ciones a personas, que son las siguientes:
La primera casa al dicho Aly Dordux, ques entrando en la morería a la manoyzquier-
da en que hay un cuerpo bueno de casas e otra casa corral junto a ella e la mezquita por
otra casa; y en la hazera de la dicha mezquita junto con ella otra casa, en que hay un cuer-
po y un con al, e otra casa en quel dicho Aly Dordux vive, en que hay tres cuerpos con tres
puertas, y en la otra hazera frontera a la mano yzquierda frontero de las dichas casas otra
casa en que ay un cuerpo bueno; e junto con esta en la dicha hazera otra casa en que mora
Aly el fadal, en que ay un cuerpo razonable. En la otra hazera de la mano derecha otra
casa, en que ay un cuerpo bueno; en la dicha hazera otra casa en que hay dos cuerpo»
buenos en una barreruela de la dicha calle; al cabo della una casa en que hay un
cuerpo bueno, e al cabo de la dicha barreruela otra casa en que ay un buen cuerpo e un
corral e otra casa do mora Omar aben Omar, en que hay un cuerpo bueno. E otro corpe-
zuelo con dos puertas una a una calle y otra a otra. E enfrente desta otra casa en que ay un
buen cuerpo e otra casa que se toma para establo frontera de las puertas de las casas del
dicho Omar. E en otra calle otra casa a la mano derecha, en que hay un cuerpo razonable
496 Málaga Musulmana.
Creo que en el recinto de la Morería se labraron el Hospi-
tal de Santo Tomé y el Convento, hoy derruido, de Santa Cla-
ra. Dentro de éste se conocía aun en nuestros tiempos el tra-
zado de una antigua calle: en él se encontraba también un edi-
ficio moro, el único que había conservado en nuestra ciudad su
carácter y adornos, y que destruyó un acto de vandalismo sal-
vaje.
Decretada en 1868 la expulsión de las religiosas clarisas y
la
e otra casa en que hay un cuerpo solo pequeño; e a la vuelta de una hairera de la dicha
calle otra casa, en que hay un cuerpo. E frente desta otra casa que bolviendo a entrar bajo
a las dichas casas donde vive Aly Dordux, en una entrada por do van al homo e a la came-
cería e oti^ casa; e el dicho horno para otra casa. E saliendo del coiTal de la cameceríaen
una barrera a cabo de ella junto con las casas del alcaide de Gomares una casa en que ay
un cuerpo bueno e otro cuerpo pequeño de casas e a sus espaldas de las dichas casas otro
cuerpo bueno de casas. E a las espaldas de las casas del dicho alcaide de Gomares a la huella
en otra calle otra casa t^rande desbaratada; y cerca de las casas de Carreño en otra calle
otra casa en que ay un buen cuerpo e junto con ella otra casa en que hay otro cuerpo de
casas que son l(>s dichos veinte y cuatro pares de casas, ó asi mismo qualro tiendas que
son en la hazera de la dicha morena bajo de la puerta de ella, que son las que antes el di*
cho Aly Dordux tenia junto con la dirha su casa. E visto lodo ello por los dichos repartido-
res dixeron que daban e dieron al dicho Aly Dordux de todos los dichos veinte y quatro
pares de casas suso nombradas e declaradas e de las dichas quatro tiendas e de cada una
casa a par de ellas la posesión e casi posesión corporal, real, vel casi e de todas sus entra-
das e salidas e pertenencias quantas son e deben ser e de derecho les pertenezcan, para
que las haya e tenga de stis Altezas, por merced, para que viba él y los moros que con el
están Cun las facultades e según en la manera que en las dichas cédulas de suso incorpo-
radas se contiene e declara.
E luego el dicho Aly Dordux entró en las susodichas casas e tiendas en cada una
dellas e tomó e se apoderó de la posesión y propiedad e señorío dellas e de cada una cosa
a par dellas en la mejor forma que podia e de derecho deuia e de todo lo que le pertenece
e pertenecer debe e de las sus entradas e salidas e asi tomada e adquirida la dicha pose-
sión e señorio dellas e de cada cosa dellas en el dicho su arábigo, declarándolo el dicho Aly
el Fadal en el romance pidió a mi el escribano que se lo diese asi por testimonio en forma,
para guarda de su derecho e yo dile ende este según ante mi pasó, que fué en el día e mes
e año susodicho, de que fueron tomados por testigos Diego de gudiel jurado e Lope de ta-
lavera, vecinos de la dicha cibdad de Málaga evo Rui González de Alcázar escríbano de
cámara del Rey e de la Reyna nuestros Señores e su notario público en la su corte e en to-
dos ios sus reinos e señoríos e escribano público del Repartimiento de la dicha cibdad de
Málaga en uno con los dichos testigos presente fuy a todo lo susodicho e de iniego e pedi-
mento de dicho Aly Dordux esta escritura de testimonio de posesyon fize escríbír de cuan-
to ante mi pasó e por ende fíze aqui este signo (?) segund a tal testimonio de verdad; Ruf
'Oonzalez.
Pakte segunda. Capítulo ii. 497
la demolición de su vetusto convento, hallóse dentro de el éste
precioso edificio. Ni su antigüedad, ni sus delicados ornatos, ni
la elegante disposición de sus arcos, ni la importancia que mos-
traba para la Historia y el Arte español, detuvieron la rabia
demoledora, de los que en una ciudad populosa y á mediados
•de nuestro ilustrado siglo parecían haber olvidado hasta ese
instinto de lo bello que distingue á nuestra raza meridional. Im-
perando la codicia y la barbarie, arcos, alfarges, yesos, trace-
rías de las paredes, inscripciones, todo vino al suelo, reducién-
dose á escombros. Solo la buena voluntad de la Academia ma-
lagueña de Bellas Artes y la de varias personas entendidas
pudieron salvar de entre ellos algunos preciosos restos.
Constituía el destruido edificio una casa, compuesta de piso
bajo y alto, de planta rectangular, formando la fachada uno de
los lados menores del rectángulo. Hn ella había un portal á la
entrada, con habitaciones á derecha é izquierda, que se exten-
dían por todo el frente de la galería de arcadas con columnas
sin basa, que rodeaba el patio de la casa; en el lado opuesto ha-
bía una sala, cuya altura comprendía ambos pisos.
La planta y- la escalera, colocada á la izquierda de la gale-
ría, estaban sumamente cambiadas y perdida su primitiva dis-
posición. En el piso bajo no existía mas vano que el de la puer-
ta, la cual como todas las del edificio era de arco de herradura
inscrito en un recuadro, ó arrabal de ladrillo, mostrando algunos
arcos en sus enjutas preciosos adornos moriscos.
El patio era la parte más importante, con su galería de tres
arcadas á cada lado, formadas por pilares que se elevaban ver-
ticalmente
498 Málaga Musulmana.
ticalmente sobre los capiteles de las columnas, cerrados por dos
dinteles de ladrillo, inclinados, formando ángulo obtuso y uni-
dos por una clave de piedra. A la altura de los maderos de la ga*
lería superior corria una faja sin ornato alguno.
La sala frontera á la puerta de entrada, presentaba otra faja de
azulejos, y otramuy ancha de tracería geométrica, rodeada por la
parte inferior con una prolongada línea de inscripciones en carac-
teres magrebinos; constituía su techumbre una pirámide truncada,
formando estrellasy vistosas tracerías, que en su tiempo debieron
haber sido realzadas por vivos colores. El portal y las dos estan-
cias, que á uno y otro lado tenía, no conservaban más decoración
que los festones y recuadros de sus puertas, (i). Por los adornos^
por la forma y contexto de las inscripciones paréceme que per-
teneció éste ediñcio á la época de la dominación granadina.
Entre los trozos conservados en el Museo de la Academia
de Bellas Artes hay algunos que presentan inscripciones, difíci-
les de leer, pues los restos son muy cortos y solo ofrecen algunas
palabras aisladas. Simonet ha podido traducir algunas, como la
siguiente: á Allah pertenece el reino perpetuo y la gloria permanen^
te^ bastante común en la epigrafía arábiga, y otra que dice, ben
Arrábhael hijo del wali Hachi Alamali Faimi. Por mí parte en un
trozo que posee el Sr. Rivera he podido leer estas palabras:
que significan
perpetuo, la gloria permanente, el imperio
formando parte de una inscripción, que debió presentar repeti-
das-
(i) Rivera, Monum. ár. dc}ilCilagay Rev, de And. pá;^. 23*2.
i
Parte segunda. Capítulo ii.
499
das las frases, el imperio perpetuo y la gloria permanente.
En el derribo del mismo convento
encontróse un pedazo de mármol de i
metro 50 de largo, y 32 centímetros de
ancho, que pudo servir de dintel en una
puerta 6 de frontis en una fuente, pues en
el comedio de su parte superior presenta
un entallado semicircular, como si por él
hubiera pasado un caño. Dentro de un
ancho recuadro, formado en primer lugar
por una faja plana y más al centro por
una media caña y un angosto junquillo
prismático, encierra una inscripción en
caracteres magrebinos, gallardamente
trazados, -con dos preciosos adornos á los
extremos, cual se muestra en la reduc-
ción adjunta (i).
La inscripción presenta un renglón
con las palabras
_. i^: Ua-^U tul J^j ^.-^jJ; ^=^^1 ¿11 pí
^' .J^ en el nombre de Dios clemente y mi-
sericordioso, la salud sea sobre nuestro Se-
ftor Mahoma y su familia.
Mezclada con éstas palabras y en
caracteres mas pequeños, que están ya
encima,
, (1) Ueolia por el hábil dibujante 1). José Muiioi Esleveir, Profesor auxilia
neis de Bellas Arles, y grabada en madei'a por II. Manuel del Caslillo.
67
500 . MÁ1.AGA Musulmana.
encima, ya debajo de ellas, ofrece éstas otras:
Dios és el mejor guardador y el más misericordioso de los mismcpir-
diosos.
Inscripciones y ornatos que demuestran haber pertenecido
ésta casa á los tiempos de los reyes Nazaríes granadinos, pnes
en ellos domina el carácter de letra, la forma del adorno y las
invocaciones religiosas que aparecen en la Alhambra. A coya
construcción contribuyó poderosamente la rama de la £unilia
Nazarí, nacida en nuestra ciudad, que dio á ésta dinastía taotot
soberanos insignes.
Habia en Málaga multitud de hornos, donde los tahonerot
moros cocian el pan que por su cuenta vendían, y otros llamados
de Poya^ en que los vecinos moros cocian el que amasaban en sos
casas, mediante una remuneración al dueño del horno. A algunos
de los conquistadores cristianos se repartieron en los primeros
dias de la rendición éstos hornos, quedando la mayor parte de
ellos como realengos; pero después se donaron á la Iglesia
Mayor.
Hubo también en nuestra población multitud de baños, de
los cuales ninguno se conserva. Uno existió hasta hace poco en
la calle de Santo Domingo, lindando con Atarazanas, al cual
probablemente se referían los Repartimientos^ indicando que
hacia éste sitio existía un baño que tenia delante una plazuela.
Entre los escombros que le llenaban, impidiendo cuasi darse
cuenta de su disposición, podia descubrirse una estancia rectan-
gular, dentro de la cual se hallaría el estanque; sostenían su bó-
veda
Parte segunda. Capítulo i i . 50 x.
veda groseras columnas con sus capiteles en forma de cono trun-
cado invertido, con fuertes cimasios, sobre los cuales arranca-
ban arcos de herradura, dé ladrillo, formando una galería que
rodeaba toda la estancia, la cual estaba también cubierta con
una bóveda de canon seguido de piedra, malamente tallada,
dejando en algunos puntos de la clave huecos para alumbrar
todo el interior. En el muro se dístinguian restos de puertas
que debian dar entrada á otros aposentos, completamente so-
terrados al tiempo en que pude ver éste edificio, hace pocos
zños. Hay quien sostiene que pertenecieron éstos baños á si-^
glos remotos; bien pudo ser; pero entiendo que el grosero labra-
do de sus partes, más que antigüedad demuestra pobreza en
los que los construyeron.
Habrá podido el lector observar cuando haya recorrido an-
tes la enumeración que hice de las antiguas calles malagueñas,
que tanto en la población como en los arrabales hubo muchas
mezquitas. Los escritores musulmanes nos han conservado el
nombre de una de ellas, llamada en sus tiempos ^,LjJtiJaj1^
Ratita Algobar^ la Mezquita del Polvo. Aben Aljathib, que alaba
mucho las mezquitas malagueñas, indica que hubo una bastante
estensa en uno de los arrabales, y otro autor musufman nombra
la mezquita de la Palma.
Según los Repartimientos existió también en la calle de Gra-
nada otra mezquita; la cual á lo que entiendo debió constituir
parte de la iglesia parroquial de Santiago (i).
No
( I) Me ha sido imposible obtener datos sobre este curioso edificio, que hubieran
diatpado por completo mis duda^r, distinguiendo las diversas reformas que A mi entender
ha sufrido. Según me ha dicho repetidamente el pi*esbitero Sr Solis, muy conocedor de
502 Málaga Musulmana.
No se encuentra ésta actualmente en la misma situación eir
que la dejaran los moros; la primitiva iglesia constaba solo de
la nave central, habiéndosele añadido más adelante, proba-
blemente en el siglo pasado, las' laterales; tenía entonces un
magnífico artesonado. de labores geométricas, el cual se conser*'
va en bastante buen estado, sobre la bóveda que sé labró poste-'
riormente, hallándose cortado en el arco toral por las cons-
trucciones posteriores que se hicieron para labrar la cúpula del
presbiterio. En medio de éste techo habia un magnífico fioron
piramidal de mocárabesj que hacia su comedio hace unas esqui-
nas, en las que puso el tallista unas estrellas.
£1 piso actual de la iglesia no creo que sea el primitivo, an-
tes bien entiendo que se rebajó bastante, para dar mayor altura
á la nueva bóveda. La antigua puerta de éste edificio, hoy ta-
piada, muestra, restaurada modernamente en el mismo estilo
del antiguo, aunque con poco acierto, cierto carácter mudejar,
al que contribuyen mucho los azulejos que se vén en el recua-
dro que la encierra.
La torre, és uno de los monumentos que más me han
preocupado entre los malagueños. Muchas veces al contemplar-
la desde el exterior, me ha parecido, que desde las almenillas dr
su segundo cuerpo debía ser obra más moderna; pero cuando
he penetrado en su interior y lo he recorrido varías veces he ha-
llado tan idénticos la clase del material, su disposición y sus^
aparejos que á mi entender demostraban una misma construc-
cion
•éste templo, no se conservan en su Archivo los documentos antiguos que me interesalMuit
pues desaparecieron cuando establecida en Santiago la Catedral^ mientras se acababa noer*
1ro hermoso. templo, al volver á ellalleváronse todos los documentos aatigaos. ■
TORRE DE LA PARROQUIA DE SANTIAGO EN 1859.
Parte segunda. Capítulo ii. 503*
cion en todos los cuerpos; me he hecho también acompañar des-
pués por personas peritas, y todas han coincidido en mi rhodo de
ver. Consideración que me ha infundido la sospecha de que la
iglesia, reformada hoy, hubiera sido labrada primeramente en el
estilo mudejar: en cuyo caso éste edificio sería interesantísimo,
como una de las mas bellas manifestaciones de éste modo de
construir en España, por su techumbre y por las labores de su
torre. Pero apesar de ésta sospecha me decido por considerar á
¿sta, conio el minarete de la antigua mezquita, de la cual esta-
ba separada un corto trecho, cual sucedía en muchas otras de su
clase.
Es, cual puede verse en la adjunta lámina, de planta cua-
drada, toda de ladrillo en limpio, con cuatro cuerpos; el interior
sin ornato alguno, encerrando en el primero restos de yesería de
estilo gótico como si en ella hubiera habido una capilla: el segun-
do mliestra en sus cuatro caras bellísima tracería, formada con
los resaltos de sus mampuestos, y termina en una crestería de
almenas; el tercero presenta en sus frentes dos círculos concéntri-
cos dentro de los cuales hay unas ventanas hacia el centro, y el úl-
timo sin ornato con unas anchas ventanas de arco de círculo, cu-
bierto con una bóveda esférica, sobre la cual hay azulejos de bri-
llantes colores. Monumento bien curioso y digno de estudio, por
BU gallarda disposición, por las labores que le adornan y por su
curiosa construcción.
Estuvo separada ésta torre del cuerpo de la antigua iglesia,
tanto como la nave lateral, con la cual hoy adosa, sirvieildo de
entrada al coro alto. A ella venían á parar y aun se conservan
tronos
504 Málaga Musulmana.
trozos y torreones dé la muralla que bajaba desde la Alcazaba
á la ciudad» encontrándose en éste sitio con el conjunto de for-
tificaciones de que antes traté, cuya disposición éñ completa-
mente imposible determinar hoy.
Vengamos á Ib. Mezquita Alchama 'í&U^\ á la Mezquita Mayor.
Aben Batuta; viagero africano que la visitó en 1360, decía que
era muy grande, célebre por su santidad, y que poseía un fmtío
sin igual en belleza, plantado de naranjos sumamente altos.
Al entrar en ella se encontró al kadhi ó alcalde mayor de
Málaga» Abu Abdallah, excelente predicador, hijo y nieto de
varios notables oradores sagrados, sentado, recogiendo limosna
para rescatar á unos moros recientemente apresados por ciertos
corsarios cristianos, de cuyo cautiverio habia escapado mila-
grosamente Aben Batuta, quien acercándose al grupo de per-
sonas notables que rodeaban al kahdi le dijo:
— Alabado sea Dios que me salvó y no me dejó caer pri-
sionero entre esos desventurados.
. Y á seguida refirió á Abdallah sus viages y aventuras, mere-
ciendo del magnate malagueño que le mandara el odia/a ó sea
el presente de hospitalidad, que también le envió otro predica-
dor de Málaga Abu Abdallah Assahili, apodado Almuammaiy
el del turbante, (i).
Caia la Mez ¡uita Mayor hacia el Sagrario y callejón que de
éste conduce á la Catedral: el patio de los naranjos, que como
en otras mezquitas españolas estaría ante la entrada del tem-
plo, fué sin duda el antiguo Patio de los Naranjos^ hoy jardin fron-
__.^ tero
ti) Alien Batuta, VoyagesJ. IV., pág. 367.
Parte segunda. Capítulo ii. 505
tero por un lado al Hospital de Santo Tomé, por otro al Pala*
cío episcopal. Medina Conde sostiene que la puerta principal
caía hacia calle del Cister, sin indicar fuente ni razón en donde
haber tomado ó fundado ésta opinión.
Solo puedo presentar éstas escasas noticias de tan impor-
tante monumento, destruido cuando se edificaron la Catedral,
el Sagrario y sus dependencias, no habiendo quedado de él res-
to ni memoria alguna, que me permita determinar su planta,
8ü aleado, sus ornatos y su disposición interior.
Cree Simonet que en el debió estar la Madarsa Alothmd
^<^' '¿WJ.X-. 6 universidad malagueña, pues consta que en ella en-
señó ciencias Mohammed ben Mohammed ben Yusuf ben Omar
el tangerino. Puede ser también que ésta Madarsa estuviera
como la de Granada independiente de la Mezquita Mayor, en
la cual, como en todas las Chamas musulmanas, se sentarían
los sabios, reuniendo á su alrededor multitud de estudiantes,
que seguirían ávidamente sus explicaciones.
Málaga poseía además de los muros torreados que la cir-
cundaban varias fortalezas. De las cuales algunas, como las
Atarazanas y el Castil de Ginoveses han desparecido por com-
pleto, asi como ciertas mansiones fortificadas que en su recinto
había; mansiones acomodadas para vivir en aquellos siglos
de hierro, en que imperaban con absoluto señorío la crueldad
y la violencia.
A los comienzos del siglo XI de nuestra Era poseía una
de éstas casas fuertes Abulkasim ben Alarif, vizir de Habbús
reyezuelo de Granada; cerca de ella moraba un judío espe-
ciero
5o6 Málaga Musulmana.
ciero, á quien recurrían para, escribir á su señor los criados
berberiscos del vizir, poco diestros en escribir y . redactar sus
misivas. Admiróse Aben Alarif del soberbio estilo, recamado
con todas las pompas y primores del idioma arábigo, que de re-
pente habian adquirido sus servidores é informóse de éstos, en
un viage que hizo á Málaga, acerca uel autor de aquellas car-
tas; indicáronle que era el especiero, al cual mandó venir y
dijo:
— No te corresponde vejetar en una tienda; tú mereces bri-
llar en una corte, y si en ello no tienes inconveniente deseo que
seas mi secretario.
Aceptó el judío y con el vizir marchóse á Granada,
siendo éste el origen de la deshecha fortuna, que ensalzó á una
de las mas curiosas y notables figuras de la nuestra Edad Me-
dia; á Samuel ha Leví ben Nagdela, omnipotente ministro de
los reyezuelos berberiscos de Granada- (i)
La Alcazaba el Kazba^ la fortaleza^ como se dice hoy en
África, vá perdiendo por completo su carácter y transformán-
dose en un pintoresco barrio, que oculta en parte tras de sus
casas los viejos y carcomidos murallones ó transforma en .vi-
viendas las torres que la defendían.
¿En qué época se fundó? Parece muy probable que desde
edad bien remota ha debido haber en el cerro que la sirve de
asiento alguna fortificación; pero las memorias y restos púnicos
ó romanos si existieron se han perdido enteramente, y en me-
dio de las confusas construcciones que presenta no és dable en-
centrar
. (1) Munk, Journal Asialiquc, Scpt. 1850, IV síírie, T. XVI, pag. 203.
^«^
V
y
e^
Parte segunda. Capítulo ii. 507
centrar rastro seguro con el cual poder afirmarlo; algunas veces
he creído ver en la Coracha y en la Torre del Homenage, res-
tos de argamasa bien antigua; pero aquí no es posible, como se
puede en las Alcazabas granadinas, marcar sus edificaciones
primitivas y sus sucesivos ensanches.
Hasta la primera mitad del siglo XI no consta con entera
seguridad la existencia de ésta fortaleza, donde tuvieron su al*
cazar los últimos monarcas Hammudies. Medina Conde, sos-
tiene que su fundación se debe á Abderrahman III, noticia que
solo doy como una dudosa referencia. Lo cierto es que Badís,
reyezuelo de Granada, hubo de terminar sus fortificaciones (i)
por los años 449 al 446 — 1057 al ^^^3 ^^ J- C. — En épocas
posteriores debió también haberse reparado y aun ampliado
por los Nazaríes granadinos, algunos de los cuales, como diré,
reedificaron parte del Gibralfaro é hicieron otras importantes
obras en nuestra ciudad.
Después de éstas observaciones históricas describiré la anti-
gua Alcazaba malagueña, siguiendo las indicaciones del plano
adjunto (2).
Ya dije que la muralla de la ciudad enlazaba con la del pri-
mer recinto de la Alcazaba en un torreón cuadrado, que debió
existir hacia la esquina de la actual Aduana, frontero á las anti-
guas casas de Villalcázar. Desde éste torreón seguía recto un
lienzo
(i) Alniakari, Analeetes^ T. I., pág. i2i, linea 5 y siguientes.
(2) Plano de la Alcazaba de Málaga cuyo original existe en la Comandancia de Ingenie-
ros de ésta provincia; aunque no lleva fecha puedo asegurar que está levantado en 1773^
pues está hei^ho en el mismo papel que el de las Atarazanas, que adelante publico, el cual
lleva ésta fecha.
68
5o8 Málaga Musulmana.
lienzo de muro con otras cuatro torres cuadradas, y desde la úl-
tima que mostraba en una de sus esquinas un baluarte redondo,
formábase la esquina de otro lienzo corto, que torcía á la dere*
cha, con una torre hacia su comedio y otra al fin, en la cual el
muro cambiando de dirección, y mostrando en su lienzo tres
torres, se unía con el alcázar moro. Pasaba ésta muralla por de-
lante de lo que hoy és la fachada principal de la Aduana; sus
torres, á lo menos por lo que del plano resulta, daban á las
calles del Cister y la Alcazabilla; su unión con el alcázar se ve*
rifícaba á la subida de la cuesta por donde hoy se vá á la Haza;
quedando entonces como boy, y aun mayor que hoy, una plaza
ancha al subir á la fortaleza, á la cual llaman los Repartimien-
ios Plaza del Alcázar^ en la que existía un pozo.
En el fondo de ésta plaza, hacia Levante, dejando á la iz-
quierda la calle de Alcazabilla, dábase, subiendo una cuestecilla
corta y algo empinada, en una pequeña plazuela, donde se pre-
sentaba la primera puerta de la fortificación, no de frente sino
sesgada á la derecha del que subía; de ésta suerte, caso de un
asalto, los asaltantes no podían ser muchos, y fácilmente podían
los defensores del alcázar dar buena cuenta de ellos desde los
matacanes, que sin duda defendían la puerta, y desde las sae-
teras y almenas de las torres cercanas que daban frente á ella.
La puerta era de arco de herradura, cuyos arranques he vis-
to destruir para reformarla, encerrado dentro de un recuadro 6
arrabá. Si tuvo algunos adornos, inscripciones ó azulejos no han
llegado á nosotros, ni encuentro dato que lo indique. Cerrábase
con las macizas puertas de madera que todavía conserva, fo-
rradas
Parte segunda. Capítulo ii. 509
nadas con planchas de hierro, afirmadas con gruesos clavos; la
hoja derecha tiene un postigo bajo y estrecho, y toda la puerta
se aseguraba con un grueso cerrojo, que aun se conserva, moro
á juzgar por la apariencia, y con alguna barra de hierro ó ma-
dera que pasaría por dos fuertes argollas que sobre él existen.
Entrase por ésta puerta en una especie de zaguán, y en su
fondo, en la pared de la izquierda subiendo, pásase por bajo un
arco también de herradura á un estrecho callejón, que se es-
tiende por entre muros y torres. A su extremo, á la derecha del
que sube, se encuentra otra puerta, abierta como la anterior en
una torre, también de arco de herradura apuntado; después de
pasar bajo sus dos primeros arcos y torciendo siempre á la de-
recha bajo la bóveda esférica del torreón, se sale por otros dos
arcos, apoyados en columnas, á lo que deja ver su encalado y
repellos quizás antiguas, á otro callejón; ante el arco de salida
consérvase todavía el dintel de sus antiguas puertas, y mar-
cadas en él las quicialeras en las cuales giraban sus hojas.
A poco de entrar en el callejón, á la izquierda, se encuentra
una antigua escalera que servía de ingreso al alcázar moro.
Está tan variada ésta parte de la vieja fortificación, tan cam-
biada, que és imposible darse cuenta de su disposición primi-
tiva. Cuasi todos los gobernadores militares han hecho en ella
multitud de obras, acomodándola á las necesidades de la vida
moderna, á sus gustos, é inclinaciones. Por lo cual si és posi-
ble señalar con el adjunto plano su planta irregular, sometida
al desarrollo de las fortificaciones, és completamente imposible
marcar su distribución, ni su ornato. En vano he procurado in-
vestigar
510 MALAGA MUSULUANA.
vestigar si en sus paredes se coaserran adornos, inscripciones
-ó trazados geométricos; si existieron, hace mucho tiempoque
desaparecieron bajo repellos y blanqueos: en vano he pregan*
tado si se han visto en sus salas las techumbres que no encon-
traba; antiguos vecinos de todos éstos lugares nada han visto,
ni recuerdan haber oído que otros las vieran (i).
Dejando á la izquierda la escalera que sube á la Coman-
dancia general y siguiendo el callejón antedicho llegábase á
otra puerta; la cual muestra el arranque de sus arcos á nna
gran altura, por haberse rebajado el terreno actualmente, hasta
el punto de cambiarse en bajada la pequeña cuesta que antes
presentaba. Por la cual puerta se entraba en un callejón ancho,
entre muros y torres, y se subfa á la Puerta del Cristo, ad lia*
mada por el que dentro de ella existe.
Ábrese ésta puerta, como todas las principales de la Alca-
cazaba, en una torre á cuya primitiva construcción se ha aña-
dido actualmente un nuevo piso. Es también de arco de herra*
dura apuntado, encerrado ea un arrabá; sobre ellase distinguen
restos de los matacanes antiguos, y encalada hoy, dorada an-
tes, una llave, cerca de la cual se presentan restos de azulejos,
que existían completos en el siglo pasado, con una inscripción,
borrada completamente en la actualidad. Entre el primero y el
segundo arco de ingreso se vé una pequeña bóveda de arista de
ladrillo, después la bóveda esférica del torreón, y para salir al
exterior tres arcos también de herradura y apuntados.
Medina
(1) Calieren bu viageya diado, sostiene que tras de la casa del Gobernador había ddi
honda cueva, á la cual se bajaba por una escalera; habla quien la lenta por una maimona
fm guardar cautivos, pero £1 creía que sirvíú para encerrar provisiones.
Partc^ segunda. Capítulo ii. 5 i j
^ ■ _ - *
Medina Conde afirmaba que los moros llamaron á ésta
puerta Bibaltar ó la Puerta de la Llave; no sé de donde haya
sacado ésta noticiai que á ser cierta en el fondoi mas bien debe-
ría llamarse Bibalmeftaj. Añade también que la mandó labrar
Abderrahman III; dato nacido en su imaginación fecunda
«n patrañas, y tan exacto como las reflexiones arqueológica^
conque le adorna.
A la salida de la puerta del Cristo se encuentra un callejón
que corre á uno y otro lado: tomando por la derecha se sigue por
una ancha calle, formada por entre muros torreados, y subiendo
tinaligera rampa se llega al pié de la Torre del Homenage; frente
á ella hay un portillo que Medina Conde llamó del Socorro,
4e obra quizá posterior á la Reconquista, el cual pone en co-
municación ésta parte de la Alcazaba con la cuesta que sube
á Gibralfaro.
Rodeando las espaldas de la Torre, siempre entre dos mu-
ros torreados, se encuentra á la derecha en una casa el Pozo
Airan de la Alcazaba, que tiene una gran profundidad; proba-
blemente llamado así por su congénere el del Gibralfaro.
Más adelante siguen á izquierda y derecha los muros, ba-
jando por frente á la calle de la Victoria, Plaza de la Merced
y calle de Alcazabilla, hasta unirse con las habitaciones uel
Gobernador Militar. Cerca de éste, el de la derecha muestra
todavía en los corrales de las modernas casas una ruinosa
puerta; el de la izquierda, á corto trecho de laTorre del Home-
nage tuvo un portillo, por el que se penetraba en el recinto
superior.
AI
512
MALAGA MuSOLMANA.
-f
trar por él se encontraba una alberca enlosada, con su
\ para bajar á ella, hoy soterrada, á la cual los
amaban de antiguo Baño de la Reina, y que eo mi con*
I era otra cosa que un depósito del agua, que se extraía
n Airón, para regar los huertos que más abajo huboy
líla se determinan en el plano. A su izquierda se subía
ncha escalera á la puerta de la Torre del Homenage,
loy combros y muladares,
s hermosa torre de la Alcazaba, quizá la mas
t sobre arcos de ladrillos macizados, con la
|k0C que de trecho en trecho de los ladrillos que
I se pusieron dovelas de piedra, más angostas en
)r que en la superior, para salvar la diferencia del
adrillos. Tuvo de alto 26 varas, y algo más de 14
en cuadro, con cuatro cuerpos, y uno en el centro de cuatro
varas y media de luz.
Muchas veces frente á ésta fortificación colocada en tan
eminente lugar, recorriendo sus estribaciones, examinando su
rara construcción, la naturaleza de sus argamasas y los mate-
riales con que fué labrada me ha parecido ver en ella la primi-
tiva-fortificación musulmana; desde la cual, quizá como suce-
dió en las Alcazabas granadinas, las exigencias de los tiempos
fueron ensanchando las fortificaciones y aumentando los re-
cintos. Pero ésta opinión mia no és más que una sospecha, pues
no tengo dato evidente en que cimentarla. La tradición afirma
que cerca de ésta Torre habia un paso subterráneo que bajaba
desde ella hasta lo que és hoy Parroquia de Santiago,
Desde
I
la parte
grueso de
Parte SEQUN DA. Capítulo ii. 513
Desde ella se descubre el ámbito bastante extenso del re-
cinto superior, donde se ha formado una ancha calle llamada
Campo de Granada. Bajándola, á la izquierda hubo un algibe,
hoy cuasi soterrado, y un poco más allá se encuentran los
Cuartos de Granada^ que constítuian un número considerable de
viviendas en dicho recinto. Según la tradición en éstos Cuar^
ios se alojaron algunos magnates granadinos, expatriados en
una de las frecuentes rebeliones, que contribuyeron considera-
blemente á la ruina del poderío muslímico en España (i).
Ocupaban éstos cuartos muchas de las torres del último
recinto. Los de la izquierda bajando, paréceme que fueron
mansiones edificadas ante las torres; imposible fué ya á Medina
Conde determinarlos, ni aun siquiera del modo confuso y em-
brollado que distingue su relación; pero debieron haber en és*
tos cuartos muchos adornados lujosamente, cuando de ellos y
de la Alcazaba decía Ovando Santaren lo siguiente, en éstos
detestables versos:
De torres ciento y diez, sublime alteza,
A tres cercos de muros dá corona,
Retiros del combate en la flaqueza:
Y en el último cerco se eslabona
De (rranada el Palacio, hermosa pieza.
Ser sus salas reales bien blasona.
Por su labor Mosaica y su Corintia
Pudiera al templo suspender de Gintia.
De éstas magnificencias solo queda un resto, que hace su-
. mámente
(1) Cárter, que pudo recorrer los ruinosos restos de éstos cuartos, afirma que vio en
«líos un salón el cual mostraba todavia adornos de yesería, y á su entrada, adornado con
azulejos, uno de esos preciosos nichos, llamados impropiamente babucheros, porque se
decia que los moros ponían en él su calzado al entrar en una rica habitación, cuando lo
que en él colocaban era una jarra con flores ó con a^a. Había en ésta habitación restos
de adornos árabes en varios arcos de puertas.
514 Málaga Musulmana.
mámente sensible la pérdida de las demás. Es una preciosa
techumbre, existente en la torre que forma la casa número 4
del Callejón de Granada. Fórmalaunartesonado de madera cons-^
tituido por intrincadas y bellas labores geométricas; en el cen*
tro y costado tuvo tres florones cuyos huecos se conservan; sos-
teniéndole y alrededor de la habitación corre una tabica con
adornos moriscos severos y elegantes: tuvo su entrada de arco
de herradura en la pared de la izquierda entrando en la es-
tancia, donde aun todavía se conservan adornos moriscos en la
zapata de una viga. Hay quien dice que ésta habitación fué
la mezquita de la Alcazaba; no encuentro dato ni razón algu-
na para afirmarlo, por más que me inclina á ello la seguridad
de que en la fortaleza hubo una mezquita, y las indicaciones
de Medina Conde, aunque para mí sean muy sospechosas (i).
Bajando por el Campo de Granada se llega á la entrada del
recinto superior, antes la Puerta de los Arcos de Granada 6 el
Arco de Granada^ como más breve y vulgarmente se le llamaba*
Derribóse dicha puerta en éste siglo, pero puedo afortunada-
mente presentarla al lector en la adjunta lámina. Su arco de
ingreso era apuntado, de herradura y adovelado, con otro su-
perior que le servía de descarga, sin recuadro ó arroba que lo
encerrara. Estuvo abierto en la torre que llamaban de Ttii^/ y flan-
queado
(1) Por mi pai*te asi como he sospechado que la Torre del Homenage fué la mis anti-
gua construcción de la Alcazaba, asi creo que éstos Cuartos de Granada fueron loa anti-
guos aposentos del Alcázar moro y que la Comandancia general se hizo ampliando otn»
oficinas que tuvieran por ésta parte. Cárter atribuye la edificación de éatos cuartOB al
arráez Farach progenitor de la segunda rama de la dinastía Nazarí que dominó en Gra-
nada. No sé de donde haya sacado ¿sta noticia, ni me inspira Cárter gran confiana, per»
éñ muy posible que sea cierta; por lo menos tengo la convicción de que en tiempo de
arráez y en el de sus hijos se hicieron las principales obras moras de Málaga.
ARCO DE GRANADA RN LA ALCAZABA DE MALAGA
KX Ift.-,!).
H
PaKTE SEGUNDA. CAPÍTULO II. 515
queado por otras dos más pequeñas.
Poco más abajo de su salida, volviendo al segundo recinto^
al bajar hacia la Puerta del Cristo á la derecha, se encuentra
la Plaza de Armas ^ que se comunica con la Comandancia Ge-
neral, y que és bastante mezquina para tan importante fortaleza.
Al Norte de ella, en una de las próximas torres, estuvo la de la
Vela^ en donde hubo una campana hasta principios del siglo, á
la manera que la de la Alhambra.
Llevo hasta ahosa descritos los dos recintos superiores de
la Alcazaba; réstame demarcar uno, que aunque no la ceñía
enteramente, tuvo grandísima importancia. Empezaba á la
sabida de la cuesta que desde la Placeta de la Aduana vá hacia
el Haza del Alcazaba^ en el trozo de muro antes descrito, que
pasaba por delante de la fachada principal de la Aduana, al cual
se unian las murallas de la ciudad. Desde el mismo torreón
donde se verificaba éste engarce seguía un trozo de muralla, en
la- dirección del costado derecho de la Aduana, á cuyo principio
se hallaba una puerta.
La cual conservó su nombre moro de Puerta de Alakaba
Puerta de la Cuesta j pues en ella comenzaba la subida de la
Alcazaba. Debió ser una de las más bellas é importantes de
Málaga, si hubiéramos de creer los dibujos que Cárter y Me-
dina Conde traen en sus obras. Según el último, de quien tomó
la idea el primero, tenia tres ingresos, formados por arcos de
herradura muy apuntados, abiertos en el muro, próximos unos
á otros, y flanqueado cada uno de ellos por torres.
Cárter citando á Mármol sostieiíe que la puerta se llamaba
6g en lo
5i6 Málaga Musulmana.
en lo antiguo de la Carnicería 6 de la Matanza^ por la que hicie-
ron los moros invasores en los godos que defendían á Málaga, y
publica un dibujo, que he reproducido en la adjunta lámina.
Sostiene además que en éste sitio estuvo el arsenal malagueño
y que el mar penetraba en él formando una pequeña entrada.
Garter me merece poquísima confianza; por lo que de él he leido
valen sus relatos mucho menos que los de Conde; tenia todas
las malas cualidades de éste y la ventaja de escribir para un
país lejano, donde ni sus relatos, ni sus dibujos, podian ser des-
mentidos. Si reproduzco su lámina no és porque tenga en ella
gran confianza; basta verla á cualquiera, por poco versado que
sea en arte sarraceno, para comprender que en ella pudo haber
algo de verdad, pero que hay en ella también mucho de fantasía,
como pasa en algunas otras del mismo libro. Respecto á el arse-
nal ni los autores muslimes, ni los cristianos, ni aun el mismo
Medina Conde, indican su existencia en este sitio.
Penetrando por ésta puerta se hallaba entre las murallas
torreadas del segundo recinto de la Alcazaba y las que se pro-
longaban, como aun hoy pueden verse, por el Muelle un ancho
espacio. En el que se comprendía á fines del siglo pasado pri-
meramente una extensa huerta, indicada en el plano, formando
el solar de la moderna Aduana, en la que había una noria, y
después el Haza de la Alcazaba^ llena de chumbares y lugar de
sospecha hasta muy entrado nuestro siglo, en la cual se encon-
traron algunas sepulturas conocidamente sarracenas.
En las murallas edificadas siguiendo el estero del mar, de-
lante del* barranco que formaría el terreno primitivo, muy cerca
de las
Parte SEGUNDA, Cafítulo ii 517
de las casas linderas al Cuartel de Levante^ hubo otra puerta hoy
macizadaí pero cuyos restos se distinguen aun en el muro, la
cual se cree que fué la de la Aduana mora, establecida en éste
sitio: de la cual decia Aben Aljathib que era oro purísimo, sin
duda por sus rendimientos. No muy lejos de ella estuvo la
Puerta Obscura^ de la que no se conserva hoy más que el
nombre (i).
Desde una torre cercana á la cúspide de la Coracha bajaba
un murallon á unirse con el que pasa por el muelle, del que
apenas se conservan restos; en el existían algunas torres.
Según Pulgar, cronista de los Reyes Católicos, la Alcazaba
tenía ochenta torres; según Nebrija, Ovando y Medina Conde
ciento y diez; en lo que todos ellos convenian era que entre ellas
treinta y dos eran muy importantes. Hoy és imposible fijar
su número, ni aun con ayuda del plano; pero me inclino más á
la opinión del primer autor que á la de los últimos. Entre ellas
hubo dos que conservaron memorias del tiempo árabe; la de los
AbencerrageSj del nombre de aquella levantisca y revoltosa fa-
milia, que tanto dio que hacer á varios sultanes granadinos, la
cual tuvo alguna de sus asambleas en Málaga; y la del Zegrí^
quizá en memoria de haber estado encerrado en ella el último
y caballeresco alcaide de Málaga, tan desventurado como va-
leroso.
Dos recintos propiamente dichos, puesto que rodeaban por
completo la parte superior del cerro de la Alcazaba, y otro de
menor
(i) Creo que en el- plano de la Alcazaba, cuya reducción ha sido hecha con la mayor
exactitud, hay una ligera errata: la Puerta Obscura no pudo estar en el lugar qne indica
con el número 4, sino en el 3, en el torreón que llama Batería de Puerta Obsaira.
5i8 Málaga Musulmana.
menor extensión, pues solo encerraba parte de ella, el que cae
al Muelle, constituían la antigua fortaleza. En la cual se com-
prendía no solo el Alcázar, morada un dia de reyes descendien-
tes del Profeta y de walies poderosos, sino también la de sus
servidores y ministros, jardines, baños, y probablemente la seca
6 casa de moneda, donde se acuñaron muchas de las que antes
he reseñado.
Desde las alturas de la Coracha partían dos fuertes muros,
hoy aportillados y en parte arruinados, antes fuertísimos, que
dejaban entre ellos un camino, por donde podían comunicarse
completamente á cubierto Gibralfaro y la Alcazaba. Desde
ésta partía el muro de la izquierda, conforme se sube, de una
torre cuadrada, en una de cuyas esquinas hay otra redonda:
•entre la cual torre y otra próxima se abría una puerta, que
aunque en bastante mal estado se conserva hoy. £1 de la de-
recha se une también con el recinto de en medio de la Alca-
«
zaba, el cual cerraba con sus muros y torres la entrada al
camino cubierto, sin dejarle más acceso que la puerta suso-
dicha.
Suben los muros hacia el Gibralfaro, altos, fuertes, impo-
nentes, llegando el de la izquierda hasta la puerta antigua del
castillo, mientras que el otro, sesgando mucho hacia la derer
cha, deja un ancho espacio vacío, hasta unirse con la esquina
•del frente donde está la entrada.
Esta conserva todavía algo de su carácter morísco; ábrese
en una torre en cuyo interior existe una de las poternas que dan
al foso; Cárter decía que en la clave del arco de ingreso había
grabada
Parte SEGUNDA. Capítulo ii. 51©
grabada una cabeza en bajo relieve con algunos otros adornos;
^ la hubo hoy no existe: la parte superior del torreón está des-
cubierta y deja penetrar en él la luz. A la derecha del que en-
tra, bajo un arco de herradura se penetra en una torre de unos
cinco metros en cuadro, cubierta con una bóveda de ladrillo;
en cuyo centro hay un rosetón de lineas geométricas bastante
bellas, en el cual se distinguen todavía los colores con que le
adornaron los alarifes mahometanos (i).
Es ésta bóveda bastante hermosa y verdaderamente nota-
ble por su feliz ejecución; Girault de Prangey, que tan admi-
rablemente ha estudiado los monumentos hispano musulmanes,
la celebra con bastante encarecimiento (2).
Ciñe toda la cumbre del Gibralfaro un murallon elevado,
fuertísimo, en muchas partes almenado, con grandes y elevadas
torres en todo su trayecto, que sigue los accidentes del terreno,
adelantándose en una saliente de éste para guarnecerle con la
gallarda Torre Blanca.
m
En la cúspide del monte hubo un conjunto de torreones y
baluartes, no muy extensos, pero muy fortalecidos, macizados,
aportillados y medio derruidos hoy; cuya parte estima Medina
Conde como la más antigua de la fortaleza: su puerta con las
pinturas y adornos que aquel autor indica han desaparecido por
completo,
(i) Cárter publicó entre las láminas del I tomo de su libro un rosetón, asegurando
que era el de la bóveda del Gibralfaro: si Medina Conde no engañó al viagero inglés cor-
ría éste, como he dicho, parejas en cuanto á mentir con aquel; he cotejado el dibujo con
el original y és completamente falso: como lo és también el de la Puerta del Cristo que
aquel viagero presenta, que en nada se parece á la verdadera, mientras que Cárter afirma
al pié con la mayor impudencia que él la ha dibujado.
(2) Girault de Prangey, Essai sur la Architecture des árabes et des mores en Es^
FAj^ne^pág. 2(M.
520 MALAGA Musulmana.
completo, y nadie sospechará, que en la confusa masa que pre»
^enta la moderna Batería del Viento^ se ocultan los restos ¿e
una de las construcciones más turiosas de los musulmanes ma-
lagueños.
Tres algibes antiguos abastecían de agua la fortaleza;
contaba ésta además con el Pozo Airón, colocado al Norte
de ella, bajo el antedicho baluarte. £1 cual tiene 45 metros
de profundidad, de ellos por término medio 5 de agua bas-
tante salobre; su parte superior está fundada sobre cuatro ar-
eos, desde los cuales bajan sus muros rectos hasta el fondo,
con una pequfeña concabidad cerca de éste, para que se colo-
que en él una persona cuando puede limpiarse.
No muy lejos de él, según Medina Conde, hubo unos baños
de los que no he hallado rastros, aunque seguramente debió ha-
berlos.
A la izquierda del pozo, bajando hacia la entrada del cas-
tillo se encuentra la mezquita que en éste hubo, de la cuat
apenas se conserva solo el edificio. Sobre su puerta, cuyas ho-
jas estaban cubiertas de láminas de bronce según Cárter,
antes de arco, hoy completamente deformada, tenia azulejos
con adornos é inscripciones; su interior, que medirá, algo más
de diez metros de largo por ocho de ancho, tiene tres naves,
divididas por cuatro arcos á cada lado; si antiguamente fueron
de herradura, hoy han perdido por completo su forma; cons-
tituyen el techo bóvedas en cañón seguido, las cuales aunque
fueron usadas por los moros he sospechado que sean construc-
ciones cristianas, y que la techumbre antigua fuera de máde-
ras
Parte segunda. Capítulo ii. 521
ras ensambladas; así parece demostrarlo la tabica ó friso de
madera con inscripción arábiga, visible en tiempo de Medina
Conde, y que ha desaparecido hoy bajólos repellos y blanqueos,
sin que de ella quede más que informes vestigios en un rincón
á la derecha de la entrada.
Junto á la mezquita existe todavía un antiguo algibe, que
pudo servir muy bien para las abluciones á los que se dispu-
sieran á oraren ella.
En el ancho espacio que encierran las murallas del cas-
tillo, cerca de su entrada, colocó Medina Conde el Corral de
Jos Cautivos^ que con una indicación de la ciudad, Gibralfaro y
un campo colorado quisieron los Reyes Católicos que se pin-
tara en el escudo de Málaga. Cierto que hubo muchas veces
cautivos cristianos en ésta fortaleza, y algunos tan decididos,
<jue poco faltó para que se la entregaran á Ruy López de To-
ledo, criado de aquellos monarcas, tiempo antes de que éstos
la cercaran, como en la Narración queda referido. Pero entien-
do que los reyes hacen mención del Corral de los Cautivos^ que
hubo al pié de la Alcazaba, y que en Gibralfaro no existió sitio
alguno de éste nombre, pues aunque diga Medina Conde que
en el espacio que señala hubo varias cuevas ó mazmorras, don-
de por la noche encerraban á los cristianos, ni él las vio, ni se
funda más que en un dicho vago, ni en diferentes obras que se
han hecho en nuestros tiempos ha podido hallarse en él vesti-
gio de mazmorras.
Rodean á los muros del castillo otros mucho máis bajos, que
forman un foso, al cual se salía por cuatro poternas, con hojas
chapadas
522 Málaga Musulmana.
chapadas de hierro, condenadas ó cegadas hoy. Ceñida alas
murallas vá ésta falsa braga^ siguiendo los accidentes del te-
rreno, dejando espacios ya anchos, ya estrechísimos, ya unién*
dose con una torre, tanto que para seguir el foso adelante hay que
penetrar á través de ella por un estrecho pasadizo abovedado.
¿En que época se fabricó ésta fortaleza? Que en tiempos
anteriores á la dominación musulmana hubo un faro en ella no
hay que dudarlo; donde estuviera colocado creo imposible de-
cidirlo, pues no se encuentra noticia de ésta antiquísima fábrica.
Milla y Suazo, autor del siglo pasado que se ocupó de
Málaga, sostenía que Abderrahman III de Córdoba fué el fun-
dador de éste castillo, y que en él se hicieron fuertes los mozá-
rabes en una rebelión contra los moros sus señores. No sé de
donde haya podido aquel autor obtener éste dato; pero sino
fué Abderrahman III el fundador del Gibralfaro, éste se edificó
en tiempo de su dinastía, pues en el siglo XI estuvo sirviendo
de cárcel á algunos príncipes Hammudíes, y de foco á bastan-
tes rebeliones. Llamábasele por entonces el castillo de Airos ó
de Aires (i).
En tiempo de los Nazaríes granadinos Mohammed II, á
fines del siglo XIII, reparó sus muros, y Yusuf I Abulhachach,
en la
(i). Dozy dice en la nota de la pág. 63, T. IV de su Hiat. des mus, d^'Espagne^ parece
que ésta localidad ha desaparecido. No por cierto; Airos és Gibralfaro; siempre he
creido que Airón nombre de su pozo era una memoria de su antiguo nombre; pudiera
sin embargo decirse que Pozo Airón no es más que un aumentativo castellano pozairon,
pozo muy grande. Pero tengo aun una pinieba mas concluyente. Guando los negros de la
Alcazaba oyeron las aclamaciones de la guarnición del castillo, que proclamaba á Moham-
roed Almahdi contra el Hammudi Idrís II se rebelaron también: el castillo que mencionan
los autores árabes, és el de Airos, y no hay otro castillo en Málaga más que el Gibralfaro,
desde el cual se hubieran podido oir las aclamaciones de los negros de la Alcazaba.
Partb segunda. Capítulo ii. 523
en la primera mitad del XI V, gastó en él cuantiosas sumas,
hasta el punto que, según parece desprenderse de ias noticias
de Aben Aljathib, edificó en él un alcázar (i).
En la Edad Media ésta fortaleza era una de las primeras
de Andalucia. Su situación en una cumbre cuasi inaccesible
por sus agrias cuestas y barrancos; su foso con el muro que le
forma, revuelto é intrincado, por partes estrechísimo, de difícil
acceso; sus muros tan elevados y fuertes, sus magníficas torres,
su sabia disposición estratégica para resistir asaltos y prevenir
sorpresas; sus puertas admirablemente defendidas, hacíanle cua-
si inespugnable. Aun hoy desmantelado, aportillado, desprovis-
to de su bélica corona de almenas, degradado por los tempora-
les, respira cuando se le recorre detenidamente cierta severa
grandeza é inspira en el alma, con su aspecto romántico y sus
memorias de los siglos pasados, el mismo respeto que un an-
ciano, en quien los años no hubieran podido borrar enteramente
los vestigios de una juventud lozana y briosa. Muchas veces
sentado en las plataformas de sus torres he meditado parte de
éste libro, y mientras contemplaba la perenne hermosura del
delicioso paisage que á mis plantas se descubría, fijábame en
las ruinas del viejo castillo, y sentía inundada el alma de pe-
nosa tristeza, pensando en aquellas memorias de los pasados si-
glos
(i) Nuestros paisanos los hermanos Oliver y Hurtado, que como los Alderetes cons-
tituyen una de las glorías malagueñas, sostienen en su obra, Granada y 8í*$ Monumentos
áfmbe§y pág. ii7, que los .Cuartos de Granada de la Alcazaba de Málaga^ según Aben
A^athib, se debían á Abulhachach Yusuf I; mis muy querídos amigos han seguido en éste
punto una mala interpretación del texto de Aben Aljathib, contenido en la pág. 304, T. II
ée la Bib. esc, de Casirí; basta lijarse un poco en él para comprender que aquel autor
se refiere al Gibralfaro.
70
524 Málaga Musulmana.
glos que mentalmente recorría; pensando que con los recuerdos
<le tiempos caballerescos, se iban desvaneciendo los monumen-
tos que sus hombres elevaron para su defensa y para su gloría.
En la parte llana de la ciudad, hacia la esquina del niuelleí
frente al desembarcadero moderno, estuvo el Costil de Ginoveses^
«que formaba una barriada cercada de muros, con seis torres
muy altas; dentro de la cual habia un conjunto de habitacioneSi
donde moraba gente de Genova, dedicada al comercio en nues-
tras costas, desde bien remota época. Todavia después de la
<^onquista algunos genoveses pidieron licencia á los Reyes Cató-
licos para traficar en Málaga y que se les concedieran solares
fuera de muros hacia la marina; entre los cuales nombran los
Repartimientos á Bartolomé de Abarze.
A principios del siglo XV los marinos cristianos que tripu-
laban las embarcaciones de D. Pedro Niño, conde de Buelna,
decian: por el cabo de Poniente de Málaga és la Tarazana; llega el
mar á ella é aun rodéala. Al espirar el mismo siglo el cronista
Pulgar, después de describir el Castillo de los Genoveses, de-
cia también, e después están las Tarazanas rodeadas con ciertas to^
rreSj donde bátela mar^ y en una punta de la cibdad que váá la mar^
está una torre albarrana — ó sea saliente — e muy ancha^ que sale de
la cerca como un espolón e junta con la mar.
Atarazanas, és una palabra compuesta de dos árabes Ad-dar
aZ'Zanaa^ que significan casa de construcción, de donde pro-
viene arsenal; fué uno de los mas notables edificios de Málaga
en la Edad Media y estuvo en el solar del moderno Mercado, al
cual el vulgo ha conservado su nombre, y en parte de las calles
y casas
Parte segunda. Capítulo ii.
525
y casas que le rodean por Levante y Norte.
Dadas las diferentes obras que se verificaron en Atarazanas
y las restauraciones que hicieron precisas no solo los tiempos,
sino que también las voladuras de unos molinos de pólvora que
habia en la Plazuela de Arrióla en 1595 y 1618, si és posible
marcar el perímetro que tuvo en la época musulmana, no así su
disposición y distribución interior. Las murallas de la ciudad
se unian á ella como se verá en el adjunto plano:
l'tano del Jieul edi/Uiu de las Atuia:unUí
»iluado al mediodia de la Ciudad de Málaga, contiguo á bus muralla»
y á 280 varu» distantes de la orilla del mar en 10 de Abril de í773.—
Redkcckin de D. MANVELRivEnA.— 1, 2, 3, 4, 5, 6, Bóvedas.— A. Palio.
— B. C. Cnrredorea de éste.— D. Cuarto para herramientas. — E. Puerta.
— J. K. L. Salas bajiis.^Q. Salas de paao en ambos pieos. — It. Cuerpo
de Guardia.— S. Ídem — T. Calabozo.— V. Comunes. — X. Habí I aciones.
—Y, Cocinas,— a. Almacén de Arlilleria.— b. y c. Casillas de prtpios de
la ciudad. — d. Torre avanzada.
^26 Málaga Musulmana.
Desde la calle de Santo Domingo empezaban suis muros, y
continuaban por la acera izquierda, yendo al mar, de la Plaza
de Arrióla: ésta cortina de murallas presentaba en lo antiguo
hacia su comedio una gran torre, con otra cuadrada, bastante
alta y fuerte, en la esquina que hacía la muralla al dar la vuelta
para formar el lienzo frontero al mar (i).
Desde la cual torre salía un trozo de murallon que unía las
Atarazanas con otra fuertísima y encumbrada, llamada, según
Medina Conde, por los moros Borch Haita ó sea Torre del
Clamor^ porque desde ella el muédano, ó sacristán moro de
la próxima mezquita, convocaba á los fieles á la oración. Ape-
llidáronla los cristianos Torre Gorda^ al transformarla en bate-
ría y depósito de pólvora; presentaba el mismo aspecto que la
Torre Blanca del Gibralfaro, aunque era mucho mayor; la parte
que daba al mar era redonda, y cuadrada la que por su espalda
daba á tierra. A mediados del siglo XVII parecía al exterior
tener dos cuerpos, y en lo alto llevaba una construcción, que
pudo servir muy bien para salida de la escalera á la plataforma:
á sus pies tenia una escarpa, en la cual por aquel tiempo se
estrellaban las olas, las cuales barrían también todo el sítio'de
la acera izquierda de la Alameda, yendo bacía el puerto, pues
Torre
(1) Merecía éste edificio la extensa descripción que aqui le dedico, pai'a redactar la
cual me he sei*vido de los datos del Sr. Fíucoba, del plano de la Comandancia de Inge-
nieros, de 1773, y cuya reducción debida al Sr. Rivera publico en el texto, de la parte
que á el mismo corresponde en la lámina de Iloefnagle y de la que en 1839 publicó El
Guadalhorce. Las variaciones que en diferentes tiempos se hicieron en éste ediñdo, los
divei'sos usos á que so dedicó y no tener una descnjtcion antigua merecedora ' de f^, me
impiden reseñar con toda la exactitud que deseara la parte mora, distinguiéndola de lis
posteriores construcciones.
Parte segunda. Capítulo ii. 527
M ..■■■■■ ^^^^^p^^,^^^^^^»—i ^
Torre Gorda caía hacia éste sitio, dictando solamente bastante
poco de Atarazanas (i).
Ai Poniente del torreón hacia la Plazuela de Arrióla y por
la parte de afuera, tenia su escalera, que subia á su plataforma,
llamándose la puerta que daba entrada á ella Puerta de los Gi-
gantes por Ovando, quien decía de ésta notable fortificación, re-
firiéndose en su rebuscado y laberíntico estilo á sus baterías y
á la clase de gente que frecuentaba sus alrededores:
Del mar la Torre Gorda por divisa,
Cuunto és en nuestras costas celebrada,
Es un Etna del bárbaro precisa,
Y teniendo á sus sombras abrigada
Tanta canalla, que en su arena frisa,
Presumida en su trato de alentada,
De atrevidos Gigantes és su Puerta
Porque á los vicios la ha tenido abierta.
El lienzo de muro de Atarazanas que daba al mar tenía 2
metros 10 de espesor, estaba almenado)' defendido por mata-
canes; constituían sus esquinas dos magníficas torres cuadra-
das, teniendo el lienzo colocado entre ellas 42 metros 24 cen-
tímetros. Parte de éste lienzo puede verse en la adjunta lámina
que por lo curiosa he reproducido.
Próxima á la torre de la izquierda, ante el espectador se
abría una grandiosa puerta, que és sin duda una de las más nota-
bles construcciones de la arquitectura hispano-musulmana. De-
rruido hoy completamente solo se conserva del antiguo edificio
ésta
(i) En un papel impreso titulado. Relación histórica de la inundación que padeció
la ciudad de Málaga en la noche del 25 de Setiembre de 1764, se dice incidentalmente
sobre Torre Gorda: havrá un año que en éste pueblo murió un hombre ochentón, y decia
que habia pescado con caña desde la zarpa de piedra que resguardaba este torrean de
los Ímpetus de las olas. Cuando se levantó el plano cuya reducción publico, en 20 de
Abril de 1773, distaba ya Atarazanas 290 varas de la orílliT del mar.
528 Málaga Musulmana.
ésta magnífica puerta que voy á descríbifi restaurada con suma
diligencia y acierto por el Sr. D. Joaquin Rucoba, arquitecto mu*
nicipal. Constituye el ingreso principal del mercado de Ataraza-
nas, y se halla edificada á 25 metros hacia Levante de su antigua
situación (i).
Está labrada de mármol y jaspón; és, como puede verse
en la adjunta lámina, de arco de herradura, ligeramente apun-
tado, adovclado, con sus dovelas alternativamente realzadas y
rehundidas; tiene sobre la clave otras dovelas en la misma dis-
posición, formando una faja sumamente elegante; desde los
arranques, siguiendo la curva de la herradura, una airosa línea
de piedra forma un recuadro ó arrabá adovelado, haciendo en
el tímpano, bajo la faja antedicha una graciosa curva, dentro
de la cual hay una bellísima concha; otra estrecha línea de pie-
dras salientes limita en su dirección de longitud y anchura la
puerta encuadrándola en un airoso rectángulo.
En cada enjuta del arco hay un elegante escudo con cierta
inscripción, gravada en una faja, trazada al sesgo, en caracte-
res
(i) Tiene la puerta 64 m. de altura, 7 m. 28 de ancho; la luz ile su hueco actual-
mente 5 m., su altura 8 m. 56: el tizón de las piedras de la portada 59 centímetros y el de
las dovelas 41 y 42 alternativamente á causa de los resaltos; tiene 63 dovelas, incluyendo
clave y contraclaves. Antes estaba macizada y enterrada 75 centímetros que había subido
el terreno. Se ha con3er\'ado este interesante monumento de la arquitectura hispano mu-
sulmana merced á los esfuerzos de la Academia de Bellas Artes. Guantas indicacíoneB hace
Medina Conde sobre ésta puerta son tan disparatadas, que parece imposible reunir más
dislates en méno.<3 palabras. Según él la construyó Abderrahmen Almanxor de Górdobs,
y ni en ésta hubo califa de tal apellido, ni és construcción Umeya; según él las piedras
estaban unidas sin uparejo, cuando se derribaron se vio que ésto era absolutamente fidso;
dijo que las inscripciones granadinas ó cú/tcas— gracioso dislate^eran diferentes, y á
la vista tengo vaciados de ambos escudos que prueban que son iguales. Parece imposibe
disparatar tanto en tan corto espacio, sin haber observado la menor reserva.
ANTIGUA PUERTA DE LAS ATARAZANAS DE MALAGA.
Parte segunda. Capítulo ii. 529
res magrebíes, como puede verse en el adjunto grabado.
La inscripción dice lo siguiente:
Solo Dios és vencedor, ensalzado sea.
El costado del mar parece que además de ésta debió
tener otra puerta, la cual se vé como condenada en el plano;
pero no puedo asegurar que fuese antigua, aunque me inclina á
-ello la correlación que guarda con los aposentos interiores. El
lado de Levante formaba una línea, muy inclinada hacia la
derecha del espectador; en su primer tercio tenia una torre, que '
debió ser redonda y bastante fuerte, la cual se llamaba Torre
de Tirilo; después de ella el lienzo de murallas seguía formando
el de la de la ciudad, hacia la última parte de la calle de San*
lo Domingo.
El
53Ó Malaga Musulmana.
El muro que constituía la parte posterior del recinto, y que
era de mucho menos espesor que el antes indicado, cenaba
hacia la población el perímetro de las Atarazanas, que medía
cinco mil ocho metros de superficie. En él debieron tener los
moros alguna puerta, quizá varias, pues he llegado á ver una
de arco de herradura en el patio de una casilla derribada en la
calle de Santo Domingo.
Difícil és describir el interior de éste vetusto edificio. Cuan-
tos lo vieron íntegro, tanto en el siglo pasado como en el nues-
tro, distinguían en él dos partes, una más antigua que otra, y
hasta hubo quien afirmó que en él se hallaban vestigios de ro-
manos (i). Ni por lo que vi, ni por lo que observaron los arqui-
tectos que derribaron ó presenciaron el derribo de Atarazanas,
éstasno presentaban semejantes vestigios, y tengo la convicción
más absoluta que fué un edificio moro, cuya época de construc-
ción no puedo determinar, pero sí asegurar que se hicieron en
él notables restauraciones, quizá ampliaciones, durante la época
de los Nazaríes granadinos; así lo prueba la magnífica puerta
antes descrita que lleva el escudo de éstsr dinastía.
En el interior, hacia la derecha, presentaba seis extensas
bóvedas, haciéndose entre la segunda y la tercera, cual se vé en
el plano, un ancho patio: Medina Conde creía que eran éstas
bóvedas moras, y por lo que dice paréceme que debe creérsele.
En
(1) Fernandez Bremon, Las Atarazanas de Málaga^ T. L del Guadalhorce.
Los Sres. Rucoba y Rivera me han asegurado que en ninguna parte de ésta antigua
construcción hallaron rastros de obras romanas. El último me ha indicado que al derri-
bar las murallas, formando parte de su argamasa se hallaban multitud de huesos de al-
barícoque, con tal abundancia que hacían sospechar si serla la estación en que se di ¿sta
fruta aquella en que se labraron los muros, y que los trabajadores los arrojaran en los
cajones donde se preparaba la argamasa.
Parte segunda. Capítulo ii. 531
En la parte de la izquierda, á la cual se entraba por aquella
grandiosa puerta, habia un patio con corredores laterales, sos-:
teniendo columnas sus hollados; en medio de él existió un pozo
y al fondo una ancha sala. Dícese que en éste sitio hubo una
mezquita, á la cual servía de minarete Torre Gorda; puede ser
que ésta tradición sea una realidad; la disposición de dicha
parte del edificio parece á lo menos confirmarla.
Un muro recto paralelo á la fachada de Atarazanas, dejaba
desde él hasta el posterior del recinto, un espacio bastante an-
cho en el que habia un pozo y habitaciones adheridas á los
muros, que no sé sí serían de fábrica mora ó cristiana. Las
bóvedas tenían aposentos en su parte superior, sobre los cuales
estaba la terraza que dominaban las almenas.
No creo, como muchos, que dentro de Atarazanas se cons-
truyeran embarcaciones: indudablemente prestó á los moros
igual servicio que después á los cristianos; fué un depósito de
municiones de boca y guerra para las escuadras, y de efectos
marítimos para sus reparaciones. Pretender que dentro de ellas
se construyeran galeras, és apurado dislate, que solo pudo ocu-
nirsele á la fantasía, inagotable en invenciones, de Medina
Conde. Fuera de ella, en el estero de la playa, és muy posible
que se repararan y hasta que se construyeran (i).
Cuenta
(1) Aunque Lafuente Alcántara en su Historia del reino de Granada^ T. II pág. 387,
diga que Yusuf Abul Hachach, rey de Granada, construyó en Málaga un arsenal, éste
dato no és eiacto; está malamente interpretado de una indicación de Conde, Historia de
la dominación de los árabes en España ^ T. III pág. 268, en el que se trata de la obra
qoa aquel monarca hizo en Gibralfaro; pues asi lo afirmaba Aben Aljathib, como puede
irerse enCasiri, Bibliot. hispana arábica escurialense, T. II pág. 304.
71
532 Málaga Musulmana.
Cuenta Morejon que en una mezquita que los moros tenían
hacia la manzana de casas de Amaráui hubo una inscripción
árabe, ia cual traducida por Juan de Robles, intérprete de los
Reyes Católicos, decía en castellano:
En el nombre de Dios piadoso de piedad. A labentos á Dios po^
deroso sobre Miiley Almanzor y sobre los suyos; éste és el estudio
del Señor Ali Alhaumad; quien entrare en su capilla sabrá su doc-
trina doctrinada; con el ayuda de Dios escribí éste letrero.
Ciertamente tiene ésta inscripción el sentido general de las
hispano-musulmanas, y posible és que el buen Juan de Robles
la interpretara á conciencia. Las mezquitas, tanto en Oriente
como en Occidente, y sobre todo las capillas dedicadas á ente-
rramento ó á la perpetuación de la memoria de un personage
ilustre, sirvieron muchas veces, y aun sirven, de aulas á los mu-
sulmanes para la enseñanza.
Reasumiendo ahora cuantas noticias dejo apuntadas sobre
edificaciones militares malagueñas durante la Edad Media,
haré sobre todas ellas algunas breves consideraciones. En las
fortalezas moras de Málaga estuvieron perfectamente observadas
las reglas de la construcción estratégica más en boga por enton-
ces, para ayudar con la altura y espesor de los muros, con la forta-
leza y número de las torres que protegían sus cortinas, con al-
menas, fosos y matacanes, y con la disposición de sus ingresos
á la defensa de la ciudad.
Las puertas defendidas por recias hojas, á cuya resistente
madera se añadían fuertes chapas de hierro, alguna vez se
abren en los muros, y las defienden á uno y otro lado torres,
como
i
Parte segunda. Capítulo ii. 533
como fué uso general en las fortalezas de aquellas épocas (i);
pero en cuasi todas siguieron la costumbre más observada en-
tre sarracenos; abríanlas en un torreón al que amparaban otros
próximos ó fronteros. La salida rara vez se presenta de frente
al ingreso; desde éste hay que torcerá una ú otra mano, dificul-
tando los movimientos de cualquier tropa invasora. Aquí se em-
plearon en defenderlas matacanes, rastrillos, y aunque no tengo
absoluta seguridad de ello, quizá puentes levadizos. El arco de
ingresoés siempre deherradura, ligeramente apuntado, ue piedra
y de ladrillo; en éstos últimos alternan á veces dovelas de pie-
dra; cuasi todos los arcos tienen su encuadramento ó arrabá;
sus enjutas se adornaron con escudos ó con ladrillos salientes,
formando, en éste último caso, el mismo dibujo que se observa
en la torre de Santiago; sobre los tímpanos pusieron bien fajas
ado veladas, bien otras de mosaicos con ajaracas, y como ador-
no una concha ó una llave.
Labraron las torres generalmente cuadradas, aunque tam-
bién las construyeron redondas y aun semicirculares; parece
que como los adarves estuvieron almenadas, siendo la forma
de éstas almenas, si se parecieron á las que aun se conservan,
cúbica, coronada por una pirámide. En éstas torres se em-
plearon bóvedas semi-esféricas, en cañón seguido, y hasta de
arista, llevando alguna vez en la clave de las primeras gallar-
dos adornos.
En cuanto á los materiales usados en muros y torres los
hay de todas clases; de piedra, de cajones de tierra y de cajo-
nes
(1) Caumont, Abecedaire ou rudiments d^archeologie, Caen 1859.
*r«>»4.
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-,--::•.- ^-» r'-. --ít::^— ^ ¿ jiTÍIas .ie- iijnit riachuelot
-r»-/ ^o -^'í- >■•» : •••.^:v%ri :.:m ^as üainaiadas de sos
_ ^,. .^.. . ,^»^a ^,^. .v-^^i ^f-ij -> jf lív^iie. ion iiumaredas por el
dxa,
Parte segunda. Capítulo ii. 535
día, cualquier grave acontecimiento, una insurrección triunfante,
una fiesta popular, una entrada de cristianos.
Tales fueron la Torre del Prado^ donde se dice que tuvo, un
santuario — wnfnarabiU dicen hoy en África — Sidi Abuljair. Otra
fué la del Atabal^ donde se cuenta que hubo una ermitaña, á
quien llamaban Xerifa y que era descendiente de Mahoma; hoy
éste torreón arruinado, hendido, cuasi demolido, domina toda-
vía extensísimos horizontes, junto al camino de Antequera,
sobre los que fueron cañaverales de Santo Domingo, transfor-
mados al presente en magníficos cultivos. Otras torres hubo
como la de la Reina y la de Zambra^ que estaban Guadalme-
dina arriba; (i) varias se conservan en muchas otras partes del
antiguo término malagueño.
Decia un escritor musulmán que sobre la playa de Málaga
habia una calzada ó muelle de piedras asentadas con orden, en
las cuales rompían las olas, siendo admirable cosa que pesando
las piedras más de un quintal hubieran sido colocadas, según
la tradición refería, por un solo hombre (2).
Ni en otro autor muslim, ni en cristiano, he hallado noticia
de ésta calzada ó muelle; antes bien en Pulgar encontré un dato,
al parecer contrario á la afirmación de aquel antiguo autor.
Según el célebre cronista de los Reyes Católicos, cuando el
sitio de Málaga, los cercados pensaron prolongar su resistencia
hasta
(i) Decia Medina Conde, Conv, mal. T. II pág. 232, que la Torre de Zambra la la-
bró el rey Chico en 1428; éste ós uno de los innumerables disparates de éste escritor; en
1428 ni siquiera habia nacido el rey Chico; puede ser que esa fecha sea una errata por
1482; pero aun asi debia estar equivocada, pues el rey Chico no empezó á reinar hasta
1483.
(8) Simonet, Descripción del reino de Granada, II edición, pág. 117.
536 Málaga Musulmana.
hasta que llegara el invierno, pues entonces los temporales y la
carencia de puerto forzarían á las naves cristianas á meterse
mar adentro, para no encallar en la playa. De suerte que la
antedicha calzada ó muelle debia ser un desembarcadero bien
pequeño, cuando no mereció indicación alguna á aquel dili«
gente historiador.
En cuanto á la situación de éste desembarcadero, si se tie-
ne en cuenta que la Aduana mora estuvo cerca del Cuartel de
Levante, y que la primitiva cristiana se colocó muy próxima al
lugar qué ocupa la moderna, claramente puede inferirse que en
todo éste trayecto de la playa, bien frente al Postigo de los
Abades, bien hacia el Desembarcadero de la Cal, debió estar
aquella antigua obra, de la cual no han quedado restos ni ves-
tigios de ningún género.
Los moros malagueños adornaron con hermosos jardines sa
macbora ó cementerio; frondosas arboledas daban sombras á las
tumbas; gayas y vistosas flores recreaban la vista, y acequias
de cristalinas aguas derramaban en aquellos respetados lugares
la alegría de la vida, prestando paz y calma á los que venian á
orar ante las tumbas de seres queridos. Allí, tras el perpetua
batallar de la existencia, reposaban multitud de generaciones,
entre lo que más amó la gente sarracena, pintorescos verge-
les, umbrías arboledas y aguas corrientes.
Diversos fueron los sitios en donde los musulmanes mala-
gueños sepultaron sus muertos. Dentro de la misma población,
en los jardines, en las fortalezas, se encuentran numerosos en«-
terramentos. Fuera de sus muros se bailan también hacia el Cal-
varío.
Parte segunda. Capítulo ii. 537
varío, hacia el campo de Santa Brígida, donde colocó ésta
macbora Medina Conde, en la calle de la Victoría, y en las fal-
das del Gibralfaro que caen al comedio de ésta. En donde
ciertamente estuvo durante los últimos tiempos de la domina-
ción agarena fué fuera de la puerta Fontanela, en cuyo tiempo
«e le llamaba el Cementerio Antiguo, sin duda porque hubo en
otra parte otro más moderno (i).
Hasta ahora no se han descubierto en éstos lugares sepul-
cros de gran importancia. Destruidas ó soterradas han desapa-
recido las capillas levantadas sobre las sepulturas de malague-
ños ilustres, como Mohammed Alcathan, Ayad ben Mohammed
ben Ayad y Mohammed ben Ali ben Abderrahman ben Ridhah,
que fué sepultado en 699 de la Hegira — 1299 á 1300 de nuestra
Era — en éste mismo cementerio, en el panteón de una familia,
llamada los Beni Yahya.
Es muy posible también que cerca de éste cementerio estu-
viera el palacio de Seid, citado por un escritor musulmán: al-
gunas veces he llegado á sospechar si éste palacio sería el que
encerraban las torres próximas á la Puerta de Granada] en las
cuales, como antes indiqué, según Falencia, hubo aposentos
capaces para alojar á un monarca. Cuyo palacio tomó, á lo que
parece
(i) Tiene el Sr. D. Benito Vilá una inscripción sepulcral hallada junto al Calvario,
|>ero tan maltratada que solo me ha sido posible leer en ella alguna que otra palabra. En
éstos últimos años ha descubierto el Sr. D. José Sancha en las faldas de Gibralfaro, com-
jprendida en su casa de la calle de la Victoria, multitud de sepulturas: las indicaciones
de éste notable ¡ngenieit), condiscípulo y excelente amigo mió, me han servido para dar
multitud de noticias de las que incluyo en el texto. Otfas muchas se han descubierto tam-
irien al hacer el Pasage de Clemens, y varias en la misma calle hacia el comedio. Sobre
éste cementerio véase á Aben Aljatib en su íhatUj biografías de Mohammed ben Ali ben
Abderrahman ben Ali ben Ridhah y de Ayad ben Mohammed ben Ayad.
538 Málaga Musulmana.
parece, su nombre de Sidi Almanzor Abulola Idris ben Yacub
Almanzor, célebre caudillo de los Almohades (i).
Sostengo que és muy posible, no solo por la relación que
ofrece este alcázar con otro de Granada, sino porque después
del infame asesinato del sultán granadino Mohammed IV, tra-
geron el difunto monarca á Málaga y le sepultaron cerca del
huerto de Seid, edificando sobre su sepulcro una capilla.
Hasta ahora no se han encontrado en éstos sitios sepultu-
ras importantes; derribadas cuando la conquista ó soterradas
después han desaparecido; ni aun siquiera se ha dado en las
encontradas con alguna inscripción sepulcral. Pero las descu-
biertas bastan para dar á conocer la forma usada en éstos en-
terramentos y el aspecto que ofrecería la Macbora Antigua^
sumamente parecido al que presentan los antiguos cemente-
rios africanos. Dos formas principales de sepulturas, han apa-
recido. Una muy pobre y tosca, pero que representa la em-
pleada en ricos sepulcros de mármol hallados en Almería y en
otras partes: la constituye un prisma triangular, asentado sobre
una base rectangular, de arcilla cocida y vedriada de verde. La
otra forma es más complicada; presenta una piedra rectangu-
lar, bien cuadrada, bien redondeada por el estremo superior, la
cual se colocaba vertical á la cabeza del sepulcro, ostentando
en la cara que daba á éste algunos adornos, en el mismo sitio
en donde presentan incripciones otras piedras del mismo gé-
nero, que se hallan en diversas partes de España.
La
(i) Mencionan éste palacio Conde en 8U historia de la dom, de los ár, en EspañOy
T III pág. 132, los Oliveres, Granada y sm monumentos ár., pág. 365, nota. El huerto
-de Seid y la inscrípcion antes traducida Aben Aljatbib Lamjatn-lbedria en Casirí Büdiof,
hisp. ár. esanHalense, T. II pág. 296 y siguiente.
Parte segunda. Capítulo ii. 539
La más importante de éstas piedras, entre las que se han
descubierto hasta ahora és arenisca y muy basta; mide 69 cen-
tímetros de alto, y 25 de ancho, presentando, con muy escaso re-
salto, una especie de agiméz con sus arcos lobulados, de ejecu-
ción muy grosera.
Estas piedras todavía se llaman en Tremecén rusiya ó ca^
b$ceraf por el lugar donde se ponen y xawahid ó atestiguación^ por-
que era costumbre proclamar en sus inscripciones la profesión
de fé mahometana, pronunciada al espirar por el moribundo.
Con ellas correspondían las que en Málaga, como en otras mu-
chas partes, se colocaban á los pies de la sepultura, más peque-
fias, pero de la misma forma que las anteriores, entre las cua-
les ninguna se ha presentado todavía con adornos.
Constituyen los costados del sepulcro piedras no muy
grandes, clavadas en tierra, levantándose poco sobre ella, á
las cuales llaman en África channaviat^ aunque la forma más co-
mún en Málaga de presentarse éstos costados no és ésta, sino
una especial y verdaderamente rara. En vez de aquellas pie-
dras clavaban en el suelo ladrillos gruesos, como los morteretes^
que servían antes y aun sirven para formar los suelos de los pa-
tios en tas casas pobres; eran un poco más grandes, vedria-
dos de blanco hasta la mitad de sus dos caras y extremos y en
la parte superior, sin vedrío en el resto del ladrillo, que era la
parte que se fijaba en tierra, dejando fuera la vedriada, sobre
cuyo fondo blanco se trazaba una inscripción con letras azules.
En tiempo de Cárter se conocían ya éstos ladrillos, pues
adquirió dos, encontrados hacia Capuchinos; los que han Uega-
72 do
540 Málaga Musulmana.
do basta ahora á mi poder estaban tan maltratados, quemaba
sido imposible descifrar su inscripción. Estos ladrillos forma-
ban una faja á lo largo del sepulcro, bien uniéndose con la pie-
dra que había á sus pies, bien reemplazándola; en éste caso los
que debían enlazar con los costados tenían una especie de mor-
taja, para que encajaran perfectamente unos en otros.
La parte superior del sepulcro el Wast alkabar 6 sea medio
de la sepultura^ lo formaban lozas de pizarra ó ladrillos; hasta
ahora no se han encontrado las cubiertas de mármol que se
presentan en varias ciudades de España y África, y en las cua-
les los musulmanes hacían á veces tallar un hueco, para que
en él se depositara, como una bendición de Dios, el rocío del
cielo.
Dentro de éstas sepulturas se han encontrado vasijas de ba-
rro muy finas, de sencillas y elegantes formas (i).
En las vertientes de Gíbralfaro y en una de sus eminencias,
hacía el Camino Nuevo, como lo tenían por costumbre en nues-
tra Edad Media, asentaron su cementerio los judíos malague-
ños, según consta en el cronista Alonso de Falencia. Sus sepul-
cros debían presentar también el mismo aspecto que los mu-
sulmanes, con piedras clavadas verticalmente á la cabecera
y á los pies, pues cuando el Rey Católico, cual en la Narración
dije, ofreció un premio á los que le presentaran algún moro
vivo de entre los sitiados en Málaga, varios soldados gallegos
se
(i) Véase sobre éste punto, Brosselard, Memoire epigraphique et historique $ur la
twnbeaux des emirs Beni Zeiyan decouvertes á Tlemcen, pág. 19 y sig. Piuris 1876: yeánat
también algunos curiosos trabajos publicados por el notable epigrafista de lo árabe D. Ro-
drigo Amador de los Rios, en el Museo espaiíol de Antigüedades y en otros machos de
8HÉ eruditos trabigos.
Parte segunda. Capítulo ii. 541
sé propusieron cautivar á unos cabreros, que diariamente salian
con su ganado á apacentarle en las laderas del Gibralfaro, y
para conseguirlo se ocultaron tras de las piedras tumulares del
cementerio judio.
No resulta de los escritores sarracenos que en Málaga se
bebiera más agua que la de norias y pozos; así lo indica Idrisi,
'geógrafo del siglo XI; así lo declara Aben Aljathib^ autor del
XIV, según el cual éste era uno de los principales defectos que
se advertian en Málaga. Posible és que del Guadalmedinatoma-
xan los moros aguas para el consumo, como continuaron hacien-
<l6 los vecinos cristianos, siglos después de la Reconquista. Las
mismas aguas sirvieron indudablemente para mover varios mo-
linos que habia en sus riberas y para el riego de sus huertas.
En cuanto á aseo la ciudad debió presentar en sus calles el
mismo repugnante aspecto que en las africanas. Aben Aljathib
se queja de que en los extremos de la población existian mula-
dares inmundos; en todo lo cual, triste es decirlo, pero verdade-
ro, hemos conservado perfectamente las tradiciones moras. Sin
embargo no estaba por completo abandonada la limpieza públi-
ca, pues habia en Málaga alcantarillas que arrojaban las aguas
sipcias de la población, bien al mar, bien al foso. Por una de
éstas alcantarillas, según Alonso de Palencia, se salió al cam-
pamento de los Reyes Católicos un muchacho cristiano, que
estaba cautivo en nuestra ciudad en rehenes de su padre, mien-
tras éste procuraba su rescate.
Esto és cuanto puedo decir de topografía malagueña du-
rante la Edad Media; creyendo con las anteriores noticias
haber
> • . . *
542 Máiaga Musulmana.
haber aumentado considerablemente el escaso caudal de ellas^
que hasta ahora poseíamos, presentando datos enteramente
nuevos, aprovechando otros esparcidos en multitud de libros,
y comentando muchos; por más que la carencia de obras y
noticias dignas de fé me hayan impedido, cual hubiera deseado,
presentar un cuadro acabado y completo*
En cuanto al comercio, Málaga fué una de las poblaciones
marítimas españolas más favorecidas en los tiempos medios,
especialmente durante los siglos XIII y XIV; pues ya por los
productos de su territorio y de su industria, ora por su proxi-
midad al África, con la que en todo tiempo mantuvo estrechas
relaciones, ya por su situación tan favorable para el tráfico en
la navegación mediterránea, y para la carena ó avituallamiento
de naves, viéronse á la continua surtas en su ensenada embar-
caciones cristianas y moras; cristianas de España, Francia é
Italia, mahometanas de España, África y Oriente.
Tal fué su importancia que Genova fundó en ella una no*
table factoría, un barrio de mercaderes, defendido por fuertes
muros y torreones. En vano he buscado noticias acerca de las
relaciones que mediaron entre éstos comerciantes italianos con
los moros, las cuales debieron ser por todo extremo curiosas.
Lo cierto és que fueron muy íntimas, pues como en la Narración
indiqué los Reyes Católicos tuvieron que quejarse á Italia, por
la protección que á los moros concedía la marina de éste pais.
Tanta fué también la importancia de sus productos, que
como queda referido se trasportaron al centro del Asia, á la
India y á la China, cual hoy se llevan á bien remotas tierras y
ciudades^
Parte segunda. Capítulo ii. 543
ciudades, vendiéndose eh Bagdad y en el Cairo con singular
ia|Mrecio.
Ya. en el siglo XII afirmaba Idrisi que sus mercados eran
sninamente concurridos, extenso su comercio y abundante sus
recursos (i): á principios del siglo XIII sostenia Yacut que era
una ciudad populosa, q\ie se enseñoreaba de las de sus contor-
nos, merced á la multitud de embarcaciones y traficantes que
la frecuentaban (2): Aben Batuta y Aben Alwardi (3) alaban
también su prosperidad.
Pero á mediados del siglo XIV comienza á determinarse su
decadencia; en vano afluía á ella la gente que huia ante las mes-
na'das de la Reconquista: éste exceso de población no le traia
mejor fortuna; poco á poco fué perdiendo las más importantes
y prósperas villas de su territorio; poco á poco se internaban
más y más en éste, como asoladoras tormentas, las algaradas
•cristianas, y las galeras de la Reconquista menguaban por mo-
mentos su comercio, salteando y apresando sus embarcaciones.
Todavía á pesar de todas éstas causas de ruina Aben Aljathib
celebra sus riquezas, al mediar el siglo XIV, aunque indicando
: su decadencia.
La cual fué acentuándose por años, hasta los terribles mo-
mentos de su sitio y rendición: bien lo comprueban la multi-
^.tud de casas arruinadas que aq.uel autor vio en sus arrabales,
y los muchos solares que á su entrada en ella encontraron los
cristianos.
(i) Idrísi, obra citada pág. 244.
(2) Tacat, Dice. T. IV, pág. 397.
(3) Aben Batuta, Voy. T. IV. pág. 365 y sig. Aben Alwardi, Perla de las Maravilláis
: M. 8..d6l Escoríal.
544 Málaga Musulmana;
cristianos. Mas apesar de tanta desolación, nuestros cronistas
lo prueban con sus razones, todavía entre ellos pasaba por una
opulenta presa, por una ciudad activa, rica y próspera.
Fábrica de manufacturas prodigiosas llama aquel célebre mi*
nistro de los sultanes Nazaries á Málaga, en su ampuloso len-
guaje; y por cierto que en ella se juntaron algunas bien apre-
ciadas y aun admiradas en nuestro tiempo. Fué sin duda la
más importante la de sederías, que constituía por entonces, y
continuó siendo durante varios siglos, uno de los principales
elementos de la riqueza malagueña; industria más olvidada
hoy y mucho más desaprovechada de lo que conviene al por-
venir de nuestra provincia.
Por entonces campos plantados de moraledas y multitud de
criaderos producian sedas excelentes: tintes, que combinaban
y fijaban los colores admirablemente, apropiábanlas para los
tejidos; tiradores de oro y plata proporcionaban á numerosos
telares los surtidos y ricos productos de su industria, y la pro-
vincia malagueña producía, en la capital y hasta en pequeños
pueblos de la costa oriental, sargas, brocados y tisúes.
Admira el número de telares que los moros tenían en nues-
tra ciudad; los cuales continuaron trabajando muchos años
después de la Reconquista, manteniendo el noble arte de la seda
en mucha prosperidad, aunque no tanta como en la época sa-
rracena. En muchas de las antiguas calles de Málaga he halla-
do en los Repartimientos noticias de haber en sus casas numero-
sos telares.
Aquí se confeccionaba una tela llamada por los musulma-
nes
Pakte segunda. Capítulo ii. 545
oes waxi almodzahab^ que no era otra cosa que tisú de oro y se-
-da: aquí se confeccionaba cierta especie de ricas y vistosas
-vestiduras, denominadas hol-las altnauxias^ trages de brocado,
'Varios en colores y ornatos, presentando retratos de sultanes ó
•de personages ilustres; de los cuales decía un autor musulmán,
que eran más solicitados que las ponderadas telas de Sanaa
•en la Arabia, consiguiendo los mercaderes al venderlos precios
fabulosos: aquí se tejieron también muselinas para tocas y tur-
bantes.
■ Todavía al comenzar el siglo XVII se conservaban, como
-en otros muchos gremios, memorias de los tejedores moros en
las operaciones de los tejedores cristianos y en los nombres de
las telas que se labraban; pues algunas de éstas se llamaban
con los nombres arábigos de almadraques ó telas de colchones,
•almocelas^ que eran mantas de seda ó lino, y alfamares ipdLXZ. ta-
petes de bancos, mesas y escabeles (i).
Otra de las industrias que menciona Aben Aljathib, al par
•de las anteriores, en su Parangón de Málaga y Salé^ fué la de las
ienenas ó fábricas de preparación de pieles; fabricación en que
ios sarracenos, y con especialidad los españoles, hicieron obras
verdaderamente maestras, tanto en la preparación como en el
ornato de las pieles, cual lo prueban cumplidamente los renom-
brados cueros de Córdoba.
* Aben Said menciona también (2) ios vasos de vidrio que
•- se
(i) OrdenanziCLS de Málaga, folios 73 y 74. Dozy y Enguelmann, Glossaire des mot$
-eipagnols et portugaises derives de l^ áf*abe, voces citadas.
(2) Almakarí, Analectes T. I., pág. 124, línea 4. Al abrir los cimientos de la casa nú-
mero ii de la calle del Gister, se encontraron en ellos tal cantidad de vidrios, que mu-
chas personas creyeron que en aquel lugar hubo una fábrica de ellos.
54^ Málaga Musulmana.
se hacian en Málaga, los cuales se exportaban desde ella á di-
versas regiones, en las que obtenian excelentes precios.
Pero la industria más notable de Málaga en la Edad Medift
fué la de la alfaharería, por la extraordinaria altura á que stfs
artífices supieron colocarla.
Ya he indicado que en Málaga se hicieron durante la época
romana vasijas de barro de formas sumamente bellas y elegan-
tes. La abundancia y excelencia de la arcilla que se encuen-
tra en los alrededores de la población facilitaban éstas obras;
el ingenio y buen gusto, innato en nuestros artífices del Me-
diodia, juntos á los conocimientos y enseñanzas del arte sa-
rraceno; hiciéronle dar pasos de gigante, especialmente en loB
últimos siglos medios.
Con frecuencia se han hallado en nuestra ciudad, en escava<^
ciones y cimientos, restos de cerámica musulmana, toscos can-
diles de barro, cuya forma és muy parecida á la romana, pero
cuyo pico és más prolongado y su parte superior convexa, don-
de aquellos la presentan plana; hay otros menos toscos, ma-
yores en taniaño, c^i pié alto y vedriados de un color melado.
Con frecuencia también se han encontrado restos de olle-
rías moras, en el recinto del arrabal de Fontanela, hacia
la calle de Montano, y en la que aun lleva el nombre de OIU*
rtaSj por las muchas que hubo en ella después de la conquista.
En la cual no hace muchos años, según me ha referido el inge-
niero Sr. Sancha, se halló á alguna profundidad un horno car-
gado de toscas vasijas moras, abandonado por sus dueños y
oculto después bajo tierra.
En
Parte segunda. Capítulo lu 547
En los sepulcros musulmanes se han hallado también vasi-
jas muy elegantes y finas sin vedriar. Cual dije antes, ladrillos,
vedriados de blanco, sobre los cuales campeaban inscripciones
en caracteres azules, formaban los costados de muchos de és-
tos sepulcros, demostrando con algunos ligeros ornatos y pon
sus caracteres muy bien marcados, que los artesanos moros
sabian evitar perfectamente que se corrieran y confundieran
¿stos diversos colores.
DecianAben Batuta, Aben Aljathib y Aben Said (i) que m
Málaga se fabricaba porcelana dorada^ és decir la que hoy llama-
mos porcelana de reflejos metálicos, la cual se exportaba á regio*
nes lejanas. Éntrelos restos de alfaharería mora, que desde hace
tiempo venía examinando en nuestra ciudad, no habia dado,
hasta hace poco, con algunos que justificaran la afirmación de
aquellos célebres autores. Había visto muchos restos, como los
que antes dejo indicados al hablar de las sepulturas; algunas.
veces encontré también trozos de barro cocido y vedriados de
asul ó de blanco, poligonales ó rectangulares, pero ninguno que
mostrara, ni aun remotos vestigios de reflejos metálicos, hasta
que mi excelente amigo D. Fernando Ugarte Barrientos me pro-
porcionó algunos preciosos azulejos, descubiertos en los cimien-
tos de su casa, púmero 74 de la calle de Granada, en los que
creo aparecen rastroá de haberse empleado en ellos ésta clase
de reflejos.
Son
(i) Aben Batatt, Voyo^es, T. IV, pág. 267; Aben Aljathib, Parangón entre Málaga y
#o|^, Aben 8aid en ^Imakarí, Analectes T. I, páf . 124 lin. 4.
73
548 Málaga Musulmana.
Son éstos azulejos del tamaño común; forman sus adornos
una tracería geométrica, ligeramente realzada; fueron sus colo-
res blanco, verde y amarillo, y aunque alterados por la acción
del tiempo y la humedad, todavía se distinguen vestigios del ve-
driado metálico, sobre un fondo negro perfectamente marcado;
entre ellos conservo dos más pequeños que constituían parte de
la cenefa, adoptando los mismos adornos y conservando tam-
bién vestigios de aquellos reflejos.
«El vedriado ó esmalte sobre barro llegó á ser entre los sa-
rracenos españoles no una obra de manufactura, sino de arte y
de ciencia. Tuvieron no escasa parte en ésta los metales pre-
ciosos, que combinados sabiamente con finos colores, produje-
ron exquisitas tintas, variadas y bellas. Los alfahareros moros
unian la plata al cobre, para disminuir la intensidad de color
de éste y darle un aspecto más suave y claro. Esta mezcla pro-
ducía ricos y varios tonos, desde el rojo cobre más intenso, has-
ta nacarados reflejos de diversos matices».
Así dice un escritor contemporáneo, peritísimo en todo cuan-
to se refiere al arte español durante la Edad Media, y continúa
ampliando el resultado de sus curiosas observaciones (i) de és-
ta manera: «en Málaga ha comenzado, según la mayor verosimi-
litud, lá fabricación de la porcelana hispano morisca El gran
centro de fabricación del reino de Granada era la ciudad de Má-
laga; puesto que sabemos por Aben Batuta que exportaba á re-
motas regiones su hermosa porcelana dorada, fácil és sostener
que
(1) Davillier, fiú*toirv dea faiences hi»¡Kino moresques á reflets metalliquef, pág. 12 y
8Í||^uicnU.
Parte segunda. Capítulo ii. 549
que la enviaba al interior del reino y sobre todo á la capital.»
«Admitido ésto, puédese con muchos visos de gran verosi-
militud, atribuir á la fábrica malagueña el famoso jarrón de la
Alhambra, que és el más hermoso monumento de la alfaharería
hispano-morísca; confírmame en ésta opinión que el jarrón de
la Alhambra, á juzgar por la forma de sus letras y el estilo de su
ornato, debe haberse fabricado hacia la mitad del siglo XIV,
és decir, precisamente en la época, en la cual Aben Batuta vi-
sitaba á Málaga. Este jarrón tan notable por la elegancia de su
forma y por la riqueza de los dibujos, que por todas partes le cu-
bren, ha sido descrito y grabado en muchas obras (i) pero nun-
ca con exactitud; su aspecto tan sencillo y tan fácil de reprodu-
cir jamás se ha representado fielmente »
«No me propongo hacer aquí su descripción, la pluma no
podría corregir los errores del buril; solamente la fotografía pue-
de determinar la delicadeza y la gracia de su tracería, de sus
arabescos, que constituyen también ornatos de especial elegan-
cia; el aire sencillo, á la vez que fantástico, de los dos antílopes
que ocupan la mitad del jarrón, sobre la larga inscripción que
le rodea, y que indudablemente contiene la salutación, Solo
Dios
(i) Se han ocupado de éste jarrón el P. Echeverría, Pcueos par G-ranada 1702; en
láu Ántigüedadn árabet de España^ 1804; Laborde, Voyage pittoresque et hislorique de
l*E9pagne, Paria 1806; Argole de Molina, Nuevos paseo»,,, por Granada^ 1807; Murphi
ArahianAntiquities ofSpain, 1816; Girault de Prani^ey, Monumens árabes et moresques
de Cordoue^ Sevüle et Grenade, 1836^1839; Owen Jones, Plans, elevationsj seetums and
deíaüs of the Alhambra, Londres 1837 á 1840; Gimeoea Serrano, Manual del artista
y del viagero en Granada, 1846; Semanario pintoresco español, 1857; Ljifuente Alcánta-
ra, Inscripciones ár. de Gran, Madrid 1859; Los hermanos Oliver y Hurtado en su obra
Granada y sus monumentos árabes, Málaga 1875; Conti*eras, Del arte árabe en España,
Granada 1875; Riaúo, Classified and descriptwe catalogue of t}ie art ubjecls of Spanish
productions in the South Kensington Museum, London 1872.
55^ ' VLáuígk Musulmana.
Dios és vencedor (i). Pero ni aun la misma fotografía podrá. rB«*
presentarlos reflejos de oro, que sirven de marco al hermoso es-
malte azul de letras y arabescos; reflejos quizás nn poco p6h^
doS| pero que componen maravillosamente con el azul y con un
fondo de blancp amarillento.»
Estoy perfectamente conforme con éstas palabras, por más
que tenga que hacer algunas ligeras observaciones; pues aun-
que otro autor español de bastante mérito y suma laboriosidad
sostenga que el jarrón de la Alhambra está fabricado en Gra-
nada, pueden oponérsele razones poderosísimas, que cierta-
mente hubieran saltado á su vista de residir en ésta localidad
y observar con la atención, que me ha sido dable, el desenvolvi-
miento de la alfaharería malagueña (2).
Viene
(1) En ésto se equivoca este escritur, las inscripciones no contienen más que la salu-
tación J^^'^l^ L-r^^ '** felicidad ij la bietwenida. Jias proporciones del jarrón son al
largo 1 metro 36, circunferencia 2 metros 25, largo mayor del asa O metro 61, largo de los
antílopes O metro 26, de las letras O metro 55.
(2) Juan de D. de la Hada, Jarrón árabe que se consei^va en la Alhambra de Grana-
áuj Museo español de Anligii edades, T. lY pág. 79. No pertenece á Málaga éste jarrón,
según Rada, sino á Granada, porque aun({ue Aben Batuta, Aben Said y Aben Aljatbíb in-
diquen la existencia de fábricas de vedi ios dorados en Málaga y nó en Granada, ésta no
es más que una prueba negativa, que puede ser destruida el dia inénos pensado por cnal-
(¡uier otro texto: porque ese jarrón no és de los llamados de porcelana dorada, pues so re-
flejo dorado no lo produce más que el color nnílado que en él aparece, no como en el ja-
rrón de Fortuny, que verdaderamente los tieno, y que por ésto debió ser malagueño; por-
({ue en Granada durante la época nazari hubo gran movimiento en la alfaharería, tanto
que una de sus puertas se llamó Hib Alfajaiin, Puet^la de los alfahareros; porque habién-
dose encontrado, no solo éste sino varios otros jarrones en Granada, en ella ó cerca de elh
debieron haberse fabricado; y por últinio porque el barro del jaiTonde la Alhambra se en-
cuentra en Granada en varias partes.
Siento no estar conforme con ésta opinión de un escritor para mi respetable. Ea
cuanto á que aquellos tres autores musulmanes hagan la indicación relativa á Málaga y
nada indiquen de Granada, cierto que és una prueba negativa; pero de mucha mayor flle^
za que la que le dá Tlada: Aben Batuta fué un viagero curiosísimo y que dio detenidos
pormenores de las ciudades que visitaba; ]mcsto que la industria de loza dorada era de sin-
gular importancia ¿cómo liabiMse lijado en la malagueña y haber olvidado la de Granadi«
capital de su rtMrio, n la ([ue dedica una descripción mucho más estensa, si en ésta existía
Parte segunda. Capítulo ii. 551
á conürmarme en la misma opinión, que después de
la expugnación de Málaga por los cristianos la alfaharería con-
tinao bastante floreciente en ésta. Pruébanlo Marineo Siculo di-
ciendo
dicha fabricación, sino igual de la misaia importancia? Aben Aljathib és un escritor suma-
laente esmerado, fué ministro de los reyes granadinos, describió con una minuciosidad
extremada el reino que gobernó; al celebrar la loza malagueña ¿si en Granada hubiera
«üatido alfaharería de la misma importancia no la hubiera celebrado también? líjese el
lector en la calidad y carácter de aquellos autores y en los de sus obras, y verá que esa
prueba negativa tiene todo el valor de una aíirinativu. Cierto (^.s que el jarrón no tiene re-
flejos metálicos; sus toques dorados son una imitación, pero donde pudo hacerse lo más,
bien pudo fabricarse lo menos, y hoy aquello:^ to(iues pueden, apesar de su decadencia, re-
producirlos los alfahai*eros nialai^ueñoü». Cierto és también que en Granada hubo industria
de alfaharería, pero ¿fué de tanta importancia que pudiera producir ese jarrón? el silencio
de autor tan esmerado como Aben Aljathib indica también lo contrario. Cierto és que en
Granada se han encontrado esos jarrones, pero ésto no constituye razón para declararlos de
allí, pues cerca de Granada se encontró el de Fortuny, que Rada afirma és de Málaga; si
éata ciudad, según aquellos autores, exportaba su obra de alfaharería hasta á regiones le-
janas, con más razón pudo enviarla á la capital. Puede ser fmalmente que el barro del
jarrón sea de igual clase que el que se halla en Granada, pero puede estar seguro el Sr. Ra-
da que de esa clase de barro también se encuentra en Málaga.
Vengamos ahora á pruebas sacadas de la localidad, para mí por completo fehacientes.
Aun en medio de su decadencia la alfahai'ería malagueña ha conservado las tradiciones de
loe alfahareros moros. Orzas se hacen todavía aquí para el agua, aceitunas ó encurtidos,
que, apesar de lo toscas, tienen el perfil esacto del jarrón de Foriuny; orzas se hacían
aquí hace pocos años que tienen el galbo, el corte, el perfil, del de la Alhambra: hoy
nuestros alfahareros emplean el mismo barro colorado que se empleó en éste jarrón: los
vedriados que se usaron en él todavía se usan, aunque mas groseramente. Prueba para mí
concluyente, el vedriado blanco del jarrón de la Alhambra, tiene el mismo tono de color
de los vedriados blancos malagueños antiguos y de algunos modernos, debido á cierta
especie de arena que aqui se le mezcla para hacerlo; por el contrarío el blanco que hoy se
kace en Granada és completamente diverso; el acaramelado que parece dorado, aquí se
dá todavía; el azul és el mismo de los antiguos vedríos sobre blanco; podría dudarse de
donde traían el cobalto para componer el azul, pero hoy hay denunciadas en ésta provincia
diversas minas de cobalto, prueba de que en aquella época pudieron también explotarse,
y aunque no las hubiera traei*se de otras partes. Es más, hoy mismo un ingeniero suma-
mente entusiasta por la alfaharería sarracena, á quien debo curíosos datos sobre ella,
D. José María de Sancha, acaba de hacer en el rollo y cocer en un horno común,
un jarrón de igual tamaño y forma que el de la Alhambra, y los alfahareros le han facilita-
do considerablemente su tarea; ha vedriado tambion otros dos menos importantes, aunque
bastante herorosos, y cree él, y yo creo que con algún esfuerzo y gasto podríase aqui ve-
dríar el mayor y reproducir mas adelante el de la Alhambra ¿Puede hacerse lo mismo en
Granada? Tan desconocidas son allí para los alfahareros las tradiciones del arte que pro-
dujo aquellas magníficas piezas, que habiéndose fabricado en ella varíos jarrones para ha-
i9erloe pasar por verdaderos entre algunos incautos, como desgraciadamente ha sucedido,
han tenido que hacerlos en moldes no en tornos, las letras y los adornos en relieve, resul-
552 Málaga Musulmana.
ciendo (i) en Málaga se hacen muy buenas piezas de loza. Hoef-
nagle también, lo indica en la lámina que he reproducido, en
la cual puede ver el lector la siguiente afirmación, que creo
concuerda con la antecedente, «in qua —Málaga — -ficticia vasa
nitidissima conficiuntur.r^ Pruébanlo también la multitud de azu-
lejos cristianos, que llevan impreso todavía el selfo de la in-
fluencia sarracena, y que durante centenares de años se fabrí*
carón en Málaga, con hermoso colorido y ornato bastante be*
lio, como los que adornan la ventana mudejar de Santo Tomé,
restaurada hace algunos años (2) y varios otros que se encuen-
tran en poder de algunos particulares.
A pesar de que ésta fabricación fue sumamente importan-
te, nada he encontrado acerca de ella en las Ordenanzas Ma-
lagueñas^ impresas en 161 1, años antes que se grabara la lá-
mina de Hoefnagle, con las cuales esperaba ilustrar conside-
rablemente ésta interesante parte de mi trabajo. Pero años des-
pués de ellas encuentro en obras de alfaharería malagueña
perfectamente conservados los caracteres de la antigua sarra-
cena; letras azules sobre esmalte blanco, y muy bien obser-
vados los preceptos de los viejos alfahareros moros, á fin de
que las letras aparecieran perfectansente distintas, para que
un
tando una pesada masa, que si en los prí meros momentos tiene an aspecto que engaña,
hace sonreír de lástima y menosprecio á los conocedores. Aqui se astán fabrícanda h&f
azulejos que imitan con bastante exactitud á los antiguos musulmanes, y si la fortuna ayu-
da como fuera de desear, y afectuosamente le deseo, al Sr. Sancha, és seguro que en Uke^
laga se reproducirían los buenos tiempos de la alfaharería malagueña.
(1) Lucio Marínéo Siculo, obra citada, capitulo titulado De l(i$ vfi$ijas y co8€u de 6a-
rro que se hacen en España.
(2) Por mi amigo el arquitecto provincial D. Juan N. de Avila, que ha procurado con*
servar en ella la colunma y los azulejos antiguos que tenia, asi como su antigua fomia y or-
natos.
Parte seqündaí Capítulo ii. 553
un vedrío no se confundiera con el otro (i).
Podrán haberse perdido las tradiciones moras, podrá no sa-
berse hoy fijar tan admirablemente como entonces el vedrío ni
los esmaltes metálicos, pero todavía se conservan memorias
de aquellos tiempos en la manufactura, en los nombres de
herramientas y operaciones; todavía áe designan con el nom-
bré de malagueños esos platos adornados con mostachones,
que tantas reminiscencias conservan de lo morisco, imitados
con bastante propiedad fuera de Málaga, para bien de los tra-
tantes en antigüedailes y orgullo de los coleccionadores, que se
enredan en las mañas de éstos, produciéndoles pingües ganan-^
cias (2).
Además de éstas industrias habia otras de fabricación de
papel, y aun creo que de fundición y manufactura de hierro. Ya
dije
(i) Posee el arquitecto D. Manuel Rivera una curiosa lápida sepulcral, hallada en las
eercanfas de Málaga, y que por el carácter de su letra corresponde á la última mitad del
siglo XVII: és de barro cocido y vedriado de blanco, sobre cuyo fondo resalta entre
ciertos adornos, en azul ésta inscripción: Esta sepultura és del Licenciado Valenzuela;
bijo ella hay un perro persiguiendo á una liebre y varios ramos silvestres, toscamente
dibujados, expresando sin duda de éste modo las aficiones venatorias del difunto; cosa bas-
tante común en las Ipsas sepulcrales de su época. Asi como en los ladrillos moros, letras, ani-
males y adornos están perfectamente marcados por el vedrío, sin haberse éste corrido,
ai aun ligeramente. Sobre la aliaharería malagueña tengo importantes notas, que publica-i
ré algún dia en la obra que preparo titulada Málaga Modeima.
(2) De boca de los alfahareros malagueños he tomado éstas dicciones verdaderamente
arábigas, con las cuales no creo haber agotado todas las que usan: Zahdar ó sajelar, la-
bar, decantar el barro para purificarlo. Ataibar, extenderlo en el suelo. Alquetary el sitio
donde- se pone ya preparado. Arremimey lechada de barro con asperón para remediar las
(altas de la pieza que se está torneando. Albañal, pileta donde se pone esta lechada. Ala-
jar, ovalar las tejas. Camhús, la teja que sirve de cobeilera á las hiladas en el tejado.
Afrená, la tira de estera que se pone á una linea de piezas, acabadas de labrar, cuando
«Stán al aire libre para que no se resequen. Tabaque, \ík rueda donde se ponen los pies en.
el tomo. Rangua, el hoyo ó tejuelo donde sienta la rueda de éste. Almágena, vasija pa-
rí hacer el vedrío. Palaju, el punzón de Hierro que sostiene el molino para triturarlo..
'Jaquifay el sitio de la leña en los hornos. Almxjan*a, los ganchos de hierro para moverla.
Mmofre, el agugero central de los hornos.
554 Malaga Musulmana.
dije antes cuanta importancia tuvo la agrícola, prosperísíotia
entre sarracenos; años después de la conquista indicaban los
Repartimientos la particular consideración que merecía á los pri-
meros pobladores uno de los vencidos moros, por ser hombre,
muy provechoso para el campo.
Es imposible que en ciudad tan rica no alcanzaran á losofi*
cios igual grado de prosperidad; cada uno de ellos debía de agru-
parse, cual ocurre en las ciudades musulmanas, en una deter-
minada plaza ó calle, como todavía continuaron haciendo los
cristianos después de la conquista. Aquí se grabaron monedas
durante los siglos XI y XIII, probablemente en la Alcazaba,
pues en las fortalezas, donde vivian las autoridades moras,
estaban generalmente las zecas ó casas de fnoneda; aquí debie-
ron fabricarse armas para proveer á los buques, que se surtían
de ellas en sus Atarazanas; aquí debieron estar muy florecientes
cuantos oficios se refieren á la navegación. En las Ordenanzas
de Málaga y en muchos oficios se han conservado los recuer-
dos de los artesanos moros.
Pocos trabajos han quedado de éstos gremios; solo el de
carpintería nos ha dejado muy excelentes recuerdos en los te-
chos de la Alcazaba y de la iglesia de Santiago, que indiqué
anteriormente, y en varios otros restos que andan en poder
de particulares. Formaron éstos restos parte de techos y fri-
sos, como la viga elegantemente tallada que posee el Excmo.
Sr. D. Jorge Loring, y como un trozo de tabica, en el cual entre
conchas y hojas, que debieron realzar vivos colores, encamado
y quizás azul, se lee en caracteres cúficos, que pudieron estajr
dorados
Parte segunda. Capítulo ii. 555
dotados ó pintados de amarillo:
el imperio (és) de Dios.
Perteneció á una gruesa tabla, que sin duda constituyó el
friso de una estancia mora, en la cual estaba la inscripción re-
petida muchas veces (i).
Una puerta adornada con elegantes tracerías, que dejan en
8u centro una estrella, y en todos los espacios encerrados por
las líneas geométricas gracioso y elegante follaje, posee hoy el
pintor D. Serafín Martinez del Rincón; estaba igualmente la-
brada por ambas caras, y sus ensamblamentos y tallados perte-
necen al mismo género que las de la Alhambra; ésta puerta és
ciertamente un hermoso ejemplar de la carpintería sarracena
malagueña.
La cual continuó fíel á sus tradiciones durante el primer
siglo después de la restauración cristiana, y aun más adelante.
Málaga és una de las poblaciones españolas más rica en ejem-
plares de carpintería mudejar; és decir de aquella en que do-
minó la enseñanza de los artífíces moros. En Santo Tomé, en
el antiguo Hospital de San Juan de Dios, de cuyos restos se
conservan techos en la Academia Provincial de Bellas Artes,
en algunas posadas antiguas hoy destruidas; en la magnífica ca-
sa de Villalcázar en calle de San Agustín, que guarda en
muchas de sus estancias y corredores restos de techos, y sobre
todo
(i) Hallóse esta tabla formando parte de un hollado en el destruido convento de Car»
melitas, y debi un buen trozo de ella á la buena voluntad de mi amigo el Sr. D. Francisco
Snarex.
74
55^ Malaga Musulmana.
todo en sus escaleras uno magnífico; en la antigua casa que for-
ma el fondo de la Plazuela del General, donde se encuentran
restos de techos y entre ellos unas tirantas que deben ser ará-
bigas, en otras varías partes, se encuentran ejemplares de ésta
clase de carpintería, que estuvo muy en boga en los primeros si-
glos después de la conquista, y que ha llegado cuasi hasta nues-
tros dias en algunos modos de ensamblar las puertas (i).
En
(i) Gomo sumamente curiosas y para que puedan servir á los que se dedican ai esta-
dio de nucsti-as Artes y Oficios en la Edad Media, i^produzco aquí las interesantes dis-
posiciones, que sobre carpintería mudejar dan las Ordenanzas malagueñas, fól. 54, hoy
tan raras que de ella^ solo conozco cuatro ejemplares:
Capítulo de la orden primera del mayor arte de la carpintería.
Primeramente que él oficial que se ouiere de examinar en el dicho ofício sepa hazer
vna quadra de lazo de media naranja con su arrecabe é pechinas de laa^ de moctraoes ó
de molduras é que esta dicha obra lleue vn cubo de mocaraues ó razimo en el dicho almi-
^ate, é porque no abrá á la fazon quadra en que haga la dicha obra, que él dicho ofídal que
se examinare trayga madera y herramienta, é bengaá casa de los dichos examinadores é ha-
ga vna inuencion y ensayo de tres paños de lazo; los dos paños para (anca, y el otro paño de
almi^te, donde se determine bien las calles de las limas si acude bien y si obra lefe en la
razón que de derecho le conuiene para que la dicha obra quede buena para que el dicho ofi-
cial quede examinado, y los dichos tres paños de lazo an de ser de tamaño conuenible y los
arme encima de sus estribos puestos en sus repartimientos como es costumbre entre los
dichos Unciales, asimismo haga vn razimo ó cubo de mocirabes de buena arte para que el
dicho oficial quede examinado.
Yten mas á de hazer para que el dicho oficial quede examinado á de saber hazer vna
manta para el seruicio de los exercitos de guerra donde se pueda asentar un tao para conua-
tir una fortaleza, é asi mismo á de sauer hazer vna cureña de cañón con sus ruedas por el
tenor é forma que aora se acostumbra en la artillería de su Magosta en esta dicha ciudad.
Yten mas á de saber hazer vna escala de troQos de buena arte asi mismo vn banco peina-
do y mandílete, y esta dicha obra á de hazer y obrar con sus manos, él que se examinare en
presencia de los dichos examinadores no dándole lugar al que se examinare que tenga parti-
cipación con nadie entre tanto que dura la examinacion, por que el dicho oficial no tenga
aniso para hazer la obra que hiziere, é asi quedando examinado dicho oficial pueda vsaré
vse todo el arte del dicho oficio de todas las obras de armaduras de salas é quadras é todas
las obras é armaduras que no son de tanto arte como estas que aquí está capitulado, é qu«
pueda hazer puerUis é ventanas de lazo y de molduras, y de qualquier arte que quisiere
saluo de lo de la lleuda no pueda usar sino se examinare de las dos piezas cjue en los di-
chos capítulos de la tenderla se señalan en esta ordenanzas, que se entiende vna mesa con
piezas é vna arca, se^^un que los dichos capítulos lo especitlcan que está en estas dichas or-
Parte segunda. Capítulo ii. 557
En cuanto á los pintoreSi ya hemos visto que en muchas
cbzas de yesería y carpintería tomaban parte, realzando con sus
colores los trabajos de los alarifes y carpinteros. Debieron tam-
bien
denan^s y el que vsare lo suso dicho sin ser dello examinado, pague de pena seyscicntos
mrs. repartidos como dicho es.
y ten, que si algún olkial se quisiere examinar de otra obra de no tanto arte como es-
ta que los dichos examinadores estén prestos para los examinar de todas las armadui^as é
salas é de (juadraf é ñaue de Iglesias de menor arte, á de hazer el dicho oficial vna cua-
dra de laio apeina^^da ochauada de cinco paños de lazo de nueue é doze que es la mejor
arte de todas las obras saluo la media naranja ¿ que esta diclia armadura obre lefe, ó si á
Ja sazón que se quisiere examinar, no vuiere quadra en que haga la dicha obra que haga
un ensayo de cuadra, y que se hagan tres paños del dicho lazo los paños que siruan para la
saca de la armadura, y el otro paño que sea para el almi^te, para que los arme los dichos
paños en sus estriuos donde parezca la dicha calle de las hmas si van en su razón, y asi mis-
mo la quiebra de los dichos paños, é asi mismo que haga el dicho oficial vn razimo ó enbo
de mocárabe, porque para la tal obra pertenece, é asi mismo dé razón de una pechina de
moc¿rabes de lazo ó de molduras é siendo examinados de esta dicha obra, puede usar ar-
maduras ochauadas ó quadradas Icfes ó no lefes todas las que no son de tanto arte como es-
ta que está aqui nombrada, y el (|ue vsare de ella sin ser examinado pague la dicha pena
repartida como dicho es, la mitad para los propios de la ciudad, y la otra mitad para el de-
nunciador.
Iten, que sepa hazer las guarniciones de cureñas de artillería que en esta dichas orde-
nanzas están nombradas é que asi el dicho olicial examinado^ según dicho es, que pueda
hacer pueiias é ventanas de lazo é de molduras, saluo las dos piezas que en la tenderia
están nombradas, que es vna arca y una mesa, según la orden que estas ordenanras que
están nombradas, que el dicho oficial que se estuuiere examinando no le den lugar que ten-
ga contratación con nadie, por que parezca hazcllo el con sus manos ébien saber, para que
akí como buen oficial quede examinado.
Iten, que si algún oficial se quisiere examinar de vna obra ochauada ó quadrada se le
de un lazo de un diez, que la examinen delta, para que pueda usar de todas las otras obras
é armaduras de no tanto arte, como esta c que haga el ensayo en tres paños de lazos, según
por la via é orden que en estos capitulos de suso declarados están nombrados en estas di-
chas ordenanzas.
£i olicial que quisiere ser examinado de obra de no tanto arte como esta sea examinado
de una armadura de pares de nudillos de quartos de limas moamares con sus arrocabes,
¿ con ¿1 gente por orden é guardando las cuerdas, e con guarnición por encima, é con ti-
rantes guarnecidos de ocho, é de estos haga por sus manos dos paños que siruan al zaca é
otra para el almi^ate donde se puedan ver las calles de las limas sobre sus estribos armada
é hecho el dicho repartimiento para que los examinadores conozcan que el tal oficial es tal
é suficiente para u/^ar las dichas obras é armaduras semejantes que esta, y deste arte abaxo
todos los demás que se entienden suelos de guarnición é ai*maduras de ylera é puertas lla-
nas de molduras é otras toscas, é todo lo demás donde no inteinienga lazo, y que el dicho
oficial que de estas dichas obras se examinare según que está dicho no se meta en obra de
lazo ninguno si primero no se examinare dello según que dicho es, en casa de los dichos
examinadores é asi mismo que este dicho oficial no se entremeta en las cosas de la tienda
sin que dello sea examinado, y de las dos piezas del arca y de la mesa.
558 Málaga Musulmana.
bien hacer algunas obras más finas sobre cueros y telas, las
cuales usaron durante mucho tiempo los cristianos, pues toda*
vía en las Ordenanzas de Málaga — 1611 — se observa puesta en
práctica ésta clase de pintura, en el capítulo que titula, la ¿r-
den que se ha de tener en el pintar de las obras moriscas (i).
Por lo que respecta al número de su población ciertamente
Málaga debió ser bastante populosa entre la ciudad y sus ana*
bales. Imposible és determinar, ni aun por aproximación, el nú-
mero de sus habitantes: si hubiéramos de juzgar por los que
habia cuando su rendición en 1487, insisto en que debía ser con-
siderable, pues por entonces la habrian abandonado la mayor
parte de sus vecinos. Ya sabemos que en ella hubo multitud de
judíos; también vivieron en su recinto berberiscos y negros; pe-
ro la mayor parte de los malagueños se preciaban de su origen
árabe (2) y estaba bien orgullosa con su alcurnia.
Aben
(i) (h^denanzas de MáXaga^ pág. 104 vuelta: he reproducido éstas disposiciones, que
para la historia de las Artes y Oficios en España son también sumamente curiosas:
Primeramente ordenamos é mandamos que la obra del dicho morisco é pinturas que
sean bien coladas con engrudo de pergamino, ó de bacas é bien aparejadas de vna mano
de yeso viuo, é después de muy bien coladas é dadas sus empremaduras de colores con
mezcla de yeso asi á lo colorado como á lo naranjado, é vei*de é después dobladas estai
colores de buen mcrmellon, é agarcon, é buen naranjado fino con poca mezcla é buen ver-
de jalde, é buen verde cardenillo, é buen aluayalde é añir, é sangre de drago, é en las
obras de estas que ouiere de auer oro que se asiente según que lo de los retablos, é con
los mismos aparatos, é asi el azul fino.
Otrosi, ordenamos é mandamos que las mezclas que se ouiere de hazer para las dichas
pinturas con yeso que se hagan muy bien fechas é no echen yeso demasiado ninguno^ é que
no hagan barnizado alguno con resina, saluo con grasa como dicho es, é cualquiera que
con otras colores pintare é no guardare é touiere todas é cada vna de las sobre dichas en
las obras que ficiere que por este mismo hecho, cayga, é incurra en las penas sobre dichai
por primera, é segunda, é tercera vez contenida de suso en la pintura de los retablos, é esto
quanto á la pintura de lo morisco.
(2) Alistajri, Viae regnorum, descriptio ditionis tnoslemicae, pág. 42, edición de Goe-
je. Aben Aljathib, Justo peso de la expeiHencia, edición de Simonet y en su Parangón yi
citado.
Parte segunda. Capítulo ii. 559
Aben Aljathíb nos pinta á su gente como aficionada á las
letras, bastante piadosa, y sobre todo muy caritativa. Las mu-
geres se despojaban de sus joyas para rescatar cautivos moros,
y cuando los recien rescatados volvían á sus hogares, esperába-
los la inultitud radiante de júbilo, y las doncellas moras los re*
cibian descubiertos los rostros; señalada muestra de expansión,
dadas las costumbres de la celosa sociedad agarena.
Pero éste brillante cuadro tenia también sus sombras; no
en vanó se preciaban los malagueños de descender de los ára^
bes; si poseian las buenas cualidades que distinguen á ésta ra-
za, también tuvieron sus defectos; prontos á amar, prontos pa*
ra aborrecer; violentos y vivos en la acción, encomendaban á
sus armas la reparación de sus agravios.
Aben Aljathib decia, á mediado del siglo XIV, que en Mála-
ga abundaban los pendencieros y los borrachos, á pesar de las
duras penas que el Koran asignaba en la otra vida á los últi-
mos. Decia también que estaban muy baratos los mantenimien-
tos, pero que los revendones robaban escandalosamente en el
mercado. En todas éstas cosas nada tienen que envidiar los ma-
lagueños de ahora á los de entonces.
Málaga fué, según todo lo expuesto en éste capítulo, una
ciudad importante en la Edad Media. De Razi á Aben Aljathib
desde el siglo X al XIV, constantemente mereció las alaban-
zas de los escritores sarracenos, y hasta el final del siglo XV
también las obtuvo de los cristianos. Málaga és villa muy pía*
Gcntera^ decia Razi en un texto antes citado (i). Málaga és una
ciudad
(i) Razi, Cránicay T. VIH de las Mem, de la Acad. de la Hist., pág. 60.
560 Málaga Musulmana.
ciudad bella^ culta y populosa^ afirma Idrísi, numerosa en edificios^
espaciosa en jurisdicción f fortificada f espléndida y magnifica (i). La
misma impresioa produjo en Aben Said» cual lo demuestran los
versos antes citados, y en Aben Alwardi, quien la llamaba en el
siglo XI Vy gran ciudad de dilatados contornos^ mucha población y
buenos edificios (2). Yacut al ocuparse de ella decia en el siglo
XIII, que era una ciudad antigua y populosa^ que habia acrecentado
sus dominios y habitantes, domeñando otras ciudades y extensos ter*
minos j á causa de la multitud de embarcaciones y comerciantes que
acudian á su marina (3). Aben Batuta que la visitó á mediados
del siglo XIV decia, és una de las capitales de España y una de sus
más bellas ciudades; reúne las ventajas de la tierra firme alas de la
mar, y encierra en gran abundancia subsistencias y frutas (4) .
Los cronistas cristianos del siglo XV coincidian con los sa-
rracenos en las alabanzas que prodigaban á Málaga. Esta és
unafermosa cibdad de mirar, decia Gutierre Diez de Gamez, cro-
nista de D. Pedro Niño, conde de Buelna, que la visitó en
1403 (5). La misma consideración inspiró al cronista de la em?
bajada de Rui López de Clavijo al gran Tamorlan (6). Pulgar
escribia al describirla, e allende la fermosura que le dan la mar y
los edificios, representa a la vista una imagen de mayor fermosura
cou las muchas palmas e cidros e naranjos e otros arboles e huertas,
que
(i) Idrisi, Description de l^ A frique el de l^Espagne, pág. 244.
(2) Aben Said, loco citato en Schack y Almakarí. Aben Alwardi, Perla de latMaravi'
lias, M. S. del Escorial.
(3) Yacut, Diccionario geogr., T. IV, pág. 397.
(4) Aben Batuta, Voyages, T. IV, pág. 365.
(5) Gutierre Diez de Gamez, Crónica de D. Pedro Niño^ conde de Buelna, pág. 53 y
siguiente.
(6) Crónica del Gran Tamorlan, pág. 27 y sig.
Parte segunda. Capítulo ii. 561
que tiene en grande abundancia dentro de la cibdad y en los arroba-
les y en todo el campo que és en su circuito (i). Urbem mariíimam et
olim hispaniarum civitatum pulcherrimam^ ciudad marítima y en
otro tiempo una de las más hermosas de España, escribía el Se-
cretario del Cardenal Mendoza á otro Cardenal de Roma, des-
de el cerco de Málaga (2). Lucio Marineo Sículo y Pedro Mar-
tin de Angleria celebran también su comercio, población y for-
taleza, recordando el segundo que Silio Itálico la llamó Mala''
cam suptrbam^ la soberbia Málaga (3). La misma impresión fa-
vorable expresan los cronistas Alonso de Palencia, Bernaldez y
Nebrija, al referir los accidentes del cerco de nuestra ciudad.
Pero quien más se extremó en su elogio fué Aben Aljathib,
quien en su fogosa imaginación y en su ampuloso lenguaje lla-
mábala, margarita de enmedio, por la piedra preciosa más
gruesa que dividia los collares de las opulentas moras; tierra
del Paraíso, ciudad de la salud, estrella polar, corona de la lu-
na, rival de los astros por su brillo, tesoro escondido, trono de
antiguo reino, vaso de almizcle destapado, atalaya de altivas
águilas, frente de muger hermosa sin velo, visita amable y con-
soladora, reparo de los contratiempos y refugio en las aflic-
ciones (4).
Hoy
(i) Pulgar, Cránica de los reyes Católicos D. Femando y D.* Isabel, cap. LXXV.
(2) Breve epithomu rerum apud Malacam gestaimm, anno AfCCCCLXXXXII, edi-
tum per D, Murum Reverendissimi D. Cardinalis hispaniae Secretaritim ad Reverendissi-
mum principem et amplissimum D. D. /. episcopum albanensem, Cardinalem Andega-
vensem, ex castris missum.
(3) Marineo Siculo, Libro de las cosas memorables de Esp. folio 175. Pedro Martin
de Angleria, libro I. epístola 63, dice, maritima esí urbs hoce, populo referí issima^ in-
gerís diversarum gentium^ conmertio pollens et mercatorum frccucntia ojnilentissima,
pomceris ac perpetuo amena autumno; muris duplicibus ac fossis ingentibus circumduc-
iis arcibusque plurimis munitur.
(4) Aben Aljathib, en Siraonet, Descripción del reino de Gran., pág. ii9.
562 Málaga Musulmana.
Hoy que, perdido su antiguo carácter, Málaga se transforma
por momentos en una ciudad moderna; cuando las fortalezas
que la amparaban cubren el suelo con los escombros de sus
ruinas; cuando las viejas murallas, los moriscos edificios y cu-
riosos recuerdos de tantos memorables siglos desaparecen, pa-
réceme al poner fin á éste capítulo, que he cumplido un piadoso
deber de buen hijo suyo, recordando á los presentes y conser-
vando á los venideros, las memorias de una de las ciudades es-
pañolas más ricas y pintorescas, durante los romancescos tiem-
pos de nuestra Edad Media.
PARTE TERCERA.
CIENCIAS Y LETRAS.
75
MALAGA MUSULMANA.
CIENCIAS Y LETRAS (i).
CAPÍTULO I.
Las Ciencias y las Letras en Málaga
DESDE LA INVASIÓN SARRACENA HASTA EL SIGLO VII DE MaHOMA,
XIII DE Jesucristo.
Consideraciones generales.— Movimiento literario y cientUico entre los musulmanes espa-
ñoles.— Inclinación al saber y á la literatura de los malagueños.— La corte de los
Hammudles. — Idrís II.— Escrítores y sabios de Málaga.— El filósofo y poeta judio Sa-
lomón ben Ghebirol.— Su vida, sus obras.— Su influencia en la Edad Media y sus re-
cuerdos en los tiempos presentes.— Las poetisas Bint Aben Assacan y Safíya.— Ga-
nim el gramático. — Aben Ojt Ganim. — Sus aventuras en la corte de Almotacim de
Almería. — Los Beni Hassun arráeces malagueños en el siglo VI de la Ilegira, XII de
Cristo. — Sus amigos, sus contraríos. — Aben Alfajar.—Assahili.— Biografías de otros
sabios y escrítores malagueños menos ilustres.— Indicaciones sobre algunos otros
musulmanes españoles que vivieron en Málaga.
Si hubiera de abarcar en un cuadro completo el movimien*
to científico y literario malagueño durante la Edad Media, ciér-
tamente
(i) Las obras que me ban servido príncipalmente para redactar esta Tercera Parte
han sido:
566 Málaga Musulmana.
tamente debería salirme de los límites que me he trazado al
publicar éste volumen; pues son tantos los datos que se ofre-
cen y tan extensos, son tan dignas de estudio las obras y bio-
grafías
Aben Bassam, Dajira^ Manuscrito de la Biblioteca Nacional de París, Suplemento
árabe, núm. Ü2393.
Aben Baxkual, Azzila, Manuscrito 1677 de la Biblioteca del Escorial, 1672 de Gasi-
ri, y su copia en la Biblioteca Nacional de Madrid, G. g. 29.
Aben Alabbar, Hollatuséiyara, Tekmüa, y Almoxaham, Manuscritos 1654 de la Bi-
blioteca del Escorial, 1649 de la Escurialense de Gasiri; 1675 de la Bibl. del Esc, 1670
de Gasiri; 1725 de este; 1730 de la Bibl. del Escorial; Copias de la Bibliot. Nacional de
Madrid, G. g: 12 y 30.
Merracoxi, Quitab Abdtyal, M. S. S. de la Biblioteca Nac. de Paris, Supl. ar. núm.
682; Bibliot. del Esc. 1682, 1677 de Gasiri.
Addahbi, Baguiya, M. S. 1676 de la Bib. del Esc., Gasiri 1671; Gopiade la Biblioteca
Nac. de Madrid G. g. 14.
Aben Aljathib, Ihatha, M. S. de D. P. de Gayangos. M. S. de la Bibl. del Esc. 1674,
16()9 de Gasiri, Markaz Alihathay M. S. de la Bibl. Nac de Paris, Ancien Fonds, 867.
Quitab Ennacham Atsecab, M. S. de Gayangos.
Almakari, AnalecteSj Leiden, 1855 al 61.
Hachi Jalfa, Lexicón Bibliographicum enciclopctedicumy Leipzig, 1835.
Dozy, RechercheSy III edición, Leiden 1881. Catalogus codicíim orientalium Bibli(h
tecae Academiae Lugd, Bat, Leiden, 1851.
Lerchundi y Simonet, Crestomatia ár. esp. Granada 1881.
Simonet, Descripción del reino de Gran. Granada, 1872.
He tenido que examinar además de estos libros muchos otros, que iré citando en los lu-
gares que les correspondan.
Gúmpleme además hacer aqut algunas advertencias á los arabistas que lean ésta obn.
Sabida és la confusión que suelen originar los nombres de los personages árabes, ya por
su parecido, ya por la diversidad de trascripción del alfabeto árabe á los europeos. He pro-
curado disminuir ésta confusión de los nombres colocando en primer lugar el propio de
cada personage, después los de sus ascendientes, después los del pai» 6 ran conque se
distinguian, y por último los de su descendencia, que aunque á veces suele ofrecer algún
dato interesante, creo que debe relegarse al fin para evitar confusiones. En cuanto
á la trascripción he adoptado la siguiente; no hago constar el ), sino con la vocal que
le mueve; trascribo v^ por b; ^j^ por t; ^ por ts; ^ por ch; ^ por h; ^ por J; ^ por
d; i por dz; j por r; j por z; ^^ por s; ^ por x; ^ por z; jo por dh; j» por th; ¿
por td; c. por un acento circunflejo; ¿ por g; ^ por f; ^ por k; vlJ por c ó q; J por
1; > por m; ^ por n; 9 por h; j por w; ^ por y. El texdid necesario y el eufónico los be
representado, siempre que no se opongan á la índole de la pronunciación castellana; asi
nunca he escrito en esta Parte Almakkari, sino Almakari, y jamás escribiré Atstsagneri, si-
no Atsagueri, pues esas durísimas formas son impronunciables para el lector espaitol, y
al arabista íácil és conocer donde se han omitido. En cuanto á las vocales las he trascripto
como generalmente se usan entre españoles. Siempre he conservado la antigoa tradicioa es-
pañola de trascribir, cuando no era resultado de una corruptela, empleando cuanéo eransa-
Parte tercera. Capítulo i* 567
l^afia^ reseñadas más adelante, quie necesitaría un libro, mayor
que ^ste, para presentarlas en todo su desarrollo. Me lo impide
de una parte el pensamiento capital de mi obra, más histórico
que literario, y de otra la Consideración de que dicho asunto
merece constituir una especial, exclusivamente dedicada á letras
y ciencias.
No por ésto advertirá el lector omisiones de cuenta en ésta
*
Tercera Parte: cuantos nombres de autores musulmanes mala-
gueños llegaron á mi noticia, otros tantos citaré, delineando los
rasgos más salientes de sus vidas y citando sus producciones.
No podré dar mucha extensión á éstos relatos, no podré dejar
correr la pluma amplificando mi asunto; me falta espacio, y fuer-
za és encerrarme en el bien corto que me resta. Con sacar á
luz nombres, vidas y obras, hasta hoy ignoradas, con fijar la
consideración que merezcan libros y compatriotas nuestros, com-
pletamente desconocidos, apenas citados ó erróneamente apre-
ciados, habré realizado la idea que me inclinó á concluir con és-
ta sección el presente trabajo. Puede que algún dia, mediante
la voluntad de Dios, consiga ampliarle dándole en uno especial,
el singular desarrollo que merece.
En el notable cuadro que presentaron las letras y las cien-
cias españolas-musulmanas, Málaga tuvo principalísima parte.
En todos los ramos del saber, en toda la esfera de acción cien-
tífica
rías la más común, y sometiéndolas todas al genio de nuestra lengua, sin usar de trascríp-
ciones extrangeras ó caprichosas, muchas veces ridiculas; he conservado solo aunque muy
pocas veces aquellas trascripciones que erróneamente ha adoptado el uso general, como
califa ipoT jalifa j pero reduciendo las menos empleadas á su verdadera trascripción; asi
en comienzo de nombre diré siempre Aben, como dijeron nuestros mayores, y ben entre
dos nombres; asi reuniré los nombres como ellos acostumbraban, Abulhaquem, Abde-
rrahman, Abdelkader, siempre que sea posible.
56B Málaga Musulmana.
tífica y literaría,. dentro de la cual se agitó la actividad y el in-
genio de los sarracenos españoles, tuvo nuestra ciudad sus re*
presentantes: medicina, filosofía, ]gramátíca, teolqgiai historia y
poesía, cuentan entre sus cultivadores ' multitud de malague-
ños, algunaá de cuyas figuras se destacan de entre las de su si-
glo, rodeadas con la aureola de la celebridad.
Muchos cronistas, muchos viageros moros, celebran la in-
clinación de sus correligionarios malagueños á las investiga-
ciones científicas y á las bellas letras. Y no debemos estrañarlo;
entonces, cual hoy, la tierra, el cielo y el clima de Málaga, fa-
vorecieron éstas inclinaciones; entonces, como hoy, nacían al
calor de nuestro sol, en la deliciosa libertad que deja á todas
las potencias del alma la dulzura de nuestro clima; entonces,
cual hoy, se engrandecían ante los rientes paisages de nuestra
naturaleza, y se depuraban bajo la crítica mordaz de un pueblo
inteligente.
La facundia de la inteligencia, el refinado gusto artístico, la
afición á los destellos de la imaginación, distinguieron á mu^
chos musulmanes malagueños durante éste largo periodo. Cuén-
tase que paseando un dia el poeta Abu Amer por los pintores-
cos alrededores de Málaga, su ciudad natal, se encontró con
Abdulwahab, gran aficionado á la poesía, quien le escitó á reci-
tar algunos de sus versos; entonces el complaciente vate impro-
visó á su amada los siguientes:
Sus mejillas al alba roban luz y frescura,
Cual arbusto sabéo és su esbelta figura,
Las joyas no merecen su frente circundar.
De la gacela tiene la gallarda soltura
Y el ardiente mirar.
Sean
Parte tercera. Capítulo i. 569
•— ' **- Tf
Sean cual perlas bellas ^
Engarzadas estrellas,
De su hermosa garganta
Fantástico collar.
Al concluir Abu Amer, Abdulwahab lanzó un grito de admi-
lacion, quedándose como maravillado; cuando se repuso ex-
clamó:
— Perdóname, amigo mió, dos cosas me ponen fuera de mí
y me privan del dominio de mi voluntad; oir una buena poesía
*
y contemplar una hermosa cara (i).
Pocos datos poseemos de autores pertenecientes al califato
cordobés; no porque no existieran, pues parece imposible que
por lo menos en la edad de oro cordobesa no contribuyeran á
su explendor los malagueños. O se perdieron sus memorias, ó
no pude yo alcanzar sus noticias; que en éstas materias no bas-
ta laboriosidad y buen deseo para llegar al estudio completo y
exacto á que aspiro: cuando en tantas y apartadas bibliotecas
pudieran encontrarse éstas indicaciones, imposible és, sin gran
valimiento ó cuantiosa fortuna, adquirirlas. Aun sin contar con
ésto muchas allegué, bien curictsas y raras.
Así como algunas de las cortes de Taifas fueron, al desmem-
brarse el imperio ümeya, asilo de vates y literatos, la malague-
ña de los Hammudíes contó también su pléyade de sabios y
poetas. Si hubo sultanes de aquella ilustre prosapia, groseros
y bárbaros, dignos de la sangre berberisca, mezclada en sus ve-
nas con la del Profeta, también los hubo amantes de la ciencia
y enamorados de la poesía.
Sobre
(i) Schack, Poesía y arte de los ár. en Sicilia y Esp., T. I, pág. 247.
570 MAuíoa Musulmana.
Sobre todo en la época de Idris II el Ensalzado por Dios.
Un biógrafo ilustre, Aben Alabbar, celebra á éste príncipe entre
los hispano-musulmanes, que se hicieron notar como poetas, y
le celebra también como erudito.
A su palacio concurrían los poetas y gustaba, como iodos
los poderosos musulmanes, de escuchar sus composiciones. Con-
servaban los Hammudíes en su corte la severa y pomposa eti-
queta de los orientales; como descendientes de Alí, como reto-
ños de la familia de Mahoma, colocados por ésto sobre los de-
más seres humanos, aquellos califas se mostraban poco á los
ojos de su pueblo, y rodeándose de cierto misterio daban sos
audiencias, oculta su sagrada persona tras de una cortina.
En cierta ocasión recibia Idris de ésta suerte á Abu Zid Ab-
derrahman ben Makana Alfendaki, vate de Lisboa, quien al re-
citarle una poesía laudatoria dijo:
—Mientras que los demás mortales fueron creados de pol-
vo y agua, los descendientes del Profeta fuéronlo del agua más
pura; del agua de la justicia y de la piedad. Don de profecía des-
cendió sobre su abuelo, y el ángel Gabriel se cierne sus cabezas.
Semeja la faz de Idris, comendador de los creyentes, al sol na-
ciente que deslumbra con sus rayos los ojos que en él se ñjan.
A pesar de ésto ¡oh príncipe! para aprovechar vuestra luz, ema-
nación de la que corona á Dios, quisiéramos contemplar vuestro
rostro (i).
Idris mandó alzar inmediatamente la cortina, embriagado
fot
(I) Casiri; Bibl. ár. T. II, pig. 38. Simonet; Deteripcüm del reiito de Grm., pig.
160. Almakaii; Analecle», T. I, pág. 2^ y 83. Dozy; Sist. dea mt».,T. IV, pág.6l.
^ »
Parte tercera. Capítulo i. 571
L 1 T w .up um-.
por el humo de la lisonja y encantado por la sabia belleza de
I08 versQs.
Ea los tiempos de la dominación Hammudi, és decir, du-
fftOte la primera mitad del siglo XI de J. C, nacieron y se edu-
fgajoQ Qn Málaga muchos autores, de los cuales voy á ocuparme.
Merece la primacía entre ellos un escritor, gran filósofo, gran
po4ta, apenas conocido en España, celebradísimo durante la
Edad Media» y no menos celebrado actualmente en el extran-
jero. Que no por ser judío y referirse ésta Parte de mi obra á
autores exclusivamente musulmanes, he de olvidar en ella el al-
to lugar que le corresponde, con tanta más razón cuanto que
alguna de sus más preciadas obras se escribió en árabe, y su
vida estuvo estrechamente ligada á la existencia musulmana
de $u tiempo.
La raza hebreo-hispana, aumentada en gran manera duran-
te la invasión, y en los primeros siglos del señorío alarbe, con-
tribuyó valiosamente á los triunfos de los agarenos sobre los
cristianos. Entregóse después en los dominios muslimes á la con-
tratación, especialmente á la de sedas y esclavos, llevó á las
artes industríales su ingenio sutil y su actividad infatigable, cul-
tivó las ciencias y las letras, y contribuyó al explendor de los
buenos tiempos del califato Umeya, viviendo con extraordina-
ria prosperidad en Córdoba. En la cual corrieron, á mediados
del siglo X| bienhadados tiempos para los judíos españoles, y
ano para algunos otros orientales, que trajeron á España pre-
ciados elementos de civilización.
Bajo Abderrahman III, en los gloriosos dias de Alhaquem
76 Il.y
572
■M'AiAGA Musulmana.
II, y durante el gobierno del gran Almanzor, ya por la medici-
na, ya por la riqueza, ya por su habilidad administrativa, los
judíos obtuvieron singular privanza en la corte cordobesa, con
la cual aumentaron sus bienes y su influencia en el Estado,
atrayendo de Oriente nuevas familias que se establecieron en
nuestra patria.
Por entonces si la ciencia y la habilidad los encumbraroa
entre pueblos que les mei ban en el fondo de sus almas,
BU prosperidad, como siemp i. sucedido, como en la actua-
lidad acontece, pe
miento y dt e que
entre las j
el carácter ren y c
Por otra p; , b
:blemente. Pues al aborreci-
ban añadíase la envidia, que
an sus riquezas, agravada por
os agarenos.
i obligaran las circunstancias,
rbien por impruder , c indo a uel imperio cordobés, que ha-
bía llegado á imponer su voluntad desde el «xtreaio Nwte de
España hasta las arenosas regiones del desierto africano, sedes-
plomó miserablemente, tomaron los judíos partido en las saa*
grientas luchas, que á principios del siglo V de la Hegira, XI
de nuestra Era, dividieron á los muslimes españoles.
Su ruina fué entonces completa; cuando los berberiscos
asesinaban y saqueaban á sus correligionarios los árabes, (i)
mayor placer habían de sentir al saciar su codicia y ensangren-
tar sus manos en aquella enemiga y ruin gente, universalmente
despreciada. Entonces tos judíos que escaparon á tantos desas-
tíes
11) Dereinbourg, Opuscutea et traites d'Aboul 'Walid Merwm iba i^^oMoA de Ca^
áóue, pág. Xll.
Parte tercera. Capítulo i. 573
tres se refugiaron en diversas ciudades españolas, quien en Za-
ragoza, como Rabbi Jónah ben Ganah, quienes en Málaga,
como Samuel ben Nagdela, del cual me he ocupado anterior-
mente.
Bien fuese de las familias hebreas que se acogieron enton-
ces— 1013 — á Málaga, bien de. otras avecindadas antes en ésta,
aació de padres judíos, el año 102 1 de nuestra Era, Salomón ben
Iehuda ben Chebirol, conocido entre alarbes por A bu Ayub So*
Uiman ben Yahya ben Chebirul.
La vida de éste varón insigne és apenas conocida. La mi-
serable existencia que á la gente de su casta imponia el fana-
tismo musulmán, por aquel tiempo prepotente en las regiones
andaluzas, el menosprecio público que hería profundamente la
dignidad del hombre, y el odio popular que les amenazaba de
muerte, mantuvieron á los hebreos españoles de elevada ilustra-
ción é inteligencia separados del mundo; vivian alejados de la
sociedad, absortos en sus meditaciones, olvidados de la vida
terrena, entregados á esas dulcísimas horas de estudio, en las
que el espíritu se arranca á las miserias de la existencia, para
deleitarse en la contemplación ó en la investigación de la ver-
dad.
Por ésto no conocemos por extenso las vidas de muchos cé-
lebres hombres hispano-judíos; las vidas y muchas de sus obras.
¡Tristes efectos del fanatismo y de la intolerancia religiosa,
cuya deletérea influencia se prolonga á través de innumerables
generaciones!
Respecto de la de Aben Chebirol solo sabemos, además de
su
574 Málaga Musulmana.
su nacimientOi que residió algún tiempo en Córdoba y que se
educó en Zaragoza. Durante su estancia en ésta ciudad^ pare*
ce que no fué feliz;, no se encontraba en ella en.su eiementOi ni
el carácter de los que le rodeaban estaba á la altura de su ele-
vacion de ideas. En Zaragoza la casta judía era poco nuinerosai
no existían en ella eruditos, ni ingeniosos intérpretes de la, Bi«
blia, ni academias de letras hebreas. Aben Chanah, otro ¡ndiú
célebre, no se cansaba de estigmatizar la ignorancia y la rude-
za de la gente zaragozana. Aben Chebirol en una de sus poesías
pinta su situación y el estado de su ánimo, profundamente con-
tristado en aquellos desventurados momentos; el dolor pone que-
jidos lastimeros y amargos sarcamos en los labios del poeta (í):
«¿A quien hablaré al despertarme? ¿A quien contaré mi pe*
sar?»
tSi hubiera un hombre compasíivo qne estrechara mi mano,
desahogaría mi corazón en su setío y le diría parte de nú duelo.»
«Quizás hablando de mi dolor se calmaría un poco mi turba-
ción.»
«¿Se puede vivir en medio de una gente queconfuadesu ma»
no derecha con la izquierda?»^
«Estoy enterrado; más nó en el llano; mi casa és mi féretrcx»'
«Sus antepasados no merecian servir de perros á mis reba-
ños; nunca se ruborizan, á no ser que se pinten, el rostro cós
arrebol.»
«Se estiman por gigantes y se me representan como langoi*
tas.»
Reinaba
(i) Derembourjí, Ibideni, pág. XVI.
Parte tercbrí^. Capítulo i. ¿75
Reinaba por éste tiempo en Zaragoza Mondzir ben Yahya,
y era uño de los principales ornamentos de su corte Yecutiel
ben Hassan, de quien algunos creen, sin niucho fundamentOi
que íué un célebre astrónomo del siglo X, y que és muy proba-
ble fuella hijo de éste, instruido por su padre en astronomía.
Yeoutiel que al decir de sus coetáneos, era hombre amable y
benévolo, rico, generoso é influyente, empleaba toda su valía en
protejer las ciencias y las letras; llevado de tan buenas inclina-
ciones amparó á Aben Chebirol, haciéndose con sus beneficios
acreedor á los singulares elogios que le dirigió éste, por enton-
ces en la flor de la juventud.
En 430 de la Hegira, de 1038 á 1039, á la caida de Mond-
zir ben Yahya, Yecutiel fué bárbaramente asesinado por el po-,
pulacho. Este desastre hizo rebosar el cáliz de la amargura en
el corazón del poeta, profundamente lacerado, y dedicó á su
venerada memoria una poesía, en la que celebraba por todo ex-,
tremo á su desventurado protector, loando su generosidad, tan
extensa como el mar ^ su rectitud y su sabiduría en la ciencia dé
Dios.
Desde éste suceso nada he podido averiguar acerca de la
vida y hechos de Aben Chebirol; tan solo sé que murió en Va-:
léncia en 1070, dominando en ésta ciudad Yahya Almamun rey
de Toledo.
La tradición, concentrando en una poética leyenda el con-
cepto que de él tenían sus correligionarios los hebreos, por la
dulzura de sus versos y la hermosura de sus conceptos, relata ib
siguiente:
Cierto
:s obras denuestrocompatrio-
iportancia, mucha mayor am-
le eo el estrecho límite á que
Cierto magnate moro valenciano, celoso de las dotes poéti-
as de Aben Chebirol dióle muerte á hierro, sin que nadie. se
apercibiera de su inicua acción; para ocultarla enterró á su míc-
o una higuera de su huerto. Desde entonces el árbol
«omenzci á producir frutos de tan extraordinaria magnitud, tan
ilces, sanos y sabrosos, que el moro hubo de regalarlos al sul-
\ tan. Asombrado éste interrogó diestramente al asesino, quien
estrechado por sus pregue ise, y revelado su crimen, pa-
gólo con la vida.
Voy á entrar en el examen d<
ta; las cuales merecían, dada su
ptíacion de la que puedo concc
me he reducido. Pues si se trata de las poéticas reflejan la situa-
ción de ánimo en que se hallaba la parte más inteligente déla
sociedad en el siglo XI; espresion también y manifestación bellí-
sima de los sentimientos religiosos de una raza proscripta, senti-
mientos quesehanperpetuadoochosiglosá través demultiplica-
doscambios y desventuras, resonando todavia sus patabrasenlas
sinagogasjudíaseuropeasdurante las más solemnes ceremoniasy
festividades. Si del filósofo se trata tendría que detenerme á to-
car, cual él lo ha hecho, los más recónditos problemas, agitados
por la humanidad desde las primeras horas de su existencia;
extenderme en la admiración que inspira ver en las ciudades es-
pañolas del siglo XI á un pensador insigne, meditando en éstos
problemas, guiado su entendimiento por los destellos de la cultora
griega, mientras estaba suspendida sobre su existencia, como nn
ave de rapiña, la bárbara voluntad de un reyezuelo despótico;
mientras
Parte tercera. Capítulo i. 577
mientras resonaba en las calles la algazara feroz de las turbas
berberiscas, entregadas á la carnicería, al saqueo y al incendio;
mientras que la ignorancia envolvia, cual una densa niebla, el
Continente europeo. Cuadro bien hermoso para ejecutado podia
^eréste, en el que supliera la grandeza del asunto á la habilidad
del pintor; pero tengo que renunciar á presentarlo aquí en toda
su extensión, reduciéndolo considerablemente.
No seguiré en él la marcha adoptada por otros escritores
<jue lo han tocado: voy á ocuparme primero del filósofo que del
poeta; primero de las obras que tuvieron sus dias de vega y de
aplausos, para perderse entre las de centenares del mismo gé-
nero; después trataré de aquellas otras que se han perpetuado
hasta hoy, y que se conservan piadosamente como exquisitas
producciones de arte.
La más importante de ellas, la que mayor renombre le con-
siguió entre cristianos y judíos en los tiempos medios, fué la que
publicó en árabe, denominándola (i) Fuente de la Vida^ proba-
blemente üL^t ^j^^^»
El asunto principal de ésta obra és exponer filosóficamente
las
(1) El texto árabe de ésta obra se ha perdido, pero se nos ha conservado un resumen
«n hebreo, hecho en el siglo XIII por Schem Tob ben Falaquera, filósofo judio, el cual
más bien que un resumen se supone con fundada razón que és una traducción literal de
las partes más importantes del original, cuyo titulo interpreta con las palabras Mekor hay^
yim. Existo también de ésta obra una traducción latina, titulada Fona vUae en la Bibliote-
ca nacional de París, fond St.Victors, número 92. Dábase generalmente al autor de Iti Fuen-
te deVida el nombre de Avicebron, que el sabio oríentalista judio Munk demostró que era
Aben Ghabirol. Antes que él habia ya indicado el español Rodrigues de Castro en su Bif
blioieca Eepañolüj T. I^ pág. 10, Madrid 17Si, que ésta obra perteneda á Aben Ghebirol;
dando de ella alguna curiosa indicación, dice que está citada en el TcUmtíd judio de Grit-
tianGerson, que la menciona Buxtorf en su Biblioteca rabinicay y que vulgarmente se le
atribuía á Rabbi Samuel Sarsa, que rivia hacia el año 1490.
578 Málaga Musulmaíía.
las ideas de materia y forma. Chebirol desenvolviendo sw ideas
y recorriendo sus diferentes grados llega hasta las noeione$ de
una materia y de una forma universal, que lo comprendas tp4Q,
escepto Dios, pues para él el alma y las sustancias s^raples
tienen su materia.
Divídese la obra en cinco tratados, siendo el asunto de ca-
da uno de ellos el siguiente: en el I dar á conocer lo que debe
entenderse por materia y forma; en el II trata de la materia re-
vestida de forma corpórea; en el III determina |a existencia de
substancias simples intermediarias entre Dios y el mando cor-
póreo; en el IV tiende á probar que éstas substancias simples
se componen de materia y forma; el último se ocupa de la ma-
teria universal y de la forma universal, és decir de la idea de
materia y forma, tomada en su sentido más general, y aplicada
r
tanto á las sustancias simples como á las compuestas. Sobre
éstas extiende su poderío la Voluntad^ primera manifestación de
Dios, de la cual dimanan todas las formas.
La Fuente de Vida és puramente analítica, su argumentación
aparece muy complicada y sutil; sus demostraciones son difu-
s^s, procurando encubrir con su número lo flaco de algunas pre-
misas. Ofrece también demasiada proligidad y frecuentes re-
peticiones (i).
¿De dónde provinieron las doctrinas de Aben Chebirol?
Tres influencias principales dominan en ellas; 1^ de las creen-
ciaa
(i) He aqui el sistema íilos/jtíco que resulta de (^ste libro, según el autor que m^r
y más estensamente lo ha estudiado; Munk, Melanges de Philo$ophie juive et ara6e, pir
gina 227:
«I^ ciencia Ijletaf.sica, que debe ser precedida por la Lógica y del estudio del aluia y
de sus facultades, tiene por lín tres cosas; el conocimiento de la materia y de la forma^ el
Partb tercera. Capítulo i. sjg.
«cías religiosas judías, las ideas arístotélicas introducidas entre
los árabes» y la filosoña alejandrina.
Ligado á las primeras influencias tuvo que aceptar el dogma
fundamental
de la Voluntad divina 6 la Palabra Creadora^ y el de la substancia prímera ó sea Dios. El
hombre podrá apreciar imperfectamente ésta última, y és imposible que la alcance solo
por la especulación filosófica.
La Voluntad primera, causa eficiente que contiene en su esencia la forma de todas las
cosas, media entre Dios y el mundo. No és de la Inteligencia de quien dimana el mundo,
sino de la Voluntad, és dedr, que la Creación no és una necesidad sino un acto libre de
la Ditnnidad, Dios dá libremente al mundo la perfección que quiere darle, y según ha
dicho Aben Ghebirol en muchas partes de su obra, lo que el mundo exterior recibe de la
Voluntad, és bien poca cosa en comparación de lo que és la Voluntad misma.»
«La Voluntad divina se manifiesta gradualmente en diferentes hypostasisj y procede
sucesivamente de lo simple á lo compuesto, d
«La emanación prímera y directa de la Voluntad divina és la matería con la forma en
su mayor universalidad. La matería universal abraza á la vez el mundo espirítual y el cor-
poral; ésta potencia ó facultad de ser existe en todo lo existente^ fuera de Dios, el ser ab-
soluto siempre en acto. Esta matería recibe de la Voluntad la existencia, la unidad y subs-
tandalidad, que constituyen la forma más universal.»
«Es la forma la unidad secundaría, emanación inmediata de la unidad prímera y abso-
luta; és la especie más general ó la especie de las especies. Esta forma universal la con-
sidera Aben Ghebirol algunas veces en si misma, como una de las substancias simples, pe-
ro generalmente la identifica con la inteligencia universal, que llama la seyunda uni-
dady y que sirve de unión y lazo á todas las formas. En efecto la unión entre la forma
universal y la matería universal, abstracción hecha de la substancia que ésta unión cons-
tituya, és algo puramente ideal; 1 o que naco desde un príncipio de ésta unión, és la subs-
tancia del intelecto; de modo que la forma universal en acto no és más que la substancia
del intelecto.»
cEl intelecto universal, en el que reside la forma en toda su universalidad, és pues la
emanación más directa de la Voluntad ó la prímera hyposlasi. A contar desde ella el
universo se particularíza cada vez más. Tenemos por otra parte como segunda hypostasi
el alma universal, que en el macrocosmoy ó sea el universo, se manifiesta, como en el mt-
crocosmoy ó sea el hombre, bajo tres distintas formas. Siendo en si misma principio de
vida se refiere al intelecto por el alma racional, mientras que por la facultad nutrí tiva se
refiere á la Naturaleza, Esta última no és, como entre los Peripatéticos, la ley inherente
al universo, y que se manifiesta en el organismo del mundo, sino una substancia simple
fuera del mundo corpóreo, una fuerza superíor que produce y gobierna éste mundo, y le
impríme sobre todo el movimiento; á ésta fuerza, en relación más directa con el mundo
sensible que las substancias superiores del alma y del intelecto, podiasele llamar, según
una expresión más moderna la naturaleza naturante, por oposición al mundo de la cor-
poreidad 6 sea la naturaleza naturalizada, que comienza en la esfera celeste superíor,
llamada la esfera circundante. Pero se vé que ésta naturaleza naturante, no está como en
eü sistema de Giordano Bruno y en el de Espinosa, identificada con la substancia prímera
77
58o Málaga Musulmana.
fundamental del judaismo, és decir, la creación del mundo de
la nada, mediante la voluntad divina. Todo el sistema de Aben
Chebirol respira las ideas de matena y forma de Aristóteles que
6 Dios, y que por el contrario es una de sus hyposhuis inferiores, las cuales se ei
bajo la dependencia de las superiores que sobre ella obran.»
sLa substancia déla Naturaleza, última de las substancias simples, forma el limite en-
tre el mundo espiritual y el sensible; de ella emana el mundo corpárso, eu el cual diatiii-
guimos igualmente diversos grados, pasando siempre de lo mis simple & lo mis compuM-
to. Aqu! és donde comienzan el tiempo y el espacio; el lugar propiamente dicho A el ei-
pacio és un accidente que nace en la estremidad inferior de la forma. Ante todo es el cie-
lo imperecedero con sus diversas esferas, y en seguida el mundo sublunar, A sea el dd
nacimiento y de ladcsíníccion.r
lA éste sistema de emanación se refiere lo que Aben Chebirol afirma de las diversas
materia». En las difcrciites gradaciones del Ser, establecida por él, podemos distinguir
cuatro materias universales, colocadas las unas con las otras, y que se parliculariían más
y más, á medida que se desciende desde lo alto liácia abajo: I," la materia universal abso-
luta ó la que á la vez abraza el mundo espiritual y el corporal, és el iubatraetwn general
de todo lo existente fuera de Dios. 2." La materia universal coi^oral ó la que sirve de
snbstractum á las formas de la corporeidad y de la cuantidad, y que abraza al par que las
esferas celestes el mundo sublunar. 3," La materia común á todas las esferas celestes.
4.-* La materia universal del mundo sublunar ó la de los elementos, esfera de la contin-
gencia, á la cual llama nuestro autor la matena general natwal. A cada una de éstas
cuali'o materias corresponde una forma universal, y las formas c^mo las materias se par-
ticularizan y se corporifican cada vez, mientras más se desciende en la escalade loa seres.*
<iLa forma puede ser considerada bajo dos puntos de vista; primeramente como lo que
constituye el ser de la materia, dándole la unidad y la substancial ¡dad; después como lo
que particulariza y determina la materia y lo que constituye géiterot y e$peeie». B^jo el
primer punto de vista, lo que és superior en la serie de las emanaciones presta fueraa* i
lo que és inferior, y éste último és el «ubstroctumó la matena. Bajo el sqpindo punto
de vista puede considerarse al sujierior como una materia que se individualiza cada ta
más y se determina por el inferior. Partiendo por ejemplo de la forma del intelecto, qne
és la universal, vemos que constituye el ser de todas las substancias inferiores, y en todu
éstas substancias se encuentra también la misma relación de forma y materia; pero par-
tiendo de la materia universal y considerando la forma como lo que la determina j par-
ticulariza, se hallará que el inferior és la forma de lo que és superior. La materia és pnea
más latente que la forma, que sirve para determinarla é individualizarla, pues el inferior
en la serie de las emanaciones está siempre cada vez más maniflesto, y sirviendo de forma
determina lo que le és superior. Ast por ejemplo la cuantidad es una fonos por k
substancia, mientras que és una materia por el color y la hgura. En resumen, pues, la>
formas en general ton de dos especies: Us unas, sustituyendo la esencia de toda com,
■on coiBtuiea á todo lo que ha surgido de la Voluntad dinína,- las otras, limitando cada vei
mis el «ér, varían i cada grado de la escata de los seres. La primera de éstas dos especie*
M anterior í U segunda; porque la materia tiene primeramente la facultad cte ser en ge-
neral, y mIo cuando está revestida de las formas de existencia y de substancia és cuando
Ocft i nmitituir una btcultad de ser tal ó tal cosa.»
Parte tercera. Capítulo i. 581
un siglo antes pusieron en voga las obras de Alfarabi; \^ Lógica
de aquel pensador insigne se encuentra indicada á cada paso, y
8U Física y Metafísica han dejado numerosos vestigios en la obra
del judío malagueño.
Pero en ésta las doctrinas neoplatónicas constituyen la
influencia predominante; la de la emanación, según la cual to-
do lo existente ha nacido de un principio absolutamente simple
y únicoi por medio de cierta especie de efusión y radiación.
Aben Chebirol coloca la ciencia suprema, el conocimiento del
primer agente, Dios, fuera de los límites de la inteligencia hu-
mana; el hombre para acercarse á él tiene que romper los lazos
que le ligan á la naturaleza; solo por un éxtasis místico se une
el alma con Dios, y para llegar al éxtasis se necesita el concur-
so de
cFormando todo el Universo un solo individuo, la parte superior es el prototipo de la
inferior, y por ésta última podemos juzgar de la primera y penetrar en sus misterios. Mien-
tras más se sube más insuficientes son nuestros conocimientos. La Voluntad és impenetrable
á nuestra sola inteligencia, y no podemos llegar á C(>nocerla más que por una especie de
extáfiSj que nos coloca en el mundo de la divinidad. La substancia primera nos és inaccesi-
ble, y no podríamos conocerla sino fuera por medio de las acciones que de ella emanan,
sinriendo de intermediaria la Volunt<id.i»
cEs evidente que la especulación arrastra á nuestro autor hacia el panteismo, y la con-
secuencia lógica de su sistema sería considerar á la matería ó la substancia una como pre-
existente. Por otra parte el dogma obliga á Aben Chebirol á admitir un Dios Creador; on
efecto vemósle profesar abiertamente ésta idea en muchos lugares por la creación ex-
fUhüo. Pero se le observa visiblemente dudoso cuando debe explicar la Creación y definirla;
Temósle entonces recurrir á imágenes^ de las que resulta evidentemente, que en su concep-
to la Creación se reduce á la impresión de la forma en la matería, impresión emanada de la
Voluntad. Sea de ésto lo que quiera, lo que Aben Chebirol llama Creación se limita á la
matería universal yá la forma universal; lo que viene después, tanto el mundo espirítual
como el corporal, procede únicamente por via de emanación suelva, pues, según nues-
tro filosofo, la efusión primera que abraza todas las substancias^ hace precisa la efusión
de los substancias unas en otras. De aquí se deduce que la Creación, tal cual la admite
Aben Chebirol, no puede caer ó perecer en el tiempo, porque nada en el mundo superíor,
és decir en el de las substancias simples, cae en el tiempo, t
«No se puede por tanto decir que Aben Chebirol se declare abiertamente panteista,
ni que admita la Creación, como en general la entienden los teólogos judies, sino que fluc-
tiia constantemente entre ambos sistemas.»
S82 Malaga Musulmana.
so de la meditación y las prácticas morales; hé aquí la facultad
contemplativa, según los alejandrinos, por la cual el hombre
puede elevarse hasta la unidad absoluta.
Si Aben Chebirol no conocia las obras de Plotino y de Pro-
<:lo, conocia su filosofía hasta en sus menores detalles, tomándo-
la, á lo que parece, de ciertas obras seudónimas, atribuidas por
los musulmanes á pensadores antiguos, que no eran más que
compilaciones neoplatónicas.
Pero el filósofo malagueño no siguió servilmente aquellas
ideas, sino que las alió con las religiosas que profesaba, impri-
miéndoles cierto sello de originalidad.
Examinemos ahora la influencia que tuvo la obra de Aben
Chebirol en el movimiento filosófico.
Extendida por España la filosofía aristotélica con los libros
de Avicena, y dado el poco caso que los musulmanes hacían de
las obras judaicas, ningún rastro dejó la Fuente de Vida en las
producciones de los principales pensadores alarbes.
No así entre los judíos, pues mereció que algunos le conce-
dieran grandes elogios y reprodujeran sus ideas, mientras que
otros le atacaran rudamente, con especialidad Abraham ben Da-
vid ha Levi, quien en su libro, la Fé Sublime^ trató de concor-
dar la religión hebrea con la filosofía aristotélica. El misticismo
de Aben Chebirol, que se avenia mal con éstas preponderantes
y positivas ideas, acabó de desacreditarlo, hasta el punto que
Maimonides ni siquiera le cita. Apesar del estracto que Schem
Tob ben Falaguera hizo de la Fuente de Vida^ no contribuyó á
salvarla del olvido; tanto que al espirar el siglo XIII era com-
pletamente
Parte tercera. Capítulo i, 583
pletamente ignorada entre los judíos españoles, aunque se cree
que por ella conocieron los Cabalistas la filosofía alejandrina.
La celebridad que no alcanzó entre sus correligionarios,,
•consiguióla entre los cristianos. Estos, desconociendo cuasi su
vida y completamente su nombre, pues le llamaban Avicebron»
•diéronle una fama inmensa. Hacia la mitad del siglo XII el ar-
chidiácono Dominicus Gundisalvi, ayudado por el judío Juan
Abendeath traducía su libro, en el cual se dice que bebieron sus
Jieréticas doctrinas Amaury de Chartres y David de Dinant.
Aunque ésto último no sea exacto, lo indudable és que la
Fuente de Vida produjo gran sensación en las escuelas cristianas
del siglo XIII, y que su celebridad se prolongó hasta el Rena-
cimiento. Alberto el Grande combatió sus opiniones fundamen-
-tales, y tenia tan alta idea de su autor, llegaba hasta él su nom-
bre rodeado de tan explendente aureola, que considerando lo
flaco de sus doctrinas creia que se las habian atribuido falsa-
mente.
Santo Tomás de Aquino le combate también rudamente.
Por el contrario Duns Scoto adoptó gran parte de sus opinio-
.nes; por tanto el nombre de Avicebron resonó muchas veces en
ilas controversias de Tomistas y Scotistas; aun en el siglo XVI
era conocido por los neoplatónicos italianos, especialmente por
^Giordano Bruno.
En resumen Aben Chebirol no hizo más que apropiarse los
iresultados de una filosofía extrangera; pero sometiéndolos á sus
•coavicciones religiosas, dióles un intenso carácter de originali-
•dad. Esto le distingue de los pensadores sus coetáneos, árabes y
judíos.
584 Málaga Musulmana.
judios, y de los que le signieron: mas no previo las consecuen-
cias de sus doctrinas; no previo que de ellas nada directamente
el panteismo, cuya idea repugMiba sin duda profundamente á su
conciencia.
Además de ésta obra escribió nuestro autor un tratado de
Moral, titulado Corrección de Costumbres j en el cual considera las
virtudes y los vicios en relación con los cinco sentidos corpo-
rales.
£1 más noble de éstos para él és el de la vista, con el cual
relaciona el orgullo y la humildad, el pudor y la impudencia;
sigúele el oído, al cual se refieren amor y odio, piedad y cruel-
dad; están en relación con el olfato la cólera y la bondad, la en-
vidia y el celo; liga al sentido del gusto la alegría y la trísteza,
la calma y el arrepentimiento, y con el del tacto la generosidad
y la avaricia, el valor y la cobardía. Entre todas éstas cualida-
des primordiales señala Aben Chebirol otras intermedias, afir-
mando que las buenas pueden transformarse en malas por la exa-
geración.
Es* éste libro un manual de moral popular, fundamentado
más que en un raciocinio propiamente filosófico, en inducciones
sacadas de pasages de la Biblia y en observaciones sobre las es-
presiones figuradas del lenguage vulgar (i).
Atribuyese también á Aben Chebirol otro tratado de Moral,
que escribió en árabe y dividió en sesenta y cuatro partes, titu-
lándole Perlas Escogidas: algunos autores dicen que pertenece
éste
(i) Esta obra se escribió en Zaragoza en 1048, se hizo una edición de ella en Riva de
Trento |K)r Marcariah en 1562. A su manera escribió el Hermano Lorenzo Ortiz, de los Re-
jfulares extinguidos, su Empresa de los cinco sentidos.
Parte tercera. Capítulo i. 585
éste libro á ledaia Pennini, judío de Beziers; Munk se inclina
á que és de nuestro escritor.
£1 mismo Munk le supone autor de un Tratado del Alma^ di*
vidido en once capítulos, en los cuales trata de dilucidar las si-
guientes cuestiones: que és y si existe el alma; su definición se-
gún Aristóteles; si és creada ó increada desde el principio del
mundo; si hay una ó muchas almas, si han sido creadas de la
nada, y si el alma és inmortal. Determina después las fuerzas del
alma y las peculiares del ser humano.
Apesar de las muchas interpolaciones, que saltan á la vista
en ésta obra, sino és de Chebírol está tomada, cuasi por entero,
de su libro Ff/^»fe á^ Fíáa (i).
Sin duda hizo también algunos estudios sobre interpreta-
ciones alegóricas. Así, según él, la escala de Jacob y los ángeles
que por ella subían y bajaban representaban el alma racional y
sus pensamientos, elevándose desde la tierra al empíreo y descen-
diendo desde éste al mundo sensible. Calculó además la llegada
del Mesías, fundándose en absurdas teorías astrológicas.
Fué Aben Chebirol más que un gran filósofo un gran poeta.
Munk le proclama como restaurador de la poesía hebraica, figu-
ra en primera línea entre ios insignes vates judíos de la Edad
Media, y és el primer poeta de su tiempo. Se distingue por el es-
tro y por la alteza de las ideas y los sentimientos: inspirado en
la sublime poesía de ios sagrados libros, vibrando en sus versos
ias emociones que la miserable situación de los judíos producían
en su
(i) La Colección de Perlas se imprimió en Cremona por Conté en 1588; de ella se
-iralió Joan Drusio para escribir su libro Apophtegmata Ehraearum, Francfort, 1612
586 Málaga Musulmana.
en su ánimo generosoí sus composiciones están impregnadas de
profunda tristeza y tienen un carácter universal , que hará siem*
pre latir los corazones, espresando una alta idea del futuro des*
tino del espíritu, y una consoladora esperanza de ventura para
más allá de la vida.
He aquí una de sus producciones, que és una meditación^
incluida en el rito hispano-judío para el dia de las Expiaciones»
que muestra las condiciones del poeta:
cOlvida tu pesar ¡oh agitada alma mía! ¿Porque tiemblas
ante los dolores de éste mundo? Pronto tu envoltura reposará
en el sepulcro y todo se olvidará.!
•Espera ¡oh alma mia! pero que el pensamiento de la
muerte te inspire saludable terror; el cual te salvará el dia que
vuelvas á tu Creador, para recibir la recompensa de tus obras.t
•¿Porqué esa agitación que demuestras por las cosas terre-
nas? el soplo vital se desvanece y el cuerpo quédase mudo:
cuando vuelvas á tu elemento nada te llevarás de ésta vanaglo-
ria, y te elevarás á las alturas, como el ave á su nido.»
cA ti, noble y regia, ^qué te importa ésta carrera sin duración,
en la que el explendor real tornase en desventura, y lo que
crees saludable és propiamente un arco vibrante 3' amenazador?
Lo que te parece precioso, ilusión és; toda dicha, mentira que
se desvanece, y para otros queda, sin provecho para tí, lo que
adquiriste con gran trabajo.»
•El hombre és cual una viña y la muerte su vendimiador,
que le acecha y amenaza á cada paso. ¡Alma mia! busca al
Creador; el tiempo és corto y el fin lejano. Alma rebelde, satis-
fácete
Parte tercera. Capítulo i. 587
^■^^^^^^— "^^— —— ■ ■ — I
facete con pan seco; olvida éstas miserias, piensa solamente en
la tumba; teme solamente al dia del juicio.»
«Tiemblai como una paloma ¡pobre afligida! recuerda sin ce-
sar el reposo celeste. Invoca á todas horas el cielo; envia á Dios
tus lágrimas y tus plegarias, y cumple su voluntad; los ángeles
de su morada te conducirán al jardin celeste.»
.Cualquiera de nuestros autores místicos del siglo XVI hu-
biera indudablemente, á pesar del odio que contra el judaismo
sintiera, aplaudido éstos versos. Hay en ellos, una dulzura in-
comparable, algo de la melancólica espresion, algo de las ideas,
que tanta celebridad consiguieron después á las endechas de
nuestro Jorge Manrique.
Aben Cbebirol cultivó todo el campo de la lírica religiosa;
Sachs, otro escritor judío contemporáneo nuestro, le considera en
éste punto como acabado modelo. Himnos y meditaciones, cánti-
cosy oraciones, han sido presentadas por él bajodiversas formas.
Su producción más importante, en la que se revela su espí-
ritu pensador y devoto, en la que se combinan la razón y la ima-
ginación, la inspiración y el pensamiento filosófico, en la que
se encuentra toda la sabiduría de su tiempo, mezclada á las
perpetuas creencias del judaismo, ésla Kether Malkhut^ la Coro-
na Real, á la cual el mismo llama la flor y corona de sus himnos.
Todo lo que el poeta sentía y sabia, todo lo que le enseñaba su
propio pensamiento, lo que había aprendido en sus libros y en
la ciencia de su tiempo, todo ello, cual Sachs dice, lo tegió para
la corona de su Dios.
En su introducción ha loado á éste; ha celebrado su uni-
78 dad,
588 Málaga Musulmana.
dad, su existencia, su vida, su grandeza, su poder, como si
quisiera apoderarse de la luz comprendida entre tantas rique-
zas. Después exclama;
«Tú eres Dios, y las criaturas siervos son y adoradores tuyos.
No disminuye tu gloría que otros adoren lo que no eres tú,
porque el fin de todos és llegar á tí. Son cual ciegos; se dirigen
hacia el camino real, pero se estravian en las trochas; unos se
hunden en la sima de la destrucción, otros caen en una fosa. Creen
haber llegado todos al fin deseado y se cansan en vano. Pero
tus servidores marchan por senda recta, no se pierden ni á de-
recha, ni á izquierda, hasta que han entrado en el centro de tu
palacio real.»
«Eres Dios apoyando las criaturas con tu dignidad, soste-
niéndolas con tu unidad. Eres Dios y ninguna distinción debe
establecerse entre tu divinidad, tu unidad, tu eternidad y tu
existencia... Eres sabio; la sabiduría es la fuente de vida que
surge de ti, y con respecto á tu sabiduría el hombre es un igno-
rante. Eres sabio, existente por toda la eternidad, y de nadie
has adquirido la sabiduría, sino de tí. Eres sabio y de tu sabi-
duría has hecho emanar una Voluntad determinada, como hace
el obrero y el artista para sacar un ser de la nada, y como hace
la luz que sale del ojo.»
Hace después la descripción de las esferas celestes, desde
la de la luna hasta la novena esfera, que colocada sobre las es-
trellas fijas arrastra en sus movimientos á las otras; después
de llamarla la esfera del movimiento diurno^ dice el poeta que
hay una décima á la cual llama esfera de la Inteligencia.
«¿Quién
Parte tercera. Capítulo i. 589
c¿Quién comprende— dice — tus pavorosos misterios cuando
has elevado sobre la novena esfera la de la Inteligencia, que és
el palacio interior, el décimo dedicado al Eterno? Esfera és
ésta elevada sobre toda elevación, que pensamiento humano no
puede alcanzar; alli está la misteriosa tienda de tu gloría; la
has fundido con la plata de la verdad; la has revestido con el
oro de la inteligencia; has fijado su cúpula sobre las columnas
de la justicia. De tu fuerza depende su existencia; emanada de
ti| tiende hacia tí, y eres la aspiración de su deseo
La imaginación del poeta ha poblado ésta esfera de ánge-
les y serafines, que cantan perpetuamente los loores de Dios.
Inmediatamente sobre la esfera de la Inteligencia se encuentra el
trono de la divina gloria. En él está el misterio, el principio de
todo lo creado, y el entendimiento se detiene allí, sin poder ele-
varse más. Bajo el trono celeste está la morada de las almas,
desde ella bajan á la tierra para animar los cuerpos, y á ella
vuelven terminado su destino terrestre.
Pinta después el poeta los goces de las almas puras y el
castigo reservado á las que sobre la tierra se mancharon. Con-
sidera enseguida el cuerpo humano, y admira en su maravillo-
sa extructura la obra de Dios. Acaba el poema con algunas
consideraciones sobre la debilidad humana y sobre la nada de
la vida de éste mundo (i).
Esta
(i) La extensión del Keiher Malkhut me ha impedido publicarla aquf integra, habién-
dome contentado solamente con ofrecer á mis lectores el bellísimo estracto que de ella
hiu> Ifonk, y algunas de las consideraciones que inspiró á Sachs. Hay de ella una edición
de Venecia sin aAo, otra de Roma por E. Paulino, 1618, con una versión latina del do-
minico Fr. Francisco Donato; en Amsterdam se publicó en 1674 una traducción alemana.
David Nieto imprimió una traducción española, que se dio además á la estampa en varías
590 Málaga Musulmana.
Esta poesía ha sido conservada por los judíos, como ana de
las más grandes composiciones de su literatura; desde hace si-
glos vienen haciéndose numerosas ediciones, traducciones é imi-
taciones de sus magníficos versos,
. Consérvanse, además de la Corona Real, bastantes poesfaí
de Aben Chebirol. Rodríguez de Castro indicauna titulada Ax-
harot ó s&üExhortaciottes, resumen de los preceptos morales que
leian los judíos españoles en sus sinagogas el Sábado antes de
Pentescostés (i).
En todas ellas resplandecen tas cualidades que hicieron cé-
lebre la gran poesía que antes he descrito; dulzura y grandeza
en la espresion, elevación en los conceptos, nobleza en los sen-
timientos, y cierto tinte de tristeza simpática en el conjunto:
Muchas de ellas han llegado hasta nosotros, y aun todavía re^
suenan sus acentos, después de tantos siglos, en los templos
hebreos, pues se incluyeron en los rituales de diversos países,
en el español, en el francés, en el de Trípoli, Argelia é Italia;
aun oran con Chebirol los judíos alemanes y los polacos; ape-
nas habrá liturgia, á\ct S2.chs, que no se halla apropiado alguntí
flores desu jardin.
Por la poesía fué y és Aben Chebirol uno de los más céle-
bres
ocasiones. Véase Wolf, Bibliot. heb., T. 111 y Rossi, Dii. hiat. degli aut. ktí>. T. I. Tn-
dújose también en francés en una ubra titulada. Friere» áu jour de Kippour á l'iuuge
dea üraelüet du rit portugait Iraduites par MardoehÉe Veitíure, Paria, 1815. Hty t«ni-
bien varias traducciones alemanas del Dr. Stein y de Sachs. Como en hsXe lugar no he po>
dido dar i mi estudio sobre Saloman ben Chebirol toda la extenrion que merac», como a
nlia obliga á que sea perfectamente conocido en nuestra patria, donde apena* se 1« ca>
noce, me pixipongo hacer de él un trabajo histórico critico, en el qne incluiré la Induc-
ción integra de ésta poesía.
(1) Corregida por David Quinchi, comentada por Hoses ben Chasim Sem Tob, Atea
Soacban j Aben Todr6s, impresa en el Machzor romano, Venecia Bmadino, WD.
Parte tercera. Capítulo i. 59^1
brés escritores entre los judíos; en sus festividades, en aquellas
que llen^ el gozo, en aquellas otras en que domina la peniten-
cia, se elevan los acentos expresivos y armoniosos del poeta
malagueño, que á través de tantos siglos viene á tomar parte
en las alegrías, én las tristezas y en los arrepentimientos de
sus correligionarios. Sí su obra filosófica halló impugnadores y
detractores, su gloria brilla perpetuamente en sus composicio-
nes. ^Bienhadado privilegio del poeta (i) sobrevivir á la muerte,
al olvido y al inenósprecio del pensador!
Por
(1) Incluyo aqui la traducción, que debo á una amistosa atención nunca bastante agra-
decida, de una poesia de Aben Clicbirol, publicada por Mi<^uel Saclis, en la obra antes ci-
Uda, página 30 á 32.
Para el dia de la Reconciliación (11. p, 30 á 32,/
;0h Dios! ¡Dios mió! á tí clamo en unión de tus fieles. Quiero anunciar tu grandeza y
hacer conocer tu misericordia.
Escucha mi clamor. Si me levanto entre la multitud de los fíeles, abre mis labios pa-
ra que sea oída tu alabanza.
¡Oh Dios! ¡Dios mió! delante de ti mi pensamiento está potente, mi alma y hasta mis
huesos están llenos de angustias.
Escucha mi clamor, cuando ante tu santuario te eleven, llenos de temor los escogidos
del pueblo su plegaría.
¡Oh Dios! ¡Dios mió! Estás envuelto en la gracia como con tu vestidura, déjame que
Tayá sin sonrojarme á donde he sido enTiado.
Escucha mi clamor. Guando subyugues á mis enemigos y des alivio á mi dolor, no me
opongas al oprobio. Permite que tus doctrinas permanezcan completamente lijaí: en mi
corazón.
¡Oh Dios! ¡Dios mió! Haz que mis pensamientos no me estravien y que la falta de mis
labios no me haga resbalar.
Escucha mi clamor. Guando atormentada mi alma no cante tu gloría, envia luz y ver-
dad que me muestren el camino.
¡Oh Dios! ¡Dios raio! En ti espero, tu eres mi apoyo mas sólido: iluminame y for-
taléceme, cuando la fuerza me falte.
Escacha mi clamor. Guando vayas á rectificar ó á rechazar nuestras deudas dame un
ánimo puro y una voluntad fírme en el corazón.
¡Oh Dios! ¡Dios mió sublime! que tienes tu trono en las altaras, de lo más profundo
de mi alma á tí clamo con gemidos de dolor.
Escacha mi clamor. Al hablar en el coro de los miseros necesitados el sabio retroce-
de ¡pero Dios está lleno de misericordia!
59>s Málaga Musulmana.
Por último entre las obras de é^:e escritor cuéntase una Gra**
mática hebrea en versoí que constaba de diez pautes,, y de la
cual solo se publicó la Introducción. Obra dfcjaupntqd, pues la
escribió á los diez y nueve años, és sin embargo importante
para la historia de la Gramática hebrea, bajo el concepto de
la forma, tanto que Sachs manifestó su sentimiento, porqae no
se hubiera hecho una etlicion ihoderna.
En ella aparece la parte gramatical adornada con el expíen-
dor de la belleza poética; la sequedad y aridez de los precep-
tos léxicos se transforma en gracia y hermosura mediante inge-
niosas perifrásis.
£1 joven poeta expresa su indignación ante el abandono de
la lengua santa, preferida^ exclama, entre todas las lenguas, y vé
con
;0h Dios! ¡Dios mió! Aquí estoy ea el pecado y eu la culpa, si te acuerdas de lo que te
debemos, ¿quien podrá subsistir?
Escucha mi clamor. No vayas al presente al juicio general porque soy. un fruto del de-
seo pecaminoso.
¡Oh Dios! ¡Dios mió! Tú tienes preparado el bálsamo para mi salvación; tú establedsts
el dia de la reconciliación para que la misericordia esté de mi parte.
Escucha mi clamor. Si rompo las cadenas del pecado que me ligan limpiame de la
culpa y purifícame del pecado.
¡Oh Dios! Dios mió! Como desea mi corazón llegar á tf , cuan encorvado estoy bi^ mi
orguUosa voluntad.
Escucha mi clamor. En el dia en que hables á la turba de los creyentes, recibe sus
oraciones, para que lleguen ante ti.
¡Oh Dios! ¡Dios mió! Ellos han acrisolado su corazón con tu enseAanza, sirviéndoles
como de alimento que les pertenece.
Escucha mi clamor. En el dia desuñado al castigo de tus fíeles, con cuanto gusto su-
friré todas las penas por escuchar tus palabras.
¡Oh Dios! ¡Dios mió! á ti llenos de ardientes deseos miran muchos ojos. Estamos aquí
con la cabeza inclinada.
Escucha mi clamor. En el dia en que descubra el engaño de los sentidos levantaremos
en oración el corazón y nuestras manos hasta el cielo.
¡Oh Dios! ¡Dios mió misericordioso! alabado en el coro de los ángeles en las altuFM,
acuérdate de mi y ten presente mi ardiente, súplica.
Escucha mi clamor. En el dia que hables en medio de tus fíeles el aliento de todo lo
4{ae tiene vida deberA bendecir tu nombre.
Parte tercera. Capítulo i. 593
con dolor como se ha bastardeado el ingenio y el saber de sus
correligionarios, ésta horda ciega^ cual les llama, que no pue-
den entender ni explicar las palabras de los Profetas.
Por tanto quiere ser él intérprete de aquellos mudos compa-
triotas, y aunque su misma juventud le amedrante no puede
cerrar sus oidos á los generosos acentos que le impulsan á em-
prender su obra:
cAdelántey á llevarla á cabo, exclama, bien joven soy; pero
no siempre las coronas han de guardarse para los viejos.»
Hé aquí, muy en resumen, lo más importante de las obras
de éste malagueño insigne: apenas apreciado hoy en España,
paréceine, cual durante el trascurso de ésta obra dije en varias
otras ocasiones,que cumplo con un ineludible deber al darlo á co-
nocerá sus compatriotas en toda su grandeza. Es una gloria ver-
daderamente española, digna de ocupar excelente lugar en la
historia de nuestros pensadores y de nuestros poetas; és la re-
velación de la parte más selecta, pequeña y escogida de una
sociedad, en la que imperaban con absoluto señorío la barbarie
y la violencia; fué uno de esos seres privilegiados á quienes, en
épocas funestas para la civilización, impone Dios la misión de
conservarla en la alteza de los ideales religiosos, morales y cien-
tíficos, y trasmitirla á las futuras generaciones, (i)
Desde
(i) Las obras de qae me he valido principalmente para el presente estudio biográfico
fueron: Munk, Mdanges de philosophie juive et arahe^ París 1859, pág. 151 á 306, Mi-
chael Sachs, Die religiose poesie der Juden in Spanieny Berlín, 1845, pág. 35 y sig. obras
ambas cuasi desconocidas en nuestro pais,y que debian ser traducidas por su importancia
para nuestra Historia, especialmente la última. De Rossi, Dizúmario storico degli autori
oro&t, pág. 78, Parma, 1807. J. y H.Derembourg, Opuscules et traites d^ Abou ^ Walid
Merwan ibn Líana^ pág. XV y sig. Parts, 1880. Rodríguez de Castro, Biblioteca espa»
ñola^ T. I., Madríd, 1781. Pueden verse también sobre el mismo autor las siguientes
594 Málaga Musulmana.
.**'
Desde mediados del siglo III de la Era mahometanay IX
de la de Cristo, coji)enzamos á tener noticia de escritores mu-
sulmanes malagueños, pues he hallado la de Said ben Ahmed^
que murió en 250 de la Hegira — 864 de J. C. — dejando publi*
cado un volumen, que aunque pequeño se consideraba de gran
utilidad por un célebre bibliógrafo mahometano. Denominó-
le, Descripción de diversas gentes (i). Vivió pues éste autor du-
rante el reinado de Mohammed I de Córdoba, época bien aza-
rosa para nuestra provincia.
En otra mas floreciente, en la de Almanzor, existió Obada
BEN Abdallah, uno de los principales poetas y literatos con-
temporáneos de aquel insigne hombre de Estado, que elevó el
mahometismo español á su mayor grandeza y explendor. (2)
En la cual floreció también nuestro compatriota Abderra-
HÍM BEN Abu Abderrahím, quc fué kadhi de Carmonay Moron^
por los años 390 de Mahoma, 999 de J. C. (3).
Cuando el poderío imponente de los Umeyas cordobeses se
derrumbó entre los horrores de la guerra civil, que yermó la An-
dalucía durante los primeros años del siglo XI de nuestra Era,
llamaba la atención entre los poetas andaluces Safíya, á quien
por poetisa y letrada celebraron los escritores moros; fué natu-
ral
obras, Wolf, Biblioteca hebrea, T. I., pág. 1045, III 1029. De Rossi, Dizionario storico
degli autori h^nrei, T. 1., pág. 1S3. Salomón Parhon, Lexieum Mbraicumj pág. 23 y 24.
Geiger, ¡Palomo ben Chebirol, Leipzig, 1867, obra de la cual he tepido conodiniento al
poblicar ésta nota. Grati, Geschichte der Juden, Tomo IV. Dukes, Schiré Sehlomóhj Han-
noTre 1858.
(1) Hachi Jalfa, Dicción, bib. T. II, niim. 9091.
(2) Simonet, Descripción del reijno de Gi*an. ]>ág. 159.
(3) Aben Alabbar, TecmilOy folio 129 del ni. s. del Escorial y 962 de la copia de Ma-
drid.
Parí* tercera. Capítulo !• 595
fái de nuestrsi provincia y aun sospecho que de nuestra ciudad,
bija dt Abdallah el Rayi; celebráronla también por su hemoosa
letra, habilidad muy estimada entre alarbes; murió á los trein^
ta años^ á fines del 417 — 1026 de J. C. —
No fué ésta la única hija de nuestnts comarcas, que se dis*
tinguíó entre las numerosas poetisas musulmanas de España.
Almakarí nos ha conservado la memoria de otra hija de Aben
Assacan de Málaga, y unos versos, que bien entrada en años, y
recordando á un hijo querido, improvisó á un cuervo, que pasa-
ba volando, en los cuales decía:
— ^Pasó un cuervo rozando la cima de los collados; yo le dije
¡bien venido seas! oh color de la cabellera de un niño (i).
Paisano de Safiya, bien como hijo de nuestra provincia, bien
de la pequeña población que en ella llevó el nombre de Raya,
bien de la misma Málaga, á la que alguna vez se le dio aquel
nombre, fué Mohammed ben Abderrahman ben mohammed ben
Abderrahman Abu Abdallah el Kineni; el cual fué maestro
del célebre gramático Gaiiim, de quién trataré más adelante (2).
Vivía Mohammed hacia el año 408 — 1017 de J. C. —
Fueron aquellos tiempos, aunque azarososy funestos, fértiles
para las letras y ciencias malagueñas, sin duda por la protec-
ción, que en medio de sus discordias y crímenes, les concedieron
los reyezuelos moros. Entre los hombres notables de éstos ca-
lamitosos tiempos se cuenta á Allabits ben Rabia ben Ali Abu
Ali¿
XI) Addobbi y Almakarí. El Sr. Simonet ha reprodacido éstos versos en la pág. i25 de
]|i notable Crestomatía que ha publicado con el P. Lerehundi.
(S) MemcoilileParís,i43y.
79
^9^ Málaga. Musulmana*
Ali. Nació en 350 de la H. — 961 de J. C. — y fué sumamente
entendido en literatura^ dialéctica y otras ciencias, en cuyo cul*
tivo demostró excelentes dotes intelectuales. Visitó el Oriente
en donde asistió á las aulas de algunos célebres maest;ros, co-
mo Abu Zar. De retorno á España vivía hacia el año 420*1029
dedicado á la enseñanza; dio su ichaza 6 sea diploma, firmado
por él, como testimonio de aptitud científica, á algunas notabi-
lidades hispano-musulmanas (i).
Varios otros literatos y escritores corresponden á la época de
la dominación Hammudí en Málaga: parte los he agrupado con
algunos de mayor importancia, que tuvieron con ellos ínti-
mas conexiones, parte corresponde aquí citarlos.
Abdallah ben Mohamed Albulioni, escritor renombrado y
«n gran predicamento con Badís ben Habús, reyezuelo granadi-
no. Citáronle los historiadores malagueños Aben Askar y Aben
Homais y se conservan todavía algunos de sus versos (2). Mu-
rió en 440 de la H. — 1048 de J. C. —
Abderrahman ben Moslema ben Abdelmelic bem Alwaud
EL KORAXi Abu Abdallah Almotarrif; nació en 379 de Maho-
ma — 989 de J. C. — y habitó largo tiempo en Sevilla. Hízose no-
tar por su vasta inteligencia, que abarcó cuasi todos los estu-
dios científicos de su época; exposición y comentarios del Ko-
ran, filosofía, tradiciones, jurisprudencia, lengüística, aritmé-
tica, medicina y teología, fueron asunto de sus estudios en los
que empleó su indisputable talento y su vasta memoria. Con
la cual
(1) Aben Baxcual, folio 112 del M. S. Esc, 292 de la copia de Madrid.
(2) Aben Aljathib, Ihata del Esc. Cusiri, Bibl. ar. t. II, pág. 102 col. 11.
i
Parte TERCERA. Capítulo i. ^597
la cual había retenido multitud de versos, cuya cita daba á su
conversación, agradabley amena, vivo realce«r listos conocimien-
tos y su mérito consiguiéronle suma consideración en Málaga,
Sevilla y Córdoba; en ésta última ciudad estudió algún tiempo
con los más señalados maestros de Andalucía (i). Murió en 446
^e la-Hegira— 1054 de J.C. —
ISRAHItkí BEN SOLEIMAN BEN IbRAHIM BEN HaMIZA AbU IsHAC
EL Bajlawi; citólo Aben Madir, cuyas biografías, hoy perdi*
das desgraciadamente, enriquecieron bastante el tesoro de no-^
ticias'^ne ei^'su obra nos ofrece Aben Baxcual; citóle también
Aben Haiyan, príncipe de los historiadores hispano-muslimes,.
quien dice que fué notable en la ciencia del estilo. Estuvo em-
parentado con Abu Ornar el Salamanquino, quien se distinguid
recapitulando biografías de historiadores, en cuya enseñanza ad-
quirió el Balawi gran copia de conocimientos (2). Falleció en
448 de la Hegira — 1056 de J. C. —
Abu Abdallah ben asserrach fué un poeta de la corte Ham-
mudí, á cuyos sultanes dirigió varías composiciones, que le hi-
cieron célebre entre sus coetáneos; entre los cuales se contó so
paisano Abu Ali Alhasan ben Aljathib, con quien sostuvo di-
versas controversias literarias (3).
Taher Abulhosain después de haber estudiado en Málaga
con varios notables profesores se trasladó á Córdoba, donde
moró hasta que entraron en ella los berberiscos, durante la te-
rrible
(1) Aben Baxcaal, Ibidem, fól. 81 del M. S. del Esc., 204 de la copia de Madrid.
(2). Aben Baxcual, Ibidein, folio 25 v. del M. S. Esc. 58 de la copia de Madrid. More»
no Nieto, Discurso de ingreso en la Acad. de la Hist. Apéndice, p^. i4.
^ Aben Basaam, De^ira^ M. S. de Paria, folio 327.
59^ Málaga Musulmana.
Trible guerra civil de 403^ — 10 12 — .Aterrorizado áiite )a3 ioi-
<uas crueldadesy depcedacioiies de aquella bárbara gente, y de*
.sesperando como, otros muchos de la salvaoion de Andalucía,
dirigióse á Oriente; visitó entonces icomo peregrino la ciudad
santa, cuna de su Proféta^y se avecindó en ella. Su ilustración,
su religiosidad y los servicios que prestó recitando el Koran en
el cementerio de Bib Azzafa, hicieron que bien entrado^ en años
£e admitieran al servicio de la Casa de Dtos^ de la Kaaba^ háci^
el 450 de la Hegira, — 1058 de Cristo — (i).
Ahmed ben Aburrabia A^ulabbas varón notabley uno de los
más célebres políticos andaluces, éñ los críticos momentos de
la caida de los Hammudíés y del entronizamiento, eñ Mála-
ga de la dinastía Zinhachí berberisca de Granada. Probó Con
su conducta sus benéficos sentimientos, y ejerció saludable in*
fluencia en la vida pública de su tiempo, evitando los atropellos
y crueldades, á que era sumamente dado el sanguinario Ba-
dís (2). Parece que murió durante el gobierno de éste reyezue*
lo en nuestra ciudad, hacia el año 460 de la Hegira-— 1067 4^
..nuestra Era.
Ibrahim ben Mojlad Abü Ishac, discípulo del célebre Abu
Abdallah ben Abu Zamanin, maestro de muchos notables lit^-
: ratos malagueños, estudió también en Játiya^coaAben .Abdel-
c ber. Además de literato fué predicador elocuente: (3) mmió £n
-462 de Mahoma — 1069 de J; C¿-—
Ibrahim ben Jalaf ben Moawia el Abderi el Mokri Abu
ISHAC,
1 (i) ^ Meifacoxi.dei Escorial folio 42.
(2) Quitah Almmcham M. S* de Gtyangos.
(3) Aben Baxcual, Ib. folio 27 del M. S. Esc; , S3 de la copine. MiMirid.
Parte tercera. CAPÍTyi-o i. 599
•* %.
IsHAC, vulgadrmente conocido por Axalufí, fué comensal estíma-
<lo de los más notables escritores contemporáneos suyos, y mu-
rió en Málaga en 463 de la Era musulmana, 1070 de la nues-
tra (i).
Ahmed b^n Ayub el Lamai Abuchafar, escritor y político
durante el mando de los Hammudíes. Bajo el primer concepto
se le estimó como poeta y autor hábil: cultivó también la Histo-
ria, escribiendo la de Afí ben Hammud, primer sultán de aque-
lla dinastía, y la de sus descendientes. Obra por todo estremo
curiosa é interesantísima para los anales de Málaga y aun pa-
ra los de nuestra nación, debió ser ésta, que desgraciadamente
se ha perdido. Como político tuvo la dirección de los negocios
malagueños, durante los últimos tiempos Hammudíes, y sirvió
de intermediario á los reyezuelos de Málaga y Granada. Murió
en nuestra ciudad y le llevaron á enterrar á un castillejo de su
propiedad, llamado Hiznalawad, próximo á otro, denominado
Hizn Montmayur, cerca de Marbella en nuestra provincia (2).
Considerable como se vé és el número de escritores, sabios
y políticos, que se educaron y vivieron en Málaga en la época
Hammudí, pero entre todos ellos descuella un autor ilustre;
nombrado entonces entre las celebridades andaluzas del siglo
.XI de nuestra Era.
Fué éste escritor Ganim ben Alwalid ben Mohammed ben
Abderrahman el Majzumi Abu Mohammed. Entre los muchos
maestros que le iniciaron en la ciencia, tanto en Málaga cuan-
• tofuisra
(1) Ibidem.
<2) Abeá Aljathib, Ihatha, M. S. de Gayangos, folio 42 v.
600 Málaga Musulmana.
to fuera de ella, se cuenta at malagueño Manzur ben Aflah el
Kaíni Abu Ali, discípulo á su vez de a^nos profesores ta»
notables, como uno originario de Oriente, ¿quien llamaban Abtr
Ali el Bagdadi; Ganim adquirió en su enseñanza muchos delos^
conocimientos que desplegó después en filología (i).
Este fué el orden científico al cual idlebió principalmente st>
celebridad nuestro ilustre compatriota. Además de Manzur beit
Aflah tuvo también por maestros á Aben Jazruñ y Aben Asse*
rachi de quien hablé antes. Sobresalió en el conocimiento de
las tradiciones mahometanas, derecho civil y canónico, de la
dialéctica y hasta de la medicina; pero la gramática, asunta
muy estimado entre los musulmanes en todo tiempo, y la lexu
x:ografía, fueron su predilecto campo de investigación y el asan*
to de sus más estimadas obras.
Tuvo multitud de discípulos, pues és considerable la suma
délos escritores del siglo XI que le tuvieron por maestro y áquie»
nes dio su ichazaó certificado de suficiencia científica; raras
son también las biografías de sabios de aquellos remotos dias,.
en que por uno ú otro concepto no suene el nombre de Ganim.
Sus citas, conservadas por fortuna, en los biógrafos de aquel
tiempo, ya que desgraciadamente se han perdido sus libros^
demuestran sus relaciones literarias y la multitud de obras que
conocía.
Por ellas se nos ha conservado la memoria de Daud ben Ja-
LED EL JaulanÍí Abií Soleiman, Htcrato malagueño, de quien se
x>cupó el sabio gramático (2), y de otro discípulo de éste Nafe^
EL.
(i) Aben Baxcual, Ib. folio 354 de la copia de Madrid.
(3) Aben Baicual, Ib. folio 47 del m. s. del Esc , 115 de la copia de Madrid.
Parte TERCERA. Capítulo i. 6oi
■ ■ ■ ■
EL LITERATO Abu Otsmen, (i) que vivía por los años 444 de la
iiegira, 1052 de J. C.
£1 más notable entre los que estudiaron bajo su dirección
fué un hijo de una hermana suya, llamado Mohammed ben
SoLEiMAN BEN Ahmed Abu Abdallah, á quieu la oscuridad del
padre y la celebridad del tio hicieron que le apellidaran sus
coetáneos Aben Ojt Ganim, el hijo de la hermana de Ganim.
Asistfo éste notable autor á la caida del califato Hammudi-
• > ■ .
ta, pero temiendo á la barbarie de Badis ben Habbús, llamó un
día á su sobrino y le dijo:
— Badis es un bárbaro sanguinario, temo que el día menos
pensado me mande asesinar;. pero yaque perezca yo, que no de-
;saparezcan mis obras; tómalas y refugíate con ellas en la corte
•de Motasim de Almería.
Los temores del sabio malagueño no se realizaron, pues
«nurió en 470 de Mahoma — 1077 de J, C, — cuatro años des-
pués de la muerte de Badis (2).
Aben Ojt Ganim había nacido en 436 — 1046 — y se formó en
la ciencia, no solo con su tio, sino con otro célebre malagueño
de quien trataré más adelante, con Aben Axabí y con Aben
^ardun. Cultivó la jurisprudencia, la botánica, la literatura,
ia gramática, la lectura del Koran y las tradiciones mahometa-
nas; estuvo en lo político algún tiempo al frente de la cobran-
za de los tributos de Málaga.
,_, ^ Refugióse
(i) IbideiD, folio i37 del M. S. del Esc., 367 de la copia de Madrid.
(2) Aben Bassaní, Dajira^ M. S. de París, folio 122 r. Aben Jakam, Kalaid del Ma-
■seo Británico, folio 92 t. Dozy, Recherches, T. I, 259. Simonet^ Desc. del reino d^ Grona-
-da, pág. IdO.
6Ó2 Málaga Musulmana.
Refugióse con las obra^ de su tio eñ Álniería, donde fué per-
fectamente recibido por Motasim, celoso de reunir al rededor de
áu solio las notabilidades científicas y literarias de Andalucía. Y
dé cierto que debió regocijar en extremo á aquel benigno é ilus-
trado príncipe que viniera á colocarse bajo su égida Aben Ojt
Ganim, célebre por su parentesco con el ilustre gramático, cé-
lebre también por su gran talento, por su estro poético y por sa
ciencia; pues conocia á fondo y aun sabia de memoria, que en
él era un portento de facilidad y retentiva, multitud de obras re-
ferentes á jurisprudencia, teología, medicina y gramática.
Pero no todo fueron placeres y distinciones para el ilustre
malagueño en la corte de Almería; envidioso, como buen corte-
sano y literato, vio con profunda pena y con celos amargos que
el poeta Aben Charaf iba á suplantarle en la gracia del sultaní
Entonces, para humillarle, en la sesión misma en que aquel
inspirado vate habia recitado la magnifica poesía que le atrajo
los favores de Motasim, mofándose de su pobreza y dé los an-
drajos que vestía, fijó tenazmente en él la vista y íe preguntó
de que desierto se habia escapado.
— Aunque mi traje sea el de un beduino pertenezco á noble
familia, contestóle digna y mordazmente el poeta. No me rubo-
riza mi condición, y me distingo por el nombre de mi padre, na
por el de mi tio. '
Riéronse los cortesanos, y Aben Ojt Ganim tuvo que devo-
rar en silencio su afrenta. La inquinia entre ambos literatos de-
bió continuar, pues más adelante el malagueño compuso con-
tfy, Éu éínulo Una sátira en lá que decia:
— Pr^;untad
Parte TERCERA. Capítulo i. 603
• — Preguntad al poeta de Berja si ha venido del Irac y posee
el saber de un Bohtori. Es un plagiario que trae consigo poe^
mas, los cuales gritan cuando se les toma en las manos: ¡como
se nos puede atribuir á éste insulso rimador! Créeme Chafar^
deja la poesía á los verdaderos poetas; cesa de imitar sin éxito
á los grandes maestros, y apresúrate á renunciar á tus ridiculas
pretensiones, porque los delicados labios de la poesía rechazan
tus versos inmundos.
Ni las obras de Ganim, ni las de su sobrino han llegado á no-
sotros hasta ahora: solo se conservan los títulos de dos que per-
tenecieron al último, Taalil Alkiraat Alaxr^ relativa á interpre-
tación del Kor^LU^y Quitab Axxarih Alkebir^ 6 sesi Comentario
magnOj obra en treinta volúmenes, en la cual explicó el trata-
do de Botánica, titulado Beyan de Abu Hanifa Dinawari, escri-
tor que falleció á fines del siglo III de la Hegira (i). Aben Ojt
Ganim pasó de ésta vida en 525 de Mahoma, 1130 de Cristo.
Tuvo multitud de discípulos, entre los cuales se distinguie-
ron los dos célebres malagueños siguientes;
Zaleh ben Aliben Zalehben Selam el Hamadani Abulha-
san; tuvo además de Aben Ojt Ganim multitud de maestros,
diéronle su diploma de suficiencia varios sabios españoles y al-
gunos de Oriente, á donde fué á buscar la ciencia, con aquella
inagotable sed de conocimientos que distinguió á multitud de
sabios españoles.
Mohammed
(i) Aben Baxcual, Ibidem, folio 123 del M. S.Esó., 328 de la copia de Madrid. Addoh-
bi, Ibidem, folio 22 del M. S. Esc, 44 de la copia de Madrid. Hachi Jalfa, Dice. T. II,,
número 3131, T. V, 10218; Simonet, Bese. pág. 162, Dozy, Rech. 249 y sig.
80 . .
6o4 Málaga Musulmana.
MOHAMMED BEN SoAID BEN MoHAMMED BÉN SOAID SEN Ah*
MED BEN MoHAMMED BEN MoDREC BEN AbDELAZIS EL GaSANI Abü
Abdallah y Abu Bequer, Fué un historiador y geanealógista
inteligente, calígrafo renombrado, orador diserto y varón muy
religioso; poseyó multitud de libros, y se hizo notable entre los
hijos de Málaga, á fines del siglo Vy principios del VI de la He*
gira (i).
Discípulo también de Aben Ojt Ganim fué Abpelmelic bbn
Yahya BEN Mohammed EL Bekrl Dedicóse á la lectura del Ko-
ran y al estudio de la lengua árabe; se le con3Íderó como suma*
mente entendido en varios géneros literarios, en los cuales, de-
mostró mucho talento. Tuvo váriosnotables discípulos, en cuyo
número se contaron los célebres escritores Abulkasim Assahtii
y Abu Abdallah ben Alfajar (2).
Digno de memoria fué entre las notabilidades malagueñas
antes mencionadas, Alhasan ben Mohammed ben Alhasan el
Banahi Abu ALi,vulgarmente conocido por ALCH0DZAMi,de quien
dice un ilustre biógrafo árabe que fué hombre en cuya familia
se conservaron honrosas tradiciones de ciencia y virtudes, que
correspondió á las tradiciones de su abolengo, y que fué muy
estimado entre sus paisanos (3) por su religiosidad y saber. Mu-
rió en 472 de la Hegira — 1079 á 1080 de J. C,
Menos notable que Ganim y que su sobrino* pero de gran
importancia para la historia literaria malagueña, fué un erudi-
to contemporáneo suyo Abderrahman ben Kasim Abu Motha-
: RRIF
(i) Aben Alabar, Ibidem, folio 16 del M. S. Esc, 48 de la copia de Madrid.
(2) Ibidero, folio 133 del Esc, 377 del de Madrid.
(3) Aben Aljathib, Ihaiha^ M. S. de Gayangos fól. 117 v.
Parte tercera. Capítulo i. 605
RRiF AxAABí, cuya cita encuentro frecuentemente, ocupándose
de malagueños, en los diccionarios biográficos de aquella época.
Fué su maestro el malagueño Said ben Hamza ben Hachab
Abubequ^r, discípulo á sU vez de un sabio originario de Orien-
te Aben Alhindi, establecido en Córdoba, en cuyas aulas se for-
maron muchos de los más renombrados literatos andaluces.
Axaabi ocupó durante sesenta años un puesto en la adminis-
tracíon malagueña, fué muy estimado por sus conocimientos
en jurisprudencia, y debió tener mucho influjo en los aconte-
cimientos que produjeron la caida de los sultanes Hammudíes.
Habia nacido según unos en 402 — loit — al decir de otros en
405 — 1014, y murió en 497— 1 103 — siguiéndole á los cinco dias
al sepulcro su émulo Aben Atthalaa (i).
En el año 499 ó en el 500 — 1 105 6 1 106 — pasó de ésta vida
J^OKAliMED BBN SOLEIMAN BEN JaLIFA BEN ABDELWAHip AbU Ab-
i>ALLA'9; había nacido en 417 — 1026 — ^sus conocimientos enju-
fisprudencia le ensalzaron á Kadhi de Málaga: reputábasele
tanabien como excelente tradicionista (2).
Aunque no con la extensión que el asunto exige debo men-
cionar á MOHAMMED BEN SOLEIMAN BEN MoHAMMED BEN AbDA-
LLAH BEN AssABAí Abu Abdallah; couocido generalmente por
Aben ATTHERAWA,como su pariente el maestro Abulhosain
BEN Ali ben Attherawa célebre gramático malagueño, que fa*
liecíóen 501 — 1107 — .Muy posible és que Mohammed ben So-
leíman sea el mismo que cita un célebre biógrafo mahometa«
üo
(i) Aben Baxcual, Ibidem^ fól. 83 t. del M. S. Esc., 210 de la copia de Madrid,
(3) Addohbi, Ibidem, folio 263 de U copia de Madrid.
6o6 Málaga Musulmana.
nó como muerto en 528—1133 — y como autor de un epítome
ó introducción á la gramática tan celebrada de Siwabeihi (i).-
Llegado és el momento de ocuparme 'de una familia pode*
rosa, que ya bajo el gobierno de los HammudieSi ya- bajo el
de los Zinhachies granadinos, y algún tiempo con verdadera
independencia ejerció autoridad ó dominó en Málaga. Hasta
ahora habia encontrado solamente indicios de su existencia;
pero merced al estudio de los manuscritos árabes, puedo dar
extensos datos sobre ella, agrupando á su alrededor los elemen*
tos literarios que les fueron atnigos ó los que se le declararon
más ó menos resueltos adversarios.
Durante la época de los Hammudíes, és decir, durante la
primera mitad del siglo XI de- nuestra Era, V de la musulma-
na, fué Kadhi en Málaga Hosain ben Aisa el Quelbif á quien
se le llaniaba generalmente Aben Hassun, raiz y cabeza de
aquella prepotente familia. Habia visitado el Oriente y estu-
diado con algunos célebres maestros, especialmente con Alju-
fí, Abuzar y Alharawi. Distinguióse en la jurisprudencia; y su
compatriota Axaabi decia de él, que no habia quien -pudiera
comparársele por la extensión de sus conocimientos. Murióen
435— 1061— (i).
Su hijo Obaidallah ben Hosain ben Aisa Abu Meruan bl
QuELBi fué también Kadhi de Málaga, y se le consideró como
notable jurisconsulto, habiendo vivido durante la dominación
de
(i) Merracoxi de París fól. 81. Almakarí, Analectes, T. I, pág. 554. Dozy , Cod. M.
SS.^hibliot. Ac, Lugd., T. II, pág. 287. Simonet, Deserip, pág. 161. Hachi Jalfa, Lexiccm
T.li, núm. 2992.
(1) Aben Baxcual, Ib. fól. 37 del Esc. 88 de lacopia de Madrid.
Parte tercera. Capítulo I. óójr
dé los berberiscos zinhachies granadinos y la de los almoravi-
•des. En cual de éstas época fué Kadhi, imposible me ha sidp
averiguarlo (i) solamente he podido saber que murió en 505
de la Hegira ó sea mi de la Era Cristiana.
Hermano de éste debió senAsDERRAHiM ben Hosain ben Ai-
sa EL QuELBi, citado como hombre cientifícoi que (2) murió en
Málaga en 5 1 o — 1 1 1 6 — .
MOHAMMED BEN ObAIDALLAH BEN HoSAIN BEN AlSA AbU
Abdallam estudijó jurisprudencia con maestros malagueños,
y tanto por su ciencia jurídica, como por la familia á que
pertenecia, por sus loables cualidades, excelente lenguaje y por
6U gallarda letra, fué uno de los personajes más notables de
Andalucía á principios del siglo XII de nuestra Era. Hacia el
año 515 déla Hegira — 1121 — marchó á Granada, imperando
en ella los almorávides, siendo nombrado Kadhi de ella, cargo
que ejerció durante cuatro años, hasta que habiendo enfermado
en 519 — 1125 — vínose á Málaga, y agravada su dolencia pasó
de ésta vida en el mismo año (3),
.'. Hijo de éste debió ser Abulhaquem ben Hassun el Quelbi
Kadhi de Málaga, como algunos de sus antecesores, y como ellq^
jurisconsulto muy estimado y consultado. Cuando el poder de
los almorávides vino á menos, cuando borraron con su torpe do^
minacion la gratitud á que eran acreedores por haber salvado
álos musulmanes españoles del poderío cristiano, el partido nació*
oal español, que siempre había protestado con las armas con-
tra
(\) Aben Alabbar, Ibidem, folio iii del M. S! Escur., 315 del de Madrid.
(2); Ibidem, fól. 129 del Esc., 363 del de Madrid.
(3) Merracoxi de París, fól. 129 vueífo.
6o8 Málaga Musulmana.
tra el señorío extranjero, pretendió sacudir el yugo de aquellos
africanos, y en muchas ciudades las cabezas de familias notable&
ó cualquier audaz aventurero proclamaron la independencia
•con su rebelión.
Hacia el año 538 — 1143 — Málaga sublevada encierra en
la Alcazaba á su gobernador por los almorávides, Almanzor
ben Mohammed ben Alhach, y le asedia rigurosamente duraa»
te siete meses, hasta que le obliga á rendirse y alejarse.
Entonces recayó el mando de nuestra ciudad hacia el 539
— 1144 — en Abulhaquem ben Has$un, quien al año siguiente
declarados los musulmanes andaluces por los almohades, fué
nombrado Kadhi de Málaga. Cuales fueran lor sucesos posfee^
llores, que grado de autoridad tuviera enella Aben Hassun, coa?*
les los motivos de su desavenencia con el sultán atmbhade, im-
posible me ha sido el averiguarlo. Solo vislumbres de aque*
líos acontecimientos han llegado hasta mí á través de otras biq*
grafías de hombres célebres de ésta época.
Los notables de Málaga no admitieron siempre de buen grado
la supremacía de los Beni Hassun; fuera tiranía de éstos ó envidia
de aquellos, quizás entrambas cosas, estallaron algunas difereo-^
cías en nuestra ciudad; en todas llevaron la mejor parte los pro-
ceres que tantos años habían dominado (i) en ella: sus adversa-
rios unos huyeron, otros se resignaron sometiéndose, algunos
fueron á Marruecos á presentar al sultán almohade el memorial
de
(4) Aben Alabbar, Ibidem. Simonel y Lerchundi, Cre$tQmaiiay pág. »7. Conde, Hüt.
de la Dot/i. T. 11 pág. 441, T. lU pág. 7 y 28, llama al Kadhi de Málaga Abalhaquem bfn
Hasnun, yo creo que debe «er éste Abulhaquem ben Hassun, pues en él concurren toda»
las circunstancias.
Parte tercera. Capítulo i. 609
de sus agravios. Al fia los odios trianfaron y Abuihaquem perdió
con la vida el gobierno de Málaga en el año 548 — 1 153 —
Entre los adversarios del malaventurado arráez malagueño
contóse MOHAMMED BEX AlHASAN B£N CaMAN AbU AbDALLAH £1.
HizNARAMi conocido vulgarmente por Aben Alfajar ó el hijo del
dU/akarero. En jurisprudencia, bellas letras y gallardo estilo de
de leer el Koran fué sumamente celebrado. Poseyó bastante
caudal y perteneció á la aristocracia malagueña: entre él y los
prepotentes Beni Hassun surgieron diferencias graves; ellos
validos de la fuerza le atropellaron. Poco celoso de su dignidad
porfió tanto con sus ruegos y humillacioneSi implorando la gra-
cia de sus enemigos, que éstos acabaron por perdonarle antes
de su muerte (i) ocurrida en 539 — 1144 — .
Más afortunado que el anterior fué Mohammed ben Ali
B£N Alhasan ben Mohammed BEN Abdelathim Abu Abdallah
EL Amui; habia estudiado en Córdoba y era ya un jurisconsul-
to ilustre, cuando se indispuso con los Beni Hassun; temiéndoles
huyóá Sevilla, pero habiendo hecho las paces con ellos volvió á
Málaga, siendo perfectamente recibido por aquella familia que
le regaló vestidos y monedas; desde entonces no volvió á pcr«
der su amistad, hasta que murió (2) hacia el año 540 — 1145.
Otro enemigo de los Beni Hassun tuvo la fortuna de contri- *
buir á la ruina de sus adversarios y presenciarla: llamábase Mo-
HAMMED BEN AbDALLAH BEN SaMEC AbU AbDALLAH EL AmALI; se
hizo notar también como jurisconsulto; enemistado con aque-
líos
(i) Addohbi, Ibidem, folio 19 t. del M. S. Esc., 39 del de Madrid. Memcoxidt
París, fól. 610.
(2) Merracoxi de París, fól. 1770.
6io Málaga Musulmana.
líos proceres huyó á Granada, y pasó desde ésta á Marruecos.
Allí trabajaría indudablemente en perder á sus contraríos,,
pues cuando Abulhaquem ben Hassun fué muerto por los
almohades, volvió á Málaga, siendo nombrado Kadhi de ella;
lo fué también después de Granada, haciéndose apreciar por
extremo en el ejercicio de su cargo, en el que le había prece-
dido su padre en 537 — 1 142 — Mohammed el Amali vivía en (i)
555 de Mahoma— rii6o de J. C.
Pero no todos los hombres ilustres de Málaga fueron con-
traríos de los Beni Hassun. Estos contaron entre sus buenos
amigos á Mohammed ben Abdallah ben Fothais, que pertene-
cía a la familia de los Beni Fothais de Elvira, que se vino-
desde ésta antigua ciudad á vivir á Málaga. Fué un hábil mé-
dico, literato y poeta, muy protegido por aquellos magnates; al
espirar la dominación almoravid estuvo al servicio de ellos, me-
reciéndoles sumo aprecio y muchas alabanzas (2).
Hé aquí el conjunto de noticias que he podido reunir acer-
ca de uno de los más oscuros períodos de la historia malagueña,,
mientras publicaba ésta obra; datos enteramente desconocidos
hasta hoy, y hasta hoy completamente inéditos.
Cuando al terminar el poderío Hammudí se alteraron
[os ánimos en Málaga huyó á refugiarse en Sevilla, á la
ilustrada corte de Motamid ben Abad, el malagueño Mo-
hammed BEN Abdallah ben Azbag ben Ahmed ben Abulabbas
Abu Abdallah. El cual fué discípulo délos principales maestros
de
(1) Ibidem, fóL90,v.
(2) Ibidem, fóL 116, t.
Parte tercera. Capítulo i. 6ii
de Málaga y se dio á conocer en* jurisprudencia y literatura,
considerándosele como escritor elocuente y buen poeta. Pacifi-
cadas aquellas alteraciones volvió á su país, donde murió y fué
enterrado en la Mezquita de la Palma, extramuros de Má-
laga (i).
Durante los acontecimientos antes reseñados de la época
de los Beni Hassun, murieron en nuestra ciudad los siguientes
hombres notables:
Ibrahim bex Soleiman ben Jalifa, célebre jurisconsulto ma-
lagueño que falleció en Sevilla en 510 — 11 16 — .
MouAMMED BEX SoLEiMAN Abulhosain, (2) pocta, quc es-
piró en 528—1133.
Ali ben Abderrahman BEX Mamer el Modzahachi, quien
se distinguió por lo agradable de su carácter y por la austeri-
dad de sus costumbres. Alejado por completo del mundo, vivió
en su morada, como en un yermo, sin traspasar sus umbrales,
durante treinta y cinco años, (3). Falleció en 533 — 11 38 — y
le enterraron al pié de Gibralfaro.
MOHAMMED ben AbDERRAHMAX BEX MaMER EL MoDZAHACHI,
jurisconsulto, tradicionista 3' lector excelente, aprendió de
muy buenos maestros y lo fué de los más importantes de su
época en España, (4). Murió en 537 — 1142 — .
Abdallah
(i) Merracoxi de París, fól. 100. lie dudado do la época en i|uo v¡\iú osle kí>-
table malague&o, pues en el testo del Merracoxi, dice Motaniid l»eu Gatnadr. que me
ha parecido sería mejor ben Abbad.
(2) Aben Alabbar en ('.a>irí, T. I. pág. 95.
(3) Addobbi, fól. 132 del M. S. Esc.
(4^ Ibidem, fól. 60. Aben Baxcual, Ibidem, fol. li*> del M. S. Esc, 33t del de .Ma-
dríd.
8i
Abdallah ben Ahmed ben Ismael ben Aisa ben Ahmbd
BEN Ismael ben Samec el Amali Abu Mohammed, padre de i
otro jurisconsulto ya nombrado. Nació en 456 — 1063 — y de- l
mostró en la primavera de su vida, excelentes dotes de poeta,
entre las que dominaban dulzura y facundia; distinguióse tam-
bién en otros géneros literarios y en la jurisprudencia. Sus
conocimientos jurídicos le merecieron el kadiazgo granadino,
que regentó algún tiempo (i). Murió en 540 — 1145-
Abdallah ben Ahmed ben Abderrahim Abu Abdallah el
Gasani, jurisconsulto insigne, que nació el mismo año en que
indiqué habia nacido el anterior, y murió tres después de él (2).
Abdelmelic ben Bono ben Soaid ben Azam el Koraxi el
Abderi; nació en 462 — 1069 — fué muy estudioso y entendido
en jurisprudencia (3). Murió en 549 — 1154.
En la segunda mitad del siglo VI de Mahoma, murieron
los siguientes célebres malagueños:
Abdallah ben Abderrahman benFaz ben Abderrahman el
Aquí, se dedicó especialmente á la lectura del Koran, á las be-
llas letras y á la lexicografía; fué sumamente estimada su
ciencia, pues de él solicitaron diploma para enseñar multitud
de escritores {4). Murió en 560 — 1164.
Abdallah ben Mohammed ben Aisa el Anzari, á quien ge-
neralmente se conocia por Aben Almalaki ó el hijo del mala-
gueño; habitó mucho tiempo en la ciudad de Marruecos, donde
murió
(1) Aben Aljathib, JAata, fól. C9 del M. 5. Esc, 50 delacopia de Hadríd.
(2) Addolibi. Casiri, Bib. ar., T. II, pág. 137, col. IL
(3) Addolibi, lliidem, ful. HO v.
<4} Aben Alabbar, Ibidem, fól. 92 del M. S. Esc, 269dela copia de Madrid.
Parte tercera. Capítulo i. 613
murió en 574 de la Hegira — 1178 á 1179 de J. C. Fué un ex-
celente jurisconsulto, predicador y literato; entró al servicia
de uno de los sultanes almohades, y fué nombrado superior de
los tolbas ó sabios de la población en qne se habia estable-
cido, (i).
Abderrahman ben Abdallah, conocido vulgarmente por
AxAiLi, nació en 507 — 11 13. Habiéndose trasladado á Grana-
da, siguió en ella brillantemente sus estudios; escribió entre
otras obras, una sobre los nombres de Dios, otra filológica y
multitud de versos (2). Falleció en Granada en 581 — 1185.
En éste mismo año murió también uno de los escritores
malagueños, que más renombre alcanzaron durante el período
que estoy recorriendo. Llamóse Abderrahman ben Abdallah
BEN AhMED ben AbULHASAN BEN AzBAG BEN HOSAIN BEN SaA-
DUN BEN ReDUAN BEN FOTUH EL HaTSAMI AsSAHILI, Abuzid
Abulkasim y Abulhasan. Este notabilísimo escritor constituyó
una autoridad de sumo crédito para los autores musulmanes
de su tiempo. Tuvo muy excelentes maestros, entre los cuales
se nombra á Abdallah ben Farach ben Baxid Abu Mohammed,
jurisconsulto y tradicionista; diéronle su ichaza ó diploma de
suficiencia, multitud de notabilidades, y contó con no menos
notables discípulos. Distinguióse en lexicografía y en diversi-
dad de géneros literarios, en historia y genealogías, en las
cuales mostró excelente memoria; citábasele también por su
elocuente manera de recitar versos. Compuso diversas obras,
siendo una de las mas celebradas la que tituló Jardines nuevoSy
que
Ci) Aben Alabbar, M. S. de Madrid G. g. 30. lóL 27o.
^2) Aben Aljathib, Ifiata: Casiri, Bihl, At\, T. H. pág. 104, col. II.
(6l4 MALAGA Musulmana.
-que escribió en unos cuantos meses del año 569 — 11 73 — : éste
libro encerraba noticias de varones ilustres, sacadas de ciento
treinta colecciones de poesías; á el cual se debe la memoria
de muchos célebres malagueños, citados por los biógrafos que
me sirven de fuentes para éstos trabajos. Además de éstas
obras escribió algunas otras, tanto literarias como de interpre-
tación Iforánica (i). La fama de su ciencia hizo que le llama-
jan á Marruecos para enseñarla, y allí murió en 581.
MOHAMMED BEN AUDESSELAM BEN AlI BEN MoTARRIF BEN
Ibrahim BEN Omar BEN Ibrahim EL Amut Abu Abdallah. Fué
varón justo y generoso, hábil en la ciencia del derecho, literato
célebre y de superior mérito (2). Falleció también en 581.
XaQUIR BEN MoHAMMED BEN AlHASAN BEN CaMEL AbULHO-
SAiN Y Abulfahar el Hadrami. Distinguióse porlas nobles pren-
das de su carácter, al par que por su talento y cortesía. Cuen-
ta el autor de donde tomé su vida que huyó de Málaga cuando
el suceso del Algecireño, que no he podido averiguar cual fuese, y
que murió en Sevilla en 586 — 1190 — .
MoHAMMED iíEN HaSAN BEN MoHAMMED EL AmUI AbU AbDA-
llah, (3) notable en la lectura del Koran y en lexicografía, fué
el maestro de otro de los más importantes hombres de Málaga
Mohammed ben Ibrahim ben Jalaf ben Ahmed Abu Abdallah el
Anzari; era de familia valenciana y se le llamó vulgarmente,
cual á otro sabio de la misma época. Aben Alfajar, el hijo del al-
' '~ ' faharero.
(1) Aben A1aliliar,Ilu<lüm,ról. 12-2 del M.S.Ksc, 342 de la copia de Madrid. Ca-
siii, BÚA. a,: T. II, pújí. 131, col. 11. Aben Alnbbar. fól. 92 de! M. S. Esc, 268 de la
copiarle Madrid.
(2) Meiracoxi de Paris, fól, "150 v.
(3) Ibidcni, fól.C3 V.
Parte tercera. Capítulo i. 615
faharero. Nació en 511 — 11 17; cítanlo multitud de autores, co-
mo uno de los memorables de su tiempo por sus conocimientos
^en tradiciones, jurisprudencia, lexicografía, literatura é historia,
ponderando todos ^iquellos autores su gran erudición. Partió al
África llamado por el sultán de los Almohades, como Assahi-
li (i), y murió en Marruecos en 590 — X195 — .
Hijo de otro autor que anteriormente mencioné fué Moham-
MED BEN Adelmelic ben Bono ben Soaid ben Azam Abu Abda-
LLAH, vulgarmente conocido por Aben Albaithar, como otro
-escritor insigne del siguiente siglo. Nació en 506 — 11 12 — estu-
dió en Málaga y Córdoba, y mereció que le dieran su diploma
para enseñar multitud de profesores. Dejó de vivir á la avan-
zada edad de ochenta y seis años (2).
Mohammed ben Omar Abu Abdallah el Katib ó el Secre-
tario; habia nacido en 526 — Casiri dice en 523 — fué hombre
circunspecto y memorable en lexicografía, literatura, historia y
tradiciones, y escribió acerca de los Príncipes; puede ser que por
ésto ó quizás en vista de otros textos, digera de él Casiri, que
fué cronista del rey de Málaga (3). Falleció en Fez, en 596 —
1199— .
Mohammed ben Ahmed ben Jalifa Abu Abdallah el Anza-
Ri, lector celebrado del Koran (4) que murió en 598 — 1201 — .
Adelwahab ben Mohammed ben Ali el Kaisi, oriundo de
Monxer pueblo del territorio malagueño y por ésto llamado Al-
monxeri
(i) Addolibi, fól. 16 V. del M. S. Esc, 33 de la copia de París. Merracoxi de Par¡«.
ful. 30 V. Aben Alabbar, fól. 26 del M. S. Esc, 76 de la copia de Madrid.
(2) Aben Alabbar, Ibidem, fól. 47 v. del M. S. Esc, 76 de la copia de Madrid.
(3) Ibidem, 28 del Esc. 86 de Madrid. Casiri, Bill, ar,, T. H, pájr. 123, col. \i,
(4) Aben Alabbar, Ib., ful. 29 del M. S. Esc, 88 de la copia de Madrid.
6i6 Málaga Musulmana.
monxeri; se le cita como malagueño, probablemente por su re-
sidencia en Málaga, ó quizás por haber nacido en ella y ser origi-
nario de aquel pueblo. Escribió de historia malagueña (i)jr
murió también en 598 — 1201 —
Mencionan los biógrafos moros además de las notabilida-
des malagueñas que antes indiqué, otras muchas sin determi-
nar la época en la cual vivieron y murieron, Pero bien por
aquella á que pertenecen los mismos biógrafos, bien por los
maestros que les adiestraron en ciencias y letras y cuya exis-
tencia conozco, bien por las relaciones que mantuvieron con los
que anteriormente dejo nombrado?, he podido inferir el siglo-
á que pertenecieron. Todos los que corresponden desde la in-
vasión hasta el fin del siglo VI de Mahoma, XII de nuestra Era,
á cuyo tiempo se refiere el presente capítulo, los he reunido en
éste lugar, y paso á nombrar aquellos de quienes el nombre solo
conozco, y á reseñar las vidas de otros, mejor conocidas.
Zaleh ben Zaid Awami, denominado el Tradicionista; escri-
bió mucho y habiendo perdido la mano derecha se adiestró á
escribir con la izquierda, tanto que sacó muchos traslados de
obras interesantes para sus contemporáneos, entre ellas el libro-
de Abu Aisa el Termadi (2).
SOLEIMAN BEN SOLEIMAN BEN AbUSSOLAIM EL MOAFERI (3).
S0LEIMAN BEN Omar el Quineni, quicu desde Málaga pasó
á Egipto, donde falleció (4).
SOLEIMAN
(1) Ibidem. Casiri Bibl. ar. T. II, pág. 133. col. IL
(2) Addhobi.
(3) Addohbí, fól. 206 de la copia de Madrid.
(4) Merracoxi del Esc, fól. i9.
Parte tercera. Capítulo i. 617
SOLEIMAN BEN MoHAMMEDBEN AbDALLAH AsSOBAí; COmpUSO
nin tratado de crítica gramatical denominado, Noticias de los erro-
res que concurren en la Gramática titulada Paráfrasis de Alhasan
ben Ahmed ben Abdelgafir Abu Ali, escritor persa que vivió ba-
rcia el año 351 de la Hegira — 962 — en Ispahan y Bagdad. La
obra del escritor malagueño se conserva en la Biblioteca del Es-
'Corial. Es muy posible que éste autor sea un Soleiman ben Mo-
hammed ben Assobai, discípulo en Andalucía de Abulabbas ben
Alarif, que pereginó á la Meca y viajó después por Oriente,
visitando la Siria, Egipto y otras regiones. Tuvo en el Cairo
multitud de discípulos y se le alababa por su caridad, religión y
generosidad (i).
S0LEIMAN BEN Mohammed BEN Algamed Aburrabia, macstro
<ie un notable escritor llamado Aben Jalifa.
Soleiman ben Ahmed ben Aisa ben Saad ben Mohammed
Aburrabia el Anzari (2).
Soleiman ben Ahmed ben Mohammed ben Soaid Abubequer
XL Anzari el Baiesi, viajó al Oriente y peregrinó á la Meca (3).
Said ben Obaira el Anzari (4).
Ridha ben Ridha Abu Amrú escritor y poeta (5).
Mohammed ben Ahmed ben Abdelmelic Abubequer el An-
zari, quien se conoció vulgarmente por Aben Alarrar el hijo
del tejedor de seda. Diéronle su diploma (6) para enseñar los más
ilustres
(1) Casiri, Bihl. ar. T. II, pág. 347, coL II, y T. I, pJg. 31 col. II.
(2) Merracoxi del Escorial, fól. 17.
(3) Ibidem, fóL8.
(4) Ibidem, fól. 5.
(5) Aben Alabbar, Tahfa Alkadim, en Casiri, Bibl. ár., T. I, pjg. 98, col. I.
(6) Merracoxi d«l Esc, fól. 2 v.
6i8 Málaga Musulmana.
ilustres maestros del Occidente y fué muy notable en caligrafía.
MoHAMMED BEN Taleb, escntor y poeta (i).
MoHAMMED BEN Obada, llamado también Aben Jalaf ben Mo-
hammed ben Soaid el Raini jurisconsulto (2).
MOHAMMED BEN IbRAHIM BEN AhMED EL AnZARÍ, del CUal SC
ocupó el escntor Aben Bono (3).
Mohammedben Habibben Mohammedben AhmedóMohaM'
MED Abubeker, personaje notable de Málaga, predicador en
su Mezquita mayor y de los renombrados lectores del Koran (4).
MoHAMMED ben FoTUH BEN AlI BEN WaLID BEN MOHAM-
MED BEN AlI.
MOHAMMED BEN AlI BEN MOHAMMED AbU AbDALLAH EL An-
zARi, viajó por Oriente y estudió en Alejandría con un maestro
español, llamado Abulabbas el Zaragozano (^),
MoHAMMED BEN Ahmed Abu Abdallah couocido por Aben
Meswara. Fué ciego y tuvo muchos y muy notables discípu*
los (6).
MoHAMMED BEN AlI BEN AhMED BEN MOHAMMED BEN GaLIB
Abu Abdallah el Hadrami (7).
MOHAMMED BEN AlHASAN BEN YuSUF BEN AbDELATHIM AbU
Abdallah, fué uno de los discípulos de Abdelhac ben Bono (8).
MoHAMMED BEN AlHASAN BEN AlI BEN JaLEH BEN SaLÉN AbU-
LHOSAIN
(1) Aben Alahbaí", Ibidem, en Casiri, Bihl. áv. T. 1, páj,'. 99, col. L
(2) Merracoxi de París, fól. 171 v.
(3) Merracoxi de París, fv)l. 30 y 40.
(4) Ibidem, fól. 58 v.
(5) Ibidem, IVil. 201 v.
(6) Ibidem, í'il. 28 v. Aben Alabbar, fól. i8 de la copia de Madrid.
(7) Merracoxi de París, fól. 184.
(8) Ibidem, fól. 63 V.
Parte tercera. Capítulo i. 6ig
-c^
LHOSAiN el Hamdani; por su saber obtuvo importante lugar en?
su patria, así como por su justicia. Compuso algunos tratados
• • • -
acerca del modo de cumplir con los deberes de la peregrinación
á la Meca (i). Otro autor del nombre de Mohammed ben Al-
hasan he hallado citado como poeta y literato célebre; posible
és que sea el mismo que el anterior.
Mohammed ben Abulhasan ben Zabir ben Mohammeuben
Zabir Abu Abdallah el Kaisi. Estudió en España bajo la di-
rección de muchos notables profesores; dirigióse después ¿Orien-
te é hizo la peregrinación á la Meca; pasando por Alejandría
detúvose algún tiempo en ella, para seguir la enseñanza de. sus
profesores; de retorno á España dedicóse al profesorado, sien-
do discípulos suyos multitud de hombres de valía (2).
Mohammed ben Abdallah originario de Valencia; desde
Málaga se trasladó á aquella ciudad', donde estudió con sus
profesores, hasta que llegó á ser uno de tantos. Rué celebrado-
por el poeta Amrú ben Selam por su mérito en las bellas letras
y especialmente en la prosodia (3).
Jalaf ben Ommia Abusaid ben Ishac ben Ibrahim ben Wa-
hab, maestro de varios literatos de su tiempo (4).
Aziz BEN Mohammed el Lagmi Abuhoraira, á quien celebra-
ron notables autores.
Ahmbd ben Chobair el Mokri Abu Ornar, que hicieron no-
table
(1) Mcrracoxi de París, fól. 60 ▼.
(2) Ibidem, fól. 85 v.
(3) Ibidem, fól. 107 V.
(4) Aben Baxcual, fól. 29 del M. S. Esc., 7i de la copia de Madrid.
82
620 Malaga Musulmana.
table su enseñanza y sus discípulos (i).
Alalem B£N AiSA el Áquit á quien alabó Mohammed ben
Harets el Hoxani.
Alkasim ben Abderkahman ben Dahman el Anzarí Aba Mo-
hammedi discípulo de Manzur ben Aljair el Jorobado^ que antes
cité.
Abderkahman ben Soail ben Galib ben Hafs, varen nota-
ble á quien mencionan Homaidi y Aben Baxcual (2).
Abdelmelic ben Soail el Ausi; fué sumamente alabado por
su modo de leer eí^Korsn» siendo tal su lectura que conmovía á
sus devotos oyentes (3).
Abdelmelic ben Habib el Ameli Aba Meruan.
Abu Abdallah ben Mennaf, literato y poeta célebre (4).
Abdallah ben Ahmed Abu Mohammed, conocido por Aben
Banahi. Sus conocimientos en literatura, idioma árabe y poesía
fueron generalmente estimados; fué también maestro de machos
notables escritores malagueños (5).
Abdallah ben Teman Assaadi Abu Mohammed, á quien
mencionó Abu Abdallah ben Jalifa, Kadhi de Málaga (6).
Alhasan ben Abdelhatim Abu Ali; hizose notable por sa
modo de recitar el Koran; además fué predicador de la Mez*
quita mayor malagueña.
Adelwahid ben Amir el Koraxi el Fehrí Aba Mohammed,
quien
(1) Ibidem, fól 13 del Esc. 40 de U copia de Madrid.
(i) AbeD Alabbar, fól. ii6 t. del M. S. Esc. 329 de la copia de Madrid.
(3) Ibidem, fól. i32 del Esc., 375 del de Madrid.
(4) Addokbi, fól. 136 del M. S. Esc
(5) AbeD Baxcual, fól. 69 del M. S. Esc. 173 de U copia de Madrid.
(6) Aben Alabbar, fól. 84 del Esc. 248 del de Madrid.
Parte xfeRCERA. Capítulo i. 621
<)iuen se distinguió por lo honesto jde sus costumbresi por su pers-
picacia y ciencia; contóse entre los maestros de muchos insignes
literatos (i).
Ibrahim ben Hamza ben Zakaria el Azdi Abutaher, persona
muy inclinada á la ciencia, que se dedicó al estudio de los prin*
cipios fundamentales del estilo. Ganim el gramático se ocupó de
él y Axaabi afirmó que era ceutf; Aben Baxcual le considera co*
mo malagueño.
MOHAMMED BEN AhMED BEN MoTHARRIF AbU AbDALLAH el
Aoiui que mereció ser citado por Aben Zarkun (2).
MOHAMIkfED BEN AlHASAN BEN AhMED BEN YaHYA BEN AbDA*
LLAH Abulhatab el Anzarii hermano del maestro Aben Alkor*-
tobi, á quien alabé antes (3).
MOHAMMED BEN KaSIM BEN DaHMAN AbU AbDALLAH á quiCD
citó Aben Bono, (4) pariente de otro antes nombrado.
Además de todos éstos hombres notables vivieron y murie-
ron en Málaga muchos otros, nacidos ya en nuestra provincia
ya en diversas ciudades españolas, notables en política, en las
letras y en las ciencias. Solo citaré á los dos siguientes.
MoHAMMED ben FoTUH BEN AlI BEN WaLID BEN MoHAMMED-
BEN Ali Abu Abdallah el Anzarí (5). Era natural de Talavera, y
después de estudiar con los mejores maestros del islamismo es-
pañol, presidió á los kadhies de Granada y murió en Málaga
en 498 — 1104 — .
SOLEIMAK
(1) Ibidem, i39 del Esc. 40i del de Madrid.
(2) Merracoxi de Paris, fol. 24 v. Aben Alabbar, fól. 207 del M. S. de Madrid.
(3) Merracoxi de Paris, fól. 59 v.
(4) Ibidem, fól. 142 v:
(5) Aben Baxcual, fól. i20 del M. S. Esc., 3i0 del de Madrid.
622 Málaga Musulmana.
• ' SoLEiMAN .BEN Ahmed ben Ali ben Galib el Abdcii Aburra-
bia, nació en Dénia y vivió en Málaga de la cual fué Kadhi (i).
No quiero terminar éste capítulo sin presentar á mis lecto-
res una curiosa noticia, que hasta ahora no he visto aprovecha-
.da por ninguno de los escritores que ^e han ocupado de arte his-
panorsarraceno.,La cual prueba que hijos de nuestra ciudad se
dedicaron á las ciencias, aplicándolas á las necesidades de la
vida; que aunque el escritor que la presenta no merezca decidi-
da confianza, su aserto sin embargo parece ser verdadero.
Hablando (2) de las grandes obras que ilustraron el rei-
.nado de Addelmumen, sultán almohade, dice así: •
«Acabada la mezquita, labró en ella unos pasadizos ó gale-
rias de extraña labor y artificio que él entraba y salia en la mez-
quita sin ser visto por espaciosas bóvedas, que .comunicaban
con su p9.1acio; así mismo le presentaron un almimbar ó pulpi-
to de maravillosa labor; todas sus piezas eran de madera aroma-
tica que llaman lit y de sándalo colorado y amarillo. Las cha-
' pas abrazaderas y barretas y toda la clavazón y tornillos eran de
oro y plata, de extraña labor. También le hicieron entonces ana
maksura ó estancia movible, que se mandaba de una parte á
otra con ruedas, tan grande que cabían en ella mil hombres.
Tenia seis costillas ó brazos que se alzaban con goznes, y éstos
y las ruedas estaban dispuestos de manera que no hacían ruido
al moverse y se levantaban muy á compás y se bajaban cuanto
convenia; y estaban colocadas éstas piezas en las capillas por
L_ donde
(i) Abea AUbbar en Casirí, Bibl. ár. T. I, pág. 100 col. II.
(2) Conde, Hut. de la dom. d$lo$ár.en E$p., T. m, pág. 37.
Parte tí:rceka. Capítulo i. 623
donde entraba el rey á la mezquita; tenian ambas piezas tales
tornos, hechos por geometría^ que cada máquina se movia á la par
luego que se alzaban las cortinas de cualquiera de las dos puer-
tas ó entradas, por donde el rey venia al giuma á la azala — á la
oración en la mezquita — y luego que levantaban la cortina se
principiaban á salir la maksura de un lado y el almimbar del
otro, por medio de sus tornos y ruedas con mucha pausa y ma-
gestad, y se iban levantando sus brazos ó costillas, sin diferen-
cia ni discrepar un movimiento y se ponian á poco y sin ruido
alguno en lugares convenientes de la capilla principal: y el al-
mimbar tenia tal máquina que luego que el chatib ó predicador
subía las gradas se abrían sus puertas, y en entrando se cerra-
ban por sí mismas sin que se viese ni oyese el movimiento ad-
mirable de éstas máquinas; y el rey con sus guardias ó familia
salía en su maksura con la misma facilidad ó se retiraba de la
misma manera. Estas fueron las obras del célebre artífice Alhas
Yahix de Málaga, el mismo que fabricó la fortaleza de Gebal-
tarík — Gibraltar — de orden de Abdelmumen.»
•Celebró el artificio de éstas maravillosas máquinas en ele-
gantes versos el catib Abu Bequir ben Muber de Fehra, en una
ka sida larga:
Serás feliz en cas del generoso,
Que abraza tantos pueblos y naciones
Y los ampara como fuerte muro:
Bienhadado serás con quien abraza
Ingeniosos artífices y sabios,
Sus invenciones y primor premiando.
Allí verás, secreto prodigioso
Máquinas con razón y movimiento:
Puerta verás de proporción sencilla,
Que la grandeza de su rey conoce,
Tal
CAPITULO IL
Las Ciencias y las Letras en Málaga
DESDE el siglo VII DE MaHOMA XIII DE JESUCRISTO
HASTA LA Reconquista (i).
Consideraciones generales. — Escritores malagueños cuya fecha de-existencia és conocida
dentro de éste período. — ^Aben Albaithar.— Su vida, sus obras.--Su importancia en la
ciencia médica de la Edad Media.— Aben Askar.— Historiadores musulmanes de Blála-
ga.— Otros escritores.— Indicaciones acerca de aquellos cuya fecha de existencia és
desconocida dentro de éste periodo.— Conclusión.
Asi como dominaron en la cristiandad durante la Edad Me-
dia el misticismo y la teologia, ésta ciencia y aquella elevada ten-
dencia del espíritu humano dominaron también en la sociedad
hispano-musulmana.
Teólogos,,
(i) Cuando comencé á publicar ésta obra, parecíame que tenia reunidos los principa-
les datos para escribir la Historia literaria malagueña de los tiempos medios; poco tiempo
después^ habiendo tenido la alta honra de representar á Espafia en el Congreso de loa
Orientalistas de Berlin, y al haber recorrido algunas de las principales bibliotecas europeas
que guardan manuscritos árabes, pude aumentar considerablemente mis apuntes, enrique-
ciendo ésta obra con numerosos datos enteramente inéditos. No puedo, sin embargo, dar
á mi trabajo toda la extensión que merece; ésto és asunto de obra especial; no he querido
tampoco aumentar su precio á los que han tenido la generosidad de costearle; por lo cual
aolo lo más notable y preciso he consignado en éste, como en el precedente capitulo, dejan-
do para una ocasión más favorable la publicación de una obra acabada y completa sobre
dáñelas y letras musulmanas malagueñas.
626 Malaga Musulmana.
Teólogos, intérpretes y glosadores del Koran; zufíes entre-
gados á la contemplación y á la penitencia; morabitos ó ermi-
taños apartados del mundo, ganándose en vida la bienaventu-
ranza con su intensísimo amor á Dios, con la abstinencia, la
oración y el ayuno; peregrinos que se ponian en frecuente ries-
go de daños y muerte, para cumplir con su visita á la Meca una
de las mayores obligaciones de todo buen musulmán, he halla-
do á cada momento, y hallará el lector en el anterior y en el pre-
sente capítulo. ,
Todas las biografías de personajes célebres malagueños tie-
nen, en ésta Edad memorable, un fondo común, el estudio del
Koran; poetas, jurisconsultos, historiadores, procuraron darse á
conocer en él. Los biógrafos celebran la felicísima memoria de
los unos, sin duda para conservar aleyas ó versículos koránicos,
y tradiciones puramente religiosas; conmemoran en otros la ma-
nera cadenciosa de recitar el sagrado libro, haciendo resaltar
todas las excelencias y todos los primores de su lenguaje, mu-
chas veces apasionado y grandilocuente; recuerdan los especia-
les conocimientos de otros, en su interpretación koránica, y
además en los dichos y hechos del Profeta, de sus discípulos y
favorecedores, de los que le siguieron y de los que le ayudaron.
Dos cosas me han llamado principalmente la atención, zt
recorrer éstas biografías. Primeramente la universalidad de co-
nocimientos qne la mayor parte de éstas celebridades demues-
tran; hay entre ellos quien és considerado á la vez como teólo-
go, poeta, historiador y gramático; hay entre ellos quien recorre
todas las ciencias, desde la jurisprudencia á la medicina^
Después*
Parte tercera. Capítulo ii. 627
Después admira la afición á viajar que demuestran éstos es*
critores; muchos con grave riesgo, padeciendo innumerables fa^^
tigasy trabajos, atravesandoel mar en incómodas embarcaciones
recorriendo regiones incultas, amenazados por las fieras ó por
las inclemencias, del tiempo, sufriendo hambre, cansancio^
9ed y horribles calores al cruzar arenosos desiertost siguen la
costa Norte mediterránea, pasan por Marruecos, Argel, Bugía,
Túnez, Trípoli, el Cairo ó Alejandría, y no contentos con visi-
tar las grandes ciudades de Arabia, Meca y Medina, cuna y
tumba de su Profeta, visitan también las de Siria..
Van á éstas poblaciones no solo para cumplir deberes reli-
^osos sino para detenerse en sus universidades célebres, para
cursar con profesores ilustres; y así como en aquellos siglos, del
fondo de Alemania vinieron muchas veces hombres estudiosos
4 aprender y estudiar con los musulmanes españoles, así iban
ellos á regiones remotas á saciar su sed de ciencia, á aprender,
á yecea á enseñar; hombre hubo que desde Málaga, atravesando
-el Magreb Alaksá, ó sea el actual territorio marroquí, fué á en-
señar á Sichilmesai en pleno desierto africano.
Uno de los más ilustres viajeros contemporáneos, Palgrave,
ba comparado á los árabes con los ingleses, entre otras cosas,
por su inclinación á los viajes, por su tendencia á la locomo-
«cion; si hubiera recorrido éstas biografías de cierto que hallara
en ellas cumplida comprobación de sus opiniones.
Por otra parte los malagueños contribuyeron con muchos
«tros españoles á la ci vilinacion del Magreb Alaksá, ya como
tmnifttros de sus reyes^ ya como profesores en sais escuelas; sí:is
83 biografías
6a8 Málaga Musuuiana.^
biografías demuestran la civilizadora inflaeacia que España
-por entonces ejerció en África.
Considerable fué el movimiento literario y cíeatífico en Bfá-
laga durante el período que debo historíari cada vez más acea*
tuado en todos los órdenes de estudios; en ella existió traa
Academia, hubo bibliotecas en sus mezquitas, acrecentadas por
los legados pios de los sabios, y éstos recibían notables mués*
tras de distinción durante su vida de todas las clases sociales;
aun después de muertos éstas les honraban acompañándoles á
su última morada con numeroso cortejo-
Siglos de mucho movimiento intelectual son los VII y VIII
de la Hegira, XIII y XIV de J. C, que voy á estudiar; pero ya
hacia la mitad del último se marca palpablemente la decaden-
cia de la gente hispano-musulmana; los nombres y biografías
de ilustres malagueños van disminuyendo, hasta el ponto de
desvanecerse por completo en el siglo XV.
Marchan ciencias y letras estrechamente unidas á la socie-
dad en que se producen, participan de su prosperidad ó de su
decadencia, y en las postrimerías de la sociedad agarena, deis-
trozada por luchas intestinas, maltratada por la cristiandad, no
habia aire respirable en el que pudieran producirse las creacio-
nes de la razón ó de la fantasía.
Una de las mayores calamidades qne tk>ntríbQyen>n á ésta
decadencia fué la terrible epidemia del año 750 — 1349 á 1350-^
^^n la que perecieron algunos sabios malagueños muy renomhra-
'dos. Epidemia que debió reproducirse en Málaga; dorante kis
•últimos años déla dominación agarena, como seireprodojoá
los
«.•. rf . í
Parte tercera. Capítulo ii. 629
los pocos de la Reconquista.
Una de las ciencias que fueron nx&s estudiadas por los mu-
siilmanes españoles, en tiempos durante los cuales imperaba.
la. ignorancia sobre toda Europa; una de aquellas en las que
obtuvieron mayores triunfos, fué la medicina: en la cual se dis^
tinguieron también muchos sarracenos malagueños.
Se sabe. que médicos cristianos españoles influyeron, desr
de los comienzos del poderío agareno, en el estudio, y desjen-.
volvimiento de la medicina, bien por que les fueran familiares
los autores antiguos que de ella se ocuparon, griegos y roma«r
manos, conservando de este modo las tradiciones del mundo*.
clásico, bien porque hubieran sido de los primeros en aprove^
charse de las traducciones que los orientales hicieron de aque^
¡los autores. Probando con esto una tesis, que comienza á im?
ponerse como. verdad en nuestra Historia,. cual és la de la in--
fluencia decisiva é inteligente que la. casta española tuvo en la.
civilización musulmana.
Por su parte los de nuestro pais aprovecharon perfectamen-
te las centellas que llegaban hasta ellos del saber antiguo^ y
las aumentaron y extendieron en sus viagcs de peregrinación &.
Ift Meca, después de los cuales volvian á su pátría, trayendo^
consigo las ideas y los adelantos del Oriente.
En la edad de oro de los U meyas cordobeses la medicina^
tuvo sabios y habilísimos intérpretes y contó célebres nombres,.
qtte. han obtenido prolongada resonancia en. la historia de es-
ta ci^icia. Mantúvose, aunque algo decadente^ en la ttisteépoca
de las Mtmarquías de Tarifas^ pereciendo entre sus espantosas
guerras:
630 Málaga^ Musulbiana.
-^ ^ - - ^r ^- .—
guerras cívilesi algunas notabilidades médicas. Por éste tíem*
po vivia Omar ben Abdbrrahman sen Ahmsd el Kericami, á
quien algunos designan como malagueño. £1 cual estudió^ es
Oriente matemáticas y medicina, trayéndose de retomo 4 Rs^
paña una obra notable para los muslimes, el Libro de los A#iv
manos de la pureza; establecióse después como cirujano en Za»
ragoza, donde falleció en el año 1066 de J. C. á los noventa
de existencia, (i)
Mas las desventuras políticas no cortaron los vuelos á la
ciencia. Fué el siglo XII la edad de oro de la ciencia españohii
en medio de las luchas intestinas que agitaban el pais, con la
invasión de los almohades, en medio de la perenne inquietud
que imponía á los ánimos las armas de la Reconquista. En
éste siglo la filosofía y la medicina adquieren entre nuestros
mayores extraordinario desenvolvimiento; multitud de hambres
ilustres publican importantes obras, y laboriosos traductores po«
nen á merced de la cristiandad la sabiduría de los mahometanos. •
No fué el siglo XIII tan importante como el que le había
precedido. Crecía en poder la Reconquista, menguaba el de los
almohades ante las armas de ésta y las arremetidas átíí partid-
do nacional hispano muslim. Merced al impulso antes recibip
do, gracias á los hombres notables de la pasada época que aun
vivian« la ciencia no decayó considerablemente. Por entonces
fué á refugiarse á los alcázares cristianos, y á ponerse bajóla
égida del rey Sabio, dándole elementos y hombres para la p«^
blicacion de sus grandiosas obras.
'•' • ''^' • En*
' (i) LecIerCy HUt. de la Medecine ái*<ib€; T. I, púg. 544.
Parxb tbrcjRiU. Capítulo ii. ^i
' Ba éate siglo vivió un malagueño ipsigae, á quien como an-
tes á Aben Chebiroly concedo la primada entre los muchos que
he de nombrar en éste capítulo. Pues por su ingenio, por su.
^^cacion, por sus viages, por su saber, por las distinciones
qud á poderosos príncipes mereció, por el renombre que con*
«iguió en su tiempo y aun hoy conserva, y por los indiscutibles
EMicios que prestó á la ciencia, merece que sus compatrío-
tas nos enorgullezcamos con su memoria.
Trato de Abdallah ben Ahmed Dhiabddin Abu Moham-
MBp, á quien se distinguió con Iqá nombres de Ann^ati y Ala-
chabf ó sea el Botánico^ pero más comunmente con. el de Aben
Albaitar ó el hijo del veterinario.
Nació en nuestra ciudad, según opinión autorizada hacia
el. año 1 197; probablemente principió á adquirir en ella y en
el hogar paterno los conocimientos y la inclinación á la cien-
cifté ^n la cual debia conseguir singular nombradía. Residió al-
gm tiempo en Sevilla, donde estudió con Abulabbas Annebati^
insigne botánico/ y con otros dos sabios Aben Alhachach y
Abdallah ben Zaleh,
Desde esta enseñanza entregóse con pasión al estudio de
l{t> Historia Natural, aplicada á la Medicina, especialmente á
la Botánica. Aprendió no sólo en el retiro de su gabinete» exa«
iquaando libros,, sino en los campos recogiendo plantas; mez*
dando la teoría á la práctica» leyendo en las. obras de los hom*
hxv» y en la obra de Dios. Así recorrió algunas regiones de Espa*
ña, los alrededores de Sevilla, y }as playas malagueñas, donde dice
^e recogió la concha de gibia, que (estudió en una de su$ obras.
Bien
*»
tjz^ Málaga Musulmana.
Bien joven, en 12 19» atravesó el Estrecho y continnó^sas
investigaciones en MarruecoSi estudiando siempre y visitando,
el pais atenta y minuciosamente. De esta suerte examinó la
costa septentrional africana, recolectando objetos natttraleSy
minerales y plantas, tomando notas, discutiendo, aprendi€iid&
y enseñando, entre los sabios de los paises que recorría y de
las ciudades en que descansaba, en Bugfa^ Constantina, Tá«K
nez y Trípoli: especialmente en Bugía, pequeño foco de ctiltu^
ra intelectual por entonces^
Continuando sus exploraciones hacia Oriente llegó á Egip<^
to. Su saber, sus trabajos y servicios, obtuviéronle el premio
que merecia; ora fuese porque la fama de ellos le pusiera en
el camino de la fortuna, ya porque demostrara cumplidamente
su ciencia, nombróle el sultán Malek Alkámel, al decir de al*
gunos, inspector de los herboristas egipcios, según otros, gefe
de los médicos del Cairo. Distinción insigne alcanzada pcM* nn
extrangero en la ciudad, que fué durante la Edad Media uno
de los centros más importantes de la civilización mahometana..
Su empleo no agotó aquel afán de investigaciones que ccmis*^
titula una necesidad de su vida. Viajando, como Apolonio de
Tiana, según dice Abulfeda, continuó ampliando sus trabajosr
sus excursiones se extendieron á Arabia, Siria, Egipto^ Meso^
potamia, y hasta á los territorios que los cristianos poseían en
el Asia Menor. Su renombre atraia á él á cuantos deseaban
penetrar los secretos de la ciencia; uno de sus discipuloa. Alé
Aben Abu Ossaibia, el historiador de la Medicina musnlmaMU
Al fin, á los 51 años de edad, la muerte le birió bailándose ei»
Damasco
Parte primera. Capitulo ii. ; 633
Damasco en 1248.
Durante su vida había escrito las siguientes obras:
- Chami almo/ridat addwiya wa alagdiya ó sea Colección de
medicamentos simples. Trata én ella de los medicamentos y ali-
.mentos contenidos en los reinos animal, vegetal y mineral, dis-
jpuestos sus nombres en forma alfabética. Reunió en sus pági-
^nas los conocimientos de sus antecesoresy los comparó, los
.discutió y los amplió con las propias observaciones; en ellas
«atesoró noticias, combatió errores, y salvó del olvido multitud
.de saludables remedios.
Adoptó el siguiente sistema: anuncia primero sus medica-
mentos y dá después frecuentemente sus sinónimos; cita segui-
damente álos autores que se han ocupado de ellos, comenzando
.regularmente por Dioscórides, Galeno y otros escritores griegos;
Jl continuación indica la opinión de los árabes, siendo entre ellos
preferidos Arrafequi, Abu Hanifa é Ishac ben Amran. Las ci-
tas se refieren á la descripción, procedencia y propiedades del
medicamento; cuando se halla ante contradicciones y dudss
las resuelve.
«
La base de sus trabajos son los autores griegos, sobre to-
.4o Dioscórides y Galeno, siguiéndole en orden de preferencia
otros muchos, Indios, Caldeos y Persas.
Aunque se ha exagerado la cifra de remedios nuevos indica»
dos por: Aben Albaithar, su importancia és verdaderamente no-
tabl^;^ sólo en plantas dio á conocer más de doscientas nuevas
especies.
Es pues ésta obra una de las más importantes que prodii-
^9
jo la ciencia sarracena, y fué conocida y apreciada en todo el
mundo musulmán; popularísima en la Edad Media y estudiada
con atención suma, las alabanzas que consiguió á su autor se
han prolongado hasta nuestros dias. Entre los cristianos fué
desde hace tiempo sumamente apreciada; hoy en que los ade-
lantos científicos permiten apreciar toda su valía, ocupa ao
lugar preferente entre las más excelentes producciones. «Des*
de Dioscórides al Renacimiento, dice el autor que mejor cono-
Ce á nuestro compatriota, nada puede compararse al Tratado dt
Simples. Bien sabido és cuantos comentaristas la han empren-
dido con Dioscórides; pues bastantes disertaciones laboriosas
hubiera ahorrado una traducción de Aben Albaíthar, para po-
ner de acuerdo !os griegos con los árabes» (i).
El mérito de éste libro, su popularidad han engendrado en-
tre los islamitas escolios, reducciones y comentarios: tas repro-
ducciones de sus doctrinas fueron numerosísimas; és ana de
las obras que más se encuentran en nuestras bibliotecas. Hütre
los cristianos se han traducido do sólo trozos del Mofrídat, ua6
hasta la obra entera; en nuestros dias se está publicando ana
versión excelente.
Pftio
(1) Entre los musulmanes, quienes príacipalmente dieron i Gonoc«r A Aben Albai-
Ihar fueron, Abulfeda en su Hist. Univ. bAo 646; Aben Abu Osseibia Hitt. d« la mtd.
ár. Hachi Jalfa, T. I núm. 227, 11—2775, V-9800 13477, ¥1—13833-43 y SSS. Batni lo»
cristianos Alpago, renombrado médico italiano que vivia en 1%4, se valió del Traíado
de Simples, para redactar áu/nterpretattonomtnum orufrictimqaefliguei modklióiliU
Cdium de ^ivicena; tradujo también en latin el articulo Limón, que no es propiamrnte
de Aben Albdthar, sino un extracto de Aben Alchami, y se pabb1c6 en PkrU eií ¥K&. Ce-
lebraron i nuestro compatriota Guillermo Poslel, síhio arabisla; Lean Africano, pabliq-
doporFabricio en iMBibl. Ch-aeoae, T. III, pág.281: Hottinger, £t6t. &ráb.\íi>.\n,Vv-
la1I,Ciip. IIj'Goliuay Bocbartse BprovecMfondel jbTiyMdol; Saey reoonoci6 fo impor-
taneia; Casiri se ocupó de su autor en su Bib. áráb. ac. T. I 275 y ñg. 11 344; el
■Or. Leclerc en el Joanuxl A»iat. Juin 1862 y en su Hisl. ée la medec. Arab. T. II, fif.
Par.t& tbrobrá. Capítulo ii. 63I
— ^— — — ^— ■ ■ ™ ■
Pero si importante és ésta obra bajo el coacepto de la me*
dioina, no lo ¿8 menos bajo el filológico, especialmente para
España. Pues por ella, como en 4a anterior nota puede verse^
■ - ■ • • 1 ' . fie-
925. Simonol, J>e$ct\ dd í^no de Gran. pág. 175. Galland emprendü una iraduc^
cion latina que se conserva en la Bibl. de París, Fond latín, ii221. D. Juan Araoft
de San Juan emprendió otra en español, que llega hasta la letra Zain, y comprenda
tres tomos, conservados en la Bibl. nac. de Madríd M. S. S. G. g. i6; en el M. S. G. g. i9.
90/81. que és una copia de Aben Albaithar Be dice, que Aroon no concluyó su
traducción por haber perdido la vista. Dietz publicó en estracto la traducción de
las letras alif y ba en sü Elenchus materiae medicae Ibni BeUharü malacensüf LeipsícV
1933, Sentheimer imprímió una traducción alemana en 1849, el Dr. Lucien Leclerc
ha comenzado otra en las Notices etext, de la Bib, nat. T. XXIII, París 1877.
Creo que debo notar también varios errores que han comeíido algunos bio^
grafos de Aben Albaithar, para que en lo sucesivo no corran entre los que pun*
dan nuevamente ocuparse de él. Dijose que nuestro autor era natural de Bená-
na población próxima á Málaga; éste és un yerro producido por haberse leido mal
mi sobrenombre él Nabati ó el Botánico, por el Benani 6 sea el natural de Be»
nana; confusión que nada de estrafto tiene en árabe, por el diverso valor que
dan á las letras los puntos colocados, ya encima, ya debigo, para distínguirlas uhas^
de ptras. León Afrícano dice que murió en 1197, Aben Osseibia, historíador de
la medicina islámica, trató á Aben Albaithar cerca de cuarenta años después de és-
ta Cecha; en su tiempo Gi^Tdoba é Ibiza habian sido reconquistadas por los cris-
tianos, como lo dice en algunas partes de sus obras, y éstos acontecimientos fue-
ron posteriores á aquella fecha. El mismo León aflrma que estuvo al servicio-
de Saladino, y nó fué servidor de éste sino de Malee Alkamel y Malee Azaleh;
éáte último, á qíiién dedicó una de sus obras, subió al trono en 637 de la H.
i239 de J. C,
lie ha parecido también que asi como di una traducción de varias composi-
ciones de Aben Chebirol, enriquecerla mi obra con la del Prólogo que Aben Albaithar
puso á su obra capital el Mofridat, y la he tomado de la que presenta Leclerc, la«
cual és bastante buena.
cAlabado sea Dios, cuya profunda sabiduría ha presidido á la organización del
hombre; que le ha dado el maravilloso privdegio de espresar su pensamiento; que
le ha sometido cuanto contiene la tierra, minerales animales y plantas; que de
ellos hizo medios de conservar la salud y ahuyentar las enfermedades, por el do^
ble empleo que puede hacer de ellos, tanto en la salud como en la enfermedad,
como alimentos y como remedios. Para él alabanzas, y sus bendiciones sobre Mahoma
nuestro Señor.»
cPara obedecer las soberanas órdenes de nuestro sultán y dueño Almalec Asaleh-
Nechmedin (que siempre sea obedecido en Oriente y Occidente, puesto que si^
beneficencia se extiende á todas las criaturas, puesto que su cortadora espada nun-
ca ha cesado de herir las cabezas de sus enemigos) órdenes referente á la com-
posición de un libro sobre los medicameiitos simples, en el que describiéramos
sus caracteres exteriores, sus propiedades, sus usos, sus inconvenientes y sus me-
84
636 MAiaoa Musulmana.
se ha averiguado la existencia en el siglo XIII y en los ante-
riores de una lengua generalmente denominada latina; la cual
bien puede afirmarse que era la castellana, en los momentos
de su gestación en Andalucía. Entraba en ella por mucho la
influencia de sus dominadores, dando también al lenguaje de
estos multitud de palabras. '
Aben Albaitar consideraba al latín, ya tan corrompido, co-
mo el idioma bárbaro, como el lenguaje vulgar de los vencidos ¡
cristianos;
ditw ie corregirlos, su dosis, sq aplicación, tanto en sustancia <;anio ea eitnclo
; cocimieutct, hasta los ({ue pueden suplirlos en su defecto, su servidor, elemb
1 loa pies del li-ono y alimentado con sus benericioa, se ha apresurado i obede-
cerlas.»
«Conforme ú eslus órdenes escribí i^ste libro, en el cual me propusa adeortí
algunos asuntos, cou arreglo i los cuales se diferenciari de las obras del mismo ge-
nero y las sobrepujará;*
il.o He estenderé acerca de los remedios simples y dn los medicamentos de
un uso constante, i los cuales so recurre tanto de día como de noche, añadifo-
.dole cuanto es ventajoso para el hombre, tanto en el interior, como en el estcríor.
Introduciré en él, textual é Inle^'ra mente, ios cinco capítulos del librn del emi-
nente Dioscórides y lo mismo con los seis de Simpla del ilustre Galeno. A sefuiíU
añadiré lo que han dicho los modernos, acerca de remedios minerales, vestales j
animales, no mencionados por ciertos autores, lomando de los modernos dignos Je
conQanza y de los sabios botánicos, aquello de que no hubieren hablado los anti-
guos. Procuraré citar los nombres de los autores y las vías por donde haya ad-
quirido estas noticias. Indicaré especialmente lo que por mi haya aprendido, de lo
cual pueda garantizar la exactitud y la aulentícidad.»
<2,° Citaré fielmente lo que dijeron los antiguos y lo que aprendí en lo)
modernos, añadiéndote lo que me parezca cierto, según mi propia obserradon, lo
que baya adquirido por la esperiencia y no por la tradición. He hecho de esle
libro, pues, un tesoro regio absteniéndome de invocar otro auxilio que el de Dios.
Si encuentro algo contraiio á la razón y á la verdad relativamente i 1^ nitnni-
leza, á los caracteres, propiedades y usos de los simples ú en las obaervaciones de-
pendientes de los sentidos, si los autores que los mencionaron ó los IrasmitienD
se equivocaron completamente, los rechazo, y reprocho A esos autores las enorní-
dades que cometieron. No cito un autor antiguo solamente por anligao, ni nn mo-
derno tan s61o porque otros hayan invocada su autoridad.»
«3.* Evito en cuanto sea posible las contradiccionej, í no ser que me pro-
porcíontn un aumento de datos ó sirvan para mayor claridad.»
<4.o ATin de facilitar el uso de mi libro adopté el orden alfabético, para q«
el lector encuentre sin trabajo lo que busque. >
«5." Indicaré cada remedio en el cual se hubieren equivocado antiguos 6 mo-
demos, por haber conOado en los libros ó en la tradición, no como yó «9 la
Parte tercera. Capítulo ii. 637
cristianos; idioma que muchos moros entendiaUi y tanto que
tuvoique consignaren su obra multitud de nombres latinos de
plantas, para que pudieran ser conocidas por los sarracenos.
Entre estas palabras hay muchas que han conservado su físo-
Domia peculiar de hijas del Lacio; otras se presentan ya des-
compuestas por el uso, bajo el mismo aspecto que hoy las em-
pleamos. En una palabra el Mofridat ha de ofrecer ancho cam-
po á los filólogos españoles, para seguir durante algún tiempo
la formación y vida del castellano en una de las mas importan-
tes regiones de España.
Tituló otra de sus obras el Mogni fi addwiya el Mofridat^
ó sea el Suficiente acerca de los remedios simples; obra que divi-
dió en capítulos. En los cuales trata de los simples aplicados
exclusivamente á la terapéutica: se ha dicho de esta obra con
razón que es un guia del médico práctico. Compúsose después
del Mofridat y tiene algunas nuevas noticias que le hacen su-
mamente estimable (i).
Expuso-
observación y la esperíenda.» .
c6.<* Daré los nombres de los remedios en diversas lenguas sin explicar los
nombres extrangeros, á no ser cuando sea útil ó ventajoso. He mencionado mu-
chos según las localidades en que se encuentran: asi he dado denominaciones en
berberisco y en la lengua latina^ que es la de los naturales de España, siempre
que esos nombres se usen entre nosotros 6 se citen en nuestros libros,
cCuando era preciso fijé la pronunciación de esos nombres, indicando las conso-
nantes, vocales y puntos diacríticos, afin de evitarles cualquier alteración y que el
lector los cambie ó corrompa. Titulé éste libro Chami ó sea Colección^ puesto-
que abraza los medicamentos y los alimentos, y que llena el fin que me he pro-
puesto en los límites de la necesidad y de la concisión.»
c Ahora voy á entrar en materia rogando á Dios que me dirija.»
(1) Del Mogni hay un ejemplar en la Bibliot. de París, Anden Fonds 1098'
Sup. árab. Está dedicado á Malee Azalech y se halla dividido en veinte capítulos
de los cuales indicaré algunos.— De los simples empleados en las enfermedades dt
oídos. — De los simples usados en las enfermedades de ojos.— De los empleados en
eosméticos.— De los empleados contra las fiebres y alteraciones atmosférícas.— De los
•imples que son contravenenos.— De los remedios mas empleados en medicina.
638 Malaga Mvmt.iikfiAi
Expuso en unos escolios los errores que existían en el Min-
Jiach, obra de materia médica, compuesta por Aben Chezla,
que comprende los medicamentos simples y los compuestos (i).
Dícese también que compuso un Comentario sobre los Simples
estudiados por Dioscórides; un libro que trataba sobre Propie-
dades raras y extraordinarias; una Tedzquira ó Memorial de Tera-
péutica,}' un Tratado de pesas y medidas. Probablemente con erroi
se le atribuye otro de Medicina Veterinaria (2).
Procurando seguir en lo posible un orden cronológico, voy
á exponer las vidas, hechos y escritos de las siguientes celebri-
dades malagueñas:
MOHAMMED BEN AbdIRRABIHI EL ToCHIBI AbU OmAR, VarOO
ilustre por su ciencia, por sus viajes, y por los altos puestos
que ocupó en la vida pública de su tiempo. Celebran los bió-
grafos moros su carácter, ponderando su benevolencia y exqui-
sita cortesanía; considéranle como narrador excelente y de gran
inteligencia. Fué inspector de rentas públicas en Granada y
en varias partes; viajó á Oriente y residió en Alejandría, en
donde compuso algunas poesías: compendió una de las obras
más célebres ybellas.de la literatura musulmana, el Quiíab
Alagani el Kebir ó Gran libro de las canciones, de Abulfarach el
de Ispahan, en el cual se contienen no sólo multitud de poe-
sías, sino que también biografías de los más célebres músicos
y poetas
(1) Se titula estA obra Alibena wa alüam bima fi AlmMttich min alhmiU va
atauhatn.
(2) Algunas obras de las designadas por el catálogo de U Bibl. nac. de h-
ris como de Aben Albailhar, cuales son el Tahfat Alarib y otra no son nfK-
Fluegel en su CaUlogo de las Bibliotecas de Oriente cita un Miíatehad 6 Trate-
mienloa de nuestro autor varías vece*.
Parte primera. Capitulo ii. 6^9
y poetas del islamismo, enriqueciendo todo éste conjunto mul-
titud de interesantes anécdotas. Además de éste compendio
publicó Abdirrabihi una refutación de cierto opúsculo, debir
do á un escritor que se llamaba Aben Garcia; opúsculo que
habia causado viva emoción entre los sarracenos españoles,
tpues atacaba las excelencias de la casta árabe, mereciendo de
éste y de algún otro escritor malagueño vivas contestacior
nes (x) Abdirrabihi murió en 602 de Mahoma. — 1205 á 1206
de J. C.
Al año siguiente falleció el poeta Hasan ben Mohammep
BEN Ali el Anzari, á quien sus paisanos los malagueños cono-
€Ían vulgarmente por AbenKosri (2).
En 578 de la Era mahometana. — 1 182 á 1 183 de J. C. — na-
ció en Málaga Mohammed ben Abdallah ben Soleiman ben
Daud ben Abderrahman ben Soleiman ben Omar ben Hauta-
XLAH, Abulkasem el Anzari, generalmente llamado el Harexi;
aprendió entre los sabios malagueños mas notables, y en Gra-
nada con un viagero de Damasco, denominado Abu Zalearía;
escribió algunos trabajos al parecer históricos, y ejerció auto-
ridad en Murcia y Córdoba; (3) pasó de esta vida año 607 de la
Hegira — 1210 á 1211 de Cristo.
En la sangrienta batalla de las Navas, insigne victoria pa-
ra las armas cristianas, que tan tremenda fué para los musul-
manes españoles — 1212 á 1213 de J. C. 609 de la Hegira—*
pereció
(1) Merracoxi de París fól. i99 v. Almakarí, Analectes, T. I, pág. 424. Aben Alja-
thib, Ihathüy M. S. de Madrid G. g. 27 f. 309. Casirí, Bíbliot, árab. T. II, pág.
M, Simonet, Descripciotiy pág. i71.
(2) Casirí, Bibliot. árab. T. I, pig. 90.
(3) Merracoxi de París, fól. 109.
é^ó "' TtlAiAGA Musulmana.
pereció el ilustre malagueño Mohammed ben Hasam bes
MOHAMMED DEN AbDALLAH BEN JaLAF BEN YuSUF AbU AbDALLAH,
jurisconsulto, tiadícionista y teólogo insigne. Habia estudiado
en Málaga y Granada con los mejores maestros de Andaiuda;
emprendida la peregrinación á la Meca, hacia el año 580 —
1184 á 1 1 85 — atravesó todo el Norte de África, continuando
sus estudios con los sabios africanos en Fez, en Bugia y Ale-
jandría, no olvidándolos tampoco mientras cumplía en la Me-
ca con las ceremonias religiosas de la peregrinación. De retor-
no á su patria fué maestro de muchos sabios notables, á los
cuales dio su diploma de suficiencia para enseñar, así como
él lo habia recibido de sus profesores, españoles, africanos y
orientales. Llamábanle vulgarmente en su país Aben Athach 6
sea el hijo del Peregrino, sin duda porque lo fué su padre, y Aben
Zahib Azula (1).
Prueba el conocimiento que los sabios y escritores mala-
gueños tenían de las obras orientales, los compendios y glosas
que de algunas escribieron: tal hizo Mohammed ben Ahmed^
BEN Ibrahim ben Abdallal en 615 — 1218 á 1219 — .comentan*
do un poema titulado, Consuelo del pesar y del infortunio, de Ab'
med Annacausi, poeta persa de Tebriz (2).
Celebran los biógrafos sarracenos las excelentes cualidades
de la mayor parte de los sabios que en sus obras consignaron:
muchas veces sus alabanzas quizás fueran como los dictados
. con
(1) Herracoxi de París, fól. 63 v. Alabbar H. S. del Esc. fUl. 37 *.,e(^
de Madrid, fól. 111. Alien Aljathib, Ihatha, del Escorial fól. 109, m. s. da Kwliü-
fól. 211. Caairi, Bihl. árcA. T. II, pig. 83. Simonet, Dttcñpcwn, pig. \1%
(3) Casirí, Bihl. áraii. T. II, pig. 129. Simonet, Dneripeimt p^. 173.
Parte tercera.. Capítulo ii. 641
con que .el periodismo contemporáneo distingue á muchos su-
getos; pero no me és posible poner en fiel de justicia éstas ala-
banzas, por más que he procurado despojarlas del énfasis y de
las redundancias de aquellos autores. Uno de los mas pondera^
dos por su excelente carácter, buena sociedad, modestia en el
vestir y prudencia, fué el poeta y literato malagueño Salem ben
Zaleh ben Ali ben Mohammed el Hamadani Abu Amru, deno-
minado generalmente Abem Sálente autor de muchas composi-
cienes; tenía magnífica letra, cualidad muy estimada entre
alarbes, con la cual escribió mucho y copió gran número de vo-
lúmenes, (i) Falleció en Málaga en 620 — 1223 á 1224*
Abdallah ben Abderrahim ben Abdelmelic el Zaharí Abu
Mohammed fué un tradicionista compatriota nuestro, que es-
cribió diversas obras, que estudió en Bugía con gente africana
y después en Oriente, que mereció ser mencionado por Aben
Askar en su Historia de Málaga^ y que murió año de 623 —
1226 — en Vélez, donde fué enterrado (2).
Como hombre virtuoso, científico y entendido en Gramáti-
ca, cita cierto autor á Zaleh ben Ali ben Abberrahman ben
Ibrahim ben Selama el Anzari Abultakif discípulo de un nota-
ble maestro rondeño y de otro cordobés, (3) que expiró en 625 —
1227 á 1228.
A los dos años moría en nuestra ciudad Abderrahman ben
Dahman el Anzari Abubequer quien fué célebre en la lectura
^ del
(i) Aben Aljathib, Ihatha, M. S. del Escorial fól. 380, de Madrid 735. Casirí, Bibl.
érftb. T. II, pág. 115.
(2) Alabbar, M. S. del Escorial 1730 íól. 104, de Madrid C61. 299.
(3) Merrakoxi del Escorial, fól. 27. . .
%^2 M&IlAGA ' MtTSÜtlTAltA.
del Koran, asunto fácil á primera vista, pero de dificilísima ha-
bilidad para el que puede conseguir con ella aplausos: fué tam-
bién muy entendido en lengua árabe y en literatura; mantuvo
gran emulación con otro escritor apellidado Abu Mohammed
el Cordobés, (i) Murió Abderrahman en Málaga ano de 627 —
1229 á 1230.
De una noble familia sarracena, oriunda de Sevilla, los Be.
ni Manthur, nació el insigne malagueño Otsmen ben Yahya
BBN Mohammed ben Manthur el Kaisi Abu Ornar, á quien se
llamaba vulgarmente Aben Mantkttr y también el Maestro y el
Kadhi. Considerábanle los críticos mahometanos como hom-
bre incomparable en filosofía, medicina y jurisprudencia, coya
última ciencia enseñó en Málaga. Fué kadhi (2) en Vélez, Go-
mares y en Moltemesa, villa, hoy no existente, de la jurisdic-
ción veleña; también lo fué en Málaga, donde murió en 635 —
1237 á 1238 — desempeñando su cargo. Escribió entre otras
obras una sobre cuestiones gramaticales, otra sobre heren-
cias, y otra sobre las medidas hispanas; dice Aben Aljathib
que después de él no hubo quien se le pareciera en sabidoria.
Mohammed su padre, también malagueño fué una verdadera
notabilidad, ligada con los mas acreditados profesores andalu-
ces, y muy alabada por Aben Aljathib, que nos ha conservado-
muchos de sus versos.
Mohammed ben ali benYusup ben Motharrif el Amui Abu-
bequer;
(1) Ahfabir H. S. de Madrid fól. 354.
(% Aben Aljathib, Ihatha, H. S. del Escoríal fól. 302, H. S. dt Midríd ful. 57S
H. S. de Gayangüs fól. 101 v. Casirí Bibl. árab. T. II pág. iOft. Kmonat, DeieñpciMí
pAg. 185. Hachi Ial&, Dice. T. V., núin. Ai, 174.
Pakt^ tercera. Capítulo ii. 643
B^QUER; estudiaba con algunos notables profesores hacia el
año 567 — 1 161 al 62 — ;durante algún tiemp)o estuvo al frente
4el soco ó niercado de Málaga, y tanto en éste como en otros
lempleos, fué sumamente alabada su conducta. Gozó de muchas
celebridad y contó numerosos discípulos, (i) Habia nacido en
552 — 1 175 á 1 176 — y murió en Coin añode 636 — 1238 a 1239,
Uno de los mas sabios musulmanes españoles, valeroso y en-
cendido defensor de las creencias muslímicasi fué Yahya ben
Abderrahman ben Rabia el Axari Abu Amer, rector de la ma-
4arsa ó Universidad granadina, que llegó también á otras más
elevadas promociones en Córdoba y Granada. (2) Falleció en
Málaga en 637 — 1239 á 1240.
Predicador en la Mezquita mayor de Málaga y uno de los
hijos más ilustres de ésta fué Abderrahman ben Yusuf ben
Mohammed ben Abdallah ben Yahya ben Galib Albalui Abu
MoHAMMED, conocido por el Hijo del Xeij ó del Jeque. Siguió
sus estudios con su padre y con otros profesores, entre ellos
con uno muy renombirado que llamaban Abu Ali el Rondeño;
«US paisanos le tenian en tal estima que le encargaron les diri-
^era en sus oraciones, probablemente en aquella misma mez^
quita donde les conmovía con su elocuencia; los sabios le de-
.fiíiostraron también su estimación dándole sus certificados de
aptitud
(1) Aben Alabbar, M. S. del Escorial, fol. 52 v. 183 del de Madrid. Casiri, JBi6. ar,
T. n. p. i26 sostiene que fué autor de unos Anales de Málaga-, dejó la responsabilidad d»
este aserto á Casiri.
(2) Casiri, Bib, ara. T. IL pág. 117.
85
aptitud para la enseñanza, (i) Había nacido en 592 — 1195
¿ Iig6~ expiró en 638 — 1240 á 1241.
Por este tiempo moría en Granada, á poco de haber llega-
do á ella, MoHAMMED BEN Abdallah ben Ahmed ben Mohammed
BEN Addelaziz el Hamiri, cuya familia era oriunda de EcJja,
desde donde emigró su abuelo á Málaga; siguió sus estudios
en ésta y en Córdoba; dedicóse á la enseñanza, y obtuvo en
ella gran éxito. Enseñó en la Mezquita mayor malagueña da*
rante mucho tiempo el Zahib del Bojari; autor ilustre, renom-
bradísimo entre los agarenos, que aun en medio de su deca*
dencia actual todavía le estudian y celebran; su obra el Zahib
Ó Integro, és un cuerpo de tradiciones compuesto en la Meca
que contiene todos los dichos y sentencias genuinas de Maho-
ma y de sus compañeros. Libro de inmensa erudición es éste,
y de una autoridad tan ilimitada entre mahometanos, que hay
-quien lo parangona con el Koran. (2)
Otro sabio malagueño que viajó á Oriente, para cumplir sus
-deberes religiosos y saciar su afán de ciencia, fué Abderrahmak
BEN Mohammed ben Ali ben Chamil el Moaperi Abu Zid: ia£
-discípulo de su hermano Abulhasan. (3) De vuelta á su pátrii
murió después del año 640—1243 á 1243.
A los tres años falleció Abdallah ben Mohammed Albahe-
Li Abu Mohammed, excelente jurisconsulto, que ganó su subsis-
tencia entregándose á empresas mercantiles. (4)
Mohammed
(1) AbenAlabbar, H. S del Escorial fol. 130 v. 365 del de Madrid.
(2) Merracoxi de París, fol. 90.
(3) Aben Alabbar, M. S, del Escorial, folio 137; 356 del d« Madrid.
(4) ídem, M. S. del Escorial fol. 106; 303 del de Madrid.
Parte tercera. Capítulo ii. 645
MOHAMMED BEN IbRAHIM BEN AbDALLAH BEN GaLIB BEN YaLA
Abu Abdallah apellidado vulgarmente Aben Horaira; su fami-
lia era originaria de Gomera en Berbería, desde donde vino á es-
tablecerse en Málaga. Yendo á la Meca detúvose á estudiar y
seguir los cursos de célebres profesores, como otros muchos sa-
bios y literatos malagueños, en Egipto, y especialmente en Ale-
jandría, así como en la cuna del mahometismo, poniendo por
escrito con su hermosa y elegante letra, sumamente celebrada^
las lecciones que habia escuchado: parece que por entonces fué
discípulo del Mokadesi, uno de los más notables poetas de Orien-
te. De vuelta á España tornó á sus viages y recorrió lo que hoy
és imperio marroquí, (i) muriendo en el Sus, una de las pro-
vincias meridionales de éste, después del año 635 — 1237 ^
1238, ó 645 — x247 ^ 1248: habia nacido en 512 — ^^1176 á
J177. Almakari nos ha conservado algunos de sus versos.
Como literato de mérito, jurisconsulto sabio, muy entendi-
do en leyes, y varón digno de loa por su justicia y sagacidad^
citan los autores musulmanes á Mohammed ben Ahmed
BEN Mohammed ben Athiya el Kaisi Abu Abdallah, kadhi
que fué de Málaga; viajó también por Oriente, en donde se
relacionó con los hombres más distinguidos de los paises que
recorría. Aljathib dice que murió en un pueblo llamado Ociaba,
al occidente de Málaga. En el año de su fallecimiento no están
conformes los autores; hay quien lo pone en 648 — 1250 á 1251
— otro en 646 — 1248 á 1249 — ^y otro en 627— 1229 á 1280.
No
(i) Almakari, Analectes, T. I, pág. 490, II pág. 210. Aben Alabbar, M. S.
del Escorial fól. 52, fól. 182 del de Madrid.
646 MAt:A6A Musulmana.
No he enconlrado medio de resolver estas diferencias. (2)
Ha llegado el momento de tratar del autor de una obra, que
hubiera podido ilustrar por completo gran parte de la Historia
malagueña de la Edad Media, y á la vez no poca de la espa-
ñola. Destruida quizá entie las calamidades que afligieron á
la gente alarbe, en algún saqueo, incendio ó emigración, ocul-
ta quizá en cualquier biblioteca de África ú Oriente, ésta pro-
ducción, para nosotros preciosa, nos és completamente desco-
nocida, y sólo ha llegado á nosotros su cita con ta biografía
del que la escribió.
Llamábase éste Mohammed ben Al! ben Obaidallah ben
Aljadhir BEN Harun elGasani Abu Abdallah, generalmente
llamado Aben Askar. Su familia era oriunda de una alquería ó
pequeña población situada al Oriente de Málaga, y él nacióen
nuestra ciudad en 584 — 1188 — Mencionan sus biógrafos mul-
titud de autores á quienes siguió en sus relatos, tanto ma-
lagueños como orientales, algunos de las cuales le dieron so
diploma de aptitud para la enseñanza; en la cual contó multi-
tud de discípulos. A sus grandes condiciones de ingenio y
ciencia unía excelente carácter, pues sus contemporáneos de-
cían de él que era extremado en la generosidad, respetado de
la corte y del pueblo, sumamente tratable, servicial, perdonador
de injurias y favorecedor hasta de sus enemigos: decian de él-
también que fué notable prosista y poeta, tanto que gente de
Damasco
(2) Merracoxi de Paris ful. 19. Aben Alabbar, M. S. del Esc. fól. 106; 3M
del de Madrid, Aben Aljathib en Casiri, flíM. árab., T. II, pág. 120.
Parte tercera. Capítulo ii. 647
- * — - - — — — ■
Damasco y Bagdad llegó á conocerlo y á respetarlo en ambos
géneros literarios.
Fué notable profesor en la lectura y exégesis koránica,
muy entendido y erudito en tradiciones mahometanas, histo-
riador, perito en la ciencia de las leyes, literato, sobresa-
liente en el arte de redactar contratos, y muy perspicaz en
cuanto á éstos se refería; poseia una memoria felicísima, era
muy afluente, tanto al escribir como al hablar, mostrándose
inspirado en sus versos, elocuente en sus razonamientos, y dis-
tinguiendo sus producciones por el buen adorno y artificio
retórico.
Fué kadhi de Málaga dos veces, una sustituyendo algún
tiempo á Abu Abdallah ben Alhasan; otra por nombramiento
del emir Abu Abdallah ben Nazar, de la familia real granadi-
na, en el año 635, anterior al de su fallecimiento; modesto ó
cansado de los públicos negocios escusóse con aquel magnate
rogándole que le eximiera de la carga administrativa que le
imponía, pues le amedrantaba la gravedad de sus funciones;
mas Aben Nazar desatendió sus escusas, y tuvo que tomar
posesión del kadhiazgo; en el cual procedió con la más loable
conducta, restaurándola justicia, cortando abuses é imponien-
do la ley en todo su vigor.
Entre las muchas obras que compuso la más importante
para nosotros fué la continuación de una colección de biogra-
fías de celebridades musulmanas malagueñas, no sólo á lo que
parece, en ciencias y letras, sino distinguidas por la nobleza de
de sus familias y por su influencia en la vida pública de su tiem-
po.
648 MALAGA Musulmana.
po. Habiaemprendido también éste trabajootro escritor, áquien
los biógrafos musulmanes üaman Abulabbas ben Abulabbas,
por lo cual Aben Askar tituló su libro: Complemento y perfecácn
de la obra Ululada Apéndice de la información acerca de las bellas
cualidades de la gente de Málaga por Abulabbas ben Abulabbas.
Además de éste título fué dicha producción conocida por el
siguiente: El oriente de las luces ó el recreo de los ojos, acerca de lo
que abarcó Málaga de varones insignes, principales y buenos, y ano-
tacion de sus bellas cualidades y recuerdos.
Hacbi Jalfa, célebre bibliógrafo mahometano, cita (i) una
Historia de Málaga, Tarij Malaka, de éste autor, que és muy
posible sea la misma que distinguió con los pomposos títulos
antes enunciados; rareza en los títulos en la cual se com-
placían los autores sarracenos, y en la que, se complacieron
también los autores cristianos, durante las malaventuradas épo-
cas de nuestra decadencia literaria.
La muerte le sorprendió concluyendo esta obra, que termi-
nó su sobrino Abubequer ben Mohammed ben Jamis, citado por
los biógrafos que antes mencioné.
Reuniendo en éste lugar, que me parece el mas adecuado
para ello los demás datos referentes á historiadores malague-
ños de aquella época, debo nombrar á Abulhasan ben Alha-
SAN, kadhi de nuestra ciudad y amigo del insigne Aben Alja-
thib, quien muestra la consideración que le merecía llamándole
aventajado cronista; tituló éste una de sus producciones, DzmI
lilarij Malaka, Apéndice á la Historia de Málaga, que continuó
^ hasta
(1). Hachi Jaira, Lex. T. II, núm. 3294.
Parte primera. Capitulo ii. 649
hasta su tiempo, és decir hasta bien entrada la segunda mitad
del siglo XIV.
Merece también consignarse que el insigne escritor grana-
dino Aben Said, tratando en su Crónica de Occidente de las Cua-
lidades déla gente española^ presenta un tratado especial, titula-
do, Libro de los contratiempos aliviados^ acerca de los ornamentos
del reino de Málaga.
Las demás obras de Aben Askar son:
El expositor copioso acerca de las adiciones que requiere el libro
de los términos difíciles^ oscuros b raros del Koran por A Iharairi.
Libro de los cuarentas hadices ó tradiciones; obra en la cual
siguió á uno de sus maestros llamado el Ispahanense, y en la
que consta la prodigiosa lectura de su autor y sus muchos pro-
fesores.
Tratado compendioso acerca del consuelo por la pérdida de la
vista; libro dedicado al predicador Abu Mohammed ben Abu-
joraz el Ciego.
Recreo del espectador ^ acerca de las altas cualidades de A mmar
ben Gasir.
El tesoro de la paciencia sobre él parangón del alcázar y
del sepulcro; que no és más que una epístola literaria.
Almakari y Abdelmelíc el Merraqoxi citan algunos de sus
versos, (i)
Aben
(i) Para escribir esta biografía he tenido en cuenta las siguientes: Abdelme-
líc el Merracoxi de París, fól. 181 v. Aben Alabbar M. S. del Escorial fól. 53 y
184 de la copia de Madríd. Aben Aljathib, Ihatha, M. S. de Gayangos, fól. 202 v.
Almakari, Analectes, T. I 139, 210 y 642. Hachi Jalfa, Lexicón, T. II, núra. 2294 y
IV, 8623. Gasiri^ Bihl, árab. esc. T. II pág. 126; éste escritor ha confundido á
Aben Askar con alguno de los anteriores que cita. Simonet, Descrip. pág. 174.
Aben Askar murió en 636 — 1238 — en Málaga.
Los biógrafos árabes nos han conservado la memoria del
malagueño Mohammed ben Mohammed ben Dzinnun. muerto
en 650 — 1251 á 1253 — y autor de una obra titulada, Aromadd
almizcle fragante. Esta producción solanpente contenía loores
de Almanzor ben Almutdafar. (i)
Muchos de los hombres ilustres de Málaga se distinguie-
ron no solamente por su ciencia, sino además por la severidad
<Íe sus costumbres, por sus ayunos, caridad y devoción. No és
raro encontrar en una sociedad sibarítica, sensual y disoluta
como la agarena, ésta clase de tipos dignos de la mayor consi-
deración y respeto, por más que sus abstinencias distaran mu-
cho de las (le los anacoretas cristianos en las soledades áú
yermo.
En éste género se señaló Abubequer el Jazrachi, quien á
pesar de su austeridad y de la aversión que mostraba á la mun-
danal vanagloria, atesoró muchas riquezas. Cosas ambas difí-
ciles de compaginar, y sobre las cuales no dejan de llamar
la atención los autores sarracenos. Viajó a! Oriente y se dis-
tinguió por sus estudios gramaticales, y por su conocimiento
del Koran (2) Murió en 651 — 1253 á 1254.
AI año siguiente falleció Mohammed ben Aisa ben Halel
Abu Abdallah Arraini, literato y discípulo de Aben Zahib Az-
zala, ya nombrado, que mereció ser citado por uno de los más
notables biógrafos hispa no-sarrace nos (3).
En
(1) Simoiiet, Descripción, jKig. 176.
('i) Ibidem, p:ig. 177.
(3) AbenAlabbar, U. S. del Escorial ful. 58; 196 del de Madrid.
Parte primera; Capituüx) ii. 651
Ed 611 de la Hegira — 1214 a 1215 de J. C — nació en Má-
íaga ABDA1.LAH BEN Alhasan ben Abdallah el Anzari, desc^i-
diente de preclara familia, y á quien sus paisanos pusieron el
apodo de Abetí el Kortobi ó el hijo del Cordobés. Entregado príñ^
cipalmente á los estudios históricos, entre otros varios en qtté
empleó su ingenio, llegó á ser sumamente entendido en los
sucesos pasados, dándose á estimar también mucho por su
cortesanía y honradez. Aprendió Gramática en su ciudad na-
tal y en Granada Literatura; habiendo aprovechado considera^
blemente en sus trabajos publicó varias obras de Derecho ca-
nónico musulmán, de ejercicios retóricos, y aun se dice que wMl
Historia 4e España^ la cual si comprendia, cómo és presumible
algo de los sucesos de su tiempo, seria de inestimable precia
para nosotros si se nos hubiera conservado, pues su época éa
una de las menos conocidas y de las más interesantes de nues-
tra Edad Media (i) Falleció en 656 — 1258.
MOHAMMED BEN AlI BEN MOHAMMED BEN IbRAHIM EL AN-
ZARi Abu Abdallah, fué un literato muy versado en ciencia
koránica, muy estimado por su modo de leer el sagrado libro,.
y de un caiácter excelentCi era además muy hábil en los es-
tudios léxicos arábigos, y compuso una obra acerca de la cé-
lebre gramática de Siwabeihi. (2) Pasó de ésta vida en Mála-
ga,
(i) Casirí, Bihl. ár., T. II, pág. 129. Siroonet, Descripción^ pág. i72. Estima
(pie en ambas páginas de su libro Casirí se ocupa de un mismo personage, aun-
que en la segunda indique que falleció en 611, sin duda por decir que nació en
dicho año.
(2) Merrakoxi de París fól. 196 v.
86
65a MiUtaAMOSULlUllÁ.
ga, hacia el año 660 — 1261 á 1262.
Dicen los biógrafos musulmanes que en 6G2 — 1263 i
1264 — murió á la edad de treinta y nueve años, Mohamked
BEN MOHAMMED BEN ZaBIR BEN BaSDAR EL KaISI AbUCHAFAR
Dhiaeddin, que después de haber estudiado ea Andalucía, i
la vez que peregrinaba á la Meca continuó sus clases eo el
Kairo y en Damasco. Su hermosa letra y la rapidez con que
escribia fueron muy celebradas, y le sirvieron para copiar mo-
chos libros; gran cualidad en tiempos en que no existia la im-
prenta, en los que habia grandísima afícion á reunir obras eo las
cuales estudiar los buenos autores del islamismo, y ea los que
se hubieran perdido ó adulterado libros del mayor mérito, sino
hubieran sido reproducidos por un pendoHsta hábil é inteligen-
te (I).
Muy mezclado en los acontecimientos políticos de su tiem-
po estuvo el ilustre malagueño Mohammed ben Alhasan ben
Mohammed ben Alhasan elCharami (el Chozami?) Abu Ab-
dallah. Estuvo ligado en íntima amistad con toda la gente
principal malagueña, entte la cual se contaban muchas ilustres
familias, que pretendían traer su abolengo de celebres tribus
árabes y hasta de los auxiliadores más inmediatos del Profeta.
Se le celebró como poeta inspirado, literato, jurisconsulto sagaz
y hábil pendolista. Durante la decadencia del poderío aJmoba-
de en nuestra patria, cuando el partido propiamente hispano-
musulman, enemigo cual siempre se mostraron los españoles de
la
(1) Almakarí, AnaUetes T. 1, pág. 504.
Parte tercera. Capítulo ii. 653
la dominación extrangera, olvidando los beneficios que á
ésta debía, deseaba arrojar al África á los berberiscos, Aben
Hud gefe.de los españoles se apoderó de Málaga y dominó én
ella algún tiempo. Así lo demuestra ésta biografía, asi lo prue-
ba cumplidamente la preciosa moneda que con el nombre de
éste príncipe hice grabar y describí antes. Aben Hud nombró
kadhi de nuestra ciudad á Mohammed el Charami; después
sabiendo éste que la traición rodeaba al príncipe que le habia
generosamente protegido y que trataban de sublevarle sus tro-
pas, tuvo la decisión y fortuna de salvarle de éste riesgo: con
lo cual se atrajo por completo su cariño, y se hizo acompañar
habitualmente de él, tratándole como á comensal y continuo
de su casa. Al cabo entre los desdichados accidentes que deter*
minaron la caida de los Almohades, Alcharami fué preso en
Granada, permaneciendo en prisiones largo tiempo; por fin con-
siguió salir de ella después de muchos sufrimientos, acerca de
los cuales dice su biógrafo devota y concienzudamente, apro^
véchenle mucho para con Dios (i).
No menos ilustre que el anterior fué Maleo ben Abderrah-
MAN BEN AlI BEN AbDERRAHMAN BEN AlFARACH BEN AZRAK BEN
MoNAiD BEN Selam BEN Alfarach Abulhaquem, Vulgarmente
conocido por Aben Almorhal. Procedia la familia de éste céle-
bre malagueño de Santa María de Algarbe, desde la cual
cuando fué tomada por los cristianos se trasladó su abuelo á
Málaga, á la que vinieron de ésta suerte muchas prepotentes
familias^
(i) Merrakoxi de París, f6l. 61 ▼.
654 M^^M^^A MusuL|fAN4.
familias, de las que nacieron gran ps^rte de las celebridades de
aqnella época. Habitó mucho tiempo en Ceuta, desdé donde
hizo varios yíages i Fez; fué notable literato, orador y poeta
elocuente: Aben Aljathib nos ha conservado mucho3 de stis
versos. Mohammed | Alahni^ar ó ^ Rqjo^ primer sultán de la úl-
tima dinastía musulmán?, que dominó en España, después dé
haberle oido recitar algunas de sus composiciones tratóle coa
bastante consideración y le confirió elevados puestos; fué go-
bernador de las Alpuj arras, en las que edificó y pobló la villa
de Excuriantes. Escribió multitud de obras, entre las cuales
mencionan los autores una Excerpta de Filologia y Literatura,
otra de Arte Retórica^ unos Ejercicios retóricos^ un Poema de Arle
poética^ otro sobre la vida y sucesos de Mahoma titulado Veinte-
nqriOf y otro sobre el mismo argumento denominado el Dece^
mrio\ los cuales se conservan todavia en la Real Biblioteca
del Escorial, (i) Habia nacido en el año 604 — 1207 á 1208 — y
falleció en 699 — 1299 á 1300.
El siglo VII de la Era musulmana, XIV de la nuestra,
ofrece considerable número de escritores malagueños. La di-
nastia Nazarita, que habia asentado en Granada su corte, entra
durante él en su periodo de mayor explendor; las fuerzas vivas
déla sociedad agarena, que apegadas á su patria no habian
querido huir al África se reconcentran en nuestras comarcas, y
como muchos de los más celebrados sultanes granadinos eran
Qriundos de una rama de aquella regia estirpe establecida en
Málaga,
(1) Aben Aljathib, Ihatha, M. S. de Madrid 357. Casiri, BibL ara. T. U,
p4g. 95. Simonet, ])e$cripcum^ pág. 180.
Partb tercera. CaipItvlo II. 655
Málaga, tuvieron los hijos de ésta una gran participación en
la gobernación del Estado, y en el desenvolvimiento científico
y literario de aquellos tiempos memorables.
Como antes, continuaré mencionando los autores que lle^**
garon á mi noticia, sus nombres, sus familias, maestros y estu-*
dios, señalando los inás notables sucesos de sus vidas, sus obras
y su importancia entre las notabilidades de su época.
MoHAMMED BEN Abdallah ben Ajlhach Abu Abdallah, fué
un buen poeta, que murió después del año 700 de la Hegira —
1300 de J. C; todavia se conocen algunos de sus versos, que
nos ha conservado Aben Aljathib en sus obras (i).
Entre sus.contemporáneos fué sumamente elogiado Moham-
MED BEN Mohammed BEN Abdallah EL Quíneni Abu Abdallah
por sus grandes conocimientos en ciencias, en Filosofía, Juris-
prudencia y Genealogías. Cuantas graves cuestiones surgían
entre sus paisanos sobre Filosofía, Matemáticas, Historia ó
Cronología otras tantas le eran consultadas. Acostumbraba dar
sus lecciones en la Mezquita mayor de Málaga, la cual fué en
diversas ocasiones centro de enseñanza para muchas notabili-
dades. Gustábale departir con los cristianos y discutir, con sus
sacerdotes acerca de la verdad de su religión. Estuvo algún
tiempo en Granada, y á $u muerte dejó sus bienes, su casa y
biblioteca por su testamento á la Mezquita mayor malague-
ña (2).
Así
(1) Aben Aljathib, Ihatíia^ M. S. del Esc. fól. 42, y 75 de lo copia de Madrid.
(2) Aben Aljathib, Ihaiha, ill del cód. Esc. 314 de Madrid, G. g. 26, 27.
Cásirí, Bibl. éa-a. T. II, pig. 83. Simonet Bncri. pág. 199. Cód. de Gayangos 396 t.
MAUIGA MtlSULHANA.
Asi como se cree que éste personage ilustre vivió á princi-
pios del siglo, cuya historia literaria estoy narrando, respecto
de Málaga, así también se cree que perteneció á su época otra
celebridad no menos estimada en ella; cual fué la de Abdallak
BBN MüHAMMED BEN Abdallah ben Bixr. á quien dio nombre
□o sólo su saber, sino su memoria y piedad; dícese de él que
estuvo en Oriente, (i)
En el año 630 — 1232 — nació en nuestra ciudad Ahmed
BEN Abdennur ben Ahmed ben Raxid Abuchafar; después áe
haber estudiado el Koran con los malagueños mas sabios fu¿ á
completar sus estudios á Ceuta, Murió en Almería en 702--
1302 y fué enterrado fuera de una de las puertas de ésta du-
dad en el panteón de otro célebre personage. (2) Hachí Jalk
menciona una de sus obras titulada Joruf el Mahent wa el Ma-
heni ó sea Fundamento de las siglas lilerañas, que contenia sen-
tencias; enumera también entre los intérpretes de los Prolegóme-
nos de un autor célebre, Chozuli, acerca de la Gramáticaaráb^
denominada Canun, á nuestro autor.
Hizóse también notable, tantoporsu saber, como por la dis-
tinción de sus costumbres, Abdallah ben Mohammed Axarrat;
por su singular pericia en Aritmética fué también muy estimado
en la corte granadina; cosa estraña, quien tan admirablemente
manejaba la ciencia de los números mostróse además excelen-
te y fecundo poeta; cita algunos de sus versos Aben Aljathib.
(3) Murió el año de 703 — 1303 en Granada.
En
(i) Ibidem fot. 97 de la copia de Madrid, G. g. 38.
(2) Ibidem, M.S. de Gayan gos »1. 34. HacM Jalfa T. VI, 12,765, T. ¥11,309.
(3) Aben Aljathib, Ihatha, H. S. de Madrid, G. %. 81. Guiri, Bifr. &r. T. H pig- IOS.
Parte tercera. Capítulo ii. 657
En el año 705 — 1303 — Málaga dio una relevante muestra
4e su cultura y del alto aprecio que en ella conseguía el saber
en el entierro de. Abdelwahid ben Mohammed ben Ali ben Abu
AssADAD EL Amui, conocído por A Ibaheli; llevaron en hombros
su cadáver estudiantes y sabios, y siguióle hasta su última mo-
rada considerable multitud, entristecida por su muerte. Habia
sido Albaheli muy entendido en Derecho y en la interpretación
koránicaí acerca de cuyas ciencias publicó diversas obras. Vi-
vió algún tiempo en Córdoba y predicó en la Mezquita mayor
de. Málaga, siendo maestro de los más notables malague-^
ños (i).
Oriundo de Jaén y natural de Málaga fué Mohammed ben
Kasim ben Ibrahim el Anzari Abu Abdallah, á quien llamaban
Aben Xedid. Estimósele mucho en la corte granadina, y uno de
sus reyes le tuvo particular afecto por su elegante modo de
recitar el Koran. En Málaga ejerció el cargo de mothesib ó fiel
depesas y medidas, y predicó algunas veces en sus mezquitas.
Estuvo bastante tiempo en África, donde visitó á Ceuta y á
Fez, adquiriendo entre los sabios de ambas poblaciones mu-
chas simpatías por su excelente carácter, y en sus estudios
bastante erudición (2). Habia nacido en el año de 710 — 13 10.
Consiguió bastante buen nombre en Medicina y Literatura
Mohammed ben Abdallah BEN FoTHAis, que murió en 71 1- —
13 1 1 — rodeado de las mayores simpatías. (3)
Mohammed
(i) A)>en Aljathib, 513. Casirí, Bibl. ár. T. II pág. 107.
(2) Aben Aljathib, Ihatha, M. S. del Esc. fól. 152, y 288 de U copia d».
Hadríd. Casirí BibL ár. T. II, pig. 91.
(3) Casirí, Bibl. ár. T. U pág. 75. Simonet, Descr. pág. 183.
658 Malaga Musuuiana.
MOHAMMED BEN MOHAMMED BEN IbRAHIM B£N AiSA BEN
Daud el Himyari Abu Abdallah, fué un excelente literato,^
pendolista Hábil, retórico y poeta (i). Viajó por Marruecos, cu-
yas regiones cual se vé fueron visitadas con bastante frecuen-
cia por los malagueños, y recorrió muchas de sus poblaciones.
Murió en pleno Desierto en Sichilmésa, capital de uno de sus
distritos en 716 — 13 16.
Entre los sabios y célebres malagueños, que mencionó el
historiador de Málaga Aben Askar, cuéntase, Ahmed beh
Abdelmechid ben Selam el Ha^hui Abu Chafar, (2) que mu-
rió en 724 — 1323.
Hachi Jalfa, bibliógrafo mahometano, muchas veces nom-
brado antes de ahora, cita (3) á un Ahmed ben Alhasan Abu-
chafar malagueño, como autor de tres obras tituladas: Magestad
de la luna resplandeciente^ que parece ser teológica: Delicias del
oido acerca de las siete reseñas ó interpretaciones del Koran^ y Funda»
mentó de la exposición y ley de la lengua arábiga. Falleció éste
autor en 728 — 1327.
Vulgarmente conocido por Aben Hafid Alemin fué otro es-
critor, llamado Mohammed ben Ahmed ben Mohammed ben
Ali el Gasani, célebre jurisconsulto, que enseñó en nuestra
ciudad primero Gramática, después Jurisprudencia. Escribió
algunas eruditas obras, una de las cuales intituló Leyes de la
Religión mahometana é Instituciones jurídicas: murió en Tarifa en
7Z2—
(i) Aben Aljathib, Ihatha, M. S. del Esc. fól. i5 y 26 de la copia do Ma-
drid. Gasiri, Bib, ár. T. II príg. 75,
^2) Zalaeddin Jalíl, M. S. de Gayangos.
(3) Hachi Jalfa, Lexicón, T. IV, 7552 y 9397, T. V, ii086.
Parte TBRCERA. Capítulo ii. 659
732 — 133 1 — Ha mencionado á éste escritor Aben Aljathib^
qnien cita también á otro personage malagueño con igual
nombre y apelativo; mucho he dudado sobre ellos y he
procurado diligentemente indagar si ambas citas corres-
ponden al mismo personage; pudiera afirmarse que fuera
el mismo, si aquel insigne biógrafo no indicara que expi-
ró en 786 — 1384 — habiendo vuelto á su país, después de
haber visitado la Meca (i).
No extrañe el lector que le deje en ésta incertidum-
bre en la que yo mismo me encuentro; frecuentes son
estas dudas, dada la igualdad de los nombres arábigos, en
los que estudian la historia literaria musulmana.
Tenido por santo entre los suyos y celebrado por su
piedad, devoción y abstinencia por los autores de Orien-
te y Occidente, lo que prueba cuan estendida estuvo su
fama, fué Mohammed ben Mohammed ben Ahmed ben Yu-
SUF BEN Omar el Haxemi Abubequer el Tanchali. Tuvó-
sele entre sus compatriotas con justicia por varón muy
notable en ciencias y letras, y además de todo esto por
elocuente; íué piedicador de la Mezquita mayor malague-
ña. (2) Pasó de ésta vida á los cincuenta y nueve años
de edad en 733 — 1332 — .
Abdallah ben Abdelwahid ben Chudi Abu Mohammed;
indícale
(i) Aben Aljathib, Ihatha, fól. 206 de la copia de Madrid, 106 del M. S.
Esc. Casirí, Bibl. ár. T. II pág. 81. Simonet, Descripción, pág. 185.
(2) Ibidem, fól. 286 de la copia de Madrid. Gasiri, Bibl. ár. T. II pág. 91.
87
66o MALAGA MUSDT,UAKA.
indícale Aben Aljathib como hombre influyente en la vi-
da pública de su tiempo, bien llena de horribles aconte-
cimientos, de crímenes y de inepcias desastrosas para el
poderío musulmán en nuestra patria. Se consideraba ade-
más como escritor sumamente erudito; ejerció importan-
tes cargos en algunas notables mezquitas y en la corte
granadina, y llegó á ser gobernador de Loja. (i) Murió
en África en 734 — 1333 — .
Con frecuencia encuentro celebradas en los biógrafos
moros al par que las cualidades del ingenio, las buenas
condiciones de moralidad, la excelente educación, las bue-
nas formas, la urbanidad y carácter de algunos malague-
ños célebres. Asi sucede entre otros también muy loados
COnMoHAMMED BEN MoHAMMED BEN AbDERRAHMAN BEN IbrAHUI
EL Anzari Abu Abdallah, vulgarmente llamado Assakeli,
pues fué estimado entre alarbes, no tanto por su mucha
doctrina, cuanto por su integridad y rectitud. Estudió eo
Málaga con la mayor parte de los nombrados sabios que
antes mencioné, y su talento le promovió á predicador de
las mezquitas mayores granadina y malagueña. Dícese que
escribió un tratado sobre las reglas que debia observar
el peregrino en la Meca, asunto de suma importancia pa-
ra todo buen musulmán, y varias poesías, algunas de las
cuales se han conservado hasta nuestros dias. A su muer-
te que ocurrió en 735- -1334 — los malagueños le demos-
traron
(1) Aben Aljathib, Ihatha, tól. 54 de la copia de Madrid G. g. 28, Kl. Tt
del H. S. Esc.
Parte primera. Capitulo ii. 66 i
traron, como á otro personage célebre de quien antes rae
ocupé, la veneración en que le tenian, acompañándole en
masa á la tumba (i).
Mereció también muchas alabanzas en su tiempo Mo-
HAMMED BEN AbDALLAH BEN MoHAMMED BEN MoKATIL Abul-
kasim el Azdí, de origen sevillano y descendiente de una
de las más ilustres familias de aquella ciudad: su agra-
dable trato, la urbanidad de sus maneras y de su con-
versación, su inclinación á. la hospitalidad, la afabilidad de
su carácter, asi como sus conocimientos en literatura le
consiguieron generales simpatías; (2) -murió siendo inspec-
tor de rentas reales en Málaga, durante el año 739 — 1338 — .
En el de 674 — 1275 — habia nacido en nuestra ciudad
MoHAMMED BEN YaHYA BEN MOHAMMED BEN YaHYA BEN Ah-
MED BEN MoHAMMED BEN BeQUER EL AxARI Abu Abdallah,.
generalmente conocido por Aben Bequer. Era un sabio
excelente, sencillo, piadoso, abstinente, muy entendido en
historia, tradiciones y genealogías, lexicografía y literatura.
Ascendió en la administración del Estado á cargos im-
portantes, en los que demostró sus preclaras condiciones;
fué kadhi en Málaga, kadhi y predicador en Granada.
Llegó también á ser secretario de dos sultanes granadinos^
Mohammed ben Ismael y su hermano, de los que fué muy
apreciado por sus conocimientos en Jurisprudencia (3). Mu-
ri6
(i) Aben Aljathib, Piatha. Gasirí, Bihl. ar. T. II pág. 90.
(2) Ibidem fól. 309 de la copia de Madrid, 163 del M. S. Esc. Gasirí, BibL
ár. T. II pág. 92.
(3) Aben Aljatbib, /Aae/ia, M. S. de Gayangos, fól. 203 v. Gasiii, Bibl. ar.
T. II pág. 295.
602 Málaga Musulmana.
no en 741 — 1340 — .
Cita Casiri (i) á cierto Malec ben Abuzeid ben ál-
MORCHEL, malagueño, de quien existe en el Escorial una
obra que contiene cierto poema con su comentario deno-
minado Veintenario^ en el cual se narran la vida y he-
chos del Profeta; libro que se concluyó de escribir en 742 —
1341-
Entre los secretarios del ilustre sultán granadino Abul-
hachach cita también Casiri á Ahmed ben Mohammed Abu-
chafar, apellidado Aben Barthal^ (2) que administró admi-
rablemente nuestra .provincia hasta el año 743 — 1342 —
La corte granadina, como irá el lector viendo, contó en
la mayor parte de sus reinados con ilustres malagueños
entre sus servidores; contó también con muchos de nuestia
Provincia, que no debo nombrar por no salirme de los
limites que he trazado á mi libro.
Mohammed ben Mohammed ben Mohrib Abu Abdallah,
generalmente conocido por Aben AbulchaiXf pertenecía á una
ilustre familia que gobernó en un castillo de la provin-
cia murciana llamado Laitur^ y que sin duda como otras
muchas de diversas partes se refugió en Málaga huyendo
de las armas cristianas. Este autor se distinguió en el co-
nocimiento de la lengua arábiga, en el de las gunealogías
y ambos derechos, acerca de los cuales escribió unos Co-
mentarios. Estudió en Ceuta y Granada, y explicó en la ma--
darsa
(i) Casiri, Bibl, ar. T. I pig. 107—8 códice 360.
(2) Ibidem, T. II, pág. 300.
Parte tercera. Capítulo ii. 663
darsa ó universidad granadina en el año 740 — 1339 — Fué
también profesor en Málaga y predicador en la mezquita
de uno de sus arrabales. Pereció en la terrible epidemia'
de 750 — 1349 — después de haber hecho grandes limosnas
dejando sus libros y bienes afectos á obras pias. (i)
Como notable calígrafo, de cuya letra corrian con apre-
cio entre los doctos copias de muchas obras, citase á Mo-
HAMMED BEN MoHAMMED BEN AhMED BEN AlI EL AnZARI Abu
Abdallah, vulgarmente llamado Alcoral ó Alcarral. Estu-
dió muchos años en Granada, donde después enseñó Gra-
mática, así como en Málaga; celebróse también su exce-
lente carácter. (2) Falleció en 750 — 1349. —
MoHAMMED BEN Kasim EL Ami Abu Abdallah, apellida-
do por el vulgo Aben Alkathan^ llevó una vida devota, aus-
tera y contemplativa. Tanto le estimaban sus paisanos, que
á su muerte, ocurrida en la peste de 750, le elevaron
una capilla sobre su tumba, la cual estuvo fuera de la
puerta del arrabal de Fontanela, cerca del sepulcro del
predicador y kadhi Abu Abdallah el Tancheli, antes cita-
do. (3)
Tuvo fama de uno de los malagueños mas inteligen-
tes MOHAMMED BEN AlI BEN MoHAMMED EL AbDERI Abu
Abdallah, á quien generalmente se le llamaba Aliathim.
Ante
(i) Aben Aljathib fól. 213 de la copia de Madríd, iiO del M. S. Esc. Casirí,
Bibl. ar, T. II pág. 83. Simonet, Descripción pig. i82.
(2) Aben Aljathib, Ihatha, fól. 211 de la copia de Madríd, 109 del M. S. Esc.
Casirí, Bibl, ar, T. II pág. 83. Simonet, Descripción, pág. 191.
(3) Aben Aljathib, Ihatha. Casirí, Bibl. ar, T. H, fól. 93.
664 Málaga Musulmana.
Ante todo se celebraba como orador elocuente, renombie
que alcanzó sin duda siendo predicador de una mezqui-
ta que hubo en la Alcazaba, y de la mezquita mayor ma-
lagueña, ocupando éste cargo de predicador más de trein-
ta años. Fué además literato y poeta, conservándose de
él algunos versos y epístolas; sumamente modesto, jamás
mostró vanagloria ni orgullo, (i) Pereció también en la
terrible peste de 750.
En la cual fallecieron además los siguientes persona-
jes malagueños:
MOHAMMED BEN AbDALLAH BEN FaRTUN EL AnZARI Abul-
hasan, vulgarmente conocido por Almohanna^ de noble es-
tirpe y notable por su saber: ejerció un cargo importan-
te en la corte granadina, y al cabo de su vida se vi6
muy perseguido por Yusuf I Abulhachach (2) Había na-
cido en 673 — 1274 — .
Mohammed BEN Abdallah Abubcqucr, citado por Ha-
chi Jalfa como comentarista de tradiciones, atribuyéndo-
le una obra sobre las virtudes peculiares del Koran, y
otra titulada. Oro nativo derretido, poema de los califas y
reyes (3). La cual sospecho que pudiera ser una obra histó-
rica desgraciadamente perdida, como otras muchas, para el
conocimiento de nuestro pasado.
Kasimben Yahyaben Mohammed Abul Kasim, á quien
llamaban
(i) Ibidcm, fv>1. 225 de ídem 117 del M. S. Esc. Casirí, Bihl. ár. pág. 85.
(2) Casiri, Bibl. ar. T. II púg. 92.
(3) Hachi Jalfa, Lexicón, T. II núin. 2305, IH 4811 y 7491.
Parte tercera. Capítulo ii. 665
llamaban Aben Dirhemj varón sumamente sabio, de pala-
bra afluente, entendido en teología y ciencia koránica, cu-
yos principales autores, tanto orientales como occidentales,
habia estudiado á conciencia. Siguió sus estudios en Céu-
ta y en Vélez. (i)
Ali ben Yahya el Fezari, á quien llamaron Aben el
berberí ó el hijo del berberisco^ por ser oriundo de Berbe-
ría; fué excelente poeta y contra el natural rapaz de la
casta berberisca de que procedía bastante íntegro; cualidad
muy estimada en el cargo de inspector de tributos, que
ejerció en nuestra población. (2)
Al tratar de documentos públicos, asunto de bastante
interés en la sociedad mahometana, commemora también
Hachi Jalfa á Mohammed ben Mohammed el Anzari, ma-
lagueño, que murió en 754 — 1353 — ; á el cual se atribu-
yó también una obra con el estraño título de Olor abasí-
dico. (3)
No mostraron todos los malagueños el carácter apaci-
ble y la urbanidad, que tanto encomian en muchos sus
biógrafos. Tan perversa genialidad mostró Mohammed ben
Kasim ben Abubequer el Koraxi, que en todas partes se
hizo aborrecible. Y cuenta que debió ser hombre de sin-
gular mérito; pues se le celebra como calígrafo excelente,
elocuente
(i) Aben Aljathib, Piatha, fól. 698 de la copia de Madrid 364 del M. S. Esc.
(2) Ibidem, fól. 654 de la copia de Madrid, 338 del M. S. Esc. Casiri, Bibl.
ar. T. II pig. 114.
(3) Hachi Jalfa, Lexicón, T. K, 7570 y 13929.
666 Málaga Musulmana.
elocuente poeta y buen médico; habitó algún tiempo en
Granada, y después en Fez, de cuyo hospital fué direc»
tor: entre la gente corrian sus agudos dichos con mucho
aplauso, (i) Nació en 703 murió en 757 —1356.
Poeta también, de quien se conservan tcdavia algunos
versos, y sumamente piadoso fué Ali ben Mohammed ben
Ali el Abderi, (2) que moró en Granada y murió en 761
—1359-
Con el dictado de Aben Zafuan encuentro dos perso-
ges malagueños: llamábase el uno Mohammed ben Ahmed
ben Hosain ben Yahya ben Alhosain ben Mohammed ben
Ahmed Aben Zafuan Abu Thaher, el cual fué predicador
en la mezquita malagueña del arrabal oriental. Se le con-
sideró como varón muy devoto y de gran erudición; escribió
unas Constituciones para los monges zufies y varios sermo-
nes acomodados al entendimiento del vulgo. Aun se con-
servan algunas de sus poesías. (3) Moró algún tiempo en
Granada, después en Vélez y por último en Málaga, don-
de espiró en 749 — 1348 — Padre del anterior debió ser
Ahmed ben Ibrahim ben Ahmed ben Zafuan Abuchafar,
literato, poeta y filósofo que viajó por África. Cuando Abul-
walid Ismail salió de Málaga para ocupar el solio grana-
dino llevósele de secretario; promovióle después á otros
importantes
(1) Aben Aljatbih, Ihatha fól. 116 de la copia de Madríd, 63 del M. S. Esc.
27*2 (io (íay. Casiii, lUbL ar, T. II pág. 78.
Ci) Ibidoin f')l. i)Sl de la copia de Madrid, 330 del M. S. Esc.
(3) Aben Aljnthib, Ihatha, fól. 314 de la copia de Madrid, 167 del M. S.
Ero. CnBiri, fíihl. ar. T. II pág. 93.
Parte primer^. Capitulo ii. 667
importantes cargos; volvióse más adelante á Málaga, don-
de fué muy considerado hasta que murió en 763 — 1361
— : habia nacido en 675 — 1276— En la biblioteca del Es-
corial se conserva un poema suyo, contra cierto vate ju»
dio, que atacó la religión mahometana, (i)
Ahmed ben Abdelhac ben Mohammed ben Yahya ben
Abdelhac el Chazali; fué kadhi de Málaga, su patria, y
tuvo á su cuidado los legados píos de ella. (2) Nació en
jcI año 698 — 1298; falleció en 765 — 1363 — .
Todavia se conservan versos y cartas de un malague-
ño ilustre, que gozó singular valimiento con varios sul-
tanes granadinos. Llamábase Abdallah 3en Yusuf ben
Reduan Annahari Abulkasim, conocido, tanto en España
como en África, cual ilustre poeta y literato. Educóse en
Málaga y recorrió después la costa Norte africana, visi-
tando á Cairuan, Tremecen y Túnez. Era hombre de
suma ciencia, experiencia y consejo, y dio unas admira-
bles ordenanzas á Málaga. (3) Vivió hacia el año 767
—1365—-
Como fallecido en el año 771 — 1369 — cita Hachi Jal-
fa al gramático malagueño Mohammed ben Hasan, autor
de un Compendio de Derecho (4).
Recuerda
(1) Ibidem, M. S. de Gayangos, fól. 38 v. Almakari, i4naíccíe«, T. II pág. 522
Casiri, Bihl. ar. T. II pág. 284 y 340.
(2) Aben Aljathib, Ihalha, M. S. de Gayangos, fól. 26 r.
(3) Ibidern l'ól. 445 de la copia de Madrid, 233 del M. S. Esc.
(4) Hachi Jalfa, Lexicón, T. II, 2989, T. V, 14601.
88
668 Málaga Musulmana.
Recuerda también Casiii (i) una obra titulada, Ohr
de rosas, cuyo autor fué Abdallah Ismail, hijo de Yusuf
gobernador de Málaga, la cual comprende una Historia de
ios BenimerineSf dinastía que dominó algún tiempo en Es-
paña, y contuvo el empuje de la Reconquista. Terminóse
ésta obra en 789 y fué dedicada al sultán de Fez Abu-
labbas Ahmed.
Ali ben Abdallah ben Alhasan el Chodzami Annabahi
Abulhasan; fué uno de los más ilustres malagueños de ésta
época. Estudió en Málaga, Tremecen y Bugía, recibiendo
diplomas de suficiencia científica por parte de muchos sabios
orientales y occidentales. Su mérito le promovió á kadhi de
Granada, y fué predicador en la mezquita del Sultán; es-
cribió una obra, que aun se conserva en la Biblioteca del
Escorial, titulada, Libro del recreo de las inteligencias y de
los ojos; és un comentario á cierta oración llamada de la
palmera y de la viña^ en el cual se contiene la historia y
genealogía de los Sultanes Nazaríes granadinos que habían
reinado hasta su tiempo; la cual obra, bastante bien aprovecha-
do por uno de nuestros modernos arabistas, ha dado extraor-
dinaria luz sobre éste periodo histórico y curiosísimas no-
ticias, antes desconocidas ó desfiguradas por muchos de los
escritores que se ocuparon de relatar los sucesos de los
Nazaries granadinos. (2) Murió después del 794 — 1391.
Además
(1) Gasirí, BibL ar. T. II pág. i76. Simonet, Descripción, pá|^. 198.
(2) Aben Aljathib. Ihatha, Casirí, Bibl. ar. T. II pig. i09 y 30 códice 1648
Simonet, DesaHpcion, pág. 198. L^faeHte Alcántara, Inscripciane$ ar, de Gremadm
p&g. 61.
Parte tercera. Capítulo ii. 669
Además de los personages antes estudiados no debo
dejar de indicar, como hice en el anterior capítulo, varios
cuya fecha de existencia se ignora, por no haber sido con-
signada en los mismos autores que me han servido para
reseñar las anteriores biografías, pero que, ó bien por los
escritores que les citan, ó bien por sus maestros y discí-
pulos, á veces por otros accidentes, puede fijarse su falle-
cimiento dentro de éste periodo. Los cuales son:
Abdallah ben Mohammed ben Abdallah el Tochibi, de
familia oriunda de Jaén, quien estudió con los principa-
les maestros malagueños antes citados, y fué varón muy
integro y excelente lector del Koran (i)
Abdelmanaham ben Omar ben Hasan Abu Mohammed^
notable literato y poeta (2); del cual solamente se conser-
va ésta sucinta noticia.
Mohammed ben Ibrahim ben Ali el Anzari Abulhasan^
amigo del insigne Aben Aljathib; fué notable en la cien-
cia jurídica y excelente poeta, de quien se conocen toda-
vía varios versos. Estudió en Málaga y Granada Dere-
cho y Gramática, y también en África, donde estuvo en
diversos puntos, principalmente en Salé, ciudad en la cual
se fijó, llegando á ser durante algún tiempo rector de su
Universidad; volvió después á Málaga, donde fué nombrado
kadhi de la Axarquia ó sea parte oriental de nuestra
provincia
(i) Aben Aljathib, Ihatha, fól. 68 del M. S. Esc, 50 de la copia de Ma*
áná G. ^. 28.
(2) Almakarí, Analectes, T. I, pág. 575.
provincia (i) que estaba dividida en tres regiones Axar-
<juia ó sea la parte de Levante, Garbia que era la de Po-
niente, y centro al cual se llamó por los cristianos Hoya.
Abu Abdallah ben Aladib, jurisconsulto que estudió con
el' ilustre profesor malagueño ya oorabrado Aben Dahman,
la célebre obra de que hablé antes, ó sea el Zahib del
Bojari (2) tan celebrada entre los muslimes.
AflULHASAN BEN Galit, poeta y amigo de otro vate ma-
lagueña Aben Serrach, los cuales se escribían y recita-
ban versos (3) haciendo gala de sus conocimientos lingüís-
ticos y literarios, y de su imaginación.
Abulwalid ben Dabath Annahui, poeta (4) de quien
sólo se conoce el nombre en cuanto á su biografía.
Athaa también poeta, de quien Almakari trae algunos
versos (5) aunque sin dar noticia de su vida.
Azis ben Mohammed el Lahm ó sea descendiente de la
tribu arábiga de Lam, á la que se vanagloriaron de per-
tenecer, no sé si con razón, algunos otros malagueños; fné
citado por el célebre geógrafo musulmán Yacut, en las cor-
tas noticias que éste autor dá sobre nuestra ciudad, co-
mo uno de los- más importantes literatos malagueños, entre
los cuales nombra también á Soleiman el Moaperi (6).
Alrasam
(1) Aben Aljathib, Ihalha, fól. 330 del M. S. Esc, 637 de U copia de Hi-
drid G. g. 27.
(2) Aben Alabbar.
(3) Almakari, Analectes, T. II pág. 183 y 271.
(4) Ibidem, T. 1, pág. 270.
(5) Ibidem, T. I, pj^'. 271.
(6) Yacut, Dice, geogr. T. IV, pig. 397.
Parte TERCERA/ Capítulo II. 671
Alhasan ben Kasim, poeta notable que recitó algunos
de sus poemas ante el príncipe de Sevilla Ishac Ibrahim,
nieto del sultán almohade Abdelmumen (i) aficionado á la
literatura y la poesía, que en las épocas más calamitosas,
aun en las de los Reyes de Taifas, fueron el ornato de las
cortes hispano-musulmanas.
Mohammed ben Bacrun Abu Abdallah, descendiente de
aristocrática estirpe, que no por no dar absoluta impor-
tancia los musulmanes á la nobleza de sangre, dejaba de
ser muy estimada. Fué muy considerado por las exce-
lentes prendas de su carácter, por su humildad y modera-
ción. Estudió en todas sus partes el Koran, como la mayo-
ría de los autores de que trato, con los mejores maes-
tros de Málaga; continuó sus estudios en Granada y en
varias otras ciudades; de retorno á la nuestra predicó en
algunas de sus mezquitas (2).
Mohammed ben Mohammed Aiaxi Abu Abdallah, insig-
ne jurísconsulto, que durante algún tiempo fué secretario
del más ilustre de los sultanes Nazaries granadinos, Abul-
hachach (3). La Jurisprudencia, como en éste y otros mu-
chos personages malagueños vemos, fué seguro camino para
conseguir altas promociones y empleos.
Mohammed ben Mohammed ben Axedid Abu Abdallah,
notable poeta y hábil razonador; hizo la peregrinación 4
la Meca
(1) Almakari, AnalecteSy T. I, p4g. 27i.
(2) Aben Aljathib, Ihatha, fól. 150 del M. S. Esc, 384 de la copia de Madríd.
(3) Casiri, BibL ar, T. II pág. 300.
672 Málaga Mvsulmana.
la Meca en edad bien temprana, y permaneció bastante
tiempo en las regiones de Oriente. Aben Aljathib nos ha
conservado gran número de sus versos (i).
Mohammed ben Zaleh el Anzari Abu Abdallah, célebre
literato, entre los más renombrados de Andalucía; viajó á
Oriente, visitó el Egipto y estudió tradiciones y bellas le-
tras prolijamente en Alejandría, centro como se ha visto
de un gran desarrollo intelectual, en el que tomaron no
escasa parte los malagueños; todavía podemos leer algu-
nas de sus composiciones en los códices arábigos (2).
Salem ben Salem Abulhasan, poeta de quien se con-
servan al presente algunos versos (3) única memoria que
de él nos guarda el célebre autor que nos cita su nombre.
SoLEiMAN BEN Jalifa BEN Abdelwahid el Auzarí Aburra-
bia, en cuya familia hubo otro personage célebre su hi-
jo el kadhi Abu Abdallah (4).
No pienso fijarme en la multitud de notabilidades pro-
cedentes de diversas provincias que vinieron á morar á
Málaga, ya por razón de sus empleos, por sus estudios 6
huyendo de las armas vencedoras de la Reconquista, que
les iba ahuyentando de sus hogares hacia las playas me-
diterráneas; cierto que en nuestra ciudad ejercieron parti-
cular influencia, que fueron muchas veces progenitores y
maestros de sus hijos ilustres, que dentro de sus muros,
en sus soco$
(1) Aben Aljathib, Ihatha, fjl. 37 de la copia de Madrid.
(2) Alniakari, Analectes, T. I, pJg. 554.
(3) Ibidem, T. II, pág. i38.
(4) Aben Alabbar, fól. 149 de la copia de Madrid, 6. g. 30.
Parte tercera. Capítulo ii. 673
en sus socos ó mercados y en sus mezquitas, obtuvieron
principales cargos; pero la falta de espacio me impide ocu-
parme de todas ellas. Muchas hubo de diversas ciudades espa-
ñolas, muchas hubo también de nuestra provincia, que sin
duda vinieron á la capital en busca de mayor seguí idad,
ó de más ancho campo, en el que dar rienda suelta á sus
talentos. Ronda, Vélez, Antequera, Gomares y algunas otras po-
blaciones enviaron á Málaga v^ones esclarecidos, dignos de
ser mencionados en nuestra historia: además de los cuales
produjeron otras muchas notabilidades en armas, letras y po-
lítica, que merecen tanto como las de la capital amplia re-
seña.
Por ahora sólo mencionaré varios de las más nota-
bles. Algunos moros, uno cristiano: el cual que por su no-
velesca vida, sus aventuras y viajes, oierece ser recor-
dado.
Cuentansc entre los primeros:
AiSA BEN S0LEIMAN BEN Abdallah ben Abdelmelic el
Rainí Abu Musa, vulgarmente conocido con el dictado del
Rondi ó el Rondeho^ quien después de haber estudiado con mul-
titud de profesores, fué el gefe de los predicadores de Málaga
y se mostró muy entendido en literatura y tradiciones. Ronda
fué una de las poblaciones de la cora ó provincia malagueña
que más escritores y hombres notables dio á la cultura
hispano-muslímica (i).
Mohammed
(1) Zalaeddin Jalil, M. S. de Gayangos,
MoHAMMED BEN Jalio Abu Abdallah, vulgarmente ilama*
noado Aben Zamanin, el cu»I fué natural de Granada; se !
le señala como jurisconsulto é historiador curiosisimo; ejerció
oñcios públicos en su ciudad natal y en la nuestra (i)
dentro de la que murió en 605 — 120a — .
Abdallah BEN Yahya Abulkasim, generalmente cono- I
cido con el nombre de Aben Arrabi, cordobés muy celebra-
do, que ejerció también cargos públicos en Málaga, (2)
y falleció en 666—1267.
Abdallah ben Abu Ahmed ben Zaid Abu Mohammep
llamado Algafequi descendiente de una ilustre familia gra-
nadina. Fué varón de honrada vida y de no vulgar erodio
cion; publicó una obra jurídica titulada Via regia y fué ka-
dhi de Málaga, Iliberig y Ronda. (3) Pasó de ésta vida eo
Granada año 731—1330.
Ali ben Ahmed ben Mohammed el Hasani, hijo de bdcv
tra provincia, natural de la alqueria de Pedroche, en el
territorio de Moltemesa, pueblo de la jurisdicción veleña,
que como ya he dicho ha desaparecido Estudió en Granaib
oratoria y poesía, escribió una Historia de la Meca y ade-
más versos, algunos de los cuales todavía se conservan. (^
Murió en Málaga en 750 — 1349. —
El cristiano fué Garci Fernandez de Gerena, poeta cas-
tellano, perteneciente á los tiempos de D. Juan I — 1379
á 1390—
(11 Casiri, Bibl. ár. T. 11, pág. 124.
(2) Ibidem, T. II, páu. KM.
(3) Ibidem, p.ii;. 100.
(4) Ibidem, pie- 111.
Parte tercera. Capítulo ii. 675
á 1390 — Cristiano y moro, casado y ermitaño, renegada
y penitente, todo lo fué aquel raro hombre durante su acci«
dentada vida. Poeta, aunque mediano, no comprendo como
su existencia no ha dado asunto para un drama ó para
una novela bellísima, á la cual hubiera podido servir de
fondo la dramática sociedad, dentro de la cual se desarro-
lló con sus locas aspiraciones y su desvariada conducta.
Apasionado de una juglaresa mora convertida al cris-
tianismo, porque era muger vistosa^ como dice el viejo có-
dice donde se consignan los escasos datos que poseemos
de su biografía y algunas desús composiciones, ó alucinado
por las riquezas que al parecer poseia su enamorada, dio-
sa tan buena mañana, que hasta obtuvo una real licencia
para casarse con ella. Satisfecha su pasión ó no habien-
do hallado los tesoros que ambicionaba, arrepintióse de su
decisión, teniéndose por deshonrado, y se hizo beato^ nom-
bre que se daba por entonces á una clase de ermitaños
no sugéta á regla ni comunidad, en cierta ermita cerca
de Jerena, en la provincia de Jaén, acompañado de su mu-
ger^ en cuya vida devota compuso varías poesías en loor
de la Virgen María y de Dios; composiciones en las cua-
les demuestra gran fervor místico, un amor profundo y ar-
diente, una humillación humilde ante el creador del gé-
nero humano, y una devoción tierna, apasionada y vehemente
por la madre de Jesús.
Pero aquel su espíritu inquieto, no podía someterse á
vida
89
Málaga Musulmana.
vida pacífica y tranquila; no podia avenirse con la mo-
nótona y sosegada calma de su devoto retiro; parecía
que necesitaba para vivir fuertes emociones, pasiones vio-
lentas que agitaran tempestuosamente su existencia; de en-
tre la soledad, la oración y el cuidado de su ermitorío
imaginó ir á visitar los Santos Lugares. Como lo pens6
hizo; llevando consigo á la malaventurada que había uni-
do su suerte con la de aquel desdichadísimo carácter, aban-
donó la ermita, embarcóse no sé donde, y enubarcado vino
á dar en Málaga.
Aquí cambió por completo su resolución, durante el
tiempo que moró entre muslimes; la vida muelle y vo-
luptuosa de estos, que alhagaba sus sentidos y su fantasía,
le alucinó hasta despeñarle en el derrumbadero más afren-
toso. Habiendo dejado nuestra ciudad, fuese á Granada
con su muger y sus hijos, donde sin duda malas pasiones le
precipitaron á las ruines resoluciones que tomó entonces. Pues
renegó de la fe cristiana, de aquellas nobles creencias que
había loado con tanto fervor en sus versos, y para con-
graciarse con los moros dijo mucho mal de ellas; por úl-
timo cometió la vileza de enamorarse de una hermana
de su esposa, de asediarla con sus pretensiones y de aman-
cebarse con ella.
Al cabo después de trece años de vivir entre la mo-
risma, pobre, cargado de hijos, desesperado de su mala
fortuna, volvióse á Castilla é imploró de una religión, siem-
pre misericordiosa con el arrepentimiento, el perdón de
sus
Parte tercera. Capítulo ii, 677
sus estravios (i).
Estos son todos los escritores y hombres ilustres ma-
lagueños que he podido encontrar, referentes á la época
musulmana. Puede ser que la publicación de nuevos ma-
nuscritos y obras nuevas, relativas á la Edad Media es-
pañola, puede que el estudio de antiguos códices, que se
conservan en bibliotecas á las cuales no ha podido llegar
mi perseverante deseo de ilustrar esta parte de nuestro
pasado, ofrezcan nuevos nombres y biografías que añadir
á las anteriores, nuevos datos con que animarlas y enrique-
cerlas. Pero las personalidades más importantes, las más
dignas de memoria, aquellas que por su gran valia sur-
gen de entre las demás, consignadas quedan, y reseñadas
sus más importantes obras.
Las noticias que de ellas tenemos espiran á fines del
siglo VIII de la Hegira, XV de nuestra Era; de los
ochenta y siete años, que durante éste último duró en Má-
laga la denominación sarracena, no he encontrado escrito-
res, ni más personages notables que los que en la Nar-
ración enumeré. El clamoreo de las batallas impone silen-
cio á las ciencias y á las letras, y el cultivo y progreso
de éstas és de todo punto imposible en las postrimerías
de la vida de un pueblo. Cuando á las puertas de núes-
tra ciudad llamaban las desoladoras algaradas de la Re-
conquista; cuando por ellas penetraban los amedrantados
vecinos de sus poblaciones más importantes, ahuyentados
de sus
(1) Cancionero de Baena, pig. 620, nüiin. 555 y sig.
678 Málaga Musulmana.
de sus hogares por la depredación, el saqueo y el incendio;
cuando de su seno huia lo mas granado de su sociedad,
buscando, con la muerte en el alma, paz y sosiego en
las playas africanas, el pesar, la incertidumbrei acallaban
voces elocuentes, cortaban vuelos á las más privilegiadas
fantasías, y no dejaban á la indagación científica lugar
suficiente para desarrollar sus estudios y elucubraciones.
Por esto cuando tuve que dejar la valiosa guia de Aben
Aljathib en el largo camino que he recorrido para llegar
hasta aquí, solamente encontré breves noticias. Creí que
debía hallarlas en Almakari y Hachi Jalfa, autores poste-
riores á la Reconquista de Málaga; sin embargo nada en-
contré en ellos; parece que aquel siglo XV, que tan fa-
tal fué en España para la raza muslim, pone un sello
sobre la tumba de la cultura malagueña.
He llegado al término de mi empeño. Ardua, grave y
laboriosa creí su resolución antes de emprenderlo, antes
de dar
Parte primera. Capitulo ii. 679
de dar á la estampa la obra que aquí concluye: pero si
entonces se hubieran presentado ante mí en conjunto las
dificultades que he debido superar, quizás retrocediera an-
tes de acometerla.
Hijos del entendimiento llama nuestro inmortal Cervantes
en su Quijote á los libros, respecto de sus autores; y así
como los padres parece que aman más á los hijos que
mayores cuidados y sinsabores les cuestan, así debo yo
amar por todo extremo á éste libro mió, cuya publicación
tantos cuidados me proporcionó. Por más que al verle hoy
impreso, tal cual deseé, la satisfacción presente me haga
olvidar los pasados trabajos.
Mis lectores y los escritores de fuera de Málaga, so-
bre todo los extrangeros, nunca podrán comprender y apre-
ciar en toda su extensión los obstáculos con que he teni-
do que luchar, desde el primer momento hasta el presen-
te, para ofrecerles ésta obra, cual hoy la presento, á su
ilustrada consideración. Pues si dificultades me ofreció la
investigación de sus materias, la acumulación y aprovecha-
miento de sus datos, la resolución de las cuestiones que
traté, el planteamiento de otras, los juicios que me han
merecido hombres y sucesos, en una palabra el plan y la
ejecución de toda ella, mucho mayores fueron las de la
parte material de su publicación, en todo cuanto se re-
fiere á la tipografía, al grabado, y á la litografía.
Encuentran los escritores en otras partes por los ade-
lantos de todas estas artes, por su excelente organización,
y por
68o Málaga Musulmana.
y por las facilidades que presta la frecuente publicación
de obras esmeradas, salvados innumerables obstáculos, que
he debido solucionar solamente con mi esfuerzo.
Sus órdeneSi sus deseos, sus pensamientos, son inme-
diatamente comprendidos y perfectamente interpretados; ar-
tistas y artesanos, acostumbrados á trabajos importantes,
«
facilitan considerablemente sus tareas, y les dejan imprimir
sus textos con entera libertad de espíritu, confiando en ellos
poi menores en los cuales he tenido á cada momento que
fijarme.
Desgraciadamente todavia no se puede conseguir en Má-
laga dar á la estampa una obra en éstas condiciones, á
pesar de los adelantos en éste punto realizados de algún
tiempo al presente.
Mucho más empeñándose, cual me empeñé, en que cuanto
interviniera en ésta publicación, imprenta, litografía, gra-
bado, planos, fuera todo malagueño, exclusivamente mala-
gueño; no sólo para hacer de mi libro un tesoro de no-
ticias pasadas, sino para que, si tenia la fortuna de vivir
algún tiempo, pudiera demostrar la situación á que han
llegado nuestras artes, nuestros artistas y artesanos ac-
tualmente.
Por ésto tuve que hacer una constante monótona y eno-
josa revisión de pruebas para evitar que en el texto apa-
recieran muchas erratas; asunto siempre difícil para un
autor, que se sabe el texto de memoria, y que lee más
en su inteligencia que en los plomos, más que en las prue-
bas
Parte tercera. Capítulo ii. 68 i
bás en su imaginación.
Por ésta misma razón para conseguir que los graba-
dos intercalados en el texto salieran lo mejor posible, don-
de hay escasa costumbre de emplearlos, he tenido que per-
manecer horas y horas al pié de la prensa, por más que
la buena voluntad y aun- la habilidad de los que me ro-
deaban hubieran podido eximirme de éste trabajo.
Sobre todo en lo árabe, cuyos caracteres, nunca usa-
dos hasta ésta obra en imprenta alguna malagueña, tenían
que aparecer imprescindiblemente en ella, be tenido que
serlo todo, y que hacer de todo, de aprendiz, cajista, re-
gente y corrector de pruebas; que manejar frecuentemen-
te el componedor, y que emplear aquellas letras, desde echar-
las en caja, hasta componerlas y distribuirlas. Tengan esto
en cuenta los orientalistas á los que pueda llegar mi libro
por si encuentran en él algunas erratas, imposibles de evi-
tar con estas condiciones de publicación.
Por otra parte, si ésta, según lo que llevo dicho, en la
parte material me ha sido tan difícil, tan laboriosa, no lo
fué menos en la puramente literaria y científica, por sus con-
diciones especiales y por las peculiares de la localidad en
que escribo. Me he convencido por esperiencia de una triste
verdad mientras escribía y publicaba; obras cual la pre-
senté es imposible redactarlas en provincias, á menos de
tener una cuantiosa fortuna que permita frecuentes viages
y á menos de contar también con una magnífica bibliote-
ca. Concentrados fuera de ellas manuscritos y libros, falto
de esas
68a Malaga Musulmana.
de esas ricas colecciones de obras que en Madnd se gozan,
falto de esas facilidades que para comunicarlas á los es<
tudiosos se tienen ea el extrangero, el historiador lucha
tquí con gravísimos inconvenientes, cuya solución no de-
pende ni de su voluntad, ni de su ingenio. Muchas veces
he tenido que suspender dias y días mis indagaciones á
falta de obras de consulta, que podrían presentármelas con
la segundad y esactitud que deseaba.
Fortuna mia fué y bien grande, poder examinar en di-
versos viages, aunque no tantos y tan prolongados como
hubiera sido preciso, bibliotecas y archivos, y contar con
amigos cariñosísimos que me han ayudado en ésta parte
ahorrándome gastos y molestias, proporcionándome copias
dignas de fé, indicaciones para mí preciosas, calcos de mo-
nedas, libros y hasta manuscritos.
Y como éste lugar és el más adecuado para demostrar
mi gratitud, invariable y afectuosa, á aquellos que han con*
tribuido tan generosamente á ésta publicación, perdone el
lector si le detengo unos instantes consignando deudas de
agradecimiento; que así como al pié de cada página fiel-
mente marqué las fuentes de donde había obtenido mis
aseveraciones, no cumpliera honradamente sino fijara, sinÓ^
marcara aquí las obligaciones que con muchas personas-
tengo contraídas.
Ellas me allanaron el camino, ellas se esforzaron ea
el buen éxito de mi pensamiento, ellas han influido con-
siderablemente en él: justo es que ocupen en él antes de
acabarle
Parte tercera. Capítulo ii. 683
acabarle el lugar que les corresponde*
Ante todo debo hacer público mí reconocimiento há*
cía los orientalistas D. Pascual de Gayangos y D. Juan
Facundo Ríaño. £i primero, decano de los arabizantes es-
pañoles respetadisimo dentro y fuera de España, me ha
comunicado generosamente los raros libros de su rica bi-
blioteca, sus inapreciables manuscritos, sus notas y las im-
prontas de sus monedas, dándome á la vez consejos y ad-
vertencias provechosísimas al introducirme en el Museo Bri-
tánico; el segundo, actual Director General de Instrucción
Pública, nombróme como representante de los arabistas es«
pañoles en el quinto congreso orientalista celebrado en Berlín^
y favoreció mi ardiente deseo de examinar en las princi*
pales bibliotecas europeas viejos manuscritos, que encierran
los secretos de nuestra Historia. Sin ambos muchas de las
anteriores páginas nunca hubieran sido escritas, y muchos
de los datos, completamente inéditos, en otras revelados,
hubieran permanecido por completo desconocidos. ¿Como
no darles aquí el lugar que legitimamente les corresponde?
¿Cómo no hacer en éste momento pública y afectuosa ma-
nifestación de cuanto les debo?
No menos han influido también en éste libro mis que«
ridos maestres los Sres. D. Francisco Codera y Zaidin y
D. Francisco Javier Simonet. Ambos han puesto en el buen
éxito^de la empresa acometida por su discípulo el mismo
empeño que pondrían en el propio éxito; indicaciones eru-
ditas,
90
ditas, prolongadas consultas, largas cartas, libros, traduccio-
nes y anotaciones preciosas, generosamente comunicadas, he
obtenido de eílos frecuentemente. Nunca olvidaré la aten-
ta solicitud con que ambos me han ayudado.
Mucho de ésto tengo que decir también de los Sres. D. Ma-
nuel Oüver y Hurt;ido, D. Manuel Rodríguez de Berlan-
ga, D. Aureliano P'ernandez Guerra y Orbe, D. Pedro
de Madrazo y Kuntz, D. Francisco de Cárdenas y el P.
Fidel Fita de la Compañía de Jesús, Quienes han tomado
también principalísima parte en mi pubUcacioo con sus
consejos é indicaciones, poniendo á mi disposición bien
sus libros, bien su ciencia. Entre los cuales no seria justo ol-
vidar á mis buenos amigos los litógrafos Sres. Pérez y
Berrocal, al fotógrafo Sr. Oses, al grabador D. Mannel
del Castillo, al arquitecto D. Manuel Rivera, y al Sr. D.
E. de la Cerda, que han coadyuvado considerablemeote
al mejor resultado de esta obra en su parte material.
Finalmente, y dejo para lo último lo más importante,
debo también manifestar mi gratitud á aquellos de mis
paisanos que contribuyeron á ésta impresión con sus sus-
criciones, especialmente á las sociedades el Liceo y el
Circulo Mercantil, sufriendo los inconvenientes de una pu-
blicación, que por sus especiales condiciones se ha prolon-
gado más de lo que su autor hubiera querido.
Obras cual la presente no enriquecen en nuestro país
á sus autores; cuando éstos consiguen verlas publicadas, de-
ben darse por bien parados si sobre sus trabajos y desvelos no
han
Parte tercera. Capítulo ii. 685
han tenido que pechar con las costas de la impresión.
Conseguir ésto último és alcanzar una gran muestra de
consideración, que manifiesta cumplidamente las simpatías
con que cuenta el autor, la estima que sus trabajos le
han conseguido entre sus compatriotas.
A éstos pues agradezco sus sacrificios, que correspon-
den á los que hice para escribir y publicar éste libro, guiado
exclusivameute por mi .vocación histórica, ansioso de con-
servar memorias de viejos tiempos, muchas de las cua-
les estaban ya envueltas en las nieblas del olvido.
Como haya cumplido los ofrecimientos que hice y los
propósitos que manifesté en el Prólo^Of no me toca decir-
lo; diránlo mis lectores. A su juicio entiego ésta obra, y
sobie todo á su benevolencia. No sé si me habré mos-
trado A la altura del pensaihiento que me propuse; no sé
si lo habré realizado cumplidamente. Solo sé que las
anteriores páginas se han escrito sin pensar jamás en
el medro, ni el renombre de quien las escribía; que el
autor ha desaparecido por entero absorvido por su obra,
y que sólo se ha dejado guiar por éstas aspiraciones; jus-
ticia, exactitud y verdad. Que no ha llevado otro pensamien-
to que el realizar el contenido en el hermosísimo lema,
grabado hace poco sobre una tumba ¡lustre, con el cual
terminé el Prólogo y con el que ahora concluyo todo mi libro:
Veritatem coluit, patriam dilexit.
m
Málaga 31 de Octubre de 1882.
APÉNDICE, a
)
Breve epithoma rerum apud Malacam ^estarum anno MGGGGLxxxvii editum per
D. Murum Reverendissimi D. Gardinalis liispanirB Secretarium ad Reverendissímum
prtncipem et amplissimun D. D. Jo. episcopum albanensem Cardinalem Ande*
gavensem ex castris missura.
Sperans quotidie deditionem Civitatis Malaca Reverendissíme
pater et amplissíme domine, distuli scribere, que in expeditione hujus
estatis contra Granatenses, et prascipue in hac Malacensi obsidione
(que máxima et difñcilli ma fuit) a nostris gesta fuerint. Nunc autem
postquam nostri voti compotes effecti sumus quam brevissime potero
satisfaciam. Serenissimus Dominus Noster Rex ingenti equitum pedí-
tumque conpato exercitu circiter nonas Aprilis multis proceribus
comitatus, et Corduba copias movens Bellez Malacam duodevinginti
millibus passuum a Malaca distantem, continuis itineribus pervenit:
pulchram quidem urbem: et arte et natura munitam: quam et obsidione
cinxit: et vi et armis oppugnavit. Regemque Granatae, cum infinita
maurorum multitudine oppidanis subsidium ferentem fudit: fugavitque:
Mox
(1) Es tan importante para la historia malagueña este antiguo texto, que me
he decidido á publicarlo; esti contenido en un folleto impreso, que posee D. Fran-
cisco de Cárdenas, y como no existe otro ejemplar en España, corre gran riesgo
de perderse; reproduciéndolo le conservo á la curiosidad de cuantos se ocupen de
cosas de Málaga, los cuales seguramente han de agradecérmelo.
688 Málaga Musulmana.
Mox urbem ipsam ¡n deditionem accepit pulsisque hostibus valido pr«-
sidio firmavit. Tnde cuín victore exercitu in Malacam contendit urbem
maritimam et dum hispaniarum civitatum pulcherrimam: munitissimam-
que et quanquam ¡n littore maris, et in plano sita: obsideri tñ (tamen)
difficillima. Tumque multis convallibus, ab orientali plaga circumdata:
ob idque non nisi magnis copiis obsideri potest. Tumque aquis fontanis
et fluvialibus caret que nísi multe in agris cisterpe, exercitibus, equis,
jumentis aquam proestantes, inventoefuerint: obsidionem solui necesse
fuisset. Qiio cumpervenit non longe a nioenibus urbis castrametatus est.
Oppidani (suum cxcidium cementes) ex uibe irrumpunt: nostros que
dum castra locantur validissime invadunt, a quibus adeo strenue exci-
.piuntur: ut magno accepto incommodo intra moenia se recipe coacti
sunt. Deinde firmatis castris, locisque quibus quoe hostibus accessum pre-
bere possent: a mari ad mare: vallo et fossa munitis civitas undique
oppugnari ccepta est, et in primis suburbia instar civitatis turrita: mul-
tisque propugnaculis munita ab armigeris Reverendissimi Domini mei
Gardinalis Hispanice, qui sub domino Furtato Mendoza ejus fratre in ea
urbis parte pugnabant: vi et armis expugnata sunt. Multis tñ (tamen)
nostrorum in ea expugnatione desideratis. Dum hoec agerent Serenissi-
mus Rex ratus hostem brevi deditionem facturum uti qui aggeribus
arietibus, cuniculis, balistis eneis ferreisque tormentis et machinis be-
Ilicis térra marique quotidie oppugnabant (Serenissimam dominam nos-
tram Reginam voluptatis gra (gratia) accersiri jussit Cordubce enim erat
pecunias commcatus suplementum et reliqua bello necessaria imperans
ac viro mittens. Cujus majestas Regi obtemperans una cum memorato
Reverendissimo domino Cardinali aliisque prelatis et proceribus, paucis
diebus in castra pervenit. Opeprecium fuit intueri Regia castra, diversa-
rum regionum exercitibus communita, commeatibusque omnis generis
adeo abundantia: ut Romee in Campoflore non in castris versari existi-
mares. Classis proeterea multis triremibus et rostratis navibas, aliisque
in modicis
Parte primera. Apéndice. 689
in modicis uavigiis eggregie instructa loca marítima tutans: pulchrum
spectaculum fuit. Verum longe secus quam putaveramus evenit. Oppida-
ni autem proeter omnium opinione (quanquam permultis undique malis
conflicratí quippe ingenium soepe mala movent) non contenti intramoenia
se continere, urbemque defenderé, vinci quam non tentare victoriam
malebant. Itaque Zegri eorum duce adhortante: viro acris ingenii et
rei militaris perito: irruptiones ex urbe faceré, ¡n certamen prodire,
proelia committere, castra et munitoes imperterriti oppugnare: nos-
tros quotidie lacessere: nihilque proetermittere qucd ad fortes et stren-
nuos viros pertineret. Nostri quanquam hostem desperatione rerum
ommia conantes luce clarius cernebaní.: nequáquam tamen sibi deerant,
aut certamen detractabant. Sed eorum impetum ita acriter repri-
mebant: ut barbaros audacia plerumque pigeret: undique cedes strages
máxima: et »lira belli facies. Multa et literis et memoratv digna R.
domine in hac obsidione accidere: que ideo proetermitto: quoe sin-
gula prosequi arduum est; Barbarum tamen stratagema facinus audax»
prce caeteris memorabile, posteritati commendandum fuit. Quídam Mau-
rorum audacissímus quem eorum sectoe cultores Sanctum appellant^
audito Malacensium discrimine, se auxilio illis futurum, obsidionemquc
soluturum, publice pollicitus est. Itaque jactabundus per multos adhor-
tans, ad tercentos temeritatis suce comités habuit. Quorum centum
et triginta, ulcirciter duces secuti, diversis tramitibris noctu in castra
Regia pervenerunt: praesidioque stationem per fraudem decepto, partim
ad suos penetrarunt: partim a nostris insequentibus capii, partim truci-
dati fuerunt Sanctus tamen dedita opera asuispaulo di\ertit rem divi-
nam se facturum simuians: a nostiis (idipsum machinans) capitur, et ad
Marchionem Gadicensem (cujus auspiciis qui eum ceperant militabant)
perducitur, militibusque custodiendus traditur. Is postridie se in somniis
vidisse fingit Malacam intra septem ignorans dies, menses vel septimanas
capiendam fore, alia secretiora soli Regi expjsiturus. Marchio jocandi
gratia
690 Málaga Musulmana.
gratia potius quam barbarse superstitioni ñdem habens illam (cam armís
et vestibus quibus captus fuerat) ad regcm mittit. Forte Rex tuncquicscc-
bat Christianissima Regina seu incredibili prudentia (qua máxime praes-
tat) ducta: seu divino numine afflata quod magis afiirmare ausim att«ita
cjus singularí religione et probatoe vitoe mommque sanctitate vetuit:
ne amequam Rex a quiete surgeret introduceretur. Tune milites ad
tentorium Marchionisse de Moya quod prope Regium erat illum pro-
duxere. Sanctus intromissus egreg^am mulierem cernens aureis vestibos
omatam, forma eximiam et cultu notabilem ac juxta eam Álvarum
Brígancium Lusitanum, juvenem quidem splendidum, et modestia et
gravitate proeditum, ratus Regem ct Reginara fore, colore mutato, paulu-
lum subsistit. Interrogatus unde, aut quis esset, lingua ejus prcenimia
peq>etrandi scelerís turbatione, adeo árida facta est> ut balbucienti simi-
lis, ne verbura quidem responderé quiverit. Marchionissa illum sitire exis«
timans, aquam afferrí jussit. Sanctus tamen non ultra cunctandos
ratuSy distrícto mucrone, ictum in ipsam totis viríbus contorsit: a
quo deo custodiente illesa e\'asit. Inde dicto citius memoratum AI«
varum, gravi ac ppe letali vulnere in capite afiecit. Áttoniti acurrunt
circunstantes et plura conantem comprehendunt: armaque auferunti
cumque secreto pugione: eos percutere contenderet vulneríbus confossus
est: ejusque cadáver quadrí partitum per machinas in civitatem a
puerís cum hac verborum exprobatione, imprudenter missum: Sanctus
bic vester est per terram nuper incedens; nunc por aera volaos.
Quod Oppidani ita indigne tulerunt, at junctis membrís, et in sepol»
chro proeciosissimis aromatibus de more conditis statim de vindicta
cc^tarent. Itaque aut multo post, par parí referentes. Captívom
Chrístianum, varíis cruciatibns necatum, membratimque laceratnm^
asello imponunt, ac in castra mittunt. Cujus certe Chrístianissimi Re-
ges adeo misertisunt, barbarumque immanitatem detestati, ut in de*
ditione urbis egre descenderínt, ad ignoscendum occisoríbos. Ossa
prceterea
Parte tercera. Apéndice. 691
proeterea defuncti, honorifice sepeliri, parentes et consanguíneos un-
dique conquisítos, muneribus honestar!, ac in prcecio deinceps haber!
imparunt. Dicercm aliqu'd hoc loco, nec ab re, de laudibus tantorum
Regum, veritus tamen ne si eorum potestates in omni genere virtutis
ánimos, verbis consequi veh'm, prius me dies, quam materia, defíceret^
simulque tanta est eorum prudentia, justicia, integritas, pietas, et re*
ligio, ut eos íacilius admirari, quam laudari liceat. Hcec in aliud tem-
pus omittam. ígitur unde digressi sumus redeamus. Oppidani interea
soepins moniti, ut deditionem facerent, non expectarent, ubi venioe
locus non csset, fore ut saníori usi consilio, per colloquia sibi, uxori-
bus, caris liberis, fortunisque suis consulerent. Nt n modo Regia man-
data contempsere, sed quemdam ex suis bene monentem, civesque
suos ad sanitatem redigere studentem, amputata manu, ad nostros
paulo post ex vulnere moriturum aufugere c(*egerint. Ceterum fuit
urbe Sanctus quidaiu priori nequáquam dissimilis, cujus opera et
superstitione zagri Dux homo versutus, et quilibet subitis paratus,
ad ánimos civium falsa reügione imbuendos et quo máxime veliet
¡mpellendos utebatur. Is furiis agitatus meotitur se nocturna colloquia
cum Mahumeto'habere, unde suos non modo non desperare, sed bono
animo esset jussit, brevi futurum proedicans, nostros ingenti clade
superandos, et infugam vcrtendos, obsessosque, et spoliis et commea-
tibus obsidentium potituros. Semel itaque Sancto precedente, et re-
liquos se sequi adhortante, paulo ante solis ortum per portam mariti-
tnam, quoe vergit ad occidentem egressi, in castra irrumpunt, stationem-
que Ántistitis militioe Alcantaroe a custodibus et vigilibus paulo ante
desertam invadudt demoliunturque, eoque Ímpetu, usque ad tentorium
ipsius Ántistitis omnia vastantes, et obvios quosque trucidantes accedunt*
Quod 3Í (ut viros fortes decuit) ultra contendissent, ea certe die de
magna nostroium parte actum es.<^et, aut saltem ingenti . clade nos
. affecissent.
91
6g2 Málaga Musulmana.
affecissent. Antistes tamen licet adolescens, non sibi defuit, sed cum
paucis ordinis religíosis agarenis obviam factus, eorum impetum primo
retardavit, et paulo post Regüs armigeris subsidium fereatibas fretas,
hostes invadity ac in civitatem pellit. Itaque male accepti, i>ernialtís
eorum occísis, pluribus vulneratis, in urbem se recipiunt. Hcec ulti-
ma eorum irruptio fuit. Dicere non proetermittam hoc loco modera-
tionem fortis zenetti Gomerorum Ducis (sic enim Gomera Ínsula
oriundos, qui inter eos fortiores habentur, appellant) qua in quosdam
pueros Christianos usus est. Virtus enim et benefacta, etiam in hoste
laudanda sunt. Is cum omnes praeisset, puerosque inermes in statione
dormientes offendisset, non modo non occidit, cum impune posset,
sed á somno excitavit, et ut Mauros venientes fugerent manu ac
voce juvit, tutosque abire permisit. Pued igitur barbari beneficio
vita donatiy ad nostros incólumes, cvasere. ínter hoec obsidio ad qua-
drímestre vel circiter protracta est, quam tándem in^ictissimus Rex
constantissime absolvit. Nam cum obsessos oppugnare adortus, jam-
que ad rem pagentlam machinas et tormenta bellica permulta (di-
versi generis) pari juserat, Galleci provincioe Compostelanoe qui ip
ea obsidione proe coeterís insignes habiti sunt, dispositis insidiis dúos
Malacenses capiunt, ex quibus et paulo post extranffugis nuntiatum
est, oppidanos fame laborare, quod ubi in castra proecrebuit, ele*
mentissimus rex pro explorato hñs, non minus esse imperatoris con-
silio vincere quam armis, iniitatus Scipionis exemplum dicentis Malle
se unum civem servare quam mille hostes occidere, oppagnationi
aliquot dies supersedendum censuit. Interea obsessi eo necessitatiset
inopioe devenere, ut jam nonnulli, quibus res familíarís domi angastior
erat, ante limiam potentiorum procumbentes in ipsis precibus expi-
rarent, alii terram morientes mordebant, plures hoiez exuentes funestas
epulas et nepharios cibos inveniebant, inter alios de his rebas a qui-
bus natura abhorret rixa erat, quippe quibus nisi semetipsos comme-
derent
Parte tercera. Apéndice. 693
*
derent nihil quo viverent reliqum erat. lamque liberoruní scrvorum-
que cura relicta sibi quisque consulebat. Cerneres post captam urbem
exesa corpora, ossa nudata, conditos oculos, lívidas carnes, et expiessum
denlibus labum, tota denique civitas, unius defícientis spem hebat*
Captivorum proeterea Christianorum triste spectaculum fuít. Pallidi,
et exangües erant, et citra spem convalescendi aíHicti, infermis
imaginibus siles Tantis igitur malis circunventi oppidani eo recurrunt
et cupidissime petunt, quod paulo ante contempserant. Igitur eolio-
quium ultro ferunt, et legatos que de pace tractarent in castra mittunt.
Fuereque pacis conditiones a legatis oblatas non ímprobarent quce
dicerent non ulterius cunctandum esse, sed hostes quis roe pellendos.
Quam sententiam plerique proceres quibus mens erectior erat vehe-
. menter impugnarunt, dissuaserentque cppidanorum deditionetn, nísi li-
bere se et sua regio magestati permitteret, nequáquam admittendam»
Itk eo aut quod objiciebant nihil periculi esse, qui bis ómnibus et
aliis quam evenire possent incomparabilem regiam prudentiam et
düigentiam longe antea prospexisse, quo factum est: ut Rex oratoribus
rñderi jusserit victis accipiendas non ferendas pacis conditiones. Mesti
igitur legatí tn urbcm re infecta reversi sunt, prceter unum Gome*
rorum Proefectum, paulo post sua sponte xp (christianum) charac-
tere insignitum. Civitas ergo solutis induciis denuo tormentis oppug*
nari, et acríter defendi coepta est. Verum urgentem indies acrius
faime, ipsique membra ulterius sustinere non valentes, per Iras im-
petrare conantur quod per legatos non poterant. Urbem igitur ipsam,.
dulcem patriam, et bona denique omnia per Iras, patrio eorum ser-
mone conscriptas Regioe magestati offerunt» servitutem mortemque
tantummodo deprecantur/ nec tune qngque exauditi sunt. Adeo itt
aostros servierant, ut nuUum sibi venía locum reliquerínt. Tándem
victoria £áciiis ex difficillimis rebus secuta est. Nam cum divina et
hamana ope destituti, nuUam spem subsidii haberent, ac ferro, fa-
tnctp
694 Málaga Musulmana.
mee, peste, ad nihilum fíre redacti essent, deditionem libere fecere.
Servitutis, opum, fortunara ñique suarum Regioe magestati pietatem
permissa, vita solummodo exorata. Satius enim humaniusque judí-
carunt, qui ex tanta clade superfuerant, opibus rebusque suis provari, et
victos victoribus serviré, quam ad intermitionem usque deleri, ac fame
funditus períre. Sabbato itaque xv. Kalcndas Septembris anno salutis
séptimo et octuagessimo supra quadringentissimum et millessimum, nos-
tri in arcem (quam Alcazavam vocant) introducti sunt. In qua extermi-
nato, fugatoque, ex diutina Malacoe possessione. Mahumetico nomine,
ejusque spurcissima secta, crux christi primo, deinde gloriosissimi apos-
toli lacobi vexillum, et tertio loco regia insignia, in conspectu totius
«xercitus, cum máximum gratulatione elevata et ostensa sunt. Sequentí
die arx Gibralfarum, et mox alioe arces, quoe multoe in ciyitate existunt,
et tota deniqve urbs parí letitia receptoe sunt. Eandem calamitatem sen-
sere dúo munitissima oppida in próximo sita. Miias et Ossuna, a quibus
nostri et in hac obsidione, et antea maximis incommodis affectí sunt.
Captivi Christiani numero quingenti vel circiter pristinoe libeitati resti-
tuti Nonnulli proeterea heretici Mosaycoe perfídioe, jam piidem in hac
urbe se receperant, de quibus simul et de perfugis summum supplicium
sumptum. Capta sunt in ea urbe multa millia Sarracenorum, ingensque
proeda adeo ut inter tot opes, et captivorum, et aliarum rerum civitas
ípsa minimum videatur. Captivi partim proceribus militibusque dono da-
ti, partim publice venundati, ac pretió redempti. Reliqua proeda parí mo-
do distributa. Sic victi hostes, et servitice, et pertinatioe, poenas dedere,
et quos nulla arma, nulla malí vis, superare potuit, durissima necessita-
tum fames consumpsit. Demum Regioe Magestates tanta victoria i>otite,
inmortali deo, cui omnia tribuunt perpetuas gratias agentes, magna om-
nium gratulatione in modum triumphi in urbem admisse, nunc máxime
intente sunt constnictioni templorum in hac urbe dedicandorum, ut
parem laudem et gloriam tum fbrtitudiriis tum religionis assequantur.
Deo gratias.
índice.
Páginas.
DEDICATORIA.
PROLOGO láXXII
PARTE PRIMERA.
NARRACIÓN.
CAPITULO I. — ^Málaga en la Edad Antigua.— Fundación de Málaga.—
Primitivos pobladores de su territorio. — Los tirio-fenicios.
— Constitución de su colonia.— Relaciones de ésta con ibe-
ros y africanos. — Su religión. — La Diosa Malache. — Estan-
cia de los griegos en Málaga — Los romanos. — Sus luchas
con los españoles. — Púnico. — Marco Craso. — Casio Longi-
no. — Málaga federada con Roma. — Municipio Fia vio Mala-
citano.— Su constitución. — Prosperidad de Málaga durante
el Imperio. — Estatuas y memorias de Dioses, Emperado-
res y municipes ilustres. — El cristianismo y las invasiones
bírbaras. — Obispado de Málaga. — Patricio primer obispo
de Málaga. — Recóbranla los visigodos.— La sede malacita-
na hasta la invasión sari*acena . i
CAPITULO II.— La invasión sarracena y el Califato cordobés en Mala-
ga.— Decadencia y ruina del poderío visigodo. — Invasión
musulmana en España.— Conquista de Málaga. — El waliato
español. — Orígenes del Califato cordobés. —Abderrahman I
en Múlaga.— El obispado malagueño; Samuel. — Los mozá-
nibes; Ostégesis. — Miserable vida de este prelado.— La re-
volución iiu)zJrabe y muladí; Omar ben Hafsun. — Sem-
blanza de este insigne caudillo. —Los Beni Saleh de Nokur.
c —Peripecias de su dinastía. — Málaga constante refugio suyo. 2S
CAPITVLO III.— Los Beñi Hammud en Córdoba y Malaga.— Geneidogía de
los Hartím lidies.— Su situación á principios del siglo XI.
— Ali ben Hammud. — Sus pretensiones al solio cordobés.
—Magnates
696 Málaga Musulmana.
— Magnates que ]e auxiliaron.— Su reinado y asesinato.—
Herédale su hermano Alkasim. — Estado de C'>rdüba.— Lu-
cha de Alkasim con su sobrino Yahya.—xVrrójale éste de
la capital y vuelve á recobrarla.— Victoria de los cordo-
beses contra Alkasim.— Traiciones contra éste en Sevilla
y Carmona. — Cércale en Jerez su sobrino. — Su prisión y
muertt*. — Reinado de Yahya. — Vuelve éste á imperar en
Córdoba y. á perderla. — Sus luchas con los sevillanos. —
Apodérase de Carmona arrojando de esta á su dueño. —
Venganza de éste. — Muerte de Yahya 58
CAPITULO IV.— Los Bkni Hammuo en Malaga.— Los hachibcs v wacires
en las cóites hispano-musulmanas. — El eslavo Nacha y
Aben Bakanna en la malagueña. — Serie de los califas
Hammudics. — Idris I. — Alhasan. — Idris II.— Su carícter. —
Rebeliones en Málaga. — Su destronamiento. — Mohammed
Almalidv.— Posesiones Hanimuditas en África.— Sacut v
Riik Allah.— Lachas entibe Mohammed de MUaga y Al-
mahdy de Algeciras. — Muerte de ambos. —Idris III. — Res-
tauración de Idris n.— Sucédele su hijo Almnstaly, — To-
ma de M llaga ]>or Badis, señor de Granada. — Conclusión
del dominio hammudi en España y África iOS
CAPITULO V. — Los Almorávides y u>s Almohades ex Malaga. — Badis ben
Habbus señor de Granada y MUaga.— Su vida y gobierno.
— Almotadhid de Sevilla envía á su hijo Mohammed para
apoderarse de ésta. — Fracaso de su expedición. — Muerte
de Badis. — Temim gobernador de Málaga. — ^Su prisión y
destronamiento por los almorávides. — í^ cristiandad en
Milaga y su provincia — El obispo Julián. — Accidentes de
su Tida. — Sus reclamaciones á Roma. — Expulsión de los
mozái*abes malagueños. — Caida de los almorávides. — Pe-
riodo intermedio con los almohades.— En ti*ada en Milaga
de éstos. — .Algunos acontecimientos y gobernadores de es-
tá época en Málaga. — Nace en ella el pr ncip^, después
sultán almohade, Idris ben Yacub Almanzor. — Caida de
los almohades i2&
CAPITULO VI.— Los Nazaries y los Beni Merin en Malaga.— Los Walíes
Axkilulas.— Su desaf.o con Teiio Alfonso de Meneses en
Arjona. — Genealogía de esta familia. — Sus alianzas con el
fundador de la dinastía Nazaríta. — Su establecimiento en
Milaga.— Disidencias entre los Nazar i:s y los Axkilulas.
— Ampiranse éstos de D. Alonso X.— Avenencia del vrali
de Milaga con Alahmar. — Muerte de éste. — Mohammed II
su heredero. — Nuevas disidencias y luchas — Los merí-
Bies. — Sometes I Milaga al sultán de éstos Abu Yusnf.
— Ezpedktooes de los merinies á España.— Batalla de Éd-
ja.— Poesia
Malaga Musulmana. 697
Pfcgi
ja.— Poesía encomi'stica del wali malagueño á Abu Yusuf
Muerte del wali.— Mála^ja se entrega al merinita.— Recó-
brala Moliammed II.— Disidencias entre éste y los Beni
Merin. — Posesiones de éstos en la Garbia de Málaga. —
Muerte de Abu Yusuf. — Su heredero Abu Yacub cede al
nazari sus posesiones de EspaHa i45
CAPITULO VIL— La Reconquista en la provincia de Malaga.— Considera-
ciones generales. — Situación di' nuestra provincia durante los
dos últimos siglos de la Edad Media. — Las algaradas. — Cora-
bates y depredaciones marítimas. — .\bu Said Farach wali de
Malaga. — Conquistan los malaguefios á Ceuta. — Los Volun-
tarios de la fé. — Dinastía malagueña en el trono granadino. —
Otsmen ben Abulola, caudillo de los voluntarios de la fé.
— Lances de sus luchas con los cristianos en nuestras comar-
cas.—Asesinato de Mohammed IV.— D. Pedro I y Mohammed
V en la provincia de Málaga. — Declárase ésta por Moham-
med.—Toma de Antequera. — Correrias en el territorio ma-
lagueño.— Correrías de los moros de Milaga en territorios
cristianos.— Heroica muerte de Pedro de Nniwaez en las
fuentes de el Guadalmedina.— D. Alvaro de Luna en nues-
tra provincia. — Moliammed VIII en Málaga. — Toma de Ar-
chidona.— Alquizut, régulo malagueño; sus tratos con Enri-
que IV; su desgraciada suerte i73
CAPITULO VIII.— Conquista de Malaga.— Consideraciones generales. — Espa-
ña bajo el gobierno de los Reyes Católicos.— Progresos de la
Reconquista en su tiempo.— Caudillos notables de esta épo-
ca.— El marqués de Cádiz. — La corte granadina al expirar el
siglo XV.— Muley Hacen. —Su destronamiento por Boabdil y
establecimiento de su corte en Málaga. — Preparación^ porme-
nores y resultados del desastre de la Axarquia. — Breve relato
de las conquistas cristianas en la provincia de Málaga duran-
te este periodo. — Situación de Málaga en los momentos da
rendirse Vélez.— Hamet el Zegri.— Los gomeres.— Divisiones
en el vecindario.— Proposiciones de rendición — Rebelión en
Málaga contra los que la deseaban. — Combate entre cristianos
y moros en las alturas cercanas ú Gibralfaro y en el cerro de
S. Cristóbal. — Cerco de Miaga. -Su disposición por mar y
tierra. — Aspecto de la ciudad y sus contornos durante el si-
tio. --Primeros hechos de armas. Toma de la casa real de los
sultanes moros cerca de la Puerta de Granada. — Entrada y lu-
cha en los arrabales. —Muéstrase alguna desorganización en-
tre los sitiadores. ~ Venida de la reina. — Proposiciones de ren-
dición.— Combátese á Gibralfaro. - Visita Doña Isabel las es-
tancias del marqués de Ctdiz.— ^Pareceres del Consejo. — Minas
contra la ciudad. — Recurren inútilmente los sitiados á Boabdil,
— Angustiosa situación de los cercados.— Derrota Boabdil un
socorro
BOi'urm i-iiviado |ior el /.iigal ft Mi'ilngo,— Hcroisnio A-- Ibraliim
AlüUBrlii.— Asullii fit! Ion tonvii ilt-l puunte.— Diputaciotí de
tDalu^eñoa ni Zngal. - Predicción os de iin fai(ui.— Ultima la-
1Í(1h de liw curoidos. — Hidalga acción da Ibialiim Zenele.—
Ali Dmdux.— Cn|)¡Ui1acion y cnti-e^ade MJlaga.~Los t^auti-
voB ci-iüLInno». — ^Nobl» actitud de Hainet «I Zegri .-Suplicio de
doMrtores y judies.— Suerte de los goinenis. — Concesiones á
Ali Do rdux. —Moros j judíos mudejares malagueños.— Silua-
cion de Milat-H durante los últimos años del siglo XV. . .
PARTE SEGUNDA.
ARQUEOLOGÍA.
I.-NrMismTiiT\ Mai.a(ii-kS,\.— Consideraciones gonemlea.— Mo-
nedas iiúnlcau de Málaga. — Su nrigi^n á iin|iarlancia.— Época
de su aciiüacion. - Descripción griiei'»l de «lias. —Sus inscrip-
ciones.—Su tamaño, niatei'ía y poso.— Descripción particular
de las mas interesan (ox. — Numismitica muitu Imana.— Mone-
das musulmanas lualai^ueflas, — Descripción general.— Des-
cripción particular. —Monedas do Ali ben Hamiuud. — De AJ-
kasim ben Hnmmud.- De Yoliya ben Ali.— De Idris I. — De
AlhflKan ben Yahyn.- De Idris U.— De Mohamraed Almahdi.—
De IdrÍR II por s<-gLinda vez. —Monedas musulmanas poste-
CAPITULO II.— ToPor-RAfiA, isdi'stria, comeiicií> y AnTES he M\lac\ has-
ta FINES DE LA Edau Mf.dia. — Consideraciones generales. —
Mílagn púnica.— Mal I ga romana. — Vestigios romanos en Má-
laga.—Memorias sacadas de sus inscripciones. —Estatuas, se-
pulcros.—Industria, eomercio y artes durante la dominacioo
de Roma.— SIála gil cristiana, —Malaga musulmana.— Sus alre-
dedores.—La Agricultura y sus producios en la Edad Media.
— Arrabales.— .Muios. — Puertas.— Puente. — Foso. — Camino
de ronda.— Población.— Cales.— Casas.— Mezquitas —Alcai-
ceria.— Hornos y bafios.— Moreria.- Fortilicaciones: Gihral-
faro, la Alcazaba, el Castil de Ginoveses, las Alai'azanas.
—Puerto.— Cementerios.-Comemo.— Industria y Arles.—
Sederías.— Cerámica.— Vidrios.— Carpintería —Concepto que
Málaga mei-eci • :\ los geigraros y escritores sarracenos. . .
PARTE TERCERA.
CIENCIAS Y LETRAS.
CAPITULO 1,— Las Ciencias v las Letras en Malaca üesde la invasión
SARRACEKA
Malaga Musulmana. 699
Pfcginai.
SARRACEN\ HASTA EL SIGLO Vil DE Mahoma, XIII i)E JESU-
CRISTO.—Consideraciones generales.— Movimiento literario y
científico entre los -niusulraanes españoles.— Inclinación al
saber y á la literatura de los malagueños.— La corte de
los Hammudíes.— Idris IL— Escritores y sabios de Mílaga.—
El fílt^sofo y poeta judío Salomón ben Ghebirol.— Su vida, sus
obras.— Su influencia en la Edad Media y sus recuerdos en los
tiempos presentes. — Las poetisas Bint Aben Assacan y Safiya.
— Ganim el gramático.— Aben Ojt Ganim.— Sus aventuras en
la corte de Almotacim de Almeria.— Los Beni Ilassun arrae-
ees malagueños en el siglo VI de la Hegira^ XII de Cristo.—
Sus amigos, sus contrarios.— Aben Alfajar.—Assahili.— Bio-
grafías de otros sabios malagueños menos ilustres.— Indica-
ciones sobre algunos otros musulmanes espaHoles que vivie-
ron en Málaga 565
CAPITULO II.— Las Ciencias y las Letras ex Malaca desde el siglo vii
DE Maroma xiii de Jesucristo hasta la Reconquista,- Con-
sideraciones generales.— Escritores malague'os cuya fecha de
existencia ós conocida dentro de éste periodo— Aben Albai-
thar.— Su vida, sus obras.— Su importancia en la ciencia mé-
dica de la Edad Media.— Aben Askar.— Historiadores musul-
manes de Málaga.— Otros escritores.— Indicaciones acerca de
aquellos cuya fecha de existencia és desconocida dentro de éste
periodo.— Conclusión 625
92
CORRECCIONES Y ADICIONES.
Páginas.
Lineas
16
Dice.
Debe decir.
XIV
Ó en los
en los
I8
6
y tierra; asi
y tierra, así
i8
17
sentencios
sextercios
49
27
sustuvieronles
sostuviéronles
56
13
Ydris
Idrís
62
2
traia
traian
64
13
agotarla
agotarlo
66
18
gente preparar
gente y preparar
76
9
Mayo
Abril
78
nota I
20 0 24 Dzuikiada
Principios de Dzul-
hicha
86
12
Becr
Bequer
124
6
contó, entre
contó entre
126
22
dintincion, recibió
distinción recibió
129
5
a ello, el
a ello el
134
8
Archidona, con
Archidona con
137
:7
monasterios; iglesias
monasterios, iglesias
702
Málaga Musulmana.
Páginas.
Lineas
5
Dice.
Debe decir.
144
Valencia, pugnaron
Valencia pugnaron
151
16
limítrofes, a
limítrofes a
166
I
les
le
179
22
las
la
i8i
16
en ella
en ellas
197
14
populares, cayeran
populares cayeran
198
12
provincias, fogatas
provincia, fogatas
214
9
mano, en
mano en
265
5
expirar
espiral
266
6
altos
alto
id.
id.
movidos
movido
267
7
desbarataran
desbastaran
284
3
posiciones, conocié-
posiciones; conocié-
ronle
ronle
id.
14
raro el dia
raro era el dia
296
3
Corellan
Gorella
298
I
se les
les
303
14
afuera
fuera
3^3
17
entraron, al
entraron al
314
3
Mendoza; en
Mendoza en
320
4
doloroso
dolorosa
321
7
durisísima
durísima
334
2
musulmana, los
musulmana los
365
8
triunfos, pretendían
triunfos pretendían
378
14
Fusor
J^usor
395
27
como Príncipe heredero en el anverso
402
20
718
418
Málaga Musulmana. 703
I>aginas.
Lineas
4
Dice.
Debe decir.
403
con la diferencia de estar invertido el orden de la tercera y cuarta
linea.
411
2
He adquiriílo después (
clase.
le publicado esto un ejemplar de esta
Vil)
0
Por mas que siempre nos
deja dudas, especialmente al Sr. Codera
t|ue no le cree de este
ano.
444
13
autorizados
autorizadas
452
9
imposible
iniposibles
456
16
sospechan
sospechar
459
19
Himnares
Himnario
463
27
1876
1786
470
En el plano adjunto á cst
a página donde dice Uccintu donde lou
itiurus encerraban x'.s
'janaiios léase Arrabal de Fontanela
511
23
este
estas
570
creyentes, al
creyentes al
596
16
Homais
Jamrnis
597
7
HAMIZA
HAMZA
670
17
Lam
Lahm
677
16
XV
y principio del XV
PLANTILLA
PARA COLOCAR LAS LAMINAS.
Págrinas.
I de Monedas 390
II de Monedas 403
Antigüedades malagueñas pertenecientes á la época
hispano romana 446
Málaga 464
Plano de Málaga musulmana 470
Torre de la Parroquia de. Santiago 503
Plano de la Alcazaba de Málaga 507
Arco de Granada en la Alcazaba de Málaga. • . 514
Arco que según Cárter existió en el arsenal de la
Alcazaba de Málaga 516
Las Atarazanas de Málaga 526
Antigua puerta de las Atarazanas de Málaga. . . 528
LISTA DE SUSCRITORES
Exnia. Sra. D.*^ Amalia Heredia por 5 ejemplares.
Liceo de M.ilaga por 25.
Círculo Mercantil por 12.
Círculo Malajj^uerio.
Hiblioteca de la Sociedad Económica.
Biblioteca dol Seminario Conciliar.
Biblioteca del Colegio de Abogados.
Biblioteca del Instituto Provincial.
Sr. D Antonio Alarcon.
» > Carlos Larios Segura.
> » José Hercdia.
» o Joaquín Sanz.
» » Miguel Tellez Sotomayor.
» » Ricardo Scholtz.
> » Ramón Portal.
» » Juan Bergon.
» » Juan Mayoral.
> » Quirico López.
» » José Cordón.
» » Aveli no España.
> > Vicente Martínez Montes.
> » Federico Ruiz Blaser.
» » Romualdo Hurdisan.
> > Enrique Sandoval.
» > Francisco Rosado.
> > Manuel Ocon.
> » Augusto Martin.
» » Eduardo Laliitet.
» » Francisco Garrido.
» » Eduardo Spiteri.
93
). Eduardo García.
> Tlafael Rivera.
> Manuel Ilivera.
g Joatiuin Gonxalcit.
» Eduardo Uulierret Giiaena.
» Francisco Suarei.
■ Anlonio tlapela.
» P. Aguirre.
» Francisco GuUvey 'i ejemplares.
• Esteban de Tuiíes.
g NicolU de la Tan-e ItonUai.
■ Enrique Llovel.
1 Manuel Hubio Veluquei.
> BmiilD ViU.
• Tlafaeia Poxo.
9 Pei-ei Olmedo.
■» losé de Sancha.
> Juan J. Cabello.
« José Andanas.
Mai-qués de Crópani.
■ AnUinío González AUer.
» Tumú* Itr^an.
• Antonio Mamcly.
• Joaquín Narvauí.
> Enrifioe del Olmo.
> Atbei-to RIjKill.
» Manuel Snnlaella.
> Antonio Moiilaut.
> Joaquín Diax Escobar.
» Anlonio Agi-cda.
» José Gimenei Plaza.
» Eduardo Ocon.
> Enrique Ramos.
» Ramón Francjuelo.
> Manuel Caparri's. .
» Enrique Guerrero.
» Federico Dermudez.
> Francisco Madiid Dávila.
» Francisco Maldonado.
» Horacio Lengo.
• Juan Oyarzabal.
> Enrique Scholtz.
Viuda de Bordenave.
I.' Joaquina Mayol.
> Haria Di-tloma Vinel.
D. Antonio Muñoz Degrain.
> Jos(! Cotta.
» Jos.-Oliv
> M;
Acostó.
Joaquín Tcntor.
Málaga Musulmana. 709
Sr. D. Eduardo Luque.
> » Pedro de Zea.
> > Manuel Román.
> 9 Manuel OrdoHez.
» > Ramón Martin Gil.
» Cónsul de Italia.
> » Juan Lários.
* > Domingo de Oruela.
> » Eugenio Giménez.
> > Francisco Rodriguez.
Si-a. D.' Rafaela RocTse.
Sr. D. Wenceslao Enriquez.
> » Manuel Vázquez.
» » Adolfo Pries.
> » José Cañada.
Sres. Vega y Compañía.
Sr. D. Vicente Baquera.
» y> Calixto Rico.
> » Sebastian Souviron.
> » Luis Souviron.
» » Luis Bolín.
» > Francisco Torres.
> » Carlos LaríoH.
> » Sugenio Souviron.
» » Pedro Barreré Chere.
> » Rudolfo Grund.
> » Francisco Sosa.
» > Salvador Bustamante.
> )> Tomás Hcredta Livermore.
> > Tomas Heredia Grund.
> » Agustín Heredia Grund.
> » Matías Huelín.
» > Manuel González.
» > Enrique Padrón.
> > Cándido Salas.
> » Juan Clomens.
» » Enrique Pottersen.
> » Pedro de Orueta.
> > Luis Moyano.
» » Manuel Casado.
y> > Luís Heredia.
> » José Nagel.
> » Antonio Pérez.
> > Manuel Rodriguez de Berlanga.
> > Rafael Gómez.
> » Adolfo Croock.
» > Enrique Croock.
» » Antonio Quincoces.
> > ProspiT Lamothe.
> > Eduardo Lo ring.
r. D. Eduardo España.
> » Guillermo Rein.
» » Juau HeiedÍB.
» > Guillermo Nugel.
» > Juan Hcilin.
> » JmmNagttl.
» » Ali'jundro Atiiloraen.
> » Mamiel du Lara,
t .» Anlotiio Moreno.
I » Laureaiiü del Ctulíllo.
• > Juiín [luose.
> B Alburio HorrmHn.
I > Arturo Naunin
> í Adolfo Jatier.
I » Fíi-natiJü LarTore.
» » Emilio Bolín.
i » Fraiicisiio Pérez.
r D Juiíti rtitiiiirez.
» » BnlrioiiirmUuiz.
> s UisMolInilo.
I n Antonio López.
> i> WencuBlao Díaz.
» » Ildnfuiino Ruix.
I » la%i Soldevilla.
• » Cuiltermn Ubttímx.
y > Loranxo Cendra.
• » ConsUniitiuo Urund.
> » Eiii'iiiue Heredia.
■ * Jorge hor'nig.
y » Nicolás Uallngo.
t » Manuel Utrera.
' » Juan Portal.
' » Juan Matliias.
» Manuel Robado.
» Rafael Millan.
» Fraiicíijco Torres de XavaiTa,
» Aiijíel Regueía, 2 ejemplares.
> Ciríaco Hurtado.
» Mühuel Landcrn.
> Ja!>i- Martíncx de Aguilar.
> Adolfo de Tori-es.
> Ildefonso González.
> Luis Mariiii Zai'agoza.
» Alejo Lo]h;z.
> Ouniersindo López.
> José Oliver.
> Cesáreo llarílnez.
» Juaú dol Pozo.
* Eduardo l'erez Laguna.
* .VdoiroBergeman.
Malaga M:Usuijiana. 711
Sr. D. Casimiii) Kurnaiidez.
» > Rdiianlo Aiideiru.
> Éiluuj-do Cíiiisiglieri.
» Miguel Mainely.
t Siilvjdur Spitei'i.
- Manuel Hiídso.
t Jiinii(:iiliun«z Bueno.
* Aiil<)iii:> Ksuubni' Zaragoza, 3 ejemi)lareB.
» Josi" No\¡llo.
* Jiiati Mu<|uo<ta.
» Guilluritio Monteij.
» Füiiai'cl'> Riuíi.
1 Anijclltoiiiero.
» Ciiniiiiiu l'Vriiaiicieii.
■ Manii>-I Dniíiiii^ucx.
» Mi-iti;l l'oiice.
* MiiiiLi,:! C.oiocz.
* JusúML-i'elo.
» Aiil.,tiU. PiTPZ.
>• Fduarilo Ituizde la Herraii.
» lUifaul Mailinc/ lUescaí.
> tVriiatid(iKs]i¡tio!<a df los Montevan
> Itiilaül Moüidlu...
> Adriajiltisucfio.
> Kihiai'do (iutiarfez.
> Juan Tejón.
» li.-iilom-'i'ü Iluslaraaiite.
y Juan Dliiüco.
» liiiilli'i'iiio >^aiila Mai'ia.
> Miguel Bí-im.
* Júíi- Muño/ Ejitévez.
» Rafae García.
» lluriiuli)'- Dúvila.
» FJni<|uo Li>|>i;z Palacios.
» Jo»i- l'iüon.
» M;ii)ii<'l Kiirhjiicz.
> Josv Oses.
» FuriLijido I'Haittí Barriento.
» Juan Muliiis.
> n.'iiilo lli't'i'tiru.
y, Malítn i;a;-t.iñer.
» Fi'aiu'i^.'.. Galveüo.
> Jii.111 IVialta.
» Kmi'.iuc lUTrera Molí.
Málaga Musulmana.
Sr. D. SalTsrfov SoHor.
» < Andrés NeJbrman.
» • Emilio del Tnlte.
> > Ednordo STneso CampoK
> > Juan Dnminfpin.
» » Manuel Quintana.
> » Joaquín Orie^^.
> > Jcai[uín Ortega Sotoicajnr.
» » Juan CaiTtítero.
> » Francisco Garcia.
» » Enrique Blanco.
> » Manuel Pactieco.
> ]* José Román
» » Juan Zaraguza.
]» j» JosóGimcna.
» » Manuel Mena.
> > Antonio Cam¡iosGariii.
y > Salvador Alba.
> » Juan SoldeVlila.
» » Saltador Morales.
» » Juan Gome/, de Molina.
» > Francisco Velnsco Domingaec
» » Jorge Hodgeon.
» Cón«ul d > Francia.
> V Frnnci SCO Moya,
UÜND.\.
» Marqués de Salvatierra.
> > Nicolás Ruiz Cortés.
Real MncstranxB.
Casino rondciio.